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-¿Puedo meterme en tu cama?
-Claro
Era una cama pequeña y mi hermana está muy buena. Allí ambos apretados no pude evitar excitarme. Ella lo notó y deslizó su mano hasta mi pene. Comenzó a masturbarme despacio.
-¿Te gusta?
-Me encanta
-¿Crees que la abuela se pondrá bien?
-Seguro
Precisamente mi abuela era la otra persona que me había masturbado en mi vida. Concretamente en la habitación de invitados. En esa ocasión fui yo quien se metió en su cama. Debo advertir dos cosas a quien le extrañe que mis primeras experiencias sexuales fueran con mi hermana y con mi abuela. Primero es que soy adoptado, así que no son mi hermana ni mi abuela en términos biológicos. Segundo que las dos son muy hermosas. De mi hermana ya lo he dicho, pero mi abuela, a pesar de su avanzada edad, también es una belleza. Sus tetas siempre han sido mi motivo de masturbación preferido. Además la relación entre los dos siempre ha sido muy especial, muy tierna. Precisamente nos acababan de dar la noticia de que estaba enferma. Esa era una de las razones de que Sandra, mi hermana, se metiera en mi cama. La otra, aunque ella no la quisiera reconocer, es que su novio acababa de tener un hijo con otra mujer. No es que le fuera infiel ni nada, ella lo sabía y había dado su aprobación, pero aún así se sentía… sino celosa, cuando menos desplazada. Al fin y al cabo su novio estaba compartiendo algo muy especial con alguien, que no era ella. Mis dedos buscaron sus braguitas y mi boca la suya mientras ella aceleraba el movimiento de su mano. Mi familia es muy rara, ya lo sé.
Desde muy pequeño mis padres me confesaron que era adoptado, pero preferí que mi hermana y mi primo, casi como un hermano porque siempre íbamos los tres juntos, no lo supieran. Ellos eran casi de la misma edad y yo un poco más joven, de modo que aunque siempre eran gentiles conmigo y procuraban incluirme en sus juegos y travesuras, inevitablemente quedaba desplazado de algunas de ellas. Aunque era obvio que era por la edad y que el hecho que yo fuera adoptado, que ellos desconocían, no tenía nada que ver, a mi me torturaba pensar lo contrario. Encontraba en el ADN que no compartíamos la causa de su especial complicidad, de la que me sentía excluido. Aun así José, mi primo, era uno de mis mejores amigos y, desde luego, adoraba a mi hermana, modelo de simpatía y belleza para mí. Lo de mi abuela era caso aparte. No parecía importarle la cuestión genética que ella sí conocía, yo era invariablemente su favorito y dejaba que todos lo supieran sin diplomacia alguna. Podía hablar con ella de cualquier cosa. A pesar de su edad era, y sigue siendo, una mujer elegante y atractiva, alta, morena y de pecho generoso que siempre lucía en abundantes escotes. Cuando llegué a la edad del despertar sexual, junto a modelos o actrices famosas, de las que salían en la tele, mi abuela y, concretamente, sus tetas, fueron iconos de mi deseo. Poco a poco fue cambiando mi actitud hacia ella. Aunque me daba vergüenza no podía evitar mirarle el escote, frotarme contra ella al cruzarnos o tratar de alargar el piquito con el que nos saludábamos, común en mi familia. Si ella noto algo raro, nunca lo dijo.
Lo de mi hermana llegó un poco más tarde. Debía tener unos 15 años, Sandra 17 y José 16. Habíamos visto una película un poco subidita de tono y José había decidido quedarse a dormir. En nuestra habitación había tres camas previendo esa eventualidad, bastante frecuente, así que después de acostarnos, estuvimos los tres hablando de sexo, de cómo sería practicarlo, etc. Los tres éramos vírgenes por aquel entonces. Finalmente nos callamos e intentamos dormir. No sé porque intuí que ocurriría algo, así que me hice el dormido. En seguida, José pasó a la cama de mi hermana y comenzaron a besarse. La luz estaba apagada, pero yo ya estaba acostumbrado a la penumbra y entraba algo de claridad por la ventana, así que distinguía perfectamente lo que ocurría. Sin querer me empalmé, así que comencé a cascármela imaginando que era yo y no mi primo quien me daba el lote con Sandra. Ellos estaban entretenidos con lo suyo y me daban por dormido, así que ni se enteraron. Me corrí mirándoles y me venció el sueño antes de que ellos dejaran de morrease. Desde entonces esos dos se pasaban la vida enrollándose a espaldas de todo el mundo. Como se suponía que yo tampoco lo sabía, y desde luego no pensaba decirles lo contrario, también se ocultaban de mí, lo que me hacía sentir aún más desplazado. Además desde aquella noche mi hermana me ponía a mil. Siempre me había parecido muy guapa, pero nunca la había visto de esa manera. Admiraba su belleza como algo estético, no propiamente sexual, pero desde que la había visto darse el lote con José, no podía quitármela de la cabeza. Intenté ser más simpático de lo habitual con ella, buscaba escusas para verla con poca ropa o para restregarme con ella en nuestros juegos. Como nuestra familia es bastante liberal, como ya he explicado, no me era difícil sorprenderla al salir de la ducha o, fingiendo despreocupación, observarla vistiéndose. Si de mi abuela me volvían loco sus tetas, de mi hermana era su culo el mayor objeto de mi admiración. Me parecía simplemente perfecto. Tampoco ella advirtió mi cambio de actitud, obsesionada como estaba con morrease con mi primo. Un día habían estado hablando de ir al cine. No tenía otra cosa que hacer así que pregunté de que película se trataba. Sandra puso una evidente cara de disgusto, porque lo que obviamente quería era quedarse a solas con José para otra de sus sesiones de intercambio de saliva. Me di cuenta y puse una escusa para no ir, pero mi hermanita debió notarme molesto, porque enseguida se me abrazó disculpándose y diciendo que quería que viniese. La verdad es que era maja. Siempre fue más popular y más simpática que yo, y siempre trató de ayudarme y de cuidarme como buena hermana mayor. El caso es que me tenía abrazado por detrás y sus tetas se estaban clavando en mi espalda. Me giré despacio y quedamos frente a frente. Para tratar de animarme me dio un piquito. Yo estaba como loco, tan empalmado que creía que iba a romper el pantalón. Luego me dio otro. Casi parecía que nos estuviéramos morreando como hacía habitualmente con José. Mi mano se deslizó hasta sus posaderas y acaricié ese culo perfecto. De repente se azoró y nos separamos. Debió notar mi excitación o algo así.
Semanas después se produjo el bombazo. José y Sandra anunciaron que salían juntos y que estaban enamorados. Les había costado tomar la decisión porque acababan de enterarse de que también eran hermanos. O medio- hermanos. Si, ya sé, es un poco raro, pero así es mi familia. Lo contaré más despacio: José nunca supo quién era su padre hasta entonces, y la verdad es que nunca lo preguntó. Su madre, mi tía, que es bisexual, vivía (y sigue viviendo) con otra mujer, Lorena, que por cierto es bastante guapa. Resulta que Rita, mi tía, quería tener un hijo y no tenía pareja. Además tanto mis padres como ella, eran muy liberales, practicaban el intercambio de parejas y esas cosas. Así que os podéis imaginar el resto. Julio, mi padre y el de Sandra era también el padre biológico de José. Esto no les impidió seguir con la relación, aunque les provocó una crisis bastante importante. A mí me jodía que Sandra me viera como “su hermanito”, cuando en realidad ni siquiera éramos hermanos, mientras que se enrollaba con José, que en realidad sí era su hermano. Bueno, se enrollaba y todo lo demás, porque después de hacer su relación pública empezaron a dormir juntos, incluso con el consentimiento de mis padres y mi tía. Son muy liberales ya os lo he dicho. Así que el mismo tabú del incesto que no significaba nada para ellos en cuanto a su relación, sí impedía que yo pudiera algún día tener algo con ella. Definitivamente no era justo. Además ahora que ellos no solo eran primos sino medio hermanos y yo que biológicamente no era nada de ninguno de los dos, entendía aún más su complicidad. Y no solo eso. Encima estaban enamorados. Lo que parecía un calentón había derivado en una relación de noviazgo en toda regla. Había que joderse.
Mi hermana me notó celoso. Ella creía que yo acababa de desayunarme con todo aquello y que temía quedar desplazado. En parte era cierto, pero solo en parte. Empezó a ser más cariñosa conmigo, como para compensar, pero eso solo conseguía empeorar las cosas, hacer que me pusiera más cachondo al verla. Un día que estaban viendo la tele empezaron a besarse. Ahora que ya era público no tenían porque esconderse. Como siempre en esos casos me ponía tan celoso como excitado. Algo molesto les grité que se fueran a un hotel, o algo parecido. Era un cachondeo que tenia con ellos a veces, pero en esta ocasión mi hermana me agarro y me atrajo para sí. Caí sobre ella y me besó también. ¿Ves? También te beso a ti, no te pongas celoso, dijo con guasa. José también cayó sobre nosotros y de nuevo se besaron. Luego Sandra me besó a mí de nuevo. Esta vez mi lengua se deslizó en su boca y tocó la suya. Ahora besaros entre vosotros, dijo de nuevo, riéndose. Les dije que no estaba para mariconadas y fui al baño a cascármela. Me iba a reventar.
Por aquellas fechas mi abuela vino a visitarnos. Eso quería decir que los dos objetos de mi deseo estarían juntas en la misma casa. En una de nuestras largas y habituales conversaciones cuando venía, le dije que envidiaba la experiencia sexual que sus otros nietos estaban adquiriendo, mientras que yo, prácticamente, ni siquiera había visto una teta. Ella sonrió y me besó muy cerca de los labios. Me dijo que eso era porque eran algo mayores, que a mi edad estaban igual que yo, que no me preocupase, que las cosas pasarían cuando tuvieran que pasar. No logró consolarme del todo, aunque nuestras charlas siempre me hacían mucho bien. Esa noche me deslicé sin ser visto a la habitación de invitados, para dormir con mi abuela, como cuando era más pequeño. Hacia un par de años que habíamos perdido esa costumbre, frecuente antes, pero esa noche estaba especialmente melancólico y sabia que Sofía, como se llamaba mi abuela, no podía negarme nada. Prometo que no albergaba ninguna intención sexual, sin embargo, en cuanto me metí entre las sabanas, abrace su cuerpo maduro pero atractivo, e inspiré su aroma, mi pene empezó a levantarse y apretarse contra su pierna irremediablemente. Temí que me despachara ofendida, pero en lugar de ello me preguntó si era verdad que no había visto nunca las tetas de una mujer. Balbuceé que no y antes de que me diera cuenta estaba viendo las suyas. Esos dos gloriosos melones que tantas de mis pajas habían motivado estaban ante mí, más hermosos de lo que habría imaginado. No recuerdo si pedí permiso para tocarlas o lo ofreció ella, pero pronto las estaba palpando sin creer lo que sucedía. Luego comencé a lamerlas, mi boca iba de una a otra mordiendo los pezones, besándolas. Noté la mano de mi abuela en mi polla. Fue una paja increíble. Corriéndome entre su mano y su pierna mientras chupaba su seno derecho fui inmensamente feliz y la quise aun más.
Poco después mi abuela volvió a su casa en una ciudad cercana y yo me quedé con las ganas de repetir lo que habíamos hecho esa noche, aunque me consolaba pensar que seguramente sería mejor así, que tener sexo regularmente con ella traería complicaciones. Pasaron los meses en los mismos términos, volviéndome loco con mi hermana y recordando la paja de mi abuela, cada vez que la veía en alguna reunión familiar. Cuando cumplí 16 mis padres me presionaron para contar a mi hermana y a mi primo que yo era adoptado. Por supuesto no me obligaron a hacerlo, pero dijeron que no les parecía bien ocultarles cosas después de darse a conocer el otro secreto de familia: que en realidad eran hermanastros. Tuve que darles la razón y accedí a que se lo contaran, qué más daba ya. Ambos estuvieron muy cariñosos conmigo, haciendo ver que no les importaba, pero a mí me daba vergüenza todo aquello. Sandra esperó a que nos quedáramos solos, después de la fiesta, me acarició el pelo y me dijo: Puede que el que seas adoptado no sea tan malo. Podemos hacer cosas que de la otra manera… y me plantó un morreo que me dejó sin aliento. Primero acercó sus labios a los míos y me besó despacio, después los abrió y sacó la lengua, que contactó con la mía. Luego se fue, dejándome empalmadísimo y consternado.
Aquel era un feliz giro de los acontecimientos. ¿Quería eso decir que ahora que sabía que no nos unía vinculo biológico alguno, algo podría ocurrir entre nosotros? Los días siguientes frenaron mi euforia. Su actitud hacia mí no había cambiado, ni tampoco lo acaramelada que estaba con mi primo. Finalmente, unas semanas después de mi cumpleaños en que no había habido ningún otro acercamiento entre nosotros, la encontré sola en casa y reuní el valor suficiente para hablarle sobre el beso. Ah, ¿aquello?, solo quería que te sintieras mejor, fue su respuesta. Tremendamente decepcionado me batí en retirada. Así que solo era eso, me había visto jodido y había intentado animarme. Me había metido la lengua en la garganta por lástima, en definitiva. Adivinando mis pensamientos me siguió y me derribó en el sofá. Ven aquí, tonto, dijo y comenzó a besarme de nuevo. Mi pene creció mientras nos comíamos las bocas. En un momento dado se paró y me dijo seria: Sabes que quiero a José. Eso no hace que te quiera menos a ti, eres mi hermanito y eso nunca cambiará, seas adoptado o no, pero de José estoy enamorada. También un día tendrás tu novia y eso no hará que me quieras menos. Mientras tanto puede que me atreva a hacer cosas que si tuviéramos un vínculo biológico no me atrevería. Bastante tuve con enterarme de que mi novio y yo teníamos el mismo padre. Los besos siguieron tras su discurso. Me palpó la entrepierna y me susurró al oído: la tienes muy dura, ¿eso es por mí? Asentí por respuesta y añadió: ¿quieres que te haga una pajita? Le dije que sí y me la sacó despacio. Continuamos besándonos mientras me la meneaba. En medio de la operación alargué la mano para toquetear ese venerado culo a placer. Luego llegué hasta sus braguitas para corresponderla. Nunca había masturbado a una mujer y no sabía muy bien cómo hacerlo, pero siguiendo las indicaciones de mi hermana pronto comencé a darle placer. Ella, por su parte, sabía lo que se hacía, se notaba que se la había cascado muchas veces a nuestro primo. Nos corrimos casi a la vez mientras nuestras lenguas jugaban.
Desde entonces la buscaba con frecuencia para masturbarnos, pero como andaba siempre con José, solo lo conseguía un par de veces a la semana o tres como mucho. No sabía si mi primo sabía lo que hacíamos, y desde luego, yo no se lo pensaba comentar. A veces eran pajillas rápidas que me hacía para que me callara y no la incordiara más, otras veces yo también se lo hacía a ella, como la primera vez, y tardábamos más, pero nunca me dejó pasar de ahí. Aunque la situación había mejorado desde hacía unos meses, y no me podía creer la suerte que tenía cuando me corría entre sus dedos, me seguía fastidiando pensar que ese cabrón se la tiraba y yo no podía pasar de los trabajos manuales. Pasaron varias semanas y recibí la noticia de que mi abuela venía a pasar unos días a mi casa de nuevo. Hacía más o menos un año desde la paja y, aunque nos habíamos visto en alguna ocasión y hablábamos por teléfono a menudo, nunca lo habíamos mencionado y, desde luego, no se había vuelto a repetir. En cuanto me enteré que venía, sin embargo, se me puso dura. Empecé a pensar que tal vez Sofía fuera la persona adecuada con la que perder la virginidad. Tenía experiencia y seguro que me trataría bien. Con ella no tendría que ponerme nervioso, seguro que saldría todo perfecto. Es cierto que era mayor, pero a mí me parecía enormemente atractiva. Otra cosa, claro, era que ella accediera. Decidí preparar el terreno quejándome en nuestras conversaciones de mi falta de experiencia en comparación con mi hermana y mi primo. En parte era verdad que eso me molestaba, pero insistirle a mi abuela en el tema, como si me obsesionara, era una estrategia. Esperaba poder repetir la paja y quién sabe si conseguir algo más. El día que llegó estaba nervioso y creo que ella también. Esa noche, de nuevo me escabullí a la habitación de invitados en la que se alojaba mi abuela en cuanto calculé que no había peligro. Nada más verme abrió las sabanas invitándome a entrar. Animado por eso me lancé a besarla como un amante apasionado. No puede ser que quieras algo más que una paja, dijo ella, tengo más de sesenta años. Esta confesión, lejos de desmotivarme me enardeció. Ya nada podía frenarme. No sé lo que le dije exactamente para convencerla pero funcionó. Traté de explicarle que ella era la mujer ideal con la que tener mi primera vez, que me parecía preciosa y todo eso. Como digo no recuerdo exactamente mis palabras pero fui del todo sincero. Cuando me quise dar cuenta estábamos haciendo el amor. Lo hicimos dos veces esa noche y una más a la mañana siguiente al despertar. Nos besamos, nos mordimos, me la chupó, le comí el coño, cosa que hacía también por primera vez, practicamos varias posturas… fue perfecto, tal y como había imaginado.
Los días siguientes traté por todos los medios de que nos quedáramos a solas para repetir la mayor cantidad de veces posible, aparte de deslizarme a su habitación todas las noches. En conjunto lo hacíamos 2 o 3 veces al día. Cuando regresó a su casa no me conformé con la situación y pasaba por 2 horas de autobús de ida y otros dos de vuelta todos los días para ir a verla. Nada más llegar a su casa me lanzaba sobre ella y la besaba, le chupaba las tetas, la desnudaba y me la follaba con todas mis fuerzas. Nunca tenía bastante. Ella se quejaba: me vas a matar de gusto, tengo el coño escocido. Continuamos unas semanas con esta luna de miel. Mi hermana notó que ya no la buscaba y ahora era ella la que me lo pedía a mi cuando José no estaba. ¿Te has echado una novia por ahí que yo no sepa? Preguntaba intrigada. Yo lo negaba, pero ella estaba con la mosca detrás de la oreja. La cosa siguió así hasta que mi abuela tuvo que hacer un viaje de varias semanas. Durante ese tiempo me consolé con mi hermana, que parecía contenta de tener de nuevo mi atención. Cuando mi abuela volvió, empecé otra vez a visitarla, pero ya no con tanta frecuencia como antes. Fue por esas fechas que me enteré de la noticia bomba. José se estaba acostando con Lorena, la amante lesbiana (quizá ya no tan lesbiana) de su madre, con el consentimiento de Sandra y de mi tía, con la intención de dejarla embarazada. Estas cosas solo pasan en mi familia. Ahora entendía que mi hermana estuviera tan cariñosa conmigo. Por mucho que dijera que estaba de acuerdo con lo de su novio y su madrastra, Lorena era un bombón y tenía que estar celosa por fuerza. A aquellas alturas ya había cumplido 19 años y estaba yendo a la universidad, José tenía 18 y yo estaba a punto de cumplir 17.
Pasaron los meses y en poco tiempo recibimos dos noticias desiguales. Por una parte a mi abuela le habían encontrado un bultito en el pecho y se iba a una clínica de Estados Unidos a que le hicieran unas pruebas, y por otro, Lorena finalmente se había quedado embarazada. José estaba muy pendiente de la futura madre de su hijo y eso hacía que Sandra se quedara más tiempo sola, lo que hacía que estuviera más cariñosa conmigo. Como yo ya no tenía a mi abuela para hacer el amor, me venía bien el cariño de mi hermana y compartíamos sesiones de masturbaciones mutuas casi a diario. Cuando llegó mi 17 cumpleaños mi hermana me hizo un regalo especial. Cuando todos se fueron me llevó al baño, me bajo la bragueta, coló la naricilla por mis calzoncillos y, cuando ya creía que me la iba a machacar, como siempre, se la metió en la boca. No podía creerlo, mi hermana me estaba haciendo la mejor mamada de mi vida. Besó la punta, la lamió de arriba abajo y la volvió a rodear con sus labios. La abuela la chupaba bien, pero Sandra era una experta. Mi pene había crecido en su boca y ahora me lo estaba devorando. No necesitó tocarla con las manos, la succionó de tal manera que me acabé corriendo mientras me acariciaba la base de la polla con la lengua. Había soñado tanto con ella cuando la veía con mi primo y ahora se estaba bebiendo todos mis jugos. Desde entonces hacíamos el 69 casi a diario. Yo ya le había chupado el coño a mi abuela y sabía lo que me hacía, así que ella se corría en mi boca con facilidad. Pasaron los meses, Lorena tuvo el niño y nos informaron que a mi abuela la iban a operar en Nueva York. Y así llegamos a mi hermana metida en mi cama. Seguíamos besándonos y tocándonos por todas partes. Te quiero mucho, hermanito, me dijo. Yo a ti también, respondí sincero. ¿Quieres que hagamos el amor? Me soltó de golpe. A penas pude tartamudear una respuesta de sorpresa. Tenía asumido que ese día no llegaría nunca. Sé que somos hermanos, y no me creía capaz de esto, pero últimamente hemos estado muy unidos… desde el punto de vista sexual y, bueno, si puedo hacerlo con José que es mi medio hermano de verdad… no es que tú seas mi hermano de mentira…
Tranquila, la interrumpí, te entiendo. Sí quiero que hagamos el amor. Que tengamos esto juntos. Sé que nunca seré tan importante para ti como él, pero tú sí que eres la mujer más importante para mí y sé que me quieres. Siempre me has tratado de un modo inmejorable. Aprecio cada segundo que estoy contigo. Quiero que follemos.
No es que seas menos importante para mí, dijo ella, son importancias distintas. Sigo queriendo a José a pesar de que no estoy encajando lo que tiene con Lorena tan bien como creía, pero también la quiero a ella y a la criatura que han tenido y sé que somos una familia y lo superaremos, pero eso no hace que te quiera menos a ti. Eres muy especial para mí y yo también quiero compartir esto contigo.
Volvimos a besarnos, esta vez con más pasión. Poco a poco le fui metiendo mi pene entre las piernas. La última barrera que había entre nosotros se estaba derribando. Lo que tantas veces había soñado estaba sucediendo. Antes de que me diera cuenta estábamos follando. Estaba sobre ella, la tenia abrazada como si temiera que escapase, nos besábamos y mientras tanto mi polla entraba en su coño y salía lenta pero inexorable. Me erguí un poco y aceleré el ritmo. Habíamos estado mucho rato masturbándonos así que no tardamos mucho en corrernos. Fue muy bonito. ¿Soy la primera?, preguntó intrigada sobre si le había regalado mi virginidad. La segunda. Lo hice con la abuela antes. Me miró con incredulidad. ¿Con la abuela? Pero… es mucho mayor que tu. Sí, le respondí, pero es preciosa. ¿No te parece? Desde luego, dijo ella. Así que con la abuela. Ya decía yo que a veces me buscabas menos. Espero que los dos disfrutarais. Lo hicimos, le dije yo. Entonces me alegro por los dos. Estuvimos un rato sin hablar, mirando al techo. Me sentía increíblemente feliz. Javí, rompió el silencio mi hermana, cuando lo hacías con la abuela, ¿alguna vez se la metiste por el culo? La pregunta me sorprendió un poco. No, respondí sincero, nunca. Entonces, ¿nunca lo has hecho por ahí? No, claro que no. No me importaría probar, pero nunca se nos ocurrió. Yo tampoco lo he hecho nunca. Soy virgen por el culo, añadió con unas risitas. Si me la metieras por detrás… sería la primera vez para los dos. No importaría lo que ocurriese luego, mi culito sería tuyo para siempre. Algo entre los dos que no nos podrían quitar. Un vínculo eterno. Eso te compensaría por todo lo que te haya hecho sufrir sin querer todos estos años. ¿Te gustaría darme por culo?
Los ojos se me llenaron de lágrimas. ¡Adoraba a mi hermana! Siempre había sido tan buena conmigo y ahora esto… Me lancé sobre ella y la besé despacio. Mordí sus labios, chupé su lengua, le besé el cuello y bajé la boca hasta sus tetas. Eran más pequeñas que las de mi abuela pero estaban más tiesecitas. Bajé mi lengua por su vientre, la besé en el ombligo, finamente colé la naricilla por su entrepierna y moví la lengua de un lado a otro, cosa que había comprobado que le encantaba. Se la metí otra vez. No me cansaba de estar dentro de ella. Le di la vuelta y la puse a 4 patas. Notaba su culo contra mi pelvis. Giró su cabeza y nos besamos mientras le estrujaba las tetas. En un momento dado me paré y acerque mi boca a su culo en pompa. Besé los labios de su vagina y le metí un dedo. Luego otro. Cuando rocé su clítoris con la lengua se estremeció. Entonces aproveché sus propios jugos para lubricarle el culo. Le metí un dedo, dos, tres, la lengua. Cuando me pareció que estaba a punto intenté meterla. Primero solo la puntita. Cuando vi que se dilataba mi miembro entero. Ella no decía nada pero se notaba que le dolía y a la vez, que estaba disfrutando. Empecé a moverla despacio, luego más rápido. Ella comenzó a gritar, me pedía que acelerase, que la partiera en dos. Embestí con toda la fuerza que fui capaz hasta que derramé mi semilla en sus entrañas. Le agarré las tetas y nuestras lenguas se juntaron mientras seguía corriéndome. Ella empezó a correrse también, con mi polla en su culo. Quedamos rendidos y nos dormimos juntos entre besos y caricias.
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jomabou@alumni.uv.es
No pude estar más de acuerdo y dándole la razón, le pedí que ya que Manuel había roto cualquier puente conmigo, ella al menos intentara seguir en contacto con él. Pero tal y como me temía, mi ex también se vio apartada de su lado y por eso durante dos años, apenas supimos nada de su vida.
Deambule algunos minutos, sumido en recuerdos, tal vez en remordimientos por haber dejado a una estupenda chica. Había terminado con Viviana y no tenia nada definido con Mili, prácticamente había saltado al vacío… en fin… me di cuenta que no llegaría a mi casa caminando, además en mi errático andar prácticamente me había perdido.
Tome un taxi a casa, me sumía en mil y un pensamientos, esperanzadores por momentos, y funestos después… hasta que:
¿Te conosco?… si… me pregunto el taxista.
¿A mi?… no creo… repuse sin darle mucha atención.
Si… ya me acorde… tu eres el muchacho que estaba con ese mujeron el otro día…
Mundo pequeño. Al parecer este era taxista el que ayer nos llevo a Mili y a mí desde la universidad a mi casa. Intente hacerme el desentendido pero:
Por la cara que traes, seguro que ya te corto… ah verdad me dijiste que otro era su novio… dijo riendo sonoramente.
Si, si, algo así… dije intentando cortar la platica.
¿Qué paso?… seguro regreso con su enamorado…
No exactamente… repuse, pero para que entrar en explicaciones con un tipo que ni siquiera conocía.
Uhmmm… exclamo el pensativamente y luego dio su veredicto: No te preocupes, hay mujeres así, esas que nacen para no tener dueño, alégrate mas bien de haber disfrutado de una hembra como esa…
Si, bueno… dije para no contrariarlo y no extender la platica.
Aunque si yo tuviera una mujer así, tampoco dormiría tranquilo, hay muchos lobos sueltos… jajaja… yo he sido uno de esos… jajaja…
Sin preguntarle me contó algunas de sus pillerías, por suerte, llegamos rápido a mi casa. A pesar de no prestarle mucha atención al taxista, a esa tonta y burda conversación, al bajar del taxi me dejo con una sensación de desolación peor… sensación que se agudizaría al conversar con mi padre, al que encontré bebiendo en la sala:
¿Te apetece una cerveza?.
Bueno… dije, después de lo pasado un trago no me caería mal pensé.
¿Ya lo hiciste?
¿Hacer que…?… pregunte extrañado luego de un largo sorbo.
Terminar con Viviana…
¿Qué? ¿Como lo sabes? ¿Acaso llamo ella?…
Sonrió burlonamente, al parecer se reía de mi ingenuidad.
No soy tonto… dijo simplemente.
No creí ser tan evidente… dije de mala gana.
Suspiro largo, y destapo otra cerveza… al parecer se venia el sermón:
Hijo… tienes que aprender a diferenciar las chicas que son para divertirse y las que son para formar una relación seria, un hogar.
Créeme… se la diferencia… pero ¿Por qué me dices esto ahora?…
Soy tu padre y me fastidia ver que sigas cometiendo errores en tus relaciones…
Ese reproche iba mas allá de mi situación actual con Mili, abarcaba también una fallida relación que tuve hace un tiempo con una prima… eso dolió…
Viejo, solo para ti han sido errores mis decisiones… dije y sin esperar respuesta deje la cerveza y me fui a mi cuarto.
Me eche en mi cama y busque respuestas en el techo. Tal vez mi viejo podía tener razón: Viviana era una chica amorosa, seria y responsable en nuestra relación, a pesar de que yo era su primer enamorado, demostraba cierta madurez. En cambio Mili a pesar de su experiencia aun parecía estar en la etapa de los enamoramientos, un poco voluble, quizás susceptible a quien la enamore de la manera adecuada… y había una larga lista de pretendientes… sin mayor ánimo de ahondar mas en esos pensamientos pesimistas, me quede dormido
Al día siguiente en el aula había un cartel en la puerta que nos avisaba que se suspendía la clase, al parecer el profesor estaba enfermo. Espere un rato, busque en los alrededores y no vi a Mili.
¡Diablos!, seguro se habrá reconciliado con Javier… ¡que estupido he sido!… No debí apresurarme a terminar con Viviana… me reprochaba. Así, con el ánimo por los suelos me fui a la biblioteca, intentaría estudiar algo, quizás lograría distraer mi mente.
Me senté solitario en una mesa, al poco rato se fue llenando el lugar, los murmullos iban creciendo y no me podía concentrar, repasaba la misma hoja una y otra vez. De cuando en cuando levantaba la vista y buscaba a Mili o al menos a Javier, para saber como iban las cosas entre ellos. El barullo se me hacia insoportable. Quería estar solo.
En la biblioteca de mi facultad existen unos cubículos, son pequeños cuartos (de unos 2m por 2m y 2.5m de alto), con un par de sillas y una mesa pegada a la pared. Generalmente están ocupados, pero por suerte vi a un par de estudiantes abandonando uno y me abalance sobre ese cubículo. Cerré la puerta.
Lance mi mochila sobre la mesa y me senté, la situación al interior no cambio, seguía ojeando mi libro sin entender lo que leía. En el exterior el murmullo fue disminuyendo, se acercaba la hora de almuerzo. Simplemente me recosté sobre la mesa y continué maldiciendo mi suerte… hasta que escuche el ruido de la puerta abriéndose…
El cubículo esta ocupado… dije de mal humor sin levantar la cabeza.
¿Hay espacio para alguien mas?… me pregunto una voz femenina.
¿Mili?… dije levantado el rostro y volteando.
Si era ella… ¿estaría soñando?… ¡Maldición! Esta para comérsela… pensé: traía un top blanco que apenas contenían sus senos y una minifalda suelta de color naranja… Vaya, por ella deje a Viviana, me dije y mi expresión se nublo nuevamente.
¿Estas bien?… tienes una carita de desolación… me dijo apenada.
Si, es solo que… ayer fui a ver a Viviana… dije, y note como se incomodaba ¿Celos?.
¿Si? ¿Y que paso?… pregunto curiosa, sentándose a mi lado.
Pues… terminamos… suspire, creí ver algún halo de alegría en su rostro, que disimulo rápido y adopto una diplomática expresión.
Oye… si es por lo que te pedí… pensé que habíamos quedado en no hacer nada hasta terminar el ciclo…
No es por eso… es solo que… ella hizo las preguntas correctas… y yo no pude darle las respuestas erradas.
Ay… pobrecito, debe haber sido difícil… me dijo acariciando mis cabellos.
No sabia si llorar o alegrarme, no sabia si Mili actuaba como amiga sincera o si lo hacia para disimular, es decir, si es que en realmente le dolía ver a un amigo así (amigo por el cual no sentía mas que amistad y una calentura de vez en cuando) o si es que intentaba aparentar y en el fondo sentía que esta era una oportunidad para al fin estar juntos…
No dijo nada, solo me abrazo, luego apego mi cabeza en su regazo, mi tristeza se fue perdiendo entre sus senos. Me apoye mas sobre su pecho, mis manos abrazaron su cintura, después de horas de angustia y soledad, necesitaba sentirme querido…
Los terribles recuerdos de la noche anterior, los fatídicos comentarios del taxista y de mi padre se diluían en su escote, en la generosa silueta de sus senos, en el delineado de sus pezones…
Quise volver a mi infancia, la época donde todo era seguro y no había mayores problemas sentimentales… sin embargo retrocedí mas y cual recién nacido mis manos se prendieron de sus senos… mis labios besaron sus senos…
Uhmm… ¿Qué haces?…. pregunto sorprendida.
Quiso reclamar más, pero mis deseosas manos ya habían liberado un seno y mi boca engullía un pezón como un niño lactante. Necesitaba sentirme amado, sentir el calor de su cuerpo, el morbo que me incitaba…
No Danny… no hagas esto… ¿estas loco?… me recrimino sin rechazarme, sus manos no me alejaban, solo acariciaban mi cabello.
Si… estoy loco… loco por ti…
Uhmmm… gimió al sentir un beso mió en su cuello.
Mis palabras, el efusivo beso en su punto débil y mis caricias en sus senos terminaron por redimirla, sabia que no tenia escapatoria, me dejaría hacerla mía, como todo el fin semana anterior… no importaba que estuviéramos en una biblioteca…
Seguí besando su cuello, ella no podía esgrimir ninguna palabra, su pecho subía y bajaba agitado, su garganta contenía sonoros gemidos. En una rápida maniobra mi mano izquierda que acariciaba sus senos y mi manos derecha que apresaba su cintura, ladearon sus caderas, yo prácticamente me puse frente a ella y de un solo envión la levante.
Oh… Dios no… Danny no… uhmmm… musitaba.
Sus desnudos senos a la altura de mis labios fueron presa de una terrible succión que la dejo sin argumentos. Con su cuerpo a cuestas, la lleve sobre la mesa. Mis labios por fin encontraron los suyos, entre jadeos y con su lengua me devolvía con vehemencia toda la excitación producida por este alocado acto.
Mis manos tomaron su diminuta falda y la levantaron hasta su abdomen, mis dedos tantearon su pequeña ropa interior, solo tuve que hacerla a un lado… Mili por su parte ya me había bajado el cierre y su dedos encontraron el tieso miembro que siempre la satisfacía… una tibia sonrisa se perdió entre sus besos al sentir mi duro instrumento listo para la acción.
No tuvo que pedirlo, solo pensarlo y mi verga ya se perdía entre sus húmedos labios vaginales, era el primer orificio disponible en aquella accidentada posición…
Solo tuvo que sentirlo ingresar unos centímetros y ella se aferro a mi, jalando mi cuerpo contra ella, sus piernas abrazaron mi cintura y terminaron por clavar completamente mi pene en su extasiado ser…
Ahhh… Exclamo abrazándome, mordiéndose un puño para no ser escuchada afuera.
Podría jurar que aquello le provoco un orgasmo, la sentí relajarse, suspirar profundamente, sus senos rebotaban en mi pecho.
¿Por qué solo contigo siento esto?… me pregunto besándome cariñosamente.
La memoria puede ser un gran aliado en los estudios, pero puede ser un enemigo cuando invade los dominios corazón… se me vino a la mente una frase similar que un momento de ternura me prodigo Viviana:
Solo contigo he sentido esto… me dijo Viviana.
¿Qué?… pregunte curioso
Lo que es el amor… replico ella.
Luego rememore la frase de mi padre: Debes aprender a diferenciar las chicas que son para divertirse de las que son para una relación seria…. ¡Diablos! ¿Por qué ahora me atormentan estos recuerdos?
No quería recordar eso… maquinalmente empecé a penetrar a Mili, con rabia, con vehemencia, quería borrar con lujuria lo que mi mente recordaba.
Ayyy… Danny un poco más suave… auu… uhmmm… se quejaba a media voz Mili.
No mi viejo no tenia razón, no podía tenerla… menos aun la tendría ese estupido taxista… mi pene como poseído entraba y salía rápidamente de su vagina que empezaba a secarse… era de esperarse, lo que inicialmente la excito, ahora parecía asustarla…
Aleje mi rostro que había permanecido sobre su hombro y la vi, una expresión un poco temerosa se cernía en su rostro, sin embargo me sonrió… coquetamente… luego mi vista se poso en sus generosos melones, su pezones que rebotaban con mi furia, su cintura era una maraña entre su top y su minifalda, su pequeña tanga removida a un lado, casi rota, su lampiño pubis y mi verga saliendo y entrando rápidamente.
Ouch… uhmm… au…
Su cuerpo era un manjar, sus voluptuosas carnes abultadas en los lugares precisos… si tal vez era una chica solo para coger… solo para divertirse… Para satisfacer los mas morbosos instintos de un hombre… si tal vez ella nunca tendría dueño, pero podría tenerla al menos por esta vez…
Jalonee su cintura, su espalda resbalo en la pared, se encorvo mas, sus nalgas se deslizaron en la mesa… deje su pequeño agujero en una posición mas asequible para mi verga.
No Danny… por favor… basta…
Tu eres una perra y lo sabes… le recrimine, en ese momento ella era la culpable de todos mis errores, ella tenia que pagar.
Me miro sorprendida, aproveche su desconcierto y le empuje mi verga por su ano… se mordió los labios para no soltar un grito, una maldición… sus ojos inicialmente desorbitados se fueron llenando de lagrimas.
Era tarde para cualquier reproche, mi verga ya estaba instalada en su ano, una mano mía sujetaba su cintura manteniéndola en su posición para que me dejara penetrarla y la otra mano jaloneaba bruscamente sus senos…
Danny… detente… Que me estas asustando… ayyy.…
Hice caso omiso a su pedido continué penetrando con furia su áspero ano, la fricción, el ardor no me importaba… estaba enloquecido con la idea que me infundieron, ella era solo una chica para eso… para una buena cogida, su voluptuoso cuerpo, sus deliciosas curvas solo servían para provocar placer, nunca tendría dueño… solo amos ocasionales…
Si, la estupida y romántica idea que tuve de una relación con ella se iba desvaneciendo… solo podía aprovecharme de su monumental cuerpo mientras lo tuviera a la mano… luego ella regresaría con Javier… ese imbecil…
Ouch… ayyy… ouuu… no ya nooo… auuu…
Resiste puta… ¿no es esto lo que te gusta?… ¿no era esto lo que querías?… le increpe exaltado, sin importarme el lugar en que estábamos.
No… yo solo… yo solo te quería a ti… me dijo cariñosamente, con su rostro enrojecido por haber soportado mis bestiales embates, con sus mejillas húmedas por algunas lagrimas de dolor.
Solo entonces vi una luz al final del túnel… mis forzados y torpes movimientos cesaron… quizás no era solo eso lo que buscaba en mi… en esa nube confusa que era mi cabeza sentí que alguien me extendía la mano… mejor dicho sus manos jalaron la solapa de mi camisa y me atrajeron hacia ella…
Un efusivo beso termino por apaciguar el demonio de la soledad, de los remordimientos, de la frustración… todo aquello que se había apoderado de mi alma en las últimas horas…
Oye… lo siento… me disculpe.
No esta bien… no importa… además la que lo siente soy yo… ay mi pobre anito… me dijo algo risueña.
Sonreímos, a pesar de todo era benigna conmigo, comprendía el tormento que había pasado, el desorden en mi cabeza y no me reprochaba la brutal cogida que le estaba dando, ni siquiera los groseros comentarios que le hice.
Espera que lo saco… dije alejándome, al verle una mueca de dolor.
No dejalo ahí un ratito… que me pase un poco el dolor…
Esta bien… respondí y le inserté los centímetros perdidos.
Se contrajo un poco, pero se acomodo mejor, nos miramos y nos reímos…
Eres un tonto… me dijo riendo.
Tu eres mas tonta por estar con un tonto… replique.
No dijo nada, solo me beso tiernamente, tras unos segundo sentía su lengua, nuevamente el candor de su respiración, tras unos minutos la lujuria de su boca, solo tuve que pasar disimuladamente mis dedos por sus labios vaginales para saber que la humedad nuevamente la había invadido. Un temblorcillo recorrió su cuerpo al sentir mi tacto en su vagina.
Uhmmm… suspiro en mi oído.
Mi verga latía nuevamente ansiosa dentro de su ano, las paredes de su pequeño agujero no se contraían como antes, más bien se relajaban…
Continua por favor… hazme tuya… me susurro excitada al oído.
Así lo hice, había menos oposición de su cuerpo a mis pausadas penetraciones, fui aumentando el ritmo y no escuche quejas, más bien placenteros gemidos…
Así… así… mas fuerte… métemelo mas… me suplicaba extasiada.
Sus piernas nuevamente apresaban mi cintura… sin embargo a los pocos minutos, presa del cansancio y del esfuerzo comenzaron a temblar…
No… por favor no pares… falta poco… ahhh…
Nunca la había visto desfallecer de esa forma, el placer de aquella forzada posición le propiciaba era inaudito o tal vez era por lo poco usual del lugar… la adrenalina de poder ser atrapados in fraganti.
Esta bien… esta bien… pero no hables tan alto… le pedí.
Lo que quieras… pero no me dejes así… me suplico.
Me compadecí de sus piernas, así que mis manos se apoyaron en el borde de la mesita, ahora mis brazos contenían sus piernas que prácticamente estaban sobre mis hombros… el cubículo comenzaba a retumbar y no nos importaba.
Asi esta mejor…Ohhh.. uhmmm… se morida los labios para no gritar.
Nos besamos unos instantes, luego aleje mi rostro para apreciarla, era hermosa, así la vi. a pesar de la difícil posición en la que estaba, sus senos al aire, subiendo y bajando por su agitada respiración y por el ritmo de mis penetraciones
Ella me miraba extasiada, con ojos de ternura por momentos, de lujuria en otros… hasta que sin quererlo, al sentir como retumbaba la mesita en la que sus generosas nalgas se apoyaban, decidió bajar la vista… solo entonces pudo apreciar como mi verga se perdía en su interior con un ritmo endemoniado…
Ohh diosss… uhmmm … ohhh…
Callate…
Me miro con la boca abierta, no podía creer que mi verga entrara con tal facilidad en su hasta hace poco virgen ano, la morbosidad que esto le genero era evidente, así como la prolongada fricción de nuestros cuerpos… nuevamente bajo la vista… sus gemidos eran mas sonoros…
Ahhhh… uhmmmm… uhmmmm….
Mili por favor que nos van a escuchar… le rogué.
Nuevamente absorta casi poseída, me miro, ella misma se tapo la boca con una mano y con la otras se dedico a estrujar sus henchido senos… parecía que se iba ahogar… luego vi a sus ojos prácticamente salirse de sus orbitas… en ese momento le descargaba un torrente de semen en sus cavidades anales…
ohhh… ufff… resople satisfecho, cansado.
Ella apenas respiraba, mi verga escupía su leche y su maltrecho cuerpo se contraía extasiado con cada borbotón que la invadía.
¿Lo vas a dejar?… era mi momento de devolverle la pregunta.
Si… lo… haré… me dijo sin pensarlo, con el poco aliento que le quedaba.
Esta vez yo busque sus labios, a pesar de su fatigada respiración, no me rechazo… en cambio, su cuerpo empezaba a rechazar mi esperma, su ano escurría mi leche, mi verga ya flácida no podía retenerla…
Heyyy… uyyy cuidado… dije y me aleje.
Mi leche ya caía sobre la mesita, casi me mancha el pantalón.
Límpiame, por favor… me pidió con carita de niña.
Era lo menos que podía hacer luego de aquella sufrida y gratificante muestra de afecto que me dio en aquel inusual lugar. Saque un pañuelo y la limpie lo mejor que pude, así como mi verga… solo después pudo salir de su incomoda posición, de esa prisión, de esa pared y esa mesita donde la había arrinconado
Se bajo de la mesa comprensiblemente adolorida, y antes que arreglarse se me acerco y me abrazo. El calor de su cuerpo, lo amoroso de su abrazo disiparon las dudas del afecto que tenía hacia mí.
No me dijo nada, pero el latir de su corazón se aunaba al mió… así yo mismo le fui acomodando su ropa. Sentí su sonrisa ante mi torpe esfuerzo por acomodarle el brassiere.
Así no… me dijo riendo.
No alejo mis manos para hacerlo ella, mas bien guió las mías, como dando a entender que tenían derecho a escudriñar en su cuerpo, que ya eran también mis dominios, aunque la idea suene machista. Al mismo tiempo Mili tenia cabida en la zona baja de mi cintura, ella abrocho mi pantalón.
¿Oye por que no hay ruido afuera?… pregunto curiosa.
En serio… con el ruido que hicimos estarán esperando que salgamos seguramente… dije medio en broma medio en serio.
Ay… no… dijo preocupada.
Asome la cabeza por la puerta, la biblioteca estaba vacía… ¿Qué habrá pasado?… bueno la bibliotecaria tenia como sagrada su hora de almuerzo, desaparecía y nadie la molestaba, pero los demás, los estudiantes ¿Dónde estaban?…
Al parecer mi mente trajo a uno… un estudiante… el menos indicado… Javier… pensé que se iría de largo, pero entro a la biblioteca, lo vi aproximarse…
Maldición…
¿Qué pasa?
Es Javier… esta afuera…
Mili palideció, una cosa era cortar con el en una conversación y otra muy diferente era enterándose que era un carnudo. Personalmente me daba igual liarme a golpes con Javier, eso era lo de menos… el problema era armar un escándalo en la facultad, la reputación de Mili iba a terminar en solo en una gran putación, es decir quedaría como una puta, y yo como el apestado, el quita novias, etc,…
Pero tal vez, solo tal vez, podria tener buena suerte… quizas no me vio…
Hey Danny… escuche llamarme jovialmente, era el.
Se iba a armar una buena en esa silenciosa y hasta ahora pacifica biblioteca.
Continuara.
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I
Frente a la Capitana se encontraba un adversario sin parangón. Cualquiera pensaría, viéndola con un ligero temblor en las manos y piernas, que la mujer estaba poseída por el miedo y la desesperación. Después de todo al Serafín lo rodeaban incontables soldados yacidos en el suelo, entre el fuego y la destrucción. El ángel, además, era imponente en su físico, amenazante en su porte, con las seis alas extendidas y sosteniendo aquel tridente dorado.
Pero, en realidad, Ámbar temblaba de emoción. Y sonreía porque ahora tendría una batalla digna, una batalla que había que pelear porque había algo importante que debía proteger.
—Aquí y ahora no hay asunto que concierna a los mortales —advirtió el Serafín—. Retírate.
—No me subestimes, pichón.
—Desearía no matar a ningún mortal.
—Demasiado tarde —Ámbar cabeceó hacia los helicópteros, tras el gran ángel, que se consumían por el fuego.
Rigel giró la cabeza hacia un lado y entendió que, cuando bajó de los cielos, entorpeció de alguna manera los artefactos de los mortales y aquello terminó sesgándoles la vida. Suspiró. Él venía a cazar a Destructo, el ángel de la desesperanza que traería el Apocalipsis y se rebelaría a los dioses. En cierta forma, él venía a proteger a los “débiles mortales del reino humano”.
Ámbar activó su espada y disparó al suelo, levantando al aire una pared de polvo y pedazos del pavimento. Cuando el Serafín volvió su mirada, notó que la mujer, de un brinco, se abrió paso a través de la cortina de humareda para abalanzarse a por él.
Hundió la filosa hoja en el hombro derecho del ser celestial. Apretó los dientes porque aquello parecía ser más bien una roca que un cuerpo de carne y hueso. Activó la descarga eléctrica, pero al no percibir nada más que impasibilidad en el rostro de su víctima, temió por un momento que su rival fuera una suerte de ser divino e invencible.
Rigel apartó la espada con un movimiento del brazo y rápidamente agarró a la mujer de la muñeca, lanzándola lejos, hacia un grupo de escombros amontonados a un costado de la avenida, donde impactó con violencia y desperdigando pedazos de pavimento al aire. Se tocó el hombro; pese a la línea de sangre encharcándole la túnica, no era una herida grave. No para un Serafín. Sonrió, mirando hacia la humana ahora despatarrada sobre los escombros; se trató de una estrategia sencilla pero efectiva, pensó. Además, jamás pasó por su cabeza que un mortal pudiera llegar a hacerle un rasguño a él, al ángel más fuerte de los cielos.
Por otro lado, a la Querubín le resultaba tan difícil actuar. Se había dicho que ya no volvería a congelarse o dejarse vencer por el miedo, pero parecía que el destino la ponía a prueba con situaciones más complicadas. Quería ir junto a la humana, aunque ahora había un enemigo entre ellas. Un enemigo que durante toda una vida fue un amigo.
El Serafín empuñó el tridente y la joven retrocedió varios pasos.
—¡Titán! ¡No soy Destructo!
—La profecía que vimos fue clara. Un destino te aguarda y he concluido que seré yo quien lo impida. Eres Destructo.
La joven negó vivamente con la cabeza.
—¡Soy Perla!
—¡Suficiente con los llantos!
Alejada de la discusión, la Capitana yacía boca arriba sobre el montón de escombros y restos de equipos tecnológicos que chispeaban. Miraba el cielo negro, esperando que pronto se le pasara el terrible dolor que sentía hasta los huesos. Era un enemigo fuerte, pensó, y debía tener precaución. Aún sostenía la empuñadura de su espada y la levantó para mirar la hoja.
Su dispositivo coclear emitió un sonido.
—¿Ámbar?
—Sigo aquí, Johan.
—Dijiste que tiene seis alas. Podría tratarse de un Serafín. Es decir… un ángel de seis alas coloridas que utiliza para cubrirse el rostro y el cuerpo, pues solo los dioses tienen derecho a verlos. Según la Angelología Cristiana son los seres más cercanos a los dioses, por lo tanto, los más fuertes de su linaje.
—¿Alas coloridas? Las tiene blancas—resopló la mujer—. ¿No dirá por ahí cómo matar a uno?
—No, no dice cómo matar a uno. Estamos hablando de un nuevo biotipo de Éxtimus que no conocíamos. ¿Se te ha pasado por la cabeza la posibilidad de que sea un ente divino? Podría ser invencible.
—No es un ser divino —respondió mirando la sangre que adornaba la hoja de su espada—. El pichón sangra.
—Si sangra, estará cabreado.
—Si sangra, puede morir.
Apretando los dientes, la Capitana se levantó con dificultad. Se sacudió el polvo de encima y contempló con una mezcla de fascinación y miedo hasta qué distancia había sido arrojada por el ángel. Si no fuera por su traje táctico, no sobreviviría el impacto, concluyó.
—Voy a probar con una bomba de neutrinos.
—Pero para eso tendrías que acercarte a él.
—¿Por qué tengo la sensación —clavó su espada en el suelo— de que todos me están subestimando?
Levantó la mano y presionó el pequeño dispositivo que sostenía, activando la bomba que había logrado colocar entre las alas del Serafín antes de que este la lanzara. Una gigantesca esfera de luz blanquecina surgió en medio de la destrozada avenida, engullendo en su interior al titánico ángel. Incontables líneas azuladas surgieron de adentro para girar velozmente alrededor de la esfera; era un auténtico espectáculo visual, aunque de naturaleza destructiva y un sonido atronador que todo lo hacía vibrar.
Cuando la explosión fue apaciguándose, la mujer levantó la mirada con esperanzas de encontrar al ángel en el suelo, sufriendo espasmos musculares y convulsiones antes de su muerte, al menos así estaría un ser humano, pero el Serafín seguía allí, firme en su posición, rodeado, eso sí, de varias plumas que revoloteaban a su alrededor.
La Capitana gruñó, en parte por decepción, en parte por el dolor.
—Tal vez debería atraerlo hasta uno de los motores de fusión de los helicópteros —calculó la mujer.
—Le estoy hablando a una condenada pared… —se quejó el muchacho.
—Entiendo que eres una guerrera —dijo el Serafín—. No te midas por tu fuerza o tu valentía, sino por tu inteligencia a la hora de elegir batallas. Es mi última advertencia, esta no es tu lucha, mortal.
—¡Niña! —Ámbar levantó su espada al aire, haciendo caso omiso al ultimátum del Serafín—. Te ganaré tiempo para que puedas huir.
Pero Perla negó con la cabeza. Se repetía una situación idéntica a cuando el Trono murió tratando de protegerla. Y no deseaba permitirlo, que más gente se sacrificase por ella, que más gente muriese por ella. Se preguntó entonces si ese era el destino que le aguardaba como Destructo; que todo a su alrededor se marchitase inexorablemente.
Tal vez, después de todo, sí era el ángel de las profecías. El ángel de la desesperanza.
Ámbar partió rumbo al Serafín. Sonreía, aún con un hilo de sangre cayéndole de la frente y otro adornándole la comisura de los labios. Aún con el cuerpo doliéndole hasta los huesos. Para ella, el peligro y el olor a muerte ya eran viejos conocidos, qué menos que ponerles buena cara.
II
Johan suspiró al ponerse la chaqueta de cuero y miró a los lados del callejón para comprobar que nadie estuviera acechando; sabía que el tiempo apremiaba y no conseguiría salvar a Ámbar de una muerte segura solo manipulando los sistemas informáticos desde su departamento. Después de todo, él era “Égida”, su escudo; quedarse sentado a lamentarse no era opción.
Más de la mitad de la ciudad estaba sumida en un apagón y sospechó que el caos en la Jefatura de seguro era de órdago al haberse perdido el contacto con el escuadrón que persiguió a la Capitana. Debía aprovechar la situación y evitar que la mujer fuera capturada: podría ajustar el sistema del Estado de tal manera que la milicia pensara que Ámbar había escapado de la ciudad, provocando que el ejército se dispersara por toda la nación. ¿Pero quién creería que la mujer consiguió escapar tan rápidamente? Solo levantaría sospechas por lo inverosímil de aquello. No le quedó otra que modificar el software de manera que toda la milicia se presentara en su propio departamento pensando que tanto la mujer como el Éxtimus estarían allí.
En realidad, la milicia se encontraría con una pila de bombas electromagnéticas que inutilizarían su tecnología nada más abrir la puerta.
Acarició las curvaturas de su motocicleta, una auténtica bestia a base de energía de fusión de una rueda trasera y dos delanteras que, según convenía, se separaban o unían para dar una mayor velocidad. Tenía una fijación por las más antiguas, las que funcionaban a base de petróleo, ruidosas como ellas solas, aunque nunca pudo encontrar una desde que las últimas petroleras cerraran.
Subió al vehículo y encendió el motor. Cerró los ojos y vació los pulmones. Estaba casi convencido de que sería su último viaje. Cuánto deseaba invitar a Ámbar a montarlo rumbo a un destino indefinido, aunque sonrió prediciendo que probablemente la mujer se rehusaría a subir. Pero era justamente aquello, la esperanza de luchar por unos recuerdos que aún quedaban por construir, lo que lo motivó a ir en su rescate.
Cuando levantó la mirada, presto a arrancar, su alma cayó al suelo: tres ángeles, a contraluz, cerraban el paso del callejón.
Aegis dio un par de golpecitos al trapezoedro. No entendía. El punto que le indicaba dónde se encontraba Perla había variado una decena de veces los últimos minutos, zigzagueaba en el mapa holográfico y las hembras empezaban a ponerse nerviosas. Pero, ahora que por fin se encontraban en el punto exacto, no veían a su amiga por ningún lado.
—No está aquí —concluyó abrazando el artefacto contra sus pechos. Levantó la mirada y sintió un ligero vértigo al ver todos esos altos edificios a su alrededor. Desde arriba no se veían tan imponentes—. Y extraño Paraisópolis.
—Tal vez ese aparato no funciona —Dione se cruzó de brazos—. A ver si ese mortal no nos la ha jugado.
—Imposible —meneó la cabeza—. Me lo prometió.
—Ah, ¿quince minutos a solas y ya lo conoces? Pues ya ves lo que pasa por confiar en un completo desconocido…
Zadekiel avanzó un par de pasos y miró detenidamente al humano frente a ellas. Perla no estaba allí, pero él sí. El tiempo apremiaba y no dudó en exigir respuestas, aunque fuera a la desesperada.
—¡Tú! —clamó la maestra—. ¡Sé un buen mortal y dinos dónde está mi alumna!
—¿Alumna? ¿Pero de qué…? Tiene que ser una puta broma… —se lamentó el chico. Ya no era solo la presencia de un Serafín en la ciudad, sino ahora de otros tres ángeles más. La sola idea de una invasión angelical lo ensimismó, pero de nuevo se armó de valor y arrancó el vehículo.
Intentó embestirlas para abrirse paso, pero las tres levantaron vuelo para esquivarlo. La rubia estiró el brazo y lo tomó del cuello, tumbándolo al suelo mientras la motocicleta se daba de bruces contra un grupo de basureros apilados a un costado.
Johan gruñó de dolor. La hembra montó sobre él y lo tomó del cuello de su chaqueta.
—No es manera de saludar, mortal —protestó Zadekiel—. Y pensar que desde aquí parecías tan manso.
El muchacho no lograba articular palabra alguna. No podía tener tanta mala suerte, pensó. De reojo vio a la otra ángel, quien abrazaba una portátil trapezoédrica contra sus pechos. Desconocía cómo lo había conseguido, pero sospechaba que el aparato las había dirigido directo hacia su departamento, tal y como había modificado el sistema para confundir a la policía militarizada. Pero no esperaba que unos ángeles se valieran de los sistemas de navegación para llegar hasta allí.
—¡Realmente no tengo tiempo para esta mierda! —gritó forcejando, pero simplemente no podía competir contra la fuerza de un ser celestial. Cuánto deseaba al menos vestir su traje táctico.
—Entiendo que estés asombrado, pasa a menudo —dijo la maestra, quien usó sus alas para abrazar al muchacho e intentar apaciguarlo—. Perverso mortal, ¿sabías que con un Arcángel no es pecado?
—¡Zadekiel! —gruñó Dione—. ¡No es momento!
—¡Ya, ya! —sacudió su mano al aire—. No temas, humano. Si me dices dónde está Perla, tal vez no te arranque la cabeza.
—¿Perla? —preguntó el joven—. ¿El Éxtimus? Quiero decir… “Perla”, ¿te refieres al ángel de nombre Perla? Mierda, ¡sé dónde está ella! ¡Sé dónde está ella!
—¿Lo dices en serio? —la maestra enarcó las cejas—. Pues más te vale. Como me mientas, te arrepentirás de haber nacido.
Tomó del brazo del chico y lo lanzó por los aires. Cayó sobre la espalda de Dione, entre sus alas, pues esta se había agachado para recibirlo.
—¡Sujétate bien, mortal! —ordenó Zadekiel—. Contemplarás la cara del mundo como solo los ángeles pueden hacerlo.
—Comprenderás que estamos en un apuro —Dione acomodó al muchacho sobre su espalda—. ¡Guíanos, humano!
III
La Querubín estaba en sus horas más bajas. El Serafín había extendido sus seis alas y, con un fuerte batir, lanzó violentamente a la Capitana por varios metros hacia otro amontonamiento de escombros donde terminó impactando. La mortal estaba sacrificándose por ella para que pudiera huir. “¿Y luego qué?”, pensó la joven. ¿Qué sentido tenía seguir viviendo si todo a su alrededor se marchitaba? Uno de sus mayores aliados bajó de los cielos para darle caza, la humana por quien sentía apego estaba sufriendo y ahora tenía la sospecha de que sus dos ángeles guardianes ya no estaban vivos.
El solo respirar se le estaba volviendo doloroso. Tal vez, pensó, sí era Destructo, un ángel que solo deja muerte y terror a su paso. Tal vez, concluyó agobiada, solo había una manera de traer el consuelo a la legión y detener esa sensación de desesperanza que la angustiaba.
Con los ojos humedeciéndose, extendió brazos y alas en cruz. Ofreciéndose. Sacrificándose. Por primera vez Perla perdió todo deseo de vivir.
—¡Basta! —chilló—. ¡Es a mí a quien buscas, Rigel!… ¡Hazlo! ¡Mátame, si es así como la legión lo desea!
