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Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (25)” (POR JANIS)

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Si alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:

la.janis@hotmail.es

Gracias a todos.

Janis.

EL CARNERO DE NOCHE BUENA.

Cristo se encargó de abrir la botella de buen vino mientras que las chicas daban los últimos retoques a la exquisita mesa. No faltaba detalle alguno. Servilletas de hilo, cubertería completa, cristalería digna de la ocasión, y diversos platos de deliciosos entremeses. Nuestro gitano sacó el corcho con un sonoro plop y agitó la botella para que las cuatro chicas acercaran sus copas.

Las modelos en cuestión eran Calenda y May Lin, por supuesto, ya que la cena se celebraba en su apartamento, Mayra Soverna, la rubia y esnob rubia del este de Europa, y Ekanya Obussi, la nueva modelo senegalesa de la agencia. Eran las cuatro chicas que no se reunirían con sus familias en Navidad y Calenda había tenido la idea de celebrarla juntas. Cristo se unió a ellas al conocer que su tía y su prima pasarían la Noche Buena en casa de Candy Newport.

Escanció el vino mientras se fijaba en los bellos rostros de sus acompañantes. ¿Qué podía pensar de ellas que no hubieran ya pensado algunos millones de hombres y mujeres? ¡Que tenía una suerte de cojones por estar allí con ellas, por supuesto! Se habían acicalado y vestido para la ocasión, como si después de cenar fueran a ir al baile de la embajada británica (famosa por sus jolgorios navideños). Estaban resplandecientes, divinamente maquilladas, y portando vestidos largos y sensuales.

Cristo, por su parte, parecía un pequeño lord. Se había quitado la chaqueta y May Lin le había dejado una bata de paño de su talla. Era una bata masculina, con blasón bordado sobre el bolsillo y ribete de satén. La asiática no quiso revelar de dónde la había sacado ni a quien pertenecía. El caso es que Cristo, con su pañuelo al cuello (odiaba las corbatas) y el batín cerrado a su cintura, parecía Lord Jim en pleno desayuno. Todas ellas lo confirmaron y lo alabaron.

Se sentaron a la mesa, tras brindar un par de veces más. Cristo, por designio de ellas, quedó en la presidencia de la mesa. A su lado, Mayra lucía sus exquisitas maneras a la mesa, como si hubiera sido educada en una residencia privada inglesa. Cristo lo sabía de buena tinta, los padres de Mayra poseía una tienda de comestibles en Zagreb, así que de educación privada nada de nada. Pero Nueva York había sentando bien a la croata. Allí podía ser la persona que llevaba soñando desde pequeña y, además, Mayra había metido otro par de kilos en su delgado cuerpo, lo que le sentaba estupendamente.

Quien no había engordado nada desde su llegada era Ekanya, que parecía un junco mecido por el viento cuando andaba. Además, era alta y vivaracha, lo que llevaba a miss P. a recordarle que debía andar a pasitos y no a zancadas. La prensa especializada la había comparado ya con Naomi Campbell, pues su porte y estilo evocaba mucho a la famosa modelo. Cristo sonrió. Al menos, no poseía el mal carácter de la diva británica. Ekanya era muy dulce y casi inocente. Había cumplido recientemente los diecinueve años, por lo que era el benjamín de la reunión.

― A ver, niñas… Probad este pata negra de Jabugo, que me ha costado un huevo encontrarlo – las animó el gitano, alcanzando una lámina de jamón ibérico sobre pan con ajo y aceite.

― ¿Jabugo? – la negrita alzó las cejas, desconocedora de la palabra.

― Es un lugar de mi país donde se crían los mejores cerdos de…

― ¿Cerdos? ¿Esto es cerdo? – Ekanya retiró la mano como si estuviera a punto de tocar una víbora cornuda.

― Pos si, niña. ¿Eres alérgica o qué?

― Tonto, lo que es musulmana – le regañó Calenda, dándole una suave patada bajo la mesa.

― ¡Ostias! ¡Qué fallo! – Cristo se llevó la mano a la boca. Ni se le había ocurrido pensar en ello. – Lo siento, Ekanya, aún pienso como un español en algunas cosas. Allá, todo el mundo es cristiano, sabes. Quien no lo es, no duda en decirlo para dejar constancia. Aquí es diferente. Hay tantos cultos y derivados que me hago la picha un lío…

― ¿Picha? – esta vez fue Mayra quien preguntó por la palabreja castellana.

― Una expresión de mi tierra – agitó la mano quitándole importancia.

― Pene, polla, manubrio, rabo… – explicó May Lin, con una risita.

― Ah – Mayra bajó la mirada, como si aquellas palabras la turbaran.

“¿Será cierto que es una estrecha?, se preguntó Cristo.”

Arregló el asunto del cerdo, alargando otro plato con salmón ahumado y palometa en salmuera sobre fondo de piña natural y pepinillo. La senegalesa se rechupeteó los dedos tras engullir un par de piezas. Volvieron a brindar y acabaron los entremeses entre bromas y anécdotas.

Cristo descorchó otra botella de vino, esta vez blanco, mientras Calenda y May traían el plato estrella: bogavante en salsa de manzana. El bogavante estaba cortado en rodajas sobre un fondo de ensalada y rociado con la salsa caliente aromatizada con manzana verde. Alrededor, cuatro cigalas acompañaban cada plato. Cristo se había ocupado de preparar la cena, pero no de hacerla, por supuesto. Su tía le había pasado la dirección de un famoso restaurante gallego, cercano al Lincoln Center, y solo tuvo que encargar la comida, para luego calentar. Encima que él pagaba, no iba a cocinar, ¿no?

Las modelos felicitaron a Cristo, por su buen gusto y se dedicación, así como por invitarlas a aquella cena. Él se sintió más largo que ancho. Entre agradables pullas y bromas, terminaron la botella de vino blanco. El postre lo aportaron la croata y la senegalesa, comprado en Ferrara Bakery, en Little Italy. Los cannolis eran, sin duda, los mejores de Manhattan. Regaron todo con un buen champán y Cristo suspiró, satisfecho por la cena y por las maneras de las chicas. Había estado preocupado, a medida que la noche se posaba sobre la ciudad.

No sabía lo que iba a ocurrir, pero ellas no parecían sentirse extrañas. Siguieron charlando de nuevos proyectos y oportunidades. Cristo sacó un par de porros de marihuana, ya armados, y los encendió para relajar aún más el ambiente. Las chicas sonrieron al tenerlos entre los dedos. Cristo pensaba en todo.

Pero, hacia la medianoche, el humor de las modelos empezó a cambiar, a agriarse sin motivo alguno. Ya no se reían con las chanzas de Cristo y tampoco hablaban entre ellas. Sus dedos se movían nerviosamente, arañando la mesa, pellizcando un papel, o girando sin cesar una copa. Ni siquiera se miraban entre ellas, pues parecían perdidas en sus pensamientos.

― Tendrías que irte ya, Cristo – le dijo Calenda, tomándole por sorpresa.

― ¿Irme? ¿Yo? ¿A dónde? ¿Por qué? – preguntó, removiéndose en su silla.

― Porque hemos terminado de cenar – repuso May.

― Bueno, es Noche Buena y queda aún mucha diversión, ¿no? – intentó razonar el gitano.

Calenda se encogió de hombros y siguió girando su copa vacía. Mayra tosió con discreción. El tenso ambiente se podía palpar y la cosa no mejoró. Al contrario, nadie hablaba y las chicas le miraban de reojo, con ojeriza. Finalmente, May Lin se puso en pie y tomó a Cristo del brazo, levantándole de la silla.

― Estamos cansadas y queremos irnos a la cama – le dijo mientras le acompañaba a la puerta. – Mayra y Ekanya también se marchan, ¿verdad, chicas?

― P-pero…

― Mañana nos llamas y podemos almorzar donde tú quieras – le dijo Calenda, desde el salón, como si tratara de conformarle.

No le quedó otra que quitarse el batín y tomar su chaqueta. Se despidió de ellas, comprobando que la rubia y la negra no pensaban marcharse de allí, y bajó las escaleras a toda prisa. Nada más salir a la calle, giró hacia el callejón más cercano donde Spinny le estaba esperando en el interior de un gran Chevrolet oscuro.

― ¿Cuánto tiempo llevas aquí? – le preguntó Cristo, subiendo al puesto de copiloto.

― Media hora… ¡Feliz Navidad! – exclamó el chico irlandés, con su característica alegría.

― ¡Felices fiestas! – contestó el gitano, estrechando la mano de su colega.

El interior del coche estaba cálido, gracias al climatizador, ya que el motor estaba arrancado. Según Spinny, el coche era de la empresa familiar y podía cogerlo cuando hiciera falta. Lo necesitaban para seguir las chicas.

― ¿Qué ha pasado arriba? – preguntó el pelirrojo.

― Se han puesto muy bordes, tío. De buenas a primeras… Ha sido muy raro.

― ¿De verdad que estás seguro de que las han hipnotizado?

― Joder, Spinny. Nadie veía a ese tío, salvo yo, y se paseaba como el puto amo por toda la agencia, soltando el mismo mensaje. No creo que las estuviera invitando a un pase de Papa Noel. Es lo más lógico de pensar. Estábamos de puta madre mientras cenábamos y después… ¡se jodió!

― Ya…

― Era como si estuvieran deseando que me marchara para confabular entre ellas.

― Bueno, pues ahora, a esperar.

Se quedaron en silencio en el interior del coche, cada uno tratando de imaginar como se iban a desarrollar los hechos, a partir de ese momento. spinny se veía en el papel de héroe salvador, liberando a las chicas en el último momento. Cristo, mucho más realista, esperaba fisgonear lo suficiente y conseguir pruebas para llamar a la policía, que para eso estaban.

Cuando el gitano le contó el asunto del fantasma y lo que sospechaba que ocurría, Spinny se ofreció para ayudarle en lo que fuera, sabiendo que su amiga Rowenna también había sido “contactada” por el extraño sujeto. De hecho, la mayoría de las chicas de la agencia había sufrido la “sutil invitación”.

No tuvieron que esperar demasiado. Las cuatro modelos salieron del edificio, enfundadas en abrigos que ocultaban sus trajes de noche, y se subieron al pequeño Volkswagen de May Lin, aparcado en la acera de enfrente. Spinny, como si tuviese una gran experiencia en seguimientos en vehiculo, dejó que se despegara de la acera y tomará rumbo calle abajo. Solo entonces surgió despacio del callejón, con los faros aún apagados.

El tráfico en Noche Buena era fluido y hasta escaso cuando enfilaron hacia el norte, cruzando Harlem. Spinny dejó unos buenos cincuenta metros entre ambos coches. May Lin conducía despacio, como siempre, así que no la perderían.

― ¿Dónde van? – masculló el pelirrojo.

― Ni idea, para eso las seguimos, genio.

― Se dirigen al puente Willis.

― ¿Vamos a cruzar a Mott Haven? – preguntó Cristo, situándose en su callejero mental.

― Eso parece.

El vehículo enfiló el puente sobre el río Harlem y finalmente acabó deslizándose bajo los pilares de la autopista Major Deegan, para subir por la avenida St. Anns. Había luces en muchas ventanas, pero apenas nadie en las calles. Esta parte de la ciudad era casi exclusivamente residencial.

― Va a aparcar – musitó Spinny, como si le pudiera escuchar alguien más aparte de su amigo.

― Gira en esa calle y detente. Vigilaremos desde aquí.

Las cuatro modelos se apearon y echaron a andar avenida abajo, hacia lo que se vislumbraba como la masa oscura de un parque. Cristo cotejó el mapa en su memoria.

― Es el parque del centro de recreo Saint Marys. ¿Qué coño hay ahí? – exclamó, bajándose del coche. – Aparca donde puedas. Te espero.

Tratando de pasar disimulados contra las fachadas, siguieron las chicas o más bien el repiqueteo de sus tacones sobre el asfalto. Una de las puertas en la valla metálica que rodeaba el recinto estaba abierta, como si esperase la llegada de las bellas mujeres. Ellas traspasaron esa puerta sin titubeo alguno, dirigiéndose hacia la sombría mole del edificio de recreo, ubicado en el lateral más cercano del parque.

― ¡Rápido, que las perdemos! – instó Spinny al gitano, tirando de su manga.

Una persiana metálica se encontraba a media altura, alzada e iluminada desde el interior. Las chicas se inclinaron y penetraron. No hablaron entre ellas en ningún momento. Cuando Cristo y Spinny estaban a punto de seguirlas al interior del edificio, más ruido de tacones se escuchó a sus espaldas. Se ocultaron de nuevo entre las sombras. Otras dos chicas se acercaban. Cristo las reconoció como dos modelos que vivían en Nueva Jersey.

Con cuidado, las siguieron adentro, pero las habían perdido. El fluorescente que estaba encendido, marcando la entrada, iluminaba varias mesas de ping pong, un gran billar inglés, y varias filas de grandes videojuegos. Spinny se movió, irritado.

― ¿Dónde están? – susurró.

― No lo sé. Tendremos que esperar a que llegue más gente.

― ¿Y si no vienen más?

― Vendrán – aseguró con confianza.

Se situaron tras una de las máquinas más grandes y esperaron apenas cinco minutos. Esta vez, toda una fila de chicas asomó, al menos quince. Entre ellas, Britt se veía menuda y frágil, llevando un pijama enterizo y unas pantuflas.

“¡Mierda! ¡También Britt!”, se dijo Cristo, comprendiendo que la orden hipnótica la había sacado de la cama.

Esta vez, apenas dejaron espacio entre ellos y las chicas, pues su actitud parecía dar a entender que no se fijaban en ellos. Cruzaron una puerta con el rótulo de “solo personal”. Dentro había taquillas y unos baños. Al fondo, otra puerta conducía a unas escaleras de cemento que descendían al subsuelo, pobremente iluminadas. Todas las chicas bajaron por ellas, con solo el sonido de sus tacones marcando el paso.

Finalmente, llegaron al segundo sótano, lleno de filtraciones, donde hacía un frío del copón, al menos para Cristo. En una de las húmedas paredes, un agujero se abría en pleno centro. La brisa que salía de él traía el olor a tierra mojada. Spinny miró a Cristo, esperando su decisión. El gitano asintió y el irlandés se coló por el roto muro. Casi a tientas, descubrieron las nuevas escaleras que descendían casi en picado. Spinny sacó una pequeña linterna de su parka e iluminó los peldaños. Esta vez no eran de cemento, sino de piedra tallada y parecían muy antiguas.

Al llegar abajo, el corredor giraba en noventa grados. Sobre sus cabezas, nuevos taconeos indicaban que más mujeres bajaban.

― ¡Esto parece una catacumba, coño! ¡Aligeremos el paso! – Cristo quería esconderse.

Siguieron el pasadizo con presteza, ayudándose de la linterna, ya que solo había un par de flojas bombillas, una en cada extremo. Todo lo demás quedaba a oscuras. Cuando llegaron al final, estuvieron a punto de caer por un muro cortado, sin ninguna protección. En ángulo recto, una reducida escalinata bajaba, adosada al muro, como si fuesen la estrecha escalera de la muralla de un castillo. Abajo, una sala enorme se abría, surcada por las distintas arcadas de viejos ladrillos, de las que colgaban viejas lámparas de petróleo y carbureras de minería.

La luz era pobre y tenebrosa, pero parecía ser la adecuada para un lugar así. Las chicas se arremolinaban allí, en silencio. El repecho del muro sobre el que aún estaban los dos amigos, embobados con lo que estaban viendo, era lo suficientemente ancho como para poder darles acceso a la parte superior del entramado de arcos. Unos soportaban el peso de los sótanos por los que habían pasado, pero otros solo reforzaban la estructura subterránea, por lo que la curvada cabeza de piedra estaba libre de peso, diáfana.

Allí se situaron, tumbados de bruces sobre la fría superficie y encarados. Podían ver las chicas en un lateral y, más tranquilos, se asombraron al comprobar que la inmensa mayoría de las modelos de la agencia estaban allí. Pero no solo había modelos, sino maquilladoras, peluqueras, alguna chica de Administración y hasta dos de las chicas más jóvenes de la limpieza. Sin embargo, Cristo no pudo distinguir ni a la jefa, ni a su prima. Por lo visto, el fantasma sabía lo que se hacía y no se había atrevido a movilizar a alguien importante. Sin duda, porque no podría controlar quien estuviera con ellas, en ese momento, supuso.

Las chicas parecían rodear una especie de plataforma elevada. Cuando Cristo se fijó mejor, jadeó de la impresión. Spinny le miró, interrogante. El gitano señaló la plataforma. Era una especie de basto altar, construido con la unión de cuatro lápidas de granito, seguramente robadas de algún cementerio. Estaban dispuestas sobre varios puntales de piedra, a una altura de un metro, aproximadamente. No había nombres inscritos sobre ellas, pero sí un ángel esculpido y otra con un escudo familiar. Los nombres debían estar en la losa de cabecera. Esas eran las que cubrían el foso del suelo.

― ¿Dónde demonios me has metido? – susurró Spinny, bastante asustado.

En ese instante, el fantasma apareció, escalando con cuidado sobre diversos cajones de madera que permitían acceder con comodidad sobre el altar de lápidas. Llevaba de la mano a Rowenna, de una forma elegante, con la muñeca levantada como en uno de esos casposos bailes de salón.

― ¡Ahí está el fantasma! ¡Trae a Rowenna! – exclamó Cristo quedamente.

― Le veo.

― ¿Cómo que le ves? – se asombró.

― ¡Joder, que le veo! Es un tío viejo y lleva una túnica negra.

Así era. El fantasma vestía una amplia túnica negra, mate, y con ribetes en puños y pechera de encaje también oscuro. Rowenna también vestía de negro, pero no llevaba una túnica, sino un mini vestido por el cual podrían haberla detenido, ya se sabe, por exhibicionismo público. Las ligas de sus medias se podían ver en toda su plenitud, ya que el borde del vestido acababa por encima de ellas.

― Es normal – musitó Cristo. – Aquí no necesita ser invisible.

― ¿Qué piensa hacer con todas ellas?

― Seguro que no es escoger la más lista…

El anciano fantasma alzó ambas manos y los rostros de todas las chicas concurrieron hacia él, quedándose muy atentas.

― Bienvenidas, queridas mías, bienvenidas a este impuro lugar bajo tierra. Hoy os necesito aquí para implorar a mis dioses oscuros. Debéis prestarme vuestra fuerza vital para que puede ser escuchado, ¿Me ayudaréis?

― ¡Si! – clamaron todas a la vez.

― Está bien, niñas. Lo primero que tenemos que hacer es envilecer este altar que piso. Estas piedras han sido consagradas en el cementerio y deben ser lavadas con pecado y abominación para constituir el ara oscura – se giró hacia Rowenna. – Trae el avatar de nuestro Señor, niña.

Rowenna descendió del improvisado altar y desapareció durante unos segundos. Luego, regresó trayendo un gran carnero de pelaje pardo y negro. Le conducía aferrando uno de sus retorcidos cuernos con las manos. El animal la seguía manso y sereno.

― ¡He aquí el cuerpo de nuestro Señor en la Tierra! ¡Ahora debemos invocar su espíritu y fuerza para que penetre en la bestia y se reúna con nosotros! Niñas, repetid conmigo…

“Obsecro, Domine inferi, et pater mendacii libidinem, exaudi deprecationem venire ad nos. Placere apoderes vos haec tunica pro nobis honorare, et adorant. Lucifer, veni … Baphomet, veni …”

Las gargantas femeninas iniciaron el salmo oscuro y lo repitieron muchas veces, adoptando una cadencia propia que las hacía balancearse como muñecas articuladas.

― … Domine inferi, et pater mendacii libidinem, exaudi deprecationem venire…

― … Lucifer, veni … Baphomet, veni …

― Seguid invocando, niñas mías, pronto el Maestro responderá. Ahora necesito a la más pura de entre todas ustedes, la única que permanece virgen – se pronunció el fantasma, y señaló a una de las chicas. – Eres tú. Sube aquí.

Cristo se sobresaltó al comprobar que la elegida era Mayra.

― ¿Virgen? – murmuró Spinny. — ¿Esa tía es virgen? ¡Dios, que desperdicio!

Cristo volvió a pensar en lo que Alma le dijo sobre ella. Una estrecha no… más bien cerrada del todo, se dijo. La contempló rodear el altar y subir por los cajones. Mayra no tenía expresión alguna en el rostro. Su tez clara parecía más pálida que nunca. Y su pelo intensamente rubio estaba suelto y lacio, tan inmóvil como su propio espíritu. El oscuro sacerdote le tendió la mano que ella asió como si fuera lo más importante del mundo. La colocó al lado del macho cabrío y retiró a Rowenna varios pasos atrás.

― Seguid repitiendo la invocación y rodead el altar, tomándoos de la mano. La energía pronto fluirá y llenará el lugar, preciosas.

Las chicas le obedecieron al instante, generando un amplio círculo alrededor de las lápidas, sin dejar de balancearse rítmicamente. Los minutos pasaban y los dos ocultos chicos empezaron a sentirse afectados por la repetitiva letanía. Spinny rebulló, molesto con su cerrada parka.

― ¿Soy yo o hace calor aquí? – susurró, abriendo la cremallera.

― Creo que ha aumentado la temperatura. Será por la cantidad de gente que nos hemos reunido aquí – contestó Cristo, pero pronto no estuvo nada seguro.

Debajo de ellos, las chicas empezaban a quitarse los abrigos y las recias prendas invernales, quedándose tan solo con sus livianos trajes de noche, e incluso en camisón o pijama, como era el caso de más de una. Una vez realizado esto, volvieron a unir sus manos, todo sin dejar de balbucear aquellas palabras en latín que amenazaban con clavarse en la mente del gitano. Era consciente de que estaba presenciando una de las famosas misas negras y que ese anciano debía de ser todo un brujo para mantener a todas aquellas chicas bajo su control.

El carnero, que se mantenía estático hasta el momento, siró su cabeza cornuda y pasó su larga y áspera lengua sobre el brazo de Mayra. El anciano sonrió, casi con alivio.

― Desnúdate, Mayra. El Maestro ha llegado – dijo.

Mayra compuso una gran sonrisa que iluminó su rostro. Controlada por el tremendo poder que brotaba de aquel hombre, se sentía tremendamente orgullosa de haber sido la elegida. Dejó caer el ajustado vestido, rojo y amarillo, hasta sus pies, revelando su ropa interior. Sin pudor alguno, se deshizo de ella a continuación, quedando completamente desnuda ante los ojos de sus compañeras, que no dejaron de invocar.

― ¡Nuestro Señor está aquí, entre nosotros! ¡Loa a Lucifer! – y las féminas corearon el saludo y quedaron calladas definitivamente, para gustazo de Cristo.

El sacerdote colocó su mano sobre la cabeza de Mayra, obligándola a arrodillarse ante el carnero, el cual no dejaba de olfatearla. Le hizo una seña a Rowenna para que se acercara y cuando lo hizo, habló quedamente con ella.

― Tendrás el honor de ayudar al Maestro a desflorar a tu compañera.

― Sí, Adorado – sonrió ella, feliz.

― ¡Mayra, a cuatro patas! Expón tus nalgas al Maestro como la perra que deseas ser.

La rubia croata se giró sobre sus rodillas hasta aposentar las palmas de las manos sobre el granito de las lápidas. Sus pequeñas nalgas quedaron expuestas ante la bestia. Rowenna tomó uno de los cuernos, obligándole a acercar su hocico al trasero ofrecido. El viejo lo observada todo con una sonrisa satisfecha. Mantenía las manos entrecruzadas sobre el bajo vientre y deseaba tan fervientemente que todo aquel ritual se cumpliese, que no era consciente que estaba controlando al carnero tal y como controlaba las chicas.

El macho cabrío sacó la lengua y la pasó largamente por los blancos glúteos de Mayra, porque eso era lo que deseaba el anciano que pasara y no por la posesión de una entidad infernal. Como si le tomara el sabor a la piel humana, la bestia volvió a pasar su lengua, pero esta vez con más puntería. Mayra se estremeció al sentir la áspera textura del apéndice rozar su virginal entrepierna. Sus muslos temblaron y no supo decir si era temor o deseo.

Rowenna, sin soltar el cuerno, tenía los ojos clavados en aquella lengua diabólica. La veía recoger la humedad que empezaba a destilar la vagina de la rubia y se asombraba de la precisión que mostraba para hurgar en el diminuto ano. Se estaba empezando a calentar con aquello, por muy loco que sonase.

Mayra, en cambio, mantenía la cabeza inclinada, su casi blanco cabello flotando en un extraño nimbo que colgaba. Se mordía la punta de la lengua, un tanto desesperada por lo que el animal conseguía arrancar de su cuerpo. Sus caderas se estremecían, sus rodillas amenazaban con flaquear, y sus codos no la mantendrían mucho más tiempo en aquella postura.

¿Cómo era posible que un bicho infecto como aquel, que olía a macho revenido y a queso rancio, la estuviera matando de gusto? ¿Acaso el sexo era así, una vez que transigías? Pues entonces, ella se lo había estado perdiendo tontamente, se dijo.

― Comprueba que está suficientemente húmeda – musitó el anciano a Rowenna.

Ésta, diligente, aunque no lo hubiera hecho nunca, metió un dedo en la vulva de Mayra, quien dejó escapar un gritito de sorpresa. La inglesa palpó cuidadosamente el himen y sacó el dedo lleno de flujo. No tuvo el mínimo escrúpulo en chuparlo. Asintió con la cabeza.

― Prepara al Maestro.

Por un momento, no supo a qué se refería su temporal amo, hasta que contempló aquel gusanillo que sobresalía del prepucio animal. Se dejó caer de rodillas y pasó su mano bajo el vientre peludo, friccionando suavemente aquel extraño glande. El gusanito no era más que un filamento sensible que surgía de la punta del glande, con la misión de que la emisión de semen llegara aún más profundamente en la vagina de la hembra. A pesar de su limitada mente, se preguntó que sentiría una mujer si el carnero emitía su semen en su parte más interna.

Rowenna no tardó en poner el miembro del animal a tono. El pene era delgado y fibroso, de unos buenos quince centímetros de largo. Pasó su otra mano entre las piernas de su compañera, haciéndola jadear de impaciencia. Se puso nuevamente en pie y tironeó del cuerno hacia arriba, obligando al carnero a alzarse sobre sus patas traseras. Inmediatamente, el animal flexionó sus rodillas delanteras sobre la espalda de Mayra, que soportó el peso estoicamente. El pene flageló varias veces las nalgas humanas, buscando una vagina que no estaba a la altura prevista.

― ¡Se la va a follar! – exclamó en un silbido Spinny.

La inglesa se agachó y tomó aquella delgada polla con la mano, haciendo lo que vulgarmente es llamado mamporreo entre los agentes de ganado, aunque ella no lo sabía. Ayudó al animal a penetrar a la rubia. El carnero, al notar el calor del estuche, no entendió de medias tintas y culeó como el macho que era, enviando el himen a lo alto del Empire State, junto con un desaforado grito de Mayra.

Rowenna se mordió el labio, encendida de lujuria, y bajó su mano hasta su entrepierna. Su postura dejaba el tanguita al descubierto, por lo que no tuvo dificultad en posar un par de dedos sobre su clítoris, dándole un rápido friccionamiento que la hizo suspirar. Su otra mano se aferraba al áspero pelaje del carnero, gozando de su textura y de su característico olor.

Mayra se quejaba a cada embiste del macho. Se había acodado sobre las lápidas, incapaz de aguantar más el peso de la bestia. Ésta babeaba sobre la espalda de la chica, intentando aferrarse mejor, pero todo ellos sin dejar de culear enloquecido en el interior del coñito sangrante. El carnero cambiaba de ritmo cada pocos segundos, ora batidora enloquecida, ora pulsación en profundidad, lo cual estaba afectando a la croata en demasía.

Ya no sentía dolor, pero si una quemazón que la obligaba a rotar sus nalgas buscando enfriarse como fuera. Levantó la barbilla que mantenía sobre su antebrazo, vislumbrando la baba que había dejado caer. Gruñó y alzó más el culo, buscando que el animal llegara más adentro aún. Quería que su amo estuviera orgulloso de ella.

Como si estuviera esperando ese reconocimiento, una absoluta lujuria se extendió por el cuerpo de Mayra. Puro fuego líquido recorría sus venas y trataba de escapar por su sexo percusionado. No era consciente de los gemidos y quejidos que escapaban de su garganta. Aquel macho no se cansaba de horadarla. En un chispazo de inteligencia, intentó acordarse de cual era el tiempo estimado de un coito entre cabras… no lo consiguió, y todo sea dicho, tampoco le importó. Algo más urgente la obligó a gritar.

― Aaaaaaaahhhhaaaahhh… madre… santa – exclamó en el primer orgasmo que sintió, no ocasionado por sus dedos.

Rowenna escuchó aquel grito de placer y abandonó su puesto, para deslizarse junto a Mayra. Aspiró sus quejidos y suspiros, colocando sus labios junto a los de la rubia. En un impulso, los mordisqueó, manteniendo la mejilla contra la piedra del altar. Mayra le devolvió un enloquecido beso. El carnero seguía culeando, como poseído por la misma fiebre infernal.

Rowenna quería probar, quería quitar al carnero de la espalda de Mayra y que la follara a ella hasta reventarla. Nunca se había sentido tan excitada, ni tan falta de moral, pero no se atrevía. El amo había sido muy claro, así que se puso en pie y, de un tirón, rompió su tanga. Se colocó detrás de la bestia y la tomó de los cuernos, subiéndose a su lomo. Con los pies firmemente clavados en el peculiar altar, comenzó a frotar su encharcada vagina contra el musculoso lomo del animal.

Desde su escondite, Cristo comprobó, con todo asombro, que Rowenna parecía dirigir los embistes del animal, acoplando su frotamiento al ritmo de penetración del carnero. Mayra empezó a gemir continuamente, los ojos cerrados, mordiendo la piel de su propia muñeca. Unos segundos después, Rowenna la imitó por simpatía. Ambas se movían con espasmos de placer. Habían convertido a la bestia en el cálido interior de un sándwich, exprimiéndole instintivamente.

La bestia mantenía su cabeza en alto, pues la inglesa tiraba con fuerza hacia atrás de sus cuernos; la lengua asomaba por un costado de la boca, babeando sin pausa sobre Mayra. Si hubiera sido un ser humano, se hubiera dicho que estaba a punto de sufrir un síncope.

Los gemidos de las dos chicas se aunaron y se incrementaron, mientras que sus caderas se retorcían y agitaban en un paroxismo desconocido para ellas.

― ¡Peazo putas! ¡Miralas, se van a correr! – Cristo subió el tono, excitado por lo que veía.

Y así fue. Con un berrido impresionante, el carnero descargó en lo más profundo del coño de la croata, quien quedó tirada de bruces, boqueando en busca del aire que el tremendo orgasmo que la recorría se había llevado. No podía dejar de gemir mientras sus pies se agitaban, los dedos fuertemente crispados. A su espalda, Rowenna se había corrido largamente, aferrada al cuello del animal y subida completamente a su lomo. Cuando las fuerzas la abandonaron, se dejó resbalar por un costado hasta caer sobre el altar. Suspiró y alargó la mano, admirando aquel pene aún rezumando de semen. Se irguió sobre las rodillas e introdujo la cabeza bajo las patas del animal, atrapando con la lengua una larga guedeja de semen caprino, que paladeó con complacencia.

El carnero se quedó quieto mientras la boca de la inglesa limpiaba sus bajos. Mayra siguió tumbada en el suelo, la mejilla apoyada en el granito. Miraba de reojo lo que estaba haciendo su compañera y lloraba compulsivamente. Aún no era capaz de comprender el motivo de aquellas lágrimas, si por haber sido penetrada por un animal, o bien por qué el placer se había terminado.

― ¡Queridas mías, ha llegado el momento de iniciar la misa negra! – exclamó el anciano, abriendo los brazos y desplegando las amplias mangas de la túnica negra.

Cristo y Spinny también recuperaban el aliento, alucinados, asqueados, y empalmados, todo a la vez, por lo que había ocurrido. Las chicas que rodeaban el altar, aún cogidas de las manos, iniciaron una especie de suave cántico llamando a Baphomet, a Lucifer, y hasta el Cristo de los Faroles, si se terciaba.

Entonces, el anciano sacerdote alzó sus ojos hacia el techo, hacia el lugar donde ellos se ocultaban, y sonrió.

CONTINUARÁ…


Relato erótico: “Al conocer a mi hija, recuerdo el amor de su madre. (POR GOLFO)

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Cuántas veces hemos oído que la vida te da siempre una nueva oportunidad. En mi caso, me la dio cuando menos me la esperaba y de quien menos me lo merecía. Como muchos sabéis, soy mexicano aunque llevo viviendo muchos años en Madrid, no estoy muy orgulloso de mi última época en mi país porque con un matrimonio que se tambaleaba, busqué el consuelo en la juerga. Aprovechando mi situación económica, me hice de una fama de hombre apunto del divorcio para acaparar amiguitas, que convencidas de que tarde o temprano me separaría, hacían cola para estar en una posición privilegiada cuando eso ocurriera.
En ese tiempo y todavía hoy la diferencia entre clases sociales es enorme. Mientras la clase obrera estaba y está pésimamente pagada, los ejecutivos cobran como en Europa. El resultado es que por ejemplo en mi caso, yo cobraba lo mismo que treinta de los operarios a mi cargo. Para que os hagáis una idea, el salario mínimo en México es de 67.29 pesos diarios, unos 3,75 euros, lo que supone que con todas las pagas al mes ganen unos 2.500 $, alrededor de los 140 €. Un directivo que gane un salario alto pero no escandaloso para la óptica española, 7.000 €, realmente está embolsándose lo que medio centenar del salario de sus compatriotas más humildes.
Si tomamos en cuenta que los lujos están a precios europeos, un todoterreno de alta gama cuesta lo que ¡Un operario gana en 24 AÑOS!. Porque os cuento esto:
Fácil porque si como en mi caso, conseguía que una muchacha me acompañara a un día de juerga, en solo doce horas, me gastaba lo que su padre ganaba en dos meses y sin ser puta, se quedaba apabullada por mi nivel de vida. Es como si en Madrid, a cualquier hija de vecino le llega un tío y se la lleva a Paris a desayunar, comen en Roma, cenan en Londres y duermen Berlín, llegando al día siguiente a tiempo para ir a la universidad.
¡Así son las diferencias sociales! y ¡Yo me aproveché de ello!
Con treinta años y desde el punto de vista mexicano, montado en el dólar, no me costó hacerme con una serie de jóvenes que suspiraban cada vez que las llamaba.
Una vez hecha esta aclaración, os paso a narrar la historia de cómo mi pasado me vino a buscar a mi exilio dorado español:
Estaba una tarde en mi oficina de la calle Habana, cuando mi secretaria me informó que tenía visita. Al preguntarle quien venía a verme, medio preocupada, me contestó:
-Una jovencita mexicana que dice que tiene que hacerle una sola pregunta.
Me extrañó que fuera tan poco precisa pero  por su tono, comprendí que al ser de mi país de origen  se imaginaba que era un tema personal  por eso decidí acceder a verla y no dilaté su espera.
Dos minutos después cuando Alicia volvió acompañada de una preciosa morena, creí que estaba viendo un fantasma. Aunque fuera imposible porque habían pasado casi veinte y cuatro años, la mujer que le acompañaba era la Olimpia que recordaba. Casi temblando, pedí a mi secretaria que nos dejara,  sin ser capaz de retirar mis ojos de la joven porque no era posible que fuera mi antigua amante. El recuerdo de las noches que pasé junto a ella, me vino de golpe a la mente:
“No puede ser ella”, me dije, “hoy en día, Olimpia debe tener cuarenta y cinco”.
 Os juro que era como si el pasado me viniera a tocar mi puerta y mientras trataba de asimilar su presencia, le pedí que se sentara diciendo:
-Siéntese señorita-
La cría, tan cortada como yo, se aposentó en la silla y durante un minuto fue incapaz de mirarme a la cara. Cuando se hubo serenado, me dijo con voz avergonzada:
-Me llamo  Lupe  y soy la hija de Olimpia Gil. ¿Sabe de quién hablo?
Sus palabras lejos de tranquilizarme, me aterrorizaron porque aún me sentía culpable de como habíamos terminado. Enamorado de ella, la había dejado cuando me vine a España. Me pareció más importante el trabajo que me ofrecían y mi esposa que esa vana ilusión. Por mucho que me rogó, me negué a abandonar a María y  por eso la dejé tirada allá en Veracruz.
-Por supuesto que sé quién es. Tu madre fue alguien muy importante de mi pasado- contesté y tratando de agilizar el mal trago, le pregunté que necesitaba de mí.
-Quiero hacerle una pregunta- respondió y tomando fuerzas, me dijo: -¿Es usted mi padre?
Esa era la misma cuestión que me estaba reconcomiendo desde que supe de quien era hija y buscando escabullirme, le contesté:
-¿No debería preguntárselo a ella?
-No puedo, murió el mes pasado- dijo echándose a llorar.
El dolor de la cría me desarmó y por eso directamente, pregunté:
-¿Qué edad tienes?
-Veintitrés años- me respondió alzando su mirada.
 
Su respuesta me dejó helado porque de haber estado embarazada cuando la dejé, esa niña podía ser mi hija y por eso, cogiendo un vaso de agua, pegué un buen sorbo antes de contestar:
-Sinceramente, ¡No lo sé! Las fechas coinciden pero lo dudo porque tu madre me hubiese informado.
Mi franqueza le dio alas para decirme enfadada:
-Si conociera a mi madre, sabría que nunca se lo hubiese dicho porque no era el tipo de mujer que retiene a un hombre que no la quiere.
-Tienes razón en lo que respecta a Olimpia pero quiero que sepas que yo si la quería, pero no tuve el valor de quedarme con ella- reconocí con el corazón destrozado-. Fue entonces cuando una parte desconocida de mí salió del dolor y cogiéndola de la mano, le dije: -Una vez dejé a la persona que más quería por miedo, ahora que soy viejo, te digo ¡No volveré a escabullir mis responsabilidades!
La morenita sonrió al escucharme y me soltó con voz dulce:
-No le pido nada. Solo quiero saber mi origen.
Ante semejante respuesta no pude más que decirle:
-Si eres mi hija, te reconoceré como tal.
La muchacha al escucharme se echó a llorar desconsoladamente y al cabo de un rato, cuando se hubo tranquilizado, me confesó que sabía de lo mío con su madre gracias a un diario que descubrió al morir y que en él, Olimpia me describía como un hombre bueno. 
-¿Entonces? ¿Ese diario dice que soy tu padre?
-No. Mi madre dejó de escribir cuando usted la abandonó.
Tratando de recapacitar, me puse a pensar en lo que había sido mi vida desde que partí de México y aunque en lo profesional, me había ido bien, en lo personal fatal. Me separé de María a los diez años de llegar y como durante mi matrimonio no habíamos tenido descendencia, llevaba quince viviendo solo. Si realmente esa cría era mi hija, nada me retenía para darle el puesto que se merecía y por eso sacando de mi interior unos principios que no sabía ni que tenía, le pregunté donde se estaba quedando:
-En una pensión del centro.
Al oírla, comprendí que por bueno que fuera ese lugar, mi chalet debía de ser mejor:
-¿Por qué no te quedas en mi casa mientras averiguamos si eres mi niña? – le solté.
-No quiero ser una carga- dijo esperanzada por la oferta.
-¡Tonterías!- respondí. –Aunque al final no sea tu padre, no puedo permitir que la hija de Olimpia se quede en una mugrienta pensión.
 Dando su brazo a torcer, aceptó mi proposición y por eso, dejando todo, la acompañé a recoger su equipaje de la habitación que tenía alquilada. Ya en el coche, me la quedé observando. La puñetera cría tenía la misma belleza de su madre pero fijándome bien era más alta y sus ojos tenían un color dorado que no reconocí como maternos:
“¡Son como los de mi madre!”, pensé y ya convencido de mi paternidad, os reconozco que empecé a encariñarme con ella.
Lupe por su parte resultó ser una chavala simpática y cariñosa, deseosa de conocerme en persona. En un momento dado, cuando ya íbamos cerca de sol, le pregunté cómo había fallecido Olimpia:
-De cáncer- contestó lacónicamente.
Su breve respuesta me dejó desolado al ser consciente de que había muerto en la flor de la vida y encima por una dura enfermedad:
“Solo tenía ocho años menos que yo”, mascullé entre dientes deseando dar marcha atrás al reloj.
La angustia de lo que había perdido me golpeó en la cara y avergonzado, no pude reprimir  que unas lágrimas brotaran de mis ojos.  Su hija se conmovió al verlas y cogiendo mi mano, me dijo:
-Mi madre tenía razón en su diario. ¡Usted la quería!
La congoja se apoderó de mí y ya llorando a moco tendido, golpeé el volante con mi puño.
-Fui un mierda- le confesé destrozado. –Olimpia fue lo mejor que me ocurrió en la vida y tengo que darme cuenta cuando ya no puedo hacer nada por remediarlo.
Sin saber que decir, Lupe se quedó callada el resto del camino y solo cuando ya había aparcado, se atrevió a decir:
-¿Por qué no volvió por ella?
-Cuando quise, pensé que era tarde y que se habría casado.
-Nunca lo hizo. Se dedicó a cuidarme y aunque tuvo muchos pretendientes, no quiso que entraran en casa.
La certeza que  me equivoqué al abandonarla, se multiplicó por mil al percatarme de que nuevamente había errado al no volver por ella.  Fue entonces cuando ya plenamente decidí no volverlo a hacer y que me ocuparía de nuestra hija.
Tal y como había previsto, la pensión resultó un lupanar lleno de putas y malvivientes.  Comprobar que al menos no iba desencaminado, me alegró y recogiendo su ropa, desaparecimos de ese tugurio sin mirar atrás.  Fue al cargar su maleta cuando me di cuenta de que esa niña había quemado sus naves porque, si como me imaginaba era de clase humilde, había traído todas sus pertenencias a España. No hice mención a ello y enfilando rumbo a mi casa, intenté averiguar si había estudiado:
-Empecé la carrera de Finanzas pero la tuve que dejar cuando mamá enfermó.
-Por eso no te preocupes, en Madrid hay muy buenas universidades- contesté asumiendo que me iba a ocupar de que esa bebé completara su formación a mi cargo.
Mi tácita oferta sacó una sonrisa de su rostro y al verla sonriendo, me recordó nuevamente la alegría innata de su difunta progenitora. Curiosamente, por primera vez su recuerdo fue alegre porque recordé cómo la había conocido…


 
….Aunque había pasado mucho tiempo, me parecía que fue ayer cuando en la entrega de unos premios, el festejado insistió en que me sacara unas fotos con las edecanes que había contratado. Al principio me negué sin darme cuenta que una de ellas se tomaba mi renuencia mal, pensando que era un maleducado pero la insistencia del tipo hizo que al final accediera a hacerlo.  Esa fue la primera vez que la vi y aunque era un monumento de mujer, os juro que nunca pensé ni siquiera en echarle los tejos porque equivocadamente pensé que era la consentida de uno de esos ricachones.
Afortunadamente a la semana, un amigo me invitó a comer camarones en un local cerca de la fábrica donde trabajaba y cuando llegué me sorprendió ver que junto a él estaban sentadas dos de las azafatas con la que me había hecho la foto. Sin saber que para ella yo era un patán clasista, me senté a su lado y presentándome nuevamente, le pregunté su nombre:
-Olimpia Gil- respondió secamente.
Os confieso que ni siquiera me percaté de ello, porque mis ojos estaban prendados en su belleza. Morena apiñonada, su pelo rizado cayendo por su cara le confería un aspecto aniñado que, en cuanto se levantó al baño, su culo prieto y sus perfectos pechos hicieron desaparecer como por arte de magia.
“¡Qué buena está!”, exclamé mentalmente al admirar el modo tan sensual con el que meneaba su trasero.
Decidido a conquistarla, pregunté a mi conocido si estaba libre.
-Eso creo- me dijo mientras intentaba ligarse a su compañera.
Mirándola de reojo, comprendí que aunque Araceli era una preciosidad de origen italiano, no tenía nada que hacer contra su amiga. Si bien era guapa de cara y con un cuerpo estupendo lleno de curvas, Olimpia con su figura le llevaba la delantera. Con un porte aristocrático a pesar de su origen humilde, en cuanto sonrió pareció que se iluminarse la palapa de ese restaurante.
Ya ensimismado con ella, la atracción que sentía se incrementó al llegar un viejo cantante al lugar, porque llamándolo hasta la mesa me dijo:
-Ya que el otro día fuiste tan sangrón, invítame a una canción.
Sin saber que se convertiría en nuestra canción, le pregunté cual quería:
-Mujeres divinas- contestó divertida.
La perfección de sus rasgos se hizo todavía más maravillosa en cuanto empezó a cantar junto con el anciano. Dotada de una voz dulce, parecía un ángel recién caído a la tierra.  A partir de ese momento fui su más fiel admirador y supe que de alguna forma tenía que conseguirla. No sé si fueron las copas o qué pero lo cierto es que al cabo del rato, Olimpia cambió su opinión de mí y empezó a tontear conmigo.
La primera vez que me cogió entre sus manos, creí estar en el paraíso y sin importarme que me vieran, intenté besarla. Ella retiró su cara al ver mis intenciones y soltando una carcajada, me dijo:
-No te resultará tan fácil conquistarme, todavía sigo enfadada contigo.
Al preguntarle el motivo, me contó que se había sentido humillada cuando me negué a tomarme esa foto y por mucho que la intenté explicar que lo había hecho exactamente porque me parecía que el festejado se estaba pavoneando de ellas, no dio su brazo a torcer.
-Fui un cretino- tuve que admitir.
Al escuchar mi confesión, me cogió de la barbilla y depositó en mis labios el beso más tierno que jamás sentí.  Y desde entonces, caí prendado por ella……
 
-¿Está pensando en mi madre?- preguntó Lupe sacándome de mi ensoñación.
-¿Cómo lo sabes?- respondí.
-¡Está sonriendo! ¡Ella siempre conseguía que olvidara mis penas! y por lo que veo a usted te ocurre lo mismo.
Con esa sencilla frase, esa muchacha demolió mi precoz alegría y retornando mi angustia llegué a mi casa. Ya estaba metiendo el coche en el garaje cuando un poco asustada me preguntó quién le iba a decir a mi esposa que era ella.
-Llevo quince años divorciado- contesté sin darme cuenta que esa noticia le había sacado una sonrisa.
Tras lo cual, le mostré la casa y llevando su ropa hasta la habitación de invitados, la informé de que a partir de ese día ese era su cuarto. Agradeciéndome mis atenciones me preguntó a qué hora cenaba.

-A las nueve- y viendo por sus ojos que tenía hambre, la acompañé hasta la cocina donde se la presenté a la cocinera diciendo: -Ana te presento a Lupe- y sin saber que más decir, le pedí que le diera de merendar, para acto seguido decirle que me iba a mi cuarto a repasar unos asuntos.

En mi habitación recuerdo a su madre.
Encerrado entre las cuatro paredes donde dormía, me dejé llevar por mis recuerdos y en un principio, solo vino a mi mente la imagen de nuestra última discusión cuando le dije que iba a cruzar el charco y que no la llevaba conmigo. Todavía hoy recuerdo su cara de dolor cuando en mi coche me rogó que no la dejara sola. Comportándome como un cerdo, le mentí diciendo que en cuanto llegara a Madrid me divorciaría de mi mujer y volvería  a por ella. Hoy sé que esa promesa se la hice por un doble motivo, para calmarla pero sobre todo para dejar una puerta abierta por si lo mío con María terminaba como terminó.
¡Pero cuando acabó fue tarde! Y ¡No volví por ella!
Avergonzado por mi actitud, recordé como al principio la había estado llamando todas las semanas hasta que la distancia fue alargando el tiempo entre ellas y a los seis meses ya solo la llamaba de pascuas a ramos.
-¡Fui un capullo!- dije en voz alta, tratando que esa confesión sirviera de algo.
La sensación de fracaso me hizo tambalear y deseando limpiarme de esa horrible sensación, decidí tomar una ducha. Bajo el chorro de agua, lloré su pérdida durante largos minutos hasta que desahogado salí del baño. Una vez seco, quise recordarla primera vez en que estuvimos juntos en la misma cama. Después de tantos años, tuve que hacer un esfuerzo:
-¡Fue en Veracruz!-  exclamé al acordarme….


 
……Llevaba quedando con ella unas dos semanas y aunque nos dábamos algún que otro beso y algún que otro achuchón, nunca habíamos dormido juntos. Sin planearlo, me surgió una reunión en la capital del estado y aprovechando que tenía que ir, le pregunté si me acompañaba.
Olimpia aceptó de inmediato y a las ocho de la mañana de ese día, la recogí cerca de su casa. La muchacha vivía en un fraccionamiento del Infonavit, lo que en España conocemos como de protección oficial. Siendo un barrio de clase baja, mi flamante Cadillac no pasaba inadvertido. Tratando de que sus vecinas no empezaran a hablar de ella, me pidió que la recogiera en la esquina.
Al llegar la vi sentada en la parada del autobús y su belleza era tal que los viandantes que pasaban por esa calle, aminoraban el paso para mirarla:
-¡Menudo bombón!- mascullé entre dientes dentro de la seguridad de mi automóvil.
Vestida con un coqueto vestido de verano, parecía aún más joven. Todo en ella era perfecto, su rostro, su cuerpo pero sobre todo su culo que aunque todavía no lo había probado, supe que algún día sería mío. La morena al verme aparecer, se dio prisa en meterse en el coche para evitar habladurías y solo cuando habíamos salido a la autopista, se permitió el lujo de darme un beso diciendo:
-¿Dónde me vas a llevar?
Su alegría juvenil se me contagió y soltando una burrada, le dije:
-Directamente al hotel.
Esa frase debía haber provocado que Olimpia me pidiera que la llevase de vuelta a su casa pero en contra de la lógica, me soltó:
-¿Pero no tenías una cita?
Comprendiendo que tenía razón, me inventé una excusa:
-Si pero como voy a tardar dos horas, había pensado que te quedaras en la alberca mientras yo iba con esos pesados.
Fue entonces cuando la muchacha sonriendo me contestó:
-No tengo traje de baño.
-Por eso no te preocupes. Allí te compro uno.
La hora que se tardaba desde la ciudad donde vivía al puerto se me hizo eterna porque esa cría había aceptado pasar conmigo la noche en un hotel y por eso no pude dejar de anticipar el placer que obtendría entre sus piernas. Nada más llegar a Veracruz, me dirigí al Camino Real y tras inscribirnos en la recepción, la acompañé a comprar en una de sus tiendas un bikini.
Un tanto cortada, eligió uno horroroso porque era el más barato pero optando yo uno mucho más aparente, le pedí que se lo probara. Quejándose de que era muy caro, aceptó en cuanto la amenacé con llevarla de vuelta a nuestra ciudad y se lo fue a probar. Cuando salió me quedé babeando al verla con él puesto. Su cuerpo moreno era aún más impresionante de lo que me había imaginado:
Sin una gota de grasa, ¡Esa mujer era una diosa!
La escueta tela de esa prenda lejos de tapar su belleza, la realzaba y no pudiendo evitarlo me quedé mirándola. Olimpia al sentir la caricia de mis ojos, me lo modeló diciendo:
-¿Estoy guapa?
-Sí- contesté mientras bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control.
Sabiendo que tenía que darme prisa para no llegar tarde a mi cita, la dejé junto a la alberca, diciéndole que pidiera lo que quisiera y que lo cargaran a nuestra habitación. Tras lo cual me dirigí a ver a mi cliente. Como comprenderéis y aceptareis, despaché rápidamente a ese tipo y en menos de una hora, estaba de vuelta.
La encontré medio dormida en una tumbona, lo que me permitió observarla sin que ella fuera consciente. Sentándome a su lado, mis ojos se recrearon en su cuerpo. Empezando por sus pies, no dejé un centímetro de su anatomía fuera de mi examen. Se notaba a la legua que esa morena hacía ejercicio porque la firmeza de su cuerpo así lo reflejaba. Sus largas piernas eran un prodigio que anticipaba de alguna forma la rotundidad de su trasero. Con unas nalgas de ensueño, Olimpia no podía negar que, aunque fuera en un porcentaje mínimo, por su sangre corrían genes de raza negra.
“¡Dios! ¡Cómo está la niña!!”, pensé justo en el momento que se dio la vuelta para tomar el sol de frente.
Su nueva posición me mostró que si su parte trasera era impresionante, la delantera no le iba a la zaga. Dotada de unos pechos en punta, su delgadez los hacía todavía más atractivos. Fue entonces cuando me descubrió mirándola y con una sonrisa, me preguntó cómo me había ido.
-Bien- respondí con mis ojos fijos en sus senos.
Olimpia al sentir la caricia de mi mirada, no pudo reprimir que involuntariamente sus pezones se le pusieran duros y tratando de que no me diera cuenta, se volvió a dar la vuelta mientras me pedía que le echase crema en la espalda. No tuvo que repetírmelo y cogiendo el bote, empecé a embadurnarle con ella. Os juro que cuando puse mis manos sobre su piel, supe que había encontrado un tesoro.
Su tacto suave era tan cautivante que convertí esa acción en un sensual masaje. Empezando por su cuello, mis dedos recorrieron cada musculo de su espalda hasta que se toparon con el tirante de su tanga. Al principio no me atreví a traspasar esa frontera pero tras un minuto tanteando al ver que no se quejaba, me dediqué a esparcir la crema por sus cachetes.
Un inaudible suspiro me confirmó que le gustaba sentir mis manos en su trasero y dominado ya por la calentura,  probé a acercar mis yemas a su sexo. En cuanto mis dedos rozaron su bikini, descubrí que la humedad la envolvía. Dicho descubrimiento provocó que mi pene se pusiera erecto y sin prever las consecuencias de mis actos,  empecé a acariciar su coño por encima de la tela.
-Uhmm- escuché que gemía.
 
Actuando como un inconsciente, le puse una toalla encima y tapando mis maniobras con mi cuerpo, empecé a masturbarla. Mi pareja al sentir que me apoderaba de su sexo, se dio la vuelta separando sus rodillas para que facilitar mis caricias.  Mis dedos no tardaron en descubrir que bajo ese tanga, Olimpia llevaba su vulva casi depilada por completo y que solo un breve triángulo de pelo púbico daba entrada a su coño.
Separando sus pliegues, me encontré con su clítoris totalmente hinchado y cuando con mis yemas lo acaricié, la morenita se mordió los labios intentando no chillar. Su entrega me permitió incrementar mis mimos, de manera que en menos de cinco minutos, observé como se corría.
Una vez se hubo repuesto del orgasmo, me miró con una sonrisa diciendo:
-¿Por qué no me llevas a la habitación?
Ni que decir tiene que no hice ascos a esa propuesta y cogiéndola de la cintura, entré con ella en el hotel. Ya en el ascensor, la modosa chavala se comportó como una mujer ardiente, besándome sin parar mientras pegaba su sexo al mío pero fue al llega a nuestro cuarto cuando realmente se convirtió en un volcán en plena erupción. Ni siquiera esperó a que cerrara la puerta, poseída por una pasión sin igual, comenzó a desabrocharme el pantalón y sacando mi miembro, quiso mamármelo. No la dejé, dándole la vuelta, le bajé el tanga y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. Olimpia chilló al experimentar por primera vez que era yo quien la follaba y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer.
-Me encanta!- berreó y de pie, apoyando sus brazos en la pared, se dejó tomar sin quejarse.
Desde el inicio , mi pene se encontró con su sexo encharcado y por eso no me costó que campeara libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
Olimpia, gritando en voz alta, se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Asiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, la llevaba hasta mi cama sin sacar de su interior mi extensión y ya totalmente entregada, se vio lanzada sobre las sábanas. Al caer sobre ella, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Cógeme!-
No tuvo que insistir y pasando sus piernas a mi cuello, levanté su trasero y la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente.
Agotado, me tumbé a su lado y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Su piel morena resaltaba contra la blancura de la mía y acariciando su melena llena de rizos, le dije de broma:
-A mi lado pareces mulata.
Siguiéndome la guasa, se mostró indignada y poniendo en su cara un gesto de asco, me dijo:
-Yo soy trigueña, eres tú el que parece enfermo.
Divertido, le di la vuelta y le solté un azote. Olimpia pegando un gritó, se volteó diciendo:
-Para eso son, ¡Pero se piden!

Su rostro no reflejaba enfado sino alegría y abrazándola, la besé temiendo  enamorarme de ella…

La cena con mi supuesta hija:
Fue Lupe la que paró de golpe mis recuerdos, tocando a mi puerta:
-Don Armando, son la nueve y cuarto. ¿No va a bajar a cenar?
-Ahora bajo- respondí terminándome de vestir.
Al llegar al comedor, mi supuesta hija estaba ayudando a Ana a poner la mesa y desde la puerta, me quedé observándola. Lupe tenía el mismo cuerpo de su madre. Alta delgada y con un culo estupendo tenía todos los requisitos que exigía para que una mujer me resultara atractiva pero por algún motivo no podía verla como mujer sino como niña.
“Puedo ser su padre”, me dije al comprobar que lejos de sentirme atraído por ella, era otro sentimiento el que me provocaba y tratando dar sentido a ello, comprendí que debía despejar mis dudas sobre su paternidad.

Tratándome con un exquisito cariño, me pidió que me sentara mientras ella traía la cena. Al verla salir por la comida, nuevamente me puse a rememorar el día que conocí a su abuela….

 

 
… Llevaba saliendo con Olimpia un par de  meses, cuando me pidió que le acompañara ese fin de semana a la comunión de su prima. Aunque ya había asumido que esa cría me gustaba, me pareció fuera de lugar aparecer en ese festejo familiar.
Tratando de escaquearme, le dije:
-¿Sabe tu madre que estoy casado?
Soltando una carcajada, me dijo que sí pero que no me preocupara porque para ella, yo solo era un buen amigo. Aún sabiendo que eso no se lo creía ni mi abogado, accedí al ver la ilusión que le hacía que su familia me conociera.
“Sé que me voy a arrepentir”, pensé mientras aceptaba.
El día de la fiesta, conseguí no ir a la iglesia pero no me quedó más remedio que ir a la casa de su tía Lupe a festejar a la chiquilla. Allí, Olimpia me esperaba en la puerta y nada más entrar me presentó a la hermana de su madre. Siendo la menor de las tres, Lupe era de mi edad. Bajita, con buen tipo, pero bajita, era la reproducción en pequeño de su sobrina.
Desde el primer momento me acogió con cariño y me llevó a presentarme a su hermana, la madre de mi morena. Doña Cruz resultó ser una mujer tan alta como su hija a la que los años habían tratado mal. Con un marido en los estados Unidos y otros tres hijos, esa señora no era ninguna tonta y por eso en cuanto me la presentaron me llevó a una esquina y me dijo:
-Solo le pido que sea bueno con Olimpia.
Su tono serio me dejó claro que no se creía la versión que le había dado su hija sobre mí. Manteniendo una distancia, supe que a partir de ese día esa mujer aceptaba sin hacerle gracia que su niña fuera, lo que llaman en México, mi mantenida. En cambio sus dos tías maternas me trataron con simpatía llegando a bromear conmigo sobre si no me consideraba un poco viejo para la muchacha.
-Le llevo ocho años, ¡Nada más!- me defendí.
Entonces, sentándose sobre mis rodillas, Olimpia se entrometió en la conversación diciendo:
-Armando, no te preocupes…¡Pareces mucho mayor!- y para recalcar sus palabras empezó a cantar una vieja canción de José José:
“Mentiras son todas mentiras
cosas que dice la gente, 
decir que este amor es prohibido 
que tengo cuarenta y tu veinte”
 La desfachatez que demostró, me hizo reír y olvidándome de la presencia de las dos hermanas de su madre, la besé. Devolviendo con pasión mi beso, me susurró al oído:
-No decías que no querías que supieran que eres mi hombre.
Al mirar a sus tías descubrí una complicidad que no desapareció durante los cuatro años que estuvimos juntos….


….Volví a la realidad cuando llegó con la cena. Luciendo la misma sonrisa de la que me enamoré y leyendo mis pensamientos, me dijo mientras servía la sopa:
-Mis tías le mandan saludos.
-¿Cómo están pregunté?- realmente interesado, no en vano, esas dos mujeres habían sido siempre agradables conmigo.
-Como siempre, siguen compartiendo la casa de la Poniente 31.
-¿Tampoco se han vuelto a casar?
-No- respondió- Lupe sigue con el mismo tipo mientras Toñi salta de un impresentable a otro.
-¿Y tu abuela?
Entornando sus ojos, me contestó:
-En los Estados Unidos con mi abuelo y luchando contra su diabetes.
Así de un modo agradable, me fue informando de la vida de su familia durante la cena. Habiendo acabado, me dijo que estaba cansada porque para ella era cerca de las cinco de la mañana y me pidió permiso para irse a dormir.
-Vete cariño- le dije.
Fue entonces cuando llegando a mi lado me pidió algo que me dejó helado. Medio avergonzada, me soltó:
-Don Armando, ¿puedo pedirle algo?
-Claro- respondí.
-¿Me podría dar un beso en la frente? ¡Quiero saber que se siente que un padre te dé así las buenas noches!
Aunque no tenía la certeza de que fuera mi hija, no pude negarme y al dárselo, salió corriendo hacia su habitación con los ojos llenos de lágrimas.
Una vez solo, la angustia de saber que si realmente yo era su progenitor era culpable de que no hubiese tenido una figura paterna me hizo casi llorar y yendo hasta el bar del salón, me puse un whisky con el que intenté ahogar mis penas. Pero lo único que consiguió fue que me pusiera a pensar en la increíble criatura que había sido su madre.
Si desde un punto de vista moral nuestra relación era una bajeza, lo cierto es que mi añorada Olimpia consiguió que algo deshonesto se convirtiera en una bella historia. Desde un principio, comprendió su papel y no me recriminó que siguiera viviendo con la que entonces era mi mujer. Creyó erróneamente que el tiempo haría que no pudiera vivir sin ella y que entonces dejaría a mi esposa.
Nunca llegamos a vivir juntos pero como por el aquel entonces, trabajaba de martes a jueves en el D.F., me pareció una buena solución que ella me acompañara todas las semanas. Los martes la recogía a las seis de la mañana en su casa y no la devolvía hasta el jueves en la noche, de forma que durante esos cuatro años, realmente fue mi segunda mujer intermitentemente.

Sentado en el sofá, me puse a recordar la primera vez que la llevé al apartamento que la fábrica me tenía alquilado en Las Lomas….

