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Relato erótico: “El Virus VR 5 Y 6” (POR JAVIET)

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Recomiendo la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.

Querido diario, hoy te contare lo que ha pasado en esta semana pasada, el lunes me desperté y salí a hacer mi horita de ejercicio, después prepare el desayuno para los dos y tras tomarme un par de tortitas con café, le baje su parte a Ceci convenientemente espolvoreada con parte de una aspirina machacada como ya empiezo a tomar por costumbre, me gusta ver como se despierta a través de los barrotes y se estira desplegando sus brazos, le hago la señal de quitarse la camisa y de inmediato cumple mi orden, pone la manta y la camisa entre los barrotes y retrocede al rincón como cada día, la hablo despacio:

– Buenos días, como esta hoy mi nena.

Naturalmente no contesta, no la pasa nada en la garganta o en la boca, simplemente es una de las cosas que produce el virus pues casi lo primero que olvidan es hablar, su cerebro no consigue coordinar las acciones necesarias para mover la lengua y las cuerdas vocales al mismo tiempo que coordinan una frase para describir sus ideas a la vez, ya dije que los volvía muy tontos.

Lo que si hace es asentir o negar con la cabeza, la he animado a imitarme y ella aun recuerda algo de como se hacía, ha sido fácil y al menos es una forma de comunicación.

– Comete el desayuno nena. –Acompaño mis palabras con un gesto de llevar la mano a la boca.

Ella me hace caso y la veo comerse las dos tortitas que la he preparado, veo que su cacharro de agua heredado del difunto gato del cuartel aun tiene liquido, recojo la camisa y la manta y subo al primer piso me quito la camisa y me pongo la que ella llevaba, lo hago simplemente para que conserve mi olor pues a ella le gusta así, la semana pasada la lavé la otra y cuando se la di limpia y oliendo a fresca no quería saber nada de ella, cuando me quite la que llevaba en ese momento y se la di se puso como loca de alegría, en fin las tías pueden ser raras hasta llevarse la palma pero las infectadas… el resto de la palmera.

Sacudo y doblo la manta dejándola dispuesta para la noche, vuelvo a bajar tras ponerme mi cinturón con la cartuchera, recojo sus trastos de paseo y me planto ante la celda con las manos a la espalda, preguntando:

– ¿Quieres dar un paseo?

Ella asiente y se pone de espaldas a los barrotes, la doy una corriente pequeña que no la duerme pero si la atonta bastante, rápidamente entro en la celda y la coloco sus guantes de boxeo, la pelota de goma cerrada en su nuca con su correílla y cuando voy a colocarla el palo-collar me detengo, lo dejo apoyado en la pared y salgo de la celda, ella se despeja enseguida y me mira con los ojos muy abiertos, sabe que falta algo y no se atreve a salir de la celda.

– Ven Ceci, no tengas miedo, -Acompaño la orden con un gesto de mis manos.

Ella obedece y me sigue inquieta, subo las escaleras de espaldas sin perderla de vista por si acaso se me alborota, salimos al patio y la noto nerviosa pero algo más alegre al no estar tan sujeta, sus ojos chispean de alegría y se pone a corretear desnuda bajo el sol, la sigo como imaginareis pero sin prisas y ella es la que va y vuelve hacia mí una y otra vez.

Naturalmente me pego el lote visual, cada vez que va y viene sus pechos grandes pero firmes oscilan y botan levemente, sus caderas y su cintura, su culo e incluso la sombra ligeramente poblada de su pubis, todo atrae mi atención y en segundos estoy cachondo perdido, cuando la tengo a medio metro de mi la paro poniéndola ambas manos en sus hombros, ella se queda quieta gruñendo levemente y yo hago lo único que se puede hacer cuando no le quieres mirar las tetas a una tía, me fijo en sus ojazos verdes y la hablo.

La digo un montón de cosas que ahora no recuerdo, ella permanece quieta mientras mis manos se mueven acariciándola los hombros hacia su cara, no dejo de hablarla mientras la acaricio el cuello y las orejas ella entrecierra los ojos e inclina la cabeza ante el placer que la transmiten mis dedos, la tiemblan las piernas y no intenta irse, se inclina hacia delante y paso a acariciarla las mejillas, acepta mis caricias y se pega contra mi pecho, siento sus pezones erizados contra mi piel a través de la camisa, el calor de su cuerpo contra el mío y la doy un beso en la frente.

Permanezco un minuto abrazándola, luego la separo lentamente de mí cuerpo sus ojazos me miran con deseo, reconozco esa expresión ¡no en ella! pero la he visto anteriormente en otros ojos, pero no me fio y con mis manos la hago girar diciéndola:

– Pasea ceci, sigue andando.

Ella duda si obedecerme o no, su instinto la retiene a mi lado pues estoy seguro de que se ha calentado bastante, ya que es una reacción fisiológica básica, pero finalmente me obedece y se pone a andar de nuevo por el patio, poco a poco se va animando y corretea de nuevo de un lado a otro mirando cosas a las que antes no se podía acercar al llevarla sujeta, no hay peligro de que pise sus heces anteriores pues normalmente después de encerrarla las recojo con una pala y las tiro por encima de la muralla.

Unos minutos después desaparece tras una esquina y no vuelve a aparecer, mi camino me lleva hacia ella y al doblar la esquina me la encuentro de cuclillas aliviándose, me mira girando la cabeza y espero a que acabe voy sacando los pañuelos del bolsillo, no puedo evitar mirar su culito en esa postura es superior a mis fuerzas, cuando a acabado me mira de nuevo sin levantarse es otra cosa que por fin ha aprendido, pongo mi mano izquierda en su hombro para evitar que se levante de golpe y me agacho a limpiarla con los pañuelos en la derecha, mientras lo hago se queda quieta y ya no gruñe como otras veces, no puedo mas y una vez limpia dejo caer los papeles pero la toco la vagina con los dedos, desde esta postura detrás de ella la controlo mientras mis dedos inspeccionan al tacto sus labios vaginales, ella da un respingo cuando la palpo el clítoris e inclina la cabeza rozándose la cara contra mi mano, se cae hacia atrás contra mí y casi nos vamos al suelo pero la contengo a tiempo y solo me mancho un poco el pantalón, no importa sigo tocándola e introduzco un dedo en su vagina untuosa, que me aguarda impaciente empapada interiormente de flujo, de repente la palabra me golpea como si fuera un mazo ¡FUJOS, FLUIDOS! La voz de un célebre presentador de noticias retumba en mi cabeza:

– La enfermedad, se transmite por sangre saliva y fluidos corporales.

Soy idiota ó que me pasa, de un salto me incorporo y me alejo de ella que se cae de culo sobre sus propias heces, corro al torreón y subo al comedor para meter mis dedos en el medio vaso de ginebra que deje ayer sin tomar, saco del botiquín el frasco de alcohol y me los limpio bien, me llamo de todo interiormente pues el deseo a podido más que la prudencia, de repente mis ojos dan con la solución, al otro lado del botiquín esta una caja con 100 guantes de látex quirúrgicos casi llena, inspecciono mis dedos afortunadamente no tenía ni cortes ni arañazos, me enfundo un par de guantes y salgo a buscar a Ceci.

– ¡ven bonita, nena Ceci ven conmigo!

La llamo por el patio y la busco por todas partes, no puede estar lejos a no ser que haya usado una de las rampas de escaleras de piedra hasta lo alto de la muralla y hubiese saltado hacia fuera, desde allí solo es un salto de tres metros, pero no es así y la encuentro asustada bajo mi todo terreno, la llamo y no quiere salir mirándome con temor como si hubiera hecho algo malo, tras varios intentos la cojo de una pierna y poco a poco la convenzo para que salga de allí, la limpio con mas trozos de papel quitándola casi todas las manchas pero aun esta sucia, decido anticipar el baño que tenía previsto darla el día siguiente.

Rodeo sus hombros con una mano y la empujo levemente hacia el torreón, solo se vuelve a alarmar cuando subimos a la primera planta en lugar de bajar al sótano, se resiste y en el tercer escalón ya no quiere andar así que la cojo en brazos, ella forcejea tan fuerte que casi me hace caer pero aguanto el tipo sin soltarla, ella se va poco a poco relajando al sentirse dominada y finalmente al cabo de dos minutos allí parados cede y apoya la cabeza en mi pecho dejándose llevar al baño, la dejo directamente de pie en la bañera que está en un ángulo de la pared, no es demasiado grande pero permite que una persona este tumbada, aunque sin florituras ya que es algo estrecha.

Me coloco entre ella y la puerta y sujetándola de los hombros la hago girarse hasta que me da la espalda, suelto la correa que mantiene unidos sus guantes ella no sale de su asombro al notarse las manos libres, no la doy tiempo a pensar y la hago volver a girar entonces se las vuelvo a unir pero esta vez por delante, la empujo hacia abajo haciendo que se siente y abro el grifo del agua, aunque al principio sale fría ella no protesta ni gruñe pues está acostumbrada a la de la manguera y el agua fría, cuando se empieza a templar tapo la bañera y compruebo la mordaza, la hago apoyar los codos a los lados para no empapar demasiado los guantes y pongo un chorro de gel en el agua, se va relajando con el agua caliente a su alrededor.

Me desnudo casi del todo quedándome en guantes de látex, deportivas y slip, mi cinturón con la pistola están en el suelo a medio metro de mi, el resto de mi ropa pringada queda formando un montón al lado de la puerta del baño, permanezco fuera de la bañera con la esponja en la mano, detengo el grifo y la enjabono lavándola bien a fondo todo el cuerpo, está entusiasmada por la novedad y la fascinan las pompas de jabón, parece una cría en su primer baño y todo la parece nuevo y se la ve feliz, lo más difícil es lavarla la cabeza pues insiste en tener los ojos abiertos y la escuecen haciendo que se encabrite gruñendo, el agua se torna rápidamente gris oscura así que quito el tapón y me deleito viendo su cuerpo reaparecer, brillante y mojado según se va el agua por el sumidero, con el teléfono de la ducha la enjuago el cuerpo, la cara y el cabello que ya no parece un mazacote sucio, sino una bonita cabellera larga y rubia, pongo de nuevo el tapón y dejo salir agua caliente hasta que tiene una cuarta de profundidad, entretanto la echo la cabeza suavemente hacia atrás para que se relaje, me mira con sus ojazos verdes.

Me pongo gel en los guantes y la acaricio pues no puedo más, necesito hacer algo con ella sea lo que sea, mis manos acarician su cuerpo y mis labios besan su cara y cuello, recorro sus pechos con mis manos y sigo recorriéndola entera, quiero que me note en sus piernas, en sus caderas, en todas partes a las que pueda llegar y proporcionarla placer, Ceci gime bajo su mordaza y frota su cara contra la mía sus movimientos son algo bruscos pero se nota que está disfrutando de mis dedos enjabonados, pues no me aparta con sus manos enguantadas aunque perfectamente podría hacerlo, me muevo un poco de lado solo lo justo para llegar con los dedos a su vagina, se deja acariciar y roza sus pechos con los guantes, mis dedos exploran su monte de Venus y sus labios entrando ligeramente en su cuerpo, ella agita las caderas bruscamente buscando una penetración más profunda, la hago caso y aumento la velocidad de mis dedos así como la profundidad de la penetración, la hago una paja soberbia y rápida, ella no tarda mucho en correrse dando saltitos en la bañera y salpicando agua, mientras aprieta su gemebunda cabeza contra mi otra mano que no ha dejado de acariciarla el cuello, supongo que estaría tan necesitada o más que yo en el tema del sexo, al sacar los dedos la acaricio el hinchado clítoris mi caricia se demora insistentemente sobre él, la rubia jadea entrecortadamente bajo la pelota que tiene en la boca, respira rápidamente por su nariz y su cara se ruboriza, separo la mano de su cuello y la acaricio los pechos tironeándola de sus pezones al tiempo que insisto en su clítoris, ella salta y se contonea de nuevo agitando la cabeza de lado a lado unos minutos, finalmente se crispa y eleva su cuerpo en éxtasis hasta derrumbarse totalmente relajada tras su segundo orgasmo.

Estoy tan excitado arrodillado junto a ella, que si me quitase el slip seria un trípode perfecto, ¡no aguanto más! Me bajo el slip y comienzo a masturbarme ante ella mirando su atractivo cuerpo desnudo, Ceci abre los ojos y ve lo que hago, se incorpora curiosa y algo asombrada sentándose en la bañera, sus pechos quedan a centímetros de mi verga y yo no dudo un momento, me incorporo y se las cojo con mis manos meto el miembro entre ellas y mi cuerpo toma el control, la sensación de estar metido entre sus cálidos pechos aun embadurnados de gel es maravillosa, me agito rápido sumiendo mi verga entre ellos cada vez más rápido, ella me mira desde abajo con sus ojos de gata chispeantes de deseo, no duro mucho pues estoy excitadísimo y eyaculo en largos chorros de esperma que la impactan en la barbilla salpicándola cuello y pechos, mi orgasmo a sido tan fuerte que casi me caigo hacia atrás y suelto sus pechos para mantener el equilibrio, consigo mantenerme en pie de milagro.

Ceci se roza contra mi verga, yo había cerrado los ojos debido al placer que sentía, los abro viendo como la chica menea sus hombros para que sus pechos rocen mi rabo menguante, acerca su cara y lo huele interesada no tarda en rozarle con la cara y el cuello se embadurna con mi leche y respira agitadamente, tiene sus enguantadas manos entre sus piernas y tanto estas como su vientre se agitan rápidamente, no tarda en crisparse de nuevo gimiendo la cojo la cara con mis manos me agacho ligeramente, la beso en la cara repetidamente mientras se corre.

Una hora después y tras limpiar a Ceci la he bajado a su celda se la veía contenta, yo estoy bien y me he tomado una ducha después de poner mi ropa a lavar, ahora estoy sentado en uno de los sillones mirando el circuito cerrado de vigilancia, no estoy atento a las pantallas que muestran el exterior sino en la que muestra la zona de celdas, ella se ha tumbado y parece dormir relajada.

Yo en cambio pienso que soy un cabronazo por hacer lo que hecho, nunca he forzado o atado mis parejas de hecho en el tema sexual participaban gustosa y muy activamente, ahora en cambio he abusado de esta chica atada y eso choca con mi carácter, cierto es que no la he violado ni penetrado pero lo hare estoy convencido pues en el botiquín hay varias cajitas de condones, nunca me cayeron bien los violadores y ahora que el mundo se va a la mierda me convierto en uno de ellos, por no mencionar que he desertado de la policía y he robado en tiendas, además de convertirme en un asesino de masas, menudo epitafio voy a tener.

Preparo la comida y acuden como siempre varios infectados, subo muy cabreado y disparo a tres en el vientre pero no los remato, gritan durante hora y media atrayendo a mas por el jaleo que arman hasta que el resto se los zampan, mas tarde paseo a Ceci que parece feliz de caminar sin correa en el cuello, sus juegos me hacen casi olvidar que lo que he hecho no estaría bien en una sociedad normal.

Al día siguiente me levanto de un humor de perros, he tenido una pesadilla por culpa de los tres que herí pero no remate el día anterior, solo me cambia el humor cuando saco a pasear a mi rubia, aun atada se las ingenia para jugar conmigo a esconderse por el patio, me mira de forma distinta y su herida en la pierna ha cicatrizado bien gracias al sol y al aire libre, me hago ilusiones e intento cuando está en la celda y sin ataduras que diga mi nombre señalándola a ella digo Ce-ci, ella sonríe y asiente, me señalo y digo To-ni ella se fija mucho asiente sonriente y lo intenta, sabe lo que ha de hacer pero no recuerda como, se lo noto porque boquea y hasta se pone roja por el esfuerzo pero…no lo consigue.

El resto del día sigue monótonamente normal y salvo los paseos me aburro bastante, empiezo a pensar hacer una pequeña celda u acondicionar algo para tener a mi rubia cerca de mí, cada vez estoy más tiempo y agusto en su compañía, creo que estoy bajando la guardia y me preocupa.

El jueves hay una novedad, a Ceci le ha venido la regla, no sabía que estas tías seguían sangrando una vez infectadas ¿o tal vez es que se está curando? Es bien sabido que la menstruación ayuda a limpiar interiormente el cuerpo de las mujeres, yo suponía que allí fuera una mujer infectada de rabia y sangrando duraría menos que un chupacups a la puerta de un colegio, por lo que deduje que al enfermar se les retiraba el mes, pero la mía si sangra así que ya veremos que está pasando.

Afortunadamente la difunta guardia Macías tenía sus cosas de higiene íntima en su taquilla, la pongo un tampón pues he hallado varias cajas de estos en la habitación, pero Ceci no está conforme y gruñe durante el paseo, cuando la suelto en su celda lo primero que hace es quitárselo y tirarlo lejos, pruebo a ponerla compresas y las aguanta un poco mejor sobre todo cuando la dejo puestos los guantes, la pongo bragas y un pantalón largo de hombre atado con un trozo de cuerda para que no se lo quite, le cambio la compresa tres veces al día después de los paseos pero no hay muchas, así que para dentro de unos días si no se ha detenido tendré que ponerla toallitas de bidet, manda coj… voy a tener que salir a por compresas para ella.

Además la deben de estar doliendo los riñones, es decir que tiene las mismas molestias que una mujer normal por no mencionar sus cambios de humor, ante ella me muestro bueno y amable ella parece contener sus ataques de furia en mi presencia, pero la cámara me muestra lo que hace cuando no estoy, es una furia retorciéndose y gimiendo de dolor así que busco tranquilizantes en el botiquín, su cena convenientemente aderezada con dos de ellos la hace dormir como un ángel.

Yo reviso el almacén y hago la lista de la compra para mi siguiente salida: Combustible y agua potable, antibióticos inyectables, compresas y calmantes para “esos días” y guantes de látex aunque aún quedan dos cajas, etc. Parece que mi siguiente salida será a la farmacia y a la gasolinera.

Durante los restantes días de esta semana sigue manchando pero ya he cogido la costumbre de ponerla medio tranquilizante en el desayuno y comida, dos en la cena la hacen dormir feliz, su sangre es bastante oscura naturalmente evito tocarla sin guantes de látex cuando la cambio, siempre que la paso la esponja por la vagina me mira intensamente como pidiéndome más de lo del otro día, yo dudo pero sus ojazos de gata me tienen loquito por ella, ya veremos.

CONTINUARA…

Ante todo gracias a todos por vuestros comentarios y sugerencias.

Bueno amigos, como veréis Toni y Ceci han tenido un desahogo momentáneo, ¿habrá más sexo? o se conformaran con eso y que pasara con los escrúpulos morales de nuestro protagonista, vosotros decidís.

En el siguiente capítulo nuestro protagonista volverá a salir, ¿encontrara más gente normal cuando vaya a la farmacia? Si es así ¿que pasara?

Por último y a título personal os hare una pregunta ¿sangran las zombis? Mientras lo pensais…

¡Sed felices!

EL VIRUS VR 6

Recomiendo la lectura de los episodios anteriores para una mejor comprensión de la historia

Querido diario te voy a contar lo ocurrido en la tercera semana de marzo, empezare contándote que todo sigue rutinariamente tranquilo, se me hace difícil hacerme a la idea de estar solo en la zona con Ceci como única compañía, entendámonos me gusta la chica y espero que se recupere, pues se está volviendo alguien especial para mí, lo que quería decir es que estoy convencido de que en el pueblo ha de quedar alguien normal.

Me explicare, después de cada visita que me hacen los infectados se van hacia el pueblo, vienen de distintas direcciones pero al irse solo van en una única dirección ¡el pueblo! Además dado que no se oyen disparos en esa dirección supongo que o bien los supervivientes no tienen armas, o bien han agotado la munición para las mismas, se que los infectados saben seguro que hay gente escondida, pues en caso contrario se quedarían aquí haciendo cola para entrar, la prueba a mi afirmación es evidente pues ellos nos huelen y nos escuchan charlar, no digamos cuando ven luces por la noche o huelen el humo cuando cocino, todo eso son imanes a los que dirigirse para ellos y por eso afirmo, no solo que hay supervivientes sino que se que están en el pueblo, la pregunta es ¿Dónde, en que casa?

Como localizarlos y si me interesa o no es otro cantar, si ellos no tienen de nada y les doy parte de lo mío reduciré mis posibilidades de supervivencia, también está el tema de Ceci, si me quedo con ellos o bien ellos vienen al torreón me pedirán que la elimine o al menos la eche de allí, no creo que les haga ilusión compartir vivienda con una de “los otros” que pudiera atacarlos, además ella misma podría considerarlos intrusos en su territorio o en caso de que fuera una mujer la superviviente, la podría considerar su rival y atacarla simplemente por celos.

Entretanto sigo mi vida, hago mis ejercicios físicos, desayuno y saco a pasear a Ceci allí jugamos durante casi una hora, luego la meto en su celda y subo a preparar mis cosas para la excursión nocturna que debo hacer, os preguntareis ¿Por qué nocturna? Mirando a mi huésped por la cámara he descubierto que por el día está muy activa pero de noche si nada la altera duerme como una ceporra. También después de haber comido duerme una siesta pero no es un sueño tan profundo.

Limpio el cetme corto del 5,56 con silenciador y mi pistola Glock, repaso la ropa que llevare en mi salida, ropa interior de invierno de lana de dos piezas camiseta y pantalón largo, me darán calor pero me protegerán de los mordiscos, en las piernas llevare además mi pantalón de faena de lona y por encima un pantalón de paseo de los guardias que es de una mezcla de poliéster y lana, en la parte de arriba además de la camiseta de lana, una camisa de franela y sobre ella un jersey de mi uniforme de policía, he aprendido que los distintos tejidos de diferentes densidades, ralentizan e incluso podrían impedir la correcta penetración de una bala, así que no digamos la de unos dientes, los tejidos confió en que impidan un buen mordisco aunque no me libraran de los cardenales y además absorberán la saliva de los infectados.

Saco de mi mochila mis dos coderas y las dos rodilleras que tantas veces he usado, también cojo del despacho del sargento bravo 8 gomas elásticas que servirán para ceñirme la ropa en los bíceps y antebrazos así como en los muslos y las espinillas, no quiero llevar ropa suelta de la que me puedan agarrar, preparo las trinchas negras de las que cuelgo mi pistolera de lona negra, cuatro cargadores para el fusil de 30 balas cada uno y dos para la pistola, mi cuchillo de mango de goma y 20cm de hoja en su funda, una cantimplora y un pequeño macuto con mi botiquín de urgencia, dos barritas energéticas, una lata plana de atún y un pequeño brik de zumo, por si acaso no puedo volver esa noche al torreón, además de una linterna de leds potente que como compruebo funciona bien, reviso mis guantes anticorte con malla metálica entre sus capas interior y exterior, finalmente preparo la mochila que llevare es de la guardia civil grande y de buena calidad, será la que usare para traer lo que consiga en la farmacia.

Alicates, una cizalla mediana y un destornillador de varios cabezales asi como mi juego de ganzuas, meto estas cosas en una bolsa de lona que llevare colgada del cuello para tenerlas más a mano por si he de forzar alguna entrada.

Preparo la comida en el microondas, filetes de merluza y patatas ambos ya descongelados, lo pongo en platos y me bajo al calabozo a comérmelo, le doy su plato a Ceci empujándoselo con la escoba (en eso no tiene remedio, cuando ve comida no conoce a nadie) me siento en una silla plegable que saco de la pequeña oficina poniéndola frente a su celda a comer el mío mientras ella hace lo mismo, tengo un mal presentimiento y quiero verla el mayor tiempo posible antes de salir esa noche.

Naturalmente ella acaba antes y observa como uso el tenedor, frunce el ceño e intenta imitar la postura de mis dedos, creo que va recordando poco a poco y pienso que es buena señal; cuando acabo de comer la hago la seña de paseo diciéndola:

– Ceci guapa ¿quieres pasear?

Ella asiente contenta y se pone de espaldas a los barrotes, la saco una mano entre estos y se la limpio con mi servilleta antes de ponerla uno de los guantes, se queda muy quieta pero no se resiste y yo estoy asombrado de lo que acabo de hacer sin darme cuenta, ya sabéis que siempre la doy una corriente para atarla sin riesgo, no sé por qué cada día me molesta mas dañarla y supongo que me he dejado llevar por… cariño, amistad, no lo sé, el caso es que tras ponerle el guante y cerrarlo con sus tiras de velcro repito la operación con la otra mano, entro en la celda haciendo que gire un poco de cara a la pared y la sujeto ambas manos a su espalda, haciéndola girar de nuevo me sitúo a su lado y la pongo la pelota en la boca, sé que me juego un mordisco pero quiero confiar en ella y creo firmemente que no me hará daño, ella muerde… la pelota, sus ojos brillan y no dejo de observarla mientras estirando mis manos sobre sus hombros ato las correítas con su hebilla a su nuca sin apretar demasiado.

Solo la quito la braga y la compresa, el pantalón atado ya solo se lo coloco por la noche ya que estos últimos dos días no se arrancaba dicha compresa, al parecer se ha acostumbrado a ella, como decía la quito su ultima prenda y salgo de la celda a un gesto ella me sigue y salimos a pasear, va y viene como siempre contenta de corretear por el patio, de cuando en cuando se para y se apoya en la pared dejando que el sol la de calor y el aire la acaricie.

Enseguida viene a por mí, últimamente lo hace a menudo y se acerca sin malicia pero decididamente hacia mí, yo no pudo dejar de mirar su bonito cuerpo desnudo aunque creo firmemente que no lo hace con fines lascivos, no puede dejar de ser deliciosamente seductora con su manera de moverse, ella se roza contra mi cuerpo y me empuja insistentemente hasta que intento cogerla, es joven y rápida de movimientos así que tras esquivarme sale corriendo por el patio juega… jugamos al escondite y a las carreras a pesar de la mordaza la escucho reírse ahogadamente, al rato se para y hace sus necesidades yo me acerco a la entrada donde tengo preparado papel, una palangana, una esponja y un par de guantes de látex, vuelvo a su lado y la limpio con la esponja húmeda tras ponerme uno de los guantes, la limpio su culete y la sangre medio seca que tiene en su vagina, se deja hacer sin gruñirme, acabamos el paseo un rato después y la devuelvo a su celda.

Después subo al despacho del sargento Bravo y me dedico a estudiar y memorizar el plano del pueblo, aunque he venido aquí anteriormente muchas veces y me lo conozco bastante bien nunca está de más, pues casi todo el mundo que dice conocer un sitio miente sin darse cuenta, el lugar tiene según el plano unas 80 calles pero la mayoría de los visitantes siempre suelen ir por las mismas pongamos 20 calles, e incluso los “exploradores” que se patean mas el lugar no suelen recorrerlo jamás entero, este pueblo solía ser habitado por unas 2000 personas, en verano su número se doblaba y alcanzaba durante las fiestas las 5 ó 6000 personas, yo sé que me voy a encontrar con gente nacida allí y que por instinto se conoce ¡TODO! El pueblo calle a calle, salir sin hacer lo que estoy haciendo es simplemente suicida.

Asocio mis recuerdos de calles y edificios a los dibujos del mapa, haciéndome una composición del lugar donde debo ir por donde pasar, asimismo me fijo en caserones más o menos separados del resto donde alguien podría haberse quedado aislado y resistir, casi dos horas después salgo del despacho y bostezo, estoy cansado y me pican los ojos de tanto mirar planos, me coloco el despertador para unas horas después y me tumbo en el sofá.

Me despierto, me espera una larga noche y gracias a esta siesta estaré descansado, faltan dos horas para anochecer y he de hacer bastantes cosas, enciendo el fuego y preparo la cena sabiendo que eso los atraerá, al cabo de un rato subo a la terraza con el cetme viejo que tiene bastante potencia al ser de 7,62, en breve llegan mis “invitados” salen unos diez de la arboleda espero a que estén a 150 metros, le vuelo la cabeza a los dos que van en el centro del grupo el resto siguen avanzando hasta la muralla como ya preveía, el sonido potente del cetme atrae a mas que el simple olor de la cena, en el siguiente cuarto de hora aparecen casi 50 desde el pueblo, sustituyo el cetme por el Remington con mira y estudio a mis victimas, me interesan los jóvenes y los recién mordidos sean hombres, mujeres o críos me es indiferente, debo eliminarlos pues son los mas rápidos y si debo correr esa noche cuanto más lentos sean mis perseguidores mejor.

Disparo a nueve que me parecen los más peligrosos, esta nueva tanda de disparos atrae a otro grupo de dos docenas de esos me cargo solo a uno que parece estar recién infectado, en total me he cargado a 12 pero he atraído a otros 70 que siguen ahí rodeando mis murallas, entro en el torreón y tras asegurar las puertas me siento ante la pantalla controlándolos a través de las cámaras, golpean el portalón inútilmente y veo a alguno que intenta saltar para llegar a asirse a la parte alta de la muralla sin resultados, montan un escándalo tremendo con sus golpes gritos y gemidos hambrientos, veo por la cámara como algunos pelean entre sí pero son pocos, me fijo en lo que hace Ceci en su celda, está muy nerviosa y visiblemente alterada dando vueltas sin parar, veo como abre la boca y aunque la cámara no tiene sonido me parece oírla gruñir, gemir y gritar sumándose a los demás desde el interior del torreón.

Esta vez tardan una hora y media en desistir y retirarse, hacen grupos alrededor de la docena de cuerpos caídos dispersos por el prado y cenan con bastante apetito, lo cual me beneficia pues esta noche dormirán bien y no me molestaran, yo ceno también y reservo su parte a Ceci mientras veo por el monitor como la chica se calma, la saco de paseo pero este es breve porque se pone nerviosa escuchando a los que rebañan su cena en el exterior, tras devolverla a su celda la paso su plato debidamente aderezado con calmantes para que cene además de la camisa y la manta, una hora después duerme feliz agarrada con ambas manos a mi camisa, entro en la celda la doy un beso en la mejilla y la arropo con la manta.

Subo me pongo la ropa y me pertrecho con todo lo que había preparado, me pongo mi gorra negra de lona y me oscurezco la cara, la barbilla y la nariz, meto una bala en la recamara de mis armas y salgo, ato una cuerda a la muralla y bajo por ella a la zona posterior del edificio lejos de los infectados más rezagados, rodeando cautelosamente el edificio me acerco a ellos son dos y están arrodillados ante un cuerpo me dan la espalda, dos tiros con silenciador a quemarropa y son el desayuno de mañana para sus colegas, mis botas con suela de goma son la hostia de buenas y de caras pero valen cada céntimo que pague por ellas.

Me muevo despacio y cada pocos pasos observo a mí alrededor, es lento pero seguro ya que la farmacia donde me dirijo esta en el centro del pueblo, hay otra farmacia pero está al otro extremo del mismo, llego a las primeras casas tras atravesar la arboleda sin problemas, se perfectamente donde voy pero no me entusiasmo y sigo moviéndome lento pero seguro, en una pequeña placita no lejos de mi objetivo veo indicios de supervivientes y de resistencia pasada, hay más de 20 esqueletos frente a un caserón, la puerta de este, rota y casi arrancada de sus bisagras me indica claramente que no queda nadie vivo allí, se ven contra el enfoscado blanco manchas de humo sobre los huecos de algunas de sus ventanas.

Ni me acerco al lugar, ya pasare a la vuelta si es que puedo a ver qué encuentro, pero ahora me interesa llegar a la farmacia y sigo mi camino, tardo más de media hora en recorrer lo que antes se tardaba 10 minutos andando normalmente, casi todas las casas están abiertas de par en par, de algunas salen sonidos y roces de pies caminando por su interior, el viento fresco de la noche me refresca la cara cuando me detengo agachado entre dos coches, he caminado agachado por la parte exterior de estos evitando así siluetearme contra las puertas abiertas por donde podría salir un infectado de repente y darme de bruces con él, cada vez que me paro me giro y vigilo mi espalda, olores fétidos de putrefacción y heces inundan mis fosas nasales, supero el miedo y el asco gracias a la decisión de sobrevivir que me domina.

¡Vaya por dios, la farmacia está cerrada! No sé cuantas veces he dicho o escuchado esta frase, pero es la primera vez que siento alegría al decirla yo, efectivamente está cerrada e intacta salvo algún cristal roto pues tiene un cierre puesto de tipo tijera, llego hasta ella y la bordeo buscando una puerta trasera que recuerdo fugazmente, la encuentro y después de dar un buen vistazo a mi alrededor me pongo a trastear en la cerradura con mis ganzúas, Tomas “El abrelatas” el viejo ladrón de cajas fuertes que me enseño en la academia, se sentiría orgullosa de mi habilidad manejando las ganzúas, un minuto de curro y p´adentro como decía el tipo, entro y cierro la puerta con su cerrojo interior, me agacho y permanezco quieto escuchando atentamente los sonidos en el interior del lugar, durante dos minutos solo escucho mi respiración tranquilizándose y el peculiar aroma de medicinas en mal estado, avanzo casi atientas hasta la puerta que divide el despacho del almacén y la cierro.

La oscuridad es total no hay ventanucos ni nada parecido, me pongo de pie y con mi linterna me pongo a buscar lo que necesito llevarme, hace casi diez meses que no hay corriente y muchas cosas se han estropeado en la nevera de las medicinas, afortunadamente todo lo que necesito esta fuera de ella y aun no ha caducado (espero) antibióticos inyectables y en capsulas, aspirinas, guantes, Pañuelos húmedos pasa bebes, tranquilizantes y unas cuantas cosillas mas llenan mi mochila, no olvido algunas jeringuillas y agujas ni las compresas para mi rubia aunque dado que es un paquete grande esto lo llevare en la mano, vuelvo a cargarme la mochila y me dispongo a irme pero al llegar a la puerta me giro decidido y cojo un tubo de lubricante intimo y dos cajas de condones de sabor a frutas, me lo meto en el bolsillo y salgo.

En la calle no hay nadie me inclino y cierro bien la puerta, si he de volver no quiero tener a nadie esperándome dentro, me pongo en camino a casa pero la jodida caja de compresas me estorba un poco, manteniéndome una mano ocupada permanentemente además la mochila bien cargada me hace un blanco más visible, no me apresuro y sigo el mismo camino por el que vine para hacer la vuelta, poco más adelante a cien metros de la salida del pueblo la cosa se fastidia, un infectado sale de entre los coches a tres metros de mi y se queda tan asombrado de verme como yo a él, solo que yo soy más rápido y solo me retrasa el soltar la caja de compresas es por eso que mientras le disparo a la cara le da tiempo a gritar antes de caer hacia atrás con un agujero de más en ella.

El disparo no ha hecho ruido pero el grito si y este tipo debía de salir del portal que tango a mi derecha, me incorporo y suelto varios tiros al oscuro portal donde se adivinan sombras moviéndose, escucho varios gemidos y el sonido de algo cayendo al suelo lo que indica que le he dado a alguien, agarro la caja y corro hacia la entrada del pueblo seguido de mas gritos a mi espalda, me paro 50 metros mas allá suelto la caja y me giro apuntando, veo a cuatro cerca a unos 10 metros de mi les disparo 5 veces, pues he fallado el primer tiro por las prisas todos caen pero vienen mas, cojo de nuevo la caja y corro a la arboleda donde repito la operación, arrodillado para ser menos visible les suelto varios disparos y sé que doy al menos a los dos más cercanos, pero el resto están más lejos y bastante desorientados, miro a mi alrededor atento y escuchando no quiero que me sorprendan entre los árboles.

Entonces entiendo él porque me detengo más de la cuenta, entre los aaaarrgg y los gggññññ se escucha un aaquiiii, mi cerebro lo ha debido de reconocer y ha tardado unos segundos en filtrarlo a mi subconsciente, miro a la derecha y veo la luz de una linterna, una ventana, una casa, tercer piso, a unos 100 metros a la derecha, me es imposible llegar a ellos tendría que pasar entre los que me persiguen, se acercan y derribo e tres mas antes de sacar la linterna y devolverles la señal a los supervivientes, para que entiendan que se donde están, recojo la caja y salgo corriendo hacia el torreón atravesando la arboleda sin pararme hasta 50 metros mas allá, en mi prado y campo de tiro particular.

Me giro apuntando a las sombras pero no vienen, cambio el cargador del cetme y reanudo el camino, recorro los últimos 250 metros al trote cuidando de no tropezarme hasta el pie de la muralla, la recorro hasta la cuerda y ato con ella la mochila y la jodida caja de tampones, trepo por la cuerda y recorro el patio buscando posibles intrusos, cuando me convenzo de que nadie ha entrado en mi ausencia vuelvo a la cuerda e izo los dos bultos, los desato y quito la cuerda para seguidamente llevarlo todo al interior y dejarlo en el almacén, estoy demasiado cansado como para ponerme ahora a organizar cosas, pero aun me quedan fuerzas para bajar y asegurar la puerta, antes de subir paso por la celda y vuelvo a tapar a Ceci, que me parece un ángel dormida agarrada aun con ambas manos a mi camisa, la miro agachado a su lado y digo:

– Jamás me había jugado así la vida por una tía, creo que… te quiero.

La doy un beso en la cara y tras cerrar la puerta de la celda subo a mi habitación y me desplomo en la cama.

Continuara…

Bueno amigos, espero que os haya gustado tener un poco mas de acción en la historia, me ha parecido adecuado como alivio cómico, el poner a nuestro héroe disparando y preocupándose por la caja de compresas, habitualmente en las pelis eso nunca se ve.

Por no mencionar el componente emocional y los sentimientos de los personajes, en el siguiente capítulo es posible que Toni conozca a más gente pero ¿será bueno para ellos? Ya veremos, gracias por seguir esta serie.

¡Sed felices!

Para contactar con el autor:
javiet201010@gmail.com


Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 4” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 4.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
Ariadna ondulaba sus caderas despacio mientras Cynthia, vestida con un minivestido negro y zapatillas de tacón alto, la masturbaba con maestría, dos dedos esbeltos de la morena entraban y salían lentamente de la ya húmeda vagina de la trigueña, complaciéndola y torturándola a la vez.
– Oooohh… esa ropa… ¿Es mía? -pensó la pálida joven, confundida e incapaz de recordar que esa era la misma vestimenta que usaba apenas minutos antes. Ella estaba recostada de espaldas en la gran piedra con su lindo torso y brazos inmovilizados, mientras su dominadora estaba recostada entre sus cooperativas piernas haciéndola gozar contra su voluntad.
Al principio la mujer había gruñido y gritado a todo pulmón en la mordaza, negándose a las sensaciones que la asaltaban, pero en pocos minutos la música y las zapatillas junto con las caricias y pellizcos a su cuerpo convirtieron sus lamentos en constantes suspiros y gemiditos lujuriosos.
– Mmmm… mmm… -gruñía suavemente, su cabeza se movía de lado a lado, sus ojos entrecerrados se veían brillantes y cristalinos por el deseo. Sus piernas traidoras se cerraban y abrían sin que pudiera controlarlas, tratando de apretar esos deliciosos dedos, aumentado involuntariamente su gozo.
– Disfruta… disfruta… -le decía su estudiosa compañera de apartamento cada cierto tiempo, mientras seguía dándole placer. De repente Baal, aún personificado como la morena, le retiró la mordaza liberando sus labios y dejándola hablar.
– Mmm… aaahhh… ¡Maldi… ción… déjame… en paz… zorra! -pudo al fin hablar entre jadeos luego de humedecerse los labios con la lengua.
– Oh… Ari… pero que lenguaje… -dijo fingiendo sorpresa su torturadora.
– ¡No me… llames Ari… sabes… aaahhh… que lo odio! -gruñó molesta la trigueña mientras se tensaba tratando de contener el placer que amenazaba con desbordarla.
– Pero Ari… ¿No te gusta? -le dijo Cynthia poniendo cara de inocencia a la vez que aceleraba la penetración de sus dedos- ¿No te gusto?
– ¡Nnngghhh…! no… ya sabes… ooohh… que no me… gustan las mujeres… mmm… y menos las lesbianas…
– Que lástima… pero no te preocupes, cambiaremos eso… muy pronto -le dijo sonriendo y con voz ronca mientras seguía torturándola al tiempo que le pellizcaba un indefenso pezón.
– ¡Aaaahhhh! ¡Maldita puta…! -trató de gritarle pero aprovechando esto Cynthia volvió a ponerle la mordaza de cuerda con rapidez y destreza- ¡Nnnnhh… nnnn… uuuhhaa…!
De inmediato esa personificación humana de Baal la hizo girar la cabeza y se acomodó para que las piernas de Cynthia quedaran frente a los ojos de Ariadna, casi como en un 69, luego siguió con sus caricias mientras las piernas abiertas y flexionadas de la chica la provocaban con sus dulces movimientos. En minutos la trigueña ya volvía a gemir y entrecerrar sus bellos ojos verdes.
– Oooohhh… mmm…
– Disfruta… -le decía de nuevo con voz acariciante entre sus piernas blancas, pero la indefensa mujer escuchaba la voz en su oído, como un amante al cogérsela desde atrás.
– Me encantan tus piernas… Ari. -le dijo la morena con toda intención mientras la seguía masturbando y con otra mano le acariciaba sus cremosos muslos- Son tan tersas y largas… mmm… ¿No te parece?
Entre el invasor placer en su sexo y las lánguidas caricias en sus piernas, Ariadna ya no pudo reprimir un sollozo de lujuria.
– Oooooohhhh… -chilló en su mordaza mientras sus piernas se extendían por completo y bien abiertas sobre la roca sin que pudiera evitarlo.
En su mente débil y confundida por el placer Ariadna lo aceptó, sus piernas le encantaban, sabía que con una falda o pantaloncillo cortos podía enloquecer casi a cualquiera, más con tacones altos. Con cruzar una pierna podía hacer que los hombres se tropezaran o fueran abofeteados por sus novias. Su único conflicto quizás era que fueran tan blancas, tenía que cuidarlas mucho del sol o podía sufrir quemaduras. Si… si solamente fueran un poco más morenas, más resistentes, para así lucirlas lánguidamente en la playa… como… como Cynthia, sus piernas eran tan naturales, tan apetecibles, torneadas y tersas… tan…
– …perfectas… y femeninas -le decía Baal al oído a Ariadna, alterando sus pensamientos poco a poco, aprovechando su vulnerable estado mientras la llevaba cada vez más cerca del orgasmo con sus diestros dedos- ¡Míralas! No tiene nada de malo… debes mirarlas… quieres…
– …mirarlas, son hermosas… me… me… gust… me… encant… ¡Ooohhh…! ¿Qué me estás… haciendo? ¡Déjame en paz! -se resistió Ariadna, descubriendo entonces que ya no llevaba la mordaza, que repetía las palabras que le implantaban y que ante su rostro se encontraban las morenas piernas de Cynthia que estaba recostada a su lado en la gran roca, eran torneadas, perfectas… y la ponían extrañamente nerviosa.
Pero lo peor era que por más que lo intentaba no podía apartar la vista de ellas mientras se extendían, se flexionaban y se cruzaban con elegancia. Incluso pareció olvidar que su captora aún la masturbaba… más y más de prisa.
– ¡Aaahhh…! ¿Qué me… pasa? -gimió suavemente mientras seguía mirando hipnotizada el movimiento de esas hermosas extremidades a la vez que el delicioso placer que le daba Baal la empujaba más y más hacia un punto sin retorno.
– ¡Nnnnhhhh… basta! ¡Basta! -logró gritar a la vez que apartaba su rostro de esas piernas, sólo para descubrir que seguía atada y a merced de la morena- Maldita… perra… ooohhh… aléjate de… mi…
Su compañera de apartamento sonrió malévola ante ese exabrupto. Era justo el tipo de resistencia que disfrutaba quebrantar, solamente así alcanzaba Baal su propio placer.
– Vamos, Ari… eres una niña mala y debes ser castigada -le dijo mientras se incorporaba para hacer un gesto con su mano, al instante el templo giró en un remolino, cuando se detuvo Ariadna se encontraba ahora de pie ante el altar de piedra y Cynthia estaba recostada de espaldas en la gran roca ante ella, la trigueña seguía atada igual que antes pero ahora unas cadenas en sus tobillos la forzaban a mantener sus piernas abiertas, mientras la sonriente morena levantaba en alto sus piernas y las apoyaba en el pecho de la cautiva, dejando reposar sus tobillos en los elegantes y cremosos hombros de Ariadna.
– No sé qué intentas zorra pero no funcionará -le dijo desdeñosa mientras volteaba al techo al notar como la punta del pequeño pie entaconado de la morena se deslizaba acariciante sobre su clavícula.
– Vamos Ari… relájate… no te resistas -le dijo sonriente la chica estudiosa mientras acariciaba sus propios senos con lujuria, el minivestido negro bajado casi hasta la cintura- ¿No hay nada que pueda hacer para que me dejes enseñarte a disfrutar?
– ¡No… déjame en paz…! -le dijo ya harta, mientras trataba de apartarse de esas perturbadoras caricias. – Mmm… yo no estaría tan segura… -le susurró la morena mientras se pellizcaba suavemente un pezón- ¿Ya conoces a mi amigo?
Al instante la forma masculina de Baal surgió tras Ariadna, con una mano-garra rodeó su cintura y con la otra la sujetó del cuello y la obligó a mirarlo antes de hablarle con voz baja e imperiosa.
– ¡Obedecerás! -le dijo para luego ponerle la mordaza y penetrarla profundamente desde atrás.
– ¡Nnngghhh! -gritó en la mordaza, al sentir un placer incomparable, ningún novio o amante la había hecho sentir así jamás… Luego la sombra obligó a la trigueña a girar la cabeza y mirar las piernas morenas entre las que era poseída, para luego tomar un poderoso y abrumador ritmo de embestidas que empezó a nublar su mente.
– Bueno… ¿No te gustan mis piernas Ari? Son tan tersas… –le empezó a decir la falsa Cynthia en tono sugestivo mientras ondulaba su piernas lentamente frente a ella a la vez que las potentes penetraciones de Baal empezaban a quebrantar su resistencia.
– ¡Aaaaaahhh… nnnnhhhh… aaahhh…! -empezó a gemir desesperada a ritmo con las embestidas y, sin que lo supiera, con la música de su cuarto mientras bailaba con las manos en su espalda sobre los altísimos tacones de las zapatillas demoniacas.
En su cuarto Mitzy despertó al escuchar unos suaves quejidos en la habitación junto a la suya.
– ¿Qué? -gruñó aún adormilada mientras escuchaba los gemidos atravesando el muro- ¡Oh… no Ariadna… por favor… es de madrugada!
Bien sabía la pelirroja que cuando su amiga no estaba satisfecha podía pasarse toda la noche en sesiones de autoplacer, a veces le parecía que la trigueña era adicta al sexo. Gemidos aún más fuertes interrumpieron sus pensamientos.
– ¡Dios… termina pronto…! -pensó desesperada mientras se daba la vuelta en la cama y se tapaba la cabeza con la almohada tratando de atenuar el sonido.
El viernes siguiente Cynthia llegó al apartamento por la tarde, entró en su cuarto, dejó sus libros en el escritorio y se recostó por un momento.
Llevaba un vestidito corto pero de buen gusto color turquesa adornado con patrones de flores, llevaba manga corta, el cabello en una cola de caballo y en sus pies unas zapatillas verdes de punta afilada y tacones bajos.
– Uff… vaya semana -susurró para sí misma, por un lado tuvo mucho trabajo en la facultad y apenas había visto a sus compañeras, por el otro se sentía orgullosa, avergonzada y confundida.
Orgullosa por que le había gustado cuánto llamaba la atención con su nuevo vestuario: minifaldas, pantaloncillos cortos, blusas escotadas y tacones altos, todos sus compañeros se distraían en las clases cuando ella llegaba y en la calle los chicos giraban la cabeza para verla bien.
Solamente lamentaba no poder usar más a menudo sus zapatillas de Scorpius, no quería abusar de ellas ni acabárselas por demasiado uso, pero debía admitir que ahora disfrutaba más de sus otras zapatillas de tacón alto, aunque no sabía por qué.
Avergonzada por que no estaba acostumbrada a tantas miradas, a tantas atenciones, en las clases sus compañeros revoloteaban a su alrededor listos para ayudarla en lo que deseara, los profesores le prestaban mucha más atención que antes, en las filas la dejaban adelantarse, y la atendían primero en los comercios.
Confundida por que todas esas atenciones y miradas primero la hacían sonrojar, luego sonreír por el cosquilleo entre sus piernas, finalmente se acaloraba y sentía como se humedecía, por lo que varios días había terminado en la cama metiendo la mano en sus pantaletas para desahogarse.
– ¿Ahora me excita que me miren? -pensaba extrañada mientras se quitaba su ropa y al final sus zapatillas, dejándolas a un lado de la cama con cuidado pues últimamente estaba muy despistada y se confundía a menudo en cuánto a donde dejaba su calzado. Se puso luego su amplia camiseta, sus pantuflas y salió para prepararse la cena.
En cuanto se cerró la puerta las zapatillas rápidamente cambiaron de forma y color, hasta convertirse en el calzado blanco y elegante de Scorpius, luego, tal y como estaban “programadas” por X, sigilosamente se introdujeron de nuevo en su caja y en la bolsa negra, la misma que Cynthia había usado ya varias veces como capucha al dar su espectáculo a los clientes de bailarinas-esclavas.com.
Horas más tarde la morena veía la televisión en su cuarto recostada en la cama, sus ojos se le cerraban de sueño pues había sido una semana pesada, luego creyó escuchar las voces de sus compañeras de apartamento riendo y platicando en la sala de estar. Finalmente apagó la televisión y se quedó dormida.
Un par de horas después la mujer ya bailaba en su habitación, apoyando sus manos en el escritorio mientras movía sus piernas y caderas con la música que X mandaba directamente a las zapatillas a la vez que disfrutaba viendo el cuerpo de Cynthia por la cámara de su computadora.
– Mmm… si… muy bien… -susurraba complacido al ver de cerca en el monitor como el amplio cuello de la camiseta de la chica no sólo formaba un lindo escote sino que casi dejaba asomar sus preciosos senos mientras seguía bailando inclinada ante la cámara- serás un maravilloso… recurso para Scorpius, eres perfecta…
En el sueño en que estaba atrapada la morena era perseguida mientras corría dentro de un extraño laberinto de piedra, sus manos estaban bien atadas sobre su cabeza y luego fijadas detrás de la nuca, vestía una extraña túnica blanca, en sus tobillos tintineaban pequeños cascabeles colocados en grilletes y en sus pies usaba unas delicadas sandalias color rojo.
-Tengo que salir… tengo que salir…
De algún modo ella sabía que el sonido de esos instrumentos atraía al demonio de la oscuridad para recibir su ofrenda de carne, sangre y sobre todo… de placer. Escuchaba gruñidos y aullidos apagados que parecían surgir de todas partes y de ninguna, acechándola, asustándola, como si jugaran con ella.
Y en efecto, segundos después sintió como dos enormes manos-garras la sujetaban desde atrás por la cintura, y en un instante estaba sentada de espaldas en el regazo tibio de una extraña figura negra que le pareció conocida, recordaba la dureza y a la vez suavidad, recordaba el aliento en su oído, recordaba… placer… y que la forzaban.
– ¡Déjeme… basta…! -empezó a retorcerse tratando de levantarse pero el atacante simplemente se apoderó de uno de los senos de la morena con una mano luego le sopló al oído y al instante sus piernas se abrieron ampliamente luciendo en toda su gloria al librarse de la tela que las cubría mientras sus pies se ponían de punta, dejando su sexo casi expuesto, apenas cubierto por la delgada túnica.
– Obedecerás… obedecerás… -empezó a susurrarle su atacante, a la vez que introducía su otra mano entre las piernas de la joven.
– Oooohhh… por favor… no de nuevo… -trató de resistir Cynthia al recordar el sueño que había tenido antes con Baal. Intentó controlarse pero su cuerpo también recordaba el erótico sueño…
En instantes había comenzado a jadear, sus pezones marcándose acusadores en la túnica… los dedos negros danzando en su vagina y clítoris cada vez estaban más húmedos, las caderas de la chica se movían en pequeños círculos.
– Aaaahh… aaaahh… -pronto gemía la joven al sentir que se moría de placer con el toque de esa sombra, pero esta vez Baal no tuvo que presionarla mucho para doblegarla- oooohh… si… si… está bien… oooohh… obedeceré… obedeceré…
La obscura entidad sonrió siniestra ante esa respuesta y entonces se escuchó la otra voz que a veces aparecía en sus sueños.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces…
– ¿Qué? Oiga no puede… -intentaba resistir la morena cuando las manos-garras la levantaron de la cintura y la chica sintió el duro miembro de su dominador acomodándose en la húmeda entrada de su sexo- ¡No… por favor… bastaaaaagggghhh…!
Baal la obligó a empalarse una y otra vez, poseyéndola cada vez de forma más salvaje y poderosa, arrebatándole poco a poco su razón e inhibiciones, su cuerpo moreno brillaba por la transpiración, sus manos atadas cerrándose y abriéndose ansiosas tras su cabeza.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces… -escuchó de nuevo la joven mientras el placer la abrumada con cada embestida, a la vez que las manos-garras la hacían subir y bajar, una y otra vez, dominándola, sometiéndola cada vez más al poder de las zapatillas rojas y a la voluntad de X.
– ¡Aaaahh… mmm… aaahhh…! -jadeaba Cynthia con los ojos cerrados y su rostro vuelto hacia el techo cuando intentó razonar con la criatura de su sueños- ¡Por favor… oooohh… basta…!
En respuesta el ente aceleró el movimiento de subida y bajada a un ritmo vertiginoso, llevándola al borde de la locura.
– ¡Aaahh… aaahhh… no pueden… aahh… obligarme a… ooohh… oooohh…! -intentó decir desafiante la morena cuando sintió como la sombra la liberaba sosteniéndola por un breve momento sobre la fuente de tortura y placer de la chica, pero acto seguido la adelantó sobre su regazo y apoyo la punta de su miembro en su zona anal- ¡Noooo… se lo suplico… eso nooo…!
Pero Baal esbozó media sonrisa y aprovechando la humedad que ya cubría su palpitante miembro dejó caer a su juguete, penetrándola profundamente, violando su femineidad y voluntad mientras rugía triunfante al poseer ese indefenso cuerpo a su merced.
– ¡Aaaaaarrrggg… ayudaaa… aaaaahhh… por favooooohh… ooohhh…! -empezó a gritar desesperada y confundida al subir y bajar siendo penetrada de esa forma que jamás imaginó que podría ser tan deliciosa, sacudía su cabeza salvajemente de lado a lado, sus senos bailaban y saltaban de forma hipnótica, sus piernas se flexionaron y levantaron facilitando su sometimiento sexual, sus pies en punta indicando la indeseada excitación que se apoderaba de ella.
En la realidad, ella seguía bailando ante la cámara a la vez que X seguía manipulándola para convertirla en su ideal de un empleada perfecta, una esclava a todos sus deseos…
– ¡Obedecerás… obedecerás…! -le gruñía Baal con voz insidiosa y acariciante al oído, una de sus enormes garras soltó la cintura de Cynthia para empezar a masturbarla con una delicadeza y destreza increíbles para su tamaño y apariencia, acariciaba su clítoris mejor de lo que ella misma lo había hecho nunca. Su otra poderosa garra la siguió sosteniendo de la esbelta cintura para seguir haciéndola suya.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces… -se escuchó insistente la voz en la oscuridad.
– ¡Ooohhh… Dioooos… no puedo… ooohh…! -casi lloraba al ser dominada de esa forma y sentir que su atacante aceleraba el ritmo- ¡Me… aaahhh… muero… ooohhh…!
Justo entonces Baal se detuvo por completo, dejando a la morena jadeante y confundida.
– ¿Qué… qué haces? -dijo la joven sin entender por qué lo preguntaba, mientras la antigua entidad veía dentro de su cuerpo y alma palpitantes, podía ver como ardía de deseo y esperó a que se sometiera a la lujuria. Después de unos segundos que parecieron interminables la chica al fin habló con voz ronca.
– Mmm… sigue… por favor… -dijo mientras cerraba los ojos avergonzada de su propia debilidad.
– Obedecerás… -le dijo la sombra con una sonrisa a la vez que la bajaba y subía un par de veces sobre su regazo, penetrándola hasta el fondo sin piedad.
– ¡Ooouuuhh…! ¿Pero qué…? ¡Aaahhh…! -gritó aterrada pero, muy a su pesar, complacida.
– Eres esclava de tu placer, esclava de tu cuerpo… nos perteneces…
– ¡Nooo… eso nooo…! -trató de negarse mientras la hacían cabalgar sobre placeres que nunca había conocido- ¡Ooohhh!
De nuevo Baal se detuvo, dejando a la joven en el aire y gruñendo ansiosa.
 – ¡Maldición… no me… dejes así…! -gritó al tiempo que se retorcía para tratar de obligarlo a darle más placer o al menos provocarlo para seguir, pero sus piernas no la obedecían, además Baal tenía una paciencia y resistencia eternas y esperó, disfrutando ver el conflicto interno de la chica que luchaba por no caer en la tentación del placer.
– ¿Obedecerás? -le dijo juguetón el ser obscuro mientras con dos dedos acariciaba la vagina de la chica, enviando una descarga eléctrica de gozo que la hizo arquear la espalda aún sostenida en el aire por la garra de su atacante.
– ¡Aaaaaahhh… siii… maldito… siii… tu ganas… por favor… tómame…! -gruñó al fin con voz gutural a la vez que volteaba al techo y apretaba los párpados.
– Dilo… -le ordenó Baal en un susurro, cálido e íntimo como un amante de toda la vida.
– Si… si… soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… les pertenezco… -aceptó al fin con voz ronca.
– Otra vez… – Soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… Ies pertenezco… -repitió mientras se humedecía los labios al borde de la locura- Por favor…
– Grita…
– ¡Soy esclava de mi placer, esclava de mi cuerpo… Ies pertenezcoooo!
En un instante Baal volvió a penetrarla retomando un poderoso ritmo, volviendo a masturbarla sin parar, al momento sus ataduras se desvanecieron y sus pequeñas manos totalmente libres se lanzaron sin dudar, una se aferró al muslo de la entidad, arañando y acariciando desesperada, la otra se sujetó tras ella al cuello de su conquistador, que sin detener sus atenciones la miró con sus ojos como brasas, al verlos la morena se quedó embelesada como un conejo ante una serpiente, su mirada brillaba de placer, sus labios rosas formaban una O mientras seguía gimiendo.
– ¡Oooohhh… siii… ooohhh… que delicia… aaaahh…!
– Has sido una buena esclava, muy bien. -escuchó la joven de la otra voz que intentaba dominarla- ¡Ya puedes venirte Cynthia…. goza… hazlo para mi… ahora!
– ¡Siiiiiiii… aaaaaahhh… siiii… nnnnhhhh…! -gritó al fin explotando de placer pero sin poder apartar la vista de la cautivante y ardiente mirada de Baal que entonces invadió una vez más su cuerpo con la tibia corrupción obscura que brotó de su palpitante masculinidad.
– ¡Raaaaarrrgggghhh! -gruñó satisfecho y orgulloso. Luego ella se derrumbó y quedó adormilada en el regazo del antiguo dios que sonrió complacido ante esa hembra en su poder, sus pequeños pies al fin colgaban relajados, los cascabeles de sus tobillos finalmente habían dejado de tintinear su libidinoso ritmo.
– Recordarás el placer… esclava, solamente el placer –le dijo al fin al oído en un ronco susurro. En la habitación del laberinto resonó de nuevo la voz de X.
– Bravo preciosa, lo has hecho muy bien… sin embargo aún falta imponerte algunos condicionamientos más… pero no muchos claro, después de todo… mañana tienes que trabajar para bailarinas-esclavas.com.
En ese momento la chica dormitaba mientras la sombra acariciaba su exquisito labio inferior entre sus dedos (o garras) pulgar e índice. Con media sonrisa la morena repitió en un susurro las palabras.
– Si… trabajar para… bailarinas-esclavas.com.
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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 8” (POR GOLFO)

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Pocas horas después, el sonido de una melodía me despertó y al abrir los ojos, me topé con Elizabeth a mi lado. Avergonzada al ser descubierta velándome mientras cantaba, calló. Pero entonces le pedí que siguiera, reconociendo mi sorpresa de que tuviera una voz tan formidable.

            -Tu pecosa tiene muchos dones que todavía no conoces- susurró deslizándose por mi cuerpo mientras retomaba la canción.

            Increíblemente, mi vetusta anatomía se reactivó al sentir que agarrando mi pene como si fuera un micrófono la traviesa pelirroja comenzaba a menearlo.

            – ¿Entre ellos no estará el ser maga? – riendo señalé mi extrañeza del tamaño que estaba adquiriendo éste tras una noche de desenfreno.

            Sus carcajadas me sonaron a música celestial cuando aprovechó esa inusitada erección empalándose y es que, bajo la luz de la mañana, me parecía imposible que una belleza como ella disfrutara siendo amada por alguien de mi edad. Como si hubiese leído mis pensamientos, comenzó a poseerme mientras me decía:

            -Te parecerá difícil de creer, pero es la primera vez que estoy tan cachonda que quiero echar otro polvo.

La facilidad con la que mi sexo campeaba dentro de su vagina fue la demostración de que no mentía y asiéndome desesperado a sus nalgas, forcé el ritmo con el que me montaba.

– ¿Qué crees que dirán tus mujeres cuando sepan que quiero seguir siendo tuya? – preguntó al tiempo que se pellizcaba los pezones.

-Ni lo sé, ni me importa. Como bien sabes anoche terminé con esas zorras- repliqué un tanto molesto.

Sin dejar de cabalgar, Elizabeth preguntó si entonces eso significaba que me tendría para ella sola. Al decirle que sí, se lanzó en un galope desenfrenado en el que sus gritos de placer retumbaron en el cuarto.

– ¡Por dios! ¡Cómo me tienes! – chilló mientras su flujo desbordándose bañaba mis piernas.

Esa prueba irrebatible del orgasmo que la embargaba, aceleró mi placer y cediendo a él, exploté dentro de su vagina. Contrariamente a lo que esperaba, la pelirroja no se quejó de mi pobre desempeño y abrazándome, susurró en mi oído que llevaba tanto tiempo sin pareja que había dejado de tomar la píldora. Por su tono, no parecía molesta sino esperanzada y por eso, midiendo mis palabras, quise saber qué haría si se quedaba embrazada.

-Llevo mucho tiempo pensando en jubilarme y eso solo aceleraría las cosas. Ya estoy vieja para mi profesión.

– ¿Pero cuántos años tienes para pensar así? – exclamé confundido.

-Los suficientes para saber que tengo que buscarme otra cosa- contestó sin revelar su edad.

Como ese tema era tabú para muchas mujeres, preferí no seguir indagando y besándola, le pregunté si tenía alguna ropa que pudiera ponerme ya que tenía que ir a trabajar.

-Ahora vuelvo- cogiendo una bata, me dejó solo sobre la cama.

Confieso que pensé que iba a revisar en la casa si tenía algo de mi talla, quizás de un antiguo amante, por eso, no supe que decir cuando al cabo de unos minutos apareció con un par de camisas y un traje que reconocí como míos. Debió de ver mi extrañeza porque levantándome casi a empujones, me llevó a la ducha diciendo:

-Como solo tengo mis vestidos, fui a tu casa y María me los dio.

– ¿Todavía siguen ahí? – mascullé entre dientes mientras la americana abría el agua caliente.

-Están esperando a hablar contigo. Quieren disculparse- sin rastro de celos, replicó.

Me abstuve de responder y en silencio comencé a ducharme. Interpretando correctamente mi mutismo, la treintañera me aconsejó escuchar lo que querían decirme.

-Lo único que espero de ellas es que me devuelvan las llaves y desaparezcan.

Fue tal la rotundidad de mi deseo que Elizabeth se abstuvo de insistir y cambiando de tema, me preguntó qué era lo que desayunaba. Al decirle que un café, recordé con cierta nostalgia los que me había preparado Lidia desde su llegada a España, pero rechazando esa idea no dije nada y terminé de enjabonarme. Lo cierto fue que mientras la pelirroja se iba a poner la cafetera, el recuerdo de las dos arpías me torturó y por eso al vestirme, mi cabreó era máximo.

«Recuerda que son unas hijas de puta y que para ellas solo eras un medio de conseguir sus planes», me tuve que repetir para no salir corriendo a su encuentro.

            Saber que añorara tanto el modo de entregarse de la cincuentona como las mamadas que últimamente recibía de mi princesa me terminó de indignar y tras beberme de un trago el café, me despedí de la americana saliendo fuera de ahí. No sé si al guardaespaldas que tenía asignado le extrañó que saliera de casa de su jefa. Lo único cierto es que no dijo nada y siguiendo con la función que le habían encomendado, me llevó sano y salvo a la oficina. Una vez ahí, sufrí el interrogatorio de mi socio preguntando si era verdad lo que Elizabeth había dicho y que en la intimidad me comportaba sexualmente como dominante.

            – ¿Por qué lo quieres saber? ¿Acaso eso cambiaría algo entre nosotros? – pregunté.

            Colorado hasta el tuétano, Perico reconoció que su última conquista se había quedado intrigada por esa clase de sexo y que en el calor de la noche le había pedido practicarlo, aunque fuera una sola vez:

-Le ofrecí intentarlo, pero no sé ni cómo empezar- comentó sacando a la luz la razón de sus problemas.

Despelotado de risa, lo llevé a su despacho y abriendo su ordenador, le enseñé las páginas webs en las que me había inspirado. Su cara al ver lo que consideraba a buen seguro una aberración, me hizo tratar de consolarle y señalando que esas prácticas solo se diferenciaban de la forma en la que trataba a sus parejas en que ambas partes sabían a qué atenerse, se quedó tranquilo y tímidamente preguntó sobre la dureza que debían tener sus castigos.

-Macho, cambia el chip. No va por ahí. Lo único que debes hacerla ver es quien manda y que debe de plegarse a tus deseos si quiere que la correspondas con placer.

-Eso ya lo hago- protestó defendiendo su virilidad.

-Lo ves, lo que único que varía es que siendo tu sumisa sabrá por anticipado que debe aceptar todas tus órdenes y cumplir tus caprichos.

– ¿Todos? ¿Incluso si le pido…?

Quitándole la palabra, añadí:

 -Dependiendo del acuerdo que llegues con ella. Por pedir que no quede y si lo que seas es follártela en público o compartirla con un colega, pregúntaselo y si acepta, hazlo. El límite será el que ella y tú os impongáis.

Supe que finalmente había comprendido cuando me preguntó dónde podía comprar unos aditamentos en los que había pensado. Mientras le daba las señas de un sex shop que conocía, mi amigo me reveló sus intenciones al comentar lo guapa que estaría Ana vestida de “pony-girl”. La imagen de la americana ataviada con un bocado y unas bridas se formó en mi mente, pero no dije nada y sin despedirme, me fui a mi cubículo mientras pensaba sobré qué opinaría mi nueva amante si le llegaba pidiendo que se pusiera ese disfraz.

«Sería capaz de encasquetármelo a mí», concluí y rechazando su compra, abrí mi correo.

Al hacerlo, me saltó uno de “némesis”. Palidecí al saber que era del hermanastro de Lidia y no supe cómo reaccionar al darme cuenta de que al echar a la latina de mi casa me había puesto en peligro y que cuando ese hombre se enterara, cumpliría la amenaza de hacer público mi pasado.  Temblando por si todo lo que había construido en los últimos veinte años se iba al garete, pensé en qué alternativas tenía y tras meditar el intentar arreglar lo mío con ese par, lo descarté más que nada por amor propio.

«Me niego a ser un títere en manos de esas zorras», pensé y agarrándome a un clavo ardiendo, decidí llamar a Elizabeth para que ella fuera la que hiciera llegar esa documentación a la activista.

Sabiendo que esa solución era momentánea, ya que más temprano que tarde Joaquín Esparza se enteraría de que habíamos terminado, hice la llamada. La pelirroja tardó unos segundos en coger su móvil, segundos que se me hicieron eternos. El tono cariñoso con el que contestó consiguió tranquilizarme y por ello, no me importó que esa monada me tomara el pelo preguntando si tanto la echaba de menos que no podía soportar estar una hora sin oír su voz.

-Ya sabes que sí, pero no te llamo por eso. Necesito que me hagas un favor.

Al preguntar cual, y a pesar de que saber que quedaría en deuda con ella, le expliqué el embrollo en que me había metido y sus consecuencias. La americana esperó a que le pidiera hacer llegar la información a su destinataria para muerta de risa decirme que no tenía por qué preocuparme y que le renviara el mail.

– ¿En serio no te importa dárselo tú? 

-Para nada- contestó: -Ahora mismo estoy con ellas.

Como no podía ser de otra forma, quise saber los motivos por los que en ese instante estaba con esas dos arpías:

-Ya sabes que a mis superiores les interesa que sigamos en contacto y por eso les estoy ayudando a encontrar alojamiento, ya que mi “cerdito insensible” las ha dejado sin un techo donde vivir.

Que aprovechara el momento para restregarles en la cara que nos habíamos acostado, no me pareció mal y menos cuando gracias a su intervención esas dos putas desaparecerían de mi vida. Por eso, tras prometer compensárselo, me despedí de ella y colgué con la intención de enfrascarme en los temas que me daban de comer. Para mi desgracia, llevaba un par de horas ocupándome de mi negocio cuando apareció por mi despacho Manuel Espina, mi contacto en el CNI.

Como su presencia empezaba a ser habitual, dejé todo lo que estaba haciendo para recibirlo. Tal y como preví, venía en visita oficial y tras los típicos saludos, me informó que en el ministerio estaban preocupados por la campaña que desde España estaba llevando “mi novia” contra su gobierno y que querían saber de antemano que se proponía publicar para tomar medidas antes. Al no convenirme que supieran que había terminado con Lidia, preferí sacar balones fuera prometiendo tenerle al tanto y como prueba de mi buena fe, imprimí la documentación que me había hecho llegar su hermano.

Al no haberla leído con anterioridad a dárselo, no supe qué decir cuando leyéndola, exclamó que si me había dado cuenta que habríamos cavado nuestras tumbas si se publicaba esa información. Preocupado por su reacción, eché una ojeada a lo que le había hecho entrega. Leyendo supe que esos papeles eran la demostración de que la acusación vertida por el suicida era verdad.

-Según esto, el actual presidente fue quien aprobó que su campaña electoral se financiara por los narcos- murmuré para mí no demasiado intranquilo.

– ¡Mierda! ¡Joder! ¡Alberto! ¡Es mucho más! ¡Revela las cuentas secretas del cartel y en qué banco tienen depositadas sus ganancias! En cuanto se enteren de que poseéis estos datos, pondrán precio a vuestras cabezas. Habla con ella y que se abstenga de hacerlo público.

Comprendiendo por fin el alcance, vencí mis reparos a hablar con la hispana. ¡Debía hacer esa llamada! Por lo que tomé mi móvil y marqué el teléfono de Lidia. La morena lo cogió inmediatamente y creyendo quizás que quería hacer las paces, se echó a llorar de alegría diciendo lo arrepentida que estaba de haberme ocultado su relación con María. Como mientras hablara conmigo, no podía publicar nada y sabiendo que le iba a rogar algo que iba en contra de la razón que la había guiado desde niña, me quedé escuchando sus disculpas:

-En cuanto la gente lea lo que me has mandado, el usurpador caerá y entonces te juro que tu princesa se olvidará de su misión y dedicara su vida a hacerte feliz- intentando conciliarse conmigo, comentó.

Asustado por sus palabras, la corté de cuajo y sin importarme la presencia de Manuel a mi lado, le conté lo que me había explicado y le rogué que no lo publicase. Por vez primera desde que había entablado su cruzada, la joven comprendió que la había llevado demasiado lejos y echándose a llorar, me pidió perdón por haberme puesto en peligro. Cabreado, le pedí nuevamente que se abstuviera de hacer una conferencia de prensa para darlo a conocer.

-Lo siento, mi amor. Ya lo he subido a la red y está corriendo como pólvora- aterrorizada respondió.

No seguí escuchando. Sin saber si había colgado o no, expliqué al burócrata que había llegado tarde y que esa bomba estaba explotando en esos momentos:

– ¡Su puta madre! Alberto eres hombre muerto, ni poniéndote un regimiento de escoltas puedo garantizar que mañana sigas vivo- dejándose caer en el asiento, contestó.

– ¡Algo se podrá hacer! – exclamé totalmente acojonado.

Durante un par de minutos, se quedó pensando hasta que, tomándome de las solapas, me sacó a trompicones de la oficina.

– ¿Dónde vamos? – pregunté sabiendo que daba igual lo que dijera, ya que para seguir respirando debía confiar en él.

-A un sitio seguro o al menos eso creo- fue su respuesta.

Que me sacara del edificio pistola en mano, incrementó mi acojono y como un zombi sin voluntad dejé que me subiera a un coche. A buen recaudo en el automóvil blindado hizo un par de llamadas, una de las cuales sin duda fue a Elizabeth ya que no podía ser de otra forma al haber sido nombrada su jefa. Por lo visto, la pelirroja no pareció sorprendida y le dio la ubicación a donde debía llevarme.

– ¡Esa zorra debía saber algo! No es lógico que ya lo tuviera preparado- rugió molesto mientras introducía en el GPS la dirección.

No pude ni quise decirle que la primera persona a la que había hecho participe de la documentación había sido a ella. Bastante tenía con asimilar que esa puta de ojos verdes me había traicionado al no evitar que Lidia cometiera el error, cuando en su condición de miembro de un organismo de inteligencia debía haber sabido las consecuencias que eso me acarrearía.

«Y yo que creía que estaba colada por mí», me lamenté en silencio mientras observaba que el chófer salía de Madrid por la carretera de la Coruña.

Apenas hablé durante las dos horas escasas que tardamos en llegar a la finca que habían designado como residencia. Desconociendo cuanto tiempo estaría ahí, miré a mi alrededor y exceptuando el caserón de piedra donde me alojaría, el resto era campo. Manuel no se cortó al inspeccionar el lugar y despotricando en voz alta se preguntó cómo era posible que los yanquis dispusieran de un sitio así en España. Como profano en temas de seguridad no veía nada raro y por eso no dudé en preguntar.

-Fíjate, este sitio es una fortaleza. En cada árbol hay una cámara por lo que con certeza llevan monitoreándonos desde que cruzamos la verja de entrada hace más de cinco kilómetros. No entiendo que malgasten tanta inversión en ti- comentó sin cortarse: -Estas instalaciones son de un solo uso. Cuando te marches, tendrán que desmontarlas y buscarse otras.

Su enfado me alegró al saber que esa mujer valoraba mi vida por encima del dinero que les costaría a los contribuyentes americanos y por eso más confiado tomé mi chaqueta para a continuación subir por la escalinata que llevaba a la puerta que se estaba abriendo. El alma se me cayó a los pies cuando de su interior salieron María y Lidia, las cuales, obviando que se debía a ellas el que me encontrara en esa situación, corrieron a mis brazos. Rechazando sus arrumacos, pregunté a un miembro del equipo de seguridad donde estaba mi cuarto.

-Le acompaño y de paso le explicó qué debe hacer para facilitarnos la tarea de mantenerlo a salvo- abriendo camino a través de sus pasillos, comentó.

Mientras nos dirigíamos a la habitación, pude de pasada observar que, a pesar de su apariencia exterior, esa mansión medieval tenía todo tipo de comodidades modernas y eso lejos de calmarme, me encabronó al saber que si los Estados Unidos había considerado necesario hacer ese dispendio no era por mí sino por la latina.

«Ella es quién les interesa», me dije mientras escuchaba las explicaciones del tipo.

-Aunque el perímetro es seguro, no debe alejarse más de quinientos metros de la casa o saltaran las alarmas e iremos por usted. Además, tiene prohibido cualquier contacto con el exterior. Si necesita mandar un mensaje a alguien, deberá hacerlo por mi vía y seré yo quien lo haga. Cumpliendo a rajatabla estas instrucciones, usted y las dos mujeres pueden hacer una vida normal. La casa cuenta con un gimnasio, una sala de cine y demás facilidades que estarán a su disposición.

Molesto, pregunté al americano como se llamaba:

-Puede llamarme John Doe- contestó dejándome solo.

Reconozco que me hizo gracia que se autonombrara de esa forma, ya que era el alias que en su país usaban para referirse a alguien desconocido y que su versión hispana era Juan Sin Nombre. Lo que no me hizo tanta gracia fue descubrir, al revisar la habitación, que mi ropa y la de las dos arpías estaba colocada en sus armarios.

«Si confían en dormir aquí van dadas», rugí y cerrando con llave la puerta, me tumbé a ver la televisión desde la cama.

Al encenderse estaba sintonizado un programa del corazón, por lo que decidí buscar otra cosa que ver. Al revisar los canales comprobé que no solo contaba con los habituales, sino que también podía ver los de medio mundo. Al pasar por la CNN, estaban dando la noticia que a resultas de una operación de inteligencia el gobierno americano había congelado más de doscientos millones de dólares que un cartel tenía depositado en un banco de las Islas Caimán. Sabiendo que se debía a los papeles que le había dado a la pelirroja, me quedé escuchando el resto del reportaje y así me enteré que, como resultado de esa incautación, había caído el cabecilla financiero de ese grupo.

Al terminar y sin que los locutores lo relacionaran, hablaron de escándalo que habían producido las publicaciones de Lidia en su país, las cuales habían obligado al gobierno a dar explicaciones ante el parlamento. Explicaciones que tendrían lugar en cuatro días, aunque todo el mundo dudaba que el ejecutivo pudiera mantenerse en pie tanto tiempo.

«Lo normal sería que dimitieran en pleno», me dije y pensando en ello, caí en la cuenta de que, salvaguardando la vida de la latina, los yanquis se reservaban la carta de forzar que ella o alguien de su cuerda fuera nombrada para dirigir el destino de su patria: «Esos cabrones no dan un paso en falso y la utilizarán si lo consideran oportuno».

Meditando sobre las consecuencias que tendría para mí ese hipotético nombramiento, no supe discernir si sería bueno o por el contrario sería otra vuelta más a la soga que amenazaba con ahorcarme.

«Aunque se sepa que ya no andamos, sus enemigos verán en mí un método de hacerle daño, por lo que, si vuelvo con ella mal, si se va peor… ¡estoy jodido!».

17

Durante tres horas me quedé enclaustrado, ciento ochenta y tantos minutos en los que me comí la cabeza lamentando mi libertad perdida por culpa de mi bragueta. Y es que no podía echar la culpa al amigo que me pidió acogerla al asumir que había tenido muchas ocasiones para zafarme del entuerto, pero en vez de hacerlo había profundizado aún más mis problemas acostándome con María, pajeándome en la cara de Lidia y dando alas a Elizabeth para que cumpliera sus sueños. Saber que había lanzado mi vida por un precipicio y seguramente la de mi socio, por sentirme joven me produjo una angustia cercana a la depresión que no me permitía siquiera respirar. Tratando de salir de esa espiral autodestructiva, decidí dejar mi encierro y dar un paseo por el área que tenía permitida. Ya fuera de la casa, observé el mimo y buen gusto con el que algún paisajista había diseñado el jardín, reconociendo que para ser una cárcel el sitio era un paraíso.

            Ubicado a los pies del sistema central, esas montañas le daban un carácter único y olvidando momentáneamente que estaba cautivo, soñé con jubilarme algún día allí:

«Cualquiera se daría con un canto en los dientes por pasar su retiro entre estos muros», concluí mientras mi estómago me recordaba que no había tomado más que un café.

Renuente a volver a la mansión para no encontrarme con ellas, comprendí que era ridículo, que por mucho que lo postergara y hasta que la situación se resolviera de algún modo, no me quedaba otra que convivir con las causantes de que estuviera ahí.

«Aunque se lo han buscado, esas dos están en la misma situación que yo. Presas y con una sentencia de muerte a sus espaldas».

Por ello y haciendo de tripas corazón, recorrí el camino que me llevaba de vuelta. La presencia de hombres armados custodiando su entrada incrementó la sensación de reclusión cuando abrí la puerta. Al entrar, el olor que manaba de la cocina y que se extendía por la casa curiosamente me agradó al reconocer la mano de la hispana entre sus fogones.

«Será una puta, pero como chef no tiene rival», salivé anticipadamente al rememorar la calidad de sus guisos.

María me recibió con una sonrisa en el comedor, sonrisa que no devolví y en silencio, tomé asiento. Agradecí que ni siquiera intentara entablar una conversación y mientras colocaba la mesa, me la quedé mirando. Cabreado, comprendí que me seguía gustando.

«Sería solo sexo», y disculpando de antemano el caer nuevamente entre sus brazos, murmuré para mí al valorar la rotundidad de su trasero.

Supe que la cincuentona había advertido el deseo que escondía mi mirada cuando bajo su blusa se marcaron dos pequeñas protuberancias, prueba inequívoca que a pesar de tener a su pareja cerca se sentía atraída por mí. Esa confirmación reafirmó mis temores de la tentación que iba a sufrir durante mi estancia entre esos muros. La llegada de Lidia con la comida no hizo más que profundizar esa certeza al notar como mi corazón se aceleraba.

«Parezco un crio», me lamenté mientras trataba de retirar mi vista de los labios que tanto placer me habían dado.

El recuerdo de su alegría recibiendo mi semen cuando me hacía una mamada azuzó mi excitación y nuevamente me vi tentado a volver a disfrutar de la ternura de su boca haciendo caso omiso de su traición. Asumiendo que para evitar caer en las caricias de esas dos zorras debía exteriorizar que seguía considerando rotos todos los puentes, esperé a que sirviera los platos para hacerlo:

-Ya que por vuestra culpa me halló aquí, os quiero dejar claro que sigo enfadado y que me niego a ser vuestro juguete. Nos comportaremos como personas civilizadas y en lo posible, reduciremos nuestros contactos a lo meramente imprescindible – viendo que me miraban con cara seria, añadí: -Os tenéis la una a la otra, por lo que si os pica el chichi ni se os ocurra buscarme.

 Aunque preví resistencia por parte de la latina, nunca supuse que María, echa una hiena, se negara a aceptar mis condiciones y menos que encima tuviera el rostro de exigir que cumpliera mi promesa de dejarla embarazada:

-Creyendo en ti, me sometí al tratamiento de fertilidad y no pienso consentir que me niegues la posibilidad de ser madre. Es más, solo accedí a venir aquí porque Elizabeth, la pecosa que te tiras, me aseguró que te acostarías conmigo. Así que, si no piensas hacerlo, dímelo para que me vaya- rugió tirando la servilleta sobre la mesa para a continuación, y sin darme opción a hablar, salir llorando del comedor.

Todavía impactado, escuché a Lidia comentar:

-Si tienes que castigar a alguien es a mí, pero por favor no dirijas tus iras hacia ella. No sé cómo reaccionaría si la abandonas.

El descaro con el que obviaba que eran pareja me indignó y reteniendo las ganas de abofetearla, repliqué que jamás podría perdonar sus mentiras.

– ¿Qué mentiras? Te reconozco que nunca te dijimos que nos acostábamos desde antes de llegar a España, pero eres idiota si piensas que nuestro amor por ti es falso.  María te quiere desde joven y yo ahora te adoro. Sí… aunque no lo creas, me he enamorado de ti y tampoco concibo la vida si no es a tu lado- con dulzura y sin alzar la voz, contestó.

Su tranquilidad me enervó y a pesar de desear creerla, respondí que estaba loca si creía que las cosas volverían al punto de partida y que jamás volvería a aceptar que fuera mi princesa.

-Lo quieras admitir o no, da lo mismo… Lo fui, lo soy y lo seguiré siendo, aunque me eches de tu lado y viva del otro lado del charco- sin alterarse, refutó mis palabras mientras comenzaba a comer.

Sin otra salida, la imité y por unos momentos, la exquisitez de su guiso me hizo olvidar mi enfado. La joven sonrió cuando alabé su sazón y tal como era su costumbre, aprovechó mi debilidad para tratar de sacar partida:

-Por mucho que sea una buena cocinera, sé que nada puede igualar el sabor de los regalos con los que mi señor me premia cuando está contento.

Que se lamiera los labios mientras hacía mención de sus mamadas, me excitó y casi caí en el error de pedirle una, pero en vez de ello preferí callar y seguir disfrutando del plato que con tanto mimo había preparado. La aceptación que escondía mi silencio la hizo sonreír y sabiendo que la lucha para que todo volviera a la normalidad seria encarnizada, eligió no seguir presionando y tal como había hecho desde que llegó a mi casa, aguardó que terminara para preguntar si quería tomar el café en el salón.

Aun reconociendo que su oferta tenía trampa, accedí a sus deseos pensando lo mucho que me gustaba la rutina de quedarme adormilado en un diván mientras saboreaba un expreso. De esa forma, unos minutos después y ya cómodamente sentado en un sofá con la tele puesta, la vi entrar portando una bandeja en la que, además de ese negro elixir, traía una copa de whisky. Satisfecho por esos cuidados a los que me había acostumbrado desde que apareció en mi puerta, pregunté cómo seguía María.

-Ahora te la mando- respondió mientras desaparecía por el pasillo sin dar tiempo a que le dijera que no era eso lo que quería.

Saber que tendría que soportar los reproches de esa mujer despechada me llenó de angustia e inconscientemente, preparé qué iba a decirle cuando llegara. Nunca llegué a pronunciar el discurso porque al llegar en completo silencio posó su cabeza en una de mis piernas y se quedó dormida. Tenerla acurrucada a mi lado, me permitió volver a observar su belleza y con el corazón encogido cerré los ojos, mientras deseaba que nuestro reencuentro hubiese sido de otra forma. Curiosamente, esa sensación de hogar se hizo total cuando percibí que Lidia volvía al salón e imitando a su novia, usaba mi otro muslo como almohada:

«¡Su puta madre! ¡Estoy colado por ellas!», exclamé en el interior de mi mente al admitir por fin que yo también las quería…

Tras la siesta, ninguno comentó lo sucedido. Sé que por su parte no querían forzar la máquina no fuera a ser que todo volviera a la situación de partida y volviese a recordar la razón de mi cabreo. Lo que todavía no comprendo es la razón por la que yo no dije nada y elegí mantener la supuesta tregua que implícitamente habíamos firmado.

            «Van a creer que las he perdonado», me dije.

Al ver que se levantaban cogidas de la mano, comprendí que se iban a compartir unas caricias que con gusto hubiera deseado para mí, pero que mi sinrazón negaba. Apenas habían pasado unos minutos cuando a mis oídos llegó el sonido de sus gemidos. Por mucho que intenté abstraerme, me vi poseído por la melodía de sus gargantas y cediendo a mis impulsos, caminé en busca de su origen. Sin meditar lo que estaba haciendo al llegar y ver la puerta abierta de mi cuarto, me quedé mirando como María separaba las piernas de su amante mientas se deslizaba por su cuerpo. Los suspiros de la latina la acompañaron en su viaje y al llegar a su ombligo, se detuvo brevemente:

– ¡Qué ganas tengo de ver a Alberto follándote! –musitó mientras dos de sus dedos le separaban los labios que daban entrada a su sexo.

Desde la puerta, pude observar que estaba excitada al ver la humedad de esos apetitosos pliegues. La cincuentona ajena a estar siendo observada, traspasó con las yemas la frontera visible que delimitaba ese terso vello púbico y sin esperar su aprobación, acarició su clítoris para a continuación con la punta de la lengua jugar con él. La exasperante lentitud con la que dio buena cuenta de ese manjar me tenía totalmente absorto y deseando ser yo quien lo mimara, fui testigo de su avance hasta que, recreándose en su dominio, mi amiga se puso a mordisquearlo. El chillido de la latina me hizo saber que el placer estaba dominándola:

«La tiene a punto de caramelo», murmuré con deseos de participar al contemplar la melena de María haciéndose fuerte entre las piernas de Lidia.

El efecto de esas caricias fue inmediato e impresionado, confirmé que el placer subyugaba a la morena, la cual, sin necesidad de disimular ante su amante, se retorció sobre las sábanas corriéndose. Confieso que me sorprendió tanto la violencia de su orgasmo como la potencia de los gritos que surgieron de su garganta al ser amada y excitado comprendí que sin mi presencia esa muchacha estaba dejando salir el amor que sentía por ella. Por eso me sorprendió que mientras su pareja bebía de su flujo fuese mi nombre el que gritara y que María demostrando una ausencia de celos que no era normal, murmuró en su oído lo poco que faltaba para que el comandante Omega tomara a su princesa.

-Ojalá no tarde, no puedo aguantar más sin que me haga suya- suspiró la joven inmersa en el éxtasis que la insistencia de la cincuentona sobre su vulva le estaba provocando.

―Pronto, será pronto― susurró mientras entrelazaba sus piernas con las de ella haciendo que por fin sus dos humedades se hicieran una.

―Necesito saber que me ama― chilló fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo al experimentar los pliegues de su novia frotándose contra los suyos.

Ese inconfesable deseo, dicho en voz alta, fue el banderazo de salida para que ambas mujeres se fusionaran en un cabalgar mutuo.  Por el contrario, a mí, me llenó de turbación y mientras azuzadas por Lesbos, esas dos compartían besos y fluidos, me quedé pensando si podía ser cierto lo que acababa de oír. A nadie extrañará que me sentía alagado, pero entonces y mientras ambas se retorcían llenas de placer escuché la razón por la que la urgía ser tomada por mí de labios de su pareja:

-Cuando te desvirgue, se sentirá obligado a casarse contigo. Con un marido, nadie sospechará que nos amamos y entonces ya no habrá ningún impedimento para que te presentes a las elecciones.

Desolado al sentirme otra vez traicionado, me retiré a digerir ese nuevo desplante….

