Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 8059 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “El despertar sexual de cassandra 5” (POR PERVERSO)

$
0
0

Cassandra y Guadalupe, dos niñas que se conocían desde el preescolar, asistieron juntas compartiendo la misma aula los seis años que dura la educación primaria, de igual modo se vieron en el mismo salón los tres años que conforman la educación secundaria para seguir juntas en esta su educación preparatoria, en otras palabras, los más de diez años de conocerse entre estas chiquillas habían desarrollado una especie de hermandad entre ellas, más que como unas simples amigas estas niñas se veían entre sí como verdaderas hermanas de sangre, y no solo de palabra sino también en el plano emocional, casi siempre lo que afectaba emocionalmente a una era rápidamente detectado por la otra, tal vez fue por el tiempo de convivencia entre estas dos niñas que la mamá de Cassandra permitió que su  desarrollada hija “se quedara a dormir en la casa de su amiga”, además, no era la primera vez que Cassandrita pedía permiso para esto.

Si bien no lo hacía seguido, a Cassandrita le gustaba mucho dormir en casa de su amiguita, esta otra niña (Lupita) vivía en una situación económica de más confort que Cassandra ya sus padres eran personas desempeñadas en algunos de los trabajos mejor retribuidos en el ámbito local, para Cassandra el quedarse a dormir en esa casa era sinónimo de televisión de paga, de poder disfrutar de internet para así revisar los perfiles y las fotos de los muchachos más guapos de la escuela, de aun sentirse niña (que bien todavía lo era pero ya no con la edad de andar jugando con muñecas) jugando con la gran cantidad de muñecas que Lupita guardaba en un pequeño ático ubicado arriba de su cuarto y que ella ya no utilizaba pero que al ver a Cassandra jugando y hablando con los juguetes se le venían a la mente todas las tardes de entretenimiento infantil que compartió con su mejor amiga.

Aparte, Lupita tenía un hermano mayor que ella y quien actualmente ya no vivía con ellos pero que por mucho tiempo dicho joven fue algo así como el amor infantil de Cassandrita (algo que los niños ven más como un juego) en los tiempos en que ella era una infanta, hay que hacer mención que en esa época Cassandrita aún no visualizaba el cuerpo que tendría, y la mayoría de las veces siempre andaba con el cabello todo alborotado y un poco sucia de su carita y ropita por jugar a la intemperie.

Además de todo esto Lupita tenía un perrito que lo cuidaba como si fuera su hijo y que Cassandra gustaba de cargarlo, siendo innumerables las ocasiones en donde el suertudo y chiqueón perro era a veces apretado entre ese par de tremendas y esponjosas glándulas mamarias que se gastaba la condenada chiquilla, momentos que cualquier hombre no desaprovecharía en manosear y lamer.

Debido a su estrecha relación muy posiblemente Lupita en poco tiempo comenzaría a sospechar que su mejor amiga se veía con alguien a escondidas, pero, quizás el error de Cassandrita que dio pie a que esta circunstancia se adelantara fue que después de hablarle a su mamá para pedir dicho permiso prosiguió a marcarle a su amiguita pensando ella que su mamá posiblemente podría marcar a Lupita para asegurarse que Cassandra en realidad se encontrara en donde le dijo, cosa que a su mamá ni siquiera se le había ocurrido. Cassandra era una niña que no decía mentiras, sus padres no la habían educado de esa manera, era la misma Cassandra quien estaba tan nerviosa por la situación en la que se encontraba y por la mentira que se había inventado que se sentía incómoda con ella misma y por más que quería le era imposible mantener su conciencia tranquila, así que sin más marcó a su amiguita echándose ella misma de cabeza.

EL DESPERTAR SEXUAL DE CASSANDRA

EL SEÑOR DE LA TIENDA IV

-pero Cassandra, como me pides eso, ¿en dónde andas?, dime- respondía la todavía uniformada Lupita una vez que Cassandrita solicitaba su solapamiento.

-Lupe porfa, hazme ese favor, en caso de que mi mamá te diga si estoy allá… dile que si, porfiss-

-y si me dice que te pase al teléfono?-

-no se… este… invéntale algo… que estoy en el baño, que me estoy bañando, me avisas y… ya yo de acá le marco de mi cel-

-ay Cassandra, pero si no estás en tu casa y no vas a estar en la mía, dime entonces ¿en dónde andas?-

-jiji, este… e… yo… estoy… en casa… de una amiga,- respondió Cassandrita sin embargo Guadalupe no se tragó el cuento pues notó el nerviosismo con el que Cassandra respondía a las preguntas, tartamudeaba y por momentos como que pensaba mucho las respuestas.

-cuál?- preguntó Lupita por la identidad de la supuesta amiga.

-mmmm, para que quieres saber si tú no la conoces… no es del salón, en una con la que juego voli… y me invitó… a ver… una película- dijo la nena.

Don Marce en cambio estaba expectante a la coqueta pose que Cassandra había adoptado mientras se comunicaba consistente en recargar notablemente hacia un costado todo su deslumbrante cadereo, la nena había alcanzado a ponerse su falda escolar antes de marcar a su madre pero estaba sin blusa ni sostén, en un principio con uno de sus bracitos cubría sus desarrollados pechos pero conforme la plática se alargaba retiró ese brazo dejando a la vista del pervertido su escultural cuerpecito semivestido, principalmente el desquiciante bamboleo que sus danzantes pechos llevaban a cabo ante el menor movimiento por parte de ella, está por demás decir que el viejo se comía con su cochina mirada a la nena, veía morbosamente todas sus carnosidades y redondeces que distinguen un buen cuerpo femenino y aun no se creía que el fuera el dueño y que recién se había cogido a ese tremendo prospecto de hembra que fácilmente sobresaldría de entre algún concurso regional de belleza mientras yacía recostado en la cama tallando su rasposa y descuidada barbilla compuesta principalmente por tiesos pero cortos pelos completamente plateados, moviendo sugerentemente su babosa lengua como si quisiera lubricar sus demacrados labios y adoptando una postura casi helénica, como si Leonardo Di Caprio fuera a inmortalizar su adónico cuerpo en una pintura como las que dibujaba en el Titanic, al viejo solo le faltaba el collar en forma de corazón.

Mientras tanto Cassandrita se había olvidado de que estaba en la casa del viejo rabo verde, por el nerviosismo que la embargaba y lo inaccesible que se estaba poniendo su amiga le daban ganas de colgar el cel y dejarla con la palabra en la boca, pero sabía que de ser así Lupita podría acusarla y entonces se metería ella en un gran problema, y muy probablemente su viejito, pero también sabía que insistiendo otro poco Lupita se chocaría y terminaría accediendo, así era ella, no por nada tenía más de una década de conocerla.

-¿y porque no le dices a tu mamá que estás con ella en vez de conmigo?- dijo Lupita.

-porque a mi mamá no le cae bien, anda Lupita me vas a ayudar sí o no?-

-mira Cassandra, eres mi mejor amiga y te aprecio mucho y sabes que te he ayudado en lo que nos podemos ayudar pero esto… esto no, piensa, te llega a pasar algo por allá dime, a quien le van a echar la culpa?- la otra muchachita sermoneaba a su casi hermana mientras esta torcía sus labios en señal de molestia por las respuestas de su amiga pero interpretada de una manera por demás coqueta por el flaco pero panzón viejo lombriciento.

Don Marce estaba hasta sudando por ver como al parecer la oportunidad se le iba, su verga ya estaba potentísima, no podía permitir que esta oportunidad se le fuera pero lo que más coraje le daba era el hecho de que no podía hacer nada más que seguir recostado, casi violando con la mirada a la tierna colegiala.

-no me va a pasar nada, ora porfis me vas a ayudar sí o no, te juro que es la primera y última vez que te pido esto, porfa cuñis- decía la nena en uno de los apodos con los que hace mucho que no llamaba así a Lupita.

-mmm, está bien, pero me debes una buena explicación de todo esto- accedía Lupita, más que nada porque la plática se estaba alargando demasiado y ya tenía mucho rato estacionada por estar conversando con su amiga, esta jovencita no tenía mucho que había salido de clases y aun se enfundaba en su discreto uniforme escolar, como era recatadita su falda llegaba casi hasta sus rodillas, unos cinco centímetros más larga que la de su amiguita.

-sí, sí, sí, te quiero mucho mamá, adiós- dijo Cassandra en tono de sarcasmo y cortó la llamada para voltear a ver risueña a su malformado hombre.

-ya está- dijo Cassandra subiéndose a la cama como toda una gatita en celo y acostándose al lado de reprobable sujeto quien se había puesto a masajearse la verga sin descaro alguno.

El caliente viejo comenzó a meterle mano una vez que la nena llegó hasta sus dominios, Cassandra era niña muy inocente, tan inocente que ella pensaba que la noche solo consistiría en acosarse con él, el blanco concepto de “acostarse” para Cassandra significaba estar desnudos, tapados y acostados sin necesidad de tocarse, pero para el cochino viejo este vocablo se traducía en algo más pervertido, el viejo tenía pensado seguir cogiendo hasta que su alma abandonara este plano terrenal.

-Don Marce, usted dijo que solo estaríamos acostados- dijo la nena un tanto incómoda puesto que el vicioso viejo se dignó a masajearle sus intimas partes al tiempo que intentaba con su verga putear la delicada concha de la nena, cosa que no podía hacer puesto que la distancia entre ambos cuerpos era aún algo lejana.

-porque le hablates a esa chiquilla??, pensé que solo le avisarías a tu mamacita- decía el viejo babeando como un perro y desfigurando su rostro mientras sus manos se peleaban entre ellas por adueñarse de las partes íntimas de la nena.

-Don Marce, es que, qué tal si mi mami le marcaba, así Lupita ya sabe que decir- decía Cassandrita toda ruborizada y sudada de su carita llevándose una de sus manitas a manera de cubrirse su boca como si fuera a bostezar pero en realidad tratando de cubrir sus nacientes y placenteros jadeos que le remarcaban al viejo lo bien que su hembrita sentía cuando era tocada de sus partes íntimas, sintiendo claramente ella como unos traviesos dedos husmeaban y revolvían su mojada intimidad.

-jejeje, que inteligente mi niña, siempre pensando en todo- dijo el contento viejo ahora pegando su cuerpo con el de la nena, solamente un pequeño hueco ubicado a la altura de las partes reproductoras de ambos era el único lugar donde los cuerpos no se juntaban pero casi uniéndose debido a que la verga del viejo prácticamente hacía en carnal puente entre ellos, este espacio era aprovechado por las arrugadas manos de Don Marce para juguetear a sus anchas con la feminidad de la niña.

Desde que el viejo probó a Cassandra quedó maravillado, era el mejor cuerpo y por mucho del que había podido paladear, ni en su juventud tuvo el atractivo para llamar la atención de féminas de colosal belleza, pero, Don Marce era un fino exquisito en la materia en cuanto a admirar mujeres y a emitir juicios valorativos en torno a la belleza femenina, y Cassandrita, a pesar de ser un ángel encarnado en cuerpo humano, aun poseía un pequeño defecto para el viejo, tenía pelitos cubriéndole su panochita, y esto era notorio cada que el viejo la manoseaba o lamía de ahí, y ese momento no era la excepción. A pesar de que los vellos de la nena apenas y eran imperceptibles al tacto el viejo denotaba cierta incomodidad con esto, estaba tan acostumbrado a admirar al estereotipo de la mujer desde el punto de vista de la pornografía, depilada, que deseaba ver a su musa en igualdad de condiciones, así que le ordenaría, si, ordenaría, pues él ya se sentía su dueño, su gobernante, su propietario, el único con derechos sobre ese potente cuerpo que despertaba las más insanas bajezas que un hombre pudiera manufacturar.

Y es que Cassandrita no se daba cuenta del tremendo potencial que tenía en todo su cuerpecito, sus excelsas pantorrillas tan carnosas como una bailarina de ballet, unas potentísimas piernas y muslos tan carnosos que llegaban a rozarse el uno con el otro en cada paso ella que daba y que la dotaban de un caminar sumamente exquisito, demostrando a cualquiera que la viera lo cerrada que se encontraba llegando a pensar que esta nena estaba aún virgen, un piernaje que casi reventaba cualquier short que la nena se pusiera, dichos shorts hasta parecían que le comprimían las exuberantes caderas que la beneficiaban ante la posibilidad de un embarazo, solamente un pequeñísimo triángulo que quedaba libre entre sus muslos y su sexo se visualizaba y en donde se apretaba la abultaba panocha ya probada por un vejestorio de poco más de cincuenta años, más arriba una cinturita tan breve que el viejo casi podía abarcarla con sus dos hepáticas manos, una espaldita tan breve que casi parecía de niña y enfrente unos majestuosos y muy blanquitos pechos que cualquiera diría que cada uno debía contener unos tres litros de leche de primera calidad, todo esto coronado por una carita de niña quinceañera o incluso más pequeña cuando la nena carecía de maquillaje.

-Cassandra, a partir de hoy tú me perteneces, tu vida me pertenece y tu cuerpo me pertenece, y al incluir tu cuerpo eso incluye todo tu cuerpecito jejee, ¿está claro?- decía el salido viejo sin dejar de masturbarla, para esto la nena ya se había abrazado tímidamente de él, las yemas de sus delicados deditos comenzaban a hacer reconocimiento corporal del sudoroso sujeto.

-si Don Marce, yo… soy de usted- dijo la nena sin entender muy bien el porqué de la oración, ni siquiera sabía por qué ella se lo decía a tan feo viejo narizón y con un ojo más grande que otro, pero que lo feo era algo que pasaba a segundo término cuando la nena sentía la irrupción de tan desmedida herramienta dentro de ella.

-eso quiere decir que harás todo lo que yo te diga- dictaminó el viejo, pasando magistralmente sus dedos por sobre el frijolito de la ruborizada chiquilla haciéndola temblar de todo su majestuoso cuerpo, esto no era una pregunta, era una oración imperativa.

-ahhmmm q… que quiere decir… con eso Don Maaarrrcee- la nena solo entrecerraba sus ojitos, sudaba de su frente y comenzaba a ondular sus desarrolladas caderas como si estuviera danzando acostada, solo escuchándose el roce de sus peligrosas curvas contra las tiesas sábanas de la cama, pero ya sabía que el viejo quería algo, lo presentía en su mandato, en su forma de decirlo, en el brillo lujurioso de sus ojos y en la forma en que este se mojaba sus labios con su ponzoñosa lengua, y el sentir que el viejo deseaba algo de su cuerpecito, sin que se diera cuenta o razonara como lo haría una chica de más edad o experiencia, la calentaba.

-te has depilado alguna vez tu panochita?- preguntó el depravado sudando de la emoción y con una libidinosa sonrisa que surcaba de oreja a oreja su arrugada y brillosa cara llena de manchas.

A la nena le pareció chistosa la palabra panochita aun después de que ya se la había escuchado al viejo, sin embargo una extraña educación sexual insana instalada en su cerebro y hasta hace poco apenas liberada gracias al degenerado le indicó que el viejo se dirigía así a su parte sexual, su vagina o vulva como la llamaban los libros de texto, quizás también pudo entender mejor el significado de ese vulgar término gracias a que el tendero le estaba manoseando esa privada parte y había utilizado la palabra depilar, considerando la vez que se la mamó en plena calle y ahí también se había referido a su sexo de esa manera tan bellaca.

-panochita?- dijo la nena más que nada por no saber qué contestar a la anterior pregunta.

-si mi amor, esto que te estoy tocando, así se llama, panochita, conchita, papayita, sapito, bollito, pepita y demás jejeje, y así quiero que le digas cuando estemos en la cama haciendo cositas ehh- el viejo le hablaba a Cassandra con su asquerosa y mal higiénica boca muy cerca de los carnosos labios de ella al tiempo que la palpaba descaradamente de su sexo.

Ella a pesar del fuerte olor a tufo proveniente de la casi agusanada boca del tendero intentaba acercar sus labios lo más próximo, quizás hasta besarlo, pero el viejo impedía esto, le gustaba tenerla rendida a sus caricias y que fuera ella quien lo buscara, mientras otros soñaban con hacer contacto con los labios de Cassandrita este depravado se daba el lujo de retirar sus despellejados labios de unos casi seguros besos por parte de ella.

-si Don Marce, lo que usted diga, y no, nunca me la he depilado- dijo la nena en tono de susurro y desarrollando una aún más sensual forma en sus labios, unos labios que aun sin pintar se veían rojos como una manzana, el viejo se perdió unos minutos en el cuello de su amada, mordiéndolo y lamiéndolo mientras ella suspiraba y se restregaba en él, sintiendo el sudor de su macho mezclándose con el de ella, casi queriendo oler a él, esto la hacía sentirse más de su propiedad.

Por un momento la pareja se perdió en un apasionado espectáculo consistente en acariciarse el uno al otro, el viejo repasaba con sus chaqueteras manos el ejercitado cuerpo de la colegiala bajándolas desde sus hombros hasta sus caderas para terminar dejándolas puestas en las nalgotas de ella, sentía la dureza de todos los músculos que conformaban a tan bella señorita, como es que el cuerpecito de ella a pesar de verse tan frágil y femenino estaba compuesto por cantidad de músculos que le daban ese aspecto firme y terso en su venerable anatomía.

Ella en tanto no podía decir lo mismo del macho que la desvirgó, sus delicadas manitas recorrían el cuerpo del viejo sintiendo grandes concentraciones de grasas en donde deberían de están unos poderosos pectorales, bíceps o tríceps, o como en otras partes del bofo cuerpo se podía apreciar los descalcificados huesos llenos de hoyos por dentro y en cualquier momento pudiendo troncharse debido a la osteoporosis y a la falta de calcio en la dieta del pequeño comerciante, la nena en un claro ejemplo de feminidad pura suspiraba a los peludos oídos de su macho regalándole ternos y enloquecedores gemidos y de vez en cuando con sus tremendo muslos daba ligeros roces a las delgaduchas y peludas piernas del bienaventurado ya casi queriendo que su hombre le acomodara la verga dentro de su papayita.

-en la tienda vendo un rastrillo rosadito, úsalo, anda mi niña, o si no, no haremos el amor esta noche- dijo el malicioso viejo lleno de ganas por bombardear a la nena con fieros apuntalamientos vergales, Cassandrita abrió los ojos, sintió como las manos del viejo que manoseaban su lubricada vagina y acariciaban todo su femenino cuerpo desaparecían y como el pesado cuerpo de su amante poco a poco dejaba de oprimirla.

Ella lentamente se levantaba de la cama, acomodaba su faldita y su cabello, sus piernitas temblaban y su panocha le comía debido a que el glande del viejo estuvo por un buen rato tocando a la puerta de tan idílica entrada, ella misma sin importar la presencia del viejo comenzó a frotarse ahí parada enfrente de él, comiéndose con la vista el imponente y moreno mástil del pervertido el cual estaba durísimo y circundado por un sinfín de venas de todos colores y grosores, ni parecía que se había vaciado casi un cuarto de vaso hace unas horas pues estaba tan potente como para vaciarse otra cantidad igual, lo que si es que apestaba muy fuerte a semen ya casi seco, aroma que se había tallado en la limpia zona intima de la nena.

El viejo veía los atrevidos manoseos de la nena mientas ella se hacía pendeja buscando quien sabe que, confirmándose él mismo que Cassandrita estaba cada vez más desarrollando unos aires de zorra insaciable y devoradora de vergas en la cual muy pronto, si se llevara la correcta educación, se convertiría. Luego, como si alguien dirigiera los pasos de la potencial ramerita fue saliendo de ese apestoso cuarto, caminado casi de puntitas en un modo de esquivar las bolas de papel de baño que minaban el piso como si el cuarto del viejo se tratara de una trinchera nazi en la cual el mismísimo Hitler se escabullía de los aliados, llamando la nena poderosamente la morbosa atención del viejo debido a la elegante coquetería adoptada con este estilo de caminado, así como el tremendo piernón que se le marcaba a la chamaca, hasta se le podía distinguir la pierna del muslo gracias a una desquiciante división que se le hacía a un costado de sus piernas, para más los bracitos de la nena se escuadraron en una pose muy finamente femenina.

Cassandrita llegó a la tienda, tomó el rastrillo y se dirigió al baño, un cuarto vecino a la habitación donde el pervertido duerme. Ya dentro se despojó rápidamente de su falda dejando ver que su sexo ya escurría en néctares y se abrió un poco de piernas exhibiendo su peludita conchita, no sabía por dónde empezar, nunca había hecho esto, pero para su fortuna fue alcanzada por el viejo quien veía extasiado y casi desarrollando un infarto como la nena lo estaba obedeciendo solo con la amenaza de no hacer el amor (aunque después el viejo explicaría que el concepto de “hacer el amor” no existía en su tumbaburros y solo eran falacias mercadológicas para vender historias de amor) si no hacia lo que él dijera, y también con el temor de que, debido a su inexperiencia, la nena pudiera cortarse.

-Don Marce no sé cómo- dijo la nena con rastrillo en mano y mirada de preocupación, junto a unas mejillas que nunca dejaban de sonrojarse.

-tranquila mi niña, primero tienes que mojarte y enjabonarte un poco tu panochita- dijo el caliente y encuerado sujeto y con su mano talló la delicada entrada vaginal de la nena, la cual estaba muy húmeda, tanto que el olor a humedad vaginal ya habían aromatizado el baño más que el propio ambientador, para esto la nena cerraba sus ojitos y se relamía sus labios.

Después, con ayuda de un utensilio el cual en otra vida había sido una botella de refresco y con un poco de agua el viejo bañó delicadamente esa parte de ella, siempre él con su risa morbosa y ella con un gesto apenado y sonrojado, para posteriormente tomar un usado jabón y hacer espuma con él en sus manos, una vez que la espuma fue lo suficiente para su cochambroso propósito llevó la espumosa mano y comenzó a esparcirla por toda la zona erógena de Cassandra, al tiempo que también aplicaba un ligero y lento masaje sumado a leves pero descarados apretujones de papaya, haciendo que los labios vaginales se abultaran en demasía, algo que le daba gracia al viejo por la forma que adoptaban los labios vulvales externos.

-ahora mi niña, pásalo con cuidado, depílate para mí!!!, mi princesita- dijo el extasiado y casi desfallecido viejo, hasta estaba aplaudiendo, tantas ganas acumuladas que tenía por querer llamar a Cassandrita con adjetivos como mi putita, zorrita o pirujilla, pero debía contenerse, aun no era tiempo, de llamarla así la nena podría ofenderse y enojarse con él y todo lo que había construido se le podría venir abajo, el inmoral viejo estaba consciente de que oportunidades como esta solo llegan una vez en la vida.

La nena comenzó a despojarse de esa fina vellosidad que cubría su sexo, poco a poco y con prudencia, en poco tiempo se dio cuenta de que es más fácil de lo que parece, con finos movimientos sentía claramente cuando su vello era cortado por las filosas navajas del rastrillo, mientras veía a Don Marce parado al lado de ella masturbándose la verga de manera descarada y con una risa por demás enfermiza, babeando como un perro.

Don Marce veía como importantes cantidades de espuma mezcladas con finos y lacios pelitos caían al tiempo que el rastrillo barbechaba otro poco de esos pastizales oscuros que no dejaban al viejo disfrutar de un buena comida de bollo “jejeje, que bueno que esta pendeja se está trasquilando, no que ya parecía gato vomitando bolas de pelos jejeje” si supiera Cassandrita los morbosos pensamientos y todas las burlas del viejo hacia ella, adivinar qué pensaría la niña.

Al final, el calenturiento viejo pajero veía como ese sexo quedaba desprotegido de eso que tanto le incomodaba, veía como la rosadita panocha de Cassandrita ya depilada daba la apariencia de pertenecer a una nena más pequeña, casi infantil, sus labios vaginales estaban completamente cerrados como si la nena aun fuera virgen, su carnosa papayita no presentaba signos ni huellas de batallas coitales y eso que ya había recibido en tres escenas distintas la irrupción de una verga de tamaño desproporcionado.

La nena se sentía rara, como si algo en su cuerpo le faltara, aun así reconocía que una grata sensación de frescura le era brindada por el aire que por sus partes se escudriñaba, miraba la cara de pervertido de Don Marce hacia su desprotegido tesoro y por instinto llevó una de sus manitas a semi protegerlo, volteó la mirada apenada mientras con su mano sentía en su feminidad una extrema suavidad, sentía su panochita tan suave como cuando tocaba la piel desplumada del pollo con el que su mami le preparaba caldo con verduras, además sus mejillas estaban tan rojas que podía sentirlas como si estuvieran ardiendo.

-jejeje, mi niña, que bonita se te ve tu cosita toda depiladita, de ahora en adelante te quiero así siempre, entendites?, si quieres puedes llevarte el rastrillo, solo que recuerda hacértelo bien y con cuidado jejeje- el pervertido sujeto se mandaba órdenes como si este fuera propietario de la nena o de alguna de las partes de su cuerpecito al tiempo que limpiaba con sus muñecas sus escurridas babas.

Ella en tanto solo asintió tímidamente con un leve movimiento de cabeza, pero con su mirada en cualquier otra dirección que no fueran los calientes ojos del degenerado.

-bueno, ahora lo que sigue, vámonos a la cama- dijo el desnudo viejo y acto seguido tomó la suave y cálida manita de la nena sacándola de la regadera.

Ella intentaba proteger su rasurada intimidad de las casi diabólicas ojeadas que Don Marce daba a su figura, en especial a su concha, para el tendero era algo insólito ver como el vientre de Cassandra poco a poco se iba perdiendo hacia abajo para pasar a dar lugar a una abultada y ahora depilada conchita apenas visiblemente dividida por una colorada y sudada línea, la nena en tanto miraba el miembro del viejo, completamente estimulado y apuntando hacia enfrente, subiendo, bajando o moviéndose de derecha a izquierda en cada movimiento que realizaba el viejo por muy leve que este fuera, como si fuera este órgano el que dirigiera los pasos del tendero.

La pareja de enamorados tomada de manos como si fueran caminando por un parque avanzaron con dirección de nueva cuenta al descuidado y oloroso cuarto de descanso del viejo, el contraste era tremendo hasta en las pantorrillas de ambos, un par flacas y peludas mientras el otro par carnosas y sin el menor rastro de vello, el macho llevaba una cara por demás feliz, como si en esos momentos se estuviera dirigiendo ante un sacerdote dispuesto a consagrar y solidificar este retorcido “amor” naciente entre este par ante los ojos de todos los hombres, mientras que en la nena podía verse aún un aire de confusión y/o duda, llegándose ella a pensar todavía si lo que estaba haciendo era correcto.

Y es que la nena meditaba dentro de sí, todo por la curiosidad de ver unas cuantas revistas se había llegado hasta estos momentos de lujuria en donde ya había probado hombre sin que sus padres lo supieran, esto era una falta gravísima pues entendía que los decepcionaría como hija, quizás si ella nunca hubiera aceptado llevarse una ese día nada de esto estuviera pasando, quizás ella aun seguiría virgen, muy posiblemente no hubiera faltado ese día a la escuela y por sobre todo, pensaba en todas las consecuencias que podrían derivar en caso de que sus padres se enteraran de lo que ella andaba haciendo a sus espaldas, y claro, si nada de lo que había pasado hubiera sucedido, hoy en día no tendría estas preocupaciones en caso de que la descubrieran, pero las cavilaciones de Cassandrita fueron detenidas por la clásica voz de un viejo cincuentero.

-llegamos mi niña, anda, anda, siéntate en la camita, jejeje, siéntate y abre tus piernitas- el viejo se moría de ganas por degustar la ahora depilada concha de la nena, casi brincaba, aplaudía y danzaba de gusto encascorvando sus ya de por si arqueadas piernas en donde sus rodillas simulaban un enorme nudo en medio de ellas, relamía sus podridos labios con su jugosa lengua y se frotaba constantemente sus manos señas de lo desesperado que se encontraba.

-Don Marce- el nombre del viejo fue pronunciado por los carnosos y muy coquetos labios de Cassandrita mientras tomaba asiento en la cama.

-Don Marce, espero que no piense mal de mí, yo hago esto solo por usted, porque…- la nena no quiso terminar.

El viejo apenas iba a rebuznar pero al escuchar la frase casi concluir se quedó atónito, ni que decir de los niveles de dureza que alcanzó su verga, la cual se movía como si quisiera chisparse ella misma del enclenque cuerpo de su dueño y metérsele de una buena vez a la nena, entrar y salir por ella misma así hasta vomitarse en grandes cantidades de amargo líquido, si bien un hombre es capaz de mover su verga con un poco de fuerza pélvica, los movimientos que en ese momento realizaba este órgano eran completamente propios, como si fuera un ser vivo con autonomía y libre pensamiento, a todo esto el viejo quiso asegurarse bien que lo que sus encerillados oídos llenos de ácaros habían escuchado era verdad ya que se imaginaba que la nena quiso decir “porque lo quiero”.

-porque tú qué?, mi niña- preguntó el caliente viejo, quien ya sudaba como si estuviera trabajando en una fábrica de fundición de hierro, era tal el sudor que a menudo se le metía entre sus lagañudos ojos ardiéndoles e impidiéndoles una correcta visión.

-ehh, no nada, solo que lo estimo mucho, jijiji, como amigo- la nerviosa nena cambio su oración, le dio penita decirle al viejo los verdaderos sentimientos de ella con respecto a él, si es que en verdad estos existían y no se trataba de una confusión por parte de la chiquilla solo por haber sido con el viejo con quien tuvo su primera vez.

Si bien Cassandrita sentía algo cada que veía al viejo, este sentimiento estaba por mucho lejos de considerarse amor, solo que la nena estaba un poquito confundida y lo traducía de esa manera, tanto como para andarle abriendo las piernas a un “amigo” pasado en años, nunca había tenido novio y por ende nunca había llegado a enamorarse, sin duda Cassandrita solo se dejaba llevar por mera calentura y por lo bonito que sentía cuando el pervertido la tocaba a la hora de estar a solas, pero ella en su confusión y dado que nunca antes había tenido un noviecito trasquiversaba los sentimientos y sensaciones que su cuerpo le dictaminaban.

Al viejo por lo tanto le valían verga los sentimientos desarrollados en la nena, el solo la veía como un objeto de mera satisfacción personal/sexual, veía el hermoso y desarrollado cuerpo de la hembra que tenía enfrente y no pensaba solo dormir con todo eso a su lado, veía que los dulces labios de la niña seguían expresando palabras pero él no las tomaba en cuenta, para este cínico desvergonzado la boquita de Cassandrita no tenía otra función que la de mamar una verga hasta vaciarla, más que para comer o hablar, para el viejo, la boquita de la niña era uno más de sus agujeros dispuestos a ser disfrutados y penetrados por su babeante instrumento.

-Don Marce, es que a mi pareceeuuhhhh, mmmhhhhhuuuuu- mientras la nena hablaba el caliente y malsano sujeto no aguantó más el ver como esos perfectos y sugestivos labios se movían tratando de expresar los ideales de la niña, así que sin avisarle a esta metió su verga dentro de su boquita con el permiso que le daba el sentirse dueño de esa hermosura de niña.

Cassandrita sintió el arponazo chocar directo contra su garganta, comenzó a toser pero esto no fue motivo para que el viejo sacara su maloliente carne, mientras tanto ella daba ligeros golpecitos en contra de la prominente y llena de pelos panza del viejo, pero debido a la feminidad pura de la nena estos no hacían daño alguno en contra de esa gruesa y caída barriga, también ayudaba que dichos golpes solo eran como de aviso, no iban con la suficiente fuerza como para causarle daño al agresor.

El viejo veía desde arriba como la cabecita de la niña luchaba por liberarse, sin embargo él ya se había apoderado con una mano de la nuca y con la otra de la mollera, impidiendo de esta manera que su mujercita pudiera escapar a tan pervertida acción y posición, el caliente anciano sentía como a cada segundo su gruesa verga se iba llenando de las babas de la niña y como ella hacia sonidos como si se fuera a vomitar, además de experimentar por momentos de exquisitos apretones en su verga por parte de los labios de la mocosa que solo lo endurecían más, suponía que, a pesar de que la nena tosía en simultáneos intervalos de tiempo demostrando incomodidad, a ella le gustaba el trato, pues si bien ella hacía por liberarse, de otra forma pudo haberle mordido la apestosa verga desde hace mucho para conseguirlo, pero no lo hizo.

La nena ahora en vez de golpear, intentó con sus manitas mover al viejo, o solo su panza, pero le fue imposible moverla, solo podía sentir como sus deditos se hundían en esa extensa y boluda barriga. El viejo yacía desnudo parado enfrente de ella, aferrando sus manos en su cabecita, sin embargo no desempeñaba ningún otro movimiento, solo tenía su verga enterrada en su boquita, ya habían pasado cerca de diez minutos, la boquita de Cassandra tenía mucho que no podía controlar su salivación y sus babas ya formaban un viscoso charco en el piso, poco a poco los ojitos de la nena comenzaban a sucumbir ante la presión inminente del tremendo barreno, nublándoseles y dejando caer cada uno una tibia lagrimita que surcaban por sus mejillas.

La nena pensó comenzar a chupar, de hecho su lengüita recorría el tronco por donde podía, sintiendo sus palpitaciones y cada una de las venas que lo conformaban, probando el salado sabor del abundante líquido preseminal que la verga escupía, para el viejo, sentir el cálido y mojado roce de esa lengua era mejor que estar en el cielo, con solo sentir esa pequeña lengüita revolcarse entre su moreno trozo e intentar meterse entre la abertura de su glande estaba sintiendo casi que se volvía a derramar en leche.

Fue en ese momento que el viejo sacó de manera brusca su poderoso mástil, haciendo que a la nena casi se le desprendieran los dientes, lo que si sucedió fue que una importante cantidad de saliva saliera lanzada a partir del súbito desprendimiento y quedara impregnada en la panza del vejestorio así como un alargado quejido que puso fin a su momentáneo martirio, la nena comenzó a toser y a limpiar su boquita del exceso de babas, así como sus ojitos de un hilo de lágrimas.

La nena estaba a punto de abogar por ella pero fue adelantada por el viejo quien acercó su horrenda boca apretándole sus cachetitos para fundirse en un malsano beso con la nena sin importar que su verga haya impregnado su apestosa esencia en tan fresca boquita, un beso tan desagradable consistente simplemente en licuar ambas lenguas dentro de sus bocas, podía apreciarse en los cachetes de ambos, principalmente en los de ella, como la lengua del tendero rascaba las paredes bucales por dentro.

A pesar de lo obsceno del beso Cassandrita sentía muy bonito, experimentaba ricas cosquillitas que hacían que su panochita se mojara aún más de lo que ya estaba y que gimiera sin explicación lógica del porque gemía, el beso poco a poco se fue transformando en algo más desagradable, hasta el grado en que Cassandrita solo permanecía con su boquita bien abierta dejando que el degenerado tomara absoluta potestad de su boca remolinando su babosa lengua dentro de esa cada vez más llena de babas boquita de ella, y es que el astuto viejo dejaba caer en ocasiones algunos cargados escupitajos sabiendo que la nena no se daría cuenta de su marrana acción, hasta ella misma sentía como a partir de ese beso parecía haber experimentado un orgasmo debido a lo húmeda que se puso, a medida que el “beso” y los suspiros avanzaban, también lo hacia el viejo subiéndose a la cama, su cuerpo peludo y flaco se recostaba sin dejar de lengüetearse con la nena, así hasta quedar completamente acostado mientras la nena inclinaba su cuerpo sin dejar de besarlo, todavía la ya caliente chiquilla comenzó a masturbarle la verga con una de sus manitas sin que este se lo pidiera.

-chúpamela Cassandrita- dijo el viejo despegando sus brillosos labios de los de su enamorada, labios que se unían por un sinfín de cordones salivales.

-mm- respondió la nena, haciéndose un poco del rogar puesto que desde hace unos minutos que casi se comía la verga con sus tiernos ojitos negros.

-chúpamela, chúpame la verga, anda- el viejo colocaba una almohada bajo su cabeza, acomodaba sus brazos por debajo de su nuca y se hacía más hacia el centro de la cama para dar más espacio de acomodarse a su idolatrada.

La nena en tanto, sin despegar su blanca manita de la correosa e incontenible verga la cual pareciera que cada día veía más grande y gorda, subía delicadamente una de sus rodillitas al colchón, para después terminar de encamarse, acercó ahora ella misma sus labios para darle al viejo un tierno beso en la boca, sus también brillosos labios bajaron para llenar de besos el mugroso y anillado cuello de Don Marce, ahí se detuvo un rato, prácticamente comiéndole el cuello a besos, lamidas y una que otra mordidita como si se tratara de una vampirita hasta que comenzó a descender pero sin dejar de besar y lamer los viejos pellejos de su hombre.

Pasó por el pecho de su amante, peludo y cuyos vellos estaban enroscado y muchos de ellos canosos, ahí se volvió a detener para empezar otra serie de tímidas lamidas y besos, hundiendo su boquita en el pecho del viejo, sintiendo como muchos de esos pelos se le metían en su naricita y de vez en cuando alguno se le pegaba a su lengua, sintiendo además como le raspaban la perfecta piel de su rostro como si se trataran de una fibra de cocina, la nena comenzó a besar una tetilla del pervertido y por momentos parecía chuparla y juguetearla con su lengua, quizás en un intento por igualarlo a él cuando chupaba las suyas, notando como los morenazos pezones del viejo rodeados de pelos aún más largos y gruesos se endurecían aunque en menor medida que los de ella.

La nena al tiempo que besaba el cuerpo de momia seguía masturbándolo, miró por un momento la gruesa y erguida vara y pudo experimentar una sensación térmica muy elevada en su cuerpo y un mojado inusual en su bizcochito solo con la calorosa contemplación de la vaporosa verga de Don Marce en todo su pletórico y humeante esplendor, lucia espeluznantemente gruesa, casi del mismo grosor que el bracito que la masturbaba, así como una superpoblación de pelos gruesos y fibrosos forestando su base, tenía unas ganas enormes por ensartarse ella misma, era como si la verga del viejo fuera una especie de imán para su panocha, o como si esta tuviera poderes psíquicos sobre ella pues cuando la verga comenzaba a palpitar también lo hacia su conchita, sin embargo, como lo obediente que era, debía de complacer la primera orden dada por el emprendedor viejo verde.

La nena llevó esos sensuales labios hasta el por demás brilloso glande, tan asquerosamente lubricado que prácticamente era posible ver su bello reflejo en él como si este fuera un espejo, una vez que su respingada naricita entró al límite territorial aéreo perteneciente a esa desproporcionada verga, la nena olfateó la penetrante esencia de macho viejo, ese olor a verga recién vomitada en semen era extremadamente reconocible e irrespirable, sin embargo para ella, era un olor muy, muy de hombre, de su hombre, de Don Marce.

El viejo, cuando sintió de esos tremendos labios el primer chupetón a su hongo hasta dobló los diez dedos que conformaban sus despellejados pies llenos de sabañones, a partir de ahí, pudo comprobar que la nena comenzaba a adquirir experiencia en cuanto a mamar vergas, chupaba la gruesa vara aplicado los pocos conocimientos que hasta ahora había obtenido en sus encuentros amorosos con él, esto lo llenaba de orgullo, saber que la nena conocía el proceso de mamado de verga gracias a él, los dulces labios frotaban muy delicado el sensible glande del pervertido, sintiendo este que se vaciaba en cualquier momento.

Rápidamente la boquita de la nena intentaba tragarse lo más que pudiera de tan descomunal verga, sus labios se deslizaban lentamente y muy suave sintiendo hasta la mínima rugosidad y vena pulsante que conformaba tan mórbido aparato, sin embargo la chiquilla veía que el miembro del viejo estaba pegado en medio de un enjambre de pelos, si bien el viejo le había dicho que se depilara pensaba ella que lo justo era que él también lo hiciera, recordaba que ese día que vio la película junto a él la mayoría de los actores estaba depilados al igual que las chicas, entonces se expresó.

-Don Marce, ¿porque yo si me tengo que quitar mis pelitos… y usted no?- preguntaba la nena después de darle una buena chupada a la tiesa verga, el viejo al principio no supo que contestar pero sabía que tenía que decir algo aunque le empezaba a molestar que la nena saliera tan preguntona, afortunadamente para él se le vino a la mente algo que bien podría resultar convincente.

-porque el vello en el hombre es prueba de su masculinidad, y la ausencia de vello en la mujer es parte de su feminidad, me entendes??- dijo el pervertido, la nena se quedó pensativa un ratito, con su mirada perdida hacia un costado para posteriormente regresar a de ese viaje a donde se había ido su mente regalándole al viejo una bonita sonrisa, si más dudas por el momento la nena se dispuso a seguirse atiborrando de verga.

El exquisito suplicio para Don Marce era terrible, se retorcía en su propia cama cual gusano lo hace en la tierra, su rostro demostraba el férreo aguante que estaba realizando para no correrse tan rápido, casi queriendo chillar y frunciendo sus ojos al punto de no ver nada, y es que quería seguir disfrutando aún más de la boquita de la niña, sus pies casi se hacían nudo debido a las placenteras sensaciones que la nena le estaba regalando, ella en tanto, se metía la verga lo más adentro que podía, bajaba su cabeza, con verga dentro, hasta que llegaba a esa parte que le indicaba que hasta ahí, ahogándose por momentos, tosiendo dificultosamente y dejando escapar cantidades cuantiosas de burbujeante saliva que iban a regar los matorrales pélvicos ubicados en la base del gran tronco carnal.

Después, pasaba al grueso tallo del ahuehuete, su carnosita lengua lamia el enfierado trozo de abajo hacia arriba mientras su manita lo sacudía, desde la peluda base hasta llegar a la corona del mismo siempre aferrándolo con una de sus manitas mientras la otra hacia a un lado la morena panza del vejestorio, ahí su lengua se batía con las exageradas cantidades preseminales que brotaban sin descanso de la gran abertura uretral y que a ella le sabían riquísimas, un sabor saladito y resbalocito.

Para esta niña no era nada repulsivo el estar remolinando su lengua en contra de la por demás lubricada cabeza vergal, al contrario, el fino y salado sabor producían en ella unas ganas inmensas por devorar hasta la última gota de lubricante natural, en ocasiones se podía ver su gusto a tan olorosa esencia que ella trataba de sorber el grueso tallo como si estuviera tomando una soda directo del popote, el pervertido en tanto miraba de reojo como su nena se comía la verga con unas ganas, comenzó a acariciarla de su cabecita y pelito, esto la hacía sentir a ella muy querida, muy amada, el saber que un hombre estaba disfrutando de sus orales servicios no hacía más que incentivarla que querer seguir haciéndolo disfrutar.

-lo estoy haciendo bien?, Don Marce- dijo la nena, Don Marce solo pudo ver un hermoso rostro acalorado y a medias sudar, y un par de coquetos labios que presentaban una faceta brillosa debido a que el líquido preseminal actuaba en ellos como una especie de brillo labial.

-lo estás haciendo riquísimo, los huevos Cassandrita, lámeme los huevos, anda mi niñaa- decía el desesperado y extasiado viejo, agarrando la cabecita de la niña y dirigiéndola a sus arrugadas bolsas, restregando el bello rostro de la nena en sus sucias y apestosa bolas de carne como si el rostro de ella se tratara de un estropajo.

Ante esta retorcida acción, la nena solo se dejó hacer sin oponer resistencia, sentía en su cuidado y perfecto cutis la sensación rasposa producto de la fricción de su rostro con las arrugada textura testicular, sentía gruesos pelos haciéndole cosquillitas en su piel, pero sobre todo, sentía el calor emanado por esas bolas de carne productoras de la ambrosiaca sustancia que tanto de gustaba.

Cassandrita veía como esas peludas bolas se encogían y expandían como si fueran a reventar, las veía muy arrugadas, casi de aspecto similar a como se ideaba al cerebro humano, solo que con pelos, gruesos y largos pelos encrespados, algunos cubiertos por una extraña sustancia amarillenta. El viejo poco a poco se iba abriendo de piernas, solo abriéndolas pero sin levantarlas exhibiendo sus pesadas peras, en este tiempo, la muchachita vio como en el espacio comprendido entre las bolas y las ingles una buena población de residuos negruzcos y plomizos permanecían adheridos a la aún más morena piel del vejestorio.

-anda mi niña, no siento tu lengua- decía el viejo ya casi al borde del infarto, su voz hasta se había feminizado de la emoción y por una gruesa formación de saliva que no podía bajarle del gañote y no lo dejaba hablar con la claridad que él hubiera querido, Cassandra en tanto, seguía arrodillada pero con su carita muy cerca de la parte íntima del viejo, de esta manera Cassandrita, sin querer, paraba muy coqueto el tremendo culazo que se cargaba.

A la jovencita le llegaba cada vez más fuerte el fétido hedor proveniente de las ingles del viejo, aun así bajó más su carita y sacando un poco la lengua logró darle un tímido pero salivoso repaso a esa cochina zona.

-uuuuuuujjjjjjjjjuuuuuuuu- el viejo casi se le salen los ojos con semejante lamida, que a pesar de haber sido solo una logró brindarle orgásmicas sensaciones que le causaron un escalofrió que le llegó hasta las uñas.

Para la nena, el sabor en un principio fue muy fuerte y rasposo, su boquita tardo para asimilar el rancio sabor al tiempo que sus labios se movían coquetos tratando de hallarle sazón a algo que ella ya hubiera probado, aunque esto no impidió que esa lamida fuera secundada por otra igual de salivosa, llevándose a la boca casi toda la concentración de residuos de esa ingle, por un momento se sumergió en las antihigiénicas partes del viejo para comenzar a saborearle por un buen rato toda la pelucera revuelta con sudor y quien sabe que más, para después, pasar a la otra ingle y hacerle lo mismo, una vez que Cassandrita consideró que las repugnantes partes del viejo ya habían quedado limpias procedió a engullirse las bolas peludas, se las metía a la boca cuidadosamente pues sabía que eran una parte delicada para los hombres, sentía la rasposa y rugosa composición de la piel en esa zona, la nena sin darse cuenta estaba siendo acomodada por Don Marce, quien había estirado sus manos apoderándose de sus nalgas para contraponer el cuerpecito de ella con respecto al de él.

La nena seguía saboreando las grandes pelotas, por momentos se las comía todas, dado que a pesar de la voluminosidad de estas le daba para atiborrárselas completamente, deslizaba sus labios a modo de sacárselas de la boca pero, cuando se las sacaba por completo aún seguían algunos pelos atrapados entre sus rojizos labios, a esta altura todas las sensaciones de asquillo y raros sabores provenientes de las mugrosas partes privadas del viejo ya habían desaparecido al gusto de la niña, quien seguía lamiendo las pelotas como si estas se trataran de un helado de doble sabor, no se cansaba de pasar lenta y sincronizadamente su lengüita por cada uno de los pliegues arrugados y base de estas.

Don Marce, quien seguía acostado, ya tenía el culo de la niña cerca de su cara, miraba los ligeros movimientos que realizaba su cuerpo cada que su carita se acercaba a dar otra lamida a los huevos así como el brilloso trasero que se cubría por centenas de gotas de sudor, algunas rodando cuesta abajo por esas tremendas posaderas, la niña en tanto no paraba de lamer, parecía como si se hubiera enviciado, y es que mientras lamia, su joven e inocente mente sacaba otras conclusiones.

Cassandrita escuchaba al viejo gemir o quejarse placenteramente mientras ella le lamia sus partes, recordaba lo bonito que ella sintió cuanto el viejo se dedicó a darle su primera y muy rica comida de bollo (ella no se expresaba así de su sexo) e imaginaba que el viejo muy posiblemente sentiría igual de exquisito, esto era corroborado por los bestiales gemidos que se pegaba el viejo, gemidos que en ocasiones parecía como si estuviera agonizante, así que la nena, en su intento por regresarle un poquito del placer que el viejo le había dado en estos últimos días, aumentaba sus lamidas y chupadas con toda la intención de dejarle los apestosos huevos al viejo como verdaderas pasitas.

La nena seguía lamiendo las bolas, en ocasiones solo remolinaba su lengüita sobre la áspera piel, o a veces las lamia desde más allá de la base, pudiendo ver el nacimiento de las peludas nalgas del viejo y como estas se fruncían ante cada lamida.

-ahhhhh, abre las piernitas mi niña,- dijo el viejo, después de casi 20 minutos de recibir la mejor lamida de huevos que en su vida jamás imaginó algún día recibir, la ruborizada Cassandrita con sus ojitos cerrados obedeció sin reparo y sin saber que el viejo se la estaba acomodando para acoplarse junto con ella en un 69.

Cassandra abría sus muslos y, como sabiendo lo que le tocaba, depositaba cada una de sus rodillitas en los costados de la fea y pervertida cara de perro caliente del viejo Marcelino, para de este modo, exponerle a escasos 30 centímetros toda la rosada y jugosa belleza de su panochita, por un momento el viejo pareció haber quedado en trance admirando algo que nunca antes nadie más había podido reverenciar, la nena seguía sonrojada masturbando al viejo y de vez en cuando lamiendo delicadamente el glande, sintiendo la pesada respiración del viejo allá abajo en sus partes, el viejo sin pensarlo mas se abalanzó a devorarle el bollo como un desesperado, hasta hacia sonidos perrunos y gruñidos porcinos no porque quisiera verse u oírse asqueroso sino por no poder controlar su propia calentura, estaba fuera de sí mandándose lamidas en cualquier dirección, la panochita de Cassandra sudaba en lubricantes de la misma medida como lo hacían las axilas y pies del veterano.

-mmmm, ahhhhhyyy, Donnnn Marceeeee que ricccooooooooo- dijo la nena cuando sintió los depravados besuqueos sobre su intimidad, besos que después se fueron convirtiendo en cochinas lamidas, lamidas que después se fueron traduciendo en constantes y desesperadas penetraciones linguales.

-ggrrrrr, grrrrrr, grrrrrrrrr- el viejo parecía un verdadero perro al cual no se ha alimentado en días, prácticamente su boca estaba cosida a la panocha de la nena y se movía succionantemente haciendo graciosas formas con su negra boca.

El viejo se aferraba de la cintura y caderas de la niña para de este modo poder levantar su espeluznante cara y llegar a cometer su desequilibrado propósito, prácticamente cogerse con la lengua a una ruborizada colegiala que había dejado de lamer y se dedicaba exclusivamente a gemir como la hembra que era, esto enloquecía al viejo hasta niveles más allá de la insania mas mórbida, el escuchar como esa pequeña jovencita gemía como las putas de las pornos lo calentaba mucho más de lo que lo hacia el Astro Padre, a ella le encantaba esto, era quizás (junto con la penetración vaginal) de toda la relación amorosa con su viejito lo que más le gustaba y sin esperar más, se lo hizo saber.

-mmmm, Don Marce, que ricooo, me gusta, me gusta muchooooo- la inocente Cassandrita se entregaba nuevamente a los sucios y retorcidos planes que el depravado y cochino viejo tenía en mente para esta noche, meterle la verga hasta dentro.

-de veras te gusta? mi niña gggrrrrrhhhhh, mi princesita hhhooooorrrdddddd, mi chiquitaaa rica jejejeje- en el pervertido rostro del viejo no podía verse otra cosa que no fuera lujuria, no paraba de puntear lingualmente a la nena y en ocasiones jaloneaba con sus bembas de sapo los sensibles pliegues vaginales con todo y clítoris como si de a de veras se los quisiera arrancar.

-si Don Marceee, me gustaaaa, todo lo que usted me hace me gustaaaaaaa, ahhhhhhhhhhhhh- dijo la nena pegando un fuerte gemido pues la lengua del viejo le batía exclusivamente el clítoris en ese momento, lo aplastaba con toda su fortaleza lingual y lo lameteaba de la manera más cerda posible, el viejo entonces aprovechó la situación para seguir atacando verbalmente a la nena, sabía que estaba caliente y esto la hacía decir cualquier cantidad de leperadas.

-y que más te gusta?, te gusta cuando te la meto? jejeje- no se media en sus palabras al hablar su cochino lenguaje, pero el muy astuto sabía que la nena estaba lejos de ofenderse o enojarse con la manera tan vulgar en la que él se expresaba en esos momentos.

-mmmmm, si Don Marce, eso también, me gustaaa- la chiquilla trataba de cubrir sus gemidos con una de sus manitas transformada en puño.

-eso que? mi niña- el viejo volvía a zambullirse en ese mar de néctares que ya brotaban como cascada.

-eso, cuando me la meteeeee, y me hace asiiiiii, mmmmm- dijo la nena haciendo un movimiento copulatorio con su pelvis, como si fuera ella la que penetrara a alguien, en realidad estaba demostrando el gusto por las embestidas del viejo pero al hacer esto ella misma le refregaba la concha a tan malnacido sujeto.

-aggghhhh, se nota mi niña, tienes la concha hecha agua- decía el viejo a medias, pues su boca ya se estaba inundando de néctares vaginales.

“me vas a ahogar con tanto jugo, puta caliente” pensaba el casi calvo viejo.

-aaayyyyyyyyyyy, Don Marceeeeeeeeeeee, me venngoooooooooooooo- en ese momento Cassandrita estaba siendo víctima de toda la exquisita maestría lingual del viejo, y esto se vio reflejado en un potente orgasmo que sacudió de pies a cabeza a la señorita.

El viejo, por lo tanto, atrapó las temblorosas caderas de Cassandrita para después ensamblar su cochina boca de manera perfecta en el escurrido bollo, el cual, comenzó a descargar toda la acumulación de líquidos agridulces dentro de las fauces hambrientas del pervertido como si lo estuviera drenando de combustible, mientras este degenerado se dedicaba a sorberlos de la manera más repugnante, pervertida y desequilibrada posible, no dándose abasto puesto que los jugos comenzaron a brotarle y fugársele de su boca cayendo en las sucias cobijas e impregnándose en ellas.

Cassandrita recostó su hermosa carita sobre el peludo y abultado vientre del viejo, esto debido a que no pudo aguantar la exquisitez de las contracciones orgásmicas sumado a las cochinadas que le hacia el viejo allá abajo que terminaron por derrumbarla, sin embargo, su culito permanecía erigido, siendo aferrado por el viejo devorador de panocha quien no se daba abasto con tantos infinitos jugos, su cara se batía, chocaba y salpicaba contra la chorreada vagina que casi orinó jugos, a esto la nena solo gemía con sus semicerrados ojitos casi en blanco mientras de vez en cuando se acordaba que su manita se estaba aferrando de una verga y procedía a darle algunas, pero muy débiles, despescuezadas.

Cuando el orgasmo y los temblores en el cuerpo de Cassandrita desaparecieron, ella pensó que ahora seguiría la también gustada penetración vaginal, sin embargo el viejo volvió a fundir su boca solo para volver a emitir movimientos degustativos con su lengua dentro de la delicada y recién chorreada zona íntima de la chamacona, repasándolo todo, el viejo lograba arrancar algunos restos de tan celestial corrida atorados muy dentro de su panocha.

La nena comenzó a sentir tan rico que ella misma empezó a dar ligeros acercamientos vulvales consistentes en mover ondulatoriamente sus caderas para que estas hicieran chocar o frotar su vagina contra la salida lengua del vejete, él en tanto, abría sus desproporcionados ojos solo para ser testigo de cómo una rojiza y palpitante panocha completamente depilada y brillosa por jugos y babas se acercaba cada vez con más vigor y cuando impactaba contra su lengua podía notar como esta atravesaba un reducido pero a la vez resbaladizo conducto. Una vez dentro el viejo se aferraba con todas sus fuerzas de las caderas de la nena atrayéndola lo mayor posible hacia él, sacaba su lengua lo más que pudiera, como si su lengua se quisiera desprender de su boca, para de este modo intentar reclamar los terrenos vaginales más alejados que pudiera alcanzar y no salirse jamás.

Un segundo e imprevisto orgasmo sacudió a la descarriada chiquilla quien volvió a avisar a su viejito que se vaciaba, esta vez el viejo dejó que toda la lubricante concentración cayera sobre su demacrado rostro, para después remolinar sus dedos dentro de la panocha llenándolos de jugos restantes y llevarlos a su boca para chuparlos como si se estuviera saboreando el más fino de los platillos, pero no acabó ahí, el viejo quería más, para esto Cassandrita había sentido que en esa última corrida se había orinado puesto que la descarga fue tal que fue casi comparada a la cantidad de líquidos que expulsaba cada vez que miccionaba, sin embargo ella misma llevó sus manitas para cerciorarse corroborando que estaba equivocada.

Pero antes de esto, mientras Cassandrita sufría las acaloradas y electrizantes sensaciones que la recorrían de todo su desarrollado cuerpecito y que la llevaron a derramarse, el viejo verde quien estaba debajo de ella experimentaba la caída de la más agridulce lluvia sobre su sudado rostro de violador, primero un pequeñísimo chorro salió disparado procedente desde una zona cercana a donde se encontraba coordenado el botoncito de la potencial zorrita, el viejo fue tomado por sorpresa por dicho chorro el cual impactó con la potencia de una pequeña pistola de agua.

Sin embargo un segundo y poco más potente chorro salió de esa misma ubicación, chocando exactamente en donde los ojos del viejo obligaban a apretarle la piel formando una enorme arruga vertical que casi surcaba toda su frente hasta perderse en el pequeño mechón de pelos grasosos que sobrevivían arriba de la frente del embustero.

Pero el sinvergüenza vejete, premeditando que la joven hembra musloabierta que tenía arriba de él gracias a los auténticos relinchos que esta se pegaba intentándolos ahogar infructuosamente en la peluda panza nuevamente de él volvería a vaciarse, miraba sigilosamente esa zona en donde según sus conocimientos en materia orgásmica femenina se llevaría a cabo el lanzamiento de un tercer chorro que saldría con más potencia que los anteriores.

Y así fue, después de un pequeño tembeleque manifestado en los músculos vaginales de la pequeña Cassandra un violento chorro de jugos y néctares con todo y pulpa salieron eyaculados como si de una manguera se tratara acompañados de un escandaloso gemido por parte de la jovencita quien comenzó a temblar anormalmente hasta que su bullicioso grito se comenzó a entrecortar debido a que los temblores que la nena sufría en el cuerpo le habían alcanzado a sucumbir hasta las cuerdas vocales.

El jubiloso viejo abrió su bocota llena de dientes amarillos y alguno que otro desarrollando una carie que ya prácticamente cubría el 90% de la pieza dental para recibir la cuantiosa descarga nunca antes experimentada por la bella y angelical Cassandrita, el rostro de niña inocente y la pureza que la distinguía desaparecieron en milésimas de segundo, su cándido rostro cambio drásticamente, sus ojitos casi se pusieron en blanco, su lengua se salió hasta casi llegarle a la barbilla, su carita se puso extremadamente roja y sus cejas se fruncieron demostrando el nivel de calentura máxima por el que atravesaba.

Fue en ese momento que la poderosa descarga salió desde lo más profundo de la bella doncella para recompensar al macho dándole a probar sus mejores y más afrodisiacos caldos vaginales los cuales cayeron directo a la sucia boca, Don Marce trataba de no desperdiciar ni una gota de esa milagrosa mezcla vaginal la cual tenía un brillo excelso y plateado que irradiaba a medida que esta iba cayendo como si se tratara de orina, así hasta que la aplicada estudiante terminó de desbordarse aun pegando el alaridoso grito que ya llevaba algunos segundos sosteniéndolo en su diafragma para terminar de desplomarse arriba del degustador de sus curvas número uno.

Después de que Cassandrita volvió en sí, ya que de la debilidad que la sucumbió se le nubló hasta la vista, experimentó una atroz comenzó en su agridulce bollo, tan empapado que los líquidos cubrían hasta sus muslos, podía sentir el deslizamiento de algunas gotas de su corrida por sus piernas y muslos, quería rascársela con algo, la nena bien pudo haberse rascado su panocha con su manita pero en eso sintió que la nariz de mango del viejo rondaba por los alrededores y aprovechó para darse una serie de sus mejores refregadas de concha en contra de la enorme y cacariza nariz, mientras tanto el pervertido evidenciaba en toda la atmósfera que lo rodeaba una apestilencia a jugos y bollo empapado, pero que lejos de incomodarlo lo alentaban a mover su nariz de arriba hacia abajo regalándole a Cassandrita nuevas sensaciones que la volvían a hacer gemir como toda una putita en celo para después de manera lenta ir subiendo su barbilla y sacando su serpenteante lengua con toda la intención de volver a devorar esa humeante panocha.

Ya no había necesidad que el viejo la atrajera hacia él, ahora Cassandrita se ensartaba por voluntad propia en contra de esa infernal lengua que la llenaba de babas y cuya boca se había acoplado como si una estuviera hecha de manera perfecta para encajar en la otra demostrando lo caprichosa que había sido la naturaleza al recrearles las medidas exactas a este par en cuando a boca y concha, después de otro buen rato de estar chupando bollo y jalando pliegues vaginales como un desaforado el viejo detuvo estas femeninas arremetidas debido a que su lengua se estaba acalambrando, una vez que se pudo chispar la boca del viejo seguía unida al sexo de la nena por incontables hilos de lubricantes y babas que impedían a toda costa que ambos órganos se distanciaran.

El pervertido se dedicó a contemplar la feminidad de su niña, con sus dos manos abría la suave papayita como si se tratara de una flor, contemplaba los internos labios vaginales, aquellos que tan rico le apretaban la verga, visualizaba el oscuro y en extremo reducido túnel que lo llevaba al fértil útero o matriz de tan desarrollada señorita y hasta el mismo se preguntaba¿cómo vergas es que mi miembro puede caber por ese espacio tan estrecho?, así como también, ojeaba o se comía con la vista el estimulado, erizado y colorado botoncito que coronaba el sexo de Cassandrita.

Después de una larga y profunda aspiración al bollito de la nena el viejo daba por sentado que ya era mucho 69 por ahora, y si bien tenía toda la noche para disfrutar de los placeres de la carne, ya desesperaba por meterle hasta el fondo su maloliente verga a la inocente niña.

—————————

Mientras esto pasaba en el caluroso cuarto de Don Marce, lleno de bolas espermatizadas regadas por donde quiera e imágenes sugestivas de mujeres en poca ropa cubriéndolo todo dejando espacio únicamente para los contactos de las clavijas de aparatos eléctricos y electrónicos. Lejos de ahí, en la casa de la nena, el reglamentario padre de la colegiala llegaba después de un arduo día de trabajo, se había llevado a cabo una pequeña reunión informal entre trabajadores a la hora de receso en la empresa donde él laboraba, todos y cada uno de ellos enorgulleciéndose y sacando el pecho platicaban en cuanto a logros académicos alcanzados por sus respectivos retoños, la mayoría varoncitos.

Al respetado señor le daba orgullo extra que su hija, a pesar de lo hermosa que era, también había salido de buena cabeza, mucho más que los herederos de sus compañeros de trabajo ya que Cassandrita tenía más reconocimientos, había aparecido más veces en el cuadro de honor, contaba con el segundo mejor promedio en este semestre de los ahí reunidos, e incluso había representado a la escuela en algo de ortografía, siendo saludada por el mismísimo supervisor de la zona escolar, cosa que la remarcaba del resto de los hijos de los trabajadores con los cuales su señor padre en esos momentos platicaba.

Por esta razón, olvidándose de que en un principio su mayor ilusión era la de tener un primogénito varón, el suegro de Don Marce deseaba llegar a su casa con la ilusión de abrazar a su pequeña e inteligente hija.

-mi amor ya llegué, y Cassandra?- preguntaba el papá, en parte también porque siempre que él llegaba veía a su encantadora hija en la mesita de estudio, al lado de la sala de estar, aunque era viernes, pensó, ese día por lo general estaba en su cuarto.

-habló, que dice que se iba a quedar en la casa de su amiga, Lupita, la niña que luego la viene a dejar en una moto- respondía la señora.

-mm, ya veo, ¿y los padres de esa niña… estuvieron de acuerdo con ello?,-

-no se amor, a mí solo me marcó ella, pero… me imagino que si-

-la llamaré para ver cómo está- dijo su padre sacando un celular de su bolsillo al tiempo que acomodaba una de sus piernas sobre la otra y llevaba dicho dispositivo directo a posicionarse cerca de su oreja derecha.

Unos pocos minutos antes de esto, la risueña Lupita hablaba por teléfono con Armandito, el niño quería saber, por centésima vez, cual había sido la reacción de Cassandra con respecto al peluche.

-y… y… y… cual fue la cara que puso?- el niño emocionado preguntaba hasta por el mínimo gesto en el rostro de su enamorada.

-este… e… se emocionó mucho, dice que le gustó mucho, pero que le gustaría más conocer a la persona que se lo envió- la dulce Lupita le enviaba algunas indirectas y empujoncitos para ver si de una vez este niño se decidía a ir más allá por el mismo, y a ver si ya dejaba de preguntarle siempre lo mismo.

-de veras?, eso te dijo?, asu es que no se… si esté listo- era por demás notorio el nivel de inocencia, por no decir otra cosa, con el que se expresaba el jovencito.

-sí, de veras, ay Armando,- la niña, ya toda enpijamada, hacia un gesto como de desmotivación.

-y… y… pero tú que me recomiendas?, crees que ya es hora de que le diga algo?, y en caso de decirle, que le puedo decir?, ayúdame Lupita, no seas-

-mmm, mira Armando, tampoco puedo interferir por ti hasta el grado de conseguirte una cita con ella, eso tendrás que ingeniártelas tú, yo ya cumplí con hacerle saber que hay alguien que la quiere en serio y estoy cumpliendo aún más poniéndola al tanto de todos los presumidos calenturientos del salón que solo la quieren pero como… en una manera de exhibirla en la calle más como un trofeo… que como una novia-

-ahhh,- el joven se quejaba y desilusionaba un poco, pero casi al instante su mente se iluminaba.

-ya sé, en la tarea de fin de semestre, ahí aprovecharé, pero tendré que ir a su casa, se vería mal que yo la hiciera venir hasta acá, eso no es de caballeros, no… no… no…, Lupita porfa pásame su dirección-

-mejor pídesela a ella, para que no note raro que tú ya te la sabias- decía la tierna jovencita viéndose en un espejo, por un momento envidiando a su mejor amiga en cuanto a belleza así como también notando como de entre su pijama unos pequeños pechitos ya florecían con las medidas no tan voluptuosas como su amiguita pero si llamativas a la vista del público masculino.

-pero ya se la pedí una vez y no me la quiso dar qué y que se sentía mal y sus papás no estaban-

-pues que sea un día que si estén, así te vas familiarizando con tus suegros jijijiji, tu dile, verás que si te la pasa, va a ser para una tarea, además de que te tiene en el concepto de un niño serio-

-ahh si verdad jeje, pero orita no, todavía falta, mientras voy a pensar todo muy bien-

-mm, bueno Armando te dejo porque no demoran en marcarme- dijo Lupita esperando ansiosa e ilusionada la llamada de un muchacho que la había estado cortejando los últimos días mientras Armandito se emocionaba tanto que cualquier canción melosa que escuchara le recordaba a su adorada.

————————

En la desarreglaba cama de Don Marce, la contrastante pareja ya se había posicionado para llevar nuevamente a cabo una de sus calientes posturas coitales, la nena yacía boca arriba con sus piernitas abiertas y bien levantadas, sus potentes muslos ligeramente flexionados hacia ella para permitirle lo mejor posible el acceso a su macho, este en tanto, mantenía una postura similar a como si estuviera haciendo lagartijas, apoyándose en la cama con los dedos de sus pies y los puños de su mano, o más bien un puño, ya que la otra mano aferraba el caliente y pulsátil instrumento apuntándolo en contra de la entrada vaginal de la nena.

Ella en tanto veía casi con amor, como la concentración era clave en el corrompido rostro del viejo, lo veía sudando, sacando ligeramente la lengua, y con un par de venas sobresaliendo de sus sienes, era por demás visible la cada vez mayor pérdida de capilaridad en su cabeza, el viejo por su parte, veía el hermoso, ruboroso, blanquito y candoroso rostro de la niña frunciéndose cada que el viejo pasaba su oloroso glande por sobre su sensible botoncito, para hacer más contraste entre esta pareja el azulado cabello de la nena era tan abundante que este tapaba completamente la almohada en donde ella descansaba.

Esta vez el viejo no esperó a que la nena le pidiera que la penetrara, él mismo comenzó a ejercer presión sobre la escurridísima conchita, la resistencia que esta ofreció era casi comparada a cuando la primera vez, el sudoroso viejo volvía a sentir las estrechas y casi impenetrables paredes impidiéndole el avance, transpiraba como porcino asustado debido a las importantes fuerzas que se traducían en colosales pérdidas de energía solo queriendo lograr embutirle a la niña su violetáceo glande, hasta que al fin, después de algunos minutos, volvía a sentir como su equino miembro se abría paso lentamente en esa ahora pelada conchita.

A medida que la panocha de la agitada Cassandra se comía lentamente los centímetros de tan gruesa salchicha, el viejo desconfiguraba cada vez más retorcida su ya de por si horrenda cara, viéndose como sus pervertidos gestos aseguraban el placentero disfrute sexual mientras hundía su verga, mientras la nena ruborizaba su carita y la fruncía aún más, así hasta que después de un certero y poderoso empujón la pareja quedó perfectamente ensamblada, y esto se notó debido a que la verga del viejo ya no podía sumirse ni un milímetro más, los babeados y morenos huevos hacían contacto directo sobre la colorada piel ubicada debajo de la abultada panocha.

Toda esta perforación a la nena le pareció casi eterna, el dolor que nuevamente experimentó su panochita fue intenso, pero, ahora que sabía del placer sentido una vez que el viejo empezara a moverse lo soportó con toda la paciencia e ilusión del mundo, en todo el tiempo que duró la lacerante penetración la pequeña princesita nunca pudo juntar sus labios, estos siempre permanecieron abiertos debido a la expectación y el efecto reacción que causaba la lenta perforación.

El viejo acomodó ahora si sus dos brazos formando una prisión con ellos para su amada, y estaba por mandarse sus más descabelladas arremetidas en contra de la dulce papayita cuando, es eso, la caliente pareja fue sacada de su mundo de caramelos por un sonido proveniente de un celular, el empalagoso tonito hacia obvio que no pertenecía al viejo, el celular que sonaba era el de la nena…

La nena veía como la pantalla de su celular alumbraba, quiso desclavarse del viejo pero este no se lo permitió haciéndole esa negativa seña con su dedo índice y riéndose descaradamente, solo le acercó el aparato para que ella pudiera ver quien la solicitaba, la nena veía con un profundo miedo como arriba del dibujito de un teléfono aparecía la leyenda “Papá”.

-¿Quién es?- preguntó el viejo, con un claro indicativo de molestia en su cara aprovechando el tiempo fuera para secarse el sudor de su arrugada frente.

-m… mi… mi papá- dijo la tartamudeante y aterrorizada nena pensando que ya le habían caído en la movida.

-jejejeje, pensé que nadie nos molestaría, mi amor- dijo el viejo, ya más serenado pero terriblemente excitado, tallando los suaves cachetitos de su penetrada amante, para esto la llamada ya había terminado y ahora se exhibía la leyenda de “llamada perdida”.

Pero pronto la pareja fue asaltada por otra insistente llamada, nuevamente el padre de Cassandrita marcaba al número de su hija con la intención de que esta vez su encamable y ya desvirginado retoño si respondiera, la atravesada nena sudando a mas no poder arrebató al viejo su celular pero antes de que realizara cualquier movimiento fue cuestionada por el viejo.

-¿Qué vas a hacer Cassandrita?- decía el viejo, sin regalar ni un centímetro vergal fuera de la enchufada chiquilla, por momentos hundía más su terrorífico falo.

-ahhh, responder, uuuhhh, responderle a mi papá, sino me va a regañar- dijo la nena con el sonoro aparato entre sus delicados dedos, podía sentir la desproporcionada desmedida tanto vergal como glandeal creciendo desincronizadamente dentro de ella, inflándose hasta casi presentir que la reventaría por dentro o le abultaría el vientre con tanta carne brotada de quien sabe dónde, una escalofriante risilla maniaca se formó en la lastimosa cara del pervertido, la lengua del viejo podía verse desplazándose sobre sus amarillos y cariados dientes.

Pero si bien el viejo ya se había botaneado a la dulce chiquilla mientras esta hablaba por celular con su mami, en este momento sus demoniacas intenciones no consistían en hacer lo mismo con el padre de Cassandrita, un señor mucho más joven que él.

-jejeje, déjalo que suene, no le contestes- dijo el viejo encomendándole otra de sus órdenes, no le emocionaba tanto el hecho de cogerse a Cassandrita en las narices de su padre en esas circunstancias, tan cerca pero a la vez tan lejos, en ese momento lo enyamaraba terriblemente la idea de que la niña lo obedeciera más a él, un viejo morboso y feo con quien la mocosa apenas tenía unos meses de haber entablado su primera plática que al hombre que aportó para darle la vida y la cargó entre sus brazos el día de su nacimiento.

-pero… Don Marce- la dulce boquita de Cassandra fue sometida de manera delicada por uno de los dedos del viejo, depositándolo suavemente arriba de sus carnosos labios a manera de indicarle que guardara silencio, este tuvo que implementar todos sus atributos actorales para sacar su mirada más galanesca y su sonrisa más cautivante, pero, a pesar de que sus semblantes eran más falsos que un atún boliviano, para la niña era por demás convincente el rostro novelesco y demostrativo del amor que él sentía (disque) por ella.

-shhh, shhh, Cassandra, no le contestes, hazlo por mí, mi amor- dijo el viejo y volvió a fusionarse en un morboso beso lleno de lengua con su enamorada, ella lo correspondió pues sus besos le sabían como si fuera la miel más dulce, soltando el celular debido a que sus deditos se aflojaron y se dirigieron a acariciar los rasposos cachetes del pederasta llenos de pelos canosos, entregándose completamente a esos pervertidos besos que la hacían suspirar de amor, mientras el aun sonante celular caía delicadamente en el colchón de la cama.

A raíz de esto Don Marce aprovechó para comenzar, ahora sí, con su serie de aserruchadas en contra de la delicada rajita de la nena, era por demás inverosímil como es que ese espacio tan reducido podía albergar tan desmesurado grosor, sin duda Don Marce debía de estar agradecido por estar tan bien equipado por la madre naturaleza.

Los embates comenzaron sin ningún tipo de respeto o consideración hacia su bella amartelada quien yacía con su carita fruncida y sus ojitos cerrados recibiendo todo el amor mientras el viejo tomándola de la cintura, enterraba lo más profundo que podía su venuda espada, ella en tanto levantaba aún más sus muslos, cuidando la posición de estos pues sentía como perdían potencia en cada arremetida, una tercera llamada por parte de su padre se escuchaba, pero Cassandrita estaba tan entregada a la cogida que le pegaba su macho que esto pasaba a segundo término, solo volteó tímidamente a observar el aparato que yacía centímetros de donde se la estaban botaneando abriendo levemente sus ojitos para después cerrarlos y volver a ladear su carita en la posición en que la tenía.

Lo que si hacía la niña, aparte de cuidar la posición de sus muslos, era por momentos acariciar el deforme cuerpo de su lombriciento macho, tallarle su feo rostro o regalarle sus más femeninos gemidos y suspiros dedicados especialmente para él, mientras lo miraba con unos entrecerrados ojitos mitad inocentes mitad cachondos al tiempo que una tierna risita adornaba sus sensuales labios.

El enloquecido viejo dejó caer su cuerpo contra el de su doncella y procedió a comérsela a besos, quedándose quieto en cuanto a penetradas me refiero por un momento pero con su verga bien adentro de ella en un periodo de descanso sugerido por él mismo, estaba por demás sudado y agitado, igual que la muchachita quien su respiración delataba lo adrenalizada que se encontraba, ambos ejercían movimientos salvajes de succión de bocas, juntaban sus labios y los aplastaban contra los del otro (a), se abrazaban y apretaban hasta donde sus fuerzas les alcanzaban, acariciaban todo el cuerpo de su contrincante, el viejo manoseando principalmente esas tetas que tanto abultaban bajo cualquier blusa que la nena se pusiera.

De repente las tomó, cada una en una de sus arrugadas manos, y comenzó a lamerlas desde la base hasta la colorada punta como si estas estuvieran hechas de caramelo, sintiendo su perfecta redondez y saboreando su salado sabor producto del sudor que las cubría, sudor que cubría todo el cuerpo de Cassandrita y que la hacía brillar exquisitamente, y que decir del viejo que chorreaba del salado líquido, sendos ríos de sudor surcaban por su cuerpo buscándose camino entre las arrugas y sumideros que presentaba su desproporcionado cuerpo, el viejo miraba como los pezones de la niña estaban tan puntiagudos que fácilmente le sacarían un ojo, y no pudo evitar engullírselos para después comenzar a succionar como si fuera un pequeño y hambriento ternero.

Después de tanto mamar chiche a lo bestia, el depravado prosiguió con sus ofensivas en ocasiones dejándosela ir con todas sus fuerzas haciendo que sus mayúsculos huevos impactaran una y otra vez en cada aserruchada que se mandaba en contra del espacio que separaba la panocha del culito de la bella princesita, la nena casi se sentía morir cuando el viejo se portaba tan violento con ella, sentía que todas sus femeninas fuerzas abandonaban su cuerpo dejándola a merced del pederasta, pero era esta misma brusca fortaleza lo que la hacía confundirse aún más.

En su joven mente especulaba que, como mujer, debía de portarse sumisa, complaciente, obediente y principalmente muy femenina, y que Don Marce al ser el hombre tenía que mostrar su fortaleza a la hora de intimar con ella, pensaba que esta tosquedad era parte del cortejo efectuado por el macho para demostrar que era digno de merecer a tal hembra, que su fortaleza era lo suficientemente adecuada para protegerla ante cualquier peligro y que dicha fortaleza tenía que ser demostrada a la hora de aparearse con ella, esto, sin que la nena pudiera comprender muy bien o darse cuenta de la situación a la que su joven mente la arrastraba, la hacía sentir y comportarse mucho muy hembra.

Mientras Cassandrita seguía siendo acuchillada por tan profunda y carnosa navaja, el viejo también manifestaba sus propias teorías y después de pensar mucho había llegado a la conclusión de que la nena se sentía coitalmente atraída hacia él, sino no se estuviera revolcando con un viejo de apariencia sesentera y prácticamente pelón, y esto le daba a pensar hasta donde la nena era capaz de llegar con tal de demostrarle el supuesto amor que en ella se había desarrollado, pero el viejo predecía muy bien que esto no se trataba de amor, sino el gusto por una buena verga lo que hacía a la chiquilla comportarse de esa manera, además recordaba esa frase que le produjo cosquillas hasta en su verga y estaba interesado en saber cuál hubiera sido la culminación de dicho enunciado en caso de este haberse consumado.

-Cassandrita ahhh, recuerdas que hace ratito ahahahah, dijites que me querías, hhoooohhh- dijo el viejo, sin embargo la frase estaba complementada con lo que él se imaginaba, ya que la nena la había dejado a medias.

-ahhh, Don Marceeeee, yo nooo me acuuuuuerdooaahhh aaayyyyy, lo que seee, es que estoooo, esto se sienteeee bonitoooooo- dijo la nena sintiendo al máximo las acometidas al tiempo que depositaba tiernamente una de sus manitas en el pecho de su hombre.

-no te hagas oohhhggg, no lo dijites así, perooo por ahí ibaaa, verdad??,  uhhhh que ricooo me aprietas la vergaaaa, mi niñaaaaa- el viejo apretó un poco la velocidad de sus embestidas para que Cassandrita hablara más con la calentura que con su razonamiento, además de no medir su albañilesco lenguaje ante la letrada chiquilla.

Las sucias acuchilladas eran tales que la verga del viejo apenas y se divisaba cuando salía de la jugosa papaya de la niña, llegándose a velocidades tan inverosímiles en donde la verga de Don Marce entraba de dos a tres veces por segundo, el viejo para esto se había abierto mucho de patas sosteniéndose casi con los dedos gordos de sus pies mientras levantaba un poco su desinflado y sudado culo lleno de enroscados pelos negros que le cubrían prácticamente toda la acanelada raya, la pobre panocha de la chiquilla estaba hecha un océano de jugos, el viejo para aumentar su (de ella) calvario y calentura decidió jugar con su hinchado clítoris, bajando una de sus manos y estimulándoselo rítmicamente, y casi estirándoselo desde su lugar, el pervertido casi se lo quería arrancar, esto solo hacía que la nena sintiera corrientes eléctricas recorriéndole hasta los huesos mientras su boquita se movía graciosamente temblorosa al tiempo que sus ojitos se desbordaban en lágrimas.

De este modo el cerdo quería seguir inculcando las lecciones de vulgarización a la nena, y hacer que esta completara esa oración que dejó pendiente, quizás si la atacaba otro poquito podría lograr su malvado cometido, si bien en la cogida anterior Cassandrita ya le había dicho a Don Marce que lo amaba, al parecer el viejo la quería escuchar decirle eso en cada revolcada que se pegaran.

-Cassandrita, anda, dime lo que me ibas a decir, que tú que??, que tú me qué??- el mañoso viejo aparte de que le hablaba muy cerca de su oído se dedicaba a seguirla toqueteando de su sensible botoncito, para esto el celular de la nena ya no volvió a sonar, al parecer el papá de la niña había desistido pensando que si hija muy probablemente estaba entretenida con su amiguita viendo alguna película.

-Don Marce yooo, ahhhh ahhhh, ahhhh- le nena sentía que el corazón se le salía de su pecho, estaba hecha un mar de dudas, quería soltárselo pero le daba mucha pena o quizás aún pensaba que estas emociones no eran normales ni adecuadas para una nena de su edad considerando precisamente la edad del viejo verde, pero el nacimiento de un intenso orgasmo que se formaba en su vientre parece haber sido el estímulo suficiente para decirse ella misma “ay dios, creo que me estoy enamorando

Pensando esto la niña se sonrojaba aún más, miraba al pervertido viejo con sus tiernos ojitos y le dedicaba una hermosa sonrisa con esos labios que estaban para devorarlos.

-dimeeee!!- dijo el oxidado viejo mandándose una de sus más mortíferas apuntaladas de la noche, escuchándose el desquiciante y encharcado sonido de los sexos cortejándose.

La nena arrugó su carita muy placenteramente, se llevó uno de sus deditos a sus labios y sin pensarlo más lo soltó.

-Don Marceee, yo… yo en verdad… lo amooooo, lo amoooooooo!!!- gritó la nena a todo pulmón, si bien ya le había dicho esto la cogida anterior, en aquella ocasión ella misma reconocía que había sido más por calentura, en esta, según ella, se lo decía con todas las fuerzas de su corazoncito, la niña estaba completamente entregada en cuerpo y alma a su viejito.

-jejejeje, de veras mi niña- el orgulloso viejo reía más que nada por lo pendeja que podría llegar a ser la chiquilla, como es que podía pensar todo eso solo con que su bollo se calentara y se llenara de verga, en verdad que era una putilla en pleno ascenso, se decía para si el asqueroso sujeto mientras seguía penetrándola como si quisiera desquebrajarle los huesos de la pelvis.

-siiii Don Marceeee!!!!, en verdad lo amooooo!!!!, estoy enamorada de usteddddd!!!!- gritaba la chiquilla, declarándole los sentimientos a los que ella había llegado después de tanto estar meditando estos últimos días sola en la oscuridad de su cuarto y en el momento en que la actual cogida se llevaba a cabo.