Aunque el Serafín no revelara su estado de ánimo, por dentro luchaba contra su propia conciencia. Siempre había tenido la idea de que derrotar al ángel destructor le sería difícil, pero no imaginó cuánto. ¿Cómo iba a asesinar a la niña que creció ante sus ojos?, se preguntaba una y otra vez, pero bajó de los cielos porque sabía que era lo que tenía que hacer.
Empuñó su tridente.
—La profecía te dicta un destino cruel. Matarte es un acto de piedad —dijo el guerrero, vaciando sus pulmones antes de lanzar el arma.
La Querubín, como único acto, cerró los ojos tan fuerte como le fue posible. Tan fuerte, que ni siquiera se percató del relámpago plateado que cayó del cielo.
El Serafín observó atónito cómo dos sables fueron clavados en el pavimento, de tal manera que detuvieron el avance del tridente justo en el espacio entre los dientes del arma, a pocos metros de impactar contra la Querubín.
Bajó suavemente un ángel de alas plateadas, sirviéndose de las empuñaduras de los sables para posar sus pies. Se acuclilló, observando con curiosidad el arma dorada que aún repicaba en el suelo. Luego levantó su mirada hacia el Serafín. Era una mirada salvaje. Una mirada impropia de un Dominio que fuera creado como una mera herramienta.
Era la mirada de alguien que tenía algo importante que proteger.
Perla, tras el ángel plateado, bajó los brazos y alas al reconocer al recién llegado.
—¿“Fomalaut”? —preguntó.
IV
Antes de la llegada de la Querubín a los Campos Elíseos, el Dominio Fomalhaut solía patrullar el jardín adyacente al Gran Templo, muy a diferencia de las otras Dominaciones, quienes solían montar guardia en la entrada principal o en los pasillos del pomposo Santuario. Su jornada consistía en un ir y venir constante, a veces caminando en el mar de pétalos del extenso patio, a veces en vuelo, curioseando las actividades de las hembras del coro, pues era usual verlas practicando en las inmediaciones.
Por más que nunca sucediera nada por la que mereciera la pena ponerlo en alerta, vigilar la retaguardia era lo que se esperaba de él, su único objetivo desde que fuera creado por los dioses. De hecho, en la lejana guerra contra Lucifer no tuvo una actuación muy destacada, limitándose a guardar las espaldas del Trono y no viéndose involucrado en la sangrienta primera línea.
Pero al menos estaba en tensión. Cuando vino la paz también sobrevino un inusitado aburrimiento. A veces creía firmemente que, terminada la guerra, ya no tenía utilidad alguna; el hecho de vigilar un apacible jardín lo decía todo. Entonces, para paliar el hastío, se elevaba en el cielo y volaba en círculos, arremolinando y deformando las nubes para luego caer en picado hasta el mar de pétalos del jardín donde, con un veloz vuelo rasante, los hacía revolotear a su paso.
Algunas hembras, que de vez en cuando se internaban en los jardines para recolectar flores, lo miraban fascinadas pues su velocidad era asombrosa. Era, según los que lo veían, un relámpago plateado; sin dudas el ángel más veloz de la legión.
Una tarde que patrullaba a pie decidió sentarse sobre una roca de considerable tamaño que sobresalía del mar de pétalos. Retiró los dos sables enfundados en su espalda y los arrojó a un lado. Llevando sus manos tras la cabeza, se tumbó y miró aquellas nubes lejanas que rompían la monotonía del cielo.
Pronto subiría para deformarlas, pensó para sí, mientras cerraba lentamente los ojos.
—“Fomalaut” —dijo una voz torpe y aniñada.
Abrió los ojos, algo cansado, y giró su cabeza para mirar a quien había pronunciado su nombre de manera equivocada. Era una niña, de cabellera roja y alas diminutas, quien lo miraba boquiabierta. Era tan pequeña que el mar de pétalos le llegaba hasta las rodillas.
Sostenía entre sus manitas una hoja de lino. Solo se conseguía algo así en los aposentos del Trono.
—Tus alas. Las tienes plateadas —continuó ella, revelando el motivo de su asombro. Pero luego sonrió, destacando sus graciosos mofletes—. Y además tienes el nombre más feo de todos.
El Dominio se repuso y miró para todos lados antes de volver a fijarse en ella. Nunca había visto una niña en persona y ya ni decir una con alas. “¿Vino con alguien?”, pensó, pero no había nadie en las inmediaciones. Se rascó la barbilla y cotejó posibilidades. ¿Tal vez los dioses volvieron y crearon un nuevo prototipo de ángel? ¿Y por qué crear una tan pequeña? ¿Qué clase de hacedor crearía una niña con alitas tan diminutas que de seguro no le servían ni para volar? Tenía que ser un error propio de un dios sumido en una borrachera, como Dionisio.
Se encogió de hombros y decidió charlar con la niña.
—Fomal-“jaut” —corrigió.
La pequeña vio sus apuntes y meneó la cabeza:
—Aquí dice Fomalaut.
—Esa “jet” no es muda —señaló el símbolo sumerio de su nombre—. Fomal-“jaut”.
—Sigue siendo un nombre feo.
Le arrebató los apuntes. Estaban escritos los nombres de varios ángeles. Al menos, los más importantes: las Virtudes, los Principados, los Serafines, las Potestades, las Dominaciones, el Trono e incluso algunos ángeles de menor rango. Fomalhaut estaba allí, entre los nombres de sus compañeros Dominios.
Miró seriamente a la pequeña. “Podría ser una lista de asesinatos”, pensó achinando los ojos.
—El Trono quiere que aprenda algunos nombres —dijo ella reclamando su hoja—. Hoy me tocan las Dominaciones.
—Ya veo. Entonces ya sabes el mío.
La pequeña volvió a reír torpemente y asintió:
—Sí, “Fomalaut”.
Cuando la niña se alejó para volver al Templo, el guerrero se dispuso a continuar su descanso. Antes de cerrar los ojos miró de nuevo a aquellas lejanas nubes y esbozó una sonrisa, pensando en cómo las arremolinaría cuando volara hacia ellas.
Era el único divertimento del ángel más solitario de la legión.
Si no eran vuelos rasantes o si no practicaban las hembras del coro en las inmediaciones, se entretenía viendo a las jardineras recolectar las infinidades de flores dispersas en el prado. Entraban al lugar cada tres días para renovar las flores que adornaban las calles de Paraisópolis. Nunca se acercaba a ellas, solitario como era, pero le resultaba imposible no escudriñar cómo creaban los ramos y hacían contrastes con los colores de dichas flores.
Sentado sobre la roca de siempre, espiaba a las jardineras. Unas conversaban, otras reían, incluso había una con el rostro alicaído. Esta última fue consolada por otra hembra que la rodeó con sus alas y le susurró algo para que sonriera. El Dominio se preguntaba constantemente el motivo de aquel desfile de emociones: qué causaba el decaimiento, la risa, pero, sobre todo, le intrigaba el poder que podían ejercer unas palabras o algunos gestos en el ánimo de los demás.
Y es que, aunque desconociera de emociones o sentimientos, no podía negarse a su naturaleza curiosa.
Dio un respingo cuando alguien tiró de su ala para llamarle la atención. Se giró y vio a la niña de la otra tarde, ahora con el ceño fruncido.
—¿Estás espiando?
—Tú de nuevo —el Dominio se acomodó sobre la roca—. Y no, no espío. Vigilo.
—Ya….
—¿A qué has venido?
—Tus sables —dijo ella, señalándolos—. Están aplastando los gladiolos.
El Dominio retiró las armas y rápidamente la niña se agachó para arrancar las flores blancas que crecían allí. Notó que, en la otra mano, ella ya había acumulado una variedad de gladiolos de distintos colores. De seguro entró al prado con las demás jardineras y ahora se dedicaba a imitarlas, aunque no con la pericia ni delicadeza de ellas.
La niña se levantó manipulando los tallos recogidos, amasándolos torpemente. Se hacía evidente que la pequeña no tenía mucho futuro como floricultora de la legión. “Si las flores hablasen”, pensó él, “estarían gritando…”.
—¿Las vas a llevar a Paraisópolis?
—No. Son para el Trono —levantó el improvisado ramo—. Se cabrea cuando no hago los deberes, pero he notado que le gusta cuando le llevo las flores.
—¿Y consigues tranquilizarlo con eso?
La niña asintió. Fomalhaut silbó suavemente para sí; desde luego que ganarse el beneplácito del Trono no era un logro al alcance de cualquiera, por lo general el líder era bastante severo con los demás ángeles si estos incurrían en alguna falta. La niña podría ser un auténtico despropósito como jardinera, pero no podía negar su inteligencia y viveza.
—Te admiro. Pero ese ramo…
Se sentó sobre una rodilla y, cogiendo las flores que la pequeña había recolectado, empezó a trabajar con ellas. De tanto mirar a las jardineras el Dominio sabía cómo debía lucir un ramo, con qué suavidad tratar las flores, cómo agruparlas para que se viera pomposo, cómo liarlas con unas tiras de césped que crecía en el terreno.
Colocó el ramo sobre la roca. Desenvainó uno de sus sables presto a cortar los tallos con la filosa hoja; la pequeña respingó y tensó sus alitas, yendo detrás del Dominio, ocultándose tras sus grandes y radiantes alas, asomándose apenas.
—¿Y ahora qué te pasa?
—¡Ten cuidado! —gruñó apretando las alas plateadas—. Parece un arma peligrosa…
El Dominio achinó los ojos al notarla asustada; levantó sus alas y la cubrió con ellas. Había visto a las demás hembras hacer algo similar para calmar a las otras y esperaba que funcionara. Sonrió al ver que surtía efecto; la pequeña se aferró a las plumas, tratándolas como si fuera un manto con el que cubrirse completamente, lo suficiente como para solo asomar la mirada.
—Tranquila. Es peligrosa solo si no sabes manejarla.
Una pequeña amistad había surgido entre el revoloteo de las flores. A la niña le convenía. No lo iba a admitir, pero el guerrero tenía mucho mejor gusto que ella a la hora de elegir las flores que harían contraste con los gladiolos. Por más que ella luchara por terminar un ramo, no le quedaba otra que refunfuñar por ayuda. Como su fuerte no eran precisamente los estudios, los regaños de parte de su guardián y del Trono eran una constante, por lo que entrar al jardín en búsqueda de ramos se había convertido prácticamente una obligación.
Sentada sobre los hombros del Dominio, la pequeña Perla observaba con fascinación cómo este cortaba los tallos con uno de sus sables sobre la misma roca de siempre. Ya no sentía miedo y, es más, en un par de ocasiones solicitó ser ella quien maniobrara las armas, aunque terminaba recibiendo una negativa de parte del ángel plateado.
Se bajó cuando él terminó con la manualidad y procedió a sentarse sobre la roca para atar los tallos. Entonces se fijó en el guerrero, que envainaba su sable. Hasta ese momento no lo había pensado mucho, pero aquel Dominio era el único ángel de la legión que manejaba dos armas por lo que concluyó que debía ser habilidoso como ninguno.
—“Fomalaut” —dijo—. ¿Conoces la profecía de Destructo?
—He oído algo.
—Bueno… —continuó atando los tallos—. El día que venga espero que estés cerca de mí.
—Ya veo. Trataré.
—No, no trates —dijo mirándolo fijamente—. Es una orden.
El Dominio asintió. Después de todo ya estaba al tanto de que ella era una Querubín, el ser superior de la angelología. Sus caprichos los tomaba como órdenes. “Cómo negarme”, concluyó, justo en el momento que la pequeña terminaba de formar su primer ramo.
El guerrero silbó suavemente, agachándose para admirar el ramo:
—Luce bien.
—Lo sé. Es para ti.
—Es un honor —lo tomó del tallo, ladeándolo. Lo cierto es que no tenía idea de qué iba a hacer con el regalo, pero cómo iba a rechazarlo. Le buscaría un lugar en su casona para perfumar el lugar.
—Claro que es un honor —la pequeña achinó los ojos—. Te la renovaré de tanto en tanto.
Ahora, tras el fin de la lejana guerra, el Dominio por fin volvía a estar en alerta. Y se sentía útil. Importante. Se sentía vivo. Porque, ¿quién sabría cuándo aparecería Destructo? ¿O qué tan fuerte sería? A veces, durante sus guardias en el jardín, friccionaba sus sables entre sí; si el ángel de las profecías se presentara él tendría que estar preparado. No le importaba que ella, a esa altura, ya tuviera dos guardianes; era el mismo caso el del Trono quien siempre tuvo guardianes que vigilaran la línea de frente.
Él era el ángel que cuidaba la retaguardia.
Con el paso del tiempo aquella niña se veía tan joven como los demás ángeles de la legión. Y ahora entrenaba con su propio maestro particular. Era usual que Perla, luego de sus entrenamientos, se bañara en un arroyuelo que atravesaba el bosque, muy cerca de la cala del Río Aqueronte.
El Dominio descendió suavemente sobre la rama de un árbol cerca del arroyuelo. Se acuclilló y se fijó en ella. Perla se había recogido la cabellera sobre la nuca, con unas horquillas. Brillaban con intensidad los cientos de gotitas de agua que pasaban por su cuerpo mientras ella se limpiaba las manchas ocasionadas por sus entrenamientos. Un par de hojas de nenúfares se pegaron en la cara interna de sus muslos y otro sobre un ala.
El Dominio sonrió contemplando aquel atlético y desnudo cuerpo repleto de pecas. No había deseo carnal en su sangre debido a su naturaleza; simplemente analizaba las diferencias de cómo esa niña de alitas pequeñas y mofletes marcados se había transformado con el paso del tiempo en una hembra de curvas sinuosas, de radiantes alas y de movimientos refinados.
La Querubín musitaba una canción. Fomalhaut conocía la letra de tanto que la oía cuando ella practicaba con las hembras del coro. “Imperio de Ángeles”. Se le había hecho usual ir a los cánticos nocturnos para vigilarla y de paso escucharla; no podía negar que su voz tenía encanto y lograba animarlo.
Pero no había tiempo que perder. Se acuclilló sobre la rama y carraspeó.
—Tu guardián —dijo—. Está aleteando por media Paraisópolis en tu búsqueda.
—¡Ah, ah, ah! ¡Ah!
Perla y sus alas dieron varios respingos del susto. La Querubín cubrió sus senos con un brazo mientras que con las puntas de sus alas se tapó el sexo. Luego recordó que en la legión de ángeles no existía el pudor. En el lago cerca de Paraisópolis era común ver tanto a varones como hembras bañándose sin problema alguno, por lo que, temblando y presa de vergüenza, se dejó de cubrir, no fuera que el Dominio sospechara que ella empezaba a experimentar deseos carnales de tanto espiar a sus guardianes.
Enrojeció visiblemente. Por más que era evidente que el Dominio, con su ausencia de emociones, no la viera con otros ojos, no se sentía muy cómoda.
—¿Q-qué pasa? —preguntó, girándose para buscar su túnica. Se encargó de que sus alas cubrieran su trasero de manera disimulada.
—Que tus guardianes están buscándote.
—¡Hmm! —gruñó, avanzando por el riachuelo mientras se quitaba la hoja pegada al ala—. Pues que sigan buscando.
El Dominio ladeó el rostro. Que Perla mantuviera rifirrafes con su guardián Curasán no era precisamente un secreto en los Campos Elíseos. Aunque al final terminaban haciendo las paces, tenía la sensación de que esa tarde había algo distinto.
—¿Es por tu mudanza?
—¡Tengo mis razones para mudarme! —se giró; ahora ya no le importaba revelarle su desnudez porque había una cuestión más importante. Su mirada se había vuelto feroz—. ¡Y él piensa que es una tontería!
La mudanza de casona era algo que Perla lo había deseado desde hacía tiempo a pesar de las negativas de sus guardianes: alejarse de la ciudadela y estar más cerca de los bosques y, por ende, más cerca del Río Aqueronte donde entrenaba. Para ella representaba no solo su deseo de independizarse del ángel con quien vivió toda su vida, sino también alejarse de aquellas miradas de los habitantes de Paraisópolis, quienes buscaban en ella consuelo o respuestas acerca de los dioses desaparecidos. Después de todo, ella era la Querubín, la enviada por los hacedores.
Una enviada rota que no podía dar ningún tipo de consuelo.
Perla se volvió a girar para hacerse con sus botas en movimientos rápidos y torpes, dejando entrever su nerviosismo.
—Diles que no hay nada de qué preocuparse porque volveré enseguida. Pero… —agarró su túnica y la llevó contra sus pechos—. “Fomalaut”, ya que estás aquí, ¿me ayudarías?
—¿En qué?
—En la mudanza, claro. Dudo que Curasán mueva una mano. Y mis amigas son muy chillonas, la verdad —tensó sus alas y se volvió a girar para mirarlo a los ojos. Concluyó que Fomalhaut, severo, serio, con su ausencia de emociones o sentimientos, era el ángel ideal para afrontar la mudanza.
Se retiró las horquillas, meneando la cabeza para sacudir la cabellera.
—¿Qué me dices?
El sol se ocultaba y pocas nubes flotaban sobre el cielo naranja de los Campos Elíseos. Perla estaba sentada sobre el techo de su recién estrenada casona, en las fronteras de Paraisópolis. Se encontraba pensativa, abrazando sus rodillas. Apretaba los dientes recordando lo que un irritado Curasán le había dicho durante la mudanza: “¿Ya te vas? Espero que aún no temas a la oscuridad, ¡las velas terminan apagándose, enana!”.
—¡Hmm! —gruñó la Querubín, meneando la cabeza para olvidarse del amargo recuerdo de despedida.
—¿Qué te sucede? —preguntó Fomalhaut, sentado a su lado.
—Nada, no pasa nada —respondió alicaída.
La muchacha rememoró la última frase que lanzó su guardián. “¿Y ya pensaste en quién te lavará las túnicas? ¿O acaso lo vas a hacer tú? Me río solo de imaginarte lavando ropas a orillas del lago, ¡oh, ser superior de la angelología!”.
—¡Hmm! —volvió a gruñir, torciendo las puntas de sus alas.
—¿Es cierto lo que dijo tu guardián? ¿Le temes a la oscuridad?
—¿También lo escuchaste? ¡Pues n-no es verdad!
Pero era fácil para él detectar los estados de ánimo, tan observador como era. La Querubín se encontraba desanimada, se le notaba en la mirada y, sobre todo, en el tono de su voz. Cayó en la cuenta de que ella pasaría su primera noche sola y que tal vez necesitaba de algún tipo de apoyo.
Levantó sus alas y rodeó a la joven, esperando confortarla como cuando era mucho más pequeña, pero esta las apartó con un movimiento de manos.
—No. Ya no soy una niña.
El ángel plateado silbó suavemente para sí; realmente no sabía cómo lidiar con la nueva Perla. Se levantó, extendiendo las alas.
—¿Adónde vas? —preguntó ella—. No quería que te molestaras.
Fomalhaut se elevó y con su veloz vuelo se volvió un auténtico relámpago plateado que se abalanzaba una y otra vez a por una nube, dándole golpes con sus alas para deformarla, giraba en el aire y volvía para hacer y deshacer formas con su sola velocidad.
Perla lo miró con curiosidad, realmente era un ángel rápido; acomodó sus alas, pensando que algún día debería no solo aprender a volar, sino a ser tan veloz como él.
“Me llamarán relámpago rojo”, sonrió con los labios apretados, apartándose un mechón de la frente.
El Dominio bajó suavemente sobre una terraza frente a ella. La muchacha levantó la mirada y contempló boquiabierta lo que el ángel había hecho. Se trataba de una nube con forma de flor, de largas hojas lanceoladas dibujadas sobre el marco naranja del cielo. Por primera vez en todo el día, sonrió.
—Gladiolos —dijo ella sin apartar la mirada de la nube. Desde niña eran sus preferidas.
—Por las noches no tengo ninguna rutina. Podría vigilar por aquí hasta el amanecer.
—¿Lo harías? No quiero ser molestia, “Fomalaut”.
—No es molestia, pero no te saldrá gratis. Quiero que renueves mi ramo de flores cada tres días.
—¡Ja! —la Querubín meneó la cabeza—. Lo había olvidado. Desde que empecé el coro que no te la renuevo con asiduidad. Pero —apretó los puños—, desearía pasar la noche sola. Es un paso que me gustaría dar sola, ¿me entiendes? Se lo pedí a Curasán. Se lo pedí a Celes. Tengo que pedírtelo a ti también.
El Dominio simuló alejarse al ocultarse el sol, aunque no tardó en volver, aterrizando sobre una terraza cercana para sentarse en el borde. Luego de apagarse las velas de la casona de la Querubín, la notó asomándose por el marco de la ventana de su habitación.
Perla suspiró al ver que él estaba allí, vigilándola. Aunque, lejos de regañarlo, decidió saludarlo con un tímido gesto de manos. Fomalhaut asintió como saludo.
Cuando la muchacha se volvió a su cama, el ángel plateado miró el cielo, allí donde la nube poco a poco perdía forma. Vigilarla era la orden irrevocable que juró cumplir. Sonrió para sí porque por fin, desde que fuera creado por los dioses, sentía firmemente que servía para algo.
Era el ángel que cuidaba la retaguardia.
Y era bueno en ello.
V
En medio de la destrozada avenida de Nueva San Pablo, un inesperado aliado había caído del cielo. Bajó tan rápido que los mortales que lograron observarlo desde la distancia solo vieron un borroso relámpago plateado.
Fomalhaut miraba fijamente al Serafín:
—Realmente no te entiendo. Lo he pensado varias veces y sigo sin entender por qué has tenido que ordenarnos que matáramos a Perla.
El Serafín no esperaba que un Dominio se presentara para proteger a la joven. Había enviado a tres de ellos para la misión de buscarla y esperaba un reporte, pero la impaciencia ganó terreno y decidió que él mismo bajaría para finiquitar la misión que les encomendó en secreto: “Buscar y asesinar al ángel destructor”.
—Te di una orden que debías cumplir —respondió el Serafín—. Quienes no cumplen las órdenes son traidores a la legión.
—Seré traidor a tu juicio. Prefiero serlo a ser carroña.
—¿Dónde están tus compañeros?
—Los maté —el Dominio sacudió sus alas presumiendo de su proeza—. Y planeo matarte a ti también.
Ámbar, a lo lejos, suspiró aliviada ante la llegada de un nuevo e inesperado aliado. Se sentó a duras penas sobre los escombros y dio golpecitos al lóbulo.
—Johan, ¿estás allí? Contesta.
No hubo respuesta y temió lo peor. Intentó levantarse, pero las fuerzas se le habían agotado. No se percató, hasta muy tarde, que alguien se había sentado a su lado, imitando el gesto de los golpecitos al lóbulo. Se trataba del Teniente Santos, quien también se retiró el casco, lanzándolo hacia un lado pues también estaba incomunicado.
—Toda la parvada está aquí —dijo harto—. Eres la culpable directa. Si no fuera por vuestro ataque al sistema, los hubiéramos detectado a tiempo.
—No me eches la culpa, iban a venir de todos modos. Detectarlos a tiempo no iba a ayudar en lo más mínimo. Lo que sí creo es que nada de esto habría sucedido si hubiéramos devuelto a la niña donde pertenece.
—“Niña”, dices… Me apena decírtelo, pero las noticias corren rápido. Todos están al tanto de que liberaste al Éxtimus.
—¿Y entonces? ¿Vas a arrestarme? —rio Ámbar.
—Ya no trabajo para el Estado, así que haré la vista gorda —pasó la mano por su cabellera—. Pero no cambiará nada. Irán a por ti. Reykō irá a por ti.
—Si ahora trabajas para Reykō, ¿significa que algún día vendrás a por mí?
Santos meneó la cabeza con una sonrisa y se repuso. Solo Ámbar podría tocar temas incómodos como si se trataran de una broma. Ayudó a la Capitana a levantarse; la mujer rodeó los hombros de su camarada con un brazo, en tanto que con la mano libre aún sostenía su espada. El ambiente era extrañamente distendido, agotados como estaban ambos.
—Si ni siquiera uno de estos pajarracos pudo matarte, ¿cómo voy a conseguirlo yo? —suspiró acomodándola a su lado.
El veloz ángel plateado partió hacia el Serafín. Levantó ambos sables, presto a hundir las hojas en el cuerpo del enemigo, pero este invocó de nuevo su tridente para desviar el rumbo de las filosas armas con la fuerza de un solo brazo. Con la mano libre hundió su puño en el estómago del sorprendido Fomalhaut, tan fuerte que terminó arrojándolo varios metros sobre el pavimento.
No había lugar para el dolor; se repuso rápidamente. Y de nuevo comenzó la mortal lucha. El Dominio era veloz, esquivaba con destreza los golpes del tridente, pero carecía de la fuerza del Serafín por lo que los sablazos, cuando los daba, no rompían la defensa del enemigo. Refulgían una y otra vez los destellos de color plateado y dorado que resonaban por la destrozada avenida, una auténtica lucha de otro mundo, entre las plumas que parecían danzar al son de los gráciles movimientos de los combatientes.
Pero el cansancio se apoderó poco a poco del Dominio. Su largo y agotador viaje estaba pasándole factura: tras cruzar el mar Tirreno, había bordeado el continente africano para luego atravesar el océano Atlántico sin descanso alguno. Además, tenía la sospecha de que el Serafín solo jugaba con él para agotarlo y, tal vez, rematarlo cuando la ocasión se presentara.
Ya no era tan veloz. Ya no era tan ágil y la destreza con la que manejaba sus sables disminuía paulatinamente. En el último intercambio de golpes consiguió rasgar el pecho del titánico ángel, pero un puñetazo terminó arrojándolo lejos, con saña, dejando un rastro de sangre sobre el suelo.
Fomalhaut estaba débil. Intentó levantarse, pero su legendario estado físico se agotaba. Miró las nubes en el cielo del reino humano y deseó por un momento elevarse y dibujar algo para Perla. La notó sufriendo y quería hacer algo para cambiarle el rostro.
La pelirroja se arrodilló cerca del Dominio; tomó su cabeza y lo acostó sobre sus muslos. Lo peinó con sus trémulos dedos, rodeándolo con sus alas. Hundió su rostro en el pecho del varón y susurró que ya nada valía la pena; se preguntó una y otra vez por qué tuvo que venir hasta el reino de los humanos para salvarla, a ella, el ángel de la desesperanza y la destrucción. Todo aquel que la ayudara terminaba muerto y ya no deseaba ver a sus más cercanos caer.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Mi ramo —dijo el herido ángel plateado—. Vine porque aún tienes que renovarlo.
Perla cerró fuerte los ojos y susurró:
—Los gladiolos, ¿no es así? Me temo que eso ya no se puede hacer.
El Dominio tenía tanto por decirle. Que debía acatar la orden del Trono, aquella fatídica noche que ella huyó, de acompañar a los demás ángeles guerreros en el bosque y por lo tanto no pudo cumplir su promesa de vigilarla. Que vio la profecía de Destructo junto con los demás, pero cuando el deseo de cazarla se extendió en la legión, él simplemente deseaba protegerla del peligro que se cernía. Tanto se arremolinó en la cabeza del Dominio más solitario de la legión que simplemente no pudo decir más que un simple:
—Perdón.
Levantó la mano y acarició la mejilla de la que, a sus ojos, seguía siendo la dulce Querubín.
—Te he visto extendiendo brazos y alas, sacrificándote. Aférrate a la vida. Honra a los que han luchado para que sigas viva.
—Todos están muertos —Había amargura en la voz de la Querubín—. Y pronto lo estaremos tú y yo. ¿Lo entiendes, “Fomalaut”? Soy la desesperanza.
—Desmoronarse es fácil. Pero tus guardianes te han dejado bajo mi protección antes de venir aquí, y no deseo rendirme.
—¿Qué has dicho? —dio un respingo—. ¿E-están vivos?
Asintió, incapaz de comprender lo que eso significaba para ella.
“Están vivos”, se repitió una y otra vez. Sus guardianes, “hermanos”, estaban vivos. Y la esperaban. Recordó lo que ella misma se había dicho; que ya no sería una niña. Meneó la cabeza para librarse aquellos pensamientos derrotistas, de ese deseo de sacrificarse porque todo le dolía. No podía, viendo al herido ángel plateado, destruir aquello por lo que tanto lucharon ellos.
Había que aferrarse a la vida. Había que luchar por el sendero que ella misma juró proteger.
—Hasta que no te conocí, no entendía el significado de mi existencia —sonrió el Dominio—. Para mí, tú eres el ángel de la esperanza.
Sobre la cabina de un destruido helicóptero que era consumido por el fuego, Perla sostenía su sable. Lo había invocado y las inscripciones allí talladas refulgían. Miraba al imponente Serafín quien la esperaba con su tridente: el ángel estaba herido, ensangrentado, pero impaciente por finiquitar su misión de asesinato.
Había algo en los ojos verdes de la Querubín; un brillo, una intensidad. Era una mirada que de niña ya había conseguido estremecer a quien la viera. Había ferocidad y decisión en su semblante. Era la mirada de alguien que se vuelve peligrosa porque busca defender lo que ama o lo que considera sagrado.
Tal vez, después de todo, la muchacha sí era un destructor. El ser que venía a destruir, no el reino de los ángeles o el de los mortales, sino a destruir el orden impuesto por los dioses. Tal vez, pensó ella, Destructo no era sino el ángel de la esperanza.
Cambió el aire en el reino de los humanos. Se había vuelto frío, fuerte. Había un punto de sangre en el ambiente. Era como si los dioses, si es que aún existían, temblasen de miedo ante el hecho de que el temido ángel de las profecías había despertado y tomara conciencia de su verdadera naturaleza.
Fue así como comenzó la batalla entre el Serafín más fuerte de los cielos y Destructo.
Continuará.
SINOPSIS:
«¿Qué hace esa mujer en tu cama?» es una pregunta siempre difícil de contestar pero si encima quien está compartiendo contigo las sábanas es tu profesora y la persona que te la hace es una compañera secretamente enamorada de ti, se convierte en imposible.
En esta historia, Golfo nos narra las diferentes vicisitudes que tiene que pasar un universitario cuando en su vida entran a formar parte tres bellas mujeres.
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 20 MILLONES DE VISITAS.
ALTO CONTENIDO ERÓTICO
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros capítulos:
Nuestra historia no es sencilla de explicar y menos de entender. Para tratar de haceros ver las razones que nos llevaron a convertirnos en esa peculiar familia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente la primera que me dio clases en esos menesteres sexuales fue la catedrática de Cristalografía.
Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer. Su sola presencia hacía que todos los estudiantes tembláramos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podías darte por jodido.
Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo. Fue una mañana en la que el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:
―Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos― y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: ― ¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?
La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y, aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases.
Nada más llegar a su lado, me soltó:
―Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas.
No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que, aunque había treinta y dos posibles agrupaciones de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderla que lo supiera, pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:
―Parece que Usted no es tan inculto como parece, pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos X el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas?
Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.
Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que, si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando, pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.
Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.
«¡Menudo culo tiene la vieja!», exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.
Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Por extraño que parezca, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.
En ese momento no lo supe. Al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos, pero una vez en su despacho, cerró la puerta. Ya sin el peligro de ser descubierta, recordó la erección de mi miembro que había adivinado a través del pantalón. Excitada como pocas veces, se levantó la falda y se masturbó mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.
Mientras tanto,
fui el objeto de las burlas de mis compañeros que, regodeándose en mi
desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa
puta siempre la tomaba con uno y que, por bocazas, me había tocado a mí ser su
víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque
mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.
Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado.
Convencido de que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.
Satisfecho, pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes. Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y tras ordenar que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hija de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.
Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.
Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:
―Su trabajo está muy bien, le felicito.
―Gracias― y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.
Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes y liberando mi pene, me empecé a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.
Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre ese zorrón me había puesto a caer de un burro.
Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió, sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.
Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara permitiéndome disfrutar de sus piernas.
Era un acuerdo tácito.
Ni ella ni yo comentamos jamás en esas reuniones su exhibicionismo ni dejó que pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos, nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tenía el suficiente valor de dar el siguiente paso.
Desgraciadamente,
ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la
silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la
tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció
que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y
temiendo que algún día la hiciese mía.
Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con una alegría no compartida por mis compañeros escuché durante una de sus conferencias que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.
Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos. Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.
Los dos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos días y por ello no puso reparo alguno a que el martes por la tarde nos reuniéramos en su casa. A pesar de que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo, pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.
Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:
―Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.
Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.
Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.
Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:
―Ahora vuelvo― y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.
Temiendo haberme adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.
―Dame una coca cola― dijo rompiendo el incómodo silencio.
Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos, sino que en el fondo de la bolsa había una botella de güisqui. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:
―Solo bebo después de echar un buen polvo.
Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.
― ¡No lleva bragas! ― exclamé pegando un grito.
Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:
―Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?
Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:
―Ya lo sabe.
Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:
―Relájate y disfruta.
Por supuesto que disfruté, pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.
El gemido de deseo que surgió de su garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.
―No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas― solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.
―Eso y mucho más― espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas, sino que, aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.
El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.
No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.
― ¡Qué gusto! ― gritó la rubia retorciéndose en el asiento.
Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax, pero entonces y mientras se acomodaba la ropa, preguntó:
― ¿Tienes carné de conducir?
―Sí― contesté.
Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:
― ¡Conduce!
A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.
No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.
El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna.
Suspiró al sentir mi mano recorriendo sus posaderas.
Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.
Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base. Jamás había sentido la presión que estaba ejerciendo con sus labios, besándome el inicio de mi falo.
«¡Que bruta está!», pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.
Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:
― ¡Mi culo es tuyo!
Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar con el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:
―Ya estamos cerca― y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.
Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba, pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:
― ¿Traes traje de baño?
―No― respondí
Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:
―Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco― y prosiguiendo con su guasa, me soltó: ― ¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!
La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que detuviera el coche. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:
―Mi ropa te enseñará el camino― tras lo cual la vi salir corriendo, internándose en el bosque.
Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.
―Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita! ― dijo mientras se mordía los labios, provocándome.
La cara de deseo con la que me llamaba me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas.
Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé y hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente. La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.
― ¡Que buena está mi profe! ― me escuchó decir mientras tomaba posesión de su entrepierna.
Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejaba al descubierto el botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo.
Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella. Insatisfecha me rogó que continuara, pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.
― ¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía! ― le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.
―Se lo ruego, ¡señor Martínez! ― imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando con su sexo.
Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:
― ¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?
―Sí― respondió con su voz impregnada de pasión.
― ¿Mucho? ― insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.
― ¡Sí! ― contestó, apretando sus pechos entre sus manos.
Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.
― ¡Hazlo! ¡Complace a esta zorra! ― y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!
Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente, pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.
Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.
―Quieta― grité y alzándola, la puse a cuatro patas.
Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro.
Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó. Al sentirse llena, pegó un grito que resonó en el bosque y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara.
En ese instante, Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándome en su monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba con la pared de su vagina, pero fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo.
Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara. Entusiasmado por el rendimiento de mi yegua, seguí azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.
―Fóllate a la puta de tu profe sin piedad― rogó implorando un mayor castigo.
Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.
La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia.
Tanta lascivia fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí. La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió.
Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.
Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.
―Arriba, ¡vago! Tenemos una tarea que hacer.
― ¿Y el baño que me prometió en el estanque?
Sonriendo, me lanzó el pantalón mientras me decía:
― ¡Todavía nos quedan dos días!C
Al ir a ver a mi nieto, lo hallé dormido en manos de su otra abuela. Cómo ya era tarde y durante el viaje le habían dado de cenar, ordené a Teresa que lo llevara a la cama, tras lo cual, me serví una copa. No llevaba ni tres sorbos cuando escuche que Aurora exigía la presencia de su consuegra y como en ese momento lo que me apetecía era disfrutar de mi whisky, no me urgió averiguar porque la llamaba.
-Sí, putita-, respondí y sonriendo, le solté: -Si hubiera sabido esto, no me hubiera separado de ti.
Hola, queridos lectores. Ante todo, me disculpo por esta tardanza, estos dos meses sin subir ningún relato a esta web, pero el contrato de verano a jornada partida lo hizo muy difícil. Así mismo, debía compaginar el poco tiempo libre con mi deber de madre y ama de casa, por lo que tuve que suprimir la escritura de mi agenda diaria. Bueno, solo me queda decirles que he vuelto de nuevo y con muchas ganas.
Si alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:
la.janis@hotmail.es
Gracias a todos.
Janis.
El apagón.
Octubre comenzó con un temporal de viento frío proveniente de Canadá. El gélido viento acuchillaba las calles de Nueva York, dejándolas anormalmente vacías. Los pocos y valientes peatones se daban toda la prisa del mundo y trataban de mantener bien alzados los cuellos de sus abrigos, sacados precozmente de los armarios. En días así, no se solía encontrar un taxi libre en las horas puntas y el metro se parecía mucho más al de Tokio, totalmente abarrotado de viajeros.
Cristo contempló parte de estos problemas otoñales desde la cálida seguridad que le otorgaba el gran ventanal del despacho de miss P, en el que se encontraba solo y esperándola. La Dama de Hierro le había llamado por el intercomunicador, pero al llegar ante su puerta, la directora salía.
— Espérame, Cristo, solo será un minuto – le dijo.
Así que allí estaba él, mirando por la ventana y tratando de adivinar que especial encargo le caería esta vez. Miss P aún tardó diez largos e incómodos minutos y apareció con el ceño fruncido, lo cual no auguraba nada bueno.
— Tenemos un problema – dijo, sentándose.
— Usted dirá, señora – respondió educadamente, curándose en salud.
— Ya sabes lo que ha ocurrido con Rowena Maddison, ¿no?
— Por supuesto.
— Bien, pues han tenido que romperle de nuevo el tobillo y recomponer su pierna. Por lo visto, hicieron una chapuza con ella, allá en Acapulco.
— ¡Virgen de los Candiles!
— El caso es que le he prometido que enviaría a alguien para acompañarla a casa.
— O sea… yo, ¿no?
— ¿Tienes algo mejor que hacer? – le miró la madura mujer, con una cínica sonrisa.
— No, que va – contestó, metiéndose las manos en los bolsillos y realizando dos ocultos signos obscenos, elaborados con el dedo corazón de cada mano.
— Bien, pues después del almuerzo tomas un coche del garaje y te pasas por el Hospital Monte Sinaí. Tengo entendido que le darán el alta sobre las cinco. Esta es la dirección del apartamento de Rowena – le explicó, entregándole una tarjeta. – Me han dicho que la tienen atiborrada de calmantes, por lo que puede que ni siquiera se acuerde de dónde vive.
— ¿Solo tengo que dejarla en su apartamento?
— Eso ya se verá. Llamaré a su doncella para que se ocupe de todo.
— Está bien – suspiró Cristo. Otra vez le tocaba de niñera de una modelo, y esta vez, de las más mimadas.
— Llámame en cuanto llegues a su casa. Ah, y lleva un paraguas grande. Va a llover esta tarde.
— Si, señora.
Cristo salió del despacho maldiciendo, por centésima vez, su incapacidad para conducir. Allá, en Algeciras, todos sus primos intentaron enseñarle a manejar un coche, pero no había manera de conjuntar pies y manos y se hacía “la picha un lío”. Demasiado orgulloso, acabó achacando a su supuesta degeneración física este problema y se olvidó del asunto. Siempre había un primo dispuesto a llevarle donde quisiera.
En una ocasión, le comentó a su tío Amador, uno de los “cultivados” hermanos de su madre, agenciarse uno de esos cochecitos tan monos, de los que no necesitan permiso de conducir al no pasar de 70km/h. La carcajada que recibió como respuesta le hundió moralmente.
— Eso es para ancianos y mariquitas, sobrino. Un gitano tiene que conducir un buen coche, cuanto más grande mejor. “Caballo grande, ande o no ande”.
Asunto cerrado desde entonces. Ahora, en Nueva York, no es que le hiciera falta verdaderamente conducir, pero todo el mundo daba por hecho que sabía hacerlo y le jodía un montón tener que ocultarlo.
Ocupó su sitio tras el mostrador de recepción. Aún rumiando su malestar. Alma no tardó en girarse hacia él, preguntándole:
— ¿Qué es lo que te pasa?
— Me han puesto de niñero.
— ¿Niñero? ¿De quién? — Alma levantó graciosamente una de sus bien delineadas cejas rojizas.
— De Rowena Maddison.
— ¡Jo! ¿Qué has hecho de malo para que te adjudiquen a esa… persona?
— Nada de nada. Creo que es mal karma…
— ¡Ay, chiquitín! No has podido hacer nada malo en tu vida. Si eres un encanto…
“Quieto, Cristo, muérdete la lengua y no contestes, que te pierdes tú solo”, pensó el gitanito, con la sangre soliviantada. “Si hay que pasar por gilipollas, entonces seré el espécimen perfecto.”
— Tengo que recogerla en el hospital, cuando le den el alta médica, y llevarla a su casa. ¿Es que no la pueden meter en un taxi?
— Cristo, debes comprender que es una de las grandes modelos de la agencia. Genera mucha publicidad y dinero. Así que la jefa tiene que hacer ver que le importa.
— Ya, y por eso me envía a mí…
— No te quejes, Cristo. Vas a pasar la tarde con uno de los rostros más perfectos del mundo.
— ¡Pa cortarme las venas a lo largo! ¡Esa tía es una máquina de insultar y ordenar! ¡Ya me han hablado de ella!
— Bueno, bueno, no te pongas así. Un poquito caprichosa si que es…
— ¿Caprichosa?
— Vale, es un putón del quince – confirmó Alma, alzándose de hombros. – Pero es nuestro putón, ¿entiendes? Gracias a las guarras como ella, cobramos todos los meses. Así que si tienes que sonreír y tragarte sus epítetos durante una tarde, pues lo haces, joder.
Cristo observó, con sorpresa, el rostro de su compañera. Ella le sonrió angelicalmente, sabiendo que le había desarmado. No era la primera vez que Cristo comprobaba el fuerte carácter de la recepcionista. “Vale, vale.”, gruñó, volcándose a continuación sobre su teclado. Alma se inclinó y depositó un suave beso en la mejilla del gaditano, como compensación.
Sin embargo, Cristo no estaba satisfecho. No sabía qué le esperaba, ni cual iba a ser su cometido en realidad. No le gustaba nada eso de “ya se verá” que le soltó la Dama de Hierro. Esperaba llevarla a su apartamento y punto. Con una súbita inspiración, abrió la página oficial de la modelo, dispuesto a leerla de nuevo a pesar de que él mismo la había actualizado días antes.
Rowena Maddison, veintidós años, nacida en Glasset, Inglaterra. Géminis. Ojos azules, cabello castaño claro. Medidas… blablabla… Estudia Arte y Arquitectura. Padres divorciados, acomodados, un hermano pequeño… blablabla… Repasó rápidamente las diversas fotografías que la modelo había elegido para su espacio. La verdad es que Rowena lucía una maravillosa sonrisa, con hoyuelos incluidos y dientes perfectos; y tenía que reconocer que era muy hermosa. Sin embargo, era una de esas bellezas anglosajonas, de rasgos tan regulares y tan delicados, que, tras apartar los ojos, ya no te acordabas del conjunto. Cristo era de la opinión que la verdadera belleza estaba en la imperfección de un semblante perfecto; alguna pequeña mácula tenía que servir de contrapunto para destacar sus preciosos rasgos. Como el maravilloso rostro de Calenda, con esa boca grande y ese colmillo montado…
Cristo suspiró y se concentró en los datos de la página. Rowena llevaba dos años con la agencia y los mismos en Nueva York. Era una habitual de la noche neoyorkina y, por ende, de las páginas de cotilleos. Tenía cierta propensión a dar pequeños escándalos cada cierto tiempo: actitudes demasiado ardientes con su larga lista de novios, noches de borracheras, algún que otro percance con la prensa, y, sobre todo, su facilidad para olvidarse las bragas en casa, lo que hacía las delicias de los captadores de momentos inoportunos.
Su último posado sucedió en México, en las aguas de Acapulco, donde estampó una potente moto acuática contra el velero de su último novio. Resultado: esquince de rodilla derecha, así como peroné y tibia rotos, a la altura del tobillo. Al llegar al hospital, se le hizo una prueba de alcoholemia que dio positiva. El asunto estuvo servido para las hordas hambrientas. La cosa fue a peor cuando su flamante novio la demandó por los daños ocasionados en su velero, mientras ella estaba aún en el quirófano.
Su agente, a la vista de la reacción de Rowena cuando se enteró de esto, no dudó en trasladarla a Nueva York para su recuperación. Fue una sabia decisión, sobre todo al comprobar el error médico surgido, por el cual hubo que practicar una segunda intervención en la pierna de la modelo, en el Monte Sinaí de Nueva York.
Cristo estaba seguro de que el carácter de la modelo no estaba en su mejor momento y tuvo muy en cuenta que tendría que morderse el labio cuando se presentara ante ella. “Espero que la tengan sedada, como ha dicho miss P.”
— Bueno, voy a necesitar un chofer – se dijo, sacando su móvil del bolsillo. Pulsó el número cuatro en la marcación rápida y se llevó el teléfono a la oreja. – Eh, Spinny, ¿qué tal?
— Tirado en el sofá. Hace demasiado mal tiempo para ir al Central. ¿Qué pasa? – contestó el pelirrojo.
— ¿Tienes algo que hacer esta tarde?
— Ya sabes que no.
— Necesito un chofer para trasladar a una modelo.
— ¿Qué modelo? ¿Dónde? – Cristo notó el interés en el tono de voz y sonrió.
— Rowena Maddison.
— ¡Coño!
— Hay que sacarla del Hospital y llevarla a casa. ¿Te apuntas?
— ¡Puedes asegurar que si, cabrón! ¿Qué le ha pasado?
— Se escoñó con una moto acuática en México.
— Ah, si, ahora recuerdo haber leído algo. Se la pegó contra el barco de su novio, ¿no? – Cristo imaginó la burlona sonrisa que la boca de su colega solía adoptar.
— Exacto. Pásate después de almorzar por la agencia. Tomaremos un coche de la empresa. Todo lujo y confort esta tarde.
— ¡Mola! Nos vemos.
***********
— ¡Deja ya el GPS, joder! – exclamó Cristo, dando un tortazo en los dedos de Spinny.
— Tío, es que es el último modelo. ¡Es la caña! – se quejó su amigo, retirando la mano de la pantallita táctil.
— Es que lo vuelves majara y luego me llaman la atención a mí.
— Claro, porque se supone que eres tú el que conduces – soltó con una risita.
— Muy gracioso, capullo.
Spinny entró en el aparcamiento privado del célebre hospital como si él mismo fuera uno de sus médicos. Aquel recinto estaba dedicado a las plazas de cirujanos y especialistas, ni siquiera las enfermeras y los celadores podían disponer de ellas, pero Cristo ya conocía bien el morro que lucía su amigo. Al menos no tendría que llevar el paraguas como un mayordomo porque el aparcamiento era cubierto. Había comenzado a llover un par de horas antes, justo después de la hora del almuerzo, y el cielo estaba oscuro y ominoso, como si contuviese toda el agua del mundo.
— Nos van a llamar la atención – masculló Cristo.
— ¿Tú crees? ¿Llevando un cacharro como éste? – se burló Spinny palmeando el salpicadero de suave cuero.
Cristo sabía que tenía razón. Nadie llama la atención a quien conduce un Lexus LS 600h, ¡faltaría más! Ambos se quedaron de piedra cuando bajaron al garaje y se lo entregaron, sobre todo Spinny, que conocía las especificaciones de la lujosa berlina. ¡Como se notaba que Rowena era un activo a mimar!
— Quiero probar el asistente de aparcamiento – dijo el pelirrojo, señalando un hueco entre dos todoterreno.
Cristo no dijo nada, pero se mordisqueó el labio, preocupado por lo que pudiera pasarle al vehículo. Sin embargo, el asistente se hizo cargo de la maniobra a la perfección, sin dejar que el conductor tuviera que modificar nada.
— Joder, así cualquiera conduce – musitó el gitanito, maravillado.
— Venga, vamos a por la chorva – exclamó Spinny, bajándose y activando el doble cierre. – Estoy deseando conocerla.
— Esperemos que no muerda…
Entraron en el vestíbulo y Cristo se acercó al mostrador de recepción, donde una madura enfermera de raza hindú se afanaba entre partes y llamadas. Preguntó por la habitación de la famosa modelo y si ya le habían dado el alta. La enfermera hizo una llamada inmediatamente al saber de quien se trataba.
— El doctor ya le ha dado el alta a la señorita Maddison. La traen hacia aquí en este momento – le informó la enfermera.
— Muy agradecido.
— ¿Ya viene? – preguntó Spinny, tocándole en el hombro.
— Si. Ha sido rápido…
— Bien, bien – se frotó las manos el pelirrojo.
Cristo sonrió, conociendo cuanto le gustaba a su amigo codearse con las modelos, pero tenía dudas que Rowena estuviera dispuesta a reírle sus gracias. Lo más seguro es que vendría amodorrada y de mal humor, deseando llegar a su apartamento. Tendría que controlar la efusión de Spinny, ya que, a veces, no se daba cuenta de lo coñazo que podía ser. No quería que la Dama de Hierro le calentara la cabeza después.
Un celador de color apareció, empujando una silla de ruedas en la que se sentaba una joven. Cristo reconoció a la modelo inglesa enseguida, aún vistiendo un simple chándal y llevando el pelo recogido en una cola de caballo. Sobre sus piernas, sostenía un neceser de viaje. Tenía el ceño fruncido y sus ojos se movían de un lado para otro, atenta a todo. Cristo pensó que no parecía en absoluto drogada, ni calmada.
“Mal rollo”, se dijo, mordiéndose el labio inferior.
— Señorita Maddison – dijo, situándose al paso de la silla. El celador se detuvo y Cristo pudo escuchar como un suspiro surgía de su pecho. El hombre parecía tener unas ganas tremendas de perderla de vista. – Me llamo Cristóbal y me envía Fusion Models para conducirla hasta su apartamento.
La modelo le miró con atención y su ceño se apretó aún más. El celador se irguió, a su espalda, esperando a ayudarles a subirla al coche.
— ¿Por qué la agencia me envía a un crío? – preguntó acremente, con un delicioso acento británico.
Cristo contuvo la respiración para calmarse. A su lado, Spinny soltó una risotada.
— Todos piensan lo mismo de Cristo, pero te aseguro que es más viejo de lo que parece. Es como uno de esos duendes irlandeses – Spinny palmeó la espalda de su amigo.
— ¿Y tú eres? – preguntó Rowenna, respondiendo al tuteo.
— El chofer y un admirador. Llámame Spinny – y con esa respuesta hizo una profunda reverencia, con la que su larga cabellera rojiza estuvo a punto de barrer el suelo.
Las comisuras de la boca de la modelo se irguieron un tanto. “Buena señal”, respiró Cristo. “Quizás Spinny sea una ayuda, después de todo.” El tremendo retumbar de un trueno les sobresaltó.
— Se está liando una buena – avisó Cristo. – Sería mejor que nos fuéramos ya.
— Odio las tormentas – exclamó la joven, haciendo un mohín con la boca.
— Trae el coche hasta la puerta, Spinny – le sopló Cristo, intentando sacarle del éxtasis contemplativo en el que su colega había caído.
El pelirrojo parpadeó y asintió, todo con una sonrisa bobalicona. Cruzó rápidamente las puertas, camino al aparcamiento.
— Cristóbal… ¿qué nombre es ese? ¿De dónde? – preguntó la modelo.
— Pues como… Cristóbal Colón, ya sabe… yo también soy de España.
— Colón era de Génova – gruñó ella.
— Bueno, pero curraba para los Reyes Católicos…
Rowenna se encogió de hombros y se miró la escayola que envolvía su pie derecho hasta la rodilla.
— Estuve en España, en la Costa Brava. Me intoxiqué. Fue una pesadilla.
“¡Coño, no doy una!”
— Yo soy del Sur… ná que ver
El Lexus se detuvo ante las numerosas puertas acristaladas y Cristo aprovechó la ocasión para cerrar la boca. Rowenna parecía de mal humor y no conseguía entablar un diálogo, así que lo mejor era subirla al coche y bascularla en su apartamento. Punto.
Al menos, la prestancia del coche agradó a la modelo, quien, tras ser ayudada por el diligente celador negro, se arrellanó en el cómodo asiento trasero.
— Hay refrescos en la nevera – apuntó Spinny, girando la cabeza.
— No es un refresco lo que necesito ahora – contestó Rowenna, agitando una mano.
Abrió el pequeño compartimento de la licorera, pero estaba vacía. Soltó un reniego que hizo reír a Spinny.
— ¿De qué te ríes? – exclamó la modelo con furia. Cristo meneó la cabeza; la cosa no iba bien.
— Puede que esto te anime – dijo Spinny, sacando una petaca del bolsillo interior de su cazadora.
— ¡Spinny, tío! – Cristo le amonestó.
— ¿Qué? – Spinny abrió las manos, en muda pregunta.
— ¡Que está medicada, gilipollas!
— Es solo ron…
— Trae – dijo ella, inclinándose hacia delante y quitándole la petaca de la mano.
— Arranca de una vez, jodido retrasado – musitó Cristo, alzando los ojos al techo del vehículo y dándose por vencido.
Salieron del aparcamiento a Columbus Avenue, en plena hora punta y bajo una intensa lluvia. El hospital Mount Sinaí se encuentra en el Upper West Side y la residencia de la modelo en el Upper East Side, al otro lado de la isla, con Central Park por medio. No es que fuera una distancia considerable, pero la afluencia de tráfico a esa hora retrasaba la marcha. Así que Cristo se armó de paciencia. A su lado, Spinny disfrutaba conduciendo el magnífico coche; detrás, Rowenna no dejaba de darle tientos a la petaca metálica, sin ningún escrúpulo.
Cruzaron el gran parque por la 79ava que lo atraviesa casi por la mitad, en medio de un gran despliegue de actividad eléctrica en el cielo. La tormenta parecía estancada sobre el East River, subiendo por el estuario. Al entrar en el Upper East Side, se lo encontraron a oscuras. Escaparates y comercios apagados. Cristo supuso que era consecuencia de la tormenta. Rowenna vivía en un edificio en la East 75th St, al cruce con la 1st Avenue, muy cerca del famoso Pony Bar. ¡En la planta quince! Si no había electricidad, no podrían subir con ella en volandas. Aunque delgada eran muchas escaleras.
Cristo maldijo una vez más su suerte, pero, al menos, Rowenna estaba callada, succionando la petaca. Spinny estacionó en el área de descarga frente a la entrada del edificio. Regio y caro, lo clasificó Cristo de un vistazo. Salió con el paraguas para ayudar a Spinny a sacar la silla de ruedas del maletero. Cuando la tuvieron desplegada, la situaron ante la puerta trasera y, entre los dos, como pudieron, instalaron a la modelo en ella. Cristo tapó a la joven con su paraguas mientras Spinny empujaba la silla. Un uniformado conserje les abrió la puerta.
— Hola, Henry – saludó Rowenna al conserje, un tipo cincuentón, bajito y con bigote muy recortado.
— ¿Cómo se encuentra, señorita Maddison?
— Muuucho mejor ahora – dijo soltando una risita peculiar.
“¡Jesucristo! ¿Está borracha? No ha tenido apenas tiempo.” Cristo apretó el brazo de Spinny, quien no pareció entender nada. Como había supuesto, el edificio tenía encendidas las luces de emergencia. Los ascensores no funcionaban.
— Al parecer, un rayo ha destrozado la subestación del río – informó el conserje. – No sé cuanto tardaran pero supongo que, al menos, un par de horas como mínimo.
— Pero debemos subir a la señorita Maddison a su apartamento. No se puede quedar aquí, en el vestíbulo. Necesita cuidados y reposo. Su doncella tiene que meterla en la cama y…
— A propósito de su doncella, ha llamado para comunicar que no podrá llegar a tiempo. Está atrapada en un ascensor, creo – le cortó Henry.
Cristo dejó caer los hombros, desanimado. Rowenna se giró para mirar a Spinny.
— Eh, rojo, ¿te queda másss de esto? Se ha acabado – le preguntó, los ojos brillantes.
— No, ya no.
— Pues subamos a casssa, que tengo un par de botellas de las buenas – anunció, batiendo palmas.
— No podemos subir. Los ascensores no funcionan – se quejó Cristo.
— Pero pueden usar el montacargas. Tiene generador propio. Es solo para emergencias, pero creo que ésta lo es – les informó Henry.
— ¡Genial! – se animó el gaditano.
— Debería llevar el coche al aparcamiento subterráneo. Puede dejarlo en alguna de las plazas pintadas de amarillo – el conserje se encaró con Spinny. Éste sonrió y asintió.
— Hazlo, te espero aquí para tomar el montacargas – le dijo Cristo.
Diez minutos más tarde, los cuatro se encontraban en el interior de un amplio montacargas con persianas metálicas, lento como el caballo del malo pero que les subía hasta el piso indicado. Henry les acompañaba para usar su llave maestra, ya que Rowenna no llevaba la suya. El apartamento estaba situado a la mitad del edificio y tenía buenas vistas al río y al puente Robert F. Kennedy. En su interior, todo eran moquetas, alfombras y cojines, sobre el pulido entarimado de madera. Un par de mesas bajas, amplias y desplegables, cumplían la misión de sostener platos, el ordenador portátil, y revistas de modas. Parecía un nido algodonoso más que una vivienda. Solo la cocina desprendía un aire distinto, sin duda el territorio de la chacha.
Rowenna movió la silla hasta un armarito disimulado contra una columna de ladrillo pulido y sacó varias velas y una botella de ron jamaicano. La alzó con aire triunfal y le pidió a Spinny que trajera unos vasos de la cocina. Cristo lo acompañó, dispuesto a decirle dos cosas.
— Parece que ha cambiado de humor, ¿no? – comentó el pelirrojo, abriendo placares.
— ¿Qué coño le has dado?
— Tan solo un poquito de ron.
— ¡Un huevo! No ha sido un poquito. Se ha mamado toda la petaca, y, por lo visto, le ha hecho efecto enseguida.
— Bueno – Cristo conocía aquel tono de disculpa en su amigo.
— Escúpelo.
— Cuando me dijiste que íbamos a recoger a Rowenna Maddison, tomé lo que quedaba de aquel jugo… ya sabes, el de las piruletas, y lo mezclé con el ron.
— ¡La madre que te echó al mundo! ¿Estás zumbao o qué? Esa tía – Cristo señaló con el pulgar por encima de su hombro – está sedada y medicada. Le has suministrado un cóctel de drogas. ¡Podría tener una reacción grave!
— Pues parece que se lo está pasando muy bien – se encogió de hombros.
— Recemos para que siga así.
Cuando regresaron a la sala de estar, Rowenna ya había encendido las velas, repartiéndolas por la sala y estaba bebiendo a morro de la botella. Cristo se la quitó y escanció ron en tres vasos, a la par que intentaba charlar para disminuir el ritmo de la modelo.
— No essstoy cómoda en esta silla. Ayudadme a sentarme en el sofá.
La modelo quedó entre ellos dos y, con ello, inició una ronda de brindis, cada vez más ininteligibles, que llenó los vasos en varias ocasiones. Cristo, trago a trago, pasó de la preocupación a la dejadez alcohólica. Los tres se reían, relajados y cada vez más unidos por el dulce zumo, bañados en la suave luz de las velas, que despedían olor a malva y vainilla a medida que se fundían.
— Rowenna, ¿es cierto que tu chico te ha denunciado por estrellar la moto acuática contra su barco? – le preguntó Spinny, con un cuchicheo.
— El muy hijo de puta… ¡Ya ves lo que me quería!
— Ya te digo. Encima que te lesionas, va y te demanda. Es una puñalada trapera – añadió Cristo.
— Si. Essso me ha hecho decidirme… No pienssso tener más relaciones por ahora. Cuando me recupere, me d-dedicaré a mi trabajo. De todas formas, esss lo único que me da alegrías – comentó ella, arrastrando las palabras.
— Pero no puedes dejar de lado tus sentimientos – dijo Cristo.
— Cuando quiera echar un polvo, solo tengo que escoger. Sssin compromiso – Rowenna se giró hacia Spinny y le puso un dedo en los labios. – Tú, rojo, eres guapo… parecesss irlandés…
— Mi bisabuelo vino de allí.
— Puesss vas a ser mi primer voluntario, ¿qué te parece?
— ¡Que me ha tocado la lotería! – se extasió el pelirrojo.
La modelo le echó los brazos al cuello y se dejó caer contra él. Sus labios se apoderaron de la boca del chico, mordisqueando con voracidad. No pareció importarle girar la pierna escayolada que tenía sobre un cojín, en el suelo, y apoyarla para impulsarse. Sus dedos se hundían en la mata de pelo rojiza, acariciando la nuca masculina.