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: www 5” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: WORLD WIDE WEB 5.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas, Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Una disculpa a los que siguen y disfrutan mis relatos, entiendo que tardé demasiado en continuar pero así es el trabajo, dedico este cuento a aquellos que han sido pacientes.
Por Sigma
En la mañana Cynthia despertó sonriente, se estiró acostada como un gato, se sentó y entonces notó que la cama estaba desarreglada, sus piernas descubiertas y aun llevaba puestas sus zapatillas de Scorpius.
Al verlas la chica sonrió y tras cerrar los ojos se recostó de nuevo estirando los brazos sobre la cabeza, sus piernas rectas y pies en punta.
– Mmm… tendré que ponerme zapatillas para dormir más a menudo -pensó mientras recordaba el increíble placer del sueño que había tenido… sometida a esa poderosa sombra masculina, se sintió tan indefensa… tan sumisa…- vaya sueños que me provocan…
Levantó sus piernas morenas bien derechas hasta señalar con las puntas de los pies al techo y las miró lentamente de arriba a abajo, disfrutando mucho ese simple acto.
– Me… me encantan mis piernas… -susurró sorprendida de sí misma al empezar a acariciar suavemente sus muslos, sus pantorrillas- Mmm… son perfectas…
Lentamente abrió sus piernas en V y mientras seguía deslizando los dedos por su piel introdujo la otra mano en el frente de sus pantaletas de algodón y casi por reflejo empezó a darse placer, primero lentamente, saboreando cada matiz, cada escalofrío, disfrutando luego la tersa calidez de la curva de sus senos, sus pezones ya duros y excitados.
– Oooohhh… -gimió al arquear su espalda involuntariamente por un espasmo de gozo, sus piernas se flexionaron hasta casi tocar sus nalgas con los tacones- Aaaahh… si… si… oooohhh…
Entonces empezó a acelerar el ritmo de la mano en sus pantaletas hasta alcanzar una velocidad salvaje, recordaba como en el sueño su conquistador la sometió analmente, y al momento esa parte de su cuerpo palpitó sensualmente enviándola a la cima del placer.
– ¡Ooohhh… ooohhh… nnnnnnhhhhh…! -sollozó casi en un grito a la vez que extendía las piernas sobre la cama y mordía la carne entre el pulgar e índice de su otra mano, tratando de sofocar los gemidos de gozo.
Entonces un sonido en el pasillo la sobresalto, de inmediato se sentó y escuchó con atención pero ya no escuchó nada, de puntillas se levantó de la cama y se dirigió a la puerta sin pensar siquiera en quitarse las zapatillas.
Se encontró con que la puerta estaba ligeramente entreabierta, rápidamente se asomó al pasillo pero no había nadie, además aún era temprano para que sus amigas se levantaran…
– Quizás lo que escuché fue la puerta al abrirse… -pensó ya más tranquila mientras cerraba la puerta y volvía a la cama a descansar un poco más- Que raro, no recordaba que estos tacones fueran tan altos…
Tras pensarlo un instante se encogió de hombros y se volvió a acostar.
– Mmm… soy bailarina-esclava… -susurró adormilada y sonriente luego de unos minutos de relajación posterior, pero de inmediato abrió los ojos al comprender en parte lo que había dicho- ¿Qué soy qué…?
En otra habitación Ariadna estaba recargada en la puerta de su cuarto, respiraba agitada y se había sonrojado furiosamente, miraba al piso confusa y avergonzada.
– Dios… ¿Qué me pasa? -reflexionó al recordar los días pasados… y las noches, el lunes anterior se había encontrado con Cynthia al salir del apartamento hacia la universidad, iba a hacer un comentario sarcástico cuando se fijó en lo bien arreglada que estaba y sobre todo en los minúsculos pantaloncillos negros que usaba, se ajustaban totalmente a la redondez de sus preciosas nalgas y apenas las cubría, dejando expuestas sus piernas en toda su extensión, en sus pies llevaba unos lindos botines negros al tobillo, tenían la punta redonda y unos gruesos tacones de diez centímetros que hacían que sus piernas parecieran más largas.
Ariadna se había quedado pasmada mirando esas morenas y suculentas piernas, olvidándose de todo, incluso de respirar.
– …bien? ¿Me oyes Ariadna? ¡Ariadna! -finalmente exclamó Cynthia segundos después sacándola de su estado casi hipnótico.
– ¿Qué… como dices? -dijo al fin al volver a la realidad, mientras parpadeaba varias veces.
– ¿Estás bien? Te quedaste paralizada…
– Oh… si… no te preocupes, estaba distraída…
– Bueno… es hora de irme ¿Vienes?
– Ah, gracias… adelántate, ya bajo.
La trigueña se quedó acalorada y confundida viendo como la estudiosa salía del apartamento en camino a la universidad.
– ¿Pero que me ocurrió? -pensó al salir finalmente del apartamento- Espero no vuelva a pasar…
Sin embargo pronto se dio cuenta de que no solamente su “problema” continuaba, sino que además aumentaba. Cada vez que se encontraba a la morena no podía dejar de mirar sus piernas, casi memorizando cada curva, cada detalle y olvidando todo excepto esas magníficas extremidades.
Para empeorar las cosas a Cynthia le había dado por ponerse ropa que resaltaba esa parte de su anatomía: minifaldas, pantaloncillos cortos, y en el apartamento andaba por ahí luciéndose en ropa interior y su corta camiseta de dormir.
Para no ponerse en vergüenza Ariadna había optado por evitar encontrarse con la chica, pero dos noches atrás no pudo resistir la tentación y ya de madrugada intentó darle un vistazo a la morena y sus lindas piernas, sin embargo al entreabrir la puerta se quedó pasmada a verla bailando en su habitación como una profesional, se movía ágil y elegante apenas iluminada por el farol de la calle, vestida solamente con su camiseta y unas exquisitas zapatillas rojas y puntiagudas de tacón de aguja de una altura salvaje.
– Ooohh… pero… ¿Dónde aprendió a moverse así? -recordaba haber pensado Ariadna en ese momento, mientras sin darse cuenta se humedecía los labios al mirar como sus muslos y pantorrillas se tensaban y flexionaban grácilmente.
Por un instante dudó si cerrar la puerta y volver a su cuarto antes de que la descubrieran, sin embargo, justo entonces Cynthia subió a su escritorio de un ágil salto y empezó a ondular su cuerpo y a bailar de puntas en el pequeño espacio.
Ariadna se quedó irremediablemente embelesada mirando y no se movió ya hasta que la bailarina se acostó en la cama, momento en que la aturdida trigueña cerró la puerta con cuidado y volvió a su cuarto para meterse en su cama, aún más confundida al sentir una tibia humedad extendiéndose lentamente entre sus piernas.
Comenzando a asustarse, Ariadna trató de intensificar el distanciamiento de su compañera, pero esa mañana temprano ya no pudo resistir darle una mirada, y esta vez no estaba bailando, sino que se masturbaba, primero lenta y sensualmente, luego de forma frenética y desinhibida. De nuevo Ariadna se había quedado hipnotizada mirando, hasta que se dio cuenta de que se estaba acariciando lentamente la entrepierna sobre sus pantaloncillos entonces gimió suavemente, Cynthia la escuchó y ella corrió de puntillas a su habitación.
– Dios… ¿Qué me pasa? -repitió para sí misma al salir de sus recuerdos de los últimos días- Ya no se… ooohhh…
Su gemido fue casi un ronroneo de gozo que la hizo entrecerrar los ojos un instante, luego de mirar hacia abajo descubrió que su mano derecha se había introducido en sus pantaletas y la masturbaba suavemente, por un momento pensó que debía detener esa locura, que ella no era lesbiana, que despreciaba a esa chica… pero justo entonces su mano aceleró sus caricias eliminando de una vez todas sus dudas.
– Aaaaaahhh… -gimió de forma ahogada- bueno… sólo es… ooohhh… fantasear… un momento…
Lánguidamente se recostó ahí mismo en la alfombra de su cuarto sin parar de masturbarse mientras se acercaba sin control al orgasmo más vergonzoso que podía recordar.
Por más que intentó apartarlo de su mente, lo que apareció en su fantasía mientras se daba placer era esa encantadora y estudiosa joven morena bailando sensualmente con sus piernas bien expuestas y calzadas con tacones kilométricos.
– ¡Cynthiaaaaahh…! -gruñó de forma ahogada al llegar a un extraordinario orgasmo y arquear su cuerpo de puro placer.
– Mmm… debería parar… es demasiado… -pensó la morena brevemente esa tarde en su cuarto, extrañada aunque complacida, pues desde la mañana había estado acariciando sus piernas y masturbándose constantemente- Aunque… se siente tan bien… es tan delicioso…
Mientras pensaba en ello recostada en la cama sus manos comenzaron a moverse, una empezó a acariciar sus senos, la otra se fue introduciendo entre sus piernas. Su cuarto se sentía cálido e invadido por el aroma al sexo, su cabello desordenado le cubría parte del rostro y el cuello de su camiseta de dormir era ya tan grande que mostraba sus femeninos hombros y un encantador escote, la única otra prenda que llevaba eran sus zapatillas blancas.
Lentamente levantó las piernas y la mano en sus senos subió para acariciar sus muslos. Ya había cerrado los ojos cuando escuchó que llamaban a su puerta. De inmediato se cubrió con sus cobijas y arregló un poco su cabello.
– Adelante… -dijo tras unos segundos. Se trataba de su amiga Ana que entró entonces sonriente.
– Hola Cinthis ¿Estás bien? No te he visto todo el día…
– Estoy bien, solamente fue una semana pesada, pero ya me siento con energía…
– Genial, porque al rato nos iremos a bailar al club.
– No se Ana, aún tengo que reponerme…
– Oh vamos, habrá chicos y podremos lucirnos en minifalda…
– …lucir… minifalda… -fueron las palabras que hicieron eco en la mente de la morena, haciéndola gemir muy bajo y cerrar los ojos un instante.
– Mmm… está bien, tu ganas pero ¿Qué dirá Ariadna? La semana pasada apenas y me dirigió la palabra…
– Ha estado un poco rara pero ya habíamos quedado de salir juntas, se tendrá que aguantar si quiere que sigamos siendo amigas.
– No quisiera causar problemas…
– No te preocupes, ella es ni amiga, pero tú también, además estoy segura de que con que te conozca un poco más ella te apreciará tanto como yo.
– Bueno, entonces ¡Saldremos esta noche!
– ¡Hecho! Te veo al rato -dijo con una sonrisa mientras se despedía con la mano y salía del cuarto.
– Debería empezar a arreglarme, estoy hecha un desastre. -pensó un momento cuando sintió de nuevo su mano acariciante entre sus piernas y una chispa de placer recorrió su cuerpo- Mmm… bueno, una última… aaaaahhh… vez…
Quitó las cobijas a la vez que levantaba sus piernas bien derechas y abiertas en V para admirarlas y acariciarlas mientras con la otra mano consentía y acariciaba su sexo.
– Oooohhh… si… me encanta… aaahhh… -gemía suavemente, ya esclavizada a su propio cuerpo… a su placer…
Horas después se encontraban en plena diversión en un club para estudiantes, con música bailable y sensual, jóvenes vestidos para atraer al sexo opuesto, luces láser creando un espectáculo y bebidas por doquier.
Las chicas platicaban, se reían y bebían en una buena mesa, se destacaban en el local por ir juntas, ser todas hermosas y vestir sexy pero elegante. Ana llevaba unos ajustados pantaloncillos negros y un top dorado sin espalda, Mitzy una minifalda elástica azul y una blusa sin mangas y escotada, Ariadna un minivestido color rojo sin hombros y Cynthia una minifalda blanca de cuero y un pequeño top con delgados tirantes a juego. Todas llevaban zapatillas de tacón alto que combinaban con sus atuendos.
Algunos chicos atractivos se habían acercado intentando separar a alguna de ellas de las demás, Ana y Mitzy estaban repasando con sonrisas sus mejores opciones, mientras Cynthia no encontraba atractivo a ninguno de los jóvenes que se habían acercado a tratar de platicar o bailar con ella, no importaba su sonrisa, actitud o color de ojos, simplemente la dejaban fría y los rechazaba amablemente.
Por su parte Ariadna, parecía entre molesta y nerviosa, alejando a los que le hablaban con miradas gélidas y palabras despectivas.
– Vaya… creo que de verdad le molestó que yo viniera -pensó la morena mientras suspiraba.
– ¿Te la estás pasando bien Cinthis? -le preguntó Ana en voz alta al oído, sonaba algo preocupada- No has querido bailar con nadie desde que llegamos…
– No te preocupes Ana, me la estoy pasando fabuloso con ustedes… pero no estoy de humor para chicos de momento.
– Bueno… lo entiendo, a veces me pasa…
– De hecho me preocupa más Ariadna, parece incómoda con mi presencia…
En ese momento intervino Mitzy.
– Está insoportable, no solamente contigo… no quiere ni tomar una copa, aunque a mí me toca manejar. Está más tensa que una cuerda de guitarra.
– Oh, lo siento chicas, espero no arruinar la salida…
– Hey, no es tu culpa… -la tranquilizó su amiga rubia.
– Cierto, además ya lo estoy arreglando…
– ¿Qué?
– ¿Cómo?
– Fácil -les dijo la sonriente pelirroja mientras les guiñaba un ojo- Ariadna necesita relajarse, así que le empecé a servir sus refrescos con un poquitín de alcohol, muy poco para que no lo note, pero les aseguro que en un rato estará mucho más relajada y risueña.
– Mitzy… eres terrible -le dijo Cynthia con media sonrisa, tras lo cual las tres empezaron a reírse con complicidad mientras al otro lado de la mesa Ariadna se terminaba otro vaso de refresco de naranja.
Horas después Ariadna recuperaba la conciencia en el asiento del copiloto de su propio automóvil color gris, se sentía mareada, pero de forma cálida y agradable, ligeramente fuera de control. Al parecer se había quedado dormida durante el regreso al apartamento.
– Mmm… me siento como… como si estuviera ebria… -pensó mientras parpadeaba un par de veces- pero no es posible… no bebí… ¿O sí?
Miró por la ventana, observó las luces de la avenida pasando a gran velocidad ante su ventanilla y sonrió satisfecha pues había sobrevivido a una noche con la chica estudiosa cuyas maravillosas piernas últimamente la habían obsesionado.
– Tal vez fuera sólo una locura temporal -pensó más tranquila y segura de sí misma. Pero cuando miró al conductor sintió que se sonrojaba incontrolablemente, manejando su auto estaba Cynthia, su pequeña falda se había subido al conducir y sus piernas completas lucían deliciosas con esas zapatillas blancas como las de Scorpius pero eran de un tacón metálico y altísimo que no parecían impedirle manejar los pedales del auto.
– ¿Y Mitzy? -preguntó nerviosa y con un tono más agudo del que deseaba- ¿Qué pasó?
– Oh… hola Ariadna ¿Estás bien? Estuviste bailando pero te sentiste mareada y me pediste que te trajera al apartamento -dijo sonriente la morena, feliz de lo bien que se había llevado con la trigueña esa noche.
La chica recordó entonces como se había relajado poco a poco, hasta que entre risas todas se levantaron a bailar, lo había disfrutado mucho, en especial al ver a Cynthia bailar de esa manera que ahora le parecía tan sensual, girando lentamente su cuerpo a la vez que lucía sus curvas.
– ¡Dios… qué bien se mueve! -había pensado en ese momento, desinhibida sin saberlo por el alcohol. El recuerdo dio paso a la realidad y Ariadna se descubrió a si misma mirando hambrienta las jóvenes y expuestas piernas de su compañera de apartamento.
– …pero ellas estaban tan a gusto que decidieron que yo te trajera y ellas regresarían en taxi después ¿Sabes?
– ¿Eh? Ah… si claro… -respondió confusa la trigueña al darse cuenta de que la conductora le estaba hablando, pero ella no podía dejar de mirar esos muslos y pantorrillas magníficas.
– Mmm… me encantan… -se permitió pensar Ariadna gracias a su falta de control y la intimidad a media luz del auto- ooohh… no debería pensar eso.
Al notarla callada y meditabunda Cynthia trató de mantenerla relajada apoyando su mano derecha en el expuesto muslo blanco de la copiloto.
– Sssshhh… tranquila… casi llegamos… todo estará bien… Ari…
– ¡Mmmm…! -gimió complacida la trigueña sin poder evitarlo ante ese gesto, pero sobretodo al escuchar ese diminutivo que normalmente odiaba.
– ¿Te sientes mal? -le preguntó preocupada la conductora mientras le acariciaba la rodilla para calmarla.
– Estoy bien Cinthis, sólo fue un mareo… gracias -respondió Ariadna encantada con esas atenciones, a la vez que ponía su mano sobre la que la morena tenía en su pierna.
Minutos después iban entrando por la puerta del edificio donde vivían. Ariadna se sentía en otro mundo, los efectos del alcohol no solamente la mantenían mareada y risueña, también evaporaban sus inhibiciones, motivo por el cual ahora se aprovechaba de que Cynthia la ayudaba a sostenerse mientras caminaban para tocar “accidentalmente” los muslos y nalgas de su compañera mientras las dos se reían casi sin motivo.
Finalmente entraron al apartamento donde cada una se iría a su cuarto, pero Ariadna estaba encaprichada con la morena, la deseaba… la deseaba tan ardientemente… como nunca lo había sentido con nadie, todos sus prejuicios y miedos se esfumaron bajo el peso de su lujuria.
– Adelante. Unos metros más y llegaremos a tu cuarto -le dijo la estudiosa.
– Mmm… no puedo dar un paso más… Cinthis… déjame quedarme en tu cuarto.
– Pero…
– ¡Anda… no seas mala… me siento terrible!
– Está bien… quédate en mi cama… vamos… -aceptó sonriente la morena mientras entraban a su cuarto y acostaba a la trigueña con cuidado- bueno… descansa, me iré a tu cuarto.
– ¡No! Digo… antes ayúdame a cambiarme…
– ¡Pero Ari…!
– Mmm… por fa… no podré dormir así… -gimió y se quejó a la vez que se sentaba.
– Está bien… -respondió la estudiosa con media sonrisa mientras sacudía la cabeza.
Con una sonrisa pícara Ariadna levantó los brazos y cerró los ojos, generando una risa en su compañera que estaba encantada con su actitud simpática y casi infantil. Con ayuda de la chica, Cynthia le subió el vestido rojo hasta sacarlo por encima de su cabeza, dejándola en hermosa lencería del mismo color, de fino encaje y que resaltaba su figura.
La morena no pudo evitar quedarse con la boca abierta al verla tan preciosa, la elegancia de sus zapatillas rojas de tacón alto y punta abierta contrastaban con la salvaje sensualidad de su ropa interior.
– ¡Ari… estás hermosa!
– Mmm… -ronroneó de placer la trigueña al escuchar a la estudiosa llamarla Ari- gracias… eres tan gentil…
– Bueno… será mejor que te deje dormir… me iré a… -al fin dijo después de quedarse unos segundos como hipnotizada.
– Nooo… no me dejes sola, no me siento bien… quédate junto a mi hasta que me duerma. ¿Sí?
– Pero no puedo acostarme así, tengo que cambiarme…
– Pues cámbiate, tu ya me viste en ropa interior y… ¿Somos amigas no?
– Bueno… tienes razón… -cedió Cynthia, feliz y sorprendida de que por vez primera Ariadna la llamaba amiga.
Sujetó el borde de su top y levantó los brazos sacando la prenda sobre su cabeza, luego rápidamente desabrochó su falda y la dejó caer a sus pies quedando en su cómoda ropa interior de algodón entonces se metió en la cama con la otra chica.
La trigueña se había recostado fingiendo desinterés pero no había perdido detalle del cuerpo y sobre todo de las piernas de la morena, sus pupilas se habían dilatado, estaba sonrojada y su corazón latía acelerado.
– Dios… ¿Qué me pasa? Parezco adolescente enamorada -pensó confundida la chica mientras se daba vuelta en cama para quedar de costado mirando la esbelta espalda  de su estudiosa compañera apenas cubierta por las cobijas, entonces tuvo un momento de lucidez- Debo controlarme… y calmarme… o cometeré una locura… mejor… trataré de dormir.
Ambas se acostaron sin ser conscientes de que se habían dejado puestas sus zapatillas de tacón alto.
– Vaya… que linda amiga… -pensó complacido X mientras miraba el cuarto de Cynthia por medio de la cámara de su computadora.
Había disfrutado como todo un mirón, espiando a las dos jóvenes desde el despacho de uno de sus clubs T. P. a la vez que Zorrita, la hermosa ex secretaria de Ivanka le practicaba el sexo oral de una forma exquisita. La hermosa y complaciente trigueña estaba arrodillada como debía hacerlo toda esclava, entre los pies de su amo.
Este se encontraba sentado ante el escritorio, vestido de traje, ella usaba su uniforme típico: sostén de metal como garras sometiendo sus senos, taparrabo frontal sostenido de un delicada cadenilla alrededor de su cintura, nada detrás, luciendo sus firmes nalgas, en sus pies resplandecían sus zapatillas grises de esclava de tacón altísimo.
Se esforzaba de forma encantadora pues ya había sido condicionada de modo que para ella misma fuera un gozo incomparable darle placer a su amo.
Sus labios color violeta subían y bajaban complacientes, su hermoso cabello negro estaba recogido para dejar su esbelto cuello expuesto y listo. Sus ojos brillaban como estrellas, en parte por el deseo que la dominaba, en parte por su falta de voluntad, como si fuera una muñeca de placer viviente.
– Mmm… tal vez más adelante… ooohhh… pueda apoderarme… mmm… de la amiguita… -gruñía al borde del orgasmo mientras se imaginaba a las dos chicas dándose placer- Siii… me encargaré… de que Cynthia… empiece a apreciar a… otras hembraaaaass…
Minutos después la computadora de la morena se apagó silenciosamente, pues X sabía que no podía arriesgarse a que la amiga viera los bailes y condicionamiento de su joven esclava.
Un rato después, todavía de madrugada, en la habitación de Ariadna se activó su reloj despertador con música clásica a muy bajo volumen, pero era suficiente para despertar a Baal tal y como lo había planeado.
Un nuevo sueño había comenzado para la estudiosa, que aún dormida comenzó a humedecerse los labios, estaba en una playa sumida en un perpetuo atardecer y vestía como una esclava, con un taparrabo y una pequeña tira de tela rodeando sus senos, todo en color blanco, calzaba unas delicadas sandalias rojas que embellecían sus pies.
Observaba el hermoso paisaje disfrutando de la brisa cuando sintió al ente detrás de ella, una de sus manos-garras sujetó el vientre de la chica a la vez que la otra se apoderaba de su cuello obligándola a mirar hacia arriba.
– ¡Obedecerás! -le dijo simplemente mientras la pegaba a su musculoso cuerpo, permitiéndole a Cynthia sentir en su espalda y nalgas la fortaleza y dureza de su conquistador.
– Si… si… lo haré… -gimió entre excitada y temerosa- por favor… ¿Cómo debo… llamarte?
– Puedes llamarme amo… tu dueño… pero soy Baal -le dijo la sombra de ojos encendidos al tiempo que una de sus garras se introducía bajo el delgado taparrabo haciéndola jadear de gozo en un instante al acariciar su sexo.
– ¡Aaaahhh…! -gimió sin poder evitarlo, momento que aprovechó el ente para introducir dos de sus garras entre los rosados labios de la morena, que a pesar de verse violentada de esa manera sintió aún mas placer y cerró los ojos- ¡Mmm… mmm…!
De pronto el ser se detuvo y soltó a la chica que de inmediato abrió los ojos sorprendida y para su vergüenza… decepcionada.
– Pero… -apenas pudo decir cuando vio a Baal de pie ante ella, dándole la espalda. Sonrojada y confundida empezó a acercarse, sin poder evitarlo a la ya familiar entidad sin saber qué hacer.
– ¡Me siento tan extraña! -pensó mientras se quedaba tímidamente justo atrás de la imponente figura que parecía mirar hacia el mar.
– ¿Te puedo ayudar… Baal? -preguntó al fin la morena tímidamente.
– ¿Recuerdas nuestro placer?
– Yo… bueno… -trató de responder al sonrojarse, entonces la mano-garra se introdujo bajo su taparrabo haciéndola casi gritar- ¡Ooooohh… siii…siii! ¡No puedo evitarlo… incluso despierta…!
Al instante Baal la soltó, dejándola jadeante, los ojos brillantes, el cabello cubriendo parte de su rostro y los labios entreabiertos… dominada por una lujuria… salvaje.
Casi sin poder controlarse se acercó a la espalda de la sombra y puso suavemente las manos en sus musculosos hombros, acariciándolos lentamente, seductoramente.
– Ahora tú me complacerás -le dijo Baal a la vez que tomaba la pequeña mano derecha de Cynthia y lentamente la dirigía a su masculinidad.
– ¿Qué…? Por favor Baal… no está… bien… -trató de resistir la aún conservadora chica, pero la mano-garra parecía una máquina de hierro- ¡Basta!
Rápidamente la entidad introdujo su otra mano entre las piernas de ella, haciéndola lanzar su cabeza hacia atrás y desvaneciendo su voluntad de un golpe.
-¡Aaaaaahh…! -gimió sin control la morena mientras Baal la hacía poner su pequeña mano sobre su duro y cálido miembro, para empezar a forzarla a moverse arriba y abajo, en una caricia provocativa, ella trataba de luchar pero la otra garra de la entidad entre sus piernas le impedía concentrarse, incluso pensar…- ¡Oooohh…!
En la realidad Ariadna se había dado la vuelta en la cama dándole la espalda a la morena, en un intento por abstraerse de sus encantadoras piernas y mantener la cordura, pero a la vez incapaz de irse a su cuarto pues el alcohol aún debilitaba sus inhibiciones.
Trataba de dormir cuando sintió como su compañera se movía hasta quedar pegada a ella, acomodándose para ajustarse a su cuerpo, sentía sus senos rozando si espalda, sus caderas en sus nalgas y sus rodillas morenas detrás de las propias.
– Oh… por favor… no me lo hagan más difícil… -pensó mientras sentía como se sonrojaba ante el dulce tacto del cuerpo de Cynthia.
Intentaba no moverse cuando sintió como la morena deslizaba su mano hasta ponerla en su cadera casi de forma accidental.
– Dios, que suave y cálida… -pensaba la trigueña al sentir esa palma y los finos dedos en su piel, cuando de pronto la mano se deslizó de nuevo hasta posarse delicadamente en su tibio sexo- oooohh… me va… a enloquecer… no…
Los finos dedos de la chica apretaban y aflojaban delicadamente, al parecer ansiosos entre el deseo y la duda.
– Mmm… ¡No… no soy lesbiana… no soy…! -empezó a gemir Ariadna suavemente a la vez que apretaba sus muslos y escuchaba a Cynthia balbucear muy quedo en su oído. – Por favor… aaahhh… está bien…
En el sueño Baal seguía masturbando a la morena tras él mientras con la otra mano la forzaba a acariciar su miembro ya duró y erecto mientras ella casi sollozaba dominada por el placer.
Lentamente la sombra fue retirando la garra de los dedos de la joven, y al hacerlo comprobó complacido que la mano de la chica, ya aferrada a su masculinidad, seguía subiendo y bajando suavemente, dándole placer como una obediente esclava mientras emitía pequeños y encantadores gruñidos de gozo.
En la realidad la mano de Cynthia ya se había introducido en las pantaletas de encaje de Ariadna y empezó a masturbarla lenta y delicadamente, mientras exhalaba una serie de placenteros ruiditos.
– Mmm… siii… nnngghh…
En cuánto empezaron las caricias la trigueña sujetó la muñeca de la morena, pero casi al instante sus preciosos ojos se apretaron, sus labios se entreabrieron y se quedó paralizada, mientras exhalaba un profundo suspiro de satisfacción y forzaba sus nalgas atrás, dejando su entrepierna prisionera entre los dedos y las caderas de Cynthia.
– No… por favor… no soy… no soy…
En su sueño la morena seguía disfrutando de las caricias de la sombra mientras ella misma lo masturbaba lánguidamente, saboreando como su masculino cuerpo se tensaba acercándose al orgasmo.
Una garra de Baal se lanzó atrás y sujetando la rodilla de la chica la obligó a rodear su poderoso cuerpo con su esbelta pierna, empezando luego a acariciarla en toda su extensión.
De vuelta en el cuarto la aún mareada Ariadna salía de su parálisis y trataba de escapar de la manipulación de la morena, lo que no era fácil pues se distraía con sus enloquecedoras caricias.
– Ooohh… Cinthis… espera… -susurraba tratando de negarse sin demasiada convicción a la vez que intentaba apartar la pequeña mano de su sexo, pero sus caricias la debilitaban.
De pronto la trigueña vio en cámara lenta como una de las deliciosas piernas de la morena se extendía gloriosa al pasar sobre su cadera, rodeando su muslo aún calzada con una de las sensuales zapatillas blancas.
– Oooohhh… que… que belleza… -pensó por un instante antes de que ese objeto de deseo empezara a flexionarse y extenderse en un ritmo hipnótico, sin poder controlarse una de las manos de Ariadna se extendió hasta posarse delicadamente sobre la cálida carne morena de ese muslo, dejando que los esbeltos dedos en su clítoris siguieran su ardiente danza.
Luego la mano de la trigueña empezó a moverse acariciando el terso muslo y la torneada pantorrilla que la rodeaban… causándole un gozo enloquecedor que le quitó la resistencia que le quedaba… su otra mano que trataba de detener la de la morena lentamente se fue apartando, hasta posarse en el colchón, finalmente Ariadna se relajó y dejó que la otra chica le diera placer mientras ella se encontraba perdida disfrutando el exquisito tacto de la pierna de Cynthia.
En su sueño la morena ya estaba recostada de lado en la tibia arena complaciendo a Baal con sus esbeltos dedos mientras este le devolvía el favor con sus magníficas garras negras en su sexo.
Se sentía ya cerca de alcanzar un placer como nunca antes había sentido, era tan salvaje y desenfrenado, pero tan natural… como dos animales al copular.
– Si… eso es… así… -le gruñía su macho de ojos ardientes, mientras le devolvía su gozo multiplicado- ¡Sii… oh Cinthis…me vuelves loca!
Cynthia parpadeó varias veces y entonces se dio cuenta de que estaba en su cama y que su sombra ahora era Ariadna que se arqueaba tratando de mirarla mientras ella la masturbaba vigorosamente pegada a su espalda.
Por un momento pensó detenerse pero la forma en que esos pálidos dedos acariciaban su pierna la enloquecía y volvió a sentir la lujuria salvaje que la hizo acelerar el ritmo de su mano dentro de las pantaletas de encaje rojas, casi como si al complacer a la trigueña se acariciara a sí misma.
– Mmm… Ari… tu sexo está… taaan caliente… -le murmuró roncamente al oído a la trigueña sin saber muy bien de donde había sacado esas palabras, pero disfrutándolas, en ese momento el sujetador de encaje rojo se desprendió suavemente ante el toque mágico de la estudiosa, dejando la sensible y vulnerable carne expuesta.
– ¡Ooohh… ooohhh… Cinthis… esto es… una locura… ooohhh…! -le murmuraba Ariadna mientras la miraba y su mano pasaba brevemente de esa irresistible pierna a la firme y redondeada nalga para darle un sensual pellizco, cuyo tacto la hizo gemir de placer- ¡Aaaaaahhh! ¿Qué estoy… haciendo?
– Mmm… solamente disfruta… no pienses… -le dijo la morena suavemente mientras besaba su nuca despacio.
– Oooohh… pero no soy… ooohh… no soy lesb… aaaahhh…
– Olvídate… de eso…. sólo importa… el placer… -le dijo Cynthia mientras con la otra mano acariciaba y pellizcaba una de los duros pezones de la trigueña- Ari… – Aaahhh… Dios…
Luego la excitada morena dejó de acariciar el sexo de la chica y usó esos dos dedos para empezar a penetrar lentamente su empapada vagina, sintiendo cada vez más placer al hacer suya a esa hembra.
– ¡Ooohhh… ooohhh… ooohh…! -empezó a gemir Ariadna, mientras se giraba un poco para mirar a la otra chica con ojos suplicantes- ¡Aaahh… Cinthis… debemos… parar…!
En ese momento escucharon como la puerta del departamento se abría y algunas risas ahogadas.
– ¡Volvieron las chicas! -gruñó la trigueña mientras trataba de levantarse, solamente para que Cynthia la obligara a acostarse de nuevo, con un firme aunque cuidadoso jalón.
– Ssshhh… no te muevas… -le dijo la chica con voz ronca y un brillo travieso en sus ojos.
En un instante sus dedos de nuevo masturbaban y acariciaban a la trigueña a gran velocidad.
– Mmm… no… esperaaaahh… Cinthis… nos van… a… ooohhh… oír -le murmuró asustada mientras trataba de detener la mano de la chica en su entrepierna, la misma que le estaba dando tanto placer- Aaahh…
Después de escuchar a las compañeras moverse por el departamento sus pasos se detuvieron frente a la habitación de la morena, luego golpearon suavemente.
– Cinthis… ¿Estás despierta? -le dijo en un susurro preocupado la voz de Ana.
– Si… tenía un sueño… delicioso -respondió a su vez en voz baja la joven, mientras sus dos dedos danzaban en el clítoris de la trigueña que apenas pudo ahogar un gemido.
– ¿Sabes dónde está Ariadna? No está en su cuarto…
– Ah… eso, no te preocupes -respondió mientras sus dedos aceleraban su caricia en esa entrepierna- se sintió mal y no pude llevarla hasta su cuarto, así que la dejé dormir aquí, conmigo…
Mientras hablaba Cynthia la besaba sensualmente en el hombro, haciéndola gemir suavemente.
– Oh… qué buena amiga eres… ¿Se encuentra bien?
La morena sonrió antes de responder.
– Oh si… ella está… muuuy bien -dijo con voz ronca a la vez que volvía a penetrarla con los dedos, cada vez más rápido- no te preocupes…
– No… espera… aaahh… -le dijo Ariadna susurrando, ya no para detenerla, sino simplemente tratando de evitar que la morena la hiciera venirse mientras Ana se encontraba en la puerta… y pudiera escucharla- por favor… aguarda un… ooohh… momento…
– Ssshh… yo soy quien manda… Ari… ¿Entendido? -le dijo Cynthia a la vez que con una mano la seguía penetrando y con la otra la masturbaba frenéticamente.
– Aaaaahhh… mmm… -al fin sollozó de gozo la trigueña sin poder controlarse.
– ¿Están bien Cinthis? Escuché un quejido.
– Es Ari… creo que la despertamos -dijo la estudiosa mientras movía sus manos a toda velocidad y finalmente mordía apasionadamente el blanco hombro de Ariadna, llevándola al orgasmo.
– ¡Aaaaaahhh… mmm…. mmm…! -gimió a la vez que la morena le tapaba la boca, sofocando sus sollozos- ¡Nnngghh… nnmm…!
– Mejor platicamos luego Ana… Ariadna podría molestarse -dijo en voz baja la morena sin dejar de disfrutar viendo como la trigueña se retorcía de placer entre sus brazos, sus rojos labios entreabiertos la atrajeron como un imán y no pudo evitar darle un largo y húmedo beso.
– De acuerdo, las veo mañana Cinthis, buenas noches -dijo la rubia mientras se retiraba a su cuarto.
– Descansa… -susurró tanto a Ana como a Ariadna, que tras su tremendo orgasmo se encontraba casi vencida por un profundo sopor y descansaba plácidamente boca abajo, aún llevaba sus zapatillas de tacón rojas y sus pantaletas de encaje a juego, la morena la observaba con una mirada libidinosa a la par que confundida, sin embargo aún deslizaba los dedos por las suaves y cremosas curvas de la trigueña mientras olfateaba en su otra mano el aroma a sexo y placer de la durmiente hembra a su lado.
– Dios mío… ¿Qué hice…? -pensó un momento antes de que el exquisito aroma la hiciera entrecerrar los ojos e introducir los dos dedos en su boca para disfrutar el excitante sabor de Ari- Mmm…
En la dimensión ultraterrena que contenían y compartían las zapatillas embrujadas Baal reía y rugía en medio de vendavales salvajes… casi le había costado una parte de su existencia inmortal, pero gracias a su poder, sus manipulaciones y en última instancia a la entrega voluntaria de Cynthia a los placeres de la lujuria, lo había logrado… había trasladado parte de su poder a las zapatillas de Ariadna, había creado un nuevo objeto embrujado… no eran tan poderosas cómo las originales donde la obscura entidad había sido aprisionada milenios atrás, pero el mortal que lo controlaba no sabría de su existencia, por medio de estas podría actuar en el mundo libremente y conseguir su futura liberación…
En la mañana Ariadna despertó de golpe y se sentó en la cama mientras cubría pudorosamente sus senos con las cobijas y miraba al otro lado de la cama, tensa y preocupada. Pero se relajó al descubrir que estaba sola, su inesperada y apasionada amante se había levantado más temprano dejándola complacida a la vez que confundida en la habitación.
– Será… será mejor que me vaya -pensó al ponerse su brassier y su vestido, ya en la puerta encontró una nota pegada: Ayer me la pasé maravilloso contigo… me encantaría repetirlo. Nos vemos luego… Besitos. Cinthis.
– No… lo siento, fue un error y no se repetirá -pensó Ariadna en cuanto leyó el mensaje… sin embargo no pudo evitar esbozar una sonrisa mientras entraba a su cuarto y guardaba el mensaje de la morena en uno de sus libros favoritos.
El viernes siguiente Cynthia estaba muy orgullosa mientras entraba en su cuarto, le iba genial en la universidad, los exámenes de esa semana los había aprobado con notas perfectas y en los trabajos obtuvo mención especial de parte de los profesores, era como si de pronto tuviera memoria fotográfica y una concentración superior, aunque sus sensuales tacones y minifaldas podrían tener también alguna influencia con los catedráticos.
– ¡Qué lindo el profe de derecho internacional en felicitarme frente a todos! -pensó al recordar esa mañana, luego sonrió de forma coqueta mientras dejaba sus libros en el escritorio- Se merece un premio… sí señor, la próxima semana me pondré la faldita escocesa y las pantaletas francesas negras y le daré el mejor espectáculo de su vida… oh si…
Entonces una alarma de música clásica empezó a sonar en el escritorio, su nueva tableta electrónica color negro mostraba un mensaje en pantalla: Hora de la siesta, parpadeaban las letras cursivas a la par de un corazón animado.
– Oh… me toca siesta -dijo suavemente la chica con sus ojos cristalinos y desenfocados mientras ponía seguro a la puerta para luego cambiarse de ropa a algo más apropiado y entonces acostarse en la cama ya vestida y entaconada.
Segundos después la música de la tableta se convirtió en una ardiente melodía de violín y al momento Cynthia quedó sumida en la inconsciencia, a la vez que sus piernas calzadas con las zapatillas negras transfiguradas de Scorpius comenzaban a tensarse para finalmente levantar a la dormida joven que tras ponerse la capucha negra se colocó frente a la cámara de su computadora, lista para otra sesión como bailarina-esclava.
Un hombre maduro y fuerte de tez obscura observaba encantado la pantalla de su computadora, un ángel de piel morena bailaba ante él al ritmo de una vieja y sensual canción de lambada, vestía unos pequeños y ajustados pantaloncillos negros que llegaban a medio muslo y resaltaban cada curva de la chica, en sus pies llevaba unas zapatillas de tacón altísimo, negras como la noche y con una abertura que dejaba ver parte de sus dedos con las uñas pintadas de rojo.
En el torso llevaba una blusa rosa de manga larga, pero en vez de estar abotonada estaba anudada bajo sus firmes senos, dejando ver un atrayente escote arriba, su cinturita y ombligo debajo. Una capucha negra ocultaba su identidad haciendo que todo el acto pareciera aún más prohibido.
– Soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -había sonado minutos antes en las bocinas emocionando mucho al hombre que le ordenó que bailará para él.
– Lúcete para mi… si… así -le gruñía el hombre a la ágil hembra que daba pequeños saltos y luego se sentaba sobre sus talones y se sacudía, haciendo vibrar sus nalgas de forma exquisita mientras le daba la espalda- muéstrame más… quítate la ropa…
El hombre ya llevaba un tiempo masturbándose con rapidez y vigor ante el baile de la joven.
Sumida en su propio sueño de placer Cynthia arqueó su espalda al emitir un gemido de éxtasis a la vez que con sus dedos sujetaba el borde de sus pantaloncillos y tiraba de ellos para liberar los broches de velcro que los mantenían en su lugar con lo que en un súbito y lujurioso movimiento se arrancó la prenda, al instante sujetó los lados de su blusa liberando también su torso en un explosivo jalón.
Entonces puso sus manos tras la cabeza y siguió bailando moviendo sus preciosas caderas y senos como una muñeca de placer, vestida únicamente con una pequeña y delicada tanga rosa y sus provocativos tacones negros mientras sus duros pezones señalaban la tremenda excitación de la hembra encapuchada.
– ¡Nnngghhh… maldita puta… eres… perfecta…! -gruñó el hombre mientras llegaba al orgasmo viendo a la chica bailando y obedeciendo sus órdenes…
– Si… llámame como quieras, soy Cynthia, tú bailarina-esclava, ordéname y te complaceré… -sonó de nuevo en las bocinas del hombre la supuesta voz de la morena: femenina, acariciante… sumisa.
Dominado por su libido el cliente ya pensaba en lo siguiente que ordenaría a su joven esclava virtual… había contratado una larga y costosa sesión y haría que la morena desquitara cada moneda que había pagado por ella.
Horas después, ya entrada la noche, Cynthia estaba recostada en el sofá de la sala viendo televisión sola, pues no se sentía cómoda de que las chicas la vieran usando una prenda tan íntima como sus tacones de dormir fuera de su habitación, excepto claro por Ariadna.
– Mmm… me gustaría pasar otra velada con ella… pero es tan deliciosamente tímida… -reflexionaba la morena con una sonrisa a la vez que acariciaba suavemente sus tetas- ya pensaré en una forma de… persuadirla.
Llevaba su corta y amplia camiseta, sus hombros descubiertos y unos botines rojos de tacón alto que llegaban al tobillo, se sentía tan relajada… se había masturbado un par de veces, había cenado con las chicas… luego se había vuelto a masturbar y finalmente descansaba… hasta que volvió a sonar su tableta electrónica negra con música clásica y el mismo mensaje de antes: Hora de la siesta, rezaban las letras cursivas apareciendo y desapareciendo al ritmo de un parpadeante corazón.
– Si… hora de la siesta -susurró la chica mientras sus ojos se desenfocaban, como sonámbula se levantó, apagó la televisión, recogió su aparato digital y se fue a su cuarto, mientras su entrepierna empezaba a palpitar a la par del corazón en la pantalla.
En la oficina de su base central X observaba complacido la pantalla de la computadora donde un nuevo mensaje parpadeaba: Nuevos prospectos pendientes – 153. Revisó los datos y sonrió.
– Muy bien, cumplen con los requisitos, serán juguetes sexuales perfectos –susurró para sí mismo, sin embargo su gesto pronto se desvaneció, con seriedad se acercó a la vitrina en la esquina de la habitación y la miró de forma sombría, iluminado por unos suaves reflectores solamente habían un par de pequeños cuadros de piel roja de un centímetro por lado, lo único que quedaba de las zapatillas rojas originales.
– Pero será imposible completar mis planes si no puedo crear nuevas zapatillas –pensó molesto, luego tomó una decisión, descolgó el teléfono y marco a un número interno- Bombón, ya no tenemos tiempo, debemos actuar… si… tendremos que adelantar los planes, reúnete con Nena y trae tu equipo para ir al aeropuerto… será un reto pero debemos esclavizar a Phoebe Halliwell.
CONTINUARÁ
EN LA SERIE DE LAS ZAPATILLAS ROJAS
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sigma0@mixmail.com

“Herederas de antiguos imperios” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Durante milenios, las antiguas familias reinantes han sido presa de una maldición. A pesar de tener un poder mental con el que edificaron imperios, sus miembros una y otra vez caían en manos de la peble, que recelosa de su autoridad se rebelaba contra la tiranía.
Gonzalo de Trastámara, descendiente del último rey godo, descubre su destino trágicamente. La muerte de su primera amante en manos de hombres celosos de su poder, le hace saber que el poder conlleva riesgos y cuando todavía no ha conseguido hacerse a la idea, le informan que debe reunir bajo su autoridad al resto de las antiguas casas reinantes.
En este libro, se narra la búsqueda de las herederas de esos imperios y cómo consigue que formen parte de su harén.

MÁS DE 235 PÁGINAS DE ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1: El despertar

No sé si deseo que las generaciones venideras conozcan mi verdadera vida o por el contrario se sigan creyendo la versión oficial tantas veces manida y que no es más que un conjunto de inexactitudes cercanas a la leyenda. Pero he sido incapaz de contrariar los deseos de mi hija Gaia. Su ruego es la única razón por la que me he tomado la molestia de plasmar por escrito mis vivencias. El uso que ella haga de mis palabras ni me incumbe ni me preocupa.

Para que se entienda mi historia, tengo que empezar a relatar mis experiencias a partir de un suceso que ocurrió hace más de sesenta años. Durante una calurosa tarde de verano, estaba leyendo un libro cualquiera cuando la criada me informó que mi padre, Don Manuel, le había ordenado que fuera a buscarme para decirme que tenía que ir a verle. Todavía después de tanto tiempo, me acuerdo como si fuera ayer. Ese día cumplía dieciséis años por lo que esperaba un regalo y corriendo, fui a su encuentro.

― Hijo, siéntate. Necesito hablar contigo― dijo mi padre.

Debía de ser muy importante para que, por primera vez en su vida, se dignara a tener una charla conmigo. Asustado, me senté en uno de los sillones de su despacho. Mi padre era el presidente de un conglomerado de empresas con intereses en todos los sectores. La gente decía de él que era un genio de las finanzas pero, para mí, no era más que el tipo que dormía con Mamá y que pagaba mis estudios, ya que jamás me había regalado ninguna muestra de cariño, siempre estaba ocupado. Había semanas y meses en los que ni siquiera le veía.

― ¿Cómo te va en el colegio?― fueron las palabras que utilizó para romper el hielo.

― Bien, Papá, ya sabes que soy el primero de la clase― en ese momento dudé de mis palabras, por que estaba convencido que nunca había tenido en sus manos ni una sola de mis notas.

― Pero, ¿Estudias?― una pregunta tan absurda me destanteó, debía de tener trampa, por lo que antes de responderla, me tomé unos momentos para hacerlo, lo que le permitió seguir hablando ― Debes de ser el delegado, el capitán del equipo y hasta el chico que más éxito tiene, ¡me lo imaginaba! y lo peor es que ¡me lo temía!

Si antes estaba asustado, en ese momento estaba confuso por su afirmación, no solo no estaba orgulloso por mis resultados sino que le jodía que lo hiciera sin esfuerzo.

― ¿Hubieras preferido tener un hijo tonto?― le solté con mi orgullo herido.

― Sí, hijo― en sus mejillas corrían dos lágrimas― porque hubiese significado que estabas libre de nuestra tara.

― ¿Tara?, no sé a qué te refieres― si no hubiese sido por el terror que tenía a su figura y por la tristeza que vi en sus ojos, hubiera salido corriendo de la habitación.

― ¡Te comprendo!, hace muchos años tuve ésta misma conversación con tu abuela. Es más, creo que estaba sentado en ese mismo sillón cuando me explicó la maldición de nuestra familia.

Mi falta de respuesta le animó a seguir y, así, sin dar tiempo a que me preparara, me contó como nuestra familia descendía de Don Rodrigo, el último rey godo y de doña Wilfrida, una francesa con fama de bruja; que durante generaciones y generaciones nunca había sufrido la pobreza; que siempre durante más de mil trescientos años habíamos sido ricos, pero que jamás había vuelto a haber más de un hijo con nuestros genes y que siempre que alguno de nuestros antepasados había obtenido el poder, había sido un rotundo error que se había saldado con miles de muertos.

― Eso ya lo sabía― le repliqué. Desde niño me habían contado la historia, me habían hablado de Torquemada y otros antepasados de infausto recuerdo.

― Pero lo que no sabes es el porqué, la razón por la que nunca hemos caído en la pobreza, el motivo por el que no debemos mezclarnos en asuntos de estado, la causa por la cual somos incapaces de engendrar una gran prole―

― No― tuve que reconocer muy a mi pesar.

― Por nuestra culpa, o mejor dicho por culpa de Wilfidra, los árabes tomaron la península. Cuando se casó, al ver el escaso predicamento del rey con los nobles y que estos desobedecían continuamente los mandatos reales, supuestamente, hizo un pacto con el diablo, el cual evitaba que nadie pudiera llevar la contraria a Don Rodrigo. Como todo pacto con el maligno, tenía trampa. Individualmente fue cierto, ninguno de los nobles fue capaz de levantarse contra él pero, como la historia demostró, nada pudo hacer contra una acción coordinada de todos ellos. Durante años, el Rey ejerció un mandato abusivo hasta que sus súbditos, molestos con él, llamaron a los musulmanes para quitárselo de encima. Eso significó su fin.Tomó aire, antes de seguir narrándome nuestra maldición. ―Esa tara se ha heredado de padres a hijos durante generaciones. Yo la tengo y esperaba que tú no la hubieras adquirido.

― Pero, Papá, partiendo de que me es difícil de aceptar eso del pacto con el maligno, de ser cierto, eso no es una tara, es una bendición― contesté, ignorante del verdadero significado de mis palabras.

― La razón por la que tenemos esa tara es irrelevante, da lo mismo que sea por una alianza de sangre o por una mutación. Lo importante es el hecho en sí. Cuando uno adquiere un poder, debe también asumir sus consecuencias. Jamás tendrás un amigo, serán meros servidores, nunca sabrás si la mujer de la que te enamores te ama o solo te obedece y si abusas de él, tendrás una muerte horrible en manos de la masa. Recuerda que de los antepasados que conocemos más de la mitad han muerto violentamente. Por eso, le llamo Tara. El tener esa herencia te condena a una vida solitaria y te abre la posibilidad de morir asesinado.

― ¡No te creo!― le grité aterrorizado por la sentencia que había emitido contra mí, su propio hijo.

― Te comprendo― me contestó con una tristeza infinita. ― Pero si no me crees, ¡haz la prueba! Busca a alguien como conejillo de indias y mentalmente oblígale a hacer la cosa más inverosímil que se te ocurra. Ten cuidado al hacerlo, porque recordará lo que ha hecho y si advierte que tú fuiste el causante, puede que te odie por ello.

Y poniendo su mano en mi hombro, me susurró al oído:

― Una vez lo hayas comprobado, vuelve conmigo para que te explique cómo y cuándo debes usarlo.

Pensé que no hacía nada en esa habitación con ese ser despreciable que me había engendrado y como el niño que era, me fui a mi cuarto a llorar la desgracia de tener un padre así. Encerrado, me desahogué durante horas.

« Tiene que ser mentira, debe de haber otra explicación», pensé mientras me calmaba. Supe que no me quedaba otra, que hacer esa dichosa prueba aunque estuviera condenada al fracaso. No había otro método de desenmascarar las mentiras de mi viejo. Por eso y quizás también por que las hormonas empezaban a acumularse en mi sangre debido a la edad, cuando entró Isabel, la criada, a abrir la cama, decidí que ella iba a ser el objeto de mi experimento.

La muchacha, recién llegada a nuestra casa, era la típica campesina de treinta años, con grandes pechos y rosadas mejillas, producto de la sana comida del campo. Por lo que sabía, no tenía novio y los pocos momentos de esparcimiento que tenía los dedicaba a ayudar al cura del pueblo en el asilo. Tenía que pensar que serviría como confirmación inequívoca de que tenía ese poder, no bastaba con que me enseñara las bragas, debía de ser algo que chocara directamente con su moral pero que no pudiera relacionarme con ello, decidí acordándome de la advertencia de mi padre. Hiciera lo que hiciese, al recordarlo no debía de ser yo el objeto de sus iras.

Fue durante la cena cuando se me ocurrió como comprobarlo. Isabel, al servirme la sopa, se inclinó dejándome disfrutar no sólo del canalillo que formaba la unión de sus tetas, sino que tímidamente me mostró el inicio de sus pezones. Mi calentura de adolescente decidió que debía ser algo relacionado con sus pechos. Por suerte, esos días había venido a vernos el holgazán de mi primo Sebas, hijo del hermano de mi madre, un cretino que se creía descendiente de la pata del caballo del Cid y que se vanagloriaba en que jamás le pondría la mano encima a una mujer de clase baja. En cambio Ana, su novia era una preciosidad, dieciocho años, alta, guapa e inteligente. Nunca he llegado a comprender como podía haberse enamorado de semejante patán. Sonriendo pensé que, de resultar, iba a matar dos pájaros de un tiro: por una parte iba a comprobar mis poderes y por la otra iba a castigar la insolencia de mi querido pariente. Esperé pacientemente mi oportunidad. No debía de acelerarme porque cuando hiciera la prueba, debía de sacar el mayor beneficio posible con el mínimo riesgo personal.

Fue el propio Sebastián, quien me lo puso en bandeja. Después de cenar, como ese capullo quiso echar un billar, bajamos al sótano donde estaba la sala de juegos. Ana María se quedó con mis padres, viendo la televisión.

Durante toda la partida, mi querido primo no paró de meterse conmigo llamándome renacuajo, quejándose de lo mal que jugaba. Era insoportable, un verdadero idiota del que dudaba que siendo tan imbécil pudiera compartir algo de mi sangre. El colmo fue cuando habiéndome ganado por enésima vez, me ordenó que le pidiera una copa. Cabreado, subí a la cocina donde me encontré a Isabel. Decidí que era el momento y mientras de mi boca, esa mujer solo pudo oír como amablemente le pedía que le llevara un whisky a mi primo, mentalmente la induje a pensar que Sebas era un hombre irresistible y que con solo el roce de su mano o su voz al hablarle, le haría enloquecer y no podría parar hasta que sus labios la besasen.

Ya no me podía echar para atrás. No sabía si mi plan tendría resultado, pero previendo una remota posibilidad de éxito, me entretuve durante cinco minutos y después entrando en la tele, le dije a Ana que su novio la llamaba por lo que, junto a ella, bajé por las escaleras.

La escena que nos encontramos al abrir la puerta, no pudo ser una prueba más convincente de que había funcionado a la perfección. Sobre la mesa, mi queridísimo primo besaba los pechos de la criada mientras intentaba bajarse los pantalones con la clara intención de beneficiársela.

Su novia no se lo podía creer y durante unos segundos, se quedó paralizada sin saber qué hacer, tiempo que Isabel aprovechó para taparse y bajar del billar. Pero luego, Ana explotó y como una loca desquiciada se fue directamente contra Sebastián, tirándole de los escasos pelos que todavía quedaban en su cabeza. Mi pobre y sorprendido primo solamente le quedó intentar tranquilizar a la bestia en que se había convertido la que parecía una dulce e inocente muchacha.

Todo era un maremágnum de gritos y lloros. El escándalo debía de poderse oír en el piso de arriba, por lo que decidí que tenía que hacer algo y cerrando la puerta de la habitación, les grité pidiendo silencio.

No puedo asegurar si hicieron caso a mi grito o a una orden inconsciente pero el hecho real es que los tres se callaron y expectantes me miraron:

― ¡Sebas!, vístete. Y tú, Isabel, será mejor que te vayas a la cocina― la muchacha vio una liberación en la huída por lo que rápidamente me obedeció sin protestar― Ana María, lo que ha hecho mi primo es una vergüenza pero mis padres no tienen la culpa de su comportamiento, te pido que te tranquilices.

― Tienes razón― me contestó, ―pero dile que se vaya, no quiero ni verlo.

No tuve que decírselo ya que, antes de que su novia terminara de hablar, el valeroso hidalgo español salía por la puerta con el rabo entre las piernas. Siempre había sido un cobarde y entonces, no fue menos. Debió de pensar que lo más prudente era el escapar y que posteriormente tendría tiempo de arreglar la bronca en la que sus hormonas le habían metido.

― ¡No me puedo creer lo que ha hecho!― me dijo su novia, justo antes de echarse a llorar.

Todavía en aquel entonces, seguía siendo un crío y su tristeza se me contagió por lo que, al abrazarla intentando el animarla, me puse a sollozar a su lado. No sé si fue por ella o por mí. Había confirmado la maldición de mi familia y por lo tanto la mía misma.

― ¿Por qué lloras?― me preguntó.

― Me da pena cómo te ha tratado, si yo tuviera una novia tan guapa como tú, jamás le pondría los cuernos― le respondí sin confesarle mi responsabilidad en ese asunto, porque solo tenía culpa del comportamiento de Isabel ya que no tenía nada que ver con la calentura de Sebas.

― ¡Qué dulce eres!, Ojalá tu primo fuera la mitad que tú― me dijo, dándome un beso en la mejilla.

Al besarme, su perfume me impactó. Era el olor a mujer joven, a mujer inexperta que deseaba descubrir su propia sensualidad. Sentí como mi entrepierna adquiría vida propia, exaltando la belleza de Ana María, pero provocando también mi vergüenza. Al notarlo ella, no hizo ningún comentario. Cuando me separé de ella, acomplejado de mi pene erecto, solo su cara reflejó una sorpresa inicial pero, tras breves instantes, me regaló una mirada cómplice que no supe interpretar en ese momento. De haberme quedado, seguramente lo hubiese descubierto entonces pero mi propia juventud me indujo a dejarla sola.

Aterrorizado por las consecuencias de mis actos, busqué a Isabel para evitar que confesara. Ya lo había pactado con Ana, nadie se debía de enterar de lo sucedido por lo que su puesto en mi casa no corría peligro. La encontré en el lavadero, llorando sentada en un taburete entre montones de ropa sucia.

―Isabel, ¿puedo hablar contigo?― pregunté.

―Claro, Gonzalo― me contestó sollozando.

Sentándome a su lado, le expliqué que la novia de mi primo me había asegurado que no iba a montar ningún escándalo. Debía dejar de llorar porque sólo sus lágrimas podían ser la causa de que nos descubrieran. Surgieron efecto mis palabras, logré calmar a la pobre criada pero aún necesitaba saber si realmente yo había sido la causa de todo y por eso, para asegurarme, le pregunté que le había ocurrido.

― No sé qué ha pasado pero, al darle la copa a su primo, de pronto algo en mi interior hizo que me excitara, deseándole. No comprendo porque me abrí dos botones, insinuándome como una puta. Don Sebas, al verme, empezó a besarme. Lo demás ya lo sabes. Es alucinante, con solo recordarlo se me han vuelto a poner duros.

― ¿El qué?― pregunté inocentemente.

―Los pechos― me contestó, acariciándoselos sin darse cuenta.

― ¿Me los dejas ver?― más interesado que excitado―nunca se los he visto a una mujer.

Un poco cortada se subió la camisa dejándome ver unos pechos grandes y duros, con unos grandes pezones que ya estaban erizados antes de que, sin pedirle permiso, se los tocara. Ella al sentir mis dedos jugando con sus senos, suspiró diciéndome:

―No sigas que sigo estando muy cachonda.

Pero ya era tarde, mi boca se había apoderado de uno mientras que con mi mano izquierda seguía apretando el otro.

―¡Qué rico!― me susurró al oído, al sentir cómo mi lengua jugaba con ellos.

Esa reacción me calentó y seguí chupando, mamando de sus fuentes, mientras mi otra mano se deslizaba por su trasero.

―Tócame aquí― me dijo poniendo mi mano en su vulva.

La humedad de la misma, en mi palma, me sorprendió. No sabía que las mujeres cuando se excitaban, tenían flujo, por lo que le pregunté si se había meado.

― ¡No!, tonto, es que me has puesto bruta.

Viendo mi ignorancia no pudo aguantarse y me preguntó si nunca me había magreado con una amiga. No tuve ni que contestarla, mi expresión le dijo todo.

― Ósea, ¡Qué eres virgen!

La certidumbre que podía ser la primera, hizo que perdiera todos los papeles y tumbándome sobre la colada, cerró la puerta con llave no fueran a descubrirnos. Yo no sabía que iba a pasar pero no me importaba, todo era novedad y quería conocer que se me avecinaba. Nada más atrancar la puerta, coquetamente, se fue desnudando bajo mi atónita mirada. Primero se quitó la blusa y el sujetador, acostándose a mi lado. Y poniendo voz sensual, me pidió que la despojase de la falda y la braga. Obedecí encantando. No en vano no era más que un muchacho inexperto y eso me daba la oportunidad de aprender como se hacía. Ya desnuda, me bajó los pantalones y abriéndose de piernas, me mostró su peludo sexo. Mientras me explicaba las funciones de su clítoris, me animó a tocarlo.

En cuento lo toqué, el olor a hembra insatisfecha me llenó la nariz de sensaciones nuevas y mi pene totalmente erecto me pidió que lo liberara de su encierro. Ella adelantándose a mis deseos, lo sacó de mis calzoncillos y dirigiéndolo a su monte, me pidió que lo cogiera con mi mano y que usando mi capullo, jugara con el botón que me había mostrado.

Siguiendo sus instrucciones, agarré mi extensión y, como si de un pincel se tratara, comencé a dibujar mi nombre sobre ella.

― ¡Así!, ¡Sigue así!― me decía en voz baja mientras pellizcaba sin piedad sus pezones.

Más seguro de mí mismo, separé sus labios para facilitar mis maniobras y con el glande recorrí todo su sexo teniendo los gemidos de placer de la muchacha como música de fondo. Nunca lo había tenido tan duro y, asustado, le pregunté si eso era normal.

― No, ¡lo tienes enorme para tu edad!― me contestó entre jadeos, ―vas a ser una máquina de mayor pero continua ¡así!, que me vuelve loca.

En el colegio, un amigo me había enseñado unas fotos, donde un hombre poseía a una mujer por lo que cuando mi pene se encontró con la entrada de su cueva, supe que hacer y de un solo golpe, se lo introduje entero.

+―¡Ahh!― gritó al sentir como la llenaba.

Sus piernas me abrazaron, obligándome a profundizar en mi penetración. Cuando notó como la cabeza de mi sexo había chocado contra la pared de su vagina, me ordenó que comenzara a moverme despacio incrementando poco a poco mi ritmo. Era un buen alumno, fui sacando y metiendo mi miembro muy lentamente, de forma que pude distinguir como cada uno de los pliegues de sus labios rozaban contra mi falo y cómo el flujo que emanaba de su coño iba facilitando, cada vez más, mis arremetidas. Viendo la facilidad con la que éste entraba, mi creciente confianza me permitió acelerar la velocidad de mis movimientos mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.

Isabel, ya completamente fuera de sí, me pedía que la besara los pezones pero que sin dejar de penetrarla cada vez más rápido. Era una gozada verla disfrutar, oír como con su respiración agitada me pedía más y como su cuerpo, como bailando, se unía al mío en una danza de fertilidad.

― Soy una guarra― me soltó cuando, desde lo más profundo de su ser, un incendio se apoderó de ella, ―pero me encanta. Cambiando de posición, se puso de rodillas y dándome la espalda, se lo introdujo lentamente.

La postura me permitió agarrarle los pechos y usándolos de apoyo, empecé a cabalgar en ella. Era como montar un yegua. Gracias a que en eso si tenía experiencia, nuestros cuerpos se acomodaron al ritmo. Yo era el jinete y ella mi montura, por lo que me pareció de lo más normal el azuzarla con mis manos, golpeando sus nalgas. Respondió como respondería una potra, su lento cabalgar se convirtió en un galope. Mis huevos rebotaban contra su cada vez más mojado sexo obligándome a continuar.

― Pégame más, castígame por lo que he hecho― me decía y yo le hacía caso, azotando su trasero.

Estaba desbocada, el esfuerzo de su carrera le cortaba la respiración. El sudor empapaba su cuerpo cuando como un volcán, su cueva empezó a emanar una enorme cantidad de magma mientras ella se retorcía de placer, gritando obscenidades. Mi falta de conocimiento me hizo parar por no saber qué ocurría, pero mi criada me exigió que continuara. Gritó que no la podía dejar así. Sus movimientos, la calidez de su sexo mojado sobre mi pene y sobretodo sus gritos, provocaron que me corriera. Una rara tensión se adueñó de mi cuerpo y antes que me diera cuenta de lo que ocurría, exploté en sus entrañas llenándolas de semen. Desplomado del cansancio caí sobre ella. Ya sabía lo que era estar con una mujer y por vez primera, había experimentado lo que significaba un orgasmo.
Tras descansar unos minutos a su lado, Isabel me obligó a vestir. Alguien podía llamarnos y no quería que nos descubrieran. Me dio un beso antes de despedirse con una frase que me elevó el ánimo:

― ¡Joder con el niño!, vete rápido, que si te quedas te vuelvo a violar.

Salí del lavadero y sin hacer ruido, me fui hacia mi cuarto. No quería encontrarme con nadie ya que, solo con observar el rubor de mis mejillas, hasta el más idiota de los mortales hubiese descubierto a la primera que es lo que me había pasado. Ya en el baño de mi habitación, me despojé de mi ropa, poniéndome el pijama. No podía dejar de analizar lo ocurrido, mientras me lavaba los dientes:

« El viejo tenía razón. Algo ha ocurrido, conozco a Isabel desde hace seis meses y nunca se ha comportado como una perra en celo». Lo que no comprendía era el miedo que mi padre tenía a ese poder. Para mí, seguía sin ser una tara, era una bendición. Y pensaba seguir practicando.

No me había dado cuenta lo cansado que estaba hasta que me metí en la cama. No llevaba más de un minuto con la cabeza en la almohada cuando me quedé dormido. Fue un sueño agitado, me venían una sucesión de imágenes de violencia y muerte. En todas ellas, un antepasado mío era el protagonista y curiosamente la secuencia que más se repetía era la vida de Lope de Aguirre, con su mezcla de locura y grandeza. Coincidiendo con su ajusticiamiento, creo que interpreté el sonido de mi puerta al abrirse como el ruido del hacha al caer sobre su cuello, desperté sobresaltado.

― Tranquilo, soy yo― me decía Ana acercándose a mi cama.

― ¡Qué susto me has dado!― le contesté todavía agitado.

― Quiero hablar contigo― me dijo.

Tenía la piel de gallina por el miedo de la decisión que había tomado pero yo en mi ingenua niñez pensé que, como venía en camisón, tenía frío por lo que le dije que se metiera entre mis sabanas para entrar en calor. La novia de mi primo no se hizo de rogar y huyendo de la fría noche, se metió en la cama conmigo. La abracé frotándole los brazos, buscando que su sangre fluyera calentándola. Lo que no sabía es que ella quería que la calentara pero de otra forma. Fue de ella la iniciativa y cogiendo mi cabeza entre sus manos, me besó en la boca y abriendo mis labios, su lengua jugó con la mía. Estuvimos unos minutos solo besándonos, mientras mi herramienta empezaba a despertar, ella al sentirlo se pegó más a mí, disfrutando de su contacto en su entrepierna.

― ¿Y esto?― le pregunté, alucinado por mi suerte.

― Sebastián no merece ser el primero― me contestó sin añadir nada más, pero con delicadeza empezó a desbrochar los botones de mi pijama.

Me dejé hacer, la niña de mis sueños me estaba desnudando sin saber el porqué. Cuando terminó de despojarme de la parte de arriba, se sentó en el colchón y sensualmente me preguntó si quería que ella me enseñara sus pechos. Tuve que controlarme para no saltar encima de ellos desgarrándole el camisón, el deseo todavía no había conseguido dominarme. Le contesté que no, que quería yo hacerlo. Con la tranquilidad de la experiencia que me había dado Isabel retiré los tirantes de sus hombros, dejando caer el camisón. Eran unos pechos preciosos, pequeños, delicados, con dos rosados pezones, que me gritaban que los besara.

― ¿Estás segura?― le pregunté, arrepintiéndome antes de terminar.

Por fortuna, si no nunca me hubiera perdonado mi estupidez, me contestó que sí, que confiaba en mí. Ana no era como mi criada. Todo en ella me pedía precaución, no quería asustarla por lo que como si estuviera jugando, mis manos empezaron a acariciar sus senos, con mis dedos rozando sus aureolas mientras la besaba. Mis besos se fueron haciendo más posesivos a la par que su entrega. Observando que estaba lista, mi lengua fue bajando por el cuello y por los hombros hacia su objetivo. Al tener su pecho derecho al alcance de mi boca, soplé despacio sobre su pezón antes de tocarlo. Su reacción fue instantánea. Como si le hubiese dado vergüenza, su aureola se contrajo de manera que cuando mi lengua se apoderó de él, ya estaba duro. Me entretuve saboreándolo, oyendo como su dueña suspiraba por la experiencia.

Pero fue cuando al repetir la operación en el otro, los débiles suspiros se convirtieron en gemidos de deseo. Era lo que estaba esperando, con cuidado la tumbé sobre la colcha y tal como había aprendido le quité el camisón. Al levantarle las piernas, me encontré con una tanga de encaje que nada tenía que ver con la basta braga de algodón de Isabel.

Me recreé, unos momentos, disfrutando con mi mirada de su cuerpo. Era mucho más atractivo de lo que me había imaginado el día que me la presentó mi primito. Su juventud y su belleza se notaban en la firmeza de sus formas. La brevedad de su pecho estaba en perfecta sintonía con las curvas de su cadera y la longitud de sus piernas.

Ella sabiéndose observada me preguntó:

―¿Te gusta lo que ves?

Como única respuesta, me tumbé a su lado acariciándola ya sin disimulo, mientras ella se estiraba en la cama ansiosa de ser tocada. Mi boca volvió a besar sus pechos pero, esta vez, no se detuvo ahí sino que, bajando por su piel, bordeó su ombligo para encontrarse a las puertas de su tanga. Hablando sola sin esperar que le contestase, me empezó a contar que se sentía rara; que era como si algo en su interior se estuviera despertando; que no eran cosquillas lo que sentía, sino una sensación diferente y placentera.
Sin saber si me iba a rechazar, levanté sus piernas despojándola de la única prenda que todavía le quedaba, quedándome maravillado de la visión de su sexo. Perfectamente depilado en forma de triángulo, su vértice señalaba mi destino por lo que me fue más sencillo el encontrar su botón de placer con mi lengua. Si unas horas antes había utilizado mi pene, ella se merecía más e imitando las enseñanzas de Isabel, como si fuera un caramelo lo besé, jugando con él y disfrutando de su sabor agridulce de adolescente.

Ana que, en un principio se había mantenido expectante, no se podía creer lo que estaba experimentando. El deseo y el miedo a lo desconocido se fueron acumulando en su mente, a la vez que su cueva se iba anegando a golpe de caricias por lo que, gimiendo descontrolada, me suplicó que la desvirgara, que la hiciera mujer. No le hice caso, las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo por lo que, sin soltar mi presa, intensifiqué mis lengüetazos pellizcando sus pezones a la vez. Por segunda ocasión en la noche, oí la explosión de una mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso, probé de su contenido mientras ella se retorcía de placer. No quería ni debía desperdiciar una gota, lo malo es que cuanto más bebía, más manaba de su interior, por lo que prolongué sin darme cuenta cruelmente su placer ,uniendo varios clímax consecutivos hasta que, agotada, me pidió que la dejara descansar sin haber conseguido mi objetivo. De su sexo seguía brotando un manantial inacabable que mojó, por entero, las sabanas.

― ¡Dios mío!, ¡esto es mejor de lo que me había imaginado!― me dijo en cuanto se hubo repuesto.

Estaba tan radiante y tan feliz por haberse metido entre mis brazos sin que yo se lo hubiera pedido, que me preguntó si ya tenía experiencia.

― Eres la primera― le mentí, pero por la expresión de su cara supe que había hecho lo correcto. Al igual que Isabel, ninguna mujer se resiste a ser la primera.

― ¿Entonces eres virgen?― me volvió a preguntar y nuevamente la engañe, diciéndole lo que quería escuchar.

Le expliqué que me estaba reservando a una diosa y que ésta se me había aparecido esa noche bajo la apariencia de una mortal llamada Ana. Se rio de mi ocurrencia y quitándome el pantalón del pijama, me dijo que ya era hora de que dejáramos de ser unos niños. Tuve que protestar ya que, sin medir las consecuencias, tomando mi pene entre sus manos se lo dirigió a su entrada. Le explique que iba a hacerse daño y que eso era lo último que quería ya que, en mi mente infantil, me había enamorado de ella.

Refunfuñando me hizo caso, dejándome, a mí, la iniciativa. Esa noche había follado con una mujer pero, en ese momento, lo que quería y lo que estaba haciendo era el hacerle el amor a una princesa. Mi princesa. Como un caballero, la tumbé en la cama boca arriba y abriéndole las piernas, acerqué la punta de mi glande a su clítoris. Sus ojos me pedían que lo hiciera rápido pero recordé que la primera vez marcaba para siempre y por eso, introduje lentamente la cabeza de mi pene hasta que esta chocó con su himen. En ese momento, la miré pidiendo su consentimiento pero ella, sin poder esperar y forzando con sus piernas, se lo introdujo de un solo golpe.

Gritó de dolor al sentir como se rasgaba su interior. Y durante unos momentos, me quedé quieto mientras ella se acostumbraba a tenerlo dentro para posteriormente empezar a moverme muy despacio. Mientras le decía lo maravillosa que era, no deje de besarla. Ana se fue relajando paulatinamente. Su cuerpo empezaba reaccionar a mis embistes y como si se tratara de una bailarina oriental, inició una danza del vientre conmigo invadiendo su cueva. Las lágrimas iniciales se fueron transformando en sonrisa al ir notando como el deseo la poseía. Y sorprendentemente, la sonrisa se convirtió en una risa nerviosa cuando el placer la fue absorbiendo.

Puse sus piernas en mis hombros de forma que nada obstaculizara mis movimientos y ella, al sentir como toda su vagina comprimía por completo mi miembro, me pidió que continuara más rápido. Su orden fue tajante y cual autómata en sus manos, aceleré la cadencia de mis penetraciones. Ana me regalaba con un pequeño gemido cada vez que mi extensión se introducía en ella, gemidos que se fueron convirtiendo en verdaderos aullidos cuando, como un escalofrío, el placer partió de sus ingles recorriendo su cuerpo. Sentí como el flujo empapaba por enésima ocasión su sexo, envolviendo a mi miembro en un cálido baño.

― Es maravilloso― me gritó, mientras sus uñas se clavaban en mi espalda.

Sentirla gozando bajo mi cuerpo, consiguió que se me elevara todavía más mi excitación y sin poderlo evitar, me derramé en su interior mientras nuestros gritos de placer se mezclaban en la habitación. Fueron solamente unos instantes pero tan intensos que supuse que esa mujer era mi futuro.

― Te amo― le dije nada más recuperarme el aliento.

―Yo también― me dijo con su voz juvenil, ―nunca te olvidaré.

― ¿Olvidarme?, ¿no vas a ser mi novia?― le pregunté asustado por lo que significaba.

― Mi niño bonito, soy mucho mayor que tú y estoy comprometida con tu primo― me contestó con dulzura pero, a mis oídos, fue peor que la mayor de las reprimendas.

― ¡Pero creceré! y entonces seré tu marido― le contesté y sin darme cuenta hice un puchero mientras unas lágrimas infantiles anegaban mis ojos.

Ana intentó hacerme entender que debía seguir con la vida, que sus padres habían planeado pero no la quise escuchar. Al ver que no razonaba, se levantó de la cama y tras vestirse velozmente, se fue de mi habitación.

uando ya se iba le grité, llorando:

― ¡Espérame!

No me contestó. Enrabietado, lloré hasta quedarme dormido. Isabel fue la que me despertó en la mañana, abriendo las ventanas de mi cuarto. Me metí al baño como un zombi mientras la criada hacía mi cama. No me podía creer lo que había pasado esa noche, había rozado el cielo para sumergirme en el infierno.

Saliendo del baño, ya vestido, fui a mi cuarto a ponerme los zapatos. Al entrar, salía la mujer con las sabanas bajo el brazo. Por la expresión de su cara, adiviné que quería decirme algo por lo que, cogiéndola del brazo, la metí conmigo.

― ¿Qué querías?― le pregunté.

Ella, sonriendo, me contestó:

― Estás hecho una fichita, pero no te preocupes. Nadie va a saber por mi boca que has estrenado a la novia de tu primo. Yo me ocupo de lavar la sangre de las sábanas.

«¿Sangre?», pensé por un momento que era lo único que me quedaba de esa noche. No podía perderlo. Por eso, le pregunté:

―Te puedo pedir un favor― y muy avergonzado continué ― necesito quedarme un recuerdo. ¿Podrías guardar la sábana sin que nadie se entere?

Entendió por lo que estaba pasando y guiñándome un ojo, con mirada cómplice, me replicó:

―Voy a hacer algo mejor. Luego te veo― y sin decirme nada más, se fue a continuar con su trabajo.

Destrozado bajé a desayunar. En el comedor me encontré con Sebastián, que al verme dejó la taza de café que se estaba tomando y acercándose a mí, me dio un abrazo diciéndome:

― ¡Renacuajo!, eres un genio, no sé lo que le dijiste a Ana, pero no solo me ha perdonado sino que ha aceptado casarse conmigo.

Mi mundo se desmoronó en un instante. Comprendí entonces lo que mi padre quería explicarme, gracias al poder que había heredado, había desencadenado unos hechos que no pude o no supe controlar. Esa noche había gozado, pero en la mañana, como si de una enorme resaca se tratara, la realidad me golpeó en la cara. Recordé mis clases de física; a cada acción sobreviene una reacción. En mi caso, la reacción fue extremadamente dolorosa. Con dieciséis años y un día dejé de ser un niño, para convertirme en un hombre. Mi viejo tenía razón: no era una bendición, el estar dotado de esa facultad era una arma de doble filo y yo, al haberla esgrimido sin prudencia, me había cortado.

Necesitaba consejo, por eso en cuanto terminé de desayunar, me levanté de la mesa sin despedirme. En el pasillo, tropecé con Isabel. Ella me entregó un paquete que al abrirlo resultó ser un pañuelo. Reconocí la mancha que teñía la tela, era la sangre de Ana. La criada había confeccionado un pañuelo con la sábana que habíamos manchado. Le di las gracias por su detalle y guardándomelo en el bolsillo, caminé hacia el despacho de mi padre. Tocando la puerta antes de entrar, escuché como me pedía que pasara. Nada más verlo y con lágrimas en los ojos, le dije:

― Papá, ¡Tenemos que hablar!

Me estaba esperando. Tal y como había pronosticado, volvía con el rabo entre las piernas en búsqueda de su consejo:

― ¿Verdad, que duele?― no había reproches, solo comprensión. ― Hijo, dos personas entre los miles de millones de habitantes de la tierra comparten este dolor. Esos dos desgraciados somos tú y yo.

Estuvimos hablando durante horas, me fue enseñando durante meses pero necesité años para aceptar que, nada podía evitar que ese pacto firmado hacía más de trece siglos, me jodiera la vida.

Capítulo 2: El aprendizaje.

― Hijo, al igual que hicieron nuestros antepasados necesitamos un plan de trabajo con el que desarrollar tu mente. El primer paso en tu adiestramiento debe ser incrementar tu conocimiento de las técnicas de inducción mental y si para ello hay que desarrollar a la par que las sexuales, lo haremos. Es una cuestión de practicidad, piensa que mientras la obediencia obligada crea resentimiento, la dependencia por sexo no, por lo que es más seguro zambullirte en este mundo por la puerta trasera de la carne.

― Pero Papá, solo tengo dieciséis años― le contesté avergonzado.

― ¿Me vas a decir que la razón por la que vienes tan cabizbajo, no es otra que has tenido tu primera decepción?, realmente ¿te crees que no he sentido cómo has hecho uso de tu poder con Isabel?― me respondió tranquilamente sin enfadarse por el hecho que me hubiese estrenado gracias a haberle estimulado con deseo a la criada, ― O me crees tan tonto para no ver en los ojos de Ana, la certeza de haberse equivocado.

Lo sabía todo. En ese momento, supe que nuestras mentes iban a estar tan unidas que sería incapaz de engañarle u ocultarle nada. Mi padre había dejado de ser mi progenitor para pasar a ser mi maestro.

― Tu madre no debe saber nada― me ordenó.

Nadie excepto nosotros dos, debía de conocer nuestras capacidades y menos el entrenamiento con el que me iba a preparar para el futuro.

― He dado órdenes para que arreglen la casa de invitados. A partir de hoy vas a dormir y a estudiar allí, no quiero que se sepa qué clase de enseñanzas vas a recibir.

Lo que mi viejo no me dijo en ese momento, era que otra de las razones, por la que había tomado esa decisión, consistía en que debía acostumbrarme a vivir solo. Tenía que habituarme a depender únicamente de mi sentido común.

― Ahora quiero que des una vuelta por el pueblo y que te sientes en la plaza. Con la excusa de tomarte una Coca―Cola, debes observar a la gente y practicar tus poderes con ellos. Cuanto los uses, te darás cuenta que, aunque no te percatabas de ello, te han acompañado desde la cuna, solo que ahora al hacértelos presentes, estos se irán incrementando a marchas forzadas, pero ten cuidado. Sé que puedo resultar pesado pero es mi deber recordarte el peligro: debes de ser prudente.

―No te preocupes, tendré cuidado― le respondí agradecido doblemente; por una parte no me apetecía seguir en la casa y por otra, tenía verdadera necesidad de practicar mi don.

Desde niño crecí con moto. En el campo es la mejor forma de moverse y por eso desde una edad muy temprana aprendí a conducirlas. Ese año había estrenado una vespa roja de 75 cc. con la que me sentía como Rossi, el gran campeón de motociclismo. Aunque ese scooter no estaba fabricado con la idea de usarlo en campo, para mí era lo mismo y como si llevara una verdadera enduro, volé por los caminos rurales de salida de la finca.

Oropesa, un pueblo toledano bastante más grande que la pequeña aldea que bordeaba los confines de mi casa, estaba a escasos veinticinco kilómetros. La media hora que tardé en recorrerlos, me dio tiempo a meditar sobre mis siguientes pasos e incluso a disfrutar de ese paisaje duro y férreo, plagado de encinas y alcornoques, que ha sido cuna de tantos hombres tan adustos y estoicos como la tierra que les vio nacer. Qué lejanas me parecen hoy en día esas tierras abulenses limítrofes con Toledo. El Averno, la finca de mi familia, con sus montes y riachuelos son una parte amada de mis años de infancia que nunca se borrará de mi memoria. Tengo grabados cada peña, cada vereda, cada árbol de sus doscientas hectáreas. Sus gélidos inviernos y sus tórridos veranos siguen presentes incluso después de tantos años.

Ya en el pueblo, me dirigí directamente a la plaza Navarro. Allí, frente al actual ayuntamiento, estaba El rincón de Luis. La terraza estaba vacía por lo que pude elegir en que mesa sentarme. Me decidí por la más cercana a la calle para aprovechar la sombra que daba su toldo amarillo y de esa forma, apaciguar el calor de esa mañana de agosto.

― Buenos días, Gonzalo― me saludó María, la rolliza camarera. Con sus cuarenta años y más de ochenta kilos formaba parte de la plaza, casi tanto como torre mudéjar del Reloj de la Villa. ― ¿Qué quieres tomar?

Sin pensar, le pedí una cerveza. La mujer, que debía de haberse negado a servir alcohol a un menor de edad, no protestó y al cabo de tres minutos me trajo una mahou, como si eso fuese lo más normal del mundo. Ese pequeño éxito me dio moral para seguir practicando. Mi siguiente objetivo fue el dueño del mesón que estaba situado a la izquierda de la plaza. Don Sebas era famoso por su perfeccionismo militante y su estricta manera de llevar a cabo todas las rutinas de su negocio. Da igual que llueva o haga sol, a las diez de la mañana abre las sombrillas del balcón y no las cierra hasta las nueve de la noche. Sabía a ciencia cierta que si lograba que romper ese automatismo de años, habría logrado una victoria todavía más apabullante que la obtenida con Isabel.

― Don Sebastián― le grité, ―hace viento, será mejor que cierre las sombrillas, no se le vayan a volar. Ante la ausencia total de aire mi argumento era ridículo pero, en contra de sus principios, el hombre, tanteando el viento, se mojó un dedo con su saliva, asintió y empezó a bajarlas.

No me podía creer lo fácil que había resultado. Si un tipo tan estricto había cedido con premura, eso significaba que mi poder de persuasión era enorme. Contento y entusiasmado, busqué a mi próxima víctima. Los treinta grados de temperatura no me lo iban a poner sencillo. Por mucho que esa fuese una de las plazas más transitadas del pueblo, esa mañana no había nadie en sus aceras, todo el mundo debía de preferir mantenerse al abrigo del sol y sus recalcitrantes rayos. Cabreado por la espera, me bebí la cerveza de un trago y me aproximé a pagar a la barra.

Los tertulianos de la tasca, enfrascados en su habitual partida de tute ni siquiera levantaron su mirada, cuando entré.

― ¿Cuánto es?― pregunté.

María, que estaba distraída, me preguntó qué era lo que había tomado, al contestarle que una cerveza, me miró diciendo:

― Menos guasa, ¡Luis!, ¡cóbrale una coca―cola!

Así fue como aprendí otra lección. Los sujetos, objetos de inducción mental, cuando se les obliga a hacer algo que vaya contra sus principios tienden a adulterar la realidad, creando una más acorde con sus pensamientos. María se había engañado a sí misma y creía que me había servido un refresco.

Acababan de dar las doce, por lo que mi pandilla de amigos debía de estar frente a nuestro colegio. Cogiendo mi moto me dirigí hacia allá. Nada mas doblar la calle Ferial, les vi apoyados en uno de los bancos de madera. Fue Manuel, el primero en verme:

― Capi, ¿Qué haces por aquí?― me dijo usando mi mote.

Desde que íbamos a Infantil, todos los chavales de la clase me llamaban así. Pero esa vez, me sonó como si fuese la primera al percatarme que el respeto con el que me trataban, así como su continua sumisión a mis caprichos, podían ser productos nuevamente de mi poder.

Me pareció oír a mi viejo diciendo: « Jamás tendrás amigos, serán meros servidores».

La abrupta confirmación de sus palabras me dejó paralizado. Pedro, Manuel, Pepe, Jesús… esos críos a los que consideraba mis iguales, no lo eran. Eran humanos normales y entre nosotros siempre había existido y existiría una brecha infranqueable que no era otra que la tara que llevaba a cuestas mi familia durante los últimos catorce siglos.

Mi padre me había mandado al pueblo a practicar y con el corazón encogido, decidí que eso era lo que iba a hacer:

― Me aburría en la finca― le contesté quitándome el casco, ―¿y vosotros?

―Ya ves, de cháchara….

Todos me miraban como esperando mis órdenes, los largos años de roce conmigo les había acostumbrado a esperar y acatar mis deseos. No podía creer que jamás me hubiese dado cuenta. Ahora que sabía el motivo, no podía ser más cristalina su completa sumisión.

―Vamos a dar una vuelta por el castillo, a ver si nos topamos con algún turista del que reírnos.

Esa era una de nuestras travesuras más comunes. Solíamos meternos con los guiris que, en busca de historia medieval, llegaban con sus estrafalarios atuendos a esas empedradas calles. Sé lo absurdo de nuestro comportamiento, pero también tengo que reconocer que añoro ese comportamiento gamberro de mis años de niñez. La rutina siempre era la misma, esperábamos a nuestras presas a la sombra del viejo magnolio que crecía a escasos metros de la entrada de la muralla y tras observarlas, dedicarnos a mofarnos del aspecto más risible de los indefensos excursionistas. Todo acababa cuando los guardias del recinto salían en defensa de su inagotable fuente de ingresos. Tonto, pueril pero igualmente divertido e inofensivo.

Éramos cinco y contábamos con tres ciclomotores, por lo que contraviniendo las normas de tráfico, Miguel y Pedro sin casco se montaron de paquete. En una gran ciudad, cualquier policía, que nos viera de esa guisa, nos pararía para extendernos una dolorosa multa pero eso era un pueblo y los municipales eran como de nuestra familia, nos conocían y aunque no aplaudieran nuestro proceder, jamás nos detendrían por algo tan nimio.

Las calles, ese mañana entre semana, estaban desiertas, por lo que no nos cruzamos con ningún vehículo. Cuando ya estábamos próximos a nuestro destino, nos topamos con una densa humareda que salía de una vetusta casa de piedra.

― ¡Un incendio!― soltó Jesús, parando la moto en seco.

Las llamas cubrían completamente el segundo piso, saliendo enormes lenguas de fuego por las ventanas. El crepitar de la madera era ensordecedor, nada que ver con el relajante crujir de una chimenea ni con el festivo estrépito de una falla ardiendo. Desde la acera de enfrente donde prudentemente aparcamos nuestras scooters, nos convertimos en voyeurs involuntarios. El poder destructivo del fuego estaba desbocado, hipnotizando a los pocos viandantes a los que la pecaminosa curiosidad les había obligado a parar para deleitarse con la desgracia ajena. No era un fuego anónimo. Personas de carne y hueso, vecinos nuestros, estaban perdiendo sus escasas posesiones con cada llamarada. Muebles, ropa, fotos, los recuerdos de una vida, los ahorros de una mísera existencia, se estaban volatizando en humo y ceniza ante nuestros ojos. Con la fascinación de un pirómano, no podía retirar mi vista de esa desgracia. Debería haber corrido a llamar a los bomberos pero ni siquiera se me pasó por la cabeza. Algo me retenía allí. Mis pies parecían anclados al cemento de los adoquines. Necesitaba observar como el maltrecho techo empezaba a fallar y oír las tejas desmoronándose al chocar contra el asfalto.

― ¡Capi!, ¡hay alguien en la casa!― me chilló Manuel, justo cuando detrás de una oscurecidas cortinas divisé un brazo de una niña.

― ¡Mierda!, ¡Tenemos que sacarla de allí!― solté cruzando la estrecha calle.

La puerta del portal estaba cerrada. Traté infructuosamente de abrirla, lanzándome contra ella. Mi bajo peso y mi pequeña estatura no fueron suficientes para derribarla. Buscando el auxilio de mis amigos, me percaté que asustados se mantenían al lado de nuestras motos.

― ¡Necesito ayuda!― les grité pero el miedo les había paralizado.

No en vano en ese preciso instante, las teas que caían del tejado ardían a mis pies. Sacando fuerzas del terror que para entonces ya me había atenazado, les ordené que me apoyaran. Sentí el impacto de mi mente en sus cuerpos pero sin importarme las consecuencias, insistí:

―Venid a ayudarme.

El primero en reaccionar fue Jesús, el más corpulento de los cuatro y gritando como un loco se abalanzó contra la puerta, tumbándola de un golpe. No esperé a los demás, internándome en el denso humo, subí las escaleras. El calor era sofocante, cada paso era un suplicio y andando a ciegas, llamé a la niña. Nadie me contestaba, estuve a punto de desistir pero la sola idea de abandonar a una muerte segura a la dueña de ese brazo, me hizo seguir y a gatas, buscar en la habitación.

Bajo la misma ventana desde donde la vi pidiendo ayuda, se encontraba acurrucada en posición fetal. La pobre criatura se debía de haber desmayado por lo que, haciendo un esfuerzo sobre humano, la alcé entre mis brazos. Menos mal que cuando el humo, el calor y la ausencia de oxígeno flaquearon mis piernas, acudieron en mi ayuda mis cuatro amigos y entre todos, conseguimos bajarla y alejarla de las llamas. Al salir a la calle y aspirar aire puro en profundas bocanadas, escuchamos los aplausos de la ya nutrida concurrencia. Los vítores y palmadas de aliento se sucedían, mientras yo no dejaba de aborrecer esa animosidad. Minutos antes había sentido en mi mente como un cuchillo, la cobardía de toda esa gente.

« Malditos hipócritas, si llega a ser por ellos, esta niña estaría muerta», pensé sentándome al borde de la acera.

Curiosamente mis amigos se alejaron de mí, en vez de juntos disfrutar juntos de nuestra heroicidad. En sus ojos, advertí que el miedo no había desaparecido sino que continuaba creciendo en una espiral aterradora.

― ¿Qué os pasa?― pregunté, sin obtener respuesta.

La razón de esa actitud tan esquiva y rara no podía ser otra que saberse usados. Contra su voluntad, les había forzado y aunque ahora tenían el reconocimiento inmerecido de sus vecinos, no podían olvidar la violación que habían soportado y sin ser al cien por cien conscientes que el causante era yo, un resquemor cercano al odio les hacía apartarse de donde me había sentado.

«Sé prudente», las palabras de mi padre volvieron a resonar cruelmente en mis oídos, « no nos entienden y lo que no se entiende, se odia».

Enojado pero sobretodo incrédulo por tamaña injusticia, cogí mi vespa alejándome del lugar. Mi padre me estaba esperando en las escaleras de entrada. Supe que de algún modo se había enterado de mi aventura y por su cara, no estaba demasiado contento con el hecho de que su hijo se hubiese puesto voluntariamente en peligro.

―Gonzalo, me acaban de llamar de Oropesa. Era el alcalde y un agradecido padre. Por lo visto, en vez de practicar tus poderes, acabas de salvar a una niña.

Sin poder soportar su mirada, bajé mi cabeza, avergonzado. Cuando mi viejo estaba realmente encabronado, sus broncas eran duras e inmisericordes, nunca dejaba ningún resquicio sin tocar y con un afán demoledor, asolaba cualquier defensa que el autor de la afrenta intentara esgrimir en su favor. Por eso, ni intenté defenderme y esperé pacientemente que empezara a machacarme.

― ¿Cuéntame que ha pasado?

Entre todos los posibles escenarios que había previsto, el que mi padre, antes de opinar, pidiera oír mi versión, era el que menos posibilidades de hacerse realidad y por eso, y quizás también por mi inexperiencia, pensé que me había librado. Dando rienda suelta a mi ineptitud, le fui dando todos los detalles de lo que había pasado. Le hablé del incendio, del brazo pidiendo ayuda, de cómo había tenido que obligar a mis compañeros a ayudarme y su posterior rechazo. Cuando hube terminado, levanté mi mirada buscando su consuelo.

― ¡Eres idiota!, ¡En qué cabeza cabe hacer uso de tus poderes en público!, ¡Qué clase de imbécil he criado!― me gritó.

Tratando de defenderme, le repliqué que me vi obligado por las circunstancias y que de no haber obrado así, una niña hubiera muerto abrasada. No esperaba comprensión de su parte, pero tampoco su avasalladora regañina.

―Quizás si fuera humano, me sentiría orgulloso de que el insensato de mi hijo arriesgara su vida para salvar la de un inocente, pero resulta que no lo soy y la vida de una niña es insignificante en comparación con la de uno de nosotros. ¿No te das cuenta que de haber muerto, hubiese desaparecido sin remedio uno de los más grandes linajes que hayan pisado la tierra? Tu vida no te pertenece, debes crecer, madurar y procrear a tu reemplazo antes de que sea realmente tuya.

Las venas de su cuello, inflamadas hasta grotesco, no dejaban lugar a dudas, estaba cabreado.

―Y encima, no has tenido ni la precaución más elemental de pasar desapercibido. Tus cuatro amigotes saben que han sido manipulados de alguna forma. Si sigues actuando tan a la ligera, no solo te pondrás en peligro sino que pondrás a toda la casa en la mira de la plebe. Ahora, vete a comer y recapacita sobre lo que has hecho. Esta tarde deberás cambiarte al refugio, no te quiero aquí poniéndonos en peligro. Debemos extremar al máximo todas las precauciones, mientras te alecciono en tus poderes.

Mi padre me había echado de casa. Según él, allí habría menos testigos de mis meteduras de pata al estar apartado. Toda esa tarde estuve ocupado trasladándome al pequeño edificio situado en una esquina de la finca, lejos de la casa principal pero al alcance de mi padre. En el refugio, podría seguir mi evolución sin intrusos ni curiosos.

Había sido construido por mi abuelo y las malas lenguas decían que lo había hecho para que allí viviera una de sus amantes, aunque la realidad era mucho peor: su razón de ser fue la de disponer de un lugar donde cometer sus felonías. Entre sus muros, mi abuelo dio rienda a su locura y allí, docenas de mujeres murieron en sus manos hasta que mi propio padre tuvo que poner fin a ello, ingresándolo en un manicomio. Mi abuela, la verdadera portadora de nuestro gen, no pudo soportar en lo que se había convertido su marido y cogiendo una pistola, se suicidó en el salón. A raíz de todo ello, mandó reformarlo a su estado actual, un coqueto chalet de dos habitaciones, con su área de servicio.

Cuando se enteró mi madre de lo que había ordenado, se puso como una fiera. Bajo ningún concepto iba a admitir que la separaran de su hijo. Solo aceptó al ordenárselo mi padre haciendo uso de su poder. Fue la primera vez que experimenté la sensación extraña de sentir como se apoderaba de una voluntad. Mi estómago se revolvió al notar que era una muñeca en sus manos, ella nada pudo hacer y lo más increíble fue la forma tan sutil con la que le indujo a aceptarlo. Preocupada por mí, creyó obligar a mi padre a aceptar que una persona de su confianza fuera la encargada de servirme, pensando que de esa forma iba a estar al corriente de todo lo que ocurriera. Lo que no supo nunca es cómo mi viejo había influido en su elección y que sus reticencias a que Isabel fuera la elegida, no fueron más que teatro ya que había dispuesto que la criada me enseñase todo lo que debía saber sobre sexo.

Al llegar esa noche a la casa de invitados, estaba ilusionado con mi nueva vida. El traspié de esa mañana y el rapapolvo de mi viejo se me antojaban muy lejanos. Mi mente infantil no era consciente de los esfuerzos y trabajos que me tenía preparado y menos aún, de la responsabilidad intrínseca que suponía el someter a una persona. Algo parecido le ocurría a la criada. Isabel había aceptado al instante el ocuparse de mí. Veía en eso la oportunidad de su vida, creyendo que al tenerme veinticuatro horas para ella, iba a hacer conmigo su entera voluntad.

La cocina del chalet era tipo americana, con el salón―comedor incorporado, por lo que esa noche y mientras veía la televisión pude observar como cocinaba. Estaba encantada, no paró de cantar y reír, feliz por la libertad que le daba su nuevo puesto. Era la dueña y señora de la casa. No tenía que rendir cuentas a nadie. Yo por mi parte no podía dejar de mirarla, me excitaba la idea de volver a acostarme con ella. Sabía que estaba a mi alcance, que con un solo pensamiento sería mía, pero mi padre había sido muy claro en ese tema: tenía que dejar que ella fuera la que tomara la iniciativa, no debía estimularla.

Cuando la cena estuvo lista, me ordenó que me fuera a lavar las manos para cenar. Me molestó que me tratara como un crío, no en vano nadie mejor que ella sabía que el día anterior había dejado de serlo. Estuve a punto de negarme, de mandarla a la mierda, pero recordé que debía de seguir con el plan diseñado y mordiéndome un huevo, obedecí sin rechistar.

La cena estuvo deliciosa, Isabel se había esmerado para que así fuera. Nunca había podido demostrar sus dotes de cocinera en la casa de mis padres pero ahora que era ella la jefa, no desaprovechó su oportunidad, brindándonos un banquete de antología. Y digo brindándonos, porque esa noche ella tuvo el descaro de cenar conmigo en la mesa. Parecía una cita, había previsto todo. Al sacar el pescado del horno, me miró con esa expresión traviesa que ya conocía y me dijo:

― Hoy por ser una ocasión especial y si no se lo dices a tus padres, abrimos una botella de cava para celebrar tu primera noche aquí.

No me dio tiempo de contestar ya que, sin esperar mi respuesta, Isabel había descorchado uno de los mejores caldos que había en la bodega y sirviendo dos copas, brindó por los dos. El vino era nuevo para mí, nunca lo había probado, por lo que prudentemente solo tomé un poco mientras ella daba buena cuenta del resto.

La curiosidad de la mujer le indujo a preguntarme sobre los motivos que habían llevado a mi padre a mandarme allí. Ante la ausencia de una respuesta clara por mi parte, Isabel dedujo que por algún motivo mi padre se había disgustado conmigo.

―Eso debió pasar― sentencié, intentando cambiar de tema.

En el postre, el alcohol ya había hecho su efecto y, su conversación se tornó picante, pidiéndome que le diera detalles de cómo había desvirgado a la novia de mi primo. Decidí complacerla. En silencio, escuchó de mi boca, como Ana se había metido en mi cama buscando vengarse de mi primo y como siguiendo sus enseñanzas, la había desnudado. Su cara no pudo de dejar de reflejar la satisfacción que sintió cuando mintiéndole le dije que, después de haber visto su cuerpo, el de la muchacha me había parecido sin gracia.

― ¿Por qué dices que te resultó insulso?― me preguntó medio excitada por mis palabras.

― Era el cuerpo de una niña, el tuyo, en cambio, es el de una mujer― contesté dorándole la píldora. ― Tú fuiste la primera, mi maestra.

Poco a poco estaba llevándola donde quería. Sus pezones se empezaron a marcar bajo su vestido mientras, atenta, me escuchaba.

― Y teniéndola desnuda, ¿qué hiciste?―

― ¿Recuerdas cómo me enseñaste a excitar tu sexo? ¿Recuerdas cómo me dijiste que usara mi pene?― sin ningún disimulo la estaba calentando al obligarle a rememorar nuestro encuentro.

― Claro, que me acuerdo― me contestó.

Observé que, siguiendo un acto reflejo involuntario, se estaba acariciando los pechos.

― Pues usando la misma técnica, separé los labios de su sexo y usando mi lengua, me apoderé de su botón.

― ¿Le comiste allí abajo?― me preguntó alucinada por lo mucho que había aprendido su alumno.

― Sí y como me adiestraste, no paré hasta que se corrió en mi boca mientras yo pensaba en ti. Deseé que en ese instante hubiera sido el tuyo el que hubiese estado en mi boca.

Era consciente de estar mintiéndola pero al ver cómo le estaba afectando mi relato, no dejé de hacerlo. Isabel, totalmente cachonda, lo trataba de disimular cerrando sus piernas pero hacer eso, lejos de tranquilizarla al oprimir su cueva lo que estaba haciendo era excitarla aún más.

― ¿Y después?― me pidió que continuara.

Se la veía ansiosa de masturbarse y solo la vergüenza de hacerlo en frente de un niño, la paralizaba.

― No te sigo contando si no prometes hacérmela― le solté de improviso, confiando en que estuviera lo suficiente caliente para no negarse.

― ¿Hacerte qué?

― Una mamada.

― ¡Niño! ¿Estás loco? ¿Te crees que soy tu puta y que estoy dispuesta a complacerte cada vez que se te antoje?― me gritó, mientras recogía los platos, molesta por mi actitud pero creo que también por lo cerca en que había estado de caer en mi trampa.

― Tú te lo pierdes― le contesté dejándola sola y enfadado conmigo mismo subí a mi habitación, pensando en que había fallado.

Sin saber la razón, estaba acalorado. No hacía tanto temperatura esa noche por lo mejor que podía hacer era darme una ducha de agua fría. El agua helada me hizo recapacitar acerca de lo ocurrido. Me había adelantado. Si no hubiese tenido tanta prisa en experimentar que se sentía, en ese momento hubiese sido objeto de la primera felación de mi vida. Al salir de la ducha, salí congelado con la piel de gallina. Quería secarme por lo que extendí mi mano para recoger la toalla pero cual no fue mi sorpresa de encontrarme a Isabel en mitad del baño.

― Déjame que te seque me rogó con voz apenada― siento lo de antes, pero es que me pillaste en fuera de juego.

Sin decirme nada más, sus manos empezaron a secarme los hombros y la espalda. Seguía alegre por el alcohol, sus movimientos eran torpes y al llegar a mi trasero, se sentó en el suelo. No pudo reprimir darme un beso en las nalgas mientras secaba esmeradamente mi miembro. Dejándome hacer, me dio la vuelta de forma que su boca quedó a la altura de mi pene, el cual empezaba a mostrar los efectos de sus maniobras.

― Cuéntame cómo la desvirgaste― me pidió, metiéndoselo en la boca.

Por vez primera, experimenté la calidez de una lengua sobre mi sexo, la dureza de unos dientes rozando mi glande y a una mano que no fuese la mía, masturbándome. No podía negarme a complacerla por lo que, retomando el relato, le expliqué como Ana quiso que la penetrara y como la convencí en que me dejara a mí hacerlo. Incrementó su ritmo al oír mi relato. Le narré como poniéndola tumbada frente a mí, le abrí sus piernas y cogiendo mi pene entre mis manos, se lo coloqué en la entrada de la cueva sin forzarla. Isabel, sin dejar de estar atenta a mis palabras, jugando con mis huevos se los introdujo en la boca mientras su mano seguía masajeando mi extensión.

Pero fue cuando le intenté expresar con palabras lo que había sentido esa noche cuando Ana me abrazó con sus piernas lo que provoco que se rompiera ella misma el himen, Isabel, fuera de sí, llevó sus dedos a su propio sexo y frenéticamente empezó a torturárselo. No podía creer lo bruta que estaba. Sin dejar de chuparme y tocarse, me pidió con gestos que continuara. Con mi respiración entrecortada por el placer que estaba sintiendo, le conté como al ponerle sus piernas en mis hombros, Ana no había dejado de gemir mientras su coño empapaba mi pene. Y coincidiendo con el orgasmo de Ana en mi relato, me vacié en su boca dándole la leche que había venido a buscar. Mi criada no desperdició la ocasión de bebérsela. La sorpresa de ver como se tragaba todo, me impidió continuar y cogiéndola de la cabeza, forcé su garganta introduciéndosela por completo. Curiosamente no sintió arcadas y al contrario de lo que pensé, la violencia de mis actos la estimuló más aún si cabe y retorciéndose como la puta que era, se corrió sobre el mármol del baño.

Nada más recuperarse, se levantó del suelo y tomando mi mano entre las suyas, me llevó a la cama. No me había dado cuenta del frío que tenía pero, al sentir la suavidad de las sabanas contra mi piel, empecé a tiritar. En mi ignorancia infantil, creí que esa noche no había terminado por eso me extrañó que, dándome un beso en la frente, me tapara y con un buenas noches me dejara solo en mi cuarto. No supe o no pude quejarme. Quería que Isabel durmiera conmigo, pero nada más cerrar la puerta, el cansancio me envolvió y tras unos pocos instantes me quedé dormido…

Descansé profundamente, nada perturbó mi sueño durante horas. Fue mi padre el que, al abrir las persianas de mi habitación, me despertó diciendo:

― Levántate, ¡perezoso!, te espero desayunando.

El hecho de que mi padre , el cual nunca se había ocupado de mí, me levantase, era una muestra más de lo que había cambiado nuestra relación en pocos días. Creo que Don Manuel, mi viejo, por fin podía compartir la pesada carga y que, aunque lo sentía por mí, en el fondo se alegraba de que siguiera su estirpe. Rápidamente, me duché y bajando al comedor, me lo encontré tomándose un café.

― Buenos días, Papá.

― Buenos días, hijo. Siéntate que quiero hablar contigo― se le veía relajado, observándole no encontré nada de la tensión de las últimas veces. ―Hoy tenemos un día bastante ajetreado. Debes empezar a practicar tus capacidades. Como sabes, no es fácil controlarlas y solo la constancia, hará que tu vida no acabe antes de tiempo.

― ¿Qué quieres que haga?― le pregunté.

― Lo primero cuéntame cómo te fue ayer en la noche.

Que fuera tan directo, me avergonzó. Todavía no me había acostumbrado a abrirme completamente ante él.

Mis mejillas debían de estar totalmente coloradas y sin mirarle a los ojos, empecé a contarle como había conseguido que la criada me hiciera una felación. Me escuchó atentamente sin hablar, dejándome que me explayara en la contestación, interrumpiéndome solo para preguntarme que había pensado cuando se negó y cuál era mi conclusión de mi experiencia.

No supe que contestarle.

― Mira, Gonzalo. La diferencia de edad, entre Isabel y tú, hace que ella tenga dos sentimientos contradictorios. Por una parte, se avergüenza de acostarse con un chaval pero, por otra parte, le excita ser tu maestra. La idea de ser la primera mujer en enseñarte las delicias del sexo es algo superior a sus fuerzas. Debes de explotar este aspecto. Lejos de ser un impedimento, si lo usas en tu favor será la baza que te permitirá dominarla: Utiliza su vanidad, nadie está vacunado a los piropos, exprime su instinto materno, hazte el indefenso para que te acune en sus brazos y si es necesario chantajéala, lo importante es que no se pueda negar a seguir enseñándote. Pero siempre, ¡ten tú el control!, haz que sin darse cuenta la muchacha termine bebiendo de tus manos y entonces y solo entonces, aprovéchate de ella.

La frialdad con la que trataba el tema, me hizo conocer por segunda vez que opinaba del resto de los mortales. Para mi padre eran poco más que el ganado del que nos alimentábamos, eran un medio para nuestra gloria pero también un medio peligroso que había que tratar con cuidado. Estuvimos hablando de cómo tenía que conseguirlo durante el resto del desayuno, pero nada más terminar me llevó a dar una vuelta a la finca. No quería que nadie nos interrumpiera.

Al llegar al picadero, nos tenían preparados los caballos. Mi padre iba a montar a Alazán y yo, mi favorita, una yegua llamada Partera. Comprendí que esa iba a ser mi primera lección del día.

―Gonzalo, los animales están acostumbrados a que los humanos les manden, nuestro don también le afecta. Llama a tu montura que venga a ti.

No se me había pasado por la cabeza que pudiéramos usarlos de la misma manera que a los humanos pero tras pensarlo un momento me pareció lógico el que así fuera, ya que su poder mental era menor aunque existiera la dificultad de su irracionalidad.

Me resultó sencillo llamarla a mi lado. Partera era una yegua muy dócil y soltándose del peón que la traía, vino trotando a que la acariciara.

―Fíjese, jefe. Su hijo ha heredado su facilidad con los bichos― comentó el operario a mi padre. Mi viejo le sonrió sin contestarle.

Sin más preámbulo, salimos trotando de las caballerizas con dirección al arroyo que cruzaba la finca. Durante el trayecto, me fue explicando que lo importante era que aprender a utilizar métodos indirectos para conseguir que me obedecieran. Cuanto más sutil fueran, menos oportunidades tenían de darse cuenta de que estaban siendo dirigidos. Me dio un ejemplo práctico; sin que me diese cuenta, me había obligado a quitarme la bota para rascarme el pié en marcha.

―Analiza la burrada que te he hecho hacer y no te has dado ni cuenta. Quería que te quitaras la bota y en vez de ordenarte que lo hicieras, lo que he hecho es inducirte que te picara el pie. Tú mismo, sin mi intervención, te la has quitado para rascarte.

Estaba alucinado por la forma en que había sido objeto de su manipulación pero cuando realmente me di cuenta de su poder, fue cuando de improviso frené de golpe al caballo y saliendo despedido, choqué abruptamente contra el suelo.

― Ves hijo, ahora si has sido consciente de haber sido usado― me dijo riéndose a carcajadas― esa es la diferencia entre una orden bien dada y una orden abusiva. Debes evitar practicar esta segunda.

Después de unos momentos de indefinición y viendo el ridículo que me había hecho hacer, me uní a mi padre en su risa. Pero cuando al intentar vengarme, intenté hacer lo mismo, es decir, obligarle a caerse de su caballo, lo único que conseguí fue un enorme dolor de cabeza.

― Eres todavía demasiado débil para enfrentarte a mí. Pero está bien que lo hayas intentado― me informó con una sonrisa en sus labios y una expresión orgullosa en sus ojos, ―sigue así, el día que lo consigas no tendré más que enseñarte.

La jaqueca me duró más de media hora, siendo un castigo excesivo para mi travesura, fue una forma excelente que no se me olvidara. Como dice el viejo refrán: sabe más el diablo por viejo que por diablo. Y en este caso aunque compartía con mi padre el mismo don, el me llevaba muchos años de práctica. El resto de la mañana fue inolvidable, mi viejo me enseñó diversas técnicas y mañas que yo fui asimilando. Echando la vista atrás, esa mañana lo que verdaderamente hice fue comprender su extraña forma de ser. Los esfuerzos, que me obligó a realizar durante esas pocas horas, consiguieron que a la una del mediodía, terminara realmente agotado. Por eso nada más llegar a la casa de invitados, me fui directamente a la cama.

Isabel intentó despertarme a las dos para que bajara a comer pero, entre sueños, le dije que me dejara descansar que estaba cansado. Cuando empezó a preocuparse fue al darse cuenta sobre las seis de la tarde que todavía no había bajado. Al entrar en mi habitación me tomó la temperatura. Estaba hirviendo, Isabel, asustada al comprobar que tenía más de cuarenta grados de fiebre, llamó a mi padre. Por lo visto debía ser normal, un efecto secundario al uso de mi nuevo poder, porque mi viejo al oírla le dijo que no se preocupase que lo único era que debía evitar que pasase frío. Nunca en su vida, había tenido la responsabilidad de cuidar de un niño, quizás por eso le contestó que si no era mejor que llamara a un médico. Mi padre fue inflexible, se negó de plano y además aprovechó para prohibirle que molestara a mi madre:

―Si mi esposa se entera, va a querer que Gonzalo vuelva a la casa― contestó.

La criada, temiendo perder su recién estrenada libertad, no le insistió más. Nerviosa y preocupada, me arropó con dos mantas y yendo a la cocina, me preparó un consomé. Al volver con el caldo, mi temperatura había subido aún más y ya empezaba a delirar; cuando entró la confundí con Ana y tratándola de besar, le pedí que nunca me volviese a abandonar.

Con lágrimas en los ojos, producto de su preocupación pero también por el significado de mis palabras, me dijo:

―Mi niño, como puedes pensar que te dejaría― y cariñosamente me abrazó, estrechándome entre sus brazos. El sentir sus pechos contra mi cara, alborotó mis hormonas y sin ser realmente consciente de lo que hacía, empecé a besárselos. ―Son tuyos― me dijo separando mis labios de su escote, ―pero ahora estás enfermo y no debes fatigarte.

Acto seguido y no sin dificultad, consiguió que me bebiera el consomé. Con el estómago caliente, caí nuevamente dormido. Isabel me estuvo velando toda la tarde, solo levantándose de mi vera para preparar algo de cenar. Al volver con la bandeja de la comida me encontró muy mejorado, la fiebre me había bajado.

― ¡Menudo susto me has dado!― y dándome un beso en la boca, me dijo― ¡Ni se te ocurra volver a hacerlo

Le comenté que no me acordaba de nada y que lo único que sentía era un frío enorme. Fue entonces cuando ella me explicó que había pasado y sin hacer caso a mis protestas, me obligó a comerme todo lo que había preparado.