 

 
…Habíamos llegado a la capital ya tarde y por eso directamente nos fuimos a cenar a una taquería llamada  Iguanas Ranas que había al lado de la que a todos los efectos se convertiría en nuestro hogar.  Después de varias cervezas y algunos tacos, llegamos medio alegres a la puerta del piso y entonces bromeando, me pidió que la cogiera en brazos porque quería imaginarse que era mi mujer.
Olvidándome de lo que eso significaba la alcé y traspasé con ella el umbral del apartamento. En cuanto la bajé, no le di tiempo ni para respirar, y antes que pudiera echarse para atrás, me apoderé de sus labios mientras empezaba a desabrocharle el vestido. Como dos resortes, sus pechos saltaron fuera de su sujetador para ser besados por mí. Viendo que sus negras areolas me esperaban excitadas, di rápidamente cuenta de ellas.
Olimpia duras penas me bajó la cremallera liberando mi miembro de su prisión, gimiendo por la excitación. En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, se arrodilló enfrente de mí y como si estuviera recibiendo una ofrenda sagrada, fue devorando lentamente en la boca toda su extensión, hasta que sus labios tocaron la base del mismo. Entonces le cogí de la melena forzándola a proseguir su mamada. Mi pene se acomodaba perfectamente a su garganta. La humedad de su boca y la calidez de su aliento hicieron maravillas. Mi agitación me obligó a sentarme en una silla, al sentir como las primeras trazas de placer recorrían mi cuerpo.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. La excitación me fue dominando y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
La morena lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior, mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos pero mi amante se lo tragó sin quejarse y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
Ya satisfecha  por haber conseguido cumplir sus dos caprichos, me llevó hasta la cama. Una vez me hube acomodado en el colchón, me pidió que me desnudara mientras ella iniciaba un sensual striptease ante mis ojos. Dejando caer una a una las prendas que cubrían su piel, Olimpia se fue quedando desnuda mientras, desde el colchón, yo la miraba. Por mucho que ya estuviera acostumbrado a su belleza, me excité y más cuando se tumbó junto a mí diciendo:
-Desde que te conocí, supe que era tuya- y pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba.
Sin preguntarme, intentó introducir mi pene en su sexo pero separándola, le dije:
-Déjame a mí-.
Deseando que esa noche fuera algo especial, la coloqué frente a mí y olvidándome de su urgencia, la fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos se me antojó aún más perfecta al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su areola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a la morena suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé su flujo directamente de su sexo.
No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dediqué a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de Olimpia empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su clímax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-¡Me vengo!-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, la morena se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de ser mi amante:
-No-, me contestó con una sonrisa, -te amo.
 
Fue entonces cuando decidí formalizar nuestra unión, haciéndola por entero mía y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le pedía que se diese la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Fue entonces cuando separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
Dominada por la lujuria, Olimpia me dijo:
-Mi culito es de mi hombre.
Sin tenérselo que pedir, se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su disposición. Con mis dedos llenos de su flujo, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de tocarse el clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta?-, le dije.
-Me  encanta-, contestó.
Su último orgasmo coincidió con el mío, tras lo cual, me desplomé a su lado. Exhaustos nos besamos. Sin dejar de acariciarme, Olimpia me dijo:
-Nunca he sido tan feliz….
 
Decido que no me voy a hacer las pruebas.
Esa noche dormí fatal. El recuerdo de lo mal que me había portado con Olimpia me martirizó  una y otra vez, impidiéndome conciliar el sueño. Su fantasma me visitó haciéndome rememorar la felicidad que sentí durante esos años en que ella me cuidaba. Aunque para todos incluido yo, Olimpia fuera mi amante, ella no se sentía así:
¡Yo era su hombre y ella era mi mujer! Los papeles le venían sobrando ya que creía en mí.
Por eso, cuando la traicioné fue tan duro para ella. Habiéndome dado sus mejores años, la dejé tirada como una colilla usada.
La certeza de mi felonía me sacó de la cama de madrugada y me obligó a hacer un examen de conciencia. Durante horas, medité sobre mi actuación de forma que cuando Lupe se despertó, ya había tomado una decisión:
¡Iba a reconocerla sin hacerme pruebas! Divorciado y sin hijos, mi amada Olimpia al morir me había dado un último regalo: ¡Su hija!
 

 

 

Relato erótico: “La Fábrica (41)” (POR MARTINA LEMMI)

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No sé durante cuánto rato me tuvo así, pues llegó un punto en el cual toda percepción del tiempo se me hizo del todo imposible e, incluso, éste pareció dejar de existir; aun a pesar de ello, llegó un momento en el cual se detuvo y, por cierto, yo no terminaba de creer que por fin lo había hecho: la tortura del placer extremo y sin control parecía haber llegado a su fin. Sin embargo, me equivocaba: apenas retiró el miembro artificial de mi sexo, buscó mi orificio anal, dejando así en claro que ése sería su próximo objetivo. Me retorcí un poco y creo que intenté alguna protesta, pero fue en vano, claro, pues la mordaza lo impedía y, por otra parte, tampoco parecía ella tener interés en oírme; antes bien, por el contrario, me propinó una palmada en la nalga en clara señal de conminarme a mantenerme quieta.

Jugueteó un poco con el falo artificial sobre mi entrada anal para luego dedicarse a lubricar ésta de igual modo que antes lo hiciera con mi vagina; y, luego sí, me penetró. Yo ya tenía el culo resentido por haber sido penetrada por allí esa misma tarde pero ello, por otra parte, ayudó a que entrara con mayor facilidad, como así también contribuyó todo el trabajo previo que Evelyn y Rocío habían hecho con el consolador instalado durante tantas horas en mi cola; de pronto se me ocurría pensar que, a fin de cuentas, me habían hecho un bien, pues ahora la llevaba más fácil.

Clelia me cabalgó como el más ducho de los jinetes mientras me tomaba por los cabellos como si fueran crines. Dentro del dolor que sentía, entreabrí ligeramente los ojos y ladeé la cabeza; en el muro, vi proyectadas ambas sombras bajo las tenues luces de la habitación: la pareja allí silueteada daba un aspecto tan espectral como demencial; como si un demonio estuviese tomando posesión anal de mí. Al igual que ya lo había hecho antes, no tuvo piedad alguna de mi cansancio y, de hecho, no se detuvo hasta llevar mi excitación a ese punto en el cual me dejaba muy cerca de estallar; pero no siguió más allá, pues en cuanto percibió la inminencia de mi orgasmo, decidió interrumpir la penetración como si se regodease sádicamente en el dejarme deseando más.

Con un par de golpes en la cadera, me conminó a girarme sin que yo, para esa altura, tuviera forma de prever hacia qué nueva perversión pretendía arrastrarme. Soltando las hebillas del arnés que llevaba a la cintura, lo arrojó a lo lejos, con lo cual toda pretensión fálica desapareció y lo que quedó ante mí volvió a ser la entrepierna de una mujer. Caminando sobre sus rodillas, avanzó hacia mi rostro con una pierna a cada lado del mismo hasta que su sexo quedó ubicado justo sobre mí. Cruzó ambas manos por debajo de mi nuca y me soltó la mordaza que tanto me aprisionaba.

“Ahora me vas a dar una buena chupada de concha” – dijo, sonando su voz estremecedoramente fría y, a la vez, cargada de desprecio.

Una vez más, lo que se me pedía no era para mí nuevo y, sin embargo, debido al carácter especialmente dominante y perverso que ponía a cada acto, aquella mujer tenía el don de convertir todo en novedoso. No habiendo, pues, más opción, doblé la nuca para, de ese modo, levantar mi cabeza los pocos centímetros que me separaban de su vagina y, una vez ésta alcanzada, introducirle mi lengua como una serpiente. Ella me cruzó una mano por debajo de mi cabeza y, así, me hizo zambullir en su sexo; al hacerlo, me aprisionó el rostro entre sus muslos, dejándome casi imposibilitada de respirar. Supe que si quería recuperar el aliento pronto, debía hacerla acabar lo antes posible y, ende, a ello dediqué mi esfuerzo. Hurgué con mi lengua y la recorrí por dentro, succionando cada gota de fluido que hallase… y así, la fui llevando lenta pero inexorablemente hacia el orgasmo, el cual se hizo ostensible en los gritos que comenzaron a resonar en la habitación. Yo tenía la esperanza de que, sintiéndose satisfecha, ella me liberase pero, por el contrario, parecía aumentar cada vez más la presión de sus muslos, tanto que me dolían las orejas.

“Q… que no quede una gota – me decía, intercalando palabras con jadeos -. Ni… una… ¿entendiste?”

No tenía sentido que yo respondiera y la realidad era que tampoco podía hacerlo. Me dediqué a limpiarla por dentro hasta que pareció no quedar vestigio alguno del orgasmo alcanzado; ella también pareció interpretarlo así pues, por primera vez desde que la escena oral comenzase, aflojó la presión de sus muslos contra mi rostro y de su mano contra mi cabeza. Pude, entonces, llevar mi nuca hacia atrás y volver a apoyarla contra la cama; el aire volvió, para mi alivio, volvió a mis pulmones… En la medida en que mi aliento se fue normalizando, abrí los ojos nuevamente y la vi, allá en lo alto, casi como una diosa indómita: los pechos aún le subían y bajaban por la respiración jadeante mientras su mirada parecía dirigida hacia el techo, si es que realmente tenía los ojos abiertos. Finalmente, bajó la vista hacia mí y, otra vez, logró hacerme sentir intimidada y, por sobre todo, claramente inferior a ella. Miré a un lado, luego a otro, pero, inevitablemente, siempre volvía a toparme con esa mirada penetrante y, al parecer, satisfecha… Creí detectarle un asentimiento de aprobación, aunque no puedo afirmarlo…

Ahora sí, creía yo interpretar que la noche, en su versión más sádica, había terminado. Una vez más, me equivoqué: Clelia se bajó de la cama y, otra vez, caminó hacia la oscuridad de la habitación, allí mismo de donde antes había emergido equipada con un arnés. Un helor me recorrió la columna vertebral al tratar de imaginar con qué se vendría ahora: no tardé mucho en conocer la respuesta ya que, apenas unos instantes después, la vi regresar hacia la cama llevando en manos una gruesa cuerda. Yo no estaba, por cierto, familiarizada en demasía con el fetichismo ni el sadomasoquismo pero, sin embargo, sí sabía, por haberlo oído alguna vez, qué era el “bondage”. Lo primero que hizo fue volver a colocarme la mordaza para, luego sí, hacerme dar vueltas una y otra vez sobre la cama mientras pasaba la cuerda alrededor de mi cuerpo y la guiaba a lo largo del mismo: me la hizo pasar por la entrepierna, la giró alrededor de mis muslos, la hizo correr por la zanja de mi trasero y luego la llevó a mi espalda para unir mis muñecas sobre la misma. Yo no podía creerlo: me estaba amortajando y envolviendo casi como si fuera un embutido. Cuando acabó de hacerlo, me hallaba prácticamente imposibilitada de mover extremidad alguna y las ligaduras, por otra parte estaban tan diestramente hechas que bastaba con que intentase mover una mano o un pie, la cuerda tironeaba y me producía dolor en alguna otra parte del cuerpo: sin ir más lejos, por ejemplo, si movía las manos intentando zafar mis muñecas o, al menos, colocarlas en una posición más cómoda, de inmediato la gruesa cuerda se me enterraba en la zanja produciéndome un intenso dolor. Clelia permaneció un rato de pie sobre la cama, mesándose el mentón y contemplando su obra; parecía denotaren su mirada que se felicitaba a sí misma por el trabajo realizado. Sin embargo, en algún punto, tampoco parecía considerar que su obra estaba del todo terminada…

Casi como confirmándome esa última impresión, se bajó con un ágil salto de la cama y, al regresar, lo hizo jalando un enorme gancho que se hallaba al extremo de una gruesa cuerda que pendía del techo y que yo tampoco había visto hasta el momentoM al parecer, se trataba de un sistema de rondanas. Volteando mi cuerpo hasta ubicarlo de costado, hizo pasar el gancho por entre las ligaduras que unían mis muñecas a la espalda, pero allí no se detuvo: de nuevo se alejó y enseguida regresó, jalando de otro gancho, el cual hizo pasar allí donde mis tobillos estaban igualmente maniatados. Bajó del techo dos ganchos más, uno de los cuales pasó por debajo de mi vientre y el otro por entre mis muslos. Nunca me sentí tan cosificada, pues había yo quedado impedida de cualquier tipo de movimiento, por mínimo que fuese; sólo podía retorcerme un poco, con un movimiento que remitía al de un gusano: no podía haber, por cierto, más perfecta analogía. Clelia se dirigió hacia la pared y, por lo poco que mis ojos lograron percibir, introdujo una mano en una oquedad del muro para darme luego la impresión de hacer girar algo así como una manivela. No fue sólo una impresión: de inmediato, mi cuerpo comenzó a ser izado como si fuera un jamón. Me desesperé y me retorcí tratando de liberarme de las ataduras, pero era un esfuerzo más que inútil: sólo lograba repetir una y otra vez, de manera convulsiva, ese movimiento de gusano antes mencionado y, al mirar con desesperación a Clelia, pude notar en su sonrisa que mis vanos intentos la divertían.

Me izó hasta unos dos metros por encima del piso y temí que me dejase caer de un momento a otro; sin embargo, pareció comenzar a girar otra manivela y empecé entonces a moverme horizontalmente, aunque siempre suspendida. ¡Dios! Era increíble lo preparada que estaba aquella habitación para ese tipo de preferencias… No sería extraño que Clelia fuera visitante habitual de la misma. Una vez que me detuvo, soltó la manivela y caminó hasta el borde de la cama siempre mirando hacia arriba, hacia mí. Se acarició el mentón como si evaluara la situación y pareció asentir conforme, con una perversa sonrisa. Luego se quitó la ropa (en rigor, su uniforme de dominatriz), encendió un cigarrillo y, cruzando una pierna por sobre la otra, se echó de espaldas sobre la cama, fijos en mí sus ojos con sádico placer. No dijo una palabra; sólo fumó, y cada bocanada que dejaba escapar huía hacia las alturas para dar contra mi rostro. Ya para esa altura, quedaba lo suficientemente claro que ése sería mi sitio durante toda la noche y no cabía la posibilidad de otro. Manipulando los controles de las luces, Clelia apagó finalmente casi todas a excepción de sólo una, muy pero muy tenue… lo suficiente como para que yo la viese durante toda la noche allí, debajo de mí, o bien para ella verme suspendida en las alturas cada vez que despertase…

Demás está decir que no logré conciliar el sueño; Clelia sí lo hizo, como un angelito o, quizás, había que decir como un demonio, pero, fuera como fuese, se la notaba relajada y ampliamente satisfecha. Al otro día me bajó y me permitió (o mejor dicho, me ordenó) vestirme; antes de dejarme ir, sin embargo, me hizo sentar sobre su regazo y me manoseó las tetas durante largo rato mientras no dejaba de besarme el cuello o, cada tanto, aplicarme largos lengüetazos a lo largo de mis mejillas.

“Vuelva a sus labores de putita –me despidió finalmente, propinándome una palmada en la cola –; seguramente debe haber ya otros clientes esperando para gozar de ese cuerpo”

Salí casi a la carrera de la habitación y fui en procura del ascensor. Cuando regresé al salón principal, ya los stands estaban funcionando a pleno, estando Evelyn y la otra chica a cargo del nuestro. Pensé que la colorada me iba a regañar por mi tardanza pero, si lo pensaba bien, sabía ella sobradamente el motivo de la misma y, como tantas veces había recitado, lo único que importaba era conseguir ventas para la empresa. De hecho, acercó su boca a mi oído y me hizo un comentario que, una vez más, encajaba en esa óptica:

“Clelia nos ha encargado el total de las cortinas de su empresa en Bahía Blanca más toda la parte de mecanización. Un golazo…”

Pensé que, cuando menos, podrían haberme dado una felicitación por la parte que en ello me correspondía, pero nada… Y en cuanto a la comisión sobre las ventas, ¿a quién correspondía? Bastaba con que lo pensara un instante para darme cuenta de cuán ilusa era si pensaba que me reconocerían mi parte; quien había tratado con Clelia era, con seguridad, Evelyn, en tanto que lo mío pasaba a ser sólo anecdótico o complementario pero vano era esperar que mi nombre figurase en algún recibo o documento sobre la venta y, mucho menos, en un cheque…

Me hice nuevamente cargo del stand y, otra vez, volvieron a arreciar los clientes babosos y libidinosos; para esa altura, lo único en que yo podía pensar era en cuánto tiempo pasaría antes de que algún otro saliera reclamándome como compensación por concretar una compra. Hacia el mediodía me llegó la respuesta: un tipo cincuentón, que babeaba asquerosamente mientras yo le hablaba acerca de las bondades de nuestra empresa, se acercó luego a hablar con Evelyn y, por supuesto, no me fue difícil darme cuenta de lo que pretendía: si bien no se comparaba con el petiso del día anterior, distaba de ser atractivo, así que, una vez más, tendría yo que hacer gala de estómago. Pero si yo creía que lo peor era el tener que ser cogida una vez más y vaya a saber en cuántas formas, el alma se me vino al piso cuando llegué a distinguir que el conserje asignaba al tipo la llave de la habitación asignada y, con espanto, reconocí en el llavero un óvalo con el número 64 en el centro…

¡Dios! ¿Acaso las pesadillas no iban a acabar nunca? Qué increíble era ahora pensar a la habitación 29 como lo mejor que, dentro de todo, podía pasarme allí dentro. Pero… ¡la 64 nuevamente! La cabeza no me daba para imaginar cuántas y qué nuevas perversiones de dominación me tocaría sufrir en manos de aquel tipo del cual hasta cabía pensar que, quizás, fuese capaz de empalidecer lo vivido con Clelia. Con una sonrisa que se me antojó espantosamente sádica, me tomó por la mano y me guió hacia la habitación mientras yo, con la cabeza baja, llegué a ver a Evelyn que me sonreía y me enseñaba un puño en alto… La maldita hija de puta se estaba divirtiendo en grande a mis anchas y, no sé por qué, pero se me ocurrió pensar que debía estar lamentando que su amiga Rocío no estuviera allí; de hecho, mientras ese sujeto continuaba llevándome por la mano, eché una mirada por sobre el hombro y pude ver que la colorada sacaba su teléfono celular para hacer una llamada: no creo que fuera un exceso de paranoia de mi parte el pensar que, con toda seguridad, debía estar llamando a Rocío para ponerla al tanto de lo que conmigo ocurría…

Otra vez la habitación 64… Se me hizo un nudo en el pecho al encontrarme otra vez con aquella penumbra sólo interrumpida por débiles y tenues luces, en tanto que un amplio sector de la estancia permanecía a oscuras y yo, ahora, bien sabía qué era lo que allí había. Ni siquiera la luz del día contribuía a aumentar un poco la iluminación del cuarto ya que gruesos cortinados negros tapaban cualquier resquicio para evitar que la misma ingresase por los ventanales. El tipo me levantó la mano hasta sus labios y la besó; no puedo describir el asco que sentí ante tan falsa y sádica demostración de caballerosidad. Luego, me soltó y se dirigió hacia la parte oscura de la habitación; es decir, lucía más ansioso por pasar a la acción directa que lo que, en la noche previa, lo había hecho Clelia, quien había apelado a algún que otro prolegómeno a los efectos de darle más clima o erotismo a la situación… Pero no: este tipo sólo quería ir a lo concreto, por lo cual cabía suponer que, de un momento a otro emergería de la oscuridad con algún látigo, fusta o vaya a saber qué instrumento de tortura que allí pudiese estar oculto y que yo aún no conocía. De pronto, vi que una silueta se recortaba tenuemente saliendo de la oscuridad y comprobé, con espanto, que allí había alguien más. ¿De qué siniestro plan sería yo víctima esta vez? Pero mi perplejidad, que no parecía encontrar techo, fue aun mayor al descubrir que quien venía hacia mí era en realidad una mujer y, al parecer, una jovencita que vestía como colegiala: top, falda plisada a cuadros y zapatos de tacón, mientras una cabellera que creí interpretar como rubia le caía sobre el pecho; la chica avanzó a paso firme hacia mí y, en la medida en que lo hizo, logré precisar algo más la imagen y ahogué un gritito al comprobar que en la mano portaba un látigo. La experiencia que yo había pasado con Clelia era terriblemente reciente y, por cierto, ésta se había mostrado de una pericia casi profesional en el manejo del instrumento, pero… ¿y esta chiquilla? ¿Qué me garantizaba que fuera a ser igual de diestra con el látigo o, peor aún, que directamente el plan de ella y del tipo no pasara por despellejarme? Cuando se plantó frente a mí, yo temblaba como una hoja de la cabeza a los pies; grande fue mi asombro cuando habló con una voz que, aunque amanerada, sonó masculina:

“Esto es para vos – dijo, mientras me extendía el látigo por el mango -. Quiero que me trates como la nena malcriada que soy y que necesita ser castigada”

Mi boca se abrió cuán grande era y los ojos casi se me salieron de las órbitas; recién entonces me percaté de que, en realidad, no había dos personas adentro de la habitación, sino que, sencillamente… ¡el tipo se había vestido como colegiala! ¡Dios! ¿A qué me enfrentaba ahora? ¿Cuántos tipos diferentes de perversiones me tocaría conocer en ese lugar? ¿Tantos demonios ocultos tenían los empresarios y gente de negocios?

Y, sin embargo, en algún punto, lo que estaba ocurriendo me olía a justicia… Extraña justicia, por cierto, pero justicia al fin. Después de todo, hacía meses que estaba siendo usada, manoseada, abusada, castigada, humillada, denigrada… Ahora se plantaba ante mí un completo desconocido que, ataviado como colegiala, quería que yo lo tratase del mismo modo en que a mí se me había tratado. ¿Y por qué no? Ese pobre infeliz podía, perfectamente, convertirse en mi objeto de catarsis y, aun cuando nada supiera yo sobre él, me serviría para descargar en alguien tanta frustración y degradación. Poco a poco, fui dejando de temblar: sonreí… Estiré la mano y tomé el látigo que me extendía; la verdad era que yo no tenía la menor idea acerca de cómo se utilizaba, pero, así y todo, tracé una finta en el aire (lo suficientemente lejos de él como para no golpearlo) y lo hice chasquear contra el piso. El tipo se encogió y se llevó las manos al rostro en gesto de indefensión, lo cual me divirtió de un increíblemente sádico y casi diría, demoníaco. Avancé hacia él y le giré alrededor, mirándolo de arriba abajo: no se podía creer que ése fuera el mismo sujeto que me había guiado hacia la habitación y al cual yo había visto como mi verdugo. Ahora se lo veía más bien como una adolescente asustada y eso me complació sobremanera, más aún cuando reparé en que en el dedo mayor de la mano derecha lucía un anillo de casamiento… Un marido pervertido con fantasías de nena sumisa: patético, pero genial; no se me ocurría mejor objeto en el cual descargar todas mis recientes humillaciones. Le tanteé la cabellera rubia y tironeé de ella; la peluca estaba sorprendentemente bien sujeta y no se le movió un ápice: perfecto. Le levanté la falda y vi que el degenerado llevaba el culo enfundado en una tanguita blanca…

Volví a chasquear el látigo en el piso; comenzaba a sentirme cómoda con el mismo. El tipo vestido de colegiala tendió a encogerse nuevamente, evidentemente asustado.

“Al piso – le ordené -. En cuatro patas, putita de mierda”

Obedientemente y sin chistar, hizo lo que le decía y, una vez más, una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en mi rostro. ¡Dios! Cuán extraña era la sensación de utilizar y someter a alguien de ese modo. Inclinándome un poco, le volví a levantar la falda y ese culo entangado, de pronto, se me antojó precioso y, a decir verdad, muy femenino: perfectamente redondeado y, al parecer, cuidadosamente afeitado… o depilado. Lo vi tentador; un hilillo de baba me cayó por la comisura y, de inmediato, dejé caer el látigo sobre esa cola que se me ofrecía tan generosa. El tipo gritó y lo que brotó de su garganta fue un alarido muy femenino; permanecí un rato viendo cómo el culo se le enrojecía allí donde el látigo había golpeado y sonreí perversamente excitada. Volví a descargar el látigo una y otra vez haciéndolo, en cada oportunidad, gritar como una nena, hasta que el culo le quedó como un precioso tomate recorrido por mil surcos… En cada azote recordé las palizas que yo había recibido en la fábrica o, a manos de Micaela, en casa de Evelyn. Aquella era mi venganza, sí: venganza muy particular, pues me la estaba tomando con un pobre imbécil que nada había tenido que ver con todo eso, pero poco me importaba; yo, en ese momento, sólo veía un precioso trasero en el cual cobrarme cada azote… y lo hice sin piedad alguna…

Una vez que dejé de desquitarme con su cola, le hice ponerse de rodillas; no salía ni de mi asombro ni de mi excitación al ver lo dócil que se comportaba ante cada una de mis órdenes. Invirtiendo la posición del látigo, le introduje el mango en la boca y se lo enterré hasta provocarle arcadas, como tantas veces lo había sufrido yo.

“Chupalo, putita – le ordené, al tiempo que le estrellaba un escupitajo en el ojo -; como si fuera una pija de ésas que tanto te gustan”

El tipo temblaba. Se me ocurrió en ese momento pensar si no me estaría pasando de la raya y tal vez él estuviese sobrepasado por la situación, pero en cuanto comenzó a lamer y chupar tal como le ordené, todo complejo de culpa se marchó de mí tan rápido como había llegado. Por el contrario, hice girar el mango una y otra vez trazándole círculos dentro de su boca del mismo modo que si revolviera con un cucharón en un caldo. Volvió a hacer arcadas, pero poco me importó: continué haciendo el mismo movimiento e, incluso, incrementé el ritmo. A cada segundo yo tomaba conciencia de que podía hacer con ese tipo lo que quería, lo cual constituía para mí una situación no sólo novedosa en el contexto de los últimos meses, sino también en mi vida entera… Sin delicadeza alguna, le extraje el mango de la boca cuando, simplemente, se me antojó y lo tomé por la cabellera para tironearle de la misma de tal modo de hacerle elevar su rostro y mirarme a los ojos; al hacerlo, olvidé que tenía puesta una peluca y, casi de inmediato, temí quedarme con la misma en la mano, pero ello no ocurrió: ignoraba yo cómo la había sujetado, pero lo cierto era que se le comportaba casi como si fuese una cabellera perfectamente natural. Lo escupí al rostro nuevamente… varias veces: con desprecio, con rechazo, con asco…

“¿Cuál es tu nombre?” – le pregunté, entre escupitajo y escupitajo que no paraba de arrojarle.

“F… Fe… Fernando” – tartamudeó.

“¡Fernanda! – le espeté, casi ladrándole en pleno rostro y apoyando prácticamente el mío contra el suyo.

“S… sí, s… señorita… P… perdón: F… Fernanda”

“Bien – dije, con una sonrisa maliciosamente satisfecha -; te diré Nanda… ¿Y cómo se llama tu esposa?”

El tipo se mostró sensiblemente tocado; era obvio que no había esperado que yo reparara en el detalle del anillo y, de hecho, miró nerviosamente hacia todos lados durante algún rato como si su cabeza estuviese tratando de dilucidar cómo diablos lo había yo averiguado.

“S… Silvia” – respondió.

“Que con lo poco macho que sos, ahora mismo debe estar siendo cogida por todos sus amigos… y los tuyos también – le enrostré, con aspereza -. ¿O acaso creés que alguna mujer puede sentirse satisfecha con una nena puta como vos?”

El tipo lucía cada vez más turbado, tanto que parecía a punto de llorar; movió la cabeza en sentido negativo.

“N… no… – balbuceó -. T… tiene us… ted razón, s… señorita; difícil es c…. creer que pueda sentirse satisfecha conmigo”

“¿Cómo se llaman tus hijos?” – le pregunté, redoblando la apuesta.

Su turbación aumentó aun más y se notaba que se estaba preguntando cómo cuernos yo lo sabía todo. La realidad, sin embargo, era, en este último caso, bastante más simple de lo que él estaría suponiendo pues, a decir verdad, yo no tenía la más mínima idea acerca de si tenía hijos o no. Sencillamente, me dio por pensar que, siendo casado, tal vez los tendría; me arriesgué al aventurarlo… y acerté…

“L… Leandro y M… Milagros” – respondió.

¿Y creés que son hijos tuyos, pedazo de puto?” – le grité.

La sensación de que estaba por llorar se hizo más fuerte.

“Y… yo… en realidad, n…. no… ; o sea…”

“Callate, puto – le corté en seco cruzándole el rostro de una bofetada -; estoy segura de que tu pija debe ser una vergüenza para cualquiera que se considere hombre y un insulto para cualquier mujer que se precie de tal. A ver: quiero que me muestres…”

Echándome el látigo por sobre el hombro, reculé un par de pasos para ver mejor mientras él, tembloroso y sollozando, pero siempre de rodillas, se llevó la falda desde su regazo hacia arriba para luego bajarse la tanga hasta los muslos. Lo que sospechaba: pequeñín, un pitulín que hacía recordar al de Daniel… Solté una carcajada y Fernando (o Fernanda, o Nanda) bajó la cabeza con vergüenza.

“¿Ves? Te lo dije – reí -. Con eso es absolutamente imposible que a Silvia le hagas siquiera cosquillas. Así que… nada: Leandro y Milagros no son hijos tuyos ni por asomo…”

Me dirigí hacia la parte oscura de la habitación para ver qué había allí y no puedo describir el arsenal perverso con que me encontré: consoladores, esposas, collares, cadenas, un yugo, algo que parecía ser una máquina de estiramiento… Supuse que aquello debía ser el paraíso para cualquier amante de las prácticas sadomasoquistas y, por lo tanto, en nada podía sorprender el que los afectos a tales prácticas solicitasen regularmente, y sin dudarlo, la habitación 64 antes que cualquier otra; sólo que algunos, como Clelia, iban allí para torturar y someter a sus ocasionales víctimas y otros, como aquel pobre idiota, lo hacían en plan totalmente pasivo y sumiso. ¿Hasta dónde sería capaz ese tipito patético de tolerar su sumisión? Era una buena pregunta y, por cierto, estaba yo plenamente dispuesta a averiguar la respuesta; un súbito interés perversamente vengativo parecía ahora guiarme por fuera de mi voluntad, del mismo modo en que, en tantas ocasiones, me había excitado el ser degradada sin ser capaz de ofrecer resistencia alguna…

Con paciencia y fascinación, fui estudiando cada objeto, dándole vueltas en mi cabeza a sus posibles usos o bien tratando de descubrirlos. Me interesó particularmente una especie de yugo del cual deduje que se ajustaría a los tobillos y del cual, tratándose de un rígido y corto barral de madera dura, sólo cabía suponer que cumpliría con la función de quitarle movilidad a quien lo tuviese puesto. Demás está decir que decidí probarlo con aquel infeliz y, en efecto, me divirtió horrores el verle caminar por la habitación haciendo enormes esfuerzos por colocar un pie por delante del otro para marchar; lo hacía muy lento y a pasos cortos pues, claro, otra posibilidad no le cabía. Yo, en tanto, echada sobre la cama, no paraba de desternillarme de risa…

Y así pasé largo rato, pues había decidido divertirme y si, además, ello me implicaba el no regresar demasiado pronto al salón, tanto mejor. Me probé parte del vestuario que allí había disponible y, como algo había aprendido a fuerza de ser sometida y humillada tantas veces, me calcé unas sensuales y largas botas que, por supuesto, le obligué a lamer a ese pobre infeliz; y no sólo eso: también me paré sobre él e incluso le caminé sin sentir piedad alguna ante los gritos que le arrancaban los finísimos y largos tacos. Con particular interés, recorrí también los consoladores y encontré el arnés que se había calzado Clelia para penetrarme; definitivamente, ese idiota no iba a irse de allí sin que lo cogiera por el culo, así que, en efecto, lo obligué a colocarse a cuatro patas sobre la cama tal como yo misma me ubicara allí apenas algunas horas antes; es sorprendente la rapidez con que pueden moverse las piezas y cambiar los roles…

Comencé penetrándolo con el arnés colocado y, por descuido mío, producto de la falta de experiencia, olvidé lubricarlo, cosa de la cual me percaté apenas sus dolientes alaridos llenaron la habitación; sin embargo, ello no me desalentó a seguir sino más bien todo lo contrario, pues su dolor sólo me producía un intenso placer además de una increíble descarga. De todos modos, no logré mantener el ritmo: fue entonces cuando entendí lo entrenada que debía estar Clelia en tal menester, pues el arnés me dolía al clavarse sobre mi vientre y, luego de un par de minutos, estaba casi sin aire y ya no podía seguir bombeando; opté, por lo tanto, por pasar a un método más ortodoxo y, quitándome el arnés, tomé el consolador con mis dedos y, de ese modo, sí pude penetrarlo durante largo rato. Había que ver el modo en que el tipo se retorcía: sus espasmos, en los que se entremezclaban el dolor y el goce, eran patéticamente femeninos… Y cuando me cansé de darle bombeo por el culo, recordé las dos veces en que yo había sido orinada e incluso obligada a ingerir el pis: ese imbécil no iba a llevársela de arriba en tal sentido… Así que, en efecto, lo usé como inodoro, desagotando en su boca todo lo que mi vagina contenía y, por suerte para él, no tenía prácticamente nada en los intestinos, pues, de no ser así, tampoco hubiera escapado a mis esfínteres.

Poco a poco, fui recuperando la calma y, al hacerlo, lo dejé un poco en paz pero no demasiado, ya que lo obligué a permanecer en el piso, de rodillas junto a la cama, mientras yo simplemente me estiraba sobre la misma. De pronto quise saber algo más sobre su vida y resultó ser que el tipo era propietario, en Rosario, de una importante firma de fabricación de globos y otros artículos de cotillón; de hecho, cuando me nombró la marca, recordé haber visto el logo en alguna que otra fiesta. En un momento, él me solicitó permiso para preguntarme algo y, una vez que lo autoricé (Dios: qué extraña me sentía haciéndolo), me preguntó si no tendría yo interés en trabajar para él. El rostro se me iluminó y una serie de imágenes desfilaron por mi mente al evaluar las potencialidades de tal ofrecimiento. La situación no podía ser mejor: sería mi oportunidad de dejar, finalmente, la fábrica, pero no sólo eso, sino que, además, se descontaba que, en caso de yo acceder, mi rol en esa empresa iba a ser casi la de una dueña pues estaba claro que ese estúpido se sometería dócilmente a mi control. Era interesante, desde ya, pero no le respondí de inmediato, sino que, aprovechando su sumisa ansiedad, preferí jugar con el suspenso y hacerme la poco interesada. Le pedí, eso sí, que me diera su número de teléfono por si acaso, pero sin alentarle demasiadas expectativas ni dejarle entrever esperanzas. Por otra parte, tampoco yo tenía del todo claro si iría a atreverme a dejar la fábrica de una vez por todas, así que, por lo tanto, también con ello tuvo que ver el no darle una respuesta inmediata ni definitiva. Por lo pronto, tenía a un pobre estúpido bajo mi control: un esposo decadente y putito que no vacilaría en darme un lugar en su empresa y a quien, además, poco y nada iba a importarle el hecho de que yo estuviese embarazada.

Cuando volví al stand y me encontré con Evelyn, la miré con una ligera sonrisa dibujada en mi rostro y eso pareció descolocarla un poco; era comprensible, considerando que era la primera vez que algo así ocurría desde que estaba bajo su control. Me miró pensativa y frunció el ceño; aun así, no dejó pasar la oportunidad para, una vez más, acercárseme al oído y susurrarme que se había concretado otra enorme operación de ventas con la empresa de cotillón de Rosario…

CONTINUARÁ

Relato erótico: “Enseñándole a mi tía para qué sirven los dedos” (PUBLICADO POR ELTIMIDO)

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Ah, las maduras, esas maravillosas criaturas. Me encantan, no lo puedo remediar. Esas mujeres expertas, sabedoras de su belleza y del morbo que producen, que saben maximizar sus virtudes, como sus voces, sus gestos y sus roces.

Pero hay un problema, nunca he catado a ninguna. Como ya he contado en otras ocasiones, mi experiencia es limitada, y mi lista de mujeres es más bien corta, aunque recientemente se haya unido mi vecina Lorena (pronto habrá más de ella). Y en esa lista no hay ninguna MILF.

No obstante, las cosas estaban a punto de cambiar, además con una de las mujeres que más me excitaban de todas cuanto conocía. El turno iba a ser para la hermana de mi madre, Lucía.

Comenzaré describiéndola, aunque no pueda representar todo lo que me produce con palabras. Es una mujer obviamente madura, creo que ronda los 60, pero nunca se lo he preguntado. No es muy alta, medirá 1,60 m, de piel blanca, cabello rubio, imagino que tintado, delgada y con unos pechos bastante grandes. Además, la dama tiene una posición económica elevada, lo que no hace sino aumentar el morbo (las pijitas, ya se sabe…), sabe vestir muy bien, insinuando sin enseñar y bastante apretadita siempre.

La relación de Lucía con mi familia y particularmente conmigo es bastante estrecha, nos conocemos mucho tiempo y hay cierta confianza; lo que unido a que ella me gusta y ella lo sabe, ocasiona no pocos roces, por su parte o por la mía, que distan de ser involuntarios. Nunca he sabido si ella se siente atraída por mí o solamente quiere demostrar su atractivo, pero claro queda que lo consigue.

Este verano, en su propiedad del campo, una espléndida casa adornada con todos los lujos y con una piscina semiolímpica desde la que se puede ver toda la montaña que parece el paraíso, los hechos se desencadenaron de una manera que no esperaba, que ella tampoco, pero que nos vinieron a ambos como anillo al dedo.

Yo estaba pasando el día allí, junto a mis padres y a tía Lucía. El marido de ésta estaba trabajando, por lo que no había podido venir.

El día había sido divertido, como siempre, con baño en la piscina y deleite con el cuerpo de Lucía incluido, cuando por la tarde se desató la tragedia. De repente, llamaron a mi padre, con la urgencia de que habían asaltado mi casa en un robo, llamada a la que mis padres acudieron raudos.

En este punto, no está de más explicar que el campo en el que estábamos estaba bastante lejos de cualquier núcleo urbano, y la carretera de acceso era oscura y bastante poco transitada, el típico sitio que de noche da miedo.

Mi tía no quería quedarse sola, ni tampoco volver a casa sola, así que yo, caballerosamente, me quedé con ella.

Así las cosas, estaba solo en el campo con mi tía, alejados por lo menos 25 km de cualquier otra persona. Este solo pensamiento ya hizo que mi bañador aumentara un poco de volumen en la zona de la bragueta.

Tranquilos, empezamos a cenar, acompañando la opípara cena con un buen vino, tinto y fuerte, del que nubla los sentidos; y al cabo de tres o cuatro copas, a mi tía se le empezó a soltar la lengua, preguntándome por las chicas, por mis relaciones y demás. Ahí es cuando vi mi oportunidad, e intenté aprovecharla. Como se suele decir, si cuela, cuela,  si no, me la pela:

– Bueno Lucía, la verdad es que estoy centrado en los estudios, y además las chicas no es que le interese mucho a las chicas.- empecé diciéndole.

– Vamos Antonio, no digas eso; un tiarrón como tú las llevará locas- decía Lucía, sentándose cerca de mi.

– Por favor, deja de decir esas tonterías, no soy ningún tiarrón, soy normalillo o peor- le contesté, empezando a sentirme un poco incómodo.

– Pues mira, será porque mi marido tiene 63 años y una buena barriga, pero a mí si me pareces un tiarrón- mi tía, un poco borracha, me pasó un dedo por el pecho, por encima de la camiseta.

En este punto, vi posibilidades reales de cumplir uno de mis sueños eróticos, beneficiarme a esa morbosa madura, y decidí atreverme un poco más:

– Bueno, la verdad es que las chicas de mi edad tampoco me atraen, son todas unas niñatas sin personalidad, ya no hay auténticas mujeres… como tú- me lo jugué todo a una carta, pasándole un dedo por la cara.

En este momento, para dejar clara la situación, estábamos sentados uno muy próximo al otro, mirándonos fijamente, mientras seguíamos bebiendo vino, ya íbamos por la segunda botella, y los sentidos estaban algo “tocados”.

– Ayy, qué tontos sois, queréis mujeres de verdad cuando sois niños y queréis niñas cuando sois hombres, de verdad, esto de los hombres es un suplicio- dijo Lucía entre la risa y la ironía- además, he visto chicas de tu edad pasando por la calle que parecen modelos, no sé quién preferiría a una vieja de tetas caídas como yo.

– No sé a qué te refieres con lo de “tetas caídas”- dije encendiéndome, viendo muy victoria muy cerca- yo solo veo un par de pechos perfectos y en su sitio- haciendo un alarde de valentía del que no me creía capaz, se los cogí suavemente, soltándolos al momento, rojo como un tomate y agachando la cabeza.

Este gesto sorprendió a mi tía, pero la excitó mucho más, y fue ella quién se atrevió a dar un paso más:

– Vaya, no sabía que te gustaran tanto. Si tan perfectos te parecen, ¿por qué no les echas un vistazo más de cerca?

Mientras decía esto, Lucía se soltó el lazo del vestido que llevaba, revelando sus magníficos senos que tanto ansiaba yo ver. Eran unas preciosa colinas redondas, si bien algo caídas, nada que hiciera disminuir su atractivo, con grandes pezones oscuros, ya duros por la excitación, rodeados por aureolas también oscuras y grandes.

El movimiento de Lucía me dejó sin habla e, irreflexivamente, agarré ese par de flotadores mientras lanzaba mi boca hacia la suya.

Empecé a besarla, y pronto advertí que su lengua respondía a la mía, y empezaba a juguetear dentro de nuestras bocas, de manera algo torpe, no sé si por el alcohol, por los nervios, por la falta de práctica o por una mezcla de todo.

En este punto, nos levantamos y nos fuimos al sofá, unidos por nuestras bocas, y con mis manos como una prolongación de sus enormes tetas.

No obstante, algo no iba bien. Lucía no correspondía mi pasión, y la propia pasión que revelaban antes sus palabras, y el hecho de desnudarse ante mí, y tenía claro lo que era: un sentimiento que podía evitar que alcanzara mi meta, y que me iba a costar mucho vencer: la culpabilidad que sentía.

Sabedor de esta circunstancia, decidí ralentizar las cosas y hablar con ella, antes de que su rechazo fuera más obvio.

– Lucía, ¿te pasa algo? Te noto algo fría – dije mientras acariciaba su pierna.

– Antonio, Antonio, no podemos hacer esto. Soy una mujer casada, muchos años ya, además eres parte de mi familia, y eres solo un niño- contestó ella, completamente abatida.

La respuesta me dejó más helado de lo que esperaba incluso, ya que la cantidad de sentimientos dando vueltas sobre la cabeza de Lucía era enorme. Sin embargo, no me rendí, sino que seguí intentando convencerla, con la palabra… y con mi mano derecha:

– Oh vamos Lucía, no hacemos nada malo, solamente queremos disfrutar un ratito esta noche, que de otra forma sería muy aburrida. Ni quiero quitarte a tu marido, ni creo ser un niño, soy un hombre que sabe lo que quiere, y lo que quiero eres tú- dije besándola dulcemente en los labios, mientras con mi mano continuaba mi asedio sobre sus muslos, acercándome mucho a su secreto.

Proseguí mis movimientos, ya que ella no oponía resistencia, incluso, instintivamente abría un poco más sus piernas. Así llegué hasta sus bragas, las cuales encontré completamente empapadas. Lucía me miraba, presa de una excitación culpable que no conseguía frenar, pidiéndome con la mirada que siguiera.

Aprovechando esta brecha en su negativa, y el silencio de Lucía, esperando que avanzara algo más, desplacé sus bragas a un lado, dejando al alcance de mis dedos su vulva, la cual estaba inundada pos sus flujos.

– Antonio… mmm… esto está…mmmmmal, por favor, para… – me decía en un último intento por evitar que la masturbara, aunque todo su cuerpo me pedía que siguiera.

Empecé a acariciar su clítoris, con mi dedo índice, mientras pasaba los otros por sus labios, abriéndolos un poco. Comencé a masajear su botón, con dulzura, mientras los gemidos empezaban a escapar furtivos de su boca.

– Te gusta, ¿verdad? Apuesto algo a que llevas mucho tiempo sin que nadie te haga esto- dije yo, degustando la victoria que mis hábiles dedos acababan de concederme, ya que había derrumbado todas sus defensas.

– ¿Tiempo? En mi vida… había sentido algo así… Nunca me habían hecho algo como esto…- me contestó Lucía, luchando contra los suspiros y los gemidos que salían, cada vez con mayor fuerza, por su boca.

– Vaya, pues esto es lo que puedes tener conmigo, y muchas cosas más que te puedo descubrir, Lucía –le dije mientras volvía a besarla.

En este caso, no solo no opuso resistencia, sino que atrajo mi cara hacia la suya y me devoró la boca con ansia, como un animal salvaje que es liberado tras mucho tiempo en una celda. Tras esto, se quitó a duras penas las bragas e, intentando que no dejara de tocarla, bajó mi bañador, dejando a la vista mi polla, que orgullosamente erguida esperaba a ser acariciada.

– No quiero que pares con esto nunca, Antonio, nunca – dijo mientras echaba mano de mi artefacto, para empezar a masturbarlo con intensidad, mientras seguíamos besándonos.

Al poco de seguir en esta posición, con potentes gemidos y unas intensas convulsiones, Lucía se corrió sobre mi mano, dejándola impregnada de su flujo. Mi reacción, en este momento, fue llevarme los dedos a la boca, y probar el sabor de mi tía.

– Vaya Lucía, sabes tan bien como esperaba- le dije socarronamente.

Ella, fuera de sí, me pidió que la penetrara, que necesitaba sentir mi pene dentro de ella, como hacía tiempo que no sentía uno. Yo, sobra decir que obedecí, acostándome en el sofá sobre ella, con embestidas que incrementaban su ritmo, mientras besaba sus labios y sus pezones, a la vez que ella solo era capaz de gemir.

– Hum, hum, hum, joooder Antonio, sigue por favor, no pares de hacer esto nunca- me decía mientras la penetraba, cada vez más fuerte.

El escuchar a mi madura tía, mientras sus tetas se movían, acompasadamente junto a su cuerpo arriba y abajo, escuchando sus gemidos y su mirada de placer, unido a lo apretado de su interior haciendo presión sobre mi pene iban a hacerme estallar de un momento a otro. No quería, porque quería aguantar lo máximo, satisfacer totalmente a ese mujerón que se había convertido en mi amante esa noche, pero iba a correrme como en mi vida, en menos de un minuto.

– Lucía, voy a, voy a… a correrme – le dije mientras le agarraba los pechos y le pellizcaba los pezones.

– Quiero que te corras cariño… quiero que te corras dentro de mí, y me lo des todo- me dijo Lucía, totalmente extasiada.

Con esas palabras, otorgándome permiso para bañar su interior con mi semilla blanca, aceleré mis embestidas, alcanzado el clímax, mientras percibía que mi compañera hacía lo mismo.

Las contracciones de su coño sobre mi polla a la vez que los chorros de semen salían hacia el interior de mi tía, me indicaban que ella se estaba corriendo a la vez que yo, lo que, por extraño que parezca, me alegró, como indicando que existía una conexión especial entre ella y yo.

Ella debió sentir algo parecido, ya que al terminar, me besó con una mezcla de pasión y cariño que me dejó atontado y, devolviéndole el beso, terminamos abrazados en el sofá.

Tras separarme de ella, después de volver a besar todos los centímetros de su cuerpo que estaban al alcance de mi lengua, Lucía metió un dedo en su interior y, tras sacarlo impregnado de mi leche, lo introdujo con deleite en su boca, diciendo:

– Vaya Antonio, sabes tan bien como esperaba.

Después, me dio un sonoro azote y nos decidimos a irnos.

De esta manera terminaba una noche de fantasía, sacada totalmente de un sueño, que aún hoy pienso que no ha ocurrido, salvo por un pequeño detalle. Ese pequeño detalle es que se ha convertido en mi amante habitual, y quedamos para dar rienda suelta a nuestra pasión cada vez que alguno lo necesita, descubriendo cosas nuevas (para ambos) y saboreándonos mutuamente, como el más delicioso de los postres. Por supuesto, todas estas nuevas experiencias forman parte de los siguientes capítulos.

Relato erótico: “la maquina del tiempo 3” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como recordara el lector estábamos desechos de la orgia que habíamos tenido y estábamos medios dormidos tirados allí. algunos por el suelo cuando vino un esclavo corriendo diciendo que viene el amo.

las hijas se levantaron y dijeron:
– vamos quiero todo limpio como si no hubiese pasado nada y calladitos si alguno se va de la lengua la perderá y la vida también.
mientras los esclavos limpiaban todo nosotros nos preparábamos para recibir a Linus que venía del viaje y muy contento ya que le había salido muy bien los negocios. traía regalos para todo el mundo sus hijas se abrazaron a su padre y le besaron.
– que nos trae papa.
le padre se rio:
– aquí tenéis los mejores vestidos que he encontrado -dijo mi amigo Linus.
yo le abrasé y le dije:
– me alegro de que hayas llegado.
– también te he triado un regalo para ti te he comprado una toga romana para que tires esa.
era magnifica recordar que la mía era de una tienda de disfraces cuando vine en la máquina del tiempo le di las gracias.
– te voy a presentar al emperador Claudio y a la emperatriz mesalina. ellos quieren saber de ti ya le he dicho que me salvaste la vida y que has estado mucho tiempo en Grecia y conoces sus costumbres.
así que al final iba a conocer al emperador tartamudo Claudio. para mí era un Poble corundo que su mujer se tiraba al que podía.
– así que descansa mañana iremos -me dijo Linus- al palacio imperial.
al día siguiente ya me esperaba Linus para ir juntos a ver al emperador Claudio y presentarme al senado. al final me presento Linus al emperador Claudio me incline ante él me dijo:
– levanta Ripeas estaba deseando conocerte. Linus no para de hablar de ti de que le salvaste la vida y que conoces las costumbres de Grecia.
– si mi amigo exagera divino Claudio- dije yo- me siento muy afortunado por tenerle a él de amigo y a sus hijas también.
– bien te presentare al senado y a mi esposa Mesalina -me dijo él.
– es un honor para mí divino Claudio.
así que al final me presento a la guarra de mesalina. debo reconocer que era bellísima con pelo negro recogido en trenza. tendría unos 28 años nada más. no me extraña que le pusiera los cuernos él era un viejo de casi 60 años. Mesalina me miro de arriba abajo y me dijo:
– estoy interesada en que me cuentas cosas de Grecia como son los vestidos y las costumbres. me lo tendrás que prestar amado esposo.
– lo hare querida pero ahora quiero que conozca al senado.
así que me presento a todos los senadores, los cuales me saludaron me preguntaron cosas de Grecia lo cual yo respondí. menos mal que había ido en mis tiempos y sabia con era Grecia por lo que había leído. sino estaría perdido y me habría acusado de mentir. me enseño el palacio que era magnifico.
cuando vino mesalina:
– querido me lo prestas a Ripeas. quiero saber cosas de Grecia y sus costumbres.
– de acuerdo querida todo tuyo.
así que Mesalina me llevo a un apartado y me dijo:
– Ripeas tengo entendido que conoces bien a las hijas de Linus.
yo me quede cortado si son muy amables ella se rio:
– ya se lo amables que son -yo no entendía nada- ellas me han contado todo sobre ti. ellas muchas veces vienen a mis fiestas.
yo me imaginaba o que quería decir, pero me hice el loco.
– quiero que me cuentes todo sobre Grecia sobre el sexo -me dijo -y como fornican las mujeres.
yo me quede alucinado.
– y de esto ni una palabra a el emperador por tu bien.
– entendido.
– desnúdate.
yo me quite la toga tienes buena verga. se arrodillo y me la chupo.
– Ania y Teodora no mentían -me dijo -jodeme. ellas me han contado todo sobre ti. quiero saber todo del sexo de allí.
el dije:
-mi señora a ellas le gusta por el culo y hacen verdaderas orgias.
ella me dijo:
– tengo que probar por ahí también.
así que empecé a chupar su chocho. ella se volvía loca.
– así así Ripeas. comételo todo. quiero estar con los dioses dime esas palabras que dices a Ania y a Teodora que le gustan tanto, como follar. dame por el culo quiero saber y hacer todo.
Así que le preparé el culo con aceite de esencias y le fui metiendo los dedos poco a poco primero uno y después otro. Mesalina se volvía loca:
– si así sigue que placer eres un maestro fornicando- me dijo- o follando como dices tu-
al final le fui metiendo mi verga a ella le dolía, pero aguantaba como una zorra que era.
así así. dame bien que placer.
– os gusta- dije yo.
– me encanta -dijo ella – dame fuerte que quiero correrme. Cabrán.
– si emperatriz.
– nada de emperatriz sino puta y zorra me gusta más. dime que soy una puta y una zorra mientras me follas fuerte. rómpeme el culo. esto es divino -me dijo-
así la ladi hasta que no pude más y dije:
– me corro zorra.
– dámela en la boca. la quiero en la boca tu leche. Dámela.
-si como ordenéis. so guarra.
– si si toda la quiero toda- ella se volvió loca.
luego comprende que ella estaba enferma tenía ninfomanía era ninfómana. aunque aquí en roma la acusarían de zorra por lo cual perdería la cabeza, ya que ella nunca se saciaba cada vez quería más y con quien fuera. pero sigamos se tragó toda mi leche sin dejar una gota.
– ha sido divino, voy a hacer una fiesta lo cual invitare a todas las mujeres más hermosas de roma. quiero que asistáis y de esto ni una palabra a mi esposo por vuestro bien. si no perderéis la cabeza. fornicáis muy bien Ripeas. serás mi amante a partir de ahora. quiero seguir aprendiendo contigo del sexo.
yo sabía ya que venia del futuro cual era el destino de todos los amantes de Mesalina y de ella misma. ya que los pasaron a todos a cuchillo. tenía que salir de allí cuando eso pasara. no podía morir en el pasado sino no hubiese existido en el futuro.
– aquí esta Ripeas querido te lo devuelvo- le dijo a su esposo -me ha contado muchas cosas de Grecia muy interesantes. ya seguiremos Ripeas más adelante.
menuda ninfómana era. el emperador se despidió de mí y volví a la casa de Linus que me pregunto cómo había ido con el emperador. le Conte todo. quise callarme lo de mesalina, pero Linus no era tonto y sabia con era la emperatriz.
– y lo has pasado bien con la emperatriz- me dijo.
– si le enseñado muchas cosas de Grecia.
él se rio:
– y otras cosas también.
– no comprendo -dije.
– conmigo no tenéis que haceros el tonto. se cómo es Mesalina la esposa del divino emperador. una zorra, pero al fin de al cabo es la emperatriz y hay que respetarla y hacer lo que diga.
él me dijo:
– el emperador esta ciego y la ama con toda su alma, pero todo el mundo sabe lo que es y ya la gente empieza a murmurar.
si supiera que sus hijas eran iguales de zorras o más que diría, pero sigamos con el relato.
había sido invitado a una fiesta de mesalina, pero lo que no esperaba era que Ania y Teodora también fueran. menos mal que el pobre de Linus no se enteró. así que me puse la toga que me regalo mi amigo Linus y me fui al palacio.
di mi nombre y me hicieron pasar a una estancia secreta que solo conocían la emperatriz. allí la fiesta era magnifica. todo lleno de viandas y vinos. estaba Ania Teodora lucia Agripina había más por supuesto y hombres que no conocía del senado y otros que me eran familiares de verlo visto.
comimos y bebimos hasta más no poder y luego me levanto Mesalina y dijo:
-amigos vamos a divertimos y a gozar de la vida tirar vuestras copas y unámonos a la diversión.
– si si si- dijeron todos.
cuando todos se quedaron desnudos dejaron caer su toga y empezaron a follar como digo yo en una orgia romana. unos con otros. Mesalina me eligió a mí y me digo:
– hazme gozar quiero sentir tu verga divina.
empezamos a follar sin parar mientras vi a lucia ya como le chupaba la poya mientras otro le daba por el culo se había vuelto igual de putas que las otras y eso que era virgen pensé. yo luego mientras follaba a Mesalina vi Ania y a Teodora chupando poyas a mansalva y follando como zorras que eran.
– pobre amigo mío -pensé.
y Agripina dejando se dar por los dos agujeros. mientras yo la follaba por el coño a Mesalina otro la dio por el culo. la muy zorra aguantaba de todo lo que la dieran. otro la ponía la poya en la boca y otro le echaba la leche en las tetas y con las dos manos masturbaba a dos tíos. era increíble si la viera el emperador que hubiese pasado allí
todo el mundo follaba con todo el mundo sin tapujos. viejos con jóvenes y mayores con jóvenes. el único deseo era gozar de la vida nada más.
luego se la saqué a Mesalina y me hice chupar por dos romanas jovencitas. no tendrían más de 19 años. era alucínate no había visto una orgia así en toda mi vida y eso que había estado en unas cuantas. Mesalina en ese momento se la estaba chupando a dos esclavos a la vez.
– así así quien es la más puta de roma.
tu emperatriz -dijeron todos.
– que siga la fiesta -dijo ella.
por ella había puesto a toda roma a chupar y a follar pues le encantaba el sexo a mas no poder. era insaciable la orgia duro hasta la madrugada. estaba reventado de tanto follar. no había follado tanto en mi vida y me fui a casa de Linus.
también llegaron Ania y Teodora medio borrachas las acompañe a su cuarto y entre un esclavo y yo las metimos en la cama para que no se enterara su padre.
CONTINUARA

Relato erótico: “Viviana 14” (POR ERNESTO LOPEZ)

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Los días siguientes volví a mis encuentros matinales con Viviana, estaba un poco cabrera, tenía celos de su madre, temía que le dejara de dar bola a ella.

Así que me esmeré en atenderla como se merecía, todos los días teníamos una buena sesión de sexo mezclado con algunos castigos y humillaciones. No estaba seguro como reaccionaría si le contaba que su madre la castigaba de niña para complacer su placer morboso, así que preferí no hablarle del tema por el momento.

El viernes a la noche llamé a Mierda para informarle que pasaría por su casa la mañana siguiente, su voz delataba su alegría, hacía varios días que no tenía noticias mías.

A media mañana llegué a su casa, llevaba un bolso con algunos videos (había elegido los más guarros que conseguí) sogas y alambres que compre en la ferretería, algunas herramientas, los consoladores de Viviana y alguna sorpresa más.

Abrió la puerta vestida con un conjunto de corpiño y tanga negro, transparente con aberturas en los pezones y la concha, tenía además medías negras con costura, portaligas y unos zapatos de taco altísimos.

¿Te gusta como me produje para vos? preguntó haciéndose la puta, le respondí con una cachetada que la tiró al piso, “Pelotuda!!, ¿Cuándo vas a aprender a no hablar si no se te pregunta? reforcé mi enojo levantándola de los pelos y escupiéndola en la cara, “merecerías que me vaya”.

Lloró pidiendo la palabra: “dale, hablá”

-“Por favor no te vayas, te necesité muchísimo estos días no podía calmar mi calentura con nada, pedime lo que quieras, haceme lo que quieras, pero no te vayas”

– “ Está caliente la señora? pero si había sido puta. Bueno vamos a divertirnos un rato, saldremos a pasear” Estaba claro que no era eso lo que ella tenía en mente, pero por supuesto no dijo nada. Pensé en sacarla vestida así a la calle, pero seguro terminaría presa rápidamente y nos arruinaría el fin de semana.

Así que subimos a su dormitorio a buscar algo más decente, al llegar noté un olor raro, había cumplido a rajatabla la orden de no cambiar las sábanas y el aroma era a meada concentrada.
También pude verificar que había comprado la video y colocado los espejos.

¿Cogiste con alguien en estos días? La pregunta la tomó por sorpresa, en voz baja contestó:

– ”Si, con el que colocó los espejos, se dio cuenta para que eran y me ofreció que si necesitaba algo lo llamara de nuevo. Lo llamé a la tardecita y cogimos pero nada más” respondió con miedo.

-“Está bien, pero tenés que coger más, busca la forma de conseguir calentar a la gente, vestite de puta, mostrate en los negocios, tenés que lograr que todos los días te coja al menos uno o una distinto”

Se sorprendió por mi reacción, pero no le desagrado demasiado, sólo respondió “muy bien mi amo, así lo haré”.

Bueno, vamos a buscar algo para que te pongas, revisé su placard y encontré un tapado de mangas medio cortas y tres botones en la parte superior, era mas vale como una capa, quedaba abierto abajo además era bastante corto. Se lo hice poner, quedó perfecto, a duras penas tapaba la parte superior de sus medias y con nada se abría y mostraba su concha hermosamente enmarcada por la tanga.

Se me ocurrió mirar el cajón de la ropa interior, había un buen surtido de ropa muy sexy, pero también quedaban un par de conjuntos “decentes”, “¿no te dije que tires a la mierda toda esa ropa?”

-“ Disculpe mi amo, sólo deje un par para cuando tenga que ir al médico” respondió con miedo.

-“¿Así que piensa y toma decisiones por su cuenta la esclava? Pero mirá que bien!! . Le di un terrible cachetazo en la otra mejilla y le advertí: “cuando volvamos vamos a hacer algo al respecto”

Salimos a pasera por el barrio, buscamos la avenida más concurrida. Estando quieta la ropa de Mierda parecía normal, al caminar se abría un poco y rebelaba algunas partes, sentarse era imposible, la capa se abría y no había forma de cubrir su desnudez salvo que sostuviera la capa con las manos, cosa que por supuesto le prohibí hacer.

Fuimos entrando en algunos negocios, a veces entraba con ella al vestidor y hacia que me chupe un poco la pija, en otros me quedaba afuera mirando como se exhibía siguiendo mis indicaciones, salía del vestidor sin la capa y llamaba la atención con cualquier escusa para que todos la vieran.

En una zapatería le hice probarse 10 pares de calzado, el pobre vendedor quedó tarado, lástima que no se animó a proponerle nada porque tenía la obligación de aceptar lo que fuera.

Nos sentamos a tomar algo en un barcito de una galería, había bastante adolescentes dando vuelta que no dejaban de mirarla, algunos con descaro, yo mientras le decía: “mirá, se dieron cuenta que estás vestida de puta, seguro que piensan que sos profesional, dales un buen espectáculo, separá más las piernas y tocate un poco, que todos sepan lo arrastrada que sos”

Se ponía colorada pero seguía haciendo lo que se le ordenaba sin oponer resistencia alguna.

Pasmos por una tienda de artículos escolares, allí compré chinches de las usadas para sostener papeles en una pizarra, cola instantánea y par de reglas largas de madera.

Mientras caminábamos o mirábamos vidrieras le metía los dedos en sus agujeros o pellizcaba los pezones, la idea era tenerla al máximo sin dejar que acabara.

Estuvimos unas dos horas con este juego, le pregunté: “ ¿qué tenés ganas de hacer?”