— ¡Madre del amor hermoso! – susurró Cristo al contemplar como las lenguas se trababan y se afanaban, al descubierto. Aquello no eran besos, sino lametones animales.
Rowenna parecía desatada, animada por un desconocido fuego interior que la recorría de pies a cabeza, y en cuanto a Spinny, él siempre estaba así, más tratándose de una modelo, una de sus mujeres fetiche. Dejó resbalar la espalda por el sofá hasta quedar casi tumbado, con las piernas dobladas fuera. Rowenna, sin separar su boca de la de Spinny, subió sus piernas para estar más cómoda. Quedó tumbada de bruces sobre el pecho del pelirrojo y sus piernas descansando sobre el regazo de Cristo.
Este no sabía qué hacer. Aquellos dos necesitaban intimidad, pero él no quería marcharse por varios motivos. Fuera estaba oscuro, tendría que tomar un taxi para volver y, además, no quería dejar a Spinny a solas con la modelo. Dios sabe cómo acabaría todo. Sin embargo, la situación era muy tensa, demasiado. Así que rebulló el cuerpo, intentando apartar la pierna escayolada con delicadeza, y musitó:
— Será mejor que os deje solos. Tomaré un taxi y…
— Sssshhh…
El siseo emitido por Rowenna le calló, aunque tan efectivo fue sentir la mano de ella atrapar la suya y conducirla hasta sus glúteos. La postura de bruces los hacía aún más sugerentes, pequeños y redondos bajo el liviano pantalón del chándal. Cristo se encontró con su mano allí posada, sin atreverse a sobar una de las nalgas más deseadas del mundo. La modelo giró la cabeza y le miró de reojo.
— Juega con ellas, jovencito, ya me ocuparé de ti después – le dijo en un tono ronco.
Spinny le guiñó un ojo con complicidad, antes de acoger de nuevo los labios y lengua de la chica. Cristo tragó saliva y pellizcó con timidez uno de los cachetes. Percibió el tejido de la braguita y la dureza del glúteo trabajado. Carne de primera. Sus dedos tantearon con más avidez, abarcando más terreno. Pensó en que ese era su primer trío, hombre-mujer-hombre, y sintió un escalofrío al pensar en que se rozaría con Spinny. Hubiera preferido estar con dos chicas pero no estaba en su mano elegir. Sus paranoias homofóbicas le asaltaron de nuevo e intentó calmarse.
“Solo tienes que tener cuidado, Cristo. Cuando te muevas, hazlo con tiento para no tocarle la batuta a Spinny, y todo solucionado. Además, no será muy diferente de lo que tenía Chessy. Bueno, con más pelos, eso si.”
Se afirmó sobre aquellas espléndidas nalgas expuestas y barrió de su mente las dudas y prejuicios. Uno no tenía una oportunidad como aquella todos los días. Bendito fuera el “zumo de piruletas” y las perversas ideas de su colega. Sus suaves manitas se introdujeron por la cintura elástica de la prenda, sobando la sedosa textura de la braguita de la modelo. Era una prenda de calidad, pero de lo más tradicional. Una braga de toda la vida, para llevar al hospital. Nada de fantasías, ni minitangas. Aún así, la simple idea de estar metiendo la mano en el trasero de Rowenna Maddison estaba poniendo frenético al gitano.
Amasó, pellizcó, y frotó a placer, bajando cada vez más la cintura del chándal, hasta que el insigne trasero quedó al aire, solo medianamente cubierto por la prenda interior. Alabó mentalmente la suavidad de la piel de melocotón que poseía la modelo. Allí no había trazas de celulitis ni grasa superflua; no, nada de eso. Solo la justa, una almohadilla de carne ideal para sentarse o para acariciar.
Mientras tanto, Spinny abría la cremallera de la chaquetilla deportiva e introducía sus manos bajo la camiseta rosa. El cuerpo de Rowenna rebulló, respondiendo a las caricias de los chicos. Debía refrenarse porque aún quedaba una chispa de lucidez y vergüenza en ella, pero estaba deseando gemir a lo bestia y retorcer las caderas. Aquellas manos pequeñas en sus nalgas la volvían loca. Siempre había tenido debilidad en aquella parte de su cuerpo. De hecho, perdió su virginidad anal antes que la vaginal.
Spinny sonrió cuando sus dedos llegaron a los pechos de la modelo inglesa. Allí no había prenda alguna. Sus menudos senos se movían libres bajo la camiseta. Los pezones ya estaban erectos y duros. Los notó gruesos y grandes bajo su tacto y deseó verlos enseguida, pero sabía que no era el momento. Pellizcó con fuerza el pezón izquierdo y Rowenna gimió en el interior de su boca. Temio haberla hecho daño, pero la propia mano de la chica se introdujo bajo su sudadera, buscando su pecho lampiño.
Repitió el pellizco, con más fuerza, y ella, en respuesta, le arañó la tetilla suavemente. El nuevo quejido fue más largo, casi un ronroneo. Comprendió que estaba dominada por el influjo de las drogas sexuales y que ya no había freno en su mente. Spinny abrió un ojo, mirando el bello rostro que tenía contra el suyo. ¡Iba a follarse a una de las top models más famosas! ¡Gracias, Dios!
Una de las manos de Rowenna descendió hasta su medio bajado pantalón. Cristo contempló como trataba de bajarlo por sus piernas, pero la postura no la ayudaba.
— Déjame a mí – susurró y la modelo apartó la mano.
Deslizó tanto el pantalón deportivo como la braguita hasta el final de los muslos, pero allí las prendas se rizaron y se estancaron. Le echó un buen vistazo al delicado bollito que se hinchaba entre las piernas femeninas. Estaba recubierto de un corto y estrecho vello, sin duda descuidado durante los días de hospitalización. A Cristo no le importó en absoluto.
Tiró de una cadera para que la chica se girase un tanto. Spinny y ella dejaron de besarse. El pelirrojo miró las desnudas piernas con avidez. Rowenna quedó acodada, de costado, la boca entreabierta y jadeante. Spinny se levantó y ayudó a su amigo a pasar la prenda, con cuidado, por encima de la escayola. La modelo, al sentir sus piernas desnudas y libres, las abrió con descaro, provocadora.
— Desnudadme toda, chicos – musitó, con los ojos cerrados.
Dicho y hecho. Mientras Cristo la mantenía sentada y recta, Spinny le quitaba la chaquetilla y la camiseta en un santiamén. Ellos mismos aprovecharon el interludio para despojarse de sus ropas con la velocidad de unos niños en su primer día de playa. De pie ante ella, la admiraron largamente, ambos desnudos. Para Spinny, quien ya mostraba su pene bien erecto –una serpiente larga, pero delgada, que arrancaba de un matojo rizado y rojo como su cabellera- era como contemplar un cuadro de Botticelli. Una Venus de piel blanca tumbada ante él, con los ojos entrecerrados y labios ofrecidos. Sin embargo, para Cristo era la confirmación de su trayectoria. Un gitano codeándose con las diosas del Olimpo, en Nueva York. ¡Chúpate esa, Joaquín Cortés!
— No os mováis. Así, quietos, los dos juntos – dijo de repente Rowenna, irguiéndose y quedando sentada en el sofá. Los dos penes quedaban a su alcance.
Situó de nuevo su pierna escayolada sobre el cojín y alargó las manos, tomando los dos miembros.
— ¡Qué monería! – susurró mientras acariciaba el pene de Cristo.
Inclinó la cabeza y lamió el prepucio de Spinny antes de retirar la piel y dejar al descubierto su glande. Repitió lo mismo con el pequeño pene de Cristo. Contenta quizás con el sabor, sonrió y se lanzó a devorar ambos miembros, por turno. Poseía una buena técnica, donde la lengua y las aspiraciones profundas se repartían todo el trabajo.
— Oh, Dios, para… para – gimió Spinny al cabo de unos minutos. – Si sigues, me correré…
— Nada de eso, amiguito. Aquí hay que cumplir – dijo ella, una vez dejó tranquilo su pene. — ¿Y tú?
— Puedo seguir – sonrió Cristo con suficiencia.
— Vale, pues entonces… cambio.
Rowenna se reclinó hacia atrás, apoyando la espalda en el respaldo y abriendo las piernas. Los chicos cogieron la idea al vuelo. Spinny se arrodilló en la gruesa alfombra, entre las abiertas piernas, con cuidado de no tocar la pierna herida, y se aplicó a la tarea, hundiendo su lengua en el sexo de la modelo. Cristo, por su parte, se subió de pie en el sofá, colocando un pie a cada lado de las caderas de Rowenna, dejando su pequeño polla al alcance de la boca femenina, mientras él apoyaba sus manos en lo alto del respaldo.
Durante un buen rato, no hubo más sonido que aquellos ruidos de succión, de saliva y fluidos tragados, y algún que otro murmullo ahogado. Spinny degustaba aquel coño como si fuese puro néctar de ambrosía, haciendo que las caderas de Rowenna rotaran y se agitaran como una bailarina de la danza del vientre. Por su parte, la modelo se empleaba a fondo con aquel pene pequeñito y juguetón. Pero no solo se afanaba sobre él, sino que su lengua bajaba buscando el escroto y el perineo, lamiendo aquellas bolitas suaves y sin vello.
Cristo, finalmente, tuvo que aferrarse a la cabeza de Rowenna y tirarle de la cola de caballo para separar la boca de su pollita.
— Ya está… ahora, a follar.
— ¡Si! – exclamó ella con una gran sonrisa.
— Spinny, túmbate en el sofá, boca arriba. Deja que Rowenna se suba en ti – le sugirió el gitano.
— ¿Y tú dónde?
— Yo se la voy a meter por ese culito que me tiene loco…
Rowenna soltó una risita boba y agitó sus pechitos. Desde que había visto el tamaño de la polla de Cristo, llevaba pensando lo mismo. Iba a ser todo un sándwich…
La modelo, con cuidado, se arrodilló encima del pelirrojo, cabalgándole. Soportaba el peso con las rodillas y con el tobillo sano. Además, el cóctel que encendía su sangre servía también de analgésico, diluyendo el dolor y el malestar. En ese momento, solo quería follar. Se empaló ella misma en el largo miembro de Spinny. Era como una serpiente que pronto estuvo chocando con su cerviz, llamando a la puerta del útero, pero que no la llenaba totalmente.
Cristo volvió de la cocina y se arrodilló entre las abiertas piernas de su amigo. Levantó las nalgas de la modelo y hundió, sin miramientos, un dedo pringoso de mantequilla en el anhelante ano de Rowenna, quien chilló como una gata furiosa y ansiosa a la vez.
— Tranquila, encanto. Relájate…
La verdad es que la chica lo hizo enseguida. Su esfínter se abrió como una flor de carne, tragándose no solo el dedo untado de mantequilla, sino también a dos de sus hermanos. Cristo se dio cuenta de que aquella entrada era bien frecuentada, casi tanto o más que el coñito.
— Venga, tío… métesela ya. Está temblando – murmuró Spinny, mientras metía dos dedos en la boca de la modelo, quien jadeaba y se agitaba, mirando desenfocadamente al pelirrojo.
— Ya… ya va, leches.
Cristo la enfundó en carne de un golpe y Rowenna no hizo ni un aspaviento. Estaba acostumbrada a calibres más grandes. Sin embargo, la chica sabía que aquella pollita tenía las dimensiones perfectas para darle placer sin el sufrimiento de otros miembros mayores. Spinny acomodó sus lentos envites con el traqueteo de su amigo, más rápido. Rowenna había cerrado los ojos y, con una mueca de putón en su rostro, se había dejado caer hacia atrás, sobre el gitano, quien aguantaba su peso sin dejar de culear y de sobarle un pechito.
Spinny no quitaba ojo de aquella expresión de felicidad sexual que la modelo dejaba asomar a su rostro. ¡Le estaba poniendo a mil! ¡Esa puta estaba gozando con lo que ellos le hacían! Pequeños espasmos recorrían el vientre de Rowenna, que los dedos del pelirrojo detectaban perfectamente. No sabía exactamente las veces que esa putilla se había corrido, pero mientras le comía el coño estaba seguro de que lo había hecho un par de veces, y aquellos temblores significaban lo mismo.
“¡A esta la destrozamos!”, pensó y se río mentalmente, empujando a fondo su polla.
Cristo no estaba por la labor de pensar. Sentía llegar su propio éxtasis y la mano que aparcaba el delicioso pechito subió hasta aferrar la gruesa cola de caballo, tirando con fuerza, echando la cabeza hacia atrás. Rowenna gimió pero no abrió los ojos. La otra mano de Cristo penetró en su boca, casi al completo, ahogándola. Los dientes del gitano mordieron suavemente su lóbulo y susurró:
— Me voy a… correr en tu… c-culo, Rowenna. Te lo voy a llenar de… LECHEEEE…
Aquellas palabras, la falta de aire y la súbita calidez que se derramó en su intestino, detonaron un tremendo orgasmo en la chica, que acalambró sus caderas súbitamente. Cogido por sorpresa, Spinny se vio aspirado por aquella vagina que, de repente, se contraía fuertemente. No pudo aguantar la presión y se derramó en varios borbotones en su interior.
— ¡Joder! ¡Me cago en la puta! Me vacío… — exhaló, arqueando la espalda y levantando a la modelo con él.
Rowenna, atraída por el peso de Cristo, cayó de espaldas sobre el gitanito, aún agitada por su propio orgasmo. Instintivamente, pudo doblar las caderas para no dejar su pierna mala aplastada, y se quedó traspuesta sobre Cristo, jadeando y notando como el semen se deslizaba fuera de sus agujeros naturales.
“Si mi madre pudiera verme ahora…”, pensó Rowenna, sonriendo. “Esta es la única y verdadera felicidad”.
Pasado un par de minutos, Cristo se agitó bajo la prieta carne que le aplastaba. Escupió parte de los cabellos de la cola de Rowenna, que caía desparramada sobre su boca, y se deslizó, como pudo, hasta el suelo. Se puso en pie y miró a Spinny y la modelo. Su colega abrió un ojo y le devolvió la mirada. La inglesa parecía dormitar.
— Tengo hambre – dijo.
— Tú siempre tienes hambre – gruñó Cristo. – Pero no podemos irnos.
— ¿Por qué?
— No podemos dejarla sola. Aún no ha vuelto la electricidad.
— Bueno, pues mira a ver si hay algo en el frigo… o puedes hacer tortitas, tú mismo – le instó Spinny.
— ¡Tu padre! – pero Cristo marchó a la cocina, atrapando una de las velas.
Encontró galletas, crema de avellanas y una caja de cereales al chocolate. Bebió de un cartón empezado de zumo de piña sin usar vaso. Al mirar por la ventana, la oscuridad reinaba, solo salpicada por tenues lucecitas en algunas ventanas. Más velas, por supuesto, se dijo. La ventana de la cocina no daba al río, sino a la avenida. A lo lejos, pudo ver como otros edificios si estaban encendidos. Sin duda, el loft de Faely no estaba aquejado del corte eléctrico.
Llevó lo que había encontrado a la sala, dejándolo sobre la mesa. Spinny saltó para atrapar los cereales, haciendo gruñir a Rowenna, quien seguía tumbada boca arriba, rezumante y desnuda. Cristo se puso slip y pantalón, rebuscando su móvil en el bolsillo. Llamó a su tía. Como había supuesto, el apagón no había afectado aquella zona. Le comentó lo que ocurría y que no sabía si volvería esa noche, pero que estaba bien. Cuando colgó, el teléfono se agitó. Se trataba de la Dama de Hierro.
— Dígame, señora.
— ¿Dónde estás, Cristo?
— En el apartamento de Rowenna.
— Me he enterado del apagón. ¿Estáis a oscuras?
— Como en un bosque. Estoy solo con ella, la chacha está atrapada en otro lugar de la ciudad. Esto no es lo que hablamos, señora – dijo con un tono calculado. No era cuestión de ponerse a malas cuando se lo había pasado de muerte.
— Lo sé, lo sé. Lo siento, pero tendrás que aguantar. No puedes dejarla sola.
— Ya, eso pensaba.
— ¿Qué tal se está portando?
— Bueno, nos soportamos por el momento. Le estoy hablando de España para entretenerla.
“Si, no veas la faena que le hemos hecho.”
— Bueno, llámame si necesitas algo.
— Bien, señora. Adiós.
Tuvo un escalofrío. La temperatura descendía y no disponían de calefacción. Se vistió completamente y fue al dormitorio. Otro nido espectacular, con una cama redonda con una especie de barandilla en un lateral. Rowenna tenía un estilo propio, eso era evidente. Atrapó una manta y regresó para cubrir con ella a la modelo. Rowenna abrió los ojos y le sonrió, apretujándose en la cálida textura. Musitó un gracias y cerró los ojos. La sonrisa no le abandonó.
A su lado, Spinny se atiborraba de puñados de cereales y untaba galletas en crema de avellanas, usando un dedo. Seguía desnudo y tenía las piernas cruzadas, en plan fakir, sobre el mullido sofá. El teléfono de Cristo volvió a sonar. Enarcó una ceja al comprobar quien llamaba.
— Dime, Calenda.
— Hola, Cristo. ¿Qué tal con Rowenna?
— ¿También lo sabes? ¿Se ha publicado en el BOE?
— ¿Cómo? – la venezolana no había entendido el comentario mordaz.
— Bueno, ahí andamos. Spinny está conmigo. Me ha servido de chófer. Pero ahora estamos en su apartamento, sin energía y sin chacha.
— ¿Chacha?
— La doncella de Rowenna. No ha podido venir.
— Ah, y ella, ¿cómo está?
— Pues ya me dirás. Con una pierna escayolada, moratones por todas partes, y deprimida, pero los sedantes que se ha tragado la han convertido en un tierno corderito – le guiñó un ojo a su amigo.
— ¿No te ha dado problemas? – se asombró Calenda.
— Ni uno.
— Jo, que extraño. Bueno, ¿sabes aquello que te comenté la semana pasada? – el tono de la modelo cambió, volviéndose más íntimo y suave.
— ¿Lo de tu posible viaje a Brasil? – Cristo caminó hasta la cocina, de nuevo, buscando algo más de intimidad.
— Si. Acaban de confirmarlo.
— Ah…
Cristo apretó los dientes, con rabia. Calenda se iría dos meses a Brasil para trabajar en varios proyectos. Dos meses sin verla. ¡Maldita fuera la estampa de los muertos de Drácula! Pero debía tragarse su despecho. Era su trabajo y su vida y él no era nada suyo. ¡Si ni siquiera se había atrevido a decirle lo que sentía por ella!
— ¿Estás ahí?
— Si, si… por supuesto. ¿Para cuando era ese viaje?
— Para finales de primavera, creo. Faltan aún unos meses.
— Pues… ¡felicidades! Vas a debutar en una peli – el tono de Cristo estuvo cargado de sorna.
— Me hace mucha ilusión, pero haré más cosas. Tengo un pase, varios anuncios…
— Estás alcanzando tu sueño, Calenda. Me alegro mucho por ti.
— Es verdad. Mi suerte cambió cuando mi padre fue arrestado.
— Si, te quitaron el escollo de tu vida – la risa de ella le puso la piel de gallina.
— ¿Nos vemos este sábado? May Lin quería ir al cine. Podríamos ir los tres.
— Claro, ¿por qué no? Tengo que dejarte, Calenda. Nos vemos.
— Hasta luego, mi niño. Que no te muerda esa bruja.
“¡Joder! ¡Otra sesión de cine acompañado! May Lin es muy linda y graciosa, pero se podía echar novia de una puta vez…”. Pero sabía que protestaba solamente debido a la frustración. La culpa era suya y de nadie más, si no se atrevía a confesarle a Calenda su amor. Pero, ¿Quién podría hacerlo? Él apenas era un muñequito a su lado. Decirle a un monumento como Calenda que la amaba solo serviría para que ella le tuviera más lástima y Cristo no necesitaba lástima. Así que iría al cine con las dos, sonreiría a todo, miraría de reojo como May Lin trataba de meterle mano a su compañera en la oscuridad y soñaría con el mínimo roce de los dedos de Calenda.
Suspiró y regresó a la sala. Spinny había acabado de tragar y se encontraba metido bajo la manta de Rowenna, acostado sobre la espalda de ella. La estaba montando furiosamente, dándole por el culo. La modelo gemía y mordía la tela del sofá, aplastada sobre él. Alzó los ojos y miró a Cristo un momento. Sonrió y se pasó la lengua por los labios mientras alzaba el trasero para que su amante llegara aún más profundo.
“Una buena zorra”, se dijo.
Cristo se sentó en un cómodo butacón, frente a ellos, y se dedicó a disfrutar del espectáculo. Cuando Spinny acabara, pensaba traer una esponja y lavar bien los agujeros de la modelo. Después, la llevaría a esa gran cama de al lado y le iba a echar al menos otros dos polvos. Si Spinny quería continuar con ella, no le importaba, pero pensaba aprovechar lo que pudiera la influencia de las drogas.
Seguramente, Rowenna Maddison no le miraría mañana a la cara, pero, de todas maneras, nunca lo había hecho, incluso pasando delante de él todas las mañanas.
CONTINUARÁ…
Amanecí con una ligera resaca. La noche anterior nos pasamos un poco y acabé bebiendo más de lo que pensaba. A Brooke le pasó lo mismo, pero en ese momento estaba dormida como una piedra. Me levanté en silencio y me dirigí a la cocina. Desayuné y fui al salón para ver la tele un rato mientras esperaba que ella se levantase.
Poco más de media hora después apareció anudándose descuidadamente una bata de raso para a continuación sujetarse la cabeza con las manos.
—Si vuelvo a beber, mátame. —se quejó lastimera mientras se acurrucaba a mi lado en el sofá.
—¿Quieres que te haga algo de desayunar? —le pregunté.
—No, gracias cariño. si tomase algo ahora estoy segura de que lo volvería a echar todo. —respondió suspirando y agarrándose a mi brazo.
Nos quedamos abrazados en el sofá, incapaces de hacer nada más que ver la telenovela y dormitar a ratos hasta que una suave brisa proveniente del mar empezó a colarse por la puerta de la terraza y consiguió despejarnos.
—Bien ¿Has decidido algo después de verme actuar? —me preguntó Brooke cogiendo el toro por los cuernos
—Antes de decir nada me gustaría saber qué perspectivas tienes en este trabajo.
—Supongo que más o menos como todas, hacer el mayor número posible de películas bien pagadas y cuando acabe con las deudas retirarme y seguir en esta industria haciendo películas, escribiendo libros o algo parecido, este es el único mundo que conozco.
—No parece que sepas muy bien qué hacer. Lo que me da miedo es que digamos, dentro de unos años, decidas que no lo ves claro y empieces a ponerte y quitarte cosas para poder seguir haciendo pelis hasta que te jubiles. —le dije yo.
—En realidad creo que quiero dirigir películas, pero aun no estoy preparada para hacerlo. Incluso he escrito un guión. —dijo abriendo un archivo en su portátil para demostrármelo.
—¿Puedo leerlo? —le pregunté sorprendido.
Sin responder Brooke me tendió el ordenador y comenzó a morderse la uñas mientras me observaba leer el guión.
El argumento comenzaba sencillo, como todas las pelis de ese tipo. La primera escena era en una habitación en la que tocaba el despertador, el marido se levanta un poco bajo de moral y la esposa decide hacerle una mamada para animarlo. El hombre le deja hacer mientras la mujer se aplica a fondo, esperando que su marido le corresponda, pero se corre en su boca y se aleja camino del baño con la protagonista triste y caliente como una sartén masturbándose en la cama.
El marido es dueño de una constructora en crisis, al mediodía su secretaria entra en su despacho y él se la folla, entre tanto la esposa quiere darle una sorpresa a su marido trayéndole el almuerzo y lo sorprende en pleno trajín.
Se produce una pelea cuando él vuelve a casa y ella le pide el divorcio, pero entonces es cuando él le dice que esta prácticamente en la quiebra y que si no cierra un último trato con un empresario japonés se arruinará . La protagonista, a pesar de que no tiene otro oficio que cuidar la casa, no es tonta y sabe que si se divorcia en ese momento no recibirá nada.
Finalmente la esposa accede a prepararle la cena al japonés y a su mujer. Justo antes de que lleguen, su marido insiste en que tienen que ser extremadamente complacientes con la pareja.
Hace la cena y les recibe con su mejor vestido y su mejor sonrisa. El hombre es bajito, de mediana edad y rostro impenetrable. La mujer es joven, más alta, muy hermosa y con unos pechos enormes.
Durante la comida el japonés habla de negocios con él mientras desliza su mano por debajo del vestido de la esposa.
La protagonista no tiene otro remedio que dejarse hacer. Finalmente, cuando terminan de cenar, el japonés propone un intercambio de parejas a lo que su marido responde entusiasmado. La protagonista abre la boca para protestar pero el japonés aprovecha para explorársela con sus dedos y luego besarla. La protagonista se separa intentando decirle algo a su marido, pero este ya está con la cabeza entre las piernas de la japonesa comiéndole el coño.
La protagonista explota y decide enseñarle al oriental lo que es follar. Se remanga la falda del vestido y abre las piernas para él intentando no vomitar de asco. Mientras el oriental resopla y disfruta de su cuerpo ella exagera sus gemidos y sus gritos y mira como su marido se folla a la japonesa que se limita a dejarse hacer soltando pequeños grititos.
Cuando logra que su marido le haga caso, se separa y se da la vuelta ofreciéndole el culo virgen al oriental que la sodomiza con evidentes muestras de placer. La protagonista gime y grita extasiada mientras mira a su marido con desprecio. El esposo se corre, pero no disfruta ya que ve como su esposa se corre al ser sodomizada por el japonés. Por primera vez siente celos de lo que hace su mujer.
La “reunión” termina, los japoneses se van y ellos se acuestan. El marido intenta abrazar a la protagonista, pero ella le rechaza mientras una lágrima escurre por su mejilla.
Al día siguiente su marido se levanta y se va a trabajar. Su secretaría le hace una mamada y aunque logra correrse ya no disfruta, solo piensa en su mujer.
Tiene la reunión final con el hombre de negocios japonés, pero este dice que no firma si la protagonista no está presente.
El marido le llama, pero ella se niega a menos que le haga socia en su negocio y le firme los papeles del divorcio dándole la casa para ella.
Después de llamarla de todo, su marido atrapado entre la espada y la pared accede. La protagonista se presenta y salvan la empresa.
En la última escena, se ve a la protagonista con su ex reunidos con dos hombres hablando de negocios y porcentajes hasta que en determinado momento su ex se ve obligado a marcharse mientras la protagonista tiene una escena de sexo salvaje, con doble penetración incluida, con los dos hombres.
—¿Qué opinas? —pregunta ella.
—Que es un guion interesante pero que necesitarías unos actores que sepan actuar además de follar y un director que sepa llevarlos.
—¿No piensas que pueda hacerlo yo? —dice ella acercándose un poco más.
—No sé —respondo intentando hacerme el interesante— podríamos hacer una escena para ver como la plantearías.
—Ya veo, te has puesto más caliente que un burro.
—¡Qué va! Es puro interés cinematográfico. —digo yo metiendo mano bajo su bata.
Antes de que pudiera rechazarme, la había acorralado en el sofá y la estaba besando. Brooke sonrió y hurgó bajo la cintura de mis bermudas buscando mi polla.
—¿De veras crees que voy a renunciar a esto trabajes en lo que trabajes? —dije yo ahogando un gemido cuando sus dedos encontraron por fin mi miembro.
—Eres la mujer más dulce y sensual que he conocido jamás y encima eres mía. Todo lo demás pueden ser problemas, pero contigo los problemas no importan. —dije enterrando mi cabeza en su cuello y aspirando el delicioso aroma de su pelo.
La joven gimió no supe muy bien si por efecto de mis palabras o mis besos. Acariciando sus caderas con suavidad le besé el cuello y mordisqueé el borde de su mandíbula.
Brooke ronroneó y tiró de mis bermudas, yo acerqué mi mano y aparté el pelo de su cara para poder observar sus ojos azules. Deseé poder expresar en ese momento todo lo que sentía, pero no soy un hombre hábil con las palabras, así que me quedé quieto, mirando fijamente sus iris azules, observando las vetas verdes y las más grisáceas hasta que ella me interrumpió con un beso. En ese momento se desató una especie de frenesí, mi lengua se introdujo en su boca con brusquedad, buscando su lengua y saboreándola a la vez que manoseaba sus pechos y sus caderas disfrutando del suave contacto de su piel.
Brooke me recibió con la misma fiereza mordiendo mi lengua y mis labios y estrujando mi polla con sus manos justo antes de guiarla a su interior. Cogiéndola por el cuello la tumbé y comencé a follarla con golpes duros y secos mientras Brooke arañaba mi pecho y gemía estremecida.
Rompimos nuestro beso y me inclinéé sobre ella sin dejar de empujar en su interior, haciendo de los dos cuerpos uno solo. Brooke me abrazó y enlazó sus piernas en torno a mis caderas mientras yo seguía empujando cada vez más rápido. Tras unos minutos me separé y sin cambiar de postura guie mi polla al interior de su culo.
Brooke sonrió y abrazándome me mordió el hombro ahogando un quejido. Seguí empujando hasta que tuve mi polla entera en su interior y a continuación comencé a moverme suavemente, procurando que mi pubis chocase contra su Monte de Venus con cada empujón.
Nos separamos un poco y Brooke aprovecho para bajar la mirada y observar como mi polla entraba en su interior una y otra vez. Poco a poco aumente el ritmo, disfrutando del culo estrecho y caliente de la joven hasta que no pude aguantar más y me corrí con un ronco gemido. Brooke me abrazó jadeante y se quedó quieta disfrutando del peso de mi cuerpo.
Consciente de que ella no había llegado al clímax me separé y le acaricié el sexo con suavidad. Brooke gimió y se retorció. Metí mis dedos en su sexo y comencé alternar el mete saca con movimientos circulares a la vez que lamía y mordisqueaba su clítoris, cuando noté que su respiración se hacía más rápida aumenté la violencia de mis caricias hasta que estalló en un orgasmo, yo seguí penetrándola con mis dedos lo más fuerte que pude hasta que noté como con una segunda oleada de placer inundaba mis manos con una prodigiosa cantidad de jugos.
Saque mis dedos de su interior y paladeé el líquido claro mientras Brooke jadeaba y se retorcía asaltada por los últimos espasmos de placer.
Pasamos el resto de la mañana arrebujados en el sofá hasta que Brooke tuvo que irse. Aquella tarde tenía que presentarse en el trabajo para rodar las últimas escenas de la película, sin sexo afortunadamente, como dijo ella al salir de casa.
Mientras Brooke salía de casa yo me dirigí a la cocina y me preparé unos espaguetis, tenía un hambre atroz.
Estaba acabando con el postre cuando el timbre de la puerta me interrumpió. Miré por el cristal de la puerta y allí estaba Mark, con unas bermudas que no podían ocultar su enorme paquete y una camiseta dos tallas más pequeña.
—Pasa —le dije franqueándole el paso — Brooke no está.
—Lo sé —dijo Mark pasando y poniéndose cómodo en el sofá—en realidad era contigo con quién quería hablar.
—No sé porque, pero me lo imaginaba… —dije yo— ¿Quieres tomar algo?
Sin esperar la respuesta saqué una botella de bourbon de un armario y dos vasos y serví dos generosas raciones.
—Verás, he venido porque creo que estás cometiendo un error. —dijo Mark cogiendo el vaso y olfateando el Whisky con aire entendido antes de pegar un trago.
—Ya veo…
—Creo que Brooke no te conviene. Es demasiado joven, demasiado vital para alguien como tú. Tarde o temprano te partirá el corazón. —dijo intentando parecer comprensivo.
—Ajá y ahora es cuando me dices que tú eres el hombre que le conviene, ¿O me equivoco?
—Yo le puedo dar muchas cosas que tú no puedes…
—Sí, más longitud y más grosor. —le interrumpes— Perdona que te sea sincero. Pero tú mismo lo has dicho, soy suficientemente mayorcito para saber lo que más me conviene.
—Quizás no te has parado a pensarlo, tener una novia que se cepilla a hombres más jóvenes y atractivos que tú por dinero… no creo que puedas aguantar mucho. A largo plazo, no creo que consigáis nada más que sufrimiento.
—Cada vez estoy más convencido de que debo pedirle el matrimonio. —dije bebiendo un trago de licor y apoyándome en el armario.
—Yo no estaría tan seguro. Un chicano en un país que no es el suyo. Este lugar es muy bonito para pasar unas vacaciones, pero puede ser muy duro para un extranjero. —dijo Mark haciendo sonar sus nudillos amenazador.
—Mira Mark. No te ofendas, pero no soy ningún espalda mojada analfabeto y soy demasiado viejo para saber de sobra que la forma en la que estás llevando este asunto puede llevarte muchos sitios, pero no a la cama de Brooke y menos con amenazas.
—Yo no…
—Escucha y deja que este viejo te de un par de consejos que te pueden ser muy útiles en el futuro. —le vuelvo a interrumpir rellenando su vaso— Si me haces algún daño y sé que en este momento desearías partirme la cara, Brooke jamás te volvería a hablar. En cuanto lo de intentar demostrar tu virilidad, has tenido tiempo de sobra para demostrárselo, no creo que un numerito nuevo le convenza.
—¡Joder! —exclamó posando el vaso vacio sobre la mesa mesándose el cabello— ¿Se puede saber que tengo de malo con las mujeres? Siempre me pasa lo mismo.
—Te voy a contar un secreto, a las mujeres les encantan las pollas grandes y gordas, pero nada de eso les divierte durante mucho tiempo si no hay nada más. La egolatría y la violencia no son las características que más le atraen a una mujer. Ahora deberías irte antes de que vuelva. Te prometo que nunca sabrá de esta conversación.
Con cara comprensiva le ayudé a levantarse, le di unas palmadas en la espalda y le acompañé a la puerta. Antes de largarse me dio un abrazo y se despidió entre lágrimas.
Apenas había terminado de cerrar la puerta cuando el ruido de una Harley haciendo vibrar los cristales me anunció una nueva visita. Poniendo los ojos en blanco me dirigí a la puerta y abrí al segundo timbrazo.
En el umbral esperaba un tipo de casi dos metros de alto y con un bigotazo similar al de Hulk Hogan. Vestía unos vaqueros desgastados, una camiseta blanca y un chaleco de cuero negro que dejaban a la vista los numerosos tatuajes que cubrían sus brazos.
—Hola —dije a modo de saludo—¿Desea algo?
—Hola, soy el padre de Brooke, —dijo el desconocido quitándose las gafas de sol, mostrando unos ojos asombrosamente parecidos a los de mi novia.
—Discúlpame, no dudo que seas quién dices, pero yo no te conozco de nada y Brooke no llegará hasta dentro de un rato.
—Yo tampoco te conozco, así que, ¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a dejar entrar?
—¿Te importa si llamo antes a Brooke para asegurarme?
—No hace falta que la molestes. En el salón, en la librería de la izquierda, hay un portarretratos de plata con una foto en la que aparecemos los dos. —respondió el hombre con cara de estar empezando a cansarse.
Tras disculparme un segundo fui al salón, recogí el portarretratos y le eché un vistazo comprobando que aquel hombre era quién decía ser, no había duda posible.
—Discúlpame, pero comprenderás que esta no es mi casa y no estoy dispuesto a meter ningún extraño en ella. —dije abriendo de nuevo la puerta y dejándole pasar.
—Tranquilo me hago cargo. —dijo el hombre pasando al salón.
—Brooke no me dijo nada de que vendrías. —dije yo sirviéndole un bourbon al hombre y poniendo de nuevo un par de dedos en mi vaso.
—Quiero darle una sorpresa. —dijo el hombre aceptando el vaso
—Soy Juan Olmos, el novio de Brooke, —dije tendiéndole la mano.
—Yo soy James. —replicó el hombre estrechándome la mano con fuerza—Tienes un acento raro, no parece mejicano, ¿De dónde eres?
—Soy español.
—¡Ah! Tú eres el tipo que le tenía tan preocupada estos meses de atrás.
—¿Preocupada? —pregunté yo.
—Ya sabes ausente, irritable, malhumorada…
—Supongo que en aquella época ninguno de los dos sabía muy bien lo que quería. —dije yo intentando justificarme.
—¡Oh! Créeme, mi niña sabe siempre lo que quiere. —dijo James apurando el vaso de un trago y sirviéndose otro Whisky.
—Bueno señor Olmos. La verdad es que Brooke me ha hablado algo de ti y quería tener una conversación a solas contigo, ya sabes…
—¿Quieres saber mis intenciones? —dije yo sin poder evitar una sonrisa.
—¡Eh! tío, que esto no es cosa de broma.
—Está bien lo siento, es que me ha parecido un poco gracioso. La verdad es que estoy enamorado de ella y voy a venirme a vivir aquí.
—Entiendo y ¿Qué perspectivas tienes para el futuro?
—Aun no lo he pensado mucho, pero soy enólogo y había pensado en trabajar en el valle de Napa o incluso comprar una pequeña bodega. Aun no sé muy bien, lo estoy valorando. ¿Y usted a que se dedica? —le pregunté yo intentando cambiar la conversación.
En ese momento oímos el coche de Brooke acercarse y nos levantamos para recibirla.
—Solo una cosa más —dijo el padre de Brooke acercándose a mí— Sí le haces daño a mi hijita te desollare vivo como a un ardilla.
Brooke entró en ese momento por la puerta un poco despistada, pero en cuanto vio a su padre se lanzó sobre él como una bala.
—Papá ¿Qué haces aquí? —preguntó subida a su regazo.
—¿Qué pasa?¿No te alegras de ver a tu viejo?
—Claro que sí estúpido, lo que no me gusta es que vengas a montar el numerito delante de mi novio. —dijo Brooke fingiendo estar enfadada.
—Solo hemos estado charlando un poco y tomando una copa. —dijo James un pelín compungido— ¿Verdad Juan?
—Y veo que os habéis divertido. —dijo Brooke levantando la botella de Bourbon medio vacía.
—El caso es que hoy tuve otra visita, no vayas a creer que nos la hemos bebido toda nosotros. —dije yo consciente de que tras cuatro copas de whisky estaba un poco piripi.
—Por lo menos podíais servirme uno —dijo ella.
Le serví una copa a Brooke y nos sentamos en el salón cada uno con su vaso. Charlamos un rato sobre el tiempo y el trabajo de Brooke hasta que su padre volvió a la carga:
—¿Y no eres un poco mayor para ella? —dijo James como si Brooke no estuviera.
—Papá, tú eres el menos indicado para hacer esa pregunta. ¿Cuántos años le llevas a mi madre? —dijo Brooke impidiendo que yo contestara.
—Y mira como terminó lo nuestro.
—Perdona, pero sabes perfectamente que la razón por la que mamá te dejó fue porque le querías más a la Harley que a ella.
—Mujeres, —replicó él mirándome— siempre tienen respuesta para todo.
Estaba a punto de asentir automáticamente cuando ella me miró. En los siguientes minutos se impuso un incómodo silencio que interrumpí preguntando que les apetecía cenar. Al final nos decantamos por pedir unas pizzas aunque James me hizo prometer, no sabía sí en broma o en serio que al día siguiente le haría una paella.
Las pizzas vinieron rápido y cenamos en el salón mientras padre e hija intercambiaban noticias y arrumacos. Nunca pensé que un tiarrón tan grande y duro en apariencia, pudiese ser tan cariñoso.
Cuando terminamos de cenar salimos a dar un paseo por la playa a la luz de la luna. Caminamos sobre la arena disfrutando de la brisa nocturna con Brooke entre los dos cogiéndonos las manos.
Llegamos a casa media hora después y nos fuimos a la cama mientras James veía un rato la tele antes de dormir.
—¿Te ha molestado mucho? —me preguntó Brooke mientras se desnudaba y se metía en la cama.
—¡Qué va! Parece un buen tío.
—Te ha contado lo de la ardilla. —dijo ella sin necesidad de que se lo confirmase— No te preocupes en realidad es un pedazo de pan.
—Un pedazo bien grande —dije yo abrazándola y disponiéndome a dormir.
Brooke sin embargo no estaba dispuesta y poniéndose sobre mí comenzó a darme besos y mordisquitos en la cara y en el cuello.
—Para, cariño. Tu padre está ahí fuera. —le susurré un poco intimidado.
—No seas rollo. Quiero hacerte el amor. —dijo Brooke restregando su sexo contra el mío hasta conseguir una erección.
—¿Y si nos pilla?
—Vamos, cariño. —dijo ella suspirando de deseo— Además esto me recuerda a la primera vez que hice el amor con un hombre. Mi padre también estaba en el salón. ¿Nunca te lo he contado?
—La verdad es que nooooo —respondí yo justo cuando Brooke cogía mi polla y se la metía hasta el fondo de su coño.
—Pues sí. Mmm aún estaba en el instituto y salía con el quarterback del equipo. —empezó Brooke meciéndose sobre mi y relamiéndose como una gata satisfecha—Eran casi las ocho de la tarde cuando subió por la enredadera y se coló por la ventana de mi habitación. Uf, Uf, así, sigue así.
Yo no sabía muy bien a que atender, si a la historia de Brooke o a su delicioso coñito e intenté hacer las dos cosas a la vez.
—El caso es que nos tumbamos en la cama y nos pusimos a charlar. En pocos minutos… —Dijo Brooke interrumpiendo la historia para morderse la mano y así evitar soltar un par de gemidos de placer— estábamos besándonos. Tom intentaba desabotonarme el camisón pero yo se lo impedía así que para animarme se desnudo el primero.
Durante unos segundos Brooke siguió cabalgándome erguida hasta que, a punto de correrse se paró y se tumbó sobre mí, dejando que la acariciara y la besara. Yo aproveché para acariciar y besar sus pechos y su cuello mientras ella seguía hablando con la voz entrecortada por el placer.
—Tenía un cuerpo sensacional, esbelto y robusto y yo me dejé llevar, lo acaricié, lo besé y lo inspeccioné. Cuando le bajé los calzoncillos y vi su aparato, grande y duro como una piedra creí que me moría de miedo. —Continuó Brooke mordiéndose los labios de vez en cuando para no gemir.
Yo la separé de un empujón y me tumbé sobre ella comenzando a penetrarla con más fuerza. Brooke abrió las piernas acogiéndome pero siguió con la historia como pudo entre gemido y gemido.
—Tom me vio a la vez fascinada e intimidada por su falo y aprovechó para quitarme el camisón y las bragas dejándome igualmente desnuda. Me acarició con brusquedad y mi cuerpo respondió incendiándose inmediatamente, de forma que cuando metió los dedos en mi coño lo encontró totalmente mojado.
—Igual que lo estás ahora —dije yo dándole dos empujones realmente fuertes.
—Mmm ¡Bruto! Con una sonrisa que exudaba seguridad en sí mismo me tumbó sobre la cama y abriéndome las piernas se echó sobre mí. En ese momento estaba aterrada. Notaba como su polla dura y caliente estaba pegada contra mi vientre superando la línea de mi ombligo. Como iba a ser capaz de meterme todo eso sin abrirme en canal. Tom no percibió mis dudas y se dedicó a sopesar y pellizcar mis pechos haciendo que tuviese que morderme el labio para no gritaar…
—Más o menos como ahora. —dije yo que me había incorporado y seguía follándomela con una de sus piernas en cada hombro.
—Cuando creyó que estaba preparada guio su polla a mi interior y me desvirgo de un solo empujón.
—Que envidia. —dije yo imaginando que era yo el que estaba encima de Brooke desvirgándola.
—Sentí un tirón y un escozor y luego noté como las paredes de mi vagina se dilataban para acoger la polla de Tom liberando relámpagos de un placer que nunca había conocido. Cuando empecé a gemir él comenzó a follarme cada vez más rápido hasta que se corrió.
—¿Y?
—Nada más. Se vistió y se largó despidiéndose con una sonrisa.
—¿Quieres que haga lo mismo para recordar viejos tiempos? —le pregunté.
— Ni se te ocurra, cabrón. —dijo levantándose de la cama y poniéndose de cara a la pared.
Me acerqué y acaricié su cuerpo cálido y palpitante. Sus piernas temblaron un segundo cuando acaricie su sexo y Brooke me llamó cabrón de nuevo urgiéndome para que la penetrara.
No me hice de rogar y la penetré acariciando su culo y metiendo un dedo en su ano.
—¡Oh! Sí, como me gusta. —susurro entre gemidos—Dame más.
Sin decir nada obedecí y la follé cada vez más rápido acariciando y recorriendo todos sus recovecos con mis mano hasta que no pude más y me corrí. Sin darme descanso continué penetrándola hasta que Brooke llegó al orgasmo. Sujetando su cuerpo aun tembloroso aparté su melena rubia y besé su cuello mientras le susurraba todas esas tonterías que los hombres decimos cuando perdemos la cabeza.
A continuación la cogí en brazos y la llevé de nuevo a la cama dónde quedamos casi inmediatamente dormidos.
Esa primera mañana abrí mis ojos al escuchar que Aurora, tras liberar a las zorras, les ordenaba que nos trajeran el desayuno a la cama.
―Daros prisa, no vaya a ser que vuestro dueño quiera usaros antes de que mi nieto se despierte.
Me hizo gracia comprobar que Sonia palidecía al pensar en la posibilidad de que su hijo la pillara siendo usada por mí y relamiéndome de ante mano, supe que iba a aprovechar esa vergüenza frecuentemente mientras la viuda de mi hijo viviera a mi costa.
«Le da pavor que alguien sepa que es mi esclava y más que ese alguien sea mi nieto», medité en silencio y asumiendo que tendría tiempo de abusar de ella, pregunté a mi ex si se había dado cuenta de que nuestra nuera disfrutaba cuando humillábamos a su madre.
― Sí, pero creí que era el rencor que siento por las dos lo que me hacía imaginarme tal cosa. Pero si tú también lo has notado, tiene que ser cierto.
―¿Por qué crees que la odia tanto?
―No tengo ni idea. Lo curioso es que desde que la conocemos había demostrado una fidelidad total hacia su madre, pero en cuanto hemos rascado un poco todo ha cambiado. Algo le ha debido haber hecho y conociendo a Teresa, nos podemos esperar cualquier cosa.
Por mi mente pasó de todo, desde abusos a malos tratos, desde envidias a problemas de deudas, desde amantes compartidos a mutuas cornamentas, y por ello antes de que volvieran con nuestro almuerzo, había decidido averiguar que había sido lo que había roto la sintonía entre esas dos.
―Hazme un favor― pedí a mi ex: ―En cuanto lleguen, quiero que te dediques a humillar a tu consuegra.
Descojonada de risa, Aurora me pidió permiso para ser extremadamente perversa.
―Me sentiría defraudado si no usaras tu maligna y desalmada imaginación para putearla― respondí.
―Haré que te sientas orgulloso de mí― replicó satisfecha mientras con una sonrisa de oreja a oreja comenzaba a restregar su cuerpo con el mío.
Contagiado de su buen humor, la regalé con un azote en el trasero mientras le decía al oído que se atuviera a las consecuencias si seguía comportándose como una fulana.
―Amor mío, ¿apenas te das cuenta lo puta que soy?― suspiró evidenciando su calentura.
He de decir que estuve a punto de recriminarla o al menos interrogarla por el hecho de que se refiriera a mí de ese modo: Aunque habíamos firmado una tregua y en ese momento se podía decir que éramos amantes, no podía olvidar que nos habíamos divorciado.
Justo cuando estaba a punto de preguntar por ello, Sonia y su madre hicieron su aparición por la puerta, trayendo nuestro desayuno. He de reconocer que me gustó comprobar que seguían desnudas.
―Ponedlo en la mesa― ordené mientras le daba una bata a Aurora y yo me ponía otra, ya que quería, al vestirnos, dejar clara la distancia que ponía entre nosotros y ellas.
Mi ex no esperó mucho para putear a nuestra consuegra, ya que al ver que me sentaba en la única silla, cogiéndola del pelo la obligó a ponerse a cuatro patas y servirle de asiento.
―Cachorra, ponme un café― pidió nada más aposentar su trasero en la espalda de Teresa.
Sonia no dudó un segundo en obedecer, pero para su desgracia al servirlo en nuestras tazas se acercó demasiado a mí y abusando de su cercanía, me dediqué a acariciar su trasero mientras preguntaba a la que había sido su suegra si estaba cómoda.
―Mucho, cariño. Esta zorra está tan sobrada de carnes que resulta ser un asiento muy satisfactorio.
El odio que sentía nuestra nuera por su madre quedó en evidencia al sonreír y deseando que no olvidara que era mi puta, llevé mi mano hasta su entrepierna. Ahí me encontré con la sorpresa de que la viuda de mi chaval tenía el coño totalmente encharcado. Pude haber revelado a mi ex ese extremo, pero en vez de ello busqué entre esos húmedos pliegues su botón y una vez hallado, me dediqué a acariciarlo.
Mi nuera estaba preparada para que usando todo tipo de violencia abusara de ella, pero no para que delicadamente la masturbara. Por ello y sin poder hacer nada por evitarlo, se vio dominada por una serie de placenteras sensaciones que de no mediar algo terminarían en orgasmo.
―Por favor― susurró mientras intentaba zafarse de mi acoso.
Aurora no tardó en darse cuenta de lo que le ocurría y sin intervenir, decidió cumplir con su misión. Por ello y recordando que se había comprometido en humillar a la zorra sobre la que estaba sentada, me comentó que su consuegra además de una zorra era evidente que les pegaba a las dos bandas.
―¿Por qué lo dices? ―pregunté mientras cogía el hinchado clítoris de mi nuera entre mis yemas.
Consciente de la paja que estaba haciendo a nuestra enemiga, me guiñó un ojo antes de contestar:
―Mejor te lo enseño.
Tras lo cual, cogió a “silla” de la melena y se sentó en la cama. Una vez ahí, separó las piernas y le ordenó que me mostrara lo bien que se le daba el comerse un coño. Con dos lagrimones corriendo por su mejilla, su víctima se agachó y sacando la lengua, le dio un primer lametazo.
―Se le nota que no es el primer chocho que se come― murmuró mi ex bastante menos serena de lo que le gustaría estar.
Mi nuera se estremeció al observar la vergüenza que estaba pasando su madre e instintivamente con sus caderas adoptó el ritmo con el que la estaba masturbando.
―Puta, fóllame con tu lengua o tendré que castigarte― escuché a Aurora decir.
Esa orden dirigida a mi consuegra creó un tsunami en su hija, la cual incapaz de seguir disimulado sollozando me rogó al oído que mis yemas siguieran pajeándola. Cómo la noche anterior ya había conseguido que esa zorra se corriera, comprendí que no era conveniente ni prioritario que Sonia volviera a hacerlo. Dejándola en paz, retiré mis dedos de su coño y me concentré en observar cómo mi ex abusaba de su progenitora.
―Necesito correrme― suspiró la rubia al sentir que abandonaba la paja.
―Ese es tu problema, no el mío― contesté riendo.
He de confesar que había previsto que esa zorra intentara usar sus dedos para masturbarse, pero jamás se me pasó por la cabeza que, arrodillándose frente a mí, me bajara la bragueta y tras sacar mi verga de su encierro, me pidiera permiso para hacerme una mamada.
Comportándome como un cerdo, dejé que me diera un par de lametazos antes de con todo lujo de violencia, rechazar sus maniobras diciendo:
―¿Qué coño haces? ¡Aléjate de mí!
Sonia acostumbrada a que su marido la considerase una diosa, se sintió completamente humillada al saber que su suegro no la consideraba digna ni siguiera de comerle la polla y por eso, llorando a moco tendido, se fue de la habitación.
Aprovechando su huida, me acerqué a donde estaba Aurora disfrutando con su madre.
―¿Qué hago con esto?― pregunté a mi ex con mi pene erecto entre mis manos.
―Fóllate a este gallo desplumado – replicó mientras con su mano presionaba la cabeza de la viuda contra su sexo.
No me hice de rogar y con ganas de doblegar la resistencia de esa mujer, acercando mi glande, mordí una de sus orejas mientras le preguntaba desde hacía cuanto que le ponía los cuernos a su marido con mi hijo.
Confieso que lo dije en plan de guasa, pero al escuchar su rotunda negativa algo en mí me informó de que esa conjetura era cierta y soltando una carcajada, hundí mi estoque en ella.
―Aurora, ¿sabías que esta zorra se andaba tirando a tu retoño?― pregunté mientras con un sonoro azote iniciaba mi galope.
Sin llegárselo a creer, mi antigua esposa y actual amante tiró del pelo de su consuegra y le exigió que le aclarase ese extremo.
―Yo no quería, él me violó― llorando Teresa sintiéndose acorralada se defendió.
Que acusara a mi hijo de haber abusado de ella me indignó y recreándome en su trasero, marqué el ritmo de mis caderas con dolorosas y sonoras nalgadas.
―Eso no es cierto― escuché que Sonia decía desde la puerta: ―Hace una semana descubrí una carta que Manuel te había escrito donde te echaba en cara que, una noche en que había llegado borracho, habías aprovechado acostarte con él.
―Él me violó― insistió la muy cabrona: ― Tengo pruebas.
Sin dar su brazo a torcer, mi nuera llorando replicó:
― Si te refieres a las fotos comprometedoras que le sacaste, sé que fue un montaje para chantajearlo y así satisfacer tus sucios apetitos. No podías soportar que un hombre, aunque fuera tu yerno, mirara a tu hija en vez de a ti.
Sin olvidar que por su culpa Manuel había dejado de hablarme, sentí pena de esa rubia al escuchar la traición de la madre y dejando que observara su castigo, llevé a rastras a Teresa hasta el patio del cortijo. Una vez allí, la até desnuda a un poste y a pesar de que solo hacía cinco grados en el exterior, abriendo el agua, dirigí el chorro de agua helada a su cuerpo desnudo.
Los gritos de mi consuegra lejos de conseguir que me apiadara de ella, azuzaron mi venganza y recreándome en su desgracia, metiendo un extremo de la manguera en su coño, limpié cualquier rastro que hubiera de mí en su interior. Tras lo cual y dejando a esa zorra temblando a la intemperie, me metí a desayunar.
Los continuos gimoteos de mi consuegra no consiguieron agriarme el desayuno y solo tras terminarme el café, accedí a ver como seguía esa pedazo de hija de puta. Tal y como había previsto y deseaba, Teresa tenía la piel amoratada mostrando los efectos del frio. Sabiendo que ese castigo no era suficiente, pero no queriendo que la palmase antes de satisfacer mis deseos de venganza, la metí la casa. Llevando a esa arpía al baño, la introduje en la ducha y abriendo el agua caliente, se quedó llorando sola bajo el grifo.
Su hija no hizo ningún intento por ayudarla y solo nos habló para informar a mi ex que Manolito estaba llorando. Aurora agradeció que la información y corriendo fue a consolar al chaval sin importarle que me quedara solo con esa guarra.
―Suegro, aunque sé que me odia, necesito que me perdone― dijo con tono apenado al ver desaparecer a mi ex por la puerta.
Por supuesto que no la creí y sacando el consolador con mando a distancia con el que la puteé durante el viaje, la atraje hacia mí. Ella creyó que la iba a besar, pero en vez de ello, mordí sus labios mientras introducía ese aparato en el interior de su coño:
―Quiero que lo lleves siempre, ¿me has entendido puta?― susurré vilmente en su oído.
Para mi sorpresa al encenderlo, en vez de quejarse, Sonia me sonrió diciendo:
―Suegro, gracias. Sabía que, siendo el padre de mi marido, nunca me dejaría insatisfecha.
Que mencionara a mi difunto hijo, me cabreó y más cuando de alguna forma estaba insinuando que mi comportamiento actual le recordaba al de él. Deseando averiguar exactamente que había querido decir, decidí coger el toro por los cuernos y preguntárselo.
―Al poco de casarnos, Manuel descubrió mi naturaleza y me enseñó a aceptarla.
―¿De qué coño hablas?
Mirándome a los ojos, me soltó que mi retoño la había sorprendido masturbándose en el salón de su casa mientras veía una película de contenido sado.
―Me imagino que se rio de ti― comenté sin dar mayor importancia al tema.
―Algo así― respondió.
Supe que esa zorra había contestado de esa forma deseando quizás que le siguiera preguntando y aunque sabía que era parte de su juego, al estar involucrado Manuel, no pude dejar de pedirle que se explicara.
―En realidad le encantó enterarse de que su mujer tenía una inclinación sumisa y al igual que usted, me obligó a hacerle una mamada .
―Deja de mentir. Eras tú la que tenía dominado a mi chaval. El pobre bebía de tus manos― encarándome con ella le espeté.
―¡Qué poco conocía a Manuel! Él era como usted, un hombre que sabía hacerme bailar a su antojo y si no lo veía, era porque nunca le perdonó que se separara de su madre.
Sus mentiras me tocaron en lo más hondo y lleno de ira, me acerqué con ganas de estrangularla. Aunque en un principio se asustó al ver mis intenciones, Sonia esperó arrodillada su castigo.
Incapaz de contenerme, cerré mis manos alrededor de su cuello y comencé a apretar. La viuda de mi hijo buscó con sus manos el mando que había dejado sobre la mesa y mientras la asfixiaba, lejos de intentar huir, puso el vibrador que llevaba incrustado en el coño al máximo.
Si no llega a ser porque Aurora entró en ese momento, a buen seguro la hubiese matado, ya que cegado por el dolor no me percaté del color amoratado del rostro de esa fulana.
―¡Suéltala!― me pidió: ―No merece la pena ir a la cárcel por ella.
Al escucharla, quité mis manos y la viuda de mi hijo se desplomó como un títere sin dueño. Asustado la miré y fue entonces cuando descubrí que no estaba muerta y que como la puta rastrera que era, se estaba retorciendo de placer tirada en el suelo.
―Gracias, por hacerme reaccionar― dije a mi ex y sin saber que decir ni que pensar, salí huyendo de ahí al no querer enfrentarme con la posibilidad de que mi hijo no hubiese sido su víctima sino su verdugo…
Un señor de su castillo
Me debería introducir adecuadamente, mi nombre es Alberto Russa. Durante la gran mayoría de mi vida he vivido lo que se podría considerar la “Bonna Vida”, mi padre arranco hace cincuenta años con una pequeña empresa de camiones, que fue poco a poco adueñándose del mercado a medida que el resto iba a quebrando, gracias a su falta de intermediarios, y con el desmantelamiento de trenes en la Argentina de los 90’ nos volvimos los principales proveedores de transporte del centro del país.
O sea, nos volvimos asquerosamente ricos. Pero ese fue el trabajo de mi padre. Yo, como segundo hijo de una familia de tradición italiana, estaba condenado a ser olvidado en un puesto secundario. Pero no me rendí y a los diecinueve, en vez de ir a la UCA como pretendía mi padre, hice mi camino por el contratismo puerta a puerta. Allí durante cinco años construí una red de contactos mucho más poderosas que cualquier tradición familiar.
Logre formar lazos y negocios con diversas organizaciones sindicales de tanto construcción y transportes, así como políticos de los diversos partidos nacientes después del “reinicio” del 2003. Con mis viejos amigos que estudiaron Derecho conseguí hacer contactos con jueces y policías de varias provincias.
Pero eso no importaba a mis 25 años, en el 2007, después de haber sacado de cincuenta lios a la compañía, tantos verdaderos como falsos, y de haber aprendido idiomas para negociar con los chinos y de haber estudiado leyes. Mi padre dio la herencia a su primogénito. No era mi hermano, me había criado con él, pero no lo era. A mi hermanastro, el drogadicto y negligente le había dado la presidencia.
Yo no llore en el funeral de mi padre, nunca fue uno para mí, pero si llore cuando me entere que no era tampoco un hijo para él. Si algo aprendí después de vivir en “el mundo real” es que la peor forma de rendirse es cuando uno sigue las reglas. Y yo no estaba dispuesto a perder así.
Soy muy aficionado al paint-ball y a la caza. Aunque difícilmente llego al metro setenta logre hacerme de un cuerpo atlético y ágil. Tengo la piel ligeramente oscura y el pelo y los ojos negros. Todo eso contribuyo a mi sigilo.
Invite a mí hermano a una partida de caza en un bosque chaqueño, allí le dije que nos separemos. A los diez minutos pude encontrarme con un “chancho del monte” y vi que estaba cerca de mi hermano. Le dispare, y corrió contra mi hermano. Lo tumbo, yo salte sobre él y con mi facón lo descuelle en el acto. Lo arrastre en el rio y se lo tire a los yacarés.
