

La ex de mi amigo, con sus treinta y dos años, se conservaba estupendamente, el camisón realzaba su silueta, con su profundo escote y la apertura hasta medio muslo desvelaba unos pechos firmes y unas piernas bien contorneadas. Era una mujer elegante, de la alta sociedad, que jamás se había dignado a mancharse las manos con un trabajo manual. Mi empleada en cambio, era una joven de veintitrés años, cuya mirada seguía conservando la lozanía de la niñez que se conjuntaba en perfecta armonía con un cuerpo de pecado, grandes pechos coronaban una cintura estrecha, y todo ello adornado por una piel morena que hacía resaltar sus ojos azules.
Paula rompió el incómodo silencio, preguntándome si deseaba algo mas, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, descubrí que no le apetecía estar presente cuando, con toda seguridad, castigara a Patricia. Le dije que se fuera a cumplir con sus obligaciones, sin sacarla del error, este no era el momento del castigo, tenía una semana para ejercerlo y ahora lo que me apetecía era disfrutar de la mujer, que hasta hace 24 horas compartía el lecho de Miguel.
–Patricia, siéntate aquí-, le dije señalando un sillón orejero, -tengo que hablar contigo, pero antes, ¿quieres una copa?-.

Mis carantoñas no cesaron cuando, con voz seria, comencé a hablarle al oído.
–Pati, estoy enfadado contigo, por que ayer me trataste de engañar, cuando me mentiste diciendo que tu marido te maltrataba-, intentó protestar al oírlo, pero la corté por lo sano apretando un poco mas de lo necesario su cuello,-no sé que es lo que intentabas con ello, porque tarde o temprano me iba ha enterar. Solo se me ocurre, que tratabas de seducirme antes de que eso ocurriera-, la tensión con la que escuchó mi comentario era la confirmación que necesitaba,-pero quiero que sepas que no era necesario, ya que desde niño me has gustado, y solo el hecho que estuvieras con Miguel, evitó que me declarara-, estaba mintiendo pero ella no lo sabía, y creyéndome se relajó, lo cual lo tomé como señal para profundizar mis caricias, bajando despacio por su escote, -ya sabes y si no te lo digo yo, por que no quiero que haya malos entendidos, que María es mi amante, y que creo que le gustas-, en ese momentos mis dedos jugaban con el borde de sus aureolas,-creo que le gustaría tenerte en mi cama, compartiendote conmigo-, los pezones de la muchacha estaban duros al tacto cuando me apoderé de ellos pellizcándolos tiernamente, la excitación se había extendido ya por su cuerpo ,- somos una pareja abierta, por eso te propongo que te unas a nosotros-.
Sin darle tiempo a responder, la levanté del sillón , abrazándola mientras mis labios rozaban los suyos, Patricia me respondió con pasión besándome mientras me despojaba de la camisa. Sus manos no dejaron de recorrer mi pecho, cuando su boca mordió mi cuello, ni cuando sus caderas se juntaron a mi, buscando la cercanía de mi sexo. Estaba en celo, el relato de María, la atracción que sentía por ella y mis arrumacos se le habían acumulado en su cabeza, y necesitaba desfogar ese deseo. Sin mas preámbulos, se arrodilló abriéndome el pantalón, dejando libre de su prisión a mi pene. Sonrió al ver su tamaño, le hizo sentirse una mujer deseada. No se había dado cuenta de lo que añoraba a un hombre que le protegiera hasta que se lo había oído decir a mi empleada, yo podía ser ese hombre, y no iba a desperdiciar la oportunidad. Su lengua empezó a jugar con mi glande, saboreando por entero, a la vez que su mano acariciaba toda mi extensión.
Era una gozada verla de rodillas haciéndome una felación, notar como su boca engullía mi sexo, mientras su dedos acariciaban mi cuerpo. Pero ahora quería mas, por lo que obligándola a levantarse, la tumbé encima de la mesa, y desgarrándole el camisón, la dejé desnuda. Me miraba con deseo mientras me despojaba del pantalón, y se le puso la carne de gallina cuando bajándole el tanga, empecé a jugar con su clítoris.
-¿Te gusta?, verdad putita-, le dije mientras proseguía con mis maniobras.
-¡Si!-, con la voz entrecortada por la excitación, –¡házmelo ya!.