-“ De coger, por supuesto, estoy recaliente, me gustaría que me garches acá mismo” respondió con total honestidad y sin ninguna vergüenza. Me gustó y me calentó, debo confesar que mi intención era hacerla desear un rato más, pero no aguanté, le dije: “ bueno, vamos a darte el gusto, volvamos a tu casa”

Ni bien entramos tiró la capa a la mierda , me abrió el pantalón y sacó mi chota afuera. Se arrodilló a chuparla como si de eso dependiera su vida, la dejé un ratito, “vamos a la cocina” ordené. La puse en L, los pies en el piso y las tetas sobre la mesa, “abrite bien el orto” Me unté la mano con aceite y se lo empecé a trabajar, había hecho caso evidentemente porque ya no era tan estrecho, le fui metiendo cada vez más dedos hasta que conseguí meter mi mano entera, le hice meta y saca hasta que empezó a gritar como una yegua y tuvo un furibundo orgasmo sin tocar siquiera su concha.

Esto era lo que quería, que aprendiera a disfrutar también cuando le hagan el orto, aunque sea a lo bestia, la di vuelta allí mismo y se la metí en la concha hasta que acabamos juntos, yo también me lo merecía.

Decidí darnos un respiro, la mandé a que pida algo para comer, que ponga la mesa y que cambiara las sábanas, no me iba a meter en esa cama con olor a meo.

Mientras ella se ocupaba de esas cosas me metí en un cuarto para que no me viera y me divertí pegando las chinches en el interior del corpiño que había guardado y en la bombacha donde toca con la concha, quedó precioso.

Estaba por llegar el chico del delivery y le ofrecí: “¿Cómo preferís atender al chico del restaurant, denuda o en ropa interior?” Todavía tenía algunos reparos y atender a un proveedor en bolas le daba vergüenza, tímidamente contesto: “preferiría en ropa interior”

-“ Muy bien, se te concederá, ponete este conjunto” dije alcanzándole sus ropas modificadas. Estaba sonriente hasta que las tuvo en sus manos y vio las mejoras que le había introducido, no dijo ni mu, se quito el sexi conjunto que tenía y se colocó el “decente” no pudiendo ocultar algunas lágrimas.

-“Pero que lindo te queda, imaginate que contento se pondrá el doctor cuando te vea ” dije riéndome y humillándola lo mas posible, junto con ello apreté fuertemente sus dos pechos para lograr que se claven lo más posible las chinches y tire de su bombacha hacía arriba logrando un hermoso alarido justo cuando sonaba el timbre.

-“Anda a abrirle al chico, no lo hagas esperar” le grité antes de darle tiempo a reaccionar. Cuando bajé estaba despidiendo al muchacho, seguía con los ojos llenos de lagrimas, el maquillaje corrido y empezaban a verse unos hilitos de sangre brotando debajo del brasier.

“Muy bien, llegó la hora de comer, aprovecha que hoy te toca comer en la mesa como si fueras una persona” me burlé para ofenderla más. Sirvió la comida seria, temí haber ido demasiado lejos y que se estuviera arrepintiendo, me jugué y pregunte:¿porqué tan seria, te pasa algo?

-“No mi amo, estoy feliz, duele como la puta madre, pero el saber que usted se ocupó de mi haciéndome este regalo y todavía me deja comer en la mesa es demasiado premio, ¿Cómo le puedo agradecer?”

-“Comé tranquila que ya se me ocurrirá algo” respondí mientras apretaba sus tetas y acariciaba bien fuerte su concha.

Terminamos el almuerzo, regado con abundante vino de excelente calidad que pagaba el cornudo, serví dos vasos de whisky escocés de una cepa, añejado 18 años y subimos al dormitorio.

La acosté sobre la alfombra boca abajo, puse un almohadón debajo de su pelvis para que apretara las chinches contra la concha, corrí de atrás su bombacha y la cogí por el culo a lo bestia, cargando mi peso sobre su espalda para que se clavaran bien las chinches en sus tetas. A pesar del dolor que debía sentir gozó como una perra en celo, gritaba que siguiera y que le diera más fuerte.

Descasamos unos minutos abotonados, me paré la levanté del pelo y le dije que se desnudara. Las tetas y la concha eran una sola mancha de sangre, lástima no tener un cámara de fotos. La llevé al baño, la acosté en la bañadera y lave sus heridas con una buena meada, sin dejar de atender su boca con parte de ella.

Nos tomamos los whiskies, la mandé a buscar la botella para servir otra ronda. Cuando volvió me encontró vestido, miró sorprendida temiendo que me fuera, le dije:” quiero que hagas exactamente lo mismo que le hacías a Viviana cuando niña”

Se sorprendió aun más: “pero como mi amo, como yo le voy a pegar a usted?”

-“ No podés ser más imbécil, como carajo te tengo que explicar que vos no pensás, no opinás, no nada !!!, si te digo que hagas algo lo haces y se acabó, LO VAS A ENTENDER DE UNA BUENA VEZ” grité para que no hubiera repregunta posible.

Agachó la cabeza se acercó, me tomó de la mano y me llevó como para sentarse en la cama y comenzar el castigo, pregunté “acá le pegabas?”

-“A veces si, otras en el living”

Se sentó me puso sobre su falda culo para arriba, me bajó los pantalones y los calzoncillos y comenzó a pegarme, bastante fuerte por cierto.

“Quiero que también me toques como a ella”

Entre palmada y palmada me tocaba la pija o me metía un dedo en el orto bastante profundamente. Me imaginaba a una nena pequeñita soportando esto por la perversión de su madre y me hervía la sangre, había logrado sentir lo que quería.

CONTINUARÁ

Relato erótico “Ayudo a la inquilina a follarse a mi puta esposa” ( POR GOLFO)

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Rocío, nuestra inquilina, había descubierto que durante casi un mes la habíamos drogado para saciar nuestras sucias necesidades pero una vez con las pruebas de nuestro delito en su mano, decidió dar la vuelta a la tortilla y convertirnos en sus juguetes.
Una muestra clara de lo que nos esperaba en sus manos, fue lo que ocurrió nada mas informarnos de que conocía como noche tras noche y aprovechando que estaba inconsciente, entre mi esposa y yo nos la habíamos follado.
-Puta, desnúdate para mí- le exigió a mi esposa.
Maite, que no se había acostumbrado a ese cambio de papel, tardó en reaccionar por lo que la morena ejerciendo su nuevo poder, se levantó y le desgarró su vestido con las manos. Mi mujer intentó taparse pero nuestra inquilina se lo impidió dándole una sonora cachetada.
-Me has hecho daño- se quejó tocándose la adolorida mejilla.
Roció, soltó una carcajada al responderle:
-¡Mas te voy a hacer si no me obedeces!- tras lo cual terminó de despojar a mi esposa de su ropa.
Juro que me excitó ver la indefensión de mi pareja pero en ese momento no me atreví a decir nada y por eso mantuve un silencio cómplice mientras esa muchacha la desnudaba. Maite, completamente abochornada, se quedó quieta mientras la morena le quitaba el tanga. Casi desnuda y con un coqueto sujetador como única vestimenta esperó con el rubor cubriendo sus mejillas su siguiente paso.
Rocío al verla sin bragas, pasó uno de sus dedos por los pliegues de su sexo y mirándome, me dijo:
-Tu esposa es una zorra. Todavía no he hecho uso de ella y ya está cachonda y alborotada-.
Una tímida sonrisa fue mi respuesta. La andaluza comprendió que no iba a defender a Maite y dándole la vuelta, le quitó el sujetador. Una vez totalmente en pelotas, cogió los pechos de su víctima entre sus manos y me los enseñó diciendo:
-Menudo par de pitones tiene esta perra. Se nota que será una buena sumisa porque casi no la he tocado y ya está verraca-.
Aumentando la vergüenza de mi mujer, le pellizcó los pezones mientras le susurraba que era una guarra.  Maite suspiró al notar la acción de los dedos de la morena sobre sus areolas y sin dejarme de mirar, gimió de deseo.  La morena entonces se apoderó de los mismos con su lengua y recorriendo los bordes rosados de su botón, los amasó sensualmente entre sus palmas. Mi señora, incapaz de contenerse, suspiró mientras intentaba parecer fría ante ese ataque.
Si pensaba que esa actitud le serviría de algo, se equivocaba porque Rocío hizo caso omiso de ella y de un empujón, la sentó sobre la mesa del comedor.
-Abre tus piernas, puta. Quiero que el cerdo de tu marido disfrute de la visión de tu coño mientras te lo como-, ordenó bajando su cabeza a la altura del pubis de la mi mujer.
Desde mi posición, pude observar que Maite se estaba excitando por momentos. No solo tenía los pezones erectos sino que se notaba que la humedad estaba haciendo aparición en su sexo. La morena al notarlo le separó las rodillas y sacando la lengua empezó a recorrer sus pliegues.
-Ahhh- suspiró mi esposa.
Rocío, encantada con su poder, aceleró las caricias mientras torturaba los pezones con sus dedos. Pude ver que luchando contra el deseo, mi señora apretaba sus manos y con la cara desencajada, de sus ojos brotaban unas lágrimas. Sin apiadarse de su víctima, la andaluza  metió dos dedos en el interior del coño de mi amada, la cual empezó a retorcerse buscando su propio placer.
-Te gusta, ¿Verdad? ¡Guarra!- gritó al comprobar que el sexo de mi mujer aceptaba con facilidad dos dedos y queriendo forzar aún mas su dominio, le preguntó: -¿Crees que te cabra mi mano?
Maité, al oír lo que se proponía, se zafó de su acoso e intentó huir pero entonces la morena, dirigiéndose a mí, me ordenó:
-Tráemela otra vez.
No pude negarme. Si esa zorra iba a la policía con el video donde me la había follado después de drogarla, hubiese ido a la cárcel por lo que cogiendo a mi mujer en mis brazos, la devolví encima de la mesa.
-Sujétala y que no se mueva- me soltó riendo.
Comportándome como un auténtico bellaco, inmovilicé a mi esposa mientras la morena la violaba metiéndole tres dedos en su interior. Los gritos de dolor lejos de cortarla, la motivaron aún más y haciendo caso omiso de los mismos, le metió un cuarto dedo.
-¡Por favor!- chilló Maite al sentir su sexo a punto del desgarro.
Disfrutando de la faceta de estricta domina, Rocío pellizcó duramente los pezones de mi mujer mientras le decía:
-¡Cállate, puta!. ¡Bien que te reías mientras tu marido me violaba!
Al recordarle el motivo por el cual nos tenía en sus manos, hizo que se quedara callada y quieta, momento que la morena aprovechó para incrustarle el quinto dedo. Con lágrimas en los ojos, chilló de dolor pero temiendo la reacción de esa muchacha, esta vez no intentó huir. Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, observé la cara de lujuria que nuestra inquilina puso al intentar meter por completo su palma en el interior de mi amada.
Tras varios intentos fallidos, por fin, completó su objetivo y una vez conseguido ni siquiera esperó a que su víctima se acostumbrara y con autentico sadismo comenzó a golpear su vagina. Maite al sentir el puño de la andaluza en su interior, gimió completamente descompuesta.
-¡Te lo ruego, déjame! ¡Te juro  ser tu fiel esclava!- chilló en busca de su compasión.
Rocío al escuchar su entrega, le soltó:
-Todavía no te enteras. ¡Eres mía!- y recalcando su dominio, me obligó a darle la vuelta.
Juro que no supe que se proponía hasta que teniéndola a cuatro patas sobre la alfombra, vi que la morena cogía un cinturón y usándolo sobre mi esposa, empezó a castigar sus nalgas.
-¡No! – gritó al sentir la dura caricia del cinturón en su trasero.
Aterrorizado pero incapaz de defenderla, soporté el ver como nuestra inquilina azotaba una y otra vez a mi mujer. Solo cuando ya tenía el culo casi en carne viva, paró y dirigiéndose a mí, me dijo:
-¡Quiero ver cómo le das por culo!
De `plano me negué, al sentir que era demasiado el castigo que estaba sufriendo Maite. Estaba a punto de enfrentarme con esa zorra cuando escuché que mi señora desde el suelo me decía:
-Haz lo que te ordena nuestra ama-
Sin saber qué hacer, me la quedé mirando y al observar que desde la alfombra me sonreía y que sin esperar a que esa puta sádica repitiera su amenaza, con sus dos manos se separaba las nalgas, no pude hacer otra cosa que arrodillarme a su lado.
Estaba recogiendo parte de su flujo para untar su ojete cuando la maldita inquilina me gritó:
-Directamente. No lo lubriques. ¡Esa zorra no se lo merece!
Quise protestar pero Rocío uso el cinturón sobre mi espalda para obligarme a obedecer. Juro que debí responder a su agresión enfrentándome con ella pero el escozor de ese latigazo, contrariamente a lo que había supuesto, me excitó y sin mediar queja alguna, forcé la entrada trasera de mi mujer con mi pene.
Afortunadamente el ano de Maite estaba habituado a ser forzado porque de no haber sido así el modo tan bárbaro con el que la penetré le hubiese provocado un desgarro.
-¡Dios!- aulló al sentir su ojete mancillado.
La morena disfrutando de nuestra sumisión se rio al comprobar la cara de sufrimiento de sus dos nuevos juguetes y tras un minuto sin hacer otra cosa que mirar cómo le daba por culo, se acercó a mí y poniéndose a mi espalda, me separó mis propias nalgas mientras me decía:
-Luego es tu turno.
Tras lo cual introdujo uno de sus dedos en mi ojete. Nunca nadie había hollado ese agujero por lo que al descubrir que era virgen, esa zorra se descojonó de mí, avisándome de que iba a ser lo primero que ella hiciera. Contra toda lógica, el notar su yema jugueteando en su interior me calentó y reiniciando con mayor énfasis mis penetraciones, seguí machacando el trasero de mi esposa.
Maite, que era ajena a que su marido estaba siendo violado analmente por los dedos de su inquilina, recibió con gozo ese asalto y con la respiración entrecortada, nos informó que estaba a punto de correrse.
Su confesión fue un error porque al oírla, la morena tiró de su melena y prohibiéndola correrse, me obligó a sacársela.
-Límpiala.
Habiendo cortado su calentura, mi esposa tuvo que usar su boca para retirar los restos de mierda que embadurnaban mi miembro, tras lo cual, la andaluza nos obligó a seguirla hasta su cama. Una vez en su habitación, la muy zorra nos demostró nuevamente que había preparado a conciencia nuestro castigo porque abriendo un cajón sacó dos juegos de esposas, con los que nos ató al cabecero.
Una vez con nosotros dos inmovilizados, se desnudó y apagando la habitación, se durmió.
 
 
Lo que en teoría iba a ser nuestro primer día de sumisos, se convirtió en algo mucho mejor.
Como os imaginareis pude dormir más bien poco, atado, desnudo y sin saber que iba a ser de mí, me pasé la noche en vela. Ya eran más de las diez cuando la zorra de la andaluza, se levantó y olvidándose de mí, le quitó los grilletes a mi mujer tras lo cual le obligó a acompañarla al baño.
Como estaba la puerta abierta pude ver cómo se sentaba en el wáter y mientras Maite permanecía arrodillada a sus pies, se ponía a mear. Una vez liberada su vejiga, cogió a mi esposa y le obligó a limpiar los restos de orín con la boca, tras lo cual se metió a duchar.
Una vez hubo terminado, salió del baño envuelta en una toalla y cogiendo una bolsa de un rincón, salió con mi mujer de la habitación dejándome solo tirado en el suelo. No llevaba ni cinco minutos fuera cuando vi que mi inquilina volvía.
Asustado, creí que con su vuelta iba a empezar mi suplicio, cuando sentándose en la cama, me preguntó:
-¿Te gustaría llegar a un acuerdo conmigo?
-Depende- contesté aún sabiendo que tenía poco margen de maniobra. Fuera lo que fuese lo que esa morena me iba a proponer, comprendí que iba a tener que aceptarlo.
-Puedes ser compañero o por el contrario mi juguete- respondió con voz dulce mientras me quitaba las esposas.
-No te comprendo. ¿A qué te refieres?
Descojonada, ni se dignó a contestar y todavía estaba pensando en ello, cuando escuché que se abría la puerta. Al mirar quien entraba, no me costó reconocer que era Maite la que se acercaba. Mi mujer venía vestida como una sumisa de libro. Ataviada con un arnés hecho de correas de cuero, parecía una actriz de una película erótica.

Supe entonces lo que  esperaba de mí cuando vi a mi señora arrodillarse a mis pies y  decirme:

-Amo, vengo a presentarme. Tal y como he acordado con mi  dueña, no debe considerarme su mujer sino una propiedad. A partir de ahora, cumpliré las ordenes de los dos sin quejarme.
Obligada por las circunstancias, Maite había aceptado se nuestra sumisa y aunque comprendía los motivos que le había llevado a ello, me sorprendió ver en sus ojos un brillo que bien conocía:
“¡Está cachonda! ¡Le pone bruta ser una sumisa!” exclamé mentalmente al asimilar su significado.
Todavía no me había repuesto de la sorpresa cuando escuché a Roció decir:
-¿Qué respondes? Aceptas que entre los dos adiestremos a esta puta o por el contrario, tendré que ocuparme yo sola de vosotros dos.
-Sin lugar de dudas, acepto.
Mi hasta hacía unos segundos amada esposa no pudo reprimir su satisfacción y pegando un suspiro, se agachó frente a mí diciendo:
-¿Desea mi amo que le sirva?
-No, zorra –contesté- antes quiero que veas como me follo a una verdadera mujer.
La reacción de Rocío no se hizo esperar y despojándose de la toalla, se lanzó a mi lado. Verla desnuda y deseando mis caricias fue algo que no me esperaba y sin dudarlo la acogí entre mis brazos.
-¡No sabes cómo deseo sentir tu polla dentro mío!- me dijo la mujer que hasta hacía unos momentos pensaba que iba a ser mi torturadora.
-No tardaras en sentirlo- contesté pegándola a mí.
La muchacha me respondió con una pasión arrolladora y pegando su cuerpo al mío, dejó que la acariciara. Mis manos al recorrer su trasero descubrieron que tenía un culo duro y bien formado. No me hizo falta su permiso para pasar mi mano por su entrepierna. Mis dedos completamente empapados dieron fe de la excitación que dominaba a esa cría y llevándoselos a la boca, la obligué a probar su porpia excitación mientras le decía:
-¿Qué hacemos con nuestra esclava?
Descojonada, contestó:
-¡Qué mire!
Desde el borde de la cama, Maite nos miró con una mezcla de deseo y envidia. Sabiendo lo que esa mujer necesitaba y olvidando a mi esposa, susurré en su oído:
-Eres una putita pervertida.
-¡Habló el que viola a mujeres drogadas! – respondió mientras con sus manos acomodaba mi pene entre sus piernas.
-Ahora va a ser mejor- contesté mientras me metía en su interior.
Rocío gritó de satisfacción por la violencia de mi estocada pero no hizo ningún intento de separarse, al contrario, tras unos segundos de indecisión se empezó a mover buscando su placer. Lo estrecho de su sexo dio alas a mi pene y cogiéndola de sus pechos, empecé a cabalgarla. Dominada por la lujuria, la muchacha me rogó que la tomara sin compasión. Cada vez que la cabeza de mi glande chocaba con la pared de su vagina, berreaba como loca, pidiendo más. Su completa entrega elevó mi erección al máximo y cambiándola de postura, la puse a cuatro patas.
Al verla en esa posición, recordé que nunca me había atrevido a usar su culo no fuera a ser que al día siguiente se diera cuenta y por eso tras darle un sonoro azote, le pregunté:
-¿Te han follado alguna vez por detrás?
-No- contestó- pero ahora te necesito en mi coño.
Satisfecho por su respuesta, la volví a penetrar mientras de reojo veía a mi mujer masturbándose por la escena. Olvidándose de su papel de sumisa, estaba dando rienda suelta a su lujuria al verme con otra.
-Sigue, ¡que me encanta!- protestó la morena al notar que aminoraba mi ritmo.
La calentura de las dos mujeres era tal que comprendí que a partir de ese día, iba a tener que satisfacer a ambas y por eso concentrándome en ese instante, decidí pedir ayuda a la que se había conformado con ser nuestra esclava:
-Cómele los pechos a tu ama.
Ni que decir tiene que Maite, se lanzó sobre las tetas de esa muchacha sin protestar y ella al sentir que eran cuatro manos, dos bocas y un pene los que la estaban amando no pudo evitar pegar un grito de satisfacción. Buscando un punto de apoyo, me agarré a los dos enormes melones que la naturaleza le había dado.
Ese nuevo anclaje, permitió que mis penetraciones fueran más profundas y con mis huevos rebotando en su sexo, me lancé a un desenfrenado galope. Rocío, convertida en mi montura, convulsionaba cada vez que sentía a mi glande chocar contra la pared de su vagina. Fue entonces, cuando al sentir que estaba a punto de explotar, le mordí el cuello.
Es difícil de expresar su reacción, sollozando, gritó que nunca la dejara de follar así. Su absoluta entrega fue la gota que le faltaba a mi pene para reventar y esta vez, fui yo quien rugió de placer sentir que regaba con mi simiente su interior.  Ella al advertir mi orgasmo, se desplomó en la cama mientras todo su cuerpo no dejaba de agitarse con los últimos estertores de su rendición.
Al sacar mi miembro de su interior, Maite tomó mi lugar y como posesa, se dedicó a beberse el semen con el que había llenado el sexo de la morena. Esa mamada inesperada, prolongó el éxtasis de Rocío hasta límites nunca sospechados y solo tras una serie de orgasmos consecutivos, separó a mi mujer y abrazándose a mí, me dijo:
-Dile a esa puta que prepare mi culo, quiero que vea como me lo desvirgas.
No tuve que decírselo, mi amada esposa al oírlo pegó un  grito de alegría diciendo:
-Ahora mismo, me pongo a ello- tras lo cual separando las nalgas de su ama, sacó la lengua y empezó a relajar ese rosado esfínter.
 
 

“ESA MUJER INDEFENSA FUE MI PERDICIÓN” Libro para descargar (POR GOLFO)

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indefensa1

Sinopsis:

Conozco a través de su asistente social a una indefensa e ingenua jovencita, madre de una hija. Como ave de rapiña, decido aprovecharme de ella sin saber que quizás de cazador, me convertiría en presa. Consciente de la atracción que siento por ella, Malena se dedica a tontear conmigo en plan zorrón.
Pero cuando intento acercarme a ella, se comporta como una calientapollas sin permitir siquiera que la toque. Cada vez más cachondo, tengo que soportar que me deje al cuidado de su hija… ¡Coño! ¡No soy su padre!

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:
 

Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos

 

Capítulo 1

Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
―Pongo la mano en el fuego por esta cría― contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
―Pobre chavala― murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
―No te entiendo― dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
―Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
―No será para tanto― insistí.
―Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
―¿Harías eso por mí?― exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
―Si pero con una condición…―habiendo captado su atención, le dije: ―Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Capítulo 2

Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
―Necesito que vengas a mi oficina― gritó nada más descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
―Te estaré esperando― grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
―Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo― susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
―¿Dónde vamos?― pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
―Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
―Lo sé― contestó la cría mirándome con adoración― lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
―Pasa― respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
―No importa― alcancé a decir― mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
―No es nada― contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado― cualquiera haría lo mismo.
―Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
―Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
―¿A qué hora te despiertas?
―Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
―Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
―¿Puedo ayudarte a descansar?― tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
―Necesito agradecerte tu ayuda― y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
―¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
―Estoy cachonda― suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
―Fóllame, mi caballero andante― suspiró totalmente indefensa― ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
―Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
―Mi caballero andante― sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
―Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…


Relato erótico: “La esposa del narco y su hermana. ¡Menudo par!” (POR GOLFO)

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La esposa del narco y su hermana.  ¡Menudo par!
Después de una noche impresionante llena de sexo y de lujuria al despertarme la realidad me golpeó de frente. Ni siquiera me había espabilado lo suficiente cuando de pronto, me vi sorprendido por la entrada de un escuadrón de policía en la finca donde estábamos.  El estruendo de un vehículo tirando el portón del garaje, nos sorprendió todavía desnudos y solo me dio tiempo a ponerme un pantalón antes de que entraran en la habitación a un nutrido grupo de agentes perfectamente pertrechados.  Tanía y Sofía ni siquiera pudieron ponerse nada encima y por eso los policías las pillaron en ropa interior.
SI en un primer momento, me quedé abrumado por las metralletas, los chalecos antibalas y los pasamontañas, en cuanto uno de los mandos de la unidad intentó esposarnos, salió el abogado que tenía dentro y presentándome como tal exigí una explicación.  El tipo en cuestión sacó un papel firmado de su mochila y dándomela dijo:
-Esta es la orden de registro.
Rápidamente le eché una ojeada. Estaba firmada por un juez autorizando el asalto y permitiendo el arresto de las personas que encontraran en su interior.
“Estamos jodidos”, pensé en un principio pero releyéndola ponía expresamente que dicha orden solo amparaba el arresto cuando se encontraran armas  en poder de los sujetos o fuera fragrante el delito y que de no ser así, lo único que podía hacer la policía era identificarlos y como mucho citarlos en comisaría.
-¿Tenéis vuestros documentos?- pregunté a las dos hermanas.
Afortunadamente tanto ellas como yo llevábamos nuestros papeles por lo que encarándome al policía le dije:
-Como podrá comprobar, ni las señoras ni yo llevamos armas y de acuerdo a este documento, no puede detenernos sin motivo, por lo que le ruego retire inmediatamente esas esposas y si quiere extiéndanos una citación.
Al oírme, no supo qué hacer y llamó a su jefe. Quitándoles las esposas, nos hizo esperar hasta que llegara el responsable.  Los cinco minutos que tardó en llegar el comisario Enríquez nos permitió terminarnos de vestir y por eso cuando apareció por la puerta, ya no éramos un trio asustados sino un abogado con sus dos clientas.
El sujeto  llegó francamente cabreado, se le notaba molesto y no tardé en enterarme el motivo de su enfado porque haciéndose el machito me gritó:
-¿Qué cojones hubo aquí anoche?
Sus palabras me hicieron comprender que los seguidores de la hermandad habían limpiado todo y que no habían dejado nada que nos incriminara. Más tranquilo, me encaré a él diciendo:
-¡Una puñetera fiesta!-y hurgado en su herida, le solté: -¿Qué esperaba una reunión de mafiosos?
Mi recochineo le terminó de enfadar y pegando su cara a la mía, me chilló:
-¿Y tú quién eres?
Con una sonrisa en los labios le contesté:
-Para empezar le exijo que me hable de usted- haciendo una pausa para que asimilara que no me iba a achantar ante sus berridos, le solté: – Soy Marcos Pavel, el abogado de la señora Paulovich y de su hermana.
Sudando de puro coraje,  creyó que podía aprovechar la teóricamente delicada situación en que nos habían pillado sus subalternos y soltando una carcajada, me soltó:
-Su abogado y por lo que me han contado, su amante. ¿No creo que a su jefe le agrade enterarse de que se anda tirando a su mujercita?
Ajeno a que desde la noche anterior, mi puesto en la Hermandad era superior al de Dimitri, pensaba que me iba amilanar pero desgraciadamente para él no fue así:
-¿Me está amenazando? Porque de ser así, pienso demandarle- respondí y dirigiéndome a las mujeres, les dije en voz alta: -Fijaos lo mal instruida que está la policía en España que no saben que  desde 1978 ya no es delito en este país  el adulterio.
Las risas de las rusas consiguieron sacar de sus casillas al  comisario que sin saber cómo responder a mi claro insulto, salió de la habitación con el rabo entre las piernas dejándonos custodiados por dos agentes de menor graduación.  
Para entonces, Tania ya se había recuperado del sofoco y usando el croata, me dijo:
-Bien hecho, has puesto en su lugar a ese imbécil.
No sé si me sorprendió más que supiera que mi abuelo me había enseñado ese idioma o que ella lo hablara con fluidez. Pero sabiendo que era imposible que los policías encargados de custodiarnos lo conocieran, le respondí:
-Como no deben haber encontrado nada, me imagino que tu gente se ha deshecho de cualquier evidencia.
-Así es, pero no fue mi gente sino la tuya- contestó para acto seguido decirme: -Todavía no te has enterado ¿Verdad?
-¿De qué?


Con una inclinación de cabeza, me contestó:
-Ayer no solo te casaste por el rito cosaco con las dos, sino que fuiste entronizado como el jefe supremo de la hermandad. Nuestros hermanos nunca aceptaron bien que los dirigiera una mujer y tratando de socavar mi poder, me obligaron a que te enfrentaras a esa prueba. Lo que no sabían era que ibas a vencer y que con ello, automáticamente te convertiste en el guardián de nuestra herencia.
Tratando de asimilar sus palabras, pregunté en voz alta:
-¿Me estás diciendo que mi autoridad es indiscutible?
-Así es, cualquiera que quiera cuestionarla, tendría que primero enfrentarse con un oso y después retarte a un duelo.
El hecho que nadie en su sano juicio haría semejante insensatez, no me tranquilizó porque siempre cabría la traición. Al explicarle mis reparos, Sofía decidió intervenir diciendo:
-Somos rusos. Si alguien se atreviera a traicionarte, toda su familia quedaría marcada como traidora y cualquiera que se cruzara con ellos tendría la obligación de matarlos.
Buscando argumentos, dije:
-Recordad al zar Nicolás y a sus hijos. Los mataron sin juicio.
Soltando una carcajada me contestó:
-¿Has oído hablar alguna vez de los asesinos o de su familia? Verdad que no. La razón es que la Hermandad se ocupó de castigarlos, haciendo desaparecer no solo a los culpables sino a todos los emparentados con ellos hasta la tercera generación.
Ni siquiera quise hacer el cálculo de cuantos murieron porque de ser cierto que la familia real rusa fue asesinada por un grupo de más de veinte partisanos, si incluíamos a ellos, a sus padres, abuelos, tíos, hijos, sobrinos, primos etc.. ¡Debieron de ser  más de quinientas las víctimas!
Todavía estaba pensando en ello, cuando el comisario Enríquez volvió a aparecer  y extendiéndome una citación me dijo:
-Le espero mañana en la comisaría, “Señor abogado”.
Devolviéndole la cortesía, respondí:
-Allí estaré, “Señor comisario”.
Tras lo cual, cogí del brazo a mis dos mujeres y salimos con la cabeza bien alta rumbo al edificio donde se hallaban ubicadas tanto mi casa como las de ellas. El problema de que en cual viviríamos me lo dieron ya solucionado porque al entrar vi que sin pedirme permiso una cuadrilla de obreros estaba tirando las paredes que dividían nuestro dos pisos. Sé que debía haberme molestado que tomaran esa decisión sin consultarme pero mi mente tenía temas más importantes en que pensar que ocuparme de esa nimiedad.
El ruido de la obra hacía imposible estar allí por lo que buscando un sitio donde charlar, las invité a comer en el restaurante de una amiga. Necesitaba un sitio que nunca hubieran frecuentado las hermanas ni ningún miembro de la Hermandad para que fuera desconocido para la policía y estar seguro de que no habían puesto micros en él. Por eso me resultó conveniente ir ese pequeño local cerca de Barquillo.

Lo que no me esperaba fue el cabreo que se cogieron las rusas cuando mi amiga se acercó y me pegó un beso en los morros al verme entrar. Antes de que me diera cuenta, las hermanitas habían cogido un cuchillo cada una y poniéndoselo en el cuello, la amenazaron con matarla si volvía a tocar a su hombre. Como podréis suponer Ana se quedó acojonada por la violenta reacción de mis acompañantes y casi meándose encima les aseguró que no había sido su intención el molestarlas. Gracias a que en ese momento me interpuse entre ellas y rompiendo el hielo, dije:
-Ana te presento a Tania y a Sofía. Disculpa si te han asustado, es que son cosacas.
Mi conocida se rio creyendo que había sido objeto de una broma y dándoles la mano, se presentó. Las rusas con una sonrisa helada en sus labios, la saludaron con falsa cordialidad y si eso no fue suficiente para que le quedara que era territorio prohibido, Tanía le soltó:
-Marcos, mi marido, nos ha hablado muy bien de su restaurante.
La mirada de sorpresa de Ana fue genuina, no se esperaba cuando me vio entrar que llegara con una esposa pero se convirtió en confusión cuando la pelirroja me abrazó diciendo:
-¿Porque no le explicas a “Tu amiga” quiénes somos?
Sabiendo que no iba a ser la última vez que lo hiciera, informé a mi amiga que la noche anterior me había casado con las dos:
-Son mis mujeres               .
La dueña del local se nos quedó mirando y tras pensar en lo que le había dicho, soltó una carcajada.
-¡Y pensar que me lo había creído! ¡Eres incorregible!- tras lo cual nos trajo la carta, dejándonos solos para que eligiéramos que comer.
Nada más irse, les eché la bronca por el modo tan violento con el que se habían comportado. Tras soportar durante cinco minutos mi reprimenda, en la cual les prohibí volver a actuar así, supe que les había entrado por un oído y salido por el otro cuando Sofía se disculpó diciendo:
-Lo sentimos pero la culpa fue de esa zorra.
Para terminar de recalcar el puñetero caso que me habían hecho, su hermana riéndose, soltó:
-Te aseguro que “tu Anita”, por si las moscas, nunca volverá a comportarse como una casquivana ante nosotras.
Dándolas por imposibles, llamé al camarero y cuando iba a pedir una copa de vino, se me adelantó y pidió una botella de vodka para cada una de las mesas que estaban ocupadas a esa hora en el restaurante.  Al preguntarle qué coño hacía, con un beso selló mis quejas. Cuando el empleado vino con las ocho botellas, se levantó de la silla y pidiendo silencio al resto de los comensales, les dijo:
-Disculpen,   Don Marko quiere celebrar con todos ustedes su reciente boda. Esperamos que tengan a bien brindar con nosotros por ella- no me pasó desapercibido que usó mi nombre croata y no el españolizado pero debido a que todo el mundo nos miraba, no dije nada.
Una vez el camarero había repartido el vodka, sirvió tres copas y dando una a su hermana y otra a mí, cogió la suya y diciendo: ”Na zdorovje“, se la bebió de un golpe. Siguiéndole la corriente, me levanté y brindé diciendo:
-A su salud.
La gente si entendió ese brindis e imitándonos, vació sus copas dando inicio a una algarabía donde la mayoría de los comensales se atrevió con el vodka, de manera que en pocos minutos el hasta entonces tranquilo restaurante se había transformado en una fiesta donde la bebida corría a mansalva.
Con las dos rusas tonteando con todo el mundo, la alegría se contagió a todos y lo que iba a ser una comida íntima donde podríamos hablar se hizo a todas luces imposible.  Cuando llevaba al menos cinco copas, me levanté al servicio. Acababa de entrar al servicio cuando de improviso Tania me dio un empujón cerrando el mismo con el cerrojo.
-¿Qué haces? Pregunté muerto de risa.
La rusa mirándome con ojos inyectados en lujuria, contestó:
-Vengo a poseer a mi hombre- y sin esperar mi respuesta empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna, incrustando mi miembro entre los pliegues de su vulva.
La forma tan erótica con la que se ofreció hizo que mi pene saliera de su letargo de inmediato. La rusa sonrió al sentir mi dureza y profundizando la tentación, su pelvis adquirió una velocidad pasmosa mientras me rogaba al oído que la hiciera mía. Aunque suene una fantasmada, la mujer no tardó en gemir de pasión y ya contagiado de su calentura, no pude más que darle la vuelta y subirle la falda, dejando al aire un tanga más que húmedo. 
Cuando ya iba a bajarle las bragas y tomar posesión de su feudo, dejándose caer, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón:
-Llevo bruta desde que vi como parabas los pies a ese poli- me dijo mientras me lo desabrochaba.
Una vez acabo con los botones, me lo bajó hasta los pies y se quedó mirando mi pene inhiesto con cara de puta:
-Te voy a dejar seco- soltó y olvidando cualquier otro prolegómeno, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes de mi glande.
Dejándome llevarme acomodé  en el wáter y separando mis rodillas, la dejé hacer. Tanía al advertir que no ponía ninguna pega a sus maniobras, me miró sonriendo y besando mi pene, me empezó a masturbar. Reconozco que prefería que lo hiciera con la boca pero cuando usó sus manos en vez de sus labios, no dije nada al sentir como incrementaba la velocidad de su paja. En ese instante llevó la mano que le sobraba entre sus piernas y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con pasión.
Todavía no comprendo porque no me la follé en ese instante pero lo que si reconozco es que  creí enloquecer al observar cuando alcanzó su clímax sin necesidad de que yo interviniera. Al terminar de sentir su placer, se concentró en el mío, acelerando aún más la velocidad de sus dedos.
Fue entonces cuando me gritó:
-¡Dame tu leche!
Comprendí que esa rusa quería que le anticipara mi eyaculación. Aceptando pero sobre todo deseando llegar a la meta, le prometí hacerlo antes de cerrar mis ojos para abstraerme en lo que estaba mi cuerpo experimentando. El cúmulo de sensaciones que llevaba acumuladas hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba a aguantar más, se lo dije.
Pegando un grito de alegría, Tania me volvió a sorprender porque se puso a ordeñar mi miembro dejando su boca abierta para recolectar mi semen. Como bien sabéis pocas cosas se pueden comparar a ver a la mujer de tus sueños tragándose tu eyaculación sin dejarse de masturbar.
“¡Coño con la Jefa!” pensé mientras ella seguía retorciéndose mamando mi pene hasta que dejó de brotar de él mi placer.

Entonces la rubia abriendo los ojos, me miró con una sonrisa en los labios y me dijo:
-¿Te gustó?
-Sí, preciosa
-Pues entonces… ¡Fóllame!
Sus palabras consiguieron su objetivo y sin esperar a que me lo volviera a repetir, dándole la vuelta, le bajé las bragas y sin más prolegómeno, la ensarté violentamente. La rusa al sentir su conducto lleno de golpe, chilló y facilitando mis maniobras, movió sus caderas mientras gemía de placer. De pie y apoyando sus brazos en la pared se dejó follar sin quejarse. Desde un principio, mi pene se encontró con que su conducto estaba empapado por lo que  campeó libremente mientras ella se derretía a base de pollazos.
No os podéis hacer una idea de lo que fue, gritando en voz alta se corrió cuando yo apenas acababa de empezar y desde ahí, encadenó un orgasmo tras otro mientras me imploraba que no parara. Por supuesto queda que no me detuve, cogiendo sus pechos entre mis manos, forcé mi ritmo hasta que su vulva se convirtió en un frontón donde no dejaban de rebotar mis huevos.
-¡Dios mío!- aulló al sentir que cogiéndola en brazos, mi pene se incrustó hasta el fondo de su vagina y lejos de revolverse, recibió con gozo mi trato diciendo: -¡Fóllame duro!-
No hacía falta que me lo dijera, retirando la tela de su vestido, levanté su trasero y llevando hasta el extremo su deseo, la seguí penetrando con más intensidad. Fue entonces cuando dominada por el cúmulo de sensaciones, se desplomó contra la pared mientras su cuerpo, preso de la lujuria, se retorcía estremecido. Satisfecho por haberla llevado hasta esas cotas, me dejé llevar y derramando mi simiente en su interior, me corrí sonoramente por segunda vez.
Agotado, me senté y mientras descansaba, me fijé que la muchacha sonreía con los ojos cerrados. Pasados un par de minutos, acomodamos nuestras ropas y volvimos al restaurante donde Sofía nos esperaba cantando con un grupo de ejecutivos mientras daba buena cuenta de la segunda botella de vodka.
-¡Hermana eres una puta!- gritó muerta de risa- ¡Te has follado a nuestro marido en el baño!
Tanto yo como los presentes nos quedamos mudos al oír la burrada pero entonces la aludida, contestó:
-Así es- y acercando su mano, le pidió la botella diciendo: -Necesito beber algo que no sea leche.
La carcajada fue unánime. Todos y cada uno de los que oyeron la contestación se pusieron a aplaudir mientras la rubia se bebía de un solo trago un vaso de ese licor. Curiosamente la más escandalosa de todos, fue mi amiga María que olvidándose de como las había conocido había hecho las paces y celebraba como la que más.
-¿Dónde tenía escondidas a estas niñas? ¡Tráelas más a menudo!- chilló mientras dejaba que la pelirroja le rellenara su copa.
La alegría del local estaba desbordada, los comensales bailaban, se abrazaban y bebían sin parar mientras la caja de la dueña crecía sin parar. Cuando creía que el alboroto no podía crecer, vi que por la puerta aparecían un grupo de músicos vestidos a la usanza cosaca y separando las mesas, se pusieron a tocar y a bailar. Para los españoles ver a esos extranjeros con sus amplios pantalones, con la espalda recta y en cuclillas, levantando los pies al ritmo de la música fue un espectáculo que causó sensación.
Siguiendo el ritmo con las palmas, azuzaron a los bailarines mientras mis dos esposas me colmaban de besos diciendo lo feliz que eran.  La comida fue lo de menos, con el alcohol que llevaba ingerido, me costó comer pero valió la pena y dos horas después y con bastantes copas, nos retiramos a casa.
En el coche, Tanía completamente borracha me dijo al oído:
-En cuanto lleguemos a casa tenemos que compensar a Sofía.
Sabiendo por donde iba, me hice el tonto y pregunté:
-¿Cómo quieres hacerlo?
-Tonto, ¿Cómo va a ser? ¡Follándonosla!
Llegamos a casa y Tanía cumple su promesa.
Nada más entrar en casa, llevamos a Sofía hasta mi habitación y antes que se diera cuenta, la empezamos a besar. La pelirroja no se esperaba semejante recibimiento y menos que aprovechando su turbación, me pusiera a su espalda y sin esperar a que reaccionara, le desabrochara la blusa poniendo sus pechos a disposición de su hermana. Esta, aleccionada por mí, no esperó su permiso y metiendo su cara entre sus senos, abrió la boca y empezó a mamar.
Alucinada, vio la lengua de Tania recorriendo sus aureolas mientras yo frotaba mi pene contra su culo. Nuestro doble ataque la desarmó y desnudándose ella misma, disfrutó de nuestras caricias. De pie y con las piernas abiertas, dejó que los besos de la rubia recorrieran  su cuerpo mientras yo para forzar su calentura, abriéndole las nalgas,  jugueteé con su trasero.
Completamente cachonda, cuando sintió la húmeda caricia de Tania en su vulva, pegó un chillido y presionando contra su pubis la cara de su hermana, le rogó que continuara.
-Me encanta- gimió al sentir que la mayor separaba con sus dedos los pliegues de su sexo.
Aunque ya habían disfrutado una de la otra muchas veces, la pelirroja sintió que se le acumulaban las sensaciones y pegando un grito, se corrió. Sin saber que hacer al sentir el flujo en su boca, Tania me miró pidiendo instrucciones:
-Sigue- ordené y mientras ella obedecía, metí mis dedos en el coño de Sofía. Tras empaparlos, los llevé hasta su esfínter y con movimientos circulares, lo fui relajando mientras la pelirroja no paraba de berrear al sentir sus dos orificios asaltados.
Decidido a usar esa maravilla de culo, la puse a cuatro patas sobre la cama mientras la informaba que  le iba a dar por culo:
-¡Es todo tuyo!, ¡Mi amor!- chilló descompuesta.
Seguro del calor que nublaba su mente, le abrí los cachetes y colocando mi glande en su esfínter, la penetré. Sofía gritó de dolor al verse empalada de un modo tan brutal pero entonces su hermana cogiendo la cabeza de la pelirroja  entre sus manos, se fundió con ella  en un sensual beso, tras lo cual y escuché que le decía:
-Después de que nuestro marido lo use,  me ocuparé de aliviar tu culito.
Sus palabras incrementaron la pasión de la rusa y desbordada por el cariño que su hermana le demostraba, le rogó que le dejara comerle el coño. Sin ninguna vergüenza ni reparo, Tania se colocó frente a ella y separando las piernas, puso su pubis a disposición de la muchacha.
Rebajando el ritmo con el que le rompía el ojete, disfruté viendo las uñas de Sofía separando los pliegues de la rubia antes de con la lengua saboreara su botón. La mayor de las dos debía de venir ya caliente porque en menos  se corrió dando gritos de satisfacción. La pequeña intentó secar el torrente en el que se había convertido la cueva de su hermana pero cuanto más intentaba absorber el delicioso flujo, más placer ocasionaba y la rubia incapaz de contenerse,  no dejaba de gritar de placer.
Esa escena, colmó mi paciencia e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto al culo de mi pelirroja.
– ¡Sigue! ¡Mi amor!- reclamó descompuesta al sentir mi pene acuchillando su interior de su culo.

Decidido a liberar mi simiente cuanto antes, mis incursiones se volvieron tan profundas que temí que mi recién estrenada esposa se desgarrara por dentro pero ella, en vez de quejarse, pidió a su hermana que me ayudara. Esta soltó una carcajada al saber que era lo que quería y sin pedir más explicaciones, le soltó una nalgada.
Me quedé alucinado al escuchar el gemido de placer que brotó de la garganta de la muchacha y antes de que terminara de asimilar lo ocurrido, Tanía le dio el segundo. No satisfecha, Sofía  le exigió que continuara. La rubia complaciéndola,   le soltó una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su esfínter ocupado,  la pelirroja  se corrió sobre las sábanas.  Sus chillidos azuzaron mi placer y pegando un aullido, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
Completamente exhausto, me tumbé a  su lado. Con un cariño y una adoración total, se quedaron abrazadas a mí  y pensando que la noche había terminado, nos pusimos a hablar de lo sucedido esa mañana.
Las dos rusas parecían no comprender el alcance del problema, por mucho que les trataba de explicar que no era bueno estar bajo la vigilancia de ese comisario, a ellas les parecía algo anecdótico. Tanto desdén me empezó a mosquear y percibiendo que detrás del menosprecio con el que trataban al policía se escondía algo más, directamente les pedí que me lo aclararan.
-A ese patán lo tenemos en nómina- me informó Tania y con una sonrisa en los labios, me soltó: -Ya sabíamos que iba a haber una redada.
Al escucharla me indigné y encarándome a ellas, les pedí que me explicaran porque no me habían contado nada:
-Queríamos ver como actuabas- dijo la pelirroja con tono dulce mientras intentaba reanimar mi extenuado miembro.
Haber sido objeto de una nueva prueba, me terminó de sacar de las casillas y hecho una furia, me levanté de la cama. Desde la mitad de la habitación, las mandé a la mierda. La respuesta de las dos no pudo ser más típica de ellas, muertas de risa me llamaron a la cama implorando mis caricias.
Ya desde la puerta, oí a la mayor decir:
-Amado, no tardes mucho en calmarte: ¡No vaya ser que empecemos sin ti!
 
 

Relato erótico: “Reventando el culito de una colombiana” (PUBLICADO POR ELTIMIDO)

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Que levante la mano aquél a quien no le gusten las colombianas.         

No os veo, pero imagino que no habrá muchas manos arriba tras vuestras pantallas. Y no es para menos, a mi particularmente me vuelven loquito. Con esos ojos oscuros, de mirada penetrante, esa piel aceitunada, esos cuerpos suaves, de caderas anchas, traseros grandes y pechos turgente. Y con esas voces dulces, que se regalan sobre los oídos, capaces de mover montañas y ríos, con solo un par de palabras.

Esta es la historia de cómo conseguí zumbarme a una, mientras estaba de vacaciones.

Estaba en la playa, disfrutando de unos días de descanso con mis amigos, tras acabar los exámenes de la universidad. Habíamos ido a pasar unos días a una playa de Málaga. Éramos cuatro, amigos desde la infancia, y yo era el único sin novia conocida. Es por esto que mis colegas, cada vez que tenían ocasión, se ponían a presentarme a cualquier tía medio decente que encontraban, en parte para reírse de mí; ya que sabían que me daba una vergüenza tremenda, pero los muy cabrones se lo pasaban como enanos.

En una de estas, estábamos comiendo en un chiringuito de playa, vestidos solamente con bañador y chanclas.

He de decir que a partir de mi encuentro con Lorena había empezado a cuidarme algo más, había perdido unos kilos, comenzado a entrenar en el gimnasio y me había dejado barba. No era un 10, ni mucho menos, pero tampoco era el 4 que era antes de que la pelirroja me follara. Dejémoslo en un 6,5.

Estábamos ahí sentados cuando viene a servirnos la mesa una despampanante chica latinoamericana, de unos 25 años, así a ojo, que era una delicia para la vista. Era alta, con el pelo negro liso, pechos medianitos pero muy bien parados, delgada, con unas caderas que se ensanchaban progresivamente para dar cabida a un trasero de los que quitan el hipo. Su cara era fina, de facciones delicadas, pero con unos gruesos labios carnosos que llamaban a ser besados. Además, sin ir extremadamente provocativa, la latina iba demostrando sus virtudes, con la camisa blanca del uniforme con un botón suelto más de lo recomendable, y unos leggings que marcaban completamente ese precioso culo del que os hablaba. No obstante, lo que más me marcó de ella fue su mirada. Una mirada potente, extremadamente exótica y sensual, delimitada por unos ojos rasgados que me heló por dentro, para después empezar a calentarme.

Mis amigos y yo nos quedamos con la boca abierta cuando vino a tomarnos nota, con un movimiento de culo mientras caminaba que hacía que se nos fueran los ojos a todos.

– Hola mis chicos, ¿qué quieren que les ponga? –nos dijo con una voz aflautada.

Durante unos segundos, no contestamos ninguno, sino que solamente intercambiamos miradas, la mayoría dirigidas a mí, hasta que conseguimos pedir unas cervezas; y nos quedamos hipnotizados viendo el culo de esa preciosidad mientras se alejaba hacia la barra.

Tras alejarse, la tertulia entre nosotros se dirigió en exclusiva hacia ella:

– Joder como está la latina –empezó diciendo Julián, con los ojos fuera de sí.

– Ya ves, debe hacer unas mamadas que te mueres con esos labios –siguió Ángel-, te tienes que correr en menos de un minuto.

– ¿Y ese culo? Follarla por ahí es mi meta en la vida –dijo entre risas Marcos- ¿Y a ti Antonio, te ha gustado? Te has quedado sin habla.

– Pues claro que me ha gustado, solo hay que verla, vaya culazo se gasta –contesté yo, un poco incómodo, porque esas conversaciones no eran mi estilo.

– Pues ahora cuando venga con las birras le dices que te espere, y te la zumbas detrás del chiringuito: “¡Pam, pam, pam!” –dijo Julián, mientras cerraba los ojos y hacía el gesto de unos azotes.

– Sí, seguro que está esperándome precisamente a mí, ¡cómo no hay tíos buenos en esta playa! –aduje yo, intentando acabar la conversación.

Ellos siguieron un poco más con la coña, hasta que la chica volvió con las cervezas:

– Aquí tienen mis chicos lindos, sus cervesitas –dijo mientras las dejaba sobre la mesa, agachándose más de lo necesario, y brindándonos una primera plana espectacular de su escote, y del bikini negro con bordes rojos que llevaba.

– Gracias, ehh… –contestó Marcos, esperando a saber el nombre de la chica.

– Dayanna, me llamo Dayanna –le dijo la latina con una risita.

– Ya sabes, Antonio, se llama Dayanna, ya puedes ir a por ella sabiendo su nombre –me dijo Ángel, procurando, claro está, que ella lo oyera. Esto provocó que me pusiera rojo como un tomate, y más cuando ella me miró.

No obstante, hizo como si no hubiera oído nada y se fue, con una risita y su armónico movimiento de culo.

Nosotros seguimos a lo nuestro, comiendo, bebiendo y hablando de Dayanna, hasta que nos fuimos. Después de pagar la cuenta, nos pusimos en la playa, muy cerca del chiringuito en el que habíamos comido.

Al rato, me entró sed, y, como solo llevábamos cerveza en la nevera, fui al chiringuito a comprar una botella de agua.

– Sí, sí, agua… Este va a ver si le puede petar el culito a la mamita de antes –dijeron entre risas.

Yo me fui, sin pensar en eso, ya que no creía tener ninguna posibilidad, ni iba a intentarlo, de hecho. Además, ya tenía a Lorena esperando para follar conmigo cuando volviera a casa, al día siguiente.

Cuando llegué al chiringuito, solo estaba Dayanna tras la barra, y no quedaba ninguna mesa ocupada; normal por otra parte, ya que eran las cuatro de la tarde. Me senté en un taburete, y me dispuse a pedirle el agua, cuando fue ella la que empezó a hablar:

– Hola, Antonio era tu nombre, ¿no? –dijo entre risas- veo que le has hecho caso a tus amigos y has venido a por mi número.

– No, no, que va, es que mis amigos son unos idiotas, y aprovechan para presentarme a cualquier chica que se cruzan –dije un poco avergonzado -, y hoy pues te ha tocado a ti, lo siento. Dijiste que te llamabas Dayanna, ¿no?

– Oy, que rico, no tienes de qué disculparte, estoy acostumbrada a que me digan cosas mucho peores, mi amor. Y sí, me llamo Dayanna –dijo Dayanna con una sonrisa.

– Además es que los muy tontos se piensan que he venido de verdad a eso –dije intentando dar un poco de conversación-, y no solo eso, sino que piensan de verdad que me vas a dar el número.

– ¿Y por qué dises eso tan hundido cariño? –la dulzura de la voz de aquélla chica era espectacular, y el simple hecho de escucharla estaba haciendo que me pusiera como un toro.

– Pues porque tú eres un bombón, por ejemplo –dije un poco molesto, ya que la chica estaba dándome la típica bola que te dan en los bares para que empieces a consumir, y a invitarlas-. Por cierto, espero que no te moleste, ¿de dónde eres?

– Qué lindo mi niño, ¿acaso te gustó Dayanna de verdad? – dijo cogiéndome las manos con las suyas, mientras con los brazos apretaba sus pechos, puestos sobre la barra; lo que me estaba dando una primera plana de ellos absolutamente impresionante-. Soy de Colombia, y tengo 26 años.

– Me gustaste como a cualquiera de los mil tíos que hay en esta playa, porque estás buenísima, pero no creo ni por asomo que yo te interese a ti, la verdad –le dije, empezando a cabrearme-. Además, soy un niño a tu lado, tengo 22.

– Pero mi papi, no te enojes conmigo, ¿acaso piensas que quiero calentarte? –me contestó ella, con una expresión de tristeza que, si era fingida, estaba increíblemente bien lograda.

– Sí, es lo que pienso –dije, y para poner fin a la conversación le lancé: -y si no es así, ¿por qué no vamos a la parte de atrás del chiringuito y me lo demuestras, mamita?

Lo que vino después juro por todo lo jurable que no me lo esperaba, de hecho, casi me caigo del taburete cuando lo hizo. Dayanna cogió mis manos y las llevó hacia sus pechos, diciendo:

– Vamos mi papi, sígueme.

Sin poder creerme mi suerte, salté la barra tras de ella, cogido de su mano y dándole un azote en ese trasero que, contra todo pronóstico, iba a poder sobar todo lo que quisiera.

La parte de atrás del chiringuito estaba compuesta de dos estancias: la cocina, que ocupaba la mayor parte del espacio; y un baño para el personal, bastante estrecho, que solamente incluía un lavabo con espejo y un váter. Entramos en él, cerrando la puerta tras de nosotros con pestillo, y encendiendo la luz. Era bastante pequeño, y los dos a duras penas cabíamos.

Dayanna se sentó en el váter, y yo sobre ella, besando con pasión sus carnosos labios rosados. Le empecé a soltar botones de la camisa, dejando a la vista ese bikini negro que tan bien nos había enseñado antes. Ella, por su parte, empezó a acariciar mi pecho desnudo, pellizcándome los pezones con pasión.

No hablábamos, teníamos las bocas ocupadas en otra cosa, y, ¡de qué manera! La latina besaba con la pasión, la intensidad y la calidez que las caracteriza. Me devoraba la boca, como si llevara años sin besar a nadie, pero con la experiencia de quien besa cada día. Su lengua recorrió toda mi boca varias veces, en todos los sentidos, se enrollaba con la mía, subía y bajaba, parecía una montaña rusa.

Mientras, nuestras manos ya iban bajando por nuestros cuerpos. Las suyas estaban dentro de mi bañador, empezando a pajear mi recién depilado miembro, con bastante fuerza; mientras que las mías jugaban con sus dulces peritas, y con sus oscuros pezones.

Ella, con una mano, se bajó los leggings y se apartó la parte de abajo del bikini, negro y rojo, igual que la parte de arriba; y sin más prolegómenos me dijo con su dulce voz que rezumaba deseo:

– Vamos papi, dámelo todo deprisa, no querrás que nos pille mi jefe mientras cogemos.

Su coño aparecía ante mí, pequeño y aparentemente apretado, depilado salvo por unos pocos vellos negros sobre su monte de Venus, mojado, y deseando ser acribillado por mi polla.

Sin mediar palabra, me bajé el bañador y se la metí de un golpe. Dayanna estaba muy mojada y entró sin dificultad, provocándole un sonoro gemido que sonaba a gloria en mis oídos. Para facilitarme la entrada, le cogí las piernas, sentada sobre el váter como estaba, y se la metí rápidamente, dentro y fuera. Ella ardía de deseo, se agarraba los pechos, se pellizcaba los pezones, y gemía mucho mientras me calentaba más con su sensual voz:

– Ah sí papito, vamos papito, démelo todo así como sabeeeeee… Humm que rico papito, cójame más duro, hummmmmm…

Estaba muy burro, fuera de mí, y entonces la levanté y la puse de espaldas a mí, apoyada sobre en el lavabo. Ahí le seguí dando. Su coñito estaba mucho más apretado así, y era más placentero incluso. Además, nos veíamos reflejados en el espejo, viendo nuestras expresiones de pasión y placer.

Le mordía la oreja, le besaba el cuello, le olía el pelo; y cuanto más le hacía, más caliente estaba Dayanna. Esa mujer era pura dinamita, y quería que explotase para mí. Entonces, decidir dar un pasito más, aprovechándome de lo caliente que estábamos.

Cogí mi dedo índice y se lo di a chupar. Ella lo saboreó con gusto y, después, se lo empecé a meter, con cuidado, por el culo.

Nunca había tenido sexo anal con nadie, mi experiencia se reducía a los vídeos porno y a los relatos de Golfo, pero ver su apretado esfínter justo delante de mis ojos, mientras bombardeaba su coño, me hacía desearlo más que nada en el mundo.

Ella no opuso resistencia, sino, al contrario, me animó a que le entrara por detrás:

– Oh sí papi, oh sí, por la colita papi, por la colita está rico, mmmm sí, por la colita me encanta mi papi.

Viendo que mi dedo entraba y salía sin dificultad, añadí otro más a la operación. La penetré analmente con el índice y el corazón, mientras que follaba duramente su coño con mi pene. Quería metérsela, demonios si lo quería, pero me daba miedo cagarla, así que le advertí:

– Dayanna… Dayanna, quiero decirte que… bueno, que nunca lo he hecho por detrás y… no quiero hacerte daño… así que, quiero que me ayudes a hacértelo –dije, medio cortado.

Ella, al escuchar mi voz cohibida se excitó más aún, ya que me iba a desvirgar analmente, y con su dulce voz, con un tono cariñoso, me dijo:

– Oy papi que lindo, nunca cogiste por la colita con una mujer. Tranquilo papi, solamente lleva cuidado y házmelo despasio, no me lastimes.

Yo, temeroso, saqué mi polla de su coño, y la acerqué a su apretada entrada trasera. Mi pene estaba totalmente empapado por su flujo, así que no íbamos a tener problemas en la lubricación.

Poco a poco, fui metiendo el glande. La sensación que tuve fue indescriptible, mucho más apretado y mucho mas caliente que su coño, o que cualquier otro que hubiera probado; y eso que solo había metido la puntita. Quería ensartarla completamente, de golpe, pero me contuve, esperando su respuesta.

– ¡Ohhhh sí, papi, sí! ¡Qué rico papi, como me gustaa! –gemía mucho más que antes, como una perra en celo-. Vamos sí, papi no pares, dame más, dame toda tu vergota.

Con el permiso de Dayanna, ya algo más confiado, comencé a introducir todo mi cipote, sorprendido de la facilidad con la que entraba en su enorme culo. Cuando se la conseguí meter entera, empecé con movimientos acompasado, adelante y atrás, follándola dulcemente.

– Joder Dayanna, que apretado está. ¡Esto es la hostia! Me encanta tu culo –le decía mientras empezaba a follarla.

– Vamos papi no te dé miedo, vamos, dame más fuerte. ¡Quiero que te vengas en mi colitaa! –decía Dayana fuera de sí, con la cabeza apoyada al espejo, y abriéndose las nalgas con las manos, para facilitar mi entrada.

Empecé a aumentar el ritmo, conforme ella me lo pedía, hasta que la estaba follando con la misma fuerza con la que antes taladraba su coño. Empecé también a azotarla, recordando los movimientos que había hecho Julián antes, cuando acabábamos de verla. Ella, con cada azote que recibía, soltaba un gritito de placer, completamente fuera de sí.

– Dayanna, me voy a… me voy a correr… ¡en tu culo! –le grité fuera de mis casillas, como un gesto de victoria.

Por toda respuesta recibí gemidos y convulsiones, entendiendo que ella estaba llegando al mismo sitio que yo, así que aceleré mis embestidas y mis azotes, bombardeando su culo con mi polla, hasta que noté como los chorros de semen caliente bañaban todo su culo. Mientras me corría la saqué, quería ver mi leche bañar su trasero y su espalda; y ella lo recibió con una sonrisa que vi reflejada en el espejo.

Antes de salir, aún desnudos, le pedí un último favor:

– Dayanna, quiero callar la boca a los estúpidos de mis amigos, así que quiero una foto contigo, para que vean que de verdad te he dado bien fuerte en la parte de atrás.

Ella, con una risa, asintió y se pegó a mi pecho mientras yo hice una foto de ambos, en la que se veía nuestros cuerpos desnudos, y su cara, con sus labios carnosos, y su penetrante mirada.

Tras un largo beso de despedida, volví con mis amigos, que me recibieron riéndose.

– ¡Anda! Mirad quién ha aparecido –dijo Julián-, ya estaba empezando a creerme que habías ido a por la latina.

– ¿Qué pasa, te has ido a cagar o qué? –espetó Marcos.

– No seas tonto, estaba haciéndose una paja –le contestó Ángel, con lágrimas en los ojos.

Yo, con una sonrisa de autosuficiencia, saqué el móvil y lo tiré sobre la toalla en la que estaban, mostrando la foto que nos habíamos hecho Dayanna y yo.

– ¿No decíais que me la zumbara? Pues eso he hecho –dije mientras las caras de mis amigos se desencajaban del asombro-. Por cierto Julián, gracias por el consejo, los azotes mientras le follaba el culo la han puesto súper caliente.

 

Relato erótico: “Diario de George Geldof –8” (POR AMORBOSO)

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Al día siguiente, me levanté al alba, dejando a Sara dormida en la cama. Entre sueños la había oído llorar varias veces. También la sentí moverse con mi polla dentro, no se si ella se corrió, pero a mi me sacó una buena corrida y el descanso de mi polla.

En el comedor estaba ya Tom a medio desayunar, me invitó a sentarme a su lado y me recomendó que desayunase bien, porque necesitaría energías para el trabajo.

Terminamos y Tom tomó un paquete de una mesa. Dándomelo dijo:

-¡Toma, no conviene que vayas desnudo por ahí!

