Tal y como os comenté en el capítulo anterior, una cita a ciegas me permitió conocer a un monumento de origen panameño que se desveló como una amante sin par. Su dulzura solo era equivalente al fuego que recorría su interior cada vez que hacíamos el amor. Esa mañana llegamos puntualmente a la finca de mi amigo y eso que durante el trayecto habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión en mitad del campo. Beatriz, su mujer, nos esperaba en la entrada y cogiendo del brazo a mi acompañante, empezó a presentárselas a todos los presentes como mi novia. Curiosamente al contrario que la noche anterior, ya no me molestaba que se refirieran a Maite con ese apelativo porque aunque por entonces no me daba cuenta, esa castaña me estaba conquistando con su modo de ser. Estaban repartiendo los puestos cuando Manuel se me acercó un tanto inseguro porque se había presentado sin avisar una antigua amiga y no sabiendo donde meterla había pensado en colocarla con nosotros. -No hay problema- contesté sin medir las consecuencias que tendría tener a esas dos mujeres juntas durante tres horas. Reconozco que no se me pasó por la cabeza que Maite viera en Alicia una contrincante ni que Alicia asumiera que Maite era una caza fortunas sin escrúpulos que quería mi dinero. Lo cierto es que al explicarle el anfitrión que iba a estar en el mismo puesto que yo, esa rubia de pelo corto y ojos claros se acercó a agradecerme el detalle. Desde que la vi acercarse a mí con esa delantera tan enorme supe que no era algo natural sino producto de la cirugía porque antes tenía unos pechos pequeños. Sé que a ella tampoco le pasó inadvertido el repaso que di a sus melones porque poniendo cara de putón desorejado, me los modeló diciendo: -¿Te gusta la nueva Alicia? Aunque esas dimensiones era exageradas para lo flaca que era, tengo que confesaros que se me hizo la boca agua pensando en que se sentiría estrujando esa silicona mientras oía gritar de placer a su dueña. Desgraciadamente, Maite llegó justo en el momento en que con la mirada estaba repasando esas bellezas y por eso desde un principio, catalogó a Alicia como una guarra que quería quitarle su hombre. -¿Me presentas?- preguntó la panameña mirando fijamente a la rubia. -Alicia, Maite. Maite, Alicia- respondí percatándome que entre ellas saltaban chispas. Como si fuera un combate de sumo, las dos mujeres se retaron con la mirada antes de educadamente darse dos besos en la mejilla. La hipocresía de ambas era evidente pero no queriendo echar más leña al fuego, me abstuve de hacer ningún comentario. Su enemistad quedó de manifiesto cuando la panameña pasó su mano por mi espalda mientras susurraba en mi oído: -¿Quién es esta puta? «¡Está celosa!» pensé al advertir su enfado y queriendo provocar a esa castaña, contesté: -Alicia y yo fuimos novios. Al enterarse que entre nosotros había existido algo más que amistad, se puso tensa y ya con un cabreo del diez, me preguntó si nos íbamos a nuestro puesto. Asumiendo que se iba a enfadar, le expliqué que teníamos que esperar a que el anfitrión nos avisara. Fue entonces cuando se enteró que Alicia iba a compartir la espera con nosotros. Sus ojos reflejaron la ira que consumía su cuerpo y tratando de cambiar la distribución fue en busca de Beatriz. Para terminar de empeorar la situación, la rubia aprovechando su ausencia me pidió que la acompañara a su coche porque se le había olvidado el bolso dentro. Confieso que no vi nada extraño en ello y por eso tontamente la seguí rumbo al aparcamiento. Ni siguiéramos habíamos llegado al mismo cuando Alicia pegándose a mí, me dijo que estaba muy guapo con la cabeza rapada y antes de que me diera cuenta, me estaba besando mientras pasaba su mano por mi entrepierna. Si bien en un momento rechacé su contacto, al sentir esas dos ubres presionando mi pecho al tiempo que mi verga era liberada de su prisión fue más de lo que pude aguantar y levantándola entre mis brazos, la apoyé contra un árbol y usando un matorral como parapeto, de un solo golpe se la ensarté hasta el fondo. -Sigue cabrón, ¡echaba de menos lo cerdo que eres!- chilló la rubia descompuesta al notarse llena mientras mis dientes se apoderaban de sus pezones. Los gemidos de Alicia me impidieron oír el sonido de mi móvil cuando Maite viendo que no estaba dentro de la casa, me llamó. Os juro que no lo escuché aunque a buen seguro si lo hubiera hecho, tampoco lo hubiese contestado porque en ese preciso instante estaba ocupado dándome un banquete con esas tetas de plástico. Usando mi verga como ariete, golpeé su coño repetidamente sin parar cada vez más caliente al sentir la cálida humedad que envolvía mi miembro al penetrarla. -¡Me encanta! – aulló descompuesta mi presa sin impórtale que a cada empujón su pelo se llenara de las hojas que caían del árbol contra el que la tenía apoyada. El destino quiso que fuera tanta la calentura de ambos que conseguimos corrernos rápidamente y por eso cuando ya satisfechos, salimos de detrás de ese matorral y nos topamos con la celosa panameña, esta no pudo echarme en cara que me la hubiese tirado aunque por sus ojos supe que lo sospechaba. -¿Qué estabas haciendo?- preguntó echa una fiera al ver la melena despeinada de mi acompañante. -Alicia había perdido su móvil –contesté aun sabiendo que no me iba a creer. Maite que no era ninguna tonta, se mordió los labios para no gritar lo que opinaba de mi amiga y anotándolo en su libreta de agravios, decidió esperar a un mejor momento para vengarse tanto de esa rubia como de mí por haberla traicionado. A punto de darme una cachetada, prefirió darse la vuelta y acudir ante Beatriz, buscando su amparo. «¡Está que muerde!», sentencié al verla irse enfadada pero contra toda lógica me gustó porque en ese estado Maite era todavía más atractiva. Ya de vuelta, vi descojonado que la panameña se había agenciado a un incauto alemán para tratar de darme celos, olvidando que gracias a mi tamaño pocos eran los hombres que se atrevían a enfrentarse conmigo. Muerto de risa, me acerqué a ellos y posando mi mano en el trasero de Maite, la acerqué a mí diciendo: -Cariño, te echo de menos. La cara del pobre extranjero se transmutó al ver que su conquista era abrazada por un tipo más alto que él y despidiéndose nos dejó solos a esa castaña y a mí. -Eres un maldito. ¡Te has tirado a esa puta!- me gritó dando por sentado que la gente a nuestro alrededor lo oiría. En ese momento, solo tenía dos salidas o buscar el enfrentamiento o huir de él y por eso cogiendo su cabeza entre mis manos, forcé sus labios con mi lengua mientras ella trataba de patearme. Durante cerca de un minuto, Maite intentó zafarse de mi abrazo hasta que viendo la inutilidad de sus actos se relajó vencida. Fue entonces cuando mordiendo su oreja, comenté: -Zorrita mía, tú eres mi única princesa. Mi deliberado insulto tuvo un efecto no previsto, bajo la camisa de mi acompañante dos pequeños bultos la traicionaron, dejando patente que le excitaba mi dominante modo de ser y sabiéndolo, la cogí de la mano y la llevé rumbo al puesto que nos habían adjudicado. Con Maite y Alicia en el puesto de caza. El azar quiso que el lugar donde íbamos a apostarnos para esperar, fuera una pequeña peña donde se divisaba una buena porción de monte bajo. «Es cojonudo», sentencié que ese sitio era ideal al tener una buena visión de un camino hecho por jabalíes. «Al ser su salida natural, debo estar atento». Alicia que era una cazadora experta, al revisar el puesto también supo que esa pequeña vereda podía ser por donde salieran las presas y haciéndose la sabionda, me lo dijo en voz alta con el único propósito de molestar a mi acompañante. -¡Será zorra!- escuché a Maite maldecir en voz baja. Decidida a no dejarse amilanar por mi amiga, decidió aprovechar su inexperiencia con las armas para pedirme que le enseñara como apuntar. Estaba a punto de levantarme de la roca en la que me había sentado cuando escuché que la rubia me decía: -¡Déjame a mí! Eres bueno como amante pero pésimo como profesor. La panameña buscó mi ayuda con los ojos pero con gran disgusto, se dio cuenta que su jugada había salido mal al ver que no me movía y no queriendo descubrir su animadversión por Alicia, tuvo que aceptar que ella le mostrara como hacerlo. -Lo primero que tienes es que saber cómo encarar el rifle- dijo la mujer al tiempo que pegaba su cuerpo al de la castaña tras lo cual le mostró la forma de colocarse la culata contra el hombro mientras aprovechaba para darle un buen magreo por su pecho. Maite se quedó petrificada al sentir el descarado manoseo de su contrincante pero creyendo erróneamente que era inocente, dejó que la colocara en la posición correcta. En cambio yo si me di cuenta que ese toqueteo era una forma de venganza pero queriendo ver como salía de ese aprieto, no dije nada. -Ponte recta y mete el culo- volvió insistir la rubia dando un sonoro azote en las nalgas de la panameña –debes de relajarte antes de apuntar. «Se está pasando», me dije muerto de risa al ver la expresión de sorpresa de Maite al notar el duro correctivo sobre su trasero. Ya interesado, me quedé mirando como Alicia seguía metiendo mano a mi pareja ante el total asombro de ella pero lo que realmente me dejó pálido fue descubrir en los ojos claros de esa rubia una especie de deseo animal que sintiéndolo mucho, reconozco que me excitaba. «¡Esto se está poniendo interesante!», exclamé al observar la ira que se iba acumulando en Maite y esperando que en un momento dado, la panameña explotara. Por su parte, Alicia aprovechando la inacción de su víctima se dio el lujo de recorrer con sus manos los pechos de Maite con todo lujo de detalle, llegando a pellizcar uno de sus pezones aludiendo a un supuesto bicho que tenía sobre la camisa. -¡Ya entendí!- protestó la castaña al saber que la otra estaba abusando pero justo cuando ya iba a encararse con la mujer, un ruido proveniente de la espesura le hizo apuntar hacia allí. La cornamenta de un venado fue lo único que vio antes de cerrar los ojos y presionar el percutor del arma. Contra toda lógica habiendo hecho todo mal, el ciervo cayó en el acto porque la casualidad quiso que el tiro le entrara por el codillo, rompiendo en dos su corazón. La sorpresa de ver que había cazado por primera vez, hizo que Maite dejara caer el arma y se lanzara a mis brazos en busca de mis besos sin saber que Alicia quería su ración y que aprovechando lo feliz que estaba la muchacha, abrazándola la rubia la besara también en la boca. La panameña no hizo ascos a esos labios creyendo que era una muestra de cariño pero al notar la forma en que esa mujer la agarraba del trasero, se percató que era deseo lo que sentía esa mujer. -¿Qué coño haces so puta? Déjame en paz. ¡No soy lesbiana!- le gritó a la vez que de un empujón la echaba a rodar por la pendiente. La desgracia hizo que el empujón la hiciera caer entre zarzas y que los pinchos de esas plantas se le clavaran cruelmente en los prominentes pechos operados de la flaca. Maite al escuchar sus chillidos llenos de dolor en vez de compadecerse de su desgracia, desde lo alto de la pena le soltó: -Zorra, ten cuidado. ¡No vaya a ser que se te exploten!- y con una sonrisa de oreja a oreja se volteó hacia mí diciendo: -Ya sabes lo que le ocurrirá a cualquier putita que mires estando yo presente. La violencia de sus ojos me impidió siquiera socorrer a la pobre Alicia y tuvo que salir sola de entre las zarzas y volver al puesto no fuera que otro cazador la confundiera con una presa. Como comprenderéis a partir de ahí, el estar con esas dos encerrado encima de la peña no fue un plato de mi gusto y por eso cuando al cabo de dos horas, escuché el aviso que la montería había acabado recibí con agrado el mismo a pesar que no había disparado un solo tiro… La comida y el posterior festejo en la finca de Manuel. La humillación y el cabreo de Alicia le impidieron cruzar palabra mientras volvíamos a la casa donde iba a tener lugar el recuento de las presas y el posterior almuerzo. «Está planeando como vengarse», pensé al verla con el gesto fruncido. Los hechos me dieron la razón porque ya en el cobertizo donde estaban acumulando los cuerpos de los venados y jabalíes que se habían cazado esa mañana, la rubia comenzó a extender la noticia que Maite era “novia”. La panameña al recibir las primeras felicitaciones, me preguntó extrañada que era eso y dando por sentado lo que iba a ocurrir, riendo le dije: -Se llama así a un cazador que abate su primera presa. Lo que me callé fue el ritual al que se le sometía al incauto que reconocía en público que era un novato y por eso disfruté malignamente cuando esa mujer empezó a pavonearse de haber matado de un solo tiro a ese venado. Por eso cuando Manuel actuando como anfitrión juntó a los cuarenta cazadores que habíamos tomado parte en esa montería supe en qué consistiría la venganza que había planeado la rubia. Valiéndose del privilegio de haber estado en el mismo puesto y quejándose que si no se hubiese adelantado la otra ella hubiera abatido a ese ciervo, exigió que le dejaran a ella ser el maestro de ceremonia de ese ancestral ritual. Maite fue realmente consciente de lo que se le avecinaba cuando Alicia pidió un cuchillo y sajó el estómago del pobre bicho mientras el resto de la concurrencia aplaudía. Al ver los intestinos sangrantes esparciéndose por el suelo, la castaña estuvo a punto de vomitar pero entonces y antes que pudiese hacer nada por evitarlo, la rubia la agarró de la cabeza y le hundió la cara dentro de las entrañas del animal. Asqueada y soltando hasta la primera papilla que le había dado de comer su madre, Maite se separó de su agresora mientras todos los presentes se reían de su expresión de desagrado. -Serás hija de puta- dijo volteándose contra la mujer pero entonces los abrazos de la gente le impidieron dar una respuesta a modo de bofetada sobre la rubia que a carcajada limpia se reía de su desgracia. Balbuciendo improperios a diestro y siniestro, la castaña llegó hasta mí y de muy malos modos, me pidió que le acompañara a una habitación porque necesitaba quitarse la sangre y los excrementos de encima. Llamando a mi amigo, le pedí me indicara cual era nuestro cuarto. -El de siempre- respondió escuetamente porque estaba ocupado en reírle las gracias a un potentado que estaba en la fiesta. Sabiendo que me había escogido una junto a la suya, volví con Maite y viendo sus fachas, no pude más que echarme a reír al comprobar el estado de su melena. El enfado de mi acompañante se magnificó y por eso en cuanto entramos al cuarto, cogió su maleta y se encerró en el baño sin darme opción a disculparme. Temiendo que una vez limpia, esa preciosidad me exigiera que la llevara de vuelta a Madrid, decidí aprovechar el poco tiempo que me quedaba para alternar con los amigos y tomarme una cerveza. Llevaba al menos dos jarras ingeridas cuando un silbido de admiración me hizo darme la vuelta para encontrarme de frente con Maite. Con su pelo todavía mojado y embutida en un traje negro que magnificaba más si cabe su belleza, me quitó la cerveza de la mano y tomándosela de un trago, sonrió mientras me decía: -Esa puta no sabe con quién se ha metido. El rencor que vislumbré en el brillo de sus ojos me informó que pensaba responder con creces al ataque y supe al verlo que tarde o temprano esa panameña se vengaría. Por eso no me resultó raro, observar como miraba a su rival con ojos iracundos durante largo rato y que justo en el momento de tomar asiento, buscara colocarse a su lado. «La va a putear todo lo que pueda», pensé al verlas juntas. Sin demasiadas ganas, me senté en la misma mesa para intentar aminorar los daños una vez esas dos se enzarzaran en una pelea. Curiosamente, Maite cambió de actitud durante la comida y se puso a reír las gracias de Alicia con una intensidad que me hizo saber que estaba simulando. Los otros comensales resultaron ser un matrimonio y un conocido del anfitrión cuyo único atractivo era su cuenta bancaria porque además de pesar los ciento cincuenta kilos, Ricardo era el típico putero que acostumbrado a contratar prostitutas creía que todas las mujeres debían de plegarse a sus caprichos. Tras varios comentarios machistas, la panameña me susurró: -¿No crees que este idiota es perfecto para ella? Más que una pregunta era una afirmación y por eso cuando todavía no nos habían retirado el primer plato y estaba charlando con el gordo, comprendí que algo extraño ocurría al ver que el tipo se ponía rojo mientras intentaba disimular. «¿Qué le pasa a este?», me pregunté al ver que miraba de reojo a las dos mujeres que tenía enfrente totalmente sorprendido. Al comprobar que Maite sonreía mientras estaba charlando con la rubia, supe que algo estaba haciendo y haciendo que recogía mi servilleta del suelo comprobé que mi acompañante estaba acariciando el paquete del Ricardo con su pie. «¿Qué se propondrá?», mascullé al tiempo que me incorporaba. El obeso que había visto mi maniobra, al verme otra vez incorporado me preguntó al oído cuál de las dos era quien estaba cachondeándolo. No queriendo delatar a Maite, contesté: -La rubia. Al observar la satisfacción del tipo y a modo de confidencia, le solté: -Debe de andar caliente. ¡Lleva mucho tiempo sin que nadie se la folle!- la dicha que leí en sus ojos, me hizo seguir diciendo: -Te lo digo de buena fuente, no en vano hace años fuimos novios. Mis palabras hicieron que como un resorte, su pene se alzara entre sus piernas y ya inmerso en la lujuria, me preguntó si iba en serio. -Por supuesto. Alicia siempre anda en busca de un hombre que la domine. Al creer que esa mujer compartía sus gustos sexuales, provocó que se mostrara interesado en ella y adueñándose de la conversación, comenzó un notorio coqueteo. La rubia ajena a los planes de Maite, se dejó tontear sin conocer a donde le llevaría su coquetería. La morena habiendo conseguido su objetivo, dejó al gordo en paz y riendo me dijo en voz baja: -Esta noche, esa zorra será aplastada por esa tonelada de carne. Aunque me extrañó su seguridad no pude más que soltar una carcajada al imaginarme a Ricardito echando un polvo a mi ex. Eso sí os reconozco que en ese momento, no creí que eso fuera a ocurrir y olvidándome de ello, me puse a disfrutar de la tarde. Al terminar de comer, un pequeño grupo nos quedamos tomando copas mientras el resto de los comensales salían rumbo a sus localidades y como no podría ser de otra forma, Alicia y su supuesto galán se quedaron. Mientras la mayoría de los hombres jugábamos al póker, las mujeres se entretuvieron charlando y bebiendo en la sala de estar. Por eso cuando al cabo de una hora, vi a la panameña muerta de risa con la rubia, ratifiqué lo hipócrita que era mi acompañante. Pero lo que realmente me confirmó la mala uva de Maite fue cuando en un inter entre partidas, las dos mujeres se me acercaron y llevándome a un lado, me informaron que habían hecho las paces. -Me parece bien- contesté sin creerlo. Fue entonces cuando la morena pegándose a mí y de acuerdo con la otra, dijo mientras pasaba su mano por mi entrepierna: -No bebas mucho, esta noche tendrás que complacer a dos. Alicia que para ese momento ya llevaba unas copas, quiso confirmar las palabras de mi acompañante, acariciándome el pecho. El disgusto que se reflejó en la cara de la panameña fortaleció mi impresión que era una trampa y por eso cuando, en plan putón Maite me preguntó si se iban adelantando, supe que no tardaría en saber si era así: -Perfecto, termino la partida y subo. Al verlas subir abrazadas por las escaleras, me hizo dudar de sus intenciones y soñé con la posibilidad que esa tarde terminara gozando de un trío con esas bellezas. Por eso durante los siguientes quince minutos, no di con bola en las cartas y habiendo perdido más de doscientos euros, decidí subir a ver que hacían. Cuando ya estaba abriendo mi habitación, vi salir del cuarto de al lado a la morena. Maite al verme, sonrió y pidiéndome silencio, dejó que entreviera el interior del aposento del que acababa de salir. «¡Qué hija de puta eres!», descojonado, murmuré al ver a la rubia atada a los barrotes de la cama. La cosa no quedaba ahí porque no solo estaba totalmente desnuda y con un antifaz, sino que la había amordazado para evitar que gritara. Sacándome de allí, Maite esperó a que estuviéramos en el piso de abajo para decirme: -Esa zorra se creyó mis mentiras y está esperando a que te lleve hasta ella para que te la cojas. Tras lo cual, sin darme tiempo a reaccionar, se acercó a Ricardo trayéndolo donde yo estaba, le dijo que Alicia le estaba esperando atada a la cama. -¿Qué has dicho?- exclamó alucinado el susodicho. Luciendo una sonrisa de oreja a oreja, Maite contestó: -Mi amiga lleva años soñando con que alguien la viole y me ha pedido que la atara para ti. El gordo se puso a sudar con solo oírlo y dejando su copa en la mesa, acudió raudo a cumplir el supuesto sueño de esa rubia. La panameña decidió que no podía perderse el observar como culminaba su venganza y cogiéndome de la mano, fuimos tras el tipo. Ya arriba, descubrimos que fueron tantas las prisas de Ricardo que ni siquiera cerró la puerta antes de bajarse los pantalones y por eso fuimos testigos de cómo saltaba con el pito tieso entre las piernas de su víctima. Esta se dio cuenta de inmediato que no era yo quien se la estaba follando y retorciéndose sobre las sabanas intentó zafarse del acoso de su agresor. El obeso por su parte creyó ver en esa reacción parte de su fantasía y sin dejar de penetrarla, llevó sus manos hasta los pechos de la indefensa mujer y comenzó a morderle los pezones. -Te gusta, ¿verdad puta?- escuchamos que decía al tiempo que machacaba el sexo de Alicia con su pene. Mientras tanto y bastante más motivado de lo que debiera, pegué mi verga al culo de la panameña. Maite al sentir mi dureza contra sus nalgas, me rogó que la llevara a nuestra habitación pero entonces y para su desgracia ya estaba suficientemente excitado y por eso sin hacer caso a sus ruegos, le bajé las bragas mientras con la otra mano me afianzaba en sus tetas. -¿No iras a follarme en mitad del pasillo?- protestó al ver mis intenciones. Sin dirigirle la palabra, saqué mi instrumento y antes que pudiese hacer algo por evitarlo, se lo hundí hasta el fondo de su vagina. -¡Serás cabrón!- aulló molesta. La facilidad con la que mi verga se introdujo en su interior me confirmó que estaba cachonda aunque no lo quisiese reconocer y por eso sin esperar a que se acostumbrara a tenerlo dentro, comencé a meterlo y a sacarlo con rapidez. -Llévame a la cama- rogó al sentir mi ataque. Obviando sus deseos y mientras en la alcoba Ricardo seguía violando sin saberlo a Alicia, incrementé mi ritmo. Era tan brutal el compás de mis penetraciones que Maite tuvo que apoyarse con los brazos en la pared para no caer al suelo. -Cabronazo, ¡me encanta!- gritó por fin asumiendo que le gustaba ser usada por mí. Su entrega facilitó el contacto y ya inmerso en la lujuria, me agarré de sus pechos para seguir follando. La panameña al sentir mis manos apretando sus tetas, bramó como loca y moviendo sus caderas, colaboró conmigo buscando su placer. -¡Así me gusta! ¡Muévete!- ordené al notarlo. Mi acompañante supo que no pararía hasta descargar mi simiente en su interior y queriendo acelerar mi orgasmo, comenzó a chillar como loca que la embarazara. Lo creáis o no al escuchar de sus labios que quería quedarse preñada de mí, me dio morbo y cogiéndola de la cintura, llevé al límite mi ritmo. La nueva postura provocó que mi verga chocara contra la pared de su vagina justo en el momento en que desde la habitación escuchamos a Alicia gritarle al obeso que no parara. No sé si los gritos de esa rubia contribuyeron pero en ese preciso instante, Maite empezó a convulsionar presa de un gigantesco orgasmo. -¡Lléname con tu leche!- aulló descompuesta mientras brotaba de su sexo un torrente de cálido flujo que salpicaba mis piernas con cada penetración. La idea que esa tarde podía inseminar a esa preciosidad me obligó a cogerla en brazos y sin sacar mi verga de su interior, la alcé y la llevé hasta el cuarto que nos tenían reservado. Una vez allí, la tumbé en la cama y reanudando mi asalto, le pregunté si era cierto que quería que la embarazara. -¡Si quiero!- contestó con un ardor que no dejó lugar a equívoco… ¡Esa mujer deseaba ser preñada por mí! Sabiendo que era más que una fantasía, aceleré y fui descargando mis cargados huevos dentro de esa mujer mientras ésta gritaba satisfecha de placer al tiempo que intentaba ordeñar hasta la última gota de mi cuerpo. Agotado me dejé caer sobre ella y Maite lejos de incomodarle mi abrazo, se dio la vuelta y comenzó a besarme con pasión renovada mientras me decía: -¡Júrame que me vas a hacer un hijo! Desde que me hablaron de ti, supe que el destino nos uniría…. Reconozco que lejos de molestarme, su fijación me alegró al percatarme que lo único que me faltaba para ser feliz en mi vida era un hijo, pero no queriendo perder la ventaja que me confería le dije: -Si quieres un hijo, ¡lo tendrás! Pero antes, ¡me darás tu culito!- y sin esperar a que se lo pensara otra vez, le di la vuelta y pegando un largo lametazo en su ojete, me dispuse a tomar posesión de la última frontera que me quedaba por sortear. Increíblemente, Maite sonrió y separando con sus manos sus dos blancas nalgas, me soltó: -¡Es todo tuyo! Al por oírla, comprendí que no dejaría a esa mujer volver a su país porque la quería junto a mí el resto de la vida….
Se recomienda la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.
Paco estaba algo cortado, aunque intentaba integrarse en la animada conversación que sostenían los padres de Laura y Lola con Marcos el novio de esta última, no podía evitar lanzar furtivas miradas al escote de la mujer, su perfil tan parecido al de la joven, junto a sus pechos grandes y aquellos pezones que pujaban contra la tela liviana del vestido amarillo le atraían excitándolo, de hecho comenzó a empalmarse sin proponérselo, cambió de postura para que no se le notase el bulto pero al estar sentados todos en el tresillo en forma de L ante la tele, tenía pocas opciones para cambiar de lugar, decidió coger su botellín de cerveza aun frio y ponérselo como al descuido sobre el paquete para bajarlo un poco, pues el mejor que nadie sabía el tamaño que podría alcanzar y no quería causar mala impresión.
Dos minutos después se oyó cerrar una puerta en el piso de arriba, se oyeron pasos bajando las escaleras y risas femeninas, unos segundos después las gemelas Lola y Laura aparecieron por la puerta del salón casi directamente ante Paco, pues era el más cercano a aquella entrada y que no pudo más que admirarlas mientras se ponía en pie.
Una de ellas (Lola) llevaba su negro pelo sujeto con un coletero rosa sobre su nuca, dejándoselo caer hasta el principio de la espalda, dejando perfectamente visible su preciosa carita en forma de corazón, en sus orejas lucía unos pendientes finos en forma de aros dorados, bajo su estilizado cuello una camisa de manga corta de color blanco con finos cuadritos rojos, que acababa unos centímetros por debajo de sus pechos donde unas lengüetas de la misma tela permitían hacer un coqueto nudo, se había dejado abierto el escote lo bastante para insinuar sus perfectos pechos, la prenda dejaba bien a la vista su cintura y ombligo, el cual estaba decorado con un pequeño pero llamativo piercing en forma de perla, una falda de algodón azul cielo con volantes blancos, junto con unas deportivas a juego completaban su indumentaria.
Laura llevaba el pelo suelto desparramándose por sus hombros, traía puesta una bonita camiseta azulona de cuello barco con tirantitos finos, que aún sin ceñir su torso resaltaba sus pechos tamaño pomelo, apenas se vislumbraban dos o tres centímetros de piel entre la camiseta y la ligera faldita blanca de amplio vuelo que lucía, esta acababa unos centímetros antes de las rodillas, también llevaba unas zapatillas a juego con su vestimenta.
Ambas chicas eran de semejante altura y hermosa figura, a simple vista era casi imposible distinguirlas, las dos jóvenes se habían pintado y maquillado resaltando la belleza de sus facciones, sus ojos sabiamente realzados y sombreados en tonos suaves resultaban un imán para las miradas, los labios de ambas resultaban tentadores por su brillante efecto de humedad, aunque el tono de carmín usado por ellas variaba ligeramente de color.
La pausa de las chicas en la puerta del salón apenas había sido de 5 ó 6 segundos, pero a Paco le parecía muchísimo más tiempo mientras las observaba, intentando saber cuál de las gemelas era “su” Laura y cual no, entretanto el volumen de su paquete aumento al excitarse con la visión de aquellas hembras tan excitantes, el no se dio cuenta pero ellas si lo hicieron, las chicas le miraron y cuchichearon algo entre risitas para seguidamente acercarse y saludarle, Laura dijo:
– Hola cielo, – Añadiendo más bajito, mientras le besaba en la mejilla.- Menos mal que le das la espalda a mis padres, parece que te hemos gustado mi hermanita y yo.
– Estooo… si claro perdona, Hola Laura tenía muchas ganas de verte.
– Ya se nota nene, mira te voy a presentar a mi hermana Lola, mira Lola este es Paco, ya te he hablado de él.
– Si, ¡y mucho! – dijo ella mientras se acercaba a darle un beso, aprovechando para rozarle el pecho con sus tetas.
– Eencantadoo de conocerte Lola, – dijo el notándose aun mas excitado al sentir aquella presión sobre su pecho, a la vez que cortado por la presencia en la sala de los padres y el novio de la chica.
Seguidamente las chicas fueron a saludar a marcos, momento que Paco aprovecho para excusarse e ir al servicio, Laura le dijo que usara el de la primera planta a la derecha de las escaleras, pues era el que iba mejor, Paco subió y una vez allí dentro se saco el nabo y tras abrir el agua fría del lavabo lo metió en ella, manteniéndolo sumergido mientras se le bajaba la erección, a la vez que se miraba al espejo y decía:
– ¿Pero tú estás tonto o qué? Ponerte así delante de toda esta gente que no conoces, ¿quieres que te echen a patadas o que, so idiota? Y lo peor que ambas se han dado cuenta de cómo estabas, ¡joder si hasta Lola te ha dado un roce con las tetas que…uuff! Bueno pues ahora tranquilízate un poco y sales como si nada, vamos a ver si causamos buena impresión y nos vamos pronto, tengo ganas de repetir lo del otro día con Laura pero a solas.
Entre tanto, en el salón tenía lugar otra conversación a media voz entre los padres, las hijas y Marcos, Lola estaba diciendo:
– Llevabas razón hermanita, menuda polla se gasta, la he notado a través de la falda.
– Ya te dije que estaba muy bien dotado – Dijo Laura, añadiendo. – y cuando entra te rellena a base de bien, creedme que es el más grande que he probado.
– Pues yo lo voy a probar hoy mismo hermanita. – Dijo Lola. – Aquí a marcos no le molesta, verdad cari.
– Ya sabes que no ¡zorrita mía! – Dijo el aludido Marcos mientras metía la mano bajo la falda de su novia, añadiendo a continuación – Así volveré a follarme a Laura mientras tú te lo montas con ese Paco, hace más de 15 días que no la monto.
– Porque estabas ocupado con nosotros, ó es que no recuerdas el trió que nos montamos el miércoles. – Dijo Jesús sonriendo, mientras metía un dedo desde atrás en coño de Pili por debajo del vestido amarillo.
Esta empezó a menear las caderas según entraba libremente aquel dedo en su chochete pues no llevaba bragas, dejando la mente abierta para que la excitación que sentía fuera percibida por sus hijas, se mojó los labios lascivamente con su lengua y gimió sin dejar de menearse mientras decía:
– No me lo vayáis a espantar por ser muy lanzadas, ya sabéis que yo también deseo probarlo.
– Yo quiero montarme un trió con mama y con él, no lo olvidéis. – Dijo Jesús.
– ¿sabéis qué? esto me empieza a sobrar. – Dijo Laura mientras se quitaba el tanga negro que llevaba y donde ya se apreciaban manchitas de humedad.
Marcos que estaba de pie entre ambas chicas no perdió el tiempo y sin dejar de sobetear la entrepierna de Lola, metió su otra mano bajo la falda de Laura, apreciando la humedad de su coñito, un minuto después pajeaba a las chicas a dos manos, la tele sonaba en segundo plano al ser bajado su volumen para poder oír si Paco bajaba del baño, así que solo se escuchaban los sonidos de chapoteos de dedos en las ansiosas vaginas y los suspiros de sus dueñas en el salón.
Las tres hembras hábilmente masturbadas y de sobras recalentadas por el morbo de la situación, además de percibirse gozando en sus mentes y verse las unas a las otras disfrutando a tan corta distancia, no tardaron en correrse de pie como estaban contra los dedos invasores de sus sexos, Laura se estremeció gimiendo y abrazándose al brazo izquierdo de Marcos cuya mano la hacía gozar, Lola estaba abierta de piernas recibiendo las caricias digitales de la mano diestra del joven, con el culete apoyado en el respaldo del sofá, cuando se corrió a su vez entre jadeos que ella misma procuraba ahogar tapándose la boca con una de sus manitas, casi encima de ella Pili estaba inclinada con el culo en pompa recibiendo los dedos de Jesús dándola placer en su chochete, enseguida se corrió y para ahogar los gemidos de gusto beso a Marcos en la boca.
Laura se recupero un poco y ordenó sus ropas, vio como su madre le comía la boca al novio de su hermana, aun persistía en su mente la sensación de calentura sexual y supo que eso no podía detenerse de golpe, no al menos con aquellas dos lobas al lado y con ganas de guerra, así que tras secarse un poco el chochete con el tanga pero sin ponérselo dijo:
– ¿vais a parar un poquito o no? Hay alguien nuevo en la casa.
– No cielo, ahora que papa esta cachondo y marcos también vamos a tirarnos a nuestras chicas. – Dijo Jesús.
Marcos la miro sin ocultar su deseo, mientras se lamia los dedos que la habían hecho gozar dijo:
– Laura cielito, si no quieres ser la única sin follar de aquí a 5 minutos, deberías subir a ver como tu chico se baja la erección.
– Si anda hija, ve a ver que hace Paco y entretenle un ratito. – Dijo Pili.
– En media hora subo a relevarte y estrenármelo, así que ni te hagas la mema recatada, ni por el contrario la zorra ansiosa y me lo vayas a agotar. – Dijo Lola.
– Mejor será que te apuntes el cuento y no seas ¡TU! la que me lo agote niña, recuerda que yo también quiero probar esa mortadela. – Dijo Pili a la vez que suspiraba con los dedos de su marido Jesus moviendose aun dentro de su chochete.
Así que Laura salió del salón y subió las escaleras hasta el baño de la primera planta, donde aplicó el oído a la puerta asiendo la manilla y dándose cuenta de que el pestillo no estaba echado, en el interior Paco con los pantalones de color mostaza caídos alrededor de los tobillos, no conseguía bajarse la erección, pues cuando parecía haberlo logrado escucho lo que parecían grititos y gemidos, con lo que su aparato había vuelto a crecer hasta estar más duro que una piedra, al pensar en lo que deberían estar haciendo los vecinos. (En su cabeza resultaba imposible pensar que sus anfitrionas estuvieran siendo pajeadas justo bajo sus pies en el salón)
Llevaba allí metido más de 10 minutos y nada, seguía erecto del todo, pensó seriamente en golpearse la erección con el teléfono de la ducha ó contra la pila del lavabo para que se bajase, pero se contenía porque le rondaba la idea de tirarse a Laura esa tarde y aquello sería francamente contraproducente, además también estaba la salida de hacerse un pajote, pero no le parecía ni correcto ni decente en esas circunstancias y rodeado de desconocidos.
La puerta se abrió de repente y apareció Laura entrando decidida en el baño, viendo a Paco con aquello en la mano (ó con la mano en aquello, como queráis decirlo) dio un pequeño grito, nuestro amigo se quedó mudo de la sorpresa y cuando quiso reaccionar ella se había abalanzado sobre él y le estaba besando en la boca con una pasión increíble, le mordisqueaba los labios y le metía su inquieta lengua en su boca, el respondía al beso como buenamente podía mientras las manos de la chica se adueñaban de su miembro, en un momento y tras comprobar su dureza interrumpió el beso el tiempo suficiente para empujarlo dejándolo sentado en la taza del wc y fue situándose sobre él para una vez levantada la falda, dejarse caer suavemente sobre el amoratado prepucio de nuestro amigo.
Pese a haberse secado el chochete en la planta de abajo, la visión del erecto y enorme miembro de Paco la había vuelto a excitar, cuando sintió el prepucio rozándole los labios vaginales, su chochete ya producía flujos en abundancia y ella simplemente se dejo caer sobre aquel erecto miembro que tanto había deseado, se le clavo profundamente sintiéndose rellena de carne caliente y notándolo hasta en el cuello del útero, Laura abrió la boca por la impresion dejando salir un largo jadeo de gusto mientras se cogía de los hombros del chico para sujetarse, seguidamente comenzó a cabalgarlo despacio para sentir cada centímetro dentro de su interior, el placer la hacía ir cada vez más rápido a la vez que agitaba sus caderas.
Paco no permanecía quieto, metió sus manos bajo el borde de la camiseta azul y las subió acariciando la piel de Laura hasta llegar a sus preciosos pechos desprovistos de sujetador, los pezones de la chica estaban erectos reclamando sus caricias y el rápidamente acaricio y presionó en el derecho mientras lamia y mordisqueaba ávidamente el otro pezón, mientras su dueña se empalaba repetidamente en la verga del muchacho y le abrazaba la cabeza contra su pecho mientras gemía cada vez más fuerte.
El intentó acoplar sus caderazos a los vaivenes del cuerpo que lo cabalgaba pero la chica se agitaba velozmente saltando sobre él, sentía su miembro estrujado dentro de la ajustada funda movediza y encharcada que era el chochete de su Laura, unos placenteros instantes después y sin detener la frenética cabalgada, la sintio tensarse y estremecerse a la vez que lanzaba un grito contra la cabeza que seguía mamándola los pezones, seguido de una serie de jadeos entrecortados al correrse en plena cabalgada, Laura disfruto de su orgasmo mientras u cuerpo se arqueaba entre espasmos y temblores hasta que ralentizo su cabalgada tras aquella gozada, pues su cuerpo intentaba relajarse tras la liberación de placer, a la mente de la chica llegaban sensaciones de placer no solamente propias, sino de su madre y hermana disfrutando mientras follaban en la planta baja.
Pero Paco no sabía nada de aquellas sensaciones, solo sabía que lo estaba pasando de vicio con su chica y que ella aflojaba la cabalgada tras su corrida, el solo sabía que no quería quedarse a medias y decidió tomar la iniciativa, sacando las manos de la camiseta de Laura las bajo hasta sus caderas y acaricio con ellas los firmes cachetes del culito de la chica que seguía moviéndose suavemente sobre el aun empalada, Paco no queriendo quedarse a medias además de ansioso y deseoso de disfrutar de su chica, notaba las contracciones del túnel vaginal en toda la longitud de su miembro y comenzó a moverse, dando caderazos fuertes que impulsaban su rabo en las profundidades de la empapada vagina, disfruto del placer de follarse a su chica mientras ella volvía a gemir de nuevo, se miraron a los ojos y se besaron con pasión mientras el aumentaba los caderazos enviando una y otra vez su tieso órgano dentro de ella, la jodía agarrado a los cachetes del culo para impulsarse y al mismo tiempo generar un efecto de rebote que les hizo aumentar la velocidad e intensidad del placer.
En la mente de Laura el sentimiento de placer que sentían su madre y hermana, se unía al placer autentico que sentía en su cuerpo mientras sentía la verga del chico dentro de ella hasta lo más profundo de su vientre, notaba el prepucio meterse en su útero con cada envite recibido; el punto “G” no era rozado con la penetración del miembro, ¡era aplastado! en cada vaivén contra la pared vaginal dado el calibre del miembro invasor que se movía arriba y abajo, rebozado en abundante flujo que no paraba de producir el prensil chochete de la chica, su clítoris estaba sensible e hinchado como pocas veces había estado y le enviaba sin parar ramalazos de puro gusto, ella gozaba y pasó de jadear a casi rugir con todas aquellas sensaciones agolpándose en su cabeza, se corrió dos veces más sin que el chico aflojara el ritmo de la follada que la estaba propinando.
Paco disfrutaba una enormidad, pero esteba algo incomodo, por lo que decidió cambiar de postura así que la dijo:
– Laura cariño, agárrate a mi cuello y no te caigas que nos vamos de viaje.
– Cooomooo que deee viaajee, yo yaaa eestooy de viaaje al cieeeloo.
– Tu solo agárrate que nos vamos.
El se movió levantándose de la taza del wc, ella seguía clavada sobre el muchacho pero al notarse en el aire, ciñó con sus piernas las caderas de Paco y se sujetó con fuerza, Paco se giro un poco y dio un par de pasos mientras la daba un par de profundos envites, apoyo a la chica en la pared con el culo contra el toallero y allí la dio varias fuertes arremetidas como si quisiera clavarla a dicha pared, Laura gritaba de gusto al sentirse así usada y dominada por aquel macho fuerte que la jodía en vilo y sin parar, Paco se giro un poco mas y su siguiente escala fue en la pila del lavabo que aun tenía el agua que había usado para bajarse los ánimos infructuosamente, volvió a apoyar allí el culete de Laura y siguió metiéndola el miembro sin parar de disfrutar, ella le recibía ansiosa pero ahora con cada arremetida que impulsaba el miembro en el chochete su culete bajaba, al tocar el agua fría daba un respingo y saltaba hacia arriba, justo para recibir el siguiente envite que la sumía la verga de nuevo y aun más profundamente.
Laura entre gemidos y con los ojos semicerrados decía:
Paco volvió a cogerla y la levanto con el miembro bien dentro de su chochete, la chica se aferraba con brazos a piernas al cuerpo del muchacho, sus pechos se agitaban rozándose contra su camisa mientras completaba el giro y volvía a la taza del wc, dejándola sentada en la tapa de madera, Laura se soltó al sentirse apoyada y se concentro en el placer que sentía, mientras el bueno de Paco reanudaba la follada ahora desde una postura más de su agrado y con renovados ánimos, mantenía con sus manos separados los muslos de la chica y veía su depilado vientre, aquel chochete era invadido por su gordo rabo que lucía una corona blancuzca de flujo batido alrededor, el miembro se movía sin dificultad y Paco se dejo llevar buscando su inminente corrida mientras aumentaba su velocidad de penetración, el placer se adueño de ambos y acoplaron sus movimientos, Laura levanto su camiseta y se tironeaba los pezones con las manos tensándose de gusto mientras alcanzaba otra corrida, los movimientos y temblores provocaron el orgasmo de Paco que soltó sus dos primeros y más potentes chorretones de esperma en el interior de Laura mientras decía:
– Arggg nenaaa me corrooooo.
– Siii loo notoooo, damelooo, todooo dentrooo.
Pero por prudencia o instinto, el se retiro y saco el miembro de aquella ajustada funda mientras seguía eyaculando el siguiente chorretón regó la entrada del chochete, empapándola el clítoris y los labios mayores, los cuatro o cinco que siguieron fueron a parar a su vientre y dejaron su blanca muestra láctea hasta la parte baja de sus pechos, el gustazo que sintieron los hizo estar en silencio unos segundos mientras sus cuerpos se relajaban.
Paco al acabar de eyacular había vuelto a meter el miembro en la rajita de Laura, esta se frotaba el cuerpo con el esperma del chico para excitarlo y de paso aprovechar e hidratarse la piel del vientre y los pechos, incluso se chupó lujuriosamente los dedos al acabar, el seguía erecto y estaba aumentando el ritmo de un segundo polvo arrancándola un suspiro de gusto, pero ella recordando a su hermana y madre esperando turno, decidió no agotarlo así que dijo:
– Paco para, tenemos más gente en casa y llevamos aquí un montón de tiempo.
– Si cielo, llevas razón pero estas tan buena y eres tan…
– Luego seguiremos estate tranquilo, pero ahora sal de mi y estate quieto, mira me he manchado un poco la camiseta con tu leche, saldré del baño e iré al salón a ver que andan haciendo, enseguida volveré a la habitación a cambiarme, vístete espera 5 minutos y ven es la puerta de la izquierda, así luego bajaremos juntos.
– Está bien, pero ¿estarán muy mosqueados por la tardanza? No quiero causar mala impresión.
– Tu estate tranquilo que seguro que algo habrán estado haciendo y seguro que no nos han echado de menos, ahora venga… dame un beso y haz lo que te he dicho.
Mientras se besaban Paco la dio unos cuantos meneos, pero ella fue inflexible y finalmente salió de aquel cálido conejito, Laura se limpio con un poco de papel se colocó la ropa y salió del baño, bajando al salón y sonriendo como el gato que se comió al canario, luciendo orgullosa la mancha de esperma en su camiseta azulona, ante el cuadro que formaban sus seres queridos.
Paco se lavó y se peinó pues tenía el pelo como un loco, procedió a vestirse y al pasar los 5 minutos salió y se dirigió a la habitación de la izquierda.
CONTINUARA…
Bueno niños y niñas, espero que os haya gustado esta entrega, en el siguiente capítulo veremos que pasaba en el salón entre Marcos y Lola y los padres de las chicas, mientras nuestra parejita “facía coyunta” en el baño, me ha parecido mejor hacerlo en capítulos separados por ser menos lioso dado el número de personas, habitaciones, pisos y posturas. Gracias a eso me he podido extender un poquito en el texto, en fin que lo disfrutéis y os ayude a ser un poquito más felices, cuidaros y no seáis rácanos dejando comentarios, si dais consejos o ayudas a la historia serán tenidas en cuenta.
Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer Faltaría a la verdad si os dijera que nunca había soñado con tirarme a una de mis primas porque el capullo de mi tío Miguel había tenido no una sino tres preciosidades a cada cual más buena. Pero mis fantasías se hicieron realidad con la que jamás había ocupado las frías noches que pasé en el pueblo y del modo más inesperado. Muy a mi pesar, he de reconocer que al igual que todos los chavales de mi pandilla durante años había fantaseado con María, la mayor de esa estirpe. Morenaza impresionante de grandes tetas y mayor culo, no solo era de mi edad sino que era de mi pandilla y por eso fue la primera en la que me fijé nada mas salir de la adolescencia. Pero nuestro parentesco y la férrea vigilancia que ejercen los mayores en las poblaciones pequeñas hicieron imposible que ni siquiera pensara en hacer realidad mis sueños y por eso me tuve que conformar con pajearme en la soledad de mi habitación mientras mi mente volaba imaginando que ella y yo éramos algo más que primos. A los veinte años, mi fijación cambió de objetivo y fue la segunda, Alicia la que se convirtió en parte de mis ilusiones. Morena como su hermana mayor, la naturaleza la había dotado de unos pechos todavía más enormes y aunque la llevaba tres años, tengo que confesar que con ella tuve un par de escarceos antes de que se buscara un novio serio. Cuando digo escarceos fueron escarceos porque no pasé de un par de besos y unos cuantos tientos a esas dos ubres que me traían loco pero nada más. En cambio nunca y cuando digo nunca es nunca, posé mis ojos de un modo que no fuera fraterno en Irene, la pequeña. Con una cara dulce y bonita, mi primita era una flacucha sosa y remilgada que además de nuestra diferencia de edad era la mejor amiga de mi hermanita. Si a eso le añadimos que al igual que una gran parte de los jóvenes del pueblo, salí a la capital a estudiar y ya inmerso en la vorágine de la gran ciudad, nunca me volvió a apetecer volver al pueblo de mis padres, mis visitas se fueron reduciendo poco a poco, hasta terminar por no pisar esas calles de mi infancia más que el día de Navidad. Con los años, terminé la carrera. Me puse a trabajar en una multinacional donde ascendí como la espuma y con treinta años, me convertí en el director para Costa Rica. Ese país me enamoró y por eso cuando a los dos años de estar ahí me propusieron darme todo Centroamérica solo puse como condición no moverme de San Jose. Con el apoyo de los jefes de Nueva York convertí esa ciudad en mi base de operaciones y en mi particular trozo de cielo que mi abultada cuenta corriente me permitió. Vivía solo en un chalet enorme al que solo accedían mis conquistas para follar porque escamado que alguna quisiera quedarse a compartir conmigo algo más, al día siguiente las echaba con buenas palabras aduciendo trabajo. Trabajo, viajes y mujeres era mi orden de prioridades. Por muy buena que estuviera la tipa en cuestión si sucedía un imprevisto, la dejaba colgada y acudía a resolver sin mirar atrás. Lo mismo ocurría si me venían con un destino apetecible, lo primero que hacía era despedir a la susodicha no fuera a intentar pegarse a la excursión. Por suerte o por desgracia, esa idílica existencia terminó un día que recibí la llamada de mi hermanita pidiéndome un favor. Por lo visto Irene se acababa de separar de un maltratador y el tipejo le estaba haciendo la vida imposible. Huyendo de él, había dejado el pueblo pero la había seguido a Madrid y allí la había amenazado con matarla si no volvía con él. -¿Qué quieres que haga? pregunté apenado por el destino de la flacucha. -Necesito que la acojas en Costa Rica hasta que su marido acepte que nunca va a volver- contestó con un tono tierno que me puso los pelos de punta. -¡Tú estás loca!- protesté viendo mi remanso de paz en peligro. Sin dejarse vencer por mi resistencia inicial, mi hermana pequeña usó el poder que tenía sobre mí al ser mi preferida para sacarme un acuerdo de mínimos y muy a mi pesar acordé con ella que Irene podría esconderse de ese mal nacido durante un mes en mi casa. -Pero recuerda: ¡Solo un mes! ¡Ni un día más!- exclamé ya vencido. La enana de mi familia soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo: -Verás que no será tan malo. ¡A lo mejor te acostumbras a tenerla allí! ¡Te quiero hermanito! -¡Vete a la mierda!- contesté y de muy mala leche, le colgué el teléfono. Ni siquiera había pasado dos minutos cuando recibí un mail de mi manipuladora hermanita en mi teléfono, avisándome que esa misma tarde mi prima aterrizaba en el aeropuerto de San José. -¡Será cabrona! ¡Ya estaba cruzando el charco mientras hablábamos!- sentencié mirando el reloj y calculando que me quedaban dos horas para recogerla. Sabiéndome usado apenas tuve tiempo de avisar a mi criada para que preparara la habitación de invitados antes de salir rumbo a la terminal internacional… Mi prima Irene llega echa un guiñapo. Tal y como me había contado eran tales los hematomas y la hinchazón que lucía mi pobre prima en su rostro que me costó reconocerla al salir de la aduana y por eso tuvo que ser ella la que corriendo hacia mí, me abrazara hundiéndose en llanto mientras a mi alrededor la gente nos miraba con pena pero también escandalizada por el estado en el que llegaba. «¡Dios mío!», pensé al ver su maltrato, «¡No me extraña que haya querido poner kilómetros de por medio!». Alucinado por la paliza que había recibido, en vez de ir a casa y mientras Irene no paraba de llorar que no hacía falta, llamé a un amigo médico para que la reconociera y me asegurara que no tenía nada que no se curara con el paso del tiempo. Afortunadamente después de un extenso chequeo, mi conocido me confirmó que los golpes siendo duros eran superficiales y que no le habían afectado a ningún órgano interno. Lo que no hizo falta que me contara fue que lo verdaderamente preocupante era su estado anímico porque durante todo el tiempo tuve que permanecer cogido de su mano dándole mi apoyo mientras por sus mejillas no dejaban de caer lágrimas. Solo me separé de ella cuando la enfermera me avisó que tenía que desnudarla. Aprovechando el momento salí al pasillo y una vez en solo no pude reprimir un grito: -¡Menudo hijo de puta! ¡Cómo se le ocurra venir lo mato! No me considero un hombre violento pero en ese momento de haber pillado a ese maldito le hubiese pegado la paliza de su vida. Hecho una furia, cogí el teléfono y desperté a mi hermana, quien todavía dormida tuvo que soportar mi bronca y mis preguntas sobre cómo era posible que nadie hubiese tomado antes cartas en el asunto. Su respuesta no pudo ser más concisa: -Le tienen miedo. Manuel es un matón y todo el mundo lo sabe. Indignado hasta la medula, le espeté que no me podía creer que el tío Miguel se hubiese quedado con los brazos cruzados mientras apaleaban a su hija pequeña. -Es un viejo y nadie se lo ha contado. Los únicos hombres de la familia son los maridos de las primas y están acojonados. -¡Vaya par de maricones! ¡Les debería dar vergüenza!.. Cortando mi perorata, mi hermana me contestó: -¿Ahora comprendes porque te la he mandado? ¡Necesita de alguien que la proteja! Os confieso que en ese instante asumí mi papel de macho de la manada y ya que nadie en la familia tenía los arrestos suficientes para enfrentársele, supe que debía ser yo quien lo hiciera y por eso antes de colgar, me dije a mi mismo que mi próximo viaje iba a ser al pueblo a ajustar las cuentas con ese cobarde. Dos horas después y con Irene bien asida de mi brazo, la llevé a casa. Una vez allí, llamé a la criada y presentándola como mi prima, le dije que se iba a quedar indefinidamente. Acostumbrada a mi esquivo ritmo de vida sobre todo en materia de faldas, no me costó reconocer en su rostro la sorpresa que le producía que una mujer se quedara más de una noche en ella pero luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la cuarentona la acogió entre sus brazos y separándola de mí, la llevó escaleras arriba dejándome solo en mitad del salón mascullando barbaridades sobre lo que haría si el causante de tanto dolor caía en mis manos… Poco a poco Irene se va recuperando. Durante los siguientes días, mi prima hizo poca cosa más que vegetar. Hundida en una profunda depresión, deambulaba por el chalet de un sillón a otro, donde se sumía en un prolongado silencio del que solo salía para llorar. Sin llegar a imaginar el infierno que había sufrido en compañía del perro sarnoso que había escogido como pareja, dejé mi ajetreada agenda y me ocupé en cuerpo y alma en hacerle compañía. Mi rutina se convirtió en ir temprano al trabajo y al terminar acudir a su encuentro para que sintiera que conmigo estaba a salvo sin darme cuenta que mientras se curaban las heridas de su cuerpo, con esa actitud iba creando una dependencia hacia mí de la que no fui consciente hasta que fue demasiado tarde. También os he de confesar que una vez superada parcialmente su depresión, su propio carácter dulce y cariñoso hizo que yo me sintiera a gusto en su compañía por lo que las más que evidentes pruebas que Irene se estaba encaprichando conmigo, me pasaron totalmente desapercibidas. De lo que fui consciente fue que la rubia flacucha de mi infancia había desaparecido dejando en su lugar a un espléndido ejemplar de mujer que de no ser por su delicada situación me hubiera intentado ligar sin dudar lo más mínimo. Os lo digo porque apenas llevaba dos semanas en casa cuando al volver del trabajo la descubrí nadando y sin saber con lo que me encontraría fui a su encuentro con las defensas bajas. Al llegar hasta la piscina, quién salió del agua no fue mi primita sino una diosa griega de la belleza hecha mujer. Casi boqueando por la sorpresa, me quedé con la boca abierta al observar la perfección de ese cuerpo que hasta entonces había pasado oculto a mis ojos. «¡No puede ser!», exclamé mentalmente valorando el innegable alboroto que se produjo en mis hormonas al verla salir con ese escueto bikini. «¡Es preciosa!». Los maravillosos pechos de sus dos hermanas no solo quedaban eclipsados por los de ella sino que la belleza de ambas quedaba en ridículo cuando a la cara de Irene se le sumaba un trasero de ensueño. Incapaz de retirar mi mirada de su piel mojada, mis ojos recorrieron su cuerpo con un insano y nada fraternal interés. «¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta que es un bombón?», me dije al contemplar sus contorneadas piernas ya sin rastro de moratones, «¡Está buenísima!». Mi examen fue tan poco discreto que Irene no pudo evitar el ponerse como un tomate al sentir la manera con la que me deleité observándola y completamente avergonzada, cogió una toalla con la que taparse antes de decirme como me había ido en el trabajo y de preguntarme que quería que me preparara de cenar. Esa pregunta que en otro momento y hecha por otra mujer me hubiese puesto los pelos de punta al ser la típica que se le hace a un marido, me pareció natural y saliendo de mi parálisis, recordé que esa noche tenía una fiesta. Sin pensármelo le propuse que me acompañara y aunque en un inicio se negó aduciendo que no estaba preparada, tras mi insistencia aceptó a regañadientes. Pidiéndome permiso para irse a su cuarto, Irene salió del jardín mientras me quedaba mirando descaradamente el contoneo de ese culo de campeonato. Sus nalgas duras y bien formadas eran una tentación irresistible de la que no me pude o no me quise abstraer y siguiéndola en su huida, disfruté como un enano de la manera en que lo movía. «¡Menudo culo!», suspiré tratando de alejar de mi cerebro las ideas pecaminosas que se iban amontonando con cada uno de sus pasos. «¡Es tu prima pequeña y está desvalida!», inútilmente intenté pensar mientras entre mis piernas se despertaba un apetito insano. Cabreado conmigo mismo, me tomé una ducha fría que calmara o apaciguara la calentura que asolaba mi cuerpo pero por mucho que intenté olvidar esos dos cachetes me resultó imposible y viendo que mi sexo me pedía cometer una locura, busqué la solución menos mala y me puse a imaginar que castigaba a los cobardes de sus cuñados tirándome a sus hermanas. Por ello y mientras el agua caía por mi piel, visualicé a María y a Alicia ronroneando en mi cama mientras sus maridos esperaban avergonzados que terminara desde el pasillo. Muy a mi pesar y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, cada vez que una de esas dos dejaba sus quehaceres entre mis muslos era la cara de Irene la que me besaba y aunque fueron sus nombres los que grité cuando llegando al orgasmo derramé mi semen sobre la ducha, la realidad que era en la flacucha en la que estaba pensando. «¡Soy un cerdo degenerado!», maldije abochornado por mi acto y jurando que no dejaría que mi pito se inmiscuyera entre ella y yo, salí a secarme. Ya frente al espejo, malgaste más de media hora tratando de auto convencerme que no iba a permitir tener ese tipo de pensamientos sobre ella pero todos mis intentos fueron directo a la basura cuando la vi bajando por las escaleras. «¡Es la tentación en estado puro!», protesté totalmente perturbado al reconocer que me resultaba imposible retirar mi mirada del profundo escote de Irene y que de forma tan magnífica realzaba el vestido rojo que portaba. Al contrario que en la piscina, mi prima no solo no se cortó al ver el resultado de las dos horas que se había pasado arreglando sino que comportándose como una cría, en plan coqueta me preguntó: -¿Estoy guapa? Varias burradas se agolparon en mi garganta pero evitando decir algo que me resultara luego incómodo, tuve el buen sentido de únicamente decir: -Voy a ser el más envidiado de la fiesta. Ese sutil piropo la alegró y entornando sus ojos, sonriendo contestó: -Eres tonto- y olvidando por un momento era de mi familia, me soltó: – Seguro que se lo dices a todas. Que se equiparara al resto de las mortales me dejó helado y reteniendo mis ganas de salir corriendo sin rumbo fijo huyendo de esa trampa para humanos con piernas, hipócritamente sonreí mientras la llevaba hacía el coche. Durante el trayecto hacia el festejo no pude dejar de mirar de reojo la impresionante perfección de sus tobillos y pantorrillas. «¡Hasta sus pies son increíbles!», murmuré buscando concentrarme en el camino. No sé si lo hizo a propósito pero justo en ese instante la abertura de su falda se abrió dejando vislumbrar el edén de cualquier hombre y me quedé tan impresionado con semejante muslamen que estuve a punto de salirme de la carretera. Muerta de risa, cerró su falda diciendo: -Deja de mirarme las piernas y conduce. Que fuera consciente de la atracción que sentía por ella me aterrorizó, no fuera a ser que considerara que mi ayuda era interesada y por ello, haciéndome el gracioso le solté: -La culpa es tuya por ser tan descocada. No soy de piedra. Mis palabras lejos de cortarla, la impulsaron a hacer algo que me desconcertó porque acercando su cuerpo hacia mi asiento, me dio un beso en la mejilla mientras me decía: -Siempre has sido mi primo preferido. El tono con el que imprimió a su voz terminó de asustarme por el significado oculto que escondía. Afortunadamente no tuvimos ocasión de continuar esa conversación porque justo en ese instante llegamos a la fiesta y más afectado de lo que me gusta reconocer, me bajé del coche con un bulto de consideración que a duras penas el pantalón que llevaba conseguía esconder. Mi erección era tan manifiesta que no le pasó desapercibida pero cuando ya creía que se iba a indignar, pasando su mano por mi cintura Irene me susurró: -Eres un encanto. ¿Pasamos adentro? La felicidad de su mirada me debió puesto de sobre aviso pero más preocupado por disimular el estado de mi sexo, no le di mayor importancia al hecho que pegándose a mí, Irene entrara apoyando su cabeza en mi hombro donde nos esperaban mis amigos. Como no podía ser de otra forma, en cuanto los asistentes al evento nos vieron entrar de ese modo supusieron erróneamente que esa rubia en vez de ser mi adorada primita era la última de mi conquistas. Para ellos debió de ser tan claro el tema que la anfitriona, una antigua compañera de sábanas se acercó y luciendo la mejor de sus sonrisas, me pidió que le presentara a mi novia. Antes que pudiera intervenir, Irene aceptó el papel diciendo al tiempo que se acaramelaba más a mi lado: -Soy algo más que su novia. Vivo en su casa. Me llamo Irene. Mi ex amante se quedó de piedra porque sabía de mis reservas a perder la intimidad y asumiendo que lo nuestro iba en serio, solo pudo felicitarla por conseguir cazar al soltero inexpugnable. Su respuesta provocó la carcajada de mi prima y sin sacarla de su error, aprovechó para sin disimulo acariciar mi trasero mientras le decía: -Edu lleva años queriéndome pero no fue hasta una semana cuando me di cuenta que yo también le amaba. Cortado y confundido solo pude sonreír mientras ese engendro del demonio se pavoneaba ante mis amistades de tenerme bien atado. Mi falta de respuesta exacerbó su osadía y mordiendo mi oreja, me soltó con voz suficientemente baja para nadie lo oyera -Lo que he dicho es verdad. Te quiero primito. Reconozco que esa confesión me terminó de perturbar y como vil cobarde busqué el cobijo de la barra mientras mi familiar se reía de mi huida. «¿Qué coño le pasa a esta loca?», me pregunté al tiempo que pedía mi copa: «¿No se da cuenta que está jugando con fuego?». Aun sabiendo que podía ser cierto ese supuesto afecto no por ello me hacía feliz al comprender que debía ser producto de su propia situación afectiva y no queriendo ser segundo plato de nadie, me bebí de un solo trago el whisky que me puso el camarero mientras el objeto de esa desazón tonteaba con mis amigos. Lo que no me esperaba fue que mi corazón se encogiera lleno de celos al observar ese coqueteo y ya francamente preocupado por lo que suponía, me dejé caer hundido en un sofá mirando cada vez más cabreado que uno de los donjuanes de la fiesta posaba sus ojos sobre mi prima. «Se lo tiene ganado a pulso», sonreí al ver su cara de angustia cuando el desprevenido ligón creyendo que era una presa fácil, le agarraba de la cintura. El sujeto desconociendo que esa maniobra había avivado el recuerdo de sufrimientos pasados se vio empujado violentamente mientras Irene se echaba a llorar presa de la histeria. Obligado por las circunstancias me levanté de mi asiento al comprobar los malos modos con los que el costarricense se había tomado tanta brusquedad. Mi prima al verme me buscó y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó hecha un manojo de nervios que la sacara de ahí. -Tranquila, ya nos vamos- susurré en su oído al mismo tiempo que la alzaba entre mis brazos y ante el silencio de todos los presentes, la sacaba al exterior. Durante la vuelta a casa y mientras Irene no paraba de llorar como una loca, me eché la culpa de haberla forzado antes de tiempo y por mucho que intenté consolarla, todos mis intentos resultaron inútiles. Ya en mi chalet, al aparcar el coche Irene seguía sumida en su dolor por lo que nuevamente tuve que cogerla y cargando delicadamente con ella la llevé hasta su cama. Al depositarla sobre el colchón, creí más prudente retirarme pero entonces con renovadas lágrimas mi prima me pidió: -No te vayas. Necesito sentirte cerca. Conmovido por su dolor, me coloqué a su lado. Momento que esa rubia aprovechó para abrazarme con una desesperación total mientras posaba su cara sobre mi pecho sin darse cuenta que al hacerlo podía sentir como estos se clavaban contra mi cuerpo avivando la atracción incestuosa que sentía por ella. Sin moverme para que mi pene inhiesto no revelara mi estado, esperé que se quedara dormida pero para mi desgracia el cansancio hizo mella en mí e involuntariamente me quedé transpuesto antes que ella. Tres horas después me desperté todavía abrazado a ella aunque durante el sueño algo había cambiado, una de mis manos agarraba firmemente el generoso pecho de Irene. Sorprendido y excitado por igual sopesé su volumen delicadamente temiendo que si hacía algo brusco mi prima se diera cuenta y me montara un escándalo. «¡Es impresionante!», sentencié tras valorar su dureza y su tamaño. El saber que era el seno más perfecto que había tenido en mi poder me hizo palidecer al saber que era un fruto prohibido y no solo por anticuados reparos sino porque sabía que me iba a arrepentir si daba otro paso. «No soy un cabrón que se aprovecha de una mujer indefensa», me dije levantando mi brazo lentamente liberé mi mano y me marché sin hacer ruido. Ya en mi cama, el recuerdo de Irene volvió con mayor fuerza y rememorando las sensaciones que experimenté al tener entre mis dedos su pecho y contra mis deseos, mi sexo se levantó con tal fuerza que no me quedó otra que dejarme llevar por mi memoria e imprimiendo un lento vaivén a mi mano comencé a pajearme mientras soñaba que esa criatura venía hasta mi cama ronroneando que la hiciera mía. En mi mente, mi prima se acercaba mientras dejaba caer los tirantes de su camisón mientras se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual lentitud. Para entonces Irene se había convertido en una depredadora cuya presa era yo y mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar. «¡Qué belleza!», maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con esos preliminares. Lo siguiente fue indescriptible, esa chavala agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a olisquear como si fuera en busca de su sustento y frunciendo la nariz, llegó a escasos centímetros de mi entrepierna tras lo cual metió su mano bajo mi pijama y me soltó con una seguridad que me dejó desconcertado: -He venido por lo que ya es mío. Para entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad e impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras esa monada frotaba su cuerpo contra el mío. -¡Chúpame los pechos! ¡Sé que lo estas deseando!- exclamó poniendo esos manjares a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, rozó con ellos mis labios. Aunque sabía que era producto de mi imaginación, boqueé al verlos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer forzó mi derrota presionando mi boca sin dejar de ronronear. Forzando mi voluntad retuve las ganas de abrir mis labios y con los dientes apoderarme de sus areolas. Mi falta de respuesta azuzó su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir mientras me decía: -¡Te he ordenado que me comas las tetas! Ese exabrupto me sacó de las casillas y aprovechando que mi pene había salido de su letargo, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta bajo el pijama. -¡No te hagas el duro! ¡Sé que eres un perro que lleva babeando con follarse a una de nosotras desde hace años!- soltó mientras con su mano sacaba mi miembro de su encierro. Mi subconsciente me había traicionado dejando al descubierto mi fijación por esas hermanas mientras en mi imaginación esa rubia se estaba empalando usando mi verga como su instrumento de tortura. La veracidad de esa acusación no aminoró mi excitación al sentir los pliegues de su sexo presionando sobre mi tallo mientras se hundía en su interior. -¡Cumple tu sueño cabrón y úsame!- chilló descompuesta. Su aullido coincidió con mi orgasmo y derramando mi simiente sobre las sábanas, lloré de vergüenza al saber que lo quisiera o no todo lo ocurrido era una premonición de lo que me iba a pasar si no hacía algo para ponerle remedio…
Sentado un viernes en mi oficina, enfrascado en mi trabajo, no me había dado cuenta que estaba sonando el teléfono. Al contestar la voz de la telefonista de mi empresa me informó:
-Don Manuel, una señora pregunta por usted, dice que es personal-.
