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Relato erótico: “Mi esposa y los mecánicos” (POR MOSTRATE)

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Hoy les voy a relatar una de las historias que nos ha pasado no hace mucho tiempo y que nos pone muy calientes solo con recordarla.

Por suerte nunca había tenido problemas con los autos que tuve. Es cierto que nunca fui de usarlos mucho y que los cambiaba con pocos kilómetros, así que no sabía lo que era llevarlos al mecánico, solo a los Services oficiales. Pero como en todo, siempre hay una primera vez.

Un sábado por la mañana habíamos decidido ir a visitar a unos familiares que viven a unos 100 kilómetros de distancia. Pero tuvimos que suspenderlo, el auto no quiso arrancar. Nunca imaginamos que la amargura y bronca de ese momento, iba a terminar en una de las situaciones más excitantes que hemos vivido.

Mientras mi esposa telefoneaba a los familiares para explicarle lo sucedido yo salí en busca de alguien que nos pudiera solucionar el problema.

Hacía unos meses se había instalado un taller a unas 3 cuadras de casa. No tenía ninguna referencia de ellos pero la verdad que tampoco conocía otro lugar, así que me dirigí allí en busca de ayuda.

Al llegar me sorprendió ver lo grande que era y la cantidad de autos. Ocupaba una superficie enorme y había como 10 personas trabajando entre la parte de mecánica y de chapa y pintura.

Apenas crucé la puerta de entrada del taller un muchacho me recibió:

– Mi nombre es Carlos, ¿en que puedo ayudarlo señor? me preguntó muy amablemente.

Carlos tendría alrededor de 35 años, de tez morena, de contextura delgada pero bastante musculosa. Estaba vestido con una camiseta sin mangas color blanca y un pantalón gris, ambos llenos de manchas de grasa, lo que le daba un aspecto bastante desagradable.

– Hola, mi nombre es Jorge y desearía hablar con el encargado, dije.

– Sígame por favor.

Atravesamos todo el local hasta llegar a una pequeña oficina que se encontraba al fondo.

– Tome asiento que ya le aviso al patrón.

Le agradecí y me senté en una silla que estaba detrás de un escritorio lleno de papeles, revistas de mecánica y algunas herramientas.

La oficina era típica de un taller. Estaba “decorada” con pósters de autos y principalmente de mujeres desnudas en poses muy sexys. Me detuve en una morocha que estaba de espaldas sacando el culo para afuera. Imaginé cuantas pajas se habrían hecho los mecánicos con ese póster y automáticamente se me apareció la imagen de mi esposa en esa posición parada delante de los mecánicos. Un terrible escalofrío recorrió toda mi espalda a tal punto que tuve una erección inmediata.

– ¿Que pedazo de culo eh?, escuche detrás de mí.

– Como pude recuperé el aliento y gire la cabeza para ver quien era.

– Hola como le va, soy Oscar, el encargado del taller, me dijo mientras me tendía la mano.

– Jorge, mucho gusto.

Oscar era un tipo rústico de unos 50 años, muy fornido, cabello bastante largo y como Carlos, tenía las ropas llenas de grasa.

– Y, que me dice, tremendo culo, ¿no le parece?

– Si claro, dije yo, sin poder sacar a mi mujer de la cabeza.

– Me encantan las morochas, son todas putas, rió

Apenas sonreí. Que mal momento le haría pasar si como respuesta le dijera que mi esposa es morocha, pensé y volví a sonreír.

– Bueno, ¿que puedo hacer por usted?, prosiguió

– Mire Oscar, vivo acá a tres cuadras y hace un rato intente arrancar el auto pero no pude, quería preguntarle si es posible que fuera alguien a ver de que se trata el desperfecto.

– Sabe que pasa los sábados cerramos a las 2 de la tarde y estamos tapados de trabajo, lo vamos a tener que dejar para el lunes, me dijo.

– Que macana quedarme todo el fin de semana sin el auto. Bueno pero si no hay remedio, paso el lunes, gracias igual, le dije mientras le tendía la mano.

– A ver, me puede esperar un momento que le entrego el auto a un cliente y como favor se lo veo yo.

– Le agradecería mucho.

Mientras esperaba volví a observar el póster y nuevamente imaginé a Marce en esa foto exhibiendo su hermosa cola y yo ahí disfrutando como la deseaban.

– ¿Veo que lo pone loco ese culo?, escuche detrás de mí. Era Oscar que había regresado y me hacía volver a la realidad.

– Me voy a poner celoso, es mi culo preferido, rió, mientras le daba un beso al póster.

– Sonreí.

– Como me gustará esta puta que acá tengo dos pósters iguales, dijo.

– Tome le regalo uno, prosiguió, mientras me entregaba una lámina enrollada.

– No, esta bien, gracias

– Tome hombre, es un regalo de la casa.

– Bueno, gracias.

– Si le parece vamos a ver su coche, me dijo mientras tomaba un maletín lleno de herramientas.

En el camino a casa no hizo otra cosa que contarme lo que le gustaban las morochas y afirmarme lo puta que eran. Narró algunas historias con unas vecinas del barrio que yo no conocía por lo que solo me limité a escuchar sin hacer ningún comentario.

Al llegar al garaje de casa, me solicito que abriera el capó y que le diera marcha al auto. Así lo hice.

– Está bien, suficiente, me dijo.

– Tengo poca luz acá, si no le parece mal lo empujamos hacia la calle.

– No hay problema, le respondí.

– Aguarde que llame a mi esposa así ella lo guía mientras nosotros empujamos, continué.

No creo que fuera necesario que Marce nos ayudara, solo fue una excusa para que Oscar la conociera. Me calentaba la idea que la viera después de lo que habíamos conversado.

– Marce, ¿podes venir un minuto?, le grite.

Bastó que ella apareciera por la puerta, para que Oscar le clavara la mirada y mostrara en su cara una expresión de vergüenza mezclada con deseo.

No era para menos, por un lado me había hablado de lo putas que eran las morochas y por el otro estaba viendo una morocha que estaba vestida solo con una remera y unas calzas de algodón color gris que le marcaban su fabulosa cola.

– Te presento a Oscar, es el mecánico, le dije.

– Mucho gusto dijo Oscar, todavía perturbado.

– Igualmente dijo ella, extendiéndole la mano.

– Necesitamos sacar el auto, podrías conducir mientras empujamos.

Marce subió al auto y con Oscar fuimos a la parte trasera.

– Perdóneme lo que le dije de las morochas, no sabía, me dijo.

– Quédese tranquilo, no hay problema le contesté.

– Además yo creo lo mismo, continué, mientras reía.

Oscar solo me miro y sonrió, tratando de entender lo que había escuchado.

Sacamos el auto a la calle y cuando Marce se bajo, Oscar no pudo evitar clavarle los ojos en el culo, sin importarle que yo estuviese delante, acción que hizo que comenzara a excitarme.

– Ya le traigo algo de tomar, le dije, mientras Oscar ponía manos a la obra.

– No se moleste, me dijo.

– No es molestia, es a cambio de su regalo le dije riéndome.

– ¿Que regalo?, preguntó Marcela.

– Nada, un póster que me regaló Oscar, dije.

Oscar asomo su cabeza por detrás del capó y me miro sorprendido.

– Donde está, quiero verlo, dijo ella, seguro es una foto de una chica desnuda, típica de taller, continuó.

Oscar seguía mirándome y no decía palabra.

– Así es y es parecida a vos le dije riéndome.

– A verla, quiero verla, dijo.

Oscar sonrió nerviosamente mientras le daba arranque al auto y este arrancaba. Yo ya estaba caliente y el juego ese me estaba gustando.

– ¿Ya está?, que rápido lo arregló, dije.

– Era una pavada, contestó el.

– Venga Oscar ya que terminó, vayamos adentro a tomar algo y mientras le muestro el póster a mi mujer.

Note que la mirada de Oscar se había transformando de sorpresa a la de desconcierto.

La agarre de la mano a Marce y entramos a casa. Oscar venia detrás y apostaba que le estaba comiendo con los ojos la cola a mi esposa. No solo yo estaba seguro, ella también se había dado cuenta y, como es su costumbre cuando esto pasa, arqueo mas la espalda para parar mas el culo, mientras me apretaba la mano y me lanzaba una mirada cómplice.

– Marce, acompañalo al living al señor que voy a buscarle algo de tomar, le dije.

Oscar ya a esta altura no pronunciaba palabra, solo asentía con la cabeza.

– ¿Y el póster?, preguntó ella.

Lo saqué de mi campera y se lo di. Así los vi alejarse camino al living, ella delante con el póster en la mano y el detrás visiblemente exaltado y con la mirada clavada en el culo de Marce.

Yo corrí hacia la cocina, llene 2 vasos con jugo y fui tras sus pasos.

Al atravesar el pasillo que da al living, me detuve antes de llegar. Quería espiar lo que estaba pasando.

La escena era de lo más caliente. Todo estaba en silencio. Oscar estaba sentado en un sillón doble y mi esposa había desenrollado el póster y parada de espaldas a el estaba observando la foto de ese terrible culo.

La vista que ella le estaba dando era fabulosa. Oscar podía ver a la morocha y a su vez su cola que, se notaba, había parado a propósito.

– La verdad tengo que reconocer que tiene una linda cola, dijo ella.

– Su marido quedo embobado cuando la vio, por eso le regale el póster, dijo el.

– ¿En serio?, preguntó ella.

– Si, y la verdad que no entiendo porqué, usted tiene una cola preciosa, dijo un poco tímido.

– Gracias, respondió ella, sacándola más para afuera.

– Es más me animaría a decir que es mas linda que esa, siguió Oscar, ya un poco mas seguro.

– ¿Le parece?, respondió ella, acercándole un poco el culo y ya claramente excitada.

Ver a mi esposa poner la cola parada a un metro de la cara de un desconocido me puso como loco. En ese momento decidí entrar, quería mirar eso más de cerca.

– Aquí están lo jugos, dije y le extendí uno a cada uno.

– Gracias, dijo el, con la voz medio entrecortada.

Mi esposa seguía en la misma posición. Yo pensaba la gran templanza que tenía Oscar para no extender la mano y acariciar esas calzas metidas en la cola de mi mujer.

– ¿Así que te quedaste embobado con esta cola?, dijo Marce en un tono simulando estar enojada, mientras me mostraba el póster y abandonaba su postura para irse a sentar en un sillón frente a Oscar.

– No mi amor, lo que pasa es que, como ya te dije, me pareció que esa cola era parecida a la tuya, le respondí.

– Acá el señor dice que la mía es mas linda, ¿no?, preguntó mientras volvió a pararse a mostrarle la cola.

– Si, contesto Oscar. Se notaba en su cara que la situación lo incomodaba, pero que lo había puesto muy caliente.

– En realidad mucho no puedo comparar porque usted esta vestida, dijo un poco tímido.

– ¿Y que quiere, que mi mujer se desnude? , le dije con cara de enojado.

– No, por favor, no lo tome a mal, solo decía, contesto todo ruborizado.

– En realidad el señor tiene razón, así vestida no puede cotejar si mi cola es mas linda que esa, dijo ella, señalando el póster.

– Sabes que me encanta que me elogien la cola, ¿me dejas que se la muestre al señor, así puede decirme que le parece?, continuó ya totalmente excitada.

Oscar me miro no entendiendo nada. Yo tenía una erección que ya no podía disimular.

– Bueno, pero solo la cola eh, le dije, para poner un límite y evitar que todo se desmadrara.

Marce, de espaldas a Oscar, metió dos dedos al costado de las calzas y se las bajó hasta las rodillas. Tomó el póster y lo puso al lado de ella, tratando de imitar la pose de la foto.

– ¿Y ahora que me dice señor? Le preguntó con cara de puta.

Ahí estaba mi esposa, como otras tantas veces, mostrándole el culo a un desconocido, solo cubierto por una tanguita blanca que se perdía entre sus nalgas.

– Si, si es muy linda, es, es mejor su cola, tartamudeó Oscar, mientras se acomodaba en el sillón.

– Bueno ya es suficiente, súbete las calzas, dije

Marce se subió muy sensualmente sus calzas y volvió a sentarse.

– Podría ser usted la del póster, la verdad, no tiene nada que envidiarle a esa chica, rompió el silencio Oscar.

– Gracias, a mi me encantaría estar en un póster pegado en un taller y que todos se exciten con mi cola, es mi fantasía, dijo ella, mirándolo a los ojos.

– ¿Y a usted no le molestaría ver a su señora calentar hombres?, me preguntó.

– No, al contrario, me excita mucho que la deseen, respondí.

– Si no lo toma a mal puedo llamar a los muchachos del taller, dijo Oscar.

– ¿Para que?, pregunté haciéndome el ingenuo.

– Para que su señora se muestre delante de nosotros como si fuera una foto y le cumplimos su fantasía, me respondió Oscar, ya totalmente lanzado.

– ¿Lo dejas amor que llame a los señores? me preguntó ella con deseo.

Estaba demasiado caliente para negarme.

– Está bien, pero no más de 4 y sin hacer bardo, es solo mirar, esta claro, dije.

– Por supuesto, dijo Oscar, mientras marcaba en su celular.

– Hola Carlos, ¿quien esta todavía en el taller?… bueno deja todo y venite ya con Alberto y con Fabián que los necesito acá, anota la dirección… no, no traigan herramientas…

– Ya vienen, son buenos chicos, no va a ver problemas, dijo.

La espera se hizo interminable. Estábamos los tres muy excitados y tratábamos de disimularlo hablando de cualquier cosa. Oscar a cada rato se acomodaba en el sillón lo que demostraba que estaba con una erección que no podía bajar. A mi me pasaba lo mismo, y a Marce se la notaba súper ansiosa por mostrarse.

La charla ya no daba para más cuando se escucho el timbre. Yo me levante a abrir.

A Carlos ya lo había visto en el taller, Alberto era morocho y corpulento aparentaba unos 50 años como Oscar y Fabián era mas delgado y mas joven, de unos 40 años. Todos estaban con la ropa del taller bastante sucia de grasa por todos lados. Solo Alberto tenía una musculosa blanca que dejaba ver un gran tatuaje en el hombro.

– Pasen por acá, les dije, mientras los guiaba al living.

– Les presento a mi esposa, su nombre es Marcela.

Todos le extendieron la mano mientras miraban desorientados. Ella, sonriendo, le dio la mano a cada uno. Se notaba que le encantaba la situación

– Vengan siéntense acá, así no manchan nada, dijo Oscar, señalando el piso delante del sillón donde estaba sentado el.

– Los hice venir porque la señora necesita un favor ¿no?, pregunto Oscar mientras me miraba.

Yo solo asentí, estaba demasiado caliente para hablar.

– Póngase de pie señora y dénos la espalda por favor, continuó.

Mi esposa obedeció. Oscar tomo el póster y lo extendió cerca de ella.

– No les parece que la señora tiene mas linda cola que la de la foto, preguntó a sus compañeros.

Los tipos con cara de asombro, clavaron la mirada en el culo de mi mujer. Se hizo un silencio total. Marce paró un poco mas la cola y los miro con cara inocente.

– Les gusta mi colita, preguntó.

La cara de asombro de los mecánicos se transformo de inmediato en cara de deseo. Oscar ya sin disimulo, se metió la mano en la entrepierna, como tratando de calmar el dolor que le causaba la erección que tenía.

– Si, respondieron casi al unísono.

Yo como pude me pare, la agarre de la mano y la alejé un par de metros de ellos. Estaba muy cerca y temía que alguno no pudiera controlarse. Me gustaba demasiado esa situación como para que se terminara rápido.

Marce seguía con la cola parada apuntando a los cuatro tipos. Yo me puse de frente a ella y escuche lo que estaba esperando

– Señora, no le muestra la cola a mis compañeros como me la mostró a mí, pidió Oscar.

Me miro, cerro los ojos, y se mordió el labio inferior. Oír ese pedido y ver como ella se había puesto hizo que me llenara de perversión. Mi erección ya no me permitía estar parado, así que tome por los costados su calza y se la baje de un tirón dejando su culo al aire.

– Está bien así, pregunte, mientras regresaba a mi asiento.

Oscar me miró fijo y sin decir una palabra, desabrochó su pantalón y sacó su miembro totalmente erecto. Yo solo le hice un gesto de aprobación, mientras hacía lo mismo. Esto fue aprovechado por el resto que terminaron también sin sus pantalones.

– Mi amor, mira como se masturban los señores con tu cola, dije para poner mas caliente todavía el momento.

Ella les miró los miembros con esa cara de puta que solo ella puede poner.

– Sáquese todo señora que queremos verla desnudita para compararla con la foto, pidió Oscar.

– Siempre que a usted señor no le moleste, continuó.

– No, esta bien, es necesario para que comparen, dije haciéndome el ingenuo.

Marce se arrodillo, se desató las zapatillas, se saco las calzas y luego la remera, quedando solamente con la tanga blanca metida en la cola y un par de medias del mismo color. Se paró en la misma posición que estaba y me preguntó:

– ¿La tanguita también mi amor?

– No creo que sea necesario, ¿vos querés sacártela?, le pregunté.

– Y… la chica de la foto no tiene tanga, no se si ellos podrán verificar así si mi cola es mas linda, dijo con voz entrecortada por lo excitada que estaba.

– Tiene razón su esposa, dijo Oscar. Los demás no hablaban, solo se masturbaban de un modo frenético.

– Bueno, esta bien amor, quitate la tanga, dije.

Eso fue mucho para Carlos que no aguanto más y eyaculó, desparramando semen por todo el piso. Pregunto donde estaba el baño y se dirigió hacia el.

Mientras se alejaba, Marce lo miro y se paso la lengua por los labios, mientras bajaba sensualmente su tanga, dejando a la vista de todos su hermosa cola.

– Que divina cola que tiene su esposa, me dijo Oscar.

– Gracias, conteste yo mientras hacia un esfuerzo terrible para no acabar.

– Mostrales el hoyito amor, le pedí.

Marce se abrió un poco de piernas, se agacho y se puso un dedo en la cola, mientras les regalaba a todos unos constantes jadeos debidos al primer orgasmo que estaba teniendo.

Hasta aquí llegaron Alberto, Fabián y Oscar que casi al mismo tiempo esparcieron todo su semen.

Yo me deje llevar y también tuve un terrible orgasmo. Marce al ver esto, se incorporó, tomó su ropa y salio corriendo para el baño.

Tardamos unos minutos en recuperar el aliento. Oscar trataba de limpiar el piso con su pantalón y Alberto y Fabián estaban fatigados recostados contra el sillón.

– Vio que ser potaron bien los muchachos, dijo Oscar

– Si, les agradezco, ¿la pasaron bien?, les pregunte solo para decir algo.

– Si señor, su esposa es muy caliente dijo Alberto.

– ¿Podemos volver a venir?, continuó.

– Mientras se porten así no hay problema, le respondí, mientras me dirigía a la cocina a buscar algo para beber.

Al atravesar el pasillo, pase por el baño de las visitas y no había nadie. Supuse que Marce estaba en un baño que esta pegado a nuestra habitación. Fui a la cocina y mientras servía las bebidas, me acorde de Carlos, ¿donde está?, pensé.

Enfilé hacia el dormitorio y tuve un pensamiento que lejos de enojarme, me hizo correr un frío por la espalda que me dejo nuevamente con el miembro como una roca. Estaba en lo cierto.

– Perdoname amor, no me pude aguantar, dijo ella entre gemidos.

Ahí estaba mi esposa en nuestra cama totalmente desnuda, puesta en cuatro patas con la cola bien parada, y en el medio de ese fabuloso culo, la cara de Carlos, con su lengua que entraba y salía a toda velocidad de su hoyito.

El ni me miró, estaba como alienado. Marce gritaba cada vez mas fuerte y yo me senté al costado de la cama para no perderme nada.

De repente Carlos salió de su posición, apoyo su verga en el hoyo y le entro hasta el fondo. Marce grito.

– Traelos a todos mi amor, por favor, me pidió, ya sacada y mientras se hamacaba al ritmo de las embestidas.

– Eso señor, vaya a busca a mis compañeros que la puta de su mujer necesita vergas, dijo Carlos descontrolado.

Lo dude un instante, pero mi calentura fue mas fuerte.

– Muchachos pueden venir, les grite saliendo al pasillo.

Un minuto después los tenía a los tres en la puerta de mi habitación. Seguían sin pantalones y Oscar se había sacado la parte de arriba.

– Menos mal que sus compañeros se iban a portar bien, le recrimine a Oscar mientras le señalaba a Carlos dándole por el culo a mi esposa.

En realidad no se si me escuchó. Todos se treparon a la cama y manoseaban a Marce por todas partes. Alberto y Fabián fueron hacia su cara y metieron sus vergas en su boca, mientras Oscar corrió a Carlos de su lugar y empezó a meterle lengua al culo, mientras sus manos acariciaban sus pechos.

Marcela solo gemía descontroladamente.

– Que culo hermoso tiene su mujer, me dijo sacando la cara de su cola.

Ella lo escucho, sacó las vergas de su boca y lo busco con la mirada.

– Si le gusta mi cola, cójamela por favor, le grito, y volvió a lamer.

– Primero quiero su conchita dijo, mientras introducía su verga ahí y dos dedos en el culo.

A Marce le encantaba y yo quería que eso no terminara nunca.

– ¿Querés uno en la cola también mi amor?, pregunte. Ya me dolía la verga de tanto pajearme.

– Si, si, si, si, gritaba ella.

Oscar la levantó, le ordenó a Alberto que se acostara y la empujo a Marce arriba. El busco con su verga la concha y la penetró y Oscar desde atrás la ensarto por el culo.

– Hija de puta, que buen culo que tiene, le gritaba Oscar. Ella le respondía con mas gemidos.

Estuvieron así un buen rato y luego se fueron turnando no dejando nada en el cuerpo de mi esposa por explorar. Yo estaba exhausto, había acabado 3 veces.

– Acábenle dentro de la cola que le gusta, dije con mi último aliento.

Me hicieron caso, uno a uno le dejaron la leche dentro del culo.

Ella gozó como pocas veces.

Regresaron un par de veces más. Pero eso es otra historia.

Visiten el blog de Marce con fotos y videos: www.lacolademarce.blogspot.com

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 3” (POR GOLFO)

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LA OBSESION 2Una nena indefensa fue mi perdición 3.
Sin títuloAl salir de mi habitación, estaba hecho una furia. La actitud de esa zorra me hacía sentir engañado, manipulado pero ante todo usado. Jamás en mi vida me había enfrentado a una situación parecida. Con fama de buitre, en manos de Malena me sentía un pardillo.
«¿Qué coño me pasa?», murmuré para mí mientras bajaba al salón. No en vano había ofrecido mi ayuda a esa jovencita, creyendo que sería una presa fácil al estar indefensa.
Desgraciadamente, todas mis previsiones habían resultado erróneas y si al llegar había supuesto que no tardaría en pasármela por la piedra, en ese momento dudaba realmente si no sería yo finalmente su trofeo.
-Macho, ¡reacciona!- pensé en voz alta mientras buscaba el consuelo de un copazo.
Estaba todavía poniéndome hielos cuando a través de la cristalera del salón, vi a Malena en la piscina. Mi sorpresa fue total observar que estaba tomando el sol desnuda.
-¡Esta tía de qué va!- me pregunté al tiempo que terminaba de servirme el cubata.
Dudé que hacer. Esa guarrilla se merecía una reprimenda pero no queriendo parecer demasiado interesado pero, a la vez tratando de averiguar qué era lo que esa arpía me tenía preparado, salí a la terraza con mi bebida. Una vez allí, me senté en una mesa frente a la tumbona donde estaba tomando el sol y descaradamente di un exhaustivo repaso a su anatomía antes de comentar:
-Veo que es cierto que no tienes ropa.
Levantando su mirada, contestó con naturalidad:
-¿Te molesta? No creí que te importara puesto que ya me habías visto al natural.
Su desfachatez, al no dar importancia a lo sucedido en el jacuzzi, me confirmó que Malena tenía poco de ingenua. No en vano, se había masturbado usando mi miembro como consolador. Rememorando ese instante, me di cuenta que lo que más me molestaba no era que lo hubiese hecho sino que no me hubiese dejado terminar dentro de ella. Por eso y queriendo castigar su falta, la contesté mientras fijaba mis ojos en su entrepierna:
-En la bañera, no pude verte bien. Estaba ocupado tocándote las tetas.
Mi burrada, lejos de molestarla, la divirtió y soltando una carcajada, me espetó:
-¿Y qué te parezco? ¿Estoy buena?
Sin títuloPor la erección que lucía bajo el pantalón, era evidente la respuesta pero no queriendo ceder ante su evidente tonteo, respondí:
-Te falta culo.
-No parecía disgustarte por el modo que lo tocabas- contestó muerta de risa mientras para dar mayor énfasis a sus palabras, se levantaba y girándose, me mostraba sus nalgas.
Azuzado por su actitud, dando un sorbo a mi bebida, le aclaré:
-He dicho que te falta culo, no que no te echaría un polvo.
Mi intención había sido molestarla pero soltando una carcajada me hizo saber que había errado el blanco y más cuando mordiéndose los labios, me preguntó:
-¿Solo uno?
Ese jueguecito me estaba cansando al notar que ella llevaba la iniciativa, por ello decidí echar un órdago y alargando mi mano, acaricié su trasero antes de comentar:
-Para empezar. Luego dependiendo de cómo te portes, quizás me apetezca estrenarte por detrás- debí acertar porque en cuanto hice referencia a su agujero posterior, Malena se puso roja como un tomate.
Disfrutando de esa inesperada victoria, me quedé pensando en su reacción. Supe que había abierto una grieta en su armadura y queriendo aprovechar la circunstancia, la cogí de la cintura y la senté sobre mis rodillas mientras ella intentaba zafarse.
-¿Te da miedo que te rompa el culito?- susurré en su oído.
Increíblemente, Malena dejó de debatirse al escuchar mi pregunta e indignada, contestó:
-¡No me da miedo sino asco! Jamás he permitido que nadie lo intenté.
Todavía hoy doy gracias a que, al oírla, comprendiera que siendo una manipuladora nata no iba a permitir que ese tabú supusiera un estorbo para cumplir sus sueños. Gracias a las cámaras que había instalado en su cuarto, me había enterado que sus intenciones eran seducirme y que así tuviese que hacerme cargo de su hija. Por eso, dando un sonoro azote en una de sus nalgas, la reté diciendo:
-Te propongo algo. Tú me das tu trasero y yo me comprometo a cuidar de Adela y de ti indefinidamente.
Mi propuesta la sorprendió y por un momento estuvo a punto de soltarme una bofetada pero, tras unos segundos de indecisión, se levantó de mis rodillas y contestó:
-Déjame pensarlo.
Descojonado, la observé huyendo rumbo a la casa y cuando ya estaba a punto de entrar, le grité:
-No tardes mucho, ¡hay más culos en Madrid!…

Os tengo que confesar que pocas veces he disfrutado tanto de un copazo. Sabiendo que a esa cría no le quedaría más remedio que aceptar mi oferta, paladeé cada uno de los sorbos con lentitud mientras pensaba en mis siguientes pasos. Tras analizarlo, supuse que Malena no se entregaría tan fácilmente y que intentaría negociar.
«Lo va a tener complicado, ¡no pienso ceder respecto a su culo!», rumié satisfecho.
Estudiando las diferentes alternativas que me propondría, concluí que a buen seguro esa monada intentaría sacar un rédito económico.
«En ese aspecto puedo ser flexible», determiné gracias a mi buena situación financiera. «Le puedo poner un sueldo pero tendrá que ejercer de criada y mantener la casa limpia».
Otra de las cuestiones que pondría sobre la mesa era su hija. Sobre ese aspecto, Adela me gustaba por lo que dejaría que viviera en la casa pero poniendo unos límites: ¡Nunca la reconocería como hija mía!
Sin darme cuenta, fui enumerando los puntos en los que podríamos llegar a un acuerdo y cuales serían causa de fricción hasta que creyendo que había examinado el asunto desde todas las ópticas, concluí que la relación que tendría Malena conmigo sería una especie de pornochacha.
“Dinero, vivienda y protección a cambio de sexo”.
Fue entonces cuando recordé a su ex y caí en la cuenta que también tendría que ocuparme de ese cabrón. El tema no me preocupaba porque ya se había comportado como un cobarde pero aun así como medida de precaución decidí indagar quien era. Por eso, llamé a un amigo detective y le pedí que le investigara, tras lo cual y viendo que no tenía nada más que hacer, me fui a ver la tele.
Durante el resto de la mañana, Malena se quedó encerrada en su cuarto y solo tuve constancia de su presencia cuando escuché ruido procedente de la cocina. El típico sonido de cacerolas me hizo adivinar que estaba cocinando y satisfecho por el modo en que se estaba desarrollando todo, me acomodé en el sofá a esperar que me llamara.
«Ya está actuando de criada sin habérselo pedido», murmuré mientras llegaba hasta mí el delicioso olor de lo que estaba preparando: «Como sepa tal cómo huele, me voy a poner las botas», concluí.
Mi capacidad de asombro fue puesta en prueba cuando al cabo de media hora, vi salir a esa monada usando como única vestimenta uno de mis jerséis. La diferencia de tamaño hacía que en ella, ese suéter le sirviera de vestido.
«Realmente es un bombón», pensé mientras recorría con mi mirada los estupendos muslos de la criatura.
Haciendo como si no supiera que la estaba observando, Malena puso dos platos en la mesa y acercándose a mí con una sonrisa, me soltó:
-¿Te parece que hablemos de tu oferta mientras comemos?
Su tono dulce y sensual me informó que las negociaciones iban a ser arduas y que esa zorrita iba a usar todas sus armas para llegar a un acuerdo favorable a sus intereses.
-Me parece perfecto- respondí deseando saber qué era lo que iba a proponerme.
Satisfecha y creyendo con razón que sería menos duro con sus reivindicaciones con el estómago lleno, me pidió que me sentara mientras traía la comida. Tras lo cual, meneando descaradamente ese pandero que me traía loco, salió rumbo a la cocina.
«¡No tiene un polvo sino cien!», sentencié más excitado de lo que debería estar si no quería meter la pata y que al final el resultado fuera desastroso para mí.
Al cabo de unos pocos minutos, esa monada volvió con un guiso típico de su pueblo que sobrepasó todas mis expectativas.
-¡Está cojonudo!- exclamé impresionado y no era para menos, porque era una auténtica delicia.
Noté que le agradó mi exabrupto y dándome las gracias, llenó mi copa con vino mientras me decía:
-He pensado mucho en lo que me ofreces y aunque suene duro, he decidido hacerte una contraoferta…
-Soy todo oído- respondí.
Prestando toda mi atención, advertí que Malena estaba nerviosa y por ello no me extrañó que se tomara unos segundos en desvelar sus condiciones.
-Quiero que sepas que ante todo estoy agradecida a ti por cómo te has portado con nosotras- comenzó diciendo y quizás recordando las penurias que le hizo pasar el energúmeno que era el padre de Adela, su voz se quebró y necesitó un tiempo para tranquilizarse.
Mientras lo hacía, tuve que retener mis ganas de levantarme de mi asiento para consolarla porque lo quisiera o no, esa muchacha me tenía embelesado y sentía su dolor como mío propio.
«Joder, me tiene enchochado», murmuré mentalmente al darme cuenta.
Ya más tranquila, me soltó:
-Como sabes, he hecho muchas tonterías últimamente y no quiero que se repita. Ahora lo más importante para mí es Adela y por ella, estoy dispuesta a todo- tras lo cual, entró al trapo diciendo- -Me has pedido mi culo para seguirnos ayudando pero eso siempre sería temporal hasta que te cansaras de mí. Mi hija necesita estabilidad y no algo ocasional….- confieso que se me erizaron los pelos al comprender por donde iba. Malena confirmó mis augurios al decirme con tono serio:-…te ofrezco ser de tu propiedad para toda la vida con una única condición, reconocerás a Adela como tu hija.
Y tras soltar ese bombazo, se quedó callada esperando mi respuesta. Os juro que no había previsto esa propuesta y queriendo aclarar en qué consistía, dije:
-Cuando dices que serías de mi propiedad, ¿a qué te refieres exactamente?
Incapaz de verme a los ojos, respondió:
-Si aceptas ser el padre de la niña, yo seré tu puta, tu criada, tu enfermera y podrás hacer uso de mí cuándo, cómo, dónde y tantas veces como quieras..-y levantando su mirada, exclamó totalmente histérica:- …¡Coño! ¡Seré tu esclava!
Esa oferta iba más allá de mis expectativas pero también las responsabilidades que tendría que adquirir. Mi plan inicial era echarla un par de polvos y luego olvidarme. Pero esa zorrilla había cambiado las tornas y se entregaba a mí de por vida pero a cambio tendría que adoptar a su retoño.
-Tendré que pensarlo- sentencié lleno de dudas.
Curiosamente, Malena se alegró al no oír un “no” rotundo y acercándose a mí, se arrodilló a mis pies para acto seguido y sin pedir mi opinión, comenzar a acariciar mi entrepierna.
-¿Qué haces?- pregunté sorprendido.
Con un extraño brillo en sus ojos, me respondió mientras me bajaba la bragueta:
-Darte un anticipo por si aceptas ser mi dueño.
En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, la expresión de su rostro cambió, denotando una lujuria que hasta entonces me había pasado desapercibida y cumpliendo con su palabra, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
-Me estás poniendo bruto- susurré al notar que mi pene que hasta entonces se había mantenido en letargo, se había despertado producto de sus caricias y ya lucía una brutal erección.
Malena sonrió al oírme y sensualmente me bajó el pantalón, dejando mi tallo al descubierto. Aunque en realidad ya me lo había visto, su cara reflejó sorpresa al admirar mi tamaño.
-Umm- gimió atrevidamente mordiéndose los labios.
Sin mayor prolegómeno, esa muchachita me empezó a masturbar. La expresión de su cara, al principio impávida, fue cambiando al irme pajeando y cuando apenas llevaba unos segundos, me pareció que estaba excitada e incluso creí notar que se le habían puesto duros los pezones.
«Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo con el que volvía a apoderarse de mi miembro.
Con un ritmo excesivamente lento para mí, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos. La maestría que demostró me hizo gruñir satisfecho al advertir que su garganta parecía hecha exprofeso para mi pene.
Desgraciadamente la excitación acumulada y su pericia, hicieron que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Ella, lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura.
Recreándose en mi verga con su lengua, recolectó mi semen mientras sus manos seguían ordeñándome buscando dejarme seco. Cuando de mis huevos ya no salía más leche, persiguió cualquier gota que hubiese quedado hasta que la dejó completamente limpia.
Una vez satisfecha, Malena me miró y lamiéndose los labios en plan guarrona, me soltó:
-Si quieres algo mas solo tienes que reconocer a Adela como tu hija- tras lo cual, se levantó y recogió los platos usados, dejándome solo en el comedor.

 

“NO SON DOS SINO TRES LAS ZORRAS CON LAS QUE ME CASÉ” (POR GOLFO) SERIE SIERVAS DE LA LUJURIA VOL. II LIBRO PARA DESCARGAR

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no son dos sino tres2Sinopsis:

El pastor de la secta descubre que una de sus esposas le es infiel y en secreto la repudia. Para mantener las apariencias obliga a su hijo, nuestro protagonista, a casarse con ella. Aunque en un principio se niega, la amenaza de ser desheredado le obliga a consentir esa unión CON SU MADRASTRA….

TOTALMENTE INÉDITA, NO PODRÁS LEERLA SI NO TE LA BAJAS.

ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Introducción

A raíz de mi llegada a Madrid mi vida cambió. Tres meses antes era solo un joven estudiante de provincias, cuyo único interés era vivir la vida y al que su madre había instalado contra su voluntad en una casa de huéspedes regentada por Doña Consuelo, una viuda que acababa de perder a su marido. La intención de mi jefa había sido buscar un sitio donde tuvieran a su hijo controlado. Lo que nunca previó fue que esa mujer y su hija vieran en mi presencia una señal de Dios y a mí, en particular, al hombre que había venido a sustituir al difunto.
Tardé poco en descubrir que la dueña del hostal era una fanática religiosa de una secta fundada por un tal Pedro, que veía en el sexo una forma de combatir los demonios que la consumían por dentro y qué desde que me vio poner los pies en su casa, asumió que mi misión en este mundo era exorcizarla a base de polvos. Por eso solo tuvieron que pasar un par de días para que esa cuarentona se convirtiera en una asidua visitante de mi cama.
Laura, su hija, fue un caso diferente. Tratada como criada, era incapaz de llevarle la contraria a su madre y aunque no era tan creyente, compartía con su progenitora una sexualidad desbordada, producto de los continuos abusos que había sufrido de manos de su padre muerto. En un principio, reconozco que quise convertir a esa rubia en otra putilla a mi servicio pero sus traumas y la manía que tenía de considerarme su padre, despertaron al hombre bueno que hay en mí y me negué a participar en sus juegos, deseando cortar tantos años de explotación paterna.
Esa buena acción llevó a la cría al borde de la depresión y fue entonces cuando su vieja pidió mi ayuda. A pesar de sus rarezas, Consuelo era una buena mujer y como su amante, me vi obligado a explicarle el siniestro comportamiento con el que su esposo había tratado a su propia hija.
La viuda al enterarse, escandalizada pero sobre todo avergonzada por no haberse percatado de lo que ocurría antes sus narices, fue a hablar con su retoño para pedirle perdón y buscar una solución a sus males. Fue al volver cuando me informó que las dos juntas habían llegado a una solución y que como la Iglesia en la que creían permitía la poligamia, habían decidido que lo mejor era que yo me casara con las dos.
Cómo podréis comprender, me negué a tamaño disparate pero ante su insistencia, esa viuda consiguió que me lo pensara. Todavía hoy desconozco si hubiese aceptado finalmente, si no llego a recibir la visita de D. Pedro y de sus tres esposas. Tras una breve discusión teológica, ese pastor me mostró los aspectos prácticos que tendría esa hipotética boda: Además de tener a mi disposición a dos hermosas mujeres, sería el administrador de una fortuna valorada en más de quince millones de euros.
Si la belleza madura de Consuelo y el inocente atractivo de Laura eran motivos suficientes, tener mi futuro asegurado con ese dinero fue el empujoncito que necesitaba para aceptar. Por ello con un apretón de manos, cerré el pacto con ese sacerdote y comprometí mi asistencia al enlace que tendría lugar esa misma noche.
Al llegar a la iglesia de esa secta me quedé impresionado con el lujo de esa construcción pero lo que realmente me dejó anonadado fue la veneración con las que sus fieles trataban al anciano. Lo creáis o no, lo consideraban un profeta casi a la altura de Jesucristo. Como no podía ser de otra forma, decidí obviar el fanatismo de esa gente y concentrarme que a partir de esa noche sería rico y tendría a dos estupendos ejemplares de mujer a mi servicio.
La boda en sí fue parecida a las católicas que tantas veces había asistido por lo que en un principio nada me alteró hasta que en mitad del sermón, Don Pedro anunció que estaba enfermo ante ese gentío y que desde ese momento me nombraba a mí como su sucesor. Imaginaros mi cara cuando lo escuché pero la cosa no quedó ahí y micrófono en mano, insinuó que yo era su hijo bien amado. Como nunca había conocido a mi progenitor, me quedé pensando en si era verdad y por ello al terminar la ceremonia, lo busqué.
Ese tipo, sin perder la compostura, me reconoció que él me había engendrado y que si había caído en esa casa de huéspedes había sido cosa suya en colaboración con mi madre, la cual me había prometido siendo niño que con la mayoría de edad conocería a mi padre.
Esa revelación me dejó perplejo y me sentí una puta marioneta en sus manos. Tras unos segundos en los que dudé si salir corriendo de ahí, le comenté que me resultaba imposible aceptar ser su sustituto porque entre otras cosas era agnóstico.
Fue entonces cuando soltó una carcajada y bajando la voz, susurró en mi oído que me lo pensara ya que además de disponer de cientos de mujeres entre las que elegir para que formaran parte de mi harén, con ese “peculiar” oficio mis ingresos anuales superarían el medio millón de euros. Soy joven pero no tonto y por ello no tuve que pensármelo mucho para olvidarme de cursar Ingeniería Industrial y convertirme en un estudioso de Teología.
Despidiendo a mi padre, el pastor de esa iglesia y mi futuro profesor, fui a cumplir con mis deberes conyugales pero Consuelo, que sabía que esa noche era primordial para su hija, me pidió que la dejara quedarse en el banquete que había montado en nuestro honor.
Una vez con Laura y en la que ya era por derecho mi casa, descubrí dos cosas que marcarían el rumbo de mi vida en un futuro: la primera es que tras esa fachada de zorra manipuladora, se escondía una tierna amante necesitada de cariño y la segunda que reconozco me puso los pelos de punta, que esa secta creía en el levirato por lo que si finalmente moría don Pedro, como su heredero tendría que adoptar a sus esposas como mías…

Capítulo 1

Esa mañana seguía dormido cuando entre sueños, sentí que una dulce humedad se apropiaba de mi pene. Rápidamente vino a mi mente, el recuerdo de la noche anterior y el modo tan pleno con el que Laura se había entregado a mí. Asumiendo que era ella, deseé comprobar hasta donde llegaba su calentura y por ello, mantuve mis ojos cerrados como si no fuera consciente que mi joven esposa me estaba haciendo una mamada.
Sus manos todavía indecisas comenzaron a recorrer mi cuerpo desnudo mientras su pene cada vez más duro era absorbido una y otra vez por su boca. La maestría de sus labios era tal que parecían conocer cada centímetro de mi piel.
«Es toda una experta», pensé poniendo en duda su afirmación que mi miembro era el primero que había visto y es que la lengua de esa novicia se concentró en lamer los puntos sensibles de mi verga como si realmente lo hubiese hecho multitud de veces.
Durante un par de minutos y a pesar que entre mis piernas crecía una brutal erección, seguí disimulando hasta que sacándosela del fondo de la garganta, comenzó a mordisquear mi capullo con sus dientes. Esa caricia la conocía y por ello supe de mi error aun antes de oír a Laura saludar a su madre, muerta de risa:
― Se nota que has llegado con ganas de follarte a mi marido.
Doña Consuelo, la mayor de mis esposas, recriminó la procacidad de su hija diciendo:
―No seas vulgar. Jaime es también mío y debo complacerlo. Cuando una esposa cumple con su deber, es una forma de agradecer a nuestro señor por habernos mandado alguien que nos cuide y tú deberías hacer lo mismo.
Ni siquiera abrí los ojos, era una discusión entre ellas dos y no debía intervenir, no fuera a ser que saliera escaldado. Lo que no me esperaba fue que tomando sus palabras literalmente, la menor de mis mujeres se incorporara sobre el colchón y dijera:
―Tienes razón, échate a un lado que yo también quiero santificar mi matrimonio.
Defendiendo cada una sus derechos, mi pobre pene, mis huevos y la totalidad de mi cuerpo se vieron zarandeados por esas dos gatas. Cada una quería su porción de terreno y no se ponían de acuerdo. Aguanté estoicamente hasta que una de las dos me arañó involuntariamente con sus uñas cerca de la entrepierna y temiendo por mis partes nobles, decidí intervenir y de muy mala leche les grité:
―¿Se puede saber qué coño hacéis?
Madre e hija dejaron de discutir al momento, aunque no por ello dejaron de mostrar su cabreo con sendas miradas cargadas de reproche. Supe que debía de cortar por lo sano esa actitud y por ello, recordando las enseñanzas de él que era mi padre, les pregunté cuál era el problema.
La cuarentona de inmediato comenzó a protestar diciendo que ella se había autoexcluido para que Laura tuviera su noche de bodas y que por lo tanto, le tocaba a ella disfrutar de mis caricias.
«Tiene lógica», asumí en silencio.
Pero entonces la más joven de mis esposas echa una furia rebatió sus argumentos diciendo que entre ellas habían acordado que si un día era una, la primera en satisfacer a su marido, al día siguiente el turno era para la otra.
Dando por sentado que ambas tenían parte de razón, comprendí que debía de imponer unas reglas que las dos se vieran obligadas a cumplir en un futuro o mi vida sería un desastre y abusando de sus irracionales creencias, me inspiré en las Sagradas Escrituras para decir:
―Tal y como planteáis el asunto, decidir de quien tiene más derecho es complicado por lo que no me queda otra que adoptar una decisión salomónica y como no pienso ni quiero partir mi pene en dos, como vuestro marido, he resuelto no tocaros ni dejaros que os acerquéis a mí hasta que lleguéis a un acuerdo que se mantenga en el tiempo.
Consuelo me replicó, casi llorando, que el deber de una buena sierva del señor era cuidar de su marido. Su hija uniéndose a su madre, la secundó recitando unos versículos de la biblia:
―Está escrito: “No os neguéis el uno al otro, a no ser por algún tiempo de mutuo consentimiento, para ocuparos sosegadamente en la oración”.
Reconozco que me pasé dos pueblos pero no me pude contener al oír esa cita y soltando una carcajada, repliqué:
―Vosotras rezad porque si me entran las ganas, no os preocupéis por mí, me haré una paja.
Mi falta de devoción las indignó y creyendo que era una prueba que les ponía, nuevamente se pusieron a discutir entre ellas mientras se achacaban la una a la otra la culpa que llegado el caso me tuviera que masturbar teniendo dos mujeres obligadas a hacerlo. Dándolas por imposibles, me levanté de la cama y me fui a desayunar.
Veinte minutos después, volví al cuarto y no encontrando a ninguna, comprendí que todavía no habían llegado a un pacto.
«Mientras no se maten entre ellas, debo dejarlas que entre ellas lo arreglen», pensé y por eso, me vestí y me fui a ver a don Pedro.

Mi padre vivía en una mansión dentro de los terrenos de la iglesia y por eso no me extrañó que al llegar me pararan un par de sus feligreses y me pidieran que les bendijera. Aunque me sentí ridículo haciéndolo, no me quedó más remedio que imitar lo que le había visto hacer a mi viejo y posando mis manos sobre sus cabezas, recité en silencio una plegaria. Habiendo cumplido con mi papel de heredero del “profeta”, toqué en su puerta.
Quien me abrió fue Judith, la segunda esposa que tenía la edad de Consuelo.
―¿El Pastor?
Con su gracejo caribeño, me informó que don Pedro todavía no se había levantado. Interesándome por él, preocupado le pregunté si había recaído. La cubana, muerta de risa, contestó que no pero que tras mi boda, estaba tan contento que se empeñó a cumplir con todas sus esposas.
«Joder con el anciano, todavía funciona», dije para mí.
La mulata me debió de leer los pensamientos porque, con una sonrisa de oreja a oreja, comentó:
―Debimos decirle que no pero insistió tanto que una tras otra nos satisfizo a las tres― y siguiendo con la guasa, se dio una palmada en el trasero mientras me decía: ― A su edad no es bueno tantos esfuerzos.
Descojonado por cómo esa cuarentona me había insinuado que la había tomado por detrás, no pude dejar de curiosear en la vida privada de mi progenitor y directamente la pregunté cada cuanto “santificaba” su matrimonio.
―Menos de lo que me gustaría… dos o tres veces por semana.
Haciendo cuentas, si multiplicaba esa cantidad por las mujeres de mi padre, eso suponía que el setentón era capaz de echar ¡más de un polvo diario! Pero no fue eso lo que me perturbó sino saber que una vez que faltase, yo al menos debía mantener su ritmo y si a esas tres le sumaba las mías, mi pobre pene se vería en problemas para follar a tantas y tan frecuentemente. La expresión de mi cara debió de ser tan evidente que adivinó mi problema y muerta de risa, me dijo:
―Cada una somos diferentes, ahí donde la ve, Raquel sufre de insomnio y cuando no puede dormir le ruega a nuestro esposo que le regale un poco de su néctar. En esas noches da igual a quien le toque, es la primera en… “comulgar”.
―¿Y es frecuente que le pase?
Descojonada, respondió:
― Todas las noches pero Don Pedro solo acede a complacerla noche sí, noche no.
«¡Qué caradura!», pensé. Aunque me hacía gracia el eufemismo que usaba para no decir “hacerle una mamada”, no pude más que alucinar al comprender que solo entre ellas dos le exigían eyacular casi a diario y ya escandalizado, tuve que averiguar cuantas veces Sara, la veinteañera, requería las atenciones de mi pobre viejo.
―¡Esa es la más devota! Ora con don Pedro en cuanto puede. Al menos una por día y si el Pastor no está en condiciones, viene a mi habitación y reza conmigo.
«¡La madre que las parió! Aunque se alivien entre ellas, tienen al anciano consumido. ¡Son tres putas de lo peor!», sentencié preocupado porque me veía incapaz de mantener esa frecuencia.
Como mi padre estaba indispuesto, estaba a punto de volverme a casa pero entonces Raquel apareció y me pidió que la acompañara. Dado que esa rubia era la favorita de mi padre y su primera mujer, la obedecí y junto ella, entré en un despacho. De inmediato, encendió un ordenador y mirándome a los ojos, me explicó que su marido le había ordenado mostrarme los números de la “iglesia” para que me fuera familiarizando con su obra. Aunque mi viejo me había anticipado los enormes beneficios que daba, nada me contó sobre la labor con los desfavorecidos que realizaban y por eso cuando su mujer me fue detallando lo que habían gastado en alimentos y demás ayudas, reconozco que no supe que decir.
«Han repartido más de dos millones y eso solo durante lo que va de año», recapitulé y por vez primera admití que además de un buen negocio, ese tinglado cumplía una labor social.
Durante más de dos horas, actuando como una financiera de primer nivel, Raquel desmenuzó todos y cada una de las fuentes de ingresos, recalcando también los fines a los que se dedicaban los fondos. Por ello mi idea preconcebida que mi viejo era un golfo y un estafador cambió y comprendí que a pesar de ser un putero, había fundado una gran ONG bajo el paraguas de unas creencias.
Al terminar su exposición, Raquel cerró el portátil y me miró. Por su rostro supe que iba a decirme algo importante y por eso esperé que empezara. Os juro que por mi mente habían pasado muchas cosas pero jamás me imaginé que esa mujer me dijera.
―Tu padre es un santo y debemos intentar que nos dure muchos años. Es demasiado orgulloso para decírselo personalmente por lo que me ha pedido que le diga que necesita su ayuda.
Como no podía ser de rápidamente me ofrecí a arrimar el hombro en lo que fuera. Fue entonces cuando ese supuesto modelo de rectitud me dijo sin ningún tipo de rubor que tendría que hacerme cargo de algunas labores. Creyendo que se refería a algo relacionado con su labor pastoral, accedí sin pensármelo, diciendo:
―Cuenta conmigo. Aunque necesito unas cuantas lecciones, me puedo ocupar de parte de su trabajo con los creyentes.
Ni siquiera pestañeó cuando quiso sacarme de mi error diciendo:
―Lo que su padre necesita es algo más personal. Como usted sabe anda delicado de salud y aunque quiera ya no puede aguantar el ritmo de actividad al que nos tenía acostumbradas.
Lo creáis o no, todavía seguía pensando que hablaba de temas de administrativos y por ello, no tuve reparo en insistir que no tenía inconveniente en cumplir con lo que él quisiera aunque eso supusiera quedarme hasta tarde.
Al darse cuenta que no había sabido como plantear el problema para que yo me enterara, esa cincuentona decidió que no podía seguir perdiendo el tiempo y entrando al trapo, me soltó:
―No sé si sabes que cuando él muera, tú ocuparás su lugar con nosotras, sus tres esposas…
―Lo sé― intervine cortándola al temer el rumbo que estaba tomando la conversación.
Molesta pero sabiendo que no había marcha atrás, me miró con ira y sin darme tiempo a huir, reveló a lo que había venido, diciendo:
―El pastor quiere que te anticipes y que le liberes, asumiendo desde ya la mayor parte de sus responsabilidades como marido.
Alucinado por lo que me acababa de decir, quise defenderme recordando a esa mujer que el adulterio estaba prohibido pero entonces y sin alterarse, contestó:
―Don Pedro sabía que eso iba a contestar y por eso me pidió que le recitara parte “Eclesiástico 3” ― tras lo cual sacando una biblia, leyó: ―La ayuda prestada a un padre no caerá en el olvido y te servirá de reparación por tus pecados.
No sabiendo donde meterme, contesté francamente aterrorizado:
―Haber si lo entiendo, ¿me está diciendo que si me acuesto con cualquiera de vosotras cometo un pecado pero como lo hago para ayudar a mi padre, mis errores serán perdonados?
―Así es. Sé que es difícil de comprender pero si alguien tan santo como su padre afirma que sería licito, ¿quién somos sus esposas para opinar lo contrario? ―la expresión expectante de esa madura me hizo dudar si era realmente una petición de su marido o era en realidad su propia necesidad la que hablaba.
No sabiendo a qué atenerme, comprendí que al final de cuantas solo estaba acelerando lo inevitable y que si me negaba quien iba a sufrir las consecuencias era el corazón maltrecho del padre que acababa de conocer. Al no verme capaz de soportar la culpa de sentirme responsable de su muerte antes de tiempo, pregunté:
―¿Quiénes sois las que necesitáis comulgar más a menudo?
Que directamente le preguntara si ella también necesitaba saciar su lujuria, la hizo sonrojar y totalmente colorada, evitó mi mirada al contestar:
―Las tres
Se notaba que estaba pasando un mal trago con esa conversación pero cuando estaba a punto de dejar de insistir para no incrementar su vergüenza, descubrí que bajo su camisa habían aparecido como por arte de magia dos relevadores bultos. El tamaño de los mismos fue prueba suficiente para vislumbrar hasta donde llegaba la urgencia de esa mujer y olvidando que era mi madrastra, resolví comprobar los límites de su lujuria diciendo:
―¿Te apetece que te dé de comulgar ahora mismo?
Raquel no se esperaba esa pregunta por lo que tardó unos segundos en comprender a qué me refería. Cuando lo hizo, sus pezones crecieron todavía más y completamente aterrada quiso evitar ser ella la primera en convertirse en adúltera, diciendo:
―¿No sería mejor que consolara a Sara? Ella es más joven y por tanto más necesitada.
―No― contesté disfrutando de su nerviosismo― eres la favorita de mi padre y por tanto debes de ser tú quien peque antes que ninguna.
Se quedó paralizada al asumir que nada podía hacer para convencerme. En su retorcida mente había supuesto que dedicaría mis esfuerzos a las más jóvenes, dejando para ella sola las menguadas fuerzas de su marido. Al percatarme de sus planes, decidí chafárselos desde el principio. Acercándome a su silla, me puse detrás ella y metiendo mis manos por dentro de su escote, me apoderé de sus pechos mientras le comentaba que aún no había descargado esa mañana.
Raquel no pudo evitar que un suspiro se le escapara al sentir la caricia de mis dedos en sus gruesos pezones pero al escuchar que mis huevos estaban llenos, fue cuando realmente se puso cachonda y comenzó a gemir como una loca.
Por mi parte, os tengo que reconocer que me sorprendió la dureza de esas dos ubres ya que erróneamente había supuesto que debido a su edad, esa madura debía de tenerlos caídos. Por ello y queriendo confirmar mis sospechas, los saqué de su encierro ante el espanto de esa mujer.
―¡Están operadas!― exclamé al comprobar que la firmeza que demostraban solo era posible si habían pasado por las manos de un cirujano.
Raquel asintió avergonzada y me reconoció que mi padre había insistido en que la remozaran por completo. Sus palabras me hicieron intuir que la operación había ido más allá de colocarle las tetas y francamente interesado, le exigí que se desnudara ante mí:
―Soy la mujer de tu padre― protestó ante mi exigencia.
Mi carcajada resonó en sus oídos e imprimiendo un suave pellizco en sus areolas, le dije:
―Eso no te importó cuando me informaste que era mi deber el compensar con mi carne vuestras carencias.
El tono duro que usé y la certeza que de no obedecer se autoexcluiría del trato, forzó la sumisión de Raquel. Temblando como si fuera una primeriza, se puso en pie y con la cabeza gacha, comenzó a desabrochar su falda mientras la observaba.
En cuanto dejó caer esa prenda, acredité el buen trabajo que el médico había realizado también en su trasero y llamándola a mi lado, usé mis yemas para testar la dureza de esas nalgas.
―Tienes un culo de jovencita― sentencié.
La estricta rubia me agradeció el piropo sin moverse, lo que me dio la oportunidad de profundizar en ese examen, separando sus dos cachetes. Ante mí apareció un rosado agujero al que de inmediato quise comprobar si estaba acostumbrado a ser usado sometí y sin pedir su opinión, introduje un dedo en su interior.
―No seas malo― murmuró con patente deseo al experimentar que comenzaba a jugar con su entrada trasera.
Que no solo no se opusiera sino que en cierto modo aprobara mis métodos, azuzó el morbo que me daba estar jugando con mi madrastra e incrementando la presión sobre ella, llevé mi otra mano hasta su entrepierna donde descubrí un poblado bosque pero también que su coño rezumaba una densa humedad.
«Esta zorra está caliente», me dije mientras insistía en estimular ambos agujeros con mayor intensidad.
En un principio los suspiros de la madura eran casi inaudibles pero con el paso de tiempo, se fueron incrementando siguiendo el compás con el que mis dedos la estaban masturbando.
―Ummm― sollozó al sufrir en sus carnes los embates del placer al que le estaba sometiendo su teórico hijastro.
Mi pene se contagió de la calentura de esa madura y como si tuviese vida propia, con una brutal erección presionó las costuras de mi pantalón. Sin nada que me retuviera, me bajé la bragueta liberando al cautivo. Raquel que había seguido mis maniobras, se quedó embelesada al verlo aparecer. Y refrendando con hechos lo que me había dicho Judith respecto a su obsesión por el semen, me rogó si podía recibir mi bendición. No tuve problema en interpretar que estaba usando una figura retórica y que lo que realmente quería preguntarme era si podía mamármela.
―Toda tuya― reí al tiempo que ponía mi verga a su disposición al sentarme con las piernas abiertas en una silla.
Los ojos de esa cincuentona brillaron al obtener mi permiso y puesta de rodillas, fue gateando hasta donde yo me encontraba sin dejar de ronronear. A pesar de sus años Raquel tenía, además de un par de apetitosos melones, un par de viajes y por ello cuando acercó su mano a mi entrepierna, todo mi ser estaba deseando comprobar in situ que es lo que sabía hacer.
―¡No tendrás queja de esta vieja! ¡Te lo juro!― exclamó en voz baja al coger mi pene entre sus dedos.
Al oírla estuve tentado de humillarla pero con mis hormonas a plena actividad, me quedé callado cuando, acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande. Para facilitar sus maniobras, separé mis rodillas y acomodándome en mi asiento, la dejé hacer. La madura al advertir que no ponía ninguna pega, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar.
Quise protestar cuando usó sus manos en vez de sus labios pero entonces esa rubia incrementó la velocidad de su paja, desbaratando mis recelos. Para entonces me daba igual que parte de su cuerpo usara, necesitaba descargar mi excitación y más cuando sin dejar de frotar mi miembro, me dijo:
―¡Dame tu néctar y yo me ocuparé de ordenar los turnos de tus otras siervas!
Su promesa me tranquilizó porque de seguro en cuanto Sara y la mulata se enteraran, vendrían a por su ración de leche. Demostrando la puta que en realidad era, llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris con los dedos, lo empezó a magrear con fiereza. Os juro que me quedé impresionado por la forma en que esa alegremente nos masturbaba a ambos. Debía llevar tanta la calentura acumulada que no tardé en observar que estaba a punto de alcanzar el orgasmo sin necesidad de que yo interviniera.
Supe que mi viejo la tenía bien educada al comprobar que el placer la estaba rondando y que era inevitable, esa guarra me pidió permiso para correrse.
―Hazlo.
Nada más escuchar que daba mi autorización, la madura se entregó a lo que dictaba su cuerpo y dando gritos colapsó ante mi atenta mirada. Ni que decir tiene que al verla estremecerse, me terminé de excitar y sin esperar a que terminara el clímax que la tenía dominada, cogiendo su cabeza, la obligué a embutirse mi miembro hasta el fondo de su garganta mientras le decía:
―¡Adúltera! ¡Comulga de una puta vez!
Mi improperio lejos de apaciguar su lujuria, la exacerbó y poseída por la necesidad de catar su pecado, buscó mi placer con ahínco, usando su boca como si de su sexo se tratara. La maestría con la que se metía y se sacaba mi pene de sus labios, me informó sin lugar a equívocos que era una mamadora experta por lo que aceptando que ella iba a ser la encargada de hacérmelas cuando viviera bajo mando, cerré mis ojos para concentrarme en lo que estaba mi cuerpo experimentando.
El morbo que fuera mi madrastra la mujer que me estaba regalando esa felación provocó que mi espera fuese corta. Al sentir que estaba a punto de explotar y que no iba a aguantar más, le dije:
―Bébetelo todo ¡Puta!
La favorita de mi viejo recibió mi orden con alborozo y metiendo mi pene en su boca, buscó mi semen con desesperación. No os podéis hacer una idea de la alegría que sintió al sentir la primera descarga sobre su paladar. Solo deciros que pegó un grito relamiéndose, para acto seguido disfrutar de cada explosión y de cada gota que salió de mi miembro hasta que consiguió ordeñar por entero mis huevos. Una vez comprobó que no salía más, usó su lengua para asear mi extensión a base de largos y sensuales lametazos que además de dejar mi polla inmaculada, tuvo como efecto no deseado que se me volviera a poner dura como una piedra.
Aunque suene raro, cuando al terminar le felicité por su habilidad y le insinué que iba a follármela, esa cincuentona sintió nuevamente que su cuerpo era sacudido por el placer y de improviso se vio sacudida por un segundo orgasmo todavía más brutal que el anterior. Al verla berrear como una cierva en celo, creí que era el momento de tomar lo que tarde o temprano sería mío. Por eso levantándome de la silla, puse mi erección entre los pliegues de su sexo pero cuando ya iba a hundir mi estoque en su interior, la rubia se separó bruscamente y casi llorando, me rogó que no lo hiciera.
―¿Qué diferencia hay con lo que acabamos de hacer?― susurré en su oído tratando de convencerla.
Fue entonces cuando con lágrimas en sus ojos, la favorita del pastor me soltó:
―Ya he tropezado en demasía. Por favor no incrementes mi pena, sumando a la lujuria el pecado del egoísmo.
―No te comprendo― insistí.
Completamente deshecha, la rubia comenzó a vestirse sin darme una contestación a su actitud y solo cuando ya estaba junto a la puerta, se dio la vuelta y me dijo con tristeza:
―Me encantaría sentirte pero no es posible, antes que pueda repetir, es el turno de las otras mujeres de tu padre.
Tras lo cual, me dejó solo, insatisfecho y con mi verga pidiendo guerra. Juro que estuve a un tris de llamar a la mulata para que me ayudara pero con el último rastro de cordura decidí que era mejor volver a casa y que de ese problema se ocupara cualquiera de mis dos esposas…

 

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 4” (POR GOLFO)

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me daríasLa mamada con la que esa cría presionó para que tomara rápido una decisión, me dejó Sin títulocaliente e insatisfecho. Ser consciente que solo necesitaba ceder y reconocer a Adela como mi hija, para tener a Malena a mi entera satisfacción, me traía loco. No en vano, esa monada era la dueña de uno de los mejores culos con los que me había topado y necesitaba hacerlo mío.
La tenía a mi alcance pero el precio que tendría que pagar era caro. Como sabéis mi idea inicial era echarle unos polvos y tras lo cual olvidarme de ella, pero ella me había sorprendido con una oferta inimaginable por mí cuando la conocí:
«Si aceptaba ser el padre de su hija, ella se entregaría a mí sin poner ningún límite».
Reconozco que eso me tenía desconcertado, la razón me pedía rechazar ese ofrecimiento pero mis hormonas me pedían exactamente lo contrario y por ello no podía dejar de pensar en que la tendría donde, cuando y todas las veces que quisiera a mi disposición. Si ya eso era tentación suficiente, esa maldita niña había incrementado la apuesta poniendo sobre la mesa su virginal trasero.
«¡Sería el primero en usar su culo!».
Solo imaginarme separando sus duras nalgas para tomar al asalto ese inmaculado ojete, hacía que valorara dar ese salto al vacío. Me sentía como Enrique de Navarra, pretendiente al trono de Francia, cuando terminó con la cuestión sucesoria diciendo: “Paris, bien vale una misa”. En este caso y parafraseando a ese noble francés, sentencié:
-Malena, bien vale ser padre.
Aun así antes de dar ese paso, decidí consultarlo con Juan y por ello cogiendo mi móvil, le llamé. Como comprenderéis no podía soltarle ese bombazo telefónicamente, razón por la cual le invité a tomar unas copas en el bar de siempre. Mi amigo además de un estupendo abogado, es un gorrón incorregible por lo que no se pudo negar a un par de rondas gratis. Colgando el teléfono, salí de casa y cogí mi coche porque había quedado con él en media hora.
Tal y como había previsto, Juan ya estaba humedeciendo su garganta cuando llegué y por ello llamando al camarero pedí una copa para refrescar la mía. Mientras dábamos cuenta de la primera consumición le expliqué lo que me había ocurrido con la muchacha desde que la salváramos de su antigua pareja.
Chismoso como él solo, en silencio, escuchó cómo le narraba el peculiar modo en que esa chiquilla había empezado a tontear conmigo. Tampoco dijo nada cuando le conté la escenita en el probador y el subsecuente desfalco a mi tarjeta de crédito pero cuando le expliqué lo ocurrido en el jacuzzi y me explayé con los detalles de cómo Malena me había usado a modo de consolador, riendo, comentó:
-Y nos parecía una ingenua.
Sus palabras me dieron el valor de confesarle mi fascinación al verla en pelotas tomando el sol y cómo su descaro me había hecho discutir con ella. Asintiendo y de ese modo dándome la razón, escuchó mi relato pero cuando llegué al momento en que cabreado me había ofrecido a mantenerlas a las dos si me daba su trasero, descojonado me preguntó si me había dado una hostia.
-No, se indignó pero en vez de rechazar la idea de plano, me pidió un tiempo para pensárselo.
Muerto de risa, Juan espetó:
-Y ahora, ¡tienes miedo que acepte!.
Avergonzado, miré a mi copa y repliqué:
-Peor, ¡me ha hecho una contraoferta!
-¡No me jodas!- exclamó a carcajada limpia, tras lo que me preguntó limpiándose las lágrimas de los ojos – ¿Qué quiere esa zorrita y que te ofrece?
Fue entonces cuando le informé que si adoptaba como hija mía a su retoño, Malena se comprometía no solo a darme su culo sino a comportarse de por vida como mi esclava sexual.
-No es tonta la chavala- refunfuñó haciendo su aparición el abogado. – A efectos legales sería tu pareja de hecho y tú, el padre de su hija. De cansarte de ella o ella de ti, ¡podría pedirte una pensión compensatoria!
-Ya lo había pensado y es eso lo que me trae jodido- comenté y abriéndome de par en par a mi amigo, le expliqué que estaba encaprichado con Malena y que deseaba hacerla mía.
-Comprendo- murmuró y bebiéndose su copa de un trago, me soltó: – pídeme un whisky, mientras pienso en alguna solución.
Ni que decir tiene que llamé al empleado del bar y pedí que nos trajera la tercer tanda de bebidas. Juan mientras tanto puso su cerebro a trabajar y por eso cuando el camarero nos había rellenado los vasos, se le iluminó su cara y adoptando una postura de absoluta profesionalidad, dijo:
– Ya sabes que en cuestión legal, nada es blanco ni negro sino todo grises con matices.
-Lo sé- respondí al haber oído muchas veces de sus labios esa expresión con la que hacía referencia a la imposibilidad de establecer un pronóstico seguro sobre el resultado de un asunto- ¿qué se te ha ocurrido?
Sonriendo malévolamente, espetó:
-Si elaboramos el documento con el que reconoces esa paternidad de modo que se pueda sobreentender que lo haces porque Malena te ha convencido que la niña es sangre de tu sangre, de haber problemas, puedes acusarla de haber actuado de mala fe y anular esa adopción por estar basada en el engaño.
-¿Me estás diciendo que podría beneficiármela a mi antojo y que cuando me cansara de ella, romper el acuerdo?
-Es poco ético pero así es. No te puedo garantizar que salgas de rositas pero lo que sí te confirmo es que de haber pensión, te saldría barata.
-Eso es todo lo que quería oír- contesté y alzando mi copa, exclamé: -¡Brindemos por mi futura hija y por el culo de su madre!….