Abrí el paquete y me encontré con un revolver, su funda y canana, además de un látigo de cuero. Ante mi mirada perpleja dijo:

-Aquí tendrás que ir siempre armado. No es extraño que algún negro se vuelva loco y te ataque. No dudes en dispararle, igual que si se forma algún tumulto. Les disparas a tres o cuatro y verás qué pronto se calman. El látigo también te servirá para estimular su obediencia.

Di las gracias, me coloqué el arma y colgué del cinto el látigo. Desde aquel momento, mantuve la disciplina de entrenar con las armas, tanto con el revolver (al que por ser un arma nueva, no estaba acostumbrado) como con el cuchillo y, a pesar de los comentarios jocosos de Tom, diciendo que ese arma estaba obsoleta, con la espada.

Cuando salimos, dos esclavos sostenían del ronzal a dos hermosos caballos ensillados, él tomó uno y yo el otro.

Durante toda la mañana estuvimos recorriendo la plantación de punta a punta en todas las direcciones.

A medio día volvimos a la casa para comer algo, y mientras lo hacíamos le hice unas cuantas observaciones para mejorar la plantación, optimizar el trabajo de los esclavos y poner en labor unas tierras faltas de agua con un sencillo canal.

Cuando volvimos a salir, me palmeaba la espalda, diciendo

-¡Sabía que tu hermano no me fallaría y me enviaría al mejor! Sólo con lo que me has dicho hoy, ya te as ganado con creces el puesto, aunque no hagas nada el resto de tus días.

-Y aún haremos más cosas. Dije sonriendo.

Ese día envié una larga carta a mi hermano, contando mi odisea y lo bien que había sido recibid por su amigo.

Y un mes más tarde, sin dar tiempo a que llegase mi carta, recibí una suya, en la que me explicaba que su mujer estaba embarazada de tres meses y que le había contado que Brigitte lo estaba también de cuatro meses, y que cuando le preguntaban “no decía nada”, contándolo como un chiste, ya que ella era muda.

Le volví a escribir dándole la enhorabuena, deseándoles un buen embarazo y mejor parto.

Referente a Brigitte, le di instrucciones, indicándole que el niño era mío y que como tal lo reconocía, pues no en vano habíamos estado acostándonos todos los días en los últimos seis meses de estancia allí.

No me gustó que me lo ocultase, pues ya lo tenía que saber cuando me marché, pero el saberlo me llenó de alegría y le di instrucciones para que cuidase de ella y que mi hijo tuviese unos buenos estudios. También le indiqué que le nombraba heredero mío, a falta de otras voluntades.

En una siguiente carta, mi hermano me explicaba que ambos habíamos sido padres con un mes de diferencia, de dos niños varones, sanos, grandes y perfectos. Que Brigitte no quiso ocupar la casa de mis padres biológicos, ni recibir pensión alguna, y que después de muchas negociaciones, accedió a servir en la casa de mi hermano, como dama de compañía de mi cuñada, con la excusa de compartir experiencias del embarazo y ayudarse mutuamente.

Ya cercano el parto, mi hermano le había insistido por el bien de su hijo, en que debíamos casarnos, para que no fuese bastardo y pudiese ser el heredero con todas las consecuencias, por lo que con la potestad que le había dado y algunos contactos, nos habíamos casado por poderes. Seguía sin querer ir a la casa familiar, pero poco a poco la habían conseguido llevar al estatus de compañera de mi cuñada y señora de la casa.

Le agradecí encarecidamente lo que había hecho por mí, por Brigitte y por mi hijo. En adelante seguiríamos escribiéndonos distanciadas cartas que nos mantenían informados de mis actividades y del desarrollo de la vida de nuestros hijos y esposas.

Volviendo a la plantación….

Al terminar la jornada, amos y esclavos volvimos a la casa. Los esclavos fueron reunidos en una gran explanada tras la casa y contados. Tras comprobar que estaban todos, uno de los capataces anunció que se había encontrado con una pareja que habían abandonado el trabajo para ponerse a follar en un bosquecillo.

Los tenía atados y desnudos. Fueron llevados a un estrado donde había un armado de madera consistente en dos maderos verticales unidos por la parte superior con otro horizontal.

Ambos fueron colgados por las muñecas, desnudos, delante de todos los demás esclavos que estaban obligados a mirar. Tom me dijo:

-Deberías hacer tú los honores para que empiecen a respetarte. Aplícales veinte latigazos a cada uno.

A estas alturas el sufrimiento ajeno no me importaba. Tomé mi látigo, subí al estrado y me coloqué a distancia suficiente del hombre. Alcé el látigo y lo descargué con fuerza sobre su espalda. Uno, dos, tres… Mis latigazos todavía no tenían gran precisión, pero cumplieron su cometido. Dieciocho, diecinueve y veinte.

Cuando fui a azotarla a ella y vi su gran culo y sus enormes tetas, recordé escenas de mi infancia, que me la pusieron dura al instante. Le pedí la fusta del caballo a Tom, que era más apropiado para lo que iba a hacer. Me preguntó para qué, y le dije que ya lo vería. Hice retirar el cuerpo del esclavo que había azotado ya y me quité el pañuelo que llevaba al cuello. Con él vendé los ojos de la esclava negra. Y comencé a hablarle mientras daba vueltas a su alrededor.

-¿Así que eres una puta? –Dije mientras daba vueltas a su alrededor y la veía temblar al no saber qué ocurría.

-Nnno, aaamo. Nnno soy puta.

-No me negarás que estabas follando con ese negro y que has desobedecido las órdenes del amo Tom.

-Amo, el me lo pidió con mucha insistencia.

-¿Y no te pudiste resistir?

-Nnnno, aaamo.

-Eso es porque eres una puta. Así que tengo que castigarte por puta desobediente. ¿Tienes alguna preferencia en cuanto al lugar por donde empezar el castigo?

-Por favor, amo…

-Bien, pues yo elijo.

Di una nueva vuelta a su alrededor, y cuando estaba en su costado, solté un fuerte fustazo de arriba abajo que alcanzó su pezones.

¡ZASSS!

-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG! –Chilló

-¿Tienes los pezones sensibles? ¿Te los chupaba ese negro?

¡ZASSS!

¡AAAAGGGGG! -Volvió a chillar

¿Qué si te chupaba los pezones?

-Nnnno amo.

Un fustado en su culo

-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG! –Chilló nuevamente.

-¿O quizá te estaba enchulando?

Lloraba

ZASSS

-¿TE ESTABA ENCULANDO?

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGG. No amo

Nueva vuelta a su alrededor

Un nuevo fustado en sus pezones.

-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG!

-¿Y te gusta que te los chupen?

Otro seguido en su coño.

-AAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGGG!

-¿O mejor que te follen?

-Nnnno se, amo.

Los veinticinco fustazos fueron repartidos por su cuerpo indistintamente, procurando que no solamente el dolor hiciese efecto, sino el miedo y los nervios de la espera hasta recibir el siguiente. Siempre acompañados de frases y palabras vejatorias.

Gritaba y lloraba como loca, decía frases inconexas. Cuando termine, yo sudaba y estaba totalmente empalmado, la negra no tenía fuerzas ni para llorar, con el cuerpo sudando a chorros.

-Que le den abundante agua.

Cuando bajé junto a Tom, me miraba alucinado.

-¡Eres increíble! ¡Creo que todos se lo pensarán dos veces antes de escabullirse del trabajo!

Solamente dije.

-¡Necesito a Sara!

Me metí en la casa y fui directo a mi habitación. Allí me esperaba Sara, que había visto todo por la ventana.

La obligué a arrodillarse mientras sacaba mi polla. Se la metí en la boca y estuve follándosela hasta correrme.

Un poco más calmado pero con la polla si bajar ni un ápice, le dije que se desnudara y me desnudé yo también, la tiré boca abajo sobre el borde de la cama, con las piernas colgando y se la metí por el coño sin más hasta dentro. Emitió un grito de dolor por la brusquedad de la entrada y no estar dilatada lo suficiente, pero entró entera, ya que mi polla estaba bastante lubricada con su saliva.

Puse mi mano en su cuello y empecé un fuerte bombeo, mientras alternaba palmadas en el culo con metida de dedos.

Pronto cambió el dolor en placer para ella y empezó a suspirar, hasta que se corrió entre fuertes gemidos

¡OOOOHHHH! Amo. Si, úsame. Descarga tu ira con tu esclava. Si, Si.

Yo no paré hasta llenarle el coño de leche.

La puse de rodillas a chupármela para que me la pusiera dura de nuevo.

Cuando la tuve otra vez, le di la vuelta y la coloqué en la misma posición. La hice gritar nuevamente cuando se la clavé en el culo.

Siguió un buen rato de enculada, hasta que me volví a correr en él.

Esa noche no bajé a cenar. Más calmado, mandé a Sara a por algo de cena, que trajo como pudo, ya que tenía molestias por detrás y por delante. Compartimos lo que trajo y nos acostamos a dormir. Esta vez, sin metérsela.

También a lo largo de la noche, sentí cómo me la chupaba para ponérmela tiesa. Entonces se subió a caballo sobre mí y se la metió entera, empezando un movimiento atrás y adelante hasta que me corrí. Se acostó de nuevo a mi lado y nos dormimos ambos.

Durante ese mes, anduve pegado a Tom, empapándome del funcionamiento de la plantación y el tratamiento del personal y los esclavos.

Cuando él estuvo seguro de que era capaz de hacerme cargo, me entregó las llaves de una casita cercana a la casa principal, donde viviría a partir de entonces. Me dio autorización para hacer lo que quisiera, obras, redecorar, etc. y me daba definitivamente a Sara para que me atendiera, no sin antes avisarme que podía cambiarla cuando me cansara de ella.

La comida debería recogerla ella directamente de la cocina de la casa principal.

La casita no estaba mal. La entrada daba acceso a un gran salón con chimenea y dos cómodos sillones delante. En el centro, una mesa con seis sillas y en las paredes de alrededor, distintos muebles y armarios. Una escalera daba acceso al piso superior donde había un gran dormitorio con enorme cama con dosel y dos más pequeños. Adosada a la casa había una caballeriza que no se usaba porque se habían juntado todos los caballos en otra más grande, para una mejor atención. Me pareció bien tal cual estaba.

Una vez inspeccionada la casa acompañado de Sara, dejé el macuto en el dormitorio y marché a recorrer las tierras y comprobar el trabajo. Sara se quedó ordenando mi ropa y preparando todo para la noche.

La organización de los esclavos en la plantación era simple. Había un barracón para los hombres y otro para las mujeres en situación normal, además de otro para las embarazadas o con niños hasta los ocho o nueve años.

Cuando el niño o niña alcanzaba los ocho, nueve o diez años, según su complexión, era pasado al pabellón de los hombres o al de las mujeres con su madre. El sitio libre era ocupado por otra mujer que ya hubiese parido o mayor de quince años a la que se embarazaba a tal fin.

Cuando las mujeres alcanzaban los 15 años, eran presentadas a Tom para que decidiese. Si le gustaba, era reservada para cuando quisiera follársela, si no, pasaba al grupo de las embarazables.

Si alguna se quedaba embarazada sin pasar por la sesión de embarazos, primero era azotada y luego llevada al pabellón correspondiente, donde tenía que estar al servicio de todas las demás.

Esclavos y esclavas se vestían con las ropas que desechaban los amos y capataces, que las mujeres adaptaban como vestidos y pantalones. Los llevaban hasta que se deshacían por el uso, el trabajo o las roturas cuando los azotaban. Como prenda adicional, las mujeres se hacían una especie de taparrabos para cuando tenían la menstruación

Como consecuencia de esto, los vestidos de las mujeres tenían tendencia a caer y molestarlas cuando se inclinaban para trabajar, por lo que muchas de ellas se ataban la parte superior a la cintura, quedando con las tetas al aire.

En mis recorridos por las tierras, empecé a fijarme en esas mujeres de pechos grandes y firmes, con esos culos respingones y redondeados, con unos pezones que cuando están dobladas parecen lanzas que se van a clavar en la tierra.

Había alguna espectacular, cuando la encontraba, bajaba de mi caballo, me acercaba a ella, que generalmente dejaba su trabajo, se giraba y se quedaba mirándome aterrada.

-Vuelve a tu trabajo y no te muevas.-Le decía mientras levantaba su falda y se la echaba por encima, dejando su glorioso culo al aire, sacaba mi polla, me escupía en ella y se la clavaba en el culo.

Si ya lo tenía abierto, entraba con dificultad y con el grito de ella, si no lo tenía abierto, dejaba que me la ensalivara bien y se la metía más despacio. Luego, el procedimiento era el mismo, le pedía que se tocase el coño mientras bombeaba. Cuando mi polla salía, le daba una o dos palmadas en el culo, para seguidamente, clavarla con fuerza, repitiendo hasta correrme dentro. Después de que me la limpiase, me la guardaba y proseguía mi camino.

Si la mujer me gustaba, le daba la indicación de que le dijese a su capataz que la mandase por la noche a mi cabaña bien limpia. El capataz sabía que tenía que quitarla del trabajo, mandarla al barracón y decirle que debía de limpiarse por todos los sitios.

Recuerdo a una en concreto que fue de las primeras y marcó el resto de mi vida. Una negra preciosa, labios hechos para chupar pollas, pechos generosos, caderas rotundas y un culo de muerte. Un poco de tripa porque había tenido dos hijos, pero no solamente no afeaba sino que hacía más armonioso el conjunto.

Iba colocando planta en dos filas, mientras otro negro detrás enterraba las raíces.

Me acerqué a ella y ordené al negro que fuese echándose él la planta y enterrándola hasta que terminase yo.

Ordené a la negra que se acercase y se arrodillase ante mí, cosa que hizo con diligencia, a pesar de que se reflejó en su cara el dolor de espalda que produce la postura que tenía.

-Chúpamela. –Le dije.

Con gran habilidad me la sacó, la masturbó un par de veces y se la metió en la boca. Cuando me la puso como una piedra, le mandé ponerse en la posición de trabajo, le levante la falda y le hice abrir las piernas. Dudé en qué agujero meterla y me decidió ver su coño húmedo y brillante. Se la metí hasta el fondo y entró como un cuchillo en la mantequilla caliente. Emitió un gemido de placer, mientras yo disfrutaba de una estrechez impensable en una madre doble. Le estuve dando un buen rato. Se que se corrió varias veces. Los negros de las otras filas pasaron dos veces añadiendo nuevas líneas de plantas de tabaco. Algunos miraban, pero desviaban rápidamente la vista cuando yo me daba cuenta.

Cuando me corrí en su coño, se la saqué, hice que me la limpiase y la cité para esa noche.

-Gracias, amo. – Me dijo con lágrimas en los ojos.

No era para menos. Una cosa era que yo abusase de ellas y otra que tuviesen que sufrir más de lo necesario.

Cuando citaba a una, debía ir a lavarse bien todo, cuerpo y agujeros, en su pabellón, y esperar a la noche en la que la acompañarían a mi vivienda. Pasaban la noche conmigo, comían lo mismo que yo y, al día siguiente estaban a mi disposición hasta la noche, tras la cena. No volvían a su barracón, sino que lo hacían al día siguiente. Para ellas, ahorrarse un día de trabajo y latigazos, no tenía precio, sin contar el poder comer algo mejor que la comida de los esclavos.

En mi casa, Sara tenía la obligación de repasarlas, que tuviesen sus agujeros y su cuerpo perfectamente limpios. No por problemas raciales, que ya había demostrado que no los tenía en la india, sino porque las condiciones higiénicas de los pabellones no eran las mejores.

Al anochecer, tras la recogida de los esclavos, volví a casa, encontrándome a Sara y la otra esclava desnudas y arrodilladas junto a la puerta.

-Voy a cenar. –Avisé.

Inmediatamente, Sara se levantó y tomó la comida de la chimenea, junto al fuego, para servírmela en la mesa, donde todo lo demás ya estaba preparado.

Mientras cenaba, hice una indicación a Sara para se colocase boca arriba encima de la mesa con el coño hacia mí y a la esclava que se colocase encima comiéndose el coño mutuamente.

Era una delicia ver los labios carnosos de la esclava chupar el clítoris de Sara y su lengua recorrer su coño. Verla cerrar los ojos y suspirar ante el tratamiento similar que le daban a ella.

Mi interés por cenar iba disminuyendo conforme subía la calentura de ellas. Cuando terminé mi entretenida cena, me dirigí al otro lado de la mesa, me desnudé y acerqué un pequeño taburete o banco pequeño de apoyar los pies. Estaba totalmente empalmado.

Me subí al banco y me hice sitio a pollazos en la boca de Sara, hasta que pude metérsela en el coño. Entraba y salía acompañada de la lengua de Sara, que tan pronto pasaba por el clítoris como me recorría la parte de la polla que estaba fuera o los huevos, lo que ayudó a que mi orgasmo se acelerase, y al poco rato llenaba el coño de la esclava de semen.

Sara siguió lamiendo y le dejó el coño limpio, luego le metí mi polla para que hiciese lo mismo.

No sé las veces que se habían corrido, pero di por terminada la sesión y nos fuimos a la cama.

Allí hice que la esclava me la chupase hasta volver a ponerla dura, mientras Sara le dilataba el culo. En cuanto la tuve lista, la puse a cuatro patas sobre la cama, me arrodillé detrás y se la clave sin compasión. Estuve follando su culo durante mucho rato. Le daba fuertes palmadas que hicieron cambiar a su culo totalmente de color. Me di cuenta de que eso me gustaba y excitaba. Pensando en azotar con una fusta ese precioso culo, llegué a tal punto de excitación que me corrí como si hubiese sido la primera vez.

Después de que me limpiaran la polla, les di instrucciones para que comiesen algo, se acostaran (tenían unos sacos con paja junto a la chimenea) y me puse a intentar dormir.

Estuve mucho tiempo pensando como convertir mis nuevos y excitantes gustos en realidad. Solo de pensar lo que iba a hacer, se me puso dura.

-¡SARA! –Grité.

Al momento apareció en mi habitación y me vio desnudo sobre la cama y con la polla a reventar y no hizo falta decirle nada. Inmediatamente se lanzó sobre ella y se puso a lamerla y chuparla.

-Clávate en ella.

Inmediatamente obedeció, metiéndosela hasta el fondo mientras me miraba a los ojos.

-No, date la vuelta

Se situó dándome la espalda y se la volvió a meter, empezando un suave movimiento atrás y adelante.

Empecé a darle palmadas en el culo, mientras le decía.

-Más deprisa, puta. Más deprisa

Ella se movía todo lo que podía. Tuvo dos orgasmos antes de que me corriera.

Hice quitarse a Sara de mi polla, una vez que me había corrido, y…

-Negra Ven aquí. –Llamé a la otra esclava, que apareció de inmediato.

-Si amo.

-Chúpamela hasta ponérmela dura.-Le dije, aunque no había bajado mucho.

Se puso a ello con tanta pasión, que en un momento volvía a estar como una piedra.

-Métela por el culo.

Con prontitud, se subió sobre mí y se la clavo de un envión.

Entonces empecé a darle palmadas en las tetas, pidiendo que acelerara los movimientos, hasta que volví a correrme en su culo.

Tras esto, las mandé a dormir, y ya más relajado, pude dormir también.

En los siguientes días, mandé limpiar el establo contiguo, retirando todo lo que contenía, incluyendo los separadores de las caballerizas, dejando el local totalmente diáfano.

Mandé colocar tres vigas o maderos transversales y paralelos entre si, en el techo, dos verticales en la viga del centro con un palo más fino atravesándolos, como si de una escalera con un solo madero central se tratase, otro madero más manejable para poder ponerlo cruzado a la altura que quisiese, sujeto en los laterales con pasadores que encajaban en una tira de agujeros que iba de arriba abajo. Añadí dos poleas en los extremos de cada viga superior, más otra en el centro de la viga central, e hice pasar por cada polea una cuerda lo suficiente mente largas para mis fines.

Me preparé una serie de látigos de distintos tamaños y formas, así como varas y tablas distintas. También hice acopio de distinto material, pendientes, broches, etc.

Del pueblo cercano me traje un recipiente con un tubo y cánula, que utilizaban los médicos para solucionar los problemas de estreñimiento, y que yo había tenido que probar de pequeño y conocía lo molesto que era.

Terminó todo con un acceso desde la casa. No me había dado cuenta, pero desde que empecé hasta que todo estuvo terminado, habían pasado tres meses, entre pedir el material, que lo trajesen, montarlo y dejar todo listo.

Una vez terminado llamé a Sara y entramos en la nueva sala. Iba desnuda, como la obligaba a ir dentro de la casa cuando yo estuviera presente. La llevé ante las vigas verticales, le puse una correa al cuello y sujeté a ella un extremo de la cuerda central, coloqué la viga horizontal a la altura de su tripa. La hice doblarse y até sus manos a las piernas. Tomé las cuerdas laterales y las até a sus tobillos. Abrí sus piernas todo lo que dieron se si y até la cuerda de su cuello a un lado para evitar que se diese la vuelta por su propio peso.

En este punto, tenía el culo hacia arriba y mostraba su ano y su coño totalmente accesibles.

ZASS

Le di una palmada con la mano abierta en uno de los cachetes del culo, dejando la mano un momento y bajándola por la raja hasta pasarla por encima de su coño.

-MMMMMM

Emitió un gemido

-No quiero que grites ni emitas sonidos. –Le dije

Le di otra palmada en el otro cachete, volviendo a bajar la mano hasta su coño.

Oí como soltaba aire y respiraba más agitada.

Golpeaba y acariciaba

Estuve repitiendo esto hasta que me empezó a doler la mano.

Su coño estaba soltando tanto flujo que rebosaba y caía por sus piernas.

Mi polla estaba a reventar

La desaté, quité la viga y volví a atar sus muñecas a la viga central y sus piernas con las cuerdas de una de las paralelas, dejándola sentada en el aire, con el cuerpo en forma de V, con las piernas bien abiertas. Saqué mi polla y se la clavé sin más mientras la miraba a los ojos. Ella bajó la mirada mientras se corría con una respiración muy agitada y sin poder evitar un pequeño gemido de placer.

Estuve bombeando un buen rato, ya que la posición me era favorable y descansada. Ella no sé cuantas veces se corrió antes de que yo le llenase el coño de leche.

Cuando terminé, la desaté y le hice limpiarme la polla. Cosa que hizo con diligencia. Cuando terminó, me dijo:

-Amo. ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Habla.

-¿Por qué cuando me castigas me haces disfrutar tanto? ¿Por qué eres tan extrañamente amable, cuando el amo Tom solamente nos usaba o castigaba sin más?

Recordé las enseñanzas de Desireé, cuando me decía que siempre debía dar placer a la mujer, pero no estaba dispuesto a dar explicaciones sobre mi vida.

-Porque me gusta. –Respondí de forma seca.

-Gracias, amo.

Durante los siguientes días, estuve probando las distintas opciones que me brindaba mi salón de juegos, como llegué a llamarlo. Así como probé los instrumentos que me había preparado.

Ni qué decir tiene que después de cada sesión, follaba su coño y culo hasta cansarme.

Una vez probado todo y realizadas las correcciones que estimé convenientes, entre ellas, hacer un agujero en el centro de la viga suelta y encargar un pene de madera, bien pulido y encerado, que encajase en él, aproveché mis visitas de inspección a los campos de la plantación para buscar con quien utilizar todo esto.

Tropecé con una muchacha que no había visto anteriormente, me acerqué a ella con mi caballo, sin que dejase su labor.

-Tú.-Dije tocándola con el látigo que llevaba recogido en la mano- ¿Eres nueva?

-No, amo. –Dijo sin dejar de trabajar.

-¿Dónde has estado hasta ahora?

-Acabo de salir del barracón de madres, mi hijo ya tiene edad suficiente para trabajar en la plantación. Amo.

No estaba gorda, pero tenía un culo abundante, redondo y prominente, así como grandes tetas algo caídas ya, pero era una mujer de gran belleza. De unos treinta años, me confirmó tres hijos. La envié a mi casa.

Cuando llegué, ambas esclavas me esperaban desnudas y arrodilladas junto a la puerta.

-Vamos a comer algo y a dormir. Mañana os quiero en pie antes de salir el sol.

Así lo hicimos. No llamé a ninguna durante la noche, y antes del amanecer, estaba en pie. Ellas, al oir mis ruidos se levantaron inmediatamente y vinieron hasta mí.

-Que quieres que hagamos, amo.-Dijo Sara.

-Vamos, seguidme hasta mi sala de juegos.

Al entrar, la esclava mirando todos los detalles, y temiendo lo peor.

Tú. -Dije a la otra esclava. –Ponte entre las vigas verticales.

Ella se situó donde le había dicho. Tomé la cuerda central y até sus manos. Ella lloraba en silencio, coloqué la viga horizontal a la altura de su tripa y puse el pene de madera en su sitio, para que hiciese de caballete y la levanté en el aire. Ella sólo decía con voz llorosa:

-Por favor, amo. No he hecho nada. Por favor, amo…

La senté sobre la viga metiendo el pene de madera en su culo y até sus tobillos separando bien las piernas. Ordené a Sara que le comiera el coño, cosa que hizo a la perfección, pues al momento había dejad de llorar y estaba gimiendo de gusto. Le solté una fuerte palmada en el culo. Comprobando que gracias al pene, no se bajaba de su asiento al intentar mover el culo hacia delante.

A partir de ahí, tomé una fusta y fui azotando su culo y tetas. Me di cuenta de que me gustaba cada día más el ver las marcas que deja la fusta en el cuerpo. Aplicaba los golpes secos, primero un golpe sobre uno de los cachetes y luego sobre el otro, alternando unos y otros tanto en vertical como en horizontal. Dejaba un entretejido que me gustaba conseguir con las marcas equidistantes.

Mientras, Sara seguía lamiendo y chupando su clítoris, mientras le metía dos dedos en su coño. La esclava negra gemía alternativamente de dolor y placer. Cada cierto tiempo, alcanzaba unos orgasmos que la hacían gritar hasta quedar en trance, del que la sacaban mis golpes nuevamente.

Mi polla estaba dura y reclamaba su ración también, por lo que la até nuevamente con los brazos y piernas totalmente abiertos, el cuerpo en forma de V y en el aire, a la altura adecuada.

La saqué y la metí directamente en su coño, encharcado por sus corridas y la boca de Sara. La estuve follando largo rato, alternando momentos de movimientos suaves que la hacían suspirar, con otros rápidos y fuertes que la hacían gemir hasta alcanzar un nuevo orgasmo. Cuando estaba a punto de correrme, se la saqué y metí directamente por el culo, donde descargué abundantemente.

Tras esto, mandé a Sara que la soltase y me fui a recorrer la plantación.

Con el paso de los días, cada vez que seleccionaba a una esclava para mi diversión ponían menos cara de susto y más de gusto.

A los diez meses de estar allí hubo que pasar a un negrito de diez años al pabellón de los hombres y a la mujer al suyo. Hubo una escena de lloros e intento de no separarse, el niño por no dejar a su madre y ella porque era primeriza, nada que unos latigazos bien dados no pudiese solucionar.

Al quedar un sitio libre en el barracón de cría, había que meter a otra embarazada, pero como no había ninguna en ese momento, me tocó a mí seleccionar una hembra para cruzarla con un macho hasta quedar embarazada.

Busqué entre las mujeres alguna que me pareciese bien, y seleccioné a una joven, de pechos generosos y anchas caderas, con vistas a un buen parto y mejor lactancia.

Mandé que la llevasen al preñadero, una zona de los establos donde se acumulaba la paja para los caballos, y así lo hicieron.

Como nunca había visto esto, pedí que no se hiciese nada hasta que yo llegase. Al entrar, vi a varios de los capataces, cada uno acompañado de una esclava, a una negra que lloraba y a la que se abrazaba la elegida, que estaba desnuda, todos formando un semicírculo alrededor de un negro enorme también desnudo. Al fijarme en el negro, me llamó la atención su enorme polla, grande, más que la mía y la más gorda que había visto hasta entonces. La llevaba totalmente empinada y la mantenía así recorriendo toda su extensión con la mano.

Di orden de empezar y uno de los capataces se acercó a la muchacha, la tomó del brazo e intentó arrastrarla hacia el centro, ella se puso a llorar y decir:

-No quiero que me hagan daño. Por favor… No les dejes. -Abrazándose más a la otra, que le hablaba con cariño y la separaba de su lado.

-No llores y ten paciencia, no te dolerá mucho y pasará pronto. –Respondía la otra.

Al final cedió ante los tirones del capataz y se separó de ella, pero cuando se giró y vio al negro, que parecía que no lo había visto antes o por lo menos, no lo había visto empalmado, dio un fuerte grito, se zafó del capataz y salió corriendo en mi dirección, sin verme, solo buscaba escapar.

Pude agarrar su pelo, tirando de él, lo que le hizo dar una pirueta en el aire y caer pesadamente al suelo de tierra.

Pisé su pelo para que no se levantara y saqué mi látigo y comencé a darle unos buenos latigazos en su espalda, culo y piernas.

Enseguida vino la esclava que estaba con ella para decirme:

-Amo, por favor, no golpee más a mi hija. Es su primera vez y tiene miedo al dolor. El negro tiene una polla muy grande y se ha asustado mucho. Por favor amo, perdónela. Yo la convenceré para que lo acepte.

Me sorprendió que todavía fuese virgen, pero enseguida tomé la decisión. Pregunté si teníamos otro semental con una polla más normal.

-Tenemos uno que vamos a introducirlo ahora entre los sementales, fuerte y sano, con una polla normal, que fue seleccionado por el amo para cubrir a las hembras, pero que no tiene experiencia.

-Traedlo. –Ordené, cosa que hicieron al momento.

-Qué hacemos con el otro.-Me preguntaron cuando lo trajeron.

-Que el nuevo se tumbe en el suelo y que la negra, de rodillas sobre él, le ponga el coño en la boca para que se lo coma, mientras ella, que le haga una mamada al otro para que se vaya acostumbrando a pollas grandes.

Observé que el negro del suelo no sabía que hacer y que la chica no sabía hacer una mamada. El negro grande cogía su cabeza e intentaba meterle toda su polla en la boca, cosa que ella no aceptaba, asustada por el tamaño.

-¿No les decís lo que tienen que hacer? –Le dije a uno de los capataces.

-Nunca les hemos dicho nada. Son animales y lo llevan en la sangre. Ella se pone a cuatro patas y si no lo hace, el negro la coloca. Luego el negro se la clava. Ella suele gritar, y a veces tenemos que azotarlas. Se mueve un poco y se corre. Los separamos y los llevamos a cada uno a su sitio hasta la siguiente sesión. –Me contestó.

Aunque todo esto no se ajustaba a mis ideas, ni a las enseñanzas de Desireé, me abstuve de hacer comentarios, ya que, si algo había aprendido, era que las ideas esclavistas estaban muy arraigadas y que no se podían discutir. Realmente, era peor que el sistema de castas que imperaba en India.

-¿Cuantas sesiones? –Le pregunté.

-Dos diarias, una por la mañana y otra por la tarde, mientras el negro tenga capacidad de correrse, además, cada una es con un negro distinto, durante 45 días, para asegurar un embarazo. Si sangra en ese periodo, volvemos a comenzar la cuenta desde que termina.

-¿Utilizáis 90 negros?

-No, dos, todas las mañanas es el mismo y todas las tardes es otro, pero siempre el mismo también. Eso nos sirve para controlar los parentescos.

Me acerqué al trío y ordené al negro del suelo que sacase la lengua y se la pasase a ella por toda la raja.

También llamé a la madre para que le hiciese la mamada al otro para que la hija aprendiese.

La madre tomó la enorme polla en su mano y empezó a pajearla, mientras pasaba la lengua por el glande, y metiéndosela en la boca, en la que solamente le entraba la punta y forzando mucho. El negro intentaba metérsela completamente, algo imposible por su tamaño, por lo que ella la tenía que sujetar con ambas manos. A ratos, lamía el tronco y lo ensalivaba bien, para seguir pajeando y lamiendo el glande.

Tomaba la mano de la hija para guiarla en la masturbación, y le pasaba el enorme capullo para que lo chupase, mientras le decía que sacase la lengua y recorriese todo el borde moviendo la punta.

El negro resoplaba, demostrando que, aunque torpes, el tratamiento de la joven le estaba poniendo al borde de la corrida

La hija lanzaba gemidos constantes y algún que otro grito cuando se corría, apagado en parte por el enorme capullo.

Los otros capataces, enseguida pusieron a las negras a mamarla, con lo que el ambiente empezó a calentarse. Yo mismo la tenía totalmente dura, por lo que, en cuanto vi que la hija se soltaba un poco, llamé a la madre para que me la chupase a mi.

La mujer, me dio las gracias otra vez mientras me la sacaba, y se puso a ello con interés, notándose que quería agradarme y dejarme satisfecho por lo que había hecho.

Seguía la misma técnica, lamer mi polla y masturbarme mientras se metía la punta y la acariciaba con la lengua, para volver a lamerla cuando veía que me excitaba demasiado.

Tanto fue el placer que me daba que la cité para esa misma noche en mi casa.

Mientras, la joven llevaba dos o tres orgasmos, por lo que ordené al negro que dejase de comerle el coño y que se la follara, además de ordenar al grande que se pusiera de rodillas.

Con esto, la joven quedó a cuatro patas y no le resultó difícil a su preñador clavarla hasta el fondo de un empujón.

-Mmmmmmm. –Exclamó, sin dejar de chupar la polla del otro.

El preñador empezó a moverse rápidamente, arrancando un nuevo orgasmo a la joven, por los fuertes gemidos que emitió, y se corrió.

Al retirarse, como el otro negro no se había corrido, le dije que se la metiese él, pero que lo hiciese despacio hasta que le entrase y que permaneciese dentro de ella quieto hasta que le indicase, bajo amenaza de latigazos.

Así lo hizo. Dio la vuelta a la muchacha, poniéndola de cara hacia mí, empezando a meterla lentamente, mientras me miraba esperando mi aprobación.

A la muchacha se le iban dilatando los ojos conforme le iba entrando la enorme polla, a la vez que contenía la respiración y la soltaba a golpes, pero no emitió ningún sonido de queja.

Una vez con toda dentro, cuando se normalizó su respiración, asentí al negro, que comenzó a follarla a buen ritmo, consiguiendo que volviese a gritar por nuevos orgasmos o por uno continuado, hasta que el negro se corrió en su interior, permaneciendo con la polla dentro para evitar que se saliese la leche durante un momento, y se retiró cuando le bajó la erección. Al sacarla, su de su coño manó un torrente de leche con hilos de sangre. La muchacha quedó tendida en el suelo.

Yo me corrí en la boca de la madre, que no desperdició ni una gota, me la dejó bien limpia y me la volvió a guardar.

Luego me enteré de que esa mujer había sido esclava sexual de Tom y que la joven era hija suya, como muchas otras y otros que había por la plantación.

En los días sucesivos acudí a la monta de la muchacha, enviando previamente a alguien para que llevase grasa o aceite con el que untar el coño y la polla para hacer más fácil la penetración.

Aduje que en Inglaterra se hacía eso con los animales, porque se había comprobado que al sufrir menos, no había que estar sujetándolos y además las hembras quedaban preñadas antes.

A partir de ese momento, fue norma untar con aceite o grasa, limpios para que los animales no enfermaran, en todos los actos de monta y preño.

Al siguiente día, la muchacha estaba todavía dolorida, sobre todo por la penetración del negro grande. Le volvía a tocar el pequeño. La colocaron desnuda y a cuatro patas en la paja y su propia madre procedió a untarle el aceite por el coño, metiendo los dedos bien impregnados dentro de él, a indicación mía.

Solo con eso, comenzó a gemir y a excitarse. Trajeron al negro y la madre procedió a untarle bien la polla, que también sirvió para ponérsela dura.

Cuando la madre se retiró como consecuencia de mi llamada para que me la chupara, el negro se la clavo a la joven hasta el fondo, haciéndole emitir un grito como consecuencia de la rápida entrada y comenzar a moverse.

El trabajo previo de la madre había sido bueno, porque enseguida volvió a gemir de placer, alcanzando un orgasmo al poco rato.

El negro, que seguía machacando, también se corrió al poco. Esperó a que empezase a bajar la erección y la sacó. En ese momento, el capataz al cargo de todo, envió a la esclava que estaba con él para que se la pusiera dura de nuevo, al tiempo que obligaba a permanecer con el culo en alto y la cabeza sobre la paja a la joven.

Cuando el negro volvió a estar empalmado, siguió follando hasta su nueva corrida, mientras la joven gemía y gritaba. Todavía volvió a empalmarse una tercera vez, pero ya no se como acabo, porque la madre me había sacado toda la leche y me marche a mi trabajo.

Aguantó bien, aunque parece ser que, casi desde el principio, prefería al negro grande, con el que alcanzaba unos orgasmos increíbles. Me dijeron que llegaba al preñadero ya toda mojada, y que su flujo caía por sus piernas. Incluso había alcanzado un orgasmo nada más verle, uno de los días.

Como a los 45 días no había sangrado, fue puesta en el barracón de las embarazadas. La madre me lo agradecía siempre, pues la elegí bastantes veces para pasar por mi casa.

Cuando llegué a la plantación por primera vez, Tom me presentó a su esposa Yulia, a la que saludé y mantuve conversaciones con ella siempre que nos cruzábamos o cuando coincidíamos en los salones, las veces que tenía que hablar con Tom. Siempre la veía como a una gran señora, rubia, bien peinada, con vestidos a la última moda, y una amabilidad envidiable. Pero siempre con un trato lejano

Por eso me extrañó que un día, al atardecer, mientras Sara me hacía una maravillosa mamada arrodillada ante mí, apareciese Tom en mi casa, casi arrastrando a su mujer, que llevaba el pelo revuelto, las ropas rasgadas y señales en la cara de haber sido golpeada.

Tom conocía y me había acompañado a la sala de mi casa, donde habíamos disfrutado de alguna que otra negra.

-¿Qué ha pasado? –Pregunte, mientras separaba a Sara y me guardaba la polla, dura como una piedra.

-Esta puta ha intentado engañarme. Ha estado coqueteando con el capataz de la plantación de al lado, como una imbécil.

-Pero ¿han hecho algo?

-Lo ha intentado, pero la tenía vigilada. Hace días que sé que mi vecino intenta saber cuáles van a ser mis próximos movimientos y su capataz era el encargado de conseguir la información de la imbécil de mi mujer.

-¿Y qué vas ha hacer ahora? ¿La vas a repudiar?

-Lo había pensado, pero ella está decidida a aceptar todo lo que yo quiera con tal de seguir conmigo. He pensado en hacerla pasar una o varias semanas por tu sala de juegos para que vaya aprendiendo obediencia.

-Entonces, es toda tuya. –Le dije, señalando a la puerta.

-No, llevamos demasiados años juntos y no me siento capaz de educarla convenientemente. Nunca hemos follado con luz, ni se ha desnudado para mí, siempre con horribles camisones de dormir. Tampoco me la ha chupado nunca, así como también se ha negado siempre a darme el culo. Tendrás que ser tu quien la eduque y deberás hacer todo lo necesario para que se convierta en una esposa sumisa.

-No. Eso no…. –Empezó a decir ella.

-Zass.

La bofetada que le dio, sonó como un cañonazo.

-Calla, puta. Harás lo que se te mande, quieras o no. –Le dijo él.

-Pero… -Iba a objetar porque tendría que desnudarla y follarla y no me parecía bien, siendo la esposa del hombre que me había acogido y al que consideraba mi amigo.

-No hay pero que valga. Ponte a ello desde ahora mismo. La plantación, con las mejoras que has hecho, funciona perfectamente, por lo que puedes dedicarte en exclusiva a lo que te encargo. Hazlo por nuestra amistad, aunque no te parezca bien.

-Como tú digas. Me pondré a trabajar ya.

-Mantenme informado de los avances. –Dijo dando la vuelta y marchándose.

Por la cabeza me pasó la idea de si no lo habría organizado él para conseguir la sumisión de su esposa. Con un encogimiento mental de hombros, le dije:

-Desnúdate.

Ella pareció no oírme.

Zass, Zass, Zass

Crucé sus mejillas con sendas bofetadas y un puñetazo en el estómago que la hicieron tambalearse y doblarse.

-Voy a darte unas instrucciones sencillas para empezar. No repetiré las órdenes. Si no obedeces a la primera o no lo haces con prontitud, serás castigada. Irás siempre desnuda por la casa. Me llamarás amo, como el resto de las esclavas y, hasta que te la ganes, tendrás menos categoría que cualquiera de ellas. No hablarás a menos que se te pregunte y la palabra amo terminará todas tus frases, Si tienes que decirme algo, te pondrás de rodillas ante mi y esperarás a que te de permiso. Nunca me mirarás a la cara, a menos que yo te lo mande. Te castigaré cuando me apetezca. Te usaré cuando me apetezca y por donde me apetezca y serás castigada si no obedeces con prontitud o pones mala cara. Te irás enterando del resto de tus obligaciones sobre la marcha.

-¿Lo has entendido?

-….

-Zass. Le volví a cruzar la cara.

-Si

-Zass. Otra vez

-Si, amo. –Dijo sollozando y mirando al suelo.

-Zass

-¿A qué esperas?, ¡desnúdate ya! –Exclamé enfadado.

Intentó desabrocharse el vestido, pero no llegaba a todos los botones

-Nnno llego para soltar los botones.

Saqué mi cuchillo, la hice girar y corté los botones, apareciendo ante mí el entramado del corsé, del que también corté todas las cintas. Volví a girarla y esperé a que continuara.

Se sacó las mangas y dejó caer el vestido. Hice una indicación a Sara para que lo retirase. También cayó el corsé, medias y zapatos, quedando en una ropa interior carente del encanto de la francesa, pero que no estaba mal. Hacía mucho tiempo que no veía una ropa interior bonita. Tanto la camisa como el calzón, ambos de color blanco, eran de seda con preciosos adornos bordados.

Como no seguía, volví a intervenir

-Zasss

-¿Qué te pasa? ¿No lo has entendido? ¡Desnuda!

Abrió la boca para decir algo, pero yo ya estaba preparado.

-Po….

-Zass

Llorando, se calló y se quitó la camisa, enseñando unos pechos bastante firmes, no muy grandes, más bien tirando a pequeños, con gran areola marrón y pezones pequeños. No había amamantado a sus hijos y eso se notaba.

Mostraba algo de tripa ahora que el corsé no le ceñía, y una piel extremadamente blanca.

Puso sus manos delante, con los codos juntos, para ocultar sus pechos. Cuando levantaba la mano, se encogió y procedió a bajarse el calzón, que Sara se apresuró a retirar.

Ella quedó encogida, cubriéndose el coño y las tetas como podía.

-Las manos a los costados. No te tapes nunca ante la presencia de tu amo.

Era renuente a obedecer, por lo que la tomé del pelo y tirando de él, la arrastré hasta la sala, tomé dos cuerdas cortas y la puse doblada por la cintura en la viga horizontal, até cada muñeca a la pierna de su lado correspondiente y cada tobillo a las cuerdas laterales, las cuales tensé dejando sus piernas todo lo abiertas que era posible.

Así pude observar su ano pequeño y cerrado y su coño rodeado de un poco de bello rubio, algo más intenso en la parte superior.

Tomé una pala de madera, de las usadas para sacudir alfombras, adaptada a mis necesidades, y le di un golpe en uno de los cachetes.

-Zasss

-AAAAGGG. –Gritó ella.

-Cuando recibas un castigo, no quiero oir nada. Solamente dirás “gracias amo” y nada más. ¿Entendido?

-SSi, amo.

-Zasss –En el otro lado

-mmmmm. Gra…gracias amo.

Le di cinco golpes en cada lado. Lloraba en silencio. Hice una señal a Sara que acudió con un recipiente con aceite y, mientras le daba un suave masaje con el aceite a su culo, pasaba la lengua por su coño, lo que la hizo excitarse. Entonces se dedicó a su clítoris, hasta hacerla estallar en un fuerte orgasmo.

Cuando se recuperó, la solté, pero volví a atar sus manos a las cuerdas de la viga superior, dejándola de pie, con los brazos abiertos y tensos por las cuerdas y me fui con Sara para terminar lo que teníamos en marcha.

Fuimos a la cama directamente, me desnudé y le ordené que hiciese lo mismo. Me acosté boca arriba sobre la cama y le mandé chuparla hasta correrme, ya que la excitación del castigo, unida a la que llevaba anteriormente, me tenía al borde del orgasmo.

No hizo más que ensalivarla bien, cuando le di la vuelta y se la metí hasta el fondo. Sara respondió con un gemido de placer, pues se encontraba totalmente excitada, y me dijo.

-Ten cuidado, amo. Hazlo más suavemente.

-Lo haré como me de la gana y como me apetezca. ¿A que viene ahora esto? Luego te enseñaré a comportarte, igual que a esa perra de la sala.

-Perdona amo, pero tengo que decirte algo.

-Habla.

-Van ya tres veces que no sangro.

-¿Y qué me im….? ¿Estás embarazada?

Gracias por vuestras valoraciones y comentarios. Sugerencias en privado a: amorboso@hotmail.com

Relato erótico: “La esposa de un narco y su hermana. La hermandad” (POR GOLFO)

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Segunda parte de  La esposa de un narco y su hermana son mis vecinas.
 

Como os comenté en el relato anterior, un día como otro cualquiera, la esposa de un narco al que defendí y su hermana ocuparon  el piso pegado al mío. Desde el inicio, la presencia de esas dos rusas cambió mi vida. Si en un principio me jodió por saber que me iban a traer problemas, durante una cena el narco me contrata para defenderlas y para colmo, la más joven muestra una extraña atracción por mí.
Todo se complica cuando después de descubrir que las dos mujeres se consuelan entre ellas,   decido salir  de casa y Sofía, la hermana, se apunta a comer.  En la comida, me informa que entre sus planes está casarse conmigo para evitar que la puedan extraditar. Sabiéndome en sus garras, acepto. Tras lo cual llegamos a mi piso  y hacemos el amor.
Mientras lo hacíamos, Tania nos descubre y mi futura esposa sale de mi cama a explicarle que estábamos prometidos, dejándome solo y preocupado por saber que en cierta forma, me acababa de tirar a su putita…..
 
Capítulo tres:
 
Cuando ya estaba al borde del infarto, sonó mi teléfono y al contestar, Sofía me dijo, con voz alegre, que me vistiera y fuera a su piso. Tania quería hablar conmigo.  Por su tono, supe que le había ido bien, pero aun así tenía el estómago atenazado mientras me ponía la camisa. “Tranquilo, macho”, no dejaba de repetir tratando de insuflarme una confianza que me faltaba.
En menos de diez minutos, estaba tocando la puerta de las dos rusas. El sudor me recorría la frente mientras esperaba que me abrieran. En cuestión de segundos me iba a enfrentar a Tania y no sabía qué hacer ni qué decir. Fue ella la que me franqueó la puerta. Al verla me di cuenta que se había cambiado de ropa. Se había quitado el discreto vestido que llevaba cuando la vi a través del cristal y se había puesto una especie de túnica árabe. Su actitud era lo suficientemente amistosa para estar calmado.
-Marcos, pasa-  dijo llevándome a la biblioteca -tenemos que hablar-.
En silencio la seguí por el pasillo. El modo en que meneaba sus caderas al andar me recordaba al de una pantera, bella y peligrosa. La luz del atardecer al penetrar en la tela de su vestido traslucía  esa figura maravillosa que hacía unas horas había tocado, pero por mucho que la imagen fuese sugerente, no podía  que esa hembra era la cabeza de una organización criminal.  Nada más entrar en el salón me pidió que me sentara. Servilmente obedecí acomodándome en un sofá frente a ella.
Durante un minuto, no hizo otra cosa que observarme con detenimiento, como si fuera un depredador evaluando su presa.  Me resultó incómodo ser el objeto de su escrutinio pero no me quejé al tener claro que era una prueba. Creo que pasé el examen porque yendo al grano, me preguntó:
-¿Qué has visto en Sofía?
Lo prudente hubiera sido decirle que había caído víctima de un flechazo, pero esa mujer era una arpía y no se lo hubiese creído. Tomando aliento, le contesté:
-Ayer en la noche, usted y su marido me contrataron para que me hiciera cargo de la defensa de sus intereses y eso, es lo que estoy haciendo.
-Explícate- me dijo interesada.
-Usted necesita un hombre y no un abogado- al oírlo vi la ira en sus ojos -No me malinterprete, usted siempre ha actuado tras bambalinas. Siempre ha controlado su organización moviendo los hilos de una marioneta. Ese muñeco era Dmitri, pero ahora él no está y le urgía que alguien apareciera ante sus esbirros como la cabeza ejecutora de sus planes-. La vi asentir con la cabeza, lo que me dio fuerzas para continuar: -Si me caso con ella, todo el mundo me verá como el cuñado del jefe y en su ausencia como su máximo representante.
-Marcos, eso me parece bien pero quiero que sepas que quiero muchísimo a esa tonta y no te perdonaría si la hicieras daño- contestó. Acababa de ganar el primer asalto, pero sabía que esa zorra podía cambiar de parecer en cualquier momento por eso me quedé esperando su siguiente paso. -¿Qué es lo que sabes de nuestra hermandad?
-Nada- tuve que reconocer.
-Bien, empecemos entonces por el inicio.  Casi nadie sabe que la hermandad nació en 1921. Tras la revolución, los rusos blancos fuimos derrotados por los bolcheviques y tuvimos que escondernos. Imagino que te sabes la historia-, asentí al haber estudiado que una facción de nobles y burgueses no habían aceptado el poder de Lenin y se habían levantado en armas y que tras tres años de guerra civil habían sido masacrados- Mi bisabuelo, el almirante Aleksandr Kolchak, antes de morir fusilado instruyó a su hijo Viktor para que continuara su lucha y restituyera la Gran Madre Rusia.
-No lo sabía pero he visto la película Almirante- le respondí realmente interesado por lo que me estaba contando ya que los libros de historia hablan maravillas de ese militar nacido en San Petersburgo.
-Entonces sabrás que fue traicionado y que su ejército se disolvió.
-Sí-.
-¡Pues es falso!, mi antepasado dio su vida para que su gente pudiera tener la posibilidad de rearmarse, pero desgraciadamente Lenin era ya demasiado poderoso y su hijo, mi abuelo, tuvo que pasar a la clandestinidad.
Eso explicaba los modales aristocráticos que manaban por todos sus poros. Tanía era la descendiente directa de esos personajes, lo que no entendía como habían llegado a convertirse en lo que eran hoy en día. Me urgía escuchar el final pero debía darle tiempo.
-Al principio fue duro, Stalin veía enemigos por todas partes pero aun así fuimos permeando la nomenclatura y al morir éste, tuvimos poder suficiente para derrocar a su sustituto.
-Kruchev-
-Sí, pero no me interrumpas. Para aquel entonces, mi abuelo ya había decidido que el zarismo era inviable, por lo que nuestra organización se dedicó a servir a nuestra patria colaborando con Breznev pero sin olvidar nuestros orígenes. Fueron unos años durante los cuales colocamos a nuestra gente en posiciones estratégicas del estado que nos permitieran seguir operando y así llegamos a lo que somos hoy en día.
“Unos mafiosos”, pensé. Esta gente había errado el rumbo y se habían convertido en unos vulgares delincuentes. “Nada queda de sus ideales”. La mujer que tenía enfrente no me podía engañar eran una organización tipo la Cosa Nostra aunque lo disfrazaran de falso patriotismo.  Tania nuevamente supo que estaba pensando y dando un golpe a la mesa dijo:
-Te equivocas, no somos unos mafiosos. Puede que hayamos tenido que utilizar métodos violentos, pero seguimos fieles a nuestro fundador y algún día, los descendientes de Aleksandr Kolchak devolverán a Europa al lugar que nunca tuvo que abandonar. Nuestro objetivo es una Europa unida y fuerte que no sea un títere de Estados unidos ni de los árabes.
Los pábulos de grandeza de esa mujer me dejaron de piedra, realmente se veía como la heredera dinástica del imperio ruso. “Está como una cabra”, me dije mientras exteriormente hacía como si estuviera de acuerdo con su misión divina. Si hubiese podido, habría salido huyendo de allí.
-Tu elección, como marido de Sofía, no ha sido gratuita. Te  conocemos desde niño- dijo soltándome un legajo de papeles -Sabemos que tu familia se cambió el apellido en los años 50 y que tu verdadero nombre no es Marcos Pavel sino  Marko  Pavelic.
Esa puta me había desarmado. En menos de un minuto, había hecho trizas una fachada que nos había costado más de sesenta años en forjar. Mi abuelo, Ante Pavelic, líder absoluto de los Ustachas croatas se había refugiado en España, huyendo de los tribunales de guerra y al morir, mi padre, cansado de que se nos asociara a su recuerdo, había españolizado su apellido. Fue entonces cuando viendo mi desconcierto, llamó a Sofía. Mi teórica novia no tardó en hacer su aparición, vestida con el mismo tipo de túnica que llevaba Tania.
-Hermana, nos esperan- dijo nada más entrar.
-¿Hermana?- pregunté extrañado.
-Sí, Marko. Sofía no es la hermana de mi marido sino la mía- y lanzándome una bolsa me ordenó que la abriera. Viendo que en su interior solo había una especie de hacha, le pregunté qué quería que hiciera con ella.
-Te aconsejo que la cojas y no la sueltes- me respondió saliendo de la habitación con su hermana.
Todo parecía parte de una película de misterio. No sabiendo que hacer me dejé llevar por esas mujeres al garaje, donde nos esperaban sus esbirros montados en el coche. Ni siquiera pregunté dónde íbamos al montarme en el Mercedes, me daba igual los fantasmas de mi pasado habían retornado para no irse jamás. Mi mente estaba tan  bloqueada por haber sido descubierto que no me percate que estábamos saliendo de Madrid hasta que llegamos a nuestro destino. Al bajarme del vehículo, miré a mi alrededor y me llevé la sorpresa que estábamos en un finca y que aparcados junto a un edificio que parecía un granero había al menos una veintena de coches de alta gama. “Reunión de mafiosos”, pensé sin saber que el motivo de dicha asamblea  no era otro que más que yo fuera presentado en sociedad.
-Quítate la camisa y coge el hacha- me ordenó Tanía.
Al preguntarle el motivo, me contestó que tenía que pasar la ceremonia de iniciación de la hermandad. Su respuesta me heló la sangre. En una de las escasas reuniones que había tenido con Dmitri, éste me explicó que en la Rusia zarista, los cosacos se volvían hombres luchando contra lobos y como el fundador había sido un noble cosaco, tuve claro que o huía o me tendría que enfrentar al menos con uno de esos canes. Escapar era imposible por lo que no me quedaba más remedio que luchar. Iba a llevar solo un hacha como defensa. Recordé que hacía años había ido a una demostración de la policía donde uno de los agentes se tuvo que enfrentar al ataque de un pastor alemán. El perro se había lanzado al cuello del guardia pero se encontró con el brazo acolchado de su víctima, y éste le había inmovilizado con una descarga eléctrica. Esperando que un lobo tuviera el mismo modo operandi, me enrollé mi camisa alrededor de mi brazo, confiando que fuera suficiente para evitar su mordisco.
Gracias a que desde niño, he sido un aficionado a las armas blancas, no me sentí raro blandiendo esa hacha de doble filo de claro origen medieval.
Al entrar a la nave, supe que mis negros pronósticos se iban a ser realidad porque descubrí que, en la inmensa nave, habían habilitado una jaula circular donde sin ninguna duda iba a tener lugar ese combate.
Nervioso, supe que esa era una prueba que obligatoriamente tenía que pasar para sobrevivir. Que dicha ceremonia fuera parte del pasado y saber que nadie en su sano juicio se enfrentaría voluntariamente a ella, no me servía de nada. Justo antes de una batalla, es inútil que un soldado raso piense que no tiene ninguna razón que le impulse a asaltar una posición del enemigo, sabe que solo puede acatar las órdenes y como dicen en México, atarse los machos y obedecer.
Eso fue lo que hice, sin protestar me dirigí hacia el lugar más alejado de la puerta del recinto y con mi espalda contra la reja esperar a mi enemigo.
Durante los cinco minutos que tuve que esperar a que organizaran tan siniestro festejo, pude observar a los presentes. Una centena de puñeteros mafiosos, sedientos de sangre, esperaban ansiosos el desarrollo de los acontecimientos, apostando y bebiendo sin importarle que, en breves instantes, yo tuviera que lidiar por mi vida contra un animal cuya única culpa era su instinto.
Buscando quizás consuelo, escruté el lugar tratando de hallar a las dos hermanas, a las dos mujeres culpables que yo me encontrara en esa situación.
No tardé en encontrarlas, Tania y Sofía estaban en primera fila, justo encima de donde en teoría iban a introducir al bicho. Esa posición de privilegio era del todo lógico, lo que ya no lo era tanto fue que creí descubrir en ambas mujeres un nerviosismo que no cuadraba con lo que yo sabía de ellas. No era solo Sofía la que estaba preocupada, su hermana, la gran jefa de esa pandilla de hijos de puta y por un motivo que no alcancé a comprender, se estaba comiendo la uñas.
El ruido de los operarios acercando la jaula de mi oponente a la entrada me hizo reaccionar y con mi adrenalina invadiendo todo mi corriente sanguíneo, me giré hacia mi destino.
Abriendo la puerta del recinto, observé que me había equivocado, no era un lobo contra el que me iba a tener que enfrentar sino contra un oso.
-Mierda- pensé completamente acojonado,-¡estoy jodido!-.
Comprendí que solo sorprendiendo al animal y usando el peso de mi cuerpo, podía asestar un golpe suficientemente potente para acabar con el pobre bicho. Solo tendría una puñetera oportunidad y no debía desperdiciarla.
Los osos, siendo unos animales extremadamente agresivos, dudan en atacar a alguien que no se les enfrenta y por eso, bajando mi mirada, busqué alejarme de su presencia. Sabía que evitar sus ojos solo me daba tiempo, nunca una ventaja.
Los gritos ensordecedores del público, además de hacerme saber que no estaban de acuerdo con una postura que consideraban cobarde, consiguieron descentrar a mi enemigo, el cual poniéndose en pie sobre las patas traseras empezó a rugirles amenazadoramente.
Sabiendo que era mi momento y que no tendría una mejor ocasión, me lancé hacha en ristre contra mi despistado oponente.
No sé si fue destreza o suerte pero, contra toda lógica, mi mandoble se fue a estrellar en la mitad de su cráneo, matándolo al instante. Se produjo un silencio expectante. Los malditos mafiosos no salían de su asombro, acababa de acabar con esa bestia sin recibir una sola herida y en menos de un minuto.
Asimilando que debía de aprovechar su desconcierto, mojando mis manos en la sangre del oso, me embadurné mi cara, tras lo cual soltando un aullido, comuniqué mi triunfo.
La misma concurrencia que solo unos segundos antes reprochaba mi cobardía, se levantó como un único ser y aplaudiendo y vociferando se declaró rendida a mis pies.
Satisfecho por mi triunfo, dejé que un pope ortodoxo de largas barbas, me impusiera la capa de cosaco. A partir de ese momento, no me cupo ninguna duda de que era, además de uno de ellos, su jefe ungido. Ungido no por unas leyes hereditarias sino por la sangre derramada y que me había ganado su lealtad.
Saltándose el protocolo, Sofía se lanzó a mis brazos y llorando, me regaló sus caricias. Echándola bruscamente de mi lado y cortando una de las garras del desgraciando animal, me dirigí hacia donde estaba su hermana. Ella era la verdadera dueña de ese tinglado y arrodillándome frente a ella, mostré a los presentes que aceptaba la jerarquía tanto de ella como de su marido.
Entonces fue cuando como si ese lugar fuera las Ventas y mi actuación la de una leyenda del toreo, me vi alzado en hombros y homenajeado unánimemente por todo el respetable. Elevándome sobre sus cabezas, me llevaron a un salón anejo donde con respeto me dejaron en el suelo.
– Marko  Pavelic, ¡Ven y siéntate a nuestro lado!- dijo Tania señalando una silla entre ella y su hermana.
Sin saber que era lo que se proponía esa rubia, me senté y fue entonces cuando levantándose, pidió silencio.
-Queridos hermanos- empezó –muchos de vosotros no estabais de acuerdo en aceptar a un ustacha como integrante de nuestra hermandad y por eso, me exigisteis que lo probara siguiendo las costumbres ancestrales de nuestro pueblo. Como sabéis, al principio me negué porque en el último siglo nadie había sobrevivido al oso. Ahora, os digo: ¿Alguien osa a no reconocerlo como “zarévich”?
Nadie lo hizo y viendo que era unánimemente reconocido como uno de sus príncipes, un grupo de ancianos se acercó y arrodillándose ante mí, me juraron lealtad, para acto seguido todos y cada uno de los presentes me besó dos veces en las mejillas aceptando mi autoridad.
Al terminar, las dos hermanas que se habían mantenido al margen me llevaron a una habitación. Una vez allí, Tania la mayor, tomó la palabra y me dijo:
-Vístete para la ceremonia.
-¿Qué ceremonia?- pregunté.
-Tu boda con nosotras- soltó Sofía muerta de risa.
Como comprenderéis, me quedé helado al oírla y creyendo que había oído mal, insistí:
-¡Será contigo!
Con una carcajada, Tania intervino diciendo:
-A efectos legales, serás el marido de Sofía pero para la hermandad, el zarévich es el jefe absoluto y sobre ti, recaerá el bienestar de todos. Como hasta hoy yo y mi hermana hemos sido las cabezas de la misma, para obtener el puesto deberás casarte por el rito cosaco con las dos. Si preguntas por Dmitri, solo fue mi marido en papeles pero jamás para la hermandad.
La idea de ser el hombre de las dos hermanas era tan cautivante como peligrosa, por eso sin estar seguro de las consecuencias, me empecé a vestir. Al ponerme los pantalones y ser estos de jinete, recordé que en todas las ceremonias cosacas el caballo tenía gran importancia y por eso no me extrañó que al acabar, un grupo de doce cosacos vestido igual que yo llegaran a lomos de esos animales. Cogiendo el que estaba sin montura, me subí a él y entonces pegando un grito, mis acompañantes salieron en estampida alrededor de la finca mientras pegaban tiros al aire con las escopetas que portaban.
Azuzando a mi caballo, corrí tras ellos de forma que los alcancé cuando ya iban de vuelta. Al no conocer sus costumbres, pregunté a uno de ellos que resultó ser el chofer que me había llevado hasta allí que era lo que se me iba a exigir.
-¡Vamos a robar a sus novias!- respondió sonriendo.
Aunque creí que iba a ser una pantomima de secuestro, no pude estar más equivocado porque cuando nos bajamos de los caballos, las dos hermanas estaban custodiadas por una veintena de hombres que no nos lo pusieron fácil. A base de puñetazos, sillazos y alguna que otra patada en los huevos, me hicieron camino hasta donde estaban ellas. Una vez allí, como se suponía que debía robarlas, puse a cada uno sobre uno de mis hombros y salí corriendo mientras mis acompañantes seguían luchando contra los que la defendían.
-¡Debes llevarnos ante el pope!- me gritó Tania satisfecha.
El sacerdote estaba en una de las puertas de salida y con gran esfuerzo, conseguí llegar hasta él y descansando deposité a sus pies a las muchachas. El silencio se adueñó de la estancia.
-¿El zarévich desea hacer uso de su derecho por conquista?- preguntó.
Sin conocer el ritual, respondí:
-Lo deseo.
Fue entonces cuando el barbudo cogió a ambas y obligándolas a arrodillarse ante mis pies, les dijo:
-El zarévich os reclama, ¿Estáis de acuerdo?
-Lo estamos- recitaron al unísono.
Dando la solemnidad requerida, el sacerdote sentenció mi condena diciendo:
-Siguiendo la ley cosaca, Zarévich tome a sus mujeres y que ¡Dios le dé hijos que nos guíen hasta la Gran Rusia!
El estruendo fue ensordecedor, todos los miembros de la hermandad gritaron mostrando su alegría, tras lo cual, el jolgorio se desbordó y dio comienzo la fiesta. Con mis dos mujeres flanqueándome, me llevaron hasta la mesa principal y llenando una copa, me la dieron. Sabiendo que en su país se acostumbra a que el brindis empieza con una historia aparentemente sin relación alguna con la ocasión, pero que termina con una conclusión que acaba relacionándolas de forma inesperada, levanté mi copa y dije:
-Hace setenta años, los bolcheviques echaron a mi familia de Croacia… Hoy les devolveré una patada en el culo, dando un heredero a los verdaderos rusos. ¡Un brindis por Tania y por Sofía!
Me esperaba la ovación pero no que la rubia acariciándome por encima de la bragueta, me susurrara al oído:
-Espero que esta noche, sea esta arma la que uses para someterme.
La promesa que encerraban sus palabras, consiguió excitarme y cogiéndola entre mis brazos, la besé frente a todos. Si por mera lógica ahí debía haber acabado todo, me equivoqué porque  Tania mandando callar tomó su copa, diciendo:
-El invierno en nuestro país es frio y duro … solo espero que en unas horas mi cama no esté tan fría como una noche invernal de Moscú ¡Un brindis por mi marido y mi hermana!
Tras lo cual, se quedó mirando a Sofía, informándola de que era su turno. La pelirroja levantándose, soltó:
-Desde niña siempre he heredado la ropa y los juguetes de Tania… pero esta noche dejaré que ella sea la primera en recibir los besos del Zarévich porque yo ya los he saboreado. ¡Un brindis por mi marido y mi hermana!
La carcajada que su hermana soltó al oírla, no evitó que me diese cuenta de que le había molestado que en público reconociera que ya había sido mía pero en vista del ambiente festivo, pensé que nadie se acordaría. Durante una hora estuvimos bebiendo y bromeando con los presentes, hasta que la mayor de las dos decidió que ya era tarde y llamándome a su lado, me soltó:
-¿Por qué no nos esperas en el cuarto?
Aunque me lo había dicho como pregunta, no me cupo duda de que era casi una orden y como era algo que a mí también me apetecía, cogiendo una botella de champagne y tres copas, subí hacía la habitación. Mientras salía del salón, vi que las dos hermanas hablaban entre ellas. Sabiendo que no tardaría en saber que sorpresa me tenían preparada,  nada más cerrar la puerta, me desnudé.
La sola idea de disfrutar de esas rusas hizo que me excitara y temiendo que al entrar se rieran de mi pene erecto, lo  tapé con las sábanas. Los diez minutos que me hicieron esperar me dio tiempo para meditar en lo que había cambiado mi vida desde que llegaron a vivir al piso de al lado. Si durante años había huido de la herencia de mi familia, a partir de su llegada, el pasado había vuelto con toda su fuerza y comprendí que jamás volvería a ser el anodino abogado. Lo que no llegaba todavía a alcanzar prever era en lo que me iba a convertir…
… Si me dejaba llevar, sería una pieza fundamental en el engranaje de esa hermandad, pero si me intentaba revelar mi futuro seria incierto.
Todo tenía sus pros y sus contras. Como ventajas era el poder que iba a disfrutar pero sobretodo el ser el marido de esas dos bellezas y como amenazas, no pude dejar de valorar el hecho que a partir de ese momento sería un enemigo público para muchos gobiernos.
Fue entonces Tania y Sofía terminaron con mis cavilaciones al verlas entrar únicamente vestidas con unas túnicas casi transparentes. La mayor de las dos me miró desde la puerta y descubrí en sus ojos, una excitación difícil de disimular. Exagerando la sensualidad de sus movimientos, las dos hermanas se pusieron frente a la cama y desanudaron al unísono los cordones que sostenían sus túnicas, dejándolas caer.
Al verlas desnudas, me resultó imposible saber cuál de las dos era más bella. Si bien Sofía era la menor, el cuerpo de Tania no le tenía nada que envidiar. Alta y delgada, la rubia tenía unos pechos exuberantes. Examinando a mi nueva esposa, no pude dejar de recrearme en su estómago liso mientras bajaba mi mirada hasta su sexo.
“¡Qué primor!” pensé al verlo totalmente depilado.
Si por si eso fuera poco, el trasero de la rusa era un auténtico espectáculo. Con forma de corazón, se notaba a la legua que sus nalgas eran firmes y no pudiendo aguantar la exhibición que me estaban haciendo, las llamé a mi lado. Moviéndose sensualmente mis dos mujeres se acercaron al colchón. Una vez allí y mientras yo sufría por la brutal excitación que sentía, se acomodaron cada una a mi lado y me empezaron a besar.
Para entonces mi pene se encontraba totalmente erecto y Tania al sentirlo, sonrió mientras me decía:
-Marko. ¡No sabes lo que he deseado esto desde que te vi con Sofía!
Que la rubia usara la versión croata de mi nombre, no me molestó porque dentro de las paredes de la casa de mis viejos, mis padres me llamaban así. Satisfecho por sus palabras llevé mis manos a sus pechos y por primera vez los acaricié con pasión.  Sus pezones reaccionaron al instante y se pusieron duros mientras su dueña no podía evitar pegar un gemido.
-¡Fóllame!- susurró en mi oído.
Como iba a ser nuestra primera vez decidí hacerlo con lentitud y desoyendo su petición la tumbé sobre las sabanas y bajando por su cuello, disfruté de la suavidad de su piel con mi boca. Usando mi lengua como un pincel, fui dejando un húmedo rastro de camino a sus pechos, Al llegar a mi primera meta, me entretuve recorriendo una de sus areolas. Sofía al verme se apoderó de la otra, dando inicio a una sutil tortura donde la rusa tuvo que aguantar que cuatro manos y dos bocas la acariciaran mientras ella se retorcía de placer.
-¡Hazme tuya!- me pidió descompuesta.
Haciendo nuevamente caso omiso a sus órdenes, seguí bajando por su cuerpo cada vez más lento. Al irme acercando a su coño, Tania era ya un volcán a punto de explotar y por eso en cuanto la punta de mi lengua tocó su clítoris, se corrió dando gritos. Sus aullidos lejos de azuzar la velocidad de mi toma de posesión de su cuerpo, la ralentizó y me puse a disfrutar del sabor del flujo que salía de su sexo.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- chilló urgida de que la tomara.
La forma tan evidente con la que externalizó su calentura hizo que soltando una carcajada, su hermana le dijera:
-Ya te dije que nuestro marido es un amante experto- para acto seguido besarla mientras con sus dedos le pellizcaba los pezones.
Sin importarme sus quejas, seguí a lo mío y separando los pliegues de su chocho, me lancé a disfrutar de ese manjar. Aunque deseaba hacerla mía, comprendí que debía ir por etapas para conseguir su completa rendición y por eso pegando profundos lametazos en su botón, aproveché para introducirle un dedo en su interior.
-¡Me encanta!- aulló separando aún más sus rodillas.
Al tener el coño completamente encharcado, un dedo no fue suficiente por lo que no me quedó más remedio que meterle un segundo mientras con los dientes empezaba a mordisquear su clítoris. Mi víctima, en cuanto experimentó la ruda caricia, temblando sobre el colchón volvió a experimentar un segundo orgasmo y berreando en ruso, cerró sus puños evidenciando el placer que asolaba su mente.
La excitación de Sofía se desbordó al verla gozar y dejando la relativa pasividad con la que se había comportado,  puso su sexo a disposición de la madura. Tania no se hizo de rogar y mordisqueando el clítoris de su Hermana, consiguió sacarle los primeros suspiros de placer y con la lengua fue recogiendo el flujo que manaba del interior de la cueva de la morena mientras sus manos  se aferraban a su duro trasero.
Tengo que reconocer que mi más que excitado pene me pedía participar y por eso decidí que ya había llegado el momento. Cogiendo mi erección entre mis dedos, la acerqué a la entrada de su vulva y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató realmente la pasión de los tres y gritando como una loca me pidió que la tomara sin compasión mientras ella hacía lo propio con Sofía.
Como os podréis imaginar, no tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y disfrutando cada una de mis penetraciones, no dejó de comer el coño de su hermana menor.
Curiosamente fue esta la que pegando un berrido se corrió pidiendo tregua pero al igual que había hecho yo con ella, Tania hizo oídos sordos y prosiguió con su quehacer. Al ver el estado de mis dos mujeres, me terminó de calentar e incrementando el compás de mis incursiones, me lance a asolar todas las defensas que le quedaban a la rubia en pie.
No tardé en observar que le costaba respirar y que sus muslos estaban empapados. No pudiendo soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, buscó mmi placer mientras su lengua terminaba de recoger el fruto de su hermana. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras mis dos mujeres no dejaban de gritar por el placer que estaban sintiendo.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ellas, les pregunté que le había parecido:
-Ha sido maravilloso- me contestó Sofía con una sonrisa en los labios, – nunca habíamos sentido tanto placer pero….¿No creerás que hemos terminado?, es mi noche de bodas y todavía no me has hecho tuya.
Soltando una carcajada, le respondí:
-Cariño, ¡Somos tres!- y dirigiéndome a Tania, le pregunté: -¿Te apetece que entre los dos nos la follemos?
Muerta de risa, la rubia asintió y besando a su hermana en la boca, dio inicio nuestro segundo round.