Molesto por la interrupción, le pedí que me la pasara, esperaba que fuera importante y no la típica empleada de una empresa que utiliza esta estratagema con el objeto que le respondas. Era Patricia, la esposa de Miguel, mi mejor amigo. Nunca me había llamado, por lo que al oírla pensé que algo grave ocurría.
-Pati, ¿en qué te puedo ayudar?-, le pregunté extrañado por su tono preocupado.
-Necesito hablar contigo-, en su voz había una mezcla de miedo y vergüenza, ¿me puedes recibir?-.
-Por supuesto, te noto rara, ¿ocurre algo?-, le dije tratando de sonsacarla algo, ya que su hermetismo era total.
Me fue imposible descubrir que es lo que le rondaba por la cabeza, debía de ser algo muy íntimo y necesitaba decírmelo en persona. Viendo el tema, quizás lo mejor era el encontrarnos en algún lugar donde se sintiera cómoda, lejos de las miradas de mis empleados, en un sitio que se pudiera explayar sin que nadie la molestara. Le pregunté si no prefería que le invitara a comer, y así tendría tiempo para explicarme tranquilamente su problema, sin las interrupciones obligadas de mi trabajo. La idea le pareció bien, por lo que quedamos a comer ese mismo día en un restaurante cercano.
El resto de la mañana fue un desastre, no me pude concentrar en los temas, ya que continuamente recordaba su llamada, la tensión de sus palabras. Conocía a Pati desde los tiempos del colegio, siendo una niña empezó a salir con Miguel, todavía me es posible verla con el uniforme del Jesús Maestro, una camisa blanca con falda a cuadros que le quedaban estupendamente. En esa época, todos estábamos enamorados de ella, pero fue él quien después de un partido de futbol, quien tuvo el valor de pedirla salir, y desde entonces nunca habían terminado. Eran la pareja perfecta, él un alto ejecutivo de una firma italiana, ella la perfecta esposa que vive y se desvive por hacerle feliz.
Llegué al restaurante con cinco minutos de adelanto, y como había realizado la reserva no tuve que esperar la larga cola que diariamente se formaba en la entrada. Tras sentarme en una mesa de fumadores, y previendo que tendría que esperar un rato, debido al intenso tráfico que esa mañana había en Madrid, pedí al camarero una cerveza. No tardó en llegar, como siempre venia espléndida, con un traje de chaqueta y falda de color beige, perfectamente conjuntada con una blusa marrón, bastante escotada y unas gafas de sol que le tapaban totalmente sus ojos.
Me saludo con un beso en la mejilla, todo parecía normal, pero en cuanto se sentó se desmoronó, por lo que tuve que esperar que se calmara para enterarme que es lo que le ocurría.
Estaba un poco mas tranquila cuando me empezó a contar que es lo que le ocurría.
-Manu, necesito tu ayuda-, me dijo entrando directamente al trapo, -Miguel lleva unos meses, bebiendo en exceso y cuando llega a casa, se pone violento y me pega-. No me lo podía creer hasta que quitándose las gafas, me mostró el enorme moratón que cubría sus ojos por entero.
Nunca he aguantado el maltrato, y menos cuando este involucra a dos personas tan cercanas. Si Miguel era mi mejor amigo, su mujer no le iba a la zaga, eran muchos años compartiendo largas veladas y hasta vacaciones en común, les conocía a la perfección y por eso era mas duro para mí el aceptarlo.
-¿Quieres que hable con él?, le indiqué sin saber que realmente que decir, esta situación me desbordaba.
-No, nada que haga me hará volver con él-, me dijo echándose a llorar, -no sé donde ir. Mis padres son unos ancianos y no puedo hacerles eso. ¡Está loco!, si voy con ellos, es capaz de hacerles algo, en cambio a ti te respeta-.
-¿Me estas pidiendo venir a mi casa?-, supe lo que me iba a responder, en cuanto se lo pregunté.
-Será solo unos días, hasta que se haga a la idea de que no voy a regresar a su lado-, en sus palabras no solo me estaba pidiendo cobijo, sino protección. Su marido siempre había sido un animal, con mas de un metro noventa, y cien kilos de peso, cuando se ponía agresivo era imposible de parar.
No pude negarme, tenía todo el sentido. Miguel no se atrevería a hacerme nada, en cambio si se enfadaba con su suegro con solo soltarle una bofetada lo mandaba al hospital, pensé confiando en que la amistad que nos unía fuera suficiente, ya que no me apetecía el tener un enfrentamiento con él. Por eso y solo por eso, le di mis llaves, y pagando la cuenta le expliqué como desactivar la alarma de mi piso.
Salí frustrado del restaurante, con la imagen de mi amigo por los suelos, cabreado con la vida, y con ganas de pegar al primer idiota que se cruzara en mi camino. Tenía que hacer algo, no podía quedarme con las manos cruzadas, por lo que cogiendo mi coche me dirigí directamente a ver a Miguel, quería que fuera por mi, como se enterara de que lo sabía todo y que no iba a permitir que volviera a dar una paliza a su mujer.
Me recibió como siempre, con los brazos abiertos, charlando animadamente sin que nada me hiciera vislumbrar ni un atisbo de arrepentimiento. En cuanto cerró la puerta de su despacho, decidí ir al grano:
-He comido con Patricia, y me ha contado todo-, le dije esperando una reacción por su parte.
Se quedó a cuadros, no se esperaba que su mujer contara a nadie que su marido la había echado de su casa al descubrir que tenía un amante, y menos a mí. Sorprendido, al oír otra versión de lo ocurrido, le dije que no me podía creer que ella le hubiera puesto los cuernos y que en cambio si había visto las señales de la paliza en su cara. Sin inmutarse, abrió el cajón de su mesa y sacando un sobre me lo lanzó para que lo viera.
Eran fotos de Patricia con un tipo en la cama. Por lo visto, llevaba mas de un año sospechando sus infidelidades y queriendo salir de dudas contrató a un detective. El cual, en menos de una semana descubrió todo, con quien se acostaba y hasta el hotel donde lo hacían.
“¡Que hija de puta!”, la muy perra, no solo se los había puesto sino que me había intentado manipular para que me cabreara con él. Hecho una furia, le conté a mi amigo como su mujer me había mentido, como me había pedido ayuda por miedo a que le diera una paliza, no podía aceptar que me hubiera intentado usar. Miguel me escuchó sin decir nada, por su actitud supe que no se había enfadado conmigo por haber dado crédito a sus mentiras, al contrario mientras yo hablaba el no dejaba de sonreir, como diciendo “fíjate con quien he estado casado”. Al terminar, con tranquilidad me contestó:
-Esto te ocurre por ser buena persona-, mientras me acompañaba a la puerta,-pero ahora el problema es tuyo, lo que hagas con Patricia me da igual, pero lo que tengo claro es que no quiero saber nada de ella nunca mas-
Cuando me subí en el coche, todavía no sabía que carajo hacer, no estaba seguro de cómo actuar, lo que me pedía el cuerpo era volver a la casa y de una patada en el trasero echarla, pero por otra parte se me estaba ocurriendo el aprovechar que ella no tenía ni idea que su marido me había contado todo, por lo que podía diseñar un castigo a medida, no solo por mí sino también por Miguel.
Llegué a casa a la hora de costumbre, la mujer se había instalado en el cuarto de invitados, colocando en la mesilla una foto de su ex, al verla me hervía la sangre por su hipocresía, si necesitaba un empujón para mis planes, eso fue suficiente. Se iba a enterar. Me la encontré en la cocina, en plan niña buena estaba cocinando una cena espléndida, como intentando que pensase lo que había perdido mi amigo al maltratarla. Siguiéndole la corriente, tuve que soportar que haciéndose la victima, me contara lo infeliz que había sido en su matrimonio y como la situación llevaba degenerando los últimos tres años, yendo de mal en peor y que la paliza le había dado el valor de dejarle.
-Pobrecita-, le dije cogiendo su mano,-no sé como pudiste soportarlo tanto tiempo. He pensado que para evitar que Miguel te encuentre lo mejor que podemos hacer es irnos unos días a mi finca en Extremadura-.
Su cara se iluminó al oírlo, ya que le daba el tiempo para lavarme el cerebro y que cuando me enterara de lo que realmente había ocurrido, ya estuviera convencido de su inocencia y no diera crédito a lo que me dijeran. Todo iba a según sus planes, lo que no se le pasó por la cabeza es que esos iban a ser los peores días de su vida. Esa noche llamó a sus padres, diciéndoles que no se preocuparan que se iba de viaje y que volvería en una semana.
Nada mas despertarnos, cogimos carretera y manta. Iba vestida con unos pantalones cortos y un top, parecía una colegiala, los largos años de gimnasio le habían conservado un cuerpo escultural, sus pechos parecían los de una adolescente, la gravedad no había hecho mella en ellos, se mantenían erguidos, duros como una piedra, y sus piernas seguían teniendo la elasticidad de antaño, perfectamente contorneadas. Era una mujer muy guapa, y lo sabía, durante todo el camino no paró de ser coqueta, provocándome finamente, sin que nada me hiciera suponer lo puta que era, pero a la vez buscando que me calentara. Sus movimientos eran para la galería, quería que me fijara en lo buena que estaba, que me encaprichara con ella. Nada mas salir se descalzó, poniendo sus pies en el parabrisas, con el único objetivo que mis ojos se hartaran de ver la perfección de sus formas. Poco después, se tiró la coca-cola encima, y pidiéndome un pañuelo se entretuvo secándose el pecho de forma que no me quedara mas remedio que mirar sus senos, que me percatara como sus pezones se habían erizado al tomar contacto con el hielo de su bebida.
Medio en broma le dije que parara, que me iba a poner bruto, a lo que ella me contestó que no fuera tonto, que yo solo podía mirarla como un hermano. Si lo que buscaba era ponerme a cien, lo había conseguido. Mi pene estaba gritando a los cuatros vientos que quería su libertad, ella era conocedora de mi estado, ya que la descubrí mirándome de reojo varias veces mi paquete.
Llegamos a “el averno”, la finca familiar que heredé de mi familia. La mañana era la típica de septiembre en Cáceres, calor seco, por lo que le pregunté si le apetecía darse un remojón en la piscina. Aceptó encantada yéndose a poner un traje de baño, mientras le daba las ordenes oportunas al servicio. Me quedé sin habla cuando volvió ataviada con un escasísimo bikini, que difícilmente lograba esconder sus aureolas, pero que ni siquiera intentaba tapar las rotundas curvas de sus pechos. Si la parte de arriba tenía poca tela, que decir del tanga rojo, que al caminar se escondía temeroso entre sus dos nalgas y que por delante tímidamente ocultaba lo que se imaginaba como bien rasurado sexo. Solo verla hizo que mi corazón empezara a bombear sangre hacia mi entrepierna, y que mi mente divagara acerca de que se sentiría teniendo encima.
Patricia sabiéndose observada se tiró a la piscina, manteniéndose unos minutos dando largos, pero al salir sus pezones se marcaban como pequeños volcanes en la tela. Viendo que me quedaba mirando, sonrió coquetamente, mientras me daba un besito en la mejilla. Tuve que meterme en el agua, intentando calmarme. El agua estaba gélida por lo que me contuvo momentáneamente el ardor que sentía, pero no sirvió de nada por que al salir, la muchacha me pidió que le echara crema en la espalda.
Estaba jugando conmigo, quería excitarme para que bebiera como un gatito de su mano, sabiéndolo de antemano me dejé llevar a la trampa, pero la presa que iba a caer en ella, no era yo. Comencé a extenderle la crema por los hombros, su piel era suave, y estaba todavía dorada por el verano. Al sentir que mis manos bajaban por su espalda, se desabrochó para que no lo manchara, dejando solo el hilo de su tanga como frontera a mis maniobras. Sabiendo que no se iba a oponer, recorrí su cuerpo enteramente, concentrándome en sus piernas, deteniéndome siempre en el comienzo de sus nalgas. Notando que no le echaba ahí, me dijo que no me cortara que si no le ponía crema en su trasero, se le iba a quemar. Fue la señal que esperaba, sin ningún pudor se lo masajeé sensualmente, quedándome a milímetros de su oscuro ojete, pero recorriendo el principio de sus pliegues. Mis toqueteos le empezaron a afectar, y abriendo sus piernas me dio entrada a su sexo. Suavemente me apoderé de ella, primero con timoratos acercamientos a sus labios, y viendo que estaba excitada, me puse a jugar con el botón de su clítoris, mientras le quitaba la poca tela que seguía teniendo.
Su mojada cueva recibió a mi boca con las piernas abiertas, con mis dientes empecé a mordisquearle sus labios, metiéndole a la vez un dedo en su vagina. Debía de estar caliente desde que supo que nos íbamos de viaje por que no tardó en comportarse como posesa, y cogiéndome la cabeza, me exigió que profundizara en mis caricias. Mi lengua como si se tratara de un micropene se introdujo hasta el fondo de su vagina, lamiendo y mordiéndola mientras ella explotaba en un sonoro orgasmo.
Me gritó su placer, derramándose en mi boca, ella estaba satisfecha, pero yo no, me urgía introducirme dentro de ella, y cogiendo mi pene, coloqué el glande en su entrada, poniéndole sus piernas en mis hombros. Despacio, sintiendo como cada uno de los pliegues de sus labios acogían toda mi extensión, me metí hasta la cocina, no paré hasta que la llené por completo. Ella al sentirlo, empezó a mover sus caderas en busca del placer mutuo, acelerando poco a poco sus movimientos. Era una perfecta maquina, una puta de las buenas, pero en ese momento era mía y no la iba a desperdiciar, por lo que poniéndola a cuatro patas, me agarré a sus pechos y violentamente recomencé mis embestidas. Ella seguía pidiéndome mas acción, por lo que sintiéndome un vaquero, agarré su pelo y dándole azotes en el trasero, emprendí mi cabalgada. Nunca la habían tratado así, pero le encantaba, y aullando me pidió que siguiera montándole pero que no parara de pegarle, que era una zorra y que se lo merecía. Su sumisión me excitó en gran manera, y clavándole cruelmente mis dientes en su cuello, la sembré con mi simiente. Eso desencadenó su propia uforia, y mezclando su flujo con mi semen en breves oleadas de placer se corrió por segunda vez.
Agotado me tumbé a su lado en la toalla, satisfecha mi necesidad de sexo, solo me quedaba mi venganza, sabiendo que me quedaba una semana, decidí dejarlo para mas tarde. Ella por su parte, tardó unos minutos en recuperarse del esfuerzo, pero en cuanto su respiración le permitió hablar, no paró, diciendo lo mucho que me había deseado esos años, pero que el respeto a su marido se lo había impedido, y que ahora que nos habíamos desenmascarado quería quedarse conmigo, no importándole en calidad de que. Le daba igual ser mi novia, mi amante o mi chacha, pero no quería abandonarme.
Mi falta de respuesta no le preocupó, supongo que pensaba que me estaba debatiendo entre mi amistad por Miguel y mi atracción por ella, y que al igual que yo, tenía una semana para hacerme suyo. Lo cierto es que se levantó de buen humor y riendo me dijo:
-Menudo espectáculo le hemos dado al servicio-, y acomodándose el sujetador, me pidió que nos fuéramos a vestir, que no quería quedarse fría.
Entramos en el caserío, y ella al descubrir que nos habían preparado dos habitaciones, llamó en plan señora de la casa a la criada, para que cambiara su ropa a mi cuarto. María, mi muchacha, no dijo nada pero en sus ojos vi reflejada su indignación, mi cama era su cama, y bajo ningún concepto iba a permitir que una recién llegada se la robara. “Coño, esta celosa”, pensé sin sacarla de su error. Error de María y error de Patricia, mi colchón era mío y yo solo decidía quien podía dormir en él.
Comimos en el comedor de diario, por que quería la cercanía de la cocina, permitiera a la muchacha el seguir nuestra conversación, y convencido que no se iba a peder palabra, estuve todo el tiempo piropeando a la esposa de mi amigo. Buscando un doble objetivo, el cabrear a mi empleada, y que Patricia se confiara. Nada mas terminar la comida, le propuse salir a cazar, me apetecía pegar un par de tiros de polvora, antes que en la noche mi escopeta tuviera faena. Aceptó encantada, nunca en su vida había estado en un rececho, por lo que recogiendo mis armas, nos subimos al land-rover. En el trayecto al comedero no dejaba de mirar por la ventana, comentando lo bonita que era la finca, creo que sintiéndose ya dueña de las encinas y los alcornoques que veía.
Durante todo el verano mis empleados habían alimentado a los guarros, en un pequeño claro justo detrás de una loma, por lo que sabía que a esa hora no tardarían en entrar o bien una piara, o bien un macho. No se hicieron esperar, apenas tuvimos tiempo de bajarnos cuando un enorme colmilludo, ajeno a nuestra presencia, salió de la espesura y tranquilamente empezó a comer del grano allí tirado. Tuve tiempo suficiente para encararme el rifle, y con la frialdad de un cazador experimentando, le apunté justo detrás de su pata delantera, rompiéndole el corazón de un disparo. En los ojos de Patricia descubrí la excitación del novato al ver su primera sangre, era el momento de empezar mi venganza y acercándome al cadáver del jabalí, saqué mi cuchillo de caza y dándoselo a la mujer, le exigí, que lo rematara.
Ella no sabía que había muerto en el acto, y temiendo que la atacara, se negó en rotundo. Cabreado la abofeteé, diciendo que no se debe hacer sufrir a un animal, por lo que recuperando el cuchillo, le abrí sus tripas sacándole el corazón. Patricia estaba horrorizada por mi salvajismo, por lo que no se pudo negar cuando le ordené que se acercara. Teniéndola a mi lado, le dije que como era su primera vez, tenia que hacerla novia, y agarrándole del pelo, le introduje su cara en las entrañas del bicho. Estaba asqueada por el olor y la sangre, pero la cosa no quedó ahí, y obligándola a abrir la boca le hice comer un trozo del corazón crudo que había cortado.
La textura de la carne cruda le hizo vomitar, solo el sentir como se pegaba a su paladar le provocó las arcadas, pero cuando se tuvo que tragar la carne, todo su estomago se revolvió y echando por la boca todo el alimento que había ingerido. Yo solo observaba. Al terminar, se volvió hecha una furia, y alzando su mano, intentó pegarme. Me lo esperaba, por lo que no me fue complicado el detener su mano, e inmovilizándola la tiré al suelo. Patricia comenzó a insultarme, a exigirme que la llevara de vuelta a Madrid, que nunca había supuesto lo maldito que era. Esperé que se desfogara, y entonces me senté a horcajadas sobre ella, con una pierna a cada lado de su cuerpo, y dándole un tortazo le dije:
-Mira putita, nunca me creí que tu marido te maltratara-, mentira me lo había tragado por completo,- es mas, al ver las fotos tuyas retozando con tu amante, decidí convertirte en mi perrita-.
Dejó de debatirse al sentir como con el cuchillo, botón a botón fui abriéndole la camisa, se paralizó de miedo al recordar como había destripado al guarro con la misma herramienta con la que le estaba desnudando. Realmente, estaba bien hecha medité mientras introducía el filo entre su sujetador y su piel, cortando el fino tirante que unía las dos partes. Su pecho temblaba por el terror cuando pellizqué sin compasión sus pezones erectos. Me excitaba verla desvalida, indefensa. Sin medir las consecuencias, le despojé de su pantalón y desgarrándole las bragas, terminé de desnudarla. Al ver que liberaba mi sexo de su prisión intentó huir, pero la diferencia de fuerza se lo impidió.
-Patricia, hay muchos accidentes de caza-, le dije con una sonrisa en los labios,-no creo que te apetezca formar parte de uno de ellos, ahora te voy a soltar y tendrás dos posibilidades, escapar, lo que me permitiría demostrarte mi habilidad en el tiro, o ponerte a cuatro patas para que haga uso de ti-.
Tomó la decisión mas inteligente, no en vano había estado presente cuando de un solo disparo acabé con la bestia y con lagrimas en los ojos, apoyándose en una roca, esperó con el culo en pompa mi embestida. Me acerqué donde estaba, y con las dos manos le abrí las nalgas de forma que me pude deleitar en la visión de su rosado agujero. Metiéndole un dedo, mientras ella no paraba de llorar comprobé que no había sido usado aun, estaba demasiado cerrado para que alguna vez se lo hubieran roto, saber que todavía era virgen análmente, me encantó, pero necesitaba tiempo para hacerle los honores, por lo que dándole un azote le dije:
– Tu culito se merece un tratamiento especial, y la berrea no empieza hasta dentro de unos días-, me carcajeé en su cara, dejándole claro que no solo no iba a ser la dueña, sino que su papel era el de ser objeto de mi lujuria.
El primer acto había acabado, por lo que nos subimos al todoterreno, volviendo a la casa. Esta vez fue un recorrido en silencio, nunca en su vida se había sentido tan denigrada, era tal su humillación que no se atrevía ni a mirarme a la cara. Yo por mi parte estaba rumiando la continuación de mi venganza.
Aurora estaba despierta. Se encontraba boca arriba en su cama, mirando al techo y lamentándose de su mala suerte. Lo tenía todo o, mejor dicho, había estado apunto de tenerlo. Pero todo se había torcido. Su maldita nuera la había descubierto en el peor momento y el pusilánime de su nieto no había ayudado mucho en su comprometido lance. El mismo pusilánime que se encontraba ahora entre sus piernas follándosela.
Su nieto jadeaba en su oído con cada envestida mientras sobaba sus tetas como si fueran masa de pan. De vez en cuando se llevaba un pezón a la boca y se lo lamía y chupaba con esmero. Lo estrangularía si no fuera por que le tenía casi tanto miedo como a su hijo.
-Joder abuela, tienes un coño de puta madre. Lo que debía disfrutar el abuelo follándote, ¿eh?
Aurora obvió su comentario absorta como estaba en sus propios y negros pensamientos.
-Me voy a correr dentro abuela, te voy a llenar de semen. ¿Te imaginas que te preño?
Y encima gilipollas. El idiota se cree gracioso. Por suerte para ella la tortura no duró demasiado. Su nieto no tardó mucho en correrse y acto seguido se tumbó junto a ella.
-¿Te ha gustado abuela? Menudo polvo te he echado ¿eh? ¿Te has corrido mucho?
-Vete a la mierda.
-¿Es una insinuación para que te de por el culo, abuela?
Esta vez Aurora no se atrevió a replicar. Sabía por experiencia que era mejor cerrar la boca y abrir las piernas. En este caso las piernas ya las tenía abiertas mientras la mano de su nieto hurgaba entre ellas. Su dedo se deslizó hasta encontrar su ano, lo que hizo que se pusiera tensa. Garse era un auténtico cabrón. Sería capaz de follarla por el culo solo por fastidiarla. Por suerte para ella se apartó, se bajó de la cama y abandono la habitación. Al menos esa noche dormiría tranquila.
– · –
Al otro lado de la pared de su cabecera se encontraba Elise. También ella miraba el techo tumbada en su cama, absorta en sus pensamientos. Su hijo había intentado violarla en varias ocasiones desde que el matrimonio Brucel abandonara la mansión. La mayoría de ellas con éxito para Lesmo, su hijo. Ahora con el retorno de los Brucel las cosas habían mejorado mínimamente. Madre e hijo habían alcanzado un acuerdo por el cual Lesmo no utilizaría la violencia física a cambio de dejarse follar por él sin oposición, tal y como estaba haciendo en este preciso momento.
Sus manos asían las barras de la cabecera de la cama mientras Lesmo disfrutaba con sus tetas y su boca. La cadera de Lesmo golpeaba sus últimos estertores contra ella llenando su coño de semen, como ya era habitual cada noche.
Su marido, conocedor de las costumbres de su hijo, no solo no desaprobaba el acto filial sino que se sentía orgulloso de su zagal e instaba a su mujer a que fuera más animosa con el muchacho, algo que Elise odiaba sobremanera.
A diferencia de Garse, cuando Lesmo terminó de correrse, no se apartó a un lado sino que se quedó tendido sobre ella utilizándola de colchón. Elise le empujó hacia un lado y le exhortó para que abandonara su cama, cosa que hizo a regañadientes. Quizás pudiera dormir algo antes de que su marido llegara aquella noche.
– · –
En una habitación contigua Bethelyn, al igual que las anteriores, también se encontraba boca arriba y con las piernas abiertas pero a diferencia de ellas sí disfrutaba con el hombre que se estaba corriendo entre sus piernas. Era la tercera o cuarta noche que acudía a su amante, Ernest el jardinero, que tantos problemas le causo indirectamente. Ahora las cosas habían cambiado mucho. Tenía el consentimiento de su marido para follar con él cuantas veces quisiera y desde hacía varias noches acudía al dormitorio de su amado donde conseguía dormir plena y feliz en mucho tiempo.
– · –
En las afueras de la mansión, Eduard acababa de llegar de un largo viaje desde la capital. Volvía con varios de sus criados como tantas veces. Mientras ellos se ocupaban de alojar los caballos, el coche, así como el resto de enseres, él se retiró a su alcoba donde siempre encontraba a su mujer dormida. En esta ocasión, al llegar a su dormitorio lo encontró vacío. Bethelyn no estaba allí y supo porqué, peor aun, supo con quién. Ernest se la estaba follando de nuevo.
Se moría de rabia imaginando al jardinero montando a su mujer. Metiéndole su polla una y otra vez, corriéndose dentro, amasando sus tetas, comiéndole la boca. Ella le chuparía la polla y los huevos, se tragaría su semen.
Se sentó en la cama con la cabeza entre las manos, derrotado. La culpa había sido suya, él había propiciado la espantada de su mujer. Todo por culpa de su absorbente trabajo y el desgraciado desliz con Berta.
Metió una mano en uno de sus bolsillos y sacó unas bragas, las miró durante un buen rato, se levantó y abandonó la habitación.
– · –
Berta aun estaba despierta cuando su padre entró en su dormitorio. Leía un libro en la cama bajo la luz de una vela y se sorprendió al verle.
-¿Qué haces en mi habitación a estas horas?
-Me llevé tus bragas el día que tu madre nos pilló. Venía a devolvértelas.
-¿Ah sí?, no hacía falta que te dieras tanta prisa…
-No quería que pensaras que me las quería quedar.
-Ni tan siquiera sabía que las tenías.
Eduard se quedó parado delante de Berta que aun no había cerrado el libro a la espera de que su padre se largara de la misma manera que había venido. Daba vueltas a las bragas entre sus manos con la vista fija en el suelo.
-Tu madre no está en su dormitorio.
-¿Ah no?
-Y la cama esta sin deshacer. No ha dormido en esa cama en toda la noche.
-Ya, entiendo. –comentó impaciente.
-Tenía muchas ganas de… de estar con ella. Y así de paso… limar asperezas.
Berta se ruborizó y guardó silencio. Era el tipo de conversaciones que la incomodaban.
-Apostaría algo a que estará follando con ése.
-¿Cómo? Ah, sí bueno, la verdad papá… -Berta se revolvió en la cama inquieta. –últimamente mamá ha pasado mucho por el dormitorio de “ése”.
-La culpa es mía, joder.
Se sentó en el borde de la cama de su hija y hundió la cabeza en sus manos. Berta cerró el libro y apoyó la mano en su hombro.
-Bueno, no te lo tomes muy a pecho. Mamá está resentida contigo… bueno con nosotros. Quizás lo hace más por venganza que por deseo. Seguro que con el tiempo las cosas vuelven a ser como antes.
-Tu madre ya follaba con Ernest desde mucho antes.
-Quiero decir…
-Ya sé lo que quieres decir pero tu madre no va a desaprovechar la ocasión de follar con él cuando le venga en gana ahora que puede hacerlo con mi consentimiento, aunque sea forzado.
Berta se sentó junto a su padre y le pasó el brazo por el hombro con compasión. Era como abrazar una vaca gigante. Eduard miró a su hija con ternura. El canalillo de su camisón dejaba al descubierto gran parte de su anatomía. Las tetas de su hija parecían más grandes que la última vez, quizás por la tenue luz. Sea como fuere Berta se dio cuenta de la mirada de su padre y se tapó instintivamente.
Se hizo un silencio embarazoso entre los 2. Eduard bajó la cabeza al captar la reacción de su hija. Berta, azorada, empezó a sentir que el camisón tapaba menos de lo que debía. La presencia de su padre se le hacía cada vez más incómoda. Le quitó el brazo del hombro.
-Papá, creo que deberías irte.
-¿Me haces una paja?
-¿Qué? ¿Para eso has venido aquí?
-Vamos hija, ¿Qué te cuesta? Tu madre no está en su dormitorio y llevo varios días sin…
-Cállate, joder que asco. Eres mi padre.
-Mira como estoy. Llevo así varios días. No te estoy pidiendo nada del otro mundo.
Eduard se señaló el bulto de su entrepierna a lo que Berta respondió con una mueca de desagrado.
-Joder, papá, que cara más dura tienes. Que soy tu hija.
-Estoy así por tu culpa. Te dejé darme por el culo con aquella cosa. Y mientras lo hacías me hiciste una paja que me ha traído más problemas que satisfacciones. Tu madre se está follando a otro y yo no tengo quien me haga una miserable paja de mierda. Lo único que te estoy pidiendo es que me menees la polla como lo hiciste la otra vez.
Iba a abofetear a su padre pero detuvo su mano. No quería verle por más tiempo en su habitación. Levantó el dedo índice frente a su cara.
-Siento mucho todo lo que ha pasado pero debes entender… las cosas a veces… ¡Joder papá, vete de mi cuarto de una vez!
Eduard no protestó más. Se levanto y se fue hacía la puerta en silencio cabizbajo. Berta le vio alejarse paso a paso, derrotado. Un toro bravo, toreado, estocado y rendido.
-Espera, espera un poco. –tomó aire. –te hago una paja.
– · –
Eduard estaba tumbado en la cama de Berta, desnudo y con las piernas semiabiertas. Su hija estaba sentada en el borde de la cama con la mirada fija en la polla de su padre. Su mano subía y bajaba frenéticamente a lo largo de aquel pollón.
Pero Eduard no conseguía relajarse. Aquella paja no estaba resultando como él esperaba, nada que ver con la paja que le hizo el día que su mujer les pilló. El ambiente era frío y tenso. Se encontraba ridículo desnudo frente a su hija.
Berta se esmeraba en su trabajo manual, tanto que había conseguido mantener la polla de su padre dura como una roca, sin embargo el orgasmo no tenía visos de aparecer pronto. Su frente estaba perlada de sudor y ya había cambiado varias veces de mano debido al cansancio.
-Joder papá, ¿te vas a correr o qué?
-No sé que pasa. Te juro que estoy a mil pero…
-Pero ¿qué?, ¿no pensarás que me voy a tirar así toda la noche?
Eduard se pasó la lengua por los labios resecos.
-Enséñame las tetas.
Berta paró de meneársela en seco.
-Sí hombre, ni lo sueñes.
-Anda mujer, si ya te las he visto antes. Venga.
-Se te está olvidando que soy tu hija…
-Y yo tu padre, aquel al que se la metiste por el culo.
Se quedó callada con los labios apretados. Su padre tenía razón, pero eso no quitaba el hecho de que era un cerdo.
Con cara de hastío y vergüenza dejó caer su camisón por los hombros a la vez que continuaba su tarea masturbatoria. Su padre agrandó los ojos cuando vio aparecer aquel manzanal por encima del camisón.
La cosa estaba mejorando, podía sentirlo en el sudor y la respiración de su padre. De repente una manaza se posó en una de sus tetas. Berta dio un respingo y la apartó de un manotazo.
-¿Pero que coño haces?
-Joder Berta, solo quiero tocarte un poco, nada más.
-Te estoy haciendo una paja y te enseño las tetas, confórmate con eso y no me metas mano.
-No te meto mano, solo te toco un poco. Joder que solo es una caricia.
Berta siguió pajeándole con la esperanza de que el orgasmo llegase cuanto antes pero de nuevo la mano de su padre se posó sobre su teta. Esta vez no intentó quitarla, más le valía a su padre correrse de una puñetera vez.
Pero pasaba el tiempo y su padre no se corría pese a que sudaba y respiraba como un jabalí a la carrera. Y lo peor de todo era que ahora su padre le sobaba sus tetas con ambas manos sin el menor disimulo.
Continuaba pasando el tiempo y Berta se ponía cada vez más nerviosa. La polla de su padre era enorme, dura, venosa y él no solo le sobaba las tetas si no que además se las estaba lamiendo. Chupaba y pellizcaba sus pezones mientras le sobaba todo el cuerpo con sus manazas. En una determinada ocasión una de las manos de su padre se coló bajo el camisón hasta palpar sus bragas.
-¡Basta!
-¿Qué?
-Ya está bien. Deja de meterme mano.
-Pero hija, ya estoy casi a punto. Vamos, no pares.
-Llevas diciendo eso toda la noche.
-Pero es que es verdad, vamos no pares, y sóbame los huevos con la otra mano, anda.
Berta soltó un bufido y continuó con la paja de su padre. Eduard por su parte volvió a meter la mano entre sus piernas y acarició las bragas de su hija haciendo caso omiso de sus quejas. La polla de su padre tenía el glande empapado de fluido seminal. Berta aplicó el lubricante por todo el mástil. Su mano recorría su polla en toda su extensión mientras acariciaba sus testículos con la otra.
Minutos después por fin aquella polla soltó su carga. Un volcán de carne escupiendo grandes cantidades de semen. Era evidente que su padre llevaba mucho tiempo sin descargar sus pelotas. Las sostuvo en su mano, absorta en su tamaño. Su mano apenas podía abarcar sus grandes huevos velludos. Se encontró abstraída en la polla y los huevos de su padre con la respiración irregular y acelerada por el cansancio. Pese a todo no podía evitar reconocer con cierto orgullo la hermosura y el tamaño de su miembro y sus genitales a los que seguía masturbando y acariciando lentamente. Sin saber porqué se encontró excitada, caliente. Giró la cabeza y vio la causa de ello. La mano de su padre se ocultaba entre sus bragas.
Sin saber en que momento había ocurrido, uno de sus dedos, grandes como pepinos, se había introducido en su coño y llevaba un buen rato a masturbándola.
-¿Pero que coño haces?
Su padre no contestó. Berta le miró con horror y desconcierto antes de cerrar los ojos con fuerza, arrugar la frente y echar la cabeza para atrás.
-Jod-der…, jod–der…, serás cab-brón. –gimió de placer.
Comenzó a mover las caderas al compás de la mano de su padre. Abrió los ojos y los fijó en la polla que aun contenía su mano. Se agacho hacia ella y se la metió en la boca. Se la chupó mientras le masajeaba las pelotas cada vez más excitada por la paja que le hacia su padre hasta que en un determinado momento se separó de la polla, empujó la mano de su padre fuera de su coño y se deshizo de sus bragas y del camisón anudado en su cintura.
Eduard vio a Berta colocarse a horcajadas sobre él, completamente desnuda. Se colocó la polla en la entrada del coño y descendió por ella con suavidad. Era la segunda vez que Eduard veía desaparecer su polla en aquel coño, un coño grande como el de su mujer y su madre.
Berta pasó del trote al galope en poco tiempo. Hundía sus dedos entre el vello pectoral de su padre. Sus uñas se clavaban cada vez con más fuerza cuanto más excitada estaba. Los gemidos de ella eran cada vez más sonoros.
Eduard estaba pletórico, sus manos no descansaban un momento. Amasaban las tetas y el culo de su hija sin cesar. Tanteó su ano con la yema de un dedo mientras lamía sus pezones. Notó como se contraía con cada envestida.
Mientras tanto Berta arañaba su piel como una gata mientras gritaba como una diablesa. La cama se movía debido a las envestidas de la fémina que galopaba a su padre como una posesa.
-¡Así, así! –Gritaba –ya casi estoy.
Su padre no sabía si sentía más dolor por los arañazos de su hija o placer de la follada que le estaba dando pero estaba apunto de alcanzar el cielo otra vez, un nuevo orgasmo estaba a punto de llegar junto con la correspondiente descarga de semen.
-Yo también me voy a… correr. –balbuceó Eduard, que había apoyado la cabeza hacia atrás en la cabecera de la cama con los ojos cerrados, mientras manoseaba el culo y el ano de Berta.
-¿Qué?
-Me… corro…
-¿Te vas a correr ya?
-Sssssssí…
La hostia que recibió Eduard casi le parte la cabeza en dos.
Abrió los ojos asustado y miró hacia los lados esperando encontrar algún hombre escondido bajo la cama. Su polla seguía dura como una roca pero del susto, y sobretodo de la hostia, se le había cortado el orgasmo de golpe.
El oído le pitaba y tenía un lado de la cara insensible con evidentes indicios de enrojecimiento. Sin embargo Berta, ajena a los pensamientos de su padre, seguía galopando y gritando como una loca como si tal cosa. Su coño tragaba y escupía su polla sin cesar, sus tetas continuaban botando frente a su cara arriba y abajo y su culo, que aun estaba entre sus manos, se tensaba con cada sacudida.
Sin embargo, ahora sus uñas se clavaban como agujas en los pezones de su padre que aguantaba el dolor como podía. Las lágrimas asomaban a sus ojos y los mocos le colgaban de la nariz.
-¿Te vas a correr? –preguntó Berta entre gemido y gemido.
“No me atrevo”. Estuvo a punto de contestar Eduard.
En su lugar sujetó las muñecas de su hija y apartó sus manos llenas de uñas de su cuerpo malherido, liberando así su pecho del mortífero ataque gatuno. Miró a su princesa con enorme desconcierto que seguía botando sobre su polla. “Sal del cuerpo de mi hija seas quien seas”.
Para su asombro, Berta aumentó sus embestidas todavía más fuertes. Su boca, abierta en toda su extensión, lanzaba gritos cuyo sonido ya no se limitaba a la intimidad del cuarto aunque, por suerte, tuvo el decoro de pegar la boca al cuello de su padre en un beso vampírico ahogando con ello la mayoría de sus decibelios. La loca había alcanzado el clímax por fin.
“¿Así será como se corren las perturbadas en los manicomios?” Pensó Eduard.
Berta se estiró, dio los últimos latigazos a su cuerpo y se dejó caer sobre su padre como una hierva recién cortada por la raíz. Feliz, satisfecha, plena.
-Ahora ya te puedes correr. –susurró.
Eduard no se movió durante un buen rato intentando analizar lo que había pasado esa noche. Era la segunda vez que Berta le jodía bien jodido.
En mitad de sus cavilaciones Berta descabalgó su polla, se tumbó y se giró de espaldas a él dispuesta a dormirse. Eduard, frustrado por el polvo a medio terminar no quiso insistir en acabarlo así que la imitó metiéndose entre las sabanas con resignación. Por hoy ya había tenido suficiente jodienda.
-¿Qué haces?
-¿Cómo que qué hago? Pues dormir, como tú.
-Pero no en mi cama, lárgate.
-Pero…, pero…
-Ya te he dado más de lo que querías. Has venido a que te hiciera una paja y has terminado follando conmigo. No pretendas además plantar tu culo en mi cama.
-Está bien. –refunfuñó a regañadientes mientras salía de la cama dando manotazos a las sábanas. –espero que mañana estés de mejor humor para follar.
Berta dio un respingo y se encaró a su padre.
-De eso ni hablar. No soy tu puta que te espera con las piernas abiertas.
-Pero… yo pensaba que te había gustado lo de hoy.
Berta entrecerró los ojos, tomó aire y levantó el dedo índice.
-Por alguna extraña razón, que no llego a entender, siento cierta atracción hacia tu polla y tus pelotas, sí, y además me he corrido como pocas veces en mi vida pero, si alguna vez decidiera repetir contigo, cosa altamente improbable, ya te lo haría saber en su momento. Hasta entonces no vuelvas a entrar aquí sin mi permiso.
Berta se volvió a tumbar dándole la espalda. “Joder con la chiflada”. Pensó Eduard mientras recogía su ropa del suelo y murmuraba por lo bajo.
Antes de abandonar la habitación vio las bragas de Berta caídas en el suelo, las recogió, se las llevó a la nariz y se limpió los mocos con ellas. Después las echó sobre la cama. Si había suerte, su hija se las pondría y a lo mejor se le quedaban pegadas al coño a la hija de la gran puta.
– · –
Cuando Eduard entró en su dormitorio encontró a Bethelyn acostada y dormida. Evidentemente había abandonado el dormitorio de Ernest antes de que la mujer de éste, la cocinera que había acompañado a Eduard durante su viaje a la capital, los pillara in fraganti.
Se acostó sigilosamente a su lado y se durmió intranquilo pensando en la puta de su mujer y la zorra de su hija.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.
A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.
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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL PRIMER CAPÍTULO:
Capítulo 1
La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó. Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre. «Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella». Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema. ―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura! Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella. Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.
Nos vamos a Laredo mi tía y yo. Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo: ― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada. Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida. Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento. Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio. «Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio». En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar. Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído: ―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado! Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté: ― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos! Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones. Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada: “Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza». Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó: ― ¿Soy tan fea? Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar: ― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima. Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor: ― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo! Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté: ― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo. La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó: ― Gracias por el piropo pero no te creo. Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle: ― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo. Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba: “¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones». Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera. Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros. «Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».
Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó: ―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso? Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté: ―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada! Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara: ―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa? La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara: ―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy? Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté: ―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño. Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir. ―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos. Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo: ―He decidido hacerte caso y cambiar. La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara: ―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido? Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté: ―Seguro que te queda de perlas. Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto. Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo: ― ¡Quién te follara! La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir: ―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía! Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración. «No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío. Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial. Ya en el coche, mi tía comentó entre risas: ―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis. ―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil. Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle. ―¡Me encanta!― chilló con alegría, La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo: ―Déjala ahí, no me molesta. La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen. «Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo. Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas. «¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre. Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara. Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes. Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar. ―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando. Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta. Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona. “¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad». Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo. Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño. “¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación. A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa. Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí. “Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída. La cena. Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar. ― Estoy aquí― contestó Elena. Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo. “¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!». La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo: ― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa? Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad. “Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía». Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó: ― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta. Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada: ― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda. Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó: ― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí? Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí: ― Si no se fijan es que son maricas. Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió: ― ¿No te parece que tengo demasiado pecho? La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté: ― Para nada. Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar: ― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo? Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo: ― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido. Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo: ― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil! La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó: ― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado? Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas. ― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío. ― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola! La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté: ― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo! Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo: ― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre? Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté: ― ¡Yo si me doy cuenta! Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió: ― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos? Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido. “Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa. Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz. Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié: “Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…
Todo empeora. Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo: ― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado! Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros. «¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo. Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté: ―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas? ―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía. Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije: ―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir. Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó: ―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño! Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba. «¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella. Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino. «¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía. Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta. ―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté. Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos. ―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo. ―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra. Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo: ―A mí no me importa pero no esperes que me empelote. Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo: ―¿Es esto lo que querías? No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden: ―Ahora te toca a ti. Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol. Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer. «¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón». Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla. «Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar. El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas. ―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar. Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad: «Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!». Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba. Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada: ―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema. Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto. «¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda. «¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes. «¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini. Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas. ―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección. Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó: ―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto. Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo: ―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer. Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar. ―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó. Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban. ―Te deseo, Elena― susurré en su oído. ―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias. Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar. Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola. ―Por favor, para― chilló indecisa. Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga. ―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris. Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado. ―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas. No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. ―¡No sigas!― se quejó casi llorando. Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo. ―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria. Con una sonrisa en sus labios, me respondió: ―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya! Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue cuando entre gemidos, me gritó: ―Júrame que no te vas arrepentir de esto. ―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones. Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos. Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía: ―Quiero sentirlo. Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría: ―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí. Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación: ―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas. Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió: ―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí? ―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección. Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró: ― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!
Aparqué el todoterreno en la puerta del caserio, Patricia se quedó sentada cuando abrí la puerta. Estaba como ida, por su mente pasaban imágenes de cómo había abusado de ella en la cacería, y temía entrar en la casa, sabiendo que su escarmiento no había hecho mas que empezar. No me importó que se quedara, el estar sola le serviría para que asimilara lo ocurrido, asumiendo el papel que le tenía reservado.
María, la criada, me abrió al ver que me dirigía a la entrada. Llevaba conmigo seis años y me conocía perfectamente, sabía por el brillo de mi mirada que algo había pasado en el campo. Sus sospechas quedaron confirmadas en cuanto vio que la muchacha no salía detrás de mi corriendo, por eso no le extrañó el oirme decir que se ocupara de ella, que la quería bañada y peinada en una hora.
Obedientemente, sacó a la mujer del coche, y ayudándola a caminar, la subió al cuarto de invitados, dejándola en la cama, mientras preparaba la bañera. Desde el baño, no paraba de escuchar los lamentos de la mujer que solo dos horas antes ya se creía la dueña de la finca. Aunque entonces le había caído mal, no pudo mas que apiadarse de su situación, ella también había pasado por ello, por lo que conocía en carne propia lo que significa el ser usada.
Comprobando que el agua estaba a la temperatura ideal, fue a por la muchacha, y tiernamente empezó a desnudarla, comprobando que estaba llenas de arañazos, como si se hubiera tropezado, y las zarzas tan comunes en esa zona, le hubieran ocasionado esos cortes, pero en su interior supo que eran producto de mi lujuria. La muchacha se dejó hacer, era una muñeca rota, la altanería con la que le había tratado anteriormente, había desaparecido totalmente, y solo se quejó cuando la sumergió en la bañera, al escocerle las heridas con el agua caliente.
Patricia era una belleza, tuvo que reconocer al quitarle con una esponja los restos de tierra. Sus pechos, aun maltratados, seguían siendo imponentes, y las aureolas rosadas de sus pezones pedían a gritos ser besados. Pero lo que mas le impresionó fue la belleza de su monte, perfectamente depilado, en sintonía con la perfección de sus piernas. Se tuvo que contener cuando lavándole su entrepierna, la oyó gemir, al no saber si era de deseo o de dolor. María se había convertido en bisexual durante esos años de trabajo y placer en mi casa, y aunque me era fiel, esta hembra que estaba bañando le había excitado, por lo que solo el convencimiento de que iba a compartirla conmigo y el miedo a mi disgusto, evitó que ansiosamente se lanzara a devorar ese sexo, que estaba tan cerca, y que era tan apetecible.
La muchacha ajena a estos pensamientos, estaba disfrutando del baño, siempre había tenido la fantasía que una mujer la masturbara en el agua, pero el terror a su reacción evitó que se lo pidiera cuando como una descarga eléctrica sintió como la mano de ella recorría su sexo, al enjabonárselo. La temperatura del agua había conseguido calmarla, relajarla, pero el contacto de las manos de María había avivado su deseo, se volvía a sentir la mujer que había sido, con sus apetitos y sus deseos, una mujer que usaba y disfrutaba del sexo. En su imaginación la mujer se entretenía con sus pechos, antes de acomodarse entre sus piernas, pero María era distinta, mas sensual, bajo la profesionalidad con la que la bañaba, se escondía una sensualidad encubierta que solo lo erizado de sus pezones, dejaba entrever. Soportó como un suplicio, esconder su excitación mientras la secaba, la suavidad de la toalla al recorrer su piel, el aliento de la criada al agacharse entre sus piernas, hizo que la humedad inundara su cueva. Lejos quedaba la humillación sufrida, diluida por su deseo, por su necesidad de ser tocada, de ser amada por esos labios gruesos que la consolaban.
Las dos deseando el contacto, las dos temerosas de dar el primer paso, sin darse cuenta se estaban preparando para lo que les tenía reservado.
Con Patricia ya seca, María no podía prolongar el placer que sentía viéndola y acariciándola desnuda, por lo que cogiendo de un cajón un camisón de la muchacha, se lo empezó a poner. La muchacha levantó los brazos para facilitar su maniobra, pero sin querer su pecho golpeó la cara de la criada al hacerlo, que al sentirlo tuvo que cerrar sus piernas, para que su deseo siguiera siendo algo privado. La suavidad de sus senos sobre su mejilla era una prueba, no podía defraudarme, aunque lo que le pedía su cuerpo era abalanzarse sobre ella, y tumbándola en la cama, como loca, apoderarse de su sexo, venció la cordura, reservándose para lo que seguro se avecinaba.
Con el sudor recorriéndole la piel, la sentó en frente de un espejo, y empezó a peinarla. El cristal le devolvía la imagen de una mujer en celo, cuyo escote mostraba orgulloso la rotundidad de sus formas, transparentando el color oscuro de sus areolas que se marcaban indiscretas sobre el raso. Solo el escuchar su llanto, la devolvió a la realidad.
-¿Por qué lloras?-, le preguntó sin esperar respuesta, porqué sabía perfectamente que le ocurría, que provocaba su llanto.
-Le odio-, contestó la muchacha, comparando el trato que había recibido de mí, y el que le estaba dando mi criada.
–No llores, mi jefe es estricto, pero es bueno. Le conozco y aunque sus maneras sean rudas, jamás se me ocurriría buscarme otro-.
“Debe de estar loca, Manuel es un verdadero hijo de puta, me ha tratado peor de lo que se trata a un perro, y encima le defiende”, pensó Patricia sin atreverse a exteriorizarlo. Pero haciendo honor a su género, le venció la curiosidad y no tuvo mas remedio que preguntar:
-¿Desde cuando lo conoces?-
La pregunta encerraba trampa, pero María decidió ser honesta con la mujer, al fin y al cabo, ambas iban a compartir un destino común aunque ella no lo supiera.
–Si por conocerle te refieres a cuando empecé a trabajar con él, fue cuando tenía diecisiete años, pero si lo que quieres saber es cuando intimé con él, fue el día en que cumplí dieciocho-.
Patricia, la miró desconcertada, era una pregunta retórica, para nada había sospechado que Manuel estaba con la criada, siempre le había conocido novias de la alta sociedad, pero fijándose bien en la mujer, comprendió la razón, Maria era una monada de veintitrés años, dulce, prudente y cariñosa. Sus movimientos recordaban los de una pantera al caminar, sus caderas estaban rematadas por un estrecha cintura que prologaban unos firmes senos, pero lo mejor era sus manos, pensó recordando el placer que había experimentado al sentir como recorría su cuerpo al bañarla. No lo pudo evitar y nuevamente la humedad invadió su hambriento sexo. Cortada, pero excitada le dijo:
–Sé que es personal-, bajando los ojos por la vergüenza,-pero ¿me puedes contar como ocurrió?-.
-¡Claro!, si no te lo cuento yo, te enterarás tarde o temprano-, le contestó encantada, siempre le gustaba rememorar esa primera vez.
“Por aquel entonces, yo no era mas que una niña de pueblo que tuvo la suerte de ser contratada para el servicio del caserío, y que compartía sus labores con Luciana, una señora muy mayor que había criado al señor. No debía llevar mas de tres meses en la casa cuando la viejecita se cayó en la cocina, rompiéndose la cadera, por lo que me quedé sola ayudando a Manuel”.
“La vida en la finca era muy agradable, de lunes a viernes la casa era para mi sola, solo teniendo trabajo los fines de semana que el señor venía a cazar. Te puedes imaginar lo que era sentirse la dueña de todo esto, para una cría cuya familia difícilmente llegaba a fin de mes, esto era el cielo. Manuel desde el primer momento fue muy agradable conmigo, otorgándome toda la confianza, el era el jefe y yo su empleada, nada mas pero eso cambió el fin de semana en que cumplí los dieciocho”.
“Ese viernes en contra de lo que era su costumbre, vino solo, sin los amigotes que normalmente le acompañaban, y durante la cena, le pedí si el domingo me podía ir temprano a casa de mis padres, por que me habían preparado una fiesta, para celebrar mi cumpleaños. Manuel me felicitó y me preguntó que quería de regalo, yo le dije que no hacía falta que me comprara nada, que en su casa estaba feliz y que con eso me bastaba. Pero él insistió preguntándome si tenía vestido para la fiesta, y yo que era bastante tímida le respondí que no. Ahí quedó la conversación, y al día siguiente, salió muy temprano y no volvió hasta bien entrada la tarde. Cuando llegó, lo primero que hizo fue decirme que preparara la mesa para dos, yo que seguía siendo tonta, pensé que iba a tener compañía. Estaba molesta por que no se había acordado de felicitarme, pero cual fue mi sorpresa cuando le pregunté que cuando iba a llegar su amigo, contestándome que no lo había, que era yo la invitada”.
“La cena fue estupenda, era la primera vez que me sentaba en el comedor principal, y Manuel se comportó como un maravilloso anfitrión, nos pasamos todo el tiempo charlando y riéndonos, aunque llevaba trabajando con él casi un año, realmente no lo conocía, es mas creo que nunca me había fijado en sus ojos, en lo varonil de sus maneras. Nada mas terminar, se levantó trayendo una enorme caja, que resulto ser mi regalo, al abrirlo descubrí un vestido rojo de fiesta. Nunca había tenido algo tan caro, por lo que cuando me pidió que me lo probara, me faltó tiempo para salir corriendo a ponérmelo. Era precioso, al verme en el espejo me encanto como el raso se pegaba a mi cuerpo y que el escote sin ser excesivo, me hacía un pecho muy bonito. Manuel, al verme, me dijo que era toda una mujer, piropo que hizo que me sonrojara. Poniendo música, me dijo que eso era una fiesta y que no había fiesta sin Champagne. Fue a la cocina, volviendo con una botella y dos copas. Nunca había lo probado, era una bebida de gente bien, pero me gustó el sentir las burbujas en el paladar y su sabor dulce que engancha”.
“No tenía novio, y mi única experiencia con los hombres había sido un par de besos con un muchacho del pueblo, por eso cuando me sacó, me quedé cortada, pero al sentir su abrazo y oler su colonia, algo en mi cambió. No se si fue el alcohol, o la sensación de protección que sentí entre sus brazos, pero el caso es que apoyé mi cabeza contra su pecho, empezando a bailar. No paraba de decirme lo bella que estaba, mientras sus manos recorrían mi espalda, pero yo solo podía pensar en sus labios, por lo que levantando mi cara le besé. Manuel me respondió con pasión y en menos de cinco minutos estábamos en su cama”.
-¿Y que pasó?-, preguntó Patricia,-No me puedes dejar así–
-¿Quieres que te dé todos los detalles?-, respondió María, encantada de ver como del camisón dos pequeños bultos resaltaban en la tela , traicionando a la muchacha.
-Sí-, dijo Patricia, avergonzada por que la criada, se hubiese dado cuenta de su calentura pero ansiosa por saber como terminaba.
“Al llegar a la habitación, Manuel me besó tiernamente, mientras con sus dedos me despojaba de los tirantes del vestido, esté cayó al suelo dejándome desnuda con mis braguitas como única vestimenta, y pude sentir como sus labios bajaban por mi cuello lentamente aproximándose cada vez mas a mis pechos mientras que con sus manos me acariciaba mi espalda. Al llegar a mi pecho, se entretuvo jugando con cada rugosidad de mis pezones, sentir su lengua en mis aureolas me excitó, y por primera vez, noté como mi sexo se licuaba dejando una mancha húmeda sobre mi tanga. No pudiendo mas, le pedí que me hiciera el amor, pero que tuviera cuidado ya que era virgen”.
“En mis ojos descubrió mi miedo, pero me tranquilizó diciendo que no me preocupara, y tumbándome, se puso a mi lado sin dejarme de acariciar. Todo era una novedad para mí, era como si por mi piel miles de hormigas caminaran dándome un placer hasta entonces desconocido. Estaba fuera de mí, deseaba sentir que se sentía haciendo el amor, pero Manuel había decidido hacérmelo despacio. Su lengua era una tortura, no me podía creer lo que sentía al notar como bajaba por mi pecho, al bordear mi ombligo, con destino a mi sexo. Fue cruel, durante unos momentos que me parecieron horas, se acercaba a mis labios, retrocediendo sin tocarlos, por eso al apoderarse de mi clítoris, besándolo, chupándolo y mordisqueándole, me corrí como una loca, gritando que era suya, que lo amaba”.
“ Sonriendo se incorporó y abriéndome lentamente las piernas, colocó la cabeza de su glande en la entrada de mi cueva, jugando con el botón de mi placer, prolongó mi orgasmo, el placer me inundaba y rogando le pedí que me estrenara. No se hizo de rogar, y de un pequeño empujón, rompió mi virginidad, esperando mi reacción. Noté que me partía en dos, pero mi deseo era mayor que mi dolor, por lo que volví a pedirle que siguiera, que me hiciera mujer. Empezó a moverse a un ritmo lento, mis labios notaban como su extensión entraba y salía de mis entrañas, como si de un columpio se tratara. Poco a poco fue incrementando la velocidad y la profundidad de sus embestidas, mientras con su boca mamaba de mis pechos. Al sentirme llena, con la cabeza de su pene golpeando la pared, de mi vagina, me corrí por segunda vez”.
“Manuel, ya era un amante experimentado, por lo que recibió la humedad en su sexo, no como una señal de que ya se podía correr, sino como la confirmación que había hallado en mi una hembra caliente. Siguió al mismo ritmo penetrándome, durante minutos que me parecieron eternos, fue tocándome aquí y allá en todos mis lugares de placer. El sudor de su pecho me excitaba, como posesa empecé a lamerle sus pezones, mientras mi cada vez mas mojada vulva era atacada. Ya para entonces su respiración se había acelerado, y anticipándome su venida, le abracé con mis piernas, violentamente obligué a su pene a profundizar en su asalto. Esto provocó que en breves oleadas de placer me inundara con su semen, y esté al mezclarse con el flujo del río que era mi entrepierna, aceleró mi propio climax. No me podía dejar así, y cambiando mi posición y antes que se relajara, subiéndome encima de él, me empalé de una solo golpe, corriéndome”.
“Estaba agotada, y me quedé dormida”.
Había terminado, y saliendo del ensimismamiento de sus recuerdos, vio como Patricia con su mano entre las piernas se masturbaba frenéticamente, afectada por el relato. Decidió ayudarla, sustituyéndola con sus manos, mientras introducía su lengua en la boca de la muchacha, ésta al sentir como jugaba con su clítoris se corrió de inmediato, dejando un reguero líquido en la silla, producto de su calentura.
La muchacha agradecida se levantó tratando de besar a la criada, pero esta la rechazó suavemente, diciéndole que era hora de ir a verme, que ya debía estarlas esperando. Patricia, tuvo que reconocer no solo que tenía razón, sino que el relato de María le había hecho olvidar la humillación sufrida y que curiosamente, deseaba volver a sentir mis labios y mis manos sobre su piel.
Y la historia comienza con: 16 días cambiaron mi vida. Capítulos 1 á 7
Sigue con: Mi nueva vida. Capítulos 1 á 7
Y continua con: 16 días, la vida sigue Capítulos 1 á 7
Mi perfil lo encontrareis aquí: solitario
ANA
Vaya, anoche le di a Pablo los cuadernos de mi madre y no sé si he hecho bien, no creo que se lo diga a nadie, pero no estaré tranquila hasta que hable con él.
Han llegado papá, Marga y Claudia de Madrid.
–Papá, ¿Como estas? ¿Qué ha pasado?
–Muchos papeles hija. Mila, tenemos que hablar.
Mi madre está seria, preocupada.
–¿Qué ha pasado José? ¿Más problemas?
–¡No, mi vida! Parece ser que las cosas se van solucionando. Isidro deja la herencia a sus hijos. Al ser menores Claudia es la que administrará los bienes hasta su mayoría de edad. A ella también le corresponde una parte, en base a los años de convivencia. Lo de Gerardo es curioso. Te lo deja todo a ti y a tu hijo. Alma quedaba fuera y no sé si lo que he decidido es lo correcto. Le he cedido, en tu nombre, el usufructo del local de parejas. Por otra parte, de nuevo eres propietaria de los pisos y aquí también he hecho algo en tu nombre. Les he dejado el local que preparamos a Amalia y Edu y les va muy bien. Pagarán todos los gastos y te ingresarán un diez por ciento de los beneficios netos. Todo se ha firmado ante notario. ¿Estás de acuerdo?