El tipo fue tan idiota como para no escribir ningún testamento, yo lo herede todo.
Gracias a mis contactos, y que a los yacarés les gustaba la carne demasiado, no se sospecho de mi. Mi hermano era un cocainómano, un accidente en medio del bosque era inevitable. No hubo sospechas, los medios ya se estaban peleando con el gobierno para darle manija a lo mío.
Claudia aparece
A partir de ahí todo fue más fácil de lo que creía. La mayoría no sabía usar “el poder” y yo sí, negocie sin problema y mi éxito se hizo oír en las familias más importantes del país. Los odiaba, eran brutos y caprichosos, se odiaban entre si y eran estúpidamente católico.
Si, no “muy católicos” estúpidamente católicos. La mitad estaba en el opus dei pero eran bastante faloperos y eso me caía mal. Yo casi estaba decidido a vivir como un monje, pero una consulta en el doctor me hizo cambiar de idea.
-Bueno señor Russo, ¿usted mantiene relaciones sexuales frecuentes? ¿Tiene familia?
-¿Eh? ¿Eso por qué?
-Bueno, sus exámenes demuestran que si usted tuviese cincuenta años estaría ideal…pero tiene treinta y tres, señor. Sus niveles de estrés podrían traerles serias repercusiones en un futuro cercano. Sin mencionar su otra vida secreta…
-Vamos desde los estándares de mi clase soy alguien bastante moral.
-Touche. Aun así, ¿ha mantenido relaciones sexuales?
-Bueno, maestro, ya que entramos en confianza, debute con mi prima a los diecisiete, y de ahí todo se fue a la mierda nos separaron y no nos volvimos a ver. Después alguna puta a cada muerte de obispo.
-Bueno, eso tendrá que cambiar. Necesita estabilidad, alguien con quien dormir tranquilo o podrá implotar en un futuro cercano.
Con un medico no se jode. A mis treinta y tantos necesitaba una mujer, y que sea de mi circulo pero no había ninguna vuelta. Hasta que conocí a Claudia.
Yo estaba en una reunión con unos chinos, no los empresarios, unos de la triada y estábamos haciendo unos contratos para contrabandear ciertas cosas no muy mencionables de las autopartes hacia Brasil. Allí ellos en un gesto de buena fe me invitaron a una partida de caza en la helada Patagonia.
Yo ya tenía fama de mutilar a mis animales con un machete, así que ellos a conciencia decidieron que si yo iba nadie que no quisiera realmente el encuentro iría. Cuando llegamos hacia Neuquén se hizo un almuerzo por los buenos negocios. Prácticamente no había nadie, más allá de los chinos, hasta que se apareció una mujer vestida de rojo.
Le pregunte a los chinos quien era.
-¿No la conoces? Esa es Claudia Ajmatov. Esa mujer heredo de su marido negocios con procesadoras de petróleo.
-¿Una viuda tan joven?
-De un marido bastante crecido, uno de esos locos que se creían señores feudales y esa cosa. La diferencia era de cerca de veinte años de edad. Treinta y ocho años ahora tiene ella.
-Mira, Xi-Ping, ¿le vas a seguir hablando de mí mientras estoy acá?
Ella apareció, simplemente. El chino se dio vuelta asustado. Yo la pude ver detenidamente, era una mujer que llegaba al metro setenta. Tenía el pelo al estilo cleopatra, marrón, y una piel bastante rosada. Sus anteojos de sol lograban hacer que se vea mejor su sonrisa. Parecía más joven de lo que era, pero era más que una apariencia, daba esa sensación. Tenía guantes de seda negros, medias largas negras y un vestido rojo.
-Claudia, encantada.- Me dio la mano.
-Alberto.- Le agarre la mano como un saludo cualquiera, odio los caballerismos.- ¿Vas a participar en la caza?
-Mira nene, acá en el sur no es como el centro. Allá cazan por diversión, pero acá es tradición.
La mire con algo de cara de ojete, ¿ella se pensaba que yo era un boludo más? ¿Un boludo porteño más delicado de mierda?
Yo me fui a fumar en el techo, estuve hasta tarde, allí se apareció ella. Traía un mate y un termo. Hacía mucho que no chupaba un “amargo” con nadie. Me alcanzo y le eche un sorbo sin hablar.
-Perdona, decirle “nene” a un tipo como vos parece inadecuado.
-¿Cómo yo?
Ella sonrió, se saco los anteojos de sol. Los ojos tenían un amarillento color miel que hacia juego con en el pelo castaño.
-Veni, sentate.- Dijo mientras se apoyaba en una reposera. Se saco los zapatos de tacon. Tenía unas piernas largas y unos muslos bastante apetecibles. Me senté al lado de ella.
-¿Qué averiguaste de mi?
-Nada…excepto que sos el hombre… no, el joven más poderoso del centro del país.
-Exageras.
-Y casi por tu propio nombre, muy admirable.
-Me considero un empresario “a la antigua”. Señor de mi castillo.
-¿Le decís castillo a una casa de hace cien años del conurbano?
-¿Cómo?
-Acá en el sur también tenemos contactos, nene. Ahora nos están apretando bastante, pero seguimos teniendo contactos en Inteligencia. En este país la invisibilidad es poder.
-¿Queres algo de mí?
Volvió a cebar el mate, tomo un poco y después me lo dio. Se recostó un poco, le pude ver por l escote los senos blancos que tenia ella. Tendrían el tamaño de unos melones bien apretados en ese vestido.
-Tengo un nuero, es una basura. Sé que el tipo me va a tratar de sacar un cacho de la herencia de mi marido, en realidad yo se que está caliente conmigo y que me quiere forzar a casarse conmigo…
-¿Estamos hablando de un asesinato?- Ella sonrió.
-¿Así de rápido sos? No me sorprende que seas tan importante…y misterioso.
-Yo no me meto en los quilombos ajenos, ese es mi lema. Así sobreviví.
-Te daré más de lo que te podrías imaginar. Contactos en el sur, y además de varias casas para que puedas alquilar. Solo necesito que hagas una llamada.
Ella sonaba que me rogaba.
-Después me vas a inculpar y será como si no hubiese pasado nada.- Suspire.- Teniendo los contactos que tengo no creo que me ocurra nada, pero saldré público y más de un político me pedirá o apretara por favores y se volverá insoportable
Me fui caminando mientras ella atrás estaba llorando, no sabía si me estaba mintiendo o no. De cualquier forma le saque una foto con el celular. Llame a uno de mis amigos del servicio de inteligencia para que la investigue.
-¿Sabes que por facebook se hace la mitad de este trabajo, no?
-No solo quiero que revises eso, si tiene una notebook quiero que la conectes a la mía. También quiero que interceptes su teléfono en cuanto puedas.
-Entendido.
Tardo dos horas en realizarse. Revise todo su documento, al parecer si es viuda. Desde hace seis años. Su marido murió misteriosamente después de haber renunciado a los acuerdos prenupciales, y de haber tenido una causa por lavado de dinero. La historia personal de ella era casi tele novelesca, chica de clase media, huérfana a los diecinueve, que estudia en universidad historia y artes, y que la levanta, o se deja levantar, por un heredero rico y viejo, que ni termino el secundario. Dura doce años de “feliz matrimonio” (Suegra “estrictamente católica” y suegro muerto) Reuniones que la van apartando de su familia original, bla bla bla.
La vieja estira la pata en el doceavo viaje al sur de Francia, (¿para qué? Si ya tenemos playas en Buenos Aires) El viejo heredero se trata de patinar la plata, pero la salva su hermano mayor (el viejo que dijo la mina), mientras que la mina esta ya harta. Finalmente muere (¿o lo matan?) el viejo heredero, y el primogénito y la mina se quieren repartir en partes iguales. Pero claro que nadie las respeta, ahora uno está acusando al otro para meterlo en cana. La mina por talleres esclavos (curiosamente los señalados se incendiaron al momento de la acusación) y el viejo a ella por asociación ilícita.
Claro que las diferencias es que, mientras que la mina tiene contactos con jueces y pruebas disponibles. El otro tiene a la policía de su parte y a un juez lo suficientemente corrupto para hacer lo que sea.
Cuando me enviaron el facebook me di cuenta que solo era de trabajo, de la universidad de Rawson. Ella es profesora. Ni familiares ni nada.
-¿Tiene hijos la mina esta?
-Y, el facebook no dice nada. Ella está usando su apellido de soltera. Y eso que si tiene hijos deben estar inscriptos con el apellido del padre. A lo mejor para evitar que la cana los busque.
La cosa era pasada, me puse a revisar mi habitación. Me encontré con lo peor, había un micrófono en mi teléfono.
A la mañana siguiente al día de la caza pude notar algo raro. Vino un cana.
-¿Dónde están sus documentos?
-No llevo, voy de caza.
-Me parece que voy a tener que llevarlo detenido.- El tipo mediría dos metros, pesaría noventa kilos. Al momento que me agarro el brazo cruze miradas con Claudia. Sabia como venia la mano, y yo también.
Soy inapretable. Le saque la macana de un tiron y le di en la cara. El me pego una piña que me saco sangre de la nariz, yo le escupí y le volvi a dar en la cara.
El por reflejo agarro su pistola, pero la patee, fue disparo en el aire. Y ahí le di en las piernas con la macana. Lo puse de rodillas y le hice una llave en el cuello con la macana.
-Escúchame basura, ¿Quién soy?- Le patee la espalda, Goliath escupió sangre, la ira puede hacer mucho- Deci mi nombre.
-N-no lo sé.
-¿Entonces quién soy?- Tardo un segundo en responder, lo acogote un segundo. -¡¿Quién soy?!
-Nadie. – Dijo asustado.
-¿Y ella?
-¡Nadie!
-Ferpecto.- Le saque la billetera mientras le apuntaba la nuca con mi escopeta. Agarre sus documentos.- Pero YO si se quien sos. Y si no decís que perdiste los documentos, y que había demasiados testigos, entonces te tendre que conocer mejor y ahí nadie recordara de vos o de quien amas NADA. ¿Estamos?
-¡S-si!
Lo solte y se fue corriendo. Claudia me paso un pañuelo para limpiarme la nariz. Me descargue dándole machetazos al ciervo que cazamos esa mañana.
A la mañana siguiente hice una llamada, en doce horas el viejo de mierda estaba tan lleno de cianuro que lo podrían haber usado como esponja para limpiar oro. A su vez decidí intervenir en las llamadas de Claudia. Me dedique a escuchar en todo ese rato como hablaba con una colega de la universidad.
– Si, es el indicado. No está confirmado, te voy a enviar una muestra. Pero estoy segura que se trata del que nosotros necesitamos. Tal vez la humanidad al fin podrá encontrar la gran cura a sus problemas.
Yo estaba bastante enganchado con lo que estaba diciendo hasta que…
– Para que tengo una llamada en espera.
Cortó y atendió.
-Hola, Cami. ¿Cómo van las cosas allá?
-Bien, ma. Acá estamos preparando las cosas para la Pascua. Muchos nenes van a recibir huevos este año.
-¿Ya rezaste?
-Claro ma, ¿y vos?
-Estoy en eso. ¿Y tú hermana? ¿Cómo le está yendo en la facu?
-Bien, Caro se perdió la misa de la otra vez. Pero promete que vendrá la próxima.
¿Ahora tenía hijas la mina? Definitivamente había algo de los documentos que no se terminaban de mostrar. Pero su voz, ella parecía estar tratando de tapar algo. Escucho que tocan la puerta, me dedico a hackear las cámaras del hotel. Es una mujer, le daría treinta años. Piel oscura, petisa, ojos y pello marrón enrulado. No tengo tiempo para esto. Voy a ir a matar algo. En tanto prendí las cámaras que le encargue al botones poner.
Recibo a Malena.
Después de hablar con mis hijas le abrí a Malena.
-Vine a buscar lo que se me encargo.
Le cerré la puerta detrás. Hablar con mis hijas siempre me pone echa una catarata.
-Hola, querida. Toma.- Le entregue el pañuelo.
-Gracias. Ahora si me disculpe.
-No te vayas aun.- Ella me vio con una cara de miedo, típico, me conoce. Le apoye los brazos contra la puerta.
-Por favor, yo…
-Cállate. Afuera nevo, ¿te olvidas? Te tendrás que quedar toda la noche conmigo. Ahora anda a prepararme un baño.
-Pero si solo hay una ducha.
-Bueno, deberemos compartir.
Pobre estaba mojada con nieve de arriba abajo, pero eso me importaba poco. La empuje hacia la ducha.
-No lo hagas más difícil de lo necesario.- Le dije.
Sumisamente se quito toda la ropa, era un palito. Pero un bastante sensual palito. La lleve a la ducha completamente desnuda, abrí la ducha caliente y le comencé a enjabonar los hombros.
-No quiero.
-Eso va a cambiar.
Le seguí masajeando los omóplatos, haciendo que ella se relaje. Le comencé a aflojar los brazos, y me apoye, apretando mis pezones parados en su espalda. Finalmente por mi peso esa muñequita tuvo que aflojarse contra una pared. Mire a mi espalda, allá estaba la cámara y le sonreí. Comencé a bajar la lengua por su espalda, hasta llegar al culo, allí le di vuelta y comencé a apoyarme sus piernas sobre los hombros.
-¡No, no!- No le di importancia. Le comencé a pasar el dedo por la raja hasta ver como lentamente se abría por completo. Finalmente comencé a lamérselo pasando por toda la zona hasta que quedo húmeda. Ella en un intento de sacarme de encima me agarro su cabeza solo hundiendo mi cabeza aun mas en sus piernas. Poco a pocos sus quejidos se volvieron gemidos, y sus gemidos en ruegos de que siga. Hasta que convulsiono y libro toda su humedad sobre mi rostro y mis senos. La baje y le bese los labios hasta dejarla incapaz de respirar.
Entonces le fui acariciando el clítoris hasta que ella se volvió a venir en mis manos, sin duda esta fiestecita me permitirá acercarme un poco más a Alberto. Lo cierto es que aquel individuo se merecía esto y un poco más. Ahora chupa Malena, le doy mis dedos para chupar, te lo tenes bien merecido.
¿Cómo apretar a “un inapretable”?
Debía conseguir que Alberto se quedase conmigo, él por su cuenta nunca podrá descubrir su autentico potencial. Así que a la noche previa a conocerlo decidí que la mejor forma de llegar a conocer el valor de un hombre es retándolo. Sabía que era algo moral, para su clase bastante moral. Y contarle como un tipo tan hijo de puta lo amenace iba a jugar a mi favor.
Pero era más, era joven, muy poderoso y bastante agresivo. Sin mencionar que los análisis de laboratorio demuestran lo que sospechaba. Y yo necesitaba arrastrarlo conmigo.
Ya me había librado de mi gran problema, ahora podría ser más libre de lo que hubiese creído. No necesito tener a ese viejo asqueroso diciéndome que hacer ni porque. Y yo me iba a encargar de asegurarme de que el no solamente se quedase conmigo. Sino que hiciese lo que la humanidad necesitaba
-¿Ya te vas?- Le dije a Alberto mientras veía que se estaba comenzando a ir con la valija. A la tarde.
-Me quedan dos semanas de vacaciones, voy a tomar un avión a Bolivia.
-¿Negocios?
-Festival de golpes.- Saco sus cadenas y se envolvió los puños.- Creo que voy a tener oportunidad de probar mi destreza.
-No creo que se pueda hacer.
-¿Eh?
-Pararon los vuelos. Está nevando.
-¡Carajo! ¡Ahora me van a echar a la mierda!
-Podes esperar e irte a casa después.
-No puedo, cada vez que me muevo obligo a todos a clausurar todo. Si volví antes de tiempo es posible que busquen información por alguna irregularidad en la reunión con los chinos.
-O sea que mentiste para irte a ese festival.- Para ser tan listo, regalaba su información intima como si nada. Él me miro con un poco de bronca.- Y no queres enfrentarte al resto y decir que mentiste para verte débil. Y tampoco podes comprar otro boleto porque ese lo preparaste para que no lo rastreen.
-¿Sabes que irritante que sos? ¿Estás proponiéndome algo?
-Vos me salvaste, yo te salvo. Podes venirte a mi casa estas dos semanas.- Me sostuvo una mirada de sospecha.- No seas así, ya sabes que en cuanto recursos me ganas por goleada. Matarte me sirve de muy poco, solamente conseguiría que venga una patota mucho peor.
-Bueno. Pero si intentas algo raro…
-No lo voy a hacer.
Llegamos a casa.
Al llegar me pregunto porque la casa estaba desocupada.
-El uso como escape, no es fácil tener que lidiar con nadie en estos tiempos.- Dije mientras me quitaba el abrigo. Lo tire sobre la mesa llena de mis viejos libros de historia.
El agarro uno de ellos.
-¿Las primeras dinastías egipcias? Interesante, ¿antropóloga, verdad?
-Yo escuche que no tenes título universitario, ¿verdad?- La pregunta era para provocarlo.
-Me considero un autodidacta. No un ignorante, hay miles de personas con un título que nunca aprendieron nada.- Espero un segundo.- Me voy a fumar un porro afuera, no me esperes.
Él también sabia provocar, me gustaba eso. Se volvió a poner la chaqueta, se nota que tenia frio. Encendí la estufa, afuera se podía contemplar como el desierto helado patagónico tenía poco que enviarle al desierto árabe. Nadie a kilómetros, y se formaban estalactitas en las ventanas. Saque un poco de licor de la despensa y un par de vasos. En menos de cinco minutos volvió tiritando por completo.
-H-hace un frio de cagarse.
-Chupa un toque que se te calma.- Le estire el vaso.
-No tomo alcohol.- Dijo serio, pero después se lo bajo de un trago.- Demasiado frio. ¿Porro?
Yo lo tome con mis labios, lo fume un poco.
Al cabo de diez minutos estábamos tan en pedo y tan fumados que el plan marcho por su cuenta.
-Y si mi viejo andaba siempre con esqueletos de aborígenes por la casa, yo le pregunte en un punto si se los cogía.- Nos cagamos de risa.
-Sí, y el mío con grasa por todos lados. Yo decía que era “vaselina de auto” para el “motorto”
Me reí como no me había reído en años. Yo estaba bastante llena de humo, me levante y pedí irme al baño. Hacía demasiado frio y quería un buen baño caliente.
-¿Para qué tenes esta casa en primer lugar?
-Ah, el hijo de puta de mi marido muerto ni me dejaba ver a mi vieja. Le molestaba mucho su forma de ser, no iba con esa estupidez hiper-paternalistas hipócrita. Así que siempre que puedo la veo acá. Ahora que ese choto de mi cuñado está muerto, seguro la podre traer a mi casa.
-De nada.
-Sí.
Me fui al baño, me di una larga ducha. Comencé a sentir como mi coñito ardía, me lo tuve que masajear hasta apoyarme contra la puerta del baño. Mierda que lo necesitaba. Me derrame en mi mano. Salí con un camisón transparente, me acerque detrás de él y le cubrí los ojos. Se los seguí cubriendo, y me fui bajando hasta su bragueta. Saque un cálido miembro, que deje que se acostumbre a la atmosfera mientras se endurecía lentamente.
Le masaje las bolas lentamente hasta que el pene se fuso duro y recto. Allí le comencé a lamer el tronco, mientras el glande se descubría pude apreciar como ya el liquido pre seminal lo cubría por completo, llegando hasta derramarse sobre el tronco. Ahí bese con dulzura el glande, esparciendo por todo su pene la liquidez necesaria.
Yo por otro lado ya estaba sintiendo como se me estaban quemando las partecitas, me juntaba las piernas en un intento de poder quitarme la calentura. Finalmente cuando ya sentía que me estaba derramando hasta llegar al final de los muslos era que debía arremeter de una vez.
Me senté sobre su regazo y me abrí el camisón hasta que mis pezones le hicieron visible. El me agarro el culo con tanta fuerza que iba a reventar. Sentí como su lengua me recorría mis pezones ardientes hasta estar tan duros que los pudo morder, gemí, gemí como la puta que necesito ser. Como soy en realidad. Alce las nalgas y deje caer mi choca sobre su polla.
Era inmenso, recorría hasta el final de mis fauces. Mi vagina solamente trataba de exprimirlo, y mis caderas se movieron por sí mismas lo cabalgaba con fuerza. Se estaba comenzando a llegar al límite. Me estaba obligando a presionar la concha.
Finalmente lo abrace y me vine con fuerza sobre su pija. Pero antes de poder relajarme sentí que sus dos manos se apoyaban en mis hombros. Y bruscamente me tiro contra la ventana, me agarro del pelo y me lo alzo. Chocándome la cara contra la ventana.
-Esto no acaba acá, puta.
Me apoyo los senos contra la fría ventana. Comenzaron a endurecerse rápidamente, y me metió de golpe la pija con una fuerza brutal. Me comenzó a sacudir mi cuerpo, agarrándome mis manos mientras se me caian las lagrimas por la fuerza que ejercía en mi anatomía. Me volvió a agarrar mi cuello y apoyo todo mi torso, contra el frio vidrio de la ventana.
El contraste de frio y calor era brutal, mi clítoris estaba frotándose contra la helada venta. Ardiendo y helándose al mismo tiempo. Mis pezones se apretaban y mis tetas se hundían. Cada movimiento era un gemido, una nueva lluvia de sensaciones dentro de mi cueva. Mi cueva se llenaba de jugos hasta hacer que me llegasen a la rodilla. La contracción, dolor y placer, se estaba acelerando. Finalmente comencé a sentir como la electricidad me invadía. Cosquillas en la panza, y como todo mi sistema se sobrecargaba.
-¡No puedo más!
Me mordió el cuello, y ahí me vine de nuevo. Y él me lleno por completo la vagina, sentía como mi cuerpo seguía sensible y se iba bajando con el frio. Me dio vuelta, aun con su miembro dentro.
A partir de ahí fue delicado, me acaricio la cara con la mano. Me dio un beso en la mejilla, y me acaricio los hombros. El calor me volvió invadir al cuerpo. Lo agarre de la nuca y lo bese de nuevo.
Ahí… comenzaría todo.
Mi nombre es Manuel y tengo 20 años lo que os voy a contar ocurrió cuando iba al instituto.
Un día cualquiera después de clase siempre iba al baño a mansturbarme pero ese día me pillo mi profe
de educación física jorge el cual me dijo:
-Jorge:Que se supone que haces manuel.
-Manuel: Nada profesor.
-Jorge:Mentira te estas mansturbando a si que tengo que castigarte.
En ese momento jorge con las cuerdas que tenia en la mano me ata por las manos al lava manos y se baja
los pantalones y me hace chuparle la polla y entonce me dice:
-Jorge:Te gusta e pues esta polla mía te va a penetrar todo tu culo.
-Manuel: No profe no .
-Jorge:Si manuel si te boy a penetrar.
En ese momento y sin prebio aviso me baja los pantalones y me penetra salvaje mente y seguidamente
durante 30 minutos asta que se corre .
Después de eso se viste y me amenaza con hacerme daño si lo cuento a si que no lo cuento
y cada uno sigue por su lado y así es la historia de como me violaron mi culito.
fin.
En la cocina me encontré a Teresa dando de desayunar a Manolito. Curiosamente, al entrar y sin que tuviera que decir nada, dejó al niño y tras ponerme un café, me preguntó si deseaba algo más.
―No, con el café me basta― contesté mientras daba un repaso a lo bien que le quedaba el uniforme.
De haber sido una criada “normal”, le hubiese dado las gracias. “Perra”, en cambio, con el sonoro azote que descargué sobre sus nalgas debía darse por satisfecha. Para mi extrañeza, la zorra no solo no se quejó, sino que, esbozando una sonrisa, se giró y demostrando una ternura que desconocía que metió un pedazo de fruta en la boca de mi nieto.
―Mi príncipe, tienes que comer para convertirte en un hombre fuerte y atractivo como tu abuelo.
He de reconocer que me chocó la actitud que estaba mostrando esa hija de puta. No le pegaba ser cariñosa y menos el mostrarse tan sumisa, por ello y tanteando el terreno aproveché que Manolito no podía verme para meter la mano por debajo de la falda a cuadros de su abuela.
Que no llevara bragas era algo que me había imaginado, dado que Aurora había sido quien había elegido ese uniforme, pero lo que no lo era tanto fue que Teresa favoreciera mi manoseo separando las piernas y menos que tuviera el chumino totalmente encharcado.
―Parece que hay una fogata ahí dentro― dejé caer mientras le incrustaba un par de dedos en su interior.
Sin que nada desvelara el estar siendo objeto de ese ataque, pero aceptando que era así, Teresa respondió:
―Si no quiere que haya un incendio, deje de jugar con las cerillas.
Me hizo gracia que mantuviese el semblante serio mientras sus caderas revelaban la excitación que la dominaba. No tenía ninguna gana de que se corriera, mi verdadero deseo era se sintiese humillada. Por ello, cogí un plátano del frutero y mostrándoselo al nene, pregunté si quería uno. Tras negar con la cabeza, sonreí y le busqué cobijo entre las piernas de su abuela.
Como no podía ser de otra forma, “Perra” se quedó paralizada al sentir que la banana rellenaba su conducto y si pensó que iba a masturbarla, se quedó con las ganas porque acercándome a ella susurré en su oído:
―Ni se te ocurra, sacártelo hasta que, al medio día, te pida que se lo des a tu dueña como postre.
Mordiéndose los labios para no llorar, mi consuegra aceptó esa orden sin rechistar mientras terminaba de dar el desayuno a mi chaval.
Descojonado, dejé la taza vacía sobre la mesa para que mi nueva chacha la recogiera y salí al jardín a comprobar que tal habían quedado las obras de la piscina. Vi con agrado que el constructor había seguido fielmente los planos y que, junto a la principal, había realizado un pequeño chapoteadero donde mi nieto de tres años pudiera jugar sin riesgo de ahogarse.
Sufriendo el sol que ya caía a plomo, decidí que al terminar de verificar la obra me daría unos largos y por eso tras comprobar la temperatura del agua, fui a revisar que tal había quedado el pequeño adosado que había mandado construir para ubicar el baño, el vestuario y una pequeña sala personal de juegos. Sala que decoré eligiendo una extensa colección de “juguetes” del surtido que encontré una web especializado en dominación.
«Me costó una pasta. pero valió la pena», pensé al entrar y ver en sus paredes los distintos artilugios que había comprado. Especialmente satisfecho me quedé con la cruz de San Andrés que colgaba en la más alejada de la puerta y cerrando bajo llave ese tesoro, decidí que era hora de mi baño.
Dudé si volver a la casa a por un traje de baño, hasta que caí en que no había nadie en el cortijo si exceptuábamos a nosotros cinco y tomando en cuenta que Manolito era muy pequeño, que Aurora no se iba a quejar y que lo que pensaran nuestras esclavas me la traía al pairo, decidí hacerlo en pelotas.
La ola de calor que llevaba cinco días y cinco noches asolando Andalucía era insoportable. Tras dejar la ropa sobre una silla, me tiré a la piscina con ánimo de refrescarme. El agua estaba calentorra pero aun así el bochorno imperante convirtió ese chapuzón en una delicia y sin ganas de salir, estuve realizando unos largos hasta que, en una de mis paradas, escuché que Aurora me ofrecía algo de beber.
Al girarme hacia ella, la descubrí totalmente desnuda en una de las tumbonas mientras Sonia extendía crema por su cuerpo. Me divirtió pensar en el calor que debía estar pasando la zorra de nuestra nuera embutida en ese uniforme negro.
―Una cerveza― exigí saliendo del agua.
Mi ex demostró lo bien que conocía mis gustos al ver sobre la mesa un cubilete con cinco botellines y cogiendo el abrebotellas, destapé la primera.
―Está helada― comenté satisfecho al probarla y como ese primer trago coincidió en el tiempo con el profundo y prolongado suspiro de Aurora al sentir los dedos de “cachorrita” jugando con los pliegues de su coño, a carcajada limpia, comenté: ―En cambio tú estás cachonda.
Mi mofa no la afectó en lo más mínimo y cogiendo de su melena rubia a la que había sido nuestra nuera, mi ex la exigió que se lo comiera. Sonia no solo no puso objeción alguna a hundir su lengua en la entrepierna de la madre de su difunto marido, demostrando además una evidente fascinación al buscar con denuedo el placer de ésta sin preocuparle mi presencia.
―Parece que a cachorrita le gusta su nuevo papel― comenté descojonado.
La rubia replicó levantando su cara de entre los muslos de la que fue mi señora:
―Suegro, no es algo nuevo para mí. Manuel me exigía a menudo que le comiera el chocho a su amante de turno.
La insistencia de esa zorra con mi retoño me volvió a cabrear y sin explicar a nadie mis intenciones, le exigí que me siguiera. Aurora se molestó al ver que su juguete desaparecía tras de mí y haciéndome ver que la había dejado a medias, se quejó:
―Ven conmigo y te aseguro que no te arrepentirás― contesté.
Azuzada por mi tono misterioso, se levantó de la tumbona y nos alcanzó mientras abría la cerradura de mi escondite.
―¿Qué te parece?― pregunté muerto de risa mientras metía a la fuerza a nuestra nuera en su interior.
Alucinada con la colección de juguetes que había reunido, Sonia se dejó llevar a rastras y aprovechando su desconcierto, la até a la cruz de San Andrés. Es más, antes que se hubiese acostumbrado a la idea, saqué de un armario, mi cámara de fotos y comencé a inmortalizar su entrega.
Mi idea era humillarla, pero en vez de sentirse abochornada, ese zorrón sonrió al ver que la usaba de modelo. Es más, la estaba poniendo cachonda y sus pezones fueron prueba de ello al irse contrayendo con cada fogonazo del flash.
―Nuestro hijo estaba casado con una puta exhibicionista― murmuró Aurora al observar la humedad que brotaba del coño de nuestra nuera.
―Así es y por eso le estoy haciendo este reportaje. Si se porta mal, además de subir el book erótico a la red, haremos una copia para regalárselo a Manolito al cumplir dieciocho.
Contra toda lógica, mi amenaza incrementó su calentura y no queriendo que nos enteráramos, tuvo que con morderse los labios para no gemir.
Mi ex, al imaginarse a sí misma ejerciendo de domina, se puso bruta y con su voz teñida de lujuria me soltó:
― ¿Me dejas jugar un rato con ella?
―¿Qué le vas a hacer? – pregunté.
―Abusar de ella.
Sin dejar de reír, le pedí que fuera más específica:
―Como aperitivo, me encantaría darle un par de azotes.
Mi carcajada cerró el trato y traspasando el protagonismo a la que había sido mi esposa, tomé asiento en una silla. A paso lento, Aurora se acercó a nuestra esclava y agarrándola de la melena, levantó su cara.
― Esto va a ser divertido.
Comprendí que no se refería al momento sino a nuestra estancia en la finca. Mi ex confirmó la interpretación que di a sus palabras al comentar a Sonia que esperaba que estuviera cómoda en esa postura porque iba a ser algo habitual los próximos dos años.
Con tono alegre y jovial, la rubia respondió:
―La cruz de San Andrés me gustó desde que vuestro hijo me ató a una la primera vez.
Que volviera a mencionar al chaval me sacó de las casillas, pero en cambio Aurora se lo tomó con tranquilidad. Sin dar ninguna importancia a ese hecho, le comentó que ya que había empezado tan joven no debía tener cuidado con ella. Y como muestra de lo que se le venía encima, le regaló un primer mordisco en uno de sus pechos.
―¡Puta! ¡Me has hecho daño!― gritó al sentir los dientes de su suegra hundiéndose en su carne.
El insulto tampoco consiguió exacerbar a mi ex y manteniendo un equilibrio que me dejó pasmado, en silencio y a continuación, se dedicó a morder con fuerza la otra teta de Sonia.
Asumiendo que mi aliada iba a ir incrementando la intensidad del suplicio al que iba a someterla, comencé a sacar fotos del modo de ese instante, haciendo hincapié en el dolor reflejado en la cara de nuestra sierva al ser torturada por Aurora.
―¡Como me recordáis a mi marido!― gritó la muy puta mirándome fijamente a los ojos.
Estuve a punto de intervenir, pero dando su lugar a mi ex, seguí sentado mientras esta se recreaba mordisqueando los senos de su víctima. Lo cierto es que me alegró escuchar los gritos de nuestra nuera al experimentar sus delicadas caricias.
«Le va a terminar arrancando los pezones», dilucidé preocupado al observar la fiera tortura a la que estaba sometiendo a las areolas de Sonia.
Mi aliada debió de estar pensando lo mismo porque dándoles un descanso a las tetas, deslizó una de sus manos hasta la entrepierna de nuestra nuera. Mi objetivo capturó el preciso instante en el que violó el sexo de su víctima con tres dedos.
―Cachorra no puede negar que es guarra desde nacimiento― riendo a carcajadas se permitió el lujo de forzarlo añadiendo un cuarto.
―Soy digna hija de mi madre, como mi marido era digno hijo de su padre.
Supe que estaba aludiendo a él con el único propósito de picarme, pero aun así me cabreó y tras poner la cámara en modo automático para que fuera haciendo una foto cada dos segundos, saqué mi verga de su encierro y acercándosela a Aurora, le exigí que me la pusiera a tono..
La cincuentona, cambiando de objetivo, tomó mi pene entre sus manos y con una ternura extraña en ella, lo empezó a besar mientras me decía que le rompiera el culo a nuestra nuera :
―Véngate de todo lo que nos ha hecho.
Tras un par de lametazos, mi erección era suficiente.
―Para cumplir tu deseo, necesito que la crucifiques al revés― comenté.
Ni que decir tiene que mi ex no puso objeción a esa orden y cambiándola de posición, dejó el trasero de Sonia listo para ser violado. La rubia que hasta entonces se había mantenido tranquila, miró acojonada mi trabuco y casi llorando, nos rogó que antes del ataque le preparásemos su ojete.
Disfrutando por fin, Aurora accedió a ayudarla y acercando su cara, le mordió con fiereza una de sus nalgas. El chillido de esa zorra sonó a música celestial en mis oídos y sin mayor prolegómeno, posé mi glande en la entrada trasera de mi nuera.
―No, ¡por favor!― alcanzó a decir antes de que con un movimiento de caderas hundiera mi estoque en su interior.
El fogonazo del flash coincidió con su berrido y deseando que las fotos del momento mostraran con claridad su sufrimiento la obligué a mirar a la cámara.
―Me duele― temiendo que en cualquier momento su culo se partiera por la mitad, sollozó.
Obviando su queja, me aferré con las manos a sus nalgas y acelerando el ritmo de mis cuchilladas, fui demoliendo una a una sus defensas.
― ¡No puedo soportarlo!― gimió descompuesta la mujer.
La agonía de Sonia azuzó tanto el morbo como la lujuria de su suegra y mientras yo machacaba su culo, Aurora buscó mis besos. Al mordisquear los labios de mi ex, me hicieron recordar la perfección de sus mamadas y sin percatarme que era ella y no una de nuestras putas, la tomé del pelo y susurré en su oído que al terminar de follarme a “Cachorra” iba ser su turno.
―Estoy deseándolo― exclamó poniendo sus negros pezones en mi boca.
Ofuscado quizás por un subidón de hormonas, clavé mis dientes en sus voluminosos pechos. Contra toda lógica, la mujer de la que me había divorciado por ser un muermo en la cama aulló subyugada por la mezcla de dolor y gozo que sacudía su cuerpo.
―¡Me encanta que me trates como una puta!― reconoció sin pudor al sentir que todo su ser colapsaba de placer y mientras era vapuleada por un gigantesco orgasmo, me imploró como la perra sedienta en la que se había convertido que me olvidara de nuestra nuera y que me ocupara de ella.
― ¡No te reconozco! ¿Dónde ha quedado la Aurora Serrano con la que me casé?― exclamé alucinado al ver a mi ex que, arrodillándose a mi pies, se ofrecía a mí a cuatro patas.
―Soy la misma, pero ahora no me importa reconocerlo― respondió.
Olvidando momentáneamente mi venganza, saqué mi verga del culo de Sonia y apuntando al coño de mi ex señora, se la metí hasta la empuñadura. Aurora rugió entusiasmada al notar que todo su cuerpo era preso nuevamente del gozo. Ese grito lejos de apaciguar mi sed de sexo duro, la acrecentó y por ello tuvo que soportar que galopara sobre ella mientras azuzaba sus movimientos con duros azotes sobre sus nalgas.
Me alegré de haber tenido la previsión de dejar la cámara en modo automático porque esa escena era digna de pasar a la posteridad. Sonia debió de pensar lo mismo porque al no poder participar en el emputecimiento de su suegra, jaleó con gritos cada uno de mis azotes hasta que, tras derramar mi simiente en el interior de Aurora, caí desplomado a su lado.
Entonces y solo entonces, poniendo voz de no haber roto un plato, la rubia nos pidió que la desatáramos diciendo:
― ¿No les apetece a mis dueños que “cachorrita” les traiga algo de beber?… Y así, una vez recuperados, sigan castigándola entre los dos.
Tras descansar un rato, liberé a Sonia y desnudo como estaba, me tiré a la piscina. Necesitaba pensar porque, aunque me pareciera imposible, desde que llegamos al cortijo la hija de puta de mi nuera no parecía ella.
«Está actuando y es una actriz estupenda», me dije mientras me hacia un largo tras otro, «cualquiera que la viera ahora diría que es una sumisa de libro y que acepta de buen grado el ser nuestra esclava».
Si hacíamos caso solo a su comportamiento de esos días, era fácil aceptar su versión de que durante su matrimonio mi hijo había ejercido un dominio brutal sobre ella.
«Sigo sin creérmelo», refunfuñé para mí, ya que de ser cierto Manuel no solo nos había ocultado la rigidez de su carácter, sino que encima él era el culpable de que no nos hubiéramos hablado durante los últimos años, «no tenía motivos para echarnos de su lado».
Aurora y yo siempre habíamos señalado a Sonia como la responsable. A nuestros ojos, la viuda de nuestro chaval era una zorra ambiciosa y celosa que nunca quiso que nuestra presencia cerca de su marido y que maniobró para alejarnos de su vida. Lo extraño era que alguien tan ruin y déspota hubiese aceptado de buen grado el convertirse en nuestra sierva y más aún que de alguna manera estuviese disfrutando de su nuevo estado.
Por ello y con esas dudas rondando por mi cerebro, salí del agua y me dirigí a donde mi ex se hallaba tomando el sol.
―¿Podemos hablar?― pregunté en voz baja.
Habiendo captado su atención le expuse mis dudas, añadiendo a las mismas la confidencia que me había hecho Sonia respecto a que Manuel se había tirado a su madre.
Aurora me escuchó sin interrumpirme. Se le notaba en la cara el disgusto que le producían mis palabras, pero no hizo ningún intento por llevarme la contraria o de exponerme su punto de vista. Cuando consideró que había terminado, me miró con tristeza y dijo:
―Aunque nos resulte difícil de creer, eso concuerda con lo que me confesó nuestra consuegra.
―¿Qué te comentó esa zorra?
―Teresa me dijo que, aunque nuestro hijo se parecía físicamente a mí, en el carácter era igual que su padre y al preguntarle a que se refería, me dijo que era un amo como tú y me reconoció que llevaba siendo la puta de Manuel más de tres de años.
―¡Tres años!
Sin alzar la voz, mi ex respondió:
―Por lo visto, nuestro hijo descubrió que Teresa tenía un amante y en vez de decírselo a su marido lo aprovechó para chantajearla y convertirla en su guarrilla personal. Es más, no contento con acostarse con ella, la prestaba a sus conocidos por dinero.
―¿Me estás diciendo que la prostituía?― escandalizado pregunté: ―¡Me parece imposible que nos tuviera tan engañados!
Avergonzada por lo que me iba a decir, me pidió que me sentara y dando un grito, llamó a Teresa. La morena debía de estar cerca porque no tardó en llegar corriendo.
―Dame tu móvil― le exigió mi ex.
Nuestra consuegra no lo dudó y sacando el teléfono del bolsillo de su uniforme, se lo entregó a mi señora. Aurora no tardó en hallar lo que buscaba y pasándomelo, me dijo:
―Desgraciadamente, aquí están las pruebas. Viendo estas fotos, no podemos negar que al menos Manuel ejercía de dueño de ambas.
«¡No puede ser!», interiormente exclamé al ir pasando en la pantalla de una escena en la que mi hijo aparecía azotando a su suegra, a otra donde Sonia era a la que maltrataba.
La confirmación de la verdadera naturaleza de mi chaval no explicaba que nos hubiera echado de su lado. Al exponérselo, Aurora con tono triste me contestó:
―Parece ser que a mí, nunca me perdonó el haber dado el paso de pedirte el divorcio y a ti, el haberlo aceptado.
Soltando una amarga carcajada, repliqué:
―¿Y qué quería que hiciera?
Sin tener clara mi reacción, contestó:
―Según su suegra, Manuel le dijo que debías de haberme cogido de los pelos y traerme de vuelta.
Mirando a la susodicha que permanecía de pie junto a nosotros, le pedí que me confirmara ese dato.
Teresa, bajando la mirada, murmuró:
―Su hijo siempre decía que un hombre solo es hombre si es capaz de mantener bajo su autoridad a las hembras de su familia y que antes de permitirnos a mi hija o a mí escapar de él, nos mataba.
La forma de pensar de mi retoño me pareció medieval, anacrónica e injusta porque, aunque mi ex había dado el paso, la culpa había sido de los dos. Pero si de por sí eso era alucinante, más lo fue el observar que dos pequeños bultos habían hecho su aparición bajo el uniforme de la cincuentona mientras me explicaba el dominio al que la tenía sometida mi hijo.
«¿Se estará poniendo verraca?», pensé y obviando sus sentimientos, quise confirmar que mi consuegra tenía los pezones como escarpias y que no eran imaginaciones mías.
Aprovechando el nulo respeto que me merecía, metiendo mis manos en su escote, saqué sus pechos. Al hacerlo, ratifiqué su calentura y directamente le pregunté el motivo por el que estaba tan cachonda:
―Siempre me pongo bruta cuando estoy en presencia de mi dueño. Antes me ocurría con su hijo y ahora con usted― respondió con su voz cargada de emoción.
He de decir que me impactó el profundo grado de sumisión que demostraba la que hasta hace unos pocos días consideraba corresponsable de todas mis desgracias. Huyendo de ellas dos, salí de la habitación mientras trataba de dejar atrás el verdadero significado de lo que me habían revelado.
Lo quisiera o no, si lo que me habían dicho era cierto y el verdadero hijo de perra había sido mi hijo, no tendría ningún motivo para tenerlas esclavizadas porque en vez de las arpías que siempre había pensado que eran, resultarían ser solo otras víctimas más de mi chaval.
«De ser así, me he comportado como un capullo y les debo una disculpa», murmuré para mí. No en vano y ofuscado por la opinión que tenía de ellas, las había terminado de arruinar para luego forzarlas a aceptar el convertirse en mis putas.
Quizás por ello, al entrar en el salón y observar que mi nuera estaba limpiando el polvo, no dije nada y directamente fui hasta el minibar. Allí me serví una copa y ya con ella en la mano, me giré a ver qué hacía. Ante mi pasmo, Sonia se acercó a mí y sin darme oportunidad de decir nada, posó su mano en mi entrepierna y dijo:
―Suegro, ¿por qué no me ha pedido que le sirva? ¿Qué va a pensar de mí si su cachorrita no le cuida?
―¿Qué haces?― protesté al ver que se arrodillaba y me bajaba la bragueta.
Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la viuda de mi hijo respondió imitando la voz de una bebita mientras sacaba mi pene de su encierro:
―Tomarme el biberón.
A pesar de la erección que lucía mi miembro, en mi interior sentía que estaba forzando a una inocente. Sintiendo que era un mierda, levanté del suelo a Sonia y le pedí que se sentara.
―Tu madre me ha enseñado las fotos de su móvil y ahora sé que, si mi hijo no quería verme, no era porque tú le obligaras, sino porque él no quería― dije con tono apenado.
Actuando como si mi disculpa no fuera con ella, mi nuera seguía mirando fijamente mi erección mientras se lamía los labios.
―¿Me estás escuchando?― pregunté.
En vez de oír mis disculpas, Sonia solo tenía ojos para mi pene y haciendo como si conversara con él, lo cogió entre sus manos y antes de comenzar a lamerlo, murmuró:
―¿Verdad qué me has echado de menos? Tu putita tiene hambre y quiere su ración de leche.
―¡No sigas! Ahora que lo sé todo, no puedo hacerte esto― exclamé al sentir que, abriendo sus labios, la viuda de mi chaval buscaba mi placer.
O no me escuchaba o si lo hacía directamente obviaba mis palabras porque lejos de hacerme caso, sacando su lengua se dedicó a regalar sobre mi miembro largos y húmedos lametazos.
―Sonia, ¡soy tu suegro!― protesté mientras la chavala se recreaba metiendo mi verga hasta el fondo de su garganta una y otra vez.
Irónicamente, como había utilizado mi parentesco con ella para definir y extender mi dominio sobre ella, luciendo una sonrisa, me contestó:
―Lo sé y no quiero que se enfade con su putita.
Horrorizado al saber que era un CERDO con mayúsculas y que no me sobraba ninguna de sus cinco letras al estar abusando de una inocente y que además era ¡la viuda de mi hijo!, intenté retirarla, pero Sonia se aferró a mi verga con decisión creyendo quizás que era un juego o una nueva prueba de su amo.
―Nena, deja que te explique… ― insistí― … y que te pida perdón.
―Si mi suegro y señor quiere disculparse, hágalo, pero antes alimente a su cachorrita― contestó sin dejar lamer mi pene y demostrando su urgente necesidad de ser alimentada, comenzó a pajearme con decisión.
Es más como azuzada por la sed, comenzó a embutirse y a sacarse mi miembro con una velocidad endiablada.
―Cariño, ¡para!― seguía pidiendo, pero para entonces era tal su calentura que mientras metía y sacaba mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos y evitando el hacerme caso al sentirse dominada por una lujuria sin par, gritó en voz alta:
― ¡Necesito la leche de mi suegrito!
No tuve que ser un genio para saber que lo que realmente estaba pidiendo es que su amo la alimentase. Ese berrido de deseo elevó mi excitación y sin poderme retener me vacié en su boca.
Sonia, al sentir mi semen chocando con su paladar, se volvió loca y mientras intentaba que no se derramase ni una gota, se puso a masturbar.
― ¡Gracias por darme de beber! ― oí que chillaba mientras su cuerpo convulsionaba de placer a mis pies, pero lo que realmente me dejó impactado fue escucharla decir que a pesar de haber acordado ser mi esclava solo dos años siempre sería mi cachorrita porque me amaba.
―¿Qué coño dices? – repliqué angustiado por lo que significaban sus palabras.
Absorta en su gozo, no le preocupó mi tono ni la expresión de mi cara y berreando como si la estuviese matando, terminó de ordeñarme mientras seguía masturbándose sin parar.
―Soy y seré su cachorrita― me miró llena de lujuria y no contenta con ello, se puso a cuatro patas mientras me pedía que la follara.
Ver a mi nuera en esa postura y saber que me había equivocado al convertirla en mi puta hubiera sido suficiente para que la vergüenza y el bochorno que sentía me hubiesen hecho huir, pero aferrado a la poca dignidad que me quedaba, la obligué a levantarse del suelo mientras le decía que esa era la última vez que se comportaba así y que se olvidase de ser mi puta y que, a partir de ese momento, solo tenía que preocuparse en ser la madre de mi nieto.
―¿Qué ha hecho su cachorrita para que usted se enfade? Si le ha defraudado, ¡castíguela! Pero no la deje así― con lágrimas en los ojos me replicó mientras intentaba nuevamente bajarme la bragueta.
Incapaz de contestar y sabedor de que si permanecía a su lado volvería a pecar, salí huyendo de la casa y me lancé campo a través sin importarme que estuviese diluviando…
I
La Serafín Irisiel levantó la mirada y vio cómo las estrellas se fueron ocultando tras los oscuros nubarrones. Sintió un par de gotas cayendo sobre sus alas y se preguntó si todo aquello no era sino un mal presagio de lo que podría ocurrir.
Frente a ella, miles de los guerreros del Serafín Rigel vigilaban la cala del Río Aqueronte; las antorchas a lo largo y ancho chisporroteaban y arrojaban una pálida luz amarillenta sobre los ángeles. Se le hizo extraño todo aquello; las líneas habían engrosado y muchos se habían armado con picas, lanzas y escudos. Si Durandal no había levantado sospechas de huir al reino de los mortales no había motivo para reforzar la seguridad.
A su lado descendieron suavemente dos Dominios. Uno se acercó para comunicarle la situación: el Serafín Rigel no se encontraba en los Campos Elíseos pues no lo percibían. Irisiel cerró los ojos y echó a suspirar.
Luego se fijó en los guerreros frente a ella y vio a Cursa, uno de los estudiantes prodigio del titánico Serafín. Sostenía una lanza con un lazo dorado que flameaba al viento, ataviado a la punta.
—¿Dónde está vuestro maestro?
El guerrero prefería mantener silencio, pero Irisiel no era precisamente una desconocida en el rango angelical. Su voz era firme, como era de esperar de alguien que fuera honrado con el cargo de líder mientras Rigel no estuviera presente.
—Volverá al amanecer.
Irisiel apretó la mandíbula.
—¿Hay secretos entre nosotros, Cursa? Ocultármelo no sirve de nada si tengo a los Dominios conmigo. Me acaban de informar que no está aquí, por lo que solo puede estar en el reino de los mortales.
Y era verdad. El joven ángel sabía que no tenía sentido seguir escondiéndolo y, es más, sintió que un gran peso de encima fue liberado. Miró a la Serafín con un gesto que revelaba su inquietud.
—Nos encontramos preocupados por nuestro maestro, pero estamos aquí para cumplir su orden. Nadie irá al reino de los mortales hasta que él vuelva.
—Rigel estará orgulloso de contar con guerreros tan disciplinados. Pero es el más fuerte de los cielos y no deberíais temer por él. ¿Qué es lo que tanto os preocupa?
—Destructo —dijo sosteniendo su mirada, y tras él los guerreros murmuraron—. Si es verdad que Perla es el ángel de las profecías, entonces le confieso que estamos muy preocupados.
Irisiel enarcó una ceja.
—¿Creéis que Destructo podría asesinar a Rigel?
—A toda la legión.
—¿Te estás escuchando? ¿Cómo esa niña sería capaz de algo así? ¿Qué piensa Rigel de vuestra…? —la arquera cambió el semblante ante un pensamiento que le asaltó súbitamente.
Consideró la idea de que, tal vez, el Serafín había bajado para hacerse cargo del supuesto ángel de las profecías. No imaginaba que Rigel sería capaz de aquel “sinsentido”, según ella, pero su misteriosa desaparición sumada a la fuerte seguridad montada en la cala eran indicios de algo que no le agradaba.
El tono de la discusión cambió drásticamente.
—¡Ábreme el paso! Iré con los Dominios.
—Me temo, Serafín —con la punta de su lanza trazó una línea sobre la arena humedecida—, que nuestra orden está clara.
—Tienes agallas, Cursa —pateó el suelo arenoso y salpicó la línea trazada—. ¿Podrías volver a dibujar esa condenada línea otra vez?
El guerrero tragó saliva.
—Podrás ser una de las más fuertes de los Campos Elíseos, Serafín, pero estás sola ante una legión de áng…
La hembra hizo un ademán brusco para interrumpirlo. Y, lentamente, reveló su amenazadora sonrisa de colmillos.
—¿Sola?
Tras ella, más allá de la cala, sobre los cientos de árboles y palmeras amontonados en la oscuridad, fueron asomando incontables ángeles que habían estado escondidos, arcos en ristre, apuntando a los guerreros de Rigel. Tensaron aún más las cuerdas; el aire mismo se detuvo ante lo que parecía ser un inminente enfrentamiento, y era tanta la tensión que solo se oían los incontables crujidos de los arcos de un lado y el chisporroteo de las llamas del otro.
Irisiel avanzó un paso hacia el nervioso guerrero.
—¿Vuestro maestro ha bajado para asesinar al supuesto ángel de las profecías y ustedes no harán más que vigilar un río? ¿Acaso el Serafín confía tan poco en vuestras capacidades que él mismo tiene que bajar para hacer vuestro trabajo?
Pareció afectar a Cursa, pues percibió una fugaz ola de disgusto en su rostro. El guerrero temía por su maestro, incluso deseaba que la Serafín bajara para prestar ayuda, pero algo que caracterizaba a todos los guerreros de Rigel era la disciplina. Aquellos deseos que chocaban entre sí tarde o temprano terminarían desbordándose.
—¡Somos el muro de Rigel!
La Serafín tomó del cuello de Cursa y lo tumbó al suelo con saña. Se abrió paso a través de la gruesa fila, tumbando a cuanto guerrero intentara detenerla. Pero los más alejados se agrupaban rápido, por lo que extendió las alas y dio un brinco elevado. Pisando las cabezas de los sorprendidos enemigos, avanzó dando grandes zancadas; el Aqueronte estaba a solo pocos pasos.
—¡Próxima! —gritó la Serafín.
En medio de la legión de Irisiel se encontraba un ángel acuclillado sobre la rama de un árbol. De gruesas alas y con plumas de puntas rojizas, el estudiante más audaz de la Serafín se irguió al oírla y tensó la cuerda de su arco hasta la oreja, tragando aire y vaciando su mente de cualquier pensamiento.
Tronó un relámpago a lo lejos. En el momento que la lluvia empezó a caer para azotarlo todo en la cala, surcó una saeta, imperceptible en la oscuridad de la noche, y se clavó en la pierna de un guerrero que forcejeaba con la Serafín.
—¡Protegedla! —bramó Próxima sacando otra flecha de su carcaj.
La noche y la torrencial lluvia lo dificultaban todo; silbaban las flechas en el cielo y estas eran rechazadas por los escudos de los guerreros, aunque algunas conseguían colarse y clavarse en los cuerpos enemigos, que caían adoloridos, tiñendo de sangre la otrora pacífica y paradisíaca cala del Río Aqueronte.
La Serafín invocó su arco y, elevándose, tensó el arma con tres saetas listas para salir disparadas en diferentes direcciones, pero titubeó al pensar en segar la vida de los súbditos de Rigel. Aquella breve vacilación bastó para que Cursa saltara y la sujetara del pie, tumbándola sobre la arena.
La arquera quedó tan conmocionada por la caída que, cuando levantó la mirada, no supo cómo reaccionar al ver a Cursa empuñando su lanza. En sus alas vio incrustada un par de flechas, pero el guerrero se enmascaraba tras una expresión seria. Realmente, pensó ella, los estudiantes de Rigel eran temibles y fuertes.
—¡Rigel solo quiere librar a Perla de su estigma!
—¿¡A costa de su vida!?
Pateó al guerrero y este cayó, soltando la lanza en el ínterin. Irisiel montó sobre él y lo tomó de la pechera de la túnica para zarandearlo.
—¿Por qué Rigel decidió bajar para asesinarla? ¿Por qué permitís esta atrocidad? ¿Acaso entrenáis tanto el cuerpo que se os ha olvidado la cabeza?
—¡Permitir que ella viva solo traerá caos y desesperanza! ¿Acaso no lo ves? —la tomó por las manos y apretó—. ¿Qué es más importante? ¿La vida de ella o de la legión? Matarla sería un acto de piedad.
Irisiel abrió los ojos cuanto era posible. ¿Qué posibilidad había de que aquella dulce Querubín pudiera sobrevivir a una batalla contra el ángel más fuerte de los cielos? Levantó la mirada y los observó cuanto la rodeaban; buscaba algún ángel que la comprendiera, que sintiera piedad por aquella niña, pero solo percibía miedo a su alrededor. Estaban asustados, claramente controlados por el terror.
Solo había alguien que podría ser capaz de manipularlos de esa manera.
—¿Cómo es posible que no seáis capaces de verlo? —volvió a zarandearlo con violencia—. ¡Esa niña no es la verdadera amenaza! ¡Es ese maldito Segador!
A su alrededor nadie se atrevía a clavar alguna lanza en la espalda expuesta de la Serafín. Algunos estiraban sus escudos para protegerla de los flechazos que podrían caer hacia ella. La respetaban, aunque a sus ojos la hembra sintiera afecto por un ángel que, a juicio de ellos, traería muerte y desesperanza.
Al otro extremo, sobre los árboles y palmeras, Próxima extendió sus alas y levantó su arco de caza al aire. Todos los arqueros cesaron el ataque.
No muy lejos, elevado en el aire junto con unos cuantos de sus alumnos, el Serafín Durandal contemplaba la disputa. Aunque el rostro impávido del espadachín no revelara su estado de ánimo, experimentó la misma pesadumbre que Irisiel.
—El miedo controla a los ángeles —concluyó uno de sus estudiantes.
—No —respondió el Serafín—. Solo a los débiles.
—¿Deberíamos intervenir, Maestro?
—Aguardad.
Miró a un lado, hacia la legión de arqueros de Irisiel queriendo abrirse paso hacia el reino de los humanos, y luego al otro, hacia los guerreros de Rigel, quienes solo los dejarían pasar sobre sus cadáveres. Él anhelaba la libertad, pero no a costa de otros ángeles.
“¿Qué harías tú, Nelchael?”, pensó cerrando los ojos. “Te necesitamos, viejo amigo”.
II
Un par de gotas de agua cayeron sobre el destruido pavimento y resbalaron hacia una de las innumerables grietas que se habían abierto tras las intensas luchas libradas. El cielo relampagueó a lo lejos; los nubarrones habían llegado para oscurecerlo todo en Nueva San Pablo y amenazaban con traer, tarde o temprano, una lluvia torrencial.
Una esfera filmadora entró en la zona de batalla y, deslizándose con sigilo, no fuera que la descubrieran, transmitía para toda la humanidad un combate tan sorprendente como misterioso: dos ángeles desafiándose en duelo mortal.
Perla, con su sable, apuntó al Serafín Rigel y midió la distancia. Entre ambos había poco más de diez pasos o dos aleteadas precisas. El adversario era enorme y, habiendo visto la batalla que libró contra sus anteriores contrincantes, la Capitana Ámbar Moreira y el Dominio Fomalhaut, sabía que dejarse alcanzar por su puño sería tan mortal como dejarse clavar por su tridente.
Y si él la lanzaba con la fuerza del aleteo de sus seis alas, como había hecho con sus dos rivales, de seguro terminaría tan lastimada que no podría volver a levantarse.
“Pero es lento”, concluyó apretando los labios. Perla no era fuerte y su maestro fue sabio al haber potenciado su velocidad y reflejos para compensar. Había que moverse. Y moverse rápido.
Cuando el Serafín levantó su tridente, la joven notó, por la postura del guerrero y la posición de sus alas, encorvándose, que daría un salto hacia ella. Todo sucedía lento ante sus ojos, por donde desfilaban varias opciones para un contraataque a un ataque que aún no había partido.
Rigel se abalanzó e intentó clavar el tridente en el cuerpo de la muchacha, pero esta dio un salto, ayudada por sus alas, y pisó los dientes del arma para hundirla en el suelo pavimentado. El Serafín no salía de su asombro cuando vio a la Querubín, parada sobre la asta, tomando impulso para propinarle una patada al rostro con tal agilidad y fuerza que lo dejó aturdido.
El guerrero retrocedió atontado por la fuerza del golpe; la muchacha notó un blanco en el pecho y podría asestar un sablazo. Pero tuvo dudas, en sus entrenamientos todo se detenía allí, con un suave golpe de la empuñadura en el pecho o en el brazo, indicando que había vencido. Ahora tendría que matar y no a cualquiera; por más que frente a sí había un adversario, no podía quitarse el hecho de que se trataba de un ángel a quien ella profesaba un cariño especial. Titubeó lo suficiente para que el Serafín invocara su tridente en la mano.
De un salto, la joven retrocedió y adoptó su postura de ataque, lejos del alcance de los dientes del arma.
—Ese maestro tuyo —dijo el Serafín, ignorando la línea de sangre que caía de su frente—. Te ha entrenado muy bien.
“Por más que lo intente, cuesta hacerme a la idea de luchar contra él”, pensó ella. “Pero si pretende matarme, debo quitarme los miedos y asestarle un golpe”. Volvió a levantar su sable hacia el adversario, midiendo, cotejando posibilidades, tragando tanto aire como fuera posible para vaciarlo todo, miedo incluido, de una sola vez. “Un golpe tan fuerte que desee rendirse”, asintió decidida.