Relato erótico: “Rompiéndole el culo a Mili (26)” (POR ADRIANRELOAD)

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En la cabaña había dejado a Guille sumido en pensamientos, quizás en dudas por lo que vio. ¿Estaría sospechando?¿se le habría antojado la misma situación?… o quizás la imagen de verme amarrado quizás le trajo a Guille recuerdos de su depa, cuando Vane era la amarrada.

– Guille, me llevas a mi casa por favor… le había pedido Vane avergonzada en aquella ocasión.

Guille bajo con ella al estacionamiento. Vane estaba nerviosa, contrariada, por momentos temblorosa, había sido una terapia de shock la que se le impuso. Por momentos lucia ida, Guille quería direccionarla al auto o quizás confortarla con su mano en su hombro… pero Vane reaccionaba huyendo.

Evidentemente Guille al notar lo turbada que estaba también sintió remordimiento, lo audaz que sonó aquel engaño para neutralizar a Vane, también tuvo consecuencias. Solo habíamos pensado en como bloquear sus chantajes, pero no se nos ocurrió como reaccionaria, como la afectaría. Olvidamos que a pesar de todos sus arranques, Vane también tenía sentimientos.

Subió al auto, Vane por instinto se sentó detrás… quizás acostumbrada a que cuando ella no manejaba, lo hacia el chofer de la familia, un mestizo como Guille. Esta vez el entendió la situación, no se molestó, solo le pidió amablemente que lo acompañe adelante, total más de lo que le hizo en el departamento no le podía hacer ya en el auto.

Ella acepto, pero apoyaba su hombro contra la puerta, tomándose la cabeza con la mano y su brazo apoyado en el espejo. Estaba pensativa, tras intentar conversar con ella sin mayor respuesta, Guille decidió dejarle su espacio. Hasta que al fin pareció reaccionar:

– ¿Por qué siempre eras bueno conmigo?… pregunto Vane saliendo de su mutismo.

– Y ¿Por qué no debía serlo?… replico Guille.

– Porque… no lo sé…

En el esquema mental de Vane, seguro bajo lo que le inculcaron, los mestizos solo eran buenos cuando querían algo a cambio. Obviamente Guille no quería ningún tipo de favor o retribución económica de la niña rica, en principio quería su amistad y quizás ganarse su cariño porque le atraía Vane.

– Lamento haberme distanciado de tu amistad… le dijo sinceramente.

– No te preocupes… respondió Guille compungido.

Luego le explico que varios de sus amigos (blanquitos) habían notado que Guille se le pegaba mucho y algún comentario se les escapo en su casa. Su abuela al enterarse puso el grito en el cielo y Vane para evitarse problemas, comentarios, decidió alejarse.

Si bien Vane podía lucir independiente para muchas cosas, aun la unía esa especie cordón umbilical con su familia. Guardaba gran respeto por su abuela, porque ante la ausencia de sus padres ella prácticamente la crio, esa anciana descendiente de los alemanes de la segunda guerra mundial. Así Vane durante su crianza a manos de ella asimilo varios de sus complejos nazis.


7Obviamente las explicaciones de Vane, enterarse de todos sus traumas y complejos, tampoco le hacían mucha gracia a Guille… evidentemente ella no decía las cosas de mala fe, pero eran chocantes para Guille notar como era visto por su abuela y amistades, así como, en parte, por la misma Vane.

– Mejor no digas más… ya me di cuenta como me aprecian en tu entorno… dijo Guille.

– Pero yo no soy así…

– Uno es lo que hace, no lo que dice… replico Guille.

Vane se dio cuenta que en realidad sonaba feo discriminar a la gente, seguro era partidaria en contra, hasta daría discursos. Sin embargo su manera de actuar se contradecía con lo que decía, alejo a Guille solo para estar bien con sus amigos y su abuela.

– Entonces… no quiero ser así… dijo Vane nuevamente llorosa.

En este punto Vane estaba confundida, entre sus caprichos, lo que creía correcto, lo que le inculcaron, lo que sucedió y con quien. Guille procuro entenderla y no abrumarla más pidiendo explicaciones.

Solo después Vane recordó lo que le pidió a Javier, que aprovechara su encuentro conmigo para tomarnos fotos. Recordó su venganza y a lo que nos llevó y comenzó a arrepentirse, quiso cortar esa cadena de revanchas… pero era muy tarde para advertirme.

Luego sucedió lo ya sabido, Vane intento congraciarse con nosotros, llamo a Mili para disculparse, luego Guille le pidió que nos acompañe y fue a su casa donde me esperaron. Ante mi cara de decepción por su presencia, Vane en el camino al club se dedicó a retomar su amistad con Guille.

Ya en el club, Guille aprovecho la situación para profundizar su amistad en todo el sentido de la palabra, sobre todo en el rio. El pobre Guille intento llevar a Vane por algunos rincones del club sin mayor suerte, Vane no era tan tonta y se daba cuenta que la situación del día anterior lo había dejado con ganas de más… pero ella no estaba segura si deseaba lo mismo.

Estuvo esquivando cada propuesta, cada insinuación… hasta que Guille se dio maña, gracias a mí también, ya que me vio persiguiendo a Mili por ese camino de tierra. Le hizo ver a Vane mis intenciones y eso dio cabida a que nos siguieran… no con la misma rapidez, para darnos nuestro espacio.

Así que en el camino, Guille la desvió del buen camino… creo que ya lo había hecho la noche anterior, y creo que Vane no andaba por el buen camino desde que me vio con Mili en el baño… en fin, el asunto es que Guille vio su oportunidad en el primer desvío del bosque, y Vane cayo redondita.

En el camino la mantuvo distraída con conversaciones que ni el mismo recuerda, solo sabía que su corazón latía fuerte, con ansiedad de volver a poseer a esa blanquiñosa engreída que lo traía loco. Por momentos también tuvo temor de como reaccionaria ella si el intentaba nuevamente sodomizarla…

En menor medida Guille tenía algo de temor…. Porque no sabía dónde mierd… estaba ni a donde ir… si bien había ido al club un par de veces, pero le tenía cierta fobia a los bosques. Me conto que cuando era niño hizo un viaje familiar a la selva, y en el camino al hospedaje en el medio de la selva una pequeña culebra le cayó de una rama, eso dice su padre, si le preguntan a Guille les dirá que fue una anaconda.

El asunto es que poseer nuevamente a Vane, esta vez esperaba que sea por voluntad propia de ella, lo tenía con la adrenalina al máximo que se arriesgó a adentrarse al bosque, claro que evitando chocar con ramas…

– ¿Te pasa algo?… pregunto Vane viéndolo un tanto paranoico con los sonidos del bosque.

– No… nada… estoy bien… replico Guille, disimulando mientras sudaba.

Vane quiso distraerlo, pero quizás no eligió el tema de conversación adecuado:

– Hace cuanto que Dany y tu son amigos…

– Desde que empezamos la universidad… respondió Guille algo incómodo, no la llevo a esos parajes para hablar de mí, sin embargo era el buen Guille y agrego: …es buen amigo.

– Y ¿desde cuando sale con Mili?…

– Me parece que hace no mucho, pero creo que lo engancho… dijo Guille viéndome enamorado.

– Si lo vi en el baño… dijo con mueca graciosa Vane recordando cómo nos vio.

– Jajaja… no me refiero a eso… creo que Mili hizo que se enamorara de ella… dijo Guille, en parte también para quitar a Vane la idea de que aun yo seguía disponible.

– Si, nunca lo vi con una chica en la facultad… siempre amable, caballeroso, pero perfil bajo… como si ocultara algo… ahora se atreve a pelearse con Javier frente a todos por ella… dijo Vane.

– Bueno, él tuvo un amorío complicado con una chica parecida a Mili… dijo Guille y dándose cuenta que no le correspondía hablar más de mi intimidad, prefirió no continuar.

– Oh… ya veo… asintió Vane, quizás dando sentido a mi predilección por Mili en vez que a ella.

– Si creo que las morenas son su debilidad, lo vuelven loco… afirmo Guille como para sentar la idea a Vane que se olvide de mí, que no era mi tipo.

No la había llevado en medio del bosque, venciendo sus miedos y en busca de en un romántico atardecer para hablar de su amigo con la chica que le gustaba. Guille quería crear su oportunidad y el destino se la dio…

– Wow… que hermoso paisaje… exclamo admirada Vane.

Habían llegado a la rivera del rio… la arena empezaba a lucir naranja por la puesta del sol entre las montañas, era un paisaje verde surcado por un rio tranquilo, un clima tibio con una brisa refrescante.

– Sentémonos un rato… dijo Guille, haciendo su jugada.

– Pero… Mili y Dany… replico Vane recordando porque habían ido allá.

– Ya aparecerán… respondió Guille.

Al final Vane en el fondo sospechaba lo que se venía, dejo las cosas fluir o que Guille las hiciera fluir a su modo… al final Guille fue una de las pocas personas que la trato con cariño y respeto, sus amigos por demás eran muy confianzudos y más de uno intento embriagado caerle a la mala en alguna reunión.

– Me preguntaste porque te trataba bien… dijo Guille adivinando sus pensamientos.

– Sí… replico Vane sabiendo que se venía una declaración.

– Me gustaste desde la primera vez que te vi… en realidad si soy gentil con las chicas, pero contigo me nace ser más amable, cariñoso…

– ¿Pero que tengo yo que te guste?… pregunto Vane, iba más allá de lo físico y Guille lo entendió.

– Eres inteligente, amable, graciosa… solo que cuando estas con tus amigos te transformas… no eres tu… te dejas llevar… y…

– Lo se… lo se… lo siento… no quiero ser así, ya no… dijo Vane, tapándose el rostro queriendo sollozar de nuevo.

Entonces Guille busco que reconfortarla… alejo sus manos, vio su rostro enrojecido con la algunas lágrimas y los ojos entrecerrados mirando abajo, ella siendo altiva en las ultimas semana sentía vergüenza que la vuelva a ver así, como una mujer débil… Guille aprovecho el momento y la beso…

Vane en ese momento quería sentirse querida, valorada y las palabras de Guille alabando sus cualidades le daban a entender que el veía más en ella que su rostro o su cuerpo… él la trato bien, y si estuvo equivocada eligiendo chicos que no la querían… que de malo tenía en darle la oportunidad a alguien que si buscaba su amor…

– ¿Qué haces?… pregunto Vane ofreciendo algo de resistencia, mientras Guille comenzaba a acariciarla por debajo de la ropa.

– Tenerte de la manera correcta… con amor, como te mereces… replico Guille entre jadeos.

Aquella respuesta termino por desarmar a Vane, que fue dejándose caer de espaldas sobre la arena, mientras Guille se posicionaba encima de ella, sin dejar de besarla… Vane aun no preparada mentalmente para seguir esa situación, seguía con los ojos cerrados, igual que la vez anterior, solo quería sentir… sentirse amada…

Vane llevaba una blusa suelta y una falda también holgada, después de vestirse el día anterior como prostituta de lujo y viendo lo que causo las veces que se vistió así, ese día prefirió vestirse como antes, nada llamativa… aun así Guille ya sabía lo que había debajo de esas fachas…

Mientras Guille aun ansioso y tembloroso pugnaba por desabotonarle la blusa, mientras que vane instintivamente le jaloneaba la correa. Él le subió presuroso la falda, mientras ella le bajo un poco el pantalón y su verga salió disparada, empapada en sus líquidos por su ansiedad, que a su vez hizo que le ladeara la ropa interior de ella.

– Ouuu… uhmmm… gimió Vane al sentir la verga mestiza del apurado Guille metiéndose en su aun poco lubricada vagina.

Guille se la empujo con rapidez lo más que pudo, no quería que Vane se arrepienta, que dudase y se le escape… así que le zampo media verga sin miramientos… ella se estremeció adolorida, pero no quiso oponerse, en parte porque le gustaba sentirse deseada y en parte por temor a como reaccionaria Guille si lo rechazaba.

– Más despacio… si… le pidió ella mordiéndose los labios.

A tanto había llegado el frenesí de ese momento para Guille, que sentía que no tardaría en venirse… una cosa era someterla analmente cuando ella no se daba cuenta que era el por estar amarrada, pero ahora era diferente… la tenía como él quiso desde que la vio… por las buenas, con cariño, con su consentimiento, con su entrega… con ese paradisiaco paisaje… era perfecto… mejor de lo que imagino…

– Si… asiii… oh my god… uhmmm…

Ahora Guille se movía más armónicamente, se había acomodado mejor sobre ella… intento dominar su mente para evitar venirse precozmente. Intento no pensar en aquella humedad que Vane le ofrecía, producto de su excitación, procuro no prestar atención a sus gemidos satisfactorios.

Solo había una cosa que le molestaba a Guille… Vane seguía con los ojos cerrados, disfrutando eso o tal vez pensando que alguien más se lo estaba haciendo… en ese momento su mente le jugó una mala pasada… comenzó a recordar porque se iniciaron las cosas, era por la Vane que lo desprecio y que estaba tras su amigo Danny, tanto que lo chantajeo para estar con ella… eso lo enojo…

– ¿Por qué no me miras?… le pregunto ofuscado.

– ¿Que?… exclamo Van, abriendo los ojos y saliendo de su trance, ver a Guille molesto la asusto.

– Estas pensando en el ¿verdad?… en Danny… dijo Guille penetrándola fuertemente.

– No… no… Guille… no es asiii… cálmate… le rogaba Vane.

Él estaba endiablado, poseído por la ira… también estaba cansado de ser el segundón, así como Vane no era prioridad para mí, sentía que ella no lo tomaba como prioridad a el… que era su premio consuelo, su peor es nada… no quería sentirse así, también quería su venganza… dejo de ser el buen Guille…

– Te daré algo para que pienses en mí…. Le dijo furioso.

– Nooo… se quejó Vane adivinando lo que venía.

Guille le levanto la cintura a Vane rápidamente, ella quiso contraer sus nalgas para evitar su arremetida, pero fue muy tarde, el envión brusco que hizo Guille la tomó por sorpresa… Guille lo hizo para tener su ano a su merced… y lo consiguió… luego simplemente se la clavo bruscamente…

– Ahhhh…. Ohhh… exclamo Vane sollozante por el dolor.

Con la verga incrustada de Guille en el ano nuevamente… Vane reacciono instintivamente apretando sus músculos, pero era tarde, ya la tenía atorada… y más bien apretar no solo le causo dolor a Guille sino a ella también… comprendió que no podía hacer nada… dejaría que la someta …

– Ves… mira… es mi verga la que te hace feliz… decía Guille febril.

– Siii… siii Guille… eres tu… decía Vane siguiéndole la corriente, intentaría calmarlo.

– Míralo… replico Guille casi obligándola.

Guille quería que Vane levante la cabeza y pudiera ver hacia abajo, en su entrepierna, como se unían, como su mestiza verga entraba y salía infructuosamente de su hasta hace poco el virgen ano. Era la primera vez que ella veía ese espectáculo, la vez anterior Guille la había sometido por detrás. La imagen de ahora fue llenando su morbo, esa oscura herramienta la estaba sodomizando otra vez.

– Ohhhh… goddd… uhmmm… asiii… exclamo Vane.

Ella que inicialmente había sufrido su arremetida, que había clavado sus uñas en la espalda de Guille, cosa que él no sintió por la adrenalina… ahora Vane relajaba sus manos, sus dedos que antes hacían puños, ahora comenzaban a acariciar su espalda… el mestizo la estaba sometiendo otra vez y le agrado.

– ¿Te gusta?… se atrevió a preguntar Guille, menguando su enojo al ver que Vane lo disfrutaba.

– Cállate y bésame… le replico Vane, que también parecía de armas tomar.

Guille empezó a besarla como enamorado, tiernamente… pero Vane no quería eso, lo tomo prácticamente de la nuca y lo jalo hacia su rostro. Mezclaba sus gemidos y jadeos con la sorprendida lengua de Guille, que prácticamente se estaba ahogando.

– Espera… decía Guille, que ahora no podía contener la fiera que había despertado.

– Ohhh… Más rápido… más fuerte… uhmmm… le exigía a su vez Vane.

Si él podía martillarle sus blancas nalgas con su mestiza ingle, clavarle su oscuro miembro hasta sus entrañas por su pequeño agujero… ella también se creía en derecho de disfrutarlo a su manera, con besos salvajes, con sus manos jalándolo hacia ella, apurándolo en sus movimientos para que le dé más…

– Ohhh yesss… ohhh yesss…. Yaaaa casiii…. Uhmmm… exclamo finalmente Vane.

Guille que llevaba un rato conteniéndose, temía que si se venía antes de tiempo Vane lo golpearía, así que por fin pudo relajarse y eyacular en la tibia y estrecha cavidad de Vane. Guille también quiso durar para no dejar una mala impresión, quería sentar su propia huella para no ser comparado luego.

– Ohhh… ufff… resoplo Guille cansado.

Se dejó caer parcialmente sobre Vane… que también respiraba dificultosamente. Poco a poco la verga flácida de Guille comenzó a salirse del enrojecido y maltratado ano de Vane.

– Uyyy… apártate, me vas a manchar… dijo ella haciéndolo a un lado.

La leche caliente de Guille comenzaba a salir por el esfínter de Vane, ella recogió su falda y el semen comenzó a caer en la arena. Su ropa interior estaba jaloneada a un lado, estirada, la liga ya no le ajustaría… Vane lo entendió y se la quitó, usándola para limpiarse…

Guille a un lado, echado de espalda, aun recuperaba su respiración, quizás esperando como la vez anterior, que Vane en un ataque de locura pasional le limpie la verga…

– Ya estoy… vístete… está oscureciendo… le pidió Vane, matando la fantasía de Guille.

Había sido un encuentro raro, empezó con una Vane sumisa y termino con la chica altiva y mandona que era por momentos. Guille pensó que era su manera de protegerse para evitar sentir algo, para cuidarse.

Vane sabía que Guille esperaba una succión, pero para ella no era habitual hacerlo, era suficiente para un día, se dijo. Tampoco sabía que vendría después, en parte lo dejo hacer para resarcirlo de lo que le hizo, en parte para sentirse amada… lo disfruto, le gustaba que el la adorara como en el curso cuando hacia todo por complacerla… pero sentir algo más por el… más allá de los traumas en su casa o lo sucedido… Vane en realidad no sabía si lo quería de verdad.

Viendo a Guille un poco resentido por su mutismo y aislamiento, incluso la forma mandona en que lo volvió a tratar… Vane nuevamente se sintió culpable y que debía ser más amigable con él. Por momentos ella llego a sentir que Guille era la chica de esa relación, porque lo veía más sensible… así que se le pego y le converso, el paso su brazo sobre su hombro y ella lo dejo.

Sin recordar que fueron so pretexto de buscarnos terminaron ahí, comenzaron su camino de regreso entre los árboles. Guille nuevamente por momentos ansioso, no solo por el bosque sino por pensar en el futuro, que tendría que enfrentar a la familia de ella y sus amigos. Al menos sus pensamientos denotaban que era bastante optimista de lo que pasaría de ahí en adelante.

Así, tras entregarse a Guille en la ribera del rio al atardecer, en una escena por demás romántica y que quedaría en el recuerdo de ambos, de manera diferente en cada caso. Era la segunda vez que Vane estaba con Guille íntimamente, la primera vez conscientemente.

Es por eso que Vane le asaltaron algunas dudas a Vane sobre lo sucedido el día anterior, cosas que no se atrevió a preguntar en el momento por lo vergonzosa de la situación, pero que ahora en más confianza se animó a preguntar… lástima que no fue para bien…

– A todo esto, ¿de quién fue la idea de amarrarme?… pregunto Vane curiosa.

– Fue idea de Danny… replico Guille.

– Pensé que había sido tu idea…

– Bueno, en realidad él tenía la idea en bruto y yo le ayude a pulirla con detalles… agrego Guille que no quería parecer manipulado por mí.

Quizás le habría parecido todo bien hasta ese momento, había asimilado la idea de que Guille en su despecho por no tenerla había ideado poseerla y que aprovechando la coyuntura mía con Mili, Guille propuso esa solución, más que por salvarme a mí, por su amor a ella.

De pronto no le cayó tan bien enterarse que Guille había sido usado por mí, para mis motivos, en parte su ego herido de que el amor por ella no fuera la causa principal de ese engaño. Tal vez ahí volvió a nacer ese resentimiento, odio, de no ser tomada en cuenta, así como sus padres tampoco la priorizaban.

Nuevamente se activó la peor versión de ella, otra vez planearía su venganza en con la persona que le arruino sus fantasías, que le negó lo que Vane creía que le correspondía. Esta vez solo se prometió que sería la última vez que se vengaría… se daría su revancha y ahí quedarían las cosas… al menos para ella.

Continuara…

Relato erótico: “Cuento de Navidad. Tercera parte.” (POR ALEX BLAME)

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Tercera Estrofa

Elena llegó a la oficina aun con una sensación rara recorriendo su cuerpo. Julia le estaba esperando. Antes de darle la agenda del día le recordó que su vuelo para Chicago salía en poco más de veinticuatro horas. Se sentó tras su escritorio y con un gesto invitó a Julia a retirarse.

Justo antes de que la joven abandonase el despacho, llevada por impulso, le preguntó:

—A propósito. ¿Qué tal está tu hijo? —dijo Elena fingiendo interés por la respuesta.

—Oh, bien señora presidenta. Crece muy rápido. —dijo Julia .

—Me alegro. Debe ser un chico muy duro.

—Desde luego. —respondió la madre orgullosa.

—Creo que nunca me has contado qué ocurrió.

—Mala suerte. Cuando era apenas un bebe cogió la tos ferina. Estuvo gravísimo. Los médicos lograron salvarle la vida, pero la falta de oxígeno le dejó como secuela una parálisis cerebral. —dijo la joven provocando en Elena un escalofrío.

Apenas fue consciente de que su asistente se había ido cerrando la puerta tras ella. Elena estaba concentrada intentando recordar dónde podía haberse enterado del origen de la enfermedad del hijo de Julia. Quizás en una comida, o una conversación telefónica… Lo tenía que haber oído en algún sitio y luego su mente lo había introducido en el sueño, pero por más que se devanaba los sesos no recodaba ni cuándo ni dónde.

Pasó la jornada un con aquel desagradable asunto revoloteando por su mente, afectando a su concentración. Finalmente poniendo como excusa que tenía que preparar el equipaje para el día siguiente, se fue a casa una hora antes de lo que tenía planeado.

Así y todo, cuando llegó, eran más de la una de la mañana. Tratando de no pensar en nada se duchó, se puso un camisón limpio y se metió en la cama. La única manera de convencerse de que todo aquello no era más que un mal sueño era dormir y comprobar que no habría nuevas visitas aquella noche.

Con una mezcla de temor y expectación Elena cerró los ojos.

Cuando los volvió abrir, un rostro delgado y sonriente la estaba observando con atención.

—Buenas noches —dijo el muchacho— Soy el fantasma de las navidades presentes y tú y yo vamos a dar una vuelta, nena.

Elena miró al joven que vestido con una camiseta y una cazadora de cuero raída esperaba jugueteando con un cigarrillo. No podía creerlo ¿Cuántas posibilidades había de experimentar esos extraños sueños dos noches seguidas.

—Créeme, nena. No estás soñando —dijo el joven espectro guiñando un ojo y posando su mano sobre la de Elena.

De nuevo aquel torbellino, de nuevo oscuridad… Cuando las tinieblas se disiparon, Elena miró a su alrededor estaban en el recibidor de la habitación de un hotel. La moqueta sucia y los muebles gastados le indicaron que debía ser un motel barato. Unos susurros y unos suaves gemidos provenían de una de las dos puertas que daban a los dormitorios llamaron su atención.

Cuando atravesó la pared y vio quién estaba en la cama no pudo evitar soltar un gemido de sorpresa.

—¡Joder! ¡Será hijoputa el macaco este! —estalló Elena al ver a su marido acariciando el cuerpo desnudo de una mulata— ¡Te vas a enterar! ¡Voy a pedir el divorcio y te voy a dejar en bolas!

—Aguanta y observa, nena que esto se pone mejor. Y recuerda antes de contratar a los abogados que esto pasara mañana. Tendrás que esperar veinticuatro horas.

—Un hijoputa es un hijoputa. —replicó Elena un poco más controlada.

Mientras tanto, Arturo ajeno al cabreo de su esposa, estaba recorriendo el cuerpo desnudo de la mujer. Besando su piel caramelo, acariciando unos pechos grandes y tiesos con unos pezones negros y duros.

Elena no quería mirar pero los gemidos de la prostituta atraían lo más morboso de su personalidad y al final sucumbió a la curiosidad.

Cuando volvió a mirar, Arturo estaba tumbado entre las esbeltas piernas de la joven acariciándolas con suavidad con la mirada perdida en el bello rostro de la joven mulata.

Elena observó con envidia aquellos labios gruesos y rojos, los ojos grandes color avellana y las pestañas largas y rizadas. Todo el conjunto estaba rematado por una nariz pequeña y ancha y unos dientes pequeños y blancos como perlas que le daban un aire pícaro e irresistible al conjunto.

La mujer gemía y se estremecía con cada caricia mirándole con ojos hambrientos. Su marido agarró a la mujer por las caderas y le besó el vientre oscuro y terso y su pubis depilado. La joven se estremeció de nuevo y abrió aun más sus piernas, tensando sus potentes muslos y librándose de los incómodos tacones de dos patadas.

Arturo se lo tomó con tranquilidad y siguió besando y acariciando el pubis desplazándose poco a poco hasta llegar a su sexo. Con suavidad separó los labios vaginales descubriendo la delicada entrada de su coño, húmeda y rosada. Con parsimonia Arturo acercó la punta de la lengua y recorrió toda la sensible superficie. La mulata agitó las caderas gimiendo y acariciando la cabeza de Arturo, intentando atraerla hacia ella.

De repente Arturo separó los muslos de la mujer y enterró la lengua en el interior de su coño. La mujer soltó un grito de sorpresa y se dobló en dos. Arturo no le dio tregua y la penetró con sus dedos con violencia.

Elena pensaba que parte de todo aquello debía ser teatro. La mujer se retorcía y gemía desesperadamente arqueando su espalda de manera que sus pechos resultaban aun más apetitosos.

Arturo también su fijo y lanzándose sobre la mujer como una fiera hambrienta le agarró los pechos y se los chupó y mordisqueó hasta que la mujer comenzó a suplicarle que le follara.

Esta vez su marido no se hizo de rogar. La polla que tanto conocía resbaló con suavidad dentro de la mulata mientras esta acariciaba el rostro de Arturo y le decía lo grande y sabroso que era su miembro. Con delicadeza, le envolvió las caderas con sus piernas mientras respondía con gemidos y caricias los rápidos e intensos embates de su amante de turno.

Los muelles crujían y el cabecero de la cama golpeaba al ritmo de los empujones de su esposo. Elena vio como la joven se abrazaba a él y le clavaba las uñas fingiendo un monumental orgasmo.

Arturo se retiró un instante y observó el cuerpo estremecido y brillante de sudor, recreándose en la belleza de aquella mercenaria. Tras unas últimas caricias la puso de lado y se acostó tras ella penetrándola de nuevo. La mujer ronroneó y agarró las manos de Arturo para colocarlas sobre sus pechos. Esta vez los empujones fueron más suaves. La joven movía las caderas y cruzó las piernas intentando aprisionar aquella polla lo más estrechamente posible.

La prostituta sabía lo que hacía. Gemía suavemente mientras Arturo la follaba y deslizaba sus manos por su cuerpo. Parecía que iban a continuar así para siempre, pero en un determinado momento la joven se separó y tomando la iniciativa comenzó a comerle la polla. Los ruidos de los chupetones y el golpeo de la polla de Arturo en el fondo de la garganta de la puta le devolvieron a Elena a tiempos en los que sentía la intensa necesidad de proporcionar placer a su marido.

No pudo aguantar más y apartó la mirada justo cuando Arturo se corría impregnando el suave cutis de la joven con su espesa y cálida semilla.

—¡Guau! Ha estado de puta madre. No está mal para un carroza. —dijo el espectro encendiendo el cigarrillo con aire satisfecho—Pero escucha, ahora viene lo mejor.

Se habían acostado los dos, uno al lado del otro. La joven se limpió los restos de semen con un clínex y con una sonrisa traviesa los tiró a la papelera.

—Has estado fantástico mi amor.—le aduló ella—No entiendo como un tipo como tú no tiene nada mejor que hacer en Nochebuena.

—Ya, si te soy sincero yo tampoco. Yo tenía una vida normal, con mujer e hijos, pero sin saber muy bien cómo, me he encontrado totalmente solo. Mi mujer está en un viaje de negocios en Chicago y mis hijos de fiesta en una estación de esquí.

—No lo entiendo. Si yo tuviese tanto dinero como tú. Reuniría todos los años a mi familia en una gran fiesta.

—Lo sé. Yo también lo deseo. Pero no sé muy bien por qué, mi mujer se ha ido alejando de mí poco a poco. Me acuerdo cuando éramos jóvenes y no nos podíamos sacar las manos de encima, pero en algún momento, después de tener a los niños cambiaron sus prioridades. Los negocios la absorbían cada vez más, alejándola de mí hasta convertirla en una desconocida. No recuerdo la última vez que hicimos el amor.

—Vaya mi amor. Qué historia más triste. ¿Sabes qué? —dijo subiéndose a horcajadas sobre la Arturo— El próximo corre de mi cuenta. ¡Qué demonios! ¡Es Navidad!

—Será gilipollas. —dijo Elena soltando un bufido— Esa puta no tiene mucho futuro. Puede sacarle todo el dinero que quiera y le ofrece un polvo gratis…

—Quizás sea porque para la mayoría de la gente el dinero no lo es todo. —le interrumpió el espectro dando una calada al cigarrillo y haciendo que el humo atravesase su cabeza— En esta habitación solo hay una persona dispuesta a hacer cualquier cosa por dinero.

Elena no respondió nada y encajó el golpe como mejor pudo. Nunca se había parado a pensar en cómo afectaba a su familia su adicción al trabajo. Estaba tan ensimismada que ni siquiera se dio cuenta cuando el joven rozó sus manos.

Cuando volvió a la realidad se encontraba en una enorme y lujosa cabaña de madera. En el centro estaban sus hijos rodeados por los restos de una fiesta.

—¡Jo tía! Tus hijos sí que se lo saben montar. ¡Vaya fiestorro! —dijo el espectro señalando varios tangas esparcidos por el suelo.

Elena miró a sus hijos dispuesto a pedirles una explicación, pero su aspecto le produjo más tristeza que enojo. Estaban tumbados, los dos, borrachos y con la mirada perdida no se sabía muy bien dónde.

Hablaban despacio y en susurros. Pero lo peor de todo es que estaban solos. Elena se había imaginado que estarían en alguna fiesta comiendo y disfrutando de la compañía de amigos, pero estaban tan solos como su marido. Después de la fiesta todos los asistentes probablemente se habrían ido a su casa a celebrar la Navidad con sus familias.

Las lágrimas empezaron a correr por su rostro. De repente sintió una intensa necesidad de abrazarlos y protegerlos. ¿Sería demasiado tarde para intentar recuperarlos?

El espectro aun no pensaba darle tregua y antes de que pudiese acercarse para ver de que hablaban sus hijos volvió a cogerla de la muñeca.

El ambiente de aquel lugar era totalmente distinto. La casa era un humilde piso a casi una hora del centro. Un enorme pino de navidad con un nacimiento al pie presidian un comedor profusamente adornado y abarrotado de gente sonriente. Y entre ellos, el que más sonreía era un chico de unos doce años que estaba postrado en una silla de ruedas demasiado pequeña para su tamaño.

Julia apareció por la puerta llevando en la bandeja una gran fuente de dulces. Estaba muy guapa y no era por el vestido negro, ni por los tacones, si no por el aire relajado y distendido que mostraba su rostro y que nunca mostraba en su presencia.

La gente se sirvió los dulces y el marido de Julia… ya no recordaba cómo se llamaba, abrió la botella de cava barato. Todos los presentes aplaudieron y el marido se apresuró a servir el cava. Incluso el chico recibió un pequeño sorbito para celebrarlo.

—Por los amigos, por la familia y por la navidad. —dijo el padre de Julia alzando la copa.

—Y por el ogro, que ha permitido con su magnanimidad, que nuestra querida Julia solo tenga que trabajar un par de horas el día de Navidad. —dijo el marido de Julia con evidente mala leche.

—¡Por el ogro! —dijeron todos a coro.

—Vale no os paséis tanto. —dijo Julia— Gracias a ella podemos celebrar esta navidad y pagar las facturas.

—Sí, todavía le tendremos que estar agradecidos por que te tenga catorce horas fuera de casa y te haga trabajar como una esclava por un sueldo irrisorio. Si no te ha despedido ya es porque le resultas insustituible. Ella sería la que debería darte las gracias. —dijo el marido de Julia.

Por un momento la habitación se quedó en un incómodo silencio. Durante unos segundos se miraron todos unos a otros sin saber cómo romper aquella incómoda sensación…

—¡Turrón! —gritó Pablo haciendo a todos reír y rompiendo con la tensión de la escena.

Elena observó a la familia comer, cantar, reír y gritar. Le dolía tanto la felicidad de aquella familia como lo acertado de las palabras de aquel hombre. Como podía considerarse la mujer más rica del mundo careciendo de todo aquello. Ahora pensaba que tal vez amasar dinero no merecía tanto la pena.

Cuando despertó se dio cuenta de que había vuelto a pasar. Era el día veinticuatro de diciembre y tenía que coger un vuelo a Chicago. Aquella noche sus hijos se pillarían un colocón y su marido se consolaría en los brazos de otra mujer…. Unas navidades perfectas.

Esta vez no se impuso la lógica. A pesar de repetirse una y otra vez que aquello era solo un sueño estaba sumida en un mar de dudas.

Cuando llegó al comedor su marido ya estaba desayunando. Observó como leía el periódico. A pesar de la edad se conservaba bastante bien y las canas que adornaban sus sienes aumentaban su atractivo.

—¿Pasa algo cariño? —preguntó al darse cuenta de que su mujer le miraba fijamente.

—Oh no. Nada. —respondió sorprendida— Solo me preguntaba qué harías esta noche.

—Poca cosa. Después del trabajo voy a ir a tomar unas copas con los chicos del bufete y luego volveré a casa. Creo que veré una película, haré unas cuantas llamadas para felicitar a los amigos y me iré a la cama.

—¿Quieres venir a Chicago conmigo? —preguntó ella.

—Y pasarme las navidades entre aviones y jet lag, ni de coña mi amor. No te preocupes por mí, sobreviviré.

Desayunaron rápido y en silencio. Mientras más observaba a su marido más convencida estaba de que era incapaz de hacerle eso. Poco a poco sus dudas fueron esfumándose y cuando subió al coche ya estaba convencida de que todo aquello eran paparruchas.

Relato erótico: “La Fábrica (42)” (POR MARTINA LEMMI)

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l evento del hotel llegó a su fin y hubo que retornar a casa, o mejor dicho… a casa de Evelyn, a quien se la veía feliz como perro con dos colas por el éxito obtenido por la empresa en la muestra. No sólo se complacía en mostrarme que hacía conmigo lo que quería sino también que ella vivía las ganancias de la empresa como propias o, dicho de otra manera, que el control que ejercía sobre el infeliz de Luciano le daba, ya para esa altura, el liderazgo dentro de la fábrica pues, como ella misma se había encargado de señalar en alguna ocasión, Hugo estaba algo cansado y cada vez se desentendía más de la dirección de la empresa.

Ya en su casa, la colorada me felicitó varias veces, pero no dijo palabra sobre comisión alguna que me pudiera corresponder en las ventas: parecía, más bien, que las mismas eran de ella y no mías. Para colmo de males, apenas llegamos cayó de visita Rocío, la cual, aun a pesar de la hora, lucía avispada y ansiosa por conocer los pormenores del evento con lujo de detalles; no hace falta decir que Evelyn se los dio de buen grado y haciendo particular énfasis en todo lo ocurrido conmigo y los clientes que habían solicitado mis “servicios”. Hasta allí yo seguía dentro de la casa. pues fui la encargada de servirles café y bebida; luego, y como era ya para entonces rutina, Evelyn entró a los perros y me mandó al patio o, más precisamente, a la cucha del perro. Cuidó, no obstante, de dejar una ventana abierta deliberadamente a los efectos de que yo oyese la conversación que sostenían entre ella y Rocío, la cual, en un momento, comenzó a girar acerca de Micaela y, si bien algunas palabras no me llegaban lo suficientemente limpias, sí logré precisar que se referían insistentemente al regreso de su amiga a la fábrica. Por más que paré la oreja, no logré captar nada en relación a mí o a mi futuro: qué pasaría conmigo o cuál sería mi destino si realmente Micaela era reincorporada. Me ignoraban: ése era, tal vez el más claro mensaje hacia mí…

Cuando Rocío se marchó, ya eran alrededor de las dos de la madrugada pero yo, desde luego, no podía pegar un ojo; la detestable rubiecita me saludó desde la ventana soplándome un beso insoportablemente burlón y sarcástico. Una vez que se marchó, Evelyn salió al patio luchando, como siempre, para que los perros no lo hiciesen tras ella. Yo estaba dentro de la cucha, asomando por la entrada sólo cabeza y manos. Cuando ella se paró ante mí, miré hacia arriba y, bañada por la luz de la luna, la vi terrible en su vanidad; imponente, poderosa y dominante… Llevaba en mano un chorreante cuenco de comida que parecía más lleno que otras veces; lo depositó en el suelo ante mí.

“Hoy hay ración doble – anunció, sonriente y a la vez con tono algo marcial -: es tu merecida recompensa por lo bien que te has portado en el evento”

Por fuera, desde ya, le agradecí, pero por dentro la maldije, pues lo único que me ofrecía era una ración más generosa de comida para perros; ni hablar de comisiones, dinero o algún otro premio que tuviese que ver con la fábrica en sí. Le di, no obstante, las gracias, pues otra cosa no podía hacer; ella, manos a la cintura, se me quedó mirando fijamente y movió el mentó en dirección al cuenco de comida, en claro gesto de impelerme a comer.

“Mañana vamos a dormir un poco más – anunció, en tono relajado, mientras yo mantenía vista y boca en el plato -. Nos lo tenemos ganado porque fueron dos jornadas agotadoras, así que iremos a la fábrica a eso de las diez”

“Es… tá bien, s… señorita Evelyn… Co… mo usted diga” – balbuceé, sucias mi boca y mi nariz, algo ahogada mi voz por la comida.

“Mañana regresa Mica” – dijo luego, dándole algo de alegría a su tono; se percibía fácilmente lo mucho que disfrutaba el hacerme un anuncio como ése, pues ella sabía mejor que nadie cuánto me dolía.

“S… sí, señorita Evelyn” – fue todo lo que atiné a responder, mordiendo la lengua para no decir que se los había oído decir a ella y a Rocío, pues hacerlo era lo mismo que incriminarme por estarlas oyendo; aunque, después de todo, ellas lo habían querido así, ¿o no?

“¿No te pone contenta la noticia?” – preguntó, llena de sarcasmo y con un malicioso brillo en los ojos.

Levanté ligeramente el rostro del cuenco, pero no la miré; sólo veía sus pies sobre la hierba frente a mí. No sabía bien qué decir: la pregunta estaba, desde ya, cargada de malicia y, como tal, mi respuesta, sólo podía ser una falsedad.

“Si… a usted y a la señorita Rocío las hace felices, pues a mí también” – mentí, aunque creo que sin sonar sincera.

Ella soltó una risa satisfecha y luego acercó uno de sus pies hacia mi rostro, con lo cual la punta de su zapato quedó a escasos centímetros de mis labios.

“Yo me voy a dormir – me anunció -, así que vas a despedirme como corresponde”

No hace falta decir que lo que exigía de mí era que le besara el calzado, algo que yo ya tenía incorporado como práctica rutinaria y casi ritual; sin embargo, cuando estaba a punto de hacerlo, profirió un grito que me hizo erizar el cabello de la nuca.

“Primero lávate la boca, pelotuda”

Luego de pedir las consabidas disculpas y llena de excitación por el insulto, con la cabeza gacha y al igual que una chiquilla a la que han regañado, fui presurosamente a cuatro patas hacia el grifo que había junto a la puerta de la casa y me aseé la boca. Luego, volví y, tal cual ella me requiriera, le besé los pies.

“Ahora podés seguir comiendo” – me espetó, al tiempo que daba media vuelta y enfilaba hacia la casa; no podía degradarme más ni aunque quisiera, pues me había hecho lavar la boca tan sólo para besarle el calzado y ahora tenía que seguir comiendo. De todas formas, cuando ella cruzó el vano de la puerta y dejé de verla, agradecí por el hecho de que no hubiera recordado colocarme el consolador expandible.

Tal como ella dijo, al otro día nos levantamos algo más tarde. Aun a pesar de lo turbada que me hallaba por los sucesos del fin de semana, logré conciliar el sueño cuando había pensado que no podría; el cansancio era demasiado. Otra vez volví a soñar con perros que me lamían y que me cogían mientras, en una sádica danza de imágenes iban desfilando Evelyn, Rocío, Micaela, la madre de Daniel, el policía de la seccional, el vendedor de pochoclo de la plaza, los strippers, la “chica cowboy”, el señor Inchausti, Hugo, Luis y su novia, Luciano, el empresario asqueroso y bajito, la señora Clelia y, finalmente, el tipo vestido de colegiala. En mi sueño, uno tras otro se aprovechaban y abusaban de mí, cada uno, desde ya, en su estilo y siempre bajo la mirada del trío poderoso, es decir Evelyn, Rocío y Micaela, cuyas carcajadas atronaban de un modo tan demoníaco que las seguí escuchando incluso mucho después de haber despertado: algunos me cogían, otros me hacían la cola, otros se dedicaban a azotarme… El tipo vestido de colegiala, desde luego, apareció en último lugar y, como no podía ser de otra manera, fue el único que no quiso utilizarme sino que, por el contrario, se ofreció mansamente a que yo le hiciera las mayores degradaciones posibles; en mi sueño, hasta le defequé encima, cosa que en la realidad no había hecho. Pero que ese sujeto fuese, de entre todos, el último en entrar en mi sueño funcionaba, en cierta forma, como mensaje, pues bien sabía yo que en él estaba mi llave de la puerta de salida de la fábrica o, inclusive, mi salida de emergencia en caso de que le dieran a Micaela mi lugar y yo quedara en la calle.

Mi idea de que Evelyn pudiera haber olvidado el asunto del consolador en mi cola se cayó a pedazos en cuanto, luego de servirle el desayuno, me hizo girar y bajarme la tanga para instalármelo. En todo caso, lo que había hecho era dejarme en paz durante una noche, quizás como otro premio por haber “hecho los deberes” durante el fin de semana, al igual que la doble ración de comida.

Cuando llegamos a la fábrica, lo hice caminando sumisamente detrás de Evelyn y pude notar todos los ojos sobre mí; no quería ni pensar el desastre que había hecho Rocío al tener dos horas de tiempo extra para ponerlas a todas al corriente de mis desventuras en el hotel. Bajé la cabeza con vergüenza. De pronto, le perdí el paso a Evelyn, que salió disparada hacia adelante casi a la carrera sobre sus tacos; al levantar la vista, me encontré con que lo suyo, más que prisa, era una demostración de júbilo ya que quien se hallaba sentada a mi escritorio era su amiga: Micaela…

La abrazó y la besó efusivamente varias veces, pudiendo notar yo que, en derredor, todas prestaban ahora atención a la escena y no creo haber sido demasiado paranoica al tener la sensación de que se las veía felices con el retorno de Micaela, quien no paraba de saludar a Evelyn y, por cierto, de agradecer.

La aprehensión se apoderó de mi pecho y los brazos se me aflojaron, pues todo estaba más claro que nunca. Mis peores temores quedaban confirmados con la presencia de Micaela allí, en mi lugar, lo cual constituía para mí, desde luego, una nueva humillación a los ojos de toda la fábrica.

“¡Nadita! – me espetó Evelyn girándose súbitamente hacia mí, pero sin soltar del todo a su amiga, a quien mantenía aferrada por los hombros -. ¡Saludá a Mica!”

No se podía imaginar peor forma de centrar toda la atención en mí ni tampoco de degradarme en público: yo debía saludar a quien se estaba quedando con mi puesto, el mismo que, según ella, yo le había “robado”. Haciendo de tripas corazón, incliné la cabeza ligeramente y saludé, tratando de mostrar la mayor amabilidad posible.

“M… Micaela” – balbuceé, tímidamente.

“¡Nadita! – me recriminó Evelyn, quien ya parecía haber perdido todo prurito al momento de llamarme en público con ese denigrante apodo -. ¿Es ésa la forma en que te enseñé a saludar?”

La miré, absolutamente turbada. ¿Qué pretendía ahora esa bruja? ¿Qué me pusiese a cuatro patas y caminase hacia Micaela para besarle los pies? ¡Dios! Con solo pensarlo, se me revolvía el estómago de náuseas pero, además, no sabía en dónde meter tanta vergüenza. Miré a Evelyn, dudando de haber interpretado el mensaje, pero ella, con una inequívoca caída de ojos, me hizo gesto de que me colocase a cuatro patas, con lo que ya no había más duda en cuanto a lo que de mí esperaba. Antes dije que la colorada ya se comportaba como si fuese la dueña de la fábrica y su actitud, en ese momento, era otra muestra al respecto: se manejaba con total impunidad y ya no le importaba en absoluto la imagen ante las demás; por el contrario, lo más probable era que se regodeara en el sádico placer de que todas allí fueran testigos del control que ejercía sobre mí. Yo seguía sin reaccionar; de pronto me acordé de mi teléfono celular, en cuyo directorio tenía yo agendado al tipo vestido de colegiala. ¿Y si directamente me largaba y punto? ¿Por qué tenía yo que seguir pasando por tantas humillaciones cuando ya quedaba más claro que nunca que a Micaela le habían dado mi puesto y que, por lo tanto, no había más lugar en esa fábrica? ¿Qué perdía con dar media vuelta y mandarlas a la mierda? Pero ya para esa altura había algo que yo no podía manejar… y Evelyn, que lo sabía tanto como yo, se aprovechaba sádicamente de ello. En su mirar se advertía claramente que la colorada era consciente de haberme instalado una especie de chip dentro de mi cabeza o de haberme despertado algún costado oculto y reprimido contra el cual todo intento de resistencia por mi parte se hacía vano y ridículo… No sé. Sólo sé que me puse a cuatro patas; para murmullo y asombro de todo el personal de administración, avancé hacia Mica y, girando en torno al escritorio que, hasta unos días atrás fuera mío, le besé los pies tal como Evelyn me exigía.

“Buenos días, señorita Micaela – dije, con una frialdad que rayaba en la resignación -. Bienvenida a la fábrica”

El murmullo en derredor se convirtió en disonante coro de exclamaciones de asombro, luego en risas y, en algunos casos, en abierta carcajada. Yo tenía la vista baja pero, aun así, podía imaginar sus rostros, así como la expresión sonriente de Micaela, a quien escuché decir:

“Muchas gracias, nadita. Después me vas a tener que explicar bien algunas cosas de las cuentas y archivos; no logro entender el desastre que has hecho desde que me fui”

No había ningún desastre; yo lo sabía y ella también, pero aun así, acepté, siempre con la cabeza baja:

“Está bien, señorita Micaela. Cuando usted lo disponga”

Seguramente, pensé, en eso consistiría mi último día en la fábrica: en hacer de mulo para Micaela.

“¡Qué lindo tenerte otra vez por aquí, Mica! – festejó Evelyn, palmoteando el aire para luego volver a clavar la vista en mí -. Bien, vamos a lo nuestro, nadita: te espero en la oficina”

Dicho esto, y atrayendo una vez más a su amiga hacia sí para besarla efusivamente y por milésima vez en la mejilla, partió en dirección a su oficina y a mí no me quedó más remedio que seguirla, dudando por un momento acerca de si debía hacerlo a cuatro patas o no; no me había dicho nada al respecto, por lo cual me puse en pie. Al hacerlo, me encontré con los ojos pletóricos de felicidad de Micaela, en cuyo rostro se veía la más patente expresión de triunfo. Fue demasiado para mí, así que me giré y me encontré con Rocío, cuyo semblante se veía igual de radiante que el de su amiga. Crispé los puños, volví a bajar la cabeza y fui tras Evelyn, quien ya me había sacado bastante ventaja.

Ella dejó la puerta de su oficina abierta luego de ingresar, con lo cual di por sentado que yo, simplemente, debía hacerlo tras ella. No necesito decir que mi estado de ánimo era el peor posible; me sentía una piltrafa humana, pues sabía que para lo único que Evelyn me había citado allí era para informarme sobre mi despido; sin indemnización alguna, además, por no haberse cumplido aún noventa días desde mi fecha de alta. Me sentía a punto de romper en llanto: ¿podía aquella mujer ser tan vil? Teníamos un pacto y ella bien lo sabía: se había comprometido a mantener reserva sobre mi embarazo a condición de que yo la obedeciese en todo. Pues bien, yo había cumplido con mi parte; ¿por qué ella no lo hacía con la suya? Pero, claro, la ingenua había sido yo por confiar en esa mujer: nunca como entonces me di cuenta de cuánta razón tenía Rocío al llamarme “estúpida”.

Casi como si al pensar en Rocío, la hubiese invocado, la blonda apareció prácticamente a los saltos sobre sus tacos y entró sin siquiera haber sido invitada. No dijo palabra; apoyándose las manos sobre su pecho y luciendo una sonrisa que no le cabía en el rostro, se ubicó a un costado, casi como queriéndose reservar una platea preferencial para presenciar mi despido: de hecho, se la veía rebosante de ansiedad. Apenas un instante después entró Mica, de quien tampoco recordaba que hubiera sido invitada por Evelyn en ningún momento. Mirándome con expresión entre pícara y divertida se ubicó también a un costado, pero de manera opuesta a Rocío. Quedamos, por tanto, formando una especie de cruz con cuatro puntos cardinales: Evelyn en el norte, Rocío por el oeste, Micaela hacia el este y… yo en el sur. Evelyn no pareció sorprendida por la repentina presencia de sus dos amigas allí y, de hecho, siguió comportándose prácticamente como si nunca hubieran ingresado. Yo tan sólo veía sus zapatos, ya que mantenía mi mirada en el piso a la espera de la mala nueva.

“Éstos son tus nuevos elementos de trabajo” – dijo, de sopetón, obligándome así a elevar la vista. A mi izquierda, Rocío dejó escapar una risita adolescente.

No puedo describir mi sorpresa cuando alcé los ojos en dirección a Evelyn y noté que sostenía en una mano un balde y en la otra un lampazo y un trapo de piso. No supe qué decir; reculé un paso mientras la mandíbula se me caía. Sacudí la cabeza…

“N… no entiendo, s… señorita Evelyn” – balbuceé.

“¡Ay, yo te dije, Eve! – terció Rocío -; es estúpida”

En otro contexto, el epíteto me hubiera excitado pero no en aquel momento ni lugar, pues yo sólo mantenía la vista clavada en los artículos de limpieza que Evelyn me enseñaba y, por mucho que mi cabeza le diera vueltas al asunto, no terminaba de comprender qué me estaba queriendo decir. O, mejor dicho: lo que entendía no me parecía posible…

“Nadita… – comenzó a decir Evelyn con tono paciente -: ¡te reubiqué, tontita! ¡Ahora vas a estar a cargo de la limpieza! Piso, baños, planta, todo… Bueno: también nos vas a tener que servir café y demás”

Mi cabeza era un revoltijo y las sensaciones se entrechocaban dentro de mí: la indignación que sentía ante el hecho de haber sido degradada de tal forma se batía a duelo con la emoción que me provocaba el que Evelyn, finalmente y contrariamente a lo que yo esperaba, no había promovido mi despido.

“P… pero – balbuceé -, s… señorita E… velyn… Y… ¿el señor Di Leo estuvo…?”

“Hugo hace lo que Luciano le pide y Luciano lo que yo le ordeno – me interrumpió la colorada -: en ese sentido, no te preocupes; todo está arreglado”

Asentí, con cierta tristeza al pensar en el futuro que me esperaba dentro de la fábrica; recordé, en ese momento, que había una señora que se encargaba de los menesteres que ahora me asignaban.

“S… señorita Evelyn… – dije, siempre igual de confundida -: hay u… una mujer q… que…”

“Ya hice que la rajaran” – me cortó Evelyn, en seco.

La miré con los ojos llenos de incredulidad.

“¿Q… qué…?”