― Sigo helado― le dije guiñándole un ojo al terminar.

― Eres un pillín― me contestó y quitándose la ropa, se metió entre mis sabanas a darme calor… calor del bueno.

Nada más tumbarse, me apoderé de sus pechos. Sus pezones recibieron mis besos mientras ella me pedía que me tranquilizara que teníamos toda la noche.

― ¡Déjame a mí!― me pidió y sin esperar mi respuesta, me fue desabrochando los botones de mi pijama a la vez que me cubría de besos. Una vez desnudo, me ordenó que no me moviera que solo sintiera el contacto de su cuerpo. ―Un buen amante debe saber que el órgano sexual más grande, no es éste― me dijo cogiendo mi pene entre sus manos― sino su piel.

― Sí, ¡maestra!― contesté.

Mi respuesta le satisfizo y cogiéndome del pelo, llevó mi cara a sus enormes cantaros, diciéndome:

― Debes de aprender a tratar los pechos de una mujer y para ello, debes de recordar primero que al nacer son tu alimento. Quiero que te imagines que soy madre y que tú eres mi bebé.

Como buen alumno, puse mi boca en su pezón y con mi mano imité el movimiento de los cachorros al mamar, apretando su seno mientras la chupaba. Isabel gozó desde el primer momento con esa fantasía y gimiendo con la voz entrecortada, me decía que era un buen niño, que tenía que crecer y que nada mejor que la leche materna para conseguirlo. Poco a poco se fue excitando y cuando considerando que ya había comido suficiente de un pecho, me cambio de lado. Decidí entonces que ya me había cansado de hacer lo mismo por lo que, en vez de chupárselo, se lo mordí. Ella, al sentir mis dientes sobre su pezón, no se pudo reprimir y con su mano empezó a masturbarme, mientras me decía:

― No pares, mi niño, no pares.

Envalentonado, seguí torturando su seno, mientras introducía un dedo en su cueva. La encontré empapada por la calentura de su dueña. Si esa fantasía la ponía así, debía explotar la faceta recién descubierta por lo que, siguiéndole la corriente, le susurré al oído:

― ¡Qué rica está la mamá más guapa del mundo!

Al escucharme, se corrió dando un gemido. De no haber tenido un poco de experiencia, me hubiese asustado ver como se retorcía entre gritos de placer. Isabel, totalmente descontrolada, me pedía que no parase y que con mis dedos siguiera hurgando en su interior. La docilidad con la que acataba mis caricias, espoleó mi curiosidad e introduciéndole un tercer dedo esperé una reacción que nunca llegó. Era increíble que le cupieran, tratando de verificar su aguante procedí a encajarle el cuarto. Su cueva se resistió pero conseguí hacerlo. Cuando intenté moverlos para comprobar el resultado, con chillidos histéricos me exigió más. El flujo de su sexo había formado un pequeño charco en la sábana, señal del placer que la tenía sometida El sexo de la muchacha, ya dilatado, permitía con una facilidad pasmosa mis toqueteos. Sus orgasmos se sucedían sin pausa. Totalmente picado en averiguar su resistencia, quise probar con la mano entera y para ello, le ordené que separara aún más sus piernas.

Sin preguntarme el motivo, me obedeció mansamente, de forma que disfruté de la visión de sus labios hinchados y sin saber porqué, me apoderé de su clítoris mordisqueándolo mientras mi mano se iba hundiendo en su interior. El dolor por mi invasión la hizo llorar pero como no me pidió que los sacase yo no lo hice. Todo lo contrario, cerrando mi puño, empecé a tantear la pared de su vagina como si de un saco de boxeo se tratara.

― No, por favor, ¡para!― gritaba pataleando.

Y por primera ocasión, no hice caso a mi maestra sino que alterné mis movimientos, intentando sacar mi mano cerrada e introduciéndola después. Varias veces me hizo daño con sus piernas al intentar zafarse de mi ataque pero, tras unos segundos, el placer volvió a dominarla y con grandes espasmos, se vació sobre mi brazo. Fue demasiado esfuerzo, sin que pudiera hacer nada por evitarlo, se desmayó en la cama. Nadie se había desmayado jamás en frente mío por lo que me costó un mundo, el reaccionar. Al principio creí que la había matado pero pegando mi cara a su pecho, oí con júbilo que su corazón seguía latiendo. Sin tener una idea clara de cómo debía de actuar, me levanté al baño a por un vaso de agua y espolvoreándosela en la cara, conseguí reanimarla.
Isabel salió, de su trance un tanto desorientada y tras unos instantes de vacilación, dándome un abrazo me dijo:

―El alumno ha superado a su maestra.

Al preguntarle por el significado de sus palabras, me explicó que la había llevado a cotas de excitación nunca alcanzadas y que si había perdido el conocimiento era debido al orgasmo tan brutal que le había provocado.

― Entonces, ¿Soy un crío?― le pregunté mientras le acariciaba su cabeza.

― No, un crío no puede ser mi dueño― me contestó sin caer en la cuenta de que era verdad y que estaba totalmente entregada a mis deseos.

― ¿Entonces?, ¿Cómo quieres que trate a mi hembra?― le repliqué poniéndome encima y tratando de penetrarla.

― Espera que estoy muy abierta, vamos a probar otra cosa― me dijo dándose la vuelta y mojándose la mano en su flujo, lo extendió por los bordes e interior de su ano.

Arrodillada sobre las sábanas, me esperaba. En un inicio no supe que quería hacer, cuáles eran sus intenciones, ya que ninguno de mis compañeros me había hablado nunca del sexo anal pero ella, viendo mi indecisión, alargó su mano, colocó mi miembro en la entrada de su culo. Tuve que vencer la repugnancia que sentía de meterlo en el mismo agujero por el que hacía sus necesidades. Habiéndolo conseguido, fui introduciéndoselo despacio de forma que pude experimentar la forma en que mi extensión iba arañando su interior hasta llenarla por completo. Era una sensación diferente a hacerlo por delante, los músculos de ella aprisionaban mi pene de una forma distinta a como lo hacía su coño pero, analizando mis impresiones, decidí que me gustaba. Ella, por su parte, esperaba ansiosa que me empezara a mover mientras se acostumbraba sin moverse apenas a tenerlo dentro. Ninguno de los dos se atrevía a hablar pero ambos estábamos expectantes a que el otro diera el primer paso. Viendo que ella no se movía, con cuidado empecé moverme en su interior. La resistencia a mis maniobras se fue diluyendo entre gemidos. Poco a poco, me encontraba más suelto, más seguro de cómo actuar. Isabel volvía a ser la hembra excitada que ya conocía, sus caderas recibían mi castigo retorciéndose en busca de su placer mientras mis huevos chocaban contra ella.

― Más rápido― me pidió, frotándose con descaro su clítoris.

La postura no me permitía incrementar mi velocidad por lo que tuve que agarrarme de sus pechos para conseguirlo. De esa forma aceleré mis envites. Su conducto me ayudó relajándose.

― Más rápido― me volvió a exigir, al notar que la lujuria recorría su cuerpo.

Seguía sin sentirme cómodo. Soltándome de sus pechos, usé su pelo como si de unas riendas se tratara. Estaba domando a mi yegua y recordando el modo como me mostró le gustaba que la montara y que se volvía loca cuando le azuzaba mediante certeros golpes en su trasero, le grité cogiendo su melena con una sola mano y con la que me quedaba libre, azotando sus nalgas.: ―Vas a aprender lo que es galopar―

No se lo esperaba. Al recibir su castigo, mi montura rendida totalmente a mis órdenes, se desbocó, buscando desesperada llegar a su meta. Su cuerpo se arqueaba presionando mis testículos contra su piel, cada vez que se encajaba mi sexo en su agujero y se tensaba gozosa esperando el siguiente azote, para soltar un gemido al haberlo recibido. La secuencia estaba muy definida, pene, tensión, azote, gemido, solo tuve que variar el ritmo incrementándolo para conseguir que se derramara salvajemente, bañándome con su flujo. La excitación acumulada hizo que poco después explotara yo también, inundando con mi simiente su interior.

Caí agotado a su lado, con mi corazón latiendo a mil por hora. Tuve que esperar unos minutos para poder hablar. Pero cuando intenté hacerlo, no quiso escucharme y pidiéndome que me callara, me dijo:

― Gonzalo, si se enteran tus padres, me matan y no sé cuánto dure, pero nadie me ha dado tanto placer por eso te doy permiso a tomarme cuando desees.

― ¡Qué equivocada estás!― le repliqué, ―No necesito tu permiso, desde hoy te follaré donde y cuando me apetezca. Si no estás de acuerdo, ¡levántate! y ¡vete de mi cama!

Nunca le había hablado en ese tono, ofendida y con lágrimas en los ojos, salió de entre mis sabanas con dirección al pasillo, pero justo antes de cerrar la puerta, volvió corriendo y arrodillándose a mi lado, me pidió perdón. Acariciándole la cabeza, la tranquilicé y abriendo la cama para que volviera a acostarse conmigo, le expliqué:

― Aunque seas mi puta, sigues siendo mi maestra y espero que sigas así enseñándome.

Nada más acurrucarse a mi lado me preguntó:

― ¿Qué es lo que te gustaría probar?―

Soltando una carcajada, le respondí:

― ¡A dos mujeres!

Me miró divertida, como única respuesta, se introdujo mi pene en su boca asintiendo…

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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas IV” (POR XELLA)

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Sofía pasó una noche horrible. No pudo dormir en ningún momento. Primero, debido a su situación no paró de darle vueltas a la cabeza, pero, después de u
n rato, los motivos fueron otros…
Comenzó a entrarle sed, pero no estaba dispuesta a ceder en las pretensiones de los cabrones que la tenían secuestrada… Si bebía de esa… polla, sentía el principio del fin.
Fue una lucha consigo misma, lucha que se vió agravada cuando comenzó a hacer efecto el afrodisiaco. Comenzó a notarse excitada, MUY excitada. No había pensado que la pastilla tuviese un efecto tan fuerte…
Y allí estaba ella, debatiendose entre su sed y su calentura. Veía como alguna de sus… compañeras, se levantaban en medio de la noche, se colocaban de rodillas ante el particular grifo y comenzaban a realizarle una intensa mamada. Sin darse cuenta, comenzó a observar la técnica, pensando que no sería complicado imitarla si llegase el momento…
¡Si llegase el momento! ¡Jamás! Se repetía. Pero poco a poco su voluntad iba debilitándose.
Milagrosamente consiguió aguantar toda la noche. Estaba destrozada pero había aguantado… No había dormido nada.
La señorita Angélica se presentó ante ella, dando golpecitos en la jaula para espabilarla.
– ¡Despierta perra! Ha llegado el momento de seguir con tu entrenamiento.
Sofía levantó la cabeza y la miró, no tenía fuerzas ni para intentar replicar… Mistress Angélica abrió la jaula, agarró la cadena y la sacó a tirones.
– Vaya vaya, ¿No has bebido ni una gota de agua?
Sofía intentó esbozar una sonrisa, orgullosa de su pequeña victoria. Pero en la cara de la dominatrix se dibujó también una sonrisa, la mirada siniestra que la dedicó la heló la sangre.
– Que graciosa eres… pensando que tienes elección.. No te preocupes, después de lo que vas a hacer hoy, beber de ahí va a ser lo que menos te preocupe…
Sofía estaba aterrorizada… ¿Qué iban a hacer con ella? No había comido ni bebido en días… estaba al límite.
– ¿No se te olvida algo? – Preguntó Angelica, mientras mostraba la punta de su bota ante la cara de Sofía.
Ésta, resignada, comenzó a lamerlas. Esa iba a ser la tónica de cada día… Saludar a su ama humillándose ante ella…
Una vez acabó, su entrenadora la llevó a cuatro patas igual que el día anterior, llegaron a la misma sala en la que estuvieron pero no estaban solos. Dos guardias estaban allí, preparando un armatoste colgado del techo formado por cadenas y correas.
– Preparadla. – Ordenó Mistress Angélica.
Los guadias agarraron a Sofía y la encadenaron a ese aparato. Estaba colocada en cruz, y un pequeño arnés la sujetaba por la cintura, permitiendo colocarla en varias posturas.
– Hoy vas a aprender que no tienes elección. – Dijo Angélica mientras, manejando las cadenasinclinó hacia adelante la cabeza de Sofía, colocándola en angulo recto, con los brazos tirantes hacia arriba.
Un guardia se colocó ante ella y, bajándose los pantalones liberó su polla. El guardia se quedó de pie, esperando. El glande estaba a escasos centimetros de la cara de la esclava, y ésta intentó apartarse.
¡ZAS!
Angélica estaba colocada tras Sofía, con la fusta.
¡ZAS!¡ZAS!¡ZAS!
Rápidos y continuos golpes surcaron el culo de Sofía, la Mistress no se tomaba un respiro.
El cansancio de Sofía estaba haciendo mella en su voluntad. El cansancio y el dolor. Angélica pegaba fuerte y cada golpe le producía un dolor insoportable, así que, queriendo no pensar en ello, abrió la boca y se dejó hacer.
Y vaya si la hicieron.
El guardia, en cuanto vió que la esclava le ofrecía la boca, la agarró de la nuca y le introdujo su polla de golpe. Comenzó a penetrarla con violencia, dando varias embestidas hasta el fondo de la garganta y luego sacándola de golpe, permitiendola respirar.
La mamada era tan violenta que Sofía no podía ni tragar su propia saliva, se estaba formando un pequeño charquito bajo su cabeza.
¿Por qué le estaba pasando esto a ella?
El guardia la agarró del pelo y, alzándole la cabeza se corrió en su boca. Sofía casi se ahoga. Nunca había hecho eso. Se la había mamado a sus parejas, pero nunca les había permitido que se corrieran en su boca. Era una pasta densa y grumosa, que sabía algo amarga. En cuanto el guardia sacó la polla de su boca, la escupió junto con el charquito de saliva.
– ¡¿Que crees que estás haciendo, zorra?! – Mistress Angélica se situó ante ella y, agarrando los dos pezones, comenzó a retorcerlos. – ¿Crees que puedes desperdiciar así el regalo que te hacen tus dueños?
El guardia aflojó las cadenas que sujetaban a la reportera, haciendo que cayese al suelo de rodillas.
– ¡Límpialo! – Exigió su Mistress.
Sofía no se movió, la mezcla de semen y saliva en el suelo no era para nada apetecible.
Un duro golpe sorprendió a Sofía, el guardia le había pateado las costillas.
– ¡Límpialo! – Repitió Angélica.
Agarró la cabeza de la chica y la restregó contra los restos. Varias patadas golpearon su maltratado cuerpo. Estaban minando su resistencia y su voluntad hasta límites insospechados. Y lo peor de todo es que por el efecto del afrodisiaco estaba tan caliente como nunca en su vida.
Después de varias patadas, la reportera se rindió, comenzando a lamer del suelo la corrida del hombre. Una vez hubo acabado, tensaron de nuevo las cadenas, alzándola a la posición original.
El segundo guardia repitió el proceso, follándose con violencia la boca de la reportera. Esta vez, Sofía no puso reparos cuando el hombre se descargó dentro de su boca, dentro de lo malo, era mejor que chuparlo del suelo…
Sofía quedó colgada de las cadenas, mientras los guardias salían de la sala y Angélica avanzaba hasta la cámara para recogerla.
– M-Mistres… – Balbuceó Sofía.
Angélica se paró, se dió la vuelta y avanzó hacia la chica.
– ¿Has dicho algo?
– Sí, mistress… P-Por favor… Tengo… Tengo hambre… y necesito ir al servicio…
– ¿Ir al servicio? ¿No has hecho tus necesidades en tu jaula?
Sofía había visto cómo algunas de sus “compañeras de habitación” hacían sus necesidades en un lado de la jaula… Cada cierto tiempo, los guardias limpiaban los restos con una manguera.
A parte de que se negaba a hacer una cosa así, había otra razón por la que no había podido.
– No… No puedo… Con esto…
Angélica recordó el cinturón de castidad.
– Aaaah claro, igual que ese juguetito no permite que entre nada, tampoco permite que salga, ¿Verdad?
– Si, mistress. Por favor…
– Bueno, no quiero que revientes…
Mistress Angélica comenzó a manipular las cadenas, pero, en vez de soltarla, lo que hizo fue obligarla a quedarse de cuclillas. Acto seguido desabrochó el cinturón y liberó a la esclava.
– Vaya vaya, parece que la sesión de hoy te ha gustado más de lo que pensaba… – Dijo la dómina pasando unos dedos por el coño empapado de la chica.
Sofía no aguantó más y comenzó a llorar de nuevo… POr mucho que supiese que era efecto del afrodisiaco, no podía negar que estaba cachonda… Deseaba correrse como nada en el mundo, pero no quería darle ese placer a su entrenadora.
Angélica no paraba de acariciar el coño de la chica, comenzó a introducir un par de dedos con facilidad. Las lágrimas de Sofía rápidamente fueron acompañadas de oleadas de placer. Inconscientemente, la reportera comenzó a acompañar con sus caderas el movimiento de los dedos de su ama.
Angélica sacó los dedos. Ante la frustración de Sofía, se puso ante ella y se los mostró.
– No pensarás dejarme así, ¿verdad?
Sofía cerró los ojos con fuerza, dentro de poco se quedaría sin lágrimas.
La dominatrix acercó los dedos a la boca de la chica y ésta la abrió, pensando que mientras antes acabase, antes la dejaría en paz. Angélica introducía y sacaba los dedos de la boca, dándoselos a veces a lamer y a veces a tragar.
– Es suficiente, haz tus necesidades y regresemos a tu jaula.
– ¿A-Aquí?
– ¿No me has oído perra? Hazlas donde quieras, pero hazlas ya, si no te das prisa te volveré a poner el cinturón.
Sofía no podía creerselo, hazlas donde quieras, le decía, ¡Cómo si pudiese moverse de allí!
Ante la posibilidad de tener que aguantar un día más, la reportera comenzó a orinar primero y defecar despues, viviendo la peor humillación de su vida.
Angélica trajo una manguera de un rincón de la sala y, sin el menor cuidado, comenzó a limpiar tanto el suelo como a la esclava.
El agua estaba helada y cuando acabó, Sofía tiritaba, tanto que cuando le puso de nuevo el cinturón, parecía que estaba caliente.
Una vez liberada de las cadenas, Sofía se acercó sin que le dijesen nada a las botas de su ama. Angélica sonrió complacida, esa perra estaba entrando en vereda.
Mistress Angélica condujo a la esclava a su jaula y volvió a encerrarla.
– Mistress… ¿L-la comida?
– ¡Es verdad! – Exclamó Angélica, fingiendo haberse despistado. – Lo prometido es deuda. Ahora te la traerán los guardias. – Dijo antes de irse de la sala.
Unos minutos después, un guardia avanzó por el pasillo con un plato de perro en sus manos. ¿Hasta ese punto iban a llegar? ¿La iban a hacer comer en un plato de perro?
El guardia se plantó ante la jaula y, antes de darle la comida, se bajó los pantalones e introdujo la polla entre los barrotes.
Sofía actuó sin pensar, era evidente que si no lo hacía se quedaría sin comer, así que agarró la polla con una mano y comenzó a lamerla de la mejor manera que pudo, intentando que acabase cuanto antes mejor.
Cuando estaba a punto de correrse, el guardia sacó la polla de los barrotes y, meneándosela sobre el plato, se corrió en su interior.
Sofía abrió los ojos con sorpresa justo antes de echarse a llorar. El guardia dejó el plato dentro de la jaula y se largó, dejando a la reportera con su llanto.
El cúmulo de sensaciones podía con ella. Tenía sed, hambre, había sido abusada y humillada, y seguirían haciendolo el resto de los días… Y para colmo, estaba cachonda de continuo. No sabía cuanto tiempo duraría el efecto de la pastilla, esa sensación unida a llevar el cinturón de castidad era la gota que colmaba el vaso… ¡Y no podía ni ir al servicio cuando quería!
Aún sabiendo lo que significaba hacerlo, la sed era demasiado intensa para ella. En un principio había pensado que antes se moriría de hambre y sed antes que sucumbir a las presiones de los hijos de puta que la tenían capturada, pero el instinto de supervivencia pesaba sobre todo… No quería morir… La esperanza es lo último que se pierde y, si se mantenía con vida en algún momento encontraría alguna oprtunidad de escapar. Así que, tragándose su orgullo y dispuesta a tragarse algo más, se arrodilló ante el “grifo”.
Había visto beber a sus compañeras, así que más o menos sabía como hacerlo. Debía ponerse de rodillas, con las piernas juntas y las manos tras la espalda y, usando sólo la boca, tragarse el falo hasta que, suponía, comenzase a dispensar el agua.
Se colocó en la posición y comenzó a tragar. Al principio pensó que tardaría un poco en salir pero, al ver que no lo hacía, comenzó a desesperarse. Intentó de varias maneras, agitó la polla con sus manos, pajeándola y acabó golpeándola, frustrada, ¿Por qué no salía?
– Psss
Sofía se paró en seco, asustada.
– Psss
Miró a un lado y vió que su compañera de celda la llamaba. Se acercó a ella.
– Debes tragartela entera… – Susurró. – Si no no saldrá nada…
– G-Gracias… – Contestó Sofía, pero la chica ya estaba dándose la vuelta, vigilando que algún guardia no las hubiera visto.
La reportera volvió a la tarea, intentando tragarse el falo entero, pero no entraba… Era imposible que se tragase eso, ¡Era demasiado grande!
Estuvo mucho tiempo intentandolo, le dolían las mandibulas y poco a poco iba consiguiendo tragar más, pero no llegaba a hacerlo por completo. Después de muchas intentonas, introdujo aquella polla de plástico completamente en su boca y… No pasó nada.
Estaba cansada de humillarse ella sola haciendo aquello, y entonces recordó que tenía que mamar, no simplemente meterla en la boca. Comenzó a realizar una mamada costosa, con lentitud y algo de dolor y, entonces, borbotones de un fresco líquido comenzaron a salir del grifo. Lo tenía introducido hasta el fondo, así que el agua golpeó directamente en su garganta, lo que la hizo toser y expulsarla toda de nuevo.
Volvió a su tarea, ya sabiendo como iba a salir no la pillaría por sorpresa. Estuvo varios minutos bebiendo, recibiendo chorretones de agua dentro de su garganta. Era reconfortante… La primera sensación de frescor que sentía desde hacía lo que parecía una eternidad.
Cuando acabó de beber se sintió mejor, el líquido había hecho una funcion reconstituyente. Entonces se dispuso a comer. Primero comenzó a coger los pedazos que no estaban manchados, pero luego, el hambre hizo que se comiese el resto de comida bañada en semen.
Se había quedado saciada y a gusto y se dispuso a descansar. No sabía si era de día o de noche, allí apagaban y todas se echaban a dormir, así que hizo lo mismo, vencida por el cansancio.
A mitad de la noche, un fuerte ruido despertó a la reportera. Cuando alzó la mirada, el terror la invadió, varios guardias estaban rodeando su jaula.
– Mírala, que dormidita estaba la zorra. – Dijo uno de ellos.
– Esta buena esta perrita.
– Mírala que tetas
– Era reportera, ¿No? ¿La habéis visto alguna vez en la tele?
– No… Pero ahora la vamos a ver mejor, ¿Necesitas micrófonos para tu reportaje?
Los hombres comenzaron a sacarse las pollas, igual que el que la había traido la cena.
– Vamos esclava, aquí tienes tu premio Ondas
Los demás le rieron la gracia. El resto de esclavas se encogían en sus celdas y se hacían las dormidas, esperando no llamar la atención de los guardias.
Sofía estaba paralizada, hecho que solucionó uno de los guardias introduciendo una picana eléctrica y dándole una descarga.
– ¡Vamos zorra! ¡No nos hagas repetirtelo o te freímos a descargas!
Sofía, asustada, agarró la primera polla y se la introdujo en la boca. Los guardias comenzaron a reir.
No llegaban a correrse, se apartaban y le dejaban el paso a otro.
Cuando se cansaron del juego, abrieron la jaula y la sacaron de allí.
– Oye, ¿Tiene el cinturón puesto? – Preguntó uno.
– Si, Mistress Angélica la quiere caliente y dispuesta. La está aplicando afrodisiacos.
– Ja ja ja, esa Angélica es una fiera, no se le escapa ni una… Pero si con esta no podemos, tendremos que buscar ayuda… – El guardia paseó la mirada por le sala y sacó de la jaula a una pelirroja bajita. La chica tenía unos pechos tan enormes en relación a su cuerpo que Sofía pensó que serían operados…. ¿Lo habría echo ella por su cuenta, o se lo habrían hecho después de capturarla?
La chica se movió solicita, acompañando al guardia hasta situarla al lado de la reportera. La puso a cuatro patas y de un empellón se la metió por el culo.
Los guardias se repartieron entre las dos mujeres, mientras Sofía se la chupaba a un par, el resto perforaban a la pelirroja por todos sus agujeros. No dejaban de manosearlas. Las enormes tetas de la pelirroja fueron sobadas, mordidas y pellizcadas, y las de Sofía no se libraron. Mientras mamaba aquellas pollas sus pezones fueron castigados con pellizcos y tortazos. Les hacía gracia hacer que botasen de un lado a otro.
Cuando todos estuvieron a punto, pusieron a las mujeres una al lado de otra y comenzaron a correrse sobre sus caras, llenándolas de lefa
– Habéis quedado un poco sucias, perras. ¿Por qué no os aseáis un poco?
A Sofía se le iluminó la cara. La idea de un buen baño era una liberación, el agua caliente calmándola y reconfortandola…
Todas sus ilusiones estallaron cuando la pelirroja comenzó a lamerle la cara. Entonces comprendió.
No lloró, ya no le quedaban lagrimas. Se resignó y comenzó a lamer la cara de su compañera, recogiendo con su lengua los restos de corrida.
Una vez acabaron, volvieron a ser encerradas cada una en su jaula. El cansancio la obligó a dormir a pesar de todo lo que pasaba por su cabeza.
Se levantó varias veces durante la noche a beber más agua, como salía a borbotones en su garganta, le daba la sensación de que no llegaba a calmar su sed de manera completa.
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Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida 9” (POR GOLFO)

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18

Sintiéndome un imbécil por lo cerca que había estado de confiar en ellas tras lo que acababa de ver y escuchar, me quedé planeando y pensando mis siguientes pasos. Aunque tenía claro que ese par de putas ambicionaban seguir su relación bajo el paraguas de un matrimonio hetero y que, por tanto, su supuesta entrega solo era un paripé con el que engañarme, seguía sin tener idea de cómo debía actuar. Ya que a pesar de saber que el egoísmo era lo que las impulsaba a tenerme a su lado, era evidente que las necesitaba para seguir vivo:

«Elizabeth es a ellas a quién protege y no a mí. Si descubro lo que sé, se darán cuenta de que me han perdido y quizás se busquen a otro incauto», me dije valorando en su medida el riesgo que correría si me quedaba sin el amparo del gobierno yanqui. El odio que me producían no consiguió nublarme la razón y en la soledad de mi cuarto, asumí que debía de ser más inteligente que ellas y jugar mis bazas.

«Hasta que vea claro el camino que debo seguir, tengo que seguir disimulando y hacerles pensar que creo en sus disculpas», sentencié con una rara tranquilidad.

Seguía inmerso en ello cuando el ruido de un coche a través de la ventana, me alertó de la llegada de alguien. Por un momento, me aterrorizó pensar que eran unos sicarios, pero la ausencia de reacción por parte de los escoltas que nos protegían, me hizo comprender que debía de ser un conocido de ellos. Supe quién era al oír el sonido de la voz de la pelirroja impartiendo órdenes a sus subordinados y por unos segundos, medité si ir de frente y reclamarle que no hubiese hecho nada por evitar la situación en la que me hallaba.

Nuevamente, pudo más la cordura y sabedor que si seguía respirando se debía únicamente a su protección, me senté a esperarla lleno de ira. Que en vez de venir a verme se dirigiera a donde permanecían las novias amándose, me cabreó aún más al asumir que para esa mujer ellas eran las importantes. Estaba todavía haciéndome a la idea cuando de pronto escuché sus gritos exigiendo explicaciones a la latina:

– ¿No habíamos quedado en que dejarías que fuera yo quien decidiera qué hacer con esa información? Ahora, Alberto va a creer que quebranté su confianza y tendrá razón. ¿Cómo has podido ser tan insensata?

Juro que mi corazón dio un vuelco de alegría el saber que nada había tenido que ver con la publicación y por eso intenté oír qué respondía Lidia, pero o no dijo nada o lo hizo tan bajo que no me fue posible e intrigado me quise acercar, pero en el último momento me quedé sentado:

– ¿No te das cuenta de que, si ya de por sí los jefes del cartel te tenían enfilada, y que tras caer su responsable financiero te has convertido en la enemiga a batir junto con todos los que estén a tu lado?

La morena debió decir algo en su defensa, pero a mis oídos solo llegó el cabreo de la pelirroja antes de dar un portazo dejándolas solas:

-No dudes que te echaré a los lobos si algo le ocurre al hombre que adoro.

Apenas me dio tiempo a digerir lo que esa mujer sentía por mí antes de aparecer por mi habitación:

-No tuve nada que ver- casi llorando comentó sin atreverse a entrar.

Por la expresión de su rostro supe que esperaba una reacción hostil por mi parte y por ello, le costó comprender que, regalándole una sonrisa, le pidiera que se acercara.

-Te juro que había quedado con ese par que….

Interrumpiéndola, la tomé de la cintura. La fría asesina se derrumbó en cuanto estiré mi brazo y la abracé.

-Déjame que te explique-sollozó.

Cerrando sus labios con mis besos, le hice saber que no necesitaba que me dijera nada.

-Estás aquí y con eso me basta- fue lo único que escuchó mientras la tumbaba sobre la cama.

Aunque su mirada reflejaba preocupación, reaccionó buscando que nuestros cuerpos entraran en contacto y por eso cuando notó que estaba intentando desabrochar su blusa, ya nada pudo evitar que se dejara llevar por la lujuria.

-Amor, no es el momento- inútilmente protestó al sentir que liberaba su pecho de la presión del sujetador.

-Sí que lo es, pecosa- contesté mientras me apoderaba de uno de sus pezones con la boca.

El gemido que brotó de su garganta con ese húmedo arrumaco me hizo comprender lo mal que la había interpretado y finalmente reparé en que la noche que pasé en su casa, no solo me había regalado su cuerpo, sino su alma y sintiéndome en deuda, decidí entregarle la mía. Elizabeth me facilitó las cosas al cerrar los ojos mientras disfrutaba de mis caricias sin saber a qué atenerse.

-Soy tuya- suspiró al sentir mi legua lamiendo su seno.

-Eres tú, quien es mi dueña- respondí despojándola del resto de su ropa.

Un nuevo sollozo me confirmó el agrado con el que recibía mis palabras y por ello, no me extrañó que llevara su mano a mi entrepierna. Al descubrir mi miembro erecto, no lo dudó y bajándome la bragueta, metió una mano en ella mientras usaba la otra para quitarme el pantalón.

-Ámame, ¡por dios! ¡Lo necesito!

La urgencia que destilaba su mirada me hizo reaccionar y ayudándola, me terminé de desnudar sin que me importara ya la diferencia de edad que la llevaba.

-Si algo te llega a pasar, no sabría qué hacer- musitó cogiendo mi pene entre sus manos.

La ternura de su voz chocó frontalmente con su calentura y es que mientras se ponía a masturbarme, la mano que tenía libre había buscado acomodo entre sus muslos. Más excitado de lo que debía de haber demostrado, descubrí que de algún modo se había quitado la ropa interior cuando con mis dedos recorrí el desnudo trasero de la pelirroja. Sorprendido, seguí acariciando sus nalgas en un intento de no llevarle demasiada delantera cuando inevitablemente me corriese.

-Alberto, no me merezco tu cariño. He sido incapaz de prever que ese par de putas no me harían caso-  suspiró sin dejar de pajear.

Enternecido por sus disculpas, azucé su entrega explorando con mis dedos la raja de sus cachetes si otra intención que amarla. Elizabeth malinterpretó que sobara su trasero y moviendo sus caderas, me preguntó:

-Si te entrego mi culito, ¿podrás perdonarme?

Su pregunta me dejó alucinado, ya que durante las dos noches que habíamos compartido nunca se había mostrado tan abiertamente dispuesta a dármelo. Temiendo que accediese por los motivos equivocados, repliqué que no tenía nada que perdonarla.

-Entonces… ¿no lo quieres? ¿No te apetece ser el primero en usarme de esa forma? – me dijo mientras se ponía a cuatro patas sobre el colchón.

Encandilado por semejante oferta, introduje una yema en su ojete. Elizabeth al experimentar esa intrusión, sintió renacer con fuerza su deseo y antes de que me diera cuenta, colapsó sobre las sabanas corriéndose. La sorpresa de verla disfrutar no me paró y profundizando en su inesperado clímax, metí y saqué el dedo de su trasero sin volverme loco.

– ¡Siempre consigues llevarme al cielo! – exteriorizó su felicidad al notar el ritmo cada vez más rápido con el que premiaba su entrega.

Implícitamente me acababa de decir que estaba lista y separando sus nalgas con las manos, observé que no estaba relajada. Por ello y sin avisar, metí mi lengua en esa virginal entrada y su sabor picante me envolvió provocando que mi excitación creciera.

  ― ¿Estás convencida de dármelo? – pregunté mientras entre mis piernas mi pene lucía una brutal erección.

Aunque era una pregunta retórica, no dudó en responder y usando sus propias manos para separar ambos cachetes, susurró:

―No puedo darte algo que ya es tuyo.

La renuncia que se escondía tras esa afirmación me hizo obviar mis reparos y tomando un poco del flujo que manaba de su coño, embadurné su ojete.

            -Toda la vida guardé celosamente mi trasero para el hombre con el que pasaría el resto de mi vida- sollozó al sentir que aproximaba mi glande a su ojuelo.

El significado de sus palabras me impactó al ver en ello una declaración y dudando si yo era ese hombre o si me merecía ese honor, no me atreví a tomar posesión de él. La pelirroja al notar mis recelos, decidió tomar cartas en el asunto y dejándose caer hacia atrás, forzó dolorosamente su culo. Con ese sencillo movimiento, mi virilidad fue haciéndose dueña de sus intestinos poco a poco y sin quejarse, pero con un rictus de dolor en su rostro, siguió presionando hasta que se sintió empalada por completo. Entonces y solo entonces, rugió diciendo:

―Me encanta.

Por si fuera poco, sumida en una calentura sin par, llevó sus manos hasta los pechos para acto seguido dar un duro pellizco en cada uno de sus pezones, buscando quizás maximizar su excitación. La jugada le salió bien porque todavía no había comenzado a moverme cuando, mordiendo la almohada, se corrió sonoramente. Su renovado placer me hizo no esperar más y mientras la pecosa se retorcía gozosa sobre las sábanas, con ritmo pausado, comencé a sacarla de su interior. Mi lentitud exacerbó la pasión que sentía y cuando todavía tenía la mitad de mi verga dentro, con un breve movimiento de caderas, se la volvió a encajar hasta el fondo.

―Hazme saber que soy tuya, ¡por favor! ― chilló.

Vi en su grito el permiso que necesitaba para iniciar el asalto y mientras yo hacía todo lo posible por sacársela, Elizabeth lo evitaba al empalarse con ella nuevamente. De ese modo, nuestro ritmo se fue acelerando consiguiendo que nuestro lento galope inicial se fuera desbocando.

-Sigue, por Dios- la pecosa me imploró.

Como todo el mundo comprenderá, acepté su sugerencia y por eso, La premié apuñalando el interior de sus intestinos.

― ¡Demuestra a esas putas quién es tu mujer! ― aulló, voz en grito, al sentir mis manos apretujando sus dos pechos.

 Sonreí complacido al percatarme de que si la pelirroja gritaba tan fuerte era para que María y Lidia la escucharan. Eso lejos de molestarme, me excitó y deseando que fuera así, azucé a mi montura con un duro azote sobre sus ancas mientras le exigía que diera rienda a su placer. Con esa nalgada, la americana sintió que el placer volvía a acumularse en su interior y olvidando que su propósito inicial, me exigió que continuara con mas, confirmando de esa manera que le gustaba ese tipo de trato. No tuvo que decírmelo una segunda vez y, alternando de una nalga a la otra, marqué el compás con el sonido de mis azotes.

― ¡Cómo me gusta sentirme indefensa en tus brazos! ― aulló al notar que, en vez de cortar su excitación, ese maltrato la estaba incrementando.

Ni que decir tiene que disfruté de su entrega hasta que, con su trasero totalmente colorado, se dejó caer sobre las sábanas y ante su propia sorpresa, se vio inmersa en otro orgasmo no menos brutal.

― ¡Me vuelves loca! ― exclamó al saber que su cerebro estaba a punto de explotar.

Los gritos de la pelirroja fueron el empujoncito que me faltaba y cogiendo sus rosadas areolas entre mis dedos, las pellizqué con dureza mientras seguía machacando su culo con mi pene. Esos pellizcos fueron su perdición y sin poderlo evitar, un clímax sin par la dominó.

Sabiéndola derrotada, me concentré en mí y apuñalando su esfínter, derribé las últimas murallas que evitaban que se sintiera completamente mía.

― ¡Riega a tu pecosa! ― consiguió gritar antes de caer agotada sobre las sábanas.

Su renovado placer coincidió con el mío y ya agotado, premié su entrega con mi simiente. Al notarla recorriendo sus intestinos, decidió no fallarme y moviendo sus caderas, no cejó en su empeño hasta que consiguió que me vaciara por completo en ella. Contento con mi labor, pero sin fuerzas para nada más, me tumbé a su lado. La americana me abrazó agradecida y llenándome con sus besos, me juró que me sería fiel hasta la muerte.

Podrá parecer extraño, pero al romperle el trasero había sellado nuestra unión y comprendí que la adoraba. Por ello, acariciando su rojiza melena, le solté que mis sentimientos. Levantando su cara de mi pecho, me miró incrédula y contestó:

-No me mientas, por favor.

-No lo hago, mi pecosa. Lo único que no te puedo asegurar es que pueda vivir lo suficiente para demostrártelo.

Cómo agente de inteligencia comprendió el problema, pero luciendo una sonrisa de oreja a oreja, intentó engañarme diciendo:

-Con mi protección, ni tú ni tus zorritas tenéis nada que temer.

-A esas dos, me da lo mismo si les clavas una lanza por el culo… ¡se lo tendrían merecido!

Mi exabrupto la hizo reír y demostrando que a pesar del cariño que me brindaba, la violencia seguía en ella, con una sonrisa en la boca, me soltó:

-Como dices tanto, Lidia como María se merecen un escarmiento y si lo deseas, yo puedo dárselo.

– ¿Qué has planeado? – no evité preguntar.

Viendo mi interés, contestó:

-Nada que debas saber ahora, pero no te preocupes ¡te gustará la sorpresa que les tiene reservada tu pecosa!…

19

Tras ese asalto, Elizabeth me llevó al baño y metiéndome en el jacuzzi, me deleitó con su impresionante y dulce voz mientras se entretenía enjabonándome. En sus maneras descubrí no solo su cariño, sino que estaba concentrada pensando en el modo que en que haría efectiva mi venganza. Por eso no me extrañó que una vez bañado, tras vestirme, me pidiera que la siguiese. Mi confianza al acompañarla sin preguntar se vio compensada cuando, en el sótano de la mansión, me mostró unas instalaciones que jamás supuse encontrar.

– ¿En qué estaba pensando tu gobierno al construir esto? – exclamé.

La pelirroja no tuvo reparo en contestar:

-Las diseñaron por si teníamos que sacar información a algún invitado.

Todavía impresionado, dejé que me enseñara que ese refugio contaba, además de unas jaulas que reconocí como mazmorras, con una sala en la que un potro de tortura y demás aditamentos me dejaron meridianamente clara su función. Tras lo cual, llevándome a una habitación desde la cual se podía observar lo que sucedía en toda la planta mediante una serie de espejos, me preguntó con cuál de las zorras me apetecía que empezara. Reconozco que estuve a un tris de echarme atrás al ver sus ojos el odio que las tenía, pero, recordando que por su causa estaba encerrado en esa finca, respondí que me daba igual la que eligiera.

-Ponte cómodo que ahora vuelvo- dijo al desaparecer.

Aunque me pareció una eternidad, apenas debieron pasar unos minutos cuando los gritos de esas putas me alertaron de su llegada. Sé que me comporté como un cerdo cuando no pude dejar de sonreír al ver que las traía tirando de sus melenas y que con todo lujo de violencia las metía en dos jaulas diferentes.

-Desnudaos- ordenó sin alzar la voz.

Al negarse ambas, no insistió. Mientras la latina y su novia seguían protestando, tomó una manguera y abriendo el grifo, dedicó unos momentos a bañarlas por entero.

-Nos vemos en cinco minutos- dijo dejándolas solas.

Ninguna de las dos entendió esa maniobra hasta que desde el techo notaron el abrazo gélido del aire acondicionado a toda potencia, pero aun así esperaron a que se volviese insoportable la ropa mojada antes de pedir a gritos que lo apagara.

-Desnudaos- volvió a exigir al retornar a su lado.

En esta ocasión, ambas obedecieron despojándose de sus vestidos. Al verlas en ropa interior, sonrió diciendo:

-Dije desnudas- tras lo cual, volvió a bañarlas y se sentó frente a ellas.

 Mientras se quedaban en pelotas, Lidia tuvo el coraje de enfrentarse a la pelirroja:

-Zorra, ¿qué quieres de nosotras?

Sin dejar la silla ni alterarse, Elizabeth respondió:

-Que mi hombre disfrute mientras os torturo.

Esa respuesta las dejó aún más heladas y por eso tardaron unos segundos en pedir mi ayuda. No tengo duda de que tenían la esperanza de que acudiría a liberarlas, pero cuando los minutos pasaron sin que respondiera a sus gritos, esa seguridad quedó hecha añicos y llorando rogaron a su captora que tuviese piedad de ellas.

-Estoy en un dilema, no sé con cuál debo empezar…- con tono dulce comentó la pelirroja: -…por lo que os lo dejo a vuestra elección. Seré menos dura con la primera que diga el nombre de la otra.

Desde la cómoda butaca en la que había posado el trasero, comprendí que la pelirroja deseaba crear una brecha entre ellas, pero dudé de su efectividad al ver que tanto Lidia como María en cierta forma se habían adaptado al frio. Como si hubiese leído mis pensamientos, la espía se puso en acción y lanzando sobre ellas el contenido de dos cubetas, volvió a sentarse.

-Dentro de nada, comenzareis a sentir una especie de comezón en vuestra piel que se irá intensificando hasta volverse doloroso y que solo parará cuando nuevamente os bañe. Así que decirme, ¿con cuál queréis que empiece?

-Cuando salga, pienso denunciarte- chilló Lidia cuando muy a su pesar comenzó a rascarse.

– ¿Quién te ha dicho que algún día saldrás? – dejó caer mientras maximizaba el desapego que sentía poniéndose a leer una revista.

La implícita amenaza que les había lanzado a la cara, las hizo temblar y nuevamente pidieron mi ayuda:

-Alberto, ésta tía está loca. Por favor, sácanos de aquí.

Cuando no respondí y la piel le ardía, María decidió tomar la iniciativa pidiendo que fuera ella la primera en ser torturada. Reaccionando ante el sacrificio de su pareja, la latina desde la jaula de al lado imploró a la pelirroja que la tomara a ella echándose la culpa de mis problemas.

-Tanto peca el que mata a la vaca como el que le coge la pata- sin levantar la vista de lo que estaba leyendo, respondió demostrando su dominio de nuestro idioma.

Las dos mujeres comprendieron que no le bastaba que se autonombraran y que lo que realmente buscaba la gringa era que se traicionaran entre ellas y por eso casi al unísono, ambas le gritaron que jamás conseguiría su propósito.

-Por supuesto que lo conseguiré. Mi única duda es cuál de las dos echará a los perros a la otra.

Sabiendo que no podían esperar nada de ese témpano de mujer, por tercera vez pidieron mi intervención. Asumiendo que debía hacerles llegar mi negativa para que no siguieran soñando con ella, apreté el botón del intercomunicador diciendo:

-Elizabeth, cariño. Te apuesto una cena a que será Lidia.

-Te equivocas, mi amor. Será la puta que algún día creíste tu amiga- girándose hacia el espejo, sonrió.

Tal y como preví, esa conversación derrumbó la última confianza de las cautivas y gimiendo desconsoladas, se retorcieron en el suelo con la esperanza que el agua ahí derramada les sirviera para aliviar el picor que les recorría la piel. Tarde comprendieron que en tan pequeña dosis ese líquido solo lo incrementaría y ya descompuestas, imploraron que las bañara.

-Lo haré cuando alguna designe a la otra.

Siguiendo la lógica que había previsto, empezaron a discutir entre ellas sobre cuál debía traicionar a la otra. Ninguna quería dar el paso y por eso tuvo que pasar todavía unos diez minutos antes de que la latina dijera “María”. La carcajada de Elizabeth al escuchar la traición hasta a mí me resultó siniestra y aún con el corazón encogido observé que tomando la manguera cumplía la promesa.

-Zorra, ¡dejé todo por ti! – no tardé en escuchar el reproche de la cincuentona mientras Lidia le retiraba la mirada.

La angustia de la morena se incrementó cuando, abriendo la jaula, Elizabeth sacó a la que era su novia de los pelos.

-Llévame a mí- sintiéndose una piltrafa, rogó.

-Tu arrepentimiento llega tarde- la pelirroja contestó mientras se llevaba a rastras a María.

Increíblemente tranquila, la castaña esperó a que cerrara los grilletes en la camilla donde sería torturada para con un arrojo fuera de lugar pedir a la mujer que empezara, que no la temía.

-Anciana, sé que me temes- forzando su boca con la lengua, respondió.

Ese beso y que le hubiese llamado con el nombre de sumisa, hizo que mi ex amiga se confiara y mientras sentía que le adosaba unos electrodos por el cuerpo, se ofreció a satisfacerla sexualmente si la liberaba.

-Para eso, no me haces falta. ¡tengo a Alberto! – le informó y sin que supusiera ningún esfuerzo, encendió la corriente.

El chillido de dolor que brotó de su garganta mientras su cuerpo era zarandeado obligó a la hispana a taparse los oídos y ciertamente a mí me hizo dudar si deseaba ver cómo mi amante culminaba la venganza. Apenas fueron unos segundos, pero la dejaron agotada y por eso ni siquiera se movió cuando la pelirroja le incrustó un enorme pene en la vagina.

-Como bien sabes o al menos sospecharas, para que una tortura sea eficiente se debe alternar placer y sufrimiento. Por eso mientras me ocupo de la traidora, disfruta un poco.

 Aun sabiendo lo que le venía, María no pudo evitar gemir cuando el dispositivo de su coño y los electrodos que tenía en pecho y ojete comenzaron a cumplir su labor.

-Ves, anciana. Al contrario que en vosotras, en mí se puede confiar que cumpliré lo que prometo. No luches y déjate llevar… mientras vuelvo.

Desde mi privilegiada posición, presté atención a cómo poco a poco la cincuentona se iba calentando mientras en la otra habitación, mi pecosa obligaba a la hispana a ponerse un sugerente camisón. Reconozco que, valorando lo guapa que estaba con el pelo mojado y ese tul, no comprendí esa tan atípica vestimenta en una cautiva. Mordiendo sus labios, la pelirroja le anticipó que cuando la reuniera con su novia debía hacerla disfrutar con la lengua o por el contario que asumiera las consecuencias.

-Así lo haré, mi señora- temblando de miedo, respondió.

Aumentando su humillación, abrochó un collar de perro alrededor de su cuello y mediante una correa, la llevó gateando donde María seguía debatiéndose por no caer en el placer.

-Mira la cachorrita que ha adoptado- girándole la cara, la hizo contemplar que Lidia estaba vestida a sus pies.

-Zorra, ¡te has vendido! – rugió llena de ira sintiéndose nuevamente traicionada por la morena a la que tanto había querido.

Cuando ésta intentó disculparse, tirando de la cadena, Elizabeth le recordó que el pacto al que habían llegado y tras sentarse en una silla, la azuzó a comenzar. La relación que la cincuentona había creído eterna se desmoronó cuando Lidia sacó la lengua y comenzó a lamer la almeja de su captora

– ¡Alberto! ¡Qué razón tenías cuando decías lo bien que te la mamaba tu princesa! – girándose hacia mí, chilló la americana.

Ante la consternación de las cautivas, usé nuevamente el intercomunicador para alabar el desempeño que siempre había mostrado conmigo:

-Princesa es una máquina y su lengua una delicia.

-Sí, que lo es. Tengo los pezones excitados y apenas me ha dado un par de lametazos. Creo que esta noche, la llevaré a tu cama para que la desvirgues.

-Estaré esperándola, nada me apetecería más que tener a dos bellezas como vosotras a mi lado.

La indignación de María se maximizó al percatarse del tamaño que habían adquirido los pezones de la morena con el cariñoso recibimiento que recibiría en pago de su traición y desgañitándose, gritó que cómo podía aceptar en mi cama a una puta después de lo que había hecho, haciendo hincapié en que no había dudado en publicarlo a sabiendas de la situación en que me pondría.

– ¿Por qué lo hiciste? Mi pequeña y dulce princesa- acariciando su negro pelo, la pecosa preguntó.

-Por el bien de mi patria- sollozó dejando por un momento de lamerla.

– ¡Mentira! Fue tu ambición sin límite la que te indujo a hacerlo- desde la camilla y mientras la ira magnificaba lo que estaba sintiendo, la que había sido su pareja hasta hace menos de una hora exasperada gritó.

Sin mostrarse contrariada, Elizabeth levantó la cara de la latina y la besó mientras rehacía la pregunta:

– ¿Qué ambicionabas bella criatura?

-Quería que el presidente cayera y que el clamor popular hiciera que me nombraran en su lugar- derrumbándose ante la ternura de la pelirroja, reconoció.

Sin dejar de acariciarla y mientras a dos escasos metros, María caía por la colina que le llevaría al orgasmo, insistió en el sutil pero efectivo interrogatorio.

-Y Alberto, ¿qué pintaba? No lo necesitabas para ser la primera presidente de tu país.

Sucumbiendo al fin al placer, la castaña contestó por ella:

-Claro que lo necesitaba, la guarra a la que llamáis princesa sabía que sus compatriotas nunca aceptarían una lesbiana gobernándolos.

Por el movimiento de las caderas de María supe que se estaba corriendo y como yo, también su torturadora, la cual sonriendo giró el mando que intensificaba la potencia de los artilugios que llevaba adosados al cuerpo, mientras con estudiada dulzura preguntaba a la morena:

– ¿Es eso cierto? Mi preciosa princesa. ¿Querías casarte con Alberto para que evitar las suspicacias de tu gente? ¿Acaso no sientes nada por él?

No contestó y de nuevo fue María la que habló:

-Claro que siente algo: ¡celos! No soportaba que tras tantos años yo siguiera enamorada de él.

– ¡Eso fue al principio! ¡Pero al conocerlo también yo me enamoré! – desesperada y como gato panza arriba, se defendió.

            -Tú solo amas a tu ambición y como a mí, tampoco dudaste en traicionarlo para salvar tu culo- sin dejar de menear el trasero al ritmo que le marcaba el consolador, bramó la cincuentona.

            Las lágrimas de la hispana aceptando la crítica hicieron saber a la pelirroja que poco más podía sacar de ellas. Por lo que, dando por finalizada su intervención, ató a Lidia con unas esposas de la pared y volvió donde María:

-Anciana, toma esta fusta y castiga a la princesa. Puedes hacer lo que quieras con ella, pero abstente de metérsela por el coño. Cuando acabes, tráela al cuarto de mi hombre, para que él sea el que decida vuestro destino mientras la desvirga.

Los sonidos de la vara impactando contra el culo de la hispana y la melodía de sus gritos nos acompañaron por las escaleras de vuelta a la habitación.

-Te recuerdo, mi adorada pecosa, que me debes una cena.

-Lo sé, amor mío, lo sé- respondió con una sonrisa embelleciendo sus facciones.

Viendo lo poco que le había afectado perder la apuesta, añadí que me había defraudado como interrogadora, ya que no les había sonsacado nada que no supiera con anterioridad.

-No fue esa mi intención.

– ¿Entonces cuál? – extrañado, pregunté.

Su cara risueña desapareció y fue sustituida por un rostro pétreo:

-Lo que hicieron esas malditas no tiene marcha atrás y de ahora en adelante vas a necesitar protección. Para asegurártela, será necesario que esa Lidia cumpla su sueño y que te cases con ella. Por ello, decidí destruir su relación.

-No entiendo.

-Cariño, llevan mucho tiempo sosteniéndose una a la otra. Ahora que se odian y a su manera te aman, ambas verán en ti el único salvavidas con el que cuentan.

-Sigo sin entender- reconocí.

– ¡Por dios! ¡Estás espeso! – desesperada por mis pocas luces, exclamó: – Las mujeres que van a aparecer en nuestro cuarto no serán ellas, ¡habrán cambiado! Al haber destrozado sus valores, serán dos lienzos en blanco que podremos pintar a nuestro gusto.

Comprendiendo a medias, quise saber en qué había pensado en convertirlas mientras la tomaba de la cintura.

Muerta de risa y mientras se pegaba a mí, respondió:

-Cuando llegué a tu cama, esas guarras ayudaron a que un viejo como tú me engatusara. Debo agradecérselo haciendo de ellas los juguetes sexuales que añadan el picante que necesitaré para aguantarte el resto de mi vida.

Despelotado por su dulce menosprecio y sin medir sus consecuencias, pregunté a la americana qué pasaría si teniéndolas en mi cama me olvidaba de ella.

-No te lo aconsejó- contestó apretando mis huevos entre los dedos: -Soy extremadamente celosa y si algún día me abandonas, ¡no dudaré en hacer de ti un eunuco!…

Relato erótico: “Gaby, mi hija 2” (POR SOLITARIO)

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–Y ya está bien por hoy, niña. Nos hemos pasado la tarde charlando y no hemos hecho nada en la casa.

–Mamá. ¿Lo harías conmigo?

–¿Cómo? ¿Qué haría, qué?

–No he tenido nunca contacto con una mujer y me gustaría probar. Contigo.

–¡Tú estás loca! Anda, anda. Vete a recoger la ropa del tendedero y tráetela para plancharla. Habrase visto, niña pervertida. Vamos, ni que una estuviera aquí para dejarse follar por la primera que llegue.

–Mamá. Dentro de dos semanas cumplo dieciocho años. Con la mayoría de edad puedo hacer lo que quiera con mi cuerpo…

–¡Con tu cuerpo! Pero no con el mío. Cometí errores en mi juventud, pero no soy una pervertida incestuosa. Eres mi hija, yo tu madre, no lo olvides, hay límites que no se deben traspasar.

–¡Mamá, lo harás! Traspasaras ese límite. Conmigo. Y yo contigo, ya lo veras.

Se va a la azotea a recoger le ropa. Me quedo pensando, es muy caprichosa, si se le antoja follar conmigo, puede utilizar lo que sabe de mí, para lograrlo. Dios mío, qué situación. Ya vuelve, me temo que no se trae nada bueno entre manos.

–Mamá, estoy pensando en mi regalo de cumpleaños. ¡Te quiero a ti! Quiero hacer el amor contigo. Las broncas, las peleas que hemos tenido desde siempre, escondían en el fondo, el deseo que siento por ti. Por poseer tu cuerpo. Me gustabas y no quería aceptarlo. Ahora me he dado cuenta. Me peleaba contigo porque te quería y al mismo tiempo rechazaba la idea, porque deseaba acariciarte, besarte y que tú, hicieras lo mismo conmigo. Estar desnudas todo el día, mientras estamos solas. Cogerte las lolas y magrearte el culo, meter mis dedos en tu raja y tú en la mía. Te he deseado, desde que tengo uso de razón. Ahora más. Ahora que sé, lo puta que has sido, lo puta que eres, vas a ser mi puta. Quiero que me hagas sentir, lo que Lara te hacía sentir a ti. Lo que sentías en esas orgias lesbianas. La que tengo grabada en el portátil. No la he visto entera. Pero, por lo poco que he podido ver, tu cara refleja el placer que te hacían sentir aquellas chicas. Yo quiero sentirlo.

–Por favor Gaby, no me pidas eso. Haz conmigo lo que quieras, pero eso no.

–No acepto el no, mamá. Lo harás. Y vamos a empezar ahora mismo. Vamos a tu habitación.

–¡Gaby! ¡No!

Gaby tira de mí y me arrastra hasta el cuarto. Estoy como en shock, me maneja a su antojo y no puedo reaccionar. Mi cabeza me va a estallar. No puedo pensar.

Me va desnudando despacio, recreándose. Sabe que no puedo negarme, me tiene en sus manos. Nunca mejor dicho, porque sus manos están acariciando mis pechos, bajo el sostén. Lo desabrocha, lo arroja al suelo. Mis ojos siguen su trayectoria, hasta el suelo. No puedo más. Caigo, hasta el suelo. …..Me despierto, Gaby, a mi lado, está asustada. He sufrido un desmayo por la tensión, intento tranquilizarla, se calma, ya no le preocupa. Estoy mareada, desnuda, ella también, no sé qué ha pasado. Poco a poco, vienen a mi mente los recuerdos. ¡Ella quería follar conmigo!

Cubro mis pechos, en un movimiento de defensa, de pudor. Ella aparta mi mano y se apodera de uno de ellos. Lame el pezón, abre la boca y se mete casi la teta entera dentro.

–Gaby, no sigas.

Pero sigue. Y me besa, lengua contra lengua, muerde mis labios, pasan minutos en que las bocas pugnan por vencer a la otra.

Y no se detiene ahí. Baja lamiendo mi vientre hasta el pubis, chupa mi clítoris. Con los dedos de la mano, abierta, masajea todo mi coño. De nuevo arriba, vuelta a los besos, los abrazos. Nos revolcamos en la cama. Se arrodilla en el suelo, junto a la cama, entre mis piernas, para llegar con su lengua al sexo, que siento reaccionar.

Muerde delicadamente los alrededores, la parte interior de los muslos. Lengüetea de nuevo. Al tiempo sus manos acarician mis pezones, duros como piedras. Cierro los ojos y dejo que llegue el orgasmo, suavemente, subiendo de intensidad, hasta hacerme explotar. Intento disimularlo, no quiero que se dé cuenta de que me he corrido. Pero se ha dado cuenta de todo.

Me abraza, frota todo mi cuerpo con el suyo. Besa mi boca, ya no la rechazo, no puedo, deseo seguir. Dejo que su lengua, con sabor a mí, penetre mi boca, y yo la suya. Los besos se tornan furiosos, ardientes.

Llevo años, sin sentir la pasión que me invade. ¡Con mi hija!.

Mi apatía desaparece, el sexo se había vuelto vacio, insulso, con mi marido.

Carlos, si supieras las cosas que he hecho, que estoy haciendo. Pero en casi veinte años de matrimonio, jamás le he engañado. No le he sido infiel, hasta ahora. Con mi hija. Con ese pequeño trozo de mí, que salió, por donde ahora me acaricia. Dándome placer. Un placer que creía olvidado. Enterrado en el fondo de mis recuerdos. Pero que, sin yo saberlo, se mantenía vivo. Esperando la ocasión para reaparecer.

Mi hija me recuerda a mí de joven. Es como hacer el amor, conmigo misma, pero compartiendo el placer con ella.

Me subo sobre su cuerpo. Ella tendida, cabalgo su vientre. Mi coño sobre su coño. Me muevo, adelante, atrás, otra vez, más, más. Me inclino hasta lamer y saborear el aroma de sus pezones. Sabe como los míos, compartimos feromonas. Me gusta su sabor. Voy a probar el de la parte de atrás de las orejas. Sabe igual, se estremece bajo mi cuerpo.

Levanto sus brazos para lamer sus axilas, de nuevo el sabor a hembra en celo. Sabor característico, delicioso. Sus brazos se aferran a mi espalda, como si se fuera a caer. Tiembla. Sigo con el movimiento de vaivén. Sé que no es suficiente. Necesita algo más. Que le coma el coño. Y lo hago, paso la lengua desde su ano al empeine, profundizo en su cavidad, subo un poco hasta el pliegue, arriba, donde se unen los labios. Pego la boca abierta sobre todo su sexo y aspiro. Mi boca se llena con su carne. La lengua descubre el bultito, bajo el pequeño capuchón. Y lo acaricio con la punta.

Con suavidad, ella me marca el ritmo, más rápido, párate, lento, despacio. Al tiempo, mis dedos atrapan sus tetitas, los pezones, los acaricio, como si estuviera sintonizando una emisora de radio, en un aparato antiguo.

Introduzco los dedos, índice y medio de mi mano derecha, en su cueva, dentro, froto hacia arriba, mientras con el pulgar excito su clítoris. Se los llevo a la boca, ella los chupa, también disfruta del sabor de su coño y del mío. De nuevo los meto en su coño, igual, dos en la cavidad y el pulgar en su clítoris. Los orgasmos no se hacen esperar. La excitación es brutal, enloquecedora. Una vez derribado el tabú, solo queda la pasión, la sensualidad. Gemidos, gritos, lamentos, olor a sexo, a sudor, invaden la habitación.

Tras más de una hora de batallas, jadeantes, vencidas, derrotadas.

Nos recuperamos y vamos las dos juntas a la ducha. A Gaby aún le quedan ganas de marcha. Quiere lavarme ella y se entretiene en mi sexo, en las tetas.

–Mamá, ¿Somos lesbianas?

— No se Gaby, solo sé, que me gusta pasarlo bien con una mujer y también lo he pasado bien con un hombre. Me inclino a pensar que soy bisexual. ¿Y tú? ¿Lo pasas bien con hombres?

–Pues ese es el problema, ahora tengo dudas. Antes creía que disfrutaba con una polla dentro. Pero lo de esta tarde, me hace dudar. Me has dado mucho gusto, mamá. He disfrutado más que nunca.

–Eso pensé yo con Lara, llegué a pensar que estaba enamorada de ella. Y quizá lo estuve un tiempo. Después, me lié con tu padre y lo de Lara se enfrió. A ella le sentó muy mal, creo que ella si se enamoró de mi.

Cuando empecé a salir con tu padre, se puso muy celosa. Llegó a darme miedo, nos seguía. Por menos de nada nos la veíamos aparecer tras una esquina, por donde paseábamos. Disimulaba y nos marchábamos de allí.

Hasta que un día, no pude más y le dije, que se acabó. Que no seguiría acostándome con ella, que tenia novio y nos íbamos a casar. Se volvió loca, quiso pegarme. Recogí mis cosas y me fui al apartamento de tu padre. Aquel día hicimos el amor, por primera vez. Con él perdí la virginidad. Seguimos juntos. Poco después, me quedé embarazada de ti y nos casamos.

Tuve que dejar mis estudios y convertirme en ama de casa, dedicada a mi marido y mi hija. Hasta hoy, que has hecho que regresen los fantasmas del pasado. Un pasado olvidado, que surge de internet, para recordarme que los errores se pagan.

— A que llamas errores, mamá, a Lara, a las películas, a mi padre o a mí.

–Tú no has sido nunca un error, mi vida. Aunque me quedé embarazada antes de casarnos, te quise desde que lo supe. Y fui la mujer más feliz del mundo, cuando vi tu carita al nacer. Eso no se puede contar. Hay que vivirlo…..

Vamos a preparar la cena, que papá está al llegar.

–¡Hola! ¿Dónde están mis chicas?

–¡Ahora vamos, estamos en la ducha!

Carlos entra en el baño, nos ve a las dos desnudas.

–¡Hoop! ¡Me voy! Vaya como están las mozas en cueros. ¡Provocadoraaas! Jajaja.

–¡Nos pilló! Anda vamos a ponernos algo. Esta noche tendré juerga, ya verás. Nos ha visto así y seguro que quiere follar.

–¿Por vernos desnudas?

–¿Cómo crees que funcionan los hombres? Con el ojo. Por eso tienen tanto éxito las pelis porno.

Al terminar la cena, nos sentamos en el salón. Gaby me mira, guiñando un ojo.

–Papá, ¿para cuándo es lo de Barcelona?

–Pues para ya. La próxima semana tengo que ir a Barcelona, para conocer la nueva planta de distribución, de la que voy a ser director. Ya tengo reservada, una habitación de hotel, hasta que encuentre un piso para alquilar. Y tú ¿Qué piensas hacer?

–Me voy a Barcelona con vosotros.

–¿Cómo? Pero, si pusiste el grito en el cielo por qué no querías ir.

–Pues he cambiado de idea, mamá me ha convencido.

–Si es que tu madre, convence a cualquiera. Ven aquí enana, dame un beso.

–¿Enana? Soy más alta que tú con tacón.

–No te enfaaades, para mí, siempre serás una enanita linda. Mi enanita.

–Vale, pero no me lo digas cuando haya alguien delante.

–No lo hare, te lo prometo. Y ahora a dormir. Mañana madrugo. Tengo muchas cosas que preparar. Ven dame un beso.

Besa a Gaby y se va a la cama. Me acerco a besarla. Gaby sonríe. Me habla en susurros.

–No cierres la puerta. Quiero ver como lo hacéis.

–¿Pues como lo vamos a hacer? Como todo el mundo. Anda, anda, vete a la cama, y a dormir.

Conocía a Gaby, era mi hija, sabía que intentaría vernos. Dejé la puerta entreabierta. Encendí una lámpara de la mesilla, la puse en el suelo y la cubrí con un paño rosa, para reducir la luz y dar un tono más cálido. Carlos me esperaba despierto, desnudo. Es la señal. Me quité toda la ropa, moviéndome sensualmente, me miraba extrañado.

Normalmente pongo pegas al acto sexual. La costumbre, el aburrimiento, la monotonía nos estaba alejando. Por eso estaba así. Cogí su pene y lo besé, pase mi lengua a lo largo, crecía rápidamente, lo metí en la boca y chupé glotonamente, como un caramelo.

Por el rabillo del ojo vi a Gaby, se asomaba agachada, para no ser vista por su padre. Me coloqué de forma que ella, pudiera ver sin ser vista. Cabalgando a Carlos se me ocurrió que si le tapaba la cara, Gaby podía asomarse más. Y así lo hice.

–¿Qué haces?

–Taparte la cara, quiero que sientas, no que me veas. Imagínate que soy otra. Que te estás follando a otra que te gusta.

Terminó pronto. Al parecer la otra le gustaba mucho. Reprimió un ¡Oogg! Y se corrió.

La verdad, yo estaba caliente. El recuerdo de la sesión de la tarde con Gaby me excitaba. Pero con mi marido ya no podía hacer nada. Me levanté y fui al baño. Gaby estaba en la puerta. Susurrando.

–Vaya corte. Te ha dejado tirada ¿No?

–Pues sí, ya ves. Lo que son las cosas. Abandoné a Lara para formar una familia y renuncié al placer que me daba.

Se oían los ronquidos de Carlos. Se había dormido.

–Ven a mi habitación. Vamos a dormir juntas esta noche.

–Pero que zorra estas hecha, tu lo que quieres es seguir con lo de esta tarde.

–Me encantaría, pero no creo que aguante mucho, estoy muy cansada. Pero un dedito si te meto en la almejita. ¿Vale? Lo hacemos en silencio para que no se despierte papá, así tiene más morbo.

–Vale. Pero, porque tu padre me ha dejado muy caliente.

–Yo te quitaré la calentura. Vamos.

Y fuimos. Y juntas, abrazadas, con nuestros cuerpos desnudos, la temperatura subía por momentos. Los besos, las caricias, mis dedos en su sexo, los suyos en el mío. Llegamos casi al mismo tiempo al orgasmo. Ya más relajadas, nos quedamos dormidas.

Cuando desperté, Gaby dormía a mi lado, una mano en su chochito y la otra en el mío. Era una acaparadora. Me aparté y fui al baño, me estaba meando. Al pasar por mi dormitorio lo vi vacio. Carlos se había ido.

Desnuda, como estaba, fui a hacer café. Me senté ante la taza, movía la cucharilla y no había echado azúcar. Tenía una sensación muy extraña. Me sentía muy bien, físicamente, lo que contrastaba con los extraños pensamientos que me acosaban.

No estaba bien lo que hacíamos Gaby y yo. En mi fuero interno sabía que no debía permitirlo. Pero otra vocecilla, dentro de mi mente me decía que, siguiera adelante. ¿Qué podía ocurrir? ¿Qué llegara a enterarse Carlos? ¿Y qué?


Llevaba mucho tiempo sin sexo. Podía seguir sin él. ¿Qué siento por mi marido? No me lo había planteado. Creo que nada. Ya no sentía nada por él.

El amor, que me hizo abandonar mi carrera, como actriz porno, se había acabado. Ahora me sentía viva de nuevo, con la pasión que había despertado mi hija. Mi preciosa hija. Mi ahora amada hija.

Lo que ahora sentía por ella no era el cariño de una madre. Era amor carnal, deseo de su cuerpo. De su boca, de su sexo. Solo pensar en ella provocaba latigazos de placer en mí vientre. Recordé a Lara. Ahora sé, que estuve realmente, enamorada de ella. Que le hice daño al dejarla. Ahora me arrepiento. Pero ya no tiene remedio.

–Mamá ¿En qué piensas?

— En nada, cariño, en nada.

–¿En nada y estas llorando? Dímelo, quiero saberlo.

–Pues pensaba en ti, en mí, en nosotras. En que, no sé, que voy a hacer.

–Mamá, ayer te dije cosas que no sentía. Cosas que sé, te hirieron. Y te pido perdón por ello. Ahora sé, cuanto te quiero. Más, mucho más, de lo que yo creía. Y te necesito, a mi lado. Más que cuando era un bebé y dependía de tus pechos, de esos pechos, que ahora, me vuelven loca.

Anoche, cuando te acostaste junto a mí, creí morir de alegría. Me sentía feliz como nunca. Me has hecho sentir, como nadie, nunca. Ya no me importa mi novio, ni mi padre. Me sobra el mundo. Solo existo para ti. Puedes hacer conmigo lo que quieras, lo que desees.

–Para, Gaby. Sé lo que sientes. Yo también lo estoy experimentando. Estamos enamoradas, las dos, tu de mí, yo de ti. Pero eso es pasajero. Aunque creas que lo sentirás toda tu vida, llegará un día que te despertaras y … Ya no habrá amor. Se habrá acabado. Es en lo que estaba pensando. En tu padre. Ya no le amo. Estuve enamorada de él.

Me ayudo a desenamorarme de Lara. Pero también se acabó. Y lo peor es que se terminó, hace mucho tiempo. La inercia, la costumbre, nos ha mantenido unidos. Pero ya no. Lo que ha ocurrido, entre nosotras, lo cambia todo.

–Pero, nosotras seguiremos juntas ¿No?

–Si, mi vida. Hasta que encuentres a alguien, del, o de la, que te enamores y te aparte de mi.

–Eso no ocurrirá nunca. Estaremos juntas siempre.

–Quizá. Pero eso, no sería bueno para ti. Tendrás que formar una familia. ¿Has pensado, que si yo no hubiera renunciado a Lara, ahora tú, no estarías aquí?

–Tal vez mamá, pero estoy aquí, dispuesta a darte todo el cariño y el placer, que los años de matrimonio, con papá, te han negado. Ahora necesito que me des una tetita. Como cuando era pequeña. Vamos a la cama, lo necesito.

Y me arrastra hasta la cama. Me tiendo y ella en mi regazo. Se acerca a mi pecho y mama de él como si fuera un bebé. Y siento, como una descarga eléctrica, desde la espalda hasta el pecho, como si realmente, llegara la leche hasta el pezón. Acaricio su pelo, acuno los brazos, para acogerla sobre mi pecho. Y llega el placer. Lento, siento como se extiende por mi cuerpo, se eriza la piel, siento escalofríos. Mi coño destila. La sensación es muy placentera.

Acaricio sus pequeños pechos, los pezones se endurecen al contacto de mis dedos. Paso mi mano, por la suavidad de su vientre, bajando, hasta tocar su botón del placer, lo excito lentamente, de un lado a otro, trazando círculos a su alrededor, con suavidad. Se vuelve y funde sus labios con los míos. Su mano busca mi clítoris. La reacción es instantánea. Me corro. Sin más. Despacio, casi sin aliento, sin aire.

–Me corroo.

–Y yo mamá. Meee corroo. Ahhh. Qué gusto mamá, que gusto, qué placer.

Miro a Gaby y veo amor, pasión y goce. No puedo pensar en otra cosa.

Poco a poco, se normaliza nuestra respiración.

–Anda, vamos a arreglarnos un poco y nos vamos de compras por el centro.

–A mi me gustaría más, quedarnos en la cama, para seguir follando. Pero tienes razón. Vámonos de compras y nos despejamos. Pero esta tarde, cuando se vaya papá, otra vez…. ¿Vale?

–Sii, calentorra. Esta tarde lo hacemos otra vez.

Y nos fuimos de compras.

Cargadas de bolsas con vestidos, zapatos y un bolso precioso, a juego. Entramos en una cafetería. Sentadas, yo con un café solo y ella con un batido. Gaby no apartaba los ojos de mí.

–¿Qué miras?

–A ti, te veo distinta, eres muy guapa mamá.

–Gracias. Ya tengo otra admiradora.

Airada.

–¿Cómo que otra? Soy la única ¡Quiero ser tu única admiradora! ¡Como haya otra le saco los ojos!

–Jajaja. ¿Celosilla?

–Te quiero sola para mí. Anoche estuve a punto de entrar en la habitación y pegarle a mi padre. Me daba rabia verlo contigo.

–No te lo tomes así. Eso que sientes no es amor. Solo ansia de posesión. Es un sentimiento típico del enamoramiento. El amor es otra cosa. Cuando lo experimentes lo sabrás.

–¿Te gustaría participar en una orgia?

–¡Mamá! ¿En qué estás pensando?

–En que puedes aprender la diferencia que existe, entre amor y enamoramiento. Para eso tendrás que verme follando, con otra, u otras. ¿Podrás soportarlo?

–No lo sé, mamá. Tendría que verlo. ¿Qué vas a hacer?

–Llamar por teléfono a Nati. Hace tiempo que no nos vemos. A ver como está.

Tengo su número en la agenda del móvil, pero no sé si seguirá siendo el mismo. Llamo.

–¿Nati? Hola, princesa, soy Eva, ¿Cómo estás?……..Si cariño, ha pasado mucho tiempo, por eso te llamo, para que te vengas a casa a tomar café. ………..Si, de acuerdo, mañana por la tarde. ……..Un beso cari.

Busco el número de Carmen y llamo.

–¿Carmen? Hola, soy Eva, ¿Cómo estás?………..¿Cómo? ¿Otra vez embarazada? ¿De cuánto? …………¿Siete meses? ¡Estarás muy gordita!….…..Te llamaba por si podíamos vernos………..en mi casa. Mañana, a las tres, mi marido se habrá ido a trabajar y estaremos solas, bueno casi…….. Si, de acuerdo, mañana por la tarde. ……..Un beso cari.

–Mamá. ¡Eres una bruja! Jajaja

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

noespabilo57@gmail.com


Relato erótico: “Cita con el Ginecologo” (POR LEONNELA)

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Larissa…tu celu está que timbra!!
_Demonios!! Casi lo olvido, mañana tengo cita con el Dr. Gómez, menos mal que puse el recordatorio
_No te apures cariño, igual hace un momento llamó la enfermera confirmando la hora, a las 21H30 me dijo
_Ahh que bien, le pedí que me asignara  el último turno  para que me puedas acompañar, ya sabes que  me ponen nerviosa las citas médicas
_ Tómalo con calma querida, el médico dijo que lo propio es hacerte valoraciones continuas; ya verás que todo marcha bien
_Supongo que tienes razón, pero no puedo evitar sentirme intranquila….me acompañaras?
_Por supuesto Lari, los dos estamos en esto, no lo olvides; además por nada del mundo me perdería ver la cara  de tu ginecólogo cuando… te examina….
_Qué dices? …a qué te refieres eh?
_Hummm,  a su cara de pervertido …no me digas que no lo notas?
_ Jajaja no puedo creer lo que insinúas, Mauro es un gran médico!!
_Un gran médico pues sí…puede ser, pero supongo que no es de piedra, así que algún mal pensamiento tendrá frente a una mujer desnuda, más si es una cosita linda como tú
_Jajaja las cosas que dices, eres un salido
_Nada de eso linda, solo buen observador
_Ya amor, deja de insinuar cochinadas
_Bahh!! Cochinadas las que de seguro te ha hecho en su cabecita…
_Mira Alfredo García, como broma ya fue suficiente, he tenido un mal día en la oficina, así que no estoy para discutir  sobre ginecólogos morbosos
_Ves? lo reconoces, de que los hay, los hay!!
_Joder!! No acomodes mis palabras, y espero que no me salgas con  que a mitad del tratamiento busque una ginecóloga,  porque te incomoda que un hombre me revise!!
_Cálmate linda, nada de eso, además nunca he dicho que me incomoda…al contrario…
_Al  contrario que?
_Haber como te lo explico…Lari, siempre  me he sentido orgulloso de que otros hombres te miren, vanidad de esposo supongo, pero más allá de eso,  la verdad es que me prende imaginar a tu médico perdiendo el control
_Queee?????  Ahora si no entiendo nada…o sea asumes que mi médico es un morboso y luego confiesas que te gustaría que se pasara conmigo!!!! Entendí bien???
_Vamos, deja que te explique…
_No hace falta, ya veo  quien es el morboso
_Amor no exageres, solo digo que me gusta ver  como los ojos se le desvían cuando está entre tus piernas,  cuando su palma queda cerca de tu pubis o cuando mete su dedo enguantado en tu coñito, me gusta, me gusta como se pone nervioso y la verdad es que si lo analizas bien… hasta resulta excitante
_Excitante?…a veces sí que te pasas!!
_ Ya, Lari, mejor dejamos el tema si? creo que nos estamos alterando sin motivo
_Sí,  mejor lo dejamos, estoy agotada y sin ánimos de discutir.
Definitivamente además de cansada, estaba  alterada, las cita médicas suelen ponerme nerviosa y esa charla no era precisamente tranquilizadora, además desastrosamente para mí, hace unos meses me habían detectado quistes en los ovarios y el médico recomendó revisiones continuas para ver su evolución, y por si fuera poco mi constante desequilibrio hormonal me tenía atada a las consultas periódicas.
Mauro, mi ginecólogo, era un cuarentón agradable, formal pero agradable, una amiga que trabajaba en el área de salud, me  había hablado maravillas acerca de él, así que mi esposo Alfredo y yo, no dudamos en contactarlo considerando que su buena fama le antecedía.
Desde que le conocimos actuó de manera profesional, precisamente por ello rechacé las insinuaciones de mi esposo, que luego de analizarlas no sabía si darle un mínimo de crédito o considerarlas   ofuscaciones de una mente calenturienta,  sin sospechar siquiera que las fantasías ocultas que albergaban en la mente de mi marido, llegarían  tan pronto a formar parte de nuestra realidad…
La noche siguiente, mientras tomaba una ducha previa a la hora de la cita médica,  la frase de Alfredo inexplicablemente se me vino a la  cabeza:
_Amor no exageres, solo digo que me gusta ver como se pone  nervioso y si lo analizas bien hasta resulta excitante…
Excitante? de verdad le excitaba que mi médico me revisara?
En seis años de matrimonio no había percibido esa faceta mórbida de mi marido, bueno, debo reconocer que en nuestra cama y a puerta cerrada llevábamos a cabo infinidad de juegos eróticos, incluso alguna vez hicimos a mi médico participe de nuestras fantasías. De hecho no solo a él, sino también a mi maestro de gym, a la vendedora de libros, en fin a personas reales o imaginarias, que aportaban un toque de morbo a nuestras relaciones, pero no  pasaba de eso, un juego fantasioso en la intimidad de nuestra habitación. Otra cosa muy distinta era asimilar  que mientras yo habría estado  tendida en la camilla en posición ginecológica,  mi adorable esposo disfrutara imaginando quien sabe qué cosas. Que carajos!!, los maridos nunca dejan de sorprendernos!!
Dejando a un lado mis cavilaciones chequeé mi reloj, no faltaba mucho  para la cita, y Alfredo ya me había golpeado dos veces la puerta de baño para que me diera prisa puesto que él aún no se duchaba, así que me apuré a salir de la regadera.
 En cuestión de minutos me arreglé, algo de maquillaje no muy recargado, una falda a medio muslo que ceñía mis formas, una blusa de corte semi ajustado y un par de tacones altos; suficiente para que una treintañera se viera sexy, manteniendo la debida discreción .
Aún estaba frente al espejo cuando Alfredo entró a nuestra habitación sacudiéndose el cabello, me aproximé al velador de la cama, agarré las llaves del auto  y antes de que pudiera decir algo, le aclaré:
_He decidido   ir sola a la consulta, te llamo para contarte cualquier novedad.
Me miró fastidiado, y agriamente respondió:
_Olvídalo, desde luego  que iré contigo, además…
_Mira Alfredo, aún sigo  molesta contigo, así que mejor no insistas, nos vemos luego
Y sin esperar su respuesta me escabullí de la recámara disfrutando  de su manifiesta  inconformidad. Si a él le excitaba estar presente en mis revisiones  médicas, pues al menos por esta vez, le quitaría ese privilegio.
Mientras esperaba en la sala de recepción, caí en cuanta de que era la primera vez que iba sola a la consulta, ni siquiera había meditado en que era un poco tarde para andarme bandereando con tanta tranquilidad, en un edificio en el que a esa hora la mayoría de las oficinas ya estaban cerradas; en fin las cosas ya estaban hechas y solo era cuestión de esperar a que me atendieran.
 Paula, la enfermera, se acerco solícita,  me tomó los signos vitales y los reportó en mi historial médico, casi inmediatamente me indicó que podía pasar al consultorio.
Mi médico me recibió con cordialidad, debido a las continuas visitas  teníamos algo de familiaridad, me cedió el paso para que me ubicara  en la butaca frente a su escritorio, y él se acomodó en su sillón. Abrió mi expediente y antes de las preguntas de rutina, indagó:
_Larissa y su esposo? No viene hoy?
_No, doc. Se le presentó un inconveniente a última hora, mentí
_Ahh entiendo, los imprevistos nunca faltan…en todo  caso si usted lo cree necesario le pediré a la enfermera que nos acompañe
Casi sin pensarlo  y sin  mala intención de por medio respondí:
_No se preocupe doctor. Está bien así.
Revisó mis análisis sanguíneos y me indicó que los resultados de las pruebas hormonales, indicaban rangos cercanos a la normalidad, y que por tanto pronto  iban a reducirme la dosis de la medicación. La charla continuó  por unos breves minutos.
Luego de los procedimientos  y registro médicos, me indicó que era preciso realizarme una ecografía pélvica, así  que nos dirigimos  a la salita adjunta en la que se observaba básicamente un ecógrafo, una camilla y un par de vitrinas con instrumental quirúrgico.
Me recosté en la camilla, subí mi blusa dejando libre el área  del vientre y deslicé mi falda hasta dejarla al ras de mi pubis. Mauro deslizó sus manos por mi vientre palpando la zona de mi matriz, sus dedos se hundían ligeramente buscando alguna molestia, mientras realizaba las clásicas preguntas de los médicos en sus investigaciones.
 Aplicó un poco de gel sobre el área del abdomen inferior, iniciando un movimiento  de rastreo con el transductor, en breve me indicó que al estar mi vejiga, semi vacía, las imágenes  que obtenía no eran claras así que era procedente realizarme una ecografía transvaginal, que permitiera ver con más claridad mis ovarios. Me pidió que vaciara mi vejiga, y que usara una de las batas que encontraría en el vestidor.
Seguí sus indicaciones, en fechas anteriores ya me había realizado  exámenes de este tipo, así que volví a recostarme sobre la camilla y flexioné mis piernas en posición semejante a un exámen ginecológico, para facilitar el estudio anatómico de mis órganos.
Se colocó un guante desechable en una mano y cubrió el transductor con un preservativo, aplicó una pequeña cantidad de gel y colocando sus manos entre mis muslos los separó suavemente, luego descendió hasta mi vulva y con su dedo pulgar e índice separó mi abertura produciéndome un ligero respingo
_Respire…
_Ahhhh
Con suavidad introdujo el aparato en mis entrañas. La frialdad del gel, junto con la invasión en mi vagina, ocasionaron una sensación  inquietante que inesperadamente me hizo recordar las palabras de mi marido: “si lo analizas bien hasta resulta excitante”…. Definitivamente no era un buen momento para recordar esas palabras, no cuando  me encontraba casi desnuda, con los muslos abiertos, con un aparato en mi vagina  que se movía  como si me follara y para colmo, a solas con mi médico, con mi médico de ojos lindos  y de mirada profunda….
Sonreí, había catalogado a mi esposo de morboso y ahora era yo la que estaba con las mejillas sonrosadas relacionando un examen ginecológico con una penetración, vamos, no es igual, pero aquel  movimiento suave del transductor dirigido por la mano diestra de mi ginecólogo me estaba produciendo un calorcillo agradable.
El vaivén de aquel aparatico en mis profundidades, me produjo  un ligero estremecimiento que hizo que el doctor volteara a mirarme.
_Duele? Preguntó con voz suave
_Nno…está bien…
Me avisa si duele linda…para hacerlo más despacio…
Asentí con la cabeza sin pronunciar palabra, pero no era precisamente dolor lo que me causaba la manipulación del instrumento, sino una sensación de gusto, incluso de placer, que si bien es cierto en alguna otra oportunidad la había percibido, esta vez, definitivamente era inquietante.
Otro estremecimiento acompañado de un callado quejido, hizo que el ginecólogo volviera a preguntar:
_Le lastime? Está bien?
_Ehh..si…
No fui muy clara en mi respuesta y creo que tampoco convincente, pues sus ojos  oscuros se clavaron en los míos como si quisiera indagar más, así que temiendo que en mis pupilas se transparentara mi calentura, esquivé la mirada y el posó su mano sobre la mía, a la vez que susurró:
_Tranquila,…relájese Larissa…
Volteó hacia la pantalla  de video, señalando las características de mi útero, sin dejar de deslizar el transductor por mi conducto  en continuos  movimientos semejantes a  los de entrada y salida, que inexorablemente continuaban jugueteando con mi imaginación sexual.
La delicadeza con la que  me trataba y quizá el hecho de no estar presente mi esposo, contrario a lo que yo hubiera pensado, en lugar de ocasionarme  tensión me tranquilizaba, permitiendo que mi cuerpo  se relajara  y percibiera sensaciones  placenteras  que se manifestaban ya no solo en suaves estremecimientos, sino en una inesperada  lubricación de mis genitales.
Me sentía húmeda, debo reconocerlo, mi vagina se contraía ansiando un ataque más contundente, y aunque ambos procurábamos mantener la compostura, se percibía un aire especial entre los dos, como si aquella exploración médica tuviera implícita una segunda intención…
Mauro, me miraba mucho más que en presencia de mi marido, incluso acaricio mi mejilla mientras acomodaba un rizo suelto de mi cabello tras la oreja, luego inexplicablemente se retiró el guante de látex, colocó sus manos en mis muslos, y empujando hacia afuera me instó a abrirme más, de modo que mi sexo quedó totalmente expuesto a su mirada, creo que en ese momento pudo confirmar lo que a toda costa yo quería ocultar: mi inoportuna lubricación.
Noté su gesto de desconcierto y pese a que intentó controlarse, sentí un suave temblor de sus dedos rozando mis ingles, luego ubicó su palma sobre mi vientre, casi encima de mi pubis y con la otra mano  continuó manipulando el transductor con la vista perdida, esta vez en mi coño. A momentos aceleraba el ritmo haciendo que el instrumento  llegara a la profundidad de mi sexo, otras veces  lo hacía  suave…sinuoso…certero….
Mi respiración empezó a incrementarse, así como las gotitas de sudor que perlaban su frente, y la bendita frase de mi esposo volvió a martillar :Si lo analizas bien hasta resulta excitante….”
Sí, definitivamente era excitante sentir placer a hurtadillas, tener que morderme los labios para no soltar un gemido, clavarme las uñas para pensar en otra cosa. Sabía que tenía que controlarme, pero no era fácil huir de aquel juego, en el que ambos estábamos cruzando los límites de lo correcto.
Gemí una vez más, y el sonido excitante de mi garganta se matizó con el suave  toque de unos nudillos golpeando la puerta, automáticamente cerré mis muslos. Mauro se sobresaltó un poco, pero manteniendo la firmeza de la voz pregunto
_Si?
_Doctor, se puede?
Era la enfermera quien llamaba y Mauro le respondió algo titubeante:
_Ssi…Sí.. Paula  pase…
_Perdón la interrupción Doctor, pero  el esposo de doña Larissa acaba de llegar
Sorprendida giré la vista hacia el umbral y me encontré con la sonrisa irónica de mi marido.
_Buenas noches Doctor, siento interrumpir, pero un “imprevisto” me impidió llegar a tiempo
Y dirigiéndose a mi continuó:
_ lo siento linda, sé que te hubiera encantado que llegue antes…
Le miré de soslayo sin decir nada, Mauro fue quien en medio de un carraspeo respondió:
_Ahh que bueno Alfredo, ppase…pase…
La enfermera se retiró y mi esposo se ubicó a los pies de la camilla.
_Y cómo va la revisión Doc?, por las caras que  tienen, supongo que todo  va “mejor que nunca”
_Eh…en realidad, mejor de lo que esperaba…. justamente le explicaba a Larissa, que sus ovarios….
Mientras mi médico daba detalles, la mirada inquisidora de mi esposo empezó a recorrer mi cuerpo, la detuvo en mis pechos, que gracias a la finura de la bata se transparentaban mostrando mis endurecidos pezones, luego la plantó en mis caderas y descendió hacia mis muslos  apretados que  protegían  la inflamación de mi sexo.
Era una situación incómoda para mí, temía  que mi esposo  se diera cuenta de que estaba excitada. Afortunadamente mi médico estaba consciente de que la situación podía ocasionarnos algún lío y dio por terminada la revisión, así que me incorporé para dirigirme al vestidor,  pero para sorpresa mía, mi marido de forma imprevista  preguntó:
_Doctor es mucho pedir que alargue  un par de  minutos  el examen? es que suelen tranquilizarme  más los diagnósticos visuales
_Estee…ya habíamos culminado…pero si usted lo cree necesario…
Pretendiendo dar mayor soporte a la vedada evasiva del médico, agregué:                                     
_Alfredo…ya es tarde y quizá hay otras pacientes esperando….
_Linda,  tenía entendido  que nos dieron el último turno, además al doctor parece no molestarle
_ Tranquila Larissa, su esposo tiene razón, y está en su derecho de querer detalles acerca de su diagnóstico
_Gracias doc,…vamos querida, recuéstate …
Aquello no olía bien, pero no me quedaba otra alternativa que obedecer, así que separé ligeramente mis muslos, y Mauro introdujo nuevamente el transductor, esta vez lo hizo sin  detener su mirada en mis genitales, y con movimientos menos pausados que mostraban mayor tecnicismo.
_Mire, aquí vemos la estructura de la matriz, éstos son  los ovarios…
Alfredo ignorando lo que el médico le señalaba en la pantalla, con descaro posó sus ojos en mi sexo, con su inesperada llegada mi excitación se había transformado en susto, pero aún había abundantes fluidos en mi vulva, que podían delatarme.
Alzó la vista y nuestras miradas se encontraron unos segundos,  luego volvió a bajarla a mi coño, y su gesto de desconcierto  me hizo sentir descubierta.
 Inmediatamente se acercó  por el extremo libre de la camilla, y mientras el médico seguía monitoreando en el video, mi marido puso su mano en mi muslo y con disimulo llevó sus dedos más abajo de mis ingles, confirmando que aquel liíquido brillante en mi vulva, era lo que él ya suponía.
La que se me va armar en casa!!! pensé, ahora no solo afirmará que hay médicos morbosos, sino pacientes putillas, joder!!!
Lejos de lo que yo hubiera esperado, su rostro no denotaba enojo, al contrario charlaba amistosamente, incluso  empezó a bajar y  a subir  con suavidad por mi muslo formando pequeños  círculos cariñosos.
Aquella suave caricia continuaba sin dar tregua, deslizándose desde la rodilla hacia la parte externa de mi muslo, como si tuviera el objeto de tranquilizarme, y unida al movimiento pausado del  transductor en mi sexo, me provocaba pequeños respingos que no solo yo disfrutaba.
Con osadía tomo mi mano y disimuladamente la acercó a su bragueta que empezaba a endurecerse. La retiré  temerosa de que el médico pudiera vernos, pero Alfredo me sonrió y continuó acariciándome como si fuera un roce inocente. A estas alturas mis pezones nuevamente despertaron, y mis muslos  incentivados por mi esposo empezaron a abrirse más….
Mauro volteó la vista hacia nosotros, sin comprender exactamente lo que sucedía, tampoco yo tenía una idea  muy clara de lo que pasaba, pero  era innegable que el morbo estaba allí queriéndonos hacer perder la razón.
Los tres nos miramos sin decir nada, como si una palabra mal dicha pudiera romper el encanto; inesperadamente, mi marido abrió la parte superior de mi bata dejando al aire mis pechos, Mauro se quedó atónito, con la mirada fija en mis senos….
Temblé, no sé si de vergüenza o de deseo;  mis pechos se mostraban altaneros, grandes,  con una aureola rozada y con un par de bonitos pezones que en ese momento se mostraban desafiantes, instintivamente llevé mis manos a cubrirlos, pero la voz de mi esposo me detuvo:
_ Amor deja que el médico te los revise, siempre es bueno un examen completo, verdad Doctor?
_Estee…sí…tiene razón Alfredo, es bueno hacerse continuamente un autoexamen de las mamas, y al menos una  vez al año una investigación clínica por  parte de un especialista, nunca se sabe con las enfermedades,  respondió mientras el brillo de sus ojos se acentuaba.
Inmediatamente me pidió que me sentara, observó con detenimiento mis senos  para ver si había algún cambio en su forma o en la textura de la piel. Me indicó que colocara los brazos a los lados, luego por encima de mi cabeza y posteriormente  en las caderas, posiciones adecuadas para examinar los ganglios superiores e inferiores de la clavícula y de las axilas.
Luego estando recostada, puso su mano sobre mi senos, moviéndola  arriba  y hacia abajo, presionando suave y profundamente con las yemas de sus dedos. Estaba consciente de que era el proceso de una revisión normal, pero no podía dejar de excitarme, más aún cuando procedió a la manipulación de mis pezones.
Lubricaba, sé que no es común que eso pase en un examen médico, es más no recuerdo que algo así me haya sucedido antes, pero esa noche sin duda era especial y diferente a cualquier cita médica imaginable.
Tenía en frente a mi marido y yo tan solo procuraba que mis gestos no me delataran, trataba de mantener la respiración pausada, pero cada vez se me hacía más difícil, ya no tenía mayor control de mi misma, estaba excitada, caliente, cachonda; la situación era un absurdo, mi marido… mi médico….
 Dirigí la vista a la bragueta del ginecólogo  y sé que la tenía abultada aunque no se le notaba porque el mandil blanco le cubría, pero su mirada, cielos, su mirada hablaba por él.  Volteé hacia el otro extremo de la camilla, Alfredo  tenía aquel gesto  perverso con el que solía alborotarme en nuestras noches de cama y por si fuera poco, se pasó la mano por su entrepierna en la que se dibujaba una clara erección.
Esos dos hombres parecían confabular para enloquecerme o quizá era yo quien con sutiliza los provocaba, lo cierto es que ante un nuevo estremecimiento, cerré con fuerza mis ojos como mi último intento de controlarme, al abrirlos, me di cuenta que  mi esposo había retrocedido un poco y en voz baja murmuró:
_Disculpen,  tengo una llamada perdida…es urgente, y salió sin decir más…
Mauro continuó con las manos sobre mi pechos masajeando con suavidad, sus yemas apretaban desde la base de mis pechos hacia la punta coronada por mis pezones empinados, con miradas nos dijimos todo y al quedarnos solos,  la exploración paulatinamente se transformó en caricias. Apretaba mis senos hasta casi dejar la marca de sus dedos sobre ellos, arrancándome esporádicos gemidos…ya no había control de ninguno de los dos, era indiscutible que ambos deseábamos más…
Hundió  su rostro entre mis senos dejándome percibir el aroma de su cabello, su boca reclamó mis  pezones, los besaba con suavidad y luego con fuerza, mientras yo como una desaforada expulsaba mi cuerpo en busca de más de sus succiones,  sin pensar siquiera en lo riesgoso de la situación.
No sé exactamente cuántos minutos tardó mi esposo,…pero pese a que como medida de precaución  mantuve la mirada fija en la puerta de acceso, los nervios me atacaron cuando la portezuela se abrió.
Alfredo pareció no sorprenderse, era como si supiera lo que estaba sucediendo o al menos lo intuyera,  se quedó en el umbral contemplándonos,  contemplando como  otro hombre con premura se separaba de mi cuerpo; aún así permaneció sereno,  inexpresivo, sin un gesto en su  rostro, solo su voz enronquecida susurrando:
_Te lo dije querida…si lo analizas bien hasta resulta excitante….
 Mauro se tensó en su silla, de seguro no esperaba una reacción tan civilizada, no, cuando cualquier otro probablemente se lo hubiera trenzado a puñetes. Yo me quede literalmente pasmada, preguntándome como se puede dormir años con un hombre sin tener una puta idea de sus reacciones, estaba totalmente desconcertada, mucho más cuando sin un ápice de dudas agregó:
_Continúen….que acabo de deshacerme de  la enfermera….
Mauro se atragantó con su saliva, supongo que la impresión le jugó una mala pasada y empezó a toser repetidas veces,  yo lo acompañe con un débil carraspeo y mi esposo mordazmente continúo:
_No es lo que querían?….no es lo que queríamos los tres?
Ya no había vuelta atrás, mis ojos se encontraron  con su sonrisa torcida que me quitaba toda duda de cuáles eran sus intenciones;  con inseguridad bajé la mirada y la  dirigí a mi médico, que tenía la suya perdida entre mis senos…
Se supone que yo era la más sensata y la llamada a poner un alto, a huir, a buscar mis bragas y salir corriendo, pero tan solo tuve fuerzas para gemir, acorralada por mis propios deseos….
Alfredo me tendió la mano ayudándome a sentar; decenas de pensamientos contradictorios me asaltaron, mas mis escrúpulos se fueron al suelo cuando mi marido me comió la boca, lo hacía  con una pasión renovada que no la había sentido en meses o quizá en años, la presencia de Mauro a nuestro lado sin duda era en el estímulo que disparaba nuestra excitación
Mientras me besaba desató el único lazo que aún sostenía mi bata, ésta  resbaló de mi cuerpo  y terminó junto al mandil blanco que segundos antes usara mi médico, mi cuerpo  trigueño quedó al descubierto como si se tratara de un bocado apetecible, dispuesto en una mesa para hambrientos.
Mauro se sentó tras de mí y mientras mi marido abría los botones de su camisa, el mojó con sus besos mi espalda, sus yemas jugaban en mi vientre en un ir y subir hacia mis pechos que me arrancaba callados gemidos; excitada eché mi cuerpo hacia atrás, lo cual fue aprovechado por mi marido para tomarme de los tobillos y halarme hacia abajo.
Con suavidad colocó mis talones en los estribos metálicos de la camilla, acercó el banco ginecológico y se ubicó en medio de mis piernas, contemplándome como si jamás lo hubiera hecho; luego su mano izquierda se engarfio en mi muslo y su rostro se refundió en mi sexo…
Mientras su lengua jugaba en mi pliegues explorando  mi vulva,  la de Mauro se introducía en mi boca dejándome saborear lo distinto de sus besos y lo excitante de sus yemas tirando de mis pezones; la sensación era embargadora, apenas lograba soltar algún jadeo que coincidía a veces con un estremecimiento de mi pelvis, cuando mi clítoris era rozado.
Mauro descendió a  mi vientre, ambos me prodigaban caricias, saturaban mis espacios, sin que pudiera definir exactamente, que manos tocaban mis glúteos o que labios se ensañaban en mi vulva. En medio de mi lujuria lo único que percibía era placer…
Alfredo se incorporó para terminar de desvestirse y Mauro tomo su lugar entre mis piernas, ya no necesitaba excusarse en una exploración médica para tocarme, pues  ahora mi sexo se abría recibiendo sus labios y yo solo bramaba presintiendo un orgasmo.
Mi esposo manipuló el control de la camilla y ésta se elevó permitiéndome alcanzar una posición semi inclinada,que me dejaba no solo sentir, sino ver como mis genitales eran devorados por mi médico, lo hacía despacio, sinuoso, y luego aceleraba los movimientos de su lengua introduciéndola en mi sexo
De pie junto a nosotros mi esposo nos contemplaba, acariciaba mis senos con una mano mientras la otra subía y bajaba a lo largo de su pene, acelerando cada vez más el movimiento  como si buscara con desesperación su desahogo;  sonreía con malicia y justo en el momento en que mi pelvis luchaba ante la inminente llegada de mi primer orgasmo,  se apercolló contra mí, introduciendo su sexo en mi boca en continuas arremetidas, que le hicieron eyacular en mi garganta, mientras yo  enloquecida me corría en el rostro de otro hombre.
Unos segundos de euforia y quedé desmadejada de placer, Mauro continuaba en la parte inferior de la camilla, su quijada descansaba sobre mi rodilla y con su palma hacia suaves círculos en mi vulva como si quisiera volver a despertar mi hambre; su pantalón semi abierto, dejaba notar su erección, y presa de un arrebato abrí mi boca ofreciéndole mi lengua…
Como si mi cuerpo si fuera un templo de lujuria adopté la posición de una felina, y sin demora mi médico se puso de pie al borde de la camilla, de un tirón  bajé su pantalón y de un par de patadas  lo lanzó  junto a las demás prendas.
Mis últimos tintes de temor se tornaron en descaro y no necesité más que pasar mi lengua por su glande para arrancarle gemidos. Avancé hasta el frenillo destilando saliva, comiendo centímetro a centímetro hasta casi coronar su raíz; la humedad de mis labios acoplados a su grosor, y la habilidad de mis manos sopesando sus testículos lo hacían entrecerrar los ojos  y rechinar los dientes.
 No había clemencia en mi boca ni cansancio en mis manos, en breve su momento iba a llegar , pude notarlo cuando sus dedos aprisionando mi larga  cabellera impusieron el ritmo de la comida, mientras detrás mío,  Alfredo con nuevas fuerzas se adhería a mi cadera….
Mi marido se tumbó sobre mi espalda lamiendo cada vertebras, su lengua juguetona se paseaba por mi cintura, por mis muslos abiertos, y maravillosamente por el centro de mi cuerpo,  mi cerebro no sabía si atender al placer de las caricias proporcionadas por mi marido o la salvaje arremetida de mi ginecólogo.
No tuve necesidad de elegir pues mi médico no resistió más,  empujó su pubis contra mí convulsionando  y segundos después las palpitaciones de su corrida atravesaron la extensión de su pene, vaciándose en mi boca. Parte de su semen resbaló por mis comisuras, algunas gotas se estamparon en el filo de la camilla, y otras tantas  quedaron suspendidas en su miembro, en un miembro que jamás creí llegar a probar, mucho menos en presencia de mi pareja.
Mi esposo excitado por el espectáculo de ver a Mauro desparramado en una silla  gimiendo de placer, me la introdujo con fuerza, un golpe seco, profundo, que me hizo doblar los codos y arañar la sábana; invadía mi coño con saña, con dureza, haciendo que la danza de nuestros cuerpos sudorosos, fuera  un incentivo para mi médico, que  algo repuesto, nos contemplaba mientras se la volvía a tocar. No necesité más que unas cuantas estocadas y por segunda vez volví a correrme.
Alfredo no daba tregua, sus dedos buscando mis espacios más íntimos eran la clara prueba de que me quería tomar completamente, no me resistí, era nuestra noche, nuestra noche de liberación y yo quería complacerle en todo…
Su saliva suavizó los bordes de mi esfínter, y sus besos tibios me hicieron volar sin necesidad de alas, yo misma me abrí, permitiendo que su glande se insertara y no me detuve hasta ser coronada totalmente.
No sé si sea algo enfermizo, pero a veces  la mezcla entre dolor y placer,  suele originar aún más placer, quizá por ello resistí a que entrara y saliera a su antojo, sabiendo que luego  de cada metida me acercaba más a una nueva explosión.
Mauro recuperó el aliento y las ganas también, y mientras su lengua se deslizaba por mi cuello, su mano derecha manipuló mi clítoris, haciéndome chillar . Se colocó  debajo de mi cuerpo, y ejecute un movimiento que me permitió sentarme sobre él, a la vez que mi marido me penetraba desde atrás….
Jadeos…gemidos…susurros… y las voces de dos hombes coreando:
_Sigue amor….asii nena….goza nena..goza!! es tu noche!!!
_Así…Larissa asii..siga…siga…joder!!! que rico!!!
Mauro empujaba su pelvis hacia arriba, Alfredo hacia adelante,  yo procuraba balancearme al ritmo de sus embestidas; quería resistir hasta  saciarlos , pero no pude soportan tanto placer y en medio de un gemido me corrí brutalmente.
Sintiendo mis espasmos los dos aligeraron los movimientos de cadera,  Mauro me agarró de la cintura aplastándome contra sí  y Alfredo se pegó a mis glúteos  berreando como un loco, mientras la miel de ambos destilaba por mis muslos… 
Me desplomé sobre la camilla, víctima del cansancio, Alfredo, recostó su cabeza sobre mi pecho y  nos quedamos unos minutos totalmente en silencio.
  Su pequeña Larissa había sido compartida, y allí  estaba él, besando mis ojos con ternura, como solía hacerlo tras nuestros orgasmos, olvidando que no era nuestra habitación ni nuestra cama, y que no fue el único que  me hizo aullar de placer…
Luego de vestirnos nos dirigimos a la sala de recepción, Mauro gentilmente me ofreció un café y Alfredo de buena gana aceptó un cigarro. Charlamos unos pocos minutos  y en vista de que ya era tarde,  cortezmente nos despedimos.
 Nada parecía haber cambiado , nada excepto nuestras sonrisas traviesas,  que me daban la certeza de que ésa no seria, nuestra última cita con el ginecólogo…
PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 

Relato erótico: “Una jovencita y sus problemas trastocaron mi vida FIN” (POR GOLFO)

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El castigo a Lidia se prolongó más del tiempo que habíamos previsto y por ello ya estábamos pensando en llamar la atención de María cuando el ruido de unos pasos por el pasillo nos informó que llegaban. Durante esos minutos, Elizabeth había intentado hacerme ver cómo debía comportarme con ellas para que aprovechar su estado anímico en nuestro favor, haciendo sobretodo hincapié en que debía “esperar”. Según había insistido la pelirroja, todos sus actos habían ido encaminados a que esas dos sintieran que yo era el juez al que debían rendir cuentas mientras ella había sido solo el instrumento de mi justicia. Reconozco que en mi desconocimiento de las tácticas de interrogatorio que había usado solo había visto tortura y no lavado de cerebro. Por eso, cuando aparecieron por la puerta, me sorprendieron dos cosas. La primera fue que en sus miradas sus miedos se concentraran en mí y no en la americana: increíblemente ninguna de las dos era capaz de mirarme a la cara. Y la segunda, todavía más sorprendente: ¡que vinieran tomadas de la mano!