–¡Cómo no voy a estarlo José! Lo que tú hagas, bien hecho está, cariño. Lo que quiero es apartarme de todo eso…. Olvidar, José… olvidar.
–Entonces no pienses más en esto. Lo hemos solucionado. Así que todo resuelto. ¿Y por aquí, cómo van las cosas?
–Bien, Pablo ha estado viendo a las niñas, anoche estuvo cenando con nosotras. Hemos hablado mucho, eso nos hace bien, sobre todo a mí.
–Quiero verlo para hablar con él. ¿Cuándo volverá?
–Creo que esta noche, aunque no cena, nos acompaña y charlamos.
Marga y Claudia nos han dado un beso y han salido disparadas, están arriba con los niños. Se oyen reír, deben estar jugando.
Dejo a mis papis hablando de sus cosas y voy por Claudia, vamos a casa de Pablo para nuestra sesión de comecocos.
Nos recibe con la sonrisa de siempre. Me cae bien, mi madre dice que es una persona íntegra, en la que podemos confiar.
–Buenas tardes, señoritas. ¿Cómo les trata la vida?
–Por ahora, bien. El curso está por comenzar y no sabemos lo que nos vamos a encontrar en el insti. ¿Conoces algún profesor de aquí?
–No, mis relaciones las tengo en Valencia, pero puedo intentar averiguar si conozco alguno de los profes que vais a tener. Cuando empiece el curso hablaremos. Hoy vamos a centrarnos en vuestras experiencias. Tengo una vaga idea de cómo se inició Ana, pero no sé cómo llegó Claudia a entrar en ese mundo.
–Puff. No sé lo que sabes de Ana, pero a mí me ocurrió algo parecido. Cuando Paolo dejó a Ana, me propuse ligármelo, no fue difícil, como le hizo a ella, me llevo a bailes, discotecas, clubs, donde era popular. Me deslumbró. Me colé por él y me dejé hacer de todo. No contento con eso me llevó un noche a un local, donde, después de tomar algunas copas, unos amigos suyos me follaron por todos mis agujeros. No me importaba, estaba con él y eso me bastaba. Si me pedía que se la mamara a un tío, yo lo hacía, si quería que follara con otro, follaba y además me lo pasaba bien. Hasta que una tarde me llevó a su piso. Después de follar me llevo a casa de María, en la misma planta, nos presentó y dijo que tenía que salir para no sé qué. Me quede cortada, no conocía a aquella mujer, pero se portó muy bien conmigo, me invitó a un refresco mientras esperaba. Mucho después supe que esta señora utilizaba a jovencitos, como Paolo, para que le llevaran niñatas tontas, como nosotras, para introducirlas en el mundo de la prostitución. Ganaban mucho dinero con nosotras.
Poco después llegó una chica, joven, guapa, bien vestida. La saludó con dos besos, me presentó y nos sentamos a charlar de cosas intrascendentes. Así está vamos cuando llamaron al timbre, María se levantó para abrir y la chica me dijo:
–Este es mi cliente, voy a prepararme.
Se fue por el pasillo y oí abrir y cerrar una puerta. María entró con un hombre, me miró y sin decir nada se fue por el pasillo donde había entrado la chica, abrió y cerró la misma puerta, María sonreía y me hacía gestos extraños.
–Ya van a estar liados los dos tortolitos. ¿Quieres ver lo que hacen?
Le contesté con un encogimiento de hombros. Cogió mi mano y me llevo, por el mismo pasillo a otra habitación. Quitó un cuadro de la pared, había un agujero, me indicó que mirara por él y lo hice. El hombre le comía el chochito a la chica, desnuda, tumbada de espalda sobre la cama. Él, vestido, se masturbaba con furia mientras su cara se perdía entre los muslos de su acompañante.
Me mojé. Casi sin darme cuenta, María, situada detrás de mí, acariciaba mis pechos, bajaba la mano hasta mis muslos, subía la falda y acariciaba mi cuquita sobre las braguitas.
Al principio me sorprendió, después me dejé llevar por el morbo de la situación. Recuerdo que cogió la cintura de las bragas y de un tirón las puso en mis tobillos. Su cara entre mis nalgas, lamiendo mi culo, mientras sus manos abrían mi chuchita y masajeaba mi perlita.
Me provocó una serie de orgasmos, con una intensidad desconocida para mí. Se me aflojaron las piernas, casi me caigo, ella me arrastró hasta una cama que había detrás de nosotras, me tendió y siguió chupándome la almejita, no podía parar de correrme, era una locura. Aquella mujer sabía cómo satisfacerme. Su boca, sus manos, todo el cuerpo era una máquina de proporcionar placer. Yo estaba alucinada, nunca había tenido contacto íntimo con otra chica y esta mujer, que podía ser mi abuela, me había hecho sentir lo que ningún tío, ni siquiera Paolo.
Después de aquello, María me propuso trabajar en su casa, me ofreció la posibilidad de ganar mucho dinero y acepté. A partir de aquel día visitaba una o dos veces por semana su piso, donde ella me concertaba las citas con los clientes. En una ocasión coincidí con Ana, creo que lo hizo adrede, desde entonces hicimos muchos trabajos las dos juntas. Lo demás ya lo sabes.
–¡Vaya historia chicas! Tengo que reconocer que habéis sido muy valientes. Entrar en ese tortuoso mundo y haber podido salir, es de elogiar. También debéis de reconocer que la suerte os ha acompañado en estas aventuras. ¿No pensabais en que podían haberos contagiado alguna enfermedad? ¿Y la posibilidad de caer en manos de algún desaprensivo que pudiera haberos hecho daño?
Ana baja la cabeza, asiente.
–Eso lo pensamos ahora, pero en aquellos momentos solo veíamos el dinero y la diversión. Porque a veces lo pasábamos muy bien.
Claudia estaba pensativa.
–Ya, pero tienes razón, Pablo. Ana ¿Recuerdas cuando nos llevaron a las dos a aquella fiesta en una mansión en el campo? Allí pasamos mucho miedo. Eran cuatro hombres, de más de cincuenta años, nos desnudaron y nos colocaron collares de perro y un plugin dentro del culo, con una cola colgando. Nos trataron como perras y ahora que lo pienso, lo éramos. –Sollozó—Éramos dos perras, teníamos que andar a cuatro patas, oler sus partes bajas como los perros, nos hicieron lamer sus miembros, los culos. Echaban comida al suelo y teníamos que comerla cogiéndola con la boca, sin utilizar las manos. Bebíamos de unos platos que tenían un brebaje raro, sabía a leche y menta.
Es lo último que recuerdo. Cuando desperté, en un colchón en el suelo, desnuda, helada de frio, llena de moratones en las tetas y las nalgas, con el chocho y el culo dolorido e irritado. Tú estabas a mi lado, aún dormías. Te zarandeé para despertarte. En un rincón estaba nuestra ropa, tirada en el suelo. El vestido, que había comprado para esa ocasión, estaba manchado, sucio, como si lo hubieran arrastrado por el suelo.
Nos vestimos y al salir nos dimos cuenta que no estábamos en la casa donde fuimos. Era una caseta de aperos de labranza en medio de un campo. Cerca vimos a un pastor, con un rebaño de ovejas. Nos miró y se reía. Nos hacía gestos indicándonos que había estado follando con las dos.
Tuvimos que andar, campo a través hasta una carretera, donde, después de muchos intentos, conseguimos que un coche parara y nos llevara de regreso a Madrid. Le preguntamos al conductor donde estábamos y nos dijo que cerca de Illescas, en la provincia de Toledo. Aquella semana no fuimos a casa de María. Cuando nos decidimos a ir, íbamos dispuestas a tener una bronca con ella, amenazamos con denunciarla. Pero ella nos convenció. Nos dio dos mil euros a cada una y así se cerró el asunto.
–¡Dios mío! ¿Suerte? No sabéis de lo que pudisteis haberos librado. Pensad en las chicas que se han encontrado asesinadas. Algunas de ellas como consecuencia de “Fiestas”, en las que el alcohol, las drogas y personalidades psicopáticas, han convertido en sádicos asesinos, a los participantes, que nunca serán castigados, porque ostentan posiciones de poder que los hacen intocables. Es bueno que habléis de esto, para que toméis conciencia de los peligros a los que habéis estado expuestas. Ahora vamos a realizar un ejercicio de relajación. Sentadas como estáis, poneros lo más cómodas que podáis, cerrar los ojos, descansad las manos sobre los muslos con la palma hacia arriba. Inspirad profundamente, contad, uno, dos …hasta diez. Dejad el aire en los pulmones, uno, dos…hasta cinco. Expirad, uno, dos…hasta diez. Hacedlo tres veces….
Pablo nos fue diciendo como debíamos respirar, nos guió para relajar la mente, para controlar el flujo de pensamiento. La verdad es que el ejercicio de relajación fue muy positivo. Tras recordar lo que narró Claudia, me puse muy tensa. Realmente, estuvimos muy cerca de sufrir un percance, que podía haber terminado con nuestras vidas.
Ya más tranquilas y relajadas, le dije a Pablo que lo esperábamos para cenar, que mi padre había vuelto y quería hablar con él. Regresamos a casa, donde nos esperaban las personas que nos querían y a las que yo quería.
PABLO.
Tras la marcha de las chicas intenté relajarme, pero no dejaba de pensar en las cosas que me habían contado. Tan niñas y sometidas a los peligros de gente sin escrúpulos, capaces de las mayores atrocidades. Precisamente en los alrededores de Valencia, habían ocurrido hechos horribles. Jóvenes asesinadas, ultrajadas, cuyos crímenes estaban aún por esclarecer y seguramente, jamás saldrá a la luz la verdad de lo sucedido.
Me dirijo a casa de José. Me presentan a Claudia, a Marga ya la conocía, acompañaba a Mila, en una de nuestras entrevistas, en la cafetería del hotel de Madrid, donde me suelo hospedar. Me veo obligado a cenar. Intento oponerme, pero las muy tunas, se las apañan para obligarme a saborear los exquisitos platos que preparan. Son mis debilidades. La buena comida, el buen vino y después, una copa de brandi o pacharán, me ablandan, no puedo negarme, es el pecado de gula. Lo confieso, soy un pecadorrr.
Veo a Ana seria, con cara de preocupación, en un aparte, mientras recogen la mesa.
–Ana ¿Qué te preocupa?
–Vaya, te has dado cuenta. Verás, el pendrive que te di, con las hojas escaneadas de los cuadernos de mi madre, se lo copié del ordenador de mi padre, sin él saberlo. No quiero tener secretos con él. No se lo merece. ¿Qué puedo hacer?
— Yo no he leído nada aún. Si quieres borro la información y se acabó. Pero tienes otra opción. Decírselo. Tal vez se enfade, pero por lo que conozco a tu padre, no le durará mucho el cabreo. No es bueno que guardéis secretos entre vosotros.
Al terminar el ágape, nos sentamos fuera, en el jardín. José comentaba lo que habían hecho en Madrid. Ana, sentada a mi lado, como buscando mi apoyo y protección.
–Papá, mamá, he hecho algo que creo que no está bien. Lo he comentado con Pablo y me ha animado a decíroslo. Papá ¿Recuerdas el día que se cayó Pepito? Cuando te lo llevaste al centro de salud dejaste el ordenador encendido. Fui a apagarlo y vi lo que estabas leyendo.
José agachó la cabeza hasta tocar la barbilla en el pecho. Alzó la cara.
–¿Y qué hiciste?
–Copiar el pendrive en mi ordenador, después le di una copia a Pablo. Lo siento.
Ana cubre la cara con las manos y llora. Paso mi brazo por los hombros y atraigo su cuerpo, me abraza. José me mira, no detecto enfado en su cara.
–Tranquilízate Ana. No pasa nada, precisamente quería hablar con vosotras de este tema. Mila, le di a Pablo un pendrive con las notas que tomé. Pero lo peor y tú no sabes, es que escaneé tus cuadernos, los que guardabas bajo llave en el baúl que tenias en tu armario. Es lo que Ana copio y entregó a Pablo.
Mila abatida.
–Por favor, dejadlo ya. No sigáis atormentándome. ¿Lo ves Pablo? Yo destruí esos cuadernos, pero de nuevo el pasado cae sobre mí. ¡He sido una puta! ¡He hecho cosas que sonrojarían al Maques de Sade! ¡Soy culpable de haber gozado con mi cuerpo durante años!… De todo eso no me arrepiento…Lo que me está matando es haberte engañado y estar enamorada de ti, José. Jamás he amado a ningún hombre. Los utilizaba, me aprovechaba de ellos. Solo era sexo, placer carnal, no conocía el amor, hasta que lo descubrí,… contigo. Por eso no soportaba la idea de perderte, por eso hice lo que hice. Pero ¿Hasta cuándo debo soportar esta tortura? ¿Qué puedo hacer, para que cese este tormento?
Me limitaba a observar las reacciones de los presentes. Mila se levantó para irse. Marga la abrazó. José se levantó y fue hacia ella, con delicadeza apartó a Marga y se fundió en un amoroso abrazo con su esposa. Claudia, madre e hija y Ana hacían pucheros. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Tomé la palabra, con voz grave, pausada.
–Por favor, sentaos. Vamos a hablar. Creo que es un buen momento para empezar a sentar las bases de unas relaciones más estables de cara al futuro. Vuestro futuro. Ya conocéis las consecuencias de los engaños. Mila, lo que acabas de hacer es la mejor terapia. Habla, desahógate, confíales todo lo que llevas dentro, sácalo fuera…Habla. No te calles nada. Lo que piensas, lo que sientes, lo que te preocupa, lo que quieres…Habla. Te hará bien. Dime, ¿qué hay en los cuadernos, de los que habla José, que te afecta tanto? ¿Qué es lo que más te duele?
–Me afecta todo, Pablo. Pero hay episodios que son extremadamente dolorosos. Sobre todo los relacionados con su padre, mi suegro. Es algo que no puedo superar.
Solloza amargamente, con el rostro cubierto con sus manos.
–En eso te equivocas, Mila. ¡Sí puedes superarlo! Y debes hacerlo. Habla de ello, habla hasta que se convierta en algo trivial. ¿Que sucedió? ¿Que no puedes borrarlo? De acuerdo, pero ahora ya no ocurre, es el pasado, algo que debe ser, debe quedar convertido, en un simple recuerdo. Nada más. Como una enfermedad pasada, superada. Imagina que pasaste por un cólico renal, eso es muy doloroso, mucho, te lo puedo asegurar, pero una vez has expulsado el cálculo, todo vuelve a la normalidad.
Todos estaban pendientes de mis palabras. Proseguí.
–Mira a tu familia, ellos no te reprochan nada. Te quieren. Y no están dispuestos a seguir viéndote sufrir. Acepta lo ocurrido como algo que le pasó a otra Mila, a la Mila pasada, no a la Mila presente. Esta es otra Mila. Distinta. Con otros valores, con otras miras de cara al futuro. Al futuro de toda la familia, donde incluyo a Marga, a Claudia,..A todos. Como te dije la otra noche, dedícate a buscar su felicidad…Y encontraras la tuya. Háblanos de lo que te preocupa, cuando lo expreses, comprobaras que no es tan importante como pensabas.
Mila me mira, suspira, une las palmas de las manos como si fuera a orar.
–Pablo, no puedes entenderlo. He hecho cosas horribles. Mi suegro hizo lo que quiso conmigo durante años, sin que su hijo supiera nada.
–Pero ahora lo sabe. Lo sabe y a pesar de lo doloroso que le pueda resultar, su amor por ti hace que esos horrores, a los que te refieres, carezcan de importancia. Lo que ahora desea es que tú superes esto, que vuelva la alegría a tu cara. ¿No ves que sufren con tu dolor? Piensa que la actitud que adoptes es primordial. Una cara afligida supone preocupación en los que te rodean. Un gesto alegre, alegra sus vidas. Y si te obligas a cambiar tu actitud, comprobaras como, poco a poco, tu vida cambia. La receta es para todos. Obligaos a mantener una actitud positiva, alegre, con gestos cariñosos, afables. Y vuestra vida cambiará.
José sonríe, acerca su copa a la mía haciendo chocar los cristales.
–No me equivoqué contigo, Pablo. Lo que acabas de decir me parece muy razonable, vamos a tratar de alegrar nuestras vidas. Vamos a dejar las lamentaciones…Por cierto, hablando de hablar, te propongo algo, quiero que todas estéis de acuerdo, si alguien tiene algún reparo, no se hará. Pablo. ¿Puedes darle forma de historia a las notas que te di para publicarlas? Y vosotras ¿Estáis conformes? Creo que puede ser una forma de airear los recuerdos, de, como has dicho antes, trivializarlos.
Miro a todas y asienten con la cabeza.
–De acuerdo, cambiaré, nombres, direcciones, en fin, dodos los datos que sean relevantes para evitar la identificación. Antes de la publicación los supervisaréis y me daréis vuestra conformidad. ¿De acuerdo?
Todos aceptan. Ana me mira.
–Vaya, mira por donde voy a ser protagonista en una novela porno. Pero ¿incluirás los cuadernos de mi madre en los relatos?
Mila se muestra incómoda.
–Sí, creo que debes incluir lo que anoté en los cuadernos. Es un compendio de atrocidades, sí, pero que me producían un gran placer al cometerlas. Cuando era yo quien las controlaba, pero te repito, lo de mi suegro fue distinto. Me vi forzada a aceptar una relación que no deseaba, pero él estaba acostumbrado, al igual que su padre, el abuelo de José y muchos de los señoritos amigos suyos, a hacer lo que les daba la gana con quien querían, por las buenas o por las malas. No pude oponerme, era capaz de cualquier cosa, estaba como loco.
Ahora era José el que arrugaba el entrecejo.
–Lo sé, Mila. Y yo no soy quien para juzgarte, mucho menos para condenarte y menos aún para castigarte. Lo que ocurrió, como bien dice Pablo, es pasado, le pasó a otra Mila, la que me engañaba. Ahora eres distinta, me consta que eres sincera en lo que dices. Solo te pido que cambies tu actitud. Queremos que vuelva la alegría a tu cara. ¡Dioss, te quiero!
Se abrazan los dos y se besan con verdadera pasión. Ana acaricia las manos de su amiga Claudia y se funden en un ardiente beso. Marga y Claudia también comienzan a jugar, se acarician. Me siento desplazado, tengo la sensación de estar al borde de un volcán en erupción.
–Bueno familia, creo que estoy estorbando. Me voy a casa…
Marga viene hacia mí y Claudia la sigue.
–Por favor Pablo. No puedes dejarnos solas, llevamos varios días sin sexo y lo necesitamos. Ven con nosotras…
–Pero, es qué yooo….
–Tú déjate llevar. ¿Cuánto hace que duermes solo, que no estás acompañado en la cama?
–Bastante tiempo. Pero no creo que deba…
–Debes. No puedes declinar la invitación de dos damas. ¿Verdad?
Me veo arrastrado hacia las habitaciones en la parte superior de la casa. Las dos jovencitas entran en una de ellas, dejan la puerta abierta. José y Mila van a, la que supongo, su habitación y las dos hermosas mujeres que me llevan de los brazos, como un condenado a la silla eléctrica, entramos en otro cuarto, con una gran cama formada por dos de matrimonio unidas. Marga me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Un escalofrió recorre mi espalda. Claudia, tras de mí, pasa los brazos bajo los míos y se dedica a pellizcar mis pezones, que responden a la caricia endureciéndose. Marga acerca su boca a la mía, cierro los ojos, cuando se unen nuestros labios en un suave pico.
Mis manos moldean sus caderas, Claudia mordisquea mi oreja, otro escalofrió. Mi hermano pequeño se yergue, pugna por liberarse del encierro, una mano lo acaricia sobre la tela del pantalón, otra desabrocha el cinturón, el botón y la cremallera.
Antes de darme cuenta tengo los pantalones y el bran slip en los tobillos, la camisa casi arrancada, por la espalda y empujado sobre la cama.
Se desnudan en un santiamén y como dos tigresas en celo se abalanzan sobre mí.
Me siento como un cervatillo entre las garras de las fieras. Pero que garras, que fieras, que delicia de piel, de bocas, manos. Manos, las mías, acariciando masajeando magreando a derecha e izquierda, cuatro pechos, dos pequeños y dos grandes, sexos suaves, calientes, húmedos. Una boca se aferra a la verga, mientras otra muerde mis labios, mis tetillas. Lame mi mejilla, intento besarla pero no me deja, me inmovilizan, soy un juguete en sus manos.
La obscuridad me impide ver quien se ha empalado sobre mi verga, pero sobre mi cara se sienta…La otra. El aroma del sexo femenino invade mi paladar. ¡Diooooss! ¡Qué sabor, es delicioso! Con la lengua exploro las cavidades que se me ofrecen, las manos acarician los cuatro pechos, que ahora están unidos, dos a dos, intuyo que se besan, se abrazan, me acarician cuatro manos….
La cabalgada es cada vez más rápida, intento pensar en ecuaciones de segundo grado. Es la estrategia que utilizo para no correrme antes de tiempo, y lo logro. No sé el tiempo que llevamos, han cambiado de sitio varias veces, me han colocado sobre una de ellas mientras la otra, tendida sobre mi espalda se restriega por todo el cuerpo. Han hecho un sándwich conmigo.
No sé cómo, consiguen que yo le coma el coño a una, ésta a la otra y la otra mame mi verga, tragándosela como si fuera a engullirme entero.
Los inevitables orgasmos llegaron, traté, por todos los medios de que fueran ellas las primeras y lo conseguí, pero cuando me di cuenta que una se había empalado por el culo, no pude más. El espasmo me obligó a arquear la espalda y levantar a Claudia en vilo. Marga, ya las identificaba por el aroma, me comía la boca, hasta casi asfixiarme.
Grité. No pude evitarlo y debió sonar fuerte, porque se encendió la luz, se apartaron las dos lobas y me vi rodeado por casi toda la familia, excepto los niños. Todos estábamos desnudos, los cuerpos brillantes por el sudor. Aplaudían y se reían. Intente tapar mis partes pudendas, pero ante la situación lo consideré innecesario.
Me animaron a levantarme y todos juntos bajamos al salón, donde tomamos unas copas, haciendo chanzas de la situación. Mila tenía un cuerpo precioso. Ahora comprendía el éxito en su anterior ocupación. Miraba a todas y me sentía bien. Relajado, agusto con aquellas personas, para las que el sexo tenía otro sentido.
Yo había frecuentado algunas playas nudistas, una que me gustaba mucho era Los Caños de Meca, en la provincia de Cádiz. No me era raro estar desnudo ante otras personas, pero esto era diferente.
Acababa de echar un polvo inolvidable con dos preciosas mujeres y estaba ante una familia que había estado teniendo relaciones a la par que nosotros y estaban allí, con la mayor naturalidad. Padres e hijas juntos, comentando como lo habían pasado, el placer que habían sentido.
Mi mente era un torbellino, estaba descolocado. Una cosa era que te contaran como vivian y otra muy distinta comprobarlo y ser partícipe de esas vivencias.
Mila me miraba con, ¿curiosidad?
–¿Cómo lo has pasado, Pablo? Estas muy callado.
–Sí, Mila. La experiencia ha sido muy fuerte. Jamás había vivido algo semejante. Y he tenido muchas y buenas, pero esto de hoy…
–Te comprendo. El hecho de que seamos familia no te cuadra.
–Pues sí, me descoloca un poco. Pero por lo que veo para vosotras es de lo más natural.
Ana se ríe con ganas. Se acerca y pasa la mano por mis testículos. Con suavidad me aparto un poco.
–¿Y por qué no había de serlo? Nos queremos y así compartimos placeres que la inmensa mayoría de familias se pierde. Y no encuentro una razón para eso. Los tabúes impuestos por, no se sabe quien, ni por qué, nos parecen absurdos. Y no hay motivos para mantenerlos en el siglo veintiuno. Pertenecen a la “moralina” absurda de una sociedad hipócrita.
–Entonces, pregunto…¿Por qué tu madre está tan perturbada por su vida anterior? Ella ha hecho durante años lo que, en conciencia, ha querido. Con esta mentalidad no debería estar afectada.
Mila estrecha el brazo de su marido, sentado a su lado.
–Ha sido el engaño, Pablo. El haber tomado conciencia del daño que he infringido a José por haberlo engañado durante años.
–Pero. ¿Te has parado a pensar que a quien engañabas era a otro José? ¿A un hombre aquejado de traumas, arrastrados desde su niñez, que le impedían acompañarte en tu particular forma de vida?
–Sí, quizá tengas razón, tengo que convencerme de que somos dos personas distintas a las que fuimos. Pero me resulta difícil. Y tengo que reconocer que ahora me siento más satisfecha, sexualmente, que cuando ejercía la prostitución. Es un tipo de placer distinto, más pleno. Un abrazo, un beso de José, ahora, me enciende como una antorcha, son sensaciones desconocidas para mí. Que las he tenido de todo tipo.
–Pienso mucho en todo esto y he llegado a la conclusión, que una simple mirada de amor, es mucho mejor, no puede compararse al placer que he sentido al participar en una orgía. Donde practicaba el sexo mecánicamente, donde los orgasmos estaban vacios, eran solo descargas físicas. Nada comparado a lo que siento, desde que descubrí lo que, realmente era, hacer el amor. Esa sensación de plenitud, de cariño inmenso hacia el otro. Eso, no lo había experimentado nunca, con nadie. No lo conocía.
–¡Por fin! ¡Aquí tienes un motivo, una razón, para que tu vida cambie! ¿Te parece poco? Eso que aprecias ahora, que te colma de gozo, es lo que te ha convertido en una persona distinta. Ni mejor ni peor. Distinta. Las experiencias cambian nuestra vida, la modulan. Normalmente son pequeños cambios, pero en ocasiones, y esta es una de ellas, suceden cosas que producen cambios profundos, en nuestra forma de ver la vida, de comprenderla, de vivirla. Hoy he vivido una de esas experiencias, gracias a vosotras. Mi vida a partir de hoy será distinta. He aprendido mucho aquí, hoy.
Claudia, a mi lado, deja caer su cabeza sobre mi hombro. Susurra a mi oído.
–¿Lo has pasado bien? ¿Te gustaría repetir conmigo? Porqué a mi me encantaría.
Me giro hasta tropezar mi boca con la suya, el beso me provoca de nuevo un escalofrío. Me avergüenzo al comprobar que mi miembro está tieso como un palo, intento disimularlo, pero me resulta imposible. Se produce una carcajada generalizada. José es el único que no se ríe a carcajadas, solo sonríe.
–No te apures, Pablo, a mí me ocurre a menudo y estoy acostumbrado a sus chanzas y sus risas. Ya te habituaras. Esta familia se mantiene unida, entre otras cosas, gracias a la risa de sus mujeres.
–Ya lo veo, ya. Pero, la verdad, es un corte ¿No?
Siguen las risas. Cuando se calman, José se levanta y se lleva a Mila. Marga los sigue. Ana y Claudia, hija, suben a su dormitorio. Claudia sigue besándome, acaricia mi pecho y lleva mi mano a su sexo empapado.
–Vámonos arriba, Pablo, duerme conmigo esta noche. Serás solo para mí y yo para ti. Me gustas mucho y lo que has hecho, correrte en mi culito, me ha dejado muy cachonda.
–Pero ¿Y Marga?. ¿No duerme contigo?
–Marga duerme con quien quiere. Pero prefiere hacerlo con Mila. Está enamorada de ella y la comparte con José.
–Pero entonces, José y ella…
–También follan, si les apetece. No hay reglas ni obligaciones. Solo el respeto a los deseos de los demás. Si propones y te dicen que sí, bien, si la respuesta es no, pues es que no. No hay más que hablar.. ¿Vamos?
–Vamos, la verdad es que tu también me gustas mucho, Claudia.
Subimos apagando luces, acariciándonos y besándonos. La noche fue apoteósica. Follamos de todas las formas imaginables, algunas de ellas desconocidas para mí. Claudia era una mujer fantástica. Disfruté como un adolescente, no ya con mis corridas, sino con las suyas. Se entregaba en cuerpo y alma, era un autentico volcán de pasión y por lo que pude comprobar, muy necesitada de sexo.
–Eres maravillosa, Claudia. Ni en mis más cálidos sueños, pude imaginar algo así en una mujer.
–Lo estoy pasando muy bien contigo, Pablo. Me gustas mucho, te lo dije y lo repito. Me has hecho sentir como hasta ahora, solo lo había hecho José. Él fue el primer hombre con el que llegue a correrme.
Conocía la historia por haberla leído en las notas de José. Aún así le pregunté.
–¿Y con tu marido? Tuviste hijos. ¿No sentías nada?
–No. Mi marido era…especial. Buscaba solo su satisfacción, yo era, para él, como una muñeca hinchable.
En la obscuridad pude ver como una sombra se acercaba, un movimiento en la cama, unos susurros.
–Mamá, Ana se ha quedado frita y yo no puedo dormir, ¿me puedo quedar?
–Está Pablo conmigo Claudia y no se si…
–Por mí no te preocupes, Claudia. La cama es grande. Yo me aparto…
–No, no. Quédate donde estas. Solo quiere un cariñito, ¿verdad amor?
–Sí, mami, porfiii.
Con la tenue claridad que entraba por la ventana, pude ver como la chica se acurrucaba junto a su madre. Unos movimientos significativos me hacían sospechar que algo ocurría entre las dos. Poco después gemidos, suspiros y un estremecimiento me indicaron que la chica había tenido su orgasmo. Quedé, sobrecogido, en silencio, con una terrible excitación. Estaba de lado, tras Claudia. Una mano acaricia mi herramienta y la conduce hasta la raja del culo.
Claudia también se había excitado haciéndole lo que fuera a su hija. Con la calentura segregaba líquido preseminal, con el que lubriqué el canal e introduje el miembro en su ano. Me movía lentamente, oía respirar a la hija, que al parecer dormía. Mi anfitriona se masturbaba por delante, acariciaba su vulva y llegaba a acariciar mi aparato. Bombeé hasta que sus uñas se clavaron en mi nalga, aquello fue el detonante de un orgasmo simultáneo. Logré controlar los gemidos, pero el temblor de los cuerpos y de mis piernas, despertaron a la chica.
–Mamá, ¿ya estáis liados otra vez? Me tienes que dejar que le eche un kiki a Pablo.
Al llegar a casa al atardecer, pasé casi sin saludar a mis padres con rumbo hacia mi habitación. Me preguntaron algo acerca de cómo había estado mi día y no sé qué contesté. Me encerré en mi habitación y me dejé caer en la cama sintiéndome terriblemente baja… y sucia. Yo, Luciana Verón, estudiante siempre brillante y de personalidad segura y bien formada, había sido degradada al punto de sentirme la peor basura del mundo y todo había sido obra de una muchachita rubia con aires de engreída… Las sensaciones se encontraban y chocaban, tanto que en algún momento lloré… pero también en algún momento me toqué, me acaricié el sexo mientras a mi mente acudía el recuerdo de cada una de las escenas vividas en el buffet y en baño de la facultad. Reconstruí todo mentalmente mil veces porque hasta tenía temor de olvidarme de algún detalle con el correr de las horas… ¿Y qué habría sido de Tamara? No la vi al irme; claro, yo no asistí la clase que aún nos quedaba y quizás ella sí lo hizo… o tal vez no; ignoro qué tan turbada pudiese estar ella ante lo que había presenciado.
Permanecí en la habitación hasta asegurarme de que ya no había movimientos en la casa; mi madre me llamó a cenar, pero le dije que no me sentía bien… Se preocupó, obviamente, como toda madre, pero le dije que ya se me pasaría, que cenaran sin mí y que yo vería después cómo me las arreglaba. Ya era más de medianoche cuando me cercioré de que nadie estaba aún levantado y salí finalmente del cuarto. Lo primero que hice fue darme una ducha…y debo admitir con vergüenza que el hecho de hacerlo era una necesidad (ese día había sido orinada nada menos) pero al mismo tiempo sentía pena porque no quería eliminar de mi cuerpo los vestigios que pudiesen quedar de la meada que Loana me había propinado, como si se tratase de haber sido rociada con el néctar de una diosa… Una vez duchada me dirigí hacia la cocina… Estaba a punto de abrir la heladera para rescatar algo, pero la verdad era que no tenía hambre… Tantas sensaciones nuevas vividas en un solo día me habían cerrado el estómago… En lugar de ello fui a buscar mi notebook; entré otra vez a ver el facebook de Loana, ése que se me presentaba inaccesible y sin poder ver nada de lo que en él había. Me quedé subyugada con la única foto que podía ver, es decir la del perfil. Sólo se veían su rostro y tórax, aparentemente sentada y acodada en algún lado, luciendo ese aire orgulloso y diríase despreciativo que era tan característico en ella. Guardé la foto como archivo en mi notebook y, más aún, la puse como fondo de pantalla… Ello aumentaba la sensación de sentirme vigilada, controlada y poseída… Realmente no podía pensar en otra cosa que no fuese en Loana: ¿en dónde estaría ahora? ¿en su casa tal vez? ¿haciendo qué? ¿estaría en su cama? ¿desvistiéndose para acostarse? Dios… las imágenes se me venían a la mente y yo sólo quería estar allí, quzás preparando la cama o quitándole la ropa para luego permanecer toda la noche de rodillas junto a su lecho mientras ella dormía… ¡Qué pensamiento enfermo! ¿En qué me había convertido? ¿Adónde había ido a parar mi dignidad?
Dirigí mi atención a la foto de portada que, sacando la de perfil, era lo único a lo que prácticamente podía yo tener acceso. Si no había reparado más detenidamente en dicha foto antes, era porque no se trataba de ninguna imagen de ella, lo cual me había hecho, seguramente, perder interés. De hecho, se trataba de una imagen con fondo blanco que era recorrida por una línea rugosa y serpenteante de derecha a izquierda. Al clicar en la foto advertí algo de lo que antes no me había dado cuenta: no era otra cosa que la silueta de la cola de un escorpión y, por cierto, hacía acordar mucho al tatuaje que ella llevaba ascendiendo desde el empeine de su pie… La lista de sus amigos permanecía oculta y ni siquiera me aparecía la indicación de que hubiera algunos en común… Nadie en absoluto, como si la vida de aquella muchacha transcurriera en otro mundo, en un universo inasible e inaccesible para mí…
Me fui a la cama, no sin antes masturbarme pensando en los sucesos del día; tardé en dormirme, pues mi cabeza no hacía más que divagar en torno a Loana y a la naturaleza oculta que en mi persona había yo encontrado por obra de ella… El sueño me venció finalmente… No sé bien con qué soñé porque no lo retuve al despertar, pero no me extrañaría que lo hubiera hecho con aquella diosa rubia… y con escorpiones… y con orquídeas…
Desperté con los nudillos de mi madre golpeteando contra la puerta. Tanto ella como mi padre salían a trabajar en la mañana relativamente temprano y, seguramente, notaron que yo aún no lo había hecho siendo que en algún momento más debería partir hacia la facultad. Miré el reloj y eran las ocho menos cuarto.
“Lu… Lu… – repetía – se te hace tarde, nena. ¿A qué hora cursás hoy?”
Me restregué los ojos y me sacudí un poco la modorra… Era viernes y, por cierto, ese día, yo entraba algo más tarde que de costumbre, pero había una realidad… ¿podría ir a la facultad después de los sucesos del día anterior?, ¿estaba preparada para soportar las miradas, los comentarios y las burlas de todos?, ¿para encontrarme con Tamara y, peor aún, cruzarme con Loana? Y de ocurrir esto último, ¿cómo iba yo a comportarme?… O quizás la pregunta era más bien cómo DEBÍA comportarme… La realidad era que yo no sabía cuál sería mi futuro con respecto a la vida universitaria pero por lo pronto lo que sí sabía es que ESE viernes no podía asistir… Por suerte después llegaría el fin de semana y eso ayudaría a poner un poco de distancia con lo sucedido… o al menos eso creía… Ilusa de mí…
“No, mamá, no voy… a ir” – dije, a la vez que bostezaba.
“Nena, ¿qué te pasa? ¿Se puede entrar?” – preguntó mi madre, obviamente cada vez más preocupada.
Decidí que lo mejor era que me viera… y así supiera que, después de todo, lo que le pasaba a su hija no era para preocuparse o, al menos, no en la medida en que ella lo estaría haciendo. Le abrí la puerta, hablamos un rato sentadas en la cama y le expliqué que había tenido mucho dolor de cabeza el día anterior y que necesitaba recuperarme… que pensaba que era mejor faltar el viernes y así recuperarme entre el sábado y el domingo. Me preguntó cien veces si tenía fiebre, tantas como apoyó el canto de su mano contra mi frente y, al cerciorarse de que no era así, insistió también varias veces en si yo no tendría baja presión o algo así… Busqué tranquilizarla de todos los modos posibles, diciéndole que ya me sentía mucho mejor pero que sólo pensaba que si asistía a clase, el tener que fijar la vista, prestar atención, etc., iban a hacer que no lograse una absoluta recuperación. Demás está decir que me dijo cien veces que llamara al médico y que la pusiera al tanto si me sentía mal durante el día; a todo contesté como tratando de no darle importancia al asunto. Lo que quería era que se marchara a su trabajo lo antes posible y, siendo la hora que era, ya seguramente mi padre lo habría hecho, con lo cual me quedaría sola en la casa, situación más que ideal para evaluar lo vivido en la víspera. Se marchó finalmente…
Tomé el celular y envié un mensaje de texto a Tamara para avisarle que no iba, dado que solíamos encontrarnos en un punto determinado, a pocas calles de la facultad. No me lo contestó… extraño en ella, por cierto… Pero, en fin, no tenía forma de imaginar qué estaría pasando por la cabeza de ella… Sobre la noche le envié otro preguntando si había ido a clase, pero tampoco me lo contestó…
Si mi esperanza era que entre el viernes, el sábado y el domingo se iban a alejar de mi cabeza los pensamientos y sensaciones que me atormentaban, fue quedando en claro que me equivocaba a medida que los días fueron pasando. Pasé un fin de semana casi de autorreclusión. Un par de ex compañeras del colegio vinieron a visitarme, pero fue lo mismo que si no hubieran venido, tal el estado ausente y abstraído en que yo me encontraba. Más sobre la noche recibí la vista de Franco, un muchacho que me andaba revoloteando alrededor desde hacía tiempo y con quien compartíamos, esporádicamente, alguna que otra salida pero sin título de noviazgo. Tampoco eso ayudó a que me despejara; él, por supuesto, no es ningún tonto y me notó extraña… pero a la larga desistió de tratar de entender lo que me pasaba o, tal vez, se fue con la idea de que estaría atravesando uno de los clásicos procesos de confusión sentimental. Pero como no éramos novios y él bien lo sabía, tampoco insistió demasiado al respecto.
El domingo fue otro día de “ausencia” por mi parte; no había nada que me distrajera y los intentos por hacer las actividades de la facultad fueron en vano, como también el de ver una película, la cual abandoné a la mitad por mi poca capacidad de concentración. Lo que más me angustiaba era que se acercaba el lunes y no sabía bien qué iba a pasar al día siguiente ni cómo debería actuar yo…
Lunes… Para muchos el día más odiado de la semana; para mí nunca lo había sido demasiado pero ese lunes en particular aparecía cargado de dudas e inseguridades. Faltar a clase un día más era un despropósito y definitivamente lograría que mis padres se preocuparan en serio, lo cual no resultaría productivo. Tomé el colectivo como lo hacía siempre y mi estado era tal que cada vez que veía una mujer rubia algo me sacudía por dentro, como si la imagen de Loana estuviera sobrevolándome permanentemente. De todas formas, por alguna razón, me resultaba difícil imaginar a Loana viajando en un transporte público. Traté de pensar en otras cosas: puse algo de música en mi ipod y eché un vistazo a los apuntes como para reubicarme en el tema de la clase del día pero… una vez más, nada funcionó. Me bajé a unas cinco cuadras de la facultad como siempre lo hacía y caminé hasta llegar a la esquina en la cual siempre me encontraba con Tamara, quien llegaba al lugar en otra línea de colectivos. No habíamos quedado particularmente en nada y, a decir verdad, yo no le había enviado más mensajes después de que no me contestara los del viernes. La esperé unos veinte minutos y no apareció, con lo cual decidí encaminarme hacia la facultad o bien llegaría tarde a clase. ¿Estaría Tami decepcionada conmigo? ¿Tan duramente me juzgaría mi amiga por la actitud sumisa y carente de autoestima que yo había exhibido en el buffet aquel día?
Llegué al predio y recorrí el parque en dirección al aula magna con el corazón palpitándome a mil. Es que apenas estuve en el lugar, empezaron a escudriñarme las miradas de aquellos que, seguramente, habían presenciado todo lo ocurrido el jueves. Aunque yo no podía oír una sola palabra de lo que decían, era evidente que cuchicheaban entre sí y que hablaban de mí… y aquellos que quizás no hubieran sido testigos de lo que Loana me había hecho, estarían seguramente siendo puestos al corriente por aquellos que sí lo habían sido. A medida que me iba acercando al recinto del aula, las miradas eran cada vez más… Noté sonrisas y algunas risotadas, pero estaba tan paranoica que no podía determinar si yo era el único y real motivo de las mismas… Posiblemente lo fuera en parte… Y en buena parte… Yo, de todos modos, bajé siempre la vista con vergüenza… Me fue inevitable, sin embargo, mirar de reojo hacia el lugar en el que siempre solía estar ubicada Loana; el corazón, por supuesto, latía en mi pecho con más fuerza que nunca. Y, en efecto, la diosa rubia allí estaba… Situación típica, como si su rutina nunca se hubiera visto alterada, como si lo ocurrido el jueves sólo hubiera sido un incidente menor tras habérsele interpuesto en su camino una larva, un insecto insignificante sin ninguna consecuencia para la marcha de una diosa inmaculada e incorruptible como era ella. Esta vez, al verla, ocurrió en mí el efecto inverso al que me había provocado en las anteriores oportunidades. No pude quedarme con la vista clavada en ella aun cuando se me hiciera difícil, sino que bajé la vista avergonzada y hasta rogué que no me viera… Por suerte (y como parecía norma) no me advirtió en absoluto al parecer…
Entré presurosa al aula saltando los escalones de dos en dos, como si quisiera refugiarme de las miradas de todos cuando la realidad era que en un momento más el lugar estaría atestado de todos aquellos que afuera aguardaban… la propia Loana incluida. Me senté y estaba casi sola… apenas unos pocos estudiantes más desparramados por el inmenso anfiteatro que daba, de ese modo, apariencia de vacío. En un momento entró el profesor y, casi de inmediato, el sitio comenzó a inundarse con la presencia de la estudiantina. A medida que se iban ubicando, yo bajaba la vista y fingía estar viendo mis apuntes al solo efecto de no tener que mirarles a la cara: una mezcla de vergüenza y terror inundaba todo mi ser. Sin embargo, la sorpresa fue que, si bien los cuchicheos, los rostros y los gestos de burla siguieron presentes, esta vez, a diferencia de lo que había ocurrido tantas veces antes, había muchos que me saludaban. De algún modo extraño y casi enfermo, lo ocurrido con Loana me había introducido finalmente en el ámbito universitario. Quizás para los demás yo era un energúmeno, una basura, un ser muy bajo… pero al menos era todas esas cosas… era algo; me veo tentada a decir que eso constituía un progreso para mí pero sé que corro el riesgo de que el lector deje de leerme por considerarme una enferma psicótica…
Pero el momento clave fue, por supuesto, el ingreso de Loana… Las piernas comenzaron a temblarme y no exagero si digo que estuve a punto de hacerme pis encima. Instintivamente bajé la vista hacia los apuntes, lo cual constituía más un gesto reflejo que algo necesario porque lo cierto era que la soberbia rubia pasaría caminando con su orgulloso paso como mucho a unos diez metros de donde yo estaba y, habiendo tanta cantidad de gente y teniendo en cuenta además su conducta habitual, era prácticamente imposible que reparase en mí. Como era usual en ella, lucía vestido corto (difícil era creer que utilizara atuendo capaz de dejar oculto el tatuaje de la orquídea), sólo que esta vez de un color salmón; detrás de ella marchaba el habitual séquito de seguidores y obsecuentes: creo que mi desprecio hacia ellos rezumaba más bien una fuerte sensación de envidia. Sin embargo, se me ocurrió pensar en ese momento si alguno de todos ellos habría sido meado por la magnífica rubia… y extrañamente… sonreí, como si hubiera sacado alguna ventaja sobre ellos. ¡Por Dios! ¡Qué pensamiento más denigrante el mío! Cada vez me sorprendía más la pseudo criatura aborrecible en que me estaba convirtiendo…
Por suerte Loana se ubicó lejós de mí y eso hizo que incluso levantara algo más decididamente la vista hacia ella. En ese mismo momento escuché una voz femenina contra mi oído izquierdo:
“Qué momento, ¿no?”
Sorprendida, giré la cabeza lentamente para descubrir que quien me hablaba era una muchacha simpática y bonita aunque algo regordeta a quien yo había visto varias veces por allí, pero con la cual jamás me había hablado. Estaba ubicada detrás de mí, en la fila inmediatamente superior del anfiteatro.
“¿Perdón…?” – inquirí, como fingiendo no entender o tal vez directamente no entendiendo ya que no sabía específicamente a qué se refería, si bien lo más probable era que fuese algo relacionado con Loana.
La chica se sonrió de oreja a oreja.
“Loana… – aclaró, confirmando lo que yo suponía –, qué momento te hizo pasar el otro día, ¿no?”
Bajé la cabeza avergonzada y, al parecer, ella lo notó…
“No te sientas mal – me dijo, con tono misericordioso -. Es el estilo de Loana… nadie va a cambiarla, jaja”
En ese momento la clase comenzó. Honestamente no tengo idea de sobre qué giró. Por momentos yo ni siquiera estaba tomando apuntes sino que más bien garabateaba con la lapicera sobre el papel. Dibujos aleatorios y anárquicos, sin sentido.
A la hora, el profesor decidió hacer un alto, un pequeño recreo. Y la muchacha regordeta volvió a hablarme:
“ Se ve que te dejó mal” – me dijo.
Giré la cabeza y levanté la vista hacia ella sin entender del todo.
“Loana… – aclaró -. Se nota que te dejó mal” – señaló con su dedo índice hacia los dibujos que yo había estado garabateando sobre el papel.
Bajé la vista, los miré, me encogí de hombros.
“Hmmm… no te entiendo” – le dije.
Esta vez la joven, más que sonreír, soltó una pequeña risa.
“Estuviste dibujando todo el tiempo una orquídea y un escorpión” – apostilló.
El comentario me hizo dar un respingo como si me hubieran apoyado un cuchillo de hielo en la base de la espalda. Bajé una vez más los ojos y agucé la visión para descubrir que… ¡la chica tenía razón! Lo que hasta un momento atrás eran sólo trazos sin sentido, al hacer una visión global del conjunto daba claramente formas que se asemejaban mucho a los pétalos y al tallo de una orquídea así como al cuerpo de un escorpión… ¡Y yo ni siquiera me había dado cuenta! Yo que tanta fascinación tenía por los testes de Rorschach y por la interpretación de los dibujos infantiles… Y de pronto era mi propio inconciente el que estaba siendo develado por una compañera de estudios a quien ni siquiera conocía. Supongo que debo haber quedado mirando los dibujos con una expresión estúpida y con el labio inferior caído. La joven volvió a hablarme:
“No te preocupes – adoptó un tono tranquilizador -. Loana tiene una personalidad muy fuerte y no te sientas mal por haber caído bajo su influjo”
Más que tranquilizarme, sus palabras me mortificaron aun más. La chica se me presentó: se llamaba Alejandra.
“¿Y le pediste disculpas después de lo del otro día? – me inquirió en un momento.
Me sentí perdida. Recapitulé a velocidad supersónica los pormenores del episodio del jueves y, en efecto, recalé en el hecho de que en ningún momento me había disculpado. En parte, claro, eso había sido porque Loana tampoco me dejó hacerlo. Cada vez que yo empezaba a tratar de emitir alguna palabra llegaba alguna orden, algún cachetazo o alguna humillación indecible. La verdad era que no había pensado en eso. El carácter profundamente denigrante de los castigos que había recibido parecían eximir de cualquier pedido de disculpas.
“Yo que vos lo haría” – me dijo Alejandra; sonrió y se levantó de su asiento para dirigirse al exterior del aula.
Me quedé pensando sobre el asunto. Lo que ella había dicho era absolutamente válido. Resultaba inconcebible no haber pedido disculpas formalmente después de haberle derramado la gaseosa encima. Pero por otra parte, con todas las humillaciones degradantes a que me había visto sometida por Loana, ¿no era el pedido de disculpas en tal contexto una humillación más? Presa de tales cavilaciones, me dirigí fuera del aula magna, saliendo al parque en el cual los estudiantes disfrutaban de su recreo. Caminé buscando con la vista el sitio en el cual siempre se solía sentar Loana… y allí estaba. La imagen de siempre: sólo ella sentada y un grupito de chicos y chicas de pie congregados a su alrededor. Me detuve en seco; tragué saliva. ¿Sería capaz de abrirme paso hacia ella para pedirle humildemente mis disculpas por lo ocurrido? ¿Yo? ¿Acercarme a Loana por propia iniciativa? No sé de dónde saqué coraje verdaderamente. Tragué aire, hinché el pecho y caminé a paso decidido hacia el semicírculo de estudiantes que se formaba en torno a ella. Pasé entre ellos y, súbitamente, me encontré frente a la diosa rubia. Me miró con algo de sorpresa, pero a la vez con cierto desprecio y un deje de indiferencia, como si un insecto hubiera importunado su desayuno al aire libre.
“Lo… ana – comencé a decir, tartamudeando aun a pesar de los grandes esfuerzos que hacía por hablar segura -. Quería… pedirte mis humildes disculpas por el momento que te hice pasar el jueves… No fue mi intención derramar… la gaseosa sobre tu vestido ni… sobre tu cuerpo…”
Durante unos segundos me miró sin emitir palabra y con la misma indiferencia que venía exhibiendo. En derredor nuestro, el grupo de testigos involuntarios de la escena estaba envuelto en un silencio que hasta erizaba la piel. Loana revoleó un poco los ojos hacia arriba y luego hacia el costado; es decir, dejó de mirarme directamente.
“Ponete de rodillas” – me ordenó.
Algunos rumores se elevaron del grupo. Yo, una vez más, me sentía ensartada en mi dignidad por aquella arrogante muchacha. Me puse blanca… pero por otra parte sabía que TENÍA que cumplir con lo que me había sido ordenado. Así que, sin dudar más, me puse sobre mis rodillas, con lo cual mi rostro quedó a la altura de sus piernas al estar ella sentada… y ello hizo que quedara momentáneamente hipnotizada por la magnífica visión de la orquídea sobre su muslo.
“En primer lugar – comenzó a explicar Loana sin volver a mirarme en ningún momento – no tenés por qué tutearme… Así que ahora vas a repetir tu pedido de disculpas como se debe..”
Una nueva estocada contra mi dignidad. Ella me tuteaba pero yo no podía hacerlo… yo le debía otro respeto y otra reverencia. Tragué saliva y me aclaré la garganta. Comencé a hablar nuevamente…
“Quiero… pedirle mis disculpas…”
“¡Más alto! – me interrumpió -. Así nadie te escucha, idiota”
Otra estocada. Las palabras de Loana evidenciaban que la intención era que no sólo ella me escuchara, sino que lo hicieran todos los que en el lugar se hallaban. Al pensar después sobre el asunto, llegué a la conclusión de que ese tipo de método era un doble mecanismo para humillar a quienes ella consideraba inferiores, pero a la vez para mostrar poder ante los demás. Volví a aclarar mi voz y comencé nuevamente:
“Quiero pedirle humildes disculpas por el mal momento que pasó Usted el jueves. Fui una estúpida y no tuve intención de derramar la gaseosa sobre su ropa y su cuerpo”
Lo dije de corrido, sin pausa pero claramente. Había logrado hablar sin que mi voz saliera entrecortada. Alcancé a oír el coro de rumores a mis espaldas y pude apreciar la sonrisa de satisfacción que se dibujó en los labios de Loana. Seguramente el agregado mío acerca de mi estupidez le había gustado; volvió a mirarme, con aire complacido.
“Besame los pies” – ordenó secamente.
Definitivamente a Loana ninguna humillación de mi parte parecía terminar de conformarla; era como que siempre había lugar para alguna degradación más… Estábamos en el parque, a la vista de prácticamente todos los estudiantes de mi clase y algunos de otras comisiones… Y me estaba pidiendo que besara sus pies.
Sin girar la cabeza eché un vistazo de reojo a un lado y luego al otro, comprobando que no sólo los chicos y chicas seguían allí, sino que se apreciaba a simple vista que se había congregado aun más gente, seguramente atraída por un nuevo espectáculo, en este caso al aire libre. Las murmuraciones, por supuesto, iban en aumento… Me incliné hacia adelante; Loana estaba sentada, como solía hacerlo, de piernas cruzadas y besé, por lo tanto, en primer lugar, la punta de la sandalia del pie izquierdo, es decir el del escorpión… Y la imagen del arácnido ante mis ojos reavivó otra vez mi conciencia acerca de la situación a que me hallaba sometida. Una vez más caía yo profundamente en el insondable foso que parecía no encontrar fondo… Luego de besar el pie izquierdo, apoyé las palmas de mis manos contra el suelo y bajé mi cabeza hasta que mis labios tocaron la sandalia del pie derecho, todo ello mientras escuchaba como el murmullo de voces seguía aumentando y se convertía ya en un coro de comentarios a viva voz; aun así, creo que era tal el estado en que yo me hallaba que no fui capaz de retener una sola palabra de las que pronunciaban… Una vez hube cumplido con la orden de besar ambos pies me incorporé hasta volver a quedar con la espalda erguida pero seguía arrodillada.
Loana asintió ligeramente en señal de aprobación, pero ya sin mirarme… Dirigió su atención a la cartera que, apoyada sobre la superficie del banco, tenía a su lado… y extrajo un atado de cigarrillos de la marca del camellito. En ese momento llegó a mis oídos el sonido simultáneo de varios tipos buscando algo en sus bolsillos y supe que tenía que ser más rápida… Extraje del bolsillo trasero de mi pantalón mi encendedor y, avanzando sobre mis rodillas, lo puse frente a su cigarro. Loana enarcó una ceja (una sola) e hizo un gesto satisfecho y aprobatorio. Acercó su cigarrillo a la lumbre que yo le acercaba e inspiró profundamente la primera pitada. Hasta el acto de dejar escapar el humo, lo hizo con su aire cargado de presuntuosidad y pedantería. Yo, por mi parte, me sentía satisfecha porque les había ganado a todos en la carrera por darle fuego.
“Muy bien taradita – aprobó la diosa rubia -. Ahí tenés un trabajito para hacer de acá en más, a ver si redimís tu culpa… Cada vez que estemos en el parque te quiero cerca de mí para encender mi cigarrillo”
No puedo describir la emoción que sentía por dentro. La pérdida de la autoestima hasta niveles indecibles se batía a duelo en mi interior con una felicidad que me embriagaba. ¡Dios! Jamás había sentido algo así en toda mi vida… Es que las palabras de Loana implicaban una sola cosa… que yo de allí en más ya no necesitaría excusas para estar cerca de ella… Ahora pertenecería a su “círculo”… con un rol no muy decoroso, por cierto: yo estaba para encenderle el cigarrillo mientras otros charlaban con ella; casi podría decirse que mi papel era el de ser la escoria del grupo… Pero eso poco me importaba en ese momento; durante días había buscado el acercamiento con aquella mujer increíble y ahora, de manera no prevista, se me había entregado una credencial para entrar en su círculo, para estar cerca de la diosa…
En ese preciso instante recomenzó el desfile hacia el aula magna, señal de que el profesor retomaba la clase. Loana, por supuesto, siguió incólume en su sitio, fumando su cigarrillo y hablando con algunos de quienes la rodeaban. Yo, que en otro momento, hubiera ido hacia el aula apenas comenzaran a hacerlo los demás estudiantes, permanecí allí junto a ella… como sentía que debía hacerlo… y ya sé que al lector le debe costar entender esto… pero me sentí feliz en ese momento.
Cuando Loana terminó con su cigarrillo, lo dejó caer y lo pisoteó con su sandalia (incluso a ese simple acto lo cargaba de sensualidad y altanería) y se puso de pie para encaminarse hacia la clase. El resto lo fueron haciendo tras ella y yo, en último lugar, me incorporé para seguirlos también. Ese día ingresé al aula magna siendo parte de ese séquito de obsecuentes a los que yo siempre veía con desprecio… y con envidia…
Ese día me senté en el aula relativamente cerca de ella y así lo hice también en los siguientes. Era como que yo me consideraba ya lo suficientemente apta para integrar el círculo de los que estaban más cerca de Loana. No era que me ubicase junto a ella por supuesto; ello hubiera parecido una osadía y una desfachatez y, de algún modo, la propia Loana, con su actitud, daba a entender que sentarse junto a ella no podía ser para cualquiera. Había algunos chicos que parecían tener más afinidad y se ubicaban a su lado pero noté, como lo venía advirtiendo ya antes, que nunca nadie se sentaba a menos de medio metro, como si hubiera que dejar forzosamente una cierta distancia libre a los efectos de no profanar el espacio de la diosa. No daba la impresión de ser algo hablado o acordado, sino más bien tácito e implícito. La mayoría de las veces Loana no necesitaba hablar para imponer su superioridad y su poder…
Pero mis momentos de mayor éxtasis coincidían, paradójicamente, con los de mayor humillación. Todos los días, en los recreos o en la antesala de alguna clase, me tenía Loana a mí arrodillada a su lado mientras los demás conversaban con ella… Esa sola situación me hacía ser quien más cerca estaba de su magnífica presencia, aun cuando esa cercanía no obedeciera a un motivo muy decoroso que digamos. No importaba: cada vez que Loana amagaba a extraer un cigarro, yo estaba ya presta con el encendedor en mano; lo normal era que ella prendiese su cigarrillo sin siquiera dedicarme una mirada (mucho menos una palabra de agradecimiento) y continuara la plática con el resto… En general la charla giraba sobre lo que podría uno llamar frivolidades: salidas nocturnas, eventos del fin de semana, etc. ; jamás se trataba de algún tema académico o que hiciera a la carrera en sí. Pero además de todo y ya desde mi segundo día de “servicio” se notó que Loana no me tenía sólo para encender su cigarrillo; ese mismo día (un martes) me ordenó que lustrase sus sandalias con mi lengua, de modo análogo a como lo había hecho en el baño unos días atrás… y demás está decir que así lo hice: recorrí cada centímetro del calzado con la húmeda superficie de mi lengua y con especial afán me dediqué a suelas y tacos. Todo ello ante la vista entre divertida y azorada (aunque cada vez más acostumbrada) de todo el mundo. Yo había sido convertida en la peor mierda del planeta… Y sin embargo me sentía feliz. Cada noche al regresar a mi casa no podía dejar de excitarme al recordar los momentos que durante el día de clase vivía… y por momentos me atacaba la angustia de extrañar a Loana…
La proximidad del fin de semana, normalmente celebrada y festejada, se convertía para mí en una frustración inminente porque sabía que eran días en que no vería a Loana y por lo tanto no podría servirla. En mi cuarto día de sumisión a sus pies, ella me ordenó que apoyara mi mejilla contra el suelo y, una vez adoptada la posición exigida, pude sentir cómo apoyaba su pie sobre mi nuca, evidenciado ello en el punzante taco que parecía querer entrar en mi cerebelo. Lo hacía, aparentemente, para descansar el pie… y mantuvo ese hábito durante casi todos los días siguientes: el día en que no lo hacía, yo me salía de mí misma por mi deseo de recordárselo o bien de ofrecérselo… pero no, no podía osar decirle a una diosa lo que tenía que hacer. Un detalle: jamás Loana preguntó mi nombre y, obviamente, nunca me llamó por él… Las veces en que a mí aludía, utilizaba epítetos tales como “imbécil”, “idiota”“estúpida”, “tarada”, “retardada”, “infradotada”, etc. Un día me llamó “putita” y yo sentí que me humedecía… Repitió también ese apelativo varias veces en días sucesivos. Nunca Loana se iba a molestar en aprender mi nombre porque eso iría en contra del proceso de deshumanización a que me sometía: para ella yo era una cosa… un objeto… Y los objetos carecen de nombres propios…
Extrañé, eso sí, y de manera enferma, la paliza, el dedo en el ano y la meada a que me había sometido en el baño el primer día. ¿Habría posibilidad de que esas cosas se repitieran? No sabía yo aún decirlo, pero además de eso tampoco sabía si temía que eso volviera a ocurrir o bien lo deseaba…
En uno de esos días en que Loana tenía su pie sobre mí, yo permanecía con mi rostro en tierra, ladeado y, por lo tanto, disponiendo de alguna visión lateral. Fue entonces cuando vi pasar, a unos veinte o treinta metros de distancia, a Tamara… Había reaparecido… Marchaba, como era su costumbre, presurosa a clase llevando sus carpetas y cuadernos de notas contra su pecho. Pude ver cómo dirigió una mirada de soslayo hacia donde yo me encontraba y no llegué a determinar si su gesto fue de repulsión, de lástima o una mezcla de ambas. Hacía ya más de una semana que faltaba a clase…
Ese día, cuando entré al aula siguiendo, como siempre, a Loana y a su séquito, eché un vistazo hacia el lugar en el que típicamente Tami solía ubicarse… y allí estaba. Se me cruzó por la cabeza la idea de ir a sentarme junto a ella, pero no… yo ahora pertenecía al círculo de Loana y, como tal, debía seguirla… Jamás la rubia me había dado una orden acerca de dónde debía ubicarme yo en el interior del anfiteatro, pero yo interpretaba que debía ser así y temía sobremanera que si resignaba o dejaba ese sitial de privilegio, algún otro u otra rápidamente lo ocuparía. Lo lamenté por Tamara, pero me senté lejos de ella.
Al finalizar la clase la vi retirarse; una vez más me dirigió una mirada que, esta vez, me pareció de indulgencia… y sin decir palabra ni hacerme gesto alguno se fue… Yo permanecí un momento más en el aula hasta que Loana decidió marcharse. Varias veces tuve la tentación de seguir a la diosa, intrigada por saber adónde iría, con quién lo haría o en qué transporte lo haría… pero me abstuve. Podía ser un insulto, una profanación. Por lo tanto, apenas abandonábamos el predio de la facultad yo hacía mi propio camino: esas pocas cuadras que me separaban de la parada del colectivo. Y ese día no fue distinto, sólo que cuando apenas me había alejado una cuadra del predio universitario, escuché que alguien me chistaba; al principio pensé en algún mujeriego pero no, al girarme me encontré con mi amiga Tamara.
“¿Qué tal? ¿Cómo estás?” – me dijo en un tono que no supe interpretar si era o no de ironía.
“Tami…” – comencé a saludarla.
“Parece que ahora te sentás entre los lameculos de Loana” – me espetó, extrañamente sin perder el tono amable en la pronunciación de las palabras, aun cuando las mismas fueran durísimas.
“Gracias por el concepto – le contesté, buscando ser igualmente irónica -. Quiero pensar que no viniste a hablar para agredirme”
Tamara me guiñó un ojo, como indicándome que todo estaba bien.
“Para nada, Lu… pero me parece que tenemos que hablar sobre todo esto que está pasando, ¿no? No se te ve bien con el pie de esa rubia presumida arriba de tu mejilla”
Desvié la mirada. Verdaderamente no sabía qué decir, ni hasta qué punto las intenciones de Tamara eran de ayuda o de sarcasmo liso y llano.
“Es tu elección desde ya – agregó -… pero la pregunta es… ¿es realmente tu elección? ¿O ya perdiste tu capacidad de decidir por cuenta propia? Siempre me di cuenta que esa chica es una líder, pero…¿tanto poder puede haber conseguido sobre vos?”