“Ya está despedida – volvió a interrumpirme -; me encargué de que lo hicieran. Así, que, en fin, hice que le dieran su indemnización y la dejaran de patitas en la calle; de todas formas… nunca me gustó cómo dejaba los baños: los inodoros quedaban sucios”

Tragué saliva. Si alguna duda me quedaba acerca de lo denigrante del rol que me estaban dando, Evelyn acababa de confirmarlo con sus palabras. Yo seguía perpleja, con mis ojos yendo una y otra vez del rostro de Evelyn a los objetos de limpieza que sostenía; no me atrevía a mirar de costado hacia Rocío o Micaela, pero alcanzaba, de todas formas, a oír sus risitas y no me era, por cierto, muy difícil imaginar sus rostros de felicidad. Por otra parte, me invadió la culpa: habían despedido a esa mujer para asignarme a mí sus tareas.

“No te sientas culpable – intervino Micaela, como si me leyera el pensamiento -: después de todo, ya tenés experiencia en eso de quitarle el trabajo a la gente y, al parecer, no te hacés mucho problema…”

Esta vez sí la miré; me guiñó un ojo, muy maliciosamente.

“¡Bueno, nadita! ¡A lo tuyo, vamos!”! – espetó Evelyn, zamarreando el balde.

No me quedaba otra posibilidad; lentamente, y humillada a más no poder, caminé hacia ella para tomar los artículos de limpieza que me extendía; mientras lo hacía, me puse a pensar que mi paga sería, a partir de ese momento, ostensiblemente menor con respecto a la que ganaba en administración. Una vez más, parecieron leerme el pensamiento: Evelyn esta vez…

“Con respecto a tu sueldo – me explicó, mientras yo tomaba balde, trapo y lampazo -, ya arreglé también las cosas como para que no te veas perjudicada económicamente”

Por enésima vez, la miré sin entender.

“Vas a ganar lo mismo – me dijo -, e incluso algo más, ya que hice arreglos para que te paguen también los extras que podrías haber ganado con las ventas que hicieras”

Tanta “bondad” no podía sino sorprenderme. ¿Acaso sentiría culpa Evelyn? No, lo descarté de inmediato: ése no era un sentimiento que entrara dentro de su personalidad; más bien, la sensación era que quería mostrarme cuánto poder tenía y que, en definitiva, si yo no sufría perjuicio económico alguno con el cambio de funciones, se lo debía exclusivamente a ella, quien, cada vez más, era quien allí disponía a su antojo. Fuera de eso, el anuncio me tomó desprevenida y hasta me emocionó; tal fue así que, en un gesto más reflejo que meditado, me dejé caer sobre mis rodillas y le besé las puntas de los zapatos.

“Gracias, señorita Evelyn… Gracias” – no cesaba de repetir mientras Rocío y Micaela, por su parte, no dejaban de reír.

“Ah, no es nada, nadita – me dijo Evelyn, en tono despectivo -: no me fue difícil conseguirlo… Y, por otra parte… creo que ahora sí vas a tener una función acorde a tu estatus. Es más, hmm, ahora que lo pienso… vas a dejar de ser una completa inútil ya que, al menos eso espero, vas a servir para algo. Yo diría que ya no vas a ser nadita… Hmm, tendríamos que buscarte otro nombre…”

“¡Muqui!” – soltó, jocosa, Micaela.

“¿Muqui?” – preguntó Evelyn en tono intrigado.

“¡Sí! – exclamó su amiga -. ¡Por mucama! ¡Mucamita!”

“¡Excelente idea! – la felicitó Evelyn, señalándola con un dedo índice y claramente entusiasmada ante la propuesta; se giró nuevamente hacia mí -. ¡Vas a ser muqui! ¿Entendiste?”

Acompañó su pregunta propinándome un par de suaves puntapiés en la trompa, lo cual me obligó a enderezar un poco mi espalda y levantar mi vista para mirarla a los ojos, aunque siempre arrodillada.

“S… sí, señorita Evelyn – musité -; está… entendido…”

“Bien – convino -; ahora, a ponerse de pie que…”

En ese momento se oyó un golpetear de nudillos contra la puerta.

“Ése debe ser el imbécil de Luciano – aventuró Evelyn -. Lo mandé llamar para ver si cumplió con la orden de venir con ropa interior femenina”

Cierto: entre tanto que había pasado durante el fin de semana, ya había yo olvidado que al hijo de Di Leo le habían también asignado un triste papel dentro de la fábrica. Casi como si hubiese sido accionada por un resorte, Rocío fue en busca de la puerta y, tras abrirla, tomó a Luciano por el puño de la camisa para, prácticamente, arrastrarlo dentro de la oficina. Lucía tan idiota como siempre, pero aun más superado por la situación; estaba claro que no había contado con encontrarse allí con tanta gente al “reportarse”.

“Hola, Lucianita – le saludó Evelyn, en claro tono de burla -; a ver, quiero que nos muestres a todas qué llevás puesto debajo del pantalón”

Me sentí incómoda, pues de pronto me pareció que mi presencia sobraba allí y, después de todo, ya tenía en mano los artículos que tenían que ver con mis nuevas labores. Comencé a excusarme:

“Con su perdón, señorita E… velyn. Iré a…”

“No, esperá un momento – me ordenó Evelyn -; quiero que estés aquí para que veas lo poco hombre que es el tipo que te hizo el culo”

Quedé paralizada en el lugar. Micaela rió.

“Está b… bien, señorita Evelyn – acepté -; c… como usted lo d… disponga”

No hizo falta que la colorada le ordenase a su “novio” bajarse el pantalón ni tampoco fue que él lo hiciera por cuenta propia. Fue la propia Rocío quien, siempre por la manga, lo llevó sin delicadeza alguna hacia el escritorio y lo obligó a apoyar sus manos sobre el mismo. Una vez que lo tuvo así en posición, se ubicó a sus espaldas y, cruzándole ambas manos por delante del vientre, le desprendió botón y cinturón para, luego, dejarle el pantalón por las rodillas. Imposible describir el patetismo de la escena al quedar Luciano Di Leo expuesto allí y luciendo una diminuta tanga. Juro que, en ese momento, sentí lástima o, quizás más bien, vergüenza ajena. Las tres rieron atronadoramente al unísono.

“¡Fantástico! – dictaminó Evelyn, alborozada -. ¡Veo que has cumplido con lo que se te ordenó sin chistar! Así nos gusta; que vayas entendiendo quiénes mandan aquí…”

Luciano estaba muerto de vergüenza; intentaba esconder la cabeza entre los hombros sin demasiado éxito. Rocío dio un paso atrás para observarlo con más detenimiento y, luego de lo que pareció un rápido pero a la vez exhaustivo examen visual, tomó la tanga por los bordes y la levantó hasta enterrársela en la zanja de modo tal que la tira de tela le desapareció entre las nalgas, provocando de parte de él un respingo.

“Así está mucho mejor” – dijo Rocío, atribuyéndose así también para ella el derecho a disponer sobre Luciano.

“¡Sí, mucho mejor!” – convino Evelyn, mientras Micaela aplaudía.

Rocío volvió a dar un paso atrás y se dedicó a estudiar su “obra”; a juzgar por su rostro ceñudo, parecía haber aún algún detalle que no le cerraba.

“Mucho vello en el culo – dijo, al cabo de un rato, mesándose el mentón -. Yo diría que… así no es una nena convincente…”

¿Vos decís que habría que afeitárselo?” – preguntó, divertida, Micaela.

“Sí… eso creo. Evelyn: en el baño debe haber alguna hoja de afeitar, ¿verdad? Yo puedo ir a buscarla y…”

“Y para qué tenemos a muqui? – preguntó la colorada, con la mayor naturalidad del mundo y poniendo los brazos en jarras; luego me miró, con expresión demandante-; andá a conseguir esa hojita y afeitale el culo, muqui: ése va a ser tu primer trabajo”

Yo iba de sorpresa en sorpresa y no lograba reacomodarme a los cambios ni a la marcha de los acontecimientos; lo que me estaban pidiendo era terriblemente degradante para Luciano y, aun con todas las cosas que él me había hecho, no dejaba de provocarme un cierto pesar el denigrarle a tal punto. No obstante, no había allí demasiado lugar para el debate; lo que me había dicho Evelyn era, lisa y llanamente, una orden. Así que me dirigí presurosamente hacia el cuarto de baño y, tras dar con una hoja de afeitar, tomé también una brocha gastada y bastante despeluzada así como un jarrito oxidado al cual llené con agua del lavabo. Regresé a la oficina, en donde Luciano seguía con las manos apoyadas sobre el escritorio y a la espera de que yo le rasurase el culo.

“Todo tuyo” – me dijo Evelyn, señalando con la palma extendida hacia el trasero de su “novio”.

Titubeé un poco, pero sólo un poco; luego me dirigí a paso firme en pos de la cola de Luciano y, ubicándome tras él, embebí la brocha en el agua del jarro y, así, sin espuma ni jabón, me dediqué a humedecerle todo el culo para, luego, comenzar a deslizar la hoja sobre sus nalgas. Sabía que Luciano se estaba queriendo morir, más aún cuando era yo quien le estaba haciendo eso; miré de soslayo a Evelyn y estaba obvio en su sonrisa que se regodeaba en el placer de saberme, en cierta forma, “tomando venganza”; no me pareció, de todos modos, que se estuviera alegrando por mi suerte sino más bien disfrutando el ver a Luciano en tal condición. Le dejé el culo bien lampiño y suave, sin rastro de vello alguno; cuando terminé, las tres aplaudieron. Debo decir que, para entonces, yo ya comenzaba a experimentar una sensación algo distinta; la “lástima” que había sentido por Luciano al comenzar a rasurarlo, se fue trocando en sádico disfrute al terminar la tarea, tanto que me sorprendí a mí misma lamentando que ya no quedase más vello por afeitar.

Con las manos a la cintura, Rocío le echó un vistazo y asintió en señal de aprobación.

“Ahora sí es una nena” – apuntó Micaela, sumándose al suplicio de Luciano, quien seguía intentando esconder su cabeza.

Sabiendo de su pudor, giré en torno a él aun cuando nadie me había autorizado a hacerlo. Ubicándome a un costado, me quedé a la espera de que se sintiese incómodo y acabara por mirarme al rostro; finalmente lo hizo: no puedo describir la indecible vergüenza que trasuntaba y lo peor de todo fue que me divertí con ello mientras él, presurosamente, giraba la cabeza hacia el otro lado a los efectos de volver a esconder su rostro.

“Has hecho un buen trabajo, nadita… – me felicitó Evelyn, una vez más -. Ay, perdón: muqui… Va a costar acostumbrarse a tu nuevo nombre”

“Un excelente trabajo” – le secundó, con particular énfasis, Rocío, al tiempo que apoyaba una mano sobre las nalgas de Luciano y, como si le importase bien poco que era la pareja de Evelyn, le enterraba las uñas y tironeaba de la carne como queriéndole arrancar un pedazo; por lo pronto, lo que sí le arrancó fue un ahogado quejido de dolor que, se notó, complació sobremanera a Rocío y, a decir verdad, a mí también.

“Muy bien – espetó Evelyn dando una palmada en el aire -; ahora, cada uno a sus labores…”

“Señorita Evelyn….” – comencé a decir.

Mi intervención sorprendió a ojos vista a Evelyn y, para ser sincera, también a mí, pues no sabía cómo me había animado a interrumpirla para decir algo. La colorada me miró extrañada, con una ceja levantada:

“¿Sí, muqui?”

Tragué saliva. No podía creer que había logrado la atención buscada y que, ahora, no sólo ella sino también Rocío, Micaela y, casi con toda seguridad, Luciano, estaban pendientes de lo que yo fuera a decir. Era, a todas luces, una situación bastante novedosa para mí ya que, desde mi ingreso a la fábrica, había naturalizado perfectamente que no era precisamente opinión lo que de mí se esperaba. Luciano volvió a girarse para mirarme; no pude evitar que una ligera sonrisa se me dibujase en el rostro, pues en sus ojos creí descubrir que algo percibía y que, fuera lo que fuese que yo tuviera para decir, seguramente tendría que ver con él. No se equivocaba…

“Con… su permiso, señorita Evelyn… y con el debido respeto, me gustaría hacer una sugerencia con respecto a Luciano…”

Me hubiera gustado, en ese momento, poder registrar de algún modo las caras de asombro de las tres, pero, muy especialmente la del hijo de Di Leo; sus ojos lucían desorbitados y su semblante se había puesto pálido: hasta diría que se le veía aterrado.

“¿Su… gerencia?” – preguntó Evelyn frunciendo el rostro, manos a la cintura y sin salir de su sorpresa.

“Sí, señorita Evelyn… Verá: en el hotel, cuando fui a la habitación 29 con ese señor bajito…”

“Sí, el petiso – me interrumpió ella, dibujándosele una sonrisa -: lo recuerdo muy bien porque fue una de nuestras ventas más jugosas; además, estuvo el incidente con el idiota de tu esposo…”

“Claro, señorita Evelyn, a eso iba. Verá: ese señor… hizo que los tipos de seguridad le lavaran el culo a Daniel”

Evelyn abrió enormes los ojos y carcajeó, siendo imitada en la actitud por Rocío y Micaela, como no podía ser de otra forma.

“¿Le lavaron el culo? – preguntó, llevándose una mano al pecho en gesto de sorpresa, pero a la vez de diversión -. Y con qué objetivo?”

“Bueno: sirvió para amansarlo un poco – expliqué, mientras mi mirada se volvía algo evocativa -; ese señor dijo que le iba a venir bien para convencerlo de lo que realmente era…”

“Un puto” – intervino Micaela, sonriente y asintiendo.

“S… sí, señorita Micaela, eso mismo”

“Y vos creés que sería bueno hacerle lo mismo a éste, ¿verdad?- inquirió Evelyn, señalando en dirección a Luciano, quien permanecía con las palmas de las manos sobre el escritorio y luciendo una expresión cada vez más aterrada, lo cual me divertía.

“Así es, señorita Evelyn; es lo que creo… Es… sólo una sugerencia desde ya y le… pido disculpas si…”

“Creo que es la única buena idea que has tenido desde que llegaste aquí” – me cortó Evelyn, visiblemente entusiasmada.

“Quién lo diría, ¿no? – intervino Rocío -: una mucamita estúpida teniendo buenas ideas”

“Tendríamos que hacerlo ya mismo” – terció Micaela, a quien se la veía tan ansiosa como a sus amigas.

“Sí, pero… hmm… – dijo Evelyn, pensativa; me miró -. Supongo que parte de la gracia del asunto está en que quien le lave el culo sea un hombre, ¿verdad?”

Luciano dio un respingo, tanto que se giró parcialmente y, por sobre su hombro, miró con ojos encendidos a Evelyn sin que ella pareciera percatarse.

“Así, es señorita Evelyn – respondí -. Creo que es fundamental que así sea; y… si fueran dos hombres, tanto mejor: en el caso de Daniel, de hecho, fue así”

“¡No se hable más! – intervino Rocío, dando un alegre saltito en el lugar -. ¡Ya mismo vamos para la planta y elegimos un par! ¿Vamos, Mica?”

Tomando por la manga de la blusa a su amiga, prácticamente la arrastró fuera de la oficina, aunque la realidad era que a ambas se las veía igual de ansiosas y entusiasmadas con mi idea. Fue extraño: me sentí orgullosa; miré durante un instante a Luciano y no puedo describir el placer que me causó su expresión desesperada: le dediqué una ligera sonrisa. No estaba mal tomarse algo de venganza; y el hecho de que él supiera que la idea era mía, incrementaba aún más la sensación placentera. Durante el rato en que Rocío y Micaela estuvieron ausentes, Evelyn caminó a uno y otro lado por detrás de Luciano estudiándole la cola y, aparentemente, muy conforme con el estado lampiño en que yo se la había dejado. Le dio un pellizco en las nalgas, lo cual lo hizo casi dar un salto.

“¿Ves, muqui? – me dijo ella –; el nuevo rol que, con las chicas, te hemos encontrado dentro de la fábrica, cuadra mejor no sólo con tu estatus sino también con tus habilidades. Queda comprobado que tenés buena mano para estas cosas y que, incluso, se te ocurren buenas ideas. Tu lugar es éste y no el escritorio”

Una extraña sensación me invadió, pues por un segundo hasta me sentí orgullosa con sus palabras; en cuanto lo meditaba algo más fríamente, sin embargo, me daba cuenta de lo humillante de su comentario, pero la verdad era que ese doble juego me excitaba y no lograba tener control de ello.

Cuando Micaela y Rocío regresaron lo hicieron como dos chiquillas, tan apresuradamente como se habían marchado y por momentos entrechocándose o incluso tropezándose en la carrera. Pero lo más impactante fue ver entrar detrás de ellas a dos tipos rústicos y mugrientos a los cuales la grasa les caía por los costados del pantalón. No parecían entender demasiado y sus rostros evidenciaban una gran confusión, la cual fue aún mayor cuando vieron a Luciano puesto en posición con el pantalón bajo. Nunca como en ese momento tuve ganas de ver su rostro; él, una vez más, buscó esconderlo.

Si los ojos de ambos hombres lucían desorbitados, no puedo explicar el punto al cual llegaron cuando Rocío, hablando algo atropelladamente debido a su ansiedad, les explicó el plan. Se miraron entre ellos y dio la impresión de que temieran ser pillados en una trampa o algo por el estilo. Quizás fue por ello que durante algún rato no dijeron palabra; era como si estuvieran evaluando la situación. Pero todas las vacilaciones se terminaron cuando Evelyn hizo el siguiente anuncio:

“Chicos – les dijo, imprimiendo a su voz un ritmo más pausado y paciente que el de Rocío -; la cuestión es simple: Luchi quiere que le laven el culo y promete subirles el sueldo si lo hacen”

A partir de ese momento, los rostros de los dos operarios cambiaron de tonalidad y, de hecho, sonrieron al mirarse nuevamente entre sí. Por supuesto que seguía cabiendo la posibilidad de que les estuviesen engañando pero no importaba; la sola mención de una mejor paga parecía despejar toda duda e incluso agregar morbo a la propuesta.

“Llévenlo al baño” – les ordenó, aunque en tono amable, Evelyn, una vez que notó que los tipos consideraban más positivamente la propuesta.

“Vamos, patroncito – dijo uno de ellos acercándose a Luciano y tomándolo por una de las axilas; acto seguido, el otro hombre lo hizo por la otra: fue inevitable que la imagen me remitiera a Daniel -: venga para el baño que le vamos a dejar limpio ese culito”

Cuando tomaron a Luciano para apartarlo del escritorio, fue como si él se hubiera querido mantener aferrado con piel y uñas al mueble, por supuesto que sin lograr nada; forcejeó un poco, pero también fue inútil. La escena, por supuesto, me seguía recordando a Daniel, lo cual la recargaba para mí de morbo. Al pasar junto a Evelyn, Luciano la miró desesperadamente; sus ojos implorantes revelaban la angustia que estaba viviendo y parecían reclamar de parte de su pareja (después de todo, lo era) alguna revisión de su orden, pero nada de ello ocurrió. Por el contrario, y en un gesto cargado de ironía, ella le acercó su boca a la suya y, al tenerlo a tiro, lo besó en los labios como despidiéndolo hacia su destino. Cuando los hombres, arrastrando a Luciano, desaparecieron tras la puerta, un súbito pesar me invadió, pues me di cuenta entonces de cuánto me hubiera gustado estar presente en el baño mientras aquellos rudos tipos le lavaban el trasero a manaza limpia sin que él pudiera hacer nada para evitar sentirse poco hombre.

Se compensó, de todas formas, cuando al cabo de algún rato, los tipos regresaron trayéndole. La vergüenza en su semblante era imposible de describir con palabras; recién entonces recaí en el hecho de que no sólo le habían lavado el culo en el baño sino que, además, lo habían llevado por el pasillo con el pantalón por las pantorrillas. Uno de los tipos le apoyó una pesada mano en el trasero y lo palmeó.

“Listo – anunció, con una amplia sonrisa -; ya lo tiene limpito, jeje”

Comenzaba yo a darme cuenta de algo que no había advertido antes: había en esos dos operarios un sádico disfrute que, de extraña manera, rayaba en la lucha de clases. Es decir, daba la impresión de que gozaban mucho con estarle haciendo algo así a quien habitualmente les daba órdenes. Se me escapó una risita que intenté ocultar. De mi parte, ya me daba plenamente por satisfecha con verle humillado de esa manera, pero la imaginación de Evelyn, infinitamente más perversa y sádica que la mía, le tenía reservada a Luciano una nueva sorpresa: ella había jugado todo el tiempo con un as en la manga.

“Bien – dijo, serenamente -; ahora, Luchi, quiero que elijas a uno de estos dos señores para que te coja aquí mismo”

Imposible describir las sensaciones de todos quienes allí se hallaban: los ojos desorbitados de Luciano, el violento sacudón que experimentaron los dos tipos y las risas descontroladas de Micaela y de Rocío, particularmente de esta última, pues, ahora que lo recordaba, esa idea había sido originalmente de ella, con lo cual Evelyn no hacía otra cosa más que llevarla a la práctica.

Otra vez Luciano miró a su “novia” con el terror grabado en el semblante. Parecía querer decir algo, pero no podía; la mirada de ella, por su parte, continuaba firme e impertérrita.

“Adelante – le dijo Evelyn -: estamos esperando”

“¡Sí, Luchi, eso! – intervino Rocío -. ¡Estamos esperando que elijas verga!”

Los dos operarios no salían de la confusión; uno de ellos se atrevió, finalmente, a hablar:

“¿Habrá paga extra también por esto?”

Claro, allí estaba la clave, la palabra mágica. Evelyn sonrió y miró a Luciano.

“Por supuesto que la va a haber – respondió -. ¿Verdad, Luchi?”

Como Luciano no atinaba a responder, ella se acercó y le propinó una potente palmada en las nalgas.

“S… sí – dijo él, mezclándose sus palabras con un alarido casi femenino -. Por su… puesto que la habrá…”

Evelyn se volvió hacia los dos hombres y les guiñó un ojo.

“Bien – dijo luego -; entonces y tal como te dije, quiero que elijas al que te gustaría que te cogiera”

La dignidad de Luciano seguía decayendo a más no poder; el modo mismo en que Evelyn le conminaba a elegir era terriblemente degradante. No obstante, y haciendo un gran esfuerzo, se volvió y miró a los dos tipos que, ahora, sonreían de oreja a oreja. Uno de ellos le guiñó un ojo.

Como si tuviera que elegir el arma con el cual debía ser ajusticiado, Luciano no tuvo más remedio que mirar de uno al otro rostro; la verdad era que ambos eran bastante feos y, de haberme tocado a mí estar en su lugar, me hubiera dado lo mismo cualquiera. Pero luego la mirada de él bajó hacia los bultos de ambos y allí era donde había una notable diferencia: uno de ellos (el del mismo que había planteado lo de la paga) lucía bastante más generoso que el otro. Como no podía ser de otra manera, no fue ése el que Luciano eligió. Sin embargo, y como dije, Evelyn siempre tenía su as guardado en la manga.

“Bien – dictaminó -; ya elegiste. Ahora él va a cogerte”

Lo sorprendente del caso fue que no señaló al que había sido escogido por Luciano sino justamente… al otro. El rostro de Luciano se puso de todos colores, combinándose en él la humillación y la furia.

“Pero…” – comenzó a balbucear.

“Chist. Sin chistar – le cortó Evelyn apoyándole un dedo índice sobre los labios -. Ya sé a cuál de los dos elegiste, así que no necesito que me lo repitas, pero yo soy quien verdaderamente sabe lo que es bueno para vos, así que, en este caso decidí que seas cogido por el que menos te gusta”

El sujeto que había sido elegido por Luciano refunfuñó y estuvo a punto de ensayar una protesta, pero antes de que lo hiciera, ya el otro se acercó a Luciano por detrás y, tomándolo por la nuca, lo obligó a inclinarse y retomar así la posición que tenía antes de que lo llevasen al baño, es decir inclinado y con las palmas sobre el escritorio. Hincándosele detrás, el tipo le separó los plexos con dos gruesos pulgares y le escupió en el orificio; luego se incorporó y, sin que mediara más trámite, se aflojó su pantalón para, un instante después, penetrar a Luciano con una verga bien prominente que le sometió a un intenso bombeo hasta hacerlo gritar como una chica, para beneplácito mío y, por supuesto, de las otras tres muchachas que estaban en el lugar.

Luego del hermoso acto de feminización de Luciano, tuve que abocarme a mis tareas, con lo cual las cosas ya no fueron tan divertidas para mí. Tuve que limpiar y fregar un baño terriblemente sucio para tener luego que soportar que Rocío, enviada por Evelyn, se encargara de desaprobar mi trabajo y ordenarme que limpiara más a fondo. Así lo hice: apliqué todo producto de limpieza habido y por haber hasta que la taza lució, a mis ojos, tan blanca que parecía nueva. Precisamente en ese momento entró en el cuarto de baño Micaela, lo cual me hizo dar un respingo y me llevó a mirar maquinalmente al piso. Ella se acercó al inodoro y estiró el cuello para ver adentro: la expresión pareció ser de disconformidad pero, si era así, y de acuerdo a lo que a continuación expresó, no era porque hubiese quedado sucio.

“La verdad es que está mucho mejor – dijo, para mi alivio -: antes era un asco. Te soy sincera: cuando trabajaba aquí, jamás venía al baño sino que me aguantaba hasta la salida. Ahora se ve bastante más limpio pero…”

No tengo palabras para describir el suspenso que me generó ese “pero”…

“Yo, personalmente, no puedo ir a estos baños de fábrica en los cuales se sienta todo el mundo” – terminó de decir, a la vez que se giraba hacia mí y me miraba con unos ojos terriblemente penetrantes, pero también sugerentes.

Me sentí turbada; sacudí la cabeza de un lado a otro sin poder entender lo que me quería decir: me lo dejó claro en su siguiente frase:

“De rodillas en el piso, como te enseñamos – me espetó -. De espaldas contra el inodoro, apoyás la nuca sobre la tapa y abrís bien grande la boquita”

Debí sospecharlo: me iba a mear en la boca. Todo me dio vueltas y recordé, en ese momento, que yo podía terminar con todo aquello simplemente tomando mi teléfono celular y buscando en el directorio el número del tipo que se vestía de colegiala. Estuve un rato pensando en hacerlo, pero sin decidirme. Micaela se puso las manos a la cintura y comenzó a martillear el piso con la punta de su sandalia en gesto de clara impaciencia.

“¿Y…? Estoy esperando”

No sé bien por qué no tomé el celular en ese momento; sólo sé que me dije a mí misma que ya habría oportunidad para hacerlo, posiblemente al otro día. De momento, hice lo que me ella me ordenaba: me arrodillé de espaldas al inodoro y luego eché cabeza y hombros hacia atrás de tal modo de dejar mi nuca apoyada contra la tapa para luego abrir la boca tan grande como era. Micaela me meó dentro; y yo, simplemente, tragué y tragué…

Y bien: ya hace una semana que estoy en mi nuevo lugar dentro de la fábrica. No puedo describir las situaciones humillantes a que me toca ser permanentemente sometida por el trío, que se sigue divirtiendo a costa de mí a sus anchas y sólo me deja descansar un poco cuando se ensañan con Luciano, momentos en los que, por cierto, yo también me divierto.

Una y mil veces he echado un vistazo al número en el directorio y otras tantas estuve a un solo impulso de marcarlo. Y cada vez que estuve por hacerlo, me dije: “mañana: sí, mañana lo haré…”

Mientras tanto Evelyn, Rocío y Micaela no paran de usarme. Y no sólo debo servirles café o atender las necesidades de ellas tres, sino a veces también las de las demás chicas que allí trabajan, lo cual implica para mí una humillación aun mayor, pues no hasta hace mucho eran mis compañeras. A veces Evelyn me llama a su oficina simplemente para hacerle de mesa o de soporte para sus pies cada vez que quiere descansarlos y lo peor de todo es que sus dos amigas le copiaron el vicio, con el agravante de que debo hacerlo debajo de sus respectivos escritorios y a la vista de todo el personal. En cuanto a Luciano, ya para esta altura es directamente una nena, un triste remedo del hombre que alguna vez pretendió ser…

De pronto, Micaela se pone en pie; me mira:

“Tengo ganas de hacer pis, muqui; vamos para el baño” – me dice y, como si fuera la cosa más natural del mundo, se marcha taconeando y dando por descontado que voy a ir tras ella.

Mientras las risitas arrecian a mi alrededor, yo pienso en mi celular y me digo que éste es el momento para llamar al tipo de Rosario. Pero no: acabo yendo tras los pasos de Micaela. Lo llamaré mañana…


Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (26)” (POR JANIS)

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Si alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:

la.janis@hotmail.es

Gracias a todos.

Janis.

LA MISA NEGRA.

Los acerados ojos del anciano recayeron sobre los dos fisgones escondidos en la parte superior de la arcada. No hizo ningún gesto de sorpresa, como si supiera, desde el principio, que estaban allí. Sonreía, dando casi la impresión de que se trataba de un monje bonachón con un hábito demasiado oscuro. Con mirada desorbitada, Cristo contempló como todas las chicas alzaban la mano derecha, apuntando con el dedo índice hacia ellos. La letanía que surgía de sus labios, aclamando a las entidades infernales, cambió súbitamente entonando una muy diferente, que acojonó totalmente a ambos.

― Están ahí… intrusos… están ahí… intrusos – repetían, incansables.

― ¡Nos han descubierto! ¿Qué hacemos? – farfulló Spinny, adoptando una postura a gatas.

― ¡Salir por patas! – exclamó Cristo, poniéndose en pie de un salto.

Los dos jóvenes descendieron la rampa del arco de piedra y recorrieron a toda prisa el estrecho reborde del muro que les llevaría hasta las escaleras. Pero, como una marea humana, las chicas retrocedieron, copando el acceso y las escaleras, por completo. Se quedaron estáticas, esperando y obstruyendo el paso. Cristo buscó otra salida, otra manera de escapar, pero no la había en aquel sótano. Sentía a su amigo empujar a su espalda, loco por seguir corriendo, pero se quedaron sobre aquel murete, atrapados.

― Bueno, bueno… – elevó la voz el anciano sacerdote, dirigiéndose evidentemente a ellos. – Así que tenemos espectadores para nuestro pequeño ritual. ¿Conocidos? – le preguntó a Rowenna, quien seguía sujetando al agotado carnero por uno de sus cuernos.

― Sí, mi dueño. Uno de ellos es un compañero de trabajo, el otro, el pelirrojo, es su amigo.

― Ya veo. Quizás les gustaría unirse a nosotros, en nuestra celebración. Traedles.

Cristo y Spinny se vieron aferrados de los brazos y empujados rápidamente escaleras abajo hasta ser presentados ante el extraño altar de lápidas. El anciano se inclinó sobre ellos desde su altura. Sus ojos se clavaron en el gitano.

― Sí, te recuerdo del mostrador de recepción de la agencia. Llevo un rato observando como os aplastabais sobre el arco de piedra, pero no he querido cortar el interesante desarrollo de la profanación del altar. ¿Qué pensáis de la actuación de las chicas? Voluntariosas, ¿verdad? – Cristo se encogió de hombros, sin ganas de contestarle. — ¿Cómo habéis sabido de esta reunión?

Súbitamente, los dos jóvenes sintieron una fuerte presión en las sienes y en la nuca, como si unas tenazas invisibles abrazaran y apretaran sus cabezas. Cristo apretó los dientes e intentó enviar la molestia a su profundo pozo mental. A su lado, su amigo se envaró y sus ojos se enturbiaron, comenzando a hablar con el mismo tono de voz lánguido que usaban todas las chicas allí reunidas.

― Hemos seguido a las chicas. Cristo me habló de la reunión pero no sabíamos dónde se iba a celebrar. Así que hemos acechado a Calenda, a May Lin, Mayra y Ekanya, hasta seguirlas en coche hasta aquí…

― ¡Tío, córtate! – exclamó Cristo, aprovechando que su molestia mental se disipaba.

El sacerdote le miró con extrañeza, las blancas cejas alzadas.

― ¿Te resistes? – preguntó, mirándole. — ¿Cómo es posible? ¡Manos arriba!

Spinny levantó inmediatamente sus manos, por encima de los hombros, sin cambiar un ápice su expresión. Cristo se le quedó mirando, intrigado con su actitud. A continuación, una nueva ola de presión se abatió sobre su cerebro, esta vez mucho más intensa, lo que le obligó a caer sobre una de sus rodillas. Se llevó una mano a la frente, intentando frenar el dolor que producían las extrañas pulsaciones que recorrían su cabeza. Tragó saliva y se concentró en disminuir la presión. Construyó un muro mental con la esperanza de rechazar aquello que le asaltaba. Aunque no sabía qué le bombardeaba la mente, estaba medianamente seguro de que debía tratarse de algún tipo de onda o energía radiada por aquel extraño anciano.

Segundo tras segundo, las pulsaciones se calmaron hasta convertirse tan solo en un sordo rumor de fondo. El anciano sonrió y recobró una postura más erecta. Sus ojos brillaban y se movían rápidamente, como si estuviese excitado por una súbita idea.

― Eres como yo – musitó para sí mismo, pero Cristo captó el murmullo.

― ¿Cómo tú? – preguntó.

― Un prodigio…

― Hombre, me han llamado muchas cosas pero, hasta ahora, eso de “prodigio” no.

― Bien, me ocuparé de eso más tarde. Ahora mismo, lo importante es realizar la ceremonia y la invocación. Por el momento, participaréis también…

― ¡Eso no se lo cree ni el Tato! – exclamó Cristo con rebeldía.

― No puedo obligarte como a tu amigo, pero sé que tienes muchas amigas entre estas chicas. ¿No querrás que les pase algo malo por no aceptar unas simples órdenes?

Cristo se mordió el labio, cogido en falta. Ni siquiera había pensado en una amenaza tan física y directa. Asintió con la cabeza y buscó a Calenda con la mirada. Se encontraba lejos de él y ni siquiera le miraba, totalmente sumida en una expresión de adoración reservada a su oscuro amo.

― ¡Perfecto! – exclamo el anciano, frotando sus manos. – Queridas mías, traed mi trono y volved a unir el círculo.

Varias chicas caminaron hacia el fondo del amplio sótano y regresaron con un gran sillón forrado de paño carmesí, que subieron con esfuerzo sobre al altar. Era una especie de diván de alto respaldar, pero sin brazos, con la tela cayendo en volantes para ocultar sus patas. Sobre su tapizado reposaba un cofrecito repujado. Rowenna y Mayra, recuperadas de su asunto zoofílico, se encontraban a cuatro patas sobre las lápidas, dibujando con tizas de colores un gran pentagrama en las losas, contenido en un doble círculo. El carnero quedó en el centro de tal obra, muy quieto tras la lujuria sufrida. El sacerdote se mantuvo muy atento al trabajo de las dos chicas, rectificando líneas aquí y allá y ayudándoles con ciertas runas cabalísticas.

Cristo intentó hablar con Spinny y hacerle recobrar la razón, pero, por mucho que le chistó, gritó, escupió, y hasta pateó en la espinilla, el irlandés parecía una marioneta, tieso y quieto, esperando órdenes. “¿Qué ha querido decir con prodigio? ¿Tiene algo que ver con mi capacidad de memorizar? Mamaíta, que mal rollo…”, no dejaba de pensar en lo que parecía ser capaz de hacer aquel extraño viejo.

Las dos chicas sobre el altar acabaron con su trabajo y bajaron a reunirse con sus compañeras. El sacerdote tomó entre sus manos aquel cofrecillo y lo abrió, sacando de su interior un hermoso cáliz de plata, decorado con oscuros ópalos y cruces invertidas. Tras esto extrajo una pequeña daga, con aspecto de estar muy afilada. Dejó ambas cosas en el suelo y sacó cinco velas del fondo del cofre, unas velas gruesas y negras, que situó en cada esquina del pentagrama. Murmurando unas inteligibles palabras, las encendió con un mechero barato que sacó también de la caja de madera. Las llamas se alzaron con fuerza, pero no asustaron al animal, que debía de estar acostumbrado.

Acabado ese proceso, recogió de nuevo el cáliz y la daga y con un objeto en cada mano, se acercó al borde del altar.

― ¡Queridas mías, mis niñas preciosas – se dirigió a todas las chicas—, ha llegado el momento que os despojéis de vuestras ropas para la ceremonia!

Con un revuelo de suaves sonidos pero ni una sola palabra, las mujeres se fueron desnudando sin pudor alguno. Lanzaron sus ropas y zapatos a un par de metros a sus espaldas, como si no quisieran que les estorbasen. Cristo se quedó con la boca abierta, impresionado por toda aquella sorprendente desnudez. Jamás hubiera imaginado que llegaría a ver tantas modelos desnudas y juntas.

― ¡Padre de las Mentiras! ¡Glorioso hijo del lucero del alba! ¡Rey de los Infiernos! Nos humillamos ante ti para mayor honra y alabamos tu impía palabra – tronó la voz del sacerdote, con una resonancia que no parecía posible que surgiera de su sarmentoso cuerpo. — ¡Suplicamos tu venida, Maestro Impuro! Obsecro adventum tuum, Magister Inmunde!

Las desnudas mujeres repitieron el salmo en latín, aferradas de las manos, iniciando una nueva letanía repetitiva. El sacerdote tendió el cáliz y la daga hacia la chica más cercana al altar y le dio instrucciones con un murmullo. La joven asintió y tomó los objetos. Entregó el cáliz a su vecina y, sin un solo titubeo, realizó un profundo corte, en la cara interna de su propio antebrazo, cercana al codo. La sangre brotó profusamente mientras que ella apretaba el brazo y dirigía el reguero sanguinolento al interior de la copa, que su compañera mantenía firmemente. Tras unos segundos de sangría, pasó el cuchillo a la que mantenía la copa alzada, ésta, a su vez, entregó la copa a la chica siguiente. La que recibió la daga cortó su antebrazo en la misma forma que la primera y con igual decisión, mezclando su sangre en el cáliz. Entretanto el cántico seguía, sin interrupción.

Con los ojos desorbitados, Cristo miraba como, una a una, las chicas iban cortándose y llenando el cáliz de sangre. La primera en hacerlo se había agenciado vendas y esparadrapo y se dedicaba a cubrir las heridas, cortando las hemorragias. El cáliz sangriento llegó hasta ellos, quienes también fueron incluidos en la sangría, aunque, en el caso de Cristo, fue una de las chicas quien le hizo el corte. Sobre el altar, el anciano seguía salmodiando con los brazos alzados. En esa ocasión, no utilizaba el latín, sino que era castellano pronunciado al revés, detalle que Cristo atrapó en cuanto se repuso del dolor producido por el corte.

Cuando el cáliz recorrió todo el círculo de chicas, la primera en sangrar volvió a entregarlo al sacerdote, que lo recogió con infinito cuidado, ya que casi rebozaba. Se acercó al carnero reverenciado y alzó la copa llena de sangre por encima de su cabeza.

― Hic est census Pater bestialis tradens sanguinem qui invocant te …

La sangre cayó despacio sobre el pelaje de la bestia, empapándolo y amalgamando las guedejas con trazas de bermellón oscuro. El animal seguía sin moverse, como si estuviera en un trance que no debería estar al alcance de una mente tan simple. La sangre goteaba del lomo y cabeza del carnero, deslizándose por sus flancos y manchando las pulidas piedras mortuorias.

El hombre bajó del altar, con ayuda de los cajones traseros, y lo rodeó, quedando frente a Cristo y su amigo. Tendió el cáliz que aún llevaba entre las manos al gitano. Este lo tomó con repugnancia. Cristo estaba sintiendo el mayor juju que un gitano puede experimentar: una ofrenda al diablo. En la copa, aún quedaba un fondo de sangre de un par de dedos, al menos. El anciano clavó sus ojos en el y le sonrió. Manipuló un grueso medallón que llevaba al cuello, abriéndolo. Cristo pudo entrever algo blanco enterrado en un puñado de tierra.

― Es una hostia consagrada, enterrada en la tierra de una tumba – explicó el sacerdote, dejando caer la mezcla en su palma. Una gruesa lombriz se agitaba entre las migajas de la oblea y la tierra desgranada.

Volcó el contenido de su mano en el interior del cáliz, lombriz incluida, y por un instante, Cristo creyó ver la sangre emulsionarse. Cerró los ojos instintivamente y cuando los abrió, el denso líquido sanguíneo había regresado a la normalidad, o bien estaba viendo alucinaciones, se dijo. El anciano tomó la copa y, sin quitar los ojos de Cristo, se la llevó a los labios, bebiendo un largo trago.

“¡Joer, me cago en el Dó de Oroz! ¡Ni ziquiera ha hecho figurá! ¿Ezte tío quién ez? ¿El puto Drácula?”, pensó en su lengua materna.

― Queridas, giraos y presentadme vuestras nalgas, que es lo que más aprecia nuestro príncipe en nosotros – elevó su voz el sacerdote. Sus labios estaban manchados de sangre y un chorreón bajaba por su barbilla.

Todas las mujeres se giraron, inclinándose levemente para resaltar sus traseros. Incluso Spinny lo hizo, aún sin estar desnudo. A pesar de la situación, Cristo estuvo a punto de soltar una carcajada. El anciano introdujo un dedo en el cáliz, mojándolo en sangre, y dejó una simple línea en la frente de Cristo.

― ¡Echa payá, coño! – exclamó.

Sin darle importancia, el sacerdote hizo lo mismo con Spinny, y después se dedicó a untar el inicio de cada trasero femenino, justo por debajo de los riñones, donde más de una lucía un glamoroso tatuaje.

En el momento en que la sangre tocó su piel, Cristo notó como su pene se tensaba en el interior de sus pantalones, asombrándole. Debido al temor y la preocupación, ni siquiera se excitó con la visión de todas las chicas desnudas. Eso no quería decir que no las hubiera mirado bien a fondo, para un ulterior aprovechamiento, pero su pene ni siquiera se había estremecido. ¿Por qué lo hacía en ese momento? ¿La sangre tenía algo que ver, o quizás era la hostia sacrílega?

Pero él no era el único en sentir una súbita fiebre que alteraba sus sentidos, que hacía correr la sangre rauda por las venas. Las chicas empezaban a estirarse, a deslizar una mano por los endurecidos pezones, a mirar con deseo a sus compañeras, y, sobre todo, se relamían. Pasaban la lengua sobre sus labios como si intentaran degustar algo que los manchaban, algo delicioso.

El anciano, a medida que las marcaba, había escogido a tres de ellas para seguirle de nuevo sobre el altar y acompañarle en lo que denominaba su trono. Una de ellas era Britt, la pequeña nueva amiga de Cristo. Las otras dos elegidas eran Rowenna, quien parecía gozar de la estimación del sacerdote, y una exquisita sureña rubia llamada April Soxxen.

Las tres chicas elegidas se dirigieron sobre el altar mientras el anciano encaraba a todas las demás, chicos incluidos. Reclamó su atención, la cual se dispersaba cada vez más debido a la excitación.

― Queridas niñas… y niños, es hora de que gocéis y atraigáis de esa forma a nuestro Príncipe. Necesitará mucha, mucha lujuria. A partir de este momento, solo estaréis pendientes a vuestro estado de excitación. No existirá ningún límite, ningún freno a vuestras ansias y deseos; nada frenará la lujuria que recorre vuestros cuerpos. Solo queda la necesidad de satisfacer vuestros instintos más naturales. ¿Habéis comprendido?

Cristo se estremeció al escuchar el profundo “sí, amo” que surgió de las gargantas subyugadas. Solo entonces fue mínimamente consciente de que estaba a punto de participar en una orgia con la que siempre soñó. No supo si alegrarse o sentir aún más temor del que ya le embargaba. ¿Cómo se había visto envuelto en una situación tan extraña y apabullante? ¿Por qué tenía él que ser el único en ver aquel fantasma merodeador? ¿Por qué coño tenía que ser tan puñeteramente curioso? Su máma se lo había dicho muchas veces, que le perdería su manía de meter las narices en todas partes.

El viejo sacerdote regresó a su apoltronado diván, donde se hundió con languidez y despotismo, dejando que las tres chicas que había escogido se afanaran en sus atenciones y mimos. Una le quitó los zapatos, masajeando sus pies delicadamente, manteniéndolos sobre su regazo. Otra se ocupó de su nuca y hombros, recostándole sobre su desnudo pecho. La tercera, arrodillada sobre la piedra, se entretenía en desnudarle lentamente, tratando de no molestar a sus compañeras.

Cristo miró a su alrededor. Las chicas se emparejaban rápidamente e incluso aceptaban tercetos, sin escrúpulos algunos. “Tenía razón. Las modelos asumen una personalidad lésbica en la intimidad, quizás condicionadas por ser un producto para los ojos masculinos. Es como una compensación.”, pensó el gitano, con un raro destello de claridad.

Sin embargo, a su derecha, Spinny estaba siendo acariciado y desnudado por dos chicas, concretamente Alma y una mexicana de nombre raro, Betsania. Su amigo se dejaba hacer, sonriente y feliz como un Buda recién cenado. Cristo estuvo a punto de exclamar: “¿Y a mí, cuando me toca?”, cuando se dio cuenta que un grupito de modelos, encabezado por una altísima valquiria alemana, Hetta Gujtrer, venían hacia él con claras intenciones.

― ¡Madre mía! ¡Viene la Hitler! ¡Jesús! – exclamó entre dientes.

Alzó las manos como si se rindiera incondicionalmente ante las chicas, las cuales sonreían como lobas hambrientas, cosa que no ayudó demasiado en tranquilizarle. Pasó la mirada sobre ellas. Eran cinco. ¿No pensarían las cinco rifárselo, no? Hetta, como siempre, era la que comandaba sus chicas. Incluso estando subyugadas como estaban, mantenían su grupito de amigas nórdicas y seguía llevando la voz cantante. ¿Qué clase de control utilizaba el viejo? Hipnosis no era; al menos a él no había intentado hipnotizarle, pero no conseguía averiguar nada más.

Hetta se detuvo ante él, sonriente, los brazos en jarra, los puños contra sus caderas. No solo la despampanante alemana no daba importancia a su desnudez, sino que parecía ufanarse de ello. Sacaba sus mórbidos pechos hacia fuera, tiesos como obuses, que quedaban justamente a la altura de la boca del gitano. La modelo sopló hacia arriba para apartar parte de su largo flequillo de sus ojos.

― Queremos jugar contigo, Cristo – dijo con su marcado acento boche.

― Pero con cuidado, eh, que soy muy sensible – advirtió él.

Junto a Hetta, se encontraba otra compatriota alemana, más joven y más bajita: Gru Tasser. Sin embargo, no tenía aquel aire teutónico marcado. Su cabello era castaño claro, largo y lacio, pero poseía una mandíbula firme y cuadrada y una boca pequeña. Las tres que completaban el grupo pertenecían a diversas nacionalidades escandinavas. Bitta Monarssen era danesa y mestiza, una curiosa mezcla de padre rubio y madre indo asiática, concretamente de Sumatra. Katiana Dürgge provenía de la parte más al norte de Suecia y confirmaba el estereotipo más clásico de los arios nórdicos. Iselda Läkmass procedía de la costa de Noruega y era la más joven de todas ellas y quizás la más dulce.

Cristo no tenía apenas relación con aquel grupo de modelos, ya que se mantenían un tanto apartadas de las demás modelos. Todas ellas compartían un gran apartamento en Queens y, salvo algunos ansiolíticos que le compraban al gitano, no compartían gran cosa. Por eso mismo, se había quedado descuadrado cuando las había visto llegar en su busca. ¿Qué querían de él? ¡Si era muy poquita cosa para todas ellas!

Hetta no le dejó pensar más, ya que se clavó de rodillas delante de él y le desabrochó el pantalón hábilmente, bajándoselo de un tirón. Katiana se inclinó y manoseó su miembro por encima de los boxers, siempre sonriente. Gru se colocó a su espalda e introdujo sus manos bajo la prenda interior, aferrándole las nalgas. Cristo tragó saliva. No existían prolegómenos ni futilezas en sus mentes condicionadas. Iban directas al grano y eso acojonaba un tanto a nuestro gaditano.

Le dejaron totalmente desnudo en un abrir y cerrar de ojos. Se quedó allí, en pie, con las manos a la espalda, que Gru se encargaba de sujetar, expuesto a los ojos de las cinco chicas. Bitta disputó acariciar su pollita con Katiana, juguetonas pero no comentaron nada ofensivo sobre ella, algo que Cristo agradeció. Hetta hizo una seña a Iselda y ésta se acercó a ellos, pues se había quedado descolgada del grupo. La alemana, aún de rodillas, la situó ante Cristo y la obligó a abrirse de piernas. El gitano contempló aquel pubis sin vello y absolutamente delicioso. Con dos dedos, Hetta abrió los labios de la vagina, haciéndole ver que estaban húmedos y brillantes, al igual que los de todas ellas.

Se llevó los dedos a la boca, chupándolos. Arrodillada a su lado, Katiana se rió, envidiándola en el fondo. Con mirada maliciosa, Hetta empujó a Katiana sobre el pene de Cristo. La sueca no se hizo de rogar y engulló el penecito por completo, apretando el glande con su garganta. Sonriendo, Hetta se giró hacia la joven Iselda, y aplicó sus labios sobre aquel coño deseoso, consiguiendo que brotara un suspiro de los labios de la noruega.

Cristo alucinaba en colores, sujetado por las manos de Gru y de Bitta mientras la boca de Katiana le aspiraba con fuerza y pericia. “Dios… esto es la Gloria.”, se dijo, dejando que una atolondrada sonrisa separara sus labios. A su espalda, la otra alemana y la danesa unieron sus labios, sin dejar de sostener el cuerpo del gitano. A los ojos de Cristo, todo se desarrollaba con una simplicidad absolutamente diabólica. Todas las chicas parecían muy dispuestas a dejarse llevar por la lujuria y el desenfreno, tras ser imbuidas del signo sangriento que el viejo pintó en sus cuerpos. De hecho, el propio gitano podía dar fe de la fiebre interna que se había despertado en él, tras embadurnarle la frente.

A unos cuantos metros de distancia, Spinny había rodado por el suelo, abrazando tanto a Alma como a Betsania, entre risas y susurros. Ni siquiera parecían ser conscientes de que, a su alrededor, un par de docenas de jóvenes desnudas retozaban, alegremente concupiscentes. La guapa mexicana parecía un tanto obsesionada con el miembro del irlandés, pues no dejaba de sobetearlo y menearlo, como si fuese una zambomba navideña. Alma, totalmente enardecida, lo que pintaba sus mejillas de fuerte rubor, besaba tan apasionadamente a Spinny que sus trabadas bocas se llenaban de abundante saliva.

Sentada sobre el filo de una de las lápidas que formaban el incongruente altar, Mayra mantenía sus piernas bien abiertas y sujetaba el pelo oscuro de una de sus compañeras, quien realmente se atareaba en hundir la lengua en su vagina. Parecía dispuesta a perseguir cualquier traza de semen que el carnero pudiera haber dejado en el interior de su compañera. Mayra contoneaba sus caderas con garbo, aún a riesgo de raspar sus nalgas sobre la pétrea superficie, y gemía sordamente, enfrascada en la novedosa experiencia del cunnilingus.

Casi a los pies de Mayra y formando una cada vez más extensa alfombra humana, la mayoría de las modelos se agrupaban sobre el suelo de tierra batida. Calenda y May Lin fueron las primeras en besarse, acostumbradas a mantener una relación de este tipo en casa. Ekanya se unió rápidamente a ellas, acariciando las nalgas de ambas. Después fue Joselyn y Martine, y luego las hermanas Nerkeman, las que decidieron unírseles, por lo que el grupo acabó yéndose al suelo, para más comodidad.

Cinco mujeres acariciándose y besándose en el suelo atrajo la atención de las parejas lésbicas que se estaban formando a su alrededor. Era como si gravitaran alrededor de un cuerpo celeste mayor y, finalmente, fueran atraídas por su fuerza de gravedad. Una tras otra, fueron acomodándose a su alrededor, aumentando el número y, por lo tanto, su fuerza de atracción.

Annabelle, Leonor, Amaya, Ruby…

Calenda era quien mantenía más atenciones sobre ella, pues en verdad era una modelo muy estimada y envidiada. May Lin, demasiado acostumbrada a estrecharla en sus brazos mientras dormían, había cambiado de aires, dedicándose a la negra Ekanya, a quien le había echado el ojo desde su llegada a la agencia. Se lo demostraba mordisqueando sus oscuros pezones, tan erectos como balas del 38. Calenda, por su parte, estaba frotándose lánguidamente en una apretada tijera con una de las hermanas Nekerman, mientras la otra, arrodillada a su lado, le mantenía alzado el rostro para besarla sin comedimiento.

Sonriendo como todo un pachá, el viejo sacerdote admiraba su obra, tumbado en el viejo diván. Las chicas que le atendían le habían despojado de su oscura túnica y de las ropas que el hombre llevara debajo, quedando dispersas sobre las lápidas. Rowenna y April, arrodilladas en el suelo, se disputaban vorazmente cada centímetro de piel de su miembro viril. A pesar de la avanzada edad que representaba, su pene se encontraba dignamente encumbrado y duro, con unas dimensiones más que aceptables. Britt se dedicaba exclusivamente a besar al anciano, tanto en los labios, como en las mejillas y en el cuello.

El mal iluminado y profundo sótano, más bien una catacumba según diversas opiniones, se llenaba de suspiros, jadeos, y largos gemidos, a medida que la pasión se expandía. Los cuerpos desnudos se fusionaban e interconectaban, se deslizaban sinuosamente los unos sobre los otros, con las pieles impregnadas de sudor y deseo a partes iguales. Los febriles ojos entornados, oscurecidos por las largas y cómplices pestañas, no dejaban de buscar el sutil reconocimiento de la pasión admitida, del inequívoco gesto del más puro placer. La lujuria invadía lentamente la mente de cada participante, llenando sus lógicos pensamientos con una sola idea: “intégrate aún más en la orgia”.

Cristo, quien seguramente era la persona que más tiempo había mantenido la serenidad, ya no razonaba precisamente. Desnudado casi a tirones, había pasado de mano en mano, mejor dicho, de boca en boca, besando y mordisqueando los labios de cada una de las “nórdicas”, y no siempre de una en una. Hetta se había transformado en una bestia sexual, que solo gruñía y gemía, buscando cada vez más fricción entre sus piernas.

El gitano le ofreció una de sus profundas y concienzudas lamidas, que la llevó literalmente a aullar mientras se tensaba fuertemente bajo la lengua, pero solo sirvió para enardecerla aún más. Necesitaba sentir mucho más y sus compañeras tuvieron que volcarse todas sobre ella, ocasionándole orgasmos casi continuos.

Alma se atareaba en tragar el pene de Spinny, quien jugaba a pistonear tanto la vagina de la mexicana como la garganta de su colega pelirroja, enfrascadas en un cada vez más estrujador sesenta y nueve. Arrodillado entre las piernas abiertas de Betsania, se hundía en aquel delicioso coño latino, adornado con un zigzagueante rayo de vello; dos riñonadas profundas para conseguir uno de esos gemidos oriundos de Chiapas y vuelta a sacarla para, a continuación, enfrascarla en la garganta de Alma, que estaba más que dispuesta a degustarla tanto como los icores de la joven modelo azteca.

Deseaba que el joven se corriera en su boca, pues intuía que el semen era lo único que apagaría el fuego que brotaba de su esófago, pero Spinny se contenía asombrosamente, demostrando que estaba bien acostumbrado a follar. De hecho, ambas mujeres se habían corrido una vez al menos y se agitaban en busca de un horizonte aun más placentero. Alma apretó suavemente el glande violáceo con los dientes de su mandíbula inferior y su labio superior, antes de que Spinny la cacheteara suavemente en la mejilla, sacándola de su boca.

― ¡Ahí la llevas otra vez, Betsania! ¿Lo quieres fuerte o suave, pendón? – masculló entre dientes.

― Fuerte, huevón, todo lo fuerte que puedas – gimió la modelo mexicana, desde debajo del cuerpo de Alma.

Ésta se mordió el labio fuertemente cuando observó aquel pistón hundirse en la calenturienta sonrisa vertical, sin consideración alguna. Sintió los dientes de la latina morder dulcemente el interior de su muslo, como respuesta a la intrusión. Dos embistes más, un nuevo quejido, y vuelta a sacarla…

Ekanya se había entregado a toda aquella desconocida pasión; se había rendido incondicionalmente, con los ojos brillantes y las rodillas flaqueando. Nunca había experimentado algo así y se dijo, antes de ofuscarse completamente, que tendría que confesar sus pecados el domingo en misa. La lengua de May Lin la estaba torturando, posada sobre su clítoris. Su compañera era puro fuego y para impedir que los continuos gemidos que acudían a su garganta surgieran y la pusieran aún más en falta, había tomado el pie de Amaya, succionando sus dedos con pasión.

Arrodillada casi sobre el rostro de la negra, Calenda se afanaba por meter sus puños en el interior de las vaginas de las hermanas Nekerman. Ethel y Davina, las susodichas hermanas, chillaban fuertemente, sin saber si se trataba de gozo o de dolor. A Calenda no le importaba, pues las chicas la habían retado y ahora debían pagar las consecuencias. Con una mueca de suficiencia, la venezolana consiguió introducir el puño derecho completamente, sintiendo como Davina se estremecía toda y dejaba escapar un chorrito de pis, muñeca abajo.

― Vamos a por el otro – musitó con un gruñido, empujando su puño izquierdo.

Mayra se corrió en el momento de escuchar las palabras que gruñó Calenda. Se encontraba tumbada de costado sobre uno de los laterales del altar, sus piernas entrecruzadas con las de Sophie Presscott, sus sexos rozándose plenamente. Por fin reconocía que Calenda la ponía burra en cuanto la espiaba y que esa era la única razón de haberse hecho amiga de ella. La hubiera enloquecido tenerla entre sus piernas como a la imbécil de Sophie, pero no había tenido oportunidad. Entre los espasmos del fuerte orgasmo, se dijo que quizás aún no era tarde.

― ¡Me viene! ¡Jodida cochina, me corroooo! – exclamó la canadiense Sophie, arrancando una sonrisa a Mayra.

El viejo sacerdote intentaba estar al tanto de cuanto ocurría alrededor del altar. Por eso mismo, detuvo con un gesto a Rowenna y April, quienes sujetaban a la pequeña Britt entre sus manos. En la breve pausa, el anciano sintió débilmente los orgasmos de Mayra y Sophie y sonrió socarronamente. Se encontraba sentado sobre el diván, con las piernas extendidas ante él, en el suelo. Britt se acuclillaba sobre su erguido sexo, sujetada de los brazos por sus dos compañeras. Jadeaba, la mirada desenfocada. Sus pequeños senos subían y bajaban rápidamente, al ritmo de sus inspiraciones. Solo deseaba dejarse caer sobre aquel órgano que estaba fijo en su mente.

Sin embargo, aguardaba el permiso de quien era su dueño en aquel momento, al igual que sus dos nuevas amigas. Se la veía más joven de lo que era, quizás debido al mohín impaciente que se reflejaba en su rostro, o bien a su pequeño y esbelto cuerpo desnudo, que Rowenna y April manejaban como una marioneta.

― Vamos, jovencita, déjate caer… lo estás deseando, ¿verdad? – susurró el anciano.

Con una risita que quiso ser una respuesta y un alivio, al mismo tiempo, Britt quedó libre de sujeción. La mano de su amo mantenía empuñada la estaca de carne que deseaba en su interior, la cual se deslizó vagina adentro como una daga en su funda, hasta su totalidad.

― Aaah… putilla, estás acostumbrada a calibres gruesos… ¿a qué sí? – expuso el anciano mientras pellizcaba los grandes pezones de la joven.

― Sí, mi dueño. Mi ex la tenía grande – jadeó ella, mirándole a los ojos.

Con un gesto atrajo la atención de las dos modelos en pie, las cuales acercaron sus caderas para que las manos del sacerdote se apoderaran de sus sexos. Dos índices las penetraron inmediatamente, dejando claro que el interior estaba bien húmedo y dispuesto para lo que él quisiera. Muy pronto las tuvo a las tres con los ojos cerrados, las aletas de las narices comprimidas y la barbilla levantada al techo, suspirando y contoneándose en un glorioso terceto.

Los minutos pasaban raudamente, sin que nadie de los presentes controlase su avance. Primero una hora, luego otra más pasaron, sin que la compleja y viciosa sinfonía de gemidos y ruidos pasionales decayese lo más mínimo. El amplio sótano apestaba a tufo amoroso, a sexo desatado, a pesar que solo había tres hombres implicados. Sin embargo, el acre aroma a sudor y a humanidad en general enervaba las glándulas pituitarias.

De alguna manera, la satánica bendición del viejo sacerdote no solo exasperó la lujuria de los asistentes, sino que reforzó y aumentó su resistencia. A decir verdad, Cristo se había corrido ya dos veces, pero no pensaba en ello, ni siquiera era consciente de ese número ni condición.

Sudando como un gitano condenado a pico y pala, estaba sodomizando duramente a Katiana, quien arrodillada y con el culo expuesto, aullaba de gusto sobre la entrepierna de Gru. Ya no atinaba a pasar la lengua sobre la henchida vulva, por mucho que la reclamase. Para aprovechar el momento y no enfriarse, la alemana aumentó el ritmo de sus dos manos, inmersas en una bien orquestada fricción sobre los inflamados clítoris de Bitta e Iselda. Tanto la danesa como la noruega se encontraban de rodillas, las espaldas rectas y los muslos bien abiertos. Los dedos índices y corazón de cada mano de Gru penetraban al unísono los sexos de sus compañeras mientras ellas apretaban y torturaban sus propios pezones. Con las bocas entreabiertas y barbillas temblorosas, perseguían con celeridad una nueva explosión jubilosa.

Hetta había abandonado el grupo de sus amigas un rato antes, atraída por la mirada lujuriosa de Alma. Con su innato sentido de la dominación, consiguió que tanto la pelirroja como la mexicana quedaran de rodillas, con sus rostros hundidos en las intimidades de la hermosa alemana; Alma en la entrepierna, Betsania en la retaguardia.

Con sus manos bien aferradas a las esplendorosas cabelleras de las temporalmente sometidas, una de ellas rojiza y la otra casi azulada por su negrura, Hetta clamaba soeces insultos en puro alemán a medida que el éxtasis la alcanzaba. Todo su cuerpo delineado por duros ejercicios, se agitaba incontrolado y sus ojos casi vueltos evidenciaban que había llegado a su límite.

― Bastarde! Sie werden mich umbringen, bei Gott! Welche Sprachen! Verdammt amerikanischen Fotzen!

Con estas palabras, su cuerpo se desmadejó y cayó en brazos de las dos chupópteras, que se sonrieron mientras la tranquilizaban con caricias. Casi parecían dos libidinosas amantes del Drácula de Stocker, solo les faltaba relamerse la sangre de sus comisuras.

Spinny, cual sátiro resabiado, iba de flor en flor, ofreciendo su pene y sus besos a quien quisiera. Finalmente, Martine y Annabelle se aliaron para terminar con sus indecentes y provocativos punterazos. Sin dejar de besarse y abrazarse entre ellas, le hicieron el gesto de unirse a ellas. Annabelle alzó sus nalgas cuanto pudo para que el irlandés enfundara el miembro en su sexo y Martine, cuando lo hizo, le aferró con sus piernas.