Dos horas y tres copas más tarde, salí del local con la idea de ir a tomar en propiedad lo que ya consideraba mío. Alcoholizado pero sobre todo caliente, encendí mi coche con la idea de disfrutar de esa putita en cuanto llegara a casa. Para que os hagáis una idea de lo cachondo que me había puesto la conversación con Juan, solo tengo que deciros que le obligué a redactar a mano el reconocimiento de paternidad que me abriría las puertas de su trasero. Hoy sé que si no llega a estar tan borracho como yo, mi amigo se hubiese negado a cometer semejante insensatez y me hubiese pedido más tiempo para estudiar el documento.
«Le voy a romper ese culito nada más verla», declaré excitado como un mono mientras conducía camino a mi casa.
Para entonces esa idea era una obsesión, en mi mente lo único que existía eran esas nalgas y mi deseo de usarlas. Obviando cualquier resto de cordura, aceleré para hundir cuanto antes mi cara entre sus piernas y gracias a ello, en menos de diez minutos, accioné el mando de la puerta que daba acceso a mi propiedad.
Lo que no me esperaba fue encontrarme a Malena siendo zarandeada por su ex. Azuzado por los gritos de esa mujer, salí del Porche y sin pensármelo dos veces, me fui contra él. El tipo en cuestión no se esperaba mi intervención y por eso al recibir mi empujón, salió despedido contra la pared.
-Fuera de mi casa- grité cogiendo una azada que el jardinero había dejado tirada en un rincón.
Envalentonado por su cara de miedo, repetí mi orden mientras señalaba la salida con el mango de madera de esa herramienta. A pesar del terror que se reflejaba en sus ojos, el sujeto tuvo el valor suficiente para encarárseme y con voz temblorosa, me pidió que no me metiera porque era un asunto entre él y la madre de su hija. Fue entonces cuando las musas se apiadaron de mí y soltando una carcajada impregnada de desprecio, contesté:
-¿Tu hija? ¡No me hagas reír! Todavía no sabes que llevas dos años siendo un cornudo y que mientras tu pagabas las facturas, yo era quien me la follaba…-haciendo un inciso dramático, esperé que asimilara la información para, acto seguido, dirigirme a la muchacha, diciendo: -¡Díselo! Dile quien es el verdadero padre de Adela.
Malena vio una salida a su situación y pegándose a mí, dejó que la cogiera de la cintura mientras contestaba con una sonrisa malévola en su rostro:
– Mi hija heredó los ojos verdes de su padre- tras lo cual me besó.
Su ex estaba perplejo, no se esperaba esa respuesta y tras comprobar el color de mis pupilas, la ira le consumió pero gracias a que llevaba en mi mano la azada, no se lanzó contra mí y mientras salía de la parcela, solo pudo gritar:
-¡Zorra! ¡Me vengaré!
La muchacha al ver que desaparecía dando un portazo, me dio las gracias y se intentó retirar, pero no la dejé y reteniéndola con mi brazo, forcé sus labios con mi lengua mientras con descaro me ponía a sobarle su trasero. Durante unos segundos, no dijo nada y se dejó hacer pero al notar que mi beso se iba haciendo cada vez más posesivo y que no me cortaba en estrujar su culo con mis manos, protestó diciendo:
-¿Qué haces?
-Tomar lo que es mío- respondí y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, desgarré su blusa dejando sus pechos al descubierto.
Acostumbrada a manipular, quizás por eso, mi acción la cogió desprevenida. Nada pudo hacer para impedir que mi boca se apoderara de uno de sus pezones al tiempo que aprisionaba el otro entre mis dedos.
-Por favor- gimió la cría sin percatarse que, por su tono, descubrí que mi violencia le estaba excitando.
No sé si fue el alcohol o el deseo largamente reprimido pero, olvidando cualquier tipo de cautela, mordisqueé esas areolas con una voracidad creciente.
-No quiero- susurró descompuesta mientras involuntariamente colaboraba conmigo presionando mi cabeza contra su pecho.
Comprendí que Malena debía llevar tiempo sin alimentar a su retoño al saborear del pequeño torrente que brotaba de sus tetas y eso en vez de cortarme, espoleó aún más mi lujuria y alzándola entre mis brazos, apoyé su espalda contra el coche y me puse a mamar. La leche de esa mujer no consiguió saciarme, todo lo contrario y fuera de mí, bebí de esos dos cántaros buscando apagar mi sed.
Su dueña, que en un principio se había mostrado reacia, también se vio afectada por mi urgencia y contra su voluntad, un incendio se comenzó a formar entre sus piernas.
-Me encanta- murmuró mientras intentaba calmar la comezón que sentía, frotando su sexo contra el bulto que crecía sin control bajo mi pantalón.
Fascinado con sus ubres, no reparé en que me había bajado la bragueta hasta que metiendo una mano por ella, sacó mi verga de su encierro.
-¡Fóllame!- rogó con una rara entonación que no supe interpretar –¡Lo necesito!
Su petición enervó todavía más mi lujuria y sin cambiar de postura rasgué sus bragas, dejando indefenso mi siguiente objetivo. Malena supo que iba a ser complacida de un modo rudo cuando experimentó la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-Esto es lo que deseabas, ¿verdad putita- comenté al escuchar el profundo gemido que salió de su garganta.
Ni siquiera pudo contestar, le costaba hasta el respirar mientras todo su cuerpo temblaba al ritmo con el que torturaba su ya henchido botón.
-Contesta, putita. ¡Te encanta! ¿Verdad que sí?- insistí reemplazando mis yemas por mi glande.
Ese pene que no podía ver, lo podía sentir frotándose contra su vulva y eso la traía loca. Deseando apaciguar su calentura, Malena, con un breve movimiento de caderas, colocó mi erección entre sus pliegues y me imploró que la tomara diciendo:
-Hazme tuya, te lo ruego. ¡No aguanto más!
La entrega de esa mujer se vio recompensada y lentamente fui introduciendo centímetro a centímetro mi miembro por ese estrecho conducto hasta que noté que, rellenándola por completo, la cabeza de mi verga chocaba contra la pared de su vagina.
-Dios, ¡me tienes totalmente empalada!- aulló de placer la cría, quizás acostumbrada a un falo de menor tamaño.
-Pues todavía no he terminado de meterla- susurré en su oído al tiempo que empezaba un rítmico martilleo con el que a cada embestida conseguía meter un poco más de polla en su interior.
-¡Me vas a matar!- gimió satisfecha al tiempo que colaboraba conmigo dejándose caer sobre mí.
Una y otra vez, seguí machacando su pequeño cuerpo hasta que producto de ese maltrato, su vagina cedió y mi pene campeó libremente en su interior.
-¡No pares!- gritó al sentir que la humedad se adueñaba de su sexo y que sus neuronas estaban a punto de explotar.
Yo también comprendí que no iba a tardar mucho en derramar mi simiente en su interior y asumiendo que no se iba a quejar, saqué mi verga de su coño, le di la vuelta y colocándola de espaldas a mí, la volví a penetrar pero esta vez sin piedad.
Esa nueva posición desbordó sus expectativas y no pudiendo retener más tiempo su orgasmo, gritando de gozo, se corrió apoyando su pecho sobre el capó del coche.
-¡Úsame!- chilló todavía necesitada de más placer.
Confieso que me daban igual sus deseos porque estaba inmerso en una vorágine cuyo único fin era liberar la tensión que se había acumulado en mis huevos. Buscando mis intereses, usé su melena como riendas y azuzando a mi montura con un par de azotes, convertí mi trote en un desbocado galopar.
-Así, ¡sigue así!- rugió al experimentar que su clímax se alargaba e intensificaba con esa desenfrenada monta.
Toda ella vibró de dicha al notar que lejos de aminorar mi ritmo, incluso lo aceleraba. Lo que no se esperaba fue que deseando marcarla como mía, llevara mi boca hasta su nuca y la mordiera con rudeza.
-Ahhh- gimió adolorida al notar mis dientes hundiéndose en los músculos de su cuello pero en vez de tratar de zafarse, maulló como gata en celo y convirtiendo sus caderas en un torbellino, buscó ordeñar mi miembro.
La temperatura de su coño, la humedad que envolvía mi verga y sus chillidos fueron los acicates que necesitaba para explotar. Sintiendo que estaba a punto de eyacular, me agarré a sus hombros y me lancé a tumba abierta en pos de mi placer. Malena comprendió mis intenciones y de viva voz, me rogó que sembrara su fértil interior con mi semen.
Juro que ni siquiera pensé en la posibilidad de dejarla embarazada, todo mi ser necesitaba descargar mi tensión dentro de ella y dejándome llevar, rellené con blancas descargas el interior de su vagina. La cría al notar que su conducto se llenaba de mi leche, se retorció buscando que no se desperdiciara nada, con lo que nuevamente se corrió.
-Se nota que tenías ganas de follar- exclamé satisfecho al verla sollozar tirada sobre el motor del Porche.
Lo que no me esperaba fue que levantando su mirada, me sonriera y con tono pícaro, contestara:
-Así es, desde que te conocí me moría de ganas de ser tuya. Por eso tuve que presionarte al ver que no me hacías caso.
Su descaro me hizo gracia y dando un sonoro azote en su todavía virginal trasero, contesté:
-Vete a ver a Adela, no vaya a ser que tenga hambre “nuestra hija”.
Su cara se iluminó al oír que me refería a su retoño de ese modo y riendo ilusionada, me preguntó si no le daba un beso antes. Muerto de risa, mordí sus labios y susurrando en su oído, le avisé:
-Esta noche, tu culo será mío.
Su respuesta no pudo ser más estimuladora porque con un brillo radiante en su mirada, respondió alegremente:
-Ya es tuyo, esta noche, ¡solo tomarás posesión de él!- tras lo cual salió corriendo hacia la casa, dejándome disfrutar de la desnudez de su trasero mientras subía por las escaleras.

 

Relato erótico: “Expedientes x: el regreso de las zapatillas rojas” (POR SIGMA)

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EXPEDIENTES X:
EL REGRESO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
El día casi finalizaba para la agente Dana Scully, se acercaba el comienzo de un maravilloso fin de semana para descansar lejos del FBI y de su complicado compañero Mulder, faltaba una última tarea y podría marcharse a casa. Tenía que dejar en la sección de evidencias un par de cajas con pruebas de los últimos casos en los que se encontraba trabajando.
En el sótano pasó por el guardia uniformado, la puerta de rejas y dejó su bolsa de mano en el escritorio junto con sus dos cajas con el número de expediente escrito en el costado.
-¡Dios, ya quiero que acabe el día, estoy muerta! –Pensó la agente mientras se apartaba un mechón de cabello rubio de la frente- Bueno ya casi termino.
Tomo una de las cajas y se la llevó a uno de los estantes de la parte de atrás, era otro de los casos raros en los que Mulder siempre trabajaba, un supuesto secuestro alienígena y una familia desaparecida, pero como siempre nada concluyente. Sin embargo sonrió al pensar en la pequeña victoria que se anotaron días atrás cuando cerraron otro caso: una famosa profesora universitaria que llevaba casi un año desaparecida sin rastro fue encontrada finalmente en una pequeña casa en el bosque gracias a una llamada anónima.
-Y Mulder pensaba como siempre en lo más raro y complicado, una conspiración… jejeje –recordó Scully- pero esta vez se equivocó.
La profesora de antropología e historia había sido secuestrada por un esquizofrénico y mantenida prisionera todo ese tiempo, cuando la policía local y el FBI llegaron al lugar el sospechoso se había suicidado, probablemente los había escuchado acercarse. La secuestrada estaba asustada pero aparte de eso se encontraba muy bien y de vuelta en su casa.
No había gran cosa en la caja de ese caso, solamente algunas prendas del secuestrador, un par de cadenas y cuerdas con las que ataba a la mujer, un viejo reloj de pulsera y unas zapatillas de ballet rojas con las que al parecer estaba obsesionado. Pero no volvió a pensar en ello.
Desde la reja el guardia no perdía de vista a Scully, que se encontraba buscando el sitio exacto para colocar la primera caja de evidencias, llevaba un traje formal de agente femenino del FBI: una blusa blanca de manga larga, un saco, una falda hasta las rodillas y zapatillas de tacón bajo, pero eso no impedía que sus nalgas se marcaran ligeramente cuando se inclinaba un poco en los estantes, ni que los muslos y pantorrillas de sus torneadas piernas se tensaran suavemente con cada paso que daba.
-¡Mierda, que suerte tiene ese bicho raro de Mulder, su compañera está para comérsela completita, lo que daría por ver lo que hay bajo ese feo traje! –Pensó el guardia con envidia.
Justo es ese momento, en la segunda caja con evidencias del secuestro algo ocurría, el viejo reloj de pulsera empezó a sonar con una suave melodía de flauta a muy bajo volumen, el guardia tras la puerta de reja no pudo escucharlo, ni la agente que estaba colocando la otra caja al fondo del cuarto, pero algo comenzó a moverse.
Las cintas de las zapatillas comenzaron a tensarse, poco a poco, hasta que finalmente comenzaron a sacudirse, como si fueran delicados zarcillos o tentáculos, primero despacio pero cada vez con más rapidez junto con la música de ritmo cada vez más acelerado. Finalmente las zapatillas salieron de la bolsa de evidencias y comenzaron a moverse por si mismas dentro de la caja gracias a las cintas actuando como las extremidades, de algún raro animal.
Paulatinamente el extraño calzado comenzó a arrastrarse fuera de la caja, levantando muy ligeramente la tapa en la orilla más alejada del guardia, que estaba demasiado concentrado en las piernas de Scully para notar el movimiento. Y de repente, justo con el final de la melodía, las zapatillas se lanzaron hacia afuera en un veloz movimiento como de cobra, introduciéndose en la bolsa de mano de la agente del FBI.
Un minuto después la agente llegó al escritorio, recogió la segunda caja y la colocó en su lugar en otro estante una fila más atrás, finalmente regresó a la reja, tomó su bolso y se marchó hacía el ascensor, el guardia volvió a mirarla mientras se alejaba.
Poco tiempo después se encontraba en su auto camino a casa, tras sufrir por un breve embotellamiento de transito llegó finalmente a su hogar, una pequeña casa en los suburbios, luego de estacionarse y dirigirse a la puerta se encontró con una gran sorpresa cuando trató de sacar las llaves.
-¡Que demonios! –pensó mientras sacaba del bolso las zapatillas de ballet rojas del caso de la profesora secuestrada- Pero si acabo de dejar esto en la caja de evidencias. ¿Que hace en mi bolso?
Sostuvo las zapatillas por las cintas y las observó brevemente, con la duda reflejada en el rostro –Mmmm… quizás estaba distraída y las guardé en mi bolso en lugar de la caja –pensó- aunque podría jurar que…
Sacudió la cabeza y tras abrir la puerta entro a su casa, molesta al pensar que tendría que ir al día siguiente al FBI a poner esta evidencia en su lugar, en sábado, arruinando su fin de semana.
-¡Dios que papeleo me espera por esta estupidez! Perderé todo el día –se quejó con amargura, resignada las dejó sobre el tocador y decidió darse una ducha en un esfuerzo por olvidar su error y relajarse un rato. Todavía molesta se quitó el saco, la funda y su arma 9 mm y la blusa, dejó que la falda se deslizara por sus piernas y se sacó las zapatillas de tacón bajo, finalmente se desabrochó su bra deportivo y se bajó sus cómodas pantaletas de algodón.
Las zapatillas de ballet parecieron vibrar levemente mientras la agente se introducía al baño con su bata, pero cuando la puerta se cerró la ondulación se incremento hasta hacerse visible. Pero no había nadie que pudiera notarlo.
Scully se dio un cálido baño, breve pero relajante, para poder así dormir bien antes de tener que volver a las oficinas a devolver la evidencia, al salir rodeada de vapor y con su bata puesta, la vibración de las zapatillas se detuvo instantáneamente.
La agente se peinó su rubia cabellera rápidamente, luego tomo una cena ligera que ya tenía lista en su refrigerador y tras lavarse los dientes se puso su ropa de dormir: una camiseta de tirantes y un corto pero cómodo pantaloncillo, finalmente se introdujo entre las cobijas de su cama y se puso a leer un nuevo manual forense que quería revisar.
Una hora después el sueño la venció, apagó la luz y se recostó de lado para finalmente poder descansar, minutos más tarde estaba dormida. Las zapatillas comenzaron a vibrar de nuevo, suavemente, casi como si respiraran.
Ya de madrugada una camioneta negra apareció en la distancia, no tenía marcas y prácticamente en silencio se estacionó frente a la casa de Scully, el hombre que manejaba llevaba un pasamontañas puesto, oprimió un botón en su computadora portátil en el asiento del copiloto y esta emitió un leve zumbido, se trataba de una melodía de El lago de los Cisnes, pero en un tono demasiado alto para poder ser escuchado por el oído humano, la única prueba de que estaba sonando fue un perro ladrando en la distancia. El conductor dirigió su vista a la casa.
En la habitación de la agente inmediatamente hubo una reacción, como por encanto las zapatillas rojas se levantaron sobre sus puntas, totalmente verticales, sostenidas por las cintas, segundos después se deslizaron en silencio por la orilla del tocador y se posaron en el piso, de inmediato se acercaron a la cama.
En el exterior el hombre de la camioneta esperaba impaciente mirando hacia la casa.
Usando las cintas como tentáculos las zapatillas escalaron por los pies de la cama hasta que llegaron arriba y allí se detuvieron un minuto, como esperando. Scully dormía plácidamente, sus labios ligeramente entreabiertos, respirando suavemente. Las cintas rojas sujetaron las cobijas y comenzaron a jalarlas muy despacio hacía un lado, descubriendo poco a poco las piernas de la dormida agente, de repente la rubia se giró en su cama hasta quedar boca arriba y las zapatillas se dejaron caer inertes sobre la cobija.
Minutos después su respiración volvió a tranquilizarse y las zapatillas de nuevo se levantaron, pero ahora su piernas estaban descubiertas desde las rodillas a los pies, y el extraño calzado pareció vibrar ante esta imagen unos segundos, luego se acercaron lentamente a sus pies, se alinearon delante de ellos y las cintas comenzaron a extenderse por la cama y al llegar a los dedos comenzaron a rodearlos muy despacio, recorriendo las plantas del pie, los empeines, los tobillos, y empezaron a subir por su blancas pantorrillas cruzándose y entrecruzándose, con tanta suavidad que Scully ni siquiera se movió, solamente las sentía como ligeras caricias sobre sus piernas, en pleno sueño la mujer sonrió suavemente al sentir la tersa seda deslizarse sobre su piel, pero no despertó.
Finalmente las cintas llegaron justo debajo de sus rodillas y allí comenzaron a enrollarse y encogerse, jalando las zapatillas hacia arriba en dirección a los bien cuidados pies de la mujer, estos fueron entrando poco en el suave calzado, al llegar finalmente al talón, las cintas dieron un último tirón e hicieron que quedaran bien colocadas, tras lo cual los rojos tentáculos de seda se ajustaron y finalmente se ataron en un pequeño moño al frente de sus piernas y debajo de las rodillas. Sin duda, ahora las piernas de la agente parecían las de una bailarina de ballet.
Las zapatillas rojas comenzaron a vibrar suavemente, y en pocos segundos los pies de la bella mujer parecieron tensarse, después los tobillos y luego las pantorrillas forzando los pies a ponerse de puntas, las piernas completas se pusieron rígidas, después una sola se levantó en ángulo de cuarenta y cinco grados, luego comenzó a bajar y empezó a subir la otra, repitiéndose cada vez más rápido como si la rubia estuviera nadando de espaldas, de improviso se detuvieron y la torneada pierna izquierda se cruzo sensualmente sobre la derecha, luego al contrario y después ambas se extendieron verticalmente en toda su exquisita gloria, se abrieron en V y bajaron hasta posarse en la cama. Parecía como si las zapatillas estuvieran familiarizándose con controlar el cuerpo de su usuaria.
Scully seguía plácidamente dormida sin notar el involuntario ejercicio de sus extremidades, su rostro estaba de lado sobre la cama, cerca de su mano derecha que reposaba con la palma hacia arriba, únicamente su respiración parecía ligeramente acelerada.
De pronto sus rodillas se flexionaron en un ángulo de noventa grados, luego sus nalgas se levantaron un poco de la cama, con lo cual, aunque Scully estaba recostada, tanto sus pantorrillas como sus pies en punta estaban totalmente verticales sobre la cama.
Moviéndose rítmicamente, sus pies comenzaron a dar delicados pasitos en su lugar, cada vez más rápido, hasta que se bajaron de la cama de un suave salto, seguidos por sus piernas, sus caderas y su torso, se puso en pie todavía de puntas y comenzó a moverse como una consumada bailarina.
Ahora sus manos también seguían el ritmo moviéndose elegantemente junto con su cuerpo, solamente su cabeza permanecía desmayada sobre el hombro y sus ojos cerrados. Dando pasitos y saltitos la agente salió de la habitación.
Afuera, el hombre de la camioneta esperaba pensando si la señal ultrasónica habría fallado cuando la puerta frontal de la casa se abrió de par en par y una deliciosa rubia salió bailando de puntas mientras se acercaba a la camioneta, el conductor oprimió un botón y las puertas traseras se abrieron, Scully salto al interior y se cerraron. El hombre sonrió de oreja a oreja, encendió el motor y se alejó por la calle.
Dana Scully estaba soñando, y era maravilloso, se encontraba en una playa vestida sólo con un diminuto bikini rojo, entró al mar hasta que le cubrió la cintura y disfrutó del calor del sol y lo refrescante del agua.
-Mmm… si, esto me hacía falta –pensó mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por las sensaciones. El calor estaba aumentando, pero en lugar de ser molesto era cada vez más agradable, el movimiento del mar a su alrededor se hacia más intenso pero también le gustaba.
-Ah, eso está bien –susurró mientras inclinaba su cabeza.
El calor ya era tremendo y el movimiento del mar se volvió un remolino que la arrastraba y la hacía girar sin control, su traje de baño había desaparecido, pero no le importaba, sólo quería seguir disfrutando.
Dentro de la camioneta, la agente giraba vertiginosamente mientras bailaba, su piel estaba sonrojada por la excitación, sus dedos estaban acariciando su clítoris frenéticamente mientras se humedecía los labios con la lengua inconscientemente, su cabello húmedo se agitaba de un lado a otro y su cuerpo brillaba por el sudor, en el momento que soñaba que se hundía en el agua, tuvo un poderoso orgasmo tras lo cual de nuevo perdió la conciencia.
Cuando Scully despertó se sentía increíblemente relajada aunque algo cansada, pero de inmediato se incorporó cuando se dio cuenta que algo andaba mal: el color del cuarto, la orientación del sol, la sensación del colchón ¡esta no era su casa! Se levantó de la enorme cama de sabanas de seda y corrió hacia una ventana, desde allí no se veían mas que verdes campos. Ya no estaba en la ciudad.
Se encontraba en una enorme habitación decorada de forma elegante, con cortinas y alfombras color gris, los muebles de madera obscura, una enorme cama rodeada de cortinajes de satén, y una gran puerta de doble hoja.
-¿Pero donde diablos estoy y como llegué aquí? –pensó preocupada, sintió un poco de frio así que miro hacía abajo y entonces la preocupación se convirtió en temor. Llevaba puesto un juego de lencería azul cielo compuesto por un pequeño brassier sin tirantes y unas pantaletas que solamente eran una cinta ancha alrededor de las caderas, un triángulo en el frente y un delicado listón que pasaba entre sus rosadas nalgas. Todo el conjunto estaba formado únicamente por delicados e intrincados encajes. Y en los pies calzaba las zapatillas rojas que el día anterior llevaba en el bolso, atadas alrededor de sus pantorrillas con un excesivamente femenino moño rojo justo debajo de las rodillas.
-De nuevo las zapatillas de ayer ¿Pero que significan? ¿Qué tienen que ver con todo esto? –susurró para si misma- bueno no importa por ahora, debo salir de aquí.
Busco por toda la habitación algo de ropa con que cubrirse, pero no encontró nada, únicamente podía llevarse las sabanas de la cama, pero decidió que hacerlo solamente la retrasaría.
-Al menos no me veo mal – pensó algo avergonzada mientras se acercaba sigilosa a la puerta del cuarto- que bueno que acostumbro hacer ejercicio.
La puerta se entreabrió fácilmente, pero afuera no había nadie, se extendía un pasillo a media luz, con muchos espejos del suelo al techo en los muros y un par de bocinas en las esquinas, al fondo otra puerta era lo único que se destacaba.
Scully dio un par de pasos tentativos por el pasillo, sin aviso las bocinas empezaron a emitir una rápida melodía y todo se volvió un torbellino para la agente. Sus piernas se tensaron sin control, se paro de puntas y comenzó a bailar en el pasillo, dando pasitos, saltos, inclinándose en una sola pierna.
-¿Qué está pasando? –gritó Scully desesperada mientras daba un vertiginoso giro sobre sus pies- Si yo nunca he bailado ballet… ¡Las zapatillas, tiene que ser eso!
En ese momento algo más comenzó a ocurrir, una especie de onda de calor comenzó a extenderse desde sus pies a su entrepierna, suave y cálido al principio pero cada vez más insistente y turbador.
-¡Aaahh que es esto! ¡Basta! –la agente trató de concentrarse en buscar una salida de la situación, y logró levantar los brazos frente a ella, aunque con cierto esfuerzo- ¡Mis manos! Aun puedo controlarlas. Debo actuar rápido, cada vez es más difícil.
La agente se preparó mentalmente. Justo en el instante que se inclinaba durante un paso de ballet, su torso en ángulo hacia el piso y su pierna izquierda extendida tras ella hacia el techo, lanzó ambas manos hacia el moño de la zapatilla en su pierna derecha y jalo con todas su fuerzas.
No fue fácil, al parecer las cintas estaban reforzadas con alambre en su interior, sin embargo no se rindió y justo cuando se levantaba logró zafarlas, instantes después esa pierna se levantó frente a ella sin control y de un tirón se quitó la zapatilla. De inmediato recuperó el control y la calma, fue como si al fin hubiera podido rascarse una terrible comezón.
-Ufff, al fin, me siento liberada –pensó mientras se quitaba rápidamente la otra zapatilla- Bueno, ahora tengo que salir de aquí.
Dio un par de pasos descalza cuando de pronto escuchó un sonido detrás, al darse vuelta vio que las zapatillas estaban paradas de punta de nuevo ¡Por si mismas! Ayudadas por sus cintas comenzaron a moverse hacia Scully en forma amenazadora. Un temor primitivo e instintivo hacía lo sobrenatural se apoderó de ella a pesar de toda su fría y lógica forma de pensar.
-¡Esto es una locura, tengo que escapar de aquí- susurró antes de echar a correr hacía la puerta al fondo. Afortunadamente no estaba cerrada. Tan pronto como entró cerro la puerta tras ella con lo que parecía un seguro electrónico. Pero de inmediato comenzó a escuchar ruidos tras la puerta, lo cual la aterrorizó.
Se dio vuelta buscando una salida, estaba en una habitación con suaves alfombras y cortinas color vino, una gran cama de bordes redondos, varios televisores y bocinas en la pared y un gran escritorio con algunos componentes electrónicos, al fondo de la habitación, en una vitrina iluminada, había un par de sandalias rojas de piel que parecían muy antiguas, pero bien conservadas y junto había una enorme puerta de madera obscura.
-¡Esa tiene que ser una salida! –corrió hacia la puerta, parecía muy gruesa y los ojos de Scully se abrieron de par en par ante las extrañas formas frente a ella.
Una extraña figura como de un demonio estaba grabada en la puerta, sus garras sobresalían tridimensionalmente frente a la figura como si sostuvieran las manijas de la puerta o dirigieran la atención hacia estas. Las garras de sus pies también sobresalían mostrando las palmas casi a la altura del piso como a punto de atacar.
Pero un ruido en la puerta asustó a la agente y no quiso perder más tiempo observando la extraña puerta, eso sería un error fatal. De una zancada trato de abrir la puerta girando la manija, pero no se abrió, así que decidió utilizar ambas manos en las manijas apoyando los pies cerca de la puerta.
En el instante en que lo hizo las enormes garras de la gárgola se cerraron con un sonido mecánico sobre sus muñecas y antebrazos, y abajo sobre sus tobillos y pantorrillas.
-¡Nooo! ¿Pero que locura es esta? –se retorció con todas sus fuerzas para zafarse pero cada vez que lo hacía las garras articuladas se ajustaban cada vez más a sus muñecas y antebrazos, hasta que ya no pudo moverlas en absoluto.
-Bienvenida agente Scully, es un placer tenerla como huésped –sonó una voz en las bocinas- veo que ya conoció a mi guardián de la puerta.
La agente giró la cabeza hasta donde pudo, pero no había nadie a la vista, sin embargo pudo ver en el rincón detrás de ella una cámara de seguridad, la estaban observando.
-¿Quién es usted? ¿Qué pretende? –gritó tratando de ganar tiempo mientras volvía a intentar liberarse- no se como está haciendo todo esto pero se arrepentirá.
-Mi nombre no importa por ahora, pero puede llamarme X, como los archivos del FBI donde trabaja.
-¿Cómo sabe eso? –Scully se sentía cada vez más asustada- ¿Cómo sabe mi nombre?
-Oh, sé mucho más que eso agente Scully, déjeme ver: Dana Katherine Scully, nacida el 23 de febrero de 1964, su padre esWilliam Scully, su madre se llama Margaret, tiene tres hermanos: Melissa, William Jr. y Charles.
Estudió ciencias en Berkeley y después asistió a la Universidad de Maryland para ser médico. Pero decidió que no quería dedicarse a esa labor y tras semanas de preparación en Quantico, se convirtió en agente del FBI.
Su número de identificación es 2317-616 y su dirección es 3170 W. 53 Rd. Nº 35 Annapolis, Maryland. Su arma es una Smith & Wesson 1056, 9 mm. El número de teléfono de su casa es 555-6431, y el número de su celular es 555-3564… pero mejor sigamos con temas más interesantes que un aburrido expediente.
-Muy bien, ahora si estoy asustada –pensó la agente ya muy preocupada- este tipo no es un improvisado, pero no puedo dejar que se de cuenta, debo mantener la calma y obtener toda la información que pueda.
-Vaya, veo que hizo su tarea –dijo después de un momento- pero no entiendo que quiere de mi, no soy de familia adinerada, ni tengo acceso a nada tan valioso ¿Para que tomarse tantas molestias por mi?
-Bueno, debo decir que casi me arruina todo el plan hace unos minutos, le di una buena dosis de sedantes, no debería haber despertado hasta dentro de unas tres horas, de hecho no estoy en casa, por fortuna cuando salió de su cuarto activó una alarma en mi vehículo y voy de regreso, tendría que haberla dejado atada cuando salí para poder controlarla con seguridad con las zapatillas, pero debía recoger una visita y me confié.
-¿Qué son esas zapatillas? ¿De donde las sacó?
-Ah, buena pregunta, digamos que son un tesoro antiguo que “conseguí”, están hechizadas por una magia que ya era antigua en la época del apogeo de Babilonia, por eso siguen en buen estado, la mayoría piensa que son del siglo XIII o XIV, pero eso se debe a que por su hechizo se deterioran lentamente. Pero lo verdaderamente interesante es que cuando las usa una mujer se ve obligada a bailar siguiendo el ritmo y conocimientos de su usuaria.
-¿Para eso me quiere? ¿Para bailar? –gritó Scully asustada mientras trataba de aflojar sus brazos, se tensaba al máximo y sin saberlo daba un espectáculo relajando y tensando sus piernas y nalgas alternativamente.
-Bueno eso sin duda es un placer, pero hay algo más importante, mientras la mujer está bajo el hechizo de las zapatillas se excita paulatinamente, aunque no quiera, y se le pueden alterar su mente y comportamiento a voluntad, por eso la necesito agente, pienso expandir mis operaciones y necesito a alguien dentro del FBI para que me mantenga al tanto de las investigaciones y me avise si estoy siendo investigado.
-No, se equivoca, no lo hare, no seré su espía, no traicionaré a nadie, no…
-Bueno, en realidad no tendrá opción agente, lo hará por que se lo ordenaré y además lo disfrutará. Las zapatillas presentan otras interesante y útiles propiedades que con el tiempo he aprendido a controlar. Mire la puerta del cuarto.
Aterrada, Scully vio como la puerta a su izquierda zumbaba y se abría poco a poco, sin duda a control remoto, en el umbral se encontraban las zapatillas rojas, levantadas sobre sus puntas ayudadas por sus cintas.
-Pero esas no son zapatillas antiguas, son modernas –grito la agente desesperada.
-Cierto, las originales están en la vitrina junto a usted, pero olvidé mencionar un detalle, no he podido duplicar la magia de las zapatillas pero descubrí que basta una fragmento de ellas conectado a un calzado común para que este también quede hechizado, en este momento ya tengo una docena de zapatillas a mi disposición. Pero estas están hambrientas por usted agente, desean controlarla y ayudarme a romper su voluntad y hacerla mi esclava y espía.
-¡No lo haré! –La rubia forcejeó aterrada contra los grilletes en sus antebrazos, pero era inútil. También intentó con sus piernas aprovechando que no estaban tan ajustadas, pero el talón no pasaba por el grillete.
Una melodía de violín comenzó a sonar en las bocinas a un ritmo lento, las zapatillas comenzaron a acercarse a Scully, al ver esto plantó todo su peso en sus pies para que no pudieran colocarse.
En efecto las zapatillas trataron de hacerlo usando las cintas como tentáculos para subir por sus tobillos pero no podían ponerse en sus delicados pies mientras no los despegara del piso.
-Bien, eso me dará un poco más de tiempo para buscar una salida –pensó algo aliviada.
-Buen truco agente, pero ya me anticipé a eso…
-¿Que…? –empezó a decir la agente, cuando sintió como las garras que sujetaban sus tobillos comenzaban a subir por un mecanismo de rieles en la puerta, levantando poco a poco sus pies del suelo, obligándola a doblar sus rodillas lentamente.
-Nos vemos en un rato agente Scully, ya quiero implantarle sus primeras modificaciones de comportamiento.
-¡Basta, no haga esto, deténgase! –gritó furiosa y asustada mientras se despegaban del piso sus talones, luego sus plantas y finalmente las puntas de sus pies, mientras las zapatillas esperaban a un lado agitando las cintas de una manera que parecían casi ansiosas.
En cuanto los dedos de sus pies se separaron un centímetro del piso las zapatillas se lanzaron, como si fueran una bestia hambrienta, sobre las puntas de sus pies, las cintas subieron casi como manos por sus tobillos, cruzándose y entrecruzándose a una velocidad pasmosa a pesar del poco espacio entre la piel y el grillete, colocándose perfectamente en sus pies y finalmente atándose con moños al frente de sus piernas.
-¡Noooooo! –gritó Scully cuando empezó a sentir una ondulación subir por sus piernas, como una fiebre que inició de nuevo la terrible comezón en su cuerpo, una que no se podía rascar, sus pies comenzaron a ponerse de puntas nuevamente, y sus piernas se tensaron, de improviso las garras de sus piernas se abrieron dejándola caer libre al piso, pero las otras se soltaron completas de la puerta, así que aunque sus piernas estaban libres, sus muñecas y antebrazos seguían atrapados y forzados a estar juntos por las manos articuladas de metal.
En ese momento la melodía en las bocinas, Czardas de Monti, empezó su etapa de ritmo más rápido y frenético arrastrando a Scully a un caos de movimientos y sensaciones al bailar en sus zapatillas rojas de ballet.
Una hora después un hombre entró por la puerta de la gárgola, llevaba puesta una camiseta de manga corta ajustada, unos pantalones verdes, botas negras militares y un pasamontañas negro. Entró con cautela, con un taser en la mano, pero lo guardó y sonrió en cuanto llegó a la puerta del pasillo, la rubia estaba bailando lentamente de puntas, su cabello desarreglado, su cuerpo brillante por el sudor, sus manos aun unidas por la garra como en súplica, tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta, la cabeza inclinada de lado, obviamente agotada.
-Mmm que placer verla así Scully, se ve simplemente tan bella, tan indefensa, jejeje…
La agente entreabrió los ojos, parecía realmente debilitada, X se aproximó y ella trató de apartarse de él aun mientras bailaba, pero la detuvo de la cintura, la abrazó por la espalda y comenzó a besarla en el cuello y hombro, mientras se movía a ritmo con ella.
-Me alegra encontrarla en estas circunstancias.
-No… déjeme… no me toque… -susurró Scully, apartando el rostro de X.
-Oh, ¿está cansada agente, quiere agua? La ayudaré si lo desea.
-Si, agua por favor, un poco de agua –respondió cerrando los ojos de nuevo.
Minutos después el enmascarado regresaba con una alta copa de cristal llena agua, parecía fría, unas gotas se acumulaban a los lados por la condensación.
-Bien agente, antes de que beba el agua, empezaremos a divertirnos un poco ¿sabe? Usted será un reto, normalmente me toma semanas o meses dominar por completo a una mujer, pero si la detengo tanto tiempo será sospechoso e incluso peligroso, así que tendré que hacerlo por etapas, cambiándola un poco cada vez y haciéndola venir de nuevo cada fin de semana.
-¿De que habla? No funcionará, lo delataré en cuanto salga de aquí.
-Si, me lo imaginé, pero recuerde que puedo alterar su mente mientras está bajo el poder de las zapatillas, así que dedicaré tiempo a cambiar sus recuerdos del fin de semana y algo más. Tome.
X inclinó la copa en los rojos labios de Scully y ella bebió ávidamente, pero apenas le dio un trago cuando apartó la copa de sus labios.
-No… por favor, más…
-Bien pero antes hablemos de sus zapatillas ¿no le gustan? A mi siempre me fascinaron las piernas de las bailarinas clásicas, usted podría serlo mire en el espejo como se mueven…
Sin poder evitarlo la agente miró el espejo, sus piernas se veían en efecto muy fuertes pero a la vez femeninas y torneadas, más en la postura de pointe y sobre todo debido a las zapatillas rojas, que lucían tan elegantes y estilizadas, tan…
-…sexys ¿verdad agente? –le susurraba X a Scully en el oído, ella miraba fijamente el espejo con los ojos entrecerrados, pero sin dejar de bailar- le gustan, de hecho le encantan las zapatillas de ballet, en todo momento piensa en ellas, las necesita para sentirse completa.
X le desabrochó el brassier y lo arrojó a un lado mientras la seguía en su lento baile, comenzó a acariciar sus pezones en círculos suavemente, ella trató de impedirlo apretando sus brazos atados hacia su busto pero estaba demasiado débil, mientras su captor le besaba los hombros y los omoplatos y le seguía susurrando al oído, lenta pero constantemente alterando sus recuerdos de ese fin de semana y sus ideas sobre ella misma y sus gustos, asegurándose de que podría volver a atraparla cada semana para nuevas sugestiones y alteraciones. Cada vez sería más fácil controlarla.
La mano derecha de X bajó acariciando el cuerpo de la mujer, su costado, su cintura, sus caderas, después la introdujo en el frente de la ropa interior y comenzó a acariciar su entrepierna, primero su suave vello, luego los húmedos pliegues de su vagina, y el clítoris.
-Está muy húmeda Scully, veo que las zapatillas han hecho su labor admirablemente, preparándola para mi –le susurró X en el oído a la agente mientras comenzaba a introducir y sacar dos dedos de su vagina rítmicamente, cada vez más rápido, sin dejar de besarla en la nuca y el cuello, todavía acariciando y pellizcando su pezón.
-No, no quiero hacerlo, por favor, pare… -gimió la agente mientras la mano invasora se movía frenética en su entrepierna, cubierta por los delicados encajes de sus pantaletas, arriba y abajo, más y más rápido, sus piernas comenzaron a seguir el ritmo, las puntas de sus pies casi no se movían pero sus rodillas y caderas ondulaban sensualmente a ritmo con el toque de su captor, de pronto la rubia levantó el rostro hacía el techo y sus labios se convirtieron en un círculo perfecto mientras alcanzaba un fuerte orgasmo.
-Unnnggghhh… -susurró la mujer, dejando caer su cabeza hacía atrás. X levantó del piso la copa con agua que había dejado.
-Voy a disfrutar teniéndola como mi espía agente Scully –dijo X, luego bebió un largo trago y lo mantuvo en la boca, para luego derramar el agua de la copa en la garganta de la rubia, que sedienta entreabrió los labios para beberla, cuando quedaban unas gotas X se inclinó y la besó en los labios, sin que ella pudiera o quisiera evitarlo, y siguió bebiendo de él mientras bailaban con la música.
Después de eso todo se volvió borroso para la agente, que perdió la noción del tiempo por el resto de ese fin de semana.
CONTINUARA
 

Relato erótico: “Secreto de Familia: Encuentro con Rita 2” (POR MARQUESDUQUE)

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-Hola Mario

-Hola Miguel. ¿Me pones un cubata?

Unas horas después de nuestra conversación telefónica mi hermano se pasaba por mi casa para comentar el tema, y el tema no era otro que Rita, su ex novia, con la que se había encontrado en un pub la noche anterior.

-Y dime: ¿Esta guapa?

-Esta preciosa. No ha envejecido nada desde que nos daba clase. Daban ganas de comérsela.

Era obvio que mi hermano aún sentía algo por ella. Habían roto porque ella quería tener un hijo y él no estaba por la labor, pero eso no quería decir que no se quisieran. Desde la ruptura él no había salido con ninguna chica en serio. Se notaba que no podía olvidarla. Su entusiasmo solo por habérsela cruzado en un local lo atestiguaba. Yo también lo había pasado mal al romper con Sofía, pero no había sido lo mismo. Aunque hubo un tiempo en que pensé que podríamos sobrellevar la diferencia de edad y tener un futuro juntos, los últimos meses ya me había hecho a la idea de que aquello no podía ser, había conocido a otra chica y, aunque mentiría si dijera que no echaba de menos a Sofía de vez en cuando, tenía asumido que nunca volveríamos. Mi hermano en cambio pensaba que Rita era su gran amor y albergaba la esperanza inconfesable de volver con ella algún día.

-¿Y estaba sola?

-No, estaba con su hermana, que por cierto también estaba guapísima y con su amante lesbiana.

-¿Una camionera?

-No, que va, una cría monísima, de 18 añitos. Una perita en dulce.

-Valla con Rita, no es tonta ni na…

-Pero no creo que vayan en serio.

Mi hermano volvía con sus fantasías. Antes de estar con él Rita ya había tenido una relación lésbica en la Universidad. En las películas americanas eso suele indicar un “experimento” que luego no tiene continuidad en la vida adulta, pero esto no era una película americana y ambos sabíamos positivamente que Rita era bisexual, así que aquella podía ser una relación perfectamente seria. Tampoco la diferencia de edad garantizaba nada. También Mario tenía 18 años cuando empezaron a salir y habían estado juntos 5. Después de haber tenido yo una relación con una mujer que me triplicaba la edad, unos cuantos años no me parecían una gran dificultad.

-¿Crees que debería llamarla?

Después del incidente con mi hermano Rita se decidió a que usáramos su casa de picadero. Era un gusto poder follar acostados en una cama, cómodamente y sin miedo a ser descubiertos, puesto que aunque ella vivía con su madre, la señora sabía lo nuestro y no se oponía. Fue un poco incomodo cuando me la presentó y acto seguido fuimos a su cuarto a echar un casquete. Se notaba que esa familia era más liberal que la mía. Además Sofía, como se llamaba su madre, era una mujer espectacular, casi tan guapa como la hija, una madurita atractiva, con unas tetas enormes.

Esos días conocimos mejor nuestros cuerpos, practicamos varias posturas y mis destrezas como amante mejoraron fruto de la experiencia. En cierta ocasión me invitó a pasar con ella y su madre el fin de semana. En casa dije que iba a pasarlo con una compañera y mis padres se empeñaron en que me llevara a Miguel, que no tenía otra cosa que hacer. No sé si querían que me ocupase de él porque su pasividad les preocupaba o si lo querían de carabina, fuera como fuese se lo pedía Rita y ella no tuvo inconveniente. Parecía que mi hermano, persuadido por ella, guardaba el secreto de nuestro encuentro, así que no había motivos para negarse. Miguel aceptó acompañarme con desgana y así nos presentamos en su casa aquella soleada mañana de sábado estival. El escote de Sofía era de vértigo y mi hermano no le quitaba ojo. Aquella noche y la siguiente Rita y yo follamos como locos. La verdad es que no hice mucho caso a Miguel que pasó casi todo el tiempo con Sofía. La mañana del lunes, cuando nos levantamos, me llevé la sorpresa.

-Llámala si quieres. Entonces te dijo que Sofía estaba bien…

-Sí, eso dijo. ¿Recuerdas el fin de semana que pasamos en su casa cuando la conociste?

Como podría olvidarlo…

Cuando mis padres insinuaron que debía acompañar a Mario contuve la indignación que esa propuesta me producía (yo tenía mejores cosas que hacer que de sujeta-velas de mi hermano) ante la posibilidad de volverla a ver. Me había hecho mi primera mamada, que era lo más lejos que había llegado nunca con una chica. No es que esperara que lo volviera a hacer, pero quien sabía que podía ocurrir si estaba ella cerca. Tampoco debía mostrar un entusiasmo que hubiera resultado sospechoso, así que fingí la típica desgana adolescente. Así, cuando me quise dar cuenta estábamos llamando a la puerta de su casa. Fue entonces cuando la vi. Es Sofía, mi madre, dijo Rita. Mama este es Miguel, el hermano de Mario. Y aquel monumento maduro pero irresistible se me acercó y me dio dos besos. Recuerdo su escote como si lo estuviera viendo. Sofía tenía unas tetas enormes, preciosas, perfectas. Me dejaron sin aliento.

El día transcurrió anodinamente. Mi hermano y Rita lo pasaron haciéndose arrumacos y pasando de mí. Parecía tan a gusto con mi hermano y sin embargo me la había chupado unas semanas antes, lo que no la impedía ignorarme completamente ahora. Simplemente no lo entendía. Por otra parte Sofía estaba buenísima. Cierto que debía tener cuarenta y tantos, pero era una mujer de bandera, alta, escultural, elegante… Entre madre e hija me tenían loco. Llegó la noche y Mario se acostó con Rita y yo me quedé solo. Tras un par de vueltas en la cama me levanté a por un vaso de agua y comencé a oírlos. La verdad es que podían cortarse un poco, vale que follaran, pero podían ser más discretos: los gemidos se oían en toda la casa. No pude evitar acercarme movido por la curiosidad. De nuevo la puerta estaba entreabierta y la luz que entraba por la ventana me bastaba para ver el cuerpo, esta vez completamente desnudo, de Rita cabalgando sobre mi hermano. Ni que decir tiene que ante ese espectáculo de porno en vivo la polla se me puso dura al instante. Me la meneé un poco, pero tuve miedo de ser descubierto y me retiré enseguida. Me pareció poco probable que si me volvían a pillar me callera otra mamada, más bien un guantazo, así que reculé, pero entonces la vi a ella. Sofía estaba nadando desnuda en la piscina. De nuevo había bastante luz para distinguir los detalles de su cuerpo que me dejaron anonadado. Aquello era una mujer y lo demás tonterías. Tras un par de chapuzones salió del agua en toda su gloria, me miró sin ningún aspaviento y vino hacia mí como si que semi-desconocidos la vieran desnuda fuera lo más normal del mundo. “Me acercas la toalla” pidió con una voz dulce y tranquilizadora. Se la di flipando. Intenté disculparme pero me dijo que era ella la que se estaba bañando desnuda a pesar de tener invitados, así que no era culpa mía. Luego me preguntó, con toda tranquilidad, si no estaba mirando a los tortolitos. Totalmente desconcertado contesté la verdad: que prefería mirarla a ella. Esa respuesta la agradó y se le escapó una sonrisa. Entonces se acercó y me besó en los labios. ¿Qué le pasaba a esa familia? ¿Iba a ocurrir lo mismo, pero ahora con la madre? Pues sí, la señora se arrodilló y se metió mi miembro en la boca. No sabría decir si la chupaba mejor la madre o la hija, pero a los pocos minutos eyaculé mojando con mi semen sus labios. Turbado, pero satisfecho me fui a dormir.

El día siguiente fue tan raro como incómodo. No sabía cuál debía ser mi proceder. Rita y mi hermano seguían a la suya pasando de todo, y Sofía y yo… era tan extraño todo aquello. Ella era amable y deferente conmigo al máximo y yo… prácticamente no podía ni mirarla sin que se me pusiera dura. Racionalmente pensaba que era mayor para mí, pero esa mujer era puro sexo según yo la percibía, exuberante, sensual… me tenía loco y después de que me comiera la polla aún más. En los ratos en que nos quedábamos solos jugaba conmigo cogiéndome la mano o preguntándome si era virgen. Incluso cuando le contesté sincero que sí me lamió la oreja y murmuró que tal vez dejara de serlo esa misma noche. ¿Hablaba en serio? ¿Esa mujer madura y tremendamente atractiva me estaba seduciendo o estaba riéndose de mí? Por lo ocurrido la noche anterior todo hacía pensar que lo primero, pero aún así me costaba creerlo. El resto de mujeres del mundo que no eran de esa familia no parecían mostrar excesivo interés por mí… Llegó la noche y todos se acostaron temprano. Yo me quedé en el comedor solo pensando. A los pocos minutos la parejita ya estaba follando a juzgar por los ruidos que hacían y, mientras, Sofía sola en su habitación… ¿Debía ir tras ella? La mamada del día anterior y la escenita de la lengua en la oreja parecían una invitación en toda regla, pero, ¿y si me equivocaba? Finalmente hice acopio de valor y me dirigí a su cuarto con un par de excusas preparadas por si no me recibía como yo esperaba. La puerta estaba abierta así que no tuve que llamar, me paré en el umbral y ella, al verme abrió, las sabanas mostrando su cuerpo solo cubierto con fina lencería. No hicieron falta palabras, me acerqué y ella misma me cogió de la mano y me atrajo hacia sus labios que besé como si no hubiera otros más tentadores en el mundo. Para mí, en aquellos momentos, no los había. Me desnudó despacio. Estaba nervioso pero trataba de disimularlo y ella era comprensiva. Seguimos besándonos lentamente. Me ofreció sus pechos y los palpé incrédulo. Me parecía mentira que fueran de verdad, tan grandes, tan tentadores, tan suaves. Aproximé la boca a los pezones, primero de la teta derecha y luego de la izquierda. Los lamí, los mordí, los besé. Volví a unir mi lengua con la suya mientras mis manos seguían agarradas a sus gloriosos globos. Ella acariciaba mi pene y comenzó a guiarlo hacia su cueva. Al tocar con la punta en los labios de su vagina me estremecí. Poco a poco mi miembro iba adentrándose en su coño mientras nuestros labios seguían pegados. Me agarró el culo con las manos y mi polla se deslizó totalmente dentro de ella. Empecé a moverme en el ritmo que me marcaba. Mis manos seguían en sus tetas y sus pezones se clavaban en mi pecho. Pasé a besarle el cuello y aceleré un poco mis movimientos. Ella me frenó e hizo que me sentara sobre la cama. Me la meneó un poco con la mano, para que no perdiera consistencia con la interrupción y se sentó encima de mí. Aquello era maravilloso. Sus maravillosas tetas volvieron a restregarse sobre mi pecho y volvimos a besarnos. Poco acostumbrado a besar a una chica casi me dolían los labios, pero no me importaba, podría pasar la vida cosido a esa boca fantástica. En esta postura la polla me entraba menos en su chocho y me hubiera sido difícil correrme, pero volvió a cambiar de posición tumbándose de lado. Ella misma me la cogió y se la metió desde atrás, tenía su culo pegado a mi pelvis y podía agarrar sus tetas y acariciarlas a gusto y besarla en el cuello y la oreja, y en la boca si giraba la cabeza. Mi mano bajó por su vientre hasta llegar a su clítoris. Cuando lo rocé dio un respingo. En esa posición no podía acelerar mis embestidas así que se levantó, me tumbó boca arriba y se puso sobre mí. Sus tetas cayeron sobre mi boca y las besé con placer. Nos corrimos así, con su cuerpo glorioso sobre el mío, botando sobre mí, cabalgándome como a su potro recién domado.

-Creo que voy a llamarla- dijo mi hermano sacándome de mis ensoñaciones. Le acerqué el teléfono y le dije: Llámala. Cuanto antes acabásemos con aquello, mejor. Lo cogió nervioso, tomó aire y marcó el número- Hola Rita, soy Mario… ¿Sabes? Me gustó mucho encontrarme contigo la otra noche… he pensado que podíamos quedar un día… estas con alguien… ¿y vas en serio? … pero te echo de menos… ¿y no echas de menos las pollas? Bueno, no pasa nada, llámame si cambias de opinión.

-¿De verdad le has preguntado si echaba de menos las pollas?

-Esta con una lesbiana, yo que sé…

-Te ha dado calabazas ¿no?- mi hermano asintió en silencio, tras lo que añadí- Cuando la viste en la discoteca te dijo si Sofía estaba con alguien.

-No, solo me dijo que estaba bien. ¿Quieres llamarla?

-No, rompimos por una razón y a diferencia de tu paja mental con Rita yo recuerdo cual era.

Nos levantamos tarde pero aún así fuimos los primeros. Rita preparó el desayuno mientras charlábamos. Me pareció raro que mi hermano no diera señales de vida, pero no le di importancia. Cuando el desayuno estuvo listo Rita decidió despertar a su madre. Fui con ella y al llegar a su alcoba… Miguel estaba con ella en su cama… los dos estaban desnudos, era evidente que habían pasado la noche juntos. Rita no le dio ninguna importancia, con una sonrisa les dijo que el desayuno les estaba esperando y se fue. Yo flipaba en colores. Mi hermanito con la madre de mi novia. Bien pensado aquello no estaba mal del todo. Ya no tendría que preocuparme de que el enano les dijese nada a mis padres, ahora era mi cómplice al 100% por la cuenta que le traía. Además seguro que la señora, que por cierto no estaba nada mal, podría enseñarle un par de cosas. Aun así una vocecita interior me decía que aquello no estaba bien, que era una diferencia de edad excesiva.

Desde ese día cada vez que iba a casa de Rita el pequeñajo se venía detrás para estar con Sofía. ¿Estás seguro?, le pregunté la primera vez. Respondió afirmativamente y le dejé acompañarme. Ya se apañaría. Al principio follábamos cada uno en la habitación de nuestras respectivas, pero poco a poco fuimos cogiendo confianza y terminamos haciéndolo las dos parejas juntas en el salón o en el dormitorio de Sofía, en la enorme cama de matrimonio en la que cabíamos los cuatro. En esas ocasiones Rita siempre me provocaba preguntándome si me gustaban las tetas de su madre y cosas así. Yo sabía que su madre se había acostado también con el novio de su hermana años antes con la aprobación de esta. ¿Quería hacer lo mismo conmigo? Me parecía todo tan increíble… Unos meses antes era virgen y ahora estaba pensando en orgias con mi profesora, su madre y mi hermano…

Después de esa primera vez lo que tenía claro era que quería repetir. No me importaba que me doblara la edad, ni que fuera la madre de mi profesora que era además la novia de mi hermano. No sabía si estaba bien o mal, ni lo que duraría, pero quería volver a estar con ella, quería volver a sentir sus besos, quería volver a meter mi pija en su coño húmedo y caliente.

La ocasión se me presentó al fin de semana siguiente. Mario quedó a comer en casa de Rita y yo me pegué a él como una lapa. La verdad es que no sabía que decirle a Sofía salvo que me moría por acostarme otra vez con ella. Durante la semana no la había llamado principalmente porque me daba vergüenza. Estuve incómodo toda la comida hasta que conseguí quedarme a solas con ella. Me muero por darte un beso, le dije al fin. Ella se río con esa risa cristalina que tenía y me dijo que lo hiciera. Le di un beso torpe y nervioso. Ella me devolvió el beso y nos enzarzamos a batallar con nuestras lenguas. Poco después estábamos en la cama de nuevo. A partir de ahí quedábamos directamente para hacer el amor. Hablábamos poco. Iba a su casa, follábamos y volvía a la mía. Mientras Rita y mi hermano continuaban con su noviazgo algo más tradicional.

Poco a poco fuimos hablando más entre polvo y polvo. Conocí su historia de mujer abandonada por su marido y rehabilitada al amor, o cuanto menos, al sexo, por el novio de su hija mayor y como a partir de ahí sus vidas se habían convertido en la locura que ahora compartíamos mi hermano y yo. Además de una mujer hermosa que me ponía a mil a pesar de la diferencia de edad Sofía era también una persona interesante. Un día después de hacer el amor le propuse ir al cine. Aceptó con naturalidad. No me di cuenta de la trascendencia del hecho hasta el día siguiente. Ya no solo follábamos… Poco a poco fui queriendo estar con ella en general y no solo para el sexo. Acostarse con ella era genial, pero me apetecía también hablar con ella, acompañarla a donde tuviera que ir, cogerla de la mano, oírla contar chistes, verla cocinar y comerme su comida… Cuando no estaba con ella no hacía más que pensar en nuestro reencuentro. Finalmente una noche mientras nos besábamos y mi pene entraba y salía ágilmente de su vagina húmeda y cálida le dije que la quería. Me respondió que ella a mí también y esa noche cambió todo.

Desde entonces formamos dos parejas, mi hermano con Rita y yo con Sofía, a todos los efectos. Íbamos a cenar los cuatro, o al cine, o a bailar a alguna discoteca y terminábamos en su casa follando cada uno con nuestra respectiva. El resto del mundo no sabía nada de lo nuestro, claro. Mis padres sabían que Mario tenía novia pero no quién era, y desde luego, no imaginaban que fuera su profesora. De lo mío no sabían nada, obviamente. En el colegio tampoco podían saber lo de mi hermano y Rita, aunque él ya iba a la universidad y no era alumno suyo. Siempre íbamos a sitios en los que no pudiéramos encontrarnos con nadie y casi siempre las dos parejas, de tarde en tarde cada pareja por separado y nunca con otras personas. Así las cosas y siendo nosotros hermanos y ellas madre e hija surgió una complicidad muy especial entre nosotros. Al principio se limitaba a la vida social no a la intimidad del dormitorio que era un mundo aparte. Aún así no se me olvidaba que Rita me había hecho una mamada y me seguía atrayendo. Por aquel entonces me estaba enamorando, ahora lo sé, de Sofía, pero eso no me impedía desear a Rita y morirme de morbo por ella. Mi hermano no tenía razones para sentirse especialmente atraído por Sofía, tirándose a su hija, pero era obvio que las tetas de mi chica ponían cachondo a cualquiera de cualquier edad. Poco a poco la confianza empezó a entrar en el terreno sexual. Primero en las conversaciones, alusiones veladas al principio, más explicitas después. Luego en las muestras de cariño, cuando nos besábamos o nos metíamos mano una pareja frente a la otra. Mi hermano y yo, que antes evitábamos estos temas, ahora hablábamos abiertamente de sexualidad y de lo que hacíamos con nuestras parejas, e imagino que madre e hija harían lo mismo. Progresivamente los besos y caricias que nos permitíamos una pareja frente a la otra se fueron extendiendo hasta hacer frecuente que nos enrolláramos los 4 en el salón antes de ir a las habitaciones por separado a hacer el amor. Finalmente Sofía y yo terminamos follando delante de ellos sobre la arena en una playa nudista casi desierta que ellas conocían. Antes Rita se la había chupado a mi hermano mientras nosotros “vigilábamos”. Desde entonces se convirtió en “normal” practicar el sexo las dos parejas juntas. Solíamos hacerlo en el comedor o en la alcoba de Sofía, el escenario de mi primera vez y de tantas noches mágicas. Pasó lo que tenía que pasar. Al principio estaba cada oveja con su pareja, pero poco a poco Mario fue quedándose prendado de las tetas de Sofía, y yo hacía mucho que deseaba fieramente a Rita. Las fronteras se iban debilitando, una noche ellos terminaron primero y nos “ayudaron” a nosotros. Rita fue la que tomó la iniciativa incitando a mi hermano a besar a su madre mientras yo se la metía. Luego ella me besó a mí. No había sentido sus labios desde el día de la mamada, pero nunca había dejado de soñar con ellos. Me corrí en el coño de Sofía como un loco.