“jejeje, que pendeja chiquilla, se nota que ya no les dan ácido fólico a los niñas de hoy en día, sigue así putilla caliente que las nenas como tú terminan paradas en las esquinas o ficheando en alguna cantina jejeje, voy a dejar de metérsela tantitito a ver cómo me la pide” eran los cínicos pensamientos del viejo.

La chiquilla notó que el viejo había dejado a someterla coitalmente, esto impedía que pudiera sentir rico y que se siguiera formando el riquísimo orgasmo que hace poco amenazaba con llegarle en cualquier momento, así que se atrevió a solicitar que se le siguiera penetrando.

-Don Marce, por favor, siga, sígame haciendo el amor- dijo la nena con sus ojitos brillosos en enamoramiento y sus sensuales labios adquiriendo la forma como de dar un beso, arriba de sus labios y debajo de su respingada naricita podía verse una pequeña concentración de sudor formando un minúsculo lago.

-jejeje, mi niña, tengo que decirte algo- dijo el viejo, sin sacar en ningún momento su fétido taladro, el cual descansaba cómodamente apretado entre la vagina de la jovencita pulsando sincronizadamente con la vagina de la chiquilla.

-que?, Don Marce,- preguntó ella, las embestidas se detenían por completo regalando unos minutos de descanso a la desgastada pareja, en ocasiones sus respiraciones eran más pesadas que las palabras que se decían.

-primero, ¿recuerdas en lo que quedamos hace rato?, que ya no me dijieras Don Marce, que me dijieras mi amor, jejeje- la niña se ruborizaba aún más pero seguía expectante a lo que el viejo le dictaminara, ambos se veían directamente a los ojos, completamente sudados, con respiraciones muy agitadas y aun unidos de sus órganos sexuales.

-y lo otro, yo no suelo decir mucho esas mamadas, lo de hacer el amor, a mí me gusta decir “coger” jejeje- una risilla perversa se dibujó en la espeluznante cara del fogoso viejo quien con su mano quitaba algunos mechones del fleco que cubrían la sudada frente de la nena, sin embargo la nena no se espantaba ante los terroríficos gestos que el viejo exteriorizaba y que intimidaban a casi todos sus compañeritos de la escuela.

-coger?- preguntó Cassandrita, ya anteriormente había escuchado al viejo decir esta palabra pero no le había tomado mucha importancia, hasta ahora que se la decía mirándola a sus ojitos y en una conversación para ella de relevancia.

-siii mi niña, coger, lo que estamos haciendo se llama coger, eso de hacer el amor es solo una frase publicitaria usada por las películas y cuentos infantiles jejeje, lo que en realidad un hombre y una mujer hacen cuando están solos en la cama es cogeeeer- el viejo pervertía su cara a niveles inimaginables, gruesos goterones de babas caían de entre sus cochinos labios producto de la falta de control que tenía sobre su propia calentura, la nena solo lo observaba fijamente tratando de respaldar dentro de sus archivos pensantes tan valiosa información pero aun así su mente generaba más dudas, parecía que el viejo por cada respuesta generadora producía el doble de dudas en la chiquilla.

-Don Marce, entonces eso de… jijijij, hacer el amor… ¿no es cierto?- decía la vacilante chiquilla.

-no mi niña, te voy a preguntar algo, ¿Qué es para ti el amor?- dijo el retorcido vejete queriendo aprovecharse de la situación, queriendo llevar a la nena a la entrada a un mundo netamente sexoso.

-jijiji, ay no sé, siento que… jijiji, es… tomarse de la mano… besarse… platicar, jijiji, ay me da pena, tomar un helado y sin que yo me dé cuenta me tome la mano… regalarnos cosas como globos y así jijij, ya no me vea que me da pena- la nena por momentos esquivaba las calientes miradas del viejo este en tanto se asqueaba con tanta melosidad.

-jejeje, pues no mi niña, el amor así como lo te lo imaginas no es cierto, eso es pura mercadotecnia para hacer gastar dinero a las parejas de novios, el verdadero amor mi niña es precisamente esto, lo que hacemos tu y yo a escondidas, el amor es coger, hacer el amor en realidad es lo mesmo que coger jejeje,- decía el lascivo viejo, ni el sabia en realidad lo que quería expresar pero al mismo tiempo enredaba las ideas de la chiquilla quien todo asimilaba a su entendimiento, y como su experiencia en el amor era casi nula no había mucho de donde apoyarse para verificar las guarras ideas del vejestorio.

“pinche chiquilla caliente tú solo dedícate a coger y déjate de andar pensando mamadas, esos cuentos e historias baratas solo te están oxidando el cerebro escuincla pendeja” pensaba el ilustrado.

-bueno, creo que ya descansamos un poco, ahora quieres que te siga cogiendo??- decía el pervertido con todo el descaro del mundo en parte para cambiar la plática por si la nena le salía con otra de sus preguntas estúpidas, estaba jugando al filo de la navaja, pero la nena no lo veía de esa manera, para ella estaba inculcándole todos los conocimientos amorosos que poseía.

La nena se quedaba pensativa, sin duda que la vulgar palabra (coger) ya la había escuchado, pero esta era implementada por sus amiguitos en sus codificadas formas de comunicación entre ellos, aunque de alguna manera intuía que su significado iba por esos rumbos, sin embargo nunca lo pudo comprobar pues ella no era de esas niñas que se llevaran a relajo pesado con sus amiguitos, ella sabía que era una mala palabra de esas que no se deben de decir, y menos una señorita decente como ella a quien sus padre la educaron bajo el precepto de que las niñas no deben de andar de malhabladas, pero con Don Marce había aprendido tanto los últimos días que ya no sabía que era bueno y que era malo, así que ella si más por el momento solo atinó a solicitar

-si Don… que diga, si mi amor, jijijijijij, siga… sígame cogiendo- dijo la nena presa de un acaloramiento infernal y una descontrolada sensación de cosquillitas en su estómago con solo decir esa sencilla frase, pero que para ella representaba muchísima vergüenza.

-repítelo mi niña, no te escuché bien jejeje- dijo el viejo haciéndose el tonto, la niña, no muy convencida ante esta obvia tetra del viejo decidió seguirle el juego, pensando que era parte del procedimiento y que a lo mejor esto le gustaba a su hombre pero él tenía que recurrir a sus juegos de palabras para no incomodarla decidiendo ella que a partir de hoy lo secundaria en todo para que este fuera perdiendo la “timidez” con ella, este era el nivel de inocencia de la joven Cassandrita.

-si amor, sígame cogiendo, sígame cogiendo, jijiji, no me vea que me da pena jijiji- la nena no se limitó pero si se apenó un poquito diciendo tales barbaridades, para ella esto era un juego solo entre parejas, algo que no saldría de entre ellos dos, así que por tal motivo no había problema.

El viejo, quien nunca sacó su verga de la panocha de Cassandra, comenzó a bombearla nuevamente, protagonizando una jugosa y enfrascada lucha entre sexos, batiendo tanto líquido preseminal como jugos vaginales llegándose a formar una olorosa y espumosa sustancia que aderezaba los órganos reproductores de ambos y que facilitaba bastante las penetraciones, cada gesto fruncido, gemido, suspiro y demás forma de expresión placentera que la nena hacía era considerada una especie de alimento para el viejo, nutriendo sus ganas de seguirla mancillando, de seguirla penetrando hasta que ella alcanzara otro clímax.

Y no pasó mucho tiempo para esto, la nena estaba tan candente que de su vagina se escapó un potente torrente lúbrico que advertía el desfallecido paroxismo por el que estaba atravesando, su cuerpo como de costumbre se retorcía al mismo tiempo que sus labios dejaban escapar la palabras me vengo una y otra vez, mientras en sus ojitos se visualizaba como si estuviera perdiendo el alma, una tremenda fuga de néctares comenzaron a escaparse de entre la penetrada panocha brotando hacia la superficie y haciendo regazón por toda la zona pélvica de ella principalmente, quien era la que estaba boca arriba.

El charlatán viejo veía a la chiquilla revolverse debajo de él y mostraba un gesto mamarracho al darse cuenta de que aun a su edad todavía conservaba el toque, que si bien en tiempos antaños siempre había cogido con puras señoras gordas, chaparras, feas y uno que otro gay, pero ninguna se podía quejar de lo bien que el viejo se desenvolvía en cuestiones amorosas.

La aun ensartada nena se recuperaba, miraba a su alopécico viejito todo cansado y sudado, pensaba ella que el viejo estaba haciendo muchas fuerzas y poniendo todo su empeño para satisfacerla como mujer y eso se lo agradecía, porque el hacer este tipo de cosas con el viejo la hacía sentirse muy mujercita, este la tenía bien aferrada con una mano de su espalda baja y con la otra de sus hombros, ella comenzó a jugar con los enredados vellos que cubrían el pecho de su hombre, revolviéndolos y enroscándoselos en sus deditos, la chiquilla no sabía el por qué dichos vellos llenaban a su viejito de hombría y masculinidad pero algo de eso ya le había contado el maduro.

-cambiemos de posición mi niña, tu arriba de mí, como ese día afuera de tu casita- dictaminó el viejo, la niña solo asintió afirmativamente, estaba tan enloquecida a estas alturas si el viejo le pedía el culo se lo daba.

Lentamente la feliz pareja se fue desacoplando y acomodándose en la posición solicitada, el viejo ahora se acostaba boca arriba con su potente herramienta viril apuntando al techo, tan erecta que casi parecía el asta de una bandera y cuyos lubricantes que la empapaban bajaban lentamente como la lava lo hace hasta las faldas de un volcán, la nena muy trabajosamente se subía arriba de él, primero se sentó en la lanosa panza como si fuera a cabalgar a un equino, su depilada vagina sentía el cosquilleo que le brindaban los gruesos pelos que tapizaban la rumiante panza del viejo, esta parte, su panza, era lo único que no se acoplaba a las medidas raquíticas del pervertido.

La nena le regaló al viejo tres de sus más románticos roces labiales, uno en su frente de lavadero, otro en sus labios de asno y el último en su pecho caído, el viejo solo veía con morbo absoluto como esos tremendos y sobresalientes pechos se bamboleaban ante sus calientes ojos cada que la nena se dirigió a plantarle un beso.

La nena hizo su cuerpo más hacia atrás, sacando un poco el portentoso culo en este movimiento al sentir una vergal presencia palpándola desde atrás, conocía la posición a la que sería subyugada pues ya la había visualizado en alguna revista que el viejo le había prestado, sin embargo no la había practicado aun ya que anteriormente afuera de su casa el viejo estuvo sentado, esta vez el desvergonzado estaba acostado tan tranquilo como si la vida no le corriera, la nena ubicó la gran y tiesa tranca, tan imponente, dura y pesada como un pedazo de fierro, y caliente como si la hubieran sacado de las brasas, casi evaporaba los fluidos que la cubrían, sus venas pulsaban desincronizadamente, Cassandrita apoyó sus blancas manitas en la panza de su martirizador y descendió muy cuidadosamente mientras su largo, hermoso y azulado cabello se le acomodaba muy sensualmente hacia un solo lado cubriéndole la mitad de su agraciada carita al tiempo que se mandaba una risita al viejo demostrando su total complicidad.

Su femenino sexo hizo contacto directo con el amoratado glande, el viejo hacia un estudio u observación de campo sobre como su cabeza gladeal era absorbida por la panocha de la nena, poco a poco la húmeda conchita se iba abriendo y al mismo tiempo tragando esa bestialidad hasta que el pederasta sintió como su glande estaba completamente alojado dentro de ella, la nena emitió un fuerte suspiro y se detuvo en el momento bajando un poco la vista y sacando sus labios muy sensualmente, respirando por la boca, aunque después siguió con su tarea de seguir bajando, cada segundo la panocha de la nena tragaba más verga así como su rostro se iba descomponiendo, era como si la entrada de ese bestial miembro hiciera que los ojitos de la nena se le ocultaran, el viejo escuchaba el crujir de las paredes vaginales abriéndose ante el intruso invasor, hasta que después de mucho doloroso sacrificio, la nena se la tragó toda, dándose un fuerte sentón arriba del viejo y haciendo gestos como si algo la estuviera devorando desde adentro.

Si bien las irrupciones siempre eran las partes más dolorosas del coito, este suplicio se recompensaba con una ardiente, apasionada y sobre todo placentera lucha carnal, en donde la pareja su fusionaba en cálidos besos y sugerentes movimientos pélvicos demostrándose el “amor” que sentía el uno por el otro, o al menos la nena así lo entendía, mientras el sacrificado viejo casi escupía su secreción seminal solo con ver a la lastimosa Cassandrita arriba de él y saber que su verga yacía encarnada dentro de ese glorificado cuerpo, a la altura del sudado vientre.

-ahhhhhhhhh- fue el grito que pegó Cassandrita cuando se comió los 19 centímetros de morena carne madura que hacían verle a Don Marce un respetable bulto en sus pantalones.

En este momento la pareja volvió a estar unida copularmente, el viejo la mantenía aferrada de la breve y estilizada cintura mientras la nena comenzaba a moverse intentando hacer embonar de manera precisa esa aberración dentro de su delineado cuerpecito, Don Marce en esa posición veía como el abdomen de la jovenzuela se marcaba exhibiendo lo trabajado que se encontraba, lo perfecto, sin el menor rastro de grasa, por el contrario se alcanzaba a distinguir ligeramente los músculos abdominales de la nena contrastando con una bofa e inflada timba en donde no se marcaba nada, ella no sabía qué hacer, si debía de empezar a ensartarse ella o el viejo seria el que comenzaría a moverse, muy fruncida de su carita esperaba a que este le ordenara, desde hace mucho había comprendido la situación a la que le viejo poco a poco la llevaba, el hombre es el que ordena y ella como mujer, obedece.

-ensártate mi niña,- mandó el viejo, apretando sus dedos en contra de la perfecta curvatura de la cintura de ella y haciendo fuerzas en su verga para que esta estuviera excesivamente rígida.

La nena en un principio se movía torpemente, no lograba hilvanar tres sentones cuando paraba debido a un dolor adentro de su vientre, el viejo no se desesperaba, sabía que tenían toda la noche y que nadie vendría a molestarlos así se decidió por auxiliar a su compañera, con su verga bien parada y dentro del cuerpo de la niña tomaba a Cassandrita y él mismo comenzaba a arremeterla desde abajo, de esta manera la niña elevaba su cuerpo y literalmente volvía a caer encima del mástil, dicho movimiento no era tan escandaloso como para levantar a Cassandra hasta el punto de sacarle por completo la olorosa malformación, pero si como para escuchar los fuertes golpes que se daban ambos cuerpos en cada una de las ensartadas, ni que decir de los gemidos por parte de ambos, los cuales resonaban por toda la casa.

El desgraciado pervertido comenzó a subir la intensidad carnal con la que se desempeñaba, a estas alturas el caliente Marcelino levantaba lo más que podía su pelvis para ensartar a la nena con todas sus fortalezas, la cama no tardó en comenzar a rechinar debido a los fuertes empalamientos con los que Don Marce le demostraba a Cassandrita que era digno de poseer tan sabroso cuerpecito.

De este modo y pasados algunos minutos Cassandra comenzó a hallarle la forma a la posición, apoyó sus manitas ahora en el pecho del viejo y sacó un poco más sus carnosas nalgas, inconscientemente la nena se estaba acomodando para desempeñar de una manera más eficiente la coital postura.

-así mi niñaaaa, aaahhhhhh, que ricccoooo!!- bramaba el viejo sintiendo una importante comezón en su verga, comezón que acrecentaba cada que se metía su miembro dentro de la jugosa panocha y esta era raspada por las paredes vaginales, la niña en tanto se concentraba en cada intento superar el record anterior de autoempaladas ininterrumpidas.

-sigueeeee, sigueeeeeeee, que bonita niñaaaaa,- el viejo sin duda sentía muy rico, pero en ocasiones exageraba sus alabanzas para que de este modo la niña se emocionara y pusiera más empeño en su actividad, esto le funcionó, pues la nena al evidenciar lo bien que el viejo se la estaba pasando comenzaba a moverse cada vez más rápido y ondulatorio con la intención de aumentar el jolgorio del veterano.

-en serio… ahhh, le gusta Don Ma… mi amor mmmm- dijo la nena presa de la calentura que no le daba para pensar en otra cosa que no fuera seguirse ensartando, sus movimientos comenzaron a profesionalizarse al grado de parecer una verdadera actriz porno cabalgando la verga de uno de sus machos.

-siiii, me encantaaa, a ti no??, uuuhhhhhgggg- bufaba el viejo y flaco toro teniendo que aferrar con mas fuerza el grácil cuerpo de su mujercita, miraba hipnotizado el impactante bamboleo que tenían las tremendas y carnosas chiches de la niña y como estas, gracias a que la nena seguía aferrada con sus manitas del pecho de su hombre, se apretujaban entre ellas adquiriendo por momentos una voluminosidad mucho mayor de la que ya tenían.

-siiii!!, me encanta!!, me encantaaaa cuando usted me la meteeee!! aahhhhh- la descontrolada nena seguía en lo suyo, Don Marce era testigo de cómo los grandes y tremendamente desarrollados pechos de la jovencita casi parecían que se le iban a chispar de su cuerpo, también anticipaba con alegría que el vocabulario de la nena se empezaría a vulgarizar.

-¿cuándo te meto qué?, mi niñaaaaa!!!- preguntaba el viejo, queriendo llevar la plática a los terrenos de la vulgarización, quería escuchar a su nena decir la mayor cantidad de leperadas posibles.

-cuando me meteeee, su cosotaaaaaaa, uuuhhhhyyyyy que riccoooooo,- el cabello de la nena lucía a estas alturas completamente desalineado, se movía para todos lados, le tapaba completamente su carita, y a pesar de que ella se lo acomodaba en cada ensartada que se daba, por momentos se le hacía tanto para enfrente que casi parecía el Tío Cosa.

-pero como se diceeeee??, como se le dice a mi cosota??, mi niñaaaa!!!- gruñía el viejo con su ronca voz clásica voz de un viejo sesentero.

La nena por un momento no supo que decir, el viejo la había agarrado en curva, trataba de descifrar que era lo que el viejo quería que ella expresara a través de sus carnosos labios hasta que después de pensar un poco una idea vino a iluminar su cerebro.

-vergaaaaa!!!, se llamaaaaaa, uuuyyyyyym siiii, se llamaaaa vergaaaaaa!!!!- gritó la nena, nuevamente despejando su hermoso rostro de los abundantes mechones de su propio cabello, uno de esos mechones se le había metido en su boquita.

-como mi niña!, no te escucho!!!, aaaaggggggggg!!!!! “jeje que pendejo me alburie yo solo”– esta última frase fue pensada por el vejete.

-vergaaaaa!!, se llama vergaaaaaaaa!!!!,- la nena se movía aún más desaforada, como si en verdad quisiera comerse la verga al viejo por su vagina, además el gritar ese tipo de obscenidades la emocionaban muchísimo.

-y te gusta, te gusta la vergaaaa??- el desgraciado viejo sí que se estaba pasando de la raya, aprovechándose de la calentura de la niña para hacerla decir semejantes barbaridades.

-siiii, me encantaaaa,- sin embargo la muchachita parecía no importarle lo bellaco que se estaba comportando el fino caballero con ella, era una completa inexperta en relaciones amorosas, y comprendiendo que lo único que sabía del sexo era lo que veía en las pornos (algunas revistas traducidas o dialogadas en castellano) era de entender por qué también ella se expresaba con palabras tan procaces, o por qué veía normal el decir groserías mientras se amaba.

-¿te encanta queeeeee? mi niñaaaaaa!!!- la cara del desgañotado viejo se derretía en sudor debido a las palabrotas con las que su enamorada le decía que lo amaba, se le salían hasta los mocos (de la nariz), para el viejo esto era mejor que cualquier declaración de amor.

-me encantaaaa, me encantaaaaa su vergaaaaa!!, su vergaaaaaa!!, ahí dios mi amorrrrr su vergaaaa es tan ricaaaaaaaaa!!- gritaba la niña meneando su cabeza de aquí para allá por momentos sin demostrar firmeza en su cuello, y pensar que en estos momentos Armandito ensayaba como poder sacarle la dirección de su vivienda muy emocionado acostado en su camita, mientras este viejo podía sentirle en carne propia lo calientito que tenía su panocha por dentro, pero el viejo iba por más.

-Cassandrita, si me amass, debemos de sellar nuestro pacto de amooooor- dijo el caliente viejo.

-como?- preguntaba la nena, aun ensartándose y escuadrando sus bracitos muy sensualmente al mismo tiempo que apuñaba sus manitas.

-debemos de sellar lo nuestro… con un pacto, comprometiendonosssss uuuuhhhhh hhhhooorrrrhhhhh-

-com… prometiéndonos??- la dulce niña, con los ojos cerrados, se llevaba uno de sus deditos hacia sus coquetos labios.

-siii mi niñaaaa, siendo noviosss tú y yooo- la nena por más que intentó disimular no cabía de gozo por lo que el viejo le solicitaba, ser su novia era un verdadero halago para ella, así que aumentó gradualmente la velocidad de sus arremetidas, sintiendo como otro orgasmo estaba a punto de exprimirle el cuerpo, era el momento en que más quería sentir la verga del viejo alojada en sus entrañas.

-Don… amor, que cosas dice, mmmm, ahhhhh, aaayyyy, se pueden dar cuentaaa, nos pueden veeerrr- la nena se abrazó fuertemente de él, viéndolo a los ojos con una mirada perdidamente cachonda, hasta la lengua sacaba debido a lo ajetreada que se encontraba todo esto sin parar de gemirle directamente a la horrenda cara de violador.

-no nos verán, uuuuyyyyy, seremos novios en secretooooo jejeje, a escondidas- el viejo tomaba la cintura de la nena, apretaba con fuerza desmedida la grácil anatomía de ella y desde donde se encontraba la apuntalaba con soberbios embistes que casi le sacaban el aire a la pobre chiquilla y le marcaban aún más el ejercitado abdomen.

-jijijiji, usted y yo, ahhh, mmmmffffssss- dijo la nena a medias fuerzas, o más bien a un cuarto de fuerzas.

-siiiii, tú y yo, imagínate, tú y yoo jejeje- el acostado viejo tomando mucho vuelo se mandó un par de sus más fieros arponazos que hicieron cimbrar toda la potente anatomía de la nena, uno en cada determinado pronombre personal.

-aaahhyyyy!!, aaahhhhyyyy!!, ricccoooooo, sii, siiii, siii lo quiero!!, lo quieroooo!!!- dijo la nena, pensando que era el viejo el que le estaba pidiendo que fuera su novia, pero el pervertido pronto le hizo ver que con él las cosas eran muy diferentes.

-entonces, jejejeje pídemelo- dijo el viejo mandándose aún más fuertes y profundas embestidas, sacudiendo el sudor en todo el cuerpo de la nena y casi quebrantándole la pelvis.

-qué?- la nena no entendía que era lo que tenía que pedir.

-pídemelo, anda, pídeme que sea tu novio!!!, jejeje- gruñía el sinvergüenza remarcando unas potentes venas atravesando su cuello de buitre, sus ojos se saltaron tanto que amenazaban con salirse de sus cavidades craneales.

-Don Marce… este… que no se supone… aahhhggggg- una fuerte embestida hizo callar a la chiquilla quien apenas iba a recalcarle al viejo que al parecer estaba en lo incorrecto.

“cáaaaallate zorra jija de la verga y pídeme que sea tu puto novio de una buena vez, chiquilla buena para la vergaaaaa”, los pensamientos del viejo estaban muy distantes de las tiernas palabras con las que se expresaba abiertamente en presencia de ella.

La nena estaba más confundida que nunca, esto no era normal, lo correcto según ella era que el apuesto príncipe debía de declararle su amor a la bella doncella tomándola de la mano y besándosela romántica y delicadamente, y no al revés, pero pensaba en la posibilidad de que el viejo así lo quisiera, que ella se lo pidiera, algo raro para ella pero una aún más fuerte apuntalada que le hizo escupir algo de saliva la hizo volver a la batalla, alejando todas esas mamadas románticas que ella veía en las películas, no supo porque se le vinieron a su mente las mujeres que trabajan, las mujeres que ocupan puestos importantes en las empresas, la lucha de la mujer por tener igualdad de condiciones que el hombre, se dijo que si ya su género había logrado todo eso entonces bien podría haber aquellas mujeres que le declaran su amor a un hombre, entonces a lo mejor esto sea más normal de lo que ella pensaba, redundantemente es lo que medio pensaba la nena mientras era ultrajada.

-Don Marceeee-

-que mi niña- la nena tomó las manos de su enamorado, enrollando sus deditos con los de él y llevando esas unidas manos a la altura de su corazón, preparándose para declararle su amor, el viejo seguía embistiéndola pero había bajado su ferocidad, sin embargo aprovecho el momento para acaparar con una de sus manos todo el pecho derecho de la joven enamorada.

-Don Marceee, quiere… ahhh,- de más está decir que la cara de Don Marce era de júbilo total, como si le hubiera negociado la vida eterna al creador.

-Don M… Don Marceeee… usted… usted quiere… le gustaría… este… usted quiere ser mi noviooooo- dijo la nena ya casi vaciándose en jugos, el viejo por lo tanto reía de forma burlona ante la docilidad manifestada por la nena, ante lo pendejita y manipulable que era, inclusive hasta en la forma en que tartamudeo mientras construía la sublime oración.

-estás segura mi niña?- todavía el viejo se dignaba a cuestionarla sobre su decisión.

-siii, siii, segura, quiero que… usted y yoo… seamos noviosssss- la nena comenzaba a revolverse presa de otro naciente orgasmo.

-pero, ¿porque yo mi niñaaa?-

-porque usted… yo a usted… lo amooooo… desde ese día… que lo hicimos… no he dejado de pensar en usted… todos los días me toco pensando en usted… sueño con usted… me gusta cómo me trata… y lo que hacemos a escondidas…- la nena ya estaba que se vaciaba.

-jejeje, acepto preciosa, seré tu noviooooo aaaahhhhhhrrrrgggggg- el viejo soportaba el más crudo aplastamiento vaginal en contra de su verga, el sexo de la niña se cerraba casi triturándole la verga para después aflojar un poco y lanzar una potente descarga de jugos que terminaron por regar la extensa selva amazónica compuesta por pelos negros que poblaban todo el vientre bajo del viejo.

-aaaahhhhh, me venggoooo, me venggoooooo mi amooooooorrr!!!- gritó la destrozada chiquilla sacudiéndose de todo su cuerpecito, llevando sus manos a tapar su carita.

La niña estaba en pleno trance orgásmico, alcanzó a escuchar la aceptación del viejo y eso la hizo abochornarse como nunca antes lo había hecho, dejó caer su perfecto cuerpecito sobre el bofo cuerpo de su momentáneo macho pues el cansancio era tan devastador que terminó por desmoronarla, ambos amantes unieron sus pechos, el de ella adornado con un par de globos que se aplastaban en contra de los caídos y peludos de él. El depravado podía sentir la agudeza de esos rosaditos pezones picándole debajo de su pecho y sin más llevó uno de sus guangos brazos para afianzar de su espalda a su nena, la pareja estuvo unos minutos así, el aun empalmado viejo seguía con su verga bien escudriñada dentro de la chiquilla.

La sofocada nena, quien había estado escuchando los latidos y la ronca respiración del pervertido, sentía como su hombre se incorporaba de la cama, mientras ella, con su respiración terriblemente acelerada y su ritmo cardiaco casi peligrando para su vida solo se acomodó acostándose boca abajo, arreglando su pelito y quitando el exceso de sudor en su chapudo rostro, pero de repente fue jalada bruscamente primero de sus piernas y luego de sus caderas y posicionada a manera que su culito quedara levantado.

Ella entendió la posición, ya la había practicado, así que con mucha dificultad fue levantando sus temblorosos bracitos, se apoyó de la cama con sus rodillas abriendo un poco sus piernas exponiéndole nuevamente al viejo su mancillado sexo y toda la generosidad de su culo, tratando de verle la espantosa cara de viejo verde a su hombre pero dicha posición se lo impedía, lo que si permitía era regalarle al viejo una de las postales más sexys de su enamorada.

El viejo veía a su nena acomodada de perrito y con su hermoso cabello cubriéndole la mitad de su angelical rostro y cayéndole hasta la superficie colchonal, idéntica posición en la que la nena veía expuestas a muchas de las mujeres que adornaban las paredes del cuarto. Don Marce con su lasciva mirada de viejo caliente analizaba la curvatura que había adoptado la espalda de la jovencita, como una remarcada zanja surcaba todo el largo de esta para desaparecer por un espacio muy breve pero resurgir ahora separando cada una de las tremendas nalgotas que se portaba la infernal chiquilla, veía un par de espectaculares hoyitos adornarle la espalda baja así como el ligero asomo de sus omoplatos, el cochino viejo se daba lujo recorriendo con sus chaqueteras manos la espalda de la jovencita, tan sudada, brillosa y muy durita.

Pero lo que lo enardecía hasta la locura era esa colorada papayita que asomaba debajo de ese orgulloso culito, las suaves nalgas daban la apariencia de ser de esponja y con depravados apretones podía valuar la calidad de estas, la nena en tanto suspiraba mientras seguía acomodada caninamente, la noche no estaba muy fría pero en cada exhalación tanto de ella como del viejo podía verse una especie de humo escapando de sus bocas desde hace rato.

Mientras la nena era vulgarmente inspeccionada de su espalda y culo podía admirar los perfectos cuerpos y los atractivos rostros de todas las impresas chicas y sus sensuales vestimentas, veía las estilizadas posturas a las que se sometían casi siempre exponiendo el culo, pensando que muchas de ellas quizás fueran modelos famosas, debía de reconocer que se veían muy coquetas y femeninas, como toda mujer debiera ser, y era esa misma feminidad la que sentía ella al estar en esa pose con el hediondo viejo detrás de ella devorándole el culo con la pura mirada, hediondo porque vaya que de sus boscosas axilas provenía una potente y penetrante loción, sin embargo esto no era impedimento para que ella se sintiera como una de esas mujeres que engalanaban el cuarto de su hombre.

La nena se daba cuenta de que a Don viejo le gustaban las mujeres muy bonitas, que tenía buenos gustos y se sentía dichosa al ser la elegida por este desagradable sujeto para iniciar una relación con él aunque fuera a escondidas, eso significaba que para los calenturientos ojos de Don Marce ella era muy bonita, y si bien se escondían para hacer sus cosas era por el hecho de que ninguno de los dos se metiera en problemas, la nena sabía que la sociedad no aceptaría dicha relación y era esta misma discreción lo que la hacía sentirse casi en su propia telenovela, en su propio cuento de hadas, cuantos cuentos conocemos que tienen como columna vertebral un amor imposible y no aceptado.

También pudo cavilar sobre la vestimenta de cada una de las chicas, la mayoría solo en encajosos brasieres y diminutas tangas que se perdían o se apretaban a sus carnosidades, principalmente a sus remarcados sexos, reflexionó que sería muy posible que Don Marce recortara solamente las que usaban este tipo de ropa interior, o sea que le gustaba que las mujeres usaran ese tipo de atuendos, reconoció que ella era más recatada a la hora de elegir su ropa íntima consistente en muchas ocasiones en calzones que le cubrían todo su exuberante trasero, recordó que el día de su primer encuentro sexual utilizó una tanga, tal vez por eso Don Marce fue seducido por sus encantos, pensó, “tengo que verme bonita para él, a partir de hoy procuraré ir sola a comprarme ropa interior, mi mami nunca me dejaría comprarme calzones tan chiquitos, tengo que acostumbrarme a usarlos porque ese que tengo se me mete mucho jijiji”, la nena estaba completamente convencida de verse lo más comestible posible para los ojos del tendero pervertido.

Cassandrita pudo advertir una de las maniacas risas con las que el viejo amenazaba sus inquisitorias torturas, risas en donde el asqueroso dejaba ver en toda su solemnidad las cariadas piezas dentales que empodrecían su boca, así que ante esta depravada señal ella apretó lo más fuerte que pudo sus finos y brillantes dientes así como la sucia sábana con sus manitas, el viejo se mandó una poderosa cornada que la penetró en dos tiempos y que casi hace que la nena fuera a dar al suelo junto a toda la porquería que ahí se encontraba.

El turbado sujeto penetraba sin ninguna pizca de entendimiento a la tierna chiquilla quien resistía valiente los severos impactos, era desquiciante el sonido que producían los cuerpos al chocar y dicho sonido solo enardecía al viejo a aumentar su fortaleza, la cama se movía muy peligrosamente pareciendo que en cualquier momento se partiría, crujía y chillaba debido a la desencarnada copulación que se llevaba a cabo en estos momentos sobre su espacio, algunos de los muebles mas cercanos también resentían los crujidos y temblaban al compás de ellos, el aberrante microempresario reía y hacia sonidos como un trastornado al mismo tiempo que pasaba sus asquerosa lengua por todo el perímetro de sus repugnantes labios, saboreándose el dulce momento mientras clavaba sus dedos en las curvilíneas caderas de su ahora novia a escondidas y ejercía sincronizados movimientos pélvicos de atrás para adelante.

Cada embestida hacia chocar descabelladamente el vientre del vejete contra el culazo de la nena, moviéndose deliciosamente debido a la potente colisión y esto solo hacía que el viejo se enloqueciera más y se comportara como un trastornado mientras la nena solo se dejaba hacer aguantándolo todo mordiendo uno de los extremos de la almohada más cerca que tenía.

Desde ese ángulo, el viejo pervertido veía su monstruosa verga entrar y salir de esa lubricada vulva, notaba una tenue membrana asomarse tímidamente cada que el viejo reversaba su venuda y rígida herramienta, veía ese apretadísimo orificio anal pulsando como invitándolo a mancillarlo pero el viejo sabía que la nena aún no estaba lista para eso, por el momento se entretendría con su concha y ya después vería el momento propicio para hacer el debut anal de la tierna princesita.

“jejeje, mi precioooso, precioooso, ya te llegará tu hora”, pensaba el repugnante sujeto mientras de su boca viscosos hilos de saliva caían.

La nena, en tanto, sostenía todo su tremendo cuerpo sudado solo con un bracito el cual se veía que no demoraba en fracturársele, pues con la otra mano se tallaba su jugosa panocha, por momentos separaba sus dedos anular y meñique de los índice y medio para poder sentir entre sus dedos los deslizantes y calorosos movimientos de adentro hacia afuera que llevaba a cabo el asnal instrumento mientas ella se abría la concha.

El viejo Marce no se controló más y cegado por la calentura tomó ambos brazos de Cassandrita y a modo de carretilla se ensartaba a su martirizada jalándola de sus muñecas al mismo tiempo que le dejaba ir toda la carne hasta dentro, ella pegaba unos berridos como si la estuvieran descuartizando, sentía la verga del viejo abriéndole paso entre sus entrañas, llegándole lo más profundo posible, la podía sentir revolverse dentro de ella pues a menudo el glande hacia contacto con algo, sintiendo su cuerpo casi partirse por lo demandante de la posición, era tales los decibelios de los rebuznos masculinos y berridos femeninos que permitieron a algunos de los vecinos tener el privilegio de escuchar un poco de la desaforada lucha cuerpo a cuerpo que se llevaba en la casa del tendero.

-pinche viejo cochino, orita mismo le hablo a la poli para que lo calle, que descaro- decía uno de los vecinos más decentes del conglomerado.

-oye vieja, el tendero se contrató a una puta, y que bien lo hace creer la condenada- decía otro a su señora pensando que la quejosa mujer solo actuaba sus gritos, escuchando con claridad los desgargantos femeninos.

-pinche vieja piruja, mira que revolcarse con un viejo por dinero, viejas huevonas que no les gusta trabajar, cállense que la gente decente quiere dormiiiir!!!- decía una de las recatadas señoras, vecina trasera del viejo, aventando una piedra hacia los botes de basura de su morboso vecino,

Lo que los vecinos no sabían era que la escandalosa mujer no era una puta, era una niña de la escuela de enfrente, que no le estaba cobrando al viejo y que no lo estaba engañando a la hora de quejarse. Pronto la nena silenció un poco, la pareja se detenía mientras el viejo acercaba sus bembas al oído de esta y le decía algo en voz bajita sin desclavarse de ella, la casi invidente muchachita asentía con la cabeza y al parecer, obedeciendo a esa inaudible solicitud, enterró su cabecita debajo de una de las almohadas, pero manteniendo el culo bien levantado.

El viejo se secaba el sudor pero también se dedicaba a amasar las esponjosas, firmes y tersar nalgotas que se gastaba la condenada chiquilla mientras la nena se acomodaba como si fuera un avestruz metiendo su cabeza en el suelo, Don Marce la aferraba ahora de sus muslos levantándoselos un poco más, dejando a la nena apoyada solo con las puntas de sus pies y de este modo reinició con su calvario, en esta posición la verga se le encorvaba hacia abajo, por momentos el pervertido escuchaba sonidos tan extraños, como si la nena se estuviera aventando una flatulencia cada que él la barrenaba, en realidad se trataba del aire que entraba cada que el viejo sacaba su verga del abierto y vaginal agujero, permitiendo la entrada del viento y escuchándose ese sonido cuando volvía a sumergirla.

“jejejeje, le estoy sacando los pedos a la mocosa, jejeje” decía en su cochina mente en desequilibrado sin entender la verdadera fuente de tan extraño sonido, para el viejo la nena se estaba despedorrando.

Para esto la nena liberó su sonrojada y fruncida carita, su naricita prácticamente desaparecía pues se camuflajeaba con el rojo pasión que cubría sus pómulos y cachetes, trataba de contener lo más que pudiera sus berridos para que no la escucharan pero era casi imposible, en eso otro orgasmo la asaltó de manera violenta sacándole el aire de sus pulmones, casi por un periodo de tres minutos la nena no pudo respirar, solo se ahogaba entre sus propios gemidos.

Don Marce al ver el estado de su idolatrada no dejó de mancillarla, parecía que la quería matar con tanta verga, reventarle el vientre, sacarle la verga por la boca, eran tales las embestidas que la nena ya no podía apoyarse ni con las puntas de sus pies, sus piecitos se suspendían en el aire ya que el erigido viejo la levantaba de las caderas teniendo que pelvicar hacia arriba para llegarle a su mujercita, y eso que las prominentes caderas de Cassandrita en estos momentos se veían muy superiores en dimensiones a las escurridas del viejo, el viejo era más ancho en cuando a la medida de su cintura y espaldas pero en caderas y culo la nena lo rebasaba, el viejo estaba demostrando unas fuerzas equivalentes a Hércules y la nena se sentía dichosa de ser su Megara, la convulsionante y orgasmeada nena ya en las últimas sacó fuerzas de flaqueza para comunicarse con su verdugo.

-aahhh, ahhh, ahhh, D… aaahhhamor… aahhhhcuando… vaya a sacar… la leche… avísemeeeee… aaaahhhh aggggg- la nena hasta gargareaba la excesiva saliva que se había formado en su boca.

-jejeje, ¿para qué?, mi niñaaaa, aaggghhhhhh, ooooogggghhhhhh, mmuuuuuuuu- el viejo hasta mugía, por momentos su cariada dentadura estaba a milímetros de desprenderse de su boca.

-avísemeee… quiero… que… me los de… en la boca…-

-jejejeje, mi niña, ¿quieres tu lechita antes de dormir?- decía el viejo poniendo más empeño en sus acometidas, el hecho de que la nena deseara su pestilente corrida en su boquita era como si se activara un botón en sus testículos y que abriera una compuerta para liberar las gruesas cantidades de blancuzca semilla que ya hervían dentro de sus huevos.

-siiiiii, peroo sin… vaso… démela directo… en mi boca…-

“putilla mamavergas yo que quería venirme dentro jejeje, ni modo, será para la otra” pensaba el desequilibrado.

-si mi niña, será un placeer aaahhhh Cristooo Benditoooooooo!!!- dijo el viejo casi reventándole las venas de su cuello, bastaron solo unas diez sanguinarias acuchilladas en donde el viejo tomaba la mayor cantidad de vuelo que podía para que este sacara su poderosa herramienta bañada en jugos de la rojísima y acalorada panocha de la nena. El viejo se apretaba fuertemente la verga de su glande para retrasar el mayor tiempo posible su brutal estallada, pero aun así no pudo evitar que un caldoso y magmático rio blanco comenzara a salir por su uretra y a descender por su glande.

-ya mi niña!!!, ya los traigo de fueraaa!!!!!!- bramó el pervertido lo más rápido y sonoro que pudo, sabía que eran cuestión de segundos para que se vaciara completamente, si bien algunas gotitas de caldo blanco se perdieron en el camino sabía que la mayor cantidad aún se mantenía estancado en sus conductos seminales formándole un casi tumor de tanta exagerada concentración de semen en la parte superior de su verga, la cual era brutalmente asfixiada por su propia mano.

Cassandrita al escuchar esta aclaración se levantó como resorte, ni parecía que hace un momento no podía ni moverse, se arrodilló ante su amo juntando bien sus rodillitas, depositando cada una de sus manitas en sus potentes piernas y abrió su boca lo más que pudo cerrando sus ojitos en innata señal de defensa, sacando muy sugestiva su lengua, el viejo en vez de rociar su abono líquido en la cara o en el musculo lingual de la chiquilla decidió embutirle la verga hasta adentro, soltando en el acto su gruesa deformación y liberando de esta manera su corrosiva esencia.

El disparo que Don Marce había retrasado pareció haber aumentado en energía y cantidades, un cargadísimo y grueso manguerazo de semen, el cual llegó a ser más abundante incluso que muchas de las veces en que el viejo orinaba, se impactaba en contra de la garganta de la chiquilla. A partir de esta exageración otros ocho chorros más, casi igual de bestiales, terminaron por inflarle los chachetitos a Cassandra de la natosa mezcla, era tal la exagerada cantidad de esperma que de la nariz de la nena gruesos colgajos blancos resbalaban hacia sus abultados labios, la nena por su parte tragaba lo más que podía tratando de no ahogarse, aguantando unas intensas ganas de llorar debido a lo irritante del hedor e impidiendo que las constantes tocidas dejaran liberar tan repulsiva mezcla la cual estaba amarguísima, el viejo una vez sintiéndose descargado comenzó a retroceder lentamente su tranca.

Eran notorios los bultos que bajaban por la tráquea de tan hermosa criatura, incluso hubo aquellos restos que trababan de escapar de ella escurriendo por las comisuras de sus labios pero la nena los alcanzaba con su lengua, debido a su inexperiencia en esta actividad hubo un momento en que abrió su boquita de más dejando escapar una importante cantidad de semen que la bañó hasta su barbilla, pero ella con su manita se encargó de regresar esa fétida mezcla al lugar donde le correspondía, su boca y de ahí a su estómago.

“jejejej, se me hace que mañana vas a cagar mocos” reía el pervertido aun desollando su macana la cual en cada apretujón seguía expulsando gruesas gotas de semen, la nena comenzó a lamerle el glande con mucha devoción pero a la vez muy repugnantemente, podía verse semen semitransparente uniendo su lengua y labios con el viscoso miembro del viejo, delicadamente ella lo tomaba con su mano y se lo engullía hasta el fondo chupeteándoselo con fervor, seguía escapándosele saliva combinada con semen la cual, afortunadamente para ella, era atrapada por la otra de sus manitas o dedos y de nueva cuenta la regresaba a su boca, en verdad la nena estaba completamente enviciada con el sabor de la leche del viejo.

Los viscosos sonidos provenientes de la boquita de la nena hacían que el viejo no perdiera la dureza dejándole su verga en estado de semi erección, al final el arrugado macho sucumbió a los insaciables chupeteos y lamidas que le pegaba la nena a su pájaro y se derrumbó boca arriba en la cama completamente fuera de combate, sudado a mares y todo tembloroso, rápidamente fue alcanzado por su espectacular hembra después de que esta se tragara hasta la última gota, la pareja estuvo descansando abrazada por un buen rato, el inquieto viejo aún seguía besándola y manoseándola después del desgastante encuentro carnal, claro que en esta ocasión los besos eran apenas leves acercamientos labiales, en un momento se dirigió hacia el cuellito de ella para pegarle un chupetón tan fuerte que casi le arranca el cacho de cuero, la nena se intimidó, había escuchado de las consecuencias de los chupetones en el cuello y de cómo estos habían hecho caer a muchas de sus amiguitas así que se atrevió a solicitar.

-Do… amor, no es que no me guste pero… me va a dejar una marca mañana- dijo entre asustada y excitada.

-shhh, déjame hacértela, como la prueba de nuestro amor, así cada que te la veas en el espejo te acordarás de este momento jeje- el pervertido dijo esto con la delicada piel de Cassandrita entre sus filosos dientes de piraña.

-pero…- la nena repelaba pero el viejo la calmaba con suaves manoseos vaginales hasta que logró someterla por completo, dejándole una enorme marca roja cerca de la yugular, y así estuvo la caliente pareja, contándose cosas en especial ella, sueños y mamadas románticas que veía en la tele y que aburrían al viejo quien ahora dejaba que la nena reposara su cabecita y una manita en su pecho mientas él la tallaba de su cabello, así hasta que la nena se quedó bien dormida con un cachete aplastándose en el cuerpo de su hombre.

“jejeje, lo bueno que ya se jeteó esta putilla, ya me estaba hartando con sus estupideces de mocosa pendeja” decía el viejo corriendo una vieja y olorosa a jugos sábana para de este modo quedar tapados ambos pero desnudos, sintiéndose piel con piel, una vieja y arrugada piel cincuentera sintiendo la firmeza y el calor emanado de una casi dos años menor a los dieciocho.

————————————————

Eran aproximadamente las ocho de la mañana, del día sábado, el viejo se despertaba después de la calorosa noche pasional en la que formó un dúo con una de las nenas mas hermosas del plantel educativo de enfrente, vio que la nena no estaba a su lado pero la ropita de esta seguía revuelta encima y debajo de la cama, lo que significaba que la chiquilla seguía en su casa, divisó que el piso de su cuarto estaba completamente libre de las bolas de papel de baño que lo tapizaban y aromatizaban, un cubo con un mechudo dentro ambientaba la habitación a lavanda, el ventanal que estaba en el cuarto lucía abierto llenando de aire fresco la habitación.

Su sabueso olfato percibió algo que se estaba cocinando, fue llevado por tan sabroso aroma hasta la pequeña cocina que él tenía y que nunca ocupaba, de hecho ni recordaba que tuviera gas, la nena había tomado algunas cosas prestadas de la parte donde es la tienda y le preparaba una rica chuleta con arroz blanco y salsa de chile seco al macho que tanto placer le proporcionaba en la cama, la nena le estaba cocinando al viejo además de haberle limpiado su cuarto, ¿en recompensa por la inolvidable noche o será que ya se consideraba su mujercita?.

Esto hizo que al viejo se le parara su verga en seco, el solo ver a la dulce niña cocinarle y moverse de aquí para allá como una experta ama de casa, ya casi la visualizaba como su mujer, le sorprendía que tal jovencita supiera desempeñarse con tal profesionalismo en la cocina considerando la corta edad de esta.

Se vio desnudo pero no le importó ya que estaba en su casa, pero lo que más lo alteró fue ver, desde su posición, a su nena cubriendo su desarrollado cuerpo de hembra veinteañera con una camisa de él y que la alcanzaba a tapar hasta la mitad de sus muslos. El encuerado viejo se fue acercando silenciosamente, deleitándose con el bamboleo de las caderas de su hembra cada que se movía de aquí para allá sin alertar la presencia masculina, caderas que le auguraban un heredero saludable en caso de consolidar esta descabellada relación con un embarazo. Lo ponía como toro bravo cuando la nena se agachaba para buscar algo o para regular la potencia de la flama de la estufa, haciendo que la camisa se le subiera a casi dos dedos de mostrar el redondo inicio de esas perfectas nalgotas, y con lo sugerente que se le pegaba la camisa a su culito hacía pensar al raquítico que la nena estaba desprovista de calzones, lo alteraba hasta la insania ver como Cassandrita abultaba sus labios para soplar a la fama pensando que hace algunas horas esa sugerente boquita le había mamado la verga y se había tragado sus mocos.

“mii, esta putilla sabe hasta cocinar, jeje, apuesto a que esas pendejas que salen en la tele ni siquiera han de saber calentar una tortilla” decía el pervertido sujeto mientras recorría con su caliente mirada cada curvatura que conformaba la grácil anatomía de la bella Cassandra, notoria aun cubierta por la deslavada camisa.

El despeinado viejo le llegó por detrás, tomándola por sorpresa de sus escandalosos melones cuyos pezones se exhibían descarados a través de la camisa y arrimándole lo más posible todo el camarón enterrándolo entre ese par de carnosas posaderas sumiéndoselo con todo y camisa, se dedicó a aspirarle su cuellito y llenarla de besos mientras ella reía coqueta y contenta por sentirse querida sin perder la concentración en lo que estaba haciendo, voltear la chuleta.

-Don Ma… amor, me voy a quemar- dijo la nena arqueando su cabeza para contarle al viejo esto último en su peludo oído lleno de cositas amarillas.

-cosita rica, me estás haciendo el desayuno?- preguntaba el desatornillado viejo, hablándole a la nena al oído con ese repugnante aliento mañanero característico del viejo.

-sip, por?, no tiene hambre?- la dulce nena se dejaba que el viejo le manoseara los pechos mientras ella seguía moviendo la espátula.

-sí, tengo hambre, tengo mucha hambre… pero me quisiera comer otra cosa, jam… jam…- dijo el viejo acariciando la depilada conchita de la nena y dramatizando que le comía el cuello, ahí corroboró que en efecto la nena no tenía puestos sus calzones y que una enorme marca amoratada cubría su blanco cuello.

Ella comenzó a suspirar, dejó lo que estaba haciendo y ladeó su rostro para fundirlo con un asqueroso enredo de lenguas, atrás habían quedado los tiernos besos con los que la nena veía como las parejas de los cuentos de hadas se demostraban su amor, para ella estos marranos batidos de lengua eran la mejor prueba de amor que pudiera recibir por su ahora primer novio.

-D… amor noo, sabe que si me sigue seduciendo… voy a terminar haciéndolo otra vez con usted- dijo la nena en tono de suspiro.

-de veras?, te quedarías a seguir cogiendo conmigo toda la mañana y parte de la tarde?- el viejo ya no se limitaba en su vulgar lenguaje, sabía que la nena lo entendía perfectamente.

-sii, pero ya se me está haciendo tarde, tengo que regresar a mi casa, otro día, se lo prometo-  dijo la nena acomodando su cuerpo a manera de quedar de frente al viejo.

-un rapidín mi niña, solo eso te pido- el caliente viejo ya estaba más que empalmado, le hablaba a su acorralada mientras la acariciaba de su excelsa cintura y caderas, para esto le había levantado la camisa casi a la altura de su ombliguito.

-jijiji, Don Marce, usted no se cansa-

-claro que no mi princesita, como me cansaría de comerme a una niña tan sabrosa como tú jejejej, anda, solo la cabecita y ya- dijo el pervertido acariciando el vientre de la niña ya preparándose para el ensamble.

La nena ya sonrojada por las románticas declaraciones reía sin abrir su boquita mirando hacia el suelo, recargando su cuerpo en una barra que estaba al lado de la estufa al tiempo que doblaba una de sus piernas apoyando la planta del pie en dicha barra, con una de sus manitas enrizaba un mechón de su cabello mientras el pervertido tenía una risa fanfarrona mirándola directamente a su carita con una de sus manos sosteniéndola de su barbilla y la otra sobándole el vientre, tan cerca uno del otro que casi se decían las cosas en silencio y a punto de unirse de sus frentes, los perfiles eran tremendamente contrastantes pues la pequeña y respingadita nariz de la niña no tenía nada que ver con la enorme y atucanada nariz de Don Marce.

-ahora ábrete un poco de las piernitas, anda, anda- el caliente sujeto punteaba el ombligo de la niña con su maloliente verga llena de cositas blancas de la corrida anterior pues en todo el tiempo que estaban hay parados los dos, frente a frente, su verga no dejó de manifestarse, recuperando su vertical con continuas pulsaciones.

La también caliente y sonrojada hembrita comenzó muy coqueta a abrir sus piernitas para permitir el acceso al viejo, este depravado ya babeaba y sus ojos brillaban en calentura al ver como aparecía ante él el más cerrado par de labios vaginales que en su vida hubiera visto, pero justo cuanto se preparaba para mandársela a guardar a la chiquilla esta cerró sus muslos de golpe pues la chuleta le avisaba que necesitaba otra vuelta, sin embargo no dejó de ser manoseada por el viejo todo lo que duró su exhibición de cocina. El viejo, después de manosear un rato a su hembra, se dispuso a comer lo que ella le había preparado a la vez que la nena tomaba una ducha rápida pues estaba apestosa a sexo y sudor.

Ella se alistaba sentada en la cama del vejestorio, estiraba sus estilizadas piernas para ponerse sus finas calcetas que llegaban hasta sus rodillas así como sus zapatitos, se colocaba su tableada falda y su ajustado short debajo de esta, dejaba su calzón en la cama del viejo como cual pañuelo dejado por una doncella para su gendarme y por último se ponía su apretado brasier y su ajustada blusita que solía usar debajo del uniforme, guardando la blusa de su escuela en la mochila, peinó un poco su cabello y decidió no llevarse el listón pues no le combinaba a su blusa, y salía, después de despedirse del viejo con su respectivo beso a esos labios llenos de aceite y esa boca que aun masticaba comida, con rumbo a su casa, completamente satisfecha y con su estómago atascado en semen, no sin antes memorizar en su cabecita como había quedado la cama después del romántico momento llevado a cabo hace algunas horas.

“No puedo creer, tengo novio, tengo novio”, se decía la emocionada chiquilla, y no paró de repetírselo durante el transcurso de ese reflexivo fin de semana en donde el viejo dejó que la nena reflexionara lo sucedido.

“Tengo que disimular, que nadie se dé cuenta, pero a la vez, tengo que verme bonita para él”, ya en su cuarto la dulce chiquilla se medía blusas, se pintaba su carita, trataba de buscar sus mejores combinaciones para regalarle así hermosas postales y más fotos de ella mostrando su hermoso rostro, sin embargo, en un momento en que acercó su bello rostro para verse en el espejo observó una mancha amoratada en su cuello.

-ehhh!!!, no puede ser… Don Marce… jijijiji, como me vino a hacer esto… mire nada más… ahí Cassandra tú también que te dejas… mensa… mensa… mensa…- la nena se daba de cocotazos en su frente, se apanicó un poco pero tranquilizó al instante al darse cuenta de que si su cabello estuviera siempre en la posición correcta quizás sus padres no se dieran cuenta de nada, y así lo hizo.

———————————

La siguiente semana escolar trascurría con normalidad para la recién pareja de enamorados, en la entrada de la tienda se podía ver al viejo guarro echándose sus tacotes de ojo con las deslumbrantes siluetas de las jóvenes estudiantes, al ver a su hembra llegar a la hora de entrada se atrevía a mandarle mensajitos de amor aludiendo lo bella que se veía en ese momento, ella en tanto veía el mensaje y automáticamente su semblante cambiaba a un gesto risueño y en ocasiones se atrevía a contestarlo, la nena había cambiado de look ahora usaba un peinado que consistía en echar casi todo su cabello hacia un solo lado.

Fue por el horario de clases, por el poco tiempo que duraba el receso, porque ambas niñas siempre tenían acompañantes y porque Cassandra siempre evadía las interrogaciones de su amiga que esta otra niña nunca pudo sacar la información pertinente para descubrir en donde había pasado la noche del viernes su comestible amiguita. Aun así, Lupita notaba la llegada de mensajes más de lo normal en el celular de Cassandra, veía como ella en ocasiones los respondía con una sonrisota de oreja a oreja siempre procurando que nadie se diera cuenta de lo que escribía o de lo que leía, por momentos no prestaba atención a la clase dada por el profesor en turno todo por estar leyendo una y otra vez un mensaje de texto o por responder uno de tantos que le llenaban su bandeja de entrada.

De primer momento Lupita pensó que a lo mejor Armandito ya había comenzado a desarrollar su plan para conquistar a su amiga pero, en una ocasión tuvo la oportunidad de ver como Cassandra respondía suspirantemente un mensaje y en donde sus ojitos casi adoptaban la forma de un corazón, Lupita sin perder tiempo volteaba a ver a Armando quien se encontraba sentado en su silla, pensó que era él el dichoso destinatario de tales epístolas electrónicas pero nada, el joven no sacaba su celular para nada mientras a Cassandrita no le daban los dedos para escribir en el pequeño teclado, ¿con quién se mensajeará tanto Cassandra?, se preguntaba la otra chiquilla.

Fue en eso que, mientras estaba sentada en una de las gradas reflexionando sobre quien podría ser el anónimo galán fue abordada por la practicante Asdany, quien desde hace rato veía como la niña solicitaba respuestas a su entorno, la formadita maestra había dejado una plática pendiente con su novio por entablar una conversación con la pensativa niña.

-bueno amor te marco luego, besos, te amo- dijo la maestra y cortó la llamada para dirigirse a donde la nena, el novio de la maestrita todavía no se iba a donde trataría de cumplir su sueño.

-hola niña cómo estás?, ¿porque tan solita?, me llamo Asdany y tú?- la joven y sensual maestra había visto a la niña un poco pensativa, así que suponiendo que posiblemente tenía algún problema intentó socializar un poco con ella.

-hola jijij, me llamo Karla… Karla Guadalupe- respondía la niña, quien ya había visto a esta joven institutriz deambular por los pasillos de la escuela sin saber muy bien cuál era la función que desempeñaba.

-te noto pensativa, te ocurre algo?, tal vez pueda ayudarte- dijo la joven residente siempre hablándole de una manera que inspirara confianza y regalándole bellas sonrisas con ese par de labios que desquiciaban a cualquiera, si bien el socializar con los educandos entraba en sus actividades serviciales, en esta ocasión ella lo hacía con toda la intención de ayudar a una niña que a su juicio se encontraba en un dilema.

-noo, es solo que…- la nena dejaba pasar un lapso de tiempo en lo que analizaba a esta maestra, y como si hubiera detectado un entorno de amistad prosiguió.

-bueno mi mejor amiga, al parecer… está saliendo con alguien- la inocente Lupita se sinceraba con la hasta entonces desconocida para ella, pero le daba un cierto aire de confianza quizás por su cercanía en edades, diferencia de poquito más de cinco años.

-ahh, ya veo, tu amiguita está saliendo con alguien y eso está provocando en ti cierto miedo al distanciamiento, tal vez se trate de temor el pensar que tu amiguita ya no va a estar contigo el tiempo que antes tenían juntas, ay mi niña eso es parte de su crecimiento,- la joven estudiante se iba por el camino fácil, además de que Lupita no le brindó la información completa, le faltó decir a la niña que su amiguita había faltado a dormir un día a su casa y además se mensajeaba con, hasta ese momento, un desconocido para ella, con esta información quizás Asdany hubiera reflexionado mejor la situación.

-cree que sea eso?- preguntaba la niña.

-claro, mira, cuando yo tenía tu edad, uuuuuuu hace como… un año jijijij, tenía una amiguita, era mi mejor amiga también, sin embargo ella comenzó a salir con un muchacho y si, al principio nos distanciamos un poco pero, no por eso dejó de ser mi amiga, nos seguimos viendo y saliendo como lo hacíamos antes, obvio no tan seguido, la verdad a mí me daba gusto verla con alguien que en verdad la valorara y yo también comprendí que ella necesitaba tiempo para estar con su pareja y pues al crecer te haces de más compromisos, una crece y pues va adquiriendo otras responsabilidades, esto es parte de la vida Karlita, es parte de dejar de ser niña y convertirse en toda una mujercita- a la dulce maestrita le comenzó a entrar un poco de nostalgia recordando años que ya se habían ido.

-si, tal vez sea eso, jijiji- la encantadora niña, sin embargo, también daba un poco de razón a la maestra, quizás Cassandrita se mensajee con algún enamorado de por sus rumbos y apenas esté en planes de presentárselo, entonces le daría tiempo a su amiga, lo que si es que se compadecía del pobre Armandito pero pues él había tenido la culpa por no ponerse las pilas, pensaba la niña.

Las jovencitas siguieron tratándose y charlando temas afines y de interés, rápidamente surgió una química entre estas dos señoritas quienes en pocos minutos ya reían como buenas amigas, hasta que el horario advirtió a Asdany que era tiempo de regresar a sus labores.

-bueno Karlita, me despido, tengo que seguir con mis actividades, cualquier cosa aquí tienes una amiga- dijo la maestra dándole un tierno beso en la frente a la jovencita mientras se la acercaba juntándola de su hombro.

-sí, gracias- la chiquilla decidía que no se iba a entremeter en los asuntos amorosos de la chichona de su amiga, pero no por eso no iba a tratar de seguir ayudando a su Armandito, hasta que no hubiera algo formal entre Cassandra y el enamorado misterioso aun había esperanzas.

———————————-

Pasadas algunas horas y en diferente sitio, el obeso de Pepe platicaba a gusto con el raquítico de Teo, maestro de Laboratorio, de unos 45 años, casi chimuelo, casi calvo y tan flaco que tenía que utilizar pantalones fabricados a la medida de jovencitos para que estos pudieran medio ajustárseles a sus desnutridas caderas, dichos pantalones al ser para personas más jóvenes y algunos de menor estatura le llegaban apenas a media canilla dejando ver todo el flojo calcetinaje del viejo químico fármaco, su cuerpo era tan delgado, tan seco, tan maltratado que muchos alumnos lo habían sobrenombrado bajo el apodo de Señor Burns, y cuando se juntaba o caminaba acompañado del redondo de Pepe eran apodados como El Diez, en representación del uno como el maestro Teo y el cero como el marrano humanoide de Pepe.

Pues sí, el maestro Teo era tan flaco pero presentaba una abultada pancilla, bien podría representarse mejor como una serpiente recién alimentada ya que a estos animales se les forma un bultito cuando acaban de devorar a algún roedor aunque los niños preferían el término de “la cuerda parada con un nudo en medio”, poseía un cuerpo deforme y alargado, unos brazos flaquísimos y larguiruchos que se aganchaban de sus muñecas y cuyos dedos de ambas manos se extendían filamentosos y siempre se acariciaban entre ellos.

Ambos maestros platicaban a gusto y de forma sana, sin molestar a nadie, sobre lo bien que se les marcaba el culo a muchas alumnas y algunas maestras cuando en eso apareció con toda la intención de alborotarlos la que en ese momento estaban analizando mentalmente, la maestra Asdany. La joven psicóloga llamaba la atención de los viejos mentores con su escandaloso taconeo y femenino cadereo, llevaba bajo el brazo unas hojas para pegarlas en el semanario de la escuela, como estaba haciendo su servicio en esta institución muchas veces era ocupada para realizar labores que no venían en su plan de trabajo sin embargo como buena alumna y principalmente para no tener problemas con su asesora y evaluadora tenía que realizarlas de la mejor manera.

Pero los viejos no veían los papeles que la joven portaba entre sus delicadas manos de largas uñas coquetamente pintadas, ellos veían las estilizadas piernas remarcadas en unos infernales pantalones negros tan ajustados que parecían mallones, tan pero tan ajustaditos a sus piernas, muslos, culo y entrepierna que se podía notar con solo vérselos el momento de dificultad que tuvo que pasar la maestra para lograr embutírselos en su cuerpecito rico, así como también admiraban la blusita tal delgada que portaba y que intentaba bajar para taparle un poco el imponente trasero que se le remarcaba, llegándole apenas a media nalga, la joven docente sensualizaba su pasó así como sus piernas, demostrando lo cerrada que se encontraba con su apretado caminado, despertando unas manías insaciables en este par de buenos hombres por abrirla de patas.

Los viejos quedaron hipnotizados con la impactante visión de la joven hembra contoneándose exquisitamente como modelo en pasarela, su carita de muñequita y pintorrajeada sutilmente a manera de verse más atractiva de lo que en exceso ya era despertaba en ellos sus más bajas insanias y deseos perversos por ir y desvestirla en esos momentos y darle una cogida como solo una hembra de esas latitudes se merece, al grado de hacerla relinchar de tanta verga como una verdadera yegua y dejarla desnuda y tirada en el pasillo con sus ojitos desorbitados, su lengua de fuera, sus agujeros escurriendo en leche y ligeros tics nerviosos atacando sus extremidades.

-jejeej, ira quien va ahí, mi flaco amigo- decía el grasoso recomponiendo su posición en la silla para poder apreciar mejor la suculenta carne.

-pero que cacho de culo se carga esa pendeja, su novio le ha de dar unas verguizas todas las noches, sería un pendejo si desperdicia todo eso- suponía el maestro Teo tallándose su alijada barbilla filosofando sus enunciados, valorando la mercancía que en esos momentos sus sumidos ojos veían.

-ja… jajajajaja, ese chamaco??, si se ve que es puto!!, ¿apoco no lo has visto?, y utilizando mi ojo clínico te diré mi buen que con ese caminado la zorrita esa está más apretada que una tuerca- preguntaba y deducía el gordo.

-sí, es un güerillo lleno de esteroides que viene luego por ella, pos que pendejo- el viejo y flaco maestro cruzaba sus huesudas piernas, era tan flaco que en su pantalón solo se remarcaban sus rodillas, sus piernas al parecer no existían.

-ese mismo, ¿no lo ves cómo se viste?, con sporcitos y shorcitos, según para presumir sus músculos llenos de aires, y ora sus aretitos que se pone en cada oreja, que ¿se cree vieja o qué?, aretes solo usan las viejas!!!, nooo si los muchachos de hoy en día salen bien raros, mucho maricón, con razón las putitas prefieren volverse lesbianas jajaja- decía el viejo gordo para coronar sus veredictos pegándole una mordida de burro a la torta de jamón cargada de aguacate, harta cebolla y escurriendo litros de mayonesa.

-ja… entonces esas pendejas (Asdany y Diana) se han de dar unos mamadones de papaya entre ellas cada que se encierran en el cubículo de la güerita- decía Teo, saboreándose la respuesta de su colega así como la forma que debían de tener los bollitos mencionados.

-no creas que no, con lo maricones que se ven sus novios, el de Diana hasta se depila la ceja, dime tú que puterías son esas, por eso esas viejas mi amigo, si no les damos una buena cogida se nos van a confundir de camino, hay que hacerlas comprender el verdadero propósito para el cual la madre naturaleza las dotó de papaya entre las piernas- el grueso viejo de tres mordidas se había jambado la torta y ahora utilizaba un palillo para quitar los abundantes restos de comida entre sus coloridos dientes.

-bueno y como lo podemos hacer?- preguntó el flaco.

-primero hay que hacerlas distinguir entre un hombre y un maricón, hay que dejarles en claro que todavía habemos hombres y voy a hacer lo que un verdadero hombre haría en estos casos, en este mismo momento voy a ir y le voy a decir a la güerita ojimiel que tengo unas ganas de pegarle un mamadón de bollo hasta dejarla seca, que si quiere nos podemos ir a tu laboratorio, viejo desnalgado, y coger ahí jajajaja- dijo el bodrio.

-jejeje, gordo pendejo, no creo que seas capaz de ir y decirle eso, se te arruga el culo- decía el flaco sin pestañear siquiera pues la maestrita seguía expuesta a su degenerada mirada.

-como que siento que no me crees, a que sí, puto viejo culo de pastilla, ¿quieres apostar?- el gordo maestro utilizaba una servilleta para limpiarse su oreja del exceso de cerilla al mismo tiempo que peinaba sus secos cabellos con una de sus grotescas manos echándoselo para atrás, acicalándose y tratándose de ver lo más presentable posible por que en verdad pensaba ir y faltarle al respeto a la jovencita de esa manera tan ordinaria.

-jaja, ¿de cuánto estamos hablando?, bola de manteca- preguntaba el flaco Teo, toda esta conversación los viejos maestros la llevaban a cabo sin dejar de admirar con sus calientes miradas el estilizado cuerpo de la maestra.

-no sé, ¿qué te parece la quincena?- respondió el gordo, echándose un poco de su aliento en una de sus manos para verificar que estuviera presentable.

-ehh, estás loco, ¿piensas perder toda la quincena?- debatió el chupado viejo, ya que era una cantidad considerable en efectivo en caso de que el rechoncho se animara.

-bueno que sean 500 pesos pendejo, sii 500- dijo el gordo sabiendo que su acabado amigo no se retractaría dos veces.

-ora, 500 pesos, jajaja viejo rabo verde mejor ya vémelos dando porque sé que no te vas a parar- el maestro Teo ya casi se sentía con el dinero en su bolsa, aunque reconocía que cuando supo lo que el gordo tenía planeado para recitar a tan bella niña pudo experimentar un acalorante endurecimiento en su verga, una parte de él deseaba ver ese glorioso momento.

-mira mi esquelético, si me pagaran 500 pesos por cada vez que le he dicho alguna leperada a una zorrita como ese culito que está ahí (señalando a Asdany), en estos momentos estarías mamándome la verga por dinero jajaja, mira y observa- el viejo maestro se paraba con mucha dificultad puesto que, debido a su volumen, parecía haberse quedado atascado en la silla, la pobre silla casi agradeció el liberarse de ese peso cuando el ballenato pudo desencajarse de ella.

Avanzó lentamente y de manera gelatinosa hacia donde Asdany se encontraba mientras el maestro Teo veía atento con cara de psicópata desequilibrado y con la verga parada los movimientos de ambos y visualizaba la futura escena antes de que esta sucediera, ya casi veía al gordo regresar a donde él antes de llegar con la curvilínea estudiante universitaria pero a su vez anhelaba ver la reacción de la jovencita ante tal acto de valentía por parte de su colega.

Pero para su sorpresa el maestro Pepe llegó a su destino, a lo lejos Teo miraba las calientes apreciaciones y evaluaciones que Pepe realizaba al sugestivo cuerpecito de la chiquilla, incluso el caliente y gordo viejo aprovechando que la practicante no lo veía le mandaba una seña a su amigo dándole a entender que la carne era de primera, y más porque ella estiraba sus brazos con la finalidad de poder pegar una de las hojas en la parte de arriba (lugar que le correspondía al tríptico), tan arriba que le se le complicaba mucho aun con sus zapatillas del quince puestas, en esta postura su cuerpo se estiraba, sus piernas se torneaban aún más, sus senos se remarcaban a mas no poder debajo de su blusa, su blusa se levantaba un poco más dejando a la vista el culo apretado por el pantalón, además su culo se erigía portentosamente, los ojos del viejo casi se le salían de su rostro, y más al contemplar otro detalle que a lo lejos no se veía, la blusita lila que Asdany llevaba puesta era semitrasparente, dejando entrever un top negro debajo de esta apretando un par de excelentes melones, pero al mismo tiempo dejando apreciar el fino y ejercitado abdomen que se cargaba la estudiante, abdomen con todo y ombligo, la nena era sensual hasta de su ombligo.

Teo observó al maestro Pepe, este al parecer había llegado en son de paz pues Asdany volteó a verlo mientras seguía estirándose, poco después ella recompuso su posición y fue el maestro Pepe quien ahora pegaba el papel, al tener una altura mucho mayor no se le dificultaba llegar a donde la tierna y delicada maestra no podía. Empezó a argumentarle algo, al parecer intentando sacarle plática, de hecho Asdany se atrevía a responderle algunos comentarios, a lo lejos se veía tranquila pero en eso el viejo dijo algo que le hizo brillar la cara de coraje a la rubia nenita, Asdany se mandó una sonora cachetada que pudo ser escuchada hasta donde estaba el otro pervertido y se retiró del lugar lo más rápido que su coqueto y fino caminar se lo permitía, el viejo Pepe en tanto no perdió detalle en observar ese despampanante meneo de cintura y cadera que Asdany realizaba porque ya era algo común en ella, aunque ella tratara de evitar caminar así.

El maestro Pepe regresaba con su endeble colega, todo adolorido y sobándose el colorado cachete de puerco viejo.

-ahhh, pega duro la putilla esa-

-jejeje, que le dijiste, que le dijiste?,- preguntaba el impaciente Teo casi burbujeando de su sumida boca, tan sumida que sus labios no existían.

-pues en lo que quedamos, no ves cómo me dejó, ahora paga- dijo Pepe, Teo aceptaba su derrota y sacaba el billete de la cartera, exigiendo que se le contara la plática con lujo de detalles, gestos y hasta si la maestra traía tanga o calzón, por la dimensión de la cachetada que se traducía en una rojísima pero pequeña manita estampada en el cachete del viejo suponía que Pepe había cumplido con lo que dijo, de lo que Teo se enteró fue de lo siguiente:

El viejo Pepe llegaba hasta donde Asdany, ella tratando de alcanzar a colocar uno de los papeles consistentes en efemérides y eventos semanales le mostraba sin querer al viejo toda la sugestividad de su anatomía, además el viejo debido a la distancia tan corta en que se encontraba con respecto a la hembra podía aspirarle la esencia femenina así como admirarle el coqueto par de labios rojos que se portaba, esos labios que lo volvieron loco desde que la conoció, tan carnosos y apretados entre ellos que daba la suposición de que su grotesca herramienta no cabría por ahí, sin mencionar el cacho de culo y como el pantalón se pegaba a su panocha sin respetar el espacio de esta, remarcando la estratégica ubicación de esta.

-muy buenos días mi bella maestra, veo que tiene problemas con el papeleo- saludaba el viejo que ya sudaba a mares sin dejar de apreciar las carnes que tenía enfrente.

-buenos días- contestaba Asdany solo por educación y sin voltear a ver al porcino, ya que lo último que deseaba en el día era entablar una conversación con el único viejo que venía molestándola desde días atrás, el maestro Teo solo se la comía con la mirada y se masturbaba a su salud pero no le decía guarradas ni le pegaba de nalgadas.

-si me permite puedo ayudarla, ande- el maestro estiraba su mano no para pedir un saludo, sino más bien el dichoso papel, Asdany al ver que un poco de ayuda no le vendría mal aceptó.

Mientras el viejo se estiraba para llegarle a la posición ahora era Asdany quien escaneaba al redondo maestro, veía su gruesa papada dividida en varios gajos colgándole de su cuello, su obeso cuerpo todo sudado principalmente de las axilas puesto que el viejo cuando levantó los brazos permitió que se le viera la escandalosa humedad empapándole hasta la parte donde las costillas se cubrían de exageradas cantidades de manteca de cerdo, miraba la grotesca panza que abultaba la vieja y percudida camisa que el viejo portaba, además veía como parte de esa panza sobresalía por debajo de la camisa, tres grotescas lonjas circundaban el cuerpo de tambo llegándose a ver como si el viejo portara tres gruesos salvavidas de esos que se ponen las personas en la cintura cuando se meten a aguas profundas sin ser expertos nadadores pero era la última y más peluda de las lonjas la que caía desparramada cubriéndole completamente la hebilla del cinturón, su respingada nariz no demoró en ser atacada por las esencias sudoríparas del macho viejo, Asdany lo analizaba y lo veía más como un conserje sucio que como un docente, aunque la nena ya sabía que era el educador físico de la escuela.

-listo, ya está- dijo el profe, Asdany continuo pegando los papeles y trípticos que le quedaban pensando que el viejo se retiraría, se empezó a sentir nerviosa e incómoda al ver que el viejo no se iba, podía escuchar su pesada respiración de perro flemático eso considerando que estaban a dos metros de distancia, de repente volvió a escuchar la batracia voz.

-sabe maestra, he dialogado con otros compañeros todos llegando a la conclusión que su rendimiento en esta institución ha sido más que sobresaliente, me enaltece que usted haya escogido esta escuela para realizar aquí su servicio social y créame que estoy en todas las facultades de apoyarla incluso de apelar por usted para que se quede a laborar aquí con nosotros, como maestro con mucha antigüedad y altas influencias en el magisterio sería fácil para mí lograr que usted ocupe un cargo como educadora sin necesidad de contar con la maestría, bien podría asistir a su escuela en las mañanas y venir a laborar en las tardes,- croaba el vejestorio, la joven psicóloga escuchaba lo que el viejo rebuznaba sin voltear a ver su cachetona cara, ella se apresuraba con su actividad pues sabía que el viejo no dejaba de morbosearla, lo conocía y lo tenía bien referenciado, además se limitó a responderle al viejo sobre la solicitud que le hacía.

-sépase que también, antes contábamos con una psicóloga, ya sabe, orita que está tan de moda el bulliyng y todo eso el Estado educativo ha implementado un programa de que cada escuela cuente con su propio psicólogo y veo que usted al ser tan trabajadora debe de estar a estas alturas lo suficientemente preparada para desempeñar tal labor ehh, además esto le ayudaría a ganar independencia e ir forjando experiencia laboral para cuando encuentre un trabajo mejor remunerado, que me dice?- el viejo maestro se mandaba una de sus sonrisas más fanfarronas mientras recargaba uno de sus brazos en la pared, volviendo a mostrar su encharcada axila, nuevamente la maestra ignoraba al viejo concentrándose en lo suyo, escuchaba todo lo que chachareaba el cuerpo de sandía pero se limitaba a responderle.

-mire, sé que a lo mejor este enojada conmigo por lo de la otra vez pero… le juro que fue un accidente, ya le dije que me tropecé y en mi desesperación por apoyarme de algo pues… le toqué la nalga, jejejejej, además se está viendo muy altanera para con alguien que está hablándole con el mayor respeto posible- decía el sinvergüenza, esto abochornó a la joven universitaria quien enterró con fuerza desmedida la chinchilla que servía para atorar los papeles así como una visible vena saltó por una de sus sienes.

-por favor maestro… Pepe… o como se llame… no toque ese tema, si bien ese día no lo reporté es porque la verdad no quiero tener problemas, ni con usted ni con nadie, así que le pido que me deje en paz, agradezco el haberme ayudado y el proporcióname la información pero no, no estoy interesada por el momento, con lo que me envían mis padres es más que suficiente para asistir a la escuela y trasladarme hasta acá, gracias- sentenció la rubia universitaria.

-me sorprende su reacción pero tengo que reconocer que no esperaba menos de usted- decía el viejo quien no solo sudaba de sus axilas, ahora había aparecido otras dos enormes manchas de humedad, una formándole una T en el pecho y la otra una O en su robusta espalda.

-a que se refiere?- ambos se veían ahora directamente a los ojos, más bien ella ya que el viejo enseguida dirigió su pervertida mirada a cada una de las curvas que construían un excelso cuerpo femenino parado enfrente de él pero principal y descaradamente a su repintada panocha, de más está decir la breve cintura que se le marcaba a la chica, el viejo ya se imaginaba apoyándose de ahí mientras se la clavaba hasta el fondo.

-sí, el que usted se sienta de mejor posición económica no le da derecho como para sentirse superior a todos nosotros- dijo el profe, Asdany se ofendió pero en vez de abandonar el lugar se quedó a arreglar esa imagen que el viejo tenia de ella, si algo le molestaba era que la tacharan de fresa altanera, aunque en ocasiones así era como se comportaba.

-a ver… a ver… a ver, yo solo soy así con los que me han faltado al respeto, osease usted, y ya no siga, ya le dije que no quiero tocar ese tema, ¿que no tiene cosas que hacer?, porque yo sí y me está haciendo perder mi tiempo-

-mamita rica, yo no te estoy agarrando las manos para evitar que sigas pegando los semanarios- la maestra se puso roja de vergüenza.

-por favor modere su vocabulario conmigo que no está hablando con una cualquiera, no le permitiré que me vuelva a llamar así, está claro, viejo morboso- la curvilínea maestra intentaba verse fuerte ante su contrincante pero la realidad era que se ennerviaba cuando estaba cerca del viejo por la forma en que la veía.

-ja… quieres que modere mi vocabulario y tú me dices morboso, sabes todos los sinónimos que tiene esa palabra, casi casi me estás diciendo pervertido, cochino, asqueroso-

-oiga yaaa, se me escapó, además no estaría diciendo mentiras- la dulce maestra se atrevía a mirar pícaramente a los ojos a su oponente verbal, lanzándole una mirada como dando a entender que ella había ganado, levantando muy singularmente una de sus cejas dejando la otra en su posición normal.

-sabes chiquilla, tienes razón, soy un morboso, un caliente, un rabo verde, y he estado morboseandote tu cuerpecito rico todo este rato que he estado platicando contigo jeje, tienes un cuerpo muy cogible y la verdad que que rico se te marca la panocha con ese pantaloncito jejeje, hablando de panochas hace rato estaba platicando con mi colega sobre las ganas que tengo de pegarte un mamadón de bollo- el viejo se descaraba, hacia un círculo con los dedos índice y pulgar de su mano derecha mientras metía de manera asquerosa la legua dentro de estos.

La dulce maestrita se quedó sin ideas y su cuerpo parecía no responderle, se paralizó viendo como esa serpenteante lengua se movía entre ese agujero formado por los gruesos dedos del viejo y que simulaban una vagina, su vagina, viéndola también como entraba y salía de este y viendo ahora como el viejo, con sus labios, realizaba asquerosos movimientos de succión.

-no se te antoja esto en tu panochita??, chiquilla, jeje,- dijo el viejo enterrando hasta el fondo su lengua en el círculo que formaban sus dedos.

-sabes, el laboratorio está abierto, que tal si dejas esos papeles por ahí y nos perdemos un ratito jeje-

Desde luego la encolerizada Asdany no podía quedarse así como así, sentía que hervía su sangre, apretó una de sus manitas y sin ni siquiera voltear a ver que alguien pudiera observarla obsequió al viejo una tronada bofetada que le cimbró todo el cachete de perro mientras le decía:

-porque no va y le propone sus porquerías a la más vieja de su casa, viejo puerco!!, idiota!!- dijo la güerita alejándose lo más rápido que pudo sin terminar lo que estaba haciendo, sintiendo como el viejo no paraba de mirarle el culo, incluso intento caminar lo menos sugestiva posible pero eran infructuosos sus intentos, sabía que estaba regalándole al viejo una de las mejores vistas de su anatomía y esto la enojaba más, por más que trató de disimularlo su caminado no dejó de ser coqueto e hipnotizante.

-que rico lo mueves muñeca, muaccckkkk- dijo el agredido viejo lanzando un tronado beso al aire mientras veía como se bamboleaban las nalgas de la maestra en cada paso que daba, haciendo que Asdany se fuera más que colorada y rectificando que Asdany estaba más apretada de lo que presumía.

-y así fue como sucedió mi buen Teo- sentenciaba el gordo maestro ya terminando la plática con su huesudo amigo, quien no se masturbaba ahí mismo porque de veras.

-jejeje, eres un hijo de puta cabrón, pinche Pepe, eres la mera verga, como dicen los españoles eres la ostia, pero dime, ¿apoco no te da miedo que un día de estos esa pendeja culona te acuse con el director?-

-y quien dice que no me ha acusado, claro que me acusa, de hecho el mismo director me ha dicho que le baje, pero yo no me voy a comportar, grábate esto mi flaco ojo alegre, yo… allá arriba… estoy bien parado… tan parado como una verga jajajajaa- ambos maestros reían mostrando sus hipopotámicas bocas una de ellas casi desprovistas de dientes (la de Teo), saboreándose la dulce victoria obtenida por el momento sobre la altanerilla maestra, el gordo se sabía inmune ante los reportes que pudiera recibir.

-y tu pendejo, ¿qué has hecho?, ¿has armado algo con la Cassandra?, ¿le has pellizcado el culo por lo menos?- preguntaba Pepe.