Estaba en mis manos, con un par de sesiones mas esta mujer sería un cachorrito en mi regazo, y con la ayuda de María la convertiría en esclava de mis deseos, todo en ella me pedía que la penetrara, sus ojos, su boca, el sudor de sus pechos revelaban claramente la fiebre que sentía. Separando sus labios con mis dedos, puse la cabeza de mi glande en la entrada de su cueva, a la vez que torturaba sus pezones con mi boca.
–Por favor-, me gritó pidiéndome que la penetrara.
Muy despacio, de forma que la piel de mi sexo fuera percibiendo cada pliegue, cada rugosidad de su vulva, fui introduciéndome en su cueva, en un movimiento continuo que no paró hasta que no la llenó por completo. Patricia entonces empezó a mover sus caderas, como una serpiente reptando se retorcía sobre la tabla, buscando incrementar su placer. Gimió al percibir como mi pene se deslizaba dentro de ella incrementando sus embistes, y gritó desesperada al disfrutar cuando mis huevos golpearon su cuerpo como si de un frontón se tratara. Previendo su orgasmo, la penetré sin compasión, mientras que con mis manos apretaba su cuello, cortándole la respiración, ya que la falta de aire, incrementa el placer en un raro fenómeno llamado hipoxia. Ella no sabía mis intenciones, solo notaba que no podía respirar, por lo que se revolvió tratando se zafarse de mi abrazo, pero la diferencia de fuerza se lo impidió, y aterrorizada pensaba que iba a morir, mientras desde su interior, una enorme descarga eléctrica subía por su cuerpo, explotando en su cabeza. Y como si de un manantial se tratara, su cueva manó haciendo que el flujo de su orgasmo envolviera mi pene. Al sentirlo, descargué dentro de ella toda mi excitación, mientras ella, con sus uñas, desgarraba mi espalda, exhausta pero feliz de lo que había experimentado.
–La cena esta lista-, desde la puerta nos informó María, que por el color de su cara y el brillo de sus ojos , debió de ser participe como vouyeaur de nuestras andanzas. “Seguro que había estado mirando, y se le ha mojado su tanga”, pensé al verla.

–María, creo que me debes una explicación-, me miró asustada, sabía que la había descubierto y que se avecinaba un castigo,-¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?-.
–Nadie-, me contestó, y sin necesidad de que le dijera nada mas, se fue desnudando con Patricia alucinada por que no entendía nada. Cuando hubo terminado, se arrodilló en la alfombra, dejando su trasero en pompa, de forma que facilitara el castigo. La ex de mi amigo intentó protestar pero al ver mi mirada, decidió callarse no fuera a recibir el mismo tratamiento.
Saqué entonces de un cajón una fusta y cruelmente le azoté el trasero. Recibió la reprimenda sin quejarse, de su boca solo surgieron disculpas y promesas de que nunca me iba a desobedecer otra vez. Las nalgas temblaban, anticipando cada golpe, pero se mantuvo firmemente sin llorar hasta que decidí que era suficiente.
Patricia estuvo todo el rato callada, en su cara se le podía adivinar dos sentimientos contradictorios, por una parte estaba espantada por la violencia con la que había fustigado a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado, ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa, y sus nalgas coloradas por el tratamiento, había humedecido su entrepierna.
Acercándome y acariciando ese trasero que tantas alegrías me había dado, no pude dejar de sentir pena, y agarrando la botella de vino blanco que estaba en la mesa y sirviéndome una copa, pregunté:
–Pati, ¿te apetece una copa?-, que le ofreciera de beber, la dejó fuera de juego, pero como tenía la garganta seca por el miedo, me respondió afirmativamente.
Esas nalgas necesitaban ser enfriadas, por lo que derramé una buena cantidad de vino sobre ellas y cogiendo del pelo a la rubia le ordené que bebiera. Obedientemente, empezó a sorber el liquido, que goteaba por su trasero, al principio despacio temiendo el hacer daño a la criada, pero el cuidado con el que pasaba la lengua sobre su atormentada piel, provocó que unos pequeños gemidos de placer surgieran de la garganta de la muchacha. Patricia al escucharlos, sintió como su vulva se alteraba, y sus incursiones se fueron haciendo cada vez mas atrevidas, con sus manos abrió los dos cachetes, para que le resultara mas fácil el obtener con su boca las gotas de vino que se habían deslizado por el canalillo de María. Cuando empezó a recorrer el inicio de su escroto, no se pudo aguantar y sin ningún recato le pedía que siguiera, que le encantaba el notar la humedad de su lengua en su hoyo secreto. Estaban excitadas y listas, una mujer adolorida siendo consolada por otra, me enterneció, por lo que pregunté a mi criada:
-¿Te llegaste a correr antes?-
–No, ¡Te lo juro!-, me contestó con la voz entrecortada por el calor que sentía.