La sonrisa de la pecosa cuando le pidieron permiso para aproximarse me dejó de manifiesto que todo se estaba desarrollando según sus planes y por eso no me extrañó que les contestara que no era ella quien debía darlo sino yo. El nerviosismo de las dos se incrementó al oírlo y como si fuese algo que hubieran practicado, en perfecta sincronía, ambas empezaron a sollozar pidiendo que las perdonara y que estaban arrepentidas.

– ¡Mi hombre no os cree! Le habéis defraudado demasiadas veces-  actuando de fiscal les recriminó mientras yo permanecía en silencio a su lado.

Tanto Lidia como María comprendieron que debían hacer algo más que lamentarse y por eso demostrando la forma en que esa brutal experiencia las había transformado, rogaron a la americana que volviera a azotarlas sin con ello conseguían que les diera mi perdón.

-No es así como debéis disuadirle y que os crea.

En su rostro leí desesperación y derrota. Sensaciones que se incrementaron cuando les exigió desnudarse. La rapidez con la que obedecieron despojándose de toda la ropa fue prueba de ello y antes de que me diese cuenta de cuál era la prueba a la que las iba a someter, abriendo un hueco en la cama, les ordenó que se tumbaran entre nosotros. Cumpliendo a raja tabla las directrices que Elizabeth me había dado, me mantuve inmóvil y eso me permitió reparar en que, por extraño que me pareciera en ese momento, los pezones de ambas lucían excitados mientras se encaramaban al colchón sin rozarnos.

Su indefensión se incrementó al no darles mayor detalle de lo que esperábamos de ellas y por eso tras unos segundos de incredulidad, Lidia se atrevió a preguntar cómo debía comportarse.

-Estando calladas hasta que se os de permiso de hablar- respondió sin apartar la vista de ellas.

Sintiendo nuestros ojos observándolas y sin pistas a qué se iban a enfrentar, su incomodidad se magnificó haciéndolas sentirse cada vez más desamparadas e incómodas.

«No entiendo a qué espera», me pregunté viendo que su turbación iba in crescendo con el paso del tiempo.

Supe el propósito de sus actos cuando nuevamente comenzaron a llorar implorando mi perdón. Entonces y solo entonces, su torturadora comentó:

-Por ahora, a mi hombre nada le hace suponer que habéis cambiado. Os sigue viendo como las dos hembras a las que me pidió educar. Unas perras sin corazón ni valores.

Derrumbándose, se abrazaron entre ellas. Al ser ese gesto el que estábamos esperando, desde ambos lados de la cama comenzamos a acariciarlas. En mi caso, fue el trasero el de la latina el que recibió mis mimos y su gritó de alegría coincidió con el de María al ser agasajado el suyo por la pecosa.

Tal y como había previsto Elizabeth, las dos buscaron nuestro contacto, pero se encontraron que estábamos ocupado besándonos entre nosotros. Impactadas y confusas, comprendieron que su papel se circunscribiría a recibir las migajas que les estuviésemos dispuestos a dar y eso lejos de calmarlas, aumentó la necesidad de sentir ese cariño que les estaba vedado.

-Por favor- sollozó Lidia separando las rodillas al sentir que profundizaba mis caricias jugueteando con una yema entre sus pliegues: -Necesito volver a ser princesa.

Imitándola, la cincuentona abrió sus piernas de par en par al notar que la americana le hundía un dedo en la vulva sin dirigirle una mirada mientras me besaba:

-Por dios, yo también quiero sentirme anciana- rugió notando la calentura que la dominaba y que amenazaba con hacerle explotar.

Obviando sus sentimientos, la pelirroja se giró hacia ellas y les dijo:

– ¿No veis que estoy amando a mi hombre? Quizás cuando terminemos y si estamos de humor, nos ocupemos de vosotras.

A ambas les costó digerir ese rechazo y durante unos instantes, se quedaron paralizadas sin saber cómo actuar hasta que me vieron llevar la boca a los pechos de la pecosa. Entonces y puede que movidas por su necesidad de aceptación, sin que tuviese que sugerirlo, se lanzaron a ayudarme. Compitiendo entre ellas, sus lenguas se ocuparon de lamer el clítoris de mi amada mientras yo seguía mordisqueando sus pezones.

Haciéndomelo saber, la americana rugió satisfecha:

-Amor mío, estas putas por fin han entendido lo que esperas de ellas.

Ese menosprecio no las retrajo y henchidas de nuevos ánimos, buscaron el placer de Elizabeth con sus bocas.

-Siente mi amor y déjate llevar- besándola de nuevo, susurré haciéndolas ver que para mí sus bocas eran meras herramientas.

El orgullo de la torturadora viendo el resultado del sufrimiento que les había infringido y el estímulo de las húmedas caricias que estaba recibiendo se sumaron amplificando sus sensaciones y de improviso todo su cuerpo se vio sacudido por un orgasmo brutal. El cual se vio prolongado en el tiempo cuando sus víctimas buscaron saciar la sed entre sus muslos.

-Alberto, ¡qué “lenguas” tienes! – gritó haciendo de nuevo referencia a que ambas solo eran el instrumento con el cual era yo quien la estaba amando.

No pude más que sonreír al advertir que tanto María como Lidia estaban intentando que no notáramos lo mucho que gozaban participando de nuestro cariño y por eso ninguna de las dos previó que las premiara con un azote mientras les daba permiso para sucumbir también ellas en el placer. Las dos arpías sintieron esa autorización como una orden y ante mis ojos un clímax no menos potente que el de la pecosa se apoderó de ellas.

Los gemidos que brotaron de sus gargantas mientras se despeñaban por el precipicio del placer impuesto que mis palabras habían abierto ante sus ojos me hicieron reír y hurgando en la humillación que sentían al saberse meros objetos de nuestra lujuria, exigí que lucieran sus traseros ante su dueño.  La primera en hacerlo fue María, la cual, poniéndose a cuatro patas sobre las sabanas y de viva voz, me rogó que fuera ella el vientre en el que amara a Elizabeth. Cuando copiando a su antigua novia, Lidia expuso tanto su culo como su coño a mi merced, dudé en cual de esos cuatro agujeros saciar mi lujuria.

 La espía, al contemplar mi indecisión, acudió en mi auxilio y tirando de la melena de María, llevó su cara entre las piernas diciendo:

-Hazme gozar mientras veo a mi hombre desvirgar a su juguete.

Curiosamente, la cincuentona no se sintió desplazada sino ansiosa y con una alegría difícil de entender, cedió su puesto a la hispana dedicándose por entero a lamer con la lengua el sexo de Elizabeth como si le fuera la vida en ello. Mientras a mis oídos llegaban las carcajadas de la pecosa, Lidia temblaba ante mí esperando que mi pene borrara para siempre esa sobrevalorada telilla.

Acercando el glande a los hinchados pétalos que daban entrada a su interior, comencé a jugar con ellos mientras le avisaba que se quedara quieta, porque era yo quién decidiría cuándo y cómo iba a desflorarla:

-Sé que no soy su princesa, sino una vagina de mi señor- sollozó sin moverse, pero mostrando con la respiración entrecortada la excitación que le dominaba.

Que se refiriera a ella como un pelele, una marioneta que podía usar para satisfacer mis necesidades, me enterneció y creyendo que no era el momento de disminuir la presión sobre ella, acaricié su pelo mientras le daba una lección de historia:

-Te equivocas. Un monarca está a servicio de su país y su razón de existir es procurar el bienestar de su pueblo. Si te tomo, será a condición que sigas siendo nuestra princesa y asumas que dedicarás tu existencia a darnos placer.

Mis palabras y el roce de mi pene entre los labios de su sexo la hicieron caer en el placer y mientras se corría gritó que su papel era entregarnos su vida:

– ¡Quiero ser su princesa y la de su pareja!

Con María dedicada en cuerpo y alma entre sus muslos, la pelirroja sonrió:

-No la hagas sufrir más y tómala en mi nombre.

La petición de Elizabeth no cayó en saco roto y tomando a la latina de la cintura, fui introduciendo mi pene en su interior hasta toparme con su virginidad:

-Te recuerdo que tienes prohibido moverte.

A pesar del sofoco, se mantuvo inmóvil. Eso permitió que mi glande entrara y saliera sin traspasar esa frontera:

-Mi señor, no quiero fallarle- chilló descompuesta al sentir que hasta la última célula de su ser se rebelaba y le pedía culminar su entrega.

Sabiendo la cercanía de su derrota y que esa criatura estaba abocada a desobedecerme, susurré en su oído que como princesa debía elegir entre servir a su patria o a nosotros.

– ¡A ustedes! – sollozó y echándose para atrás, mando al olvido el escollo que me impedía sumergir mi hombría en ella.

El lamento que resonó en la habitación fue más por haber traicionado los valores que la habían guiado tantos años que por el dolor y aun sabiéndolo, aguardé pacientemente a que terminara de digerir ambas pérdidas antes de comenzar a moverme. Ese desgarro físico y emocional comenzó a menguar oyendo que los lengüetazos de María eran premiados con gemidos y lentamente, la hispana comenzó a moverse mientras dos gruesas lágrimas caían por sus mejillas.

– ¿Qué le ocurre a nuestra princesa? – mirándola con ternura desde la almohada, me preguntó la pelirroja.

Aunque se había dirigido a mí, Lidia fue la que contestó:

-Lloro porque sé que no merezco que su hombre me dedique su cariño. He sido una perra sin alma y en vez de ponerme un bozal o darme una paliza, me premia haciéndome suya.

Despelotado de risa, aceleré el compás de mis caderas e incrementando la presión sobre ella, murmuré en su oído que, si tanto echaba de menos tener el trasero amoratado, solo tenía que pedirlo. Siendo una propuesta teórica no esperé que gritara:

-Mi culo necesita unas caricias que me hagan saber que me ha perdonado.

Mi primer azote no se hizo esperar, y tras él vino una serie rápida de nalgadas que se fueron alternando entre ambos cachetes mientras Lidia chillaba que no parara, que se los merecía. Tanto su ex pareja, como la americana se percataron de que sus alaridos no eran de dolor sino de placer y casi a la vez, me lo hicieron saber riéndose de ella.

-La perra sabe aullar- comentó María.

-Y está en celo- añadió Elizabeth, sonriendo.

Inesperadamente, o al menos para mí, la morenita tomó esos desaires como suyos y mientras intentaba seguir el ritmo que le marcaba, respondió:

-Estoy en celo y aúllo gracias a mi señor.

La humedad que facilitaba mis penetraciones fueron prueba de ello y poniendo mis manos en sus hombros, incrementé la virulencia de mi asalto con nuevas y salvajes embestidas. Incapaz de mantener el equilibrio, a la cría no le quedó otra que buscar apoyo en las caderas de la cincuentona y fue entonces cuando la pelirroja aprovechó para ordenar que hundiera la cara en la mujer. Por un momento, tanto ella como María se quedaron paralizadas y tuve que ser yo, con una dolorosa nalgada, el que preguntara si no habían oído a su dueña. Mi compañera de estudios, de nuevo, fue la primera en reaccionar y sin dejar de lamer el coño de quien la había torturado, usó sus manos para facilitar la entrada de la lengua de la latina en su interior.

-Parecemos una familia bien avenida- comenté al observar la escena donde mi amada recibía las caricias bucales de la madura, ésta las de Lidia y finalmente Lidia las de mi pene, empalándola.

Ese irónico comentario provocó que los cuerpos de nuestros juguetes se vieran inmersos en el placer y que ambas comprendieran que algo había cambiado en ellas. En esta ocasión, fue la morena la que lo exteriorizó:

-Ni anciana y ni princesa forman parte de su hogar. Solo somos dos mujeres necesitadas del cariño de sus dueños.

Cuando con voz dulce, la espía respondió que se equivocaba y que, por supuesto que como “mascotas” nuestras eran de la familia, las dos hembras se derrumbaron sobre las sábanas y gimiendo de gozo, liberaron su angustia corriéndose.

Ese orgasmo dio pie a Elizabeth a sustituir a Lidia entre mis piernas y tirándome sobre el colchón, tomó posesión de su hombre mientras las antiguas amantes se reconciliaban con un beso.

-Llévame al cielo, como tú solo sabes- rugió mi amada al empezar a cabalgar…

Prisionero de esos ojos verdes, obedecí…

21

Exhausto, pero contento, estaba descansando del combate cuando Elizabeth recibió el aviso que alguien había traspasado la verja de entrada. Como no esperaba ninguna visita, su preparación militar la hizo ponerse en movimiento y levantándonos de la cama, nos pidió que nos vistiéramos mientras sacaba del armario parte de su armamento. La dureza de su expresión me hizo recordar su profesión y por eso no pude negarme a coger el fusil de asalto que me entregó.

-Toma a nuestras niñas y llévatelas al bunker.

– ¿Qué ocurre?

-Nada bueno- sucintamente respondió mientras a nuestros oídos llegaba el sonido de una ráfaga de disparos.

Sabiendo que los que llegaban venían a matarnos, besé a la pelirroja y le pedí que, de llegar el caso, huyera sin mirar atrás, porque para mí ella era más importante que mi vida.

-Te veo cuando esto termine- acariciando mi mejilla, replicó mientras desaparecía corriendo por las escaleras.

Reconozco que me aterrorizó saber que seguramente no volvería a verla y por eso, sacando unas pistolas y dos granadas del armero, di las armas cortas a Lidia y a María, colgando las bombas de mano de mi cinturón. Acto seguido corrí hacía la instalación del sótano.

            Como no podía ser de otra forma, las dos mujeres me siguieron y en breves segundos, llegamos al lugar donde horas antes Elizabeth las torturó. Todavía el suelo estaba húmedo y al pasar por las jaulas, curiosamente, ambas sonrieron y murmuraron que su dueña no las defraudaría y conseguiría acabar con los sicarios. Sin compartir su seguridad, me quedé callado y cerré a cal y canto nuestro refugio mientras cogía el móvil y llamaba a mi contacto del CNI, por si podía acudir en nuestra ayuda. El teléfono de Manuel estaba desconectado, pero aun así dejé el mensaje mientras recordaba que la sala desde la que había visto a la pelirroja haciéndolas sufrir contaba con un sistema de vigilancia desde el cual podía conocer lo que ocurría en el exterior.

Por ello, corrí a ver en las pantallas cómo iba la escaramuza, pero sobre todo si la americana estaba a salvo. Reconozco que respiré brevemente al verla viva respondiendo al ataque con su fusil. Desgraciadamente, también comprobé que los sicarios encargados de darnos muerte eran muy superiores en número a los policías que nos defendían. En un silencio sepulcral, los tres ahí guarnecidos fuimos testigos de cómo iban cayendo uno a uno esos agentes de la ley a pesar del arrojo y la valentía que mostraron. Su jefa, la pelirroja que me había enamorado, no fue menos valiente y antes de ver cómo recibía un balazo en el pecho, se deshizo de al menos media docena de los atacantes.

La certeza de su muerte me destrozó y cogiendo la metralleta que me había dado, juré que vendería cara mi piel mientras por las pantallas veíamos que, habiendo vencido toda resistencia, los cinco miembros del cartel que seguían vivos comenzaban a revisar la casa en nuestra búsqueda.

Tanto la hispana como su compañera estaban llorando cuando nos localizaron y comenzaron a intentar tirar abajo la puerta acorazada que los daría acceso al refugio. Con el sonido de los golpes resonando en mis oídos, pedí a María que de caer tenía que ser ella la que protegiera a la activista.

-Al menos ella debe sobrevivir- añadí: – Es la esperanza de su pueblo.

No supe interpretar la cara de la cincuentona y menos preví que saliendo de la sala, nos dejara encerrados en ella mientras con paso cansino se acercaba a la puerta.

-Por favor, piénsatelo bien. Aunque nos traiciones te van a matar- le grité a través del intercomunicador viendo cómo se ponía a quitar los cerrojos que todavía resistían las embestidas de los sicarios.

-Lo sé- contestó abriendo la puerta.

Nuestros atacantes asumieron al igual que nosotros que la madura quería cambiar su vida por la nuestra y por eso al no ser un objetivo prioritario, pasaron en tromba al bunker. María esperó a que estuvieran todos para alzando el brazo, mostrar en su mano una de las granadas con la anilla quitada.

-Recordad que os he amado a los tres- consiguió gritar antes de que el artefacto que había robado de mi cinto explotara.

La detonación no solo acabó con ella y con nuestros enemigos, sino que momentáneamente me dejó sordo y por eso no pude escuchar los lamentos de Lidia mirando los restos de la mujer que había amado tantos años. Reconozco que tampoco necesité oírlos, y tomándola entre mis brazos, busqué el consuelo que necesitábamos ambos.

-Dieron su vida por nosotros, pero debemos seguir adelante- conseguí decir indemne físicamente, pero destrozado en mi interior.

Consciente de su martirio, seguía respirando y cogido de la mano de la hispana, salimos al exterior en el momento que Manuel Espina llegaba con refuerzos en un helicóptero. El burócrata al vernos a salvo, se acercó pidiéndome perdón por no haber oído el mensaje.

-Estás aquí- fue mi respuesta y dejando a mi acompañante en sus manos, fui en busca del cuerpo de mi pelirroja.

Con paso lento, recorrí los metros que me separaban de la columna donde la vi morir y al llegar ante ella, comencé a llorar recriminándola que no me hubiese hecho caso y no huyera.

-Soy difícil de matar- respondió abriendo los ojos.

La alegría que me embargó al ver que aun malherida seguía con vida me hizo pedir auxilio y con la ayuda de Manuel, la subimos al helicóptero. De camino al hospital, temí que cada respiración fuese su última y por eso cuando el equipo de urgencias se la llevó, caí derrumbado en un sillón de la sala de espera.

La operación duró seis horas, seis horas en las que el del CNI no se separó de mí, pero tampoco habló. Solo cuando el cirujano salió diciendo que había salido bien pero que seguía corriendo riesgo su vida, Manuel se atrevió a decir:

-No tendrás la suerte de que esa zorra sin escrúpulos se muera y por el modo en que te comportas, sé que serás su siguiente víctima. Solo espero que sigas mi consejo y le ates bien corto, no vaya a ser que encima decida torturarte haciéndote padre.

Cinco semanas después, estaba comiendo con Lidia en un restaurante cercano cuando desde la clínica nos avisaron que Elizabeth había recuperado la conciencia. Dejando la cuenta a uno de los guardaespaldas que nos había puesto la embajada de su país, corrimos a su encuentro.

            -Estás hecha una pena, pecosa- susurré en su oído nada más entrar a la habitación.

            Su sonrisa no evitó que me percatara de lo mucho que le dolía el incorporarse y con ayuda de la hispana, conseguimos que se volviera a tumbar.

            -Descansa… no entiendo por qué, pero Alberto quiere que le dures muchos años- con una ternura poco habitual en ella, Lidia comentó mientras acariciaba una de sus mejillas.

Sacando fuerzas, la pelirroja respondió:

– ¿Dónde os habéis dejado a mi anciana?

Ni yo ni la morena habíamos caído en que no sabía del sacrificio de María y por ello, sentándome a su lado se lo expliqué poniendo énfasis en las palabras con las que se despidió.

-Antes de irse, nos hizo saber que nos amaba.

Las lágrimas de sus mejillas me hicieron saber que ese sentimiento era mutuo y que por extraño que me resultara, la fría espía la iba a echar de menos. Que precisara de un largo rato para digerir el varapalo ratificó el cariño que había sentido por ella y solo cuando la enfermera comentó que debíamos dejarla descansar, preguntó que más había ocurrido.

Lidia, tomando el testigo, le informó que a raíz del ataque el ejército en pleno se había levantado y echando al presidente, le habían ofrecido el puesto.

-Por lo que presiento, no aceptaste- más que afirmar, Elizabeth preguntó.

Entonces y solo entonces, poniendo sus manos en la tripa, la morenita contestó:

-Mi país no es un sitio seguro donde Alberto pueda criar a sus hijos. Por eso, lo rechacé.

Girándose hacía mí, con la mirada, quiso que le confirmara la noticia.

-Te tienes que recuperar pronto. Vas a ser madre a través de esta zorrita y sin tu ayuda, no sabríamos cómo educar a nuestra hija para que no salga activista.

– ¿Va a ser niña? – esperanzada, preguntó.

-Eso espero y de ser así, se llamará Isabel.

Dos nuevas lagrimas brotaron de sus ojos, pero esta vez de alegría y sin dar tregua a la convaleciente, Lidia añadió:

-Lo que no te hemos contado es que mi hermano, que es ahora el presidente, nos ha prometido que va a cambiar la legislación permitiendo el poli amor. Así que cuando nazca Isabel, no solo llevará el apellido del padre y el mío sino también el tuyo.

-Isabel Burns Esparza Morales- musitó feliz mientras cerraba los ojos.

Que antepusiera los de ellas al Morales no me importó y viendo que se había quedado dormida, cogí de la cintura a la hispana urgiéndola a marchar:

-Señora embajadora, debemos dejar descansar a nuestra amada.

La pérfida morena, respondió:

– ¡No me rebajes! Para ti y para mi dueña, ¡soy princesa!

————– FIN ————–

Relato erótico: “La profesora y el maniático” (POR WALUM).

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Hola soy Claudia, tengo 33 años, soy muy atractiva, demasiado, o sea en realidad mi cuerpo tuvo mucho que ver mis años de gimnasio, ya que siempre quise mantener todo en su lugar. Junto con mi cabello rubio bien claro y suavemente enrulado. Mis ojos color miel y grandes, mis pechos bien erguidos, desafiantes, incitan, mi perfecta cola, bien parada, resaltada por la ropa que me coloco y mis buenas piernas, no pasan desapercibidas, realmente mis medidas quedaron en 95-53-92.
Hay que sumarle a mi esbelta figura, que vivo sola en un departamento de un edificio viejo, y en mi piso soy la única habitante.
Desde que vine de mi pueblo, allá por el sur, nunca tuve sobresaltos.
Atraída por la gran ciudad, buscaba hacer mi carrera y salir del aburrimiento.
Buscaba la aventura, rechazar pretendientes, nunca traer hombres a mi departamento, solo tener la cabeza puesta en mis metas, convertirme en una excelente profesora de matemáticas, ir a bailar, salir de compras, era lo que me gustaba.
Después de unos meses comencé a trabajar en un colegio importante de la ciudad, fue un buen salto.
Llegó un día, que el colegio decidió ir de excursión a un hospital psiquiátrico y a un parque, para que conozcan un poco los alumnos, como no habían muchos profesores que fueran a ayudar con la disciplina me invitaron y yo acepté, nos encontramos a la mañana temprano, nos dijeron a quien teníamos que ver allá y fuimos, éramos 4 profesores y unos 40 o 45 alumnos mas o menos.
Cuando llegamos nos recibió un jefe médico, y comenzamos la recorrida. Después de conocerlo, el medico de muy buen habito nos invito a conocer todo el hospital, así que lo hicimos sin problemas. Recorrimos habían sectores de recreación y de arte, muy interesante, luego llegamos a otra puerta pero el medico se dio vuelta y nos dijo:
–Acá hay pacientes aislados porque son peligroso, no creo que quieran verlos.
 Los 4 ya decidimos que no era lo mejor para los chicos, pero ellos insistieron, el medico nos explicó que ninguno hablaba y que no hacían nada estando en sus celdas de altísima seguridad y que no había problema, ante estas garantías aceptamos, así que le dijimos que no había problema.
Ahí si estaban muy locos, a medida que pasábamos el medico nos contaban sus trastornos, era muy feo lo que contaba, hasta que llegamos a la ultima celda, había un sujeto sentado mirando al piso. Cuando nos vio, nos miró. Era castaño claro, de unos 35 años, pelo corto lacio, cejas muy tupidas, cara total de enajenado, gordo debía medir por lo menos 2 metros, su celda era muy fuerte se notaba, entonces el medico nos dijo porque estaba allí, era un depravado. El médico nos dijo que había violado cuatro mujeres, pero por habilidad del abogado estaba allí y no en la cárcel, aunque de cualquier manera, estaba loco. Habla poco, se masturba permanentemente y es muy peligroso hasta para sus compañeros.
Yo me quede helada al escuchar al médico y pensaba en lo sucio y vil del sujeto, él me miraba fijo y me dio mucho miedo, me quedé como atrapada ante tamaño del espécimen, los demás siguieron y yo parada por un segundo y mirándolo. Entonces el sujeto se agarró su miembro por encima del pantalón marcando un bulto enorme, luego me señalo y escuche un susurro creo o fue mi imaginación:
–La próxima sos vos mamacita. 
Yo me asuste muchísimo y salí casi corriendo, me integré al grupo y nos fuimos del manicomio.No le di mucha importancia a lo sucedido, ya que empezó el turno de exámenes y tenia que probar si mis alumnos habían aprendido bien lo que yo les explicaba.

Un día como cualquier otro, llegue a mi departamento cansada de tener que soportar a 40 adolescentes alborotados, agotada completamente, con ganas de un baño caliente y dormir, cuando, después de entrar a mi departamento, encontré un papel abajó, lo abrí y lo leí “La próxima sos vos mamacita. Ya la vas a probar”.
Del terror, la carta se me cayó al piso y me senté en la silla temblando.
¿Cómo había llegado eso a mi casa?, ¿Quién lo envió?
El pánico me invadió de tal manera que no podía reaccionar.
Traté de calmarme y pensar. Busqué el número de teléfono del loquero en la guía y llamé. Me dieron con el médico al que le expliqué todo lo que decía la carta.
“Es rarísimo. El tipo está acá en su pieza, lo acabo de ver. No entiendo como pudo ser. Tal vez sea una casualidad de otra persona, si él no sabe donde vive usted ¿cómo va a mandarle una carta?”, dijo el médico, mitad extrañado y mitad sospechando que yo mentía.
Corté, y deduje que a la policía no podía ir, con esa carta y cuando averigüen que el loco está encerrado, van a pensar que la loca soy yo.
Esa noche casi no dormí. Cerré todas las ventanas, a la puerta le di doble llave, hasta la puerta de mi pieza cerré con llave.
Iba mirando para todos lados en la calle, hasta llegar.
Tenía miedo y era como que lo buscaba entre la gente, estaba paranoica.
Luego de otro día agotador de clases, volví a casa y con miedo abrí la puerta y miré al piso, pero por suerte no había nada.
Me acosté sin dormir, pues me tocaba limpiar todo.
Cuando terminé de hacerlo, me di un baño bien caliente, me dispuse a prepararme la cena.
Mientras estaba cenando, sonó el teléfono, contesté y escuché “La próxima sos vos mamacita”. Cuando intenté preguntar quien era, cortaron.
Ahora sí, sentí como el corazón parecía salirse del pecho, como un frío helado me recorrió el cuerpo, mis pierna temblaban de tal manera que me tuve que sentar.
¿Qué hacer?, llamar de nuevo era absurdo pero tenía que sacarme las ganas de saber.
Llamé haciéndome pasar por otra persona y hable con el médico, para saber que estaban haciendo ahora el loco. El médico me dijo –Acaban de terminar de cenar y se prestaban a dormir.
La confusión mezclada con el miedo eran totales.
¿Cómo? ¿Quién?
Esa noche, nuevamente me encerré toda y no dormí. Cualquier ruido me sobresaltaba, me daba terror. No sabía cuanto tiempo mas podría resistir así.
Luego de pensarlo toda la noche, decidí que no podía seguir así y junté valor y fui al loquero al otro día. Como todos los días me levante, desayuné, me puse mi pantalón de jean celeste ajustado, mis tacos altos, una remera ajustada blanca, y salí rumbo al manicomio.
Lo vi al jefe médico y le dije lo del llamado.
-Realmente no entiendo, señorita que pasa. Ahora la voy a llevar para que lo vea. Yo le creo, pero póngase en mi lugar, tal vez usted se haya alterado al verlo y quedó sugestionada, no sé. Me dijo mirándome raro. Yo le dije que el llamado no era sugestión, y le mostré la carta. Pero él luego de leerla y escucharme seguía sin creerme.
Me llevó a la pieza del loco, me dijo que podía estar 5 minutos, mientras él se fue a una punta del pasillo a hablar con un enfermero.
El loco estaba sentado como la primera vez que lo vi, me miro, y yo le dije juntando coraje:
-¡¿Por qué me molesta?! ¡¡Termínela con sus amenazas porque acá saben todo!!
El sujeto me miraba raro como no entender lo que yo decía entonces justo intento hablar pero golpeo un bazo y se le calló al piso y el sujeto se asustó terriblemente y empezó a lagrimear.
No pude evitar sonreír al darme cuenta de que el sujeto estaba loco y que era como un bebe inofensivo, lo mire que ya se ponía a llorar y sonreí nuevamente, el sujeto se tomó nuevamente su bulto, pero ya no le di importancia, giré y me fui dándole las gracias al médico.
Me quede un poco mas tranquila pero, sin saber qué hacer. Sabía que el loco no era, entonces quien… tal vez era algún alumno que escucho lo que me dijo el loco y ahora estaba haciéndome una broma pesada.
Pasaron diez días en los que no recibí nada.
Un día como cualquier otro mirando las noticias de noche vi una urgente, se decía que había habido una fuga en un manicomio de la ciudad, yo me asuste un poco, pero los del informativo comunicaron que se trataban de pacientes del pabellón de mínima seguridad y que no eran peligrosos.
Igual por precaución y un poco de miedo cerré todo.
Pasé una noche dificilísima. Espiaba la calle permanentemente por la ventana al no poder consolidar el sueño, y solo respiraba cuando veía pasar al patrullero.
No me iba a quedar encerrada paranoicamente pensé, el esta en su celda si es da máxima seguridad y es una loco.
Al otro día estuve en mi casa, miraba televisión esperando sentir alguna noticia
Iba al colegio con un poco de miedo, pero como las amenazas habían cesado y poco a poco iban encontrando a cada uno de los locos me tranquilice, llego el viernes abrí las persianas porque adentro, en la oscuridad no aguantaba más.
Llamé a mi amiga Claudia para que viniera como todos los viernes después de que sale de trabajar, ella me dijo, que era imposible que este viernes viniera ya que había balance en la empresa y se tenía que quedar.
Yo le dije que estaba bien y me quede con un poco de miedo sola en mi casa, como no tenía que hacer comencé a probarme ropa nueva que había comprado hace unas semanas y combine toda clase de ropa, hasta que opté por unos tacos de 10 cm. mas o menos de punta de alfiler, un pantalón gris super ajustado hermoso y una remerita blanca ajustada también, un buen sostén y una minúscula tanga para que no se marcara tanto sobre el pantalón de vestir.
Después de terminar de cenar, fui a mi pieza, era muy temprano todavía. De pronto sonó el teléfono. Atendí en el aparato de mi dormitorio.
Del otro lado de la línea escuché una voz ronca decir “La próxima sos vos mamacita ¿Te pusiste esa linda ropita para mi?
Me volví loca, me estaba viendo. Volé a cerrar la ventana y la persiana.
Volví a levantar el teléfono para llamar a la policía y no tenía tono, busqué algo por las dudas para defenderme y no había nada.
El error fue estar encerrada en la pieza. Abrí la puerta para ir a revisar si la puerta de la casa estaba con llave y congelándome lo vi al loco parado en el medio del comedor, con un celular en una mano, mientras con la otra se tocaba su bulto y se reía.
Había forzado la puerta, yo me quede atónita, pálida y temblando le dije “La policía sabe todo, vienen para acá. Váyase sino quiere que lo atrapen”.
El sujeto soberbiamente me contestó -Los de la policía deben ser videntes, porque vos no pudiste llamarlos, y no creo que lo sean. Yo comencé a gritar desesperadamente entonces el sujeto en un rápido movimiento se aproximó a mi y me dio una bofetada haciéndome caer al piso, yo del dolor me calle y casi no pude reaccionar, entonces el sujeto me dijo en tono violento -¡¡Te quedas quieta o te mato a trompadas, ya lo hice con una de aquellas cuatro, vos no me causarías problemas!! Yo respiraba agitada, me moría de miedo el corazón me salía del pecho, el sujeto era enorme y estaba justo parado delante mío, entonces me tomó del pelo fuertemente haciéndome mucho daño y me paró de un solo tirón dejándome delante de el. El sujeto me miró de arriba abajo, me miraba libidinosamente, su boca goteaba un poco mas de verme, entonces me dijo -¡Estás muy buena de verdad. Tenés unas tetas grandes y divinas, tu culo es espectacular. Te voy a perforar toda muñeca!
El sujeto rápidamente teniéndome de los pelos me dirigió hacia mi pieza, mientras yo estaba a punto de gritar entre lagrimas, y me dijo -¡¡Si gritas o haces las cosas mal, te voy a matar, no tengo nada que perder!! Luego ya en mi pieza yo temblaba de miedo y no sabia de lo que era capaz este loco, entonces vi que se empezó a sacar la camisa, luego bajó sus pantalones, quedando solo con slip negro mugriento y bajo el se notaba un enorme bulto. También mostraba su gorda persona, grande pero gorda y muy peludo su cuerpo con un olor que mataba, era totalmente desagradable verlo, el sujeto se reía y me miraba babeando, yo moría de miedo sin saber lo que ese loco era capaz de obligarme ha hacer, sabiendo que corría peligro mi vida.
El sujeto me miró y me dijo en tono fuerte -¡¡Bueno, vamos a ver, sácate la remerita despacio, siempre mirándome a los ojos sacando tu lengüita y yo te digo lo que vas haciendo!! Su boca media abierta, babeando como un ser no normal me daba mucho miedo así que hice lo que me pidió tal cual lo pidió mientras que lo miraba fijamente, el se tocaba su enorme bulto mostrando que debía tener un gran tamaño.
Cuando quede solo con el sostén blanco el loco comenzó a aproximarse a mi, yo me empecé a hacer para atrás de terror que sentía, el rápidamente estaba delante mío y por mas que yo tenia puestos mis altos tacos le llegaba a la altura de su pecho, de pronto sus brazos se abrieron y me sujetaron fuertemente, sus manos me agarraban fácilmente y me tenían totalmente aprisionada, el pánico me invadía completamente, entonces con una de sus enormes manos arrancó violentamente mi sostén dejando mis pechos expuestos, el los miró babeando para luego decirme -¡¡Que ricas tetas tenes putita!! Luego sus manos se apoderaron de mi delantera completamente, el enfermo mental las masajeaba salvajemente, me los apretaba, los movía en círculos, los juntaba y los separaba.
Me mordía los pezones, los tiraba con su boca bien para arriba, me las apretaba con sus manos, me las escupía y succionaba su saliva de ahí, mientras que gritaba eufóricamente ¡¡Mierda, que tetas! ¡Son enormes! Yo miraba con odio y miedo al depravado sujeto deleitándose con mis pechos desaforadamente. Luego apartó su cabeza de mis pechos, me miro con saliva entre sus labios y cara de enfermo y me dijo de un grito:
 -¡¡Ponete de rodillas ahora!!
Yo estaba helada, el sujeto me soltó y comencé a arrodillarme lentamente con un miedo atroz, sin saber que locura podría hacerme. Quedando de rodillas frente a enorme espécimen imponía muchísimo miedo, entonces el sujeto se bajó su mugriento slip y dejo a la vista su miembro, yo llore mientras lo miraba, era terrible, enorme, monstruoso, y estaba toda parada desafiante. El riéndose, tomó ese bruto aparato con una mano, y me pegaba con él en la cara, me lo pasó por la nariz, los labios, los ojos, el muy maldito lo mojaba con mis lágrimas dándole un hermoso placer. Era totalmente espantosa y humillante la situación a la que me sometía el loco asqueroso.
Después de como 15 minutos con esa exhibición de poder, se quedó mirándome nuevamente, entonces puso su gran pija entre el medio de mis pechos me miro y me dijo fuertemente:
 -¡¡Ahora juntá tus ricas tetas contra mi palo y movete de arriba abajo, pajeame con tus tetasas!!
Yo me sentía terriblemente humillada pero lo hice, no tenía otra opción, el movimiento era rápido, mientras lo miraba con odio y el gozaba de mi totalmente, mientras me tomaba del cuello y decía:
 -¡¡Yo se que te esta gustando puta!!
Mis lágrimas no cesaban al escuchar sus comentarios, luego me separó de el diciendo:
-¡¡Chupala zorra!!
Yo no quise hacerlo, me negué completamente, entonces el que me sujetaba del cuello me apretó violentamente diciendo:
 -¡¡Dale o te parto el cuello puta!!
Agarré su miembro con mi mano y casi no podía sostenerlo, y me lo lleve a la boca rápidamente para no dudar mas, el olor era asqueroso y su grosor casi no entraba en mi boca, mientras que miraba como gozaba ese sátiro conmigo, sintiéndose triunfador, tenerme absolutamente impotente entre sus manos, en esos momentos era suya, suya para gozarme a su voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible deseo sexual. Eso me mortificaba más psicológicamente que cualquier cosa. Mientras lloraba constantemente.
Yo seguía con mi humillante labor, hasta que el sujeto sacó rápidamente su miembro de mi boca, me agarró por los brazos, me puso de pie delante de el y me empujó violentamente sobre mi cama, yo caí media atónita por la violencia con la que hizo todo y me quede quieta, muerta de miedo, luego el sujeto desprendió mi pantalón gris y lo jaló fuertemente hasta sacarlo completamente, dejándome solo con mi tanga blanca y mis tacos altos. Me sentía indefensa y mi corazón no paraba de latir de miedo.

Luego se puso casi arriba mío, me acariciaba la concha por arriba de la tanga, me apoyó la cabeza de su enorme miembro y presionaba como para penetrarme con tanga y todo, escupió la tanga y la limpió con su lengua, me chupó toda la tanga. De pronto rompió la tanga de los costados, la sacó y me la refregó por la cara, se la puso en la boca y la chupaba, mientras me miraba con ojos de estar disfrutando un manjar.
Yo lloraba totalmente viendo a ese enfermo mental humillándome completamente. Luego levanto mis piernas apuntando al cielo, poniéndolas sobre sus hombros, tiró su cuerpo sobre el mío, quedando mis piernas al costado de mi cara, se subió arriba mío y me dijo con odio cerca de mi cara -¡¡Ahora yegua vas a conocer el dolor y el placer, te los voy a destrozar puta. Fuiste a verme vestida de putita solo para cagarte de risa de mí y a mostrarme tus ricas tetas y tu delicioso culito, pero ahora te tengo yo y te voy a disfrutar puta!! Estaba desencajado, totalmente loco, mientras me decía eso, me dio un cachetazo y me pellizcaba con todo los pezones haciéndome mover toda, puso la cabeza de su miembro en la entrada de mi vagina y junto con un terrible grito que dio, la metió.
Vi dar vueltas todo a mí alrededor, grite fuera de mi:
 -¡¡¡AAAAHhhhhhhyyyyyy!!
Una oleada de puntadas abajo me perforaba, sabía que me estaba desgarrando todo, lloraba y lloraba y me contorsionaba toda, era terrible, punzante y mis gritos no cesaban:
-¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!! ¡¡AAHyyyy!!
El saltaba sobre mi cuerpo, me enterraba su miembro en lo más profundo de mí, parecía que la cama no aguantaría sus violentas embestidas y se desplomaría en cualquier momento, mi cuerpo desaparecía bajo el suyo, era horrible y humillante. Al poco tiempo ya tenía todo su miembro adentro. El loco me miraba y me decía a los gritos:
 -¡¡¡¿Y ahora yegua?!!! ¡¡Te la enterré hasta los huevos putita. ¿Te duele no?!!! ¡¡Pero te gusta tenerla adentro te voy a reventar toda puta!!- Y siguió con un bruto bombeo.
Hasta que descargó una cantidad asombrosa dentro de mi, sentí todo su liquido entrar rápidamente hasta lo mas profundo de mi ser y el daba un grito de gozo fuertísimo:
 -¡¡¡AAAAHOOOOAAAa!!
Yo me quede media dormida, destrozada completamente, no se que mas paso por un rato, estaba mareada y sin saber que pasaría. Luego de la terrible violación que acababa de sufrir, no tenia sentido mi vida casi, cuando pude despertarme, el sujeto estaba mirándome libidinosamente como desde el primer día en que me vio y dijo en tono burlón:
 -¡¡Viste que la próxima ibas a ser vos perrita!!
Yo lloraba mas aun y quería matar al loco desaforado que ultrajaba la poca dignidad que me quedaba, el se dio vuelta y tiró sobre la cama ropa diciéndome:
 -¡Vestite puta!
Yo rápidamente lo hice añorando su huida rápida al decirme que me vistiera, el sujeto había elegido ropa muy chica, una tanga rosadita caladísima, un pantalón ajustado celeste de calza, y una remerita de colores ajustada, luego de vestirme me quede parada sin saber que hacer, entonces el me miraba solamente, miré la hora y eran las 22:20 o por ahí, supuse que tal vez el sujeto se iría para aprovechar huir en plena noche.
Pero no era así. El sujeto se había puesto su slip mugriento nada más para contener su terrible miembro. Que se lo acariciaba mientras se baboseaba conmigo y decía:
 –¡¡Que rica estas mamacita, sos una yegua infernal, ese culazo que tenes!!
Yo estaba helada parada en el medio de mi habitación, con demente sexual a 2 metros. De pronto el sujeto comenzó a aproximarse, el miedo me invadió totalmente, mi corazón latía aceleradísimo, mis piernas temblaban no sabia que haría ese enfermo ahora. El sádico me tomó con sus enormes manos de mi pequeña cintura, refregó su miembro por mi entre pierna y pasó su lengua por mi cara, yo estaba a punto de escupirlo al muy maldito, pero la fuerza con la que me tenia me daba mucho miedo.
El sujeto estaba agitado y excitadísimo se le notaba fácilmente, sus manos soltaron mi delgada cintura y se dirigieron a mi cola, la cual apretó violentamente y masajeó a su antojo rápidamente diciéndome:
 -¡¡Tenes un culito divino!!
Lloraba completamente mientras el disfrutaba de mi hermoso cuerpo, de pronto me giró rápidamente quedando detrás mío y me dijo:
 -¡¡Ahora saca este culito para afuera, paralo, movelo contra mi bulto y pedime que lo rompa, ofrécemelo!!
Entre lagrimas siempre le dije suplicando:
 –No, por favor, no cualquier cosa pero eso no.
El sujeto me tomó del pelo me pegó un terrible tirón diciéndome:
 -¡¡Ya me cansé de vos, ahora te ahorco y te lo rompo igual!!
Yo muerta de miedo al saber que estaba totalmente loco le dije:
 -No, no, no, está bien, hago todo.
Entonces hice lo que el maldito me pidió saque mi cola y comencé a refregarla por el mugriento slip de él a medida que le decía:
 -Te doy mi culito virgen ¿lo querés? Es todito tuyo.
 Luego de decir esas bajas palabras sentí que no tenía vida, me sentí la peor mujer del mundo, culpable. El sujeto gritaba excitado:
 -¡¡Insultame y pedime que te lo destroce!! Fuera de sí, apretándose con las dos manos su bultazo.
Yo ya no tenia nada que perder, estaba muerta de miedo, le dije:
 -Acá tenes mi colita roñoso de mierda, meteme esa pijita si tenes huevos y desvirgármelo, sucio hijo de puta, me das ganas de vomitar.
La bronca y la impotencia sobre salieron en mis comentarios, mientras que en un espejo veía como el sujeto me tenia por detrás apoyando su terrible miembro en mi parada cola. El se puso más que loco, y apretándome de la cintura me apoyó con violencia el temible bulto y me dijo al oído:
-¡¡Te voy a meter la pija hasta los huevos, la voy a dejar enterrada más de una hora en tu deseado culito!!
Yo presa del pánico cerré los ojos. De pronto sentí que el sujeto jalaba mi remera fuertemente hasta que consiguió romperla, mis pechos quedaron a su disposición, los cual estrujo desde atrás mientras que seguía apoyando su miembro en mi cola, los apretó rápidamente y luego me bajó de un solo tirón mi pantaloncito ajustado, yo me quede solo con mi tanguita rosada y muerta de miedo.
El sujeto soltó mis pechos y apretó mis nalgas constantemente, también apoyaba su slip que se podía sentir completamente su enorme tamaño sobre mi divina cola, yo moqueaba entre lagrimas, el sujeto solo se babeaba asquerosamente mirando, sobando y apretando mi cola, luego dijo con total morbosidad:
-¡¡Que hembra infernal sos Claudia, desde que vi tu culito cuando fuiste con el colegio, no hago mas que pensar en él, no dormí pensando en mi pene todo adentro de este divino culito, sabes, tuve que masturbarme constantemente, pero ahora las cosas cambiaron y ahora lo tengo acá totalmente indefenso esperando recibir un buen pijazo!!
Y luego largo una carcajada terrorífica, el escalofrió fue total, el miedo era insoportable, sus comentarios locos y sexo patas me asustaban mas, no sabia que hacer, no tenia muchas opciones.
El sujeto seguía manoseando mi divino tesoro mientras que seguía balbuceando:
 -¡¡Claudia te aseguro que te lo voy a romper, porque estoy desesperado por penetrarlo te voy a bombear salvajemente, no te vas a poder sentar en un mes puta!!
Yo estaba helada con un miedo terrible, suplicando que un milagro ocurriera, de pronto me tiró sobre la cama fuertemente, agarró mi delgada tanga y la arrancó fuertemente casi levantándome con el tirón que le dio.
Yo había quedado tendida en la cama completamente, quieta presa del pánico y terror que sentía al ver sus violentos movimientos, luego el sujeto se subió sobre mi, aunque difícilmente ya que su con su enorme tamaño me mataría aplastada, tomó mis nalgas, las separó y empezó a colocar la punta de su aterrador miembro sobre la entrada de mi hermosa cola virgen hasta ese momento, poco a poco su cabeza comenzó a abrirse en mi esfínter, el dolor era pavoroso y me hacia dar gritos histéricos de dolor:
 -¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡Noooooooo!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡¡AAHhhhh!!! ¡¡Nooo!!
Pero su miembro seguía entrando cada vez mas, hasta que el sujeto paro de hacerlo, yo respiraba agitada de dolor y mis lagrimas brotaban velozmente de mis ojos, mientras que el maldito loco me decía:
 -¡¿Te gusta?! ¡¡Está toda adentro de tu delicioso culo!! ¡¿Qué sentís ahora que estás desvirgada?!
Yo lloraba desoladamente de dolor, bronca e impotencia, mientras el me deliraba y gozaba como un cerdo psicópata sexual.
De pronto el gordo sujeto apretó mis nalgas y comenzó a moverse primero lentamente y luego aceleró salvajemente, sacando y metiendo su enorme miembro en mi cola, el sujeto parecía que saltaba sobre mi, apoyándose en mis nalgas o mi espalda, apretándome contra el colchón mientras yo gritaba de dolor y desconsuelo:
 -¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡Noooo, por favor basta!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!! ¡¡AAhhhyyy!!
Pero el sujeto no le daba el mínimo interés a mi dolor y mis gritos de clemencia y seguía acometiendo mas violentamente haciéndolo a propósito. El mundo estalló a mí alrededor. Era brutal, bestial, indescriptible el dolor, no imaginable, parecía que mi cola explotaba. La presión seguía y yo sentía como este maldito me perforaba hasta los intestinos. Mientras que se reía el sádico asqueroso, yo movía la cabeza para los costados desesperada.
Me metía su miembro fuerte como con odio. Yo seguía gritando alocadamente de dolor y bronca, mientras que el sujeto totalmente desenfrenado se subió mas arriba mío, puso sus manos sobre mi espalda y me acometía con mas y mas fuerza haciéndome gritar mas fuerte cada vez:
 -¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!! ¡¡AAhhooooo!!
Yo me agarraba fuertemente a la sabana, mientras sentía sus muslos chocar contra mis nalgas velozmente y el horrible sonido de su pelvis chocando contra mi cola haciendo ¡plop!, ¡plop!, ¡plop! Mientras que el sujeto gritaba:
 -¡¡Putita que culo infernal tenes!!
Yo lloraba y seguía escuchando ese asqueroso ¡plop! ¡plop! ¡plop! por las estocadas salvajes que recibía mis glúteos vibraban fuertemente con cada penetración. Yo seguía gritando casi desmayada y escuche al maldito que gritaba:
-¡¡Toma profesorita, sentí toda la leche en tu hermoso culito!!
Acabando completamente dentro de mi cola quedé atontada y media dormida.
Después de un tiempo no se cuanto, reaccione un poco entre dormida, seguía tirada sobre la cama en la posición donde había sido violada hace unos instantes, entonces sentí como el sujeto masajeaba mi cola todavía no se desde cuando, entonces dijo:
 -¡¡Dale putita recuperate, que te la quiero volver a poner en el culo!! ¡¡Me ha encantado, estaba delicioso, realmente me ha gustado mucho!!
Yo escuchaba sus asquerosas palabras sabiendo que había desvirgado mi hermosa cola, que en mi vida había pensado hacerlo y este gordo asqueroso me había ultrajado completamente. Mientras seguía con sus manoseos imparables el asqueroso y decía en tono de burla:
 -¡¡Mirá como lo tengo a tu espectacular culo, paradito, desafiándome para que lo vuelva a romper, y lo voy a volver hacer no tengo dudas!!
Yo no podía parar de llorar al escuchar sus viles intenciones, ya estaba muerta casi, mientras que el maldito loco seguía tranquilo como si nada.
Al rato después de un leve tiempo el sujeto se preparo para cumplir con su promesa, yo estaba aterrada sabiendo que no podría hacer nada para evitarlo, me levanto fuertemente y me llevo hacia el espaldar de mi cama, ahí me tuve que aferrar al espaldar y quedar casi en cuatro patas, mientras que el maldito sujeto estaba agitado totalmente excitado, yo temblaba con muchísimo miedo sabiendo que el sádico volvería a acometer contra mi hermosa cola.
El loco se colocó atrás, con una mano me tenia por la cadera teniéndome con mucha fuerza y con la otra empezó a dirigir a su gigante miembro hacia mi hermosa cola. Rápidamente empezó y a empujar, sentí que la enorme cabeza de su miembro empezaba a romper el orificio nuevamente. Yo desesperada de dolor le grite:
 -¡¡Sacala hijo de puta, degenerado, aaaahhhhyyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!! ¡¡AAAhhhyyy!!
Pero el nuevamente como antes me metió todo su miembro en mi interior. Yo golpeaba el espaldar de la cama, mientras abría mi boca buscando desesperadamente aire.
Y seguía gritando aceleradamente, mientras que el seguía metiendo su miembro, cuando entro toda en mi interior, con su boca en mi nuca me dijo vilmente:
 -¡¡Sentila bien yegua que te va a quedar el culo bien abierto!!
Y luego comenzó moverse violentamente contra mí, haciéndome gritar aun más. Pero el maldito loco, se reía y seguía bombeando cada vez más fuerte. Sus movimientos eran salvajes muy fuertes arrancándome gritos de dolor.
 -¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!! ¡¡AAHHHhhh!!
Parecía que no acabaría mas el maldito y me haría sufrir mucho mas tiempo, pero de pronto paró sus violentos movimientos, sacando su miembro de mi ser, me tomó por la cintura fuertemente y en un movimiento violento me volteó dejándome delante de el, de rodillas. Entonces el comenzó a masturbarse delante mío mientras gritaba:
 -¡¡Mirame zorra, mirame!!
Yo lo miraba muerta de miedo y con terrible odio, entonces el maldito comenzó a descargar su asqueroso liquido sobre mi cara mientras que gritaba de gozo:
 -¡¡Aaoooo!! ¡¡Aaoooo!! ¡¡Aaoooo!!
Los chorros de su asqueroso liquido pegaban en mi frente y se corrían hasta mi barbilla, en mis cachetes, en mi pelo, entre mis ojos, en mi boca en toda mi cara y una asombrosa cantidad. Yo me sentía demasiado humillada mientras que el seguía largando su liquido sobre mi. Luego abrió un poco mi boca apretando mi mandíbula y metió la cabeza de su miembro, limpiándose.
Yo no podía ver, pero el sujeto rápidamente se vistió y sentí que salio corriendo mientras yo gritaba como loca. Me limpie como pude e intente socorrerme, fue cuando encontré una nota que decía:
 -¡¡Que rica estabas mamacita!! Yo me senté llorando completamente humillada por un demente y adolorida.



Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas!”(POR GOLFO)

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El favor

Después de tres años trabajando para una ONG en lo más profundo de la India, había decidido volver a España. Recuerdo la ilusión con la que llegué a ese remoto lugar. Recién salido de la universidad y con mi futuro asegurado gracias a la herencia de mis padres, me pareció lo mejor unirme a Manos Unidas contra el hambre e irme como médico a Matin, una ciudad casi cerrada a los extranjeros en el distrito de Korba.
Pasado el plazo en el que me había comprometido, solo me quedaba una semana en ese país cuando el padre Juan, un capuchino misionero, vino a verme al hospital donde trabajaba. Conocía la labor de este cura entre los Dalits, conocidos en Occidente como los Intocables por ser la casta más baja entre los hindúes. Durante veinte años, este hombre se había volcado en el intento de hacer más llevadera la vida de estos desgraciados. Habiendo convivido durante ese tiempo, llegué a tener una muy buena relación con él, porque además de un santurrón, este vizcaíno era un tipo divertido. Por eso no me extraño que viniese a despedirse de mí.
Tras los saludos de rigor, el cura cogiéndome del brazo, me dijo:
-Vamos a dar un paseo. Tengo que pedirte un favor-.
Que un tipo, como el padre Juan, te pida un favor es como si un general ordena a un soldado raso hacer algo. Antes de que le contestara, sabía que no me podía negar. Aun así, esperó a que hubiésemos salido de la misión para hablar.
-Fernando-, me dijo sentándose en un banco, -sé que vuelves a la patria-.
-Sí, Padre, me voy en siete días-.
-Verás, necesito que hagas algo por mí. Me has comentado de tu posición desahogada en España y por eso me atrevo a pedirte un pequeño sacrificio para ti, pero un favor enorme para una familia que conozco-.

La seriedad con la que me habló fue suficiente para hacerme saber que ese pequeño sacrificio no sería tan  minúsculo como sus palabras decían, pero aun así le dije que fuese lo que fuese se lo haría. El sacerdote sonrió, antes de explicarme:

– Como sabes la vida para mis queridos Dalits es muy dura, pero aún lo es más para las mujeres de esa etnia-,  no hizo falta que se explayara porque por mi experiencia sabía de la marginación en que vivían. Avergonzado de pedírmelo, fue directamente al meollo diciendo: -Hoy me ha llegado una viuda con un problema. Por lo visto la familia de su difunto marido quiere concertar el matrimonio de sus dos hijas con un malnacido y la única forma que hay de salvar a esas dos pobres niñas de un futuro de degradación es adelantarnos-.
-¿Cuánto dinero necesita?-, pregunté pensando que lo que me pedía era que pagara la dote.
-Poco, dos mil euros..-, contestó en voz baja, -pero ese no es el favor que te pido. Necesito que te las lleves para alejarlas de aquí porque si se quedan, no tengo ninguna duda que ese hombre no dudará en raptarlas-.
Acojonado, por lo que significaba, protesté airado:
-Padre, ¿me está pidiendo que me case con ellas?-.
-Sí y no. Como podrás comprender, estoy en contra de la poligamia. Lo que quiero es que participes en ese paripé para que puedas llevártelas y ya en España, podrás deshacer ese matrimonio sin dificultad. Ya he hablado con la madre y está de acuerdo a que sus hijas se vayan contigo a Madrid como tus criadas. Los dos mil euros te los devolverán trabajando en tu casa-.
Tratando de escaparme de la palabra dada, le expliqué que era improbable en tan poco espacio de tiempo que se pudiera conseguir el permiso de entrada a la Unión Europea. Ante esto, el cura me respondió:
-Por eso no te preocupes. He hablado con el arzobispo y ya ha conseguido las visas de las dos muchachas-.
El muy zorro había maniobrado a mis espaldas y había conseguido los papeles antes que yo hubiese siquiera conocido su oferta. Sabiendo que no podía negarle nada a ese hombre, le pregunté cuando tenía que responderle.
-Fernando, como te conozco y sabía que dirías que sí, he quedado con su familia que esta tarde te acompañaría a cerrar el trato-, contestó con un desparpajo que me dejó helado y antes de que pudiese quejarme, me soltó: – Por cierto, además de la dote, tienes que pagar la boda, son solo otros ochocientos  euros-.
Viéndome sin salida, acepté pero antes de despedirme, le dije:
-Padre Juan, es usted un cabrón-.
-Lo sé, hijo, pero la divina providencia te ha puesto en mi camino y quien soy yo, para comprender los designios del señor-.
La boda
Esa misma tarde en compañía del dominico, fui a ver a los tutores de las muchachas y tras un tira y afloja de cuatro horas, deposité ciento treinta mil rupias en manos de sus familiares en concepto de dote.  Al salir y debido a mi escaso conocimiento del hindú, pregunté al sacerdote cuando se suponía que iba a ser la boda.
-Como te vas el próximo lunes y las bodas duran dos días, he concertado con ellos que tendrá lugar el sábado a las doce. Saliendo de la fiesta, os llevaré en mi coche a coger el avión. No me fío del otro pretendiente. Si no te acompaño, es capaz de intentar llevárselas a la fuerza-.
Preocupado por sus palabras, le pregunté que quien era el susodicho.
-El jefe de la policía local-, me respondió y sin darle importancia, me sacó otros quinientos euros para comprar ropa a mis futuras esposas: -No querrás que vayan como pordioseras-.
Cabreado, me mantuve en silencio el resto del camino hasta mi hotel. Ese curilla además de haberme puesto en peligro, haciendo cuentas me había estafado más de seiscientas mil de las antiguas pesetas. El dinero me la traía al pario, lo que realmente me jodía era que le hubiese importado un carajo que un poli del tercer mundo, me tomara ojeriza y encima por un tema tan serio como quitarle sus mujeres. Afortunadamente, vivía en un establecimiento para occidentales, mientras me mantuviera en sus instalaciones era difícil que ese individuo intentara algo en contra mía y por eso, desde ese día hasta el viernes solo salí de él para ir al hospital y siempre acompañado de un representante de la ONG para la que trabajaba.
Ese sábado, el padre Juan se acercó al hotel una hora antes de lo que habíamos acordado. Traía un traje típico que debía ponerme junto con un turbante profusamente bordado. Conociendo de antemano lo que se esperaba de mí, me vestí y saliendo del establecimiento nos dirigimos hacia los barrios bajos de la ciudad, ya que, la ceremonia tendría lugar en la casa de su tutor. Al llegar a ese lugar, el jefe de la familia me presentó a la madre de las muchachas con las que iba a contraer matrimonio. La mujer cogiendo mi mano empezó a besarla, agradeciendo que alejara a sus hijas de su destino.
Me quedé agradablemente sorprendido al verla. Aunque avejentada, la mujer que tenía en frente no podía negar que en su juventud había sido una belleza. Vestida con un humilde sari, intuí que bajo esas telas se escondía un apetecible cuerpo.
“¡Coño!, si la madre me pone bruto, que harán las hijas”, recapacité un tanto cortado esperando que el dominico no se diese cuenta.
Haciéndonos pasar a un salón, me fueron presentando a los familiares allí congregados. Busqué a mis futuras esposas pero no las vi y siguiendo la costumbre me senté en una especie de trono que me tenían preparado. Desde allí vi entrar al gurú, el cual acercándose a mí, me roció con agua perfumada.
-Te está purificando-, me aclaró el cura al ver mi cara.
Al desconocer el ritual, le mostré mi extrañeza de no ver a las contrayentes. Soltando una carcajada el padre Juan, me soltó:
-Hasta mañana, no las verás. Lo de hoy será como tu despedida de soltero. Un banquete en honor a la familia y los vecinos. Mientras nosotros cenamos, la madre y las tías de tus prometidas estarán adornando sus cuerpos y dándoles consejos de cómo comportarse en el matrimonio-.
Sus palabras me dejaron acojonado y tratando de desentrañar su significado, le solté:
-Padre, ¿está seguro que ellas saben que es un paripé?-.
El cura no me contestó y señalando a un grupo de músicos, dijo:
-En cuanto empiece la música, vendrán los primos de las crías a sacarte a bailar. Te parecerá extraño, pero su misión es dejar agotado al novio-.
-No entiendo-.
-Así se aseguran que cuando se encuentre a solas con la novia, no sea excesivamente fogoso-.

No me dejaron responderle porque cogiéndome entre cinco o seis me llevaron en volandas hasta el medio de la pista y durante dos horas, me tuvieron dando vueltas al son de la música. Cuando ya consideraron que era suficiente, dejaron que volviera  a mi lugar y empezó el banquete. De una esquina del salón, hicieron su aparición las mujeres trayendo en sus brazos una interminable sucesión de platos que tuve que probar.

Los tíos de mis prometidas me llevaron a su mesa, tratando de congraciarse con el extranjero que iba a llevarse a sus sobrinas. Usando al cura como traductor, se vanagloriaban diciendo que las hembras de su familia eran las más bellas de la aldea. A mí, me importaba un carajo su belleza, no en vano, no guardaba en mi interior otra intención que hacerle un favor al dominico, pero haciendo gala de educación puse cara de estar interesado y con monosílabos, fui contestando a  todas sus preguntas.
El ambiente festivo se vio prolongado hasta altas horas de la madrugada, momento en que me llevaron junto al cura a una habitación aneja. Al quedarme solo con él, intenté que me aclarara mis dudas pero aduciendo que estaba cansado, me dejó con la palabra en la boca y haciendo caso omiso de mi petición, se puso a rezar.
A la mañana siguiente, el tutor de mis prometidas nos despertó temprano.  Trayendo el té, se sentó y mientras charlaba con el padre Juan, ordenó a uno de sus hijos que ayudara a vestirme. Aprovechando que los dos ancianos hablaban entre ellos, pregunté a mi ayudante por sus primas. Este sonriendo me soltó que eran diferentes a la madre y que no me preocupara.
En ese momento, no comprendí a que se refería y tratando de sonsacarle el significado, pregunté si acaso no eran guapas. Soltando una carcajada, me miró y haciendo gestos, me tranquilizó al hacerme comprender que eran dos bellezas. Creyendo entonces que se refería a que tenían mal carácter, insistí:
-¡Que va!, son dulces y obedientes-, me contestó y poniendo un gesto serio, prosiguió diciendo: -Si lo que teme es que sean tercas, la primera noche azótelas y así verán en usted la autoridad de un gurú-.
Lo salvaje del trato, al que tenían sometidas a las mujeres en esa parte del mundo, evitó que siguiera preguntando y en silencio esperé a que me terminara de vestir. Una vez ataviado con el traje de ceremonia, pasamos nuevamente al salón y de pie al lado del trono, esperé a que entraran las dos muchachas.
Un murmullo me alertó de su llegada y con curiosidad, giré mi cabeza para verlas. Precedidas de la madre y las tías, mis prometidas hicieron su aparición bajo una lluvia de pétalos. Vestidas con sendos saris dorados y con un grueso tul tapando sus rostros, las dos crías se sentaron a mi lado y sin dirigirme la mirada, esperaron a que diera inicio la ceremonia.
Antes que se sentaran, pude observar que ambas crías tenían un andar femenino y que debían medir uno sesenta y poca cosa más. Habían sido unos pocos segundos y sabiendo que debía evitar mirarlas porque sería descortés, me tuve que quedar con las ganas de saber cómo eran realmente.
Gran parte de la ceremonia discurrió sin que me enterase de nada. Dicha confusión se debía básicamente a mi mal conocimiento del Hindi, pero también a mi completa ignorancia de la cultura local y por eso en determinado momento, tuvo que ser el propio cura quién me avisara que iba a dar comienzo la parte central del ritual y que debía repetir las frases que el brahmán dijera.
Vi acercarse al  sacerdote hindú, el cual cogiendo las manos de mis prometidas, las llevó  a mis brazos y en voz alta, pronunció los votos. Al oír el primero de los votos, me quedé helado pero sabiendo que debía recitarlo, lo hice sintiendo las manos de las dos mujeres apretando mis antebrazos:
-Juntos vamos a compartir la responsabilidad de la casa-.
Aunque difería en poco del sacramento católico en cuanto al fondo, no así en la forma y preocupado por el significado de mi compromiso, en voz alta acompañé a mis prometidas mientras juraban:
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con fuerza y coraje-.
-Juntos vamos a prosperar y compartir nuestros bienes terrenales-.
-Juntos vamos a llenar nuestros corazones con el amor, la paz, la felicidad y los valores espirituales-
-Juntos seremos bendecidos con hijos amorosos-.
-Juntos vamos a lograr el autocontrol y la longevidad-.
Pero de los siete votos el que realmente me desconcertó fue el último. Con la voz encogida, no pude dejar de recitarlo aunque interiormente estuviese aterrorizado:
-Juntos vamos a ser los mejores amigos y eternos compañeros-.
“¡Puta madre!, a mí me da lo mismo, pero si estas crías son practicantes, han jurado ante sus dioses que se unen a mí eternamente”, pensé mientras buscaba con la mirada el rostro del cura. “Será cabrón, espero que me explique que es todo esto”.
La ceremonia y el banquete se prolongaron durante horas y por mucho que intenté hacerme una idea de las muchachas, no pude. Era la madrugada del domingo al lunes y cuando ya habían acabado los fastos y me subía en un carro tirado por caballos,  fue realmente la primera vez que pude contemplar sus caras. Levantándose el velo que les cubría, descubrí que me había casado con dos estupendos ejemplares de la raza hindú y que curiosamente me resultaban familiares. Morenas con grandes ojos negros, tanto Dhara como Samali tenían unas delicadas facciones que unidas a la profundidad de sus miradas, las convertía en dos auténticos bellezones.
Deslumbrado por la perfección de sus rasgos, les ayudé a subirse al carruaje y bajo un baño de flores, salimos rumbo a nuestro futuro. El cura había previsto todo y a los pocos metros, nos estaba esperando su coche para llevarnos directamente al aeropuerto y fue allí donde me enteré que aunque con mucho acento, ambas mujeres hablaban español al haber sido educadas en el colegio de los capuchinos.
Aprovechando el momento, me encaré con el padre Juan y cabreado, le eché en cara el haberme engañado. El dominico, con una sonrisa, me respondió que no me había estafado y que él había insistido a la madre que les dijese ese matrimonio era un engaño. Al ver mi insistencia, tuvo que admitir que no lo había tratado directamente con las dos muchachas pero que confiaba en que fueran conscientes del  trato.
-Fernando,  si tienes algún problema, llámame- me dijo poniendo en mi mano sus papeles.
La segunda sorpresa que me deparaba el haberme unido a esas mujeres fue ver sus nombres en los pasaportes, porque siguiendo la costumbre hindú sus apellidos habían desaparecido y habían adoptado los míos, así que en contra de la lógica occidental, ellas eran oficialmente Dhara y Samali Álvarez de Luján.
El viaje
En la zona de embarque, me despedí del cura y entregando los tres pasaportes a un agente, entramos en el interior del aeropuerto. No me tranquilicé hasta que pasamos el control de seguridad porque era casi imposible que un poli del tres al cuarto pudiera intentar hacer algo en la zona internacional. Como teníamos seis horas para que saliera nuestro avión, aproveché para hablar con las dos hermanas. Se las veía felices por su nuevo estado y tratándome de agradar, ambas competían en quien de las dos iba a ser la encargada de llevar las bolsas del equipaje. Tratando de hacer tiempo, recorrimos las tiendas de la terminal. Al hacerlo, vi que se quedaban encandiladas con una serie de saris que vendían en una de las tiendas y sabiendo lo difícil que iba a ser comprar algo parecido en Madrid, decidí regalárselos.
-El dueño de la casa donde viviremos ya se ha gastado bastante en la boda. Ni mi hermana ni yo los necesitamos-, me respondió la mayor, Samali, cuando le pregunté cual quería.
“El dueño de la casa donde viviremos”, tardé en entender que se refería a mí, debido a que siguiendo las normas inculcadas desde niñas, en la india las mujeres no se pueden dirigir a su marido por su nombre y para ello, usan una serie de circunloquios. Cuando caí que era yo y como no tenía ganas de discutir, me impuse diciendo:
-Si no los aceptas, me estás deshonrando. Una mujer debe de aceptar los obsequios que le son ofrecidos-.
Bajando la cabeza, me pidió perdón y junto con su hermana Dhara, empezaron a elegir entre las distintas telas. Cuando ya habían seleccionado un par de ellos, fue la pequeña la que postrándose a mis pies, me informó:
-Debemos probarnos sus regalos-.
Sin entender que era lo que quería, le pregunté:
-¿Y?-.
-Una mujer casada no puede probarse ropa en un sitio público sin la presencia de su marido-.

Comprendí que, según su mentalidad, tenía que acompañarlas al probador y completamente cortado, entré en la habitación habilitada para ello. La encargada, habituada a esa costumbre, me hizo sentar en un sillón y mientras esperaba que trajeran las prendas, me sirvió un té:

-Son muy guapas sus esposas-, dijo en un perfecto inglés,- se nota que están recién casados-.
Al llegar otra dependienta con las telas, preguntaron cuál de las dos iba a ser la primera en probarse. Dhara, la pequeña, se ofreció de voluntaria y riéndose se puso en mitad del probador. Desde mi asiento y más excitado de lo que me hubiese gustado reconocer, fui testigo de cómo las empleadas la ayudaban a retirarse el sari, dejándola únicamente con una blusa corta y pegada, llamada Choli y ropa interior. No pude dejar de reconocer que esa cría de dieciocho años era un bombón. Sus piernas largas y bien perfiladas serían la envidia de cualquier adolescente española.
Mientras su hermana se probaba la ropa, Samali, arrodillada a mi lado, le decía en hindi que no fuese tan descocada. Al ver mi cara de asombro, poniéndose seria, me dijo:
-Le aseguro que mi pequeña es pura pero es la primera vez que se prueba algo nuevo-.
-No tengo ninguna duda-, contesté sin dejar de contemplar la hermosura de su cuerpo.
Habiendo elegido los que quería quedarse, le tocó el turno a la mayor, la cual sabiéndose observada por mí, bajó la mirada, al ser desnudada. Si Dhara era impresionante, su hermana no tenía por qué envidiarla. Igual de bella pero con un par de kilos más rellenando su anatomía, era una diosa. Pechos grandes que aun ocultos por la choli, se me antojaron maravillosos y que decir de su trasero, que sin un solo gramo de grasa, era el sueño de cualquier hombre.
“Menudo panorama”, pensé al percatarme que iba a tener que convivir con esos dos portentos de la naturaleza durante algún tiempo en mi chalet del Plantío. “El padre Juan no sabe lo que ha hecho, me ha metido la tentación en casa”.
-Nuestro guía no va a tener queja de nosotras, hemos sido aleccionadas por nuestra madre-,  me explicó Dhara sacándome de mi ensoñación, -sabremos hacerle feliz-.
Al oír sus palabras y uniéndolas con el comentario de su hermana, me di cuenta que esas dos mujeres desconocían por completo el acuerdo que su progenitora había llegado con el cura. Creían que nuestro matrimonio era real y que ellas iban a España en calidad de esposas con todo lo que significaba. Asustado por las dimensiones del embrollo en el que me había metido, decidí que nada más llegar a Madrid, iba a dejárselo claro.
Al pagar e intentar coger las bolsas con las compras, las hermanas se me adelantaron. Recordé que era la mujer quien cargaba la compra en la India y por eso, no hice ningún intento de quitárselas y recorriendo el pasillo del aeropuerto, busqué un restaurante donde comer. Conociendo sus hábitos vegetarianos y no queriendo parecer un animal sin alma, elegí un restaurante hindú en vez de meterme en un Burger, que era lo que realmente me apetecía.
“Cómo echo de menos un buen entrecot”, pensé al darme el camarero la carta.
Al no saber qué era lo que esas niñas comían, decidí que lo más sencillo era que ellas pidieran  pero sabiendo sus reparos medievales, dije a la mayor, si es que se puede llamar así a una cría de veinte años:
-Samali, no me apetece elegir. Quiero que lo hagas tú-.
La joven se quedó petrificada, no sabiendo que hacer. Tras unos momentos de confusión y después de repasar cuidadosamente el menú, me contestó:
-Espero que sea del agrado del cabeza de nuestra familia, mi elección-, tras lo cual llamando al empleado, le pidió un montón de platos.
El pobre hombre al ver la cantidad de comida que le estaba pidiendo, dirigiéndose a mí, me informó:
-Temo que es mucho. No podrán terminarlo-.
Había puesto a la muchacha en un brete sin darme cuenta. Si pedía poca cantidad y me quedaba con hambre, podría castigarla. Y en cambio sí se pasaba, podría ver en ello una ligereza impropia de una buena ama de casa. Sabiendo que no podía quitarle la palabra, una vez se la había dado, tranquilicé al empleado y le ordené que trajera lo que se le había pedido. Solo me di cuenta de la barbaridad de lo encargado, cuando lo trajo a la mesa. Al no quedarme más remedio, decidí que tenía que terminarlo. Una hora más tarde y con ganas de vomitar, conseguí acabármelo ante la mirada pasmada de todo el restaurant.
Mi acto no pasó inadvertido y susurrándome al oído, Samali me dijo:
-Gracias, sé que lo ha hecho para no dejarme en ridículo-, y por vez primera, esa mujer hizo algo que estaba prohibido en su tierra natal, tiernamente cogió mi mano en público.
No me cupo ninguna duda que ese sencillo gesto, hubiese levantado ampollas en su ciudad natal, donde cualquier tipo de demostración de cariño estaba vedado fuera de los límites del hogar. Sabiendo que no podía devolvérselo sin avergonzarla, pagué la cuenta y me dirigí hacia la puerta de embarque. Al llegar pude notar el nerviosismo de mis acompañantes, al preguntarles por ello, Dhara me contestó:
-Hasta hoy, no habíamos visto de cerca un avión-.
Su mundo se limitaba a la dimensión de su aldea y que todo lo que estaba sintiendo las tenía desbordadas, por eso, las tranquilicé diciendo que era como montarse en un autobús, pero que en vez de ir por una carretera iba surcando el cielo. Ambas escucharon mis explicaciones en silencio y pegándose a mí, me acompañaron al interior del aeroplano. Al ser un vuelo tan pesado, decidí con buen criterio sacar billetes de primera pero lo que no me esperaba es que fuese casi vacío, de forma que estábamos solos en el compartimento de lujo. Aunque teníamos a nuestra disposición muchos asientos, las muchachas esperaron que me sentara y entonces se acomodaron cada una a un lado.
Como para ellas todo era nuevo, les tuve que explicar no solo donde estaba el baño sino también como abrocharse los cinturones. Al trabar el de Dhara, mi mano rozó la piel de su abdomen y la muchacha lejos de retirarse, me miró con deseo. Incapaz de articular palabra, no pude disculparme pero al ir a repetir la operación con su hermana, ésta cogiendo mi mano la pasó por su ombligo, mientras me decía:
-Un buen maestro repite sus enseñanzas-.
Ni que decir tiene que saltando como un resorte, mi sexo reaccionó despertando de su letargo. Las mujeres al observarlo se rieron calladamente, intercambiando entre ellas una mirada de complicidad.  Avergonzado porque me hubiesen descubierto, no dije nada y cambiando de tema, les conté a que me dedicaba.
Tanto Samali como Dhara se quedaron encantadas de saber que el hombre con el que se habían desposado era un médico porque según ellas así ningún otro hombre iba a necesitar verlas desnudas. Solo imaginarme ver a esa dos preciosidades como las trajo Dios al mundo, volvió a alborotar mi entrepierna. La mayor de las dos sin dejar de sonreír, me explicó que tenía frio.
Tonto de mí, no me di cuenta de que pretendía y cayendo en su trampa, pedí a la azafata que nos trajera unas mantas. Las muchachas esperaron que las tapara y que no hubiese nadie en el compartimento, para pegarse a mí y por debajo de la tela, empezaron a acariciarme. No me esperaba esos arrumacos y por eso no fui capaz de reaccionar, cuando sentí que sus manos bajaban mi cremallera liberando mi pene de su encierro y entre las dos me empezaron a masturbar. Al tratar de protestar, Dhara poniendo su dedo en mi boca, me susurró:
-Déjenos-.
Los mimos de las hermanas no tardaron en elevar hasta las mayores cotas de excitación a mi hambriento sexo, tras lo cual desabrochándose las blusas, me ofrecieron sus pechos para que jugase yo también. Mis dedos recorrieron sus senos desnudos para descubrir que como había previsto eran impresionantemente firmes y suaves. Solo la presencia cercana de la empleada de la aerolínea evitó que me los llevara a la boca. Ellas al percibir mi calentura, acelerando el ritmo de sus caricias y cuando ya estaba a punto de eyacular, tras una breve conversación entre ellas, vi como Samali desaparecía bajo la manta. No tardé en sentir sus labios sobre mi glande. Sin hacer ruido, la mujer se introdujo mi sexo en su garganta mientras su hermana me masajeaba suavemente mis testículos.
Era un camino sin retorno, al sentir que el clímax se acercaba, metí mi mano por debajo de su Sari y sin ningún recato, me apoderé de su trasero. Sus duras nalgas fueron el acicate que me faltaba para explotar en su boca. La muchacha al sentir que me vaciaba, cerró sus labios y golosamente se bebió el producto de mi lujuria. Tras lo cual, saliendo de la manta, me dio su primer beso en los labios y mientras se acomodaba la ropa, me dijo:
-Gracias-.
Anonadado comprendí que si antes de despegar esas dos bellezas ya me habían hecho una mamada, difícilmente al llegar a Madrid iba a cumplir con lo pactado. Las siguientes quince horas encerrado en el avión, iba a ser una prueba imposible de superar. Aun así con la poca decencia que me quedaba, decidí que una vez en casa darles la libertad de elegir. No quería que fuera algo obligado el estar conmigo.
Tratando de comprender su comportamiento, les pregunté por su vida antes de conocerme. Sus respuestas me dejaron helado, por lo visto, su madre al quedarse viuda no tuvo más remedio para sacarlas adelante que ponerse a limpiar en la casa del policía que las pretendía. Ese hombre era tan mal bicho que a la semana de tenerla trabajando, al llegar una mañana, la violó para posteriormente ponerla a trabajar en un burdel.
Con lágrimas en los ojos, me explicaron que como necesitaba el dinero y nadie le daba otro trabajo, no lo había denunciado. Todo el mundo en el pueblo sabía lo sucedido y a que se dedicaba y por eso la pobre mujer las había mandado al colegio de los monjes dominicos. Al alejarlas de su lado, evitaba que sufrieran el escarnio de sus vecinos pero sobre todo las apartaba de ese mal nacido.
“Menuda vida” pensé disculpando la encerrona del cura. El santurrón había visto en mí, una vía para que esas dos niñas no terminaran prostituyéndose como la madre. Cogiéndoles las manos, les prometí que en Madrid, nadie iba a forzales a nada. No había acabado de decírselo, cuando con voz seria Dhara me replicó:
-El futuro padre de nuestros hijos no necesitará obligarnos, nosotras les serviremos encantadas, pero si no le cuidamos adecuadamente es su deber hacérnoslo saber y castigarnos-
La sumisión que reflejaba sus palabras no fue lo que me paralizó, sino como se había referido a mi persona. Esas dos crías tenían asumido plenamente que yo era su hombre y no les cabía duda alguna que sus vientres serían germinados con mi semen. Esa idea, que hasta hacía unas pocas horas me parecía inverosímil, me pareció atrayente y en vez de rectificarla, lo dejé estar. Samali que era la más inteligente de las dos, se dio cuenta de mi silencio y malinterpretándolo, llorando me preguntó:
-¿No nos venderá al llegar a su país?-.
Al escucharla comprendí su miedo, y acariciando su mejilla, respondí:
-Jamás haría algo semejante. Vuestro sufrimiento se ha acabado, me comprometí a cuidaros  y solo me separaré de vosotras, si así me lo pedís-.
Escandalizadas, me contestaron al unísono:
-Eso no ocurrirá, hemos jurado ser sus eternas compañeras y así será-.

Aunque eso significaba unirme de por vida a ellas, escuché con satisfacción sus palabras, tras lo cual les sugerí que descansaran porque el viaje era largo. La más pequeña acurrucándose a mi lado, me dijo al oído mientras su mano volvía a acariciar mi entrepierna:

-Mi hermana ya ha probado su virilidad y no es bueno que haya diferencias-.
Solté una carcajada al oírla. Aunque me apetecía, dos mamadas antes de despegar era demasiado y por eso pasando mi mano por su pecho le contesté:
-Tenemos toda una vida para lo hagas-.
Poniendo un puchero pero satisfecha de mis palabras, posó su cabeza en mi hombro e intentó conciliar el sueño. Su hermana se quedó pensativa y después de unos minutos, no pudo contener su curiosidad y me soltó:
-Disculpe que le pregunte, ¿tendremos que compartir marido con alguna otra mujer?-.
Tomándome una pequeña venganza hice como si no hubiese escuchado y así dejarla con la duda.  El resto del viaje pasó con normalidad y no fue hasta que el piloto nos informó que íbamos a aterrizar cuando despertándolas les expliqué  que no tenía ninguna mujer. También les pedí que, como en España estaba prohibida la poligamia, al pasar por el control de pasaportes y aprovechando que en nuestros pasaportes teníamos los mismos apellidos, lo mejor era decir que éramos hermanos por adopción. Las muchachas, nada más terminar, me dijeron que, si les preguntaban, confirmarían mis palabras.
-Sé que es raro pero buscaré un abogado para buscar la forma de legalizar nuestra unión-.
Dhara, al oírme, me dio un beso en los labios, lo que provocó que su hermana, viendo que la azafata pululaba por el pasillo, le echase una bronca por  hacerlo en público.
“Qué curioso”, pensé, “no puso ningún reparo a tomar en su boca mi sexo y en cambio se escandaliza de una demostración de cariño”.
Al salir del avión y recorrer los pasillos del aeropuerto, me percaté que la gente se volteaba a vernos.
“No están acostumbrados a ver a mujeres vestidas de sari”, me dije en un principio pero al mirarlas andar a mi lado, cambié de opinión; lo que realmente pasaba es que eran un par de bellezas. Orgulloso de ellas, llegué al  mostrador y al dar nuestros pasaportes al policía, su actitud hizo que mi opinión se confirmara. Embobado, selló las visas sin apenas fijarse en los papeles que tenía enfrente porque su atención se centraba exclusivamente en ellas.
-Están casadas-, solté al agente, el cual sabiendo que le había pillado, se disculpó y sin más trámite, nos dejó pasar.
Samali, viendo mi enfado, me preguntó qué había pasado  y al explicarle el motivo, se sonrió y excusándolo, dijo:
-No se debe haber fijado en que llevamos el  bindi rojo-.
Al explicarle que nadie en España sabía que el lunar rojo de su frente significaba que estaba casada, me miró alucinada y me preguntó que como se distinguía a una mujer casada. Como no tenía ganas de explayarme, señalando el anillo de una mujer, le conté que al casarse los novios comparten alianzas. Su reacción me cogió desprevenido, poniéndose roja como un tomate, me rogó que les compraras uno a cada una, porque no quería que pensaran mal de ellas.
-No te entiendo-, dije.
-No es correcto que dos mujeres vayan con un hombre por la calle sino es su marido o que  en el caso que estén solteras, éste no sea un familiar-.
Viendo que desde su punto de vista, tenía razón, prometí que los encargaría.
Al llegar a la sala de recogida de equipajes, con satisfacción, comprobé que nuestras maletas ya habían llegado y tras cargarlas en un carrito, nos dirigimos hacia la salida.  Nadie nos paró en la aduana, de manera que en menos de cinco minutos habíamos salidos y nos pusimos en la cola del Taxi. Estaba charlando animadamente con las dos hermanas cuando, sin previo aviso, alguien me tapó los ojos con sus manos. Al darme la vuelta, me encontré de frente con María, una vieja amiga de la infancia, la que sin percatarse que estaba acompañado, me dio dos besos y me preguntó que cuando había vuelto.
-Ahora mismo estoy aterrizando-, contesté.
-¡Qué maravilla!, ahora tengo prisa pero tenemos que hablar, ¿Por qué no me invitas a cenar el viernes en tu casa? y así nos ponemos al día.
-Hecho- respondí sin darme cuenta al despedirme que ni siquiera le había presentado a mis acompañantes.
Las muchachas que se habían quedado al margen de la conversación,  estaban enfadadas. Sus caras reflejaban el cabreo que sentían pero, realmente no  reparé en cuanto, hasta que oí a Dhara decir a su hermana en español para que yo me enterara:
-¿Has visto a esa mujer?, ¿quién se cree que es para besar a nuestro marido y encima auto invitarse a casa?-.
Al ver que estaba celosa, estuve a punto de intervenir cuando para terminarla de joder, escuché la contestación de su hermana:
-Debe de ser su prima porque, si no lo es, este viernes escupiré en su sopa-.
“Mejor me callo”, pensé al verlas tan indignadas y subiéndonos a un taxi, le pedí al conductor que nos llevara a casa pero que en vez de circunvalar Madrid, lo cruzara porque quería que las muchachas vieran mi ciudad natal. Con una a cada lado, fui explicándoles nuestro camino. Ellas no salían de su asombro al ver los edificios y la limpieza de las calles, pero contra toda lógica lo único que me preguntaron era porque había tan pocas bicicletas y que donde estaban los niños.
Solté una carcajada al escucharlas, tras lo cual, les conté que en España no había tanta costumbre de pedalear como en la India y que  si no veían niños, no era porque los hubieran escondido sino porque no había.
-La pareja española tiene un promedio de 1.8 niños. Es una sociedad de viejos-, les dije recalcando mis palabras.
Dhara hablando en hindi, le dijo algo a Samali que no entendí pero que la hizo sonreír. Cuando pregunté que había dicho, la pequeña avergonzada respondió:

-No se enfade conmigo, era un broma. Le dije a mi hermana que los españoles eran unos vagos pero que estaba segura que el padre de nuestros futuros hijos iba pedalear mucho nuestras bicicletas.

 Ante semejante burrada, ni siquiera el taxista se pudo contener y juntos soltamos una carcajada.  Al ver que no me había disgustado, las dos hermanas se unieron a nuestras risas y durante un buen rato un ambiente festivo se adueñó del automóvil. Ya estábamos cogiendo la autopista de la Coruña cuando les expliqué que vivía en un pequeño chalet cerca de donde estábamos. Asintiendo, Samali me preguntó si tenía tierra donde cultivar porque a ella le encantaría tener una huerta. Al contestarle que no hacía falta porque en Madrid se podía comprar comida en cualquier lado, ella me respondió:
-No es lo mismo, Shakti favorece con sus dones a quien hace germinar al campo-, respondió haciendo referencia a la diosa de la fertilidad.
“O tengo cuidado, o estas dos me dan un equipo de futbol”, pensé al recapacitar en todas las veces que habían hecho aludido al tema.
Estaba todavía reflexionando sobre ello, cuando el taxista paró en frente de mi casa. Sacando dinero de mi cartera, le pagué. Al bajarme y sacar el equipaje, vi que las muchachas lloraban.
-¿Qué os ocurre?-, pregunté.
-Estamos felices al ver nuestro hogar. Nuestra madre vive en una casa de madera y jamás supusimos que nuestro destino era vivir en una casa de piedra-.
Incómodo por su reacción, abriendo la puerta de la casa y mientras metía el equipaje,  les dije que pasaran pero ellas se mantuvieron fuera. Viendo que algo les pasaba, les pregunté que era:
-Hemos visto películas occidentales y estamos esperando que nuestro marido nos coja en sus brazos para entrar-.
Su ocurrencia me hizo gracia y cargando primero a Samali, la llevé hasta el salón, para acto seguido volver a por su hermana.  Una vez los tres reunidos, las dos muchachas no dejaban de mirar a su alrededor completamente deslumbradas, por lo que para darles tiempo a similar su nueva vida, les enseñé la casa. Sirviéndoles de guía las fui llevando por el jardín, la cocina y demás habitaciones  pero lo que realmente les impresionó fue mi cuarto, por lo visto jamás habían visto una King Size y menos una bañera con jacuzzi. Verlas al lado de mi cama, sin saber qué hacer, fue lo que me motivó a abrazarlas. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos y de caricias pero cuando ya creía que íbamos a acabar acostándonos, la mayor, arrodillándose a mis pies, dijo:
-Disculpe nuestro amado. Hoy va a ser la noche más importante de nuestras vidas pero antes  tenemos que preparar, como marca la tradición, el lecho donde nos va a convertir en mujeres plenas-.
“¡Mierda con la puta tradición!”, refunfuñé en mi interior pero como no quería parecer insensible, le pregunté si necesitaban algo.
Samali me dijo si había alguna tienda donde vendieran flores. Al contestarle que sí, me pidió si podía llevar a su hermana a elegir unos cuantos ramos porque era muy importante para ellas. No me pude negar porque aún cansado, la perspectiva de tenerlas en mis brazos era suficiente para dar la vuelta al mundo.  Al subirme en el coche con Dhara, ella coquetamente esperó a que le abrochase el cinturón, momento que aproveché para acariciarle el pecho. Al no haber público, la muchacha no solo se dejó hacer sino que despojándose de su blusa, me los ofreció diciendo:
-Son suyos-.
Su mirada inocente me hizo ser tierno y cogiéndolos en mis manos, los acaricié antes de llevar mi lengua a ellos. Su piel morena  realzaba la belleza de sus senos. Con el tamaño y la firmeza exacta, esperaron mis mimos. Al juguetear con mi lengua en su aureola, su dueña emitió un gemido confirmando su deseo y asiendo su pezón entre mis dedos, lo encontré dispuesto. Sin más dilación, me lo metí en la boca. La muchacha, completamente entregada, puso su otro pecho a mi alcance mientras acariciaba con su otra mano mi entrepierna. Mi sexo reaccionó irguiéndose, momento que Dhara aprovechó para, sin ningún recato, con su mirada pedirme permiso.
Le respondí acomodándome.
La joven se puso de rodillas sobre su asiento y deslizándose sobre mi cuerpo, pasó su lengua sobre las comisuras de mi glande antes de con una sensualidad imposible de describir, irse introduciendo lentamente mi sexo en su boca. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la frescura de sus labios recorriendo  cada porción de la piel de mi pene. Increíblemente, no paró hasta que su garganta absorbió por completo toda mi extensión y entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó con un suave vaivén que me hizo suspirar.
Al comprobar que me gustaba, aceleró su ritmo lentamente mientras con sus dedos masajeaba mis testículos. La cadencia de sus movimientos se fue convirtiendo en desenfrenada y sin poderme aguantar, eyaculé en su interior. La muchacha no se quedó satisfecha hasta que  consiguió exprimir la última gota de mi sexo y solo entonces, dándome un beso, me hizo probar el sabor de mi semen. Si no llega a ser porque nos esperaban y sobre todo porque cuando la poseyera debía de hacerlo siguiendo sus reglas, juro que allí mismo la hubiese hecho el amor. Menos mal que la poca coherencia que me quedaba me obligó a separarla y decirle que debíamos irnos.
Dhara, sonriendo, me susurró:
-Mi hermana y yo, ya estamos en paz. Estoy deseando contarle que tiene razón-.
-¿Razón?-.
-En el avión, después de probarla, me dijo que  el sabor de la simiente de nuestro marido era un manjar-.
Confuso por la confesión de la muchacha, encendí el coche. El camino hasta el centro comercial me sirvió para recapacitar sobre la actitud de las muchachas sobre el sexo. Por su educación, puertas afuera eran unas mojigatas, pero bajo el amparo del hogar, esas crías se estaban mostrando como unas amantes insaciables.
“A este paso, voy a tener que agenciarme una tonelada de Viagra”.
Ya en el centro comercial, la muchacha se agenció de todas las rosas que había en la floristería y al pasar por una frutería, me preguntó si teníamos comida en la casa. Como le contesté que no, cogiéndome del brazo, entró en el local y como niña con zapatos nuevos, lleno medio carrito con diferentes frutas y verduras.
Había pasado  una hora desde que salimos del chalet. Al llegar, Samali nos saludó en la entrada al modo tradicional, uniendo las manos y arrodillándose, tras quitarme los zapatos, me puso unas babuchas que había sacado de mi equipaje. Ese acto de sumisión inaudita a los ojos de una occidental, ella lo realizó con una sonrisa de satisfacción en su cara, no en vano la habían educado para servir y por primera vez se lo hacía a alguien que consideraba propio, su marido. Mirándola, descubrí que iba descalza.
Dhara, al entrar con las compras, se quitó sus sandalias dejándolas a un lado de la puerta y corriendo, se fue a la cocina. Sus movimientos denotaban una femineidad difícil de encontrar en las occidentales.  A su hermana, no le pasó desapercibida la forma en que miré a la muchacha cuando salía y un poco celosa, me dijo:
-Mi hermana es muy hermosa-.
Sabiendo que a las hindúes les encantan los piropos pero que no podía caer en la grosería de menospreciar a una para ensalzar a otra, respondí  mientras acariciaba su mejilla:
-Sí, pero ¿qué es más bello, una flor o un colibrí?-.
Al oírme, se sonrojó. En ese momento no caí en la cuenta que en la India, ese pajarillo era el ave del amor y que mis palabras, eran una declaración en toda regla. Al no estar habituada a ese tipo de galanterías, se puso nerviosa y tratando de devolverme el piropo, me soltó:
-Nuestro marido es un búfalo-.
Aunque sabía por mi estancia en ese país que ese animal era considerado casi un Dios al ser  el motor de su economía, ya que, se usaba para arar las tierras y sus excrementos eran el único abono que disponían, no pude evitar reírme y contestarle:
-Espero que no sea por los cuernos-.
La cría no me entendió y cuando, recalcándole que era broma, le expliqué el significado en español, se echó a reír pidiéndome perdón. Siguiendo con la burla, la cogí en mis brazos y sentándome en el sofá, empecé a darle azotes en su trasero. Samali, muerta de risa, empezó a dar gritos como si la estuviera matando. Su hermana al oírnos, vino corriendo y al enterarse del motivo del supuesto castigo, se unió a nosotros haciéndole cosquillas. Lo que había empezado siendo un juego se fue transformando y a los pocos segundos, se volvió un maremágnum de besos y caricias.  Nuestros tres cuerpos se fueron entrelazando en un ritual de apareamiento.  Cuando ya estábamos a punto de perder el control, Samali, susurrándome al oído, dijo:
-Vamos a nuestro cuarto-.
Cogiendo sus manos, las llevé a mi habitación donde me encontré que no solo olía a incienso sino, que decorando la cama, las sábanas  estaban  repletas de pétalos de rosa.
Nada más entrar, las hermanas a empujones me llevaron hasta el baño, donde habían preparado la bañera y con ternura, me desnudaron. Tras lo cual, me pidieron  me metiera en el agua. Ni que decir tiene que, en ese instante, me encontraba excitado. Las dos mujeres haciendo caso omiso a mi erección, disfrutando como niñas, me lavaron el pelo mientras no paraban de reír. Demostrando una alegría desbordante, se dedicaron a enjabonarme todo el cuerpo, dando énfasis a mi entrepierna. Una vez habían decidido que ya estaba limpio, me sacaron de la tina y se dedicaron a secarme, para acto seguido, ponerme una especie de camisola larga muy típica en su país.
Sabiendo que debía de seguir sus instrucciones, dejé que me tumbaran en la cama. Las hermanas despidiéndose, me dijeron que volvían enseguida. Durante cinco minutos esperé su vuelta. Cinco minutos que me parecieron eternos. Cuando ya estaba desesperado, las vi aparecer por la puerta. Se habían cambiado de ropa y volvían únicamente vestidas con un sencillo camisón transparente que me permitió ver sus cuerpos sin ninguna cortapisa. Me quedé sin aliento al comprobar que no sabía cuál era más atractiva, si la traviesa y delicada Dhara o la sensual y madura Samali.
Como los preliminares eran importantes, me levanté y las besé. La boca de la mayor me recibió con gozo mientras su dueña pegaba su pubis contra mi sexo. Envalentonado, atraje a la menor y uniendo sus labios a los nuestros,  nuestras tres lenguas se entrelazaron sin importar a quien pertenecían. Entre tanto, mis manos como si tuviesen vida propia fueron de un trasero a otro obligándolas a fundirse todavía más en el abrazo. Separando a Samali, deslicé los tirantes de su camisón, dejándolo caer al suelo. Sus pechos perfectos parecían llamarme y acercando mi boca,  jugueteé con su aureola. Ésta se erizó al sentir la humedad de mi lengua recorriendo sus bordes. Viendo que Dhara se quedaba aislada, le ofrecí el otro pecho. La muchacha, mirando a la mayor, le pidió permiso. Al concedérselo con un gemido, imitándome cogió el seno entre sus manos y metiéndose el pezón entre los dientes, lo mordisqueó suavemente y entre los dos, provocamos que un sollozo de deseo saliera de la garganta de nuestra víctima.
Comprendiendo que eran dos, mis mujeres, sin dejar de abrazar a Samali, besé a la pequeña. Ésta al sentir que le hacía caso, ella misma se bajó el camisón e izando sus pechos, casi adolescentes,  con sus manos, nos los dio como ofrenda. Sin pausa,  dos bocas mamaron de los negros pezones de esa cría, la cual, en contraste con la serenidad de la hermana, gritó su placer mientras restregaba su sexo contra el mío.
La excitación de los tres era patente y por eso llevándolas a la cama, las deposité lentamente en las sabanas. Completamente desnudas, mis mujeres me llamaron a su lado. Tardé unos instantes en desnudarme porque era incapaz de apartar la mirada de ellas. Nada de lo que me había ocurrido en la vida, podía compararse a la visión de ese par de bellezas hambrientas de deseo emplazándome a apagar el fuego de sus cuerpos.
Al despojarme de la camisola, las dos hermanas contemplaron mi pene erguido con una mezcla de temor y esperanza. Fue Samali la que, abriendo un hueco entre las dos, me rogó que lo rellenara con mi cuerpo. Deseando ser capaz de satisfacer las ansias de ambas, me tumbé a su lado. Las dos hermanas pegándose a mí, me colmaron de besos mientras sus manos recorrían mi piel. No es fácil de narrar, lo que ocurrió a posterior. Dhara y su hermana completamente embebidas de pasión y usándome como soporte, empezaron a restregar sus sexos contra mis piernas, tratando de calmar la calentura que les poseía.
Sus maniobras lejos de apaciguar su fiebre, la incrementó, mojando mis pantorrillas con su flujo. El roce de sus senos contra mi  pecho me estaba llevando a un grado de excitación que creí que iba a hacer que me corriera por lo que,separándolas, tumbé boca arriba a la mayor y mientras mis besos recorrían sus muslos, le pedí a Dhara que se ocupara de sus pechos. Ella, no solo se apoderó de sus pechos sino que separando con los dedos los labios de Samali, me ofreció su virginal sexo. Acercando lentamente mi lengua a mi meta, probé de su néctar antes de concentrarme en su clítoris.  Al sentir  mi apéndice sobre su botón, la morena se corrió en mi boca. No contento con su entrega, proseguí con mis caricias recorriendo los pliegues de su sexo.
Incapaz de contenerse, poniendo su mano sobre mi cabeza, forzó el contacto. Su sabor oriental impregnó mis papilas, reafirmando mi erección. Como si su cueva fuera una fuente y yo un náufrago, bebí del manantial que se me ofrecía, lo que prolongó su éxtasis. La pequeña de las dos, entretanto y sin dejar de acariciar sus pechos, llevó su mano a su propio sexo y   se empezó a masturbar.
Un chillido de placer de Samali, me confirmó que estaba dispuesta, por lo que, acerqué mi glande a su excitado orificio. Ella al experimentarlo, moviendo sus caderas, me pidió que la tomara. Sabiendo que no me bastaba con ganar la batalla sino que tenía que asolar sus defensas, me entretuve rozando la cabeza de mi pene en su entrada, sin meterla. Cuando la vi pellizcarse los pezones, decidí que era el momento y forzando su himen, fui introduciendo mi extensión en su interior.
La muchacha gritó por su virginidad perdida pero, reponiéndose rápidamente, violentó mi penetración con un movimiento de sus caderas. Con lágrimas en los ojos, volvió a correrse. La humedad de su cueva sobre mi pene facilitó mis maniobras y casi sin oposición la cabeza de mi sexo chocó contra la pared de su vagina, rellenándola por completo. Su hermana pegándose a mi espalda, siguió mis movimientos como si fuéramos los dos quienes estuvieran desvirgándola. Mi cuerpo me pedía que precipitara mis movimientos pero mi mente lo prohibió, dejando solo que paulatinamente fuese acelerando la cadencia. La lentitud de mis penetraciones llevaron a un estado de locura a la mujer y clavando sus uñas en mi trasero, me exigió incrementara el ritmo.  Dhara, tan excitada como la otra, tumbándose a un lado llevó mi mano a su sexo y gimiendo me imploró que la tocara.
Samali al oírlo, cambió sus pechos por el sexo de su hermana e imprimiendo  a su mano una velocidad endiablada, torturó su clítoris. Al ver que mi otra mujer estaba siendo consolada, agarrándola de los hombros, llevé al máximo la velocidad de mis embestidas. Fue entonces cuando al percatarme que el placer me estaba empezando a dominar, pasé una de las manos al pecho de la pequeña y estrujándolo, me corrí sembrando con mi simiente el interior de la mayor. Ésta al sentir que estaba eyaculando, nuevamente entre gritos, se corrió.
Dhara al confirmar que me separaba de Samali, cogiendo uno de los camisones, lo pasó por  la entrepierna de su hermana y satisfecha me lo dio, diciendo:
-Era niña y ahora es mujer-, y sin darme un minuto de pausa, arrodillándose frente a mí, intentó reanimar a mi adolorido sexo.
Cansado me tumbé al lado de la  mayor. Al verme,  su hermana aprovechó mi postura para acercar su sexo a mi cara. Sin hacerme de rogar separé sus hincados labios y sacando la lengua, jugueteé con sus pliegues mientras me reponía. La cría gimió al sentirlo y agachándose sobre mi cuerpo, acogió en su boca mi pene todavía morcillón. Envalentonado, mordí su clítoris mientras le daba un azote. Mi acción tuvo como resultado que como si fuera un grifo de su sexo manara su placer. Su sabor agridulce inundó mi paladar y buscando el placer de la muchacha, intenté meter la lengua en su interior. Ella al experimentar que había hoyado su secreto, no pudo más y se derramó sobre mi boca. Samali, ya repuesta e incorporándose, ayudó a su hermana en su labor.
Percatarme que eran dos bocas las que alternativamente se engullían mi pene, fue el último empujón que necesitó éste para erguirse a su máxima expresión.
La mayor de las dos, viendo que estaba ya preparado, ordenó a su hermana que cambiara de postura y cogiendo mi extensión entre sus manos, apuntó al sexo de Dhara. Ella, poniéndose a horcajadas sobre mí, fue lentamente empalándose sin dejar de gemir. Si el conducto de Samali era estrecho, el de ella lo era aún más y por eso tardé una eternidad en llenarlo por completo. La muchacha buscando conseguirlo, izaba y bajaba su pequeño cuerpo, consiguiendo que, en cada ocasión, un poco más de mi miembro se embutiera en su interior. Su hermana intentando hacer más placentero su tortura, comenzó a lamer sus pezones mientras masajeaba el clítoris de la cría.
No sé si fue a consecuencia de ello o que la muchacha al fin consiguió relajar sus músculos, pero fue entonces cuando la base de mi pene entró en contacto con su breve mata de pelos. Si hasta ese momento, la penetración había sido dolorosa, cuando se hubo acostumbrado a tenerla en su seno, Dhara se convirtió en una máquina y retorciendo su delicada anatomía buscó un placer que le fue dado una y otra vez.