Yo seguía sin articular palabra. ¿Qué iba a decirle? ¿Que a pesar de las humillaciones que a diario vivía me sentía a gusto a los pies de aquella joven arrogante? Claro, era lógico que Tami estuviera algo molesta por el hecho de que no me hubiera sentado junto a ella; lo único que se me ocurrió como para objetar algo fue un “pase de factura”.
“Te estuve enviando mensajes el viernes y no me contestaste – dije -. No fui yo la que buscó alejarse”
“Sí, amor, los recibí… Y admito mis culpas… ¿Podemos hablar por un momento? Tengo algo para mostrarte…”
Entramos a un café que había en esa misma esquina. Apenas nos sentamos a una de las mesas advertí que entre sus carpetas y apuntes Tamara llevaba también su notebook, lo que no era habitual. Parecía tan ansiosa por mostrarme lo que me había anunciado que le dio encendido aun antes de que la camarera llegase a atendernos.
“¿Oíste hablar del Rey Escorpión?” – me preguntó sin dejar de mirar su notebook.
“Hmmm…. sí, recuerdo haber visto una película – respondí, tratando de hacer memoria -. No muy buena, pero recuerdo que actuaba un morochote que se partía de bueno que estaba y que cada vez que aparecía en pantalla me hacía caer los calzones”
“La leyenda del Rey Escorpión es un mito del Alto Egipto, de la etapa predinástica o protodinástica. Durante mucho tiempo todo lo que hemos sabido sobre él tuvo que ver con una lápida a la que incluso se ha considerado como el documento escrito más antiguo de la humanidad…”
“¿Vas a hablarme de historia? – le interrumpí -. Sabés que me aburre…”
“Lo que pocos saben es que se ha encontrado también una serie de estelas en el desierto que ilustran mucho más sobre la historia de ese rey… – continuó sin hacerme caso -. Durante años se ha dudado de su existencia; algunos, sin embargo, afirmaron que fue el precursor de lo que luego sería la unificación de Egipto. Pero lo que hasta ahora nadie sabía…”
“Pero que vos tenés como data en tu notebook… “ – interrumpí sarcásticamente.
Levantó la vista y me miró con severidad.
“No te me hagas la rebelde – me espetó -. No te queda bien considerando que andás tomando pis”
El comentario fue realmente hiriente. Se produjo justo en el momento en que la camarera llegaba con nuestros cafés e incluso llegué a advertir que dio un respingo al oír el comentario.
“El Rey Escorpión parecía tener, por lo que se sabe – continuó – la habilidad o el influjo de ejercer poder sobre sus súbditos con muy poco. Seguramente fue esa característica la que lo convirtió en rey en una etapa en la cual las monarquías unificadas y centralizadas aún no existían. Tenía, al parecer, la protección del dios Horus pero, en fin, eso es, claro, lo que la gente de la época quiso ver”
“Horus es un mito, ¿verdad? – apunté -, pero el rey Escorpion resulta que no lo es…”
“El Rey Escorpión parece no haber tenido rivales en su camino hacia el poder ni tampoco los tuvo una vez que el poder estuvo en sus manos. Extendió sus conquistas hacia los cuatro puntos cardinales, pero fue en el sur en donde se encontró con problemas”
“¿Problemas?” – pregunté, fingiendo algo de interés.
Tamara giró la notebook hacia mí
“¿Conocés esto?” – me preguntó.
Quedé realmente absorta ante la imagen que me mostraba y que ocupaba prácticamente todo el monitor de la notebook. Era una flor, pero no cualquier flor, sino una orquídea de color rojo violáceo, de una tonalidad semejante a la del vino tinto… y prácticamente idéntica a la que Loana lucía sobre su muslo.
“Es una orquídea africana – explicó Tamara al notar que mi perplejidad probablemente no me permitía emitir sonido alguno -. Te cuento… los días del Rey Escorpión terminaron cuando se encontró con una tribu de amazonas que obedecían a la Reina Orquídea”
Demasiada información para mi cabeza… Me parecía una locura lo que Tamara me estaba contando… Solté una risita…
“Tami… ¿de dónde sacaste todo este delirio? ¿Es por esto que estuviste faltando? ¿Estuviste día y noche ahondando en todas esas boludeces?”
“La Reina Orquídea tenía el mismo poder que el Rey Escorpión – continuó ella haciendo caso omiso de mis intervenciones -, es decir tenía también el extraño poder de ser seguida por sus súbditas por alguna cualidad imposible de definir con exactitud. Y entró en guerra con el Rey Escorpión… ¿entendés lo que eso significa?”
“Algo así como la pelea del siglo, ¿no?”
“O del milenio – corrigió Tamara -. ¿Conocés algo sobre las propiedades de las orquídeas? – la miré sin entender -. O sea… ¿sabés cómo se reproducen?”
“Siempre esa mente tan perversa, ¿no? – bromeé -. No, nunca me interesé verdaderamente por la actividad sexual de las flores”
“Son plantas zoofílicas. ¿Sabés lo que eso significa?” – me interrogó.
Me reí nuevamente:
“Seguimos con la idea fija, Tami… Me suena a sexo con animales de granja”
“Las orquídeas son plantas que se valen de los animales para conseguir sus propósitos… De los insectos, sobre todo, que actúan como agentes polinizadores – explicó, con paciencia didáctica -. Pero lo llamativo es el poder que tienen para atraer, seducir a los insectos y tenerlos a su servicio… llevarlos a hacer lo que ellos quieren”
Por primera vez empecé a entender hacia dónde iba Tamara con todo aquello. Aun así, me seguía pareciendo un delirio absoluto: estaba asociando la acción de una orquídea con la actitud de Loana; en realidad, no estaba tan mal la analogía entre un insecto y yo, ya que exactamente así era como me sentía en su presencia.
“Para la Reina Orquídea – siguió explicando Tamara -, todos eran insectos a su servicio. Incluso el Rey Escorpión. Hubo una guerra… adiviná quién ganó…?”
La respuesta era tan obvia que no hacía falta que yo dijera nada.
“La Reina Orquídea apresó al Rey Escorpión – continuó -. Lo hizo suyo, lo convirtió en su esclavo y posiblemente lo usó sexualmente”
“Guau… – me reí -, una verdadera comehombres”
“Tal cual – acordó -. El mito dice que lo devoró… y que desde entonces lució sobre su pie la imagen de un escorpión… En el pie, claro… el lugar que le tocaba a alguien que había sido vencido. Y al devorar al Rey Escorpión, también absorbió su poder, con lo cual aumentó el suyo”
“Se quedó con el poder de los dos… pero puestos al servicio de ella” – agregué, para ver si había entendido; el asentimiento de Tamara con su cabeza me hizo entender que así era.
“Pero hay más… – agregó -. Las estelas encontradas muestran a la Reina Orquídea devorando al Rey Escorpión, mientras su vientre aparece hinchado”
“¿Embarazada?” – yo ya no podía con mi incredulidad; era un disparate que estuviera sentada a la mesa de un café siguiendo los razonamientos de una amiga que parecía haber tenido una experiencia alucinógena con alguna sustancia.
“Es de creer que la Reina Orquídea tuvo un hijo… o una hija… que continuó el legado, transmitiendo el influjo de la Orquídea y el Escorpión a lo largo del tiempo”
Revoleé mis ojos y me mordí el labio inferior. Palmoteé el aire, como aplaudiendo. No quería ser descortés con mi amiga, pero francamente no podía creer que expusiera con pretensiones de verosimilitud una historia tan demencial.
“¿Y de dónde sacaste eso? ¿De internet? Si querés te puedo contar el nacimiento de Goku en Dragon Ball Z… Además, decime una cosa, Tami… Es decir, yo imagino a lo que vas: me vas a decir ahora que Loana tiene algún parentesco lejano con la Reina Orquídea y el Rey Escorpión. Pero… no sé… a los egipcios no los veo muy rubios… y en cuanto a esas amazonas, si habitaban hacia el sur de Egipto, es de creer que fueran de raza negra… No me cierra en absoluto que hayan tenido descendencia rubia, jaja”
Pero Tamara no se reía. Volvió a girar la notebook hacia mí para mostrarme una nueva imagen. Era un clásico bajorrelieve de esos que uno ha visto mil veces en los libros de historia del secundario. Representaba a una mujer sentada rodeada de súbditas que aparecían en posición genuflexa, postradas ante ella… Pero lo más escalofriante del asunto era que mientras todas las mujeres que estaban arrodilladas presentaban un tono claramente oscuro en la piel y en sus cabellos, la que parecía ser la reina tenía su cabellera absolutamente clara, rubia diríase…
Debo confesar que por primera vez me estremecí. Pero de inmediato sacudí la cabeza y me dije que estaba entrando en la locura de Tamara. Se lo dije:
“Estás loca, Tami”
“¿Loca? – repreguntó -. ¿Por qué? ¿Por investigar un poco? Loco es andar lamiendo el calzado de alguien o bien tomando su meo”
Suficiente. Llamé a la camarera para pedir la cuenta. Me encargué de dejar en claro a Tami que no tenía ningún problema con ella y que la seguía respetando y queriendo… pero que no iba a entrar en semejante locura sólo por unos datos de dudosa fuente casi con seguridad extraídos de la red. Nos despedimos bien a pesar de todo. Ella me deseó suerte y yo a ella también… Cuando la dejé, me dio la impresión de que, al igual que lo había hecho en el aula magna, me miraba con una profunda lástima…
Mentiría si dijera que el relato de Tamara no me afectó en modo alguno. Esa noche en la cama se me cruzaron varias de las imágenes de la historia que me había contado. Y se hacía inevitable pensar en Loana; realmente no había mejor analogía que la imagen de una imponente orquídea dominando el muslo y, por debajo, al pie, el escorpión vencido, domesticado…y también incorporado y asimilado. Pero intenté por todo y por todo alejar tales pensamientos turbadores y, por el contrario, busqué concentrarme en los días que estaba viviendo con Loana, en mi sumisión, en mi degradación y cosificación a su lado.
Durante los días siguientes continué a su servicio en el parque y, si algo lamentaba, era, una vez más, la proximidad del fin de semana, en que sabía que no la iba a ver. Sin embargo ocurrió lo que, por lo menos para mí, era totalmente inesperado. Alguien, dentro del semicírculo que, como siempre ocurría, se arracimaba alrededor de Loana, hizo referencia a cierto trabajo sobre los orígenes del conductismo que había que entregar el lunes. Loana se lamentó:
“Un fin de semana dedicado a eso… ¡qué espanto!… Espero que esas dos idiotas tengan idea de cómo hacerlo”
Yo no tenía idea alguna de a quiénes aludía. Alguien, una joven, le señaló a Loana que era un trabajo de bastante extensión como para hacerlo en un fin de semana y que implicaba, además, mucha lectura.
“O sea que voy a necesitar más ayuda que la habitual – conjeturó, cavilativa, Loana, a la vez que se llevaba el cigarro a la boca. Estaba en eso cuando pareció que algo se le hubiese ocurrido y se giró hacia mí -. ¿Vos tenés idea sobre cómo hacerlo?”
La pregunta me tomó desprevenida pero el corazón me comenzó a latir con más fuerza.
¡Sí! – contesté enfáticamente sin poder ocultar mi entusiasmo y, a la vez, tratando de sonar segura ya que, a decir verdad, no me había puesto todavía a pensar demasiado en el trabajo, en parte porque la excitación de esos días me tenía absorbida y con la cabeza y los sentidos en otra cosa.
La blonda diosa volvió a desviar su mirada de mí y se llevó nuevamente el cigarro a la boca.
“Creo que voy a necesitar tus servicios de acá al lunes– anunció -. Así que dejá dicho en tu casa que mañana te vas a lo de una amiga por todo el fin de semana”
¿Era real lo que estaban mis oídos oyendo? ¿Iba a llevarme a su casa? Realmente no podía imaginar en ese momento una situación más excitante… Definitivamente, tantos días arrodillada a los pies de ella estaban dando largamente frutos.
En efecto anuncié a mis padres que pasaría todo el fin de semana en casa de una amiga y que el objetivo de tal visita era poder realizar un trabajo que debíamos presentar en la comisión de trabajos prácticos y que era harto demandante y exigente. De alguna forma, no faltaba a la verdad… No hablé con Franco y, como sabía que la noticia de mi ausencia n le iba a caer bien, preferí dejar la noticia para dársela al otro día; le llamaría por teléfono.
Al llegar el viernes, no cabía en mí de la excitación. Al finalizar la última de las clases del día, Loana me ordenó que la siguiera y tuve el honor de hacerlo incluso más allá del predio universitario. Me hubiera gustado ser la única que tenía tal satisfacción, pero había también tres varones y una chica que nos acompañaban. Caminamos una cuadra y media pero con un rumbo diferente al que llevaba yo cada tarde al ir hacia la parada del colectivo. Llegamos ante un Volkswagen de los llamados “escarabajo”, de estilo obviamente retro pero novísimo, pulcro y reluciente. Yo permanecí de pie en la acera a la espera de instrucciones acerca de donde debería sentarme, para lo cual obviamente primero debía dejar que se sentasen todos los demás y, seguramente, mi sitio sería el que quedaba. Error: Loana se dirigió hacia la parte trasera del coche y abrió el baúl; bastó un solo ademán y un gesto de su rostro para que yo entendiera que ése era mi lugar. La cabina estaba reservada para los demás… La novedad, obviamente, me shockeó un poco, pero pensándolo bien, ¿qué se podía esperar? ¿Podía un energúmeno, un insecto como yo, pretender viajar en donde lo hacían el resto? Si consideramos, además, que adelante podían viajar sólo cinco, la cabina ya estaba completa y estaba más que obvio quien constituía el primer lastre a eliminar.
Sin chistar, eché mi bolso adentro e ingresé seguidamente de un salto. Me arrebujé como pude y adopté una posición que podría llamarse fetal mientras Loana cerraba la tapa del baúl y todo se convertía para mí en oscuridad… No sé bien cuánto duró el viaje: escuchaba las risotadas de quienes viajaban en la cabina y, cada tanto, notaba que teníamos una detención y alguno de los jóvenes se despedía. Los iban dejando de a poco; difícil era creer que Loana los llevara hasta sus respectivas casas: lo más probable era que los dejase cerca en la medida en que su recorrido pasase por las proximidades de los hogares de cada uno. O incluso cerca de alguna estación de subte o parada de colectivo. En determinado momento ya no escuché voces, sólo el ruido del motor y algo de música que parecía sonar en la cabina. Una nueva detención se produjo y esta vez se apagó el motor. En cuestión de segundos la tapa del maletero se abrió y vi, recortándose contra el cielo del atardecer, la figura escultural e imponente de Loana.
“Vamos… Abajo” – me ordenó, con voz de hielo.
Yo no tenía idea de dónde podíamos estar y ni siquera podía presumirlo por el tiempo transcurrido porque, como ya dije, perdí noción temporal. Tal como bien había supuesto, no había ya nadie más que Loana. Pensaba yo que habríamos llegado a la casa de ella y me embargaba una fuerte emoción de saber que estaba por conocer la misma, algo que la gran mayoría de las chicas de la facultad envidiarían. Sin embargo al salir del baúl del auto, comprobé que nos hallábamos en una zona comercial en donde era altamente improbable que Loana residiera. La espléndida rubia cerró la tapa una vez que yo hube salido del interior y, a continuación, comenzó a caminar en dirección a lo que parecía ser la entrada de una galería comercial. A mí, por supuesto, no me quedaba más que seguir sus pasos.
Entrando en la galería pasamos ante varios locales que vendían los artículos más diversos, desde juguetes hasta arañas de techo pasando por juegos de computación. Pude comprobar una vez más el magnetismo que irradiaba Loana ya que las miradas, tanto de hombres como de mujeres, se clavaban en ella y, al caminar, daba la impresión de que, como acto mecánico, todos se apartaran. Lo mismo que ocurría en la facultad ocurría allí. Era casi imposible ver a Loana con alguna persona a menos de un metro de ella, aun cuando (como en este caso) se tratase de un lugar comercial altamente concurrido y transitado. Subimos por una escalera y recorrimos otro largo pasillo hasta llegar a un codo del mismo, lugar que era ocupado por un local de tatuajes.
El tatuador, de unos cuarenta y cinco años y de aspecto bohemio, salió de atrás del mostrador y se dirigió a recibir a la recién llegada casi como si se tratase de una figura de la realeza. El tono efusivo de los saludos evidenció que había una amistad importante entre ambos, lo cual debo decir, me produjo una cierta envidia, sobre todo cuando vi que aquel tipo besó a Loana en ambas mejillas y luego, en un acto que no supe interpretar si era de caballerosidad o de reverencia, hizo lo propio con la mano derecha de la muchacha.
“Hace rato que no se te veía por acá – decía el hombre entre dientes, como si su boca estuviera ocupada por una sonrisa permanente. – ¿Me trajiste una nueva?”
Un respingo me vino de pronto y recorrió mi espina dorsal. ¿Una nueva? ¿Hablaban de mí? ¿Y a qué se refería, exactamente, con lo de “nueva”?
“Sí, sí – respondió Loana -. Y supongo que te acordás bien de lo que tenés que hacerle… – sonrió malignamente -. Vas a ser bien recompensado”
“Por supuesto que me acuerdo – dijo enfático el tatuador, manteniendo siempre el mismo tono jocoso -. ¿Y vos? ¿Cuándo vas a dejarme hacerte un tattoo nuevo?”
Interesante… parecía que estábamos ante el artista que había hecho las dos obras maravillosas que lucía Loana, tanto en el muslo como en el pie.
“Por ahora estoy bien con los que tengo – repuso Loana -. Y la verdad es que sos el mejor: un genio tatuando”
“Ja… pero si ni siquiera llevás visibles los que yo te hice” – objetó el tatuador, un poco en broma y un poco en serio por lo que llegué a inferir.
Lo cierto era que con aquel comentario, la suposición de estar ante el genial autor de la orquídea y el escorpión se caía hecha pedazos. Y lo que dijo a continuación terminó de servir como corolario.
“Alguna vez me vas a contar quién te hizo esa orquídea y ese escorpión…”
Loana sonrió:
“Jamás” – dijo, y rápidamente escapó del tema -. Bueno, te parece que empezamos con ésta?”
El tatuador estuvo ampliamente de acuerdo y fue en procura de sus instrumentos. Loana se giró hacia mí y me miró con gesto imperativo:
“Desnudate” – me dijo.
La orden, por cierto, me descolocó y me hizo vacilar porque la realidad era que estábamos en un lugar terriblemente público. Cierto era que en ese preciso momento no había nadie en el interior del local salvo nosotras y el hombre. Pero dada la cantidad de gente que deambulaba por la galería era de esperar que en cualquier momento alguien pudiese hacer su ingreso. Y algo más: el local, en forma de letra “ele”, estaba rodeado de cristales que daban a ambas callejas de la galería, con lo cual, sencillamente, cualquier que pasase por fuera vería perfectamente lo que adentro sucedía.
“Para hoy, idiota, sacate todo” – insistió la diosa rubia.
Hola, mi nombre es Victoria (como ya dije, es un nombre falso, ya que no puedo permitirme que nadie me identifique) y, después de lo que me pasó en las fallas de este año y que he narrado en mi relato anterior, mi vida ha tomado una nueva dimensión. Mejor dicho, mis vidas, porque ahora tengo dos vidas y no sé realmente cuál de ellas representa mejor a cómo yo soy en realidad. Ni yo misma me explico cómo me he podido ver atrapada en esto que voy a tratar de contar, más como terapia que como otra cosa. He entablado una relación perversa con un chico retorcido que sabe los que quiere, mientras que yo, insegura, me he visto arrastrada a renunciar a mi orgullo y dignidad, movida por una irrefrenable avidez de conocer los bajos fondos del mundo del sexo… la pareja perfecta.
Como podéis leer en el relato anterior, las pasadas fiestas de las fallas en Valencia celebrábamos la despedida de soltera de una de mis mejores amigas. En ese viaje, por circunstancias que no voy a repetir, me quedé sola en la ciudad buscando a mis amigas y, aún no sé porque, permití a unos chicos desconocidos que me usasen a su antojo. Me hicieron todas las fantasías y aberraciones sexuales y yo me presté a ello. Al principio quise resistirme, pero luego caí en su juego, me dejé llevar sin poder evitarlo, y me hicieron gozar del sexo como jamás pensé que haría en la vida. Joder, me trataron como una auténtica puta. Con lo lista que siempre me he creído, con mi brillante carrera de Derecho y mi puesto ejecutivo… no me imaginaga que esto podía ser así.
Lo más grave de todo es que durante estos meses no he podido dejar de pensar en ello. Y no con rechazo. Cada vez que lo recordaba o que oía la palabra Valencia, aunque sea en el telediario, sentía un pinchazo de placer en mi vientre. No lo puedo evitar. Por más rabia que me dé, aún me excito pensándolo. No sé en qué me he convertido. Yo, que siempre he sido una chica bien, responsable, fiel a mi pareja… habían abierto una faceta desconocida en mí y, pese a todo, durante estos meses tenía la firme convicción de olvidarla. Tenía la firme convicción de considerarla una locura que nunca repetiría, y mandarlo a rincón de las fantasías que no se realizan nunca. Tenía la firme convicción de volver a mi vida con mi pareja y mi trabajo, con mis rutinarias sesiones de sexo y mi existencia acomodada.
Pero claro, dicen que toda situación es susceptible de empeorar. En mi caso, hace unas semanas recibí un correo electrónico de mis “amiguitos” valencianos con un mensaje parecido al siguiente “Ola guapa, te echamos de menos. tu seguro que tb quieres verte de nuevo entre nosotros no? como en la foto. Vamos a ir a Madrid y ya t diremos dnde y cndo pero solo si kieres q no somos unos cerdos (kerras)”, acompañado de una foto en la que aparezco inclinada siendo penetrada desde detrás por el más alto y con el sexo del bajito dentro de mi boca. ¡Dios mío! Inmediatamente me he puesto a llorar. No sabía que me habían fotografiado con su móvil, además ¿cómo han localizado mi correo electrónico?… si sólo llevaba el carnet de identidad… ¡lo han leído! ¡lo han anotado! Joder, y la foto… aunque no se me ve completamente la cara, está claro que soy yo… así que me ha quedado un desasosiego tremendo, y sí, lo confieso, lo que es peor es que también siento una emoción en mi mente y un cosquilleo entre mis piernas… aunque mi mente quiera, no lo puedo evitar.
Dudé mucho sobre como contestar. Una vez más, mis dos personalidades luchaban entre sí. Por una parte, había conseguido ocultar lo que me pasó en Valencia, nadie lo sabía y mi vida transcurría igual en mi trabajo y con mi pareja. Me daba mucho miedo arriesgar mi modo de vida, cómodo y agradable. Me gustaba mi vida. Me gustaba mi chico aunque muchas noches de sexo acababan en nada. Y yo era (¡soy, joder!) una chica respetable. Pero por otra parte, en mil sueños mi cuerpo deseaba ser tratada como sólo esa noche en mi vida había sido. Me levantaba empapada. Deseaba experimentar de nuevo todas las sensaciones. Creo que una parte de mi mente también lo necesitaba.
Al final me bloqueé, me pudo mi miedo, y les contesté por email diciendo que no estaba preparada para esta situación. Que reconozco que lo pasé bien con ellos, pero que soy una mujer casada (mentira, porque en realidad mi chico y yo no estamos casados), y no podía permitirme entrar en su juego. Por favor, que no me hagan entrar en ello.
A los pocos días llegó su respuesta “No seas tonta, Victoria. Lo estás deseando y lo sabes. Tenemos que hablar, prefieres darme tu móvil o quieres que vayamos a verte cuando vayamos a Madrid”. Sin duda lo había escrito el chico alto, que pese a su imagen de macarra, se le notaba una cultura mayor que la de sus compañeros. Tenía algo que le hacía especial.
Ahora sí que me asusté terriblemente… y se lo di. Les di mi teléfono y empecé a dormir mal por la noche de lo angustiada y excitada que estaba. Odiaba el momento en que me tuviese que enfrentar a la situación. No quería verlos. Pese a ello cada vez que salía de casa miraba a un lado y a otro deseando ocultamente encontrarlos. Aunque me duela reconocerlo, desde ese día empecé a ir especialmente guapa. Engañándome a mí misma pretendía no ir sexy y no llevaba faldas o vestidos, pero algo me hacía ponerme mis vaqueros más bonitos o algún suéter entallado. Así iba vestida para ir al trabajo el día en que ocurrió y aparecieron sin llamar.
Habían pasado unos días de su última comunicación y ya estaba relajándome, cuando al salir de casa para el trabajo un día de diario un coche paró a mi lado. Se abrió la ventanilla y me dijeron imperativamente “sube”… dudé 2 o 3 segundos, pero mi excitación y las fotos mías que tenían hablaron por mí y subí. Subí temblando. Sabía que eran ellos. El coche era mediano, parecía de esos preparados por los chicos jóvenes para lucirse, pero sin exagerar.
Me senté en el asiento del copiloto y cerré la puerta. Vi que iba él solo. Ni me miró. Tengo que reconocer que era guapísimo. Se había afeitado la barba aunque no iba completamente apurado. Llevaba unos vaqueros desgastados y una camiseta. Me preguntaba a qué demonios podía dedicarse profesionalmente un chico así. Tenía el pelo revuelto, sus ojos oscuros que nada más verlos me acordé del poder que tenían sobre mí. De hecho, nada más ponerse en marcha y, sin mediar un saludo o un beso, dijo “abre las piernas, Victoria” y os imagináis mi reacción: Sí, las abrí inmediatamente. Dios mío, si sólo con esas palabras ya sentía que se me empezaba a humedecer. Por no hablar de que en cada semáforo y continuamente ponía su mano inocentemente entre mis piernas, sobre mi pantalón vaquero y mi cuerpo reaccionaba pese al rechazo de mi mente y mi nerviosismo. Incluso experimentaba un escalofrío cuando rozaba mi pecho con su antebrazo. Estaba acojonada pero excitadísima.
No sabía adonde nos dirigíamos y, aunque lo pregunté, ni me contestó. Temblando saqué fuerzas de flaqueza para intentar evitar lo inevitable y empecé a contarle que no estaba preparada para esto, que era una chica buena y que estaba casada, que lo pasé muy bien con ellos pero que no quería hacerlo más veces. Que por favor no me hicieran nada y que me dejase tranquila. Casi lloraba cuando se lo decía. Él parecía no hacerme ni caso mientras conducía. Eso sí, con una mano en el volante y la otra ocasionalmente apoyada sobre mi entrepierna sobre el pantalón, que temía que estaba empezando a mojarse y él lo notaba. No nos alejamos demasiado. Aparcó en el parking subterráneo de un centro comercial al que yo iba a veces, en una esquina apartada.
Cuando me temía lo peor, dijo “Victoria, dame un beso y luego, si quieres, sal del coche, no te voy a hacer nada”… “paso de estar con nadie que no quiera estar conmigo”… “no me hace falta”… yo no reaccionaba, no me lo esperaba, pero él seguía “anda, dame un beso y vete, que esto no es para ti”. Y yo me relajé, en ese momento me sentía agradecida porque llevaba semanas temiendo que me chantajearían o que me usarían. Ahora me daba cuenta de que yo le daba exactamente igual, que sólo me quería si era capaz de proporcionarle distracción y me tranquilicé. Con todo, no podía evitar estar un poco contrariada. Rechazada como mujer. Joder, qué complejas somos.
En ese momento, no sé por que pero confiaba en él. Acerqué mis labios a los suyos darle un último beso y él abrió su boca comenzando lo que yo pensaba que era un beso tierno de despedida… ¡qué equivocada estaba! Me besaba de tal manera que no podía despegarme de él, suave y tiernamente… no lo sé explicar, pero poco a poco incrementaba la pasión del momento. Con sus manos agarró mi cara, acariciándome, descubriendo con sus fríos dedos la piel bajo el cuello del suéter cisne que llevaba. Me empezaba a estremecer, me había colocado enfrentada a él y sus antebrazos rozaban mi pecho produciéndome escalofríos. Agarró mi pelo recogido desde detrás y manejaba mi cabeza a su antojo. Su lengua era como una serpiente que me tenía hechizada. Dentro de mi boca o sobre mi cuello… combinándose con sus labios, cerca de mi oído. Uffffff ya estaba enfrentada a él y jadeaba como una auténtica zorra. No quería irme. Puso su mano sobre el botón de mis vaqueros y hasta yo metí tripa deseando que los desabrochase y no me echase del coche… estaba dominada por la misma sensación que tuve en Valencia en las fallas, pero esta vez no podía poner la excusa de que había alcohol de por medio… no había nada. Sólo deseo.
Obedecía sus órdenes como una autómata. Me hizo desnudarme de cintura para abajo. Mis braguitas estaban empapadas. Se las quedó. Combinaba frases tiernas con otras del tipo “¿has echado de menos a mi polla?, a la que yo respondía disciplinadamente con lo que él quería oír “sí, todos los días”, y él continuaba con “seguro que llevas días preparándote, depilando tu coño y matándote a pajas pensando en el momento justo en que te la meta”. Creo que a ésa no contesté, pero recuerdo que pensé con cierto remordimiento que era la pura verdad.
Notaba cómo tenía un dominio absoluto de mí y de la situación, y eso me ponía mucho. Siempre me han gustado los chicos que aparentan control. Pese a todo, jugaba conmigo, cariñoso y cruel mientras me acariciaba “que piernas más suaves tienes puta” “porque eres una puta, ¿lo sabes?” o “rózame con las tetas, que sé que te mueres por hacerlo” o directamente “ven aquí” creo que es su autoridad lo que me vuelve loca. Su autoridad. Su habilidad. Su control. Su olor. Su cuerpo. Su piel. Me comportaba como una adolescente cachonda y desatada. Estuvo un rato besándome la boca, sujetando mi pelo con una mano mientras sólo rozando exteriormente mi sexo con la otra me tenía al borde del éxtasis. Cuando introdujo dos dedos en mi cuerpo me moría de ganas, y comencé a mover yo sola mis caderas clavándome sobre su mano. Buscando que llegase a todos mis rincones. Él decía susurrando “tranquila Victoria” o “tranquila putita”. Mi nombre en sus labios me ponía aún más. En cuanto introdujo el tercer dedo, esta vez en mi ano, me vino a la mente el episodio de Valencia empalada por los dos amigos y tuve mi primer orgasmo a gritos entre espasmos.
Él sabía manejarme perfectamente, sabía lo que hacía. Yo, que no recuerdo haber gritado en un orgasmo con mi pareja, ahora lo hacía con un desconocido sólo acariciándome. Estaba en sus manos y no me importaba en absoluto lo que me hiciese, lo que me degradase, ni estar faltando a mi trabajo, ni estar siendo infiel a mi pareja… nada. Hasta deseaba que continuase con su lenguaje sucio conmigo.
Quería mucho más de él. Subirme encima, que me follase como quisiera, por donde quisiera. Quería corresponderle. Estaba loca por acceder a su paquete, pasaba su mano por encima y lo notaba durísimo. Estaba desatada, ansiosa, jadeando, pero él, sólo con decirme “quédate ahí quieta”, me situó en mi asiento. A pesar de que no pasaba demasiado de los 20 años, me manejaba como a un muñeco. Después, pensándolo, creo que él buscó a propósito ese momento en el que no había sido capaz de proporcionarle placer a él. Algo así como para jugar con mis sensaciones y mis sentimientos. Como podéis imaginar, obedecí y me senté clavadita en mi butaca. Permanecía mirándole con una especie de admiración, como una niña pequeña. Juntando mis piernas entre sí y con mis manos unidas entre ellas, intentando apurar las últimas sensaciones de mi orgasmo anterior. Ahora no tenía ninguna duda, me sentía suya, no me acordaba de mi trabajo ni de mi pareja ni de mi vida, me sentía sólo suya, y estaba dispuesta a hacer lo que él me pidiese. Y él iba a hablar.
Me dijo “Victoria, eres una chica preciosa y está claro que quien sea tu marido no te sabe tratar. Te voy a proponer una cosa, si quieres aceptas y si no te vas”. Yo estaba nerviosísima, completamente excitada y ávida de conocer su proposición. Pero él hablaba pausadamente: “Mira, de vez en cuando vengo a Madrid. Cada dos o 3 meses. Y cuando vengo a veces me apetece tener a una chica para mis juegos. Que te quede claro que sólo te quiero para follarte, para usarte o para llevarte a alguna fiesta. A veces vengo sólo y a veces no. Quiero una puta, y tú eres una puta, bajo un barniz de chica encantadora, pero una puta. No quiero rollos ni cosas románticas. Me tienes loco con tu cuerpo, con tu clase, con esa inexperiencia que no aparentas… me gusta que seas una chica bien. Por eso me apetecía volver a verte, pero que te quede clara una cosa, que quiero una puta”.
Me dejó un poco descolocada. No sé describir lo que pasaba por mi mente en ese momento. Evidentemente tenía razón “soy una puta bajo una imagen de chica encantadora”… yo misma sabía que estaba dispuesta a hacer todo lo que él me dijese. Pero que lo plantease así, tan directa y abiertamente, que me dijese con todo el descaro que me quería sólo como “su puta” hería profundamente mi dignidad. Otra vez mi mente se debatía entre la abogada triunfadora y esposa respetable, y la mujer llena de fuego que necesitaba la manera de calmarlo. La primera estaba a punto de escapar del coche indignada y abofeteando al individuo por su impertinencia, mientras que la segunda… la segunda estaba loca por que el mismo individuo infame dispusiese de mi cuerpo a su antojo, me usase, me follase o me humillase.
El resultado fue que no era capaz de articular palabra, debatiéndome entre ambas ideas. Sé que mi orgullo pugnaba por encontrar una fórmula en la que fuese yo quien pusiese algunas condiciones, pero no me atrevía a prever las consecuencias. Él me miraba fijamente, y yo me ponía más nerviosa, más excitada, y más ansiosa. Temblaba.
Después de dejar transcurrir así aproximadamente un minuto que se me hizo eterno sin atreverme a contestar, él dijo “anda, vete, no me vales…” y en ese momento me puse a llorar. A intentar abrazarme a él. “quita, Victoria, no me vales, vístete y vuelve a tu vida”. Joder, no sé por que pero el mundo se me había caído encima en ese momento.
La realidad es que estaba llorando desesperada, medio desnuda, intentando abrazarme a un chico más de 10 años menor que yo. No sabía su nombre, ni a qué se dedicaba… me moría por saberlo, por que me hiciese caso. Estaba abrazada a él, rozándole torpe e impúdicamente con mi cuerpo y diciendo cosas inconexas acerca de lo “puta” que era para él. Era la culminación a unos días de emociones diversas, y sentimientos encontrados. Pero ya lo tenía claro. Quería ser su puta, me moría por serlo. Luego, pensándolo con más calma, reconozco que lo que me ha ofrecido es lo mejor que podía pasarme, algunas sesiones de puro sexo al cabo del año, sin interferir en modo alguno con mi vida. Mi vida que tanto me gustaba y no quería cambiar, pese a que le faltaba esa emoción y ese sexo al que ahora se me hacía durísimo renunciar.
Lo que empezó a partir de entonces es demencial. Algo que no sé si alguna vez seré capaz de contar siquiera a mi mejor amiga. De película porno dura. Él dijo “¿entonces quieres ser una puta? Bueno, pues vamos a probarte”, y sacó su teléfono e hizo una llamada… dijo básicamente “Tío, estoy en el parking… en la planta -2, zona D, plaza 184. Anda baja, que tengo una sorpresa para ti”… “Síii, de las que a ti te gustan, jajajajaja”. Yo estaba alucinada, había llamado a alguien para que bajase al parking diciéndole que tenía una “sorpresa”… ¡y la sorpresa era yo! No me lo podía creer, pero estaba dispuesta a demostrarle que podía usarme para lo que quisiera. Él sacó un pañuelo negro de la guantera y se me puso a vendarme los ojos… suavemente, como preparándome para algo. Dio dos vueltas vendando mis ojos y, después de unos segundos creo que observando su obra, dijo “perfecta”.
No pasó más de un minuto cuando se abrió la puerta del coche y entró al asiento de atrás una persona saludando a mi… a mí chico… joder, no sé ni como llamarle. En ese momento podría decir que a mi “dueño”. Después de unos saludos cordiales entre ellos, como si yo no existiese, el extraño dijo “a ver qué has traído de Valencia”… y él, sin aclararle que soy de Madrid dijo “lo que a ti te gusta, jajajaja una chica bien que se aburre con su marido”… “anda, pruébala, que la estoy enseñando”. Pero la persona que entró quería verme y tocarme. Me movieron al asiento trasero con el desconocido. Tenía un olor peculiar, no era del todo a sudor, pero sí era una mezcla entre eso y algún desodorante barato. Él me abrió las piernas porque “quería ver el coñito de esta putita”… se reía porque no estaba completamente depilada. Me tocaba, me metía sus dedos en mi sexo, y se reía más “está completamente encharcada la muy puta”.
Joder, qué extraño mecanismo es la mente humana. Nunca en mi vida habría pensado que admitiría una situación así. Si me lo describen de alguien jamás lo hubiera creído, y de mí mucho menos. Pero lo cierto es que estaba completamente excitada. Dos desconocidos hablando de mí y tratándome de puta para arriba como si yo no estuviese presente. Me había dejado tapar los ojos, estaba desnuda de cintura para abajo, en el asiento de atrás de un coche en un parking me estaba dejando tocar con brusquedad por alguien que ni siquiera sabía quién era, y con todo ello, cada vez que usaban palabras más sucias acerca de mí, más cachonda me ponía. Había perdido completamente los papeles, la identidad…
Me cogió del pelo y me dirigió la cabeza hasta que su miembro tocó mi cara. A pesar de que tenía un olor fuerte y no muy agradable, no tuvo que decirme nada y yo sólita abrí la boca para metérmela dentro y esmerarme para hacerle la mejor mamada de la que era capaz. Mientras ellos seguían con sus comentarios humillantes “aún tiene que aprender esta zorrita, pero no lo hace mal del todo”, decía el extraño mientras me introducía su polla hasta la garganta provocándome arcadas. “No te quejes… que te lo tienes que tragar todo”. Estaba arrodillada en el asiento, con la cabeza metida en su regazo y había puesto mi mano en la base de su polla, lo que pareció gustarle y así me evitaba que la metiese tan profunda en mi boca. Mi “chico” se entretenía poniendo canciones en el aparato de música, y el extraño comenzaba a jadear como un jabalí. Joder, si hasta me sentía orgullosa de tenerle así. Me dijo “tócate putita, que yo te vea” y me faltó tiempo para llevar una de mis manos a mi perlita y acariciarme en su presencia. Él seguía con sus comentarios, pero el tono de su voz le delataba, estaba a punto de terminar y noté como sujetaba mi cabeza para que no pudiese apartarme y empezó a descargar su semen espasmo tras espasmo. Yo lo tragaba como podía, porque era mucha cantidad, pero no quería decepcionar a ninguno de los dos. Creo que no lo hice.
Había quedado en posición fetal sobre el asiento. Me sentía sucia y usada, pero contenta por haber complacido al amigo de mi dueño. Había hecho de mí lo que había querido y, mientras se abrochaba, decía “quiero follarme a esta zorrita, ¿cuándo la traes?”. Mi “chico” respondió “Ahora no, que me tengo que ir a Valencia. Cuando vuelva por aquí”. Yo sabía que era mentira, pero no abría la boca.
Cuando el desconocido se fue, me indicó que me vistiese y que me llevaría al trabajo. Me sentí decepcionada porque quería con todas mis fuerzas sentirle dentro de mí. Estaba ardiendo por todo lo que había pasado, pero él me dijo riendo “jajaja, por el momento prefiero que sigas deseando mi polla, pero para mañana tengo una sorpresa para ti”. Y continuó, esta vez con tono firme “vamos, vístete que tengo prisa”. Por supuesto obedecí al instante y, después de secarme como pude con una toallita de mi bolso, me puse los vaqueros directamente sobre mi piel. Como la otra vez, él se había quedado con mis braguitas. No sé porque pero me atreví a pedírselas, y él me contestó “acostúmbrate a venir con ellas e irte sin ellas”.
Por el camino me acariciaba ocasionalmente la mejilla, diciéndome cosas cariñosas que me hacían sentir bien. Decía que era guapísima, que le encantaba tenerme con él, y yo sonreía al oírlas. Me comportaba con él como una niña pequeña. Joder. De alguna forma me engañaba pensando que en el fondo era un buen chico. Mi chico para esta faceta de mi vida y, aunque no lo creáis, incluso después del episodio de su amigo, me sentía contenta. Me dio algunas instrucciones para el día siguiente. Dijo que me buscaría por la noche para ir a un club de swinggers, de intercambio de parejas. Ufffff otra vez mezcla de sensaciones… vergüenza, curiosidad, deseo, excitación, miedo a encontrar a alguien conocido… más aún cuando me fue describiendo la ropa que debía llevar.
Mientras, yo pensaba en cómo había llegado hasta allí… lo inverosímil que me parecía. Una parte de mí pensaba que debía escapar, pero mi otra parte ya estaba pensando la excusa que iba a tener que dar en casa a mi novio para poder faltar toda una noche. Uffff toda una noche.
Muchas gracias por las sugerencias, comentarios y correos (que me hacen ilusión), y por leer hasta aquí.
Me estaba poniendo un whisky, cuando entraron las muchachas en el salón. Venían charlando animadamente sobre temas triviales, Patricia se había recuperado gracias a los cuidados de María, y viendo el rubor en las mejillas de ambas, supe al instante el tipo de bálsamo usado. Lejos de ofenderme, el que sin mi consentimiento hubieran compartido algo mas que un baño, estaba contento, mis planes se iban cumpliendo al pie de la letra siguiendo la vieja práctica del palo y la zanahoria. Al verme se quedaron calladas, como esperando mi reacción. La sesión de sexo, que sin lugar a dudas habían disfrutado, les había sentado bien. Son dos pedazos de mujeres, tuve que reconocer al observarlas.
La ex de mi amigo, con sus treinta y dos años, se conservaba estupendamente, el camisón realzaba su silueta, con su profundo escote y la apertura hasta medio muslo desvelaba unos pechos firmes y unas piernas bien contorneadas. Era una mujer elegante, de la alta sociedad, que jamás se había dignado a mancharse las manos con un trabajo manual. Mi empleada en cambio, era una joven de veintitrés años, cuya mirada seguía conservando la lozanía de la niñez que se conjuntaba en perfecta armonía con un cuerpo de pecado, grandes pechos coronaban una cintura estrecha, y todo ello adornado por una piel morena que hacía resaltar sus ojos azules.
Paula rompió el incómodo silencio, preguntándome si deseaba algo mas, o por el contrario si se podía ir a preparar la cena. Mirándola a la cara, descubrí que no le apetecía estar presente cuando, con toda seguridad, castigara a Patricia. Le dije que se fuera a cumplir con sus obligaciones, sin sacarla del error, este no era el momento del castigo, tenía una semana para ejercerlo y ahora lo que me apetecía era disfrutar de la mujer, que hasta hace 24 horas compartía el lecho de Miguel.
–Patricia, siéntate aquí-, le dije señalando un sillón orejero, -tengo que hablar contigo, pero antes, ¿quieres una copa?-.
Me contestó que si, que estaba sedienta, sin reconocer que lo que realmente estaba era muerta de miedo, al no saber que es lo que le tenía preparado. Haciéndola sufrir, tranquilamente le serví el cacique con coca-cola que me había pedido, tardando mas de lo necesario entre hielo y hielo, mezclando la bebida con una lentitud exasperante, de forma que su mente no podía parar de darle vueltas a que le depararía su futuro inmediato. Cuando terminé, lo cogió con las dos manos, dándole un buen sorbo, mi actitud serena la estaba poniendo cardiaca, no se esperaba este recibimiento. Poniéndome detrás del sillón, apoyé las dos manos sobre sus hombros. Ella sintió un escalofrío, al notar como mis palmas se posaban sobre ella, quizás temiendo por la cercanía de su cuello, que fuera a estrangularla. Esperé a que se relajara, antes de empezar a hablar, todos los detalles eran importantes, si quería que esa mujer bebiera de mi mano, debía antes desmoronar sus defensas. Cuando aceptó mi contacto, sobre su piel, empecé a acariciarle sus hombros, eran unas caricias suaves casi un masaje, nada parecido a como la traté en la dehesa. Patricia no sabía a que atenerse, me tenía miedo pero en ese momento le recordaba, no al salvaje que la había denigrado, sino al amigo que conocía desde que era una adolescente.
Mis carantoñas no cesaron cuando, con voz seria, comencé a hablarle al oído.
–Pati, estoy enfadado contigo, por que ayer me trataste de engañar, cuando me mentiste diciendo que tu marido te maltrataba-, intentó protestar al oírlo, pero la corté por lo sano apretando un poco mas de lo necesario su cuello,-no sé que es lo que intentabas con ello, porque tarde o temprano me iba ha enterar. Solo se me ocurre, que tratabas de seducirme antes de que eso ocurriera-, la tensión con la que escuchó mi comentario era la confirmación que necesitaba,-pero quiero que sepas que no era necesario, ya que desde niño me has gustado, y solo el hecho que estuvieras con Miguel, evitó que me declarara-, estaba mintiendo pero ella no lo sabía, y creyéndome se relajó, lo cual lo tomé como señal para profundizar mis caricias, bajando despacio por su escote, -ya sabes y si no te lo digo yo, por que no quiero que haya malos entendidos, que María es mi amante, y que creo que le gustas-, en ese momentos mis dedos jugaban con el borde de sus aureolas,-creo que le gustaría tenerte en mi cama, compartiendote conmigo-, los pezones de la muchacha estaban duros al tacto cuando me apoderé de ellos pellizcándolos tiernamente, la excitación se había extendido ya por su cuerpo ,- somos una pareja abierta, por eso te propongo que te unas a nosotros-.
Sin darle tiempo a responder, la levanté del sillón , abrazándola mientras mis labios rozaban los suyos, Patricia me respondió con pasión besándome mientras me despojaba de la camisa. Sus manos no dejaron de recorrer mi pecho, cuando su boca mordió mi cuello, ni cuando sus caderas se juntaron a mi, buscando la cercanía de mi sexo. Estaba en celo, el relato de María, la atracción que sentía por ella y mis arrumacos se le habían acumulado en su cabeza, y necesitaba desfogar ese deseo. Sin mas preámbulos, se arrodilló abriéndome el pantalón, dejando libre de su prisión a mi pene. Sonrió al ver su tamaño, le hizo sentirse una mujer deseada. No se había dado cuenta de lo que añoraba a un hombre que le protegiera hasta que se lo había oído decir a mi empleada, yo podía ser ese hombre, y no iba a desperdiciar la oportunidad. Su lengua empezó a jugar con mi glande, saboreando por entero, a la vez que su mano acariciaba toda mi extensión.
Era una gozada verla de rodillas haciéndome una felación, notar como su boca engullía mi sexo, mientras su dedos acariciaban mi cuerpo. Pero ahora quería mas, por lo que obligándola a levantarse, la tumbé encima de la mesa, y desgarrándole el camisón, la dejé desnuda. Me miraba con deseo mientras me despojaba del pantalón, y se le puso la carne de gallina cuando bajándole el tanga, empecé a jugar con su clítoris.
-¿Te gusta?, verdad putita-, le dije mientras proseguía con mis maniobras.
-¡Si!-, con la voz entrecortada por la excitación, –¡házmelo ya!.
Estaba en mis manos, con un par de sesiones mas esta mujer sería un cachorrito en mi regazo, y con la ayuda de María la convertiría en esclava de mis deseos, todo en ella me pedía que la penetrara, sus ojos, su boca, el sudor de sus pechos revelaban claramente la fiebre que sentía. Separando sus labios con mis dedos, puse la cabeza de mi glande en la entrada de su cueva, a la vez que torturaba sus pezones con mi boca.
–Por favor-, me gritó pidiéndome que la penetrara.
Muy despacio, de forma que la piel de mi sexo fuera percibiendo cada pliegue, cada rugosidad de su vulva, fui introduciéndome en su cueva, en un movimiento continuo que no paró hasta que no la llenó por completo. Patricia entonces empezó a mover sus caderas, como una serpiente reptando se retorcía sobre la tabla, buscando incrementar su placer. Gimió al percibir como mi pene se deslizaba dentro de ella incrementando sus embistes, y gritó desesperada al disfrutar cuando mis huevos golpearon su cuerpo como si de un frontón se tratara. Previendo su orgasmo, la penetré sin compasión, mientras que con mis manos apretaba su cuello, cortándole la respiración, ya que la falta de aire, incrementa el placer en un raro fenómeno llamado hipoxia. Ella no sabía mis intenciones, solo notaba que no podía respirar, por lo que se revolvió tratando se zafarse de mi abrazo, pero la diferencia de fuerza se lo impidió, y aterrorizada pensaba que iba a morir, mientras desde su interior, una enorme descarga eléctrica subía por su cuerpo, explotando en su cabeza. Y como si de un manantial se tratara, su cueva manó haciendo que el flujo de su orgasmo envolviera mi pene. Al sentirlo, descargué dentro de ella toda mi excitación, mientras ella, con sus uñas, desgarraba mi espalda, exhausta pero feliz de lo que había experimentado.
–La cena esta lista-, desde la puerta nos informó María, que por el color de su cara y el brillo de sus ojos , debió de ser participe como vouyeaur de nuestras andanzas. “Seguro que había estado mirando, y se le ha mojado su tanga”, pensé al verla.
El camisón estaba desgarrado por lo que se puso una camisa mía, al querer ponerse bragas se lo impedí, todavía no había hecho lo honores a su culito, y aunque había aliviado parte de mi calentura, algo me decía que no era suficiente. Con mi empleada, abriendonos paso, fuimos al comedor donde estaba preparada la cena. Sobre la mesa, tres lugares, sin preguntarme había decidido que ya era un hecho nuestro trío, cosa que me molestó porque aunque fuera verdad, no me gustaba que lo diera por entendido. Si quería jugar, jugaríamos, pero según mis normas y siguiendo mis instrucciones.
–María, creo que me debes una explicación-, me miró asustada, sabía que la había descubierto y que se avecinaba un castigo,-¿Quién te dio permiso para usar mi mercancía?-.
–Nadie-, me contestó, y sin necesidad de que le dijera nada mas, se fue desnudando con Patricia alucinada por que no entendía nada. Cuando hubo terminado, se arrodilló en la alfombra, dejando su trasero en pompa, de forma que facilitara el castigo. La ex de mi amigo intentó protestar pero al ver mi mirada, decidió callarse no fuera a recibir el mismo tratamiento.
Saqué entonces de un cajón una fusta y cruelmente le azoté el trasero. Recibió la reprimenda sin quejarse, de su boca solo surgieron disculpas y promesas de que nunca me iba a desobedecer otra vez. Las nalgas temblaban, anticipando cada golpe, pero se mantuvo firmemente sin llorar hasta que decidí que era suficiente.
Patricia estuvo todo el rato callada, en su cara se le podía adivinar dos sentimientos contradictorios, por una parte estaba espantada por la violencia con la que había fustigado a la mujer, pero por otra no podía dejar de reconocer que algo en su interior la había alterado, ver a la muchacha que la había consolado en posición de sumisa, y sus nalgas coloradas por el tratamiento, había humedecido su entrepierna.
Acercándome y acariciando ese trasero que tantas alegrías me había dado, no pude dejar de sentir pena, y agarrando la botella de vino blanco que estaba en la mesa y sirviéndome una copa, pregunté:
–Pati, ¿te apetece una copa?-, que le ofreciera de beber, la dejó fuera de juego, pero como tenía la garganta seca por el miedo, me respondió afirmativamente.
Esas nalgas necesitaban ser enfriadas, por lo que derramé una buena cantidad de vino sobre ellas y cogiendo del pelo a la rubia le ordené que bebiera. Obedientemente, empezó a sorber el liquido, que goteaba por su trasero, al principio despacio temiendo el hacer daño a la criada, pero el cuidado con el que pasaba la lengua sobre su atormentada piel, provocó que unos pequeños gemidos de placer surgieran de la garganta de la muchacha. Patricia al escucharlos, sintió como su vulva se alteraba, y sus incursiones se fueron haciendo cada vez mas atrevidas, con sus manos abrió los dos cachetes, para que le resultara mas fácil el obtener con su boca las gotas de vino que se habían deslizado por el canalillo de María. Cuando empezó a recorrer el inicio de su escroto, no se pudo aguantar y sin ningún recato le pedía que siguiera, que le encantaba el notar la humedad de su lengua en su hoyo secreto. Estaban excitadas y listas, una mujer adolorida siendo consolada por otra, me enterneció, por lo que pregunté a mi criada:
-¿Te llegaste a correr antes?-
–No, ¡Te lo juro!-, me contestó con la voz entrecortada por el calor que sentía.
-Túmbate-, le ordené, y reacomodándolas, puse su pubis en disposición de ser devorado por la mujer.
Esta se lanzó como una fiera sobre él, y separando con los dedos los labios inferiores, se apoderó del su clítoris, mientras que con la otra mano, le acariciaba los pechos. María estaba recibiendo el premio a su fidelidad, después de su merecido castigo, su amante la recompensaba otorgándole el placer de ser reconfortada en lo mas íntimo, su ojos me miraban con deseo y gratitud, mientras sus piernas se abrazaban a la mujer, sus senos eran acariciados y su sexo se licuaba entre lamida y lamida. La visión del culo de Patricia, mientras proseguía comiéndose a mi criada, me devolvió a la realidad, apeteciéndome ser participe de esa unión.
Busqué algo que me sirviera, sobre la mesa una botellita con aceite de oliva era perfecto, por lo que separándole las nalgas a mi amiga deposité unas gotas sobre el inicio de su trasero. Ella al sentir el contacto de mis manos, levantó su trasero sabiendo que era inevitable. Con mi mano lo extendí, concentrándome en su agujero virgen, aunque se lo mereciera no quería excederme cuando hiciera uso del mismo, de forma que fui relajándolo con un masaje, ella respondió como una loca mis caricias, sus dientes se apoderaron del botón de placer de María, mientras sus dedos empezaban a someter a la vagina de la mujer a una mas que deseada tortura. Con mi criada a punto de explotar, decidí que era hora de romperle por primera vez su escroto, por lo que poniendo mi pene en la entrada trasera de la mujer, de una sola embestida introduje mi extensión dentro de ella. Gritó de dolor, pero no intentó zafarse de mi agresión. Y tras breves momentos en los que dejé que se acostumbrara a mi grosor dentro de ella, comencé con mis embestidas. Completamente llena, se había olvidado que tenía que seguir consolando a María, por lo que esta tirándole del pelo, volvió a acomodar la boca de la mujer en su sexo, manteniéndola en esa posición sujetándole la cabeza con sus dos manos.
Era nuestro objeto de placer, no podía dejar de lamer y mordisquear el clítoris de mi amante, mientras yo estrenaba su culo. Babeando notó que la mujer que se estaba comiendo, estaba cercana al climax, iba a ser la primera vez que una hembra se corriera en su boca, por lo que aumentó el ritmo de sus caricias, al sentir los primeros espasmos de placer de la muchacha. Recibió ansiosa el río ardiente de la mujer, era nuevo para ella el sabor agridulce del flujo, pero tras una sorpresa inicial, como posesa buscó no desperdiciar ni una gota de ese regalo liquido, bebiendo y absorbiendo mientras su propio cuerpo dejaba de sufrir por mis incursiones y mas relajada empezaba a disfrutar de mis movimientos. María, satisfecha se levantó para ayudarme con la muchacha, y poniéndose debajo mío, separó sus labios, introduciéndole dos dedos en su vulva.
Patricia no se podía creer ser sodomizada y follada a la vez, y ya sin ningún recato, gritaba que siguiéramos, que era una puta, pero que no paráramos. Sus caderas se movían sin control, buscando el placer doble que le provocaban los dientes de mi criada sobre su clítoris y mi pene rompiéndole su virgen culo. Tuve que intervenir, sujetándole por la cintura, acomodé sus movimientos a mis penetraciones, no quería que se desperdiciara esa primera vez, por la descoordinación de nuestros cuerpos. Ella no entendió este parón, por lo que me exigió que siguiera, recibiendo un azote como respuesta.
–Tranquila-, Volví a recomenzar mis penetraciones, sintiendo como toda mi extensión recorría su ano,- muévete solo cuando te lo ordene-, comprendió que es lo que quería cuando mi mano cayó por segunda vez sobre sus nalgas,-¡Ahora!-.
Era una buena aprendiz, sus caderas se acomodaron al ritmo , siguiéndole marcado por mis manos sobre su trasero. Estábamos en perfecta armonía, empujando al recibir los azotes, recibiendo mi extensión a continuación. Inmediatamente. Poco a poco fuimos incrementando la cadencia, hasta que nuestro galope se convirtió en una carrera sin freno. María, que no dejaba de introducir sus dedos en ella, cambio el objetivo de su boca, empezando a jugar con mis testículos cada vez que estos se acercaban a su lengua.
Patricia, apoyó su cabeza contra la alfombra, cuando desde su interior como si fuera una llamarada su cuerpo se empezó a convulsionar de placer, y derramándose en un torrente de líquido que recorrió sus muslos, cayó agotada sobre el suelo, mientras ya encima de ella, proseguí introduciendo mi pene en sus entrañas, excitado por sus gemidos. María me besó dejándome que mi lengua se introdujera en su boca, acelerando mi excitación. Era el dueño, tenía a mis dos mujeres donde yo quería, y tras unos breves pero intensos momentos, exploté dentro de la rubia, mientras besaba con pasión a mi criada.
Caí agotado, pero satisfecho, escoltado por dos bellezas, una a cada lado, rubia y morena, diferentes, pero ambas mías. En cuanto me hube recuperado un poco, me puse en pié exigiendo mi comida, las muchachas me dijeron si no me había saciado suficiente, y cabreado les aclaré:
–Esto fue un aperitivo-, en sus caras su felicidad era patente,- el banquete será esta noche en la cama, pero ahora quiero cenar-, y viendo que se sentaban en la mesa, agregué mientras cortaba el filete,-¡El servicio come en la cocina!-.
Calladamente llega a clases, entra a la sala y se ubica en su puesto a la espera que llegue el profesor. Reservada y tranquila, así es ella. Saluda a sus compañeras de manera bastante seria, algo típico en Gabriela. Al principio les molestaba su actitud tan distante, pero ahora ya no la toman en cuenta, “es una perra amargada” dijeron en una ocasión.
Gabriela mantiene distancia con todo en el curso. Siempre trabaja sola y cuando debe hacerlo con otro compañero lo hace solo en el colegio, rara vez se junta con alguien después de clases a menos que sea estrictamente necesario. No es nada popular entre sus compañeros por ello, la encuentran arrogante y sobrada. Muy poco se sabe de ella, vive sola en un departamento que sus abuelos le pagan, no se sabe nada de sus padres o si tienes hermanos o algo así, básicamente ella es todo un misterio.
Ella no es fea, posee un bello rostro de facciones suaves, ojos claros y pelo castaño claro hasta el hombro. Siempre viste ropas bien holgadas y sueltas, aunque en una ocasión se le vio llegar con un peto más ligero y se aprecia una bella figura, algunos chicos se le han acercado pero los rechaza de forma bastante directa e incluso los llega a insultar.
Es día viernes en la tarde y la clase de deportes esta por empezar. Todos llegan al gimnasio y se preparan para la clase y se cambian de ropa, Gabriela espera afuera a que se desocupe el camarín de mujeres, esto mientras sus compañeras se alistan. “Que rara es esta tipa” comenta Teresa al ver a Gabriela afuera, “déjala si es así” le responde Valeria. Al cabo de un rato entra Gabriela y rápidamente se cambia de ropa. El contraste entre ella y sus compañeras es notable, mientras la mayoría opta por poleras ajustadas y pantalones deportivos bien cortos para lucir sus cuerpos ella se viste con poleras anchas y holgadas y pantalones deportivos largos e igualmente anchos.
A pesar de todo Gabriela es una buena deportista, en la práctica de deportes se muestra muy activa. Una de las evaluaciones consiste en una demostración de básquetbol donde deben enfrentarse en uno a uno, la rival de Gabriela será Valeria, una de las chicas mas populares del curso.
El profesor da las indicaciones y el partido comienza. Gabriela rápidamente demuestra su habilidad, para sorpresa de sus compañeros, y Valeria tiene problemas al marcarla, todos están atentos al duelo y lo siguen con interés. Valeria se esfuerza por seguirle el paso pero se le resulta muy complicado, por su parte Gabriela se siente algo incomoda cuando Valeria se le encima para marcarla, el sentir los pechos de su compañera en la espalda la hacen desesperarse un poco, Valeria es reconocida por el tamaño de su busto.
El partido continúa y se vuelve mas intenso, Valeria no esta dispuesta a perder y se empeña por marcar a su compañera. Sorpresivamente cuando Gabriela salta para tratar de encestar Valeria salta a marcarla y ambas chocan. Al caer Valeria pierde el equilibrio y le cae encima a Gabriela la cual queda bajo su compañera, de forma involuntaria la rubia le restriega sus grandes pechos en la cara. Gabriela se desespera y trata de poner se de pie.
“¿Oye estas bien?”, le pregunta Valeria, Gabriela se pone de pie y se aleja cojeando, “si gracias, solo me torcí el tobillo”. Valeria se le acerca a revisarla pero Gabriela se aleja con un gesto algo brusco. “Oye que te pasa solo quería ver si estabas bien” le replica Valeria molesta, “¡solo déjame ya!” replica Gabriela en un tono mas duro. El profesor interviene y da por terminada la evaluación para ambas y envía a Gabriela a descansar. “¿Qué demonios le pasa a esa tipa?” reclama la rubia, “solo déjala ya sabes que es bien rara” dice Teresa, “ven vamos a comprar algo de beber me muero de sed” agrega Ana. Gabriela se queda sentada en una orilla y se toma la cabeza, a la distancia las chicas la ven con extrañeza.
Gabriela esta comprando en un quisco cuando se da cuenta que la clase termino. De inmediato regresa al gimnasio y se asegura que no haya nadie en el camarín de mujeres para poder darse una ducha y cambiarse ropa. A la distancia solo esta el profesor el cual recoge sus cosas y se va. Ella entra al camarín y lo revisa no encontrando a nadie.
De un casillero saca su bolso y se va la última ducha disponible en el fondo del camarín. Se saca su ropa y la guarda en su bolso, luego deja una toalla en una percha y se mete bajo el agua. Gabriela se relaja un poco y respira hondo, ha sido un día bastante agitado y solo quiere volver a su casa. Se acuerda del duelo que tuvo contra Valeria, el solo recordar la sensación de sentir los pechos de la rubia sobre su cuerpo le provoca un escalofrió, ella trata de olvidarlo pero no puede, de forma casi involuntaria comienza a deslizarse una mano entre sus piernas.
“¿Y bien como te fue en la fiesta el otro día?”, al oír esto Gabriela reacciona casi aterrada, de inmediato cierra la llave de la ducha para no ser oída, no quiere ser vista por sus compañeras. “Horrible, toda una decepción, pensaba follarlo pero el idiota se corrió en mi boca cuando se la estaba mamando” se lamenta Valeria acerca de su cita de anoche, “¿y a ti como te fue? Supe que tu primo iba a venir” le pregunta después a Teresa, “así es llego ayer, pero llego con su novia”, “¿y él es tan guapo como dices?” pregunta Ana, “si es bien guapo, de hecho hace tiempo que le tengo ganas, por desgracia no es muy listo, le insinué en un par de ocasiones hacer un trío con él y su novia pero ni siquiera me tomo en cuenta, ¿y tu como lo pasaste?”, “pésimo, yo trabaje de promotora ayer en la noche en un evento, me canse que puros viejos se me insinúen a cada rato” comenta Ana.