Desde entonces tuve claro lo que tarde o temprano iba a pasar. Estar finalmente con Rita era cuestión de tiempo. Lo malo es que eso implicaría que mi hermano se acostaría también con mi novia, pero que le íbamos a hacer. Adoptar una pose de celos a estas alturas no tendría sentido. Aun pasaron algunas semanas de sexo compartido, juntos pero no revueltos, o al menos no demasiado. En cierta ocasión estábamos los cuatro sobre la cama de Sofía. Rita cabalgaba sobre Mario y yo penetraba de pie a mi chica que, recostada sobre las sabanas, tenía la cara justo al lado de la de mi hermano. No tardaron en besarse. La mano de Mario pasó por los pechos de Sofía, pero en lugar de encelarme me excité más. Cambiamos de postura y mi hermano comenzó a darle a su novia, a cuatro patas. Fui yo entonces el que se tumbó con Sofía sobre mi cuerpo y la cara de Rita sobre la mía. Nos devoramos las bocas ansiosos mientras jodíamos con nuestras parejas. Fue espectacular. En otra ocasión estábamos sentados en el sofá enrollándonos con ellas cuando Rita se puso a mamársela a Mario. Sofía la imitó y comenzó a chupármela a mí. Ahí estábamos los dos hermanos, repantingados entre cojines recibiendo las atenciones de aquellas mujeres experimentadas y maravillosas. De repente Rita abandonó el miembro de mi hermano y aproximó su boca al mío. Su madre le hizo sitio y empezaron a chupármela entre las dos. Aquello era alucinante, las lenguas iban y venían sobre mi falo palpitante. Sofía se apiadó de Mario y se la metió un momento en la boca mientras Rita me la seguía lamiendo a mí. Era la segunda vez que sentía esos labios aprisionando mi polla, pero esta vez estaba mi hermano, su novio, delante y no le importaba. Sofía volvió conmigo y Rita con Mario y terminamos follando allí mismo.

Llevando aquella marcha que un buen día Sofía me dijera que había hablado con Rita y que le había propuesto un intercambio de parejas no me sorprendió en absoluto. Obviamente accedí. Esa misma noche cenamos los cuatro. La tensión se palpaba en el ambiente. Después de cenar pasamos al sofá y Sofía y yo comenzamos a besarnos. De reojo vi que ellos hacían lo mismo. Fue Rita la que tomó la iniciativa y, dejando a mi hermano, me atrajo hacia sí. Habíamos hecho cosas parecidas en nuestros juegos, pero se notaba que aquella vez era especial, que ambos sabíamos que acabaría de otra forma. Cuando me quise dar cuenta Mario estaba enzarzado con Sofía y Rita y yo nos habíamos alejado. Le dije lo mucho que la deseaba desde el día en que me la chupó. Confesó sentir lo mismo, no sé si por cortesía o con sinceridad, pero me sentí bien al oírlo. La besé por todas partes, le mordí los pechos, no tan grandes, pero más firmes que los de su madre y le acaricié ese coñito con el que tanto había soñado y que pronto iba a ser mío. Ella volvió a meterse mi polla en su boca como aquella primera vez que no conseguía olvidar. Estuve cerca de correrme entre sus labios como entonces, pero se frenó a tiempo. Ella tenía el control y yo solo era un peluche entre sus brazos… y pronto lo sería entre sus piernas. Más que penetrarla yo, se penetró ella con mi miembro. Tumbada sobre mí, se movía como quería, arrancándome placer y dulzuras que le decía al oído y que ella correspondía agradecida, sobre lo mucho que la deseaba y lo que había esperado ese momento. La besaba, le agarraba el culo, sentía sus pezones en mi pecho y mi verga entraba y salía de su vagina perfectamente lubricada como si se hubiese creado para eso. Cuando detectaba que me iba a correr, paraba o ralentizaba sus movimientos. Conocía mejor mis reacciones que yo mismo, debían ser parecidas a las de mi hermano. Finalmente llegamos los dos a la vez, mientras mi lengua se hundía en su boca. Inundé su coño con mi esperma, creo que eyaculé como nunca antes en mi vida.

Confieso que cuando Rita me propuso lo del intercambio me puse un poco celoso. Que el capullo de mi hermano se la tirase no me hacía ninguna gracia. Habíamos tenido ya algún contacto de ese tipo haciendo el amor los cuatro y tampoco había pasado nada, pero eso eran besos y poco más, que se la metiera a mi chica era otra cosa. Por otra parte me moría por follarme a mi suegra. Verla con mi hermano, las provocaciones de Rita, preguntándome con voz de niña buena si me gustaban las tetas de su madre justo antes de llegar al orgasmo… todo eso había conseguido aumentar mi deseo hacia ella a límites insospechados. Al final tenía que pasar y, en efecto, pasó. Me preocupó un poco que la iniciativa la tomase Rita. ¿Deseaba ella estar con mi hermano? Si era así nunca había dado muestras de ello. No parecía que mi hermano le gustase ni pensase en él de esa manera más allá de la lujuria de nuestras noches compartidas. Podía servirse de él para su placer como de un vibrador, pero no le excitaba especialmente. No como yo. Simplemente se veía envuelto en la ola de erotismo que se había establecido entre los cuatro. O eso quería pensar.

Llegado el momento todo fue más fácil de lo que pensaba. De nuevo tomó la iniciativa mi novia y morreó a mi hermano, pero estaba tan pendiente de lo que iba a hacer con Sofía que no me importó. Por fin la besé a gusto, me comí sus tetas, la abracé con libertad, olvidando nuestra diferencia de edad y que era la novia de mi hermano. Entendí lo que le atraía de ella, en la cama Sofía era una fiera. Además te hacía sentir seguro, como si fueras todo un semental. Me lancé sobre ella y se la metí en la postura del misionero. Mi pecho se resbalaba sobre sus impresionantes tetas, nos besábamos y la follaba con energía. Con ese ritmo no tardamos mucho en corrernos, pero seguimos abrazados, haciéndonos arrumacos. Miguel y Rita seguían a lo suyo y los estuvimos observando. Ella tenía el control del polvo y él se dejaba llevar como un muñeco. Mis celos desaparecieron. Yo me había follado a la novia de mi hermano, pero mi hermano no se estaba follando a la mía. Era ella la que se lo follaba a él. Sonreí mientras acariciaba a Sofía. A ella también le gustaba la escena. Supongo que le complacía ver a su hija feliz. A quien unos meses antes me hubiera dicho que iba a ver algo así le hubiera llamado mentiroso.

-Miguel, ¿recuerdas cuando hicimos el primer intercambio de parejas?

-Precisamente estaba pensando en eso ahora.

-Joder, como disfrutamos. Por cierto, siempre me he preguntado algo. Cuando nos pillaste follando a Rita y a mí en casa. ¿Qué te dijo ella para convencerte de que no les dijeras nada a los papas?

-Coño no me acuerdo. Con Rita no era lo que decía sino como lo decía.

Aquello era cierto. Mi Rita era una mujer muy persuasiva. En aquel momento sonó el teléfono. Era ella. Había cambiado de opinión. Podíamos quedar aquel mismo fin de semana. Se me puso dura al oírlo. Colgué y con una sonrisa me dirigí a Miguel.

-Adivina.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jomabou@alumni.uv.es

 

Relato erótico “Niña curios 2” (POR LEONNELA)

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Salía del instituto, con la mochila al hombro y la carita aún inocente, quien hubiera sospechado que bajo ese uniforme, se escondiera una mujer que ya había despertado a la lujuria; me había adelantado a mis amigas, quienes exhibían con orgullo sus experiencias de novios que no pasaban de unos cuantos besos y las mas lanzadas de algunas caricias atrevidas, pero yo, que hasta un día antes me emocionaba imaginando lo que se siente dar un beso, en cuestión de horas ya había gozado de la sensación de un orgasmo y aun mas de haber sido precisamente quien había provocado una calentura a mi tío.

Me sentía diferente, era tonto pero tocaba mis labios como si algo en ellos hubiera cambiado, sentía que en mi cuerpo había quedado un rastro de sus besos, percibía mis manos como si aun guardaran el aroma de su sexo, y mi vagina conservaba la sensación de haber querido ser desflorada. En  lugar de caminar flotaba por el patio, una mezcla de emociones me tenían sensible, miedo, intranquilidad, alegría, satisfacción; había disfrutado del sexo, y definitivamente había actuado como toda una chica mala.
Mis ojos se iluminaron y mis temores se quedaron en la calzada, cuando le vi arrimado sobre su auto, esperándome, sentía que mis piernas temblaban y sucumbía ante esa mirada dulce que me regalaba, cielos!!  Era como un hermoso dios pagano y yo quería ser su ofrenda…su bocado.
Lastimosamente la mujer atrevida de la noche anterior en este momento me abandonaba, dejándome con las mejillas sonrosadas, la mirada rehuyente y una timidez para afrontar ese encuentro.
Abrió la puerta y sin cruzar palabra me acomodé en el asiento, puso algo de música, y pretendiendo relajarme preguntó:
_Como estuvieron las clases chiquita?
_Bien, lo de siempre, pero… no esperaba que me vinieras a buscar.
_Quería saber como estabas… nena, esto es muy difícil para mí,  aunque soy un adulto estoy temblando por dentro sin siquiera saber que decir, pero debemos hablar de lo que pasó anoche. Te parece si vamos a comer algo?
_Si, respondí sin dudar.
Manejó por la avenida principal, íbamos a una zona de cafeterías, café? yo? a quien se le ocurre, vaya que en verdad mi tío estaba despistado, en fin, dejé que manejara por donde quisiera. Aparentemente me distraía viendo los escaparates de los centros comerciales, pero mi cabecita estaba pensando en lo que nos diríamos allá.
Estacionó el coche, y cambió la cafería por un restaurante, subimos al piso superior, no era muy amplio pero era agradable, estaba construido en madera, la decoración era acogedora y el ambiente discreto,  escogimos una mesa que se ubicaba en una parte reservada, pues teníamos mucho de que hablar y no queríamos la mirada de nadie intimidándonos.
Me acaricio la mejilla
_Eres preciosa, dijo guiñándome un ojo, ni siquiera yo soy más guapo que tú
Que chiste mas malo, reí dándome cuenta de que intentaba  romper la frialdad
_Así me gusta verte chiquita,  sonriente, feliz, te prometo que no volveré a hacer algo que otra vez ponga tristes esos ojitos.
_Tío hay algo que quiero saber…que sientes por mi?
Golpe maestro…, le dejé noqueado varios segundos antes de que pudiera responder:
_Podríamos empezar por las preguntas fáciles?… Mentira mi niña, claro que se lo que siento por ti, mira tienes 18 años verdad?
 _Sí, soy toda una mujer dije muy ufana.
_Ahhh con que la nena a demás de altanera me resulto vanidosa eh? Reímos juntos.
_Pues bien durante 18 años, haz sido la niña de mis ojos, mi consentida, mi dulce sobrinita a la que he visto como mi hermanita o quizá hasta como mi hija por nuestra cercanía, pero ahora estoy tan confundido, como sé que tu debes estarlo, no se que me pasó,  porqué deje que las cosas llegaran a ese punto contigo, se que no debió suceder….

Mientras él se esforzaba en darme mil explicaciones sobre  lo sucedido, yo no podía dejar de mirar sus labios mientras dibujaban las palabras que amorosamente formaba, miraba también su rostro, sus ojos oscuros con pestañas largas y rizadas, el cabello como despeinado, la vestimenta de moda que usaba, las pulseras de hilo que tenia amarradas, todo, cada detalle suyo, todo me importaba…también cruzó por mi cabeza, su piel bronceada, sus hombros anchos, su pubis con el vello casi al ras, su pene duro apuntando a mi….

_Entiendes mi niña? Entiendes lo que te digo?
_Ahhhhh sí tío, que no volverá a pasar porque…estas arrepentido dije dejándole sentir mi tristeza.
_Mi amor, es lo mas hermoso que me ha pasado, pero un día me agradecerás que no vayamos más lejos, es mejor para ti.
Comíamos en silencio y no pude evitar que un par de lagrimas se me resbalaran, el no entendía nada, no sabía todo lo que yo sentía, para el solo fue una noche de excitación pero para mi, era mi sueño hecho realidad… me levanté y salí corriendo al sanitario, no quería que me viera llorar.
_Dianita, abre por favor!
_No te preocupes tío estoy bien, dije ya calmada
Salí y me abrazó muy fuerte quedándonos así  varios segundos, ojala se hubiera podido detener el tiempo en ese momento…
Tímidamente susurre:
_Tío, yo no tengo los ojos tristes por lo que pasó, ni estoy confundida, quizá estoy algo asustada pero se exactamente lo que quiero…mas bien lo que me gustaría contigo…toqué suave sus labios rozándolos, sintiendo su humedad…miré en sus ojos un instante de duda, que no estaba dispuesta a desaprovechar.
Di unos pasos alejándome de él, empujé la puerta de ingreso al sanitario, y volteándome le dije:
_Ven Martín, ven conmigo…
Entrecerró los ojos y apretó los puños, sé que escuchaba cánticos celestiales, y ni el mismo infierno le podía poner una tentación tan grande…
_Dianita…yo…yo…
Me acerqué y tomándole de la mano, le conduje al interior. Acaricie sus mejillas, y como si sedujera  a un chiquillo murmuré:
_Tranquilo, no tengas miedo, estás conmigo…con Diana… con tu Dianita…
Me pegué a él buscando su calor, nos besamos con intensidad, su lengua recorría mis labios, besaba mis comisuras y entraba en la profundidad de mi boca, sus manos acariciaban mi espalda, y bajaban a mis caderas, juntaba su pelvis con la mía, ya nada podía detenernos, 40 minutos de charla quedaban en nada, las palabras se las llevaba el viento porque nuestro deseo y nuestra carne era superior a lo que sabíamos correcto, sus manos tocaron mis pechos estremeciéndome entera, bajó por mi cuello, por mis hombros, desató mi brasier y alzándome la blusa buscó mis pezones, los besaba, y yo gemía despacito; alzó mi falda, y con desesperación la metió  entre mis muslos haciendo a un lado mis braguitas, suspiró cuando se deslizó por mis labios encontrando humedad, sacó sus dedos mojados, los metió a su boca lamiendo mis jugos y me volvió a besar para compartir conmigo su sabor.
Me abrazó por detrás con furia,  su pelvis chocaba contra mis glúteos, sentía como punzaba su pene contra mi, y moviendo su cadera rítmicamente me hacia saber a través de la ropa lo que es una buena estocada, no podía mas que expulsar mi cola hacia atrás, demostrándole que sabía lo que hacía, no era ninguna chiquilla, y tampoco quería parecerlo. Gemía sintiendo como mi cuerpo se preparaba al goce, a recibir lo que él quisiera darme…
Unas  voces acercándose nos dejaron helados, bueno a él, porque a mi me pareció gracioso y reí suavemente, Martin me cubrió la boca obligándome a callar aunque casi se me escapaba la risa.

Desesperado me hacia señas de permanecer en silencio, y mientras el sufría, por que podríamos ser descubiertos yo maliciosa jugaba a pasar mis manos  entre sus muslos, sintiendo toda la potencia de su masculinidad, bajé la cremallera de su pantalón y metí mis dedos en búsqueda de su tesoro, lamí suave, besé su cabecita e intenté introducirlo completo en mi boca, bueno al menos hasta donde podía, aún no sabia de técnicas ni era la experta que ahora soy, simplemente lo hacia como podía, pero para sus ojos, corrección, para su pene en ese momento era la mejor mamada del mundo.  Que excitante y a la vez que divertida  situación, el pobre no sabía si dejarse llevar por la sensación de susto o de placer…

Al poco rato sonó el ruido del agua escapando por el inodoro y los murmullos se acallaron; riendo  salimos despavoridos hacia nuestra mesa.
_Niña, en dos días cambias mi vida, primero me vuelves un loco pervertidor de sobrinas y ahora un depravado exhibicionista…a quien saliste así de loquita eh?
Mirándolo como si lo que me dijera fuera un halago, me levanté de la silla y plantándole un beso en la mejilla murmuré a ti tío, a quien mas?
 Terminamos de almorzar, mientras  cancelaba la cuenta me adelanté a esperarle en el auto.
_ A donde iremos?
_A donde? A tu casa tontita, mira la hora que es…se me hizo tardísimo para llegar al trabajo.
_Pero valió la pena o no? tío.
_Ay niña!! …niña…niña.….
Hizo una llamada telefónica, creo que a su trabajo justificando su demora y empezó a conducir, al llegar a un cruce que daba a una calle secundaria, chispeando sus ojos de malicia murmuró:
_Amor, quieres terminar lo que empezaste en el baño del restaurante?
Sorprendiéndole respondí:
_No es lo correcto, es mas,  recuerdo que  textualmente dijiste que no volvería a pasar… y yo soy muy muy obediente, dije sarcásticamente
_Perdona, perdona no se lo que digo, pero es que contigo paso de la dulzura a la lujuria en un par de segundos…
Llegamos a casa, iba a despedirse, pero me anticipé
_Espera tío,  me gustaría continuar con lo que empecé en el restaurante…claro…si me alcanzas….
Corrí al interior, el reía persiguiéndome,  crucé la sala, subí a brincos los escalones, iba a entrar a  mi habitación pero un recuerdo me abofeteó:….el altillo….la bodega…..Raquella….
Raquella ya era historia, pero aun quedaba el altillo y la bodega, corrí hacia allá. Al fin la vida me recompensaba en la misma bodega que marcara mi sexualidad, esta vez no me sacaría de la habitación, ni me quedaría tras las puertas a oír sus gemidos.
Busqué sus labios, hambreando sus besos, su lengua, su saliva, me deslicé hacia abajo hasta dejar mi rostro sobre su bragueta, su pene punzaba a través de la tela y crecía cada  vez más. Desaté la correa… bajé el cierre… el bóxer….escapó el rehén… si, aquel prisionero que clamaba por ser encarcelado en mi boca. Percibí el aroma de su sexo, aleando mi saliva con su semen…
_Así amor asiii lámelo, abre más esa boquita y deja que entre hasta donde resistas…. esoo, despacio, sácalo…mételo…sácalo, mmm mi niña sí que aprendes rápido….huyy huyy huyy…
_Tío déjame intentarlo sola…o acaso no te estoy demostrando que puedo hacerlo muuuy bien!!
_Ay!! Mi niña, mi niña curiosa, como me enloqueces!!
Le empujé contra la pared, de forma que quedara arrinconado, mientras yo de rodillas impregnaba en mi rostro ese aroma especial que aun ahora no se definir, pero sin embargo siempre me transforma en una putica hambrienta por complacer.

Su miel dejaba rastros en mis mejillas, en mi cuello, en mis pechos mientras mis manos amasaban sus testículos; no resistí las ganas y yo misma separe sus piernas haciendo que mi lengua alcanzara a lamer sus nueces, succionándolas suavemente al ritmo de sus gemidos, me fascinaba descubrir que con simples lengüetazos en sus ingles su pelvis contorsionaba, empujando hacia adelante como si su pene se desesperara por encontrar refugio en mi boca, se lo chupe varios minutos jugando en su glande y poco a poco bajaba hasta llenar mi boca de casi toda su arma, alternaba movimientos lentos y luego lo hacia rápido siguiendo la guía de sus manos aprisionadas en mi cabello.

Entraba y  salía, mi saliva facilitaba el movimiento de mete y saca… ¡¡cómo amaba sus ojos enloquecidos, su rostro distorsionado, y su sexo alborotado de placer.
Jamás había imaginado que era tan fácil enloquecer a un hombre, y aquella tarde descubrí lo maravilloso de hacer sexo oral; sin duda fue un buen inicio para que se convierta en mi práctica favorita, sin embargo mi curiosidad y mis ganas exigían mas…
Le obligué a sentarse, y separando mis piernas pretendí jugar  más profundo, levanté mis caderas y me acomodé sobre su punta,  mi coñito chocó provocándome dolor pese a toda mi humedad. Lo sujeté con mi mano y lo hacia rozar por entre mis labios,  acariciaba mi clítoris con él, pero mi calentura pedía mucho mas que  eso…así que intenté introducírmelo.
_Espera niña ….espera….
Mis movimientos parecían no entender…quería sentirlo dentro, moviéndose sinuoso, resbalando por ese camino que sabia me daría aun mas placer, pero Martín se detuvo, tenía miedo de penetrarme, por temor, por sensatez, por sentimiento de culpa, quien sabe porqué.
_Tío mírame, así como te gusto a ti….a otros también, no necesito hacer ningún esfuerzo para tener un novio y perder mi virginidad, pero yo quiero, deseo, y sueño perderla …contigo…solo contigo….
Me abrazó emocionado, mi jugada había  sido perfecta…
Tomando mi saliva se lo embadurnó entero, desde la base hasta la puntica, lo tenía durísimo, y sosteniéndolo fuerte, a la vez que lo agitaba me mostró cuan dispuesto estaba a coronarme.
 Inicio un juego de vaivén y poco a poco el glande empezó a entrar, haciéndome  gemir desesperada, se detuvo un par de segundos y dijo:
_Mi amor es tu última oportunidad para salir corriendo porque que si no lo haces en dos segundos, nadie te salvará de que te lo dé completito…
Mi piel se erizó ante aquellas palabras  y como respuesta  me abrí lo que más pude invitándole a entrar, su pene empezó a empujar más fuerte, centímetro a centímetro, abría mi sexo, dolía, quemaba, empujó un poco mas desgarrándome  hasta el alma… grité mientras él se detuvo quedándose totalmente  quieto en lo profundo de mi ser.
Poco a poco sus movimientos se incrementaron entraba y salía con suavidad, sentía como mi cuerpo se llenaba, como mi carne era ensartada, y a medida que repetía la acción, el dolor disminuía y solo me dejaba una sensación de querer morirme, de querer matar, de querer quien sabe qué.
Desde lo más profundo de mi ser, sentí como una ola de contracciones me devastaba, era como si un huracán arrasara hasta la playa de mi vulva, formando remolinos de palpitaciones que de tanta intensidad me  hacían levantar la pelvis, apretar los dientes y sin piedad clavarle las uñas, simplemente exploté, exploté con la más grande felicidad.

Mis paredes internas ahorcándolo, parecían absorber sus fuerzas, sus ganas, su hombría, pues en escasos segundos, empezó empujar con más fuerza, como si hubiera estado haciendo un esfuerzo sobrehumano de aguantar hasta saciarme, y ahora inexorablemente se dejaba llevar, empujo una vez más quedándose pegado a mi sexo, mientras nuestras transpiraciones, nuestros fluidos y nuestros gemidos se volvían uno solo.

Su semen llenaba mi útero, y al descender me regalaba nuevos latidos que me volvían a hacer gemir, su dedo ayudó acariciando mi clítoris;extraña y fácilmente me volví a correr. Su esperma resbalaba por mis ingles, mientras él con cara de la más grande felicidad, sostenía su pene dormido, manchado…. por un hilillo de sangre.
Cayó junto a mi, inhalaba profundo y sin embargo parecía ahogarse; poco a poco nuestra respiración fue calmándose
_Al fin soy totalmente tuya solté en un suspiro
Mientras acariciaba mi cola susurró:
_Sí mi amor ya eres mía, pero no totalmente…. aún te falta mucho por aprender…
Sonreímos y quedamos mirándonos tan profundamente como si nuestros ojos buscaran su propio orgasmo….
Unos minutos después, me trepé sobre él y pícaramente susurré:
_Y qué es eso….que aún me falta aprender?
_Jajaja …Curiosa!! Dijo mientras me besaba nuevamente…
Muchisimas gracias a quienes calificaron y dejaron sus comentarios en mi primer relato, espero me acompañen en la lectura de la tercera parte.
 
 
 
 
 

Relato erótico: “El anito de Anita (01)” (POR ADRIANRELOAD)

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La historia que les voy a narrar ocurrió cuando había acabado el primer año de estudios en mi universidad y me disponía a disfrutar unas tranquilas vacaciones de verano… solo que algo… mejor dicho alguien alborotaría todo mi mundo…

Ese verano llego a mi casa mi primita Anita, hija del hermano menor de mi padre, que vivía como agricultor, trabajando las tierras de la familia de mi padre en un pequeño pueblo del sur del país.

La familia de Anita estaba pasando por algunas dificultades económicas, hubo una mala cosecha, así que decidieron enviar a su hija mayor con mis padres (sus tíos), para que pase las vacaciones de verano, mientras ellos solucionaban sus problemas económicos.

A ella la había visto por última vez hacia unos años cuando aún era una niña y vaya que el tiempo no pasa en vano… ahora Anita era una llamativa adolescente. Ella tuvo un desarrollo precoz, razón por la cual usaba brasiere a los 10 años, al parecer tuvo un desarreglo hormonal o algo parecido, cosa que los médicos intentaron controlar con unas pastillas… y por lo que ahora veía (doy gracias por ello)… las pastillas no surtieron mucho efecto.

Bueno, Anita media unos 1.60m, con un busto apetitosamente desarrollado (no enorme pero si bien formado), un trasero que era un delicia (redondeado y firme), ojos pardos, piel trigueña clara y cabello castaño oscuro y largo, hasta la mitad de la espalda… y con una sonrisa de niña traviesa que te mataba…

Cuando la vi, casi se me arma la cuestión en medio de la sala y frente a mis padres… para aliviar la carpa que se estaba armando en mi pantalón tuve que pensar en cosas muy desagradables… y para completar mi martirio… Anita se quedaría a dormir en la habitación frente a mi cuarto.

Anita comenzó a ayudar en las tareas domésticas, ganándose el cariño de mi madre, con la que iba de arriba abajo al mercado y hacer compras menores. Conmigo Anita se comportaba amablemente pero un poco cohibida, parecía ser muy inocente la muchacha, después de todo, venia de un pueblo chico.

De mas esta decir que los chicos del barrio le echaron ojo, y me fastidiaban, el que menos me decía “cuñado” y otras palabras más subidas de tono. Si supieran que yo también quería ponerle las manos encima a esa jovencita que todos creían que tenía 18 años o más, pero estaba en mí contra el ser de su familia y que ella era menor de edad. Así que si se me ocurría hacer algo de seguro que se armaba un pandemónium en el seno familiar.

La tarea también seria difícil con mi madre como su protectora… por mi parte me deleitaba mirándola cada vez que podía, sobre todo cuando barría, con esos shorts cortitos, y meneando su jugoso trasero… claro que tenía que hacerme el loco y disimular cada vez que mi madre pasaba.

Un sábado caluroso, a mi madre se le ocurrió la genial idea de que saque a mi primita a pasear, porque solo salía con mi madre o se la pasaba encerrada en la casa, era joven y necesitaba también salir y conocer la ciudad…

Pensar que mi madre quería que la lleve a conocer mi facultad, quizás para que se motive a estudiar más adelante. Pero era una terrible idea, después de ver a mi prima, mis amigos de universidad irían a mi casa bajo cualquier pretexto, solo para intentar conquistar a mi prima.

Para mi suerte, note que la idea le pareció un poco aburrida a mi prima, yo también la desanime más diciendo que estando de vacaciones todos, la universidad estaría vacía… A dónde iríamos?… como hacía mucho calor… y para completar mi martirio… a la niña se le dio el antojo de ir a la piscina.

Por un lado sería un agradable espectáculo visual ver a mi primita con menos ropa que de costumbre, ver sus armónicas formas en vivo… y por otro lado sería una tortura, era como decir: mira pero no toques… aunque tal vez podría darme maña para tocar algo, pero “casualmente”.

Se me ocurrió llevarla a una piscina en las afueras de la ciudad, ya que no quería encontrarme con ningún inoportuno amigo o conocido del colegio, barrio o universidad, menos aun con algún familiar que reconozca a mi prima.

A pesar de que Anita usaba un traje conservador, de una sola pieza, sus curvas resaltaban nítidamente, despertando las miradas de varios lobos, que más me incomodaban a mí que a ella. Parecía no darse cuenta de los prodigios que la naturaleza le había dado, y que los hombres estamos acostumbrados casi por instinto a observar.

A medida que transcurría la mañana ella me iba tomando más confianza, se soltó más y comenzamos a bromear de cosas triviales. Hasta que se me escapo un comentario sexual, y note que se sonrojo, así que intente no ir por ese rumbo para no incomodarla. Hasta que me dijo:

– Primo, vamos al agua… mi dijo sonriendo como niña.

– Está bien, pero ya va siendo hora de que me llames por mi nombre… o es que acaso estoy muy viejo?… le pregunte casi coqueteándole, pero dudaba que ella lo supiera.

– No, para nada “Juan”, dijo haciendo énfasis en mí nombre con una coquetería que hasta ahora no le había escuchado, y agrego: pero ven, vamos a bañarnos.

Entramos al agua, y note como sus pechos se endurecieron rápidamente al contacto con el agua fría, sus pezones resaltaban a través del traje de baño, me provocaba morderlos, degustarlos, succionarlos… afortunadamente ella comenzó a nadar antes de que pusiera en práctica esta idea.

Ese día nadamos, jugamos en el agua, entre juego y juego yo buscaba la manera de acercarme y tocarla de manera discreta para no despertar su desconfianza. Así logre rozar sus pechos, sus muslos y le daba uno que otro abrazo cariñoso… ufff estaba en la gloria, con sus senos abriéndose contra mi tórax y sus pezones marcando mi pecho.

Ella correspondía mis abrazos con risitas inocentes que me hacían dudar de mi proceder, luego ella se alejaba echándome agua y riendo traviesamente. Note como otros me envidiaban y como les hubiera gustado estar en mi pellejo. Anita también llego a notarlo, sobre todo por un tipo que parecía que nunca había visto a una mujer, su mirada lujuriosa comenzó a incomodarla.

– Oye Juan ese señor no deja de mirarme… me dijo un poco nerviosa.

– Quieres que hable con el… le dije, cuando en realidad yo quería caerle a golpes, ella se dio cuenta de mis intenciones.

– No, no… No te busques problemas… solo… solo pretende que eres mi novio… así sabrá que no estoy sola y se cansara de mirar… me pidió Anita intentando calmarme.

– Está bien… le dije, pero aún estaba molesto, así que no preste mucha atención a sus palabras.

– Ven vamos a la orilla… me dijo temerosa, tomándome de la mano.

Estando en la orilla de la piscina ella trataba de cambiar de tema para distraerme, hasta que…

– Ahí está de nuevo… me dijo nerviosa.

Hice un ademan de querer salir del agua, quería arreglar cuentas con ese tipejo que acosaba con la vista a Mili y nos incomodaba a ambos… pero ella me tomo de un brazo.

– Ven… abrázame… diciendo esto se colocó delante mío y me abrazo.

Al sentir nuevamente los pechos de Anita me olvide de todo lo demás… luego ella se volteo, apoyando su espalda en mi pecho, tomo mis manos y las dirigió suavemente a su cintura. Instintivamente la apreté contra mí y su voluminoso trasero se hundió en mi ingle… los latidos de mi corazón iban en aumento, al igual que mi erección.

Sus nalgas fueron separándose dando paso a mi inminente erección… yo casi ni respiraba, por temor a tener una eyaculación precoz. Anita no se quejaba, tal vez ni cuenta se daba, porque estaba más pendiente de aquel acechador que ahora había entrado al agua.

– Ahí viene… me dijo temerosa.

Se volteo, sus pechos quedaron nuevamente hundidos contra mi tórax, llegue a ver que ese tipo se acercaba nadando y lo mire con odio. Anita me tomo del mentón e hizo que girara mi cabeza hacia ella, una vez que obtuvo mi atención, me miro con ternura y luego… bueno, luego… me beso…

Me agarro frio, me tomo por sorpresa, al principio no supe cómo reaccionar… después recordé sus palabras “pretende que eres mi novio”… y le devolví el beso con igual o mayor intensidad con que ella me lo brindaba. Parecía no estar fingiendo, y si lo hacía… entonces era muy buena fingiendo.

– Uhmmm… sentí un leve gimoteo en su agitada respiración.

Sus cálidos y húmedos labios se paseaban, se deslizaban por los míos, y yo los apresaba con pasión. Aunque algunos de sus movimientos eran un poco torpes y denotaban su poca experiencia, esto era recompensado por una mezcla de ternura y pasión que imprimían sus labios.

No sé si fueron segundos o minutos los que estuvimos así, solo sé que al terminar el beso (no por causa nuestra, sino porque un inoportuno nos salpico con agua), yo la tenía bien asida por la cintura, sus brazos rodeaban mi cuello, nuestras piernas estaban entrelazadas y el rostro de satisfacción que ella demostraba era evidente, supongo que el mío también.

Luego volviendo en si, dándose cuenta de la situación, se alejó un poco y miro alrededor y nos notamos que aquel acechador había desaparecido… ¿cuánto tiempo habría pasado?…

– Esteee… creo que va siendo hora de irnos primo… me dijo un poco avergonzada.

– Si, tienes razón… respondí un poco confuso al sintiendo que aun manifestaba cierta erección.

Ella salió del agua, le vi nuevamente su bien formada silueta húmeda, hasta que se cubrió con la toalla:

– Juan ¿por qué no sales del agua?… pregunto curiosa.

– Si dentro de un ratito salgo, voy a darme un último chapuzón… le dije, no podía salir hasta que se me bajara la calentura y menguara mi erección.

A los pocos minutos salí, nos cambiamos y regresamos a casa. En el camino casi no hablamos, en realidad estábamos cansados, adormecidos y pensativos por lo sucedido…. estando a punto de llegar a casa, ella se animó a hablar:

– Sobre lo que pasó en la piscina… acerca de aquel señor y luego… me dijo avergonzada.

Viendo por donde iba el enredo en su ingenua cabecita y sin dejarla terminar, le respondí:

– No te preocupes… no diré nada… si tu no dices nada… dije calmándola.

Anita me sonrió tímidamente, aun no convencida.

– Este será nuestro secreto… no dejemos que lo sucedido arruine el lindo día que pasamos en la piscina… agregue, tratando de calmarla.

– Si, tienes razón… me contesto más animada.

Al llegar a casa, mi madre nos esperaba con una merienda y preguntas:

– ¿Y cómo les fue?

– Yo me divertí… le dije y recordando el incidente del beso, mire a mi prima y le guiñe un ojo.

– Yo también me divertí mucho tía… dijo y me miro con una sonrisa traviesa de complicidad.

Acto seguido Anita le conto a mi madre todo lo que hicimos… bueno casi todo… lo que vio en el camino a la piscina y otras cosas a las cuales yo no prestaba mucha atención porque seguía recordando la figura de mi prima, su suave piel y sobre todo aquel ingenuo pero ardiente beso.

Afortunadamente un amigo de la facultad me llamo, y me invito a una fiesta que organizaba por el final del ciclo. Acepte de inmediato, quería quitarme de la cabeza aquel episodio con mi prima, para que no perturbara mi vida familiar cotidiana.

Pase horas bebiendo y bailando con chicas que estaban lejos de tener el cuerpo de mi prima, claro que vestidas más llamativas con ropas más cortas, pero con menos que mostrar. Así, un poco decepcionado de no encontrar quien me haga olvida a Anita… volví a mi casa completamente ebrio… ya saben cómo es, el piso se te mueve y todo te da vueltas…

No quise despertar a mis padres ingresando por la ruidosa puerta del frente, así que entre sigilosamente por la puerta de atrás, que da a un jardín. Tambaleante me acerque a la casa, sentí curiosidad por ver a mi primita, el alcohol en mi organismo había desatado mi libido.

Tratando de hacer el menor ruido posible, me acerque a la ventana de su cuarto… y tan grande fue mi sorpresa por lo que vi, que prácticamente me saco de mi estado etílico…

Aquella muchachita inocente y dulce a mis ojos, a quien yo no deseaba desgraciar por su corta edad y sobre todo por mi parentesco familiar, yacía en la cama, retorciéndose de placer… un placer provocado por sus propios dedos: acariciando su núbil pero poblada vagina, metiéndose su dedo medio y temblando con cada entrada en su conchita húmeda… apuraba sus movimientos parecía llegar al clímax.

Yo miraba atónito, agazapado en la ventana: ¡Carajo!, si esta niña no es tan inocente como pensaba, entonces como buen primo mayor y con experiencia creo que es mi deber ayudarla… fue lo que me dije y en mi aun alcoholizada conciencia esto me sonó completamente lógico…

Así que ya sin reparos, me dirigí al pasillo que conducía a la puerta de su cuarto:

– Ahora esta muchacha va a saber lo que es bueno… me dije.

Estaba frente a la puerta de su cuarto, gire la perilla suavemente, sin hacer ruido… de pronto alguien prendió la luz del pasillo…

– Por la put… madr… susurre.

Era mi padre… al parecer no había sido tan sigiloso como pensé y en mi irregular andar había pateado una maceta. Al verme mi viejo me dijo enojado:

– Muchacho!… estas tan ebrio que ya no recuerdas donde está tu cuarto… allí duerme tu prima… tu cuarto es el del frente… así que media vuelta y a dormir… mañana hablaremos…

Rezondrado, con el rabo entre las piernas, me dirigí a mi cuarto… pero la calentura tuve que quitármela con una soberbia masturbada. No iba a poder dormir con toda la leche acumulada que tenía después de ver aquel espectáculo que me ofreció mi “inocente” primita.

Solo tenía la certeza que en adelante, mis relaciones familiares con mi primita se iban a estrechar mucho más… más que aquel día húmedo…

Continuara…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: “Luna azul mejor que el viagra” (POR GOLFO)

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La conocí una noche oscura, sin luna, una noche negra, como mi propio estado de ánimo, el malecón, atestado de gente, bebiendo y divirtiéndose, profundizaba mas mi depresión. Como a un zombie, mis piernas me llevaban hacia el café de la Parroquia, mientras mi mente se reconcomía en una espiral autodestructiva

.
El ruido de las cucharitas al chocar con el cristal, tan típicamente jarocho, me hizo reaccionar, en una mesa de la acera, estaba Tito, mi amigo de juergas, un golfo como yo, simpático, cuya apariencia no delataba sus años de borracheras y excesos, por el contrario se mantenía joven, era un cazador avispado, preparado para saltar sobre cualquier presa que llevara faldas, sin importarle, lo mas mínimo, el hecho estar casado (Casado, pero no castrado…. era su frase preferida). A su lado estaba sentada, una de sus tantas amigas.
¡Compadre!-, me llamó, – siéntate con nosotros-, y dirigiéndose a la mujer, le dijo, – Luna, te presento al gachupín mas cabrón que ha llegado a pisar Veracruz-.
A regañadientes, me acerqué. Al saludarla, su aroma, a hembra satisfecha, inundó el ambiente, lejos de hacerme reaccionar, me hundió más en mi propia melancolía. Mecánicamente, me senté en la silla que el mesero, me tendía.
-¡Que onda!, llevaba un chingo de tiempo sin verte-, alegramente comentó mi amigo, -ya no te dejas ver-.
-He estado muy ocupado-, contesté tratando de evadir la contestación.
No me apetecía nada, el convivir en ese momento, quería estar solo. La conversación empezó a recorrer las diferentes peripecias, en la que habíamos estado involucrados, la exageración era el tono predominante, Tito me describía como un superman incansable, cuyas proezas rivalizarían con cualquier actor porno. Tanta alabanza, empezaba a calar en mi interior, a nadie le molesta que le ensalcen, empecé a reirme, a disfrutar. Luna era una morena de pelo corto, atractiva, su escote dejaba entrever unos magníficos pechos, que no me eran indiferentes. La escasez de su falda, mostraba descaradamente unas piernas contorneadas. Ella, sabedora de su atractivo, jugaba con nosotros, unas veces cruzándolas, otras agachándose para que buscáramos con la mirada, entre el canal de sus senos, el inicio rosado de sus pezones.
Las cervezas, que con ansia consumía, provocaron que necesitara ir al baño. De pié, frente al urinario, me dí cuenta que estaba feliz, mis problemas parecían lejanos, el alcohol y la muchacha me habían reanimado, entre mis manos estaba la demostración, lejos de estar en letargo, me pedía acción.
Al volver a la mesa, vi que María, la esposa de mi amigo, le estaba montando la bronca, a voz en grito le reprochaba que fuera tan descarado de exhibir a su amante en publico. Los tres estaban de pié, Luna no sabía donde meterse.
-Hola María-, le dije acercándome, mi mano se posó en la cintura de Luna,- veo que ya conoces a mi novia-, con un beso en sus labios, afiancé mis palabras.
Para la muchacha, fuí su tabla de salvación, pegando su cuerpo al mío, abrió sus labios, dejando profundizar a mi lengua en su boca.
-¿Tu Novia?, pero, Tú, ¿No andabas con una chilanga-, contestó azorada, por el ridículo que había montado, sin dejarme contestar, pidió disculpas a los dos, -Que oso, he montado, parece ser que he metido la pata hasta el fondo, perdonar pero me confundí-.
Tito, estaba atónito, no cabía en si de gozo, por la forma que se había librado, y sin dejar pasar la oportunidad, la acusó de ver moros con trinquetes en todas partes, de ser una celosa incorregible, y magnánimamente le comunicó que la perdonaba, pero que se asegurara antes.
Mientras tanto, seguía abrazado a la muñeca, sus pechos se clavaban contra mi, su proximidad motivó que algo en mí, empezara a crecer, ya no me pedía acción, me pedía una guerra sin cuartel, violenta, larga, inhumana, donde no hubiera prisioneros, donde el final viniera marcado por el cansancio de tanta destrucción.
Con una sonrisa, sin palabras, me demostró que había reparado en mi excitación:
-Mira que eres GOLFO-, me susurro al oído, sin separarse, disfrutando de su control sobre mí, recién adquirido, sus caderas presionaron aun más mis pantalones, reforzando la necesidad imperiosa de salir de su encierro. Sus pezones se tornaron duros, su camisa no pudo ocultar las dos pequeñas montañitas que crecieron en la cima de sus pechos, cuando mi mano empezó a recorrer la curva de su trasero.
De no haber sido, por María que intentando disculparse, nos cortó al invitarnos a cenar, la situación se hubiera vuelto insoportable.
Luna, no me dejó responder, antes que tanto Tito como Yo, pudiéramos buscar una excusa para rechazar la invitación, ella aceptó.
-De acuerdo, pero nos tenéis que llevar, ya que no hemos traído carro-.

Como corderos al sacrificio, fuimos llevados al coche. La cara de mi amigo era un poema, no creía que se pudiera salvar durante la cena, yo, por mi parte, no estaba mejor, sabía que era un peón en manos de las dos mujeres.

 
Contra la costumbre mexicana, donde los hombres ocupan las plazas delanteras, Luna hizo que me sentara a su lado, dejando al matrimonio delante. No habíamos arrancado, cuando ya estaba pegada a mi, y sus manos, sin vergüenza, recorrían mis piernas, concentrándose en la ya demasiada excitada e indefensa presa.
Las dos mujeres charlaban de cosas insulsas, mientras unos dedos se hacían fuertes, asiendo el total de mi extensión, y comenzando a imprimir un movimiento frenético. La situación era morbosa, estaba siendo masturbado, por la novia de mi amigo, en presencia de su esposa.
-Estas muy callado-, afirmó María hablándome,- ¿te ha comido la lengua un gato?.
No podía contestarla, toda mi concentración estaba en evitar correrme. Con un guiño, me hizo saber, que sabía lo que estabamos haciendo en el asiento trasero, y que no le importaba. Luna previendo mi climax, agachó su cabeza, introduciéndose mi pene en su boca. La suavidad de sus labios, y la humedad de su lengua, hicieron el resto, en breves sacudidas exploté, recogiendo ella, hasta el ultimo resto de la lava que salía de la erupción que había provocado.
Incorporándose, me besó, compartiendo conmigo el resto del semen que todavía no se había tragado. Su sabor dulzon me sorprendió, ya que nunca lo había probado, pero lejos de asquearme, me reactivó.
Habíamos llegado al restaurante, las dos mujeres se fueron al baño, mientras el camarero nos acercó a nuestra mesa.
-Gracias-, me dijo Tito,- no sabes como te agradezco el favor, si no llega a ser por ti, me caigo con todo el paquete. ¿Pero, ahora ,que coño hacemos?.
-Disimular-, le contesté sintiéndome mal, le había traicionado en su presencia, y ni se había enterado, y lo peor, es que estaba encantado.
Durante la cena, quizás por no soportar la tensión de tener a la esposa y a la amante sentadas en la misma mesa, mi amigo, el gran vividor, se dedicó a beber sin control, sus copas se llenaban y se vaciaban con asombrosa rapidez. Su mujer, que en otras ocasiones, le criticaba su afición a la bebida, se mantenía tranquila, hasta se podía decir que le alentaba a seguir emborrachándose. Luna, en papel estelar, bromeaba, reía, coqueaba no solo conmigo, sino con Tito, y hasta con María, se sabía la reina, y ejercía. Yo, por mi parte, seguía excitado, mis miradas recorrían ansiosas las figuras de mis dos acompañantes, eran dos mujeres de bandera, diferentes la piel blanca y el pelo rubio de Maria, contrastaban con el color cobrizo y el pelo negro de la muchacha, pero iguales en atractivo.
Al pagar la cuenta, el estado de Tito, era ya lamentable, el alcohol ingerido era demasiado, le costaba hablar, su lengua se trababa, de forma que era inteligible. Decidimos que así no podía conducir, por lo que agarré el coche, para acercarlos a su casa. Durante el trayecto, tuve que soportar que me repitiera mil veces, lo amigo que era mio, que me consideraba un hermano, que gracias a Dios que me había conocido, que era su cuatache….
El peso de su amistad, recayó sobre mí, cuando tuve que cargarle hasta su cama, ochenta kilos de borracho durante un trayecto que se me hizo eterno.
María parecía encantada:
-No te quejes, cuando te vas de pedo con él, la mayoría de las veces, soy yo, quien tiene que subirle, a la habitación, así que, hoy te ha tocado-.
Jodido, y cabreado, le subí por las escaleras, varias veces estuve a punto de caerme rodando por ellas, mientras oía las risas de las mujeres y escuchaba la música, de un cantante de salsa, que habían puesto.
Por fín, conseguí mi objetivo, bruscamente le dejé caer sobre el colchón.
-Quítate al menos los zapatos-, le pedí, como toda respuesta un gruñido, por lo que fui yo el que tuvo que quitárselos, y arroparle. Mi amigo, ya no era el cazador implacable, sino un guiñapo ebrio.
Cuando me reuní con ellas, estaban platicando animadamente mientras se tomaban una cuba.
No hay una para mí-, pregunté, refiriéndome a una copa.
No, hay dos-, me contestó Maria,- vuestra demostración en el carro, me ha puesto cachonda-, mientras me besaba.
Luna, no se hizo de rogar, su mano empezó a recorrer mi miembro, a la vez que se abrazaba a nosotros dos.
Con urgencia, desnudamos a la rubia. EL vestido, al caer, mostró un cuerpo bien formado, sus senos eran mucho mejores de lo que me había imaginado.
-Quiero que me comas entera-, dijo, mientras se sentaba en la mesa del comedor, abriendo sus piernas.
Me fijé en su sexo, depilado, dejando solo un pequeño triangulo de pelos, que como una flecha señalaba mi destino.
Cogí sus pies con las manos, mi lengua comenzó a dibujar círculos, alrededor de su pierna, acercándome despacio hacia abajo. Su excitación era enorme, la esposa de mi amigo, se estaba comportando como una puta. La humedad de su monte, se convirtió en un torrente cuando con la punta descubrí su clítoris. Ya no me pude refrenar, como si fuera un micropene, mi lengua se introdujo en su interior, a la vez que mi mano apretaba el pecho que Luna me había dejado libre. La morena estaba chupando el pezón de la rubia, mientras su mano estaba ocupada estimulándose ella misma.
Esa unión a tres, donde ella era el centro de atención, provocó su orgasmo, sin vergüenza, agarró mi cabeza , para que mi boca se hiciera cargo del río que en ese momento caía sin control sobre la mesa.
Sobreexcitado, me quité los pantalones, y dándole la vuelta, la penetré sin compasión. Luna aprovecho la ocasión para tumbarse en la mesa, y que María se hiciera cargo de su sexo.
Cada vez que mi miembro se introducía en su vulva, su lengua entraba en la de la morena. Poco a poco fui incrementado mis acometidas, mis dedos empezaron a jugar con ella, introduciéndose en su entrada trasera. El sentir que su orificio virgen era violado la excitó mas si cabe, y con sus manos estrujó cruelmente los pechos de Luna.
-Hazlo-, me pidió.
Supe enseguida, lo que quería, sacando mi pene, comencé a restregarlo contra sus nalgas para aprovechar que la humedad facilitaría la maniobra. Ella protestó, lo necesitaba ya, con su mano me dirigió directamente. De un solo golpe, toda mi extensión entró dentro de ella, dos lágrimas fueron la única demostración del daño. Ya no era persona, estaba dominado por la urgencia, usé su pelo como riendas y cabalgué directamente hacia mi destino, explotando y llenándola de mi semen.
Agotado, me tumbé en la mesa, Luna se acercó pidiendo su ración.
-Espera un poco que me recupere-, le pedí,-si lo hubiera sabido me habría tomado antes, una de esas pastillas azules-
Para qué necesitas Viagra, teniendo a la Luna azul- Me contestó, mientras sus labios se abrían para recibir su promesa,
Tenía razón:
¿ Para que quiero el Viagra teniendo a Luna azul?

 
 


 
 
 

“Millonario y dueño de un harén, gracias a un ladrón” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Nuestro protagonista estaba con un amigo y dos mujeres cuando la madre de una de ellas le abofetea al considerarlo como el causante de todos sus males. En un principio, no reconoce a su agresora y eso le enfurece. La propia hija es la que le informa que años antes y durante una auditoría, había sido él quien acusó al marido de esa loca de haber hecho un desfalco y creyendo en la inocencia de su padre, le pide que descubra quien había sido el verdadero culpable.
Intrigado por el asunto e interesado en la muchacha, investiga y descubre que no se había equivocado en acusarlo pero lo que realmente trastoca su vida es descubrir veinte millones de euros a nombre de la cría en un paraíso fiscal.
Esa situación les pone en un dilema, él sabe donde está ese dinero pero no puede tocarlo y la muchacha es millonaria pero desconoce como hacerse con su herencia.
Entre los dos llegan a una solución….

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B078RN7N83

 

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO EL PRIMER CAPÍTULO:

 
CAPÍTULO 1

La ausencia de papeles amontonados sobre la mesa de mi despacho, engaña. Un observador poco avispado, podría suponer falta de trabajo, todo lo contrario, significa que 14 de horas de jornada han conseguido su objetivo, y que no tengo nada pendiente.
Contento, cierro la puerta de mi despacho y me dirijo hacia el ascensor. Son la 9 de la noche de un viernes, por lo que tengo todo el fin de semana por delante. El edificio está vacío. Hace muchas horas que la actividad frenética había desaparecido, solo quedaban los guardias de seguridad y algún ejecutivo despistado. Como de costumbre, no me crucé con nadie y mi coche resaltaba en el aparcamiento. En todo el sótano, no había otro.
El sonido de la alarma al desconectarse, me dio la bienvenida. Siguiendo el ritual de siempre, abrí el maletero para guardar mi maletín, me quité la chaqueta del traje, para que no se arrugara y me metí en el coche. El motor en marcha, la radio encendida, el aire acondicionado puesto, ya estaba listo para comerme la noche. Durante los últimos diez años, como si de un rito se tratara, se repetía todos los viernes: ducha, cenar con un amigo y cacería.
Iríamos a una discoteca, nos emborracharíamos y si había suerte terminaría compartiendo mis sabanas con alguna solitaria, como yo.
Las luces de la calle, iluminan la noche. Los vehículos, con los que me cruzo, están repletos de jóvenes con ganas de juerga. Al parar en un semáforo, un golf antiguo totalmente tuneado quiso picarse conmigo. Sus ocupantes, que no pasaban los veinte, al ver a un encorbatado en un deportivo, debieron pensar en el desperdicio de caballos; una piltrafa conduciendo una bestia. No les hice caso, su juventud me hacía sentir viejo. Quizás en otro momento hubiere acelerado, pero no tenías ganas. Necesitaba urgentemente un whisky.
Las terrazas de la castellana, por la hora, seguían vacías. Compañía era lo que me hacía falta, por lo que decidí no parar y seguir hacia mi casa.
Mi apartamento, lejos de representar para mí el descanso del guerrero, me resultaba una jaula de oro, de la que debía de huir lo más rápidamente posible. Además había quedado con Fernando y con dos amigas suyas, por lo que tras un regaderazo rápido salí con dirección al restaurante.
El portero de la entrada sonrió al verme. Me conocía, o mejor dicho conocía mis propinas y solícito, me abrió la puerta. Mi colega ya estaba esperándome en la mesa.
―Pedro, te presento a Lucía y a Patricia
Todo era perfecto. Las dos mujeres, si es que se les podía llamar así ya que hace poco tiempo que habían dejado atrás la adolescencia, eran preciosas, su charla animada y Fer, como siempre, era el típico ser que aún en calzoncillos seguía siendo elegante y divertido.
No habíamos pedido el postre, cuando sin mediar palabra, apareció por la puerta una mujer y me soltó un bofetón:
― ¡Cerdo! No te bastó con lo que me hiciste a mí, que ahora quieres hacerlo con mi hija.
Estaba paralizado. Aunque la mujer me resultaba familiar, no la reconocía. Fernando se levantó a sujetar a la señora y Lucía, que resultó ser la hija, salió en su defensa.
― Disculpe pero no tengo ni idea de quién eres― fue lo único que salió de mi garganta.
―Soy Flavia Gil. ¿No tendrás la desvergüenza de no reconocer lo que me hiciste?― contestó.
Flavia Gil, el nombre no me decía nada:
―Señora, durante mi vida he hecho muchas cosas y siento decirle que no la recuerdo.
La sangre me empezó a hervir, estaba seguro que estaba loca, si hubiera hecho algo tan malo me acordaría.
―¡Me destrozaste la vida!― respondió saliendo del brazo de su hija y de su amiga.
Fernando se echó a reír como un poseso. Lo ridículo de la situación y su risa, me contagiaron.
― ¿Quién coño es esa bruja? ― preguntó ― Ya ni te acuerdas de quien te has tirado.
―Te juro que no sé quién es.
―Pues ella sí y te tiene ganas― replicó descojonado ― y no de las que te gustaría. ¿Te has fijado en sus piernas?
―No te rías, cabrón. Esa tía está loca― respondí más relajado pero a la vez intrigado por su identidad.
Decidimos pagar la cuenta. Nos habían truncado nuestros planes pero no íbamos a permitir que nos jodieran la noche, por lo que nos fuimos a un tugurio a seguir bebiendo…

Estaba sonando un timbre. En mi letargo alcoholizado, conseguí levantarme de la cama. Demasiadas copas para ser digeridas. Mi cabeza me estallaba. Mareado y con ganas de vomitar, abrí la puerta. Cuál no sería mi sorpresa, al encontrarme con Lucía:
―¿Qué es lo que quieres?― atiné a decir.
―Quiero disculparme por mi madre― en sus ojos se veía que había llorado―nunca te ha perdonado. Ayer me contó lo que ocurrió.
No la dejé terminar, salí corriendo al baño. Llegué a duras penas, demasiados Ballantines para mi cuerpo. Me lavé la cara. El espejo me devolvía una imagen detestable con mis ojos enrojecidos por el esfuerzo. Tenía que dejar de beber tanto, decidí sabiendo de antemano la falsedad de esa determinación.
Lucía estaba sentada en el salón. Ilógicamente había abrigado la esperanza que al salir ya no estuviera. Resignado le ofrecí un café. Ella aceptó. Esta maniobra me daba tiempo para pensar. Mecánicamente puse la cafetera, mientras intentaba recordar cuando había conocido a su madre pero sobretodo que le había hecho. No lo conseguí.
―Toma― dije acercándole una taza: ― Perdona pero por mucho que intento acordarme, realmente no sé qué hice o si hice algo.
―Hermenegildo Gil― fue toda su contestación.
Me quedé paralizado, eso había sido hace más de 15 años. Yo era un economista recién egresado de la universidad que acababa de entrar a trabajar para la empresa de auditoria americana de la que ahora soy socio cuando descubrí un desfalco. Al hacérselo saber a mis superiores, estos abrieron una investigación, a resultas de la cual, todos los indicios señalaban al director financiero pero no se pudo probar. El directivo fue despedido y nada más. Su nombre era Hermenegildo Gil.
―Yo no tuve nada que ver― le expliqué cuál había sido mi actuación en ese caso, cómo me separaron de la averiguación y que solo me informaron del resultado.
―Fue mi madre, quien te puso bajo la pista. Ella era la secretaría de mi padre. No te lo perdona, pero sobretodo no se lo perdona.
―¿Su secretaria?― por eso me sonaba su cara ― ¡Es verdad! Ahora caigo que todo empezó por un papel traspapelado que me entregaron. Pero no se pudo demostrar nada.
―Mi padre era inocente. Nunca pudo soportar la vergüenza del despido y se suicidó un año después― contestó llorando.
Jamás he podido soportar ver a una mujer llorando, como acto reflejo la abracé, tratando de consolarla. E hice una de las mayores tonterías de mi vida, le prometí que investigaría lo sucedido y que intentaría descubrir al culpable.
Mientras la abrazaba, pude sentir sus pechos sobre mi torso desnudo. Su dureza juvenil, así como la suavidad de su piel, empezaron a hacer mella en mi ánimo. Mi mano se deslizó por su cuerpo, recreándose en su cintura. Sentí la humedad de sus lágrimas al pegar su rostro a mi cara. Sus labios se fundieron con los míos mientras la recostaba en el sofá. Ahí descubrí que bajo el disfraz de niña, había una mujer apasionada. Sus pezones respondieron rápidamente a mis caricias, su cuerpo se restregaba al mío buscando la complicidad de los amantes. La despojé de su camisa, mis labios se apoderaron de su aureola y mis dedos acariciaban sus piernas. Éramos dos amantes sin control.
―¡No!― se levantó de un salto― ¡Mi madre me mataría!
―Lo siento… no quise aprovecharme― contesté avergonzado, sabiendo en mi interior que era exactamente lo que había intentado. Me había dejado llevar por mi excitación, aun sabiendo que no era lo correcto.
Se estaba vistiendo cuando cometí la segunda tontería:
―Lucía, lo que te dije antes sobre averiguar la verdad es cierto. Fue hace mucho pero en nuestros almacenes, debe de seguir estando toda la documentación.
―Gracias, quizás mi madre esté equivocada respecto a ti― respondió dejándome solo en el apartamento. Solo, con resaca y sobreexcitado.
Por segunda vez desde que estaba despierto entré en el servicio, solo que esta vez para darme un baño. El agua de la bañera estaba hirviendo, tuve que entrar con cuidado para no quemarme. No podía dejar de pensar en Lucía. En la casualidad de nuestro encuentro, en la reacción de su madre y en esta mañana.
Cerré los ojos dejando, como en la canción, volar mi imaginación. Me vi amándola, acariciándola. Onanismo y ensoñación mezcladas. Sentí que el agua era su piel imaginaria, liquida y templada que recorría mi cuerpo. Mi mano era su sexo, besé sus labios mordiéndome los míos. Nuestros éxtasis explotaron a la vez, dejando sus rastros flotando con forma de nata.
Al llegar a la oficina, solo me crucé con el vigilante, el cual extrañado me saludó mientras se abrochaba la chaqueta. No estaba acostumbrado a que nadie trabajara un sábado:
«Algo urgente», debió de pensar.
Lo primero que debía de hacer era localizar el expediente y leer el resumen de la auditoría. Fue fácil, la compañía, una multinacional, seguía siendo cliente nuestro por lo que todos los expedientes estaban a mano. Consistía en dos cajas, repletas de papeles. Por mi experiencia, rechacé lo accesorio, concentrándome en lo esencial. Al cabo de media hora, ya me había hecho una idea: la cantidad desfalcada era enorme y el proceso de por el cual habían sustraído ese dinero había sido un elaborado método de robo hormiga. Cada transacción realizada, no iba directamente al destinatario, sino que era transferida a una cuenta donde permanecía tres días, los intereses generados que operación a operación eran mínimos; sumados eran más de veinte millones de dólares. Luego, esa cantidad desaparecía a través de cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La investigación, en ese punto, se topó con el secreto bancario imperante a finales del siglo xx pero hoy en día, debido a las nuevas legislaciones y sobre todo gracias a internet, había posibilidad de seguir husmeando.
El volumen y la complejidad de la operación me interesaron. Ya no pensaba en las dos mujeres, sino en la posibilidad de hacerme con el pastel. Por ello me enfrasqué en el tema. Las horas pasaban y cada vez que resolvía un problema aparecía otro de mayor dificultad.
Quien lo hubiera diseñado y realizado, debía de ser un genio. Me faltaban claves de acceso y por primera vez en mi vida, hice algo ilegal: utilicé las de mis clientes para romper las barreras que me iba encontrando. Cada vez me era más claro el proceso. Todo terminaba en una cuenta en las islas Cayman y ¡sorpresa! El titular era Lucía.
¡Su padre era el culpable! Lo había demostrado pero tras pensármelo durante unos minutos decidí que no iba a comunicar mi hallazgo a nadie y menos a ella, hasta tener la ventaja en mi mano.
Reuní toda la información en un pendrive y usé la destructora de documentos de la oficina para que no quedara rastro. Las cajas de los expedientes las rellené con informes de otras auditorias de la compañía. Satisfecho y con la posibilidad de ser rico, salí de la oficina.
Eran ya las ocho de la tarde y mientras comía el primer alimento sólido del día, rumié los pasos a seguir: al menos el 50% de ese dinero debía de ser mío y sabía cómo hacerlo.
Cogí mi teléfono y llamé a Lucía. Le informé que tenía información pero que debía dársela primero a su madre, por lo que la esperaba a las nueve en mi casa. Ella, por su parte, no debía llegar antes de las diez.
Preparé los últimos papeles mientras esperaba a Flavia, la cual llegó puntual a la cita. En su cara, se notaba el desprecio que sentía por mí. Venía vestida con un traje de chaqueta que resaltaban sus formas.
No la dejé, ni sentarse:
―Su marido era un ladrón y usted lo sabe.
Por segunda vez, en menos de 24 horas, me abofeteó pero en esta ocasión de un empujón la tiré al sofá donde había estado retozando con su hija. Me senté encima de ella, de forma que la tenía dominada.
―¿Qué va a hacer?― preguntó asustada.
―Depende de ti. Si te tranquilizas, te suelto.
Con la cabeza asintió, por lo que la liberé:
― He descubierto todo y lo que es más importante, donde escondió su dinero. Si llegamos a un acuerdo, se lo digo.
―¿Qué es lo que quiere?― replicó con la mosca detrás de la oreja.
Su actitud había cambiado. Ya no era la hembra indignada, sino un ave de rapiña ansiosa hacerse con la presa. Eso me enfadó .Esperaba de ella que negara el saberlo pero por su actitud supe que había acertado.
―Antes de nada, me voy a vengar de ti. No me gusta que me peguen las mujeres― y desabrochándome la bragueta, saqué mi miembro que ya estaba sintiendo lo que le venía: ― Tiene trabajo― dije señalándolo.
Sorprendida, se quedó con la boca abierta. Cuando se dirigía hacia aquí en lo último que podía pensar era en que iba a hacerme una mamada pero, vencí sus reparos, obligándola a arrodillarse ante mí. Su boca se abrió, engullendo toda mi extensión.
Ni corto ni perezoso, me terminé de quitar el pantalón, facilitando sus maniobras. Me excitaba la situación, una mujer arrodillada cumpliendo a regañadientes. Ella aceleró sus movimientos cuando notó que me venía el orgasmo, e intentó zafarse para no tener que tragarse mi semen. Con las dos manos sobre su cabeza, lo evité. Una arcada surgió de su garganta pero no tuvo más remedio que bebérselo todo. Una lágrima revelaba su humillación pero eso no la salvó que prosiguiera con mi venganza:
―Vamos a mi habitación.
Como una autómata me siguió. Sabía que habían sido dos veces las que me había abofeteado y dos veces las que yo iba a hacer uso de ella:
― Desnúdate― exigí mientras yo hacía lo mismo.
Tumbado en la cama, disfruté viendo su vergüenza. Luego, la muy puta, me reconocería que no había estado con un hombre desde que murió su marido. La hice tumbarse a mi lado y mientras la acariciaba, le expliqué mi acuerdo.
―Son 20 millones, quiero la mitad. Como están a nombre de Lucía, me voy a casar con ella y tú vas a ser mi puta sin que ella lo sepa: tengo todos los papeles preparados para que ella los firme en cuanto llegue.
―No tengo nada que decir pero tendrás que convencer a mi hija― contestó.
Mis maniobras la habían acelerado. De su sexo brotaba la humedad característica de la excitación. Sus pechos ligeramente caídos todavía eran apetecibles. Sin delicadeza, los pellizqué, consiguiendo hacerla gemir por el dolor y el placer. Era una hembra en celo. Sus manos asieron mi pene en busca de ser penetrada. La rechacé, quería probar su cueva pero primero debía saborearla. Mi lengua se apoderó de su clítoris mientras seguía torturando sus pezones. Su sabor era penetrante, lo cual me agradó y usándola como ariete, me introduje en ella con movimientos rápidos. Para entonces esa madura estaba fuera de sí. Con sus manos sujetaba mi cabeza, de la misma forma que yo le había enseñado minutos antes, buscando que profundizara en mis caricias. Un río de flujo cayó sobre mi boca demostrándome que estaba lista. Con mi mano, recogí parte de él para usarlo. Le di la vuelta. Abriendo sus nalgas observé mi destino y con dos dedos relajé su oposición.
―¿Qué vas a hacer? ― preguntó preocupada.
―¿Desvirgarte? Preciosa.
Y de un sola empujón, vencí toda oposición. Ella sintió que un hierro le partía en dos y me pidió que parara pero yo no le hice caso. Con mis manos abiertas, empecé a golpearle sus nalgas, exigiéndole que continuara. Nunca la habían usado de esa manera, tras un primer momento de dolor y de sorpresa se dejó llevar. Sorprendida, se dio cuenta que le gustaba por lo que acomodándose a mi ritmo, me pidió que eternizara ese momento, que no frenara. Cuando no pude más, me derramé en su interior.
― Déjalo ahí― me pidió: ―Quiero seguir notándolo mientras se relaja.
No le había gustado, ¡le había encantado!
―No, tenemos que preparar todo para que cuando llegué tu hija, no note nada― dije satisfecho y riendo mientras acariciaba su cuerpo: ―¿Estás de acuerdo? Suegrita.
―Claro que sí, Yernito.