-y como vergas quieres que haga eso si siempre está ahí toda la bola de pendejos (alumnos) que no dejan hacer nada, pinches chiquillos de hoy están bien pendejos, basta con quitarles un pelo a uno y ponerlo en el microscopio y allí están todos entretenidos como si hubieran descubierto una enzima-

-no seas puto y no me cambies la conversación, te hice una pregunta viejo lamevergas,-

-lamevergas mis huevos!!, ya te dije que no, así como para agarrarle el culo no-

-¿como?!!- preguntaba el grueso educador.

-iraaaa, jejeje- el flaco maestro se apretaba su armamento por sobre su pantalón.

-jajaja, eres un pendejo, te voy a enseñar cómo se hace, antes de que acabe esta semana voy a tener a esa mocosa en mi cubículo mamándome la verga, si vieras los shorcitos que usa en las prácticas la condenada hija é puta, flaco yo se reconocer cuando una chiquilla quiere verga y esa, apuesto mis dos huevos que la quiere, la pide a gritos, sino es que ya la esté probando la condenada- el marrano parlante se sacudía su camisa en un intento por descalentar su sudada corpulencia.

-estás pero bien pendejo pinche wey, una cosa es acosar a esa güerita culona, pero otra mucho más seria es pasarse de listo con una de estas mocosas, se pueden malinterpretar las cosas, yo por eso mejor ni me meto, solo veo culos e imagino papayas-

-dame la razón, tu porque eres un puto miedoso, yo sé lo que hago, además esas chiquillas no dicen nada, jejeje, no creo que se atreva a acusarme sabiendo los chismes que se arman, siempre ellas llevan las de perder, esa mocosa no sabes cómo me calienta, ya hasta sueño con ella, me la chaqueteo a su salud, neta que he soñado que me la cojo bien cogida y si hasta en sueños me aprieta la verga imagínala en la realidad, ya ni mi vieja se me antoja por culpa de esa putilla, yo no sé tú pero yo ya estoy cansado de pajearme como puberto con videos pornos y con las fotitos de la güerita piernuda que le robo de su face y que ya te he pasado algunas pa´que te pajees, con el solo recrearme sus shorcitos de esa escuincla apretándole las nalgas ya tengo la verga que me revienta- decía el sátiro y reverendo asno de Pepe.

-ahhh, siii, esa güerita que sale en falditas y shorcitos con una carita de limosnera de verga que ni ella se la aguanta, pero eres un puto culero porque me dijiste que tienes una conversación con ella muy cachonda y no me la quieres pasar, ya pinche Pepe deja de mamar y pásamela- parloteaba el flaco.

-ya te dije que si mamo pero panochas, lástima que es de lejos sino ya me la hubiera culiado, pero para que pensar en putas foráneas si aquí tenemos dos que se cargan unos putos culos que muero por reventárselos, me come la verga por tronármelas- dijo Pepe refiriéndose a Asdany y a la inocente Cassandrita haciendo una forma en sus manos como si estuviera aferrando las caderas de una de ellas y la impactara contra su grasosa pelvis, dramatización que hacia sentado en la silla de hace un momento.

-su momento llegará mi amigo, pero bueno ya, cambiando un poco de tema, ¿traía tanga la maestrita?- preguntaba el flaco.

-para mí que sí, porque el calzón se marca y no se le marcaba nada, aunque yo pensé que esos pantaloncitos que se cargaba eran de esos elásticos que se les pegan hasta en la panocha pero no, eran como de tergal, pero aun así lo único que faltaba que se le remarcara era el clítoris jejejeje, ese pantalón casi se le mete a al bollo- los viejo pervertidos seguían conviviendo entretenidamente bajo la sombra que les proporcionaba un almendro.

Unos minutos después, en la oficina que se le había asignado a la joven aspirante para el desarrollo de sus actividades…

-de veras eso te dijo ese hijo de… ay perdón- decía Dianita llevando una de sus manitas a sus carnosos y rojísimos labios después de enterarse de las plebeyas palabras utilizadas por el viejo para hacer enojar a tan preciosa muchachita.

-sí, puedes creerlo, que poco hombre!!, si es que a eso se le puede llamar hombre- la sulfurada Asdany casi gruñía y partía el bolígrafo por el vergonzoso momento que la había hecho pasar el desequilibrado maestro, sin embargo la segunda reacción de su libertina amiga la desconcertó.

-mmm, que rico- dijo Diana sentándose en el escritorio de su amiga, cruzando sensualmente sus potentes piernas.

-queee?- la maestrita Asdany pareció no haber entendido que era lo rico.

-sí, que rico que te hagan eso- dijo Diana pasándose la lengua por sus labios.

-a que te refieres?- preguntaba Asdany un poco confundida, nuevamente levantando una de sus perfectas y cuidadas cejas.

-a que te den… uno de esos jijijij- la maestra Diana se friccionaba sus muslos.

-de veras que estas pero bien loca Diana, o sea, ayy no sean cochina- Asdany intentaba concentrarse en llenar unos formatos propios de su universidad, la rubia maestra había entendido las ideas de su amiga.

-jijijiji, ay amigaaa, pero yo no me refiero a que te lo de ese sapo de Pepe, sino a… ¿mujer apoco tu novio no te ha hecho sexo oral?- peguntaba Diana levantándose del escritorio y estirando todo su voluptuoso cuerpo cubierto por una ajustada blusa blanca y unos sugestivos mallones negros.

-noooo, no seas asquerosa amiga ¿apoco a ti si?- la abochornada Asdany no cabía de la vergüenza, sin embargo preguntó más que nada para distraer a su libertina amiga y que esta se entretuviera contándole sus aventuras para de este modo evitar que a la rubia se le siguiera entrevistando.

-siii, y se siente riquísimo, mmm, sentir una babosa lengua recorriéndote allá abajo ahí dios, casi me estoy mojando- Diana se llevaba una de sus manos y la acercaba peligrosamente a su sexo.

-iiiuuuu, Diana ya… para, tú también estás bien pervertida, no me extrañaría verte un día platicando con esos locos degenerados- Asdany por un momento pensó que su amiga se tocaría ahí enfrente de ella así que desvió su mirada como muestra de pudor, sin embargo ella reconocía que este tipo de pláticas prohibidas, entre chicas, la estaban acalorando.

-jajaja, eso estaría bueno, imagínate, si saben de eso, deben de saber muchas otras cosas ricas que hacernos a la hora de estar en la cama, no crees?- la alocada maestra lanzaba una mirada pícara a su amiga psicóloga.

-ay nooo, que asco, esos viejos- Asdany mostraba un gesto de desagrado, sin embargo en vez de seguir con sus labores estudiantiles había dejado estos por poner más atención a la caliente plática que estaba dirigiendo su candente amiga, muy en su interior el tema del sexo oral le curioseaba.

-jijiji, asco porque, apoco no te gusta morbosear, imaginarte la lengua de ese viejo rabo verde entre tus piernas, enterrándotela hasta el fondo, pasando su caliente lengua jijiji por ahí- la alocada maestra Diana se estaba calentando, su sexo ya estaba húmedo.

-nooo, deja de decir esas estupideces por favor o me voy a enojar contigo también- dijo Asdany quien a decir verdad estaba interesada en conocer un poco más la vida íntima de su amiga, pero tenía que aparentar desacuerdo en todo lo que estaban relatándole, fiel a su imagen de niña conservadora y recatada.

-uuyy que sensible, estás sentimensual?-

-jajaja, Diana que payasa eres-

-amiga ya… cambiando de tema, sabes, me han contado por ahí que el maestro Pepe se carga un animalón entre sus piernas, que es casi lo de un pepino- Diana intentaba recrear las medidas vergales del viejo con sus manos.

-pero… que dices?- la joven practicante se ponía más que colorada, más roja con lo que le contaba su amiga que con las leperadas del viejo.

-sii, y yo no me he quedado con la duda, siempre que lo tengo cerca me fijo en su bulto y si, a veces yo creo lo trae parado porque se la marca un culebrón- la mente de Asdany le jugó una mala pasada imaginando por un breve periodo de tiempo la entrepierna del marrano toda abultada y caía en la cuenta de que hace poco estuvo tan cerca de tan despreciable sujeto, aunque ella misma trataba de poner su mente en blanco no encontrando como, así que sacó su celular para distraerse con algo, aunque fuera con el Face.

-Diana, que te dije, deja de estar pervirtiendo mi mente con tus cosas-

-ahh, ora resulta que la que coge a cada rato con su novio es una santita y yo soy la pervertida,- las maestras seguían platicando de sus cosas, sin embargo lo que Diana no sabía era que Asdany le había mentido un poquito a la hora de presumir las condiciones sexuales de su novio.

Si bien si era cierto que la joven pareja había tenido varios encuentros amorosos la semana pasada, estos no eran forzosamente de todos los días, esto había sido una táctica de la joven psicóloga por demostrarle a su amiga Diana que su novio no era tan aburrido como ella pensaba, considerando la animalesca forma con la que Diana se expresaba del sexo, Asdany intentaba hacerle ver que su novio también tenía lo suyo en un intento por asegurar que su libertina amiga dejara de invitarla a los antros de perdición, pero la realidad con respecto al vigor sexual del joven Michael (novio de Asdany) distaba mucho de eso.

¿Cuántas mujeres habrá en el mundo que no han podido experimentar eso que se le conoce como orgasmo?, ¿Qué en su vida no logran experimentar tan siquiera uno?, ¿cuántas mujeres viven reprimidas sin ser satisfechas como se debe debido a la poca cultura sexual, a los mitos o tabúes en sus parejas considerando o entendiendo que solo ellos son los únicos que deben de sentir placer?, o que la mujer basta solo con penetrarla para que esta se sienta satisfecha, o aquellas quienes sus parejas conservan una sólida educación basada en principios y valores que ven el placer carnal como algo enfermizo, sacrílego y hasta satánico. El novio de Asdany era uno de esos hombres que no sabían explotar el cuerpo de su hembra al máximo, además de ser precoz el joven era muy reservado a la hora de intimar con su pareja.

La relación entre estos jóvenes no era lo que la muchachita presumía, ahora en esta semana los encuentros sexuales se había reducido a cero, esto debido a que como muy pronto el macho se iría buscando cumplir su deportivo sueño pensaba que esto le quitaría energías o lo distraería de sus rutinas ejercitadoras tanto en el complejo deportivo como en el gimnasio.

El musculoso muchacho también era algo acomplejado, a la hora que intimaba con su novia había muchos momentos en que este quería saciarse con los placeres que le brindaba el cuerpo de su enamorada, pero no lo hacía debido a que no quería verse como un sátiro depravado a los ojos de la curvilínea maestra, pensaba que de ser así esta lo rechazaría o ya no querría tener intimidad con él, por eso no daba ese paso y solo se limitaba a la penetración normal, en la cual aguantaba unos cuantos minutos para terminar vaciándose en un condón.

Asdany en tanto, tampoco se atrevía a ser sexualmente más creativa con su hombre, a experimentar posiciones nuevas, a salir de la rutina que ya la estaba cansando y aburriendo, cosa que ella trataba de desconocer o intentaba ignorar, la joven se limitaba a la hora de aparearse pues su novio podría tratarla de mujerzuela, de golfa barata y de suponer que esto que haría con él adivinar con cuantos otros ya lo había hecho, ella debía de mostrar su pureza y recato a la hora de estar con su futuro hombre, considerado por ella el padre de sus hijos.

Sin embargo en ocasiones la doncella trataba de echarle una manita a su macho, despertarle ese lado salvaje y varonil seduciéndolo con selectas e insinuantes prendas, a veces se le paseaba en diminutos conjuntitos que alterarían hormonalmente hasta a las bestias de carga mientras este joven le decía que se quitara que no lo dejaba ver el partido, solía agacharse disimuladamente a sabiendas que era observada por su macho aparentando buscar algo mientras su tremendo culo era apenas cubierto por un alickrado short verijero de esos que dejan ver la rayita que separa la nalga de la pierna y que apenas y tapan los sexos femeninos solo para darse cuenta que su hombre ya andaba en otra zona del departamento, en ocasiones la seductora mujer lo esperaba a que llegara del gimnasio o de algún partido de fútbol sentada en la sala de su casa con aturdidores babydolls pero el joven deportista llegaba tan agotado que apenas y ponía un pie dentro del departamento de su novia y caía fulminado en la cama o en el sillón teniendo que ser ella quien terminara por quitarle los tacos y espinilleras, y así se la llevaba esta pareja, sin darse cuenta que la flama del amor se les estaba apagando.

———————–

La semana seguía transcurriendo y hasta el momento el exceso de maquillaje y el utilizar su cabello ladeado todo el tiempo le estaba resultando a Cassandrita para que nadie hubiera advertido aun el tremendo moretón que tenían estampado en su cuello. Lupita cada vez estaba más segura de que alguien se le estaba adelantando al sano Armandito, sin embargo no daba de quien podría tratarse ese joven que se atrevió a conquistar o estar galanteando el corazón de tan bella señorita, sin duda se estaba sacando la lotería por la belleza que irradiaba Cassandrita, la misma Lupita reconocía que su amiguita, aun sin maquillaje, era muy superior a las plásticas modelos que veía en televisión.

Mientras tanto Armando, por más que trataba de acercarse a su joven diosa no lo lograba, el miedo al rechazo le podía, la vergüenza que significaba para un joven como él acercarse a una belleza como Cassandra lo limitaba, no era el más guapo, mucho menos el más rico y por supuesto no estaba ni cerca de ser el más inteligente, ni siquiera poseía lo que se dice un buen físico, tenía un par de kilitos de más que no era la gran cosa pero esto lo acomplejaba mucho, o más bien sus amigos se encargaban de acomplejarlo ya que de más jovencito había sido más gordito y esa condición se le había quedado aunque fuera solo de palabra (o sea le decían gordo aunque ya no lo era).

En tanto había muchos otros que no perdían la oportunidad para arrimarse a Cassandra y sacarle algo de plática y en ocasiones hasta una hermosa sonrisa, mostrando sus blancos dientes que casi brillaban, esto hacia enloquecer de celos al joven enamorado al ver a su doncella sonreírle a otros menos a él, platicar risueña con ellos o regalarles algún golpecito señal de cariño, o ver como algunos más gandallas se despedían de ella con un beso en la mejilla, lo que daría este jovencito por sentir esos dulces labios estampándole una caricia en cualquiera de sus cachetes, y a pesar de que en los momentos en que Cassandra se encontraba sola o platicando con su amiga Lupe y esta le hacia la seña de que era el momento preciso para abordarla el indeciso joven solo agachaba su cabeza, se daba la vuelta, metía las manos en su bolsillos y comenzaba a patear algunas piedras ahí presentes para lentamente irse alejando del lugar.

Y es que el niño muchas veces había ensayado el discurso que le diría a su inmaculada, de hecho hasta se lo había escrito en un papel y lo repasaba a cada rato, pero a la hora de plantarse a escasos metros de ella todo se le olvidaba, no sacando el papel por miedo a maltratarlo con sus sudadas manos, no contaba con la confianza suficiente al llevar toda una vida de burlas por parte de compañeros genéticamente mejorados, el pobre a veces deseaba ser uno de ellos, o uno de esos actores que salen en las películas y que llaman la atención de las mujeres, pero se veía en el espejo y miraba un rostro cada vez más lleno de acné y muy distinto a las finas facciones del estereotipo de belleza masculina, que si bien el inocente chiquillo no era feo sus compañeros (algunos de ellos en realidad muy feos pero con el autoestima mas alta) se habían tratado inconscientemente de dañarle considerablemente su autovaloración.

Pero no así un viejo y gordo maestro, incluso antes de cometer la supuesta villanía (no tan vil, puesto que solo quería impresionar al maestro Teo alardeando cosas que en realidad no pasarían) a la que se preparaba se dio su tiempo para inculcar a los jóvenes educandos ahí presentes una importante lección de vida.

-a ver pendejos acérquese- decía el viejo guía a algunos alumnos que se encontraban cerca de él, la manera relaja con la que los trataba y lo castrosos que eran algunos mocosos le permitía llevarse de esa manera con ellos, si hasta se pasaban videos pornos que de malo tenia hablarse con leperadas.

-¿qué pasó profe?- preguntó uno.

-a ver, quien de ustedes ya tiene novia?- preguntaba el profe, algunos alumnos respondía afirmativamente, otros, entre ellos Armando, se quedaban callados.

-a ver mis niños, voy a enseñarles a ser hombres aprovechando que no hay maestras ni compañeritas suyas presentes jejeje, a ver, a ver, ¿quién de ustedes ya cogió?- el sabio instructor preguntaba cosas íntimas a sus jóvenes discípulos quienes algunos solo emitían una risilla apenada y medio morbosilla debido a lo directo de la pregunta.

-uuumm, apoco nadie, bola de maricones, yo a su edad ya cogía- rebuznaba el profe sonándose sus porcinas narices a moco limpio, cuando estaba con varoncitos no se limitaba en realizar sus cochinadas.

-ehh, apoco maestro- respondía otro, si bien Armandito estaba inmiscuido en la plática esto no significaba que el muchacho estuviera de caliente, al joven le había tocado estar en la hora menos indicada, en el lugar menos propicio.

-siii, y les digo esto porque veo que ustedes en esta época tienen mucho material, nada más vean a sus compañeritas lo buenas y culoncitas que están, ¿apoco no?-

-sí, sí, sí, si- tenían que responder obligatoriamente todos los alumnos, ya que de lo contrario quedaban como afeminados y expuestos a futuras burlas por parte de los que si respondían, solo el buenito de Armandito parecía no perder los estribos ante esta plática, obviamente le incomodaba que un hombre se expresara mal de una mujer, pero se quedaba a seguir escuchando las incoherencias del viejo para ver si podía rescatar algo bueno de todo esto y así tomar más valor para llegarle a Cassandrita.

-miren, yo les digo esto para que después no anden ahí de llorones atrás de una escuincla, las mujeres son para disfrutarse, no para andar ahí de manita sudada con ellas,-

-a que se refiere maestro?-

-me refiero a que las mujeres son muy cabronas, primero andan ahí de recataditas pero en realidad piensan tanto o más en culiar que nosotros, están que “ayy no, no quiero, ahí déjame no estoy lista”, pero en el fondo están deseosas de verga, y si ustedes que son sus novios no les dan carne, no van a dudar en buscarse a sus espaldas uno que si les dé jajaja- el viejo maestro casi se cernía sus huevotes enfrente de los chiquillos, según el solo se jalaba el pantalón.

-jejeje- reían algunos chiquillos

-siii, así mismo es esto, están que “ayy no quiero”, pero basta con que les soben la almejita para que después las tengan bien calientes y mojaditas ehhh, yo nada más las veo en las prácticas de voli como esas mocosas calientan a uno con sus shorcitos tan chiquititos y agachándose o parando el culillo para que uno se los mire, shorcitos que apenas y les tapan las nalgotas, así que mis niños pónganse buzos luego les andan encajando chiquillos que ni son de ustedes y ustedes bola de pendejos bien creídos y enamorados, esas mamadas déjenlas para otros pendejos, ustedes dedíquese a culiar, si eso es lo que piden esas canijas que les den verga- el gordo maestro estaba tan empalmado como un asno platicando estos temas con los niños.

-que sabio es usted maestro- decían algunos de los chiquillos, Armandito quedó chocado con la forma tan enfermiza en que el viejo hablaba así de las mujeres, en especial de alumnas suyas, y más al decir que las veía en las prácticas de voli con sus shorcitos era un hecho que muy posiblemente también se morboseara a su princesita, sin embargo no podía objetar nada puesto que sus compañero sospecharían de su secreto, y estos no se la pensarían en andarlo esparciendo por todo el instituto, pudiendo llegar a los oídos de Cassandra y esto por supuesto, la mantendría alerta ante cualquier insinuación que el joven hiciera, o peor aún, tratándolo de evitar lo más posible.

Sin embargo de todo esto aprendía una valiosa lección, esa última frase que dijo el viejo y que ya le había advertido Lupita, “si no aprovechas tú, otro te la va a ganar”, viéndolo desde el punto de vista de acercarse a ella, además veía como este viejo panzón, tan tranquilo, se retiraba de donde ellos y se acercaba ahora a un grupito de niñas, entre ellas Cassandra, hablándoles quien sabe que pachotadas pero con una tremenda facilidad para hacerlas reír, no comprendía como una persona tan depravada pudiera fingir tan bien su doble cara, y más se hubiera cagado el joven el haberse enterado que el viejo pervertido estaba citando a su enamorada a su cubículo esa misma noche para según él tratar algunas calificaciones por haber participado en el equipo de voli.

Después de haber recibido el sí por parte de tan bonita niña el viejo se retiraba a su cubículo para prepararlo todo, haciendo una señal con su mano y su pulgar levantado al maestro Teo quien observaba sentado desde otro ángulo la facilidad con la que Pepe se desenvolvía entre la comunidad escolar, mientras este porcino ya casi iba orinándose en semen con lo que tenía pensado inventar a su flaco amigo para que este se muriera de envidia, en otras palabras el maestro Pepe no pensaba propasarse con la nena pero ¿podría contenerse?, ¿el tripón de Pepe podría tener más fuerza de voluntad que el viejo tendero?, ¿podrá conservar su condición de honorable maestro, de hombre recto y casado ante las bajas tácticas mundanas utilizadas por la nena para alterar a los machos?………

Para contactar con el autor:

vordavoss@outlook.com


Relato erótico: “Gracias al padre 4, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

$
0
0
Nuestra relación mejoraba, día a día. La mujer, joven e inexperta, se había convertido en una Diosa. Mi vida adquirió sentido. Con ella, no existía la monotonía ni el hastío. Decididos a seguir juntos, tomamos posesión del dinero, que había robado su padre, y como habíamos acordado nos lo repartimos a partes iguales.
En cambio en menos de tres meses, nos habíamos aburrido de su madre, ya no nos divertía la sumisa en que se había convertido, era mas un estorbo que un entretenimiento, por lo que Lucia me pidió que le consiguiéramos una jubilación de lujo. Como buen yerno, que soy, se la conseguí, se la vendí a un socio por 500.000 euros. Lo mas gracioso del asunto, es que, Juan, quizás uno de los economistas mas brillantes que conozco, resultó ser un pésimo amo, y en menos de 15 días, ya bebía en los zapatos de Flavia.
Así fueron pasando los meses, Lucia y yo, yo y Lucia, pareja, amantes, dominantes o dominados pero felices, cuando ya creíamos que no podía existir algo mejor, ocurrió lo que a continuación os relato:
Ese día me desperté temprano, mi novia estaba acostada a mi lado, con la cabeza recostada sobre mi pecho. La tersura de su piel me enloquecía, no fue un acto voluntario pero al mover mi brazo, oí su suspiro. Como si fuera el banderazo de salida, con la yema de mis dedos, empecé a dibujar círculos en su espalda, hasta llegar a sus nalgas. El sentir mis caricias, provocó que se estremeciera, pegando mas su cuerpo en el mio, lo que me permitió recorrer la costura de su tanga, la hendidura de sus glúteos, y disfrutar con la rugosa piel de su agujero. Su suspiro se convirtió en gemido. Retiré mi mano, y llevándola a mi boca, ensalivé mis dedos. La humedad de mi saliva entró en contacto con su piel. Abrió los ojos, y sin mediar palabra, se puso de rodillas, con la cabeza en la almohada, dejando su culo expuesto a mis caricias.
Con mis manos, separé sus nalgas, teniendo cuidado que nada, ni siquiera su tanga, entorpeciera mis intenciones. Colocando mi lengua al principio de su espalda, fui bajando lentamente hacia el canalillo de su trasero, dejando tras de mi un rastro brillante. Al acercarme a su ano, me invadió el olor penetrante de hembra insatisfecha que necesita ser llenada. Con la punta recorrí las arrugas oscuras de mi destino, Lucia involuntariamente lo izó mas, dejando me entrever como se contraía al ritmo de mis caricias. Su mano descendió hasta su sexo, y con ansia castigaba su montecito del placer. Ver su calentura, me excitó. Escupí en su agujero, y con la lengua lo repartí, sin dejar pliegue, ni rugosidad, sin su dosis.
-Por favor-, me suplicó. Sabia lo que necesitaba, pero iba a hacerla sufrir un poco más. Sacando del cajón, un bote de aceite, derramé una gotas sobre su cuerpo, lo suficiente para que con mis dedos, aflojara su tensión. Mi anular tomó posesión dentro de ella, con desplazamientos laterales, de forma que su esfínter se relajó. Estaba preparada.
Apoyé mi pene en su entrada, sin forzarla. Tras unos instantes quieto, lo moví a lo largo de su canalillo, recorriendo su vulva hasta llegar a su clítoris. Ella protestó, queria que la tomara por detrás. Moviendo su cadera, intentaba introducírsela, pero yo no la dejaba. Me apiadé de ella poniéndola en la abertura de su anillo. –No te muevas-, le pedí. Ella me obedeció, quedándose quieta. Lentamente fui forzando su entrada, abriendo su pliegues, hasta que la cabeza de mi verga, entró totalmente en su interior.
-Ahora échate hacia atrás, para que sientas como te penetra-, dije. Obedientemente movió su cuerpo, introduciéndose toda mi extensión. No fue un movimiento continuo sino que con breves envites, centímetro a centímetro, rugosidad a rugosidad, fue absorbiéndome en su oculto tesoro. El dolor se mezclaba con el placer, ni una queja salió de sus labios, mientras se empalaba. Cerró los ojos al sentirla plenamente, mis huevos habían chocado, ya, contra sus nalgas. Experta, esperó unos momentos, para que su esfínter se acostumbrara a su castigo. Con suaves movimientos circulares me demostró que podía empezar, por lo que con un leve bombeo comencé a moverme. Poco a poco, fui aumentando la velocidad.
-Mas fuerte-, me exigió. Aceleré mis arremetidas, a la vez que con mis manos abiertas marcaba el ritmo con azotes en sus nalgas. –Me encanta-, gritaba al sentir como la vara de su hombre, se regocijaba en su interior. Mientras con una mano seguía castigando su clítoris, con la otra estrujaba mis testículos. Del interior de su vulva, emergía un manantial de caliente flujo, que se mezclaba con el aceite.
Era una pasada, verla moverse al ritmo de mis caricias. En su espalda, una gota de sudor bajaba por su columna, pero volvía a subir con mis embistes. Parecía jugar con nosotros, en un trío involuntario. Sus gemidos y la humedad de su cuerpo, aumentaron mi calentura. Previendo su climax, agarré su cuello con las dos manos, impidiéndole la respiración. Lucia no se preocupó por mi estrangulación, sabia que la necesidad de aire que sentía, aumentaría su placer. Sus brazos cedieron, de forma que mi cuerpo se clavó mas profundamente, mientras que su cadera se estremecía, y todo su cuerpo entraba en ebullición. En la palma de mis manos, latían sus venas hinchadas por la presión que ejercía. No aguantando mas, se desplomó en espasmos de placer. La solté, pero sin compasión proseguí con mi tarea, hasta que sentí como me derretía en su interior.
Exhausto y satisfecho, me quedé abrazado a ella, sintiendo como mi sexo, perdía poco a poco su dureza, dejando salir el rastro lechoso de mi placer. Estuvimos en esa posición unos minutos, hasta que el despertador rompió el encanto del momento.
Fui el primero en levantarme, tras una ducha rápida y un café con leche, cogí mi coche en dirección a mi trabajo. En la radio no había mas que noticias desastrosas, atentados, terremotos y las típicas peleas del gobierno con la oposición. Decidí apagarla, mi despertar había sido perfecto y no quería estropearme el día con cosas que no me afectaban.
La oficina me agobiaba, gracias al padre de Lucia, era rico, pero como era un dinero ilícito, tenía que seguir con la pantomima del trabajo honrado. Sería sospechoso, el dejar de trabajar en el momento de irme a vivir con la hija de un ladrón. Dediqué gran parte del tiempo a gestionar “nuestra herencia”, -La gente no sabe, lo que tiene que trabajar un rico, para ser aún más rico-, pensé, disfrutando, cuando verifiqué los impresionantes réditos, que me estaban dando las inversiones de la compañía que habíamos fundado en un paraíso fiscal.
Eran las dos de la tarde, cuando me llamó Lucia para avisarme, que esa noche, venía a cenar Patricia, su amiga. Resulta que tenía graves dificultades económicas, su socia y ella estaban a punto de ser embargadas por una compañía a la que debían dinero. Querían mi consejo y mi ayuda, ya que mi novia les había contado lo experto que era en temas financieros.
-No te preocupes, veré lo que puedo hacer, pero dile que venga también su amiga, para que nos den una visión global del problema-, le contesté.
Mi plan había resultado, durante los últimos tres meses, había estado comprando en el mercado, la deuda de ellas, pero como era lento, les di un empujoncito por medio de una compra masiva desde una empresa, que a la semana quebró. Por supuesto, la empresa quebrada era mía.
Decidí que esa tarde, saldría temprano, ya que tenía que explicar, a Lucia, el plan. Pero antes de salir de la oficina, la llamé. No quería llegar a casa y encontrarme con la sorpresa de que se había ido otra vez de compras, cosa que se había habituado a hacer con demasiada frecuencia.
La encontré enfrente del ordenador. Por lo visto, estaba buscando en internet, mansiones en las islas Caiman, para cuando nos fuéramos de España. Me enseñó la que le había gustado. Una verdadera exageración con 10 dormitorios, una barbaridad de terreno, piscina, padel, frontón, es decir un palacio. Estaba tan entusiasmada, que tuve que pedirle que se callara por que quería decirle algo importante.
-¡Nos han descubierto!-, me dijo totalmente asustada,-¡Dime la verdad!.
-No, tonta, es algo bueno-, mi respuesta le tranquilizó, por lo que con una sonrisa, me pidió que le explicara entonces que era eso tan importante.
Tomé un breve respiro, antes de empezar a hablar.
-Últimamente, te has quejado de no tener nadie de servicio. ¿Te gustaría educar a dos nuevas perras?, de 24 y 28 años, morenas, buenas tetas, y dos magníficos culos, que azotar-, le solté a bocajarro.
Se quedó con la boca abierta, aunque habíamos hablado de ello, no se lo esperaba. Tras unos momentos, empezó a sospechar.
-¿Quién son las candidatas?-, me preguntó.
-Patricia y su socia-, dejé caer como quien da la hora, sin darle la mínima importancia.
-¡Estas completamente loco!, son un par de estrechas, que están esperando a su príncipe azul-, dijo totalmente alterada, pero por el brillo de sus ojos, supe al instante que no le desagradaba la idea.
-Pues si tu quieres, a partir de esta noche, tendrán su rey y su reina-, le contesté, explicándole acto seguido que las teníamos en nuestras manos, o mejor dicho que sus cuellos estaban bajo nuestras botas, y que en cualquier momento podíamos apretar y asfixiarlas.
No se podía creer que hubieran sido tan bobas, y menos que yo hubiera ardido un plan, tan maquiavélico, que les hizo cavar su propia tumba.
-¡Eres un hijo de puta!, pero, ¡ me encanta!, ya que tu has diseñado la primera parte del plan, déjame que yo sea quien ejecute la segunda-
No tuve nada que objetar, era justo, y menos cuando sentí que me bajaba la bragueta y me empezaba a hacer una mamada. La sensación de poder, la había excitado. Separándola de mi, le indiqué:
-Guarda fuerzas, para esta noche. Si todo sale bien, vamos a estar muy atareados-.
Eran la 8:30 de la noche, quedaba una hora para que llegaran nuestras presas, por lo que nos fuimos a preparar la encerrona. Lucia se vistió para la ocasión. Cuando la vi salir, me quedé alucinado, llevaba puesto un vestido negro de cuero, que mas que tapar enseñaba, totalmente pegado, de forma que sus nalgas y su pechos resaltaban en su figura.
-¿Y eso?, le pregunté.
-Lo tenía preparado para una ocasión especial-, me contestó muerta de risa.
Como ella iba a ir de negro, en plan Madam Fatal, no quise quitarle protagonismo, por lo que me vestí de blanco, en plan moda ibicenca, con una camisa de lino y unos pantalones de pintor. No me había terminado de atar los cordones, cuando sonó el timbre.-Alea jacta es-, la suerte esta echada, pensé parafraseando a Julio Cesar, el conquistó un imperio, yo estaba formándome un haren.
Cuando llegué al salón, estaban conversando animadamente con mi novia. Patricia e Isabel se levantaron a saludarme, lo que me permitió observar sus cuerpos. La primera, delgada, menuda, una joven morena que parecía que no había roto un plato, de pechos pequeños pero apetecibles, en cambio su socia, era un mujerón, mas de un metro ochenta de lujuria, el pelo rizado, y dos espectaculares melones que serían la delicia de cualquier hombre, todo ello enmarcado en un cuerpo espectacular. Encima de la mesa, había dos carpetas con toda la documentación, que tenía que estudiar, por lo que tras las corteses presentaciones, me excusé y cogiendo todos los papeles me dirigí hacia mi despacho.
Conocía el contenido del 90% de los documentos, pero como tenía que hacer tiempo, me serví un whisky, mientras ojeaba las fotocopias de la empresa. Realmente, estas dos mujeres eran tontas, como dicen en México “las nalgas están peleadas con el cerebro”, desesperadas por su situación habían falseados sus balances, de forma que no solo las iban a embargar, sino que iban a pasarse una buena temporada en la carcel. Al pedir su último préstamo, en poder de mi empresa, se habían inventado unas partidas inexistentes, y para colmo, se les ocurrió poner como aval al padre de Patricia, que llevaba muerto seis años. Era un fraude de lo mas burdo, seis añitos en la trena, calculé.
Era bastante mejor, de lo que suponía, por lo que con la excusa de que quería otra copa, llamé a Lucia, explicándole las novedades, que ya no eran problemas económicos sino penales.
-Dame media hora-, me pidió.
Era su turno, tenía que preparar el terreno, por lo que me puse a leer una revista, para pasar el rato. Pero era imposible, no me podía concentrar en los artículos, no dejaba de especular en los tres bombones, que tenía a 10 metros de mi puerta, en como serían en la cama, y en el uso que les iba a dar. Los minutos transcurrían con una lentitud exasperante, parecía que el reloj no funcionaba, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, para quedarme sentado en la silla y no salir corriendo hacia mi futuro.
-Ya no puedo mas, no me importa que solo hayan pasado 20 minutos-, pensé, mientras recogía las carpetas y salía con aire preocupado a reunirme con la mujeres.
Al verme entrar tan serio, en la habitación, Patricia me preguntó:
-Tan mal, estamos-, en su voz noté que había bebido, sobre la mesa estaban dos botellas de vino, vacías y otra a medio terminar, Lucia les había dado de beber, para bajar sus defensas.
-Peor-, le contesté,- tenéis un 90% de posibilidades de terminar en la cárcel-.
-¡No puede ser!-, saltó Isabel,-nuestro asesor nos ha dicho que, como máximo, nos embargan-, su tono de voz se oía francamente preocupado, en su interior debía de saber que yo tenía razón.
-Seguro que no sabe, que el padre de Patricia está muerto, habéis suplantado su personalidad, con el objeto de engañar al banco. Eso es delito, y se paga con 15 años de cárcel-, exageré, pero nos venia bien. Las dos muchachas se desmoronaron, Patricia llorando, se refugió en brazos de Lucia, que la estaba esperando. Con delicadeza, acarició su cabeza, tratando de tranquilizarla.
Durante unos minutos, las dejamos llorando, para que se fueran hundiendo mas en su propia miseria. Isabel, estaba sola, nadie la estaba animando. Desesperada, se lanzó a mis brazos en busca de consuelo.
Mi novia, al ver que me abrazaba, se levantó de su asiento, y cogiéndola de los pelos, le gritó:
-No te parece bastante, lo que has hecho a mi amiga, que ahora, ¡quieres quitarme el hombre!-, a la vez que empezaba a pegarla, a insultarla, echándole la culpa de la desgracia de su amiga haciéndola sentir mas cucaracha, de lo que ya se sentía. Esperé unos momentos antes de intervenir, la violencia era un paso más en el derribo de sus defensas.
Separé a las dos mujeres, pidiéndolas tranquilidad, Lucia no quiso quedarse quieta, todo lo contrario, y dirigiéndose adonde estaba Patricia, le dio un sonoro bofetón, que le hizo caerse de espaldas.
-¡Eres imbécil, ¡no esperes que te vaya a visitar a la cárcel!, ¡ojalá!, ¡te encuentres con una bollera que te viole todas las noches!, dijo maldiciéndola, mientras la muchacha caída en el suelo, no paraba de llorar.
La cosa evolucionaba, mejor que lo que me hubiera podido imaginar, Lucia era toda una actriz, merecía una oscar por su actuación, echándose a mis brazos llorando me imploró:
-Pedro, ¡no lo puedes permitir!, no te lo he contado nunca, pero aunque estoy enamorada de ti, amo a Patricia, no puedo soportar que alguien la toque, ¡ayúdala!, ¡por favor!-
-Zorra-, le grité, mientras la separaba de mí. Las dos socias pararon de llorar, para mirarnos, mi novia seguía abrazada a mis pies, pidiéndome que las ayudara, tan buena era en su papel, que hasta yo me lo estaba creyendo.
-Pedro, eres millonario, tu puedes ayudarlas-, en los ojos de nuestras dos víctimas brilló una leve esperanza, que quedó deshecha al oírme decir que jamás ayudaría a la amante lesbiana de mi mujer.
Patricia, trató de defenderse, diciendo que ella era heterosexual, que jamás había estado con ella, pero no la escuché, y saliendo de la habitación, las dejé solas.
No me había dado tiempo a servirme una copa, cuando Isabel entró en mi despacho, sabía que yo era su única salvación, y no la podía dejar escapar:
-¿En serio, podrías ayudarnos?, me preguntó.
-Podría, pero no quiero-, fue todo lo que oyó de contestación.
-¡Por Favor!, ayudanos, haría cualquier cosa para no ir a la cárcel-, estaba destrozada.
-¿Cualquier cosa?, ¡a ver si es verdad¡, le contesté, mientras liberaba a mi miembro, el cual debido a mi excitación estaba totalmente erécto. Estaba anodadada, nunca se hubiera imaginado que eso es lo que le iba a pedir a cambio de mi ayuda.
-¿Y Lucia?, en su cara se reflejaba el miedo que la tenía, estaba más preocupada por su reacción que por el hecho de hacerme una mamada.
-¿Quieres que te ayude?-, le dije, y ella asintiendo con la cabeza, me contestó. Estaba en mis manos y lo sabía, si quería librarse de ser enchironada, debía de obedecerme.
Sumisamente, se arrodilló frente a mí.Mi pene le quedaba a la altura de de su boca, sin mediar palabra abrió su labios, introduciéndoselo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos , suponiendo que el hecho de no ver disminuía disminuía la humillación de ser usada.
-Abre los ojos, quiero que veas, que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaban, entretanto sus labios y su lengua se apoderaban de mi sexo. De mi interior salieron una gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por su lengua. Era una puta, pero no la perra que yo quería, cabreado la separé de mí, jamás me había gustado, como las prostitutas me follaban, les faltaba pasión.
-Así, ¡No me vale!-, le solté, dejándola sola, en el despacho.
En el salón, Lucia me esperaba impaciente.
-¿Patricia?, pregunté, notando su ausencia.
-Se ha ido-, su cara parecía preocupada, su amiga se había sentido ofendida y se había largado enojada.
-No te preocupes, ya caerá-, y llamando a Isabel que en ese momento se reunía con nosotros, con la cara desencajada por haberme fallado, le pedí que se sentara en frente de nosotros.
Dejé que se acomodara en el sillón, antes de empezar a hablar:
-Mira zorrita, estáis en un buen lío, si no os ayudo, y que conste que solo lo haría por ella-, señalando a mi novia, que seguía con su actuación, gimiendo y llorando,-vais directamente a la cárcel. Salvaros, me costaría un dineral, por lo que quiero algo a cambio-.
La morena sintió la dureza de mi mirada, fuera lo que quisiera sería muy duro aceptarlo, pero mas aun negarse. Se sentía como si le persiguieran una jauría de perros, y de pronto se encontrara con un precipicio, y la única vía de escape era lanzarse al vacío. Sin pestañear, siquiera, esperó mi propuesta.
-Solo, os voy a hacer una oferta, la tomáis o la dejáis, no acepto negociación. Tenéis dos opciones, el trullo, durante quince años, o ser nuestras, en cuerpo y alma durante dos años-.
No era tonta, comprendió a la primera a lo que me refería, su mente luchó durante unos instantes, no iba a ser fácil, pero la otra alternativa era mucho peor. Levantando los ojos, y mirándome a la cara, respondió:
-¿Qué quieres que haga?-
-Baila-, le exigí, mientras ponía musica.
Se levantó de su asiento y empezó a bailar, siguiendo el ritmo pausado de la canción. Dos lagrimas surcaban sus mejillas, pero ninguna protesta surgió de su garganta.
-Ahora sin dejar de bailar, desnúdate-.
Su ropa empezó a caer al suelo, dejándonos ver la rotundidad de sus formas, duras horas de gimnasio habían modelado su cuerpo, y se notaba. Miré a Lucia, por el color de sus mejillas, supe que se estaba excitando. Solo, le quedaban el sujetador y las bragas para terminar, tras un breve titubeo, se despojó de estas dos prendas, quedando totalmente desnuda.
Me puse a su lado, y cual ganadero revisando un ejemplar, sopesé el peso de sus pechos, la forma de sus glúteos, la fortaleza de sus bíceps y de sus piernas. De lo que estaba tocando, lo que mas me gustaba eran sus negros pezones, pero había que reconocer que estaba buena la condenada. Me concentré su sexo, la total ausencia de pelo facilitó mi reconocimiento, separando sus labios, introduje mi dedo índice en su interior. Estaba claro, que no le estaba gustando mi examen, se mantenía seco, sin flujo. En cambio, al probar su sabor, me encantó. Tenía todas las características necesarias, para terminar siendo una buena yegua, sonreí satisfecho.
Quien si se había sentido afectada, fue Lucia. No me había dado cuenta, pero durante mi exploración había aprovechado a desnudarse, y desde el sofá en el que estaba sentada y señalando su vulva, le ordenó:
-Cómeme-.
Sin protestar, se arrodilló en la alfombra. Desde mi puesto de observación, pude apreciar como los labios de la vagina de mi novia brillaban por la excitación que sentía, como su dueña los separaba en espera de su lengua. Isabel, sin dejar de llorar, se disculpó, diciendo que no sabía, a lo que le contesté que solo tenía que hacer lo que le gustaba que le hicieran a ella.
Mas segura de si misma, introdujo toda su lengua en el agujero, y deslizándola lentamente hacia arriba, se apoderó de su clítoris. Lo envolvió con sus labios, quedándose, allí, chupando y succionando con suavidad. Lucia, al notarlo, dio un respingo, y sujetándole la cabeza, la obligó a profundizar en sus caricias. Por sus gemidos, supuse que lo estaba haciendo bien. Nunca había visto a ella, con otra mujer, esa visión me entusiasmo. Me sobraba la ropa, quería hacer uso de ese coño depilado, por lo que con celeridad, busqué quedarme desnudo.
Arrodillándome, me acerqué a Isabel por detrás, sus nalgas duras y morenas me esperaban. Puse mi pene en la entrada de su cueva, seguía seca. Pero ese, no era mi problema, por lo que usando mi saliva, lo humedecí y separando sus labios, la penetré hasta el fondo. Un grito de dolor y humillación salió de su garganta, parando en su labor. Lucia le exigió que continuara, y yo para afianzar la orden, azoté su trasero. Reinició con sus maniobras, a la vez que yo incrementaba mis acometidas. Poco a poco, mi sexo entraba y salía con menos dificultad, aunque no estuviera excitada, no podía evitar que su cuerpo se fuera relajando. Mi novia, por su parte, arqueó su cuerpo al recibir las sacudidas de su orgasmo y con el vaivén de sus caderas, intentó prolongar al máximo su placer. Necesitaba descargar urgentemente, mi calentura era brutal, puse mis manos en su hombros, y usándolos de anclaje, ferozmente introduje toda la extensión de mi vara, chocando contra la pared, de su vagina. La pobre muchacha gritaba de dolor, pero eso no me amilanó, sino por el contrario aumentó la temperatura de mi libido. Notando que se acercaba mi explosión, aceleré mis movimientos, descargando en sus entrañas, en placenteras andanadas, toda mi energía acumulada.
Cansado y saciado, me senté junto a Lucia. Isabel, derrotada y degradada, lloraba, tumbada en el suelo, asimilando su desgracia. Esperé unos minutos a que se calmara. Cuando consideré que ya era suficiente, le ordené que se vistiera, avisándola, que las esperaba, a las dos, mañana en la noche, o no había trato.
Lentamente, se vistió, su mente debía de estar cavilando como convencer a Patricia, de su destino común. Para ella, no había marcha atrás, o convencía a su socia, o se pudría en la cárcel. Caminó como una zombie, hacia la puerta, donde mi novia la esperaba, pero antes de irse dirigiéndome una mirada de odio, se despidió con un “hasta mañana”.
Con una carcajada, le dije a Lucia:
-Mi amor, tenemos un problema-
-¿Cuál?-.
-Tenemos que comprarnos una casa mas grande, en esta, ¡no cabemos los cuatro!-, le respondí, dándole una palmada en su culo.
 
 

Devolviendo las miradas

$
0
0
-¿ Pero se puede saber que coño estás mirando ?.
-¡ Desde hace un rato no me haces ni puto caso ! 
 
Desde hace unos minutos, mi vista perdida enfocaba un rostro de mujer sonriente, a través de la neblina de la multitud, entre decenas de cabezas de aquel restaurante atiborrado de gente a pesar de la pandemia, no se porqué miraba curioseando, mientras mi pareja me hablaba sobre unas ‘interesantísimas’ reformas en la oficina de su trabajo.
Por fin, había encontrado una ventana de escape, una distracción entre aquellas cabezas que me desconectaba de la conversación y del escenario…
Entonces sucedió algo que me dejó paralizado, percibí que me miraban fijamente, descubrí que me estaba clavando los ojos, pensé que distraídamente, pero por curiosidad al devolverle la mirada disimulando, me encontré con una mirada fija intensa sin pestañear inquisidora como preguntando ¿Me miras a mi? ¿Eres un pervertido? Tengo que reconocer que me preocupó, no fuera a venir y pedirme explicaciones, una situación embarazosa, pero el motivo de mi curiosidad era el recuerdo de una mujer con sus mismos rasgos, esa mujer con la que tuve una relación, alojada permanentemente en mi mente y sin posibilidades de olvidarla, aún ahora escribiendo esto, me excita solo pensar en ella.
 
El caso es que la mujer estaba sentada ligeramente de lado a una mesa de distancia, su pareja espalda con espalda con la mía pero en diagonal…
Llevaba ya tres cervezas, no paraba de beber, pues era la única forma en la que mejor podía disimular mis miradas, al beber lentamente a través del vidrio, estaba como nervioso y excitado al máximo, sabiendo que me la estaba jugando, mi mirada y mis contestaciones ya iban descoordinadas, no tenían ningún sentido, el alcohol en mi sangre se había aliado a esta situación y me estaba alterando.

-Depende

-¿ Pero como que depende ? te estoy preguntando si me sienta bien este peinado

-¿Quieres hacerme más caso de una vez?

-No soy peluquero, puede que si, puede que no..

Al otro lado ella pasó a sonreír divertida, pensó que me estaba bien empleado por ser un ‘acosador de miradas’, esto me enfureció me cansé de parecer un memo, ahora la pondría yo nerviosa a ella, notaba que ella tampoco podía seguir su conversación coherentemente en su propia mesa, deduje que le aburría por sus constantes miradas al techo, a saber que estaría pensando, pero sinceramente me daba igual, mi intención ahora solo era desestabilizarla y jugar con mi mente imaginando que era mi amada. Urdí un plan, en el momento que me vuelve a mirar en un momento de distracción, en lugar de bajar los ojos ¡zasss! le lancé un guiño suicida !!!.

Por un momento se intercambiaron los papeles ahora la que había perdido la cordura era ella, le cayó la servilleta y luego con el codo tiró la botella al plato de pulpitos con salsa, casi se le cae, se había auto delatado sola.

Acababa de entrar en el juego !!!!. Por finnn !!! Ahora ya sabíamos las reglas, se prometía una velada interesante, ella quería jugar, así que se relajó apoyó su espalda en la silla y cuando nadie la veía, me puso una mirada seductora mientras apartaba su pelo del cuello con su mano bajándola suavemente por su cuerpo, aquello se estaba poniendo complicado. Me entró una risa nerviosa, por que tenia que llevar mi conversación en mi mesa y a la vez estar a la ataque con la otra mesa. Así nos pasamos toda la noche entre gestos y risas toda la cena yo imaginando que era ella (le encantaban estos juegos), y cuando mas pensaba en que ojalá fuera ella, mas me excitaba, notaba como mi polla, estaba abriéndose paso en el pantalón, se iba bombeando en pequeñas contracciones, cada vez mas fuera, debía abrir las piernas para que no se me cortara la respiración, buffff, y la muy cabrona, que veía como me retorcía desde la distancia, se percataba de mi paquete inflamado, debajo de la mesa y me daba mas combustible para seguir haciéndome sufrir, dolía pues llevaba unos jeans ajustados y las costuras me hacían daño, cada vez tenía mas ganas de agarrármela y sentir el roce de mis manos, notaba como si palpitara solo como si fuera acariciada, entonces pude detectar en ella algunos movimientos de caderas extraños y como con sus manos se rozaba los muslos por encima del vestido, como si lo alisara por encima.

Estaba super empalmado cuando llego el postre los dos habíamos pedido lo mismo yo pedí una tarta de chocolate con nata y ella a los pocos minutos le trajeron lo mismo, intente comérmelo lo mas juguetón posible manchándome los dedos sin querer, pero a conciencia y chupando ruidosamente mis dedos para limpiar el chocolate, mientras mi mujer me miraba con cara de espanto.

 

Sentía como ella me miraba cuando chupaba el chocolate y estoy seguro que en mas de un momento deseó no haber empezado aquel terrible juego..

Entonces a ella jugando con la tarta, aparentemente le cayó o más bien se tiró un buen trozo en el escote, toda la piel entre sus pechos, se llenó de un chocolate negro y resbaloso, pegó un gritito y su marido solícito, con una servilleta intentó limpiarla, ella se inclinó hacia delante y estiró del escote hacia afuera para que el pudiera limpiar y además alimentar mi vista, cada vez estiraba más los tirantes hacia fuera, hasta que una teta saltó de su alojamiento pero suavemente..

Sonreía consciente de la que había liado y se tomó todo su tiempo en meterla, primero la limpió, la tomó acariciándola suavemente y la alojó ente su vestido. Se recompuso la ropa, noté como se agachaba mientras alisaba el vestido, se reincorporó y le dijo a su pareja que debía ir al lavabo a quitarse las manchas, se levantó me fijé que llevaba el puño izquierdo cerrado, al pasar al lado de mi mesa vio que tenía que estar con las piernas abiertas por el calentón, se acercó, disimuladamente abrió la mano y dejó caer entre mis muslos un tanga rojo, quedó justo en medio de mi paquete, por suerte toda la escena me hacía estar al abrigo de las miradas por lo que pude esconder en mi palma tan preciado regalo, estaba mojado, el siguiente trago cerveza ya tenía un aroma diferente .

Y la siguiente mirada también al saber que estaba desnuda bajo su corto vestido rojo …

 

 

 

 

 

https://hablasunto.blogspot.com/

 

Relato erótico: “Sorpresas de esposas” (POR MARIANO)

$
0
0

SORPRESAS DE ESPOSAS

Sentado en la amplia butaca de cuero negro, aguardaba el comienzo de la habitual reunión de trabajo de los lunes. Los convocados a la reunión iban llegando poco a poco, la mayoría de ellos aún somnolientos y con las pocas ganas de hablar y sonreír que todos llevamos dentro el primer día laboral de la semana.

Apenas faltaba un minuto para las nueve de la mañana, hora de inicio de la sesión, cuando apareció Susana, con su pequeño maletín negro de piel y el mismo rostro de desgana que teníamos todos los demás allí presentes. Debo reconocer que la irrupción en la sala de Susana fue el primer momento agradable del día, y más aún cuando vi que se sentaba justo enfrente de mi posición, algo que me permitiría solazarme en contemplarla durante las tediosas e interminables charlas del director general.

El inicio de la reunión era inminente y comencé a ojear mis papeles de trabajo, notando que me faltaba la carpeta con los informes contables del último mes. Le pregunté a Antonio, mi colega de departamento, si los tenía él, pero su respuesta fue negativa, de modo que lo más probable era que me los hubiera dejado en la mesa del despacho. Antonio debió ver mi desgana de moverme y se ofreció a cogerla él mismo. Le dije que buscara por mi mesa y, en efecto, al poco rato volvió con ella en las manos, justo en el momento en que también entraba el director general, dispuesto a “amenizarnos” con su primera charla de la mañana.

Casi de inmediato dirigí mi mirada, siempre a hurtadillas, a la compañera de trabajo que tenía frente a mí. Susana llevaba un vestido de una pieza, de color rojo intenso, por encima de la rodilla, y con escote cuadrado, lo suficientemente bajo para dejar a la vista el canalillo del nacimiento de su buen par de tetas, y ahí fue donde me concentré durante la introducción verbal de nuestro jefe, imaginando mis dedos abriéndose paso en ese impecable desfiladero y luego mis manos coronando las dos montañas que lo bordeaban.

En realidad, físicamente, de Susana me gustaba todo, desde la cabeza a los pies. Una tía no demasiada alta, de pelo castaño oscuro, media melena con ligeras ondulaciones, ojos marrones color miel, nariz respingona, y una boquita de labios carnosos y dientes blanquísimos. Su rostro, sus piernas y los contornos de su cuerpo, normalmente embutido en trajes ajustados, marcaban unas curvas que reflejaban una enorme feminidad y la hacían de lo más deseable. Llevaba poco tiempo en la empresa, pero para mí se había convertido en algo obsesivo, aunque era consciente de la imposibilidad de acceder a ella, antes que nada por mis propias convicciones que me impedían serle infiel a mi esposa, pero también por su propia situación de casada y por comentarios hechos por ella en alguna ocasión, que no dejaban margen de dudas en cuanto a su conservadurismo cultural.

El caso es que buena parte de la reunión la pasé fantaseando en lo que haría con ella, y en varios momentos mi entrepierna se me sublevó sin poderlo evitar. La verdad es que Susana estaba ese día espectacular, o yo estaba más salido que de costumbre.

Ya en mi despacho, pasé el resto del día entre el trabajo cotidiano y las imágenes sugerentes de mi hermosa compañera de curro. Por eso, cuando ya casi no había nadie en la oficina, cerré la puerta de mi despacho, con el fin de hacerme tranquilamente una buena paja a su salud. En uno de los cajones de mi mesa tenía guardado un dvd muy especial, que me iba a servir para ponerme aún más a tono. Sin embargo, al abrir el cajón, vi que el dvd no estaba allí. Pensando que tal vez lo había guardado en otro lugar, comencé a rebuscar por el resto de los cajones y por la mesa, pero no hubo nada que hacer, el dvd había desaparecido.

El tema era preocupante, porque, como ya he dicho, el dvd era especial. Debo confesar que soy un fanático de los gang-bang, esas sesiones de sexo en los que una mujer se lo monta con varios hombre a la vez, y sobretodo con los finales de esas escenas, en los que, por lo general, los tíos se corren, uno tras otro, sobre la cara de la protagonista. Hacía unos meses que estaba suscrito a una página web dedicada al tema y me había descargado varios clips que, aunque tenía guardados en mi PC doméstico, también me los había salvado en un dvd que tenía en la oficina, para verlos en las muchas ocasiones en las que las curvas de mi compañera Susana me calentaban más de lo normal. Ese era el dvd que, extrañamente, había desaparecido, y la posibilidad de que alguien lo hubiera cogido, por ejemplo las chicas de la limpieza, me dejó bastante preocupado, lo suficiente como para olvidarme ya ese día de Susana y de mis intenciones masturbatorias, con ella como protagonista de mis fantasías.

Unos días más tarde, me encontraba con Antonio, tras salir del trabajo, tomando unas cervezas, cuando apareció por el bar Susana, esta vez con un traje de chaqueta y pantalón blanco tan elegante como sugerente. El pantalón era estrecho, y le marcaba perfectamente tanto el culo como la parte del pubis. Nos vio y se acercó a nosotros.

– Hola chicos, ¿qué? ¿Hablando de mujeres, supongo?

– Pues mira, no. Estábamos hablando de hombres.

Obviamente fue Antonio el que contestó. No es que a mí me diera corte hacerlo, de hecho alguna vez había conversado con Susana, incluso fuera del ambiente laboral, pero normalmente me incomodaba hacerlo, porque, sin poder evitarlo, no podía dejar de desnudarla con la mirada.

– ¿De hombres? Eso sí que es una novedad, ¿no os estaréis pasando a la otra acera? – y Susana rió la gracia que pretendía haber hecho.

– Pues mira, a lo mejor la idea no es tan mala, a las mujeres parece gustaros mucho eso de la homosexualidad.

– ¡Qué sabréis vosotros de mujeres! Si sólo os guía lo que lleváis debajo de los pantalones –

Susana estaba bastante socarrona, nunca la había visto conversar de ese modo, pero mi atención estaba puesta en la rajita que su ceñido pantalón marcaba a la altura de su coño. Antonio contestó de un modo sorprendente:

– Estábamos hablando del tamaño de las pollas de tus compañeros de trabajo ¿Te interesa el tema?

Era mentira, y no sabía a cuento de qué Antonio le había dicho semejante barbaridad. De hecho Susana parecía que iba a enfadarse, pero tras unos momentos de reflexión, debió pensar que era mejor seguir el juego y, sonriéndose, replicó:

– Para poder hablar de eso, debería verlas ¿No crees?

– Si es por eso, no hay problema, mañana te traigo un video en el que podrás ver unas cuantas, aunque no en erección, claro. El otro día les grabé a la salida de las duchas, después del partido de fútbol. ¿Sigue interesándote?

Susana puso entonces cara de asombro y se dirigió directa, y con ojos escrutadores, a mí:

– ¿Está hablando en serio? ¿Os ha grabado en bolas?

Eso sí era cierto; unos días antes, en plan de guasa, nos había grabado a varios de la oficina en las duchas, incluso antes de que nosotros mismos nos diéramos cuenta, según nos dijo después. Susana esperaba mi confirmación, y yo sólo pude decir un lacónico sí al que, ante la mirada de ella posada sobre mí, siguió un evidente enrojecimiento de mis mejillas acompañado de un nerviosismo incontrolable.

Yo, que no dejaba de desnudar a Susana en mi mente, me sentía ahora desnudado por ella, como si estuviera intentando adivinar la forma y tamaño de mi pene. Es evidente que tanto ella como Antonio, detectaron mi sonrojo, pero para mi suerte, tras unos momentos que se me hicieron interminables, ella soltó un “¡Bah!, no me lo puedo creer” y cambió de tema.

Había sido la primera vez, desde que conocía a Susana, que había mantenido una conversación sobre el tema del sexo, y la verdad es que yo no había salido muy bien parado. Antonio, obviamente, me preguntó después qué coño me había pasado, y no tuve más remedio que confesarle los efectos obsesivos que ella provocaba en mí, algo a lo que él, en todo caso, no pareció darle mucha importancia.

Un par de días después volvimos a coincidir en el bar los tres y otros compañeros, pero en esta ocasión además, se presentó mi esposa Natalia, algo que hacía de vez en cuando pues ella trabajaba relativamente cerca de mi oficina, pero nunca se había topado antes con Susana, a la que Antonio le presentó cuando llegó.

En el bar no pasó nada significativo, yo intenté no mirar en ningún momento a Susana, como intentando evitar levantar alguna sospecha en mi esposa sobre mi interés por ella, y creí haber salido indemne del paso. Pero en casa, mientras cenábamos, me preguntó de improviso:

– Oye, esa chica que me habéis presentado ¿es nueva en la oficina?

– No, lleva ya unos meses trabajando

– ¡Ah! ¿Cómo es que nunca me habías hablado de ella?

– Pues no sé, no habrá salido el tema.

– ¡Ya! Oye, es muy mona ¿verdad?

Esa pregunta, que en el fondo era totalmente inocente, me descolocó, haciéndome pensar que ella pudiera haber descubierto algo de lo que yo sentía por Susana, y tardé en responder, al tiempo que un ligero calor comenzaba a subirme por el cuerpo:

– Bueno, no es nada del otro mundo.

– Pues yo creo que una tía muy interesante – y, tras una pequeña pausa, Natalia añadió:

– ¿Sabes que en más de una ocasión la pillé mirándote?

Natalia me miraba fijamente, con la curiosidad propia de las mujeres, esperando una respuesta. Los calores fueron subiendo cada vez más, mientras, titubeando, contestaba:

– Pues no sé, no me he dado cuenta, será casualidad. –

Y me acordé del episodio en el bar y esa penetrante mirada suya que me acongojó. El calor se convirtió en sudor y, por más esfuerzos que hice por impedirlo, volví a sonrojarme, al igual que en aquel día. Natalia se percató, por supuesto, y me inquirió:

– ¿Qué te pasa? Estás colorado como un tomate. Parece que te incomoda que hablemos de … , ¿Como se llama? Susana ¿no? Ni que tuvieras algún rollo con ella.

En esos momentos habría querido desaparecer, la cosa se ponía cada vez peor e intenté zanjar el tema respondiendo del modo más enérgico y evasivo que pude:

– ¡Pero qué chorradas dices! Anda vamos a terminar de cenar y a relajarnos viendo la tele.

– Vale, muy bien, aunque creo que el único que se tiene que relajar eres tú – me contestó Natalia con una sonrisa que no me gustó un pimiento.

Y no volvimos a hablar en el resto de la velada, ni durante la cena ni después ante la televisión, mientras en mi interior maldecía mi falta de autocontrol y me preguntaba, con una sensación mucho más satisfactoria, si sería cierto lo que decía mi esposa y Susana demostraba algún interés por mí.

El sábado siguiente por la tarde, día en que mi esposa había salido de compras con su amiga Manoli, aproveché para ponerme ante el ordenador a revisar los clips pornográficos que me había bajado de internet, esos que misteriosamente me habían desaparecido de la mesa del despacho de mi oficina. Sobra decir que tras visionar unos cuantos de ellos, me había hecho una paja monumental con Susana como protagonista de mis fantasías.

Era ya muy tarde, casi las 11 de la noche cuando apareció mi esposa, con un peinado novedoso, una cola de caballo que recogía su abundante melena rubia y le daba un aspecto encantador. Realmente me pareció que estaba muy guapa y así se lo hice saber. Pero además la noté muy contenta y dicharachera, sin parar de hablar. Ya en la cama, pronto observé que esa alegría seguía presente en ella y que quería trasladarla a otros ámbitos. Pensé que tal vez había bebido algo más de la cuenta con su amiga, pero, pese a haberme hecho ya una paja antes, decidí darme un homenaje con ella, aprovechando esa extraña actitud de iniciativa que demostraba.

Natalia estaba realmente excitada, me besó en la boca con una voracidad desconocida y, al apartarse, su lengua siguió dándome lametones por el cuello y por el pecho. Le cogí la cabeza y la empujé hacia mi polla, esperando que mantuviera ese comportamiento apasionado que estaba demostrando. Chuparme la polla no era algo demasiado habitual en nuestros juegos amorosos, pero Natalia me siguió sorprendiendo cuando se metió toda mi verga y se concentró en lamerla y masturbarla con frenesí. Por suerte para mí, me había corrido hacía poco, lo que hizo que pudiera aguantar sus envites orales sin muchas dificultades. Viendo su inhabitual predisposición, me pareció que era un momento adecuado para hacer algo que siempre deseaba y que ella siempre intentaba evitar ¡chuparle el coño! No me lo pensé dos veces, con rapidez la puse tumbada sobre la cama, cuidando de que ella no soltara lo que tan golosamente se estaba comiendo, y me lancé a por su sexo, levantándole el camisón largo con el que suele dormir.

Pero ese parecía ser un día de sorpresas, porque en lugar de encontrarme con la abundante mata de pelo castaño que cubría su coño, me topé con la visión de su raja completamente depilada. Después del asombro inicial, mi primer impulso fue el de preguntarle qué diablos había pasado ahí, pero otro impulso, este irrefrenable, hizo que me detuviera a observar con atención el chocho de mi esposa, y es que nunca había disfrutado de algo así al natural, aparte de que los coños depilados nunca me habían llamado demasiado la atención. El de Natalia era abultado, con una raja muy larga y cerrada por unos labios mayores muy prominentes. Al abrirlos con mis dedos, apareció un interior muy enrojecido y mojado, mostrando la calentura que tenía Natalia en ese momento. No pude aguantar más y me dediqué a lamerlo por todas partes, hasta que, al llegar al clítoris, mi esposa comenzó a mover su pelvis de arriba abajo y después me cogió la cabeza con sus manos y la empujó hacia su sexo. Yo estaba ya anonadado ante el comportamiento de Natalia, pero a la vez encantado por ello, y con mi lengua recorriendo y presionando todo su sexo, hasta que tuvo un orgasmo bestial que me empapó por completo la cara. Era la primera vez que veía correrse a Natalia sin que hubiera penetración y pensé en seguir aprovechándome de la situación y estrenarme yo también en mi afán por llenarle por primera la voz la boca con mi semen, pero no me dio tiempo. Presa aún de esa excitación desconocida, ella invirtió nuestras posiciones y se montó sobre mi polla, adoptando la postura con la que habitualmente nos corríamos cuando follábamos. Y no tardamos ni medio minuto en venirnos los dos, ella por segunda vez en apenas unos minutos, aumentando aún más si cabe, las sorpresas que me estaba deparando esa noche.

Por supuesto que en la posterior tranquilidad le pregunté qué le había pasado, a lo que sólo me contestó que había bebido un extraño potingue en casa de su amiga Manoli y que ésta le había convencido de intentar sorprenderme, afeitándose el sexo. Con un mohín me pidió opinión y no tuve más remedio que decirle que estaba muy bien, que había sido todo muy excitante y que habría que repetirlo.

El lunes siguiente, mientras tomábamos un café, mi compañero Antonio sacó de nuevo el tema de Susana.

– ¿Qué? ¿Se te va pasando la calentura por Susana? – me preguntó con sorna.

– ¡Qué va! Hasta cuando hago el amor con Natalia, me imagino que me la estoy follando a ella. Es superior a mí.

– ¿Y por qué no haces algo para intentar tirártela? A lo mejor tienes posibilidades.

No quise contestar, ni se me pasaba por la mente abordarla. Si sólo hablar con ella me producía cada vez más turbación, ¿cómo iba a intentar llevármela a la cama? Ya no era sólo mi propio concepto de la fidelidad, sino que me sentía incapaz de hacerle cualquier tipo de propuesta, de la que seguramente saldría mal parado, y con calabazas.

Antonio me dijo entonces algo inesperado:

– ¿Sabes que al final Susana ha visto el video que grabé en las duchas?

– ¡No me jodas! – le dije convencido de que me tomaba el pelo.

– En serio; se lo volví a proponer, de cachondeo, el día siguiente y aceptó. Se vino a mi casa y le enseñé la grabación. Os vio a todos en pelotas y te aseguro que le gustó más de lo que yo mismo podía imaginar.

– ¿La visteis en tu casa? – Un estúpido sentimiento de celos me asaltó.

– Pues sí, estuvimos casi toda la tarde y hablamos largo y tendido de muchas cosas. Ojalá hubieras estado también tú, ahora la conocerías tan bien como yo.

No quise seguir hablando del asunto. Antonio estaba divorciado y vivía sólo. Que Susana hubiese estado en su casa, sola con él, y los comentarios que él me estaba haciendo, me dieron pie a pensar en que, tal vez, hubieran hecho algo más que hablar. Y aunque era improbable, me jodía muchísimo pensar que Antonio se la hubiera follado allí mismo, mientras yo apenas podía mirar a Susana a los ojos sin enrojecer.

Por la tarde, al volver del baño, encontré en mi mesa de trabajo un papel en el que sólo ponía “www.guarronas.es”. Intrigado, lo guardé en mi cartera. No tenía ni idea de quien podía ser el autor de la misiva, pero pronto me acordé de mi desaparecido dvd porno, convenciéndome de que, con seguridad, alguien de la oficina, ya debía conocer mis aficiones prohibidas.

Esa misma noche, mientras Natalia veía la tele, con la cautela que requería el momento, busqué en Internet la página que alguien me había misteriosamente “recomendado”. Evidentemente se trataba de una página porno, como las miles que hay en la red, en la que se hacía hincapié en que era una página nueva, en desarrollo, y en el hecho de que las protagonistas eran españolas. No daba más indicaciones específicas de su contenido, requiriendo un pago mensual de 10 euros para acceder a éste. La verdad es que no me atraía demasiado seguir adelante, al no saber de qué iba la cosa, pero el morbillo de que las chicas fueran compatriotas mías y el bajo coste de acceso, me hicieron claudicar y realicé los pasos necesarios para poder acceder al interior de la web.

Una vez dentro, fui directo a la sección de videos, en la que sólo colgaban tres videoclips. Manteniéndome muy pendiente de los movimientos de Natalia, para evitar ser descubierto, visualicé el primero, un clip de apenas 10 minutos de duración, muy normalito, que trataba sobre un polvo de una pareja. El segundo era similar, aunque algo más largo y de una calidad muy buena. Mientras se abría el tercero, ya comenzaba a arrepentirme de haber pagado los 10 euros, cuando, al comenzar a visualizarse, me quedé atónito ante la pantalla. La mujer que aparecía, trabajando en una mesa de escritorio, era ¡Susana!, mi compañera de trabajo y oscuro secreto de mis deseos. No me dio tiempo a ver más, pues mi mujer se acercaba a dormir, y tuve que cerrar, a toda leche, el Media Player y la página guarra, quedándome con un mosqueo de aúpa por la inoportuna aparición de Natalia, y por haber sido tan gilipollas de haber puesto mi PC en nuestro propio dormitorio, algo que yo mismo había decidido unos meses antes, en desacuerdo con mi propia esposa.

Por supuesto que esa noche apenas pude dormir, no paraba de pensar en ese clip y en su contenido que, obviamente, tenía que ser porno, y cuya protagonista era nada menos que la mujer de mis fantasías masturbatorias, mi propia compañera de trabajo. Era tal el come-come que tenía dentro, que estuve tentado, a eso de las 4 de la madrugada, de arriesgarme y encender el ordenador, confiando en que Natalia no se despertara, pero venció el sentido común y preferí aguantar las ganas hasta el día siguiente, habiendo ya decidido que esa mañana no iría a trabajar a primera hora.

Por la mañana, y atacado por la ansiedad, aguardé el lentísimo paso del tiempo hasta que Natalia se despidió para irse a su trabajo. Por fin estaba solo en casa y en total libertad para ver a mis anchas ¡un video porno de Susana! Aún no me lo podía creer y mi nerviosismo se hizo insufrible durante los casi 10 minutos que tardó el fichero en descargarse en el ordenador, hasta que por fin llegó el momento. Me senté ante la pantalla, con los pantalones bajados, y mi polla ya medio erecta, sólo imaginándome lo que se avecinaba.

La reproducción iniciaba con Susana escribiendo en una mesa de oficina. Llevaba una camisa blanca, que dejaba transparentar el sujetador, e iba impecablemente arreglada y pintada, muy guapa. El video era sin duda de calidad. En eso entró al despacho un hombre algo gordo, vistiendo un mono de trabajo azul marino, y, sin decir palabra, se puso a limpiar y recoger. Ya vi claro que la historia iba a consistir en el típico polvo de la ejecutiva con el mozo de limpieza, nada espectacular si no fuera porque la protagonista era ni más ni menos que Susana y, para mí, eso era más que suficiente.

La sorpresa vino de inmediato, al entrar en el despacho otro hombre, mucho más joven, vestido de igual modo que el anterior. Ahora sí que la cosa prometía, con dos tíos junto a ella. Cuando uno de ellos se agachó para recoger la papelera que estaba debajo de la mesa de Susana, comenzó la auténtica acción. Ella abrió sus piernas lo suficiente para dejar ver sus bragas blancas de encaje, tanto al afortunado operario como al afortunado cerdo que ya se empezaba a masturbar ante el ordenador. El hombre, el más joven de los dos, se fue directo a la entrepierna y sin mucho más preámbulo, tras acariciar el interior de sus muslos, echó a un lado la braguita, mostrando por breves instantes un pequeño mechón de pelo negro que cubría la raja de su coño, para enseguida meter su boca en él, tapándome así la sugerente visión que esperaba.

La cámara volvió entonces al rostro de Susana que, con los ojos cerrados y jadeando de un modo muy erótico, expresaba el placer que debía estar sintiendo mientras le comían el chochito.

Al alejarse el enfoque, fue apareciendo por detrás el otro hombre, apretando con sus manos las tetas, ya desnudas de la mujer. Me pareció que todo iba muy deprisa, apenas había tenido tiempo de deleitarme con la aparición de las zonas desnudas de Susana, pero mi polla seguía encantada con el desarrollo de los acontecimientos. Unos magreos más, y Susana apareció completamente desnuda y arrodillada, a merced de los dos hombres que le mostraban sus vergas tiesas para que se las chupara.

Era curioso, tenía a mi musa erótica ahí, en bolas, chupando alternativamente las pollas de dos individuos, enseñando y confirmando la voluptuosidad de su cuerpo, y sin embargo, en esos momentos, la escena no terminaba de excitarme como había imaginado unas horas antes. Más bien me molestaba el hecho de que esos dos pájaros tuvieran la suerte de estar allí, beneficiándose de ella, mientras que yo apenas podía dirigirme a ella. Sin embargo la posterior penetración que le dispensaron los dos tíos, uno detrás del otro, fue lo suficientemente espectacular para olvidarme de tales pensamientos y me dispuse a disfrutar del momento final de la fiesta cuando ambos comenzaron a meneársela junto a su cara, mientras ella permanecía tumbada boca arriba en un sofá del despacho, después de haber sido follada con violencia por ambos.

Esperaba que ambos se corrieran en su cara, pero ni eso sucedió, los dos lo hicieron en sus tetas, mientras ella sonreía lascivamente y se esparcía por los pechos y abdomen el semen recibido.

Pese a estar bastante decepcionado, tenía unas ganas enormes de aliviar la tensión acumulada en esas últimas horas, de modo que atrasé la acción al momento en que los dos hombres se corrían sobre ella, escena ante la que yo hice lo mismo, manchando el suelo y algo más. Después de mi orgasmo, en la pantalla aparecían los últimos momentos del video clip y una imagen final, anunciando a la protagonista del siguiente videoclip, que, curiosamente, se llamaba Natalia, como mi mujer, y que sería colgado en unos quince días.

Después me fui al trabajo, confuso, algo desalentado y con la intención de evitar como fuera a Susana, después de lo que había visto. Las palabras de Antonio y de mi propia esposa Natalia, la actuación pornográfica de Susana, el papelito en la mesa de mi despacho invitándome a verla, que estaba ya convencido que me había dejado ella misma, todas eran pistas demasiado claras incitándome a abordarla y llevármela a la cama, algo que desde luego deseaba hacer, pero me asustaba la posibilidad de ser infiel a mi esposa y, sobretodo, de no estar a la altura de las circunstancias si llegaba a atreverme.

Pensé en hablar del tema con Antonio, de explicarle lo que me había pasado y pedirle opinión, pero me jodía mucho que me confirmara que él ya se la había follado también, el día que Susana estuvo en su casa viendo las famosas fotos de nuestros desnudos. Al final me callé y conseguí pasar los siguientes días sin verla en directo, aunque desde luego lo que sí hice fue contemplarla de nuevo a través del ordenador.

Sin embargo las sorpresas no se pararon ahí. De nuevo una tarde, antes de dejar la oficina, encontré en el cajón un DVD. Estaba en el mismo cajón en el que recordaba haber dejado el que días antes me había desaparecido y la cubierta exterior era idéntica a la del DVD volatizado, de modo que tuve la intuición de que era el mismo. Lo inserté en el PC comprobando que, efectivamente, era así, tenía los clips que en su día me había bajado de Internet, todos ellos bien numerados. Pero había un fichero más, no demasiado extenso, que no reconocía como uno de los míos.

Intrigado lo abrí encontrándome con uno de esos trailers de rápidas y sucesivas imágenes que anuncian la existencia de un clip más extenso. Eran escenas de un hombre y una mujer follando en varias posturas, y una escena final en la que ella aparecía sentada en un sillón con la polla del tío a escasos centímetros de su cara y él meneándosela a toda velocidad, próximo a correrse. Y fue esa escena final, la que me dejó completamente paralizado. Era la única de todas las imágenes en la que a la mujer se le veía la cara, y, pese a la rapidez con la que la misma se reprodujo en el PC, me di cuenta, atónito, de que la protagonista era Natalia, mi mujer. Repasé las imágenes de nuevo y pude comprobar, ya con más detenimiento, que el cuerpo femenino que allí aparecía era, efectivamente, el de mi esposa. En ese momento me quise morir, aturdido, sin entender nada de nada, sin comprender cómo era posible que mi esposa me hubiera puesto los cuernos y que encima estuviese todo grabado. Saqué el dvd y apagué el PC.

Regresé a casa, sin saber aun como enfrentarme a Natalia y a la situación que estaba viviendo. Durante todo el camino estuve pensando en todo lo que iba a decirle, en exigirle explicaciones y en las consecuencias futuras. Luego empecé a cavilar sobre el hecho de que ese clip, añadido a los míos, hubiera aparecido en el cajón de mi despacho. ¿Cómo había llegado allí? ¿Quién lo había puesto? Todo era confusión pura.

Contrariamente a lo que pensaba, luego fui incapaz de decirle nada a Natalia. Mientras cenábamos, seguía sin saber como afrontar el tema. Natalia me parecía odiosa, pero a la vez más atractiva que nunca, con esa larga melena rubia, esos ojazos verdes y un cuerpo también muy femenino. Mientras la observaba me acordaba de las cortas escenas de sexo explícito que había visto esa tarde, y comencé a tener unas ganas locas de volver a verlas, mientras mi polla comenzaba a dar síntomas de una erección que se fue haciendo cada vez más incontrolable. Ella estaba como si nada, y eso me confundía aun más.

Esa noche conseguí unos momentos libres, mientas Natalia se duchaba, para poder visualizar de nuevo las imágenes en el PC. Sin poder evitarlo, me excitaban, a la vez que comenzaba a molestarme el que fueran tan rápidas y cortas. Pero lo peor empezó a ser la última escena, esa en la que el tío que se la había follado parecía que le iba a escupir la leche en la cara. Me sacudía una urgencia terrible de saber que coño había pasado al final y, especialmente, de ver esa presumible corrida, de esas que a mí tanto me gustaba observar. Pero no sabía como diablos podía conseguirlo, sin preguntárselo a ella misma, algo que en esos momentos ni me planteaba hacer. Repetí las imágenes varias veces más, cada vez más trempado y ansioso, hasta que ella salió de la ducha y tuve que interrumpirlo todo, yéndome a la cama totalmente desasosegado.

Nada cambió el día siguiente, salvo la creciente excitación que me aparecía cada vez, y eran muchas, que recordaba a mi esposa follando con el desconocido e imaginaba el posible final de su sesión de sexo.

Por la tarde pensé en hacerme una buena paja, a ver si así se me bajaban los calores, y utilicé para ello el clip de Susana, aunque en esos momentos, ella me llamaba mucho menos la atención que días antes.

Cuando al final del video vi de nuevo anunciada a la siguiente protagonista, Natalia, una chispa brilló en ni cabeza ¿Y si esa Natalia fuera mi esposa? Bien mirado, la cosa tenía su lógica, el papel con la dirección de Internet porno, el DVD con el miniclip de mi esposa. Todo tenía que ser obra de la misma persona, probablemente de Susana, No terminaba de entender la relación de ella con mi esposa, pero recordaba también aquella noche en la que Natalia me interrogó sobre mi compañera de oficina.

Lo interesante era que se me abría una posibilidad de poder ver el video entero de mi esposa. Quince días para la actualización, se anunciaba en la web, pero tampoco sabía desde cuando estaba colgado el clip de Susana, de modo que el siguiente podía aparecer en cualquier momento. La ansiedad afloró de nuevo, y con más fuerza que nunca, hasta que tres días después, un viernes por la tarde, entré en la página porno, algo que hacía ya cada media hora o menos, y allí estaba esa última actualización, remarcada con una inocente foto de mi esposa Natalia.

Me estremecí de gusto, al fin iba a ver que había pasado en su totalidad entre mi esposa y su compañero sexual. Mi polla creció al compás de mi propio nerviosismo y dudé en descargarme allí mismo el clip, pero no tenía modo de grabármelo en un CD en la oficina. Podía visualizarlo allí mismo, pero la ocasión requería la calma y tranquilidad que me daba mi propio hogar, máxime cuando hasta las 8 de la tarde mi mujer no volvía a casa del trabajo.

Ya en casa, tras una descarga eterna, hay que ver lo despacio que subía eso del porcentaje completado, grabé el archivo de video en un CD, ya listo para su visualización. Sentado en mi sillón ante el gran televisor del salón, con el mando del DVD en mi mano izquierda y mi polla, ya al aire, en la derecha, pulsé el play esperando impaciente la reproducción del video.

En el inicio, mi esposa aparecía asomada a una ventana, mirando a la campiña, vestida con un traje verde de una sola pieza y largo hasta casi los tobillos, no demasiado erótico la verdad. Un nuevo enfoque, ahora a su espalda, recogía la entrada de un hombre alto y moreno, también de espaldas, aproximándose a ella. Al alcanzarla, la agarró por las caderas, besándole el cuello.

La cámara se recreaba en los movimientos de las manos del hombre sobre el vestido de ella, acariciando la espalda de arriba a abajo hasta alcanzar las nalgas. Las manoseó y luego el tío se agachó, se metió por debajo del vestido y subió de nuevo. Una imagen rápida del rostro de Natalia, expresaba el placer que debía empezar a sentir.

Mi esposa se fue girando hasta dejar al hombre, siempre cubierto por la falda del vestido, frente a su pubis. Ella misma se fue subiendo el vestido, reapareciendo el amante con sus manos sobre el culo de ella y el rostro inmerso en la mata de pelos castaños que adornaba su coño. Al ver su peludo coño caí en la cuenta de que debía hacer ya un tiempo que se había grabado ese video, pues ella llevaba ya varios días con su sexo totalmente depilado. Esas imágenes no las había visto en el pequeño trailer que ya conocía, y no eran demasiado explicitas, aunque era evidente que el hombre le estaba comiendo el sexo, y Natalia lo disfrutaba, mientras pugnaba con su manos en hundir la cabeza de él dentro de su coño.

El hombre se incorporó poco después y le sacó el vestido por la cabeza, dejándola completamente desnuda y dispuesta para él. La cámara se recreó un buen rato con el desnudo de Natalia y con las expresiones de su rostro, mientras miraba con aparente impaciencia y deseo a su inminente follador, impaciencia que yo mismo compartía, saboreando, casi sin pensarlo, esa morbosa excitación que produce la infidelidad femenina en muchos hombres. El plano fue abriéndose hasta aparecer de nuevo él, siempre de espaldas y ya totalmente desnudo, ante mi esposa. Ella se giró, dándole la espalda, se apoyó en la ventana y, sin dejar de mirarle, aguardó a que él la cogiera por detrás. La penetración fue bastante brutal desde el inicio, tanto como el vaivén posterior de él, follándosela con fuerza y velocidad, mientras sus manos aferraban los pechos de Natalia y los masajeaba sin tregua. Ese momento era el primero que había visto en el trailer, al que siguieron otras tres posiciones más en las que el tío se la folló con idéntico ímpetu. Obviamente mi mano derecha se movía también en una masturbación lenta y cuidadosa.