Resultó ser multiorgásmica y unió un clímax con el siguiente. Samali viendo que su pequeña estaba disfrutando, aprovechó para darme de mamar. Como un obseso, me así a sus pechos mientras mi pene seguía siendo violado por la batidora en que se había convertido el sexo de la morenita. La excitación acumulada me venció e incorporándome sin sacársela, le clavé repetidamente mi estoque hasta lo más profundo de su cuerpo. Dhara se vio desbordada por el placer y soltando un grito, se corrió por última vez cayendo desplomada sobre las sabanas. Su desmayo no me importó, al contrario, al verla tirada, aumenté el ritmo de mis estocadas. No tardé en experimentar un gran orgasmo, bañando con mi semen la pequeña vagina.

Agotado por el esfuerzo, me dejé caer sobre la cama. Samali imitando a su hermana, me mostró el rastro de sangre sobre las sabanas y abrazándose a mí, susurró a mi oído:
-Éramos niñas y ahora somos TUS mujeres-.
Soltando una carcajada, las abracé mientras recordaba la razón por la cual esas dos jovencitas compartían mi lecho.
“Cuando se entere el padre Juan de lo que he hecho, me va a matar”, y riendo, pensé, “¡Que se joda!. Si quería alejarlas del prostíbulo, ¡lo ha conseguido! aunque ello signifique que las ha metido en mi cama”.

Relato erotico: “En la cala con mi hermano” (POR ROCIO)

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Soy una chica que odia los clichés. Desde corazones tallados en árboles hasta frases estilo: “Eres lo mejor que me ha pasado”. No puedo evitarlo. Y sobre todo odio la frase: “No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”, porque eso era precisamente lo que estaba sintiendo en carne propia.  Aunque en mi caso sería mejor decir: “No sabes lo que tienes hasta que lo estás perdiendo, lenta y paulatinamente”.
Desde hacía más de seis meses sabía que mi hermano menor, Sebastián, dejaría Uruguay para seguir sus estudios universitarios en Alcalá de Henares, España. Eso lo alejaría por al menos cinco años, con la posibilidad de conseguir un trabajo en la rama que estudiaba. Tiene diecinueve, es un año menor que yo, terriblemente alto, en contraposición a mi metro sesenta y cinco. Aunque ya puede aparentar todo lo hombretón que quiera, siempre termina actuando como un niño en mi presencia.
Las personas que más sufrían su inminente ida, y de los cuales yo era testigo recurrente en mi casa, eran sus mejores amigos, novia y también mi papá, pues siempre que encontraban tiempo libre lo dedicaban a alguna actividad en donde el eje central era mi hermano; parecían querer aprovechar cada día como si fuera el último. ¡Otro cliché! Pero yo no, siempre me desentendía de la situación. Prefería ser la única que actuaba como si nada raro sucediera. Le daba golpes en la cabeza cada vez que nos topábamos por la casa, solía insultarlo de noche por escuchar música a alto volumen, y hasta le gastaba bromas cada vez que Peñarol, su adorado club, gestaba épicas derrotas.
Así pasaron los días, y pronto estos se convirtieron en meses. A tan solo una semana antes de que partiera, ¡recién una semana antes!, no sé por qué, me detuve para ver cómo ese imaginario reloj de arena estaba gastando los últimos granitos. Y me di cuenta de lo que no quería darme cuenta: que pronto ese chico con quien había compartido toda mi vida ya no estaría al otro lado de la pared de mi habitación.
Retumbó en mi cabeza aquella frase de marras: “No sabes lo que tienes…”.  Así que me presenté en su habitación con una idea fija entre manos: despertarme, actuar como los demás y dedicarnos un tiempo, darle algo inolvidable. Él no me vio entrar; estaba escuchando alguna de sus bandas de rock con sus auriculares puestos, acostado sobre la cama, torso desnudo, meneando la cabeza; sonreí porque sé que se compró los cascos para no molestarme.
—Sebastián, ponte una camiseta o algo, que te quiero hablar —dije luego de retirarles los auriculares.
Se sobresaltó cuando lo interrumpí, pero al verme esbozó una sonrisa de punta a punta. Se sentó en el borde de la cama mientras recogía una camiseta del suelo para ponérsela.
—Hola Rocío, ¿qué pasa ahora? ¿Me olvidé limpiar el baño luego de ducharme? ¿O me comí tu cena? ¿O acaso estoy existiendo demasiado?
—Nada de eso, pesado… —me senté a su lado, jugando con sus auriculares en mi mano—. Nene, me preguntaba si mañana domingo estarías libre, durante el día.
—¿Mañana? Tengo cita con Nancy —era su novia—. ¿Por qué?
—Nah, pues si tienes cita, no hay caso.
—Flaca —así me apoda él—, la cancelaré si es que me vas a llevar de putas.
—¡Imbécil, no voy a llevarte de putas!
Era desesperante el nivel de inmadurez del que hacía gala durante los momentos más delicados. A veces creía que se había caído de cabeza cuando era bebé o algo similar, porque, madre mía, era imposible dialogar seriamente con él. Pero podría ser la persona más idiota que había pisado la faz de la tierra, seguía siendo mi hermano, el único que tenía. Y, aunque en ese momento no quería pensar demasiado al respecto, pronto ya no estaría conmigo.
—Flaca, en serio, ahora las putas están bajas de precio, promoción de verano.
—Ya basta. ¿Te acuerdas de esa cala apartada que está en el río Santa Lucía? La del club de regatas.
Fue decirlo para que su risa parase instantáneamente. Seguro hasta se le habrá desdibujado la sonrisa, no le estaba viendo, solo observaba fijamente el contorno de sus auriculares en mis manos. El club de regatas que le mencioné era un lugar al que íbamos cuando éramos niños. Solíamos colarnos para poder entrar, porque allí no podías acceder sin adultos que se responsabilizaran, y nos pasábamos toda la tarde sentados sobre la gruesa rama de un árbol alojado en una pequeña y apartada cala, mirando allí donde la línea entre el cielo y el mar es difusa. Era nuestro escape diario, solos él y yo para olvidarnos por un rato de los recuerdos de la muerte de nuestra mamá.
Éramos los mejores amigos en aquella época, los únicos que nos entendíamos porque sufríamos por igual. Tal vez él sintió más la pérdida, y se podría decir que debido a la falta de una figura maternal yo adopté el papel de “protectora” de mi hermano menor, costumbre que arrastro de manera menos pronunciada hasta día de hoy. Pero luego crecimos y avanzamos, siempre juntos en la casa, pero cada uno por su lado. En algún momento de este largo y curioso camino de la vida, dejamos de ser los grandes amigos que una vez fuimos.  
—¿Quieres ir allí, Rocío?
—Bueno, la novia es la novia, ya tienes una cita y no quiero entrometerme. Además no sé si aguantaré cinco minutos a tu lado —dije devolviéndole su auricular, antes de irme.
A la mañana siguiente, domingo, estaba planchando algunas de sus camisas en el cuarto del lavarropas. Sebastián pasó por allí, estaba bastante guapo con su vaquero y camiseta blanca, amén de oler muy bien. Cuando amagué preguntarle qué quería de desayunar, él me tomó de los hombros, y con un guiño, me preguntó:
—Flaca, ¿y bien? ¿Nos vamos al río Santa Lucía?
No lo podía creer. Escruté su mirada para saber si yo estaba soñando; tal vez aún estaba adormilada y solo creía escuchar que mi hermano había dejado de lado a su novia para pasar el día conmigo. Podría preguntarle por qué decidió hacerlo, pero eso implicaría mencionar a su chica, y ese día, para mí, deberíamos ser solo él y yo, como cuando éramos niños y no teníamos a nadie más.
—Sebastián, ¡claro! Dame un rato para prepararme.
—Bien. Ponte guapa pero no te tardes, ¡tengo ganas de ver cómo ha cambiado ese lugar!
Tampoco es que fuéramos a alguna cita o un debut social, así que tras una ducha me arreglé el pelo en una coleta alta y me hice con una camiseta roja de tirantes, un short blanco de algodón y sandalias cómodas.
Cargamos bebidas y algunos bocados en nuestras mochilas. En las inmediaciones del Río Santa Lucía se suelen hacer picnics, ya que tiene su desembocadura cerca de Montevideo y es costumbre pasar los fines de semana en familia o en pareja. Claro que, actualmente, con las nuevas rutas, esa tradición se ha perdido bastante, el paraje fue abandonado por otros parques más cercanos al centro de la ciudad.
Fuimos en coche y llegamos al mencionado club de regatas, no tan atestado de gente como recordábamos. Ya dentro del predio alquilamos un par de canoas solitarias para ir al famoso lugar que pasábamos de niños, hoy día inaccesible a pie. Sebastián insistió que no era necesario ir hasta allí, que sería mejor observarlo desde la distancia, pero le respondí que yo iría sí o sí, con o sin él. Obviamente era una treta para que me acompañara, ya habíamos ido hasta el club, ¿para qué volver sobre nuestros pasos?  
Me hubiera gustado alquilar alguna canoa tándem, que son las que permiten a dos personas, más que nada porque me preocupaba que Sebastián hiciera alguna tontería de las suyas. El río es manso, pero mi hermano es bravo; sabe cómo meter la pata.
—¿Te acuerdas cómo remar, no, nene? —le pregunté subiéndome a una de color amarillo, asegurando mis pies bajo una de las abrazaderas.
—Flaca, deja de decirme “nene”, por dios, me avergüenzas. ¡Claro que recuerdo! —respondió cargando nuestras mochilas en su canoa azul.
Remamos por largo rato, siempre juntos. En realidad mi hermano era bastante lento, como si tuviera extrema precaución, y yo debía estar constantemente reduciendo mis remadas para emparejarnos, cosa que él no notó. Mejor así, no me gusta cuando se ve vencido por mí, tiende a querer superarme y hacer alguna tontería cuando no puede ganarme.
Bastante alejados, mientras rebuscábamos por nuestra cala, me hizo una pregunta que no esperaba:
—Flaca, ¿me vas a echar de menos, no?
—¿Eh? ¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián? Yo solo te traje aquí porque quiero pedirte permiso para derribar tu pared, con eso agrandaría mi habitación.
—¡Qué cabrona!, cómo te haces querer, flaquita.
Vimos de cerca una pequeña cala, aislada, de arena gruesa, rodeada de frondosos y altos árboles. Me quedé observándola largo rato, dejando de remar. Recuerdos, recuerdos y recuerdos se agolparon en mi mente una tras otra. Trazos de mi infancia; mis peores y mejores momentos estaban resucitando en memoria.
Mi hermano chapoteó el agua con su remo, salpicándome, para despertarme de mis adentros.
—¡Estúpido! ¡Vuelve a hacerlo y te mato!
—¡Ja! Rocío, parece que encontramos el lugar, ¿no es así?
—Sí, creo que ese es. ¡Cabrón!
Me vengué salpicándole con mi remo. Sebastián no dudó en devolvérmela, pero su canoa se tambaleó y él cayó al agua. No sabría describir lo mucho que me reí de aquello, el solo haberlo visto caer hizo que ese domingo valiera la pena. Pero los segundos seguían pasando y mi hermano no salía del agua. Pronto mis risas cesaron, y mi sonrisa, poco después, se desvaneció.
—Sebastián, no me jodas, ¡sal ya!
No me quedó otra que entrar en el agua y buscarlo. Nada más zambullirme y abrir los ojos, vi al pobre desgraciado debajo de su canoa, terroríficamente estático; no se hundía porque milagrosamente un pie aún se sostenía de una de las abrazaderas. Le tomé de la mano y lo llevé hasta la superficie, arrastrándolo luego hasta la cala, que estaba a escasos metros ya. Las canoas, ayudadas por la corriente, no tardaron en acompañarnos en tierra firme.
Tumbado sobre la arena, bajo el fuerte sol de verano, Sebastián no mostraba ningún tipo de reacción; mi corazón se aceleraba a pasos agigantados. Le di varios bofetones, muy fuertes, porque creía que estaba jugando conmigo. No despertaba, así que decidí hacerle respiración boca a boca.
Levanté su mentón; no tenía nada extraño dentro de la boca que le pudiera estar ahogando. Cerré su nariz e insuflé el aire hasta notar que su tórax se estaba expandiendo. Solté la boca, comprobando que el aire salía tibio de adentro. Esperé, esperé y esperé. Segundos eternos que parecían durar horas. Mi corazón latía tan fuerte que creía que yo iba a morir de un ataque cardiaco antes que él de ahogamiento.
—No te me mueras, cabrón, no te me mueras —dije dándole otra fuerte bofetada. ¡Innecesaria, sí, pero se lo merecía por ser tan tonto! ¡Tenía diecinueve pero era aún un maldito niño, nunca me había dicho que no sabía nadar! Me sentí terrible al recordar que no quería cruzar el río conmigo, seguramente tenía vergüenza de decírmelo.
Volví al ataque. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. No esperé. Insuflé…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando le vi abrir sus ojos la alegría se me desbordó, tanto que ni siquiera me importó que el bruto me agarrara la cola mientras que la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me tomó cuatro segundos darme cuenta de la aberración que estábamos haciendo.
—¡Mfff! ¡Basta! —me aparté.
Finos hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Las gotitas caían de mi rostro y perlaban su frente. Él sonreía. Yo estaba boquiabierta.
—Flaca, perdón, pensé que eras mi ángel de la guarda…
—¿Ángel de la…?  ¡Odio los clichés! —le abofeteé con fuerza; una marca más en sus rojas mejillas. Tomé de su cuello con ambas manos—: ¡Soy tu hermana, no vuelvas a besarme, pervertido!
—¡Auch! ¡Entendido, entendido, no volverá a pasar, flaca!
—¿Cómo vas a sobrevivir en otro país sin mí, estúpido? ¡Y por tu culpa hemos perdido las mochilas, allí estaba mi teléfono!
—¡Mierda!, y los bocados también…
—¿Casi mueres y te pones a pensar en los bocados? ¡Dios santo, más lelo y no naces!
Me levanté visiblemente molesta, pateando algo de arena hacia su cara mientras él aún trataba de recuperarse. Mi peinado, mi camisa, mi short, ¡todo mojado y arruinado! Para colmo una sandalia se me había perdido en el río. Concluí que no nos quedaba otra:
—Será mejor que volvamos al club, Sebastián. Ya has jodido el domingo.
—La mierda, ¡ufff!, lo siento mucho, Rocío.
No quería mirarlo, así que observé el frondoso bosque que se extendía tras la cala. Busqué con la mirada aquel gigantesco árbol que durante tantas tardes nos había cobijado con su sombra y gruesas ramas, cuando éramos críos. Hoy día el paisaje ha cambiado, pero no excesivamente. Por ejemplo, el viejo puente seguía viéndose en la lejanía, pero en cambio el verdor se había reducido considerablemente desde la última vez que había estado allí pese a las promesas de forestación. Aún así me parecía imposible que un árbol tan gigantesco como aquel que recordaba hubiera desaparecido como si nada.
—Mira, Rocío, ¿es buen momento para decirte que aparte de que no sé nadar, tengo algo de miedo de volver al agua?
Sebastián había avanzado hacia otro lado, y apoyó la espalda contra un hermoso y gigantesco árbol de eucalipto, cruzándose los brazos. Sin darse cuenta, o tal vez adrede, había encontrado el árbol que yo buscaba. Los eucaliptos son altísimos, nunca encorvan al crecer y poseen ramas a lo alto. Pero ese, en especial, tenía la particularidad de tener varias ramas gruesas a baja altura, que con pericia, podrían ser trepadas para tener una inmejorable vista del lugar.
No le hice caso a mi hermano y caminé rumbo a la rama más baja. Él me vio trepando con esfuerzo hasta la segunda rama, algo alta ya. Me senté allí, sosteniéndome fuerte; cerré los ojos y fue sentirme como si estuviera en alguna clase de paraíso. El viento húmedo, el canto del río, los recuerdos de nuestra niñez que caían uno sobre otro. Inocencia, atardeceres, risas; todo se agolpaba de una vez; algo así se hace difícil describir con precisión.
Tal vez el domingo no estaba del todo arruinado.
Cuando abrí los ojos, Sebastián ya se había acomodado a mi lado.
—Pirañas —dijo dándome un codazo.
—¿Qué te pasa, nene?
—Me acuerdo que la primera vez que vinimos aquí, me dijiste que había pirañas en el río. Rocío, ¡me tomaste de la mano y me lanzaste al agua mientras te reías como un demonio!
—¡Ja! Vaya tonto eras, ¿cómo iba a haber pirañas aquí?
—Pues en ese entonces no tenía cómo saberlo. Flaca, creo que la culpa de mi miedo al agua la tienes tú.
—Ya, ya. Siempre yo, ¡siempre yo!
—¿Y bien? ¿Vamos a regresar al club de regatas?
—Quiero quedarme, Sebastián. Vete tú.  
—No te voy a dejar, flaquita.
Se quitó la camiseta y la lanzó a la rama que estaba debajo nosotros. Visiblemente colorada, mirando de reojo su firme pecho, le ordené que se bajara del árbol y que se volviera a ponerla, pero me respondió con toda la naturalidad posible que lo mejor sería quitarse nuestras mojadas ropas porque podríamos pescar algún resfriado.
Tras quitarse el vaquero, quedó solo con su bóxer negro.
—Prefiero resfriarme entonces, nene. Me quedaré con mis ropas.
—Nadie nos verá, flaca. Además eres mi hermana, no te andes con complejos.
—¡No! ¡Basta! ¡Sigo molesta por la tontería que hiciste!
—Venga, es nuestro último día juntos, ¿vamos a pasarlo discutiendo como siempre? Ahora dime, en serio, ¿me vas a echar de menos?
—A quien estoy echando de menos es a mi teléfono móvil, Sebastián. ¡Dios, no quiero ni pensar en mi agenda con todos esos números! ¡Mfff! Más vale que antes de abordar ese avión me compres uno nuevo.
—Yo te voy a echar de menos, flaca. Aunque no lo creas, te consideraba mi mejor amiga de la infancia.
—Ya. Si así tratas a tu mejor amiga, pobre de las otras.
—¡En serio! ¿A quién le conté con lujo de detalle de la primera vez que me enamoré? ¿O de mi primer beso? ¿O a quién le dediqué mi primer gol en la división infantil? Pues a ti, flaca. Eras mi mejor amiga, te digo.
—Ese gol fue en offside y no te lo dieron por válido, y aún así corriste a dedicármelo, estúpido…  
—¿Tan enojada estás? ¡Jo! —miró el paisaje—. Hubiera aceptado pasar uno de mis últimos domingos en Uruguay con mi novia…
—Pues ve con ella, ¡nadie te detiene!
Dicho y hecho. Bajó del árbol, recogiendo sus ropas y poniéndolas sobre el hombro. Me dijo que nos volveríamos a encontrar en casa, pero yo me limité a mirar el verdoso horizonte, observándole solo de reojo y sin dedicarle ni una sola palabra. Subió a su canoa y partió rumbo al club de regatas. En todo momento le dediqué un sinfín de insultos silenciosos.
Eso sí, a los pocos metros su canoa volvió a tambalearse, cayendo nuevamente al agua. El río de Santa Lucía tiene zonas muy irregulares. Pudo haberse caído en una parte sin nada de profundidad… o bien pudo haberle tocado algún pozo realmente hondo.
—¡Serás imbécil!
Bajé del árbol como buenamente pude y corrí hacia él. Pensé que fue una tontería de mi parte haberlo dejado ir, suponiendo que hacía solo minutos se había ahogado, sus pulmones no tendrían condiciones de aguantar otra situación así por misma cantidad de tiempo. Ahora, la tonta y desatenta era a todas luces yo.
Tropecé burdamente sobre la arena. Me levanté y volví a la carrera. Sebastián no asomaba ni la cabeza. Otra vez mi corazón empezó a latir con fuerza. ¿¡Cómo pudo haber terminado un simple paseo a nuestro tierno pasado en algo tan terrible!? ¿Qué mierda habíamos hecho mal para tener que llegar a aquello? Porque en algún lugar de este largo y curioso camino de la vida decidimos separarnos, de dejar de ser los mejores amigos que una vez fuimos. Y recién en nuestros últimos días juntos decidí hacer algo al respecto. “Y lo estás haciendo de puta madre, Rocío, ¡tu hermano está ahogándose por segunda vez!”, me recriminé.
Al llegar hasta la canoa, noté, con lágrimas corriéndome por las mejillas, que el agua solo me llegaba hasta medio muslo. Nadie se ahogaría en tamaña tontería…
Como un monstruo marino de esas películas de terror, mi hermano surgió de debajo del agua, frente a mí, salpicándome y mojándome los ojos. Al frotármelos con las manos, vi embobada ese pecho firme por donde el agua corría; él me miró con su típica sonrisa de punta a punta, como si no le importara estar así, solo con un mísero y ajustado bóxer frente a su hermana.
—Flaca, ¿te asusté? Me escondí bajo la canoa… Oye, ¿en serio me crees capaz de abandonarte? Eres toda mía.  
No supe responder. Estaba boquiabierta, temblando de miedo; una serie de contradicciones poblaron mi pensar: quería llorar, reírme de su broma, gritar de alegría, darle una patada en la entrepierna por haberme asustado así. Pero nada, solo le miré a los ojos e hice lo único para lo que tenía fuerzas: lo abracé, clavando mis uñas en su espalda, sollozando de manera muy audible. Él, nunca ajeno a la situación, me acarició la cabellera. Tomó de mi mentón y levantó mi cara para besarme la frente.
—¿Me vas a echar de menos, Rocío?
—Claro que no —mascullé, hundiendo mi cabeza en su pecho—. Pero por favor, vuelve conmigo allá bajo la sombra del árbol, Sebastián.
Recogió su ropa, y tomados de la mano, volvimos a la cala, caminando hasta sentarnos a la sombra de “nuestro” árbol. Logré contener mi llanto, pero algún que otro ridículo resoplido se me escapó. Mi hermano seguro que los oía, pero se desentendía de aquello; podría ridiculizarme por ser tan llorona pero probablemente se lo calló para no hacerme sentir mal.
Me rodeó los hombros con un brazo.
—Flaquita, no mentí cuando dije que eres un ángel de la guarda.
—Otra vez con eso. En serio te digo, odio los clichés. —Reposé mi cabeza en su hombro—. Y por dios, ponte tu vaquero, puedo ver tu paquete, pervertido…
—Ya sabes que cuando mamá se fue cuando éramos peques, fueron días muy difíciles para ambos. Estaba muy feliz de haberte tenido a mi lado en ese entonces, de hecho creía firmemente que tú eras un ángel de la guarda enviado por ella para que mis días fueran más soportables. ¡Y lo sigo creyendo!
—¿En serio? Qué tonto… Y vaya manera de tratar a tu ángel tienes, Sebastián, casi me mataste de un paro cardíaco dos veces hoy.
Un ángel. Eso me dijo. Me volvió a besar la frente y, de nuevo, no sé qué ha tenido que pasar por mi cabeza para que yo decidiera tomar de su mano. Le miré a los ojos café, como los míos, y me acerqué para besar la punta de su nariz, que como la mía, tiene la forma de un tulipán.
“No sabes lo que tienes…”.
“No te vayas”, susurré para qué él terminara sonriendo. “Ah, ¿y por qué no quieres que me vaya?”, preguntó en un susurro. Pero yo, rota y necesitada de consuelo, hice algo de lo que no me arrepentí ni en ese momento ni a día de hoy: besé a mi hermano en los labios.
¿Que qué pasó por mi cabeza? Tal vez uno de los últimos granos del imaginario reloj de arena había caído en esa cala, bajo mis pies, y me advirtió que no quedaba mucho. Me pidió que aprovechara. No es que yo amara de manera perversa a mi hermano ni nada de eso, pero era uno de mis últimos días con él, y no encontré mejor forma de expresarme que darle ese pico.
El beso fue patético, eso sí. Demasiado rápido. Nada morboso. Yo sabía que algo había estado mal, seguramente él también lo supo porque me miró con ojos abiertos como platos. Había algo diferente de aquel beso que nos habíamos dado cuando le hice la respiración boca a boca: ahora ya no era un juego. Ahora había algo real, algo latente entre ambos había despertado, escondido entre los recuerdos y la arena. Al menos yo lo sentía.
“¿Debo retirarme? ¿Pedirle disculpas?”, pensé una y mil veces antes de que él me tomara del mentón y me replicara el beso. Pero hubo algo más que solo labios apretujándose. La punta de su lengua, tímida, se hizo espacio entre mis labios para al instante retroceder. Presa de la calentura, empujé mi cabeza y fui yo quien decidió meter mi lengua en su boca y saborearlo.
En un acto reflejó me apoyé de su muslo, fuerte, atlético, fibroso. Resbaló y toqué su paquete de manera fugaz, comprobando que se estaba endureciendo bajo la tela del bóxer.  
Volvimos a separarnos. Otra vez hilos de saliva colgaban entre nuestros labios. Perlitas de agua caían de nuestros rostros. Otra vez ojos abiertos como platos. “Creo que acabamos de romper un par de mandamientos, madre mía, pero se siente tan bien. ¿Y él estará pensando lo mismo que yo?”.
—Rocío… ¿te gustó o vas a arañarme la cara? Por tu cara no sé qué vas a hacer…
—Uf… ¿A ti te gustó, Sebastián?
—Bueno… Me encantó, flaca, ¡besas de puta madre!
Algo estaba mal en mí. Y en él, desde luego. Pero me gustaba; ese calorcito en mi vientre que amenazaba con extenderse no podía ser algo malo. Me mordí el labio, deleitándome con el gusto de su saliva, retiré un mechón de pelo de mi frente y respiré lento. Quería seguir, pero no debíamos. ¡Deseaba seguir curioseando!, pero no era plan de joder el día más de lo que ya se había jodido.
—Lo siento, pero no me gustó, nene. El solo hecho de que me llames “flaca” me corta todo el rollo porque me recuerda que soy tu hermana…
—¿Y si te digo “Escarcha”?
—¿Y si maduras un poquito?
—Escúchame, “Escarcha” —me tomó de la mano. Pude haberlas apartado, pero no quise porque jamás lo había visto con ese semblante serio. Fuera lo que fuera, iba a decirme algo importante, o así lo sentí al observarle—. Me encantó haberte besado, convertiste un día divertido en uno inolvidable.
—¡Dios santo, corta ya con los clichés!
Agarré un puñado de arena y se lo lancé a la cara. Le ordené, mientras él se retorcía por el suelo, que se pusiera su camiseta, que ya no soportaba tenerle casi desnudo y para colmo tan cerca de mí. Cuando me levanté, luego de sacudirme la arena de la cola, me volví hacia las canoas para prepararlas.
—La mierda, tengo arena hasta en los dientes… ¿a dónde vas, flaca?  
—Vamos a casa, ¡terminó el paseo, nene!
Sí. Se acabó el día para nosotros, pero, aunque aún no lo sabía, la semana más rara y especial de mi vida acaba de comenzar.
Ese mismo domingo nos acompañó su novia durante el almuerzo en nuestra casa, junto con nuestro papá. Todos conversaban relajadamente, había bastante alegría en el ambiente, excepto por mí, que no me veía capaz de forzar el más mínimo esbozo de sonrisa porque, sin entender cómo, afloraban deseos impuros, acuchillándome mi cabeza. Y el hambre desapareció de mí cuando vi a mi hermano dándole de probar el postre a su novia, una tarta de ricota que preparé porque era la preferida de él.
—¡Mmm! —suspiró Naty, con los ojos cerrados—. ¡Rocío, te ha salido delicioso! ¡Cuando tu hermano se vaya, vendré igualmente aquí todos los días!
—Gracias Naty —forcé la sonrisa, pero la desdibujé en el momento que ambos tortolitos volvieron a su silenciosa conversación.
De alguna manera ya no soportaba verlo junto a ella, tan juguetones, tan sonrientes. Ni la soportaba a ella. Su estúpida voz nasal, su pelo largo, azabache y enrulado, totalmente opuesto al corto, castaño y lacio que llevo; su forma tan cariñosa de ser con mi hermano, que se alejaba tanto de mis rudas maneras. Alta como él, de senos pequeños y curvas que apenas asomaban; nada en ella se asemejaba a mí.
Los días me los pasaba pensando en Sebastián y las posibilidades que dejé escapar, aún a solas con mi novio, aún en nuestros momentos de intimidad. Me los pasaba preguntando, mientras mi novio me besaba, qué hubiera pasado en aquella cala si, en vez de ser la típica hermana malvada, me hubiera dejado llevar por el deseo y le confesara que ese beso que nos dimos me había encantado. Que quería continuarlo y seguir explorando posibilidades.
Pero a los pocos segundos se me cortaba el rollo. ¡Sebastián era mi hermanito, por dios! Creció, ¡sí! En algún momento de este largo camino de la vida se había hecho con un cuerpo exquisito, normal que tuviera éxito con las chicas. No lo iba a negar, ese pecho firme, esa sonrisa de punta a punta y esas largas y musculadas piernas se hicieron, poco a poco, presentes en mis fantasías. A veces antes de dormir, a veces mientras mi novio me hacía suya.
Mientras, el imaginario reloj de arena estaba agotando los granos. Y lo único que asaltaba mi cabeza, día a día, minuto a minuto, era solo un pensamiento: “¿Y si le hubiera dicho que me gustó que nos besáramos? ¿Qué hubiera pasado? Dios, ¡quiero saber!”.
Me aplacaba las ganas en el baño. Primero una ducha fría para quitarme los pensamientos impuros. Luego, al verme imposibilitada de tranquilizar ese lado sucio y pervertido que tengo, me acostaba sobre el suelo del baño y dejaba que el agua tibia cayera directamente sobre mis carnecitas. Allí me dejaba llevar en ese mundo de ensueño en donde un hombre desconocido me hacía suya en alguna cala. Un hombre de firme pecho que era lamido, mordisqueado y besado sin piedad.
A veces, durante el clímax, el rostro de ese hombre desconocido era reemplazado fugazmente por el de mi hermano. Me di cuenta que mis orgasmos eran incluso mejores cuando él se hacía presente en mis fantasías. “¿Y si le hubiera dicho que sí? Algo delicioso pasaría, no tengo dudas”.
Ya no me contentaba con fantasías, me propuse ir más lejos. Aprovechaba para andar por la casa con mis ropas más pequeñas, shorts cortitos, camisetas ceñidas, mostrando ombligo, procurando toparme con mi hermano para que me viera así. Dejé de lado los golpes a la cabeza por caricias en las mejillas, los insultos y las burlas por halagos y frases comprensivas. Ahora, Sebastián estaba conociendo a la nueva versión de su hermana mayor, y por las risas y miradas que me dedicaba, parecía gustarle.
En una ocasión, cuando estaba limpiando su habitación (suelo hacerlo dos veces a la semana), le pillé mirándome la cola, apenas tapada por un short súper corto que dejaba ver la línea donde inician mis nalgas. Aquello me puso a cien, tanto así que tuve que correr al baño para hacerme deditos y tranquilizar a la chica sucia que habita dentro de mí.  
No lo podía creer, estaba caliente por mi hermano pero las perversiones que hacía no me parecían suficiente. En la calentura del momento decidí idear un plan para… follar con él. ¡Tenía que hacerlo!, tenía que intentarlo. La putita dentro de mí me odiaría si no hacía algo al respecto.
—Sebastián, ¿puedo pasar? Te he preparado una ensalada mixta, por fa, pruébala.
—Hola Flaca… espera que me pongo la camiseta.
—Soy tu hermana, no te hagas complejos, tonto —dije coqueta, sentándome a su lado de la cama y poniendo el plato sobre mi regazo. Los tomates, pepinos y zanahorias de la ensalada habían estado dentro de mi vagina hacía unos minutos, antes de ser rebanados y preparados.
Le di de comer como él hacía con su chica, pegándome a él y hablándole dulce: “Ahm, abre lo boca, nene”. Cada vez que los degustaba yo pensaba que me iba a desmayar del orgasmo, seguro hasta habrá reconocido el olor de un coño entre el aroma del plato. 
—Ef delifiofo…
—Me alegra que te guste, nene, ¡me pasé toda la tarde mejorando la receta! —chillé. La otra chica, aquella hermana cabrona, probablemente le diría que primero tragara la maldita comida antes de hablar.
Al terminar el plato, le limpié con una servilleta aunque él prácticamente forcejeaba conmigo porque lo hacía sentir como un niño, pero yo entre risas le decía que me iba a enojar si se ponía tan berrinchudo por una tontería como esa. Me inclinaba hacia él para limpiarle, tratando de que sintiera mis senos contra su delicioso pecho, y aprovechaba para atajarme de su muslo, no fuera que me cayera.  
—Oye, Sebastián, mañana es domingo, ¿quieres ir de nuevo a la cala? —mis dedos tamborileaban su atlético muslo, muy cerca de su paquete.
—Ehm… ¿Lo preguntas en serio?
—No hemos pasado mucho tiempo juntos, todo son tus amigos y tu novia, creo que la chica que te lava la ropa, te cocina y te arregla la habitación se merece un último día juntos —hundí mis uñas.
—¡Auch, auch! Bueno, ¡claro que sí, flaca, no me puedo negar!
El primer paso de mi plan salido bien. Le di un beso en la mejilla y le prometí que tendríamos un día divertido, que yo le daría un recuerdo que no olvidaría jamás.
Llegó el domingo. Me puse mi short más ceñido, así como una camiseta de tiras cortita que mostraba ombligo. Mi hermanito no dejaba de piropearme en plan broma cuando me vio en la sala. Ya en el coche, notaba que miraba de reojo mis piernas. Yo ponía mi mano en su muslo, siempre cerca de su entrepierna, apretando, acariciando mientras le decía que en esta ocasión no le quitaría el ojo de encima, no sea que se ahogara.
En esa ocasión fuimos un poco más temprano y por fin pudimos alquilar una canoa tándem para ir juntos. Desde luego percibí cierto miedo en él, como que no quería volver al agua, pero un beso en su mejilla, cerca de sus labios, le armó de valor y me acompañó.
A pocos metros de llegar a la cala, procedí al siguiente paso de mi plan para… follar… con mi hermano. Paulatinamente trataba de zarandear la canoa, tratando de apoyar mi peso hacia un costado. Sebastián, remando, pensaba que estaba bromeando para asustarlo. Me recriminó porque aquello podría ocasionar que la canoa se volcara.
Y de hecho, así sucedió…
Cinco minutos después, terminé arrastrándole hasta la cala como la vez anterior. ¡No esperaba que se volviera a ahogar! ¡Y otra vez perdí una de mis sandalias! Mi plan era solo mojarnos un poco para tener que retirarnos las ropas, “no sea que pesquemos un resfriado”. ¿Quién iba a saber que nos caeríamos en prácticamente un pozo del Río Santa Lucía? 
Sebastián no reaccionaba. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Gotita de agua cayendo de mi rostro sobre el suyo. Insuflar, expandir, comprobar. Esperar. Insuflar…
Insuflé y sus manos me tomaron de la cintura. Dejé de darle aire, cuando vi abrir sus ojos la alegría y el éxtasis se me desbordaron. Volvió a agarrarme la cola mientras que con la otra mano empujaba mi cabeza contra la suya para besarme. Cuatro segundos. Me volvió a tomar cuatro segundos darme cuenta de lo que estaba haciendo. Pero ya no me importaba, nos besamos un buen ratito.
—Flaca, perdón… ¡No me pegues, en serio, pensé que era un ángel, es todo!
—¡Ya! Nene —le miré, peinándolo con mis dedos—, ¿recuerdas lo que me habías preguntado hace una semana? ¿Sobre el beso que nos dimos?
—Te he dicho que me gustó, Rocío. ¿Me vas a tirar arena a la cara de nuevo? ¡Hazlo!, lo haría mil veces más…
¡Dios! ¡No debía, pero la curiosidad me podía! ¡Odio los clichés, pero a veces no puedo evitar dejarme picar por uno! Y los besos que nos habíamos dado, y las caricias que aún hervían en mi piel, y su lengua tímida de aquella vez, y su mirada, y su exquisito cuerpo que se reveló cuando le retiré su camiseta mojada, y, y, y… todo terminó desatando a esa chica viciosa y pervertida que le gusta romper moldes, que le gusta ser sucia y dar bravura a un río manso.
Me senté sobre él. Le di una sonora bofetada antes de inclinarme y mordisquear su pecho. Subí a besos hasta llegar a su boca para meterle mi lengua hasta el fondo. Por fin, tras una semana de sufrimiento, conseguí cumplir aquella fantasía que me tenía en ascuas, y la putita dentro de mí tenía ganas de guerra, de dejarle seco.
¿Ya he dicho que no le gusta verse vencido por mí? Porque hizo fuerzas para levantarme y lograr tumbarme en la arena. Antes de que amagara gritarle por ser tan brusco, violentamente me quitó el short. Abrió mis piernas para que le mostrara mis braguitas en todo su esplendor; lejos de sentirme avergonzada o humillada, me encantaba esa mirada lujuriosa que me dedicaba.
—¿Por… por qué te detienes, Sebastián?
—Oh, dios… Rocío, desde ese domingo también estuve pensando mucho sobre nosotros… ¿pero crees que debemos parar? Somos lo que somos, ¿sabes?
—¡No! —lo atenacé con mis piernas y lo atraje contra mí. La hermanita había desaparecido y solo quedaba una loba con ganas de carne—. Mírame, soy Escarcha, Sebastián. 
—¿Escarcha?
—¡Síii! ¡Y a Escarcha le encantaría que le hicieras su putita! —Ni yo me reconocía, ¿pero quién se reconoce con la entrepierna haciéndose agua? ¿Quién se reconoce cuando el imaginario reloj de arena gasta sus últimos granos?
—¿Eres… eres una putita?
—Tu putita, tu putita.
Sebastián suspiró y volvió a trabajarme. Arrancó la braguita; rápidamente hundió su cara en mi entrepierna. Bastó la primera incursión de su lengua sobre mi rosada y húmeda carnecita para arrancarme un gemido vergonzoso. “¡Dios, qué rico chupas!”. Mordisqueaba a veces, haciéndome retorcerme de gusto.
—¡Así, Sebastián!… ¡Asíii! —gritaba como poseída, arañando la arena y apretándolo tanto con mis piernas que temía decapitarlo—. ¡Mff!… Ahí mismo, ¡ahí mismo!… Dale, por fa… ¡sigue-sigue-sigue!
Comenzó a mamarme con esmero. Iba a velocidad frenética, como un animal, como a una putita le encantaría.  Me tomó de la cintura con fuerza y me trajo contra su rostro para beberse todos mis juguitos que poco a poco empezaban a emanar desde mis profundidades.
Yo chillaba de gusto pero rogaba que aminorara un poco; Sebastián no se despegaba ni un segundo de su degustación, quería verme reventar de placer. En el momento que, haciendo dedos, encontró mi clítoris, no lo dejó en paz hasta que me hizo explotar deliciosamente en su boca.
—¡Ahh!… ¡ya, ya bastaaa!… Mierda, ya no puedo m… —Trataba de retirarme de su boca, pues cada lamida me ponía a ver estrellitas, pero no, él seguía succionado, chupando todos mis jugos, mordiendo mis labios abultaditos, y yo comencé a retorcerme descontroladamente de placer, sintiendo cómo mis muslos trataban de cerrarse para evitar que siguiera castigando mi pobre e hinchado clítoris.
Con el pasar de mi orgasmo fue cesando la intensidad de su mamada hasta que, por fin, decidió retirarse de mí. Con mis juguitos brillando en sus labios, me preguntó:
—¿Estás bien, Rooo… Escarcha?
—¡Ufff! ¿Eres así de bruto con tu novia, cabrón?
—No. Ella no se deja que se la coma, ¡ja ja ja!
—¡Ja ja! Dios santo, estoy temblando de gusto… Y bien, ¿vas a hacer algo al respecto, Sebastián?
—Mierda, mierda, mierda, la culpa me viene de nuevo…
—¡Basta! Soy tu putita, la que hace lo que tu novia no quiere. 
—¿Eres mi…? Sí… sí, ya veo… ¡Ahora sí, putita! Te voy a dar verga, eso quieres ¿no? ¿Mi verga, no es así, Roc… Escarcha?
—¡Sí, la quiero ya!
—¿La quieres, puta? Ruégame, pídemela —dijo quitándose su vaquero, tomándose el paquete por encima de su bóxer. Aquella carne parecía despertar poco a poco de su letargo. Se me hizo agua la boca.
—¿Acaso tengo pinta de que quiero ponerme a leer poesía, Sebastián? ¡Cógeme antes de que me arrepienta, estúpidoooo!
Ya no podía aguantar, fue ver su pene bien erecto para lanzarme sobre él, tumbarlo sobre la arena, ladear su ropa interior y saborearlo en mi boquita. Sentía cómo se hacía más y más dura con cada succión y cada lamida que le daba, parecía, por su rostro, que estaba en el cielo; tal vez después de todo yo sí era su ángel de la guarda que lo llevaba hasta el paraíso.
De mi parte empecé a tocarme la conchita que ya estaba bien trabajada por su boca. Jamás en mi vida me había encharcado tanto como en aquella ocasión, con la cálida, suave y dura tranca de mi hermano siendo lamida y succionada con esmero, con su pelo púbico rascándome la nariz cada vez que me la metía completita hasta mi garganta; no la quería soltar nunca, me había vuelto una auténtica viciosita.
—N-no me lo creo, Rocío, ¿por qué tienes esa boquita tan deliciosa? Qué manera chupar tienes… –Sebastián apenas podía hablar.
—Mmm, ¿nño me dyigas que tdu novia nño te la chudpa tampodco? —contesté con su verga atorada en mi boca. El hecho de estar haciéndole algo que su chica no quería me puso a cien—. ¿Quiedyes que te sadque la ledche, Sebadstdián?
—¿Eh? No entendí una mierda, pero me encanta cómo la mamas… Carajo, así no hay quien aguante…
Gemí mientras me llenaba la boquita de leche, que recibía gustosa toda la corrida, chupando fuerte para para acabar de sacar todo lo que le quedaba en la puntita. Cuando el último trazo de su semen fue succionado, mi hermano dio un respingo de sorpresa.  
—¡Mierda, esto no está pasando!, eres mi hermana, mi ángel de la guarda, me iré al infier… –parecía volver a sentirse culpable, así que agarré sus huevos antes de que terminara de decir su frase.
—¡No te atrevas, Sebastián! Aún no has terminado, ¡aún no! —Me coloqué encima de él, pero mi hermano no peleaba, se dejaba hacer; parecía debatirse internamente si seguir con nuestra locura o abandonarlo de una vez por todas. Lamí su pecho, sus pezones, luego mordisqueé su cuello y por último lamí toda su cara, yo era una perrita en celo—. Méteme tu verga, la necesito, por favor, estoy harta de esperar.
—Escarcha…
“Sí, eso es nene, soy Escarcha, si eso te ayuda a darme carne…”. El chico no reaccionaba, así que tomé su dura verga y la llevé en mi entrada que estaba indescriptiblemente caliente y húmeda. Hice lo posible para metérmela, pero me di cuenta que quería que fuera él quien diera el empujón final.
—Dámela, por favor. Te odiaré toda la vida si no lo haces.
—La mierda… Qué preciosa eres, en serio pareces un ángel…
—¡Odio los clich-ÉEES!
El cabrón aprovechó que tuviera la guardia baja y empujó; entró casi por completo, arrancándome un gritito de gusto al sentirme llena de su polla. Dio un último empujón, justo cuando contraía mis paredes internas debido al gustito, y la verga de mi hermano entró hasta el fondo de mi ardiente y apretada panocha.
Fue como volver a ser desvirgada.
—¡Ahhh, diosss!
—¡Lo siento, preciosa! ¿Quieres que pare?
—¡Nooo, sigue! ¡Toda, dámela toda, mi nene! —gemí rogando por mas verga—. Ah… Ah… ¿Te gusta cómo aprieta adentro, Sebastián?
—Me encanta, Rocío… o Escarcha… ¡Mmm! Aprietas delicioso, ninguna chica se te compara —me decía entre gemidos de placer.
Comenzaba a entrar y salir, sacándola casi por completo y metiéndola hasta el fondo en hábil movimiento. Sexo duro y caliente en la cala. El mejor domingo de mi vida, la despedida más desenfrenada que jamás pensé que viviría.
—¿Estás bien? ¿Te gusta, preciosa?
—Sí… Ahh… Voy a morir de gusto, uf…
—¿Qué te gusta? Dime, mi putita, dilo —resoplaba Sebastián, sacando ese lado salvaje y perverso.
—Me gustas tú. Tú y verga. Me-me-me gusta que metas tu verga en mi panochita, me gusta tenerla adentro… Ahh…
—¿Te encanta, verdad? ¿Es por esto que has querido traerme aquí? ¿Tu novio no te contenta?
—No te traje aquí solo para tener sexo, estúpido… Ahhh, ni menciones a mi novio… Pero me encanta que me cojas tan rico…
Una y otra vez me sentía en el cielo con cada metida y sacada de verga que me daba, mi conchita se contrajo, apretando más, y rápidamente me sentí explotar en un orgasmo. Esto puso a mi hermano a mil y aumentó el ritmo; empujaba al máximo, entrando de lleno una y otra vez, me dejé caer sobre su pecho, casi desfallecida de placer, pero él seguía dándome con todo, chupando y mordiendo mis pechos cuyos pezones se ofrecían duritos y firmes.
La sensación de estar haciéndolo con mi propio hermano, sumado al calor, hacía que nuestros cuerpos estuvieran deliciosamente sudorosos. Me folló así un buen rato hasta que por fin estuvo por correrse, agarrándome de la cola, hundiendo sus dedos en mis nalgas.
—Así, chica, qué rica concha tienes, pero tengo que salir porque estoy a punto…
—Ahh, ¡nooo!… Mi nene, córrete adentro de tu putita… Ahh… Lléname toda…
Jadeó, temblando mientras su corrida comenzaba a bañar las entrañas de mi cuevita. Su leche ardía dentro, le dije que era calentita y que me tenía muerta de gusto. Le rogué que dejara todo adentro, que no se preocupara porque tengo DIU, que tener su semen dentro de mí sería el mejor recuerdo que podría darme antes de irse.
Sacó su tranca, saliendo así un líquido pastoso mezcla de sus jugos y los míos; no pude esperar más y me abalancé sobre su verga para lamerla y limpiarla hasta que perdiera vigor, sintiendo cómo su leche brotaba de mi interior.  
Me había vuelto loca. ¡Loca por mi hermano! Y la putita dentro de mí estaba feliz así, agitando el agua mansa, removiendo los últimos granitos para pervertir aquel imaginario reloj de arena. Tal como había pensado, la realidad superó con creces mis fantasías más sucias.
Pasaron los minutos, y yo, bien servida y muy tranquila, ya solo me dedicaba a jugar con los rulos de su pelo púbico, besando su dormida polla y sus huevos mientras él enredaba sus dedos en mi cabellera. Estábamos sumidos en nuestros pensamientos, con solo el susurro del río como música de fondo; un momento perfecto que deseaba que nunca terminara.
Sebastián podría haber preguntado un montón de cosas. Si cómo seguiríamos nuestras vidas tras lo que hicimos, o si me sentía culpable, o por qué nunca intenté parar nuestro desenfreno. ¡Incluso de dónde salió esa putita tan sucia que reclamaba por su verga! No preguntó nada de eso. Consumado lo consumado, él solo quería saber una cosa.
—Oye, ¿me vas a echar de menos, Escar… digo, Rocío?
—¿Acaso tú me vas a echar de menos, Sebastián?
—¿Por qué siempre respondes con otra pregunta?
Volví a montarme sobre él. Hundí mi cabeza en su pecho y di un mordisco. Y al enredar mis dedos entre los suyos, decidí revelarle la razón por la que le había traído hasta nuestra pequeña cala. No solo para despedirnos o para resucitar un pasado tierno. ¡Ni mucho menos solo para tener sexo! Eso fue simplemente algo hermoso que quería probar. Lo traje para decirle que yo nunca dejé de considerarlo mi mejor amigo, mi pequeño, amado y protegido hermanito, por más que nos hubiéramos apartamos en el camino de la vida. Que no quería que se fuera por una sencilla razón. Por una sola, estúpida, ingenua y tonta razón. Me costó hablar en ese momento tan difícil. La voz pierde fuerza, los ojos arden, los labios tiemblan. Todo se desmorona de manera avasalladora.
Le dije, dibujando figuras amorfas en su pecho, lo celosa que me puse cuando me contó de la primera vez que se enamoró, de la envidia que sentí cuando me contó sobre su primer beso, y de la alegría que me dio cuando, entre tantas chicas, fue a mí quien me dedicó aquel primer y estúpido gol que anotó. Le dije, besando la comisura de sus labios, que él era mi nene, que no quería que se fuera porque no sé a quién acudiría si volviera a sufrir lo mismo que sufrí cuando nuestra madre se fue. Que fui una tonta porque no me daba cuenta de lo que estaba perdiendo hasta muy tarde: un bastión, un sostén, un amigo en el cual contar. Mails, llamadas telefónicas… nada de eso sería lo mismo que tenerlo a mi lado. Así que admití que le iba a echar de menos más que a nadie en mi vida.
—¡Jo! Flaquita, ¡a buenas horas lo admites! ¡Y qué hermoso te salió!
—Puf, ¿me ha salido un poco cliché?
—No, para nada. Cliché sería que dibujáramos un corazón en el tronco del árbol, con tu nombre y el mío, ¿qué dices?
—Un corazón en el árbol. Voy a vomitar un arcoíris, Sebastián. Eso sí es cliché, ¡puf!…
—Pero… ¡a mí me gustaría! ¿Qué te parece? Tu nombre y el mío.
—¡Digo que es hora de volver a casa, nene!
Me levanté y tiré de su mano para que me acompañara. Nos hicimos con nuestras ropas, dejando en la pequeña cala los secretos, apodos, besos y caricias. Eso sí, me dijo que en España se haría pajas en mi honor cuando se sintiera solo. Me volví a poner como un hervidero viviente, pero hice tripas corazón y me zambullí en el agua fría para aplacar el calentón, no fuera que la putita volviera a salir con todo.
Subimos a nuestra canoa y partimos rumbo al club. Volvimos a ser los hermanos pesados de siempre, volvimos a esa relación de amor odio con la que tan cómoda me sentía. Era lo mejor que podíamos hacer, ¿no es así?
Llegamos a casa para el medio día, donde mi papá, tras preguntar por qué yo estaba solo con una sandalia, nos ofreció pasar un día entre los tres, a pasear y hacer lo que surgiese en el momento, cosa que acepté gustosa para obligar a Sebastián a comprarme un teléfono nuevo. Nada raro sucedió el resto de la tarde, ni nada extraño pasó por mi cabeza. Éramos, al fin y al cabo, lo que aparentábamos: una familia unida.  
Entrada la fatídica noche en la que debía partir, la novia, sus amigos, mi papá y yo, nos despedimos de él en la sala de abordaje del aeropuerto. En uno de sus bolsos iba mi braguita. Él aún no sabía, claro, pero me encargué de dejarle ese pequeño recuerdo de nuestra aventura junto con una breve carta escrita a mano.
Recuerdos de mi niñez, de nuestra aventura y de nuestra unión en la cala se agolparon de repente, uno tras otro, incesante y avasallante en mi cabeza. El imaginario reloj de arena había gastado, por desgracia, su último grano. En el momento que vimos el avión levantar vuelo, su chica lloró, uno de sus amigos también. Mi padre intentó aguantarse pero terminó cediendo y usó mi hombro como cobijo. No obstante, yo era la única de todo el grupo que sonreía.
“Te voy a echar de menos, nene”.
El día siguiente volví al Río Santa Lucía, y alquilé una canoa para volver a pasar el día allí, sentada sobre la segunda y gruesa rama del árbol de eucalipto, rememorando una de las experiencias sexuales más deliciosas de mi vida. Eso sí, me prometí que no volvería más a ese lugar, al menos no hasta que mi hermano regresara. Fue un adiós a la cala con promesa inquebrantable de un regreso.
Solo me había ido para hacer una pequeña tontería.
Se preguntarán, queridos lectores, qué decía la carta que le guardé en su bolso. Pues simplemente que no visitaría nuestra cala hasta que él volviera. Y que el día que estuviera de nuevo conmigo, lo llevaría para que pudiese ver el enorme corazón que dibujé en nuestro árbol de eucalipto, eterno con nuestras iniciales.
Soy una chica que odia los clichés. Pero a veces no puedo evitarlo.
Muchas gracias a los que llegaron hasta aquí.
 
 
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“Herencia Envenenada” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:
No quería saber nada del hombre que me había dado la vida, lo odiaba. Nos había dejado a mi madre y a mí cuando era un niño. Por eso cuando me informaron que había muerto, no lo sentí. Me daba igual, Ricardo Almeida nunca fue parte de mi vida y una vez fallecido menos.
O al menos eso quería porque fue imposible. Si bien en un principio cuando me enteré que ese grano en el culo al morir me había dejado toda su fortuna la rechacé, al explicarme mi abogado que si hacia eso mi mayor enemigo se haría con mi empresa tuve que aceptar, sin saber que irremediablemente unidas a su dinero venían cuatro científicas tan inteligentes y bellas como raras. 
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

INTRODUCCIÓN

Inmerso en el día a día de la oficina, mi secretaria me preguntó si podía recibir a mi abogado. Conociendo al sujeto, comprendí que esa visita no programada debía ser urgente, de no ser así, Manuel hubiese pedido cita. Sabiéndolo, pedí a Lara que lo hiciera pasar.
― ¿A qué se debe este placer? –pregunté nada más verle.
Bastante nervioso contestó que venía a cumplir el deseo póstumo de un cliente y antes que pudiera reaccionar, me informó que mi padre había fallecido.
No supe qué decir ni qué hacer porque a la sorpresa de la noticia se unía un total desprecio por esa figura paterna que nos había abandonado a mi madre y a mí, siendo yo un niño. El rencor que sentía por él no menguó al saber que había muerto y por ello esperé sentado a que me informase de su encomienda.
―Tu viejo me contrató hace dos años para servir de albacea porque se temía que una vez supieras que te había nombrado su heredero renunciaras por despecho.
―Y tenía razón, no quiero nada de ese hijo de perra. Cuando lo necesité, no estaba y ahora que soy rico, no lo necesito― respondí con ganas de soltarle un guantazo por tener la osadía de haberle aceptado como cliente.
―Lo sé y además comparto tu punto de vista― contestó consciente del odio visceral que sentía por mi padre porque no en vano además de mi abogado, Manuel era un buen amigo― pero creo que antes de tomar cualquier decisión debes saber las consecuencias de ese acto.
Por su tono supe que era mejor escuchar qué tenía que decirme y deseando acelerar ese trámite, le pedí que se explicara:
―Aunque teóricamente don Ricardo os dejó cuando tenías apenas seis años y que según tú muchas veces me has comentado nunca hizo nada por ti ni por tu madre, tengo documentos que demuestran que eso no es cierto. Tu padre no solo financió tu educación, sino que sus compañías fueron las que te apoyaron cuando necesitabas un inversor para hacer realidad tus sueños.
―Desconozco que te traes entre manos, pero puedo asegurarte de que no tuvo nada que ver. Estudié con una beca de una farmacéutica suiza que fue la misma que entró como accionista cuando fundé esta empresa.
―Dolbin Farma, ya lo sé― replicó y sacando unos papeles de su maletín, me soltó: ―Aunque no era del conocimiento público, él era el dueño y se aseguró que recibieras toda la ayuda que necesitaras de su organización sin que nadie te revelara quien estaba detrás de ese conglomerado.
― ¿Me estás diciendo que ese malnacido era millonario y que maniobró a mis espaldas para que nunca me enterara?
―Así es… no me preguntes sus motivos porque no los sé, pero lo que si tengo claro es que también era el propietario de Manchester Investment, la compañía con la que te acabas de fusionar.
Impresionado por esas noticias, me tomé unos segundos antes de contestar:
―Aun así, no quiero nada, que se meta por el culo su herencia.
Tomando un sorbo de agua, Manuel respondió:
―Será mejor que estudies antes su testamento. Si te niegas a aceptar lo que te deja, Antonio Flores será su heredero y con ello se convertirá en el accionista mayoritario de todo lo que has creado.
«Nadie más que un ser retorcido podría haber planeado algo así», pensé al escuchar que mi mayor enemigo, el tipo con el que llevaba en guerra casi diez años se convertiría en mi jefe si me negaba a aceptar su herencia y con un cabreo de narices, arrebaté el testamento de las manos de Manuel.
«No puede ser», exclamé en mi mente al leer todos los bienes que poseía ese indeseable, pero también al comprobar que mi abogado no había mentido cuando me hizo saber que, en la sombra, mi viejo había sido mi mayor socio desde que fundé mi empresa.
Enfrentado al dilema de aceptar algo de ese maldito o verme en la calle, seguí leyendo y casi al final descubrí que había puesto como condición necesaria para heredar que me comprometiera a vivir durante seis meses en un rancho en el suroeste mexicano y hacerme cargo de por vida de su mantenimiento, ¡con la prohibición expresa de venderlo!
Asumiendo que era una especie de trampa de ese cretino, pregunté a Manuel si sabía algo de esa finca.
― Solo sé que tu viejo vivía ahí, pero nada más.
― ¿Cuándo tengo que contestar? ― pregunté asumiendo que no me quedaba más remedio que viajar allí en cuanto pudiera.
― Tienes de aquí a un año, pero antes que transcurra ese plazo si al final aceptas, debes cumplir la condición de vivir ahí el periodo estipulado. Mientras tanto seré yo quien administre todo en su nombre― dijo mi amigo mientras guardaba todos los papeles en su maletín…

CAPÍTULO 1

Soltero y sin cargas personales, un mes después había organizado mi partida hacía la trampa urdida por mi progenitor y digo progenitor porque me niego a catalogarlo como padre porque nunca ejerció como tal. Mi ausencia tan dilatada me había obligado a dejar todos los asuntos de mi empresa bajo la dirección de mi mano derecha y eso me incomodaba.
La noche anterior a mi viaje, me fui con un par de amigos de juerga y suponiendo que en el “exilio” tendía pocas ocasiones de disfrutar de los placeres de la carne, tras la cena insistí en ir a un tugurio de mujeres alegres.
Mis acompañantes apenas pusieron objeción a mi capricho, de forma que directamente fuimos a uno de los puteros más famosos de Madrid. Lo malo fue que ya una vez dentro del burdel, perdí todo el interés al preguntarme uno de ellos cómo me había afectado lo del difunto.
―Ese capullo no existía para mí― respondí.
Pero lo cierto fue que por mucho que las meretrices intentaron vaciar nuestras carteras, al menos con la mía no lo consiguieron. Ya en el avión que me llevaría a cruzar el charco, me puse a pensar en mi destino y tengo que reconocer que odiaba todo lo referente a mi viaje. Incluso el nombre que el difunto había elegido para el rancho me escamaba y me jodía por igual.
«Solo a un imbécil se le puede ocurrir poner “el futuro del hombre” a una finca», murmuré mientras revisaba el itinerario que me llevaría hasta allí.
La información que había podido recolectar sobre esa hacienda no era mucha, aparte de unas fotos sacadas de Google Maps donde aparecía una mansión típicamente indiana y de la descripción de las escrituras, no sabía nada más.
«¿Qué se le habrá perdido ahí?», me preguntaba.
Me resultaba difícil de entender su importancia, algo debía tener para que un hombre tan rico como había sido ese cretino lo pusiese como condición indispensable para aceptar su herencia.
Me constaba que no era el valor económico porque ciento cincuenta hectáreas de selva montañosa no era algo representativo del total de su dinero, por lo que debía ser otra cosa. Y considerando que ese malnacido era incapaz de albergar sentimiento alguno en vida, tampoco creía que tuviese un valor afectivo.
«Una puta encerrona, eso debe ser», sentencié cabreado al saber que no me podía escabullir, pero también que iba preparado para no caer en ella.
«Seis meses, acepto su herencia y vuelvo a Madrid», me dije mientras me abrochaba el cinturón de seguridad de mi asiento.
Durante las once horas de viaje apenas pude dormir porque, cada vez que lo intentaba, el recuerdo de las penurias que ese cabrón había hecho pasar a mi madre volvía a mi mente. Por ello, al bajarme del avión, tenía un cabreo de narices y dado que Manuel había organizado que una persona de su confianza me recogiera en el aeropuerto, tuve que hacer el firme propósito de no demostrar de primeras mi disgusto por estar en ese país perdiendo el tiempo cuando tenía mucho trabajo en España.
Acababa de pasar la aduana mexicana cuando de pronto escuché mi nombre. Al darme la vuelta, me encontré de frente con una impresionante morena que reconocí al instante por haber asistido a un par de conferencias suyas.
―Doña Guadalupe… ¡qué casualidad encontrarme con usted! ― exclamé bastante cortado por el hecho que esa eminencia en terapias génicas me hubiese reconocido, no en vano solo había cruzado un par de palabras con ella.
Para mi sorpresa, Guadalupe Cienfuegos respondió:
―No podía ser de otra forma. En cuanto me enteré de que el hijo de don Ricardo venía a comprobar el estado de nuestras investigaciones, insistí en recibirle en persona.
Totalmente fuera de juego, me la quedé mirando y molesto por haber mencionado mi relación de parentesco con ese capullo sin alma, contesté:
―No sé de qué habla. Mi intención en este viaje es cumplir con las directrices del testamento y me temo que eso no tiene nada que ver con sus investigaciones. Vengo a una finca que fue de él y que por alguna causa quiere que conozca antes de aceptar o no ser su heredero.
Con una enigmática sonrisa, ese cerebro con tetas replicó:
―El futuro del Hombre no es una finca. Es el laboratorio de ideas que su padre creó con la intención de explorar nuevas técnicas, alejado del foco de los periódicos y de la lupa de los gobiernos.
― ¿Qué tipo de estudios o ensayos hacen ahí? ― pregunté sintiéndome engañado.
Mirando a su alrededor como si comprobara que no había nadie escuchando, contestó:
―No estamos en un área segura. Espere a que estemos en el helicóptero para ser más explícita. Solo le puedo decir que de tener éxito la empresa ¡usted cambiará la historia de la humanidad!
Por lógica que envolviera sus estudios en tanto misterio me debía de haber preocupado, pero lo que realmente me sacó de mis casillas fue enterarme que íbamos a usar ese medio de transporte para llevarnos a nuestro destino. Hoy seguramente me hubiese negado, pero la vergüenza a reconocer mi fobia ante esa mujer fue mayor que el miedo cerval que tenía a ese tipo de aparato. Por eso dejé que me condujera sin decir nada a un helipuerto cercano mientras interiormente me llevaban los demonios.
Aun así, mi nerviosismo no le pasó inadvertido y al ver las suspicacias con la que miraba el enorme Eurocopter posado en tierra, comentó:
―Está considerado el más seguro de su especie.
Si intentó tranquilizarme con su sonrisa no lo consiguió y cagándome en el muerto por enésima vez, me subí al bicharraco aquel. Una vez dentro, tengo que reconocer que me impresionó tanto el lujo de su cabina como la sensación de solidez que transmitía, nada que ver con las cajas de zapatos en las que había montado con anterioridad.
Más calmado me senté en uno de los asientos y deseando que el mal rato pasara pronto, pregunté cuanto iba a durar el viaje.
―Casi dos horas― comentó Guadalupe mientras se ajustaba el cinturón de seguridad.
Ese sencillo gesto provocó que me fijara en ella y contra todo pronóstico me puse a admirar su belleza en vez de estar atento al despegue. Y es que no era para menos porque esa mujer además de tener un cerebro privilegiado poseía otros dones que eran evidentes.
«Está buena la condenada», me dije mientras recorría disimuladamente sus piernas con la mirada.
Morena de ojos negros y pelo rizado, la señorita Cienfuegos era una preciosidad de casi uno ochenta muy alejada del estereotipo que tenemos los europeos de las mexicanas porque a su gran altura se le sumaba unos pechos generosos, una cintura estrecha, con la guinda de un trasero duro y bien formado, todo lo cual la hacía ser casi una diosa.
«No me importaría darme un revolcón con ella», pensé mientras intentaba recordar quien me la había presentado en el congreso farmacéutico de Londres.
«¡Fue Manuel!», exclamé mentalmente al percatarme que era demasiada casualidad que mi abogado fuera también el de mi padre y que encima conociera a esa mujer.
Asumiendo que mi amigo me debía otra explicación al resultar que no había sido algo casual, sino que premeditado, me abstuve de comentarlo y en vez de ello le pedí que me explicara qué hacían en nuestro destino.
―Consciente que el futuro de la industria estaba en el estudio de los genes y sus aplicaciones en el ser humano, su padre reunió un conjunto bastante heterogéneo de científicos con los que buscar sin ninguna cortapisa las soluciones que siempre han acosado al hombre― contestó en plan grandilocuente.
Con la mosca detrás de la oreja, insistí en que fuera más concreta y entonces fue cuando esa mujer dejó caer la bomba en forma de pregunta:
― ¿Ha oído hablar de la “Turritopsis Nutricula”?
―Cualquiera que trabaje en la industria farmacéutica conoce esa medusa― respondí con los pelos de punta al saber por primera vez cual era el objeto de tanto secretismo.
―Entonces sabrá que es el único animal que no muere de viejo y que es técnicamente inmortal porque es capaz de revertir su envejecimiento.
«No puede ser que gastara su dinero en esa entelequia», sentencié convencido de que era imposible reproducir en el ser humano ese proceso en el que, al llegar a su madurez sexual, en vez de originarse un deterioro irreversible, los miembros de esa variedad se ven afectados por una adolescencia al revés y comienzan un proceso de rejuvenecimiento hasta que el sujeto vuelve a ser una especie de bebé.
Resumiendo, en mi cerebro lo que sabía de la medusa, pensé:
«De una forma similar en que una serpiente pierde su piel sin dejar de ser ella misma, los Turritos se renuevan completamente, ¡manteniendo su identidad como individuo!».
La expresión de mi rostro, mitad estupefacción y mitad recochineo, la hizo reaccionar y adoptando un tono defensivo, me soltó:
―Como comprenderá no queremos llevar al límite ese proceso, pero queremos aprender de él para alargar la vida humana.
―En pocas palabras quieren conseguir la inmortalidad.
Sin cortarse en lo más mínimo, esa doctora en medicina replicó:
―Ese es el fin último, pero nuestros objetivos son más humildes. Nuestra prioridad es ralentizar el deterioro neuronal y conseguir la regeneración de miembros amputados o enfermos.
Que reconociera el buscar esa quimera sin ruborizarse, me extrañó. De decirlo en un entorno académico hubiera sido tachada irremediablemente de charlatana o lo que es peor de estafadora.
Aun así, insistí en el tema:
―Me imagino que están estudiando como consiguen transformar sus células a través de la transdiferenciación, pero como sabrá en la naturaleza solo se da en animales que pueden regenerar órganos o extremidades.
―Así es y la razón de centrarnos en esas medusas se debe a que los Turritos son los únicos que lo aplican invariablemente a todo su cuerpo al alcanzar determinado punto de sus ciclos.
―Personalmente no creo en ello― confesé midiendo mis palabras― pero no puedo emitir una opinión hasta estudiarlo.
Guadalupe estaba tan acostumbrada a que la tildaran de loca que tomó mi rechazo como un triunfo al darle la oportunidad de mostrarme sus hallazgos y con una alegría fuera de lugar, contestó:
―Don Ricardo me dijo antes de morir que no tendría problemas en continuar mis experimentos porque si de algo se vanagloriaba era de que su hijo poseía una mente una mente abierta, no anquilosada por prejuicios morales. Desde ahora le aseguro que no se arrepentirá… no sé cuánto tardaremos en tener éxito en humanos. Quizás tardemos años, pero al final demostraremos a la comunidad científica que estaba equivocada y usted aparecerá en los libros de historia como el salvador de la humanidad.
Esa perorata destinada a ensalzar mi figura no cumplió su objetivo de elevar mi ego porque fui capaz de vaciarla de palabras inútiles y caer en la cuenta del desliz que había cometido: Al decir que tardarían años en tener éxito con humanos, implícitamente estaba reconociendo que habían tenido éxito con otras especies.
Espantado por las consecuencias que podría acarrear ese descubrimiento de ser cierto, me quedé callado y mientras rumiaba toda esa información no pude más que aceptar que la sonrisa de ese cerebrito era hasta pecaminosa.
«No me importaría hacer con ella un ejercicio de anatomía comparada», mascullé mientras me preguntaba cómo sería en la cama…

CAPÍTULO 2

Desde el aire, nada podía hacer suponer que esa finca no fuera la típica hacienda productora de café y por mucho que busqué señales que delatara su verdadera función me resultó imposible.
«El camuflaje es perfecto», pensé al ver que el helicóptero tomaba tierra en una explanada cercana a la mansión y que incluso la pista de aterrizaje podía ser confundida con un vulgar prado.
Un automóvil nos esperaba y decidida a que no perdiéramos el tiempo, Guadalupe ni siquiera esperó a que recogieran el equipaje para ordenar que nos llevaran hasta el edificio principal.
«Se nota que tiene prisa por enseñar sus logros», pensé cuando ya en la escalinata de la mansión me tomó del brazo para forzar mi paso.
Tal y como había previsto, no se paró a mostrarme el lujoso salón por el que pasamos, sino que directamente me llevó a un ascensor escondido tras una cortina. Tampoco me extrañó que como tuvieran como medida de seguridad un escáner de retina, pero lo que realmente me dejó acojonado fue que antes de abrirse la puerta, ese cerebrito me informara que como éramos dos también tenía que pasar yo el examen de esa máquina.
―No tienen mi registro― contesté.
―Se equivoca, su padre insistió en grabar su pupila cuando instalamos este sistema.
Asumiendo que era verdad y que de alguna forma habían conseguido escanearla acerqué mi ojo al sensor. La puerta abriéndose confirmó sus palabras y con un cabreo del diez, entré junto a la morena.
«Llevan años preparando este momento», comprendí molesto por haber sido manipulado de esa forma y no haberme percatado de ello.
Mi desconcierto se incrementó exponencialmente al llegar a nuestro destino porque al abrirse el ascensor me encontré con un enorme laboratorio instalado bajo tierra donde pude observar que al menos trabajaban allí unas cuarenta personas.
«Debió de tener claro que debía mantener el secreto, para asumir la millonada que debió costar escarbar estas instalaciones», refunfuñé para mí mientras trataba de calcular cual sería el precio de mantenerlas abiertas y operativas tal y como mi progenitor establecía en su testamento.
Guadalupe aprovechó mi silencio y haciendo uso nuevamente de su arrebatadora sonrisa, comentó:
―He concertado una reunión con las máximas responsables para presentártelas.
En ese momento no caí en el género que había usado y por eso me sorprendió que fueran tres, las jóvenes científicas que estaban esperándonos en la sala a la que entramos.
―Alberto, te presento a Lucienne Bault, experta genetista de la universidad de Lausanne.
La aludida se levantó de su silla y llegando hasta mí, me saludó con un beso en la mejilla. Ignoro que fue más perturbador si esa forma de presentarse o que esa francesa me dijera medio en guasa que habían salido ganando con el cambio de jefe porque yo era mucho más guapo que mi padre.
―Gracias― alcancé a decir totalmente colorado antes que Guadalupe me introdujera al siguiente cerebrito señalando a una increíble hindú de ojos negros.
―Trisha Johar es nuestra heterodoxa bióloga y una de las culpables con sus teorías de que estemos aquí.
Al oír su nombre y su apellido caí en la cuenta de un artículo que había leído hacía años donde se criticaba con violencia unos enunciados teóricos de una doctora del Delhi Tech Institute en los que sostenía que era posible forzar la protógina en los mamíferos.
―Conozco sus estudios sobre el cambio de sexo en los animales― contesté francamente escandalizado por el tipo de investigación que me debería comprometer a mantener si aceptaba esa herencia.
«¿Qué coño esperaba ese cabrón obtener de estas locas?», pensé mientras observaba que al contrario que su predecesora esa morena se abstenía de acercarse a mí y desde su sitio me hacía la típica genuflexión de su país.
La tercera y última especialista resultó ser una candidata a premio nobel de la universidad de Chicago por sus investigaciones en la reproducción basada en el desarrollo de las células sexuales femeninas sin necesidad de ser fecundadas, la llamada partenogénesis.
A ella no hacía falta que la presentaran porque no en vano la conocía desde que, hacía casi diez años, habíamos coincidido en un curso impartido en Tokio donde presentaba el nacimiento de una rata engendrada sin necesidad de padre.
―Julie, me alegro de verte― comenté mientras esta vez yo era quien la saludaba de beso.
La treintañera se mantenía en plena forma y a pesar del tiempo transcurrido seguía con el mismo tipo exuberante que había intentado sin éxito conquistar. Alta, rubia y dotada de dos enormes ubres había sido la sensación de ese simposio, pero enfrascada en su carrera no conocía a nadie que se vanagloriara de habérsela llevado a la cama, a pesar de que fueron muchos los que al igual que yo lo habían pretendido.
Manteniendo las distancias, contestó tomando la palabra en nombre de sus compañeras:
―Estamos deseando mostrarte los avances que hemos conseguido en nuestras áreas. Te aseguro que te van a sorprender.
Durante un segundo temí que se pusieran a exponer sus locuras en ese instante, pero afortunadamente Guadalupe saliendo al quite comentó que era casi la hora de cenar y que todavía no me había instalado. Tras lo cual las informó de que esa noche la cena se retrasaría media hora para dar tiempo a que me diera una ducha.
― ¿Dónde vamos a cenar? ― pregunté inocentemente al no haber visto ningún restaurante por las cercanías.
―En la casa― y sin dar importancia a la información, me soltó: ― No te lo he dicho, pero durante la reforma de la hacienda, tu padre se reservó la parte noble de la mansión para alojar tanto a él como a sus más estrechas colaboradoras y así no perder el tiempo con los desplazamientos.
― ¿Me estás diciendo que viviré con vosotras? ― pregunté alucinado.
Con una sonrisa pícara, la mexicana contestó:
― ¿Tan desagradable te parece la idea? Piensa en el lado práctico, nos tendrás a tu disposición a todas horas.
Podía haber malinterpretado sus palabras si no se refiriera a ella y a los otros tres cerebritos porque tomándolas literalmente me estaba ofreciendo compartir algo más que sus conocimientos. Rechazando esa idea por absurda, tomé su frase desde una óptica profesional y contesté:
―Normalmente suelo separar el trabajo de los momentos de esparcimiento, pero lo tendré en cuenta si me surge alguna duda.
Lucienne soltó una carcajada al escuchar mi respuesta y deseando quizás acrecentar mi turbación, se permitió el lujo de intervenir diciendo:
―Por eso no te preocupes, hemos prohibido hablar de trabajo en casa. Bastantes horas trabajamos en este zulo, para llevarnos tarea a la cama.
Nuevamente al mirarlas, mi impresión fue que de algún modo estaban tanteando el terreno y que sin desear ser demasiado explicitas, se estaban ofreciendo como voluntarias a sudar conmigo entre las sábanas.
«O bien llevan tanto tiempo encerradas aquí que andan cachondas o bien han decidido darme la bienvenida tomándome el pelo», mascullé para mí.
Asumiendo que era la segunda opción, decidí seguir con su broma y sin cortarme, respondí:
― En eso estoy de acuerdo… en la cama se duerme o se estudia anatomía comparada.
Mi andanada lejos de reprimir a la francesa, la azuzó y riendo mi gracia, replicó:
―Ten cuidado con lo que dices. Somos cuatro y tú solo uno para comparar. No vaya a ser que te tomemos la palabra.
Sin pensar en las consecuencias, respondí mirándola a los ojos:
―Mi puerta siempre estará abierta para el estudio.
Si esperaba ver algún signo de vergüenza en ella, me equivoqué porque lo único que conseguí fue que, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, esa muchacha me regalara la visión de su perfecta dentadura.
Guadalupe debió pensar que había que cortar esa conversación no fuera a ser que se despendolara y llamando a la calma, me recordó que todavía no me había mostrado la oficina que iba a ocupar a partir de ese día.
―Soy todo tuyo― respondí mientras teatralmente le ofrecía mi brazo.
La mexicana aceptó mi sugerencia y tras despedirse de sus compañeras, me llevó por los pasillos del laboratorio hasta una puerta con el mismo sensor que el ascensor y por segunda vez tuve que escanear mi retina para que el puñetero chisme se abriera.
―Resulta raro entrar aquí sin tu padre― murmuró la morena con tono apenado.
Me resultó extraño que alguien pudiese echar de menos a mi viejo, pero no queriendo indagar en sus sentimientos pasé a su interior con una mezcla de desconfianza e interés porque no en vano ese sujeto era un completo desconocido para mí.
Juro que me sorprendió descubrir lo mucho que se parecía a mi propia oficina. El mismo tipo de decoración, muebles muy semejantes pero lo que realmente me dejó impactado fue comprobar que al igual que ocurría en la mía, una de sus paredes lucía llena de pantallas.
―Se nota que os habéis inspirado en la reforma que hice en mi empresa― comenté al ver las semejanzas.
Guadalupe me preguntó porque lo decía y al explicarle lo mucho que se parecía a la oficina que había estrenado hacía unos seis meses, contestó:
―Debiste contratar al mismo decorador que don Ricardo porque lleva así al menos tres años que es cuando empecé a trabajar aquí.
No dije nada y me quedé pensando:
«Es imposible, yo mismo la decoré».
Que esa mujer me mintiera en algo tan nimio, despertó mis suspicacias y para no provocar que se pusiera a la defensiva, me puse a chismear el resto del despacho mientras mi cicerone se quedaba sentada en una de las sillas de cortesía.
«El cabrón de mi progenitor quiso que me sintiera cómodo trabajando aquí», deduje al no aceptar que fuese fortuita tanta similitud.
Habiendo satisfecho mi curiosidad, volví donde estaba la morena y le dije si nos íbamos.
―Todavía no. Tu padre me dejó instrucciones de traerte aquí ― replicó y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, se encendieron los monitores y la figura de mi odiado ascendiente apareció en ellos.
―Hola hijo. Gracias por estar aquí― fue su entrada.
― ¿Me dejó un mensaje grabado? ― escandalizado pregunté a la mujer.
En vez de ella fue la voz de mi padre quién contestó:
―Sí y no. Lo que estas escuchando es un programa resultado de años de desarrollo con el que he querido anticiparme a las dudas que te surjan sobre este proyecto en el que embarqué mi vida. Se puede decir que es un compendio de mis vivencias y opiniones.
Por si fuera poco, acto seguido esa especie de inteligencia artificial pidió a mi acompañante que nos dejara solos. Me disgustó ver que Guadalupe obedecía como si realmente hubiese sido su antiguo jefe quien le hubiese ordenado desaparecer de escena.
Tomando asiento, esperé a ver qué era lo que esa condenada máquina quería decirme. Nada más cerrar la puerta la mexicana, escuché que me decía:
―Antes de nada, nunca os abandoné, sino que fue tu madre la que me prohibió todo contacto bajo la amenaza de hacer público la que considero que es la obra de mi vida.
Indignado porque metiera a mi santa en la conversación, espeté a su imagen:
―No te creo. Fuiste un maldito egoísta toda tu vida… ¡me alegro de que estés muerto!
Nada más soltarlo, caí en la cuenta de que estaba enfadado con un programa de ordenador y que, al gritarle, me había comportado exactamente igual que su subalterna. Si ya de por sí eso era humillante, más lo fue cuando con tono monótono, ese personaje virtual me contestó:
―No creo que sea la mejor forma de empezar nuestra relación, pero te puedo ofrecer pruebas de qué no miento.
Ni siquiera aguardé a que terminara de imprimirse, en cuanto escuché que la impresora se ponía en funcionamiento, salí de su despacho jurando no volver jamás…

Relato erótico: “Reencarnacion 7” (POR SAULILLO77)

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Reencarnación 7

Tomo conciencia a primera hora, me pongo un vestido largo tras ducharme y saco a Thor, me temo que por última vez. Me gusta tenerle en casa, y que me obligue a salir y divertirme con él, así como su desparpajo para subirse al sofá conmigo, o meterse en mi cama. Tal vez son cosas que aprecio en un hombre, confianza en sí mismo. Ojalá la tenga su dueño conmigo durante estas semanas, estoy ansiosa por que llegue esta tarde.

Al regresar dejo al perro con comida y agua, y me cambio para ir a la oficina. Meto la pata con un par de citas durante el trabajo, tengo la cabeza en otro sitio, en concreto en un autobús Zamora – Madrid que llega en unas horas, pero David me las perdona como si nada ya que mañana me necesita en una reunión lo más guapa posible. Me mando unos mensajes muy dulces con Javier, el contesta cosas del tipo, “Nos vamos a divertir de lo lindo, tengo unas ganas de lucirte por ahí y pasarlo bien, que no vas a bajar de una nube de felicidad, ya me ocuparé yo de eso”, que me dejan con ánimos de salir corriendo a la terminal.

Aguardo impaciente hasta el fin de mi jornada como una chiquilla la última hora de clase antes del verano, ansiosa y mirando el reloj sin parar. Estoy pensado si es que a lo mejor se ha dado cuenta y desea volver a jugar a mi juego, pero no quiero hacerme ilusiones, tal vez solo sea amable, y quiera agradecerme lo que hice por él con Celia.

Cuando llega mi hora, salgo corriendo a casa, doy una vuelta a la manzana con Thor para que se alivie, y me pego una ducha rápida al volver. Me pongo un tanga rojo, con una minifalda a medio muslo con vuelo de tono granate y un top azul escotado, marcando mis senos elevados por un sujetador nuevo negro, que me realza la figura. Me dejo el pelo suelto, sé que le gusta verlo así, y me pongo unos zapatos cómodos pero con algo de tacón, lo justo para sentirme muy sensual. Me realzo los ojos con sombra y voy en el coche a la estación, dejando al perro en casa, quiero que se centre en mí cuando me vea.

Conduzco muy nerviosa, pero aparco y espero dentro de la terminal. Según sus mensajes está al caer, y jugueteo con el anillo de Luis antes de ver aparecer su autobús. Sonrío sin darme cuenta, y busco ansiosa con la mirada su rostro de la fila de gente que va bajando. Tras varios amagos, veo unos ojos clavados en mí por las escaleras y se me acelera el corazón. Es él y luce una horrible cara de agobio por el viaje. Me cruzo de brazos, pero una mano se me escapa a morderme la uña, está tardado en que le den sus maletas. Al entrar al enorme pasillo de la dársena, se acerca con paso alegre esquivando al gentío, y suspira antes de alcanzarme, abrumado por mi vestimenta quiero creer.

Me gana cuando suelta las maletas en mitad de la nada, y corretea con los brazos abiertos hacia mí, que sin pensarlo hago lo mismo. Con una simple camiseta a cuadros negros y rojos, y un pantalón pirata blanco, me dan ganas de tirarlo al suelo y hacer lo que quiera con él.

Creo escuchar un “Hola, Laura” antes de saltarle encima, y rodearle la nuca con mis manos para comerle a besos toda la cara. Él me corresponde alzándome con sus antebrazos por mi espalda. Ha sido un pequeño choque que me llena de felicidad, y al notar que baja su cuerpo para alzarme en el aire y darme un número casi infinito de carantoñas en el cuello y el hombro, me río llena de una alegría que no puedo describir. Por si fuera poco, empieza a girarme, y la fuerza hace que media terminal me vea el trasero, algo que me da igual, estoy en sus brazos, y ahora es lo único que me importa.

-JAVIER: Por dios, si me intuyo este recibimiento, me vengo antes. – dice al final, tras muchos gemidos cariñosos y tiernas miradas. Me deja en el suelo pero no se aparta, ni deja de abrazarme.

-YO: Anda bobo, es sólo que me hace ilusión verte. – froto su gran espalda con fuerza.

-JAVIER: Y a mí, de verdad que no sabes la tortura china que es un pueblo de Zamora una vez que conoces la gran ciudad.

– YO: Pues ya estás aquí.- mi mano se mueve sola a su cara, y paso los dedos por su barba de tres días que me encantaría besar otra vez, pero la escena ya es comprometida, no veo a muchas parejas reencontrarse así de efusivos a nuestro alrededor.

– JAVIER: ¿Y el perro está en el coche? – tarda unos segundos en acordarse de su mascota.

– YO: No, en mi casa, no quería agobiarlo con el viaje.

– JAVIER: Se habrá portado bien ¿No?

– YO: Genial, es muy bueno, le tengo mucho cariño y voy a echar de menos pasearle o tenerle por casa.

-JAVIER: Pues vamos a verle, que lo mismo ya no se quiere venir conmigo. – por fin me suelta, y coge sus maletas. Le ayudo con la mochila para que no cargue mucho peso, pero no parece muy afectado.

Al meternos en el coche ya se ha quejado dos veces del calor, y no le culpo, viene de temperaturas mucho más suaves que los cuarenta y dos grados de máxima de hoy en Madrid, y en el termómetro que está a pleno sol en la salida de la terminal, pone unos asfixiantes cuarenta y siete grados. Metemos las maletas en la parte de atrás y se sienta delante conmigo en el coche. Guardamos un silencio tenso hasta que noto que me mira las piernas, parcialmente descubiertas por la minifalda. Me acomodo un poco coqueta, y le pregunto por el viaje.

-YO: ¿Qué tal por Zamora?

-JAVIER: Genial, ha sido fantástico volver a ver a mi familia, y algunos amigos, o volver a comer los platos de mi madre, ha sido estupendo, creo que he cogido unos kilos y todo…no como a ti, que se te ve espectacular. – sonrío vagamente, esperaba un comentario así.

-YO: Gracias, deben ser los paseos con Thor, me ha hecho hacer más ejercicio que en el gimnasio.

-JAVIER: Es un trasto, pero no me refería a eso, digo que te veo bien, no sé, alegre, ilusionada…irradias felicidad. – me ruborizo esperando que no se note que si se me ve así, es por él.

-YO: Pues no sé porqué, serán las ganas de verte…- bromeo, diciendo toda la verdad del mundo.

-JAVIER: No menos que yo, al tercer día creía que me pegaba un tiro por el aburrimiento, con todo lo que ofrece Madrid, un pueblo perdido de Zamora resulta agobiante, y más sin nadie con quien salir.

– YO: Aquí es un poco igual, gracias a Thor no me tiro en casa todo el día. Si no es por estar hablando contigo, hubiera sido un suplicio.

– JAVIER: A mí me dabas la vida cada vez que me escribías, y esas fotos con el perro… me sacabas una sonrisa cada día.

-YO: Pero ya estás aquí.- repito.

-JAVIER: Si, y encima contigo, nos lo vamos a pasar genial. – al posar su mano en mi brazo, todo mi cuerpo reacciona, y la piel se eriza al contacto.

El viaje dura poco, lo bueno de Madrid en verano es que no hay casi nadie por las calles a media tarde, y los trayectos se acortan. Llegamos a mi casa, dejando las maletas en el coche, y subimos en el ascensor sin dejar de hablar de anécdotas de su viaje, y de Thor.

Normalmente el animal en casa es muy callado, y solo gruñe si alguien llama a la puerta, pero ya desde abajo, se le oye ladrar desesperado, sabe que su dueño está de camino. Al llegar y abrir, el enorme dogo pega un salto y se sube en brazos de Javier, que haciendo un gran esfuerzo lo mantiene en alto, soportando lamidas de cara y carantoñas con la cabeza.

Acaban los dos en el suelo del recibidor, sin saber cuál de los dos está más alegre de ver al otro. La escena es familiar, casi reconfortante, cómo le acaricia y trastea con él, y el perro me mira, o se acerca a darme con el hocico, como queriendo decir que él había regresado, lleno de la misma ilusión que debo tener yo en mi rostro.

Tardamos unos minutos en que Thor deje de atosigarnos, el pobre está casi llorando de felicidad. Luego recogemos sus cosas y nos preparamos para llevarlas al piso de Javier, que se bebe casi todo el líquido de mi nevera. Solo cuando salgo tras ellos con una bolsa llena de juguetes y comida de perro, el animal deja de tirar de su amo para esperarme. Le montamos en el coche y saca la cabeza por la ventanilla, gozando de la brisa árida y ladrando a algún transeúnte despistado por el trayecto. Al llegar a su casa, sube como un loco a las escaleras hasta la habitación, y se revuelca en la cama. Es divertido ver a un poderoso animal tan grande, moverse como un cachorro feliz.

Ayudo a deshacer las maletas de mi galán particular, y sin saber exactamente de qué, seguimos hablando, sin parar, sobre cosas mundanas o sin relevancia, pero generando una sensación de bienestar en mi interior. Al acabar de poner una lavadora, nos quedamos los tres sentados en la cama, Javier se acaba tumbando antes las acometidas de su perro, que quiere jugar, y la imagen de mí metiéndome entre los dos para ser traviesa, me cruza la mente, con esta minifalda a nada que me mueva, se me verá todo. Me resisto las ganas.

-JAVIER: Es un gustazo estar en casa.

-YO: Me alegro de verte tan contento.

-JAVIER: Lo estoy.

-YO: Eso significa que las cosas con Celia… Carlos no me informa detalladamente en sus crípticos mensajes.

-JAVIER: Bueno…la verdad es que no hablamos mucho, pero no es el lugar de hablarlo, déjame que me pegue una ducha, me cambio, y vamos a tomar algo por ahí, así charlamos. – asiento, deseaba escucharle algo así.

De golpe, rueda por la cama y me abraza, tumbándome boca arriba, le tengo encima y me besa la cara mientras me dice cuánto me ha echado de menos. Rodeo su cabeza, y por un segundo creo que va a besarme por el cuello y seguir bajando hasta mi escote, pero no lo hace, solo me aprieta con dulzura. Luego se alza de pie, busca unos calzoncillos limpios, y se va a ducharse.

Yo me quedo acostada en su cama, embobada con ese gesto tan sutil y tan tierno. ¿De verdad no se da cuenta del efecto que produce en mí? Me cuestiono si es que es inocente, o finge serlo. En cualquiera de los casos, me gusta, porque es un trozo de pan que me enamora tal como es, o un cabrón que sabe llevarme, como sólo supo Luis.

Juego con el perro unos quince minutos, hasta que Javier regresa, se me queda mirando un segundo, pero luego se gira y se quita la toalla que anudaba a su cintura, mostrando unos bóxer de licra.

-YO: Por dios Javier, avísame y me salgo.

-JAVIER: Si nos vamos a ver en bañador, habrá que acostumbrarse. – quiero decirle que no es lo mismo, pero me he quedado muda mirándole el culo mientras se pone unos pantalones piratas azules, junto a una camiseta blanca.

Al vestirse y salir a la calle me cuelgo de su brazo, damos un ligero paseo hasta unas terrazas apostadas a lo largo de una de las avenidas aledañas y pedimos algo fresco de beber. Nos sentamos en una mesa bajo un ventilador con vaporizador de agua fría, y charlamos de algunos detalles de lo que podemos hacer en los siguientes días, pero no dejo pasar la oportunidad de meter baza contra Celia.

– YO: Bueno ¿Y lo de tu chica?

– JAVIER: No sé, creo que estar separados nos viene bien, no nos estamos mandando mensajes todo el día, pero cuando hablamos, la noto alegre y contenta, se lo está pasando bien.

– YO: ¿Pero tú eres feliz?

– JAVIER: Creo que sí, voy a esperar a que vuelva, y a ver cómo nos va…

-YO: ¿Y no te preocupa que en el viaje… pase algo? – me sale demasiado directo.

-JAVIER: No, confío en ella, jamás me haría nada de eso, y Carlos me dice que él cuidará de ella. – su tono de voz no indica el nivel de peligro que esa frase conlleva.

Seguimos un largo rato conversando, conmigo aguantado las miradas desvergonzadas del camarero a mi escote y mis piernas.

Es casi la hora de cenar, y trabajo por la mañana, debemos irnos. Me obliga a llevarle a mi casa, para dejarme sana y salva, luego él se irá a la suya, pero soy convincente, y le hago quedarse a cenar conmigo. Es algo liviano y fresco lo que preparo, genial para las altas temperaturas, y de guinda, me encanta la sensación de estar junto a él.

Tras un buen rato, de risas y charla en el sofá, en el que trasteamos, nos hacemos caricias, y nos abrazamos varias veces, se hace tarde y Javier se despide con un beso en la mano que me hace suspirar, para luego darme otro en la mejilla rodeándome con sus manos, que repasan mi espalda y mis costados en un largo apretón de nuestros cuerpos.

-JAVIER: Un placer verte, pero me voy a sacar a Thor que lleva toda la tarde solo. – retengo mi lengua, que quiere decirle que si puedo acompañarle, pero es tarde y él mismo no me dejaría ir.

-YO: Ten cuidado Javier, y ya quedamos para estos días.

– JAVIER: Tranquila, y nos vemos cuando quieras… ¿Te llamo cuando salgas de trabajar y así paseamos al perro?- se dibuja un sonrisa encantada en mi cara.

-YO: Claro, ya me he acostumbrado a sacarlo.

-JAVIER: Perfecto, Laura, pues hasta mañana. – agacha la cabeza en señal de despedida, y cierro la puerta lo más lentamente que puedo.

Apenas se ha marchado y ya estoy deseando que llegue el día siguiente.

Me voy a darme una ducha fría, la temperatura es alta, pero mi cuerpo está ardiendo todavía más, sus roces, sus miradas o sus gestos de cariño desinteresado me vuelven loca. Me paso media hora jugando con la alcachofa de la ducha hasta sacarme un orgasmo delicioso, he aprendido que desde Jimmy, el boy que casi me partiera en dos, con el dildo no hago mucho, y en la bañera me ahorro tener que asearme después.

Me acuesto con sólo unas braguitas de algodón, y me cuesta conciliar el sueño de lo agitada que está mi cabeza. Me desvelo varias veces de madrugada, me levanto echa un asco y con sueño para irme a trabajar como una autómata.

No puedo creerme lo lento que se me está haciendo el día a meda mañana, a la hora del almuerzo sigo con la mente llena de pensamientos que no debería tener, pero que me invaden sin poder hacer nada. La mayoría acaban conmigo encima de Javier, montándolo como a mí me gustaría hacerlo.

Recibo varios mensajes de mi objetivo, todos en tono amable y feliz, hasta fotos de “lo triste que parece Thor sin mí”. Tengo que dejar de reírme porque algunos clientes de la sala de espera de mi oficina me han mirado raro. Acudo a la reunión de oyente que me pidió David ayer, y para variar he llevado mi traje blanco nuclear apretado y escotado, camiseta fina debajo, con la variante de una falda de tubo hasta las rodillas, no enseño tanto muslo, pero con un tanga diminuto color negro me hace una cadera de escándalo. No hay un sólo hombre que no me haya dado cuenta que me miraba el trasero al pasar a su lado, y hasta mi jefe tiene cara de querer darme una palmadita.

A penúltima hora Javier me dice que van a salir ya, que Thor está desquiciado de estar en casa, me da pena pensar que no les voy a ver hasta que me dice que vaya directa al parque cuando salga. Le he comentado que me daba algún apuro manchar mi traje, pero visto el resultado ante los chicos de mi departamento, creo que voy perfecta para seguir con mi plan de meterme a ese muchacho en el bolsillo.