 

LIBRO PARA DESCARGAR: “DESTRUCTO III” (POR VIERI32)

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Sinopsis:

Mijaíl Schénnikov se ve obligado a abandonar la caballería de Nóvgorod, y la ciudad que lo vio crecer, para emprenderse en un viaje como escolta de un enigmático emisario que, a toda costa, desea volver a sus tierras, en el reino de Koryo. Al otro extremo del mundo, ha partido un ejército del reino de Xin a su encuentro, pues consideran al emisario como la clave para librarse del yugo mongol que asola, ya durante años, Rusia y la propia Xin. Wezen, un soldado de la legión china, se ve envuelto en su propio viaje que lo llevará a enfrentarse al enemigo por antonomasia, los mongoles, y descubrir, así, su más grande secreto.

En los albores de una nueva época, tanto ángeles como mortales emprenden una peligrosa búsqueda de dragones, los remanentes del Apocalipsis que acaeció trescientos años atrás en el reino de los mortales. Unos buscarán hacerlos sus aliados, otros buscarán exterminarlos y cerrar un capítulo de la historia humana marcada por el fuego y las cenizas.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

 
I. Año 1393
La Luna no era más que una pálida y delgada línea en un cielo negro atiborrado de estrellas. La brisa era fría, pero aquello no aminoró el espíritu de los miles de jinetes que se agolpaban al frente de la capital del reino de Xin, expectantes a la orden de entrar y asaltar el castillo del emperador. Levantaban la mirada y veían, más allá de las altas murallas que protegían la ciudad, cómo grandes volutas de humo ascendían por el aire para dibujar figuras informes en el cielo ennegrecido.
El último bastión del viejo imperio, Ciudad del Jan, una dinastía dominada por soberanos mongoles, pronto caería bajo el fuego y aquella sola imagen encendía los corazones de los guerreros.
El comandante de la legión invasora, Syaoran, cabalgaba al frente de la fila de jinetes. Su armadura lamelar, al igual que la de sus hombres, era de un negro oscuro e intimidante; se retiró el yelmo de penacho rojo y echó un vistazo a la gigantesca muralla. Desde que amaneciera hasta que el sol se ocultara, el sitio había sido férreamente defendido por los vasallos del emperador, con arqueros, lanceros y hasta arrojándoles acero fundido. Ahora no quedaba nadie y tenía la sospecha de que se habían resguardado en el castillo, en el centro mismo de Ciudad de Jan.
La muralla tenía al menos diez hombres de altura y rodeaba por completo la capital, una suerte de anillo de apariencia infranqueable; pero una súbita ola de orgullo lo invadió al reconocer que pronto rendiría frutos su estrategia de enviar infiltrados que escalasen las murallas en tanto atacaban con catapultas.
Pronto, pensó, las puertas se abrirían y pondrían fin a la dinastía mongola.
Luego se giró sobre su montura y vio a su ejército expectante. Eran casi diez mil hombres. Se impresionó al comprobar la disciplina de sus exhaustos guerreros ordenados en largas columnas que se extendían por las llanuras; los más alejados parecían más bien manchas sobre la hierba plateada.
El agua y la comida habían escaseado durante los últimos días de su viaje, pero con la toma de la ciudad vendría un festín. Recordó cómo los mongoles solían no solo llevarse las provisiones sino también a las mujeres antes de arrasar las ciudades xin; meneó la cabeza para quitarse los recuerdos amargos, por más que tuviera sus ansias de venganza, daría muestras de civilización a su enemigo… si es que decidían rendirse.
La gigantesca puerta principal chirrió y un par de golpes se oyeron desde adentro. Cuando un grupo de infiltrados consiguieron abrirla de par en par, otros sostenían de los brazos a un asustado hombre vestido con un deel azulado cruzado por una faja dorada. Luego de postrarse en el suelo, se presentó como un enviado diplomático de parte del emperador; esperaba pactar un cese a las hostilidades. Había mujeres y niños en Ciudad del Jan.
El comandante se mantuvo inmutable y esperó un tiempo antes de pronunciarse. Podría hacer caso omiso a las súplicas y dirigir a su ejército para adentrarse en las angostas calles de la ciudad, aplastando al enviado bajo las líneas de jinetes, pero Syaoran lo sorprendió.
—Hemos venido por la cabeza de vuestro emperador. Puedes decirles a las mujeres de la ciudad que estarán a salvo, a menos que yo encuentre una muy bonita.
El enviado dio un respingo al oír aquello y se estremeció al imaginar cómo Toghon Temur, el emperador mongol, era ejecutado por aquellos “salvajes y piojosos rebeldes”. Intentó convencerlo de que desistiera, pero el comandante volvió a interceder.
—Los hombres de tu emperador han luchado bien. Si se rinden, les perdonaré la vida.
—¿Y perdonar la vida de mi emperador? ¿No es más importante tenerlo vivo para que predique vuestra victoria por todo el reino?
—No solté la teta ayer. No dejaré que reúna fuerzas en otras tierras — Syaoran se inclinó sobre su montura y fijó su mirada en el aterrorizado diplomático—. Su cuello probará el acero de mi sable. Hemos venido hasta aquí como una rebelión del pueblo xin y pretendemos irnos como una nueva dinastía. Solo lo conseguiremos cuando ate su cabeza en la grupa de mi caballo y la presente a mi señor.
El enviado tragó saliva; no había forma de convencerlo.
—Me temo que mi emperador no se rendirá y peleará hasta el último de sus hombres.
Syaoran levantó su arma, cuya hoja refulgía bajo la luna como una línea luminosa.
—¡Wu huang wangsui!
Sus guerreros rugieron eufóricos al escuchar el grito de guerra xin. “¡Diez mil años para el nuevo emperador!”; tanto él como la caballería galopó rumbo la ciudad, elevando al aire gritos de júbilo. El diplomático se lanzó hacia un lado para evitar ser pisoteado.
Tras el comandante iban cabalgando los portaestandartes, elevando al aire las banderas de colores dorado y carmesí del nuevo orden xin. Eran llamativos los penachos rojos agitándose sobre sus yelmos; como una ola de fuego que flameaba en las calles; después de todo, eran conocido como el ejército del Turbante Rojo.
Las angostas calles se encontraban despobladas y los ciudadanos se habían resguardado en sus hogares, apenas asomándose por las ventanas para ver aquellos estandartes agitándose. Ya no había guardias mongoles defendiendo la ciudad y por un momento los rugidos de los guerreros superaron el golpear de las herraduras contra el empedrado.
El castillo del emperador estaba erigido sobre un terreno elevado, protegido por murallas. A su alrededor se extendían gigantescos jardines, aunque en algunas zonas el fuego crepitaba. No había señal de sus vasallos a la vista. El comandante levantó el puño para que los que lo seguían detuvieran a sus caballos; los demás imitaron el gesto para que la orden recorriera toda la caballería. Había que recuperar el aliento; al frente estaba el castillo y la imagen del mismo también siendo invadido por el fuego les volvió a inyectar de confianza.
—¡Mensajeros! —gritó.
Los guerreros esperaban con ansias la orden de abalanzarse para cortar la cabeza del emperador. Aproximadamente eran seiscientos los pasos que los separaban del castillo y aunque la victoria pareciera estar al caer, aún había toda una fortaleza en la que adentrarse y en donde probablemente se resguardaban los últimos de los vasallos. Se erigía altísima y arriba asomaban contados arqueros. Pero los jinetes xin estaban imbuidos de valor; tamborileaban sus lanzas, contaban sus flechas antes de guardarlas de nuevo en su carcaj, sacudían sus hombros para que el frío no entumeciera los músculos.
Los mensajeros se habían abierto paso entre los jinetes y avisaron al comandante acerca del imprevisto contratiempo: las catapultas debían ser desarmadas para atravesar las calles, y ahora avanzaban lentas a través de Ciudad de Jan.
El comandante gruñó. De todas formas, ya tenía el castillo rodeado y el emperador no escaparía.
—Montad un puesto de guardia. Atacaremos al amanecer.
Un guerrero frunció el ceño y tensó las riendas de su caballo. No tenía muchas nociones sobre la milicia, pero sabía que había una disposición de hombres con rangos y que, tal vez, lo mejor sería quedarse callado.
No obstante, tragó saliva y se armó de valor.
—Solo quedan arqueros defendiendo el lugar —dijo con voz firme, y algunos jinetes giraron la cabeza para verlo—. Podemos embestir mientras nuestros propios arqueros nos cubren.
El comandante fulminó con la mirada al joven. Había campesinos entre sus soldados y lo sabía; no todos estaban educados como debieran. Pero necesitaban de activos de guerra y en la nueva dinastía que pretendía alzarse no escatimaron en detalles. Si sabían levantar picas, iban al frente. Si sabían montar caballos, los entrenarían rápidamente en el arte de disparar desde sus monturas.
Lo vio detenidamente. Se veía fuerte y en su rostro había sangre seca desperdigada, prueba de que había participado en las batallas. Su sable, sujetado por el fajín de su armadura, también estaba teñida de rojo. “Pero es un campesino”, concluyó el comandante. Lo miró a los ojos; los tenía de color miel, de un amarillo tan luminoso que parecía un lobo.
—¿Cómo te llamas?
El guerrero sonrió, revelando dientes ensangrentados.
—Wezen.
—Al amanecer vendrán las catapultas para abrirnos el camino. Y cuando lleguen, mandaré a que te azoten la espalda hasta que aprendas a respetar a tus superiores.
Carcajadas poblaron el lugar. En cambio, los labios de Wezen se convirtieron en una delgada línea en su rostro pálido. Quién querría varazos. Mujeres, flores y vino de arroz, eso era lo que debían esperarlo luego de la victoria, pensó.
—Tienes valor, soldado —continuó el comandante—. ¿De dónde eres?
—Tangut —dijo; inmediatamente se corrigió—. De los reinos Xi Xia.
Syaoran enarcó una ceja. Se trataba una ciudad del reino Xin, ya inexistente, avasallada y destruida por los antepasados del emperador mongol. Entonces entendió los motivos del joven de seguir el asedio. Cómo no comprenderlo si él mismo también se movía por deseos de revancha. Desenvainó su sable que refulgía bajo la Luna y apuntó al extenso jardín del castillo, en una gran zona que aún no había sido alcanzada por el fuego, y luego miró al atrevido guerrero.
—¿Sabrás marcar el terreno para las catapultas?
—Claro que sí.
Un jinete dio un coscorrón fuerte al yelmo de Wezen. Este se giró y notó que su amigo, Zhao, estaba allí, con la armadura también empañada de sangre además de una mirada fulminante. En la caballería el trato era completamente distinto al que Wezen acostumbraba en las campiñas.
—Quiero decir… ¡S-sí, comandante!
Syaoran cerró los ojos, tratando de apaciguar su ira. La paciencia no era una de sus dotes, pero cómo iba a perder los estribos cuando la victoria ya estaba saboreándose. Cuando los abrió, calmo, asintió al joven.
Wezen hinchó el pecho, orgulloso. Ignoró los repentinos latidos frenéticos de su corazón y espoleó su montura, abriéndose paso entre los jinetes y adentrándose en los jardines, todo un terreno peligroso en el que podría ser víctima de los flechazos enemigos.
Los arqueros a lo alto del muro tensaron sus cuerdas y lanzaron al menos una decena de flechas al jinete que se acercaba. Las saetas apenas eran visibles debido a la oscuridad de la noche, pero los silbidos eran inconfundibles. Wezen se inclinó hacia adelante y elevó su escudo para protegerse, pero de reojo notó que las saetas se clavaban mucho más delante de él. Entonces supo que las flechas tenían un límite de distancia y él aún podía avanzar más; lo que fuera para marcar la línea donde las catapultas pudieran ser instaladas sin temer a los arqueros.
“No lo conseguirá”, pensó más de uno. “Lo mandó a una muerte segura”, sonrió otro. Su amigo, en cambio, apretaba los dientes. Se inclinó sobre su montura como un halcón que desea levantar vuelo, cuánto deseaba romper fila para acompañarlo. Vino a su mente la hermana de Wezen y apretó los puños. Cómo ese necio se atrevía a hacerlo, pensó; arriesgar su promesa de volver de una pieza. “Sobrevive”, susurró para sí. “Por Xue”.
El caballo relinchó al recibir un flechazo en el muslo y Wezen se giró sobre la montura; había llegado al límite, allí donde los arcos enemigos podían hacerle daño. Alargó el brazo y, torciendo la saeta, se la retiró de la pierna del animal. Volvió a galope tendido mientras se hacía con la lanza que colgaba en su espalda, sujeta por correas.
Marcó un tajo al suelo.
Zhao, a lo lejos, cerró los ojos y suspiró entre el murmullo aprobativo de los guerreros. Su amigo lo había conseguido.
Wezen detuvo al animal para apaciguarlo. Miró la fortaleza, allá a lo lejos, allá a lo alto, a los arqueros. Cuánto había deseado y soñado ese momento. Casi un siglo de sometimiento extranjero sobre el reino Xin terminaría esa noche y, sobre todo, las heridas provocadas a su familia tendrían venganza.
Bajó de su caballo y se plantó firme sobre la línea que había marcado. De la grupa del animal descosió los emblemas dorado y carmesí de la nueva dinastía. A lo lejos, su comandante apretaba los dientes pensando en que debería doblar la dosis de varazos cuando llegara al amanecer.
El guerrero enlazó los emblemas en la base de su lanza. Levantó el arma sobre su cabeza, haciéndola girar, y los pedazos de tela flamearon al viento. Revelándoles los dientes de su sonrisa, clavó la punta de la lanza en el suelo marcado.
—¡Oíd, perros! ¡Diez mil años para el nuevo emperador!
Enervados, los enemigos lanzaron una descarga incontable de flechas, pero ninguna alcanzó a Wezen. Tras él, todos los jinetes estallaron en gritos de júbilo mientras más saetas surcaban los cielos para clavarse en el suelo, pero lejos del confianzudo guerrero.
Wezen se giró para ver a sus camaradas. Volvió a gritar, levantando el puño al aire, pero era ensordecedor el sonido de victoria que atronaba la ciudad, así como las flechas cortando el aire, que ni él mismo se pudo oír.
Cuando montó de nuevo, se presentó ante su comandante. El griterío era imparable y el joven tenía la culpa de ello. Tuvo que alzar la voz para que su superior, cruzado de brazos, le oyera.
—¿Lo de los varazos sigue en pie, comandante?
—¿Qué varazos? Hoy comienza una nueva dinastía, Wezen. Preséntate en mi tienda para el mediodía.
El guerrero asintió. Observó de nuevo para ver aquel castillo. Cuando llegaran las catapultas todo aquello estaría convertido en un montón de escombros pedregosos. Y él era parte de ese hito.
“Una nueva dinastía”, pensó. Acarició a su animal, que apenas podía mantenerse tranquilo, tal vez por el griterío, tal vez por la herida. “Hoy comienza una nueva historia”.

II. Año 2332
Varias hembras aladas paseaban por un campo amplio de color del barro, aunque en diversas secciones ya asomaban brotes verdes y zonas floreadas. Con rastrillos, palas y escardillos en mano, las floricultoras de la Legión trabajaban el terreno que en un futuro sería la Floresta del Sol, un nuevo jardín de ocio de los Campos Elíseos, ubicado en las afueras de Paraisópolis.
Destacaba en el centro del terreno una hembra de alas finas, larga cabellera ensortijada y cobriza, además de unos llamativos ojos atigrados. Clavó una pala en el suelo y se frotó la frente sudorosa. Ondina, la líder de las jardineras, se encontraba cansada y con la túnica sucia de barro, pero sonrió al tener una panorámica del lugar; poco a poco el campo de tierra iba quedando hermoseado tras intensos días de trabajo.
Era una Virtud, rango angelical destinado a la protección de la naturaleza y fuertemente relacionadas a las flores. Solo esperaba que la reciente declaración de guerra contra el Segador no trajera ninguna batalla allí y destruyera el campo. Se estremecía solo de pensarlo.
Spica, otra Virtud, llegó para interrumpir sus cavilaciones. Tan sucia y cansada como ella, tiró su rastrillo al suelo y levantó tanto alas como manos al aire.
—¡Libre por hoy! —chilló—. Hablé con las otras y nos iremos al lago. ¿Te vienes?
Ondina meneó la cabeza.
—Tengo un asunto pendiente.
Y desclavó la pala de la tierra para seguir trabajando. Spica sospechó cuál era el asunto, por lo que fue inevitable sonreír por lo bajo, mordiéndose la punta de la lengua.
—Asunto… ¿pendiente?
Ondina frunció el ceño.
—Eso he dicho. ¿Qué te pasa?
—Nada. Pues no te tardes. Te estaré guardando un espacio en el lago.
—Antes de irte, ¿me traes unas bolsas de semillas? —agarró las bolsillas de cuero que pendían de su cinturón—. Ya se me están acabando.
Spica sonrió con los labios apretados. Las semillas estaban en la otra punta de la floresta, en la caseta de herramientas que habían construido. Estaba cansada y ya ni quería usar sus alas. Además, el sol aún golpeaba con fuerza y un baño en el lago era lo único que se priorizaba en su mente.
—¿No podrías continuar mañana?
Ondina la fulminó con la mirada.
—No.
—¡Ah! —Spica dio un respingo—. Está bien. Tú mandas …
Se giró en búsqueda de las “condenadas semillas”, como las pensó. Por más que fueran del mismo rango era notoria la dedicación de Ondina, no por nada era considerada la líder de las Virtudes. El jardín y su mantenimiento eran su vida y dedicación hasta un punto, según sus subordinadas, desmedido. “Algún día tiene que darse un respiro, por los dioses”, se quejó Spica, rascándose la frente. “Y a nosotras también”.
Poco a poco, ángel tras ángel, Ondina se había convertido en la única Virtud presente en medio del terreno que poco a poco se teñía por una luz ocre propia del atardecer. Cerró los ojos e imaginó el mismo campo ahora repleto de flores coloridas y paseos de árboles erigiéndose para todos lados. Levantó una mano al aire y casi pudo sentir esos pétalos imaginarios flotando en el aire y colándose entre sus dedos.
Un ángel descendió tras Ondina sin que esta se percatara de su presencia, absorta en sus imaginaciones como estaba. El arquero Próxima era fácilmente reconocible por las plumas de puntas rojizas de sus alas, además de llevar su arco cruzado en la espalda. Se lo retiró y lo lanzó a un lado, agarrando de paso el rastrillo que Spica había echado.
Empezó a trabajar la tierra, silbando una canción que solía escuchar en las noches del coro.
Ondina dio un respingo cuando lo oyó. Se giró para verlo y habló en tono quejumbroso.
—¡Ah! Tú. Deberías saludar, ¿no te enseña la Serafina los buenos modales?
—Intenté venir temprano —se excusó el arquero—. Pero me temo que tuve que quedarme para discutir los pormenores de mi misión. Lo siento, Ondina.
Pero Ondina hizo caso omiso a las disculpas. Frunció el ceño y continuó con su labor.
—¿Cuándo te marchas?
—Mañana al amanecer.
—Deberías prepararte entonces. Pierdes el tiempo aquí.
—Me gusta ayudar en la jardinería —se acercó a la Virtud y llevó sus dedos a la cintura femenina, deslizándolos por la tela de la túnica hasta que se introdujeron dentro de una de las bolsillas que pendían del cinturón—. Es relajante.
Ondina se estremeció al sentirlo, pero lo disimuló como pudo. Próxima sacó unas semillas y las desperdigó sobre la tierra.
—Cuida dónde pones esos dedos —amenazó altiva.
—Y me gusta estar contigo —asintió, volviendo a pasar el rastrillo.
Aquello fue un golpe bajo para la hembra. A ella también le agradaba su presencia. Más de lo que hubiera deseado. Apretujó sus labios y torció las puntas de sus alas porque ya no podía sostener su acto. Estaba preocupada. Todo el día lo estuvo. Abrazó la pala contra sus pechos y se giró para verlo.
—Si tanto te gusta estar a mi lado —ladeó el rostro, incapaz de mirarlo a los ojos—. ¿Por qué tienes que alejarte? Quédate. Dile a la Serafina que no deseas esa misión.
—Y si me quedo —sonrió el arquero, llevando la pala sobre uno de sus hombros, señalándose el pecho con el pulgar—. ¿Quién salvará los Campos Elíseos de las garras del Inframundo?
—¡Hmm! —gruñó ella—. ¿Ahora te crees un gran héroe? Que no se te suban los humos a la cabeza, los espectros del Inframundo no perdonan.
Había advertencia en sus palabras, una clara preocupación en su tono. La hembra se fijó en Próxima, pero este ahora echaba un vistazo a los alrededores, escabulléndose de las reprimendas y advertencias.
—Por los dioses —suspiró Próxima—. Este lugar es horrible.
—¡Ah!
—Pero lo conseguirás —asintió. Y luego se fijó en ella—. Siempre lo consigues.
—¿Quiénes irán contigo?
—Uno es Pólux. El otro…
—¿Pólux? —la hembra arrugó la nariz—. ¿Por qué no enviarán a otro guerrero como tú? El Inframundo es un lugar peligroso, ¿y deciden enviar a un bibliotecario? Un ángel gordo y perezoso, además.
Próxima rio. Tenía razón, Pólux podría ser de todo menos un guerrero. Aun así, lo defendió.
—Pólux será un gran aliado. Pero es cierto que yo preferiría tener de compañía a cierta Virtud, es la más hermosa que han visto mis ojos, no sé si la habrás visto por aquí —y al oír las palabras, las mejillas de la hembra ardieron—. Pero, a falta de ti, creo que el ángel más sabio de la Legión será un gran compañero de viajes.
Ondina calló incapaz de librarse del sonrojo. Próxima siempre fue bueno con las palabras. Volvió a trabajar la tierra, pero esta vez el arquero se acercó no para meter la mano en las bolsas de semilla, sino para abrazarla por detrás y buscar consolarla.
—Te preocupas demasiado, Ondina.
—¿Lo hago? Es una misión suicida. Si la Serafina tanto desea hacerlo, ¿por qué no va ella?
—Es la líder ahora. Tiene asuntos más importantes.
—¿Y yo? ¿Acaso no tengo importancia alguna para ti?
Cayó un beso en el cuello de la hembra que hizo que por dentro su cabeza diera vueltas y vueltas. Siempre era avasallante sentir el tacto del amante; para seres como los ángeles a quienes se les había negado y arrancado esos placeres del cuerpo todo era vivido con más intensidad.
—Lo hago por ti.
—No —Ondina meneó la cabeza—. Lo haces por la Legión. Yo entiendo. ¡Pero…! Llámame egoísta si quieres, deseo que te quedes —torció las puntas de sus alas cuando su amante la mordisqueó—. ¡Ah! ¡Próxima!…
El guerrero la tomó de la mano y levantó vuelo, aunque la hembra no deseaba volar ni apartarse de la tierra que trabajaba. Pero había un riachuelo en las inmediaciones y la llevaría a trompicones si fuera necesario.
—¡Aún tengo trabajo que hacer! —protestó la Virtud, tirando de la mano, pero el arquero no la soltaría fácilmente.
—La Floresta puede esperar. Yo no.
—¡Hmm! —gruñó, dejándose llevar.
El agua del río les llegaba por encima de la cintura, empapando sus túnicas y adhiriéndolas en el cuerpo; arriba, la luna arrojaba un destello plateado sobre el agua de modo que los amantes no perdían el detalle del otro. Ondina desnudó al guerrero, quien se giró para darle la espalda. La hembra deseaba tocarlo, aunque se contuvo porque aún no era el momento, además tenía la manía de arañarlo si esta se excitaba en exceso; meneó la cabeza para apartar el deseo carnal y empezó a lavar las alas del arquero.
Próxima quiso girarse para verla a los ojos, pero ella lo sujetó para limpiarle el barro de las plumas.
—Quieto. Y cuéntame, ¿es verdad lo que cuentan de Curasán y Celes? —la hembra encorvó las alas, había oído los rumores de parte de sus pupilas, pero quería confirmarlo con un testigo como Próxima—. Tú los has visto, ¿no es así?
—Fue una sorpresa —asintió, recordando la noche que la Querubín huyó de los Campos Elíseos—. Se tomaron de la mano delante de la luna. Frente a todos los guerreros. Los guardianes de la Querubín son amantes.
—¿Y cómo reaccionaron los demás? —preguntó curiosa, aunque realmente quería saber qué dirían “los demás” si se enterasen que la Virtud y el arquero también eran pareja.
Próxima se giró y la tomó de las manos, imitando a Curasán y Celes.
—No sabría decirte. No me fijé en la reacción de los otros. Pero, ¿cómo te sientes tú ahora mismo?
La hembra sonrió con los labios apretados. Se sentía bien, demasiado bien. La sangre hervía y las hormigas inexistentes poblaban su vientre. Claro que, para su pesar, la culpa por hacer algo prohibido siempre asomaba.
Miró hacia la orilla, allí donde varias flores crecían entre los hierbajos. Levantó su mano y, con un movimiento grácil de dedos, dichas flores empezaron a elevarse y dirigirse al río, desafiando la corriente de aire y la propia gravedad. Revoloteaban entre la pareja; era un espectáculo colorido que hechizó al arquero.
Ondina reía y cogió al vuelo varios pétalos.
—Estas servirán —asintió divertida.
—Estaría bien aprender eso —dijo Próxima moviendo torpemente los dedos, como esperando levantar las flores.
—¡Bueno! Y a mí me gustaría invocar rastrillos y palas, como cuando vosotros los guerreros invocáis vuestras armas. Pero eres un ángel guerrero y yo una Virtud. La guerra no es lo mío y la naturaleza no es lo tuyo.
Formó una pulsera de pétalos y la cerró en la muñeca de su amante.
—No te pediré que me prometas que volverás. Yo sé. Volverás a mí, guerrero.
—¿Segura? Tal vez me agrade el Inframundo y decida asentarme. Es decir, ¿qué me espera a mi vuelta?

Corrían los ángeles desnudos sobre la hierba de los Campos Elíseos, perdidos en la oscuridad plateada por la luna que ahora asomaba tímida tras las nubes, única testigo de la unión clandestina de los amantes. Ondina se abalanzó sobre Próxima, abrazándolo con brazos, alas y piernas, uniendo sus labios con fruición; el tacto era desinhibido; la mente apenas sabía cómo moverse, cómo actuar, pero era como si el cuerpo se activara y tomara las riendas de la situación.
Una larga estela de pétalos los persiguió desde el lago y danzaba alrededor de los amantes. A Ondina le hacía gracia cómo Próxima las miraba con recelo, como si fueran espías; no lo tranquilizaba por más que se gastara con explicaciones de que las flores la seguían a ella porque era su guardiana y cuando esta experimentaba felicidad, toda la flora respondía a su manera.
El guerrero, entorpecido por tener a Ondina atenazándolo, cayó tropezado sobre la hierba. Ella reía, pero al arquero le sonrojó aquello; uno de los ángeles más letales de los Campos Elíseos tropezándose por los prados tal querubín. Hizo acopio para olvidarse de los pétalos espías y, mientras la Virtud se acomodaba sobre él, palpó suavemente aquellos pechos orgullosos por donde algunas gotas de agua trazaban caminos.
Acercó sus labios y degustó los pezones con delicadeza porque había aprendido con el tiempo que Ondina no toleraba la brusquedad. La lengua dibujaba círculos alrededor de la aureola y luego incitaba al pezón a despertar. Cerró los ojos y se deleitó de los gemidos de su pareja.
La jardinera intentaba ofrecer los pechos, empujándose contra su amante, pero a la vez su espalda se arqueaba cuando los dedos del arquero se recreaban en las redondeces de su trasero; sus alas se torcían de placer y sus manos empuñaban la hierba debido a la intensidad con la que vivía todo.
Cuando unieron los cuerpos todo se les volvió más intenso. Se preguntaron para sí mismos, como otras tantas veces, si realmente tenía sentido que los dioses les prohibieran aquello. Esa estrechez húmeda que abrigaba el sexo del varón, esa plenitud, el sentirse llena y unida, que vivía ella dentro de sí cada vez que la penetraba. En ese instante que todo se desbordaba en un intenso orgasmo no cabía dudas de por qué Lucifer se reveló en los inicios de los tiempos. Más que deseos de libertad, tal vez, pensaban los amantes, el ángel caído habría experimentado el amor y con ello despertó el deseo del cuerpo.
Exhausta, Ondina se arrimó sobre el arquero.
—Volveré —dijo él, enredando los dedos entre la cabellera mojada de su amante—. Y cuando regrese, te tomaré de la mano frente a todos.
—Nos colgarán —rio Ondina—. A ver qué cara pondrá Irisiel cuando vea a su estudiante predilecto unido a una jardinera…
—Pues a mí me gustaría ver la cara que pondrá Spica —y la hembra carcajeó por el comentario al imaginar a su mejor amiga boquiabierta.
—Y pasearemos de la mano por la Floresta del Sol —Ondina asintió—. Yo misma haré un sendero de tierra rodeado de árboles y flores. Para los dos. Para más ángeles amantes.
Próxima cerró los ojos e imaginó todo aquello. En su mente los caminos de tierra serpenteaban por la floresta y cientos de parejas recorrían sus senderos entre el revoloteo de plumas y hojas de los más variopintos colores. Sonrió al entender, por fin, por qué Ondina ponía tanto empeño en trabajar el jardín.
—Ya veo. Entonces me apresuraré en volver.

Pólux bajó por las escaleras de la Gran Biblioteca conforme su rostro se torcía por la fuerte luz del sol. De una peculiar calvicie y una prominente barriga que demostraba su excesivo gusto por la bebida, el sabio ángel de rango Potestad levantó la mano e invocó su libro de apuntes, todo un grueso compendio de conocimientos adquiridos a través de los siglos.
Creados por los dioses para proteger los conocimientos, la Potestad usó el libro invocado para taparse los ojos del sol.
Se ajustó el fajín de su túnica y echó la mirada para atrás; definitivamente, pensó, extrañaría su lugar de trabajo; a saber cuánto tiempo estaría afuera en la misión que le había encomendado la Serafina Irisiel. Pero a la vez lo deseaba; salir de aquella suerte de claustro, de aquel gigantesco salón repleto de estanterías y libros varios que los ángeles de la Legión utilizaban ya sea para adquirir sabiduría o como simple pasatiempo.
Si bien viajar al Inframundo no era precisamente una idea que le causara tranquilidad, se hacía inevitable sentir algo de orgullo al haber sido encomendado con semejante misión en unas tierras cuyo paso para los ángeles estaba prohibido.
Aprovecharía para recabar toda información acerca de aquel temible lugar, asintió decidido.
—¡Maestro!
Un grupo de Potestades salió de la Gran Biblioteca. Destacaba Naos por su aspecto larguirucho y su rostro de facciones igualmente alargadas; se trataba de uno de sus subordinados más fieles. Si bien todos compartían el mismo rango angelical que Pólux, era inevitable para ellos referirse a este como su superior; fue idea de él la de crear la Gran Biblioteca en los inicios de los tiempos, en medio mismo de la ciudadela de Paraisópolis.
—Me temo que estaré fuera por unos días —dijo Pólux.
—Lo sabemos, Maestro —Naos se acercó con un objeto en las manos, enrollado por una tela blanca.
—¿Y esto?
Se lo entregó y el maestro descubrió la tela para revelar el regalo. Pólux silbó largamente mientras torcía las puntas de sus alas.
—Es del viñedo de Spica —Naos esbozó una gran sonrisa—. Es un encargo especial.
Pólux miró para ambos lados de la calle. Había un montón de ángeles yendo y viniendo por las calles de Paraisópolis, pero no les prestaban atención. Mejor así. Su fama de ángel bebedor no era desconocida en los Campos Elíseos, pero deseaba mantener cierta privacidad. Agarró la botella de vino y la ocultó tras su fajín.
—¿Encargo especial? ¿Acaso ya lo sabéis? —preguntó Pólux.
—Los rumores corren rápido, Maestro.
—Hmm —asintió Pólux—. Mantened la biblioteca ordenada durante mi ausencia.
—Pero hay algo que me tiene curioso, Maestro —dijo otra Potestad—. Si se topa con un espectro del Inframundo, ¿acaso va a darle librazos a la cabeza hasta que muera?
Sus estudiantes carcajearon estruendosamente, aunque Pólux se estremeció de imaginarse haciendo algo como aquello.
—Si sucede lo peor, me temo que tendré que hacer un gran sacrificio y reventarle la botella de vino en la cabeza.
Más de un ángel detuvo su rutina y miró a ese grupo de sabias Potestades riendo sonoramente en la entrada a la Gran Biblioteca. Era usual verlos siempre de buen humor y tratarse con camaradería.
—De todos en la Legión, usted es el menos adecuado para esta misión, Maestro.
Ahora las risas fueron menos pronunciadas porque era una verdad incómoda. Las Potestades no estaban hechas para la batalla. Pólux ni siquiera sabía manejar un arma, tal vez una daga, como mucho, pero desde luego insuficiente para una misión al Inframundo.
—Estarás bien resguardado, eso sí —dijo uno—. Tu compañero es nada más y nada menos que Próxima.
Ahora todos asentían entre murmullos. Probablemente, luego de los Serafines, Próxima era uno de los guerreros más respetados de los Campos Elíseos. El alumno más audaz de la Serafina Irisiel era una excelente garantía de seguridad para una misión tan peligrosa.
—Pero tu otro compañero —Naos frunció el ceño—, no me inspira mucha confianza…
—No seas agorero —interrumpió Pólux—. No puede ser tan malo. Si Irisiel lo eligió, tendrá sus razones.
—La Serafina puede equivocarse —devolvió Naos—. Ya ves. Te eligió a ti.
De nuevo los estruendos de las carcajadas rebotaban por las callejuelas. El ambiente de despedida fue grato y entre amigos. Con sendos abrazos se despidieron de Pólux con la esperanza de verlo más temprano que tarde. El robusto ángel se ajustó su fajín y les sonrió, antes de girarse y perderse en las calles de Paraisópolis.
—Pero, realmente —insistió Naos a sus compañeros—. De todos los ángeles que Irisiel podría haber elegido para acompañar a Pólux y Próxima, ¿ha tenido que nombrar justamente a ese?
—No puede ser tan malo —dijo otro—. ¿O sí?

Varias hembras se encontraban apelotonadas en un rincón de la cala del Río Aqueronte, tras unos arbustos. Estaban nerviosas, pero a la vez emocionadas ante lo que contemplaban. Celes y Curasán, los guardianes de la Querubín, charlaban amenamente a orillas del río. Jamás hubieran creído que dos ángeles de la Legión pudieran ser pareja, tal y como los mortales lo hacían en el reino humano. Ni bien pudieran, escribirían una canción acerca de aquel romance prohibido. Después de todo, como miembros del coro angelical, no se podía esperar menos. A ellas, todo les inspiraba letras de canciones.
Suspiraron en el preciso momento que Curasán tomó de la mano de Celes. Quién diría que el ángel más torpe de los Campos Elíseos luciera tan galán, iluminado especialmente por un haz de luz del sol mientras el viento mecía su corta cabellera. Sonreía y desde luego afectaba a Celes quien, enrojecida, no sabía dónde mirar.
Enrojecimiento que, súbitamente, invadió a varias de las hembras que espiaban. Una incluso llegó a suspirar mientras torcía las puntas de sus alas.
Curasán elevó la mano de su amante y la besó.
—Esas arpías curiosas —dijo él—. Nos están mirando desde lo lejos, ¿no es así?
Celes se encontraba nerviosa y le costaba concentrarse. Era la segunda vez en toda su vida que demostrara su afecto en público. La primera fue ante la Legión de guerreros, pero ahora ante sus amigas más cercanas. Por más que el amor hacia Curasán lo sintiera reconfortante, no podía quitarse el hecho de que, al fin y al cabo, era algo innatural en los ángeles.
—Ah, Curasán —respondió al fin—. No las llames así. Son mis amigas.
—Pues que no espíen.
Celes meneó la cabeza para enfocarse. Había un par de asuntos mucho más importantes. La primera, ella misma debía bajar al reino de los humanos para ir junto a su protegida. Su “pequeña hermana”, como la llamaba. Y lo haría en compañía de las cantantes del coro angelical que aún estaban en los Campos Elíseos, quienes deseaban ir junto a su maestra Zadekiel. Las guiaría el Dominio Sirio, uno de los pocos Dominios al servicio de la Serafina Irisiel.
—Recuerda —dijo Celes, acariciando la mejilla de su amante—. Te estaremos esperando. Eres su guardián. Su hermano. Y tú… tú me perteneces, ¿no es así? —hizo una pausa porque se emocionaba con sus propias palabras—. Prométeme que volverás vivo.
—No podría volver muerto.
Aquello era el otro asunto que la tenía en ascuas. Si bien la Serafina Irisiel los había liberado, ahora los separaría. Celes bajaría al reino de los mortales para cuidar de su protegida, mientras que Curasán tendría una misión peligrosa: adentrarse, junto con otros dos compañeros, en las desconocidas y prohibidas tierras del Inframundo.
Pero él tenía confianza. En sí mismo. En sus dos compañeros: Próxima, el habilidoso arquero, y Pólux, la Potestad más sabia de los Campos Elíseos.
Celes se apartó, ofuscada ante el desenfado con el que se tomaba su amante todo aquello.
—¡Tengo mis razones para preocuparme! ¿Qué será de tu protegida si pereces? ¿Qué será…? ¡Ah! Ríete si quieres, pero, ¿qué será de mí?
—Y de mis otras amantes —Curasán se acarició la barbilla—. Mi muerte traerá mucha desesperanza, ahora que lo pienso.
—¡Necio!
Se abalanzó para abrazarlo. Y su amante correspondió, esta vez le invadió una súbita emoción al percibir en su pecho el llanto ahogado de Celes. Por más que fuera probablemente el más torpe de los Campos Elíseos supo comprender que no había lugar para bromas. Al menos, no en ese preciso instante.
—Volveré —susurró, acariciándole la cabellera—. Y cuando regrese, se lo diremos a Perla.
—Hmm —gruñó suavemente ella, asintiendo conforme hundía más su rostro en el pecho del joven.
—Me pregunto qué dirá…
—Trastabillará palabras por horas, seguro —rio la hembra.
Un ángel plateado descendió en la playa, entre el grupo de las cantoras espías y la pareja de amantes. Las hembras del coro respingaron al reconocer al mismísimo Dominio Sirio, con aquel llamativo y enorme mandoble cruzado en su espalda, y rápidamente se acercaron, unas aleteando, otras dando presurosas zancadas. Pero absolutamente todas miraban curiosas la despedida de los ángeles amantes.
Cuando el ángel plateado notó a todas las hembras tras él, les asintió.
—¿Estáis todas? Es momento —dijo él—. Dependiendo de dónde caigamos, podríamos llegar junto a Zadekiel en cuestión de pocos minutos o cuestión de dos días, como mucho.
Celes se apartó al oírle, pero cuánto deseaba unos segundos más al lado de su pareja. Dos de sus amigas se acercaron y acariciaron sus alas para, lentamente, llevarla de la mano al río Aqueronte. “Ve”, susurró Curasán, animándola. Cuando todas pisaron el agua en la orilla, Celes se giró y reveló sus ojos humedecidos.
—¡Curasán! ¡No lo olvides! Te estaremos esperando.
—No podría olvidarlo, no dejas de repetirlo —se palpó la cintura, buscando algo en su cinturón—. Oye, espera, Celes…
Levantó un papel de lino enrollado y se la lanzó.
—Entrégasela a la enana —le guiñó el ojo—. Y aguántate las ganas, curiosa, es solo para ella.
Sus amigas tomaron de su mano al ver que el Dominio Sirio ya entraba al agua. Al grito de “¡Vamos!”, se adentraron en el río. Tomadas de las manos, todas las hembras desaparecieron entre chillidos y risas, dejando sobre la superficie las espumas informes sobre el agua. Curasán dobló las puntas de sus alas; cuánto deseaba estar en ese grupo, cuánto deseaba ver de nuevo a su protegida y rodearla con sus brazos.
Pero él comprendía que era el guardián. Y como tal, tenía sus responsabilidades.
Silenciosa como una brisa, Irisiel descendió en la orilla, detrás de Curasán que miraba melancólicamente el río. La Serafina lo había visto todo desde la distancia. Era inevitable sentirse, en cierta manera, culpable por estar separando a la pareja de amantes. Pero era lo que tenía que hacerse. No podía dejar que Curasán y Celes dieran el mal ejemplo en la Legión e incitaran a los demás ángeles a romper una promesa sagrada de servidumbre exclusivo para los hacedores, por más que estos estuvieran desaparecidos.
—Curasán —dijo apenas; su voz se perdía en el murmullo del viento.
El ángel no se giró para verla. Irisiel apretó los labios; de seguro estaba molesto con ella por ser la causante de la separación.
—Puedes estar todo lo enojado que quieras, pero lo hago porque creo que es lo adecuado para la Legión. Y, sobre todo, por el bien de Perla. Porque tú eres uno de los pocos ángeles que puede cumplir con la misión.
No hubo respuesta. Solo el húmedo viento meciendo las alas del joven ángel.
—Pero te prometo —la hembra ladeó el rostro y apretó los dientes—. Te prometo que, si todo sale bien, podrás reunirte con Celes. Si esto es lo que te hace feliz, no me entrometeré. Pero, por favor… ¿Cómo te demuestro que no lo hago por caprichosa? ¡Eres el guardián de Perla, maldita sea, hoy más que nunca necesitas ser su escudo! ¡Háblame al menos!
Curasán lentamente se giró y vio a la Serafina. Sonrió e Irisiel se estremeció. No podía negar que el muchacho tenía su encanto. Era torpe, claro, pero irradiaba un aura que era capaz de tranquilizarla aún pese al clima de guerra que se olía en los Campos Elíseos. Tal vez fue el destino lo que hizo que criara a la Querubín, porque cuando veía sus ojos, veía un poco de Perla. Veía un poco de esperanza. De que todo saldría bien.
“Ojalá”, pensó ella, devolviéndole la sonrisa. “Ojalá muchos fueran como él”.
—Esto… —Curasán achinó los ojos y se limpió los oídos—. ¿Desde cuándo estás ahí?

III. Año 1393
Cuando el sol estaba en lo alto del cielo, cientos de jinetes en formación partieron rumbo al diezmado castillo; las murallas se habían convertido en escombros pedregosos y desnivelados que ya no protegían los salones del emperador mongol. El polvo, acuchillado por haces de luz, había menguado y la visibilidad no era perfecta. Pero los guerreros xin, al ver a sus enemigos, levantaron los sables al aire que refulgían como líneas doradas al sol. Los casquetazos hacían temblar el suelo y pronto se llenó de rugidos de guerra cuando se dio el encontronazo contra los vasallos del derrocado emperador, quienes contaban con una disminuida caballería protegiendo los salones.
Iban y venían los sablazos durante el violento cruce entre las líneas enemigas; gotas de sangre se desparramaban por los aires y caían sobre la hierba del jardín. Wezen se adentró en medio del tumulto, como una lanza en medio del fuego, repartiendo tanto sablazo como podía dar. Recibió un inesperado corte en un hombro, pero el enemigo rápidamente cayó de su montura, con un flechazo atravesándole el yelmo. Wezen giró la cabeza y sonrió al ver a Zhao, arco en ristre, atento a él.
—¡Gracias, Zhao! ¿¡A cuántos mataste ya!?
Zhao no lo escuchó debido al griterío, pero entendió por los movimientos de labios.
—¡Recuerda a Xue!
Wezen tampoco oyó, pero entendió.
—¡Lo hago!
Recibió un martilleo de sable contra su yelmo, de parte de algún enemigo, aunque otros de sus compañeros entraron para embestirlo. A Wezen la cabeza le daba vueltas, pero no era momento de mostrar debilidad. Estaba en medio de una batalla y era hora de reclamar venganza. Espoleó su montura y siguió adentrándose entre los enemigos.
Se agachó al ver venir a uno y atizó un tajo bajo el brazo para que este cayera cercenado. Sintió sangre caer de su frente y saboreó el gusto amargo en sus labios; aquello pareció inyectarle de más vigor y consiguió deshacerse de otro con un rápido sablazo. Escupió un cuajo de sangre en el preciso instante que cortó el cuello de un enemigo más; era un auténtico carnicero y sentía que podría hacerlo durante horas.
Detuvo su montura al haber atravesado las diezmadas líneas enemigas. Vino la repentina quietud. Eso era todo. Al frente tenía las escaleras que daban el acceso a los salones del emperador. Se giró y vio con satisfacción cómo sus compañeros lo seguían y derribaban a cuanto se les atravesara. Los que caían eran rápidamente rematados por las picas para que no volvieran a levantarse.
Los gritos de guerra fueron disminuyendo de intensidad en el jardín para dar paso al griterío de júbilo, un grito que se repetía hasta el hartazgo. “¡Diez mil años para el nuevo emperador, diez mil, diez mil!”; pronto la noticia correría por todos los rincones del reino de los Xin: la batalla en Ciudad de Jan había terminado.
Zhao se abrió paso hasta llegar junto a Wezen y notó con espanto cómo la armadura de este estaba bañada de sangre. Pasó su mano por la pechera de su amigo y luego se restregó en su propio rostro el líquido viscoso, causando una mueca graciosa en Wezen. Lo hacía para aparentar ante los superiores, de que también había participado de la batalla como uno más.
—Mataste a uno, Zhao. Lo vi con mis propios ojos.
—Buda lo vio mejor —se excusó con un ademán—. Fue para protegerte.
Wezen lo tomó del hombro y sacudió, riéndose. Intentó quitarle el yelmo, para bromear, pero a su amigo le aterrorizaba que le vieran la calva y los demás sospecharan de su religión. Un budista no mataba, al menos no hasta que fuera necesario, y alguien con ideales tan diferentes a los de ellos no sería visto con buenos ojos en la caballería xin.
—Este Buda del que hablas… —Wezen frunció el ceño al fijarse mejor en Zhao; su armadura no tenía ningún rasguño—. ¿También atrapa las flechas y te escuda de los golpes?
—No. Solo estoy atento en el campo de batalla.
Wezen enarcó una ceja. Lo sintió como un regaño.
—No mientas, ¿Buda no castiga los mentirosos? Tú estás huyendo de la lucha.
—¿Huir? Me gustaría, pero no puedo —se encogió de hombros—. Te sigo donde vas. Y solo vas allá donde hay problemas.

El ejército había acampado en las afueras de la ciudad y el clima de festejo era notorio. La brisa se había vuelto aún más fría, pero ahora arrastraba un olor a carne asada que agradaba. Wezen y Zhao cabalgaban hacia al centro del sitio, por un camino de tierra que serpenteaba entre las tiendas, rumbo a la yurta del comandante. El estómago del guerrero protestó varias veces cuando reconoció el olor a carne de cordero, pero se recompuso pensando que en la tienda principal de seguro lo invitarían a algo.
Miró a Zhao y este ni se inmutaba.
—¿Tienes hambre, Zhao?
—No. ¿Y tú?
Abrió los ojos cuanto pudo y señaló con ambos brazos el campamento. El olor era embriagador para cualquier hombre y en serio no comprendía cómo ese budista era capaz de resistir semejante tentación.
—Pero, ¿tú qué crees?
—Estoy seguro que el comandante te invitará algo. Lo has impresionado.
Wezen asintió. Aunque Zhao aún no había terminado.
—O, por el contrario, podría darte los varazos que amenazó darte. Tal vez todo esto no sea sino una mentira para que vayas directo a la boca del lobo.
—La boca del lobo…. Ah, ya veo. ¡Eres un gran amigo! Me pregunto si ese Buda será capaz de evitar que me mee en tu desayuno…
—Sí sé que nadie te salvará de los varazos… —sonrió y lo miró divertido—. Amigo.
Desmontaron al llegar a la tienda principal, armada sobre una carreta de gran tamaño y vigilada por dos soldados. Zhao se arrodilló sobre la hierba y cerró los ojos. Wezen creyó oírle decir “Te estaré esperando”. Se había olvidado de nuevo sobre el asunto de las formalidades militares. Solo él estaba invitado, no el budista. Se dirigió a la tienda y uno de los guardias intentó interrumpir el paso, aunque el otro reconoció al joven y le indicó, con un cabeceo, que entrara a la yurta.
Agachó la cabeza para pasar bajo el dintel. El olor del cordero volvió a invadir sus pulmones. Se preguntó por un momento si lo que le había dicho el budista era verdad; tal vez se divertirían azotándolo mientras comían y bebían. Meneó la cabeza porque la sola imagen era aterradora.
Luego levantó la mirada y vio al comandante sentado en un asiento mullido, siendo masajeado por dos esclavas tan pálidas como la nieve; se encontraba con el torso desnudo, repleto de cicatrices; la cabeza echada hacia adelante y, ahora sin casco, podía verle las trenzas de su cabellera balanceándose.
Wezen se inclinó como saludo, ahora con más dudas asaltándole la cabeza. Tal vez ese hombre era algo más que un comandante.
—Comandante Syaoran, he venido. Como ordenó.
De un movimiento de brazo, el hombre apartó a una esclava y levantó la mirada.
—Ha venido el guerrero Xi Xia —Luego miró a una de sus esclavas y ordenó algo.
Mientras una muchacha acariciaba el pecho del comandante, la otra se hizo con una botella de vino de arroz y destapó la cera para servirle en una taza al joven guerrero. Este no dudó en tomarlo con ambas manos. La bebida quemó su garganta y gruñó; era más fuerte de lo que recordaba. Recordó que Zhao ya probó del mismo, en las campiñas de Xi´an. “Sabe a pis de caballo”, dijo en ese entonces, y el guerrero sonrió al terminarse la bebida.
—El emperador mongol no se encontraba en la ciudad —Syaoran elevó su propia taza—. Todo fue una trampa bien elaborada para hacernos perder el tiempo. Pero a falta de su cabeza, los sesos de su enviado diplomático y las ruinas de su castillo servirán como tributo.
Bebió de un trago y miró al joven.
—Es extraño que nombres tierras que ya no existen. ¿Cuál es tu historia?
—Mi abuelo. Era arquitecto y servía al rey Xi Xia.
Wezen respondió luchando contra un repentino mareo que causaba la bebida. Miró a la joven esclava, arrodillada a su lado, quien se sorprendió del color amarillento de los ojos del xin; él, en cambio, se deleitó de la vista de sus apetitosos senos y luego de la fina mata de vello recortada sobre la atractiva carne de su sexo… y le sonrió de lado.
—Mi abuelo también servía como vasallo del rey Xi Xia. Aunque no era arquitecto, sí sirvió como uno de sus escuderos.
Wezen lo miró con asombro. Entonces los antepasados del comandante también habían servido al mismo reino que los suyos. No había duda de por qué lo mandó llamar.
—¿Tienes familia, Wezen?
—Tengo una hermana, comandante. Vive en Congli, con mi tío… Eso es en la frontera. Al oeste.
—Queda lejos, pero lo conoceré. Nuestro ejército pertenece a la Sociedad del Loto Blanco y nos consideramos la mano derecha del emperador. Por decisión suya, deberé llevar mil hombres a la frontera con Transoxiana, al oeste. El resto del ejército volverá a Nankín a la espera de nuevas órdenes. Me gustaría llevarte como miembro de mi caballería.
—¿Transoxiana? —Para llegar allí debían pasar por Congli, por lo que sintió un cosquilleo en el pecho al saber que volvería a ver a Xue luego de año y medio de estar separados—. Puede confiar en mí, comandante.
—Lo sé. Quien honra a sus antepasados me merece la confianza. Por eso te pedí venir aquí.
—¿Qué sucede en Transoxiana, mi señor?
—Esperamos encontrarnos con unos emisarios de Occidente. De Rusia —el comandante bebió otra vez de su copa; su voz apenas se mantenía firme y ya arrastraba algunas palabras—. Hace años que nuestro emperador está en contacto con ellos. Serán aliados importantes… si los encontramos vivos.
Wezen desconocía de otros reinos, pero sí relacionaba las tierras del Occidente con algo.
—Cristianos.
—Hmm —gruñó el comandante, haciendo un ademán—. Son aliados. Musulmanes, cristianos, incluso ese amigo tuyo, el budista —Wezen dio un respingo al oír aquello. Definitivamente, al comandante no se le escapaban detalles—. ¿Qué importa cuando hay un enemigo en común? Los mongoles también asolan su reino.
Imprevistamente la esclava mordió el pezón de Syaoran, quien respingó. Su cabeza daba vueltas y vueltas, pero consiguió sonreírle a la joven, cuya mano se escondía bajo su pantalón en buscaba despertar la virilidad del hombre. Pronto se sentó sobre su regazo para encontrarse rodeada por los fuertes brazos del comandante.
Wezen notó cómo la segunda esclava se le despedía con una reverencia para unirse al dúo. El guerrero apretó los labios, decepcionado; esperaba que ella se le ofreciera. La muchacha abrazó a su amo por detrás, presionando sus nimios pechos contra su espalda, en tanto que este saboreaba de la boca de la otra joven.
Syaoran se apartó suavemente y fijó la mirada en Wezen.
—Si tienes hambre, llévate cuanto quieras.

El sol se ocultaba y teñía el horizonte poblado de lejanas colinas. En las afueras del campamento, Wezen ajustó la bolsa de la grupa de su caballo, cargada de bebidas y algo de carne asada, y montó de un enérgico brinco. Zhao lo esperaba más adelante, sobre su montura y conversando con un par de soldados. Era extraño verlo charlar con otros hombres; de seguro, pensó, se ganó algo de admiración en los demás por cómo se desenvolvió en el campo de batalla.
—Toma —Wezen le acercó un odre con vino—. Para calentar el cuerpo. Nos esperan tierras frías, Zhao. Y peligrosas. Quién sabe si aún hay mongoles acechando. ¡Pero …! Pero luego se nos abrirán de brazos las tierras más cálidas que te podrás imaginar.
—¿El desierto de Gobi?
—No —rio, no era ese tipo de calidez al que se refería, sino a algo más hogareño—. Volvemos a Congli.
—Ya veo. Xue estará feliz de verte.
Y él estaba de acuerdo. Avanzó unos pasos más, mirando las lejanas colinas por las que tendrían que buscar un camino rumbo a casa. Se inclinó ligeramente hacia adelante sobre su montura, como si quisiera partir cuanto antes. Acarició a su caballo, animándolo porque pronto afrontarían una larga travesía.
Mientras una fría brisa mecía la aparente infinitas extensiones de hierba, se giró para ver a su amigo.
—¿Qué sucede, Zhao? ¡Vamos! —elevó la mano, levantando el pulgar y cortando el gigantesco sol naranja—. Ya sabes lo que dicen. No hagamos esperar al infierno.

IV. Año 2332
En los lejanos límites de los Campos Elíseos, hacia el norte de Paraisópolis, cruzaba el gran Río Lete que delimitaba el fin del reino de los ángeles además de marcar, con una gigantesca bruma neblinosa, los inicios de un reino oscuro y desconocido para ellos. De una altura considerable, el grisáceo muro humeante del Inframundo no permitía el acceso a nadie.
Solo en los inicios de los tiempos, cuando Lucifer se recluyó allí con sus huestes además de sus dragones, los dioses permitieron a un ejército de ángeles adentrarse para darle caza. Pero hacía milenios de aquello y muchos guerreros de aquel entonces ya no se encontraban vivos.
Amontonados al borde una colina, varios ángeles se habían agrupado para despedir a los tres elegidos por la Serafina Irisiel, quienes estaban de pie frente al muro de niebla, fascinados. Fue la propia Serafina quien se abrió paso en el grupo para quedar al frente y hablar con sus elegidos una última vez.
—Cuidaos los unos a los otros —dijo la Serafina, y los tres ángeles se giraron para verla.
Próxima se fijó en el grupo y se sorprendió de ver a Ondina quien, como líder de las jardineras, se ofreció para desearle suerte a los tres enviados con regalos florales. Pulseras de pétalos flotaron en el aire y se cerraron en las muñecas de los tres elegidos al son de los movimientos de dedos de la hembra. El arquero sonrió de lado y la Virtud le devolvió la sonrisa.
Algunas Potestades también fueron. Naos estaba al frente, de brazos cruzados, totalmente preocupado por su maestro. Pólux le guiñó el ojo y su alumno asintió serio, incapaz de librarse de la inquietud que lo acosaba.
—Un mundo desconocido y prohibido les espera—continuó la Serafina—. Supongo que cada uno de ustedes hizo sus investigaciones sobre el Inframundo.
Próxima recordó que no dejó de consultar con la propia Serafín sobre qué peligros podría encontrar allí. Ya sabía, en menor medida, qué esperar de los espectros, así como de las bestias que pululaban en aquel reino. Pólux cerró los ojos y recordó sus noches en vela; cómo no iba a investigar sobre lo que pudiera. Incluso charló varias veces con los pocos guerreros que habían hecho incursiones hacía milenios. En su mente, ciudades y castillos se erigían bajo la oscuridad. Curasán, por otro lado, sonrió con los labios apretados. La verdad es que no se le había ocurrido investigar de alguna manera.
Cuánto le gustaría a la Serafina enviar todo un ejército al Inframundo, pero el enemigo era cauto e inteligente. Si ya fue por sí solo capaz de manipular al Serafín Rigel y a toda su legión de guerreros, cómo no iba a poder hacerlo con los demás. Sabía que no debía llamar la atención y solo debía enviar un grupo reducido.
Siguió hablando no solo para los tres, sino para tranquilizar a los ángeles que habían ido allí para despedirse.
—Os elegí a los tres porque confío en vosotros. Próxima, mi mano derecha. Pólux, mi sabio consejero. Y Curasán… —hizo una pausa y sonrió al joven ángel mientras algunas risillas cómplices se oyeron tras la Serafina—. Curasán, tú eres el ángel más noble de la Legión.
El muchacho se rascó la frente, tratando de ocultar su sonrojo. Era la primera vez en milenios que la Serafina le regalaba un elogio como aquel. A pesar de que esa mañana, en la cala del Aqueronte, la hembra se abalanzó sobre por él para arrancarle varias plumas de sus alas, ahora sentía que sus palabras venían cargadas de sinceridad y admiración.
—Os adentraréis en las tierras prohibidas porque hay una amenaza que busca dividirnos con el miedo como arma principal. Os encontraréis con dificultades y probablemente el horror os espere, pero cuando sintáis que nada vale la pena, cuando sintáis que el miedo os presione el pecho, recordad que estás allí frente a frente contra un enemigo no porque odiéis al que tenéis adelante, sino porque amáis lo que habéis dejado atrás. ¡Así que extended las alas, mostradles que los ángeles abrazarán a todos aquellos que busquen la paz y el conocimiento, pero darán caza sin tregua a todo aquel que amenace nuestro reino! ¡Brillad allá en las tierras donde no alcanza la luz! ¡Llevad la esperanza en las tierras donde no la conocen!
Invocó un arco dorado en una mano y una saeta entre los dedos de la otra. Relucían con intensidad y los que estaban cerca admiraron aquello con largos suspiros y silbidos. Irisiel vio el arma detenidamente, rememorando aquella lejana guerra contra las huestes de Lucifer. Los dioses se lo habían regalado para cazar a los dragones, caballería por excelencia del ángel renegado, y había rendido con creces la confianza que depositaron en ella.
Ahora sería su turno de cederla, pero no sin antes hacer un último disparo. Tensó la cuerda hasta la oreja y apuntó al frente, allí en esa muralla de neblina en apariencia inexpugnable.
—¡Cazad al Segador y ponedle fin a la amenaza! ¡Id, mis elegidos! ¡Yo os nombro los Ángeles de la Luz!
La flecha salió disparada, generando un violento torbellino a su paso, levantando pedazos de piedrecillas al aire, atravesando y partiendo en dos el muro de niebla, revelando el sendero pedregoso y en apariencia infinita que conducía al Inframundo.
La Legión elevó gritos de júbilo al aire que luego se convirtieron en rugidos que parecían inyectar de confianza y valor a los tres enviados. Mientras la Serafina lanzaba el arco dorado hacia Próxima para que este lo cogiera al vuelo, Pólux hinchó el pecho con orgullo. Fue un discurso motivador y propio de una guerrera tan distinta como lo era la Serafina, quien lejos de ensalzar la fuerza de los ángeles buscaba resquicio de valor en sus corazones.
—No te decepcionaremos, Serafina —dijo la Potestad.
—Volveremos, Maestra —respondió Próxima, ajustándose el arco dorado en la espalda.
Pero cuando el arquero volvió la mirada para observar el camino abierto, notó sorprendido que Curasán ya se adentraba con pasos firmes y decididos.
El guardián se giró, levantando la mano con el pulgar elevado. Los demás lo vitorearon porque el mensaje para el oscuro Inframundo y sus huestes estaba más que claro: en el reino de los ángeles no había amenaza que temer. La Serafina sonrió conmovida, en tanto que Pólux lo regañó por apurarse. Próxima, por su parte, apuró el paso para alcanzarlo.
Realmente había esperanzas, pensó la Serafina, viendo a sus tres elegidos.
—¿Y bien? ¡Vámonos! —ordenó Curasán—. No hagamos esperar al Infierno.