Annabelle, esbelta rubia cobriza, agitó sus nalgas con una pericia desacostumbrada en una chica tan joven. Su compañera Martine la miraba a los ojos mientras el galope cada vez más exagerado de Spinny la llevaba al cielo. La jamaicana Martine decidió contribuir en el placer mutuo, llevando sus dedos tanto a su vulva como al clítoris de Annabelle. A punto de llegar al intenso final, Spinny se volcó sobre ellas y, como pudo, colocó su lengua entre las de las chicas, que no dudaron en aceptaron aquel beso a tres bandas, lleno de gemidos lúbricos cuando se derramó sobre el trasero de la chica.

También Cristo llegaba al éxtasis más absoluto en ese momento, follándose a toda máquina las bocas de Iselda y Bitta. Las dos estaban arrodilladas frente a frente, las manos a la espalda como a él le gustaba y las lenguas bien sacadas, para que Cristo pudiera meter su pene con toda eficacia. Katiana, detrás, le estimulaba el esfínter con un dedo, lo cual llevaba a nuestro gitano al más sublime paroxismo. La verdad es que echaba de menos ese tipo de caricias a las que Chessy le acostumbró. Gracias a ello, dejó varios chorros de semen en las bocas y barbillas de las dos modelos nórdicas, al mismo tiempo que dejaba escapar un gritito nada masculino.

El grupo numeroso de chicas había evolucionado hacia posturas de pura fantasía, agrupando el mayor número de participantes. Precisamente, en ese momento, todas ellas formaban un gran círculo sobre el suelo de tierra. Unas de espalda al suelo, otras cabalgando el rostro de las primeras, de forma alterna. De esta manera, conseguían estar todas conectadas en un sesenta y nueve general y grandioso.

Mayra, aprovechando el cambio de las chicas, se había unido a ellas, consiguiendo quedar bajo las caderas de su compañera favorita, Calenda. Lo único que le molestaba de esta magnífica oportunidad era no poder ver el rostro de Calenda cuando se corriese, pero, al menos, podría degustar su exquisito coñito totalmente depilado.

El círculo lésbico se asemejaba a unas extrañas plantas mecidas por ráfagas de cálido viento cuando las espaldas ondulaban y se curvaban, afectadas por el placer. Los gemidos parecían susurrados a las expuestas vulvas para brotar de nuevo en las cimbreantes lenguas de sus compañeras, pasando así de chica en chica. Las manos se aferraban a las desnudas nalgas, pinzaban los abiertos muslos, o bien se deslizaban buscando encajar en intimidades aún sin descubrir.

Finalmente, una a una, siguiendo un orden totalmente aleatorio, las chicas fueron alcanzadas por el último y determinante orgasmo que las hizo desfallecer y quedar adormiladas, las unas sobre las otras; las mejillas posadas sobre los olorosos sexos duramente manipulados. Algunas manos buscaron una última muestra de cariño, quedando asidas mientras recuperaban el aliento. Otras, como Mayra, susurraron un débil “te quiero”, como agradecimiento.

El sótano, poco a poco, se quedaba en silencio y tan solo una voz destacaba: la del viejo sacerdote.

― Eso es, mis bellas niñas. Habeis cargado el pentagrama con la suficiente energía – decía, de pie sobre el enmohecido diván.

Britt, Rowenna y April estaban recostadas bajo sus piernas, con sus pies estirados sobre la piedra, las espaldas sobre el fieltro del mueble, y las nucas casi en ángulo recto, apoyadas en la curvatura del respaldo. Mantenían sus bocas bien abiertas y los ojos clavados en su amo.

― Así, así, las bocas abiertas para recibir la comunión – murmuraba el anciano, meneando frenéticamente su pene sobre ellas. La punta de una lengua algo blanquecina asomaba entre sus labios, en una mueca perversa. – En el nombre del Innombrable, m-me corro… sobre v-vosotras… amén…

El gran pene morado del anciano escupió una ingente cantidad de espeso esperma, de consistencia pegajosa y fuerte olor. El semen se deslizó sobre los tres rostros expuestos, manchando párpados, narices, bocas, mejillas, y hasta cabellos. El anciano se reía y bailoteaba sobre ellas, aprovechando los escasos huecos entre sus cuerpos. No contento con esto, miccionó largamente sobre ellas, derramando orina por rostros y cuerpos sin que las muchachas protestasen en absoluto.

Acabada su asquerosa ceremonia, se bajó de un cuidadoso saltito y avanzó hasta donde se encontraba el carnero ensangrentado, que no se había movido ni un ápice durante la larga orgia. Con un chasquido de sus dedos, atrajo la atención de los ojos del animal y se miraron largamente. Maldijo en voz baja.

― ¡Demonios, aún nada! Tendré que esperar a que concluya la jornada – murmuró para sí mismo. – Bueno, niñas, es hora de irse a casa…

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Mi jefa es una hija de puta con tetas” (POR GOLFO)

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Si ya de por sí trabajar es un coñazo, el tener como jefa a una hija de puta con tetas es una auténtica guarrada. No sé si será vuestro caso pero imaginaros lo mal que llevo el qué la directora de mi departamento sea una zorra malnacida de pésimo carácter pero que cada vez que me hecha la bronca, además de bajar la cabeza en plan sumiso, no puedo evitar sentirme excitado.
Os preguntareis porqué. Bien sencillo:
¡Esa cabrona tiene un polvo descomunal!
Con treinta años recién cumplidos, Doña María es una morenaza de casi un metro setenta con un culo de ensueño. Aun así la parte de su anatomía que me trae por jodido son sus enormes pechos. Nunca he sido bueno para calcular pero estoy convencido que ese par de ubres deben de pesar cada una al menos…
¡Un kilo!
No os podéis hacer una idea. Son inmensas y aun así como por arte de magia se mantienen inhiestas. Sé que en el futuro esos manjares llegarán a convertirse en unas tristes lágrimas pero hoy en día, cuando desde mi silla la veo pasar, no puedo evitar recrearme soñando con tenerlos entre mis labios.
 
Durante los dos años que llevaba trabajando en esa compañía, nunca pensé que llegara el día que pudiera decir:
¡Ese par de tetas son mías!
La actitud déspota y tiránica de esa mujer evitaba que ninguno de sus subalternos se atreviera siquiera a tratar de intimar con ella. Aunque estuviera buenísima y fuera soltera, no había nadie con los huevos suficientes de intentar enrollársela. Por mucho que todos deseáramos hundir nuestra cara entre sus pechos, el terror a su reacción nos mantenía alejados.
Aun así, cada mañana, cuando esa zorra llegaba a la oficina y con paso firme, se dirigía a su despacho, no podía dejar de recrearme con el hipnótico bamboleo de sus dos tetas al caminar. Sé que no era el único y que muchos de mis compañeros seguían con la cabeza arriba y abajo las secuencia de sus senos, pero en mi interior soñaba con que Doña María me estaba modelando a mí.
Secretamente obsesionado por esa arpía, no podía dejar de suspirar apesadumbrado cuando pasaba una hora sin que esa morena saliera de su despacho. Me daba igual si al hacerlo, se metía conmigo. ¡Necesitaba verla! No sé la de veces que me habré pajeado pensando el ella. La de ocasiones en la que mi mente habrá dado rienda suelta a mi lujuria con Doña María como protagonista.
Desgraciadamente para ella, yo era un cero a la izquierda, un objeto sin valor que se sentaba a la salida de su oficina. La relación entre nosotros era casi inexistente. Siendo ella mi jefa, apenas se dirigía a mí y si deseaba algo, usaba a mi supervisora como interlocutora.
Mientras el resto de mis compañeros recibía continuamente sus broncas, en mi caso era raro que lo hiciera y aunque os parezca absurdo, eso me parecía injusto. ¡Quería ser como todos los demás!, por eso mientras la gente de la oficina  rehuía su mirada, yo en cambio buscaba su contacto. Ingenuamente,  deseaba que al notar mis ojos fijos en los suyos Doña María se percatara de mi existencia.  Pero cuanto más intentaba hacerme patente, menos caso me hacía.
Convencido de que me ignoraba a propósito, decidí quejarme….
 
 
Me quejo a esa zorra

Como no podía llegar y preguntarle porque no me echaba a mí broncas como a los demás, resolví planteárselo de otra manera. Como sabía que a nuestra división nos había caído el marrón de levantar la sucursal portuguesa, me estudié los informes a conciencia y con la situación fresca en mi mente, fui a su despacho.
Doña María estaba como de costumbre de un pésimo humor y por eso al verme entrar, casi gritando, me preguntó que narices quería:
-Jefa, quiero que me encargue el tema de Lisboa- contesté acojonado.
Su reacción al oírme fue soltar una carcajada pero viendo que me mantenía firme en mi postura, me pregunto:
-¿Qué cojones sabes tú de ese asunto?
Como lo traía preparado, rápidamente le explique a grandes rasgos la situación y una vez la había descrito, le propuse un plan de acción alternativo que no era otro más que directamente cargarme a media estructura de esa oficina. Tal y como había previsto, eso era lo que esa ejecutiva pensaba pero cansada de ser ella siempre la ejecutora había pospuesto esas medidas.
En ese momento, Doña María debió de pensar que le convenía que uno de sus lacayos fuera por una vez el hombre malo y por eso tras pensarlo durante unos segundos, me contestó:
-No sabía que además de guapo, tenías cojones.
Su piropo consiguió darme los suficientes arrestos para decirla:
-Tengo ya preparadas las cartas de los despidos, si quiere me puedo firmarlas yo y así si algo sale mal será mi culpa.
Asumiendo que la responsabilidad seguiría siendo suya, dijo con voz fría:
-Me parece bien pero si hacemos eso, el trabajo de nuestra unidad se incrementará…
-Puedo ocuparme de ello- respondí- ¡Tengo tiempo!
Para mi desgracia, la morena se levantó de su asiento y dando un paseo por su oficina, se puso a pensárselo. Y digo para mi desgracia porque al hacerlo, me quedé embobado mirándole el trasero.
“¡Qué maravilla!”, estaba pensando cuando al girarse me pilló con la boca abierta y los ojos fijos en sus nalgas.
Supe que me había cazado porque con muy  mala leche,  respondió:
-De acuerdo, probaremos- y cuando ya pensaba que no se había dado cuenta, me soltó: -Manuel, como a partir de hoy trabajaremos codo con codo, te exijo que te comportes profesionalmente y dejes de babear cada vez que me muevo.
Abochornado, contesté:
-No se preocupe, no volverá a pasar- tras lo cual salí de su despacho.
Al salir me sentía el hombre más feliz del mundo  por un doble motivo:
¡Iba a trabajar con mi diosa! Y para colmo: ¡Al pillarme excitado, no se había molestado!
Sin poderlo evitar, dejé los papeles encima de mi mesa y casi corriendo fui a aliviar mi excitación al baño.  No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes mientras liberando mi pene me empezaba a masturbar recordando a mi jefa. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, me imaginé que un día al terminar la jornada esa puta me pedía que me quedara un poco más…
En mi mente, Doña María empezaba a flirtear conmigo  y cuando ya iba lanzado a por ella, me pegaba un corte.  Pero entonces y por primera vez, me arriesgué abrazándola porque en mi sueño, el quese comportara como una estrecha cuando me había provocado, me terminó de enervar y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta su mesa. Mientras la llevaba en los hombros, no paró de insultar y de gritarme que me iba a despedir.  Dominado por la lujuria, no pensé en las consecuencias y tirándola en la tabla, me puse a desnudar.
 
Desde su mesa, mi jefa no perdía ojo de mi striptease, me amenazaba con ir a la policía si la violaba. Cabreado y excitado por igual, me acerqué a ella y desgarrando su vestido con las manos, la dejé desnuda.
-¿Qué vas a hacer?
-Lo que llevas deseando desde que me contrataste. ¡Voy a follarte! ¡Puta!- respondí separando sus rodillas.
Al hacerlo, descubrí que no llevaba el pubis depilado e incapaz de contenerme, bajé mi cabeza entre sus piernas y sacando mi lengua, probé por vez primera el sabor agridulce de su sexo.
-¡Cerdo!- gritó intentando repeler mi ataque dando manotadas.
Su violenta reacción no hizo más que incrementar el morbo que sentía y dándole un sonoro bofetón, le ordené quedarse callada. La humedad que encontré en su sexo, me informó que esa mujer estaba cachonda y sabiendo que todo era un paripé y que yo era el hombre que había elegido para calmar su calentura, me puse a recorrer con mi lengua los bordes rosados de su vulva.
-¡Eres un maldito!- chilló al sentir que me apoderaba del botón escondido entre sus labios.
En mi imaginación, cogí su clítoris entre mis dientes. Ni siquiera llevaba unos segundos mordisqueándolo cuando esa zorra empezó a gemir como una guarra. Azuzado por sus gemidos, seguí comiendo esa maravilla e incrementando el volumen de mis caricias, metí un dedo en su vulva.
– ¡Cabrón!
Violentando mi acoso, incrementé la dureza de mi mordisco mientras unía otro dedo en el interior de su sexo. Tras unos minutos, follándola con mis manos y lengua, percibí que esa bruja ya mostraba indicios de que se iba a correr por lo que acelerando la velocidad de mi ataque, empecé a sacar y a meter mis yemas con rapidez.
-¡Te gusta! ¿Verdad? ¡Puta!- le grité en mi sueño.
Mi insulto la hizo llegar al orgasmo y berreando de placer, su cuerpo empezó a convulsionar sobre la mesa mientras de su sexo brotaba un manantial.
-¡Capullo!- aulló al experimentar la rebelión de sus neuronas y chilló con voz entrecortada: -¡No me folles!
Habiendo cruzado mi Rubicón particular, cogiendo mi pene entre mis manos, lo acerqué a su vulva.
-¡No me violes!- gritó al sentir mi glande jugueteando con su entrada.
Estaba a punto de horadar su sexo con mi estoque cuando el ruido de la puerta del baño, me sacó de mi ensoñación y temiendo que quien hubiera entrado me pillara, guardé mi pene y disimulando salí del retrete. Más excitado que antes de entrar, volví a mi sitio y sin poder dejar de pensar en doña María, la busqué con la mirada.
Me sorprendió verla mirándome desde su despacho y más aún descubrir en sus ojos un raro fulgor que no supe interpretar.
El resto del día, me ocupé del papeleo de los despidos y sin pensar en que iban haberse afectadas un montón de familias, firmé los ceses deseando que al día siguiente al enseñárselos a mi jefa, esta me recompensara con una mirada.
 
Mi primer día como su ayudante.
 
Esa mañana llegué temprano y como faltaban cinco minutos para que Doña María llegara a la oficina, decidí hacerme un café y otro a ella, de forma que cuando oí su taconeo por el pasillo, me levanté a llevarle tanto los papeles como la bebida recién hecha.
Sin agradecer el detalle, cogió el café y se puso a revisar el dosier que le había hecho entrega. Tras cinco minutos en los que examinó a conciencia mi trabajo, levantó su mirada y me sonrió diciendo:
-Bien hecho- tras lo cual me dio instrucciones y trabajo que me mantendría atareado al menos un par de días.
El cúmulo de tareas que exigió me dio igual porque esa fue la primera ocasión en la que oí de sus labios una frase amable. Satisfecho y creyéndome “Supermán” volví a mi mesa. Enfrascado en la reestructuración de esa sucursal, no solo pasó la mañana sino que incluso gran parte de la tarde sin que me diese cuenta y solo cuando a las siete, mis compañeros empezaron a marcharse, caí en que ni siquiera había comido.
Completamente famélico, saqué unos sándwiches y empecé a comer. Acababa de terminar con el primero cuando la jefa me llamó a su despacho. Extrañado porque me llamara, me levanté y fui a ver que quería.
-¿Cómo vas con lo que te he pedido?- dijo nada más entrar.
Brevemente le expliqué que casi había terminado con el plan de viabilidad pero que no lo tendría terminado hasta el día siguiente. Fue entonces cuando la vi mirar hacia la sala común donde ya no quedaba nadie y con voz seria pedirme que le enseñara lo que llevaba hecho. Sin poner excusa alguna, imprimí mi trabajo y volví a su lado para llevarme la sorpresa que se había sentado en el sofá y aprovechando que estábamos los dos solos, ¡Se había descalzado!
Si eso era algo inusual en esa morena, más lo fue que al tomar los papales entre sus manos, me dijera con voz quejumbrosa:
-Estoy agotada. ¿Por qué no me das un masajito mientras lo reviso?”.
Cortado pero excitado no pude negarme y comprendiendo que se refería a sus pies, me senté y empecé a masajearle sin importarme la humillación. Sabedora de que me tenía en sus manos, se tendió en el sofá y mientras repasaba el dossier, se dedicó a disfrutar de mi masaje.
Yo, por mi parte, me sentía en la gloria al sentir su piel bajo mis manos. Tanteando en un principio,  acaricié su tobillo y su empeine sin atreverme a ir más allá.
-Me encanta- dijo al notar la acción de mis dedos.
Sus palabras me dieron la confianza necesaria para presionar con mis yemas en las patas de sus pies mientras Doña María ni siquiera se dignaba a mirarme. Sé que sonará servil pero os juro que no me importó su descarada manipulación y con cuidado, me concentré en el tobillo derecho  trazando círculos a su alrededor.
-Usted descanse, se lo merece- me atreví a decir.
No me contestó por lo que presioné su talón, estirándole el empeine.  Reconozco que me excitó tanto oler el aroma de sus pies como notar el sudor acumulado después de un día de trabajo y colocándome mejor, tomé entre mis yemas los delicados dedos pintados de rojo que llevaba mi superiora.
-¡Más fuerte!-  exigió pegando un gemido.
Como podréis suponer, obedecí incrementando la fuerza con la que masajeaba su empeine, mientras estiraba una a una sus falanges. Para entonces, mi jefa había dejado los papeles en la mesa y cerrando los ojos, se dedicó a disfrutar con descaro de mis caricias. Imbuido en una especie de trance, presioné con mi pulgar en su puente.
Mi dura maniobra no solo le gustó sino que pegando un inaudible sollozo, me rogó que continuara sin darse cuenta que su falda se había descolocado, dejándome admirar la belleza de sus muslos.
“¡Qué monumento de mujer!”, pensé al recorrer con mi mirada sus piernas.
Ajena a ser observada tan íntimamente, se dejó llevar y con un sensual susurro, me preguntó si no sabía hacer nada más. Sin llegármelo a creer, comprendí que me pedía que profundizara en el masaje y no atreviéndome a subir por sus pantorrillas, levanté sus tobillos y acercando sus pies a mi boca, me quedé pensando en que hacer.
Tenía ese par de bellezas a breves centímetros de mi cara y viendo que mi jefa seguía con los ojos cerrados, reuní el valor para inclinarme y empezarlos a besar. Mi atrevimiento no la molestó y lo sé porque no solo nos lo retiró sino que los acercó más aún. Su aprobación me dio alas y sin medir las consecuencias, saqué la lengua y empecé a recorrer con ella sus plantas.
Totalmente fascinado, las lamí con auténtica dedicación mientras ella, de vez en cuando se estremecía disfrutando de mis atenciones. Durante cerca de dos minutos me recreé dándole lengüetazos arriba y abajo hasta que abriendo sus ojos, me miró diciendo:
-Chúpame los dedos- tras lo cual introdujo el dedo gordo de su pie en mi boca.
Su actitud despótica  no me molestó y embadurnando de saliva su dedo, cumplí fielmente su capricho. Para cualquiera que hubiera visto la escena, le habría resultado humillante la forma en que me lo introducía y sacaba de la boca. Era como si me follara la boca con él. Satisfecha decidió que le gustaba y cambiando de pie, repitió su maniobra diciendo:
-Termina lo que has empezado.
Uno a uno, los diez dedos de la morena fueron objeto de mis caricias y mientras obedecía como su rendido siervo, esa morena sabía de lo mucho que yo estaba disfrutando.  El poder que ejercía sobre mí era total y abusando de él, me exigió:
-Cómeme el coño.
Para entonces mi capacidad de razonar estaba completamente anulada y sin poder pensar en otra cosa que en corresponderla, separé suavemente sus piernas y levantándole la falda, veo por primera vez sus bragas de encaje negras.  Perdiendo la vergüenza y dejando salir al amante que tenía en mi interior, le empiezo a bajar esa prenda dejando al  descubierto un chocho peludo.
Al descubrir que su mata crecía salvaje y que esa mujer no se depilaba me terminó de desarmar y ya dominado por un deseo loco e intenso, fui recorriendo con mi lengua sus pantorrillas, acercándome a la meta.
Si esa puta se esperaba que me lanzará de inmediato entre sus muslos, se equivocó y con una lentitud exasperante fui recorriendo la distancia que me separaba de ese manjar. Doña María no pudo reprimir un gemido al sentir mi aliento acercándose a su coño y pegando un berrido, me exigió que culminase.
Pero desobedeciéndola por vez primera, soplé sobre los labios de su vulva mientras con los dedos los abría suavemente, dejando al descubierto su ansiado clítoris.
-Date prisa, ¡Inútil!- se quejó amargamente al sentir que usando una de mis yemas, acariciaba su botón con delicadeza.
Su queja lejos de servirme de acicate, ralentizó más si cabe la velocidad mis maniobras, mientras ella se ponía a cien. Sabiendo que era mi momento y que la tenía en mi poder, me dediqué a saborear lo más despacio que pude de ese banquete. Para ese instante, mi jefa estaba poseída por la lujuria y sin importarle que pensara, se sacó los pechos de su blusa y comenzó a pellizcarse los pezones, totalmente excitada.
Sabiendo de antemano que era mi dulce venganza, rodeé con la punta de mi lengua su botón sin llegarlo a atacar de pleno. Aunque deseaba hundirme entre sus piernas, no lo hice y en plan capullo, seguí elevando su excitación hasta llevarla a donde yo quería.
-¡Por favor! ¡No aguanto más!- gritó desencajada.
Su ruego me supo a rendición y apiadándome de ella, deje que mi lengua se recreara con largos y profundos lametazos sobre su clítoris. Ella al sentir mis húmedas caricias, se puso a gemir como una loca. Con el convencimiento que con cada lametazo me iba apropiando de su ser, seguí haciendo hervir su sangre poco a poco.
-¡Dios! ¡Qué gusto!- bramó voz en grito al experimentar que mis dientes tomaban al asalto su botón.
Como si fuera el hueso de un melocotón, mordisqueé sin cesar mi presa mientras la puta de mi jefa convulsionaba de placer sobre el sofá. Habiéndola llevado hasta ese punto, usé un par de dedos para hoyar su agujero. Doña María al notar esa intrusión, contrajo sus piernas y buscando un mayor contacto, presionó mi cabeza con sus manos:
-No pares, cabrón- chilló mientras todo su cuerpo se arqueaba en busca del placer.
El orgasmo de la mujer era inminente y por eso, me recreé metiendo y sacando mis yemas de su interior mientras lamía su clítoris con mayor énfasis. Su explosión no tardó en llegar y derramando su gozo en mi boca, convirtió sus caderas en un torbellino. Recolectando su néctar con mi lengua, profundicé su clímax, uniendo  una descarga de gozo con la siguiente hasta que totalmente agotada me pidió parar.
Malinterpretando sus deseos, me levanté y me despojé del pantalón, sacando de su encierro a mi pene. Confieso que pensaba que esa zorra iba a dejar que me la follara allí mismo pero, al ver mis intenciones, se mostró indignada y mientras se colocaba las bragas, me miró despectivamente diciendo:
-Mañana al llegar a las nueve, quiero el informe sobre mi mesa.
Tras lo cual, la vi marcharse a toda prisa, dejándome excitado, con la polla tiesa y más humillado de lo que me gusta reconocer…
 
Mi segundo día como su ayudante.
Al quedarme solo me sentí hundido y sin otra cosa que hacer porque nadie me esperaba en mi casa, me puse a terminar el trabajo que me había encomendado. Lo creáis o no, eran más de las cuatro de la mañana cuando al final lo acabé por lo que solo me dio tiempo de dormir tres horas antes de levantarme y pegarme una ducha.
Agotado y cansado, salí de casa increíblemente contento porque no en vano el día anterior había hecho realidad un sueño. Por mucho que me jodiera, no podía dejar de estar encantado de haber servido como esclavo sexual de esa zorra y por eso al llegar a la oficina, me sentía el más feliz de los mortales.
Siguiendo la rutina de todos los días, mi jefa llegó a las nueve menos cinco y encerrándose en su despacho, me mandó llamar. Nada más entrar me exigió ver el informe y al contestarle que lo tenía sobre su mesa, me miró con gesto despreciativo diciendo:
-¿Y mi café?
El hecho que me exigiera algo tan nimio después de haberme pasado toda la noche trabajando, me cabreó pero bajando la cabeza, fui a hacérselo. Al volver la vi revisando concienzudamente mi trabajo y no queriendo interrumpirla, le dejé su bebida y salí de su despacho.
“¡Será guarra!”, me quejé, “ni siquiera me ha dado los buenos días”.
 
Durante una hora, Doña María estuvo estudiándose los papales y cuando ya le había dado varias vueltas, me llamó para que le hiciera un par de cambios. Curiosamente cuando rectifiqué siguiendo sus instrucciones el plan, lo miró y sonriendo me dijo:
-Parece que además de tener una buena lengua, sabes de números.
Su extraña flor me dio ánimos de que lo de la noche anterior se iba a repetir y extralimitándome de mis funciones, contesté:
-Mi lengua es suya.
Soltando una carcajada, respondió que ya lo sabía y saliendo por la puerta, se fue a ver al director de la empresa. Aunque no me lo dijo, esa zorra se fue a mostrarle al gran jefe mi trabajo como si fuera el suyo. Tan contento se quedó ese cabrón que después de pasarse toda la mañana analizando los pros y las contras del plan, lo dio por bueno y como muestra de agradecimiento, se la llevó a comer.
Para mí, su ausencia fue dolorosa porque secretamente esperaba que cuando mis compañeros se marcharan del trabajo, repetiríamos lo sucedido la tarde anterior y por eso al ver que no regresaba, me empecé a poner nervioso dándole pábulo a los comentarios de que María era la amante del director.
Mirando el reloj cada cinco minutos, la tarde se me hizo eterna pero no queriéndome perder la oportunidad de volver a disfrutar de su coño, no me fui de la oficina y eran más de las ocho cuando recibí su llamada a mi móvil.
-¿Dónde estás?- me preguntó nada más contestar. Por su voz supe que llevaba algunas copas.
-Todavía en el trabajo, esperándola- contesté.
Mi afirmación la hizo reír y sin importarle que ya no fuera horario de oficina, me pidió que le llevara a su casa su maletín porque tenía unos papeles que quería revisar esa noche.
Comportándome como un simple subordinado, le pedí su dirección y cogiendo el puñetero maletín de su despacho, me fui a la dirección que me había dado. Como esa maldita me dijo que le urgía, tomé un taxi sabiendo que la tarifa correría de mi parte pero no me importó porque necesitaba verla.
Lo quisiera o no, ella era mi diosa y yo su triste vasallo.
Al llegar a su domicilio, me quedé impactado al descubrir que esa zorra vivía en un chalet impresionante. Si de algún modo, todavía creía en mi subconsciente que tendría alguna oportunidad, quedó hecha trizas al ver el cochazo del jefe aparcado en su jardín.
-¡Mierda!- exclamé convencido de que esa morena era la puta del director.
Mis temores parecieron hacerse realidad cuando en el hall de entrada me recibió con una bata casi trasparente que dejaba vislumbrar la coqueta lencería negra que llevaba. No me cupo ninguna duda de que esa mujer estaba acompañada al verla con una copa de champagne en la mano y con el pelo mojado como si  se hubiera dado una ducha.
Aun así no pude dejar de valorar su belleza y dándole su maletín, me la quedé mirando mientras ella revisaba sus papeles:
“¡Qué buena está!”, mascullé entre dientes al observar la perfección de esas dos ubres que me traían por la calle de la amargura desde que la conocí.
María tras comprobar que estaban los papeles que necesitaba, me soltó:
-¿Te apetece una copa?
Estuve a punto de negarme pero en el último instante, di mi brazo a torcer diciendo por si acaso:
-No quiero resultar un estorbo. Si está ocupada lo dejamos para otro día.
 Como la hembra astuta que era adivinó mis reparos y soltando una carcajada, me dijo:
-Lo dices por el coche de Don Jaime. Me lo he traído porque el vejete llevaba muchas copas para conducir- y elevando su tono, me preguntó: -¿No te creerás que lo que dice la gente?
Sabiendo a qué se refería, negué con la cabeza. Mi sumisa respuesta le satisfizo y mirando de arriba a abajo, me soltó:
-Desnúdate-
Me la quedé mirando sin saber cómo reaccionar mientras se sentaba en un sofá y solo cuando me exigió que empezara, me fui desabrochando uno a uno los botones de mi camisa. Por su cara comprendí que ni siquiera había empezado a desnudarme y ya estaba claramente excitada.
La forma en que fijó sus ojos en mi cuerpo me provocaron un escalofrío, de forma que antes de despojarme de esa prenda, ya tenía la piel de gallina. Deseando complacerla, di inicio a un striptease. Tratando de dotar a mis movimientos de una sensualidad que carecía solo pude hacerla sonreír por mi torpeza. Cabreado por su descojone, le pregunté:
-¿Qué es lo que quiere de mí?-
-Poca cosa,  me apetece verte desnudo- respondió mordiéndose los labios.
“Será hija de perra” pensé mientras dejaba caer mi pantalón al suelo. Fue entonces cuando mi jefa ya convertida en una perra ansiosa de sexo, se me quedó mirando el paquete y contenta de lo que se escondía debajo del calzón, se levantó y puso música diciendo:
-Baila para mí.
Cortado pero azuzado por el gesto de puro vicio que hallé en su cara, empecé a menear mi cuerpo al son de la canción mientras acariciaba con mis manos mi cuerpo casi desnudo. Paulatinamente me fui poniendo cada vez más caliente y tratando de forzar su reacción, llevé las manos a mi pecho y cogiendo mis pequeños pezones entre mis dedos, los pellizqué sin dejar de gemir tratando que abandonara su actitud pasiva.  
Sin hacer el menor caso a mis maniobras, mi jefa se mantuvo sentada en silencio. Decidido a forzar su calentura,  tomé la iniciativa y me bajé el calzoncillo, dejando al aire mi pene completamente erecto. Ni siquiera la visión de mi sexo empalmado, consiguió alterarla y pegando un sorbo a su copa, me pidió que me masturbara.
Para entonces, mi sumisión era completa y asiendo mi pene entre mis dedos, comencé a pajearme ante su cara. Solo por el brillo de sus ojos, supe que le estaba gustando mi exhibición y sin dejar de jalar de mi extensión se la acerqué hasta sus labios.
Con mi corazón latiendo a mil por hora, puse mi miembro a su disposición. Durante unos segundos, esa zorra no hizo nada y solo cuando de mi glande, brotó una gota de líquido pre-seminal abrió su boca y la recogió con la lengua. Saboreó durante unos instantes ese néctar que su empleado le brindaba para, ya sin ningún reparo, abrir la boca y engullirla. Lentamente, se fui introduciendo mi extensión mientras me acariciaba el culo con sus manos. Al sentir que uno de sus dedos se introducía sin previo aviso en mi ojete, gemí de placer y con más ahínco dejé que me la  mamara.
Usando su boca como si de un sexo se tratara, metió mi falo en su garganta y solo cuando esos labios rojos besaron su base, se la sacó y diciendo:
-Está muy rica.
Mi jefa que hasta entonces era ajena a haber sido mi objeto de mis sueños durante dos años, se la volvió a embutir con rapidez. Actuando como una posesa, se lo metió de un golpe hasta el fondo de su garganta. Sus ansias no me dieron ni tiempo de prepararme y por eso, para no perder el equilibrio, tuve apoyarme en el sofá.
-Tranquila- le pedí.
Si creéis que eso la detuvo, os equivocáis de plano porque siguió mamando mi verga como si no hubiese pasado nada mientras yo la miraba alucinado. No  tuve ninguna duda de que estaba más que acostumbrada a hacerlo, ya que, imprimiendo una velocidad endiablada a su boca, fue en busca de mi semen como si de ello dependiera su vida. No contenta con meter y sacar mi extensión, usó una de sus manos para acariciarme los testículos mientras metía la otra dentro de sus bragas.
-Me encanta- chilló del placer que experimentaba al experimentar la tortura de sus dedos sobre su clítoris.
Su completa entrega provocó que en poco tiempo llegara hasta mis papilas el olor a hembra hambrienta que manaba de su sexo. Aspirar su aroma elevó mi calentura hasta unos extremos nunca sentidos y sin poderme retener me vacié en su boca. Mi jefa, al sentir mi explosión de semen, se volvió loca y gritando descompuesta, devoró los blancos chorros que manaban de mi pene mientras se corría.
Durante unos segundos vi como todo su cuerpo convulsionaba de placer, pensando que había calmado su deseo, pero de pronto la vi levantarse y poniéndose a cuatro patas sobre el sofá, me pidió que la follase por detrás. Incapaz de negarme le bajé las bragas de encaje y mojando mi glande en su vulva, lo llevé a si entrada trasera y sin dudar, se lo clavé hasta el fondo.
No pude dejar de observar que el sexo anal era uno de sus caprichos porque a pesar del modo tan brutal con el que la sodomicé, no se quejó al sentir su ojete siendo maltratado por mí. Os juro que me creí en el cielo al tener mi pene dentro del culo de esa diosa y aunque me apetecía dar rienda suelta a mi lujuria, al ver unas lágrimas recorriendo sus mejillas, decidí esperar a que el sufrimiento cesara.
-¡Qué esperas para follarme!- gritó al ver mi inactividad.
Dejando a un lado la cordura, decidí que esa puta iba ser mi yegua y montándola en plan cabrito azucé sus movimientos con una serie de suaves azotes.
-¡Dios!- aulló al sentir que se desgarraba pero en vez de intentar que parara, me pidió que siguiera.
 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando María con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
-¡Más rápido!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di esta vez un fuerte azote. 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una zorra desorejada, me imploró que quería más. 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Mi jefa ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre el sofá, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa morena, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas. 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior. 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual que fuera mi diosa, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras mi víctima no dejaba de aullar desesperada. Mi orgasmo no tardó en llegar y mientras me vertía en el interior de sus intestinos usé su melena como riendas. Ya una vez había llenado su culo con mi simiente, me dejé caer a su lado agotado y exhausto.
Fue entonces cuando, levantándose del sofá, cogió la botella de champagne y dos copas y desde el umbral de la puerta, sonriendo me dijo:
-Levántate vago y acompáñame.
-¿Adonde?- pregunté.
-A celebrar mi ascenso- respondió y con una sonrisa en los labios, me informó de su nuevo puesto diciendo: -Me han nombrado directora de Portugal y he exigido para aceptar que tú me acompañes.
-¿En calidad de qué?
Poniendo un tono pícaro en su voz me contestó:
-Para la empresa como mi ayudante, pero en realidad te necesito para clamar mi fuego todas las noches.
Muerto de risa, me hice el duro diciendo:
-Entonces voy de bombero.
Soltando una carcajada mi jefa, me respondió:
-Así es. Desde que ayer vi tu manguera supe que tenía que probarla- y cogiéndome de la polla, tiró de ella, diciendo: -Te aviso que una vez encendida, ¡Soy difícil de apagar!

Relato erótico: “Pillé a la puta de mi esposa con otro” (POR GOLFO)

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Los hombres somos por lo general unos idiotas confiados. Aunque seamos proclives a cepillarnos a cuantas mujeres se nos pongan a tiro, por lo contrario, somos capaces de poner nuestra mano en el fuego porque nuestras parejas jamás nos pondrían los cuernos. Da igual que sea nuestra esposa, novia o compañera, en cuanto formalizamos una unión de cualquier clase, pensamos que no se les pasa por la cabeza estar con otro que no seamos nosotros.
Da igual que, por naturaleza, en cuanto conocemos a una mujer desatendida por su pareja no podemos verla como persona sino como un posible objetivo para incrementar  la lista de nuestras conquistas, pero en cambio no nos preocupamos de satisfacer las necesidades afectivas de quien tenemos a nuestro lado,  suponiendo su eterna fidelidad.
¿Alguno de vosotros me puede afirmar que no es así?
Acaso mientras os es fácil imaginar  que esa compañera de trabajo cuyo marido es un imbécil insensible puede caer en vuestros brazos, os resulta imposible la idea que la vuestra igualmente desatendida os traicione.
¿Cuántos de vosotros o de vuestros amigos se ha buscado otra y luego se sorprende de que la que habéis o han repudiado ha encontrado el cariño en otro hombre?
Seguro que de no ser en carne propia,  conocéis decenas de ejemplos a los que les ha ocurrido.
¡Los varones somos unos jodidos incautos que buscamos aventuras en otras camas sin cuidar la nuestra!
Y el primero: YO
Acostumbrado a ligar con toda mujer que me daba entrada, no cuide a la mujer con la que vivía.  Mientras me vanagloriaba ante los amigos de mis múltiples conquistas nunca creí que Elena fuera capaz de buscar sustituir mi ausencia con otro.
¡Reconozco que fui un completo gilipollas!
Habituado a no dejar pistas de mis romances, no supe reconocer los evidentes signos de su infidelidad. Mientras al llegar a casa revisaba mi camisa y jamás pagaba con tarjeta mis juergas, no descubrí que tras las llamadas a casa donde nadie contestaba se escondía el tipo que consolaba a mi esposa.
Por eso, confieso que me sorprendió descubrir un día que era un cornudo y que tardé en asimilarlo.
Ahora que ha pasado el tiempo, dudo si Elena lo hizo a propósito o bien fue un descuido que se dejara encendido su ordenador . Debían de ser las ocho de la noche cuando aterricé en el que consideraba mi impenetrable hogar. Como siempre dejé mi chaqueta en una percha tras lo cual la busqué. No tardé en encontrarla:
Mi mujer se estaba dando una ducha dejando su portátil encendido sobre la cama.
“¡Menudo desastre!”, pensé y sin otro pensamiento que apagárselo, me fijé en la pantalla.
Tenía abierto su correo privado. Todavía en la inopia vi que le acababa de llegar un email. Al leer el encabezado, me quedé helado:
-TE DESEO.
Sin ser capaz de controlarme, lo abrí y descubrí que tenía una aventura con un colega de su despacho. Durante minutos fui incapaz de reaccionar y seguir leyendo:
¡Mi vida y mi futuro habían caído hechos pedazos!
Sé que sonora hipócrita pero para mí mis deslices carecían de importancia mientras el de ella lo vi como una hecatombe. Totalmente hundido por tamaña decepción salí de casa. Necesitaba una copa y compañía, por eso, quedé con Fernando, un íntimo amigo.
Ni siquiera había llegado al bar donde me había citado con él cuando Elena me empezó a tratar de localizar. Estaba tan jodido que fui incapaz de hablar con ella y en vez de contestarle, le mandé un wath´s up diciendo:
-No quiero hablar- y recalcando el motivo de mi huida, escribí: -He visto tu Outlook.
Supe que con solo eso, mi mujer sabría que la había descubierto e incomprensiblemente, eso me tranquilizó.
Al llegar al bar, Fernando me estaba esperando. Aunque no le había contado el motivo, mi nerviosismo y mi urgencia le habían hecho comprender que era algo grave y por eso se dio prisa en acudir a mi reclamo.
Nada más sentarme junto a él, me preguntó que ocurría. Casi llorando le expliqué lo que había pasado. Mi amigo se quedó callado dejándome terminar y solo cuando se percató de que me había desahogado, con voz tranquila, me contestó:
-¿La quieres?
-Sí- respondí de inmediato.
-¿Y estarías dispuesto a perdonarla?
-Sinceramente, ¡No lo sé!- solté destrozado.
Fernando, llamando al camarero, pidió dos whiskies y esperó a que nos los sirvieran para decirme:
-Mira Manuel, lo que ha hecho Elena está mal pero es lógico. La has dejado demasiado sola y las mujeres necesitan además de dinero y cariño, sexo….
En ese momento intenté intervenir quejándome de que no era cierto pero aprovechándose de la amistad que nos unía, me calló diciendo:
-¡No me jodas! Este mes te has tirado más veces a tu secretaria que a tu esposa.
La realidad me golpeó en la cara y por eso no tuve más remedio que quedarme callado. Mi mutismo le permitió seguir diciendo:
– Si a la que quieres es a Elena, quizás esto no sea tan malo y puedas sacarle partido…
-¡No te entiendo!- contesté confuso por sus palabras.
-Pareces bobo. ¡Te ha dado una herramienta para cumplir tus fantasías!- dijo y haciendo una pausa, dio un sorbo a su copa: -Cuando mi mujer me pilló, aprovechó mi infidelidad para sacarme todo aquello que había deseado y nunca le di.
Por primera vez, vi una salida honrosa a ese infortunio y por eso atentamente seguí escuchando mientras me decía:
-Si Elena también quiere mantener su matrimonio, gracias al sentimiento de culpa que debe sentir, ¡No podrá negarse a cumplir tus condiciones!
-¿Tú crees?
-¡Por supuesto! Pero para conseguirlo deberás cumplir a rajatabla algunas instrucciones básicas…- viendo que había captado mi interés, prosiguió diciendo: -Para empezar cuando vuelva a casa no montes bronca, únicamente hazte el ofendido y quédate callado… ¡Hoy no le contestes!.
-¿Cómo me pides que no le exija explicaciones? ¡Tengo que hacerle saber mi enfado!
-¡Te equivocarías si  lo haces!…  Si me haces caso no solo seguirás con ella sino que la tendrás bebiendo de tu mano. Al no montarle un escándalo, no le das oportunidad de culparte de su traición y como no se podrá defender, su culpa se verá incrementada con el paso de los días hasta hacerse insoportable. Cuando se derrumbe, ¡Podrás marcarle tus condiciones!
Incomprensiblemente no solo le encontré sentido a su plan sino que incluso dejando al lado  el dolor de los cuernos, comencé a verle las posibles ventajas a su resbalón. Más sosegado y mientras volvía a casa, me puse a pensar que cambios me gustaría dar a nuestra relación.
Al instante, vino a mi mente determinados cambios que podía dar tanto a nuestra vida en pareja como a nuestra vida sexual. Respecto a la primera, estaba hasta los cojones de soportar a mi suegra todos los fines de semana y analizando la segunda, aunque satisfactoria no pude dejar de certificar que era demasiado tradicional.
“Elena me racaneaba las mamadas y se negaba de plano a experimentar el sexo anal”
Tras pensarlo, decidí que eso tenía que cambiar. Si mi mujer quería mantener nuestro matrimonio debería hacer concesiones y esas dos serían las primeras.
Llego a mi casa.
Siguiendo los consejos de Fernando, en el ascensor me despeiné el pelo y aflojando mi corbata, entré a mi apartamento. Tal y como previó mi amigo, Elena me estaba esperando en el salón totalmente descompuesta y nada más verme se trató de explicar:
-Estoy demasiado dolido para hablar hoy- respondí cortando sus disculpas y sin ni siquiera mirarla, fui a mi habitación y cogí mi almohada.
Elena que se esperaba una monumental bronca, me intentó ayudar con la cama de invitados pero no lo permití:
-La quiero hacer solo- le dije con voz suave- vete a TU cama.
Llorando, me rogó que la escuchara pero cerrando la puerta, la dejé hablando sola en mitad del salón. Durante unos minutos, intentó que abriera pero no lo hice. Ya desesperada, comprendió que esa noche iba a ser en vano y por eso, compungida, se fue a nuestro cuarto.
Ya acostado, di rienda suelta tanto a mi cabreo como a mi perversa imaginación y en la soledad de esas cuatro paredes, planeé mi venganza.
A la mañana siguiente, había dormido pocas horas pero al ver la cara con la que amaneció Elena, comprendí que ella había descansado aún menos.

-Buenos días- gruñí al ver que se había levantado antes y que sobre la mesa del comedor, estaba un café recién preparado.

Ese pequeño detalle me hizo saber que el plan de Fernando se estaba cumpliendo a rajatabla y a pesar de que sentándose frente de mí, mi mujer intentó establecer una comunicación, le resultó imposible. A moco tendido, me juró que había sido solo una vez y que para ella, el tal Joaquín no significaba nada.
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no saltarla al cuello y echarle en cara su comportamiento. Recordando las palabras de mi amigo, terminé tranquilamente el café y cogiendo mi maletín salí de casa.
No había llegado al coche cuando recibí el primer mensaje de mi esposa. En él, me pedía que le diera una oportunidad y que estaba arrepentida.
Decidí dar la callada por respuesta.
Para no haceros el cuento largo, antes de llegar al trabajo me había escrito tres veces,   esa mañana otros cuatro y ya en la tarde cuatro más. En ellos, su nerviosismo y perplejidad iban en aumento. En el último, dándose por vencida, me informaba que si era lo que deseaba se iría de casa.
-No eso lo que quiero- respondí escuetamente.
Mi móvil empezó a sonar en cuanto mandé esa respuesta pero me abstuve de contestar. Tras insistir varias veces, me mandó un mensaje diciendo:
-¿Qué quieres?
-Una mujer que me quiera y me respete.
Como comprenderéis supe que había ganado en cuanto recibí su último wath´s up:
-Te quiero y te respeto- había contestado.
Disfrutando mi victoria de antemano, le escribí:
-Demuéstralo.
Con el papel de marido destrozado bien aprendido, nuevamente en el ascensor desordené mi peinado y poniendo cara de angustia, abrí la puerta del piso. Al no verla, me derrumbé en el sofá, sabiendo que no tardaría Elena en aparecer.
A los treinta segundos, la vi salir de nuestra habitación. Supe al momento que me había quedado corto en su claudicación porque con ganas de compensar sus cuernos, llegó vestida con un coqueto picardías.
Si en las otras ocasiones que me había recibido de tal guisa, me había lanzado sobre ella a hacerle el amor, en esta ocasión mi reacción fue distinta, cerrando los ojos hice como si su vestimenta no tuviera importancia.
Mi mujer se quedó perpleja al ver mi reacción. Quizás en su fuero interno hubiera pensado que o bien me iba a cabrear o bien que me la follara. Lo que nunca previó fue mi inacción. Tanteando el terreno, se acercó al sofá y me empezó a hablar.
Al no contestarle, decidió que mediante besos iba a conseguir su objetivo por lo que subiéndose sobre mis rodillas, me comenzó a besar. Sin rechazar frontalmente sus caricias pero evitando el moverme para que no lo tomara como colaboración, recibí sus besos en silencio.
Elena, totalmente confundida, no cejó en su intento y más cuando  sintió mi pene erecto bajo el pantalón. Sin darse cuenta que eso iba a ponerla bruta, buscó mi reacción frotando su sexo contra el mío. La dureza que mostraba y el continuo roce paulatinamente fueron incrementando su calentura  hasta que ya inmersa en la lujuria, usó sus manos para sacarlo de su encierro.
Desgraciadamente cuando quiso empalarse con él, se lo prohibí diciendo:

-Con la boca.

Sorprendida por mi pedido, me miró con los ojos abiertos sin comprender pero entonces, cogiendo mi miembro entre mis manos se lo acerqué a su boca. La seriedad que vio en mi rostro, le impidió reusar a cumplir con mi capricho y  echando humo por la humillación, se apoderó de mi extensión casi llorando. Tras lo cual, abrió sus labios y se lo introdujo en la boca.
Tratando de soportar su vergüenza, cerró los ojos, suponiendo que el hecho de no verme disminuiría la humillación del momento.
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que veas que es a tu marido al que se la chupas- exigí.
Mientras su lengua se apoderaba de mi sexo, vi que por sus mejillas caían dos lagrimones y sin apiadarme de ella, disfruté de su felación. Al observar que en contra de lo que me tenía acostumbrado, me estaba mamando con un ímpetu inusitado, forcé su cabeza con mis manos y mientras hundía mi pene en su garganta, le dije:
-Mastúrbate con la mano, ¡Zorra!.
Sabiendo que no podía fallarme, sin rechistar vi como separaba los pliegues de su vulva y en silencio daba inicio a una pausada masturbación. Con sus  dedos torturó su ya inhiesto clítoris con rapidez,  temiendo que de no hacerlo así me enfadara. Poco a poco su calentura fue subiendo en intensidad hasta berreando como en celo y sin dejar de mamarme la verga, se corrió sobre la alfombra.
Azuzado por el volumen de sus gritos, me dejé llevar y con brutales sacudidas, exploté derramando mi simiente dentro de su boca. Os juro que me sorprendió ver el modo en que devoró mi eyaculación  sin dejar gota. Entonces y solo entonces, le dije:
-¿Te ha gustado putita mía?
 Avergonzada pero necesitada de mi polla, no solo me gritó que sí, sino que poniéndose a cuatro patas, dijo con voz entrecortada por su pasión:
-Fóllame, ¡Lo necesito!
Lo que nunca se imaginó  ese zorrón fue que dándole un azote en su trasero, le pidiese que me mostrara su entrada trasera. Aterrorizada, me recordó que su culo era virgen pero ante mi mirada, no pudo más que separarse las nalgas. Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me rogaba que no tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me agaché y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su esfínter mientras acariciaba su clítoris con mi mano.
Excitado hasta decir basta, al comprobar que su entrada trasera seguía intacta y que su amante no había hecho uso de ella, me dio alas  y recogiendo parte del flujo que anegaba su sexo, fui untando con ese líquido viscoso su ano.
-¡Por favor! ¡No lo hagas!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso en su esfínter pero en vez de retirarse, apoyó su cabeza en el sofá mientras levantaba su trasero. 
Su nueva posición me permitió observar que los muslos de mi mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole otro azote, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio. 
Su gemido me recordó que aunque quería vengarme, no quería destrozarla y por eso volví a lubricar su esfínter, buscando que se relajase. El movimiento de caderas de mi esposa me informó involuntariamente que estaba listo.  Queriendo que se repitiera en el futuro, tuve cuidado y por eso seguí dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar. 

-¡No puede ser!- aulló confundida al percatarse de que le estaba empezando a gustar que sus dos entradas fueran objeto de mi caricias y sin poderlo evitar se llevó las manos a sus pechos y pellizcó sus pezones, buscando incrementar aún más su excitación.

Contra toda lógica, al terminar de meter los dos dedos, mi esposa se corrió como hacía años que no lo hacía. Satisfecho por sus gemidos y  sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con su flujo y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada: 
-¿Deseas que tu marido tome lo que es suyo?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter. 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar y echando su cuerpo hacia atrás, por primera vez en su vida, empezó a empalarse. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro.
Decidida a que no tuviera motivo que recriminarle, en silencio y con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con embutiéndose mi miembro  hasta que sintió la base de mi pene chocando con su culo.
Fue entonces, cuando pegando un grito me pidió que me la follara. El deseo reflejado en su voz no solo me convenció que había conseguido mi objetivo sino que me reveló que a partir de ese día esa puta estaría a mi entera disposición. Haciendo uso de ella como si fuera una nueva posesión, fui con tranquilidad extrayendo mi sexo de su interior y cuando casi había terminado de sacarlo, el putón con el que me había casado, con un movimiento de sus caderas, se lo volvió a introducir.
A partir de ese momento, poco a poco, el ritmo con el que la daba por culo se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope. Queriendo tener un punto de agarre, me cogí de sus pechos para no descabalgar.
-¡Me encanta!- no tuvo reparo en confesar al experimentar que estaba disfrutando.
 -¡Serás puta!- contesté y estimulado por su entrega, le di un fuerte azote. 
Lejos de quejarse por el insulto, gritó al sentir mi mano sobre sus nalgas y comportándose como la guarra que era,  me imploró más.  No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoras cachetadas marcando el compás con el que la penetraba.
Ese rudo trato  la llevó al borde de un desconocido éxtasis y sin previo aviso, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Os juro que en los diez años que llevábamos casados nunca la había visto así. Reconozco que fue una novedad  ver a Elena, temblando de placer mientras me imploraba que siguiera azotándola:

-¡No Pares!, ¡Por favor!- aulló al sentir que el gozo que brotaba del interior de su culo. 

 

Su entrega fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su culo como frontón.  Mi esposa pegando un alarido, se corrió.
Decidido a no perder esa oportunidad, forcé su esfínter al máximo con fieras cuchilladas de mi estoque. Exhausta, Elena me pidió que la dejara descansar pero inmerso en mi propia calentura, no le hice caso y seguí violando su ano hasta que sentí que estaba a punto de correrme. Pegando un grito, le exigí que colaborara en mi placer.
Reaccionando al instante, meneó sus caderas, convirtiendo su trasero en una sensual batidora. Mi orgasmo fue total. Cada uno de las células de mi cuerpo se estremeció de placer mientras  mi pene vertía su simiente rellenando el estrecho conducto de la traidora.
Al terminar de eyacular, saqué mi pene de su culo y agotado, me dejé caer sobre el sofá. Mi esposa entonces, se acurrucó a mi lado y besándome, me agradeció haberla perdonado pero sobre todo el haberla dado tanto placer.
Sus palabras me hicieron reaccionar y tirándola al suelo, le solté:
-No te he perdonado-Tras lo cual, le dije: -Eres una puta pero quiero que seas mi puta. Si me prometes darme placer, haré como si nada hubiera ocurrido.
Arrodillada a mis pies, me pidió que le diera una nueva oportunidad jurando que nunca me arrepentiría. Satisfecho, le solté:
-Me voy a la cama. Tráeme un whisky. Quiero una copa mientras observo como me la vuelves a mamar.
Elena al oírme, se levantó a cumplir mi capricho. La sonrisa que lucía en su rostro, me convenció de lo ciego que había estado durante todos esos años:
¡Mi mujer disfrutaba del sexo duro! Cabreado por no haberme dado cuenta pero esperanzado por lo que significaba, me fui hacia mi cuarto.
Aunque nunca iba a saberlo, en el salón, Elena estaba radiante mientras no podía dejar de pensar en la razón que había tenido al pedirle ayuda a Fernando.
Insatisfecha por nuestra vida sexual, le pidió consejo sobre cómo exponerme sus extraños gustos. Después de escuchar su inclinación por ser usada como sumisa, mi amigo supo que no aceptaría de buen grado el papel de dominante. Tras pensar cómo convencerme, entre los dos se inventaron esos cuernos, sabiendo que al enterarme iba a correr a pedirle ayuda.
 
 

“Millonario y dueño de un harén, gracias a un ladrón” (LIBRO PARA DESCARGAR POR GOLFO)

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Sinopsis:

Nuestro protagonista estaba con un amigo y dos mujeres cuando la madre de una de ellas le abofetea al considerarlo como el causante de todos sus males. En un principio, no reconoce a su agresora y eso le enfurece. La propia hija es la que le informa que años antes y durante una auditoría, había sido él quien acusó al marido de esa loca de haber hecho un desfalco y creyendo en la inocencia de su padre, le pide que descubra quien había sido el verdadero culpable.
Intrigado por el asunto e interesado en la muchacha, investiga y descubre que no se había equivocado en acusarlo pero lo que realmente trastoca su vida es descubrir veinte millones de euros a nombre de la cría en un paraíso fiscal.
Esa situación les pone en un dilema, él sabe donde está ese dinero pero no puede tocarlo y la muchacha es millonaria pero desconoce como hacerse con su herencia.
Entre los dos llegan a una solución….