Al acabar mi turno, me voy en el coche directa al parque del oeste, le dije que llevaba allí a Thor y que le encantaba, así que pese a ser un buen paseo desde su casa, le lleva allí.

Aparco de milagro en Moncloa, muy cerca de donde hemos quedado, y me dejo las sandalias de conducir que llevo en el maletero, en vez de volverme a poner los taconazos a juego con el traje. Seamos realistas, no voy a un cóctel. Cruzo la calle y tras unos minutos de avisarnos por el móvil, aparece una masa negra corriendo como un loco hacia mí, con Javier detrás sin poder detenerlo. El animal casi me tira al chocar contra mis piernas con su enorme cabezota, gime y menea el rabo alegre cuando le acaricio, esperando que su dueño nos alcance.

– JAVIER: ¡Maldito perro! Casi no podía con él, sí que te echaba de menos. – dice jadeando, la camiseta gris que lleva marca un poco de sudor, que no se nota en los pantalones cortos negros.

-YO: Es que nos hemos hecho muy amigos ¿Verdad grandullón? – le hablo al perro como a un crío. La forma en que se frota contra mí al acariciarle el lomo es tan hilarante, que me río si parar.

– JAVIER: Vaya…me voy a tener que poner celoso. – la idea de que puedo ponerle así, me atrae.

– YO: Tú no has venido corriendo a saludar. – le pincho, y como joven que es, cae. Se lanza a abrazarme y darme mi beso, al cual ya hasta pongo la cara sin esperar a que me lo de, y cada vez son más largos y tiernos.

-JAVIER: Perdona, es que con este engendro tirando de mí…. En fin, menos mal que me has avisado de lo del traje, sería una pena que te mancharas, vas espectacular Laura. – no se corta, me coge de una mano para hacerme dar una vuelta sobre mí misma, y pongo sonrisa coqueta.

– YO: Muchas gracias, es por el trabajo ¿Pero por qué lo dices?

– JAVIER: Me he traído una manta, y he comprado algo para pasar la tarde aquí, espero que no te importe, me ha parecido una gran idea. – me percato de la bolsa de plástico en su mano, con bebidas frías y algo de picar.

-YO: ¡No, es perfecto! Vamos a buscar un buen sitio.

Ni tengo que pedirlo, pone su brazo para que me agarre a él, y paseamos por los caminos de tierra hasta acabar en lo alto de una colina de hierba verde, abajo hay un riachuelo empedrado que le da un aire fresco a toda la zona, junto al inicio del atardecer a nuestra espalda, perdiéndose entre los altos arboles.

Extendemos literalmente un manta de su cama, y nos sentamos en ella. Tengo que poner las piernas juntas y dobladas ya que la falda no da para más, y al soltarme los botones de la chaqueta, respiro mejor al liberarme de esa pequeña prisión para mi caja torácica, regalando una pose de “Pin up” que Javier observa con cierto disimulo.

Estoy seca, y rechazo un refresco que me ofrece de inicio, para tomarme una cerveza helada casi del tirón. Nos reímos y jugamos a lanzar pendiente abajo la pelota de tenis desgastada a Thor.

-YO: ¿Que tal el regreso a casa?

-JAVIER: Bien, el piso está un poco vacío en vacaciones, y se hace raro, pero da gusto volver a dormir en tu propia cama, y hacer un poco lo que te da la gana. ¿Y tú?

-YO: Pues igual, es un alivio sin Carlos y su chica, aunque echo de menos cuidar de Thor, me hacía compañía estos días.

-JAVIER: Entiendo, estás un poco sola sin tu hijo.

-YO: Sí… Bueno, no, llevo mucho tiempo sintiéndome…abandonada. – me noto mejor al expresar esa realidad en alto.

-JAVIER: Lo lamento, supongo que es muy duro perder a tu marido de esa forma, y Carlos no es que se haya portado bien contigo…pero eres una gran mujer, no debes sentirte así, Laura, puedes hacer muchas cosas aún, y … y estoy seguro de que podrías tener al hombre que quisieras. – me saca del momento triste con esa patada directa a mi hígado sentimental.

– YO: No sé, creo que podría acostarme con el hombre que yo quisiera, pero eso no es lo que busco, quiero algo más profundo y trascendental, la gente no está preparada para dar eso a una mujer como yo. – la experiencia con Emilio y Jimmy me lo ha demostrado, soy un hermoso juguete roto, un bonito pañuelo de usar y tirar.

-JAVIER: Pues el género masculino es idiota, estás tremenda físicamente y tu carácter y tu forma de ser son maravillosas, eres todo lo que yo buscaría en una mujer. – la forma tan amigable en que lo dice, me duele, pero lo disimulo lanzando la pelota a Thor, que es incansable.

– YO: Eres un cielo, ojalá alguien me viera como lo haces tú, y se atreviera a intentarlo conmigo. – creo que no puedo ser más evidente.

– JAVIER: Seguro que sí, Laura, no voy a ser el único que vea lo especial que eres. – se tumba boca arriba, con las manos apoyadas en su nuca, estirando las piernas, dándole un aire muy seguro a sus palabras, que me hieren de nuevo. Me dicen que él no es esa persona.

Me recuesto junto a él, estoy algo ofuscada pero la partida está en pañales. Me las ingenio para que sin decir nada extienda su brazo y lo use de apoyo para mi nuca, terminando en su hombro, y estirada boca arriba de forma diagonal. Su mano se dobla, con sus dedos buscando mi brazo, haciendo carantoñas que me hacen ronronear.

No me entra en la cabeza ninguna posibilidad de estar haciendo esto con alguien que no sea mi pareja, pero aquí estoy, a gusto, tranquila y hasta cierto punto, feliz. Claro que podría estarlo más, si me diera la vuelta sobre su pecho y me besara tan apasionadamente como le he visto hacer con Celia, pero me conformo con regalar mi canalillo despejado cada vez que gira la mirada hacía mí.

Permanecemos en silencio, la situación, paradójicamente, lo pide a gritos, es un momento de paz y serenidad que hacía bastante que no sentía junto a alguien.

Al rato de quedarnos algo traspuestos, con Thor tumbado a nuestro lado, vigilante, nos sentamos de nuevo, y nos tomamos unas patatas fritas con los refrescos, algo tibios ya. Nos activamos un poco y nos ponemos en pie para jugar con el perro, es muy divertido verle coger uno o varios palos a la vez. Debo reconocer que me lo estoy pasando genial.

Un tiro flojo de mi parte acaba con la pelota rodando hasta el empedrado, el animal corre como parece que sólo sabe hacerlo, a lo loco, y para cuando quiere frenar, es tarde. Choca con las piedras y cae al agua. La escena es cómica, pero estoy preocupada unos segundos, Javier incluso amaga con salir corriendo, pero como si nada, el dogo emerge empapado, con cara de susto, y tras un par de tirones, sale por su propio pie.

Casi nos caemos al suelo de risa, el maldito bicho coge su pelota y sube al galope a buscarnos. Tengo que echar a correr para que no nos manche del barro cuando se sacude orgulloso, pero entiende que es un juego, y me persigue. No sé cómo, pero acabo volando por los aires, Javier me ha cogido por los gemelos y me ha cargado a su hombro tal cual fuera un saco de patatas, tratando de esquivar, entre risas, al tozudo perro, que salta tratando de tumbarnos.

No podemos acabar de otra forma, los tres tirados por la hierba, y mi traje blanco impoluto se llena de suciedad, y pese a ello, llevamos unos quince minutos sin poder dejar de reírnos, de esas veces en que hasta te falta el aire.

-YO: ¡Por dios, mírame, estoy hecha un asco! – alcanzo a decir cuando me sereno un poco.

-JAVIER: Perdona, pero es que…es que no se puede con este mastodonte. – está tirado a mi lado, tratando de sujetar al perro, que jadea alegre sin entender lo que ocurre.

-YO: No pasa nada, es ropa, se lava y punto.

-JAVIER: Ya, y a este no le vendría mal un lavado. – la realidad es que el perro está para pasarlo por un túnel de lavado.

-YO: Pues ahora en casa le das una ducha.

-JAVIER: Puff, no sabes el suplicio que es meterle bajo el agua…- le miro, y entiende que llevo una semana luchando con él perro cada vez que le lavaba. Hasta que descubrí que metiéndome dentro con él dejaba de escabullirse. -…Cierto, pero tú tienes una gran bañera, que en mi piso es un plato de ducha y no hay manera.

-YO: Pues vamos a mi casa y le levamos allí, todavía tengo el champú que me diste.

– JAVIER: ¿En serio? No quiero abusar… pero sería un lujo.

-YO: Anda, vámonos ya, que se hace tarde.

Pese a poder ser un táctica para que no piense mucho, y obedezca, es la verdad. La noche se cierne sobre el parque, y pese a contar con Thor y Javier, prefiero irme antes de que anochezca.

Recogemos y regresamos hasta la civilización de nuevo, llegando a mi coche. Nos subimos y vamos a mi casa, recordando y riéndonos todavía del incidente del riachuelo. Noto la piel tirante del barro, y observo que Javier está tan sucio como los demás, así que juego mis bazas al llegar a casa.

-YO: Vamos a duchar a esta fiera.- tiro del perro, que ya se huele a la tostada y se sienta. Resistencia pasiva lo llaman.

-JAVIER: Pero cámbiate, que vas a echar a perder la ropa.

-YO: La experiencia me dice que si me cambio, me tendré que volver a vestir después de lavar a Thor, así que mejor así, y luego nos duchamos. – lo dejo caer, pero no tarda en reaccionar.

-JAVIER: ¿Cómo que “nos duchamos”?

– YO: Claro, míranos, si estamos hechos unos zorros.

-JAVIER: Yo ya me ducho en mi piso…

-YO: No, tú te duchas aquí, te pones algo de ropa de Carlos, y cenamos juntos. – va a replicar, pero no le doy opción, y me meto en el baño con el perro.

Técnicamente no es una guerra, pero como batalla campal no está mal duchar a Thor, y hoy, con la cantidad de ramas, hierbas y suciedad que tiene, cepillarlo es un suplicio. Acabamos los tres empapados, y al haberme quitado la chaquetilla, mi torso marcado bajo el sujetador sale a relucir con la camiseta mojada. Digamos que no he evitado el chorro del grifo.

Cuando terminamos, Javier se sale con el perro al balcón, aún hace calor, y así se secan. Yo me pego una ducha que me deja como nueva, me pongo algo de aceite corporal, dejándome el pelo suelto empapado, ya que lo lavo con cuidado, y con un tanga minúsculo, y una toalla anudada en forma de vestido palabra de honor, salgo a la terraza.

Mi galán bufa al mirarme, no me dice que estoy para empotrarme contra la barandilla y devorarme allí mismo, pero se lo leo en los ojos. Le empujo juguetona a la ducha, y tras unos minutos de espera, sale del baño con una toalla por la cintura. Sé de buena tinta que no lleva nada debajo, he metido su ropa en la lavadora, calzoncillos incluidos.

Me ha parecido elegante ponerme el camisón corto azul de satén, y su cara de querer comerme entera no ha desaparecido. Al preguntar por su ropa, le contesto traviesa para que sepa que no tiene escapatoria. Cenará conmigo.

Le dejo un bañador dado de sí de Carlos y una camiseta de baloncesto de mi hijo que le queda algo justa. Tal cual, pasamos media hora discutiendo qué pedir a domicilio tirados en el sofá, termina siendo una pizza familiar con lo más grasiento que se nos ocurre. Javier baja a por un par de cervezas que le pido que compre mientras hago una ensalada ligera de primero. Para cuando llega el repartidor, suben a la vez él, y no se da cuenta de la mirada de “Carbón afortunado” que pone al verle entrar mientras le pago.

Cenamos sin dejar de hablar, y como aún le falta a la lavadora, que obviamente he puesto en ciclo largo, nos sentamos a ver una película. Thor trastea, se ha comido dos porciones él solo, se ha bebido casi un litro de agua, y hace un rato que duerme en su rincón favorito del salón.

– YO: Estoy reventada.

-JAVIER: Ya, perdona por tanto jaleo. – le sonrío.

-YO: No te disculpes, me gustan estos días, llegar a casa molida y tumbarme a descansar encima de…- “…Luis.” iba a decir, eso hacía con mi marido, pero hace mucho que nadie me acuna en su cuerpo.

-JAVIER: Pues me alegro entonces, se te ve muy feliz. – hábilmente pasa por alto mi lapsus.

-YO: Es que ahora mismo lo soy, necesitaba desconectar, y me estás ayudando mucho.

-JAVIER: Es un placer, además me lo paso genial contigo, no sé…

-YO: Es que una vale mucho. – me muevo orgullosa, mostrándome con las manos.

– JAVIER: Ya lo creo que vales. – su forma tan firme de decirlo me apaga la sonrisa, es como un dardo a mi corazón.

-YO: ¿Puedo… pedirte un abrazo? – me sale de dentro.

-JAVIER: Laura, tú no tienes que pedir dármelos, ven y te los daré encantando, los más largos y fuertes que quieras. – pongo morritos, es justo lo que quería oír.

Me recuesto sobre él, sentado uno al lado del otro, y la sensación emerge de la nada, como el dogo en el agua, un bienestar que no puedo palpar o narrar, pero sí sentir. Sus manos me quieren rodear pero me coge en mala postura, su pierna está en medio, y me aparta.

-YO: ¿Ya? – la voz de niña me sale sola.

-JAVIER: No, es que me estaba clavando la rodilla, deja que me mueva. – se apoya en el respaldo y pasa una pierna por mi espalda, queda un hueco entre sus piernas que me lanzo a ocupar, y ahora sí, el abrazo es completo.

– YO: Muchas gracias por todo, Javier, eres un encanto.

-JAVIER: Gracias a ti por ser como eres, te adoro. – casi me lo susurra.

Cierro los ojos y me digo que no voy a separarme de él hasta que me lo pida. No lo hace, y tras varios minutos de sentir sus dedos jugar con mi cintura, se recuesta sobre el sofá, y le uso de acomodo. Noto su barbilla en mi pelo, su respiración fuerte y pausada al lado de mi cabeza, y su pelvis apretada contra mi cadera. Doblo las piernas subiéndome del todo al sofá, y me tumbo rendida sobre su torso, posando mis manos en sus pectorales, gozando de la calidez de su cuerpo y de la sensación de sus brazos protegiéndome.

La situación aquel día que llegó borracho y se durmió en mi salón, se repite, pero ahora soy yo quien le usa a él de oso de peluche. Podría ser una maniobra de mujer resabida, pero en realidad creo que se ha dado cuenta de que necesito afecto, mucho más que cualquier otra cosa, y me deja hacer a mis anchas. “Dios, qué cómoda estoy.”

Al abrir los ojos me aterro al comprobar en el móvil que son las tres de la mañana. Alzo la cabeza y me doy cuenta de que me he quedado dormida encima de él, que ha hecho lo propio con la nuca apoyada en un cojín. Me da mucha vergüenza, pero moverme es estropearlo, y esta vez no me da la gana irme. Una de sus manos sigue en mi espalda, pero la otra ha debido de usarla para acomodarme, y está en mis piernas, pese a que parece inerte, su sólo contacto me estremece.

Casi temo respirar, pero las horas en la misma postura me están matando, así que giro un poco la cadera para quedar más cómoda, y es cuando noto su miembro en mi vientre. Es inconfundible su forma en mi piel, ya que se ha levantado el camisón, y solo un bañador fino está entre su sexo y yo, y lo peor es que juraría que está… morcillón. No debería extrañarme, él es joven, conmigo encima y el roce, el subconsciente ha hecho de las suyas. Levanto el bajo del satén y me sorprendo mirando directamente su paquete, que se adivina con la luz de la televisión encendida aún.

“Carga de derechas, como Luis” es lo primero que pienso, pero las similitudes acaban ahí, ni en sus mejores días mi marido marcaba tal bulto. Le favorece que de la postura se haya enrollado la tela, pero aún así, la imagen es poderosa. La siguiente idea que me llega es el miembro duro de Jimmy, aquello era colosal, pero si lo que veo no está a toda su capacidad, este joven tiene un buen trasto ahí metido, tal vez no tan largo, pero igual de ancho que el boy.

Mi mente de golpe se imagina mi mano sacando su mástil del encierro, y dejar que pase lo que tenga que pasar. Algo me detiene, supongo que puede llamarse conciencia, pero la realidad es que el día ha sido maravilloso, y no quiero estropearlo con una metedura de pata que le haga marcharse para no volver. Me arrebujo abrazándolo por el vientre, y me vuelvo a quedar profundamente dormida sobre él, con una sonrisa de oreja a oreja.

– JAVIER: Buenos días, Laura. – su firme y endulzado tono de voz me hace abrir los ojos, hasta que no bostezo no escucho la alarma de mi móvil sobre la mesa.

– YO: Dios…me he quedado traspuesta encima de ti. – atino a decir, fingiendo como puedo que ha sido ahora cuando me he dado cuenta.

– JAVIER: No pasa nada, ha sido muy dulce. – me alzo sobre su pecho, temo estar horrible, pero me besa en la frente y me aprieta un poco con los brazos.

– YO: Qué vergüenza…Javier, perdóname.

– JAVEIR: Te he dicho que no pasa nada, además, estás preciosa mientras duermes.

– YO: ¿Pero cuándo te has despertado?

– JAVIER: Hace media hora o así, pero me daba pena inquietarte, se te veía tan contenta que te he dejado dormir. – se me encienden la mejillas.

– YO: No sé qué me ha pasado.

-JAVIER: Que necesitabas afecto, y me encanta ser yo quien te lo de.- sus ojos marrones me penetran, casi veo amor en ellos, pero sólo es ternura.

– YO: Tienes razón, y muchas gracias.

– JAVIER: De nada…pero si no te importa…debo acudir al baño.

Asiento aún adormecida, y me levanta hasta sentarnos de nuevo. Me encanta que me abrace y me de cuatro besos largos en la mejilla y el cuello. Se pone en pie, y pese a querer disimular, su media erección sale a relucir sin prenda íntima que lo reprima.

Mientras se da una ducha rápida, preparo el desayuno, y al salir, le doy su ropa seca. Mientras se viste, me meto en el baño, y me refresco el cuerpo entero. La idea de una masturbación en esa bañera, que hace nada ocupaba su cuerpo, me pasa fugaz, pero el pensamiento dominante es “Hacía más de tres años que no dormía así de bien.” Luego me visto con un traje pantalón de tela fina azul marino, y tomamos algo de zumo con tostadas.

No es que hablemos mucho, es más las miradas que cruzamos, cómplices y alegres, lo que me hace reír. Cuando estoy lista, bajamos con Thor, que está desesperado por encontrar un árbol en el que evacuar. Javier me acompaña hasta el coche, y me da las gracias por una noche tan genial, “¡Si soy yo la que debería dártelas!” me digo. Acepto otro abrazo, y le dejo irse con su mascota, dice que prefiere pasearle de vuelta a casa, y no acepta que les acerque.

Paso casi todas las horas del trabajo pensando en lo ocurrido, en la tarde en el parque y lo bien que me lo he pasado. No puedo evitar tratar de adivinar lo consciente que habrá sido él de lo que ha pasado, o de si le da la relevancia que para mí ha tenido. Ha sido especial, no puedo definirlo mejor, salvo ese momento a las tres de la mañana, he dormido del tirón, sin preocupaciones ni tristeza, éramos él y yo, fundidos en un solo ser, y pensar en su forma de mirarme mientras todavía estaba soñando, me intriga.

A última hora de mi turno en la oficina empiezan los mensajes. Un “¿Cómo estás?” Da paso a una serie de risas, y comentarios que acaban en volver a quedar esta tarde para ir a pasear a Thor. Pero esta vez quiero pasar antes por casa, y cambiarme, ya me he jugado un traje de los buenos, no quiero poner en riesgo más de mis herramientas de trabajo. No pone objeción y quedamos a las seis en mi casa.

Al llegar, como algo y limpio la casa, para sentarme un rato a descansar. Tras un rato voy a la ducha y salgo a cambiarme, dudo si escoger algo de la ropa más juvenil de la nueva que me compré, el primer día le dejé muy impresionado, pero me las guardaré para más adelante. Opto por un top negro ajustado encima de cómodo sujetador del trabajo, y una falda amarilla hasta las rodillas con vuelo, algún susto me he llegado con esa prenda un día de aire, así que me pongo un coulotte discreto, del mismo tono limón, junto a unas zapatillas del gimnasio. No es que vaya a romper moldes hoy, creo que pretendo saber si puedo obtener el mismo nivel de complicidad con él sin tener que recurrir a mi físico.

Espero ansiosa hasta que escucho el telefonillo, me asomo al balcón y veo a Thor ladrándome al saludar, y a Javier a su lado, con una camiseta blanca, con dibujos negros, y un pantalón corto marrón. Me atuso el pelo suelto en el espejo del recibidor antes de salir, para que de una sensación descuidadamente perfecta, y bajo al trote a por mí abrazo y mi beso.

No me defrauda, hasta me levanta del suelo mientras me come a besos. No es el único, el perro me empuja pidiendo sus caricias, y me lame las manos, ansioso por empezar otra tarde de paseo.

-JAVIER: Buenas tardes preciosa ¿Repetimos plan en el parque del oeste?

-YO: Como quieras…– “¡Me ha llamado preciosa!” – …pero podemos ir al retiro hoy, hace mucho que no paso por allí.

-JAVIER: Pues vamos.

Me pego a su brazo y empezamos a caminar. Aparte del parecido a Luis, o de que me sienta bien a su lado, da gusto tener a alguien con quien poder salir a hacer cualquier cosa, sin pegas ni quejas.

Damos una buena vuelta hasta llegar a la Puerta de Alcalá, una de la cinco antiguas puertas que daban acceso a la cuidad de Madrid, y que ahora corona una rotonda gigante en medio la Plaza de la Independencia, en la cual, uno de los lados da a la entrada principal al parque del Retiro.

Es una explanada inmensa, vallada con altas verjas de hierro, un entresijo de fuentes, estatuas (Se dice que aquí está la única figura dedicada al Ángel caído) y caminos de piedra o tierra, con artistas callejeros de toda índole y condición a cada paso. Tiene un montón de césped, se llena de grupos de jóvenes o familias pasando la tarde, paseando perros o gente haciendo ejercicio. En mitad de todo, hay un estanque artificial, rodeado por varios bares con terraza, de tantos repartidos por la zona, una barandilla con asientos, unas escaleras que dan a un monumento, a Alfonso XII creo recordar, y en un lateral un puesto para alquilar barcas y poder disfrutar de una paseo con ellas. El agua está sucia, y pese a tener patos y peces vivos, como muestra de su poca toxicidad, es preferible no meterse de lleno ahí, la gente los alimenta con trozos de pan, pero les he visto comerse colillas o trozos de plástico como si nada.

Damos una vuelta hasta acabar en una zona algo despejada, y soltamos a Thor, que se pasa media hora corriendo en todas direcciones sin saber hacia dónde tirar, parece tener una sobredosis de estímulos. Nos sentamos en la hierba, bajo la sombra de un gran árbol, y la conversación fluye sin más.

-JAVIER: ¿Qué tal el trabajo?

-YO: Bien, algo agobiada con el cambio de horario, pero es mejor que estar en casa sola todo el día.

-JAVIER: Espero que no te moleste, pero Carlos me dijo que teníais dinero, y que no te hace falta trabajar. ¿Por qué lo haces?

-YO: Si, no es que seamos millonarios, aunque podría vivir de las rentas de mi marido. Pero no sé, no me parece justo, así tengo una distracción, y me siento útil.

-JAVIER: No muchas mujeres lo harían.

-YO: Conozco a muchas de esas, madres de otros amigos de mi hijo, o mujeres del gimnasio que viven de sus parejas, me llaman loca por trabajar y no dedicarme a sentarme al sol y beber margaritas.

-JAVIER: Pues eso te hace una mujer muy superior a ellas, no les deseo ningún mal, pero puede llegar el día que tengan que ponerse a trabajar, y no sabrán qué hacer.

– YO: No lo había visto así, pero supongo que es cierto. – se me acerca y me rodea la cintura con un brazo, me zarandea con suavidad, y me besa en el hombro.

-JAVIER: Claro que sí, Laura, vales mil veces más que esas gallinas que se deleitan de su estatus, y que no han sufrido una pérdida del tipo que tú has superado, y no es que te vea como una mujer fría, se nota que amabas a tu esposo, y que no era un pelele al que embaucaste. – le miro perpleja, parece veinte años mayor de lo que es, su forma de expresarse y decirlo son de hombre hecho, no de adolescente.

-YO: Le quería tanto. – se me cristalizan los ojos, quiero echarme a llorar, como aquellas primeras noches eternas cuando perdí a mi esposo, pero me doy cuenta de que por primera vez he usado el tiempo verbal en pasado. ¿He dejado de amar a Luis?

-JAVIER: Ojalá encontrara yo a alguien a quien amar así. – su respuesta me saca del momento de amargura.

-YO: Creía que Celia…

-JAVIER: Es una buena chica, y me gusta pasar tiempo con ella…pero no me llena, no es muy cariñosa y es muy independiente en muchos aspectos. Creo que me desvivo por hacerla ver que la quiero, y no veo eso de parte de ella, quiero decir ¿Qué ha hecho ella para ganarse mi amor? – no entiendo de dónde saca una mentalidad tan madura. A su edad, con tener a una chica que se deje follar y no sea una imbécil, casi todos se dan por satisfechos, y en cambio, él busca algo más que eso.

-YO: ¿Vais a cortar? – escondo la ilusión en la pregunta.

-JAVIER: No lo sé, no quiero hacerla daño, hablaré seriamente de esto, y trataré de arreglarlo cuando vuelva de Londres.

– YO: Deseo que te vaya todo bien con ella.- miento, descaradamente.

– JAVIER: Gracias, eres una gran amiga. – el abrazo tan dulce que me da, mitiga la puñalada por la espalda que siento al oír la palabra “amiga”.

– YO: Y tú también eres un gran…hombre.- me niego a encajarlo como amigo, todavía no me he rendido.

Casi leyéndome la mente se tumba en la hierba, y me recuesta sobre su pecho. Acomodo la cabeza sobre su corazón y noto su brazo pegarme a su costado. La imagen coincide con otras tantas parejas alrededor, pero no creo que ninguna la forme una madre con el amigo, casi veinte años menor, de su hijo.

Pasamos una hora retozando y cambiado de posturas, hasta que acabamos con él sentado de piernas abiertas y estiradas, conmigo hecha una bola entre ellas, con mi trasero pegado a su pelvis y mi espalda recostada sobre su tórax. Cuando no se está apoyando con las manos atrás, me rodea con los brazos por el vientre y me hace reír comentando lo que sucede cerca de nosotros. A Thor asustando a niños que se acercan cautelosos, a unos enamorados que se están metiendo mano como si nadie pudiera verlos, o a un señor sentado en posición del Buda, meditando tranquilamente, sin hacer caso al ruido del grupo de jóvenes con aspecto gótico tras él, bebiendo cervezas y charlando sobre algún tema a viva voz.

Nos activamos al ir a tomar unos refrescos fríos en las mesas de la terraza de unos de los puestos cercanos, ya con el perro atado a nuestro lado. Más tarde damos un rodeo, para quedarnos unos minutos aplaudiendo y admirando a un grupo de danza callejera, haciendo auténticas proezas por unas monedas. Va llegando la noche y disuado de nuevo a Javier para que cuando me acompañe a casa, cene conmigo. Hoy es mucho más fácil.

Tomamos algo ligero y fresco de la nevera, charlando de la juventud de Javier en Zamora. Me explica que su padre es un tipo muy rudo y serio, que llevó su casa con mano de hierro, y que pese a ser un buen hombre, le costaba demostrar afecto, así que él siempre pensó que no era lo suficientemente buen hijo para él. Ahora no le da importancia, pero es evidente que toda su forma de ser y carácter provienen de un conflicto emocional con él.

Tras devorar la cena, volvemos al sofá, y no me cuesta terminar entre sus brazos, casi estaba ofreciéndose desde un inicio. Es sólo estar apoyada a su lado, pero me gusta, y veo una oportunidad.

-YO: Es tarde.

-JAVIER: Es verdad, debería irme… es que me lo paso tan bien contigo que se me va el tiempo.

-YO: Y yo contigo, Javier…- aguanto un instante tenso, llenándome de valor.- No quiero que te vayas…lo de anoche fue muy bonito…y temo propasarme, pero… ¿Podrías dormir conmigo esta noche? – la boca se le abre al máximo, como sus ojos marrones, sorprendido.

-JAVIER: Bueno…no sé, Laura, es algo un poco raro, con lo que nos pasó al principio…- está muy confuso, pero no ha llegado a decir un “No” rotundo.

– YO: Sé que es mucho, pero ayer dormí como nunca, y me gustaría volver a sentir esa sensación. Si te molesta lo comprenderé. – se atusa la barba de tres días, y no sé si es la duda o la ilusión lo que le hace tener reparos.

-JAVIER: Si lo necesitas, puedo hacerlo…pero entiende que me resulta extraño, eres la madre de Carlos.

-YO: Pero él no está, estamos los dos solos y estoy harta de sentirme así, abandonada…pero entiendo que no quieras hacerlo.- la tristeza falsa se mezcla con la real, su mirada no me dice nada bueno.

-JAVIER: Lo haré.

Me giro a abrazarlo, me recibe encantado, bufando porque intuye la que se le viene encima. Pero soy feliz, no puedo decirlo más claramente, me siento como la mañana de Navidad antes de abrir los regalos.

– YO: Muchas, muchas gracias. Voy a darme una ducha y ponerme algo más cómodo.

Noto su mirada turbada en mí al levantarme e irme. Y sonrío nerviosa al ducharme, tanto que acabo masturbándome con el componente de saber que el hombre que me enciende, está a tres paredes de mí.

Me pongo el tanga más pequeño que encuentro, rojo granate, y me pongo mi camisón de satén azul, es tan corto que al levantar los brazos se me ve todo. Justo lo que pretendo. Vuelvo al salón con él en el sofá aún, está deleitándose con mi figura, me mira sin querer reconocer lo preciosa que me ve, ya que sería muy desconsiderado de su parte cuando vamos a dormir juntos.

-JAVIER: Creo que yo también necesito una ducha…- “…de agua fría”, casi le escucho decir.

-YO: Vale, no sé cómo quieres dormir, pero a mí no me incomoda nada, tú como en tu casa.

-JAVIER: Con este calor, duermo en calzoncillos…no sé…- le toco del brazo.

-YO: Pues como te sea más cómodo, yo te espero en la cama. – se le nota la sangre burbujear en la cara.

-JAVIER: Bueno…pensaba que en el sofá…como ayer…- me río para ponerle en evidencia un poco.

-YO: No, bobo, que te vas a destrozar la espalda, dormiremos en mi cuarto. -asiente sin capacidad de respuesta, en este juego está perdiendo por goleada.

Escucho cómo se ducha mientras pruebo mil poses sensuales sobre el colchón, pero tras verme ridícula en el espejo, simplemente me quedo de lado, mirando a la puerta para verle salir. Cuando lo hace, casi me da un infarto. El chico los tiene bien puestos, y ha salido sólo con un bóxer elástico negro, resaltando el paquetazo que le vi ayer. Su cuerpo no está marcado de gimnasio, pero desprende un poderío y una fuerza que me atrae enormemente, así como la leve mata de vello en su pecho que le da todavía más aspecto varonil.

Se queda al borde de la cama, y hasta que no palmeo la sábana no se sienta, del lado en que dormía mi marido, y se tumba boca arriba, casi sin moverse. Respondo apagando las luces, y recostándome sobre él, obligándole a rodearme con un brazo.

-YO: Espero que no te moleste, pero necesito algo de contacto humano para descansar.

-JAVIER: Sin problemas, a mí también me gusta, lo que tú quieras… – titubea al decirlo.

-YO: Eres un sol. – me alzo a besarle la mejilla.

Tomándole la palabra, me pego más a él, acuesto mi cabeza en su hombro y le abrazo como hacía con mi marido. Su respuesta es carraspear y mirar al techo, nervioso, pero sus manos juegan en mi espalda y en uno de mis brazos, dibujando círculos que me van adormeciendo. Cuando se pone a entrelazar sus dedos con mi larga cabellera, peinándome con suavidad, me quedo tan profundamente dormida que me da rabia no disfrutar de sacarle de su terreno de confort.

No recuerdo nada de lo ocurrido esta noche, hasta que ha sonado el despertador. Ha sido, con diferencia, la vez que mejor he dormido, superando a ayer o a cualquier otro día de estos tres años. Lo podría achacar al cansancio, pero la realidad es que la postura me delata. Estoy de espaldas a Javier, pegada a su cuerpo, con su brazo rodeándome por el vientre, y su respiración calmada en mi nuca, hasta muevo un poco la cadera para sentir su miembro en mi trasero. No se ha despertado, y yo no quiero moverme, tengo ganas de cerrar los ojos y seguir así hasta que el mundo se acabe.

La responsabilidad de un trabajo es tan cruel, que tras remolonear cinco minutos, el maldito móvil suena, para recordarme que no puedo permitirme el lujo de soñar con Javier. El sonido despereza a mi acompañante, que como gesto inicial apoya su cabeza en mi hombro y me aprieta fuerte, con un cariño que me hace desear besarlo. Luego se gira, dándose cuenta de que la postura es comprometedora, y se queda estirado boca arriba, pero su otro brazo me pertenece, es mi almohada.

– JAVIER: Buenos días, Laura. – veo como abre y cierra su puño, debo estar cortándole la circulación.

-YO: Buenos días, Javier.- me giro y ruedo para acabar casi encima de él, mi mano se posa en su pecho y me recuesto con intenciones de no soltarlo.

– JAVIER: Gracias, ya casi no sentía los dedos. – siento su brazo moverse, y al rato me rodea con él. Hasta me permito el lujo de jugar raspando su piel con mis cuidadas uñas.

– YO: No sabes lo bien que me siento ahora mismo…no puedo agradecerte suficientemente lo que haces por mí. – le miro a los ojos, que tardan unos segundos en enfocar los preciosos zafiros incrustados en mi bonito rostro.

– JAVIER: Me alegra hacerte feliz, es cuanto quiero, eres una mujer muy especial y si necesitabas esto, creo que es un honor que me hayas escogido a mí. – mi mano se mueve hasta acariciar su cara, me gusta la sensación de su barba, y de pensar que si me lanzara a besarlo, no me lo impediría. Lo que lo evita es el reflejo de mis anillos en el dedo anular.

– YO: Lo necesitaba, y mucho…perdóname pero es que me siento muy sola, y tú me haces reír y sentirme bien, que se me olvide todo.

– JAVIER: Y tanto ¿No tienes que ir a trabajar?

– YO: No, no quiero. – mi respuesta de niña pequeña le hace sonreír, pero le abrazo fuerte y paso una pierna por encima de las suyas.

– JAVIER: Es hora de levantarse, y Thor no podrá aguantar mucho más. Ve a darte una ducha y le bajo a dar una vuelta, así subo el desayuno.

Lo cotidiano de su forma de expresarse, como si fuera un día más en un largo matrimonio, me encanta. Me acaricia la cadera antes de sentarse sobre la cama, y quedarse unos segundos mirando al infinito. Luego me percato de que en realidad, está observando el reflejo del espejo del armario, y mi trasero en posición fetal. No me muevo ni un ápice.

Se va al baño y remoloneo contenta entre las sábanas, me ilusiono creyendo que tarda tanto porque no puede evitar masturbarse tras pasar la noche en la cama conmigo, pero sale ya vestido y aseado tras un rato.

Me ve en la cama, de medio lado abrazando la almohada y mirándole juguetona, resopla y se agacha a darme un beso dulce en la mejilla, y me da una palmadita en las piernas, diciéndome que me levante, pero resisto coqueta. Noto sus ojos clavados en mi, en mis piernas y mi trasero al aire, y me acaricia para despertarme, me excita sobre manera, me murmura que soy una vaga y que me levante, me da besitos en el cuello y sus dedos recorren el perfil de mis muslos, la situación se vuelve tan erótica, que me da la sensación de que al final solo le queda ir a sacar al perro o follarme, y por desgracia elije lo primero. No tardo mucho en ponerme en pie, sin él, ya nada me retiene en la habitación.

Me doy una ducha rápida para vestirme con el primer traje de oficina que encuentro, uno gris con falda larga. Cuando estoy lista, Javier ya está de regreso, Thor me saluda buscando caricias que le doy, y desayunamos unos bollos recién hechos que ha traído en una bolsa de papel, que se empieza a manchar de grasa.

-JAVIER: Entones ¿Has descansado bien?

-YO: Como nunca, de verdad, sé que pedírtelo fue pasarme de la raya, pero me ha venido genial. – rodeo la mesa para apoyarme en su hombro. – ¿He sido muy mala?

– JAVIER: Un poco…pero ya soy mayorcito para contenerme. – me río, ha caído en la trampa.

-YO: No, galán, si me refería a si me he movido mucho. – la verdad es que me pongo roja por mi atrevimiento, pero él lo interpreta como un malentendido.

-JAVIER: Ah…claro, perdona…no, has sido una niña buena. – me rodea la cintura con un brazo y hace un apretón cariñoso.

Nos quedamos así, con él desayunando sentado, cogiéndome de la cadera, conmigo apoyada en su hombro, y riéndonos del hastió de madrugar entre semana, mientras que cuando se cruzan nuestras miradas se hace un silencio muy atractivo, hasta que uno de los dos se ríe, y el otro hace una carantoña. Miro la hora en el reloj de la cocina y mi corazón da un vuelco.

-YO: ¡Dios, que tarde es! Hoy no llego. – murmuro mientras recojo mi bolso.

-JAVIER: Tranquila, ya me quedo yo a limpiar, y me voy a casa.

-YO: O quédate, come, hay cosas en la nevera, y ya luego vamos al parque con Thor. – para estar improvisando, me ha quedado genial.

-JAVIER: Bueno, no sé, quedarme aquí solo me da apuro.

-YO: Como quieras, pero avísame por móvil….y gracias. – no pienso demasiado, y me agacho a darle varios besos en la cara, muy cálidos, para despedirme a la carrera. Me pasaba algunos días con Luis, la sensación es buena, y extrañamente familiar.

-JAVIER: Vale, mucho ánimo Laura.

Me paso media hora gritando en el coche, por el insufrible calor de una nueva ola de aire del desierto, y por lo tonta que he sido al remolonear en la cama. Ahora llegaré tarde, pero al mirarme en el espejo, y retocarme un poco con maquillaje, observo una sonrisa imborrable, “Ha merecido la pena” me digo, preguntándome si Javier ha tenido la misma sensación de todo o nada cuando me estaba desperezando.

Al llegar a la oficina David me dice que estoy fabulosa, y en la hora del café una de las abogadas más deslenguadas, se me acerca y me dice que tengo cara de que me han echado un buen polvo esta noche. Lo niego aunque no me creen, tampoco es grave pensar que por dormir una noche con Javier, tenga la misma cara que decían que tenía cuando el boy Jimmy me dejó medio rota. Sólo de pensar en el gesto que pondría si el amigo de mi hijo me hiciera el amor, me entra un escalofrío de los que gustan sentir.

No pretendo disimular que en estos días he tenido la sensación, casi olvidada, de vivir. La idea de tener sexo con ese casi adolescente es constante, pero va más allá de todo eso, de la atracción física, de su parecido a mi marido fallecido, o de que me ganara jugando a algo en que me creía experta. La auténtica verdad es que me siento feliz a su lado, y mi mente asume esa realidad de forma tranquila, sin sobresaltos ni malos pensamientos, el tabú que sintiera irrompible hace unos meses, ha dado paso a un único camino a seguir, que me lleva directa a sus brazos, y que estoy deseando caminar.

No se hace esperar, y tras un par de horas Javier me escribe, ha limpiado la cocina y se ha llevado a Thor de paseo. Le pregunto si va a regresar a comer a mi casa, pero me pide disculpas y dice que le ha llamado uno de sus compañeros de la universidad, se va a tomar algo con él, ya que también se han quedado en Madrid. Casi estallo de ira, pero me acaba confirmando que a las seis, como un clavo, estará en mi casa con su perro, para continuar nuestro rutinario paseo diario, que empiezo a degustar. Aprieto los dientes furiosa, asimilando que soltar un poco la correa puede ser beneficioso, que me eche de menos un poco.

Centrándome en mi trabajo, repaso unos informes y charlo con varios clientes en la sala de reuniones mientras esperan ser atendidos. Al rato me acabo quitando la chaquetilla gris del traje, pese a que la camisa blanca interior está parcialmente empapada de sudor, no podía respirar con ella puesta. No se hacen esperar los comentarios subidos de tono de algún desvergonzado, y algo saturada, respondo de malas formas a algunos que me miraban obscenamente. Eso me lleva a que David me llame a filas, y me pida hablar en su despacho con gesto serio delante de todos.

Cualquier otro día me fijaría en su perfecto traje a medida italiano azul marino, con corbata a juego y zapatos elegantes, hasta en su bonita cara bien afeitada, y su pelo moreno algo largo para ocultar su calvicie incipiente, pero hoy no es de esos días.

– YO: Perdóname…es que no soporto a esos cerdos. – al sentarme en una silla frente a su mesa, agacho la cabeza, algo avergonzada.

-DAVID: No te preocupes, tienes toda la razón del mundo. – le miro de pie a mi lado, creyendo que es una broma, su tono es de comprensión absoluta.

-YO: ¿Y para qué me has llamado?

– DAVID: Una cosa es que esté de acuerdo, y otra que esos capullos de fuera lo sepan, ahora mismo estarán pensando en la bronca que te estaré echando, y se creerán superiores. Tal vez así nos contraten.

– YO: ¿Entonces no estás enfadado? – se sienta al borde de su enorme mesa caoba, y me coge de la mano, en una pose que le he visto mil veces cuando quiere vender algo a un cliente.

– DAVID: Laura, que ya nos conocemos, no podría enfadarme contigo, esta empresa se vendría abajo sin ti. – me saca una carcajada, a veces creo que eso es cierto.

– YO: Muchas gracias David, no sé como agradecértelo. – me sale como una frase automatizada.

-DAVID: Cena conmigo mañana, reservé para dos en un sitio nuevo y ahora no tengo con quien ir… – le dedico una sonrisa burlona.

-YO: No empieces…- ya os dije que suele tirarse a alguna de la oficina, y yo he sido objetivo de algunos intentos, pero siempre me he mostrado lejana y poco receptiva.

– DAVID: Mujer, una cena entre amigos, llevamos años trabajando juntos y no sé casi nada de ti.

– YO: Ya has conocido a muchas de la oficina…- se cruza de brazos viéndose pillado.

– DAVID: Mira, la reserva ya está hecha, y es en el japonés nuevo que han abierto cerca de mi casa, si cambias de idea, me avisas y cenamos, nada más, te lo prometo. – alza la mano cual santo, ¿Me pregunto cuantas han caído con se truco?

– YO: Vale, pero tengo planes, así que no te prometo nada. – un “No” rotundo tras el favor de cara a los clientes sería mal educado.

– DAVID: Me vale con eso, y ahora al salir pon cara triste y no te asustes por lo que te diga.

Me acompaña con la mano en la espalda hasta la puerta, suspiro y entorno los ojos como mejor sé, para que al abrir y salir, todos crean que estoy arrepentida. David hace su papel, y suelta un “Y que no vuelva a pasar.” bien alto. Lo mejor es que durante el resto del día, nadie se me acerca demasiado, y así se me pasan las horas volando.

Salgo a la calle tras el fin de mi turno, y no me creo el golpe de calor que recibo, son las tres de la tarde y pese a los zapatos altos noto la acera ardiendo. Correteo hasta el coche y le piso un poco para que con las ventanillas bajadas corra el aire, luego pongo el aire acondicionado para aguantar llegar a casa. Ni me lo pienso, me desnudo como si mi amante me esperara, me dejo un camisón y como algo antes de intentar descansar en el sofá. A media tarde me rindo a un baño de agua fresca, en el que me quedo abstraída hasta que suena el timbre de mi puerta.

Me pongo unas braguitas de color azul oscuro y me tapo con una toalla encima, sin enrollar si quiera. Totalmente empapada voy a abrir, y me encuentro a Javier con Thor, jadeando ambos.

– YO: Por dios, perdona, se me ha hecho tarde dándome un baño, dame un minuto y salimos.

-JAVIER: No pasa nada… y de todas formas, no creo que sea buena idea salir. – acaricia la cabeza de Thor, que me mira casi ahogado, me doy cuenta de que se refiera a que con esta temperatura, salir a estar horas es hacer sufrir al animal.

-YO: Anda, pasa y le damos algo de beber a esta criatura.

-JAVIER: A mí no me vendría mal tampoco. – pasa y sin rubor alguno me abraza pese a ir casi desnuda, y mojada. Su camiseta roja y sus pantalones cortos vaqueros se empapan un poco.

Me luzco dándome la vuelta, sé de sobra que por detrás se me ve toda la espalda y el culo en braguitas, con la toalla medio sujetada por mis manos en el pecho, y pese a ello me aseguro de ir por delante de mi invitado, con el pelo suelto pegado a mi piel, y las marcas de agua en la prenda intima. Considero un milagro que no me salte encima.

Les dejo en la cocina, con el dueño cuidando de que a Thor se le pase el sofocón tras venir a mi casa. Me voy al baño, acabo de secarme y me pongo el viejo camisón amarillo. Salgo con el pelo recogido, y pese a refrescarme, me tomo algo de la nevera junto a mis acompañantes, que parecen más enteros. Hasta el fortachón de Javier parecía afectado al llegar.

-YO: ¿Y qué tal la comida con tu compañero?

– JAVIER: Un desastre, es un buen chaval, pero no sabe hablar de otra cosa que no sea fútbol o videojuegos.

– YO: Lo lamento…

– JAVIER: No pasa nada, ahora estoy aquí, y toca divertirnos. – se frota las manos con energía.

-YO: Una lástima no poder salir a la calle.

– JAVIER: Se pueden hacer muchas cosas en casa, ya verás.

No me queda otra que darle la razón. Pasamos cuatro horas riéndonos, hablando o jugando con Thor. Luego vemos una película, y hasta se inventa unas preguntas extrañas que me hacen sonreír sin parar. Terminamos en el sofá, revolcados, perro incluido. Tras jugar con él, hasta diría que al caerme por el suelo, intenta montarme, es un gesto muy cotidiano para un perro, pero me hace llorar de risa. Javier me lo quita de encima, y me pone en pie para darme un abrazo de los que sabe que me gustan.

Terminamos pidiendo comida china para cenar, y probar algunas cosas nuevas que no suelo pedir. Al acabar, me pongo un vestido amarillo con estampados florales, y salimos a pasear, en parte para bajar la comida, en parte para que Thor se quede a gusto. Compro unas cervezas y les hago subir de nuevo a casa, nos las tomamos entre risas viendo un programa de la televisión, pero algo más tarde noto la tensión del momento. Javier quiere saber si se va a casa o no, y mi opinión al respecto es clara.

-YO: Bueno, es algo tarde ya… ¿Nos vamos a la cama? – me mira con una delicada sonrisa forzada.

-JAVIER: ¿Quieres que hoy también…? – asiento como si no entendiera sus reticencias.

-YO: ¿Es que no tú no quieres? – suelta todo el aire y se frota las piernas con fuerza.

-JAVIER: No es que no quiera, pero…pensaba que sería sólo ayer.

-YO: Lo entiendo, es demasiado para ti, y no quiero incomodarte… Pero yo me siento sola todos los días, no sólo ayer, y tú me ayudas a que no me sienta tan mal, que me gustaría…

-JAVIER: No me malinterpretes, me encanta dormir contigo, y si es lo que necesitas, lo haré. – lo dice firme, trasmitiendo seguridad.- Pero todos los días…es algo extraño.

-YO: Sólo hasta que vuelvan Carlos y Celia, te lo pido como favor personal. – le tomo del antebrazo mirándole con ojos de cachorro.

-JAVIER: Vale…pero tú me tienes que hacer un favor.

-YO: Sí, lo que sea.- digo ilusionada al verle entrar al trapo.

-JAVIER: El sábado voy a ir a la piscina, este calor me va a matar, y quiero que vengas conmigo, ir solo debe ser muy aburrido. – sorprendida por su forma de expresarlo, casi una orden, le beso y abrazo.

-YO: Será un placer.- me quedo pegada a él, sin soltarlo, es perfecto, me da lo que quiero y más. Estaba deseando lucirme con los nuevos biquinis diminutos, y no quería sacar el tema yo.

– JAVIER: Pues vamos a la cama.

Si algún rincón de mi ser me decía que lo que hago está mal, se acalla al sentir que me coge por la cadera, mete su mano por debajo de mis rodillas, y me levanta del sofá cogiéndome en brazos. Le adoro, y pasando mis manos por su nuca, deseo besarlo para que me lleve a mi cuarto a me haga suya, en cambio, me río avergonzada mientras me lleva. Con mucho celo y cuidado, pasamos el marco de la puerta, y me deja suavemente sobre el colchón.

-JAVIER: Dame un minuto… que voy a comprobar que Thor tiene agua y todo…tú quédate aquí, y enseguida vuelvo.

-YO: Vale. – le miro confusa, su pose con las palmas en alto hacia mí, parece nerviosa.

Estoy deseando que vuelva, tanto que me empieza a desesperar que tarde tanto. Voy a llamarle, pero me levanto traviesa y le busco por la casa. Thor está dormido tranquilo en el salón, y Javier no aparece, así que descalza y sin hacer ruido, le encuentro metido en el cuarto de Carlos.

Sale la misma luz que cuando mi hijo se la deja abierta con la televisión encendida, me acerco con cuidado, y tras amagar un par de veces, veo por la rendija a Javier delante del ordenador. Afino el oído para escuchar unos gemidos leves, y cuando mis ojos se acostumbran a la oscuridad, la postura y los gestos le delatan, “¡Madre mía, se está masturbando viendo una porno!”

No puedo evitar que mis braguitas se mojen, la mezcla de sorpresa y atrevimiento me están volviendo loca. Un demonio dentro de mí me grita que entre y le pille desprevenido, para que sea lo que tenga que ser, pero me contengo con la cabeza llena de dudas. ¿Por qué lo hace? ¿Es por mi culpa? ¿Lo necesitaba debido a mis provocaciones? ¿Es que echa de menos a Celia?

Deseo quedarme allí mirando, está de espaldas y no veo nada salvo su figura y su brazo moverse, pero su cabeza se gira cada vez que le parece oír un sonido, y si sigo aquí, me va a descubrir. Sopeso las ventajas e inconvenientes de eso, antes de volver a la cama y pensar que ahora mismo, no me vendría nada mal la visita de Jimmy.

Tras unos cinco minutos, le escucho acercarse, y sin entender mucho el motivo, me hago la dormida. Se va directo al baño, y al minuto sale, yo finjo despertarme por el sonido de la puerta, que en realidad no tiene.

– YO: Has tardado mucho.

-JAVIER: Ya… es que tenía que ver algo en el ordenador de Carlos, espero que no te moleste.

-YO: Nada, es tu casa… ¿Ya estás preparado para pasar la noche conmigo? – me muevo coqueta sobre la cama, cediéndole el sitio de ayer.

-JAVIER: Sí, creo que sí. – dice, jugando a no mentirme.

Se desnuda dejándose unos bóxer blancos, apaga las luces y se recuesta, ofreciendo su pecho, al que acudo rápida a apoyar la cabeza y abrazarle. Me da algo de apuro que note el olor a hembra necesitada que emana de mis muslos, pero no muestra ninguna reacción, ni cuando acaricio su fuerte vientre, o le beso en el cuello a modo de agradecimiento.

Por segunda noche consecutiva, no recuerdo nada hasta despertarme, y pese a sentir mucha rabia por no aprovecharme de la situación, el cansancio que me acompañaba todos los días ha desapreciado. Antes mal dormía, entre el sofá o la cama vacía, y ahora junto a él, descanso. Parece lo mismo, pero mi cuerpo dice lo contrario.

Estoy cara a cara con Javier, apenas luce el sol del amanecer por la ventana, me tiene rodeada con ambos brazos por la cadera, y mi cabeza está apoyada en su cuello, y una de sus piernas está enroscada entre las mías. Voy a volver a llegar tarde al trabajo, lo sé en cuanto al murmurarle un “Buenos días”, me besa en la frente y me da un apretón tan fuerte que me deja sin aire, no porque me oprima, sino que noto su miembro algo duro en mi vientre, “De aquí me sacan a rastras, o no me sacan.”

– JAVIER: Venga dormilona, que se hace tarde.- me acuna con cuidado, que respondo con un gemido ahogado de placer.

– YO: Es que estoy en la gloria. – la mezcla de su potente colonia, el desodorante, y algo de sudor, me inunda la nariz, que froto contra su pecho.

– JAVIER: Y yo, pero tienes que trabajar. – tras unos segundos en que no me muevo, se ríe, luego trata de girarse para separarse y quedar boca arriba. No cuenta con mi determinación, no le suelto, y se queda blanco al verme girar y estar montada encima de él.

-YO: Estoy muy a gusto. – ronroneo melosa, dándole un aire cómico a una situación, por otro lado, brutalmente sexual.

Sonríe incrédulo, y me acaricia la espalda con ambas manos, separando los largos cabellos dorados de mi cabeza, que reposa dulcemente en su pecho. Aguanta el duelo, me encanta verle parecer tranquilo, cuando estoy notando entre los muslos algo moviéndose. Creo que puedo escuchar mi propio corazón apunto de desbocarse, y alzo la mirada para clavar mis ojos azules en los suyos, que muestran un rostro firme, tratando de esconder que no es lo único en ese estado de su cuerpo.

– JAVIER: Laura, eres preciosa. – una medio sonrisa nace en mis labios.

-YO: Muchas gracias…tú no estás nada mal…- me sale entre lo sonrojada que estoy, y lo excitada que pretendo disimular.

– JAVIER: ¿De verdad?

-YO: Claro que sí…Celia es una chica afortunada.- querer halagar me hace recordar que ese chico está con otra mujer.

-JAVIER: El afortunado creo que soy yo.

-YO: Bueno, pues que sepas que para mí ella es a la que le ha tocado la lotería, no muchos hombres se meterían en mi cama, sólo para darme algo de calor y afecto. – mis manos suben a su nuca, me levanto sobre su cuerpo para besarle en la barbilla, y luego abrazar su cabeza, casi incrustándole mis senos en la cara.

Mi ataque no acaba ahí, según lo hago, me estiro sobre él, junto las piernas y las doblo a partir de las rodillas hacia el techo. Es impresionante sentir todo su sexo, tenso y duro bajo el bóxer, rozar directamente mis braguitas azules, el mero contacto me saca un suspiro inaudible. Me quedo a la espera de que haga cualquier gesto, una simple palabra murmurada o alguna caricia de más, y estoy dispuesta a lanzarme a por todas. Mi cuerpo emana sexo por cado poro de mi piel.

Mi desolación llega cuando, tras varios segundos, no ocurre nada, simplemente me abraza y se mantiene inerte, casi aguantando la respiración.

– JAVIER: Se hace tarde para ti, y necesito ir al baño. – le cuesta decirlo, pero el momento de que ocurriera algo ha pasado, y ambos los sabemos.

– YO: Esta bien, anda, ve.

Me recuesta con pausa a un lado, y rápidamente se sienta dándome la espalda. No es que disimule, pero al ponerse en pie, trata de darme la espalda al caminar e ir al aseo, gracias a dios el reflejo del armario me regala un plano de su miembro, casi sobresaliendo por una de las perneras del bóxer.

No sé cómo, evito sacar el dildo del cajón y hundírmelo hasta sacarme varios orgasmos, ahora mismo soy puro fuego y mi bombero acaba de irse a remojar su manguera bajo la ducha. Me levanto el camisón y observo impresionada que las braguitas azules tiene un mancha oscurecida descarada en mi zona íntima, sólo de rozarme mi cuerpo me pide que acaricie más, con una descarga eléctrica que me recorre la espalda. Necesito sexo, o una ducha.

Tras pensar en obtener ambos metiéndome en la bañera junto a Javier, me voy al aseo del pasillo. Tras desvestirme, me meto bajó el chorro a presión, y no pongo el agua caliente hasta que se entrechocan mis dientes. Me da igual, mi cuerpo no remite, y sopeso la idea de llegar tarde de verdad a trabajar, o quedarme allí hasta que me saque todo del cuerpo con una dosis de masturbación frenética.

La poca conciencia, que sobrevive a la montaña rusa de emociones que soy, me hace salirme y secarme, para enrollarme una toalla por encima y volver al cuarto. Allí me encuentro con Javier sentado en mi cama ya vestido, algo que agradezco.

-JAVIER: Llegas tarde…- es casi un reproche marital.

-YO: Lo sé, pero es que necesita sacarme el calor del cuerpo.

-JAVIER: Pues corre, vístete, yo voy a sacar a Thor y pasarme por casa.

-YO: Vale, pues… ¿Nos vemos luego? – me acerco insinuante.

-JAVIER: Claro, te llamo luego.

Se levanta y me abraza fuerte, aunque Thor me saluda, apremiando con ganas de salir a la calle en sus ojos. Me visto mientras oigo cómo se marchan, y bufo desesperada al saber que pasaré unas horas sin verle.

Junto a la ropa interior, algo más convencional que últimamente, me pongo un traje de oficina tono crema con falda hasta las rodillas y corro a la calle. El nulo tráfico de Madrid en pleno verano ayuda, y llego puntual de milagro, algo sofocada por las prisas y el agobiante calor reinante. Son las nueve de la mañana, y ya vamos por los treinta grados de temperatura.

David, mi jefe, me saluda al verme pasar, y se queda mirando esperando que me acerque. Me alejo, hoy no soportaría sus intentos de llevarme al huerto.

Preparo el día, y me voy a la cafetería a desayunar algo de una máquina expendedora. El café es horrible y lo dejo a la mitad sobre mi mesa mientras paso revista de las citas de hoy, y cojo algunas llamadas. Todo desde fuera tiene una apariencia de un viernes cualquiera, natural y casi rutinario, pero desde que me he sentado mis piernas no paran quietas, y ya cerca de las once de la mañana me doy cuenta de que la ducha no me ha aliviado en nada, estoy ardiendo por dentro.

-DAVID: Hola, encanto. – su voz firme y grave me saca de mis pensamientos.

-YO: Ah, buenos días jefe.

-DAVID: ¿Todo bien?

-YO: Sí, acalorada un poco…- suspiro pensando en roce con el miembro de Javier esta mañana.

-DAVID: ¿Y lo de esta noche…qué?

-YO: ¿El qué pasa esta noche?

-DAVID: Nuestra cena…juntos…- me cuesta recordar la conversación unos segundos.

-YO: Pues es que tengo planes…no va a poder ser.

– DAVID: ¿Seguro? Ya te dije que es solo cena de compañeros de trabajo.

-YO: Lo sé, pero he quedado con…alguien.

– DAVID: Una lástima, pues iré yo sólo al Japonés…- me dedica una sonrisa falsa de complicidad.

Se va, al menos hoy se ha rendido rápido, muchos días insiste más de la cuenta, y no estoy para tonterías. Paso un rato pensando en el motivo por el que su mujer no puede acompañarlo a cenar, la primera explicación es que no le aguanta las infidelidades y no puede ni mirarle. Supongo que aún no se han divorciado porque al ser un gran abogado, tendrá blindados sus bienes, y puestos a ser una mantenida, él es una buena opción.

La mañana continúa tediosa, lenta y asfixiante, esta vez es el calor entre mis piernas el que me está haciendo pasar unas horas horribles. Paso a limpio unos informes que me han dado de la agenda de la semana que viene, y trasteo con el móvil, esperando la llamada de Javier. Cuando veo su nombre aparecer en mi pantalla, suspiro llena de alegría, esta noche voy a volver a acostarme con él.

-JAVIER: Hola Laura, ¿Que tal el día?

-YO: Horrible, deseando que acabe esta semana de trabajo.

-JAVIER: Tranquila, mañana un chapuzón y como nuevos ¿Qué llevamos? – sonrío al saber que ir conmigo a la piscina le apetece tanto.

-YO: Pues no me gusta mucho eso de ir cargada con neveras portátiles, ya llevo el bolso, y compramos allí…de todas formas lo concretamos esta tarde en nuestro paseo…- espero una respuesta ilusionada, que no llega.

-JAVIER: Ya, bueno…es que Celia me ha mandado un mensaje y esta tarde quiere hablar conmigo por el ordenador, dice que me echa de menos. No te molesta, ¿No? – el breve silencio que debe escuchar le deja mudo, es como si me hubieran dado con un mazo en la cabeza.

-YO: No…claro que no…habla con ella…y luego te pasas por casa a cenar.

-JAVIER: Lo siento, pero no sé cuánto va a durar la charla, y tengo que organizar un poco mi habitación…creo que es mejor que ya nos veamos mañana. – un segundo golpe me tumba al suelo emocionalmente.

-YO: Como quieras… ¿Quedamos sobre las diez en mi casa para ir a la piscina mañana? – al preguntarlo, casi temo otra negativa.

-JAVIER: Perfecto, sabía que no me fallarías Laura, un abrazo enorme y vamos hablando.

-YO: Hasta luego, Javier.

Caigo desolada en la mesa, esta era mi noche especial, llevo toda la semana preparándome para este momento, y un simple mensaje de la maldita Celia lo ha estropeado todo.

Me resisto a llorar, me repongo y sigo trabajando como si nada. Al par de horas ya no tengo que hacer esfuerzos por no sollozar, y puedo levantarme e ir al baño. De camino paso por delante del despacho de David, que me mira el culo sin disimulo desde su mesa. Es raro, suele ser más discreto conmigo, pero hoy no me quita el ojo de encima.

Me echo agua en la cara al llegar al excusado, y me sereno, pero sin dejar de notar una necesidad de sexo casi desesperada. Me contengo de la idea de masturbarme allí, estoy entre cabreada y frustrada, no sé cómo voy a responder el resto del día.

Salgo tras unos minutos, de camino a mi puesto alguna mirada de mis compañeros me asquea, “Esta falda es muy ceñida y se me debe marcar buen culo”. Veo a mi jefe, que ha salido a la puerta de su oficina, no puedo evitar dedicarle una sonrisa maliciosa, lo ha hecho para poder verme mejor el trasero. Sin saber cómo, o el motivo, cantoneo las caderas y le regalo un poco de sensualidad.

Para cuando regreso a mi mesa, el calor externo e interno me está matando, solo deseo que termine mi jornada y marcharme a casa. Trato de trabajar, aunque más bien es una distracción, y al rato me llegan varios mensajes de Javier, disculpándose por no poder quedar conmigo pero queriendo mantener una conversación dulce y cariñosa, como si no hubiera pasado nada, y eso me enfada. Estoy a punto de mandarle un mensaje tajante cuando veo a David acercarse, ya preparado para marcharse, con su traje azul marino, impoluto y elegante.

-DAVID: Bueno, me marcho ya Laura, si entra alguna llamada o algún cliente ya les citas para el lunes.

-YO: Vale, pasa buen fin de semana David. – se me queda mirando un segundo.

-DAVID: ¿Estás segura de que no quieres cenar conmigo? Pareces necesitar alguien con quien hablar.

Le miro agotada, casi le digo que no, pero al observarme a mí misma, me veo con el móvil en una mano, y con un bolígrafo apretado tan fuerte en la otra, que casi lo parto en dos, notando el fuego en mis mejillas. Soy consciente de qué lo ha provocado, es la ira de saber que Javier me ha dejado plantada. Suelto el teléfono y me pongo en pie.

-YO: ¿Sabes qué? Que sí, vamos a cenar hoy.

-DAVID: Genial, pues voy a casa, y te recojo a las ocho. – Se cerca y aprieta mi hombro con una de sus varoniles manos. Su mirada cambia de normal a feliz.

-YO: De acuerdo, es en la calle…

-DAVID: Ya sé donde es Laura ¿No te acuerdas que te acerqué a casa cuando se te rompió el coche el año pasado? – me mira extrañado.

-YO: Dios, si, es verdad, perdona, que ando con la cabeza en otro sitio.

Sonríe al rozarme el brazo con cariño, y luego se despide con un gesto con la cabeza, antes de marcharse. No tengo muy claro lo que ocurrirá en la cena, pero lo que sí sé es que no quería quedarme en casa sola.

Me apresuro a coger de nuevo el móvil y contarle mi plan de cenar con mi jefe a Javier, deseando darle celos. Su contestación no puede ser más entusiasta, desando que me vaya genial, y me lo pase bien. Suspiro algo ofuscada, sabiendo que me he comportado como una adolescente, sin saber cómo lidiar con mis propios sentimientos.

Se acaba mi turno, por fin, y algo más serena me voy a casa a comer, una ensalada y poco más. Me cambio para estar cómoda y, tras limpiar la casa, más por mantenerme ocupada que por que lo necesite, me recuesto en el sofá, y me relajo hasta las siete de la tarde, momento en que me pongo en marcha.

Me voy al baño y sin percatarme de ello ya me estoy repasando las piernas con la maquinilla, soy consciente al acabar que eso solo lo hago cuando preveo sexo esa noche. La idea de acostarme con mi jefe, casado, algo que en principio no me interesa, hoy va cobrando fuerza de forma natural.

Me doy una ducha larga, tras secarme el pelo lo cepillo hasta conseguir la cascada de oro liquida que me gusta, y salgo desnuda a mi habitación. Me echo crema corporal y aceites para relucir, luego escojo lo más sexy de mi viejo armario. Un tanga negro de encaje y un sujetador a juego, vestido azul marino que me llega hasta las rodillas con cierto vuelo, y escote recatado. Me pongo unos zapatos oscuros y unos pendientes dorados junto con la pulsera y un reloj del mismo tono.

Faltan cinco minutos, me maquillo ligeramente y me perfumo para estar lo más apetecible que pueda, sin que parezca que voy dispuesta a lo que sea. En ese momento jugueteo con los anillos de casados en mi dedo anular, y tras sopesarlo, me los quito y los meto en el bolso.

Desconecto el móvil del cargador, donde lo había dejado, para ver un par de mensajes de Javier, deseándome suerte en mi cita, y comentándome lo nervioso que está él por hablar con Celia. Le respondo con un “Ok “ sin más. Si tenía alguna duda para anular la cena, me la acaban de disipar.

El teléfono vuelve a sonar, es un mensaje de David, está abajo ya, puntual como suele serlo en la oficina. Bajo ansiosa por volver a centrarme en lo que sea, y me encuentro a mi jefe en la entrada, apoyado en un precioso descapotable italiano, rojo fuego, y él con un traje de mismo país, pero sin corbata, de color negro y camisa blanca. Está para comérselo, su barriga incipiente no se nota tras esa fachada de opulencia. Viene a lucirse, y soy parte de ello.

-YO: Hola David, qué pedazo de coche traes… ¿Y tu familiar con el que vas al trabajo? –pregunto con sorna, no quiero parecer una incrédula impresionada.

-DAVID: En casa, me apetecía cambiar un poco hoy. – se acerca caminando hasta mí.

Supongo que cuando dice que le apetece cambiar hoy, también se refiere a su mujer, y que hoy le apetece más mi compañía. Por si dudaba aún de sus intenciones, la forma en que me toma de las caderas con ambas manos para atraerme hacia él, y darme los dos besos de saludo, me deja claro que quiere guerra esta noche, y si juega bien sus cartas, creo que se la voy a dar.

Me acompaña con la mano en la cintura hasta el coche, donde me abre la puerta, gustosa le regalo un poco de erotismo al entrar en el asiento del copiloto, con una sonrisa dulce. Se toma su tiempo para dar la vuelta al coche y dejar que todo ser viviente de la zona vea el espectacular deportivo y la bella mujer que hay dentro, antes de sentarse a mi lado y hacer rugir el motor por si algún alma todavía no se había percatado de su existencia.

Antes de poder ponerme el cinturón da tres fuertes acelerones que me dejan sin aire, y al frenar, debo apoyarme en la puerta y en su pierna para no ceder a la inercia. Sonreímos los dos, es un brabucón, pero me ha hecho gracia.

-YO: No hagas el tonto David, pórtate bien, que podemos tener un accidente. – digo tratando de mantener una postura madura.

-DAVID: Está bien, pero no prometo nada, estos coches son unas bestias, están pensados para darlo todo, y llevarlos con calma es casi un pecado, si sabes llevarlos, es un autentico placer, y yo sé hacerlo.

Su metáfora no me pasa inadvertida, aunque es la primera vez que me comparan con un coche. De todas formas, mientras me abrocho el cinturón, se permite poner su mano en mi rodilla con gesto de cariño. Mi primer instinto es cogérsela y ponérsela en el cambio de marchas, él no se da por aludido, y a cada parada, vuelve a poner su mano allí, me toca o la deja, para llamar mi atención y charlar de algunas cosas vanas por el trayecto. No es incómodo, pero me hace sentir rara.

Al llegar al restaurante, que es elegante y de nivel, revoluciona el motor antes de darle las llaves a un aparcacoches, que cree que le ha tocado la lotería por poder conducir esa maravilla de máquina. David se apresura a ponerse a mi lado y le tomo del brazo para acercarnos a la entrada. No se me escapa el billete que le da mi jefe al camarero que nos atiende, para que nos den mesa, no tenía ninguna reserva, solo era una excusa. De todas formas el local, con aire asiático futurista, con azulejos negros y mesas modernas, da un ambiente íntimo y semi profesional. Nos llevan a una de las mesas más esquinadas, y al sentarme, David se pone a mi lado, y no enfrente.

-DAVID: Me han hablado muy bien de este sitio, espero que vengas con hambre…

-YO: No soy mucho de pescado crudo la verdad, pero por probar. – leo la carta mientras él fanfarronea de su puesto de director del bufete. Me cuesta reconocer al hombre listo y sereno de la oficina, y solo veo a un pavo real sacando sus plumas a pasear.

Tras un intento fallido de hablar en japonés con el camarero, pedimos un poco de todo para probar, y una botella de buen vino, que me bebo casi entera yo, ya que él “tiene que conducir”. En la espera, la charla se vuelve un poco más amena, y hasta me río al repasar antiguas anécdotas de la oficina.

Ha pasado una hora cuando por fin terminamos de comer, la verdad es que estaba todo muy rico, pero tengo la sensación de que el mundo del sushi no es de mi agrado. Las bromas con mi acompañante, y la bebida, han mejorado mucho la cena. Al pedir el postre, nos traen una esfera de chocolate, que al echarle por encima leche caliente, descubre una bola de helado de vainilla. El efecto es precioso y la devoramos con gusto. De golpe, David me ofrece de su cuchara para que pruebe el cacao derretido, sonrío educada negándome, pero ante su insistencia lo hago, y veo su cara de satisfacción cuando chupo su cuchara.

-DAVID: ¿Ves como te gusta, a que está rico?

-YO: Claro, pero puedo servirme yo sola…

-DAVID: Yo no ¿Me ayudas? – pone la cara muy cerca de mí.

Es algo embarazoso verle así, pero cuando se acerca y apoya su mano en mi espalda, acortando el espacio entre nosotros, prefiero coger algo de vainilla y dársela para que se aparte. Ha sido una bobada, pero se aleja con cara de suficiencia al verme reír.

El resto del postre lo tomamos en silencio, intercalando cucharadas propias con algunas al otro. Se ha hecho un silencio tenso entre ambos, las miradas fijas y medias sonrisas se hacen evidentes. Luego se pasa el camarero, que nos pone la cuenta y un par de chupitos de regalo. David toma uno y me da el otro.

-DAVID: Vamos a brindar, por los buenos compañeros.

– YO: Por ellos. – me lleno de valor y le doy un trago al liquido verdoso del vaso, que baja como fuego por mi garganta. Ambos tosemos mientras él hace un gesto para que nos pongan más. –No, para, que me sienta muy mal.

– DAVID: Solo uno más Laura, no seas mojigata que quien conduce soy yo.

Pone cara firme y no le digo que no, así que cuando nos traen otra ronda, brindamos otra vez. Para luego pedirle al camarero que vuelva y traiga algo más sabroso, como el licor de castañas que me gusta.

Cuando nos levantamos de la mesa, ya me he bebido cuatro chupitos, y al ir al baño me noto algo mareada. Me mojo la nuca para templar un poco los ánimos y salgo a la calle, donde el calor, pese a ser casi media noche, es asfixiante.

El gesto del aparcacoches a David es de “Menudo afortunado”, aunque no sé si es por el coche o por verle agarrándome de la cintura sin reproches. La verdad es que no sé cuando puso su mano ahí, pero hasta que no llegamos al descapotable no la aparta, y lo hace bajándola de forma que me roza el trasero, como si fuera un descuido.

El acelerón al salir disparados por la calle me saca un grito de subida de adrenalina, me viene bien el aire fresco al recorrer la avenida principal que tomamos para volver a mi casa.

-DAVD: ¿A que no ha sido tan horrible cenar conmigo?

-YO: Pues no, me lo he pasado bien. –se lo agradezco apretándole del antebrazo.

Necesitaba una distracción y durante toda la noche no he pensado en Javier, así que me siento mejor. Ha sido raro sacarlo de mi cabeza unas cuantas horas, y lo necesitaba.

-DAVID: Claro que no, boba, que vaya cara tenias hoy en el trabajo. ¿Me vas a decir qué te pasa? – posa su mano en mi rodilla y la deja, acariciando con sus dedos la piel desnuda.

-YO: Nada, David, que una tiene una edad ya, y cuando las cosas no salen me agobio un poco.

-DAVID: Eres una gran mujer, Laura, trabajas genial y eres muy dulce con todos, te apreciamos mucho en la oficina, y yo sé cuanto vales, sin ti seriamos un desastre y tu nos mantienes a flote. No te vengas abajo por nada del mundo, te necesitamos.

Suena sincero, y es grato y reconfortante escuchar a alguien cosas positivas de ti, más allá de que eres bonita y poco más. Trato de no pensar en lo que me mantiene triste, Javier, el idiota de mi hijo, su novia, o la terrible soledad de mi vida sin mi marido. Es algo que David comprende y me deja tranquila, combinando su mano entre la palanca de cambios y mi pierna, donde hace círculos con sus dedos para serenarme.

Al llegar a mi casa encuentra un hueco donde aparcar, y le agradezco con la mirada que se quede allí conmigo un rato más, sin decir nada, solo esperando a que me encuentre mejor. Me siento muy frustrada y no puedo ni expresarlo, solo estoy ahí sentada, jugueteando con el bajo de mi falda, mirando al infinito.

-YO: Se hace tarde…pero quiero darte las gracias por esta velada. La necesitaba.

-DAVID: No es nada mujer, en el fondo has sido un encanto conmigo, y me lo he pasado bien.

-YO: Solo espero que esto no nos afecte a nivel laboral, no me gustaría que se divulgaran rumores por la oficina, no puedo lidiar con más cosas ahora mismo. – amago con salir del vehículo.

-DAVID: No te preocupes, soy una tumba, pero me da cosa que te vayas así, ven aquí y dame un abrazo.

No me da opción a negarme, me rodea de la cintura y me vence sobre él, que me da un cálido lugar en su pecho, y caigo rendida. Es extraño, de inmediato noto las diferencias con Javier y sus abrazos, pero esta noche me resulta igual de acogedor y cómodo lo que mi jefe me ofrece. Me hago una bola encogiendo los brazos y dejo que me apriete con delicadeza.

-DAVID: Anda, no seas tímida, siéntate en mi regazo.

De nuevo no me da opción, una de sus manos baja por mi piernas y tira de mí de tal forma que quedo sentada entre el volante y él, con las rodillas juntas y dobladas, y la cabeza apoyada en su pecho. Es casi acunarme, mientras siento una de sus manos recorrer mi espalda y la otra inerte en uno de mis muslos.

Trato de imaginar si me importaría que se girara para besarme, y aquello iniciaría una noche loca de sexo subiéndole a mi casa, pero él no toma iniciativa alguna, y yo me cuestiono qué hacer, con los nombres de Jimy y Emilio flotando por mi mente.

Pasado un buen rato, la postura es incómoda ya para ambos, y me acomodo entre sus piernas, notando su innegable erección. Me sonríe sin ocultarla y empiezo a sentir como su mano quieta, sube para acariciarme el muslo. Es mi cuerpo el que reacciona, no yo, y cogiéndole de la cara, le miro serenamente, le doy un largo y cariñoso beso en la mejilla, alejándome un poco.

-YO: Debo subir ya a casa… sola. – su cara entristecida más parece como si hubiera fallado un tiro con una bola de papel a la papelera.

-DAVIAD: Si, mejor ¿Quieres que te acompañe? – es casi tierno verle intentarlo.

-YO: No gracias, solo dame otro abrazo antes de que salga.

-DAVID: Lo que tú quieras.

Me rodea de nuevo por la cadera y deja que me cargue las pilas de energía positiva. No me costaría nada tener sexo con él, soy consciente, pero ahora mismo soy una mujer diciendo que no quiere más relaciones esporádicas sin sentido, aunque sean por despecho. Estoy tomando las riendas de mi vida, decidiendo que esta vez no seré el juguete de nadie.

Me apoyo en su hombro para alzarme y él me abre la puerta del coche de conductor, por donde estiro las piernas y salgo, no sin su inestimable ayuda cogiéndome de la cadera. Luego sale detrás de mí.

-YO: Muchas gracias por todo David. – nos damos dos besos castos y un último abrazo en el que siento que David se da por vencido.

-DAVID: Gracias a ti, y si encestas lo que sea, aquí me tienes.

Le acaricio la mejilla, notando el afeitado reciente, y entorno los ojos dulcemente. Luego me doy la vuelta y al cruzar la calle me despido con la mano, dirigiéndome a mi portal. Hasta que no abro y entro, David no se mete en el coche, asegurándose de que no me pasaba nada, ya que es casi la una de la mañana. De fondo oigo el rugido del motor mientras subo a mi casa. Espero que con una buena cabalgada a lomos de ese coche se le pase la frustración.

Al entrar en casa trasteo con las llaves pensando en por qué no habré dejado que subiera mi jefe, ha sido una buena cena, y estaba claro lo que él quería, y yo quería que pasara en ciertas fases de la noche. Hasta que no voy a mi cuarto y me quito los dolorosos tacones, no encuentro una explicación sensata. Todo iba bien, encaminado, pero ese abrazo, pese a reconfórtame, no era el que yo quería, o mejor dicho, no era de quien yo lo quería. Así que me desvisto y me desmaquillo, busco mis anillos en el bolso para ponérmelos, me visto con un camisón y me tumbo en la cama.

Hay una idea que se reitera en mi cabeza, es un martillo pilón constante, es algo abstracta y poco definida, y me cuesta encontrar las palabras para escribirla, pero si no lo hago siento que no podré conciliar el suelo. Al final lo consigo, y estoy segura de lo que quiero y lo que deseo, antes de caer dormida. “No quiero nada de nadie que no sea Javier, y si él no me lo va a dar porque está con Celia, o porque le dejé claro en su día que no podría haber nada entre nosotros por ser quiénes éramos, es algo con lo que tendré que vivir.”

Mis últimos pensamientos son que debo poner el despertador, mañana es sábado y he quedado con quien de verdad me interesa estar, y jugaré todas mis bazas. Al menos pienso divertirme todo lo que él me permita.

Continuará…

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Relato erótico: “El legado 7. Nuevos trucos para follar” (POR JANIS)