 

Relato erótico: “la Gemela 2” (POR JAVIET)

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 Hola amigos, ante todo gracias por la cantidad de lecturas del primer relato de esta serie, además debo agradeceros los amables comentarios recibidos y darle una continuación como ha sugerido gor, ¡va por vosotros¡
   Voy a presentaros a Pili, la autentica causa del ¿problema? Más bien el “Don” que poseen Laura y Lola, las gemelas telepatas. Ella es su madre y tiene 49 años, es alta y pesa unos 60 kilos, se conserva bien de forma física y su cuerpo está bastante bien, pechos y caderas amplios, cintura firme y bonita, un culete bien puesto, es morena atractiva y con una larga melena, no son pocos los que se paran a mirarla cuando pasa admirando sus rotundas curvas.
Ella nació y se crió en una pequeña ciudad de provincias, era desde joven una ferviente lectora de revistas como “Año cero” ó “Mas allá” ferviente admiradora del doctor Jiménez del oso y actualmente de “cuarto milenio” le interesaban los temas de ciencias ocultas y ovnis, así como la parapsicología y los viajes astrales, a los veintipocos años llegó a la capital para seguir sus estudios; estando en la universidad leyó un anuncio buscando voluntarios para un experimento de telepatía y se presentó junto con varios estudiantes mas.
El grupo de voluntarios pasaron varias pruebas, con ellas se procedió a eliminar a los que no tenían el potencial necesario, unos días después solo quedaban tres, ella y otra chica además de un joven pelirrojo, con posibilidades reales de éxito, el equipo médico se volcó en ellos y les hizo un poco de todo, desde inyecciones a electrocardiogramas, se pasaban horas con electrodos en la cabeza, los doctores les insistían en que se comunicaran entre sí sin hablar, pero … nada de nada, después de tres meses de pruebas y varios tipos de drogas e inyecciones, el experimento se dio por finalizado y catalogado de fracaso.
Durante el resto de su época de universidad y mientras estudiaba derecho, la controlaron regularmente pues las drogas inyectadas eran experimentales, pero no se la presentaron problemas ni efectos secundarios, finalmente acabó sus estudios y volvió a su pequeña ciudad, pera trabajar en el despacho de su papa con su flamante titulo de abogada.
Jesús su novio de toda la vida la esperaba ansioso, era moreno, delgado y fuerte pues trabajaba de mecánico en un concesionario de coches, reanudaron su relación y al poco tiempo se casaron. En general la vida les fue bien, aunque él se quejaba de que ella era algo fría en la cama, Pili tenía 26 años cuando se quedó embarazada, de aquel parto nacieron nuestras gemelas.
La niñez y la juventud de las niñas fue estupenda, eran buenísimas en todo y buenas estudiantes, Pilar y Jesús se volvieron la típica pareja de padres que vivían bien y empezaban a engordar sin preocupaciones graves, pero las chicas llegaron a los 14 años y la pubertad irrumpió en sus vidas, ocurrieron cambios en sus cuerpos y sus mentes, las niñas descubrieron de repente el sexo y todo cambió.
Sus primeros toqueteos y exploraciones se desarrollaban en sus camitas, cuando una empezaba a tocarse, el gustito era percibido por su hermana, que no tardaba en imitarla y compartir el placer. En pocos días una de ellas pasó a la cama de la otra y comenzó una época llena de exploraciones mutuas, se besaban acariciándose temblando de placer, probaban juegos y posturas nuevas para ellas entre gemidos y sus primeros orgasmos.
Cuando eso ocurría, Pili en su cama se sentía repentinamente excitada, naturalmente ella no sabía el motivo pero disfrutaba del resultado, se volvía hacia Jesús y le acariciaba mientras decía:
-Chus cielo, hazme unos mimitos anda, mira como estoy.
-Pero Pili, estoy cansado ¡déjame dormir.
-No seas malo Chus, dame tu palo ya verás…
Pili no era tonta y sabia lo que hacer, mientras le metía la lengua en la oreja bajaba sus manos hasta su miembro por debajo del pantalón del pijama, en breve el miembro de Jesús alcanzaba su erección y ella subía sobre el clavándoselo en el chochete, cabalgándolo como una amazona frenética y engulléndolo en su vagina untuosa, hasta que se corría en su interior llenándola de esperma hasta la matriz.
Este tipo de situación se repetía muy a menudo según las niñas experimentaban en sus camas, no tardó mucho Pili en darse cuenta de lo que pasaba, pues cuando Jesús salía al trabajo y llevaba a las niñas al colegio ella hacia las camas, entonces se dio cuenta de que las manchas de flujo en las camas de las niñas coincidían con sus días de calentura repentina, entonces lo entendió todo, recibía en su mente el placer de las niñas.
“Pero qué tontería” pensó para sí misma, recapacitó durante mucho tiempo recordando su juventud y el experimento en que participo, no se lo había contado a casi nadie, pero desecho sus temores y volvió a su problema sin encontrarle respuesta, pero los hechos aunque casuales la molestaban  pues se sentía sucia y decidió que no haría caso a sus sensaciones sin antes comprobarlas.
Dos noches después se noto caliente de nuevo, Jesús estaba dormido y la casa en silencio, se sintió los pezones erectos y el chochete mojado, resistió la primera idea que le vino que no era otra que hacerse una paja, intento dormirse pero la sensación en su vagina aumento de intensidad, notaba el clítoris rozándole contra la braguita y esta como una bayeta empapada entre sus piernas, se levantó de la cama y se puso las zapatillas saliendo de la habitación hacia la de las niñas.
Entreabrió la puerta y las vio, estaban haciendo un 69 Lola arriba chupaba vorazmente el coñito de Laura que la devolvía la mamada como buenamente podía, sus cuerpos delgados y claros resaltaban contra las sabanas azules con dibujos, los gemidos de las chicas y el sonido de los lametazos que se propinaban parecían restallar en el pequeño cuarto, sus cuerpos se estremecían y arqueaban por el placer que experimentaban.
Pili se apoyó en el marco de la puerta pues la sensación de cachondez aumento de golpe y mientras se apretaba los pezones con la zurda llevó la mano derecha a su braguita empapada, presiono sobre ella con los dedos notando como sus labios vaginales se entreabrían y el tejido entraba en ella empujado por sus dedos, en la cama las chicas alcanzaban el orgasmo, Lola fue la primera en correrse en la boca de Laura, la temblaron las piernas y se estremeció de gusto mientras su hermana no dejaba de lamerla mientras gozaba, Pili aparto a un lado su braguita y se metió dos dedos de golpe agitándolos velozmente dentro y fuera de sí, se rozaba los pechos contra el quicio de la puerta sin dejar de tironearse de los pezones y no dejando de contemplar la escena que se desarrollaba en la cama de las chicas.
Estas seguían en la misma postura y parecían más activas que antes, Laura aparto un momento la boca del coñito de su hermana para decir entre maullidos de placer:
-Asiii Loliii me corroooo, me vieeene el guuustitooooo.
Al oír esto Pili metió dos dedos más en su chochete, dejando solo fuera el pulgar y acelero su paja sin dejar de mirar a las chicas, el cuerpo de Laura pareció botar en la cama mientras se corría entre grititos que proclamaban su placer, mientras la voraz Lola no dejaba de chuparla con su boca bien adherida como una ventosa al coñito de su hermana.
En la puerta, Pili alcanzo su propio orgasmo que resulto tan demoledor que la hizo caer de rodillas entre gemidos, el flujo resbalaba por sus muslos y la había mojado hasta la muñeca, había sido un orgasmo fortísimo y tan intenso que todo su cuerpo temblaba y vibraba de placer.
Curiosamente observo que las chicas parecían haberse reactivado, en lugar de detenerse y relajarse continuaban haciendo el 69 al parecer con más ganas que antes, vio como Laura abría el chochito de Lola y la mordisqueaba ansiosamente el clítoris aun pequeño pero al parecer bastante activo, pues su dueña prácticamente rugía de gusto, mientras intentaba hacer lo mismo con su hermana, al parecer con un resultado igual de bueno.
Pili caída de rodillas en la puerta, se sentía tan caliente como al principio, cerró los ojos y se concentro como hacía años la enseñaron a hacerlo, entonces las vio nítidamente en su cabeza, tan nítidas como si estuviera con los ojos abiertos, su mano se volvió a mover dentro de ella como si tuviera vida propia dándose gusto, se concentro en Laura y vio un primer plano del coñito de Lola, lo veía como debería de verlo ella misma a centímetros de sus ojos, Pili llevo la mano izquierda atrás y de un tirón rompió un tirante de su braguita, se acaricio las nalgas con aquella mano mientras con los ojos cerrados sacaba la lengua.
Pili creía estar lamiendo y mordisqueando el clítoris de Lola, la sensación en su mente era la misma que tenía Laura en primera persona mientras comía el coñito a su hermana, el olor a sexo, el sabor del flujo e incluso el tacto y la humedad parecerían reales en la caliente mente de Pili, sus manos se movían más rápido, con cuatro dedos de la diestra se penetraba el chochete empapado y los agitaba dentro, dos dedos de la mano zurda se empaparon de flujo y comenzaron a insinuarse apretando y entraron en su ano venciendo la resistencia del esfínter, sus pechos se rozaban contra el rugoso gotelé de la pared y la madera del marco.
Mientras disfrutaba, Pili se movía sobre sus dedos, la entrada de estos en su ano la hizo un poco de daño y aprovechando el ramalazo de dolor cambio la concentración de Laura a Lola, vio ante sus ojos el ano de Laura y sintió contra su boca el coñito, notó como la boca se movía y los dientes tironeaban de los labios vaginales, los mordisqueaban y luego hacían lo mismo en el botoncito del clítoris, sentía la boca llena de flujo de Laura, mientras experimentaba en su mente en primera persona como las chicas se comían el coño, saltaba sobre sus manos y dedos, se sentía doblemente penetrada y el gustazo que sentía no era comparable a nada que hubiera sentido jamás, sabía que no podía parar de disfrutar hasta correrse.
Fue cambiando su concentración de Laura a Lola mientras se comían los coñitos, incluso variaba el ritmo y la velocidad en su mente las corregía un poco, cosa que hacían las chicas también sin ser conscientes de ello, pero el placer que sentían todas era demasiado intenso y no tardaron en alcanzar el final esperado, Pili se corrió moviendo vigorosamente los dedos en su interior, sodomizada por sus dedos índice y medio de la mano zurda, al mismo tiempo que con cuatro dedos de la derecha en su interior y el pulgar sobre el clítoris, se agito y encorvó, su cuerpo temblaba mientras descargaba una corrida inmensa entre grititos y gemidos soltando una gran cantidad de fluidos que chorrearon entre sus dedos formando un pequeño charco en el suelo, mientras ella caía semiinconsciente hacia atrás percibió nítidamente el orgasmo de las chicas Laura y Lola que se empapaban las bocas la una a la otra en una espectacular corrida simultanea.
Al día siguiente ella recapacitó sobre lo ocurrido, las chicas no sabían que había pasado y ella no se lo diría por lo menos en un tiempo, ella percibía lo que ellas hacían y suponía que la una a la otra también se “detectarían” pero que harían de aquí en adelante…
La respuesta llegó mucho mas tarde, el tiempo fue pasando y el apetito sexual de las tres hembras aumento exponencialmente, cuando una se excitaba era percibido por las otras que asimismo se calentaban bastante, ni que decir tiene que durante un tiempo las gemelas fueron las chicas más populares de la clase, sobre todo entre los chicos… (Ya me entendéis)
Por su parte Pili y Jesús parecían en celo permanente, adelgazaron y se pusieron en una forma física que nunca habían tenido, su frecuencia sexual había pasado a niveles extraordinarios y nunca pasaron más de dos días sin alguna variante de sexo, incluido el anal y el oral a los que ella siempre se había mostrado reticente, en esa época caminaban abrazados por la calle y todos los vecinos afirmaban que se les veía muy felices.
A veces Pili sentía durante su trabajo en el despacho la excitación, era señal de que sus hijas estaban haciendo algo en el instituto, en esos casos algún compañero de trabajo ó cliente fue el feliz receptor de sus atenciones, otras veces era ella la que se introducía en la mente de ellas pera que se follaran a alguien, hace un año la situación se desmadro bastante por un posible embarazo de una de las chicas, que fue felizmente solucionado y aprovecharon una oportunidad de trabajo para salir de su pequeña ciudad para ir a vivir a la capital, al llegar aquí Pili dijo a sus hijas que se moderaran con sus ligues e intentaran buscar un novio fijo, lo que surgiese debería ser en la intimidad del hogar o como mucho en familia.
Lola fue la primera en buscarse trabajo y novio, Laura tenia trabajo y seguía estudiando, pero como hemos visto en el episodio anterior ha conocido a Paco, ¿Qué ocurrirá con ellos?
CONTINUARA…
Bueno, espero que nadie me acuse de pedofilia, nada más lejos ni de mi intención ni de mis preferencias intimas, solo he intentado describir a dos chicas experimentando, recomiendo que hagáis como yo e imaginéis que las chicas tienen los 18 cumplidos… ¿vale?
En caso contrario y según la ley sois unos guarros y estáis enfermos. Si además os habéis excitado leyendo esta historia, iros urgentemente a una comisaría y auto-denunciaros. En cualquier caso ¡sed felices!
 
 

Relato erótico: “Descubrí a mi secretaria en el jardín” (POR GOLFO)

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CAZADOREran las once de la noche de un viernes cuando escuché a Sultán. El perro iba a despertar a toda la urbanización con Sin títulosus ladridos. “Seguramente debe de haber pillado a un gato”, pensé al levantarme del sofá donde estaba viendo la televisión. Al abrir la puerta, el frío de la noche me golpeó la cara, y para colmo, llovía a mares, por lo que volví a entrar para ponerme un abrigo.

Enfundado en el anorak empecé a buscar al animal por el jardín, disgustado por salir a esa horas y encima tener que empaparme. Al irme acercando me di cuenta que tenía algo acorralado, pero por el tamaño de la sombra no era un gato, debía de ser un perro, por lo que agarré un tubo por si tenía que defenderme. Cual no sería mi sorpresa al comprobar que su presa consistía en una mujer totalmente empapada, por lo que para evitar que le hiciera daño tuve que atar al perro, antes de preguntarle que narices hacían en mi jardín. Con Sultán a buen recaudo, me aproximé a la mujer, que resultó ser Carmen, mi secretaria.
-¿Qué coño haces aquí?-, le pregunté hecho una furia, mientras la levantaba del suelo.
No me contestó, por lo que decidí que lo mejor era entrar en la casa, la mujer estaba aterrada, y no me extrañaba después de pasar al menos cinco minutos acorralada sin saber si alguien la iba a oír.
Estaba hecha un desastre, el barro la cubría por completo, pelo, cara y ropa era todo uno, debió de tropezarse al huir del animal y rodar por el suelo. Ella siempre tan formal, tan bien conjuntada, tan discreta, debía de estar fatal para ni siquiera quejarse.
-No puedes estar así-, le dije mientras sacaba de un armario una toalla, para que se bañara.
Al extenderle la toalla, seguía con la mirada ausente.
-Carmen, despierta-
Nada, era como un mueble, seguía de pie en el mismo sitio que la había dejado.
-Tienes que tomar una ducha, sino te vas a enfermar-
Me empecé a preocupar, no reaccionaba. Estaba en estado de shock, por lo que tuve que obligarla a acompañarme al baño y abriéndole la ducha, la metí vestida debajo del agua caliente. No me lo podía creer, ni siquiera al sentir como el chorro golpeaba en su cara, se reanimaba, era una muñeca que se quedaba quieta en la posición que su dueño la dejaba. Necesitara ropa seca”, por lo que temiendo que se cayera, la senté en la bañera, dejándola sola en el baño.
Rápidamente busqué en mi armario algo que pudiera servirle, cosa difícil ya que yo era mucho mas alto que ella, por lo que me decidí por una camiseta y un pantalón de deporte. Al volver, al baño, no se había movido. Si no fuera por el hecho de que tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había desmayado. “Joder, y ahora que hago”, nunca en mi vida me había enfrentado con una situación semejante, lo único que tenía claro es que tenía que terminar de quitarle el barro, esperando que para entonces hubiera recuperado la cordura.

Cortado por la situación, con el teléfono de la ducha le fui retirando la tierra tanto del pelo como de la ropa, no me entraba en la cabeza que ni siquiera reaccionara al notar como le retiraba los restos de césped de sus piernas. Sin saber como actuar, la pusé en pié para terminar de bañarla, como una autómata me obedecía, se dejaba limpiar sin oponer resistencia. Al cerrar el grifo, ya mi preocupación era máxima, tenía que secarla y cambiarla, pero para ello había que desnudarla, y no me sentía con ganas de hacerlo, no fuera a pensar mal de mí cuando se recuperara. Decidí que tenía que reanimarla de alguna manera, por lo que volví a sentarla y corriendo fui a por un café.
Suerte que en mi cocina siempre hay una cafetera lista, por lo que entre que saqué una taza y lo serví, no debí de abandonarla mas de un minuto. “Madre mía, que broncón”, pensé al retornar a su lado, y descubrir que todo seguía igual. Me senté en el suelo, para que me fuera mas fácil dárselo, pero descubrí lo complicado que era intentar obligar a beber a alguien que no responde. Tuve que usar mis dos manos para hacerlo, mientras que con una, le abría la boca, con la otra le vertía el café dentro. Tardé una eternidad en que se lo terminara, constantemente se atragantaba y vomitaba encima de mí.
Todo seguía igual, aunque no me gustara, tenía que quitarle la ropa, por lo que la saqué de la bañera, dejándola en medio del baño. Estaba totalmente descolocado, indeciso de cómo empezar. Traté de pensar como sería mas sencillo, si debía de empezar por arriba con la camisa, o por abajo con la falda. Muchas veces había desnudado a una mujer, pero jamás me había visto en algo parecido. Decidí quitarle primero la falda, por lo que bajándole el cierre, esta cayó al suelo. El agacharme a retirársela de los pies, me dio la oportunidad de verla sus piernas, la blancura de su piel resaltaba con el tanga rojo que llevaba puesto. La situación se estaba empezando a convertir en morbosa, nunca hubiera supuesto que una mojigata como ella, usara una prenda tan sexi. Le tocaba el turno a la blusa, por lo que me puse en frente de ella, y botón a botón fui desabrochándola. Cada vez que abría uno, el escote crecía dejándome entrever mas porción de su pecho. “Me estoy poniendo bruto”, reconocí molesto conmigo mismo, por lo que me di prisa en terminar.
Al quitarle la camisa, Carmen se quedó en ropa interior, su sujetador mas que esconder, exhibía la perfección de sus pechos, nunca me había fijado pero la señorita tenía un par dignos de museo. Tuve que rodearla con mis brazos para alcanzar el broche, lo que provocó que me tuviera que pegar a ella, la ducha no había conseguido acabar con su perfume, por lo que me llegó el olor a mujer en su totalidad. Me costó un poco pero conseguí abrir el corchete, y ya sin disimulo, la despojé con cuidado disfrutando de la visión de sus pezones. “Está buena la cabrona”, sentencié al verla desnuda. Durante dos años había tenido a mi lado a un cañón y no me percaté de ello.
No solo tenía buen cuerpo , al quitarle el maquillaje resultaba que era guapa, hay mujeres que lejos de mejorar pintadas, lo único que hacen es estropearse. Secarla fue otra cosa, al no tener ninguna prenda que la tapara, pude disfrutar y mucho de ella, cualquiera que me hubiese visto, no podría quejarse de la forma profesional en que la sequé, pero yo si sé, que sentí al recorrer con la toalla todo su cuerpo, que noté al levantarle los pechos para secarle sus pliegues, rozándole el borde de sus pezones, cómo me encantó el abrirle las piernas y descubrir un sexo perfectamente depilado, que tuve que secar concienzudamente, quedando impregnado su olor en mi mano.
Totalmente excitado le puse mi camiseta, y viendo lo bien que le quedaba con sus pitones marcándose sobre la tela, me olvidé de colocarle los pantalones, dejando su sexo al aire.
Llevándola de la mano, fuimos hasta salón, dejándola en el sofá de enfrente de la tele, mientras revisaba su bolso, tratando de descubrir algo de ella. Solo sabía que vivía por Móstoles y que su familia era de un pueblo de Burgos. En el bolso llevaba de todo pero nada que me sirviera para localizar a nadie amigo suyo, por lo que contrariado volví a la habitación. Me había dejado puesta la película porno, y Carmen absorta seguía las escenas que se estaban desarrollando. Me senté a su lado observándola, mientras en la tele una rubia le bajaba la bragueta al protagonista, cuando de pronto la muchacha se levanta e imitando a la actriz empieza a copiar sus movimiento. “No estoy abusando de ella”, me repetía, intentándome de autoconvencer que no estaba haciendo nada malo, al notar como se introducía mi pene en su boca, y empezaba a realizarme una exquisita mamada.
Seguía al pie de la letra, a la protagonista. Acelerando sus maniobras cuando la rubia incrementaba las suyas, mordisqueándome los testículos cuando la mujer lo hacía, y lo mas importante, tragándose todo mi semen como ocurría en la película.
Éramos parte de elenco, sin haber rodado ni un solo segundo de celuloide. Estaba siendo participe de la imaginación degenerada del guionista, por lo que esperé que nos deparaba la siguiente escena. Lo supe en cuanto se puso a cuatro piernas, iba a ser una escena de sexo anal, por lo que imitando en este caso al actor, me mojé las manos con el flujo de su sexo e introduciendo dos dedos relajé su esfínter, a la vez que le colocaba la punta de mi glande en su agujero. Fueron dos penetraciones brutales, una ficticia y una real, cabalgando sobre nuestras monturas en una carrera en la que los dos jinetes íbamos a resultar vencedores, golpeábamos sus lomos mientras tirábamos de las riendas de su pelo. Mi yegua relinchó desbocada al sentir como mi simiente le regaba el interior, y desplomada cayó sobre el sofá.
Desgraciadamente, la película terminó en ese momento y de igual forma Carmen recuperó en ese instante su pose distraída. Incrédulo esperé unos minutos a ver si la muchacha respondía pero fue una espera infructuosa, seguía en otra galaxia sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Entre tanto, mi mente trabajaba a mil, el sentimiento de culpabilidad que sentía me obligo a vestirla y esta vez si le puse los pantalones, llevándola a la cama de invitados.
“Me he pasado dos pueblos”, era todo lo que me machaconamente pensaba mientras metía la ropa de mi secretaria en la secadora, “mañana como se acuerde de algo, me va a acusar de haberla violado”. Sin tener ni idea de cómo se lo iba a explicar, me acerqué al cuarto donde la había depositado, encontrándomela totalmente dormida, por lo que tomé la decisión de hacer lo mismo.
Dormí realmente mal, me pasé toda la noche imaginando que me metían en la cárcel y que un negrazo me usaba en la celda, por lo que a las ocho de la mañana ya estaba en pié desayunando, cuando apareció medio dormida en la cocina.
-Don Manuel, ¿qué ha pasado?, solo me acuerdo de venir a su casa a traerle unos papeles-, me preguntó totalmente ajena a lo que realmente había ocurrido.
-Carmen, anoche te encontré en estado de shock en mi jardín, , por lo que te metí en la casa, estabas empapada y helada por lo que tuve que cambiarte -, el rubor apareció en su cara al oír que yo la había desvestido,-como no me sabía ningún teléfono de tus amigos, te dejé durmiendo aquí-.
-Gracias, no se que me ocurrió. Perdone, ¿y mi ropa?-.
-Arrugada pero seca, disculpa que no sepa planchar-, le respondí mas tranquilo, sacando la ropa de la secadora.
Mientras se vestía en otra habitación, me senté a terminar de desayunar, respirando tranquilo, no se acordaba de nada, por lo que mis problemas habían terminado. Al volver la muchacha le ofrecí un café, pero me dijo que tenia prisa, por lo que la acompañe a la verja del jardín. Ya se iba cuando se dio la vuelta y mirándome me dijo:
-Don Manuel, siempre he pensado de usted que era un GOLFO…, pero cuando quiera puede invitarme a ver otra película-
Cerró la puerta, dejándome solo.
 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 8. Tierra Prometida.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 8: Tierra prometida

El amanecer les sorprendió abrazados en la misma postura. Hércules se despertó un poco desorientado hasta que reconoció el cuerpo de Akanke descansando plácidamente entre sus brazos. Aprovechó para observar su precioso rostro expresando por fin serenidad y paz.

No pudo evitar acercar la mano y acariciar con suavidad aquellos pómulos tersos color ébano y los labios gruesos que tanto placer le habían dado la noche anterior. La joven suspiró y abrió los ojos grandes y negros. Al descubrirle observándola no pudo evitar apartarle la cara con la mano mientras sonreía.

—No hagas eso por favor.

—¿El qué? —preguntó Hércules.

—Mirarme así.

—¿Por qué? —insistió él divertido.

—No lo merezco. —dijo ella en tono compungido— He hecho cosas muy feas…

—No digas tonterías. Tú no eres culpable de lo que te ha pasado. Y lo que ha hecho, lo has hecho para sobrevivir.

—No sabes nada. —dijo Akanke a punto de llorar.

—Pues cuéntamelo. Cuéntame tu historia Akanke. Quiero saberlo todo de ti, lo bueno y lo malo. Quiero saberlo todo de la mujer que amo.—dijo Hércules acariciando la oscura melena de la joven.

—Está bien, —respondió ella con un escalofrío al escuchar las palabras de Hércules— pero prométeme que no intentarás hacer ninguna tontería. Te quiero y lo único que quiero de mi pasado es olvidarlo. Nada de venganzas ni ajustes de cuentas.

—Prometido. —replicó Hércules.

—No sé por dónde empezar…

—¿Qué te parece por el principio?

Nací en una pequeña aldea cerca de Onuebu, a orillas de uno de los brazos menores del delta del Níger. Pasé toda mi infancia sin alejarme más de diez kilómetros de la aldea así que cuando vinieron unos hombres bien vestidos de la capital, buscando jóvenes guapas para servicio doméstico en Europa, no me lo pensé y accedí de inmediato, antes incluso de que hablasen de la pequeña compensación económica que recibirían mis padres.

Así que en mi inocencia hice un pequeño hato con las cuatro cosas que me pertenecían y subí al todoterreno. Una vez en él, me llevaron a Lagos donde hice los trámites para conseguir un pasaporte que jamás llegué a ver. Aquellos hombres me llevaron a un piso donde había otra docena de mujeres esperando partir. La cara de incertidumbre que expresaban hizo que mi confianza se evaporara. Intenté idear una excusa y volver a mi casa, pero el hombre que se encargaba de nuestra “seguridad” se mostró inflexible y no me dejó salir. En ese momento descubrí que estábamos encerradas y cuando intenté protestar recibí un bofetón por toda respuesta.

Las mujeres siguieron llegando hasta que formamos un grupo de alrededor de veinte. Entonces llegó Sunday con su metro noventa, su sonrisa cruel y sus manos grandes y cargadas de anillos. Nos obligó a levantarnos y nos miró una a una evaluándonos. Tras desechar a una de nosotras, aun no sé el motivo, nos dijo que al día siguiente partiríamos en un pesquero rumbo a España y que el viaje no sería gratis. Que nos descontarían del sueldo el coste del viaje. Nunca nos llegaron a decir a cuánto ascendía nuestra deuda y la única mujer que se atrevió a preguntarlo recibió una paliza de muerte.

El viaje fue una pesadilla. Apiñadas en la pequeña bodega que apestaba a pescado podrido de un pesquero, balanceadas por las enormes olas del Atlántico. Pasamos mareadas y bañadas en nuestros propios vómitos la mayor parte del viaje, sin llegar a ver el sol en toda la travesía.

El pesquero nos desembarcó en una pequeña cala solitaria, mareadas, famélicas, medio muertas. Sunday nos estaba esperando, impecablemente vestido, como siempre y nos hizo subir a una furgoneta. Nos llevaron a un chalet solitario en medio de las montañas. Estábamos, solas, hambrientas y sucias en un país extranjero, sin conocer su idioma, sus hábitos ni sus costumbres, no nos podíamos sentir más vulnerables.

Cuando llegamos nos permitieron ducharnos y nos dieron ropa, un tenue hilo de esperanza creció en mí, pero cuando nos reunieron a todas en el salón del chalet todo se vino abajo. Los hombres llegaron y con sonrisas que no auguraban nada nuevo, cogieron a las mujeres y se las llevaron a distintas habitaciones.

Un tipo gordo y bajito se acercó a mí y me olfateó como una comadreja. Yo cerré los ojos temblando, esperando no sé muy bien qué. Se oyó un ruido y el hombre se retiró renegando. Cuando abrí los ojos Sunday estaba frente a mí con la sonrisa blanca y afilada de una pantera.

Me cogió por el brazo y tirando de mí me llevó a una habitación con una gran cama por toda decoración. No se anduvo por las ramas y en cuanto cerró la puerta me ordenó desnudarme. Yo me encogí, poniendo los brazos por delante en postura defensiva. Sunday se acercó a mí me miró y me dio un doloroso bofetón antes de repetir la orden.

Temblando de pies a cabeza y con la cara marcada por los anillos de Sunday me quité la ropa poco a poco. Llevado por la impaciencia el mismo terminó por quitarme la ropa interior de dos tirones dejándome totalmente desnuda. Con una sonrisa de lujuria me amasó los pechos y magreó mi cuerpo diciéndome que era muy bonita y que iba a ganar mucho dinero conmigo.

Yo ya estaba aterrada y el hombre ni siquiera había empezado. Con parsimonia se acercó y me besó. Yo traté de resistirme, pero él me obligó a abrir la boca y metió su lengua dentro de mí unos instantes. A continuación lamió mi cuello y mis pechos y mordió mis pezones hasta hacerme aullar de dolor.

Intenté escapar, pero él me cogió y me tiró sobre la cama y a continuación se tumbó sobre mí inmovilizándome con su peso. Impotente sentí como el hombre hurgaba entre mis piernas mientras se sacaba un miembro grande, grueso y duro como una piedra de sus pantalones.

Lo balanceó frente a mí disfrutando de mi terror. A continuación se escupió en él y sin más ceremonia me lo hincó dolorosamente hasta el fondo. Grite y me debatí mientras el hombre inmovilizaba mis muñecas y me penetraba con rudeza. Yo lloraba y suplicaba, y gritaba pidiendo auxilio, pero mis gritos se confundían con los de mis compañeras de infortunio.

Llegó un momento que el dolor se mitigó un poco y pasé a no sentir nada. Dejé de resistirme y gritar y dejé que aquel hombre hiciese con mi cuerpo lo que quisiese mientras apartaba la cara y las lágrimas corrían por mis mejillas.

Tras lo que me pareció una eternidad Sunday gimió roncamente y con dos brutales empujones se corrió dentro de mí. Aquella bestia se dejó caer sobre mi aplastándome y cubriendo mi cuerpo con su repugnante hedor. Cuando finalmente se levantó yo estaba agotada, dolorida y sucia. Solo deseaba dormir para no volver a despertar, pero a la mañana siguiente volví a despertar y Sunday volvía a estar ante mí desnudo preparado para continuar con lo que él llamaba mi adiestramiento.

Las violaciones y las palizas continuaron durante semanas hasta que todas nos convertimos en una especie de zombis que accedían a cumplir cualquier orden de nuestros captores.

Una noche nos subieron a dos furgonetas y nos llevaron a la ciudad. Allí nos soltaron en un polígono industrial con la orden de que debíamos recaudar al menos trescientos euros si queríamos comer al día siguiente.

A partir de aquel momento nuestra vida fue una monótona sucesión de noches de sexo sórdido en el interior de coches o contra contenedores de basura y días de sueño intranquilo acosadas por terribles pesadillas. Yo aun tenía la esperanza de que si lograba reunir el dinero ue les debía me dejarían libre así que, haciendo de tripas corazón, me apliqué lo mejor que pude. En poco tiempo me hice con una clientela fija y empecé a ganar más del doble que las otras chicas, así que Sunday me alejó de las calles y me metió en “Blanco y Negro” un club de carretera dónde supuestamente solo iba lo mejor.

Una noche, tres hombres me alquilaron para llevarme a una fiesta. En realidad no había tal fiesta y me follaron en el coche. Cuando les pedí el dinero me dieron una paliza tan fuerte que perdí el conocimiento. Lo siguiente que recuerdo son tus brazos llevando mi cuerpo vapuleado y aterido de frío a tu casa…

Las lágrimas corrían incontenibles por las mejillas de Akanke mientras terminaba el relato. Hércules que no había dejado de acariciarla durante su relato. La besó y recogió con sus labios aquellas lágrimas susurrándole palabras de consuelo. Embargado por una profunda emoción, Hércules se vio impelido a abrazar a la joven estrechamente hasta que dejó de llorar.

—Ahora estás conmigo. Nunca volverás a sentirte así, te lo prometo. Conmigo estás segura.

La joven sonrió y le besó en los labios, sin saber muy bien cómo, el beso se prolongó, se hizo más profundo y ansioso y Hércules terminó haciéndole el amor, con suavidad, haciéndola sentirse amada y protegida.

Pasaron toda la mañana haciendo el amor y decidieron pegarse una ducha e ir a comer algo por ahí.

Akanke se puso un vestido blanco, largo y ceñido que resaltaba su figura espectacular. Se había atado el pelo en una tirante cola de caballo y Hércules no pudo evitar darle un largo beso antes de salir por la puerta.

Comieron en un restaurante cercano y decidieron dar un paseo por el parque. No podía apartar las manos de la joven y Akanke agradecía silenciosamente cada contacto.

***

Ahora entendía la desaparición de aquella pequeña furcia. Llevado por una indefinible desazón Sunday había salido a dar una vuelta en el coche. Condujo sin rumbo, girando al azar en los cruces a izquierda y derecha, disfrutando de los cuatrocientos caballos de su BMW y justo cuando estaba a punto de volverse a casa, esperando en el semáforo, la vio pasar espectacularmente vestida del brazo de un tipo grande como un armario.

¿Qué posibilidades había de encontrarse a su puta preferida, por pura casualidad en una ciudad tan grande, en un barrio por el que normalmente no pasaba? Definitivamente los dioses estaban con él.

Sin hacer caso de la señal de prohibido aparcar dejó el coche en el primer hueco que encontró y siguió a los dos tortolitos. Observó como su zorra se dejaba acariciar el culo por su nuevo chulo haciendo que la rabia creciese en su interior. Se lo iba a hacer pagar.

El paseo duró unos minutos y les siguió mientras enviaba un mensaje a Tico y a Slim diciéndoles que dejasen lo que estaban haciendo y viniesen hasta el parque. Gracias al wasap parecía otro gilipollas obsesionado con el móvil mientras organizaba el seguimiento de la pareja sin ser vistos.

Con una sonrisa vio como el hombre entraba en un edificio de ladrillo cara vista. Slim, que se había mantenido en reserva hasta ese momento se acercó lo suficiente para poner el pie antes de que se cerrase la puerta de entrada.

El esbirro de Sunday dejó que la pareja entrase al ascensor y esperó para ver en que piso se paraba. Abrió la puerta a sus compañeros e indicó a su jefe el piso en el que se había parado. Sunday subió hasta el quinto piso y avanzó silenciosamente por el pasillo. Se agachó y pegó los oídos a las puertas de las tres viviendas que había en el piso.

Con una sonrisa escuchó susurros ahogados y gemidos apagados… Tenían que ser ellos. Podía entrar ahora, pero seguramente ese gilipollas les causaría problemas, mientras que si hablaba con la joven a solas y aprovechaba su sorpresa amenazándola con matar a aquel idiota y a toda su familia, probablemente se la llevarían sin armar jaleo.

Tras cerciorarse por última vez, se escurrió en silencio y salió del edificio donde sus esbirros le esperaban. Inmediatamente dio instrucciones para que vigilasen el piso y le avisasen en cuanto el tipo saliese solo de casa.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: INTERRACIAL

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Burke investigations (02)” (POR JANIS)

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Sin título1

El caso del perro violador. Capítulo 2.
¿Dónde podía estar Tris Backwell?, pensó Elsa, mirando por la ventana de su despacho. Estaba atardeciendo. Le daba en la nariz que la criada estaba escondida, asustada; el registro de su casa así lo demostraba, pero, ¿quién más la perseguía?
Le había prometido a Ava algún resultado en un par de días, pero no tenía nada aún. Tendría que pasar el nombre de Backwell a todos sus contactos. Eso llevaría algo más de tiempo y dinero. Pero antes de llamar a Ava y darle la mala noticia, quería husmear un poco en el antiguo empleo de Tris. No le había sido muy difícil averiguar la dirección y que la joven viuda de llamaba Lana Warner, no Walter, como le dijo Bike. Era la viuda de un excéntrico y misógino multimillonario, Jonathan Warner III.
Según los ecos de sociedad, Jonathan Warner, de cincuenta y cinco años, se casó con la joven actriz Lana Stillson, cinco años atrás, en segundas nupcias. Warner se había quedado viudo tras naufragar su yate cerca de las islas Maldivas, con una hija de diez años, Isabelle. La muerte de su esposa, también una rica heredera, elevó la fortuna de Warner cuantiosamente. Lana Warner tuvo que firmar una serie de contratos prenupciales, para casarse. Se comentaba que Isabelle heredaría una gran fortuna cuando cumpliera los veinticinco años.
La pregunta que quemaba la lengua de Elsa era… ¿Por qué una viuda con ese patrimonio se iba a hacer amiga de una criada? No era lógico.
Decidió hacer una visita inmediatamente. Salió de su despacho, le indicó a Johanna que cerrara todo y dónde pensaba ir. En el callejón trasero, un Ford Focus, normal y corriente, de color gris perla, le esperaba. Desplazarse a Tarzana, a esas horas, no supondría demasiadas dificultades.
La mansión era digna de elogio, al menos, vista desde fuera. Al menos, contó siete tejados en diversos planos; eso daba unas cuantas alas de edificio entrecruzadas. También, desde las alas más exteriores, se alzaban un par de torreones de un extraño estilo victoriano, recubiertos de piedra cobriza. Era diferente a las construcciones que solían levantarse en Los Ángeles. La tarjeta de visita de la detective no garantizó una rápida atención y Elsa esperó como media hora, hasta que el ama de llaves, que parecía tener la misma edad que la mansión, la llevó ante Lana Warner.
En cuanto la vio, Elsa pensó en aquello dela ViudaNegra.La señora Warner era el prototipo perfecto. Rubia, de pelo muy corto y magníficamente retocado, y hermosa. El traje pantalón, granate oscuro, que llevaba no dejaba adivinar demasiado de su cuerpo, pero, a ojo de buen cubero, Elsa pensó que tenía delante una mujer de bandera. Lástima que la señora no hubiera seguido una fructífera carrera en los estudios. Estrechó su mano, de unos dedos finos y largos, muy cuidados.
―           Señorita Burke, ¿qué puedo hacer por usted? – le preguntó con una estudiada dicción que, seguramente, le había costado un buen pellizco.
―           Deseaba hacerle un par de preguntas sobre una antigua empleada suya, Tris Backwell.
―           ¿Qué le ocurre?
―           Necesito encontrarla para dirimir un asunto de propiedad legal, nada serio pero, no responde a las llamadas y no está en casa.
―           Que extraño, ¿no?
―           Pues si. He sabido que durante el tiempo en que ella trabajó en esta casa, mantuvieron una buena amistad.
La señora enarcó una ceja, finamente depilada, como si se sorprendiera de que Elsa supiera ese dato.
―           Tanto como una buena amistad… Tris era una mujer solitaria y se amoldó bien a esta casa. Pasaba mucho tiempo aquí, conmigo. Lo prefería a estar en su piso, a solas. Tuvimos ciertas charlas sobre intimidades, pero no más allá.
―           Comprendo – respondió Elsa, clavando sus claros ojos en los de la señora, del color de la miel.
“No debe de tener más de veintisiete o veintiocho años. ¡Qué pedazo de braguetazo dio esta mujer!”, pensó, en ese instante.
―           Después de trabajar casi diez años para mí, se despidió sin dar más explicaciones, renunciando a sus derechos. Solo aceptó un magro finiquito.
―           ¿Cuánto hace de eso?
―           Unos tres o cuatro meses. Me pidió que le diera buenas referencias. Se las dí, pero me enfadé muchísimo. En ese momento, pensaba que algunas de mis amigas le habían ofrecido más que lo que ganaba, pero no ha sido así. No he vuelto a saber nada de ella. ¿Quiere que mire la fecha exacta de cuando se marchó?
―           Se lo agradecería mucho, señora Warner – sonrió Elsa.
La señora salió de la pequeña salita donde la había recibido y Elsa, pensando en que no iba a conseguir mucho más, se paseó por ella, mirando cuadros y jarrones, hasta llegar a la ventana.
Ésta daba a un gran patio interior, donde se ubicaba el garaje, el cual, en este momento, tenía la puerta alzada y alguien lavaba, en el interior, un gran 4×4 rojo y negro. Parte del agua a presión salía fuera del garaje, en dirección a la alcantarilla central del patio. Agua que arrastraba gran cantidad de polvo rojizo del desierto.
Elsa no prestó más atención más que la casual. El chofer estaba lavando el vehículo tras una salida al desierto, quizás a uno de los ranchos de la zona. La señora regresó con una anotación que entregó, junto con una gran sonrisa.
―           Aquí tiene, señorita Burke. Hace exactamente catorce semanas que Tris dejó esta casa.
―           Muy agradecida, señora Warner, y disculpe las molestias una vez más – Elsa le entrega una de sus tarjetas, más como rutina que por otra cosa.
―           Encantada de ayudar, querida – responde, dejando la tarjeta sobre el escritorio.
La vieja ama de llaves ya estaba esperando, como si la hubieran avisado por telepatía.
Al pasar bajo la gran escalinata que subía al primer piso, desde el vestíbulo, Elsa entrevió unas zapatillas deportivas subir a toda velocidad. Le pareció que pertenecían a una chica joven, pero no pudo ver nada más. ¿La hijastra Isabelle? Se encogió de hombros y se subió a su coche.
DIARIO DE BELLE: entrada 3/ fecha: 14-4-…
¡Al fin! El tedio de esta puta casa se ha roto. ¡Aleluya!
Al anochecer ha llegado una mujer. He sabido por Ruth que es una detective privada. ¡Dios, que morbo! ¿Qué habrá venido a hacer aquí? He intentando escuchar lo que hablaban Lana y ella, pero no he podido acercarme. Casi estuvo a punto de pillarme al salir. Tuve que subir corriendo las escaleras. Sin embargo, he podido echarle un buen vistazo cuando se subía al coche. Sus ojos son impresionantes, casi violetas…
Creo que me he quedado pillada. ¡Quiero volver a verla! Pero no sé nada más de ella. Tengo que sonsacar a Lana como sea.
Fin de entrada.
Elsa desayunaba en su cafetería favorita, dos días después de visitar a Lana Warner. El Kat’s Corner, en Sunset, fue su primer refugio al llegar a Los Ángeles. Desde entonces, solía pasar una o dos veces al día, para tomar algo y saludar a Katherine, la dueña.
Hablar de Katherine era hablar de un torbellino. De ascendencia criolla, llevaba casi veinticinco años detrás de su enorme fogón, con su negro y grueso rostro siempre sudoroso. Según ella, si no sudaba no era feliz. Pesaba cerca de los ciento treinta kilos y, aunque nunca decía su edad, seguro que había cumplido los cincuenta. La tarta de melocotones de Kat era la mejor que jamás hubiera probado Elsa, y sus tortitas mañaneras, una verdadera tentación. Para colmo, era uno de los pocos locales de Los Ángeles que servía auténtico café colombiano.
En ese lugar tan especial, Elsa recibió una llamada que le quitó el apetito. El teniente O’Hara, su antiguo compañero, la citó en la Quebrada Doone, en el desierto, donde es ubicaban las antiguas minas cerradas. Habían encontrado un cadáver y suponían que era el de Tris Backwell. Le pasó las coordenadas para su GPS y Elsa dejó el desayuno a medias.
Casi una hora más tarde, Elsa llegó al sitio indicado. Se encontró con una ambulancia y varios coches patrulla. El teniente O’Hara agitó la mano desde una abierta boca de mina. El calor empezaba a escocer.
―           Me alegro de verte, Jim – dijo ella, mientras le besaba la rasurada mejilla.
―           Y yo a ti, Elsa, aunque no son las mejores circunstancias.
―           Es trabajo, Jim, no te preocupes.
Entraron en la mina. Al menos se estaba fresco allí dentro, pensó. El equipo forense estaba en pleno proceso y se habían instalado varios focos que permitían discernir todos los detalles.
―           El cuerpo lo descubrió uno de esos locos buscadores de oro, que invaden las minas clausuradas. La descripción coincide con tu mensaje. Los forenses creen que no ha muerto aquí, que la arrojaron dentro. Se ha encontrado rodadas y se han hecho unos moldes – explicó su ex compañero.
―           ¿De qué ha muerto?
―           Le han roto el cuello. Sabremos más con la autopsia.
―           ¿Puedo verla?
―           Espera que hable con el equipo.
Elsa le vio alejarse. Jim era uno de los pocos tipos que ella respetaba de verdad y con el que nunca compitió. Era un adusto irlandés, fuerte y cabezota, al que le quedaban pocos años para jubilarse. Estaba casado y tenía tres hijos. Elsa era madrina del más pequeño, quien ahora andaba ya por los quince años. Jim O’Hara estuvo a punto de perder también su placa, tratando de ayudarla cuando la suspendieron. Elsa tuvo que ponerse muy seria para que su compañero pensara en su familia y se retrajera en su declaración. Gracias a él, Elsa seguía teniendo muchos amigos en el departamento.
El teniente le hizo una seña para que se acercara. Elsa estuvo muy pendiente de donde pisaba, aunque esa zona ya parecía haber sido examinada. El cadáver yacía boca arriba, aún con los ojos abiertos y secos por el polvo. Sacó su móvil y editó la foto de Tris Blackwell. Para ella no hubo dudas. Se trataba de la misma mujer.
O’Hara también asintió pero sabía que su amiga no podía identificar el cuerpo, pues no era familiar, ni siquiera conocida, de la víctima. Al menos, sabían que se trataba de ella.
―           No llevaba nada sobre ella – indicó.
Elsa miraba el suelo y las paredes. Todo cubierto por el maldito polvo rojo del desierto. Polvo rojo… ¿Dónde había visto ella un 4×4 cubierto de polvo rojo? ¡Ajá! En la mansión victoriana Warner.
Sentada al volante de un viejo Buick del 92, Elsa esperaba mascando chicle. El coche quedaba medio oculto tras uno de los altos setos de la valla de la mansión. Con pericia, rastreó antes la zona, descubriendo donde estaban situadas las cámaras y los sensores de alarma. Esperaba la hora de la cena, cuando cesaba casi toda la actividad en aquel lugar alejado de vecinos. Mientras tanto, rumiaba cuantos detalles la había llevado de nuevo allí.
Elsa no creía en las casualidades y allí había muchas. Tris se había cambiado el nombre, usando el de una persona muerta. Había dejado un trabajo estable y de confianza para irse con otra persona, a la que había robado después de más de una década de estar limpia. La habían perseguido, matado, y arrojado al desierto, y, ahora, uno de los coches de su antigua patrona había estado también en el desierto. Demasiadas cosas sin sentido y relacionadas indirectamente. Para ella era demasiado.
Un despolarizador de campos – un recuerdo de su etapa de comandos – interfirió durante tres segundos en los sensores y cámaras, en un radio de quince metros. Suficiente para que Elsa saltara la valla y el seto y alcanzara la seguridad de un murete cercano. De ahí al patio central, un paseo. El garaje ahora estaba cerrado, pero no supuso demasiados problemas para sus expertas manos.
El 4×4, un Jeep casi nuevo, estaba sobre los elevadores. Le habían cambiado los neumáticos. Los cuatro, totalmente nuevos.
“Vaya, vaya. Alguien no se fía de las huellas que haya podido dejar.”, sonrió para si. Buscó en las rendijas de las puertas, detrás de la placa de la matrícula, y en el tubo de escape. Se miró el dedo a la luz de la linterna. Polvo rojo. No era ninguna prueba definitiva, ni incriminaría a nadie, pero, el simple hecho de haber cambiado las ruedas para ocultarlas, era un signo de culpabilidad. Alguien de la mansión estaba en el ajo. Solo tenía que averiguar quien…
Volvió a casa más contenta. Había abierto un nuevo frente.
Elsa entró en el vestíbulo de su inmueble. Comprobó el buzón. Publicidad y facturas. Tomó el ascensor para subir al ático, doce plantas por encima, y, al encontrarse ante la puerta de su apartamento, dispuesta a abrir con la llave, sintió que no estaba sola.
Se giró de repente, echando mano a su Beretta, oculta en su cintura. Había alguien, oculto en el pequeño rincón donde se abría la puerta de acceso a la otra azotea del inmueble, la de la comunidad. Avanzó con cuidado, la pistola preparada en su firme mano.
―           ¡Sal de las sombras! ¡Deja que te vea! – ordenó en voz alta.
Lentamente, del oscuro rincón, surgió una figura esbelta, cubierta por la capucha de la sudadera. Unos jeans, rajados por las rodillas, y unas deportivas de cara apariencia, completaban su indumentaria.
―           ¡Más afuera! No veo tu rostro…
Al dar un par de pasos más, la luz del pasillo incidió plenamente sobre el intruso y Elsa se quedó con la boca abierta. Se trataba de una chica, y muy joven, por cierto. Parecía asustada, perdida…
―           ¿Qué haces aquí? – preguntó más suavemente la detective, bajando su arma.
La joven no dijo nada, pero alargó la mano, algo temblorosa, y le entregó una tarjeta. Elsa, con asombro, comprobó que era la suya propia, Burke Investigations.
―           ¿Quién te la ha dado?
Un encogimiento de hombros. Elsa repartía muchas tarjetas, por todas partes. Aquella chiquilla parecía en problemas y alguien que la conocía la podría haber enviado. Sin embargo, no había mucha gente que conociera su apartamento.
―           ¿Cómo sabías dónde vivo?
―           Internet… el registro de la propiedad no tiene buenos cortafuegos – responde, con una voz muy melodiosa y dulce.
―           Así que tenemos a un hacker…
Un nuevo alzamiento de hombros.
―           ¿Cómo te llamas? – preguntó Elsa, guardando su arma.
―           Belle…
―           ¿Belle qué?
―           Solo Belle.
―           Está bien, solo Belle, ¿Por qué me buscas?
―           Me persiguen…
―           ¿Quién?
―           Unos tipos… colombianos…
―           A ver, ¿por qué tengo que sacarte las palabras con sacacorchos?
La joven, en ese momento, se echó a llorar en silencio. Las lágrimas se derramaban, mansas y abundantes, por sus mejillas. Inexplicablemente, un profundo estado de tristeza envolvió a Elsa, en aquel corto pasillo. Se vio inmediatamente derrotada por aquellas lágrimas.
―           Está bien, está bien… Entremos en mi apartamento. Al menos te quedarás esta noche…
La joven sorbió y retrocedió hasta el rincón, de donde sacó una bolsa de lona. Elsa se echó a un lado, tras abrir la puerta, y la invitó a pasar. La jovencita se quedó plantada en mitad de la gran estancia, contemplando todos los detalles. El apartamento era totalmente funcional, la única decoración se encontraba en los cuadros – pósters, más bien – que colgaban en las paredes, y en unos anaqueles con algunos libros, cerca de la cama.
El apartamento era un gran estudio, todo integrado en una gran y bien iluminada habitación. Cocina, sala de estar y dormitorio, todo en uno. La gran cama bajo un gran ventanal, la pequeña cocina en el otro extremo, una mesa oval y extensible entre ellas, con seis sillas de diseño, un pequeño escritorio con cajoneras, al lado de la cama, que servía de mesita de noche, y un gran armario empotrado en la pared aún no mencionada. Ese era el nido de Elsa, donde descansaba y se sentía a salvo. La otra habitación que quedaba, era el baño. Un amplio baño bien acondicionado, con un caro jacuzzi y una ducha terapéutica, entre sus comodidades.
―           Chulo – musitó la joven, avanzando hacia la puerta acristalada de la gran terraza.
―           ¿Has cenado algo, Belle?
―           No, señorita Burke.
―           Llámame Elsa… — dijo la detective, sacando comida preparada del frigorífico y girándose. Su boca se abrió, sorprendida.
La jovencita se había quitado la sudadera, sin dejar de mirar la noche, a través de los cristales de la terraza. Su larga cabellera parecía casi blanca, en contraste con el cielo negro que la rodeaba. Debajo de ella, su fino rostro cobraba en esplendor diferente, como si estuviera, al fin, completo. Elsa se dijo que era deliciosa. No guapa, sino eso mismo, deliciosa, comestible, tentadora como un dulce.
―           Espero que te gusten los fríjoles con carne. Es lo único que tengo para calentar.
Belle giró los ojos hacia ella y sonrió. La bandeja de corcho estuvo a punto de caerse de las manos de Elsa. ¿Cómo no la había visto antes? Esos ojos, esa sonrisa… Una mirada limpia y directa, más azul que el propio cielo, en unos ojos grandes y bordeados de unas pestañas y unas cejas casi albinas. Algunas pecas salpicaban su nariz y mejillas. Los blancos dientes, parejos y perfectos, se mostraban con franca sinceridad, como si emitieran simpatía y alegría.
―           No te preocupes, Elsa… Como de todo, como una buena cerdita – se río entre dientes.
Elsa se recobró de la dulce impresión y metió toda la bandeja en el microondas. Mientras contemplaba, como una tonta, la bandeja dando vueltas a través del cristal de la portezuela, pensaba en que nunca la ha habían golpeado así, emocionalmente hablando, claro. Belle no debía de tener más de dieciocho años, era apenas una niña, pero solo mirarla ya le dolía, como si le abrasaran el pecho.
Cuando se sentaron a la mesa, intentó serenarse y, de paso, averiguar más del problema de la chiquilla. Pero, por mucho que quería, sus ojos no dejaban de posarse en los pujantes senos que Belle resaltaba contra su blanca camiseta. Con todo, se apercibió del pavor que la joven sentía cada vez que la interrogaba. Retorcía sus manos, dándole información con cuentagotas. No quería dar nombres algunos y no quería que la policía metiera las narices. Elsa solo sacaba en claro que unos tipos colombianos la perseguían para llevarla de vuelta y que ella se había escapado.
Elsa no la presionó más, dejando que se calmara. La mantendría alejada de la calle durante unos días, hasta que confiara más en ella y pudiera darle más detalles. Una vez que Elsa supiera de lo que se trataba, buscaría una mejor solución. Tomada esta decisión, la detective sonrió y cambió el estilo de sus preguntas, intentando que Belle se integrase.
DIARIO DE BELLE: Entrada 6 / Fecha: 17-4-…
Todo ha salido mejor de lo que pensaba. Encontrar la tarjeta de Burke Investigations sobre el escritorio de Lana fue esencial. Ni quisiera tuve que preguntarle nada. Tampoco fue demasiado difícil entrar en los archivos del Registro Municipal del condado, y encontrar un ático a nombre de Elsa Burke. Tener tantos amigos en la red sirve para algo, jajaja…
Tenía la información que necesitaba. Solo me quedaba escapar. Pensé que no sería capaz de desafiar a Lana, pero, finalmente, lo hice. Huí de la mansión, me escapé de mi cárcel…
Las dudas me asaltaron muchas veces mientras esperaba el regreso de Elsa. ¿Era buena idea presentarme en su casa? ¿Me rechazaría? ¿Llamaría a la policía? Estaba perdida si lo hacía. Confiaba en la historia que había montado y en mi improvisación. Siempre me ha funcionado esa faceta. No sé por qué, pero puedo representar casi cualquier papel que adopte, por necesidad, sin haberlo premeditado…
Sin embargo, encontrarme frente a frente con la que podría ser mi salvadora, me cautivó, debo reconocerlo. No estaba preparada para estar tan cerca de ella, bajo la atención de esos ojos violáceos… No supe qué responderle, así que tomé el atajo más fácil. Me eché a llorar, con esa facilidad que Dios me ha dado. Contemplé, fascinada, como su dureza se derrumbaba y me acogió en su casa.
¡Menuda casa! ¡Es una leonera! ¡Me gusta mucho! Es como mi cuarto, pero a lo grande. Nada de florituras, ni adornos tontos. ¡Desde esa terraza se tiene que ver el mar!
Por un momento, creo que se fijó en mí, en profundidad. Al menos, eso creo. Sentía sus ojos clavados en mí y no hablábamos ninguna de las dos. Solo me miraba y sonreía, casi con flojera, pero creo que yo estaba haciendo lo mismo. ¿Será bueno eso? ¿Será que nos hemos hecho amigas?
Hemos estado hablando mucho tiempo, después de cenar. Al principio, quería saber más cosas de por qué me perseguían, pero creo haber jugado bien mi papel, y darle largas. Después hemos hablado de cine, de cómics, de moda, incluso de chicos… Es superinteligente y muy dura. A su lado, me siento a salvo, intocable… ojala sea cierto…
Nota: cuando me ha preparado el sofá para dormir, me he sentido decepcionada. ¿Acaso quería dormir con ella? Aún no lo sé…
Fin de entrada.
Elsa no se concentraba en su trabajo. Su mente volvía, una y otra vez, a su apartamento, en donde había dejado a Belle durmiendo en el sofá. No sabía cómo debía proceder con ella. Tenía dieciocho años, por lo que llamar a Asuntos Sociales estaba descartado. ¿La policía? No la protegería eficientemente contra un grupo colombiano sino implicaba, al menos, al departamento fiscal, y la joven no parecía dispuesta a soltar gran cosa, asustada. Así que, ¿qué opciones le quedaban? ¿Mantenerla con ella? Bueno, sonriendo, Elsa pensó que por ella no había ningún problema, pero no era ético, ¿o si?
Todo dependía de lo que Belle le explicara, pero, sin duda, para ello necesitaría unos pocos días. “Está bien, no tengo prisa. Puedo tenerla en casa unos días más, hasta que me lo cuente todo”, se dijo Elsa, en el momento en que Johanna entraba.
―           Ahí fuera hay un tipo con mala pinta preguntando por ti. Dice que se llama Bike… — le comunicó la secretaria mulata.
―           ¿Bike? – se sorprendió Elsa. – Hazle pasar.
El hermano de Tris Backwell parecía en verdad afligido. Vestía con ropa arrugada pero, al parecer, limpia.
―           ¿Qué sucede, Bike? – le preguntó la detective, señalándole una de las sillas.
―           Vengo de identificar a mi hermana – dijo con voz mustia.
―           Lo siento, Bike. Me enteré ayer.
―           Gracias. He venido a entregarle esto – dijo, sacando un DVD, en su funda de plástico duro, del bolsillo trasero del pantalón.
―           ¿Qué es eso?
―           No lo sé. No lo he visto. Tris vino hace unos días y me lo entregó para que se lo guardara. Me dijo que si le pasaba algo, lo llevara a la policía. Me dio un costoso pendiente de zafiro, digamos como pago. Yo no quiero tratos con la poli, pero usted investigaba a mi hermana, así que puede que le sirva de algo…
―           Está bien, Bike, puede ser una prueba para su caso. Déjame que le eche un vistazo y ya te diré algo – dijo Elsa, tomando el DVD. ¿Tendría la suerte de que fuera el DVD robado a Ava Miller?
Acompañó a Bike a la puerta y se quedó de pie, mirando el disco, pensativa. Tenía que visionarlo para comprobarlo, no había más remedio. No podía devolvérselo a Ava, sin saber si era el que había perdido, o bien la confesión de Tris, por ejemplo.
Lo introdujo en el lector de su torre, y lo primero que comprobó es que no tenía firma electrónica. No era el DVD original, sino una copia, pero, sin duda, era el disco sustraído. “Vale, se dijo, no estás cometiendo ninguna falta hacia tu cliente. No estás visionando el original, es solo una copia que no has elaborado tú”. Un primer vistazo le hizo comprender que el caso nunca fue tan simple como se lo pintaron.
En el vídeo, apareció Ava Miller, junto a otras dos mujeres, una japonesa, de su edad, más o menos, y una mujer de mediana edad, muy elegante. Se encontraban en una especie de sótano, con el suelo acolchado y plastificado. En un tono oscuro. La grabación era excelente y estaba editada y montada, pues se superponían al menos cuatro planos de cámaras. Los rostros se veían perfectamente, y las cámaras parecían especiales, para grabar con baja iluminación. Las mujeres hablaban entre ellas y fumaban. No había audio, pero Elsa las vio reír y bromear, como si tuvieran una buena amistad entre ellas.
Al rato, entró un sujeto con los pelos canos, sonriendo. Mostró cuatro dientes de oro, dos arriba y dos abajo. Llevaba, del brazo, una chica esposada y amordazada, con una mordaza profesional, de esas con una bola blanda.  Con la otra mano, tiraba de un collar al que estaba encadenado un gran dogo. El sujeto parecía fuerte y acostumbrado a lidiar con estos fardos. Arrojó a la chica prisionera al suelo, con un gesto de placer, y entregó la cadena del perro a la mujer de más edad. Después. Inclinándose, se retiró.
Elsa sentía sus nervios tensos. Tenía un mal pálpito.
La chica de la mordaza no debía de tener más de veinte años, y estaba muy asustada. Las tres mujeres presentes se reunieron a su alrededor. En ese momento, el audio de la grabación comenzó, y las mujeres desnudaron a su víctima, entre risas y soeces comentarios. También le quitaron la mordaza, lo que le indicó a Elsa que aquel sitio estaba insonorizado o aislado. Las manos de las tres acariciaban y untaban una especie de crema sobre los senos, flancos, nalgas y sexo de la chica maniatada por las esposas. El perro pareció excitarse con el olor de la crema. La mujer mayor explicó que era esencia de carne picada con otros ingredientes, para atraer la atención del perro. La chica oriental palmeó, entusiasmada.
Ava acercó el perro con cuidado, tironeando de su cadena. Le controlaba para que no se abalanzara sobre la joven prisionera. El can se hartó de lamer a la joven, por todas partes, durante mucho tiempo, ocasionándole varios orgasmos brutales. Mientras, las tres chicas, ya desnudas, se amaban entre ellas, disponiendo más pruebas para la prisionera. La rociaron con un spray que prácticamente volvió loco al perro. Elsa pensó que eran feromonas de perra en celo.
Fue una verdadera violación canina, como mordiscos incluidos. Ni siquiera se acercaron las mujeres verdugo. Contemplaron, extasiadas, como el gran perro la penetraba, mientras la chica intentaba apartarse, hacerse un ovillo. Pero el perro, quizás acostumbrado a esta práctica, la mordía, la arrastraba, hasta tenerla a su disposición. Seguramente le desgarró el coño cuando apareció el gran nudo en su miembro. La chica lanzaba gritos estremecedores, sin que apiadara lo más mínimo a las otras.
Cuando todo acabó, el hombre de los dientes dorados volvió a entrar, se llevó al perro de la cadena, y a la chica inconsciente al hombro. Elsa no supo qué pensar. Aquello parecía ser un crimen, un delito monstruoso, o bien una prueba de iniciación, quizás. No podía estar segura. ¿Y si no eran víctimas, sino algo parecido al rito de una secta?
El DVD tuvo una breve parada y comenzó con una escena parecida, salvo que la prisionera era otra chica distinta, con más edad. Las tres mujeres del sótano eran las mismas – Elsa las apodó las brujas –, pero una de ellas llevaba un peinado diferente, así como sus prendas parecían indicar que había habido un cambio de estación. El mismo ritual, aunque en esta ocasión, también hubo fustazos para la prisionera. Y siguió otra víctima, y luego otra…
Elsa no pudo soportar presenciar más escenas de esas y decidió dejarlo para el día siguiente. Su estómago no aguantaba más mierda de esa.
Ava no era ninguna mosquita muerta. ¡Claro que quería recuperar su DVD! ¡Podrían condenarla por eso!
Aún sin decidirse qué hacer, Elsa decidió ganar un poco de tiempo. Llamó a Ava, diciéndole que habían encontrado a Devon Sudesky muerta, en una mina del desierto, y que su casa había sido toda registrada. El tono de Ava era de mucha inquietud; estaba asustada. Con súbita inspiración, Elsa le confesó a su cliente un dato falso que la acabó desquiciando. Le informó que un amigo de la policía le había soplado que varios testigos habían visto huir de la casa de Sudesky, a un tipo sospechoso. Al parecer tenía varios dientes de oro. Elsa pudo escuchar el gritito de sorpresa de Ava, al otro lado de la línea.
Cuando colgó, Elsa se replanteó el caso. La llegada del DVD lo había sacudido todo, cambiando los parámetros. No disponía del original, que era lo que pedía su cliente. Tampoco sabía dónde estaba o quien lo tenía. Por otra parte, ahora que conocía su contenido, no podía ser cómplice de esas bestiales violaciones.
Podía entregar la copia a la policía, pero era algo que no le satisfacía nada. Era su caso, no el de ellos…
Con la llamada a Ava, había comprobado que ella no sabía nada del asunto. Pareció realmente sorprendida. ¿Quizás una de sus socias criminales actuó sin su conocimiento, recuperando el DVD? Debía averiguar quienes eran las otras dos brujas.
Otra pregunta sin respuesta, ¿qué pintaba Lana Warner y su 4×4 en todo esto?
En vez de almorzar en Kat’s Corner, como hacía a menudo, Elsa volvió a su piso, con comida envasada por la propia Katherine. Belle estaba en el apartamento, sola y aburrida seguramente. Cuando Elsa abrió y llamó a la joven, nadie respondió. Dejó los envases sobre la encimera y miró en la terraza.
Belle estaba recostada en la tumbona, con los auriculares de su iPod en los oídos, tomando el sol. Elsa se acercó. La jovencita estaba descalza y vestía un sucinto top azul cielo y una minifalda blanca, que apenas le cubría, en aquella posición, la ropa interior. Elsa tragó saliva al contemplar aquellas piernas perfectas, totalmente depiladas y morenas. Era como si atrajeran sus dedos…
Carraspeó para llamar la atención de Belle y, cuando esta se quitó los auriculares y la miró, dijo:
―           He traído pollo frito y tortas de gambas, ¿te apetece?
Belle se levantó de un salto y le dio un beso en la mejilla. La chiquilla era tan alta como ella, aunque mucho más esbelta. Corrió al interior, dejando que Elsa se divirtiera con los movimientos de la faldita. Cuando entró, Belle ya estaba poniendo los platos en la mesa.
―           ¡Que buena eres conmigo! – le dijo, poniendo cubiertos y servilletas.
―           No importa. ¿Qué has hecho hoy? ¿Te has aburrido, aquí, sola? – le dijo Elsa, sentándose y abriendo los distintos envases.
―           No, que va. He despertado, he desayunado, y he chateado un buen rato. He hecho la cama y he barrido el piso. Después me he duchado en esa cosa tan chula que tienes ahí dentro, y he tomado el sol. ¿Sabes que tienes un vecino mirón en aquella torre de apartamentos? – dijo señalando al norte.
―           ¿El gordo calvo? – preguntó Elsa, mordiendo un crujiente muslo de pollo.
―           ¡El mismo!
―           Es Bernard. Inofensivo. Le dejo mirar cuanto quiere y así me vigila el piso. Ya ha impedido que me roben dos veces.
―           ¡Genial! – se rió con fuerza la joven.
―           ¿Qué haces durante el día? ¿Estudias? ¿Trabajas? – le preguntó Elsa, intentando entablar una conversación más seria.
―           Me hacían fotos como modelo.
―           ¿En una agencia?
Belle meneó la cabeza.
―           Posaba con ropa juvenil para catálogos, también bañadores.
―           Eso es divertido, ¿no? – sonrió Elsa, mordisqueando una de las tortitas de gambas.
―           No, más bien aburrido. Ponte esto, ponte así, quítatelo, ahora esto… sonríe, mueve el brazo, vuelve a cambiarte…
―           Ya veo – la cortó Elsa, cuando empezó a demostrarlo con gestos. — ¿Y tus padres?
Belle se puso seria. Finalmente, musitó:
―           Mi padre es finlandés, marino. Hace dos años que no le veo. No parece tener prisa por volver con su familia. Mi madre siempre está por ahí… ya sabes…
―           No, no lo sé. ¿Es comercial?
―           No, puta – sonrió la joven.
Elsa casi escupió el bocado. Le dio un trago a la botella de agua.
―           ¡Coño! ¡Que directa has sido! – comentó cuando recuperó la compostura.
―           ¡Jajaja! ¡Tenías que haberte visto la cara!
―           ¿En serio es prostituta?
―           No, al menos, no lo creo. Pero si está todo el día fuera, desde hace un tiempo. Trabaja para los colombianos. No quiere decirme lo que hace.
―           Y ahora ellos te persiguen… ¿Has visto a tu madre desde entonces?
―           No.
―           ¿Puede ser que sea por algo que haya hecho tu madre?
Belle encogió los hombros mientras rebusca la última alita que queda.
―           Bueno, aquí estás a salvo, de momento.
―           ¿Siempre has sido detective privado? – preguntó Belle, de repente.
―           No, va para tres años. Antes fui sargento de policía, y antes de eso soldado…
―           ¡Vaya! ¡No te gusta aburrirte!
―           No, absolutamente – sonrió Elsa.
―           ¿Has matado a gente?
―           Esa no es una pregunta para una jovencita tan bella – la recriminó la detective.
―           ¿De verdad crees que soy bella? – hinchó el pecho Belle.
―           Creo que demasiado – suspiró Elsa.
DIARIO DE BELLE: Entrada 2 / Fecha: 18-4-…
Me ha vuelto a dejar sola. Ha regresado a su oficina. Ha intentado sondearme de nuevo mientras almorzábamos, pero he vuelto aún más sólida la historia que inicié anoche. Creo que resistirá unos días más.
Me lo he pasado muy bien esta mañana. He fisgoneado cuanto he querido. Elsa tiene una caja fuerte dentro del armario y también un armero blindado. Como armario solo ocupa la mitad. Solo hay ropa funcional, casi masculina, pero también hay un par de vestidos bonitos, quizás para sus citas.
No he pensado en ello. ¿Qué clase de hombres le gustará a una mujer tan independiente y tan dinámica? Intentaré averiguarlo esta noche…
Me he decidido a hacerle la cama, a barrer y quitar el polvo. Ya que soy su invitada, al menos contribuiré con algo.
Saberme observada en la terraza, me ha puesto muy caliente. He estado oteando con los prismáticos que encontré en el armario. El tal Bernard me puso realmente frenética. Le imaginaba desnudo y sentado en la silla, mirando por los grandes binoculares con trípode que podía ver delante de él. Le imaginaba masturbándose mientras me espiaba. Uff, eso me puso a cien y me dejé llevar. Metí mis manos bajo la mini de andar por casa y me di un gustazo, sabiendo que me estaba viendo. Lo extraño que me corrí pensando en las tetas de Elsa, esos senos pletóricos y macizos que tiene…
Dios, vuelvo a ponerme cachonda…
Fin de entrada.
Cenaron y charlaron un buen rato. Esta vez, Elsa no quiso preguntarle nada sobre sus problemas. Belle parecía interesada en la vida sentimental de Elsa: con quien había salido, si se había casado alguna vez, que pensaba hacer en el futuro…
Elsa acabó contándole que había asumido su condición homosexual desde muy jovencita, pero que sus profesiones y la vida que había llevado, en general, con tantos viajes y traslados a bases diferentes, no le habían permitido encontrar una relación estable. Así que se había acostumbrado a revolotear de flor en flor, sin compromisos.
Belle le confesó que no había estado con nadie, en serio. Había tonteado con algunos chicos, y pasado a “segunda base” con un par de tíos, pero nada más. Tampoco había probado con una mujer, le dijo, poniendo ojitos y riéndose.
Elsa contestó que ya tendría tiempo, que aún era muy joven. Cuando recogieron la mesa, Elsa la envió al cómodo sofá y ella se fue a la cama. Ambas se quedaron despiertas un buen rato, Belle escribiendo en su pequeño portátil rosa; Elsa repasando notas en el suyo, sentada en la cama, en camiseta y braguitas.
La detective había pasado una tarde muy entretenida, repasando la vida social de Ava Miller, remontándose casi diez años atrás. Buscaba, entre las fotografías de las fiestas sociales y eventos, los rostros de aquellas dos mujeres que la acompañaban en el sótano acolchado. Finalmente, las había encontrado, muy dispersas, sin apenas vínculos. La oriental tenía la edad de Ava, se llamaba Sariko Takanaka, y era la nieta del presidente de la poderosa corporación Yanoko, con delegación en Los Ángeles. La mujer de más edad era Ana María Solana, la esposa del cónsul argentino, en la ciudad.
Sin duda, dos amigas de su círculo social, con las mismas aficiones. Ambas tenían medios y poder para ocuparse de Tris Backwell, en cualquier momento. Elsa se dijo que debía descubrir más y, por ello, decidió seguir mirando el DVD en el portátil. Le quitó el sonido para no alertar a Belle y siguió a partir de donde lo dejó anteriormente.
Dos víctimas más, con la misma tradición, pero no con el mismo final. La segunda tuvo mala suerte y el dogo le clavó los colmillos en el cuello. Sin duda, le perforó la carótida y se desangró en minutos. Las mujeres, desnudas, observaron como perdía toda su sangre, de pie sobre ella. La esposa del cónsul se estuvo masturbando mientras la chica agonizaba.
Elsa tuvo que parar el disco, asqueada por tanta perversión.
Miró a Belle, quien estaba de bruces, escribiendo en el pequeño teclado, con una sonrisa en los labios. El reflejo de la pantalla llenaba sus ojos de brillos traviesos. Al igual que Elsa, dormía en braguitas y con una camiseta. Mostraba sus nalgas con total desparpajo, como algo natural, y mantenía sus pies en alto y cruzados.
Elsa suspiró y volvió a su visionado. Estaba llegando al final de la grabación. Esta vez, el hombre de los dientes de oro, trajo una chica con la cara tapada. Por el tamaño y la esbeltez del cuerpo, Elsa supo que era una niña, de quizás catorce o quince años. Llevaba una capucha en la cabeza.
El hombre la entregó y les dijo algo a las mujeres. Elsa se dijo que después lo escucharía, con calma. Después, se marchó, dejándolas a sus anchas. Ava y sus amigas desnudaron a la chiquilla, que pataleaba y se agitaba, y, finalmente, le quitaron la capucha.
Cuando vio volar aquellos cabellos, lo supo; sintió un espeluznante pellizco en el corazón. La niña agitaba la cabeza y su rostro no quedaba bien encuadrado, hasta que Ana María, inclinándose sobre ella, le atizó un par de duras bofetadas.
Calmada la histeria, le quitaron la mordaza y Elsa le dio a la pausa, congelando su rostro en la pantalla. Alzó los ojos y miró a Belle. Reparó su perfil, su naricita respingona, sus ojos…
No había duda. Estaba segura. Se lo decían sus tripas.
La niña del DVD, la niña que iba a ser violada por el perro…
¡Era Belle!
 