Rigel arrojó su arma como una lanza y, de refilón, la muchacha vio un relámpago plateado caer del cielo. Fomalhaut volvía a interponerse para salvarla del ataque, clavando sus sables entre los dientes del tridente. No estaba sola en su lucha y aquello le dio fuerzas, pero no había mucho tiempo para pensar o agradecer; saltó para apoyarse sobre la espalda del Dominio y, extendiendo sus alas, tomó impulso para abalanzarse hacia el Serafín.
El titánico ángel la vio venir y pretendió defenderse, pero un inesperado mareo lo invadió y perdió el control de su cuerpo por un instante. El dolor en los músculos que se contraían, la visión que se le emborronó. Era la primera vez que experimentaba algo de esa naturaleza y se preguntó si aquella violenta explosión en la que se vio engullido pudo ser capaz de afectarlo.
El cielo relampagueó en el instante en que la Querubín consiguió atizarle un tajo certero en el pecho, aunque no esperaba que Rigel quedara con el rostro inmutable. La afilada hoja apenas se hundió en la piel; tal como la Capitana lo había comprobado, el Serafín parecía estar hecho de roca más que de carne.
—Te creía inteligente. La mortal ya comprobó que una espada no me atravesaría.
“Los sables no sirven para atravesar”, pensó Perla, tirando de su arma para abrirle otra herida considerable en el pecho, rasgando la túnica angelical y salpicando varias gotas de sangre al aire. “¡Sirven para rajar!”.
Pero el Serafín se mantenía inmutable, aun con la túnica tiñéndose de rojo. “¡Se acabó!”, gruño, extendiendo sus seis majestuosas alas. Perla se asustó; intentó dar otro salto hacia atrás, pero sus piernas flaquearon cuando vio aquellas gigantescas e imponentes alas extendidas en todo su esplendor.
—Pero, ¿¡por qué lo haces, Titán!? —atinó a preguntar con los ojos humedecidos.
El Serafín agitó sus alas con una fuerza inaudita y la lanzó como una suerte de muñeca de trapo. Mientras era arrojada por el impulso, sintió en sus alas las yemas de los dedos del Dominio, quien intentó sostenerla, pero este no pudo más que rozarla. Perla cerró los ojos y apretó los dientes, temiendo el peor de los impactos.
Zadekiel extendió brazos y alas para atraparla, aunque la terrible fuerza con que fue lanzada la Querubín la sacudió por completo y tuvo que esforzarse in extremis, no fuera que también terminara siendo impulsada. Tras ella, Aegis y Dione descendieron rápidamente para sujetar a su maestra. Las suelas de las botas de las tres hembras humearon debido a la fricción contra el pavimento, pero, poco a poco, consiguieron detenerla.
Las cuatro cayeron despatarradas sobre el suelo. Estaban a salvo y por más que la tensión de una lucha a muerte fuera palpable en el aire, las recién llegadas empezaron a carcajearse. Porque, ¿quién diría que unas simples hembras del coro angelical lograrían conseguirlo a tiempo? Pese a tener el mundo en su contra, lograron encontrar a la amiga perdida y la encontraron sana y salva.
Conmocionada, perdida entre brazos, piernas y alas varias, Perla meneó la cabeza para espabilar y buscó con la mirada a su salvadora.
—¡Ma-maestra! —se enrojeció—. ¿Qué haces aquí?
—¡Buena atrapada, Zadekiel! —Dione elevó la mano y levantó el pulgar.
—¡Digno de una Arcángel! —rio Aegis.
Esta última se arrodilló, sacudiendo las alas. Se frotó los ojos cuando tuvo a Perla frente a sí. Había cruzado medio mundo, incluso llegó a perder la esperanza, pero ya no había nada que detuviera la felicidad que experimentaba en su corazón. Dobló las puntas de sus alas, apretujó sus labios y los ojos se le humedecieron.
—¡Perla! —chilló jugando con sus dedos—. ¡Te he extrañado!
La Querubín no pudo articular palabra alguna y echó a trastabillar palabras como respuesta; rodeada constantemente de enemigos y en su peor momento, cuánto bálsamo le resultó tener de cerca a sus amigas. Recibió el abrazo de la tímida ángel, que más bien pareció ser una embestida. Hizo un esfuerzo por enjugar sus propias lágrimas de manera disimulada.
—Yo también te he extrañado —respondió por fin, acariciando la cabellera de Aegis. Luego miró a Dione, quien se sacudía el polvo de encima—. Las extrañé todas. Y es por ustedes que he decidido luchar.
Dione enarcó las cejas.
—¿Luchar? ¿Contra el Serafín? —miró a su alrededor; se mordió los labios al ver la destrucción que desolaba el lugar—. Por los dioses, ¿acaso te has golpeado la cabeza?
Zadekiel ya se había repuesto y avanzó hacia el Serafín. Sabía que debía confrontarlo: era la maestra, la superior. Por más que fuera solo una instructora del coro angelical, era algo que lo sentía como una responsabilidad; debía proteger a sus alumnas. Vio a su alrededor el destruido campo de batalla, el fuego levantándose por donde fuera que mirase, el humo dibujando figuras informes en el aire y los cuerpos de decenas de mortales desperdigados en el suelo.
Frunció el ceño y se fijó en Rigel.
—¿Todo esto lo has hecho tú?
Rigel arrancó de un manotazo la parte superior de su túnica. Estaba completamente teñida de sangre y hecha jirones. La herida en el pecho era considerable y al notar que el mareo persistía supo que debía apurar su misión, no fuera que se debilitara.
Había subestimado a la mortal. Y había subestimado a la Querubín.
Clavó su tridente en el suelo, con violencia, volviendo a crear grietas a su alrededor.
—¡Apartaos de mi camino! ¿O acaso queréis morir protegiendo a Destructo?
—¡Detén esta barbarie, Rigel! —ordenó Zadekiel.
—Es mi última advertencia. Apártate o caerás con ella.
—¿Entonces seremos enemigos? —la rubia meneó la cabeza—. No entendí cuando te percibí bajando de los cielos. Percibí odio, ansia de sangre. Pero, sobre todo… ¡Sobre todo percibí miedo! ¡Este no eres tú! ¡Baja el arma! ¡Esto no es lo que el Trono hubiera deseado!
—¡Esto es precisamente lo que él deseaba! ¡La supervivencia de la legión!
—¡No así, no de esta manera!
Perla se repuso recogiendo su sable del suelo. Sus amigas la sostenían, no quería que luchara, pero la Querubín se apartó bruscamente sin despegar la mirada del titánico ángel. Se estremeció al verlo preso del pánico. “Ya lo entiendo…”, pensó ella apretando los labios: el Serafín estaba claramente controlado por el miedo. Influenciado por el terror, bajó de los cielos para asesinar a aquella que amenazaba la vida de los dioses. Se preguntó entonces quién sería capaz de manipularlo de esa manera.
—¡Perla no es Destructo! —chilló la maestra apretando los puños—. Deja de comportarte como una herramienta de los dioses. ¿No puedes, simplemente, pensar por ti mismo, Rigel?
—Dioses, dioses, dioses…. —gruñó la Querubín apuntando a Rigel con su sable—. Es por ellos que tanto sufrís. ¡Los detesto! ¡Si esto es culpa de ellos, entonces me encargaré de exigirles cuentas el día que vuelvan!
Zadekiel dio un respingo al oír aquello. Encogió las alas y achinó los ojos. Solo conoció, en toda su vida, a un ángel que sería capaz de decir algo como aquello. Lentamente se giró hacia su alumna.
—Eso es… eso es precisamente algo que diría un ángel destructor, ¿sabes? Creo que mejor deberías dejar que yo hable…
—¡Pues tal vez yo sí sea Destructo! —asintió la pelirroja, causando que tanto su maestra como sus compañeras abrieran los ojos cuanto era posible.
—¡Oh, tú! —Zadekiel, brazos en jarra, rio nerviosa—. Va a ser verdad eso de que te golpeaste fuerte la cabeza…
Repentinamente, la larga falda de la túnica de la maestra se levantó y revoleó, revelando más pierna de lo que usualmente ella permitía. Enrojeció, cubriéndose de nuevo y actuando como si no hubiera sucedido nada, aunque el momento fue cazado por la esfera filmadora y por lo tanto toda la humanidad la contempló. Miró el suelo y ladeó el rostro al percibir una fuerte corriente de aire manando a través de la grieta.
Pero notó que la corriente surgía no solo allí sino a través de todas las fisuras desperdigadas en el pavimento. Y, más que corrientes de aire, surgían incontables hojas y pétalos coloridos que se elevaban con una rapidez notable. Muchas revoloteaban por el campo de batalla como si tuvieran vida y conciencia propia, otras dibujaban figuras informes a lo alto para luego caer en picado y desperdigarse por el sitio, uniéndose a las que iban brotando de las fisuras.
La esfera filmadora se deslizaba a baja altura, entre los escombros, permitiendo que el mundo también fuera testigo de aquel misterioso espectáculo de belleza inusitada, en donde, de manera inexplicable, la línea que separaba el cielo y la tierra poco a poco fue desapareciendo, borrada por las hojas y pétalos que ya ocupaban todo el campo de visión.
Tumbado sobre un montón de escombros, Johan se sacudió el polvo de su cabellera mientras mascullaba insultos; había sufrido un viaje rápido y vertiginoso en la espalda de una de las hembras del coro, que no fue muy cortés al soltarlo bruscamente. Le dolía hasta los huesos, pero sintió que alguien le agarró de la cabellera y, girándole ligeramente la cabeza, le plantó un beso en los labios que pareció calmarle el dolor.
La Capitana se apartó de la unión de labios; tras clavar su espada en el suelo, se arrodilló para apoyar su cabeza en el pecho del joven amante, buscando un consuelo que necesitaba con urgencia. A esas alturas su traje táctico se había convertido en poco más que un montón de tiras de fibra de carbono que desnudaban su cuerpo en algunas zonas. La idea de involucrarse en aquella batalla de guerreros semidioses estaba descartada.
—No ha salido como lo planeamos —susurró ella, buscando de nuevo sus labios pues la mujer temía que en cualquier momento todo acabaría.
El muchacho aún no salía de su asombro; temía por la vida de la mujer, pero cuánto fue su alivio al verla viva. La tomó de la barbilla, solo para comprobar que no fuera una ilusión, y le limpió una mancha de la mejilla. Poco a poco fue esbozándose una sonrisa bobalicona.
—Salió mejor de lo que pensaba —respondió él—. Sigues viva.
Los besos continuaron. Lo necesitaban con ansiedad luego de rozar la muerte. Ese tacto, ese calor que hacía hervir la sangre de los amantes que apaciguaba la desesperanza que caía sobre ellos: Ámbar no había conseguido salvar a la niña, al menos no como lo había ideado, y era inevitable pensarse nuevamente como una heroína fallida, como una madre que había vuelto a fracasar.
—Si todo esto termina hoy, me gustaría que sepas que estoy agradecida.
—Pero… si conseguimos salir vivos, deberíamos buscar otro trabajo… —asintió el joven.
Johan vio de refilón un pétalo que voló hacia él; lo atrapó y luego miró con asombro los miles que brotaban de las grietas. Ladeó el que había capturado y, debido a la forma de los tépalos, notó que se trataba de una flor que conocía. “¿Gladiolos, aquí?”, se preguntó, guardándolo en su puño. Recordó que ya había visto la misma flor en el cementerio, cuando, junto con la Capitana, decidieron liberar al ángel. Era un muchacho de ciencias pero, tras todo lo vivido, no podía descartar algo que desafiaba a la lógica.
—Me pregunto si están intentando decirnos algo.
—¿Qué? ¿Las flores? —preguntó la mujer atrapando otro—. No sé qué mensaje podría ser.
—Significan “Victoria” —dijo él, soltando la hoja.
Zadekiel había caído al haber sido golpeada por otra fuerte corriente de aire que salió disparada cerca de sus pies. Intentó levantarse, pero cayó sentada sobre el mar de pétalos, desperdigando las hojas a su alrededor. Escupió unas cuantas, bastante molesta, pero no tuvo más remedio que contemplar asombrada toda la singular escena. Además, el aroma le supo delicioso y tranquilizador; levantó las manos y sintió los pétalos colándose entre sus dedos; por un momento se sintió como si estuviera en los prados de los Campos Elíseos.
Sin esperárselo, el ángel plateado Fomalhaut se abrió paso entre las hojas y pétalos como quien abre un telón, y se acercó para ofrecerle una mano, siempre enmascarado tras aquel rostro desprovisto de expresión. Ni siquiera sonrió al percibir la sorpresa y el súbito enrojecimiento de la rubia.
—El Serafín Rigel me ordenó asesinar a Perla —confesó con una frialdad que espantó a la maestra.
—¡Ah! Y lo dices tan tranquilo —Zadekiel frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Es por cosas como estas que los Dominios no me caen muy bien.
—Pero no acepté. Cuando nos lo propuso, una flor se elevó hacia mí. Era un gladiolo. Son las preferidas de Perla porque, según ella, sus hojas siempre vuelan a su alrededor cada vez que pasea por el jardín de Paraisópolis. Ahora que veo este campo de flores, me pregunto si todo esto no es sino la voluntad de un ángel.
—¿Voyuntad ye quiéd? —preguntó la hembra, sacando una hoja que se pegó en su lengua.
—No lo sé. Es simplemente una sensación que tengo.
La maestra, al aceptar la mano del Dominio, se repuso y atrapó una hoja. Cayó en la cuenta de que, tal vez, nunca estuvieron solos en ningún momento de su larga y dura aventura. Tal vez alguien animaba a los héroes desde el mismísimo inicio.
—¿Te refieres al Trono?
El Serafín Rigel se conmovió al ver el cielo y el mismo suelo repleto de flores, y llegó a la misma conclusión que Zadekiel: el viejo Trono estaba allí, de alguna manera; su voluntad se elevaba entre las hojas que teñían a Nueva San Pablo de un mágico colorido. Supo entonces que era momento de cumplir de una vez su objetivo; levantó la mirada para ver a Perla frente a él y se sorprendió al notar que las flores parecían bailar especialmente a su alrededor, describiendo una especie de órbita en torno a su cintura, sus alas y, especialmente, su sable.
—Veo que te aferras a la vida y has luchado bravamente. Si vas a ser el ángel que destruya a los dioses, solo te queda algo más por hacer. Demuéstramelo —extendió sus brazos y alas—, demuéstrame que eres el ángel más fuerte de los cielos.
La joven negó.
—¡Eres mi amigo! ¡Conseguiré terminar esta lucha sin perderte!
El Serafín suspiró, desclavando su tridente del pavimento.
—Y tú demasiado dulce, pequeña Perla.
Ambos se lanzaron a la lucha inevitable sintiendo que llegaban al cénit. Lo sabían; que no había marcha atrás, que aquella batalla era lo que tenía que hacerse porque no existía la posibilidad de un tal vez. Perla lo comprendía mejor que nadie: no era una lucha contra un enemigo; nunca lo fue. Era una lucha contra algo que asomaba entre las sombras, era una batalla contra algo oscuro que cubría el corazón del Serafín con unas garras.
Era una batalla contra el miedo. Una batalla que no había que perder bajo ningún concepto.
Porque ella era el ángel de la esperanza.
Los intercambios de golpes se sucedían uno tras otro; refulgían los destellos de las armas de los guerreros legendarios en medio del vuelo de las flores a su alrededor; Perla era tan veloz esquivando o lanzándose a por el enemigo que las hojas seguían la estela de viento que se trazaba tras ella, aunque los que veían la batalla creían fervientemente que las flores la seguían allá donde ella fuera.
A veces el Serafín bloqueaba los golpes del sable y, ayudándose del asta del tridente, conseguía que la espada de la joven saliese disparada hacia arriba, pero rápidamente el arma desaparecía del aire y volvía a reaparecer en las manos de la Querubín, quien ya había dominado el arte de la invocación, haciendo gala de un manejo excepcional: asestaba un sablazo, luego giraba sobre sí misma, extendiendo las alas, materializando su sable en la otra mano, aplicando un tajo que desperdigaba gotas de sangre al aire.
“Es rápida”, susurró el Dominio, quien apretaba las empuñaduras de sus armas, presto a lanzarse a la lucha y ayudarla, mas viendo cómo se desenvolvía la joven concluyó que sería un estorbo en caso de entrometerse.
“¿Y esta es la misma niña que lloró en mis pechos?”, se preguntó la Capitana, quien se apoyó de sus rodillas debido al cansancio. “¿Quién lo diría?”, vio el destello de los ojos feroces de la joven, observando el choque de su arma contra el adversario, la precisión de su danza mortal, admirando aquella fortaleza que solo la conseguían quienes luchaban por algo que amaban.
El mundo también lo vio con fascinación; el sable rodeado por las flores que se convertían en una extensión del arma, la agilidad y gracilidad destructora de aquella guerrera, la larga cabellera roja como el fuego que flameaba en medio de aquel baile de hojas coloridas.
Era un auténtico relámpago carmesí.
La mitad de la asta del tridente dio varias vueltas por el aire y cayó hundida en el mar de pétalos. Perla volvió a adoptar su posición ofensiva, apuntado al enemigo con su sable, ahora teñido de sangre del Serafín. Respiraba pronunciadamente debido el esfuerzo realizado.
El Serafín, con decenas de cortes adornando su cuerpo, sostenía con incredulidad su arma, que para colmo había perdido un diente.
“Esta niña”, pensó el guerrero, tirando a un lado el tridente. “Completa insolente. Quería desarmarme”.
—¿Aún piensas en terminar esta lucha de manera pacífica?
—¡Suficientes han caído hoy, Titán!
El Serafín lo sintió como un regaño. Y de nuevo le invadió la culpabilidad por haber sesgado la vida de aquellos humanos cuando bajó de los cielos. Él había matado. Ella, el supuesto ángel de la desesperanza, luchaba por preservar la vida aún si esta fuera de su enemigo. Se preguntó entonces si aquella dulce niña realmente portaba sobre sus hombros la destrucción.
Miró sus manos. Tal vez rendirse era una buena opción, pero él era el ángel cazador creado por los hacedores para eliminar todo aquello que representara una amenaza. Había sido proclamado el campeón de los dioses por ser el Serafín que más ángeles renegados cazó, en el Río Lete, en las fronteras entre los Campos Elíseos y el Inframundo. Ese era su fin. Por más que su corazón rogaba que dejara de batallar, había algo oscuro que lo acallaba y le exigía terminar con la amenaza.
Miedo. Era miedo. De perderlo todo. El reino de los ángeles. El de los mortales.
Se abalanzó a por ella. La joven asestó un rápido tajo al hombro derecho; la hoja se hundió y rajó la carne, pero no pareció hacer mucho efecto; el sable salió disparado y se perdió en el mar de pétalos, a varios metros. Intentó invocarla de nuevo, pero el Serafín la tomó del cuello y, con una saña inusitada, la empotró contra el suelo, creando un boquete y levantando por los aires tanto hojas como pedazos del pavimento.
Con el enorme Serafín sobre ella, la Querubín sintió cómo las gruesas manos apretaban más y más el cuello. Entonces, con los ojos humedeciéndose, la muchacha mandó un puñetazo al pecho de Rigel. El aire no llegaba a los pulmones y perdía el conocimiento poco a poco. No debía terminar así, se dijo a sí misma, y no le quedó más remedio que tomar la decisión más difícil de su vida.
Ladeó el cuello, como queriendo tomar un último aliento para decir algo.
—Perdóname… —susurró ella—. Perdóname, Titán.
Un dolor desgarrador se hizo lugar a través del pecho del guerrero, quien sintió cómo súbitamente su legendaria fuerza le abandonó. Abrió los ojos, sorprendido, y notó que ahora la Querubín lloraba amargamente bajo él. Pero la muchacha, dentro de lo que cabía, parecía encontrarse bien. Buscando una explicación notó que las trémulas manos de la joven, bajo su pecho, sostenían una empuñadora. “Invocó su sable…”, pensó un desesperado Rigel, quien poco a poco fue retirando la presión de sus manos sobre el cuello. “Lo invocó en medio de mi pecho…”.
El gigantesco ángel cayó a un lado, levantando pétalos al aire con su caída; los ojos se le hacían pesados y el cuerpo ya no respondía.
“¿Por qué?”, pensó el Serafín tocando la empuñadura sable que lo atravesaba. “Ahora que he perdido…”, y giró débilmente su cabeza para mira a aquella muchacha que, ahora sí, gritaba y lloraba amargamente, cubriéndose el rostro con las manos, incapaz de aceptar la realidad de que, por primera vez en su vida, había matado a alguien.
En la mente del Serafín se agolparon tantos recuerdos de manera inexplicable. De los de una niña con alitas llorando desconsoladamente porque no quería apartarse del gigantesco ángel, quien ella misma bautizó como “Titán” porque le parecía tan grande como los titanes que ilustraban sus libros de estudios. O de sus tardes paseando, con la pequeña sentada sobre sus hombros, a orillas del lago en Paraisópolis, quien oía fascinada las historias del guerrero contra las huestes de Lucifer.
Era como si el corazón, ahora libre de unas oscuras garras que lo tenían sujeto, librase al aire todo aquello que luchaba por salir. Y el dolor que sintió al percatarse de lo que intentó cometer fue lo más cargante que sintió en su existencia. Por primera vez, el ángel cazador y más fuerte de los cielos, sintió los ojos arder.
Las hojas y pétalos se abrieron paso para mostrarle un cielo azul oscuro que empezaba a ser atravesado por las luces de un nuevo amanecer.
Inesperadamente, Perla se abalanzó sobre él para abrazarlo. La Querubín lloraba desconsoladamente, intentaba pedirle perdón, hundiendo su rostro en el pecho del guerrero, pero tan solo salían balbuceos ininteligibles conforme apretaba el abrazo.
El viento cesó y las hojas fueron cayendo lentamente sobre el mar de pétalos. Algunas, muy pocas, aún flotaban perezosamente alrededor de los dos ángeles, como si quisieran escuchar las súplicas que esbozaban los labios trémulos de la dulce Querubín.
Haciendo un sobreesfuerzo, el Serafín acarició la cabellera de la joven.
Hubo un susurro. Tal vez fue una súplica de perdón, tal vez fueron unas palabras de advertencia acerca de la verdadera amenaza que se cernía sobre los ángeles; su voz se perdió en el murmullo del viento.
III
La Serafín Irisiel tumbó a un guerrero sobre la arena de la cala mientras varios la sujetaban de los pies y alas para que no escapara al reino de los mortales. Aunque, para sorpresa de todos, se abstuvo de tumbar a otro al ver cómo una fina línea de luz dorada se posaba sobre el horizonte oscuro del Río Aqueronte.
“Amanece”, pensó la arquera, librando al guerrero que agarraba del cuello. Sintió súbitamente cómo algo dentro de su pecho se había resquebrajado por completo. Los guerreros la soltaron por lo que lentamente recuperó su compostura.
Pero, extrañamente, la idea de ir al reino de los mortales se le volvió innecesaria. Era como si supiera que, hiciera lo que hiciera, sería un esfuerzo inútil. Que ya era tarde. Se giró y notó que los guerreros de Rigel sufrían de manera similar a ella. Había un ensimismamiento generalizado y a su alrededor iban cayendo, poco a poco, las picas, lanzas, escudos y antorchas que antes sostenían con fuerza.
Su estudiante, Próxima, descendió velozmente en la cala y, al ver a su maestra tambaleándose de alguna suerte de mareo, lanzó su arco al suelo y se acercó para sujetarla. No notó ningún tipo de herida en el cuerpo o en las alas de su instructora, por lo que estaba desconcertado.
—Maestra —dijo el joven guerrero—. ¿Se encuentra bien?
La Serafín no prestó atención; se tomó del pecho y se preguntó si lo que sentía era verdad. O, más bien, si lo que dejaba de sentir era posible. Porque ya no percibía al Serafín Rigel, su eterno compañero de batallas, aquel con quien había luchado alas con alas en la lejana guerra contra las huestes de Lucifer.
A su alrededor los estudiantes de Rigel caían arrodillados, mirando el río dorado del amanecer, experimentando el mismo agobio que la Serafín; era como si la verdad flotara en el aire arrastrada por el viento como un aroma en un campo de flores.
El Serafín Durandal descendió suavemente cerca de la hembra, sobre una gran roca acariciada por el agua. Miró el río y sintió que, definitivamente, faltaba algo. Casi deseaba que viniera ese “gigante” a regañarlo, o a rodear su cuello con esas enormes manos para amenazarlo con la muerte por atreverse a acercarse al Aqueronte.
—¡Durandal! —gritó la Serafín—. ¿Tú lo sientes? Es… es Rigel, ¿no es así?… ¿Cómo?… ¿Cómo es posible…?
—El miedo controla a los más débiles —concluyó mirándola a los ojos. Había advertencia en sus palabras—. El miedo vuelve débil hasta al más fuerte.
Repentinamente, la arquera comprobó con estupor cómo varios ángeles caminaban pacíficamente hacia el Río Aqueronte, atravesando la cala, pasando entre los miles de estudiantes de Rigel, quienes no hacían nada por detenerlos, absortos como estaban debido a la sensación de vacío nunca antes experimentada.
El mayor temor de la Serafín, que Durandal y su legión abandonasen los Campos Elíseos, se materializaba frente a sus ojos.
—¿¡Adónde vais!? —preguntó Irisiel.
—Nos vamos —respondió Durandal, bajando de la roca para así hundir sus pies en el agua.
La hembra invocó su arco de caza y lo tensó, apuntando al Serafín. Pero, de nuevo, no se atrevió a disparar. Además, sin Rigel presente, ella no podría hacer mucho para detenerlo. Nunca fue buena mediadora. Aun así, no quería desnudar sus dudas y debilidades, por lo que no bajó el arco en ningún momento.
—¿Vas al reino de los mortales? ¿También pretendes asesinar a Destructo?
Mientras los miles de ángeles se adentraban en el río, Durandal frunció el ceño. Se giró y miró detenidamente a la Serafín.
—Se llama Perla.
Retomó su caminata, internándose cada vez más.
—Lo dijiste tú misma. Ella no es la amenaza. La culpa la tiene el que ha hinchado de miedo a Rigel y su legión. Nuestro enemigo es el Segador.
—Coincido. ¿Pero entonces qué pretendes hacer yendo al reino de los mortales?
—Con la muerte de Rigel, la amenaza se ha convertido en realidad. Estamos en guerra, Irisiel. Actúa antes de que el miedo se extienda hacia tus estudiantes…
—¿Entonces estáis huyendo de la guerra?
—¿Huir, yo? Creía que me conocías —el Serafín sacudió sus alas, chapoteando el agua y saboreando la dulce sensación de libertad próxima—. Hazme un favor y libera a los guardianes de Perla.
—Si tú me conocieras, sabrías que no te conviene darme la espalda —su arco crujió debido a la tensión.
—No te alegres tanto —elevó una mano al aire en señal de despedida—. Volveré, mi querida amiga.
Irisiel suspiró y bajó el arco. Por más que no compartiera los ideales de libertad del Serafín, se conmovió con aquella imagen del inesperado y masivo éxodo. Miles de los guerreros de Durandal volaban sobre el río, otros preferían adentrarse caminando hasta que el agua los tragara, como el propio Durandal, quien dejaba una larga estela de espuma en las aguas del río debido a sus seis alas. Los que se encontraban arriba caían en picado, chapoteando mientras otros, poco a poco, iban zambulléndose.
El Río Aqueronte, en ese momento, era una gigantesca franja azulada azotada por una auténtica lluvia de ángeles.
IV
En medio del campo de flores de Nueva San Pablo, Zadekiel daba coscorrones a sus dos alumnas, quienes dormían placenteramente sobre el mar de hojas. Achinó los ojos, estaba claro que ellas estaban agotadas y necesitaban descanso, pero sabía que no era el momento y el lugar más adecuado para dormir.
Miró hacia atrás y vio que Perla también estaba extrañamente durmiendo sobre el pecho del Serafín Rigel, a pesar de que solo hacía segundos lloraba desconsoladamente. Apretó los labios pensando que la experiencia de asesinar a un amigo habría sido tan traumática para la Querubín que de seguro terminó desmayada.
—Deberíamos llevarlas a un sitio más seguro —dijo girándose en búsqueda del Dominio, pero notó que este también se encontraba tumbado sobre el mar de hojas.
A pocos metros del lugar, la Capitana olisqueó algo raro en el aire y rápidamente frunció el ceño. Agarró al joven Johan de su camisa, ordenándole que huyeran cuanto antes, pues estaba segura de conocer ese aroma y que, de continuar allí, terminarían sucumbiendo ante sus efectos somníferos. Dedujo que probablemente se trataba de la milicia local, o la de Reykō, que buscaban capturar tanto a los ángeles como a los culpables de la liberación de Perla.
—¡Johan, necesitamos…! —se detuvo y vio con espanto que el joven caía lentamente al suelo, amortiguado por las hojas.
Y ella también sentía los ojos pesados. Antes de caer junto con su amante, oyó el rugido de cientos de helicópteros acercándose, probablemente militares, y se preguntó si todo por lo que había luchado había sido en vano.
Decenas de helicópteros adornaban el lugar que fuera el escenario de la cruenta batalla entre los ángeles. La esfera filmadora se infiltró, a baja altura, entre las naves y los soldados que descendían, pero rápidamente fue atravesada por una filosa espada, por lo que terminó echando chispas y apagándose. Apenas consiguió captar una empuñadura plateada en donde destacaba el símbolo de una cruz carmesí.
Varios soldados en traje EXO de un blanco pulcro habían llegado al lugar, engalanados con capas que flameaban al viento. Además de contar con espadas enfundadas en el cinturón o rifles modernos sujetos en sus espaldas, se hacía notable el símbolo de la cruz carmesí del templario destacando en el pecho de todos, abrazado por un dragón dorado.
En un mundo donde la religión perdió mella tras el Apocalipsis, fue necesario adaptarse a los tiempos o terminar sucumbiendo; en medio de la ciudad de Nueva San Pablo, los modernos cruzados del Ejército Privado del Vaticano habían llegado misteriosamente, saltándose todo tipo de protocolos internacionales.
Un soldado accionó su casco para retirar la visera y así poder ver con sus ojos desnudos todo aquello. De cabellera y barba canosas que delataban su edad, el líder del operativo se preguntó sobre la procedencia de aquel extraño mar de pétalos por donde se hundían sus pies, pero sabía que no había mucho tiempo que perder, bastante complicado se veía el panorama por haber entrado a una nación hostil sin ningún tipo de aviso.
Habría consecuencias inmediatas, de eso estaba seguro.
—¡Comandante! —gritó una joven en guardapolvo, señalando a una dormida Ámbar—. ¿Qué hacemos con esta mujer? —la muchacha se acarició la comisura de los ojos para ajustarse el implante visual y cerciorarse de que se trataba de la mismísima Capitana Moreira; estaba segura de que la mujer no tenía mucho futuro si la abandonaban allí.
No obstante, el Comandante fue contundente:
—No es nuestro problema, doctora. Solo los ángeles.
—Comandante —insistió la muchacha, que ahora señalaba al durmiente Johan—. Son los policías que liberaron al ángel. Tienen orden de captura.
—Pero, ¿tienen alas?
—Comandante…
—No tienen alas, no entran en los helicópteros. Cíñase al plan, doctora.
—¡Papá!
—Ya está, ya empezamos —suspiró el hombre—. Súbelos.
Acercándose a la discusión, un soldado cargaba a Perla en los brazos mientras que, detrás de él, tres militares arrastraban con dificultad el cuerpo del Serafín derrotado. La doctora dio un respingo al ver a la muchacha alada; nunca había tenido a un ángel de cerca, y vaya ángel, pensó, se trataba de la que bajó de los cielos y ganó aquella batalla televisada para toda la humanidad.
Tras pasarle un rutinario escaneo con un dispositivo que sostenía en la mano, no pudo evitar tragar saliva al comprobar los resultados sobre la cadena de ADN. Con los ojos bien abiertos, miró la secuencia del genoma y a la durmiente pelirroja de manera intermitente. Sacudió el dispositivo y volvió a escanearla. Luego de volver a comprobar los resultados, giró lentamente la cabeza hacia su padre.
—¡Comandante!… Este ángel…
—¿Y ahora qué diantres pasa, doctora?
—Esto… —tragó saliva y guardó el dispositivo—. Tal vez te lo diga cuando estés con mejor humor…
—¡Nos vamos! Cárguenlos a todos, ni un segundo más en este sitio.
V
Aún era de noche en la capital del Hemisferio Norte. En un alto rascacielos perdido entre la maraña de edificios se encontraba la sede central de la farmacéutica VER.net, donde la madura dueña del conglomerado, Reykō, había observado fascinada la batalla entre ángeles desde la comodidad de su amplia oficina y en compañía de sus asesores.
Aunque el ángel que había comprado se le había escapado de las manos, pronto enviaría su ejército para capturarla. A ella y todos esos ángeles que vio en la transmisión.
Pero el ambiente en la oficina no era el que la mujer deseaba. Su despacho se encontraba repleto de soldados, protegiéndola y apuntando con sus rifles al enemigo que había entrado sorpresivamente, reventando el gigantesco ventanal.
Pese al peligro latente, la mujer sonreía al recién llegado.
—Creía que la noche se me había arruinado —dijo Reykō—, pero parece que en realidad es mi noche de suerte.
El Serafín Durandal tocó los hombros de los dos Dominios que entraron con él. Eran hábiles rastreadores y no les fue difícil encontrar lo que él les había ordenado buscar. Luego se fijó en la excéntrica mortal.
—¿Quién eres y a qué has venido? —preguntó ella.
Durandal ladeó el rostro. Había una imagen sobre la profecía de Destructo que lo tenía bastante preocupado. En aquella imagen revelada por el Segador, el Serafín caía muerto a manos de Perla con una espada de hoja zigzagueante y flamígera, un arma que solo podía ser una.
—La espada del Arcángel Miguel —Durandal extendió las seis alas para imprimir presencia—. Entrégamela.
—¿O… qué? —jugueteó ella mientras sus soldados tensaban las armas.
Y el Serafín, como respuesta, sonrió ampliamente.
Sobre las azoteas de los cientos de edificios que rodeaban la fortaleza de la farmacéutica, descendían los miles de ángeles de la legión de Durandal mientras las sirenas de la urbe atronaban con intensidad, advirtiendo la invasión de los seres celestiales que tanto había temido el mundo entero.
Miles de los asustados ciudadanos levantaron la mirada hacia ese cielo nublado, oscuro y relampagueante, y se les encogió el corazón. Sabían, con solo ver a ese ejército de guerreros semidioses invadiendo el mundo, que una nueva Guerra Celestial estaba comenzando.
Mientras, en los Campos Elíseos, el húmedo viento mecía la larga cabellera de la Serafín Irisiel, quien admiraba un nuevo amanecer abriéndose paso sobre el Río Aqueronte. Pese a estar rodeada de sus estudiantes, no podía evitar sentirse sola sin la presencia de los dos Serafines. Pero había mucho trabajo que hacer; había toda una guerra por librar. A su lado, su estudiante predilecto, Próxima, se preguntó qué les deparaba a los dos reinos, pero prefería mantenerse callado.
—Próxima —dijo ella, percibiendo la intranquilidad de su alumno—. Te tengo una misión en el Inframundo. ¿Crees poder con eso?
El estudiante asintió, aunque por dentro se estremeció solo de oír aquella palabra: “Inframundo”. El reino de los muertos donde habían perecido las huestes de Lucifer.
—¿Acaso sientes miedo?
Próxima iba a responder, pero la instructora posó la mano sobre su hombro con tacto consolador.
—Durandal se equivoca. Sentir miedo es natural. Simplemente, no dejes que te domine. Tenlo siempre presente y triunfarás en tu misión.
En el reino de los mortales, los helicópteros del Ejército Privado del Vaticano levantaban vuelo sobre la ciudad de Nueva San Pablo, desperdigando las hojas del campo de flores a su paso. Ya estaban advertidos de la invasión angelical que sufría una nación del norte y muchos se preguntaban si aún podrían hacer algo para prevenir lo que parecía ser un inminente Apocalipsis.
Dentro de una de las cabinas, el Comandante se fijó en la pelirroja alada que dormía plácidamente, ahora en los brazos de la doctora. Tal vez, pensó desviando la mirada hacia la ciudad, aún había esperanzas de crear una alianza entre reino de los cielos y el reino de la Tierra.
—Esta invasión —dijo la doctora buscando consuelo en la mirada del Comandante—. Tengo miedo… Papá.
Aquella mirada asustadiza tocó el punto débil del hombre y este se inclinó para besarla en la frente. El miedo era inevitable, pero él era el soldado de la fe y la gloria, al menos así rezaba la máxima del cuerpo militar del Vaticano.
—No temas. Lo conseguiremos —susurró en un tono reconfortante.
Lejos, en las profundidades del Inframundo, el Segador, sentado en el trono de un castillo perdido en medio de la oscura ciudad de Flegetonte, acariciaba el filo de su guadaña. Tal y como había hecho con los Arcángeles hacía más de trescientos años, manipuló e inyectó de terror al Serafín Rigel esperando que este pudiera encargarse por sí solo de la amenaza de Destructo.
Pero sus planes habían sufrido un gran revés con la inesperada victoria de la Querubín; no obstante, esperaba pronto volver a conducir los hilos del destino de la manera que le convenía. Su deseo de ver de nuevo a los dioses, sobre todo a su amada Perséfone, seguían firmes, y creía fervientemente que solo deshaciéndose de la herejía podría invocarlos de nuevo.
Por amor, sería capaz de librar de nuevo el fin de los tiempos.
Las sagradas armas de una nueva y colosal batalla estaban afilándose. Héroes y villanos destacaban en todos los bandos. El escenario ya no tendría solamente un campo de lucha; esta vez, tanto cielo, tierra como infierno serían testigos de un cruento escenario bélico. La guerra había llegado y los reinos de los dioses pronto se verían sacudidos hasta sus cimientos.
Y en medio de todo, la leyenda del ángel destructor no hacía más que iniciar su gesta en donde cambiaría para siempre el orden impuesto por los dioses.
El miedo solo se vencería con esperanza.
Fin de la segunda parte
Al día siguiente nos despertamos tarde. Cuando salimos de la habitación el padre de Brooke ya tenía preparada una montaña de tortitas. El rodaje había concluido así que teníamos dos semanas libres por delante.
—Bien, ¿A dónde me vas a llevar ahora que tienes unos días libres? —le dije a Brooke con una sonrisa de desafío.
—No sé, tendré que pensarlo. —respondió ella dubitativa.
—Vamos, no me digáis que no se os ocurre nada. —intervino el padre de Brooke con la boca llena de tortitas.
—Pues se me ocurren miles de cosas, pero…
—Na, na, na. Menos mal que me tenéis a mí. Haced las maletas chicos, nos vamos a Las Vegas.
—Papa, la verdad es que pensaba más en un viaje en pareja, ya sabes.
—Tonterías, tu chico y yo tenemos que conocernos y además tengo que enseñarle a divertirse. Cogeremos la ruta 66, pararemos en los bares de carretera a comer hamburguesas y palitos de queso, beberemos y nos haremos fotos en el desierto. Vamos, será divertido.
—Papa…
—Prometo dejaros follar todo lo que queráis. —dijo James poniendo cara de bueno.
—Está bien —dijo Brooke después de echarme una breve mirada de disculpa.
Hicimos las maletas y en un par de horas estábamos de camino en el Camaro de Brooke conmigo al volante. En un par de horas habíamos salido de Los Ángeles y nos internábamos en el desierto. La carretera no era muy ancha y se notaba que había pasado tiempos mejores. En cuanto pasamos las colinas que rodeaban Los Ángeles se convirtió en una estrecha cinta que partía el desierto en dos con rectas que parecían interminables. A las dos de la tarde, el calor era tan intenso que paramos en una estación de servicio para comer y beber algo.
Comimos hamburguesas y aros de cebolla y bebimos unas cervezas esperando a que el sol bajase un poco y amainase el intenso calor.
Tras un par de horas la temperatura se volvió soportable, salimos del restaurante y continuamos el viaje. Con ciento ochenta kilómetros de rectas interminables había tenido suficiente así que deje conducir a Brooke mientras dormitaba en el asiento de atrás. El sol empezaba a caer cuando las luces de Las Vegas empezaron a verse en el horizonte. Sin embargo no nos dirigimos hacia allí si no que mis guías se desviaron del camino y se dirigieron a la presa Hoover.
Paramos en un bar de carretera justo al pie de la presa y tomamos unas cervezas mientras admirábamos la puesta de sol sobre el desierto. Me hubiese quedado allí toda la noche pero James ya estaba ansioso por llegar a las mesas de juego, así que tras apenas veinte minutos ya nos estaba apurando para que terminásemos nuestros refrescos y nos pusiésemos en movimiento.
Cuando pasamos por el Strip tuve que sujetarme la mandíbula para no atravesar toda la longitud de la calle con la boca abierta como un pueblerino. La ciudad entera parecía un gigantesco parque temático en el que las luces, las fuentes y los estrambóticos monumentos me hacían retorcer el cuello de un lado a otro alucinado.
Como no podía ser de otra forma, James había reservado una habitación el Caesars Palace. Para él había reservado una habitación en Nobu mientras que para nosotros había elegido una spa suite lo suficientemente lejos de él como para que no nos sintiésemos vigilados aunque sospeché que era para estar a su aire.
La suite era una pasada, estaba en una de las torres y en el interior tenía una pequeña piscina con hidromasaje en la que cabíamos nosotros dos y cuatro o cinco personas más si hacía falta. En cuanto entramos las maletas y nos refrescamos un poco, bajamos al casino donde James ya nos estaba esperando en uno de los restaurantes con una hamburguesa y una cerveza en la mano.
Cenamos rápidamente y nos dirigimos a las mesas de juego. El ambiente era alucinante, había maquinas tragaperras por todas partes y ancianitas con enormes cubos de cartón llenos de monedas. Cada vez que me quedaba parado detrás de una más de quince segundos, volvían la cabeza y me miraban con una mala leche que daba miedo.
Nunca he sido fan de esas máquinas así que cambié unos cuantos billetes y me dirigí a la mesa de Black Jack. No llevaba más de cinco minutos jugando cuando una camarera se me acercó y me ofreció una copa gratis.
Al parecer la táctica del casino era enturzarte hasta que no supieras lo que hacías y te gastases el sueldo del mes, la pensión de la abuela o el seguro de vida. Yo ya estaba avisado así que me lo tome con calma y fui prudente en las apuestas.
El resultado fue que perdí cerca de mil pavos en menos de hora y media. Cuando me sentí lo suficientemente escocido me levante de la mesa con las pocas fichas que me quedaban y me dirigí a la ruleta donde padre e hija estaban mano a mano. Brooke había ganado quinientos dólares pero su padre había perdido casi tres mil y estaba de un humor pésimo. Eran casi las tres de la mañana cuando logré convencerlos de que el día siguiente habría más suerte y nos fuimos a la cama.
El día amaneció luminoso y despejado, como se esperaría en una ciudad que está en medio del desierto. Desayunamos con lo que pudimos sacar de unas maquinas expendedoras que había en el pasillo y fuimos a buscar a James. Al parecer el padre de Brooke había seguido la fiesta por su cuenta y cuando llamamos a la habitación dos rubitas nos abrieron la puerta y se despidieron de nosotros con una sonrisa traviesa.
El padre de Brooke aun estaba en la cama con una sonrisa satisfecha pintada en la cara.
—¿Y qué hacemos hoy? —preguntó él poniendo los brazos tras la cabeza.
—Había pensado que podíamos dar un paseo en helicóptero por el gran cañón. —dije yo enarbolando un tríptico que había encontrado en la recepción del hotel.
—Estupenda idea —dijo James— Dadme veinte minutos y estaré listo.
El paseo en helicóptero fue corto pero intenso, Chet, el piloto, era un cincuentón que para combatir el tedio de hacer siempre el mismo recorrido procuraba acercarse a las paredes del cañón lo suficiente para que pudiésemos ver como subían por ellas las hormigas.
El paseo fue espectacular. Las dimensiones del tajo que el rio Colorado había hecho en el desierto eran difíciles de describir y los colores de las paredes y las líneas de sedimentos lo hacían aun más impresionante.
Apenas pude contener el impulso de besar el suelo cuando salí del helicóptero. El tipo volvió a llenar el helicóptero y se largó despidiéndose con un grito de guerra que no debió de sentar nada bien a los nuevos pasajeros.
De vuelta, después de comer decentemente por primera vez desde que salimos de Los Ángeles, volvimos al hotel.
Brooke y yo decidimos disfrutar de un baño de lodo que venía con el precio de la habitación mientras James volvía a la mesas de juego. Yo me mostré un poco preocupado, pero Brooke no le dio importancia y me dijo que su padre se corría ese tipo de juergas muy de vez en cuando y nunca había tenido problemas con el juego.
Entramos en el Spa y nos atendieron dos jóvenes que nos introdujeron desnudos en una gran bañera de lodo templado dejándonos solos. En pocos minutos estábamos totalmente relajados. Mi mano se extendió inconscientemente buscando el cuerpo de Brooke que sonrío y cogiendo un poco de barro lo extendió por mi cara.
Yo hice lo mismo y cuando terminé ella se levantó en la bañera dejando que el lodo escurriese de su cuerpo hasta que quedó una fina capa oscura y resbaladiza recubriéndole como una segunda piel.
—¡Puaj! —exclamé al besarla—recuérdame que nuestra próxima sesión de este estilo sea en chocolate.
Brooke sonrió y sin decir nada me quitó el barro de los labios y me besó.
—Esto me recuerda a cuando hacía con mi prima postres con la tierra de los tiestos. — dijo Brooke separándose.
—Pues a mí me recuerda a cuando como almejas de Carril traídas por furtivos —repliqué apartando el lodo de su sexo con los dedos y dándole un lametón.
La joven gimió y separó las piernas excitada. Escupiendo lodo divertido, acaricié su cuerpo resbaladizo haciendo dibujos con mis dedos en sus piernas y su culo. Luego fui subiendo poco a poco por él hasta que llegué a sus pechos. Acaricié sus pezones y simulé apartar el barro para darles un par de buenos pellizcos. Brooke gritó y me insultó pero yo no le hice caso y me metí los pezones erizados en la boca. Sabían horriblemente deliciosos. Brooke gimió y apretó mi cabeza contra ella animándome a seguir.
Tras unos segundos con un movimiento rápido me dio un empujón para volver a sentarme en el fondo de la bañera. Antes de que pudiese recuperar el equilibrio se sentó encima mío y tras frotar su sexo contra mi polla erecta la guio con sus manos a su interior.
Mi polla entró con un apagado ruido de succión que nos hizo reír a ambos. En cuestión de un instante se clavó hasta el fondo del coño de Brooke que la recibió con un fuerte gemido.
Sorprendido sentí como mi polla resbalaba con facilidad en el interior de la joven. Las arenillas del lodo se interponían entre nuestros sexos provocando una ligera sensación de fricción muy placentera. Brooke intentaba agarrase a mi cuello, clavándome las uñas para no resbalar mientras subía y bajaba por mi polla.
Yo abracé su cuerpo resbaladizo como el de un pez y me limité a gemir extasiado. A punto de correrme la levante en el aire, pero se me resbaló y cayó en el interior de la bañera produciendo una explosión de lodo. Empezamos a pelear en el interior de la bañera, ella quería volver a colocarse encima de mí, pero yo la agarraba y la empujaba hasta que logré colocarla a cuatro patas y la penetré por detrás antes de que pudiese escurrirse.
Agarrándole por las caderas comencé a empujar en su interior disfrutando de su cálido interior. Tras unos momentos Brooke dejó de resistirse y volviendo su cabeza hacia mí comenzó a acompañar mis empujones cada vez más fuertes y rápidos con el movimiento de sus caderas.
Como pude la cogí por el cuello y sin sacar mi miembro de su interior me eché hacia atrás dejando que ella quedara sentada encima de mí. Cada vez más excitada comenzó a saltar sobre mi polla con violencia mientras yo acariciaba su sexo y sus resbaladizos pechos hasta que noté como todo su cuerpo se paralizaba atravesada por relámpagos de placer.
Incapaz de contenerme saqué mi polla de su interior y tumbándola boca arriba me corrí adornando con mi crema sus pechos bañados en aquel oscuro chocolate.
Jadeando nos sumergimos en el barro caliente y nos besamos sintiendo como nuestro deseo se calmaba al menos por un rato.
—¿Dónde coño habéis estado? —preguntó James cuando finalmente aparecimos casi a las ocho de la tarde.
—Estuvimos en el spa y luego nos pegamos un baño en la piscina para quitarnos un poco el barro. ¿Nos has echado de menos papa?
James había pasado toda la tarde jugando así que nos dirigimos a uno de los restaurantes del casino y cenamos algo.
Salimos del restaurante con la tripa llena y unas cuantas copas de vino y nos dirigimos a las mesas. Antes de empezar a jugar le pedimos una copa de champán a la camarera y tras beberla de un trago cambiamos unas fichas y nos dirigimos a la mesa de Black Jack. Esta vez parecía que la suerte estaba de mi lado y gane quinientos pavos en las dos primeras manos. Pedí un Whisky y me dispuse a disfrutar de una larga noche de juerga con una preciosa mujer a mi lado.
***
Desperté a la mañana siguiente con una resaca horrible y totalmente vestido. Me giré en la cama notando como mi equilibrio me seguía un par de segundos después, pero Brooke no estaba a mi lado.
Tras unos segundos mis sentidos volvieron a funcionar y oí como la joven trasteaba en la otra habitación de la suite.
Con un mareo considerable me levanté y me miré al espejo. Llevaba un absurdo mono de color blanco adornado con un águila de lentejuelas y una capa con el forro rojo. ¡Joder! ¡Alguien me había vestido de Elvis! Cuando levanté las manos para frotarme las sienes intentando recordar la vi en mi dedo anular y un escalofrío recorrió mi cuerpo.
—Hola maridito —dijo Brooke entrando en la habitación con su alianza en alto.
—¡Joder! Menos mal, creí que me había casado con tu padre.
—¿De veras que no te acuerdas de nada? —preguntó mi flamante esposa incapaz de contener las carcajadas al ver mi cara de desconcierto.
—El último recuerdo que tengo es cuando pedí el bourbon para celebrar lo de los quinientos pavos.
Con un nuevo escalofrío, una terrible sospecha empezó a abrirse paso en mi mente.
—¡Dios mío! ¡He picado! ¿Cuánto he perdido? ¿Cuándo vienen a partirme las piernas?
—¿Tampoco te acuerdas de eso? —dijo Brooke riendo cada vez más fuerte.
—Por favor cuéntamelo todo. Y por Dios bendito, no te rías tan fuerte, me va a estallar la cabeza.
—Está bien, —dijo ella sonriendo—El caso es que tras beberte el bourbon de un trago y pedir otro te jugaste todo lo que habías ganado hasta ese momento y… volviste a ganar. A continuación volviste a jugártelo todo varias veces ganando cada vez y tomando una copa cada vez, hasta que terminaste totalmente borracho, incapaz de pedir una carta más y con ciento cincuenta y siete mil dólares en fichas.
—¿Ciento qué? —pregunté intentando digerir todo aquello.
—Entre papa y yo te acompañamos a la caja donde te cambiaron las fichas por dinero en efectivo —continuo mi esposa señalando un maletín— y dijiste que la noche tenía que terminar de una forma apoteósica así que, delante de la caja del casino, te arrodillaste y me pediste que me casara contigo. A pesar de lo borracho que estabas me dijiste unas cosas tan bonitas que no pude resistirme y te dije que sí.
—¡Joder! ¡Qué patético! Y yo sin acordarme de nada.
—Te dije que sí y James, tu suegro, nos llevó a la capilla dónde se había casado con mi madre. Tu insististe en que ya que nos casábamos en las vegas lo mínimo era casarte disfrazado de Elvis.
Antes de que Brooke pudiese decir nada más mi nuevo suegro apareció por la puerta con aire complacido.
—Aquí está el Elvis más afortunado que conozco. —dijo con un vozarrón que casi me parte la cabeza— Gana ciento cincuenta mil machacantes y encima se lleva una joya de regalo. —dijo dando a Brooke un beso en la mejilla.
—Hola James.
— Espero que trates a esta mujercita como se merece. —dijo mi flamante suegro mientras hurgaba en los bolsillos de su chaqueta de cuero.
—Como padre de Brooke esperaba que hubieses sido más razonable y hubieses intervenido para evitar una boda de la que nunca tendré un recuerdo.
—Lo siento, tío, pero yo estaba solo un pelín menos cocido que tú. De todas maneras estoy seguro de que era lo que querías.
—Sé que me he casado prácticamente inconsciente, pero tienes razón quiero a su hija de verdad… por eso quería una boda que pudiese recordar.
—Estupendo —me interrumpió él — porque si no iba a quedar como un estúpido al regalaros este viaje de luna de miel a Hawái. Espero que de esto si te queden recuerdos.
—Boda en Las Vegas y luna de miel en Hawái, y luego dicen que España es el país de los tópicos. —dije yo sonriendo por primera vez y abrazando a Brooke.
—Espero que hayáis sacado unas cuantas fotos, me gustaría poder recordar algo de mi boda…
FIN
Tara salió de la ducha, se secó cuidadosamente el cuerpo con la toalla y se aplicó la crema de avellanas frente al espejo. A pesar de que ya no era una jovencita seguía sintiéndose orgullosa de su cuerpo. Sus ojos seguían siendo grandes, de un verde azulado intenso y sin arrugas o bolsas bajo ellos. Su cutis era fino y terso, su nariz pequeña y recta y sus labios gruesos y suaves. Se los repasó con la lengua mientras levantaba su espesa melena negra con sus manos.
Se giró ligeramente y se miró el cuello largo, con la piel tersa, sin arrugas ni descolgamientos, Satisfecha bajó la vista y se observó el cuerpo bronceado y voluptuoso y cogió un poco de crema. Con lentitud la extendió por su cuello, sus clavículas y por su pecho, rodeando su busto y finalmente cerró los ojos y se pasó las manos por los pechos y el vientre deseando que fuese su marido el que la estuviese acariciando.
Con un suspiro sus manos se deslizaron suaves entre sus piernas y dándose la vuelta observó su culo aun redondo y tieso gracias a las largas sesiones de aerobic. Orgullosa se puso de puntillas y observó como su culo se convertía en dos perfectos hemisferios morenos y tersos sustentados por dos columnas esbeltas y tensas.
Se acercó a un sofá y poniendo un pie sobre el asiento se aplicó la crema con esmero por las pantorrillas y los pies. Con una sonrisa satisfecha se miró por última vez y se dirigió al armario. Tuvo que ponerse de puntillas para llegar a la caja que estaba en el altillo. Con cuidado la puso sobre la cama y tras quitar el polvo de la tapa la abrió con cuidado.
Después de quince años, aun recordaba con total nitidez la última vez que se había puesto aquel conjunto. Estaba muerta de miedo, ella, una joven criada entre algodones en una antigua mansión del sur de Virginia, se iba a casar con un hombre que casi le doblaba en edad, un rico abogado del norte que ayudaría a sostener los vicios de su antigua y derrochadora familia.
Con suma delicadeza sacó el conjunto y lo extendió sobre la cama para admirarlo. Tenía tiempo de sobra, Jack no llegaría hasta las siete y el servicio había preparado la cena y se había ido a casa para dejarles solos en un día tan especial.
Tras echarle un vistazo se dirigió hacia el amplio ventanal y observó cómo se arremolinaban las nubes creciendo en la húmeda y cálida atmosfera. Abrió la ventana esperando que entrase un poco de brisa fresca, pero solo entró una bocanada de aire pesado y caliente. Exactamente igual que aquel día de mayo.
Cerrando la ventana se dirigió de nuevo a la cama. Con lentitud cogió el sostén blanco y comprobando que estaba como el primer día, se lo colocó satisfecha al ver que le sentaba casi tan bien como en aquella ocasión. Tras ello se colocó las suaves bragas, un poco pasadas de moda, pero aun suaves y bonitas.
Mientras se colocaba el ligero y las medias cerró los ojos y se encontró de nuevo en aquella habitación que olía a azahar rodeada de sus damas de honor que la vestían y reían emocionadas.
La ceremonia fue preciosa. A pesar del calor, la gente se emocionó y disfrutó al ver como la hermosa e inocente damita del sur se casaba con el hombre maduro, apuesto y adinerado del norte.
Apenas lo había visto un par de veces antes de la ceremonia, pero su porte apuesto, su pelo veteado de gris en las sienes y su sonrisa bondadosa le hicieron sentirse segura y protegida.
Tras el convite Jack la cogió en sus brazos y la llevó a la pista del baile. Flotó por la pista con los brazos de su esposo en torno a su talle, girando al ritmo del vals. Recordaba como si fuese ayer como al terminar casi se desmayó víctima del champán, el calor y la emoción.
Jack se dio cuenta inmediatamente y la sacó de allí en volandas dejando que sus padres les disculpasen.
Su flamante esposo entró en la habitación portándola en sus brazos para a continuación depositarla suavemente sobre las sábanas.
—¿Te encuentras bien? —preguntó él solícito.
—Sí, gracias, solo fue un momento, ahora estoy bien. —dijo incorporándose.
—Será mejor que dejemos la noche de bodas para mañana. —dijo Jack intentando no parecer demasiado decepcionado.
—¡Oh! No, de veras que estoy bien.—dijo levantándose de la cama y colocándose frente a él, poniéndose de puntillas y dándole un beso.
Enseguida notó como su marido respondía a su beso con suavidad acariciándole la cara y el cuello y poniéndole la piel de gallina. Recordaba con total perfección como se había sentido a la vez excitada y temerosa. Era la primera vez que estaría desnuda ante un desconocido. Tras romper el beso, la joven se dio la vuelta invitando a Jack a que le desvistiese.
Aquel hombre, tan íntimo y tan desconocido a la vez, deslizó las manos por su espalda mientras iba bajando la cremallera. Cuando terminó, el vestido blanco resbaló por su cuerpo y cayó inerte a los pies de la joven.
Recordaba perfectamente cómo se quedó quieta, un poco cohibida por su desnudez. Con suavidad Jack la cogió por los hombros y la volteó observando su cuerpo joven y acariciando la lencería que ocultaba con profusos bordados sus partes más íntimas.
Tras escrutarla a placer tomó su cara y mirándole a sus ojos la besó de nuevo. Esta vez no fue tan tímida y exploró la boca de su marido con su lengua. Un intenso sabor a Whisky y a tabaco le inundó excitándola. Sin darse cuenta de lo que hacía apretó su cuerpo contra el de su esposo. Jack respondió bajando sus manos y estrechando con ellas su culo a través de las finas bragas.
Paulatinamente el mareo se fue esfumando y se sintió tan excitada por las sabias caricias del hombre que no pudo evitar un gemido. Esa fue la señal que Jack estaba esperando para subir las manos por su espalda hasta llegar al sujetador y soltar el cierre.
Se cogió las copas aun un poco indecisa, pero Jack le apartó las manos con suavidad dejando a la vista unos pechos redondos, del tamaño de grandes pomelos con unos pezones pequeños y rosados.
Antes de que pudiera hacer nada, Jack cogió uno de ellos y se lo metió en la boca. La sensación fue indescriptible, el pezón se erizó inmediatamente enviando chispazos de placer por todo su cuerpo. Gimió y se apretó contra su esposo deseando que aquellas caricias no terminasen nunca.
Tras unos segundos se separó con un suspiro y esta vez fue ella la que empezó a desnudar el cuerpo de su marido. Con dedos hábiles le aflojó el nudo de la corbata y le quitó el traje hasta dejar a Jack en calzoncillos. El hombre sonrió al ver cómo era incapaz de reprimir una sonrisa nerviosa al ver a su esposo casi totalmente desnudo.
Jack se bajó los calzoncillos y dejó que ella observase su polla crecida aunque no totalmente dura. Se acercó y la rozó tímidamente con su mano. Con una mirada Jack le animó a continuar y ella se arrodilló y cogió la polla entre sus manos.
El miembro se enderezó casi inmediatamente amedrentándola ligeramente, pero su abuela ya había tenido una conversación con ella hacia un par de semanas y le había dicho lo que tenía que hacer.