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Trucos nuevos para follar.
El recibimiento de las chicas está lleno de ansiedad y preocupación. No las he llamado ni siquiera, a pesar de que me han dado muchos toques al móvil. Pam y Maby me miran, con los ojos muy abiertos e implorantes, las manos apretadas.
―           ¿Qué pasa? ¿Nos ha tocado la lotería? – bromeo.
Se tiran a mi cuello. Maby llega antes y se cuelga de mí, Pam se aprieta contra mi costado, aferrándome de la cintura. Cierro la puerta con el talón. Menudo espectáculo para los vecinos…
Me piden toda clase de explicaciones, me hacen preguntas a toda velocidad, sin dejarme contestar; en una palabra, me agobian. Las callo de la mejor manera, a besos, y les cuento cuanto deben saber, ni un detalle más. Me reservo la forma en que murió Eric. Las chicas me miran, tratando de ver cuan afectado me siento, pero, la verdad, es que me siento de puta madre. Nada de remordimientos.
―           Pam, se acabó el problema, y para las otras chicas también. No pienso decirle nada a Belén, pero cuando se de cuenta de que no recibe llamadas, ni visitas de Eric, supongo que se dará cuenta de lo que sucedido – la tranquilizo aún más.
Ella asiente. Sabe que era la única opción, la más directa y lógica.
―           Espero que nunca se sepa nada – musita.
―           Contra eso no podemos hacer nada. Así que, a partir de ahora, nos olvidaremos del asunto y viviremos felices, ¿de acuerdo?
―           Si, Sergi – repiten a coro, sonriendo.
Con una carcajada, atrapo a una chica bajo cada brazo y, cargándolas como sacos, las llevo al dormitorio. Ellas ríen y patalean.
―           ¿Qué vas a hacer, tonto? – chilla mi hermana, con voz demasiado aguda.
―           Tengo que soltar toda la adrenalina acumulada. Os voy a estar follando tres horas seguidas…
Ellas gritan en falsete, adorables. No quiero aburriros con detalles reiterativos, pero apuntaré ciertos datos que os permitirán comparar mi rápido aprendizaje en las técnicas amatorias, en tan escaso tiempo. Según Rasputín, es como montar en bicicleta, una vez que aprendes, nunca se olvida. Mejoras con la práctica, simplemente. El viejo conoce cuanto haya que saber, y lo ha practicado hasta la saciedad. Inconscientemente, yo conozco todo lo que él recuerda. Es como tener una memoria táctil.
El hecho es que, para ellas, llega un momento en que sus cuerpos se vuelven tan sensibles, sus sexos tan irritados, que un solo pellizco en los pezones o sobre sus montes de Venus, desata pequeños orgasmos.
Finalmente, tras dormitar una hora, vencidos por la fatiga, decido empezar con su entrenamiento de sodomía. Saco del cajón de la cómoda los dos cinturones, con los pequeños consoladores ya insertados. Las dos me miran de reojo, algo nerviosas, pero sin ánimos de moverse lo más mínimo, tiradas de bruces. Observan como unto los dildos con crema lubricante, y, a continuación, me acerco a ellas.
Masajeo sus nalgas, alternando de una a otra chica. Estrujo los firmes glúteos de Pam, los azoto suavemente, e, incluso, los muerdo. Pam gime y agita un poco las caderas. Me inclino sobre su esfínter, abro bien las nalgas con las manos, y paso mi lengua sobre el oscuro botoncito. Intento meter la punta de la lengua. Pam se relaja, abriéndose un poco. La cabeza de Maby choca contra la mía. Quiere ver de más de cerca.
―           Sigue lamiendo tú. Ensánchala con los dedos. Usa bastante crema – le digo a la morenita. Ella asiente, sonriendo malévolamente.
Me traslado a su trasera. Si el culito de Pam es divino, apretado y perfecto, el de Maby parece esculpido. Es más pequeño y menos generoso, pero también es ideal para lucir un ceñido vestido o unos apretados pantalones. Le meto directamente la lengua, salivándolo completamente. Al minuto, ya está meneando sus caderas suavemente. Su esfínter palpita, aceptando cada vez más mi lengua.
Con el uso, esos apretados esfínteres se volverán tan tiernos como coñitos, ya verás.
Es todo un vicioso, el viejo, y a mí me encanta que lo sea.
Cuando alarga la mano para tomar el bote de crema, me doy cuenta que Maby está metiendo su segundo dedo en el ano de Pam, la cual suspira ya como una burra contra la sábana de la cama. Decido acabar con ella primero. Atrapo uno de los cinturones.
―           Si, papi… prueba esa cosa con esta putilla – jadea Maby, con los ojos muy brillantes.
El vibrador, de color celeste, apenas tiene 10 centímetros de largo y un par de ancho. Pam se queja bajito cuando entra en su recto. Apenas lo ha sentido, bien dilatada por su amiga. Paso las cinchas del cinturón por su entrepierna y las pego con las tiras de velcro. El arnés queda firme y sujeto. Ese consolador no se saldrá del culo.
La dejo que se acomode a él y continúo con Maby. Pringo mis dedos con crema y los voy metiendo en su agujerito. Sin duda, es más estrecha que mi hermana. Solo puedo meterle el índice tras haberla humedecido.
―           Relájate, Maby. No aprietes el culito – le digo.
―           ¡No me sale! Lo hago por instinto – se disculpa.
―           Déjame a mí – me empuja Pam. – Mis dedos son más finos que los tuyos, bestia.
Muy cierto. Me tumbo en la cama, mirando como se atarean esos dedos largos y blancos, llenos de lubricante. Entran y salen, cada vez más profundo, cada vez más rápido. Maby ya está jadeando de nuevo. Es el momento de meterle el vibrador. Me cuesta algo más de trabajo que con Pam, pero, finalmente, está insertado hasta el fondo, entre húmedos quejidos, y el velcro asegurado.
Se bajan de la cama con cuidado y dan algunos pasos, probando como se adaptan, en su interior, los flexibles vibradores.
―           Tenéis que llevar los cinturones toda la noche. Si necesitáis ir al baño, os los quitáis, pero después tendréis que ponéroslos otra vez. Sin duda, os tendréis que ayudar la una a la otra, pero es imprescindible que los llevéis todo ese tiempo. Los mandos de control de esos chismes, los tengo yo. No avisaré para ponerlos en marcha. Será una sorpresa – sonrió con ferocidad.
Ninguna de ellas protesta, aceptando el juego. Se ponen una bata sobre sus desnudos cuerpos, y yo me calzo mi sempiterno pantalón holgado de lino y una camiseta; la indumentaria de ir por casa.
Son las siete pasadas. Ha pasado la hora de merendar, pero tengo hambre. Decido preparar una cena merienda. Abro la nevera y empiezo a sacar ideas. Las chicas se sientan en el sofá, con las manos unidas, viendo un programa de cotilleo en la tele. De vez en cuando, remueven sus culitos o llevan una mano a sus nalgas. No sé lo que deben sentir, pero me excita pensarlo.
Preparo unos cogollos y unas tiras de rábano picante. Frío unos ajitos y unas almendras para mezclar con un caldo de carne, que, tras calentar, vierto sobre los cogollos. Las chicas giran hacia mí sus ojos al llegarles los divinos aromas.
Se levantan del sofá y se acercan. Maby me pregunta donde he aprendido a cocinar. Me encojo de hombros.
―           No tengo amigos. Madre me ha enseñado muchas cosas, sobre todo recetas caseras. Me gusta experimentar. Me he pasado muchas horas de recreo mirando por Internet, nuevas recetas.
Pongo a las chicas a cortar taquitos de salmón y palometa, para colocarlos en lonchas de jamón dulce, que después enrollan y encolan con un poco de mermelada de arándanos. Una verdadera y simple delicatessen. Mientras, pelo un gran boniato y lo corto en tiras, como patatas para freír. Las echo en la misma sartén dónde antes he hecho los ajos y las almendras y a la que he añadido un poco más de aceite. Frío el boniato con el aceite no muy caliente, para que se haga bien por dentro, y, finalmente, saco las tiras sobre un papel secante de cocina, para que escurran.
―           Nunca he probado eso – dice Maby.
―           Pues ya es hora. Venga, poned la mesa, que vamos a cenar ya.
No ponen reparos. Cenamos mientras vemos uno de esos concursos tan de moda. La mezcla de sabores enamora a Maby. Pam, quien ya ha probado esas exquisiteces, le habla sobre la repostería de Madre. Me ofrezco a recoger y fregar. Ellas protestan, pero las convenzo de seguir viendo la tele. Antes de meter mis manos en el agua, saco los controles, los gradúo a la velocidad más lenta, y los activo, mirando a las chicas.
Dan un respingo y me miran. Yo sonrío y me pongo a fregar los platos. Cuando acabo, voy a sentarme, como siempre, entre ellas. Tienen las mejillas enrojecidas y los ojos les chispean. Apoyan sus cabecitas en mis hombros. Pam susurra: “Guarro”.
Tras una hora de ver sandeces en la tele y de mirar a mis chicas de reojo, decido aumentar el ritmo de los vibradores. Saco los controles ante sus ojos y las miro ante de seleccionar una nueva velocidad. Pam suspira y cierra los ojos, como agradecida. Maby no dice ni hace nada, pero, a los pocos minutos, comienza a rebullir sobre el sofá.
Parece tener una guindilla en el culo. No se está quieta. Mueve las caderas, cambia las piernas de posición, aferra mi brazo, frota su mejilla en mi hombro.
Pam está mucho más tranquila. Solo se estremece de vez en cuando e hinca las uñas en mi brazo. Su respiración es profunda, casi ronca.
―           ¿Un poco más rápido, niñas? – pregunto.
―           Si… si, por favor – musita Maby, con una voz que apenas le sale del cuerpo.
Pam no dice nada, solo cierra los ojos y entreabre la boca. Activo la tercera y última velocidad. Los efectos no se hacen esperar. A los pocos minutos, Maby se pone de rodillas en el sofá, poniendo su trasero en alto y apoyando su cabecita en mi pecho. Hace rotar sus nalgas en diferentes direcciones. Su bata se abre, mostrando su pecho desnudo. La escucho jadear, pero no puedo verle la cara. La beso delicadamente en la nuca, mientras llevo mi mano entre sus piernas. Es una fuente, destilando jugos por sus muslos. El cinturón deja su sexo libre gracias a una abertura de sus cierres.
―           ¿Cómo estas, Maby? – le pregunto.
―           Si me… si me tocas el coño… exploto – gime.
―           Entonces, no te lo tocaré.
―           Sergi… – suplica.
―           No – soy categórico. – Debes aguantar hasta que te lo diga.
―           Si, amor – acepta y noto que me besa en el pecho, encima de la camiseta.
Giro la vista hacia mi hermana. Continúa cerrando los ojos a momentos y ahora me aprieta el brazo con más fuerza. Su cuerpo sufre pequeños estertores.
―           ¿Y tú, hermanita?
―           Me he… corrido ya… tres veces – murmura, sin abrir los ojos.
¡Qué cabrona! ¡Sin tocarse!
Pamela debe de tener un trasero muy sensible. No es nada frecuente que una novata como ella, goce tanto de su culito.
“¡Ya ves! Los Tamión somos así.”
―           ¿Te vas a correr de nuevo? – le pregunto.
―           Pronto…
―           Ponte como Maby. Voy a hacer que os corráis a la vez.
Pam se arrodilla y alza el trasero. Llevo mis manos bajo sus batas, acariciando la parte interna de sus muslos.
―           ¿Preparadas?
Asienten, contoneando sus caderas. Les meto un dedo en el coñito. Maby suelta un pequeño gemido. Las rodillas de Pam tiemblan.
―           Podéis correros, guarras – les susurro, al mismo tiempo que les meto otro dedo a cada una.
Maby apoya sus manos en mi hombro para alzar la cabeza. Su trasero está enloquecido, agitándose espasmódicamente. Mantiene sus labios cerca de mi oreja y escucho el murmullo que sube de su garganta, mientras su coño vierte un largo chorro de lefa, cálida y aromática, sobre mi mano.
―           Gracias… me corrooo… gracias… Sergiiii… gracias, amor…
Pam es mucho más comedida en su orgasmo – el cuarto, hay que decir –, pero deja caer su mejilla sobre mi regazo, levantando el culo lo más posible, buscando tragarse mis dedos con su coño. No pronuncia palabra alguna, pero mordisquea mi polla sobre la tela del pantalón. Sus pies se tensan y algunos gases se escapan de su ajetreado culito, sin apenas más ruido que una rueda pinchada. Desconecto los controles.
De repente, Pam se levanta, con urgencia, el rostro enrojecido.
―           Tengo que cagar – murmura, y escapa, a toda prisa, hacia el baño.
Maby se ríe y mordisquea mi oreja.
―           Eres un cabronazo. Estas guarrerías no las había hecho nunca.
―           ¿Y?
―           ¡Me encantan, coño! Uuff… ¡Pam! Déjame entrar, que yo también me voy patas abajo – y se levanta, llevando una mano a sus nalgas.
Escucho sus risitas ahogadas que llegan desde el cuarto de baño, y me concentro en la tele. Esta noche, sobre las cuatro de la mañana, despierto y activo los consoladores de nuevo. Me doy la vuelta y sigo durmiendo.
Ha amanecido. Mis ojos se abren, casi por reflejo. Me siento genial, pleno de energías. Me digo que hoy es el día en que mi vida va a cambiar. Al menos, esa es la sensación que tengo. No sé que puede ocurrir, pero algo pasará. Sea lo que sea, puede esperar a que vuelva de correr.
Miro a mis chicas. Pam está de bruces y ha babeado toda la almohada. Aún mueve levemente sus nalgas, como meciéndose. No sé cuantas veces ha podido correrse mientras dormía. Maby tiene sus dos manos atrapadas entre las piernas, durmiendo de costado. Hay un gran charco debajo de ella y huele a orina. Las dos lucen una sonrisa feliz. Apago los controles. Suficiente por hoy. Esta noche seguiremos con el entrenamiento.
Mi polla llama mi atención sobre ella. Anoche dejé que las chicas disfrutaran con el entrenamiento, pero yo no me di ningún honor, parece reclamarme.
Yo de ti, le haría caso. Es muy importante tener un miembro feliz.
La risa del viejo es algo siniestra para ser tan temprano.
Empiezo a acostumbrarme a correr. Puedo adoptar un paso medio, aún algo pesado, pero que me permite recorrer una buena distancia, manteniendo una respiración controlada. De esta tarde no pasa comprarme algo de ropa deportiva. ¡Coño, parezco un ilegal corriendo de la Guardia Civil!
Me encuentro con una sorpresa en el cercano parque. Hay una clase de aerobic al aire libre. Todas mujeres, amas de casa, entre treinta y cincuenta años. Me detengo a mirarlas, sin dejar de moverme. La monitora, una chica menuda, de unos veintitantos años, me hace señas para que me una a ellas. Las señoras abren un hueco para mí. No es cuestión de decepcionarlas.
El aerobic es divertido. La monitora es buena. Tiene la música muy trillada y sabe como hacer que todos los ejercicios coincidan con los diferentes ritmos, para que sea más ameno. Su pequeño cuerpo es flexible y, por lo poco que puedo ver, musculoso. Seguramente, hace algo más que aerobic para mantener esa forma.
Me doy cuenta que muchas de las señoras que están cerca de mí, me sonríen, cuchichean entre ellas, cuando pueden, y, sobre todo, me devoran con los ojos. Devuelvo las sonrisas y sigo a lo mío, que cuesta mantener el ritmo.
Tras casi una hora, la monitora comienza a aplaudirnos y le devolvemos el gesto. La clase ha terminado. Estoy empapado en sudor. Me acerco a ella, que está guardando el pequeño equipo de música.
―           Te felicito. Nunca había hecho aerobic y me ha encantado – le digo. – Soy Sergio.
Ella me sonríe. De cerca, es más rubia que castaña, con una graciosa y corta trenza atrás.
―           Pepi, mucho gusto. Pues, apúntate al gimnasio Stetonic. Está muy cerca de aquí. Celebramos varias clases al aire libre como publicidad y gancho.
―           Buena idea. Me pasaré en cuanto tenga tiempo.
―           Toma una tarjeta – me ofrece, sacándola de una monada de mini cartera deportiva. – Pásate cuando quieras y pregunta por mí. Te enseñaré las instalaciones y te explicaré las opciones, modalidades y tarifas.
―           Así lo haré – digo, despidiéndome.
Las amas de casa gimnastas se han repartido como el agua de mayo, cada una para su hogar o sus obligaciones. Delante de mí, una de ellas parece llevar el mismo camino que yo. Por lo que puedo ver, desde atrás, parece en forma y no puedo deducir su edad. Tiene un culo prieto y mediano, que su pantalón anaranjado pone en evidencia. Medirá un metro sesenta y cinco, y tiene una buena figura. Me pongo a su nivel, ella sobre la acera, yo en la calzada. Sigo siendo más alto.
―           Una buena clase, ¿verdad? – le digo, como saludo.
―           ¿Disculpe? Oh, si, por supuesto – contesta, al reconocerme como el chico invitado. – Pepi es muy buena y divertida.
―           Así que todas ustedes pertenecen al gimnasio Tetoni…
Se lleva una mano a la boca para contener la carcajada.
―           Stetonic, por Dios, jajajjaa…
―           Coño, que torpe – me regaño yo mismo, con una sonrisa.
Tiene el pelo castaño claro, con mechas más rubias, pero no sé si lo tiene largo o es una melenita, porque lleva la cabeza cubierta con una especie de pañuelo turbante, con un gran nudo en el lado derecho, que deja caer las largas puntas sobre su hombro. No tengo ni idea de que función puede tener una cosa así para hacer deporte, pero parece ser que es así. Sus ojos me examinan de arriba abajo. Su sonrisa se amplia. Esos ojos son casi del mismo color que su pelo, marrones y claritos. Yo no le calculo más de treinta y cinco años, y, aunque no es una belleza, tiene algo que atrae en ella, en su rostro. Tardo algunos minutos en ver qué es.
―           ¿Y os reunís muchas veces así, en el parque?
―           ¡No, que va! Una vez cada dos meses o así. Animamos a los vecinos a que pasen por el gimnasio y nosotras nos exhibimos un poco. Para airearnos – agita la mano, de bellas uñas pintadas de bermellón, como un abanico ante su cara.
Tiene un buen sentido del humor.
―           Pues ha sido una sorpresa muy agradable para mí. Estaba un poco aburrido de salir solo a correr, cada mañana. Por cierto, soy Sergio.
―           Encantada, Sergio. Yo me llamo Almudena, pero todo el mundo me llama Dena – responde, y me ofrece una de sus bellas manos.
Retén su mano y mírala a los ojos. Clava tu mirada, como si fuera una flecha, con intensidad.
A ver, que alguien me explique como cojones se hace eso. “Como una flecha.” ¡No te jode! De todas formas, lo intento. Mi cuerpo debe de tener más conocimientos que yo, o quizás ciertos recuerdos del viejo. El hecho es que cuando aprieto aquella mano, nuestros ojos coinciden y ella parece quedarse prendida de mis celestes y pálidas pupilas.
―           Vaya, Sergio, tienes unos ojos imponentes.
―           ¿Si?
―           Si, algo tristes, diría yo, pero muy bonitos – no me suelta la mano. – No te había visto antes por el barrio.
Nos hemos quedado parados, desconectados del ruido de la calle, con las manos apretadas aún.
Tienes que aprovechar este momento de indefensión. El clavar la mirada te permite bajar las defensas adquiridas de una persona. Durante algunos segundos, volverá a ser la persona ingenua e inocente que era cuando niño, cuando confiaba en todos los adultos, y aceptará casi cualquier cosa que le propongas. Pero debes actuar rápidamente.
No estoy preparado para eso. El viejo me ha tomado por sorpresa. Así que me dejo llevar por las palabras de Almudena.
―           Es que he venido a visitar a mi hermana. Soy de Salamanca.
―           Ah, bonita ciudad. Mi marido estudió allí.
Cruzamos por un paso de peatones. Seguimos caminando por una de las amplias aceras. Ahora, con más perspectiva – le saco más de treinta centímetros –, puedo observar que solo lleva un suave brillo en los labios y ningún otro maquillaje. Sus dientes, cuando sonríe, están algo inclinados hacia el interior de la boca. Esta mujer nunca ha tenido corrector, pero se ven fuertes, sanos y blancos. Todo natural, me digo.
―           Así que está usted casada – no sé por donde seguir; no tengo mucha experiencia en esto.
“Ayúdame, viejo.”
―           Ya no. Me separé a principios de año – me cometa ella, sin ninguna pena en su tono.
―           Lo siento.
―           Yo no – sonríe. – Estaba harta de cuernos.
―           ¡No me diga! Me resulta increíble que a una criatura como vos puedan someterla a semejante escarnio, ¿acaso su esposo no tenía ojos?
Almudena alza la cabeza con viveza, enarcando una delgada ceja. Me he limitado a repetir lo que me sopla Rasputín.
―           ¿Es que eres poeta?
―           Es una cualidad espontánea que me embarga solo ante los ojos de las criaturas más bellas de la creación.
―           ¡Oh, que bonito! Pero, por favor, tutéame. No soy tan vieja. A propósito, ¿cuántos años tienes tú?
―           Diecisiete – musito, apartando la mirada. Otro consejo del viejo.
―           ¿Por qué te avergüenzas? Es una edad magnífica – dice, acercándose a mí y buscando mis ojos.
―           ¿Si? – comprendo lo que está intentando hacer Rasputín.
―           Si, no eres un niño. No lo pareces, bien lo sabe Dios. ¿Cuánto mides?
―           Uno noventa y ocho.
―           ¡Dios santo! Debo parecer una enanita a tu lado.
―           Nada de eso, Dena. Tienes un cuerpo realmente proporcionado.
―           Gracias, lo mío me cuesta – se ríe, colocando una mano sobre mi brazo. – Me acostumbré a ejercitarme después de tener a mi hija…
―           ¿Hija? ¿Tienes una hija? ¡No puede ser! – exclamo, deteniéndome bruscamente.
―           ¿Por qué? ¿Qué pasa?
―           ¡Si no puedes tener más de veinticinco años!
―           Aah, que adulador – se cuelga de mi brazo, con total confianza, mientras seguimos caminando. – No, jovencito, voy a cumplir treinta y tres años. Mi hija, Carola, tiene ya catorce.
―           Entonces… — hago la pantomima de contar con los dedos.
―           Exactamente. Quedé embarazada con dieciocho años. Por eso te decía que era una buena edad la tuya. La suficiente para tomar decisiones importantes. Yo me casé y tuve una hija. Solo me arrepiento de lo primero – me guiña el ojo.
Me río con fuerza. Llegamos ante el edificio donde se ubica el piso de las chicas.
―           De verdad, Dena, ha sido un placer conocerte, pero, desgraciadamente, me quedo aquí, en el ático – señalo.
―           ¿Qué dices? ¡Vaya coincidencia! – coloca sus brazos en jarra, las manos sobre sus potentes caderas. – Yo vivo en el tercero B.
―           ¡Coño! – si que es toda una coincidencia.
―           ¿Tu hermana es una de las modelos?
―           Si, Pamela, la pelirroja.
―           ¡Joder! Os parecéis poco…
―           Ya, siempre decimos que ella fue cambiada en el nido – bromeo. – Es la única de la familia que ha salido a un tío abuelo con sangre irlandesa.
―           No es que las conozca mucho, apenas coincidimos, pero toda la comunidad se saluda, ya sabes. Oye, ya que estamos…
―           ¿Si?
―           Carmelo, el conserje ha dicho algo sobre una pelea…
―           Vaya. Los chismes viajan rápidos.
―           Mucho, mucho – agita ella la mano con gracia. – Sube a ducharte y te invito a desayunar en mi casa. Así me amplias ese rumor, ¿te parece?
―           Como negar nada a un ser tan efímero y destellante como vos…
―           Ay, que cosas dices… — y entramos en el ascensor.
¿Qué puedo contar de esta experiencia? Solo una palabra: increíble.
Sé que, de alguna manera, estoy influyendo en el comportamiento de Dena, colándome entre sus vericuetos emocionales, desmontando sus inseguridades, sus prejuicios morales, pero no tengo ni idea de cómo lo hago. Es tan fácil, tan imperceptible, tan sutil, que ningún testigo podría advertirlo. Para la mujer, cuanto dice, cuanto escucha, cuanto piensa u ofrece, tiene una lógica aplastante, el justo final de un razonamiento correcto y equilibrado. No siente dudas sobre comportamiento, ni temor del mío.
Todo es sugestión, imposición de voluntades. Aprendí que disponía de ese don siendo un niño, y lo fui desarrollando más con cada etapa de mi vida, hasta convertirlo en un afilado y práctico instrumento de control. Ahora, tú dispones de ese don. Tu cuerpo ha aprendido a usarlo, aunque aún debes ser consciente de qué es lo que puedes realizar: imponer profundas sugerencias en todo tipo de personas, para hechizarlas completamente, para hacerlas vivir goces sin precedentes, para incrementar delirios o sensaciones… Todo depende de la inflexión de tu voz, de la autoridad que emana de todo tu ser, y, por supuesto, de tu mirada. No te preocupes, ya aprenderás.
Por el momento, no es algo que deba, ni quiera contar a las chicas. Debo experimentar mucho más y ver donde me conduce. Siguen durmiendo, pero ahora abrazadas. Se han sacado los vibradores, que están tirados en el suelo.
Bufff. Habrá que lavarlos. Apestan.
Me ducho y me visto, algo muy informal. Un vaquero y un polo de manga larga. Vaya. Me cae mejor que hace un par de semanas. He perdido barriga. Perfecto.
Bajo y llamo al timbre del tercero B. Dena me abre la puerta, vistiendo un largo albornoz rosa. Ahora lleva el pelo suelto y, entonces, caigo para que sirve ese turbante que llevaba. Así, el sudor de su cuello no impregnara su limpio cabello, no teniendo que lavarlo cada día. Las cosas que aprende uno en la ciudad. Dena tiene un pelo bonito, cortado en un redondo casquete y algo rizado en las puntas.
―           Pasa, pasa. Has sido rápido. No me ha dado tiempo de vestirme – me dice, apartándose de la puerta.
―           Hazlo. Yo haré el desayuno.
―           Oh, no, ni pensarlo…
―           Sin problemas. Cocino desde los ocho años. ¿Qué prefieres? ¿Tostadas, huevos, tortitas?
―           Ay, que cielo de chico. Tostadas con aceite y algo de fruta. El café ya está hecho.
―           ¡Marchando!
El piso es una cucada. Casi minimalista. Pocos muebles, pero todos de diseño y funcionales. Cuadros postmodernos en las paredes y algunos pósteres con mensaje. La cocina, de primera. Casi no sé usar tantos aparatos.
―           Parece que te va bien, ¿eh? – exclamo mientras tuesto el pan.
―           No me quejo – contesta desde el dormitorio.
―           ¿A qué te dedicas?
―           Trabajo desde casa. Diseño webs, algo de diseño publicitario, testeo productos… en fin, un poco de todo. No es que me haga rica, pero entre eso, y lo que me pasa mi ex, tengo de sobra para vivir.
―           Ya lo veo.
―           Jajjajaaja… No, todo lo que hay en la casa se lo saqué al pijo de mi marido. A veces, me dan ganas de venderlo todo – dice, saliendo del dormitorio.
Lleva puesto un jersey celeste de hilo, pegado al cuerpo y sin nada debajo, salvo el sujetador, y una falda vaquera, lavada a la piedra y descolorida, que le llega dos dedos por encima de la rodilla. Sobre sus pies, unas simpáticas pantuflas, de conejitos rosas. Al acercarse, huelo una esencia a coco. Descubre que he cortado varias frutas en dos pequeños tazones de cristal. He encontrado un bote de nata en el frigorífico y un pequeño bote de miel en un armarito. Cuatro tostadas de pan blanco aguardan sobre un plato, junto a una aceitera y un salero.
―           ¡Que lujo! – exclama con una risita.
―           ¿Cómo tomas el café?
―           Solo, por favor – se sienta a la mesa.
Comemos en silencio. Me observa con disimulo mientras mordisquea su segunda tostada.
―           ¿Fuiste tú el de la pelea? – pregunta de repente.
―           Si. Me vi obligado a intervenir.
―           Carmelo comentó algo sobre una chica maltratada por su novio.
―           Así es. No vine solo a visitar a mi hermana, más bien a protegerla. Apareció en Salamanca, llorando y con marcas en el cuerpo. Al parecer su novio tiene la mano muy larga, y menos educación que un huno hambriento.
―           Pppffff… perdón – le ha entrado risa por mi comentario.
―           No me había dado tiempo a instalarme cuando el sujeto, molesto porque mi hermana se fue al pueblo sin su permiso, entró en el piso, pegando ostias. No soy violento, tengo cuerpo pero no tengo experiencia, pero fue superior a mi paciencia. Le pateé un rato hasta que llegó Carmelo y me lo quitó de las manos.
―           Hiciste lo que cualquier hermano haría. Esos tipos tenían que ir directamente a la cárcel.
“Ha ido directamente a un pozo.”
―           Veremos ahora lo que pasa. Puede que me denuncie por agredirle.
―           Mal bicho – escupe ella. – Dime, Sergio, ¿estudias?
―           Ahora, no. Acabé la ESO y ayudo a mi padre. Tenemos una granja ecológica.
―           Waoh, ¡Qué bien! ¿Y no te has planteado estudiar? No sé, ¿algún oficio?
―           Aún no sé lo que quiero. Me gustaría quedarme en Madrid una temporada y ver opciones.
―           ¿No dejarás una novia atrás?
―           No. Le doy miedo a las mujeres.
―           ¿Miedo? ¡Que tontería! ¿Por qué?
―           No lo sé. Me ven así, grande, bruto, callado…
La verdad es que me encanta jugar con ella. Me desplazo de un extremo a otro, alternando posibles facetas de personalidad, y ella parece aceptarlas todas, sin rechistar. Hago de chico seguro y la noto babear; me convierto en el tímido y alienado, y desea protegerme. Seguro que si me portara como un hijo de puta…
Su mano se posa sobre la mía. Me mira largo tiempo a los ojos. Aparto la mirada, aparentando turbación. Ella sonríe, sin saber que mi polla está despertando, ansiosa. Me levanto de la mesa, recogiendo platos.
―           Quita, quita. Deja eso, tontín – me empuja con la cadera, quitándome las cosas de las manos.
Me doy una vuelta por el comedor y miro las fotos de los portarretratos. Una jovencita muy mona aparece en la mayoría.
―           ¿Tu hija? – pregunto.
―           Si. Patricia.
La foto que parece más reciente, muestra una niña de pelo pajizo, con una gran trenza, y ojos color de mar. Tiene una sonrisa muy franca y alegre, en la que brilla el metal del corrector. Parece una chiquilla alta para su edad.
―           Es muy guapa. Pronto tendrás yerno en casa – bromeo.
―           Bufff. No me hables de eso. No quiero ni pensarlo – contesta, mientras guarda la nata en el frigorífico.
―           Pues deberías, porque el chico se hará un lío.
―           ¿Por? – no sabe a qué me refiero.
―           Porque no sabrá a quien declararse, si a su novia o a su suegra.
―           Tontooo – se ruboriza y agita una mano.
―           Que si, mujer. Eres una de esas madres con las que todos los chicos soñamos. ¡Poder tener una aventura con la madre de tu chica!
―           ¡Que guarros sois los chicos! ¡Que cosas pensáis!
―           Dices que Patricia tiene catorce años, ¿verdad? – bajo el tono mientras me acerco a ella.
―           Si.
―           Calculo que en tres años más, tendrá serios pretendientes si desarrolla tu belleza. Tú tendrías entonces…
―           Treinta y seis…
―           Al igual que yo, sabes que los adolescentes nos sentimos atraídos por las mujeres cuarentonas, y tú ni siquiera habrás llegado a esa edad – estoy tan cerca de ella, que capto su aliento. Ella tiene clavados sus ojos en mí, la cabeza hacia atrás. La arteria de su cuello palpita con fuerza.
Eso es. La has atrapado, como la araña a la mosca.
―           Dime, Dena, ¿te tirarías el novio de tu hijo si te gustara?
Jadea, apoyando las manos sobre mi amplio pecho.
―           Si fuera como yo – repito suavemente.
―           Ssi – contesta muy bajito.
―           ¿Y si llegaran a casarse? ¿Te convertirías en su amante?
―           Si.
―           Entonces, tendré que tirarle los tejos a tu hija, Dena – digo mientras me inclino sobre ella y rozo sus labios con los míos.
―           Cerdo… — susurra, antes de besarme.
Le doy un buen morreo, metiéndole la lengua hasta la faringe, pero mis manos no se mueven de sus mejillas. Las suyas, en cambio, arañan mi pecho sobre la camiseta, recorren mi vientre, pero se detienen antes de llegar al pantalón. Cuando me aparto de ella, sigue con los ojos cerrados y jadea.
―           No debemos precipitarnos – digo, como si hubiera recobrado la razón. – Es mejor que vuelva al piso de mi hermana.
―           Si… si – se apoya en el fregadero, pasando una mano por su cabello.
Abro la puerta. Ella me llama. Me detengo y la miro.
―           Ven a desayunar mañana – musita, con fuego en los ojos.
Preparo el desayuno de las chicas. No las despierto, pero lo hacen ellas solas cuando huelen a tortitas y café. Me abrazan, mimosas, mientras le doy la vuelta a la última de las tortitas.
―           No puedes hacernos estos desayunos a diario, Sergi. Nos engordaras como vacas – se queja Pam.
―           Os querré igual.
―           Pero tenemos que currar – ríe Maby, devorando una tortita.
―           ¿No comes, Sergi? – se preocupa Pam.
―           Ya lo he hecho. Me levanté al amanecer. Tomaré un café. ¿Cómo os encontráis esta mañana, chicas?
―           Un poco cansada. Siento escozor en el culo – responde la morenita.
―           Si, y como un poco embotado – puntualiza Pam.
―           Pero fue una pasada. ¿Tenemos que llevarlo hoy también? – Maby engulle con ganas, esta mañana.
―           Esta noche y mañana noche, también.
Las dos asienten, dispuestas a llegar al final. Sorbo mi café y miró por la ventana, inmerso en mis cosas.
―           ¿Qué te pasa, Sergi? ¿Es por lo de Eric?
Niego con la cabeza y apuro el café. Las miro alternativamente. Están igualmente bellas, recién levantadas y sin maquillaje.
―           No quiero regresar a la granja. Quiero quedarme aquí, con vosotras – suelto de sopetón.
Las chicas me miran y se miran ellas. Pam se muerde el labio inferior. Sé lo que me va a decir.
―           Y a nosotras nos encantaría, de verdad, pero sabes que es imposible, al menos por ahora. Eres indispensable para papá.
―           No quiero ser toda mi vida un granjero – doy un palmetazo sobre la mesa que suena como un disparo.
Maby se sobresalta y, enseguida, se echa en mis brazos y se sube en mis rodillas, besándome, calmándome.
―           Necesito encontrar un trabajo aquí, en Madrid – insisto.
―           Cariño – me coge Maby por la barbilla. – Conozco gente; gente con negocios, con necesidad de gente que sepa hacer cosas como tú. Puedo hablar con algunos, a ver qué pasa.
―           Gracias, Maby, te lo agradezco. Cualquier cosa me vendrá bien. No tengo estudios superiores, pero no soy tonto. Puedo realizar cualquier tarea que un obrero haga…
“Y otras que no haría nadie.”
―           Lo sabemos, Sergi – me abraza Pam por detrás. – Eres un mago con las herramientas, pero debes tener paciencia. Hay que hacer las cosas bien.
―           Lo sé, lo sé – me miman con sus labios y dejo de pensar en el asunto.
―           ¿Sabes lo que vamos a hacer esta tarde? – Maby me coge de las sienes, de repente, mirándome a los ojos.
―           No.
―           ¿Recuerdas que dijimos que había que quitarle esos cuatro pelos del cuerpo? – esta vez mira a mi hermana.
―           ¿Estás hablando de ir al Kappilar?
―           ¡Si! ¡Los tres! Un retoque completo para la Navidad, ¿hace?
Pam asiente, sonriente. Yo no tengo ni idea de donde me estoy metiendo, pero les digo que también tengo que comprar alguna ropa deportiva.
―           ¡Belleza y compras! ¡Genial! – exclaman a dúo.
No sé si algunos de ustedes han estado en uno de sus complejos de belleza tan modernos, en los que una mujer entra por la puerta, netamente desmejorada, y sale brutalmente cambiada. Desde el cabello hasta las uñas de los pies, literalmente.
El Kappilar parece enorme, con todos esos espejos, columnas y salones anexos. Todo el personal lleva unos cortos batines negros, con el nombre del local bordado en la espalda, sobre unas mallas moradas que cubren sus piernas, lo que les da, junto con los suecos blancos, aspecto de extraños duendes.
Mis chicas parecen ser conocidas allí. Pam me cuenta que la mayoría de las agencias de Madrid son clientes del Kappilar y hacen buenos descuentos a todas las modelos. Hay que tener en cuenta que una modelo debe cuidar mucho de su imagen. Cejas, cutis, depilación, uñas, cuidado del cabello…
Maby pregunta por Michu y la chica que atienda la recepción toma un teléfono interior. Dos minutos después, un chico delgado y bajito aparece, contoneándose. Lleva el corto batín oscuro abierto. Debajo, lleva una camiseta rosa, con la leyenda “Michu Star”.
“¡Dios, como pierde aceite!”
Se detiene ante nosotros, sonríe a las chicas y las besa sonoramente en las mejillas. Después, clava sus ojos verdosos en mí, recorriendo todo mi cuerpo muy despacio, manteniendo sus brazos cruzados contra el pecho y una mano en la barbilla. Me pregunto si se darán clases de poses para gays.
―           Michu, querido, pongo a mi hermano en tus manos – le comenta Pam, tomándole de una mano.
―           ¿Tu hermano? ¿Dónde le tenías escondido? – bromea, con una voz casi de chica, aterciopelada.
―           En la granja. Tenemos que limar sus maneras de pueblerino, ¿comprendes?
―           Creo que sí, guapísima. Me encantan estos retos – comenta, rondándome y observándome.
Yo no abro la boca y Rasputín se ríe, muy bajito.
―           ¿Completo? – pregunta Michu.
―           Completo – responde Pam.
―           Estaremos en la sauna, seguramente – indica Maby.
―           Ya os llamaré antes de tocar su pelo. Será lo último – puntualiza Michu.
―           Chao, guapos – se despiden las chicas, entrando por una puerta con el rótulo de Vestuarios.
―           Acompáñame, hombretón – me hace una seña con el dedo el joven gay, antes de ondular sus caderas, pasillo adelante.
El chico apenas tiene cuatro o cinco años más que yo, pero es todo un experto en estética. Mientras dos chicas me hacen la manicura en manos y pies, él se ocupa de empezar por mis cejas, los pelillos de la nariz, máscara facial para limpiar los poros y no se qué para las bolsas de los párpados, como si yo necesitara eso.
Después, con unas largas pinzas, me repasa torso y espalda, quitando pelo tras pelo, hasta asegurarse que estoy completamente limpio de vello. En esas entremedias, las chicas acaban con mis uñas, y nos dejan solos.
Entonces, el tal Michu se emplea a fondo. Reparte crema depilatoria por mis axilas, mi pubis y las piernas, sin olvidar el ano. Dice que mi vello no es muy fuerte, quizás debido a la gruesa capa de grasa pegada a mi epidermis, y con la crema bastará. No os cuento el sobeo que le da a mis nalgas y polla. Tampoco quiero contaros, el soponcio que le embarga cuando me desnudo y me ve el aparato. Parece un devoto santero ante su altar preferido. Gracias a que es todo un profesional y se recupera rápidamente de la impresión, pero no deja de mirar de reojo.
 Tras un tiempo de espera, retira la crema, que se ha degradado un tanto, como jabón, y la mayoría de vello queda en los paños. Después, repasa las áreas con las pinzas, dejándolo todo como la patena.
Me pongo en pie, completamente desnudo, y me lleva ante un gran espejo que hay en una de las paredes. Me contemplo entero. Las chicas tienen razón. Es mucho mejor así. También echo un vistazo a las estrías que Michu me ha señalado al examinar mi piel. Estoy perdiendo peso rápidamente. Tengo que controlarme.
Me conduce nuevamente fuera y me sienta en uno de lo sillones de la grandiosa peluquería. Pam y Maby están esperando, con la piel luminosa y algo enrojecida del vapor de la sauna, o puede que de algo más.
―           Según la estructura del rostro de Sergio, y de su voluminoso cuello, yo me decantaría por un corte de pelo a navaja, por capas, y hacia atrás. Así su frente se despejaría, cuadraría la simetría de su cráneo y volcaríamos sobre la nuca algo más de volumen – explica Michu a las chicas mientras se acercan.
―           ¿Cómo una pequeña crin? – pregunta Pam.
―           Si, exacto.
―           Me gusta – confiesa Maby.
Y manos a la obra de nuevo. Michu parece saber de todas las artes cosméticas. Cuando acaba, debo reconocer que Michu tiene buenas manos y buen ojo. Me gusta. Maby y Pam se acercan y también quedan encantadas. Me contemplo en el espejo a placer. Cada vez va quedando menos del niño introvertido y gordo del desván.
Estoy haciendo la cena. Hoy toca espárragos con huevos y atún, con toque de mayonesa. Las chicas aún están mirando lo que han comprado en el Decatlón, después de salir de Kappilar.
Pam saca cuanto hay en mi bolsa. Un chándal nuevo, rojo, azul y blanco. Un poco más y voy a parecer el Capitán América. También he comprado unas Reebok para correr. Un par de pantalones cortos para correr cuando haga bueno, calcetas, tres camisetas de tejido en red, para transpirar, y un contador de pasos.
Pam ha comprado regalos útiles para la familia. Guantes, gorros, un anorak para Gaby, ropa cómoda y térmica para toda la familia. Siempre ha sido una chica práctica. Maby, por el contrario, mientras comprábamos en la gran tienda deportiva, se despistó y se gastó la mitad del sueldo en Victoria’s Secret. Bueno, es algo que yo disfrutaré.
Cuando Maby está a punto de sacar la lencería que ha comprado, las llamo para cenar. No es el momento para eso. Pienso en que hay que continuar el entrenamiento anal esta noche.
Aún estoy fregando los platos cuando las chicas tosen a mi espalda, para llamar mi atención. Están desnudas y con los cinturones anales en la mano. Sonríen con picardía, las cachos perras.
―           ¡A la cama! – exclamo, salpicándolas con agua. Ellas corren al dormitorio, lanzando grititos.
“Vamos, Sergio. Toca trabajar”, me digo.
Que no falte nunca ese trabajo.
Las chicas están a cuatro patas en la cama, esperando. Ya han lubricado tanto los vibradores como sus culitos. Mojo en la crema lubricante mis dos dedos corazón y las penetró a la vez. Las perras agitan las nalgas, queriendo más dedos. Parece funcionar el ensanchamiento. Añado los dedos índices. Necesito un poco de tiempo y vaivén, pero acaban suspirando, los dedos metidos hasta el fondo.
Es el momento de los cinturones. Maby no tiene que hacer demasiado esfuerzo para que entre entero. Conecto la primera velocidad y les indicó que es hora de jugar a despertar mi colita. Me tumbo en la cama y ellas me desnudan. Después, se tumban ellas, una a cada lado, de bruces, las nalgas temblorosas. Comparten y se disputan mi polla, la cual no tarda en mantenerse erguida para ellas.
Pam trepa sobre mi cuerpo, deseosa de meterse una buena tranca, y Maby la ayuda con el trance. La sujeta y le acaricia los senos a la par que Pam va dejándose caer, de cuclillas sobre mí. Observo el rostro de mi hermana. Se muerde los labios y las venas de su cuello se le marcan. Me mira a los ojos, demostrándome su pasión y su amor. Noto la vibración del consolador en su ano. La pared vaginal transmite el suave temblor a mi pene. Maby se da cuenta que su amiga me está follando, prendida de mis ojos y no quiere cortar ese nexo, así que se aparta de mi cara, donde ha hecho un amago de sentarse, y se dirige a mis pies. Comprueba la manicura que me han hecho, y se mete un dedo gordo en el coño. Comienza a agitarse dulcemente, rozando el dedo por todo su coño, succionándolo con sus músculos vaginales, los ojos clavados en el trasero de Pam.
Cada día descubrimos cosas nuevas en el sexo, en el amor, en la convivencia. Mis chicas se prestan a todo, sin quejas, sin protestas. Pam deja de enfocar la vista durante unos segundos, rindiéndose al orgasmo que estaba buscando. Me detengo y la tumbo sobre la cama, subiéndome a ella, sin sacarla.
Ahora, entra más adentro, y gime largamente. De nuevo, me mira, con esos ojos verdes y avellana, que parecen querer decirme que se entrega completamente. La follo duramente y, en apenas un minuto, está gritando como una loca, sus piernas enlazando mis caderas, los talones apretando mis nalgas.
―           ¡Aaahh… Ser… gi… me llega… al estoma… goooo…!
―           ¡Te voy a sacar la leche por la boca! – mascullo.
―           Si… si… ¡Perfórame, mi vida!
Deja de pronunciar coherencias con su segundo y más poderoso orgasmo, que la deja completamente lacia. Sigo machacándola, moviéndola como si fuese una muñeca sin voluntad, hasta que me corro dentro.
Me derrumbo sobre ella, aplastando sus bellos pechos, y la beso una y mil veces, sobre los labios, en la barbilla, la nariz, el cuello y los párpados.
―           Oh, Sergio… ¿qué vamos a hacer? – gime, con los ojos cerrados.
―           ¿A qué te refieres? – pregunto, rodando a su lado.
―           A esto, a lo que siento por ti. Cada día te quiero más y más. ¿Dónde nos conducirá? – gira la cabeza para seguir mirándome.
―           No lo sé. Me preocuparé de eso en su momento. Es una tontería comerse el coco ahora.
Me doy cuenta de que estamos solos sobre la gran cama.
―           ¿Y Maby? – pregunto.
―           No sé. estaba aquí hace un instante.
Escucho ruidos y una maldición apagada. Me asomo. Maby trae, con mucho esfuerzo, el gran espejo del vestidor.
―           ¿Qué haces?
―           Yo también quiero verte, como ha hecho Pam. Quiero vernos follando.
―           Trae, loca – le quito el espejo y lo introduzco en la habitación.
―           Aquí, ponlo contra esta pared – me indica. – Así, perfecto. ahora, siéntate en el filo de la cama. Eso es.
Se sube a horcajadas sobre mí y me echa los brazos al cuello. Me mordisquea una oreja.
―           Me encanta como te queda el peinado – me susurra. – Pareces un chulo total… mi chulo…
Su entrepierna no para de rozarse contra mi rabo morcillón, humedeciéndole a cada pasada. Empieza a levantar cabeza, buscando el coño transgresor y provocador.
―           ¿Qué me dices del depilado? – muerdo la piel de su cuello, levemente, para no dejarle marcas.
―           Me excita. Eres suave como un bebé… y tu polla parece aún más grande…
Pam se coloca a mi espalda, apoyándose en mis hombros. Pasa su cabeza por encima de uno de ellos, ofreciendo sus labios a su amiga. Las miro besándose a centímetros de mis ojos, escucho como sus alientos se mezclan, como sus salivas salpican. Creo que es lo más erótico del mundo, labios femeninos besándose. Mi polla está preparada de nuevo. Maby la nota golpearle las nalgas.
Se gira, dando la cara al espejo, y se empala con toda intención. Se abre el coñito ella misma, tensando con sus dedos los labios mayores. Apoya sus pies en el suelo, para controlar su descenso. Reflejadas en el espejo, nuestras cabezas quedan a la misma altura, pero ella aún no contempla el reflejo. Está demasiado ocupada en tragar centímetros de polla. Lo quiere bien adentro, según ella, para poder observar cuanto entra y sale en su coñito de Barbie.
Pam se arrodilla ante ella, entre sus piernas. Me soba los cojones con una mano y apoya la otra en una rodilla. Se inclina y lame el clítoris de Pam, ayudándola a lubricar más, a atenuar el dolor y la presión.
―           Suficiente, niña mía. Queda muy poco. Voy a empezar a moverte. Ya irá entrando lo demás con el ritmo – le digo al oído. Ella asiente varias veces, incapaz de hablar.
Respira con dificultad. La dejo que se calme, que recupere el control.
―           Se ha corrido mientras se la metía, Sergi – me indica Pam, la boca llena de su flujo. – Como si fuera su primera vez…
―           Si – sonríe Maby, reclinándose sobre mi pecho. – Me corro cada vez que me la metes… creo que es una reacción de mi coño al ensanchar tanto. ¡Me encanta!
―           Putón – le dice mi hermana antes de mordisquearle el clítoris.
―           Venga, Sergi, vamos a follar – me dice y me da un beso en la comisura, girando lo que puede la cabeza.
Maby tiene razón. Es todo un morbazo mirarnos follar en el espejo. Nuestros ojos están enganchados, recorriendo nuestros cuerpos, atentos a nuestras expresiones, a los pequeños rictus de placer.
―           Es como una serpiente en mi coño – susurra al alzarse tanto como para que el glande esté a punto de salirse de su vagina, para, enseguida, dejarse caer y tragarla entera. – ¡Es enorme, gigantesca!
―           Es toda tuya – le digo al oído y ella sonríe, orgullosa.
Pam está tumbada a nuestro lado, también mirándose en el espejo. Ha tomado su propio mando de control y está gozando de la tercera velocidad. Descubre que, aunque las expresiones de Maby son más viciosas y provocativas, las suyas son, sin duda, las más hermosas. El rubor de sus mejillas salpicadas de pecas, cuando se corre, es digno de un Botticelli.
―           Cariño… ya estoy a punto de… — le digo al espejo.
―           Espera… espera, Sergi. Pam, dale caña a mi control… por favor… a tope – pide, sin alterar el ritmo de sus caderas. – Quiero correrme por el culo… Sergi, córrete en mi vientre… en mis tetitas…
No puedo seguir escuchándola. La saco de un tirón y la dejo descansar sobre su vientrecito tan sensual y tan tierno. Sus manos jalan la polla, frotándola contra su piel. Los chorros de esperma manchan sus pechitos y su ombligo. Siento como se acelera el cinturón, contra mi regazo.
―           Oooohhh… ¡Por los clavos de Cristo! Pam… Pam… es tal como dijiste… ¡Ahora lo noto!
Ella misma tira de sus pezones, con fuerza, agitándose con furor. Se ha puesto en pie y la sujeto del cuello, echando su cabeza hacia atrás. Maby todavía aferra mi polla.
―           Quiero ver… quiero ver mi org… orgasmo…
Y se deja caer de rodilla ante el espejo, los ojos vidriados por el placer, las nalgas convulsas. Maby se contempla en pleno éxtasis y se desploma en el suelo. Pam se ocupa de ella y la sube a la cama. Yo me voy a la ducha. Cuando salgo, limpio y fresco, las dos están dormidas, cogidas de la mano. Pongo los cinturones en la primera velocidad y los enciendo. Pienso dejarlos encendidos toda la noche.
A la mañana siguiente, puedo comprobar la diferencia de correr con un buen equipo deportivo. Las zancadas son más dinámicas y más controladas con las Reebok que con las botas. Estreno chándal también, con una de las nuevas camisetas. Calculo un recorrido de cuatro kilómetros. Al regresar al inmueble, alguien me chista desde arriba, Dena está asomada a una de sus ventanas. También viste ropas deportivas. Tomo el ascensor y me detengo en el tercero. Ella me espera, con una sonrisa, la puerta abierta a sus espaldas.
―           Me ducho y bajo a desayunar – le digo.
Agita las manos, negando, y sin una palabra, me atrae hasta su apartamento. Sonrío ante su comportamiento. Cierra la puerta y se me encara.
―           Buenos días, Sergio. Yo también he estado haciendo ejercicio esta mañana y quiero seguir haciendo…
Me echa los brazos al cuello y me besa suave, pero largo y profundo. Un auténtico beso de hembra caliente y necesitada, al menos, eso creo.
―           Creo que este es un magnífico desayuno – murmuro al separarnos.
―           Anda, vamos a la ducha – se ríe.
Sin dejar de besarme, me introduce en el cuarto de baño y me quita la chaquetilla y la camiseta. Le doy el mismo trato y me encuentro con un sujetador deportivo, de la marca Nike. Ella misma lo saca por encima de la cabeza. Me bajo el pantalón. Ella echa mano al boxer y tras un tanteo de su mano, se aparta y me mira. Se ha quedado seria.
―           ¿Qué pasa? – le pregunto.
―           No puede ser verdad – murmura. Me baja los boxers de un tirón.
Se topa con una estaca que empieza a ponerse tiesa, aunque aún tiene un ángulo corto.
―           No estarás quebrado o algo de eso, ¿no?
―           No. Todo está sano y funcionando.
―           Madre de Dios, Sergio, has dejado Salamanca huérfana – me mira y se ríe.
―           Mejor para ti, ¿no?
―           Claro que si, guapo – se cuelga de mi cuello y me acaricia el pelo de la nuca. — ¿Has seguido los consejos de las modelos?
―           Algunos.
―           Pues han acertado. Estás muy bien – me besa, apretándose contra mi polla.
Deslizo mis dedos por su espalda, hasta llegar a sus duras nalgas. Las aprieto con fuerza. Ella gime en mi boca. Cuando nos separamos, le bajo el pantalón de un tirón. Un culotte de algodón, también de Nike, me saluda. Nos despojamos de las zapatillas y de la ropa que tenemos en los tobillos. Dena abre el chorro de la ducha. Contemplo su pubis. Tiene un buen matojo de vello púbico, eso si, recortado en las ingles.
―           ¿Qué miras? – pregunta con un puchero.
―           Ese matorral. Creo que voy a podarlo en la ducha.
―           Uuy, nunca me lo he quitado. Solo recortar – se mordisquea un dedo. – Me da como corte…
―           Si, un corte es lo que le voy a dar, no te preocupes.
Ella se ríe, provocativa, y me empuja bajo el chorro de agua caliente. Más besos y caricias entre el vapor y el agua. Ella se aferra como una desesperada a mi polla, murmurando palabras por lo bajito, como “increíble”, “sota de bastos”, y “la madre de todas las pollas”. Tiene los pezones que deben de dolerle, de tan inflamados que están. Las aureolas son grandes y oscuras, así como los pezones. Os juro que, al menos, miden tres centímetros de alzado.
Le meto un dedo en el coño. Es como si una boca me lo aspirara. Está muy mojada. Se frota contra mi mano. Su jadeo se hace más ronco.
―           ¿Cuánto hace, Almudena? – le pregunto.
―           ¿A qué te refieres? – me mira, los ojos medio cerrados.
―           ¿Cuánto hace que no te follan bien follada?
―           Sergiiii… demasiado, amor… no sigas, vas a hacer que me corra…
―           Quiero que te corras. Estás demasiado ansiosa y no disfrutarás – la aconsejo. – Déjate ir con mi dedo… así… muy bien…
La sujeto por la cintura mientras un tremendo escalofrío la recorre, de abajo arriba. Corto el agua y alargo la mano para coger una gran toalla. La seco mientras ella se recupera, y se pone muy mimosa. No le hago caso, apartando sus manos de mi polla.
―           Dena, trae unas tijeras, el gel y una cuchilla. No quiero pelos cuando te coma ese coño – le doy un azote en el trasero para que obedezca.
Ella da un gritito y sale pitando, desnuda. Cuando regresa con lo que le he pedido, la siento en el inodoro, y pelo ese montón de vello oscuro y rizado, con las tijeras. Embadurno bien de jabón y comienzo a rasurar, lentamente. Ella no deja de mirarme, de recorrer todo mi cuerpo.
―           ¡No tienes ni un pelo en el cuerpo! – descubre finalmente, ahora que está más calmada.
―           Ajá. Ayer me depiló completamente un mariquita encantador, en un salón llamado Kappilar.
―           ¡Joder! Es el mejor centro de belleza de Madrid.
―           Sip, eso dicen todas las modelos.
―           ¡Míralo! ¡Y parecía tonto! – se ríe de nuevo.
―           ¡Et voilá! – digo al acabar.
Dena inclina la cabeza y se abre el coño con las manos.
―           Tienes razón. Queda cuco y muy despejado. Me quita años.
―           Y más higiénico.
―           ¡Oye! Que yo me lavo todos los días… — me da un suave puñetazo en el hombro.
―           Y ahora, a la cama – la levanto en volandas y la llevo al dormitorio.
Cuando la dejó sobre la cama, Dena alarga las manos, como invitándome a subirme sobre ella. Me atrae hasta que quedo sentado sobre sus senos, la polla en su surco pectoral. Atrapa la polla con sus manos y le da tiernos besitos en el glande, hasta metérsela en la boca. Quizás habrá chupado pollas anteriormente, pero ninguna de ese calibre y, además, está desentrenada.
Cuando aprieta con los dientes, le doy un suave cachete y la amonesto con un dedo. Ella sonríe de forma pícara y vuelve a morderme. Esta vez el cachete se convierte en una bofetada. Parpadea y me mira, el ceño fruncido. Le meto la polla en la boca, casi media de golpe. Se atraganta, tose y casi vomita. La saco y ella escupe.
―           ¡Estás lo…!
Se la vuelvo a meter. Ahora soy yo el que sonríe, escuchando lo que me susurra Rasputín. Es alucinante como cala el alma de una mujer. La saco. Dena intenta quitarme de encima.
―           ¡Sergio!
No la dejo acabar. De nuevo la polla en la boca. Sujeto sus muñecas con mis manos y peso demasiado como para que pueda desmontarme. Retiro la polla de su boca. Me mira con malos ojos, pero esta vez no protesta verbalmente. Restriego mi nabo por sus labios, su cuello, las mejillas. Le doy pequeños toques con ella sobre la frente, en los pómulos, sobre la boca.
Dena intenta atraparla, lamerla, chuparla, pero sigo jugando, hasta que se la vuelvo a meter de golpe, profunda. Esta vez no hay queja alguna, ni siquiera una arcada. Aspira como una arpía furiosa, usando la garganta para aferrarse, para gozarme. Coloco sus manos sobre mi pene. Ella pasa un dedo por todo el tallo, varias veces, de forma sensual y delicada. Con la otra mano, sopesa mis testículos.
Quito mi peso de su pecho y la ayudo a incorporarse. Los regueros de saliva que no dejan de manar de su boca, resbalan por el canal de sus pechos. Mi polla queda ante sus ojos, subiendo por encima de su cabeza. Lo que tiene al alcance de su boca son mis huevos, y no duda en apoderarse de ellos.
La dejo caer de nuevo sobre la cama y froto mi polla sobre toda esa baba que tiene entre los pechos. La miro a los ojos y sabe lo que deseo. Ella misma acopla bien la polla, y sujeta sus pletóricos senos con sus manos, envolviendo el tieso mástil de carne. Escupe sobre él unas cuantas veces, para lubricar aún más el paso. Culeo sobre ella lentamente, frotando la polla dulcemente contra sus pechos.
Una buena cubana, eso es lo que Dena me está haciendo, y pienso correrme sobre ella, antes de pasar a mayores.
Al cabo de unos minutos de vaivén, le pellizco los pezones fuertemente. Ella gime y frunce el ceño. Le duele, pero no protesta. Tras varios pellizcos de ese tipo, sus pechos están muy sensibles y yo a punto de correrme. Ella lo sabe, lo ve en mis ojos, lo nota en mi agitación.
―           Hazlo en mi boca, cariño… hace tanto tiempo – sus ojos prácticamente me imploran.
Me dejo ir con un gruñido, apoyando el glande sobre sus labios. Ella aferra la polla con las manos, ordeñándome literalmente. Noto como estremece sus caderas, seguramente corriéndose ella también. Arrebaña y limpia todo el semen que surge de mi pene, relamiéndose y mirándome fijamente.
Me bajo de su pecho y ella me acoge entre sus brazos. Me besa en la boca y yo saboreo mi propio semen. No me importa en absoluto.
―           ¿Qué tal? – le pregunto.
―           No eres ningún novato, ¿verdad?
―           Algo he aprendido – sonrío. — ¿Estás preparada?
―           ¿Preparada para qué?
―           Para gozar de verdad. Para aullar de locura. Estás a punto de despegar hacia las estrellas – le digo, besándola en la nariz.
―           Contigo si… cuando me lo pidas…
Me deslizo por su cuerpo hasta toparme con ese coño recién rasurado. Para haber sido madre, está bastante cerrado, quizás poco usado, se podría decir. Meto un dedo y aplico la lengua. Sus caderas empujan. La lengua busca el mejor lugar por instinto. El clítoris se hincha, enrojece, y, finalmente, surge de su escondite, ansioso por sentir más y más. Paralelamente a este hecho, Dena suspira, gime, y finalmente grita. Yo no me detengo. Tengo dos dedos pistoneando en su vagina y otro en su apretado culo. Dos orgasmos la asaltan, sin pausa, provenientes de distintos lugares.
Dena aferra mi pelo, tironeando con fuerza.
―           ¡Sergi… no sigas… para… quieto! ¡Me voy a mear vivaaaa!
―           Quiero ver como te meas… ¡Hazlo!
Dena cierra los ojos y sus caderas se agitan por última vez. Después, de un golpe, su cuerpo se relaja, sus muslos se abren, sus rodillas se alzan. Me aparto justo a tiempo. Un espectacular chorro surge de su vagina, cálido y oloroso, rociando la parte más inferior de la cama. Los dedos de Dena me acarician el pelo, con dulzura.
―           Cabrón… la mejor corrida de mi vida – murmura, cansada.
―           Pero, Dena, aún no hemos follado – le digo con burla.
―           ¡Ni soñarlo! ¡Hoy no! Estoy molida…
―           ¿Seguro? – la miro a los ojos.
―           Mañana, Sergio, ¿te importa? Hacía mucho tiempo que no sentía esto y me has dejado baldada.
―           Por supuesto, solo bromeaba. He gozado mucho con tu cubana. Podemos dejar ciertos juegos para otro día – le digo, besándola suavemente.
―           Gracias, cariño… — sus ojos se abren como platos e intenta levantarse.
―           ¿Qué pasa?
―           ¡Que aún no hemos desayunado!
Me río a carcajadas. Ella me sigue. Estamos riéndonos un buen rato, rodando por la cama.
―           Déjalo. Tengo que hacer el desayuno de las chicas, así que ya desayunaré con ellas. Y me ducharé otra vez, claro.
                                     CONTINUARÁ.
Gracias por leer este capítulo del Legado. Si desean comentar, criticar, e incluso aportar opiniones sobre esta serie, o sobre otros de mis relatos, aquí les dejo mi dirección:     janis.estigma@gmail.es
 
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Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas 2!”(POR GOLFO)

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Capítulo 2.

Mi hermano.
Estaba todavía abrazado a ellas, cuando escuché el timbre del chalet. Y antes que me diese tiempo de levantarme, vi a Dhara salir corriendo de la cama mientras se ponía una bata encima. Creyendo que sería un error porque no esperaba ninguna visita, me relajé acariciando a Samali, la cual, recibió con gozo mis mimos y pegándose a mí, buscó reactivar la pasión de la noche anterior. Mi pene salió de su letargo en cuanto sintió la presión de su mano recorriendo mi piel.
“Qué gozada”, pensé al leer en sus ojos el deseo y forzando con mi lengua sus labios, separé sus piernas y viendo que estaba dispuesta, la ensarté dulcemente.
No llevábamos ni medio minuto haciendo el amor, cuando su hermana entró en la habitación y poniéndose de rodillas junto a la cama, dijo:
-Esposo nuestro, un hombre que dice ser su hermano le espera en el salón-.
Me quedé helado al comprender que Javier se había enterado de mi vuelta y comprendiendo que cuando le contara que me había casado, se iba a cabrear, decidí bajar y enfrentarme a él. No en vano era mi hermano mayor y desde que nuestros padres habían muerto en un accidente, su mujer y él me habían acogido en su casa hasta que tuve edad de independizarme.
Al explicarle a las dos mujeres quien era y que no había tenido tiempo de informarle de nuestra boda, se quedaron aterrorizadas al no estar presentables ni tener nada preparado para ofrecerle y levantándose ipso facto, se pusieron a arreglar. Yo en cambio, solo me puse un pantalón y una camisa antes de bajar por las escaleras e ir al salón.
Javier, mientras me esperaba, se había calentado un café en el micro. Debía de estar extrañado que le hubiese abierto la puerta una muchacha hindú y por eso cuanto me vio entrar por la puerta, con una sonrisa, me soltó:
-No me puedo creer que te has traído una criada desde allá. No sabes lo difícil que va a resultar arreglarle los papeles-, en su tono descubrí que estaba preocupado por el poco criterio que su hermanito demostraba.
-No es mi criada-, contesté.
-Ah, ya me extrañaba. -, suspiró más tranquilo al pensar que era un ligue. -Tengo que reconocer que tienes gusto para las mujeres, esa cría está buenísima-.
Sin saber cómo plantearle el asunto, me serví otro café antes de aclararle la verdadera naturaleza de su presencia. Estaba a punto de empezar cuando las dos hermanas entraron en la habitación y sin darme tiempo a reaccionar, se arrodillaron a sus pies.
Mi hermano, completamente alucinado, me miró buscando respuestas a ese comportamiento, momento que aproveché para decirle:
-Javier, te presento a Dhara y a Samali mis esposas-.
-¡Me estás tomando el pelo!-, contestó sin acabárselo de creer.
Incrementando su estupor, Samali, la mayor, se levantó y besando su mano, le soltó:
-Es un honor, recibir en casa al hermano de nuestro marido. Solo espero que le disculpe por no haberle avisado de nuestra boda pero la urgencia de su vuelta a España, hizo que fuera imposible tener tiempo para hacerlo-.
-¡No me lo creo!-, exclamó indignado.
Dhara eligió ese momento para presentarse e incorporándose lo besó, diciendo:
-Comprendo su disgusto, pero si tiene que enfadarse con alguien es con nosotras.  A mi hermana y a mí nos resultaba imposible aplazar la boda y por eso, nos casamos este domingo-.
Que me hubiese casado, pase. Que fuera con dos mujeres, le cabreó. Pero saber que me había desposado con dos hermanas, le hundió y sentándose en un sillón, me pidió un whisky.
-Son la diez de la mañana-, respondí.
-¿Te extraña que necesite una copa después de lo que me habéis contado?-.
Sin esperar que se lo pidiera, Samali se dirigió al bar y poniendo dos, nos los trajo. Al ver que me sentaba al lado de mi hermano, las dos mujeres se arrodillaron frente a nosotros porque  querían ser testigos de la explicación y así no meter la pata.
Su presencia me obligó a mentir a Javier. No podía avergonzarlas en frente de mi hermano y por eso, sabiendo que se iba a enfadar no le hablé del engaño del cura sino que le dije:
-Siento no haberte avisado  pero si te lo hubiera dicho, hubieras intentado que recapacitara. En cuanto las conocí, me enamoré de ellas y supe que no podía elegir a una dejando a la otra. Como su familia estaba de acuerdo, me casé el mismo día que me venía. Sé que es difícil de comprender, pero antes de que hables quiero que sepas que nada de lo que digas va a hacerme cambiar de opinión-.
-Estás como una puta cabra-, me soltó y poniendo cara de angustia, dijo: -¿Cómo cojones le voy a decir a María lo que has hecho?-.

-Si usted lo prefiere-, intervino Samali,-deje que seamos nosotras quienes se lo digamos. Su mujer lo comprenderá mejor si lo oye de nuestros labios. Mi hermana y yo le explicaremos que nuestro amor es puro y que en modo alguno nos hemos visto forzadas. Haga como si no sabe nada y esta noche, buscaremos el momento mientras vienen a cenar. Usted solo debe decirle que su hermano ha aparecido en España con dos amigas-.

Viendo una salida, Javier aceptó y terminándose la copa de un trago, se despidió preguntando a qué hora era la cena:
-A las nueve les esperamos en esta, su casa-, contestó la pequeña de las dos, acompañándole hasta la puerta.
Nada más desaparecer mi hermano, las dos mujeres me preguntaron un tanto confusas porque me había inventado esa historia.
-Os quiero a las dos y según la mentalidad europea, si cuento que os conocí el día de la boda, pensarían que os he comprado-.
-Pero eso es lo que ha hecho. Pagó nuestra dote, liberándonos de un destino horrible-, preguntó extrañada Samali. -Su acción lejos de merecer reproche, le dignifica-.
-Según vuestra forma de pensar, sí. Pero según la española, nunca considerarían valido este matrimonio y os verían como algo digno de lástima-.
-Aunque no lo comprendo… entonces-, preguntó Dhara, -¿ha mentido para darnos un lugar y que nadie nos menosprecie?-.
-Así es-, respondí.
Tras recapacitar durante unos instantes, las dos hermanas sonrieron y cogiéndome del brazo, me llevaron escalera arriba.
-¿Dónde vamos?-, pregunté al ver su alegría.
-A intentar darle un hijo al mejor de los hombres-, respondieron mientras me bajaban la bragueta del pantalón.
Ni siquiera dejaron que me tumbara. Arrodillándose a mis pies, las dos hermanas compitieron con sus bocas a ver quién de las dos podía absorber más cantidad de mi pene en menos tiempo. No me cupo ninguna duda que Samali ganó, porque fue ella la que consiguió introducirse mi extensión obligando a Dhara a conformarse con mis testículos. La visión de esas dos preciosidades prostradas mientras buscaban mi placer, hizo que me excitara alcanzando una erección como pocas veces había experimentado. Ellas, al comprobar el resultado de sus caricias, como posesas, buscaron extraer el jugo de mi sexo.
Avergonzado, noté que el placer se acumulaba en mi interior y temiendo eyacular antes de tiempo, les pedí un respiro:
-Tranquilas, si seguís así, me voy a correr-.
-Eso queremos-, contestó la pequeña dejando por unos instantes sus mimos, -riegue con su simiente la boca de mi hermana, que luego ya tendrá tiempo de hacer germinar nuestros vientres-.
Su completa entrega fue la gota que colmó mi vaso y dando un suspiro, dejé que mi pene soltara la tensión que en ese momento me dominaba. Samalí aceptó la ofrenda con gozo y saboreando mi semen como si fuera un manjar, se lo bebió gimiendo de placer. Acababa de limpiar con su lengua mi última gota, cuando me vi forzado a tumbarme y desde esa posición, observé como mis dos mujeres se desnudaban sensualmente. La primera en terminar fue la pequeña que lanzándose sobre mí, restregó su delicado cuerpo contra mi piel, consiguiendo reactivar mi maltrecho pene. Ni siquiera esperó a que descansara, abriendo sus piernas, se fue empalando lentamente hasta hacerlo desaparecer en su interior.
-No es justo-, protestó su hermana, -soy la mayor y por lo tanto, debe ser a mí a quien posea en primer lugar-.
Dhara, moviendo sus caderas, le sacó la lengua y dirigiéndose a mí, dijo: -¿Verdad que me toca a mí?-.
No le contesté. No debía entrar en ese juego, por lo que, para evitar males mayores, cogí a Samali de la cintura y le dije:
-Quiero devolverte el placer-.
La muchacha se rio y pasando su pierna por encima de mi cabeza, puso su sexo en mi boca. Por mucho que lo viera, no podía acostumbrarme a su belleza y haciendo caso a lo que me pedía el cuerpo, separé sus labios y con la lengua, la penetré. Samali suspiró al ver hoyada su abertura y olvidándose de la afrenta sufrida, besó a su hermana mientras disfrutaba de mis caricias. Buscando alargar mi penetración, me concentré en el clítoris que tenía a mi alcance y con suaves mordiscos, fui torturándolo hasta oír los gemidos de su dueña. El sabor de ella recorrió mis papilas, impregnando mi paladar de un dulzor imposible de describir. De su cueva no tardó en brotar un arroyo espeso, antesala al clímax que se estaba gestando en su interior. Al notarlo, aceleré los movimientos de mi lengua, recogiendo cual cuchara el flujo que la muchacha me brindaba.
Samali frotando su sexo contra mi boca, se derritió dando gritos, consiguiendo adelantarse a su hermana en la carrera de ser la primera en correrse, tras lo cual, bajándose de mi cara, se acostó a mi lado, y cogiendo un pezón de la hermana, lo pellizcó entre sus dedos mientras me susurraba al oído:
-No se preocupe, nunca me pondré celosa de esta casquivana. Es parte de nuestro juego-, y poniendo cara de viciosa, prosiguió diciendo: -Pero si quiere castigarla por adelantarse, cuente conmigo-.
Solté una carcajada al comprender que esas dos hermanas se divertían inventando una rivalidad que no existía y lanzándole un órdago, le ordené castigara a Dhara por su osadía. Supo que estaba haciéndome partícipe de su travesura y poniéndose de pie, empezó a azotar el trasero de la pequeña mientras le recriminaba ser tan ligera de cascos. Esta al notar las nalgadas, gritó como si la estuviesen matando e incrementando el ritmo de su movimiento, cabalgó sobre mí, desbocada.
-Serás puta-, le recriminó bromeando la mayor.
-Sí, soy la puta de nuestro esposo-, contestó chillando mientras se corría. -Él sabe que me tiene con solo mirarme-.
Sus palabras hicieron que cambiando de postura la pusiera a cuatro patas y que de un solo empujón, la cabeza de mi glande chocara contra la pared de su vagina. La nueva posición prolongó su éxtasis y gimiendo, me pidió que la usara.

-Tomémosla juntos-, rogó Samali pegando su cuerpo al mío,  simulando que éramos uno, quien la poseía.
Alucinado escuché gemidos de placer a mi espalda porque,  en su fantasía, era ella quien estaba penetrando el cuerpo de su hermana. Tanta excitación hizo que pegando un grito, lanzara mi simiente en su interior de forma que si su vientre resultaba germinado seríamos tres los progenitores.

Al caer agotado, me acompañó Samali en mi caída. Apartándose hacia la izquierda, Dhara permitió que nos tumbáramos sobre las sábanas. Con una hermana a cada lado, descansé mientras pensaba en la oportunidad que ese cura me había brindado.
Los preparativos.
La tensión de las dos hermanas se fue incrementando con el paso de las horas. De un nerviosismo lógico fueron pasando a un terror patológico, producto de la necesidad de ser aceptadas. Les había contado que María, mi cuñada, era una persona importante porque ante la ausencia de mi madre, ella  había adoptado ese papel. Siendo joven, me llevaba solo diez años, me cogió siendo un crío de quince y no me soltó de debajo de sus faldas hasta que decidió que era lo suficiente maduro para valerme por mí mismo. Al yo quererla, les obligaba a llevársela a su orilla y convertirla en su defensora.
Al terminar de comer, me pidieron que me fuera de la casa porque, aunque no se atrevieran a decírmelo, comprendí que lo único que hacía era estorbar. En un principio pensé en ir a ver a un amigo pero lo reconsideré al saber que daba igual a quien fuera a ver, a cualquier de  ellos tendría que explicarle que me había casado con dos mujeres y por eso, poniendo ropa de deporte, salí a correr.
Tardé dos horas en volver. Al entrar por la puerta, me sorprendió comprobar que habían dispuesto la mesa al modo occidental y que junto a los platos, ¡había cubiertos!. A todo aquel que no haya estado en la India quizás no le resulte raro pero en ese país lo correcto es comer con las manos. Tratando de buscarle un sentido, adiviné que ese cambio se debía a las ganas de agradar y que nuestros invitados se sintieran cómodos durante la cena.
“Qué listas”, rumié para mis adentros, “se han percatado, sin necesidad de que se los dijera, que un español vería con irritación que su anfitrión metiera las manos dentro de la fuente de comida común”.
Satisfecho por su sentido común, subí a ducharme. Al no verlas por ningún lado, entendí que esas dos crías debían estar en la cocina ocupándose de que todo resultara perfecto y por eso, me metí en la ducha sin molestarlas. Acababa de terminar y estaba secándome cuando vi a  Samali mirándome desde la puerta. Curiosamente en su rostro se reflejaba un dolor enorme.
-¿Qué te pasa?, pregunté extrañado.
-¿Por qué no nos ha avisado de su llegada?, si no nos informa que está en casa, no podremos servirle como se merece-.
-Por eso no te preocupes, pensé que estabais ocupadas y preferí no molestaros-, contesté ingenuamente.
De improviso, sus ojos empezaron a poblarse de lágrimas. Y hecha un llanto, se arrodilló a mis pies diciendo:
-¿Qué hemos hecho mal para que nos castigue de esa forma?-.
-Nada-, respondí ignorando que regla había roto.
-Entonces porque nos niega el placer de ducharle. Piense que he dejado mi antigua vida atrás, con el único objetivo de cuidarle y si no puedo hacerlo, mi existencia carece de sentido-.
Asumiendo que desde su óptica la mujer tenía razón y que debía de aprender a comportarme, le acaricié la cabeza, diciendo:
-Perdona-.
-¿Puede su esposa al menos secarle?-.
-Por supuesto, pero te exijo que cuando acabes también me vistas. No querrás que tu marido reciba desnudo a sus familiares-.
-Sería imperdonable-, respondió con una sonrisa mientras cogía la toalla de mis manos, -pensaba hacerlo pero antes creo que el dueño de la casa debería castigar a su mujer-.

-¿Y qué crees que se merece?-, contesté percatándome del doble sentido de sus palabras.

-Un tigre marca a su hembra con un mordisco en el cuello mientras se aparea. Creo que con eso será suficiente para que esa malvada esposa entienda quien es su señor-, murmuró antes de con delicadeza llevarse mi sexo a la boca.
No dejé que continuara, cogiéndola entre mis brazos, volví a la habitación y la deposité sobre la cama. Con genuino deseo, fui desnudándola sin dejar de besar esos labios que me volvían loco. La mayor de mis esposas suspiró al sentir que mis dedos recorrían sus pechos y sin pedirme opinión, se arrodilló sobre las sábanas y girando su cabeza, pidió que le hiciera el amor.
Verla tan dispuesta, terminó de excitarme y poniéndome a su espalda, recorrí con mis dedos su vulva para descubrir que la humedad anegaba por completo su sexo. Ella, por su parte, al experimentar mi primera caricia, gimió, presa de deseo y forzando un contacto que necesitaba, cogió mi pene con su mano.
-Tranquila-, susurré mientras separaba sus nalgas, -voy a tomarte como te mereces-.
Comprendió que iba a desvirgarle su entrada trasera y asustada, me rogó que lo hiciera con delicadeza. Aunque no hacía falta que me lo pidiera, eso, reafirmó mi decisión de conquistar su último reducto. Recogiendo parte de su flujo con mis dedos, fui relajando su cerrado músculo con prudencia. Samali no pudo evitar que un quejido saliera de su garganta al sentir que una de mis yemas se introducía en su interior. Moviendo mi falange contra las paredes de su ano, aflojé su tensión gradualmente. Cuando comprobé que entraba y salía con facilidad, di mi siguiente paso introduciendo otro dedo en su estrecho conducto.
-Amado mío-, suspiró al sentir que lejos de ser desagradables, mis incursiones le estaban resultando placenteras.
Siempre había supuesto que era doloroso y por eso, al descubrir que su cuerpo reaccionaba con deseo, movió sus caderas demostrándome su aceptación. Como no quería hacerle más daño del necesario, seguí relajando su esfínter hasta que comprobé que se encontraba suficiente relajado y entonces llevando mi pene hasta él, introduje suavemente mi glande en su interior.
Chilló de dolor al experimentar que su entrada trasera había sido traspasada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, esperó a que se rebajara su molestia para echar hacia atrás su trasero. Mi pene se introdujo lentamente en su interior de forma que pude sentir como mi extensión forzaba los pliegues de su ano al hacerlo. Contra toda lógica, el sufrimiento la estimuló y llevando su movimiento al extremo, no cejó hasta absorberlo en su totalidad.
-¿Te duele?-, pregunté.
-Sí, pero me gusta-, respondió con una pasión desconocida por mí y hecha una loca, retomó el vaivén con desenfreno.
Poco a poco ese ritmo alocado, permitió que mi sexo deambulara libre en su interior. La muchacha poseída por un salvaje frenesí, me pidió que no tuviese cuidado. Haciendo caso, usé sus pechos como apoyo y acelerando mis penetraciones, la cabalgué como si fuera una potra. Ella, totalmente descompuesta, gimió su placer e incorporándose me pidió que la castigara. Comprendí lo que deseaba y acercando mi boca a su hombro, lo mordí con fuerza. Su grito de dolor no me importó y clavando mis dientes en su carne, forcé su espalda mientras mis dedos acariciaban su excitado clítoris. El cúmulo de sensaciones hizo que su orgasmo fuera brutal y retorciéndose en mis brazos, se desmayó agotada.
Cuidadosamente la tumbé en la cama y tumbándome a mi lado, esperé a que reaccionara. Cuando lo hizo, me miró sonriendo y besándola le pregunté:
-¿Cómo estás?-.
-¡Feliz!-exclamó y poniendo cara de pícara, confesó: -Aunque me duele el cuello y el trasero-.
Comprendiendo la joya que tenía a mi lado, la abracé.
Estábamos aún tumbados cuando desde la puerta, Dhara, nos avisó que eran las ocho y que debíamos darnos prisa en vestirnos porque solo quedaba una hora para que mi hermano y su mujer hicieran su aparición. Samali se levantó al oírla y pidiéndome permiso, salió corriendo de la habitación. En cambio, la pequeña se acercó a la cama y poniendo un mohín, dijo:
-Ya que el esposo de mi hermana se ha olvidado de mí, ¿puedo ser quien le bañe?-.
Soltando una carcajada, le informé que ya lo había hecho y que no creía que necesitara otra ducha:
-Se equivoca. Después de haber hecho el amor con dos mujeres, cualquier hombre suda-.
-¿A dos?-, respondí.
-Sí, un buen marido no hace diferencias-, contestó mientras dejaba caer su vestido al suelo.
La cena.
Estaba en el salón, esperando a nuestros invitados cuando vi a parecer a las dos hermanas. Me quedé sin habla al contemplar su belleza. Comprendiendo la importancia de la visita se habían vestido con sus mejores galas, que no eran otras que los saris que les había comprado en el aeropuerto de Nueva Delhi.
-Estáis guapísimas-, les solté como piropo.
Coquetamente las muchachas me modelaron sus vestidos, dando una vuelta sobre sí mismas, lo que me dio la ocasión de volver a comprobar que me había casado con dos esplendidas mujeres. Era imposible determinar cuál era más hermosa, si Dhara o Samali. La dos individualmente me encantaban pero juntas se complementaban, volviéndome loco. No llevaba más que cuatro días con ellas y ya no me imaginaba mi vida sin su presencia.
-¿Desea tomar algo mientras espera?-, me preguntó la mayor.
-Lo que deseo ya lo he tomado, pero si insistes no me importaría repetir sobre la alfombra-, contesté cogiéndola de la cintura.
-Nuestro esposo me está tomando por tonta-, exclamó separándose de mí, -¡sabe que no tenemos tiempo!. Y  antes que lleguen, quiero pedirle dos favores-.

-¿Cuáles?-, respondí.

-Que durante la cena nos permita tutearle…-
-Hecho-
-Y que le diga a su hermano que se muestre arisco con nosotras y que en cuanto pueda nos lleve la contraria-.
-¿Y eso por qué?, ¿No sería mejor tenerlo de aliado?-.
Dhara, interviniendo, dijo alegremente:
-El futuro padre de nuestros hijos puede ser un buen hombre, pero no conoce a las mujeres. Háganos caso-.
-Vosotras sabréis-, contesté ignorando que tenían planeado.
Acababa de decirlo cuando escuchamos el timbre de la puerta. Ellas, arrastrándome, me llevaron hasta el recibidor y con una sonrisa, me pidieron que abriera. Haciéndoles caso, dejé pasar a las visitas.
Se notaba el nerviosismo de Javier, porque masculló entre dientes un saludo pero en cambio, mi cuñada me dio dos besos y regañándome, me advirtió que era la última vez que llegaba a Madrid sin avisar. Mirando a las dos muchachas, dijo divertida:
-No me vas a presentar a estas monadas-.
Al girarme, vi que empleando el saludo típico hindú, las crías mantenían sus manos unidas contra el pecho mientras lucían la mejor de sus sonrisas.
-María, te presento a Samali y a Dhara. Dos mujeres muy especiales para mí-.
-¿Mujeres?, si son unas niñas, ¡Pillín!-, contestó, y acercándose donde estaban ellas, les dio un beso.
Las hermanas sin dejar de sonreír, le devolvieron el saludo y cogiéndola del brazo, se la llevaron al salón, momento que aproveché para explicarle a mi hermano lo que me habían pedido. Al unirnos a las tres, Javier fue a saludarlas de un beso pero las hindúes se apartaron y le extendieron la mano a modo de saludo.
-El contacto físico está mal visto-, expliqué viendo su cabreo por lo que consideraba una falta de educación.
-¡Menuda gilipollez!- soltó mi hermano.
-Javier, ¡compórtate!-, le recriminó su mujer, -son diferentes costumbres-, y dirigiéndose a las dos hermanas, dijo: -Perdonarle, es un poco bruto-.
Samali, poniendo cara de angustia totalmente fingida, respondió:
-No se preocupe, estamos acostumbradas-.
Indignada con su marido, María le soltó cabreada:
-Ves, lo que has hecho. Pide perdón-.
-Disculpad-, oí decir a mi hermano.
Rompiendo el hielo, Dhara cogió a mi cuñada de la mano y dándole las gracias, dijo:
-Te has equivocado de hermano, es a Fernando al que tienes que regañar-.
-¿Por qué? ¿Qué os ha hecho este impresentable?-
-Nos dijo que eras guapa y claramente se quedó corto. Eres bellísima-.
María se sonrojó al oír el piropo, A toda mujer le encanta que admiren su belleza y más cuando el que lo hace es una muchacha tan hermosa como la pequeña de las hermanas.
“Uno a cero”, dije mentalmente siguiendo el marcador.  En los breves minutos que llevábamos se habían llevado al huerto a la esposa de mi hermano.
-¿Quieres beber algo?-, preguntó Samali.
-Un poco de vino-.
-¿Y tu marido?-.
-¡Un whisky!-, gritó desde el sillón en el que se había sentado.
María le acuchilló con la mirada y tratando de evitar que llegaran a las manos, rápidamente le puse su copa, sirviéndome yo otra. Aunque había descubierto el juego, me preocupaba el resultado.
-¿Y cómo conocisteis a mi cuñado?-, dijo intentando establecer una conversación.
-En el hospital del colegio capuchino. Todos en la aldea querían que el guapo doctor español los atendiera. No solo era por ser buen médico sino que no hacía diferencias entre castas. Como soy enfermera, cada vez que tenía que operar a una Dalit, me encargaban ayudarle en la operación -.
Fue entonces cuando comprendí porque me sonaban sus ojos, Samalí era la muchacha que atendía el quirófano, no la había reconocido porque nunca la había visto sin mascarilla. Alucinado por el descubrimiento, no dije nada.
-No comprendo-, respondió mi cuñada.
-Fernando era el único que no le importaba poner sus manos en uno de mi casta-.
-No sé qué eres-.
-Una intocable-, respondí interviniendo.
-¡Mi hermano y su sentido del deber!. Si en vez de estar jugando a salvar al mundo se hubiese quedado en España, ahora tendría plaza fija en un hospital decente-.
-¡Cállate!- le ordenó Maria, alucinada por su falta de humanidad de su marido, y dirigiéndose a las dos muchachas, preguntó: -Por lo que entiendo, ¿sois Dalits?-.
-Sí-, conteste adelantándome, -son un hermoso pueblo, injustamente tratado por milenios-.
-Pero, el sistema de castas…. ¿sigue plenamente vigente hoy en  dia?-.
-Sí, nuestro nacimiento marca en gran parte el futuro-.

-¡Salvajes!, si no llega a ser por los ingleses, seguirían quemando a las viudas-, espetó mi hermano exagerando su disgusto.

Mi cuñada sin ocultar su desazón, cogió a mi hermano del brazo y llevándolo a una esquina, le montó una bronca. Mientras tanto, acercándome a la muchacha, le dije:
-Con que eras, tú, mi ayudante-.
-Si-, respondió bajando su mirada.
-¿Y tenéis alguna otra sorpresa?-.
-Alguna hay, querido esposo-.
La vuelta de María evitó que le sonsacara a que se refería. Y aprovechando que las hermanas se llevaban a la mujer de mi hermano al comedor, me acerqué donde Javier y le dije:
-Te estás pasando-.
-¡Que va!, todo va sobre ruedas. María está enfocando su cabreo sobre mí, mientras sobreprotege a esas chavalas. ¡Has estado brillante!. No comprendía porque querías que fuera borde, pero me quito el sombrero. ¿Eres cirujano o psicólogo?, hermanito-.
-Cirujano, capullo-.
Sin más preámbulo, nos sentamos a cenar. Las hermanas habían dispuesto los sitios de manera que María quedara entre ellas dos. Sonreí al darme cuenta que lo hicieron para monopolizar su conversación. Inteligentemente, fueron encauzando a la misma hacía las forma de ver el amor en su cultura y en un momento dado, al salir el tema de los harenes de los antiguos pachás, mi hermano soltó que eso no era natural. Dhara le contestó, dirigiéndose a mi cuñada:
 -Eso es falso. En la india vemos a las personas como piezas de un puzle que se van integrando unas a otras. Por ejemplo, tú, María, por lo que nos han contado, eres como la pieza central de esta familia. Al casarte con Javier, él rellenó una de tus facetas pero, como te sobraba cariño, en cuanto viste a  Fernando y lo atrajiste a tu lado. No por ello, dejaste de querer a tu marido, tu amor era tan grande que daba para ambos-.
-Bueno-, contestó avergonzada mi cuñada, -fue fácil porque Fernando, además de un crío, era un encanto-.
-Lo ves. Fernando es igual-, intervino Samali, – En nuestra aldea, repartía su cariño a hombres y mujeres por igual. Salvó cientos de vidas y por eso cuando decidió volver a España, no tuvimos duda en acompañarle-.
Al oírlas, María se llenó de dudas y tomando un sorbo de agua, preguntó:
-¿Cuál de vosotras está enamorada de mi cuñado?-.
-Las dos-, respondieron al unísono las hermanas.
-Y ¿él?-.
-De ambas-, intervine sin saber si había actuado correctamente.
Menos mal que Samali acudió en mi ayuda.
-Déjame explicarte- dijo cogiendo la mano de la mujer que estaba perpleja, -Durante meses estuvo evitando sus sentimientos y por eso, mi hermana y yo hablamos entre nosotras y decidimos que no podíamos dejarle que se fuera-.
-Pero eso es inmoral-, exclamó mi hermano.
-Shhhhhhhh, déjalas que hablen-,  protestó su mujer que aunque estaba escandalizada, quería conocer la postura de las hermanas.
-Al igual que Javier nunca se ha puesto celoso de Fernando, yo nunca lo he hecho con Samalí-, dijo Dhara con gran acierto.
-Es diferente, Javier es mi marido y Fernando mi cuñado-.
-Sí, pero los amas a los dos-, contestó la pequeña.
-Pero es otro tipo de amor-.
-Lo mismo le ocurre a Fernando. Me quiere a mí de manera diferente que a mi hermana, pero no por eso me quiere menos-.
-Desde ese punto de vista, no tengo nada que decir pero, tú ¿qué opinas?-, me preguntó.
Tomé un buen trago de vino antes de contestar.
-Comprendo tus dudas, es más, son las mismas que yo tuve. Piensa  que era como si a un gladiador le preguntan qué prefiere si perder el brazo con el sujeta la espada o el que usa para defenderse con el escudo. Si se queda sin alguno, muere. Así me sentía yo-.
-¡Qué romántico!-, murmuró María dejando caer unas lágrimas.
-¿Romántico?, ¡Mis huevos! Este cabrón lo que quiere es beneficiarse a estas dos preciosidades. ¡Nos vamos! -, dijo mi hermano levantándose de la mesa.
-¡Siéntate inmediatamente!-, ordenó su mujer y cogiendo entre sus manos las de las dos muchachas, preguntó: -¿Qué vais a hacer?, sois conscientes que, esto, se considera amoral en España-.
-Sí, Fernando nos lo explicó, por eso, como en la India es legal, nos casamos allá-.
-¿Os habéis casado?-.
-Sí, siento no haberos avisado pero no sabía cómo ibais a actuar-, respondí con angustia.
-Pues como quieres que actuásemos-, soltó mi hermano, -con absoluta…-

-Tranquilidad-, intervino mi cuñada, -No es lo que deseábamos, pero confío en tu buen criterio y además estas dos muchachas son un primor-.

Las hermanas al oír que las aceptaba, se lanzaron a sus brazos y colmándolas de besos, le juraron que la tratarían como una madre.
-Hermana mayor-, respondió, -¡No soy tan vieja!-.
-Gracias-, respondí emocionado.
Con alegría vi que mi hermano, levantándose de la silla, las besó diciendo:
-Si habéis convencido a la arpía que tengo por mujer, no tengo nada que objetar-, y dándome un abrazo, murmuró a mi oído: -Cabronazo, ya me contarás… -.
El resto de la velada pasó sin ninguna novedad digna de ser narrada, solo os puedo decir que una vez que había desaparecida la tensión, fue muy agradable. María se lo pasó en grande metiéndose conmigo. Varias veces manifestó sus dudas acerca que fuera capaz de contentar a dos mujeres, las mismas que bien Samali o bien Dhara me defendieron alabando mi hombría. Mi hermano, por su parte, ya sin ejercer el papel de ladilla que le habíamos asignado, se comportó muy cariñoso con sus nuevas cuñadas, de manera que cuando los despedimos en la puerta, me felicitó por mi elección.
Al irse, cogí a mis esposas del brazo y sentándonos en un sillón del salón, les pedí que me explicaran que era eso de que me conocían de antes de la boda. Aunque sabía que Samali no había mentido cuando dijo que había sido mi asistente en esas operaciones, no  tenía claro si eso había tenido algo que ver con nuestra boda.
Ellas, viendo mi cara de enfado, se pusieron nerviosas antes de contestar:
-Yo también le conocía-, reconoció la pequeña casi llorando, -fui una de las alumnas que asistieron a un seminario que dio en la Universidad de enfermería-.
Me acordaba de esa clase pero al ser más de doscientas muchachas las que atestaban la sala magistral donde la impartí, realmente no me acordaba de ella. Con la mosca detrás de la oreja, me levanté a servirme un whisky. Samali, anticipándose a mi deseo, se levantó y corriendo rellenó un vaso con hielos y me lo pasó, con expresión de angustia. Cabreado no dejé que ella echara el licor y sin darles tiempo a reaccionar, les solté a bocajarro:
-Quiero saber TODA la verdad, ¡ni se os ocurra mentir!-.
Las hermanas se miraron asustadas y con lágrimas en los ojos, fue Dhara la que me contestó:
-Esposo nuestro. Todo empezó como un juego. Mi hermana me comentó que estaba ayudando a un doctor español guapísimo y al describírmelo, supe que era el mismo que había dado la conferencia-.
-¿Y?-, pregunté con un monosílabo.
La mayor de las dos, arrodillándose  a mis pies, implorando mi perdón, prosiguió diciendo:
-Al saber que a las dos nos gustaba y aprovechando que la ciudad era pequeña, cada vez que salía a un restaurante o iba a visitar a algún enfermo, decidimos seguirle. Perdónenos por no habérselo dicho, pero al verle tan a menudo, llegamos a apreciar el cariño con el que trataba a todo el mundo y sin darnos cuenta, nos enamoramos de usted… –
Dhara, acojonada, al ver que mi rostro era cada vez más cenizo, le interrumpió:
-Durante meses, al caer la noche, charlando en nuestras camas, Dhara y yo, nos masturbábamos imaginando que éramos sus esposas, de forma que el juego se convirtió en una obsesión. Un día Samali llegó llorando porque se había enterado que se volvía a España. Esa noche, mientras nos consolábamos una a la otra, decidimos que no podíamos perderle-.
-¡Y fuisteis a hablar con el padre Juan!-, afirmé al darme cuenta que todo era mentira.
-Nosotras no, convencimos a  nuestra madre para que fuera ella-, respondió la pequeña. -Mamá sabía que estábamos enamoradas y como el cura conocía su caso, aprovechó que, el mismo indeseable que la había violado, nos pretendía para pedirle que buscara el modo de mandarnos lejos-.
-¿Entonces al menos es verdad que ese cabrón quería casarse con vosotras?-, pregunté.
-Si- contestó Samali, -pero nuestro tutor se negó de plano. Como seguía existiendo el peligro que nos raptara, nuestra madre le insinuó al cura que como usted se volvía, podíamos venir en calidad de criadas a través de un matrimonio ficticio-.
-Por lo que me habéis confirmado, vosotras sabíais que mi intención no era casarme sino ayudaros-, les dije tratando de aclararme las ideas.
-Así es, amado esposo, pero esperábamos que, usted al conocernos, también se enamorara-.
-Sois una zorras, ¿sois conscientes de ello?-.
-Sí, somos conscientes-, respondieron al unísono.
-¿Y sabéis que es mi deber como marido el castigaros?-, les respondí con una sonrisa. Me habían dado un pretexto para realizar dos de mis sueños.
Al haberme dirigido a ellas como esposo y al no haber montado en cólera por el engaño, se tranquilizaron. Asumiendo que se tenían merecido un correctivo, Dhara me preguntó en qué consistiría:

-No os preocupéis, no voy a ser cruel. Ahora mismo quiero una tortilla y mañana me vais a preparar un chuletón-.

-¡Si acaba de cenar!-, soltó extrañada Samalí.
-El chuletón es para mañana, estoy cansado de tanta verdurita y demás comida para conejos. Como sé del asco que os da la carne, para comer me vais a freír un buen trozo de rica y sangrienta vaca-.
Venciendo su repugnancia, aceptaron. El castigo era doble, tenían que aguantar el olor de la fritura, sabiendo además que estarían cocinando a su animal sagrado. Si las muy cabronas habían usado la cultura local para conseguir ser mis esposas, qué menos que yo la usara para castigarlas. Y en relación a mi primer deseo, les aclaré:
-La tortilla que me apetece no está hecha de huevos, sino de coños-.
-¿No entiendo?-, respondió la pequeña.
Soltando una carcajada, expliqué el argot:
-Quiero ver como os consolabais esas noches. No me cabe duda que no solo os masturbabais, sino que os dabais placer mutuamente-.
-Amado esposo-, cayendo postrada a mis pies, Samali me confesó: -si lo hicimos, fue pensando en usted y no creo que sea correcto hacerlo, teniéndole presente-.
-Pues no creas más y actúa-, ordené poniendo su cabeza a la altura del sexo de su hermana.
Sin hacerse de rogar, fue despojando del sari a una perpleja Dhara. En su cara no solo observé confusión sino deseo, la pequeñaja se estaba excitando al pensar que iba a ser tomada en presencia y con el consentimiento de su marido.
-Déjame que te ayude-, le solté mientras le pellizcaba el pezón que había liberado.
Una vez hubo terminado, se puso en pie y dejó que su hermana, la desnudase. Para disfrutar de un mejor ángulo de visión, acerqué una silla y viendo que estaban desnudas, les pregunté a que esperaban.
-¿No vamos a la cama?-, me preguntó Samali, tapando con las manos sus pechos.
“¡Le da vergüenza!”, rumié encantado al ver el inútil intento de la muchacha y alzando la voz, les espeté: -¡No!, ¡vais a hacerlo aquí! y no te quejes, que si insistes, te obligo a tomar a tu hermana en medio de la calle-
Asustada por mi amenaza, abrazó a la morenita y totalmente abochornada, llevó sus labios a la boca de Dhara. Esta menos avergonzada, con la lengua forzó el beso y pasando su mano por el trasero de la mayor, me miró implorando instrucciones.
-Ámala como hacías cuando erais solteras y no teníais dueño. ¡No me defraudes!-,
Fueron todas las órdenes que consiguió sacarme. La pequeña vislumbró  que mis palabras tenían un doble significado: por una parte les aclaraba que no creía en su pureza, porque aunque  se me habían entregado vírgenes, sabía que sus cuerpos habían disfrutado del placer y por otra, les exigía que dieran todo de sí y que quería observar como llegaban al orgasmo. Sabiendo que era un peculiar castigo que no llevaba aparejado dolor sino sumisión, Dhara, tumbó a Samali sobre la alfombra y hablando en hindi, con la esperanza que no lo entendiera, le dijo:
 -Te quiero hermana pero amo más a nuestro marido-.
Separando las piernas de la mayor, se tumbó encima y con su boca se apoderó del pezón de la morena. Con lentitud y cariño, fue cubriendo de besos a la indefensa mujer que, dominada por la vergüenza, se dejaba hacer sin colaborar. Desde mi puesto de observación, fui testigo de cómo deslizándose por el cuerpo de Samali, la lengua de la pequeña dejaba un rastro húmedo en su camino. Las caricias se fueron acelerando poco a poco y cuando su boca estaba a escasos centímetros del sexo de su hermana, Dhara dominada por los acontecimientos y siguiendo mis instrucciones, se pellizcó los pechos mientras separaba los labios de la muchacha.
Con satisfacción, escuché el gemido quejumbroso de la abochornada Samali cuando sintió que con los dientes, su querida pariente, se apoderaba del hinchado clítoris que  escondía entre las piernas. Cerrando los ojos para no ver la invasión, involuntariamente separó las rodillas mientras sus manos intentaban arañar la alfombra. Su hermana buscó mi mirada en búsqueda de consuelo pero solo halló determinación y sin más, jugueteó con su lengua en el interior de la expuesta cueva que tenía a su disposición.
Con el ánimo de forzar aún más la vergüenza de la mayor y la sumisión de la pequeña, dije en voz alta:
-Tengo claro quien de las dos se merece mi cariño y quien mi repudio-.
Mis palabras sirvieron de acicate a Dahra que reanudando con más énfasis sus caricias, introdujo un par de dedos dentro del sexo de su hermana. No llevaba ni diez segundos sintiendo asaltado su interior cuando, con lágrimas en los ojos, Samalí me miró y con dolor reflejado en su rostro, me confesó:
-Amado, tiene razón en despreciarme, fui yo quien ideó el plan. Pero le pido que no me repudie, si lo hice fue porque anhelaba ser su esposa. He sido egoísta pero no volverá a ocurrir-.
Y levantando a Dhara, la besó mientras decía:
-Querida, nuestro marido quiere que nos amemos en su presencia, ¡hagámoslo!-.
7

Esta vez lejos de mantenerse pasiva, la mayor, tomando para sí los pechos casi adolescentes de su hermana, llevó su boca a ellos y con verdadera pasión, los fue chupando mientras  su mano izquierda se introducía calientemente en la entrepierna de su partenaire. La morenita, al sentir la pasión con la que la acariciaba, la obligó a tumbarse y poniéndose a horcajadas, puso su sexo a disposición de la madura. Esta no se hizo de rogar y mordisqueando el clítoris de su amada, consiguió sacarle los primeros suspiros de placer. Dhara, no siendo menos, con su lengua fue recogiendo el flujo que manaba del interior de la cueva de Samali mientras sus manos  se aferraban a su duro trasero.

Tengo que reconocer que me costó mantenerme al margen, mi más que excitado pene me pedía participar y dejar de ser testigo mudo de la unión de esas dos mujeres, pero comprendiendo que debían completar su castigo, me mantuve aferrado a mi silla mientras ellas se veían cada más subyugadas por el deseo. No tardé en escuchar salir de su garganta, los gemidos y sollozos de su pasión. Las muchachas olvidándose que a pocos centímetros de ellas, su marido las observaba, cambiaron de posición y entrelazando sus piernas, restregaron  sus hambrientos sexos, una contra la otra.
Contra todo pronóstico, fue Samali la primera en correrse y presa de un frenesí que daba  miedo, empezó a convulsionarse sobre la alfombra. Chocando coño contra coño, las mujeres se aparearon ante mi absorta mirada. Con la habitación inundada del olor a sexo, los chillidos de la morenita me anticiparon su clímax y derramándose sobre su hermana, obtuvo el orgasmo que le había exigido.
Cuando ya había supuesto que víctimas del cansancio ambas mujeres caerían desplomadas, la  más madura cogió a la menor y dándole la vuelta, le abrió las nalgas y sin atender a sus quejas, con la lengua exploró las rugosidades de su ano mientras le susurraba:
-Nuestro amado debe marcarte como hizo conmigo-.
Supe cuál era mi cometido y desnudándome, esperé sentado en mi silla mientras Samali preparaba a su hermana. Buscando que la experiencia fuera placentera, con sus dedos y con la ayuda del flujo que manaba del sexo de Dhara, fue relajando el inexplorado esfínter.  La pequeña presa de nuevas sensaciones no pudo evitar correrse dando sonoros gritos. Ambicionando mi perdón, la mayor de mis esposas levantó del suelo el cuerpo sudoroso de la otra y poniéndola a mi disposición, dijo entre lágrimas:
-Respetuosamente le imploro que centre su castigo en mí. Aquí tiene a su esposa, lista para ser marcada-.
Comprendí que Dhara estaba al corriente de su función cuando dándose la vuelta, cogió mi pene y acercándolo a su trasero, logró introducir la cabeza de mi glande en su interior. Aulló de dolor pero lejos de intentar separarse, forzó la penetración deslizando su cuerpo hacia atrás. Poco a poco, mi extensión fue adueñándose del estrecho conducto de su ano mientras su cuerpo se estremecía por el intenso contacto. Al completar su empalamiento, giró su cabeza y posando sus labios en los míos, me informó que estaba preparada.
Su hermana, consciente del dolor que la consumía, poniéndose de rodillas frente a ella, le pidió:
-Deja que te ayude-.
Y sin esperar mi permiso, empezó a masturbarla. La mezcla de sufrimiento y de placer provocaron que la pequeña suspirara calladamente, momento que aproveché para izar y bajar lentamente su delicada anatomía. La cría se fue relajando a la par que el malestar iba disminuyendo y tras unos minutos de lento cabalgar, tomó las riendas y rebotando sobre mi pene, buscó el placer. Desde el primer encuentro, había asumido que Dhara era una mujer fogosa pero no cotejé cuanto hasta que esa noche, la vi consumirse en una pasión desbordante mientras la empalaba.
-Estoy dispuesta-, dijo al percibir que su cuerpo mostraba signos de volverse a correr y poniendo su cuello en mi boca, me rogó que la marcara.
Mordiendo la unión con su hombro, apreté mis dientes para que la huella de su entrega permaneciera como recordatorio sobre su piel. Ella al experimentar mi violencia, dando un estremecedor grito se desparramó sobre mis piernas sin dejar de moverse. Mi propio pene no pudo soportar mas la tensión y explotando,  regó su interior con mi simiente.
Cuando me recuperé, cogí su cuerpo entre mis brazos y levantándome de la silla, susurré a su oído:
-Vamos a la cama-.
Estaba ya saliendo de la habitación y al girarme, vi que Samali, todavía arrodillada, lloraba. Dirigiéndome a ella, pregunté:
-¿Qué esperas?-.
Sin saber cómo reaccionar, la muchacha, sumida en el llanto, preguntó:
-¿También yo?-.
-Sí, también tú-, respondí, -no pienses que se me ha olvidado lo que has hecho, pero no puedo dejar a una de mis esposas tirada en la alfombra-.
Con un halo de esperanza, la morena insistió:
-¿Entonces no piensa repudiarme?-.
-Nunca fue mi intención, juré ser tu compañero eterno y cumpliré mi palabra-.
La muchacha se levantó del suelo y con una alegría contagiosa, me dio las gracias. Acercando su boca a la mía, la acaricié mientras le decía:
-Tengo toda una vida para castigarte-.
Samalí sin dejar de sonreír, asumió la amenaza y mientras me seguía por las escaleras, exclamó con tono pícaro:
-Amado esposo, en cambio yo, ¡Tengo toda una vida disfrutar de sus castigos!-.
Por respuesta, recibió con gozo un azote en su apetitoso trasero.

Relato erótico: “La fábrica (1)” (POR MARTINA LEMMI)