Relato erótico: “la vida da revancha 4 y final” (POR MARTINNA LEMMI”

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               Al regresar a casa no hubo palabras entre los esposos y, por cierto, tampoco casi las hubo durante el resto del día.   Lo que habían vivido era lo suficientemente impactante como para ameritar el silencio.  Y a la noche, una vez más, vuelta al trabajo, al signo de interrogación que constituía cada noche en ese bar en donde nunca se sabía qué podía pasar.  Fernando volvió a ser vestido como una chica para hacer de camarera puesto que ése era el rol que, ya de forma definitiva, Ofelia le había asignado.  Incluso y una vez más, fue ella misma quien se encargó de vestirlo para la ocasión en tanto que su “asistente” se encargó del maquillaje.  Otra empleada, por su parte, se encargó, de depilarle las piernas, cosa que no habían tenido tiempo de hacer en la noche anterior.  De ese modo la “preparación” de Fernando se hizo, esta vez, más larga e implicó casi una hora.  Como si todo eso no fuera ya mucho de por sí, cayó Adrián, quien parecía hasta allí mantenerse dentro de alguna regla tácita de visitar su bar noche por medio; al ver a Fernando de ese modo, los ojos se le abrieron enormes y no pudo ocultar ni su sorpresa ni su alegría.
                “Jaja… ¡Increíble! – bramó – ¡Sos una artista, Ofelia! – dijo, mirando de reojo por un segundo a la mujerona, quien agradeció el cumplido con un asentimiento de cabeza -.  A ver, Fer, date la vuelta…”
                 Obedeciendo a la orden de su antiguo amigo, Fernando giró sobre sí mismo y quedó de espaldas a Adrián, quien le levantó la falda para escudriñar por debajo.
                  “Impresionante trabajo… – remarcó -.  Una nena, verdaderamente… ¡Y pensar que en la época del colegio la jugabas tan de machito, jaja!  ¿Qué dirían, viéndote hoy, todas esas chicas que tanto suspiraban por vos?”
                  Tanto Adrián como Ofelia rieron; era, por cierto, la primera vez que Adrián hacía referencia directa a algún viejo resentimiento de aquellos años de adolescencia.  Si le quedaba a Fernando alguna duda de estar siendo sometido a una especie de venganza, las palabras que acababa de oír terminaban de confirmar que así era.  Le vinieron de pronto unas incontenibles ganas de pedirle disculpas a Adrián por lo ocurrido con Eliana, pues bien cierto era que él siempre supo lo mucho que gustaba de ella y el enamoramiento que sentía, pero… le pareció que no estaba dado el contexto para hacerlo y que, en todo caso, las hipotéticas disculpas sólo servirían para aumentar la burla o el goce a que tanto Adrián como Ofelia le estaban sometiendo.
                 “Bueno, a trabajar ahora que los clientes están esperando – ordenó Adrián, al tiempo que le propinaba a Fernando una palmada en la cola y dejaba caer la falda sobre la misma -.  Ya me enteré que anoche te tuviste que comer cuatro pijotas, jeje… ¿Quién te dice qué pueda pasar hoy?”
                  A Fernando le parecía increíble el sentirse todavía más humillado, pero ése era exactamente el modo en que las cosas venían  ocurriendo: la degradación siempre parecía encontrar un peldaño más abajo y no hallar nunca el fondo.  ¿Sería indefinidamente así?  ¿O llegaría un momento en el cual, habiendo ya desaparecido cualquier lejano vestigio de dignidad, terminaría por aceptar lo que viniese con la mayor naturalidad y como si no cupiese otra posibilidad?  Por lo pronto, sabía que tenía que dedicarse a atender las mesas.  Cada vez iba adquiriendo una habilidad mayor para caminar sobre tacos sin perder el equilibrio; aun así, nunca desaparecieron los degradantes toqueteos a la pasada ni, mucho menos, los insultos y comentarios hirientes.    Aun a pesar de ello, la noche venía sin sobresaltos, al menos durante las tres primeras horas de trabajo, en el sentido de que nadie pidió ningún “servicio extra” en relación a él.   Distinto era el caso de Eliana, a quien, en alguna de sus tantas recorridas por el salón, Fernando había visto mamando un par de vergas y también siendo llevada por un sujeto asqueroso y desagradable hacia el cuartucho que estaba camino al baño de caballeros.  Pero la suerte de Fernando también cambió en un momento: fue cuando estaba atendiendo una mesa del fondo en la cual un grupo de tipos muy mayores estaban (cosa rara en aquel lugar) jugando a las cartas.  Uno de ellos, que tendría cerca de sesenta, le pidió que le chupara la pija y, obviamente, tuvo que hacerlo.
                  La situación, aunque doliera a Fernando, no era nueva si se consideraba que la noche anterior se había comido cuatro.  Lo nuevo, en todo caso, fueron dos cosas.  Por un lado, que esta vez el cliente sí pagó por el servicio y Fernando tuvo, por tanto, que llevar el dinero a la caja; por otra parte , y contrariamente a lo ocurrido en la jornada anterior, esta vez el tipo sí le acabó en la boca al no haber nadie más esperando para comerle la verga. Jamás dejó de jugar a las cartas, por cierto, y, de hecho, Fernando lo escuchó hacer comentarios relacionados con el juego en plena mamada; es decir: el tipo se comportaba con total indiferencia hacia él.  Y si bien en el momento en que la excitación pareció llegar a su máximo punto tampoco dejó de prestar atención al juego, sí descargó una manaza sobre la nuca de Fernando apenas advirtió que éste quería zafarse al notar que la eyaculación estaba cerca.
                  “Ni en pedo te vas a mover de ahí, linda – le dijo, presionándole la cabeza con fuerza -.  Ya te la comiste toda, ahora te la vas a tomar toda…”
                    Y por primera vez en su vida Fernando sintió lo que era el calor de un río de semen dentro de su boca; de repente, los fluidos y viscosidades de la noche anterior parecieron nada.  Buscó contener la respiración y mantener el semen en su boca para poder escupirlo una vez que el tipo le permitiese soltar su verga, pero no le fue fácil porque la boca se llenó a tal punto que se le hizo imposible no tragar al menos una parte.  Además de ello, el cliente se dio cuenta de que estaba reteniendo la leche en su boca y, con gesto de desprecio, le izó la cabeza por los cabellos para luego estrujarle la boca con los dedos.
                    “Tragá – le dijo, ásperamente -, tragá, puta…”
                    A Fernando no le quedó más remedio que hacerlo.  Sintió el líquido espeso y caliente bajándole por la garganta en dirección a su estómago.   Una vez que el recorrido hubo concluido, el tipo le obligó a abrir la boca para comprobar si realmente había tragado.
                     “Muy bien – dijo -.  Ya llegó a tu pancita, jeje… Ahora desaparecé de acá porque los putos chupapijas como vos me dan asco…”
                       Fernando se alejó del lugar a la mayor prisa que pudo y, al hacerlo, volvió a trastabillar.
                        “Ni te aparezcas cerca de esta mesa porque te vamos a recagar a trompadas, puto de mierda…” – le gritó otro de los que jugaban a las cartas, siendo acompañado por el eco de las risotadas que, desde otras mesas, parecían festejar el comentario.
                        Llegó a la barra totalmente turbado; fue a recoger el siguiente pedido y rogó que no tuviera como destino ninguna de las mesas cercanas a la que acababa de dejar.  Cuando estaba a punto de hacerse con la bandeja, alguien, desde atrás, le cruzó una mano por delante del abdomen y, apoyándolo contra su bulto, le acercó su aliento a la oreja.
                      “Te vengo viendo y ya tenés una cierta cancha en eso de chupar verga, ¿no?”
                       Reconoció inmediatamente la voz: era de la Ariel, el acosador de la barra.  Una vez más la vergüenza se apoderó de él en tanto que Ariel, deslizando una mano, hurgó por debajo de su falda buscándole la cola; le bajó apenas la tanga, lo suficiente como para dejar al descubierto su orificio anal y luego introducirle un dedo para jugar con él.
                        “Pero coger todavía no te cogió nadie, ¿no?” – le dijo al oído con una lascivia tal que Fernando no pudo evitar que se le helara la sangre, víctima de un estremecimiento.  Negó con la cabeza, muy nervioso.
                       “Así me gusta – le dijo Ariel, en una felicitación que estaba en realidad cargada de mordacidad -, porque ese culito es mío; lo pienso estrenar yo…”
                     Fernando bajó la vista hacia la barra e incluso aflojó la presión sobre la bandeja que estaba por llevar a su destino; de algún modo sabía lo que  se venía y empezaba a aceptar su suerte.  Casi como confirmando sus pensamientos, Ariel arrojó unos doscientos pesos en dirección a la caja, los cuales cayeron a escasos centímetros de Ofelia, quien levantó la vista.
                     “Me llevo a esta puta para el cuarto” – anunció Ariel, sin dejar de tener apoyado a Fernando.
                       Ofelia enarcó las cejas y sonrió.
                      “Qué bueno, Ari, que lo disfrutes”
                      “Hay algo más…” – dijo Ariel.
                      “¿Sí?”
                     “También quiero a la puta de la esposa, pero no para cogerla, sino para que vea lo que le hago a esta otra…”
                       Fernando entendió, en ese momento, que jamás pero jamás iba a acostumbrarse a las humillaciones; cada vez que una nueva de ellas sobrevenía, parecía superar las anteriores.  Su rostro se tiñó de desesperación y hasta estuvo a punto de ensayar una respuesta, alguna objeción; sin embargo nada salió de sus labios…
                   “Mmm… me parece una excelente idea – dijo Ofelia -.  Normalmente no damos dos camareras a un mismo tiempo para no desatender las mesas pero…, creo que en este caso y por ser vos, Ari, podemos hacer una excepción…”
                   “Muchas gracias, Ofelia… ¿Cuánto tengo que pagar  por eso?  Es un extra, ¿no?”
                    “Nooo – desdeñó Ofelia -, despreocúpate.  Ella no va a participar en sí, sino que sólo va para mirar… Tomalo como una atención de la casa para un cliente histórico…” – remató la frase con un guiño de ojo y un beso soplado.
                     “Gracias una vez más, Ofe… – dijo Ariel, visiblemente emocionado y sin soltar nunca a  Fernando -.  La verdad que no se puede creer tanta amabilidad…”
                      “Por favor, Ari – hizo un gesto desdeñoso con la mano -.  Es la filosofía de la casa… El cliente… ¿cómo sigue?”
                       Se produjo un instante de silencio y Fernando le echó un vistazo de reojo; al hacerlo notó que la mujerona lo miraba a él, de lo cual cabía inferir que lo estaba conminando a terminar la frase.
                      “El cliente… siempre debe… quedar satisfecho” – musitó, con la voz algo entrecortada.
                        “Así es – rubricó ella -.  Que alguien se encargue de esa bandeja – hizo un gesto hacia el resto de las camareras que andaban cerca -, y tráiganme a la otra puta que no sé por dónde anda…”
                        En cuestión de segundos, y como era norma en aquel lugar, las órdenes de Ofelia estaban cumplidas.  En el exacto momento en que Ariel llevaba por el brazo a Fernando en dirección al cuartucho siendo seguido por Eliana, apareció Adrián, a quien hacía rato que no se lo veía.  Mostró su sorpresa al ver a un cliente llevarse a “dos camareras”, lo cual no era habitual en el lugar, pero Ofelia rápidamente le explicó la situación, ante lo cual Adrián soltó una estruendosa carcajada.
                       “Aaaah bueeenooo, jajaja… Que la pasen bien entonces, chicos… Vos, Fernando, que disfrutes el estreno, jeje… y vos, Eliana, el espectáculo…”
                       Como suele ocurrir cuando un comentario es hecho por el dueño del lugar, su carcajada fue seguida por las de otros, mientras que Ariel, agradeciendo una vez más, continuó con lo suyo, es decir conducir a Fernando hasta esa puertita que, camino al baño, se abría a la derecha.  Entró allí y por detrás lo hizo Eliana.  Ariel puso a Fernando con las manos contra la pared y se ubicó de pie por detrás de él; mientras volvía a jugar con su culo, le tendió un pote a Eliana.
                      “Vaselina – aclaró -.  Embadurnale bien el culo… y mi pija también”
                         Eliana tragó saliva y miró un rato el pote, pero se aprestó luego a cumplir con lo que se le requería.  Untó un dedo dentro de la vaselina y lo introdujo seguidamente en el orificio de su esposo haciendo círculos.  No pudo evitar mirarle la cara y, aun viéndola de perfil, podía captar perfectamente cuánto estaba él sufriendo lo que estaba sucediendo.  Llevó el dedo lo más adentro que pudo; cierto era que así humillaba todavía más a Fernando, pero la verdadera intención, y esperaba que él así lo entendiese era que su debut anal fuera lo menos doloroso posible.  Una vez cumplido tal menester, se encargó de untar la verga a Ariel, que para ese entonces estaba ya lo suficientemente erecta.
                         “Muy bien – dijo éste, complacido -.  A partir de ahora muere definitivamente el hombrecito… Si te quedaba algo de Fernando ahora se te acaba… Decile adiós al machito porque hoy nace una nena… ¿Entendido, Fernanda?”
                         “S… sí” – balbuceó Fernando, con la voz cada vez más entrecortada y los ojos llorosos.
                         Cuando sintió apoyarse la verga contra su entrada anal, un violento estremecimiento recorrió toda su columna vertebral.  Ariel se quedó allí, jugando un poco con la punta de su miembro como si buscara abrir camino, pero al parecer no quedó del todo conforme.
                         “Separale las nalgas” – le ordenó a Eliana.
                          El pedido la tomó a ella por sorpresa y quedó un momento como congelada, sin hacer nada, lo cual pareció impacientar a Ariel.
                           “Abrile el culo, tarada – vociferó -.  Vamos”
                            La premura de la orden recibida provocó una sacudida en Eliana quien, prestamente y a los efectos de no ser luego sancionada por no satisfacer al cliente, puso las palmas de sus manos sobre ambas nalgas de su esposo y, utilizando los pulgares, empujó hacia afuera separándolas; esa única acción bastó para que, automáticamente, el miembro de Ariel ingresara en el orificio tal como si lo hiciera por un tubo.  Una interjección de dolor brotó de la garganta de Fernando a la vez que arqueó su espalda  e hizo grandes esfuerzos por mantenerse aferrado a la pared y no caer de bruces hacia el duro banco que estaba adosado a la misma.  En un gesto insospechadamente femenino, dobló una pierna y la flexionó hasta hacer un cuatro.  Los ojos de Fernando se llenaron de lágrimas y los de Eliana estuvieron a punto de hacerlo también; no hacía más que tragar saliva y sentía que el pecho se le desgarraba por dentro al ver a su marido siendo vejado de tal forma.  Ariel, por su parte, lo tomó por las caderas y sólo se dedicó a bombear haciendo caso omiso de los aullidos de Fernando, los cuales, por el contrario, parecían estimularlo aún más.
                         “Sí, gritá putita… – mascullaba entre dientes -.  Gritá y llorá que eso me gusta…”
                         Fernando sentía romperse su orificio anal y el dolor era tanto que no pudo evitar no cerrar los ojos.  Ariel advirtió eso y su semblante adquirió una mayor seriedad.
                        “Abrí los ojos” – le amonestó.
                         “¿Q… qué?”
                         “Que abras los ojos, puta… Y mirala a ella…”
                          Sin poder creer lo insólito y perverso de la orden, Fernando hizo, luchando contra el dolor físico y psíquico, un esfuerzo sobrehumano para girar la cabeza por sobre su hombro derecho y, como pudo, abrir los ojos, encontrándose, para su peor desgracia, con la mirada de su esposa.  El momento fue tan incómodo para ambos que Eliana bajó la vista, consciente del dolor que Fernando debía estar sintiendo en el alma al tener que mirarla a los ojos en aquella situación.   Ariel, sin embargo, estaba atento a todo y parecía no escapársele una; apenas notó el gesto evasivo por parte de Eliana, la reprendió con sequedad:
                        “Mírense… – ordenó, con la voz entrecortada por no dejar de bombearle el culo a Fernando -; mí… rense los… dos…”
                        No quedó a los esposos entonces más remedio que mirarse entre sí.  Y cada uno de ellos vio en el otro el sello de la angustia.  Fernando no podía soportar estar viendo a la cara a su mujer mientras un tipo lo cogía por el culo y ella no podía soportar ver a su marido sufriendo por eso mismo.  El ritmo de la penetración se aceleró y un par de veces le fue imposible a Fernando mantener los ojos abiertos; Ariel, en cada una de esas oportunidades, se encargó de llamarlo al orden con un golpe en las nalgas.
                      “¡Abiertos! – rugía – ¡Mirándola a ella!  ¡Ojitos bien abiertos!  ¡Como tu culo!…”
                      Y así, con ambos esposos viéndose a los ojos, el bombeo incesante siguió y siguió para tormento de la pareja.
                        “¿Te ex…cita ver lo que le estoy haciendo?” – preguntó en un momento Ariel, dirigiéndose  a Eliana.
                       Una vez más, la fórmula harto repetida retumbó en la mente de ella: “el cliente siempre debe quedar satisfecho”…
                      “Sí – respondió, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no bajar la vista ya que debía mantenerla en Fernando -, me excita…”
                      “Tocate entonces…”
                       Tomada por sorpresa, Eliana desvió la vista hacia Ariel.
                      “No me mires a mí, pelotuda, mirala a ella…” – le amonestó Ariel a viva voz, lo cual hizo que Eliana volviera a posar su mirada en los ojos de Fernando de un modo que, de tan rápido, pareció un impulso casi eléctrico.
                       “Tocate… – le repitió Ariel -.  Las tetas con una mano y la conchita con la otra…”
                        Por un instante, la cabeza de Eliana se detuvo pensando si aquello no sería algún tipo de servicio pago, pero nada había oído al respecto, es decir que forzosamente sólo quedaba encuadrar el asunto dentro de la formulita siempre repetida.  Sin detenerse más en cavilaciones, llevó por lo tanto, una mano por debajo de su falda hasta tocar el pubis por encima de la tanga e hizo lo propio con la otra masajeándose las tetas por sobre la remera.
                        “Sos estúpida, ¿no?” – le espetó Ariel, provocándole un respingo; ella lo miró sin entender -.  Contestame: sos estúpida, ¿no?”
                    La desesperación se apoderó del rostro de Eliana; una vez más desvió la vista hacia Ariel y rápidamente le llegó la amonestación.
                    “¡Mirame una vez más y hablo con Ofelia para que te deje el culo de una forma que no te puedas sentar por un mes” – vociferó Ariel, motivando que ella, presurosa, girara sus ojos nuevamente hacia su esposo.
                    “Me imaginé que tenías que ser estúpida – continuó Ariel, ahora algo más sereno pero siempre con un toque de indignación o impaciencia en el tono de su voz -; todas las mujeres lindas lo son.  Lo que tenés en esas tetas tan hermosas es seguramente lo que te falta de cerebro… Si te estoy pidiendo que te toques, entonces es porque quiero ver cómo te tocás las tetas y cómo te tocás la concha… Subite esa remera, levantate el corpiño, bajate la bombacha, pedazo de pelotuda…”
                    La vergüenza no cabía dentro de Eliana ante la forma en que aquel hombre le hablaba.  De hecho, Ariel parecía jugar a una doble humillación, ya que era tan humillante para ella someterse a sus caprichos como lo era para Fernando tener que escuchar y ver aquellos tratos hacia su esposa sin poder hacer absolutamente nada.  Ella, obedientemente y manteniendo siempre sus ojos sobre los de su marido, llevó con una mano su remera hacia arriba y luego hizo lo propio con el corpiño dejando al descubierto sus hermosísimos pechos; con la otra mano, en tanto, bajó su tanga hasta la mitad de los muslos y, a continuación, se dedicó a tocarse tal como aquel perverso cliente requería.  Ariel sonrió satisfecho y retomó la tarea de bombear por el culo a Fernando, la cual había interrumpido sólo por unos instantes para increpar a Eliana por la tibieza de sus acciones.
                   Y así, masajeándose tanto los senos como la vagina y viendo cómo su marido era penetrado estando vestido y maquillado como una chica, Eliana se descubrió a sí misma sintiendo una extraña excitación que le provocó una horrenda culpa y supo que, seguramente, ése había sido el objetivo principal de Ariel al pedirle que se tocara.  De modo análogo, al  ver a su esposa toquetearse de ese modo, también Fernando fue invadido por una excitación terriblemente culposa, evidenciada en el cosquilleo que sintió en su propia verga, la cual, a su pesar y contra su voluntad, comenzó a pararse.
                 “Mmmmm… qué linda nena me estoy cogiendo…” – le decía Ariel a viva voz; no cesaba, por cierto de llamarlo “Fernanda”, “nena” o “putita” y, extraña e insólitamente, Fernando ahora sentía que incluso esas degradantes palabras le producían un cosquilleo indefinible.  Cuando Ariel se sintió cerca del orgasmo, aun entre sus jadeos instó a Eliana a que se masajeara con más fuerza la vagina e, incluso, a que se masturbara.
                 “Dale, boludita sin cerebro… ¡Masturbate! ¡ Y vos también, putita! – ordenó, estrellando un nuevo golpe contra las nalgas de Fernando, el cual, sorprendido, no llegó a entender la idea y se quedó como atontado.
                    “Otra pelotuda más – protestó Ariel -.  Tocate la concha y mastúrbate…”
                  La orden, por cierto, no dejaba de crear confusión en la mente de Fernando por mucho que fuera el empeño que pusiera en cumplirla.  Estaba obvio que, ya para ese entonces, Ariel lo consideraba una mujer y, más allá de que realmente lo creyese o que fuera simplemente eso lo que a Fernando quisiera meterle en la cabeza, lo cierto era que había que obedecerlo… de algún modo.  Fernando, sin dejar de mirar un solo instante a su esposa, llevó una de sus manos hacia su pene y no pudo evitar un terrible shock al notarlo sorprendentemente erecto.  Comenzó a masturbarse: era la única forma en la cual podía, de algún modo, cumplir con lo que se le solicitaba y que el cliente, como recitaba la formulita, quedara satisfecho…
                 Los jadeos de Ariel se fueron incrementando en lo que constituía, a todas luces, un evidente preámbulo al orgasmo y ello operó casi como si una corriente de excitación les recorriera a los tres al mismo tiempo del mismo modo que si estuvieran conectados por un cable: así, la respiración de Eliana, al igual que la de Ariel, se hizo cada vez más jadeante y lo mismo ocurrió con la de Fernando, cuyos gemidos de excitación se confundían con los aullidos de dolor que le provocaba la penetración anal que estaba sufriendo.  El primero en llegar fue Ariel, pero los dos esposos lo hicieron casi inmediatamente: un virtual empate… Y Fernando, quien sólo unos instantes antes conociera la extraña sensación de sentir el río de semen corriendo por su garganta, ahora podía sentirlo también dentro de su culo: dos sensaciones inéditas en una misma noche.
                    Una vez que Ariel hubo terminado con él, retiró su verga y le dio un palmada en la nalga que esta vez pareció más de felicitación que de reto.
                   “Muy bien, jeje…- se hizo hacia atrás algunos centímetros como para escudriñarle bien el culo -.  Sangró un poquito, es lógico… Gracias por todo, Fernandita…”
                   Un mugroso billete de cinco pesos hecho un bollo cayó sobre el banco adosado a la pared y no hubo ninguna otra propina, de lo cual se podía inferir que debían compartirla.

Esa madrugada, al retirarse a la casa, ambos sabían que habían vivido, una vez más, una noche que ya no olvidarían.  No hubo, esta vez, fustazos para ninguno de los dos, lo cual bien podía ser visto como un dato alentador; Fernando agradeció al cielo que así fuese ya que, entre las tandas de fustazos recibidos y la cogida que le habían dado, ya no sólo no podía casi sentarse sino tampoco moverse y, de hecho, caminaba con dificultad y sin poder contener gestos de dolor.  Una vez más no hubo casi palabras entre los esposos pero al momento de meterse en la cama, Eliana sorprendió a Fernando con una pregunta, ya cuando la luz estaba apagada y la única luminosidad provenía de la luz del sol que alcanzaba a entrar por entre las rendijas de la persiana americana.

                     “¿Fer…?”
                     “¿Sí?”
                    “¿Estás despierto?”
                   “Obvio que sí… o no te hubiera contestado…”
                   “Ah… es que, me había quedado pensando…”
                   “¿En…?”
                   “En lo que pasó hoy”
                    “Si no te jode, prefiero no hablar de eso” – dijo enfáticamente Fernando, removiéndose y reacomodándose en la cama con el aparente objetivo de entregarse, dentro de lo posible, al sueño.
                      “Está bien, pero es que…” – Eliana se quedó en silencio, como si algo la detuviera y no fuera capaz de decir lo que seguía o que tenía en mente.
                     “¿Es que…?”
                     “A mí… nunca me hicieron la cola…”
                      Claro.  Fernando ni siquiera había pensado en eso.  Una nueva estocada pareció darle en el vientre.  Él había sido estrenado por detrás aun antes de que lo fuera su esposa.  Ni siquiera en las noches que llevaban trabajando en el bar había habido cliente alguno que solicitara de ella ese servicio aun cuando estaba disponible y con tarifa propia.
                    “Está bien, entiendo…” – dijo Fernando -.  ¿Y a qué vas con eso…?”
                     “Hmm, no… sé, es sólo que… fue raro verte así…”
                      “Imagino que sí” – dijo Fernando en un intento por dar por concluida la conversación que, sin embargo, no funcionó.
                      “Es que… no sé – continuó ella -, es como que ahora te veo y veo otra cosa…”
                      “No entiendo” – repuso él con evidente fastidio.
                       “Sí, creo que ni yo lo entiendo… Pero verte así, vestido de mujer, no sé… es una imagen muy fuerte y sé que me va a dar mucho trabajo volver a verte como te veía antes… Además, me dio la impresión de que lo estabas disfrutando…”
                       Fernando se giró hacia ella y le dirigió una feroz mirada en medio de la semioscuridad.
                      “¿Por qué no te vas a la mierda?” – espetó.
                      “No, no te enojes, por favor…, sólo te digo lo que… me pareció…”
                       “Bueno, entérate entonces: no lo disfruté” – replicó, tajante.
                       “Pero se te paró el pito…”
                         Silencio.  Fernando se removió en la cama y volvió a acomodarse mirando hacia el lado opuesto.
                      “Eso no significa nada; vos también estabas mojada…”
                      “¿Te puedo hacer una pregunta…?” – lanzó ella, a bocajarro.
                       “Ok, pero que sea la última… Quiero dormir”
                     “¿Está bueno?”
                       Fernando se removió y volvió a mirarla.
                      “¿Perdón…?”
                      “Si… está bueno…, ya sabés, me refiero a que te hagan la cola”
                       La incredulidad de Fernando ya no tenía límites; no sabía en qué rincón de su ya maltratada mente podía intentar alojar la pregunta que acababa de hacerle su esposa.  Volvió a reacomodarse en el lecho, colocando el antebrazo por debajo de la almohada.
                       “Quiero dormir” – respondió simplemente y cerró los ojos.
                       La realidad fue, sin embargo, que no pudieron dormir mucho y esta vez no fue sólo el estado de conmoción vivido lo que incidió en ello sino también el hecho, inesperado, de que poco antes del mediodía, les tocaran el timbre.  Fernando trató de hacer oídos sordos al llamado e incluso recomendó a Eliana que lo dejara sonar.  Ella, sin embargo, prefirió levantarse e ir a ver de quién se trataba.  Grande fue su sorpresa, y también la de Fernando una vez anoticiado al respecto, de que quien estaba en la puerta era nada menos que Adrián, a quien ya no habían visto por el bar después de aquel encuentro a la pasada camino del cuartucho en el cual Ariel le diera a Fernando una cogida atroz.  Adrián no venía solo, lo cual no constituía de por sí una sorpresa ya que, en el poco tiempo que llevaban trabajando para él, habían descubierto que era bastante común verlo con compañía femenina; pero en este caso quien lo acompañaba daba un look algo diferente de las chiquillas habituales: se trataba de una mujer alta y muy elegante, rubia, cabello recogido, lentes, ropa de ejecutiva e infaltable carpetita en la mano.
                    Una vez que tanto Eliana como Fernando se hubieron levantado de la cama y, con gran esfuerzo, fueron a la reja para atenderle, Adrián les saludó tan efusivamente como era su costumbre y les presentó a la dama como la agente inmobiliaria que venía a ver la casa.
                 Ambos esposos se miraron, presa del pánico tanto uno como el otro.  Con las traumáticas experiencias de las últimas noches, prácticamente se habían olvidado del plan de Adrián de quedarse con una parte de la casa en concepto de pago por hacerse cargo de algunas de sus deudas.
                 “Ella se va encargar de determinar por dónde pueden hacerse las divisiones y cómo habría que rehacer los planos y efectuar la transferencia – explicó Adrián -; sólo vamos a robarles unos minutos y podrán seguir durmiendo.  Ya sé que anoche tuvieron una noche agitada – sonrió maliciosamente y acercó su mano al rostro de Fernando para pasarle el pulgar por la comisura del labio -.  Te quedó un poco de rouge…”
                 La mujer, sonriente, les saludó a ambos extendiéndoles su mano o, más bien, en un gesto típica y antipáticamente ejecutivo, apenas las puntas de sus dedos.  Luego de ello, como si fueran convidados de piedra dentro de su propia casa, el matrimonio caminó por detrás de Adrián y de la agente inmobiliaria mientras ésta hacía anotaciones y, cada tanto, se intercambiaban comentarios.  En ningún momento se les pidió un parecer ni a Eliana ni a Fernando.  Hablaban de cifras, de tasaciones, de medidas, de planos, pero hasta allí nada en claro para la pareja de esposos.   Luego de pasar junto a la piscina, llegaron al pequeño cobertizo en el cual se guardaban las herramientas, apenas una habitación sin ventanas de tres por tres.  Pidieron a Fernando que abriera la puerta y escudriñaron dentro, ambos con aspecto de estar haciendo cálculos y proyecciones.  Una vez que cumplieron con tal menester volvieron junto a la piscina: la agente inmobiliaria mostraba a Adrián su carpeta y le daba explicaciones que el matrimonio no llegaba a entender del todo, pero que el viejo amigo de ambos parecía seguir con particular atención a juzgar por la seria expresión de su rostro.  Cuando terminaron de conversar y parecieron llegar a un acuerdo, ambos, sonrientes, se acercaron nuevamente al matrimonio.
                   “Bueno, creo que ya lo tenemos – anunció Adrián, con tono alegre -.  El perímetro de la propiedad pasaría por aquí – señaló una línea imaginaria en el suelo a algunos metros más allá de la piscina.  A ustedes les quedaría ese galponcito que quedaría incluido dentro de una franja de cuatro metros desde esa línea hasta la medianera del vecino”
                     Otro puñetazo a la mandíbula de Fernando; entornó los ojos y se restregó sus sienes, sin poder creer lo que estaba oyendo.
                       “A ver… – dijo -.   ¿Me… estás diciendo que nosotros… sólo conservaríamos esa pequeña parte de la propiedad y que todo lo demás – trazó un arco abarcando el gran chalet americano, piscina, parrilla,  jardines y cochera -… sería tuyo?”
                     “Así es.  Creo que es un buen arreglo, ¿no?  Piensen que cualquier hijo de puta los dejaría en bolas y sin nada.  Pero yo soy su amigo y los quiero mucho; nunca obraría de ese modo…”
                      Fernando y Eliana se miraron atónitos: él ya había bajado una mano de su rostro pero se mesaba el puente de la nariz con la otra.
                      “No… puedo creer esto…” – dijo, sin salir de su consternación.
                       “Fer… – intentó tranquilizarle ella -.  Veámoslo así: podría ser mucho peor.  ¿Qué vamos a hacer?  ¿Ir a la calle?…”
                       “¡Sí, claro! – vociferó él, perdiendo por completo la calma que había buscado mantener -.  ¡Y vos trabajar de prostituta y yo de travesti! ¿No?  ¿No es acaso lo que ya estamos haciendo?”
                       “Fer… por favor… – ella lo tomó por la mano -.  Necesitamos un techo.  Lo que Adrián está haciendo es un… gran favor para nosotros…”
                        El rostro de Fernando era pura conmoción y confusión.  Volvió a mirar a Adrián y a la agente; ella mantenía una sonrisa permanente que, de tan estructurada, resultaba desagradable.
                        “Creo que ella lo está entendiendo bien… – dijo Adrián -; ¿qué van a hacer?  ¿Vivir en la nada?  ¿Bajo amenazas?  ¿A riesgo de que cualquier día de éstos algún acreedor que haya perdido la paciencia mande un sicario para liquidarlos a ambos?  Poné la cabeza en frío, Fer…, como lo hace Eli… Esto que les estoy ofreciendo no tiene punto de comparación.  Es la posibilidad de vivir seguros…”
                        Fernando bajó la cabeza; estaba a punto de llorar y no quería hacerlo, no delante de Adrián ni de aquella mujer; tampoco, por cierto, delante de su propia esposa.
                         “Adrián tiene razón, Fer… – le decía ella mientras le sacudía la mano casi maternalmente -.  No tenemos mucha alternativa.  Lo que él nos ofrece nos va a permitir, al menos, seguir viviendo…”
                         “Siempre fuiste una chica inteligente” – apuntó Adrián felicitándola con un guiño de ojo, mientras lucía una sonrisa de oreja a oreja.
                         No quedó más camino, por lo tanto, que aceptar el trato, lo cual provocó

en Adrián una gran alegría que no pudo evitar externalizar de la manera más efusiva, con abrazos y besos.  La agente les pidió algunos datos mientras llenaba los formularios; luego les pidió todos los títulos de propiedad y certificados de catastro, así como los recibos de impuestos inmobiliarios que ellos tenían debidamente acomodados en un organizador, si bien los últimos meses estaban todos impagos.  Ella quedó en preparar los papeles necesarios restantes y concertaron en encontrarse de nuevo al día siguiente para colocar las firmas que hicieran falta.  Adrián, incluso, les dispensó de ir a trabajar esa noche al bar; Eliana y Fernando no lograron determinar si tal gesto obedecía simplemente a compensarles un poco el sueño que estaban perdiendo y que perderían con tantos trámites o si, simplemente, era un mínimo atisbo de piedad ante el terrible momento psicológico que la pareja estaba viviendo.

                       Al otro día, puntualmente a la hora convenida, estaban allí.  Esta vez Adrián no vino acompañado sólo por la agente inmobiliaria, lo cual hubiera sido, dentro de todo, esperable, sino que además se apareció en el lugar Ofelia, sin que se supiera realmente cuál era el motivo de su presencia allí, así como también dos chicas muy jovencitas con aspecto de tontuelas de ésas que solían andar colgadas del cuello de él.  Por un momento a Fernando le dio la impresión de que su antiguo compañero de colegio había armado una especie de comitiva como para celebrar su toma de posesión de la casa dándole carácter de festejo.  Una profunda sensación de abatimiento se apoderó del matrimonio, aun cuando Eliana intentara asumir las cosas con una resignación algo más filosófica que Fernando, para quien era como estar presenciando el final de todo.
                     Los esposos se sentaron a la mesa del living comedor y también lo hicieron Adrián y la agente inmobiliaria.  Ofelia, siempre con ese aire exultante y soberbio, prefirió permanecer de pie, en tanto que las dos chiquillas, sin permiso alguno, se dejaron caer sobre los sillones, cosa que molestó particularmente a Fernando.  Prolija y metódicamente, sin abandonar nunca su sonrisa propia de protocolo, la agente inmobiliaria fue desplegando uno a uno los papeles ante los ojos de Eliana y Fernando, mostrándoles los lugares en que debían firmar.  También les enseñó los nuevos planos en los cuales se mostraba el trazado final de la propiedad con sus nuevas separaciones: quedaba bien en evidencia, por cierto, la desproporción existente entre la inmensa porción que pasaba a manos de Adrián y la pequeñísima parte que se dejaba a los esposos: apenas un pequeño rectángulo que no llegaba ni al diez por ciento de la superficie total del terreno.  Con inmenso pesar Fernando fue firmando uno a uno los documentos e inclusive algunos pagarés que le trajo Adrián, la mayoría de los cuales tenían que ver con las deudas contraídas y que irían siendo cancelados en la medida en que tanto Fernando como Eliana cumplieran con horas de trabajo a las órdenes de Adrián: en ningún momento se hablaba de plazos, pero bastaba con hacer alguna cuenta en la cabeza para comprender que estarían unos cuantos años a su servicio.  Una vez que todo el papeleo estuvo cumplido y debidamente firmado, una sonrisa de oreja a oreja cruzó el rostro de Adrián, en tanto que las dos jovencitas corrieron hacia él para abrazarle y besarlo en las mejillas, una desde cada lado mientras él las rodeaba con sus brazos.
                 “Esta noche tampoco vayan a trabajar – les dijo a Fernando y Eliana -, regresen mañana.  Hoy es un día especial y los quiero acá… Ofelia va a encargarse de disponer las cosas en el bar para que todo funcione” – echó una mirada cómplice a la mujerona, quien la devolvió.
                   El resto del día lo dedicaron a que Fernando y Eliana les mostraran bien el lugar y dónde estaban las cosas.  De un modo tácito, los electrodomésticos y muebles de la casa habían pasado también a manos de Adrián desde el momento en que ellos no tenían en dónde ponerlos.  Se desalojó de herramientas el pequeño galponcito pero para sorpresa de Fernando, sólo se les dejó un colchón de una plaza sobre el suelo.
                 “¿A…hí vamos a dormir los dos?” – preguntó, consternado.
                “No, por ahora sólo vos – le respondió Adrián con total naturalidad -.  Eliana es una dama y por lo menos hasta que se acostumbre a la nueva situación va a dormir en la casa, conmigo…”
                  Fernando le miró atónito, sin poder creer; Eliana, no menos perpleja, sólo atinó a bajar la vista.
                    “¿Hasta… que se acostumbre…?” – preguntó Fernando, anonadado.
                       “Sí…, o hasta que me canse de cogerla”
                        Si el anterior comentario de Adrián había sido una bofetada, éste fue directamente un disparo a la cabeza.  Lo dijo, además, de un modo tan natural y con tanta frialdad que no pudo menos que dejar a Fernando sin palabras; por mucho que quisiera encontrarlas, no podía: no le salían.   Todo su cuerpo temblaba; tenía ganas de golpearlo, de insultarlo, pero… a la vez se sentía sin energías y cada vez que veía la suplicante mirada de su esposa,  comprendía que tenía que quedarse en el molde.
                         Y llegó la noche.  Como no podía ser de otra manera, Eliana y Fernando tuvieron que preparar la cena.  Ofelia amagó a retirarse para ir a encargarse del bar pero Adrián la retuvo diciéndole que aguardara un par de horas y, de hecho, se encargó de llamar para decir que llegaría más tarde.  Luego descorcharon champagne, lo cual terminaba de confirmar el espíritu festivo con el cual Adrián había encarado su toma de posesión de la casa que les había pertenecido.  Apenas terminada la cena, Ofelia se apareció trayendo en manos un conjunto de ropa interior más una remera musculosa y una corta falda muy semejantes a las que usaban la mayoría de las camareras en el bar de Adrián.
                         “¿Y… eso…? – preguntó Fernando, consternado -.  Creí que hoy no iríamos a trabajar…”
                         “Y  no van a hacerlo – le aclaró Adrián -.  Es sólo que… no quiero que pierdas la costumbre de usarlo.  Dos días sin caminar sobre tacos te pueden ir haciendo olvidar el hábito y no es la idea, sobre todo considerando que con Ofelia hemos acordado nuevos planes para vos…”
                         Fernando, sin entender, miró a Adrián y luego a Ofelia, quien permanecía de pie e imponente, con las prendas colgando de su antebrazo.
                         “Sí, sí… – continuó Adrián mientras apuraba una copa en la que había quedado un resto de champagne -.  Ya que estamos, te comento una noticia excelente: voy a abrir otro bar más, con lo cual ya serán cuatro… Pero éste tiene la particularidad de que es un bar gay…”
                         Permaneció en silencio, sonriente y mirando a Fernando, no se sabía si a la espera de que éste preguntara algo en relación con lo que acababa de decir o bien de que interpretara de lo dicho algo que, probablemente, debiera caerse de maduro.
                         “Te… felicito… – dijo Fernando, haciendo un esfuerzo sobrehumano por sonar amable -, pero… ¿qué tiene eso que ver conmigo?”
                         “Bueno, es que… con Ofelia hemos notado lo bien que te desempeñas en tu rol de camarerita y me parece que ése sería un lugar ideal para que trabajes”
                           Un silencio brutal se impuso en el lugar.  La agente inmobiliaria bajó la vista hacia el plato, pero sólo lo hizo para ocultar una sonrisa.  Las chiquillas, por su parte, se taparon sus bocas pero llegado cierto momento no pudieron contener más sus risas y rompieron el silencio.  Ofelia, por su parte, reía entre dientes y sin abrir la boca.
                             Con la cabeza dándole vueltas, Fernando sólo atinó a mirar a Eliana, quien daba la impresión de tener un nudo en el pecho.
                            “¿Y con ella?  ¿Qué va a pasar?” – preguntó Fernando.
                           “Ella se queda en donde está” – contestó secamente Adrián -.  Estamos muy conformes con cómo se viene desempeñando y no nos parece que haya demasiado lugar para ella en un bar gay…”
                            A Fernando se le cayeron los hombros por el abatimiento.  Miraba al piso como buscando respuestas.
                           “Adrián…” – musitó.
                           “¿Sí…?”
                           “¿No creés que es… demasiada crueldad?”
                          Adrián dio un respingo.  Era, en bastante tiempo, el primer comentario de Fernando que le descolocaba por implicar alguna resistencia.
                          “¿Crueldad? – preguntó encogiéndose de hombros y abriendo grandes los hombros, mientras miraba en derredor como si se sintiera súbitamente desorientado y buscara respuestas en algún rincón de la sala -.  ¿En dónde ves crueldad?  Les estoy dejando quedarse en la casa, ¿o no?  Les estoy dando la posibilidad de vivir tranquilos… ¿ o no?”
                          “Fer… por favor…” – comenzó a balbucear Eliana.
                          “Ya la sacaste de mi cama – arguyó Fernando en un tono que parecía más implorante que de protesta -.  Ahora también la apartás de mí en el trabajo…”
                       “¡Trabajo que yo les di! – repuso Adrián apoyando la mano contra su pecho -.  ¿Cómo no voy a tener el derecho a disponer las cosas como quiera y como yo… u Ofelia, juzguemos que es mejor para el negocio?  Además, hemos considerado que tu presencia en el lugar tal vez cohíba un poco a Eliana… Si no estás presente, se va a soltar más e incluso quizás se sienta más libre para disfrutar sexualmente… Del mismo modo, pensamos que vos también te vas a liberar más si no estás bajo los ojos de ella… Y si querés verlo desde otro lado…, también puede ser bueno para ambos el no estar sufriendo todo el tiempo al ver lo que hace o le están haciendo al otro.  De algún modo es un acto de benevolencia…”
                      Cada comentario era una daga hiriente.  Fernando crispaba los puños.  Tenía que contenerse: no debía golpearlo, no debía golpearlo…
                       “¿Se trata de… alguna revancha?” – preguntó, débil la voz.
                      Adrián hizo gesto de no entender, aunque no se vio del todo natural.
                      “¿Revancha?  ¿De qué?” – preguntó, con el ceño fruncido.
                      “Bueno… – dijo Fernando tragando saliva -, tal vez te quedó algo por aquello de Bariloche…”
                     “Ba-ri-lo-che… – repitió Adrián remarcando bien cada sílaba y mirando hacia el piso como en actitud evocativa -.  ¿Qué pasó allá?  No recuerdo…”
                     “Bueno… vos estabas enamorado de Eliana…, era algo sabido…”
                     “Ajá, tenés razón, ahora recuerdo… pero sabido por todos menos por vos por lo que pareció…”
                   Fernando ya no sabía qué decir; mantenía la mirada en el piso.
                   “Yo… ya sé que tal vez sea un poco tarde, pero…, siento que debería pedirte disculpas.  Éramos amigos; yo sabía que ella te gustaba y…”
                     “Pero eso ya está – le interrumpió Adrián con gesto desdeñoso -.  Ustedes decidieron estar juntos y olvidarse de mí; tuvieron sus buenos años para disfrutarlo… Y ahora…, ahora me toca a mí, jaja”
                     “La vida da revancha” – apostilló Ofelia, sumándose inesperadamente a la conversación.
                      “Sí, sí, claro…- dijo Adrián -, pero no es venganza eh… – hizo bailar en el aire un dedo índice mirando por un momento a Ofelia Llamémoslo… hmm… jus-ti-cia… Eso es: el tiempo se encarga de ir poniendo las cosas otra vez en su lugar.  A ellos todo les salió bien durante años, pero bueno…, se terminó…, como también se terminaron las burlas a Ofelia en el colegio, ¿no?”
                       “Exactamente” – dijo Ofelia enarcando un poco las cejas y dibujando una maligna sonrisa en la comisura de sus labios.
                      “Yo… debo confesarte que sufrí mucho después de aquel día… – continuó Adrián volviendo una vez más la vista hacia Fernando y mientras un velo de tristeza le cubría por un momento el rostro -, pero un día leí algo, un proverbio chino que dice: quédate sentado junto al río y verás pasar el cadáver de tu enemigo”
                     La alusión no podía ser más clara.  Fernando levantó la vista hacia Adrián y se encontró con dos ojos severos y escrutadores.  Se produjo un silencio hasta que fue nuevamente Adrián quien habló:
                      “¿Pero sabés qué es lo que los chinos no vieron?” – preguntó.
                       Fernando negó con la cabeza.
                        “¡Que también podés ver el  cadáver de tus viejos amigos! Jajajaja” – exclamó Adrián, soltando una carcajada que halló eco tanto en Eliana como en las dos chicas y hasta en la agente inmobiliaria, quien venía presenciando toda la escena sin decir palabra alguna pero al parecer muy atenta a lo que se hablaba.
                     “De todas formas eso de cadáver es una metáfora – agregó Adrián apoyando una mano sobre el hombro de Fernando -.  Ustedes están bien vivos y no les va a pasar nada… Somos amigos, ¿no?”
                      Ya no había más nada, por cierto, para decir.  Adrián se apartó a un costado y pareció, tácitamente, dejar su lugar a Ofelia.  La mujerona se adelantó hacia Fernando con las prendas en la mano.
                         “Sacate todo” – ordenó con la misma aspereza con que, dos noches atrás, le había dicho eso mismo en la cocina del bar.
                           Una por una, y sabiendo que ya no quedaba lugar para objeción posible, Fernando se fue quitando todas las prendas, tras lo cual y fiel a su estilo, Ofelia se dedicó a irlo vistiendo con el atuendo de camarerita.  Tal como siempre lo hacía, insistió particularmente al momento de calzarle la tanga bien adentro de la zanja entre las nalgas, lo cual se notaba que era algo que gozaba especialmente.  La agente inmobiliaria, en tanto, no sabía cómo contener su risa, poniéndose, por momentos, una mano delante del rostro o bien, cada tanto, mirando hacia otro lado.  Las chicas, por su parte, ya habían abandonado esa actitud de esconder su diversión y ahora se retorcían sobre el sillón, riendo abierta y estruendosamente.
                          “Andá a buscar maquillaje y encargate de la cara” – fue la orden que Ofelia le impartió a Eliana, aun cuando ni siquiera la miró.  Claro, allí no tenía a la empleada que, habitualmente, la asistía en el bar ante tales menesteres.
                          Las humillaciones, por lo tanto, seguían sumándose.  Ahora Fernando tuvo que soportar que su propia esposa lo maquillara como a una chica mientras Ofelia terminaba de vestirlo también como tal.

“¡Bien! – exclamó Adrián aplaudiendo al ver el resultado final -.  ¡Como siempre digo: Ofelia es una verdadera artista!  Ahora, vamos para la pieza…”

                          “¿La… pieza?” – preguntó tímidamente Eliana.
                         “Sí, Eli, a lo que hasta hace un rato era el cuarto matrimonial de ustedes.  ¡Vamos!”
                         Ofelia apoyó una mano en la espalda de Fernando para impelerlo a moverse en tanto que tomaba del brazo a Eliana para, prácticamente, empujarla a que los acompañase.  Una vez que los tres, además de Adrián, se hallaron en el cuarto, este último le alcanzó un pote de vaselina a Ofelia.
                         “Embadurnale el culo a ella – ordenó -; y que él lo haga con mi pija…”
                        Un nuevo mazazo para la parej: se miraron con espanto.  Quedaba bien en claro que el plan de Adrián era… penetrar por detrás a Eliana, exactamente lo que ella, apenas dos noches atrás, mencionara en ese mismo cuarto ante Fernando como algo que nunca le habían hecho.  Ya fuera por el shock de la noticia o por no tener ya defensas, ninguno de los dos opuso resistencia a las órdenes impartidas y ejecutadas.  Ofelia tomó el pote de vaselina, lo abrió y untó dos dedos en él; le ordenó a Eliana que se quitara el pantalón que llevaba así como la bombachita.   Una vez que ésta se hubo liberado de tales prendas, Ofelia le introdujo los dos dedos con vaselina dentro del orificio anal y se dedicó a trazar círculos en él a los efectos no sólo de allanar el camino para la verga de Adrián sino también para ir dilatando y ensanchando el túnel.  Sin dejar de hacer ese trabajito extendió el pote de vaselina a Fernando, quien ya sabía lo que tenía que hacer, sobre todo viendo que Adrián se acababa de bajar el pantalón.  Untó, por lo tanto, sus dedos y se dirigió hacia donde éste se hallaba, de pie junto al que había sido el lecho matrimonial de la pareja.
                 “Esperá – le ordenó Adrián -.  Antes de untarlo, dale una chupadita…”
                 Fernando ya ni sabía en dónde había quedado su condición de hombre, mucho menos su dignidad ni, aún mucho menos, su capacidad de resistencia.  Simplemente clavó una rodilla en el suelo y mamó la verga de su antiguo compañero de colegio tal como éste le ordenaba.  Escuchó risitas de fondo y al mirar de soslayo hacia la puerta de la habitación vio que las dos muchachitas estaban allí y que se las veía muy divertidas con el espectáculo que gratuitamente presenciaban.
                 “Suficiente – espetó Adrián, luego de uno o dos minutos de mamada por parte de Fernando -.  Ahora sí: la vaselina”
                 Y así, Fernando se dedicó a untarle el miembro cuan largo era, sin poder creer que estuviera haciéndole eso a quien había sido tan entrañable amigo en su adolescencia pero al cual en algún momento le había fallado.  Hasta llegó a preguntarse si no tendría merecido que le pasara lo que le estaba pasando.  Ofelia, entretanto, seguía haciendo su delicado trabajo con el hoyo de Eliana llevando el dedo cada vez más adentro, buscando con ello, seguramente, hacerle recordar también a ella alguna actitud indiferente o burlona durante la adolescencia.
                “La vida da revancha” – volvió a decir, casi en un susurro, sobre el oído de Eliana; y fue como si hubiera dejado salir las palabras de su boca despaciosamente y como disfrutando al máximo el momento de decirlas.  No fueron palabras, fueron serpientes que prácticamente reptaron por el cuello de Eliana y se introdujeron en su oído.
                  “¿Ya está lista esa putita?” – preguntó Adrián, cuya verga se erguía arrogante luego de haber sido mamada y masajeada por Fernando.
                  “Ya está lista” – respondió Ofelia.
                   “Sobre la cama entonces…  y en cuatro patas”
                    Ofelia enterró por última vez el dedo dentro del orificio de Eliana lo más profundo que pudo, al punto de arrancarle un gemido que seguramente llenó de placer a la mujerona.  Luego la tomó, tanto por el brazo como por la espada y la llevó a la cama, ubicándola a cuatro patas tal como Adrián lo había solicitado.  Éste se ubicó de rodillas sobre la cama por detrás de ella y apuntó la verga hacia el ano que se abría generoso.  Aun así y para ayudar en el proceso, Ofelia la aferró por las nalgas y tiró de ellas hacia afuera a los efectos de dejarlo aún más expuesto e indefenso.  Fernando, por su parte, se hallaba de pie junto a la cabecera de la cama y sólo tenía ganas de huir de allí, de no ver más; sin embargo, nadie lo había autorizado a hacerlo y temía ser castigado.  Como consuelo buscó al menos fijar la vista en otro lado; intentó mirar hacia afuera, pero allí estaban, en la puerta, las dos jovencitas que no paraban de espiar y reír, así que terminó por dirigir sus ojos hacia un punto indeterminado en las alfombras que cubrían el piso de buena parte del dormitorio.
                     “Mirá para acá – le ordenó Adrián al advertir su intento de evasión visual -.  Mirá esto…”
                      Fernando tragó saliva varias veces y levantó su cabeza tan trabajosamente como si le pesase una tonelada.  Una vez que lo hubo hecho, tuvo ante sus ojos el triste espectáculo de su esposa a cuatro patas sobre su cama matrimonial mientras su antiguo amigo de adolescencia estaba a punto de penetrarla analmente y una vieja e ignorada compañera de secundario la sostenía por las nalgas a los efectos de facilitar tal tarea.  ¿Se podía imaginar una humillación aún peor?  De pronto, hasta el haber mamado vergas o el haber sido cogido por un tipo en el bar quedaban convertidos en nimiedades.
                     Y Adrián entró por la retaguardia de Eliana, quien no logró reprimir un grito.  Él asumió una expresión  que revelaba goce extremo en tanto que ella se removía como si quisiera escaparle a un destino que, sin embargo, parecía inexorable.  Ofelia, soltándole las nalgas, la tomó por las muñecas y se las puso a la espalda.
                     “Quieta…” – le ordenó.
                     Adrián cerró sus ojos y dejó caer su mandíbula en una expresión de goce que pareció congelarse en su rostro; estaba, por fin, penetrando a la mujer a quien había deseado desde su adolescencia y no sólo eso sino que además lo hacía entrando por la cola, es decir por donde su propio esposo, ese ex amigo que un día, olvidando todo código, se la levantó en un boliche, jamás había entrado.  Y el bombeo comenzó de manera acompasada para luego ir subiendo y subiendo en intensidad.  Ofelia miraba a Fernando para controlar que no desviase su vista en ningún momento.  Adrián jadeaba y gritaba de un modo cada vez más estruendoso, en tanto que hirientes alaridos de dolor brotaban de la garganta de Eliana; sin embargo, lo que más dolía a Fernando era que, por debajo del evidente dolor, creía descubrir destellos de goce, voluntario o no.  Conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber cuándo estaba gozando…, y en aquel momento, al menos una mitad de ella lo estaba haciendo.  Restalló en su cabeza la charla de dos noches atrás, cuando ella le había preguntado a él si estaba bueno… Ahora, posiblemente, Eliana estaba conociendo en carne propia la respuesta a tal interrogante.
                  Y el orgasmo llegó.  Adrián llevó sus caderas hacia adelante y dejó caer su cabeza hacia atrás, dándole a Fernando la imagen de ser un jinete.  En cierta forma lo era… Sostenía por los cabellos a Eliana, quien no paraba de gemir.  Y así la demencial escena fue llegando a su fin; tanto Adrián como Eliana quedaron algún rato extenuados sobre las sábanas mientras Fernando, vestido y maquillado como una muchacha, seguía en su lugar.  Por detrás de él se escuchaban aplausos y al girar levemente la cabeza comprobó que no sólo las dos jóvenes aplaudían sino que también la agente inmobiliaria, perdida su estructuración protocolar, se había sumado a la celebración voyeur.
                    Llegó luego el momento de las despedidas.  Las chicas se fueron, llenando de besos a Adrián al punto de lo insoportable.  La agente se despidió e incluso saludó tanto a Fernando como Eliana con ese antipático gesto de ofrecer las puntas de sus dedos en lugar de estrechar la mano.  Ofelia anunció que se iba a hacer cargo del bar y bromeó acerca de no saber con qué se encontraría al llegar allí.  Y en la habitación quedaron sólo Adrián, Fernando y Eliana.  Tres antiguos amigos.  Tres compañeros de secundario con una historia en común… y con viejas deudas del pasado que empezaban a pagarse en aras de lo que, al menos Adrián, llamaba justicia.
                     “Bien – anunció éste -.  Llegó el momento: cada uno a su cama.  Ella se queda conmigo desde ya – la rodeó con su brazo y la atrajo hacia sí, dejándose caer sobre la cama a su lado en un revoltijo de cuerpos -.  Eso sí, Eli… para esto voy a tener que usar preservativos porque por el culo no habías cogido nunca pero, bueno, si vamos a hacerlo de la otra forma no puedo arriesgarme a contagiarme alguna peste que te puedan haber pegado en el bar… – cada palabra era una humillación atroz que obligaba a bajar la cabeza tanto a Fernando como a Eliana -.  En cuanto a vos, Fer… – continuó hablando -, a la cucha… Pero no te hagas problema que yo pienso en todo… Es tu primera noche durmiendo solito y por eso mismo te conseguí compañía…”
                Fernando no dijo palabra pero tampoco entendió nada.  Simplemente miró a su antiguo amigo con gesto interrogativo.
                 “Ariel – dijo Adrián alegremente -.  Ya le envié un mensaje de texto y está viniendo en camino”
                 Otro duro puñetazo en el estómago.  No sólo su esposa sería cogida toda la noche por su antiguo amigo sino que él sería cogido toda la noche por un tipejo de lo más perverso.  Concluyendo que su presencia en la habitación era, para esa altura, superflua, giró sobre sus tacos altos para marcharse hacia lo que, a partir de esa noche, sería no sólo su habitación sino también su casa.
                  “Que tengas buenas noches – le saludó Adrián al momento de cruzar el vano de la puerta -.  Y que lo pasen lindo con Ariel.  Cerrá la puerta, por favor, al salir…”
 

Relato erótico: “Acosado por mi jefa, la reina virgen” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 2
-Manuel, la jefa quiere verte-, me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina-

¿Sabes que es lo que quiere?-, le pregunté, cabreado.