Era excitante ver como la bien dotada polla de ese hombre atacaba una y otra vez el coño de mi esposa, a la que empezaba a ver más como a una actriz porno que como a la mujer que me estaba poniendo los cuernos sin compasión. Por ese motivo, empecé a tener unas ganas enormes de ver, por fin, como acababa la cosa. Hasta que Natalia empezó a gritar de una manera brutal, con la misma intensidad con la que lo hace cuando se corre haciendo el amor conmigo. O fingía muy bien o estaba realmente teniendo un orgasmo, y eso me descolocó, dejé de verla como una pornstar y fui consciente de que realmente estaba disfrutando con ese tío al que yo no conocía de nada, pero ella quizás debía conocer bien.

Y aunque empecé a sentirme algo dolido, mi verga demostraba lo contrario y pedía más. El ya no la cabalgaba, la dejaba recuperarse del orgasmo que había conseguido sacarle y acercó su boca a la de ella para besarla. El plano fue acercándose lentamente para enfocar ese beso, y conforme lo hacía no sólo me di cuenta de que era un beso con lengua en toda la regla, sino que al ir apareciendo ante mis ojos el rostro del amante de mi esposa, dejó de serme desconocido. Era Antonio, mi compañero de trabajo, el que se estaba tirando a mi esposa. Tan estupefacto me quedé, que hasta mi pene comenzó a desinflarse, pero el video seguía y Antonio, incorporándose de nuevo, se la meneaba muy cerca del rostro de mi esposa, preparando su propia corrida, mientras Natalia, expectante, le miraba a los ojos. La caliente escena me sacó del estupor y volví a excitarme ante la inminente eyaculación de mi colega de trabajo, cuando, de repente, una voz en off dijo “OK” y Antonio se retiró sin más, dejando a Natalia sola ante la cámara, y a mí con unos sentimientos de decepción e incomprensión mayúsculos.

Puse en pausa el dvd, que ya no tenía nada que ofrecerme, pues la escena de sexo había terminado y lo único que había conseguido era saber que tenía unos buenos cuernos en mi cabeza. Ni tan siquiera Antonio había llegado a correrse, por lo que como video pornográfico había quedado ciertamente pobre, mucho más que el de la mismísima Susana.

Iba a sacar el dvd cuando me percaté de que la barrita de duración del clip no llegaba aún a la mitad de su recorrido. Habían transcurrido unos 15 minutos más o menos, por lo que supuse que deberían quedar otros 20, o así. Mi corazón dio un vuelco. O había un error en la reproducción, o faltaban aún bastantes cosas por ver.

Puse de nuevo en marcha el dvd y la voz en off comenzó a a preguntar a Natalia detalles personales, nombre, edad, etc. Luego formuló una pregunta clave:

– ¿Por qué has querido hacer este video?

Natalia se sonrió, mientras yo aguardaba, impaciente, que su respuesta pudiera aclarar las miles de dudas que tenía. Entonces ella contestó:

– A mi marido le gusta ver videos pornográficos. Pensé que podía ser una buena idea darle una sorpresa ofreciéndole este.

– ¿Y qué tipo de videos le gustan a tu esposo?

– Bueno, parece ser que aquellos en los que una tía se lo monta con varios hombre a la vez – contestó Natalia, tras dudar unos instantes.

¿Cómo podía saber ella eso? Empecé a convencerme de que tal vez no estaba siendo Susana, sino Antonio, o ambos, los causantes de todo lo que me estaba pasando últimamente y los que se había chivado a Natalia sobre mi adicción porno.

– ¿Quieres seguir? – preguntó la voz en off, añadiendo – ¡Venga, adelante!, así la sorpresa será completa.

Sí, desde luego – contestó Natalia, tras pensçarselo unos instantes.

– Bien, vamos a cambiar un poquito tu aspecto.

Y la imagen se difuminó por unos instantes, dejando la pantalla en negro. Después Natalia reapareció, ahora con el pelo recogido en una cola de caballo, que me resultaba familiar, y una vestimenta más propia de chica de colegio que de la mujer de 40 años que ella tenía.

– ¡Mira allí! – volvió a sonar la voz en off, dirigiéndose a mi esposa.

Natalia giró su mirada hacia una puerta y, por ella, comenzaron a pasar uno, dos, tres, ……. hasta siete individuos, todos desnudos, con las pollas semierectas y de distintas condiciones y aspectos. Tras un pequeño desfile todos acabaron puestos en fila, junto a una de las paredes de le estancia.

Natalia no llegó a responder, miró a los siete hombres que se tocaban sus penes a escasa distancia de ella, y se acercó al que estaba más cerca de la puerta por la que habían entrado. Se agachó y, con más decisión de la que yo podía esperar, le cogió el rabo y se lo metió en la boca, chupándole y masturbándole, mientras él se exclamaba suavemente. Fue cambiando de hombre, aplicando a cada uno de ellos la misma táctica o una similar, desde luego lo suficientemente atractiva y bien trabajada para que todos ellos acabaran con sus pollas completamente erectas. Después fueron ellos los que se ocuparon de mi mujer, la fueron tocando y manoseando por todas partes, desnudándola sin piedad, e insistiendo con sus caricias en las zonas que quedaban al descubierto. Cuando uno de ellos le bajó unas minúsculas braguitas blancas que llevaba, pude contemplar que su coño, ahora aparecía sin un solo asomo de vello, lo que no hizo sino confirmarme que había sido aquella tarde, en la que yo creí que ella estaba con su amiga Manoli, cuando había participado en esa sorprendente sesión porno.

Una vez desnudada, los tíos se la fueron rifando e intercambiando, primero para besarla por todas partes y luego para meter de nuevo sus pollas en la boca de Natalia. Pero ahora no se limitaban a dejarse chupar por ella, sino que eran ellos los que llevaban la voz cantante, intentando y consiguiendo follarla entre los labios con movimientos duros y enérgicos para meter sus vergas lo máximo posible en su interior, Mi mujer tragaba y tragaba, mezclando sus gemidos ahogados, por tener la boca ocupada, con las palabras soeces y exclamaciones de placer de ellos,

Lo que vino después fue lo típico de las escenas de gang bang que tanto me gustaban, Un hombre se sentó en el sofá, con la polla apuntando al cielo, y los demás llevaron en volandas a Natalia sobre él, facilitando que el tío la penetrara por el chocho y empezara a follarla despacio, preparando el terreno para que otro de ellos se acercara a su trasero expuesto y, sin demasiados problemas, le fuera metiendo también su estaca. Me extrañó la facilidad con la que Natalia fue enculada, sin apenas preparación, a no ser que en el descanso de la sesión le hubieron hecho algo más que depilarle el coño y vestirle de colegiala. Para completar la faena otros dos tíos se pusieron de pie sobre el sofá, a ambos lados de Natalia, masturbándose o llenándole la boca con sus rabos.

Durante un buen rato los siete individuos fueron rotando, hasta que consiguieron arrancar de nuevo un orgasmo a Natalia, que tuvo que soltar la verga que tenía en la boca, para poder gritar a gusto mientas se corría.

Mi polla estaba a todo meter, siete hombres se habían follado a Natalia por todos sus agujeros, y siete hombres tenían ahora que culminar sus propios orgasmos. Paré el video, viendo que apenas quedaban unos cuatro minutos de clip, y me preparé para lo que esperaba fuese un desenlace genial, imaginándome a mi esposa con su cara llena de semen, después de que los tíos se hubieran corrido sobre ella,

Al poner en marcha de nuevo el dvd observé que dos tíos seguían penetrándola por el culo y el coño y ambos fueron los primeros en correrse, echando su esperma fuera de ambos orificios. Fue una decepción, pero aún quedaban cinco más, y dos ellos se masturbaban en ese momento frente a su rostro a punto de venirse también. Ambos lo hicieron, gimiendo de gusto, uno de ellos echando una buena cantidad de leche sobre el pecho de Natalia y el otro con una escasa eyaculación que ni llegó a tocar la cara de mi mujer. Empecé a pensar que todas mis esperanzas se iban a desvanecer, con sólo tres individuos sin correrse aún.

Uno de ellos, gordo y velludo, se puso de pie sobre el sofá, frente a la cámara, con las piernas a ambos lado de la cabeza de mi chica. Se empezó a masturbar sobre su frente, anunciando, o eso creía yo, el cumplimento de mi más ardiente deseo, cuando mi esposa echó la cabeza hacia atrás y se puso a lamerle los huevos, dejando a la polla amenazante fuera del alcance de su cara. El bajó un poco más sus piernas y adelantó su cuerpo dejando que la lengua de Natalia resbalara desde los testículos a su abertura anal. Sorprendentemente Natalia, siguió chupando, afanándose en lamer ese peludo ojete y provocando que el hombre, se deshiciera de gusto, hasta que se corrió también, con una eyaculación muy viscosa que fue brotando de la punta de su verga y deslizándose por toda ella y luego por los huevos, hasta alcanzar e inundar el hoyo en el que la lengua de Natalia seguía nadando, esmerándose en chupar y besar. La cámara implacable, fue siguiendo el recorrido de ese reguero de semen y las maniobras e la lengua de Natalia en ese pequeño lago de leche en que se había convertido el ano del individuo.

Cuando el hombre se retiró, Natalia se relamía, mostrando una expresión de vicio que jamás había visto antes, justo cuando otro de los tíos le agarraba la cabeza con una mano mientras que con la otra se pajeaba justo frente a su cara, en clara actitud de impedirle que se moviera mientras él se estuviera corriendo., Y por fin, lo que tanto deseaba, sucedió. El tío soltó una tras otros unos fuertes y abundantes chorros de leche que impactaron en el rostro de Natalia cubriéndolo en su casi totalidad. No había casi terminado de correrse cuando el último de los participantes a esa orgía, también dirigió su eyaculación con precisión a la cara de mi mujer, siendo casi tan abundante como la anterior,

Tapada por el semen Natalia apenas podía abrir los ojos, mientras yo hacía esfuerzos sobrehumanos para no correrme, viendo la leche resbalar por sus mejillas, Entonces un octavo individuo, que no sé de donde salía , acercó su verga a la boca de Natalia y ella la engulló al instante. El hombre le folló la boca un rato y se apretó a ella lo más que pudo hasta que, jadeante y con un notable número de contracciones, se vació en la boca de Natalia.

Una vez satisfecho, retiró su polla de tan encantador y húmedo aposento. La cámara enfocó entonces la cara de satisfacción de Antonio, el octavo hombre, que se había corrido en la boca de mi esposa y de quien yo ya ni me acordaba, después de haber protagonizado la primera parte del video.

La cámara regresó a Natalia que mostraba su boca cerrada e inflada y la cara chorreante de semen. Ella hizo un ademán, como preguntando qué debía hacer y finalmente abrió la boca para mostrar el espeso contenido que le había escupido Antonio, antes de tragarse toda la lefa que allí había, reflejando tan solo una ligera arcada al hacerlo,

La voz en off le preguntó si estaba bien, ella contestó afirmativamente, y el video terminó, mostrando el rostro empapado de mi querida mujer, y con la voz en off despidiéndose de ella y diciéndole que esperaba que el video le gustara a su marido.

Y sí, desde luego el video había finalmente colmado todas mis expectativas. Deslicé la barra de tiempo unos fotogramas atrás, justo antes de las dos abundante eyaculaciones faciales, dispuesto a terminar yo también esa increíble sesión, y en eso estaba cuando, de repente, apareció ante mí Natalia, totalmente desnuda, y se metió mi verga en su boca, sustituyendo mi mano por sus labios, para pajearme a gusto.

Ya ni la sorprendente aparición de mi esposa me asustó, mi única pretensión en ese momento era correrme, y Natalia parecía estar totalmente dispuesta a ayudarme a ello. Y lo hizo; mientras el potente eyaculador comenzaba en la pantalla a llenar la cara de mi esposa de semen, yo le llené de un modo salvaje la boca, en la mejor corrida, sin duda, de mi vida, que por unos momentos me dejó totalmente satisfecho y sin ganas de pensar en otra cosa que no fuera lo que acababa de sentir.

Sin embargo después de esos momentos de éxtasis, mi mente volvió a funcionar al margen de mi polla, que por cierto saqué de la boca de mi querida esposa quien ya se lo había tragado todo. Y obviamente comenzaron a asaltarme miles de preguntas, algunas cuya contestación ya sabía o intuía, pero quería escucharlas de boca de mi mujer.

Era difícil saber por donde empezar, así que mi primera pregunta fue de lo más simple:

– ¿Qué ha sido todo esto?

– Bueno, creo que ya lo sabes. Quería darte una sorpresa. Antonio me habló un día de tus aficiones por los videos pornos y decidí obsequiarte con uno muy especial.

A pregunta simple, respuesta simple, claro. Y Natalia me acariciaba la polla, ya absolutamente reposada.

– Pero una cosa son mis aficiones y otra que tu hayas participado en una …. orgía como esa, y que me hayas sido infiel de un modo tan cruel. – le contesté con firmeza.

– Oye, oye, ¿Y tú que? ¿Tú sí puedes participar en algo así y yo no? – me dijo mi mujer, soltando lo que tenía entre sus manos y dejándome perplejo.

– ¿Qué yo qué? Yo nunca he participado en algo así. No sería siquiera capaz de ponerme ante una cámara, mucho menos de ponerte los cuernos.

– ¡Y un huevo que no! – replicó Natalia, como muy segura de lo que decía – Y el video ese con tu querida compañera de curro, con Susana ¿Qué es? ¿Una escena de novela rosa?

– ¿Con Susana? ¿Yo? ¿De qué coño me estás hablando? ¿Qué video es ese? – mi estupor crecía a la par que la seguridad que mi propia esposa parecía tener en sus afirmaciones, por muy falsas que éstas fueran.

– Me lo enseñó Antonio. Ahí estabas, desnudito, en las duchas, con otros del curro, mientras ella os miraba embelesada. ¿O vas a decir qué no? Si se te cae la baba con ella, me ha dicho Antonio, y creo que tiene razón, viendo lo colorado que te pusiste aquella noche en la que hablamos de ella.

Empecé a entender cada vez mejor todo lo que había pasado. Evidentemente Antonio había debido enseñarle a Natalia un video trucado, mezclando imágenes o qué sé yo. La respuesta salió instintiva, diciendo cosas que tal vez no debía decir.

– Puede que Susana me atraiga, pero lo del video…. Eso es mentira, no sé qué te ha enseñado Antonio, pero te ha engañado seguro. ¿Puedes asegurar que fuera yo alguno de los que se follaban a Susana?

– ¡Ah! ¿Cómo sabes que se la follaban? O sea que conoces el video ¿no? Y Susana te atrae ¿verdad? – Natalia me había cazado del todo, ya no podía disimular salvo en lo de mi participación directa en tener sexo con ella.

– Vale, ya te he dicho que me atrae, pero jamás he tenido rollo alguno con ella. Lo del video no es verdad ¿cómo te has dejado engañar?

Mi esposa estuvo un rato pensativa, antes de hablar:

– No sé – contestó finalmente, con un mohín – A lo mejor quería creerlo. Confidencia por confidencia, a mí tu compañero Antonio también me atrae. El me ofrecía la oportunidad de venganza y …. Bueno, no quería desperdiciar una oportunidad así.

En ese momento me dieron ganas de matarla a la cabrona. O sea, que en el fondo ella estaba deseando tirarse a mi compañero, incluso siendo capaz de participar en una orgía de esas dimensiones. Buff, esa no era la Natalia que yo creía conocer, desde luego. Pero las mujeres casi siempre saben como manejarnos. Basta que te agarren la verga y se la metan en la boca, tal y como de nuevo me estaba haciendo mi esposa.

Haciendo una pausa, me preguntó, toda risueña:

– Bueno ¿Qué? ¿Te ha gustado el video o no?

No tuve más remedio que asentir. Lo que no sabía en ese momento es que iba a pasar a partir de ese momento entre Natalia y yo. Ella me interrumpió en mis pensamientos:

– Lo que aún no entiendo es por qué Antonio no me ha dado la copia del video antes de que la vieras tú.

Con total inocencia le contesté:

– No es necesario que te la dé. Está en Internet. Te la podías bajar, como he hecho yo.

Natalia dejó de golpe sus actividades bucales y se incorporó, preguntándome, mientras palidecía:

– ¿Qué? ¿Cómo que está en Internet? No estarás hablando en serio.

– Pues claro. ¿No lo sabias? Ven, te enseño la página.

Y me la llevé al ordenador del dormitorio, enseñándole la página “www.guarronas.es” y su propia foto, anunciando el cuarto clip que se había colgado en la página. Y Natalia explotó, claro está:

– ¡Oh Dios! ¡Este Antonio es un cabrón! ¿Cómo me ha podido hacer algo así? ¿Qué pasará si lo descubren nuestros amigos, o familiares, o peor aun, mis compañeros de trabajo? Creerán que soy una puta, o algo peor.

– Vaya, vaya – le dije yo – sólo piensas en ti ¿Y qué pensarán de mí, del gran cornudo en que se ha transformado tu esposo?

El caso es que, aunque pueda parecer raro, acabamos viendo de nuevo el video, los dos juntitos, y tuvimos una noche de sexo como nunca la habíamos tenido antes.

Han pasado dos semanas desde esa noche y hace un rato que Natalia, al regresar del trabajo, me ha comentado, toda contenta, que Antonio le ha confirmado la celebración de otra sesión de sexo en grupo a la que, entre otros, irán un compañero del departamento en el que ella trabaja, además del director comercial y el jefe de informática. Me ha pedido que yo participe en la orgía, a lo que le he contestado que me lo pensaría.

Ahora mismo acabo de recibir por correo electrónico este mensaje de Antonio:

Hola chaval, ya le he dicho a tu mujer lo de la próxima sesión de Gang Bang. Está encantada. Van a ser esta vez quince los tíos que se follen a tu esposa y a Susana, que también me ha confirmado su participación. Espero que no te rajes y tú también te pongas el mono de trabajo.

Un abrazo

Antonio

Una maliciosa sonrisa y un regusto interior me ha asomado, al terminar de leer el mensaje.

Ahora mismo le diré a Natalia que sí, que voy a participar en esa fiesta sexual ¿Como no voy a acompañar a mi esposa a semejante evento?

FIN

Relato erótico: ” La pequeña Savannah” (POR ALEX BLAME)

$
0
0


2 de Septiembre de 2008

-Hola Jack, ¿Qué es ese rumor de que Lehman Brothers va a anunciar la suspensión de pagos?

-Larry, no hagas caso de esas tonterías, ya sabes que Barclays está a punto de comprarnos. –la voz de Jack sonaba apurada pero no temerosa desde el otro lado de la línea –Tranquilo tío, sabes que somos colegas, te dije que te avisaría con tiempo si había algún problema y lo haré confía en mí.

-Por favor no me dejes tirado, ya sabes               que somos una firma pequeña y tenemos más del sesenta y cinco por ciento de nuestros activos en vuestros fondos. Si hay un problema más nos  caemos con todo el equipo.

-Tranquilo, somos amigos ¿No? –replicó Jack.

Cuando colgó Larry deseó haber tenido esa conversación en persona. Necesitaba tratar de esas cosas cara a cara. En el mundo de los negocios nada era blanco o negro y el gris plomizo de aquella situación exigía saber que parte de lo que le contaban era verdad.

15 de Septiembre de 2008

¡Jack, maldito cabrón! ¡Me mentiste! ¡Sabías perfectamente que Barclays se iba  a retirar! ¡Ahora tengo un montón de vuestros bonos que no son más que papel higiénico!

-Oye tío, lo siento, yo estoy tan sorprendido como tú. La dirección lo mantuvo todo en secreto para intentar dar sensación de fortaleza y tentar al Barclays para que subiese su oferta. Te juro que no sabía nada.

-Y yo  me lo creo. Por eso acabo de enterarme que dos de vuestros mejores clientes vendieron  dos mil millones de dólares de vuestros fondos. Perdieron mucho dinero, pero no están arruinados. ¿Qué coños les digo ahora a mis clientes? Si estuviese ahí te rompería la cara. ¡Cabrón, hijo de p…!

2 de Octubre de 2008

 

 

Larry se bajó del John Deere y escupiendo en el suelo observó con detenimiento la gigantesca pila de estiércol que tenía ante él. A pesar de estar ya en pleno otoño el sol caía de plano calentando y resecando la tierra y haciéndole sudar. Su viejo siempre había tenido la puñetera manía de amontonar el estiércol para que madurase lo más cerca posible del límite de su granja, “que huelan esa basura esa pandilla de jodidos negros”, decía siempre luciendo  la más apreciada característica de la gente de la América profunda. Y es que no a todos los afroamericanos de Harrison les había ido mal en la vida y los Jewison (curioso apellido para una familia de color) habían conseguido comprar esa pequeña granja de cincuenta hectáreas al lado de la suya a principios de los setenta y a base de trabajo duro y astucia la habían hecho prosperar.

Cogió la horca y empezó a cargar estiércol en el remolque. Cuando era joven recordaba como ese trabajo lo hacían casi todos sus vecinos de forma mecanizada mientras que él tenía que joderse y hacerlo a la manera tradicional. Finalmente tuvo que darle la razón a su padre. Mientras sus vecinos se hipotecaban y arruinaban poco a poco, el viejo zorro como lo llamaban en el pueblo, mantuvo los gastos al mínimo y consiguió mantenerse a flote en los peores momentos. Cuando casi todos se arruinaron él incluso fue capaz de   comprar algo más de tierra y maquinaria a buen precio, pero el estiércol que usaba para abonar sus productos ecológicos seguía manejándolo de la misma manera.

Larry dejó un momento el apero y se miró las manos, las mismas que no hacía tres meses recibían todas las semanas una manicura de cincuenta pavos ahora estaban enrojecidas tras unos pocos minutos de esfuerzo. Se las escupió y olvidando una vida que le pareció ya muy lejana, siguió con su ardua tarea.

Un ligero carraspeó le hizo volver la cabeza. Al otro lado de la valla de madera,  una silueta oscura y una sonrisa amplia y blanca se recortaba contra el sol vespertino. La joven, tenía unos ojos grandes y almendrados y el pelo, negro como el futuro de Larry, lo tenía peinado en una tirante cola de caballo de la que sólo un mechón rebelde escapaba a su control haciéndole cosquillas en la frente. La mujer lo soplaba frecuentemente mostrando a Larry unos labios gruesos y jugosos que estaban pintados de un rojo llamativo pero no estridente. Su indumentaria fue lo que más llamo su atención, acostumbrado a los ambientes más pijos de Nueva York donde ninguna mujer se atrevía a salir de casa sin sus Manolos, su Cartier, su Dolce & Gabanna y su Iphone, aquellas botas de montar gastadas y el sombrero Stetson que aparentaba ser centenario colgando de su cuello, le descolocaron por un momento. Sin embargo el  vestido de verano ligero abrochado por delante, exudaba feminidad. Su sencillo escote en v dejaba ver una piel suave y oscura y  el sol lo atravesaba desde atrás haciéndolo traslúcido y revelando la figura en forma de reloj de arena de la joven. Larry clavó la horca en el suelo y poniendo las manos sobre la base del mango, esperó acomodado en ellas su barbilla.

-¡Vaya! Así que es verdad lo que dicen en el pueblo, el gran Larry Lynch ha vuelto a casa. –dijo la joven fingiendo sorpresa.

-Y tú debes ser  la pequeña Savannah Jewison, –dijo Larry escarbando profundamente en su memoria.

-Muy bien, aunque debes reconocer que he crecido algo. –dijo haciendo una pirueta exhibiendo unas piernas largas y atléticas bajo el vuelo del vestido.

-Recuerdo cuando eras tan pequeña como un guisante y te colabas en el huerto para robarnos los tomates.

-Sí, tu padre es un imbécil y un malnacido, pero tengo que reconocer que sus tomates son únicos, aún sigo entrando a robárselos de vez en cuando. –dijo ella guiñando uno de sus ojos y mostrando unas pestañas largas y rizadas. -Pero cuéntame,  ¿Qué es de tu vida?

-La verdad es que te lo puedo resumir en tres o cuatro frases. –dijo Larry mientras veía como Savannah se tumbaba de lado sobre una paca de alfalfa del montón que habían puesto allí probablemente para ocultar la pila de estiércol. –Salí del pueblo con una beca de fútbol de la universidad de Notre Damme, termine económicas, me lesioné, trabajé durante dieciséis horas al día en una gran consultora por un sueldo irrisorio en Boston, dos años después me contrataron como jefe de la sección de fondos de inversión en una firma pequeña pero con muy buena reputación. Durante cinco años me fue de perlas, trabajaba menos y ganaba dinero a espuertas hasta que hace dos semanas, lo perdí casi todo,  afortunadamente, con lo que me dieron por el loft y el Mercedes clase S pagué mis deudas y aún me sobraron unos miles. Y ahora aquí estoy, de nuevo de vuelta con el rabo entre las piernas. Y tú ¿Qué cuentas?

-Aún menos que tú. Terminé el instituto y estudié dos años agronomía en la universidad de Arkansas y volví para ayudar a mis padres con los animales. Mis hermanos trabajan en el negocio del gas y se mueven por todo el país, así que cuando mi padre murió de cáncer hace cuatro años me dejó a mí la granja.

-Vaya, siento mucho lo de tu padre, el mío decía que era un negro piojoso que le robó la granja a los Carson, pero en mi opinión los Carson eran una pandilla de garrulos perezosos y semianalfabetos.

-Bah. –Dijo haciendo un gesto con la mano –es la vida. Ahora crio vacas lecheras y hago queso que vendo por todo el Condado de Madison y en algunas tiendas de Little Rock.

La conversación languidecía y Larry estaba a punto de comenzar a palear mierda de nuevo cuando Savannah intervino de nuevo:

-¿Sabes que de pequeña estaba enamorada de ti? –preguntó mientras se estiraba como una pantera en lo alto de un árbol.

-¿De veras? –preguntó Larry curioso por saber dónde quería llegar la joven.

-¡Oh! Sí, iba  a todos los partidos, me encantaba verte atravesar el campo apartando defensas con un brazo mientras que en el otro acunabas el balón con la suavidad de una matrona. Soñaba con ser yo la que estaba en tus brazos en vez de ese trozo de cuero con forma de melón. En  las vacaciones,  cada vez que ibas a cargar estiércol, me escondía tras los arbustos y observaba tu torso desnudo y musculoso contraerse y sudar con el esfuerzo.

-Pues nunca me di cuenta.

-No me extraña, en aquella época yo tenía doce años. Igual no quieres saber esto, –dijo ella tumbándose boca arriba y dejando que sus manos descansasen entre sus piernas –pero mi primer orgasmo fue pensando en ti.

-Seguro que no fue pensando únicamente –dijo Larry riendo.

-Desde luego que no, todas las noches durante dos años acaricié mi cuerpo desnudo soñando con que eran tus manos y tu cuerpo el que estaba sobre mí, poseyéndome como un animal enloquecido…

Aparentando no darse cuenta de lo que hacía, Savannah soltó dos de los botones del vestido en introdujo una de sus manos entre sus piernas. Intentando ocultar el movimiento de sus manos dobló una de sus piernas. La falda del vestido resbaló hacia abajo dejando a la vista una pierna larga, oscura, brillante y perfectamente torneada y un culo grande y musculoso.

Larry se quedó petrificado notando como su pene crecía bajo los pantalones rozando el mango de la horca. Con un supremo esfuerzo se mantuvo quieto poniendo cara de póquer mientras la joven le miraba con el deseo y el placer marcado en su rostro.

Savannah entreabrió sus labios y dejo salir la punta de su lengua entre ellos. Se negaba a hacerle ninguna señal, si quería tomarla tendría que ser él el que diese el primer paso. Fingiendo ignorarle, cerró los ojos y se concentró en el movimiento de sus dedos en su sexo. Pasaron unos instantes, no sabía si fueron unos segundos o unos minutos, pero cuando los volvió  a abrir tenía a Larry a sus pies, observándola. Savannah fijo sus ojos color caramelo en Larry y siguió acariciándose con suavidad.

-Aún de vez en cuando me masturbo pensando en ti… -dijo ella entreabriendo sus piernas dejando a Larry vislumbrar un tanga translúcido y húmedo de deseo.

Larry sin decir nada tiro de los tobillos de la mujer y sacándole las  botas comenzó a besar y a chupar la  punta de sus pies.

-… imagino que soy una  bella esclava en una plantación de algodón donde mi amo, un tipo muy parecido a tu padre, me folla todas las noches con su polla gorda y venosa y después de utilizarme me devuelve a mi humilde choza porque es incapaz de aceptar  que está enamorado de una cochina negra… -continúa mientras ronronea y tensa sus largas piernas cuando los besos suben por ellas y se internan entre sus muslos.

-…finalmente, un día llegas tú, un empresario del norte, forrado de dinero, al que no le importa de dónde venga el algodón mientras le salga barato. Después de una opípara comida el amo le invita a inspeccionar a caballo la propiedad. Cuando me veis enseguida te quedas prendado de mí y mi amo celoso por la mirada preñada de lujuria que te lanzo a mi vez, se inventa una excusa y me ata a un árbol totalmente desnuda para azotarme. Mi cuerpo entero desnudo y brillante de sudor tiembla de horror ante el terrible castigo que me espera, hasta el punto de que apenas noto como la áspera corteza del árbol y la apretada cuerda de cáñamo laceran mi piel. Tú te colocas al lado del  amo, intentando pensar únicamente en el extraordinario beneficio que el algodón de ese hombre te va  a proporcionar. El primer latigazo silva y se estrella en mi espalda haciéndome gritar de dolor, un fino hilo de sangre recorre mi espalda desde el lado derecho de mi omóplato hasta la parte baja izquierda de mi espalda. Jadeo, gimo y pongo todo mi cuerpo en tensión esperando el siguiente azote, pero este nunca llega. Muerta de miedo giro la cabeza lo poco que me lo permiten las ataduras para ver como aquel desconocido de ojos dulces sujeta el antebrazo del amo impidiéndole que descargue un nuevo golpe sobre mí. Poco a poco su voluntad y su fuerza van imponiéndose y retorciendo el brazo al amo consigue desarmarlo. Mi amo, furioso, hace el gesto de desenfundar  su Colt pero tú eres más rápido y de dos puñetazos lo tumbas inconsciente en el suelo. Sin perder un segundo me desatas, tapas mi cuerpo con los restos de mis harapos y huimos a galope tendido. Corremos y corremos, no paramos ni miramos atrás hasta cruzar la frontera del estado. Exhaustos y con los caballos a punto de reventar, paramos en un soto al lado de un riachuelo. Tú, solícito, coges tu caro pañuelo de encaje, lo humedeces en la fresca agua del riachuelo y me limpias la herida con suavidad. Yo me muerdo los labios y trato de no gritar de dolor. Cuando terminas ves como una gruesa lágrima escapa a mi control y resbala por mi mejilla, tú la recoges con un beso, mis harapos caen al suelo y hacemos el amor, te entrego mi cuerpo con todo mi ardor y en plena libertad…

De un tirón  Larry incorporó a Savannah y besó sus labios encendidos por el deseo interrumpiendo su narración, su boca le supo a fresas y a canela. Mientras exploraba los labios y la boca de la joven, Larry atacó su vestido, unos botones se soltaron, otros saltaron ante su precipitación.

Larry se separó unos segundos para poder admirar el cuerpo de la joven, el sujetador blanco de encaje y escote bajo, destacaba sobre sus piel oscura y brillante como el ébano y contenía unos pechos grandes y turgentes que subían y bajaban con la agitada respiración de la mujer, pugnando por escapar  de su encierro.  Larry bajó las copas del sujetador  y admiró los pezones grandes y negros que agresivos apuntaban hacia él. Sin poder contenerse y los pellizcó suavemente…

-¡Eh cuidado! –refunfuñó Savannah entre jadeos arañando su pecho.

Larry la besó de nuevo mientras acariciaba los flancos de la joven.  Con suavidad atrajo a la mujer hacia ella hasta que sus sexos se rozaron. Savannah gimió y se retorció frotando su sexo excitada. Él tirando de su cola de caballo hacia atrás, le besó el cuello y los hombros y le estrujó los pechos.

 La muchacha  apartó el tanga a un lado y cogiendo la polla de Larry trató de acercarla a su coño rosado y húmedo. Sus manos eran bonitas con dedos finos y largos aunque el trabajo manual las había vuelto un poco ásperas…

-Vamos, vamos, vamos… -imploró  ella.

Larry la ignoró  y se dedicó a jugar con ella dejándole que su glande entrara en ella pero apartándose cada vez que Savannah quería profundizar. Tras un breve y delicioso forcejeo Larry se rindió y clavó su miembro profundamente en el interior de la joven. Con su miembro profundamente alojado en el interior de Savannah, abrazó a la joven y la besó, eliminando cualquier distancia entre ellos, formando con sus cuerpos uno sólo. Poco a poco Larry empezó a moverse dentro de ella primero despacio, luego ante las súplicas de la mujer y su propio deseo empezó a moverse más deprisa pero sin dejar de abrazarla ni besar todo lo que estaba al alcance de su boca.

Larry se separó de ella, aún no quería correrse. Savannah adivinándolo se quedó allí sentada, expectante, con las piernas abiertas y su sexo rojo y húmedo. Larry volvió a contemplarla y acercándose a ella le acarició su piel suave, le besó los pechos y le chupó los pezones. La joven suspiró y con sus manos sobre la cabeza de él fue siguiendo el recorrido de los labios de Larry hasta el interior de sus piernas. Cuando la lengua de él rozó su clítoris Savannah gritó y arqueo su espalda hasta casi romperse. Larry siguió chupando y lamiendo su sexo mientras ella movía sus caderas  hasta que los gemidos y jadeos de ella se interrumpieron con el orgasmo…

-Dios… -fue lo único que acertó a decir ella cuando los relámpagos de placer comenzaban a disiparse.

Savannah se bajó de las pacas y apoyando sus manos en ellas le dio la espalda a Larry. Con un pequeño estremecimiento retraso el culo y junto las piernas dejando atrapada entre sus muslos su vulva aun congestionada. Un fino hilillo, producto de su orgasmo resbalaba de su interior por efecto de la gravedad.  Larry se acercó y adelantando una mano evitó que cayera al suelo mientras que con la otra acariciaba el culo redondo y los muslos suaves de la mujer.

Cuando acercó de nuevo su boca  al sexo de Savannah, esta vez no fue tan delicado, sus labios se cerraron ante su vulva empujando, chupando con fuerza y golpeando su clítoris con toda la fuerza que le permitía su lengua.

-Sí, así, más fuerte –dijo ella mientras movía las caderas al ritmo de lo lametones.

Larry se incorporó y apoyó su verga dura y caliente como un hierro al rojo sobre el culo de Savannah que inmediatamente vibro a su contacto. La joven separó sus piernas y se puso de puntillas para atraerle hacia su interior. Larry la acaricio y metió dos de sus dedos en su coño haciéndola gemir y retorcerse.

-¡Vamos cabrón, follame de una…!

 La frase quedo suspendida en el aire por la bestial acometida de Larry, Savannah gritó y hubiese perdido el equilibrio de no estar agarrada a la alfalfa, pero enseguida se rehízo y cerrando los ojos se concentró en el salvaje placer que le proporcionaba aquel miembro duro que se clavaba en su interior sin contemplaciones.

Larry siguió penetrándola con fuerza, tiro de su cola de caballo hacia atrás para incorporarla y poder besarla y acariciar sus pechos. La joven, de puntillas y sin apoyos se tambaleó pero él la cogió por la cintura y siguió follándola hasta que su cuerpo quedó relajado e inerme sobre la paca de hierba tras su segundo orgasmo.

Savannah, satisfecha se giró y poniéndose de rodillas le cogió la polla. Sus labios gruesos y rojos envolvieron el glande arrancando a Larry una palabrota, poco a poco toda la longitud del pene fue despareciendo en el interior de la boca de la joven hasta casi hacerlo desaparecer. Larry, casi sin darse cuenta, comenzó a acompañarla con los movimientos de sus caderas.

Savannah sacó el pene de su boca y comenzó a lamerlo y mordisquearlo  sin dejar de mirar a Larry a los ojos.

Con un suave empujón Larry apartó un poco a la joven y apuntando a sus pechos se corrió. Tres largos chorreones blancos se derramaron con la fuerza  de un torrente entre los pechos oscuros de la mujer.

Savannah cogió el miembro aún palpitante de Larry y se lo metió en la boca con una sonrisa satisfecha.

-¿Qué pasó con la joven esclava? Preguntó Larry mientras permanecían tumbados desnudos uno al lado del otro.

-La verdad es que con el tiempo la trama se ha hecho más enrevesada  y te prometo que no te decepcionará, pero para saber el final tendrás qué ganártelo. –respondió ella acariciando su miembro ahora flácido e inerme.

Un rato después Larry comenzó a palear de nuevo abono mientras Savannah le contemplaba desde la alfalfa con un aire de hembra satisfecha.

“La guardaespaldas y el millonario” (POR LOUISE RIVERSIDE Y GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR

$
0
0

Sinopsis:

Cuando el General Jackson contactó con Sara Moon para que se reincorporara al servicio activo, no sabía como esa misión iba a cambiar la vida de esa ex marine. Acostumbrada a la vida militar,no le gustó el tener que proteger la vida de un playboy pero sabiendo que era el único modo de volver a sentirse una soldado, aceptó como mal menor el convertirse en guardaespaldas de un sujeto que pensaba con y para su bragueta.
Tal y como había previsto al conocer a su protegido, saltaron chispas porque no en vano David Carter III representaba todo lo que ella odiaba.
La opinión del millonario sobre ella tampoco era mejor porque el disfraz de muñequita oriental no le engañaba y la veía como un espía del gobierno…

Louise Riverside y Golfo se unen para daros a conocer este libro que sin duda os subirá la temperatura.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B072YZ2FYC

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

CAPÍTULO 1.―

Al despertar esa mañana, la Comandante retirada de los marines, Sara Moon abrió las cortinas de su habitación y descubrió que pese a las funestas predicciones del hombre del tiempo, esa mañana lucía un sol espléndido en Nueva York. Cómo quería aprovecharlo y no tenía nada qué hacer hasta el día siguiente, decidió ejercitar su cuerpo por el Central Park.
Desde que la habían invitado a abandonar voluntariamente su carrera militar, se había impuesto un régimen de ejercicio que haría palidecer a cualquier deportista de élite. Todas las mañanas corría diez kilómetros, nadaba otros dos y terminaba con una dura sesión en el gimnasio porque no quería perder la forma física que obtuvo por su paso en esa fuerza de la armada americana. No en vano durante esos años, su nombre siempre había estado asociado a las mejores marcas en la mayoría de las disciplinas.
Por eso, abriendo la ducha dejó caer el coqueto camisón de encaje que le había regalado un antiguo novio y mientras el agua se caldeaba, se quedó mirando en un espejo. Con satisfacción comprobó que pese a sus treinta años sus pechos conservaban la dureza de los quince sin que hubiese hecho mella en ellos la edad. Contenta se giró para comprobar que sus nalgas seguían siendo el objeto de deseo del género masculino y por eso no pudo más que sonreír al espejo cuando la imagen que este le devolvía era el de un trasero estupendo.
« Tengo que reconocer que para ser una vieja, estoy buenísima”, pensó recordando que tras el fracaso de su última acción de combate sus superiores la habían acusado que había perdido los reflejos y el instinto que la habían hecho famosa en esos círculos.
« ¡Hijos de perra! La incursión estaba mal planteada desde el principio y fue gracias a mí que pudimos salir de ese infierno con pocas bajas», refunfuñó cabreada al rememorar el consejo de guerra del que había sido objeto y del que su porvenir en el ejército había quedado maltrecho aunque hubiera salido exonerada de todos los cargos.
Bajo la regadera, se puso a pensar en los buenos momentos. Involuntariamente a su mente acudió el recuerdo del Capitán Stuart y deseó que se estuviera pudriendo en algún lugar.
« Ese cabrón me dijo que me amaba y tres meses después se casó con otra», masculló para sí mientras se enjabonaba.
Aun despechada, dejó que su imaginación volara y fueron las manos de ese morenazo las que amasaran sus senos mientras distribuía el gel por su piel. Sin darse cuenta la calentura fue incrementándose en su interior y solo se percató de su estado cuando al pasar sus dedos por uno de sus pezones lo encontró duro y sensible.
Asustada por lo excitada que estaba sin motivo, se aclaró y salió de la ducha. Ya de vuelta en su habitación y mientras elegía el top y las mallas que se iba a poner, se fue tranquilizando y por eso al salir a la calle, volvía a ser la mujer segura de la que estaba tan orgullosa.
Su diminuto apartamento estaba a cinco manzanas del parque Central y mientras corría hacía allí, las miradas y los cuchicheos que despertó a su paso, solo confirmaron su autoestima.
« ¡Qué les follen a esos gerifaltes! ¡Hay vida tras la Navy!», murmuró sin llegárselo a creer al entrar por la puerta que daba a Columbus Circle, más conocida por Merchants’ Gate.
Acababa de empezar a estirar cuando se fijó que un gigante de raza negra no le perdía ojo mientras disimulaba calentando a cincuenta metros escasos de ella. Nada más verlo comprendió que cincuentón tenía entrenamiento militar por el modo en que se movía.
« Aunque se ponga un smoking, no puede disimular que es un soldado», sentenció mientras intentaba centrarse en el ejercicio.
Esa idea le preocupó, temiendo que su pésimo balance afectivo se debiera a parecer una gladiadora en vez de una mujer Era consciente de tener un cuerpo atlético producto de entrenamiento pero siempre había pensado que no había perdido su femineidad sino todo lo contrario y que estaba dotada de un par de pechos de ensueño, de esos que nada más contemplarlos cualquier hombre desea hundir la cara en su canalillo.
«Menos mal», suspiró aliviada al mirar hacía su alrededor y comprobar que al menos media docena de corredores la miraban embelesados.
Su lado coqueto la hizo exhibirse ante sus admiradores y aprovechando que estaba haciendo una serie de sentadillas, les lució la perfección de su trasero. Los tipos en cuestión se quedaron apabullados al contemplar los duros glúteos de la exmilitar, convencidos que pocas veces tendrían la oportunidad de admirar algo tan espectacular.
« Babosos, me ven como una presa y sin saber que podría matarlos usando solo mi mano izquierda», ventiló justo cuando se daba cuenta que el enorme afroamericano miraba divertido la escena.
Tratando de olvidarlo pero sobretodo de liberarse de su examen, salió corriendo por una de las veredas. Inicialmente imprimió a su paso un trote lento, sabiendo que a cada zancada sus pechos rebotaban suavemente bajo su top, dando a su carrera una sensualidad sin límites.
« Joder, las veces que pillé a un recluta mirándome las tetas», mientras incrementaba su velocidad, rememoró que gran parte de los problemas que había tenido en su unidad se debían a su belleza. Belleza de la que ni siquiera sus mandos habían sido inmunes. Aunque tenía muchas virtudes, era incapaz de reconocer que podían tener razón.
Sabía que era políticamente incorrecto siquiera el mencionarlo pero también que no era menos cierto que en su presencia sus subalternos se esmeraban en impresionarla por la atracción física que sentían hacia ella. Solo hubo un superior que tuvo el suficiente valor para abordar el tema y su reacción fue mandarle al hospital con una nariz rota.
« Se lo merecía el cretino», no dudó en sentenciar cabreada justo cuando se dio cuenta que el militar que la había estado observando seguía su estela.
Ese descubrimiento no le preocupó al creer que ese sujeto era un admirador con ganas de entablar contacto por lo que incrementó la cadencia de su marcha, convencida que no aguantaría el ritmo. Durante media hora, su acosador se mantuvo a escasos cincuenta metros de ella pero quizás por agotamiento o quizás porque se había ya aburrido de perseguirla, al dejar el camino principal y adentrarse en una senda secundaria le perdió de vista.
« Otro inútil», murmuró más tranquila al verse corriendo sola.
Mandando al negrazo al baúl de los recuerdos, durante hora y media, dejó salir su frustración bajo el amparo de los árboles hasta que ya sudada decidió que era suficiente y que se merecía un buen desayuno. Cumpliendo con su rutina diaria se acercó a un restaurante italiano que había en la calle 68. Una vez allí, pidió al camarero un café y un par de huevos con los que reponer fuerzas.
Ni siquiera había podido siquiera probar lo que había pedido cuando de improviso vio entrar por la puerta al enorme militar que la había seguido por el parque. Su sorpresa se incrementó al comprobar que venía vestido de uniforme y que por sus galones no era el soldado raso que había supuesto sino un almirante.
« ¡Qué coño hace aquí!», exclamó mentalmente al darse cuenta que se dirigía hacia ella, luciendo una sonrisa. Su mal humor alcanzó cuotas insospechadas cuando sin pedir su permiso, ese sujeto se sentó en su mesa.
― Estoy esperando a mi marido― mintió molesta al ver invadido su espacio vital.
― Nunca ha estado casada y su última relación conocida fue hace más de tres años― respondió el sujeto mientras acomodaba su trasero frente a ella.
La ex Comandante Moon comprendió que esa visita no tenía nada de casual y sin permitir que ese hombre pudiera darse cuenta de su nerviosismo, decidió tomar el toro por los cuernos y directamente le soltó:
― Ya que ha decidido joderme la mañana, al menos podría tener la educación de presentarse.
Su exabrupto no tuvo el efecto deseado y en vez de cabrear a su interlocutor, muerto de risa, este contestó:
― Soy el Almirante Jackson. Me habían avisado que no me dejara engañar por su fachada de niña buena porque en realidad era una impertinente pero he descubierto que se quedaban cortos.
Aunque esa respuesta la dejó desconcertada, rápidamente se recuperó y mostrando que quien se lo dijera se había quedado corto, dando a su voz un tono lleno de desprecio, comentó:
― Ahora me va a decir que soy su dulce princesa y que está dispuesto a bajarme la luna.
El ataque desesperado de esa mujer le hizo gracia y soltando una sonora carcajada que enmudeció al resto de los presentes, respondió:
― Por nada del mundo me pondría en peligro echándole los tejos porque a pesar de sacarle más de cincuenta kilos, me consta que en un enfrentamiento directo me haría papilla.
― ¿Entonces a qué ha venido?― preguntó más intranquila de lo que le gustaría reconocer.
El gigantesco almirante sacó de su maletín unos papeles y poniéndoselos en la mesa, contestó:
― A sacarla del retiro…― y dándole unos papeles prosiguió diciendo: ―lea a qué se va a comprometer y si acepta la misión, volverá al servicio activo con el grado de capitán.
Volver a la Navy era lo que más deseaba en el mundo, pero aun así leyó el documento con recelo.
« No parece una broma», pensó ilusionada.
Cómo no era tonta, supo que tras esa oferta tenía que haber trampa. Aunque en un principio dudó si aceptar ese ofrecimiento, la franqueza que ese militar demostró cuando le interrogó sobre los motivos que le hacían a ella candidata a ese puesto, Jackson ahuyentó sus reticencias. Ya que sin andarse con lindezas ni otras florituras, ese alto funcionario le espetó:
― Necesitamos un arma letal, bajo el disfraz de una belleza indecente.
― ¿Me está llamando indecente?― protestó la mujer.
― Para nada, usted ha demostrado siempre una lealtad inquebrantable a su país. Lo que es indecente son los pensamientos que provoca entre los que la ven― refutó tranquilamente e insistiendo en la idea, prosiguió sin cortarse: ―Señorita Moon, trabajará infiltrada en un ambiente lleno de mujeres bellísimas. Queremos que nadie se pueda imaginar que tras ese cuerpo se esconde una agente del gobierno.
Que no tuviera reparos en hablar así de ella, le satisfizo al comprender que no se andaba por las ramas y que pese a ser hombre, no se veía afectado por ella. Por ello, antes de dar su brazo a torcer y enrolarse en esa locura, únicamente preguntó quién era el objetivo pensando que le estaban encomendando eliminar al alguien molesto para el gobierno.
― Se equivoca― le corrigió el que ya se consideraba su superior al leerle los pensamientos― su misión no consiste en matar a nadie sino en proteger a dos sujetos cuyas vidas son vitales para los intereses de nuestro país.
Aunque no se veía como guardaespaldas, esa novedad en su carrera le interesó y como eran dos, supuso que era un matrimonio las personas cuyo bienestar debía de salvaguardar. Por ello no esperó a que su interlocutor terminara para interrogarle por su identidad.
― Nuevamente se equivoca, uno es un potentado pero el otro es su hija, una preciosa niña de siete años.
Si ya estaba alucinada por el tipo de misión que le estaba ofreciendo, su zozobra se incrementó cuando, en un papel que el almirante le pasó, leyó el nombre del magnate que necesitaba protección:
― David Carter III.
Estuvo a punto de negarse al conocer que una de las personas a la que debía de cuidar era ese consumado Don Juan cuyas fotos llenaban los tabloides de medio mundo, pero entonces el avispado jefazo se anticipó a ella diciendo:
― Antes que conteste, quiero que sepa que ese hombre no ha dudado en poner en peligro la vida de su hija y la de él, colaborando con el presidente para revelar una conspiración que quiere apropiarse de los secretos militares de nuestro país.
Sara no esperaba que ese playboy se sacrificara por nada que no estuviera relacionado con su bragueta por lo que asumiendo que si un ser tan detestable como él era capaz de dar ese paso, decidió que ella dejaría al lado sus prejuicios y aceptaría el puesto. Por lo que haciendo caso omiso a la opinión que tenía de los de su especie, cerró el trato con el militar diciendo:
― Quiero que antes de ser infiltrada, mi ascenso sea firme y cualquier mancha sea borrada de mi expediente.
― Así será― respondió dando por cerrada esa reunión.

Una semana había pasado desde que el almirante le había abordado en un restaurante para proponerle que entrara en una unidad secreta bajo su mando y que dependía jerárquicamente del secretario de defensa sin ningún otro intermediario. Semana que le resultó un infierno porque una vez había accedido a proteger a David Carter y antes siquiera de conocer a su protegido se había tenido que someter a un entrenamiento que dejaba en ridículo al régimen que tuvo que soportar para convertirse en marine.
Aunque el propio Jackson le había anticipado que debía de aprender a comportarse como un miembro de la alta sociedad para que su presencia al lado de ese tipo pasara desapercibida, nada de su pasada formación le había preparado para soportar las exigencias de Emmanuel Valtierre, su maestro en esas lides.
Todavía recordaba su llegada al estudio de ese modisto. Como la mayoría de los días, ese día al levantarse se puso un chándal y unas zapatillas. Ese fue su primer error porque el estilista al comprobar que su alumna había aparecido vestida así, puso el grito en el cielo, diciendo:
― Me prometieron que me mandaban un diamante en bruto y me encuentro una mezcolanza de rollito de primavera con salsa teriyaki― si ya fue bastante bochornoso que aludiera sus orígenes orientales al criticarla, más lo fue escucharle decir: ― Por favor, desnúdese. Su indumentaria ofende mi vista.
Aguantando las ganas de saltar sobre su cuello, la flamante capitán olvidó sus recién estrenados galones y sin gracia alguna se despojó de su indumentaria deportiva. El amanerado cuarentón teatralmente se tiró de sus escasos pelos al observar la lencería de su supuesta pupila y en plan histérico, le espetó:
― Nunca he visto algo tan basto, sus bragas parecen estar hechas de esparto. Señorita, ¿acaso compra su ropa interior en el mercado de segunda mano?
Indignada con el que se suponía que le iba a enseñar buenos modales, la militar se tuvo que morder la lengua para no mandarle a la mierda y con un tono sumiso que hasta ella le sorprendió, le prometió que al día siguiente vendría equipada con otro clase de lencería.
Emmanuel al oírla, abrió un cajón y sacando un conjunto de su interior, se lo dio diciendo:
― A partir de hoy, olvídese de lo que tiene en su armario. Soy un profesional y no puedo soportar que alguien que está bajo mi mando, lleve prendas que no se las pondría ni a mi perro.
Durante unos segundos, Sara no supo que decir. Para ella, ni una puta se pondría algo tan provocativo como el sujetador y el tanga que tenía en sus manos.
― ¿A qué espera?― la azuzó chillando histéricamente el modisto.
Con sus mejillas coloradas por la ira, la treintañera se despojó rápidamente del top deportivo que llevaba y eso en vez de complacer al histriónico sujeto, lo encolerizó y acercándose a su lado, le gritó:
― Parece un camionero. Una dama se desnuda siempre como si tuviera enfrente a un hombre que desea seducir, sin importar si está sola o frente a una multitud. Vuélvaselo a poner y ahora por favor, piense que soy alguien al que quiere llevarse a la cama.
― Antes de acostarme con usted, me tiro a su perro― ya fuera de sí, le contestó: ―pero si quiere que me comporte como una stripper, sé hacerlo.
Sin sentirse ofendido, el sujeto la contestó volviendo a hacer referencia a su raza:
― En eso me parecemos, yo me haría el harakiri antes de permitir que una paleta como usted, me pusiera la mano encima.
― Mi apellido es chino, no japonés― refutó la mujer tratando de poner en cuestión la cultura de su mentor.
― Todos los amarillos sois iguales, quitando a Miyake, no conozco a nadie de ojos rasgados que tenga el mínimo gusto.
No queriendo que el racismo militante de ese capullo entorpeciera su misión, Sara se abstuvo de contestar y ante el escrutinio del homosexual, dejó caer los tirantes del sujetador mientras comenzaba a menear su trasero. Impávido a sus encantos, Emmanuel siguió con atención el modo en que se desabrochada por delante los corchetes de esa prenda. Pero una vez, la militar se había quedado desnuda de cintura para arriba, se atrevió a decir:
― Mejor… ahora al menos, sé que es capaz de calentar a un agricultor.
Tras lo cual, le ordenó que se terminara de desvestir y que se pusiera el conjunto que él le había dado. Convencida que la razón de ese comportamiento era ponerla a prueba, casi bailando dejó caer sus bragas y tratando de dotar a sus movimientos de toda la sensualidad que pudo se engalanó con esa escandalosa ropa interior.
― Va mejorando― indicó sin demasiado entusiasmo el estilista y cogiéndola del brazo, la llevó frente a un espejo – pero tiene mucho que aprender.
Tras lo cual y sin mediar una advertencia por su parte, Emmanuel metió sus manos dentro de su sujetador y le colocó los pechos mientras le decía:
― Ya que tiene una delantera aceptable es importante que aprenda a sacarle provecho. Para empezar, debe usar las copas para maximizar el canalillo entre sus miserias porque eso es lo primero que mira un hombre.
Estaba a punto de protestar por ese manoseo cuando de pronto, ese cerdo le regaló sendos pellizcos sobre sus areolas.
― ¡Qué coño hace! ¡Me ha hecho daño!
Sin perder la compostura, contestó:
― Enseñarle un truco. Las modelos para estar más atractiva se aprietan los pezones o bien se echan un gel con efecto frio.
― Podía haber usado la crema en vez de pellizcarme las tetas― replicó encolerizada.
― Lo sé pero hubiera sido menos divertido― muerto de risa, el antipático sujeto contestó mientras descargaba un azote sobre una de sus nalgas: ―Ahora vamos con tu postura.
Soñando con descerrajarle un tiro entre los ojos, Sara no dijo nada al ver que ese tipejo se agachaba a sus pies y con ningún tipo de tacto, la obligaba a adelantar unos centímetros su pie derecho.
« Porque es marica, si no pensaría que este malnacido está aprovechando para meterme mano», pensó al sentir como con las manos le rectificaba la postura separándoles las piernas, poniéndole la espalda recta e incluso forzando sus hombros hacia atrás para que sacara pecho.
― Aunque eres un poco sosa, podré convertirte en una puta guapa― la espetó tras examinarla nuevamente.
Ese insulto en vez de contrariarla, la alegró porque escondía un piropo. Si alguien tan perfeccionista como ese modisto creía que tenía suficiente materia prima para trabajar, de manera implícita estaba alabando su belleza. Aun así no se pudo contener y demostrando su proverbial mala leché, contestó:
― Si quiero vender mi cuerpo, no creo que usted sea mi cliente.
Esa andanada no surtió los efectos deseados porque alejándose un par de metros, Emmanuel contraatacó diciendo:
― Evidentemente, lo último que haría sería gastar mi dinero contigo… sobre todo después de haber visto la selva que luces en la entrepierna. Para esta tarde, quiero verlo recortado casi por completo. Una pelambrera así puede estar bien vista en un cuartel pero no en mis círculos.
― ¡Váyase a tomar por culo! ¡Gilipollas!
― Lo haré, bonita, en cuanto consiga hacer que parezcas presentable.
Sara, con gran disgusto por su parte, comprendió que el estilista había conseguido en media hora sacarle de las casillas:
« No es posible que me haya dejado alterar así por este mamón», pensó mientras intentaba tranquilizarse. No entendía como habiendo soportado el durísimo adiestramiento de la base Pendleton sin perder el control, en apenas treinta minutos, había caído tan bajo de insultar a su instructor. « Si esto llega a ocurrirme allí, hubiese terminado con una mancha en mi expediente».
Por ello, muerta de vergüenza, pidió perdón. Emmanuel Valtierre se tomó la disculpa con sorna y haciendo como si nada hubiese ocurrido, preguntó a la militar si sabía andar con tacones. Aleccionada por la pasada experiencia Sara respondió que creía que sí, al no estar segura que su manera de moverse gustara al tipo aquel.
― Ahora lo comprobaremos― contestó poniendo es sus manos unos impresionantes zapatos de aguja con más de diez centímetros de tacón.
Si la primera fase había sido insoportable, esta segunda le resultó más complicada porque a la vergüenza de caminar sobre esos zancos casi desnuda, se incrementó al verse obligada a mostrar sutileza en cada paso.
― Olvídese de su pasado, tiene que parecer delicada para diferenciarse de la plebe. Una dama es más peligrosa cuanto más indefensa parece.
Esas ideas chocaban frontalmente con su adiestramiento y por ello le resultó en extremo complicado, aparentar lo que no era. Desde la adolescencia Sara había tenido que luchar para reprimir su faceta femenina para que le tomaran en cuenta y ahora el modisto le exigía que meneara su pandero como una furcia.
― Coloca un pie delante del otro y camina dando pasos largos…imagina que estás caminando sobre una cuerda― le gritaba Emmanuel desde una silla― mantén un pie delante del otro para hacer que tus caderas se balanceen.
« Le parece fácil al cretino», murmuró para sí al sentir que perdía el equilibrio.
― Muéstrate coqueta. Cuando la gente piense que eres una fulana inalcanzable, se lanzarán a tus pies. Mantén el cuerpo relajado y los hombros hacia atrás, ¡no es tan difícil!
Para entonces, Sara había asumido que debía obedecer a su maestro y casi sin darse cuenta se empezó a percatar que se sentía más segura haciéndolo.
« Coño, funciona. Ya no parezco un pato mareado», se dijo incrementando el ritmo de las zancadas.
Emmanuel debió de pensar lo mismo porque interrumpiendo esa etapa de la instrucción, hizo que la capitana le acompañara a una habitación anexa. Ante su sorpresa, la hizo pasar a una enorme estancia que parecía una tienda de prêt―à―porter por la barbaridad de vestidos.
― Estás viendo mis joyas, las prendas que llevo atesorando durante años y que solo presto a mis más íntimas amigas.
No se había repuesto todavía de la impresión de ver toda esa ropa cuando el modisto comenzó a revisar las perchas para acto seguido lanzarle en los brazos todo tipo de vestidos.
― ¿Y esto?― preguntó.
― William quiere que parezcas una modelo y viendo la ropa que has traído, la única forma que lo consigas es eligiendo personalmente tu vestuario.
A Sara le resultó inverosímil que ese tarado se refiera al almirante Jackson usando su nombre de pila pero se abstuvo de hacer ningún comentario y con creciente incredulidad fue sosteniendo el ajuar que tendría que lucir durante su misión…

CAPÍTULO 2.―

Esa mañana los rayos de sol matutino colándose por la ventana de su apartamento despertaron a Sara antes de tiempo. Era demasiado pronto para comenzarse a preparar por lo que intentó volver a conciliar el sueño. La importancia de la entrevista que tendría ese día no la dejaba dormir y por eso se dedicó a pensar en el tipo de instrucción que había tenido que soportar.
« Quieren que convertirme en una muñeca de porcelana», protestó para sí al recordar las enseñanzas de Valtierre.
Seguía indignada por la humillación que sufrió al negarle ese hombre cualquier tipo de atractivo. Hasta conocerle se sabía atractiva pero los menosprecios que había recibidos habían hecho tambalear su autoestima.
« Ese desgraciado se equivoca, puedo seducir a cualquier hombre y ¡no solo a aldeanos!», murmuró mientras buscaba otra postura.
Su irritación era mayúscula, le molestaba sobretodo la dureza con la que había valorado su femineidad.
« Una marimacho se esconde los pechos», sentenció al tiempo que a modo de auto confirmación llevaba sus manos hasta ellos, «yo estoy orgullosa de los míos».
Queriendo reafirmar sus pensamientos, introdujo sus dedos bajo el top del pijama y se los empezó a acariciar mientras se decía:
« Todos mis amantes babeaban al verme desnuda».
Sin buscar voluntariamente que su mente empezara a divagar, se puso a rememorar una de tantas noches que había pasado con Anthony, otro capullo egoísta pero magnífico amante.
« Él sí sabía valorar mis tetas», refunfuñó al recordar la capacidad amatoria de ese italoamericano y en las horas que se podía pasar mamando de ellas.
Su relación había sido corta pero intensa y aunque habían terminado mal, todavía echaba de menos el ansia con el que ese hombre mordisqueaba sus pezones. Los mismos pezones que en ese momento se estaba pellizcando sin darse cuenta.
« Me volvía loca la forma en la que usaba su lengua», rememoró.
Al sentir que entre sus piernas comenzaba a sentir calor, por un momento su mente luchó contra la creciente excitación de la que ya era plenamente consciente.
« Estoy cachonda», sentenció al comprobar que su respiración se agitaba y que no podía dejar de acariciarse los pechos.
Su cerebro le mandaba órdenes contradictorias. La parte racional le impelía a levantarse mientras que el resto le suplicaba ceder y entregarse al placer. Sabiendo que al terminar se sentiría mal, comprendió que su cuerpo había optado por lo segundo al darse cuenta que involuntariamente había juntado sus piernas y decidiendo por ella, sus muslos habían empezado a rozarse uno contra otro.
« Tengo que relajarme, estoy muy tensa», se justificó mientras dejaba que una de sus manos calmara el escozor que sentía en esa zona.
El mimar con sus dedos sus labios por encima de las bragas, lejos de ahuyentar su calentura, la incrementaron y a consecuencia de ello, surgió el primer gemido de su garganta. Lo que en un principio había sido un pequeño fuego se convirtió en un feraz incendio que amenazaba con carbonizar su cuerpo.
― ¡Dios!― aulló descompuesta al saber que no había marcha atrás y que irremediablemente terminaría masturbándose.
Durante un instante pensó en darse una ducha pero comprendió que era tal su ardor que de nada serviría y que lo único que conseguiría sería usar el mango de la alcachofa para aliviar su deseo. Convencida que debía quedarse en la cama y darse prisa en correrse, se quitó la braguita que tanto le estorbaba para a continuación aumentar la presión de sus dedos sobre el erecto botón que emergía entre sus pliegues.
Anticipando el placer que iba a sentir, su espalda se arqueó mientras la mano que conservaba libre se aferraba al gurruño que ya eran sus sábanas, dando inicio a un lento baile en el que su cuerpo buscaba asimilar las sensaciones que le llegaban de sus neuronas.
« Tengo calor», sentenció al notar que le sobraba toda la ropa y a pesar que esa mañana hacía fresco en su habitación se quitó el pijama y ya desnuda reinició sus caricias.
Abriendo los ojos, se quedó impresionada con la dureza que mostraban sus pezones. Queriendo comprobar hasta donde estaban de excitados se dio un pequeño pellizco en el izquierdo.
― Ummm― sollozó al experimentar entre sus piernas un hachazo de placer que la dejó todavía más insatisfecha.
Mordiéndose los labio, incrementó la presión de sus dedos sobre la areola, sintiendo que en su interior se iba acumulando la tensión y que no tardaría en explotar. Mientras esa mano estrujaba su pecho sin piedad con la otra sometió a su sexo a una dulce pero intensa tortura que solo podía tener un final.
― ¡Me corro!― gritó al ver su cuerpo sacudido por unas virulentas descargas eléctricas que naciendo en su vulva se extendían hacia arriba convirtiendo su mente en un torbellino de placer.
Saboreando cada una de esas andanadas, Sara siguió forzando la integridad de su sexo con sus yemas hasta que derrotada y satisfecha, su cuerpo le informó que no podía más.
Entonces y solo entonces, con un leve sentimiento de culpa, la oriental se metió a duchar con el convencimiento que desgraciadamente una vez había abierto la espita, le resultaría difícil de cerrar.
« Necesito un hombre en mi vida, esto no puede continuar así», decidió abochornada mientras abría el grifo del agua caliente…

Frente al edificio donde Jackson le presentaría al magnate, la capitana Sara Moon se sentía fuera de lugar en el elegante traje de ejecutiva que Valtierre había seleccionado para la ocasión. Demasiado estrecho para su gusto, no podía negar que el tejido era primoroso ni que le sentaba como un guante. Lo que le jodía realmente era haber accedido a que el amanerado le eligiera también un tanga que se le clavaba entre las nalgas.
« No entiendo qué necesidad tengo de llevar algo tan incómodo», protestó en el ascensor que le llevaba a la oficina del almirante, recordando lo tentada que estuvo esa mañana de ponerse un culotte.
En la intimidad de ese cubículo y aprovechando que nadie podía verla, se acomodó la molesta prenda con la mano. Al hacerlo, sonrió al pensar en la bronca que el estilista le echaría si la hubiese pillado y de mejor humor, informó a la secretaria de ese mandamás que tenía una cita con su jefe.
― Señorita, ¿a quién anuncio?
Para Sara fue una novedad que esa sargento, más que acostumbrada a ver desfilar por su puerta a cientos de militares al día, no identificara en ella a un miembro de la armada, porque de haberlo supuesto jamás le hubiese llamado señorita sino señora.
« Ha pensado que soy una civil», se dijo mientras la informaba que era la capitana Moon.
La asistente al darse cuenta que había metido la pata y que la mujer que tenía frente a ella tenía un rango superior al suyo, se cuadró al tiempo que le pedía disculpas.
― Descanse sargento― murmuró satisfecha porque una vez lo había asimilado, comprendió que su disfraz funcionaba y que si una experta había sido incapaz de reconocer a una colega, el resto de los mortales tampoco lo haría.
Constató que estaba en lo cierto al entrar en el despacho de gigante porque al contrario que la primera vez, su superior no pudo dejar de recorrer su anatomía con su mirada.
― Sara, está usted guapísima. ¡Me ha costado reconocerla!― comentó mientras disimuladamente le echaba una última ojeada.
Impresionada porque alguien tan adusto como William Jackson se permitiera por unos segundos que el hombre que había en su interior sustituyera al funcionario, lo saludó marcialmente mientras en su mente achacaba ese comportamiento a las extensiones que el día anterior un carísimo peluquero había colocado sobre su corta melena. El modisto había sentenciado que llevaba un peinado anticuado y pensando que su obra estaba incompleta sin esa última pincelada, la había llevado al local donde trabajaba un artista, especializado en dotar a las estrellas de cine de espectaculares cabelleras.
― Gracias, mi almirante― contestó lacónicamente no queriendo parecer complacida pero sin que le hubiese molestado ese piropo.
Llamándola a su mesa, Jackson olvidó esa momentánea flaqueza al ponerse a revisar con ella los detalles de la misión donde ella debía de aparentar ser una de las últimas conquistas del mujeriego para que su presencia pasara desapercibida.
― Esta noche se presentará con él en una fiesta y hará creer a todos que David la ha seducido porque a partir de mañana, será vox populi que vive con él en la mansión Carter― informó el gigantón poniendo fecha de inicio a su tarea: –Como no tenemos la seguridad de quién puede estar involucrado en el complot contra él y su hija, solo David sabrá de usted y de su función.
― Almirante, me imagino que el sr. Carter debe de contar con personal de seguridad. De ser así, se enterarán que no soy una de sus pilinguis. Es imposible que no se den cuenta― discrepó la capitán.
― Por eso no se preocupe, es lo suficientemente bella para qué cuando empiecen a sospechar ya hayamos detenido a los culpables― comentó mencionando nuevamente sus atributos― su deber es estar siempre a su lado para que si surgen problemas, pueda resolverlos sin poner en cuestión su tapadera.
«Para que no se mosqueen, tendrían que verme dormir en su cama», masculló interiormente, sin decirlo de viva voz no fuera a ser que Jackson le obligara a hacerlo.
Otra cuestión que le incomodó fue el tema del armamento que iba a disponer porque pese a que tendría en su habitación todo un arsenal, cuando saliera con el magnate, solo podría llevar una Glock 26.
― ¡Si eso es un juguete!― protestó conociendo perfectamente que era una pistola de diez tiros y medio kilo de peso― ¡necesito mayor potencia de tiro!
Su superior se sacó su pistola reglamentaria, una Beretta M9A1 y poniéndosela en la mano, preguntó:
― ¿Me puede explicar donde se escondería esta pistola en un traje de fiesta?
No pudo y por ello, no le quedó otra opción que aceptar las órdenes sin rechistar y guardarse el orgullo.
« Será insuficiente si algún día la saco», murmuró justo cuando la secretaria estaba informando a su jefe que la visita que esperaban, habían llegado.
― ¡Qué pase!― replicó el gigantón.
Creyendo que su tiempo había terminado, Sara se levantó para irse cuando vio que el hombre que entraba era el sujeto al que iba a proteger.
« Es Carter», dijo mentalmente mientras examinaba al recién llegado con interés. «No está mal», tuvo que reconocer al comprobar su atractivo.
El recién llegado también la miró pero en su caso con auténtica lascivia, no dejando un centímetro de su piel sin auscultar.
« Será idiota», sentenció al sentirse violada por Carter.
Cumpliendo con la idea que tenía preconcebida de él, el recién llegado no se cortó a la hora de recrear su mirada en el pecho de la capitana. El cabreo de Sara se incrementó exponencialmente cuando escuchó que Carter decía a su jefe:
― William, cacho mamón, ¿dónde te has agenciado a esta muñequita oriental?
El almirante soltó una carcajada al escuchar como se había referido a su subalterna y señalando a la aludida, contestó mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
― David, te presento a la capitana Moon, tu futura guardaespaldas.
Por primera vez en mucho tiempo, esa respuesta dejó sin palabras a David Carter, el cual durante un momento pensó que le estaba tomando el pelo porque la mujer que tenía enfrente parecía una modelo de lencería.
― No te creo. Es imposible que esta preciosidad sea lo que me has prometido.
Sacando su expediente, Jackson empezó a leer:
― Sara Moon, nacida el 23 de febrero de 1987. Misiones realizadas: 43. Bajas confirmadas: 25. Experta en kárate, kendo y taekwondo. Mejor disparo homologado: 2.633 metros. Idiomas…
― ¡Para! ¡Para! Ya es suficiente― interrumpió el magnate y mirando a la militar, dijo a su amigo: ―porque tú lo dices pero jamás hubiese supuesto que esta belleza era capaz de usar algo que no fuera el secador de pelo.
Herida en su orgullo y rompiendo su silencio, Sara comentó:
― Señor Carter, he contado en esta habitación treinta y dos objetos mortales con los que podría matarlo sin tener que acercarme a usted.
La incredulidad que mostró al oír esa advertencia tuvo su justo castigo al momento, porque de pronto vio volar un objeto a escasa distancia para inmediatamente escuchar un ruido sordo muy cerca de su propia oreja. Al girarse para ver qué había ocurrido, horrorizado, descubrió uno de los zapatos de la mujer clavado en el respaldo de su silla.
― De haber apuntado a su frente, en este momento habría un imbécil menos sobre la tierra― murmuró mientras con una sonrisa lo recogía y se lo volvía a poner.
El almirante que desconocía las intenciones de Sara gritó hecho una furia:
― Capitán, ¡modere su lenguaje!
La oriental sabía que se había pasado dos pueblos y que su superior tenía toda la razón para reprimirla por su comportamiento. Cuando estaba a punto de reconocer su error y pedir perdón, el agredido se puso a reír a carcajadas mientras decía:
― No recuerdo cuantos años hace que una monada no consigue sorprenderme y no me avergüenza reconocer que me has cogido desprevenido― tras lo cual y dirigiéndose al marino, comentó descojonado: ― William, he estado a punto de cagarme en los pantalones.
Que ese hombre se tomara ese altercado en plan de guasa, en vez de montar un escándalo, tranquilizó al militar pero aun así y clavó sus ojos en su subordinada, exigiendo una rectificación. La capitana decidió que su misión era proteger a ese individuo por lo que debía de disculparse y mostrando un arrepentimiento que no sentía, se excusó diciendo:
― Señor Carter, mi intención no fue molestarle sino hacerle ver de una forma gráfica que estoy suficientemente preparada para responder ante cualquier ataque dirigido contra usted o contra su hija.
El magnate aceptó las razones esgrimidas con una sonrisa y dejando el tema aparcado, quiso saber cuándo Sara iba a empezar a hacerse cargo de su seguridad.
― Hemos pensado que se traslade hoy mismo a tu casa y para hacer creíble su presencia a tu lado, que te acompañe esta noche a la recepción del St. Regis como si fuera una de tus amigas.
Sonriendo y mientras recogía su maletín, David Carter contestó:
― Señorita, espero que si algún día quiere mostrarme algo, no sean sus cualidades en el combate sino otras…
Ante semejante sandez, la capitana quedó con él que se verían directamente en su casa.