Aun un poco temerosa, abrió la boca y besó y lamió su glande con suavidad. Con satisfacción notó como la polla de Jack crecía en su boca y se ponía dura y caliente como el hierro al rojo a la vez que el hombre soltaba un quedo gemido. Se sintió un poco extraña con el miembro de Jack en su boca, pero los roncos suspiros de placer de su marido la animaron a chupar cada vez más fuerte hasta que su esposo la tuvo que apartar para no correrse antes de tiempo.
Con suavidad la ayudó a levantarse y la tumbó boca arriba sobre la cama. Ella esperó con las piernas tímidamente cerradas. Jack se inclinó y con suavidad tiro de sus bragas para sacárselas. Ella le dejó hacer temblorosa aunque tampoco hizo nada por ayudarle.
Con una sonrisa Tara se tumbó sobre la cama y acariciándose los muslos recordó como al sentirse totalmente desnuda se tapó el sexo con las manos. Con suavidad Jack las apartó dejando a la vista la suave mata de pelo oscuro que ocultaba su pubis para a continuación separar sus piernas acariciando y besando el interior de sus muslos y la entrada de su coño.
No era la primera vez que se acariciaba entre las piernas, pero el hecho de que fuera otra persona la que lo hiciese, el morbo de sentirse tan deseada y las hábiles caricias y lametones de Jack hicieron que el resto del mundo se diluyera y solo existiera el placer y el deseo que embargaban su cuerpo.
Tuvo que morderse los labios para mantener la compostura y no suplicarle que la empalase con su polla de una vez.
Su marido se dio cuenta del deseo de la joven y con una sonrisa pícara se dedicó a acariciar y mordisquear sus piernas, sus tobillos, sus medias…
Sentía como todo su cuerpo hervía y a duras penas reprimía el deseo de bajar sus manos y abrir los labios de su vulva para mostrarle a su esposo su coño encharcado de de deseo.
Por fin Jack se dejó de juegos y se colocó entre sus piernas. Excitada hasta un punto del que nunca se había creído capaz, abrió un poco más sus muslos para acogerle y creyó derretirse cuando la polla de su marido contactó con la entrada de su vagina.
Con suavidad Jack guio su polla a la entrada de su sexo, se inclinó sobre ella y comenzó a besar y chupar el lóbulo de su oreja mientras le tanteaba el virgo con suavidad.
De repente Jack le mordió con fuerza el lóbulo de la oreja, Tara abrió la boca para quejarse pero entonces se dio cuenta de que tenía toda la longitud de la polla de su esposo en sus entrañas. El dolor se pasó en un instante sustituido por los relámpagos de placer que irradiaban desde su coño haciendo que su cuerpo entero hirviese de deseo.
Tras asegurarse de que estaba bien, Jack comenzó a entrar y salir cada vez con más fuerza. Estaba tan sorprendida por la avalancha de sensaciones que se limitó a dejarse hacer incapaz de hacer nada más que mirar a su marido a los ojos y gemir suavemente.
Con una sonrisa malévola Jack le cogió por las piernas y tiró de ellas hacia arriba a la vez que se separaba permitiendo a su esposa ver como la polla entraba y salía de su cuerpo.
Sus movimientos se hicieron más rápidos, secos y profundos. Creyó que aquel hombre iba a partirla por la mitad. Cuando se dio cuenta había perdido toda compostura y estaba gritando y animando a su marido a follarle cada vez más fuerte hasta que la sensación de mil agujas de placer clavándose en todo su cuerpo le hicieron perder el resuello.
Su marido soltó sus piernas en ese momento y volviendo a tumbarse sobre ella, siguió penetrándola a la vez que le besaba hasta que con dos últimos y salvajes empujones se corrió dentro de ella.
Sintió la oleada de semen caliente llenar sus entrañas y jadeando clavo sus uñas en los costados de sus marido susurrándole palabras de amor a los oídos.
Tara no pudo evitar llevarse las manos a su sexo recordando aquella noche. Con una sonrisa recordó como se había mostrado deseosa, acosando a su marido para que le hiciese el amor durante toda la noche y consiguiendo que la follase tres veces más antes del desayuno.
Una fuerte racha de viento empujó el ventanal abriéndolo de golpe. El ruido la sobresaltó sacándole de su ensoñación y Tara se apresuró a cerrarla antes de que entrase polvo o hojas muertas. Mientras aseguraba la puerta observó como las nubes, cada vez más pesadas y negras, se acercaban. La tormenta no tardaría en llegar.
Efectivamente, el primer rayo descargó cinco minutos después y el suave repiqueteo de la lluvia pronto se convirtió en una oleada incontenible.
En ese momento el teléfono sonó sobresaltándola.
—Hola cariño. —dijo su marido al otro lado de la línea.
—Hola Jack a qué hora llegarás.
—Lo siento, por eso te llamaba, mi amor. Sé que esta es una noche especial, pero estoy en los juzgados, uno de nuestros clientes, Phil Easterbrook, no sé si te acordarás de él, se ha metido en problemas.
—Claro que me acuerdo de él. ¿Cómo no voy a conocer a vuestro mejor cliente?
—Bueno, el caso es que ha tenido un lío en un restaurante, se ha negado a pagar la cuenta y cuando han intentado retenerle la ha emprendido con el mobiliario y han acabado deteniéndole. Parece que iba con un par de copas de más y a insultado gravemente a una agente que vino a poner paz, con lo que ha terminado en comisaría. Me temo que llegaré bastante tarde.
—¡Vaya! —dijo Tara sin poder disimular su desilusión— Tenía preparado algo especial para este día.
—Lo siento cariño, pero Phil no se fía de nadie más. Iré en cuanto pueda.
—No te apures. Creo que será mejor que te quedes a dormir en el bufete, aquí está descargando una tormenta de las buenas, lo más seguro es que corten la carretera por la noche.
—De acuerdo mi amor. Lo siento mucho.
—No te preocupes tonto. Te voy a enviar algo para que te consueles cuando te eches a dormir. Un beso.
—Un beso mi amor.
Tras colgar el teléfono fijo cogió su smartphone, se hizo una foto frente al espejo y se la envió por wasap. La respuesta fue toda una serie de iconos enfurecidos de su marido por no estar en casa acariciando y besando a su esposa.
Con una sonrisa satisfecha se acercó a la cocina para calentar la cena. Estaba a punto de elegir el trozo de pato que iba a calentar cuando el timbre de la puerta le sacó de sus pensamientos.
Se dirigió a la puerta con naturalidad cuando se dio cuenta de que se dirigía a abrir vestida únicamente con la lencería. Pidiendo un momento a la persona que estaba al otro lado de la puerta corrió al armario del dormitorio de donde sacó una bata de seda color gris perla preguntándose quién demonios se atrevería a salir de casa con aquella tormenta.
Corriendo tanto como se lo permitían las sandalias de tacón que se había puesto se dirigió a la entrada y abrió la puerta. Al pie de los peldaños, bajo una cortina de agua, un hombre joven y moreno, de pelo largo y negro esperaba pacientemente a que la puerta se abriese.
—Hola perdone que le moleste —dijo el desconocido chorreando agua—pero he tenido una avería con el coche y mi móvil no tiene cobertura. Me preguntaba si podría prestarme su teléfono un instante para hacer una llamada.
—Por supuesto, pero pase, no se quede ahí bajo la lluvia. —dijo ella abriendo la puerta totalmente para facilitarle la entrada— Realmente hace una tarde de perros.
Cuando el desconocido subió los peldaños que le daban acceso a la casa Tara comprobó que era alto y corpulento, debía medir casi uno noventa. Su tez era cobriza y sus ojos ligeramente rasgados haciéndole pensar a la mujer que el desconocido probablemente tuviese antepasados de sangre india. El pelo negro y largo chorreaba agua empapando los hombros de su camisa haciendo que esta se pegase a la piel revelando una musculatura impresionante.
Durante un momento un relámpago de miedo atravesó su cuerpo como un escalofrío, pero la sonrisa de agradecimiento del desconocido, cálida e inocente le hizo sentirse como una tonta.
—Adelante, le traeré también una toalla para que se seque un poco. —dijo ella dejando al hombre en el recibidor mientras iba en busca del inalámbrico.
Tras un par de minutos volvió con el teléfono y una toalla. El hombre le esperaba prácticamente en la misma postura en la que le había dejado. Mientras se acercaba se fijó de nuevo en su rostro duro y anguloso, de labios estrechos y pómulos salientes que le daba un aspecto hierático. El hombre recibió la toalla con una sonrisa cálida y dulce que provocó en Tara un ligero e inexplicable escalofrío. Tras secarse la cara, el cuello y su pelo negro le devolvió la toalla y cogió el inalámbrico. El hombre lo manipuló tecleando un número y lo acercó a su oreja poniendo cara de extrañeza.
—Lo siento, pero parece que no hay línea. —dijo devolviéndole el teléfono para que Tara lo comprobara.
—Vaya, pasa a veces con las tormentas, seguro que algún árbol habrá caído sobre el tendido del teléfono. Tengo un móvil, pero me temo que no servirá de mucho aquí, no tengo cobertura y solo lo utilizo para enviar wasaps por medio del wifi de la casa. —dijo ella disculpándose— me temo que no podemos hacer nada de momento.
—Bueno, gracias de todas formas, —dijo el hombre con un mohín— creo que no voy a tener más remedio que caminar hasta el pueblo más cercano…
—De eso nada. —dijo ella en un arrebato— Estas tormentas son muy violentas, pero no suelen durar mucho. Te quedarás hasta que haya dejado de llover y luego podrás irte.
Sin dar tiempo a reaccionar al hombre le llevó a la cocina y le dejó sentado en una silla mientras se dirigía a la habitación a por un poco de ropa seca. Rápidamente escogió un chándal viejo de su marido que hacía tiempo que no usaba por quedarle demasiado grande y volvió rápidamente.
Cuando llegó de nuevo a la cocina, le vio curioseando entre sartenes y las cacerolas. Le dejó mirar unos instantes más antes de entrar con un suave carraspeo. El hombre levantó la vista y sin aparentar embarazo ninguno se acercó a ella dejando pequeñas huella húmedas tras sus pasos.
—Te he traído un poco de ropa seca. —dijo Tara un poco sonrojada— Espero que te valga es lo más grande que tengo.
El hombre la recogió de sus manos e inspecciono el chándal viejo con curiosidad. Tras un instante se impuso un incómodo silencio. El hombre pareció dudar un momento levantando la vista por encima de la cabeza de Tara como buscando algo pero sin atreverse a pedírselo. Tras unos segundos la mujer se dio cuenta y sonrojándose por su torpeza, le indicó dónde había un baño donde podía secarse y cambiarse de ropa.
Mientras el hombre desaparecía camino del servicio ella se apresuró a poner mesa para dos, calentar el pato y descorchar una botella de vino tinto.
Acababa de poner el vino en el decantador cuando el desconocido apareció por la puerta. El chándal le quedaba algo justo, ciñéndose a su cuerpo potente y musculoso como una segunda piel, haciendo que Tara no pudiese evitar admirarlo y sentir un pequeño chispazo de deseo en sus entrañas.
—Ahora ya pareces un ser humano. —dijo ella sonriendo y recogiendo su ropa húmeda para meterla en la secadora.
—Por cierto, me llamo Dan Hawkeye. —dijo el hombre sonriendo agradecido.
—No eres tú el único al que se le ha estropeado el plan. Tengo cena para dos y me temo que mi cita me ha dado calabazas, así que se me ha ocurrido que podrías acompañarme. —dijo ella sentándose e invitando al hombre a hacer lo mismo.
Al sentarse la suave bata de seda le jugó una mala pasada y se abrió dejando a la vista la pierna de Tara hasta casi la altura del muslo. Se apresuró rápidamente a cerrarla, pero enseguida supo que Dan había visto suficiente. Sonrojada, se centró en trinchar el pato y servir un par de tajadas en el plato de su invitado.
Dan se comportó con naturalidad, aparentando no haber visto nada y probó el pato alabando a la cocinera. Movida por una extraña necesidad de exhibirse le dijo al hombre que lo había hecho ella misma y le sirvió un poco de vino.
La cena transcurrió en una atmosfera irreal. Dan no dejaba de observarla con esos ojos pardos y expresivos y con una sonrisa tranquila en su cara mientras ella llevaba la conversación incapaz de estar callada. Así averiguó que Dan era descendiente por parte de madre de una influyente familia de apaches Chirikahua y se dedicaba a tallar la madera y a trabajar el cuero. Mientras comía pato el hombre le contó un par de bonitas leyendas de su pueblo que se remontaban a cientos de años. Tara escuchó las historias mientras observaba la piel cobriza y los músculos que hacían relieve en el tejido del chándal, notando como los pequeños chispazos de deseo se iban convirtiendo en una oleada cada vez más intensa.
Intentando liberarse del hechizo del desconocido se levantó y se dirigió al frigorífico para sacar un par de copas de mousse de chocolate.
Dan se acercó a ella como un fantasma, sin hacer el más mínimo ruido y cuando se dio la vuelta con las dos copas de mousse en la mano a punto estuvo de tirarlas al encontrárselo de frente a escasos centímetros de ella.
Tara levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Con un escalofrío creyó adivinar pequeñas vetas rojas fluctuando entre las fibras de color pardo de sus iris.
Aprovechando la distracción Dan aproximó sus manos y cubrió con ellas los pechos de Tara, sobresaltándola y haciendo que unas gotas de mousse saltaran de la copa manchando el brillante suelo de mármol.
Incapaz de defenderse Tara sintió como el hombre sopesaba y estrujaba sus pechos deleitándose en su calor y su suavidad. El frescor de sus manos atravesó el fino tejido de la bata y el sujetador e hizo que sus pezones se endureciesen inmediatamente.
Sin apartar los ojos de ella recorrió sus hombros, sus flancos, sus caderas y su culo haciendo que el cuerpo de Tara respondiese y se incendiase a su paso.
En ese momento Tara dejó de pensar en lo que estaba haciendo y suspirando se humedeció los labios y abrió la boca invitando al hombre a hacerla suya. Dan no se hizo esperar y abrazándola la besó inundando su boca con el sabor del pato y su nariz con el olor a cuero y húmedad de su cuerpo y su pelo.
Tara aun con las copas en la mano se dejó abrazar devolviendo el beso con entusiasmo con todo su cuerpo incendiado de deseo.
El sonido del timbre le sobresaltó de nuevo. las copas cayeron al suelo rompiéndose y esparciendo su contenido entorno a ellos.
El timbre volvió a sonar insistente así que Tara esquivó como pudo con sus sandalias el chocolate y los cristales rotos y se dirigió al recibidor. Se miró en el espejo y se limpió el carmín corrido antes de abrir la puerta.
—Hola Matt. —dijo saludando al sheriff tratando de no expresar con sus gestos la excitación que le quemaba por dentro—¡Vaya noche de perros!
—Ya te digo —respondió el Sheriff echando un vistazo al torrente de agua que caía del cielo mientras se sacudía el impermeable y escurría el agua que se acumulaba en su sombrero.
—¿Qué te trae por aquí?
—La tormenta, —respondió Matt mientras un relámpago iluminaba el cielo nocturno— El rio está creciendo rápidamente y pronto os quedareis aislados por unas horas. Intenté llamar por teléfono a los vecinos, pero parece que ha caído algún poste así que he tenido que salir a avisaros en persona.
—Gracias Matt, afortunadamente Jack tiene trabajo y no tendré que preocuparme por él esta noche.
—¿Estarás segura aquí sola? —dijo Matt con cara de sincera preocupación.
—No te preocupes por mí, querido, si yo no puedo salir tampoco habrá nadie que pueda entrar.
—En eso tienes razón —dijo el sonriendo.
—En fin, gracias por preocuparte, Matt. Te invitaría a un café, pero como Jack no llegará hasta mañana estaba a punto de irme a dormir…
—Lo entiendo, Tara, en noches como estas no hay mucho más que hacer y aunque quisiese no me puedo parar a tomar nada. Debo apresúrame si quiero avisar a todos los vecinos antes de que el vado esté impracticable
Tras un par de minutos más de charla intrascendente el sheriff se caló de nuevo el sombrero y salió a la tormenta camino de su coche. Justo antes de hacerlo el sheriff se dio la vuelta:
—Una última cosa, a unos doscientos metros camino arriba hay un coche parado sin nadie dentro. Parece que ha tenido una avería. ¿Ha pasado alguien por aquí pidiendo ayuda?
—La verdad es que sí —respondió Tara— Hace unos minutos alguien llamó a la puerta, pero acababa de salir de la ducha y la tormenta empezaba a descargar con fuerza. Lo siento, pero como estaba sola me dio un poco de miedo y no abrí la puerta. Quién quiera que fuese no insistió mucho y se fue. —dijo ella rezando para que el bueno de Matt interpretase los escalofríos que sentía a la mezcla de miedo y culpabilidad por haber dejado a alguien tirado.
—Lo entiendo. No te preocupes, reaccionaste con normalidad. Seguramente continuaría hasta casa de los Dawson. En fin voy a seguir la ronda. Cierra puertas y ventanas y no abras a nadie. Mañana todo volverá a la normalidad.
Tara despidió a Matt, cerró la puerta y se apoyó en ella cerrando los ojos aliviada.
Por un momento se preguntó qué diablos estaba haciendo. Por primera vez un hombre que no era Jack había acariciado sus pechos, y le había gustado. Las manos del desconocido, frescas y suaves le habían excitado, pero lo que hacía estaba mal. No debía. Amaba a su marido.
Abrió los ojos dispuesta a resistirse pero se encontró de nuevo con aquellos ojos oscuros e hipnóticos y toda su determinación se esfumó en un instante. Dan alargó las manos para coger las suyas y tirar de ella. Con una seguridad que le asustó y a la vez le excitó le guio por las escaleras de la antigua mansión con paso firme hasta el dormitorio.
Mientras subía por las escaleras no paraba de pensar en que aquello era una muy mala idea. No se le ocurrían más que razones para no hacer aquello, pero era como verse empujada por una ola. Nadar contra corriente era imposible y solo le llevaba a la extenuación.
El dormitorio estaba tal y como lo había dejado, con la caja de la lencería sobre la cama. Dan soltó la mano de Tara y se acercó a la caja. La abrió y sacó el velo de novia. Tara intentó protestar, pero Dan con una sonrisa le quitó la bata y le colocó el velo con una habilidad que no esperaba de un hombre.
Tara esperó allí en ropa interior sintiéndose de nuevo como aquella niña asustada y a la vez expectante. Dan acercó una mano y con una mirada extraña acarició su mejilla a través del velo. Tara se quedó quieta con los brazos pegados al cuerpo tratando de controlar el ligero temblor que el desconocido le producía con su presencia.
El hombre bajó las manos y acarició el cuerpo de Tara con suavidad poniéndole la piel de gallina. Tara suspiró y dio un ligero respingo cuando él recorrió con sus dedos las trabillas del portaligas hasta el interior de sus muslos.
Los ojos pardos de Dan observaron sus labios húmedos y entreabiertos y adelantándose a los deseos de Tara apartó el velo y le dio un beso largo y húmedo. Tara respondió al beso a la vez que abrazaba al joven y apretaba su cuerpo contra él. De nuevo el frescor de su cuerpo contrasto con la fiebre que dominaba el suyo.
La tempestad seguía azotando los ventanales, intentando colarse por las rendijas de las antiguas ventanas e iluminando la estancia con continuos relámpagos y el fragor de los truenos, pero ella solo sentía el contacto de aquellos dedos fríos y suaves.
Cuando se dio cuenta estaba devorando la boca y el cuello del hombre mientras le quitaba la ropa hasta dejarlo totalmente desnudo. Sin vacilar un solo segundo se arrodilló y cogió la polla del hombre entre sus manos. Era gruesa y a pesar de estar erecta estaba sorprendentemente fresca como el resto de su cuerpo.
La acarició y se la metió en la boca. Apartó el velo que había caído de nuevo sobre su cara y levantó la vista buscando los ojos de Dan mientras chupaba con lentitud el miembro, repasándolo con la lengua, mordisqueándolo y cubriéndolo con su tibia saliva.
El joven suspiró quedamente y se agachó para soltarle el sujetador. La prenda cayó al suelo y Tara sintió como sus pechos se bamboleaban libres de su prisión mientras ella seguía acariciando y besando la polla de Dan.
Poco a poco se fue irguiendo dejando que sus pechos rozasen primero los muslos y luego el pene del hombre. Tara lo colocó entre sus pechos y dejó que el desconocido empujase con suavidad entre ellos.
Tras un par de minutos Dan cogió a Tara por los hombros, la obligó a levantarse y la empujó contra la pared. Los labios del joven se cerraron sobre su cuello y bajaron hasta sus clavículas, sus axilas y sus costillas hasta llegar a sus pechos.
Todo su cuerpo se estremeció de placer cuando su lengua y sus dientes rozaron sus pezones provocándole pequeños chispazos de placer. Con su lengua acarició las venas violáceas que destacaban en la piel de sus pechos siguiendo sus tortuosas trayectorias.
Con un nuevo empujón apretó su cuerpo contra ella. Tara se frotó contra él sin dejar de pensar que se estaba comportando como una perra en celo. En vez de avergonzarse aprovechó una pequeña tregua que le dio el hombre para separarse y dándose la vuelta quitarse las bragas.
Tara giró la cabeza sobre su hombro derecho buscando al hombre, pero no vio a nadie. Confundida giró la cabeza hacia delante de nuevo y se encontró con su cara.
Sin dejarle tiempo para que intentase comprender cómo se había desplazado tan rápido Dan la cogió entre sus brazos, la levantó en vilo y tumbándola sobre la cama la penetró.
La polla del joven entró en su interior y se clavó profundamente, fría y dura como la muerte. El coño de Tara se estremeció envolviéndola con su calor. Entrelazando las manos con las suyas comenzó a penetrarla con movimientos rápidos y secos. Tara, poseída por un intenso placer, solo podía gemir y ceñir con sus piernas las caderas del hombre.
Soltando las manos, Dan levantó sus piernas y las admiró y acarició el suave tejido de las medias sin dejar de follarla. Tara cruzó las piernas para intentar que su coño abrazase la polla de Dan más estrechamente mientras él besaba y mordisqueaba los dedos de los pies por los huecos de sus sandalias.
Con un movimiento brusco Tara se separó y dando la vuelta a su amante se subió a horcajadas. Con una sonrisa maliciosa frotó su vulva contra la polla de Dan unos segundos antes de volver a metérsela. Irguiéndose comenzó a subir y bajar por aquella polla disfrutando de su dureza y gimiendo cada vez que llegaba hasta el fondo de su vagina.
No pensaba en nada, solo estaba concentrada en sentir el placer que irradiaba de su sexo y se extendía por todo el cuerpo haciendo que todo él hormiguease de excitación. Sin dejar de saltar sobre el hombre se cogió los pechos, se los estrujó y se retorció los pezones gimiendo y jadeando. Cuando Dan hizo el amago de acercar sus manos a ellos, Tara se inclinó y cambiando el metesaca por amplios movimientos circulares puso los pezones a la altura de su boca.
Dan aprisionó uno de sus pezones con sus dientes y lo mordió con fuerza. Tara gritó dolorida, pero no hizo amago de apartarse y siguió moviendo sus caderas cada vez más fuerte hasta que no aguantó más y se corrió.
Con un empujón el desconocido la apartó y la tumbó boca abajo. Con la polla aun dura y hambrienta se inclinó sobre ella y acarició su cuerpo sofocado por el reciente orgasmo. Tara cerró los ojos y disfrutó de las suaves caricias sintiendo como su cuerpo volvía a reaccionar a una velocidad que nunca había experimentado.
Se sentía una puta y una traidora, pero no podía evitarlo. Con el cuerpo de nuevo ardiendo de deseo se tumbó boca abajo sobre la cama, poniendo una almohada bajo sus caderas y abrió ligeramente sus piernas. Dan se inclinó entre ellas y le besó y le mordisqueó el sexo aumentando su excitación hasta que se vio obligada a suplicarle que la follara.
Dan cogió su espeso pelo negro con una mano mientras que con la otra guio su miembro al cálido interior de su sexo. Todo el cuerpo de Tara se estremeció conmovido por el placer que le produjo. Complacida sintió como el joven se tumbaba sobre ella y la penetraba con suavidad.
Sin dejar de empujar cada vez más fuerte, Dan acarició su cuello, su mandíbula y su cara.
Tara empezó a gemir de nuevo cada vez más excitada, podía sentir la sangre corriendo por sus venas a toda velocidad. Con un ligero tirón de su cabello, Dan le ladeó la cabeza y le besó el cuello, primero con suavidad y luego con más fuerza mordiéndoselo suavemente.
Tras un par de minutos notó que el miembro de su amante comenzaba a irradiar cada vez más calor. En ese momento los empujones de Dan se hicieron rápidos y violentos haciendo que Tara se corriese en cuestión de segundos.
El orgasmo fue tan intenso que se olvido hasta de respirar. Dan siguió penetrándola y mordiéndole el cuello, prolongando su orgasmo y llenándole el coño con su semilla.
Con un suspiro Tara se relajó e intentó separarse, pero Dan seguía agarrado a ella y chupando su cuello. Intentó separarlo, pero él no la dejó y fue entonces cuando notó que algo iba mal. Se sentía débil y mareada.
Intentó revolverse, pero el hombre la tenía inmovilizada con el peso de su cuerpo y no pudo hacer otra cosa que debatirse inútilmente, aterrada, mientras sentía como su conciencia se iba esfumando poco a poco hasta perderse en la negrura de la inconsciencia.
Un rayo de luz se filtró entre las cortinas hiriendo sus ojos con un brillo anormalmente intenso. Tara se incorporó y un ligero mareo le despertó una serie de confusos recuerdos, aliviada de que todo hubiese sido un sueño se levantó y se dirigió al ventanal abriendo las cortinas. La tormenta había pasado y la mañana era tan espléndida que tanta luz le hizo recular hasta el fondo más oscuro de la habitación.
Deslumbrada se dirigió al baño para refrescarse un poco la cara. La imagen que le devolvió el espejo le obligó a agarrase al lavabo para no caer. Estaba sumamente pálida y al ladear la cabeza vio dos pequeñas punciones en el cuello.
El ruido de las llaves en la cerradura le sobresaltó y tan rápido como el mareo se lo permitió metió el velo y la ropa interior dentro de la caja para luego atarse un pañuelo al cuello y meterse en la cama.
No le costó demasiado fingir que tenía una terrible migraña. Jack sonrió ajeno a la traición de la que había sido objeto y cerrando las ventanas y las cortinas se tumbó a su lado procurando que estuviese lo más cómoda posible.
Jack acariciaba su cara y besaba su frente con cara preocupada mientras Tara deseaba los besos y las caricias de Dan. El sentimiento de traición se veía ahogado por el irresistible deseo de estar de nuevo con el desconocido.
Su marido se ofreció quedarse con ella pero Tara insistió en que debía volver a la oficina y encargarse de los casos que tenía pendientes. En el fondo Jack estaba ansioso por volver al trabajo y terminar con el asunto que le había impedido llegar a casa la noche anterior, así que comió algo con ella en la cama y se fue a la oficina mientras Tara veía con satisfacción como las nubes densas y oscuras empezaban a arremolinarse de nuevo. En lo más profundo de su ser sentía que su amo no tardaría en volver y ella le esperaba con impaciencia.
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9i
El dolor y la angustia de saber que había fallado primero como padre, luego como esposo y para terminar como suegro y como abuelo era insoportable. Como padre había logrado que mi hijo se abochornara de mí y que no quisiera verme. Como esposo, no había logrado mantener a Aurora a mi lado. Pero lo que realmente me rompía el alma era saber que había mancillado la memoria de Manuel, violando y emputeciendo a su señora.
―Hijo, ¡lo siento!―, murmuré totalmente empapado mientras elevaba mi mirada al cielo: ― Sé que me he comportado como un hijo de perra con Sonia, pero te juro que, a partir de este momento, no será así y me ocuparé de que no les falte de nada a ninguno de los dos. ¡Por Manolito y su madre no tienes que preocuparte! ¡Son desde ahora mi responsabilidad!
Puede parecer una locura, pero en ese preciso instante dejó de llover y salió en sol. Sentí como si mi chaval me perdonara e incluso que, olvidando mi pecado, me diera las gracias.
―No te fallaré otra vez― grité al viento y corriendo como un loco, volví al cortijo.
Nada más llegar, llamé a Sonia, a su madre y a mi ex. Las dos primeras en llegar fueron Aurora y Teresa, las cuales venían charlando animadamente y la complicidad que leí en sus gestos, me hizo sospechar que además de las paces esas dos habían firmado una entente cordiale. Mis sospechas quedaron confirmadas al sentarse frente a mí, juntas y bastante acarameladas.
«Me alegro sobre todo por Aurora», pensé porque desde que nos habíamos separado a mi ex se le habían sucedido las desgracias.
Cuando mi nuera apareció por la puerta, su actitud era la contraria. Mientras su vieja y mi ex estaban alegres y sonrientes, ella estaba triste y meditabunda.
«Soy un capullo sin ningún tipo de escrúpulos», me dije mientras centímetro a centímetro me hundía avergonzado en el sillón al observar la evidencia en su rostro que había estado llorando.
―Suegro, ¿qué desea de mí?― mientras se arrodillaba y con un hilo de voz me preguntó.
El ver a mi nuera tan alicaída me impactó de sobremanera y levantándola del suelo, la senté junto a mí. Eso solo obró un milagro y como por arte de magia desapareció la angustia de su rostro y sonrió.
―Pensaba que seguía enfadado con su cachorrita― susurró en mi oído mientras se restregaba dichosa contra mí.
La ternura y alegría con la que pegaba su cuerpo al míolevantaron todas mis alertas y sin ningún deseo de prolongar su sufrimiento ni el de mi consuegra, les expliqué que nos había dejado llevar por el rencor y que les habíamos hecho a ellas responsables de algo cuyo culpable había sido nuestro hijo.
―No sé cómo compensaros el daño que os he afligido, desde este momento, sois nuestras invitadas.
Mi ex, asintiendo cada una de mis palabras, añadió mientras cogía la mano de mi consuegra:
―Si queréis quedaros aquí con Pedro y conmigo, sois bienvenidas.
Teresa, más afectada de lo que se suponía, nos contestó casi llorando que no había nada que perdonar porque ellas tampoco habían hecho por arreglar la difícil relación entre nosotros y Manuel. Tras lo cual, abrazando a Aurora, le preguntó si ahora que no tenía que ejercer de su putita, podía convertirse en su amiga cariñosa.
Mi antigua esposa riendo la besó.
Como mi nuera no se había manifestado, nuevamente, le pregunté qué iba a hacer y si me perdonaba.
―Suegro, ¿qué es lo que desea su cachorrita le prepare de comer?
La incongruencia de su respuesta me dejó sin habla y mi silencio hizo que Aurora quisiera intervenir:
―Ya no tienes que seguir comportándote así, Pedro te ha pedido perdón.
Girándose hacia ella y con un desprecio brutal en sus ojos, la rubia contestó a la que hasta unos minutos había sido su señora:
―No recibo órdenes de una puta que abandonó a su marido. Mi señor sabe que su cachorrita le ama y que nunca le dejará.
―Hija, piensa lo que dices― intentó mediar su madre.
El rechazo de Sonia por la mujer que le había engendrado fue todavía mayor y con ira apenas contenida, replicó:
―Si no permito que una zorra me aconseje, ¡menos a su amante! Nunca se me olvidará que no solo intentaste robarme el marido sino también que querías quitarme el amor de mi suegro.
Que se negara a atender mis palabras y la violencia con la que había respondido a su madre y mi ex fueron una señal de queo bien estaba fingiendo o bien de que algo en su cerebro había hecho crack y de que se rehusaba a acatar la realidad.
―Sonia, no pienso dejarte en la estacada― comenté creyendo que iban por ahí los tiros: ―No necesitas seguir actuando para que me ocupe de ti y de tu hijo.
Sorprendida y mirándome con los ojos abiertos de par en par, resopló diciendo:
―Suegro, su cachorrita no actúa. Su cachorrita obedece.
Mi ex fue sumando diferentes indicios y cogiéndome del brazo, me llevó a un lado.
―Pedro, ¿me puedes ayudar a comprobar algo?
―Claro― respondí deseando cualquier ayuda porque lo quisiera o no reconocer estaba aterrado.
―Manda a Sonia con nuestro nieto y pide a su madre que se quede.
―No sé por dónde vas, pero eso haré― contesté y volviendo a donde estaban madre e hija, hice lo que Aurora me había pedido.
A regañadientes nuestra nuera nos dejó para irse a ocupar de su niño, mientras Teresa nos preguntaba que deseábamos de ella.
―Teresa, ¿eres consciente de que Pedro solo os esclavizó porque pensábamos que le habíais separado de Manuel?
Mi consuegra sin perder la sonrisa asintió. La respuesta de la morena permitió a mi ex seguir:
―¿Recuerdas que Pedro os liberó y que por lo tanto no tenéis que servirle?
―Claro, no soy boba ni tengo Alzheimer.
―¿Te crees capaz de no cumplir una orden directa de él?
―Nunca podría. ¡Pedro es mi dueño!
―A ver― dije interviniendo: ―¿Por qué no puedes desobedecerme si te liberé?
―Sé que me liberó, pero una esclava siempre es esclava y nada que haga nadie puede cambiarlo. Cuando murió su hijo, estaba desamparada, pero usted me acogió bajo su abrazo y siempre seré suya.
Olvidando a la cincuentona, mi ex me soltó desternillada:
―¿No te das cuenta? Está condicionada a servirte. De alguna forma, Manuel lavó el cerebro a las dos.
Sin entender qué era lo que le hacía tanta gracia a mi antigua pareja y con el estómago revuelto, me negué a aceptarlo. Decidido a demostrar que se equivocaba, sacando un fajo de billetes de un cajón, se lo di a la morena:
―Toma este dinero y vete. No quiero volverte a ver.
Tal y como había anticipado, Teresa agarró la pasta y salió de la habitación, pero justo cuando ya creía que había ganado la vi entrar llorando y arrodillándose a mis pies, me pidió que no fuera cruel con ella y que le perdonara cualquier cosa que hubiese hecho.
Mi ex con una sonrisa de oreja a oreja, preguntó a la que había sido su consuegra:
―Teresa, si tu amo te permite quedarte con él, pero sirviéndome solo a mí, ¿estarías contenta?
―Señora, lo aceptaría gustosa― replicó con sus ojos teñidos de emoción― pero en cuanto mi señor me llame ha de saber que acudiré a su lado.
Muerta de risa y feliz, Aurora me miró diciendo:
―Te he quitado un problema. ¡Sonia es el tuyo!
Tras lo cual y cogiendo de la cintura a nuestra consuegra, salió con ella rumbo a su cuarto.
Me quedé de piedra por el descaro y de la cara dura con la que mi ex se tomaba el asunto. Era acojonante que hubiese decidido aprovechar el condicionamiento al que las había sometido Manuel para agenciarse una amante fiel, cariñosa y sobre todo obediente, importándole bien poco el destino de nuestra nuera.
«¿Y ahora qué hago?», me pregunté tan aturdido como abochornado por la actitud de la que había sido mi señora.
Sin cómplice ni consejero al que acudir, tenía que abordar solo el hecho de que la viuda de mi hijo y su madre se negaban a aceptar que eran libres.
«Me recuerdan al cuento de la barracuda y de la caballa», me dije meditando sobre la historia en la que unos científicos habían encerrado a esos dos peces en el mismo acuario, pero con un cristal separándolos. La hambrienta barracuda ignorando la invisible barrera que había entre ellos, había querido comerse una y otra vez a la aterrorizada caballa hasta que resignada había dejado de intentarlo. Entonces habían retirado el cristal y la barracuda, nunca traspasaba el lugar donde había estado la barrera, pensando que seguía ahí.
«A pesar de saberse emancipadas, siguen pensando que sonmis esclavas», sentencié: «Debo armarme de paciencia para que olviden esa locura y convencerlas de qué son libres».
Con ese pensamiento rondando, fui a ver dónde estaba mi nuera. Tal y como le había exigido, la hallé cuidando de su hijo. Sonia al verme entrar sonrió, pero como no le di orden que dijera lo contrario siguió ejerciendo de madre mientras sentado en un sofá admiraba algo más que su comportamiento como madre de mi nieto.
«Hay que reconocer que mi hijo tenía buen gusto», me dije valorando positivamente la forma y la rotundidad de sus pechos.
Sintiéndose observada, Sonia comenzó a ponerse nerviosa y a pesar de los esfuerzos que hizo para evitar que lo notara, sus pezones se le erizaron bajo el uniforme de criada.
―¿Qué te pasa?― olvidando momentáneamente mi propósito de respetarla como la viuda de mi hijo que era, pregunté mientras pasaba mi mano por sus senos.
―Suegro, no sea malo― masculló entre dientes al sentir que le flaqueaban las piernas: ―Está mi bebé.
Al recordarme la presencia de mi nieto, se me calló el alma a los pies. Como perro apaleado y con el rabo entre las piernas, hui por segunda vez en una hora de ella.
«Definitivamente, ¡soy un capullo!», me torturé mientras achacaba ese nuevo error a una falta de moral inasumible y mirando hacia una foto de mi hijo que había en una cómoda, prometí que no me volvería a sobrepasar con la que había sido su esposa.
«No entiendo por qué le he tocado las tetas, si mi intención era hablar con ella para que supiera que nunca más tenía ni debía entregarse a mí», murmuré entre dientes.
En un intento de buscar ayuda o al menos hablar con alguien, fui a ver a mi ex. La muy zorra ni siquiera había tenido la delicadeza de cerrar la puerta de su cuarto y por eso al oír ruido, entré sin saber que me encontraría a Aurora totalmente desnuda y a Teresa con la cara entre sus muslos, mientras exigía con una fusta a nuestra consuegra que no parara de lamerle el coño.
«Al menos, estas dos están felices», con un cabreo creciente, rumié.
Abatido y preocupado, cogí las llaves del coche y me marché de casa con la idea de evitar encontrarme con cualquiera de las tres. Como ya era cerca de las dos y no quería que Sonia me diera de comer, me fui a un restaurante que acaban de inaugurar en el pueblo.
Al llegar al local, agradecí el encontrarme con unos conocidos y uniéndome a su mesa, disfruté de largo rato de asueto donde mi nieto y las mujeres que había dejado en el cortijo pasaron a un segundo plano. De esa forma, aunque fuera momentáneamente, conseguí olvidar el deshonor y la humillación que me producía el haber abusado de una inocente que para más inri era la viuda de mi chaval.
Al volver con el estómago lleno y sin ganas de compañía, decidí salir a correr por el campo para que el ejercicio me permitiera ordenar mi mente y encontrar una solución a mis problemas.
Tras colocarme una zapatillas, dejé atrás el cortijo con la intención de perderme entre los olivares. Durante más de una hora, recorrí esos agrestes pero ricos parajes con la idea fija de dejar atrás todo recuerdo de Sonia.
Desgraciadamente y a pesar de que forcé mis músculos y el sudor empapó mi camiseta, la presencia de mi preciosa nuera y mi ignominia seguían presentes en cada una de mis respiraciones.
«Debo hacer algo para convencerla de que abandone esa idea. Debo conseguir que vuelva a ser una joven del siglo XXI y que olvide esa obsesión por ser mía», me repetía como un mantra cada vez que subía una cuesta o recorría una vereda.
Con la derrota reflejada en mi rostro, volví a la casa. Afortunadamente, nadie me esperaba en la entrada y por ello, en absoluto silencio, me escabullí hacia mi habitación. Lamentablemente, mi alegría duró poco porque al pasar la puerta me encontré con Sonia esperando sentada en una silla junto a la cama.
―Estaba preocupada por usted. La próxima vez que vaya a correr, avíseme― murmuró y sin decir nada más, me dejó solo en el cuarto y pasó a mi baño.
Un observador poco avispado se hubiese escandalizado con la altanera actitud de esa criada, pero por el contrario cualquiera con un poco de chispa hubiese comprendido de inmediato que esa mujer sentía algo por su jefe y que su protesta se debía a una inquietud sincera. El ruido del agua llenando la bañera me informó de que, aún enfadada, esa rubia seguía firme en su decisión de servirme hasta las últimas consecuencias y por ello no me extrañó que, al cabo de unos minutos, volviera a comunicarme que el jacuzzi estaba listo.
―Suegro, deme su camisa― pidió.
Por un momento, creí que su petición era inocua y por eso se la di. Pero entonces y ante mi pasmo, no pudo ocultar que mi olor le resultaba irresistible y como un perro olfateando una pista, mi nuera acercó mi polo sudado a su nariz.
―¡Dios! ¡Qué bien huele!― gimió incapaz de contenerse y con lágrimas en los ojos, salió del baño.
Reconozco que no me esperaba esa reacción y siendo lo último que deseaba en ese momento era pensar en ello, me desnudé y totalmente desmoralizado entré en la bañera.
«En menudo lío me has metido, hijo», cerrando los ojos, sentencié tan triste como preocupado.
Mi tranquilidad duró unos diez minutos, porque aterrorizado, escuché que se abría la puerta y que alguien entraba en el baño. Asumiendo que era Sonia que volvía, simulé que dormía para que así se pensara dos veces el despertarme.
―Abuelo, ¿sabes por qué llora mamá?― escuché que Manolito me decía.
―No lo sé, cariño― mentí descaradamente a mi nieto.
El crio, con la memoria de pez habitual a su edad, olvidó la preocupación por su progenitora en cuanto me vio chapotear y riendo en plan pícaro, me pidió permiso para entrar conmigo en la bañera.
―Primero, tengo que quitarte la ropa― respondió su madre desde la puerta.
Por ridículo que parezca, sentí vergüenza de que Sonia me viera desnudo y mientras intentaba taparme, mi nuera aprovechó para empelotar a su chaval. Manolito, en cuanto pudo liberarse de los maternales brazos de mi nuera, se lanzó en picado dentro del jacuzzi.
―Hijo, ten cuidado― le pidió su madre mientras acercaba una silla a la bañera.
La naturalidad con la que Sonia se quedó mirando a su chaval mientras se bañaba a mi lado me descolocó y más cuando luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me soltó:
―Como se parece mi bebé a usted, se nota que lleva sus genes.
Sé que quizás lo dijo para halagarme y lo cierto es que ¡lo consiguió! No pude evitar sentirme dichoso de que parte de Manolo e incluso de mí perdurara en mi nieto. Quizás por ello, me relajé y comencé a jugar con el niño sin importarme que su madre estuviese.
―Mamá, ¡defiéndeme! ¡El abuelo me está echando agua en la cara!― en un momento dado pidió el crio.
―Mójale tú a él, ¿no ves que es un anciano?― replicó Sonia lanzándome una carga de profundidad mientras me miraba a los ojos.
Si la vez anterior su intención era agradarme, en esta claramente era molestar y nuevamente logró su objetivo.
«Será puta», pensé y ahuecando mis manos, le lancé su contenido a la cara.
La muy zorra en vez de cabrearse, al verse empapada por mí, se echó a reír y respondiendo a mi agresión, se metió vestida a la bañera y me atacó. Respondiendo a las risas de su bebé, cogió agua en sus mofletes y descargó su contenido sobre mi cara.
El niño lo estaba pasando en grande al ver a su madre y a su abuelo haciendo unas travesuras que a buen seguro se las hubiésemos prohibido hacer y decidido a no ser el único en portarse bien, la imitó.
―Ahora veréis― dije y aferrando a los dos entre mis brazos, los hundí en el jacuzzi.
Sonia se tomó ese gesto como una declaración de guerra y a carcajada limpia, pidió a su hijo que la ayudara. Juntos los dos me embistieron, iniciando un festival de risas y revolcones en el que,sin malicia por mi parte, pero irremediablemente, se alborotaronmis hormonas al sentir sus manos recorriendo mi pecho.
―¡Qué bonita eres!― balbuceé en voz baja al observar que su uniforme mojado se le pegaba totalmente al cuerpo dejando al descubierto la sensual curvatura de sus pechos.
A pesar de no ser esa mi intención, mi nuera lo escuchó ybajo la tela de su vestido, crecieron ante mis ojos dos traicioneros volcanes delatando lo mucho que le había afectado ese piropo.
«Recuerda quien es y lo que te has prometido», me dije haciendo verdaderos esfuerzos por retirar mi vista de esos primorosos senos que tenía frente a mis ojos.
«Son una belleza».
Asumiendo que, de seguir jugando con los dos, mi excitación me pondría en ridículo o algo peor, decidí dar por terminado ese baño y secarme. Al descubrir que Sonia me miraba atentamente mientras salía, me puse rojo y ella, al contrario que otras veces no aprovechó mi embarazo para reírse de mí, sino que poniendo un puchero me preguntó si podía quedarse con Manolito un rato más.
Al responderle que sí y antes de que me diera tiempo de marcharme, la viuda de mi hijo desabrochó su vestido y lo dejó caer. La belleza juvenil de su cuerpo, no por conocida, fue menos impactante y con sonrojo he de decir que consciente o inconscientemente al salir del baño dejé la puerta abierta. Por eso y mientras me secaba en el cuarto, no pude dejar de deleitarme con la dulce pero sensual escena que Sonia me estaba regalandoal bañar a su chaval.
«¡Qué rica que está la condenada!», exclamé para mí con la mirada clavada en las preciosas areolas que decoraban sus senos.
Si a mi nuera fueron sus pezones los que la traicionaron, a mí fue la incipiente erección que crecía entre mis piernas la que me delató y por eso cuando de reojo Sonia miró hacía donde yo la espiaba, descubrió mi pene tieso.
―Suegro, ¿es por mí?― preguntó la maldita con toda su mala leche.
Estuve a punto de contestar una burrada, pero cuando las palabrotas estaban a punto de emerger de mi boca pensé que con ello le estaba haciendo el juego. Aunque me costó, le devolví una sonrisa y me di la vuelta.
«Tranquilízate macho», murmuré entre dientes, «eres mayor y más inteligente que esa zorrita. No dejes que te manipule».
Simulando una tranquilidad que no sentía comencé a vestirme y ya me había puesto los pantalones cuando escuché que salían del jacuzzi.
―Suegro, me pregunta Manolito si todas las noches puede bañarse con nosotros― escuché a mi espalda.
Supe que era cosa suya y pensé en negarme, pero al darme la vuelta me encontré con Sonia mojada y completamente desnuda mirándome con una expresión que interpreté de deseo en su cara.
―¡Tapate!― le pedí angustiado al sentir que me fallaba hasta el respirar.
―Solo si me ayuda a dar de cenar al nene― replicó mientras en plan puta me lucía muy ufana la perfección de su trasero.
A duras penas pude retirar mis ojos de sus nalgas y cuandoacercándose a mí, comenzó a acariciarse los pechos, claudiqué y prometí hacerlo.
―Por eso le quiero tanto― riendo contestó para acto seguido darme una pista de lo que me esperaba, posando sus labios en mi mejilla con dulzura mientras susurraba en mi oído: ―Recuerde que…soy y seré siempre… su cachorrita
Ufff…….cada vez la llama crece en lugar de disminuir…….siento que pierdo el control sobre lo que está pasando y muestra de ello, es que de últimas fechas, quería ir acabando esos encuentros con mi amigo Alfredo, e incluso pasó por mi mente renunciar al trabajo y dedicarme a mi hogar, pero por alguna u otra situación, algo se atravesaba y el tiempo pasaba sin dar punto final. Además de lo anterior, el destino me ponía una prueba más: De unas fechas para acá, justo mi esposo, empezaba a reforzar sus fantasías de verme atractiva y de imaginarme cogiendo con Alfredo. Sus palabras eran para mí, droga que me prendía mucho y me inquietaba al grado de enloquecer de deseo por coger más y más.
Las palabras de mi esposo, seguían generando cosquilleo en ambos, pero más aún, mi esposo increíblemente, era el que estaba poniendo más leña al fuego últimamente y ello estaba dando pauta a que incluso, ahora la situación se torne mucho más morbosa que antes!! Siii, así como lo leen….más morbosa, porque ahora mi esposo es quien quiere que nos reunamos los tres deliberadamente, con tal de poner a prueba sus celos, o por ver hasta dónde puede ser el o yo, capaz de alimentar el morbo a esa fantasía, o no sé si para ponerme a prueba al estar en medio de los dos, o simplemente para orillarme a caer en alguna trampa. Él dice que quiere creer en mí y que para ello, salgamos los tres como muestra de que hay más amistad que deseo de parte de mi amigo!.
Ante eso…..como frenar esta situación??
Por ello, después de la última salida con mi esposo, y la insistencia más firme sobre la fantasía que rondaba en su cabeza, no hizo más que generar una enorme excitación en mí, lo que provoco que mi mente comenzara a abrirse a una posibilidad…..la posibilidad más loca hasta ahora en esta aventura: Compartir una noche de diversión entre mi esposo y mi amigo-amante conmigo…..los tres juntos, con el riesgo de todo!. Y es que no es lo mismo que mi esposo y Alfredo se encontraran en la escuela, donde la multitud de la gente impedía un contacto más directo, a que ahora, estuviéramos solos los tres, conviviendo, tomando e incluso hasta bailando con ambos. Eso sí es morbo puro!
Pues continuando con este Relato, después de la juerga con mi esposo, nos levantamos ya muy tarde…….de hecho fui la primera en abrir los ojos, y al ver la hora, abrí mis ojos desorbitadamente….eran las 4 de la tarde!!!. Me quede en mi cama acostada por un momento, repasando hechos y palabras de la noche anterior, y de manera increíble, logre empaparme nuevamente, sin embargo mi conchita estaba aún hinchada de tanto haber recibido de todo en una sola noche. No quise tocarme aunque ganas no me sobraban, pero fui muy prudente y rápidamente me levante y continué mi camino hacia el baño. Apenas voltee hacia la cama y note que mi esposo comenzaba igualmente a despertar. Entretanto mi mente se revolucionaba con pensamientos contradictorios y nada claros en lo que abría la regadera.
Comencé a desvestirme en lo que el agua caía deliciosamente y en tanto, detrás de la puerta, escuche la voz de mi esposo, serena y locuaz.
-Ohhhh mi amor……..eres una mujer excepcional…….tal como la deseamos todos los hombres!!-
Escucharlo me hizo sonreír en tanto el agua de la ducha ya estaba caliente, y me metí debajo del potente chorro que de inmediato actuó como fuertes brazos que me hicieron temblar del gusto. Cerré los ojos mientras dejaba que mi cuerpo se fundiera con la lluvia y el vapor por el calor que emanaba; llené mi boca de agua caliente y la expulsé con fuerza como si ello aliviara mis pensamientos y mis manos no dejaban de frotar mi piel, que se mostraba muy sensible por todo….por los recuerdos y por el agua misma.
Inesperadamente la puerta se abrió y la silueta desnuda de mi esposo apareció.
-¿Qué…qué haces? Balbuceé sorprendida por su actitud.
-¿Shhh… mi amor, acaso no tienes un lugarcito para tu esposito?-
Ahogó mis tímidas protestas con un beso, pegando la piel de su cuerpo con el mío.
-¿Mmmmm me tienes encantado, y quiero sentir tu piel untada a la mía, quiero estar contigo así de pegadito, sintiendo tu piel, tu calor, tus mimos!-
Concluimos esa ducha entre roces, provocaciones, probadas y sonrisas y estuvimos después, descansando ampliamente. Más tarde cenamos sin hablarnos demasiado, apenas algunos comentarios vacíos y poco más. Después de un rato de televisión evasiva, nos fuimos al dormitorio a reponer ese desvelo de encanto como pareja.
-¿Estás muy callado hoy?- Interrumpí de pronto.
-No, solo un poco cansado- Contesto sin demasiada convicción.
-Has estado un poco distraído hoy mi amor-
-¿Qué?-
-Digo que has estado un poco distraído hoy…antes, en la ducha, casi me desmayas con tu lengüita sobre mi cosita- Dije con una sonrisa traviesa.
-No sé, no me di cuenta, quizás,…….me refiero a la distracción que dices……..de lo otro, sabes que me encanta tu sabor a mujer sensual!-
– Gracias mi amor…….¿Sabes qué? …….me tienes derretida!!……..anoche y ahora, con todo lo que me has dicho y hecho, me tienes atada!!….encantada!!! no recuerdo si lo habías hecho antes, pero estuve sumamente encantada-
-Bueno, ya sabes que en esos momentos uno dice cualquier cosa y…-
-Mmmmm cualquier cosa no ¡!!……. la excitación te hace decir y hacer muchas cositas…….se te va la lengua y comienzas a decir cosas que no se si son producto de la calentura o me tratas de decir algo más – y entonces, de manera muy traviesa, metí mi mano debajo de la sábana para acariciarle su pene.
-No déjalo por favor, que estoy demasiado cansado-
-Está bien cariño, no te preocupes, de todos modos ya me has acabado hoy y anoche ……..me sacaste toda la fuerza, todo el morbo y todas las inquietudes como mujer, y es que me habías dejado tan cachonda que de pronto, mi cuerpecito pide algo más y no podía quedarme así-
Y con aquellas palabras me dejó un beso en la mejilla y se dio vuelta con un “hasta mañana mi amor……ambos estamos rendidos y hay que tomar fuerzas”.
Esa noche descansé bastante poco, en la penumbra miraba la silueta de mi esposo, desnudo; por una parte quería olvidarme de todo lo demás, pero al mismo tiempo sabía que era difícil apartar las imágenes que me habían dejado los días anteriores.
Se llegó el día lunes, mi esposo comenzó sus actividades normales y yo, tal vez motivada por lo que mi esposo me había dicho, esa semana me atreví a vestir más atrevida que otros días a mi trabajo, y mi esposo, fue claro testigo en silencio desde el primer día, y creo que por ello, decidió llevarme al trabajo diariamente, incluso en algunos días, hasta me llamaba antes para avisarme que pasaría por mí al trabajo….eso si era muy evidente.
A la mañana siguiente durante el desayuno, intercambiamos algunos diálogos de rutina. Mi esposo parecía contento y mientras estaba preparando el desayuno me acerqué a la cocina y solté el comentario que me daba vueltas desde la noche anterior.
-Sabes…..no puedo evitar recordar lo bien que la pasamos hace algunas noches…….todo lo que me hiciste me tiene hasta ahora loquita……y todo lo que me has dicho, no puedo quitarlo de mi cabeza…….me excita mucho escuchar todo lo que dices y todo lo loquito que te pones cuando estamos juntos…….no sé si lo haces en juego o estas tratando de decirme algo más, pero…….no puedo evitarlo……me gusta lo que dices!!! – Dije entre una interrogación y una afirmación.
-Bueno cariño, tú también has estado muy ardiente, tal vez más que otras veces-
-¿Qué fue lo que te puso tan cliente?- Continué.
-¿Qué fue? ¿Una sola cosa? Jaja no…seguramente un conjunto de ellas, fuimos subiendo de tono poco a poco y no te olvides que venía juntando desde hace días-
-Bueno pero tienes que admitir que la fantasía de imaginarme o verme con otro, te puso muy caliente y eso disparó un orgasmo increíble- Ya la semana caminaba y me vi muy osada en abrir el tema que desde hace días, deseaba reactivar en mi esposo.
Yo no podía dejar que mi esposo se fuera a trabajar sin que me dijera nada, por lo que volvía a retomar la plática para motivarlo y me dijera lo que yo quería oírle decir -Pero cuando estábamos en el clímax me dijiste que querías verme coger con otro y era indudable que eso te ponía bastante caliente porque estabas durísimo y no parabas de darme placer!!!!……..eso te daba mucho morbo-
-Cariño…ya me lo habías dicho el otro día después de habérmela chupado en el carro…”en esos momentos uno dice cualquier cosa”. Además, si la fantasía funciona para ambos, tanto mejor…..al cabo es solo una fantasía o no?.-
Sus palabras eran como si les restase importancia o fueran en cierto modo evasivas, al menos así sonaban para mí y nuevamente me ponía entre la espada y la pared, ya que por lo visto, el sí tenía claro el objetivo…….solo fantasía!!.
Eso me apagaba los ánimos, pero el morbo que ya traía conmigo, me dominaba y me hacía buscar un pretexto para lograr cumplir mi deseo. Por ello, me puse de pie y me dedique a servir más café y a recoger algunos platos de la mesa. Volví a sentarme y en esos minutos me quedé en silencio, como si disfrutara mi bebida caliente. Mi esposo tomó su taza y al concluirla, aproveche para volver sobre el tema.
-Volviendo al tema mi amor………te quiero confesar algo……..no puedo negarte que estos pasados días, me has excitado muchísimo y tal vez por ello ves en mi rostro una sonrisa de felicidad……te lo agradezco……pero luego me pregunto qué fue lo que hiciste para satisfacerme?……no encuentro la respuesta…….lo único que tengo presente de ti, es que cuando hacemos el amor……….comienzas con tus fantasías………te pones muy excitado y me excitas a mí también……….pero no puedo negarte que todo lo que me dices, me provoca muchas preguntas………por ejemplo, más allá de la fantasía…¿Qué es lo que realmente te excita?……….Imaginarte cosas…..saber cómo sería si fuera cierto……..verme coqueta…….o…..incluso que todo lo que me dices, se convirtiera en realidad???……….no lo sé mi amor…….no tengo respuesta y pues solo puedo decirte que te veo muy excitado……y eso me gusta mucho……me hace feliz verte feliz.
-Por favor Diana ¿qué te ha dado ahora por hacer ese tipo de preguntas?.- Me inquirió mi esposo, lo que me hizo sentir que ahí lo atrape dejándolo desarmado.
-No lo sé mi amor…..esa noche la pasamos de maravilla…..y en la cama cuando terminamos….me puse a pensar en todo esto y yo no encontré respuesta……tómalo solo como una duda de tu esposita mi amor-
-Cariño, si hiciera algo así supongo que te lastimaría y no tengo esa intención-
-Esa no es la cuestión mi amor…….además imagínate que si fueran realidad tus fantasías, podrías o no enterarte…….o como dice el dicho…….“ojos que no ven…”-
-Me sirves otra taza de café?- Me puse de pie y en tanto le di la espalda a mi esposo, una sonrisa broto de mis labios……creo que lo puse entre la espada y la pared. Regresé a la mesa y me senté, dándole su taza. –Y bien mi amor?……que me dices?- Le solté el anzuelo.
-Que rico café mi amor…….pues…….verás, …..te voy a confesar algo que tal vez nunca lo hemos platicado…….cuando tenía veintitantos años me lo pasé muy bien y no me privé de nada, pero hubo algo que me marcó y mucho, y eso fue que entre esas libertades que tuve, una amiga de la familia, casada ella, me sedujo y me llevó a la cama, haciéndome gozar como con ninguna jovencita en ese entonces……..no sabes lo que pasaba por mi mente, al encontrarme con su marido en las reuniones de familia, y ella coqueteándome mucho, y su esposo sin darse cuenta…….eso me marcó porque me excito mucho el juego y el morbo que eso provocaba, y ahora, aún recuerdo esas escenas, esos rostros y esas actitudes……me pone a mil recordar esa infidelidad y aunque nunca te lo he dicho, es algo que traigo sembrado en mi……….por eso es que no puedo dejar de pensar que una mujer tan hermosa como tú, seas objeto de deseo de otros hombres. Siempre te lo he dicho, pero no te había comentado lo que había dentro de mí. Pero ya que repentinamente estás tan interesada en este tema, que te puedo decir, que a nivel de fantasía es normal creo yo……siempre un poco de dolor en la relación, provoca mayor excitación y tal vez para excitarme, algo de aquellos años viene a mi mente, pero en ese momento, en ti veo reflejado el rostro de la infidelidad y eso me excita muchísimo…….además, he leído y según estadísticas, las mayorías de las gentes, tiene la fantasía al imaginar a su pareja, en la cama con otra persona distinta…….. y no me dirás que eso te sorprende porque muchas mujeres y muchos hombres tienen esa clase de morbo. ¿No lo tienes tú?-
-Fantasía…puede ser- le contesté muy secamente…..en realidad me interesaba sacarle toda la información a mi marido.