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Cuando Daniel estacionó el auto junto a la acera fue inevitable que tanto él como yo claváramos y dejáramos detenida la vista durante algún instante en la fachada del edificio.  No había, por cierto, nada que delatase que allí funcionaba una fábrica: ningún cartel ni ícono de identificación; ni siquiera ventanales que dieran hacia el exterior, los que había, en realidad, se hallaban elevados a unos dos metros y medio por encima de la acera y seguramente tenían más como objetivo dejar entrar la luz que otra cosa.
Luego ambos nos miramos y suspiramos.  No era que el lugar luciese lúgubre ni recordase a una prisión como suele ocurrir con algunos establecimientos fabriles; simplemente daba imagen de nada…, es decir que no había modo alguno de inferir cómo luciría aquel lugar por dentro.  Pero tuviera el aspecto que tuviese, ese ciego muro de ladrillo a la vista tenía tras de sí el sitio en el cual yo, carpetita en mano, me jugaba las cartas para una nueva posibilidad de conseguir trabajo.  Las cosas se habían puesto difíciles, por cierto: la fábrica en la cual hasta hacía algunos meses yo me había desempeñado como administrativa, había entrado en una dura caída llevando a sus dueños a drásticas reducciones de gastos, lo cual, por supuesto, había hecho estragos en el personal.  De pronto nadie tenía allí la garantía de tener su silla asegurada y siendo yo relativamente nueva en la firma, mi nombre apareció rápidamente en las listas del lastre a desechar para que el barco no acabara por hundirse del todo: era lógico, puesto que despedir a los de más antigüedad implicaba para los propietarios pagar indemnizaciones más altas… Y fue entonces cuando me cayó la “propuesta indecente”: impune y desvergonzadamente, mi ex jefe me “invitó” a tener sexo con él y si bien nunca se me dijo abiertamente que de mi aceptación dependiese mi continuidad en el trabajo, quedaba tácitamente más que claro que ése era el precio que yo debía aceptar pagar si pretendía no estar en la lista de los prescindibles que recibirían el telegrama en los próximos días.  Fue, para mi dignidad, un insulto que no fui capaz de tolerar; se lo comenté a Daniel y enrojeció de furia, tanto que prácticamente me impuso que renunciara al trabajo sin siquiera esperar el despido.  Hacer tal cosa, por supuesto, me dejaba sin derecho alguno a indemnización pero en ese momento estábamos dispuestos a pagar tan alto costo con tal de mantener  intacta m integridad moral.
Así que quedé en la calle por “voluntad propia”; ni yo ni Daniel aceptábamos la posibilidad de volver siquiera un día a trabajar en ese lugar y hasta pensamos en elevar una denuncia penal contra mi ex jefe por abuso de poder y acoso sexual; un abogado amigo, sin embargo, nos terminó disuadiendo de ello por dos motivos: en primer lugar no teníamos prueba alguna y sería mi palabra contra la de él; en segundo lugar, y dada la falta de oportunidades laborales que reinaba en ese momento, iniciar un juicio contra mi anterior jefe podría funcionar como un obstáculo para que en otro lado me dieran trabajo.  Nadie querría a una empleada con prontuario de inconformista y conflictiva, sin importar en lo más mínimo el motivo de tal conducta o si ésta era justificada o no.  Y el costo a pagar fue realmente alto: cinco meses sin trabajo y llena de deudas, al punto de que tuvimos que suspender incluso la boda que teníamos programada hasta tanto yo tuviera trabajo y nuestra situación económica mejorase.
Daniel me tomó la mano y nos besamos; me apoyó un dedo sobre la rodilla.
“Vestida así, la chance de conseguir trabajo es bastante alta” – dijo, guiñándome el ojo.
Lo decía, desde ya, en parte en broma y en parte no.  No le gustaba en lo más mínimo que yo me presentara a una entrevista laboral con una falda tan corta y sandalias de taco pero estaba, por otra parte, implícito que yo tenía que causar la mejor impresión posible.  Y esa impresión no dependía sólo de los antecedentes laborales que figuraban en los folios de mi carpetita… Así que, aunque no le gustara, el pobre Daniel tenía que aceptarlo y poner la mejor cara posible aun cuando se le hiciera difícil; y a mí tampoco, en realidad, me daba demasiada gracia presentarme de esa forma porque me sentía de algún modo como una “mujer en oferta” aun cuando bien sabía que no era así y que se trataba de una cuestión meramente estética.
Los meses transcurridos después de la renuncia a mi anterior trabajo se me habían hecho realmente duros.  Tanto Daniel como yo habíamos creído, ingenuamente, que una nueva oportunidad surgiría rápidamente pero no fue así.  Fueron entrevistas, entrevistas y entrevistas… Currículum, currículum y currículum… Y nada, mientras los gastos y las deudas subían y ya no encontraba forma de sostenerme ni aun a pesar de la generosa ayuda de Daniel a quien, por cierto, el dinero no le sobraba y, de hecho, le habían quitado horas de trabajo en su firma también como parte de una política empresarial de reducción de gastos.
“Mucha suerte” – me dijo Daniel con un gesto cargado de ternura en el cual, además, se evidenciaba que haría fuerza por mí mientras aguardaba en el auto a que yo saliera de la entrevista.
Yo sólo sonreí; me acomodé un poco la falda para no mostrar tanto al descender del auto (si bien no había nadie cerca) y así, una vez que lo hube hecho, me encaminé hacia la puerta metálica y accioné el portero eléctrico.  Una voz femenina me respondió…
 “Buenas tardes, soy Soledad Moreitz, vengo por la entrevista laboral con el señor Di Leo…” – me anuncié.
 No llegué a oír si hubo o no respuesta porque el chillón sonido de la apertura de puerta lo tapó todo.  Empujé la misma y, antes de entrar en el edificio, eché una última mirada a Daniel quien, desde el auto me enseñaba un puño cerrado en señal de fuerza para luego mostrarme el dedo pulgar en alto… Sonreí, le soplé un beso y entré…
Una mujer de lentes que tendría unos cuarenta y cinco años se me presentó como la secretaria de Di Leo y pude reconocer en su tono de voz el mismo de quien me había atendido por el portero eléctrico; ella me guió hacia la oficina del jefe luego de decirme, con una sonrisa parca pero cortés, que él me estaba esperando.  Mientras seguía su taconeo, pasé ante los escritorios sobre los cuales hacían sus menesteres las empleadas administrativas que tal vez, si tenía yo éxito en mi entrevista de trabajo, podrían llegar a ser pronto mis compañeras.  Fue inevitable, por cierto, que todas clavaran los ojos en mí con un deje de recelo y hasta era entendible pues aun cuando tuvieran la mejor predisposición hacia mí yo era una gallina nueva en el gallinero y, para colmo, con veintiséis años de edad y atractiva.  Y aun cuando no había certeza de que yo quedara efectiva en el puesto, mi presencia allí introducía un elemento espinoso en un mundo femenino en el cual la competencia es moneda corriente.  Al fondo, alcancé a distinguir a Floriana quien, además de ser mi amiga, era la responsable de hacerme de contacto para tener aquella entrevista, ya que me llamó apenas supo que la firma había decidido prescindir de los servicios de una de las chicas por ciertas desprolijidades y negligencias en su trabajo.  Apenas me vio, el rostro de Floriana se iluminó y, despegando por un momento la vista del monitor que tenía enfrente, una amplia sonrisa le invadió y me saludó agitando la mano.  Conociéndola lo suficientemente y siendo yo capaz de interpretar cada gesto de ella, pude notar claramente que me estaba deseando suerte pero  que, además, lucía tremendamente optimista con respecto a mi entrevista.  Viéndola además entre el resto de las muchachas saltaba a la vista que era, por lejos, la menos atractiva y no era extraño entonces que las demás se llevaran bien con ella considerando que estaba lejos de ser una competencia; yo, en cambio, sí lo era… y aquellos rostros y miradas me lo hacían saber claramente.
Llegué hasta la oficina del jefe o, al menos, de uno de ellos, ya que eran dos los socios propietarios aun cuando la fábrica estuviese formalmente dividida entre dos firmas, siendo cada una de ellas manejada por una persona diferente: es decir, en la letra de la ley no había sociedad formal sino dos medianas empresas que compartían un mismo espacio físico.  Una era una fábrica de herrajes y, como tal, se encargaba de todo lo referente a la producción de portones, cortinas, persianas metálicas, cerraduras, etc.  La otra, que era en la cual yo estaba a punto de probar suerte, se encargaba de la parte de mecanización de portones y cortinas con lo cual, de algún modo, ambas firmas trabajaban de manera casi complementaria e incluso, según me había dicho Floriana, los empleados compartían prácticamente los mismos ámbitos de trabajo llegando a olvidar quién era empleado de quién y lo mismo ocurría tanto con el personal administrativo como con los operarios de planta.
La secretaria que me acompañó era una mujer morocha y, a decir verdad, no demasiado atractiva, con lo cual había que dar por sentado que tenía que ser muy eficiente en su trabajo o no estaría allí.  Sus modales parecían ser rígidos pero correctos y en ningún momento la parquedad se convertía en falta de amabilidad.  Una vez que hubo llegado hasta la puerta de la oficina la abrió sin llamar, con lo cual di por descontado que había una gran confianza con el jefe o bien que ya él estaba al tanto de mi llegada y me esperaba; después de todo eso era lo que la mujer me había dicho.
Un hombre rechoncho, regordete y con avanzada calvicie se hallaba al otro lado del un escritorio con la vista clavada en un monitor.  Rondaría los sesenta años. 
“La señorita de la entrevista, Hugo… – anunció la secretaria con formalidad pero a la vez llamándolo por el nombre de pila, lo cual de algún modo terminó de confirmar mi idea sobre el alto grado de confianza entre secretaria y jefe -.  Soledad…” – la mujer hizo una pausa y giró la vista hacia mí frunciendo el ceño en gesto interrogativo.
“Moreitz…” – le respondí.
“Moreitz…” – completó sonriendo la secretaria mientras blandía en alto un dedo índice y remarcaba bien la z final de mi apellido.
El hombre desvió la vista del monitor y posó sus ojos en mí.  Lo noté impactado y tuve la sensación de que para bien, lo cual debo confesar que me alegró: una buena impresión inicial, aunque más no fuera desde lo estético, era la primera forma de abrirme la puerta hacia un nuevo empleo; lo sentí así, como si hubiera traspuesto otra puerta más en mi acceso a aquella fábrica.  Lo que más me llamó la atención fue que el hombre se calzó los lentes para mirarme cuando la realidad era que, hasta el momento, miraba a la pantalla del monitor sin necesidad  de ellos.  O tenía problemas para ver lo que estaba más lejos o había decidido que yo merecía un estudio más minucioso y exhaustivo que lo que fuese que estuviera viendo antes.  Me miro de arriba abajo con detenimiento y tardó un rato en hablar, lo cual me puso algo nerviosa aun cuando, como dije, me entusiasmaba el hecho de haberle causado una buena impresión.
“Buenas tardes, Soledad, gusto en conocerla ¿cómo le va?” – me saludó finalmente.
“Buenas tardes, señor De Lío.  Muy bien. Gusto en conocerlo…” – respondí yo con una sonrisa e incluso con una ligera flexión de rodillas que me salió maquinalmente.
“Tome asiento por favor” – me invitó él extendiendo la palma abierta de su mano hacia la silla giratoria que se hallaba al otro lado de su escritorio.
Con timidez pero a la vez con resolución me ubiqué en donde me indicaba.  Al hacerlo me tomé el pliegue de la falda para evitar que se subiera demasiado aunque, casi de inmediato, me di cuenta de que ese gesto no tenía ningún sentido en ese momento y lugar en el cual lo único que quería yo era conseguir el trabajo.  De hecho debería haber optado por la estrategia contraria y, en efecto, el hombre mantuvo la mirada clavada en mis piernas durante los segundos que me demandó sentarme e incluso lo siguió haciendo después.  El escritorio no era de madera, fórmica ni nada parecido sino que se trataba simplemente de una plancha de cristal con lo cual él podía ver mis piernas perfectamente desde su posición.  Supuse en ese momento que ésa debía ser exactamente la idea…
“Estela – dijo él dirigiéndose hacia su secretaria -.  Dejame solo con la señorita, por favor… Si alguien me busca que espere…”
Noté algo extrañamente perverso en sus palabras o, más aún, en el tono con que las dijo.  Las sensaciones se me encontraban y la excitación ante la posibilidad de conseguir empleo chocaba contra el recuerdo de lo ocurrido en mi anterior trabajo, en el cual mi ex jefe me había acosado sexualmente en forma de chantaje para retener mi puesto.  Una batalla interna se libraba, por lo tanto, dentro de mí.  La jovencita atractiva y desocupada estaba en lucha contra la mujer recatada que pensaba casarse dentro de poco y que, de hecho, había debido aplazar la fecha por los problemas económicos derivados de la pérdida de mi anterior empleo.  Por un momento pareció que la segunda lograra imponerse en la contienda ya que, como un gesto maquinal de autodefensa, apoyé la carpeta con mis datos sobre mi regazo de tal forma de cubrirme un poco de aquellos ojos que seguían clavados en mis piernas.
“No te hagas problema, Hugo… – respondió la secretaria y me pareció notar un deje de complicidad en su tono… o quizás era mi paranoica imaginación -.  Hablá tranquilo con la señorita…”
 Al escuchar el sonido del picaporte supe que me había quedado a solas en esa oficina con ese hombre que distaba de ser atractivo y que, ahora que estaba solo, se me antojaba aun más libidinoso de lo que ya me había parecido antes.  El saberse en privado conmigo pareció haberle borrado de su expresión facial unos cuantos vestigios de recato.  Pero, claro, yo venía de una experiencia algo traumática y, una vez más, pensé que estaba todo en mi cabeza… Por lo pronto, él seguía mirando hacia mis piernas; en un momento extendió su mano en dirección a mis rodillas y temí por lo que fuera a decir a continuación…
 “Bien, a ver… ¿Me permite ver esa carpeta, Soledad?”
Me sonreí y me relajé, experimentando un cierto alivio por dentro.  Claro, mi carpeta, qué tonta: la tenía apoyada sobre el regazo después de todo y seguramente lo que él esperaba era que yo se la alcanzase de una vez por todas ya que se suponía que a eso era a lo que había ido.
“S… sí, por supuesto” – no pude evitar tartamudear un poco.
 Pero cuando la carpetita se despegó de mis rodillas y estiré el brazo para hacérsela llegar, noté que la vista de él seguía posada en mis piernas y tuve que caer en la conclusión de que estaba más interesado en privarme de la carpeta que en ver su contenido: era un obstáculo para su vista.  Una vez más sentí un estremecimiento pero tomé coraje y redoblé la apuesta.  Si ése era el juego al que él quería jugar, pues entonces, ¿por qué no podía yo hacer valer mis cartas de seducción y así dejar de ser una desocupada?  Justo en el momento en que pareció que desviaría la atención de mí para dedicarla a la carpeta  que le acababa de alcanzar, me crucé de piernas; el resultado fue el esperado: volvió a alzar rápidamente la vista luego de haberla bajado fugazmente y pareció aun más turbado que antes o, al menos, ésa fue la sensación que me dio.  Sin desviar los ojos de mí, abrió la carpeta para luego, seguramente a su pesar, bajar la vista y dedicarse a escudriñar las foliadas hojas; por lo que percibí, debió hacer un verdadero esfuerzo para dejar de mirarme, ante lo cual yo paladeé y festejé por dentro ese pequeño triunfo.  Se seguían abriendo puertas…
“¿Se desempeñó en Cavalier?… – preguntó alzando las cejas; su rostro fue girando de la sorpresa a la tristeza -.  Una pena lo que pasó con esa empresa; quebró finalmente…”
“No… no estaba al tanto – dije -; sí sabía que estaban muy mal…”
“Presentó quiebra la semana pasada… – me intererumpió -. ¿Renunció o la despidieron?”
“R… renuncié…” – respondí tartamudeando pero a la vez tratando de sonar digna y segura; él me miró.
“No tenga miedo de decir nada; no va a tener incidencia sobre sus chances para el empleo…”
 Lo miré, algo confundida y turbada.  ¿Era posible que la información circulara entre los empleadores a tal punto?  ¿Estaba ya al tanto de lo ocurrido con el desagradable episodio de acoso sexual?  Permanecí mirándole sin saber qué decir…
“Lo que le quiero decir es:… – continuó Di Leo – si fue despedida no debe sentirlo como una vergüenza a ocultar; es común que las empresas se desprendan de personal cuando no les va bien…”
Relajé los hombros con alivio.  Qué tonta: claro, a eso se refería: tenía que controlar mi paranoia.
 “S… sí, señor Di Leo… Entiendo, pero de todos modos renuncié…”
 Rogué que no preguntara el motivo; por fortuna no lo hizo.
 “Bien… – asintió mientras volvía a bajar la vista hacia los folios -.  En todo caso terminó siendo una decisión acertada considerando lo que pasó después con la empresa… ¿Es usted casada?”
 Soltó la pregunta a bocajarro y sin anestesia; tan brusco giro en la entrevista me tomó desprevenida.  Una vez más me volvió a asaltar la inquietud.  Pero en cuanto lo pensé mejor, me di cuenta de que la pregunta no era tan ilógica ni fuera de protocolo: los empleadores necesitan  los datos  sobre la situación conyugal o familiar de sus empleados ya que la misma guarda directa relación con prestaciones, aportes, etc. 
“N… no, señor Di Leo… Soltera”
 Abrió grandes los ojos en un gesto que no sé hasta qué punto fue real o actuado: después de todo, mi información conyugal estaba bien especificada en la primera foja de mi carpeta.
“¿Soltera?  – preguntó -.   Ésa sí que es una sorpresa.  Es usted muy bonita…”
 Se me quedó mirando fijamente y, ahora sí, mi paranoia dejaba de ser tal para pasar a ser realidad.  Tragué saliva y di un respingo.  Tenía, no obstante, que mantenerme amable si quería el empleo.  Así que opté por la cortesía:
“G… gracias, señor Di Leo”
 Tuve la esperanza de que mi respuesta fuera suficiente para que él desviase el tema y volviera a mi carpeta pero no fue así; su vista continuaba clavada en mí y, cada vez más, se me antojaba como la mirada de un león hambriento..
“Tiene hermosos ojos marrones – dijo, haciéndome sonrojar -.  Y ese cabello castaño lacio es realmente…”
 “Es planchado, señor…” – dije lo más resueltamente que pude como para dar por terminado el tema.
 “Ah… Le queda hermoso así – insistió -.  ¿Entonces es ondulado…?”
 Yo temblaba por los nervios; con vergüenza bajé la vista hacia mis rodillas.
“No mucho… – dije, con un hilillo de voz apenas audible -, pero sí… tengo algunos bucles naturales…”
Se produjo un nuevo momento de silencio y yo seguía sin atreverme a levantar la vista pues bien sabía que sus ojos se mantenían sobre mí.  Recién cuando oí el sonido de los folios siendo pasados uno tras otro me atreví a alzar los ojos.  Él, sin embargo, y sin dejar de ojear la carpeta, no abandonó la temática sino que volvió a la carga:
“Supongo que tiene novio al menos…” – aventuró, tratando de imprimir a sus palabras un tono casual.  En cierta forma, me hizo sentir alivio: su pregunta me servía…
“Sí, está afuera esperándome – respondí con voz firme -.  Nos vamos a casar pronto…”
 Golpe certero, pensé: en una sola respuesta le acababa de dar noticias bien disuasorias.  Sin embargo, no lo noté turbado; por el contrario, levantó las cejas y su rostro adoptó una expresión de alegría.  ¿Fingida?  No había forma de saberlo y aún no lo conocía tanto como para determinarlo.
“¡Ah qué bien! – exclamó -.  Se entiende entonces que necesite el empleo con tanta urgencia: hoy en día iniciar una vida en pareja es muy pero muy costoso…”
Parecía siempre tener un as guardado en la manga.  Otra vez ponía las fichas de su lado.  ¿Me estaba extorsionando con ese diagnóstico?
“Sí…, así es…” – dije sonriendo, aunque con un deje de tristeza.
“Veintisés años… – dijo él volviendo a mirar mi carpeta -.  Muy joven… ¿Hijos?”
“No, señor, no tengo…”
 No me gustó tener que dar ese tipo de información porque me jugaba en contra.  Una mujer joven, como yo, y sin hijos, conllevaba un latente peligro de embarazo en el corto o mediano plazo, más aún cuando acababa de confirmarle mis planes matrimoniales.  Intenté descubrir en su rostro el impacto de mi respuesta pero la verdad fue que no pude ver nada: su rostro seguía imperturbable y parecía haber tomado el dato como  algo sin importancia.  De hecho su siguiente comentario me terminó de confirmar que la cuestión le había resbalado absolutamente… Y cómo…
“Póngase un momento de pie, señorita Moreitz”
 Fue una estocada de lo más inesperada; de hecho la sentí así, como si algo se me hubiera clavado en el pecho y me empujase hacia atrás.  Él me miraba fijamente y yo estaba invadida por la confusión.
 “¿P… perdón?”
 “Póngase de pie, por favor – insistió – : quiero verla un poco.  La presencia de nuestras empleadas es algo no menor para la empresa…”
 Todo me daba vueltas.  Me sentía absolutamente superada por la situación.  Era como revivir el pasado, pero peor…  Mi ex jefe, al menos, había aguardado un año y medio para su primer embate, pero este tipo parecía mucho más resuelto a conseguir lo que quería y lo hacía notorio incluso antes de tomarme como empleada y sin que se supiera siquiera si yo quedaría en el puesto.  Jugaba conmigo como el gato con el ratón; eso estaba claro: él sabía que tenía a su favor el poder de decisión y yo sabía que tenía en mi contra la aflictiva situación económica en que había caído tras perder mi anterior trabajo.
Me puse en pie despaciosamente y tomándome la falda por los pliegues de tal modo de evitar que se levantara en demasía.   Él me estaba sometiendo a un escrutinio atroz a tal punto que sentí como si sus ojos fueran agujas entrando en mi cuerpo; yo, cada vez más sobrepasada por tan peculiar entrevista, bajé la vista al piso.
“Hermosa figura… – dictaminó como si estuviera emitiendo un veredicto -, muy armoniosa…  Lindas piernas…”
Las rodillas comenzaron a temblarme.  Ignoro si él lo notó; de ser así, se estaría seguramente divirtiendo a mi costa… O bien ése era su modo habitual y natural de comportarse con cada muchacha que se presentara en allí en busca de empleo.  Un tenso silencio se apoderó del lugar mientras él me escrutaba de arriba abajo con el mayor detenimiento; transpirando, alcé ligeramente las cejas cuando me pareció que el silencio no iba a tener fin.  Me topé con la vista de él quien, obviamente, me seguía observando.   Apuntando un dedo índice hacia el suelo, trazó con él un círculo en el aire.
 “Gírese…” – me dijo.
 Mi incredulidad iba en aumento a cada instante.  ¿Tenía que ver también cómo lucía por detrás?  Urgía conseguir el trabajo y, por lo tanto, decidí acatar lo que me pedía (¿o exigía?); sin dejar de temblar me fui dando la vuelta hasta quedar de espaldas a él.  Otra vez silencio…
 “Inclínese un poco, Soledad…” – me dijo de pronto.
Aun cuando el pedido había sido suficientemente claro, giré mi cabeza por sobre mi hombro para mirarlo interrogativamente.  No pareció perturbarse por ello en absoluto; más bien se sintió en necesidad de especificar.
“Inclínese… – me repitió –, hacia adelante, por favor…”
Volví a mirar hacia adelante o, más precisamente, hacia el piso.  Ya para esa altura la entrevista excedía cualquier expectativa previa y, por cierteo, era harto humillante.  Necesitaba el trabajo, me dije una vez más, lo necesitaba… Quizás, pensé, sería mejor hacer simplemente lo que él me pedía y, una vez aceptada, ya no me molestaría.  Ingenua de mí: es bastante obvio que quien avanza con tal impunidad y descaro en una entrevista laboral no va a sentir demasiados límites a la hora en que una empleada haya pasado a formar parte estable del personal de su establecimiento.  Yo creía, sin embargo, o quería creer, que toda aquella degradación a que me estaba sometiendo era parte de una metodología extorsiva en la medida en que yo necesitaba el trabajo… y que ya no le sería tan útil en el hipotético caso de que yo quedase efectiva.
Me incliné hacia adelante, tal como él decía.  Mi espalda quedó a unos treinta grados  con respecto a la vertical y sostuve mi falda por los laterales a los efectos de que no se alzara más de la cuenta y mostrase lo que no debía mostrar.
“Inclínese más… – me ordenó, ignorando totalmente mis pudorosos intentos -.  Tóquese los tobillos…”
Fue como una nueva estocada.  Esta vez  entre los omóplatos.  Mi dignidad seguía por el piso: tenía que pensar en el trabajo, el trabajo, el trabajo; si en aquel momento me incorporaba y lo mandaba a la mierda todo se habría terminado y bien sabía que las oportunidades laborales estaban lejos de llover del cielo… mientras mis deudas aumentaban y yo no podía cubrir mis gastos.  Haciéndole caso, entonces, solté la falda y llevé mis manos a los tobillos, dejando así mi parte trasera libre de cualquier pudoroso obstáculo para su vista.  Cerré los ojos y me sentí morir.  En la posición en que me hallaba era absolutamente imposible pensar en que él no estaría viendo mi cola por debajo de la falda.  El mutismo en que Di Leo se mantenía sólo contribuía a aumentar mi nerviosismo.
“Bien… – dijo con tono aprobatorio -.  Muy bien, sí… Eso sí: la falda es un poco larga; ya vamos a hablar con Estela para solucionar eso…”
Yo cada vez daba menos crédito a mis oídos.  ¡Dios!  ¿Demasiado larga?  Me había puesto la más corta y atrevida que tenía.  ¿Qué pretendía? 
“Bien, Soledad… acérquese”
Tácitamente, me autorizaba a incorporarme y salir de mi degradante postura.  La orden, sin embargo, distaba de generarme alegría o alivio, ¿qué seguiría?  Incorporándome y acomodando un poco mi falda, giré y caminé hacia él; en un principio había interpretado que debía quedarme de pie frente al escritorio pero él, otra vez con su dedo índice, trazó en el aire un semicírculo en clara invitación a que pasara para su lado.  Mis pasos se volvieron cada vez menos seguros sobre los tacos en tanto que las rodillas me flaqueaban al punto de que temí caer. Una vez que pasé al otro lado del escritorio me ubiqué de pie junto a él, quien permanecía en su silla giratoria y no hacía más que seguirme mirando de arriba abajo con la misma exhaustividad que si tuviera ante sus ojos un balance mensual.
“Permiso…” – dijo, en lo que constituía para esa altura un formalismo absurdo.  Apoyando ambas manos sobre mí, me tomó por el talle y me hizo girar nuevamente.
El temblor aumentó en mí; ahora él me estaba tocando y, por lo tanto, debía advertirlo.  Sus siguientes palabras lo confirmaron:
“Tranquila… – dijo, sonriendo y, según me pareció, con un desagradable sonido a saliva entre sus labios -.  Quédese tranquila, Soledad, esto es rutina…”
 Acto seguido y como si no tuviera yo ya suficiente con tener sus manos sobre mí, pasó una de éstas por debajo de mi falda y me acarició las nalgas.  Yo tenía ganas de huir corriendo pero no lo hice; tenía ganas de girarme y mirarlo con odio, pero tampoco lo hice… Mi trabajo estaba en juego y mi dignidad se seguía cayendo hecha pedazos a cada instante en mi desesperación por conseguirlo.  Él me seguía acariciando por debajo de la falda y, cada tanto, tironeaba de la tanga que yo llevaba puesta para soltarla y hacerla entrar con fuerza en mi zanjita una y otra vez.  La sensación era que me estaba sometiendo a una prueba; él mismo había hablado de rutina… Claro, seguramente, estaba probando mi paciencia o tanteando hasta qué punto era capaz yo de dejarme humillar; estaba más que claro que aquél debía ser el procedimiento que repetía con todas las postulantes: quien no fuera capaz de soportarlo o bien mostrara resistencia a su probable futuro jefe, quedaba por supuesto descartada… Hice coraje y hablé; traté de hacerlo con tono firme aunque la voz me salió muy baja:
“Señor Di Leo…” – musité.
 “¿Soledad?”
“¿Puedo…, con todo respeto, preguntar a qué se debe esto o qué… tiene que ver con mi entrevista de trabajo…?
 “¿Quiere usted el trabajo?” – me repreguntó él en tono amable pero tajante.
“S… sí  – balbuceé, perdiendo la seguridad que había querido darle a mi tono segundos antes -, por supuesto que lo quiero, pero…”
 “Si quiere el trabajo – me interrumpió, siempre con la misma impostada amabilidad -, entonces tiene MUCHO que ver con su entrevista… Le diría que es esencial, je…”
 La respuesta no pudo ser más clara.  Tanto que dejaba como inútil cualquier argumentación.  No se podía contestar con argumentos a lo que no tenía: sus palabras dimanaban simpleza pura… y poder.
 “¿Es… así con todas las chicas?” – pregunté volviendo a tomar coraje.
“No… – rió -.  Sólo con las más bonitas, je…”
Claro, todo estaba bien claro.  Se quedaría con el puesto quien no ofreciera  resistencia al sentir una mano sobre su cola.  Es extraña la mente de una persona y más cuando está urgida económicamente, porque en ese momento juro que me pregunté si lo estaría haciendo bien.  ¡Dios!  ¡Qué locura! 
Una palmadita en las nalgas me anunció que el escrutinio de mi zona trasera había terminado.  Y yo no dejaba de preguntarme si habría aprobado.  ¿Cómo habrían reaccionado las otras chicas?  ¿Habrían echado a correr?  ¿Le habrían cruzado la cara de una bofetada?  ¿O simplemente se habrían ofrecido a él del modo más desvergonzado y degradante para poder conseguir el empleo?  Me tomó por el talle y me hizo girar nuevamente; él seguía sentado.
 “Sabe usted que en caso de quedarse con el puesto va a tener que contestar seguido el teléfono, ¿verdad?” – me preguntó.
 “Sí… Algo me adelantó Floriana”
 “Ah, claro… es tu amiga… cierto que lo es.  Bien… la cuestión es que va a tener que atender a potenciales clientes que pueden llegar a estar muy lejos: muchos del interior y algunos inclusive del exterior…”
 Asentí, pero lo miré sin entender demasiado…
 “Es importante, Soledad – continuó -, que mis administrativas pongan en juego sus armas de seducción cuando atienden el teléfono…”
  Mi gesto interrogativo se acentuó.
“¿P… perdón, señor Di Leo?”
“Claro, je, es simple… Un cliente que está llamando desde Tucumán o desde Mendoza no conoce la empresa y no te está viendo… Por lo tanto en ese momento hay que seducirlo con la voz y las palabras.  La idea, claro, es que compre…”
“Entiendo, señor Di Leo…” – dije, casi como un autómata; lo que acababa de decirme era que debía sonar sensual y sugerente en el teléfono porque mi voz pasaba a ser en ese caso la carta de presentación de la empresa.
“A ver, inténtelo” – me instó, a bocajarro.
Yo seguía de sorpresa en sorpresa; fruncí el rostro en un gesto de incomprensión.
“¿P… perdón, señor?”
“Quiero que me hable tal como le hablaría a un cliente al que hay que convencer de que nos encargue a nosotros la mecanización de las cortinas de su empresa”
La vacilación se apoderó de mí.  El pedido, una vez más, era insólito, pero además exigía un grado de desinhibición que yo era consciente de no tener.  Y, en todo caso, si era capaz de lograr el tono sugerente que él pretendía, lejos estaba de poder demostrarlo en ese lugar y en ese momento.
“S… señor Di Leo – tartamudeé -; no creo que ahora pueda hacerlo… Con un poco de ensayo tal vez…”
“Un carajo… – desdeñó él, mostrando por primera vez algo de aspereza en el tono -.  Eso es algo que a usted, señorita Moreitz, le debe salir espontáneamente… y de no ser así, pues bien, me temo que éste no es el trabajo para usted…”
Yo estaba a punto de llorar.  Creo que lo notó.
“Tranquila – continuó, recuperando la amabilidad -.  Inténtelo, vamos: con confianza y seguridad…”
“¿Q… qué puedo decir?  No lo sé…”
“Dígame que tengo una hermosa voz y que seguramente igual de hermosa debo tener la verga”
Yo ya no podía creer nada.  El labio inferior se me cayó y quedó colgando estúpidamente.  Lo miraba con absoluta incredulidad; lo más sorprendente del asunto era que él siempre lucía imperturbable e inmutable: acababa de decir palabras terriblemente procaces sin el más mínimo rubor sino más bien, por el contrario, con absoluta frialdad, casi del mismo modo que si se hubiera dirigido a un proveedor para confirmarle un pedido.  No había nada, ninguna emoción en su rostro de hielo.
Bajé la cabeza una vez más; se me escapó un sollozo.  ¿Se estaría divirtiendo a mi costa aquel pervertido haciéndome lo que me hacía?
“S… señor D… Di Leo, p… por favor…” – balbuceé.
“¿Quiere realmente el trabajo?” – contraatacó él.
Me tenía entre la espada y la pared; manteniendo mi cabeza gacha, comencé a hablar lenta y despaciosamente: me daba cuenta de que las palabras no me salían del todo claras.
“Q… qué hermosa voz tiene, s… señor… Tan hermosa c… como…”
“Míreme a los ojos” – me increpó.
Alcé la vista.
“N… no voy a mirar a los ojos a los clientes en el teléfono, señor… ¿Por qué debo…?”
“Míreme a los ojos” – insistió.
Las cosas estaban perfectamente claras.  Era inútil tratar de oponer argumentos lógicos a sus órdenes justamente porque eran SUS órdenes y punto.  Le miré; él seguía imperturbable aunque tuve la sensación de que una ligera sonrisa se le dibujaba en la comisura de los labios.
“Qué… hermosa voz t… tiene señor…, s… seguramente tan hermosa como d…debe tener s… su v…ver…ga…”
Recité mi parlamento torpemente, por momentos sollozando y mordiendo las palabras.  Sin embargo, él palmoteó el aire en señal de aprobación.
“¡Muy bien, Soledad, muy bien! – exclamaba airadamente y con un deje de burla -.  No está mal para ser una primera vez… Son cosas que puede ir perfeccionando con el tiempo…”
Era paradójica la situación.  Aquella aprobación de su parte me estaba dejando quizás con un pie dentro de la empresa y, sin embargo, yo no podía estar feliz; no ante la humillación de la que me estaba haciendo objeto aquel canalla.  Por otra parte, ¿qué iba a hacer yo una vez fuera de la oficina? ¿Le contaría todo a Daniel en el auto?  ¿Me atrevería?  Y en caso de hacerlo, ¿qué y cuánto le contaría?  ¿O sería acaso mejor callar por completo?  El pobre Daniel ya había sufrido un colapso nervioso al enterarse de lo ocurrido en mi anterior trabajo y logré en aquel momento a duras penas convencerlo de que no fuera a la fábrica a tomar por el cuello a mi ex jefe… Pero, ¿callar?  ¿Tenía yo que callar todo?
“Venga, Soledad… siéntese aquí” – me invitó Di Leo señalando hacia… su regazo.
Claro, cómo no lo había supuesto antes.  Si había que aprobar el examen para ser administrativa allí, tendría que sentarme sobre él: es casi la imagen estereotipada que uno tiene de la secretaria o la ejecutiva… Una vez más, me produjo una intriga casi morbosa saber cómo lo habrían hecho las anteriores.  Vacilé.  ¿Me quedaba o me iba?  Por dentro, me decía a mí misma que aquella sería la última concesión, pero lo cierto era que lo mismo había hecho ante cada uno de sus denigrantes pedidos: “esto es lo último – me decía a mí misma -.  No cederé en nada más…”  Pero en fin… el trabajo, el trabajo…, el maldito trabajo…
Flexioné mis rodillas como para sentarme sobre su pierna derecha; era lo más recatado que podía hacer en una situación tan degradante.  Pero al momento mismo de sentarme, él me tomó por la cintura y me ubicó directamente encima de su bulto…  Inútil intentar levantarme o moverme de allí; mantuvo sus manos sobre mi talle, capturándome.
“Toda administrativa que se precie, señorita Moreitz, tiene que saber que sólo se puede sentar en dos lugares… – explicó con tono entre paternal y pedagógico -.  En la silla de su escritorio y en el regazo del jefe…”
Me removí un poco tratando de zafarme pero lo único que conseguía con ello era franelear aún más mi trasero contra su bulto; noté que eso le divirtió y hasta le reconfortó, pero no liberó mi talle.  Cuando hube dejado de moverme y notó que yo había entendido que ése era mi lugar, se dedicó a acariciarme las piernas.  Todo me temblaba y no supe en dónde meterme cuando deslizó una de sus manos por entre mis muslos y entró por debajo de mi falda: fue apenas un roce; no la mantuvo demasiado tiempo allí pero alcanzó para hacerme sentir aún más avergonzada y ultrajada.  La degradante humillación a que me sometía parecía encontrar siempre un punto más bajo.  Deslizó luego una mano por sobre mi blusa recorriéndome la espalda hasta llegar a mi cuello para, una vez allí, dedicarse a acariciarlo con una ternura rayana en la peor perversión.
“Relájese, Soledad – me decía mientras sus dedos subían por debajo de mis cabellos y me masajeaban la nuca -; relájese: nada es tan grave ni está fuera de la rutina…”
La rutina.  Insistía en eso.  Para él se trataba de una entrevista más y, al parecer, algo a lo que debería empezar a acostumbrarme.  ¿Rutina para él o rutina para mí de allí en más?  Fuese como fuese, él quería que yo naturalizase lo que parecía a todas luces una locura demencial. 
Tomándome por las caderas, me hizo poner de pie.  Se me ocurrió pensar que era el fin del suplicio y tal vez de la entrevista.  Rogué, de hecho, para que así fuera.  Pero al momento de pararme y estando aún de espaldas a él, llegó a mis oídos el inconfundible sonido de la hebilla de un cinturón.  ¡Dios!  ¿Qué seguía ahora?
Fue tanto el pavor que me invadió que me giré casi como un autómata, tal vez con la esperanza de que mis sentidos me hubieran engañado, pero no… Aquel rechoncho y desagradable tipo seguía en su silla pero ahora tenía los pantalones bajos… y el calzoncillo también.  Me llevé las manos a la boca y di un paso hacia atrás.
“Lo sé… – dijo él, en tono de broma -.  Es la reacción de todas cuando lo ven por primera vez, jeje…”
Su miembro estaba allí, ni fláccido ni erecto por completo pero se lo notaba excitado tras haberme tenido sobre él.  Tragué saliva.  No podía creer nada de lo que estaba ocurriendo: aquello era una pesadilla; era vivir lo ocurrido en el anterior trabajo pero potenciado mil veces ya que jamás se había llegado abiertamente a una situación de ese tipo.  Renuncié por mucho menos…
“S… señor Di Leo… – musité -.  Esto que está pasando… es… m… muy extraño.  No sé si…”
“Puede irse cuando usted quiera – me dijo, encogiéndose de hombros y con toda naturalidad -.  Nada ni nadie la retiene, Soledad.  Usted está aquí por una entrevista de trabajo, no para hacer lo que no quiera hacer.  Si se siente incómoda y la situación no le gusta no hay ningún problema: ya mismo me comunico con Estela para que la acompañe – tomó el conmutador – y usted podrá volver con su novio que la espera afuera…”
Sus palabras, que pretendían ser tranquilizantes, eran, por el contrario, bien punzantes y encubrían algo no dicho: yo tenía la libertad de dar media vuelta y marcharme pero, por supuesto, debía olvidarme de que me llamaran para el puesto.  Pero, ¿no era mil veces preferible acaso?  ¿Podría quedarme allí y  convivir con un jefe tan puerco y desagradable?  De haberme hecho la misma pregunta unos meses antes, la respuesta hubiera sido sin lugar a dudas un “no”.  Pero es increíble cómo la necesidad puede incluso trastocar nuestros códigos éticos y nuestro sentido de la dignidad.  Yo estaba prácticamente en bancarrota y viviendo de limosna: la realidad era que yo necesitaba ese trabajo y él bien lo sabía.  Albergaba yo, además, la ingenua idea de que, en caso de quedar efectiva y estar mi situación laboral en blanco, ya no se repetirían aquel tipo de escenas o, cuando menos, bajarían la intensidad.  Floriana, de hecho, jamás me había comentado palabra alguna acerca de que tales cosas ocurriesen en la empresa.
“¿Aún lo está evaluando, señorita Moreitz? – inquirió con un deje de ironía -.  Bien, por lo pronto no ha dado aún media vuelta y creo que su silencio es positivo… Lo está considerando por lo que veo…”
El tono burlón me terminó, en ese momento, de crispar: estaba insultando por completo mi dignidad.
“No, señor Di Leo – dije, de modo tan resuelto que hasta yo me sorprendí – Creo que no es trabajo para mí.  Tendrá que buscar otra chica…”
Mi respuesta no pareció alterarlo en absoluto.  Por el contrario, se mantuvo sereno y una sonrisa se le dibujó en el rostro.
“Perfecto, señorita… Su decisión es totalmente respetable.  Ya mismo me comunico con Estela…”
Accionó una tecla y llevando el tubo a su oreja, habló con su secretaria.
“Estela…, la señorita Moreitz se retira.  ¿Puedo pedirte que la acompañes a la salida?”
En ese momento la urgencia volvió a hacer presa de mí.  Aquello era el final de una oportunidad laboral y, a juzgar por la denodada búsqueda de los últimos meses, estaba claro que no iba a conseguir otra muy fácilmente. Quizás podía decirle que sí y seguir buscando por otro lado; no me dirían, de todas formas, que me presentara a trabajar al otro día; faltaban, de hecho, unos veinte días para terminar el mes en curso y lo más posible era que, en caso de dar ellos una respuesta afirmativa a mi solicitud, comenzara yo a desempeñarme en mis funciones recién para el mes entrante.  Veinte días: era algo de tiempo como para pensar qué hacer o bien, milagro mediante, conseguir algo en otro lado.  Pero, a la vez… si decidía quedarme allí, ¿qué me aguardaba al instante siguiente dentro de esa oficina con ese degenerado que lucía sus genitales al aire?  (ni siquiera había tenido el decoro de levantarse los pantalones ante la perspectiva de que su secretaria estuviera allí de un momento a otro).  Y entonces, ¿qué debía yo hacer?  ¿Quedarme?  ¿Irme?
“¿Qué tengo que hacer en caso de quedarme?”
La pregunta brotó de mis labios con la misma resolución con que lo había hecho antes mi negativa, pero con más prisa.  Di Leo me miró:
“Aguarde un momento, Estela…”  – dijo y llevó su mano libre al tubo para taparlo -.  ¿Perdón, Soledad?”
Tragué saliva.  Me arrepentí de mi pregunta, pero ya había preguntado.  Cruzando mis manos a la espalda, me envaré lo más dignamente que pude o, al menos, haciendo gala de la poca dignidad que aún me quedaba.
“Supongamos que decido quedarme, ¿qué tengo que hacer?”
“Mamarme la verga, claro” – respondió con la misma naturalidad que si hubiera dicho “hacer un balance”…
Un escozor me corrió de la cabeza a los pies.  Hay que decir que la forma, absolutamente natural, en que él manifestaba las cosas que pensaba exigirme, vulneraba mis defensas.  Por definición, una jamás está preparada para lo que sorprende.  Lo que él esperaba de mí era, por cierto, repugnante y me daba arcada de sólo imaginarlo… y aun así no era la peor de las opciones: cuando menos no habría penetración.  Bajé la vista hacia su miembro…
“Está bien, señor Di Leo… – dije, con una resignación que terminaba por ser derrotismo -.  Me quedo…”
Alzó las cejas y sonrió nuevamente.
“¡Bien! – celebró -.  Veo que además de muy bonita es inteligente – quitó la mano del tubo -.  No, está bien, Estela, la señorita Moreitz se queda; no hace falta que venga por ahora”
Detecté ironía en las últimas palabras que le dijo a su secretaria e incluso parecía haber tanto en su voz como en su mirada un atisbo de complicidad.  Colgó el tubo y colocó ambas manos sobre su nuca en actitud de relajación.
“Muy bien, Soledad… Vamos a lo nuestro – anunció -.  Veamos qué tan buena es para el empleo…”
Yo seguía de pie mirando hacia su miembro y sin poder aún creer lo que acababa de aceptar.
“Arrodíllese…” – me ordenó, siempre conservando ese sesgo de cortesía (fingida o no) en el tono de su voz.
Definitivamente ya no había escapatoria ni tiempo para seguir dudando.  Lo mejor era hacer que todo pasara lo más rápido posible.  No veía la hora de estar en el auto con Daniel.  Di Leo pareció leerme el pensamiento.
“Dese prisa – me instó, sonriente y guiñando un ojo -.   No hagamos esperar mucho a su novio”
Planté una rodilla en la alfombra del piso, luego la otra.  Cerrando los ojos para aminorar el impacto del momento tomé su miembro entre mis dedos y me llevé el glande a la boca.  Para mi sorpresa él me tomó por los cabellos y empujó mi cabeza hacia atrás provocando que su verga saliera momentáneamente de mi boca; prácticamente me vi, de ese modo, obligada a abrir mis ojos y mirar a los suyos y sin embargo no hubo violencia en la acción: lo hizo muy suavemente y de modo casi paternal.
“Veo que nunca tuvo una pija en su boca, señorita Moreitz, ¿verdad?”
Su afirmación en forma de pregunta me descolocó.  Lo que decía era cierto pero, ¿cómo lo sabía?  ¿Tan mal lo estaría haciendo?  Confundida, negué con la cabeza.
“¿Nunca, nunca? – preguntó él, siempre sonriente -.  ¿Ni la de su novio siquiera?”
Otra vez negué.  Estaba tan superada por los acontecimientos que las palabras ni siquiera lograban salir de mi boca.
“¿Y él nunca se lo pidió?” – preguntó, con gesto de sorpresa.
“S… sí, alguna vez lo hizo – balbuceé -, pero… n… no… no accedí”
“¿Puedo preguntar por qué?”
El interrogatorio era un desquicio.  Jamás podría haber imaginado tener que responder a semejantes preguntas en una entrevista de trabajo.
“M… me da asco…” – respondí con la mayor integridad que pude.
Echó la cabeza ligeramente hacia atrás e hizo como si lanzara una carcajada silenciosa.
“¿Y la mía también le da asco?” – preguntó.
Las preguntas no sólo eran cada vez más incisivas sino que además explotaban al máximo mis temores.  ¿Qué debía responder?  Si decía que sí, ¿me dejaría en paz o, por el contrario, disfrutaría con sádico placer el hecho de obligarme a hacer algo que me producía repulsión? ¿Le caería mal mi respuesta?   ¿Podía sin más decirle que su verga me daba asco a quien tal vez en pocos días más pudiera ser mi jefe?  Volviendo a anteponer mi necesidad laboral por sobre cualquier consideración ética, mentí al responder.
“No, señor Di Leo… L… la suya n… no”
Sin dejar de sostenerme por los cabellos acercó su rostro al mío y su sonrisa se amplió aún más.  Me besó en la frente.
“Bien, señorita Moreitz – dijo luego -.  Si nunca ha mamado una verga entonces debe estar hambrienta, jeje… Créame que va a comer como para saciar su hambre.  Pero le voy a explicar algunas cosas: para que la verga esté bien erecta, hay que hacer un poco de juego previo.  Seguramente su inexperiencia en este campo le juega en contra pero vamos a subsanarlo.  En primer lugar juegue un poco con su lengua entre mis testículos…”
Repulsión.  Nuevamente ganas de vomitar.  Y, sin embargo, una vez más cedí… Temblando de la cabeza a los pies me las arreglé para conseguir, a pesar de todo, sacar mi lengua por entre mis labios.  Él me soltó el cabello y volvió a adoptar la posición relajada de instantes antes, con ambas manos sobre la nuca; miró al techo y cerró los ojos.  Levanté un poco su pene semi erecto y, con un asco indecible, me dediqué a pasar mi lengua por sus genitales.
“Así, así… – me decía él -.  Siga así, Soledad…”
Conteniendo mis náuseas como pude, continué dando lengüetadas en espera de alguna contraorden que, al menos de momento, no llegaba.
“No se detenga, Soledad… – continúe -.  Hay tiempo.  Su novio, que la debe querer mucho, la va a esperar…”
El comentario era, desde ya, terriblemente odioso.  Al hacer alusión a Daniel, no sólo me refregaba en mi mancillada dignidad lo que estaba haciendo sino que, además, y eso era lo peor, conseguía provocar en mí un cierto morbo que me producía inquietud y hasta rechazo por mí misma.  ¿También sabría eso aquel desgraciado?  ¿Sería la reacción más o menos semejante en todas las chicas?
“Hay una zona entre los genitales y el orificio anal que es fuertemente erógena – dijo de pronto, retomando su tono pedagógico -.  Me gusta mucho que me pasen la lengua por ahí…”
Claro: no era un orden directa pero al mismo tiempo no era una simple clase de educación sexual.  El comentario llevaba implícita la orden de lamerle precisamente en donde él decía.  Por si quedara alguna duda al respecto, echó la cintura hacia atrás y alzó ligeramente las caderas de tal modo de levantar un poco la zona antes mencionada.  Y todo estuvo más claro que nunca.  Para poder llegar hasta allí tuve que hundir mi nariz entre sus genitales a la vez que su pene, ya considerablemente erecto, se me clavaba en la frente humedeciéndola.  Cuando mi lengua se comenzó a deslizar más abajo de los genitales, noté aumentar la excitación del maldito cerdo y, por primera vez desde que aquella demencial situación se iniciara, emitió algunos jadeos.  Seguí lamiéndole allí durante un rato hasta que él mismo consideró que era suficiente:
“Ya está a punto… – dictaminó -.  Cómame la verga, Soledad… Sáquese el hambre…”
El juego previo había terminado.  Levanté un poco mi rostro deslizando una vez más mi lengua por sus genitales y así me quedé con su miembro frente a mi rostro.  Ya no hizo falta tomarlo entre mis dedos para llevármelo a la boca porque estaba tan erecto que se sostenía por sí solo… y había que decir que tenía un buen tamaño.  Superior, por cierto, al de Daniel… Volvieron a mí el deseo y la premura de terminar con todo aquello lo más rápido posible.  Así que, sin más vacilación, abrí la boca grande y me tragué su verga completa.  Una profunda arcada volvió a aquejarme pero hice un esfuerzo sobrehumano por no vomitar.  Yo no tenía ninguna experiencia en el campo del sexo oral pero no era difícil adivinar que el secreto estaba en hacerlo acabar lo más rápidamente posible: cuanto antes ello ocurriese, antes terminaría la pesadilla.
“Recorra la cabeza de mi verga con su lengua – me ordenó como si notara que me faltaba guía -; haga círculos alrededor de ella…”
No tuve más remedio que obedecerle.  En efecto, describí en torno a su glande los círculos con la lengua que me reclamaba y fue notable cómo su excitación siguió aumentando.
“Muy… bien – me felicitó ya con la voz entrecortada -.  Ahora mámela bien mamada…”
Aun con mi poca experiencia en el tema interpreté que a lo que se refería era a que engullera completo el tronco y así lo hice; él, a su vez, empujó con el miembro hacia el interior de mi boca y una nueva arcada se apoderó de mí al sentirlo tocándome la garganta.  Yo no daba más.  Cerré los ojos y busqué concentrarme en el principal objetivo que instantes antes me había propuesto: hacerlo acabar lo más pronto posible.  Me dediqué, por lo tanto, a succionar, rodeando con mis labios el pene cuan grueso era y llevando adelante y atrás mi cabeza una y otra vez, acelerando el ritmo en la medida en que notaba que la excitación de él iba en aumento.  Él también comenzó a moverse acompasadamente y literalmente me estaba penetrando por la boca: eso de que el sexo oral era el mal menor por no incluir penetración terminaba por ser sólo una verdad a medias, pero tampoco me importó en ese momento o busqué que no me importara.  Me concentré ciento por ciento en el objetivo: terminar con aquello.
Dos problemas nuevos se me presentaron, sin embargo, en la medida en que yo fui incrementando el ritmo de la mamada.  Por un lado, los jadeos de él se fueron haciendo cada vez más potentes hasta casi convertirse en gritos; supuse que los mismos debían estarse oyendo desde fuera de la oficina y no pude menos que sentir una gran vergüenza aunque, por otro lado, pensé, aquella clase de sonidos debían ser de seguro moneda corriente allí en la fábrica.  El otro problema tuvo que ver con el hecho de que se notaba en el ritmo de sus jadeos que estaba llegando al orgasmo y, por cierto, no me había dedicado a pensar qué ocurriría cuando llegase el momento; supuse y di por sentado que debería escupir… No había otra opción: el estómago se me contraía de asco ante la sola idea de tragarle el semen; ya bastante tenía con el asqueroso líquido preseminal que invadía mi boca con su sabor amargo.  Pero él no me dejó elegir… En el exacto momento en que supo que su orgasmo estaba llegando me apoyó pesadamente una mano sobre la nuca y no sólo no me permitió soltar el pene para no tragar el semen sino que además me empujó aun más contra él, de tal modo que engullí completa su verga hasta la base del tronco y pude sentir el tibio líquido invadiendo desagradablemente mi garganta… Otra vez arcadas: quería vomitar y a la vez sabía que si lo hacía prácticamente me asfixiaría considerando lo presionada que él me tenía contra su bajo vientre.  El semen, mientras tanto, seguía bajando, ultrajándome a cada centímetro que recorría; parecía como si el líquido estuviese lleno de vida propia y disfrutase de conquistar victoriosamente mi faringe y seguir su camino triunfal hacia el estómago.  Tuve que tragarlo por completo: no quedó otra opción…
“Muy bien… – me felicitó Di Leo al cabo de un rato y una vez que hubo recuperado la respiración -.  Lo ha hecho muy bien para ser una primeriza; ¡bastante mejor que otras que no lo son, le diría!”
El comentario, irónicamente elogioso, era terriblemente humillante.  Y sin embargo, lo mejor de todo (o lo peor según como se lo viese) era que prácticamente significaba un visto bueno para mi entrevista laboral.  Aflojó la presión sobre mi nuca y recién entonces pude soltar su chorreante miembro.  Aspiré aire con todas mis fuerzas ya que casi no había podido respirar mientras él me tenía presionada contra sí. 
“Comienza el primer día hábil del mes que viene… – me dijo, casi como confirmando mis pensamientos -.  Felicitaciones, el puesto es suyo”
Fue raro sentir alegría.  Tan raro que sentí culpa y hasta me odié por ello.  Estaba arrodillada en el piso con la boca y el estómago llenos de semen de un jefe asqueroso.  ¿Cómo podía sentir alegría por haber conseguido empleo de un modo tan degradante?  Sentimientos encontrados…
“Déjeme su carpeta – me dijo -, así Estela se encarga de tramitar su inscripción y aportes previsionales”
“G… gracias” – musité mientras me ponía lentamente de pie.  ¡Por Dios!  ¡Estaba agradeciendo!
“No dé las gracias – dijo negando con la cabeza y tomando el conmutador -.  Usted se merece el puesto… Ya mismo me comunico con Estela para que la acompañe”
Instantes después, acompañada por la secretaria, me encontré desandando el camino que, llena de temores y expectativas, había recorrido unos cuarenta minutos antes.  Pude adivinar más que ver los ojos de las empleadas administrativas clavados sobre mí.  Cabía suponer que fácilmente imaginaban lo que acababa de ocurrir en la oficina.  Digo que adivinaba sus miradas porque no me atrevía a levantar los ojos hacia ellas.  Y por otra parte… ¿cuál sería mi aspecto?  Me sentía sucia, desaliñada…y con el amargo gusto del semen aún en mi boca.  De pronto pensé en Daniel, esperando en el auto.  No podía permitir que me viese así o que percibiera aquel asqueroso gusto en cuanto me diera un beso.
“¿Puedo… pasar por el toilette?” – pregunté.
Estela asintió sonriendo.  Notaba también en ella ese brillo cómplice de quien sabía perfectamente qué era lo que dentro de la oficina de su jefe había ocurrido.  Después de todo, ¿cuántas chicas le llevaría por semana?  ¿O por día?
Cuando tuve la oportunidad de verme al espejo me vi no sólo como un mamarracho sino además indigna, asquerosamente indigna… Me arreglé un poco y enjuagué varias veces mi boca a los efectos de que no quedara vestigio alguno del semen de aquel cerdo.  Pero más allá de cuánto pudiera mejorar mi aspecto o mi olor, la imagen que tenía en el espejo se me antojaba la de una mujer diferente, la de alguien que acababa de echar sus principios por el sumidero… Y me odiaba, no puedo decir cuánto me odiaba.  En ese momento entró Floriana, casi corriendo.
“¿Y? – parecía fuera de sí por la ansiedad -.  ¿Qué pasó?”
La miré de un modo algo esquivo; mi amiga era otra de las personas que yo no quería que me vieran en el estado en que me hallaba.
“T… tengo el puesto…” – musité.
La boca y los ojos de Floriana se abrieron a más no poder.
“¡Jodeme! – aulló dando saltitos en el lugar -.  ¿Así de fácil?”
“S… sí, ya está; comienzo el mes que viene…”
“Pero… ¡Sole! – me tomó por los hombros zamarreándome sin poder contener su alegría -.  ¿Y lo decís así nomás?  Jaja, ¡sé más demostrativa por favor!”
Súbitamente me invadió la culpa porque Floriana era quien me había hecho el contacto para conseguir la entrevista y, finalmente, el trabajo.  Ensayé una sonrisa lo mejor que pude:
“S… sí, Flor… – dije -.  Y te lo debo a vos: muchas gracias…”
Cuando llegué hasta el auto simplemente me ubiqué en el asiento del acompañante y prácticamente no miré a Daniel más que por el rabillo del ojo; por lo poco que llegué a distinguir lo noté ansioso.  Y era obvio… Puso en marcha el motor para mi alivio; quería alejarme de allí cuanto antes.
“¿Y…?” – preguntó, claramente nervioso.  Lo miré; los ojos parecían salirse de las órbitas por la ansiedad.
“Me tomaron” – respondí.
No me di cuenta en ese momento de la frialdad con que di mi respuesta.  No cuadraba en absoluto con alguien que, después de varios meses, acababa de conseguir empleo.  Daniel fue puro júbilo:
“¿Te tomaron?  ¿Qué significa eso?  ¿Tenés trabajo?”
“Así es” – dije, buscando mostrar una sonrisa.
“¿Y así lo decís? – aullaba él de alegría -.  ¡Jaja!  ¡Tenés trabajo, pelotuda!  ¡Tenés trabajo!”
La situación era prácticamente idéntica a la que se produjera minutos antes en el toilette de la empresa.  Al igual que había ocurrido con Floriana, Daniel era una explosión de algarabía mientras que yo parecía por completo carente de emoción alguna… Por Dios, tenía que disimular o levantaría sospechas.  Y sin embargo me costaba horrores. Simplemente sonreí nuevamente y no dije nada; Daniel, por su parte, no paraba de aullar:
“¡Estuviste cuarenta minutos en esa fábrica y saliste con trabajo!  ¡Increíble!  Nena… ¿qué hiciste ahí adentro?”
Un helor me recorrió la columna vertebral y di un respingo.  Involuntariamente borré la sonrisa de mi rostro… ¿Era posible que…?
“Jaja… ¡Estoy jodiendo, pelotuda!  – carcajeó palpándome la rodilla -.  ¡Si te conoceré como para saber qué sos capaz de hacer y qué no!”
Yo seguía turbada.  Intenté volver a dibujar mi sonrisa pero no sé si lo conseguí.  Daniel, por suerte, ya para entonces tenía su vista puesta en el camino…
                                                                                                                                                       CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Relato erótico: “¡Un cura me obliga a casarme con dos primas 3!”(POR GOLFO)

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Esa noche, las dos primas no se cortaron en absoluto y olvidando la supuesta parquedad de su raza, exigieron a su marido que derramara su simiente dentro de sus cuerpos como temiendo que, a la mañana siguiente, ese cuento de hadas en el que estaban viviendo desapareciera sin dejar rastro. Las horas de pasión que viví con ellas me dejaron agotado y por eso eran más de las once cuando amanecí. Samali y Dhara se habían despertado mucho antes pero no queriendo perturbar mi sueño, se levantaron sin hacer ruido para ocuparse de la casa mientras tanto.

            Llevaba menos de una semana casado y curiosamente me molestó el encontrarme solo en la cama.

«¡Qué rápido se acostumbra uno a lo bueno!», medité y saliendo de las sábanas, las busqué por la casa.

Ambas estaban en la cocina y al verme, como si lo hubiesen hecho durante una eternidad, me abrazaron llenándome de caricias. Sus arrumacos me cambiaron el humor. Iba a servirme un café, cuando enfadadas me lo prohibieron y casi a empujones me llevaron hasta el comedor diciendo:

―Somos dos mujeres para servirle.

Cómo de nada servía discutir, tomé asiento y esperé que me trajeran el desayuno. Como español promedio, usualmente me pasaba hasta la hora de comer con un café, pero comprendí que a partir de ese día si me dejaba, esa insana rutina diaria terminaría al ver entrar a Samali con media docena de “dosas”.

Estuve a punto de decirle que era no me apetecían esas tortas delgadas y crujientes, tan del gusto de la gente de su país, que se hacían con harina de arroz, lentejas, azúcar y sal, y que tienen una consistencia parecida a la de las crepes, pero la satisfacción que leí en sus ojos negros me hizo olvidarme y comencé a comer.

Ni siquiera había tragado el primer trozo cuando Dhara puso frente a mí una taza de té negro, al cual había echado a perder al aromatizarlo con canela y jengibre.

«Joder, yo solo quería un café», me dije mientras mis adoradas mujercitas miraban embobadas como me atascaba con semejante desayuno.

Asumiendo que cada uno de los tres debíamos ceder para que no termináramos echándonos los trastos a la cabeza, les comenté que solía desayunar con café. La mayor de las primas con una sonrisa en sus labios fue a la cocina y a los cinco minutos, volvió con esa bebida humeante. Como no podía ser de otra forma, en cuanto olí su aroma, retiré el nauseabundo brebaje que me habían preparado, pero entonces Dhara, dulcemente me volvió a poner el jodido té frente a mí, diciendo:

―Un buen esposo no rechaza lo que las amorosas manos de sus esposas han elaborado.

Estuve a un tris de mandarle a la mierda, pero justo cuando iba a hacerlo, comprendí que era un niñería de mi parte y que había cosas más importantes por las que discutir, por lo que asqueado me bebí de un trago esa basura pestilente. Por si eso fuera poco, nada más terminar Samali me preguntó que íbamos a hacer ese día. Al no saber qué contestar, ellas mismas propusieron que les diera un paseo por Madrid.

Juro que me pareció una buena idea. Por ello, acepté y les propuse ir a ver el Museo del Prado. Rechazando mi sugerencia, Dhara comentó:

―Amado nuestro, su cuñada nos explicó que nuestras vestimentas eran demasiado hindús… y que, si íbamos a vivir en Europa, debíamos vestir al modo occidental― tras lo cual y poniendo ojos tiernos, preguntó: ―¿Usted qué opina?

Mis sentimientos fueron contradictorios, dándoles la razón, me gustaban tal como eran y al explicárselo, fue la mayor la que me soltó:

―No queremos olvidar nuestra herencia, ni como nos han educado, pero tampoco nos apetece que la gente nos mire como un bicho raro. En nuestro país natal ya hemos sufrido por ser diferentes. Por eso hemos pensado que de la puerta para fuera seamos europeas y en nuestro hogar seguir siendo las que somos.

Reconocí que tenía sentido y cogiendo las llaves del coche, les di cinco minutos para estar listas. Las chavalas no se esperaban que cediera tan pronto y por eso cuando escucharon el poco tiempo que les daba, salieron corriendo a cambiarse.

Mientras las esperaba, me puse a pensar en los pasos que debía dar para normalizar su estancia en España y en el modo que dependieran menos de mí. Supe que lo primero que debía de hacer era darles una cierta independencia y que eso era imposible si no disponían de dinero. Por ello cuando bajaron al salón, les pregunté si llevaban sus pasaportes. Me miraron extrañadas, pero ante mi insistencia Samali fue a por ellos.

Ya en el coche, me preguntaron dónde iba a llevarlas.

―Al banco― respondí – voy a sacaros tarjetas de crédito para que podáis pagar en las tiendas.

A pesar de haberme visto pagar con una, la mayor contestó:

―No las necesitamos.

―Te equivocas― repliqué ―no sería “occidental” que os tuviera que acompañar cada vez que tengáis que ir a comprar o ir a tomar un café.

―¿Nos está diciendo que saldremos solas de casa sin su supervisión?

―Así es ― ante su estupor, contesté riendo: ― Sois mayorcitas y me fio de vosotras. No me necesitáis para nada.

Dhara, casi llorando, insistió:

―Esposo nuestro, no sería decente que lo hiciéramos. Debemos estar siempre bajo su protección.

Comprendiendo los reparos que su educación había sellado en sus mentes, comenté que no había querido escandalizarlas:

―Sois mis esposas y eso no cambiará porque os dé cierta libertad. Nunca he pensado en teneros encerradas en casa y creo conveniente que poco a poco os vayáis acostumbrando a moveros solas.

Mis palabras, que a oídos de una europea hubieran sonado extremadamente machistas, provocaron su desasosiego y tratando de echar marcha atrás, las dos me rogaron que olvidara su pretensión de mezclarse con el resto de la gente y ser una más.

―Ahora soy yo quien insisto. Quiero que seáis independientes y que si vivís conmigo es porque me amáis y no solo porque estamos casados.

Las lágrimas que recorrían sus mejillas me hicieron saber que estaban desbordadas y tratando de hacerlas ver mi postura, usé hechos de su vida cotidiana allá en su pueblo:

―En vuestra casa, las gallinas corrían libremente por el campo, pero al llegar la noche, ¿qué hacían?

―Volvían al gallinero― contestaron.

―¿Por qué?― pregunté.

―Porque es su casa, el lugar donde se sienten seguras.

―Lo veis, si esos bichos pueden hacerlo: ¿Por qué no vosotras? ¿Sois menos que ellas?

En sus ojos vislumbré que iba por buen camino, por ello no dejando que sus tabúes las hicieran retroceder, insistí:

―¿Qué es mejor para un perro? ¿Qué se le mantenga siempre atado o que por el contrario se le deje suelto para que corretee?.

―Que esté suelto― dijo con voz insegura Samali.

―¿Y por ello su dueño lo quiere menos?― y al constatar que no decían nada, proseguí diciendo: ― Al contrario, ¿verdad? Pues de la misma forma que el perro agradecido ama al que no lo encadena, yo quiero que vosotras me améis a mí por lo que soy y no por ser vuestro marido.

―No entiendo― replicó la pequeña: ―Nuestro deber es amar y respetar a nuestro marido. No es ninguna condena que usted dirija nuestra existencia.

Asumiendo que por ahí no iba a llegar a ningún lado y que, para liberarlas, debía abusar de esos mismos principios morales que les inducía a someterse a mí:

―Cuando erais solteras, ¿era moral que salierais de casa?

―No es lo mismo, ahora tenemos un dueño― respondió segura la pequeña.

―Y si vuestro marido os ordena hacerlo, ¿a quién haréis caso? A los que se escandalizan o al hombre con el que jurasteis compartir la vida.

Dudando porque iba en contra de lo que habían mamado, Samali contestó:

―A nuestro amado, jamás nos atreveríamos a llevarle la contraria.

Usando sus propias creencias en contra de ellas, las ordené dando por terminada la discusión:

―Es mi deseo que salgáis de casa sin que tenga que acompañaros.

―Así lo haremos― con tristeza, ambas aceptaron.

Capítulo 9 CONOCEMOS a Ana.         .

Tras nuestra primera discusión, las dos hindúes se sumieron en un mutismo del que no salieron ni siquiera en el banco mientras el director de mi sucursal de toda la vida les hacía sus tarjetas. Una vez realizado ese trámite, debía cumplir con mi palabra y obligarlas a ir de compras ellas solas. No teniéndolas todas conmigo, preferí hablar con ellas antes de soltarlas en un gran almacén y por ello se me ocurrió llevarlas a una terraza de la Gran Vía.

Se las notaba cabreadas, molestas, pero sobre todo desconcertadas al no saber a qué atenerse ninguna de las dos. Fue Samali la que tras beberse la mitad del zumo que había pedido tomó la palabra y directamente me preguntó:

―Amado nuestro, comprendo sus razones para su decisión, pero existe un problema con el que no ha contado.

―¿Cuál?― repliqué.

Totalmente abochornada, se explicó:

―Ni mi prima ni yo estamos acostumbradas a la moda occidental y me temo que de elegir nosotras solas la ropa podamos pecar o de descocadas o de demasiado puritanas.

―¿Es eso lo que te preocupa?― soltando una carcajada comenté.

―Sí, sabemos que no le gustaría que vistiéramos como unas libertinas, pero también nos consta que se sentiría mal al vernos ataviadas demasiado puritanas.

―No creo que seáis capaces de elegir algo que me escandalice, pero lo que sí es verdad es que si no os pongo límites la ropa que comprareis será la que se pondría una monja.

No comprendiendo esa expresión, me dijeron que nunca habían pensado en un hábito. Al explicarles que era una forma de hablar y que me refería a ropa demasiado conservadora, me pidieron que al menos les pusiera un ejemplo.

Aprovechando que estábamos en mitad de la Gran Vía,  me puse a mirar a las mujeres que paseaban por ella y al ver una preciosa rubia que desprendía clase y distinción pero que a la iba vestida bastante moderna, comenté:

―Veis a esa monada. Así quiero que vayáis vestidas.

No supe interpretar la mirada que se echaron entre ellas y por eso me sorprendió que, levantándose de su silla, Dhara se acercara a la muchacha y empezara a hablar con ella.

«¿Qué narices hace?», me pregunté al ver que sonriendo volvía acompañada por ella a nuestra mesa y que tomando asiento me la presentaba diciendo:

―Pedro, Ana ha accedido a asesorarnos en las compras. ¿Te parece bien?

No me percaté que me había llamado por mi nombre, al estar impresionado por la perfección de la recién llegada. La veinteañera en cuestión lejos de molestarle mi fijación, comentó muerta de risa:

―Dhara me ha contado que su prima y ella necesitan alguien que las ayude a ir a la moda – y como si fuera algo que hiciera todos los días, me preguntó cuánto dinero tenían para gastar.

No supe que contestar y saliendo del paso, le repliqué que lo que ella dijera me parecía bien pero que no pasara de tres mil euros. Ante esa respuesta, soltó una dulce risotada y cogiendo a las dos primas de la mano, se las llevó diciendo:

―Te vemos aquí en tres horas. Prepárate a cargar, ¡no sabes lo que una mujer puede comprar con esa suma!

Mientras las veía caminar dirección a Primark, comprendí que era una salvajada, pero como buen esposo no podía faltar a mi palabra y llamando al camarero, me pedí otra cerveza:

«¿Qué coño voy a hacer todo este tiempo?»…

Tres dobles, un par de pinchos y dos periódicos después estaba hasta los cojones. Mi única compañía durante toda esa mañana resultó ser los mensajes que llegaban a mi móvil avisándome que habían hecho una nueva compra.

            «¡La madre que las parió!», me dije lamentando mi decisión cada vez que oía el dichoso toniquete.

            Al principio, miraba a ver cuánto se habían gastado, pero tras diez SMS en los que la mayor suma era de cien euros, decidí tomármelo con tranquilidad y disfrutar de la fauna que a esa hora paseaba por esa avenida.  Aun siendo madrileño, no dejó de sorprenderme las diferentes tribus urbanas que pululaban por la zona. Pijos y perroflautas se mezclaban con turistas, punkis, góticos, gais, lesbianas y familias en perfecta sintonía sin que a ninguno le molestara que los que tenía en frente fueran diferentes.

            «Hay que reconocer que en Madrid te puedes encontrar de todo», pensé satisfecho de haber vuelto ya que a pesar de haber vivido un año increíble en la India, estaba contento de volver a mi terruño.

            Al meditar en ello, asumí que para mis dos bellas hindúes la capital de España les resultaría una tierra extraña y deseé que, de alguna forma, se acostumbraran a su ritmo de vida y a sus costumbres porque de no ser así, mi pequeño paraíso les resultaría un infierno.

            Estaba todavía dándole vueltas a esa idea, cuando a lo lejos vi que se acercaban tres mujeres que levantaban admiración a su paso. Os prometo que hasta que estuvieron a veinte metros, nos las reconocí porque además de venir con unos coquetos tops y enfundadas en unas minifaldas de escándalo, ¡Dhara y Samali se habían cortado el pelo!

            «¿Cómo las habrá convencido?», pensé al saber lo orgullosas que estaban de sus melenas lacias.

Ya desde más cerca, me percaté que mi primera impresión era errónea y que lo que Ana había conseguido es que fueran a la peluquería a moldearse el pelo.

«¡Esta tía es una joya!», exclamé para mí, « Ha conseguido en unas horas lo que a mí me hubiese costado meses».

Al llegar a mi lado, me quedé pasmado al no saber cuál de las dos estaba más guapa y tras piropear a ambas, saludé a la rubia diciendo:

―No me lo puedo creer, ¡has obrado un milagro! No sé cómo pagártelo.

Samali acercándose a mí, me dijo un tanto preocupada:

―Eso mismo le hemos dicho, pero como no quería nada, la hemos invitado a comer a casa.

Estuve a punto de besar a la mayor de mis señoras, pero conociendo su aversión a las demostraciones de cariño en público y a no saber que le habían contado a Ana, me abstuve y mirando las más de veinte bolsas que traían entre las tres, comenté mis dudas que cupieran en mi coche.

―Ya que voy a ir con vosotros, podemos usar también el mío― comentó sonriendo Ana y entornando los ojos pícaramente, me soltó: ―A no ser que el marido de estas dos monadas no esté de acuerdo que una extraña viole la intimidad de su hogar.

«Se lo han contado y no le importa», extrañado rumié para mí, pero no queriendo seguir con el tema lo único que pregunté era donde había aparcado.

―En el parking de Tudescos al igual que vosotros― respondió.

 ―Pues entonces vamos― dije y rompiendo una norma en su país de origen, me ocupé de llevar la mayoría de las compras.

De camino a los coches y mientras Dhara charlaba con su nueva amiga, Samali se acercó a mí y susurrando me pidió perdón por haber tomado la decisión de invitar al alguien a casa sin mi consentimiento. Noté en seguida su preocupación y quitando hierro al asunto, dije en su oído:

―No me molesta. Es más, me encanta que lo hayas hecho. Os viene bien conocer amigas que os puedan ayudar al principio.

La morena sonrió y meneando su trasero, se unió a la conversación de las otras dos muchachas, dejándome disfrutar de la visión de esas tres bellezas sin que ninguna de ellas se diera cuenta. Y cuando digo disfrutar, es disfrutar porque eran espectaculares y para colmo la blancura de la piel de Ana hacía resaltar todavía más el tono dorado de mis esposas.

«¡Menudo trio de bellezas! No me extraña que las miren por la calle», medité al ver con una pizca de celos que la mayoría de los hombres con los que nos cruzábamos se daba la vuelta a mirarlas.

Ya en el parking, el coche de Ana me dejó impresionado porque, aunque se notaba que era una niña bien, jamás se me pasó por la cabeza que condujera un Ferrari y a carcajada limpia, comenté:

―Pocas bolsas caben en este cacharro.

La chavala luciendo una sonrisa de oreja a oreja, respondió:

―Tienes razón, pero si no te importa una de tus esposas puede venir conmigo y así podrías usar su sitio para colocar lo que no te quepa en el maletero.

Las dos aludidas se quedaron impactadas cuando devolviendo su sonrisa, les dije que quién se iba con ella y olvidando las buenas formas, empezaron a hablar en hindi entre ellas.

―Iré yo― contestó Samali.

Como a mí me daba igual, accedí y dándole la dirección de mi chalé, me monté en mi coche con Dhara.

Ya solos los dos, acurrucándose a mi lado, la más pizpireta muchacha me informó que había tenido que ceder su turno con su prima para que fuera ella quien acompañara a la rubia.

―No te entiendo ― reconocí.

Alegremente, me soltó:

―Ninguna queríamos ir con Ana y por eso tuve que prometerle que sería ella la primera en disfrutar de las caricias de nuestro marido por la noche― y riendo me soltó: ―pero no hemos hablado de lo que puede pasar en el coche.

―¡Serás puta!― contesté descojonado al sentir su mano recorriendo mi bragueta.

Sin sentirse en absoluto ofendida, me miró pidiendo mi permiso y al comprobar que no me oponía, liberó mi miembro mientras decía:

―Una buena esposa debe reconocer cuando su marido necesita su consuelo y tras toda la mañana solo, sabía que no te importaría darme tu hombría― tras lo cual y antes de salir del parking, se agachó entre mis piernas para dar cobijo a mi pene entre sus labios.

Temiendo que alguien nos descubriera y con el corazón latiendo a mil por hora, dejé que se apoderara de mi erecto pene y expectante sin separar mi vista del camino,  esperé que Dhara se metiera en la boca mi glande, pero en vez de engullirlo directamente al ver una gota de líquido pre seminal coronaba su cabeza, sacó su lengua para saborear con ansia ese néctar que el destino puso a su disposición.

―Me encanta la semilla de mi amado― rugió con pasión. Ya sin ningún reparo, abrió sus labios y lentamente se fue introduciendo mi extensión mientras yo por mi parte le acariciaba el culo con mis manos. Al sentir que uno de mis dedos se introducía sin previo aviso en su ojete, Dhara gimió de placer y con más ahínco se dedicó a mamármela.  Usando su boca como si de su sexo se tratara, se introdujo mi falo hasta la garganta y solo cuando sus labios besaron la base,  se lo sacó y sonriendo, me dijo:

―Pobre Ana, a su edad sigue soltera y según ella nunca ha pensado en casarse.

Que sacara a colación a esa cría, me molestó y presionando su cabeza, la llamé al orden diciendo:

―Ya me contarás eso más tarde. ¡Ahora mama!

Supo que tenía razón y por eso, metiendo y sacando mi pene, cumplió mis órdenes fielmente hasta que el placer se acumuló en los huevos y pegando un grito, explosioné en su boca. Fue increíble, en mitad de la Castellana y sin importarle los conductores que podían verla, mi dulce esposa disfrutó como nunca de mi semen golpeando su paladar y como si nunca tuviese nuevamente la oportunidad de beber tal ambrosía, engulló mi simiente con una locura obsesiva. Confieso que, a pesar del traqueteo del coche, Dhara no desperdició ni una gota y recorriendo con su lengua toda mi extensión la dejó inmaculada. Solo cuando se aseguró que no quedaba rastro, levantando su mirada, preguntó:

―¿Tengo tiempo y mi amado esposo ganas de que le vuelva a hacer otra mamada?…

Relato erótico: “Preparador personal 2” (POR JULIAKI)

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CAPITULO 2

Después de la conversación con Darío no podía quitarme de la cabeza ese número 23, en referencia al presunto tamaño de su miembro. Por más vueltas que le daba, pensaba que aquello no podía ser cierto, que era muy exagerado y me resultaba prácticamente imposible creerme que hubiera algo de semejante tamaño. Ya dije que no soy una experta, pero de soltera tuve la oportunidad de ver unas cuantas vergas y nunca nada que llegase ni tan siquiera a 20 centímetros, de eso estaba completamente segura. Si aquello era cierto, se trataba de algo monstruoso, no me extrañaba el miedo de aquella chica y su compañera cuando lo comentaron en el vestuario.

Aquella noche me costó conciliar el sueño. Tenía a mi marido al lado y recordaba nuestros momentos más tórridos, aquellos que no se producían muy a menudo en los últimos años, pero que me transportaban a nuestra juventud, cuando me seducía en la cama, con sus caricias, sus besos, pero volvía a recordar el tamaño de su pene, que debía ser normal, como comentaba mi hijo, de unos 17 centímetros más o menos, pero no los 23 de Martín.

Al día siguiente llevé a clase de pádel a Martita y Martín nos recibió como siempre vestido con aquel pantalón corto, que mostraba sus musculosas piernas, esa camiseta ajustada y su mirada, como siempre, tan seductora.

A partir de ese momento veía a ese chico de otra manera y le imaginaba aquel miembro enorme colgando. Mis ojos se dirigieron inevitablemente a su paquete, como queriendo adivinar que todo aquello que comentaban estaba realmente debajo y de pronto me percaté en que la mirada de Martín estaba clavada en mis ojos, por lo que me había pillado hipnotizada con “sus partes”. Me creí morir de vergüenza y disimulé como pude, aunque por su sonrisa él no dudaba la dirección de mi mirada y aquello debía ponerle más orgulloso y cachondo. Cuando dejé a Martita con él, desaparecí casi a la carrera con una disculpa tonta de haber dejado el coche mal aparcado pero avergonzada realmente por esa situación.

Cuando mi hija terminó su clase, estaba tan cortada que no quise esperar a Martin y apuré a Martita para salir del gym cuanto antes.

– ¡Adri! – oí a mis espaldas.

Me giré y era ese chico que me tenía loca, quien me llamaba al fondo del pasillo, tras haberse duchado.

– Hola, Martín. – respondí.

– Mañana tenemos clase, recuerda. – me dijo guiñándome un ojo.

Tenía que haberle dicho que no, tal y como tenía previsto y como le dije a Darío, que ya había pensado en dejarlo y no quería seguir yendo a sus clases de gimnasia, pero algo por dentro me empujaba a volver, era algo incontrolable y que me manipulaba sin ningún control por mi parte. En mis pensamientos sólo aparecía el número 23.

– Ok. Hasta mañana- respondí saludándolo sin hacer caso a mi parte racional.

Llegué a casa intentando serenarme pero cuando me metí en mi cuarto y me bajé las bragas, un hilo de flujo se unía desde mi sexo hasta la pequeña prenda. Estaba sin duda muy excitada y aquello era demasiado cachondo como para no seguir disfrutándolo.

Tuve que aliviarme de nuevo con unos masajes sobre mi vulva y mis labios mayores y en poco tiempo volví a entrar en un orgasmo sin apenas rozarme. Fue de esas veces en las que apenas un contacto leve de mis dedos sobre mi sexo me hizo explotar. Ya no recordaba cuanto tiempo hacía que no me masturbaba tan a menudo y ese chico lo había conseguido varias veces en pocos días.

Al día siguiente me puse otra de las mallas que había comprado para mis ejercicios. En esta ocasión era una de color fucsia, casi más atrevida que la otra y un top ajustado del mismo color dejando mi tripita al aire. Parecía haber olvidado mis miedos y mis reparos pero es que la intriga y el morbo lo superan todo.

Me miré al espejo y me sentí mucho más rejuvenecida, no sabía muy bien si era tan solo por la indumentaria o por todo lo que estaba sintiendo en mi interior, teniendo impregnado aquel deseo tan bestial y a la vez de sentirme deseada por aquel guapísimo joven.

Acudí al gimnasio y celebré que no estuviera mi hijo por allí, porque me habría sentido incómoda de nuevo. Me dirigí a la zona de pesas donde se encontraba Martín, que me regaló otra de sus increíbles sonrisas mientras miraba de arriba a abajo toda mi anatomía.

– ¡Guau, Adri, estás impresionante!

– Gracias – respondí apurada, pero contenta por su piropo.

– Desde luego es un placer seguir moldeando esa figura y poniéndote en forma.

Volví a sentirme halagada y a sentir un cosquilleo por todo mi bajo vientre. Comenzamos de nuevo con la sesión de spinning, pero los dos solos, permitiendo que nos mirásemos con cierto disimulo, pero sabedores de esa atracción mutua que ambos sentíamos. Estaba convencida de que era recíproco, pues lo demostraba ese chico con cada mirada y cada frase llena de halagos hacia mí. Estaba claro que le gustaban las mujeres mayores, pero a pesar de todo yo lo seguía considerando un juego ¿o quizá no?

Los siguientes ejercicios fueron con unas mancuernas al principio y con unas pesas de halterofilia después. Le comenté mis miedos con respecto a las pesas y me dijo que si hacía paulatinamente no habría ningún tipo de problema y empezamos con unas alzadas de 20 kilos. Martín se situó detrás de mí y me fue indicando como hacerlo, pues a pesar de tener en casa un juego de pesas, nunca lo había probado por ese miedo a hacerme daño. Al volver mi cara hacia mi monitor le descubrí mordiéndose el labio inferior y obnubilado mirando mi cola, que embutida en aquellas mallas ajustadas mostraba lo mejor de mi culo redondo, algo que me encandiló y yo moví mis caderas ligeramente para que se sintiera aún más hipnotizado por mi trasero. Más que juego ya era provocación a todas luces por mi parte.

– No sé cómo se hace – dije con cara de inocente para que atendiera a mis ojos y no a mi culo.

– Es muy fácil, Adri. Mira, agáchate y agarra la barra con fuerza con tus brazos estirados. – respondió él con voz temblorosa.

Seguí sus instrucciones y al agacharme mi culo se echó para atrás lo que hizo que chocara justo contra el paquete de Martín. Tardé un rato en reaccionar, pero es que ese muchacho no se retiró al sentirlo, sino que se mantuvo quieto como si nada. No sabría decir cuánto tiempo permanecí en esa pose con mis glúteos ensartados contra su pene, que se iba sintiendo crecer bajo sus pantalones de chándal, ni tampoco averiguar ese tamaño que debía tener sin verlo, pero desde luego notaba que era algo bastante grande.

A continuación se agarró de mi cintura y su paquete se pegó aún más, pudiendo notar esa dureza que iba clarísimamente “in crescendo”.

– Ahora, Adri, levanta la pesa, flexionando ligeramente las piernas -me indicaba él.

Así lo hice, pero al tenerme agarrada por la cintura su pelvis se pegaba cada vez más contra mi trasero hasta que me puse erguida y él continuó en esa pose sin despegarse ni un milímetro. Podría haberme ayudado a elevar las pesas hasta la altura de mis hombros, sin embargo estaba más preocupado de pegar su pene contra mi cola y sus manos fuertemente agarradas a mi cintura para que no me moviera.

– Genial, lo has hecho muy bien. – me decía mientras sus manos acariciaban la piel desnuda de mi vientre.

Así hicimos varias levantadas más, hasta que me di cuenta que dos de las chicas del gimnasio nos miraban y cuchicheaban entre ellas. Aquello hizo que bajara la pesa inmediatamente al suelo y me separara ipso-facto de mi joven y atractivo profesor. El juego se estaba poniendo más que peligroso.

– ¿Estás bien, Adri? – preguntó confuso él al percibir mi reacción apurada.

– No, es que me duele un poco la espalda.

– Ah, vale. Entonces lo dejamos por hoy.

– Sí, casi mejor. – contesté mirando con el rabillo del ojo hacia las cotillas que nos observaban cuchicheando.

– Lo mejor es que te hagas unos largos en la piscina para bajar esa tensión en la espalda. – añadió Martín.

– ¿Tú crees?

– Sí, hazme caso, yo lo hago siempre que practico un ejercicio muy fuerte o se me cargan los hombros y la espalda. Lo mejor para quitar esa tensión es nadar durante un buen rato y si te tomas una ducha caliente y relajante después, aún mejor.

Me fijé en su paquete y este estaba notoriamente hinchado, señal de que la erección no se le había bajado ni un ápice. Volví a sentirme orgullosa de haberle provocado eso.

Me metí en el vestuario y saqué de mi bolsa un bañador de una pieza y me dirigí a la piscina con intención de nadar un poco y soltar esa tensión, como bien me indicaba mi gentil preparador, aunque en el fondo, la tensión era por otra cosa y no muscular, precisamente.

Después de nadar durante una media hora, decidí salir de la piscina y en ese momento Martín me estaba esperando con una toalla al borde para echarla sobre mi espalda.

– ¿Qué tal, Adri? – me preguntó en un abrazo del que intenté escapar porque no quería seguir estando a la vista de miradas indiscretas.

– Bien, bien, gracias, Martín – dije separándome y poniéndome frente a él.

– Estás guapísima – me dijo observando mi figura embutida en ese traje de baño.

– Gracias. – volví a contestarle mientras me secaba intentando que él no perdiera detalle.

El chico intentaba disimular, pero yo sabía que estaba teniendo una nueva erección al verme y eso francamente era muy excitante y hacía que yo me comportara de nuevo de una forma muy provocadora, jugando con mi pelo con la toalla, mordiendo sutilmente mi labio, secando mis piernas ligeramente agachada mientras mi profesor no perdía detalle.

– Ahora date una ducha, pero larga, para relajar los músculos aún más. – añadió dándose la vuelta e intentando que yo no le viera el bulto, pero fue inevitable, sin duda estaba empalmado.

Evidentemente yo también estaba muy cachonda, pues sus palabras sonaban siempre tan bien, y sus consejos acompañados de sus lascivas miradas se hacían casi un ruego hipnótico, por lo que no podía negarme, aunque no estaba muy segura si necesitaba ese tipo de relax.

Me dirigí de nuevo en el vestuario y tras desnudarme me metí bajo la ducha de agua caliente haciendo caso a los consejos de Martín. Naturalmente mi mente no dejaba de dar vueltas en torno a él.

La verdad es que no sé cuánto tiempo estuve bajo la ducha, acariciando mi cuerpo, sobando mis tetas, rozando con mis dedos mi sexo, pensando que eran las manos de Martín las que lo hacían. Lo cierto es que el haber nadado durante un buen rato y esa ducha caliente me dejaron como nueva y aún permanecí un tiempo con los ojos cerrados disfrutando de esos chorros que caían sobre mi piel.

Me entretuve en secarme también de forma relajada con la toalla y de aplicarme después con total parsimonia una crema hidratante por todo mi cuerpo. Al hacerlo volví a sentir un placer inusitado o casi olvidado, haciendo que todos mis sentidos afloraran al máximo. Esparcí la crema hidratante por mis pechos, haciendo círculos concéntricos, después por mis brazos, mis hombros, mi tripita, mi culo, incluyendo esos rincones que todavía estaban más sensibles de lo normal, algo que hacía que cerrara los ojos y lo sintiera con más intensidad, ajena a todo lo que me rodeaba, solo teniendo en mi mente la imagen de mi joven preparador personal.

Busqué en mi bolsa la ropa para vestirme y me puse el sostén fijándome frente al espejo que mis pezones seguían erectos y se marcaban sobre la fina tela casi transparente. Después por más que busqué mis braguitas limpias no las encontré por lo que decidí ponerme los pantys sin nada debajo. Me calcé los tacones de aguja y al mirarme frente al espejo volví a ver a esa mujer ardiente y cachonda que parecía haber estado dormida mucho tiempo. Me fijé especialmente en mi sostén y en cómo se marcaban los pezones pero lo más llamativo era toda mi silueta con aquella indumentaria tan sexy, de manera notoria esos pantys que reflejaban la transparencia de mis largas piernas de una forma muy erótica, incluyendo mi sexo grabado en esa prenda de fina tela y haciendo que los labios de mi vagina dibujasen una rajita hinchada al no llevar bragas debajo.

Volví a echar un vistazo a mi cuerpo reflejado en el espejo y a justo al darme la vuelta para ver cómo se mostraba mi culo bajo esos pantys sin braguitas debajo, me quedé petrificada.

¡Martín estaba allí!, en el vestuario, de pie a escasos metros de mí, observándome detenidamente. No sé cuánto tiempo tardé en reaccionar, pero mi instinto fue cubrir con mi mano mi sexo que se mostraba clarísimamente bajo mis transparentes pantys y la otra mano la crucé sobre mi pecho para tapar esa otra parte de mí tan expuesta a su mirada. Supongo que él disfrutaba con aquello y seguía plantado en medio del vestuario de chicas escudriñando cada parte de mi anatomía con total detenimiento. Me costó también a mí no perder la compostura al verle allí plantado con su torso desnudo y una pequeña toalla enrollada en su cintura. Sus pectorales se marcaban potentes y sus abdominales rozaban la perfección, por no hablar de sus brazos. ¡Qué imagen tan perfecta!

Tras el susto y sin dejar de taparme con dificultad con ambas manos volví a la realidad de la situación para quejarme ante su inesperada presencia.

– ¡Martín! – dije casi gritando

– Hola Adri, perdona, pero es que es la hora de cerrar. – se excusó él sin dejar de mirarme.

– ¡Pero… esto es el vestuario de mujeres!

– Sí, tranquila no me voy a asustar. – dijo con cierta chulería.

– Pero, ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

– Menos del que hubiera querido – respondió con una gran sonrisa y otra vez un bulto evidente bajo su toalla viendo mis pechos aprisionados bajo el pequeño sostén y mis muslos embutidos en esos pantys que debían ofrecer una imagen muy erótica para él, especialmente mi sexo inflamado y clarísimamente dibujado en esa prenda casi transparente.

No dejaba de pensar en cuánto tiempo había estado allí fijándose en mí, ajena totalmente a su presencia, pero pensé que debió ser mucho, para verme, de seguro, completamente desnuda y quizá observar cómo me esparcí la crema hidratante por toda mi piel o cómo me vestí con tranquilidad, tanto mi sostén, mis zapatos y especialmente aquellos pantys sin nada debajo ¡Dios! Sentí una enorme vergüenza por un lado pero curiosamente una rara satisfacción por otro por haberle ofrecido esa exhibición imprevista.

– Martín si no te importa… – le dije señalándole la salida del vestuario sin dejar de taparme con mis manos: Una cubriendo mi sexo y el otro brazo tapando mis difícilmente mis pechos.

– Claro, no quería incomodarte, Adri, perdona. – se disculpaba pero sin borrar esa libidinosa sonrisa de su cara.

– Gracias.

– Me cambio y te espero fuera. – añadió saliendo del vestuario sin que yo dejara de ver también su impresionante y musculosa espalda desnuda a medida que se marchaba.

Mi cabeza no dejaba de pensar por cuánto tiempo había permanecido ese chico ahí, mirándome, totalmente desnuda sin yo enterarme, pensando que nadie me estaba viendo y mucho menos él, que debió de recrearse en cada parte de mi cuerpo. Imaginaba que había tenido una buena visión de mis tetas, mi sexo, mi culo y que incluso me viera acariciarme, recordando precisamente la imagen de su cuerpo.

Me puse el vestido blanco y fino que se ajustaba a mi silueta. Salí afuera y allí estaba él, vestido también con unos vaqueros ajustados al igual que su camiseta negra y sin dejar de sonreír. Volvió a mirar mi cuerpo, esta vez bajo ese vestido ceñido, creo que más de lo normal. Yo me sentía en la obligación de reñirle, de decirle lo descarado y desvergonzado que había sido. Pero una vez más él se me adelantó.

– Al final, se ha demostrado que tienes todo un cuerpazo. – dijo echándome un vistazo a toda mi anatomía esta vez vestida, pero refiriéndose sin duda a cuando permaneció allí mirando por un buen rato, estando yo desnuda.

– Pero Martín… yo… esto… no me parece bien… ¿Cuánto tiempo me has estado mirando? contesté muy avergonzada y al mismo tiempo excitada.

– No te apures, Adri. He visto un ángel.

– Es que… me siento mal.

– No eres la primera mujer desnuda que veo. – añadió.

– Ya, me imagino, pero no sé… no creo que sea lo correcto.

– Seré una tumba, Adri, pero te digo que ha merecido la pena y no deberías sentir ninguna vergüenza, sino un gran orgullo, eres una mujer increíblemente hermosa y has conseguido impactarme de lleno.

Su mirada volvió a clavarse en mis ojos, como queriendo sacar algo de dentro de mí y yo no me veía capaz de regañarle, de decirle que eso no tenía que haber pasado, de la vergüenza que sentía de haberme visto desnuda, pero él continuó su frase:

– Es verdad, Adri, no me mires así, eres realmente increíble. Es cierto que no estuvo bien por mi parte, tienes que perdonarme, me he comportado fatal y de hecho no esperaba encontrarte desnuda, pero cuando te he visto no he podido controlarme, he visto un cuerpo precioso ante mí. Tenía que haberme dado la vuelta y marcharme educadamente de allí, en cambio me he quedado inmóvil admirando tu belleza, Adri… no pude resistirlo, más todavía cuando te pusiste esos pantys que llevas ahora bajo el vestido sin nada más, con esa transparencia tan erótica mostrando aún más tu estilizada figura y tu sexo…

Me quería morir, él me sujetaba del brazo para que no dejara de mirarle a los ojos, pero no fui capaz. Sentía una enorme vergüenza y al mismo tiempo me sentía cachonda, era algo muy extraño.

– Sé que no está bien entrar así en el vestuario de chicas y el haberte pillado así, Adri, aunque es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, te lo juro. – insistía él.

– Esto no está bien…

– Tranquila, además de mis disculpas, te debo una y el próximo día me desnudo yo para que puedas mirarme cuanto quieras y así estamos en paz.

– ¡Martín! – volví a recriminarle zafándome de su mano que aún seguí agarrando mi muñeca.

Prácticamente salí de allí corriendo, también de una forma infantil, pero no es que tuviera miedo o vergüenza de él sino de mi misma. Esas últimas palabras en las que me decía que me la debía, con la idea de poder verle desnudo a él, fueron demasiado para mí y me metí en el coche con premura antes de que por mi mente pasara alguna tontería más. No dejaba de imaginarle desnudo y con un miembro enorme entre sus piernas.

Salí disparada de allí muy excitada y sin dejar de pensar en lo sucedido. Nada más llegar a casa, me encontré con Raúl que me miró algo sorprendido, supongo que al ver mi cara traspuesta y en buena parte sofocada.

– Hola cariño. ¿Estás bien?

– Sí, sí – le dije sin detenerme en dirección a mi cuarto.

– ¿No me vas a dar un beso? – me dijo de pronto Raúl.

Hacía mucho que él no me pedía un beso ni que me mirara de aquella forma. Un cosquilleo de temor se apoderó de mi interior e intentaba por todos los medios que no se me notara.

– Vaya, estás espectacular, hace tiempo que no te veía ese vestido blanco. – añadió mirándome de arriba a abajo, viendo que aquella prenda era más corta de las que suelo usar y muchísimo más ceñida que el resto de mi vestuario, dejando a la vista, aparte de mis curvas, una buena porción de mis muslos embutidos bajo los pantys.

Me metí en mi habitación y me quité el vestido, volviendo a verme frente al espejo. Me dije a mí misma que aún era capaz de atraer a los hombres, y no solo eso, sino a uno de los más espectaculares que había visto en mucho tiempo, alguien que me tenía loca por completo en estos últimos días y lo más sorprendente, había conseguido con esa indumentaria despertar también la atención de mi marido que siempre andaba apático y desinteresado en todo lo mío. Eso me hizo sentirme mucho más atractiva y la imagen en el espejo, tal y como estuve en el vestuario ante la vista de Martín, ayudaba a sacar esa parte más salvaje y atrevida de mí interior.

– ¿Sabes? ¡Estás buenísima! – dijo de pronto Raúl que me observaba apoyado en la puerta de nuestra habitación sin que yo me hubiera dado cuenta.

Volví a hacer el gesto de taparme al verle allí mirándome detenidamente tan solo vestida con mi pequeño sujetador y esos pantys semi transparentes, sin bragas debajo.

– No te irás a tapar ante tu marido, ¿no? – protestó él acercándose a mí.

– No, cariño, es que me has asustado – respondí temblando bajo su abrazo y temerosa de que pudiera sospechar algo.

Retiré mis manos de mi cuerpo y él disfrutó observando mi cuerpo bajo aquel atuendo transparente que dejaba muy poco a la imaginación, especialmente mis pezones bajo el sostén y mi rajita expuesta bajo los pantys.

– ¿Estás bien, de verdad? – fueron las palabras de mi marido junto a mi oído.

– Sí, sí… – le respondí todavía aturdida.

– ¡Estás muy sexy! – dijo separándose de mí para observar esa indumentaria tan inusual en mí.

– Gracias – respondí notando como el calor subía por toda mi cara.

– ¿Ahora vienes del gym? – me interrogó sin dejar de mirarme seriamente a los ojos.

– Sí – respondí intentando que no notara mi apuro.

Me sorprendió mucho que me preguntara eso, Me quedé callada mirándole y eso me hizo recapacitar para poner freno de una vez por todas a esa tontería que me estaba enturbiando la cabeza y todo mi cuerpo, haciéndome comportar como una niña y no como una mujer hecha y derecha, esposa y madre de familia. Tenía que dejar de ver a ese chico y de comportarme así.

– Pues sí que te ha sentado bien hacer ejercicio. – volvió a decir mi esposo con su vista clavada primero en mis pezones erectos y en mi vulva dibujada bajo los pantys.

– Raúl, solo llevo dos sesiones.

– Pero dos sesiones intensas, ¿no? Son casi las diez. Te ha dado fuerte eso de la gimnasia… – añadió él, en un tono que me pareció que salía con cierta ironía.

– Sí, lo necesitaba. – respondí intentando ser natural.

– Ya, imagino… con el amigo de Darío, ¿No?

– Sí.

Llegué a pensar que Raúl sospechaba más de la cuenta y ahora estaba pagando las consecuencias de mi comportamiento tan indiscreto como poco inteligente.

– Todo el mundo habla maravillas de ese chico. ¿Martín, se llama?

– Si – respondí de nuevo sin que notara mi turbación.

– Darío, Martita… y ahora tú. Debe ser un crack ese joven… me gustaría conocerle. – sentenció.

Intenté disimular y que no siguiera con su interrogatorio para averiguar cosas que no debían ser. Pensé que en realidad yo no había hecho nada malo, pero mis titubeos podrían interpretarse bastante mal.

Al día siguiente hablé con Darío para que fuera él quien llevara a Martita a las clases de pádel con Martín, con la excusa de no encontrarme muy bien, porque en el fondo yo sabía que volver a verle era tener de nuevo un montón de turbulencias en mi cuerpo y en mi cabeza. No estaba dispuesta a que eso me volviera a descontrolar. Había que pararlo…. de raíz.

Durante el resto de la semana me dediqué a mí misma con una sesiones de estética, mi peluquería, mis amigas, con las que solíamos ir de compras y de algún modo borrando de mi mente tanta calentura y evadiéndome de posibles peligros.

Aquella tarde precisamente mis amigas y yo estábamos de compras por distintas tiendas y centros comerciales y una de ellas me comentó que mis trapitos estaban siendo más atrevidos y ajustados de los que suelo comprar. Intenté convencerlas que eran para deslumbrar a mi marido, pero se extrañaban de mi comportamiento, pues nunca compraba falditas tan cortas, ni pantalones tan ceñidos.

En otro momento de conversación con mis amigas en nuestro café de después de las compras una de ellas comentó.

– Desde que vas a clase de gimnasia, estás desconocida, parece que vas a comerte el mundo.

– No, simplemente quiero estar en forma. – dije quitando importancia.

– Bueno, teniendo un profesor como el que tienes, cualquiera no se come el mundo, jajaja… – añadió otra.

– ¡Oye, que es el amigo de mi hijo! – respondí toda digna para evitar cuchicheos, pero ellas rieron y aquello también me hizo sentir incómoda.

De pronto un mensaje llegó a mi móvil, precisamente cuando estaba distraída con nuestra conversación.

– “Hola Adri: Espero que no estés enfadada por lo del otro día. Vuelvo a pedirte disculpas, pero es que verte desnuda fue irresistible para mí” – decía el mensaje de Martín.

Mi cuerpo se convulsionó al leer aquel texto y mi cara debía ser todo un poema , pues una de mis amigas me preguntó alarmada:

– ¿Te encuentras bien, Adri?

– Sí, sí, no pasa nada. – respondí intentando disimular mi nerviosismo.

– Parece que te han dado un susto.

– No, no es nada.

De pronto el siguiente mensaje:

– “No has venido a traer a Martita a clase, ni has vuelto por el gym para dar tu sesión de ayer, supongo que sigues disgustada o enfadada conmigo. No sé cómo disculparme”

– “No pasa nada Martín, no pude ir por allí, fue por otros motivos” – contesté al mensaje con otro que me pareció más o menos correcto.

– “Pero ¿no vas a volver a venir a hacer nuestras sesiones en el gym?” – respondió el joven mientras mi cuerpo seguía revolucionado

– “Es que apenas tengo tiempo” – le devolví esa excusa.

– “No hay problema. Luego me paso por tu casa y damos las clases en tu gimnasio”

Todo mi cuerpo ardía y me levanté en dirección al baño mientras mis amigas me miraban sorprendidas. Una vez allí encerrada, me miré en el espejo y volví a advertir mi imagen de mujer cachonda que me devolvía el reflejo, con mis pómulos rojos, mis ojos vidriosos y mis pezones marcados sobre la blusa. Tuve que mojarme la cara con agua fría y también parte de mi nuca con la intención de apagar un fuego incontrolado.

– “No, Martín, no vengas a casa” – contesté en otro mensaje, intentando detener esa locura poniendo algo de racionalidad.

– “Bueno, de todos modos iré a ver a Darío que me ha llamado y si estás con ganas podemos darnos una sesión”

Mi cuerpo no era capaz de comportarse de forma normal y mi sexo volvía a encharcarse sintiéndome más cachonda por momentos. Mi mente tampoco atinaba a responder y preferí no hacerlo, justo cuando entró una de mis amigas al baño preocupada por mí.

Intenté explicarle que esos mensajes que había recibido eran sobre la salud de un tío mío que habían hospitalizado, pero no sé si fui muy creíble, ni cuando me despedí de ellas y salí de allí casi a la carrera.

Al llegar a casa oí unas risas que provenían del jardín y me acerqué a ver quiénes estaban en la conversación. La imagen que me encontré me sorprendió muchísimo. Allí estaba mi hijo Darío, mi marido y entre ellos, Martín, sentados los tres sobre las hamacas y bebiendo unas cervezas. Martita, más alejada, jugaba con sus muñecas al borde de la piscina. Los tres hombres hablaban seguramente de fútbol o de mujeres, pero se callaron al verme.

– Mira, aquí está Adri. – dijo mi marido al verme.

– Hola. – respondí intentando parecer amable y cordial, pero estaba sintiendo temblores por todo mi cuerpo y unos miedos que me atenazaban.

– Cariño, apenas me habías hablado de Martín, es encantador – añadió Raúl, mi esposo.

Por un momento pensé que me lo estaba reprochando y estaba a punto de darle una excusa tonta, pero él continuó diciéndome:

– Estábamos hablando con Martín que es tontería que te prepares en el gym, si te falta tiempo y que puedes hacerlo aquí en casa, en nuestro propio gimnasio. Me parece una buena idea.

– Sí, pero…

– Nada de peros, querida. Ya me dijo Darío que este chico es un crack, además si has decidido hacer algo, tienes que acabarlo, mujer y me alegro que por fin te dejes orientar por un profesional como él – añadió Raúl dirigiendo su mirada a Martín que no dejaba de sonreírme.

– Sí, pero, en realidad no sé si es necesario… – intentaba disculparme.

– Claro que lo es. Además he visto que Martín ha conseguido con Martita lo que nadie hasta ahora. No solo ha sabido encauzarla con las clases de pádel, sino que también se está volviendo mucho más responsable. Todo gracias a este chico. – añadió chocando su vaso de cerveza contra el de Martín.

Nuestro invitado me sonreía como si nada hubiera pasado entre nosotros… bueno en realidad no había pasado nada… ¿O sí?

Me senté con ellos en otra de las hamacas y después de servirnos otra ronda de cervezas allí mismo en el jardín, mi marido estaba entusiasmado con Martín y también con la idea de que fuera mi preparador personal. Incluso él mismo fue a enseñarle el gimnasio muy displicente, algo que volvió a sorprenderme, precisamente porque nunca se preocupaba por nada de lo mío y menos de que tuviera clases de gimnasia.

Me volví hacia mi hijo que también parecía aprobar mis clases con Martín en casa.

– Tu padre está muy raro. – le comenté.

– ¿Por?

– No sé, está desconocido, enseñándole la casa a Martín y todo eso, nunca lo hizo con ninguno de tus amigos.

– Bueno, Martín es un tío genial… – comentó él para destacar la diferencia.

– Claro. ¿Y no te molesta que venga a casa? – le pregunté dando un trago de cerveza esperando impaciente su respuesta.

– ¿Por qué me iba a importar, mamá?

– Quiero decir a darme clases, no sé, lo que hablamos el otro día… – dije como queriendo que aquello fuese el freno que necesitaba. Pero me equivocaba.

– Fue una chorrada mía, mamá, ya sé que no va a pasar nada, no sé por qué me hice esa idea. Ya sé que no vas a tener nada con él. Me dio un punto raro

– ¿Y no crees que él pueda seducirme? – hice la pregunta a mi hijo y en el fondo a mí misma.

– Es un buen amigo, confío en él y sobre todo en ti. Sé que no le vas a ser infiel a papá. – añadió muy seguro.

Tuve que dar otro trago de mi vaso para intentar disimular mi nerviosismo, pero casi me atraganto al hacerlo. Creo que esa última frase de Darío me puso todavía más incómoda y tensa, porque no estaba muy segura de saber guardar las distancias con un chico con el que me deshacía entera. La sola idea de estar a solas en casa con Martín me hacía vivir un cosquilleo por todo el cuerpo que no era normal y por otra parte me sentía muy débil, llena de miedos, sin saber en qué podría acabar todo.

El caso es que es verdad lo que comentaba mi esposo, algo debía tener Martín para tenernos a todos hipnotizados. Primero a Darío, a quien consideraba él mismo como su mejor amigo, después Martita, que efectivamente había cambiado de actitud desde que tomaba clases de pádel con ese joven. Yo naturalmente estaba loca perdida por el chico, pero es que hasta el desinteresado por todo, que era mi marido, estaba ahora encantadísimo con Martín. Todo se ponía contra mí ¿O debería decir a favor?

– Vamos, cariño, cámbiate y no perdáis el tiempo y dar unas clases para no perder tiempo. – me dijo Raúl y haciendo señas a Martín.

– ¿Pero hoy? – respondí mirándoles sorprendida.

– Claro. – respondió mi esposo con una caricia en mi brazo que hacía tiempo no me daba.

Miré a mi hijo intentando ver en su cara algún tipo de advertencia o de aviso como hizo días atrás, sin embargo al ver a su padre tan decidido y viendo que aquello no tenía la menor importancia, me sonreía aprobando lo que todos daban por hecho.

Estaba tan impactada, tan sorprendida y tan aturdida con todo que me metí en mi cuarto, me puse las mallas de gimnasia de mi primer día y bajé a dar mi clase particular con Martín, olvidándome de todo y queriendo borrar miedos y fantasmas de mi cabeza.

Al bajar, fue mi marido el primero que me sorprendió:

– ¡Caramba Adri, que cuerpazo!

– Gracias – respondí halagada y nuevamente sorprendida pues hacía tiempo que no me prestaba ningún tipo de atención.

– Sí que ha conseguido este chico hacerte cambiar, moldear ese cuerpo y convertirte en una jovencita. – añadió levantando su vaso en señal de admiración sin dejar de mirar mis muslos y mi culo bajo esas mallas.

Si el supiera lo que había conseguido ese chico, además de cambiarme y de darme clases de gimnasia y no era otra cosa que revolucionar mi cuerpo y mi mente hasta límites insospechados, pensé para mí.

Tenía muchas dudas por saber si Raúl podría sospechar algo y me estuviera poniendo a prueba, pero ¿Qué había de malo en que un amigo de mi hijo me ayudara preparándome con mis aparatos de gimnasia para exclusivamente ponerme en forma?, ¿Por qué habría de pasar otra cosa si yo me ponía en mi sitio y a Martín en el suyo?, ¿Qué tendría que sospechar mi esposo si no había pasado nada ni tendría por qué pasar?

En cuanto me metí en el gimnasio ya estaba Martín esperándome y volvió a sonreírme al verme aparecer ataviada con esos leggings negros y mi top que resaltaba mi pecho.

– Estás preciosa, Adri, como siempre.- dijo el amigo de mi hijo con uno de sus piropos y me invitó a sentarme en un banco de pesas para iniciar una suave tanda de calentamiento.

Él llevaba también su pantalón de lycra ajustado hasta medio muslo y una camiseta de tirantes muy ceñida a su cuerpo mostrando la silueta de toda su musculatura, que para mí era perfecta. Me senté en el banco y mi postura era bastante expuesta, la verdad, pues estaba tumbada boca arriba con mis piernas muy abiertas. Me colocó dos mancuernas de pequeño peso en los brazos y me indicó que fuera acercándolas a mi pecho.

Los primeros ejercicios fueron con las pequeñas pesas para potenciar el tono muscular de los brazos, boca arriba, después boca abajo y me fue aumentando el peso hasta terminar la tanda con unas pesas de cinco kilos cada una. Ya me estaban doliendo los brazos y los hombros, así que Martín al verme tan esforzada, me agarró por la muñeca suavemente y con firmeza a la vez mirándome a los ojos.

– Tranquila, no fuerces. Ya están los brazos, ahora pasemos a las piernas.

Me ordenó sentarme sobre una colchoneta boca arriba mientras me ponía unas gomas elásticas alrededor de mis tobillos.

– Ahora, abre y cierra las piernas, notarás la tensión. – me indicaba mi instructor, aunque yo no podía quitar ojo de su pectoral marcado bajo la camiseta y recordando el momento en el que le vi todo su torso desnudo en aquel vestuario días atrás. Mi vista también fue hasta llegar a su paquete, pensando en sí era posible que allí se escondiera un pene de 23 centímetros

Yo seguía abriendo y cerrando mis piernas mientras mi profesor no perdía detalle en inspeccionar todo mi cuerpo, especialmente sus ojos, que se iban a mi entrepierna cada vez que yo tenía la goma tensada por mis muslos que se mantenían bien abiertos. Por un lado estaba algo cortada, pero por otro me encantaba la sensación de sentirme observada de aquella manera por él. Seguía pensando en que no había nada malo.

El siguiente ejercicio era sobre un balón gigante que nunca había usado anteriormente en mi gimnasio particular y con el que Martín me fue indicando distintos ejercicios. El primero era estar sentada sobre esa enorme pelota y mis piernas abiertas haciéndola girar sobre mi culo en círculos, después sentada en el borde y recorriendo de adelante a atrás, al tiempo que él me sujetaba por las axilas, por la cintura, incluso alguna mano se posó accidentalmente sobre mi pecho. No sólo no me molestó, sino que sentí un delicioso cosquilleo en un acto aparentemente inocente.

– Ahora sentada, abre y cierra las piernas mientras avanzas con tu trasero sobre la pelota.

– ¿Así? – le preguntaba yo, pero me parecía que lo estaba haciendo mal, aunque siempre expuesta en una pose que parecía más un reclamo sexual que otra cosa.

– ¿Notas los músculos de tu vagina? – me preguntó de improviso, Martín.

Aquella pregunta me dejó descolocada, pero en realidad era cierto, notaba como apretaba los músculos cercanos a mis ingles, mis posaderas y especialmente la tensión de los músculos de mi entrepierna.

– Sí, lo noto. – respondí con una leve sonrisa.

– Claro, es genial sentir como se tensan ahí los músculos, ¿no?

– Sí.

– Pues verás que luego tus relaciones sexuales mejoran.

– ¿Cómo?

– Sí, Adri, cuando tengas sexo, verás que tu vagina ha ido incorporando nuevos movimientos que antes estaban dormidos y se irán reforzando músculos que harán más satisfactorias tus relaciones.

– ¿En serio? – pregunté sorprendida, mientras él asentía divertido al ver mi cara.

– Sí, las tuyas… y las de tu marido que saldrá beneficiado.

En mi cabeza daba vueltas la idea de tener sexo, pero no precisamente con mi marido, sino con ese chico que tenía delante y que me estaba volviendo completamente loca. De vez en cuando mis ojos volvían a su entrepierna sin dejar de imaginar la grandeza que se escondía debajo tal y como todos comentaban y que yo seguía sin creerme.

– Ahora ponte boca abajo sobre la pelota y haz lo mismo sobre tu bajo vientre.

– Es que me caigo. – le dije cuando vi que perdía el equilibrio y me deslizaba de costado por la enorme bola.

– No te preocupes, yo te sujeto.

En ese instante las dos manos de Martín se apoderaron de mi culo y se mantuvieron firmes allí. Tenía que haber gritado, debería haberle dicho que no me tocara con tanto descaro, mi obligación era advertirle que mi marido o mi hijo podían entrar en cualquier momento, sin embargo me sentía tan bien bajo los brazos potentes de ese chico, que me estaba sobando el culo mientras yo me movía en círculos sobre la bola gigante, notando como mi sexo palpitaba y mi culo sentía un placer inusitado. No deseaba que aquello acabara nunca… ni que esas enormes manos abarcaran mi culo con total descaro pero de una forma deliciosa.

En ese instante apareció Martita en la puerta del gimnasio y debió quedarse sorprendida por mi postura, tumbada boca abajo sobre la pelota y las dos manos de Martín aferradas con fuerza a los cachetes de mi culo.

Me levanté como un resorte, intentando aparentar normalidad, pero el hecho de que me hija me viera en aquella situación me hizo sentir esos miedos de nuevo y una impresión que no quería que ella notase.

– Hola cariño. – dije

– Hola, ¿os queda mucho? – preguntó la pequeña.

– Estamos acabando. – añadió Martín que también parecía nervioso con la aparición inesperada de Marta.

– Ah, vale, tenemos que ir al club para mi clase de pádel. – inquirió mi hija sin dejar de mirarme, haciéndome sentir muy incómoda.

Cuando la niña abandonó el gimnasio, mi profesor me dio dos besos y al hacerlo apoyé mis manos sobre su pecho y casi me da algo sintiendo sus labios tan cerca de los míos, porque lo cierto es que su boca estuvo a muy pocos milímetros de la mía. Desapareció de mi lado dejándome de nuevo, aturdida.

– ¡Adri! – me llamó Martín justo cuando ya estaba saliendo por la puerta.

– Dime Martín – respondí notando cómo mi corazón latía a toda pastilla y mi sexo seguía palpitante igualmente.

El chico miró a su alrededor asegurándose de que estábamos solos:

– Tienes un culo precioso. Y muy paradito como decís los argentinos. La cola más bonita que he visto jamás. – añadió y desapareció con su gran sonrisa.

Me quedé cachonda perdida sobre la colchoneta sin poder responder, ni decir nada y viendo desaparecer a ese hombre que me encandilaba con cada momento vivido cerca de él, incluso alejado de mí, recordándole.

Naturalmente me fui a duchar y tuve que terminar ese calor que me invadía con otro de mis deditos, dándome placer con mis caricias e imaginando de nuevo a mi profesor. No tardó en llegarme un orgasmo que me dejó temblando de placer y que seguía reviviendo en mi cuerpo cosas que no estaban latentes desde hacía mucho tiempo.

Juliaki

CONTINUARÁ…

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juliaki@ymail.com

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