Sara Moon traspasó las puertas de la finca donde se hallaba situada la mansión Carter a las cuatro de la tarde a bordo de una lujosa limusina. Mientras recorría el camino que daba acceso a la casa, iba haciéndose a una idea del lío en que se estaba metiendo.
« Es imposible garantizar la seguridad de este sitio con un bosque tan denso rodeándolo», se dijo impresionada por que alguien privado fuera el propietario de una superficie así a tan pocos kilómetros de Manhattan. La carrera de una familia de venados cruzando la carretera por delante del vehículo donde iba, confirmó sus temores por la dificultad extra que entrañaba el que hubiese animales salvajes en su cercanía: « Los sensores volumétricos no servirían de nada porque saltarían con esos bichos y se producirían falsas alarmas».
Este hecho despertó su interés y decidió que en cuanto pudiera, se pondría a estudiar el detallado informe de los sistemas de vigilancia que llevaba entre sus papeles y que no le había dado tiempo a revisar porque se lo habían hecho llegar dos horas antes.
Pero fue al llegar al claro que daba entrada a la mansión propiamente dicha cuando se quedó anonadada al descubrir que todo lo que se había imaginado se quedaba corto y que el lugar donde iba a vivir esa temporada era un palacio.
« No me extraña que esté siempre rodeado de jovencitas», pensó recordando la fama de playboy que tenía su protegido.
La certeza que gran parte de su atractivo se debía a su cuenta corriente se vio magnificada cuando el chófer paró a los pies de una gran escalinata.
« Este lugar ofrece un tiro limpio», masculló colocándose el pelo y tal como requería su papel, cogió su bolso dejando que su supuesto empleado recogiera las seis maletas de su equipaje.
Los veintiún escalones afianzaron su primera impresión al comprobar que de ser ella el francotirador contratado para matar a Carter, sin lugar a dudas, elegiría ese punto para cometer el atentado.
« No sabríamos de donde disparan», resolvió anotando que debían evitar esa entrada.
Estaba todavía pensando en ello cuando desde el interior de la mansión vio salir a una joven con aspecto de alta ejecutiva que andaba hacía ella.
« Debe ser Laura Michelle», pensó al recordar que la ayudante personal de ese sujeto iba a ser la encargada de recibirla.
Con disgusto observó que esa rubia parecía sacada de un desfile de modas y que el Cannel azul que llevaba, debía superar con creces su salario mensual.
« Además de su secretaria, esta zorrita debe cumplir otras funciones», supuso al advertir que tras esa sonrisa a esa mujer se le notaba que estaba disgustada por tener que ser ella su anfitrión.
― Miss Aisin Gioro, supongo― fue su saludo.
Al oírla, Sara no pudo dejar de sonreír al recordar que entre el almirante y ese pedante habían elegido ese apellido porque teóricamente la enlazaba con la última dinastía china.
― Kumiko, por favor― respondió la capitana dando el nombre de pila que usaría mientras viviera en ese lugar y que en realidad era como su madre la llamaba en casa.
― Como usted desee, Kumiko. El señor Carter me ha pedido que le sustituya y que le pida perdón por no ser él quien la reciba en su casa.
― Algo me comentó― respondió perdonándole la vida mientras entraba en la casa sin esperarla.
Según el modisto, se debía comportar como una arpía prepotente para que todos creyeran que era una caza fortunas que buscaba un marido millonario. Es más, Valtierre le había aconsejado que actuara como si el servicio fuera una molestia que los de su clase tenían que soportar.
Para Sara fue evidente la mirada de odio que le dirigió esa veinteañera cuando ya en el hall de esa residencia, comentó en voz alta que la decoración era demasiado recargada para su gusto, tras lo cual y mientras veía el rencor en el rostro de la muchacha, le exigió que le mostrara donde estaba su habitación.
― David ha dispuesto que se aloje en la antigua habitación de su esposa― informó Laura mientras le abría paso por las rutilantes escaleras de mármol que daban acceso a la planta superior.
Que tuteara a su jefe, sorprendió a la militar quizás por deformación profesional ya que a ella jamás se le pasaría por la cabeza referirse al almirante como William, pero se abstuvo de hacer ningún comentario fue tras ella. El lujo de las estancias por las que pasaban no fue óbice para que se fuera haciendo una idea preliminar de los puntos fuertes donde podría guarecerse ante un ataque y en cuales era mejor no parapetarse.
« Joder, esto es un laberinto», juzgó sin tener claro todavía si eso era bueno para sus intereses.
Al llegar al que se suponía era su cuarto, Sara se quedó sin saber qué decir al percatarse que las habitaciones que habían reservado para su uso eran en realidad un piso enorme.
« ¡Qué exceso! ¡Aquí podrían vivir dos familias!», meditó en su mente mientras exteriormente escudriñaba críticamente esos aposentos diciendo: ―No esta tan mal para ser diseño americano.
Que se metiera con su país cabreó a la asistente, la cual no queriendo chocar el primer día con la invitada de su jefe, se dirigió a uno de los armarios y abriendo sus puertas, enseñó a esa odiosa oriental que ocultaban la entrada al baño de la suite. Sin dignarse a entrar, le echó una rápida ojeada:
« ¡Parece una piscina!», exclamó para sí al ver el jacuzzi.
Acababa de terminar de mostrarle esa estancia cuando recibieron la visita del chófer y de dos criadas trayendo su equipaje. La señorita Michelle aprovechó su llegada para huir de allí y despidiéndose cordialmente desapareció rumbo a la salida.
« Menuda estúpida es la última conquista de David», dictaminó al verse libre de esa petarda.
Entre tanto, el servicio había comenzado a sacar la ropa de las maletas y a distribuirla en los diferentes armarios siguiendo las indicaciones de la militar. Esta comprendió que debían estar habituadas a que las visitas del magnate trajeran gran cantidad de equipaje al verlas actuar con total naturalidad mientras distribuían el gigantesco ajuar que le había prestado el modisto.
« Si supieran que nada esto es mío. Hasta los perfumes que me pondré mientras dure esta misión han sido seleccionados para la ocasión», con disgusto recordó rememorando la extensa explicación sobre el uso de fragancias que había tenido que soportar.
Una vez habían acabado la mayor de ellas cayó en que a los pies de la cama quedaba un baúl y al preguntar si le ayudaba a vaciarlo, Sara contestó que no diciendo:
― Ya lo hago yo, son mis cremas.
En cuanto la dejaron sola, la capitana abrió ese maletón y revisó que además de la pistola había un rifle de asalto y dos metralletas de mano, con toda la munición que necesitaría en caso de un enfrentamiento. Tras lo cual, lo escondió tras unos vestidos de fiesta.
Acababa de cerrar el armario cuando escuchó tras de sí:
― ¿Quién eres?
Al girarse se encontró frente a frente con una niña rubia con rizos. Sara identificó a su interlocutora como Linda Carter, la hija del potentado y una de las dos personas que tenía que proteger. Sabiendo que era importante llevarse bien para facilitar su misión, se agachó a su altura y con la voz más dulce que pudo, murmuró:
― Soy Kumiko, una amiga de tu papá.
La chavalita la miró con interés al enterarse que conocía a su padre y con la inconsciencia de la infancia, le soltó:
― Debe quererte mucho porque es la primera vez que invita a alguien a casa.
Esa confidencia cogió desprevenida a la oriental porque había supuesto que esa mansión había sido testigo de un desfile continuo de modelos, no en vano era raro el mes que su viejo no salía en las revistas con una nueva adquisición. Al pensar en ello, se percató que esa noche a buen seguro habría paparazis en la recepción a la que iba a ir y fue cuando se dio cuenta que no había avisado a su madre sobre la naturaleza de su nuevo trabajo.
« Mierda, no sabrá que decir a sus amigas», se dijo recordando lo aficionadas que eran a esas publicaciones.
No pudiendo hacer nada mientras esa niña estuviera ahí, decidió dejar apartado el tema y como quería revisar el resto de la casa, con una sonrisa, le preguntó a Linda si se la enseñaba. La cría se sintió importante y cogiendo su mano, contestó:
― Vamos a mi cuarto que es el más bonito…
La visita con Linda no pudo ser más productiva porque a nadie le extrañó verla recorriendo los diversos pasillos de ese palacio de la mano de su diminuta propietaria. Junto a ella y durante casi una hora, la marine escudriñó las tres plantas del edificio sin despertar las suspicacias del personal e incluso se permitió el lujo de revisar la habitación personal del playboy.
« Para qué quiere una cama tan grande si no le da uso», pensó al ver ese colchón de dos por dos y acordarse que según su hija, Carter no llevaba a sus conquistas a esa casa, «debe tener un picadero en el centro».
La menor se mostró tan encantada en su papel de Cicerone que no escatimó esfuerzos e incluso le enseñó, con gran disgusto de los guardas, la cámara acorazada desde la cual se vigilaba toda la casa mientras la militar iba anotando las fortalezas y debilidades que se encontraba a su paso.
« Le debe haber costado millones», meditó al comprobar in situ el funcionamiento de las cámaras térmicas instaladas en el exterior de la mansión, «es la única forma de controlar la foresta que circunda la casa».
Más tranquila al saber que en teoría era difícil que un desconocido pudiera acercarse al edificio sin que el servicio de seguridad lo descubriera, pidió a la niña que le llevara de vuelta a sus aposentos.
― ¿Te apetece que juguemos a la cocinitas?― inocentemente preguntó la nena una vez ahí y al ver la cara de asombro de Kumiko, su nueva amiga, insistió diciendo: ―Nunca tengo nadie con quién jugar.
La petición de la chavalita enterneció a la adusta militar y sabiendo que todavía tenía mucho tiempo antes de tenerse que empezar a arreglar para la recepción, decidió que ya que entre sus responsabilidades estaba el cuidar de Linda, podía matar dos pájaros de un tiro: mientras cumplía sus deseos de jugar, estaría protegiéndola.
― ¿Me puedes preparar un pastel de fresa?― contestó la mujer mientras se sentaba en un sofá ante el alborozo de la mocosa…

Esa tarde al salir de la oficina, David Carter recordó que su hogar había sido invadido por una agente del gobierno cuya función en teoría era protegerle a él y a su hija de un supuesto complot.
« Sigo sin creer que alguien de mi empresa esté vendiendo nuestros secretos militares al extranjero», sentenció mientras trataba de calmarse, «y menos que quieran desembarazarse de mí».
Estaba plenamente seguro que en realidad era el gobierno el que quería sonsacar información acerca de sus actividades.
« No confían en mí», pensó apenado que, después de los múltiples servicios que había prestado a su país, todavía se dudara de su lealtad.
A pesar de saber que era una encerrona, cuando le llamó el secretario de defensa no pudo negarse por la cantidad de asuntos que podrían peligrar si rechazaba ese ofrecimiento.
― Encima han seleccionado una Matahari para mí― murmuró mientras encendía su ferrari – deben creer que soy tan inepto de dejarme seducir por ella.
Ya de camino estaba tan furibundo que de habérsela encontrado en ese instante, la hubiera cogido de su melena y la hubiese lanzado fuera de su vida sin más contemplaciones. Afortunadamente, la media hora que tardó en llegar le sirvió para tranquilizarse y por eso al aparcar su coche, en lo único que pensaba era en el modo en que podría zafarse de su vigilancia durante la recepción.
« Joder, Kim va a estar en el St. Regis pero, con esa rambo, no voy a poder ni echar un polvo», se quejó recordando el susto que le había dado esa misma mañana al usar un zapato como arma mortal.
La idea de estar bajo continua supervisión no le hacía gracia porque tendría que alterar su modo de actuar si quería tener vida privada. Estaba pensando en eso cuando al entrar en su casa escuchó unas risas que provenían del salón. Ese sonido tan normal por otros lares, le resultó raro dentro del mausoleo en el que se había convertido su hogar desde que su mujer falleció.
« Es Linda, jugando», pensó al reconocer la risa de su hija.
Extrañado e incrédulo por igual, se acercó a ver la razón de tanta alegría. Al entrar en esa habitación, descubrió a la niña chillando de gusto y a la ruda oriental haciéndole cosquillas. Esa escena tan usual mientras vivía su madre pero que había desaparecido de su vida, en vez de enternecerle, le dejó paralizado al ser su guardiana la mujer que estaba jugando con la cría.
« No es posible», rumió entre dientes sin atreverse a intervenir en el juego y actuando como un auténtico voyeur, se quedó observando desde la puerta.
Su sentimiento era doble. Mientras una parte de él se alegraba que su pequeña fuera capaz de reír después de dos años, por otra le cabreaba que fuera una desconocida y no él quien consiguiera hacerla olvidar su soledad. Para terminarla de fastidiar, en un momento dado, la Comandante absorta en el juego se agachó sobre la alfombra poniendo su culo en pompa.
Desde su ángulo de visión, el pegado pantalón de la mujer no solo magnificaba la belleza de sus duras nalgas sino que dejaba a la luz el coqueto tanga azul que llevaba puesto. Esa clase de prenda siempre había sido su perdición y al descubrirlo en ella, comprendió que de alguna forma el almirante Jackson se había enterado de su fetiche.
« Ese cabrón conoce mis gustos», se quejó mientras babeaba admirando ese trasero.
Ajena a lo que ocurría a su espalda, la capitana seguía jugando con su hija sin percatarse del extenso escrutinio al que estaba siendo sometida. Sabiendo que iba a terminar excitándose si seguía sin intervenir, alzando la voz, llamó a su hija:
― ¿Nadie me viene a dar un beso?
Linda al escuchar que su padre había llegado, se levantó del suelo y corriendo saltó sobre él. La marine decidió saludar también al recién llegado como si realmente fuera amiga suya y acercándose a donde estaba el padre con la hija, le dio un suave beso en la mejilla mientras le decía que la cría era un encanto.
― Lo sé― contestó rojo de ira al verla de pie y descubrir que su camisa estaba semi abierta y que su tremendo escote dejaba ver sin disimulo un sujetador de encaje a juego con su tanga.
Haciendo verdaderos esfuerzos para no quedarse allí mirándole las tetas, cogió a su bebita y retomando camino hacia su habitación, le informó que llevaba la blusa desabrochada diciendo:
― Aunque siempre es agradable que una mujer guapa me reciba casi desnuda, será mejor que te tapes un poco.
Ese comentario la dejó paralizada al comprobar que al menos eran dos los botones que tenía abiertos de más y con el rubor decorando sus mejillas, se giró para que no viera como se abrochaba.
« Ese cerdo me estaba comiendo con los ojos y encima se ha creído que lo he hecho a posta», rumió para sí mientras lo hacía, ya que solo se entendía el cabreo del magnate si consideraba ese hecho fortuito como algo intencionado: «acostumbrado a las putillas que pululan a su alrededor, me ha tomado por una de ellas».
David Carter, por su parte, estaba fuera de sí al darse cuenta que aunque no quisiera reconocerlo, la dudosa distracción de esa militar había conseguido excitarle como hacía tiempo que no le pasaba y achacando su calentura a un plan urdido desde las altas esferas para seducirle, decidió que debía andarse con cuidado.
« Esa zorra es un peligro. No solo es letal en el combate, lo peor es que ha sido cuidadosamente escogida para satisfacer mis gustos sexuales y si no me ando con cuidado, terminará en mi cama», sentenció dando por sentado que ese era el objetivo marcado por sus superiores.
La ira del potentado se convirtió en rabia cuando su niña le comentó:
― Papá, me gusta tu amiga. Ha estado jugando toda la tarde conmigo y me ha dicho que soy muy guapa.
Tratando de mantener el tipo y que Linda no se enterara de su disgusto, preguntó a su hijita qué es lo que habían hecho. Al responder que le había enseñado la casa, David confirmó sus temores al explicarle la cría que incluso habían entrado en su habitación.
« Seguro que esa perra ha distribuido micrófonos y cámaras por toda la casa», murmuró mentalmente, « pediré a mi gente que haga un barrido. No quiero que en Washington sepan hasta el color de los calzoncillos que uso».
El dilema en el que estaba era muy difícil de resolver. Aunque se sentía traicionado por el gobierno, no podía rechazar esa ayuda porque los contratos firmados con el departamento de defensa eran vitales para su compañía. Pero tampoco podía soportar que le menospreciaran con una maniobra tan burda.
« ¿Me creerán tan idiota para suponer que no me daría cuenta?», se preguntó mientras dejaba a la niña en el suelo.
Pese a su fama Carter siempre había considerado que su afición por las damas era eso, una afición, y que esos tipos juzgaran que era adicto a las faldas, le jodía profundamente.
« La única mujer que fue capaz de controlarme ha sido Diana y está muerta», sentenció recordando lo enamorado que había estado de la madre de su nena.
Ese doloroso recuerdo se hizo insoportable cuando desde la alfombra escuchó que Linda preguntaba:
― Papá, ¿te vas a casar con Kumiko?
Alucinado por tamaña insensatez, se sentó a su lado y acogiéndola entre sus brazos, no dijo nada porque no quería ni podía explicarle la verdadera razón de la presencia de esa muchacha. El problema fue que malinterpretando su silencia, la chavalita prosiguió diciendo:
― A mí no me importa… así no seré la única huérfana de la clase.
Carter intuyó que esa pregunta era una llamada de auxilio. Con su ánimo destrozado, se dio cuenta por primera vez que no era suficiente el tiempo que la dedicaba, que su hija necesitaba alguien que se ocupara de ella y que no fuera una niñera.
« He estado tan cegado por mi dolor, que no me he dado cuenta que Linda también la echa de menos y ha tenido que venir esa arpía a restregármelo en la cara».
Limpiando con su mano unas lágrimas que escurrían por sus mejillas, David Carter tomó la decisión que una vez esa emergencia hubiese pasado y su vida volviera a la normalidad, tendría que buscar, más que una pareja para él, una madre para su hija. Para ello, lo primero que tenía es que liberarse de alguna forma de esa oriental.
« En solo un par de horas, esa puta ha engatusado a mi hija», amargamente concluyó, sumando eso a la lista de los agravios que voluntariamente iba confeccionando contra esa mujer.
Estaba enfrascado en buscar una solución a sus problemas cuando se dio cuenta que Linda no estaba en la habitación y que se había marchado sin decirle adiós.
« Es extraño, siempre se despide. ¿Habré hecho algo mal?», se torturó momentáneamente pero al salir tras de su pista, escuchó unas risas provenientes del cuarto donde había alojado a la militar.
Cuajado de celos, estuvo a punto de entrar y sacarla de allí, pero justo cuando ya tenía el picaporte en su mano, se lo pensó mejor y decidió no cometer ese error. Si ese engendro del demonio creía que se podía apoderar de sus tesoros sin luchar, estaba muy equivocada. Sabiendo del efecto que tenía en las mujeres resolvió que iba a hacer honor a su fama: la seduciría y cuando la tuviera comiendo de su mano, ¡la echaría de su lado! Fue al planear su venganza cuando se percató que enamorar a su guardaespaldas tenía otros efectos prácticos; por una parte Sara estaría pensando más en él que en espiarle y por otra con un poco de mano izquierda podría enterarse de los motivos por los cuales sus jefes la habían mandado allí.
« Esta noche pondré las bases y en un par de días, esa putita caerá, yo también soy un especialista en el cuerpo a cuerpo», se dijo y mientras abría el grifo de la ducha decidió: «A la “Terminator” puede que le hayan enseñado muchas técnicas de exterminación pero nunca a defenderse del ataque de un hombre como yo».
Ya debajo del chorro, la confianza en sí mismo le hizo imaginar a esa oriental llegando a su lado, a través de la espesa niebla que desbordando los límites de la ducha, llegaba a la puerta del baño. Lo primero en lo que se fijó fue en ojos. Negros, oscuros como el alma de una tigresa o el plumaje de un cuervo, le parecieron inusitadamente atractivos. Luego en su cuerpo, en sus sandalias, en sus pies, en sus piernas… todo en ella era peligrosamente fascinante.
― ¿Puedo pasar?― preguntó esa imaginaria mujer,
Sorprendido porque hasta en su sueño ella tomara la iniciativa, estuvo a punto de negarse.
― No quiero ser una muesca en su revólver― Carter exclamó en la soledad de su baño.
Sara sin esperar su respuesta, le empujó con una suavidad contra la que no pudo actuar. La mano de la muchacha estaba helada, gélida, creando un seductor contraste con la temperatura de la ducha.
« Esto es el colmo. Yo debo ser el depredador y ella mi trofeo», pensó pálido por su reacción al imaginarse su silueta.
El magnate intentó reconducir el discurrir de su mente pero se dio por vencido al seguir el vaivén de sus pechos mientras la camisa de esa oriental se empapaba en la ducha. Tras la delgada tela, visualizó unos pezones lascivos y se revolvió inquieto intentando abrir los ojos.
El sueño de Carter se convirtió en pesadilla cuando esa idílica mujer se pegó a su cuerpo y sin importarle sus quejas, comenzó a restregarse contra él. Su propio brazo le traicionó y presionando sobre la espalda de Sara, la atrajo todavía más.
La arpía de su mente se dejó llevar mientras soltaba una carcajada. Su blanca dentadura y su sonrisa le parecieron perversas al playboy, ya que por efecto de la bruma, creyó entrever los largos colmillos de una vampiresa letal.
Se percató que estaba bajo un hechizo a y que esa bruja lo manejaba como a un pelele, al sentir las pechugas de esa belleza contra su pecho mientras con la mirada Sara le exigía que la tomara.
Esta vez es él quien la empuja contra la pared y con la lengua sus labios, fuerza su boca.
Mas risas sacuden su cerebro mientras se imagina que los dedos de esa zorra recorren su entrepierna, exacerbando su excitación. Incapaz de contenerse, la levanta y sin esperar su beneplácito, la penetra usando los azulejos de la ducha como apoyo. La bella militar clava sus uñas en la espalda de su amante al sentir la invasión.
Dolor, deseo. La boca de Carter se apodera de la de ella mientras con brutales embestidas, trata de someterla. El magnate no se puede creer lo bella que es esa inexistente mujer.
Gemidos, placer. Contra su voluntad, acelera al sentir el flujo de esa china templando sus muslos.
Excitación, rendición. Sara le abraza con sus piernas, incrementado la pasión que le domina y no contenta con ello, siente como esa tigresa se aferra con los dientes a su cuello mientras la cueva de la oriental se vuelve líquida.
Comunión, descarga. Explota dentro de ella, regándola con su simiente y con terror descubre que no está satisfecha y que quiere más, al verla arrodillarse a sus pies
Usando toda su fuerza la rechaza:
― ¡Ya basta!― exclama abriendo los ojos y descubriendo que no está en el baño sino en su cama.
La realidad le consuela al saber que todo había sido un sueño.
« Menos mal que no ha sido verdad», suspira sonriendo, «nunca dejaría que esa zorra me domine»…

Relato erótico:”Gracias al padre 5, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

$
0
0
 

Todo se había desencadenado, desde que Isabel se fue de mi casa, desesperada. Nunca en su vida había sido objeto de una degradación, así. Se sabía en mis manos, no había escapatoria, iba a ser mi esclava, y no podía evitarlo. Me tenía miedo, pero solo pensar en el ir a la cárcel, le aterrorizaba. Con este pensamiento, encendió su coche, dirigiéndose al apartamento de Patricia. Tenía que convencerle, que no había mas remedio que aceptar nuestra oferta. Eran amigas y socias, su destino era común, no podía dejarla en la estacada.

Vivía cerca, por lo que solo tardó cinco minutos, en llegar. Preocupada, tocó el timbre. Conocía el edificio, a la perfección, allí mismo habían decidido ser socias durante una cena. Desde que se conocieron, habían congeniado a la perfección, tenían los mismos intereses, los mismos ideales. Sabía que iba a ser difícil convencerla, tenía unos principios muy sólidos, y la oferta que tenían en la mesa, era todo lo contrario.
Al abrirle la puerta, toda la tensión y la humillación que había sufrido, hizo que se lanzara a sus brazos, en busca de consuelo. No había nada sexual en ello, Necesitaba cariño, apoyo. Durante unos minutos, se quedaron así, abrazadas. Isabel no podía hablar, por mucho que su socia le preguntara que es lo que había pasado. Se sentía hecha una piltrafa, no solo había sido follada, sino que le habíamos obligado a hacerle el sexo oral a Lucia. Era tal, su vergüenza, que era incapaz de contarlo.
Ya un poco mas calmada, se dejó llevar a la cocina.
-¿Quieres una tila?-, le preguntó Patricia, mientras le sentaba en una silla. No esperó su contestación, viendo que estaba hecha un mar de nervios, se la preparó en el micro. Como autómata empezó a bebérsela, mientras pensaba como abordar el problema.
-No nos van a ayudar-, afirmó su amiga. Había malinterpretado su desesperación, pensaba que era por tener que ir a la cárcel, y no porque su querida amiga y su novio la hubieran violado.
-No es eso-, le contestó, -Pedro ha prometido ayudarnos por con una condición-.
-¿Cuál?-,
Pensó unos momentos antes de contestar, su corazón le pedía contarle su angustia al ser penetrada contra su voluntad, su asco al sentir el sexo húmedo de Lucia en su boca, mi risa al despedirse, pero su mente se lo impidió:
-Pedro se hará cargo de nuestras deudas, si durante dos años nos convertimos en sus amantes-, le explicó quitando le hierro, a lo de ser sus esclavas sexuales.
-Amantes, ¿de quien?, ¿de Pedro?-, le contestó con un brillo en su mirada.
-De los dos, Lucia también participaría-.
-¡Habrás aceptado!-, le contestó con un deje de alegría en su voz. No se lo podía creer, lejos de rechazar la idea, le gustaba. Era una perra, mientras ella sufría la agresión, la había dejado sola, y encima, ahora , parecía encantada con la oferta. Todos estos años, haciéndose la mojigata, y resulta que era una puta.
-No, no les interesaba yo, sola, debíamos ser las dos quienes aceptáramos-, le contestó, cabreada.
 
-Llámalos y diles que aceptamos-, le dijo con una sonrisa. Hecha una furia, cogió el teléfono y me llamó.
Estaba dormido, cuando sonó mi teléfono, era Isabel que me pedía que fuera a casa de Patricia. Extrañado, le pregunté el motivo, solo me contestó que habían recapacitado y que querían hablar conmigo. Decidí, vestirme e ir a su encuentro, Lucia no se había enterado de nada, por lo que pasé de despertarla.
Nada mas colgar, llegaba Patricia con una botella de champagne y dos copas:
-Hay que celebrarlo-, venía exultante por su suerte. Fue la gota que colmo el vaso, Isabel sin poder refrenarse, se lanzó contra ella.
-¡Zorra!, no sabes por lo que me han hecho pasar-, le gritó, mientras de un bofetón la tiraba al suelo, -he sido usada, sometida, dominada, y tu entre tanto, en tu casa tranquilamente-.
-No sé, de que te quejas, en vez de pasarnos quince años en la sombra, vamos a ser amantes de una pareja, que además, está muy bien-, le contestó sin comprender, todavía el destino que les teníamos reservado.
-No seremos sus amantes, sino objetós de sus caprichos, meras esclavas-.
-Aun así, lo prefiero-.
-Entonces te voy a preparar-, le contestó Isabel, cogiéndola de los brazos, y llevándola a la habitación.
Era más fuerte que ella, en breves instantes, desgarró su ropa, dejándola desnuda. Su ira le impidió, siquiera oir sus quejas, hiciera lo que hiciera, sería menos cruel que lo que ella había soportado. El colmo fue sentir como Patricia, al defenderse le hincaba los dientes en su pantorrilla. La tumbó de espaldas en la cama, y sin piedad, empezó a azotarla.
Sus golpes, la hicieron llorar en un principio, pero rápidamente se transformaron en gemidos. “ A la muy zorra le gusta”, pensó asombrada, no solo no se oponía sino que para recibirlos mejor, había levantado su trasero, dándole un excelente objetivo a sus azotes. Su piel tenía un color rojizo, irritada por los golpes. Siguió con el castigo, pero algo en su interior estaba cambiando, notó como su rabia, se iba transformando en excitación. Tenerla a su merced, la ponía cachonda.
Consciente de ello, empezó a usarla, como ella había sido usada. Metió sus dedos en la cueva de su amiga, quien, fuera de control, abrió sus piernas para facilitar su maniobra, dejándola ver un sexo, poblado, y húmedo.
Isabel viendo que estaba como poseída, forzó su vulva, introduciéndole toda la mano en la vagina. Un grito de dolor salió de su garganta, el correctivo era demasiado doloroso, por lo que intentó zafarse, cerrando las piernas. “Pedro no había tenido clemencia conmigo”, pensó, “yo no tengo porque tenerla con ella”, por lo que llevando su mano al pecho de Patricia, torturó su pezón con un cruel pellizco. Volvió a gritar, pero su sufrimiento se trocó en placer, y mientras se retorcía disfrutando como una perra, su sexo empezó a segregar un manantial, que mojó el pantalón de Isabel.
En ese momento, toqué el timbre de la casa, lo que no le dio tiempo a castigarla por haberla empapado.
-Voy a abrir a Pedro, ¡ni se te ocurra moverte!, ¡quédate como estás, para que pueda ver, que tipo de puta, se va a follar esta noche!.
Al abrirme la puerta, pude intuir que algo había cambiado, sus mejillas estaban coloradas, producto del esfuerzo y de la excitación. Educadamente, me hizo pasar, sobre la mesa, estaba el champagne y las copas que Patricia había sacado para brindar. Sin preguntarle, abrí la botella, y sirviendo dos copas le pregunté:
-¿Qué es lo que tenemos que celebrar?-

-Nuestra completa sumisión a partir de mañana, pero con una única condición-, hizo una tregua antes de continuar. Mi expresión divertida le dio los ánimos, que le faltaban, para continuar,-esta noche, quiero ayudarte a seguir entrenando a Patricia-
Solté una carcajada, aceptando. Me picaba la curiosidad de lo que había ocurrido, por lo que me tuvo que relatar como se había sentido engañada, como la había castigado, y como había hecho uso de su coño, dejando para mi el culo, totalmente virgen. Satisfecho y cogiendo la botella, le repliqué:
-Vamos, no se nos vaya a enfriar -.
Entrando en la habitación, pude ver que la muchacha seguía en la misma posición que la había dejado. Sin mediar palabra, empecé a desnudarme, pidiéndole por gestos a Isabel, que hiciera lo propio. Mi alumna, no se hizo de rogar, quitándose toda la ropa. Al quitarse las bragas, me las tiró, diciéndome que tocara lo mojadas que estaban.
Acto seguido, levantó a Patricia, tirándola de los pelos. Ya erguida, empezó a mostrarme al ganado.
-Pedro, como puedes ver, esta zorrita tiene unos buenos pezones, que le encanta que se los pellizque así-, me dijo mientras los torturaba sin piedad. Patricia respondió a su tortura con un gemido, que no supe definir si era de dolor o de deseo,- su coño es vulgar, no está depilado, pero eso se puede arreglar, pero en cambio su culo es espectacular, está un poco rojo, pero es por que te lo he preparado, así-, dijo soltándole un tremendo azote, que hizo que se cayera en la cama.
-Siéntate en el sofá, con la piernas abiertas-, pedí a Isabel, y cogiendo a la zorrita, le puse su cara en el sexo de mi asistente. Como una loca, se apoderó del clítoris, y separando sus labios, mordisqueó suavemente el monte de placer, mientras que con sus manos acariciaba los pechos de su dueña. Esta, lejos de ser la frígida de antes, se la notaba cercana al orgasmo, y apretándole la cabeza, le grito: -¡Hasta dentro!¡Quiero sentir como me chupas!.
Me arrodillé detrás de la muchacha, y abriéndole las nalgas, observé su culito virgen, rosado y prieto que no había sido usado en su vida. Al sentir mis maniobras, paró, pero con un fuerte golpe, le obligué a que continuara con su mamada, lo que provocó la explosión de goce de la morena.
“Es un desperdicio, que nadie haya usado este culo”, medité y agarrando la botella, le introduje de golpe el cuello de la misma. Gritó de dolor, al sentir como se desgarraba su esfínter, y un fino riachuelo de sangre recorría sus mulos. Agitando la botella, el liquido a presión inundó sus entrañas, mientras ella se corría con fuertes aullidos de placer.
-Coge la botella, sin sacarla, ¡No vayas a mancharnos!, y quítatela en el baño -, le ordené.
La muchacha dócilmente se levantó a cumplir mi orden, lo que me dejó el sexo de Isabel, solo para mí. Como tanto ella, como mi pene, estaban listos, de un golpe certero, se lo encaje dentro de su cueva. Su sexo estaba empapado, lo que facilitó mis movimientos. Desde el principio mi ritmo fue brutal, mis pelotas rebotaban contra ella, de la misma forma que la punta de mi lanza, hería la pared de su vagina. Apretándome con sus piernas, se corrió en bestiales sacudidas, arqueándose entera, y pidiéndome mas. No me hice esperar y con la respiración entrecortada, me derramé en su interior, regándola de mi simiente.
 
Exhausto, me desplomé sobre ella, mientras desde el baño, oíamos la detonación provocada por Patricia, al sacarse la botella de su ano.
                                                               
 
 
 

Relato erótico: “No hay jinetes, solo caballos (1)” (POR BUENBATO)

$
0
0

Las olas de la corriente golpeaban constantemente el casco del barco mientras los peces huían del paso de la nave, de manera que Camila no se aburría tanto en su búsqueda de avistar un caimán. A sus diecisiete años el mundo le seguía pareciendo muy reciente y tanto la selva como los caimanes le eran una novedad. Había perdido a su madre en un incendio que casi la mata a ella también y, a pesar de su aparente tranquilidad, ardía de desolación como el mismo fuego de su desgracia. El viaje en aquel barco era el último paso para reunirse con su padre después de dos años de no verlo; viajar por el rio hasta la ciudad a través del rio, sin embargo, tomaría aun tres días. No iba sola, por supuesto, la acompañaban el hermano de su padre, su tío Amador, y Matilde, una joven criada de dieciocho años que aparentemente le continuaría sirviendo para toda la vida. Camila había estado callada durante todo el viaja y rara vez lanzaba comentarios sin importancia a Matilde con una voz tan baja que esta apenas y podía escucharla.

El buque avanzaba mientras la tripulación ponía todo en orden y los pasajeros iban acostumbrándose a un viaje que, sabían, sería insoportable. De un momento a otro Camila pudo ver a los primeros caimanes de su vida y se desilusiono un poco al descubrir que eran bastante similares a los cocodrilos africanos, que aunque no conocía tampoco si había visto ilustraciones en las enciclopedias de la época. Su menosprecio por aquellos reptiles se desmoronó apenas vio a un par de ellos acercarse al buque tan rápido que por un momento tuvo el presentimiento de que podrían saltar para devorarla. Alterada, pero evitando parecerlo, se alejó para sentarse en lo que le parecía la seguridad de un sillón de descanso. Volteó a su alrededor esperando estar sola pero se apenó al mirar a una mujer que había presenciado todo mientras fumaba un cigarrillo. La mujer sonrió ante la situación de la muchacha y se acercó lentamente.

– No te preocupes – dijo la mujer – Con los cocodrilos hay que tener tanta precaución como con los hombres.

La muchacha no supo que decir pero supuso que levantar la vista y sonreírle a aquella mujer sería lo más educado. No supo, sin embargo, si debía contestarle algo pero imaginó que también sería correcto.

– Bueno, en realidad es un caimán – fue lo único que se le ocurrió decir

– ¡Caimanes, cocodrilos, hombres! – refunfuño la mujer – Son lo mismo.

Continuó fumando su cigarrillo mientras la muchacha, sentada, miraba las copas de los arboles. Al poco tiempo, al terminar con su cigarrillo, la mujer tomó asiento al lado de la jovencita.

– Y dime, tú te llamas…

– Camila

– Encantada, Camila; yo me llamo Angélica

Platicaron durante casi una hora, hablaron de la selva, de la misma ciudad que compartían como destino y de lo cansado que prometía ser el viaje. Camila no acostumbraba hablar con extraños pero aquella mujer le pareció tan hermosa e impresionante que le atemorizaba la sola idea de ser descortés con ella. Y era cierto, Angélica era una mujer preciosa que a sus veintiocho años irradiaba admiración en las jovencitas y atracción en los hombres. Bajo su vestido escotado, cuya confección permitía adivinar la belleza de su figura, y su larga y lisa cabellera oscura, Angélica daba la impresión de ser una especie de actriz de teatro. Supo también que el camarote de aquella mujer se encontraba frente al suyo.

Entrada la noche la muchacha se preparaba para darse un baño, su sirvienta, Matilde, desabrochaba uno a uno los numerosos botones en su espalda del vestido blanco de algodón; al desabrocharlos todos el vestido cayó al suelo solo para dejar a la muchacha en el traje intimo de algodón que cubría su cuerpo como una especie de segunda piel. Matilde se colocó de frente y desabrochó los tres únicos botones del traje y, dado que aquel traje era un tanto más estrecho debía agacharse al tiempo que el cuerpo desnudo de Camila aparecía.

Camila era simplemente hermosa; la juventud de sus diecisiete años se acentuaba con su virginidad evidenciada hasta en la inocencia de su mirada. Era una adolescente tremendamente bella que se acercaba a pasos agigantados a la silueta de una mujer. Su rostro de niña no tenía nada que ver con sus nalgas voluminosas y redondas y sus senos redondos aumentaban su volumen conforme la muchacha crecía. Carolina sabía que era bonita pero no tenia bien claro que, además, su cuerpo le proveía de una sensualidad que a fin de cuentas no podía controlar. Matilde, por su parte, no comprendía tampoco esa clase de temas pero sabía que Carolina se convertiría en una mujer muy deseada por lo hombres.

La sirvienta se puso de pie e iba a llevar las prendas a un cesto para la ropa sucia cuando de pronto sintió los dedos de su ama sobre su pecho; la muchacha desabrochaba los botones de su sirvienta. Matilde se extrañó por la acción de su ama pero esta sin inmutarse solo terminó de desabrochar todos los botones.

– Desvístete – dijo Carolina con la frialdad de una orden cualquiera – quiero que te bañes conmigo

La joven se acercó a la tina de baño que ya estaba preparada; anonadada, Matilde obedeció y comenzó a desvestirse mientras miraba con interés la claridad de la piel de Carolina, que daba la impresión de originarse de la blancura de sus nalgas. Carolina entró a la tina y sentándose, dejo un espacio detrás de ella para que ahí se colocara su sirvienta. Matilde terminó de desarroparse, dejando en libertad su cuerpo; se trataba de una muchacha preciosa cuya actitud tímida y servicial desentonaba con su voluptuoso cuerpo escondido siempre bajo su conservadora vestimenta. Tenía unas tetas enormes y un culo firme y grande, separados por un abdomen delgado y sensual. Matilde, curiosamente y al igual que su ama, tampoco tenía idea de lo peligrosamente bella que era. No era la primera vez que ambas muchachas se bañaban juntas pero la ultima vez había sido hacia casi tres o cuatro años; sus cuerpos ahora se parecían demasiado a los de una mujer y era extraño para ambas verse ahora.

Carolina miraba como su sirvienta se acercaba lentamente, con un cierto dejo de timidez que le parecía estúpido; pero no pudo evitar mirar el cuerpo de Matilde y compararlo con el de la bella mujer con quien apenas unas horas había conversado. Carolina se preguntaba si acaso Matilde crecía muy rápidamente o era ella misma quien seguía pareciendo una niña. La sirvienta finalmente llego y, con el jabón y el estropajo en sus manos, se acomodó detrás de su patrona. Sin ninguna incomodidad aparente, Carolina se recargó con naturalidad sobre los pechos de la sirvienta pero, en silencio, lamentó haberlo hecho pues se sintió tan extraña al sentir los voluminosos senos de su sirvienta como Matilde lo estaba de sentir las nalgas de su ama en su vientre. Sin embargo era una situación que, a fin de cuentas, la misma Carolina había ordenado y tuvo que soportar la incomodidad de los primeros minutos; Matilde simplemente se dispuso a tallar cuidadosamente el cuerpo de su patrona, tratando de ignorar la situación de desnudez en la que ambas se encontraban.

Mientras miraba, recostada sobre las tetas de su sirvienta, el diseño del techo del camarote, Carolina pensaba en el mito del carro alado con que Platón explicaba al alma; pensaba en el caballo blanco, representante de la voluntad y el coraje, pero sentía cierta curiosidad por el otro caballo, el negro, el de lo deseable y apetitoso. El estropajo sobre sus tetas la despertó de sus ideas pero concluyó en algo: cualquiera de los caballos no tenía importancia, el jinete, su razón, ya no existía.

Arriba se escuchaba el ajetreó de la música; casi todos los pasajeros se divertían en el pequeño bar del buque. Carolina imaginaba que solo ellas dos, muy jóvenes para las fiestas aun, serian las únicas en sus camarotes; pero se equivocaba, en el camarote de enfrente dos manos se deslizaban sobre la piel de Angélica, aquellos dedos recorrían de arriba abajo las torneadas piernas de la mujer y para posarse finalmente sobre sus nalgas y apretujar aquellas deliciosas y suaves carnes.

Angélica se encontraba en cuatro sobre uno de los pasajeros; ninguno se conocía uno al otro pero bastaron una serie de intercambios de miradas en el bar para poder ponerse de acuerdo. La preciosa mujer rozaba su vulva con la verga de aquel desconocido, deseosa de tener aquel pedazo de carne dentro de su coño pero con la intención traviesa de jugar con la paciencia del excitado hombre.

Mientras se animaba a clavarse aquel erecto pene, la mujer besaba apasionadamente a aquel hombre mientras este manoseaba ahora las preciosas tetas que le colgaban a la mujer en aquella posición. Angélica se agachó y acercó su pecho a la boca del hombre, deseosa de que este chupara sus pezones. El hombre comprendió de inmediato y, como un sediento, se lanzó sobre los pezones provocando un nivel de excitación tal en Angélica que esta comenzó a gemir y a morderse su labio inferior. Derrotada, la mujer no aguantó más y se dejo caer sobre diecinueve centímetros de carne que de inmediato rellenaron su ansioso coño.

La mujer inició un movimiento que hablaba bien de su experiencia sexual; su cuerpo serpenteaba sobre aquella verga, sacando y metiéndose constantemente aquella verga totalmente mojada ya por sus jugos vaginales. EL hombre comenzó también a moverse y, con ayuda de sus manos sobre la cintura de la mujer, la ayudaba a elevarse para después dejarla caer sobre su falo. La mujer gemía mientras jugaba con sus propios senos y apretujaba sus pezones causándose un placer que por momentos sentía desbordante. Logró su primer orgasmo y se desplomó sobre su reciente amante; se besaron mientras el hombre acomodaba el culo de la mujer y se encargaba ahora él solo de machacar el coño de aquella belleza que lanzaba suspiros y respiraciones aceleradas sobre sus oídos. El sujeto aumentaba la fuerza de las embestidas mientras Angélica rodeaba con sus brazos el tórax del hombre para soportar todo el placer que entraba en ella.

El vello púbico de ambos estaba completamente remojado en los jugos vaginales que Angélica expulsaba sin remedio. Su concha era taladrada por el falo de aquel hombre mientras los orgasmos parecían atropellarse unos a otros; finalmente un líquido caliente inundó su coño y las embestidas cesaron y se convirtieron en suaves mete y saca que embarraban el semen a lo largo y ancho de aquel coño. Angélica se deshizo en besos sobre aquel hombre que manoseaba gustoso aquellas tetas preciosas.

En el otro camarote Carolina seguía con una atención casi científica las sensaciones en su cuerpo cada qué vez que las manos de Matilde tallaban su piel. En su espalda también estaba alerta a la sensación de los pezones desnudos de la criada. Eran pezones muy suaves en general pero con una desconcertante dureza en la punta. Rompiendo todo protocolo se volteó; recargo sus manos sobre los hombros de una aturdida Matilde que no comprendía todo aquello. Pero Carolina no se ofuscó y dirigió sus dedos al rosado pezón de la sirvienta; los apretó y sobó con una curiosidad metódica a la que Matilde no reaccionó, se quedo ahí, inmóvil.


Relato erótico: “La decadencia: 1. El despertar del Diablo” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

$
0
0

La luz de la luna atravesaba la ventana y se derramaba en su espalda. Se curvaba desde el hermoso trasero hasta su pelo rubio teñido. La columna vertebral interpretaba un hermoso baile en zigzag, mientras mi pene entraba y salía de su mojado y cálido coño. Mis manos, inquietas, acariciaban su trasero, dando azotes; y de ahí recorría sus muslos y caderas.

Cada milímetro de su piel se me antojaba de Diosa, cada gemido quedo de mi amante endulzaba mis oídos. El aroma a vainilla de Lorena se entremezclaba con el estándar de la habitación de un hotel de cuatro estrellas.

Pronto se irá a su hogar, pronto dejaré de saborearla. Pero mientras la penetro, mientras la acaricio, mientras es mía Lorena, absorbo cada segundo de su compañía, cada milímetro de su piel.

Lorena se sentó en la cama y me miró cómplice. Agarró mi polla y la engulló durante un rato. Me sentía pletórico, siempre con mucha confianza cuando yacía con Lorena. Su boca recorría mi polla con elegancia. Sus ojos miraban al infinito, centrada en dar placer, en saborear placer. El placer reventaba contra las paredes, contra los cuadros, contra el minibar vacío, contra las botellitas y nuestra ropa desparramada por el suelo, contra la ventana…..

Me coloqué detrás de ella, de lado, tumbados sobre la cama. Ella me miró de reojo, dándome ánimos, deseosa de ser penetrada otra vez. Agarré su muslo izquierdo por la zona interior. Me acomodé y agarré el pene hasta meter la cabeza en el coño. Ella confirmó que lo hice bien con un movimiento de culo, pegándolo a mi pelvis, acompañado de un gemidito de gata salvaje que quiere ser amaestrada. Mi mano izquierda se posó sobre uno de sus pechos. No demasiado grande, pero sí en su sitio, a pesar de sus treinta y ocho años. Bellos pechos, con amplia aureola rosada. Inicié el movimiento, ella lo acompañaba para facilitarme el poder entrar más. Desde esa postura no podía clavarla entera, pero con tres cuartas partes era suficiente para encontrar una buena follada. Mi capullo rozaba las húmedas células de la piel de su cuidado sexo. Sus movimientos facilitaban un mayor roce, otorgando al momento un placer genuíno e inigualable. Ella gemía despacio, y respiraba fuerte acompañando la follada, como un atleta acompaña su carrera respirando por la boca. Derramados sobre la cama me centré en aguantar la gloriosa embestida. Percibía su sudor, que se entremezclaba con su perfume, notaba su piel de gallina, sentía su complicidad. Por un momentos fuimos uno solo; esos momentos, en los que somos como un gigante hermafrodita que se da placer así mismo, son los que me hicieron engancharme a mi cuñada Lorena.

Temí correrme, así que cambié la posición.

Ahora Lorena estaba tumbada; sus piernas, elegantes y brillantes de luz de luna, se abrieron, invitándome a entrar, y se cerraron en torno a mi espalda justo al entrar.

“Dame fuerte hasta el final, cariño”.

No cesaba de darme ánimos, su lengua buscaba la mía en un guarro beso de bocas abiertas, sus suspiros y gemidos me acercaban a su cálido cielo. Me deje llevar por su dulzura, por el calor húmedo de la cueva donde entraba con fuerza y rapidez; sin retorno es el camino de su cama. Me dejé llevar por su lengua, por la forma de sus bellos pechos próximos.

Ví luces, un cosquilleo recorrió mi espalda. Tras un espasmo me detuve, notando como el semen incipiente comenzaba a recorrer mi polla. Me agarré al abismo de sus caderas y apretando una leve follada, derramé todo mi semen dentro de Lorena. Mi ritmo  se fue apagando, hasta acabar tumbado sobre ella.

Agradecida, me besó durante un largo rato. Luego se levantó y se vistió.

–        Son las diez y media de la noche, en casa me esperan desde hace más de media hora. ¿No te vistes?.

–        No, a mi no me espera nadie. Mi casa no es tan confortable como este hotel, y he bebido; no estoy en condiciones de conducir una hora. Me quedaré y así amortizo el hotel.

–        ¿Te has quedado satisfecho, amor?

–        Siempre me sabes a poco.

Se fue, no sin antes darme otro beso con lengua. El peligro de enamorarme de Lorena no era que estuviera casada; el peligro es que lo estaba con mi hermano.

Mi locura se reflejó en la copa que agitaba frente a la ventana. Me relajé tanto que imaginé cómo sería que mi hermano muriese. Su mujer y su confortable casa serían míos. Su dulce hija, Bea, sería mía. Sonreí al espejo, malicioso, y en mi reflejo pareció que los dientes estaban afilados como los del mismo diablo. Agité la cabeza, al volver a mirar era yo de nuevo. Levanté la copa a mi reflejo, y bebí todo su contenido de una sentada.

Me dije que podría estar toda la vida deseando algo, ¿tan incapaz era de actuar?. Un psicólogo me habría puesto en ese momento una camisa de fuerzas si hubiera tenido la oportunidad de analizar mi cerebro.

Perdonen vuestras mercedes que el inicio de este complejo y amplio relato lo inicie en el inicio de mi locura. Pues no quiero contar mi vida, solo mi ida al infierno; sin retorno, sin arrepentimientos.

Reuní el suficiente valor, Lorena no tendría por qué saberlo jamás. Solo consistía en deslizar mi vida ante la perspectiva del valor de conseguir un sueño. Tal vez la locura me apremiara y cegara; pero me daba igual, no pensaba en otorgar a mi mente el más mínimo rastro de lucidez. Igual luego Lorena no me acepta como pareja de por vida, igual yo la dejo por otra amante al cabo del tiempo; pues mi sino es el de ser infiel, el de follar a la mujer que no tengo. Por eso follaba con Lorena. Pero ciertamente la amaba, ciertamente imaginaba vivir con ella, formar una familia junto a ella y a su bella hija de diecisiete años.

El diablo acudió a mi rostro de nuevo. Formaría familia con Lorena, y luego con Bea. De nuevo la copa, de nuevo la lucidez. Sentía presencias en la habitación. Deseaba dejar de pensar. El sueño me abrazó.

Soñé que el diablo tiene cuerpo de mujer y que follaba conmigo durante siglos, viendo a través de una ventana de fuego, a cámara rápida, como la humanidad avanzaba.

Pedí vacaciones por el mes de diciembre. Por aquel entonces vivía solo, tres años después de dejar a mi anterior novia, la guapa, simpática y mal mamadora Ana. Vivía en mi pisito de sesenta metros cuadrados, moderno y bien decorado. El trabajo fijo en una oficina de arquitectura, compensaba la vida sedentaria con ocho horas de gimnasio semanal. Tenía libertad, un buen sueldo, estabilidad laboral y una mujer con la que consolarme. A veces la mente humana es extraña, porque iba a poner todo en peligro por poseer a esa mujer; sin saber siquiera si ella iba a corresponderme.

Se trataba de aparentar normalidad, mientras elaboraba el crimen perfecto.

Estuve una semana encerrado en mi apartamento, pensando cómo hacerlo. Rápidamente llegué a la conclusión de que iba a ser muy difícil; pues básicamente me dediqué a desechar posibilidades tal cual se me iban ocurriendo.

Deseché la opción de arma de fuego. Ya que se dejaba rastro, se adquiriese como se adquiriese. El único propósito era hacerlo de tal forma que jamás se sospechara de mí, y que nunca existiese el más mínimo rastro que llevase a nadie hacia a mí. Por muy bueno, experimentado y perspicaz que fuese el detective que analizara el caso.

Deseché arma blanca. No desearía tener una escena del crimen que limpiar; pues sería fácil tener un despiste y dejar huellas.

Deseché, igualmente el envenenamiento, pues su mujer sería la principal sospechosa. No quería ser pillado, pero tampoco era mi intención implicar a nadie. Se trataba de buscar el crimen perfecto, y ello conlleva que no haya culpables; o que, en el caso de que fuera evidente que lo hubiera, jamás fuese encontrado.

Llevaba una semana dándole vueltas y necesitaba salir, tomar algo, desconectar. Viernes noche, 21:50 horas. Descarté llamar a Lorena sobre la marcha, pues estaría con su querida familia. Y no tenía ganas de llamar a ningún amigo, pues mi mente estaría en otro sitio. Así que cené cualquier cosa, me puse la chaqueta y salí a tomar una copa a un pub cercano.

Pedí una copa de whisky escocés y me senté en un extremo de la barra. El local estaba casi vacío. Mi mente seguía trabajando en el plan, mientras agitaba la copa para mezclar el excelente caldo con el hielo. Necesitaba detener la maquinaria y evadirme de la locura.

Pedí otra copa, y una tercera. Había perdido la noción del tiempo. Una voz femenina me sacó del sueño en el que mi mente luchaba.

–        ¿Muchos motivos para beber solo?

Levanté la cabeza y ví a Carolina, una amiga, novia de un amigo. Le sonreí y miré alrededor, el local estaba lleno y no me había dado cuenta. Carolina me miraba sonriente, esperando respuesta. Su sonrisa empezaba a desaparecer cuando conseguí articular palabra.

–        Hola. Bueno, alguno hay pero te aburriría. ¿y tú por aquí?, ¿estás con Antón?.

Mi voz sonó somnolienta, afectada por el alcohol.

–        No. He cenado con una compañera de trabajo y hemos venido a tomar una copa.

Me hizo un gesto con la cabeza; tras de ella apareció una chica, que debería llevar ahí todo el tiempo pero que acababa de ver.

–        Hola. ¿Tu te llamas?

–        Inés.

–        Encantado.

Acabé la tercera copa y me dispuse a irme.

–        Que lo paséis bien, yo ya me voy

Carolina me sujetó.

–        Solo son las doce, tómate una copa con nosotras.

No tenía intención de resistirme. Tal vez me viniera bien participar de alguna charla superficial con ellas, así me evadía de lo que llevaba toda la semana consumiendo la mente.

Perdí completamente la noción del tiempo y de las copas. Hablamos mucho y no recuerdo de qué. Lo único que recuerdo es que Carolina cada vez estaba más guapa si cabe, con su melena morena ondulada, sus amplios pechos, su risa celestial. Inés cada vez era más rubia, cada vez más morbosa. Mi mente transformaba sus miradas en lascivas. Mi desorientación las situaba cada vez más pegadas a mí. Mis ojos volaron por el local, como un muerto que sale de su cuerpo y se observa desde arriba. Me observe junto a ellas. Jóvenes, una morena delgada, de mi estatura, muy guapa y con un cuerpazo para quitar el hipo. La otra rubia, baja y algo rellenita; pero guapa y apetecible. El local cada vez más vacío.

Carolina e Inés estaban pegadas a mí, una a cada lado. En el pub solo quedábamos nosotros, debería ser por la mañana. Llevaba toda la noche hablando con ellas y no recordaba nada. Inés me besó, sacó su lengua y la restregó por mi boca, le correspondí como pude. Desconozco si era el primer beso o ya llevábamos un rato así.Me dejé llevar por un largo morreo. Miré alterado a Carolina, ella sonreía cómplice. Entonces ella también me besó. Intenté eludirla por ser quien era, pero estaba clavado al taburete y ella se echó encima. Su beso me supo mejor, pues mis manos se posaron en sendas nalgas, prietas bajo un ceñido pantalón vaquero. Mi polla creció de cero a cien más rápido que un Ferrari. Algo dentro de mí me hizo alucinar, pues Carolina es mi amiga más atractiva.

Mientras me besaba, notaba una mano acariciando mi espalda, luego esa mano buscaba mi paquete y lo palpaba recorriendo toda mi erección; era Inés. Suspiré aliviado ante el tacto.  Respiré hondo. Estaba muy bebido. Carolina habló.

–        ¿Vives aquí cerca verdad?.

No sé si respondí. No recuerdo cómo nos fuimos, ni si pagué mis últimas copas. La siguiente imagen que recuerdo es estar follándome a Carolina por detrás, mientras ella comía el coño de su amiga Inés, la cual se abría de patas ante ella, recostada en la parte alta de mi cama. Los tres estábamos completamente desnudos.

Las dos chillaban muy agudas y compenetradas. Era como estar follándose a dos personajes de dibujos animados. Sentía como follaba lentamente, todo se movía a cámara lenta; pero ellas chillaban rápido, como si no perteneciesen a ese momento. Lo achaqué al efecto del mucho alcohol ingerido esa noche.

Desde la puerta de mi habitación se colaba la luz de la mañana. Ahora era Inés a quien penetraba, ella cabalgándome con brío. Con mucha fuerza y muy guarra. Ahora la velocidad se ajustaba al sonido. Yo me agarraba a sus nalgas, gruesas y duras, y empujaba como podía desde abajo. No sé de donde vino, pero de repente el coño de Carolina empezó a refregarse por mi cara. Subí la mirada y a penas pude verla en cuclillas sobre mí. Lo puso en mi boca, dejándome un mínimo espacio para respirar y lamer. Sabía a jabón y pis y estaba completamente depilado. Moví la lengua con desparpajo, arrastrándola de arriba abajo, abarcándolo entero. Mientras mis manos seguían agarradas a las nalgas de Inés y mi polla subía con fuerza en cada embestida. Solo se oían los gemidos de mis dos inesperadas amantes.

Daría lo que fuera por recordar más. Pero mi siguiente recuerdo fue cuando me desperté, completamente desnudo, cinco minutos pasados del mediodía. Con una resaca de caballo, gusto a coño en la boca y aroma de mujeres en las sábanas.

Encendí la cafetera y me di una ducha mientras se calentaba. No confiaba en que el agua fría ni el café me salvaran de la resaca, pero seguro que ayudarían. Al salir de la ducha tenía mucho frío. Conecté la calefacción. Puse un disco de música clásica y tomé el café a sorbos pequeños, mientras contemplaba la ciudad desde el décimo piso de mi coqueto apartamento.

Un mensaje de móvil me sacó del instantáneo y breve momento de relax que había conseguido. Era Carolina, me sobresalté y le di a leer:

“Besos de parte de Inés. Le has encantado. A mí más, espero que seas discreto. Por cierto, ya me contarás quien es Lorena y por qué quieres matar a su marido”.

Me sobresalté de sobremanera, tanto que derramé sobre la alfombra el poso del café. Mi mente arrancó sin previo aviso, provocándome un intenso dolor de cabeza….

Estaba claro que algo había largado durante la larga madrugada de conversación. Me tranquilicé que no asociara a Lorena con mi cuñada; eso me daba la posibilidad de defenderlo como una historia que me inventé para darles conversación. Carolina me conoce, soy buen chico, no se habrá creído esa locura. Una marea de intranquilidad inundó mi alma no obstante; no era un buen comienzo para un puñetero crimen perfecto. Tuve que calmar la tentación de llamarla para dar atropelladas explicaciones que no harían más que implicarme.

Decidí ser frío. Carolina e Ines tenían esa información, conforme, pero no la contarán a nadie; pues Carolina es la primera interesada en que no se sepa nada de lo que sucedió aquella noche. Decidí responderle de forma concisa y dejando lugar a la broma.

“¿Me ayudarás a matarlo?, luego si quieres matamos a tu novio, tú me gustas más que Lorena”.

Me sentí deprimido. Lo había echado todo a perder. Todo quedaría en una broma, una mentira exagerada para llevarme a dos chicas a la cama; no me quedaba más que hacer ese papel. Adiós a mi vida con Lorena y Bea.

De repente, como salida del infierno, mi mente tuvo una idea sencillamente brillante.

Estuve horas sopesándola, toda la noche sin dormir. Me sentía bien dándole mil vueltas a algo en concreto. Necesitaba dinero y ciertos contactos, que buscaría lejos de la ciudad. Lo primero era esperar a volver de las vacaciones y empezar a dar pasos seguros una vez tuviera rehecha mi vida cotidiana. Lo primero de todo era quedar con Carolina, para dejar en nada el episodio de la noche anterior. De la coherencia de mi actuación ante ella, dependía empezar bien el plan.

La céntrica cafetería ofrecía un espacio cálido y confortable, en contraposición con el frío de mediados de diciembre. Al lado de una ventana una pequeña mesa con dos sillas y té servido en pequeños vasos. Carolina estaba bellísima. Se había quitado la chaqueta, guantes y bufanda. Lucía un elegante y abultado escote de chaleco lila y vaqueros. Carolina es mujer de delantera portentosa, y a sus treinta y uno años la lucía mejor que nunca. Siempre mostraba pues podía, y lo hacía con elegancia y naturalidad; coqueta como la que no lo busca. Me invadió una oleada de arrepentimiento de haber estado tan bebido cuando la tuve desnuda, junto a su amiga Inés, sobre mi cama.

–        ¿Me puedes explicar qué pasó la otra noche?. No es que me sienta mal, sois guapas y atractivas….. Pero jamás hubiera imaginado que una cosa así pase en la vida real.

Carolina pareció pensarse la respuesta.

–        Inés lo dejó con su novio y al verte en la barra me dijo que eras guapo y atractivo. Es cortada, así que le ayudé.

–        ¿Le ayudaste llevándome a mi casa y poniéndomelo en la cara?

Rió, yo también reí.

–        Admito que tuve un desliz, los tres lo tuvimos.

–     Inés y yo no engañamos a nadie. Pero no te preocupes que no pienso perder a un amigo. Aunque debo reconocerte que podría engancharme fácilmente a ti.

Ahora parecía divertida

–        ¿No te gusta Inés?

–        Mucho más tú, pero es guapa y no tiene mal cuerpo del todo. Si me das su teléfono podría llamarle, pero no busco nada serio.

–        Bueno, ya no tendrás que meter más trolas para llamar la atención.

Por fin sacaba el tema. Miré por la ventana, fuera lucía el sol pero los viandantes apresuraban sus pasos, encerrados en tonelajes de ropa. Debíamos estar a cero grados.

Hablé como si nada.

–        Los tipos duros gustan a algunas mujeres.

Carolina carcajeó.

–        Eras de todo menos un tipo duro.

–        Da igual, os follé.

Se levantó.

–        Y todos contentos, ahora a callar. ¿Me invitas?, he de irme.

Me callé una grosería y la despedí con dos besos en las mejillas. Vi como se marchaba lentamente, marcando las caderas en cada paso. Chica guapa e inteligente esta Carolina. Lástima que esté enamorado de mi cuñada Lorena. Tuve un pequeño arrepentimiento de que mi plan le arruinase la vida, pero en toda decisión importante había víctimas inocentes. Y Carolina firmó su sentencia a sufrir en el mismo momento en que se acercó a mí, aquella noche, con su amiga Inés.

Continuará…

Relato erótico:”Gracias al padre 6, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

$
0
0

Capítulo 6

Ya eran las siete cuando llegué a mi casa acompañado de mis dos nuevas sumisas. Lucía seguía completamente dormida y por eso en cuanto comprobé que no se había enterado de mi ausencia, obligué a las putas a desnudarse. Tras lo cual les ordené que regalaran a su nueva dueña un dulce despertar.
Curiosamente Isabel que en teoría era la más lanzada de las dos, se quedó cortada y tuvo que ser Patricia la que la forzara a acostarse al lado de mi esposa mientras ella se arrodillaba a sus pies:
-Chúpale las tetas a nuestra dueña- exigió mientras ella comenzaba a usar su lengua para recorrer las piernas de la dormida.
«¡Vaya con la mojigata!», exclamé en mi interior, sabiendo que había hecho bien en no usarla yo primero al estar seguro que Lucía querría tener ese privilegio.
Durante un par de minutos, la muy puta se dedicó a lamer los muslos de mi amada mientras Isabel hacía lo propio saltando de un pezón al otro. Tanta estimulación consiguió despertar a la que iba a dirigir sus vidas durante dos años y todavía medio dormida, abrió los ojos pensando que era yo quien la estaba acariciando.
-¿Y esto?- me preguntó al darse cuenta de la presencia de esas dos.
-Han decidido entregarse a ti- comenté muerto de risa.

Lucía comprendió que mientras ella descansaba, yo había cerrado el acuerdo pero lejos de molestarla, sonrió y acomodando su cabeza en la almohada, ejerció por primera vez de ama diciendo:
-Para ser un par de estrechas, habéis vendido vuestra honra a mi marido muy rápidamente.
En esta ocasión, Isabel fue la que me sorprendió porque haciendo un alto, brevemente susurró:
-Señora, ni esta zorra ni yo tenemos honra. Por no tener, no tenemos ni nombre. Nuestro amo nos ha dejado claro que iba a ser usted quien nos bautizara.
Al oírla, Lucía soltó una carcajada y llevando la cabeza de la guarra que había hablado hasta sus pechos, le exigió que reanudara sus caricias diciendo:
-Ahora no me apetece elegiros uno. Lo que realmente quiero es disfrutar en silencio del placer, así que ponte a trabajar, ¡sucia esclava!
Alcancé a distinguir que ese insulto había hecho mella en su ánimo pero en vez de intentarse rebelar, se quedó callada, abrió sus labios y engulló una de las negras areolas de su señora mientras entre las piernas de la misma, la más bajita de las dos se dedicaba en cuerpo y alma a satisfacer su ansia de ser sumisa, buscando con denuedo el orgasmo de su antigua amiga.
Desde mi posición, la escena no podía ser más atrayente. De modo que de haberlo querido, creo que me hubiese resultado imposible retirar la vista de esas tres mujeres haciendo el amor. Mi esposa con la cabeza echada hacia atrás disfrutaba de las caricias de las otras. Isabel mamaba de uno de sus pechos mientras con sus dedos no dejaba de pellizcar suavemente el pezón que tenía libre su señora y Patricia ya inmersa en su papel de objeto sexual usaba la lengua para penetrar una y otra vez entre los pliegues del adorado sexo de Lucia.
Coparticipe de ese placer e incapaz de dejar de mirarlas, mi miembro despertó de su letargo irguiéndose. Nunca he sido un voyeur pero reconozco que ver a esas arpías dedicando sus esfuerzos a que mi mujer disfrutara era algo digno de ver y acomodando mi trasero en una silla, decidí no perder detalle de su estreno.
La entrega de Patricia era tan completa que no me quedó duda que tras esa fachada de niña buena llevaba años escondiendo que estaba enamorada de Lucía y por ello decidí preguntárselo al tiempo que le daba un duro azote sobre uno de sus cachetes.
-Putita, ¿cuánto tiempo llevabas deseando hacer esto?
Asustada, la pobre idiota trató de evitar la pregunta, respondiendo que no entendía a que me refería.
Con una nueva nalgada, le mostré mi disgusto y jalándole de los pelos, la hice ponerse de pie. Una vez allí y mientras mi esposa y su ex socia la miraban insistí:
-No te lo voy a preguntar otra vez, ¿cuánto tiempo llevabas soñando con acostarte con mi esposa?
Llorando y sin poder mirarnos a los ojos, la cría respondió:
-Desde niña la he amado pero jamás pensé que iba a tener la oportunidad de estar con ella.
La cara de Lucia era de sorpresa al saber que la que durante toda su vida había considerado su amiga estaba colada por ella.
-Te juro que no sabía nada- comentó preocupada de mi reacción.
Soltando una carcajada, saqué del armario uno de los arneses con los que mi esposa había sometido a su madre y lanzándoselo a la cama, comenté riendo:
-Por eso no la he tocado, quiero que seas tú quien la estrene.
-¿Me estás diciendo que mi esclava numero dos nunca ha estado con un hombre?
Despelotado repliqué:
-No. Al menos ha sentido entre sus piernas las rudas caricias de tu otra guarrilla pero lo que si tengo claro es que lo que más ha tenido han sido sus deditos cuando se masturbaba en tu honor.
No creyendo mis palabras, se lo preguntó y al escuchar de sus labios que la única vez que había estado con alguien antes de esa noche, había sido con una antigua profesora, Lucía se levantó y cogiendo de la melena a su antigua amiga, la obligó a ponerse a cuatro patas. Una vez en esa postura, cayó en la cuenta que al contrario de ella misma, Patricia llevaba una mata enorme de pelo que deslucía su estupendo cuerpo y poniendo cara de asco, le soltó:
-Pareces un chimpancé- tras lo cual ceremonialmente la bautizó con el nombre de “Chita”y olvidándose de ella, miró a su otra esclava diciendo: -¡Enséñame tu coño!
La morena no se esperaba esa orden. Totalmente colorada, se tumbó en la cama y separando sus piernas, mostró a su dueña que totalmente depilada. Lucía completamente dominada por la lujuria la obligó a darse la vuelta y nada más comprobar que tenía un culo cojonudo, le separó las nalgas diciendo:
-Al menos pareces humana, por eso a partir de hoy serás “Jane”.
La pobre “Chita” dio un gemido de dolor al comprender el nada delicado insulto que representaba para ella el nombre que había recibido su compañera de martirio pero incapaz de moverse, permaneció quieta mientras su recién estrenada dueña se entretenía relajando los músculos del esfínter de Isabel con su lengua. Es más, tuvo que morderse los labios para no gritar de celos al ver que no era su ano el que estaba siendo violado por los dedos de la mujer que tanto amaba.
Si aquello ya era de por sí humillante, más aún fue ver a Isabel que levantándose, se ajustaba un arnés con un tremendo falo a su cintura. Tras lo cual susurró unas dulces palabras a su indefensa víctima y colocando la punta del consolador en su esfinter, de un solo golpe se lo introdujo por completo en su interior.
Isabel-Jane gritó al sentir que se desgarraba por dentro pero no intentó liberarse del castigo, sino que sorprendiéndome por enésima vez, meneando sus caderas buscó amoldarse al instrumento antes de empezar a moverse como posesa. Su jinete esperó que unos segundos antes de darle una fuerte nalgada en el culo.
-Muévete, ¡puta!- gritó al tiempo que se lanzaba en un galope desbocado usando los pechos de la morena como agarre.
Patricia-Chita miraba desconsolada el momento. Con su corazón encogido, sufría cada envite de Lucía como una afrenta. Estuve a punto de intervenir y tomarla para mí pero decidí no hacerlo. Entre tanto mi esposa cambió el culo de la Jane por su sexo y con fuerza la penetró mientras su nueva adquisición se derrumbaba sobre la cama.
-Nunca me imaginé que esta zorra disfrutara tanto- dijo dirigiéndose a mí al comprobar que esa morena apenas podía respirar.
Fijándome en la cara de su víctima, descubrí que el placer había hecho mella en ella y que con la mirada perdida babeaba cada vez que su agresora le daba una estacada.
«¡Y parecía frígida!», me dije recordando su frialdad la noche anterior.
Confirmando su excitación, la morena comenzó a balbucear incoherencias mientras su cuerpo convulsionaba y pegando un grito, se corrió llenando con su flujo las sábanas de mi lecho. Lucía al escuchar y ver que había conseguido desencadenar ese tremendo orgasmo en la muchacha, decidió que ya era hora que esa puta le devolviera parte del placer. Intercambiando su lugar con ella, se quitó el arnés y tumbándose en la cama, exigió a Isabel-Jane que la masturbara.
Siguiendo sus instrucciones, empezó a bajar por el cuerpo de mi compañera. Mi rubia dejo que le abriese las piernas y al hacerlo, pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que indicara el camino que Jane tenía que seguir.
Para ésta, el sabor agridulce de su coño ya no era una novedad pero en este caso como estaba excitada fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara los dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. Lucía recibió húmeda las caricias de esa lengua sobre su clítoris y sin pedirle su opinión me exigió que la tomase para mí, diciendo:
-Pedro, ¡quiero ver te la follas!
Sus primeros gemidos coincidieron en el tiempo con mi llegada a su lado. Mientras nuestra nueva esclava seguía dando buena cuenta del chumino de mi esposa, le abrí las nalgas para acto seguido darle un duro azote. Excitada por mi duro trato y pegando un grito, Jane me imploró:
-¡Hágame suya! ¡Quiero sentir la verga de mi amo en mi interior!
Su lenguaje sumiso espoleó mi lujuria y colocando la punta de mi glande en la entrada de su cueva, fui forzándola de forma muy despacio. Esa lentitud me permitió sentir el paso de toda la piel de mi miembro, abriéndose paso por los labios de su sexo mientras la llenaba.
Lucía exigiendo su parte, tiró del pelo de esa muchacha y acercándole la cara hasta su pubis obligó que su lengua volviera a introducirse en el interior de su vagina, al tiempo que mi pene campeaba libremente ya dentro del sexo de la morena. Isabel gimió desesperada al sentir mis huevos rebotando contra su culo pero realmente se volvió loca al sentir que dotaba a mis embestidas de un ritmo brutal. Y mientras su boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de mi esposa, se creyó morir.
-¡Me corro!
Chilló nuevamente pero entonces me escuchó prohibírselo diciendo:
-Tienes prohibido hacerlo hasta que tu dueña lo haga.
No hizo falta que dijera nada más. Éramos un engranaje perfecto, mis embestidas obligaban a la lengua de Jane a penetrar más hondo en el interior de su amante y los gritos de Lucía al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque por mi parte. La rubia fue la primera en correrse retorciéndose sobre la cama y mientras se pellizcaba sus pezones, nos pidió que la acompañáramos. Al oírla, aceleré y cayendo sobre la espalda de la otra mujer, me derramé regando el interior de su vientre con mi semilla. Lo de Isabel fue algo brutal, desgarrador, al sentir mi semen en su interior mientras seguía penetrándola sin parar, hizo que licuándose al sentirlo, chillara y llorara a los cuatro vientos su placer.
Durante unos minutos e ignorando a la pobre “Chita”, nos mantuvimos en la misma posición hasta que ya descansado me levanté y dirigiéndome a la insatisfecha ignorada, comenté:
-Zorra, prepara la bañera. Me apetece darme un baño.
La morena que antiguamente respondía al nombre de Patricia salió corriendo a cumplir con mi orden y a pesar de su rapidez, no pudo evitar que callera en la cuenta de los gruesos lagrimones que recorrían sus mejillas.
«Se siente una piltrafa, está pensando que su destino va a consistir en servirnos como criada y que nunca va a participar en nuestros juegos», medité descojonado. Al girarme y mirar a su ex socia, la descubrí mirándome con una veneración que me resultó hasta incómoda: «En cambio, Jane esta está feliz. Aunque en un principio era totalmente reacia a ser nuestra sierva, ahora no cabe de gozo. Se ha dado cuenta que a nuestro lado va a descubrir un placer que no sabía ni que existía».
Sabiendo que mi vida había tomado un nuevo rumbo y que a partir de ese día íbamos a formar un extraño cuarteto donde el único que iba a tener un papel definido era yo, comprendí que mi tiempo en España y en mi compañía había terminado y por eso tomando asiento en la cama, pedí a la morena que me trajera el ordenador.
Mientras Jane se levantaba a por él, mi querida esposa me preguntó el motivo de tanta urgencia. Muerto de risa, le solté:
-He decidido hacerte caso y quiero ver contigo otra vez esa mansión de la que tanto hablas…

Relato erótico: “Seducida” (POR MARIANO)

$
0
0

SEDUCIDA.

Julio aparcó el coche en el parking de la estación de tren de Chamartín y abrió desde dentro el portamaletas del vehículo. Miró a su derecha, donde Chus, su esposa, recogía su bolso y su neceser. Ambos salieron del vehículo y Julio acudió al portaequipajes para coger la pequeña maleta verde.

– ¿No quieres que te acompañe hasta el tren? – preguntó Julio, esperando que su esposa no le obligara a hacerlo.

– No, gracias, la maleta pesa poco y yo puedo con todo – le contestó ella con una sonrisa.

Julio le devolvió la sonrisa y se dispuso a despedirse.

– Bueno cariño, que te lo pases muy bien, aprovecha y diviértete.

– Muchas gracias tesoro, la verdad es que lo necesito. Te voy a echar mucho de menos, y también a los niños. – y Chus lanzó un sincero mohín de medio arrepentimiento por dejar a su familia sola.

– Ciao, pórtate bien ¿eh? – le dijo Julio, despidiéndose, y recibiendo, una vez más, otra sonrisa de su mujer con la que le trasmitía que no se inquietara.

Julio la vio adentrarse en la estación de tren y él entró de nuevo en su vehículo, convencido de que sin duda ella se portaría bien.

Chus se encontró en la estación a sus dos amigas, Eva y Loli, con las que iba a pasar unos días de vacaciones en la costa levantina. Tras los saludos de rigor se adentraron en el tren, rumbo a su destino.

Durante buena parte del trayecto ella no hizo más que pensar en la conveniencia o no del viaje que estaba emprendiendo. La idea había sido de Eva, una mujer de casi 55 años, a la que había conocido hacía poco tiempo, en el campo de golf. Habían hecho buenas migas y Eva la invitó a pasar unos días, junto a otra compañera, Loli, en su apartamento de la costa. Chus rehusó inicialmente el ofrecimiento, alegando su obligación de cuidar de sus dos hijos, pero al comentarle a su esposo la invitación recibida, a éste le pareció muy beneficioso para ella que se marchara, y le empujó a hacerlo, con insistencia, esperando que ella pudiera relajarse, después de un duro año de problemas familiares y del stress que le producía la lucha diaria con sus dos niños pequeños y con el trabajo.

A Chus le costó mucho convencerse, pero al final aceptó, consiguiendo que su padre se encargara de los peques durante el día, hasta que Julio regresara del trabajo. En el fondo ella era consciente de que, en efecto, necesitaba tranquilizarse y desconectar, intentando ponerse a punto para afrontar, a su regreso, la rutina diaria. Esperaba tener mas ganas y fuerzas para atender también a su esposo, con el que llevaba más de medio año sin hacer el amor por su propia desgana. Su esposo era un cielo, la trataba como a una reina, y se había mostrado mucho más comprensivo y partidario que ella misma a que realizara el viaje, de modo que se propuso ponerse las pilas y recompensarle a la vuelta de su viaje.

Llegaron a su destino un martes por la noche, bastante cansadas, y planificaron las jornadas siguientes hasta el domingo, día en el que regresarían a Madrid. El plan era simple, playa por la mañana, aperitivo y comida en algún chiringuito, siesta y partido de golf. Para las noches no pensaron en ninguna actividad, pues salir de copas no era lo que andaban buscando en esas minivacaciones.

Siguiendo el plan previsto el miércoles por la mañana fueron a la playa. Tomaron el sol y se bañaron en mutua compañía, hasta que Chus propuso dar un paseo por la playa. Ni Eva ni Loli estaban por la labor, y Chus se alejó de ellas, paseando hacia un extremo de la orilla, hasta alcanzar una pequeña cala que compartía arena y unas grandes rocas. Se sentó sobre una de las rocas, mirando al mar, pensando en su esposo, en sus hijos, en su casa, en su aburrido trabajo, en lo que era su vida.

Eric vio cómo la mujer morena se separaba de las amigas y la siguió a distancia, sentándose en otra de las piedras de la calita. Observaba a la mujer que se encontraba a escasos metros de él. La pequeña distancia le permitía apreciar, mejor que en la playa, la belleza de su rostro, pero sobretodo pudo deleitarse observando su cuerpo embutido en un bikini de color amarillo fosforescente, aunque sus piernas se ocultaban parcialmente bajo el pareo negro anudado en su cintura. Dentro de una moderada esbeltez general percibió la apetitosa redondez de sus carnes, unas piernas firmes y un pecho de buenas dimensiones, sin exagerar. Deseaba acercarse a ella para verla más de cerca, pero era consciente de que no había llegado aún el momento de hacerlo.

Chus tardó un buen rato en percatarse de la mirada penetrante y continuada del hombre sobre ella y cuando lo descubrió ella hizo lo mismo, intentando aguantársela. Al final cedió por unos instantes, pero al alzar de nuevo la vista, se encontró con que él no apartaba sus ojos de ella, y eso la molestó, convencida de que el individuo era uno de los muchos mirones que había en la playa. La escena se repitió unas cuentas veces más, engordando el cabreo de Chus. Pensó en marcharse, pero tampoco encontraba una razón suficiente para abandonar el bonito lugar, hasta que observó, con satisfacción, que por fin el hombre había apartado la vista, ignorándola.

Eric se tumbó sobre su toalla y decidió dar por terminada la sesión. Comenzaba a cosquillearle el sexo, imaginando un futuro prometedor teniéndola entre sus brazos, pero su propósito ese día había sido tan solo el de que ella se percatara de su presencia y ese objetivo consideraba que estaba plenamente conseguido.

Al día siguiente Eric tomaba el sol tumbado sobre una de las inclinadas rocas de la cala. Unos minutos antes se encontraba en la playa, a cierta distancia de Chus y sus amigas, ansiando que ella las abandonara y volviera a la cala. Cuando ella se levantó y se puso el pareo, imaginó que la mujer se dirigiría a la cala y se apresuró a adelantarse para que ella le encontrara allí. En efecto, poco después, ella apareció y él, aliviado con su presencia, siguió su plan, haciéndose el dormido.

Chus se acomodó en otra roca, descubriendo frente a ella, a escasa distancia, al cretino que la había devorado con los ojos el día anterior. “Asco de mirones”, pensó, sin percatarse de que ella estaba haciendo en ese momento lo mismo. El tío parecía dormido y Chus no pudo evitar analizarle. Era aparentemente alto, y de pelo rubio y corto. Le calculó unos 30 años más o menos, desde luego más joven que ella, que se acercaba ya a los 40. Su cuerpo era bastante atlético y estilizado, tumbado así como estaba, y los rasgos de la cara, aún a distancia, mostraban una cierta dureza que le hacían ciertamente atractivo. Llevaba un bañador tipo bermuda, de color azul celeste. Se detuvo un buen rato intentando leer unas letras dibujadas en el bañador, sin conseguirlo. Al alzar la vista, dio un respingo, viendo sobre ella la miraba fija del hombre y recibiendo de él una abierta sonrisa. Casi sin querer, ella le devolvió la sonrisa, y de inmediato miró a otro lado, avergonzada por haber sido descubierta in fraganti, pero más aún ante la posibilidad de que el hombre pudiera pensar que ella estaba inspeccionando la zona prohibida de sus atributos masculinos.

Eric sabía desde el principio que ella le estaba examinando. Mantuvo sus ojos sólo un poco entreabiertos, para que ella pensara que él dormitaba, pero tenía suficiente campo de visión para poder confirmar que suscitaba interés en la mujer, y hasta que parecía ser objeto de su curiosidad lo que él escondía debajo de su bañador. Todo iba muy bien, veía más cercana la posibilidad de poder abordarla, pero debía seguir yendo paso a paso con cautela.

Durante un buen rato, Chus se perdió contemplando el mar, pero esta vez no pensaba en la rutina de su vida, ni en su familia, sino en el hombre al que unos minutos antes había inspeccionado. Suponía que ahora era él el que la estaría analizando, seguramente desnudándola con la mirada, pero la vergüenza le impedía volver a cruzar sus ojos con los de él. Como el día anterior pensó en irse, pero prácticamente acababa de llegar y no quería parecer una cobarde ante él. Intentó relajarse, perdiéndose en otros pensamientos, pero la imagen varonil le volvía una y otra vez y, cada vez con más frecuencia, la de las letras ocultas de sus bermudas azules. En un momento dado la imagen pasó de las letras al interior del bañador del hombre, y se desconcertó. Fue un instante fugaz, pero su mente había dibujado una imagen del pene del bañista.

Eric se percató de la incomodidad creciente de la mujer. Hubiera dado un mundo por saber que pensaba ella en ese momento, y decidió acercarse, temiendo que ella se marchara.

– Hola, ¿te gusta este lugar? – le preguntó Eric, una vez junto a ella.

Ensimismada en sus pensamientos, Chus no le había visto acercarse, y se sobresaltó viendo de pie, a su lado, al apuesto hombre rubio. Le costó reaccionar y contestó, tratando de no mirarle a los ojos:

– Ehh …. Pues sí. Es bonito.

– Tiene buenas vistas, ¿no crees? – dijo Eric, mirando al horizonte del mar.

Chus, que seguía sin mirarle, no interpretó la inocencia de la pregunta, e imaginó que tal vez se refería al lugar donde tenía puestos sus ojos cuando fue sorprendida por él. Ansiaba explicarle que no era lo que parecía y su nerviosismo fue en aumento. No contestó.

Eric observaba, ahora de cerca, que las facciones de la mujer eran muy atractivas, su pelo negro y liso que sobrepasaba los hombros y un rostro de marcado equilibrio en el que destacaban especialmente sus labios claros y carnosos. Era muy guapa. No podía aún ver el color marrón de sus ojos, porque ella no se atrevía a mirarle. Intentó retomar la conversación:

– Yo vengo de vez en cuando aquí. ¿Y tú? Ayer también te vi.

Chus se atrevió por fin a mirarle, descubriendo unos ojos azules como el bañador y una sonrisa que la impactaron.

– Bueno. Sólo llevo 2 días aquí.

– Yo vivo y trabajo aquí, aunque ahora estoy de vacaciones. Me llamo Eric ¿y tú?

– María Jesús – dudó ella antes de contestar – bueno, en realidad, todos me llaman Chus.

Eric se sentó frente a ella, para ponerse a su nivel, y le comentó que su padre era danés y su madre española. Ella le explicó que también estaba da vacaciones. La conversación versó sobre temas banales, en los que Eric aprovechó para deleitarse con el cuerpo de la mujer y se animó viendo como ella, poco a poco, se tranquilizaba y se mostraba abierta a conversar.

Tras bastantes minutos de charla, Chus decidió volver con sus amigas y se despidieron con un pequeño apretón de manos, notando él el anillo nupcial que ella llevaba en su dedo anular.

Mientras volvía a su apartamento Eric valoraba nerviosamente la situación. Se había acostado con muchas mujeres más jóvenes, y además todas eran libres. El sabía que esto era algo muy especial y complicado. Nunca había abordado una mujer más madura que él, además de bella y sumamente apetecible, y su condición de casada y el escaso tiempo de que disponía, daban un valor extra a la morbosa tarea de seducirla y conseguir llevársela a la cama. Por primera vez en mucho tiempo Eric no pudo evitar la erección de su polla bajo sus bermudas azules, con solo imaginarse haber tenido éxito, follándose a esa hermosa hembra.

Chus pasó el resto de la tarde con repentinas apariciones en sus pensamientos del varonil macho con el que había conversado en la playa. Indudablemente era un hombre atractivo y agradable en el trato. No vio maldad alguna en lo sucedido ni en las posibles intenciones de él. Por la noche, ya acostada, la maldad salió de ella misma, cuando la visión de Eric se le empezó a aparecer con más asiduidad, y lo que era peor, cuando se le repetía la imagen de la polla bajo el bañador azul. También ella, por primera vez en mucho tiempo, se sintió excitada, sin contacto sexual, y necesitada de masturbarse. Por supuesto que no lo hizo, pero al despertar al día siguiente sabía que había tenido sueños húmedos, aunque no recordara los detalles, y que Eric había participado en ellos. Inquieta, tomó la decisión de no acudir ese día a la calita.

Era la mañana de un viernes soleado y Eric aguardaba con paciencia sobre la arena, escondido, a que Chus abandonara a sus amigas y se dirigiera a la calita. Tenía intención de enseñarle otra zona de la costa y profundizar en su relación, algo necesario si quería avanzar en su morbosa tarea de conquistarla. Conforme pasaba el tiempo y ella permanecía tumbada sobre la arena, le invadió el desánimo. Se había convencido de que ella iba a ir a la cala, pero sus previsiones no parecían acertadas. Siguió distancia a las tres mujeres cuando estas abandonaron la playa, y las vio desaparecer. Se fue a su propio apartamento, muy cercano al de ellas, pensando en como actuar, intuyendo la existencia de una montaña por delante.

Chus se sentía satisfecha, mientras comía, por haber resistido la tentación, que tuvo en varios momentos de la mañana, de ir a la cala. La charla con las amigas le fue serenando y, por suerte, dejó de “ver” a Eric y al contenido de sus bermudas. Tras la comida, buscó un cigarro para acompañar al café y vio que no le quedaba ninguno. Se lo pidió a Eva, pues Loli no fumaba, pero ella tampoco tenía. Resignada salió de casa, buscando un bar para comprar tabaco.

Eric apuraba, sudoroso, las últimas gotas de su café, deseando abandonar cuanto antes el local en el que fallaba el aire acondicionado. Estaba resignado y solo podía esperar a que al día siguiente Chus se animara de nuevo a ir a la cala. Entonces la vio entrar en el bar, encantadora, vistiendo un pantaloncito blanco, y una camiseta de tirantes verde manzana. La inicial sorpresa no le impidió que sus mecanismos seductores se pusieran inmediatamente en marcha para aprovechar la ocasión, y la abordó mientras compraba el tabaco.

– Hola Chus, ¿puedo invitarte a un café?

Chus se giró y se topó con el bello rostro del hombre, con sus ojos azules, con su barba de un día y con un aroma especial que emanaba de él y que, en menor grado, ya había notado en la cala, el día anterior. Tardó unos segundos antes de contestar nerviosamente:

– Sí, claro, por supuesto. Con hielo, por favor. – Y de inmediato se preguntó por qué diablos había aceptado, en lugar de rechazar cortésmente la invitación.

Se sentaron, encendiéndose un cigarro cada uno, y se miraron unos momentos, sin hablar.

– ¿Qué haces tú aquí? – le preguntó ella, rompiendo el hielo

– Vivo en este mismo edificio

– ¿Y hace tanto calor como aquí? – volvió a preguntar ella, empezando a sudar también.

– No, ni apartamento está fresquito. Si te apetece, te lo enseño.

“Eso quisieras tú”, pensó Chus, ante las palabras del hombre.

– No gracias, tengo que irme. – contestó, terminándose el café y cogiendo el bolso.

Mientras la acompañaba a la puerta de salida del bar, Eric intentó mantener la charla:

– Oye, no te he visto en la cala esta mañana.

– Ya, no tenía muchas ganas de andar – mintió Chus

– Lástima, quería enseñarte un lugar muy bonito – y Eric intentó recuperar el tiempo perdido, añadiendo – Podía enseñártelo ahora.

– ¿A estas horas y con este calor? – pretextó ella.

– Bueno, pues mas tarde. ¿A las 7 es buena hora?

Chus quiso seguir siendo cortés y prefirió contestar un tal vez, que negarse en rotundo. Al salir caminaron unos metros juntos, hasta que Eric entró en el portal de su apartamento y se despidió, hasta las siete. Chus no pudo evitar observarle mientras se adentraba en el portal, admirando, su estimulante figura, envuelta en los jeans y en una camisa blanca ancha. Se dio cuenta de que las imágenes de él se le iban a presentar de nuevo.

A las 7 en punto Eric aguardaba en la cala, nervioso e impaciente, la llegada de Chus. Lo del bar había sido un golpe de suerte inesperado, que le había devuelto la ilusión por el éxito, pero debía confirmarse ahora, si ella acudía a la cita. Tras diez minutos de ansiosa espera, reconoció, acercándose a la cala, la presencia femenina que tanto esperaba. Una honda satisfacción recorrió su cuerpo y se preparó para recibir a la mujer.

Chus divisó al rubio danés/español en la lejanía. Aún dudaba si estaba haciendo bien o mal en ir allí. Al salir del bar tenía claro que no iría a la cala, pero, como esperaba, durante la siesta Eric se le presentó con frecuencia y notó que en el fondo le apetecía su compañía. Era consciente del interés que suscitaba en él y suponía que intentaba flirtear con ella, pero eso de sentirse apreciada y admirada como mujer era algo que hacía mucho tiempo que no experimentaba. En todo caso ella siempre podría poner el freno a cualquier iniciativa peligrosa de Eric.

Tras saludarse, pasearon por la playa, más allá de la conocida cala, hasta llegar a una zona en la que las piedras cortaban el acceso por la arena. Chus miró dubitativa a Eric y este simplemente dijo “¡A nadar!”, y se metió en el agua, animándola a seguirle. Ella dudó entre quitarse el pareo y llevarlo a mano, o nadar con él puesto. Optó por los segundo y le siguió, andando sobre el fondo del mar, hasta que la profundidad le obligó a nadar. Bordearon a nado la roca que les impedía el paso hasta acceder a una zona rocosa de la costa, en la que solo había una minúscula franja de playa.

Eric se percató del cansancio de la mujer, mientras salían del agua, y le cogió de la cintura para ayudarla. Le encantó sentir por primera vez la suavidad de la piel y la dureza de su carne bajo la pequeña presión de sus dedos, pero lo que más le entusiasmó fue notar el estremecimiento de ella al agarrarla, claro indicio de que él no le era indiferente. Supo que tenía que esforzarse en seguir jugando bien sus cartas, consiguiendo que ella se sintiera cada vez más a gusto con él. Cuando la mujer se soltó el mojado pareo, que la incomodaba, y se tumbó boca abajo sobre la arena él, que permanecía sentado, pudo por primera vez admirar de cerca su hermoso trasero, firme, respingón en su grado justo, con buena parte de su esplendor fuera del bikini, toda una hermosura.