-Ni idea pero está de muy mala leche-, María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.

“Mierda”,  pensé mientras me dirigía a su despacho.

Capítulo uno.

Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa.  Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.

El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países.  Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser.  Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser mas humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
-¿Se puede?-, pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
-Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica-.
-Se imagina bien-, le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
-No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes-, me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
-A mi despacho, a estudiar-, respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
-Sabes quien es Valentín Pastor-.
-Claro, el magnate mexicano-.
-Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente-.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
-Entonces, ¿Cual es el problema?-.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
-Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre-.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
-¿De cuanto estamos hablando?-
-Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros- 
-¡Joder!-, exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
-Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes-.
-¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?-.
-Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente-.
-Alicia, disculpe… ¿de que me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo-.
-Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja-.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
-Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?-.
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:

-Ya la conoces, seré yo quien te acompañe-.

Capítulo dos.
 
Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
-No te preocupes, jamás lo descubrirá-.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
-Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media-, me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y   esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
-Gracias-, me respondió, -ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores-.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
-Buenos días-, me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
-¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?-.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
-¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata-.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún mas grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
-Seguro que es frígida-, murmuré.
-No lo creo-, me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, -tiene pinta de ser una mamona de categoría -.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome  a él, le contesté:
-No sabe, usted, cuanto-.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.
Capítulo tres.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada mas acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
-Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada mas llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma-.
-Duerma-, le contesté,- yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
-Orfidal. Lo uso para poder descansar-.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue,  cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo el porqué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto mas intentaba no pensar en ella, mas obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Que maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrarió que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
-Despierta-, escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
-Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión-.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha,  recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía  el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
-Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted-, le dije abochornado.
-¡No!-, me contestó cabreada,- recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato-.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
-Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar-.
Como no tenía mas remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
-Estás muy guapo de etiqueta-.
 Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
-Espero que no se te suba a la cabeza-.
-No se preocupe, sé cual es mi papel-, y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí  permiso para esperarla en el salón.
-Buena idea-, me contestó.- Así, no te tendré fisgando mientras me cambio-.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
-Don Valentín-, le dije extendiéndole mi mano, -soy Manuel Pineda-.
-Encantado muchacho-, me respondió, dándome un apretón de manos, -vamos a  servirnos  una copa-.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
-Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá-.
-De acuerdo-, le contesté,- pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo-.
-De acuerdo, te espero en mi despacho-.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí  huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones mas importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escandalo.
-¿No me vas a presentar a tu novieta?-, preguntó Don Valentin al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
-Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia-.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
-Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado-.
-Ya sabe, Don Valentín,  que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra-.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
-Me puedes acompañar al baño-.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del  salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
-Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección-.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
-Y ¿porqué no me esperaste?.
-Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión-.
-Cierto, pero aún así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena-.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada mas empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mio al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón.  Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
-Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices-.
-Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero  Manuel me tiene muy desatendida-.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
-Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado-.
-Ya será para menos-, dijo el magnate-, tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar-.
-Si-, le contesté, -en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos-.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
-Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí-.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio.   Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada mas cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
-Con que uso pantalón para esconder mis huevos-, de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
-Dame tus manos-.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
-Toca. Soy, ante todo, una mujer-.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión. 
Todavía no comprendo como me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
-Hazme tuya pero, por favor, trátame bien-, y avergonzada, prosiguió diciendo, -Soy virgen-.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue mas observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos  callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
-Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol-.
-Pero-, me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,-¡quiero hacerlo!-.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
-¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame-.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.
Capítulo cuatro.
Esa noche, me costó conciliar el sueño, mi mente no dejaba de rememorar lo sucedido y el tener a mi jefa, completamente desnuda en mis brazos, tampoco facilitó que me durmiera. Como no podía ser de otro modo, me reconcomía el no haber aprovechado mi oportunidad y que quizás a la mañana siguiente, la dulce niña hubiera desaparecido dejando paso a la hija de puta de siempre.
Sin darme cuenta, me quedé completamente dormido por lo que al menos en lo que a mi respecta, no hay nada que reseñar hasta que a la mañana siguiente, me desperté solo en la cama. Nada mas abrir los ojos y ver que no estaba en la cama, pensé que mis mas negros augurios se habían hecho realidad y que ese día no solo me quedado sin trabajo, sino que además había dejado escapar viva a la mujer mas bella de todas las que se habían cruzado en mi camino.
Cabreado por mi idiotez, me levanté y como recordé que, esa mañana, habíamos quedado con Don Valentín en ir a pescar, me puse un polo y un traje de baño, para acto seguido bajar a desayunar.
Al llegar al comedor, Alicia estaba charlando animadamente con nuestro anfitrión y su novio. Nada mas verme, se levantó de la mesa y dándome un beso en la mejilla, disimulando, murmuró:
-Lo de anoche, ¡no ha ocurrido!. Tenemos que disimular y que el negocio siga adelante-.
-De acuerdo-, le respondí.
“Menuda puta”, pensé mientras me sentaba a la mesa, “esta zorra se ha arrepentido”.
Sabiendo que, además de que no iba a tener otra oportunidad con ella, me había quedado sin curro, empecé a meditar sobre mis siguientes pasos y sobre todo quien podría estar interesado en contratarme.
Notando que estaba ausente, Don Valentín, preguntó:
-Muchacho, ¿te preocupa algo?-.
Sin darme tiempo a contestar, mi jefa acariciando mi pierna y poniendo cara de enamorada, respondió:
-¡Que va!, le cuesta despertar después de una noche movidita, pero verá que después de un café estará en pleno rendimiento-.
Todos mi poros me exigían que saliera de allí pero, como el cobarde que soy, solo sonreí. La muchacha viendo que había pasado el peligro y sin retirar su mano, comentó en voz alta que estaba deseando montarse en un barco porque nunca la había llevado en uno.
-Eso se arregla en cuanto termine Manuel-, contestó el magnate.
Viendo que me estaban esperando, me tomé el café de un sorbo. Al levantarme, como si realmente fuéramos novios, Alicia me agarró de la cintura y riendo, se pegó a mí como una lapa. Como no me quedaba más remedio que disimular y como ya no tenía nada que perder, no dejé de acariciar su trasero mientras nos dirigíamos hacia el barco. 
En el muelle, nos esperaba un enorme yate de último modelo con más de treinta metros de eslora y varios pisos.  Dulce, la novia del magnate ejerciendo de anfitriona nos lo enseñó. Me quedé alucinado al comprobar que tenía todas las comodidades pero aún más cuando al llegar a un coqueto camarote, vi encima de la cama mis pertenencias. Cayendo en mi cara de asombro, nos explicó que como conocía a su hombre y que en el mar se volvía obsesivo, no quería que estuviésemos incomodos si decidía prolongar la jornada de pesca.
Mi jefa al oírlo se sentó al borde de la misma, y haciendo como si probara la cama, dio un par de botes mientras decía:
-Ojala nos quedemos, nunca he hecho el amor en el mar-.
No contesté a su descaro con una bordería porque había gente presente pero esperé a que salieran para decirle en voz baja y con todo el rencor del mundo:
-Doña Alicia. Una cosa es disimular y otra comportarse como una puta-.
La mujer, sonriendo, dio la callada por respuesta y agarrándome nuevamente de la cintura, me llevó donde estaban los dueños del barco.
Don Valentín estaba ordenando al capitán que zarpara y que se dirigiera hacia el este, ya que, allí, había observado un cardumen de atunes y por lo tanto sería muy fácil que nos encontráramos con un Marlin. Como no tenía ni idea de que clase de pez era ese, puse cara de ignorancia. Alicia, reparando en ello, me aclaró que era el mas grande de los peces espadas.
-Ya sabes, un bicho cuyo frente competiría con tu pene-.
Semejante ordinariez, hizo las delicias de los presentes pero, a mí, me sentó a cuerno quemado, por lo que siguiendo con su estilo soez, le solté al oído:
-Pues anoche, no te quejaste del tamaño-.
-No debe de ser muy grande, porque ni lo noté-, me respondió en absoluto afectada por mi falta de respeto.
Mordiéndome un huevo para no cachetearla, me acerqué a la barra del bar y me puse una cerveza. Ella, siguiéndome, dijo mientras con descaro toqueteaba mi culo:
-No bebas mucho que sino, luego, no funcionas-.
Gracias a que Dulce llegó en ese momento, no le canté lo que opinaba de la puta de su madre y del cornudo de su padre. En menos de media hora, había conseguido sacarme de mis casillas, borrando cualquier afecto que la noche anterior hubiese podido adquirir por esa mujer.
-Salgamos a la cubierta-, nos pidió la mulata.
Obedeciendo, pero con la mala leche reconcomiéndome por dentro, fui detrás de ella. Había decidido que aunque esa zorra no me echara, el lunes presentaría mi dimisión. En la cubierta, Don Valentín estaba preparando la caña y los anclajes del asiento desde el cual se pescaba ese enorme animal. Incapaz de ayudarle, me senté a su lado. Al menos así, además de hacerle compañía, me libraba un rato de la maldita presencia de mi jefa.
El viejo, agradeció el hecho que le acercara una cerveza y dándome un consejo, me dijo que tenía que atar mas corto a mi novia.
-Hijo, si la dejas libre, se te va a subir a las barbas. Hazme caso, parece una buena niña pero debe de saber quien es el hombre-.
Como no podía decirle que esa zorra con cara de niña buena era mi jefa, asentí y cambiando de tema le pregunté por la pesca del Marlin. Le debí tocar el tema exacto porque la siguiente hora se pasó explicándome como era la lucha con ese animal y como debía de hacer para conseguir sacarlo  del mar. Mientras tanto, las dos mujeres charlaron animadamente a la sombra de una sombrilla. No habían dado todavía las once, cuando despojándose del pareo, Alicia me informó que iba a tomar el sol y me pidió que le echara crema.
Al llegar a su lado, se tumbó de espaldas y desabrochándose el sujetador, dijo a la mulata:
-No sabes las manos que tiene mi novio-, y dirigiéndose a mí, se insinuó diciendo:-embadúrname entera, soy muy blanca y si no me quemo-.
Sabiendo que no quedaba mas remedio, le empecé a extender la crema por la espalda y piernas pero al llegar a su trasero, no me pareció correcto hacerlo en frente de Dulce. Ella, al notar que no le daba protector en sus nalgas se quejó, por lo que no puede negarme.
La muy cabrona, sabía que estaba pasando un mal rato y para hacerme sentir todavía mas jodido, abrió sus piernas para que tuviera acceso a todo su trasero. Enfadado, fui mas allá de lo que me pedía y tras darle un buen sobeteo a sus nalgas, empecé a tantear su esfínter. Por primera vez en la mañana, se calló sin decir nada, por lo que, envalentonado y echando un buen chorro de crema en mi mano, jugueteé con su ano mientras charlaba animadamente con la mulata que ajena a mis maniobras y al tapar su visión con mi cuerpo, no veía que mi dedo se introducía en el interior de mi jefa.
Contra todo pronostico, mi victima no se quejó y relajando sus nalgas, me dejó seguir haciendo. Cuando ya entraban tranquilamente dos dedos en su interior, decidí que ya era bastante y cambiando de objetivo, pasé a su sexo. No me extraño descubrir que estaba mojado y, haciendo a un lado el breve tanga, torturé su clítoris hasta que mi querida jefa se corrió silenciosamente en  mis dedos. Una vez conseguido mi objetivo, le di una sonora nalgada y con voz autoritaria, le ordené que nos trajera dos cervezas.
Sonrojada y humillada, se levantó y al cabo de dos minutos, llegó a donde estábamos pescando con una bandeja llena de cervezas. Cogiendo dos, le mandé que volviera a meter todas en el refrigerador para que no se calentaran. Se notó por su cara que nadie en su vida le había tratado así y echa una furia, se llevó el restante al interior.
Al volver, Dulce, que tomaba el sol en top-less, vio que ella seguía con la parte de arriba de su bikini, le preguntó si no quería quitárselo:
-No muchas gracias, me da vergüenza y además a Manuel no le gusta que lo haga-.
-No seas tonta-, respondí, -quítatelo, estamos en confianza y si quieres te vuelvo a echar crema-.
Ante esa sugerencia y sabiendo que si me emperraba, iba a volver a darle un nuevo repaso, se lo quitó diciéndome que no hacia falta que ella podía.
-Así me gusta, muchacho, que sepa quien manda-, me dijo el viejo mientras bebía la cerveza que le había traído mi supuesta novia.
Por primera vez, la tenía en mis manos y no pensaba dejar escapar la presa, por lo que cuando vi que se había acomodado en la tumbona, me bebí de un trago lo que restaba en la botella y le pedí que me trajera otra.
Su cara era un poema, estaba indignada pero aún así sabiendo lo que nos jugábamos con ese negocio, llegó sonriendo. Al coger la cerveza, le agarré de la cintura y sentándomela en las rodillas, le di un beso. Ella incapaz de zafarse de mi abrazo, se relajó y dándome un beso en la mejilla, preguntó a Valentín acerca de su vida.
Éste, animado, empezó a contarnos sus duros inicios y como poco a poco fue teniendo éxito. Cuando mas interesado  estaba en el relato, noté que la mano de la arpía cogía entre sus dedos mi sexo y sin que nadie se percatara, empezó a menearlo. La muy perra se estaba divirtiendo, pegando su torso desnudo al mio, evitaba que nuestro contertulio fuera consciente de que me estaba masturbando. Comprendiendo que no podía hacer nada para evitar su venganza y sobre todo deseando que llegara a buen puerto, me relajé disfrutando del momento.
Pero que equivocado estaba si creía que ese era su plan porque cuando mi jefa notó que me iba a correr, se levantó y nos dijo que se iba a por otras dos cervezas que las nuestras se habían calentado. Dejándome a mí, hirviendo y con el mástil apuntando al cielo.
Afortunadamente en ese momento, sentí que algo había picado y al tirar de mi caña, comprendí que era grande. Asustado le pedí consejo al dueño de barco, el cual dejando su asiento se acercó y me dijo que dejara que mi presa se cansara antes de intentar recoger mucho el sedal. No tardé en descubrir que era un Marlin el que había picado mi anzuelo. La siguiente media hora fue una de las más emocionantes de mi vida pero cuando conseguí subirlo al barco, estaba agotado. A mi lado, Alicia parecía estar orgullosa de mí pero, cuando me felicitó, comprendí que no era así, porque me susurró:

-Disfruta que es lo único que vas a pescar este fin de semana-.

 
Capítulo cinco.
Como estaba cansado después de la lucha con el animal, dejé que fuera el anfitrión, quien pescara y tranquilamente me puse a disfrutar de mi cerveza, pero me resultó imposible porque aprovechando que la mulata se había ido a su camarote y que el viejo estaba disfrutando con su afición, Alicia se tumbó frente a mí y pasando su mano por el cuerpo, empezó a pellizcarse los pezones.
Una vez había captado mi atención, metió una mano dentro de su bikini y sacándome la lengua, empezó a juguetear con su sexo. Verla casi desnuda, masturbándose y sabiendo que su  único objetivo era el calentarme, me enervó pero aun así no fui capaz de retirar la mirada de su cuerpo. Se estaba comportando como una atentica zorra e imitando la actuación de una actriz porno sacó sus dedos y acercándolos a su boca, los chupó mientras me guiñaba un ojo.
Alicia, que en un principio lo hacía para molestarme, se fue calentando y cambiando de postura, se puso a cuatro patas, dejándome observar no solo como se corría sin necesidad de mí, sino obligándome a ser consciente de la maravilla de mujer que había perdido. Una vez hubo terminado y caminando como una autentica puta en celo, se acercó a donde estábamos y metiendo sus dedos en mi boca, me dio a probar de su flujo, mientras decía:
-Os dejo, voy a ver a Dulce-.
Por segunda vez en esa mañana, esa zorra me dejó  con la miel en los labios y completamente excitado.
Gracias a que mi acompañante era un hombre inteligente y con una conversación divertida, mi cabreo se fue diluyendo en las docenas de cervezas que consumimos  mientras Don Valentín se hartaba de sacar peces para después de una desigual lucha devolverlos al mar. Al cabo de dos horas y quizás ya cansado por el gran numero de capturas, me preguntó sino tenía hambre. Con un breve gesto de cabeza, asentí y sin mas preámbulos, entramos en el salón.
Sobre la mesa, los marineros habían dispuesto un gran número de viandas. El sr. Pastor gruñó con satisfacción al probar uno de los aperitivos y gritando, llamó a su novia. Ésta no se hizo esperar, llegando acompañada de Alicia. Me quedé pasmado al verlas entrar, ambas se habían cambiado y  venían luciendo unos vestidos de lino, casi transparentes, que mas que ocultar los encantos de ambas, descaradamente provocaban que cualquier hombre presente deseara tenerlas entre los brazos.
-¡Que guapa!-, piropeó Don Valentín a Dulce,-estás para comerte-. Y sin importarle lo mas mínimo nuestra presencia, la besó con pasión.
Yo, por mi parte, ni me fijé en su actitud. Mis ojos estaban contemplando la belleza de mi jefa, ensimismado en como la delgada tela  dejaba traslucir su figura.
-¿Y a mí, no me dices nada?-. preguntó Alicia mientras se  daba una vuelta para que pudiese observar que debajo del vestido, no llevaba ropa interior.
-Estás bellísima-, tuve que reconocer.
Encantada por haber conseguido sacarme un halago, se acercó y en voz baja, me susurró:
-Verás pero no catarás-.
Debió de ser por la calentura no satisfecha o por el alcohol ingerido que cogiéndola de la cintura, forcé sus labios y manteniéndola entre mis brazos, le contesté:
-Antes que acabe el día, te habré hecho mía-.
Lejos de enfadarse, pasando su mano por encima de mi bañador, me sonrió.
“Ésta calientapollas, no me creé capaz”, pensé, “pero se equivoca”.Con  la decisión ya tomada, me senté a la mesa.
Dulce, actuando como la señora, fue sirviendo a cada uno su plato pero, cuando llegó a mí, Alicia le pidió que dejara que fuese ella la que me sirviese. Temí que me hiciera alguna trastada y por eso no la perdí de vista pero, en contra de lo que había supuesto, su actitud hacia mí parecía haber cambiado o nuevamente estaba actuando.
“¡Me estaba mimando!”
 Al terminar de comer, Don Valentín nos sugirió que tomáramos la copa en los sofás. No hallé ningún motivo para negarme por lo que le acompañé, sentándome en el que tenía enfrente.
Lo que no estaba en el guion fue que, sin preguntar, mi jefa se me acurrucara encima y apoyando su cabeza en mi pecho, se quedara dormida mientras yo hablaba con nuestro anfitrión. Él, al percatarse de que la muchacha se había quedado transpuesta, me dijo:
-Llévala a la cama. Nos vemos luego-.
Cogiéndola en mis brazos, la llevé al camarote y tras depositarla en la cama, ya me disponía a salir por la puerta, cuando oí que la muchacha me pedía que no me fuera. Extrañado, le pregunté que era lo que quería..
-¡Que cumplas tu palabra!, necesito ser tu mujer-, me dijo llorando,
-¿Se puede saber, de que coño vas?-, le contesté sacándome todo el rencor que llevaba acumulado. -Esta mañana al despertarme, te habías ido. Luego me dices que olvide lo ocurrido y después llevas todo el día comportándote como una autentica puta-.
Tardó en contestarme y cuando lo hizo, su respuesta me dejó helado por lo inesperado:
-Te crees muy macho pero no entiendes a las mujeres. ¡Llevo años enamorada de ti! Pero, para entregarme a tus brazos, necesitaba que aunque no me ames, al menos reconocieras que me deseas-.
No pudiendo asimilar sus palabras, salí huyendo hacia el salón, pero a mitad de camino, me di cuenta que desde que la conocí estaba subyugado por su inteligencia y que si durante todo ese tiempo la había soportado, era porque aunque no lo supiera, la quería. Dando la vuelta, entré en el camarote y le dije:
-Elige que prefieres, ¿A tu empleado  o a tu hombre?-.
Tras unos instantes, dando un salto, se acercó y riendo, contestó:
-Sin ninguna duda: ¡A mi hombre!-.
Deslizando el vestido por sus hombros, la desnudé. La sonrisa y el deseo que desprendía en ese momento hacía aún mas apetecible la belleza de esa mujer. Alicia, al notar que mi cuerpo respondía con una erección a la visión de su cuerpo desnudo, se rio y quitándome la camisa, me ordenó que la desvirgara.
-No habíamos quedado que no querías un empleado-, le dije mientras la tumbaba en la cama. –Ni se te ocurra ordenarme nada, pídemelo-.
La muchacha, al oir que la regañaba, se puso de rodillas y mientras me bajaba el traje de baño, me contestó:
-Tienes razón-, y tras guiñarme un ojo, dijo,-¿podría el dueño de este magnifico pene, poseer a ésta, su servidora?-.
Riendo su ocurrencia y mientras ella tomaba posesión de mi sexo con su boca, respondí:
-No solo te voy a desvirgar. Si te portas bien, quizás hasta deje que te vengas a vivir conmigo-.
Esas palabras le sirvieron de acicate  y usando su garganta como si se tratara de su sexo, se lo introdujo poco a poco hasta que sus labios tocaron la base de   mi pene.
-Serás virgen, pero haces unas mamadas de escandalo-, solté al percibir que, totalmente fuera de sí, acariciaba mis testículos mientras aceleraba las maniobras de su boca.
Mi querida jefa no tardó en advertir que me iba a correr y avisada de que su actuación dependía que tuviéramos futuro como pareja, cuando exploté, no dejó que nada de mi semen se derramara. No me podía creer que esa mujer tan estirada, no solo se tragara toda mi eyaculación sino que posteriormente, con su lengua me limpiara mi sexo sin protestar.
Cuando ya creía que me iba a dejar descansar, me rogó que me tumbara a su lado y  poniéndose entre mis piernas, buscó reactivar mi maltrecho aparato con su boca. ¡No tardó en conseguirlo!. La cría al observar mi erección, sonrió y poniéndose de rodillas frente a mí, sin hablar, me rogó que la tomara.
Sabiendo que era lo que esperaba de mí, me puse a su lado y pasando mi lengua por su sexo, separé sus labios y con agrado, escuché como gemía. Comprendí que no solo estaba dispuesta sino que todo su cuerpo ansiaba ser tomada, por lo que, aproximando mi glande jugué con su clítoris mientras ella no dejaba de suspirar excitada.
Quería que su primera vez fuera especial y por eso, cuidadosamente introduje mi pene en su interior, hasta encontrarme con su himen.  Sabiendo que mas allá, le iba a doler, esperé que ella se sintiera cómoda. Pero entonces, echándose hacia atrás, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina.
Dio un grito, al sentir como su tela se rompía y que de pronto, mi pene la llenaba por completo. Yo, por mi parte, estaba ansioso de comenzar a moverme pero antes de hacerlo, le di tiempo para que se relajara. Una vez comprendí que ya podía, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su interior. La muchacha que hasta entonces se había mantenido expectante, me pidió que acelerara el paso mientras con su mano, acariciaba su botón del placer.
Los gemidos de placer de Alicia me hicieron incrementar mis embestidas y sin piedad, fui apuñalando su  interior con mi estoque. Mi victima no demoró en correrse sonoramente, mientras me rogaba que siguiera haciéndole el amor. Si ya era eso suficiente aliciente, mas aún fue verla pellizcando sus pezones sin misericordia.
-¿Te gusta que te folle?-, pregunté al sentir que por segunda vez, la muchacha llegaba al orgasmo.
-Si-, gritó sin acordarse de que estábamos en un barco y que la gente podía oírnos.
Dominado por la lujuria, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. La reacción de la muchacha  no se hizo esperar y berreando, me pidió que la usara sin contemplaciones. Oirla tan entregada, me hizo preguntarle:
-¿Quién eres?, mi jefa o mi puta-.
-¡Quien tú quieras!, tu puta, tu amante o tu mujer-, respondió echa una loca.
Su rendición fue la gota que necesitaba mi vaso para derramarse, y cogiéndola de los hombros, regué mi siguiente en su interior, a la vez que le decía:
-La tres, mi puta, mi amante y mi mujer-.
Rendido caí sobre el colchón. Alicia, satisfecha, me abrazó y poniendo su cabeza en mi pecho, esperó que descansara en silencio. Esa tarde, no solo la había desvirgado, sino que la había liberado de sus demonios y por fin, se sentía una mujer. Al cabo de cinco minutos, ya repuesto, levanté su cara y dándole un beso en los labios,  pregunté como se sentía.
-De maravilla-, respondió y sabiendo que en ese momento, no podría negarle nada, dijo: -¿Qué tal me he portado?-.
-Muy bien-, contesté sin pensar mi respuesta.
Mi amada jefa, poniéndose encima de mi, me soltó:
-Lo suficiente para que al volver, me vaya a vivir contigo como prometiste-.
-¡Serás zorra!-, dije, azotando su trasero. –Sí, siempre que prometas comportarte igual todas las noches-.
-No solo haré eso, sino que todas las mañanas te juro que llegarás relajado a trabajar-, respondió con sus manos mientras buscaba repetir la faena.
Maravillado por el ímpetu de la cría, me dejé hacer y cuando ya tenía nuevamente mi pene en su interior, susurrando en su oído, le comenté:
-Será difícil. En la oficina, seguirás siendo la jefa pero ten cuidado o tendré que  castigarte al llegar a casa-.
-No tendrás queja de mí, pero ¿no has pensado que mi casa es más grande que la tuya?-.

Solté una carcajada al escucharla. Alicia, aunque estuviera enamorada, seguía siendo la misma que siempre. Pero me gustaba así, por lo que sin explicarle la razón de mi risa, me apoderé de uno de sus pechos, mientras me decía:

“O tengo cuidado, o  volveré a ser su perrito faldero”.

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!

 

 

Relato erótico: “En el oeste tambien se folla 2 parte” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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Después de rescatar a las chicas conduje la diligencia a Saint City.
llegamos a Saint City y todo el mundo nos esperaba incluso el sheriff. le explique lo de los asesinos y que había rescatado a las chicas.
-ha sido muy valiente forastero como se llama- me preguntó.
– Drake es mi nombre.
– esos hombres que usted ha matado son de una peligrosa banda y querrán vengarse de usted. pertenecen a la banda de John el negro y son más de 20 sujetos. todos pistoleros de primera mano. aquí le estamos agradecidos, pero no espere ayuda ninguna de los del pueblo. no podemos con los pistoleros.
– y usted -dije yo.
– soy un pobre sheriff elegido porque nadie quería el puesto.
– joder en menuda mierda me he metido esto está lleno de pistoleros.
– somos buena gente, pero no podemos con ellos.
me despedí del sheriff que era un buen hombre y entre a tomar algo a la cantina allí vi a las chicas que había salvado. las habían contratado de call girls o chicas de alterne de salón enseguida se acercaron a mí. incluso Joyce estaba con ellas. me saludaron y me dijeron:
– esta ronda es para ti gratis y ya sabes cuando quieras puedes estar con nosotras.
las di las gracias cuando oí a mi espalda:
– tu eres el forastero que ha matado a esos tres hombres.
– si.
– eran amigos míos te voy a matar.
– ellos eran asesinos así que si eran tus amigos tú también lo eres -dije yo.
todo el mundo se apartó.
las chicas con miedo me dijeron:
-ten cuidado.
– tranquilas.
-me estas llamando asesino forastero.
– si -dije yo- si eres amigo de esos cobardes que pegan y matan a gente inocente.
– yo soy Stuart y cuando John el negro se entere te matara y colgara tu cadáver a los buitres.
– puede, pero de momento estoy vivo.
– por poco tiempo -trato de sacar el revolver, pero solo lo intento porque ni siquiera lo rozo.
le pegue un tiro en la frente y le deje seco:
-a nadie le hemos visto disparar tan rápido amigo y certero.
– bueno -dije yo- suerte que he tenido.
– no creo que sea suerte usted es un gran pistolero me equivoco.
– bueno se manejar un poco el revolver.
el sheriff llego se quedó con la boca abierta:
– joder amigo -dijo- por donde pasa va dejando cadáveres- me dijo.
– no es culpa mía intento matarme.
– lo sé. me preocupa porque vendrán a por usted el tal John el negro.
– bueno -dije yo- avíseme cuando venga.
y me fui después de tomarme una copa alquilé una habitación a un matrimonio buena gente. no me la dejaron muy cara y se lo agradecí. la hija era una preciosidad al igual que la madre el padre era unos calzonazos, pero buena gente. estaba muy cansado así que intente dormir un poco por la mañana quería ir a ver unas tierras y comprar un rancho.
me iba a meter en la cama cuando oír la puerta saque mi revolver debajo de la almohada.
– tranquila soy yo- dijo Lena -la hija he pensado que necesitabas compañía ya no abundan hombres como tú.
joder y se me desnudo.
– que dirá tu madre si te viera mi madre.
– es como yo. se folla a quien le da la gana. mi padre es buena persona la quiere y lo soporta es unos calzonazos.
-joder menudas zorras.
así que se metió en mi cama y empezó a desnudarme cuando oímos ruido en la puerta. joder era la madre.
– mama que haces aquí.
– lo mismo que tú.
– eres una puta- dijo la hija.
– lo mismo que tú.
-tranquilas -dije yo cogiéndome la poya- aquí hay para las dos.
ellas me miraron y se rieron y una vez ya a desnudas empezamos a follar me comieron la poya entre la madre y la hija que rica.
-comer como buenas putas que sois sí.
– que poya tienes cabrón fóllanos haznos gozar a mi madre y a mí.
la comí el chocho a la madre mientras esta la comía las tetas a su hija.
– así que gusto cabrón como gozo méteme la poya ya la quiero toda.
– deja algo para mí.
– tranquilas guarras habrá para las dos- dije yo.
– como me follas- dijo la madre -ahora quiero que te folles a mi hija. me pone que te la tires.
así que saqué la chorra y se la metí a la hija hasta los cojones que me estaba esperando con el chocho abierto.
– así así que gusto dame también por el culo que me encanta -decía la hija.
– que guarra te has vuelto hija.
– como tú de puta zorra madre.
se la saqué mientras la madre me volvía a comer otra vez la chorra y se la metí a la hija por el culo.
– así así dame bien rómpeme el ojete que gusto -mientras ya la madre ahora la comía el chocho a la hija yo estaba a tope luego cogí a la zorra de su madre que por cierto se llamaba Anna y se la metí por el culo.
– ahahaha así cabrón que poya tienes puedes quedarte el tiempo que quieras aquí te cobrare menos de habitación a cambio de que nos satisfagas a mi hija y a mi sigue sigue follándonos. Ahahha.
yo ya no aguantaba más así que saqué mi poya e hice que se la comieran entre las dos y me corrí en sus bocas las muy guarras se pasaron la leche y una vez satisfechas se fueron y me dejaron descansar que falta me hacía.
al día siguiente fui al registro de la propiedad ya que había visto unas tierras cerca del rio que podían ser fértiles una vez labradas.
– seguro que quiere comprar esas tierras.
– por qué.
– porque todo el mundo que ha querido comprar esas tierras le han matado John el negro.
– y porque no las ha comprado.
– por qué al ser un forajido el estado no lo permite comprar propiedades, pero no permite que nadie las compre tampoco.
– el démela -dije yo.
– usted vera, pero estar advertido.
– me gusta y la quiero.
así que fui a las tierras que había comprado y compré alambre de espino y rodeé la propiedad mía y empecé a cortar madera y a construirme un rancho. al poco rato se me presento una ranchera guapísima ella.
– me llamo Leslie soy su vecina la del rancho de al lado he venido a desear le mucha suerte y a conocerle ya que todos los días no llega un tipo y compra un rancho y mato a varios pistoleros.
yo me reí.
– tuve suerte- dije yo.
– no creo en la suerte- dijo ella -además se ve que es un hombre como dios manda no como estos cobardes y el sheriff que se dejan intimidar por varios pistoleros de John el negro.
– ellos no saben disparar.
pero podían hacer algo, pero no se atreven- contesto ella
– me gusta usted -dije yo- es una mujer con carácter.
– gracias- dijo ella poniéndose colorada.
– y dígame está usted casada.
– no -dijo ella poniéndose colorada- mi padre me dejo el rancho yo no temo a esos malvados. hasta ahora les echo frente yo sola.
– ya no estará sola me tendrá a mí.
ella se puso colorada, pero sonrió yo aproveche la atraje hacia mí y la bese.
– como se atreve -me dijo dándome una bofetada.
– ven aquí tú necesitas lo que yo se me.
la empecé a meter mano y a volverla loca ella por lo que se ve no había estado con ningún hombre todavía y enseguida empezó a suspirar. la lleve a la casita que había en tierras mías y allí la baje la ropa y la desnude ella temblaba y la hice el amor con pasión. la hice que me comiera la poya y después empecé a chupar su coño que estaba que echaba jugos por lo que se ve era virgen aun así que con sumo cuidado la penetre y me la folle.
ella me clavo las uñas, pero pronto empezó a suspirar.
– así así hazme gozar te quiero- empezó a gritar.
al final se corrió ella me dijo:
-nunca estado con un hombre. tu eres el primero.
– cómo es eso.
– por aquí nadie merece la pena. son gentuza espero que te haya gustado- me dijo -no tengo mucha experiencia como esas putas que estarás acostumbrado.
– tranquila yo te enseñare- y la volví a besar y hacerla el amor nuevamente. primero hice que me la chupara después la comí las tetas y el coño ella se volvía loca.
– ahaaha.
– disfruta olvida la vergüenza y disfruta ahora te la voy a meter por el culo relájate -y se lo prepare después empecé a metérsela despacito lubricándoselo con sus jugos y con mis chupadas hasta que se la metí hasta los huevos.
– más quiero más que gusto dame más por el culo así rómpeme el culo, aunque me duela- me dijo.
– tranquila disfruta te acostumbraras.
luego se la metí por el coño ella se volvía loca aprendía rápido hasta que nos corrimos juntos.
– ahahahahahahhhhhaah dijimos juntos
CONTINUARA

  • : las rescato a las chicas y me dirigo a saint city conduciendo la diligencia
 

Relato erótico: “Despidiéndome de mi hermano” (POR ROCIO)

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Soy una chica que odia los clichés. Desde corazones tallados en árboles hasta frases estilo: “Eres lo mejor que me ha pasado”. No puedo evitarlo. Y sobre todo odio la frase: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, porque eso era precisamente lo que estaba sintiendo en carne propia.  Aunque en mi caso sería mejor decir: “No sabes lo que tienes hasta que lo estás perdiendo, lenta y paulatinamente”.
Desde hacía más de seis meses sabía que mi hermano menor, Sebastián, dejaría Uruguay para seguir sus estudios universitarios en Alcalá de Henares, España. Eso lo alejaría por al menos cinco años, con la posibilidad de conseguir un trabajo en la rama que estudiaba. Tiene diecinueve, es un año menor que yo, terriblemente alto, en contraposición a mi metro sesenta y cinco. Aunque ya puede aparentar todo lo hombretón que quiera, siempre termina actuando como un niño en mi presencia.
Las personas que más sufrían su inminente ida, y de los cuales yo era testigo recurrente en mi casa, eran sus mejores amigos, novia y también mi papá, pues siempre que encontraban tiempo libre lo dedicaban a alguna actividad en donde el eje central era mi hermano; parecían querer aprovechar cada día como si fuera el último. ¡Otro cliché! Pero yo no, siempre me desentendía de la situación. Prefería ser la única que actuaba como si nada raro sucediera. Le daba golpes en la cabeza cada vez que nos topábamos por la casa, solía insultarlo de noche por escuchar música a alto volumen, y hasta le gastaba bromas cada vez que Peñarol, su adorado club, gestaba épicas derrotas.
Así pasaron los días, y pronto estos se convirtieron en meses. A tan solo una semana antes de que partiera, ¡recién una semana antes!, no sé por qué, me detuve para ver cómo ese imaginario reloj de arena estaba gastando los últimos granitos. Y me di cuenta de lo que no quería darme cuenta: que pronto ese chico con quien había compartido toda mi vida ya no estaría al otro lado de la pared de mi habitación.
Retumbó en mi cabeza aquella frase de marras: “No sabes lo que tienes…”.  Así que me presenté en su habitación con una idea fija entre manos: despertarme, actuar como los demás y dedicarnos un tiempo, darle algo inolvidable. Él no me vio entrar; estaba escuchando alguna de sus bandas de rock con sus auriculares puestos, acostado sobre la cama, torso desnudo, meneando la cabeza; sonreí porque sé que se compró los cascos para no molestarme.
—Sebastián, ponte una camiseta o algo, que te quiero hablar —dije luego de retirarles los auriculares.
Se sobresaltó cuando lo interrumpí, pero al verme esbozó una sonrisa de punta a punta. Se sentó en el borde de la cama mientras recogía una camiseta del suelo para ponérsela.
—Hola Rocío, ¿qué pasa ahora? ¿Me olvidé limpiar el baño luego de ducharme? ¿O me comí tu cena? ¿O acaso estoy existiendo demasiado?
—Nada de eso, pesado… —me senté a su lado, jugando con sus auriculares en mi mano—. Nene, me preguntaba si mañana domingo estarías libre, durante el día.
—¿Mañana? Tengo cita con Nancy —era su novia—. ¿Por qué?
—Nah, pues si tienes cita, no hay caso.
—Flaca —así me apoda él—, la cancelaré si es que me vas a llevar de putas.
—¡Imbécil, no voy a llevarte de putas!
Era desesperante el nivel de inmadurez del que hacía gala durante los momentos más delicados. A veces creía que se había caído de cabeza cuando era bebé o algo similar, porque, madre mía, era imposible dialogar seriamente con él. Pero podría ser la persona más idiota que había pisado la faz de la tierra, seguía siendo mi hermano, el único que tenía. Y, aunque en ese momento no quería pensar demasiado al respecto, pronto ya no estaría conmigo.
—Flaca, en serio, ahora las putas están bajas de precio, promoción de verano.
—Ya basta. ¿Te acuerdas de esa cala apartada que está en el río Santa Lucía? La del club de regatas.
Fue decirlo para que su risa parase instantáneamente. Seguro hasta se le habrá desdibujado la sonrisa, no le estaba viendo, solo observaba fijamente el contorno de sus auriculares en mis manos. El club de regatas que le mencioné era un lugar al que íbamos cuando éramos niños. Solíamos colarnos para poder entrar, porque allí no podías acceder sin adultos que se responsabilizaran, y nos pasábamos toda la tarde sentados sobre la gruesa rama de un árbol alojado en una pequeña y apartada cala, mirando allí donde la línea entre el cielo y el mar es difusa. Era nuestro escape diario, solos él y yo para olvidarnos por un rato de los recuerdos de la muerte de nuestra mamá.
Éramos los mejores amigos en aquella época, los únicos que nos entendíamos porque sufríamos por igual. Tal vez él sintió más la pérdida, y se podría decir que debido a la falta de una figura maternal yo adopté el papel de “protectora” de mi hermano menor, costumbre que arrastro de manera menos pronunciada hasta día de hoy. Pero luego crecimos y avanzamos, siempre juntos en la casa, pero cada uno por su lado. En algún momento de este largo y curioso camino de la vida, dejamos de ser los grandes amigos que una vez fuimos.
—¿Quieres ir allí, Rocío?
—Bueno, la novia es la novia, ya tienes una cita y no quiero entrometerme. Además no sé si aguantaré cinco minutos a tu lado —dije devolviéndole su auricular, antes de irme.
A la mañana siguiente, domingo, estaba planchando algunas de sus camisas en el cuarto del lavarropas. Sebastián pasó por allí, estaba bastante guapo con su vaquero y camiseta blanca, amén de oler muy bien. Cuando amagué preguntarle qué quería de desayunar, él me tomó de los hombros, y con un guiño, me preguntó:
—Flaca, ¿y bien? ¿Nos vamos al río Santa Lucía?
No lo podía creer. Escruté su mirada para saber si yo estaba soñando; tal vez aún estaba adormilada y solo creía escuchar que mi hermano había dejado de lado a su novia para pasar el día conmigo. Podría preguntarle por qué decidió hacerlo, pero eso implicaría mencionar a su chica, y ese día, para mí, deberíamos ser solo él y yo, como cuando éramos niños y no teníamos a nadie más.
—Sebastián, ¡claro! Dame un rato para prepararme.
—Bien. Ponte guapa pero no te tardes, ¡tengo ganas de ver cómo ha cambiado ese lugar!
Tampoco es que fuéramos a alguna cita o un debut social, así que tras una ducha me arreglé el pelo en una coleta alta y me hice con una camiseta roja de tirantes, un short blanco de algodón y sandalias cómodas.
Cargamos bebidas y algunos bocados en nuestras mochilas. En las inmediaciones del Río Santa Lucía se suelen hacer picnics, ya que tiene su desembocadura cerca de Montevideo y es costumbre pasar los fines de semana en familia o en pareja. Claro que, actualmente, con las nuevas rutas, esa tradición se ha perdido bastante, el paraje fue abandonado por otros parques más cercanos al centro de la ciudad.
Fuimos en coche y llegamos al mencionado club de regatas, no tan atestado de gente como recordábamos. Ya dentro del predio alquilamos un par de canoas solitarias para ir al famoso lugar que pasábamos de niños, hoy día inaccesible a pie. Sebastián insistió que no era necesario ir hasta allí, que sería mejor observarlo desde la distancia, pero le respondí que yo iría sí o sí, con o sin él. Obviamente era una treta para que me acompañara, ya habíamos ido hasta el club, ¿para qué volver sobre nuestros pasos?
Me hubiera gustado alquilar alguna canoa tándem, que son las que permiten a dos personas, más que nada porque me preocupaba que Sebastián hiciera alguna tontería de las suyas. El río es manso, pero mi hermano es bravo; sabe cómo meter la pata.
—¿Te acuerdas cómo remar, no, nene? —le pregunté subiéndome a una de color amarillo, asegurando mis pies bajo una de las abrazaderas.
—Flaca, deja de decirme “nene”, por dios, me avergüenzas. ¡Claro que recuerdo! —respondió cargando nuestras mochilas en su canoa azul.
Remamos por largo rato, siempre juntos. En realidad mi hermano era bastante lento, como si tuviera extrema precaución, y yo debía estar constantemente reduciendo mis remadas para emparejarnos, cosa que él no notó. Mejor así, no me gusta cuando se ve vencido por mí, tiende a querer superarme y hacer alguna tontería cuando no puede ganarme.
Bastante alejados, mientras rebuscábamos por nuestra cala, me hizo una pregunta que no esperaba:
—Flaca, ¿me vas a echar de menos, no?
—¿Eh? ¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián? Yo solo te traje aquí porque quiero pedirte permiso para derribar tu pared, con eso agrandaría mi habitación.
—¡Qué cabrona!, cómo te haces querer, flaquita.
Vimos de cerca una pequeña cala, aislada, de arena gruesa, rodeada de frondosos y altos árboles. Me quedé observándola largo rato, dejando de remar. Recuerdos, recuerdos y recuerdos se agolparon en mi mente una tras otra. Trazos de mi infancia; mis peores y mejores momentos estaban resucitando en memoria.
Mi hermano chapoteó el agua con su remo, salpicándome, para despertarme de mis adentros.
—¡Estúpido! ¡Vuelve a hacerlo y te mato!
—¡Ja! Rocío, parece que encontramos el lugar, ¿no es así?
—Sí, creo que ese es. ¡Cabrón!
Me vengué salpicándole con mi remo. Sebastián no dudó en devolvérmela, pero su canoa se tambaleó y él cayó al agua. No sabría describir lo mucho que me reí de aquello, el solo haberlo visto caer hizo que ese domingo valiera la pena. Pero los segundos seguían pasando y mi hermano no salía del agua. Pronto mis risas cesaron, y mi sonrisa, poco después, se desvaneció.
—Sebastián, no me jodas, ¡sal ya!
No me quedó otra que entrar en el agua y buscarlo. Nada más zambullirme y abrir los ojos, vi al pobre desgraciado debajo de su canoa, terroríficamente estático; no se hundía porque milagrosamente un pie aún se sostenía de una de las abrazaderas. Le tomé de la mano y lo llevé hasta la superficie, arrastrándolo luego hasta la cala, que estaba a escasos metros ya. Las canoas, ayudadas por la corriente, no tardaron en acompañarnos en tierra firme.
Tumbado sobre la arena, bajo el fuerte sol de verano, Sebastián no mostraba ningún tipo de reacción; mi corazón se aceleraba a pasos agigantados. Le di varios bofetones, muy fuertes, porque creía que estaba jugando conmigo. No despertaba, así que decidí hacerle respiración boca a boca.
Levanté su mentón; no tenía nada extraño dentro de la boca que le pudiera estar ahogando. Cerré su nariz e insuflé el aire hasta notar que su tórax se estaba expandiendo. Solté la boca, comprobando que el aire salía tibio de adentro. Esperé, esperé y esperé. Segundos eternos que parecían durar horas. Mi corazón latía tan fuerte que creía que yo iba a morir de un ataque cardiaco antes que él de ahogamiento.
—No te me mueras, cabrón, no te me mueras —dije dándole otra fuerte bofetada. ¡Innecesaria, sí, pero se lo merecía por ser tan tonto! ¡Tenía diecinueve pero era aún un maldito niño, nunca me había dicho que no sabía nadar! Me sentí terrible al recordar que no quería cruzar el río conmigo, seguramente tenía vergüenza de decírmelo.
Volví al ataque. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. No esperé. Insuflé…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando le vi abrir sus ojos la alegría se me desbordó, tanto que ni siquiera me importó que el bruto me agarrara la cola mientras que la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me tomó cuatro segundos darme cuenta de la aberración que estábamos haciendo.
—¡Mfff! ¡Basta! —me aparté.
Finos hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Las gotitas caían de mi rostro y perlaban su frente. Él sonreía. Yo estaba boquiabierta.
—Flaca, perdón, pensé que eras mi ángel de la guarda…
—¿Ángel de la…?  ¡Odio los clichés! —le abofeteé con fuerza; una marca más en sus rojas mejillas. Tomé de su cuello con ambas manos—: ¡Soy tu hermana, no vuelvas a besarme, pervertido!
—¡Auch! ¡Entendido, entendido, no volverá a pasar, flaca!
—¿Cómo vas a sobrevivir en otro país sin mí, estúpido? ¡Y por tu culpa hemos perdido las mochilas, allí estaba mi teléfono!
—¡Mierda!, y los bocados también…
—¿Casi mueres y te pones a pensar en los bocados? ¡Dios santo, más lelo y no naces!
Me levanté visiblemente molesta, pateando algo de arena hacia su cara mientras él aún trataba de recuperarse. Mi peinado, mi camisa, mi short, ¡todo mojado y arruinado! Para colmo una sandalia se me había perdido en el río. Concluí que no nos quedaba otra:
—Será mejor que volvamos al club, Sebastián. Ya has jodido el domingo.
—La mierda, ¡ufff!, lo siento mucho, Rocío.
No quería mirarlo, así que observé el frondoso bosque que se extendía tras la cala. Busqué con la mirada aquel gigantesco árbol que durante tantas tardes nos había cobijado con su sombra y gruesas ramas, cuando éramos críos. Hoy día el paisaje ha cambiado, pero no excesivamente. Por ejemplo, el viejo puente seguía viéndose en la lejanía, pero en cambio el verdor se había reducido considerablemente desde la última vez que había estado allí pese a las promesas de forestación. Aún así me parecía imposible que un árbol tan gigantesco como aquel que recordaba hubiera desaparecido como si nada.
—Mira, Rocío, ¿es buen momento para decirte que aparte de que no sé nadar, tengo algo de miedo de volver al agua?
Sebastián había avanzado hacia otro lado, y apoyó la espalda contra un hermoso y gigantesco árbol de eucalipto, cruzándose los brazos. Sin darse cuenta, o tal vez adrede, había encontrado el árbol que yo buscaba. Los eucaliptos son altísimos, nunca encorvan al crecer y poseen ramas a lo alto. Pero ese, en especial, tenía la particularidad de tener varias ramas gruesas a baja altura, que con pericia, podrían ser trepadas para tener una inmejorable vista del lugar.
No le hice caso a mi hermano y caminé rumbo a la rama más baja. Él me vio trepando con esfuerzo hasta la segunda rama, algo alta ya. Me senté allí, sosteniéndome fuerte; cerré los ojos y fue sentirme como si estuviera en alguna clase de paraíso. El viento húmedo, el canto del río, los recuerdos de nuestra niñez que caían uno sobre otro. Inocencia, atardeceres, risas; todo se agolpaba de una vez; algo así se hace difícil describir con precisión.
Tal vez el domingo no estaba del todo arruinado.
Cuando abrí los ojos, Sebastián ya se había acomodado a mi lado.
—Pirañas —dijo dándome un codazo.
—¿Qué te pasa, nene?
—Me acuerdo que la primera vez que vinimos aquí, me dijiste que había pirañas en el río. Rocío, ¡me tomaste de la mano y me lanzaste al agua mientras te reías como un demonio!
—¡Ja! Vaya tonto eras, ¿cómo iba a haber pirañas aquí?
—Pues en ese entonces no tenía cómo saberlo. Flaca, creo que la culpa de mi miedo al agua la tienes tú.
—Ya, ya. Siempre yo, ¡siempre yo!
—¿Y bien? ¿Vamos a regresar al club de regatas?
—Quiero quedarme, Sebastián. Vete tú.
—No te voy a dejar, flaquita.
Se quitó la camiseta y la lanzó a la rama que estaba debajo nosotros. Visiblemente colorada, mirando de reojo su firme pecho, le ordené que se bajara del árbol y que se volviera a ponerla, pero me respondió con toda la naturalidad posible que lo mejor sería quitarse nuestras mojadas ropas porque podríamos pescar algún resfriado.
Tras quitarse el vaquero, quedó solo con su bóxer negro.
—Prefiero resfriarme entonces, nene. Me quedaré con mis ropas.
—Nadie nos verá, flaca. Además eres mi hermana, no te andes con complejos.
—¡No! ¡Basta! ¡Sigo molesta por la tontería que hiciste!
—Venga, es nuestro último día juntos, ¿vamos a pasarlo discutiendo como siempre? Ahora dime, en serio, ¿me vas a echar de menos?
—A quien estoy echando de menos es a mi teléfono móvil, Sebastián. ¡Dios, no quiero ni pensar en mi agenda con todos esos números! ¡Mfff! Más vale que antes de abordar ese avión me compres uno nuevo.
—Yo te voy a echar de menos, flaca. Aunque no lo creas, te consideraba mi mejor amiga de la infancia.
—Ya. Si así tratas a tu mejor amiga, pobre de las otras.
—¡En serio! ¿A quién le conté con lujo de detalle de la primera vez que me enamoré? ¿O de mi primer beso? ¿O a quién le dediqué mi primer gol en la división infantil? Pues a ti, flaca. Eras mi mejor amiga, te digo.
—Ese gol fue en offside y no te lo dieron por válido, y aún así corriste a dedicármelo, estúpido…
—¿Tan enojada estás? ¡Jo! —miró el paisaje—. Hubiera aceptado pasar uno de mis últimos domingos en Uruguay con mi novia…
—Pues ve con ella, ¡nadie te detiene!
Dicho y hecho. Bajó del árbol, recogiendo sus ropas y poniéndolas sobre el hombro. Me dijo que nos volveríamos a encontrar en casa, pero yo me limité a mirar el verdoso horizonte, observándole solo de reojo y sin dedicarle ni una sola palabra. Subió a su canoa y partió rumbo al club de regatas. En todo momento le dediqué un sinfín de insultos silenciosos.
Eso sí, a los pocos metros su canoa volvió a tambalearse, cayendo nuevamente al agua. El río de Santa Lucía tiene zonas muy irregulares. Pudo haberse caído en una parte sin nada de profundidad… o bien pudo haberle tocado algún pozo realmente hondo.
—¡Serás imbécil!
Bajé del árbol como buenamente pude y corrí hacia él. Pensé que fue una tontería de mi parte haberlo dejado ir, suponiendo que hacía solo minutos se había ahogado, sus pulmones no tendrían condiciones de aguantar otra situación así por misma cantidad de tiempo. Ahora, la tonta y desatenta era a todas luces yo.
Tropecé burdamente sobre la arena. Me levanté y volví a la carrera. Sebastián no asomaba ni la cabeza. Otra vez mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿¡Cómo pudo haber terminado un simple paseo a nuestro tierno pasado en algo tan terrible!? ¿Qué mierda habíamos hecho mal para tener que llegar a aquello? Porque en algún lugar de este largo y curioso camino de la vida decidimos separarnos, de dejar de ser los mejores amigos que una vez fuimos. Y recién en nuestros últimos días juntos decidí hacer algo al respecto. “Y lo estás haciendo de puta madre, Rocío, ¡tu hermano está ahogándose por segunda vez!”, me recriminé.
Al llegar hasta la canoa, noté, con lágrimas corriéndome por las mejillas, que el agua solo me llegaba hasta medio muslo. Nadie se ahogaría en tamaña tontería…
Como un monstruo marino de esas películas de terror, mi hermano surgió de debajo del agua, frente a mí, salpicándome y mojándome los ojos. Al frotármelos con las manos, vi embobada ese pecho firme por donde el agua corría; él me miró con su típica sonrisa de punta a punta, como si no le importara estar así, solo con un mísero y ajustado bóxer frente a su hermana.
—Flaca, ¿te asusté? Me escondí bajo la canoa… Oye, ¿en serio me crees capaz de abandonarte? Eres toda mía.
No supe responder. Estaba boquiabierta, temblando de miedo; una serie de contradicciones poblaron mi pensar: quería llorar, reírme de su broma, gritar de alegría, darle una patada en la entrepierna por haberme asustado así. Pero nada, solo le miré a los ojos e hice lo único para lo que tenía fuerzas: lo abracé, clavando mis uñas en su espalda, sollozando de manera muy audible. Él, nunca ajeno a la situación, me acarició la cabellera. Tomó de mi mentón y levantó mi cara para besarme la frente.
—¿Me vas a echar de menos, Rocío?
—Claro que no —mascullé, hundiendo mi cabeza en su pecho—. Pero por favor, vuelve conmigo allá bajo la sombra del árbol, Sebastián.
Recogió su ropa, y tomados de la mano, volvimos a la cala, caminando hasta sentarnos a la sombra de “nuestro” árbol. Logré contener mi llanto, pero algún que otro ridículo resoplido se me escapó. Mi hermano seguro que los oía, pero se desentendía de aquello; podría ridiculizarme por ser tan llorona pero probablemente se lo calló para no hacerme sentir mal.
Me rodeó los hombros con un brazo.
—Flaquita, no mentí cuando dije que eres un ángel de la guarda.
—Otra vez con eso. En serio te digo, odio los clichés. —Reposé mi cabeza en su hombro—. Y por dios, ponte tu vaquero, puedo ver tu paquete, pervertido…
—Ya sabes que cuando mamá se fue cuando éramos peques, fueron días muy difíciles para ambos. Estaba muy feliz de haberte tenido a mi lado en ese entonces, de hecho creía firmemente que tú eras un ángel de la guarda enviado por ella para que mis días fueran más soportables. ¡Y lo sigo creyendo!
—¿En serio? Qué tonto… Y vaya manera de tratar a tu ángel tienes, Sebastián, casi me mataste de un paro cardíaco dos veces hoy.
Un ángel. Eso me dijo. Me volvió a besar la frente y, de nuevo, no sé qué ha tenido que pasar por mi cabeza para que yo decidiera tomar de su mano. Le miré a los ojos café, como los míos, y me acerqué para besar la punta de su nariz, que como la mía, tiene la forma de un tulipán.
“No sabes lo que tienes…”.
“No te vayas”, susurré para qué él terminara sonriendo. “Ah, ¿y por qué no quieres que me vaya?”, preguntó en un susurro. Pero yo, rota y necesitada de consuelo, hice algo de lo que no me arrepentí ni en ese momento ni a día de hoy: besé a mi hermano en los labios.
¿Que qué pasó por mi cabeza? Tal vez uno de los últimos granos del imaginario reloj de arena había caído en esa cala, bajo mis pies, y me advirtió que no quedaba mucho. Me pidió que aprovechara. No es que yo amara de manera perversa a mi hermano ni nada de eso, pero era uno de mis últimos días con él, y no encontré mejor forma de expresarme que darle ese pico.
El beso fue patético, eso sí. Demasiado rápido. Nada morboso. Yo sabía que algo había estado mal, seguramente él también lo supo porque me miró con ojos abiertos como platos. Había algo diferente de aquel beso que nos habíamos dado cuando le hice la respiración boca a boca: ahora ya no era un juego. Ahora había algo real, algo latente entre ambos había despertado, escondido entre los recuerdos y la arena. Al menos yo lo sentía.
“¿Debo retirarme? ¿Pedirle disculpas?”, pensé una y mil veces antes de que él me tomara del mentón y me replicara el beso. Pero hubo algo más que solo labios apretujándose. La punta de su lengua, tímida, se hizo espacio entre mis labios para al instante retroceder. Presa de la calentura, empujé mi cabeza y fui yo quien decidió meter mi lengua en su boca y saborearlo.
En un acto reflejó me apoyé de su muslo, fuerte, atlético, fibroso. Resbaló y toqué su paquete de manera fugaz, comprobando que se estaba endureciendo bajo la tela del bóxer.
Volvimos a separarnos. Otra vez hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Perlitas de agua caían de nuestros rostros. Otra vez ojos abiertos como platos. “Creo que acabamos de romper un par de mandamientos, madre mía, pero se siente tan bien. ¿Y él estará pensando lo mismo que yo?”.
—Rocío… ¿te gustó o vas a arañarme la cara? Por tu cara no sé qué vas a hacer…
—Uf… ¿A ti te gustó, Sebastián?
—Bueno… Me encantó, flaca, ¡besas de puta madre!
Algo estaba mal en mí. Y en él, desde luego. Pero me gustaba; ese calorcito en mi vientre que amenazaba con extenderse no podía ser algo malo. Me mordí el labio, deleitándome con el gusto de su saliva, retiré un mechón de pelo de mi frente y respiré lento. Quería seguir, pero no debíamos. ¡Deseaba seguir curioseando!, pero no era plan de joder el día más de lo que ya se había jodido.
—Lo siento, pero no me gustó, nene. El solo hecho de que me llames “flaca” me corta todo el rollo porque me recuerda que soy tu hermana…
—¿Y si te digo “Escarcha”?
—¿Y si maduras un poquito?
—Escúchame, “Escarcha” —me tomó de la mano. Pude haberlas apartado, pero no quise porque jamás lo había visto con ese semblante serio. Fuera lo que fuera, iba a decirme algo importante, o así lo sentí al observarle—. Me encantó haberte besado, convertiste un día divertido en uno inolvidable.
—¡Dios santo, corta ya con los clichés!
Agarré un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Le ordené, mientras él se retorcía por el suelo, que se pusiera su camiseta, que ya no soportaba tenerle casi desnudo y para colmo tan cerca de mí. Cuando me levanté, luego de sacudirme la arena de la cola, me volví hacia las canoas para prepararlas.
—La mierda, tengo arena hasta en los dientes… ¿a dónde vas, flaca?
—Vamos a casa, ¡terminó el paseo, nene!
Sí. Se acabó el día para nosotros, pero, aunque aún no lo sabía, la semana más rara y especial de mi vida acaba de comenzar.
Ese mismo domingo nos acompañó su novia durante el almuerzo en nuestra casa, junto con nuestro papá. Todos conversaban relajadamente, había bastante alegría en el ambiente, excepto por mí, que no me veía capaz de forzar el más mínimo esbozo de sonrisa porque, sin entender cómo, afloraban deseos impuros, acuchillándome mi cabeza. Y el hambre desapareció de mí cuando vi a mi hermano dándole de probar el postre a su novia, una tarta de ricota que preparé porque era la preferida de él.
—¡Mmm! —suspiró Naty, con los ojos cerrados—. ¡Rocío, te ha salido delicioso! ¡Cuando tu hermano se vaya, vendré igualmente aquí todos los días!
—Gracias Naty —forcé la sonrisa, pero la desdibujé en el momento que ambos tortolitos volvieron a su silenciosa conversación.
De alguna manera ya no soportaba verlo junto a ella, tan juguetones, tan sonrientes. Ni la soportaba a ella. Su estúpida voz nasal, su pelo largo, azabache y enrulado, totalmente opuesto al corto, castaño y lacio que llevo; su forma tan cariñosa de ser con mi hermano, que se alejaba tanto de mis rudas maneras. Alta como él, de senos pequeños y curvas que apenas asomaban; nada en ella se asemejaba a mí.
Los días me los pasaba pensando en Sebastián y las posibilidades que dejé escapar, aún a solas con mi novio, aún en nuestros momentos de intimidad. Me los pasaba preguntando, mientras mi novio me besaba, qué hubiera pasado en aquella cala si, en vez de ser la típica hermana malvada, me hubiera dejado llevar por el deseo y le confesara que ese beso que nos dimos me había encantado. Que quería continuarlo y seguir explorando posibilidades.
Pero a los pocos segundos se me cortaba el rollo. ¡Sebastián era mi hermanito, por dios! Creció, ¡sí! En algún momento de este largo camino de la vida se había hecho con un cuerpo exquisito, normal que tuviera éxito con las chicas. No lo iba a negar, ese pecho firme, esa sonrisa de punta a punta y esas largas y musculadas piernas se hicieron, poco a poco, presentes en mis fantasías. A veces antes de dormir, a veces mientras mi novio me hacía suya.
Mientras, el imaginario reloj de arena estaba agotando los granos. Y lo único que asaltaba mi cabeza, día a día, minuto a minuto, era solo un pensamiento: “¿Y si le hubiera dicho que me gustó que nos besáramos? ¿Qué hubiera pasado? Dios, ¡quiero saber!”.
Me aplacaba las ganas en el baño. Primero una ducha fría para quitarme los pensamientos impuros. Luego, al verme imposibilitada de tranquilizar ese lado sucio y pervertido que tengo, me acostaba sobre el suelo del baño y dejaba que el agua tibia cayera directamente sobre mis carnecitas. Allí me dejaba llevar en ese mundo de ensueño en donde un hombre desconocido me hacía suya en alguna cala. Un hombre de firme pecho que era lamido, mordisqueado y besado sin piedad.
A veces, durante el clímax, el rostro de ese hombre desconocido era reemplazado fugazmente por el de mi hermano. Me di cuenta que mis orgasmos eran incluso mejores cuando él se hacía presente en mis fantasías. “¿Y si le hubiera dicho que sí? Algo delicioso pasaría, no tengo dudas”.
Ya no me contentaba con fantasías, me propuse ir más lejos. Aprovechaba para andar por la casa con mis ropas más pequeñas, shorts cortitos, camisetas ceñidas, mostrando ombligo, procurando toparme con mi hermano para que me viera así. Dejé de lado los golpes a la cabeza por caricias en las mejillas, los insultos y las burlas por halagos y frases comprensivas. Ahora, Sebastián estaba conociendo a la nueva versión de su hermana mayor, y por las risas y miradas que me dedicaba, parecía gustarle.
En una ocasión, cuando estaba limpiando su habitación (suelo hacerlo dos veces a la semana), le pillé mirándome la cola, apenas tapada por un short súper corto que dejaba ver la línea donde inician mis nalgas. Aquello me puso a cien, tanto así que tuve que correr al baño para hacerme deditos y tranquilizar a la chica sucia que habita dentro de mí.
No lo podía creer, estaba caliente por mi hermano pero las perversiones que hacía no me parecían suficiente. En la calentura del momento decidí idear un plan para… follar con él. ¡Tenía que hacerlo!, tenía que intentarlo. La putita dentro de mí me odiaría si no hacía algo al respecto.
—Sebastián, ¿puedo pasar? Te he preparado una ensalada mixta, por fa, pruébala.
—Hola Flaca… espera que me pongo la camiseta.
—Soy tu hermana, no te hagas complejos, tonto —dije coqueta, sentándome a su lado de la cama y poniendo el plato sobre mi regazo. Los tomates, pepinos y zanahorias de la ensalada habían estado dentro de mi vagina hacía unos minutos, antes de ser rebanados y preparados.
Le di de comer como él hacía con su chica, pegándome a él y hablándole dulce: “Ahm, abre lo boca, nene”. Cada vez que los degustaba yo pensaba que me iba a desmayar del orgasmo, seguro hasta habrá reconocido el olor de un coño entre el aroma del plato.
—Ef delifiofo…
—Me alegra que te guste, nene, ¡me pasé toda la tarde mejorando la receta! —chillé. La otra chica, aquella hermana cabrona, probablemente le diría que primero tragara la maldita comida antes de hablar.
Al terminar el plato, le limpié con una servilleta aunque él prácticamente forcejeaba conmigo porque lo hacía sentir como un niño, pero yo entre risas le decía que me iba a enojar si se ponía tan berrinchudo por una tontería como esa. Me inclinaba hacia él para limpiarle, tratando de que sintiera mis senos contra su delicioso pecho, y aprovechaba para atajarme de su muslo, no fuera que me cayera.
—Oye, Sebastián, mañana es domingo, ¿quieres ir de nuevo a la cala? —mis dedos tamborileaban su atlético muslo, muy cerca de su paquete.
—Ehm… ¿Lo preguntas en serio?
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, todo son tus amigos y tu novia, creo que la chica que te lava la ropa, te cocina y te arregla la habitación se merece un último día juntos —hundí mis uñas.
—¡Auch, auch! Bueno, ¡claro que sí, flaca, no me puedo negar!
El primer paso de mi plan salido bien. Le di un beso en la mejilla y le prometí que tendríamos un día divertido, que yo le daría un recuerdo que no olvidaría jamás.
Llegó el domingo. Me puse mi short más ceñido, así como una camiseta de tiras cortita que mostraba ombligo. Mi hermanito no dejaba de piropearme en plan broma cuando me vio en la sala. Ya en el coche, notaba que miraba de reojo mis piernas. Yo ponía mi mano en su muslo, siempre cerca de su entrepierna, apretando, acariciando mientras le decía que en esta ocasión no le quitaría el ojo de encima, no sea que se ahogara.
En esa ocasión fuimos un poco más temprano y por fin pudimos alquilar una canoa tándem para ir juntos. Desde luego percibí cierto miedo en él, como que no quería volver al agua, pero un beso en su mejilla, cerca de sus labios, le armó de valor y me acompañó.
A pocos metros de llegar a la cala, procedí al siguiente paso de mi plan para… follar… con mi hermano. Paulatinamente trataba de zarandear la canoa, tratando de apoyar mi peso hacia un costado. Sebastián, remando, pensaba que estaba bromeando para asustarlo. Me recriminó porque aquello podría ocasionar que la canoa se volcara.
Y de hecho, así sucedió…
Cinco minutos después, terminé arrastrándole hasta la cala como la vez anterior. ¡No esperaba que se volviera a ahogar! ¡Y otra vez perdí una de mis sandalias! Mi plan era solo mojarnos un poco para tener que retirarnos las ropas, “no sea que pesquemos un resfriado”. ¿Quién iba a saber que nos caeríamos en prácticamente un pozo del Río Santa Lucía?
Sebastián no reaccionaba. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Insuflar…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando vi abrir sus ojos la alegría y el éxtasis se me desbordaron. Volvió a agarrarme la cola mientras que con la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me volvió a tomar cuatro segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya no me importaba, nos besamos un buen ratito.
—Flaca, perdón… ¡No me pegues, en serio, pensé que era un ángel, es todo!
—¡Ya! Nene —le miré, peinándolo con mis dedos—, ¿recuerdas lo que me habías preguntado hace una semana? ¿Sobre el beso que nos dimos?
—Te he dicho que me gustó, Rocío. ¿Me vas a tirar arena a la cara de nuevo? ¡Hazlo!, lo haría mil veces más…
¡Dios! ¡No debía, pero la curiosidad me podía! ¡Odio los clichés, pero a veces no puedo evitar dejarme picar por uno! Y los besos que nos habíamos dado, y las caricias que aún hervían en mi piel, y su lengua tímida de aquella vez, y su mirada, y su exquisito cuerpo que se reveló cuando le retiré su camiseta mojada, y, y, y… todo terminó desatando a esa chica viciosa y pervertida que le gusta romper moldes, que le gusta ser sucia y dar bravura a un río manso.
Me senté sobre él. Le di una sonora bofetada antes de inclinarme y mordisquear su pecho. Subí a besos hasta llegar a su boca para meterle mi lengua hasta el fondo. Por fin, tras una semana de sufrimiento, conseguí cumplir aquella fantasía que me tenía en ascuas, y la putita dentro de mí tenía ganas de guerra, de dejarle seco.
¿Ya he dicho que no le gusta verse vencido por mí? Porque hizo fuerzas para levantarme y lograr tumbarme en la arena. Antes de que amagara gritarle por ser tan brusco, violentamente me quitó el short. Abrió mis piernas para que le mostrara mis braguitas en todo su esplendor; lejos de sentirme avergonzada o humillada, me encantaba esa mirada lujuriosa que me dedicaba.
—¿Por… por qué te detienes, Sebastián?
—Oh, dios… Rocío, desde ese domingo también estuve pensando mucho sobre nosotros… ¿pero crees que debemos parar? Somos lo que somos, ¿sabes?
—¡No! —lo atenacé con mis piernas y lo atraje contra mí. La hermanita había desaparecido y solo quedaba una loba con ganas de carne—. Mírame, soy Escarcha, Sebastián.
—¿Escarcha?
—¡Síii! ¡Y a Escarcha le encantaría que le hicieras su putita! —Ni yo me reconocía, ¿pero quién se reconoce con la entrepierna haciéndose agua? ¿Quién se reconoce cuando el imaginario reloj de arena gasta sus últimos granos?
—¿Eres… eres una putita?
—Tu putita, tu putita.
Sebastián suspiró y volvió a trabajarme. Arrancó la braguita; rápidamente hundió su cara en mi entrepierna. Bastó la primera incursión de su lengua sobre mi rosada y húmeda carnecita para arrancarme un gemido vergonzoso. “¡Dios, qué rico chupas!”. Mordisqueaba a veces, haciéndome retorcerme de gusto.
—¡Así, Sebastián!… ¡Asíii! —gritaba como poseída, arañando la arena y apretándolo tanto con mis piernas que temía decapitarlo—. ¡Mff!… Ahí mismo, ¡ahí mismo!… Dale, por fa… ¡sigue-sigue-sigue!
Comenzó a mamarme con esmero. Iba a velocidad frenética, como un animal, como a una putita le encantaría.  Me tomó de la cintura con fuerza y me trajo contra su rostro para beberse todos mis juguitos que poco a poco empezaban a emanar desde mis profundidades.
Yo chillaba de gusto pero rogaba que aminorara un poco; Sebastián no se despegaba ni un segundo de su degustación, quería verme reventar de placer. En el momento que, haciendo dedos, encontró mi clítoris, no lo dejó en paz hasta que me hizo explotar deliciosamente en su boca.
—¡Ahh!… ¡ya, ya bastaaa!… Mierda, ya no puedo m… —Trataba de retirarme de su boca, pues cada lamida me ponía a ver estrellitas, pero no, él seguía succionado, chupando todos mis jugos, mordiendo mis labios abultaditos, y yo comencé a retorcerme descontroladamente de placer, sintiendo cómo mis muslos trataban de cerrarse para evitar que siguiera castigando mi pobre e hinchado clítoris.
Con el pasar de mi orgasmo fue cesando la intensidad de su mamada hasta que, por fin, decidió retirarse de mí. Con mis juguitos brillando en sus labios, me preguntó:
—¿Estás bien, Rooo… Escarcha?
—¡Ufff! ¿Eres así de bruto con tu novia, cabrón?
—No. Ella no se deja que se la coma, ¡ja ja ja!
—¡Ja ja! Dios santo, estoy temblando de gusto… Y bien, ¿vas a hacer algo al respecto, Sebastián?
—Mierda, mierda, mierda, la culpa me viene de nuevo…
—¡Basta! Soy tu putita, la que hace lo que tu novia no quiere.
—¿Eres mi…? Sí… sí, ya veo… ¡Ahora sí, putita! Te voy a dar verga, eso quieres ¿no? ¿Mi verga, no es así, Roc… Escarcha?
—¡Sí, la quiero ya!
—¿La quieres, puta? Ruégame, pídemela —dijo quitándose su vaquero, tomándose el paquete por encima de su bóxer. Aquella carne parecía despertar poco a poco de su letargo. Se me hizo agua la boca.
—¿Acaso tengo pinta de que quiero ponerme a leer poesía, Sebastián? ¡Cógeme antes de que me arrepienta, estúpidoooo!
Ya no podía aguantar, fue ver su pene bien erecto para lanzarme sobre él, tumbarlo sobre la arena, ladear su ropa interior y saborearlo en mi boquita. Sentía cómo se hacía más y más dura con cada succión y cada lamida que le daba, parecía, por su rostro, que estaba en el cielo; tal vez después de todo yo sí era su ángel de la guarda que lo llevaba hasta el paraíso.
De mi parte empecé a tocarme la conchita que ya estaba bien trabajada por su boca. Jamás en mi vida me había encharcado tanto como en aquella ocasión, con la cálida, suave y dura tranca de mi hermano siendo lamida y succionada con esmero, con su pelo púbico rascándome la nariz cada vez que me la metía completita hasta mi garganta; no la quería soltar nunca, me había vuelto una auténtica viciosita.
—N-no me lo creo, Rocío, ¿por qué tienes esa boquita tan deliciosa? Qué manera chupar tienes… –Sebastián apenas podía hablar.
—Mmm, ¿nño me dyigas que tdu novia nño te la chudpa tampodco? —contesté con su verga atorada en mi boca. El hecho de estar haciéndole algo que su chica no quería me puso a cien—. ¿Quiedyes que te sadque la ledche, Sebadstdián?
—¿Eh? No entendí una mierda, pero me encanta cómo la mamas… Carajo, así no hay quien aguante…
Gemí mientras me llenaba la boquita de leche, que recibía gustosa toda la corrida, chupando fuerte para para acabar de sacar todo lo que le quedaba en la puntita. Cuando el último trazo de su semen fue succionado, mi hermano dio un respingo de sorpresa.
—¡Mierda, esto no está pasando!, eres mi hermana, mi ángel de la guarda, me iré al infier… –parecía volver a sentirse culpable, así que agarré sus huevos antes de que terminara de decir su frase.
—¡No te atrevas, Sebastián! Aún no has terminado, ¡aún no! —Me coloqué encima de él, pero mi hermano no peleaba, se dejaba hacer; parecía debatirse internamente si seguir con nuestra locura o abandonarlo de una vez por todas. Lamí su pecho, sus pezones, luego mordisqueé su cuello y por último lamí toda su cara, yo era una perrita en celo—. Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar.
—Escarcha…
“Sí, eso es nene, soy Escarcha, si eso te ayuda a darme carne…”. El chico no reaccionaba, así que tomé su dura verga y la llevé en mi entrada que estaba indescriptiblemente caliente y húmeda. Hice lo posible para metérmela, pero me di cuenta que quería que fuera él quien diera el empujón final.
—Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces.
—La mierda… Qué preciosa eres, en serio pareces un ángel…
—¡Odio los clich-ÉEES!
El cabrón aprovechó que tuviera la guardia baja y empujó; entró casi por completo, arrancándome un gritito de gusto al sentirme llena de su polla. Dio un último empujón, justo cuando contraía mis paredes internas debido al gustito, y la verga de mi hermano entró hasta el fondo de mi ardiente y apretada panocha.
Fue como volver a ser desvirgada.
—¡Ahhh, diosss!
—¡Lo siento, preciosa! ¿Quieres que pare?
—¡Nooo, sigue! ¡Toda, dámela toda, mi nene! —gemí rogando por mas verga—. Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián?
—Me encanta, Rocío… o Escarcha… ¡Mmm! Aprietas delicioso, ninguna chica se te compara —me decía entre gemidos de placer.
Comenzaba a entrar y salir, sacándola casi por completo y metiéndola hasta el fondo en hábil movimiento. Sexo duro y caliente en la cala. El mejor domingo de mi vida, la despedida más desenfrenada que jamás pensé que viviría.
—¿Estás bien? ¿Te gusta, preciosa?
—Sí… Ahh… Voy a morir de gusto, uf…
—¿Qué te gusta? Dime, mi putita, dilo —resoplaba Sebastián, sacando ese lado salvaje y perverso.
—Me gustas tú. Tú y verga. Me-me-me gusta que metas tu verga en mi panochita, me gusta tenerla adentro… Ahh…
—¿Te encanta, verdad? ¿Es por esto que has querido traerme aquí? ¿Tu novio no te contenta?
—No te traje aquí solo para tener sexo, estúpido… Ahhh, ni menciones a mi novio… Pero me encanta que me cojas tan rico…
Una y otra vez me sentía en el cielo con cada metida y sacada de verga que me daba, mi conchita se contrajo, apretando más, y rápidamente me sentí explotar en un orgasmo. Esto puso a mi hermano a mil y aumentó el ritmo; empujaba al máximo, entrando de lleno una y otra vez, me dejé caer sobre su pecho, casi desfallecida de placer, pero él seguía dándome con todo, chupando y mordiendo mis pechos cuyos pezones se ofrecían duritos y firmes.
La sensación de estar haciéndolo con mi propio hermano, sumado al calor, hacía que nuestros cuerpos estuvieran deliciosamente sudorosos. Me folló así un buen rato hasta que por fin estuvo por correrse, agarrándome de la cola, hundiendo sus dedos en mis nalgas.
—Así, chica, qué rica concha tienes, pero tengo que salir porque estoy a punto…
—Ahh, ¡nooo!… Mi nene, córrete adentro de tu putita… Ahh… Lléname toda…
Jadeó, temblando mientras su corrida comenzaba a bañar las entrañas de mi cuevita. Su leche ardía dentro, le dije que era calentita y que me tenía muerta de gusto. Le rogué que dejara todo adentro, que no se preocupara porque tengo DIU, que tener su semen dentro de mí sería el mejor recuerdo que podría darme antes de irse.
Sacó su tranca, saliendo así un líquido pastoso mezcla de sus jugos y los míos; no pude esperar más y me abalancé sobre su verga para lamerla y limpiarla hasta que perdiera vigor, sintiendo cómo su leche brotaba de mi interior.
Me había vuelto loca. ¡Loca por mi hermano! Y la putita dentro de mí estaba feliz así, agitando el agua mansa, removiendo los últimos granitos para pervertir aquel imaginario reloj de arena. Tal como había pensado, la realidad superó con creces mis fantasías más sucias.
Pasaron los minutos, y yo, bien servida y muy tranquila, ya solo me dedicaba a jugar con los rulos de su pelo púbico, besando su dormida polla y sus huevos mientras él enredaba sus dedos en mi cabellera. Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, con solo el susurro del río como música de fondo; un momento perfecto que deseaba que nunca terminara.
Sebastián podría haber preguntado un montón de cosas. Si cómo seguiríamos nuestras vidas tras lo que hicimos, o si me sentía culpable, o por qué nunca intenté parar nuestro desenfreno. ¡Incluso de dónde salió esa putita tan sucia que reclamaba por su verga! No preguntó nada de eso. Consumado lo consumado, él solo quería saber una cosa.
—Oye, ¿me vas a echar de menos, Escar… digo, Rocío?
—¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián?
—¿Por qué siempre respondes con otra pregunta?
Volví a montarme sobre él. Hundí mi cabeza en su pecho y di un mordisco. Y al enredar mis dedos entre los suyos, decidí revelarle la razón por la que le había traído hasta nuestra pequeña cala. No solo para despedirnos o para resucitar un pasado tierno. ¡Ni mucho menos solo para tener sexo! Eso fue simplemente algo hermoso que quería probar. Lo traje para decirle que yo nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo, mi pequeño, amado y protegido hermanito, por más que nos hubiéramos apartamos en el camino de la vida. Que no quería que se fuera por una sencilla razón. Por una sola, estúpida, ingenua y tonta razón. Me costó hablar en ese momento tan difícil. La voz pierde fuerza, los ojos arden, los labios tiemblan. Todo se desmorona de manera avasalladora.
Le dije, dibujando figuras amorfas en su pecho, lo celosa que me puse cuando me contó de la primera vez que se enamoró, de la envidia que sentí cuando me contó sobre su primer beso, y de la alegría que me dio cuando, entre tantas chicas, fue a mí quien me dedicó aquel primer y estúpido gol que anotó. Le dije, besando la comisura de sus labios, que él era mi nene, que no quería que se fuera porque no sé a quién acudiría si volviera a sufrir lo mismo que sufrí cuando nuestra madre se fue. Que fui una tonta porque no me daba cuenta de lo que estaba perdiendo hasta muy tarde: un bastión, un sostén, un amigo en el cual contar. Mails, llamadas telefónicas… nada de eso sería lo mismo que tenerlo a mi lado. Así que admití que le iba a echar de menos más que a nadie en mi vida.
—¡Jo! Flaquita, ¡a buenas horas lo admites! ¡Y qué hermoso te salió!
—Puf, ¿me ha salido un poco cliché?
—No, para nada. Cliché sería que dibujáramos un corazón en el tronco del árbol, con tu nombre y el mío, ¿qué dices?
—Un corazón en el árbol. Voy a vomitar un arcoíris, Sebastián. Eso sí es cliché, ¡puf!…
—Pero… ¡a mí me gustaría! ¿Qué te parece? Tu nombre y el mío.
—¡Digo que es hora de volver a casa, nene!
Me levanté y tiré de su mano para que me acompañara. Nos hicimos con nuestras ropas, dejando en la pequeña cala los secretos, apodos, besos y caricias. Eso sí, me dijo que en España se haría pajas en mi honor cuando se sintiera solo. Me volví a poner como un hervidero viviente, pero hice tripas corazón y me zambullí en el agua fría para aplacar el calentón, no fuera que la putita volviera a salir con todo.
Subimos a nuestra canoa y partimos rumbo al club. Volvimos a ser los hermanos pesados de siempre, volvimos a esa relación de amor odio con la que tan cómoda me sentía. Era lo mejor que podíamos hacer, ¿no es así?
Llegamos a casa para el medio día, donde mi papá, tras preguntar por qué yo estaba solo con una sandalia, nos ofreció pasar un día entre los tres, a pasear y hacer lo que surgiese en el momento, cosa que acepté gustosa para obligar a Sebastián a comprarme un teléfono nuevo. Nada raro sucedió el resto de la tarde, ni nada extraño pasó por mi cabeza. Éramos, al fin y al cabo, lo que aparentábamos: una familia unida.
Entrada la fatídica noche en la que debía partir, la novia, sus amigos, mi papá y yo, nos despedimos de él en la sala de abordaje del aeropuerto. En uno de sus bolsos iba mi braguita. Él aún no sabía, claro, pero me encargué de dejarle ese pequeño recuerdo de nuestra aventura junto con una breve carta escrita a mano.
Recuerdos de mi niñez, de nuestra aventura y de nuestra unión en la cala se agolparon de repente, uno tras otro, incesante y avasallante en mi cabeza. El imaginario reloj de arena había gastado, por desgracia, su último grano. En el momento que vimos el avión levantar vuelo, su chica lloró, uno de sus amigos también. Mi padre intentó aguantarse pero terminó cediendo y usó mi hombro como cobijo. No obstante, yo era la única de todo el grupo que sonreía.
“Te voy a echar de menos, nene”.
El día siguiente volví al Río Santa Lucía, y alquilé una canoa para volver a pasar el día allí, sentada sobre la segunda y gruesa rama del árbol de eucalipto, rememorando una de las experiencias sexuales más deliciosas de mi vida. Eso sí, me prometí que no volvería más a ese lugar, al menos no hasta que mi hermano regresara. Fue un adiós a la cala con promesa inquebrantable de un regreso.
Solo me había ido para hacer una pequeña tontería.
Se preguntarán, queridos lectores, qué decía la carta que le guardé en su bolso. Pues simplemente que no visitaría nuestra cala hasta que él volviera. Y que el día que estuviera de nuevo conmigo, lo llevaría para que pudiese ver el enorme corazón que dibujé en nuestro árbol de eucalipto, eterno con nuestras iniciales.
Soy una chica que odia los clichés. Pero a veces no puedo evitarlo.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.
 