Las tres chicas conversan alegremente de su vida privada. Gabriela guarda estricto silencio, no dice una palabra. Por una rendija las espía mientras las chicas se van sacando la ropa y se preparan para darse una ducha. Ella observa a sus amigas desnudas y no puede evitar excitarse un poco, algo que le avergüenza. Gabriela cierra sus ojos y carga sus manos entre sus piernas, fue ahí cuando de pronto Valeria abre la puerta de la ducha y la sorprende, al verla ella se queda sin habla. Al notar la reacción de su amiga Ana y Teresa acuden a ver que ocurre, “¡que rayos!” exclama Ana en voz alta, Gabriela abre los ojos y se ve sorprendida, desesperada ella simplemente cae al piso y rompe en llanto.
Las chicas casi no saben que hacer, finalmente Valeria le hace un gesto a Ana y esta sale corriendo y cierra la puerta del camarín con llave para que nadie más entre. Teresa entra a la ducha y levanta a Gabriela mientras Valeria la envuelve en una toalla y la hacen sentarse en una banca, tratan de calmarla como pueden. Gabriela no deja de llorar, ellas se miran las caras sin saber que hacer ante esta situación, “¿pero como es posible esto?” le pregunta Ana, “¡no se, no se!” responde Gabriela visiblemente alterada, “¡desde que me acuerdo he sido así, no se que hacer ahora que todos lo van a saber!”, Valeria la sacude con firmeza para hacerla reaccionar, “¡solo cálmate, nadie lo va a saber, no se lo vamos a decir a nadie!” le insiste y sus amigas repiten lo mismo, esto hace que Gabriela se calme un poco, Teresa le ofrece algo de beber y poco a poco se recupera.
Ya más calmada ellas miran atentamente a Gabriela, un miembro se asoma entre sus piernas y al mismo tiempo posee un coño, ellas no entienden nada. “Soy hermafrodita” les dice, “¿Qué cosa?” pregunta Valeria, “hermafrodita, tengo pene y vagina, una mujer pero con órganos sexuales masculinos y femeninos al mismo tiempo”, la cara de asombro de todas es más que evidente. “¿Pero como es posible?” le pregunta Teresa, “no lo se, al principio era una chica normal, hasta que cuando cumplí los 10 años esto se empezó a desarrollar, nunca se lo dije a nadie y siempre trate de ocultarlo, no saben por lo que he pasado para esconder esto” dice ella muy apenada y con lagrimas en sus ojos, sus compañeras se compadecen y entienden el por que es tan reservada y distante con los demás, el miedo que ella siente de que la descubran debe ser muy grande.
Gabriela ya se siente mejor, “tranquila no le diremos a nadie, tu secreto estará a salvo” le dice Valeria que le da un efusivo abrazo. En ese momento la rubia siente algo presionando contra su cuerpo, al separarse se da cuenta que el miembro de Gabriela se ha puesto duro y erecto, “¡vaya es increíble!” comenta, sus amigas observan atónitas. Gabriela se sonroja y se avergüenza por ello, “¿te excitaste con mi abrazo?” le pregunta Valeria, pero su amiga solo baja la mirada avergonzada y trata de cubrirse su verga, Teresa no se lo permite, “déjanos ver” le dice. Gabriela de forma reticente separa sus piernas y aleja sus manos, sus compañeras se hincan frente a ella y observan su miembro asombradas, esta duro y erecto su roja cabeza se aprecia claramente.
Ana toma la iniciativa y delicadamente lo toma con una mano, Gabriela suspira profundamente y Ana lo siente palpitar, lo frota levemente y este reacciona al igual que Gabriela cuya respiración se vuelve entrecortada. “déjame probar” dice Teresa, ella es más directa y frota con ambas manos el miembro de Gabriela la cual trata de impedirlo pero Valeria la detiene. La rubia se sienta tras ella y apoya sus pechos en las espalda de su amiga y le toma las manos, “tranquila, solo relájate” le dice al oído y le empieza a besar el cuello delicadamente haciendo que su amiga se derrita. “¿Te has masturbado con el?” le pregunta Ana, débilmente Gabriela le responde que si mientras Valeria la sigue besando en el cuello y con sus manos ahora busca sus pechos, “¿y te has corrido?”, de nuevo le responde que si.
Valeria no deja de masajear los senos de Gabriela, ella esta muy excitada y trata de controlarse, pero la rubia no la deja. Teresa y Ana siguen acariciando la verga de su amiga, se la frotan y envuelven con sus manos su miembro el cual sienten palpitar a cada instante. “Vamos a probarlo” dice Ana y Gabriela observa desaparecer su verga entre los labios de su amiga, la calidez de su boca y el roce de sus labios la hace estremecerse por completo. Sus gemidos se hacen más fuertes hasta que Valeria sella sus labios con los suyos y hunde su lengua en la boca de su amiga. Gabriela se siente inundada por toda clase de sensaciones, Ana y Teresa se la están mamando al mismo tiempo y se sobresalta cuando Ana le separa bien las piernas y le roza su coño, “eres bien sensible” le dice.
Las tres ponen a Gabriela sobre la banca. Valeria se pone encima de ella y la besa apasionadamente y frota sus pechos contra los de ella, poco a poco Gabriela cede ante sus amigas. Teresa se ocupa de hacerle una tremenda mamada, “¡tu verga sabe increíble!” le dice, Gabriela se retuerce al sentir como Ana se lo hace en su coño, mete su lengua y sus dedos sin darle tregua. Valeria le pasa sus pechos en la cara y Gabriela de inmediato se los chupa y lame, “no sabes desde hace cuanto quería hacerte esto” le confiesa Gabriela, “¡pues házmelo!” le responde la guapa rubia.
“Te la quiero mamar ahora” dice Valeria, Ana y Teresa le devoran los pechos y la besan mientras Valeria usa sus carnosos labios, “¡es grande, dura y deliciosa!” dice la rubia que se la chupa y se la frota insistentemente. Mete su lengua en su coño y después continúa hasta llegar a su miembro. Ana le toma una mano a Gabriela y la lleva hasta su entrepierna, “presiona tus dedos aquí” le dice y ella se los hunde en el coño, Teresa hace lo mismo y mientras le devoran los pechos Gabriela masturba a sus amigas. Valeria no deja de mamarle su verga, se la chupa con insistencia y le mete sus dedos en el coño, Gabriela no deja de moverse nunca había sentido algo así antes. “¡No puedo más, no puedo más!” comienza a gritar Gabriela y Valeria siente como su boca se llena de semen el cual se escurre por su cuerpo.
Las chicas observan como brota del miembro de Gabriela y se apresuran a saborearlo lamiendo todo lo que cae. Valeria se monta sobre Gabriela y le da un beso haciéndole probar su propio semen, “sabe delicioso, es mucho mejor que el de un hombre” le dice. Gabriela esta completamente extasiada. “¡Oye mira esto!” le dice Ana a Valeria, las tres se dan cuenta como, a pesar de haberse corrido en abundancia, la verga de Gabriela aun seguía dura y erecta, “¡increíble!” exclama Teresa, Valeria sonríe, “¡veamos que más puede hacer!”.
La voluptuosa rubia se monta sobre Gabriela, sus amigas sujetan su verga que se siente dura y palpitante. Gabriela las observa como su amiga se va metiendo lentamente su verga, “¡aaaaah, es grande es increíble!” exclama la rubia a medida que siente aquel miembro recorriéndola por dentro. Gabriela se muerde los labios de placer, la sensación es indescriptible mientras su verga se ve envuelta por el coño de la rubia. Valeria finalmente la recibe toda dentro, “¡la siento palpitar en mi sexo eres sensacional!” le dice a Gabriela que esta casi fuera de si.
Valeria comienza a cabalgarle encima, primero lentamente pero a medida que va tomando el ritmo lo hace con más fuerza y rapidez. Sus pechos se agitan frente a Gabriela que la toma de las caderas y empuja también para penetrarla mejor. Ana y Teresa comenzaron a besarse con Valeria, le soban sus grandes pechos y Ana le hace un dedo en el culo algo que a la rubia le encanta. Gabriela estira sus manos y le soba sus pechos mientras Valeria le cabalga encima, “¡se mueve, se mueve dentro es increíble nunca había sentido una verga así antes!” dice la rubia cuyas palabras se entremezclan con sus gemidos. Teresa se pone sobre Gabriela restregándole su sexo en la cara, de inmediato ella le hace sexo oral y Teresa siente su lengua entrando en su coño.
Las tres chicas se empezaron a turnar para montarse sobre Gabriela, Ana tomo ansiosa el lugar de Valeria, ella es mucho mas esbelta que la voluptuosa rubia pero no menos ardiente. Ana se inclina un poco y Teresa se encarga de hacerle un dedo a Gabriela en su sexo, Valeria le pone su coño en la cara y Gabriela se ve complacida por todos lados. “Follame de otra manera” le dice Teresa. Ella es más bajita que sus amigas, pero tiene un culo bien grande. Se pone de espaldas en la banca y apoya sus piernas en los hombros de Gabriela, Valeria coge el erecto miembro y se lo mete en el coño a su amiga, “ahora bombéale con todo” le dice a Gabriela.
Teresa se queda casi sin aliento mientras Gabriela la folla, Valeria por detrás no deja de meterle los dedos a Gabriela, ya sea por el culo o por su coño y Ana pasa su sexo en el rostro de Teresa. “¡Más fuerte, dale más fuerte!” le incita Valeria mientras hunde sus dedos bien adentro de su amiga, Gabriela le da con todo a Teresa hasta dejarla sin aliento a estas alturas ya sabe muy bien como usar su verga y hacer delirar a sus amigas.
Valeria se pone en cuatro en el piso apoyándose en una toalla, “ven aquí, quiere me desvirgues por el culo”, Gabriela esta impresionada al igual que Teresa y Ana. Valeria aprecia la verga de Gabriela apuntando a su cual daga apunta un soldado, sus amigas le ayudan y le lubrican su culo para facilitar la penetración, el miembro de Gabriela no ha perdido un ápice de dureza. Gabriela lo toma en sus manos y lo dirige metiéndolo entre las nalgas de Valeria que esta más expectante que nunca. Lentamente empieza a presionar y este comienza a desaparecer en el culo de su amiga, “¡aaaaay!” se le escucha a la rubia que aprieta sus puños a medida que se dejante miembro se le va clavando en su culo virgen, Gabriela siente la estreches de Valeria envolviendo y apretando su miembro pero con una acometida final la empala completamente.
“¡Ahora te haré gritar!” le dice, Gabriela la sujeta de las caderas y la folla salvajemente, le arremete con todo ante el asombro de sus amigas que más excitadas que nunca observan a Gabriela destrozarle el culo a Valeria. “¡Más despacio me vas a partir en dos!” le suplica Valeria en medio de sus quejidos pero Gabriela no la escucha y le sigue dando, los pechos de la rubia se agitan ante cada embestida y Gabriela simplemente no le da tregua, la escena tiene atónitas a Teresa y a Ana que solo observan y se masturban entre ellas.
De pronto Valeria colapsa y cae rendida al piso, casi desmayada abrumada por el orgasmo. Gabriela entonces las emprende sobre Teresa cuyo gran culo, más grande que el de Valeria, es un blanco apetitoso ahora. Teresa ya tiene experiencia en el sexo anal, pero la forma en que Gabriela la coge la sorprende por completo y casi no puede seguirle el paso. Gabriela la somete hasta ponerla de espaldas en el piso con su miembro bien enterrado en su culo y usando sus dedos contra el coño de su amiga, Teresa se retuerce y se contorsiona ante semejante cogida que le dan, nuevamente y al igual que con Valeria ella colapsa totalmente extasiada.
Ana observa los ojos de Gabriela, tiene una mirada fija en ella. Gabriela la arrincona y la besa, a la fuerza la voltea y la pone de cara contra la pared. Ana no alcanza a decir nada cuando siente como su culo, también virgen, es penetrado por Gabriela. “¡Aaaaah, es muy grande me vas a partir!” le grita pero Gabriela no la escucha y le sigue dando y metiendo su mano entre los muslos frotando su coño. La aprieta contra la pared metiendo su miembro hasta el fondo y dándole bien duro al igual que como lo hizo con Valeria y Teresa las cuales están al lado observándola. “¡Ya no puedo más!” grita Gabriela y Ana siente su culo inundado por semen, Gabriela saca su verga y Ana cae absolutamente rendida. Gabriela entonces termina de correrse sobre Valeria y Teresa que gustosas reciben su calida descarga, agotada Gabriela se desmaya y queda rendida en el suelo.
A las cuatro chicas les toma varios minutos recuperarse. Ana y Valeria tiene sus culos casi destrozados, Gabriela no les tuvo compasión ni siquiera por ser su primera vez, Teresa esta mejor. Bajo la ducha y en medio de abrazos y caricias se dan un baño y luego se arreglan y se van. “Ahora que ya no tienes que ocultar tu secreto con nosotras, podrás usar tu encanto cada vez que quieras lo haces mejor que un hombre” le dice Valeria, Ana y Teresa están totalmente de acuerdo.
El lunes están en clases de nuevo, Gabriela se muestra más alegre y todos se sorprenden al verla charlando tan animadamente con sus nuevas amigas. En el recreo Ana y Teresa las buscan desesperadamente a Valeria y Gabriela, las perdieron de vista al salir de la sala. Al final las encuentran escondidas en el fondo del patio, Valeria con su blusa abierta y su falda subida con Gabriela dándole por detrás, “¡hey, teníamos un acuerdo que gozaríamos las tres!” reclama Ana, Valeria no responde, esta ocupada siendo follada, “¡no importa, aun tengo para todas!” contesta Gabriela, “bien en ese caso aun nos quedan 15 minutos de recreo” dice Teresa, ella y Ana se empiezan a aligerar sus ropas y esperan su turno junto a Valeria.
El sol brillaba con fuerza sobre Binz, aunque no llegaba a calentar del todo. Y si cerca de Berlín todavía era posible encontrar los últimos resquicios de nieve en algún sitio apartado de un bosque en el que no diese mucho el sol, allí era imposible ver algo así a principios de mayo si no se miraba directamente hacia las montañas.
-Tendremos que volver mañana. Lo siento mucho, de verdad – se disculpó Herman irrumpiendo en el porche y anunciando lo que nos temíamos.
La boda había sido algo sencillo, apenas una veintena de invitados – los amigos más íntimos de la familia Scholz más algún que otro familiar –. Y nuestra luna de miel, aunque era mucho más de lo que soñé tener nunca, también estuvo en concordancia con las circunstancias de la ceremonia que nos había declarado “marido y mujer”. Binz, una localidad con kilómetros de playas bañadas por el Báltico, plagada de balnearios y casas de arquitectura típicamente alemana que pertenecían a las mejores familias del país – y donde los Scholz también tenían la suya –, había sido nuestro destino. A pesar de que finalmente tendríamos que regresar un día antes, porque a Herman le esperaban unos asuntos que no podían esperar más. Supongo que en medio de una guerra como aquella, concederle a un Teniente algunos días de descanso, era todo un lujo que ni siquiera podías permitirte si no tenías un apellido como el que ahora yo también tenía. Erika Scholz, ahora soy la señora Scholz, o la señora del Teniente Scholz.
-No importa – acepté sin reparo alguno – ¿qué ocurre?
-En Berlín están saturados. Todavía no se han recuperado del bombardeo de principios de abril, la Luftwaffe metió bien la pata con la defensa y el Führer está que trina… – me contestó en un resignado suspiro -. Había puesto fecha a la ofensiva contra Rusia para mostrarles a los ingleses que sus esfuerzos por detenernos son inútiles y el avance de las tropas estaba previsto para mediados de mayo. Pero ahora resulta que Italia necesita ayuda en África y Grecia. Quieren reordenar las tropas, será imposible atender a todo… se están pasando. Todo esto se les va a ir de las manos, ya lo verás…
Sí, todavía seguía sin explayarse en cuanto a todo aquel misterio que rodeaba aquel trabajo que tan a disgusto desempeñaba en el campo de prisioneros. Pero me mantenía informada de lo demás. Y también puedo decir que no le hacía demasiada gracia, siempre repetía que “el mundo vendría a por Alemania”.
-¿Y a dónde quieren que vayas?
-A Oranienburg, a mi puesto de trabajo. El lunes llegarán más prisioneros y algunos de los oficiales estarán fuera por toda esa mierda de la reorganización de frentes – dijo con cierto descontento mientras se encendía un cigarrillo sentándose en las escaleras que daban al jardín trasero -. Tendré que mandarles construir más barracones, ya no me queda sitio para meter a más gente… – añadió frotándose la nuca agobiado ante la idea.
-¿Por qué siguen mandando prisioneros? – Reflexioné en voz alta – si recluyen a la gente en los guetos…
-No lo sé, Erika… – me interrumpió antes de dar una calada a su cigarro – no lo sé, ni quiero saberlo… yo sólo tengo que hacerles sitio.
Quería saber más, no sólo porque era mi trabajo, sino porque me interesaba verdaderamente todo aquel rompecabezas que el Reich tenía armado en torno a la marea de prisioneros que amontonaba en los campos y que luego explotaba libremente. Pero reconocí aquel tono en la voz de Herman que me decía “basta de preguntas”. Ni siquiera llevábamos una semana casados, no quería que pensase que yo sería una carga para él, de modo que opté por tener un mínimo tacto en lugar de presionarle. ¿Para qué forzar algo que seguramente llegaría con el tiempo? Si me conformaba con lo que me decía, probablemente quisiera decirme más cosas que si viese nuestras conversaciones como incómodos interrogatorios.
Al día siguiente regresamos a una casa que – a parte de los caballos y los empleados de las caballerizas – nos esperaba completamente vacía. La madre de Herman y Berta ya se habían despedido de nosotros antes de que saliésemos hacia Binz porque tenían pensado mudarse antes de que regresásemos. “Puede que la eche de menos a usted, pero no echaré de menos nuestras clases” fue la peculiar despedida que Berta me dedicó entre las lágrimas que no pudo contener al despedirse de su hermano, por mucho que su madre le prometiese enviarla unos días con nosotros de vez en cuando. Me reí para mis adentros al pensar en la pobre alma que ahora tendría que ganarse el cielo ocupándose de la educación de Berta Scholz – mi cuñada de trece años -.
La mayor parte del servicio se había ido a Berchstesgaden con la viuda y con Berta, sin embargo Herman prometió ocuparse de eso a la semana siguiente. Ser la señora Scholz era extremadamente cómodo, excepto cuando llegaban invitaciones para merendar, cenar o comer en casa de los vecinos, que se morían por contar con el joven matrimonio Scholz entre sus amistades. Acudí a la primera merienda a la que fui invitada, el primer fin de semana después de que regresásemos de Binz, y acudí ciertamente animada por aquella acogida social que me habían brindado, segura de que mis relaciones sociales también me ayudarían en mi trabajo extraoficial. Pero salí de allí segura de que no volvería a poner el pie en una de esas reuniones a menos que llevase un par de copas encima. Y todavía no sabría decir qué parte de la conversación me aborreció más; si la de los devaneos del marido de una tal Gretchen Meyer o la de especulaciones sobre cuándo llegaría nuestro primogénito. Sopesé la posibilidad de sincerarme y decirles que Herman y yo – bueno, más bien yo – no podíamos tener descendencia, después de todo, se acabaría sabiendo. Pero entonces concluí que probablemente ése sería el tema estrella de la siguiente merienda de urracas y preferí dejar que sus conjeturas derivasen en una ronda de apuestas, aunque no sin antes defecar mentalmente en cada uno de los familiares de aquellas mujeres. Y por supuesto, archivé la anécdota en lo más hondo de mi memoria en cuanto salí de allí.
El domingo amaneció lluvioso, dando al traste con nuestro plan de salir a pasear a caballo, así que decidimos quedarnos en casa durante la mañana, a la espera de que por algún milagro las nubes nos diesen un descanso. Lo hicieron a media tarde, de modo que tras enfundarnos las ropas de montar salimos hacia las cuadras.
Todavía seguía acordándome de Furhmann cuando rebasaba el tercer y último escalón de la entrada. Pero aquello parecía ya muy lejano. Tanto, que el comportamiento de Herman aquel día casi se me antojaba fruto de mi imaginación, aun teniendo por delante la ardua tarea de descubrir los recovecos de su trabajo y asumiendo el hecho de que Furhmann no era el primero que moría a manos del Teniente Scholz – a pesar de que esto último resultaba bastante irrelevante teniendo en cuenta que Herman había estado destinado en varios frentes -.
-Buenas tardes, señora Scholz – me saludó Frank sacando a Bisendorff de la cuadra.
Todavía no me había acostumbrado a que todo el mundo pronunciase aquello de; “señora Scholz” con un infinito respeto, pero pude ver que Herman me sonreía de refilón mientras echaba un vistazo a unos papeles que acababa de entregarle Frank. Iba a corresponder al cordial saludo del encargado pero Herman se me adelantó con una pregunta.
-¿Cree que podría aumentar la cifra hasta setenta?
-¿Setenta? – Preguntó Frank incrédulo – eso sale a casi dos personas por cuadra, señor… no sé si sería prudente…
-Claro que sí, Frank. Mire, aquí, en personal de pista, ahí puede pedir cinco personas más – dijo Herman señalando los papeles – invéntese también “mantenimiento del material”, podría pedir seis o siete personas para limpiar las sillas y los arreos… y no sé… puedo traerle algún veterinario, seguro que hay alguno…
-Pero hasta ahora los mozos de cuadra han sido los que se han encargado del material, y el veterinario viene tres veces por semana, no necesitamos uno aquí todo el tiempo.
-Pero si lo tenemos será mejor. Y también si tenemos a gente que se encargue sólo del material. Y, ¿sabe qué? Ponga cuatro o cinco personas más para que se encarguen de los comederos, o de lavar a los caballos. Cuanto más personal me pida, menos tendrá que hacer usted.
-Veré lo que puedo hacer, señor.
-Muy bien, pero no me pida menos de setenta personas, ¿de acuerdo?
-Son muchas… – repitió Frank sin estar muy convencido.
-Se portarán bien, ya lo verá. Se lo prometo – insistió.
Era evidente que estaban hablando de contratar gente, pero a juzgar por lo que había podido escuchar, yo me decantaba del lado de Frank. Setenta personas eran demasiadas, la plantilla normal de trabajadores en las cuadras oscilaba entre las veinte, así que la pregunta fue obligada en cuanto abandonamos los establos en dirección al campo.
-¿Para qué quieres a setenta personas en las cuadras? – Inquirí con curiosidad.
-Para que las atiendan – me contestó con una leve sonrisa que no entendí. Guardé silencio intentando descifrar lo que le hacía sonreír, pero acabé determinando que me había perdido algo -. Erika, voy a contratar a prisioneros para trabajar en casa – dijo finalmente.
Sopesé sus palabras detenidamente. Negándome a creer lo que acababa de escuchar. Él, que tanto se quejaba de que aquella gente tenía su vida antes de que el Führer ordenase su aislamiento y de que se les estaba explotando. Yo creía que, aun obligado a ejercer su cargo, en el fondo era consciente de que no era justo. Y sin embargo, ¿ahora se sumaba al abuso?
-No me habías comentado nada – dije mirando hacia otro lado para esconder mi profunda decepción.
-Lo sé, y lo siento. ¿Te parece mal? – Me encogí de hombros sin querer pronunciarme al respecto -. No son peligrosos, el Reich simplemente les discrimina porque sobran en el proceso de pureza racial.
-Setenta personas son muchas – zanjé con rotundidad para no concederle la oportunidad de darme otro brillante argumento como aquél.
-Venga, las cuadras son amplias. Ya sé que treinta serían más que suficientes pero mientras les tenga en casa no estarán allí… – me informó reflexivamente -. También he pensado en traer jardineros y algunas sirvientas para casa…
-¿De cuántas personas me estás hablando? – Pregunté al escuchar su preocupante tono de voz.
-Espero que no menos de noventa – dijo tras pensárselo durante algunos minutos.
-¿Un centenar de personas? ¡¿Estás loco?! – Ni siquiera Versailles necesitaría ese número de trabajadores para su mantenimiento.
-Tenemos hectáreas de finca, les sobrará qué hacer… además, he pensado que podríamos rehabilitar el huerto. Me gustaría volver a ver cosas plantadas, yo solía ayudar a mi abuela a regar las hortalizas cuando era niño. Y también el gallinero, mis abuelos tenían gallinas…
Ahogué un suspiro completamente descolocada por lo que acababa de decirme el mismo hombre que hacía un par de minutos me había hablado de la depuración racial del Reich y que ahora estaba exponiéndome su proyecto de granja.
-Oye – dijo completamente serio acaparando mi atención – son de fiar. Nunca he visto a ninguno que osase revelarse, y motivos no les faltan, créeme.
Y yo no dudaba de eso, ya sabía que al régimen le hacían falta apenas un par de cosas para considerar a alguien como “enemigo natural de la Nueva Alemania”. Yo seguía teniendo esa leve punzada de dolor que me había causado el hecho de que él también se aprovechase de esa esclavitud, aunque lo hiciese porque de paso les sacaba de allí. Algo que tampoco me tranquilizaba demasiado al pensar que no podía resultarle tan fácil llevarse a cien prisioneros para trabajar en casa sin que nadie hiciera nada.
-¿Y dónde dormirán?
-No pueden dormir en casa como el servicio normal, son prisioneros. Los traerán unos soldados a primera hora de la mañana, los vigilarán durante el día y se los llevarán al terminar la jornada.
-¡Estupendo! – Exclamé con sarcasmo.
-Los soldados no entrarán en casa, ni te molestarán para nada. Te guardarán el mismo respeto que a mí. Ahora eres mi mujer.
Mentiría si dijese que no me tocaba la fibra sensible la forma que tenía de llamarme “su mujer”. Pero intenté que no se percatase de ello debido al carácter de la conversación. Seguía sin hacerme ninguna gracia todo aquello, era demasiada gente, ¿en qué narices estaba pensando? Sin embargo no dije nada más.
El martes llegaron los nuevos empleados de la casa. Un centenar de personas que llegaron en dos camiones que el ejército alemán debía haber usado ya en la Guerra Mundial, aunque cuando los vi bajarse comprobé que su estado no era mucho mejor que el de su medio de transporte. Dejé mi desayuno en la mesa de la cocina y salí al patio delantero para recibirles, tal y como me había pedido Herman. Él venía con ellos para darle las directrices básicas de sus nuevos trabajos.
Me saludó con un cariñoso beso en los labios y procedió a separar a los nuevos empleados, que apenas me miraron de reojo bajo el atento escrutinio de cuatro soldados que acompañaban a Herman. El grupo que trabajaría en las cuadras se separó del resto cuando él lo pidió mientras estudiaba detenidamente unos papeles que sostenía en sus manos. Se quedó mirando el numeroso grupo de personas y se acercó a un hombre de unos cuarenta años, quizás tuviese menos, pero todas aquellas personas aparentaban una edad difícil de calcular debido a la pésima imagen que ofrecían.
-Usted es veterinario, ¿me equivoco? – Le preguntó amablemente recogiendo una temerosa negación por parte del recluso – bien. Acompañe a Frank, él le explicará a usted y al resto cómo funcionan las cosas. También les enseñará dónde tienen los vestuarios, allí encontrarán ropa de sus respectivas tallas. Vestirán igual que el resto de los empleados, lo único que deben conservar es la banda del brazo con la estrella.
El grupo – que constaba de aproximadamente setenta personas, tal y como había acordado con el viejo Frank – siguió las órdenes caminando por detrás del encargado al mismo tiempo que un par de soldados les seguían.
-¡Un momento! – Exclamó Herman – no quiero que entren armados ahí. Se lo prohíbo terminantemente. Cualquiera de esos caballos vale más que cualquier cosa que hayan podido tener delante en toda su vida.
-Pero, mi Teniente, las órdenes son que… – protestó el de más edad mientras se cuadraba a medida que Herman avanzaba hacia él.
-¿Qué órdenes va a recitarme usted a mí que yo no sepa, soldado? Los prisioneros estarán perfectamente identificados, tal y como regula la normativa de trabajo, y ustedes sólo deben prestar atención para que no se escape nadie, eso pueden hacerlo aquí mismo. Ahí dentro estarán supervisados por personal de mi confianza y si tienen algún problema, entonces les avisarán. Pero si me entero de que entran ahí armados tomaré las medidas que yo considere necesarias por insubordinación, porque no quiero que ningún altercado perturbe la tranquilidad de esta casa, ¿me han entendido?
Aquel no era Herman, era el Teniente Scholz, aquél que casi nunca venía a casa y del que me olvidaba a menudo. Pero alguien con quien al fin y al cabo, yo también estaba casada.
Los soldados obedecieron las órdenes y se quedaron con los otros dos mientras Herman seguía separando a los jardineros, a los trabajadores del huerto y finalmente, a diez mujeres que se ocuparían de la casa.
-Tampoco será necesario que mantengan una vigilancia continua sobre las empleadas del hogar, ni sobre los jardineros, ni con los encargados del huerto… trabajarán bajo las órdenes de personas que han estado al lado de mi familia desde hace años – les informó a los soldados cuando hubo indicado sus respectivos destinos a los grupos – limítense a traerlos cada mañana y a hacer el recuento antes de llevarlos de vuelta. Es un trabajo fácil, pero si no son capaces de hacerlo… tendré que buscarles otro destino, ¿no creen? – Preguntó casi con ironía.
Los cuatro negaron al unísono, aceptando de nuevo sus órdenes.
-¿Y qué hacemos durante el día, mi Teniente?
-Hagan lo que quieran con tal de que no molesten a nadie. Si los prisioneros no hacen bien sus tareas, entonces no me servirán para nada – les contestó desinteresadamente mientras les daba una de las hojas que tenía en sus manos -. Aquí tienen, son los grupos de trabajo para que les sea más cómodo hacer el recuento. Si tuviesen algún problema con cualquiera de ellos, les repito que no quiero ningún altercado en mi casa, diríjanse a mí y yo me encargaré.
Eso último no sonaba nada bien, pero Herman había repetido hasta la saciedad que nadie daría problemas. Así que intenté no pensar demasiado en ello mientras entraba en casa con él, seguidos por el nuevo servicio.
-Mi mujer les enseñará los cuartos del servicio anterior, allí encontrarán la ropa que deberán usar. Deben conservar el distintivo con la estrella, al igual que el resto. Lo siento mucho, no hay forma de saltarse esa norma… al menos legalmente – les dijo en un modesto tono sin recoger absolutamente ninguna contestación por parte de las mujeres -. Bueno, ustedes ya lo saben… Erika, querida, llévalas al ala del servicio para que se cambien e indícales sus tareas mientras yo hago un par de llamadas – me pidió antes de dirigirse a las escaleras.
Hice una breve presentación de mi persona, indicándoles que podían prescindir de formalidades y llamarme Erika a secas, pero me dio la sensación de que ni siquiera se dirigirían a mí para nada. Sólo callaron. Así que eché a andar hacia la zona de la casa en la que se encontraban las habitaciones del servicio ahora vacías, seguida por aquel silencioso séquito de mujeres que apenas asentían o negaban con la cabeza de un modo visible.
Les expliqué que no tenían que hacer mucho. La casa era grande, pero sólo usábamos la cocina, el salón, un par de baños, la biblioteca y un dormitorio de los quince que había. De modo que decidí apropiarme el plan de limpieza de mi suegra y contentarme con que limpiasen las habitaciones que no se usaban un par de veces a la semana. Aun así, eran diez, me sobraba gente y no tenía ni idea de qué hacer con ella. Yo jamás había tenido que preocuparme por dirigir una casa, y menos una como la de los Scholz. Terminé por pedirles que me esperasen en el salón unos minutos y decidí hablar con Herman. Aunque los hombres no se educasen en las labores del hogar, por lo menos él había vivido toda su vida con sirvientes a su alrededor.
Me abrió la puerta del despacho cuando llamé y me indicó con el dedo índice sobre sus labios que guardase silencio mientras se dirigía de nuevo al escritorio y cogía el auricular del teléfono.
-Bueno, te decía que la cría de caballos es un negocio. No pertenece al sector de la industria… pero también demanda mano de obra, Berg. Todos los oficiales contratan prisioneros para sus tareas, el Comandante también tiene servicio… – de repente guardó silencio, hizo una pausa para escuchar a su interlocutor y continuó hablando con una sonrisa – ¡Pero si has visto mi casa más de mil veces! Mi madre se ha llevado más personal a Berchstesgaden del que yo tengo ahora mismo atendiendo la casa, ¡y es una residencia vacacional!
La idea de que aquel contrato masivo ya le estuviese causando algún problema comenzó a incomodarme cuando Herman escuchó de nuevo sin decir nada. Pero hablaba con Berg, y Berg nunca le daba problemas, más bien todo lo contrario. Aquel hombre debía tener algún tipo de complejo de padre con Herman, lo sé porque el General fue mi padrino de boda y pude comprobar que tenía a mi marido en bastante más estima que a un simple “hijo de un compañero”.
-No… de verdad, puedes estar tranquilo… no van a darme problemas, pertenecen todos a mi subcampo, los tengo bajo control. Oye, tengo que atender otros asuntos. Nos vemos mañana en Berlín, ¿de acuerdo?
Esperé pacientemente a que colgase el teléfono y entonces le planteé mis dudas acerca de qué hacer exactamente con diez mujeres y una casa. Se rió un buen rato antes de sacar el tabaco, encenderse un cigarrillo y pasarme uno.
-Está bien, luego te ayudaré con eso. ¿Puedo pedirte algo? – Me preguntó después de sopesar mi gran problema.
-Claro – acepté con seguridad.
-Intenta hablar con ellas. Yo lo he intentado alguna vez pero jamás he conseguido que me digan ni una sola palabra. Sé de esas personas lo que figura en los informes con sus números, y no puedo culparles por no querer decirme nada más, así que prefiero no insistir.
-¿Qué quieres que les diga? – Inquirí imaginándome que quizás quisiera saber algo más de ellos que lo que tenía en aquellos informes.
-Lo que quieras. Sólo quiero que las animes a hablar, muéstrales que no pasa nada porque hablen entre ellas. Si se lo dices directamente no lo harán. Se pasan el día así, trabajando en silencio, excepto cuando les mandan correr cantando… ¿tú crees que eso es vida?
-¿Les mandan correr cantando? – Pregunté incrédula. Él asintió desdibujando la débil sonrisa que tenía en aquel momento – ¿Para qué quieren que corran cantando?
-Porque mientras tú y yo estábamos de luna de miel llegó un cargamento con calzado fabricado para el ejército alemán. Era un nuevo modelo de bota y querían probarlo, así que ordenaron a los prisioneros ponérselas y les tuvieron corriendo un par de horas diarias después de la jornada de trabajo para probar la resistencia del calzado – me contó con resignación antes de dar una calada.
-Pero, ¿y lo de cantar? – Quise saber aunque lo de correr dos horas diarias después de trabajar durante todo el día ya me produjo una oleada de rechazo hacia mi propio marido.
-A nosotros también nos lo hacían en la escuela militar. Tras los primeros veinte minutos respirar se convierte en una odisea, así que no te queda más remedio que mejorar tu capacidad pulmonar. Pero cuando apenas comes y vives al límite de tus fuerzas…
No terminó la frase. Dejó que sus palabras muriesen a medida que el humo salía de sus labios, apagó el cigarrillo antes de levantarse y esperó a que yo hiciese lo mismo. Sentí la necesidad de preguntarle si él hacía cosas así, si de verdad tenía que ir cada mañana a organizar y explotar a un puñado de gente como aquella que había traído a casa, tan huesuda y demacrada que parecían conformar el elenco de alguna necrópolis. Pero no lo hice. Me respondí a mí misma que él no era así, que lo que tuviese que hacer era porque era parte de su trabajo. Y opté por esa opción porque en el fondo temía que me contestase que sí. Que él no era distinto de aquellos que obligaban a los prisioneros a correr durante dos horas mientras cantaban, o quizás miedo a que me dijese que él hacía cosas incluso peores. Como pegarles un tiro en el cráneo y ordenar a alguien que se llevase el cuerpo sin ningún tipo de preocupación, algo que ya le había visto hacer meses atrás.
Pero Herman tenía esa capacidad innata para jugar con esas dos personalidades tan distintas que tenía que alternar a diario. Y siempre mostraba la correcta justo a tiempo para que uno no creyese que era quien no debía ser. Como hizo cuando se plantó delante de aquellas mujeres cabizbajas y les explicó muy correctamente cómo tenían que ocuparse de la casa tras preguntar quienes sabían cocinar y elegir a dos de ellas para que se dedicasen exclusivamente a la cocina, todo con la misma educación que sus padres le habían dado sin pensar nunca que la utilizaría para dirigirse a esa gente.
Algo que me provocó una tenue sonrisa aunque no obtuvo ninguna respuesta de sus oyentes.
-Bueno, tengo que regresar ya – dijo finalmente antes de dirigirse a la entrada -. A la hora de comer se llevarán a los hombres de vuelta, pero ellas pueden quedarse. Diles que se cocinen lo que creas conveniente, pero especifícales el qué. Si les dices que “coman algo” no comerán nada por miedo a coger algo que no podían. ¡Ah! Y échales un vistazo a esos soldados, asegúrate de que no molestan, ¿de acuerdo? – Asentí mientras recibía un beso frente a la puerta de casa y luego le observé partir de nuevo hacia ese punto negro de Oranienburg del que había salido toda aquella gente.
No pude reprimir un gesto de contrariedad mientras regresaba a casa. Pero me repetí de nuevo que Herman no era así y me encaminé hacia la cocina dispuesta a entablar conversación con una de las dos mujeres que ahora eran las cocineras de la casa.
Sólo conseguí saber que la más joven se llamaba Rachel y la otra Esther. Después me resultó completamente imposible arrancarles cualquier otra palabra. Ni siquiera cuando les pregunté si les apetecía alguna comida en especial, así que en vista de que solamente miraban hacia el suelo sin decir nada, intenté recordar si el judaísmo era una de esas religiones que prohíbe algún tipo de comida y finalmente les dije que hiciesen un cocido con la comida que había en la despensa. Herman tenía razón, aquella gente parecía muda. Pero en su falta de palabras no se veía ningún tipo de discapacidad oral, sino terror. Solamente miedo en estado puro.
Salí hacia el viejo huerto, a ver si tenía más suerte con el personal masculino. Observé durante algunos minutos el meticuloso trabajo de un par de hombres que araban la tierra y finalmente me decidí a probar con el que estaba plantando algo en el terreno recién removido.
-¿Necesitan ayuda?
Ni siquiera me miró para negar con la cabeza, aunque pude ver que dirigía sus ojos hacia mis pies, seguramente pensando que mis zapatos eran lo menos indicado del mundo para meterme allí. Me quedé un rato más mirando cómo plantaba, reparando inconscientemente en la banda blanca con una estrella de David que llevaba en el brazo. Era el distintivo que el Reich les obligaba a llevar ya desde mucho antes de confinarlos en guetos o campos de prisioneros, pero por más que miraba, no alcanzaba a comprender por qué tanto odio hacia alguien que si no llevase aquella banda, sería tan normal como yo misma.
-¿Cómo se llama? – Pregunté con la débil voz que me salió a causa de estar adelantándome ya a mi derrota por entablar una conversación con alguno de ellos.
-Moshe – me respondió con una voz que le costó entonar.
-Moshe – repetí agachándome para intentar ver su cara tras comprobar que los soldados no andaban cerca. No tenían por qué acercarse allí, Herman les había ordenado quedarse esperando en la entrada y el huerto quedaba en la parte trasera de la casa -. Soy la señora Scholz, pero puede llamarme Erika – repetí al igual que con Rachel y Esther.
La respuesta de Moshe fue igual que la de mis cocineras, inexistente. Y mi sonrisa tampoco me había servido para nada, ya que ni siquiera me miró.
-¿Quiere un cigarrillo? – insistí sintiéndome culpable en cuanto le acerqué la cajetilla de tabaco, pues la rehuyó como si tuviera la peste -. Lo siento, no pretendía ser… ¿pueden fumar? Me refiero a si su religión… – también me sentí una estúpida al preguntar eso. Yo simplemente quería ser amable, interesarme por ellos, pero seguramente acababa de dar la imagen de la típica señora de Teniente que les trataba como si fuesen algún tipo de animal exótico que nunca antes había visto -. Da igual, olvídese de esta gilipollez de pregunta… si no fuma no pasa nada – dije mientras me incorporaba para seguirle un par de pasos hacia delante mientras plantaba -. ¿Puede enseñarme a plantar tomates? – Pregunté tras echar un ojo ala bolsa de semillas que tenía a un lado. Me sentí triunfante cuando el hombre elevó su cara para mirarme, así que seguí hablando para no echarlo todo a perder – siempre quise tener un huerto, pero no tengo ni idea. Nací en Berlín, jamás tuve la oportunidad de plantar nada hasta que vine a esta casa – le mentí.
En el orfanato de Suiza teníamos huerto y plantábamos nuestras propias hortalizas. Las ayudas económicas no eran demasiadas así que teníamos que procurarnos ocupaciones que resultasen productivas. Y también recuerdo que odiaba las semanas que me tocaba ocuparme del huerto, pero cuando aquel hombre asintió, sentí que podría plantar invernaderos enteros. Luego miró con temor hacia la salida.
-No se preocupe. Mi marido les ha dicho que esperen en la entrada.
-Está bien. Pero será mejor que se limite a mirar, no es necesario que se ensucie las manos con esto – dijo tímidamente.
-Bueno, luego nos las lavaremos – contesté con una sonrisa haciendo un agujero en el suelo tal y como le había visto hacer a él. Estaba eufórica con mi gran logro personal.Tanto, que el hombre me miró con una pizca de miedo, por lo que traté de mostrarme menos efusiva.
Asistí con ilusión a mi clase de botánica, aunque más allá de las palabras necesarias para instruirme, el silencio fue la opción por la que Moshe volvió a decantarse. Le ayudé a terminar las semillas de tomate y a plantar algunas coles, pero luego decidí regresar a la casa para lavarme las manos y echar un vistazo por las cuadras. Allí también reinaba el mismo silencio que en el resto de lugares en el que aquella gente trabajaba. Y al final, tras andar de un lado para otro durante toda la mañana, intentando entablar alguna conversación, decidí hablar con los soldados.
-Buenos días, señora Scholz – entonaron casi al unísono, cuadrándose ante mí como si estar casada con Herman me otorgase su mismo rango militar.
-Buenos días, ¿desean tomar algo? ¿Un café, o un té? Llevan aquí parados toda la mañana, ¿no se aburren?
-No señora, muchas gracias pero no se preocupe. El Teniente nos ha ordenado esperar aquí.
Asentí vagamente antes de retirarme. Desolada por no encontrar a nadie dispuesto a darme un mínimo de conversación aunque hubiese más de un centenar de personas en aquella casa. Ser la señora Scholz no era ninguna ventaja para entablar una vida social fuera del elitista círculo al que pertenecía mi nuevo apellido.
Aquel día solamente me dediqué a asegurarme de que las mujeres del servicio comían, y lo hicieron con muchas ganas aunque ninguna repitió plato cuando les dije que podían hacerlo si querían. Por la tarde acompañé a Herman a las cuadras para supervisar personalmente el trabajo de los nuevos empleados. Había pedido la tarde libre por asuntos personales y la dedicó íntegramente a dar instrucciones precisas sobre cómo tratar a los animales o cómo realizar las tareas de mantenimiento, tanto de las instalaciones como del material. Y puedo decir que en ningún momento observé por su parte ningún trato incorrecto – ni siquiera una palabra pronunciada en un tono más alto que otra – hacia los prisioneros. A decir verdad, no parecía darles órdenes. Solamente les pedía las cosas, igual que siempre lo había hecho con los empleados de la familia. Un detalle del que siempre había carecido por completo mi difunto suegro, porque al Coronel le encantaba pasear recitando imposiciones.
Hice constar aquello en mis informes. Evitando intencionadamente pensar en el hecho de que quizás estaba intentando “lavar” la imagen que mi bando pudiese tener del Teniente Scholz, o tratando de hacerle más digno del trato que yo había exigido para él al terminar la guerra. No, yo no le estaba “suavizando” al hablar de él en mis informes. Me limitaba a reflejar lo que veía en casa. Aunque sabía que estaba obviando por completo una peligrosa parte que era la razón por la que todo el mundo se negaba a pronunciar una sola palabra en mi presencia. Pero aquello también era una gran incógnita para mí, porque aunque a veces se animaba a relatarme algún que otro incidente que acontecía en su trabajo, yo seguía sin conocer los detalles.
Asumí que aquella gente no me hablaría nunca para algo que no fuese estrictamente necesario y durante más de mes y medio me limité a seguir con la vida que se suponía que debía llevar. Una que nunca imaginé que podría tener, consistente en recibir los respetuosos tratamientos que mi posición de “señora Scholz” me otorgaba y en invertir las horas del día en cualquier cosa que me apeteciese mientras esperaba a que Herman regresase del campo. Seguía haciendo mi trabajo, pero ahora era coser y cantar acercarse al despacho que Herman jamás cerraba con llave y fotografiar los documentos que me diese la gana, incluso me podía parar a echarles un vistazo. Algunos me resultaban interesantes y otros no llegaba a entenderlos, pero fotografiaba todo a pesar de saber que la documentación perteneciente a la gestión de su trabajo en el campo le acompañaba siempre en su carpeta de cuero. Y no por ello lo que captaba con aquella reducida cámara que me habían entregado dejaba de ser valioso, porque en las estanterías del despacho seguía habiendo información acerca de la estrategia militar alemana y otras operaciones de las que las Waffen-SS ponían al tanto a un Teniente.
Las cosas siguieron como siempre hasta el verano. Y aunque el ejército alemán a esas alturas, avanzaba imparable por el territorio soviético sin registrar un preocupante número de bajas, Herman no se cansaba de repetir que la estrategia era deficiente. Que la operación debía haberse retrasado otro año más al no poder haberla iniciado cuando estaba previsto y que cometerían exactamente el mismo error que Napoleón, aunque el Führer hubiese dispuesto varios bloques en el frente en lugar de uno sólo y compacto – como el legendario conquistador francés -. Vaticinaba que, en el mejor de los casos, la “apropiación del territorio” se quedaría incompleta, como ya había ocurrido en Francia.
Llegué a creer de verdad que le preocupaba la suerte del ejército alemán, a pesar de que no hiciese más que sacarle defectos estratégicos y hubiésemos bromeado cientos de veces cuando los ingleses lograron hundir el Bismarck en la primera batalla naval abierta que el indestructible acorazado alemán libró contra la marina inglesa. Pero toda aquella atención que prestaba al frente ruso, me obligó a preguntarme si de verdad no tendría un preocupante “sentimiento patriótico” del que yo no me había percatado nunca. Lo cierto es que al final, terminé completamente perdida al ser incapaz de determinar qué esperaba él exactamente de aquella campaña. Porque vivía pendiente del frente a pesar de que ninguna de las noticias fuesen de su agrado.
Una mañana a principios de julio, tras redactar el informe que tenía que entregar aquella tarde y que recogía las últimas noticias “no oficiales” que sabía acerca de la contienda soviética gracias a Herman, me dirigí a la puerta trasera de la cocina para echar un vistazo al huerto que Moshe había cultivado con mimo y que comenzaba a dar resultados. Pero reparé en unas botas completamente embarradas que había al lado de la puerta. ¿Por qué las botas del uniforme de Herman estaban cubiertas de barro a principios de julio? Era raro, pero lo atribuí a esas continuas construcciones de barracones que tenía que ordenar para dar cabida a más prisioneros.
Las cogí dispuesta a limpiarlas, decidida a liberar de un trabajo más a aquellas sirvientas que no hacían otra cosa que trabajar en silencio. Pero un escalofrío recorrió mi espalda cuando al darles la vuelta contemplé una suela completamente colapsada por una mezcla de barro reseco y pelo. Marañas de cabello fino, que no pertenecían a la crin de un caballo, que eran inequívocamente humanos y que ocupaban casi la totalidad de los huecos que dejaba el dibujo de la suela siendo mucho más abundantes que el mismo barro. <<¿Pero qué coño…? >> Ni siquiera fui capaz de formularme una pregunta completa al respecto, cogí ambas botas de nuevo y regresé a la cocina.
-Esther, ¿qué narices es esto? – Ella se quedó mirando las botas amedrentada sin saber qué decir –. Me refiero a por qué las botas de mi marido están llenas de barro y pelo – maticé enseñándole la suela de las botas. De nuevo el mismo gesto mientras Rachel entraba en la cocina portando una bandeja de verduras -. Muy bien – les dije tratando de calmarme y completamente decidida a arrancarles una respuesta –. Todos ustedes saben que mi marido y yo les estamos dando un trato que jamás, en ningún otro lugar de Alemania, podrían recibir en esta mierda de Reich. Llevo desde que han llegado intentando que se comporten de una manera completamente normal mientras están en mi casa, y también saben que ni él ni yo nos oponemos a que tengan aquí unas libertades con las que ni siquiera pueden soñar ahí fuera. Así que les pido por favor que si saben algo de esto, contéstenme sinceramente, porque sólo quiero saber por qué estas botas están llenas de barro y cabello. Sólo eso.
Mi discurso pareció no causarles el más mínimo efecto. De hecho, mi cabeza ya estaba ensayando las palabras con las que le exigiría a Herman una respuesta a esa misma pregunta cuando la débil voz de Rachel rompió el silencio ante la atónita mirada de Esther.
-Es porque están llegando los prisioneros soviéticos, señora. A todos se les ducha y se les corta el pelo al llegar. Pero están llegando tantos que las duchas no son suficientes y se les lava al aire libre con mangueras de riego.
-¿Qué? – Pregunté casi para mí con un débil hilo de voz.
Le creía más humano, mucho más que aquello, aunque supiese que era un maldito Teniente de las SS. ¿Por qué siempre me olvidaba de aquel puto detalle? Supongo que porque en casa se comportaba correctamente con todos los empleados, llevasen o no aquella puñetera banda en el brazo. Sí, tan correctamente que se me hizo doloroso imaginármelo ordenando duchar a gente con mangueras de riego, como si no supiese que podía hacer cosas mucho peores.
-Está bien, muchas gracias – concluí finalmente mientras intentaba calmarme.
Salí de la cocina indignada conmigo misma, por cometer el mismo error una y otra vez, por disculparle continuamente y consumida al mismo tiempo por saber que después de algunos días, preferiría pensar que él no tenía otra alternativa y que sólo aplicaba unas órdenes de la mejor manera posible.
Fui a mi antigua habitación y añadí una hoja más a mi informe detallando el trato que recibían los prisioneros soviéticos sólo para empezar. Y en aquella ocasión me esforcé por no poner nada que jugase a favor de la imagen de Herman. Aguantando aquella sensación de estar traicionándole y decantándome por la intuición, que esta vez me decía que cesase en mi empeño por mostrarle como alguien condenado a cargar con el apellido de su familia y desempeñando a disgusto un cargo que le horrorizaba. Cayendo en la aplastante obviedad de que si seguía en aquel sitio, era precisamente porque las SS estaban contentas con su gestión. Algo que decía mucho en su contra y muy poco a su favor.
Entregué el informe por la tarde, aprovechando para comprar en la calle un periódico en el que se reflejaba el último gran avance en la campaña soviética. Probablemente Herman se equivocaba. Los alemanes seguían avanzando. Minsk había caído por el sur, se dirigían a Leningrado por el norte y todo el mundo daba por sentado que se llegaría a Moscú antes de finales de mes.
Aquella noche cené en silencio, bajo la atenta mirada de Herman, que dibujó distintos grados de curiosidad antes de convertirse en preocupación y finalmente se aventuró a formular la pregunta que seguramente llevaba un buen rato aplastándole.
-Erika, querida… – empezó con mucho tacto – ¿ocurre algo?
-No, Herman.
-Dos palabras, no está mal – se burló irónicamente -. Está bien, supongo que si quisieras contármelo ya lo habrías hecho – zanjó mientras se frotaba la frente.
Es cierto que no era la típica conversación que un matrimonio de menos de un año mantiene durante la cena, pero también era cierto que en aquella mesa éramos un Teniente de las SS y una espía de la resistencia francesa. Así que lo raro era que esas conversaciones hubiesen tardado tanto en aparecer.
-¿Qué has hecho durante el día? – Preguntó probando otro camino.
-Nada interesante, ¿qué has hecho tú?
-Desconozco si lo que he hecho yo te parecería interesante, pero no lo sabremos porque no puedo contártelo, ya lo sabes -. Supongo que su tono ciertamente punzante fue provocado por la reticencia de mi respuesta.
-Muy bien, entonces está todo hablado – contesté sin inmutarme.
-¡Joder, Erika! ¡¿Qué cojones te pasa ahora?! – Me quedé anonadada al escuchar aquello. Unas palabras perfectamente coloquiales que Herman jamás había utilizado conmigo de una forma tan directa y singular –. Me voy a cama, he tenido una mierda de día… – dejó caer casi en un murmuro mientras se levantaba de la mesa.
Del millón de posibilidades de hacer alguna referencia a su “mierda de día” acabé no escogiendo ninguna. En lugar de eso me quedé sola en la mesa, sintiéndome como una idiota a la que dejan dolida después de una burda discusión que ella misma había provocado. Justo lo que yo era en aquel momento. Ni más, ni menos.
Los días siguientes fueron difíciles. Seguíamos ligeramente molestos el uno con el otro sin saber muy bien el por qué, ya que nuestras respectivas reacciones resultaban desmedidas para atribuirlas a aquel mal cruce de palabras que ahora me parecía ridículo. Echaba de menos a Herman, al que siempre me abrazaba en cama en lugar de darse la vuelta y quedarse dormido sin ni siquiera acercar sus pies a los míos. Le echaba mucho de menos y me amedrentaba el hecho de que aquel irascible Teniente le estuviese ganando terreno a mi marido.
Y la confusión me cegó tanto que hice lo que una mujer en el mismo grado de desesperación que el mío haría, lo más obvio y también lo menos prudente.
Herman me había comentado alguna vez que la familia de Rachel tenía una pastelería que el ejército había destrozado hacía algunos años durante la que ya se conocía como “la noche de los cristales rotos”. Así que a mediados de la semana siguiente, durante una tarde en la que no tenía nada que hacer y harta de las comidas en silencio, me acerqué a ella con la excusa más idiota del mundo, aprovechando también que Esther estaba ayudándole a Moshe a limpiar lo que habían recogido del huerto para almacenarlo en la despensa.
-Rachel, ¿sabes hacer bizcocho?
-Sí, señora Scholz – me respondió de la misma débil manera de siempre.
-¿Podrías enseñarme? Yo nunca he sido demasiado buena con los fogones y lo cierto es que me encuentro patética cuando me doy cuenta de que tampoco hago nada para remediarlo.
Adorné mi argumento con una despreocupada risa que logró arrancarle una débil sonrisa a mi cocinera. Rachel tenía una sonrisa bonita, siempre pensaba que era todo un mérito saber sonreír así con toda la mierda que le había tocado aguantar.
-Claro, ¿quiere hacer uno ahora o prefiere dejarlo para más tarde? – Me preguntó casi con un minúsculo atisbo de ilusión.
-Ahora está bien… si tenemos todos los ingredientes, para mí es un buen momento…
Reconozco que no había estado especialmente habladora con nadie desde la última vez que me había dirigido a ellas para preguntarles por qué había pelo de persona en las botas de Herman, pero inexplicablemente, había habido un cambio en aquella muchacha que se dirigía apresuradamente a la despensa para coger los ingredientes necesarios para hacer un bizcocho. Presté atención a las explicaciones de Rachel procurando que la conversación no se extinguiese, aunque no resultase interesante. Sólo era una forma de tejer cierta confianza para introducir el tema que quería. Y aproveché un silencio un poco más largo de lo normal mientras removíamos nuestras respectivas mezclas para abordar el espinoso tema.
-Herman me ha dicho que no soléis hablar mucho, y es cierto, me preguntaba por qué. Cuando llegasteis yo creí que os conocíais del campamento…
-Sí, nos conocíamos de vista – me confirmó. Era demasiado inocente, o quizás el hecho de que no hubiera mantenido una conversación normal en meses la obligaba a no desaprovechar una oportunidad como aquella. En cualquier caso, la situación me favorecía -. Pero no se suele hablar mucho cuando todas nos dedicamos durante todo el día a lo mismo. Además, los soldados allí no nos dejan hablar mientras trabajamos, quizás por eso a su marido le parezca que hablamos poco.
-¿Herman no os deja hablar? – Pregunté como si me sorprendiese que realmente pudiese llegar a tomar esa medida.
-Su marido no nos supervisa personalmente a diario, es un oficial – contestó casi con un tono de disculpa -. Son los soldados quienes nos vigilan, y ellos tienen esas órdenes – dijo con una voz suave, como si temiese herir mi sensibilidad. Algo que me pareció sumamente altruista por su parte -. Pero eso no es decisión de su marido, señora Scholz. Yo he estado en otro campo antes de que me trasladasen aquí y allí también era igual.
-Lo siento… – dije sinceramente tras algunos minutos de reflexión acerca del devenir de desgracias que tenía que haber sido la vida de aquella muchacha durante los últimos años. Ella me miró escondiendo su curiosidad con un gesto neutral -. Te parecerá raro, pero a mí todo esto de la depuración racial del Reich me parece una aberración – le confesé con la boca pequeña en un arrebato de locura transitoria.
De todos modos, estaba segura de que no pasaría nada. Si ella cometía la grandísima estupidez de decir que yo había dicho semejante cosa, bastaría con que les dijese a los soldados de allí fuera que me estaba difamando. Pero sabía que no ocurriría, porque ella me sonrió y yo le devolví una sonrisa llena de complicidad.
-Y ojalá mi marido pudiese sacaros de allí, pero me ha dicho que no puede. Lo máximo que ha conseguido es que vosotras podáis comer en casa – añadí completamente segura de que acababa de hacer mi primera amiga en mucho tiempo.
Sí, ahora era una espía casada con un Teniente y con una amiga clasificada como “judía” en medio de un régimen extremadamente antisemita. Comenzaba a creer que no conseguiría salir viva de aquella casa.
-Bueno, gracias al trabajo que nos ha dado también nos ha conseguido vacunas, que nos dejen más tiempo para ducharnos o que no tengamos que cortarnos el pelo tan a menudo… – la miré estupefacta, gratamente sorprendida por lo que acababa de escuchar de los labios de alguien a quien se suponía que estábamos explotando -. Se cuida más la higiene y la apariencia de quienes trabajan en casa de los oficiales que la de los que lo hacen allí o en las fábricas… – añadió tímidamente.
-Él no dice nada… pero yo sé que tampoco le encanta lo que hace… – comenté con tristeza tras plantearme durante algunos segundos si de verdad era factible la idea de decirle algo así a alguien como ella. Pero Rachel me sonrió tímidamente mientras me indicaba que teníamos que esparcir mantequilla en el molde en el que íbamos a poner la mezcla que acabábamos de batir. Quizás sólo me sonriese por cortesía y en realidad, en lo más hondo de su cabeza, me estuviera mandando a la mierda. Pero yo necesitaba introducir a Herman como objeto de conversación para saber algo de lo que pasaba allí, algo que me diese alguna pista de lo que hacía día a día en aquel macabro lugar -. No quiero decir que a mí me parezca bien lo que hace. Él ya sabe que no, y supongo que por eso no me cuenta nada. Pero yo le quiero, y no lo haría si no tuviese algo que le diferenciase del resto. Es difícil para él… no sé cómo explicarte…
Ella guardó un silencio que yo interpreté claramente como una forma de decirme: “usted no tiene ni puta idea de lo que hace su marido” al mismo tiempo que un nudo en mi garganta parecía obstruirme la respiración.
-Señora Scholz, usted no tiene por qué explicarme nada – dijo tímidamente cuando yo fui incapaz de esconder más mi cara -. Mire, no puedo decirle que nos tratan bien allí, le mentiría. Pero sí le puedo decir que nunca ningún oficial se había preocupado de que los soldados no cometiesen abusos en su campamento, ni por reducir el número de bajas… – la miré descolocada, preguntándome verdaderamente si lo que estaba escuchando eran de verdad palabras que, contra todo pronóstico, dejaban a Herman en un “buen lugar”. Y entonces Rachel siguió hablando con cierta inseguridad – el otro día… cuando le dije de dónde había salido el pelo de las botas de su marido… bueno, debí explicarle que en los demás campamentos se dejó a los prisioneros esperando dentro de los mismos vagones en los que habían llegado porque casi no hay sitio. Estaban muriéndose encerrados bajo el sol, así que su marido…
Rachel no terminó la frase porque la abracé inesperadamente con fuerza. Primero porque no podía creerme que esa gente, en la posición en la que estaba, pudiese ser capaz de decir nada bueno acerca de alguien como Herman. Y segundo, porque eso sólo podía significar que, después de todo, él también era capaz de influir positivamente en el Teniente que no tenía más narices que ser.
-Lo siento – me disculpé por mi impulsiva reacción intentando contener unas lágrimas de felicidad.
-No importa – contestó descolocada mientras regresábamos de nuevo a la elaboración del bizcocho.
Procuré buscar otro tema de conversación. Dándome por satisfecha con aquel enorme – mejor dicho, gigantesco – avance y animada porque por fin tenía a alguien con quien hablar en la ausencia de Herman. Alguien que además parecía disfrutar de nuestras vagas palabras y que -aunque mostraba una gesticulación oxidada por el desuso – dejaba entrever cierta nota de agradecimiento por una simple conversación.
Aquella tarde, cuando Herman llegó a casa, le recibí con un gran abrazo en la entrada del salón.
-¿Qué demonios has hecho esta tarde? – Me preguntó extrañado tras aceptar el enorme beso que había deseado darle desde que había obtenido el fruto de mis pesquisas por libre.
-¡Te he hecho un bizcocho!
-¡Venga ya! – Exclamó riéndose.
Decidí mostrárselo directamente y le conduje hasta la mesa del comedor, donde mi gran obra culinaria reposaba orgullosamente inflada de una forma desigual. Tenía que haberle hecho caso a Rachel y servirlo troceado para que no se apreciase el “amorfismo”.
-Dios mío… – murmuró – creí que lo habrían las cocineras y que intentarías convencerme de que lo habías hecho tú. Pero es evidente que esto es obra tuya… – dijo frunciendo la nariz de una forma graciosa mientras lo observaba.
-Vamos, Herman… – ronroneé sujetando su brazo – sólo intento que me perdones por comportarme como una imbécil estos días.
No estaba muy acostumbrada a pedir disculpas, y en este caso, ni siquiera estaba segura de tener que pedirlas. Pero yo quería a mi marido de vuelta y alguien tenía que dar el primer paso.
-Está bien, probemos esta “maravilla”… – accedió pacíficamente antes de besarme en la coronilla y tomar asiento.
-¿No quieres cenar primero?
-No, no tengo mucha hambre… – me informó desabrochándose el primer botón del uniforme, aquél que parecía ahogarle manteniendo el emblema con la doble S rúnica celosamente ceñido a su cuello.
Serví también el chocolate que habíamos preparado para acompañar el bizcocho y cenamos mientras me comentaba que los ingleses se habían aliado con los soviéticos después de que Leningrado hubiese sido atacada por el ejército del norte. Después elogió el sabor de mi bizcocho remarcando entre risas que nada hacía presagiar que fuese comestible. Le conté que el que Rachel había hecho para enseñarme tenía una pinta estupenda pero que les había insistido para que se lo comiesen ellas, algo que le sorprendió positivamente a juzgar por su reacción.
-Erika, comprendo que todo este “secretismo” acerca de mi trabajo te inquiete… pero si lo hago de esta manera es porque ya te he dicho que no quiero que tengas nada que ver con todas esas barbaridades, ¿lo entiendes? – El corazón me dio un vuelco al escuchar “barbaridades”, pero no pude hacer otra cosa que asentir mientras le miraba a los ojos -. Te quiero – dijo cogiendo mi mano sobre la mesa.
-Y yo a ti – contesté con sinceridad -. ¿Vamos a cama? – Pregunté en voz baja como si temiese que alguien pudiese más pudiese escucharme a pesar de que estábamos solos.
-No puedo, todavía tengo que ocuparme de algunos asuntos antes. Pero ve tú y espérame, terminaré enseguida.