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/dp/B078RN7N83

PARA QUE PODÁIS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO EL PRIMER CAPÍTULO:

 
CAPÍTULO 1

La ausencia de papeles amontonados sobre la mesa de mi despacho, engaña. Un observador poco avispado, podría suponer falta de trabajo, todo lo contrario, significa que 14 de horas de jornada han conseguido su objetivo, y que no tengo nada pendiente.
Contento, cierro la puerta de mi despacho y me dirijo hacia el ascensor. Son la 9 de la noche de un viernes, por lo que tengo todo el fin de semana por delante. El edificio está vacío. Hace muchas horas que la actividad frenética había desaparecido, solo quedaban los guardias de seguridad y algún ejecutivo despistado. Como de costumbre, no me crucé con nadie y mi coche resaltaba en el aparcamiento. En todo el sótano, no había otro.
El sonido de la alarma al desconectarse, me dio la bienvenida. Siguiendo el ritual de siempre, abrí el maletero para guardar mi maletín, me quité la chaqueta del traje, para que no se arrugara y me metí en el coche. El motor en marcha, la radio encendida, el aire acondicionado puesto, ya estaba listo para comerme la noche. Durante los últimos diez años, como si de un rito se tratara, se repetía todos los viernes: ducha, cenar con un amigo y cacería.
Iríamos a una discoteca, nos emborracharíamos y si había suerte terminaría compartiendo mis sabanas con alguna solitaria, como yo.
Las luces de la calle, iluminan la noche. Los vehículos, con los que me cruzo, están repletos de jóvenes con ganas de juerga. Al parar en un semáforo, un golf antiguo totalmente tuneado quiso picarse conmigo. Sus ocupantes, que no pasaban los veinte, al ver a un encorbatado en un deportivo, debieron pensar en el desperdicio de caballos; una piltrafa conduciendo una bestia. No les hice caso, su juventud me hacía sentir viejo. Quizás en otro momento hubiere acelerado, pero no tenías ganas. Necesitaba urgentemente un whisky.
Las terrazas de la castellana, por la hora, seguían vacías. Compañía era lo que me hacía falta, por lo que decidí no parar y seguir hacia mi casa.
Mi apartamento, lejos de representar para mí el descanso del guerrero, me resultaba una jaula de oro, de la que debía de huir lo más rápidamente posible. Además había quedado con Fernando y con dos amigas suyas, por lo que tras un regaderazo rápido salí con dirección al restaurante.
El portero de la entrada sonrió al verme. Me conocía, o mejor dicho conocía mis propinas y solícito, me abrió la puerta. Mi colega ya estaba esperándome en la mesa.
―Pedro, te presento a Lucía y a Patricia
Todo era perfecto. Las dos mujeres, si es que se les podía llamar así ya que hace poco tiempo que habían dejado atrás la adolescencia, eran preciosas, su charla animada y Fer, como siempre, era el típico ser que aún en calzoncillos seguía siendo elegante y divertido.
No habíamos pedido el postre, cuando sin mediar palabra, apareció por la puerta una mujer y me soltó un bofetón:
― ¡Cerdo! No te bastó con lo que me hiciste a mí, que ahora quieres hacerlo con mi hija.
Estaba paralizado. Aunque la mujer me resultaba familiar, no la reconocía. Fernando se levantó a sujetar a la señora y Lucía, que resultó ser la hija, salió en su defensa.
― Disculpe pero no tengo ni idea de quién eres― fue lo único que salió de mi garganta.
―Soy Flavia Gil. ¿No tendrás la desvergüenza de no reconocer lo que me hiciste?― contestó.
Flavia Gil, el nombre no me decía nada:
―Señora, durante mi vida he hecho muchas cosas y siento decirle que no la recuerdo.
La sangre me empezó a hervir, estaba seguro que estaba loca, si hubiera hecho algo tan malo me acordaría.
―¡Me destrozaste la vida!― respondió saliendo del brazo de su hija y de su amiga.
Fernando se echó a reír como un poseso. Lo ridículo de la situación y su risa, me contagiaron.
― ¿Quién coño es esa bruja? ― preguntó ― Ya ni te acuerdas de quien te has tirado.
―Te juro que no sé quién es.
―Pues ella sí y te tiene ganas― replicó descojonado ― y no de las que te gustaría. ¿Te has fijado en sus piernas?
―No te rías, cabrón. Esa tía está loca― respondí más relajado pero a la vez intrigado por su identidad.
Decidimos pagar la cuenta. Nos habían truncado nuestros planes pero no íbamos a permitir que nos jodieran la noche, por lo que nos fuimos a un tugurio a seguir bebiendo…

Estaba sonando un timbre. En mi letargo alcoholizado, conseguí levantarme de la cama. Demasiadas copas para ser digeridas. Mi cabeza me estallaba. Mareado y con ganas de vomitar, abrí la puerta. Cuál no sería mi sorpresa, al encontrarme con Lucía:
―¿Qué es lo que quieres?― atiné a decir.
―Quiero disculparme por mi madre― en sus ojos se veía que había llorado―nunca te ha perdonado. Ayer me contó lo que ocurrió.
No la dejé terminar, salí corriendo al baño. Llegué a duras penas, demasiados Ballantines para mi cuerpo. Me lavé la cara. El espejo me devolvía una imagen detestable con mis ojos enrojecidos por el esfuerzo. Tenía que dejar de beber tanto, decidí sabiendo de antemano la falsedad de esa determinación.
Lucía estaba sentada en el salón. Ilógicamente había abrigado la esperanza que al salir ya no estuviera. Resignado le ofrecí un café. Ella aceptó. Esta maniobra me daba tiempo para pensar. Mecánicamente puse la cafetera, mientras intentaba recordar cuando había conocido a su madre pero sobretodo que le había hecho. No lo conseguí.
―Toma― dije acercándole una taza: ― Perdona pero por mucho que intento acordarme, realmente no sé qué hice o si hice algo.
―Hermenegildo Gil― fue toda su contestación.
Me quedé paralizado, eso había sido hace más de 15 años. Yo era un economista recién egresado de la universidad que acababa de entrar a trabajar para la empresa de auditoria americana de la que ahora soy socio cuando descubrí un desfalco. Al hacérselo saber a mis superiores, estos abrieron una investigación, a resultas de la cual, todos los indicios señalaban al director financiero pero no se pudo probar. El directivo fue despedido y nada más. Su nombre era Hermenegildo Gil.
―Yo no tuve nada que ver― le expliqué cuál había sido mi actuación en ese caso, cómo me separaron de la averiguación y que solo me informaron del resultado.
―Fue mi madre, quien te puso bajo la pista. Ella era la secretaría de mi padre. No te lo perdona, pero sobretodo no se lo perdona.
―¿Su secretaria?― por eso me sonaba su cara ― ¡Es verdad! Ahora caigo que todo empezó por un papel traspapelado que me entregaron. Pero no se pudo demostrar nada.
―Mi padre era inocente. Nunca pudo soportar la vergüenza del despido y se suicidó un año después― contestó llorando.
Jamás he podido soportar ver a una mujer llorando, como acto reflejo la abracé, tratando de consolarla. E hice una de las mayores tonterías de mi vida, le prometí que investigaría lo sucedido y que intentaría descubrir al culpable.
Mientras la abrazaba, pude sentir sus pechos sobre mi torso desnudo. Su dureza juvenil, así como la suavidad de su piel, empezaron a hacer mella en mi ánimo. Mi mano se deslizó por su cuerpo, recreándose en su cintura. Sentí la humedad de sus lágrimas al pegar su rostro a mi cara. Sus labios se fundieron con los míos mientras la recostaba en el sofá. Ahí descubrí que bajo el disfraz de niña, había una mujer apasionada. Sus pezones respondieron rápidamente a mis caricias, su cuerpo se restregaba al mío buscando la complicidad de los amantes. La despojé de su camisa, mis labios se apoderaron de su aureola y mis dedos acariciaban sus piernas. Éramos dos amantes sin control.
―¡No!― se levantó de un salto― ¡Mi madre me mataría!
―Lo siento… no quise aprovecharme― contesté avergonzado, sabiendo en mi interior que era exactamente lo que había intentado. Me había dejado llevar por mi excitación, aun sabiendo que no era lo correcto.
Se estaba vistiendo cuando cometí la segunda tontería:
―Lucía, lo que te dije antes sobre averiguar la verdad es cierto. Fue hace mucho pero en nuestros almacenes, debe de seguir estando toda la documentación.
―Gracias, quizás mi madre esté equivocada respecto a ti― respondió dejándome solo en el apartamento. Solo, con resaca y sobreexcitado.
Por segunda vez desde que estaba despierto entré en el servicio, solo que esta vez para darme un baño. El agua de la bañera estaba hirviendo, tuve que entrar con cuidado para no quemarme. No podía dejar de pensar en Lucía. En la casualidad de nuestro encuentro, en la reacción de su madre y en esta mañana.
Cerré los ojos dejando, como en la canción, volar mi imaginación. Me vi amándola, acariciándola. Onanismo y ensoñación mezcladas. Sentí que el agua era su piel imaginaria, liquida y templada que recorría mi cuerpo. Mi mano era su sexo, besé sus labios mordiéndome los míos. Nuestros éxtasis explotaron a la vez, dejando sus rastros flotando con forma de nata.
Al llegar a la oficina, solo me crucé con el vigilante, el cual extrañado me saludó mientras se abrochaba la chaqueta. No estaba acostumbrado a que nadie trabajara un sábado:
«Algo urgente», debió de pensar.
Lo primero que debía de hacer era localizar el expediente y leer el resumen de la auditoría. Fue fácil, la compañía, una multinacional, seguía siendo cliente nuestro por lo que todos los expedientes estaban a mano. Consistía en dos cajas, repletas de papeles. Por mi experiencia, rechacé lo accesorio, concentrándome en lo esencial. Al cabo de media hora, ya me había hecho una idea: la cantidad desfalcada era enorme y el proceso de por el cual habían sustraído ese dinero había sido un elaborado método de robo hormiga. Cada transacción realizada, no iba directamente al destinatario, sino que era transferida a una cuenta donde permanecía tres días, los intereses generados que operación a operación eran mínimos; sumados eran más de veinte millones de dólares. Luego, esa cantidad desaparecía a través de cuentas bancarias en paraísos fiscales.
La investigación, en ese punto, se topó con el secreto bancario imperante a finales del siglo xx pero hoy en día, debido a las nuevas legislaciones y sobre todo gracias a internet, había posibilidad de seguir husmeando.
El volumen y la complejidad de la operación me interesaron. Ya no pensaba en las dos mujeres, sino en la posibilidad de hacerme con el pastel. Por ello me enfrasqué en el tema. Las horas pasaban y cada vez que resolvía un problema aparecía otro de mayor dificultad.
Quien lo hubiera diseñado y realizado, debía de ser un genio. Me faltaban claves de acceso y por primera vez en mi vida, hice algo ilegal: utilicé las de mis clientes para romper las barreras que me iba encontrando. Cada vez me era más claro el proceso. Todo terminaba en una cuenta en las islas Cayman y ¡sorpresa! El titular era Lucía.
¡Su padre era el culpable! Lo había demostrado pero tras pensármelo durante unos minutos decidí que no iba a comunicar mi hallazgo a nadie y menos a ella, hasta tener la ventaja en mi mano.
Reuní toda la información en un pendrive y usé la destructora de documentos de la oficina para que no quedara rastro. Las cajas de los expedientes las rellené con informes de otras auditorias de la compañía. Satisfecho y con la posibilidad de ser rico, salí de la oficina.
Eran ya las ocho de la tarde y mientras comía el primer alimento sólido del día, rumié los pasos a seguir: al menos el 50% de ese dinero debía de ser mío y sabía cómo hacerlo.
Cogí mi teléfono y llamé a Lucía. Le informé que tenía información pero que debía dársela primero a su madre, por lo que la esperaba a las nueve en mi casa. Ella, por su parte, no debía llegar antes de las diez.
Preparé los últimos papeles mientras esperaba a Flavia, la cual llegó puntual a la cita. En su cara, se notaba el desprecio que sentía por mí. Venía vestida con un traje de chaqueta que resaltaban sus formas.
No la dejé, ni sentarse:
―Su marido era un ladrón y usted lo sabe.
Por segunda vez, en menos de 24 horas, me abofeteó pero en esta ocasión de un empujón la tiré al sofá donde había estado retozando con su hija. Me senté encima de ella, de forma que la tenía dominada.
―¿Qué va a hacer?― preguntó asustada.
―Depende de ti. Si te tranquilizas, te suelto.
Con la cabeza asintió, por lo que la liberé:
― He descubierto todo y lo que es más importante, donde escondió su dinero. Si llegamos a un acuerdo, se lo digo.
―¿Qué es lo que quiere?― replicó con la mosca detrás de la oreja.
Su actitud había cambiado. Ya no era la hembra indignada, sino un ave de rapiña ansiosa hacerse con la presa. Eso me enfadó .Esperaba de ella que negara el saberlo pero por su actitud supe que había acertado.
―Antes de nada, me voy a vengar de ti. No me gusta que me peguen las mujeres― y desabrochándome la bragueta, saqué mi miembro que ya estaba sintiendo lo que le venía: ― Tiene trabajo― dije señalándolo.
Sorprendida, se quedó con la boca abierta. Cuando se dirigía hacia aquí en lo último que podía pensar era en que iba a hacerme una mamada pero, vencí sus reparos, obligándola a arrodillarse ante mí. Su boca se abrió, engullendo toda mi extensión.
Ni corto ni perezoso, me terminé de quitar el pantalón, facilitando sus maniobras. Me excitaba la situación, una mujer arrodillada cumpliendo a regañadientes. Ella aceleró sus movimientos cuando notó que me venía el orgasmo, e intentó zafarse para no tener que tragarse mi semen. Con las dos manos sobre su cabeza, lo evité. Una arcada surgió de su garganta pero no tuvo más remedio que bebérselo todo. Una lágrima revelaba su humillación pero eso no la salvó que prosiguiera con mi venganza:
―Vamos a mi habitación.
Como una autómata me siguió. Sabía que habían sido dos veces las que me había abofeteado y dos veces las que yo iba a hacer uso de ella:
― Desnúdate― exigí mientras yo hacía lo mismo.
Tumbado en la cama, disfruté viendo su vergüenza. Luego, la muy puta, me reconocería que no había estado con un hombre desde que murió su marido. La hice tumbarse a mi lado y mientras la acariciaba, le expliqué mi acuerdo.
―Son 20 millones, quiero la mitad. Como están a nombre de Lucía, me voy a casar con ella y tú vas a ser mi puta sin que ella lo sepa: tengo todos los papeles preparados para que ella los firme en cuanto llegue.
―No tengo nada que decir pero tendrás que convencer a mi hija― contestó.
Mis maniobras la habían acelerado. De su sexo brotaba la humedad característica de la excitación. Sus pechos ligeramente caídos todavía eran apetecibles. Sin delicadeza, los pellizqué, consiguiendo hacerla gemir por el dolor y el placer. Era una hembra en celo. Sus manos asieron mi pene en busca de ser penetrada. La rechacé, quería probar su cueva pero primero debía saborearla. Mi lengua se apoderó de su clítoris mientras seguía torturando sus pezones. Su sabor era penetrante, lo cual me agradó y usándola como ariete, me introduje en ella con movimientos rápidos. Para entonces esa madura estaba fuera de sí. Con sus manos sujetaba mi cabeza, de la misma forma que yo le había enseñado minutos antes, buscando que profundizara en mis caricias. Un río de flujo cayó sobre mi boca demostrándome que estaba lista. Con mi mano, recogí parte de él para usarlo. Le di la vuelta. Abriendo sus nalgas observé mi destino y con dos dedos relajé su oposición.
―¿Qué vas a hacer? ― preguntó preocupada.
―¿Desvirgarte? Preciosa.
Y de un sola empujón, vencí toda oposición. Ella sintió que un hierro le partía en dos y me pidió que parara pero yo no le hice caso. Con mis manos abiertas, empecé a golpearle sus nalgas, exigiéndole que continuara. Nunca la habían usado de esa manera, tras un primer momento de dolor y de sorpresa se dejó llevar. Sorprendida, se dio cuenta que le gustaba por lo que acomodándose a mi ritmo, me pidió que eternizara ese momento, que no frenara. Cuando no pude más, me derramé en su interior.
― Déjalo ahí― me pidió: ―Quiero seguir notándolo mientras se relaja.
No le había gustado, ¡le había encantado!
―No, tenemos que preparar todo para que cuando llegué tu hija, no note nada― dije satisfecho y riendo mientras acariciaba su cuerpo: ―¿Estás de acuerdo? Suegrita.
―Claro que sí, Yernito.

Relato erótico: “Diario de George Geldof –9” (POR AMORBOSO)

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-Perdona amo, pero tengo que decirte algo.

-Habla.

-Van ya tres veces que no sangro.

-¿Y qué me im….? ¿Estás embarazada?

Diario de George Geldof – 9

-Si, amo. Perdóname.

-¿Y por qué no me lo has dicho antes?

-Perdona, amo, pero no quería dejarte tan pronto.

-¿Por qué me vas a dejar?

-Tendré que ir al barracón de las embarazadas.

-Tú no irás allí. Permaneceréis a mi lado tanto tú como nuestro hijo.

-¡Gracias, amo! –Dijo, llorando de alegría. Me hizo girar con mi polla dentro y empezó a moverse despacio hasta queme llevó al orgasmo.

Siguió besando mi cuerpo y mi polla hasta que me puso nuevamente en forma. Se colocó sobre ella y fue bajando poco a poco hasta que se la metió entera. Siguió moviéndose hasta que se corrió ella, luego, la sacó y se la metió por el culo con la misma lentitud. Yo la veía hacer extasiado, disfrutando de sus movimientos y del placer que me daba. Al mismo tiempo que entraba y salía, se acariciaba el clítoris, hasta que alcanzó un nuevo orgasmo, cuyas contracciones en el ano volvieron a provocar el mío.

Tras esto, nos quedamos dormidos un rato. Me despertó Sara como siempre hacía, haciéndome una buena mamada. Cuando acabé y ella se hubo tragado todo, desnudos, fuimos a ver a Yulia.

Nada más entrar, dijo.

-Amo, agua por favor, agua.

-Vaya, parece que esta puta tiene sed. –Le dije mientras me ponía a su lado.

-No soy una puta, amo. –Exclamó.

-Zas, Zas, Zas, Zas

Crucé sus mejillas con dos bofetadas en cada una, que le hicieron bailar la cabeza.

-Tú serás lo que yo diga. ¿Entendido?

-Si amo. Perdón amo.

-Así que tienes sed. Bien. Vamos a hacer lo siguiente: Me vas a chupar la polla hasta que me corra y te tragarás todo. Cuando lo hagas, podrás beber toda el agua que quieras.

-Amo, no se hacerlo. No lo he hecho nunca. Además, me da mucho asco, amo.

-Más te vale que aprendas a hacerlo rápido si no quieres morir de sed. Y si cae una gota al suelo, te azotaré hasta arrancarte la piel a tiras.

Solté sus brazos entumecidos y se los até a la espalda. La puse de rodillas y acerqué un taburete, donde me senté con la polla, que estaba en reposo, fuera ya y una pierna a cada lado de ella.

-Cuando quieras.- Le dije.- Y cuidado con hacerme el más mínimo daño

Acercó su boca con gesto de asco, sacó la lengua y la rozó durante un momento, retirándose a continuación

-Zas, Zas

Dos nuevas bofetadas la hicieron volver a mi polla y metérsela en la boca.

Ponía los labios en círculo y la iba metiendo y sacando de su boca, sin conseguir grandes avances, no en vano acababa de correrme.

Ella seguía y seguía, con cara de desilusión y llorando.

-Prueba a pasar la lengua por la punta también. –Me decidí a ayudarla.

Ella me hizo caso con torpeza. Algunas veces llegó a tocarme con los dientes, lo que le valió un par de bofetadas.

Después de tres cuartos de hora largos, tuve que decirle que dejase a Sara que le enseñase, cosa que hizo al momento, consiguiendo una mediana erección enseguida.

-Sigue tú ahora.

Tomó el relevo y noté que algo había aprendido. Aún así, le costó más de media hora más conseguir que me corriera. Cuando lo hice, sujeté su cabeza para descargar todo en su garganta, lo que la hizo toser y estuvo a punto de vomitar, pero mi mirada severa la hizo desistir y aguantar.

La llevé a uno de los postes verticales y la sujeté por el cuello a él, sin soltar sus manos.

-Dale agua y la envuelves en una manta. Luego vienes a mi cama. Ella que duerma ahí. –Le dije a Sara mientras me marchaba.

Esa noche dormí con Sara abrazada.

Al día siguiente, cuando se puso en marcha mi despertadora, le dije que lo dejara, que teníamos que enseñar a Yulia.

Cuando pasamos a la sala, Yulia llevaba el pelo suelto y cepillado, en lugar del moño alto y despeinado que llevaba el día anterior.

-¿Has sido tú? -Pregunté más que nada por confirmar.

-Si, amo, cuando me he despertado era pronto y he venido a arreglarla para ti.

Sin decir nada más, la desaté del poste y la volví a poner en el sitio del día anterior, conmigo delante y mi polla ya casi tiesa.

Durante toda la mañana la tuve practicando felaciones. Cuando me sacaba una corrida, esperaba para recuperarme y cuando le hacía una señal, ella volvía a ponerse en posición y a intentar sacarme otro orgasmo. Aprendió a realizar mamadas perfectas, pero a mí me dejó totalmente agotado.

Serían ya sobre las dos de la tarde cuando decidí dejarlo y comer algo. Y en ello estaba con las dos hembras desnudas a mi lado para servirme mientras comía, cuando de pronto, se abrió la puerta y entró Tom.

-Hola George….

-Vaya, veo que has avanzado mucho, en menos de un día ya has conseguido que esté desnuda.

-Hola Tom, siéntate y come algo conmigo.

-No George, ya he comido. Sólo pasaba para ver como iban las cosas.

-Por lo menos, tomarás una cerveza.

-Eso si. Siempre entra bien.

Hice una señal a Sara, que salió y volvió con una jarra de cerveza.

-¿Y ha sido duro? –Preguntó después de dar un largo trago.

-No te puedes imaginar lo que me ha costado. Estoy agotado –Le dije mientras hacía una señal a Yulia.

Esta se dirigió hacia su marido, se arrodilló ante él, sacó su polla y, ante la cara de estupefacción de él, se puso a hacerle una mamada.

Pillado por sorpresa y ante el gran trabajo de ella, no tardó en correrse, pudiendo comprobar cómo se tragaba todo y se la dejaba perfectamente limpia.

-¡Increíble! He esperado años para que me hiciese esto sin conseguirlo. Realmente no me lo esperaba. ¿Tienes más sorpresas?

-No, Tom. De momento, eso es todo. Aún tiene que perfeccionar la técnica, como habrás podido comprobar, pero si que ha sido un buen avance.

El afirmó con la cabeza, aunque dudo que se hubiese percatado de la técnica, pero enseguida le dijo:

-Repite, pero esmérate más.

Ella volvió a lamer su polla en toda su extensión, a lamer los bordes del glande, a chuparla metiéndosela hasta la garganta. (Era algo más pequeña que la mía, por lo que le entraba sin dificultad). El solo decía y repetía:

-Ooooohhhhh. Qué bueno…, que bueno

Una vez limpio, tras haberse corrido, se dirigió a la puerta mientras me decía:

-Eres muy bueno con esto, George. Cuando lo sepan los vecinos, no te va a faltar trabajo…

Cuando terminé mi comida, les tocó el turno a las esclavas. Yo estuve comprobando que Sara comía convenientemente, para que nuestro hijo se desarrollase fuerte y sano.

Después de corregirla en algún momento y una vez terminada su comida, les di orden de pasar a la sala, donde volví a atar a Yulia sobre le eje horizontal con las piernas abierta al máximo y su culo en pompa.

Ella, pensando en que la iba a golpear nuevamente, se puso a llorar en silencio.

Tomé uno de esos aparatos que tienen los médicos para solucionar los problemas de estreñimiento y mandé a Sara a llenar el recipiente de agua, mientras untaba de aceite el tubo y abría su ano para introducir la punta.

-No, amo. Por favor. Por ahí no.

-Zass, zass

No dije nada, solo dos fuertes palmadas sobre su culo y no volvió a abrir la boca.

Cuando volvió Sara, enchufé el tubo y abrí la espita, dejando que el agua entrase en su cuerpo.

Ella, que no había visto los preparativos, solamente los había sentido, soltó un grito

-Aaaaaaaaagggggggggg.

-Zass, zass, zass, zass

Nuevas palmadas en su culo la hicieron callar y ponerse a llorar. Cuando todo el contenido del recipiente entró en su culo, le dije:

-Voy a retirar el tubo de tu culo. No quiero que derrames ni una gota hasta que te lo diga, si no quieres probar la pala otra vez.

Retiré el tubo y observé como cerraba su ano con fuerza para que no escapase nada.

Al haber sido una caballeriza, tenía una buena salida de aguas, para eliminar los orines de los caballos, y me había preocupado de colocarla en el mejor lugar para que soltase el líquido. Al estar con las piernas abiertas, rápidamente empezó a decirme:

-Amo, no puedo más.

-Amo, se me va a escapar.

-Amo, por favor…

-Puedes soltarlo ya. –Le dije.

-Por favor amo, me da mucha vergüenza. Permítame hacerlo en soledad.

Tomé la pala, me situé a su lado y le di un fuerte golpe. Ella, no pudo controlar su esfínter y una fuente de porquería y agua marrón surgió de su culo, mientras le decía:

-No tienes derecho a pedir nada. Harás las cosas donde se te diga y cuando se te diga.

Mandé a Sara lanzar unos cubos de agua para arrastrar toda la suciedad y que quedase limpio y volvimos a repetir el tratamiento.

Una vez limpio todo y limpia ella, le hice unas indicaciones a Sara sobre lo que quería que hiciese y la coloqué detrás. A mi señal, Sara empezó a untar aceite en el ano de ella y a meter los dedos. Las dejé así y fui a dar una vuelta por la plantación. Al volver, de noche ya, vi como Sara metía toda la mano en el culo de Yulia, mientras ella gemía de placer.

-¿Se ha corrido? –Pregunté

-Si, mi amo. Varias veces ya.

-¿Está lista?

-Si amo. Lista para lo que el amo quiera.

-Bien. Mañana la probaré.

Cenamos y nos fuimos a dormir. Esta vez, ella durmió en el suelo, a mi lado.

Al amanecer, fui a la sala, seguido de ellas, y procedí a atar a Yulia colgada por los brazos, tomé la fusta que más me gustaba y procedí a darle en el culo. Ella solamente se quejaba con grandes gritos, hasta que Sara le hizo señas de que no gritase y agradeciese el castigo. Yo hice como que no lo había visto.

-Gracias, amo. –Empezó a decir con cada golpe, sin gritar pero con grandes lágrimas.

Azoté sus nalgas, muslos, espalda, tripa y tetas.

Su cuerpo quedó cruzado de marcas rojas formando cuadrados o rombos por todo su cuerpo.

Luego, até sus tobillos levantando sus piernas y separándolas bien, para asestar dos fustazos directamente en su coño.

Tras esto, la desaté y dejé que Sara la cubriese de aceite sobre las marcas.

Me miró con cara interrogante y le dije

-¿Qué tienes que decir?

-¿Por qué, amo?

-Porque me apetecía. Te lo advertí ayer. Te castigaré si haces algo mal, pero también cada vez que me apetezca. Procura acostumbrarte pronto al dolor.

-Amo, está empapada. –Dijo Sara mientras metía y sacaba los dedos de su coño.

Coloqué la viga transversal a la altura de su cintura y tomándola del pelo, la coloqué sobre ella, esta vez sin atar, diciéndole:

-Abre bien las piernas y no te muevas. –Cosa que hizo rápidamente.

Volvimos a repetir la experiencia del enema, con la diferencia de que, mientras sujetaba el tubo con una mano, con la otra le acariciaba el clítoris. Con eso, las contracciones metían más adentro y más rápido el agua, por lo que tuve que enviar a Sara a por más. Tras meterle el segundo casi completo, lo retiré al no admitir más y le metí en el culo el taco de madera que utilizaba para empalarlas en el travesaño, la hice retenerlo un rato y cuando empezó a quejarse de los dolores y retorcijones de tripas, le di permiso retirando el tapón, dándome ella la sorpresa de que, al expulsar la inmundicia, se corrió.

Después de volver a limpiarlo todo y a ella, saqué mi polla, dura desde hacía ya rato, hice una señal a Sara para que me la untase bien de aceite y acercándome, se la clavé de golpe por el culo.

Entró sin problemas, todavía lo tenía bien abierto, y estuve follándola largo rato. Llegó a correrse dos veces, antes de que le llenase el culo con mi leche.

Luego le dije a Sara que le enseñase a comer coños perfectamente, cosa a la que dedicaron la tarde. Yo las estuve mirando un rato, mientras Yulia aprendía a comerle el coño a Sara y volví a marcharme para dar una vuelta por la plantación.

A mi vuelta, las encontré como las había dejado. Sara, al verme me dijo.

-Por favor, amo, deja que acabe ya. Sabe comer un coño tan bien que no puedo aguantar más de los orgasmos que he tenido.

Las mandé levantarse y nos fuimos a cenar. Por la noche, dormimos los tres en la cama, pero como Sara estaba agotada, me dediqué por entero a Yulia, besándola, lamiendo su cuello, sus orejas, sus pezones, apretando sus pechos hasta el dolor y bajando a su coño para lamerlo, chupar su clítoris y meterle los dedos. Cuando alcanzó su primer orgasmo, me acosté boca arriba en la cama y le mandé que me follase.

Lo hizo con torpeza. Se subió sobre mí y se la clavó sin más.

Zass, Zass

Dos bofetadas la detuvieron.

-Sácate mi polla de ese coño de mierda y métetela correctamente.

-No se hacerlo, amo.

-Levántate y pasa la punta de mi polla por la entrada de tu coño. Luego te la metes poco a poco, avanzando y retrocediendo, que yo vea cómo entra. Cuando la tengas dentro, mueves el coño adelante y atrás, sacando y metiendo hasta que me corra. Tú te correrás si te doy permiso.

Entendió a la primera. Se levantó sobre sus rodillas y se acercó la polla hasta que rozó su raja, recorriéndola arriba y abajo con lentitud varias veces.

-MMMMMM.

Gimió de excitación, por mi polla empezó a bajar líneas de su flujo.

-Empieza a metértela.

Puso la punta en su entrada y empezó a meterla poco a poco, sacando un trocito de vez en cuando. Fue bajando lentamente hasta que la tuvo toda dentro, entonces comenzó el movimiento atrás y adelante con su pelvis.

Ese movimiento, que produce un gran roce de la polla con los bordes del coño y fricciona el clítoris, la tenía al borde del orgasmo. Ella misma frenaba o detenía los movimientos cuando lo sentía cercano.

Estuvimos mucho rato en esta situación, Ella no sabía como aguantar más. Cuando me sentí cercano a mi orgasmo le dije:

-Métetela ahora por el culo y cuando me haya corrido, puedes correrte tú.

No había terminado de hablar y ya la había cambiado y empezó a moverse rápidamente, lo que aceleró su orgasmo, pero las contracciones de su ano, provocaron también el mío.

Cuando cesaron las contracciones y se recuperó, le dije:

-No me has obedecido. Te has corrido antes que yo.

-Perdón, amo. No he podido contenerme más.

-Eso no me importa. Mañana serás castigada por ello.

-Si, amo, gracias amo.

Besé a Sara y me dormí con una a cada lado. Sara apoyada contra mi cuerpo.

Al día siguiente, lo primero que hice fue aplicar el castigo pendiente. La hice colocarse con las manos separadas y apoyadas sobre la viga, las piernas bien abiertas y tomé la pala de madera.

-No quiero que te muevas ni te quejes, si lo haces, volveré a empezar. Si te mueves mucho, te ataré y doblaré el castigo. Permanece siempre mirando al frente. Vas a recibir cinco golpes en cada lado. Cuéntalos y dame las gracias por corregirte. ¿Lo has entendido?

-Si, amo.

Me moví de lado a lado para que no supiese cuando le daba el golpe y…

-Zasss

-Mmmm. Uno, gracias amo.

-Zasss

-mm. Dos, gracias amo.

-Zasss

-Fffff. Tres, gracias amo.

– …

-fff Diez, gracias amo.

-Te as portado bien. ¡Sara! Aplica aceite en su culo.

Observé cómo lo hacía, y cómo aprovechaba para lubricar su culo y su coño. Lo que la dejo nuevamente excitada.

Durante toda la semana seguí entrenándola con las prácticas que me habían aplicado las putas de la India, los enemas y los azotes tanto con pala como con látigo y fusta. Todos los días venía Tom para ver los avances, pero solamente le dejaba que le hiciese la correspondiente mamada.

-Se ve que ya dominas la felación. –Dijo un día.- Jamás me la habían hecho tan bien.

Al cabo de la semana, cité a Tom para el día siguiente para que viese los avances de su mujer.

Se presentó tan a primera hora que me encontró desayunando y con su mujer bajo la mesa haciéndome una mamada.

-Buenos días, Tom. Llegas a tiempo. ¿Quieres dar el desayuno a tu mujer?

-No, George. Ando impaciente por ver los adelantos que has conseguido.

Dado que prácticamente ya había terminado de desayunar, le dije:

-Pasemos entonces a la sala.

Entramos juntos, seguidos por las esclavas y, haciéndome a un lado, señalé el conjunto y le dije:

-Es todo tuyo. Haz lo que quieras.

Me miró, fue hasta el travesaño y llamó a Yulia. Cuando se disponía a atarla, le dije.

-No es necesario que la ates, si no quieres.

Sin decir nada, le dio orden de poner las manos en el travesaño, tomó la pala de madera y le dio un golpe.

-Uno. Gracias amo.

Se le cayó la pala de la mano. No dijo nada, pero me miraba mientras se agachaba a tomarla de nuevo.

-Dos, gracias amo. –Como respuesta al segundo golpe.

Siguió dando golpes espaciados hasta completar cuatro.

-¡Magnífico! –Exclamó ilusionado, – Estás avanzando a pasos agigantados.

Estaba dispuesto a retirarse. El pantalón se abultaba por la potente erección que tenía.

-¿No quieres descargar tus cojones antes?

-Me encantaría. ¿Por donde está preparada?

-Por donde quieras.

-¿Su culo también?

-Prueba…

Se la sacó, escupió en la punta y se la metió directamente por el culo. Un suave gemido acompañó su entrada.

Se estuvo moviendo y estrujando sus tetas hasta que se corrió abundantemente en su culo. Al sacarla, Yulia se dio la vuelta y agachándose ante él, con las piernas bien abiertas, enseñando su coño mojado y dejando caer los gruesos goterones de semen desde su culo, tomó su polla y se la dejó perfectamente limpia y empalmada nuevamente.

Volvió a colocarla y se la clavó en el coño. Yo tomé a Sara y nos salimos para dejarlos solos.

Estuvieron toda la mañana encerrados. Yo mandé a Sara para que nos trajesen la comida allí, y, cuando salieron, nos sentamos a comer los dos, mientras ellas nos servían. Al ver que Yulia no podía casi moverse como consecuencia de las intensas folladas, azotes, latigazos y golpes de paleta. Le dije que se retirara y quedó sirviéndonos Sara y unos criados de la casa.

-Has hecho un gran trabajo. –Me dijo. –Siempre estaré en deuda contigo. La quiero con locura, pero jamás ha consentido en lo de hoy, que es lo que más placer me da a mí.

-Mi deuda es mayor contigo al admitirme en tu plantación.

Siguió con alabanzas y preguntas sobre cómo lo había conseguido y hasta donde era capaz de llegar. Yo las fui contestando y ampliando explicaciones, mientras transcurría nuestra comida.

Al terminar, me ofreció una buena cantidad de dinero en oro, diciendo, ante mi rechazo, que no era nada para lo que yo le había dado a él, obligándome a aceptarlo.

Me lo ofreció en oro porque todo el dinero que conseguía lo convertía en ese metal y lo guardaba, con la intención de enviarlo a Inglaterra en cuanto tuviese oportunidad para aumentar mi patrimonio.

Los meses pasaron y Sara dio a luz un precioso mulato, que tomé en mis brazos con ilusión y miedo, al que puse por nombre Richard, en recuerdo de quien me había acogido y había sido mi padre hasta su muerte.

Unos años después estalló la guerra entre el norte y el sur, al principio parecía algo lejano, pero pronto empezaron las reuniones para reclutar voluntarios para luchar, al unirse nuestro estado a la Confederación.

Acompañé a Tom a algunas de las reuniones, en la última de las cuales, y como consecuencia de mi vida anterior, salí como Capitán de las fuerzas armadas y poco tiempo después, tras entrenar a mis hombres, con Tom a mi lado, partimos al frente para ponernos a las órdenes del general Lee.

Mi compañía fue encargada de atacar al ejército del norte por sus flancos, realizando incursiones y atacando a las compañías enemigas que encontrábamos realizando batidas.

Tuvimos mucho éxito, y comenzamos capturando gran cantidad de enemigos, pero eso nos obligaba a volver a nuestras líneas para entregarlos, con la consecuente pérdida de posición por nuestra parte.

Para evitarlo, en uno de los ataques en los que obligamos a rendirse a una patrulla con sus oficiales, reuní a estos y negocié con ellos. Yo les daba la libertad si ellos entregaban las armas y daban su palabra de honor de no volver a empuñarlas. Por suerte aceptaron todos y así lo hicimos.

Esto se repitió con bastantes patrullas, y pude enterarme que los primeros fueron severamente castigados, pero poco a poco fueron aceptándolo y dedicando a los capturados a tareas tras las líneas. Mientras, fui creándome fama entre los enemigos, llegando a ser un honor para ellos el ser vencidos por mí y la gente bajo mi mando. También cuando sabían que se enfrentaban a mis hombres, no luchaban a la desesperada, sabiendo que no iban a ser masacrados como había ocurrido en otros frentes. Tanto oficiales como soldados, cuando eran llevados ante mí, después de su captura, me saludaban como a uno de sus oficiales de más alto rango.

No todo fueron buenas experiencias. Durante los combates, casi todos estuvimos a punto de morir de una forma u otra, siendo ayudados por los compañeros. Otros no tuvieron tanta suerte y fallecieron. Yo mismo, como consecuencia de un mal movimiento de mi caballo y mi posterior caída del mismo, estuve a punto de morir a manos de un rifle enemigo. Gracias a Birdwhistle, uno de mis sargentos, que fue más rápido en disparar, logré conservar la vida. Eso creó una gran camaradería entre todos.

Nos movíamos constantemente, camuflados por los bosques y zonas montañosas, durmiendo en ranchos apartados o a la intemperie.

Una de las cosas de las que no estoy orgulloso, ocurrió en uno de los ranchos donde fuimos a pernoctar. Al acercarnos a la vivienda cuando ya oscurecía, una voz nos dio el alto, al tiempo que un rifle aparecía por una de las ventanas.

-¡Alto! Deténganse, den media vuelta y regresen por donde han venido, al primero que se acerque le pegaré un tiro.

-No venimos a hacer daño a nadie. –Dije yo. –Solamente buscamos cobijarnos en su establo esta noche y salir temprano por la mañana. Tiene nuestra palabra de que ni usted ni su familia sufrirá daño alguno.

-Lárguense de aquí. No lo repetiré. A la próxima dispararé.

El sargento Birdwhistle, desmontó del caballo, dejó sus armas allí y comenzó a acercarse con las manos en alto, diciendo.

-No tenemos intención de hacerles daño. Solamente queremos descansar y encender un fuego para comer caliente. No corren…

Un disparo desde la casa dio con el sargento en tierra. Antes de darme cuenta, un aluvión de balas chocó con la ventana y sus alrededores. Se oyó un grito de mujer, mientras mis hombres corrían y entraban en la casa tanto por la puerta como por la ventana destrozada.

Cuando llegué yo, mis hombres apuntaban a una joven, su marido estaba muerto junto a la ventana, ella, ilesa, abrazaba el cadáver y lloraba.

-No era necesario llegar a esto. –Dije yo. –No pretendíamos hacerles ningún daño. Ahora ya no hay remedio.

Comprobé que mi sargento sufría una herida limpia en el hombro, con entrada y salida de bala. Lo trasladamos a la única cama de la casa donde uno de los soldados, médico en la vida civil, curó y vendó las heridas, dejándolo descansar. Al hombre lo mandé enterrar detrás de la casa.

Mis hombres se alojaron en el granero, yo me alojé en la casa, repasando y ampliando mis anotaciones para informar a mis superiores, mientras la mujer permanecía sentada a la mesa, sin realizar el más mínimo gesto. Me había quitado el correaje con el arma y las botas, aunque las dejé junto a mí. La hora de la cena ya pasaba y la mujer no se movía, por lo que le dije:

-Prepare algo de caldo para el sargento y lléveselo. Luego prepare algo para nosotros. Cualquier cosa.

La mujer se dirigió a los fogones y preparó el caldo, lo puso en una bandeja y fue a llevarlo a la habitación.

Yo me acerqué para ver qué tal estaba y si tenía hambre, justo en el momento en que ella clavaba un cuchillo en su cuello. Le di un golpe que la arrojó al suelo medio atontada, y me volví hacia el sargento, mientras llamaba a mis hombres. Aunque intenté contener la hemorragia, se ahogó con su propia sangre. Cuando me separé de su cadáver, pude ver que mis hombres sujetaban a la mujer. Me acerqué a ella y me escupió. Perdí la cabeza y la estuve abofeteando hasta que mis hombres me sujetaron y se la llevaron de allí.

Esa noche no dormimos. Mandé desnudar a la mujer, cosa que hicieron, a pesar de su resistencia. La mandé atar con los brazos en alto, de espaldas a uno de los postes del granero y sus piernas levantadas y bien abiertas. Luego, invité a los hombres que quisieran a desahogarse. Ella empezó gritando e insultando, al poco solo gemía y lloraba y al final solamente lloraba. No se si llegó a correrse. Todos, los 20 hombres que me acompañaban en ese momento, pasaron entre sus piernas. No dejé repetir a ninguno.

Cuando terminaron, les ordené darle la vuelta, y anuncié que podían repetir pero ahora por el culo. Otra vez se apuntaron todos. Con la primera polla se despejó y comenzó a gritar de nuevo, mientras le rompían el culo, conforme fueron pasando los hombres, se fue apagando, hasta que quedó hecha una piltrafa, de la que caían gruesos grumos de leche.

Cuando terminaron, tomé unas riendas de montura, unas tiras de cuero, para que me sirviesen de látigo y empecé a azotar su espalda, culo y muslos. Los hombres me pedían colaborar. Después de unos cuantos, cedí los azotes y todos fueron pasando para pegarle tres o cuatro azotes cada uno. Luego le dimos la vuelta y repetimos en las tetas, tripa, coño y muslos. Por momentos pedía el conocimiento, pero unos buenos cubos de agua la volvían a recuperar.

Una vez concluido, saqué mi pistola y le dije:

-Mírame.

Ella levanto la vista y vio la pistola que le apuntaba, pero no hizo ningún gesto.

-Dale recuerdos al sargento- Dije, y le metí una bala en la frente.

Al día siguiente, la enterramos junto a su marido, mandé limpiar todas las huellas (cosa que hacíamos habitualmente para que no nos siguieran cuando no había testigos) y nos fuimos.

Pero no todo fueron victorias. En una de las incursiones nos tendieron una trampa y caímos en ella como principiantes. Colocaron un pelotón como cebo, que resultaba casi visible al abrigo de un talud. Nos acercamos ocultos y rodeándolos. Vimos que se disponían a asar unas palomas nos lanzamos sobre ellos en un ataque sorpresa. Las palomas se escaparon, pero nosotros desarmamos al pelotón y los hicimos prisioneros.

Estábamos haciéndonos cargo de su munición y armamento, que ya nos escaseaba, cuando nos vimos rodeados por una compañía de Nordistas, que nos pidieron la rendición sin oponer resistencia. Yo, por conservar la vida de mis hombres hice caso y me rendí ante la apabullante superioridad.

En cuanto nos reconocieron, nos trataron con cortesía. Nos hicieron una propuesta similar a las mías: Si prometíamos no escapar, podríamos viajar con nuestras monturas, sin armas y escoltados hasta un fuerte del interior.

Era un trato que no se le daba a ningún prisionero. Se les llevaba andando y a empujones.

Dada la fama obtenida durante la guerra, tanto mis hombres como yo, fuimos tratados con respeto, estuvimos en un campo de prisioneros una temporada, pero con libertad de movimientos dentro de él. Un día me propusieron ir con mis hombres a uno de los fuertes en la frontera con los indios como soldados de la unión. Después de hablarlo con ellos, accedimos, siempre y cuando nos permitiesen conservar nuestros uniformes o ir de paisano.

Acordamos que iríamos sin ellos y terminamos la guerra defendiendo a la Unión de los indios rebeldes. En el fuerte, además de coincidir con oficiales a los que había retirado de la guerra, aprendí varias lenguas de las tribus indias, además de hacer grandes amigos con los que fueron mis prisioneros y de los que ahora yo era el suyo.

Incluso llegué a tener a una mujer del fuerte y a una india que venían a visitarme periódicamente.

Y la guerra terminó.

A los que estábamos prestando servicio en los fuertes de la frontera, nos ofrecieron la licencia o renovación, ahora como soldados de pleno derecho, para seguir en el ejército.

La mayoría de mis hombres se quedaron, pero yo decidí optar por la licencia, puesto que tenía intención de saber qué había pasado con Sara, mi hijo Richard, Tom, Yulia y su familia, etc. Y seguir con ellos, si era posible.

Me dieron una pequeña paga, que alargué todo lo que pude, y me puse en camino de la plantación de Tom.

Muchas cosas pasaron en el viaje. En unos sitios me reconocían y me respetaban. Era invitado de honor e incluso me daban provisiones para el camino. En otros me reconocían (o simplemente sabían que era del sur) y tenía que salir disparando alguna bala, aunque nunca herí a nadie.

Hice algunos trabajos para comer y comprar comida para seguir mi viaje, muchos de ellos de vaquero. En uno de ellos, llegué a un rancho donde al acercarme, fui recibido con cuatro disparos casi seguidos. Ninguno de ellos directo contra mí.

-Alto. No dé un paso más o es hombre muerto. Dé la vuelta y lárguese. –Dijo una voz de mujer.

Deduje que era una o varias mujeres solas. Llevaba dos días sin comer algo decente. Solamente había encontrado una serpiente y un lagarto y pensé que ellas tendrían algo mejor.

-Por favor, necesito ayuda. Estoy herido. –Dije con voz quejumbrosa.

-Váyase, no podemos hacer nada.

-Por favor… He perdido mucha sangre.

Debieron hablar entre ellas.

-Acérquese despacio y deténgase cuando redigamos.

-Hice avanzar el caballo y me mostré tambaleante.

-Alto. Deténgase.

Hice coincidir la detención del caballo con mi caída al suelo, quedando boca abajo, con la mano en la pistola bajo mi cuerpo.

Las oí salir de la casa, y se que estuvieron mirándome. Dos dejaron sus armas y todas se acercaron.

Cuando una intentó darme la vuelta, yo la sujeté y le puse el arma en la cabeza.

-Si alguna hace el más mínimo movimiento la mato. Soltad las armas.

Ellas las soltaron.

-No le haga daño a nuestra madre. –Dijo una de ellas.

-No voy a hacerles daño a ninguna. Tengo hambre, y estoy dispuesto a ayudarles para pagar mi comida. –Dije bajando el arma y guardándola.

Me preguntaron si podría ayudarles a marcar su ganado. A mi respuesta afirmativa, me dijeron que les venía como enviado del cielo. El padre y los maridos de las dos hijas mayores habían partido a la guerra, y llevaban tres años sin marcarlo. Los vecinos se aprovechaban y se quedaban las que pasaban a sus tierras sin marcas.

No recuerdo bien los nombres de ellas, o si pertenecían a una u otra, pero creo que eran: April se llamaba la madre, Carol la hija mayor, Christine la segunda hija y Hanna y Cindy la tercera y la cuarta, gemelas, de las que nunca supe quien era quien y de unos 17 años.

La casa principal, estaba flanqueada por otras dos viviendas, una para cada hija y su marido, de las que me asignaron una para dormir, porque, al estar solas, dormían la madre y las hijas en la casa principal. Las comidas las hacía en la principal.

Tenían un vallado grande al que hice un pasillo de salida estrecho y corto, con puerta de entrada y salida para encajonarlas. Fui separando y metiendo las reses no marcadas en él, luego fuimos dándoles salida por el pasillo, donde quedaban encerradas para sujetarlas bien y que las mujeres les pusiesen el hierro antes de soltarlas.

Todos los días, al terminar, me acercaba a un riachuelo que pasaba cerca de la casa en el que, junto a un grupo de árboles, había una poza en la que el agua me llegaba a la altura de la rodilla.

Aprovechaba el lugar para darme un baño y quitarme el polvo y la mugre del día. Por supuesto que totalmente desnudo, al amparo de los árboles y plantas que me separaban de la casa. Luego volvía a la casa para la cena.

Uno de los días, observé que algunas plantas se movían y vislumbré a alguien detrás. Disimulé, imaginando que se trataba de una de ellas, y exageré mi limpieza, frotándome bien la polla, que, entre el morbo de que me viesen y las manipulaciones, se me puso dura rápidamente. Un rato después, salí del agua, me sequé, vestí y fui a la casa, después de comprobar que se había marchado, pero por lo aplastado de las hierbas, descubrí el sitio donde se colocaba.

Esto lo observé durante dos días más. Al tercero, era sábado y anuncié que me iría al pueblo cercano a dar una vuelta, pero antes me fui a mi baño diario. Nada más observar que estaba mirando, fui acercándome por el agua poco a poco al lugar donde estaba y, abriendo de golpe las hierbas, le dije

-Carol, -pues era la mayor de las hermanas,- ¿Te apetece darte un baño conmigo?

-Hiiii. –Emitió un gritito y dio un paso atrás. –PPPerdona. NNNo sabía que estabas aquí. Heee oído rui…

-Déjate de excusas, que sé que llevas varios días viniendo. ¿Quieres o no quieres bañarte conmigo?

-Pero estás desnudo. No estaría bien.

-¿Ahora tienes escrúpulos para verme desnudo? Anda, desnúdate y ven conmigo. –Forcé un poco la situación echando agua por mi cuerpo y volviendo a frotar mi polla.

-Dudó un instante, pero se acercó a la zona que nos tapaba de la casa y se desnudó, apareciendo ante mí un cuerpo de impresión. Pechos grandes, sin exceder, que se mantenían por si mismos y con los pezones grandes y duros como pude comprobar después. La areola también grande, cintura estrecha y buenas caderas. Piernas largas y delgadas. Su coño tenía una abundante mata de pelo, concentrada toda en una pequeña zona del pubis.

Entró en el agua echándose agua con las manos.

-¿Quieres que te enjabone? –Le pregunté.

-Si, gracias. –Contestó recogiéndose el pelo en alto con unas horquillas que sacó de los lados.

Empecé a enjabonar su espalda por los hombros, bajé por los brazos hasta los codos y de nuevo a los hombros. Bajé por su espalda, sobacos y justo hasta el inicio de los pechos. Sus riñones y por fin su culo. Amasé los cachetes y los separé para pasar mi mano entre ellos, frotando circularmente su ano, que se abría fácilmente a mi presión, señal de que había sido usado ya.

Bajé a sus muslos, llegando desde su ingle hasta el límite con el agua. Y volví a subir.

Su respiración se aceleró. Me pegué a su espalda y puse una mano en su estómago y otra en su escote, empezando a enjabonar también, subiendo una y bajando otra para llegar a sus pechos.

-Esto ya lo puedo hacer yo. –Dijo sin moverse.

-Pero a mi me gusta más, y seguro que a ti también.

Acaricié sus pezones a la vez, por lo que en lugar de protestar, emitió un gemido de placer.

Mientras una mano enjabonaba sus pechos y pezones, la otra fue bajando hasta su coño, repartiendo jabón por todas partes. Cuando tenía la mano cubriendo todo su coño, aproveché para colocar la punta de mi polla en su ano.

Ella empezó a mover el culo para conseguir que fuese entrando poco a poco. Mientras seguía enjabonando su delantera, ella gemía y presionaba contra mí. Al fin, una parte de mi polla entró en su culo y yo metí el resto. Que fue acogido con un gemido de placer.

Empecé con un dedo y llegué a meter tres, combinando la entrada de mis dedos en su coño con la salida de mi polla de su culo y mi otra mano acariciando sus pechos y viceversa.

-¡No pares! ¡No pares ahora! Mmmmmmm. ¡Me corrrooooo! Ahhhhhhhhhhhhhh.

Yo seguí, sin detenerme

-¡Más! ¡Más! Sigue, sigue. ¡Me viene otro! AAAAhhhhhhhhhhh.

Cuando se recompuso, dejé de moverme, se la saqué del culo y la giré. Mientras nos besábamos, la levanté y le hice poner las piernas alrededor de mi cintura y colgarse de mi cuello, así llevé fuera de la poza. Allí el agua tenía una altura de unos 4 dedos. Mientras iba bajando para sentarme en el fondo, la bajaba a ella metiéndole la polla por el coño.

-Oooooh. ¡Qué maravilla! ¡Cuánto necesitaba esto! Sentir una polla dentro de mí.

-¿Te gusta? –Le pregunté.

-Si, mucho. La tienes algo más larga que mi marido, y un poco más delgada, pero me encanta sentirla dentro. Me llena igual que la suya.

-¿Hace mucho que no follas? -Le dije sin para de moverla atrás y adelante, para que sintiese bien el roce de mi polla.

-MMMmmmm. Desde que se fueron a la guerra, hace como unos tres años o más. AAhhhh.

-¿Follabais mucho antes?

-Mmm. Aaaaahh Si. Pfff. Todos los días. Algunos… Ohhhh. Hasta dos veces. Es muy fogoso.

-¿Y cómo has aguantado?

-Aaaaaaaaggggg. ¡Me corro otra veeez! No pareeesss. MMmmmmmm.

Seguí sin parar y repetí la pregunta cuando se repuso

-Acariciándome. Sigue más. Esto es increíble. Me meto los dedos. Mmmmm, Sigue, sigue. Ahhhhh. Hasta casi la mano. Y con un par o tres dedos de la otra en el culo. Ahhh.

En ese momento, le metí un dedo en el culo, y…

-¡Me corro! ¡No se te ocurra parar! Aaaagggggggggggg. Oooooohhhhhh.

Emitió todas las secuencias de sonidos y las repitió, mientras se corría. Después se salió de mí y se llevó mi polla a la boca, haciéndome una experta mamada que me hizo terminar en un momento, con una copiosa corrida de la que no desperdició nada.

Tras esto, se aclaró bien, eliminando todo el jabón, mientras, yo la miraba. Se secó, se vistió y se fue para la casa.

Yo hice lo mismo tranquilamente. En la casa reinaba la alegría, todas sonreían y bromeaban entre ellas. Yo ya sabía el porqué, pero no dije nada. Me uní a sus bromas, cenamos, comentamos cómo había ido el día y las previsiones del día siguiente y anuncié que me iba a la casa que me habían asignado.

-¿Vas a ir al pueblo por fin? –Dijo la madre.

-No, me voy a dormir. Me noto cansado. –Al fin y al cabo, mi interés por el pueblo era para follarme una puta y ya no era necesario.

-Hasta mañana entonces. Que descanses.

-Hasta mañana.

Y me fui a acostar.

Todavía no me había dormido, cuando un ligero ruido me puso en alerta. Puse la ropa simulando que dormía. Tomé mi arma y me coloqué tras la puerta.

Poco después, se empezó a abrir lentamente. Esperé a ver que ocurría. A la luz de la luna que entraba por la ventana, vi que era una mujer, y la identifiqué como Christine, la hermana segunda. Me quedé quieto observando como se acercaba y dejaba caer su camisón de dormir, acercándose a la cama y abriendo las ropas con intención de colarse dentro. La situación me la puso dura al instante.

En ese momento, salté sobre ella, cayendo de rodillas en el suelo y su cuerpo sobre la cama. Abrí sus piernas con las mías y me coloqué tras ella. De un solo empujón se la clavé por el coño, donde entró suavemente como consecuencia de lo mojada que estaba desde su entrada en la habitación.

-Aaaaaaagggggggggggg. –Dijo ella al sentirse penetrada por sorpresa.

Empecé a meter y sacar en el coño más caliente en el que había metido mi polla.

-Siiii, siii. Más. Dame más. Mmmmmmmmmmmmm. Más fuertemmmmmm.

-¿Tienes muchas ganas, verdad?

-Ohhhhh. Si muchas. No pares.

También le hice la misma pregunta:

-¿Follabas mucho con tu marido?

-Dos o tres veces por semana, a veces una. Dependía de lo cansado que estaba. Pero dame más fuerte.

Yo aceleré mis movimientos, mientras presionaba con mi pulgar en su ano, que también cedía con facilidad.

-Siii, siii. ¡Me corrooo! Mmmmmmaaaaahhhhhhgggggggggg.

Después, nos acostamos, nos estuvimos besando, acaricié sus pechos, también tamaño mediano, ligeramente caídos, acaricié su cuerpo, muy similar al de su hermana y, situado entre sus piernas, a cuatro patas, coloqué una almohada para levantar un poco su culo y comencé a lamer su clítoris. En ello estaba cuando sentí una lengua recorrer mi ano y una mano masturbar mi polla.

-(Parece que Carol no ha tenido bastante) -Pensé.

Seguí recorriendo su raja con mi lengua y chupando y lamiendo su clítoris. Le metí dos dedos en su coño y los metía y sacaba con rapidez.

-Ahhhhh. No pares. Estoy apunto de correrme otra vez. Mmmmmmm. Aggggg. Me corroooo.

No hizo más que terminar su orgasmo y se la clavé nuevamente, empezando un mete-saca rápido.

-Siii. ¡Qué bueno! –Decía ella.

La hermana, metió la mano entre mis piernas y colocó los dedos formando un anillo por el que se deslizaba mi polla y que me masturbaba por un lado y por otro hacía que sintiese más mis golpes contra su coño.

-Esto es magnífico. Sigue, sigue.

Además, le daba un movimiento como de temblor que la hizo alcanzar su tercer orgasmo al poco.

-Me corro otra veeez, Ahhhhhggggggg.

Cuando terminó, me retiré de ella y me volví para atender a la hermana y… ¡Sorpresa! Era April, la madre. -(Aunque, no se por qué, me imaginaba que también aparecería en algún momento).

Estaba desnuda ya. Con un cuerpo similar al de sus hijas, pero con pechos más grandes y más caídos, pero muy apetecible todavía.

Echó mano a mi polla, moviéndola un poco.

-Mmmm. Gastas buena herramienta. No he visto nunca nada igual. Claro que no tengo mucha experiencia. No me extraña que Carol haya quedado satisfecha. Nos ha dicho que era muy parecida a la de su marido.

-¿No has probado nunca una como esta?

-Ya te he dicho que nunca había visto una así, ni parecida. ¿Me cabrá?

-A mi me ha entrado. –Dijo Christine. -Y tampoco había probado nada así. La de mi marido es la mitad de esa. Pero, cuando la tienes dentro, es una sensación de sentirte llena…

-Pues quiero probarla. ¡Métemela ya, que estoy que ardo! –Dijo mientras me empujaba sobre la cama.

Conforme yo caía hacia atrás, ella avanzaba sobre mí, colocando una pierna a cada lado. Se situó sobre mi polla, se la frotó bien en la entrada de su coño y fue bajando lentamente hasta que nuestros cuerpos chocaron.

-Ffffffssssssss. –Soltó aire cuando se la encajó completa.

Estuvo un momento quieta y empezó a mover el culo hacia atrás y adelante. La intensidad del roce tanto en su coño como en su clítoris la hizo gritar y moverse como una posesa.

-Por fiiinnn. Ahhhhhhhh. Esto es increíble. Que gustooo. Casi no me acordaba cómo era tenerla dentro y esto es como tener las de todas las folladas en unaaa.

Yo puse a la hija en posición para comerle el coño, cosa que hizo gustosa y rápidamente. Mientras, la madre no paraba de hablar ni de moverse. Pronto empezó a moverse todavía más rápido y se corrió con grandes gritos.

-AAAAHHHHHH. ME CORROOOO. ¡ESTO ES BUENÍSIMOO!

Cuando su orgasmo terminó, continuó moviéndose despacio.

-Yo también estoy a punto. Voy a correrme. –Dije separando el coño de la boca, con gran disgusto por su parte.

Sin decir nada, se la sacó y metió lentamente por el culo, comenzando a moverse más deprisa, hasta que le anuncié:

-Me corro yo también.

-Si, lléname el culo con tu leche.

Y no me hice esperar. Solté lo que llevaba dentro

Cuando flojó, se la sacó y empezó a pajearla despacio.

En ese momento entró Carol.

-Armáis tanto alboroto que no dejáis dormir ni en la otra casa. –Dijo.

-Lo que te pasa es que estás tan necesitada de polla como nosotras y no puedes dormir pensando en lo que estamos haciendo. –Le contestó la madre.

-Eso también.

Y sin más, se dirigió a mi polla y, apartando a su madre, se puso a chupármela hasta que se me puso dura del todo y se la clavó en el coño. Mientras, continué comiéndome el coño de Christine.

La salida del sol nos encontró amontonados en la cama, totalmente rendidos, después de pasar varias horas follando con todas, masturbándolas metiendo dedos, comiendo coños, etc.

Al día siguiente, ya dormí en la vivienda principal. Juntamos dos camas en el dormitorio del matrimonio y allí dormimos los cuatro durante el resto del mes que estuve con ellas.

Todas las noches follábamos. No como la primera vez, pero todas tenían su orgasmo diario de una forma u otra.

Casi tres semanas después de llegar al rancho, la madre y las dos hijas mayores decidieron ir al pueblo a buscar provisiones. Yo quedé en el granero amontonado el heno que habíamos recogido el día anterior.

Al poco de marchar, aparecieron Hanna y Cindy, las hijas menores.

-Hola, George.

-Hola, pequeñas.

-No nos gusta que nos llames pequeñas.

-¿Cómo queréis que os llame?

-Por nuestros nombres Hanna y Cindy

-Pero es que no os distingo.

-Es porque no te fijas tanto en nosotras como en nuestras hermanas.

-Por qué decís eso.

-Te hemos visto desnudo. –Dijo una.

-Y con nuestras hermanas y nuestra madre. –Dijo la otra.

-¿Nos espiáis en la habitación?

-No, en el río, cuando vas a bañarte y te acompañan ellas.

No había dejado mi costumbre, solo que ahora me solían acompañar alguna de ellas.

-Está feo espiar a las personas.

-Ya sabes que por aquí no hay muchas cosas con las que entretenerse.

-¿Y no os divertís con vuestros novios?

Ambas estaban siendo cortejadas por un par de muchachos de ranchos cercanos.

-Si, pero ninguno la tiene como tú.

-Bueno, no se puede tenerlo todo. ¿Por qué lo sabéis? ¿Folláis a menudo?

-Porque nos hemos intercambiado, pero solamente nos la dejamos meter por el culo, nuestra madre quiere que lleguemos vírgenes al matrimonio.

-¿Y os dan mucho placer?

-Robert es muy brusco, hasta después de haberse corrido la primera vez, no conseguimos llegar nostras.

-En cambio Peter es más suave y conseguimos llegar más veces, pero no podemos repetir.

-Quizá deberíais enseñarles para que hagan lo que os gusta a vosotras.

-Pero no sabemos cómo nos lo tienen que hacer. ¿Por qué no nos lo enseñas tú?

-Y qué dirán vuestra madre y hermanas si se enteran.

-Ya lo saben. Después de las compras se irán a visitar a algunas familias amigas para darnos tiempo.

-¿Lo habéis hablado con ellas?

-Siempre comentamos todo entre las cinco. ¿Quieres enseñarnos?

-¿Por qué no empezáis por desnudaros?

En un momento, ambas quedaron sin una prenda encima. En ningún momento aparentaron tener vergüenza por estarlo.

-¿Qué hacéis con vuestros novios para excitaros?

-Nos tocan un poco las tetas, también algo el coño, sobre todo Peter y enseguida nos la meten por el culo.

-¿Y no os hacen daño?

-Procuramos siempre untarnos manteca, como ahora, para que entre suave y no nos haga daño.

-¡Desnudadme!

Ellas se acercaron y fueron quitándome la ropa hasta dejarme totalmente desnudo.

-Chupadme la polla.

-No sabemos

-Empezad a lamerla como si fuese un caramelo.

-Me da asco. –Dijo una.

-O lo haces o te vistes y vas.

Con cara de asco, se puso a lamer, igual que su hermana.

-Mi polla se puso dura.

-Ahora, alternaros metiéndola en vuestra boca, hasta que os entre entera.

Hacían esfuerzos para no dejar que las náuseas les dominasen, pero cada vez les entraba más adentro. Cuando ya no podían más, les hice presionarla con la lengua al paladar.

Cuando estaba apunto de correrme, sujeté la cabeza de la que me la estaba chupando en ese momento y le dije:

-Me voy a correr. Te lo vas a tragar todo y como se te caiga una gota, lo escupas o vomites, te moleré a golpes y te lo tragarás todo.

Seguidamente metí la polla lo más adentro que pude y descargué todo. Cuando termine, se la saqué e hice que la otra me la limpiase y volviese a poner a tono chupándomela. La primera empezó a tener náuseas y arcadas, pero antes que soltase una gota, le di dos fuerte bofetadas que la dejaron como nueva.

Me tumbé directamente en la paja y dejé que me la siguiera chupando. Mientras, tomé a la otra, la hice poner su coño sobre mi boca, mirando cómo me la chupaba su hermana, y sin hacerle nada, comencé a sobar y acariciar sus pechos, sus pezones, a pellizcarlos, a acariciar sus costados y soplar subvente en su coño que se abría como una flor.

Su coño, sobre mi boca, comenzó a moverse buscando un roce que yo evitaba. Cuando mi polla estaba nuevamente lista, las hice levantarse, y ponerse a cuatro patas a la que estaba manoseando. Probé a meter la punta, comprobando que entraba con algo de resistencia.

-Tú, -dije a la segunda- túmbate delante de tu hermana para que te coma el coño.

-Me da asco, nunca he comido un coño.

Una fuerte palmada en su culo y la clavada de mi polla hasta el fondo cortaron sus protestas, convirtiéndolas en un alarido.

-AAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGGGGGGG.

-Cómele el coño si no quieres pasarlo mal. Y tú acuéstate delante de ella y ponle el coño en la boca.

Cuando lo hicieron, yo empecé a moverme despacio, al tiempo que llevaba una mano a su coño y lo acariciaba al tiempo que metía y sacaba mi polla. Cuando estaba apunto de correrse, me detuve e hice ponerse a la hermana a su lado, a cuatro patas, con los culos juntos.

Despacio, también se la metí a la hermana, que entró con más suavidad si cabe, debido en parte a las babas y flujo que había soltado durante la comida de coño y que habían resbalado a su culo.

A partir de entonces, me follaba a una o a otra, cambiando cada poco tiempo, y estimulándoles el clítoris con la mano. Habían llegado a tal punto de práctica con sus novios, que se excitaban más con la enculada que con los masajes.

Enseguida empezaron a gemir y gritar de placer.

-OOOOOOOOHHHHHHHH. Qué bueno.

-Qué gusto.

-NO TE PARES.

-Máaaasss.

Hasta que se corrió la segunda que cayó larga saliéndose mi polla de su culo. No perdí tiempo y continué con la primera hasta que se corrió también. Entonces, cogí del pelo a la segunda, le hice abrir la boca y se la metí hasta la garganta, donde con dos movimientos me corrí de nuevo.

También esta quiso vomitar, y tuve que ponerla en su sitio de sendas bofetadas.

-Parece que vais por buen camino, -dijo una de las hermanas mayores entrando con la madre y la otra hermana- ¿podemos unirnos a la fiesta?

-NO. -Dije yo. Poneos todas ropa adecuada y ayudadme a hacer el trabajo que no he podido hacer por atender a estas dos.

A partir de ese momento, quedaron incorporadas al grupo. Participaban de lunes a sábado y el domingo lo dedicaban a sus novios.

Todo esto duró un par de semanas más. Luego recibieron cartas de sus maridos, informándoles de que les licenciaban y volvían a casa en nueve o diez días, que por la fecha de la carta, se cumplirían dos días después. Esa noche follamos y disfrutamos hasta el agotamiento, con la intención de apurar los dos días que nos quedaban. Luego volví a dormir en la otra casa.

Al día siguiente, me levanté el primero y salí a atender a los animales en el establo. Estaba llevando grano del almacén al establo, cuando vi acercase a tres jinetes. Recogí mi rifle y les esperé en la misma puerta, alejado de la casa por si había problemas.

Imaginé quienes eran, pero no me fié. Cuando estuvieron lo bastante cerca, les di el alto.

-Deténganse y mantengan las manos lejos de las armas.

-¿Quién es usted, amigo? –Dijo el de más edad.

-Empleado del rancho. ¿Son ustedes quienes imagino?

-Soy el dueño de esto y ellos son los maridos de mis hijas.

Bajé el arma y permití que se acercaran, me presenté como habíamos quedado, como un viajero que había pasado por allí y le habían ofrecido trabajo hasta que viniesen ellos. Indiqué que las señoras dormían todas en la casa principal y que no debían de haberse levantado porque no las había visto esa mañana.

Decidieron entrar para darles una sorpresa, ante mi preocupación porque las encontrasen todas juntas y desnudas en la misma cama. Por suerte, una de las gemelas se levantó y nos vio por la ventana, avisando a las demás, lo que les dio tiempo de ponerse el camisón, las pequeñas ir a su habitación y las otras disimular para decir que dormían en el mismo cuarto, en las dos camas que habían puesto, para sentirse más seguras.

Cuando entraron, hubo gritos de alegría que yo oí mientras me alejaba para hacer algún trabajo. Luego vinieron a buscarme y nos reunimos todos para comer. Entonces les informé de lo que había ayudado a realizar con las mujeres, la situación en general y que me marcharía al día siguiente, ahora que tenían quien les hiciese el trabajo.

Los tres me dieron las gracias por haber cuidado de sus mujeres en el último mes, ante la sonrisa de todas ellas.

Y así lo hice. Al día siguiente me dieron provisiones para el viaje y algo de dinero que me obligaron a aceptar en agradecimiento y continué mi camino.

Gracias a los grandes lectores que habeis comentado mis historias y gracias también a los prolíficos autores por vuestras valoraciones y comentarios, que significan mucho para mí.

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