Hablaron casi dos horas, y contemplaron una gruta horadada en la roca que Chus no había podido descubrir hasta que ambos salieron el agua. Aunque ella estuvo un buen rato turbada por las sensaciones percibidas cuando Eric la ayudó a llegar a la arena, al poco se encontraba a gusto, tranquila y liberada de toda tensión, disfrutando del lugar y de la amena charla de Eric, su acompañante. Sin embargo, cuando él le invitó a cenar, ella se rehusó. No quería intimar más con el apuesto hombre y le tranquilizó el que él no insistiera. Esa noche, al mirarse en el espejo, se vio tan guapa y atractiva como cuando era joven, orgullosa por las atenciones de Eric, pero firme y segura de sí misma. Durmió de un tirón, pero al despertar, Eric estaba más vivo que nunca en su mente y notó su sexo mojado. Presintió el peligro de volver a verle y se mezcló con el deseo de hacerlo. Era el último día que irían las tres amigas a la playa, y dudaba en ir o no ir esa mañana a la cala.

Eric estaba oculto, una vez más, a cierta distancia del lugar donde se ponían las mujeres en la playa. El no había dormido esa noche tan bien. Se despertó varias veces, nervioso y excitado porque el día siguiente era el último del que disponía para conseguir a la mujer a la que ya tanto deseaba. Vio llegar a las amigas de Chus, pero no a ella. Algo intranquilo, se fue a la cala, esperando encontrarla allí, pero no fue así. Esperó un rato, cundiéndole el desánimo al no verla llegar, hasta que por fin la divisó acercándose. Se ocultó morbosamente, con la curiosidad de conocer como reaccionaba ella, sin estar él. Cuando vio que ella se acomodaba en la roca y no cesaba de mirar para uno y otro lado, sintió un pequeño latigazo en su entrepierna. Era evidente que también ella le buscaba a él y eso le abría, y mucho, el camino por recorrer ese día. Con la confianza por las nubes, fue al encuentro de la mujer.

Estuvieron toda la mañana charlando, conociéndose y admirándose mutuamente. Llegaron a tanta soltura que, en uno de los pocos momentos de silencio, mientras Chus tomaba el sol boca abajo, Eric decidió arriesgarse y acariciarle suavemente con la yema los dedos la espalda tersa que tan bonita se le ofrecía, recibiendo con gusto un nuevo estremecimiento por parte de la mujer y como a ella se le ponía la piel de gallina. Dado que Chus no le ponía pegas a la inocente caricia, Eric acabó extendiéndola al tentador culo de la mujer, con un roce tenue pero suficiente como para palpar su excitante redondez. Y Chus, obviamente, se sintió obligada a protestar, pese a que habría querido seguir sintiendo esos dedos deslizándose sobre su piel.

– Eric, no te pases.

– Lo siento Chus, me dejé llevar.

– Vale, pero no sigas.

– ¿Ni en la espalda? – añadió él, poco convencido de lograrlo.

– ¡Ni en la espalda! – Se reafirmó ella, y cambió de posición, sentándose junto a él.

Después fueron a un bar en la playa a tomar unas cervezas. Un buen rato después Chus miró el reloj y vio que era tardísimo. Había estado tan a gusto charlando y bromeando con Eric, tanto en la cala como en el chiringuito en el que se encontraban, que el tiempo se le había pasado volando y sus amigas seguramente le estarían echando en falta. Pero en su interior algo no funcionaba bien, le oprimía el estomago tener que despedirse definitivamente del hombre que la miraba y trataba con tanta devoción. Se terminó la cerveza fría y la última de las aceitunas que había compartido con Eric y, con pesar, procedió a despedirse:

– Bueno Eric, debo irme

– ¿Ya?

– Sí me están esperando.

– Me sabe mal que te vayas, así tan de repente.

Chus no contestó, simplemente hizo una mueca de resignación y permaneció adorando los ojos azules masculinos.

– Me gustaría invitarte a cenar esta noche, para despedirnos con más calma. – le dijo Eric, sabedor de la importancia del momento.

Chus notó un escalofrío recorrer todo su ser, al escuchar la proposición del guapo rubio que tenía ante ella. Temía y deseaba muchísimo esa cita, en el fondo de su interior estaba ansiando recibir la invitación, pero no quería que él pudiera ilusionarse en algo más que una cena y una animada charla. Miró para todos los lados, dudando la respuesta.

– Vamos, no te voy a comer – insistió Eric, intentando calmar sus dudas, y consiguiendo su propósito, pues, en efecto, Chus se reconfortó con estas palabras, y aceptó, convencida de poder pasar una velada entretenida y divertida, sin ningún otro matiz.

Eric en cambio, regresaba a su casa con la adrenalina por las nubes, tras obtener el esperado sí de Chus a la cita. Recordó las palabras que hicieron que ella aceptara y se imaginó, con gran excitación, que efectivamente se comía el cuerpo desnudo de aquella mujer, de arriba a abajo.

Eric la llevó a cenar a un restaurante pequeño y acogedor. Durante la cena intentó en varias ocasiones dirigir la conversación hacia el lado sexual, pero no lo consiguió. Tampoco logró mucho con la bebida. Ella solo bebió una copa de vino y una de champán, lo que tanpoco favorecía la necesaria desinhibición de la mujer, La coraza de Chus era fuerte por esos lados y Eric no tuvo más remedio que desviar sus estrategia más hacia otro tipo de gestos. Durante le cena le cogió en más de una ocasión la mano, con falsa galantería, regalándole piropos, estos nada falsos. Antes de levantarse de la mesa, mientras le ofrecía sus impactantes ojos, le acarició suavemente el rostro, removiendo las defensas de la mujer.

La cena había sido magnifica y entretenida, como imaginaba Chus. Paseando por el muelle, ella intentaba controlar sus emociones. Eric estaba teniendo el comportamiento que ella esperaba, pero era consciente de la fuerte atracción que ella sentía por el hombre que paseaba a su lado, ahora en silencio. También sabía que era prisionera de sus circunstancias personales, de su vida y no se sentía capaz de salir de esa jaula. Se levantó una suave brisa y ella murmuró un “Tengo un poco de frío” en el medio del silencioso andar de ambos, y Eric la tomó del hombro, atrayéndola hacia él, dándole el calor que ella necesitaba. Chus sintió la necesidad de recostarse sobre el pecho él, y así lo hizo, sin poder evitar soltar un suspiro, al sentir junto a ella el apetecible cuerpo masculino. Tampoco pudo evitar decir que sí, cuando al llegar al portal donde vivía Eric, éste le invitó a subir a su apartamento.

Eric estaba ansioso y excitado, al entrar en su apartamento acompañado de la deseada mujer. Había estado a punto de besarla en el muelle cuando ella se acurrucó sobre él, pero se contuvo, porque ese no era el lugar en el que quería tenerla para disfrutarla. Ahora, en su apartamento, debía culminar su tarea y debía hacerlo pronto, antes de que ella se enfriara, después del romántico paseo en el que sabía que había logrado abatir buena parte de las resistencia natural de Chus. Se dio toda la prisa del mundo en poner música suave y en servir dos copas de champán, ansiando iniciar el ataque definitivo, antes de que ella pudiera arrepentirse.

Mientras él le servia la copa, Chus ya empezaba a preguntarse qué hacía allí arriba, en la casa de él, casi a su disposición, y su lucha interior se reavivó, tal y como presentía Eric. Empezó a pensar en Julio, en sus hijos, en todo su mundo, hasta que Eric se sentó a su lado y le preguntó:

– ¿Cómo estas?

– Bien – contesto ella, entre un mar de dudas. Y sintió como le envolvía el embriagador aroma masculino de Eric, cuando éste se le acercó para besarla, pero no le dejó hacerlo.

– No Eric, esto no.

Te deseo Chus – contestó él con toda la sinceridad del mundo, alcanzando los labios de la mujer con los suyos.

Chus retrocedió levemente y, mirando hacia el suelo, murmuró:

– No Eric. Tu compañía ha sido estupenda estos días, pero vamos a dejarlo así.

Eric esperó a que levantara la vista y, mientras se miraban a los ojos, contestó:

– No puedo dejarlo así, eres irresistible.

Chus notó en la mirada de Eric el deseo de éste, llenándose de orgullo femenino y de excitación. Y se dio cuenta de que irresistiblemente ella también le deseaba a él. Cuando sintió de nuevo los labios de Eric sobre los suyos apenas pudo susurrar un “Eric, por favor, por favor”, y, entreabrió la boca, abriéndole paso.

Eric la besaba con pasión, pero no encontraba aún la respuesta de entrega que deseaba de ella. Pensó que tal vez debía estimularla más, y la acarició, paseó las manos por sus hombros y bajó a sus senos, tapados por la blusa turquesa. Le desbotonó la blusa para poder sobar más libremente los preciosos pechos de la mujer, y dejó de besarla para aplicar sus labios a estos, sobre el sujetador, notando con satisfacción la dureza de sus pezones. Creyendo que su táctica funcionaba, llevó la mano a los muslos y las subió con rapidez al pubis de ella. Chus cerró instintivamente las piernas, y él, preso de la urgencia, intentó forzar la entrada de sus dedos al sexo de ella.

Pese a desear a Eric, Chus no estaba aún preparada para ofrecerse tan fácilmente al roce de las manos del hombre. Se apartó lentamente de él, retrayéndose al brazo del sofá. Con voz turbada intentó frenar el fervor de Eric:

– No debo hacerlo.

Eric tardó en unos instantes en reaccionar, admiró el excitante pecho semidescubierto de Chus y se acercó a ella acorralándola en el extremo del sofá, rozando suavemente sus mejillas con las de ella. Le susurró de nuevo un “Te deseo”, y aún pudo escuchar de ella un apagado “No debo hacerle esto a mi marido”, antes de encontrar vía libre para besarla en la boca.

Chus sintió la lengua de Eric abrirse paso y besarla como un ángel. Aspiró de nuevo ese aroma masculino que tanto le atraía, y quedó desarmada. Se le hizo evidente que seguramente nunca se le volvería a presentar una ocasión igual de sentir semejante atracción por un hombre ni de sentirse tan ardientemente deseada por un alguien tan atractivo como él. Derrotada, no pudo evitar recordar fugazmente a su marido y le pidió perdón, justo antes de abrazarse al cuello del Eric y unir su lengua a la de él en un incontrolado baile de ida y vuelta entre sus bocas.

Eric sintió con alivio cómo la mujer ahora sí que parecía entregarse como él deseba. Se había precipitado torpemente y había puesto en peligro toda su labor anterior, pero, afortunadamente, había sido un acierto besarla de nuevo, y antes de intentar volver a empezar a saborear las partes más intimas de ella, decidió llevarla a un lugar más cómodo. Sin dejar de besarla la cogió en brazos y se dirigió con ella al dormitorio.

Chus notó que él la levantaba e imaginó lo que se proponía a hacer. Se mantuvo firmemente agarrada a su cuello hasta que sintió como caían suavemente sobre la cama, ella boca arriba y él sobre ella.

Eric no quería volver a poner en peligro su labor, ahora que había conseguido superar la resistencia de la mujer y se volvía a acercar a la victoria. Siguió besándola mientras, sus manos, sin prisas, avanzaban acariciando su rostro, su cuello y los costados de la mujer, antes de aterrizar en sus pechos y estrecharlos suavemente. Palpó la carne dura que sobresalía del sujetador y volvió a recrearse con la dureza de los pezones por debajo de la prenda. Aunque ansiaba liberarlos, se tomó su tiempo, yendo y viniendo con sus manos, introduciendo a veces sus dedos por el interior del sostén para acariciar los pezones, notando con entusiasmo como ella se volcaba aún más en el beso, reaccionando a la caricia, hasta que consideró que el momento era oportuno para volver a buscar la parte más intima y deseable de la mujer.

Chus sintió la mano de Eric reptar lentamente por la parte interior de sus muslos, buscando su sexo encendido. Mantuvo por unos instantes las piernas cerradas, en un último e inútil esfuerzo por evitar lo inevitable. Eric ya le acariciaba sin trabas el pubis por encima de las bragas, tanteando la parte acolchada que formaba su vello púbico, bregando sin prisas por alcanzar la parte mas escondida de su sexo. El grado de excitación de Chus era tan alto, que pedía estimularse cuanto antes el clítoris. Abrió las piernas deseando que él se encargara de ello y de inmediato sintió los ansiados dedos del hombre posarse sobre las zona mas húmeda y necesitada de su coño, provocándole un hondo suspiro que se ahogó en el apasionado beso. Encendida como nunca, se incorporó ligeramente para poder acceder con sus manos al vigoroso cuerpo del macho que la estaba cubriendo de placer. Solo necesitó desabrocharle un par de botones de la camisa, pera tener acceso a su fuerte torso. Jugó un ratito, enroscando sus dedos entre los vellos del pecho de Eric y rozándole las tetillas, luchando por decidirse en hacer lo que realmente estaba anhelando.

Eric estaba agradablemente sorprendido por la actividad de la mujer, y más cuando ella paseó la mano hacia su entrepierna. Se deleitó con las sensaciones que la mano femenina le provocaba, cuando alcanzó su bulto sobre el pantalón e, indecisamente, empezó a tantearlo, recorriéndolo con la palma varias veces para medir su extensión y luego pellizcándolo suavemente, para calibrar su grosor. Cada vez más seguro de estar alcanzando su objetivo, metió sus dedos por el costado de las braguitas de la mujer, deleitándose al contactar con su vello púbico y al abrirse paso por completo a su raja, comprobando la fiebre y humedad de ésta.

Sus dedos jugaban recorriendo los labios del coño de Chus, introduciéndose entre ellos, provocando que ella moviera su pelvis cada vez que alcanzaba y acariciaba su botoncito de placer. Justo en el momento en que él pensaba sacar su polla al exterior y ofrecérsela desnuda a Chus, esta dejó de tocarle el bulto de la polla, y también dejó de besarle, abandonándose a gemir más a gusto, mientras él la masturbaba, y sintiendo la inminencia del orgasmo. Eric dejó de acariciarle el coño, pues no quería que ella se corriera tan pronto, pero se llenó de orgullo, y tuvo la certeza de que toda resistencia estaba rota y de que la mujer iba a ser por fin completamente suya.

Chus se desesperó cuando Eric dejó de tocarla e incluso de abrazarla. Le había dejado al borde de culminar su placer, saboreando las deliciosas sensaciones previas a un orgasmo que presumía ibas a ser apoteósico. Desnuda del contacto íntimo de su amante, abrió sus ojos, buscándole para implorarle que siguiera, que no le diera cuartel, y encontró el rostro de su amante a la altura de su sexo, respirando el aroma femenino que éste desprendía. Eric le bajó las braguitas y Chus, agradecida, se preparó para disfrutar sin límites.

Eric se incorporó un poco para ampliar el ángulo de su visión y poder admirar en toda su extensión el maravilloso coño que acababa de dejar al descubierto. El vello negro, no muy abundante, se extendía en longitud, pero dejaba despobladas y apetitosas las ingles. Los labios mayores, oscuros como los pezones, sobresalían lo suficiente de la mata de pelo para enseñarle el excitante rocío sexual acumulado, escondiendo el tesoro que iba a comerse. Acercó su boca a la hendidura y aplicó un suave beso a los jugosos labios salados del sexo de la mujer, recibiendo de ella el merecido gemido. Jugó con sus labios y con su lengua por los alrededores de la encendida raja, frenando la pugna desesperada de ella por hundir su cabeza en el coño. Un gemido mucho más prolongado escapó de Chus cuando Eric quiso dejar de luchar y sus labios aterrizaron y se hundieron con fuerza en la ansiada gruta, empapándose de sus apetitosos líquidos.

Chus experimentó toda una gama de sensaciones desconocidas mientras su chocho era, por primera vez en su vida, victima de una boca masculina. Ningún otro hombre, incluido Julio, le había comido el sexo, aunque su esposo no existía en ese momento para ella, sólo la lengua y los labios de ese maravilloso macho que recorrían de arriba a abajo su coño y hasta su ano, que se introducían en su vagina como revoltosos gusanos y que apresaban y sorbían como un pulpo su clítoris, enloqueciéndola. No fue capaz de soportar mucho tiempo el juego amoroso de su amante, y se corrió entre gritos escandalosos, inundándose su coño, tras varios mese de sequía, del preciado orujo de sexo, listo para que Eric lo bebiera triunfalmente.

Eric estaba disfrutado como nunca con esa mujer. Se sentía ganador, pero sobretodo comenzaba a saborear algo completamente nuevo para él, el morbo de lo prohibido, de la conquista y la entrega fervorosa de una mujer casada. Deseaba culminar su obra y follársela con todas sus ganas cuanto antes, no fuera a ser que tras haberse corrido decayera el ímpetu de la hermosa hembra. Mientras ella aún estaba bajo los efectos posteriores al orgasmo, le despojó de toda su ropa y de la suya propia, quedando ambos desnudos. Se echó sobre ella y situó su espada rozando la entrada del coño. Tras una fácil entrada, por la lubricación exterior, fue deslizándolo lentamente y por completo hacia el interior, notando como, sorprendentemente en una mujer que ya había parido, las paredes de su vagina le envolvían estrechamente la verga, causándole un placer que raramente obtenía de sus jóvenes conquistas. La besó de nuevo en la boca, notando una vez más el efecto en ella que, lejos de enfriarse, volvía a encenderse con el beso y el vaivén del miembro viril en su interior. Eric gozó con la estrechez del coño de Chus, y disfrutó follándola sin pausa y con ritmo lento y uniforme. Después de un buen rato, cambió de postura para poder sentir mejor su cautivador cuerpo y la puso de rodillas para penetrarla por detrás. Su esplendido trasero apareció ante él, cautivador y abierto, haciéndole incluso dudar donde hundir de nuevo su polla. La penetró de nuevo por el coño, juntó su pecho a la espalda de la mujer, y la agarró de los senos, dirigiendo los movimientos e imprimiendo un ritmo más veloz a sus embestidas.

Chus se encontró ensartada y aferrada por el macho que la estaba enloqueciendo de placer. Las manos de él recorrían todas las partes de su cuerpo que tenían al alcance, a veces incluso con impetuosa fuerza. En pocos instantes Chus estaba en el camino de un nuevo orgasmo y quería sentir aún más ese gran rabo que la penetraba. Se giró hacia atrás y, entre sus gemidos, se oyó a sí misma gritarle a Eric “Dame más fuerte”. Al instante las manos de Eric estaban en sus caderas y las penetraciones se hicieron feroces y profundas. Ahora sí que la polla de Eric le llenaba por completo, y le encantaba sentir el golpe del choque de los dos cuerpos cuando él apretaba hasta el fondo, sin piedad. Ni podía, ni quería ahogar los incontrolables gritos de gusto que solían de su garganta. Lista para correrse de nuevo, tomó ella la iniciativa. Tumbó al hombre boca arriba y se colocó a horcajadas sobre él, ensartándose sobre su virilidad y retomando ella el feroz ritmo de la follada.

Eric también estaba a punto y pensó en intentar correrse a la vez que ella, pero lo desechó. Eric conocía sus copiosas eyaculaciones, algo que sorprendía y gustaba a las chicas con las que se acostaba, pero sobretodo era especialmente placentero para él mismo, pues tardaba mucho en vaciarse, haciendo que sus orgasmos fueran muy largos. Sin embargo, para disfrutar al máximo de esa sensación, él era el que debía llevar el ritmo de los movimientos y eso era algo que no podía hacer en esa postura en la que era Chus la que se movía según sus propias necesidades. Decidió esperar a que ella se corriera primero y hacerlo luego él, follándosela en una posición más adecuada para su propio disfrute.

Agarrada a él como una posesa, Chus se movía a un ritmo infernal, gozando con la estaca de Eric completamente adherida a sus paredes vaginales, cada vez que bajaba su cuerpo sobre el de su amante. A punto de venirse, apartó la boca de Eric de sus pechos y le besó en la boca con total voracidad.

Eric sintió, con máximo orgullo, como en ella explotaba de nuevo el orgasmo, comiéndose los prolongados gritos de placer de Chus, ahogados en el beso apasionado que se estaban dando, mientras el cuerpo de la mujer se convulsionaba de gusto.

El primer orgasmo de Chus había sido intenso y corto, pero el que acaba de experimentar había sido único, profundo y prolongado y la había dejado medio desfallecida y semitumbada a los pies de la cama. Ya más calmada, vio frente a ella, sentado y apoyado en el respaldo de la cama, al maravilloso hombre que tanto le estaba ofreciendo. Vio que la miraba con deseo y al bajar la vista observó que una de sus manos jugaba en su entrepierna. Había palpado sobre la ropa y sentido en su interior, los atributos sexuales de Eric, pero aún no los había visto, y la imagen de su verga le sobrecogió. Gruesa y de buena longitud, con la piel del tronco de un color muy claro y un glande desafiante de tono sonrosado. Una encantadora mata de pelo castaño rodeaba todo el sexo del hombre, y tapizaba levemente sus pelotas. Estuvo admirando un buen rato el instrumento de placer. Deseosa de hacerle acabar, gateó con femenina parsimonia hacia ese bendito pollón, lo agarró con ambas manos y empezó a pajearle a toda velocidad.

Eric deseaba volver a tirarse a Chus y correrse de una vez, pero tampoco quiso dejar de satisfacer la curiosidad que la mujer parecía sentir por su aparato viril. Le sujetó la mano para impedir el desenfrenado e inapropiado ritmo, y notó en el bello rostro de la mujer una expresión de desconcierto y tal vez de enfado, como si le hubieran quitado un caramelo que era sólo suyo. Y aunque en principio no había pensado en ello, creyendo que ya era suficientemente difícil tirarse a una mujer casada, se le ocurrió morbosamente el que tal ve ella pudiera regalarle algo de sexo oral, antes de volver a follársela. Atrajo su cara hacia la de él, le dio un pequeño beso en los labios y la desplazó hacia abajo, dejando la boca a la altura de su erecto pene. La mujer dudó, tal y como él se esperaba, pero finalmente ella abrió la boca y la acercó con miedo al glande, intentando abarcarlo, pero clavando torpemente los dientes en el grueso capullo.

Instintivamente, aunque con dulzura, Eric le reprochó:

– No la muerdas. Usa los labios y la lengua.

Chus encajó la observación contestando sin mirarle, con un mohín deliciosamente cautivador:

– Lo siento, es que esto yo no …….

Y un escalofrío de gusto sacudió a Eric, al escuchar esas palabras de la mujer, con las que parecía decirle que nunca antes le había hecho una mamada a un hombre. El morbo existente en esa habitación creció varios grados y su polla también un poco más. Decidió disfrutar un buen rato de tan morboso placer, antes de tirarse a Chus y vaciarse en ella.

Chus se propuso seguir los consejos de Eric. Besó con sus labios y lamió con su lengua toda la potencia sexual que él le ofrecía. El tacto fino de la piel de su tronco y sobretodo la majestuosidad del capullo le atraían como una lapa, pero lo que más le encandilaba era la boquita del glande, y jugaba con su lengua abriéndola, casi como si buscara que esta expulsara su esencia masculina. Tras un buen rato entretenida con la polla, Chus se recreó en los testículos de Eric, lamiéndolos de arriba a abajo, mientras sus dedos nadaban en el vello circundante. El quiso facilitarle el trabajo y tiró de la polla hacia arriba para subir sus huevos y ponerlos mas al alcance de la linda boca de la mujer. Y notó que ella intentaba abarcar en su boca lo que podía de ellos, sorbiendo y saboreando por turnos cada una de sus fábricas de leche.

Chus se encontraba absolutamente prendada de la preciada herramienta sexual de su amante. Llevó su lengua a la parte más inferior de sus pelotas. En esa zona el sudor se concentraba y ella reconoció con más fuerza que nunca el olor a macho que emanaba del cuerpo de Eric, y que a ella tanto le excitaba. Era irresistible la necesidad de hacer gozar al hombre tanto como él la había hecho disfrutar, y sus lamidas se dirigieron al lado más oculto del cuerpo varonil, sin toparse con ningún otro aroma que no fuera su predilecto.

Eric no daba crédito a lo que estaba pasando. Ninguna mujer le había hecho antes eso. Arqueó un poco su cuerpo hacia atrás para permitirle mejor el acceso a su ojete, sintiendo cómo ella le besaba y lamía repetidamente el ano. La caricia no le fue particularmente excitante, pero sí el morbo de la situación, de tener tan sometida a una mujer casada y de aparente limpia conducta sexual. Con todo él prefería no masturbarse y su miembro comenzó a decaer. Se percató de que la postura era difícil para ella y se giró, la cogió y se colocaron, ella en la cama, boca arriba, y él mismo de rodillas a la altura de su rostro.

Chus notó como él volvía a intentar que le chupara el culo, pero ella ya no quería eso. Empujó suavemente el vientre de Eric hacia atrás, reapareciendo sobre su cara el rabo del hombre, menos erecto, pero igualmente imponente. Era la polla lo que ella pretendía y él, pareciendo darse cuenta de ello, se la cogió y le introdujo suavemente el glande entre los labios, con un hondo suspiro de satisfacción. Una feroz excitación se apoderó de Chus cuando sintió entrar aquel instrumento en su boca y se dedicó a chupar como si fuera un helado todo lo que ocupaba su boca, teniendo cuidado de no volver a morderle.

Eric ya deseba volver a follársela cuanto antes, pero no quiso quitarle las ganas y la dejó que jugara con su rabo, mamándoselo ella cada vez mejor, y disfrutando él de ello, reanimando así su erección.

Ella se fue orgullosamente encendiendo cada vez más, a medida que constataba que la polla que tenía entre los labios iba creciendo en tamaño con sus lamidas, Unos suaves empujones que empezó a percibir no le eran suficientes para poder apreciar en todo su esplendor la longitud y grosor de la verga y se volcó para conseguir su propósito.

Eric, excitado por la dedicación de la mujer, volvía tener su máxima erección, y por ello le apretaban las ganas de hundir la verga hasta el fondo de la boca de su sometida hembra, aunque empezó a hacerlo de modo controlado y poco profundo, para no lastimarla. Sin embargo pronto se dio cuenta de que, mas que empujar él, era ella la que se incorporaba intentando abarcar lo máximo posible de su picha.

Chus, deseosa de gozar de todo el pedazo de carne que tenía par ella, puso sus manos sobre las posadera de Eric, acompañando y dando fuerza a las progresivas embestidas. Y así fue consiguiendo su objetivo, logrando que él le metiera dentro casi toda la herramienta, y ansiando ya que ésta se desbocara y soltara todo su material, aunque fuera la primera vez que ella lo recibiera en su paladar.

Eric notaba los dedos de Chis pasearse por la raja de su culo, empujándole a follársela por la boca. El se movía lentamente, pero profundizando ya todo lo posible, gozando con el juego que ella hacía con la lengua sobre su cipote cada vez que se retiraba hacia atrás. Imprimió un ritmo continuo que podía llevarle al borde de la eyaculación y conforme perduraba el ritmo sostenido de la mamada, la idea de cambiar de posición, para volver a follarla por el coño, fue perdiendo fuerza, porque además él ya intuía que podría volver a penetrarla más tarde. Era tal el morbo de la situación y el placer que obtenía follándosela entre los labios, que sintió la irresistible necesidad de correrse ya mismo, y se abandonó a gozar como nunca, vaciando sus pelotas repletas de leche en la deliciosa boca de la mujer.

Chus se emocionó oyendo a Eric murmurar un “¡Jesús, Jesús, que gusto!”, justo antes de que los gemidos de él se hicieran roncos, largos y acompasados, anunciándole la inminencia de la corrida. Ella se preparó para recibirla con deleite entre sus labios, aún con la duda de saber si sería capaz de soportarla dentro sin que le invadiera el asco y le hiciera vomitar. Su lengua jugaba, cimbreando una vez más sobre el capullo de hombre, cuando una explosiva descarga de líquido viscoso la arrastró hacia el fondo del paladar y la boca se le inundó de semen. De inmediato notó que, tras esa primera andanada, Eric gruñía y empujaba, instintivamente, la verga hacia su garganta, y el segundo chorro bajó por ésta hacia su interior, produciéndole una sensación de ahogo que la hizo apartarse y desprenderse del delicioso pollón que tanto le estaba haciendo disfrutar. Nada más salir de su boca, la polla de Eric siguió escupiendo leche, empapando el rostro de la mujer, y ella se apresuró a chuparla de nuevo, pues quería gozar de nuevo de la misma sensación experimentada en el inicio de la fuerte eyaculación. Degustó así, con placer, las últimas expulsiones del esperma de Eric.

Chus subió sus manos para acariciar la espalda de su amante y le miró, comprobando su expresión de gusto, mientras él terminaba de vaciarse en el interior de su boca. Se sentía plenamente satisfecha y feliz por haber conseguido arrancar ese inmenso orgasmo a Eric. No sólo no sentía nada de asco, sino que le excitaba sobremanera mantener y saborear en su boca toda la esencia masculina que había conseguido exprimir del apuesto hombre y se resistía a tragarse la leche recibida. En esos momentos su marido, Julio, no existía. El presente sólo se concentraba en las nuevas sensaciones que estaba conociendo y en el apuesto macho que se las estaba regalando. Ansiaba que él se recuperara pronto y volviera a follarla con todas sus ganas, y deseaba volver a beber de nuevo de esa extraordinaria fuente de semen caliente.

Una vez soltada ya toda su carga, Eric se salió del delicioso aposento en el que se había derramado copiosamente, aunque su pene siguió palpitando un buen rato, con suaves y repetidos espasmos de placer. Eric también se dedicó a observar a la bella esposa adúltera, tras culminar la corrida mas intensa y duradera por él jamás experimentada. Se regocijaba viendo su leche desparramada por la cara de Chus. No solo había conseguido su propósito de conquistar y follarse a esa linda y difícil mujer casada, sino que, sin que entrara en sus planes iniciales, había conseguido que ella no pusiera objeciones a que él se corriera espectacularmente en su boca, llenándole de orgullo además su convicción de haber sido él el primer hombre en hacerlo. Deslizó de nuevo la polla entre los dulces labios entreabiertos de la mujer, comprobando que ella aún mantenía morbosamente en su interior el resto de su abundante eyaculación. Movió muy lentamente su miembro adentro y afuera unas cuantas veces, sabedor de que no sería la última vez que hiciera eso mismo en las horas siguientes, y lo sacó, dejándole colgando sobre el rostro de Chus, con el glande blanquecino y goteante de su propio esperma que ella había batido en su deliciosa boca, y sin sorprenderse ya cuando vio que ella rebañaba el rostro con sus dedos, aumentando golosamente el contenido de leche en su boca. Él sí pensó en el esposo de ella, sintiendo y paladeando el intenso morbo de haberle mancillado con algo más que el follarse simplemente a su ardiente mujercita. Se estremeció pensando que aún quedaban muchas horas por delante y que Chus estaba a su entera disposición, que iba a gozar del cuerpo de la bella mujer unas cuantas veces más, que se la iba a follar esa noche cómo quisiera y cuantas veces pudiera.

Esa misma sensación le quedó a Julio, tras su propia corrida, viendo la grabación que, por sorpresa, había recibido de Eric dos días después del regreso se su mujer. Una mezcla de sentimientos de dolor y disfrute le habían acompañado durante la visión del encuentro entre Chus y Eric en el apartamento de él. Quería que en esos días ella tuviera un aliciente, algo que le reavivara el espíritu como mujer y le alejara de su rutinaria vida. Por ello contactó con un mercenario del amor, encargándole que tratara de seducirla. No le puso límites, convencido de que su esposa sólo coquetearía, como mucho, con él, aunque nada habría cambiado, de haberlos puestos, visto lo visto y comprobados el frenesí sexual de su mujer y la audacia y profesionalidad de Eric, que había realizado su trabajo con una brillantez incontestable, consiguiendo de Chus cosas que ni él mismo podía imaginarse.

No había más grabación por ver y el resto de lo que pasó esa noche no lo sabría nunca, pues Chus no se lo contaría y Eric se lo guardaría como parte del precioso botín conquistado, pero Julio daba por hecho que el hombre había disfrutado de su esposa a placer, tirándosela varias veces más por todos sus agujeros, y que ella había tenido varios orgasmos más, gozando con su atractivo semental, en unas horas llenas de sexo. Luego se preguntó si todo quedaría en esa noche. Una lágrima asomó en sus ojos, sintió un nudo en la garganta, y algo se alzó de nuevo entre sus piernas.

Relato erótico: “Miradas… ( comienzo de una historia)” (POR DULCEYMORBOSO)

$
0
0

 Veía todas las tardes a aquella joven pareja en el parque. No tendrían más de dieciocho años y se veían muy enamorados. Siempre los observaba abrazados en algún banco y dándose besos. Damián pensaba que eran muy afortunados, especialmente el muchacho, por tener una novia tan bonita y cariñosa. Damián bajaba todas las tardes al parque. Le gustaba observar a la gente, los niños jugando, las madres detrás de ellos luchando por darles la merienda a sus pequeños, algunas parejas de jóvenes iniciándose en el bello acto de los primeros y besos y sensaciones. Las horas iban avanzando y esos muchachos siempre eran los últimos en irse. Damián desde la ventana de su casa podía observarlos. Era testigo mudo de los avances que daba esa relación. Primero eran solo besos y abrazos inocentes, después esos abrazos inocentes se convirtieron en abrazos profundos en los cuales los jóvenes descubrían la sensación de tener otro cuerpo pegado al suyo. Cierto dia Damián pudo observar como el muchacho introducía sus manos por debajo de la camiseta de su novia y acariciaba sus pechos. Nervioso no podía apartar la vista de la cara de ella, sus ojos semicerrados y su boca entreabierta delataba que aquello le estaba gustando. Damián no pudo evitar excitarse imaginando como serían los pechos de aquella chica. Otra tarde los vio escondiéndose tras un árbol y desde su ventana pudo ser testigo de cómo aquella muchacha desabrochaba el pantalón de su novio y lo masturbaba. Ella miraba en todas direcciones con miedo de ser descubierta. Damián pensaba que la pobre no estaría disfrutando tranquilamente de aquella caricia que le daba a su chico.

       La visión de aquello le provocó una sensación de muchísimo morbo y curiosidad. Nunca había imaginado que a sus sesenta y ocho años, una muchacha que podría ser su nieta, le iba a producir esa sensación. Avergonzado, se masturbó al acostarse pensando en esa jovencita.

        Estuvo varios dias pensando en aquella idea que le rondaba la cabeza. En cierto modo le avergonzaba hacerlo y temía que aquellos muchachos se sintieran ofendidos por su propuesta. Aquella tarde estaba decidido a dar el paso. Desde la ventana los vio sentados en el parque y decidió bajar. A medida que se iba acercando su nerviosismo fue en aumento. Estaba a escasos metros cuando la mirada de ella se dirigió a él.

          – Buenas tardes pareja, que tal estais?

           – Bien….- los dos respondieron casi al instante mirándose uno al otro. Con la mirada se preguntaban qué  quería ese señor.

           – Perdonar que os moleste un momento. Yo me llamo Damián y vivo ahí enfrente – señaló con su dedo la ventana de su casa- muchas veces os veo aquí y es muy hermoso ver como os quereis.Porque os quereis mucho verdad?

            – Si, claro….- se miraron entre ellos sonriendo. Aquel señor parecía muy amable y su voz delataba que era buena persona.

            – Supongo que por vuestra edad aún vivís cada uno con vuestros padres, verdad? – ellos asintieron – es normal. Se que es un fastidio no poder estar en un sitio más acogedor y sin pasar frío y por eso quería haceros una invitación que me gustaría que aceptarais.

            – Que proposición? – dijo el muchacho mirando a su novia y después a ese señor.

             – Me gustaría ofreceros mi casa…

             – Su casa? – esta vez fue la joven quien hizo la pregunta asombrada.

             – Asi es, yo vivo solo y me gustaría ofreceros mi casa para que no tengais que estar aquí en el parque pasando frío para poder estar juntos.

              – Pero tendríamos que pagarle algo como si fuera un hostal?

              – No, no…sera totalmente gratis. Simplemente a cambio os pediría que me dejarais ver como os quereis.

               – Vernos? … – los muchachos sintieron vergüenza al pensar en esa situación.

               – Si, pero tranquilos, yo estaría sentado en un rincón de la habitación y prácticamente ni os daréis cuenta que este alli.

            Ellos se miraron con una mezcla de vergüenza y como preguntándole al otro con la mirada que opinaba de lo que les acababa de ofrecer ese señor. Damián se dio cuenta que necesitarían hablarlo.

                – No os preocupeis. Mirar, el portal de mi casa es ese y el piso es el segundo. Lo pensais y mañana si quereis me llamáis en el telefonillo y ya os abro. Vale?

                – Vale, mañana le diremos que decidimos.

                – Hasta mañana pareja – Damián se alejó feliz de haber logrado dar ese paso de realizarles esa propuesta..

            Para Damián aquellas horas se le hicieron interminables.Por la noche volvió a pensar en aquella pareja de adolescentes. Se imaginó cómo sería aquella chiquilla desnuda. Volvió a masturbarse pensando en ella.

            Por fin había llegado la tarde. El día anterior había hablado con esos jóvenes y estaba muy nervioso e impaciente por saber que habían decidido. Se asomó a la ventana muchas veces con la esperanza de verlos y desconcertado veía aquel banco del parque vacío. Se temió que se hubieran enfadado por recibir aquella propuesta. Avergonzado comprobó que tenía miedo de no volver a verlos aunque fuera en la distancia. Eran las siete y volvió a asomarse a la ventana. Comenzaba a reprocharse el haber bajado la tarde anterior y decirles aquello. De pronto el sonido del timbre lo devolvió a la realidad. Serían ellos? Se apuró en acercarse a la cocina y coger el telefonillo. Su voz sonó nerviosa al preguntar quien era.

               – Damián, somos nosotros…- era la voz del muchacho – nos abre?

               – Subir…- su corazón comenzó a latir como hacía muchos años que no lo hacía.

            Les abrió la puerta y allí los vio acercarse. No pudo evitar mirar disimuladamente de arriba a abajo a la chiquilla. Estaba muy guapa con aquel vestido azul. Ellos se acercaron a la puerta y parecían dos corderillos asustados. Los mandó pasar e intentó tranquilizarlos. Intentando hacerlos sentir cómodos les propuso tomar unos refrescos en el salón y así relajarse un poco.

            Ellos le dijeron que se llamaban Nuria y Carlos y que tenían diecisiete años. Como se había imaginado ambos estudiaban. Damián los observaba en especial a Nuria. Tenía un cuerpo muy bonito y su rostro era aniñado. Hablaban y en ningún momento se soltaban sus manos entrelazadas. Le dijeron que era la primera vez que estarían asi en un lugar cómodo juntos. Damián intentaba transmitirles tranquilidad pero él era el primero en estar muy nervioso. Ese nerviosismo de aquel señor les gustó a ellos. Era como una muestra que aquella situación era nueva para los tres. Después de un rato charlando, Damián les propuso enseñarles la habitación. Al ver la cama grande se miraron entre ellos y se sonrieron. Damián se dio cuenta que la muchacha miraba el sillón de la esquina y miró ruborizada a aquel señor. Sabía que desde ese rincón ese hombre la iba a mirar. Damián se dio cuenta de ese detalle y cruzó su mirada con la de ella y se sintió avergonzado y desvió la mirada. Les dijo que se pusieran cómodos y que se olvidaran que estaba él. Damián los dejó solos unos minutos.

        Carlos al sentirse solo con su novia la abrazó y le preguntó qué tal estaba. Nuria le dijo que bien, que estaba muy nerviosa y avergonzada pero que le había gustado como les había tratado ese señor. Carlos besándola le dijo que éll también pensaba lo mismo.

            – Intentemos olvidarnos que está él – le dijo besándola y llevándola hacia la cama.

         Cuando se acercó a la habitación los vio desde la puerta sentados en la cama. En silencio los miraba besarse con pasión. Solo se escuchaba el sonido de sus besos profundos.Aquellos besos los hicieron desear acariciarse. Enseguida las manos del muchacho comenzaron a acariciar los pechos de la joven por encima del vestido. Se notaba que Nuria apenas tenía experiencia pues su cuerpo reaccionaba igualmente a pesar de las caricias torpes de su chico. Suspiraba y gemía al sentirse acariciada. Desde la puerta Damián los observaba…

Carlos desabrochó la cremallera del vestido. Sus manos temblorosas estaban desnudando por primera vez a su novia. Nuria al sentir el vestido deslizarse, instintivamente dirigió la mirada al rincón donde estaba el sillón. Lo vio vacío. Carlos desabrochó el sujetador y desnudó sus pechos. Damián sintió su sexo erguirse de repente al mirar los pechos de aquella jovencita. Eran preciosos. Su tamaño no era demasiado grande pero sus pezones si lo eran. Aquella imagen lo hizo excitarse mucho. Se abrazó a su novio. Este bajó por su cuello hasta besarle los pechos. Cerraba los ojos y gemía. Nuria los abrió al sentir como su novio comenzaba a chupar sus pezones. Lo vio allí de pie en la puerta. Un intenso escalofrío recorrió su espalda al sentir como aquel señor tenía la mirada fija en sus pechos. Gimió excitada. Damián ni siquiera se dio cuenta que estaba siendo observado cuando se acercó al sillón. Al bajarse el pantalón no era consciente que aquella chiquilla miraba con curiosidad. Damián desnudó su polla y Nuria no podía evitar mirarla. El miraba con fascinación aquellos pechos, ella miraba con vergüenza aquel sexo. Damián no pudo evitar rodear su polla con la mano y comenzar a masturbarse, cuando vio que Carlos le bajaba la braguita a su novia. Un gemido de la joven le hizo mirarla a la cara y se avergonzó al verse descubierto masturbandose.  Carlos excitado le hizo el amor. Damián se masturbaba mirando absorto aquel coño joven y hermoso.Nuria excitada gemía al sentir a su novio haciendole el amor. Sintió mucha vergüenza al abrir los ojos para poder ver de nuevo el sexo de aquel señor. Le llamaba mucho la atención mirar aquella polla. El señor se masturbaba rápido. Comenzaron a temblarle las piernas y asombrada vio salir disparados varios chorros de semen. Nuria se corrió al ver como aquel señor se corría mirándola…

    Carlos y Nuria se vistieron mientras Damián se fue a dar una ducha. Estaban felices y sorprendidos por las sensaciones experimentadas. Carlos sentía una extraña sensación al comprobar que le había dado morbo como ese señor miraba a su novia. Al ser un señor tan mayor no le provocaba celos. Su novia jamás se fijaría en un señor tan mayor. Nuria mientras se vestía no podía dejar de pensar en cómo ese señor la miraba. Tampoco podía sacar de su mente la imagen del sexo de ese hombre. Se sentía rara y con reparo terminó de vestirse.

    Al dia siguiente Nuria se despertó muy nerviosa. Toda la noche había estado pensando en lo ocurrido la tarde anterior. Por primera vez desde que estaba saliendo con Carlos le había mentido. Cuando hablaron por teléfono ella le dijo que tenía que hacer unos recados con su madre. Se duchó y preparó sin dejar de pensar en lo que iba a hacer. Estaba muy nerviosa cuando llegó y llamó al timbre. Estaba a punto de echarse atrás y volver a casa cuando escuchó su voz.

        – Quien es?

        – Hola soy Nuria – su voz sonaba temblorosa.

        – Nuria? Que Nuria?

        – La novia de Carlos, abrame por favor….

      El sonido de la puerta se activó y la joven empujó la puerta y subió por las escaleras temerosa de que alguien la viera. Al llegar al segundo piso lo vio en la puerta esperándolo. Se ruborizó al verlo.

         – Que sucede pequeña? Y Carlos? – Damián estaba preocupado por si había ocurrido algo.

         – Carlos no sabe que he venido. No pasó nada, solo que… – ella no sabía como explicarle el motivo de su inesperada visita – …perdone que este nerviosa.

         – Pasa carño.

      La hizo pasar al salón y la invitó a sentarse. Damián no podía evitar pensar en lo bonita que era esa muchacha. Su novio tenía mucha suerte, pensaba. La joven no sabía como explicarle lo que sentía y él intentaba ayudarla a que se expresara.

         – Cariño, no te sientas un bicho raro. Muchas personas sienten cosas que les hace sentirse raro pero no lo son – aquel hombre le hablaba con ternura y cariño- a mi me costó mucho esfuerzo dar el paso de bajar al parque y deciros lo de venir a mi casa. Ayer me gustó mucho veros, lo reconozco… No pienses mal de mi chiquilla.

         – No pienso mal de usted, a mi también me gustó… – enseguida al darse cuenta de que acababa de reconocer lo que le pasaba se ruborizó y calló- …me siento rara.

         – Es por eso que has venido esta tarde, verdad? – Damián miró a Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al ver como la niña asentía con la cabeza- tranquila cariño. Nadie lo sabrá.

        – Gracias, es usted muy bueno conmigo – Nuria diciendo eso se abrazó muy nerviosa a ese señor ocultando su cara en el pecho de Damián.

         – Nuria yo no veo tu cara, Te voy a hacer unas preguntas y responde con la cabeza…

       La cabeza de la joven se movió afirmativamente…

         – Se que estas nerviosa pero… Te ha gustado dar el paso de venir sola a mi casa?

        Nuria movió la cabeza asintiendo…

         – Has venido porque deseas que vuelva a mirarte?

        Damián esperó unos segundos y por fin la joven asintió de nuevo.

         – Tranquila cariño – Damián le hablaba con ternura al oído de la muchacha – a mi tambien me gustó mucho verte y seria muy feliz si me permitieras verte desnuda de nuevo. Me dejarás volver a verte cariño?

         Damián al sentir como la joven asentía sintió que se excitaba y su cuerpo reaccionaba….

 

Relato erótico:”Gracias al padre 7, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

$
0
0

Capítulo 7

Descubro a Patricia, la amiga de mi esposa, mirándome desde los pies de la cama. Su cara revelaba su desesperación por haber sido excluida durante nuestra sesión de sexo de la noche anterior pero también que deseaba romper ese aislamiento entregándose a mí.

Esa noche dormí bastante poco porque me la pasé elaborando un plan para que no levantar suspicacias al despedirme de la compañía. Tenía claro que el tiempo pasado desde el robo cometido por el padre de Lucía hacía difícil que alguien pudiese relacionarlo con mi renuncia pero de todos modos comprendí que convenía extremar las precauciones. Si renunciaba sin más, mis propios compañeros se extrañarían pero si dejaba caer que una empresa extranjera me había hecho una oferta irrechazable, eso entraba dentro de lo normal y nadie se mosquearía. Por eso decidí que llamar al administrador de una de las compañías pantallas que había creado y decirle que mandara por “error” al mail de otro socio esa propuesta de trabajo, de forma que antes de llegar todo el mundo supiera de su existencia. Conociendo la práctica habitual en estos casos para evitar la fuga de información y de clientes, en cuanto les hiciera saber que iba a aceptarla, me separarían de mis obligaciones y me invitarían a irme lo más rápidamente posible.
«En quince días estaremos disfrutando del Caribe», dije para mí justo cuando escuché un ruido a mis pies. Al abrir los ojos descubrí que la causante era Patricia. Debía llevar tiempo despierta y por la expresión de su cara, supe que llevaba fatal haber sido excluida de nuestros juegos la noche anterior.
«No me lo puedo creer. Esta triste porque Lucía no la había dejado participar», medité muerto de risa y viendo que mi esposa y la otra sumisa seguían dormidas, le exigí que preparara el jacuzzi. Curiosamente la morenita sonrió al escuchar mi orden y desapareciendo rumbo al baño, fue a cumplir mis deseos sin decir palabra. No tardé el oír el agua correr y no queriendo que Lucía se despertara, me levanté.
Al entrar en el aseo, me encontré a Chita arrodillada en el suelo, apoyada en sus talones y con las manos en sus muslos. No me costó reconocer que había adoptado la posición de sierva de placer y eso me confirmó que esa cría había soñado desde antes con ser la propiedad de un amo y que por ello había aceptado de tan buena gana el convertirse en nuestra esclava.
Ejerciendo como diligente dueño, rectifiqué su postura obligándola a poner su espada recta y a separar más sus muslos, tras lo cual y sin dirigirme a ella, me metí en la bañera.
«Hay que reconocer que está muy buena», medité mientras recorría con la mirada sus erguidos pechos.
Mi inspección no le pasó desapercibida y sus areolas reaccionaron erizándose sin necesidad de ser estimuladas. Esa reacción despertó mi lado morboso y desde la bañera dejé caer:
-Veo que te pone bruta que te miré.
Totalmente colorada y sin atreverse siquiera a levantar su mirada, trató de disculparse diciendo:
-Lo siento, no he podido evitarlo.
-No me molesta que te sientas excitada. Una buena zorrita debe ser receptiva a su amo. ¿No estás de acuerdo?
-No lo sé- respondió mientras involuntariamente sus muslos temblaban: -La verdad es que llevo empapada desde que usted me ha permitido prepararle el baño.
Consciente del nerviosismo de “Chita”, decidí incrementarlo pidiéndole que me enjabonara. No pudo reprimir un gemido al escucharme y babeando de placer vino hacia mí gateando. Al llegar a mi lado, cogió una esponja y con una extraña timidez, comenzó a recorrer con ella mis hombros. La sensación de tenerla en mi poder era subyugante. Quizás por ello quise saber hasta dónde llegaba su entrega y sin avisar me puse a magrearle el culo.
-¡Dios!- susurró descompuesta al sentir que mis manos tomaban posesión de su pandero.
Asumí que a pesar que ese estimulo no pedido era bien venido por su parte, no se atrevía a exteriorizarlo en voz alta no fuera a despertar a Lucía y ésta se encabronara al enterarse.
-Tienes unas nalgas estupendas para ser tan puta- comenté explorando con mis yemas la unión de sus dos cachetes.
Ese piropo provocó un nuevo suspiro de esa cría y tratando de evitar que se le notara, siguió extendiendo el jabón por mi cuello como si nada pasara. Desgraciadamente para ella, sabía que era una fachada y que esa putilla se derretiría en cuanto yo diera el primer paso. Para demostrarle su debilidad, deslicé mi mano por su entrepierna en busca de su clítoris. No me resultó hallar su sexo completamente anegado y separando los poblados pliegues de su coño, me concentré en su ya inhiesto botón.
-Me encanta- berreó todavía en voz baja al sentir la caricia de mis dedos y acomodando su postura, facilitó la inspección de la que estaba siendo objeto.
Su claudicación estaba cerca y no deseando acelerarla, dejé de tocarla y cerré mis ojos, satisfecho:
«¡Qué sufra!», pensé descojonado al saber su frustración.
En ese instante, lo que Patricia deseaba más en el mundo es sentirse amada aunque fuera de un modo vil y por eso no pudo acallar su desesperación y a mis oídos llegó su sollozo.
-¿Por qué llora mi esclava?- comenté sin abrir mis parpados.
Llena de dolor respondió:
-Siento que mi amo no me desea.
Confieso que estuve a punto de ceder y regalarle las caricias que demandaba, pero como me interesaba incrementar su turbación hasta que fuera insoportable, me comporté como un cabrón al contestarla:
-No te has ganado mi favor.
Llorando ya a moco tendido, me rogó que le dijera que era lo que tenía que hacer para que la aceptara. Recordando que el nombre que Lucía le había elegido hacía referencia a su cantidad de vello púbico, repliqué en plan de cachondeo:
-¡Depílate! No nos gusta el pelo en el cuerpo.
Para mi sorpresa, la morena me pidió permiso para retirarse y al dárselo, salió corriendo del baño. Os confieso que en ese momento pensé que me había topado con un inusual tabú y que Patricia se sentía incapaz de cumplir ese nimio deseo. Sabiendo que su negativa solo haría alargar su sufrimiento, lo dejé estar y me empecé a enjabonar yo solo.
Tras más de veinte minutos disfrutando de ese baño, decidí que era suficiente y saliendo del jacuzzi, fui a coger el albornoz con el que secarme justo en el preciso instante el que por la puerta volvía la muchacha. Durante unos segundos me costó reconocerla porque su larga melena oscura había desaparecido.
-¡Te has rapado al cero!- exclamé al ver su reluciente mollera.
“Chita” se quedó de pie en mitad del baño y separando sus rodillas, me mostró que el denso bosque de su coño también había sido talado, tras lo cual, sonriendo dijo:
-Los deseos y gustos de mi amo son órdenes para mí y para demostrarle mi compromiso, he creído oportuno rasurarme también la cabeza. ¿He hecho mal?
No quise reprocharle su iniciativa e impelido por la curiosidad, la llamé a mi lado. La chavala obedeció de inmediato y acercándome una toalla, me preguntó si podía secarme. No me pude negar porque esa criatura había cumplido con creces cualquier prueba que le pusiera y saliendo de la bañera, acepté.
Su cara irradiaba felicidad al agacharse y arrodillándose, comenzó a secar mis pies sin dejar de lucir una sonrisa.
-Ésta zorrita está contenta de poder mimar a su dueño- susurró mientras recorría con una profesionalidad no exenta de dulzura mis tobillos, retirando cualquier rastro de humedad de los mismos.
Reconozco que me tenía impresionado su sumisión y más cuando al observarla, tuve que reconocer que no había perdido su atractivo y que estaba preciosa totalmente calva. Por ello al sentir que sus manos iban subiendo por mis muslos, no me importó que mi pene se alzara estimulado por sus caricias.
A pesar de mi erección, Patricia no dijo nada al ir secando todos y cada uno de los recovecos de mi sexo. Es más os puedo confirmar que tampoco me insinuó nada cuando sus manos entraron en contacto con mi pene. De modo que tuve que ser yo quien le dijera:
-Hazme una mamada.
El brillo de sus ojos me hizo saber la satisfacción que esa guarrilla sentía con esa orden. Por ello no me cogió desprevenido que cogiendo amorosamente mi extensión entre sus dedos, abriera sus labios y empezaba a lamer mi pene como si de un caramelo se tratara.
Pocas veces había sido participe de algo tan erótico, no en vano era la primera vez que una calva dedicaba todas sus energías en hacerme una felación y es que una vez había dejado bien embadurnada mi verga con su saliva, esa muchacha separando sus labios se fue introduciendo lentamente toda mi verga en el interior de su boca mientras con sus manos acariciaba mis huevos.
Deseando disfrutar cómodamente de ese instante, me senté en el wáter y eso desencadenó su lujuria. Ya sin reparo alguno, esa putilla se embutió mi pene en su garganta y mientras con sus manos seguía dando un suave masaje a mis testículos, comenzó a mover su cabeza con el objeto de ordeñarme.
-Para ser novata, haces unas mamadas cojonudas- comenté descojonado.
Lo que no me esperaba fue que sacando brevemente mi extensión de su interior, la morenita contestara:
-Su fiel Chita ha practicado muchas noches con un plátano.
Y sin dejar de sonreír, se la volvió introducir hasta que sus labios tropezaron con su base y dejando a un lado su anterior lentitud, buscó mi simiente con un ansia que me dejó helado.
Contagiado por su actitud, llevé mis manos hasta sus pechos y comencé a estrujárselos. Chita al sentirlo comenzó a gemir en silencio. Que tratara de ocultar su gozo, azuzó mi morbo y apoderándome de sus pezones, los empecé a pellizcar entre mis dedos. Indefensa, gimió al sentir como los torturaba y mientras gritaba su excitación, aceleró el modo en que su lengua jugueteaba en mi verga. La sumisa discreta había desaparecido totalmente, y en su lugar apareció una hembra ansiosa de ser tomada que restregando su coño contra mis pies, intentaba incrementar su calentura.
La cueva de la muchacha no tardó en mostrar su lujuria y derramando su flujo, este me empapó los tobillos mientras su dueña buscaba con mayor afán el néctar de mis huevos.
-Me corro- chilló sin dejar de frotarse.
Fue impresionante oírle berrear su placer mientras entre mis piernas se acumulaba la tensión de tanto estímulo.
«Está disfrutando todavía más que yo», me dije al tiempo que me cuenta que no iba a poder aguantar mucho más y por eso presionando con mis manos su cabeza, forcé su mamada y en breves pero intensas erupciones, mi pene se vació en su garganta.
Satisfechos, permanecimos sin movernos durante un tiempo hasta que ya recuperado le regalé un beso de amo, mordiendo sus labios. Chita respondió a mi beso de manera explosiva y subiéndose a horcajadas sobre mí, intentó reactivar mi pasión pero dándole un azote en el culo, le dije que ya era suficiente y que Lucía debía ser la primera en usarla. La chavala frunció su ceño molesta pero inmediatamente sonrió y con tono pícaro, me preguntó su a mi esposa le gustaría su nueva apariencia.
Despelotado de risa, repliqué:
-Ahora mismo, ¡lo sabremos!

“EL ELEGIDO DE KUKULKAN, sexo en la selva” Libro para descargar (POR GOLFO)

$
0
0

SINOPSIS:

Durante una expedición arqueológica a lo más profundo de la selva en el sureste mexicano, José Valcárcel, un estudioso de la cultura maya, descubre una estatua de KuKulKan y para su sorpresa, esa deidad le nombra su elegido y le exige su compromiso para que esa civilización florezca con todo su esplendor. Al aceptar, caen bajo su poder todas las miembros del equipo mientras el pueblo Lacandón le nombra su rey,
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 13 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B01LQIQLUM

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Capítulo 1
Introducción

Os quiero aclarar antes de que empecéis a leer mis vivencias que sé que ninguno me va a creer. Me consta que os resultara difícil admitir que fue real y que en verdad me ocurrió. Para la gran mayoría podrá parecerle un relato más o menos aceptable pero nadie aceptará que un ídolo prehispánico haya cambiado mi vida. Reconozco de antemano que de ser yo quien leyera esta historia, tampoco me la creería. Es más si no fuera porque cada mañana al despertar una antigua profesora de arqueología nos trae desnuda a mi esposa y a mí el desayuno hasta la cama, yo mismo dudaría que me hubiese pasado.
Para empezar, quiero presentarme. Me llamo José Valcárcel y soy un historiador especializado en cultura Maya. La historia que os voy a narrar ocurrió hace cinco años en lo más profundo de la selva en el sureste mexicano. Por el aquel entonces yo era solo un mero estudiante de postgrado bajo el mando estricto de Yalit Ramírez, la jefa del departamento. Esa mujer era una autoridad en todo lo que tuviese que ver con el México anterior a Cortés y por eso cuando me invitó a unirme a una expedición a lo más profundo de esa zona, no dudé un instante en aceptar. Me dio igual tanto su proverbial mala leche como las dificultades intrínsecas que íbamos a sufrir; vi en ello una oportunidad para investigar el extraño pueblo que habita sus laderas.
Desde niño me había interesado la historia de los “lacandones”, una de las últimas tribus en ser sometidas por los españoles y que debido a lo escarpado de su hábitat nunca ha sido realmente asimilada. A los hombres de esa etnia se les puede distinguir por sus melenas lacias y sus vestimentas blancas a modo de túnicas, en cambio sus mujeres suelen llevar una blusa blanca complementada por faldas multicolor. Se llaman a ellos mismos “los verdaderos hombres” y se consideran descendientes del imperio maya.
Me comprometí con Yalit en agosto y como la expedición iba a tener lugar en diciembre para aprovechar la temporada seca, mis siguientes tres meses los ocupé en estudiar la zona y prepararme físicamente para el esfuerzo que iba a tener que soportar en ese lugar, ya que no solo nos enfrentaríamos a jornadas maratonianas sino que tendríamos que sufrir más de treinta y cinco grados con una humedad realmente insana.
Previendo eso diariamente acudí al gimnasio de un amigo que comprendiendo mi problema me permitió, durante ese tiempo, ejercitarme en el interior de la sauna. Gracias a ello, cuando llegó el momento fui el único de sus cinco integrantes que toleró el clima que nos encontramos, el resto que no tuvo esa previsión y lo pasó realmente mal.
Queriendo ser concienzudo a la hora de narraros mi historia, me toca detallaros quienes éramos los miembros de ese estudio. En primer lugar como ya os he contado estaba la jefa, que con treinta y cinco años ya era una figura en la arqueología mexicana. Su juventud y su belleza habían hecho correr bulos acerca que había obtenido su puesto a través de sus encantos pero la realidad es que esa mujer era, además de una zorra insoportable, un cerebrito. Su indudable atractivo podía hacerte creer esa mentira pero en cuanto buceabas en sus libros, solo podías quitarte el sombrero ante esa esplendida rubia.
Como segundo, la profesora había nombrado a Luis Escobar, un simpático gordito cuyo único mérito había sido el nunca llevarle la contraria hasta entonces. Para terminar, estábamos los lacayos. Alberto, Olvido y yo, tres estudiantes noveles para los cuales esa iba a ser nuestra primera expedición. De ellos contaros que Alberto era un puñetero nerd, primero de mi promoción pero en el terreno, un verdadero inútil. Su carácter pero sobre todo su débil anatomía hizo que desde el principio resultara un estorbo.
En cambio, Olvido era otra cosa. Además de ser brillante en los estudios, al compaginar estos con la práctica del atletismo resultó ser quizás una de las mejor preparadas para lo que nos encontramos. Morena, cuyos rasgos denotaban unos antepasados indígenas, os reconozco que desde el primer día que la conocí me apabulló tanto por su tremendo culo como por la fama de putón que gozaba en la universidad.

Capítulo 1

Todavía hoy recuerdo, nuestro viaje hasta esas tierras. La primera etapa de nuestro viaje fue llegar a San Cristóbal de las Casas, pueblo mundialmente conocido tanto por su arquitectura colonial como por ser considerada la capital indígena del sureste. Esa mañana agarramos un avión desde el D.F. hasta Tuxtla Gutiérrez y una vez allí, un autobús hasta San Cristóbal.
Haciendo noche en ese pueblo, nos levantamos y pasando por los lagos de Montebello nos trasladamos en todoterreno hasta el rio Ixtac donde tomamos contacto por vez primera con los kayaks que iban a ser nuestro modo de transporte en esas tierras.
Todos nosotros sabíamos de antemano que esas canoas eran el modo más rápido de llegar a nuestro destino pero aun así Alberto no llevaba ni diez minutos en una de ellas cuando se empezó a marear y tuvimos que dar la vuelta para evitar que al vomitar volcara la barca.
El muy cretino había ocultado que era incapaz de montar en barco sin ponerse a morir. Como os imaginareis le cayó una tremenda bronca por parte de Yalit ya que su enfermedad le hacía inútil para la expedición. Por mucho que protestó e intentó quedarse con el resto, la jefa fui implacable:
―Te quedas aquí. No vienes.
Sabiendo que entre los cuatro restantes tendríamos que llenar su hueco y que no había forma para reclutar otro miembro, le dejamos en tierra y tomamos los kayaks. Nuestro destino era una escarpada montaña llamada Kisin Muúl . La traducción al español de ese nombre nos debía haber avisado de lo que nos íbamos a encontrar, no en vano en maya significa “montaña maligna”. Los habitantes de esa zona evitan siquiera acercarse. Para ellos, es un lugar poblado por malos espíritus del que hay que huir.
Tras seis horas remando por esas turbias aguas, nos estábamos aproximando a ese lugar cuando de improviso la canoa en la que iba Luis se vio inmersa en un extraño remolino del que se veía incapaz de salir. Esa fue una de las múltiples ocasiones en las que durante esa expedición Olvido demostró su fortaleza física ya que dejando su kayak varado en una de las orillas, se lanzó nadando hasta el del gordito y subiéndose a ella, remando consiguió liberarla de la corriente.
Su valiente gesto tuvo una consecuencia no prevista, al mojarse su ropa, la camisa se pegó a su piel dejándome descubrir que mi compañera, además de un culo cojonudo, tenía unos pechos de infarto.
«¡Menudo par de tetas!», pensé al admirar los gruesos pezones que se adivinaban bajo la tela.
Si ya de por sí eso había alborotado mis hormonas, esa morenaza elevó mi temperatura aún más al llegar a la orilla porque sin importarle que estuviéramos presentes, ese esptáecculo de mujer se despojó de la camisa empapada para ponerse otra.
«¡Joder! ¡Qué buena está!», exclamé mentalmente al observar los dos enormes senos con los que la naturaleza le había dotado.
Como me puso verraco el mirarla, tratando que no se me notara desvíe mi mirada hacia mi jefa. Eso fue quizás lo peor porque al hacerlo descubrí que Yalit estaba también totalmente embobada mirando a la muchacha. En ese momento creí descubrir en sus ojos el fulgor de un genuino deseo y por eso no pude menos que preguntarme si esa profesora era lesbiana mientras la objeto de nuestras miradas permanecía ajena a lo que su exhibicionismo había provocado.
Una vez solucionado el incidente, recorrimos el escaso kilómetro que nos separaba de nuestro destino y con la ayuda del personal indígena, establecimos nuestra base a escasos metros de la pirámide que íbamos a estudiar. Para los que lo desconozcan, os tengo que decir que en el sureste mexicano existen cientos de pirámides mayas, toltecas u olmecas, muchas de ellas no gozan más que de una protección teórica por parte de las autoridades. Por eso la importancia de la de Kisin Muúl, su remota ubicación nos hacía suponer que nunca había sido objeto de expolio pero también era extraño que nuestros antepasados se hubiesen ocupado de esconderla ya que no aparecía en ningún códice ni maya ni español.
La ausencia de Alberto se hizo notar ese mismo día porque al no tener más que cuatro kayaks para portar todo el equipo, tuvimos que dejar atrás tres de las cinco tiendas individuales previstas y por eso mientras las montábamos asumí que por lógica me iba a tocar compartirla con Luis. Nunca esperé que la jefa tuviese otros planes y que una vez anochecido y mientras cenábamos nos informase que como necesitaba repasar con su segundo las tareas del día siguiente, yo dormiría con Olvido en la más pequeña.
Ni que decir tiene que no me quejé y acepté con agrado esa orden ya que eso me permitiría disfrutar de la compañía de ese bellezón. Me extrañó que mi compañera tampoco se quejara, no en vano lo normal hubiese sido que nos hubiese dividido por sexos. Esa misma noche descubrí la razón de su actitud porque nada más entrar en la tienda, la morena me soltó:
―No sabes cómo me alegro de dormir contigo― mi pene saltó dentro del pantalón al oírla al pensar que se estaba insinuando pero entonces al ver mi cara, prosiguió diciendo: ―¿Te fijaste en cómo Yalit me miró las chichis?
Haciéndome el despistado le dije que no y entonces ella murmurando dijo:
―Me miró con deseo.
Muerto de risa porque hubiese pensado lo mismo que yo, respondí tanteando el terreno:
―Yo también te miré así.
―Sí, pero tú eres hombre― contestó y recalcando sus palabras, me confesó: ― No soy lesbiana y no me gusta que una vieja me observe con lujuria.
Sus palabras despertaron mi lado oscuro y acomodando mi cabeza sobre la almohada le solté:
―Entonces, ¿no te importará que mire mientras te desnudas?
Soltando una carcajada se quitó la camisa y tirándomela a la cara respondió:
―Te vas a hartar porque duermo en tanga― tras lo cual, se despojó de su pantalón y medio en pelotas se metió dentro del mosquitero y sonriendo, me dijo: ―Te doy permiso de ver pero no de tocar.
Su descaro me hizo gracia y cambiando de posición, me la quedé mirando fijamente mientras le decía:
―Eres mala― siguiendo la guasa, señalé mi verga ya erecta y le dije: ―¿cómo quieres que se duerma teniendo a una diosa exhibicionista a su lado?
Fue entonces cuando llevando una de sus manos hasta su pecho, descojonada, comentó mientras uno de sus pezones:
―¿Me sabes algo o me hablas al tanteo?
Como os podréis imaginar, me quedé pasmado ante tamaña burrada y más cuando con voz cargada de lujuria, preguntó:
―¿No te vas a desnudar?
De inmediato me quedé en pelotas sin importarme el revelarle que entre mis piernas mi miembro estaba pidiendo guerra. Olvido al fijarse, hizo honor a su nombre y olvidando cualquier recato, se empezó a acariciar mientras me ordenaba:
―¡Mastúrbate para mí!
Su orden me destanteó pero al observar que la mujer había introducido su mano dentro del tanga y que se estaba pajeando sin esperar a que yo lo hiciera. Aceptando que tal y como se decía en la universidad, esa cría era una ninfómana insaciable y que tendría muchas oportunidades de beneficiármela durante la expedición, cogí mi verga entre mis dedos y comencé a masturbarme.
―¡Me encanta cabrón!― gimió sin dejar de mirarme― ¡Lo que voy a disfrutar durante estos dos meses contigo!
La expresión de putón desorejado que lucía su cara me terminó de excitar y acelerando mis maniobras, le espeté:
―Hoy me conformaré mirando pero mañana quiero tu coño.
Mis palabras lejos de cortarla, exacerbaron su calentura y zorreando contestó:
―Tómalo ahora.
Como comprenderéis dejando la seguridad de mi mosquitero, me fui al suyo. Olvido al verme entrar, se arrodilló y sin esperar mi permiso, abrió su boca y se embutió mi verga hasta lo más profundo de su garganta mientras con su mano torturando su pubis. La experiencia de la cría me obligó a dejarla el ritmo. Su lengua era una maga recorriendo los pliegues de mi glande, de manera que rápidamente todo mi pene quedó embadurnado con su saliva. Entonces, se la sacó y me dijo:
―Te voy a dejar seco esta noche― tras lo cual se lo introdujo lentamente.
Me encantó la forma tan sensual con la que lo hizo: ladeando su cara hizo que rebotase en sus mofletes por dentro, antes de incrustárselo. Su calentura era tanta que no tardé en notar que se corría con sus piernas temblaban al hacerlo. Por mucho placer que sintiera, en ningún momento dejó de mamarla. Era como si le fuera su vida en ello. Si bien no soy un semental de veinticinco centímetros, mi sexo tiene un más que decente tamaño y aun así, la muchacha fue capaz de metérselo con facilidad. Por increíble que parezca, sentí sus labios rozando la base de mi pene mientras mi glande disfrutaba de la presión de su garganta.
La manera en la que se comió mi miembro fue demasiado placentera y sin poder aguantar, me corrí sujetando su cabeza al hacerlo. Sé que mi semen se fue directamente a su estómago pero eso no amilanó a Olvido, la cual no solo no trató de zafarse sino que profundizando su mamada, estimuló mis testículos con las manos para prolongar mi orgasmo.
―Dios, ¡qué gusto!― exclamé desbordado por las sensaciones.
Sonriendo, la puñetera cría cumplió su promesa y solo cuando ya no quedaba nada en mis huevos, se la sacó y abriéndose de piernas, me dijo:
―Date prisa. ¡Quiero correrme todavía unas cuantas veces antes de dormir!
Hundiendo mi cabeza entre sus muslos, me puse a satisfacer su antojo…
A la mañana siguiente, nos despertamos al alba y tras vestirnos, salimos a desayunar. Yalit y Luis se nos habían adelantado y habiendo desayunado, nos azuzaban a que nos diéramos prisa porque había mucho trabajo que hacer. Los malos modos en los que nuestra jefa se dirigió tanto a Olvido como a mí me extrañaron porque no le habíamos dado motivo alguno o eso creí.
Alucinando por sus gritos, esperé que saliera para directamente preguntar al gordito que mosca le había picado.
―Joder, ¿qué te esperas después de la noche que nos habéis dado?― contestó con sorna ―¡No nos fue posible dormir con vuestros gritos!
«¡Con que era eso! Debe ser cierto que es lesbiana y me la he adelantado», pensé temiendo sus represalias, no en vano era famosa por su mala leche.
Al terminar el café y dirigirme hacia la excavación, se confirmaron mis peores augurios porque obviando que había personal de la zona y que en teoría estaban ahí para esas tareas, esa zorra me mandó desbrozar la zona aledaña al área de trabajo. Queriendo evitar el conflicto, machete en mano, empecé a abrir un claro mientras dos “lacandones”, sentados sobre un tronco, me miraban y haciendo señas, se reían de mí:
―Menudos cabrones― murmuré en voz baja cada vez mas encabronado.
Uno de los indígenas al advertir mi cabreo, se acercó hasta mí y con un primitivo español, me dijo:
―Hacerlo mal. Mucho trabajo y poco resultado― tras lo cual me quitó el machete y me enseñó que para cortar las lianas primero debía de dar un corte en lo alto y luego irme a ras de tierra.
―Gracias― respondí agradecido al ver que esa era la forma idónea de atacar esa maleza.
El tipo sonrió y sin dirigirse a mí, se volvió a sentar junto a su amigo. Durante toda la jornada y eso que estaban a escasos metros de mí, ninguno de los dos me volvió a hablar. A la hora de comer, le conté lo sucedido a mi compañera, la cual me contestó:
―Pues has tenido suerte porque a mí esos pitufos directamente me han ignorado.
―Mira que eres bestia, no les llames así― recriminé a Olvido porque ese apelativo que hacía referencia a su baja estatura podía ofenderles.
Descojonada, murmuró a mi oído:
―El más alto de ellos, no me llega al hombro― y entornando los ojos, me soltó: ―De ser proporcional, tendrán penes de niños.
La nueva burrada me hizo reír y pegando un azote en su trasero, le pregunté porque le pedía a uno que se lo enseñara y así lo averiguaba. Sabedora que iba de broma, puso gesto serio y pasando la mano por mi paquete, respondió:
―A lo mejor lo hago, si dejas de cumplir.
Solo la aparición de nuestra jefa, evitó que le contestara como se merecía y en vez de darle un buen pellizco en las tetas, tuve que tapar mi entrepierna con un libro para que Yalit no se diera cuenta del bulto que crecía bajo mi pantalón. La arqueóloga tras saludarnos se sentó y desplegando un mapa aéreo de la zona, nos señaló una serie de montículos que le hacían suponer que había otras ruinas.
Al estudiar las fotografías, me percaté que de ser ciertas las sospechas de mi jefa, las estructuras estaban orientadas hacía un punto exacto de una de las montañas cercana.
―Tienes razón― contestó y dando la importancia debida a mi hallazgo, nos dijo: ―Mañana iremos a revisar.
Una vez levantada la reunión, nos pasamos las siguientes horas haciendo catas en los terrenos con la idea de buscar la mejor ubicación donde empezar a escavar. El calor y la humedad que tuvimos que soportar esa tarde nos dejaron agotados y fue la propia Yalit la que al llegar las cinco, nos dijo que lo dejáramos por ese día y que nos fuéramos a descansar.
«Menos mal», me dije dejándome caer sobre la cama.
Llevaba menos de un minuto cuando desde afuera de la tienda, me llamó Olvido diciendo:
―Voy a darme un baño a la laguna, ¿te vienes?
Su idea me pareció estupenda y cogiendo un par de toallas salimos del campamento. Al tener que cruzar una zona tupida de vegetación, nos tuvimos que poner en fila india, lo que me permitió admirar las nalgas de esa morena.
―Tienes un culo precioso― dije sin perder de vista esa maravilla.
Mi compañera escuchó mi piropo sin inmutarse y siguió su camino rumbo a la charca. Cuando llegamos y antes de que me diera cuenta, Se desnudó por completo y se tiró al agua por lo que tuve que ser yo quien recogiera su ropa.
―¿Qué esperas?― gritó muerta de risa.
Su tono me hizo saber que nuestro baño iba a tener una clara connotación sexual y por eso con rapidez me desprendí de mis prendas y fui a reunirme con ella. En cuanto me tuvo a su alcance, me agarró por la cintura pegó su pecho a mi espalda. No contenta con ello empezó a frotar sus duros pitones contra mi cuerpo mientras con sus manos agarraba mi pene diciendo:
―Llevo con ganas de esto desde que me desperté.
No me costó ver reflejado en sus ojos el morbo que le daba tenerla asida entre sus dedos y sin esperar mi permiso, comenzó a pajearme. Mi calentura hizo que me diera la vuelta y la cogiera entre mis brazos mientras la besaba. Hasta entonces Olvido había mantenido prudente pero en cuanto sintió la dureza de mi miembro contra su pubis, se puso como loca y abrazándome con sus piernas, me pidió que la tomara.
Al notar como mi pene se deslizaba dentro de ella, cogí sus pechos con las manos y agachando la cabeza empecé a mar de ellos a lo bestia:
―Muérdelos, ¡hijo de la chingada!
Sus palabras solo hicieron acelerar lo inevitable y presionando mis caderas, se la metí hasta el fondo mientras mis dientes se apoderaban de uno de sus pezones.
―Así me gusta ¡Cabronazo!
Reaccionando a sus insultos, agarré su culo y forcé mi penetración hasta que sentí los vellos de su coño contra mi estómago. Fue entonces cuando comencé a moverme sacando y metiendo mi verga de su interior.
―¡Me tienes ensartada!― gimió descompuesta por el placer.
Su expresión me recordó que todavía no había hecho uso de su culo y muy a su pesar, extraje mi polla y la puse de espaldas a mí.
―¿Qué vas a hacer?― preguntó al sentir mi capullo tanteando el oscuro objeto de deseo que tenía entre sus nalgas.
Sin darle tiempo a reaccionar y con un movimiento de caderas, lo introduje unos centímetros dentro de su ojete. Entonces y solo entonces, murmuré en su oído:
―¿No lo adivinas?
Su esfínter debía de estar acostumbrado a esa clase de uso por que cedió con facilidad y tras breves embestidas, logré embutir su totalidad dentro de sus intestinos.
―¡Maldito!― gimió sin intentar repeler la agresión.
Su aceptación me permitió esperar a que se relajara. Fue la propia Olvido la que después de unos segundos empezara a moverse lentamente. Comprendiendo que al principio ella debía llevar el ritmo, me mantuve tranquilo sintiendo cada uno de los pliegues de su ano abrazando como una anilla mi extensión.
Poco a poco, la zorra aceleró el compás con el que su cuerpo era acuchillado por mi estoque y cuando creí llegado el momento de intervenir, le di un duro azote en sus nalgas mientras le exigía que se moviera más rápido. Mi montura al oír y sentir mi orden, aulló como en celo y cumpliendo a raja tabla mis designios, hizo que su cuerpo se meneara con mayor rapidez.
―¡Mas rápido! ¡Puta!― chillé cogiéndole del pelo y dando otra nalgada.
Mi renovado castigo la hizo reaccionar y convirtiendo su trote en un galope salvaje, buscó nuestro mutuo placer aún con más ahínco. Aullando a voz en grito, me rogó que siguiera por lo que alternando entre un cachete y otro le solté una tanda de azotes.
―¡Dale duro a tu zorra!― me rogó totalmente descompuesta por la mezcla de dolor y placer que estaba asolando su cuerpo.
Desgraciadamente para ambos, el cúmulo de sensaciones hizo que explotando dentro de su culo, regara de semen sus intestinos. Olvido al experimentar la calidez de mi semilla, se corrió con gritos renovados y solo cuando agotado se la saqué, dejó de chillar barbaridades.
Con mi necesidad saciada por el momento, la cogí de la mano y junto con ella salimos de la laguna. Fue en ese instante cuando al mirar hacía la orilla, mi compañera se percató de una sombra en medio de la espesura y cabreada preguntó quién estaba allí.
―¿Qué pasa?― le dije viendo que se había puesto de mala leche.
Hecha una furia, me contestó:
―¡Alguien nos ha estado espiando!. Seguro que ha sido alguno de los lacandones― tras lo cual y sin secarnos, nos pusimos algo de ropa y fuimos a ver si lográbamos pillar al voyeur.
Pero al llegar al lugar donde había visto al sujeto, descubrimos que no eran huellas de pies descalzos las que hallamos en el suelo sino las de unas zapatillas de deporte.
―Ha sido Luis― dije nada más verlas.
―Te equivocas― me alertó y señalando su pequeño tamaño, contestó: ―¡Ha sido Yalit !
Las pruebas eran claras y evidentes. Como en cincuenta kilómetros a la redonda no había nadie calzado más que nosotros, tuve que aceptar que ¡Nuestra jefa nos espiaba!.
―Será zorra― indignada se quejó y clamando venganza, dijo: ―Si esta mañana se ha quejado de mis gritos, ¡qué no espere que hoy la deje dormir!
Su amenaza me alegró porque significaría que esa noche me dejaría seco y por eso con una sonrisa en los labios, la seguí de vuelta a la base.

[paypal_donation_button]

Relato erótico: “Supervivencia” (POR ALEX BLAME)

$
0
0

Nunca pensé que lo que acabaría con la humanidad sería la avaricia. Siempre pensé que sería la escasez de recursos, el petróleo, el agua… los nacionalismos y/o la religión, cristianos contra musulmanes, judíos contra musulmanes, cristianos contra judíos, cienciólogos contra cristianos, actores contra mimos…

Pero en cuanto a las élites que manejaban el mundo, siempre creí que el fuerte instinto de conservación de los ricos les alertaría de cuando era el momento de dejar de estrujar a los pobres, sin embargo su fe ciega en la tecnología les perdió, y de paso también nos perdió a nosotros.

Y es que por muy eficaces que fuesen utilizando satélites para vigilarnos y por mucho que abusasen de la propaganda para vendernos que la recuperación estaba a la vuelta de la esquina, la realidad se imponía y finalmente, y con la ayuda de internet, la gente se dio cuenta de que no había futuro para ellos. Y claro, la desesperación es el motor de las revoluciones.

Ellos, desde sus altas torres pensaron que podrían controlarlo sin dificultad, pero estaban equivocados. Al fin y al cabo cuando se enfrentan doce millones acostumbrados a que otro les haga el trabajo sucio, contra siete mil millones hipermotivados, y sedientos de venganza, no hace falta que a uno le cuenten el resultado. Acabamos con ellos. Pero no sin un coste, nos dejaron un regalo envenenado, la anarquía.

Porque cuando has vivido durante décadas viendo como los que te gobiernan sólo procuran su propio bien, cada vez que aparecía una figura que pudiese sacarnos de aquella vorágine, por las buenas o por las malas, acababa sucumbiendo antes de que su influencia pudiera extenderse.

El ser humano se volvió una especie individualista y solitaria y no estamos biológicamente dotados para ello. En cinco años la población mundial se redujo en un treinta por ciento. A simple vista no parecería mucho, pero la asquerosa verdad es que se impuso la selección natural, el mundo se convirtió en el patio de un colegio, y en estos años sobrevivieron los abusones, mientras que los enfermos, los débiles y los cerebritos desaparecieron. Se impuso la fuerza bruta;  y  las mejores mentes, los únicos que podían habernos sacado del atolladero, ya no estaban para repararnos el ordenador o curarnos una neumonía, así que cuando las máquinas empezaron a fallar y la comida  y las medicinas a escasear, la desintegración se aceleró.  Algunos lugares del mundo quedaron totalmente despoblados y las ciudades, una vez fueron vaciadas de sus recursos, abandonadas.

 Siendo optimistas y por lo que tengo paseado en este último año sin ver un alma,  quedaremos entre veinticinco y cien millones, eso parece bastante pero en realidad supone que la densidad de habitantes ha pasado de unos cincuenta habitantes por km cuadrado a uno y medio por cada diez km cuadrados en el caso más optimista.. Para  la humanidad ha sido una catástrofe , pero para el resto del mundo ha sido una bendición. La contaminación, la sobreexplotación de los recursos naturales, las guerras, las películas de Jim Carrey,  hay que reconocerlo, el mundo es ahora un lugar mejor.