No acepté, pero tampoco hice nada para detenerle cuando se levantó de la mesa y recogió su carpetaantes de desaparecer camino del despacho. Me quedé un par de minutos pensando en mi oxímoron favorito: él. Un cúmulo de incongruencias que no terminaba de contemplar al mismo tiempo. Como si realmente me resultase imposible conjugar todos los aspectos que conocía de su personalidad mientras me imaginaba los que todavía me quedaban por conocer. Bueno, por lo menos sabía que él trataba como podía de mantener el orden en la pequeña parcela del Reich que le tocaba administrar, y eso me producía un sentimiento de orgullo hacia él que – al menos de momento – me hacía verle con buenos ojos.
Me levanté y me dirigí a nuestra habitación. Pero me puse el camisón y ni siquiera me planteé esperarle en cama, sino que me dirigí al despacho de Herman. No había cerrado la puerta del todo así que sólo tuve que empujarla levemente para encontrarle en el escritorio, firmando algo y leyendo atentamente unas hojas.
-¿Te queda mucho, Her? – Inquirí con cierta picardía.
Él dejó la pluma sobre la mesa y me miró sonriente mientras apoyaba su cara sobre su mano. Sonreía porque sin duda sabía lo que quería, y lo sabía porque – a parte de mi lenguaje corporal – me había apropiado del diminutivo con el que Berta se refería a él para reclamarle aquello que ahora no estaba moralmente vedado para nosotros. Aunque nunca nos importó lo más mínimo que lo estuviese.
-Nunca te rindes, ¿verdad? – Dijo mientras me indicaba con su dedo índice que me acercase. Di un par de pasos hacia delante, caminando lentamente mientras negaba con la cabeza – ¿No? – Insistió mientras yo seguía negando a medida que avanzaba con deliberada suavidad – ¿Puedes enseñarme tu mano derecha? ¿Qué llevas ahí? – Preguntó derrochando un tono burlón mientras yo le enseñaba la alianza que me convertía en lo que tantas veces me había negado a ser.
-Alguna vez me he rendido… – confesé mientras rodeaba la mesa para ponerme a su lado – ¿puedo saber qué haces?
-Organizo unos traslados que quiero solucionar cuanto antes – contestó mientras apartaba los papeles a un lado para llevar una mano a mi cintura, instándome con ella a colocarme en el poco espacio que había entre él y la mesa.
-¿Puedo preguntarte algo? – Inquirí rodeando su nuca cuando él dejó caer su cabeza sobre mi vientre mientras cercaba mis muslos con sus brazos. Me asintió con un vago sonido -. ¿Cómo puedes traer a cien prisioneros a casa todos los días sin que nadie se oponga? – Mi voz sonó débil, como temiendo encontrarse con otra respuesta ambigua que no iba a aclarar mis dudas. Pero no fue así.
-Nuestros caballos… – me adelantó en un suspiro -. Tenemos una de las ganaderías más prestigiosas del país, Erika. Hago tratos con el ejército, les vendo ejemplares o simplemente se los presto para algún desfile… igual que ellos me dejan a mí algunos sementales de vez en cuando. Es un negocio y eso me convierte en empresario. Con lo cual, tengo derecho a utilizar la mano de obra que el Reich le está ofreciendo a sus empresarios. Oficialmente, toda esa gente viene aquí a trabajar en el negocio familiar. Excepto un par de empleados que vienen a ocuparse de la casa o del jardín – me explicó con una pausada voz como si estuviese a punto de quedarse dormido.
-Pero los soldados que les acompañan saben que no es así, que tienes reclusos esparcidos por toda la finca, ¿y si tiran del hilo?
-Los que podrían tirar del hilo tienen las manos atadas por Berg… esos soldados que vienen a casa no tienen derecho a ponerme en duda, están aquí bajo mis órdenes. Pero nadie va a osar tirar del hilo cuando se trata de la familia Scholz, Erika. Ni siquiera la secreta. Hay más condecoraciones en mi familia que en todo el cuerpo de la secreta… nadie pone el ojo en una familia como la nuestra. Se supone que yo soy igual que mi abuelo y que mi padre… – su voz volvió a sonar cansada. Pero yo me encogí al pensar que si la policía secreta del Reich metía las narices en algo, lo más prudente que yo podría hacer sería pegarme un tiro – en el fondo lo soy, sino no llevaría este uniforme…
Si le dijese que no lo era, él insistiría en que sí lo era y entonces nos saldríamos por la tangente antes de tener la oportunidad de preguntarle algo que recordé en aquel momento.
-¿Berg te ha dicho algo de todo esto?
-No. Berg es demasiado bueno en todo, sabe perfectamente qué decir para no comprometerse y para no comprometerme a mí…
-¿Qué quieres decir?
Herman suspiró, me soltó y se recostó sobre el respaldo de la silla antes de frotarse la frente mientras comenzaba a hablar.
-Berg lo sabe todo y sólo sabe lo que le conviene, Erika… por eso es tan jodidamente bueno. No hace falta hablar directamente de algo porque él ya sabe de qué estás hablando. Me conoce demasiado bien, sabe que no necesito a toda esa gente. Y lo sabe tan bien como yo sé que está de acuerdo, porque él también lo haría si su puesto le diese la oportunidad. Es de fiar, no es como mi padre, que hubiera traicionado a cualquiera de su nosotros por seguir ciegamente los ideales del régimen. Él tiene principios, y lo que es más importante, sabe imponerlos de forma que parezcan los principios que a él le han impuesto. Jamás haría nada que me pusiera a tiro –hizo una pausa para mirar despreocupadamente hacia otro lado y después continuó hablando -. ¿Acaso crees que no sabe lo que pasó con Furhmann? Supo desde el primer momento que lo que yo le dije no era más que lo que quería que figurase en el informe oficial. Pero los dos sabíamos que si yo mencionaba lo que había hecho, él estaría en la obligación de delatarme. Y como no iba a hacerlo, el hecho de mentir descaradamente fue el equivalente a guardar las formas para ahorrarnos un favor. ¿Y sabes qué me dijo antes de colgar? – Esperé ansiosa a que continuase hablando, sorprendida de que me estuviera confesando el teatro que se traía con Berg y sacando mis propias conclusiones. Eso significaba que tomaban ciertas precauciones con sus propios “camaradas” y que yo para él también era “de fiar”-. Me dijo: “¡Joder, muchacho! Si supiese que iba a perder la cabeza en Rusia, le hubiese enviado antes. Ahora te mando a alguien, no te preocupes”. Y nadie preguntó nada porque la orden venía de arriba. Así funcionan las SS.
Y aunque me desbordaba la curiosidad de saber por qué dos oficiales de poderosas familias se tomaban semejante molestia a la hora de “guardar las formas”, sabía que de momento no me iba a decir nada más. Sólo pude estremecerme en su franqueza al mismo tiempo que mis pupilas se clavaban en las suyas antes de recorrer el relajado gesto de su cara. Como si en el fondo estuviese deseando que todo aquello que le sustentaba se fuese al traste, contradiciéndose de nuevo a sí mismo y jugando otra vez a estirar esa frontera que distinguía lo que era y lo que otros querían que fuese. Pero recordando con entrañable ilusión que yo para él, era alguien de fiar.
-Te quiero – le dije suavemente mientras le tendía una mano para que me diese la suya. Correspondió mi gesto con la misma dejadez con la que me había contado todo aquello y yo tiré de él para que se incorporase -. Te quiero muchísimo – repetí cuando sus manos rodearon mi cintura y su torso se adhirió al mío con cuidado.
Su agradable olor me capturó antes de que llegase a besarme con aquella entrega que solía poner al hacerlo. Casi había olvidado qué se sentía cuando me besaba de verdad a causa de aquel eclipse de afecto que mi estúpida reacción de hacía algunos días había provocado. Pero tuve el inmenso placer de volver a experimentarlo en el mismo momento en el que mis labios se abrieron bajo los suyos, recibiendo el abrazo de su lengua sobre la mía con la misma delicadeza que ponían sus brazos al rodearme mientras arrastraban el bajo de mi camisón hasta mis costillas. Diciéndome con todo ello que nadie me haría sentir nunca ni la mitad de mujer de lo que me sentía con él. Con quien yo quería estar realmente, porque sabía que a ningún otro le abriría las piernas de la misma manera que las abrí para él tras elevarme sobre mis pies y sentarme al borde de la mesa. Ahogando el leve malestar que me produjo el recuerdo de aquella escena similar en la que él estaba justo dónde había estado su padre, pero de distinta forma, porque en mis encuentros con el Coronel sólo había de por medio el más genuino interés por llevar a cabo un trabajo. Un trabajo que con él quedaba relegado a un segundo plano, o incluso a un tercero. No tenía nada que ver, así que no tenía que sentirme culpable sólo por entregarme en el mismo lugar.
No me resultó difícil convencerme de aquello, y menos con la ayuda que sus manos me brindaron al deshacerme de mi ropa interior después de que él se apartase durante un instante para luego regresar al interior de mis muslos de una manera sugerentemente atropellada, como si los segundos que acababa de invertir en dejar al descubierto mi sexo le hubieran parecido años enteros. El gesto me arrancó una sonrisa que me duró poco, lo mismo que él tardo en adueñarse otra vez de mi boca. Esta vez con decisión, devorándome de una forma que me obligaba a hacer lo mismo mientras sentía que mi deseo se inflamaba a medida que sus manos me retiraban ahora el camisón para descubrir mis pechos.
Y su boca me abandonó para atenderlos cuando me encontré completamente desnuda y a su merced, dejando caer mi espalda hacia atrás al ritmo que marcaban las manos que me guiaron hasta depositarme sobre la superficie del escritorio sin que su lengua osase separarse en ningún momento de mi busto, regalándome su cálido tacto sobre la sensibilidad que derrochaban ahora aquellos pezones que yo notaba rígidos. Tan rígidos como aquella protuberancia que me abrasaba la entrepierna mientras yo dudaba de que él pudiese encontrar en mis pechos ni una mínima parte de aprovechamiento de lo que yo le veía a lo que pugnaba por liberarse de sus pantalones. Algo a lo que sin embargo, no prestaba atención alguna.
Él sólo seguía saboreando mi cuerpo, deslizándose por donde creía conveniente mientras me arrancaba con ello todo tipo de reacciones, excepto la de refrenarle. Ésa no tenía cabida cuando se entretenía conmigo de aquella forma. Es más, siempre me inducía la necesidad de apremiarle inútilmente, porque al fin y al cabo, terminaba dándomelo en la dosis que le daba la gana. Pero era parte del juego. Pertenecía a esos preliminares que él dominaba a la perfección y que le servían para decirme sin palabras que me conocía de una manera casi insultante. Aunque bien mirado, no puedo negar que me encantaba que lo hiciera.
Mi cuerpo se convulsionó sobre la mesa con la placentera sensación que su lengua depositó sobre mi clítoris mientras sus manos colocaban estratégicamente mis muslos sobre sus hombros, flanqueando aquella cara que me regalaba las atenciones de su boca de un modo que me forzaba a luchar por el aire en lugar de respirar, mientras que mis párpados cubrían mis ojos dejando que fuese mi piel la que me dejase constancia de lo que ocurría sobre mi cuerpo. Un cuerpo que aun siendo golpeado por la inminente necesidad de ser ocupado, era capaz de traducir para mi cabeza cada uno de los roces de aquella lengua incomparable que hacía que mis caderas bailasen tímidamente en busca de su constante atención. Siguiéndola un poco más cuando parecía abandonarme para proponerle mi humedad a cambio de la suya, mi propia humedad que ella había hecho crecer una vez más.
Pero la atención cesó en uno de esos momentos en los que Herman sabe dejarme, perfectamente consciente de que es en ese instante cuando más deseo que continúe. Y consciente también de que mi excitación crece todavía más cuando su cuerpo sobrevuela el mío a ras de mi piel hasta que los ojos del azul más limpio que he visto en mi vida se encuentran con los míos. Cosa que casi siempre sucede al mismo tiempo que su miembro palpa tenuemente mi hendidura, dejando que se escurra tentadoramente entre mis labios mayores para mostrarle a mi resbaladizo y algodonado sexo la implacable consistencia del suyo antes de penetrarme. Como si estuviese avisándole de que va a llevárselo por delante a la vez que me incita a desear que lo haga.
Ahogó un gemido sobre mi cuello cuando lo hizo. Obligándome a que yo dejase escapar el que había contenido desde que su boca se había separado del lugar en el que ahora se estrellaba su bajo vientre con cada una de sus cuidadosas acometidas. Siguiendo aquel patrón que le encantaba marcar para que no me quedase más remedio que retorcerme con cada milímetro que me introducía o me sacaba.
Me enerva que haga eso. Me encantaría sujetar su mandíbula para obligarle a mirarme y suplicarle que lo haga más rápido en lugar de condenarme a esperar temblorosamente desde que comienza ese retroceso hasta que su cuerpo vuelve a rendirme tributo enterrándose en lo más hondo del mío con una particular vagancia que no me deja más remedio que ceñirme a sus caderas con mis piernas. Pero supongo que se reiría con esa despreocupación con la que sabe salir airoso de cualquier lance y después me lo haría todavía más lento. Así que acepto libremente el decreto que le permite torturarme durante algunos minutos, a sabiendas de que luego me los devolverá con intereses.
Y sin embargo, esta vez sus caderas parecían atormentarme más que nunca, desenvolviéndose entre mis muslos sin desprenderse del cauteloso ritmo que marcaban, y hasta conseguir que el roce de su sexo al moverse a través del mío me resultase la forma más inhumana de saciar el deseo de alguien.
-Herman, más rápido por favor… – imploré entrecortadamente en un par de suspiros.
El hecho de que su boca estuviese ocupada jugando en las inmediaciones del lóbulo de mi oreja no fue suficiente para no permitirme percibir un jocoso atisbo de risa que murió cuando su pelvis me dio lo que le pedía mientras que una de sus manos se deslizaba hasta mi nuca, dejando su pulgar al final de mi mandíbula para sujetar mi cara de un modo dominante que me resultaba increíblemente tierno.
Ahora sí que me deshacía. Mis dedos se expandieron sobre su espalda anclándose a su musculatura mientras respiraba frenéticamente sobre mi yugular y me embestía ensartándose con firmeza, hasta que sus caderas desplazaban mi cuerpo bajo el suyo. No hice nada, no podía moverme más que lo justo para ofrecerle una penetración limpia, pero no importaba porque con sus movimientos era más que suficiente para que mi orgasmo estuviese a punto de hacer una estelar aparición. Y comencé a jadear, completamente convencida de que iba a ser el mejor de mi vida, avanzando imparable hacia ese momento en el que un escalofrío anuncia lo irremediable. Incluso cerré los ojos con fuerza y estiré mi cuello para recibir el apoteósico momento.
Y entonces mi orgasmo – mi prometido y perseguido final – se quedó entre bambalinas cuando Herman, tras clavarse con ahínco dentro de mí, decidió retomar sus perezosos movimientos.
Abrí mis ojos con desesperación, apretando fuertemente mis mandíbulas para ahogar un grito antes de intentar relajarme.
-Más rápido, Herman… – susurré con una melosa e inocente voz. Mis plegarias fueron vanas. Esperé durante algunos segundos pero mi petición no fue atendida – Her… – insistí con el mismo tono cerca de su oído. Pero “Her” continuaba su vago quehacer con la cara completamente hundida en mi cuello, suspirando agitadamente mientras me penetraba a un ritmo más bajo que el de su respiración – ¡Herman, por Dios! – supliqué probando con un tono más alto.
-No –. Fue lo único que me dijo elevando su cara un par de centímetros para volver a desaparecer de nuevo al lado de mi cuello.
No tuve más remedio que quedarme quieta bajo su cuerpo, dejándole hacer y sabiendo que seguiría haciéndolo de aquella manera que crispaba mis nervios al acercarme tan lentamente a un final que ya se me había escapado de las manos por su puñetera culpa.
Me rendí y me abandoné a sus movimientos lentos, intentando poner en práctica aquello de: “si no puedes con tu enemigo, únete a él” y disfrutando de la abrasadora sensación que me producía cuando llegaba al final y empujaba todavía un poco más, como si quisiera asegurarse de que ya no era posible trepar más arriba.
-Sólo un poco más rápido… – le pedí cerrando los ojos mientras ese plano emocional que precede al orgasmo y que parece ajeno a la realidad se hacía dueño de mi cuerpo, prolongándose en el tiempo sin llegar a dármelo. Tampoco me hizo caso -. Por favor… – susurré invirtiendo mis últimas fuerzas en contorsionar mi cuerpo a causa del infinito placer que su vaivén me regalaba.
Sus movimientos se acortaron mientras su mano me obligaba a enfocar su cara. Ahora entraba hasta el final con una dosis extra de empuje y salía solo hasta la mitad de su miembro, pero igual de insoportablemente lento.
-Te he dicho que no – me impuso interrumpiendo su atolondrada respiración.
Y él tenía razón. Hacerlo así era como si el momento previo a un final de órdago se perpetuase hasta perder la noción del tiempo y hasta llegar a consumirte en la inminente necesidad de alcanzar el clímax por fin. Contradictorio, sí, pero sumamente placentero. Y también indescriptiblemente satisfactorio cuando mi vientre comenzó a contraerse casi por propia voluntad antes de que lo hiciesen también los músculos de mi sexo, abrazando aquel cuerpo que se deslizaba en su interior y ofreciéndome cada detalle de sus movimientos al mismo tiempo que Herman era incapaz de reprimir un gemido que pareció sorprenderle incluso a él mismo.
-Oh, Dios… no aprietes… – alcanzó a decir tras modular la respiración.
Puede que si las cosas hubiesen sido de otra manera le hubiera hecho caso. Pero en cuanto su voz me lo pidió con la misma desesperación que la mía hacía unos minutos, supe enseguida lo que tenía que hacer. Y apreté. Apreté haciéndole boquear a escasa distancia de mi cuello, derramando su aliento sobre mi piel y enloqueciéndome al tratar de imponerse un ritmo que comenzaba a escapar a su control mientras que yo me deleitaba en aquellas traviesas embestidas que no lograba retener en algunas ocasiones.
<<¿Qué te ocurre, Her?>> Pensé mientras intentaba dar con el momento para preguntárselo con aquel tono socarrón que ya estaba preparando. Pero todo aquello se me quedó en una mera intención ante la imposibilidad de dominar mi respiración, porque yo estaba experimentando una sensación de colapso general que me impedía hacer cualquier otra cosa que no fuese centrarme en cómo mi cuerpo se rendía a la fruición que poco a poco iba embargándolo, mientras las suaves oleadas que dibujaban las caderas de Herman entre las mías iban acumulando poco a poco cada nota de placer. Matizándolas con la satisfacción de dejarme sentir su pulso acelerado al posar su pecho sobre el mío, o besándome el cuello sin más freno que sus propias espiraciones, que me dejaban pequeñas muestras de aquel olor que me hacía buscarle con todos mis sentidos mientras esperaba pacientemente, supeditada a su voluntad ante la imposibilidad de hacer nada más que confiar en que sabría devolverme el tiempo una vez más.
Abrí más mi boca para respirar, incapaz de hacerme con el aire que necesitaba valiéndome sólo de mi nariz y demandando cada vez inspiraciones más profundas. Proporcionales a la magnitud de aquellas penetraciones que cada vez se adentraban más, al mismo tiempo que aquel vientre se llevaba mi clítoris con el suave barrido que iba a hacer que me corriese después de unos minutos que me habían parecido horas.
Y después de eso, simplemente estallé en medio de sus aterciopelados movimientos. Tensando mi cuerpo hasta límites insospechados antes de rendirme al orgasmo más nítido que había tenido en mi vida. Las piernas me temblaban con cada sacudida en medio de lo que yo percibí como un pasaje más propio de un cuadro del romanticismo, mientras apreciaba claramente cada convulsión de mi sexo y las que pertenecían al de Herman. Sí, también era capaz de percibir las convulsiones de aquel arrogante marido que me empapaba a medida que se derrumbaba apabullado, aferrándose a mis caderas desesperadamente para seguir hundiéndose entre mis piernas aunque eso pudiera parecer ya imposible. Y todo aquello fue absolutamente delicioso, aunque pensar ahora en lo que costaba alcanzarlo me originaba una enorme pereza.
Me llevé una mano sobre la frente cuando mi cuerpo se relajó después del fragor de la batalla más candente que jamás habíamos librado, afanándome por volver a respirar con normalidad mientras trataba de convencerme a mí misma de que había sido real.
-Te odio… – dije después de darme cuenta del placentero extremo que había llegado a alcanzar siendo coaccionada con la más ardua de las desesperaciones.
Él se rió mientras reposaba todavía sobre mí.
-Y una mierda, querida – contestó antes de elevarse sobre sus brazos y besarme -. Me quieres tanto como yo a ti. Y lo sabes.
No lo rebatí. Hubiese sido inútil, así que le devolví el beso y nos fuimos a cama tras recoger mi ropa. Aquella noche volví a dormirme en los brazos de Herman, deseando que al día siguiente no tuviese que levantarse para ir a ningún sitio – o más bien, a ése sitio en concreto -.
Pero no fue así. Al día siguiente me desperté justo a tiempo de acercarme a la ventana y verle subir en el coche que le recogía cada mañana. Y también vi los camiones que traían a los empleados, así que me vestí para bajar a desayunar, ligeramente esperanzada por la posibilidad de que Rachel no hubiese perdido la confianza que habíamos establecido el día anterior.
Me agradó comprobar que no lo había hecho, e incluso mantuvimos una conversación bastante normal mientras desayunaba. Le ofrecí un bollo de desayuno, pero lo rechazó. Supongo que todavía no habíamos llegado a ese punto y recordé que la tarde anterior había tenido que hacer verdaderos méritos para que se comiesen el bizcocho que ella había hecho. Pero ya me las arreglaría. Aquella mañana estaba exultante. Por lo menos lo estuve hasta que “mi suegra” telefoneó a casa para decirme que “mi cuñada” pasaría un par de semanas con nosotros.
<> Pensé mientras recibía la noticia con fingida alegría.
Mas relatos míos en: http://www.todorelatos.com/perfil/1329651/
Las esperé en mi cama, esa noche era nuestro estreno, habíamos compartido nuestros cuerpos pero sobre mi lecho íbamos a firmar el pacto de unión entre los tres. Patricia, el bellezón de treinta y dos años, que había sido la esposa de mi amigo Miguel, se iba a convertir en parte de nosotros, mediante el ritual ancestral de entregar su cuerpo y su alma plenamente. Debía de sincerarse, y decidir dejar su vida atrás, para convertirse en nuestra hembra. María, mi amante criada, a la cual le había hecho descubrir las delicias del sexo con solo dieciocho años, estaba de acuerdo, no solo la deseaba, sino que comprendía que yo necesitaba a alguien, que se ocupara de mí, mientras estaba en Madrid.
Las vi entrar, agarradas de la mano, a mi habitación, ambas llevaban un camisón de raso que dejaba entrever la perfección de sus cuerpos, Patricia era mas alta, rubia con unos pechos pequeños pero engalanados por unas rosadass aureolas, que pedían a gritos ser besadas, un estómago firme de mujer que no solo ha pasado por el trance de los niños, sino que reflejaban el ejercicio que diariamente realizaba en el gimnasio, Maria en cambio, era un maravilloso ejemplar de la raza mediterránea, con su pelo negro ondulado por los rizos, la piel morena que hacia resaltar sus ojos azules. Si su cara ya era hermosa, su cuerpo era perfecto, con la belleza juvenil de sus veintitrés años, sus senos eran la delicia de cualquier hombre, no solo por su gran tamaño, sino que se mantenían inhiestos pidiendo ser tocados, la gravedad todavía no había hecho mella en ellos y su cintura de avispa no era mas que un aviso de lo que se avecinaba mas abajo, unas caderas redondas enmarcadas por un trasero de negra, redondo y respingón que era una delicia acariciar.
-Venir aquí-, les ordené golpeando con mi mano la cama.
Al andar movían sus caderas, provocando como solo saben hacerlo las mujeres que se sabían atractivas y bellas. Al llegar a mi cama se acercaron gateando sobre la colcha, dejando que mis ojos contemplaran a través de sus profundos escotes, la rotundidad de sus curvas, eran dos panteras y yo su voluntaria presa. Sin mediar palabra, María empezó a desabrochar mi pijama mientras sus labios buscaban mis besos, Patricia en cambio se entretuvo bajando los tirantes del camisón de la muchacha y cogiendo sus pechos con la mano me los ofreció como ofrenda. No me pude negar a sus caricias, sin moverme mi lengua recorrió el inicio del pezón que voluntariamente me acercaban, y al hacerlo pude ver como se retraía tímidamente, endureciéndose excitado. Ella misma, se bajo también el camisón, dándome de igual forma sus senos, sin dejar de acariciar los de María. No me podía quejar, al alcance de mi boca estaban cuatro de los mejores pechos de mi vida, deseosos que hiciera uso de ellos. La escena no podía ser mas excitante, dos hembras complaciendo a su macho, y éste deseando serlo.
-¡Relájate mi amor!,¡ déjanos hacer!-, me dijo Maria.
Me despojaron de mi ropa, entre besos y caricias, me vi desnudo enfrente de ellas. Patricia tomó la iniciativa, bajando por mi cuerpo, su lengua se deslizó suavemente por mi cuello, pecho, entreteniéndose cerca del ombligo, mientras sus manos subían por mis piernas, acercándose a mi entrepierna. María, en cambio, seguía dándome de mamar, mientras sus manos acariciaban la espalda de la mujer.
-¿Te gusta?-, me decía mientras yo mordía sus pezones, torturándolos.
Seis manos, seis piernas entrelazadas en busca de placer, tres mentes perfectamente coordinadas en una meta común, la unión de nuestros cuerpos y la exploración de nuevas sensaciones.
El sentir, la humedad de la boca de Patricia cerca de mi pene, me hizo gemir anticipando el placer que me iban a otorgar. Fue la señal que esperaba la morena, para unirse a la mujer, y asiendo mi extensión con la mano, jugueteó con mi glande, explorando todos sus pliegues, mientras la otra sin ningún recato se apoderaba de mis huevos, introduciéndoselos en la boca. Estaba siendo atacado por dos frentes, sentía como las dos mujeres competían entre sí, buscando mi excitación, mientras sus cuerpos se agitaban nerviosos por sus caricias mutuas. Estaba en el cielo, y ellas lo sabían, por lo que coordinándose, ambas se apoderaron de mi palo, con sus bocas, era como si se estuvieran besando a través de mi grosor, sus labios se tocaban, sus lenguas jugaban sobre mi piel, siendo yo un mero espectador privilegiado de sus caricias.
Tantos estímulos hicieron que se acelerara mi climax, y ellas al sentir que se acercaba, como posesas buscaron ser las dueñas de mi explosión. Sus bocas se convirtieron en una extensión de mi capullo, no podía distinguir quien era la dueña de la lengua que me acariciaba, ni la que con sus dientes mordisqueaba la cabeza de mi pene, eran ambas, las que intercambiándose la posiciones, deseaban ser la primeras en beber de mi simiente.
-¿Yo también quiero!-, protestó patricia al ver que María se apoderaba de mi sexo.
Cuando expulsé el liquido preseminal, dos lenguas disfrutaron de su sabor, y ansiosas dos manos asieron mi extensión para buscar mi placer, comenzando a menearla, mientras sus bocas estaban listas para recoger la cosecha. Sentí una descarga, cuando mi semen subiendo por el conducto en potentes explosiones, era devorado por ellas que como buenas amigas compartían alternativamente el chorro que salía de mi capullo, en una perfecta unión. Fue un orgasmo brutal, no dejaron de ordeñar mi miembro, hasta que convencidas que habían sacado hasta la ultima gota de mi semilla, me preguntaron que me había parecido. No les pude mentir:
-Ha sido uno de las mejores mamadas que nunca me han hecho-.
Satisfechas por su hazaña, se tumbaron a mi lado, y acercándose, se abrazaron a mí, besándonos los tres con pasión. No habíamos tenido suficiente y el sudor que corría por nuestros cuerpos facilitaba nuestras maniobras, y al ver como Patricia se comía con los ojos a mi criada, decidí ayudarla y poniendo a la muchacha entre nosotros, empecé a acariciarle los pechos. María se estremeció al sentir como cuatros manos recorrían su cuerpos, y notar como dos bocas se apoderaban de sus pezones.
-Me encanta-, gimió cuando Patricia inició el descenso hacia su vulva y abriendo le grito que era todo suyo. La rubia no se hizo de rogar y separando con los dedos sus labios inferiores, acercó la lengua a su botón de placer. Solo el aliento de la mujer, cerca de su cueva hizo que se humedeciera. Pero cuando introduciendo un dedo en la vagina, comenzó a torturarla, la humedad se transformó en río, y el flujo mojo la mano de la mujer, que al percibirlo ansiosamente se llevo la mano a la boca, y provocativamente bebió de su sabor agridulce.
-Manuel hazme el amor, necesito sentirte dentro-, me rogó y subiéndose encima, empezó a ensartarse toda mi extensión, dándome la espalda de forma que su sexo seguía estando a disposición de Patricia. La lentitud con la que se empaló, me permitió notar cada uno de sus pliegues, percibir como fue desapareciendo mi pene en su interior y como mi capullo rozaba la pared de su vagina, llenándola por completo.
Verla así, abierta de piernas con mi sexo en su interior, era algo demasiado atrayente para desperdiciarlo y simultáneamente al inicio de los movimientos de María, con la lengua se adueñó del clítoris de la morena, y bajando la mano a su propia entrepierna, empezó a masturbarse frenéticamente tratando de participar de esa forma en nuestra unión.
-¡No es posible!, seguid así ¡soy vuestra puta! -, dijo María, increíblemente excitada por nuestros dobles manejos, aceleró sus movimientos en un loco cabalgar cuyo fin no podía ser otro que el fundirse con nosotros antes que su interior explotara en brutales sacudidas de placer. Con su respiración totalmente entrecortada y el corazón latiendo desenfrenadamente, gemía pidiéndonos que continuáramos, mientras su vulva se derretía por el calor y sus manos pellizcaban sus pezones en busca de un plus de excitación. Pero fue cuando Patricia se levantó, poniéndole su propio sexo en la boca de la morena, y esta saborear el gustillo a hembra en celo, el momento en que ésta estalló retorciéndose como posesa, y coincidiendo su climax con el mío, mi simiente y su flujo se mezclaron antes de resbalar por nuestros cuerpos.
Caímos agotados sobre la cama, mientras Patricia se dedicaba a absorber los restos de nuestra unión, y reiniciando su masturbación consiguió su propio orgasmo, justo cuando su lengua había conseguido su propósito y sobre nuestro cuerpos no quedaba ningún huella de nuestro éxtasis.
Fue también ella, quien tras unos momentos de descanso, rompió el silencio:
–Gracias, nunca había dado tanto placer, siempre busqué en el sexo mi propio disfrute, y me habéis enseñado lo estupendo que es dar en vez de recibir -, dijo antes de echarse a llorar.
Pensando que lo único que le ocurría era que se había puesto tierna después de tanta incertidumbre, dejé que la morena la consolara, mientras bajaba al bar a coger un cava, para celebrar el inicio de nuestro acuerdo. Por fin había conseguido que dos mujeres de bandera, compartieran gustosas mi cama, y que además no solo desearan mis abrazos sino que estuvieran ansiosas de acariciarse entre ellas. Los tríos son difíciles, por eso deben de al menos tener un buen inicio.
Al volver con la botella y las tres copas, Patricia seguía llorando y María estaba seria, con caras de pocos amigos, me había perdido algo y no tenia ni idea de lo que había sido.
-¿Qué pasa?-, pregunté extrañado.
–Tu amigo Miguel es un hijo de puta-, me espetó María mientras su ex no paraba de berrear, – Pati, tiene algo que contarte-.
No entendía nada, creía que había aclarado con la mujer, el hecho que me había intentado engañar, pero que su marido me había sacado de su error enseñándome las fotos de los cuernos que le había puesto. Ella no lo había negado, por lo que para mí, todo estaba claro, Miguel era un cornudo, que se había pasado dos pueblos, pero nada mas. Lo que me mosqueaba era que María se pusiera de su lado, era una mujer inteligente y si opinaba eso de mi amigo, al menos debía de escuchar la versión de Patricia.
Tuve que esperar unos minutos a que se tranquilizara, durante los cuales, no dejaba de pensar en lo que me iba a contar, y que consecuencias tendría en nuestra relación. No me gustaban las mentiras, y si iba a ir por ese camino, lo nuestro habría terminado antes de empezar. Cuando por fin pudo hablar, me dijo entre sollozos:
–Manuel, te he mentido, pero es que me daba vergüenza que supieras la verdad-, no abrí la boca esperando que terminara, – pero lo que te han contado es falso y las fotos que has visto tienen otra explicación -.
-Pati, no me importa lo que ocurrió, es pasado-, le expliqué tratando de evitar su mal trago y que se tuviera que inventar una mentira para disculpar su error.
-¡Pero yo quiero que sepas la verdad!-, por la ira con la que me respondió, asumí que lo mejor era escuchar toda su versión sin interrumpirla.
-Te escucho– le contesté.
-Como sabes, conocí a Miguel siendo una niña, fue mi único novio. Era el hombre ideal, cariñoso, trabajador, con éxito, y encima guapo, por eso cuando me pidió que nos casáramos, me pareció algo natural, mi vida estaba enfocada a ser una esposa y para mí era mas que suficiente-, todo lo que me había dicho era verdad, hacia casi veinte años que los conocía por lo que podía asegurarlo,-durante los primeros años de matrimonio todo siguió igual, el trabajaba y yo le cuidaba, mientras que nuestra situación económica no hacía mas que mejorar. Nos cambiamos de casa, a él le nombraron director de la compañía, de forma que éramos la envidia de nuestro círculo-.
Supe que ahora venía lo realmente importante, todo lo que nos había explicado no debía de ser mas que el prólogo del inicio de el derrumbe de su relación.
–Cuando pedí hablar contigo, estaba desesperada, no tenía a nadie mas al que acudir, ya que no solo eras nuestro amigo, sino que sabía en mi interior que te gustaba, y que por tu carácter no ibas a permitir que siguiera con su juego-, la angustia de su mirada, me acongojó, lo que me iba a contar era demasiado cruel, para que soltarlo la primera vez,- lo que no me esperaba era que al cenar contigo esa noche y luego al venir contigo a Extremadura, la atracción que por ti sentía se convirtiera en deseo y que junto con María, termináramos haciendo el amor–
Rememoré esa noche, donde ella no paró de coquetearme y el viaje en coche donde ya descaradamente buscaba seducirme, pero nada de eso me aclaraba que es lo que había acudiera a mi, después de que Miguel la echara de casa. Como no quería alargar su mal rato, le pregunté.
–Pati, todo eso lo sabemos, ¿ Pero que pasó entre vosotros?, para que llegaras con un matrimonio roto y los ojos morados-.
Totalmente destrozada, me expuso como su marido, al ver que había conseguido el éxito profesional y social, poco a poco se fue distanciando de ella, buscando en otras mujeres la excitación que no encontraba en casa. Ella, que no era tonta, lo sabía pero no le importaba, mientras siguiera manteniendo su status, y siempre que él cumpliera en la cama. Para ella, esa mujeres no eran importantes, ya que ella era la señora de la casa, no era lo que había soñado pero no iba a permitir echar por la borda todos esos años de esfuerzo. Así con un matrimonio de conveniencia estuvieron un par de años, pero todo empeoró cuando Miguel se aficionó a las cartas, y todas las noches iba a garitos donde perdía grandes sumas de dinero en el juego.
“Miguel un ludópata”, sabía que jugaba y que le gustaban la mujeres, pero de ahí a ser un adicto que se arruinaba noche tras noche, había un abismo, pero me hizo recordar que hace tres meses, le había prestado seis mil euros por que según él se había excedido en los gastos.
Patricia tomó aire, antes de continuar:
-Nuestra situación económica iba de mal en peor, al igual que nuestra relación, pero hace una semana llegó borracho, a las tres de la mañana con un amigo. Yo estaba dormida, cuando sentí como me despertaban. Miguel me dijo que le tenía que ayudar, que había perdido mucho dinero, y que no tuvo mas remedio que apostarme en la última jugada-
.
-Como puedes comprender, al oírlo terminé de despertarme, no me podía creer lo que estaba diciendo, cuando entró su colega en el cuarto, y sin mas preámbulo empezó a tocarme y a acariciarme, mientras “tu amigo”, cogía la cámara de fotos. Traté de escapar, pero me agarró de los brazos y tumbándome en la cama, desgarró mi vestido, empezando a violarme. Fue el peor momento de mi vida, cuando sentí como me penetraba ese salvaje, mientras Miguel tomaba fotos animándole sin parar de preguntarle que le parecía yo, de decirle que era una putita que valía el dinero que había pagado. Se estaba riendo cuando noté como se corría dentro de mí-.
-No habían transcurrido mas de tres minutos, desde que entraron a mi cuarto, hasta que se fueron, pero fueron los mas asquerosos de mi vida. Todo en lo que creía se había desmoronado, me sentía vejada, denigrada, y lo mas doloroso era que esa puñalada me la había asestado mi marido-.
-Al día siguiente, estaba todavía llorando, cuando Miguel volvió a casa. Venía con el rabo entre las piernas, pidiéndome que le perdonara, que no sabía por que lo había hecho, que estaba drogado y jurándome que era la ultima vez que se ponía delante de una mesa de cartas-.
De ser cierto, no solo era un hijo de puta, sino poco hombre, al que todos los apelativos le quedarían cortos. Me dolía la cabeza del cabreo, las venas de mi cuello, la tensión de mis hombros no eran mas que un mero reflejo de la ira que sentía en ese momento.
-¿Y qué hiciste?-, le pregunté asombrado por lo que acaba de oir.
–Como una boba, le creí, aunque humillada en lo mas íntimo, pensé que no se volvería a repetir-.
–¡Pero ocurrió!-, sentenció María, interviniendo por primera vez.
–Si, antes de ayer me vino con que todavía debía mucho pero que tenía unos conocidos que se harían cargo de sus deudas, si me acostaba con ellos. Al negarme, se puso hecho una fiera, recriminándome el dinero que se había gastado en mi, y todo lo que me había dado durante esos años. Viendo que no cedía empezó a amenazarme con mostrarle las fotos a mis padres, para que vieran lo puta que era su hija-, la cólera al recordarlo la hizo llorar,- No pude resistirlo, y traté de abofetearlo con todas mis fuerzas, pero no llegué a tocarle, por que él, me tumbó en el sofa, dándome la paliza que viste ese día-
María se abrazó a ella, tratando de consolarla, mientras le decía que no se preocupara que con nosotros estaba a salvo, y que yo no iba a dejar que siguiera con su juego. Eran dos versiones tan diferentes que no sabía con cual quedarme, pero era importante el decidir quien decía la verdad, sino lo hacía jamás podría volver a confiar en Miguel ni en Patricia. Estaba como paralizado, uno acusa de cuernos, y la otra de violación, la gravedad de la versión de Patricia hizo que inconscientemente fuera tendiendo a creer la de Miguel, por que no podía aceptar que mi amigo fuera tan cabrón, pero tratando de recapacitar recordé las fotos que me había mostrado, y de pronto caí que no solo habían sido tomadas en la habitación de ellos, sino que confirmando la historia de la mujer, un camisón desgarrado estaba tirado al lado de la cama.
Todo cuadraba, la pobre decía la verdad, y el que hasta entonces consideraba un amigo, era un mal nacido de la peor especie. Todavía me parecía oír sus palabras cuando le recriminé que hubiera pegado a su mujer, donde me decía “que desde ese momento Patricia era problema mío”, por lo que dándole la razón, ya que el me la había cedido, vengarla era mi responsabilidad.
Decidido me acerqué a las dos mujeres, y levantando a Patricia de la cama, le pregunté:
-¿No eres acaso nuestra mujer?, esperé a que me contestara afirmativamente con la cabeza,- pues entonces como dicen en México “¡No es Hombre, el que no se venga!-, y dándole un beso en los labios, grité:
-¡Brindemos por el sabor dulce de la venganza!-, mientras servía tres copas.
Después de la agotadora noche con mi amiga Claudia, despierto y no está a mi lado. Me levanto y desnuda, como estoy, me dirijo al baño, que como siempre, cuando lo necesitas, está ocupado. Busco a la zorrita de Claudia y la encuentro ¡En la cama con Pablo!…¡Han dormido juntos, desnudos, ella con una mano sobre su pene!…
Esta me la pagara, se me ha adelantado la muy puta…Jajaja. Qué suerte tiene.
Me acerco para tomar posiciones al otro lado de Pablo.
–¡Ana! ¿Qué haces?
La madre de Claudia me ha pillado. Se despiertan los dos bellos durmientes.
–¿Qué pasa Claudia? ¿Qué haces chiquilla? Aparta la mano de mi…¡Joder, qué familia…! ¡No puede descuidarse uno!
Claudia, hija, se aparta de Pablo, que se cubre como puede con la sábana. Claudia madre se ríe. Yo adopto una expresión seria, para disimular.
–¡Eso digo yo! ¿Qué hacéis los dos encamados? Y encima le metías mano. ¡No puedes negarlo!
Claudia me pasa un brazo por el hombro.
–Tu amiga no ha hecho nada con Pablo. Vino anoche, porqué no se dormía y le hice un dedito para relajarla. Hace un momento me levante para ir al baño y los dejé dormidos a los dos, tu amiga, soñando, se habrá cogido al palo para no caerse. Jajaja.
–Muy gracioso, eres una mala amiga. Ven conmigo al baño. Y no vuelvas a dejarme sola.
Mi casi hermana se levanta, me hace cosquillas, ella sabe donde darme para quitarme el enfado. Y no estoy enfadada. Me ha gustado que Pablo pasara la noche con Claudia, mis padres parece que van resolviendo sus problemas y ella se estaba quedando muy sola. Si esta relación sigue adelante, habrá dos hombres en casa, eso es bueno. Demasiadas mujeres para mi padre.
En el baño, me siento en el inodoro, Claudia entra en la ducha. Me gusta su cuerpo, delgada, pero no demasiado, marcando unas curvas suaves, la línea del cuello, pechos pequeños pero duros, de pezones rosaditos, que me encanta excitar…Las caderas, aún poco definidas, pero apuntando a unas curvas rotundas, como las de su madre. Piernas largas con muslos proporcionados, marcadas pantorrillas, tobillos finos…Y los pies, largos, dice que son griegos, el dedo gordo más largo y los demás decreciendo hasta el meñique. Preciosos. La quiero mucho. Entro con ella en la ducha, cojo el gel y lo esparzo en mi mano para lavar su espalda, se gira y deposita un breve y dulce beso en mis labios. Respondo acariciando su vagina, pasando un dedo por la suave grieta…El agua tibia cae sobre nuestros cuerpos…
La ducha resulta deliciosa, cuando se comparte con una persona tan dulce. Me ha llevado dos veces al clímax y he tenido que sentarme en el suelo porque mis piernas no me sostenían.
Cuando me recupero veo, a través del empañado cristal, a la madre de mi amiga y a Pablo embelesados mirándonos.
–¿Qué hacéis los dos ahí? ¿Nos estáis espiando?
Pablo parece abochornado. Pero Claudia, que nos conoce bien, sonríe.
–No, solo veníamos a ducharnos, pero estabais ocupadas y esperamos a que terminarais. Pablo no está acostumbrado a estos espectáculos. ¿No es verdad, Pablo?
–Cierto, no estoy habituado y no sé si lo estaré alguna vez. Pero debo reconocer que ha sido precioso.
Miro al pobre hombre que no ha podido evitar…
–Claudia, ¿has visto como está Pablo? Jajaja
Pablo se cubre con las manos lo que puede, que no es mucho y se marcha corriendo hacia la habitación. No podemos evitar las risas de las tres.
Claudia, jocosa, nos reconviene.
–No le hagáis esto, malvadas. Lo estáis asustando y si se marcha no os lo perdonaré.
Va en su busca. Nosotras nos secamos y vamos a terminar de arreglarnos a nuestro dormitorio. Poco después escuchamos a Claudia y Pablo en el baño, con gemidos, ayes y suspiros. Nos reímos alegremente. Mi madre pasa por la puerta, se asoma a la habitación.
–¿Qué pasa? ¿De qué os reís?
–No es nada, mamá. Pablo y Claudia parecen haber congeniado, han pasado la noche juntos y siguen con la marcha.
–Vaya, me alegro. Últimamente, con todo lo que ha pasado, la veía muy decaída. Hace algún tiempo que no la oía reír con tantas ganas. A ver si por fin encuentra la felicidad y si es con Pablo, mejor que mejor. Vamos a desayunar señoritas.
El desayuno se realiza en completa armonía. Los niños con sus carreras, gritos, juegos y nosotros charlando de cualquier cosa. Pablo se marcha a su casa, aunque no me extrañaría que se mudara aquí, para vivir con Claudia.
Pero hay algo que me sigue preocupando. ¿Qué hizo mi abuelo, que le afectó tanto a mi madre? Claudia madre e hija con Marga y mi madre se llevan a los niños al colegio y luego piensan ir de compras. Me quedo sola con mi padre.
–Papá. ¿Por qué está mamá tan dolida con el abuelo? No se le va de la cabeza y eso le hace daño.
–Son muchas cosas hija. Tu madre ha superado situaciones muy conflictivas, con ingenio. Pero eso no le sirvió de nada con mi padre. Él era un hombre acostumbrado a hacer lo que quería con quien quería. Intentó educarme a mí de la misma forma, pero tu abuela no se lo permitió. Según él, mi madre me había convertido en un pelele y lo que ocurrió con tu madre se lo confirmó. Por eso no tuvo ningún reparo en aprovecharse de la situación y chantajear a tu madre para utilizarla como quiso.
–¿Y no habrá algo más? ¿Algo concreto que aun le duela? ¿Has leído todos los cuadernos? Ahí puede estar la clave de lo que le ocurre.
–Tal vez, cariño. Pero yo no pienso entrar en ello. Es muy doloroso para mí, destruí el pendrive porque no quería saber nada más. Pero si estás interesada, habla con Pablo, investigadlo, pero con cuidado, mamá está muy sensible con esas cosas. Ah, y cuidado también con Pablo. No vayáis a liarlo, tú y Claudia, con vuestras artimañas y lo estropeéis todo. Pablo es una buena persona, pero es un hombre y vosotras dos ninfas peligrosas.
–Que dramático te pones, papá. No te apures, lo trataremos bien.
–¡Eso! Eso es lo que temo. Que lo tratéis tan bien que acabe marchándose.
Doy un beso a mi padre y salgo corriendo.
–¡Chau papi, me voy al insti!
PABLO
Me he despertado con un sobresalto producido por las exclamaciones de Ana, cuando ha visto a Claudia, hija, dormida, con su mano en mi pene. No me había dado cuenta de nada. Jamás había pasado una noche como esta. Primero con Marga y Claudia, luego con Claudia solo…El morbo de sentir como la madre calmaba a su hija, la excitación, el polvo al generoso culo de la madre…
Generalmente tengo alguna dificultad para conciliar el sueño, pero, después de las sesiones de sexo, me dormí como un bebe, hasta que he despertado con mi pilila en las manos de Claudita. Ha sido una extraña experiencia. Por una parte la muchacha es muy bella y atractiva. Por otra el rechazo por ser tan joven y además, hija de la mujer con la que acabo de tener relaciones sexuales. Tengo que rumiar todo esto.
Claudia me ha llevado de la mano al baño, donde el espectáculo ha sido alucinante. Ver a dos bellas lolitas dándose placer…Y después el corte de estar ante las chicas con el miembro erecto… ¡Qué vergüenza!
Así que en cuanto he podido me he largado a mi casa. Tengo que poner en orden mis ideas, han sido demasiadas vivencias en muy poco tiempo. Así que me he puesto a escribir esto para intentar aclararme.
Tenemos, por un lado a Claudia, que es una mujer deliciosa. Inteligente, atenta, alegre, sin inhibiciones, sin tabúes, capaz de hacer feliz a cualquier hombre y necesitada de afecto y cariño. Podría enamorarme de ella, me siento muy agusto en su compañía. Solo pensar en ella y me pongo tierno. ¿Seré cursi?
Por otro Marga, enamorada de Mila, daría su vida por ella. No creo que llegue a formar pareja con ningún hombre. Se siente satisfecha en su relación con Mila, que además comparte a José con ella.
Las chicas, Claudia y Ana. Peligrosísimas en su pícara inocencia. Capaces de volver loco a cualquiera. Espero no caer en esa locura.
Los niños, por lo poco que he podido observar, se comportan con normalidad, se sienten queridos, no he detectado ningún rechazo por parte de los mayores. Todas las mujeres los atienden como madres y José, que es un hombre especial, los adora. Tanto a los suyos como a los demás. Como él mismo dice en sus notas, son sus niños.
Un caso aparte es Mila. Está pasando por una fase de inestabilidad emocional… Que me preocupa. Mientras esté abrigada por la familia, no creo que tenga problemas, pero si sufre algún otro revés, sus escasas defensas podrían caer y hundirse en una depresión peligrosa. Debo alertar a José para que trate de no alterar excesivamente a su esposa, que trate de evitarle cualquier complicación.
Llaman a la puerta. Abro. Caramba, qué peligro.
–Hola Ana. ¿A qué debo tan grata visita?
–Hola Pablo. Vengo a hablar contigo, sobre lo que comentamos anoche. Mi padre piensa que puede haber algo, en los cuadernos, que nos dé alguna pista para saber por qué se altera tanto, mi madre, cuando se habla de mi abuelo.
–Vaya, yo pensaba lo mismo. De hecho estoy a punto de repasar los ficheros para tratar de averiguar algo.
Ana entra y se sienta ante mi ordenador.
–Qué casualidad. Antes de salir he hecho lo mismo que estás haciendo tú. Escribir unas notas para aclarar y no olvidar ideas.
–Sí, se ha convertido en un hábito. Ya me falla la memoria y esta es mi agenda. Pero tú eres joven, no puede afectarte la pérdida de memoria.
–Pero me gustaría, Pablo. Sería maravilloso poder olvidar todo lo pasado, mira como está mi madre por no poder olvidar.
–No, Ana. Además de que el olvido voluntario es casi imposible, no lo considero positivo. ¿Cómo te ves a ti misma? Porque yo te veo anímicamente bien. Te ríes, disfrutas con Claudia, con tu familia y con los chicos con los que estáis saliendo ¿No?
–Si, pero a veces me asaltan recuerdos que quiero desterrar de mi pensamiento y no puedo.
–Pues no lo hagas. No intentes desprenderte de ellos. Acarícialos, busca en ellos lo bueno que puedan contener. Seguro que lo hay. Céntrate en la parte buena de esos recuerdos, la mala se irá desvaneciendo, no la olvidarás, pero perderá importancia. Ana, eres una buena persona. Lo he podido comprobar. Esa persona, que eres tú, es el fruto, el resultado, de la acumulación de todas las experiencias que has vivido a lo largo de tu existencia. Y el resultado, por lo que observo, es bueno.
–Vaya, tengo que hablar más contigo. Me das vida con tus palabras. Me subes la autoestima.
–De eso se trata. No importa lo que haya pasado en tu vida anterior. Debes aprender a metabolizarlo y digerirlo, lo positivo lo conviertes en alimento para tu mente y lo negativo lo expulsas, que no es, ni más ni menos, que convertirlo en algo sin importancia. Y como todo en esta vida, a digerir se aprende. Pero vamos a dejar esto así, ya seguiremos hablando de ello cuando vengas con Claudia. Ahora buscaremos algo en los cuadernos de Mila.
–He traído mi portátil, pero está bajo de batería y no traigo cargador.
–Espera, aquí tienes un alimentador de noventa vatios con clavijas intercambiables. Conéctalo en ese enchufe.
Nos sentamos en mi mesa escritorio, Ana frente a mí, cada uno con nuestro ordenador.
Tras más de una hora e búsqueda, Ana llama mi atención sobre una fecha. Lo busco y leemos.
xx-xx-2010
–José me ha dicho que su padre nos ha invitado a una montería en la provincia de Jaén. Tiene reservadas habitaciones en un hostal y los niños se quedarán con la abuela. No me hace mucha gracia. Mi suegro está organizando esto para follar conmigo, pero si me niego será peor. Acepto y a ver qué pasa.
xx-xx.2010
–Como suponía me la han jugado. Llegamos por la tarde y en la recepción del hostal, ya he visto a dos de sus amigos que, disimuladamente, me han confirmado lo que yo imaginaba. José está contento, no sabe que me han traído aquí para follar conmigo y lo peor es que no sé cómo se lo van a montar, para que mi marido no se dé cuenta de nada.
–Ya me he enterado. Lo han quitado de en medio. Han llamado de Madrid, a José, porque, al parecer ha habido un problema con un equipo de supervisión de un banco. Él, se ha llevado una desilusión, por no poder participar en la cacería. El muy idiota no sabe que a quien van a montear es a mí. He intentado, por todos los medios volverme con él a Madrid. Pero se ha puesto muy pesado con que debo quedarme para “vivir la experiencia de la caza mayor”. Como si a mí me importara un pimiento. Me ha dado mucha rabia, su insistencia en que me quedara, alentada por mi suegro, claro. Se ha marchado y me ha dejado sola ante el peligro. Bueno, peor para él. Intentaré pasarlo lo mejor posible.
–La cena, con mi suegro, resulta un tanto crispante. No hace más que decirme lo bien que lo vamos a pasar esta noche, que él se vendrá a mi habitación, cuando esté todo tranquilo. Me he levantado para ir al servicio y Salvador, uno de los amigotes de juerga de mi suegro, ya me ha dicho que, “¿Cuándo echamos un polvete? Tu suegro no nos había dicho que vendrías”. Me han dado ganas de darle un puntapié, pero he puesto en mi cara la mejor de las sonrisas y le he dicho que tuviera paciencia, que ya se lo diría.
–Como suponía, no han pasado ni diez minutos desde que entré en la habitación y ya estaba llamando en la puerta. Ha entrado como un huracán. Yo estaba desvistiéndome para ponerme algo cómodo, pero no me ha dado tiempo. Me ha arrancado la ropa a tirones y empujado de espaldas sobre la cama, ha abierto mis piernas y se ha clavado en mí, como un caballo cubriendo a su yegua, me hacía daño. No estaba lubricada y su polla en seco me ha lastimado, pero pronto se ha puesto a segregar líquido preseminal. Ha sido rápido, en dos o tres minutos ha soltado su carga en mi coño y se ha tumbado boca arriba, a mi lado.
Sé, por experiencia, que no ha terminado. Pero también sé, que si lo dejo ahora, puede pasarse la noche entera entrando y saliendo. Así que tomo la iniciativa. Acaricio su miembro, me incorporo hasta colocarlo en mi boca y mamarlo, mientras acaricio sus huevos. Llevo su mano a mi teta, sé que le gusta. Trabajo un poco, si me comiera el coño no sería tan aburrido, pero para él solo soy una puta, haciendo su trabajo. Y a una puta no se le come el coño, como me ha dicho algunas veces.
Viene muy caliente. Consigo que se corra otra vez en mi boca. Disimulo y escupo el semen. Me tiendo a su lado. Descansa amodorrado. Como mucho aguantará otro orgasmo y se dormirá, pensé. Así ha sido. Al rato lo he despertado, he reanimado su pistola, lo he cabalgado y se ha corrido dentro. Lo he dejado en la cama y me he dado una ducha. Al salir, el muy cabrón estaba roncando. Me he acostado en la otra cama, para alejarme de él.
–Me ha despertado, el hijo de puta, golpeándome la cara con la polla. Le río la gracia, se la chupo y en cuanto está tiesa, se coloca encima y me penetra, con su acostumbrada violencia. Se corre, se levanta, se ducha y se marcha con un ¡Hasta luego!
Veremos como paso el día. A mí esto de la montería me importa una mierda. Pero tengo que disimular. Me visto con la ropa de montear. Una falda amplia de tela gruesa, color caqui, camisa, chaqueta a juego y botas para el campo. Bajo a recepción. Aún es de noche. Tomamos un café y salimos. Me subo en el todoterreno de mi suegro y tras unos minutos por carretera, tomamos un carril de tierra, dando tumbos, hasta llegar a un cortijo, donde están reuniéndose los participantes. Hace frio.
La verdad es que resulta pintoresco. Las rehalas de perros ladrando, los mozos, los secretarios, los guardas. Una fogata agrupa a la gente en busca del calor. Se sortean los puestos. Mi suegro se acerca con un plato de migas con chorizo, trocitos de tocino frito y una hogaza de pan. Me dice que coma, que luego pasarán varias horas hasta que termine la montería y volvamos a comer. Le hago caso, está bueno. Pepe me enseña a manejar la escopeta con la que debo disparar. Disimulo. Lo he hecho en otra ocasión, en la que participé, con un cliente, en otra montería. Me llevó con él, porque le daba morbo follar conmigo en el puesto, mientras su mujer, él lo sabía, se follaba al secretario en otro puesto.
–Me he encontrado con otro de los amigos de Pepe, mi suegro le ha dicho que puesto me había tocado en suerte. Casualmente el suyo estaba colindante con el mío. Vaya suerte la suya. Me presentan al que será mi secretario durante la cacería. Pepe habla con él. Es un mozo de unos veinte años, moreno, alto, con la piel curtida por el sol, agraciado, sin ser guapo. Le sonrío y me devuelve una risa franca, limpia. Me gusta. Se llama Manuel.
–Al salir el sol nos conducen a los puestos. Manuel lleva las escopetas, la munición, una manta y un zurrón con comida y vino. Nos acomodamos en un hoyo, enclavado en la parte alta de una ladera que domina una vaguada por la que, Manuel me dice, van a pasar los marranos. Jabalíes. El sol empieza a calentar. Ya me sobra ropa. De reojo veo al muchacho mirar mi cuerpo. Suena una algarabía de trompas, tiros de arcabuz, griterío de perros y algunos disparos de rifles de gran calibre, de todo ello me informa Manuel. Estamos solos en el hoyo, no nos ve nadie.
–Manuel, tienes novia?
–Que va, señora, no tengo naa.
–Entonces ¿no haces el amor?
–Señora, eso es muy privaoo.
–Pero algo harás ¿No?
Se puso muy nervioso. Le temblaban las manos.
–¿Te gustaría hacerlo ahora conmigo?
— Jopoo, señora, no me haga uste bromas.
–No es broma, mira.
Libero un pecho. El chico abre los ojos de par en par.
–Anda, tócalo, acarícialo, pero hazlo suave.
Y me lo acaricia. La rugosidad de la piel se compensaba con la suavidad con que pasaba las yemas de los dedos por mi seno. Desabrocho toda la camisa y le ofrezco mis dos frutas, que se apresura lamer y chupar. El olor a jara, a romero, la boca del chaval mamándome y mi coño destilando jugos. Una combinación explosiva. Mi secretario ha colocado la manta en el suelo, de forma que puedo estar acostada sobre ella para disparar, si fuera preciso. Me tumbé boca abajo, dejando mi grupa a disposición del chico que, sin perder tiempo, levanto la falda hasta la cintura, apartó el tanga, hilo dental y acarició con los dedos mi rajita, que aún destilaba los jugos depositados unas horas antes por mi suegro. La situación me excitaba. El recuerdo de mi marido me provocó un arranque de rabia.
–¡¡Manuel, follame!! ¡Hazlo ya!
El muchacho desabrocho la montera, bajo su pantalón y me incrustó una soberana polla, que me llenó hasta el fondo del útero. Obedecía mis instrucciones como un autómata, me excitaba su sumisión.
–¡No te vayas a correr hasta que yo te diga! ¿Vale?
–Vale, señora…Lo que uste mande.
Y seguía bombeando. El orgasmo me sorprendió, como una explosión. Toda la rabia, la frustración que sentía por lo que me hacia mi suegro, explotó en aquel momento.
El pobre chico se quedó muy quieto, al sentir mi espasmo.
–Sigue, Manuel, sigue y córrete. Te lo has ganado.
Al oírme se lanzó a una carrera alocada, me zarandeaba, yo era como una paloma bajo su cuerpo fibroso, duro. No aguantó mucho más. Un sonido ronco y profundo precedió a su eyaculación, que me hizo llegar a otro orgasmo. Recorrió mi cuerpo desde los dedos de los pies hasta la nuca, concentrándose después en la pelvis. Quedamos desmadejados. Cuando me repuse me senté y lo atraje hasta mí. Besé su boca, mientras acariciaba los duros músculos de sus brazos, el pecho, sus nalgas. Me quité el tanga y se lo entregué como trofeo.
–¡Gracias, Manuel! Me has hecho feliz.
–¿A mí me va a dar las gracias? ¡Gracias a uste, señora. Esto es lo mejo que ma pasao en toa mi vida!
La cacería sigue, los disparos, los gritos, se alejan. Vi unas ciervas que corrían asustadas por los perros. Manuel me dijo que a las hembras no se les disparaba. Me dieron lástima. Me sentía como ellas, acorraladas, indefensas, en las manos de desaprensivos capaces de cualquier cosa, con tal de satisfacer sus sucios deseos.
Pero. ¿No acababa de hacer lo mismo con este pobre chico? Lo había utilizado para liberarme de la frustración, por la impotencia ante el acoso de mi suegro. Enfrascada en mis pensamientos no veo a un hombre que se acerca por detrás al puesto. Manuel lo saluda. Es el amigo de Pepe, que viene a ver que cae. Hablan los dos, envía a Manuel a su puesto, para que acompañe a su secretario, dice que por aquel puesto no pasa ni un conejo. Está prohibido circular por las trochas durante la montería, para evitar accidentes, pero este se lo pasa por el forro.
–Mila, estaba deseando joderte. Desde que tu suegro me dijo que venías no he dejado de pensar en darte por el culo.
Tras el saludo, me da un morreo y me magrea el culo. Yo ya lo esperaba, este cabrón es un fanático de mi trasero, me coloca a cuatro patas en el fondo del hoyo, levanta la falda hasta colocarla en mi espalda, dejando las nalgas al aire. Sin preliminares, sin una caricia y sin lubricar, entierra su aparato en mi vientre. Debía estar muy apurado, porque bombeó con fuerza un par de minutos y se corrió dentro. Se limpió la verga en mi falda y se sentó, yo me senté a su lado.
–No puedes imaginarte lo que he tenido que liar para quitar a tu marido de en medio. Cuando Pepe me dijo que venias con él, me dije, ¡la jodimos!, José no nos va a dejar echar un polvo. Así que llamé al director del banco —- y le dije lo que tenía que hacer para provocar la avería y que llamaran a tu marido para que fuera a arreglarla. Lo dicho, un lio. Pero ahora me alegro, me he quedado muy agusto. Por cierto, esta noche te toca con Fulgencio, irá a tu habitación después de la cena. Ahora me voy que esto se está acabando, ya están recogiendo las rehalas. Nos vemos luego.
Se levanta y se va. Mi cabreo es monumental. El cerdo de mi suegro ha montado todo esto para tenerme estos días a disposición de sus amigotes.
Después de la comida en el cortijo, donde no probé nada, le digo a mi suegro que no me encuentro bien y que me quiero ir a casa, a sabiendas que no lo va a permitir. Pero lo convenzo para que me deje ir al hostal. Me lleva uno de los mozos que tenía que ir al pueblo. Consigo localizar a José por teléfono y le pido que venga, que me encuentro mal y muy sola. Si supiera la verdad…
Me asegura que enseguida se pone en marcha. Así ha sido, apenas tres horas después llegó, subimos a la habitación y quiso echarme un kiki, como es lógico no se lo podía permitir, me di una ducha, descansamos un rato en la cama, vestidos y bajamos a cenar.
Cuando mi Pepe ha visto que su hijo había vuelto le cambió la cara. Pero la de “Don Fulgencio” era para reírse, su enfado era evidente, le hacía señas a Pepe indignado.