 

Relato erótico: “La turista americana” (POR ALFASCORPII)

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La turista americana

Eran las 11.00 de la noche del primer jueves de Julio, y a pesar de tener todas las ventanas abiertas, aún hacía un calor horrible en casa. En la televisión no había más que los aburridos programas de verano que nadie ve, así que mi hastío era mayúsculo.

Era el primer día de mis vacaciones, y aunque realmente las necesitaba, tras todo un día de no hacer nada, estaba más que aburrido.

Mis amigos, o bien se habían marchado de vacaciones con sus familias, o bien tenían que madrugar para trabajar al día siguiente. En cuanto a mi familia… hacía unos meses que me había divorciado, y no llegué a tener hijos con mi ex, así que ya no tenía ninguna familia en la ciudad, puesto que mis padres y hermanos vivían a más de trescientos kilómetros. Soledad y aburrimiento eran mis compañeros aquella calurosa noche.

Abrí una lata de cerveza bien fría.

– Al menos – pensé -, tampoco tengo a nadie que me eche en cara si me emborracho esta noche a golpe de cerveza.

Una breve y lejana música que entró a través de la ventana del salón me sacó de mis soporíferos pensamientos. Me asomé, y vi que la música procedía del disco-bar del otro lado de la calle. Cada vez que la puerta se abría porque alguien entraba o salía, la música escapaba hacia la calle por la que apenas transitaban un par de personas.

Aquello me dio una idea: ¿y si en lugar de pasarme la noche bebiendo cervezas frente al televisor y pasando calor, bajaba al bar a echar un trago?. Al menos podría disfrutar de aire acondicionado, y seguramente podría distraerme haciendo conjeturas sobre las vidas de la gente que me encontrase.

No lo dudé más, no tenía nada mejor que hacer, así que decidí intentarlo.

La verdad es que a pesar de no ser uno de los locales de moda, el sitio no estaba nada mal. La decoración estaba basada en los años 50 americanos, aunque la música era actual y bastante variada y, por supuesto, había aire acondicionado.

Apoyándome en la barra me pedí un ron combinado con cola, y me dispuse a distraerme observando el panorama. Se notaba que era jueves de Julio, no había mucha gente, un par de grupitos en la barra, una pareja sentada en una de las mesas, y tres grupos más bailando en la pequeña pista de baile.

La media de edad de todos los presentes no llegaba a los veinticinco años, y yo, a mis treinta y tres, y totalmente solo con mi bebida, estaba como pez fuera del agua.

– Plan frustrado – me dije -. Me termino la consumición y me vuelvo para casa.

Dando tragos me fijé un poco más en los grupos que bailaban en la pista. Uno estaba compuesto por tres chicos y tres chicas que bailaban haciendo el tonto. Otro estaba formado por cuatro chicos que bailaban exhibiéndose e intentando acercarse al tercer grupo, en el que bailaban tres chicas que intercambiaban comentarios sobre aquellos que trataban de acercárseles.

– Como mínimo, uno se queda sin mojar – reí para mis adentros.

En ese instante, se abrieron las puertas del servicio y un par de chicas más salieron para unirse al trío inicial. Me quedé de piedra.

Una de las dos nuevas jovencitas, a la que a simple vista le calculé veinte años, parecía surgida de mis más ardientes fantasías. Tenía el cabello rojo como el fuego, largo, y describiendo tirabuzones sobre sus hombros. Sus ojos eran de un increíble color azul, grandes y seductores. Sus labios, rojos, eran increíblemente sensuales, carnosos y bien perfilados, labios creados para besar y ser besados. Su rostro, de piel apenas bronceada, era bellísimo, con una mezcla de dulzura aniñada y salvaje atractivo resaltado con un toque de colorete en sus pómulos. De estatura un poco por encima de la media, su cuerpo era grácil y esbelto. El ajustado vestido que llevaba, a juego con el color de sus ojos, marcaba una hermosa figura con todas sus femeninas curvas de proporciones perfectas.

Si ya por sí misma era espectacular, su vestido lo acentuaba aún más. La parte superior se ceñía a su estrecho talle, dejando al aire los hombros, y aunque envolvía totalmente sus pechos, marcaba excitantemente sus redondeadas y generosas formas. De una sola pieza, la fina tela enfundaba su escultural cuerpo para terminar en una ajustada falda que llegaba hasta las rodillas.

Era la encarnación de la ardiente mujer con la que infinidad de veces había fantaseado, y que nunca habría imaginado que pudiese existir realmente.

Un sudor frío recorrió mi espalda, una punzada sacudió mi entrepierna, y la garganta se me quedó más seca que si hubiese tragado arena del desierto.

Mi diosa se unió al baile de las otras chicas, pero a diferencia de ellas, pareció no hacer ningún caso al grupo de chicos que ya se había situado junto a ellas.

Mi vaso ya estaba vacío, y la sed era tan apremiante, que pedí otro ron sin quitar el ojo de encima al bellezón que se contoneaba con la música y reía con sus amigas. Tras el primer sorbo, y ante mi sorpresa, al apoyar el vaso en la barra me dí cuenta de que aquellos increíbles ojazos reparaban en mí, y aquellos deseables labios esbozaban una sonrisa. Yo también sonreí, y para evitar el descaro con que me había quedado mirándola, me di la vuelta para poder seguir observándola por el rabillo del ojo.

– ¡Dios! – exclamé para mis adentros -, ¡pero qué buena está la niña!.

El grupo de chicos por fin había conseguido tomar contacto con el grupo de la pelirroja, charlando con sus amigas, pero ella parecía no hacerles ni caso a ninguno, les contestaba alguna palabra cuando se dirigían a ella, pero guardando siempre las distancias.

– Demasiada jaca para pobres jinetes – pensé.

Las canciones se iban sucediendo, y los chicos parecían estar teniendo éxito, porque poco a poco fui observando cómo se iban emparejando con las amigas de mi fantasía.

En otra de mis furtivas miradas, volví a encontrarme con sus ojos fijos en mí, y de nuevo sonrió.

– Le hará gracia ver a un “viejo” bebiendo solo – me dije.

Le di un nuevo trago a mi consumición, y al volver a mirar, ésta vez me percaté de que era ella la que me miraba a mí descaradamente. Volvió a sonreír, y le dijo algo al oído de una de sus amigas, que se giró para mirarme y le devolvió un comentario con el que la pelirroja asintió.

Aquello ya me resultó más que sospechoso. Es verdad que tras los cinco años de mi fracasado matrimonio, yo llevaba mucho tiempo fuera de juego, y aún no había hecho ningún intento por volver a entrar en él. De hecho, tenía en la mesilla de mi dormitorio una caja de condones que me regalaron mis amigos al divorciarme, con una inscripción que rezaba: “Carpe diem!”. Ni que decir tiene que estaba sin estrenar.

A pesar de estar totalmente oxidado en esos menesteres, si mis recuerdos no estaban confundidos, la actitud de esa increíble y joven belleza denotaba interés por mí.

– Yo aún soy y me siento joven – pensé -, y las zorras de las amigas de mi exmujer siempre decían que, si yo quería, podría follar con cualquiera de ellas… Aunque al final fue mi ex la que se folló a su jefe para conseguir un ascenso…

– ¡Olvida eso ya! – me reprendí -. Céntrate en el ahora… El pibón que has imaginado millones de veces se ha fijado en ti…

– Aunque podría estar malinterpretándolo – me autocontesté con pesimismo-. Le saco un buen puñado de años, las jovencitas de ahora no son como eran cuando yo tenía su edad…

– No – respondió mi yo más optimista -, ¡ahora son más lanzadas!. Ésta oportunidad sólo se presenta una vez en la vida, ¡es la diosa de tus fantasías!, ¡al menos inténtalo!.

Terminé por convencerme a mí mismo, así que di un trago a mi copa para reunir valor, y cuando me giré para dirigirme a la pista de baile, me encontré cara a cara con aquella melena de fuego, aquellos increíbles ojos azules, que en la corta distancia tenían destellos verdes, y aquellos labios de fresa.

– Hola – me dijo.

– Ho-hola – contesté sorprendido.

– ¿Qué beber tú? – me preguntó haciendo un gran esfuerzo con un marcadísimo acento yanqui.

– ¿Eres americana? – le pregunté en un inglés que supongo que a ella le pareció horrible en pronunciación.

(N. del A.: A partir de éste momento todo el diálogo estará traducido para facilitar la lectura, con excepción de alguna expresión que quedará en versión original).

– ¡Ah! – suspiró aliviada y dibujando una preciosa sonrisa en sus labios -, ¡hablas mi idioma!. Sí, soy americana y estoy aquí de vacaciones, ¿qué estás bebiendo?.

– Ah, sí – contesté encandilado por su sonrisa -, esto es ron con cola.

– ¿Puedo probarlo?, parece que te gusta mucho.

– Más me gustas tú – pensé.

Le ofrecí mi copa y ella le dio un trago sin dejar de traspasarme con sus felinos ojos. En la corta distancia era aún más guapa que de lejos, una auténtica belleza, una muñequita de cejas rojizas.

– Está muy bueno – dijo relamiéndose sus jugosos labios con un gesto que me dejó sin aliento y que me puso la polla como para partir rocas.

– Ufff – resoplé inconscientemente -. Si quieres te invito a una copa de éstas.

– Gracias, me encantaría – contestó poniendo su mano sobre mi brazo para acelerar mi corazón y el bombeo de sangre a mis bajos.

Pedí una copa para ella y le ofrecí brindar preguntándole su nombre.

– Mis amigos me llaman Lysa, así que tu puedes llamarme así – respondió chocando su copa contra la mía -, ¿y tú?.

– Mis amigos me llaman Fran, y tú puedes llamarme como quieras.

Los dos reímos, y tras dar un largo trago a su copa, de repente se acercó a mí y me dio un fugaz beso en los labios.

– ¡Guau! – exclamé terriblemente acalorado -, gracias, aunque no es así como nos saludamos en España, en realidad nos damos dos besos – añadí con mi cerebro incapaz de pensar.

– Ajá, entonces no lo he hecho bien – contestó contrariada -. Déjame intentarlo otra vez.

Volvió a acercarse a mí, y yo acerqué mi rostro al suyo para darle un beso en cada mejilla, pero ella se dirigió directamente hacia mis labios dándome un sonoro beso, “¡muack!”. Se separó un instante, y volvió a poner sus suaves labios sobre los míos, para ésta vez acariciarlos y recorrerlos con la puntita de su lengua.

Aquello me volvió totalmente loco, así que, con la sangre hirviendo en mis venas, instintivamente la tomé de su estilizada cintura pegándola a mi cuerpo, sintiendo sus magníficos pechos aplastándose contra el mío, mientras ella apretaba con fuerza sus caderas a mi abultadísimo paquete, rodeando mi cuello con sus brazos. Mi lengua acarició la suya, penetró a través de sus suaves labios, y ambos húmedos músculos se enzarzaron en un furioso combate, devorándonos mutuamente. Fue un beso largo, intenso, delicioso…

– Me gustas mucho – me dijo con la voz cargada de excitación.

– Eres un sueño hecho realidad – contesté yo igualmente excitado.

– Es mi última noche en España – añadió -, quiero que sea inolvidable.

– Para mí ya lo es…

– Quiero más…

Volvimos a besarnos como si el mundo pudiese acabar en ese momento, regalándome ella el exquisito manjar que eran sus delicados labios.

– Vivo aquí enfrente – le dije borracho de ella.

– Llévame contigo, sé mi “caballero español”.

– Seré lo que quieras que sea.

– Me despido de mis amigas para que no se preocupen, y vuelvo.

Me dio un beso con el que succionó mi labio inferior, y se dirigió hacia sus amigas, que ya estaban todas emparejadas con los chicos que les habían entrado.

– Uffffffff – resoplé viendo cómo se apretaba su lindo culito en la falda, marcando sus firmes glúteos en forma de melocotón.

Llamé al camarero y le pagué las consumiciones. Cuando Lysa ya volvía, el camarero me dijo:

– Tío, si alguna vez vuelves por aquí, tendrás que contarme qué le has dicho a esa “guiri” para hacerte con ella. Te aseguro que una tía así no se ve por aquí todos los días…

– ¿Vamos? – interrumpió la pelirroja hipnotizándome con el intenso azul verdoso de sus ojos.

Cogidos de la mano llegamos al portal. Mientras subíamos en el ascensor, nuestros labios continuaron con lo iniciado en el bar, entremezclándose en lujurioso frenesí, con nuestros cuerpos pegados como si pudiesen fusionarse.

Al entrar en mi piso, el calor aún seguía acumulado en el interior, aunque apenas nos dimos cuenta porque el calor que emanaba de nosotros mismos era aún mayor. Sin llegar a pasar del hall de entrada, nada más cerrar la puerta, Lysa ya me había quitado el polo, sin dejar de besarnos con denuedo.

Mis manos exploraban su escultural anatomía, recorriendo cada una de sus curvas mientras ella se afanaba en desabrocharme el cinturón y los pantalones. Cuando finalmente sólo me quedaba la ropa interior marcando mi erecta verga apenas retenida, se separó de mí observándome de arriba a abajo, mordiéndose el labio inferior y expresándome con sus bellos ojos que le gustaba cuanto veía.

– Estás sano, ¿verdad? – me preguntó desconcertándome.

– C-claro – contesté inmediatamente -. Aunque tengo protección en el dormitorio…

– Yo estoy totalmente limpia – alegó poniendo las manos sobre sus caderas -, y tomo anticonceptivos… Me gustaría sentirte de verdad, sin barreras, si tú también estás dispuesto.

– Oh, Lysa, realmente eres un sueño hecho realidad, me encantaría hacerlo contigo sin barreras. Prometo tratarte con dulzura.

– No quiero dulzura – respondió desabrochándose el vestido para dejarlo caer y quedarse en ropa interior -. Estoy harta de que me traten como a una muñeca de porcelana que se puede romper, quiero que seas mi “caballero español”, pero no para tratarme con suavidad, sino para montarme como a tu yegua… Quiero que ésta última noche en España sea inolvidable… Quiero sexo salvaje.

Con aquellas palabras sentí que mi duro músculo podía atravesar mi slip para liberarse y empotrar a aquella hembra contra la pared. En ropa interior aún era más espectacular que con el sexy vestido que había dejado caer. Llevaba un conjunto de fina lencería azul totalmente transparente. El sujetador ensalzaba sus redondos pechos dejando ver a través de él los rosados y erizados pezones. En la escueta braguita, se transparentaba una pequeña franja de corto vello rojizo por encima de su vulva de hinchados y húmedos labios. Como ya me habían indicado también sus cejas, realmente era pelirroja natural, y el ligero bronceado que lucía, apenas podía ocultar el original tono pálido de su fina piel de porcelana adornada con un par de bellos lunares, uno justo por debajo de su pecho izquierdo y el otro diez centímetros más abajo de su pecho derecho.

– No eres una muñeca de porcelana – le dije escaneando mentalmente cada milímetro de su cuerpo para grabarlo a fuego en mi cerebro -, eres una diosa, y si es lo que quieres, voy a darte sexo salvaje.

Se arrojó sobre mí con un torbellino de su larga melena escarlata, y sus labios chocaron contra los míos con ímpetu. Desabroché el sujetador y aferré esos suaves, redondos y firmes senos con mis manos; los acaricié y amasé sintiendo cómo se amoldaban a mis dedos.

– Me encantan tus tetas – le dije al oído.

– Mmmmm – gimió ella frotando su braguita contra la dura protuberancia de mi entrepierna.

Bajé besando su cuello de cisne y, sin dejar de masajearlos con mis manos, me comí aquellos magníficos pechos. Degusté el sabor de su piel con mi lengua, besé los duros pezones, los lamí, mordisqueé, succioné y mamé cuanto volumen cabía en mi boca.

Ella coló su mano bajo mi calzoncillo y recorrió todo la longitud de mi falo hasta alcanzar los huevos. El tacto de su mano me hizo estremecer, y con un par de enérgicas sacudidas del venoso tronco consiguió que la tela de mi única prenda se humedeciese con una gota preseminal.

Volví a sus labios, frescos pétalos de rosa roja, y éstos me recibieron succionando los míos y acogiendo mi lengua a través de ellos.

Sus manos acabaron por liberarme del slip, y éste cayó al suelo. Se separó de mí, y observó el mástil con cara de loba en celo.

– Wow! – exclamó iluminando mi mundo con sus ojazos abiertos de par en par -, ¡Aquí tenemos buena herramienta!.

Su boca se posó sobre mi cuello y sus labios ejercieron presión sobre la yugular como si fuese una vampiresa, haciéndome sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. Se deslizó por mi torso, succionó un pezón y después el otro, dejándomelos duros e hipersensibles. Siguió bajando por mi abdomen y se detuvo en mi cintura, pasándome la lengua por toda ella, con la punta de mi estaca rozándole el cuello mientras sus manos acariciaban mis glúteos totalmente rígidos. Siguió bajando y besándome la zona inguinal arrancándome suspiros y haciéndome temblar, hasta que su mano derecha sujetó el poderoso músculo erecto y comenzó a recorrer su longitud con la lengua y su carnoso labio inferior, lamiendo y acariciando desde el escroto hasta el extremo del glande.

– Ufffffffff – suspiré.

Cuando llegó a la punta, la dejó deslizar por su lengua rodeándola con los labios, y se la introdujo en su cálida y húmeda boca para chuparla y succionarla con fuerza, subiendo y bajando en una agresiva mamada que me sacudió desde dentro.

Aquello era la gloria absoluta: la protagonista de mis fantasías era de carne y hueso, y estaba ahí, de cuclillas chupándome la polla con ansia y haciéndome gruñir de placer. Su melena de fuego ascendía y descendía con cada chupada, sus párpados de largas pestañas estaban cerrados concentrándose en su trabajo oral, sus carmesíes labios envolvían mi verga y ejercían presión haciéndola aparecer y desaparecer rápidamente; sus carrillos se hundían con cada succión, sus turgentes pechos desafiaban a la gravedad con su redondez… Aquello era demasiado, la felación era extremadamente glotona y placentera, todo mi cuerpo vibraba anunciándome que, si aquello no se detenía, me correría de un momento a otro.

– ¡Lysssssaaaaaaahhhh! – grité -, ¡vas a hacer que me corra…! y quiero follarte…

La aludida apenas se inmutó, abrió los ojos y, sin detener la magnífica mamada, clavó su profunda mirada azul con destellos verdes en mis pupilas. Había lujuria en aquella mirada, un intenso vicio que, junto con las enérgicas chupadas, me provocó un explosivo orgasmo.

– ¡Diooooosssssss! – grité apretando los dientes y enredando mis dedos entre sus rojos cabellos.

Me corrí dentro de aquella succionante cavidad, con mi cálido esperma estrellándose con furia contra su paladar. Pero ella no cejó en su empeño, seguía chupando y chupando con ganas, tragando el elixir de mi polla mientras nuevos borbotones de cremoso semen inundaban su boquita para que su suave lengua siguiese degustándolos. Me ordeñó como nunca lo habían hecho, mamando y mamando para obtener de mí hasta la última gota de leche condensada, tras la cual mi virilidad comenzó a languidecer.

Sin duda, aquel fue el sexo oral más intenso que me han hecho nunca. Ni siquiera mi exmujer, gran experta comiendo pollas por haber practicado con todos los miembros de su oficina, me había proporcionado un placer tan exquisito.

Cuando Lysa terminó de tragar hasta el último sorbo de corrida, lamió los blancos restos que habían rebosado y se incorporó sonriéndome en gesto triunfal. Era tan increíblemente bella, exótica y excitante, que con sólo verle la cara mi erección no llegó a bajar del todo.

– Te mereces un premio por lo que acabas de hacer – le dije aún resoplando.

– ¿Ah, sí? – preguntó ladeando la cadera con una mano sobre ella -, entonces debes dármelo.

Sin miramientos me lancé a besar esos dulces labios mientras mis manos bajaban sus braguitas. Palpé el tesoro entre sus piernas, estaba muy caliente, empapado y con su botoncito del placer muy duro.

– Oooohhh yessssss, baby – susurró con mi caricia.

Nunca había probado el coñito de una pelirroja, y en ese momento era lo que más me apetecía en el mundo, así que mientras saboreaba su boca y acariciaba su jugoso conejito, la fui guiando hasta que llegamos a la primera estancia de la casa, la cocina, donde, agarrándola de su lindo culito, alcé su liviano cuerpo para sentarla al borde de la encimera. Besando su suave piel fui descendiendo por su anatomía: primero el cuello, después su clavícula derecha, el erizado pezón derecho, luego el izquierdo. Ella sujetaba mi cabeza como si tratara de guiarme, pero yo ya conocía el camino. Besé el erótico lunar bajo su pecho izquierdo, y seguí descendiendo en diagonal para besar a su hermano más abajo. Recorrí con la lengua su plano vientre y la colé en su ombliguito haciéndole cosquillas. Seguí bajando poniéndome de rodillas, besando sus ingles y la cara interna de sus firmes muslos, volviéndola loca de pura excitación.

– ¡Come on, baby!, ¡come on! – me suplicaba.

Percibí la dulce fragancia de su coñito, y me embriagué de ella colocando mi nariz sobre la suave tira de vello rojizo que lo adornaba, mientras mi lengua se abría paso por la parte superior de su vulva hallando el suave clítoris. Cuando la punta de mi lengua contactó con la pepita de su jugosa fruta, una descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo haciendo que sus músculos se tensaran.

– Yessssss, baby – dijo entre jadeos.

Lamí el clítoris una y otra vez realizando círculos con la lengua.

– Oooh, mmmmm, ooooohhh – gemía Lysa con cada caricia.

Lo tomé con mis labios y lo succioné como si fuera uno de sus rosados pezones.

– Yeah, baby, oooohhhh yeaaaah.

Sin dejar de succionar y acariciar con la lengua el botoncito, dos de mis dedos exploraron su almeja, abriéndose paso entre labios mayores y menores para penetrarla a fondo.

– Oh, my god! – gritó casi sin aliento.

Su coñito estaba totalmente encharcado y caliente, e indagué con mis dedos cuanto estos daban de sí, hasta curvarlos hacia arriba para acariciar la sensible zona rugosa del interior.

– Ooooooh , mmmmy ggggoooooood!.

La tenía al borde del orgasmo, así que saqué los dedos, y acoplando mi boca a su vulva, penetré esa deliciosa gruta con la lengua, moviéndola y retorciéndola en su interior mientras mi boca succionaba cuanto néctar manaba para mí. Aquel coñito pelirrojo era un auténtico manjar…

– Oh, my god; oooohh, mmmmy goooooood; oh, my goooooooooooooooooooooooood! – gritó con furia orgásmica apretando mi cabeza contra su sexo.

Los cálidos fluidos se derramaron en mi lengua, y bebí el delicioso torrente de su orgasmo con ella retorciéndose de gusto.

Cuando su intenso orgasmo declinó, me puse en pie observándola. Los bucles escarlata de su cabello enmarcaban su hermosa cara ruborizada, en la que destacaban sus incomparables ojos brillando con luz propia. Su sensual boquita estaba abierta, tomando bocanadas de aire con las que sus voluptuosos pechos subían y bajaban rítmicamente. Toda su piel brillaba con una fina película de sudor, parecía recién surgida de mis sueños más húmedos.

– Uuuuuuffffffff – suspiró -, ¿todos los españoles hacéis tan bien el sexo oral?.

– Sólo si las americanas nos lo hacen tan bien a nosotros – contesté con una amplia sonrisa -. Aunque no pienso dejarte descansar, nena – le aseveré indicándole mi ya durísima verga -, voy a hacer que ésta noche no puedas olvidarla nunca.

– Sí, nene, aún quiero que me folles – añadió devolviéndome la sonrisa y devorando con la mirada mi erección.

Me acerqué a ella y nuestros labios se fundieron en un apasionado beso con el que nos exploramos la boca mutuamente. Agarrándola del trasero, acerqué su sexo al mío, y tras un par de fallidos intentos, logré penetrarlo.

– Uuuuuuuuummmmm – gemimos al unísono.

Apenas habían entrado unos centímetros de dura carne, así que seguí tirando de ella, abrazó mis caderas con sus piernas, y cuando su culito cayó definitivamente de la encimera, mi lanza se le ensartó en la vagina hasta el fondo, empalándola hasta donde nuestros huesos pélvicos permitieron.

– ¡Aaaaaaaahhhhhhhh! – gritó.

Su joven coñito era estrecho, y abrazó toda la longitud de mi falo con cálidos latidos que me provocaron un gran placer.

– Voy a llevarte al dormitorio con mi polla dentro de ti – le anuncié susurrándole al oído.

Casi sin respiración, sólo pudo asentir con la cabeza.

Así acoplados, salimos de la cocina, gimiendo ella con cada uno de mis pasos y sintiendo yo cada contracción de su sexo exprimiéndome. De este modo fuimos disfrutando por el pasillo hasta que llegamos al dormitorio, cuya puerta estaba cerrada.

– No puedo abrir la puerta, preciosa – le dije.

– Puedo abrirla yo – contestó ella soltando una de sus manos de mi cuello e intentando girar el picaporte en vano.

– Tiene truco, hay que girar, tirar hacia arriba y empujar a la vez, así no podrás.

Levantando su cuerpo, y a mi pesar, desacoplé nuestros sexos para que bajase al suelo. Se giró e intentó abrir la puerta, aunque no tenía la fuerza suficiente. No la ayudé, estaba encandilado contemplando su espléndida y curvilínea silueta, con su exótica melena cayendo en bucles hasta casi la mitad de su espalda, con sus lumbares ligeramente arqueados hacia delante para que, finalmente, su espalda diese paso a sus dos redondas, duras y altivas nalgas.

No pude resistirme, tomándola rápidamente por las muñecas levanté sus brazos y la puse contra la puerta. Flexioné las rodillas y mi glande se deslizó por la raja de su culito hasta que encontró su lubricada almejita. Con un empellón de cadera, mi ariete se abrió paso por su interior sin piedad.

“¡Bum!”, sonó mi embestida empujando el cuerpo de Lysa contra la puerta. “¡Plás!”, sonaron sus nalgas chocando contra mi pubis, “¡Aaaaaaaaahhhhh!” gritó la pelirroja al sentirse penetrada por sorpresa y con violencia.

– Querías sexo salvaje, ¿no? – le dije -, pues ahora sentirás cómo España invade Estados Unidos.

– Mmmmmm – gimió como asentimiento con su mejilla izquierda sobre la madera de la puerta.

Sujetándola con firmeza las muñecas, bajé la cadera sacando medio miembro de su ardiente coño para, acto seguido, volver a incrustarlo a fondo.

“¡Bum-plás-aaaaahhh!”.

Tras la segunda acometida, empecé a marcar un placentero ritmo de caderas, escuchando sus gemidos y deleitándome con el poderoso masaje de su vagina.

“…bum-plás… …bum-plás… …bum-plás… …bum-plás…”

Con cada arremetida, sus voluptuosos pechos se aplastaban contra la puerta y su escultural cuerpo era completamente sometido… Aquello la encantaba.

– Yeah baby, yeah baby, yeaaaah babyyyyy – decía con cada empujón.

El ariete entraba y salía una y otra vez, con una placentera fricción del grueso glande en las paredes internas de Lysa, estimulando su punto G de tal modo, que la emparedada me incitaba a incrementar el ritmo volviéndose loca:

– Yeah, yeah, yeah, yeah, yeah…

“…bum-plás, bum-plás, bum-plás, bum-plás, bum-plás…”

La temperatura de su sexo se incrementó y palpitó estrujando con fuerza la estaca que se clavaba una y otra vez en su interior, haciéndola gritar:

– Oh, my god; oh, my god; oh, my goooooooooooooooooood!!!.

El poderoso éxtasis puso rígido su cuerpo, sus senos se despegaron de la madera, sus hombros se apoyaron en mi pecho, y su espalda se arqueó hasta que todo el aliento escapó de sus pulmones.

Su abrasador y enérgico orgasmo me proporcionó el punto que me faltaba para llegar al clímax. Sus jóvenes músculos me exprimieron con tanta furia, que mi polla vibró inundando sus entrañas de ardiente leche, intensificando aún más la gloria de ambos.

– Uuuuuuuuuufffffffffffffff.

– Ha sido salvaje – me dijo respirando con dificultad mientras salía de ella y liberaba su cuerpo -. Me tiemblan las piernas…

– Eres el polvo de mi vida, preciosa. A mí también me tiemblan las piernas… Mi cama es tuya.

Finalmente le abrí la puerta del dormitorio y ambos nos tumbamos sobre la cama recuperando el aliento.

– Me gustaría saber más de ti – le dije perdiéndome en sus ojos de mar caribeño.

– Tengo veintiún años – respondió con una cautivadora sonrisa -, puedes llamarme Lysa, soy norteamericana, y ésta es mi última noche de vacaciones en España. Creo que no necesitas saber más.

– Ok, ok. Al menos dime por qué pudiendo tener a cualquier tío que se te antoje, te has acercado a mí.

– Tú mismo acabas de decirlo – contestó con una carcajada -. Hoy tú eres mi antojo. No me gustan los chicos de mi edad, cuando era pequeña siempre se burlaban de mi color de pelo y de mi piel clara, así que siempre me han interesado más los chicos mayores.

– Ah, así que sólo has venido a por mí porque era el único tío del bar que pasaba los treinta…

– Jajaja, en parte sí, pero no seas tonto… Si he ido a por ti es porque desde que te he visto me has parecido muy atractivo – aclaró acariciando mi pecho con el índice de su mano izquierda -. Estabas ahí en la barra, sólo, lanzándome miradas con disimulo y no descaradamente como hacen todos; con un aire maduro, misterioso, muy sexy… Por lo que he pensado que quería llevarme un recuerdo así de mis vacaciones.

– Ya veo…

– ¿Y tú?, no has puesto ningún reparo a pesar de mi juventud, jajaja.

– Bueno… eres una preciosidad… eres irresistible… De hecho, si alguien me preguntase, diría que eres la mujer más bella del mundo…

– ¿Ah, sí? – dijo levantándose de la cama para mostrarme su cuerpo desnudo en todo su esplendor -, tal vez debas verme mejor.

Con su mano derecha sobre la cadera, comenzó a caminar por la habitación exhibiéndose como en un desfile de pasarela. Sus caderas se movían con elegancia a cada paso, hipnotizándome con su vaivén. Sus pechos se agitaban con las firmes pisadas, fascinándome con su bamboleo.

Yo me senté al borde de la cama, para no perder ni el más mínimo detalle de aquel regalo para la vista, sintiendo cómo poco a poco mi virilidad respondía al espectáculo, volviendo a hincharse como cuando era un adolescente.

Cuando Lysa llegó a un extremo de la habitación, se detuvo girándose hacia mí con un revuelo de su exótica cabellera escarlata. Sonriéndome, cambió de mano sobre sus caderas, y caminó contoneándose hasta llegar al otro extremo del dormitorio, donde se detuvo de espaldas a mí, mostrándome las excelencias de su apetecible culito. Giró la cabeza por encima de su hombro derecho, me guiñó sensualmente uno de sus incomparables ojos, y me preguntó:

– ¿Aún sigues pensando lo mismo?.

Con la polla más dura que el diamante, y levantándome de la cama para acercarme a ella, le contesté:

– Has salido directamente de mis fantasías, y me estás volviendo loco.

Tomándola por su cintura de avispa la giré contra mi cuerpo y besé aquellos perfectos labios carmesíes con devoción. Ella se dejó llevar, succionando mi lengua con sus suaves pétalos de rosa, acariciándola con su juguetona lengua. Sentí cómo sus pezones se erizaban contra mi pecho, y su piel se ponía de gallina cuando mis manos acariciaron su cintura para deslizarse hasta sus nalgas. Restregó su sexo contra mi erección, demostrándome que ya volvía a estar húmeda.

– Vuelve a follarme, “caballero español” – me susurró al oído -, hazme ver las estrellas otra vez.

No necesitaba pedírmelo, era lo que yo quería, lo que mi cuerpo ansiaba. Tenía que aprovechar aquella oportunidad única en la vida hasta desfallecer.

La arrastré hacia la cama, y la tumbé quedando yo de rodillas entre sus muslos. Sonriéndome, con una seductora mirada, Lysa subió su pierna derecha apoyándome el pie en el pecho. Acaricié toda la longitud de su pierna, memorizando con las yemas de los dedos el suave tacto de sus tersos muslos, y tomé su pie para chupar el pulgar como si fuese un caramelo.

– Aaaaaahhhhhh – gimió complacida.

Me senté sobre mis tobillos, coloqué su pie sobre mi hombro y, alzándola del trasero, la acomodé hasta que la punta de mi falo dio con la entrada de su húmeda cueva. Tiré de ella y la atraje hacia mí hasta penetrarla por completo.

– Uuuuuffffffffff – suspiró con su coñito dándole la bienvenida al grueso invitado, abrazándolo con su calor para hacerme suspirar a mí también.

Tomé su otra pierna, y también coloqué su pie sobre mi otro hombro. Agarré con firmeza sus caderas, y desplacé todo su cuerpo sacando de él casi por completo mi férreo miembro, sólo para volver a atraerla hacia mí y clavárselo a fondo.

– Yessssssss! – exclamó poniendo sus manos sobre las mías.

Empecé un violento mete y saca con el que todo su cuerpo de diosa se movía guiado por mis brazos tirando de ella.

– Ah, ah, ah, ah, ah – gemía con la boca abierta sin dejar de mirarme con el goce reflejado en su rostro.

Sus protuberantes pechos bailaban como flanes meneados en un plato, y su vagina se contraía y dilataba abriendo paso al glande que estimulaba todo su interior. Nuestras pelvis se golpeaban rítmicamente, y su culito chocaba una y otra vez contra mis muslos… los dos lo estábamos disfrutando al máximo.

Sus cálidos fluidos embadurnaban mi polla y escurrían por mis huevos empapándome por completo, realmente a aquella joven belleza se le estaba haciendo el coño agua conmigo, lubricando sin fin.

– Ah, ah, ah, ah… – seguía gimiendo y atravesándome con una fiera mirada.

Así follamos durante un buen rato, de penetración en penetración, gemido a gemido, aumentando nuestro placer con cada envite, hasta que Lysa decidió tomar la iniciativa. Sin despegarse de mí, abrió aún más sus piernas y las deslizó por mis brazos. Se incorporó y, besándome con su dulce boca, me hizo tumbarme para quedar a horcajadas sobre mí.

– Ahora seré yo quien te monte a ti – sentenció.

Comenzó con un suave contoneo de caderas, y se incorporó totalmente para marcar mejor el ritmo.

– Oh yesss, baby – empezó a decir a medida incrementaba el ritmo.

En esa descansada postura, mi pértiga tocaba lo más profundo de su ser. Sus contoneos masajeaban todo el inhiesto miembro, y su culito acariciaba mi escroto provocándome satisfactorios cosquilleos.

Su cuerpo bailaba sobre mí de forma cadenciosa, cada vez más violentamente.

– Yeah, baby; yeah, baby; oooooohhhh, yeah…

Sus manos revolvían sus cabellos y sus flamígeros bucles se mecían con el incesante balanceo. Todo su cuerpo se retorcía de gusto como si fuese una culebra, con su pecho subiendo y bajando para que sus senos apuntasen al techo con los agudos pezones.

En aquel instante, contemplándola con admiración, supe a ciencia cierta cómo habían comenzado mis fantasías con aquella pelirroja: en mi adolescencia, había sido un ávido fan de los cómics de “Red Sonja”, y mi imaginación había creado una imagen virtual de cómo sería la excitante heroína si fuese de carne y hueso. Pero a veces las fantasías se vuelven realidad, y Lysa era la viva imagen de mi Red Sonja particular.

– Mmmmm, oooooohhhhh, mmmmm – gemía ahora mordiéndose el labio.

El placer era intensísimo, pero sin encontrar aún vía de escape, seguía acumulándose para llevarnos a los dos a un frenesí demencial.

Mis manos aferraban su culito marcando mis dedos en su delicada piel, obligándola a mantener el poderío de sus contoneos y provocándole sensaciones que la hacían enloquecer.

– Yeeesssss, oh yeah, ooooohhhhh yeaaaaahhhh…

Yo ya estaba llegando al máximo, mi verga palpitaba en el interior de su estrecho, húmedo y cálido coño.

Mis manos subieron por su cintura y las yemas de mis dedos recorrieron su columna vertebral, desde la región lumbar hasta llegar a su nuca.

– Oh, my god! – exclamó la amazona al sentir un repentino y placentero escalofrío.

Mis dedos volvieron a bajar y rodearon sus axilas para pasar hacia delante.

– Oh, my god! – volvió a decir sintiendo el cosquilleo en su sensible piel.

Continué con el recorrido, delineando el contorno de sus pechos, subiendo por el cañón entre ambos, y llegando hasta pellizcar suavemente los rosados pezones, provocándole una electrizante sensación.

– Oooooooh, mmmmyyyy goooooood!.

Las palmas de mis manos se pusieron sobre sus perfectos pechos y los masajearon realizando movimientos circulares.

– Oh, my god, oh, my god, oh, my god…

Su incesante contoneo me estaba matando, estaba a punto de correrme, así que mi cadera se elevó clavándole la estaca en el fondo de sus entrañas como si pudiera atravesarla con ella.

– Give it to me, give it to me, give it to mmmmmmeeeeee! – me suplicó desbocada por el placer.

Ella también estaba llegando. Aquella diosa de fuego quería toda mi verga para ella, necesitaba sentirse llena con el duro músculo, ansiaba quemarse por dentro con mi hirviente leche… Anhelaba tanto correrse conmigo, que me exprimió con todas sus fuerzas, lo que provocó que mis dedos se contrajeran atenazando sus tetazas con furia mientras mi polla entraba en erupción, elevando su placer hasta la máxima expresión… Simultáneamente llegamos a un extenuante orgasmo.

– OH, MY GOOOOOOOOOOOOOOOOOOODDD!!! – gritó totalmente fuera de sí, con todo su cuerpo en tensión haciendo que su espalda se arquease.

– SÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍÍ!!! – grité yo eyaculando ardientes lechazos en su interior, con todos mis músculos tan tensos como cuerda de piano.

Con una cascada de flamígeros tirabuzones, Lysa cayó rendida sobre mí. La abracé sintiendo que los dos respirábamos como si hubiésemos corrido una maratón. Estaba tan extenuado que, en cuanto recobré el aliento, me quedé profundamente dormido.

A la mañana siguiente desperté completamente solo en mi cama. Durante unos confusos instantes, pensé que todo había sido un húmedo sueño de verano, hasta que vi una nota sobre la mesilla:

I’ll never forget the incredible night that I’ve spent with you.

For me, you’ll always be my caballero español.

Who knows, maybe someday you’ll see me again.

Kiss

Lysa

(Traducción: Nunca podré olvidar la increíble noche que he pasado contigo. Para mí siempre serás mi “caballero español”. Quién sabe, tal vez algún día volverás a verme. Beso. Lysa).

Dos meses después, estaba en casa con un amigo. Le había invitado a tomar unas cervezas y cenar una pizza echando unas partidas a la Play Station.

Sonó el portero electrónico del portal.

– ¡La pizza! – exclamó mi colega.

Le di a la pausa del juego para atender al telefonillo, y dejé a mi amigo zapeando con la televisión.

– ¿Quién? – pregunté mecánicamente al descolgar el auricular.

– Por favor, abrir puerta – escuché una voz femenina con un marcado acento yanqui.

Por inercia, apreté el pulsador mientras mi mente comenzaba a encadenar pensamientos:

– No es el de la pizzería… no puede ser… es… es… ¡es ella!.

Me quedé paralizado con el auricular en la mano, rememorando cada instante vivido con aquella turista americana, la protagonista de mis fantasías materializada.

“Riiiing”, sonó el timbre de la puerta del piso sacándome de mi ensoñación.

Abrí la puerta como un vendaval exclamando:

– ¡Lysa!.

Mi gozo en un pozo. Ante mí tenía a una sorprendida chica morena, bajita y de cara regordeta.

– ¿Mr. Juan Cruz? – preguntó algo asustada.

– La puerta de al lado – le indiqué abatido con la mano.

– Thank you!.

Cerré la puerta y volví al salón con mi amigo.

– ¿No era la pizza? – me preguntó nada más entrar.

– ¡Qué va! – contesté con desidia -, era una guiri preguntando por mi vecino de al lado, el profesor de español para extranjeros.

– ¡Vaya!, pues ya que te has levantado podrías traerte un par de cervezas más, éstas están muertas.

Arrastrando los pies fui a la cocina y volví con dos cervezas bien frías. Me senté junto a mi colega, y leyendo los ingredientes de la cerveza, le pregunté con indiferencia:

– ¿Qué estás viendo en la tele?.

– He encontrado un resumen de la semifinal del Miss Universo de éste año, resulta que la final es ésta noche.

– ¡Buf! – resoplé sin levantar la vista -, ese concurso es absurdo.

– Venga ya, tío, ¡mira que buenísima está la miss USA!.

Levanté la vista y me quedé catatónico mirando las 42 pulgadas de mi televisor. Sólo pude articular una frase:

– OH, MY GOD!!!

FIN

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