-Túmbate-, le ordené, y reacomodándolas, puse su pubis en disposición de ser devorado por la mujer.
Esta se lanzó como una fiera sobre él, y separando con los dedos los labios inferiores, se apoderó del su clítoris, mientras que con la otra mano, le acariciaba los pechos. María estaba recibiendo el premio a su fidelidad, después de su merecido castigo, su amante la recompensaba otorgándole el placer de ser reconfortada en lo mas íntimo, su ojos me miraban con deseo y gratitud, mientras sus piernas se abrazaban a la mujer, sus senos eran acariciados y su sexo se licuaba entre lamida y lamida. La visión del culo de Patricia, mientras proseguía comiéndose a mi criada, me devolvió a la realidad, apeteciéndome ser participe de esa unión.

Era nuestro objeto de placer, no podía dejar de lamer y mordisquear el clítoris de mi amante, mientras yo estrenaba su culo. Babeando notó que la mujer que se estaba comiendo, estaba cercana al climax, iba a ser la primera vez que una hembra se corriera en su boca, por lo que aumentó el ritmo de sus caricias, al sentir los primeros espasmos de placer de la muchacha. Recibió ansiosa el río ardiente de la mujer, era nuevo para ella el sabor agridulce del flujo, pero tras una sorpresa inicial, como posesa buscó no desperdiciar ni una gota de ese regalo liquido, bebiendo y absorbiendo mientras su propio cuerpo dejaba de sufrir por mis incursiones y mas relajada empezaba a disfrutar de mis movimientos. María, satisfecha se levantó para ayudarme con la muchacha, y poniéndose debajo mío, separó sus labios, introduciéndole dos dedos en su vulva.
Patricia no se podía creer ser sodomizada y follada a la vez, y ya sin ningún recato, gritaba que siguiéramos, que era una puta, pero que no paráramos. Sus caderas se movían sin control, buscando el placer doble que le provocaban los dientes de mi criada sobre su clítoris y mi pene rompiéndole su virgen culo. Tuve que intervenir, sujetándole por la cintura, acomodé sus movimientos a mis penetraciones, no quería que se desperdiciara esa primera vez, por la descoordinación de nuestros cuerpos. Ella no entendió este parón, por lo que me exigió que siguiera, recibiendo un azote como respuesta.
–Tranquila-, Volví a recomenzar mis penetraciones, sintiendo como toda mi extensión recorría su ano,- muévete solo cuando te lo ordene-, comprendió que es lo que quería cuando mi mano cayó por segunda vez sobre sus nalgas,-¡Ahora!-.
Era una buena aprendiz, sus caderas se acomodaron al ritmo , siguiéndole marcado por mis manos sobre su trasero. Estábamos en perfecta armonía, empujando al recibir los azotes, recibiendo mi extensión a continuación. Inmediatamente. Poco a poco fuimos incrementando la cadencia, hasta que nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno. María, que no dejaba de introducir sus dedos en ella, cambio el objetivo de su boca, empezando a jugar con mis testículos cada vez que estos se acercaban a su lengua.
Patricia, apoyó su cabeza contra la alfombra, cuando desde su interior como si fuera una llamarada su cuerpo se empezó a convulsionar de placer, y derramándose en un torrente de líquido que recorrió sus muslos, cayó agotada sobre el suelo, mientras ya encima de ella, proseguí introduciendo mi pene en sus entrañas, excitado por sus gemidos. María me besó dejándome que mi lengua se introdujera en su boca, acelerando mi excitación. Era el dueño, tenía a mis dos mujeres donde yo quería, y tras unos breves pero intensos momentos, exploté dentro de la rubia, mientras besaba con pasión a mi criada.
Caí agotado, pero satisfecho, escoltado por dos bellezas, una a cada lado, rubia y morena, diferentes, pero ambas mías. En cuanto me hube recuperado un poco, me puse en pié exigiendo mi comida, las muchachas me dijeron si no me había saciado suficiente, y cabreado les aclaré:
–Esto fue un aperitivo-, en sus caras su felicidad era patente,- el banquete será esta noche en la cama, pero ahora quiero cenar-, y viendo que se sentaban en la mesa, agregué mientras cortaba el filete,-¡El servicio come en la cocina!-.