Se acercaron a saludar a José y preguntarle qué había pasado, les dio una ligera explicación del problema que había tenido que resolver y los invitó a sentarse y tomar una copa. Y no ha sido una, empezaron a animarse, bebiendo, charlando, yo cada vez mas mosca y al final consiguieron emborracharlo, a pesar de mis advertencias. El muy idiota cayó en la trampa, y yo también.
–Bueno, ya está bien. José está muy mareado y me lo llevo a la habitación.
Pepe se levanta para coger a su hijo por un brazo, yo por el otro y nos lo llevamos casi a rastras al ascensor, subimos, entramos en la habitación y lo acostamos en una de las dos camas. Fue caer y quedarse dormido, más aún, parecía estar en coma. Pepe me empujó sobre la otra cama y se me echó encima.
–¡Pepe, por favor, tu hijo nos puede ver!
–Quién, ¿el calzonazos? Anda ya, este no se despierta ni a tiros. Ya me han dicho que te han puesto el culo bien hoy ¿No?
–¡Si, cabrón!. Os estáis aprovechando bien de mí. Quiero tres mil euros por la faena, díselo a tus amigotes.
–Por el dinero no te preocupes. Tú haz bien tu trabajo y déjanos contentos a todos. Ahora chúpamela, que Fulgencio está al llegar.
Se saca el miembro, me arrodillo ante él y se la mamo hasta que descarga en mi garganta. Se la envaina y se marcha, dejando la puerta abierta. Inmediatamente entra Fulgencio, de sesenta y tantos años, con una enorme tripa, la cara roja, papada fofa, y unas gafas de miope tras las que me miran unos ojos pequeños y lacrimosos. Me asusta un poco, José está aquí, tendido en la cama y este quiere follar ahora conmigo. Se me ocurre algo.
–Fulgencio, venga conmigo a la terraza. Podemos ver, con las cortinas medio cerradas, si se despierta José. Así podemos disimular.
–¡Venga, venga!, ¡Lo que sea! Pero mi mujer está en la habitación de al lado. ¿No nos vera?
–No, los laterales son altos y tendría que salirse por la barandilla para vernos. Pero no haga ruido.
Así lo hicimos, me desprendí de la ropa, me puse un salto de cama y la bata encima, sin nada más debajo y salimos a la terraza. Hacía frio, las zapatillas no me calentaban los pies, el hombre se colocó a mi espalda, mientras yo miraba hacia dentro de la habitación. Las frías manos del cliente, al deslizarse por mis caderas, buscando las tetas, me provocaron un escalofrío. Le cogí el pene, pequeño, fláccido, lo manoseé un poco y me lo llevé a la boca, aún tenía el sabor del semen de mi suegro.
Logré que reviviera y me agaché, dándole la espalda y lo guié hasta introducirlo en mi chocho. Me movía para acelerar el orgasmo, pero sin mucho éxito. Le llevé las manos a mis pechos, para ver si lo animaba, pero la situación, el frio, estar de pié, no facilitaban las cosas. Además yo estaba pendiente por si José despertaba. Fulgencio se cansaba, resoplaba como un toro.
–Fulgencio, vamos a probar dentro, aquí hace mucho frio.
–No Mila, no puedo, ya estoy viejo para esto, me canso y ya ves, está arrugada. Hace tiempo que me pasa. Solo te pido que no le digas esto a nadie. Si preguntan diles que me he portado bien.
–No te preocupes, tu secreto está a salvo conmigo.
Le di un beso y se marchó. Cerré la puerta con el pestillo y me tendí junto a mi marido. En ese momento lo necesitaba, me sentía mal por lo que hacía, pero era como una droga. Sí, eso era, una sexoadicta, necesitaba hacer estas cosas, me excitaba el riesgo y en ese momento hubiera dado años de mi vida por poder hacer el amor con mi marido. Lo miré a la cara, acaricié sus mejillas, besé los labios, pasé una mano entre mis muslos y acaricié mi rajita, besando a José llegué al momento más hermoso de la noche, al único, un orgasmo dulce, oleadas de placer inundaban mi cuerpo y me quedé dormida con la mano en las ingles.
Por la mañana convencí a José para marcharnos enseguida. Cuando Pepe, su padre vino a despertarnos le dijo que no nos encontrábamos bien y que nos íbamos después de desayunar. Le sentó como un tiro, pero acepto y se fue a seguir con la montería.
Pasamos por casa de los padres, recogimos a los niños y regresamos a Madrid.
Han pasado dos días y he comprobado que me han ingresado cuatro mil euros en mi cuenta privada.
Ana me miraba atónita. Aquella aventura de su madre la dejó muy pensativa.
–¡Mi abuelo era un cabronazo! No me extraña que mi madre esté así con él. Pero a pesar de todo, no creo que esto sea el motivo por el que ella está así.
–Tienes razón, esto es muy fuerte pero a la vista de las vivencias de tu madre, tiene que haber algo más duro, algo que la ha traumatizado y probablemente relacionado con tu abuelo. Yo seguiré investigando y tú debes marcharte, no conviene que estemos aquí solos mucho tiempo.
–¿Tienes miedo de mí?
–No, Ana. Es por ti. Debes velar por tu reputación, vivimos en sociedad y aunque ahora te parezca que te da igual, con el tiempo comprobaras que te engañas.
–Pues sí, me da igual. ¿Pasa algo?
–En este momento no, pero, imagínate una situación…Hipotética. ..Conoces a un chico que te gusta, te enamoras, un día se entera de algo que has hecho, o que dicen que has hecho y te rechaza. Te parte el corazón…Y no puedes hacer nada por evitarlo. Piénsalo.
Un caliente y divertido recorrido por las distintas formas de sexualidad a través de la vida de un joven que llegó a prostituto de manera casual. Alonso, nuestro protagonista llega a Nueva York y durante su primera noche en esa ciudad, se acuesta con una cuarentona. A la mañana siguiente descubre que le ha dejado dinero sobre la mesilla, pensando que es un hombre de alquiler. A partir de ahí junto con Johana, su madame, va conociendo a diferentes clientas y ellas le enseñaran que el sexo es variado e interesante. Narrado en capítulos independientes, el autor va desgranando los distintos modos de vivir la sexualidad con un sentido optimista que aun así hará al lector pensar mientras disfruta de su carga erótica.
PARA QUE PODAÍS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
Capítulo 1 Ángela, la azafata buenorra.
La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia. Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.
Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas. Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar. Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces.
No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones, ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.
Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.
« ¡Cojones con la vieja!», exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.
No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.
Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.
« ¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!», pensé sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.
El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.
Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la bandeja con la insípida comida.
― No te comprendo― respondí.
La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:
― Está claro que te pongo cachondo ― dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.
― A mí y a todos― contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.
Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.
La realidad es que no me importó:
¡Estaba en Nueva York!.
Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo. Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “ deja vu” , la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.
Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.
Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway, el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:
¡Me subí al Empire State!
Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.
Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado. Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo.
Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.
«Menudo idiota», pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.
La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.
― ¿Con quién vas a cenar?― me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.
― Contigo― respondí sin creerme mi suerte.
Tras una breve presentación, me dijo al oído:
― Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir― asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: ― Voy a usarte para darle celos a ese cabrón.
Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:
― Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche.
Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:
―No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe― y cogiendo su bolso, me susurró: ― El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa.
Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:
― No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis.
Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador.
Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:
― Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía.
― Dime al menos si te gusta lo que ves― le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.
No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que me fue posible, me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
― ¿Quieres que siga?― le pregunté con recochineo al advertir que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
―Sí― respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:
―Desenvuelve tú, tu regalo.
La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:
― ¡Qué maravilla!
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección. Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras. Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.
― No te muevas― me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.
Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:
― Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones― y dirigiéndose a mí, exclamó: ― Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido.
A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar. La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.
― Soy esclavo de tu belleza― respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.
Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.
Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:
―Tengo que cambiarme.
Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara. Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:
―Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho― y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.
Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:
― Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel.
Ruborizándose por completo, me contestó:
― Eso se lo dirás a todas tus clientas.
Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:
―¿Dónde quiere la señora ir a cenar?
―Al Sosa Borella.
Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo―argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir, me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.
Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.
― No te preocupes― le respondí. ―Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan.
―Perfecto― suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.
―Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo.
Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:
―Mentiroso― me contestó encantada.
―Es verdad― le aseguré. ―Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura.
―Tonto― me susurró dándome un beso en la mejilla.
Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
―Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta.
―Te lo agradezco― contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.
El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:
―Disculpe, ¿le conozco?
La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:
― Soy Pascual, el compañero de Ángela.
Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse un tono despectivo al contestarle:
― Ah, el chofer del avión― y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: ―No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos.
Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:
― Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido.
―¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven.
Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:
―¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú.
―Siento haber sido tan despótico.
Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:
―Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante.
La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:
―Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta.
No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:
―Estoy deseando comerte entera.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
―Abre tus piernas.
La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance. Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.
Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:
―Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!.
Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
― ¿Has hecho el amor en el metro?
― No― respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.
― Pues esta noche, lo harás.
Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.
― Y tu marido, ¿qué hace?
― Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años―, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: ―No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite.
Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa. Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.
Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era. Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro. No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.
― ¿Te gusta?― pregunté mientras mis dedos pellizcaban sus pezones.
― ¡Sí!― sollozó sin dejar de mover su cintura.
La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
― ¡No puede ser!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.
― ¡Qué gozada!― chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.
No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.
― Sigue, por favor― me pidió apabullada por el placer.
Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.
― ¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?― preguntó temiendo que diera por terminada la velada.
Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
― Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.
―Desnúdate― pedí.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.
―Tócate para mí― ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.
Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:
―Te debo algo.
Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.
― ¡Fóllame!― imploró con el sudor recorriendo su piel.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi orgásmica.
La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.
No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:
―Ha sido maravilloso― me contestó con una sonrisa en los labios, ―nadie nunca me había dado tanto placer.
Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:
―Todavía me falta probar este culito― le solté.
Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.
― ¿Y esto?― pregunté.
― Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida.
La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.
―Lo haré― contestó con ilusión por poder volverme a ver.
Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.
Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:
― He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?
Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:
―Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena.
« Joder», exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:
― Y tú, ¿Qué ganas?
― Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía.
Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.
Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí: Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler.
Capítulo 2 Helen, enculando a la gorda.
Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gigolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.
Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.
« Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar», me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dólares por mi capricho.
Era una pasta pero podía permitírmelo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “ propina” descomunal, me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de qué tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.
Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta. Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.
―Okay― le contesté ―ahora bajo a probarme el smoking.
Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.
« Me tendré que acostumbrar», pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.
Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:
― No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!
Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.
― Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola.
― Y ¿cómo es?― pregunté interesado en su físico.
― Una mojigata, tendrás que esforzarte― contestó sin darme más detalles.
No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.
«Joder, este sitio es una mina», sentencié al darme cuenta de las intenciones de ambas.
Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.
― No puede ser― me contestó la más interesada, ―mañana nos vamos.
Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:
―Lo siento, debo irme― susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía.
Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. «Está jamona», dictaminé mientras la saludaba con un beso en la mejilla:
―Soy Alonso.
Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.
―¿Qué te ocurre?―, le dije sentándome a su lado.
Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.
―Y eso, ¿por qué?― respondí acariciándole la cabeza.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:
― Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente.
Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.
―Levántate― ordené.
«Puta madre», exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:
―¿A qué hora es la cena?
―A partir de las ocho.
Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.
La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.
―Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos.
Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.
―Ahora necesitamos ropa interior acorde con el vestido y que sea sexy― insistí.
Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.
― ¡Es perfecto!― sentencié nada más verlo.
La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.
Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos, se mostraban orgullosos, dándole el aspecto de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:
― Estás para comerte.
Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada, incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “ rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:
―Había pensado en coger un taxi― respondió avergonzada.
― De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina― le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.
Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:
―Tenemos que planear nuestra actuación.
―No sé a qué te refieres― respondió.
Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.
― ¿Qué tienes pensado?― dijo avergonzada.
― Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen en lo que se han perdido.
― No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz.
― Podrás― le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.
Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer, me puse de rodillas frente a ella y le solté:
―Pídemelo.
Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:
― ¡Cómeme!
― Sus deseos son órdenes― respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.
Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.
Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía, mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas. Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.
La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.
―No me lo puedo creer― aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones.
Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:
―Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas.
Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa, se acomodó la ropa y adoptando su papel, me ordenó:
―Cuando salgamos, ábreme la puerta.
Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.
La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.
Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.
―Tráeme un poco de ponche― me pidió con un sonoro azote.
Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con una sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.
―Vale, pero date prisa― respondió con voz altanera.
Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse, me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:
― Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso―
― ¡Cómo te pasas!― soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, ―Yo lo tendría en palmitas.
― Si quieres cuando me canse de él, te lo paso― dijo muerta de risa mi clienta.
Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena. En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.
Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir. Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:
―Vamos a ver si eres tan bueno como dice.
Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:
―Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?.
Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.
―Ves, así se trata a una zorra― le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara. No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.
Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.
Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:
―Tuve que bajarle los humos― susurré a su oído.
Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.
―Todavía no hemos terminado― contesté.
―Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente―
Acariciando su trasero, le dije en voz baja:
―No puedes dejarme así― y señalando mi entrepierna,―solo y alborotado.
La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba de mi extensión:
―Tendré que hacer algo para consolarte.
Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.
Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco. Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.
― ¡Cómo me gusta!― la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.
Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome. Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.
― Nos está viendo― susurré a mi clienta.
Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.
― Me excita que nos mire― confesó cogiendo uno de sus pechos.
Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.
― ¡Córrete!― le ordené.
La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito, su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.
Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.
No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.
― ¡Qué locura!― sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. – ¡No puedo más!
―Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima.
Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:
― Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana.
Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chófer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.
― ¿Te gusta?
Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta, se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.
« Menudo culo», exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas. Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.
Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos. De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.
Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete―saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.
Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella, mi orgasmo no tardó en llegar y al fin conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.
―Perdona― le dije al comprender que me había pasado.
Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:
― ¿Cuál?― pregunté.
― Quiero que me desvirgues el trasero― contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.
Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:
― Tengo algo mejor― contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares, le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.
― ¡Me encanta!― chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
― Ahhhh― gritó mordiéndose el labio.
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
― ¡No puede ser!― aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:
― ¿Estás lista?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
― ¡Cómo duele!― exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
― ¡Sigue!― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
― ¡Serás puta!― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
― ¡Qué gusto!― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
― ¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.
Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.,
« Helen ha dejado atrás a la gorda», pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.
Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz
A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.
― Toma― le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.
― No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo― contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, ―Tienes dos días libres, búscate un apartamento.
Despertar en brazos de dos bellezas es algo de lo que pocos hombres pueden alardear. Personalmente creo que es una sensación increíble el sentirse amado, deseado por una mujer pero esa mañana eran un par las que abrazadas a mí, dormían exhaustas tras una noche de pasión. «Me podría acostumbrar a esto», pensé mientras observaba extasiado a esos dos monumentos durmiendo. Eran dos hembras de bandera pero distintas. Patricia con sus treinta y dos años era un espectacular ejemplo de espectacular rubia que conjugaba un cuerpo perfecto con una fogosidad a explorar. Jamás se me hubiese pasado por la cabeza que esa amiga de juventud escondiera en su interior una amante ardiente, pero ahora que lo había descubierto pensaba explorar esa faceta a fondo. Sus pequeños y duros pechos eran ya de por sí una tentación pero si a eso le uníamos una cintura de avispa y unas piernas bien moldeadas, supe que de dejarla libre no tardaría en conseguir que un hombre que la adorase. María, mi criada y amante, no le iba a la zaga. Morena de revista y con cara de no haber roto un plato, parecía sacada de un desfile de modas y para colmo durante los años de servicio en mi casa, esa veinteañera de grandes senos se había revelado como una fiera en la cama. Mirándolas me di cuenta que no podía perder a ninguna de los dos aunque eso supusiera tener que modificar la rutina en la que llevaba instalado tantos años. El tema no era sencillo porque no podía olvidar que Patricia era todavía oficialmente la esposa de Miguel y nuestro entorno no entendería que de primeras esa monada pasara a ser públicamente mía. Y qué decir de mi relación con mi compañera de los últimos cinco años, relación que por su bien mantuve oculta a los ojos de su pueblo para que no sufriera las insidias de la gente. «Debo de tomar una resolución equitativa para ambas», medité. Sabía que no podía hacer del conocimiento general que habían aceptado voluntariamente formar parte de un trio pero tampoco se merecían que las escondiera como si fueran apestadas. Estaba todavía pensando en ello, cuando aún somnolienta María abrió los ojos, sorprendiéndose de ver que yo que estaba despierto. -Buenos días- me empezó a decir. Pero entonces cerrándole la boca con un beso le dije: -Quiero verte haciéndole el amor. La muchacha sonrió al escuchar mi orden y dándose la vuelta, se concentró en la mujer que tenía a su lado. Sus manos comenzaron a recorrer el cuerpo desnudo y aun dormido de mi amiga mientras yo permanecía atento a sus maniobras. Cogiendo un pecho con sus manos, empezó a acariciarlo mientras Patricia seguía soñando. Sin poderlo evitar sus pezones se erizaron al sentir la lengua de mi criada recorriéndolos, y en su sueño se imaginó que era yo el que lo hacía. Sin abrir los ojos se fue calentando e inconscientemente entreabrió sus piernas facilitando la labor de la morena. Desde mi privilegiado puesto de observación vi como ésta le separaba los labios y acercando su boca se apoderaba de su clítoris. La rubia recibió las caricias con un gemido mientras se despertaba. María, al notarlo, usó su dedo para penetrarla mientras seguía mordisqueando el botón del placer. Al abrir sus ojos, me vio mirándola y fue por primera vez consciente que quien la estaba masturbando era mi amante. -Disfruta-dije pasando mi mano por un pecho: -Me encanta ver cómo te posee-. Un tanto cortada se concentró en las sensaciones que estaba sintiendo en ese momento a estar siendo acariciada por dos personas de distinto sexo. Y es que aunque la noche anterior había participado en un trio por primera vez, no pudo dejar de darse cuenta que le gustaba la forma en que esa jovencita le estaba haciendo el sexo oral. «Nadie me lo ha hecho con tanta delicadeza», murmuró para sí al notar que la chavala metía el segundo dedo en el interior de su coño. Esa experiencia jamás disfrutada provocó que el placer empezara a florecer en su interior y con un jadeo, presionó con sus dedos la negra melena contra su sexo exigiéndole que la liberara. María no se hizo de rogar y usando su traviesa lengua, se dedicó a minar la resistencia de la ex de Miguel jugando con su clítoris. -¡Por favor! ¡No pares!- aulló Patricia experimentar la caricia de una yema recorriendo su ojete. Mi criada al escuchar que no se oponía sino que deseaba ver su esfínter desflorado, introdujo una primera falange en ese hoyuelo sin anticipar que con ello la mujer estallara en un orgasmo que empapó sus mejillas. Entonces completamente dominada por la pasión y con su propio coño hirviendo de placer, se lanzó en cuerpo y alma a satisfacer a la rubia. Ese renovado afán llevó a Patricia a alcanzar un clímax tras otro retorciéndose sobre el colchón y justo creía que no iba a poder más, me oyó decir mientras las cambiaba de posición: -Es hora que le devuelvas el placer. No hizo falta que le aclarara nada más, en cuanto vio el coño de mi criada, se lanzó como una fiera sobre él y separando con los dedos los labios inferiores se apoderó de su clítoris. -Ahí tienes el premio a tu fidelidad – dije a María dejándolas solas mientras desaparecía rumbo al baño…
Llevaba diez minutos en el jacuzzi cuando las vi entrar radiantes. La alegría de sus rostros era muestra suficiente de lo satisfechas que les había dejado ese encuentro lésbico por ello no me sorprendió que, sin que yo tuviese que pedírselo, las dos me empezaron a enjabonar con cariño. No tuve que ser premio nobel para advertir en esas tiernas caricias una entrega que rayaba en la devoción y disfrutando del momento, cerré los ojos para que nada empañara el momento. Durante largo tiempo, permanecí inmóvil mientras me bañaban y curiosamente al salir de la bañera, la más dispuesta para secarme fue la ex de Miguel que melosamente me rogó que la dejara a ella ese honor. Ni siquiera escuchó mi respuesta y cogiendo una toalla, me esperó en mitad del baño con una sonrisa en su boca. Me hizo gracia su disposición y por eso no me quejé cuando agachándose sobre las baldosas de mármol, me empezó a secar los pies. Sus manos y la tela fueron recorriendo mis piernas sin que nada en ella delatara que sentía incomodidad alguna por mostrarse tan servil e incluso cuando llegó a mi sexo, demostrando una profesionalidad digna de alabanza se entretuvo secando todos y cada uno de mis recovecos sin que en su cara se reflejara ningún tipo de disgusto. Y solo cuando mi pene reaccionó a ese contacto endureciéndose, la treintañera sonrió diciendo: -Al igual que María, soy y seré siempre tuya. Esa frase escondía un significado evidente y que no era otro que si en ese momento deseaba una mamada solo tenía que pedírselo. En ese instante comprendí que me encontraba frente a un dilema que no era otro más que definir el tipo de vínculo que me uniría con esa mujer en el futuro. Sabía que si le ordenaba hacérmela, Patricia aceptaría sellando con ello su subordinación a mí pero no sabía si eso era lo que le convenía después de un matrimonio opresivo. Por eso mi respuesta levantarla del suelo y besarla. La ex de Miguel recibió mis besos con una pasión desconocida en ella y mientras recogía mi verga en sus manos, murmuró: -Hazme el amor. La urgencia con la que me lo pidió, me obligó a cambiar de planes y llevándola en brazos hasta la cama, la besé nuevamente. Contra toda lógica era ella la más necesitada cuando apenas unos minutos antes había disfrutado de María y sin esperar que terminara de tumbarme, me ofreció sus pechos diciendo: -Necesito entregarme a ti. Comprendí que sus palabras eran mitad suplica y mitad orden. Se sabía hermosa pero necesitaba sentirse deseada y por ello decidí complacerla mordisqueando uno de sus pezones. Patricia, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con su areola. Su mutismo permitió que mis caricias se fueron haciendo cada vez más obsesivas sabiendo que ella estaba disfrutando de ese ataque. -Eres un cabrón- gimió al sentir que con mis dedos le regalaba un dulce pellizco al pezón libre. Olvidando su recato dejó de disimular y comenzó a gemir como una loca. Haciendo caso omiso a su turbación, profundicé mi asalto bajando por su cuerpo con mis manos hasta llegar a su entrepierna. No sé qué me resultó más excitante, si oír su aullido o descubrir que llevaba el tanga totalmente empapado. -¡Quiero ser tuya!- imploró con los ojos inyectados de lujuria al notar que mis yemas se habían apoderado de su clítoris. Totalmente desencajada, tuvo que sufrir en silencio la tortura de su botón mientras como un depredador acorralando a su presa, yo disfrutaba al certificar que no poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo. -Córrete para mí- susurré en su oído. La rubia que había estado reteniendo sus ganas de correrse al escuchar mi deseo, se liberó dejando que su cuerpo siguiera su instinto y dando un grito se desplomó sobre las sábanas. Me encantó comprobar que también cuando la amaba tiernamente se excitaba y por ello cuando cogió mi sexo con sus manos la dejé continuar. -Me vuelves loca- exclamó al comprobar mi erección y abriendo sus labios fue devorando mi polla lentamente hasta que la acomodó en su garganta. Entonces y solo entonces, empezó a meterlo y a sacarlo de su interior con un ritmo endiablado. Su pericia y la tensión acumulada desde que me desperté provocaron que mi cuerpo reaccionara violentamente y exploté derramando mi simiente en su boca. La ex de mi amigo recibió su regalo con satisfacción y en plan goloso fue devorando mi simiente al ritmo con el que mi pene la expulsaba hasta que habiendo comprobado que ya me había ordeñado, con su lengua limpió los restos y sonriendo, me soltó: -¿Quieres que llame a María para que me ayude a levantarlo otra vez? ¡Necesito que me hagas tuya! Supe que me estaba retando y haciendo tiempo para recuperarme, hundí mi cara entre sus piernas. Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, su aroma de mujer inundó mis papilas. -Para ser tan zorra, tienes un coño riquísimo- comenté muerto de risa al ver lo bruta que estaba y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. Patricia colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me exigió que ahondara en mis caricias diciendo: -Fóllame y seré eternamente vuestra. Que incluyera a mi criada y amante en esa promesa me volvió loco y pellizcando sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo. Patricia al experimentar esa nueva incursión aulló de placer y casi llorando, me rogó que la tomase. Obviando sus deseos, seguí enredando con mi lengua en el interior de su cueva hasta que nuevamente sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría en mi boca. Su enésimo orgasmo, azuzó mi lujuria y tumbándola boca abajo sobre las sábanas, de un solo empujón rellené su coño con mi pene. Ella al experimentar el modo con el que mi glande chocaba contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la diera caña. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como apoyo, me afiancé con ellos antes de comenzar un galope desbocado sobre ella. Lo que no me esperaba fue que berreando entre gemidos, la ex de mi amigo me gritara: -Júrame que vas algún día vas a preñarme. Quiero que seas el padre de mis hijos. No lo había pensado pero la idea que mi semilla fertilizara su vientre, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé el ritmo con el que la penetraba. La rubia premió mis esfuerzos chillando que me corriera en su interior porque sentía que le había llegado la hora de ser madre. Su confesión espoleó mi lujuria y cogiéndola de los hombros, profundicé mis embestidas hasta que completamente descompuesta se corrió nuevamente. Si estar satisfecho, convertí mi galope en una desenfrenada carrera que tenía como único objetivo derramar mi simiente en su útero pero mientras alcanzaba mi meta llevé a mi amante a una sucesión de ruidosos orgasmos. Cuando con mi pene estaba a punto de explotar, la informé que me iba a correr. Ella al oírlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, obligó a mi pene a vaciarse en su vagina. Agotado por el esfuerzo, me deje caer a su lado. Patricia me recibió entre sus brazos con alegría y comportándose como la más tierna amante, murmuró dichosa: -Te tengo que dar las gracias por hacerme tan feliz. Llevaba años sobreviviendo y jamás pensé que volvería a recobrar las ganas de disfrutar de la vida. Sus palabras me hicieron recordar el suplicio que había pasado en su matrimonio y comprendí que había llegado la hora que lo dejara atrás. -Tenemos que hablar- respondí y tras lo cual le pedí que llamara a María. Sin preguntar el motivo y cogiendo una bata, salió corriendo por la muchacha mientras en la cama me ponía a ordenar mis ideas. La morena debía de estar preparando el desayuno porque todavía llevaba el delantal al volver con ella al cuarto. Se notaba en sus rostros que eran conscientes de la importancia de lo que quería decirles y por ello no pusieron objeción alguna a sentarse en el sofá cuando se los pedí. «Son preciosas», pensé mirándolas y queriendo dar una cierta formalidad, me vestí mientras ellas esperaban en silencio sin quejarse. Una vez vestido, cogí una silla y tomando asiento frente a ellas, comenté a la que llevaba siendo mi amante desde que cumplió los dieciocho: -María, me acabo de dar cuenta que he sido injusto contigo…- la cara de la cría empalideció al oírme quizás creyendo que ahora que tenía otra mujer la iba a echar de mi lado, al no querer que sufriera directamente le dije: – Me has dado tu amor sin pedirme nada a cambio y por ello te pregunto si quieres ser mi esposa a todos los efectos. Lo último que se esperaba era que le pidiera matrimonio y por eso tardó unos segundos en lanzarse a mis brazos respondiendo que sí. Habiendo dado su lugar a la persona que durante años había colmado mis necesidades de cariño, miré a Patricia. La rubia permanecía hundida en el sillón casi llorando sin decir nada pero temiendo por su futuro porque no en vano había albergado esperanzas en vivir con nosotros. Al notar mi mirada, comprendió que debía felicitar a María y levantándose de su asiento, se acercó a darle la enhorabuena. Para su sorpresa y su regocijo al hacerlo, la veinteañera la besó en los labios. La ex de Manuel perdió la compostura y se echó a llorar como una Magdalena mientras la felicitaba pero entonces la morena me miró y al encontrar la aceptación en mis ojos, le soltó: -Cuando llegaste a esta casa, vi en ti una competidora pero después de conocerte sé que eres el complemento que necesitábamos. Por eso te pido en mi nombre y en el de mi futuro marido, si quieres ser nuestra mujer. Sonreí al escuchar que tal como había previsto María no la iba a dejar en la estacada y confirmando sus palabras, comenté: -Legalmente, no podremos formalizarlo pero si aceptas entre estas paredes todos tendremos los mismos derechos. María será tu esposa y yo tu marido. Los hijos que te engendre serán de los tres al igual que los que nazcan de su vientre. Contra todo pronóstico, Patricia salió corriendo sin contestarnos y tuvo que ser María quien la alcanzara en el pasillo. Al preguntarle el motivo de su huida, la rubia contestó que aunque formar parte de nuestra vida era lo que más deseaba en el mundo, no podía porque antes tenía que romper con su pasado y divorciarse de Miguel. Muerta de risa, la morena contestó: -Deja eso en manos de Manuel, estoy seguro que no tardará en conseguir que ese cerdo te firme los papeles del divorcio – y girándose hacía mí, me soltó: -¿Verdad que lo harás? -¡Por supuesto!- y adelantándome a sus deseos, con una sonrisa vengativa, concluí: -Nadie toca a mis mujeres y el primero en saberlo será él. Te prometo que si todavía le queda algo de patrimonio será tuyo…
El día siguiente transcurrió como un día normal en el que todos los integrantes de la familia se ignoraron. Eduard se encerró en su despacho mientras el resto de la familia se perdía por la casa.
Al levantar la vista de su escritorio vio a Berta atravesar la puerta de su despacho y dirigirse hacia él. Continuó leyendo el documento que tenia delante ignorando a su vástaga que se acercaba con paso lento pero firme. Cuando estuvo frente a su padre se mantuvo en pie unos momentos tras los cuales se sentó en una de las sillas.
Seguramente habría venido para pedirle algo pero dado el pésimo trato y desdén recibido por parte de su hija la noche anterior decidió ignorarla hasta el extremo. Así que Eduard se hizo el ausente y continuó sin dirigirle la palabra. Fuera lo que fuese lo que ella deseara, Eduard no estaba dispuesto a concedérselo o, en cualquier caso, pediría mucho a cambio.
La mejor táctica en una negociación es el desinterés mostrado hacia la otra parte. Una baza que hay que jugar muy bien si quieres conseguir un propósito o cerrar un trato con unas condiciones beneficiosas.
Tampoco se inmutó cuando Berta carraspeó para hacerse notar. Acostumbrado como estaba a llevar el peso de las conversaciones y negociaciones no iba a permitir que ella guiara la conversación hacía donde quiera que fuese su interés. Si ella quería algo de él tendría que pedírselo de rodillas, la haría sudar sangre, la arrinconaría para, al final, sacar de ella todo lo que quisiese. Y Eduard quería mucho.
Por fin Berta se decidió a abordar a su padre directamente.
-He estado pensando. Quiero volver a follar.
-Joder, yo también. No sabes las ganas que tengo de volver a repetir lo de anoche. No he parado de pensar en ti. En mi vida me había corrido tanto. Joder, eres una diosa. Y ese cuerpo que tienes, tus tetas, tu coño… no sé donde has aprendido a follar así pero…
Se calló de súbito. Berta mantenía el rictus serio con el mismo porte con el que entró. Eduard recordó la torta que recibió de Berta la noche anterior. ¿Sería capaz de soltarse una hostia de ese calibre a si mismo por bocazas?
Rápidamente endureció el rostro y se recostó en su sillón hacia atrás. Esperó unos instantes antes de volver a hablar con tono grave y pausado.
-Estaba bromeando. No me gustó como me trataste anoche. Casi me partes la cara. Me jodiste el polvo en el último momento.
-Si te hubieses corrido me lo habrías jodido a mí. Todavía no estaba a punto.
-¡Joder! Pero no hacía falta soltarme un guantazo como ese.
-¿Si te lo hubiese pedido “por favor” habrías aguantado?
-Pues… pues…
-Pues no. Te hubieses corrido y me habría quedado con una polla flácida en la mitad del polvo.
-¿Y yo qué?
-Te hice la paja que me pediste, te la chupé y además te dejé sobarme y follarme.
-Bueno, bueno pero…
-¿Quieres follar esta noche o no?
Eduard se sintió herido en su orgullo. Por mucho que lo deseara debía mantenerse indiferente hacia ella si quería seguir manteniendo su estatus de líder de la familia. La mejor decisión suele ser la más dolorosa y ésta lo era mucho. Tomó aire.
-Esta noche tengo mucho trabajo.
Berta no se inmutó. Se levantó y se dirigió directamente a la puerta con el mismo paso lento y firme con el que había entrado.
-Pero no creo que acabe muy tarde. –añadió como un gallina.
-Si cuando llegas me encuentras dormida, no te molestes en entrar.
Berta cerró la puerta cuando salió. Eduard ya había de decido no llegar tarde.
– · –
La noche llegó a la mansión y todo el mundo se recogió en su alcoba. Cuando Bethelyn llegó a la suya se encontró con Elise que la estaba esperando.
-¿Elise?
-Señora.
-¿Qué sucede? ¿Por qué estás aquí?
-La estaba esperando. Me preguntaba si podría dormir esta noche con usted.
-¿Conmigo… en mi cama? Pero… mi marido llegará en cualquier momento… no sería buena idea.
-Su marido siempre se demora hasta altas horas antes de acudir a su dormitorio. Cuando él venga me iré, se lo prometo.
Bethelyn permaneció dubitativa por lo que Elise continuó insistiendo.
-No quiero dormir sola esta noche.
-Bueno… no sé… –Elise la miraba con ojos de cordero degollado. -Está bien.
Entraron en el dormitorio y se desvistieron en silencio. La luz de las velas iluminaba la estancia. Bethelyn se quedó solo con las bragas mientras sacaba un camisón de un cajón. Le incomodaba estar desnuda delante de su ama de llaves.
Elise no tenía camisón así que se metió en la cama con la ropa interior que llevaba. Cuando su señora se metió a la cama se pegó a ella intentando coger algo de su calor.
-¿Qué te pasa Elise? Estás temblando.
-Es el frío.
-No me tomes por tonta. Dime qué te pasa.
-Es… Lesmo.
-¿Tu hijo? ¿Qué ha hecho?
-Usted se acostó con él…
-Él me galopó como una yegua, querrás decir. -respondió airada. –Me chantajeó y me obligó a hacerlo.
Elise se calló y Bethelyn notó su doloroso silencio.
-Lo siento es que… fue tan humillante. –tomó aire. –tu marido y él me trataron como a una furcia.
-Lo sé y lo siento pero el caso es que desde aquel día… -volvió a enmudecer.
Bethelyn esperó impaciente a que acabara la frase.
-Quiere repetir lo que hizo con usted… conmigo… constantemente.
-Tu… tu hijo… ¿te viola?
-A diario.
Se vio a si misma meses atrás siendo follada por Garse a su antojo.
-¿Pero… cómo lo permites?
-No tengo elección. Él es más fuerte y siempre acaba logrando someterme.
-Pero, pero ¿por qué no se lo cuentas a tu marido?
-Ya lo he hecho pero el muy cretino dice que son cosas de la edad. Dice que el muchacho debe aprender y que yo debería ser más comprensiva con él. Estoy sola, no tengo a quien acudir.
-No me lo puedo creer. ¿Y deja que su hijo monte a su mujer? ¿Qué la llene de semen?
-Está muy orgulloso de él.
-Como puede estar orgulloso de que su hijo se folle a su mujer cada día. ¡A su propia madre!
Elise rompió a llorar en su hombro.
-No puedo más. Me persigue allá donde vaya solo para follarme. Desgarra mi ropa y me desnuda como si fuera algo gracioso antes de penetrarme como un salvaje. Más de una vez he tenido que correr semidesnuda hacia mi cuarto para ponerme algo de ropa. A la mínima ocasión mete su mano bajo mi falda para hurgar entre mis piernas aunque haya alguien delante.
Elise lloraba con fuerza.
-Ya me he cansado de pelear, no aguanto más. Me he resignado ha dejarme follar por él sin oponer resistencia. Aprovecha cada momento que estoy sola para abusar de mí. Todas las noches se mete en mi cama, me soba, me lame las tetas mientras me mete su polla una y otra vez. Últimamente le ha dado por metérmela por el culo. No quiero que me la meta por el culo, no me gusta.
Bethelyn intentó tranquilizar a su ama de llaves.
-Relájate Elise.
-Me obliga a ponerme a 4 patas y me monta por el coño y el culo. ¡Soy su madre, no una perra! -Las lágrimas se mezclaban con sus mocos. -No sé cuantas veces he tenido que chuparle la polla y tragarme su semen. ¡El semen de mi propio hijo!
-No quiero ser pesada Elise pero si le explicaras todo esto a tu marido creo que comprendería…
-¿¡Mi marido!? Mi marido llegó ayer al dormitorio justo cuando Lesmo salía de mi cama desnudo. Intenté contarle lo que acabo de decirle a usted. ¿Sabe lo que hizo?
Bethelyn arrugó la cara esperando una respuesta macabra.
-Mandó a su hijo a su dormitorio y me dijo que puesto que aun estaba despierta entonces no me importaría follar de nuevo con él. Así que estuvo follándome mientras le contaba todo lo que acabo de decirle.
-¡Será crápula! -bufó- ¿Y no se enfadó después? ¿Qué dijo cuando le contaste todo?
-¿Que qué dijo? Seguía orgullosísimo de él. Le agrada que sea tan precoz y valiente para su edad. ¿Se lo puede creer? Me sentí como una tonta. Yo lloraba del disgusto mientras él eyaculaba satisfecho dentro de mí.
-Quizás deberías decirle que Lesmo no es hijo suyo. Ya no le haría tanta gracia que sea el hijo de otro el que se acuesta con su esposa.
Elise se puso tensa y desvió la mirada.
-No, eso no puedo decírselo, jamás.
Se hizo el silencio.
-Usted ya sabía desde hace mucho tiempo que Lesmo no es hijo de zarrio. ¿Cómo lo descubrió?
-Por que ha heredado todos los genes de su puñetero padre. –Hizo una pausa. –Su padre es mi suegro, ¿verdad?
Elise asintió con la cabeza.
-Pero… ¿Cómo pudiste acostarte con él?
-Me violó.
-Dios mío. ¿Ese cabrón te forzó?
-Lo hacía constantemente. Durante todo el tiempo que serví en su casa.
-Pero… ¿Cómo lo permitiste? ¿Cómo pudiste acabar en las garras de ese hombre?
-Todo empezó cuando salí del orfanato.
-¿Has estado en un orfanato?
-Sí, en el que hay en las afueras de la ciudad.
-Pero… si ese es el mismo orfanato en el que he estado yo. Debimos habernos conocido allí.
-No es probable. Yo tengo algunos años más que usted por lo que estaríamos en módulos distintos. Además, nada más pasar la pubertad abandoné el orfanato y para entrar al servicio de los Brucel.
A Bethelyn le cambió la cara a la vez que en su cabeza se comenzaba a fraguar una idea macabra.
-Perdona pero, ¿estás diciendo que Artan, mi suegro, te sacó del hospicio para que formaras parte de su servicio?
-Creí que fue un golpe de suerte. Qué equivocada estaba. No pasó mucho tiempo antes de que el señor Brucel comenzara a propasarse conmigo. Al principio solo eran tocamientos, más adelante comenzó a obligarme a hacerle cosas. – rompió a llorar. -Estuve sufriendo durante años hasta que su marido y usted me propusieron servir en su residencia como ama de llaves. Aquello fue como si se abriera el cielo. Por fin pude escapar de los abusos de ese hombre. Desgraciadamente ya estaba embarazada de él.
-Y buscaste un padre para tu hijo entre los hombres de mi servicio.
-Zarrio era un buen hombre. Un poco simplón pero en aquel momento me pareció una buena elección. Comenzó a rondarme nada más poner los pies en su mansión y yo… me dejé cortejar sabiendo lo que llevaba en mi barriga.-hizo una pausa antes de continuar hablando. -Le engañé haciéndole creer que Lesmo era hijo suyo, lo reconozco, pero he pagado con creces mi deuda con él. Le he devuelto mucho más de lo que él me dio a mí.
-De eso no me cabe duda.
-Estar con zarrio era lo mejor que me pudo pasar en aquel momento. Hasta que llegué aquí no había día que el viejo Brucel no abusara de mí. Su mujer estaba al corriente de todo pero jamás hizo nada para detenerlo.
Bethelyn sintió una punzada de dolor.
-Mi suegra. -casi lloraba por la rabia contenida. -Yo también pasé por lo mismo.
-¿Usted?
-No fuiste la única a la que mi suegro violó sistemáticamente.
-El señor Brucel… usted… ¡pero si es la mujer de su hijo!
-Para él solo era una buscona caza fortunas. Un coño al que follarse. Día tras día, en cualquier momento, en cada rincón de la casa. Me obligaba a masturbarle, a chupársela, a tragarme su semen, disfrutaba follándome por el culo.
Elise ahogó un grito. –Eso… eso mismo hacía conmigo. Yo solo era un coño para él, una simple ramera.
-Y mi suegra tampoco hizo nada para detenerlo, incluso me odiaba más.
-Pero… si usted era la mujer de su hijo… ¿Por qué no hizo algo? ¿Por qué no se lo contó a su marido?
-Cuando abusaba de mí me sentía tan sucia… pensaba que había ocurrido por mi culpa. Estaba tan avergonzada que no fui capaz de confesárselo. Con el tiempo se convirtió en una desagradable rutina. Me folló cientos de veces.
Las 2 mujeres se abrazaron entre sollozos.
-También a mí me dejó preñada. –dijo Bethelyn ante la atónita mirada de su compañera de cama. -Garse no es hijo de Eduard.
-No me lo puedo creer.
-Y al parecer, nuestros hijos tienen una costumbre en común: follarse a su propia madre.
-¿Cómo? ¿Su hijo también…?
-Sí, en repetidas ocasiones, igual que a ti, con la misma sangre fría y la misma mirada de pervertido que mi suegro.
-Dios, no tenía ni idea.
-Me chantajeó hasta que se lo confesé a Eduard. Por eso le enviamos fuera de esta casa
-Y yo fui el pago de ese chantaje ¿no fue así?
-Tú fuiste el pago de su perdón. El perdón de mi marido por mi falta.
– · –
Días más tarde Aurora estaba limpiando la cubertería de plata cuando su nuera la abordó en el comedor.
-Espero que no intentes robármela.
-Vete a la mierda, fulana. Por si no tenía suficiente con desempeñar una labor de criada, ahora además me has convertido en la puta de tu hijo. Soy la señora de Artan Brucel y ni tú…
-¡Basta!, ya me sé esa canción. He venido a hablar contigo sobre tu labor.
-¿Mi labor de chacha? -escupió en el suelo junto a los pies de Bethelyn.
-No, tu labor de puta. A partir de esta noche tendrás un nuevo acompañante en tu cama.
Aurora palideció.
-¿C…Como dices?
-Lesmo, el hijo del caballerizo. Le darás placer cada vez que él te lo solicite.
-No puedes hacerme esto. ¿Me vas a obligar a acostarme con el hijo del limpiador de cuadras?
-Su madre atendió las necesidades de tu marido durante años, como bien sabes. Ahora tú atenderás las de su hijo.
-Esa… zorra… ¿tengo que acostarme con su hijo?
-Esa zorra se llama Elise y es el ama de llaves de esta casa a la cual debes obediencia.
-¿Sabes lo que tengo que aguantar con tu hijo? ¿Te haces una idea de lo repulsivo que resulta tenerle entre mis piernas? Frotándose contra mí, lamiéndome, metiéndome su sucia polla a todas horas.
-Me hago una idea, por desgracia.
-¡SE HA PASADO LAS 3 ÚLTIMAS NOCHES FOLLÁNDOME POR EL CULO! -gritó su suegra con lágrimas en los ojos. -Y ahora me dices que además tengo que dejarme violentar por ese asqueroso muchacho. ¿Pero es que no tienes compasión?
-La tuve, pero tu marido y tu nieto me la arrancaron de cuajo.
– · –
Esa noche Garse no sodomizó a su abuela. Tampoco Lesmo le folló el coño. Fue justamente al revés. Mientras Aurora permanecía a 4 patas respirando agitadamente y con dificultad, Garse, que estaba debajo de ella, amasaba sus tetazas a la vez que su polla entraba y salía de su coño. Tras ella, un Lesmo pleno de vitalidad, metía y sacaba su pene del culo de la mujer al compás de su compañero.
-Joder, que bien así ¿eh, abuela? –decía Garse.
-Tiene el culo y las tetas iguales que las de mi madre. -añadía Lesmo.
-No me la metáis al mismo tiempo. -Gemía Aurora. -Hacedlo uno cada vez, me hacéis daño, me vais a romper.
-Así me gusta más, abuela, noto su polla contra la mía cada vez que la meto hasta el fondo.
-Joder, es verdad. –Corroboró Lesmo. -Yo también lo notaba. Uf, sí que da gusto cuando golpea una contra otra.
-Sois… unos… cabrones. –sollozaba Aurora.
-Lo que tú digas abuela pero luego nos las vas a chupar a los dos a la vez. Quiero verte con 2 pollas en la boca.
– · –
Hacía noches que Eduard no acudía a su dormitorio junto al calor de su mujer lo que hizo que Bethelyn empezara a preocuparse. Quizás Eduard había encontrado dicho calor en los brazos de otra mujer, o entre sus piernas.
Un acceso de desconfianza recorrió la espina dorsal de Bet que por primera vez en mucho tiempo sintió celos de su marido y de su nueva compañera.
Cuando su marido le confesó que pasaba las noches entre las piernas de su hija sintió odio y rabia a partes iguales. Odio hacia su hija que quería robarle a su marido y rabia por ella misma. Había empujado a su marido a los brazos de ella. Era tarde para evitar tal aberración y, muy a su pesar, debería vivir con la certeza de que su hija obtenía habitualmente de su marido algo que antes solo recibía ella.
Para mayor desgracia Ernest, su amante furtivo, ya no la atraía como antes y las visitas nocturnas a su alcoba fueron distanciándose con el tiempo. Dormía sola, lamentando el día que descubriera a padre e hija fornicar como bestias y no hacer nada para evitar que se repitiera de nuevo. Ahora echaba de menos a su marido, su hombre, su bestia de grandes espaldas y abrazos poderosos. Y todo ello pese a saber que Eduard no era sino su hermano, como tuvo la desgracia de descubrir por su propia boca.
Una de esas noches en las que Bethelyn acudía a su solitaria alcoba se encontró con su ama de llaves esperándola en la puerta.
-Elise, ¿qué haces aquí?, es tarde.
-¿Puedo pasar la noche aquí, con usted?
-¿Cómo?, ¿otra vez?, pero… ¿te ha vuelto a molestar tu hijo?
-No, no, en absoluto. Lesmo no ha vuelto a ponerme un dedo encima. –Dijo Elise. -Solo quería pasar la noche en su compañía.
Quizás Bethelyn tampoco quería pasar sola la noche o quizás sintió lástima de su criada, en cualquier caso cedió ante las peticiones de su ama de llaves sin oponer mayor resistencia.
Una vez dentro del dormitorio y acostadas ambas mujeres, Elise comenzó a interrogar a su señora.
-Su marido y usted… no se les ve mucho tiempo juntos.
Bethelyn se puso tensa pero no respondió.
-Señora, ¿podría pedirle un favor?
-¿Qué tipo de favor?
-Pues verá… es algo respecto a aquella noche en que ustedes y yo… -continuó Elise. –pasamos la noche aquí… juntos…
-¿Aquella noche?
-Me dejé follar por su marido, por que usted me lo pidió.
-Sí, Elise. –Bethelyn estaba ruborizada. -Y te estoy enormemente agradecida.
-También follé con usted.
-Lo recuerdo, fue realmente desagradable.
-Una de las cosas que quería el señor era vernos a las dos lamiéndonos y yo accedí a sus requerimientos.
-Cierto. -¿Adonde quería ir a parar? -yo también accedí pese al asco que me produce.
-Ambas metimos la cabeza entre las piernas de la otra para lamernos.
-¿Adonde quieres llegar?
Su ama de llaves hizo una pausa y tomó aire antes de hablar lentamente.
-Quizás podríamos… repetir.
-¿CÓMOOO?
-Entre usted y yo, solas.
-Pero, pero, ¿Estás enferma o qué te pasa? ¡Qué asco!
Se separó de su compañera de cama como si tuviera la lepra.
-Para eso querías dormir en mi cama. ¿TE PARECE QUE SOY UNA FURCIA?
-No se enfade conmigo, señora.
-¿Que no me enfade contigo? ¿Pero es que piensas que disfruté lamiéndote el coño como si fuera una ramera? ¡Pues no! Fue uno de los momentos más bochornosos de mi vida.
-P…Perdóneme. No quería ofenderla. Se lo pedía como un favor.
Su señora la miraba atónita bajo la luz de las velas.
-¿Un favor? ¿Me pides que te lama el coño como un favor? Soy tu señora, no una puerca lame-coños. ¿Cómo TE ATREVES A pedirme semejante guarrería?
Elise estaba a punto del llanto.
-P…Perdóneme…, usted me dijo aquel día que me devolvería el favor que yo le hice. Me dijo que no me pedía nada que usted no estuviera dispuesta a ofrecer. Pensaba que podría pedirle que me devolviera el mismo favor
-¿¡Tendrás valor!? Te he devuelto el favor con creces. Me dejé montar por tu marido y tu hijo. ¿No lo recuerdas?
Elise la miró confundida.
-Aquello no fue ningún favor, todo lo contrario. Se acostó con mi marido a mis espaldas y además propició que mi hijo me violara constantemente desde aquel día.
-M…Me deje… montar… -Se le atragantaban las palabras atónita. –Tu marido…
-El favor no me lo hizo a mí, sino a mi marido. Usted me convirtió en la esposa cornuda a la que su hijo violaba sistemáticamente.
-Pero, pero, te he librado de tu hijo. Te he quitado a Lesmo de entre las piernas para siempre.
-Y se lo agradezco, pero eso solo termina el sufrimiento que usted propició, no evita el que ya padecí… por su culpa.
Bethelyn quiso replicar pero Elise la interrumpió envalentonada.
-Quizás no sea una gran señora como usted ni tenga un marido de noble cuna pero tengo mi dignidad y mi orgullo. He sido su ama de llaves durante muchos años en los que he llevado una vida digna y decente. Sin embargo usted acudió a mí para pedirme un favor tan sucio y deshonroso que solo una meretriz estaría dispuesta a realizar. Aquello me convirtió en una adultera y una ramera. Me dejé follar por su marido mientras hundía mi lengua en su coño. La lamí pacientemente mientras su marido y usted me manoseaban las tetas y el culo.
Se hizo el silencio. Elise miraba a su señora que no soportó su mirada.
-Todo lo que hice, fue por usted. Para mí siempre fue una gran mujer digna de mi más sincero respeto y admiración. Por eso no le pregunté las razones por las cuales debía rebajarme de tal manera. Lo hice por que me lo pidió y punto.
Bethelyn estaba herida en su orgullo. No se había dado cuenta de cuanto había abusado de la confianza de su criada, del favor tan grande que le hizo. ¿De verdad había sido tan egoísta?
-Elise, mujer…, yo…
-Solo le he pedido un poco de lo que ofrecí aquella noche.
-L…Lo siento, no quería ser tan brusca e insensible pero, es que no lo entiendo. Pensaba que aquello había sido algo horrible para las 2. ¿Cómo puedes querer repetirlo? Y conmigo. ¡Pero si somos mujeres!
-Esa respuesta todavía no la conozco. Lo único que le puedo decir es que al principio, después de aquello, me levantaba cada mañana con nauseas. Más tarde me di cuenta de que pensaba continuamente en nosotras desnudas besándonos en esta misma cama. Me ha costado mucho reconocer que a lo mejor soy de esas mujeres a las que les gusta acostarse con otras mujeres.
-¿Tú?, ¿tú? Imposible, no puede ser.
-Sí puede ser y eso es lo que quiero descubrir. Y ahora ¿me va a devolver el favor o no?
Bethelyn se masajeó las sienes y lanzó un profundo suspiro.
-Mira Elise, aunque quisiera complacerte… hay otra razón para que tú y yo no podamos hacer eso entre nosotras.
-No me diga que es por su marido.
-No, es algo peor.
Elise se preparó para escuchar algo terrible.
-Elise, tú y yo somos hermanas.
-¿Cómo? Eso es imposible.
-Eduard lo descubrió hace algún tiempo. Se hizo con información que reveló…
-Es absurdo… ¿Cómo vamos a ser hermanas usted y yo?
-Nuestra madre nos abandonó en el mismo hospicio. Primero a ti y después a mí.
-¿Ha llegado a esa conclusión solo porque ambas estuvimos en el mismo orfanato?
-No solo por eso. Hay más coincidencias que nos relacionan a ambas. Míranos, somos iguales. Nuestra cara, nuestro cuerpo. Tenemos las mismas tetas y las mismas caderas. Por no hablar de nuestro coño, ¿no te llama la atención que nos huela igual?
-Eso no son más que casualidades.
Bethelyn se frotaba las manos nerviosa.
-No, Elise. No son solo casualidades ni conjeturas, tengo pruebas. Además sé quien es nuestra madre.
Elise abrió los ojos como platos.
-¿Es eso cierto? ¿Conoce a mi madre?
Bethelyn le contó todo lo que sabía de su procedencia. Le contó cómo se enteró Eduard por boca de su propio padre y de cómo, varios días más tarde, su marido corroboró esos datos con los archivos del hospicio donde fueron alojadas. Eduard siguió todos los caminos y pistas que le condujeron a una inequívoca verdad. Él, Bethelyn y Elise eran hijos de una misma madre, los 3 eran hermanos.
-Pero…, pero entonces…, usted… -balbuceó Elise.
-He estado follando con mi hermano durante años con el que me he casado y he tenido una hija.
Elise se tumbó de espaldas a su hermana.
-¿Pero, por qué? ¿Por qué nuestra madre nos abandonó? ¿Por qué ha sido tan cruel conmigo?
-Se lo preguntaremos pronto. –dijo posando una mano en el hombro de su hermana. -Hace tiempo que quiero tener esa conversación con ella.
Después se tumbó junto a ella a intentó dormir entre un torbellino de emociones golpeando su cabeza. No lo consiguió. Estuvieron en silencio durante mucho tiempo hasta que Elise se decidió a romperlo y abordar a su recién descubierta hermana.
-Para mí usted sigue siendo mi señora.
-Mujer, dadas las circunstancias…
-…Y sigo queriendo repetir lo de aquella noche.
-Pero, pero, ¿es que no te das cuenta de lo que pides? ¡Eso es incesto!
-Solo porque un papel dice que somos parientes.
-No es solo un papel, es algo biológico. Ya te he contado…
-Me he pasado media vida sirviéndola como su criada. No me pida que la vea como mi hermana de repente. –dijo dándose la vuelta y encarándose a ella. -Quiero besarme y acariciarme con usted. Quiero abrazarla y que mis labios besen su piel. Quiero recibir lo mismo que le di aquella noche. ¿Me va a devolver el favor o no?
-Yo…, yo… -Bethelyn se puso colorada. -Está bien. Lo haré. Te devolveré el favor.
Se tumbó boca arriba junto a Elise, cerró los ojos y esperó a que su compañera comenzara a acariciarla. Nunca pensó que volvería a sentir las manos de una mujer recorriendo su piel o su entrepierna. Creía que ningunos labios femenino volverían a profanar sus tetas o su coño.
Al cabo de unos momentos en los que nada sucedió, Bet abrió los ojos, levantó la cabeza y miró a Elise que mantenía la misma posición que ella, tumbada boca arriba. Se recostó sobre un codo y se dirigió a Elise.
-¿No querrás que sea yo la que me ponga encima y te sobe y te lama?
-Esa es la idea ¿no? que usted me de placer.
-Joder, Elise… ¡JODER!
Se sacó el camisón con un gesto brusco y se quitó las bragas. Después desnudó a su hermana con movimientos impacientes y se colocó sobre ella.
-Espero que disfrutes con esto. –dijo de mal humor. –de verdad que lo espero.
Fue la única nota de enojo que tuvo con ella. Después, pese a la rabia contenida, su señora y hermana se comportó tal y como Elise esperaba, dándole placer con el mayor cuidado y cariño posible.
Su cálido abrazo fue el preludio de una oleada de caricias. Su boca la besó con ansia mientras sus manos amasaban sus tetas. Sus lenguas, al igual que sus piernas, se entrelazaron en una serie de besos infinitos. Besó su cuello hasta alcanzar sus tetas donde mamó de sus pezones mientras sus dedos jugueteaban con su clítoris. Después su lengua la recorrió hasta llegar a su oscuro bosque en el que se entretuvo todo el tiempo necesario para que gozara como jamás en su vida había gozado. La cadera de Elise subía y bajaba sin que pudiera evitarlo pese a que ello obligaba a Bethelyn a hacer malabarismos para mantener su boca pegada al coño de su hermana.
-Date la vuelta. –Pidió Elise. –Yo también quiero lamerte.
-¿Cómo? N…No hace falta.
Pero obviando sus propios deseos Bethelyn cedió a la petición de su hermana y se colocó sobre ella formando un 69. La desagradable humedad de su lengua la recorrió por dentro y por fuera volviendo a rememorar la noche con ella y su marido sobre esa misma cama. Y no solo eso, su coño y su ano fueron nuevamente invadidos por los dedos de su compañera de cama.
Mientras tanto, detrás de la ventana, encaramados a una escalera, 2 individuos observaban la sucia escena lésbica entre la digna señora de la mansión y su estirada ama de llaves.
-Si no lo veo no lo creo. Quién me iba a decir que esas 2 zorras eran 2 putas lamecoños.
-Yo ya lo sabía. ¿Qué puedes esperar de una mujer que se enfada cuando le folla un hombre?
-Todas las mujeres son unas putas. Pero éstas…, éstas… mucho más.
-No hay más que verlas. Mira que zorras. Mira como se retuercen de placer. Mmmf, si entro ahí les iba a enseñar lo que es follar de verdad, sobre todo a esa ama de llaves de los huevos. Donde esté una buena polla…
-Sí. Joder. ¿Y dices que hasta hace poco te la follabas cada día?
-Hasta que tu madre me amenazó. Me prohibió acercarme a ella.
-¿Y porqué le hiciste caso? Solo es una zorra.
-No se lo hice, la seguí follando. Pero después tu padre me dio una paliza y casi me revienta las pelotas. No pude sentarme durante varios días. Entonces fue cuando empecé a follar con tu abuela cada vez que se me pone dura.
Garse se agarró a la escalera con fuerza hasta que sus dedos quedaron blancos.
-Sí, a mí me pasó algo parecido. Pero te aseguro que todo eso va a cambiar. Nos las vamos a follar a las 2. Y ya sé como hacerlo.
-Joder, pues que sea pronto porque la tengo más dura que una piedra. Uf, yo creo que se están corriendo cada una en la boca de la otra.
-¡Hostias! Es verdad. La madre que las parió. Mira como se mueven… y como se soban.
-Oye, ¿nos hacemos unas pajas? –preguntó Lesmo.
-¿Qué dices tío? Eso es de maricones.
-Que no, que no. Nos la hacemos el uno a otro mientras las miramos a ellas. Eso no tiene nada de maricón.
-Prefiero follar con mi abuela.
-También yo, pero ella no está aquí ahora y yo estoy más salido que el cuerno de una vaca. Mira cómo tengo la polla.
Garse puso cara de asco y no le contestó. Continuó mirando a través de la ventana en silencio. Sin embargo comenzó a alargar el brazo hacia la minga de su amigo mientras éste, con la vista clavada en la ventana, hacía lo mismo con la polla a él. Cada uno comenzó a menear la polla del otro mientras se mantenían de la escalera con la otra mano.
-Oye, ¿alguna vez te has chupado la polla con otro tío? –preguntó Lesmo.
-¿Qué? Cállate, joder. Eso es de enfermos. Uf, y no me pajees tan rápido que me voy a correr enseguida.
– · –
Cayeron las horas durante las cuales Elise gimió, brincó y se revolvió entre las caricias de su hermana para, al final, caer desfallecida mientras respiraba bocanadas de aire. Bethelyn se tumbó entonces junto a ella permitiéndo que la abrazara durante unos minutos. Por fin la horrible noche de sexo lésbico había terminado. Nunca más volvería a repetir sexo con otra mujer.
-Es hora de que te vayas, Elise. Mi marido llegará en cualquier momento.
Elise respiraba para recuperar el aliento.
-No, no lo hará.
-¿Eh?
-Sé que él no vendrá, hace días que no duermen juntos. Déjeme dormir con usted.
Bethelyn reprimió la tentación de fingir sorpresa y aceptó lo que era evidente hasta para su ama de llaves. Su marido la había sustituido por su hija. Cada noche acudía a su dormitorio donde permanecía hasta el amanecer.
Precisamente en el momento en que las 2 mujeres se lamieron los coños, su marido estuvo practicando la misma posición con su hija. A diferencia de ella, Eduard sí se había corrido con su compañera de juego con la que estuvo follando toda la noche.
Berta se había convertido en una adicta al sexo con su padre del que requería sus placeres cada noche sin excepción. A Bethelyn, que no le importó al principio que su esposo no acudiera al dormitorio conyugal en sustitución del lecho filial, estaba a punto de morir de celos y lamentaba amargamente haber propiciado tal unión.
-¿Echa de menos a su marido?
Bethelyn se dio la vuelta y lloró en silencio. Elise la abrazó desde atrás pegando su cuerpo desnudo contra el de su hermana.
-Yo puedo conseguir que su esposo vuelva con usted. –dijo Elise.
-¿En serio? –preguntó sorbiéndose los mocos.
-No sería difícil.
-¿Y como? si puede saberse.
-Tengo mis artes… pero si lo hago… me deberá un favor.
-¿Qué favor?
– · –
Eduard no daba crédito. Le costó entender que su mujer estuviera dispuesta a hacer tal cosa. Aun más le costó creer que fuera ella la que lo propusiera, sobre todo cuando el trato entre ellos era casi inexistente y su relación matrimonial había muerto. Se había encontrado de repente con una mujer desconocida en un matrimonio renovado.
Era de noche en el dormitorio de los Brucel. Tanto Bethelyn como su ama de llaves estaban sentadas en el borde de la cama, desnudas. La conversación con ambas había comenzado en su despacho pasado el mediodía y se había prolongado lo necesario para que Eduard entendiera las razones por las cuales ambas mujeres hacían esto. Más tarde los 3 subieron juntos al dormitorio donde ahora él, que había comenzado a despojarse de su ropa, se había situado frente a ellas todavía incrédulo.
-¿De verdad que queréis hacerlo? –preguntó él.
– Si esto es lo que hace falta para que volvamos a estar juntos, que así sea.
-¿Y tú, Elise? Creía que lo detestabas.
-Y lo detesto. Pero hay circunstancias que… bueno, prefiero no hablar de ello.
Eduard se acercó a las mujeres con su pene en semierección. Delante de él tenía a 2 hembras de verdad, nada parecidas a la loca de su hija. Si bien esta última había colmado sus últimas noches de goce hasta hace unos días, no era menos cierto que durante todas ellas había padecido tanto placer como miedo.
Bethelyn acercó su mano a los testículos y los acarició con dulzura mientras Elise asía su polla y la masajeaba antes de metérsela en la boca. Bet no tardó en imitarla por lo que, tras unos momentos, ambas chupaban la polla del señor de la casa.
-Bet ya te contó que somos hermanos.
-Sí, lo hizo.
-Y aun así… ¿Quieres hacerlo?
-Estamos aquí los 3, ¿no? Es evidente que todos tenemos interés en hacerlo.
“He pasado semanas follándome a mi hija”, pensó Eduard, “con anterioridad ya me follé a mi madre y, ahora voy a follarme a mis dos hermanas a la vez”. “Voy a ir al infierno”.
Eduard Brucel no fue al infierno aquella noche pese a que cometió muchos de los pecados más sucios y oscuros de la Biblia. Fornicación, incesto, sodomía, onanismo mutuo… un sinfín de tropelías pecaminosas.