-Pues eso es mi amor……. una fantasía…..una fantasía que tengo dentro de mí porque lo viví en carne propia, y no puedo negarte…..me excita mucho ver el rostro de una mujer infiel, cuando es penetrada por otro hombre……….no tienes idea de lo que es ver el rostro de una mujer en esa situación……..te vuelve loco solo ver la expresión de una mujer cuando otro hombre va entrando en ella…….creo que es lo más excitante de todo…….es una imagen que no puedo describirte………es como ver algo que te hipnotiza de por vida……..ese rostro de gusto y placer no puede uno borrarlo de su mente………y por eso, cuando te hago el amor ……….trato de alargar el mayor tiempo posible el momento de metértela……disfruto mucho tu rosto…..disfruto mucho como gozas…….y cuando te la meto lentamente…….me dejas increíblemente extasiado al ver como tu rostro se tuerce de placer……..me gusta ver como disfrutas cuando mi verga se va toda dentro de ti…………ver tu boca abrirse…..tus ojos perderse y como echas tu cabeza hacia atrás en respuesta a una aceptación plena……..no tiene palabras……es mágico simplemente y en ese momento no puedo dejar de imaginar que es el mismo rostro de aquella mujer cuando le era infiel a su esposo!!!!…….me entiendes ahora????…….por eso mi amor…..no puedo dejar de tener esa fantasía contigo y lo único que te pido es que la compartas conmigo…..quiero que tu también goces de esto que es tan divino………., no pasa nada, más aún, quizás tengamos mejores encuentros íntimos, no crees?-
-¿Y cuál es tu fantasía en ese sentido?- Quería ir a fondo con el tema porque me parecía que mi esposo estaba abriéndose para tratarlo.
-Mmmm…bueno……creo que ya te lo expuse……….cuando te hago el amor, me gusta ver tus expresiones y como disfrutas, pero cuando rompemos el amor y empezamos a tener sexo, me enloqueces, y me haces imaginar que así como gozas cuando tenemos sexo…….cuando te veo con los ojos cerrados, tu boca abierta y disfrutando, como si estuvieras perdida, en ese momento, mi mente comienza a imaginar si así sería tu comportamiento si otro hombre te estuviera cogiendo!!! …. y solo ver tu rostro y escucharte, me excita mucho!!!…………cual es mi fantasía?…..esa mi amor……que en tanto hacemos el amor tu y yo, me imagino que estas cogiendo con otro hombre…….me excita verte disfrutando de una buena cogida y me excita imaginarte y eso me prende a tal grado, que me excita mucho en ese momento……y cuando jugamos o te digo mi fantasía y tu juegas también, me encanta escucharte decir que si te gustaría probar a otro hombre, o igual, me excita mucho oírte hablar en nuestro juego, que te gusta ser una puta con los hombres…….me excita escucharte en tanto en mi mente, todas las imágenes tuyas estando con otro hombre, dan vida a una enorme excitación mi amor……..me excita imaginarte que eres infiel con ese hombre que trae ganas de cogerte!!!!………..
-……..te refieres a…………Alfredo?- Le dije seria a mi esposo sin esperar a más. .
-Tu y yo sabemos que ese hombre, desde que te conoció, no deja de mirarte y más ahora que trabajas con él, está más que extasiado de tenerte a su lado…….soy hombre y te puedo asegurar que todos los días, está más que excitado mirándote……debo decírtelo mi amor…….lo traes prendido y contigo en su oficina…..se sacó un diez!!!
-Estás loco mi amor, como crees!!!!. Le mentí
– Eso es lo que tú crees y siempre me has dicho que estoy loco o que estoy viendo cosas donde no las hay…….por eso, me he atrevido, con todo el dolor o celos, como quieras llamarle, a que salgamos un día los tres…….un día de copas…..una noche de copas, para que tú misma te des cuenta de las miradas de tu amigo hacia ti, o de sus pretensiones……..tanta es mi fantasía mi amor, que deseo comprobártelo, en que tu amigo está loco por ti y es más………sabes porque deseo que salgamos los tres un día a tomar la copa?…….
– Nnnnnoooooo……porque? Le conteste ahora si extrañada, pero feliz porque finalmente hice que mi esposo tocara el tema que quería yo, porque los días pasaban y no lo veía con ánimos de reunirnos los tres como me lo había propuesto.
– Porque deseo que ese día, te vistas muy atrevida o si puedes, hasta más atrevida que otros días, incluso hagamos locuras, y más que excitarlo a el…….me excites a mí …..tu sabes que soy muy visual y me excita ver…..y si te veo atrevida y provocativa, puedes estar segura que me tendrás bastante empalmado mi amor……..no tienes idea del gusto que me daría ver sus reacciones de no poder hacer nada, y así mismo, te des cuenta, de que el no necesita más que una señal tuya para llevarte a la cama!…….pero como te digo, quiero que al que excites sea a mí, para que al terminar, nos vayamos tu y yo a hacer el amor a un Hotel, donde ambos sabemos que el simple lugar, ya es morboso de por si…..y ahí, tengamos una noche sexual loca……recordando todo y fantaseando todo……en tanto nos damos un gustazo haciendo el amor tu y yo……hasta rebasar la línea y coger como locos!!!!
-Eso quieres mi amor?………pero…….te…..te has puesto a pensar si algo saliera mal?……te has puesto a pensar si algo se nos saliera de control?…..Ya te dije la noche pasada que en el juego, algo puede salir mal y ……..que haríamos?
-Pues chiquita……….como vamos a saberlo?…….pues atreviéndonos no crees?……además……si algo sale mal…….creo que no sería tan malo no crees?’……finalmente el aparte de ser hombre……creo que es tu amigo no?……y un verdadero amigo……lo demostrará siendo caballerosamente discreto.
-¿Eso significa………que…….si algo sale mal…….en realidad…..no sería tan malo……..o ….o que tratas de decirme cuando dices que si algo sale mal……..con el no sería malo?-
-¡No lo tengo claro mi amor! Solo sé que me pone muy cachondo verte en una situación comprometedora, ………pero……si quieres saber más de mis fantasías, tendrás que averiguarlo cariño, que ya te he dado más información de la que hubiera imaginado, y ahora ya sabes porque no puedo quitarme esa idea de mi mente…….me estoy excitando y además, se me hace tarde……tengo que ir a mi trabajo, nos vamos?- se puso de pie, fue al baño a lavarse los dientes y al tomar sus cosas solo me dijo que me llevaba al trabajo y que me esperaba afuera en el auto.
Mi esposo se fue a trabajar después de dejarme en mi trabajo, pero las palabras de mi esposo, rondaban en mi mente a cada momento. Se llegó esa noche y, estábamos cenando en casa y sin aún mover nada, recibí un mensaje de Alfredo a mi celular. Al leerlo enfrente de mi esposo, note un rostro entre enojado y dudoso: el mensaje decía: “Diana, te informo que mañana, firmaré un importante contrato, con el cual, tendremos trabajo para muchos meses”. Eso hay que celebrarlo a la brevedad!!!!. Te dejo que organices el plan pero si puedes avisarme a la brevedad para no perder más tiempo”.
El mensaje lo leí tal cual, porque afortunadamente, no traía nada comprometedor, y por el contrario, se veía muy institucional. Solo por eso me atreví a leérselo a mi esposo ehhh.
-Como ves mi amor? Tu qué harías?- Le pregunte a mi esposo para que no se sintiera desplazado.
-uhmmmmm………mañana es viernes…….es quincena por cierto verdad?…………pues pudieres proponer que ……les invite una comida a sus trabajadores y en tu caso, como su mano derecha, que …….nos vayamos de copas?- En cuanto dijo eso, tomo su vaso para darle un sorbo prolongado y pararse de la mesa, dándome la espalda, para ir a la barra y servirse más jugo.
Yo me quede con los ojos abiertos, el vaso a medio camino a mi boca, sorprendida por su comentario!. No dije nada, y solo esperé que regresara a la mesa. Me dejo impactada…….tenia bien claro lo que habíamos platicado antes y ahora, me lo estaba reafirmando!!……Que debía hacer yo???
Al sentarse mi esposo, y dando un trago más a su jugo, me preguntó: -Ves bien mi propuesta o tienes algo más en mente?….Yo lo comento porque si es un contrato jugoso, creo que todos los trabajadores deben ser partícipes de ese éxito no crees? …….creo que esa noticia los motivaría aún más!!…….y en tu caso, pues, tú has sido pieza importante en el crecimiento de la empresa, y creo que eso amerita no solo una comida, sino un brindis-
Sin palabras que decirle, me pare de la mesa y llevando conmigo los vasos a la cocina, hice más tiempo para meditar aún más sus palabras y mi respuesta. Regrese y sentándome solo le comenté a mi esposo: – Ok, le propondré tu idea….ahora le mando el mensaje, y espero lo que diga.- Le di la jugada para que estuviera consiente de que la idea, había salido de mi esposo y no de mí.
Sin más, ahí frente a mi esposo, le mande el mensaje a Alfredo desde mi celular, sabiendo que mi esposo quería estar presente: “Muchas felicidades!. Te lo mereces y creo que tus trabajadores también son parte importante de este proyecto. Porque no los invitas mañana a comer y ahí les das la noticia?…….en mi caso, estaré con mi esposo porque me invito unas copas en la noche……a menos que quieras alcanzarnos y ahí, brindamos los tres…….tal vez una noche de copas, como ves?- Este texto ya no se lo leí a mi esposo y solo le dije que le mande lo que había propuesto respecto a los trabajadores.
Alfredo no tardo nada en contestar: -“Excelente propuesta!!….la comida para los trabajadores es buena idea……creo que merecen ser considerados verdad?….. y la idea de alcanzarte con tu esposo para brindar, me encanta la idea, los alcanzo a ustedes y ahí, creo que si amerita una noche de copas……una noche….loca!”-
Sin más, le leí parte del mensaje a mi esposo:-“Ok que le parece bien la idea, y que tú digas, donde nos vemos mañana y él nos alcanza”-
Como nunca, vi un brillo enorme en los ojos de mi esposo y una muy leve pero dibujada sonrisa en su rostro, lo cual trató de ocultar, simulando que bostezaba y se paraba a la cocina!. Que significa ello??…..No supe ni quise preguntar, y solo me puse de pie para beber lo último de mi vaso.
A la distancia, escuche que mi esposo me decía -Ok está bien, dile que mañana le decimos para ver donde conviene…..o si el conoce algún lugar, que es bienvenida su propuesta-. De mí, solo recibió un ok.
Sin decir nada y apareciendo un silencio inaudito, nos fuimos a la recamara. Ambos nos acostamos y sin decir nada, quedamos de frente el uno al otro. Nos vimos, sin decir más, nos besamos intensamente, tanto así, que sin decir más, terminamos teniendo un polvo igualmente intenso. Más que tener sexo, hicimos el amor….muy relajado, besos y una sola posición.
Finalmente amaneció y nos alistamos para salir ambos, cada quien a su trabajo y nos preparamos para la velada que suponía habría de ser de buen nivel, como en otras anteriores ocasiones que había ido con él a brindis.
Mi esposo en su trabajo, yo en el mío, y Alfredo en su negociación. A eso de las 11 am, recibí la llamada de Alfredo, para avisarme que notificara a los trabajadores, que ese día, las actividades se cerraban a la 1:30 pm, y que los citara en el Restaurant Bar “Fiesta Latina” a las 2 pm. Sobre la reunión de nosotros, no dijo nada y eso me mortificó más. Sin embargo, de inmediato llamé al personal y les transmití el mensaje de Alfredo, y todos felices, pararon sus actividades para irse al lugar citado. Me preguntaron si yo me iba con ellos a lo que les dije que en mi caso había pedido el día desde antes y que ya tenía planeado irme antes de la hora de salida. Así fue y llegada la hora, el personal comenzó a retirarse y yo comencé a cerrar la puerta del taller. Sin embargo me sentía intranquila……Alfredo no me mandaba nada ni me decía que plan con nosotros. Así me tuvo en suspenso cerca de hora y media más. Finalmente cuando recibí un mensaje. Era Alfredo:-“Dianita, te parece si le dices a tu esposo, que te lleve al Bar de mi amigo?….tú sabes cuál verdad?…….ahí los alcanzo más tarde, te parece?- Apenas leer ese mensaje, mi cuquita dio un brinco natural como antes no lo había hecho. Algo presentía y me puso realmente nerviosa pero también excitada!
Tratando de calmar mis ansías, fui por mis hijos a la escuela, y desde ahí llame a mi hermana, para pedirle que me aceptara esa noche a mis hijos. Mi hermana gustosa aceptó y sin esperar más, apenas salieron de la escuela mis hijos, nos fuimos a nuestra casa para que se prepararan su equipaje para ese fin de semana. Al tener mis hijos sus cosas listas, de inmediato se subieron a mi camioneta y nos dirigimos con mi hermana, y para calmar mis ansias, me quede un momento platicando con ella.
Eran ya las 5 pm. Le mande un mensaje a mi esposo del lugar que propuso Alfredo, y mi esposo sin chistar, acepto de inmediato, pero su respuesta no solo fue un “estoy de acuerdo”, sino que mandó un segundo mensaje, diciéndome: -“Mi amor, no sé qué vayas a hacer hoy, pero hoy, más que nunca, quiero que te prepares para que juntos hagamos una noche sumamente especial…….tu sabes lo que me excita, yo sé lo que tienes, y no quiero que te sientas limitada por mi hoy…….por el contario…….quiero que hoy me demuestres porque eres mi esposa y porque eres capaz de seducirme y motivarme”-
No necesité preguntar más…..yo sabía todo lo que tenía que hacer!, Solo le contesté con un emoticons de carita sonrojada y otra con un beso.
Para ello me despedí de mi hermana, encargándoles a mis hijos y partí rumbo a mi casa. Sin esperar a más, me fui directo a la ducha, donde lo primero que hice, fue dejar que mi cuerpo de humedeciera y procedí a depilarme absolutamente todaaaa. Sobre mi piel no había vello alguno!. Me sentía ahora si, absolutamente desnuda. De inmediato, procedí a maquillarme muy hermosa, como si fuera a una cena de gala, y sin esperar a más, me enfunde en un micro vestido blanco de tirantitos y un amplio escote al frente, tan entallado que ni un pliegue se notaba sobre mi cuerpo y tal parecía que estaba literalmente pintado a mi piel. Una brevísima tanga que apenas si cubría mi intimidad pero por lo entallado que me quedaba, si dejaba entrever unas ligeras tiritas que rondaban mi cadera, y para cerrar con broche de oro…..una zapatillas altísimas y una cadenita de oro sobre mi tobillo, haciendo resaltar el atractivo de mis piernas. A pesar de ello, no me vía nada vulgar y por el contrario, muy seductora. Como notarán……no llevaba sostén!…..indudablemente……verme era desearme!!!
En cuanto llegó mi esposo por mí, solo opté por ponerme una gabardina negra que impedía ver cómo iba vestida. Mi esposo al verme, solo me dio un beso pero nunca pregunto que llevaba debajo. En el camino, platicamos de mil temas, como tratando de restarle importancia al momento, aunque tal vez por dentro, ambos íbamos muy nerviosos de lo que esa noche podría pasar.
En cuanto llegamos al Bar del amigo de Alfredo, el dueño nos reconoció de inmediato, pero no hizo ninguna mención…..desconozco si Alfredo le haya llamado o le haya adelantado algo. No quise tampoco investigar más.
El Lugar ya estaba lleno, y el espectáculo incluyó un monólogo bastante bien montado y un número con un grupo de música típicamente alegre, que más tarde apoyó de fondo a la pista de baile. El Bar, parece una plaza de toros, con diferentes niveles e incluso algunos sitios imitando palcos y en el centro la pista, de forma tal que había desniveles. A nosotros nos colocaron en un lugar muy privado, muy discreto y en un nivel un poco arriba de los demás, por lo que, con el juego de luces, no éramos muy evidentes pero nosotros si teníamos la mejor vista, ya que desde que llegamos, el mesero nos reconoció y el mismo dueño del lugar, nos recibió y fue quien nos dirigió a ese lugar.
La noche transcurría tranquila entre diálogos superficiales para pasar el tiempo entre mi esposo y yo, en lo que bebíamos esa botella de whisky. Fue como a las 10 de la noche, entonces cuando a la distancia, vimos que llegó Alfredo. Ambos nos quedamos en silencio. No quisimos decir nada ni mover nada. Solo tomamos nuestro vaso y dimos un gran trago de whisky, lo que hizo que el mesero se acercara a prepararnos otro vaso.
Alfredo de inmediato fue a saludar a su amigo y estuvieron un breve tiempo platicando y de pronto la sangre se me heló, al ver como volteó hacia donde estábamos nosotros, y con su vaso en la mano, comenzó a caminar entre la multitud hacia muestra mesa.
Hasta ese momento ni mi esposo ni yo sabíamos que hacer. El silencio se apoderó de nosotros, esperando que Alfredo llegara a la mesa. Y cuando así se dio, Alfredo llegó hacia mí, y me extendió su mano para saludarme, pero aprovecho para agacharse a darme un beso en la mejilla muy cortésmente; De inmediato se dirigió a mi esposo y extendiéndole la mano, lo saludo. Sin dirigir más la palabra, se sentó a mi lado izquierdo en tanto mi esposo, estaba a mi lado derecho. Como para romper el hielo, alzó el brazo con su bebida y dando el brindis, bebimos el contenido de nuestros vasos. Alfredo tomo la palabra y comenzó las preguntas de rigor, que como estábamos, como nos había ido, como cerrábamos la semana, y a mí, como habían tomado la noticia los trabajadores, y de ahí, aprovecho para informarnos del proyecto recién firmado, y comenzó a darnos detalles de todo lo que ello implicaba, y ello sirvió para extender la plática, romper el hielo y generar plática con mi esposo.
Pensaba que yo estaba manejando la situación, pero cuando los comencé a ver que estaban ya platicando más entre ellos y comenzando a beber más desinhibidamente, supe que en realidad ellos estaban teniendo el control del momento.
No sabía si me arrepentiría de lo que pudiere darse esa noche o no, pero al paso del tiempo, el hielo se había roto un poco más y ya nuestro ambiente era más animado. Mi esposo más abierto y Alfredo, pues no le quedaba más que mostrarse ligero. Ahora no había lugar para dar marcha atrás.
Estaban dando ya las 12 de la noche, y se agotó la botella de Whisky, por lo que Alfredo hizo una seña al mesero, y al acercarse éste, comenzó a platicar con Alfredo, momento en que mi esposo aprovecho para dirigirse a mí y con un aire sensual que yo bien le conocía se acercó a mi oído y me susurró:
-Estas hermosa mi amor………no te has quitado para nada ese abrigo ehhh……eso me hace pensar que vienes muy inquietante ehhhh!……..pero sabes que me gustaría?……….que ahorita que quieras ir al servicio, no nos digas nada, y solo te quites el abrigo y vayas………pero allá adentro, me gustaría que te quites la tanguita que seguramente traes puesta; Quiero admirar a mi mujer……quiero que me tengas empalmado de solo saber que no traes nada abajo………quiero que me hagas sentir desde ahorita, que tendrás hoy una noche llena de verga!! (mi esposo ya mostraba que no estaba en su juicio por el lenguaje que comenzaba a manejar y como arrastraba su lengua me indicaba que estaba ya con el alcohol en la sangre), y que tu tanguita ya no te hará falta-. Me dio un suave beso y se regresó hacia el mesero quien para ese momento le estaba ya sirviendo un nuevo vaso de whisky.
Allí me quedé desconcertada y algo nerviosa, con una sonrisa dibujada pero falsa, para dar otra apariencia, pero en realidad, estaba desconcertada y muy nerviosa, sobre todo porque Alfredo a cada momento, me lanzaba miradas coquetas y cuando mi esposo se distraía, me guiñaba el ojo, o incluso por debajo de la mesa, me rozaba la gabardina. Todo ello, intenté ocultar hablando de otros temas, pero era imposible distraerme de lo que realmente estaba sucediendo entonces, sobre todo porque al igual que ellos, yo comenzaba a sentirme algo mareada, motivada o desinhibida.
Al cabo de unos minutos, no pude evitarlo, y tuve necesidad de ir al sanitario…….estaba levantándome, cuando mi esposo se dio cuenta, pero sin decirme nada, me guiño el ojo, y recordé su recomendación. Ahí, en medio de los dos, me puse de pie y sin ponerles atención, como minimizando la importancia, me fui desabrochando la gabardina, y al abrirla y dejarla sobre mi silla, voltee a ver a mi esposo, quien sin palabras, con los ojos y la boca enteramente abiertos, quedó hipnotizado. Le sonreí y con mi mano, le toque la barbilla, dándole una leve caricia. No quise voltear a ver a Alfredo para no evidenciarlo, aunque sabía que estaría impactado también, y limitado para decirme o verme todo lo que el quisiera por la presencia de mi esposo, pero me di la vuelta y con lentitud pero con seguridad, me dirigí al sanitario ( ya no necesitaba preguntar porque conocía el lugar).
Ya en el sanitario, me metí a un privado y ahí hice pis, pero me detuve más de lo debido, porque justo me llegó un mensaje a mi celular. Era Alfredo:-“Pero que bellísima te ves ahora Dianita!!!. No sé si me estas poniendo a prueba o no, pero, no te aseguro quedarme quieto…….créeme que no respondo de mi ehhh”-
Ese mensaje me puso más nerviosa. Concluí de hacer pis, y me puse de pie, y estando un momento así, solo alce mi pierna para retirar mi tanga. Estaba absolutamente desnuda y mi cuerpo delataba la falta de sostén, mis pezones muy marcados y debajo, no había marca de ninguna prenda……… salí rumbo a la mesa apretando fuertemente mi mano donde llevaba mi tanguita bien envuelta.
Para ese momento, el ambiente estaba ya muy prendido y ya algunas parejas habían salido a bailar y se movían por la pista, haciendo que mi visión fuese confusa. No estaban lejos pero a veces me perdía entre los movimientos de la gente.
Finalmente llegue a mi mesa y mi esposo no me quitaba la mirada de encima, como si estuviera a la expectativa o tratando de darse cuenta que en efecto no traía nada abajo. Alfredo, por su cuenta, se puso de pie y se fue directo a la barra, momento en que mi esposo aprovecho para decirme al oído:-“Mi amor, no sé qué decirte!…….nunca imagine que vestirías así……..no digo que te veas mal……..solo digo que nunca imagine que te atreverías a tanto ehhhh……..pero te ves hermosísima!……me has dejado impactado en verdad…….Me dejas sin palabras……..me tienes sumamente prendido…….nervioso……contrariado……..pero quiero que sepas que me ha gustado mucho verte vestida así………..y creo que a tu amigo también porque en cuanto fuiste al baño, no pudo contenerse y no dejo de mirarte hasta que te perdiste entre la gente!!!….- Cuando me dijo eso mi esposo, yo ya lo sabía……Alfredo me lo había dicho por medio del mensaje!!
Después de algunos minutos, llegó Alfredo a la mesa. Detrás de él, venía el mesero, pero traía en una charola, tres vasos con whisky. En cuanto los vi, algo paso por mi mente. Porque no nos sirvió del whisky de la botella que teníamos en la mesa??. En ese momento supe que esos vasos, ya venían preparados con la especialidad de la casa!!
Mi esposo ni cuenta se dio y en lo que el mesero ponía esos vasos en la mesa, Alfredo aprovecho un instante, para decirme al oído:-“Dianita, esta noche, que sea una noche loca!”-
En cuanto se retiró el mesero, Alfredo tomo el vaso y elevándolo solo dijo: “Mis amigos…..quiero brindar por el éxito hoy logrado…….quiero que bebamos este vaso, de un solo trago, porque bien amerita, que disfrutemos hoy”.
Yo con dudas, pero excitada a la vez, sabía lo que ello implicaba. Mi esposo, en cambio, desconociendo lo que ese vaso podría contener, lo tomo y mirándome, me dio la señal de que tomara el vaso también. No lo dude ya en ese momento. Los tres levantamos los vasos, y tras un largo “Saluuuuddddd”…..nos bebimos todo lo que tenían esos vasos.
En ese momento, Alfredo se paró para ir al sanitario y mi esposo me tomo de la mano para sacarme a bailar. Ya en la pista, y yo con mi mano cerrada, le dije:
-“Recuerdas lo que me pediste?”-
-“hummmmmmm……….recuérdame mi amor!”-
Y sin decirle más a mi esposo, solo le tome de la mano y abriéndola, le deposite mi tanguita en su mano. Mi esposo al sentir eso, bajo su mirada, abrió su mano y descubrió mi regalo. Levantó su mirada, sin decir nada, se me quedo viendo y me dio un beso enorme, que le correspondí sinceramente.
En eso vi que Alfredo llegó y se santo en la mesa y no me quitaba la mirada de encima. Estaba dicho que estaba dándose un gustazo con solo verme a detalle.
Mi esposo estaba empalmado, lo vi y sentí por el constante roce de su entrepierna y la mía. Finalmente termino la canción, y nos fuimos a sentar. Justo en ello, pusieron una canción que me vuelve loca y sin pensarlo, comencé a cantarla y a moverme, pero mi esposo no hizo mucho por seguirme o pararse a bailar nuevamente conmigo, y ese momento, tome mi vaso de whisky y levantándolo les dije que brindáramos- Saluddd!- Y en cuanto dimos el trago, Alfredo se puso de píe, y sin decir nada, me tomo de la mano, para sacarme a bailar, y llevarme así, hasta la pista.
La pista se llenó nuevamente, haciéndonos un poco hacia atrás casi arrinconándonos al final de la pista, pero desde ahí lograba ver a mi esposo, que sin más, no me quitaba la mirada de encima. Yo sabía que estaba espectacular, con aquel vestido ceñido al cuerpo, aquellos tacones que me alzaban la figura y mis pechos que eran para hipnotizar a cualquiera. Recordé que además me había quitado la tanguita haciendo que mi culo destacara mucho más. ¿Acaso lo habría notado Alfredo ya? Imaginé que ya Alfredo, estaría echándome un ojo, y seguramente deseándome brutalmente. Volví a quedar de frente a donde estaba sentado mi esposo, y lo noté que incluso ahora, se había puesto de pie, con el vaso en su mano, y viéndome con detalle, como si no quisiera perderme de vista. Quise ponerlo nervioso y me acerque a Alfredo para hablar de trivialidades y decírselas cerca de su oído por el alto volumen de la música. A lo que lógicamente mi esposo desde donde estaba, ni sabía que platicábamos pero si me vería seguramente untada a Alfredo y muy cerca de su rostro! Esas imágenes son tan sensuales como provocativas y a todo hombre le gusta sentirse incomodo ante una situación así. Mi esposo dio muestras de ello, ya que en lo que yo le decía a Alfredo, algunas trivialidades en el oído, mi esposo, no dejaba de verme a la distancia y bebía con mayor velocidad su copa.
El juego se había vuelto picante y peligroso. La mezcla de morbo y celos que le provocaban a mi esposo, por la situación era incomparable con nada que había sentido antes. Me estaba excitando y mucho!
No me di cuenta que la pista quedo totalmente llena, y noté que mi esposo, intentaba simular su vista cada vez que nos buscaba entre las parejas de la pista; Nos veía juntos, tocándonos, las manos de él sobre mí, las manos mías sobre él. Parecía que estábamos disfrutando, en tanto nos hablábamos al oído, ¡podía vernos!. Los celos lo mataban, ¿o era placer?. Esa era siempre mi duda, pero en ese momento caí en cuenta de algo……..si fueran celos contundentes, primero no hubiera permitido siquiera ir donde estuviera Alfredo…….menos aún proponerme vestir como iba el día de hoy. El silencio de mi esposo, el brillo en sus ojos al verme, eran más que claros………mi esposo se excita tan solo de verme con mi amigo y siente placer verme en brazos de el mismo, y su fantasía, lo había llevado a poder ver más de cerca, algo que hasta entonces solo se imaginaba. En ese momento vi las cosas de otra forma!
El sonido, el ambiente y el juego de luces, estaba a lo máximo. De pronto, sin saber cuándo, una distracción me hizo perder de vista a mi marido. Alfredo aprovecho un instante de oscuridad en la pista y el alejamiento de la mirada de mi esposo, para hacerme subir las escaleras hacia el segundo piso de ese bar.
Me deje llevar, y los nervios me comían…..nunca había estado en una situación como éstas, donde mi esposo esta tan cerca de mí, viéndome, y siendo testigo de mi cercanía con mi amigo.
No sabía qué hacer. Alfredo solo me tomo de la cintura, y plantándome un enorme beso en la boca, me hizo perder la noción, y sin más, solo me dijo al oído:-“Dianita, hoy vienes súper hermosa,…….no sé qué este pasando ni que piense tu marido, pero no me importa…….estoy decidido a todo esta noche contigo……..con o sin tu esposo aquí, hoy te voy a dar una cogida, que querrás no despedirte!. Es más…….se me ocurre que cuando nos vayamos a despedir, voy a pedir al mesero que nos tome algunas fotografías, y tú vas a posar muy sensual para mi…..que tu esposo vea que otro hombre toca a su mujer………también te sacaremos fotos con tu esposo para que no diga nada, pero con él, te mostraras normal………..-
En cuanto me dijo eso Alfredo, no supe que decir, solo me tomo del talle, bajamos las escaleras y ahí note que mi esposo estaba deambulando entre la pista, seguramente ya estaba buscándome, aun cuando no fue más que un par de minutos, los que nos perdimos de su vista.
Casi estuve a punto de entrar al lavabo de señoras pero no quería alarmar a nadie y menos aún hacer el ridículo, como para disfrazar un poco la situación.
Mi mente volaba a mil por hora; ¿cuánto tiempo había pasado desde que me atrapo Alfredo? Ya dentro del baño, recibí un mensaje. Era de mi esposo:-Donde estas mi amor?……..de seguro estarás por ahí mamando una la verga, como una Puta…..eso eres…… mi esposa y una puta!
Nunca había oído a mi esposo decirme eso y me tenía sorprendida, pero ya el alcohol dentro de su cuerpo y lo morboso del asunto lo justificaba y más que enojarme, hasta me sacó una sonrisita……Casi tropiezo pero me tranquilizo al seguir leyendo: -“jajaja no te preocupes mi amor….. tu amigo está aquí y preguntando también por ti”-.
-Cariño, ¡Estoy en el sanitario! ¿Estás bien?-
-¿Estoy bien, pero dónde estabas? Te estuve buscando – me envió otro mensaje
– bailando con Alfredo y no digas que no me viste porque estuve observando que no me quitabas los ojos de encima-
-Pero eso fue hace tiempo-. Protestó con torpeza.
– ya sabes que el baño de las mujeres hay mucha gente, …..Quieres venir por mí?? ¿Algún problema?-
-No me avisaste nada, y te fuiste con tu amigo ehhh!”-
-Me estuviste viendo ehh!…….o ya no te gusto verme con él??…..si quieres, ahorita me siento, me pongo mi gabardina o mejor aún…..ya nos vamos ehh-
– no supuse que desaparecerías con él-
-El juego no proponía que fueras testigo ¿Verdad?-.
Desarmado de argumentos y derrotado con sus propias dudas, asimilé la situación de mi esposo, buscando tranquilidad y decidí esperar a volver con él, para cerrar el tema.
A pesar que lo ocurrido se me había escapado de las manos, al menos ahora tenía derecho a preguntar directamente.
No fue necesario acudir a ninguna fórmula para volver al tema, apenas llegue a la mesa, donde en efecto estaba Alfredo y mi esposo platicando. Entonces me acerque al oído de mi esposo, y solo le dije:
-Como te dije, fue un éxito porque desde un principio no dejó de mirarme el culo y no te voy a negar que me dijo muchos piropos pero todos muy respetuosos ehhh…..lo que quiero comentarte y a lo mejor ya te lo dijo a ti, que viene contento de la firma de ese nuevo proyecto, pero que quiere detallar algunos puntos conmigo, y aunque ahorita estamos celebrando, que ……….que ojala cuando nos vayamos, permitas que él me lleve a casa aunque tu vayas detrás de nosotros, porque quiere irme dando unas instrucciones para el lunes- Me mostré resuelta, audaz y morbosamente atractiva, ya que le metí mi lengua en el oído de mi esposo, excitándolo más de lo que ya estaba.
Entonces, movido por un irrefrenable alud mezcla de celos y deseo imperioso, mi esposo quedo en silencio, y sin decirme nada, nos pusimos de pie como si fuéramos a bailar pero mi esposo, me empujó contra la pared y se abalanzó sobre mí como un poseso, besándome el cuello y la boca. Dado que estábamos como dije, en un lugar muy privado u oscuro, aprovecho la ocasión para darme un leve jalón de mi vestido por los hombros, provocando que las tiritas de mi vestido, se escurrieran y cayeran sobre mis hombros, dejando un escote tan pronunciado que solo verme, parecía que estaba desnuda. Mis pezones estaban sumamente endurecidos clamando por una boca que los probara ya!.
Pegada así en ese rincón privado, mi espalda a la pared y mi esposo de espaldas a la pista, pudo notar que Alfredo se paró y dijo que iba al baño. Estábamos en pleno agasajo ahí solos, y sinceramente, mi esposo y yo, estábamos ya muy excitados; las manos de mi esposo no dejaban de tocarme toda y su boca de recorrer mi piel, momento en que mi esposo, extrajo su verga totalmente erecta y pude atraparle en una de mis manos para acariciarla, y la mano de mi esposo, tocaba mi culo por encima de la minifalda.
.Ahhh…ohh…asi…así…me gusta…….te ves muy puta mi amor……me tienes loco……me está gustando lo que veo- Mi esposo envuelto en un ardiente deseo, gozaba pero sus palabras dando muestras de que todos estábamos gozando.
Entre espasmos de placer súbito y casi momentáneo, pude ver que venía Alfredo y detrás de él, el mesero, por lo que pude retirar un poco a mi esposo diciéndole que venía gente. No me di cuenta ni me dio tiempo de arreglar las tiritas de mi minifalda que estaban caídas sobre mis hombros dejándolos muy sensuales.
Apenas llegó Alfredo pero con el Mesero: -“Nos puedes tomar unas fotos por favor?-
Y sin decir más, se acercó a mí y a mi esposo, que aún jadeaba pronunciadamente, y nos dijo que nos tomarían unas fotos. El alcohol, la excitación y el momento, nos tenía a todos en llamas. Me puse en medio de los dos, pero Alfredo de inmediato, se colocó detrás de mí, y me enrollo con sus brazos sobre mi cintura, más bien tirando mis caderas hacia las suyas y apretándome contra el mismo. Yo lo único que hice, fue tomar de la mano a mi esposo, en lo que sentía como la hombría de Alfredo, me rozaba por completo mis caderas por detrás. En una de las fotos, no hice mucho, pero sentí como la mano de Alfredo, estaba posada encima de mis caderas, de forma tal que seguro la fotografía había captado el momento en que su mano estaba más por debajo de lo permitido y otro de sus manos, mucho más arriba de mi cintura casi sosteniendo la base de uno de mis senos. Las fotos comenzaron a tomarse en grandes cantidades, y en un momento dado, mi esposo me soltó la mano y se hizo a un lado en lo que el mesero seguía tomando más y más fotos. Mi esposo sentado y mirándome, y yo con mi amigo, abrazándome, adoptando poses, mismas que fueron subiendo de tono al grado de que hubo varias de esas fotos sumamente sugerentes, ya que en algunas, Alfredo estaba sentado, y sus manos enrollándome pero de las caderas, lo que hacía que sus manos estuvieran totalmente postradas sobre mis nalgas, y en otras más, me hacía sentarse en sus piernas. Otras más, totalmente detrás de mí, y ambas manos enrollándome por la cintura, en lo que mis manos elevadas hacia atrás, enrollando su cabeza, y nuestros cuerpos sumamente pegados!!. Yo estaba que escurría de placer, por tanto morbo y la mirada de mi esposo, entre perdida por el alcohol y lo morboso y excitante del momento.
La foto más atrevida, pero creo que ya estábamos desatados, fue cuando totalmente de frente el uno del otro, y abrazados, me tenía con su mano derecha, como abrazada por la axila, pero sus dedos, tocaban mi seno, lo cual se ocultaba por mi brazo mismo, y con la mano izquierda, de plano, encima de toda mi nalga aprovechando que ese ángulo, mi esposo no tenía visibilidad!!. Nuestras mejillas absolutamente pegadas y aunque ambos mirando a la cámara, nuestro aliento se percibía muy muy cerca.
Apenas terminamos esas fotos y Alfredo sin soltarme de la cintura, pago la cuenta, sin esperar a que mi esposo aportara algo, aunque mi esposo, baste decir, estaba ya más borracho que nosotros. Y sin soltarme de la cintura, Alfredo, tomo mi gabardina y dándosela a mi esposo para que él se la llevara, le dijo a mi esposo que ya nos retirábamos. Así, yo sin mi abrigo, mi amigo Alfredo llevándome de la cintura y mi esposo por delante caminando con mi gabardina en sus manos, nos retiramos.
Apenas salimos, pedimos los autos, y sin decir más, Alfredo le dijo a mi esposo que él me llevaba a la casa porque quería darme unas instrucciones para el lunes y que nos fuéramos juntos.
Mi esposo con un poco más de lucidez, se acercó y nos cambió la jugada:
-“Noooooo…….no los sigo……..Alfredo quiero hablar contigo!:-
Baste decir que realmente los tres ya estábamos muy tomados. Yo pensé lo peor, pero cuando los vi alejar, no paso más de 4 minutos, cuando regresaron. Alfredo tomo su celular y me dijo que me tomaría unas fotos con mi esposo. Entonces mi esposo, se me acercó y sentí que quiso imitar las poses que vio adentro cuando nos tomaron las fotos, pero nunca segundas partes fueron buenas y nada fuera de lo común. Sin esperarlo o tal vez mi esposo no recordaba que adentro del Bar ya me había tomado varias fotos con Alfredo, me pidió tomarme una foto con Alfredo. Para este momento, Alfredo iba por todo, y yo, …..yo ya quería todo……estaba demasiado excitada y de plano, Alfredo me abrazó por detrás, repegándose todo el paquete en mis caderas, y una de sus manos, casi al nivel de mis senos. El mismo Alfredo pidió otra foto pero ahora, pidió un tipo selfie, indicándole a mi esposo se pusiera adelante, yo en medio y Alfredo atrás de mí. Solo vi el destello de su celular, más no como salió la fotografía. Mi esposo se subió a su auto y se marchó. Yo me quede estupefacta….con los ojos y boca abiertos!…. no sabía que había pasado pero Alfredo sin pedir permiso, volvió a abrazarme y solo me dijo:
-“Tranquila Dianita……..mas no se puede pedir…..sabes que me dijo tu esposo?…….Que te tiene una sorpresa……que él se adelanta y que yo te lleve…..por cierto, quieres ver la última foto?”. Al enseñármela, no cabía en lo que había tomado…..mi esposo casi con los ojos cerrados, yo en medio de los dos y Alfredo detrás de mí, dándome un beso en el cuello!!
Yo no cabía en mi sorpresa, pero no dije nada. Sin embargo si note que Alfredo hacia más tiempo del debido antes de retirarnos de ese lugar. Sin embargo, vi que recibió un mensaje en su celular y sin decirme nada, solo dijo:-Ya vámonos.
Eran ya las 5 de la madrugada, y me hizo subir a su auto y antes de arrancarlo, me dio tremendo beso y sus manos no dejaron de toquetearme toda, logrando prenderme nuevamente. Yo estaba chorreando de tanta excitación por todo lo vivido, y sin arrancar aun el auto, se bajó los pantalones, y ahí en el estacionamiento, me cargo, poniéndome frente a él, sentada dándole la espalda al volante, y sin decir más, me dejo caer, ensartándome su verga hasta el fondo!.
Ohhhhh…..mi cabeza dio un giro de enorme placer y mi cabello se revolvió al sentir tremenda tranca dentro de mí. Yo al sentir eso, me torcí de placer y sus manos bajaron mis tirantes, para comerme las tetas sabrosamente, en lo que comenzó a bombearme muy rico. No me dio tiempo de reclamar nada, de decir nada, de negarme a nada. Y así ensartada, echó a andar el auto, y lo puso en marcha…….eran ya las 5 de la madrugada………..pero sin decirme nada, apenas salimos del estacionamiento tan lentamente como podía el manejar, llevándome en esa posición, y en ese momento, note que se metió a un hotel!!. Ahí me puse loca porque no era ese el plan, pero en tanto me azotaba yo, más placer le daba a Alfredo por mis movimientos bruscos y yo totalmente empalada por mi amigo……después de unos instantes de gemir ambos, él no me dejo y solo me dijo: “Tranquila”.
Llegamos al estacionamiento del Hotel, y ahí continuó cogiéndome en esa posición, para después darme vuelta y dejarme de frente al volante, mirando hacia afuera, y me estaba dando una cogida de alto nivel dentro de su carro y ahí estacionados.
De pronto, me saco su verga y sin metérsela debajo del pantalón, bajo del auto, para irse al lado de mi puerta y abrirme la misma, quedando el de frente a mí, y jalándome levemente mi cabeza, para que mi boca quedara cerca de su verga, situación que no pude evitar, y le propine tremenda mamada ahí, sentada dentro del auto y Alfredo afuera parado. No sé cuánto duramos así, pero nos separamos y me hizo bajar. Me enrollo en sus brazos y me dirigió hacia el interior del Hotel…..entramos y nos fuimos al elevador, y ahí dentro, aunque rápido, me dio unas metiditas más, recargándome de frente a la pared del elevador y medio agachada, para él desde detrás, darme ese mete-saca!. Apenas salimos del elevador, y me llevo a una habitación, donde ahí afuera, me puso contra la pared nuevamente, poniendo mis manos en la pared, las piernas entreabiertas, y por atrás, me la volvía a meter hasta el fondo, haciéndome gemir de gusto. Yo estaba desbocada, sin saber que hacer pero solo gozando. Me hizo desfallecer ahí en el pasillo al tener los dos un orgasmo intenso y conjunto. En cuanto terminamos jadeantes y muy agotados por la posición, reposamos unos segundos, tras lo cual, de pronto, volvió a abrazarme por entre la cintura y caminamos apenas cinco paso, y toco una puerta. Al abrirse, me quede con los ojos abiertos:- Ahí estaba mi esposo!!!!
Que está pasando!!- paso por mi mente, y sin decir nada, solo escuche decir al Alfredo:
-“Mi amigo, apenas recibí tu mensaje como me dijiste, y te traje a tu esposa, sana y salva…….Dianita………disfruten una noche loca…….su noche de copas!!!!.
Y dándome un beso en la mejilla, se despidió de ambos y se marchó, dejándome con mi esposo ahí, en ese Hotel, quien me tomo de la cintura, me metió y apenas cerro la perilla……nos fundimos en una lluvia de besos llenos de excitación!!
Mi esposo y yo, nos duchamos juntos antes de ir a la cama y volvimos a echarnos otro polvo bajo la ducha, jugando una vez más con nuestras fantasías.
Ya en la cama, con la serenidad que deja el sexo después de disfrutarlo a pleno, le pregunté lo que quería saber, aunque en el fondo conocía la respuesta.
Mi amor…….porque me dejaste sola con él?……no me dijiste nada!!…….no sabía que hacer!! …..me sentí muy enojada contigo…..te marchaste así como así……– para esto, mi esposo en silencio, vi que volteo su mirada hacia un costado de la recamara de ese Hotel, y vi que tenía colocada su cámara de vídeo, y así de espaldas, lo escuche decir, sin responderme nada:
-¿Te lo has cogido mi amor?-
Me giré con sensualidad y determinación hacia mi esposo.
-Si quieres que te responda, tiene un precio mi amor…….que me dejes cogérmelo y lo haré ahora mismo pero, (hice una breve pausa) ¿Estás seguro que quieres saberlo cariño, estás convencido que necesitas conocer lo que ocurrió esta noche?-
-Ohhh mi amorrrrr…….tengo que confesarte que he luchado hoy contra mí mismo, y no he parado de estar sumamente excitado…….me atreví a dejarte sola con él, en lo que venía a reservar esta habitación porque como te lo dije, quiero que esta noche sea una noche loca y hagamos locuras tu y yo solos……no te negare que los nervios me comían…….no he dejado de estar chorreando de lo excitado que me has puesto hoy!!!!……..definitivamente mi amor…….qué pedazo de mujer tengo; maravillosa, sensual y que placer me das mi chiquita………me tienes loco…..así me gustas y así quiero que seas siempre!!!.
Dudé un instante palpitando sus palabras, pero de inmediato supe lo que realmente deseaba.
-Sabes mi amor,………..hoy he disfrutado como nunca………..y sabes??….. si dudas no me importa………….prefiero seguir jugando……. Prefiero que tu mente sea la que imagine todo lo que pudo haber pasado………….y si gustas, jugamos a que yo te confieso que Alfredo me subió a su carro y no pudo evitar tocarme toda y meter un dedo en mi panochita, y me toco toda…….toco a tu mujer todo lo que quiso……. me cogió muy rico y ese hombre me tiene echa toda una puta……….prefiero que sigamos así……….o….tu qué opinas?…-
-Te amo mi amor……..quiero lo que tú quieras……si quieres confesarme lo que viviste hoy…….te escuchare con atención…….si no quieres decirme nada, no te obligaré, pero si quieres que simplemente sigamos con la duda y nuestras mentes se imaginen todo lo que desean……pues también mi amor………te confesaré que hoy me gusto ver todo lo que ví……no puedo negarte que desde que te vi, estuve empapado y empalmado……me sentiste y supiste hacer todo a manera que me provocaste sentimientos encontrados……me gusto ver como estabas con otro hombre……..pero prefiero seguir jugando…….Quieres tú que sigamos así???…..o quieres probar realmente???
(Continuará…)
Una crisis creativa obliga a un pintor a refugiarse en un hotelito escondido en mitad de la selva de Costa Rica con la intención de encontrar la inspiración perdida pintar pero no encuentra la tranquilidad que deseaba por la presencia de la impresionante directora del establecimiento junto con la de una divorciada deseando tener dueño. Pero lo que realmente alteró su existencia fue descubrir la alegría de la hija de la dueña bañándose con una amiga en una cascada.
Poco a poco descubre lo que esconden en su interior esas tres mujeres y al tiempo que plasma en sus cuadros la naturaleza del lugar y la personalidad de sus modelos, Mateo se plantea su vida, el sexo pero sobre todo sus sentimientos .
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los CUATRO PRIMEROS CAPÍTULOS:
1
Sabía antes de entrar que la reunión de esa mañana sería dura y que versaría en gran medida sobre la falta de inspiración que me tenía paralizado. Lo que no me esperaba fue que evitando cualquier tipo de prolegómeno, mi representante harto de esperar las obras con las que celebrar la exposición que tenía comprometida me soltara:
―Mateo tienes que olvidar de una vez a esa zorra y ponerte a pintar.
―Lo sé pero no puedo. No he perdido sólo a mi novia sino también a mi musa― repliqué molesto.
Sabía que Alberto tenía razón porque llevaba seis meses sin tocar un pincel pero es que me veía incapaz. Solo el pensar en ponerme frente a un lienzo me ponía de mala leche al saber que de hacerlo, perdería el tiempo por carecer de inspiración.
«Andrea lo era todo y ahora ya no está», murmuré en mi interior sin exteriorizarlo.
―Tienes que continuar con tu vida― contestó― no eres el primero ni el último al que han dejado y por ello como tu amigo te ruego que intentes borrarla de tu memoria.
―¡Cómo si fuera tan fácil!― protesté destrozado― Todo me recuerda a ella. Madrid, el barrio, mi casa.
―Joder, ¡pues vete a otro sitio! A la playa, al campo…― estaba respondiendo cuando de pronto se acordó de un pequeño pueblo del que le habían hablado por su belleza y que están situado en las faldas de un volcán: ― …o a un lugar fuera de España.
Por su tono supe que me iba a proponer un destino y adelantándome, le pregunté en qué había pensado:
―Uno de mis clientes ha remodelado un hotelito rural muy cerca del Turrialba y sé que si le pido que te haga un precio especial, lo hará encantado.
―¿Dónde eso? Te juro que no sé de qué hablas.
Mi agente a carcajada limpia, me soltó:
―En Costa Rica. El Turrialba es un volcán y por lo que sé, la zona es impresionante.
―¡Estás de coña!― repliqué.
Pero entonces sin dar su brazo a torcer, Alberto me describió la finca y los alrededores como una especie de edén paradisiaco alejado de la civilización y en mitad de la selva. Su entusiasmo me convenció y antes de dejar que me echara atrás, llamó a su conocido y acordó que me quedara ahí durante tres meses a cambio de dos cuadros.
Con todo cerrado, me atreví a reconocerle que no me importaban las diez horas de viaje en avión ni las cuatro por carretera, lo que realmente me echaba para atrás es no estar cerca de Andrea por si se arrepentía y me podía volver.
―Estas idiota, esa puta ha cazado a ese ricachón y no va a soltarlo hasta que consiga su dinero― contestó encolerizado.
Asumiendo nuevamente que decía la verdad, llamé a una agencia de viajes y contraté el primer vuelo que saliera hacia San José.
Costa Rica era uno de los pocos países hispanoamericanos que no conocía y por eso al llegar me sorprendió no sólo su nivel de vida sino la alegría que parecía un rasgo común en todos sus habitantes
Aun así me pareció una ironía el lema con el que se publicitaban en el resto del mundo porque mientras se hartaban de decir “pura vida” en mi caso era “puta vida”.
Molesto con el universo y cagándome en los muertos de mi agente, recogí el todoterreno que había alquilado para mi estancia en esas tierras. Pero fue al meter la dirección de la hacienda a la que iba en el GPS cuando el ánimo se me cayó a los pies:
―Tres horas para recorrer setenta y cinco kilómetros― exclamé en el enorme Toyota de alquiler: ―Debe de estar mal― me dije tratando de auto convencer.
Desgraciadamente la realidad confirmó los negros augurios de ese siniestro aparato por qué a los diez kilómetros de la capital, la autopista terminó dando paso una pequeña y mal asfaltada carretera.
«Menuda mierda», protesté quince minutos después al comprobar en la pantalla que debía meterme en un camino de tierra y por ello haciéndome al arcén busqué otro trayecto.
Fue inútil, a mi destino solo se podía acceder por la ruta que me había marcado inicialmente.
«Solo quedan cincuenta kilómetros», pensé mientras arrancaba.
El hijo de perra de Murphy se rio de mí y lo que había empezado mal, empeoró al caer un diluvio universal que ralentizó más si cabe mi paupérrimo ritmo.
«¡No puede ser!», amargamente protesté cuando tuve que poner las reductoras tras una advertencia del vehículo al deslizarse peligrosamente en una curva, «¡Voy a menos de veinte kilómetros por hora!».
La situación no era preocupante.
«Tienes gasolina, agua y teléfono. Estas en un país conocido por su seguridad y lo máximo que te puede ocurrir es quedarte tirado», mascullé de mal humor justo cuando de improviso la lluvia terminó y un sol de justicia apareció entre los árboles.
Con nuevos bríos afronté el resto del camino, bríos que se fueron convirtiendo en hastío con el paso del tiempo hasta que cuatro horas y diez minutos después de salir del aeropuerto, llegué a mi destino.
―¡Qué maravilla!― exclamé al contemplar la hacienda en la que iba a pasar esos tres meses.
Y no era para menos porque nadie me había dicho que era un palacio tipo colonial solo comparable con el impresionante entorno en el que estaba situado.
Acababa de apagar el todoterreno cuando mi sorpresa se incrementó al observar que del interior de esa mansión salía una diosa.
«¿Quién será?», me pregunté babeando mientras esa belleza se acercaba meneando su trasero.
Pocas veces había contemplado algo tan sensual ni tan bello como esa desconocida bajando las escaleras. Su pelo incrementaba el atractivo de unos ojos tan negros como la noche. Pero fue al verla sonreír cuando mi corazón amenazó con detenerse.
«Debe de ser de mi edad», dije para mi mientras trataba de recuperar la respiración, calculando que debía rondar los treinta y tantos.
Ajena al exhaustivo escrutinio al que la estaba sometiendo, alargó su mano mientras me decía:
―Soy Soledad, la directora de “El Quemado”. Usted debe ser Mateo Cienfuegos, el famoso pintor.
Azorado por ese inesperado piropo, negué esa fama mientras estrechaba su mano y entonces cometí un error del que no tardé en arrepentirme, intenté saludarla a la manera española, es decir con un beso en la mejilla.
―¿Qué tipo de mujer cree que soy?― espetó al sentir que invadía su espacio vital.
A pesar de mis disculpas, la cordialidad había desaparecido de su rostro siendo sustituida por una frialdad que me hizo entumecer.
―Tiene su habitación lista, sígame― comentó con tono gélido sin esperar a que recogiera las maletas.
Convencido de haber mancillado de alguna forma el honor de esa mujer tomé mi equipaje y corriendo por los pasillos, la seguí sin intentar otra conversación que la habitual entre un gerente de hotel y un huésped. De forma que en silencio dejé que me mostrara el cuarto que me había preparado sin expresar la satisfacción que me produjo la intensidad de la luz que se colaba por las ventanas.
«Es un sitio ideal para pintar», sentencié mientras profesionalmente Soledad me enseñaba la enorme cama King Size con la que estaba dotada esa habitación.
Tampoco me llamaron la atención ni el lujoso jacuzzi del baño añejo ni el despacho reservado para mi uso porque estaba obnubilado observando los diferentes colores del paisaje selvático que se divisaba desde sus ventanas.
―Todo lo que ve es parte de la finca― con voz gélida me espetó la morena al ver el poco caso que hacía a su explicaciones.
―Es imposible―alcancé a decir mientras me hacía una idea de la complejidad que sería plasmar esas tonalidades en un lienzo.
Soledad malinterpretó mi respuesta y con una mezcla de orgullo y desdén replicó:
―El Quemado abarca mil quinientas hectáreas de bosque tropical. Pocas fincas en el país pueden comparársele por la riqueza de sus maderas y la diversidad de su fauna.
Como artista me la sudaba el aspecto económico o medio ambiental de ese paisaje, estaba fascinado con su belleza. Por eso no me digné a contestarla y sacando por primera vez en meses mi cuaderno de dibujo, me puse a dibujar un primer bosquejo de esa vista.
―La cena es a las ocho. Por favor sea puntual― dijo con aspereza al comprobar que me había olvidado de su presencia.
Hoy comprendo que esa monada hubiese dado por supuesto que era un cretino pero ese día estaba tan alucinado por mis ganas de pintar que no comprendí que me había portado como un maleducado.
Es más absorto en el dibujo, se me pasó el tiempo sin darme cuenta y ya habían dado las ocho y media cuando caí en que llegaba tarde.
«Joder, va a pensar que lo he hecho a propósito».
No me equivocaba por que al llegar al comedor, el cabreo de Soledad se masticaba en el ambiente. Y por segunda vez en esa tarde tuve que disculparme. Como en la ocasión anterior, no sirvió de nada porque esa morena no me quiso escuchar y si me hablo fue para preguntar lo que quería de cenar.
«Menudo cabreo tiene la condenada», murmuré para mí mientras le contestaba que algo ligero porque estaba agotado.
La costarricense me miró sin rastro de compasión y pasando mi comanda a una de las camareras, me dejó solo cenando sin despedirse.
―Hasta mañana― alcancé a escuchar antes de verla desaparecer por la puerta…
2
El cansancio del viaje me hizo caer rendido sobre la cama y aunque mi intención era quedarme trabajando hasta las diez para recuperarme del Jet-Lag, en cuanto puse mi cabeza sobre la almohada me dormí. Por primera vez en meses, mi sueño fue profundo y sin altibajos, de forma que el amanecer me encontró descansado y con ganas de pintar. Mirando el reloj, comprendí que tenía que hacer tiempo durante dos horas:
«Puedo dar una vuelta por la zona hasta que a las siete abran el comedor», pensé mientras ataba los cordones de mis zapatillas. Ya listo cogí una cámara de fotos y salí de esa mansión.
Los dieciocho grados de temperatura a esa hora me hicieron temer que una vez avanzase la mañana, el calor se haría insoportable. Por ello me alegró haber salido tan temprano y sacando mi móvil, comprobé que funcionaba el navegador. Tras lo cual sin miedo a perderme, me adentré en la selva a través de una senda que nacía a pocos metros del hotel.
El verde esmeralda de esa arboleda me engulló sin permitir que mi vista se extendiera a lo lejos pero eso en vez de molestarme, me cautivó al descubrir una variedad de flores y plantas de indudable belleza y que a los que los ojos de un europeo parecían de otro planeta.
«Son increíbles», murmuré para mí mientras fotografiaba todo lo que tenía a mi alcance.
Nada quedó sin ser inmortalizado, desde un enorme hormiguero a unas primorosas orquídeas fueron objeto de mi teleobjetivo. Cuando después de una hora mi entusiasmo amenazaba con decaer, de improviso vi que se abría un hueco en esa floresta y al cruzarlo, me encontré de bruces con el paisaje más cautivante que jamás había contemplado. Confieso que me quedé anonadado al observar esa cascada y la pequeña laguna que se formaba a sus pies.
―No puede ser cierto― murmuré frotándome los ojos incapaz de creer que algo tan extraordinario pudiese existir.
Parecía el resultado del trabajo del genio de un paisajista. Dos enormes jacarandas con sus flores rojas eran el marco de entrada a ese paraíso. Conteniendo la respiración no fuera a desaparecer, me acerqué a comprobar esas cristalinas aguas. Ya en la orilla comprendí que ese lago rebosaba de vida al ver los perfiles plateados de multitud de peces.
«Esto merece por si solo una exposición», resolví mientras guardaba en mi teléfono la localización exacta de ese emplazamiento para poder volver pertrechado con todo lo necesario para plasmarlo en lienzo.
Deseando coger mis pinceles, busqué el camino de vuelta al hotel y para mi sorpresa, descubrí que estaba a menos de un kilómetro.
«Debo de haber estado dando vueltas a su alrededor», asumí mientras me orientaba.
Diez minutos después, estaba entrando por la puerta cuando me topé con la directora. Estaba tan feliz por el provecho de mi paseo que, al ver que me miraba con cara avinagrada, me hizo gracia y queriendo vengar el modo en que me trataba, la saludé diciendo:
―Cuando ayer la conocí, creí que nada podía competir con su belleza pero me equivoqué: ¡El Quemado es todavía más bello!
Aunque mi ataque contenía implícito un piropo, no preví que esa bruja se pusiera colorada y menos que saliera huyendo por la escalera sin decir nada.
«¡Qué tía más rara!», zanjé sin darle mayor importancia.
Tras lo cual, me dirigí al comedor a desayunar opíparamente para así no tener que parar por hambre si tal y como esperaba me daban las horas pintando. Afortunadamente María, la camarera regordeta de la noche anterior, me informó que me habían preparado un desayuno típico costarricense con gallo pinto, huevos, plátano maduro, carne en salsa y tortillas.
―¿Nada más?― comenté muerto de risa porque al contrario que en ese país, mi costumbre era tomar únicamente un café y como mucho unas tostadas
La morena cazó al vuelo que iba de broma y sonriendo de oreja a oreja, replicó:
―Primero acábeselo y luego hablamos.
La naturalidad de esa muchacha me gustó y entablando conversación con ella, me enteré que las tres cuartas partes de los hombres del pueblo más cercano trabajaban en la hacienda bajo el mandato de Soledad que además de dirigir el hotel, controlaba la gestión de toda la plantación.
―Los compadezco― comenté en plan de guasa.
María no entendió a qué me refería y al explicar que teniendo de jefa a ese témpano de hielo el trabajo allí debía ser un infierno, muy ofendida me replicó:
―Se equivoca con la patrona. Doña Soledad es una bendición para este pueblo. Desde que se quedó viuda, no solo ha sacado adelante la plantación que le dejó su marido sino que se ha convertido en el sostén de las mujeres pobres de la zona. Nadie sabe lo que hubiese sido de nosotros si ella no estuviera aquí.
La adoración con la que hablaba de su jefa me impactó al no concordar con la imagen preconcebida que tenía de esa mujer. De ser cierto lo que decía, me había equivocado totalmente con ella.
«La tiene en un altar», asumí y tratando de sacar más información de esa regordeta porque no en vano me acababa de informar que ella era “mi cliente”, decidí aprovechar su naturaleza charlatana. Por eso le pedí que disculpara mi torpeza porque había hablado sin saber y que hasta ese momento, nadie me había contado que Soledad había perdido a su marido.
Mi interés por su jefa no le pasó inadvertido y con todo lujo de detalles, me explicó que enviudó a raíz de un accidente de avioneta y que una vez sola, había conseguido salir adelante sin ayuda de nadie.
―¿Hace cuantos años ocurrió?― pregunté.
Se tomó unos segundos en contestar:
―Su hija era una niña por lo que debe de hacer unos diez años.