Ahora os preguntaréis cómo he sobrevivido yo. Muy sencillo con una mezcla de fuerza, astucia, suerte y desapego. Yo era un mensajero, me dedicaba a recorrer la ciudad en una fixie a toda velocidad escurriéndome entre el tráfico. Lo que en una sociedad normal es un trabajo mal pagado y con una enorme tasa de accidentes mortales, cuando sobrevino el apocalipsis fue una ventaja. Podía moverme con velocidad y en silencio por toda la ciudad, sin depender del carburante que rápidamente empezó a escasear, conocía todos los rincones de la ciudad y por lo tanto cuando la mayoría pensó que era mejor largarse yo aguanté casi diez años a base de sus recursos. Mi familia estaba muy lejos  y con mi trabajo y mi sueldo las mujeres no me tocaban ni con un palo, así que no tenía cargas ni responsabilidades, era el perfecto superviviente.

Ahora estoy fuera. Al final, ver todos los días lo que habíamos llegado a ser y en lo que habíamos acabado convirtiéndonos me obligó a abandonarla.

 Hace poco tiempo todo cambió. Desde que abandoné la ciudad, he estado vagabundeando por aquí y por allá, evitando las ciudades y estableciéndome, siempre por poco tiempo en sitios tranquilos y alejados de posibles problemas. Durante mis andanzas, en alguna ocasión he divisado columnas de humo, pero he preferido no unirme a ningún grupo. Sólo en una ocasión me encontré con otro humano. Jacob era, además de un nombre muy apropiado para alguien en estos tiempos, un hombre bastante majo, con casi setenta años debía de ser ahora la persona más anciana de la tierra. A pesar de tener el pelo y la barba blancos como la nieve, se mantenía en plena forma e irradiaba una vitalidad fuera de lo común. Había sido guardabosques en un parque nacional. Cuando comenzaron los disturbios se dirigió a la capital para proteger a los suyos pero llegó tarde, así que volvió a dirigirse a los bosques y vivía como trampero  en lo más profundo de los bosques de coníferas del norte del estado.

Después de los primeros minutos de desconfianza mutua descubrimos que no teníamos nada que el otro pudiese ambicionar, así que congeniamos y vivimos un par de meses juntos recorriendo el bosque y cazando animales. El me enseñó a seguir un rastro, a vigilar una presa y a cazar con ballesta para ahorrar municiones de la 45 y del SAM-R*.  Un sueño, en el que el trampero y yo nos mirábamos a los ojos y hacíamos manitas me convenció de que había llegado el momento de separarnos. Nos despedimos como amigos, deseándonos lo mejor;  él se fue hacia el norte y yo hacia el sur.

Seguí hacia el sur durante tres semanas por un bosque que parecía interminable. La primavera estaba dando paso al verano y el calor del mediodía junto con la humedad que emanaba del suelo del bosque hacia el ambiente opresivo y asfixiante, así que cuando encontré el río me bañé y decidí seguirlo. El cauce no era muy ancho y la corriente rápida y cristalina. Durante dos días comí truchas hasta hartarme pescándolas a mano en los huecos  que la corriente hacia debajo de las rocas del lecho, hasta que la tarde del tercer día me sorprendió el rumor de una cascada. Cuando me asomé por el borde vi como la corriente caía a plomo treinta o cuarenta metros formando un estanque  en lecho blando de roca caliza de la base.

Estaba valorando si me atrevería a saltar desde lo alto al pequeño estanque cuando unos movimientos entre los matorrales a la izquierda me hicieron tumbarme y sacar el rifle instintivamente.

En la orilla del lago apareció una joven de unos veinte años, no más. Me quedé quieto y apunté con mi mira telescópica a la deliciosa figura. La mujer se paró en el borde y escudriño todos los rincones del lugar, obligándome a agacharme y retirarme un par de metros del borde. Luego fue quitándose el arco, la pistolera, las botas, los pantalones, la camiseta y la ropa interior hasta quedar totalmente desnuda. Desmonté la mira del rifle y la observé mientras vacilaba al borde del frío estanque. Era rubia y tenía los ojos de un azul tan profundo como el estanque. Su pelo largo y ligeramente rizado tapaba uno de sus pechos pequeños y apetitosos con los pezones rosados y erectos por el frescor del agua. Entre sus piernas largas y moldeadas por el continuo ejercicio había una espesa mata  de rizado vello, casi blanco de tan rubio, que no podía ocultar su vulva de mi ansiosa mirada. Por un momento pensé en tirarme al agua y sorprenderla, pero luego me puse a pensar. Con veinte años, veintidós como mucho. Cuando ocurrió todo, ella debía tener entre cinco y siete años. Alguien tenía que cuidar de ella, no podía estar sola. Eso quería decir más gente, y con más gente más problemas, así que decidí ser cauto y vigilarla para ver adonde me llevaba.

 Pero para no variar todo se fue  a la mierda. Justo por dónde había aparecido la joven, supongo que siguiendo su rastro, apareció un grizzly gigantesco. Cuando La joven lo vio se quedó durante un momento helada sin saber qué hacer. Con la ropa y las armas bajo el cuerpo de aquel animal sólo le quedó una alternativa huir desnuda. El oso la vio inmediatamente y se lanzó al agua tras ella mientras yo montaba la mira en el rifle apresuradamente.

Era una chica lista, porque en vez de salir corriendo en dirección al bosque se acercó a la pared de la cascada e intento trepar por ella sabiendo que el oso no podría seguirla por allí.

Ya estaba casi a salvo, a pocos centímetros de una repisa, a cuatro metros de altura, cuando su pie resbaló en una roca mojada y aunque intentó asirse desesperadamente a la pared húmeda resbaló y calló a los pies del animal. El oso se levantó sobre sus patas traseras y enseñando sus aterradoras mandíbulas soltó un rugido atronador. Fue lo último que hizo antes de que una de mis balas atravesase su cerebro y cayese a los pies de la chica muerta de miedo.

Instantes después me tiré a la laguna y me acerqué al oso. Haciéndome el macho ignoré a la chica mientras le arrancaba las zarpas al oso y le sacaba un par de buenas tajadas de carne.

-¿Estás bien? –le pregunté en plena faena.

-Sí, creo que sí –dijo intentando levantarse y cayendo al suelo de nuevo con un grito de dolor.

-Ya veo,  -dije mientras terminaba y guardaba la carne y el cuchillo.

Con naturalidad y procurando mirar lo menos posible el cuerpo desnudo y hecho un ovillo de la joven me acerqué a ella. Un rápido vistazo me reveló que el tobillo derecho estaba dislocado.

-La buena noticia es que no está roto –dije mientras palpaba su piel tibia y suave, -la mala es que voy a tener que hacerte un poco de daño.

Ella asintió sin decir nada con los ojos fijos en mí y los orificios de su nariz dilatados por el terror. Sin aviso previo  tiré con fuerza del pie y haciendo palanca logré colocar el tobillo de nuevo en su sitio antes de que la joven me dejase sordo con sus gritos de dolor. Con el tobillo en su sitio y el pie dentro del agua fría del estanque el dolor pareció disminuir aunque no lo suficiente para poder volver sola a lugar de donde había venido. Se vistió mientras yo le daba gentilmente  la espalda y apoyándose en mí, emprendimos el camino.

Me ofrecí a llevarla en brazos, es más, hubiésemos ido más rápido, pero ella se obstinó en ir cojeando, apoyándose en mi cuerpo, mientras yo la sujetaba por su cintura. Después de años sin ver a una mujer, el sólo peso de su cuerpo y el aroma que despedía su piel me provocaron una erección que a duras penas pude esconder.

-¡Alto! ¡Suéltala ahora mismo o te levanto la tapa de los sesos! –dijo una mujer alta y pelirroja apuntándome con una escopeta de repetición del calibre doce.

-Yo sólo…   -intenté decir levantando las manos.

Sin decir nada más la mujer se acercó a mí sin dejar de apuntarme y cuando estuvo a mi lado con un rápido movimiento descargó un culatazo en mi sien. Oí unas débiles protestas por parte de la joven a la que había ayudado justo antes de que todo se volviera negro.

Me desperté desorientado y con un furioso dolor de cabeza en el suelo de una  pequeña habitación pintada de blanco. Intenté moverme pero alguien me había atado muñecas y tobillos con bridas.

-Hola, ¿Hay alguien? ¿Podéis darme un poco de agua?

Tras un par de minutos unos pasos desacompasados se acercaron, un grifo se abrió y finalmente la joven rubia me trajo un vaso de agua que me ayudó a beber. Tenía el tobillo vendado y parecía haberse calmado un poco, aunque en su cara todavía se reflejaba el susto.

-¿Qué tal te encuentras? Pregunté carraspeando e intentando incorporarme.

-Bien –dijo ella ayudándome a sentarme. –Hiciste un buen trabajo, apenas se me ha hinchado.

-Yo sin embargo tengo un dolor de cabeza terrible. ¿Podrías soltarme? –dije intentando que pareciese la pregunta lo más casual posible.

-Lo siento pero Erika me dio órdenes de que no lo hiciera bajo ningún concepto. Me dijo que intentarías embaucarme.

-¿Acaso os he hecho algún daño? ¿Por qué me tratáis así?

-Erika dice que eres peligroso.

-Y tú haces todo lo que te manda Erika… -repliqué yo – ¿y cuál es tu nombre o también te prohíbe Erika decirlo?

-Soy Lou Anne.

-Encantado Lou Anne, soy Mortimer, pero los cuervos me llaman Morty.

-¡Lou Anne, te dije que no te acercaras a él! ¡Apártate de él inmediatamente!

Lou Anne vio cómo se acercaba Erika dejando sobre el suelo un buen trozo del grizzly que yo había matado y se apartó de mi con rapidez diciéndole que solo le  había ayudado a beber un poco de agua.

Erika le dijo que volviese a poner el pie en alto y se quedó en la habitación mirándome como si fuese un jeroglífico que se obstinaba en permanecer sin solución.

Durante este tiempo aproveché para  observarla. Era mayor que Lou Anne, andaría por los treinta y pocos, era bastante alta, casi tanto como yo y los pantalones vaqueros y el sencillo jersey de Lana tejido a mano no ocultaba un cuerpo con generosas curvas. Lo que más llamaba la atención de ella era su larga melena lisa, color caoba, que enmarcaba un rostro ligeramente alargado y de tez extraordinariamente pálida. Sus ojos de color verde y ligeramente rasgados estaban fijos en él dándome la sensación de ser observado por un peligroso felino.

-Solos al fin –dije para romper el pesado silencio que se estableció entre nosotros.

-¿Quién eres? –preguntó Erika sin dejar de fruncir el ceño.

-Motimer  Lawrence, pero puedes llamarme Morty…

-Motimer, ¿Qué clase de nombre es ese?

-Ya lo sé, es un poco ridículo, pero es el peso que uno debe llevar por tener antepasados en la vieja nobleza inglesa. Pensé mil veces en cambiarlo, pero ahora es el único recuerdo que me queda de mi familia.

-¿Estás sólo? –dijo ella aparentando no escuchar lo que yo decía.

-¿Ves a alguien por aquí? –Respondí a mi vez –Por cierto creo que al menos podrías darme las gracias.

-Lou Anne me contó lo que hiciste, por eso aún  estás vivo…

-Así que es eso, no sabes que hacer conmigo. –le interrumpí,  no recuerdo si molesto o divertido.

-Básicamente.

-Mira, lo primero que podrías hacer es soltarme. Si hubiese querido haceros daño no hubiese llevado a tu hija, tu amiga o lo que sea, hasta ti. Pude haberla raptado y habérmela llevado antes de que tú pudieses hacer nada, pero no lo hice, te la traje de vuelta. –dije mostrándole de nuevo mis muñecas atadas.

Erika sacó un cuchillo de combate, del tamaño de un machete y lo asió con tal fuerza que los  nudillos se volvieron blancos. Se acercó poco a poco y con un movimiento rápido cortó las bridas que me sujetaban.

Antes de que pudiera reaccionar me abalancé sobre ella y la desarmé. Erika intentó darme un rodillazo pero la esquive y cogiendo su propio cuchillo se lo acerqué al cuello. Todo el cuerpo de Erika se tensó y una pequeña lágrima de sangre mano dónde el cuchillo había entrado en contacto con su piel.

-Me bastaría un segundo y un poco más de presión para acabar contigo. –dije susurrándole fríamente al oído. –y luego cazar a tu joven amiga sería coser y cantar… Pero no he venido a eso. –dije separándome de mala gana de su excitante cuerpo  y devolviéndole el cuchillo por el mango.

Erika cogió el cuchillo que le daba y lo blandió con furia ante mí. Sus labios fruncidos en una estrecha línea y sus ojos clavándose en los míos revelaron lo cerca que estuvo durante unos segundos de hincarme el cuchillo en el pecho.

-Está bien, no quieres hacernos daño, aunque se me ocurren otras formas de demostrarlo.

-Seguro pero no tan rápidas como ésta. –repliqué yo.

-Y ahora ¿Qué? –preguntó Erika guardando el cuchillo en la funda de la cadera.

-Creo que contar como hemos llegado hasta aquí sería una buena idea… -dije yo.

-… Está bien, empezaré yo –dije al ver la cara de póquer de Erika – Por lo menos podrás darme algo de comer, prometo no hablar con la boca llena.

Erika me guio a la cocina y dejo un plato de espaguetis fríos delante de mí. Durante los siguientes diez minutos le conté mi historia con todo lujo de detalles, ni siquiera escatimé mi escabroso sueño con el guardabosques. Después de haber terminado,  Erika pareció relajarse un poco y esperó que terminase la comida antes de empezar a hablar:

-Nuestra historia es bastante más sencilla. Yo vivía en una granja, no muy lejos de aquí, tenía diecisiete, no dieciocho años Cuando todo ocurrió, fui al pueblo a conseguir munición para la escopeta y la pistola. Cuando entré en la armería no había nadie y conseguí lo que necesitaba. Estaba a punto de salir cuando llegaron tres tipos con una niña de seis años. Los tíos se pusieron contentísimos a ver todos aquellos fusiles al alcance de la mano, así que se pusieron a trastear con las armas y se olvidaron de la niña que se puso a recorrer los pasillos del establecimiento sin rumbo fijo.

-Yo me había escondido y estaba a punto de salir por la puerta del almacén cuando llegó otro grupo, obviamente con las mismas intenciones y te podrás imaginar. El tiroteo acabó con cinco cadáveres en el suelo de la armería, incluidos los tres hombres que habían llegado primero.  La niña empezó a correr por los pasillos con las balas volando a su alrededor. Empujada por un instinto estúpido la seguí y cogiéndola de la mano y disparando la escopeta para cubrirnos salí por el almacén y nos escabullimos.

-Volvimos a mi granja, pero cuando la situación empeoró en las ciudades, la gente empezó a huir al campo y mi granja era demasiado visible al lado de la carretera. Cuando logré deshacerme del segundo grupo que intentó tomar la granja por la fuerza preparé los bártulos y nos fuimos. Conocía la existencia de esta pequeña granja de mis paseos nocturnos para bañarme en la cascada. Sabía que los dueños, unos ancianos habían sido desahuciados cinco años antes. La granja está aislada y con el viejo tractor me encargué de destruir y ocultar el camino de acceso,  además   tiene todo lo necesario, un pozo con agua, unas placas solares para tener electricidad, incluso pude traerme unos cuantos animales y semillas. La tierra de aquí no es demasiado buena pero no es lo mismo una granja rentable que una que te dé de comer. Y ahora, después de diez años de tranquilidad has llegado tú.

Cuando terminó de contar su historia, Erika comenzó a preparar la cena. Enseguida me levanté y le ayudé a lavar unas verduras mientras hablábamos. La charla empezó versando sobre la forma en la que se la habían arreglado para mantener la granja pero poco a poco fue derivando hacia la soledad. No es fácil vivir durante años sin  contacto humano y le dije que no me extrañaba que hubiese reaccionado así cuando me vio. Con una sonrisa un poco culpable se disculpó al recordar cómo me había sacudido en la cabeza y yo acepté las disculpas tratando de no darle ninguna importancia al chicón que seguía latiendo dolorosamente en mi sien.

Nos miramos y una corriente pasó a través de nosotros. Percibí su deseo y la besé, pero ella se despegó rápidamente.

-Lo siento –dijo pasándose los lengua por los labios excitada –pero no puedo… A Lou Anne no le parecería bien…

-¿Qué es lo que no me parecería bien? –dijo Lou Anne mientras entraba cojeando en la cocina.

-¡Oh! –dije yo para ganar un poco de tiempo a la vez que intentaba algo. –quería irme está noche pero Erika ha dicho que no te gustaría.

-Por supuesto que no. –Dijo Lou Anne sentándose  y poniendo el tobillo en alto –me salvaste la vida. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras ¿Verdad Erika?

-Claro que sí –respondió con una sonrisa.

Durante la cena tuve que volver a contar le historia de mi vida, esta vez para Lou Anne. Se interesó mucho por lo que me había enseñado el guardabosques y me preguntó si la había descubierto mientras seguía el rastro al grizzly. Durante un segundo medité largarle una trola pero finalmente opté por la verdad y le conté que estaba espiándola mientras se bañaba.

La joven se ruborizó inmediatamente, y su primer gesto fue de enfado, pero tras este primer momento de confusión me pregunto con curiosidad si le parecía que era bonita. Erika y yo no pudimos por menos que reír y la explosión de carcajadas contribuyo a eliminar la tensión del momento. Después de asegurarla Erika y yo que no era bonita, sino que era preciosa Lou Anne se dio por satisfecha aún más ruborizada que antes. No hay nada que siente mejor a una mujer que un piropo. A partir de ese momento la joven dejo de cojear y empezó a pasearse por la casa  como si flotara.

 Dejamos a  Lou Anne fregando y nos fuimos a preparar los animales para la noche. El frescor de la noche me sentó bien y me ayudó a desembarazarme del dolor de cabeza.  Hicimos las tareas rápidamente y en silencio, no hacía falta que habláramos nuestras miradas lo decían todo. Por un momento me planteé acercarme e intentar follármela allí mismo, pero tenía la impresión de que todo aquello era una especie de prueba así que me limite a dar de comer y a ordeñar las cabras como mejor supe.

Cuando volvimos a la casa todo estaba recogido y Lou Anne nos esperaba con un té. Charlamos un rato más, de tonterías, sólo por el placer de escuchar una voz diferente y nos fuimos a dormir.

Había dos habitaciones en la parte de arriba. Una me la ofrecieron a mí y ellas se fueron juntas a la otra.

La habitación estaba limpia y ordenada pero sus muebles tenían una fina capa de polvo y al abrir la cama y meterme en ella sólo con unos calzoncillos y una camiseta la humedad que noté en las sábanas me dio la impresión de que no se usaba a menudo.

 No sé si fue el té o las emociones del día pero no podía dormir. Al otro lado de la pared no dejaba de oír susurros y risas, eso acompañado de la conciencia de tener dos hembras tan cerca y a la vez tan lejos no contribuyó a serenarme. De repente se hizo el silencio, yo pensé que por fin se habrían dormido pero me equivoqué, unos suaves gemidos venían de la habitación contigua.

Aplicando todas las lecciones de mi viejo amigo el guardabosques salí de la habitación en total silencio. Cuando salí al pasillo vi que la puerta de su habitación estaba ligeramente abierta. De ella salía un tenue haz de luz. Poco a poco, con desesperante lentitud, me fui acercando a su puerta hasta que pude espiar el interior de su habitación. El ángulo de visión desde allí no era bueno, sólo se veía un pesado armario ropero de finales del diecinueve, pero una de las dos había dejado una de las puertas abiertas y el espejo de cuerpo entero que contenía apuntaba directamente a la cama donde las dos mujeres,  hacían el amor. Erika estaba sentada sobre el borde de la cama mientras Lou Anne frotaba su sexo sobre el muslo de Erika gimiendo y dejando un rastro de humedad a su paso. El ritmo era pausado como si ambas esperasen algo.

Con cada respiración los pequeños pechos de Lou Anne subían,  sus costillas se movían y su culo temblaba, haciéndome desear que fueran mis manos y nos las de Erika las que le acariciaran.

Lou Anne desmontó y besó a Erika con delicadeza mientras acariciaba sus pechos opulentos y sus pezones rojos y tiesos. Sus manos fueron bajando poco a poco hasta que desaparecieron entre las piernas de Erika provocándole un grito de placer. Erika abrió las piernas y a través del reflejo del espejo pudo ver como los dedos de Lou Anne entraban y salían rápidamente del coño de Erika forzándola a doblarse con el placer del orgasmo. Tras unos segundos, Erika se levantó y abrazando a Lou Anne me miró desde el espejo y sonrió.

Estaba a punto de largarme con mi rabo erecto entre las piernas cuando Erika levantó el brazo y me hizo una señal inequívoca para que me acercase.

Con la prisa que dan quince años sin probar hembra me quité la ropa y me acerqué sigilosamente a ellas. Cuando abracé a Lou Anne por detrás  haciendo que mi polla descansara sobre el culo y la espalda de la joven esta dio un respingo,  se apretó instintivamente contra mí y gimió revelando su deseo. Erika me miró a los ojos y sonrió sin dejar de abrazar Lou Anne. Cogí con mis manos los pequeños pechos  de Lou Anne y presioné con mi cuerpo para apretarlo un poco más contra el de Erika. La joven volvió a gemir y noté como sus pezones se endurecían haciendo que volvieran como en un flash  las imágenes de la joven desnuda en el estanque. Besé a Erika por encima de la cabeza de Lou Anne  mientras frotaba mi polla contra el culo y la espalda de la jovencita.

Con suavidad separé sus piernas y ante la mirada aprobadora de la pelirroja, introduje con suavidad mi polla en el  coño de Lou Anne. Esta soltó un largo gemido y se agarró a  Erika para mantener el equilibrio.

Metía y sacaba mi polla con suavidad, disfrutando  de la estrechez de su vagina y acariciando su vulva con rápidos movimientos.

Erika se acercó a mí y comenzó a besarme con violencia mientras me acariciaba los huevos. Sintiendo que estaba a punto de correrme apartó a Lou Anne y tumbándose en la cama se abrió de piernas mostrándome su pubis y su sexo incendiados por el deseo.

Con Erika no fui tan delicado, de un solo empujón le metí mi polla entera  mientras Lou Anne le besaba los pechos y le mordisqueaba los pezones.

-Vamos cabrón dame tu leche… -dijo sabiendo que eso me excitaría aún más.

Comencé a penetrarla cada vez más rápido, cada vez más fuerte hasta que exploté eyaculando semen contenido durante años sin dejar de empujar salvajemente hasta que noté que ella también se corría.

Me separé de Erika que quedo tumbada jadeando y Lou Anne me cogió la polla aún palpitante y se la metió en la boca.

-Aún me debes algo –dijo mientras se tomaba un respiro y miraba mi miembro  con curiosidad.

Me senté en la cama mientras ella me chupaba la polla con fuerza hasta que estuvo de nuevo dura como una estaca, entonces se sentó encima de mí, se metió mi polla lentamente y, cerrando los ojos, concentro sus sentidos en las caricias de mis manos y de mi polla. A medida que su excitación iba en aumento comenzó a moverse más rápido unas veces deslizándose por mi polla otras veces con movimientos circulares,  sin dejar de mirarme a los ojos, como queriendo cerciorarse de que me estaba haciendo disfrutar tanto como disfrutaba ella. Sus jadeos y sus gemidos fueron haciéndose más frecuentes y anhelantes hasta que la elevé en el aire y la tiré en la cama bajo mi cuerpo penetrándola con fuerza  hasta que todo su cuerpo se crispó y tembló con las oleadas del orgasmo.

Me separé y Erika aprovechó para tumbarse sobre la joven,  acariciarla con suavidad y besarla. Yo, ante la visión del culo grande y blanco de Erika con el coño aun rebosante de mi semen volví a penetrarla varias veces y jadeando por el esfuerzo me corrí de nuevo en su interior.

Sin darme cuenta caí sobre Erika medio desmayado y sólo las protestas de Lou Anne nos hicieron darnos cuenta de que la estábamos aplastando. Al oír sus débiles protestas nos apartamos de ella riendo y resollando.

Minutos después las dos mujeres dormían mientras yo, incapaz de hacerlo, acariciaba sus cuerpos suaves, cálidos y llenos de vida, con la sensación de que no éramos más que  los rescoldos de una humanidad casi muerta.


Relato erótico: “Destructo: La perla del Nilo” (POR VIERI32)

$
0
0

I. 2 de junio de 1260

 

Los mongoles somos los lobos en un mundo repleto de presas; nacemos guerreros y en el fragor de la batalla encontramos nuestro hogar natural. Me lo enseñaron desde que era pequeño, en Suurin, un extenso valle estriado de ríos y rodeado de cerros. Pero con el paso del tiempo aprendí a detestar las batallas porque la muerte acecha y susurra sus secretos en cada sablazo, en cada gota de sangre salpicada sobre la hierba y en cada grito. Armenia, Cilicia, Bagdad; con el ejército del Kan del Ilkanato de Persia recorrí medio mundo para estamparme contra esta realidad una y otra vez.

Mi nombre es Sarangerel, y aprendí a aborrecer cada guerra porque mientras más cerca esté de morir, más lejos estoy de reencontrarme con mi hijo, hoy la única razón de mi existencia. Miro mis manos, estas viejas y encallecidas manos sosteniendo una espada y un escudo, y solo siento en los dedos un fuerte deseo de volver para cargarlo y abrazarlo.

La tierra parece detestar la sangre de las heridas que se desparrama en cada lucha; el grito de sufrimiento de los enemigos ya no es la canción que una vez fue para mí. A los ojos de todos, peleo y sobrevivo para la gloria de nuestro Gran Kan, pero en realidad lo hago porque un hombre no puede irse de este mundo sin por lo menos ver por última vez a su hijo.

Los mongoles nacemos guerreros. Pero este guerrero, y sobre todo estas manos, ya se están cansando de esta vida.

Tras un largo y duro viaje a través del desierto, los tres emisarios del Imperio mongol habíamos llegado a El Cairo. La capital musulmana brillaba por sí sola, como una perla en la ribera del Nilo; el vivo colorido de sus calles y la imperturbable rutina de los cientos de personas eran fascinantes, invitaban a probar una vida distinta a la que había llevado y parecían tener esa capacidad de levantarnos nuestro ánimo decaído; las provisiones de agua se nos habían agotado y nuestros rostros revelaban nuestro hartazgo. Inadecuado, desde luego, pues estábamos en territorio enemigo. Mantener la calma era necesario, mostrarles a cada uno de los habitantes los guerreros feroces que éramos.

El rumor acerca de la violenta expansión del Gran Kan Hulagu se había extendido lentamente entre la población egipcia y se percibía el miedo en las miradas de los comerciantes y ciudadanos cuando nos abríamos paso sobre nuestros caballos, rumbo al palacio del Sultán para cumplir con nuestra misión diplomática. Era inevitable sonreírme al notar cuánto respeto o miedo éramos capaces de provocar, pero no debíamos aprovechar nuestra situación. Debíamos cabalgar a trote lento, cautelosos, con respeto. Cualquier gesto inapropiado aumentaría el nerviosismo del pueblo, el miedo de los guardias, y con ello vendría la violencia.

Descansar en alguna posada estaba descartado según nuestro comandante, decisión discutida una y otra vez por mi camarada Odgerel, un guerrero que solo rinde con el estómago lleno o al menos tras probar de algunas pueblerinas en un burdel; pero parecía incapaz de notar el aire viciado en las calles. Los comerciantes, los guardias, los niños, las mujeres, prácticamente todos tragaban saliva, susurraban entre ellos, seguramente especulando cuál era nuestra misión y qué les depararía ahora que nuestro ejército estaba avanzando a través del desierto.

—¡Por todas las flechas de mi aljaba! Las mujeres de aquí son realmente preciosas, ¿no lo crees, Sarangerel? —Odgerel tenía la mala costumbre de pensar en voz alta, no cesó el parloteo ni rumbo al palacio—. Hasta hacen olvidarme de la arena metida hasta los cojones.

—Deberías preocuparte por tu caballo, no por mujeres —respondí, acariciando a mi animal. Hablar con él para olvidarme de la tensión a nuestro alrededor era una opción sabia. Ocultar el cansancio con una sonrisa.

—A mí no me engañas, Sarangerel, te he visto echándole el ojo a algunas…

—Odgerel, un caballo te llevará hasta Damasco pero una mujer te llevará a la ruina.

—¿Y dónde queda eso? Parece mejor destino que Damasco.

—Jala-barbas, te estoy diciendo que no necesitas de una mujer, necesitas de tu caballo.

—¡Odgerel, Sarangerel! —al frente, nuestro comandante nos guiaba—. ¡Silencio y sigamos avanzando!

El ambiente se tornó aún más hostil dentro del pomposo palacio, en donde los guardias del Sultán, que destacaban por los turbantes enrollados en torno a sus cascos, parecían maldecirnos con la sola mirada; se percibía en los ojos y gestos de todos y cada uno de ellos conforme avanzábamos por los pasillos. Susurros, mandíbulas tensas por doquier, puños demasiado cerca de los mangos de sus cimitarras; daba la impresión de que solo era cuestión de segundos para que la mecha de la guerra se encendiera.

—Escúchame, Sarangerel —me susurró Odgerel, cortando el sonido de nuestras pisadas sobre el suelo de mármol—. ¿Lo sientes? En el aire, amigo. Es como si en cualquier momento uno de estos bastardos fuera a desenvainar su cimitarra para atacarnos.

—Eres lento para pillar las cosas, perro —gruñí—. Me interesa evitar los espadazos. No metas la pata, acabemos con esta misión para volver a casa cuanto antes.

—Trataré, pero es difícil no meter la pata con el estómago vacío —le sonrió a un guardia, acariciando el mango de su sable enfundado en la vaina del cinturón.

—¡Os he ordenado silencio, Odgerel, Sarangerel! —volvió a rugir nuestro comandante sin detener su andar—. No hemos venido a pelear, lo saben. Somos emisarios.

Tocado con un turbante blanco inmaculado, sentado en su alto trono y rodeado de esposas que le abanicaban, el Sultán Saif Al-Din Qutuz se removió en su asiento al vernos llegar a los tres. Sus generales le acompañaban, probablemente ya le habían advertido de nuestra llegada. En los ojos de Qutuz se percibía el miedo de los niños, la ansiedad de los adultos y el odio insostenible de sus guardias; era el hombre que cargaba sobre sus hombros una de las últimas y más importantes resistencias del imperio musulmán.

A un gesto de manos, sus mujeres se retiraron del salón.

—Que la diosa Tanri me lleve, Sarangerel —me susurró Odgerel, sonriéndole a una de las esposas del Sultán que había pasado a su lado—, tantas hembras para solo un hombre, esto es un crimen.

—Guarda silencio y compórtate, cabeza de granito.

Nuestro comandante se presentó, abriendo la carta que habíamos traído y leyéndola a viva voz.

—¡Desde el Rey de Reyes de Oriente y Occidente, el Gran Kan, para Qutuz, el mameluco! Ha oído cómo hemos conquistado un vasto imperio y hemos purificado la tierra a nuestro paso. No se puede escapar del terror de nuestros ejércitos. Sus oraciones a su Dios no funcionarán contra nosotros. ¡Apresúrese en su respuesta antes de encender el fuego de la guerra! Mendigue, y estará a salvo. Resista, y sufrirá la más terrible de las catástrofes.

Uno de los generales tomó el mango de su cimitarra con el rostro torciéndose de ira.

—¿¡En dónde habéis aprendido modales!? ¿¡A qué viene esta forma tan arrogante de presentarse ante nuestro Sultán!?

—¡Atrás, Baibars! —Qutuz se levantó de su trono y tomó del hombro de su general para tranquilizarlo—. No tolero ese tono frío y prepotente vuestro. El Gran Kan confía en su ejército y no cree que el mío le pueda hacer mella. Me han informado de vuestro avance violento a través del califato abasí, pero estáis equivocados si pensáis que nos someteremos pacíficamente como Damasco.

—¿Qué te había dicho, Sarangerel? Vete preparando —Odgerel volvió a susurrarme—. Nos han enviado a un pozo de serpientes hambrientas.

—Mantente sereno, Odgerel, y guarda silencio cuando hablan. 

Nuestro comandante guardó la carta y aconsejó al Sultán.

—El Gran Kan no atenderá a ruegos ni lamentos durante la guerra, Sultán Qutuz. Va a destruir sus mezquitas y luego matará a sus niños y ancianos juntos. Hoy, usted es el único enemigo contra el que tiene que marchar. No comprometa de esta manera a su pueblo.

—¡Contén esa lengua cuando le hablas a nuestro honorable Sultán, mongol! —volvió a asaltar el nervioso general. 

—En serio no creo que nuestro comandante esté eligiendo las palabras adecuadas para dirigirse a un grupo de hombres nerviosos —Odgerel no callaba. De todo a mi alrededor, era su ansia de batalla lo que realmente me preocupaba. Debíamos evitar a toda costa cualquier provocación si pretendíamos salir vivos—. Sarangerel, la sangre va a correr por este salón. 

—Respira hondo, jala barbas, vas a meternos en problemas.

—¿Yo? Es nuestro comandante quien está jugando con fuego. Puedo olerlo casi… Sarangerel, ¿por quién peleas?

—Por el imperio mongol, Odgerel.

—Entonces nos veremos en el infierno, amigo mío —agarró el mango de su sable, presto a desenvainarlo.

—¡Vuestros términos son inaceptables, someternos es un pecado y acto de traición! —bramó el general, ahora sí apuntándonos con su cimitarra, gesto imitado por todos los demás guerreros en el salón. Tragué saliva; ser temidos era un orgullo, nos veían como bestias amenazantes. Lobos, eso éramos, nacidos para la batalla. Aunque en el fondo yo tenía tanto miedo como ellos, no les daría el gusto de mostrarle el más mínimo gesto de debilidad.

Pero en el momento que acariciaba el mango de mi sable, el Sultán Qutuz rugió con voz autoritaria:

—¡Guardad las armas! ¡No se derramará sangre en este salón! —Volvió a tomar del hombro de su general para exigirle temple. Cerré los ojos y agradecí al Dios Tengri por haber dotado de serenidad al Sultán—. Y vosotros, mongoles, retiraos e informadle a vuestro emperador que Egipto tiene guerreros temibles. Si no tenéis más que decir, entonces permitid que mis guardias os acompañen hasta las afueras de la ciudad.

—Sultán Qutuz —interrumpió nuestro comandante, probablemente tan aliviado como yo y el resto del salón—. Como mensajeros esperamos que respete nuestra condición de inmunidad.

—Podéis estar tranquilos. Como veis, yo disto de los medios fríos y salvajes de vuestro emperador. De nuevo, os invito a retiraros de la ciudad. Comprenderéis que para calmar el ánimo en las calles, prefiero que vayáis escoltados por mis guardias.

—Entendido. Nos vamos como vinimos, Sultán Qutuz.

Odgerel me tomó del hombro y suspiró largamente. Respiraba como un perro al sol; nunca fue bueno en situaciones como la que estábamos viviendo, en donde hay tensión en el aire y lo mejor es tener la espada guardada, en donde hay que dejar que el diálogo haga de mediador.   

—¡Por el Dios Tengri, estuve a segundos de desenvainarla! Ha ido mejor de lo que esperaba, Sarangerel…

—No celebres aún. Al menos no hasta salir de la ciudad, Odgerel.

Cabalgábamos a paso lento por las calles de los arrabales, rumbo a las puertas de la ciudad, cuando percibimos de nuevo esa tensión en el ambiente. Los guardias que nos custodiaban hasta la salida, montados sobre sus caballos árabes, murmuraban constantemente a nuestras espaldas. Odgerel, en respuesta, no dejaba de acariciar el carcaj atado en su montura, como desafiando a los mamelucos. Tensar su arco y lanzar una saeta no le tomaría más que un suspiro.

—Vuestros caballos son muy pequeños —dijo por fin uno de ellos—, no parecen ser buenos para el desierto.

—No los subestimes, mameluco —acaricié al mío, que lanzó un bufido—. Se adaptan perfectamente al terreno.

—Y son resistentes, no corren como mulas cojas cuando les alcanza un flechazo —masculló Odgerel.

De reojo noté que al gesto de uno de ellos, el gentío en las calles se dispersó poco a poco. Odgerel y yo nos observamos; no era normal que un lugar tan poblado empezara a quedar vacío. Ambos detuvimos nuestros animales, quienes parecían percibir nuestro propio nerviosismo.  

—Tranquilo —susurré a mi animal, volviendo a acariciarlo.

—¡Odgerel, Sarangerel! —nuestro comandante también contuvo su caballo y se giró para hablarnos—. Somos mensajeros, no lo olviden.

—Os deseamos una placentera travesía y un galope veloz, amigos ojos-rayados.

En el momento que una flecha silbó cortando el aire supe que todo había dado un revés, y que la inmunidad que supuestamente teníamos como mensajeros era solo una ilusión enterrada bajo la gruesa arena del desierto. Cayó nuestro comandante al suelo como un saco de arroz, con la garganta destrozada y sangre desperdigada por el suelo.   

—¡Cacen a los mongoles! —se oyó un grito en las calles—. ¡El Sultán quiere sus cabezas!

La guerra había comenzado, con firma irrevocable de sangre estampada en las calles. El polvo se extendía, nuestro comandante moría en el suelo bajo el calor abrasador; poco a poco los enemigos asomaban de entre las columnas de las edificaciones, tensando las cuerdas de sus arcos mientras mi pecho se llenaba de una sensación que había sentido y odiado mil veces en el fragor de la batalla.

Y en mi corazón, que redoblaba sus latidos, solo cabía una sola cosa: mi pequeño hijo.

Y el deseo de cargarlo una vez más con estas manos.

—¡Odgerel! —Desenvainé mi sable y preparé mi escudo;  a los ojos de todos ellos, éramos guerreros crueles nacidos solo para la batalla, pero uno, en el fondo, teme. Yo al menos siempre tuve miedo—. ¡Embiste y huye!

Mi caballo saltó hacia uno de los negocios y tumbó al arquero que se escondía tras un tablero de frutas; el revoloteo de las uvas e higos a mi alrededor confundió a otro guerrero que, montado sobre su animal, se había acercado a mi lado presto a tumbarme, mas su cuello probó el acero afilado de mi espada.

—¡Venid a por mí, hijos de puta! —Odgerel se abría paso entre los enemigos en rápida galopada, repartiendo sablazos a cuanto podía dar alcance. De una fugaz ojeada noté su sonrisa en ese rostro salpicado de sangre enemiga—. ¡Hala! ¡Ahí fue uno! ¿¡En dónde habéis entrenado, cornudos!?

Su grito de júbilo rebotó por las calles de El Cairo mientras el árido viento azotaba con fuerza mi rostro.

—¡Hay más adelante! ¡Prepara tu puto arco, Odgerel!

—¡Yo solo quería algo de beber y de paso una mujer, hijos de puta! Sarangerel, ¿¡es tan difícil escribir una puta carta en condiciones!?

—¡Apura y tensa el arco, perro, aún no hemos salido de la ciudad!

—¿¡Por quién peleas, Sarangerel!? —preguntó al acercarnos velozmente a la salida. Tres, cuatro… cinco arqueros nos esperaban, apuntándonos como cazadores ante un zorro, mas se olvidaban que nosotros éramos lobos de las estepas. El gentío se dispersaba a nuestro alrededor; gritos, sangre y polvo desperdigado adornaban las calles de la ciudad caldeada por el fuerte sol.

—¡Peleo por el imperio mongol, Odgerel!

—¡Entonces nos veremos en el infierno, amigo mío!

II

Para el joven ángel Curasán, los días en los paradisiacos Campos Elíseos no eran tan agradables como le gustaría. El paisaje era colorido y floreado hasta donde la vista alcanzaba, y el cielo diurno siempre destacaba su azul brillante, pero aquello terminó resultándole cansino tras varios años. Su rutina consistía en cargar su pesado arco de caza, avanzando desganado por el camino de tierra entre el montón de ángeles que, día a día, partían rumbo a los campos de entrenamiento de tiros que lindaba al gran bosque, guiados por la Serafín Irisiel.

Su túnica blanca le incomodaba, la bota de cuero izquierda le apretaba, y para colmo sus alas parecían estar más entumecidas que de costumbre.

—Sabes, Curasán, me preocupas —susurró la joven Celes, a su lado, tratando de evitar que el resto de ángeles la escuchara. La muchacha, de larga cabellera azabache que contrastaba con sus alas de fuerte blanco, podía percibir el estado de su mejor amigo fácilmente—. Deberías dejar de ir abajo…

—¿Abajo?

Celes extendió sus alas cuanto pudo, rodeándolo con ellas para traerlo consigo. Era su particular medio de obtener privacidad en el camino. En la legión de ángeles siempre rondaban los curiosos.

—Sí, “abajo”, en el reino de los humanos. No creo que al Trono le agrade saber que uno de sus ángeles se escabulle sin permiso.

El joven abrió sus ojos cuanto pudo.

—¿Pero qué…? ¿Qué te hace pensar que me escabullo para ir a ese lugar?

—¡Te seguí, Curasán!

—¿Me seg…? Eres una angelita muy rara, ¿eh? ¿Se lo has dicho a alguien?

—¡No se lo he dicho a nadie! Pero si los Serafines se enteran, te van a desplumar esas bonitas alas que tienes.

—No se atreverían —masculló, agitándolas—.  ¿Quieres algo, no es así? ¡Escúpelo!

—¡No quiero nada! Mira, simplemente ten más cuidado. No tengo la más mínima idea de qué haces yendo allí… y tampoco es que muera de ganas por saberlo, pero por los dioses, trata de ir menos, un día te van a pillar. 

En el momento en que la muchacha lo liberó del abrazo de sus alas, el joven la tomó de la mano y la apartó del camino para internarse en el bosque. No valieron las tímidas reprimendas de su amiga, pronto se encontraron avanzando solos, ocultos en medio de la espesura; hojas y plumas revoloteaban a su alrededor.

—¡Curasán!

—¡Vamos, Celes!, te mostraré algo.

—¿Qué vas a mostrarme? —tiró de su mano para liberarse—. ¿Por qué lo haces?

El muchacho se acarició el mentón, perdiendo su mirada hacia ese fuerte cielo azulado. Avanzar todas las mañanas en lo que él consideraba un “aburrido rebaño” que iba para practicar tiro al blanco no era precisamente su idea de divertimento. Pensar en repetir aquel escenario por el resto de su existencia empezaba a agobiarlo, y romper la rutina se veía como una necesidad. Y mejor en compañía. 

Tras sonreír con los labios apretados, volvió a tomar de la mano de su compañera.

—Es que… ¿No te aburre?

—¡Aburrido lo será para ti! ¡No es todo entrenamiento, yo al menos voy a los coros y también hago la recolección de frutas!

—¡Ja! Hace años que no como nada, y en el coro cantáis horrible. No necesitamos de canciones ni comida, Celes, ¡somos ángeles!

—Si nuestra instructora… se entera de que nos… salimos del camino —protestaba a trompicones mientras seguían internándose en las profundidades del bosque—. ¿Quieres ir al reino de los humanos, no es así? ¡Perfecto, pero no me arrastres contigo, Curasán! ¡Me vuelvo!

Volvió a liberarse de su mano. Extendió sus alas y levantó vuelo, aunque rápidamente el joven la tomó de los pies. Él sabía que con Celes debía insistir un poco más para convencerla. Forcejeando ambos, continuaron la discusión:  

—¡Necesitas un escape, Celes!

—¡Suéltame el pie! —aleteó con fuerza, levantando polvo, pero el muchacho la sostenía firme—. No creo que escaparse del entrenamiento de hoy sea la solución adecuada para tu aburrimiento. ¡Además, temo por mis alas!

—¡Psss! ¡Nadie te desplumará, qué cosas te pones a inventar! ¡He visto cosas que no te lo podrás creer, Celes! Y… he probado cosas prohibidas por el mismísimo Trono…

Celes no podía negarse a su curiosidad y la sola idea de lo prohibido hizo que perdiera el control de sus alas. Cayó de espaldas sobre la hierba aunque su plumaje la protegió del impacto. Conmocionada como estaba, se limitó a observar el lento paso de las nubes a través del imponente azul del cielo; se tomó del vientre mientras recogía sus piernas.

—¿Co-cosas prohibidas? ¿Como cuáles?

Lanzando su arco a un lado, Curasán se inclinó ante ella y agarró sus rodillas. Al menos ahora se mostraba interesada en su propuesta y cierto regustillo victorioso invadió el vientre del joven. Separando delicadamente las piernas de su amiga, la miró a los ojos.

—Hay tantas cosas que no sé ni por dónde comenzar. Oye, ¿y esa cara rara que has puesto, Celes?

—Bu-bueno, es solo curiosidad.

—Como te he dicho, somos lo que somos. No necesitamos de comida y el cuerpo nunca lo pide, pero aún así recolectamos frutas para degustarlas simplemente porque el sabor es agradable, ¿no es así?

—¿A dónde quieres ir con eso? 

—¿No lo ves, Celes? Que el cuerpo no lo pida no significa que debamos privarnos de placeres…

Separó aún más las piernas de su compañera y la túnica cedió, revelando más de lo que usualmente ella permitía; la respiración de la joven aumentó al tiempo que sus uñas prácticamente se enterraban en su vientre; parecía querer despertarse de aquel momento y así poder detener a su amigo, aunque no encontraba la voluntad.

—Hay lugares —susurró con una sonrisa de lado, viendo cómo ella cedía poco a poco—, en donde estas alas no nos pueden llevar.

La muchacha tragó saliva y abrió ligeramente la boca presta a continuar preguntando. La cálida mano de Curasán se ocultó bajo la falda, y el pequeño mundo de Celes, su paraíso de frutas, flores, entrenamientos y cánticos, se resquebrajó poco a poco, descubriendo cuánto placer se escondía en una simple caricia.

¿Cómo era posible que ella sintiera ese montón de sensaciones en su vientre? Era algo cálido nunca antes experimentado, un algo que buscaba grietas para escapar. Los ángeles fueron creados a imagen y semejanza de los humanos, pero los dioses les arrancaron cualquier atisbo de sentimientos. Eran inmortales, fuertes, apasionados, pero desconocían el amor, la libertad y cualquier sentido de pertenencia; eran simples herramientas creadas para servir a sus hacedores.

Al menos así parecía serlo… 

—Ah… Curasán… ¿dó-dónde aprendiste a hacer eso? ¡Ah! ¡Ángel pérfido! —retorció sus muslos y se mordió los labios. Quería alejarse y volver a su mundo de flores, pero otra fuerza le rogaba que atenazara a su compañero con brazos y piernas para que no dejara de tocarla. Sus alas se descontrolaron, sus ojos no encontraban un lugar dónde posarse.

Y su cuerpo de hembra despertaba de un eterno letargo.

—¿Dónde aprendí?… Pues en una tarde calurosa conocí a una hermosa humana que caminaba sola cerca de un lago azul… 

—¡Hmm! —gruñó ella, levantando la mano para arrancar una pluma del ala de su recién estrenado amante—. ¿Y por qué no vas junto a ella?

—Pues porque está en el reino humano, Celes, ¿no es obvio? —jugueteaba él, inclinándose para besarla por primera vez. Fue una unión de labios torpe, relampagueante en el sentido más estricto: rápida, fugaz, pero fuerte y estremecedora a la vez. 

—¡Ya! —respondió Celes, ladeando su rostro, pues ahora sentía una garra tomar su corazón. Estaba celosa, y necesitaba cuanto antes demostrar que era mejor que aquella supuesta humana—. ¿¡Y qué es lo que tanto sabe hacer esa mortal!?

Curasán tomó la mano de su amiga, que parecía subir para arrancarle otra pluma. Y esta vez, la llevó a un lugar peculiar para que ella palpara una inusitada dureza que resaltaba bajo la túnica del joven. La hembra se sonrojó y todo intento de respuesta se perdió en un largo y tendido suspiro, mientras sus finos dedos parecían no querer apartarse de aquel extraño miembro que sostenía.  

—¿Acaso… acaso llevas una daga allí abajo, Curasán?

Pero un cálido viento se llevó el momento; un sonido estruendoso se oyó sobre ellos y el bosque se iluminó como si el sol se hubiera agrandado. El suelo vibró de manera violenta cuando ambos ángeles levantaron la mirada; un bólido de larga estela dorada atravesaba el cielo a gran velocidad, abriéndose paso entre las nubes, internándose en las profundidades del frondoso bosque.

—¡Por los dioses! ¿¡Es uno de los Serafines!? —preguntó ella, juntando sus rodillas y separándose de su amigo—. ¡Nos han pillado, nos desplumarán!

—No creo que sea un Serafín, Celes…

La joven se repuso, sacudiéndose el polvo de su túnica mientras a lo lejos se oía el impacto de lo que parecía ser un cometa en el espeso y otrora apacible bosque. Algo había caído en los Campos Elíseos.

—Creo que deberíamos volver y avisar a los demás, Curasán, puede ser algo peligroso.

—Sí, exacto —la excitación del joven menguó y rápidamente se hizo lugar una fuerte curiosidad. Recuperando su arco, extendió las alas y levantó vuelo lentamente—. O podríamos adelantarnos y ver qué ha sido eso. Vamos, Celes, no ha caído lejos.

—¡No, Curasán! —la muchacha tomó del pie de su amigo antes de que partiera, no deseaba que él se expusiera al peligro, no cuando había despertado algo latente en su cuerpo de hembra. Y de nuevo comenzó el forcejeo—. ¡Ni siquiera sabes qué es eso! ¡Podría ser el enemigo por el que tanto hemos estado entrenando!

—¿Destructo? ¡Perfecto, seré yo quien le dé caza con este arco! Tendré una bonita estatua en la entrada misma de los Campos Elíseos en honor a mi valentía.

—¡Ni siquiera somos buenos con el arco, no seas imprudente!

—¡Suéltame el pie, Celes! ¡Imagina si derrotamos a Destructo aquí y ahora! ¿Quieres que construyan una estatua en tu honor? ¡Piénsalo!

—¿Una… estatua…?

La muchacha quedó pensativa imaginando cómo sería tener un monumento de mármol en el paseo que conduce al Templo Sagrado, entre las figuras de los ángeles más bravos e importantes de la legión; momento aprovechado por el joven Curasán para escabullirse. Celes apenas notó cómo el ángel apresuraba el batir de sus alas para adentrarse en el bosque, rumbo a donde había caído el extraño intruso.

 —Yo… supongo que también quiero una estatua… —masculló.

La zona del impacto había convertido una gran porción del frondoso bosque en cenizas, y la cortina de humo que había levantado hacía imposible ver mucho más allá de unos cuantos pasos. Curasán preparó la flecha y tensó la cuerda del arco hasta la oreja, apuntando en el centro del área consumida por el fuego. La humareda no le permitía observar con claridad, pero estaba seguro de que alguien o algo estaba allí, acechando, esperando para atacar al primero que se acercara.

—Curasán —susurró Celes, escondida tras un tronco caído, abrazando su arco de caza—, prométeme que sobrevivirás.

—¿En serio? —una sonrisa bobalicona se esbozó en el joven—. ¿Es que quieres continuar lo de recién?  

—Bu-bueno, eres mi mejor amigo, no me gustaría perderte.

—Entendido, tendré cuidado, Celes. Cúbreme las alas, ¿sí?  

Siguió avanzando a pasos lentos, siempre tensando su arco hasta el punto en el que sus dedos empezaban a doler. Pero no cedería, no si en frente se encontraba el mismísimo Destructo, el ángel destructor que según las profecías, destruiría el sagrado reino de los ángeles. Notó apenas a través de la pared de humo a una pequeña y oscura figura que parecía observarle, en medio de un círculo de césped, arbustos y ramas calcinados.

—¡Sin la amenaza de Destructo, no habrá más entrenamientos! —gritó el joven, vaciando los pulmones, a tan solo pocos segundos de disparar. 

—¡Curasán, no dispares! —Celes llegó rápidamente para bajar el arco de su compañero—. ¡Es solo una niña!

De un fuerte aleteo, la joven logró dispersar la humareda para revelar lo que parecía ser una pequeña descalza, con túnica angelical, de larga cabellera rojiza, mejillas marcadas y ojos verdes. Los miraba con curiosidad, sin sonrisas ni gestos de ningún tipo más que el agitar de sus pequeñas alas.

—¿Una… niña? 

Al guardarse los arcos en las espaldas, se acercaron a ella. No mostraba ningún tipo de emoción; simplemente los observaba en silencio, con curiosidad, como esperando que dieran el primer paso para presentarse. En todos los Campos Elíseos no había ninguna sola niña con alas, y la sorpresa era mayúscula.

Fue Curasán el primero en hablar, acuclillándose ante ella para mirar esos preciosos ojos.

—Oye, bonitas alitas, pequeña —inclinó su cabeza, su tono de voz se volvió juguetón—. Bienvenida a los Campos Elíseos.

La niña pareció paralizarse ante el gesto del joven, para luego sonreír como respuesta.

—¡Jo! Me ha sonreído, Celes —el joven se golpeó el pecho y cabeceó divertido—. Me llamo Curasán

—¿Cómo es que una niña ha llegado hasta aquí?

No pudieron seguir preguntándose más sobre la nueva y extraña recién llegada; una fuerte voz femenina gruñó con fuerza a sus espaldas:

—¡Ya decía yo que la fila parecía más corta que de costumbre! ¿¡Creían que iban a escabullirse del entrenamiento de hoy!?

Ambos se giraron con mueca preocupada. Se les erizó la piel al ver a la mismísima Irisiel, su instructora, la Serafín arquera más habilidosa de los Campos Elíseos, reconocible por sus seis alas extendidas imponentes y amenazantes. Tras ella, repartidos sobre árboles o sentados sobre la hierba, una infinidad de ángeles observaban con curiosidad, todos ellos sus compañeros de entrenamiento que habían dejado atrás.

De larga cabellera oscura que la llevaba atada en una coleta, de facciones finas en el rostro que ocultaban con belleza la auténtica fiera que era, la alta Irisiel avanzó hasta sus dos pupilos. Sonreía, mostrando unos marcados colmillos, tamborileando su cintura.

—¿Les gustaría el día de hoy llevar unas manzanas sobre la cabeza? Haríamos el entrenamiento más divertido. ¿O prefieren que los desplume frente a todos? ¡Uf! Sería un espectáculo digno de recordar.  

—Cu-ra-sán —la niña habló por primera vez; voz dulce y torpe, como quien habla otro idioma por primera vez, robándose la atención de todos.

—¿Quién es la niña? —preguntó uno de los ángeles, quien sentado sobre la gruesa rama de un árbol, afilaba sus saetas.

—¡Tiene alitas y todo! —rio otro, recostado en un tronco. 

La Serafín cambió su semblante al notarla. Apartando a sus dos estudiantes del camino, avanzó y observó a la extraña criatura de arriba abajo. Su respiración aumentó como los latidos de su corazón; un ligero mareo la invadió, pero se repuso a tiempo.

—Por los dioses —susurró, plegando sus seis alas, sentándose sobre una rodilla ante la niña—. ¡De rodillas, todos!

—¿Lo dices en serio, Irisiel? —preguntó Curasán, mientras raudamente los demás ángeles bajaban al suelo para arrodillarse ante la desconocida—. ¿Quién es esta pequeña?

—¡Serás estúpido, Curasán! —reprendió la instructora—. ¡De rodillas! ¡Es una Querubín!

—¿Una Queru…?

No terminó su pregunta cuando Celes le propinó una patada desde detrás para ponerlo de rodillas.

—Una Querubín —susurró su amiga, tapándose la boca—. ¿Cómo no lo había notado? ¡Es una Querubín!

—¿Qué carajo es una Querubín?

—¡Pedazo de animal! —gruñó Irisiel—. Estamos ante el ser más puro de nuestro linaje. Es el ser más cercano a los dioses, incluso más cercano que nuestro Trono. ¡Silencio y mantente de rodillas, patán!

—¡En-entendido!

Cayó sobre el bosque un largo y tendido silencio solo cortado por la tímida brisa. Aquello era una escena extraña, una cantidad importante de ángeles guerreros le rendían respeto a una niña que solo tenía ojos para el joven que jovialmente se le había presentado. Fue él mismo quien, impaciente como era, decidió volver al asalto:  

—Esto… Irisiel, ¿cuánto tiempo deberíamos estar de rodillas?

—Ni idea… —confesó, mordiéndose los labios—. Es la primera vez que veo una Querubín.  

—¿Y dices que esta niña es nuestro superior?

—¡Te digo que es una Querubín, claro que lo es!

—Oiga, Irisiel —una voz surgió de entre el montón de ángeles—, a nuestro… superior… se le está colgando algo de la nariz…

Alguna risa se oyó pero inmediatamente fue diluyéndose; burlarse del ser de mayor rango de la angelología podría ser contraproducente, concluyeron muchos. Rápidamente, Curasán arrancó un pedazo de su propia túnica y se levantó para limpiarle la cara a la niña. Los demás ángeles, poco a poco, se reponían. Unos entre sonrisas, otro desaprobando el gesto de su compañero.

—Listo, como nueva.

—¡Más cuidado, Curasán! —Irisiel se acercó para apartarlo bruscamente. Alguien tan puro como una Querubín no debería tener mucho contacto con un ángel de tan bajo rango como él—. ¡No es una niña cualquiera!

La Serafín levantó a la pequeña, tomándola de la cintura, mirando esos llamativos ojos verdes. Las puntas de sus seis enormes alas se doblaron ligeramente conforme se mordía los labios; una de las cazadoras más letales de los Campos Elíseos pareció enternecerse.

—¡Bueno! ¿Tienes nombre, Querubín?

Solo obtuvo otra sonrisa como respuesta, por lo que la sentó sobre sus hombros. La pequeña se sujetó de la cabeza de la Serafín, observando asombrada a todos y cada uno de los cientos de ángeles que se habían congregado allí para verla.  

—Tremendo espectáculo el que has hecho, Querubín, te admiro —Irisiel extendió sus majestuosas alas—. Será mejor que te llevemos junto al Trono, seguro que él sabrá qué hacer.

III. 2 de Junio de 1260

—¡Tremendo espectáculo el que hemos hecho, Sarangerel!… ¡Hip! Me recuerda a aquella vez que nos abrimos pasos a flechazos entre esa horda de cumanos…

Cruzar lentamente el desierto con Odgerel siempre resultaba cansino, aunque a esas alturas ya me estaba acostumbrando a él y sus extravagancias. Pero no estaban ayudando ni la calurosa primavera que se sentía a cada paso ni el hecho de que Odgerel había advertido un par de odres de airag negro guardados en mi montura. Para él, cualquier momento era bueno para emborracharse.

Huimos hacia el norte, siguiendo el sendero que marcaba el Nilo, y esperábamos llegar hasta el Río Damietta, ya que lo utilizábamos como punto de referencia para retomar el camino hasta Damasco. Un camino duro y largo nos esperaba, no exento de peligros. Visto así, era normal que Odgerel quisiera beber y olvidarse por un momento del infierno que nos pudiera aguardar.

—Odgerel, perro, ¿vas a bebértelo todo o piensas compartirlo?

—¡Ya! Toma, amigo… ¿Sabes lo que realmente lamento?… Haberme ido de esa ciudad con el estómago vacío… y sin haber probado de una de esas egipcias… seguro que bajo esos trapitos se esconden auténticos vicios… 

—Odgerel, cuando me retire del ejército te llevaré a un burdel del imperio de Tangut. Allí verás lo que es una mujer de verdad y te dejarás de tonterías. 

—¿Retirarte? ¿Retirarte, dices?… Escúchame, Sarangerel, ¿me dirás ahora por quién peleas?

—Por el imperio mon…

—No, jala barbas —extendió su brazo y me tomó del hombro. Si no estuviéramos montando, probablemente me obligaría a pegar mi frente con la suya como tanto le gustaba hacer en señal de camaradería—. Dime la verdad… ¡Hip!… Verás, cuando yo desenvaino este sable, veo a mi mujer y a mis hermanas, y ruego que pronto todo acabe para ir a reunirme con ellas. Pero… amigo, no quiero dejar el mundo con deshonra, así que aunque deseo que el enemigo me dé el descanso que anhelo, tengo que luchar con todo para mantener mi honor. Porque en el paraíso no hay lugar para los hombres sin honor. No habrá mujer ni hermanas si no muero con honor, amigo.

—Recuerdo a tus hermanas, Odgerel, allá en Suurin. En el calor de mi yurta conocí muy bien a algunas, ¿no te lo había dicho?

—¡Ja! ¡Auch, la puta herida…! Escúchame, jala barbas, escoge bien tus palabras si no quieres probar mi sable…

—Seguro que las ovejas de Suurin extrañan tu cariño, amigo. 

—¿Pero tú quieres que mee en tu desayuno, escoria? Ya no quiero estar a tu lado… —se apartó de mí—. ¡Hip! ¡Apuremos el paso y lleguemos a Damasco cuanto antes! —gritó antes de caer estrepitosamente sobre la arena.

Conseguí arrastrarlo hasta la ribera del Nilo, bajo unas rocas que sobresalían de la arena y daban perfecto cobijo. Desde jóvenes siempre estuvimos juntos. Ambos éramos los mejores guerreros de nuestro campamento, aunque él tenía un estilo de lucha más salvaje, y yo anteponía el diálogo antes de intercambiar sablazos.

Como él, yo también me encontraba agotado y solo quería cerrar los ojos, pero aún faltaba tiempo para que la noche cayera, por lo que decidí comprobar el terreno a pie.

Cuando avanzaba cerca de un pasaje angosto del Nilo, pensando que tal vez deberíamos deshacernos de nuestras armaduras de cuero para confundir a unos posibles mamelucos que pudieran partir a nuestra caza, vi algo que o bien podía ser un espejismo o sencillamente la consecuencias de haber bebido ese odre de airag negro.

Una hermosa mujer estaba bañándose desnuda en la ribera; de largo pelo dorado, liso como un lago salado, de senos juveniles, dueña de una silueta de redondeces como las de los cerros que rodean Suurin, de esas que son capaces de endurecer hasta el hierro pobremente templado. Me froté los ojos para comprobar que no fuera algún espejismo de esos que nos habían advertido.

Aprovechando el sesear del río, me acerqué sin ser oído y así poder sentarme sobre la arena, a escasa distancia. Retirándome el casco, me deleité de la preciosa vista con una sonrisa como no había esbozado en días. Los senos me recordaban a los de mi mujer, de joven, tanto por el tamaño como las rosadas areolas, así como esos pezones que lucían duros por el frío del agua. Era preciosa, parecía musitar una canción conforme sus manos recorrían su trasero, algo sucio de arena y polvo. Ansiaba levantarme y ayudarla a quitarse esas manchas, aunque el intenso cabrilleo de las gotitas de agua en todo su cuerpo me tenía atontado.

Conocí a varios camaradas que no dudarían en abalanzarse a por ella sin mediar palabra; fui testigo de muchas desgracias de ese tipo, sobre todo en Persia, durante las conquistas. Pero aunque tuviéramos cierta fama, lo cierto es que fuera del campo de batalla somos hombres de costumbres y honor. Las mujeres y los niños son de lo más sagrado. Y esa preciosidad, era, por el Dios Tengri, un regalo caído del cielo para mis sufridos ojos; una auténtica perla resplandeciente a orillas del Nilo que, sin saberlo ella, no solo logró endurecerme sino que me alegró aquel terrible día.

Fuera ilusión o no, deseaba que aquello durase para siempre. Pero el tiempo apremiaba.

—¡Escucha, mujer!, ¿¡vienes con alguna caravana!? Me gustaría algunas provisiones. Prometo devolver el favor si pasas por Damasco, en la caballería del Kan. 

Dio un sobresalto y se giró horrorizada para verme con esos preciosos ojos atigrados. Se cubrió los senos y su entrepierna como pudo mientras chillaba de espanto. De alguna manera consiguió sobreponerse a la sorpresa y me observó seriamente de arriba abajo; tras aclararse la garganta, me habló en un terrible jalja, mi dialecto.

—Tú… Te reconozco… ¿Mongolia?…

—Me han enviado aquí porque domino la lengua árabe —me levanté para acercarme a ella. Puede que mi sonrisa la asustara—, pero también sé romano, puedes hablarme sin miedo, perla del Nilo.

—¿Eres un tártaro, no es así? 

Repentinamente, una saeta cayó en el agua, cerca de mis pies. Se había hundido hasta las plumas pero al verla supe que pertenecía a los mamelucos; por la dirección que había tomado, deduje que venía de una loma pedregosa delante de mí; probablemente se trataba de un grupo que partió a nuestra caza.

—¡Sarracenos! —gritó la joven.

Noté otra saeta subir por el aire, pareció detenerse durante unos segundos en la altura, para luego caer rápidamente en dirección nuestra; tomé de la cintura de la joven y la empujé para afuera del río. No la pude esquivar a tiempo y mi muslo derecho lo pagó caro. La seda que protegía mi pierna impidió que penetrara más, pero el dolor punzante era inevitable. Mientras ella retrocedía a gatas hasta lo que parecían ser sus ropas, tan asustada que ni podía ponerse de pie, bajaron de la loma tres jinetes mamelucos.

Dos de ellos desmontaron para acercarse con gestos poco amigables. Desenvainaron sus cimitarras para rodearme en el río. Risas e insultos caían entre el chapoteo del agua. El dolor en mi pierna se volvía intenso, pero durante la batalla uno aprende a dejarlo a un lado.

—¿¡Acaso te duele!? —Repentinamente la muchacha se acomodó detrás de mí.

—Deberías irte corriendo de aquí, mujer… y vestirte, de paso…

—¡Ah! ¡Cuidado, ahí viene!

Uno corrió directo a por mí, con una sonrisa en ese rostro repleto de polvo, con el agua salpicando a su alrededor. No se esperó el puñado de arena que la joven le lanzó al rostro para entorpecer su ataque. 

Desenvainé mi sable y lo usé para desviar el primer espadazo. A base de fuerza bruta, levanté su cimitarra al aire para así poder tener un hueco; le di un codazo al pecho que le quitó el aliento. Antes de que reaccionara, conseguí enterrar mi espada en su corazón. Otro muerto más en mi haber; uno cree poder acostumbrarse al grito de dolor del enemigo, al rostro torciéndose de dolor, al hilo de sangre en su boca y a su agonía final, pero lo cierto es que todo ello solo empeoraba mi temor a la batalla.

Cayó al agua y con su cuerpo inerte fue mi espada. Solo me quedaba el arco y ni en mis mejores sueños lograría prepararla a tiempo: el segundo guerrero venía corriendo a por mí, no supe si llorando por la pérdida de su camarada o simplemente se trataba de algún un grito de guerra.

—Lo que daría por otra espada…

—Aquí tienes —dijo suavemente la muchacha, poniendo el mango de una espada en mis manos—. Por favor, no la pierdas.

—¿Tenías una espada? ¿Pero cómo es que…?

—¡No hay tiempo, ahí viene!

Otro intercambio de acero a orillas del Nilo. Esta vez pude darle una patada al enemigo para tumbarlo y recuperar la espada que conseguí clavarle en su estómago. Aquello era un ritual tan inesperado como desagradable, ¿quién espera en una misión diplomática matar a otros hombres? Por dentro detestaba todo ello, pero el enemigo, en sus últimos segundos, solo vio la aparente quietud de mi rostro salpicado de sangre, la de un lobo salvaje que está acostumbrado a segar vidas.

Desde la distancia, el tercer enemigo, montado sobre su caballo, gritó a todo pulmón la pérdida de sus dos camaradas. Pero me tenía miedo, había visto mis habilidades y demostré que aún herido podía dar batalla. Por ello decidió permanecer en la montura y tensar su arco desde la seguridad que ofrecía la distancia.

—¿Por qué no has huido, perla del Nilo? —pregunté avanzando un paso para apartarme de ella y a la vez llamar la atención al arquero—. Ahora es un buen momento.

—De haber huido no tendrías oportunidad alguna contra ellos —dijo avanzado otro paso para pegarse de nuevo a mi espalda. Gruñí. La mujer tenía razón, si no fuera por su espada, probablemente yo estaría muerto—. Además, necesito que luego me devuelvas la espada.

Una nueva saeta se oyó cortando el aire, ahora detrás de nosotros, y con dirección al guerrero mameluco. Fuera quien fuera, le acertó al pecho y él perdió el equilibrio. Antes de que pudiera reponerse, otra flecha se clavó en su cuello; el enemigo se desplomó de su montura con un horrible gesto de dolor en su rostro.  

Cuando nos giramos, vimos que de entre las lomas de tierra salió un guerrero tensando su arco, aunque el sol tras él me impedía reconocerlo. Pero fue oír su voz y tranquilizarme.

—¡Hijos de puta! ¿¡Alguno de ustedes mamelucos podría hacerme el favor de matarme!?

—¡Odgerel, qué bueno oírte, perro!

El dolor en la pierna se me hacía insostenible, por lo que caí sentado sobre una rodilla y clavé la espada en la arena para no terminar en el suelo. De reojo noté que el pomo del arma tenía un escudo de seis rayas, rojas y blancas; juraría que lo había visto en algún otro lugar, pero recordarlo no era prioridad.

Odgerel se me acercó, algo errático en su caminar pues aún parecía estar borracho. Observó fugazmente a la muchacha que, a un costado de la ribera, se hacía rápidamente con sus ropas.

—¡Que mi caballo me lleve al cielo! Sarangerel, ¿¡estás viendo lo mismo que yo!?  —tomó de mi hombro, sin dejar de contemplar seriamente a la muchacha—. ¿Será un espejismo de esos?

—Odgerel… No estás imaginando cosas. Pero primero tu camarada, luego la mujer. Ahora mismo tengo una puta flecha en la pierna…

—¡Tártaros! —gritó la joven mientras se ajustaba un cinturón por sobre su blanca y desgastada túnica de lino—. Os ruego que me ayudéis para llegar a Acre. La caravana en la que venía fue atacada por estos sarracenos y no tengo caballos.

—Oye, oye, mujer, por mí estabas bien así sin esos trapitos…

—¿Acre? —pregunté entre dientes mientras Odgerel me ayudaba a quitarme la flecha de la pierna, tomando del astil para girarla lentamente de derecha a izquierda, y luego de izquierda a derecha. Dolía hasta el alma—. Los barones de Acre son cristianos pero no son muy diplomáticos con los mongoles… no es un destino al que deseáramos ir —dije reponiéndome, buscando por el cadáver del mameluco para recuperar mi sable—. Nosotros vamos a Damasco.

—Puedes acompañarnos si gustas —sonrió Odgerel, jugando con la saeta mameluca entre sus dedos—, en mi caballo siempre hay espacio para una mujer…

—Deja de pensar con el nabo, Odgerel.

—¿Yo? Sarangerel, no fui yo quien terminó con una flecha en el muslo por proteger a una mujer. En el fondo las amas tanto como a tu caballo…

—¡Me llamo Roselyne!, soy del reino de Francia. He… he venido para buscar a mi hermano, está en Acre, al servicio del Rey Luis.

—¡Jo! Una mujer brava atravesando el desierto con decisión, me gusta, en la cama seguro eres una fiera —Odgerel fue hasta el mameluco que había asesinado para recuperar sus flechas—. ¡Pero las mujeres sois al final todas blandas, no aguantarás mucho tiempo si sigues yendo sola!

—Poco me conoces para decir eso, tártaro.

—Mierda, cómo odio pelear… —me quejé tras limpiar mi sable, antes de guardarlo en la funda—. Como he dicho, vamos a Damasco. Puedes seguirnos si deseas, hay cristianos allí, son los francos del reino Armenio de Cilicia con quienes está aliado nuestro Kan, y podrías esperar a por una caravana. En cuanto al caballo, puedes tomar uno de los mamelucos…  

No se lo habrá pensado mucho; un largo, vasto y peligroso desierto le quedaba por recorrer en completa soledad. Necesitábamos de sus provisiones, si es que las tenía, y ella de nuestra compañía y seguridad.

—He oído cosas sobre vosotros —dijo Roselyne—. Pensaba que un tártaro se hubiera abalanzado a por mí para violarme sin siquiera preguntar mi nombre. Pero mis ojos no me engañan. Me habéis salvado de los sarracenos y estoy agradecida.

—Estoy seguro de que te han contado historias —me acerqué para devolverle su espada—. Pero no nos confundas con salvajes, somos enviados por el Gran Kan en misión diplomática. Somos emisarios.

—¡Relaja los ánimos, mujer! —Odgerel sonreía, guardando sus flechas en el carcaj—. Damasco está para este lado, la ruina para el otro. Así que, ¿a dónde quieres ir?

IV

En el centro de los Campos Elíseos, alejados de los frondosos bosques de entrenamiento, de los gigantescos jardines de ocio, de las pequeñas islas y de los mares que la rodean, se encontraba erigido el imponente Templo donde el viejo Nelchael, Trono y líder de la legión de ángeles, observaba con gesto serio a la pequeña pelirroja sentada sobre los hombros de la Serafín. El salón estaba repleto de ángeles que, curiosos y sorprendidos, querían observar a la recién llegada.

—Nelchael, mi señor, buenas tardes —saludó la Serafín, ante él, sentada sobre una rodilla mientras la pequeña jugaba asombrada con los rizos de su cabellera—. Sus alas se ven muy bien.

—Irisiel… —el Trono se acarició su canosa barba, achinando los ojos para ver a la pequeña sentada sobre los hombros de la letal arquera—. Dime que ya estoy viejo y que veo cosas que no debo…

—Mi señor, sus ojos aún funcionan, ¡es una Querubín! ¿Cree que los dioses la pudieron haber enviad…? ¡Mierda, la niña me ha arrancado un pelo!

—¡Cuida esa lengua, Serafín! —rugió Cygnis, el particular ángel consejero del Trono que nunca dejaba su lugar a su lado—. ¡Estás en un templo sagrado, en presencia de nuestro líder!

—¿Qué…? ¿Te han crecido cojoncillos, Cygnis? —la Serafín mostró los colmillos de su amplia sonrisa—. Me gustan los ángeles con cojones, para practicar tiro al blanco. Hacen que la palabra “espectáculo” cobre una nueva dimensión.

—No soy ninguno de tus estudiantes, Serafín, no temo tus bravuconadas. 

—Pues eso lo vamos a arreglar…

—¡Suficiente, ambos! —el Trono se frotó la frente—. Por los dioses, me da dolor en la cabeza solo de oírlos.

Nelchael levantó de nuevo la mirada y la observó por largo rato. Al contrario del resto de ángeles de la legión, no pareció verse impresionado por la pequeña, ni siquiera cuando ella extendió su brazo y así poder palpar su rostro. Preguntó a la niña de dónde provenía y cuál era el motivo de su presencia, pero tal como le habían advertido, aún no hablaba.  

El viejo Trono suspiró, mirando el montón de ángeles que esperaban atentos una respuesta suya. Desde que Lucifer fuera expulsado de los cielos, en el lejano inicio de los tiempos, los ángeles nunca más volvieron a saber de los dioses. Sus creadores desaparecieron misteriosamente, dejándolos huérfanos y afligidos debido a la inexplicable ausencia. Pero ahora, una Querubín, el ser más cercano a los dioses, había llegado a los Campos Elíseos. Aunque, tras milenios de espera, el viejo Trono prefería una mejor señal que una niña que aún no podía ni hablar.

—¿Debería sonreír o algo así? ¿Siglos esperando que vuelvan los dioses y esto es lo que obtenemos? Una Querubín que no es capaz de pronunciar una palabra… ¿Alguien quiere mi cargo y decirnos qué hacer?

—Recomendaría que se integrara en nuestra sociedad, mi señor —susurró Cygnis—, después de todo, tal vez más adelante nos pueda aclarar de alguna manera cuál es su objetivo y quién la ha enviado.

—Nelchael —la Serafín cabeceó afirmativamente—, me parece que es lo correcto. Pero no se lo tome a mal, a mí no me mire si busca una niñera. Tengo alumnos, y están esperando que las clases continúen. Además, dudo que los otros dos Serafines se presten a la labor.

—¿Quién la ha encontrado?

—Ehm… Curasán la ha encontrado, mi señor. De hecho, “Curasán” es lo único que ha dicho la Querubín desde que llegó.

—¡Curasán! —gritó el Trono.

Una tímida voz surgió de entre el montón de ángeles desperdigados en el salón:

—¿S-sí, mi señor?

—Cuídala. La dejo a tu cargo. 

—¿En serio? —Curasán extendió sus alas en un acto involuntario. El ángel más torpe de los Campos Elíseos se haría cargo del ser más importante de la angelología; muchos rieron, otros temieron por las consecuencias que aquello implicaba—. ¿Por qué yo? ¿Solo porque la niña me ha nombrado? ¡Fue Celes quien la salvó antes de que yo la matara en el bosque!

—¿¡La ibas a matar, mendrugo!? —gruñó su instructora.

—¡Por los dioses! ¡Cuidad el lenguaje en este salón! —protestó Cygnis.

—¡Mierda, Cygnis —la Serafín estaba desatada—, realmente dan ganas de darte un flechazo al culo!

—¡Silencio, por el amor de los dioses! —todos callaron al oír la voz ronca y autoritaria del viejo Trono—. Me cansa solo de escucharles… Ya no estoy para estos rifirrafes vuestros. Si la Querubín ha dicho tu nombre, Curasán, no tienes absolutamente nada que decir.

—Me cago en… 

—¡El lenguaje, cuidad el lenguaje en este templo sagrado!

Se ocultaba el sol en el horizonte de los Campos Elíseos. El revuelo que había causado la llegada de la Querubín se había serenado, y en una plaza bañada por el naranja del cielo y el cantar lejano de un coro, la pequeña avanzaba lenta y torpemente entre el gentío que la observaba con curiosidad; buscaba a alguien de entre ese montón de ángeles que poblaba el lugar. Uno en especial, sentado en un banquillo, de brazos cruzados y rostro contrariado que se quejaba de algo con una amiga suya. 

El joven Curasán dio un respingo al sentir las manitas de la pequeña pelirroja, que apretaron fuerte sus dedos. Ella sonreía y en sus ojos chispeaba el atardecer; parecía evidente que la niña había entendido la orden del Trono, la de estar al lado del muchacho que la había encontrado.

—Pero bueno, enana, tú de nuevo —suspiró Curasán—. Oye, Celes, en serio, ¿tengo algo en las alas y no lo noto?

—No, más bien… creo que le gustas —su amiga le codeó.

—Ajá, bueno… pequeña, realmente te la tienes tomada conmigo, ¿eh?

—¡Te has salvado por hoy, Curasán! —gritó la Serafín a lo lejos—, ¡con las ganas que tenía de desplumar esas bonitas alas que tienes! ¡Uf! Iba a ser un espectáculo digno de recordar…  

—Pues… viéndolo de esa manera —sin mucho esfuerzo, levantó a la pequeña y la sentó sobre sus hombros—, parece que me has salvado de una buena, Querubín. Al final resultaste ser una pequeña perla a orillas de un río.

—Me pregunto si tiene un nombre —Celes se inclinó para acariciar sus pequeñas alas—, ¿o acaso deberíamos pensar en uno? Ya sabes… uno provisorio…   

—Estaba pensando en “Colorada”, pero creo que “Perla” le queda bien… ¿Te gusta, niña?

—¿Crees que el Trono aprobará ese nomb…?

—Per-la —la pequeña soltó torpemente, mirando asombrada la puesta del sol. Chispas doradas centelleaban en el cielo. El coro angelical a lo lejos acompasaba el paisaje.

—¡Hala! ¿Lo has oído? Pues si la Querubín misma lo dice, supongo que no hay nada más que discutir. Pequeña Perla, ¿lista para hacer historia al lado del gran Curasán?

V. 2 de Junio de 1260

Caía el sol tras las dunas, y pronto tocaría una fría y dura noche. En medio de la inmensidad del desierto, los tres avanzábamos lentamente sobre nuestros cansados caballos. Odgerel, como no podía ser de otra manera, no calló durante el trayecto. Es más, parecía bastante renovado con una mujer haciéndonos compañía.

—Y… ¿cómo es que una mujer como tú decidió cruzar el mundo en búsqueda de su hermano?  

—Bueno, tengo mis razones —dijo ella, sacudiéndose el polvo sobre su túnica de lino—. No creo que mis motivos resulten incomprensibles. Ustedes también deberían ser capaces de ver el valor de una familia.

—¡Jo!, ¿has oído eso, Sarangerel? Eres mi mujer ideal, Roselyne… si no fueran por esos ojos enormes que tienes, te escogería como mi esposa. Pero es un reto que estoy dispuesto a aceptar, ¿qué me dices? ¿Quieres formar un clan poderoso conmigo?

—Realmente no sabes cuándo callar esa boca, tártaro…

—Suficiente, Odgerel  —ordené a lo alto de una duna.

Damasco aún estaba a cuatro días y quién podría asegurarnos de que ya no éramos perseguidos, pero viendo el imponente atardecer del desierto solo quería disfrutar de la vista. Chispas doradas centelleaban en la arena; el brillo naranja del sol se desparramaba en el cielo, ocultando con su belleza todos los peligros que nos aguardaban. Era el mundo desde una perspectiva más agradable.

—Odgerel, escúchame… —tome una pausa y suspiré para mirarlo—. Peleo por mi hijo.

—¿Ese pequeño? Lo recuerdo. ¿Está en Suurin, no?

—Sí —cabeceé, cerrando los ojos—.Ahora que entraremos en guerra se hará difícil volver junto a él.

—Ya veo, Sarangerel… tienes mi palabra de que te ayudaré a encontrarte con tu niño. Un hombre no debe irse de este mundo sin despedirse de su hijo.

—Tenemos mucho en común —afirmó la francesa, con un tono de voz sereno—. Con motivaciones así no hay duda de por qué tenéis la fama de invencibles. Guerrero tártaro, espero que lo consigas. 

Avanzamos en completo silencio, lo cual parecía hasta sorprendente conociendo a Odgerel, pero al rato se acercó para tomarme del hombro. Gruñó brevemente una canción de nuestro pueblo para luego mirarme con una sonrisa enorme.  

—¡Por el Dios Tengri! Menudo día hemos tenido, ¿no lo crees, Sarangerel?

—¿Y esa sonrisa en tu rostro, perro?

—Bueno… me alegra saber que no soy el único que tiene en mente algo más que un imperio. Mi corazón está feliz porque ahora estoy seguro de que nos veremos en el paraíso, amigo mío.

Continuará.

Relato erótico:”Gracias al padre 8, el adiós de Lucía” (POR GOLFO)

$
0
0

Capítulo 8

RELATO TOTALMENTE INÉDITO con el que doy por finalizada esta serie.