Que ese monumento de hielo fuera capaz de enfrentar con entereza una desgracia entraba dentro de mis esquemas pero que fuese madre no me lo esperaba.
«Menuda sorpresa», dije para mí cada vez más interesado.
Desafortunadamente, me quedé con las ganas de seguir averiguando cosas de ella porque desde la cocina llamaron a la camarera cortando de plano la conversación.
«No importa», pensé mientras salía hacia mi cuarto: «ya tendré tiempo de enterarme quien es realmente esa belleza».
Acababa de recoger todos mis bártulos cuando nuevamente me encontré con la dueña y señora de la hacienda pero en esta ocasión al verme con el caballete, el lienzo y demás instrumentos, me preguntó si iba a volver a comer. Al contestarla que no creía porque pensaba pasarme el día pintando, llamó a la cocina y les ordenó que me prepararan un almuerzo.
―Muchas gracias― respondí extrañado de su actitud, ya que aunque mantuvo en todo momento el rostro serio, creí adivinar una cierta cordialidad en su trato.
Lo más raro fue que una vez me trajeron esa bolsa con comida y agua, Soledad se dio cuenta que tendría que hacer dos viajes y sin preguntar mi opinión pidió a un mozo que me acompañara.
«Definitivamente esta tía es bipolar», murmuré mientras salía rumbo a la laguna…
3
Mucha gente puede suponer que pintar un cuadro es una tarea fácil pero no es así. Quién se haya enfrentado ante un lienzo en blanco sabe de lo que hablo. Antes de siquiera pensar en coger el pincel, el verdadero artista invierte horas en buscar lo que realmente quiere expresar en su obra. Docenas sino cientos de bocetos se realizan en papel intentando dar con el encuadre, la luz y la orientación justa antes de intentar plasmar su idea en tela.
Eso fue lo que me ocurrió ese día. Estaba tan entusiasmado con ese paraje salvaje que me pasé gran parte de la mañana intentando decidir con que parte de ese paraíso debía empezar. Las ideas se arremolinaban en mi mente y tan pronto comenzaba a hacer un bosquejo de los rayos de sol filtrándose a través de la espesura como de pronto cambiaba de objetivo y me ponía a dibujar una flor en particular.
«Tengo que centrarme», pensé al verme, tras una época de sequía, pletórico y con cientos de ideas.
Desgraciadamente todo a mi alrededor me resultaba digno de ser interpretado por mi arte y dejarlo para la posteridad. Por ello ya eran cerca de las doce cuando me di por vencido y decidí volver a coger la cámara para en la soledad de mi habitación analizar las imágenes y tomar la decisión de por dónde empezar. Recuerdo que estaba tomando una panorámica del lugar cuando escuché unas voces adolescentes acercándose y sin saber que me indujo a hacerlo, me escondí mientras maldecía su interrupción.
Los culpables resultaron ser dos crías de la zona que venían a bañarse en la laguna. Juro que su presencia me parecía un sacrilegio, una mancha que echaba por tierra la naturaleza impoluta de ese edén. Por ello en un principio no me fijé en la indudable belleza de sus cuerpos juveniles cuando despojándose de la ropa se pusieron a nadar en bikini alterando irremediablemente el entorno.
Todo eso cambió cuando ajenas a estar siendo observadas por un forastero, las chavalas se dejaron llevar por la inocencia que daban sus pocos años y comenzaron a jugar a mojarse la una a la otra. La alegría que transmitían con sus risas me pareció adorable y aprovechando que tenía en mi mano la cámara, comencé a retratarlas discretamente.
Sintiéndome un voyeur utilicé mi teleobjetivo para buscar el enfoque y fue entonces cuando me percaté que eran dos bellezas de mujer y que había encontrado las musas que llevaba tantos meses añorando.
«Son la dulzura personificada», murmuré mientras iba acercándolas en la pantalla e inconscientemente me centraba en el contraste de la blancura casi nívea de la que parecía más joven y la piel morena de la mayor.
Obsesionado con ellas, no paré de fotografiar sus cuerpos compitiendo mientras se hacían aguadillas sin tener constancia en ese momento de la brutal sensualidad que trasmitían esos pechos al rozarse entre ellos.
Las intrusas estuvieron jugando más de media hora en esas cristalinas aguas hasta que ya cansadas decidieron tomar el sol sobre una piedra. La primera en salir de la laguna fue la rubia y al hacerlo me quedé casi sin respiración al observar la perfección de sus curvas.
«¡Es preciosa!», exclamé en silencio mientras grababa en mi memoria y en la de la cámara el caminar de esa leona de larga melena clara, «debe tener veinte años».
Con mi corazón bombeando a mil por hora, admiré desde mi escondite su impresionante trasero sin dejar de pulsar el botón que sin desearlo esa noche me permitiría revisar hasta la extenuación la gloriosa sensualidad de sus nalgas.
«No he visto nada igual», certifiqué aproximando la imagen como si la tuviese a escasos centímetros de mi cara.
No tardé en pasar de la dureza de sus glúteos a la exuberancia de sus senos y con auténtico frenesí, capturé el discurrir del profundo canal que discurría entre ellos mientras mi conciencia me pedía que parara porque era insano la atracción que estaba sintiendo por esa muchacha recién salida de la adolescencia.
Dejando al lado esos reproches, continué inmortalizando el busto de la desconocida dejando patente que tanto tiempo en el agua había endurecido sus pezones.
«¡Quien los tuviera en la boca!», sentencié ya totalmente excitado al soñar que algún día serían míos.
Estaba todavía salivando con esa imagen cuando la morena salió del agua. La diferencia de edad con su amiga no fue óbice para que mi propia calentura me azuzara a buscar captar la sensualidad que transmitía y sin pensármelo dos veces, con el zoom busqué el lado más erótico de la recién llegada.
Ignorando mi presencia, la muchacha me lo puso fácil porque mientras trataba de encontrar postura en la roca me deleitó con unas instantáneas en las que parecía ir a abalanzarse sobre su compañera. Sabiendo que estaba infringiendo todo tipo de moral, me concentré en sus gruesos labios y en el exotismo de sus ojos negros antes de pasar a fotografiar sus pechos.
Más pequeños que los de la rubia me parecieron igualmente atractivos debido a que por su edad y su tamaño la gravedad no había hecho estragos en ellos.
«Parecen los cuernos de un toro», mascullé para mí al comparar su delicada forma con los pitones de esa bestia.
Deslizando mi objetivo por su cuerpo comprobé la ausencia de grasa abdominal pero reconozco que me quedé obnubilado al contemplar el modo en que su cintura se ensanchaba para dar entrada a sus caderas. Temiendo no tener otra oportunidad, perpetué su trasero centrándome en la forma en que el estrecho bikini desaparecía entre sus nalgas mientras ese primoroso ejemplar de raza mestiza se daba la vuelta para que el sol terminara de secarle la espalda.
«Alberto se va a quedar alucinado cuando le mande los primeros bocetos», pensé mientras seguía tomando fotos de mis inesperadas modelos, «siempre me ha dicho que mis cuadros adolecen de falta de pasión».
Al cabo de un rato las dos crías se dieron cuenta de la hora y cogiendo su ropa, desaparecieron de mi vista. Ebrio de emoción esperé un tiempo prudencial antes de volver al hotel por temor a toparme con ellas y que sospecharan que había descubierto su guarida secreta.
Ya en mi habitación descargué la memoria en el ordenador y comencé a revisar los cientos de instantáneas que había hecho esa mañana. Reconozco que pasé por alto todas aquellas que plasmaban la belleza del lugar y estudié con detalle en las aparecían mis musas. Excitado, obsesionado y ciego de lujuria repasé una por una, deleitándome en el erotismo que manaba de sus juegos y eligiendo una me puse a plasmar mi idea sobre un papel.
Incomprensiblemente ese día todo me salía bien y al cabo de dos horas había rellenado dos cuadernos con dibujos subidos de tono de mis “princesas”. Particularmente estaba encantado con uno en el que había trasformado el inocente momento en el que la morena estaba acomodándose al lado de su amiga en una alegoría del amor lésbico entre dos mujeres, dotando al modo en que miraba a la rubia de un deseo tan brutal como prohibido.
«Por este tengo que empezar», me dije tras comprobar la fuerza onírica que tendría para los que una vez terminado lo contemplaran.
Sin más dilación, tracé el primer bosquejo sobre el lienzo.
Jamás he sido partidario de la pintura rápida y mis cuadros eran reflejo de ellos. Mi gusto por el detalle me hacían acercarme peligrosamente al hiperrealismo y solo el aspecto onírico que impregnaba a mis obras lo alejaban de ese tipo de arte. Aun así a la hora de cenar ese trozo de tela había dejado de ser blanco y cualquiera que conociera a esas chavalas las hubiera reconocido de inmediato. Por ello antes de dirigirme al comedor y temiendo que un indiscreto echara un ojo a mi creación preferí taparlo, no fuera a ser que me causara problemas con la gente del lugar.
Mi satisfacción era inmensa al sentirme nuevamente un artista y no un fracasado. Quizás por ello, al llegar al restaurante y ver a el gesto poco amigable de doña Soledad no me importó. Es más queriendo demostrarle lo poco que me afectaba su sequedad, me atreví a decirle con tono divertido:
―Señora, ¿algún día me va a permitir retratarla? Es una pena que el resto del mundo no conozca el tesoro que esconde esta hacienda.
Como siempre había ocurrido, observé que al oír mi piropo sus mejillas adquirían sin querer una tonalidad rojiza antes de darse la vuelta ignorándome.
«Aunque era broma, no me importaría pintarla», me dije al girarme y ratificar que la indudable belleza madura de su rostro iba acompañada por unas posaderas que lejos de afearla, realzaban su atractivo.
«Dios debió pensar en mí el día en que repartió tantos dones entre las mujeres de esta zona», murmuré mentalmente mientras elegía una mesa alejada de la entrada…
4
Estaba mirando la carta cuando María llegó y con su desparpajo habitual comentó que si tenía hambre tenía la obligación de probar el “casado” que había preparado la cocinera.
―Prefiero las casadas― respondí en plan de guasa sin prever que la camarera soltara una carcajada que retumbó en toda la sala.
Los otros huéspedes se nos quedaron mirando tratando de averiguar el motivo de las risas de esa morena. Aunque solo fueron unos segundos, me pareció una eternidad el tiempo que esa mujer tardó en recobrar la compostura y por eso cuando me explicó que el casado era un plato costarricense compuesto por un montón de ingredientes, estaba tan cortado que ni siquiera la escuché.
―Me parece bien― respondí deseando que desapareciera rumbo a la cocina y dejar de ser el centro de las miradas.
A pesar de ejercer una profesión en la que la intercomunicación con los clientes es básica, soy bastante tímido y por eso cuando me atreví a mirar a mi alrededor, me sorprendió observar que una cuarentona de buen ver me sonreía. Al comprobar que era a mí devolví la sonrisa sin mayor intención que ser educado pero esa castaña interpretó ese gesto como una invitación y cogiendo su bolso, se acercó hasta mi mesa.
―Soy Patricia― dijo extendiendo su mano hacia mí.
No queriendo cometer dos veces el mismo error evité saludarla con un beso en la mejilla, únicamente se la estreché y mientras veía que se sentaba sin haber sido invitada, me soltó:
–Mateo, desde que Soledad me contó que iba a quedarse con ella su pintor favorito, tenía ganas de conocerte.
―¿Y eso?― contesté intrigado por el supuesto fervor que la dueña de todo ese paraje sentía por mi pintura.
Aprovechando que le había dado entrada con mi pregunta, se relajó en su silla mientras me comentaba:
―Durante nuestro último viaje a España, acudí con Sole a una exposición grupal de pintura y mi amiga se quedó tan impresionada con sus cuadros que se compró uno.
Deseando saber cuál era, le pregunté si sabía su título:
―Ni idea― respondió pero entonces sacando su móvil me dijo: ―Creo que tengo un selfie en el que sale.
Tras revisar unos segundos en su teléfono, lo encontró y pasándomelo, dijo con voz pícara:
―Siempre me ha parecido un poco fuerte.
Reconozco que me quedé pasmado al enterarme que esa mujer había sido la valiente que se había atrevido a comprar la que consideraba mi obra más erótica hasta el momento y que no era otra que el retrato de mi ex novia desnuda llamándome desde la cama.
«¡Qué curioso!», musité mentalmente al no cuadrarme que encima tuviese el valor de colgarlo en el salón de su casa, teniendo en cuenta el lujo de detalles con el que había plasmado tanto el cuerpo de mi musa como mi trasero.
Estaba todavía pensando en ello cuando la indiscreta mujer me preguntó quién era la modelo.
―Alguien de mi pasado que amé― respondí escuetamente.
―Soledad siempre ha dicho que le entusiasma porque se nota el amor con el que el autor pintó a la muchacha y que más que una invitación de ella para llevarlo a la cama, era la expresión inconsciente del deseo del artista por ser amado.
―Yo no lo hubiese expresado mejor― repliqué confirmando de ese modo que esa interpretación era la correcta en vista a como habíamos terminado.
Fue entonces cuando Patricia dejó claras sus intenciones cuando me preguntó si aceptaba encargos. Antes de contestar observé que bajo su blusa habían emergido dos pequeños volcanes y recreando mi mirada en ellos quise saber qué tipo de cuadro deseaba que le pintara.
Sin ningún tipo de rubor, la mujer respondió:
―Quiero un retrato mío desnuda antes que la edad haga mella en mi cuerpo.
Azuzado por la expresión llena de lujuria de sus ojos, no pude negarme. Es más sabiéndome al mando, le hice saber que de aceptar y aunque estaba abierto a sugerencias, sería yo quien eligiera el modo de plasmarla en el lienzo.
Recibió mis palabras con alegría y tras cerrar conmigo el precio, me prometió total libertad diciendo:
―Te juro que no pondré objeción alguna a tus deseos. Por tener un cuadro pintado por ti, soy capaz de modelar atada a una cama.
―Tomo nota― contesté de broma suponiendo que había sido una exageración de su parte.
Pero entonces la cuarentona se descubrió ante mí al insistir en el tema:
―¿En serio me pintarías amordazada e indefensa?
Adivinando que más que un deseo era una necesidad, quise saber si tras esa fachada de dama se escondía una sumisa y por eso arriesgándome a que montara un escándalo, acercando mi boca a su oído susurré:
―Ese tipo de encargo, tiene un coste extra. Si quieres algo así, quítate las bragas y dámelas.
El gemido que salió de su garganta afianzó mi impresión de hallarme ante una mujer esclava de una sexualidad desaforada y no queriendo que se lo pudiese pensar, le exigí que me las diera inmediatamente.
―¿Aquí?― respondió con los ojos como platos llena de pavor.
Pero al ver que me mantenía firme en mi postura, maniobrando por debajo del mantel se las quitó y disimuladamente me las dio. Decidido a forzar su claudicación y que se revelara como una hembra necesitada de dueño, cogí esa coqueta prenda entre mis dedos y extendiéndola sobre la mesa, insistí:
―¿Te gustaría que las oliera?
Con la respiración entrecortada dudó unos instantes y tras mirar a su alrededor y comprobar que nadie nos miraba, dijo con su voz cargada de emoción al saber que con ello firmaba su rendición:
―Me encantaría.
Satisfecho que hubiese caído por voluntad propia en mis garras, decidí usar el poder que ella misma me había entregado al decir:
―Todo en la vida tiene un precio: quiero verte masturbándote mientras lo hago.
Confieso que me sorprendió la facilidad con la que aceptó mi orden pero aún más que en su rostro apareciera una sonrisa mientras me decía:
―Será un placer, amo― tras lo cual escondiendo su mano de la vista de todos, se acomodó en la silla y comenzó a tocarse.
La llegada de la camarera con nuestros platos la puso a prueba y nuevamente demostró que quería estar a la altura porque en ningún momento hizo ademán de sacarla sino que incluso me percaté que incrementaba la velocidad con la que torturaba su sexo.
―Muchas gracias, María― comenté a la camarera al advertir que miraba alucinada tanto a mi invitada como a la prenda de encaje que lucía al lado de mi tenedor.
Esperé un momento a que se fuera y con una sonrisa de oreja a oreja, comenté a mi inesperada adquisición:
―¿No tendrás ninguna duda que se ha dado cuenta de lo que hacías?
―Sé que me ha visto― contestó con un brillo en sus pupilas que me hizo saber que la había excitado el hecho de ser pillada en esa situación tan incómoda.
Dando por sentado que además de sumisa, esa mujer era exhibicionista, premié su desempeño llevando sus bragas a mi nariz. Ese gesto fue el detonante de su placer y mordiendo sus labios para no gritar, se corrió ante la presencia del que sabía que sería su dueño mientras durara mi estancia en esa región.
El silencioso orgasmo de la castaña azuzó mi lado dominante, por ello mientras dejaba de olisquear esa prenda y me la guardaba en el bolsillo, dejé caer que me gustaban las putas sin pelos en el coño. Ese insulto claramente dirigido a ella no la importó y temblando todavía de placer, contestó:
―Esta misma noche me lo afeitaré para que no tenga queja.
Habiendo conseguido todo lo que me proponía la dejé descansar y cambiando de tema, le pregunté de qué conocía a la dueña de esa hacienda.
―Amo, la conozco desde niñas. Fuimos juntas a la misma clase.
Que siguiera dirigiéndose a mí con ese apelativo cuando claramente había dejado de comportarme como tal, me intrigó y al preguntárselo, Patricia contestó:
―Usted es el primero en conocer mi secreto, ni siquiera mi ex marido lo sabe y para mí es una liberación poderle llamar así.
―¿Estás divorciada?
―Gracias a Dios así es, no sabe lo aburrido que era vivir con un hombre que no ejerciera como tal y que tuviese que ser yo quién llevara las riendas de todo.
Descojonado por esa respuesta, repliqué:
―Conmigo las únicas riendas que llevarás serán las de tus bridas cuando te monte.
Esa nada sutil promesa desbordó a la mujer y comportándose como una verdadera lunática, me pidió permiso para volver a masturbarse.
―Ahora vamos a comer, tengo hambre― respondí advirtiendo por primera vez la barbaridad que me habían puesto para cenar ya que en mi plato no solo había arroz con frijoles sino también plátano, col e incluso carne.
Poniendo un puchero, aceptó mi orden y se puso a cenar con apetito mientras me miraba con una devoción que jamás había visto en ninguna de mis parejas. Por mi parte, la amistad de esa mujer con doña Soledad me tenía confundido y empecé a valorar si la rudeza con la que me trataba no escondería una personalidad parecida a la de su amiga.
«No puede ser», medité mientras saboreaba el estupendo pero excesivo platillo, «no hubiese sido de sacar una hacienda como esta adelante».
A partir de ese momento, decidí que debía intentar acercarme a esa enigmática mujer para descubrir cómo era y sabiendo que de conocer que Patricia se había entregado a mí, nunca se produciría ese acercamiento, la ordené que no se lo dijera y que frente a los demás, se comportara normalmente.
―Así lo haré, amo― prometió.
Curiosamente, a partir de ese momento, la castaña me hizo caso y desmelenándose, me demostró que era una mujer lista y divertida con la que pasé una hora muy entretenida mientras terminábamos de cenar. Solo al llegar el postre y acercarse el momento de decir adiós, me pasó su dirección en un papel diciendo:
―Mañana su sucia putita esperará ilusionada que su dueño la pinte en su casa.
―¿Solo pintarte?― pregunté soltando una carcajada.
Bajando sus ojos en plan coqueto, contestó:
―Si tiene tiempo y ganas me encantaría que me obligara a entregarme a usted.
Tras despedirme de ella en el hall del hotelito, subí directamente a mi habitación. Al llegar y ver en el reloj que era temprano, el estado de ebullición de mis neuronas fue productivo porque en vez de abocarme a rememorar el día haciéndome una paja, decidí sacar el cuadro que tenía a medias y ponerme a pintar. Me consta que la dosis de testosterona que me había inyectado en vena tuvo bastante que ver con la sensualidad con la que exageré el tamaño de los pezones de la morena. Juro que no fue mi intención pero mientras perfilaba los músculos de mi involuntaria modelo, los dibujé en tensión dando la impresión visual que era una pantera lista para lanzarse sobre su presa.
En cambio a la rubia la dibujé durmiendo y relajada ajena a que en breves momentos iba a ser despertada violentamente por la lujuria de su amiga. En ella mi pincel resaltó la palidez de su piel y solo me permití añadir unas gotas sobre su pecho que ir en concordancia con su empapado pelo.
Eran casi la una de la madrugada cuando alejándome dos pasos del cuadro, lo miré complacido al saber sin ningún género de dudas que era de lo mejor que nunca había pintado y decidí dejarlo hasta el día siguiente antes de darle fin al firmarlo.
«Tiene fuerza, potencia, sensualidad», sentencié y cerrando los ojos me dormí…
Rompiéndole el culo a Mili (13)
Compitiendo por una promesa
Todo parecía ir arreglándose, ese fin de semana Mili conversaría con Javier, mejor dicho cortaría su relación con él, nosotros seguiríamos viéndonos a escondidas mientras los rumores de la ruptura se acallaban, con los exámenes y luego al salir de vacaciones, el chisme iría diluyéndose… como dije, todo parecía ir viento en popa… pero…
Generalmente una semana antes de los exámenes de fin de año, la facultad organizaba un campeonato de futsal masculino, quizás para que los alumnos liberen tensiones físicamente antes de las pruebas académicas… pero ese fin de semana no solo habría tensiones deportivas sino también emocionales…
Hubo un tiempo en que no me perdía estos campeonatos, después de un viaje a las tierras de un tío, y por una lesión, digamos que me retire del fútbol. Deje de lado las AMISTADES deportivas, quizás por ello no me hice muy amigo de Javier, ya que él era infaltable en los encuentros de fútsal todos los fines de semana en cualquiera de las losas deportivas de la universidad.
Así pues, me dispuse a ir a la facultad a entretenerme un poco viendo como mis amigos luchaban por el trofeo del campeonato. También, en parte, quería constatar si Mili cumplía la promesa que me hizo de terminar con Javier… solo que ella había hecho otra promesa mucho antes…
Llegue a la facultad cerca de mediodía, la primera ronda ya había terminado, el equipo de Javier había clasificado a los octavos de final. Lo felicite por ello, a él y unos amigos que teníamos en común. Lejos de verlo con el ánimo decaído, lo note con un vigor poco usual, con unas ganas de llevarse de una vez por todas ese trofeo… y no era el único trofeo que esperaba recibir…
Pensé que tal vez Mili no había querido terminar con él durante plena lid deportiva, quizás al final del campeonato le clavaría la estocada.
Bueno quizás no sea hoy, si Javier no gana el campeonato se va a deprimir, más aun si Mili lo deja. No me importaría que Mili deje las cosa para mañana… si, que deje que el ánimo de Javier se reponga, porque al fin y al cabo su equipo no es tan bueno como para ganar el torneo… me dije.
Estaba de ánimo optimista, lo que contrasto con el rostro pesimista que tenia Mili cuando la encontré deambulando por los pasillos de la facultad.
– Hola… dije y quise darle un beso pero me contuve, podría haber algún curioso por allí.
– Hola… respondió con una sonrisa algo forzada.
– ¿Por qué estas así?… pregunte extrañado, y repregunte algo victorioso… ¿terminaste con él?
– Si… lo hice… dijo aun con rostro de pesar.
– No me digas que te arrepientes de haberlo hecho… dije malhumorado.
– No es eso… es que… si te cuento te vas a molestar…
– No, si no me lo cuentas me voy a molestar… respondí serio.
– Está bien…
Nos sentamos en las escaleras, entonces me comento lo sucedido:
Mili había terminado con Javier el día anterior por la noche. El dolido ego de Javier no la dejaría ir tan fácil. Después de pasar buen tiempo detrás de Mili, cortejándola, y que al cabo de unos pocos meses ella lo termine… es algo difícil de asimilar… quizás no tanto para él mismo, porque como les dije satisfacía sus instintos sexuales con otras, y pienso que quizás gran cariño por Mili no tenía. Ella era más bien su trofeo, la gran conquista que lucía frente a sus amigos, y por la cual era envidiado por muchos.
Así que creo que a Javier no le dolió el corazón sino más bien la cabeza… pensó más en los comentarios, generalmente malintencionados, que estas situaciones generan, sobre todo entre los amigos… palabras subidas de tono como que tal vez lo dejaron por impotente, por eyaculador precoz, por no saber cómo satisfacer a una mujer así… como ven, la situación se presta para estos comentarios y otros más ingeniosos e insidiosos.
Todo ello era de esperarse, imagine que Javier intentaría con mil y una tretas para seguir con Mili, al menos hasta el final del ciclo, las vacaciones… así lo hizo… pero ella no acepto… solo al final de su plática, que termino pareciéndose más a una negociación, acordaron los términos de su separación…
No divulgarían lo de su separación sino hasta después de los finales. Ya en las vacaciones el chisme se esfumaría y el siguiente ciclo lo suyo seria historia vieja, así Javier cuidaba su orgullo. Además él prometería no hacer ningún comentario revanchista o malintencionado sobre ella y sus intimidades. Hasta ahí todo bien… el problema fue una vieja promesa que ella tenía que cumplir…
Hacia mitad de ciclo hubo un campeonato de futsal, Mili como enamorada de Javier fue a alentarlo, pero gran decepción se llevó al ver como su equipo era vapuleado y goleado. Lo que provoco las burlas de varios compañeros y a las que ella también se unió.
Ya en la intimidad, después de aquel trágico día para él, Javier intento al menos SALIR ganador entre las sabanas, quizás para olvidar el mal trago de su vergonzosa derrota deportiva busco en el sexo acallar esos malos momentos… pero no solo buscaba el sexo común, quería sexo anal.
Inaugurar el gran trasero de Mili seguramente haría pasar todo lo demás a un segundo plano, además básicamente por esa fantasía seguramente inicio su relación con ella. Mili siempre le había negado esa posibilidad por temor y otras cosas… y esa noche ella siguió con esa negativa… más aun previendo que Javier desquitaría toda su furia con su entonces virgen ano… solo que ella lo expreso en otros términos…
– ¿Crees que te mereces ese regalo luego de haber perdido de esa forma?… le increpo Mili en aquella oportunidad.
– Ósea que de haber ganado el campeonato me hubieras dejado metértelo por el culo… respondió Javier algo enfadado.
– Si, en ese caso creo que sería una justa recompensa… respondió Mili algo aliviada por mantener el pene de Javier alejado de su estrecho agujero.
– Vas a ver… el próximo campeonato lo voy a ganar… y tu culito va ser mió… respondió confiado Javier.
– Ya veremos… respondió Mili en son de burla.
– ¿Apostamos?…
– Está bien… asintió Mili, confiada de que aquello nunca sucedería.
– Pero vamos… no te vas a arrepentir… insistió Javier.
– No…
– Promételo…
– Está bien… lo prometo… sentencio Mili en aquel entonces.
La noche anterior, Javier le hizo recordar su promesa. Era evidente que algún recuerdo suyo quería llevarse, finiquitar aquella fantasía que con esa ruptura se haría imposible… y el caso es que Mili acepto, para no prolongar más aquella discusión que ponía fin a su relación, además porque estaba segura que el equipo de Javier era malísimo.
Pero Javier no era tonto, movió mar y tierra para reforzar su equipo… y lo consiguió, prometió desde cervezas hasta conseguirles citas con sus experimentadas amigas. El equipo de Javier había clasificado ganando por goleada. Mientras hablábamos en las escaleras, su equipo aplastaba a otro rival y clasificaba a cuartos de final.
– Oye, pero no seas tonta… aun cuando gane, tu no vas a cumplir con esa promesa… a menos que quieras hacerlo… dije molesto.
– No, claro que no quiero cumplir esa promesa… ¿Qué me crees?, ¿una cualquiera?… de solo pensarlo me da… no término la frase, pero hizo una expresión graciosa de asco.
– Entonces… ¿cuál es el problema?… no cumples lo prometido, invéntale cualquier excusa y listo… que se enoje ¿qué más da?…
– Es que tengo miedo de que reaccione mal y…
– Si te toca lo mato… dije instintivamente imaginando que Javier podría golpear o intentar obligar a Mili a cumplir su promesa.
Ella me miro sorprendida, algo asustada al inicio pero luego con ternura al notar que estaba dispuesto a protegerla como era debido. Acaricio mi mejilla, me robo un beso que apaciguo en algo mi enardecido animo… Nos separamos al escuchar algunos pasos…
– Danny… es que no es solo eso… me dijo aun confundida.
– ¿Qué? ¿Le has prometido algo mas?…
– No tonto, es que como yo no voy a cumplir lo que le prometí, él me puede decir que tampoco cumplirá lo que prometió… no se… puede divulgar rumores acerca de mi… de la intimidad que tuvimos alguna vez… o inventar cualquier tontera y hacerme quedar como una prostitut… ¿Entiendes?…
– Si, pero quien le va creer, todos saben como es el de hablador, además se darían cuenta de que esta hablando por la herida…
– Aun así los rumores dejan algo…
– Pero esas cosas al fin y al cabo la gente las olvida…
– Para ti es fácil porque eres hombre, si tu terminas con tu enamorada y al poco tiempo te ven con otra chica, tus amigos te felicitan, te celebran como un donjuán… en cambio si una mujer termina con su pareja y al poco tiempo aparece con otro chico, todos la tildan de mujerzuela, de chica fácil, tus propias compañeras te miran con recelo, hasta piensan que les puedes quitar el enamorado…
No podía objetarle eso, era una realidad, algo machista las reacciones no solo de los hombres sino de las propias mujeres cuando ven que una amiga dejo a su enamorado por otro…
Si por esos días alguien me veía con Mili, seguro que me felicitarían, algunos me invitarían cervezas, que les platique como fue la cosa, los comentarios hacia mi serian benignos en gran parte… pero a ella… dirían que es una put…, entre otras perlas… y mas aun si Javier por despecho soltaba algo, y con lo boca floja que él era. Si me contaba sin tapujos sus aventuras con sus amigas, ya me imaginaba lo que podría decir de Mili…
– Tienes razón… bueno, creo que mejor vas a tu casa, yo veo como soluciono esto, cualquier cosa yo te llamo…
– No te vas a pelear con el… me dijo asustada.
A decir verdad, me gustaría amenazarlo, y si eso no funciona darle algunos golpes… pero tranquila… se que eso empeoraría las cosas.
– Entonces ¿Qué vas a hacer?…
– Ya se me ocurrirá algo… o tal vez no tenga que hacer nada, quizás su equipo pierda… ¿Te acompaño o te vas sola?…
– No, me voy a quedarme un rato más, debo encontrarme con una amiga en la biblioteca para estudiar, luego me voy…
– Está bien… entonces nos vemos… me despedí y le di un beso de amigo en la mejilla para no levantar sospechas, solo que mis labios rozaron los suyos, note como se ruborizaba.
Enfile hacia las losas deportivas para averiguar cómo iba el campeonato y si el equipo de Javier ya había sido eliminado. Pero las noticias no eran buenas, como comente su equipo paso a cuartos de final y su rival sería un equipo que a duras penas logro clasificar… así que fácilmente podría avanzar a semifinales…
Mientras tanto yo maquinaba como evitar la oleada de acciones y reacciones que podían suceder si Javier ganaba el campeonato… pensé en unirme a alguno de los equipos clasificados, total había ido a la universidad en ropa deportiva… solo que todos los equipos estaban completos, y de haber algún cupo muchos dudarían en dármelo, debido a que yo llevaba buen tiempo alejado de los campos deportivos.
En menor medida, también sería un poco sospechoso que yo insistiera a como dé lugar en ingresar a un equipo. Hasta el poco sesudo de Javier podría empezar a sospechar de mis motivaciones, podría empezar a asociar cosas, mi reciente amistad con Mili, nuestras amanecidas estudiando, su reciente ruptura, mi reciente interés por jugar fútbol…
Solo me quedaba esperar una oportunidad, o tal vez fingiendo un accidente, un tropiezo o algo, caerle encima, lesionarlo… ¿Qué se yo?… pero ¿Cómo hacer que parezca algo casual? ¿Cómo lesionarlo de tal forma que no juegue?… meditaba esto mientras veía clasificar a semifinales al equipo de Javier. Las semifinales y la final se jugarían en el coliseo.
¡Diablos!… ¿Y si les invito una bebida con un purgante fuerte?, todos terminarían en el baño y no jugarían… sería muy llamativo y ¿dónde consigo un purgante así?, que haga efecto rápido y que me lo den sin receta médica…
Creo que mejor lo lesiono… no sé si funcione, total su equipo sin él también puede ganar y él podría pedir su recompensa… pero Mili podría argumentarle que el no estuvo en el equipo jugando la final… si puede ser… me dije viendo que no tenía más opciones.
Los equipos calentaban en las zonas auxiliares al campo principal del coliseo, por el momento había poca gente en las tribunas. Vi a Javier separándose de sus amigos y dirigiéndose a los baños, decidí seguirlo… es solo cuestión de pisarle el tobillo de manera casual, no provocarle un esguince, pero si dejarlo adolorido como para que no juegue… estaba por alcanzarlo, no me enorgullecía de lo que iba a hacer, era algo sucio… pero algo tenía que hacer…
Estaba cerca, iba a pisarle el tobillo, iba a lesionarlo… solo que el lesionado fue otro…
– Ay caraj…
Javier volteo instintivamente y yo también, se sorprendió al verme detrás suyo casi acechándolo… pero más le llamo la atención la persona que profirió el quejido… el lesionado…
Era el arquero del equipo de Guillermo, durante el calentamiento había recibido un balonazo en la CARA, mejor dicho en la nariz, y por la fuerza que tenía el disparo lo estaba haciendo sangrar a borbotones.
Nos acercamos a ayudarlo, parecía que tenía el tabique desviado, se le empezaba a hinchar la nariz… un compañero que no era del equipo había sido el culpable del potente remate que casi deja sin olfato al arquero de Guille. Era evidente que no podría continuar. El causante del problema compungido y entre reproches acompaño al arquero al servicio médico de la universidad.
– Uy Guille… jajaja… que mala suerte… se reía Javier viendo que el único equipo que podría quitarle el trofeo tenía una baja en sus filas.
– Maldita sea… inscribe a Sergio como refuerzo… que juegue para nosotros de arquero… bramo Guillermo.
– No, el ya jugo para otro equipo, y los refuerzos solo pueden ser jugadores que no hayan participado en ningún equipo… le explico un compañero.
– Entonces llama a David… él no ha participado…
– Sí, pero está en su casa, hasta que venga va a pasar más de media hora y el partido es en menos de 10 minutos… repuso otros preocupado.
Yo escuchaba la plática haciéndome el desentendido, mientras Javier, celebraba para sus adentros su suerte…
– Si quieres yo juego para tu equipo… propuse, como quien no quiere la cosa, como quien le hace un favor a un amigo desesperado.
– ¿Tu?… repuso aún más burlón Javier.
– Oye Danny aprecio tu ofrecimiento, pero hace tiempo que no te vemos jugar fútbol, y que yo recuerde tu eres medio campista no arquero… dijo Guille incrédulo.
– Si… pero bueno… en mis tiempos en el colegio jugaba en el arco y no lo hacía mal… repuse mintiéndole, era la única forma de que me aceptara en su equipo y de intentar evitar que Javier ganara el trofeo.
– Está bien… dijo y volteando a uno de sus compañeros agrego… denle la camiseta del arquero.
Tenía unos 5 minutos para calentar mis oxidados músculos deportivos y recordar lo básico sobre como cuadrarse en un arco de fútbol. Javier de regreso del baño, risueño observaba mi torpe calentamiento, mis adormecidos reflejos… la siguiente vez lo vería en el campo de futsal, en el equipo rival…
– Suerte… me dijo y agrego socarronamente: la vas a necesitar.
¡Caraj…! en que líos me meto, puedo quedar en ridículo frente a la facultad, primero si es que me como una goleada espantosa y segundo si perdemos, Mili no va a cumplir su promesa, van a saltar los chismes, la habré defraudado… pero ya veré que hago pensé mientras entraba al campo deportivo, atendiendo al llamado del árbitro…
Durante el primer tiempo no tuve mayores problemas, algunas torpes intervenciones, pero que nos salvaron, además la defensa del equipo de Guille sabia que yo no era buen arquero así que redoblaban esfuerzos en ayudarme… el problema era que el equipo de Javier también se dio cuenta que yo era un improvisado en el arco, y en el segundo tiempo atacarían con mayor fuerza.
En el entretiempo, Guille se me acerco:
– Eres un buen amigo, gracias por la ayuda, resiste un tiempo más, no te preocupes si pasamos a la final no tendrás que jugar, antes que empiece el partido mandamos llamar a David… por si las dudas…
Lejos de ofenderme, me sentí aliviado, un partido era suficiente. En lo que a mí respecta esta era mi final y no podía perderla…
Empezó el segundo tiempo y el equipo de Javier se volcó con todo a mi arco. Casi todo mi equipo estaba en nuestro campo defendiendo, solo quedaba Guille para el contragolpe…
Ya durante los primero minutos mis reflejos habían despertado, producto de la adrenalina de las situaciones que tenía que evitar (los goles y los chismes)… solo hubo un pequeño incidente que termino en gol…
De pronto en el coliseo empezaron a silbar, como lo hacen cuando hay chicas guapas… ¡diablos! ¿en que momento se llenó el coliseo? pensé primero y luego, hombre al fin, fije mi vista hacia la zona en que todos divisaban a una agraciada muchacha, en mallas deportivas, ¡Caraj…! ¡Esa apretada ropa no dejaba nada a la imaginación!…
Mayor fue mi sorpresa al descubrir que aquellas curvas las conocía, pertenecían a Mili… ¿De donde demonios saco esa ropa?… me preguntaba esto cuando un remate desde fuera del área paso por sobre mi cabeza, sacándome de mi abstracción… ¡Mierd…!… se me fue…
El disparo hizo retumbar el travesaño del arco, en tardía reacción logre saltar y tomar a duras penas el rebote… pero prácticamente todo el coliseo estaba más pendiente de las monumentales curvas de Mili, que ahora se agachaba criminalmente, dejando ver todo su voluminoso trasero…
Tanta fue la conmoción y el barullo que esto genero entre el público, que los propios jugadores, con natural curiosidad voltearon a ver… el equipo de Javier estaba tan embelesado con las carnosidades de Mili, que ni siquiera protestaron que el balón había sobrepasado la línea de gol… aleje el balón del arco para no levantar sospechas, me quedé atónito un momento por la sugerente posición adoptada por Mili… hasta que…
– Psss… psss… Danny… el balón… era Guille que quería aprovechar la distracción del rival.
No lo pensé dos veces, le lance el balón, él lo recibió cerca del medio campo, avanzo sin mayor problema, otro compañero se unió al ataque. Cuando el equipo rival se dio cuenta, ya estaban en desventaja, todo su equipo estaba en mi campo, un defensa suyo quiso regresar, pero al final entre Guille y su compañero terminaron por someter al arquero… fue sencillo… ¡Gol!
Mili ya estaba sentada en sus abultadas nalgas y creí ver que me sonreía… hasta creo que casi salta de su asiento para celebrar el gol que la salvaba de su promesa… solo que disimulo… bandida, creo que ya había logrado su cometido, había captado la atención necesaria que nos permitió anotar… quizás por ello se vistió así… vino a darme una mano para salvar su ano… nuestro rival perdía cuando faltaban menos de 5 minutos para que termine el encuentro.
El equipo de Javier se fue contra el árbitro, para que invalidara el gol, pero él no cedió, la pelota estaba en juego, el nunca paro las acciones… el gol era legítimo. A mí me convenía que protestaran más, porque así quemaban más tiempo.
Maldición, debo aguantar unos minutos más… con más confianza y con una bella dama que con su mirada me alentaba, me di tiempo de lucirme un poco, con algunas atajadas felinas. El rival perdía los papeles, quedaba un minuto, una pelota al córner… Javier estaba desesperado.
Vino el lanzamiento desde la esquina y Javier se abalanzo con todo a cabecear. Yo iba a coger el balón pero fui empujado por los codos de Javier y nuevamente la pelota se fue al córner… Así que te gusta jugar rudo, me dije furioso por lo poco leal de la acción, ahora veremos…
Nuevamente vino el balón desde la esquina, otra vez Javier se lanzó como si su vida dependiera de ello… solo que esta vez yo salté con la rodilla en alto y los codos desplegados en legítima defensa.
Fue tal el impulso que llevaba Javier que, al chocarme, su cara se estrelló contra mi codo, al igual que sus costillas contra mi rodilla levantada. Yo caí de pie, pero mal, me torcí el tobillo… aun así no solté el balón… en cambio Javier cayó estrepitosamente, tomándose la cara y haciendo un show que logro convencer al árbitro… penal…
– ¡Mierd…!.mi tobillo!… son ironías del destino, por desear torcerle el tobillo a Javier para que no jugara, al final yo termine torciéndome el mío.
Mis compañeros se fueron contra el árbitro, yo cojeaba… pero él no iba cambiar de opinión, era penal. Yo había traspasado el área chica (zona segura para los arqueros) en mi afán de tomar el balón y supuestamente había lesionado al jugador del otro equipo.
Guille preocupado me miraba… se ofreció a atajar el penal, pidiendo un cambio para mi… no acepte, tampoco lo aceptaría el árbitro…
Obviamente adolorido pero con una sonrisa de oreja a oreja, Javier tomaba el balón… creo que ya se imaginaba el desenlace del partido: el anotaba el penal, nos íbamos a tiempo extra, teniéndome convaleciente, el equipo de Guille no aguantaría y él pasaría a la final, donde tendría a un rival menos resistente que nuestro equipo…
En su rostro se veía que ya saboreaba todo eso… yo me paseaba adolorido esperando que colocara el balón… intentaba caminar derecho, pero no podía… algunas muecas de dolor surcaron mi rostro.
A lo lejos una expresión de preocupación de Mili, sentí que era más por mi estado que por el desenlace de ese partido. A mis lados veía rostros de preocupación, mis compañeros bajaban la cabeza, daban por perdido todo… solo Guille me tenía algo de fe… o al menos fingía bien… y frente a mí la sonrisa casi triunfal de Javier… ya se imaginaba detrás de Mili… partiéndole ese culito que solo yo había saboreado… y yo quería que así se quedara…
Puso el balón en su sitio, yo me cuadre a duras penas, intuía que lanzaría el remate hacia mi lado derecho, porque ahí era que mi tobillo estaba lesionado, prácticamente apoyado en un pie estaba decidido a lanzarme hacia el balón… el silbato sonó…
Javier enfilo al balón… hizo la “paradinha”, es decir se detuvo antes de disparar, con ello logro que por los reflejos y la inercia yo me lanzara a un lado… y con el arco desguarnecido… él hizo un potente disparo… ¡Por la put… madre! ¿Cómo me deje engañar de esa manera?… me lamentaba adolorido en el suelo, cuando escuche retumbar el arco.
– Ohhh… escuche el murmullo en el coliseo.
Lance mi vista al otro lado del arco, que aun vibraba, el balón dio un fuerte rebote que llego casi al medio del campo, nuevamente Guille corrió enloquecido en su búsqueda, mientras Javier se arrodillaba frente a mi tomándose la cabeza… había hecho casi todo bien, solo al final, producto de su propia ansiedad había estrellado el balón contra el arco…
Al otro lado del campo Guille sellaba, con su segundo gol, la suerte del partido… no había tiempo para más… ganamos 2-0.
Todos sus compañeros se acercaron a abrazarme como si hubiéramos ganado la final. Entre la amontonadera de gente busque a Mili… había desaparecido… al igual que Javier… ¡Mierd…! Creo que se quiere cobrar su apuesta si o si…
Si la toca, lo masacro, no importa le daré una golpiza con un solo pie, le haré la grulla a lo karate kid, pensaba enardecido…
Caminando a duras penas me disponía a salir del coliseo y buscarlo para ajustar cuentas… pero observe que el equipo de Javier se había agolpado a un lado, y él en medio. Todos le reprochaban por la manera tonta en que desperdicio el penal… le decían que de todas maneras le cobrarían lo prometido, ya que por su culpa habían perdido…
Me sentí un poco mal por Javier, pero aliviado de que mi relación con Mili continuase sin problemas, ahora que ya estaba totalmente desvinculada de él.
No pude dar un paso más, me dolía el tobillo, me senté en las gradas, los compañeros de Javier me alcanzaron una bolsa con hielo y por ahí alguna pastilla para el dolor, vendas y esas cosas que siempre cargan por si acaso…
Busque por todos lados no veía a Mili, había desaparecido, quizás presagiando alguna mala reacción de Javier, quizás aliviada, se fue a quitar esa llamativa ropa y luego regresaría…
Como no tenía nada mejor que hacer, espere…
Ya iba a empezar el partido de la final y ni señales de ella… bueno, veré el partido y la llamare mas tarde, me dije cuando sentí que algo me hincaba… Mierd… debe ser el hijo del conserje, ese niño del demonio tiene la costumbre de fastidiar.
Por entre los tablones que conforman las gradas del viejo coliseo, existen pequeñas rendijas, por donde ese niño solía pinchar a los espectadores con palillos… más de una vez se había ganado un coscorrón, pero aun así insistía en su travesura… yo no estaba dispuesto a aguantar pulgas.
Menos adolorido, pero aun cojeando flanquee las tribunas, por debajo de ellas, el espacio era utilizado como almacén: colchonetas, mallas, balones, etc. eran apilados allí. Encontré la puerta de ese almacén semi abierta… Mocoso del diablo, ahora vas a ver… pensaba sorprender al niño in fraganti mientras fastidiaba a otros… pero el sorprendido fui yo.
Ni bien mi mano toco el marco de la puerta, fue tomada y jalada hacia adentro… de repente me vi en el interior de aquel recinto semi oscuro. Estaba desorientado, casi sin equilibrio por lo rápido de la acción, mi vista aún no se acostumbraba a la poca luminosidad que se filtraba por entre las bancas.
Mi primer pensamiento fue que un niño no pudo haberme jalado de esa forma, quizás era alguien que quería una revancha… si, tal vez era Javier que quería arreglar cuentas con el que le quito la posibilidad de poseer el culito de Mili, o quizás por la treta que hizo Mili el logro darse cuenta que yo era la razón por la que Mili termino con el…
Todos estos pensamientos cruzaron rápidamente por mi cabeza mientras recuperaba mi equilibrio e instintivamente me ponía en guardia con los puños… dado que él era el cornudo podía darle la ventaja del primer golpe… y así fue… me dieron el primer golpe… solo que no fue como yo lo esperaba…
Aun como murciélago intentaba descifrar en la oscuridad la ubicación de mi agresor, cuando me tomaron de la solapa y me jalaron nuevamente, sus brazos rodearon mi cuello en una extraña llave… su pecho golpeo el mío… y sus labios tocaron los míos con fiereza… ¿Qué? ¿Javier se volvió gay?…
No nada de eso, no era él… por la lujuria impresa, por esa pasión que irradiaban sus besos, era ella… si, era Mili…
Mis torpes reflejos buscaron autentificar que fuera ella, mis manos ladearon su estrecha cintura y como no, se deslizaron por sus esplendorosas caderas… si, era ella, esa voluptusiodad solo podían ser de ella… recorrí a gusto todas sus redondeadas formas, ella no protestaba solo me besaba con mayor candor…
Era una delicia recorrerla con mi tacto, la ropa que llevaba, aquella infartante malla deportiva (de aeróbicos), era prácticamente su segunda piel, se amoldaba correctamente a sus formas, podía sentirla…
– No puedo creer que hayas hecho esto por mi… me susurro al oído con cariño, casi extasiada por los besos.
– Por ti haría eso y mucho más…
Mi vista, ahora si acostumbrada a la penumbra, al fin veía el agradecido rostro de Mili… tan solo su sonrisa podría iluminar aquel ambiente.
– No puedo creer que te hayas vestido así para distraerlos…
– Jajaja…
– ¿Cómo sabias lo que pasaba?…
Entre al coliseo para ver cómo iban las cosas, durante el primer tiempo te vi haciendo enormes esfuerzos por no perder, pensé en darte una mano, por suerte encontré a Erica, le pedí prestada su ropa de gimnasio y en el descanso me cambie.
– ¿Pero cómo entraste aquí?
Cuando termino el partido y todos estaban distraídos, me fui al baño a cambiarme y en el camino vi la puerta semiabierta, entre por curiosidad… y luego se me ocurrió buscarte… me demore, pero por suerte te encontré.
Pero no has dicho nada acerca de cómo me queda esta ropa ¿te gusta?… pregunto como niña engreída, aunque me la comía con la mirada ella quería escucharlo de mi boca.
– Te queda fenomenal… le dije y la bese con mayor lujuria.
Mis manos instintivamente se pasearon por sus gordas nalgas hasta terminar prácticamente dentro de aquella quebrada que separaba sus abultados cachetes… ella excitada, correspondía con su lengua mis manoseos…
Pero, cómo fue que te inclinaste, me gustaría verlo de nuevo… dije incentivando mi morbo, que no necesitaba mucho, porque mi verga estaba súper dura.
Ella se apartó de mí, entendiendo mi intención, sus ojos le brillaron de ansiedad, casi de regocijo al intuir en lo que iba a terminar ese juego… No importaba que sobre nosotros hubiera un mar de gente, resguardados por los tablones de las gradas, podríamos dar rienda suelta a nuestros instintos.
Fue más o menos así… dijo Mili sensualmente, al mismo tiempo el barullo se incrementaba afuera, la final iba a empezar.
Mili se fue inclinando lentamente, dejándome saborear en todo su esplendor las apetecibles curvas de su cuerpo. Con las piernas semi abiertas y la espalda encorvada, empinando su jugoso trasero me dejo sin aliento…
¡Diablos!!Todo eso era mío!… pensé no dando fe a la magnitud de los atributos físicos que Mili me mostraba. Ella me miraba desde su posición, sonreía coquetamente, por momentos se mordía los labios, quizás por ansiedad.
Me dio una especie de ataque de ansiedad, como un niño que por primera vez va tener sexo, el morbo que la posición adoptaba por Mili, me generaba era insoportable… y no lo soporte…
Me abalance sobre ella, no fue difícil bajarme el pantalón deportivo y con mi verga en ristre apuntaba mi camino, ella se sorprendió por la vehemencia con que me adelante, no atino a moverse. Cuando quiso reaccionar, mis manos ya habían desnudado sus enormes nalgas. Solo un pequeño hilo de lo que aparentemente era su diminuta ropa interior, se interponía entre mi verga y sus intimidades.
Hice a un lado su pequeña tanga, entonces ella interpuso su mano entre mi verga y sus labios vaginales… quizás temerosa por lo sorpresivo y alocado de mí accionar… pero no fue eso…
– Tu ganaste el partido… te mereces el premio mayor… dijo con malicia, apuntando con uno de sus dedos a su estrecho ano.
Al ver mi reacción sorprendida, ella sonreía con lujuria. Acto seguido sus manos apartaron sus abultadas nalgas para que yo pudiera divisar mejor su arrugado anillo. A estas alturas yo no sabia para quien era el premio, para mí o para ella, ya que era evidente que el sexo anal era una recompensa también para su apetito sexual…
A pesar de mi arrebato inicial, ahora un tanto atónito por las iniciativas de Mili, yo no atinaba a reaccionar, entonces ella fue retrocediendo. Así torpemente por su excitación y sin quererlo, mi verga fue resbalando por su agujero… no quise moverme ni ayudarla, me gustaba verla desesperarse, angustiada por ser penetrada por detrás… pensar que semanas antes no daba mucho crédito a lo que el sexo anal podía provocarle, y ahora se había vuelto adicta a este placer…
Tanta fue su insistencia que por fin mi verga fue haciendo diana en su esfínter… aliviada de ese cosquilleo fue relajándose, saboreando la fricción que la cabeza de mi pene ejercía en su arrugado ano… sin embargo no era suficiente, empujaba y empujaba para insertarse más mi verga, pero sus movimientos eran dificultosos y no lograba ser penetrada con la rapidez que su excitación le exigía…
Yo disfrutaba observándola, viendo su estrecha malla apenas por debajo de su húmedo pubis, con sus colosales nalgas abiertas de par en par, su rostro deseoso y encendido por el esfuerzo que hacia…
Notando que no la ayudaría a insertarse mi verga y no queriendo suplicarme que lo haga, seguro por temor a ser escuchada por alguien sobre nosotros (en la tribunas), Mili no pudo mas, simplemente se incorporó un poco y paso una de sus manos hasta agarrar mi verga con firmeza y ella fue jaloneándome y empujando su trasero… ella misma fue insertándose mi verga…
– Uhmmm… fue soltando cálidos suspiros de alivio al sentir que mi verga iba llenando su cavidad anal.
Con cada tramo que ingresaba a su goloso trasero, ella cerraba los ojos y abría su boquita en mueca de dolor por momentos y placentera en otros, como disfrutando cada pedazo de carne que se le iba incrustando…
– Vamos… ¡Por favor!… ¡Ayúdame!… me dijo suplicante, casi llorosa.
Sonreí al verla en tan sumisa posición… yo siempre era el que iniciaba las acciones, solo en el cine ella me propuso hacerlo, pero esta vez ella prácticamente se había metido mi verga endurecida en su pequeño agujero, que una chica haga algo así es por demás excitante.
No la hice sufrir más… le incruste salvajemente toda mi verga.
– Ahhhh… exclamo cual alarido mientras se retorcía de placer, luego agrego volteando, con rostro febril, casi si poseído por la lujuria: Graciasss…
Ahora si quise retribuirle sexualmente la ayuda que me presto durante el partido… la toma de la cintura como a mi potranca, masajee sus abultadas nalgas y empecé a cabalgarla duramente…
– Ohhh… uhmmm… ohhh… escuchaba sus sonoros gemidos que afortunadamente no se oían afuera por los vítores deportivos de las tribunas.
Lo mejor que podía hacer en agradecimiento a ella, era castigarla analmente para satisfacer toda su morbosidad, todo su apetito sexual recientemente descubierto, y también para desfogar la tensión sufrida en las últimas horas por aquella apuesta que tenia con Javier.
– Si así, así… más… mas… mas… suplicaba Mili tambaleante con la apretada malla deportiva sobre las rodillas.
Ella estaba con los codos sobre las rodillas, resistiendo mis embates, intentaba mantener el equilibrio y a la vez dejar todo su voluminoso trasero en una adecuada posición para que la penetraran con fuerza, solo que no resistió mucho y tuvo que apoyar las palmas de las manos en el sucio piso, sin dejar de vociferar y gemir como loca.
– Sigue por favor sigue… rómpeme el culo asii… asi… ahhh…
Sus nalgas vibraban con mi empuje, así como los tablones de las tribunas con cada jugada en el campo deportivo. Empapados por el sudor nos resistíamos a decaer por el cansancio, mas bien incrementábamos le ritmo.
Mili quiso liberar sus senos, que saltaban torpemente, parcialmente aprisionados por el pequeño top deportivo. Con una mano logro zafar sus melones, que ahora temblaban desnudos a placer.
Pero en esta acción, dejo de apoyarse en el piso con sus manos, y por la vehemencia con que sometía a su trasero, ella perdió el equilibrio. Casi se fue de bruces y en su caída me jalaba a mi. Así trastabillo unos pasos, con mi verga en su ano y la apretada malla apenas sobre las rodillas.
Hasta que en su desequilibrado camino se encontró con un tubo metálico que servía como columna para las graderías del coliseo. Fue allí donde pudo apoyar sus manos y levantar parcialmente su espalda. Sin embargo, por el impulso que yo traía no pude equilibrarme y con toda mi inercia me fui a estrellar con ella…
– Ayayay… me partiste el ano… auuuu… vociferaba Mili adolorida.
Parecía cierto, mi trastabillar fue amortiguado por las nalgas de Mili, mi propio peso había hecho que mi verga se le incrustara criminalmente en el ano, abriendo sus jugosas nalgas de par en par, empujando su tórax contra el frió metal que ahora separaban sus henchidos senos.
– Ay mi culito… se lamentaba Mili, casi sollozante.
Así, estampado su pecho contra el tubo de acero, y su espalda semi inclinada, Mili se reponía de aquel choque… pero a mí me causo shock su imponente posición: con sus redondas nalgas arremangadas contra mi ingle, con su ropa ajustada apenas sobre su vagina, su estrecha cintura, su espalda sudorosa, su brillante cabellera y sus manos aferradas a la columna… parecía una esclava esperando su suplicio… y eso le iba a dar…
– Ayy… auu… espera que aun duele… no seas tosco… auu… se quejaba.
A mi no me importaba, nuevamente estaba con el morbo a mil, con aquella ansiedad de aquel que por primera vez experimenta el sexo. Mis manos aferradas a su cintura y mi verga clavando a placer su pequeño ano, sus gordas nalgas rebotando contra mí y ella sin escapatoria… solo le quedaba resistir…
– Ya no Danny… ouuuu… más despacio… Ayyy… Uhmmmm…
– ¿Ves? Sabía que te iba a gustar…
– Ayyyy… si… pero más suave… uhmmmm… gimoteaba a un adolorida.
Nada que más despacio, pensé y continué castigándole el ano sin piedad… sus abultadas nalgas vibraban como las graderías con la gente saltando.
– Que rico culo tienes… exclame embelezado observando su fenomenal trasero.
– Ohhh… si, si, es tuyo… haz lo que quieras con el… Destrózalo… uhmmm… pero no pares… sigue por favor…. Acábame…. Ahhhh…
Incremente el ritmo de manera infernal, y así ardían nuestras intimidades, un calor propio del averno, que nos proporcionaba un placer demencial… Llega el punto en que ella también, a pesar de su estrecha posición empezó a empujar su escultural cuerpo contra el mió, chuleándome a rabiar… loca de lujuria y gozo.
– Ahhhh… ooohhh… ahhhh… era tan fuerte el placer que Mili sentía que ya no alcanzaba a gesticular palabras.
– Ufff…. mientras mi verga disparaba violentamente semen en su estrecho esfínter.
Mili transmitía al tubo metálico, con su cuerpo tembloroso y rígido por momentos, todo el placer y los espasmos que le provocaban cada chorro de esperma.
Poco a poco, nos fuimos dejando caer de lado hacia una colchoneta de gimnasia, exhaustos pero satisfechos, sudorosos, adoloridos por el esfuerzo… pero con ganas de prodigarnos caricias aun…
Yo aún seguía detrás de ella, pegado con mi verga aun deshinchándose dentro suyo… abrazándola por detrás, acariciando sus palpitantes senos, dándole uno que otro beso cariñoso que no podíamos prolongar porque aún no recuperábamos el aliento.
– Ohhh… Se escuchó rugir en las tribunas sobre nosotros, luego las protestas y otros improperios.
– No lo hiciste tan mal… me dijo Mili sonriendo.
– Jajaja… creo que silban y se quejan porque terminamos nuestra función… dije bromeando.
Pero no era por eso… entre el barullo sobre nosotros logre escuchar que al parecer en el campo de deportivo se había desinflado el balón de fútbol con el que jugaban, y al parecer los coordinadores del campeonato no tenían otro de repuesto a la mano.
Hasta que a un infeliz, en las tribunas, justo encima de nosotros se le ocurrió la gran idea, o ideota, para mí era un tremendo idiota… en fin, el tipo este propuso que sacaran una del almacén…
Mili y yo nos miramos helados… Caraj… ahora el problema no era que Javier nos descubriera, sino que todo el coliseo lo hiciera…
Caraj… que se calle este imbecil… pensaba en voz alta.
– Ojala no lo escuchen… decía Mili temblorosa.
Pero este tipo parecía empecinado en darnos la contra y cada vez gritaba más fuerte y se ofrecía a buscar una pelota en el almacén, lo que no se imaginaba era que nos iba a encontrar en pelotas a Mili y a mi.
Pero ese tonillo de voz me era familiar… Mierd… era su voz… era él…
– Es la voz de Javier… me dijo Mili asustada.2
No se que será, instinto, sexto sentido, habrá presentido que le estábamos poniendo los cuernos justo debajo de el… que estábamos celebrando sexualmente su derrota… o que se yo… el asunto es que en pocos minutos o segundos, Javier entraría al almacén… esta vez no podría retenerlo porque seguramente no entraría solo…
Ahora si parecía que no había escapatoria, el secreto de nuestra relación se haría publico… y ante un numeroso público en las tribunas… ¡que cagad…!…
Continuara…
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