Al llegar a mi habitación, Lucía seguía dormida con Jane entre sus brazos y queriendo darle una sorpresa cuidadosamente retiré a nuestra sumisa, dejando su lugar libre para que Chita ocupara su lugar. Todavía dormida, a la que en su anterior vida había sido Isabel le costó reconocer a su socia con la cabeza rapada y solo cuando vio que empezaba a acariciar a su dueña, cayó en la cuenta de quién era.
-No digas nada- susurré en su oído queriendo que mi esposa descubriera por si sola el sacrificio que había sido capaz su ex amiga para que la aceptáramos en nuestros juegos.
Tal y como supuse, Lucía ni siquiera se dignó a abrir sus ojos al dar por hecho que era Jane la que la acariciaba. Durante un par de minutos permitió que mamara de sus pechos y la calentara, hasta que ya excitada por tanto toqueteo quiso que se deslizara entre sus piernas para disfrutar de una comida de coño. Fue entonces y solo entonces cuando se percató que la lengua que había recorrido su piel no era de ella sino de la otra. Con los ojos abiertos de par en par, no se podía creer lo que veía y buscando una explicación me buscó con la mirada.
-Sabiendo que te repugnaba tanto vello, Chita ha decidido congraciarse contigo y como muestra de fidelidad, ha sacrificado su pelo con el solo objetivo de gustarte.
-¿Se lo has exigido tú?- preguntó alucinada mientras en plan coqueta la aludida modelaba su nuevo look ante ella.
-Para nada, fue iniciativa suya. Yo no tengo nada que ver- respondí atento a sus reacciones.
Al comprobar lo que su amiga desde la infancia había sido capaz de hacer para ser aceptada, se quedó muda y quizás por vez primera mi esposa se percató de hasta donde llegaba el dominio que podía ejercer sobre Patricia.
-¿Has hecho eso por mí?- insistió impresionada.
Chita orgullosa de haberse afeitado por su dueña contestó:
-Siempre he sido su esclava y le agradezco a su marido que me haya dado la oportunidad de demostrárselo.
La entrega de esa mujer la tenía perpleja y tras unos momentos de indecisión, la llamó a su lado. Sin saber qué le esperaba, la morena se acercó y fue entonces cuando tirando de su brazo mi esposa la tumbó junto a ella y la empezó a besar con una voracidad que hasta mí me dejó impresionado.
«Joder, ¡va a resultar que Lucía también estaba enamorada!», pensé con un deje de celos y dirigiéndome a la otra sumisa, la exigí que me siguiera diciendo:
-Prepárame el desayuno, ¡no hacemos nada aquí!
Tan molesto estaba que no advertí que Jane se había percatado del dolor de mi mirada y que mientras me seguía desnuda rumbo a la cocina, no podía dejar de sonreír creyendo que quizás a partir de ese momento ella podía ocupar el lugar de mi esposa. No fue hasta que me sirvió el café cuando caí en la cuenta del modo en que ese mujeron me miraba y deseando averiguar el motivo de su felicidad, directamente le pedí que me lo dijera.
Isabel, incapaz de mirarme, me preguntó si podía hablar libremente y al contestarle que sí, respondió con lágrimas en los ojos:
-Cuando me forzó a ser su esclava, lo odié y deseé su muerte. Pero ahora que he sido suya y que me ha hecho descubrir sensaciones que no conocía, daría mi vida por usted.
Esa confesión me dejó descolocado porque aunque ya había advertido que esa zorra se había encaprichado de mí, nunca me imaginé que su entrega llegara a tanto.
-Para mí eres solo una sumisa- contesté queriendo dejar claros nuestros papeles.
Tras oír mi exabrupto, Jane se arrodilló a mis pies y posando su cabeza sobre mis rodillas, afirmó que lo sabía pero que aun así era feliz porque al ser mi esclava tenía la oportunidad de estar a mi lado. Dejando caer mi mano, acaricié su melena y sin dejar por un momento mi carácter dominante, le exigí que no se le ocurriera cortarse el pelo.
-No volveré a hacerlo hasta que mi señor me lo pida- respondió con una dulzura que me hizo saber que no había mentido al afirmar que daría su vida por mí.
Sé que debía haber gratificado su fidelidad pero, como en ese momento me sentía cabreado, no dije nada. Es más, dejándola tirada en el suelo, cogí mis cosas y me fui de casa. Ya en mi coche, me puse a pensar en lo que me depararía mi futuro porque no tenía ninguna duda que esa mañana había perdido a mi mujer pero fue hasta llegar a mi oficina cuando recordé que antes de levantarme había volado los puentes que me unían a España. Si os preguntáis cómo lo supe, es fácil. Nada más entrar mi secretaria me informó que la plana mayor de la compañía me esperaba reunida en la sala de juntas.
«Mierda, ¡me olvidé del email!», sentencié al recordar que había ordenado al administrador de las empresas pantalla que lo mandara.
Sabiendo antes de cruzar esa puerta que estaba despedido, me resigné a lo inevitable:
«Voy a quedarme en el paro, sin esposa pero con mis espaldas cubierta con un montón de millones».
Tal y como había previsto, Don Juan, mi consejero delegado me preguntó a boca jarro cuándo iba a comentar que había aceptado una oferta de trabajo.
-Se equivoca- me defendí- hasta este momento, no sabía si iba a aceptar pero viendo lo poco que confían en mí, presento mi renuncia con carácter irrevocable.
Tras lo cual, pregunté como mero formalismo cuanto tiempo necesitaban para hacer el traspaso de mis asuntos.
-Preferimos que se vaya inmediatamente, recoja sus cosas y márchese- respondió sin tomar en cuenta mis quince años de servicio en la compañía que actualmente dirigía.
Aunque sabía que era la práctica habitual, tengo que reconocer que me jodió especialmente por la amistad que se suponía que me unía con ese capullo. Por ello sin despedirme, salí de la reunión y me fui a recoger mis efectos personales de mi despacho. Cinco minutos después había terminado y mirando la caja semivacía que atesoraba mis años de trabajo, me quedé pensando en lo poco que realmente significaba para mi toda esa mierda.
«¡Qué le den!», exclamé tirando directamente a la basura los diplomas y fotos de mi paso por esa empresa. Salvando de la quema, una pluma que me había regalado mi antigua secretaria.
Con las manos vacías, salí dando dos portazos. El primero sonoro que retumbó en toda la oficina y el segundo íntimo a esa parte de mi vida.
«Nunca más volveré a trabajar para otro. Se acabó para mí el estrés y las prisas. ¡Quiero vivir la vida!», zanjé bajando por las escaleras rumbo a la calle.
Ya en sentado en mi coche, durante largos minutos me quedé pensando en mi futuro. Cuando lo tuve claro, llamé a un amigo y le pedí que me dejara una mesa donde trabajar esa mañana. Manuel ni siquiera preguntó el motivo y escuetamente contestó:
-Vente.
Me alegró saber que, a pesar de la amargura y cabreo que sentía, existían al menos una persona que salvaría de la pira antes de cambiar de vida. Al llegar al piso donde estaba ubicada la firma de abogados que fundó hacía un par de lustros, Manuel salió a recibirme sin importar que en ese momento tuviese unas visitas en su despacho. Confirmando su amistad, me llevó a un cubículo vacío y tras darme la clave de entrada a su red, puso a mi disposición a una administrativa para todo lo que necesitara.
-Solo preciso internet y una impresora- respondí sacando mi portátil.
Dos horas después y con una carpeta de documentos bajo el brazo, me despedí de él diciéndole que ya tendría noticias mías. Sin nada más que hacer, supe que no podía postergar mi vuelta a casa y con el corazón encogido me dirigí a mi hogar.
Chita me abrió la puerta. La alegría que leí en su cara despertó mis suspicacias y obviando su saludo, me dirigí a la habitación donde había instalado mi estudio. Una vez allí, abrí la caja fuerte y saqué el dosier que resumía las inversiones que había realizado con el dinero que en su día robó el padre de Lucia. No había tenido tiempo ni de sentarme cuando desde la puerta escuché que mi esposa me decía:
-Pedro, tenemos que hablar.
Al girarme, comprendí que mis negros pronósticos se iban a cumplir al pie de la letra al observar que se había rapado al igual que su amiga de la infancia.
-Tú dirás- respondí casi balbuceando por el dolor que sentía.
Lucía con lágrimas en los ojos me soltó:
-Quiero que me liberes de la promesa de ser tu esposa hasta fin de año.
-¿Algo más?- pregunté destrozado al darme cuenta lo mucho que me importaba esa mujer.
-No quiero nada, excepto que me cedas a Patricia. He descubierto que no puedo siquiera pensar en que alguien que no sea yo la toque.
Tomando aire y reteniendo las ganas de gritar al enterarme hasta donde estaba dispuesta a perder por tener a su amada, contesté poniendo en sus manos una carpeta:
-Desde que vi tu reacción esta mañana, sabía que esto iba a ocurrir y por eso he dado orden que la mitad de nuestra fortuna sea transferida a tu nombre. Aunque tú no cumplas nuestro trato, yo pienso hacerlo. En los papeles que te he dado están las claves que necesitarás para hacerte con tu parte. Te aconsejo que busques un asesor que vigile tus inversiones y que te mudes a otro país para que hacienda no te persiga.
-¿Y Patricia?- insistió ratificando que esa morena era lo único que le importaba.
-En su día quedamos que nos íbamos a repartir todo al cincuenta por ciento. Como tenemos dos sumisas, quédate con ella y sé feliz- respondí.
-Gracias, no sabes lo mucho que significa lo que estás haciendo para mí- dijo antes de informarme que ya tenía las maletas y que se iba en ese preciso instante.
-Adiós- respondí sin fuerzas para acompañarla a la puerta y sentándome en mi sillón, me quedé rumiando mi dolor mientras las oía marcharse.
Tras su marcha solo me quedaba una cosa que hacer y cogiendo una carpeta busqué a Isabel. No me costó encontrarla y tomándola del brazo, la obligué a tomar asiento en el sofá del salón. Ella comprendió que era importante y sin olvidar por un momento que era mi sumisa preguntó que deseaba.
-Quiero que sepas que yo fui quien quebró tu compañía – y sin darle tiempo a reaccionar, exhaustivamente le expliqué como había tendido la red en la que su socia y ella habían caído.
Durante un cuarto de hora, permaneció callada mientras la ira se iba apoderando de ella y al terminar lo único que me preguntó fue el porqué de esa repentina confesión.
-Te lo he dicho porque quiero que sepas la clase de hombre que soy antes de irme- contesté mientras le daba un cheque con ciento cincuenta mil euros que era el daño económico que le había causado: -Eres libre para rehacer tu vida.
-¿Eso significa que ya no soy su sumisa?- indecisa quiso saber.
-Así es- repliqué.
Liberando la tensión que llevaba acumulada me soltó un tortazo, tras lo cual, con una sonrisa de oreja a oreja, preguntó:
-¿A dónde vamos?
Con mi mejilla adolorida, le pregunté a esa belleza porqué quería acompañarme:
-Aunque seas un cerdo y un cabrón, sé que mi lugar está a tu lado.
La seguridad de su tono y el cariño con la que me miraba, me desarmó y tomándola de la cintura la intenté besar pero entonces separándose de mí, me dijo que la esperara en la cama. Al preguntarle el porqué, contestó:
-Soy una mujer libre. Yo decido cuándo, cómo y dónde mi hombre me va a hacer el amor- y mientras salía del salón me soltó: -Hoy quiero que sea en cinco minutos, dulce y en tu cuarto. Tienes ese tiempo para decidir si quieres que viva contigo como tu pareja.

Todavía alucinando por la reacción de Isabel, me serví una copa. Había supuesto que al enterarse de mi papel en su caída, esa mujer me odiaría y por eso me costaba asimilar que aun molesta, deseara quedarse junto a mí.
«Fui un verdadero hijo puta con ella. Lo lógico es que hubiese salido huyendo de aquí sin ganas de verme más», me repetí mientras daba un primer sorbo a mi bebida, «pero en cambio me ofrece libremente ser mía».
Rememorando la dulzura de sus ojos al decirme que su sitio era junto a mí, me bebí el resto de un solo trago y corriendo subí las escaleras, no fuera a ser que llegara a mi cuarto y malinterpretara mi ausencia.
«No pueden haber pasado los cinco minutos», me dije angustiado al no verla. Mirando mi reloj comprendí que así era y ya tranquilo me tumbé en la cama a esperarla.
Mi espera fue corta pero mereció la pena porque aunque había disfrutado con anterioridad de Jane, la mujer que apareció por la puerta no era mi sumisa sino una diosa.
«Parece otra», rumié extrañado al advertir la seguridad de su mirada y sin poder dejar de contemplarla como si fuera la primera vez, me puse hasta nervioso al admirar las curvas que dejaba adivinar ese picardías transparente.
«No es posible que nunca me hubiese fijado en lo bella que es», medité avergonzado al sentir que mi pene se alzaba bajo mi pantalón con el mero hecho de imaginarme besando los impresionantes senos de los que era dueña.
Seguía pensando en ello cuando con una sensualidad calculada, Isabel se acercó a los pies de la cama y sin retirar su mirada, dejó caer los tirantes que sostenían su camisón. Juro que mi corazón se puso a bombear como loco al valorar con nuevos ojos a la que quería ser mi pareja porque aunque suene ridículo, si sus pechos me habían resultado irresistibles al contemplar como su cintura de avispa daba paso a sus caderas me costaba hasta respirar.
-Ven- me ordenó con voz segura.
Como un autómata sin voluntad, fui hacia a ella. Isabel al tenerme a su lado, forzó mis labios con su lengua mientras con sus manos me empezaba a desnudar. Excitado como pocas veces, permití que me quitara la camisa.
-¿Te ayudo?- pregunté desabrochándome el pantalón.
No supe interpretar el brillo de sus ojos cuando vio caer mi pantalón y menos me esperaba que dándome un empujón me lanzara sobre las sábanas mientras contestaba:
-Hoy es mi turno. Tú solo déjate llevar.
Desconociendo como actuaba como mujer libre, me quedé quieto mientras observaba como sacando dos corbatas de mi armario las ataba al cabecero de la cama. Supuse que quería inmovilizarme y aunque esa idea no me hacía mucha gracia después de lo mal que me había portado con ella, seguí en silencio sin moverme.
Fue entonces cuando subiéndose a horcajadas sobre mí, ese bellezón susurró en mi oído:
-Coge las corbatas y no las sueltes.
Obedeciendo las tomé al comprender que lo que esa mujer quería era llevar ella la iniciativa y tenerme a su disposición sin correr el riesgo que intentara tocarla. Con una pierna a cada lado de mi cuerpo, me impregnó de aceite mi pecho y mientras sus manos resbalaban por mi piel, Isabel fue relajando cada uno de mis músculos.
-Cierra los ojos- ordenó.
Ese inesperado masaje duró poco porque gradualmente experimenté como se iba transformando en una danza de apareamiento. Cegado por voluntad propia percibir cómo esos hinchados senos que tan bien conocía aunque nunca los había valorado suficiente restregaban contra mí mientras su cuerpo buscaba la fusión con el mío. La postura que me hizo adoptar con los brazos en cruz me impedía acariciarla, pero en mi interior supe que no lo que a esa morena le hacía falta era otra cosa, buscaba haciéndome el amor una completa catarsis que le hiciera olvidar las humillaciones que había soportado a mi lado.
Asumiendo que al menos ese mediodía, Isabel quería ser la dominante, la voz cantante que hiciera y deshiciera a su antojo no hice ningún intento por moverme para que ella fuera la que dosificara nuestro deseo y de esa forma que ese polvo purificara tanto su alma como nuestra relación.
Inerme, me dejé amar pasivamente mientras la boca de la que había sido mi esclava se apoderaba de mis labios y con suaves mordiscos, me obligaba a abrirlos. Su lengua jugó con la mía antes de abandonar mi boca deslizándose sobre mi cuerpo. Sus besos recorrieron mi cuello, mis hombros, concentrándose en mi pecho mientras ella sentía la presión de mi pene sobre su propio estómago. Supe que iba a ser un día difícil de olvidar cuando siguió bajando por mi cuerpo rumbo a mi sexo. Este la recibió urgido de sus caricias y en posición de firme, esperó a sus labios.
Cuando ella la rozó con la punta de su lengua, no pude seguir obedeciendo y abrí los ojos. Fascinado observé cómo su boca se abría haciendo desaparecer dentro de ella toda mi extensión. Sus lentas caricias y mi respiración se fueron acelerando al ritmo que fue creciendo mi deseo.
-Necesito que me dejes tocarte- pedí sudando.
La sonrisa que iluminó su cara, la delató al hacerme saber lo feliz que se sentía al haber excitado a su macho. Queriendo incrementar su dominio sobre mí, acercando su cara a la mía, susurró en mi oído:
―Reconoce que me deseas.
―¡No sabes cómo! ¡Tómame de una puta vez!― imploré fuera de mí sabiendo que no podría seguir aguantando mucho más las ganas que tenía de hacerla mía.
Isabel tomó esa respuesta como mi rendición e incorporándose sobre mí tomó posesión de su feudo introduciendo mi pene lentamente dentro de su cueva. La supuesta apatía con la que se fue empalando me pareció una cruel tortura pero como el fiel esclavo de esa diosa no dije nada. Cuando mi glande tropezó con la pared de su vagina, sonrió e inclinándose hacia delante me ofreció sus pechos como recompensa.
-Te los regalo.
Aceptando ese presente, mi lengua recorrió el borde de sus areolas antes de apresar entre mis dientes el botón de sus pezones. Como si fuera el banderazo de salida, sus caderas empezaron a moverse, disfrutando del prisionero que tenían encerrado entre sus piernas y haciendo cada vez más profundas sus embestidas. Dos gotas de sudor recorriendo mis mejillas fueron el preludio del placer que se iba acumulando en mi ser y sin poder permanecer más tiempo inactivo, mis manos agarraron sus hombros en un intento de acelerar sus movimientos mientras ella me montaba ya totalmente desbocada.
«No puedo correrme todavía», maldije al saber que estaba a punto de fallarle y tratando de retrasar lo inevitable, me concentré en evadirme. Ajena a que estaba pasando en mi mente, Isabel pasó sus brazos por mi cuello al sentir que ella también estaba a punto de derramarse. Cuando sin poder aguantar más, mi antigua sierva explotó entre mis piernas y un río de lava ardiente envolvió mi sexo, comprendí que era mi igual y descargué mi simiente en su interior con una intensidad brutal.
-Dios, ¡qué gozada!- aulló agotada y se desplomó sobre mi pecho.
Con una emoción que no supe interpretar, la abracé sin decir nada. Las palabras estaban fuera de lugar. Hasta ese momento no me había percatado de al entregarme a ella, no solo me había hecho el amor sino que de alguna forma había cerrado la puerta bajo diez candados al recuerdo de Lucía y echando la vista atrás, mi vida con ella me pareció una farsa.
Fue una broma del destino que el que el mismo día que me había abandonado y con la última persona que esperaba, hallara la razón para seguir viviendo y meditando sobre ello me sumí en un profundo sueño, feliz porque a la mañana siguiente me iba de España con Isabel.

Relato erótico: “Consigueme tres rubias (1)” (POR BUENBATO)

$
0
0

Marco se asomaba constantemente a su alrededor mientras por su mente recordaba una pregunta: “bien, soy millonario, ¿y ahora?”. El instinto básico de cualquier adinerado, más que gastar su dinero es ahorrarlo; o al menos fue lo que él sintió cuando comenzó a advertir que su cuenta bancaria aumentaba a pasos agigantados. Pero como fuera, el punto ahora es que había tomado la decisión de gastar su dinero; cuando el dinero es demasiado es incluso difícil gastarlo, siempre hay más, mucho más.

Frente a él se encontraba una persona un tanto distinta, ni siquiera sabía su nombre real pero todos le llamaban Pacheco. Pacheco no era tan adinerado, quizás porque era más hábil en el arte de gastar su dinero. Habían hablado de varios temas pero principalmente del que Pacheco tenía mayor conocimiento: mujeres.

Y se ilustraba perfectamente; la oficina de Marco era en un cuarto amplio y redondo rodeado por una especie de pecera vacía en vez de paredes, dentro de la pecera había espacio para que ocho preciosas chicas bailaran en un tubo de metal para cada una. Era un espectáculo entretenido pero que a Marco le parecía algo absurdo, especialmente porque Pacheco apenas y volteaba a mirar a las muchachas que en ningún solo segundo paraban de bailar.

Tras un momento, un tanto perturbador, Marco se recargo sobre la silla para después impulsarse hacia adelante y acercar su rostro de manera muy directa al de Pacheco.

– Consígueme tres mujeres, tres solamente, y rubias. – dijo Marco, con una tranquilidad que daba aires de cátedra.

– Aquí hay muchas, escoge. – respondió Pacheco, sin mayor razón para ofuscarse.

– Aquí hay putas – corrigió Marco – Consígueme tres mujeres, ¿entiendes? – repitió, recalcando cada silaba – mujeres.

Marco volteó hacia las chicas que bailaban; algunas desnudas, algunas con lencería tan atrevida que las hacía parecer más desnudas y otras, las más desconcertantes, vestidas en su totalidad.

– No, no comprendo. – respondió Pacheco, aunque en su mente claramente se dibujaba lo que aquel hombre deseaba.

– Si comprendes, pero te lo ilustraré; consígueme una abogada, una maestra, una vendedora de zapatos, lo que sea, pero que sea rubia, que sea preciosa y que no se puta. ¿Comprendes?

– Me estas pidiendo secuestrar gente, Marco, eso es caro.

Marco sabia que Pacheco lo haría y, apenas se definió el precio, los detalles comenzaron a surgir como el agua de un manantial. Nada difícil; rentas una casa enorme, alejada, llevas a las chicas y listo. Un día, una semana, un mes; eso será decisión para después.

– Vete a tu casa Marco – dijo tranquilo – El sábado tendrás a tus rubias.

Marco apenas escuchó esto último; su mirada se clavó en una de aquellas mujeres, le inquieto no solo la belleza de aquella preciosa morocha sino su aspecto demasiado juvenil.

– ¿Ahora también trabajas a menores de edad? – preguntó Marco, señalando a la muchacha

Pacheco volteó rápidamente y confirmó que se refería a la chica que él suponía. Volvió su mirada a Marco y, mirándolo firmemente, le lanzó una sonrisa poco confiable.

– Es nueva; se ve joven pero no, no arriesgaría este negocio, tiene dieciocho años. Virgen, según dice. Pero había estado deambulando por aquí desde el año pasado – contó Pacheco – buscando dinero; cumplió los dieciocho años y, voilà, ahora está bailando tras esa vitrina.

– Entiendo – dijo Marco

– ¿Por qué, Marco? ¿Te interesa la chica? – preguntó Pacheco – Tómala, está dentro de un escaparate no dentro de mi colección personal. – afirmó Pacheco, separando sus brazos – Quizás eres el adinerado que ella estaba esperando.

Marco lo pensó un poco. Volteó a ver a la chica, miró a Pacheco y sonrió. Pacheco también sonrió.

La muchacha se sentía incomoda en el asiento del copiloto del lujoso automóvil de Marco, que apenas volteaba a verla, fijo en el camino. Él era el primer cliente que tendría en su vida de prostituta y sentía dentro de sí una combinación extraña de nervios y excitación. No era virgen, como había dicho pero tan solo lo había hecho una sola vez con un ex novio y francamente le pareció aburrido. Pero aquel despertar sexual la envició y aprovechaba cualquier momento a solas para masturbarse; solo su propia mano le había provocado orgasmos en sus recién cumplidos dieciocho años de vida. Se trataba de una morena preciosa cuya piel clara contrastaba bellamente con su liso y oscuro cabello negro; las provocativas curvas que formaban su figura, sin embargo, tenían poca relación con su rostro de niña y su metro sesenta de altura. Cualquiera que hubiese intentado adivinar su edad se hubiera inclinado fácilmente por los catorce o quince años.

La muchacha miraba hacia la ventana mientras el automóvil avanzaba rápidamente sobre un paso elevado. Vestía simple; una falda blanca de algodón que no lograba cubrir por completo sus torneadas piernas y una blusa azul cielo del mismo material que parecía en general un conjunto. Llevaba sandalias, como cualquier muchacha de su edad y un sostén blanco que el tamaño de sus tetas alcanzaba a mostrar en el escote de la blusa. Aun sobre lo casual de su vestimenta no dejaba de irradiar una sensualidad desconcertante.

Marco tuvo que detenerse en el primer semáforo que se le atravesaba en todo el camino. Aprovecho para observar desde su asiento a la hermosa muchacha que lo acompañaba, acercó su mano derecha hacia ella y la posó sobre las piernas de la chica, arrastrándose por debajo de la falda blanca que no era capaz de oponer resistencia alguna.

– ¿Y cómo te llamas? – preguntó el hombre.

– Fátima – respondió la muchacha con cierto miedo.

– ¿Nombre real o de puta?

La última palabra cayó sobre Fátima como un balde de agua fría; pero se recompuso rápidamente al comprender que, a fin de cuentas, era prostituta lo que había querido ser en aquel último año. Era una puta, y punto.

– Es mi nombre real – respondió – y así me llamare también cuando trabaje

– Comprendo – dijo Marco, mientras acariciaba la suavidad que imperaba en las entrepiernas de Fátima – una puta hecha y derecha

La muchacha no pudo más que sonreír ante la realidad que había elegido. Llegaron a un hotel, no el más lujoso de la ciudad pero evidentemente era caro. A Marco le gustaba por su fácil acceso y por estar apartado del resto de la ciudad; además estaba cerca del apartamento en el que vivía. Estacionó el automóvil e indicó a la muchacha que subiera hasta el último piso, sin preguntar nada y sin detenerse y que la esperara ahí.

Se apartaron y la muchacha entró primero al lobby de aquel hotel, encontró los elevadores y, dentro, oprimió el piso más alto que había: el doce. Al llegar se sorprendió pues aquel piso no era más que un solo pasillo; de un lado los cuatro elevadores, del otro una única y sola puerta con el texto “Principal” sobre ella. Esperó un rato y, tras unos cinco minutos, llegó Marco con total normalidad. Se acercó directamente a la puerta, tarjeta en mano, y solo alcanzó a rozar levemente el abdomen de la chica que lo siguió detrás.

– Me tarde un poco – comentó Marco, recibiendo una discreta sonrisa como respuesta de parte de la nerviosa muchacha

Entraron y, apenas Fátima miro dentro, su piel se tenso; se trataba de una suite enorme y hermosa en donde todo la claridad reinaba gracias a que todos los muebles eran blancos. Había una sala, una cocina completa, un enorme baño y una espaciosa recamara al fondo. Por la mente de la muchacha corría ya la idea de que su debut como puta no podría ser más lujoso. Pero sus nervios continuaban y su cara de niña asustada, de hecho, le gustaba mucho a Marco. El hombre decidió ponerla un poco más inquieta y discretamente se colocó tras ella que seguía mirando, anonadada, el interior de aquel lugar; sin el menor aviso sintió el endurecido bulto de Marco sobre sus nalgas al tiempo que las manos del hombre rodeaban a la pequeña muchacha. Marco restregaba su entrepierna con el culo de la muchacha mientras sus manos se colaban bajo la blusa de la muchacha y sus tetas se convertían en rehenes de los dedos de aquel cliente.

El hombre saboreó con las palmas de su mano la suavidad terciopelada de los senos de la muchacha; debajo, su bulto se deslizaba en la comodidad de las nalgas de Fátima que comenzaba a excitarse sin mayor remedio ante los suaves pellizcos que recibían sus rosados pezones. Marco la soltó y la dirigió a la recamara; al llegar la lanzó sobre la cama de un leve empujón y la chica, comenzando a entrar en su papel de puta, se acomodó en cuatro, dejando su precioso culo como una ofrenda en espera de Marco.

Este no pudo más que comprender que se encontraba ante una criatura tan bella que le iba a costar tanto trabajo atreverse a hacerla suya como a no querer hacerlo. Se acercó lentamente, con la duda de que iba a hacer con tanta ternura sobre aquella cama. Llego hasta ella y sus manos se dirigieron sin el menor aviso hasta su culo, retirando la falda de tela blanca y dejando a la vista un calzoncito simplón color rosado. En seguida su boca se posó sobre aquellas nalgas y comenzó a besarlas, a saborear con cuidado y paciencia cada centímetro cuadrado de aquella muchacha. Sus manos retiraron las bragas y el esfínter rosado, tierno e intacto de la chica fue la primer zona en recibir los labios y los lengüetazos de Marco, a quien un sudor frio le recorría la espalda ante la incertidumbre de pensar como tanta belleza y ternura podían convivir en aquella muchacha. Besaba y refrescaba la entrada del ano de aquella chica mientras sus manos acariciaban todo lo que podían de aquel endiosado cuerpo.

Sus dedos llegaron al húmedo coño de la chica y se introdujeron cuidadosamente, Marco comprendió entonces que la chica no era virgen; pero no importaba, sus labios seguían perdidos saboreando los pliegues de aquel esfínter de ensueño. Se puso entonces de pie y se retiró rápidamente su ropa hasta dejar a la vista su erecta y ansiosa verga. La muchacha volteó suponiendo que debía chuparla pero él la detuvo y la mantuvo en la misma posición; volvió a ensalivar más el esfínter de la chica e inmediatamente se colocó sobre ella.

Su verga se dirigió al tierno coño de la chica pero no por completo, apenas metió un poco lo volvió a sacar para dirigirlo ahora a la entrada del ano de la muchacha que, desconcertada, volteó.

– Por ahí no, por favor. – pidió la chica, con una serenidad fingida.

– Pagué una virgen – respondió Marco.

La muchacha no supo que decir y entonces sintió como Marco sostuvo sus caderas con fuerza e inmediatamente comenzó a abrirse paso, sin aviso ni piedad, a través de su virginal ano. La chica gritaba adolorida, pero el hombre no se detenía al tiempo que su verga rellenaba el culo de aquella recién estrenada puta.

Relato erótico: “La decadencia: 2. El nacimiento del dolor” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

$
0
0

El coche miraba al lago. Las luces apagadas, la noche en ciernes, la ciudad bulliciosa e iluminada al fondo. Aun resonando en el eco del manto de estrellas el canto de los cisnes, aun se dibujaba el rastro rosáceo del vuelo de los flamencos al atardecer. La luna me mira pícara extendiendo su luz plateada, mientras Lorena me besa dulce y su mano acaricia mi paquete, muy crecido. Se ajusta las gafas y se recoge el pelo. Se desabrocha la camisa y suelta su sostén. Le agarro las peras y las lamo, noto endurecerse los pezones en mi boca y lamo, entorno a ellos, su piel de gallina.

Lorena desabrocha mi bragueta y libera a mi polla de su prisión. Está gorda, la siento juguetona. La masturba un poco. Se agacha y escupe en el capullo, bajando del todo el pellejo. Ahora la masturba con más facilidad, preparándola. Sus manos saben moverse, y no necesita dignidad pues sabe lo que hace. Sonríe íntima mientras voy cogiendo ritmo.

–        Solo hay tiempo para esto, mi marido llegará en media hora a casa y quiero estar allí. Le dije a Bea que salía a comprar al desavío.

Eché hacia atrás mi butaca y ella se acomodó de lado en la suya. Me disponía a vivir una de las buenas mamadas de Lorena. Mi amada Lorena, por la que estaba perdiendo la cabeza. O tal vez ya perdida, igual me daba. Lo único importante era sentir que podía cambiar mi mundo, retar a Dios y a las leyes. Galopar al ser humano y al destino a mi antojo.

Acomodado, mientras Lorena se recogía el pelo con una horquilla para comerla mejor, miré al espejo retrovisor. Me sobresalté, juro que estaba ahí. Dos ojos ensangrentados y cejas fruncidas en una mueca de orgullo maligno. Desapareció y el espejo salió ardiendo espontáneamente. Sacudí la cabeza alterado. Al volver a mirar ya no había nada. El espejo en su sitio y Lorena mirándome preocupada.

–        ¿Estás bien?. ¿Qué te ocurre?.

Sonreí y regresé a mi cómoda postura.

–        Nada. Tú a lo tuyo.

–        Ummmmmmm.

Se inclinó hacia mi paquete. Su lengua la recorrió entera, acompañándolo de besos. Mientras me daba placer su mirada acudía a la mía coqueta y tímida. A veces se sonreía cuando nuestras miradas se cruzaban más de un segundo. Yo me limitaba en buscar esperanza en su mirada. Algo que me dijera que una vida mejor es posible.

Sus labios se pegaron y su cabeza inició el movimiento mágico de descenso y ascenso. A ritmo de masturbación. Notaba la presión de su boca al llegar al capullo, y su lengua jugando con la punta, sorbiendo levemente en la rajita. Luego vuelta a bajar hasta el final. De vez en cuando una pequeña arcada al meterla entera; hasta me parecía notar su campanilla. Me preguntaba si también se la comía así de bien a su marido. Me quité de la mente la posibilidad de no ser yo su único amante, celoso solo con pensarlo.

Cuando me vino, ella se pegó más todavía. Noté fluir mi leche a través de su boca, noté el movimiento de su garganta al tragarlo; hasta oí el glup glup. Luego la lamió suave hasta dejarla bien limpia. La abandonó justo en el momento en el que empezaba a ponerse muy dura de nuevo.

La bese durante un minuto, notaba su impaciencia por irse. Estuve tentado de decirle “te quiero”. Arranqué el coche y charlamos sobre frío y las próximas navidades, hasta que la dejé en un rincón discreto, a dos manzanas de su casa.

Esa noche tampoco pude dormir. Así que seguí diseñando mi macabro plan. La sensación de no estar solo me acompañó durante toda la madrugada.

–        ¿Estás ahí?

Silencio espeso.

Odio la navidad, aunque Lorena lleva dos años cambiándome la percepción. En nochebuena cenamos en su casa, junto a mi hermana Luisa, seis años menor que yo; la “peque” de la familia. Tuve que aguantar las rebeldías de Luisa y la pesadez de mis padres. Pero lo peor de todo fue ver a la familia feliz de mi hermano, con su impoluto pisito de trescientos metros cuadrados.

“Las viviendas grandes arden bien”.

¿Quién me dijo eso?. Un susurro, solo uno. Como una ráfaga de viento que erizó mi piel y dejó ese mensaje en mi oído. Me sonreí hacia dentro. Pasé la lengua por mis dientes, no estaban afilados. Me sentí defraudado, si el Diablo quería poseerme, cuanto antes mejor. Sufría demasiado esa enfermedad humana llamada sentido común.

Lo mejor de la funesta noche fue, que me perdone Lorena, ver a mi sobrina Bea. Hacía ya semanas que no la veía, y cada vez estaba más guapa. Cerca de los 18 años, melena morena, extremadamente guapa, cuerpo de quitar el sentido. Muy pechugona, al contrario que su madre, pero muy bien puestas y apetitosamente proporcionadas como las de su madre. Estilosa, más que su madre; y también algo más alta. Sangre de mi sangre, sí, pero torres más altas cayeron. Su feminidad, unido al amor que siento por la que la parió, son motivos suficientes para usurpar el trono de cabeza de familia. Matar a mi hermano es algo necesario, y de la forma que voy a hacerlo será una obra maestra. La vida es así, solo se vive una vez.

Decidí beber mucho y hablar poco. Había llevado deberes relacionados con mi plan, así que se me ocurrió cómo hacerlo antes de estar demasiado borracho. Tras la cena esperé pacientemente a que mi hermano fuera al cuarto de baño; solo tenía que estar pendiente de entrar cuando él saliese.

Una vez dentro cerré el pestillo y me centré en la tarea. Días antes había visitado una ciudad cercana, donde había comprado algunos encargos a la mafia rusa. No fue fácil dar con ellos, ni convencerles que no era un policía. La lista de la compra fue completa, y en ella desembolsé dos mil euros en todo lo que me podría hacer falta. Extraje el ladrón de huellas dactilares e intenté pillar las de mi hermano en el botón de la cisterna y el grifo del lavabo. El resultado fue frustrante, pues al trasluz pude ver varias marcas. Decidí desecharlas. Solo me valdrían las del vaso donde fuera a tomar las copas.

Al salir del baño me topé con mi cuñada.

–        Vaya, vaya, vaya, pero si es la tía más buenorra del universo.

–        Tsss, intenta calmarte un poco, ¿quieres?, aquí ni en broma te dirijas a mí en estos términos.

Me quedaban muchas copas por delante, pero me sentía valiente. Y ella estaba preciosa con aquel traje azul marino, con el que mostraba espalda y piernas; y con un escote que enamoraba al más desentendido, y que tan bien disimulaba el tamaño discreto de sus pechos.

–        ¿No te cansas de esconderte?. Mi hermano no merece mantener a una mujer que le engaña. Si fueras íntegra le abandonarías por mí. Huyamos.

Miró en derredor, nerviosa por mis voces. Estábamos solos pues todos hablaban a voces en el salón.

–        No sabes lo que dices. Más te vale controlarte un poco. Si comienzas a dejar de ser discreto tendremos que dejar de vernos.

Me acerqué hasta rozar su cuerpo; la miré fijamente.

–        Ni lo sueñes, te quiero.

Me sorprendió el ver que estuvo a punto de responder “y yo también”. Me lo dijo con la mirada,  y voto al diablo que me acecha que no lo esperaba. Suspiró medio sonriente, medio indignada, y se fue. Mi polla intentó ir tras ella, pero topó con la bragueta.

Desde atrás apareció mi hermana. Me sobresalté demasiado; su cara mostraba indiferencia, dudé si había escuchado algo.

–        ¡Luisa!, que susto me has dado. ¿De donde vienes?

Me miró tan pasota como siempre. Sus 25 años eran suficientes para haber dejado de ser una adolescente insoportable; hasta su sobrina Bea parecía más adulta.

–        Vengo de hablar por teléfono.

Hizo un gesto señalando el final del pasillo, dándome a entender que venía de la habitación de matrimonio de mi hermano y su eterna mujer. Titubeé, mirándola con el ceño fruncido. Me aterraba la idea de que hubiera escuchado la conversación; pero lo que más me aterraba es que mi hermanita hubiera entrado de lleno en esta historia; a cuyos testigos no se les avecinaba un final feliz.

–        ¿Con quien has hablado?

–        Con uno, ¿y tú?, escuché voces en el pasillo.

Examiné su mirada, si sabía algo era muy buena actriz, porque aparentaba máxima inocencia.

–        Con la tita Lorena, le preguntaba por las bebidas.

–        Claro, debe ser eso.

Tal como lo dijo se fue. Algo en mi interior quedó intranquilo, su fría naturalidad siempre heló mi corazón, tanto para lo bueno como para lo malo. Sentía cariño paternal por ella, siempre intenté protegerla de todo.

“Es una puta, como todas”.

Respiración agitada, frío por la espalda; de nuevo el susurro en forma de ráfaga de viento. Me esforcé en relajarme. Dedos índices en cada ojo, ambos cerrados. Inspiré profundamente y dejé salir el aire quemado despacio. Relax.

Pasé el resto de la noche bebiendo, eludiendo a Lorena y dándole vueltas a la cabeza a lo de mi hermana.  Aproveché un descuido para coger las huellas de mi hermano, pero mi mente estaba vacía; no sabía si dar marcha atrás a todo. Fue la visión de Lorena, sonriéndome cómplice después de besarle, la que me empujó a tomarlas.

Me disculpé y me fui. Me sentía muy borracho. Lorena quiso despedirme pero no la dejé, necesitaba pasear y no pensar en nada.

Cuando llegué a casa eran las dos y media da la madrugada. Busqué el papel donde tenía apuntado el teléfono de Inés y la llamé. A las tres y cuarto sonó el timbre de mi casa.

Vestía traje estampado con falda y taconazo que disimulaban su estatura. Como mujer estaba muy lejos de Lorena y Carolina; pero creía recordar que follaba bien y yo le gustaba. Motivos suficientes para reclamar su compañía.

 La hice pasar y le ofrecí una copa. Bebimos mientras charlábamos en el sofá. Estimé conveniente aclarar lo del asesinato; “Me acosté con las dos, así que objetivo cumplido”. Ella rió y pidió más alcohol, se la veía nerviosa. Yo estaba muy empalmado así que me pareció que sería un error seguir bebiendo.

–        ¿Follamos?

Ella se sonrojó. Me levanté y bajé mis pantalones,  quedando desnudo de cintura para abajo. Me acerqué a ella masturbándome. Sentada en el sofá y relamiéndose la recibió sonriente. Dientes muy blancos, pude observar.

Después de un par de frases sin sentido, la agarró y la empezó a lamer. Me dio la sensación de que esperaba hablar más antes de hacer nada. Yo no estaba para bromas, necesitaba sexo. Le agarré la cabeza y la metí en su boca, ella la recibió sorprendida. La metí hasta el fondo, ella tuvo una seria arcada y los ojos le lagrimearon. Su boca no era muy grande, y la imagen de mi pollón dentro resultaba tan excitante como rara. La saqué y la volví a meter, iniciando una follada. Ella se dejaba hacer, sorprendida por mi iniciativa, ni sentía su lengua ni sus dientes, solo el hueco cálido de su boca. Acompañaba con ruidos onomatopéyicos y arcadas ocasionales.

Se la saqué, ella se forzó en sonreír, y volver a mostrar sus dientes blancos, como si no hubiera pasado nada. Entonces la cogí en brazos y la llevé a mi cama.

La desnudé cuidadosamente para no destrozar demasiado la ropa. Inés se dejaba hacer. Cuando la tuve totalmente desnuda dije una pequeña mentira, apoyada por mi pene; el cual andaba en plenitud, deseoso de descargar y encontrar relax.

–        Eres bellísima.

Me dio las gracias susurrando. No estaba mal de todos modos: cuerpo pequeño y manejable. Piernas cortas con muslos regordetes, pechos normales, rondaría la noventa. Cuerpo algo relleno pero bien proporcionado; rubia natural, de poco pelo aunque perfectamente afeitada. Un único hilo fino de pelusillas castañas recorrían su coño con elegancia; coño de aspecto frágil y pequeño, pero bonito y, doy fe, muy tragón.

Decidí lamérselo con calma, decidí tener sexo relajado y sin prisas con aquella chica. Mi lengua lamió sus pies, recorriendo empeine y tobillos. Besos por la zona interior del muslo hasta lamer en su sexo. La lengua lo recorrió lentamente, notando como reaccionaba abriéndose como una rosa. Ella gimió y se abrió más, dejando sus piernas algo levantadas. Su ano era claro y limpio, me animé a meter la lengua mientras dos dedos jugaban arriba y abajo medio palmo más hacia mí. Ella levantó un poco las caderas, facilitándome la labor.

Con el coño y el ano trabajados y bien húmedos, decidí follarla un poco tal y como estaba. Ella me recibió buscando mi lengua con la suya, cerrando sus piernas tras de mí. La penetré hasta coger medio ritmo, mantenido. Ella pedía más fuerte, pero quería que la cosa empezara calmada. Se lo trabajé sintiendo cada centímetro de polla, acariciando sus muslos y sin dejar de lamer su lengua.

Tras unos cinco minutos se la saqué y me tumbé masturbándome despacio.

–        ¿Qué tal?. Trabájala un poco, anda.

–        Vamos cielo.

Buena compenetración, al tumbarme boca arriba ella empezó a besarme el cuello mientras sus pezones se refregaban, muy duros, por mi pecho y abdomen. Masturbó un poco mientras me miraba de abajo arriba, estando a cuatro patas. Su pequeño cuerpo reacomodaba bien entre mis piernas, y más allá su culo era el punto de mayor altitud de su cuerpo, el cual movía lentamente de lado a lado; como una perra mueve el rabo ante un hueso que comer.

Tras una larga y bastante buena mamada, con masturbación y comida de huevos incorporada, decidí cambiar. Necesitaba follarla mientras la abrazaba. Mi mente sucia, mi mal día; necesitaba cariño además de sexo, y la enamoradiza Inés estaba en perfectas condiciones de darme ambas cosas. Ciertamente no me importaba nada jugar con sus sentimientos.

Me senté y le hice señas. Ella se acopló, a la vez que yo echaba ligeramente la espalda hacia atrás para que pudiera clavarse bien. Una vez metida volví a sentarme y nos abrazamos. Iniciamos así un movimiento en balanceo, besándonos y acariciándonos, mientras entraba poco más que el capullo en el coño de Inés. Aunque poca, el roce le provocaba gemir cada vez más interrumpiendo sus besos, los cuales comenzaban a saber a sudor.

Se levantó y me empujó hacia atrás. Me dio la espalda y me dio una cabalgada inversa. Luego se dio la vuelta y me clavó con movimientos pélvicos.

Cuando no pude más me zafé y derramé sobre su cuerpo una buena cantidad de leche.

Le di un beso y fui a darme una ducha. Ella se coló tras de mí y me pidió pis al oído. Abrí el grifo y comencé a orinar, aun con la polla crecida. Ella se arrodilló y la acercó a su boca, bebiendo cuanto pudo.

Nos enjabonamos mutuamente y acabamos follando sobre la placa de ducha. Ella se agachó como pudo y yo se la clavé en el culo, donde finalicé por segunda vez.

No puse pegas y se quedó a dormir. Por la mañana del día de navidad desayunamos y estuvimos toda la mañana follando.

Cuando se fue, encendí el móvil. Tenía un mensaje de mi cuñada Lorena.

“Te echo de menos, ¿podemos vernos?”.

Lo borré y apagué el móvil. No necesitaba sexo y me sentía enfadado con ella. Pero sobre todo me apetecía estar todo el día solo e incomunicado, trabajando para mi plan.

Tras el almuerzo tomé una copa de whisky. Esperé paciente observando la ciudad, la cual parecía más triste con el alumbrado navideño. Por fin llegó, su presencia era cuanto necesitaba para seguir tejiendo el plan.

–        Has tardado.

Como respuesta un jarrón cayó al suelo justo tras de mí. Me sentía aterrado y feliz.

Sonreí y coloqué sobre la mesa las huellas dactilares de mi hermano.

Próximamente continuará…….

Relato erótico: “Adiestrando a las hijas del jefe 2” (POR GOLFO)

$
0
0
Esa noche estaba contento, la primera parte de mi venganza había ido sobre ruedas, no solo me había apoderado de sus vidas, sino que había ya forzado a la mas joven de ellas. Natalia, no siendo la mas dura de mis oponentes, era en cambio la que mejor cuerpo tenía. Un metro setenta de hembra de infarto al que acababa de ver retorcerse entre mis brazos cuando de una manera cruel le desvirgué su parte trasera.
Eva era diferente, sus curvas menos perfectas, pero mas atractivas, me subían la libido solo con pensar en como me apoderaría de ellas. Pechos grandes, duros. Caderas poderosas, donde agarrarse. Y una mala leche que tenía que domesticar.
Pobre destino el de las dos hermanas, su padre me había confiado una misión, educarlas, y por dios que iba a conseguir que esas dos pijas bebieran de mis zapatos antes que terminara la semana. Nada ni nadie me lo impediría.

La habitación del viejo, donde estaba durmiendo era enorme. Su cama de dos por dos era del tipo oriental con un dosel de madera, sustentado por cuatro columnas y del que cuelga una especie de mosquitero me podría servir en el futuro.
Tras dejar tirada a Natalia, me entretuve en revisar el cuarto que iba a ser mío al menos seis meses. El armario constaba de tres cuerpos, el principal estaba repleto de ropa de Don Julián, sus trajes perfectamente planchados, sus corbatas de Armani y sus zapatos de Gucci lo llenaban por completo. La criada había acomodado mi ropa en el que estaba a la izquierda, pero mi sorpresa fue al abrir el de la derecha, descubrir un enorme surtido de instrumentos de sado. Puto anciano, me había conseguido engañar durante tres años, nunca hubiese supuesto que entre sus gustos estuviera el sexo duro, pero sonreí al pensar el uso que le iba a dar yo a ese arsenal.
Pero eso iba a ser mañana, por lo que decidí irme a la cama. El colchón era excesivamente duro, de esos que recomiendan los médicos pero en lo que resulta imposible dormir hasta que te acostumbras. Gracias a lo cual, dos horas después seguía dando vueltas en la cama sin poder dormir, y digo gracias por que me permitió oír como las hermanas salían del cuarto, y tomaban el pasillo en dirección al de su padre.
Sabiendo que eran unas arpías y que la visita que tenían planeada a donde supuestamente yo estaba descansando, no era de cortesía, sino que sus intenciones no podían ser otras que castigarme y humillarme, me levanté en silencio a esperarlas. Pero antes de esconderme en el baño, coloqué las almohadas de forma que parecía que seguía frito bajo las sabanas, y aguardé.
No tuve que permanecer mucho tiempo refugiado tras la puerta, por que al minuto escuché que entraban a la habitación. A través del resquicio, oí como entraban de puntillas, y poniéndose enfrente de la cama, susurraban entre ellas, cuando de repente sonó un tiro.
Eva sostenía una pistola humeante, con la que había disparado al bulto que ellas pensaban que era yo. Natalia gritó asustada, diciéndola que si estaba loca, que eso no era lo planeado. Su hermana soltando el arma se encaró a ella, contestándola:
Te acababa de violar, y yo al escuchar tus gritos llegué a defenderte, fue en defensa propia-.
“Será zorra”, pensé desde mi escondite. Sabía que no iba a aceptar mi autoridad a la primera, pero su violenta reacción desbordó todas mis previsiones. Todavía en el baño, vi como después de discutir unos momentos las dos hermanas se dirigían a comprobar el resultado, momento que aproveché para salir y apoderarme del arma.
Si esperaban encontrar mis sesos desparramados, se llevaron una desilusión, al descubrir que le habían atinado a la almohada y que en vez de sangre lo que estaba esparcido por el colchón no era sangre sino plumas.
-¡No es él!-, dijo Natalia al recobrarse de su estupor.
Una cruel carcajada resonó entre las cuatro paredes. Las dos hermanas al oírla, se dieron la vuelta para descubrirme de pie, en medio de la habitación, en mi mano el pedazo de metal las apuntaba.
La mas pequeña se arrodilló en el suelo diciendo que no había sido idea suya, que su hermana le había obligado. En cambio Eva se mantenía erguida demostrándome su valor.
Creo que voy a llamar a la policía, veamos quince años por intento de asesinato, mas otros cinco por nocturnidad, alevosía y ventaja, en total veinte-.
Sus rostros empalidecieron con la perspectiva, incluso la mas altiva de las dos se desmoronó llorando, pidiéndome perdón. Cuanto más lloraban, más estaba disfrutando la situación. Y recreándome en su desgracia le expliqué:
Fijaros, vuestro padre en un viaje de seis meses, no podrá hacer nada por vosotras, y para cuando se entere y os pueda buscar un abogado ya habréis sido sentenciadas y seréis las cachorritas de alguna celadora o de alguna presa en la cárcel. Os prometo iros a visitar, a través de un enorme cristal oír de vuestros labios como os tocan y violan tras las rejas-.
Su orgullo había desaparecido, las dos niñas bien, que no habían tenido reparos en reírse del segundón de su padre, hincadas sobre la alfombra me imploraban. Me prometían que no volvería a suceder, que si las perdonaba, me obedecerían, harían todo lo que yo quisiera.
-¡Con eso no basta!- les grité.
A Eva que era la inteligente de la pareja, se le iluminó su cara al oírme, “está negociando” debió de pensar, y por eso levantándose del suelo, me preguntó:
-¿Qué quieres?-
-Vuestra completa sumisión, durante los seis próximos meses seréis mis esclavas
Ni siquiera preguntó en que consistía, ni tampoco discutió ningún término del acuerdo, ayudando a su hermana pequeña a incorporarse, me contestó:
Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas-.
-Zorrita, ¡ para ti!, ¡soy Amo!-
Le saltaron dos lágrimas, cuando rectificando dijo:
Hecho, durante seis meses seremos tus esclavas, Amo-.
Con otra carcajada, cerré el pacto antes de decirlas:
Desnudaros, quiero revisar la mercancía-.
Después de unos instantes de perplejidad, dos camisones cayeron al suelo dejándome disfrutar de sus cuerpos. Dos preciosas mujeres me mostraban tímidamente sus encantos. Acercándome a ellas, sin soltar en arma, retiré los brazos de Natalia que me impedían contemplar con libertad sus pechos y obligando a Eva a abrir las piernas, le introduje el cañón, entre sus muslos. Ambas mujeres se mantuvieron en silencio, todo el tiempo que duró mi exploración, ni siquiera se quejaron cuando les abrí las nalgas para contemplar sus ojetes, sabían lo que se jugaban, pero no hasta donde podía llegar mi perversión.
-Tumbaros en la cama-, les ordené.
Mientras ellas lo hacían acerqué una silla, desde donde tener una perfecta visión de los que les iba a obligar a hacer. Sentándome en ella, me acomodé antes de darles otra orden. Cuatro ojos me contemplaban asustados, sin saber a ciencia cierta que les iba a pedir, pero concientes que no le iba a gustar.
-¿Os queréis?-, mi pregunta absurda, les destanteó,-Quiero verlo-.
-¡Somos hermanas!-, intentó protestar Natalia.
-¡No somos lesbianas!-, le secundó la otra.
Cabreado, me levanté dándole un tortazo a la que tenía mas cerca.
Mejor el chocho de una persona amada, que el de una carcelera
Me entendieron a la primera, era eso o pasarse los próximos veinte años entre rejas. Eva, la mayor, fue la primera en rehacerse, y tratando de tranquilizar a su hermana, le susurró al oído algo que no pude oír, pero si contemplar el resultado.
La muchacha se tumbó en la cama, con la piernas abiertas, dejando que la tocase.
Venciendo su reluctancia, le dio un beso en los labios antes de bajar por su cuello. Su lengua recorrió lentamente la piel que separaba el hombro de los pechos, lo que provocó que se le erizara la piel, y en consecuencia el negro pezón se endureciera. No era por deseo, tampoco por asco, quizás lo que le ocurría es que era una novedad.
Juega con él-, le ordené.
Supo al instante a que me refería. Y dejando un húmedo rastro, fue acariciando las rugosidades de la aureola antes de que abriendo la boca, succionara su pecho en su interior. Primer gemido. Natalia no pudo reprimir a su garganta, al sentir la lengua jugando con su botón.
-Muérdelo-, dije desde mi sillón.
Los dientes de Eva se cerraron sobre el seno de su hermana, mientras que su mano recorría su estómago acariciándola. No dije nada, pero me encantó ver como su sexo empezaba a brillar por la excitación. Había dicho que no era lesbiana, pero esa forma tan experta de mamar un pecho, le delataba.
Cómete su coño-.
Nuevamente, su lengua reinició su camino, centímetro a centímetro se fue acercando a su destino. El depilado sexo le esperaba. Con una tranquilidad pasmosa, fue separando los labios con la punta, antes de que su aliento ni siquiera lo tocara. La reacción de la niña fue la que me esperaba, los dedos de sus pies de tensaron al notar su cercanía, pero no hizo ningún intento de cerrar la piernas.
Viendo su tranquilidad, se apoderó de su clítoris recorriendo todos su pliegues mientras lo humedecía con su saliva. Esta vez, el gemido fue más profundo, surgiendo desde su interior salió despedido como un ciclón de su garganta. Con su cueva inundada y mordiéndose el labio, dejó que su hermana continuara.
Eva, envalentonada, mordisqueó la pepita de placer, con sus dientes, para sorprendida recibir en su boca, la primera oleada de flujo. Solo viendo como disfrutaba bebiendo el elixir que manaba de la almeja, se acabaron mis dudas, esta mujer al menos era bisexual.
Usa tus dedos
La larga cabellera rubía se incorporó, para rogarme. Pero no obteniendo clemencia, se volvió a agachar entre las piernas de su querida. Con el dedo índice en el interior y como si de un pene se tratara fue introduciéndolo y sacándolo al compás de los chillidos de su victima.
He dicho ¡dedos!-.
El segundo se incrustó al escucharme. Y tras acomodarse en su interior, recorrió su vagina, acariciándola. La excitación de Natalia ya era palpable. Con los brazos extendidos sobre las sábanas, sus manos se cerraban y abrían de placer al sentir como el tercer dedo se introducía dolorosamente en el interior de su vaina. Esta vez, ya con la vagina llena se retorcía con cada envite de su hermana, gimiendo lloraba la degradación que sentía al derramarse hirviendo en su interior, producto de tan fraternal atención.
-¡Más!-, grité a Eva. La cara de sorpresa de ambas muchachas, se transformó en indignación al escucharme decir: -¡Toda la mano!-.
El placer se convirtió en tortura cuando intentó delicadamente introducir otro mas. El estrecho coño no admitía nada mas. Por mucho que intentó dilatarlo con caricias, había llegado a su máximo. Su lengua, su saliva fracasaron en el intento. Gruesas lágrimas, recorrían las mejillas de ambas mujeres. Pero sobre todo las de Eva. En la suerte, le había tocado el papel de verdugo, y al igual que su víctima sufría con sus maniobras.
-¿Quieres que lo haga yo?-, le dije riéndome en su cara.
La mueca de espanto que vi en su rostro, fue suficiente respuesta.
-Lo siento-, le escuché que le decía a Natalia, y cerrando los ojos, forzó su vulva con sus cinco dedos.
Los gritos estallaron en la habitación. Chillidos de dolor sufrido y de espanto provocado por la culpa de suministrarlo. Aria majestuosa a mis oídos, música alegre que me hablaba de mi venganza.
Incapaz de soportar el castigo, la morenita trataba de zafarse, reptando por el colchón, pero la rubia sabedora de que si lo conseguía, un correctivo aún más cruel y brutal recaería sobre las dos se lo impidió. Olor a sumisión y a sexo. Paulatinamente, los gritos se fueron transformando en sollozos, gemidos ahogados que dejaron de resultarme divertidos.
-Ven aquí-, le dije suavemente a la rubia, pero en cuanto vi que se levantaba, le grité: -A cuatro patas-.
No tardó nada en llegar a mi lado, gateando sobre la alfombra. Con el rimel corrido, dejando tras de sí oscuros riachuelos que bajando desde sus ojos recorrían su cara, se puso a mi vera.
-Bien hecho, zorrita-, le susurré acariciándole la melena.-Has sido una buena esclava y te mereces una recompensa-.
Poniéndome de pié, le acaricie el lomo, recorriendo sus caderas, llegué a sus poderosas nalgas, a las cuales regalé un doloroso azote. No escuché ningún quejido. Separándole las nalgas, verifique el estado de su oscuro agujero, llevándome el presente de descubrir que al igual que el de su hermana era virgen. Introduciéndole un dedo, le cuchicheé que me gustaba pero que lo iba a reservar para mas tarde. Tenía un objetivo claro y un instrumento que usar. Dándole otro cachete en su trasero, le exigí que se abriera mas y que levantara el culo.
Vi como esa mujer, antes altiva y orgullosa, sumisamente se ponía en posición de castigo. “Me esta gustando esta nueva zorrita”, pensé mientras le recorría con el frío cañón su piel. Eva al darse cuenta cual era el instrumento que la tocaba, empezó a temblar de miedo.

-Tranquila, que a priori mi intención no es disparar-, le dije mientras separa los labios inferiores y de un solo golpe le introducía hasta el mango el arma.
Gritó de dolor, pero no hubo ni un pestañeo por su parte. Dejé que se fuera relajando antes de cómo si fuera un mortífero consolador empezar a sacar y a meter la pistola.
Tengo miedo-, me rogó.
No me digné a contestarla, la muchacha no sabía que la había descargado para evitar accidentes. La tenía donde quería. A mis pies, llorando por su vida. Otro azote tuve que darle para que se moviera.
-Piensa que es mi pene-, le dije mordiéndole una oreja.
Cerró los ojos, tratando de imaginarse que el duro tubo que la penetraba era en realidad de carne endurecida por acción de la sangre bombeada. Poco a poco, percibí que sus movimientos al principio circulares, se iban convirtiendo a ritmo de su excitación en lineales, de adelante hacia atrás, y como sus caderas sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo, terminaron presionando sobre mi mano para que profundizara su empalamiento.
“La muy puta, ha conseguido ponerme bruto”, tuve que reconocer cuando visualicé que la calentura había empapado su sexo y que le estaba sobreviniendo un orgasmo brutal. Sus muslos vibraban al recibir las descargas de su clímax, y berreando como una cerda, se corrió en la alfombra.
Sacando el arma de su interior, le agarré del pelo, y llevándola donde su hermana, le obligué a arrodillarse. Echando a Natalia de la cama, me senté en la cama.
-Ya sabéis que hacer-, les dije quitándome los pantalones.
Mi extensión estaba en todo su esplendor. Las muchachas a mi lado esperando que les ordenara apoderarse de ella. Silencio en el cuarto. Todo era tensión. Un brillo en sus ojos me hizo pensar que quizás creían que podían jugármela, por eso apuntando a la mas joven en la sien, les informé:
-Sin tonterías, no quiero decorar su cara con un agujero-, mensaje recibido, -no quiero que dejéis una gota-.
El paraíso. Dos bocas y dos lenguas afanándose en ser la mejor. Eva, reclamando su primogenitura, fue la encargada de jugar con mi glande, mientras su hermana se dedicaba a masajear con su boca mis testículos. No hubo pliegue ni milímetro de todo mi pene, que no fuera humedecido por ellas.
Me resultó curioso, la manera tan exquisita y dulce que lo hicieron, temiendo mi reacción se esforzaban en hacerlo bien, consiguiendo que en breves minutos empezara a sentir los primeros síntomas de mi propio orgasmo. Las mujeres al notarlo se entregaron sin pausa a su tarea, incrementando el ritmo y la profundidad de sus caricias, de forma que las primeras gotas de líquido preseminal aparecieron en mi glande. Eso desató su locura, cada una de ellas quería congraciarse conmigo debido al terror que las atenazaba, y por eso pugnaban por ser ellas quien recibiera en su boca mi semilla. Cuando exploté lo hice repartiendo mi semen entre las dos, ambas tuvieron su parte y se lo tragaron golosas, mientras sus manos terminaban de ordeñar mi miembro. Fue brutal, la mejor mamada de mi vida.
Tal era su pavor que se mantuvieron chupando y succionado mis partes, bastante tiempo después de haberme dejado seco. Lo que aproveché para reponerme.
Natalia, abre ese armario y saca dos esposas-.
La joven se levantó de la alfombra y abrió las puertas del mueble. Alucinada descubrió una faceta desconocida de su progenitor, al ver que estaba lleno de aparatos de sado, pero sin hacer ningún comentario, buscó y recogió lo que le había pedido.
-Ahora, ataros, zorras mías, a las columnas de la cama-
Con lágrimas en los ojos, puso uno de los extremos de una esposa en la muñeca de Eva y el otro a uno de los soportes del pie de la cama. Cuando iba a hacer lo propio con su muñeca, me oyó decir:
-No perrita, tu átate aquí arriba, no vaya a ser que esta noche me apetezca usarte-.
Esa noche, dormí acompañado por dos mujeres humilladas, dolidas y usadas. En mi fuero interno sabía que no era suficiente, debía de someterlas, dominarlas y adiestrarlas para que pasados los seis meses y su padre volviera, ya estuvieran condicionadas y fueran mis esclavas por voluntad propia.
Pensando en ello, me acosté al lado de la cachorrita de pelo negro, que muerta de miedo me esperaba en el colchón, desnuda, pero sobretodo dispuesta.
Capitulo dos.
La noche transcurrió sin novedad, nada que valga la pena contarse, excepto un par de polvos a la muchacha, mas por satisfacción personal que por necesidad. Natalia, tiene una constitución atlética, su culo duro y un cuerpo escultural, que provoca que cualquier hombre que la tenga desnuda a su lado no pueda evitar follársela. Lo único destacable fue que observé un pequeño cambio, la segunda vez que la tomé, no solo se dejó hacerlo sino que participó activamente e incluso creí descubrir un deje de protesta cuando conseguí correrme, como si se hubiese quedado insatisfecha y deseara mas.
El despertador sonó a las ocho de la mañana, tenía trabajo, por lo que sin dirigirles la palabra me levanté a ducharme. El agua caliente cayendo sobre mi cara consiguió espabilarme. Siguiendo mi plan preconcebido, me afeité y me vestí tranquilamente, sin hacer caso a las dos mujeres que atadas a la cama me miraban expectantes. No sabían que les deparaba mi perversa mente, pero esperaban angustiadas mi siguiente paso.
No tuvieron que esperar mucho, por que después de desayunar opíparamente, volví a la habitación con dos litros de leche.
Zorritas, tenéis que desayunar-, dándole a cada una un tetrabik, me senté a observar mientras les decía- bebéroslo entero, que no quede gota-
No se hicieron de rogar, cogiendo la leche con ambas manos, se bebieron todo, por miedo a enfadarme. Viendo que habían obedecido dócilmente, me despedí de ellas diciéndoles:
-Hasta esta noche-
Eva, asustada, me preguntó que si las iba a dejar así. Cogiéndola del pelo le dí un beso posesivo, mi lengua forzó su boca y durante un minuto me entretuve magreándola antes de contestarle:
-¿Tú, que crees?-
Al cerrar la puerta, escuché su desamparo.
Durante el día no me dejaron parar, diversos asuntos se amontonaban en mi mesa, no hay que olvidar que el jefe me había dejado solo y ahora tenía que hacer el trabajo de los dos. Reunión tras reunión se fueron pasando las horas sin que me diera cuenta, la actividad del día a día me impidió pensar en las dos bellas muchachas que me esperan pacientemente en casa. Mi secretaria no me dejó descansar durante toda la jornada, que si tenía que autorizar una obra, que si tenía que firma unos cheques….
Isabel llevaba trabajando conmigo desde que llegué a la empresa y era quizás la persona que mejor me conocía. No tenía que decirle nada, que ella sabía en cada momento lo que me ocurría. La confianza con ella era máxima, hasta tal grado que cuando humillado por las hermanitas estuve a punto de dimitir, hablé con ella, para que se viniera conmigo al siguiente trabajo. Por eso cuando al volver, le conté que no la había presentado, tuve que explicarle lo que había pasado, y lo que pensaba hacer.
Ella, al igual que yo era de origen humilde, por lo que la idea de hacer pagar a esas dos pijas con su propia cosecha, le pareció una idea estupenda, y lejos de tratar de convencer para que no lo hiciera, se prestó voluntaria para lo que necesitara. En ese momento, le dije que por ahora no me hacía falta, pero que no me olvidaría de ella si me urgía ayuda.
Por eso no me extrañó, cuando ya estábamos a punto de salir de la oficina que me preguntase como me había ido con las dos fierecillas.
-Bien, son unas niñatas tontas, pero están aprendiendo-,le contesté.
-No seas malo, ¡cuéntame!-.
Me hizo gracia su interés, y como no tenía nada que perder, ya que si me salía mal el adiestramiento, tanto a ella como a mi nos pondrían de patitas en la calle, le hice un pequeño resumen. Le expliqué la reacción de sus novios al enterarse de que no tenían un duro, el castigo que le di a Natalia por echarme un laxante en la comida. A esa altura sus ojos ya brillaban, pero fue cuando le conté como me habían tratado de asesinar y cual había sido mi venganza, cuando ya sin reparos me pidió que le diera detalles.
A un hombre no le hace falta que le piquen en demasía para que cuente los detalles de sus conquistas, y yo no era una excepción, de forma que le explique como les había obligado a regalarme un Show Lésbico, como me habían hecho el sexo oral, y sobretodo como les había dejado atadas a la cama desde la mañana.
-¡Que envidia!-, le escuché decir cuando ya se iba.
En ese momento, no supe que era lo que envidiaba, si a mí por tener a dos mujeres a mi disposición o a ellas por el tratamiento que les había dado. No me preocupó el descubrir la causa, por que recapacitando sobre ello, decidí que en menos de una semana, la haría participe de mi juego y entonces lo sabría. La idea no me desagradaba, por que aunque Isabel estaba un poco gordita tenía unos pechos y un culo de escándalo.
Satisfecho con el trabajo realizado y caliente tras la conversación con mi secretaria, salí de mi despacho y bajando al garaje cogí mi coche. Las calles y los semáforos pasaban a mi lado sin darme cuenta, mi mente solo podía pensar en mis dos juguetes esperando atadas a la cama la llegada de su amo.
Las luces del chalet, estaban apagadas. “Buena señal”, pensé ya que al salir de la casa era de día y si ellas no habían conseguido zafarse de sus esposas, nadie podía haberlas encendido. Subiendo por las escaleras, lo hice con precaución porque bien podrían haberse soltado y estar esperándome en el rellano.
Pero al abrir la puerta de mi cuarto, y antes de encender la luz, ya supe que no lo habían logrado al llegarme el olor a orín reconcentrado.
Era parte de mi plan, un litro de leche por cada una y la imposibilidad de ir al baño, no podía tener otro resultado que ambas mujeres lo hubiese tenido que hacer sobre la alfombra persa de su viejo. Deben de estar aterrorizadas y hambrientas, anoche les impedí cenar por lo que deben de llevar mas de treinta horas sin probar bocado.
Al encender la luz, cerraron los ojos del dolor. Me dieron hasta un poco de pena al observar el resultado de su castigo. Despeinadas, con el rimel corrido, los labios agrietados de la sed, y asustadas, terriblemente asustadas.
-¿Cómo están mis putitas?-, les pregunté alegremente.
-Muy bien, amo-, me contestaron al unísono.
Su recibimiento me sonó a música celestial, al no tener que recordarles mi título. Decidí darles un premio, y yendo al baño, me serví un vaso de agua.
¿Tenéis sed?-, sus ojos casi se salieron de sus orbitas al contemplar el preciado líquido, -Tumbaros-.
Como perras bien amaestradas, me obedecieron sin tener que repetir la orden, y cuando las vi perfectamente acostadas sobre el colchón, derramé el agua sobre sus cuerpos. No les había terminado de decir: -Bebed-, cuando como posesas se lanzaron una sobre otra, absorbiendo el agua que corría por sus cuerpos. Tanto me gustó el ver como se lamían una a otra los pechos, las piernas, el estómago e incluso el coño en busca de satisfacer su sed, que siendo magnánimo, les volví a premiar con otro vaso.
Ya con menos sed, me imploraron que las liberase, que me juraban que iban a cumplir el pacto. Fueron tan insistentes y tan sinceras, que llegué ……a cabrearme.
Silencio-, les grité,-no os he dado permiso para hablar-.
Todavía no estaban listas, decidí saliendo del cuarto y yéndome a cenar. Después de comerme un pollo recalentado, y dos cervezas, no tuve mas remedio que hacer caso a mis niñas, no fueran a desmayarse de hambre, ya que esta noche las necesitaba enteras. Por lo que abriendo el refrigerador me proveí de lo necesario.
-¿Tenéis hambre?-, les pregunté, pero al no recibir contestación abriendo la bolsa fui poniendo sobre el aparador lejos de su alcance jamón, queso e incluso un bote de nata montada. Y haciendo que me iba volví a interrogarles diciendo:- ¿seguro?-.
-Si, mi amo, estoy hambrienta-, me contestó Eva.
-Y yo, amo-, me dijo su hermana llorando de vergüenza.
Sin responderlas, me acerqué primero a la mayor y soltándole la esposa que estaba sujeta al dosel de la cama, y volviéndosela a cerrar sobre su otra muñeca, poniéndola los brazos hacia atrás, la tumbé en la cama. Ninguna de las dos conocía mi plan, por lo que sumisamente Natalia se dejó que repitiera con ella la misma operación.
Una vez en posición de manera que no pudiesen usar sus manos, les abrí las piernas y enchufándoles el bote de nata montada, en su sexos , se los llené de forma que sus vaginas y entrepiernas quedaron anegadas.
-Ahora comed-.
Fue una delicia el observar desde la silla, como trataban de llegar a su sexo reptando como culebras sobre el colchón hasta que las dos formaron un perfecto sesenta y nueve, y como con fruición se
fueron comiendo entre ellas en un ágape totalmente sexual. Sus lenguas no tuvieron mas remedio que buscar el alimento dentro de la vagina de la otra, y contra su voluntad tanto deseo hizo que se excitaran, lo que era mi intención. En esa posición las dejé unos cinco minutos, hasta que ya no quedaba ni rastro de la crema.
-¿Queréis mas?-
A las dos se le había abierto el apetito, y las dos me contestaron que sí.
-Bien, pero ahora de una en una-.
Y obligando a Eva a tumbarse de cara, le abrí las nalgas y rociando abundantemente su ojete, se lo puse en la cara a su hermana. Natalia no tuvo reparos en comenzar a chuparle el culo, tanta era su hambre que creo que incluso metió la lengua por el negro agujero. Una vez que había acabado repetí la operación intercambiando los papeles, pero en esta ocasión, Eva no se conformó con la nata, sino que cuando ya no quedaba rastro siguió con el flujo que manaba de la cueva de la morena.
La visión de su culo en pompa, mientras le comía todo, me hizo poner bruto, pero tuve que reprimir las ganas de pegarle un buen polvazo ya que tenía otros planes, y separándolas les dije:
-Jamón y queso solo hay para una, ¿a cual creéis que debo de dárselo?-.
Se formó un alboroto, las dos mujeres me pedían que fuera ella la elegida, llorando y chillando se echaba una a la otra la culpa de todo. Que si había sido culpa de Natalia la idea de humillarme, que si Eva había intentado pegarme un tiro, etc… No se daban cuenta pero estaba consiguiendo separarlas, por lo que después de escuchar sus tonterías le ordené callar.
-Homo hominis lupus-
Hubiese pagado por haber grabado sus caras, ninguna de las dos había oído nunca esa sentencia latina, por lo que tuve que explicársela.
-El hombre es un lobo para el hombre-
Acto seguido, agarré a la rubia y atándole una mano a cada columna de la cama, liberé a la morena.
Gracias, te prometo obedecer-, suspiró aliviada Natalia al sentir sus muñecas libres.
El consuelo le duró poco, porque poniendo en sus manos una pequeña fusta, le susurré al oído:
-Veinte latigazos, y que sean fuertes-.
Eva empezó a chillar pidiéndole a su hermana pequeña que no lo hiciera, mientras me insultaba diciendo que me arrepentiría.
-Treinta-, grité.
Mi voz autoritaria sacó a Nati, del ensimismamiento en que había caído y acercándose a su hermana, le contestó:
-Te digo lo que tú me dijiste ayer, ¡lo siento!-, empezando a descargar toda su furia y frustración reprimida sobre el trasero de su hermana.
Latigazo tras latigazo, se vengó de mi, de ella, y de la vida. Gemidos de dolor, insultos, ruegos de Eva, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas al hacerlo, pero sus ojos mostraban una firma resolución que solo se aplacó cuando habiendo terminado vio el resultado de su ira. Ambas nalgas estaban al rojo vivo.
Come-, le dije dándole su premio, al atarla nuevamente.
Devoró las lonchas de jamón y los trozos de queso, mientras yo descolgaba a su hermana. La pobre muchacha estaba llorando, no comprendía que alguien de su propia sangre hubiese sido tan bestial solo por tener algo que llevarse a la boca.
Sacándola de la habitación y llevándola a su cuarto, se llevo la sorpresa que sobre la cama, había una cena completa, con su sopa, su pan, el pollo que había dejado e incluso una botella de vino.
Túmbate en la cama, y come mientras te curo-, le dije dulcemente mientras le daba un beso en la mejilla.
No creyendo en su fortuna, empezó a cenar mientras yo extendía una crema hidratante en su maltratado culo. -“¡Pobrecita!”, “¡Que bestía!”, “¡Como se ha pasado!”-, no dejé de decirla mientras la atendía, –pero bebe un poco de vino te vendrá bien-.
Con el estómago lleno, y bastante alcohol en el cuerpo, la muchacha no pudo reprimir su dolor y se echó a llorar. Consolándola la abracé acariciándola durante minutos hasta que se hubo repuesto un poco, y entonces le ordené que fuera al baño a hacer sus necesidades.
Me miró agradecida y sin que yo se lo pidiera me dio un beso en los labios diciéndome: -Gracias, amo-.
Aproveché a desnudarme mientras se levantaba al aseo, y al volver era otra, perfectamente peinada y maquillada, venía dispuesta a conquistarme. Yo por supuesto, me dejé, y dando una palmada en el colchón le dije:
-Hoy dormirás conmigo-.
Una sonrisa iluminó su cara, y coquetamente se acerco a la cama, tratándome de calentar. No hacía falta, la rubia ya me había puesto a cien, por lo que por primera vez pude disfrutar de esos pechos enormes y de sus negras aureolas.
Buscando el efecto de la zanahoria y el palo, mi lengua recorrió lentamente su cuello, y como si le diera miedo el acercarse a su pezón, tardó una eternidad en decidirse a atacar sus rugosidades y su oscura superficie, pero cuando lo hizo y mis dientes mordisquearon suavemente sus botones, Eva me regaló un suspiro y una buena ración del flujo que manaba de su cueva.
-Amo-, le oí decir, antes de que bajando por mi cuerpo su boca se hiciera fuerte en mi miembro, y humedeciéndola empezara a practicar la ancestral penetración oral. La muchacha, no solo sabía comerse una almeja, sino que además era una experta mamadora, que sin sentir arcadas se incrustó todo mi pene en su garganta.
Me apetecía correrme dentro de su boca, pero aún mas hacerlo dentro de su culo, por lo que sacándolo de su prisión, la puse de espaldas, y rociándola con aceite, empecé a relajar su ojete.
Soy virgen de ahí-, me dijo sin protestar, como pidiéndome que se lo hiciera despacio.
Su sumisión me agradó, y haciéndole caso me entretuve acariciando sus músculos circulares hasta que mi dedo entraba y salía con facilidad. Fue entonces cuando le introduje el segundo. Eva notando que no la iba a forzar, se dejó hacer de forma que rápidamente estaba lista para que la desvirgara.
Acariciando su cabeza, le dije:
-Ponte en pompa-.

Cuidadosamente le separé las nalgas, y colocando mi lengua al principio de su espalda, recorrí el canalillo bordeado por sus rotundas nalgas. Su garganta emitió un suspiro cuando mis dientes le dieron un pequeño mordisco a ese glúteo tan apetecible, siguiendo a continuación su camino hacia mi objetivo. Inconscientemente levanto un poco mas su trasero para facilitarme las cosas, y por fin pude disfrutar del olor a hembra insatisfecha que manaba su sexo.
Poniendo la punta de mi glande en su entrada trasera, me entretuve jugando con los rebordes de su ano, hasta que viéndola completamente relajada, forcé la entrada de su anillo.
-Por favor-, gritó al sentir la cabeza de mi pene en su interior. Pero sin pausa hice caso omiso de su dolor y lentamente fui completando mi penetración de manera que toda mi piel pudo sentir la dureza de su esfínter al traspasarlo.
Con mi verga completamente en su interior, dejé que se relajara, dándole besos y diciéndole cosas agradables. El dolor era grande, pero soportable, y rápidamente su ano se acostumbró al castigo. Viéndola aliviada, empecé a moverme. Era un movimiento continuo sin brusquedades, de manera que poco a poco su resistencia fue cediendo y mi pene entraba y salía con mayor facilidad.
El placer fue desplazando al dolor, y Eva tomando impulso con sus brazos incrementó el ritmo de nuestra cabalgada, diciendo:
-No me lo puedo creer, ¡Pero me encanta!-.
Sus palabras fueron el banderazo de salida, a un galope frenético. Con mis testículos golpeando su trasero como si fuera un frontón, y con mis manos apoyadas en su hombros, éramos yegua y jinete. Y como buena cabalgadura, relinchó de gusto, cuando azotándole el culo le exigí que incrementara su velocidad.
-Mas fuerte-, me pidió. No sabía a que se refería si al azote o a mis penetraciones por lo que no tuve mas que aumentar la fuerza de ambas para complacerla.
Era alucinante verla moverse, gimiendo de placer con mi vara en su interior. Totalmente fuera de sí, apoyándose con un solo brazo, usó su mano libre para masturbarse ferozmente, mientras me pedía que me corriera.
Todo en ella, anticipaba su climax, por lo que acelerando todavía mas mis embistes, y usando mi pene como si fuera una espada, la acuchillé cruelmente mientras se desplomaba sobre las sabanas. Su almeja totalmente empapada por el flujo, no pudo contener tal cantidad y brotando como un geiser, me mojó las piernas. Tanta calentura, terminó por excitarme y en intensas oleadas de placer, me derramé en su interior, llenando su intestino con mi semilla.
Escucharla decir:-Gracias amo-, nuevamente, fue como cuando recibí mi primer sobresaliente en la carrera, una pasada, y dándole la vuelta, le coloqué las esposas diciéndole:
-Ves esclava, como si obedeces puedes disfrutar-.
Bajó los ojos ruborizada, pero escuché como de sus labios en bajito salía un avergonzado: -Si, amo-.
Sin darse cuenta, Eva se estaba convirtiendo en mi sierva, paulatinamente la violencia, las privaciones estaban transformando a la pija. Pero la fuerza mas potente, con la que contaba era con su espíritu de supervivencia, hermana contra hermana compitiendo por mis favores.
Quiero verte guapa-, le ordené, -¿cuál es tu camisón mas sexi?-.
-El rojo-.
Abriendo el cajón de la cómoda, lo saqué, diciéndole que se lo pusiera. La muchacha suspiró aliviada al sentir el tacto de la primera ropa en mas de veinticuatro horas.
Amo, ¿cómo te puedo agradecer esto?-, me dijo insinuándose.
Durmiendo, mañana será otro día-.
Su cara de felicidad era completa, creía que por fin me había conquistado, se veía ya como mi preferida. Y acomodándose él colchón, se relajó cayendo dormida al instante.
Esperé a que su sueño fuera profundo antes de levantarme. Comprobando que seguía profundamente adormecida, coloqué las sábanas de forma que taparan las esposas, pero mostrando claramente sus piernas apenas tapadas por el camisón.
Salí al pasillo, con dirección al cuarto del viejo. Al abrir la puerta, el tufo a orín, me resultó insoportable. Natalia, totalmente sucia y despeinada, lloraba en silencio.
-Nati-, le dije usando su apelativo familiar, mientras la liberaba, -no alces la voz, no vaya a ser que nos oiga tu hermana, vamos al baño que te debes de estar a punto de hacer encima-.
La niña, me miró con una mezcla de agradecimiento y de suspicacia, no se fiaba de mis intenciones, pero al ver que la acercaba al váter, sin importarle mi presencia, se sentó en él, y violentamente descargó sus intestinos.
Lo siento, mi niña, pero no puedo hacer nada más por mejorar tu estado, porque he llegado a un acuerdo con tu hermana-, le dije mientras se limpiaba, -no sé como decírtelo pero tu hermana te ha vendido-.
Alzó la cabeza para gritarme:
-¡No te creo!-.
-Ese es tu problema, eres demasiado inocente. Eva se ha entregado a mis brazos, quiere ser mi favorita, sin importarle tú. Es mas mientras se duchaba, y maquillaba se reía de lo sucia que tu estabas-.
-¿Se ha duchado?-, me respondió alucinada.
No solo eso, está durmiendo en su cama, sin esposas, con un precioso camisón, contenta de servirme, y además ha cenado como una dama, y no las obras que tú has comido-.
-¡Es imposible!, ¡cerdo!, mi hermana no lo haría-.
Le solté un bofetón, –Soy amo-, y colocándole las esposas y un trapo en la boca para que no hablara, la llevé a la otra habitación.
-¡Mira!-, le espeté señalándole a Eva,-No te he mentido, está limpia, suelta, y dispuesta. Te ha engañado, mientras tú sufres, ella disfruta-.
La angustia de la muchacha se multiplicó por mil al ver sobre la mesa, los restos de la cena. Totalmente convencida, se dejó llevar de vuelta al cuarto de su viejo. Mentalmente estaba humillada, hundida.
Atándola otra vez a la cama, repleta de orín, al quitarle el bozal hecho con el pañuelo, le di un suave beso en los labios, mientras le decía:
Tu ibas a ser la primera, pero ella se te ha adelantado-.
-¡Amo!, dime lo que tengo que hacer para ser tu mejor esclava-.
Solté una carcajada al escuchárselo decir, y dándole otro beso en los labios, le solté:
-Dormir, mañana será otro día-.
Misma frase, distinto significado. “Le queda poco para ser totalmente mía”, pensé mientras cerraba la puerta dejándola hundida en la miseria.

Viewing all 8059 articles
Browse latest View live