Folló con sus hermanas, lamió sus coños, penetró sus anos, amasó sus tetas y eyaculó en sus caras. Pocas veces había sido tan feliz.
Elise, que tan mal lo pasó la última vez con él, participó activamente durante toda la noche. Si bien no parecía disfrutar cuando su hermano la penetraba o acariciaba, tampoco hizo gestos o ademanes que revelaran ningún tipo de repulsión hacia sus compañeros de cama. Algo muy extraño en ella pues siempre se mostró como una mujer fría, nada pasional y por supuesto, poco o nada dispuesta a este tipo de actos lascivos.
Cuando la noche terminó para ellos, se quedaron dormidos. Eduard estaba agotado y feliz. Había hecho las paces con Bet de la mejor manera posible. Nunca volvería a la cama de Berta pero, a fin de cuentas era su hija, por lo que tampoco debió haber acudido a ella nunca.
Elise también era feliz. Aunque no le gustaba tener que dejarse follar por su hermano, el premio merecía la pena. No solo podía disfrutar de su hermana, sino que volvería a hacerlo a solas de nuevo. Bethelyn sería suya durante otra noche entera. Cada vez que Elise acudiera al dormitorio de sus señores, su hermana acudiría al suyo a la noche siguiente. Así era el trato.
Bethelyn también estaba satisfecha. Si bien era desagradable ver a su marido follar con Elise con quien ella misma debía retozar durante esa noche y la siguiente, éste había sido un precio asequible con tal de tener de vuelta a su esposo en su cama y en su vida.
Solo quedaba un fleco pendiente, una charla con su madre que llevaba tiempo posponiendo. Tenía derecho a conocer la identidad de su padre así como las razones que llevaron a Aurora a abandonarla en un hospicio.
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Nota: Espero encontrar un final cercano a esta serie. Gracias por haber llegado hasta aquí.
A todos gracias por leerme, SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com
El tono de Loana era lo suficientemente imperativo como para que yo no persistiera con la duda… Comencé a soltar muy lentamente los botones de la blusa que llevaba.
“Más rápido – conminó ella -. No estás haciendo un strip tease, putita”
El tatuador festejó el comentario de Loana con una risita. Urgida por las órdenes de ella, desprendí casi de un tirón la blusa sin cuidado de que tal vez pudieran saltarse algunos botones. La premura me había puesto nerviosa; me quité el calzado simplemente pisando un pie con el otro y luego desprendí el botón del pantalón para comenzar a deslizarlo hacia abajo. Era bastante ajustado así que era prácticamente imposible no contonear las caderas al hacerlo. Pensé en los ojos escrutadores del tatuador detrás de mí o en los de la gente que pasaba caminando al otro lado de los cristales. Muerta como estaba por la vergüenza, ni los miré. Al quitarme el pantalón cayeron al piso algunas monedas y mi teléfono celular; estaba a punto de recogerlo del piso cuando Loana me detuvo:
“Dame eso” – me ordenó.
Inclinada y casi tocando el piso como estaba, la miré sin entender.
“¿Tan estúpida sos que te tengo que decir todo dos veces? – insistió, lacerante como una daga afilada -. Dame ese celular…”
Una vez más su tono no dejaba margen para más vacilaciones. Alcé el aparato del piso y se lo entregué. Casi automáticamente se puso a mirarlo mientras lo sostenía en una sola mano y su pulgar bailoteaba sobre las teclitas. Me intrigó saber qué estaría haciendo.
“Seguí con lo tuyo” – ordenó, como si leyera mis pensamientos.
Así que tuve que resignarme a que siguiera manipulando mi celular y escudriñando impunemente mis cosas. Yo ya me había quitado blusa, pantalón y calzado, con lo cual quedé en corpiño y tanga en pleno local. Justo para aumentar mi vergüenza, unas chicas entraron al lugar; yo estaba de espaldas y apenas las vi de reojo pero pude adivinar sus caras de sorpresa. El tatuador las atendió, prestamente, y eso de algún modo sirvió de alivio porque, en definitiva, de todos los que estaban en el interior del local, no había uno que pudiese prestarme atención al ciento por ciento. O al menos eso era lo que yo suponía…
Me desabroché el sostén y luego deslicé mi tanga piernas abajo con lo cual quedé absolutamente desnuda y expuesta. Permanecí inmóvil, dando por sentado que así debía hacerlo hasta que llegara la siguiente orden. Por fortuna o por desgracia para mí, las chicas se fueron rápido; sólo preguntaron un presupuesto por un tatuaje y se marcharon, lo cual hizo que el tatuador volviera su atención hacia mí; pude oír sus pasos y sentir el aliento cuando se instaló de pie a mis espaldas. La escena era intimidatoria porque yo no sabía qué vendría. Loana seguía prestando atención a mi celular y eso, extrañamente, me hacía sentir desprotegida.
“Bien… – dijo el tatuador -. ¿Comenzamos con la niña entonces?…”
“Sí, dale” – acordó Loana sin dejar de mirar ni manipular mi teléfono, a la vez que tomaba asiento en un silloncito que cumplía la función de ser útil a quienes esperaran a sus amistades o bien su propio turno para tatuarse.
El hombre me tomó por los hombros como para girarme y prácticamente me fue llevando hacia el otro extremo del local. Por el rabillo del ojo pude captar la sonrisita permanente que lucía en su rostro, la cual en este caso se me hacía, además de desagrable fuertemente preocupante. Me sentía como si Loana me hubiera entregado a aquel desconocido. No me quedaba más remedio, por supuesto, que confiar en ella. Al echar un vistazo al otro lado de los cristales pude contemplar la escena que de algún modo imaginaba… Varias personas se congregaban contra la vidriera y, fingiendo ver alguna otra cosa, estaban disfrutando del espectáculo insólito que tenían ante sus ojos. Había hombres, mujeres, jóvenes y niños…
En un momento traspusimos una puerta vaivén, pero ésta no daba a ningún ambiente cerrado ni diferente. Era tan sólo una separación a los efectos de que amigos o parientes de aquellos que iban a tatuarse permanecieran más o menos aparte. Había allí un taburete, una silla giratoria y una camilla. Me hizo sentarme sobre la segunda.
Una vez sentada, instintivamente me cubrí las tetas con los brazos. Aquel sitio al que me había llevado estaba igualmente expuesto ante las miradas de curiosos y psicópatas desde el otro lado del vidrio, ya que era, en definitiva, parte del mismo local. Estiré un poco el cuello para ver si lograba ver a Loana, al otro extremo del salón; y sí… allí estaba: cruzada de piernas, hojeaba una revista que tenía sobre su regazo a la vez que en su otra mano seguía sosteniendo y manipulando mi teléfono celular. Alternadamente dirigía su atención a una u otra cosa. Seguía sin entender qué podía estar haciendo con mi celular… ¿Leyendo mis mensajes? ¿Espiando mi directorio? ¿Dándole uso para enviarse mensajes con alguien y de esa forma utilizar mi crédito y no el de ella?
El tatuador tomó sus primeros instrumentos y se plantó ante mí. Era de aspecto bohemio, como ya dije, y más bien bajo; no era lindo en absoluto, aunque sí lucía unos pectorales interesantes que lucían de manera especial por llevar él una remera musculosa de red, llena de transparencias. Acercó el taburete para ubicarse sobre el mismo y se inclinó hacia mí, comenzando a practicar las primeras punciones sobre mi cuello. Me dolía, por supuesto, pero era tolerable; me preguntaba por qué debía estar desnuda si se trataba de un tatuaje en el cuello: pronto tendría las respuestas. Me intrigaba sobremanera qué estaría tatuando pero claro, estaba trabajando en una zona hacia la cual yo no tenía forma de llegar con mi vista; me llamó la atención, por supuesto, la ausencia casi total de espejos en el lugar, algo particularmente llamativo si se consideraba lo que allí se hacía. Tan sólo un pequeño espejito de mano se alcanzaba a ver sobre una mesa ratona y, por cierto, en ningún momento, dio él visos de utilizarlo. Tampoco me atreví a preguntar nada; por alguna razón, me parecía que era salir de lo que Loana había dispuesto para mí. Si ella nada me había explicado, entonces yo nada debía saber de momento. No demoró mucho; habrán sido unos quince minutos. El tipo giró un poco como observando su recién culminada obra desde diferentes ángulos y finalmente pareció conforme. Una vez terminada su labor me dijo que extendiera la pierna derecha haciéndome apoyar mi tobillo sobre su rodilla…
Esta vez sí podría yo ver su trabajo. Los dolores punzantes volvieron y fruncí la cara pero traté de mantener mi vista atenta a lo que él hacía. Si éste, como había dicho Loana, era el mejor tatuador, seguramente lo sería por la exquisitez de sus resultados y no por la suavidad de sus métodos. Esta vez demoró algo más de tiempo pero tampoco mucho. Cuando finalizó su labor, alcancé a distinguir que yo lucía sobre el empeine de mi pie una pequeña pero delicada y hermosa mariposa… En ese momento me vino a la cabeza lo que había dicho Tamara sobre las orquídeas y los insectos polinizadores… Y la mariposa, después de todo, no es otra cosa que un insecto. También me pregunté por qué el pie derecho… Se me ocurrió que tal vez sería una osadía de mi parte llevar un tatuaje en el mismo pie en que lo lucía Loana; más aún, lo veía casi ilógico…o herético…
El tatuador se quedó mirando su obra una vez más, volvió a ladear su cabeza varias veces alternadamente a un lado y a otro… y sonrió satisfecho.
“¿Cómo marcha la cosa?” – preguntó, en tono indiferente pero a viva voz Loana, desde el otro extremo del salón.
“Impecable – contestó el hombre, llevándose los dedos a la boca y frunciendo sus labios en un gesto que hacía recordar al de algún chef italiano. A continuación, volvió a tomarme por los hombros -. A ver linda – me dijo -. Nos ponemos de pie un poquito…”
Le hice caso y, una vez más, la vergüenza casi me devoró al comprobar que cada vez era más la gente que miraba, algunos más disimuladamente, otros menos, desde el otro lado del vidrio. Él me guió delicadamente por los hombros hacia la camilla y me hizo acostar boca abajo… Si ya estaba preocupada por no saber lo que sobrevendría, mucho más lo estaba al saber que el tipo iba a trabajar a espaldas de mí y por lo tanto yo no iba a tener siquiera la mínima idea de qué estaría haciendo o manipulando. Fuese lo que fuese lo que afectara a mi cuerpo, sólo me enteraría con el contacto.
“Así… muy bien” – me decía, con un tono casi paternal, a medida que me ayudaba a ubicar mi cuerpo sobre la camilla.
Lo único bueno del asunto era que yo quedaba con mi cara hacia la pared y, por lo tanto, me ahorraría la humillación de ver los rostros llenos de lascivia de los tipos que miraban desde fuera del local, así como los semblantes escandalizados de las mujeres. Crucé mis brazos por debajo de mi cara y él mismo me apoyó la mano en la nuca para hacer bajar mi cabeza hasta reposarla. Apartó el cabello hacia un costado y, aunque no lo veía, tuve la impresión de que inspeccionaba la zona, lo cual me daba la pauta acerca de dónde podría caer mi próximo tatuaje. En algún momento apoyó las puntas de sus dedos un poco por arriba de mis omóplatos y dio la impresión de que estuviera calculando sus próximos pasos, como analizando la superficie a tratar. Estuvo unos segundos haciendo eso y luego dejó deslizar sus dedos en un suave pero rápido recorrido a través de mi columna y luego… por sobre la zanjita entre mis nalgas… Justo cuando bajaba hacia mi sexo la levantó. No pude evitar un estremecimiento. Estuve a punto de decirle algo, pero… ¿qué diría Loana? Realmente lo que acababa de hacer el tipo no parecía tener relación directa con el trabajo que estaba realizando pero… me quedé muda… y quieta…
Lo siguiente, y tal como había previsto, fue trabajar en la zona de arriba del omóplato derecho, allí donde precisamente había apartado a un lado mi cabello y luego tanteado. Volvió el dolor así como también la incertidumbre acerca de qué estaría haciendo realmente. En algún momento interrumpió su trabajo porque habían llegado clientes. Llegó a mis oídos la conversación y pude advertir que le estaban preguntando acerca de algún tatuaje en especial y él aparentemente les estaría mostrando un catálogo y les informaba sobre precios. Los clientes, jóvenes a juzgar por las voces, parecieron quedar conformes y aceptarm pero él les indicó que regresaran a las siete y media ya que estaba realizando un trabajo que llevaba su tiempo. Aceptaron de buena gana y se marcharon. Me pregunté por qué no tendría un empleado o si justo habríamos ido el día en que el empleado había faltado, pero después lo pensé mejor: si Loana lo consideraba, como había dicho, el mejor tatuador, probablemente lo fuera… y difícil era pensar que fuera a delegar su trabajo en otros.
“¿Me extrañaste linda?” – preguntó con un deje de burla al momento de regresar a mi lado y retomar el trabajo.
Dio los últimos toques al tatuaje de mi espalda y yo seguía sin saber para qué me tenían desnuda. Llegué a ver de reojo que él estaba echando, tal como antes ya lo hiciera dos veces, los vistazos finales para darse a sí mismo el visto bueno sobre una obra que yo, desde mi posición, no podía ver. Ya iban tres tatuajes y era de creer que habría terminado… pero no. Tomó con una de sus manos la zona interna de mi muslo izquierdo y empujó llevando la pierna hacia un costado…
“Abrimos un poco las piernitas…” – me dijo, utilizando nuevamente esos diminutivos que sonaban tan desagradables y perversos, tal como todo en él, podía decirse ya para esa altura. Repitió la acción con mi otro muslo y así quedé, piernas abiertas, encajados mis pies a ambos lados de la camilla y exponiendo la raja de mi cola y seguramente también mi sexo ante las miradas de curiosos y libidinosos. Cuánto agradecí no poder verlos… porque la vergüenza que estaba sintiendo ante semejante exposición pública no podía describirse con palabras.
Enseguida pude saber que el objetivo de haberme colocado en tal posición era poder acceder a la cara interna de mi muslo izquierdo, la cual sería, al parecer, objeto del próximo tatuaje. Y en efecto la punzada en ese sitio que sobrevino me hizo anoticiarme de que así era… Esta vez dolió más que los anteriores y yo me preguntaba cuándo terminaría todo aquello y por qué tenían que hacerme tantos tatuajes.
“Quietita” – me decía, como regodeándose y deleitándose en el placer que le daba el hecho de que Loana prácticamente me había entregado en sus manos.
Una vez que hubo terminado, rogué que hubiera sido el final. Loana volvió a preguntar cómo iba el asunto y él contestó que iba bien, de lo cual lamentablemente se desprendía que no había terminado en absoluto.
“A ver… levantamos un poco el culito” – me dijo.
Ya era un abuso de insolencia pero… Loana así lo había querido y no me atrevía a contradecir nada de lo que él me pidiese por esa misma razón y por más desagradable que me cayera. Llevé la cola hacia arriba y también el vientre y en ese momento él pasó y ubicó un almohadón por debajo de mí.
“Bajamos”- me dijo.
Pero ya no había mucho para bajar. Mi estómago quedó depositado sobre el almohadón y mi culo levantado y casi ofrecido. Se me caían las lágrimas de pensar en el espectáculo que estaban presenciando los visitantes de la galería. Pero lo que siguió fue más sorpresivo aún: tomó una de mis muñecas y la llevó hasta una de las patas de la camilla, tras lo cual comenzó a atarla con una tira de cuero. Si hasta ahora había creído que las cosas estaban fuera de cauce, no puedo describir cómo pasaba a verlas ante el nuevo curso de los acontecimientos. Fue la primera vez que me atreví a balbucear algo.
“Pero… ¿qué pasa?… ¿Por qué me ata? Nunca vi esto…”
Tensó con fuerza la tira de cuero; una vez que se hubo cerciorado de que estaba firme, comenzó a hacer lo propio con la muñeca de la otra mano.
“Es que lo que viene va a ser más doloroso y hay que asegurarse de que no te vas a mover… Si te quedás quietita va a ir todo bien y vamos a terminar rápido… Es esto y ya se acaba”
Una vez que quedé con las manos atadas, se dedicó a hacer idéntico trabajo amarrando mis tobillos a las patas traseras, quedando yo así atada, desnuda, abierta de piernas y con la cola levantada. La situación se había ido muy lejos de lo que yo entendía por una sesión de tatuaje, pero siempre parecía haber un escalón más para bajar hacia mi degradación… Estuve a punto de decir algo, de ensayar alguna ligera protesta pero no llegué a hacerlo: un trapo entró en mi boca y mi cabeza fue empujada hacia atrás de un tirón mientras él anudaba con fuerza los extremos del trapo sobre mi nuca. Es decir, acababa de amordazarme.
“Esto es para que no grites – explicó -. No quiero que tus alaridos le den al local una mala publicidad, je..-”
¿De qué estaba hablando? Hubiera querido gritar llamando a Loana, pero ahora sí que no tenía forma de hacerlo. Además… ¿mala publicidad? ¿Y qué tan buena publicidad podía ser que desde el otro lado del vidrio estuvieran viendo cómo ataba y amordazaba a una muchacha para que no grite?
Y entonces llegó la punción final, pero fue distinta a todas las anteriores… Una fuerte presión sobre mi nalga izquierda me hizo arrancar lágrimas de los ojos porque ardía…y yo diría… ¡quemaba! Ignoraba a qué clase de tatuaje estaba siendo sometida ahora pero no podía imaginar uno tan doloroso… Mi cuerpo se contrajo en convulsiones de dolor mientras abría mis manos y extendía los dedos… pero prácticamente no podía moverme. Tironeaba con fuerza pero las ataduras estaban bien firmes. Sólo me quedaba mover el cuerpo serpenteando pero creo que eso hizo aumentar el dolor y él mismo lo notó:
“Es doloroso, ya sé… pero si no te quedás quietita te va a doler más” – me dijo, con una tranquilidad asombrosa.
Yo ignoraba con qué estaba presionando contra mi nalga pero el dolor era insoportable. Quería gritar y no podía… Cuando aflojó la presión y retiró lo que fuera que estuviese utilizando me dejé caer sobre la camilla, abatida y casi inerte… mis manos y pies colgaban fláccidos a ambos lados de la camilla y mis fuerzas definitivamente se habían ido.
En ese momento llegó a mis oídos el sonido de las argollas de una cortina corriendo sobre el barral; espiando de reojo, pude ver cómo el tatuador se dedicaba a cubrir los vidrios que rodeaban esa parte del local. Me pregunté por qué diablos no lo habría hecho antes. Tampoco entendía por qué no me quitaba de una vez las ataduras y la mordaza. Regresó hacia mí y sentí el tacto de las yemas de sus dedos sobre la nalga que acababa de ser tratada; daba la impresión de estar estirando la piel a los efectos de ver mejor alguna u otra parte de su obra. Luego pasó algún líquido que, posiblemente tuviera algún efecto calmante o quizás desinfectante. Al frotarlo, acarició mis nalgas. Indefensa como estaba, sólo pude dejarlo hacer y, además, era aparentemente la voluntad de Loana. Estuvo así un largo rato y, honestamente, daba la sensación de tocar por demás, pero lo que hasta ese momento era una sensación pronto se transformó en una certeza. En un momento, luego de haber recorrido con sus dedos la separación entre las nalgas, su mano bajó y acarició mi sexo. Me sobresalté; intenté inútilmente incorporarme y él me depositó una mano sobre la nuca para devolverme nuevamente a mi posición.
“Quietita, nena” – me dijo.
Extenuada como estaba, me dejé caer mientras su mano seguía jugando en mi vagina y de a poco sus dedos iban ya hurgando dentro de ella. La situación era en extremo aberrante y humillante, pero a la vez perversamente excitante y a pesar de todos los esfuerzos que yo hacía por no ceder, me di cuenta que estaba húmeda y él mismo lo advirtió, dada la forma en que rió entre dientes. Siguió jugueteando y, a decir verdad, había que reconocerle que tenía una gran habilidad con sus dedos. Mi excitación iba en aumento y en un momento me sentí tan entregada que, casi involuntariamente, comencé a levantar la cola incluso más de lo que el almohadón ya de por sí lo hacía. Su mano aceleró el movimiento vejatorio y yo sentí que estaba en llamas. No podía creer verme excitada de esa forma por un absoluto desconocido que, sacando sus bien formados pectorales, no me resultaba atractivo en absoluto. Pero sentía que me tenía rendida, entregada… e incrementaba el morbo de la situación el saber que Loana me había llevado a él, aun cuando me preguntaba seriamente si el tipo se estaría tomando atribuciones que iban más allá de lo que ella le había encomendado.
Cuando dejó de hurgar dentro mío no supe si sentir alivio o desilusión. Pensé que, ahora sí, tal vez todo habría terminado, pero en eso escuché nítidamente el inconfundible sonido de la hebilla de un cinturón al desabrocharse y fue como si una descarga eléctrica hubiera recorrido todo mi cuerpo. Giré mi cuello lo poco que pude y alcancé a ver que se estaba quitando el pantalón…
“En pocos minutos te vas de acá y no voy a verte más en mi vida… – me dijo -. Pero antes te vas a llevar un regalito… jeje”
Mis ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas y, por supuesto, quise gritar… pero no podía hacerlo. ¿Estaría Loana en el salón todavía? Desde donde yo estaba era imposible determinarlo; por lo pronto hacía rato que estaba en silencio y no emitía palabra. Unas pocas veces, durante la sesión, había hablado trivialidades a la distancia con el tatuador, pero ahora no se la escuchaba en absoluto, señal de que o bien no estaba o, si estaba, permanecía en completo mutismo. Hubiera querido llamarla a los gritos, avisarle qué era lo que estaba por ocurrir porque, esta vez sí, estaba segura de que el tipo se estaba excediendo en sus atribuciones, pero la mordaza no me permitía emitir sonido, salvo tan sólo algunos balbuceos muy ahogados que no creía que pudiesen llegar a oídos de ella. Inmovilizada además como me hallaba, imposible era escapar de lo que para mí el tatuador parecía tener previsto.
Una vez libre de pantalones y de ropa interior de la cintura hacia abajo, subió de un salto a la camilla y se ubicó por encima y por detrás de mí. Acarició una vez más mi cola y me dio una ligera nalgadita para, a continuación, comenzar a introducirme su miembro en mi sexo sin ningún complejo ni miramiento. Yo no podía creer lo que estaba viviendo; aquel tipo me estaba cogiendo o, peor aún, violándome… Sentí su lascivo aliento sobre mi nuca y hasta la caída de algún hilillo de baba mientras daba rienda suelta a un bombeo que se fue haciendo cada vez más frenético. En mi interior luchaba por no excitarme, pero no era posible: una vez más me estaba viendo arrastrada hacia lo más bajo; aquel tipo me estaba cogiendo sin permiso alguno y, sin embargo, la situación tenía para mí un fuerte erotismo que no podía manejar. Me penetró como una bestia y no tuvo demasiados reparos cuando llegó el momento de acabar; no fue un grito a viva voz pero tampoco se lo calló… Y yo llegué a mi orgasmo conjuntamente pero no podía emitir sonido… Mis gemidos y jadeos quedaron ahogados por la mordaza y eso se transformó en una especie de tortura adicional; mientras tanto, podía sentir su tibio esperma dentro de mí. Él terminó con su cuerpo caído sobre mí y su jadeante respiración ya entrando en mi oído. Luego se levantó; volvió a propinarme una cachetadita en la nalga.
En ese momento escuché la voz de Loana, pero también sus tacos sobre el piso:
“S… sí” – respondió él, a viva voz pero en una especie de jadeo entrecortado.
Se bajó de la camilla a la cual minutos antes se apeara para montarme. Se puso el pantalón nuevamente y una vez hecho eso, me quitó la mordaza y me soltó las ligaduras. Me fui girando e incorporando y lo miré a los ojos. Tenía ganas de insultarlo y golpearlo pero una fuerza superior me detenía… y tal vez esa fuerza tuviera que ver con Loana, cuya presencia en el local impregnaba todo con un halo de poder… Él simplemente se sonrió, como siempre (aunque el deje de burla fue más pronunciado que nunca) y yo, dolorida y vejada, me bajé de la camilla para seguir sus pasos hacia el otro lado de la puerta vaivén.
Loana estaba acodada contra el mostrador. Tenía en sus manos una bolsa de una tienda de ropa, señal inequívoca de que se había ausentado un momento para ir a comprar algo, probablemente aburrida por la espera…
“¿Cómo anduvo eso?” – preguntó ella, levantando muy ligeramente la vista de la bolsa de ropa dentro de la cual parecía revisar o buscar algo.
“Diez puntos – contestó el tatuador -. Tu chica nueva se portó muy bien”
El bastardo, obviamente, cargaba a sus palabras de doble sentido y lo de “chica nueva”, por cierto, no podía hacer otra cosa más que inquietarme. Yo estaba a punto de comenzar a hablar y, de una vez por todas, informar a Loana acerca de lo ocurrido, pero justo en ese momento intervino ella, dejando de prestar atención definitivamente a lo que fuera que acababa de comprar y que tenía en la bolsa.
“A ver cómo quedó…” – dijo dirigiendo la vista hacia mí.
El tatuador volvió a tomarme por los hombros y me acercó hacia Loana, como si fuera inconcebible que la diosa rubia se fuera a rebajar a moverse de su lugar. Sin pedir siquiera permiso, él tomó y giró mi mentón a la vez que con su otra mano echaba a un costado mi cabellera a los efectos de que ella pudiese ver el tatuaje sobre mi cuello. Pude ver cómo los ojos de Loana se encendían de admiración al tiempo que abría la boca y movía lateralmente su cabeza como si no pudiera dar crédito a lo que veía.
“Es como digo… ¡Sos el mejor!”
Él agradeció y a continuación pasó una mano por detrás de mi rodilla y me obligó a flexionarla de tal modo de levantar el pie, exhibiendo el tatuaje de la mariposa, único que yo hasta ahí había visto. Loana continuaba con aquella extasiada expresión en su rostro y él, entretanto, le fue mostrando los demás tatuajes, para lo cual me tomó por los hombros y me obligó a hacer un giro.
Al girarme me percaté de que había alguien más en el local; una pareja de chicos muy jovencitos.
“Ya estoy con ustedes, chicos” – les dijo el tatuador sin dejar de mostrar a Loana el trabajo conmigo realizado.
“No hay problema – dijo el muchacho -¡Qué buen trabajo!”
Reconocí en la voz que se trataba de uno de los que habían estado allí un rato antes y a los cuales el tatuador recomendara volver más tarde. Tanto él como la chica (¿su novia?) tenían en ese momento los ojos fijos en mis tatuajes y era de pensar que ya habían estado contemplando los que yo lucía por detrás.
“Una maravilla – remarcó Loana -. Increíble trabajo como siempre…”
En ese momento, noté que los ojos de la parejita se desviaban hacia Loana y, viendo hacia dónde los enfocaban, no era difícil colegir que habían centrado su atención en el tatuaje del muslo. La expresión extasiada e hipnotizada de sus rostros así lo evidenciaba. El tatuador apartó mi cabellera echándola hacia adelante a los efectos de descubrir el tatuaje de la parte superior de la espalda. Pude sentir como los dedos de Loana se posaban sobre mi piel y, al parecer, recorrían la zona tratada… Más aún, podía percibir, como si se tratase de rayos de fuego, los ojos de ella recorriéndome escrutadores. Esta vez no dijo palabra pero no costaba darse cuenta de que no hacía falta. El hombre me cacheteó en las nalgas y me conminó a separar un poco las piernas a la vez que, apoyando su mano sobre mi nuca, me obligó a inclinarme hacia adelante. Ignoro si Loana se hincó para ver mejor o simplemente se inclinó un poco, pero se dedicó a deslizar sus dedos con detenimiento por el tatuaje de la parte interna de mi muslo. Y luego, por supuesto, prestó atención al tatuaje de la nalga, ése que tanto dolor me había arrancado y cuya naturaleza se me presentaba difícil de siquiera imaginar. El roce de los dedos de Loana era una caricia pero a la vez un recordatorio de mi condición.
“Perfecto – señaló -. Otro excelente trabajo”
“Gracias – dijo él, riendo una vez más entre dientes -. En realidad siempre es un placer que me traigas este tipo de trabajitos”
Una vez más, estaba claro que había mordacidad en las palabras de aquel energúmeno.
“Ah… hablando de eso… ¿Ya te cobraste?” – preguntó Loana, aparentemente sin desviar la vista de los tatuajes.
“Je… ¡Y cómo!” – rió él.
De pronto entendí todo… En ningún momento Loana había extraído dinero o siquiera exhibido tarjeta alguna… El pago, obviamente, se hacía conmigo… Venía a significar eso un nuevo dato que, una vez más, me degradaba hasta lo más bajo. Tanto conmigo como tal vez con esas otras chicas a las cuales tácitamente se había hecho referencia, el tatuador hacía para Loana los trabajos que ella le pedía y se cobraba cogiéndolas. Esto daba una respuesta definitiva a mi pregunta acerca de si el tipo se habría extralimitado al montarme: y la respuesta, harto evidente, era no. Lo que había hecho conmigo era parte de lo que con Loana tenía ya acordado… De pronto me sentí aun más estúpida de lo que ya me sentía… pero paradójicamente la idea de haber sido violada se esfumaba… Si Loana lo había dispuesto, entonces no era violación…
La pareja de jóvenes, mientras esperaba su turno, continuaba observando con particular atención cada detalle de mis tatuajes, cosa que me irritaba sobremanera… Loana siguió haciéndolo durante unos instantes más y luego el tatuador le entregó los líquidos desinfectantes y demás elementos necesarios como para mantener todo bajo control; le dio algunas explicaciones y dijo algo sobre unas inyecciones, cosa que me hizo dar un respingo . Ella me ordenó vestirme… y así lo hice. No me devolvió el celular… pensé en reclamarlo o al menos mencionarlo de alguna forma como distraídamente o no queriendo hacerlo, pero me abstuve… Seguía profundamente intrigada por lo que Loana había estado haciendo con él…
Se despidió del tatuador con dos efusivos besos y me obligó a despedirlo y agradecerle…
“Muchas gracias señor” – me vi obligada a decir y el tipo me miró con la sonrisa más burlona que hubiese exhibido en todo el tiempo que estuve allí.
No fue fácil el camino hasta el auto porque todos los visitantes de la galería tenían las miradas sobre mí… y podía ver cómo cuchicheaban y se comentaban entre ellos. Claro, no era poca cosa que se estuviera yendo la muchacha la que acababan de ver desnuda en el local de tatuajes. Llegamos hasta el “escarabajo”; se me cruzó por un momento la idea de que, no habiendo ya compañía, Loana me permitiera o más bien me ordenara sentarme delante o, cuando menos, en la cabina. Error: sobre el asiento del acompañante depositó la bolsa de ropa que había comprado y sobre el asiento trasero… nada, pero yo al parecer no merecía ocuparlo. Volvió a abrir el baúl y me hizo claro gesto de que ingresara.
No sé cuánto duró el viaje pero sí puedo decir que fue más largo que el anterior, tanto que me llegué a preocupar ante la posibilidad de quedarme sin aire. Por fin nos detuvimos. Escuché claramente el taconeo de Loana una vez que se hubo apagado el motor; durante un rato pareció estar yendo y viniendo sin que yo pudiera determinar auditivamente qué estaba haciendo. ¿Por qué no venía a abrir el baúl? ¿Estaría pensando dejarme allí dentro? Finalmente lo abrió, para mi alivio.
“Afuera – me ordenó -. Ya llegamos”
Ignoraba yo absolutamente con qué realidad me iba a encontrar al descender. Por lo pronto era ya de noche y al salir del baúl me encontré pisando un camino asfaltado de trayecto serpenteante que corría por un parque iluminado por la luz de algunas farolas. Aquí y allá veíanse cipreses y hasta un par de arcadas hechas con ramas de alguna planta también conífera. Algunos maceteros y canteros con un estilo tal vez griego (no me pregunten cuál o de qué período) jalonaban los flancos del camino y a unos treinta metros de distancia se veía un inmenso caserón blanco de amplios ventanales, que combinaba en su fachada ladrillo a la vista con mármoles. ¿Era aquella la casa de Loana? Parecía lógico que lo fuese ya que no era de esperar que con lo presuntuosa y arrogante que era, Loana no fuera a ser una chica rica. Pero más allá de la lujosa mansión en cuyo terreno aparentemente estábamos, me encontré con un espectáculo terriblemente decadente en la escena que sobrevino a la llegada de Loana.
Alcancé a ver que desde la casa se aproximaban dos siluetas a cuatro patas y, por supuesto, lo primero que hice fue pensar en perros. Incluso me sobrecogí un poco y tendí a ponerme detrás de Loana por miedo a que me mordieran. Pero a medida que la luz de las farolas caía mejor sobre ambas siluetas pude distinguir que… eran dos personas… más aún… dos muchachas.
Corrieron a los pies de Loana y fueron a besar prestamente su calzado; lo hacían de manera desordenada y empujándose entre sí, desplazando cada una a la otra con su propio cuerpo sólo para poder tener el privilegio. Eran dos chicas, sí, pero se comportaban como si fueran animales… Loana las obviaba absolutamente; se comportó prácticamente como si no existieran o como si fueran una molestia. Cerró el baúl del auto, me miró y me dijo:
“Vamos para la casa… A cuatro patas vos también”
No cabía lugar para dudar ante una orden de ella, menos todavía ahora que me hallaba dentro de su “reino”. Las dos chicas lamían con sus lenguas el calzado de Loana y no paraban de besar sus piernas, tanto que molestaban su marcha, razón por la cual la rubia les propinó un puntapié en la trompa a cada una e inició su marcha hacia la casa llevando en mano la bolsa con la ropa adquirida. Por mi parte, mi único equipaje consistía en el bolso en el cual había traído alguna muda de ropa (ya vería luego que innecesaria) más los libros y algunos apuntes útiles para el trabajo que tenía que hacer para Loana. Me eché el bolso a la espalda y adopté también la posición a cuatro patas; las dos muchachas me miraron con odio… Era lógico: yo era la recién llegada y dada la competencia que entre ellas parecía haber, mi arribo podía venir a sumar un elemento de conflicto… o de competencia. Pero más allá de eso, la cuestión fue que cuando me miraron las reconocí; no sé si ellas a mí… Había visto a esas dos muchachas en la facultad, sobre todo en los primeros días en que con Tamara habíamos llegado a la comisión de Loana. Eran dos comelibros de esas con aires intelectuales… De inmediato recordé los rumores en los pasillos de la universidad acerca de que Loana tenía chicas a su servicio para la realización de sus actividades… Pero era sumamente patético verlas reducidas a aquello; lo único que las diferenciaba de perros era que no estaban desnudas, pero teniendo en cuenta el atuendo que lucían, casi era más digno que lo estuvieran. Sólo lucían cada una un corpiño diminuto y de tul con transparencias que no cubría prácticamente nada, además de una falda extremadamente corta que, al igual que el sostén, no tapaba nada y dejaba sus colas al descubierto, sólo con una tanga que en realidad era un hilillo de tela.
La diosa rubia comenzó a caminar hacia la casa y las dos jóvenes lo hicieron detrás, ambas a cuatro patas y pugnando cada una de ellas por estar lo más cerca posible de la divinidad a la que reverenciaban; poniéndome a cuatro patas y con el bolso a mis espaldas, hice lo mismo y las seguí tratando de mantener siquiera algunos metros de distancia… No quería entrar en conflicto con ellas, al menos por ahora… Así que, de esa manera tan poco digna, fui haciendo el recorrido hacia la casa viendo por delante de mí el sensual contoneo de la magnífica rubia bajo la tenue luz de las farolas del parque de aquella mansión…
Cuando Pepe nos reunió a los dos comerciales que dependemos de él no podíamos creer lo que nos estaba proponiendo. A pesar de ser el miembro más joven, tanto por edad como por experiencia de la compañía, fui el atrevido que le preguntó si iba en serio, cosa que confirmó, y si estaba seguro de la apuesta.
-Segurísimo. No sabes lo por culo que dio Gilda cuando te contraté el año pasado, según ella injustificadamente. No sólo le vamos a demostrar lo equivocada que estaba sino que además me voy a cobrar todas sus afrentas, que en siete años han sido unas cuantas.
Javi no dijo nada. Como era habitual en él, se reservó su opinión para un futuro a corto plazo, después de que hubiera masticado y digerido la propuesta. Sería entonces cuando plantearía objeciones, parabienes o simplemente aceptaría.
Esperaba que mi compañero lo comentara con la almohada y más pronto que tarde hiciera recapacitar a mi jefe, pues de no ser así, no tenía nada claro cómo podía acabar el juego y, mucho menos, todos nosotros.
No os diré el nombre de la compañía, pero os aseguro que la marca que comercializamos es muy conocida. Incluso me atrevo a afirmar que todos tenemos algún producto en casa. La central está en Madrid y en Barcelona disponemos solamente de una oficina comercial.
Al tratarse de productos cosméticos y médico-estéticos nuestro público final son mujeres mayoritariamente, pero de unos años hacia aquí los hombres también estamos consumiendo cada vez más productos de belleza y de cuidado personal, así que la balanza masculina ha aumentado paulatinamente, aunque el año pasado apenas supuso el 30% de toda la facturación de la delegación, superior al 23% del resto de España.
Por allí venía la oposición de Gilda a mi contratación. Si tres mujeres comerciales logran el 70% de las ventas, no está justificado tener a tres hombres enfocados en el mercado masculino si éste no llega ni a la mitad del volumen femenino. La justificación de Pepe, director de la delegación, además de responsable último de la gestión de la sucursal fue que el mercado femenino es más maduro por lo que la mayor parte de las ventas son repeticiones y reposiciones, mientras el masculino precisa una fuerza comercial más activa pues debe abrir camino.
Alineándome más con las tesis de mi jefe, también es cierto que tener a dos comerciales picando piedra día sí y día también, le permitía a él vivir mucho más relajado preocupándose únicamente de grandes cuentas por lo que podía dedicarle menos horas al trabajo y más al ocio, que en su caso era el gimnasio y perseguir yogurines.
Por tanto, debo darle una parte de razón a Gilda, la mejor comercial de la compañía, además de la más veterana junto con Pepe, en que cumpliendo cada ejercicio el presupuesto comercial holgadamente, gracias a lo que a fin de año quedaba una bolsa de beneficios estimable que debía repartirse a partes iguales entre los comerciales de la delegación, por qué había que dividir el premio entre 6 cuando podía dividirse entre 5 si el jefe daba el callo.
Por allí venían la mayor parte de las pullas entre los dos, además de la confianza provocada por llevar juntos desde la inauguración de la delegación. La mujer se sentía mejor profesional que nuestro jefe, yo también lo creo, pero debía tragar con decisiones que no compartía o que, como mi contratación, no respondían solamente a una mejora en los resultados, pues tenían un cariz claramente egoísta.
Ante tamaño panorama, había dedicado los nueve meses que llevaba en la compañía a cultivar buenas relaciones con todos los miembros de la oficina, a pesar de la guerra de sexos que se libraba. Tal vez por ello, me parecía descabellado el plan de mi jefe.
También se me antojaba dificilísimo ganar la apuesta, pues ésta se basaba en lograr superar las ventas del sector femenino. Por más que nos esforzáramos los cuatro meses que quedaban de año natural, ¿cómo esperaba Pepe que nuestras ventas fueran superiores a las de ellas cuando el volumen masculino vendido solamente suponía el 36% hasta la fecha?
Eso sin contar que perder la apuesta supondría quedarnos sin un céntimo del bonus de fin de año, unos 30.000€ a dividir entre las partes. Y en mi caso, con 28 años y la premura de mi novia por casarnos, necesitaba los 4 o 5.000€ que podían corresponderme.
Supe que Pepe se lo había propuesto a las chicas por que Patri me llamó al móvil escandalizada. ¡Qué coño se había creído el puto cerdo este! Dos años mayor que yo, no solamente era la compañera con que me llevaba mejor, también era la más guapa con diferencia. Le respondí que a mí también me parecía una locura, que no esperaba que fuera capaz de apostar tan fuerte y que últimamente, parecía haber perdido la cabeza.
El ambiente se enrareció muchísimo los días posteriores, sobre todo desde el momento en que las chicas aceptaron el envite. La verdad es que no me lo esperaba. Había dado por hecho que lo mandarían a la mierda. Pero no fue así. Extrañado llamé a Patri a última hora de la tarde, pero su respuesta me confirmó que se había desatado la guerra total. No solamente me trató con suficiencia y enojo, algo que nunca me había pasado ni creía merecer, es que llegó a amenazarme. Gilda las había convencido segura de ganar la batalla, de machacarnos les había dicho, pero no pensaban contentarse con eso. El siguiente paso sería provocar nuestro despido. Si no lograban fulminarnos a los tres, al menos caería el cabrón de Pepe.
Alucinado, me quedé con el teléfono en la mano un rato, sin acabar de comprender qué coño estaba pasando. Le daba la razón a Patri en que Pepe era un cabrón, pero ¿en qué se había convertido Gilda? ¿En que las estaba convirtiendo a ellas?
La fecha límite era el 15 de diciembre a las 24.00 horas. Todos los pedidos que tuviéramos introducidos en el sistema para media noche contaban para el cómputo final. La victoria se la llevaría el equipo que facturara un céntimo más que el otro. Así de frío, así de claro.
Durante tres meses habíamos picado piedra, aporreado puertas, convocado reuniones, trabajado como cabrones pues nos iba el pan en ello. A todos. Más cuando a mediados de octubre Pepe captó una cuenta monumental, robada a nuestro principal competidor, que nos acercaba al nivel femenino de un modo peligroso para ellas. Hasta ese momento habían estado relativamente tranquilas. En noviembre corrieron como galgos, mientras Javi y yo seguíamos esprintando y Pepe trabajaba más en un trimestre de lo que había trabajado los últimos tres años.
Recuerdo que acabábamos la primera semana de diciembre cuando mi jefe nos dio ganadores. Le dije que las cifras no mostraban eso, que aún estábamos un 6% por debajo y que Gilda aún no había introducido ninguna venta de uno de sus principales clientes. Que en cuanto lo hiciera, se acababa el partido.
Pepe me miró maquiavélico, con aquella media sonrisa tan suya que a Nuria, mi novia, le había parecido asquerosamente sucia cuando lo había conocido una tarde que había venido a buscarme a la oficina, y sentenció:
-Gilda no va a venderles ni un euro más este mes. Le comprarán en enero. Y yo, tengo apalabrado el segundo pedido de mi nueva gran cuenta para el 15 de diciembre exactamente. –La sucia sonrisa se amplió hasta una exagerada mueca de orgullo mientras remataba: -No sabes lo dura que se me pone la polla solo de pensar que en dos semanas voy a tener a aquella zorra de rodillas.
El último día fue una locura. A media noche estábamos todos en la oficina, sin excepción, pero hasta la mañana siguiente, la central no podría mandar el conteo definitivo. Marchamos a casa tensos, angustiados, irritados, acongojados, tanto que no pegué ojo en toda la noche. No podía quitarme de la cabeza la cara de triunfo de Pepe, la tranquilidad con que nos había despachado a todos para casa, la confianza del que se sabe ganador.
Sin duda había gato encerrado.
***
El 16 de diciembre por la mañana había muy malas caras en la oficina. El cansancio había hecho mella en todos, pues era evidente que aquella noche no habíamos dormido demasiado. Pepe, en cambio, se paseaba radiante pavoneándose triunfal. Gilda, confirmándonos su derrota, no apareció por la oficina hasta casi mediodía, cuando se encerró en la sala de juntas con sus chicas, supongo que tratando de calmarlas, pero fue en balde. Patri se mostraba orgullosa pero estaba cruzadísima, Cris salió enjuagándose los ojos.
Nosotros, en cambio, esperábamos ansiosos la confirmación de los resultados. Cuando se verificaron, Pepe convocó a toda la oficina en la sala para tirárselo en cara y cobrarnos el premio. Aprovechando que las chicas tardaron casi diez minutos en entrar, traté de convencer a mis compañeros de condonar la deuda, pues ya habíamos ganado la batalla y podíamos cerrarles la boca para una buena temporada, pero no quisieron escucharme.
-¿A ti te parece que he tramado todo esto para dejarlo correr ahora?
-¿Tramado… a qué te refieres?
Si me faltaba alguna confirmación de los discutibles principios morales de aquel hombre, la obtuve en aquel momento. Pero lo sorprendente para mí fue que Javi también los compartiera, cuando hasta ese momento siempre me había parecido el contrapeso ético al sinvergüenza de nuestro jefe.
-Llevas poco tiempo en la empresa y no has tenido tiempo de sufrir las malas artes de aquella hija de puta. Empezó conmigo en Madrid, pero como era de aquí insistió mucho en que montáramos una delegación en Barcelona. Cuando lo hicimos dio por hecho que la dirigiría ella, así que cuando se encontró con que no sería así me puso todas las zancadillas que pudo. No sabes la de mierda que me ha hecho tragar, así que ahora será ella la que tragará.
-¿Y eso incluye a Patri y Cris?
-Daños colaterales. Además, ellas han participado, ¿no? Aceptaron el juego, ¿verdad? Pues ahora que se jodan. O mejor, las jodemos nosotros.
En ese momento entraron las chicas. No sé si llegaron a oír el amistoso discurso de Pepe, pero daba igual. El ambiente era muy tenso. Gilda trató de terciar.
-Bueno habéis ganado. Así que nos toca llegar a un acuerdo de pago…
-El acuerdo de pago está muy claro y las condiciones están firmadas por las tres –la cortó Pepe. Yo desconocía ese punto.
-Ya, pero no pretenderás…
-Pretenderé lo que está firmado –sentenció imperativo. Después de una pausa en que el silencio solamente era interrumpido por respiraciones nerviosas y alguna garganta anudada tratando de tragar, continuó: -Así que estamos aquí solamente para acordar los términos del pago.
Las chicas se miraron aterradas, sobre todo Cris, pero también Patri, que esta vez sí buscó mi apoyo después de más de dos meses maltratándome. Javi las miraba con el mismo desdén que Pepe, pero yo no fui capaz. Todo me parecía una locura. Iba a decir algo, cuando Gilda contraatacó acusadora.
-Eres un cabrón. Un cabrón y un cerdo. Además, has hecho trampas, estoy convencida que has manipulado las ventas de algún modo. Si no, ¿cómo explicas que me hayan diferido la compra hasta enero?
-Por la sencilla razón que el pedido de julio fue más alto de lo normal y porque llevan todo el año con problemas de liquidez. Si conocieras más a tus clientes en vez de ir a saco siempre, lo sabrías.
-Hijo de puta. Planeaste todo esto a sabiendas que perderíamos. Eres un puto tramposo y nadie le pagará nada a nadie –gritó.
Pepe no se inmutó. Se estaba relamiendo en su triunfo. Como colofón, sacó dos copias de un documento impreso en que habían especificado los términos de la apuesta y el pago acordado, firmado por las tres chicas. ¿Cómo podían haber sido tan cortas para firmar eso?
-Reitero que deberías haber conocido esa información –aclaró en el tono más calmado que le había oído en mucho tiempo. –También forma parte de tu trabajo. Trabajo que perderás, que perderéis, si este documento llega a manos de la Central. –Hizo otra pausa, antes de clavar la daga definitivamente. –Eso sin contar lo que dirán vuestras parejas cuando lo reciban.
Las lágrimas comenzaron a fluir por las mejillas de Cris, casada y madre de una niña de tres años, solamente fue capaz de implorar un lastimero Pepe, por favor, antes de abandonar la sala a la carrera. Patri también tenía los ojos acuosos pero el orgullo frenaba sus lacrimales. Gilda hervía, cual animal salvaje acabado de cazar.
***
Normalmente viajábamos a Madrid a la cena de fin de año que se celebraba el último viernes anterior a Navidad. Los años anteriores habían tomado un avión o el AVE a primera hora de la tarde para llegar con tiempo, dejar los trollies en el hotel y participar en la fiesta. Este año, la organización iba a tener una ligera variación.
Para empezar no viajamos juntos. La división masculina tomó un tren a media mañana, mientras ellas debían llegar a Atocha sobre las 4. El pago había sido acordado para aquella tarde, a pesar de que Pepe les había propuesto realizarlo antes en Barcelona. Declinaron la oferta, o al menos eso dijo Gilda.
Comimos los tres juntos al llegar, mientras mi jefe se relamía orgulloso de la estrategia tomada. Ante el apoyo inquebrantable de Javi, comprendí que yo había sido el único miembro del equipo completamente desinformado. Además de las chicas, claro. Según me explicaron, a finales de julio Pepe supo que no habría segundo pedido del cliente principal de Gilda, cuando se reunió con ellos para analizar los problemas de pago que estaban teniendo. Esa fue la condición para validarles el pedido. Así que cuando a primeros de septiembre captó la cuenta principal de uno de nuestros competidores, sabedor de que se formalizaría en octubre, se lanzó a la yugular de las chicas.
Objeté que había jugado sucio, apostando con cartas marcadas, a lo que me respondió:
-Así es. ¿Me crees tan imbécil de plantear una apuesta como esta sin saber de antemano que la voy a ganar? ¿Por qué crees que yo soy el director de la delegación y no lo es Gilda?
Las habitaciones eran amplias, triples las dos que nos había reservado la empresa en plena Castellana, así que después de comer nos encaminamos a la nuestra. Ellas debían aparecer a las 5 de la tarde, dándoles media hora de margen por si había algún retraso en el tren o el tráfico las demoraba.
Apuraron su tiempo, la verdad es que no era para menos, así que a las 5.30 llamaron a la puerta de nuestra habitación. Entraron las tres raudas, dispuestas a acabar con el juego lo antes posible, pero pronto se dieron cuenta de que Pepe no iba a ponérselo fácil.
-Así no. Dudo que os hayáis presentado nunca a una cita tan informales, así que no os queremos recibir en tejanos. Queremos que estéis guapas, seductoras, así que os damos otros 30 minutos para que aparezcáis como es debido, con el mismo vestido que os pondréis esta noche en la cena. -Las tres mujeres lo miraron desconcertadas, Gilda llegó a esbozar un gesto de tú qué te has creído, pero cuando iba a verbalizarlo, Pepe blandió los documentos firmados, añadiendo: -¿No querréis que esta noche los saquemos ante sesenta compañeros y vean lo que estáis dispuestas a hacer para vender?
Cuando abandonaron la sala me sentí el ser más inmundo del planeta. Podía haberme ido, abandonado el juego, pero la amenaza de mi jefe había sido la obligación de perpetrar tamaño disparate los tres juntos. O los tres, o ninguno. Y ninguno significaba sacar el documento y joderles la vida. Como si no fuéramos a jodérsela ya, pensé.
No sé si eran las seis pasadas cuando entraron en nuestra habitación, perfectamente maquilladas, atractivas y sugerentes. Gilda vestía de una sola pieza en azul eléctrico, entallado, con un escote en V discreto y las mangas al descubierto. Patri había optado por un conjunto de falda corta y blusa tres cuartos en tonos beige y marrones que le marcaban un culo espectacular. Cris también llevaba un vestido de noche, con un poco de vuelo en las caderas tratando de disimularlas pues eran un poco anchas.
Las víctimas se quedaron de pie en el centro de la habitación, mientras Pepe las devoraba con la mirada sentado desde el sillón individual cual emperador romano. Javi estaba sentado al borde de una de las camas, también con ojos hambrientos, mientras yo permanecía de pie en un rincón, tan abochornado como ellas.
-Hemos puesto nuestros nombres en esta bolsita, –comenzó mi jefe señalando la que sostenía Javi –así que en el orden que os parezca oportuno, deberéis sacar un papel cada una. El nombre que saquéis será vuestra pareja de baile –explicó soltando una risita que Javi secundó. –Pero antes, qué os parece si de una en una dais una vuelta sobre vosotras mismas para que podamos admirar con detalle a la jaca que nos vamos a calzar.
Qué, cómo… las chicas se miraron entre ellas, hasta que Gilda inició una protesta, esto es demasiado, que Pepe cortó de raíz.
-No sólo lo vais a hacer por orden jerárquico, -la cortó mirándola fijamente –sino que cuando Patri haya acabado, elegiréis vuestro premio, prepararéis una copa de cava, -señaló la botella con tres copas que había en la mesita del mueble bar –y se la traeréis a vuestro galán.
Aún tuvieron que pasar interminables segundos para que la función comenzara. Si el juego de por sí ya era ultrajante, el comportamiento de Pepe buscaba humillarlas.
Gilda giró sobre sí misma lentamente, como le había ordenado, mientras tenía que oír los comentarios obscenos de nuestro jefe, jaleados por Javi. Aún tienes un buen culo para haber cumplido los 40, no veas las ganas que tengo de ponerlo en pompa. Cris tuvo que soportar que alabara sus tetas, la de cubanas que habrás hecho con ese par de maravillas, así como sus labios, pues son los más carnosos de las tres. En Patri todo fue degradantemente sucio. Supongo que ser la tercera conllevaba que ambos estuvieran desbocados, pero ser la más joven y guapa, de cuerpo espectacular, provocó que no dejaran centímetro sin agasajar.
Por las caras de las dos jóvenes, esperaba que rompieran a llorar en cualquier momento, pero aguantaron el tipo. Supongo que la dignidad es lo último que intentas mantener.
Gilda resopló sonoramente, avanzó hacia Javi que le tendía la bolsita, metió la mano y sacó un papel con un nombre, lo leyó y se dirigió decidida hacia el mueble bar. Mientras descorchaba la botella, Cris tomó su papel sin poder evitar un lamento al leerlo. Patri recogió el suyo, seria, para dirigirse a coger una de las copas que su jefa había preparado.
Como no podía ser de otro modo, Gilda lideró la comitiva dirigiéndose hacia mí. Me tendió la copa, que cogí temblando mientras un nudo en el estómago no me dejaba soltar prenda. Vi como Cris se acercaba a Pepe con los ojos acuosos, mientras Patri avanzaba hacia Javi aún orgullosa.
Aunque fui el primero en recibir a mi presa, fui el último en moverme. Mis piernas no respondían pues tiritaban. Mi jefe, en cambio, se había levantado del sofá para sobar a Cris sin misericordia. Ésta giró la cara cuando quiso besarla, lo que cabreó a Pepe que le soltó, tú misma, si tus labios no quieren probar los míos probarán otra cosa. En un gesto brusco le bajó las tiras del vestido hasta que sus amplios pechos aparecieron ante él, pues también había arrastrado el sujetador. Se lanzó a devorarlos, qué pedazo de tetas tienes cabrona, mientras Cris cerraba los ojos supongo que tratando de huir mentalmente.
Viendo mi pasividad, Gilda me había tomado de la mano y tiraba de mí para que la acompañara al sofá ordenándome, vamos a acabar con esto de una vez. Caí medio tumbado sobre él, mientras la decidida mujer hurgaba en mi cinturón y bragueta. Cuando metió la mano dentro notó mi miembro aún dormido, así que lo pajeó experta. Nuestras miradas se encontraron. Sin necesidad de verbalizarlo, ambos supimos que ninguno de los dos quería hacer lo que estaba haciendo pero que no nos quedaba otra. Posó sus piernas sobre el sofá, una rodilla a cada lado hasta quedar sentada sobre mí, se bajó el vestido asomando pechos pequeños pero bien formados para pedirme, sóbame. Obedecí, con ambas manos primero, acercando los labios a continuación, mientras su mano mantenía mi hombría asida tratando de despertarla.
Estuvimos un rato hasta que decidió avanzar pues yo no respondía con la celeridad esperada. Se levantó, dejó caer el vestido al suelo, a un lado, quedando ante mí en tanga y medias con goma hasta medio muslo. Aunque tenía un poco de tripa, la mujer seguía estando buena, además de atesorar aquella clase que distingue a las mujeres con buena posición social. Se arrodilló ante mí, me quitó zapatos, calcetines, pantalón y bóxer y engulló mi polla.
Ya estaba a media asta pero el excelente trabajo oral de la mujer la despertó instantáneamente. Además, ver o mirar siempre me han ayudado en los juegos amatorios, así que la imagen de mi polla desapareciendo entre los expertos labios de la directora comercial de la compañía me puso verraco.
Un lamento de Cris me hizo levantar la vista. Como era de esperar era la que peor parte se estaba llevando. Estaba sentada al borde de la cama con la cara incrustada entre las piernas de Pepe que la sujetaba del cabello. La posición diagonal del sofá me otorgaba una excelente visión de la boca de la mujer siendo profanada sin piedad. Otro quejido, acompañado de una arcada, fueron el preludio de lágrimas que surcaron sus mejillas mientras trataba de detener el asedio.
-Pepe, por favor, basta, te lo haré con las tetas si quieres…
-Chupa y calla zorra, ¿o prefieres que te dé por el culo? -Iba a responder algo más pero la polla de mi jefe se lo impidió de nuevo provocándole otra arcada.
Cambié de panorama. Más a la derecha, en la última cama, Patri estaba completamente desnuda tumbada boca arriba mientras Javi le lamía el sexo. La chica tenía la cara girada hacia la pared, así que no sé qué estaba sintiendo, pero la posición inerte de sus brazos paralelos a su cuerpo, no presagiaban nada bueno. En ese momento, mi compañero se levantó agarrándose la polla para acercarse a la chica y penetrarla. Ella le dijo algo tratando de cerrar las piernas, pero no pude oírlo pues los exabruptos de Pepe nos silenciaban a los demás, pero Javi negó, también con la cabeza, así que pude leer claramente un cabrón de los labios de Patri. Mi compañero entró en mi compañera en un gesto seco y decidido, mientras la chica tensaba la espalda y profería un gemido. ¡Joder, qué buena estaba!
Gilda había bajado a mis huevos lamiéndolos con más ganas de lo que yo esperaba. Tal vez fuera profesionalidad, tal vez ganas de acabar cuanto antes, pero me estaba propinando una de las mejores mamadas de mi vida.
-Venga, ya estás a punto para follarme –me soltó incorporándose y bajándose el tanga. Mientras, Pepe acababa de cambiar a Cris de posición, ordenándole ponerse en cuatro como una perra, le levantó el vestido para liberar aquellas nalgas anchas, le arrancó las bragas en un violento gesto que la hizo chillar tímidamente, para acercarse arma en ristre. Se la clavó con ganas comenzando un duro vaivén que mecía aquel par de ubres adelante y atrás mientras la agarraba de la cabellera y le ordenaba ordéñame vaca.
Gilda había visto la escena igual que yo, pero no le importó o prefirió obviarla. Se encajó sobre mí y comenzó la montura. No llevaba condón ni ella había hecho referencia a él, en otro acto vejatorio perpetrado por nuestro jefe, así que la nítida fricción en aquel sexo cálido y encharcado y la excelsa preparación oral a la que me había sometido iban a provocar que no durara nada. Se lo avisé. Aguanta un poco, me pidió, no me dejes a medias. Pero no pude.
Mis gemidos acompañaron a los de Gilda, lastimeros los suyos pues me corrí demasiado pronto. Ella no se detuvo, siguió montándome unos minutos buscando su propio placer, pidiéndome sigue, sigue, sóbame las tetas. Obedecí mientras la mujer cambiaba de ritmo, enlenteciendo, girando en círculos, buscando mayor fricción. Incluso bajó la mano para acariciarse el clítoris.
En ese momento, Patri cruzó la estancia con la ropa en la mano. Miré hacia Javi, que descansaba tumbado. Gilda también giró la cabeza, antes de levantarse. Pensé que ya habíamos acabado, cuando arrodillándose me dijo, eres el más joven, no puedes dejarme a medias. Volvió a engullir mi polla chupando sonoramente, mostrándome mucho la lengua que recorría mi miembro limpiándolo. Sabe a semen, dijo antes de metérsela entera de nuevo.
Pepe también acabó en ese momento. Zorra, perra, vaca y puta sonaron claramente llenando la sala mientras percutía desde detrás agarrándola de las caderas. En cuanto se desencajó, Cris escapó corriendo llorando a moco tendido. Mi jefe, en cambio, se sentó orgulloso al filo de la cama mirando como su rival me devoraba. Me guiñó un ojo, sonriendo ampliamente. Su mirada debió haberme puesto sobre aviso, pero lo que no vi, pues Gilda volvía a su posición anterior de jinete, fue el gesto que le dedicó a Javi. Sin duda, una propuesta irrenunciable.
Yo volvía a tener la polla bien dura, Gilda gemía satisfecha cabalgándome, acercándose al orgasmo que tanto ansiaba, cuando noté dos sombras cerca. Mi posición me permitió ver parcialmente a mis compañeros, Javi a la izquierda de la mujer, Pepe detrás. Ella, en cambio, estaba concentrada en sus sensaciones, gimiendo con los ojos cerrados, frotándose el clítoris, hasta que cuatro manos la despertaron.
Javi la agarró venciéndola hacia mí, inclinándola, mientras Pepe la sujetaba de las caderas. Ordenándome, no se la saques, sigue follándola, apuntó su pene hacia ella. Gilda giró la cabeza, alarmada, mientras gritaba soltadme. Noté claramente como Javi hacía más fuerza, para que no escapara, mientras Pepe buscaba el objetivo.
-No, eso no. Soltadme hijos de puta -gritaba la mujer, pero la respuesta de mi compañero, quieta zorra, y la de mi jefe, una nalgada que debió dejarle los cinco dedos marcados mientras le aconsejaba estarse quieta si no quieres que te rompa el culo por las malas. –Por favor eso no, por favor. Follarme los tres si queréis, pero eso no…
Un grito desgarrador anunció a los cuatro vientos que la respuesta de Pepe a los ruegos de Gilda había sido, eso sí. La mujer trataba de removerse, insultándonos, gritando, pero no había nada que pudiera liberarla. Pasivamente, yo la tenía sujeta. Activamente, Javi y Pepe la tenían empalada. Hundió la cara entre mi hombro derecho y el sofá ahogando gritos y jadeos.
Por más cerca que hubiera estado del orgasmo, esto no le estaba gustando. Supongo que optó por dejarse hacer esperando que todo acabar lo antes posible. Yo notaba perfectamente la estrechez de su vagina, multiplicada por la entrada paralela. Las sensaciones no eran tan placenteras como cuando me la había chupado, qué maravillosa felatriz, pero mejoraban en mucho la penetración precedente. Instintivamente me seguí moviendo, al compás de las estocadas de Pepe.
Tuvo que hacérsele largo a Gilda pues el sodomita tardó un buen rato en correrse, varios minutos más que yo, aunque no desalojé la cueva. Pero creo que lo peor no fue el dolor rectal. Mi jefe se estaba cobrando afrentas pasadas.
-No sabes las ganas que tenía de joderte zorra, de darte por el culo como a una vulgar perra. A partir de ahora, cada vez que me mires, cada vez que me hables, notarás mi polla en lo más hondo de tu ser –le bufaba agarrándola del cabello.
Cuando Pepe acabó, la mujer suspiró aliviada, aunque yo sabía que el suplicio aún no había finalizado. La cara de Javi, ansiosa, era diáfana. Gilda trató de levantarse, pero mi compañero la detuvo, ¿dónde crees que vas?
-No, por favor, basta. No aguanto más.
-Yo también quiero mi parte, puta.
-Por el culo no, por favor. Duele muchísimo. –Fuera debilidad de la mujer, fuera la fuerza de Javi empujándola, esta quedó arrodillada en el suelo suplicando, así que propuso: -Te la chupo ¿vale? Podrás correrte en mi boca y me lo tragaré todo ¿vale?
Agarró la polla del chico y se la comió decidida, chupando sonoramente, supongo que tratando de demostrarle que sus habilidades le proporcionarían un orgasmo más intenso. Durante unos minutos, parecía que Gilda se había salido con la suya, hasta que Pepe terció.
-¿Qué tal la chupa la zorra?
-De maravilla, tío.
-Ven aquí, déjame probar –ordenó agarrándola del pelo. Pero Gilda, soltándose con la mano derecha, se negó aduciendo tú ya estás. –Yo estoy listo cuando yo decido que estoy listo –respondió mi jefe agarrándola con más fuerza.
Los ojos de Gilda se cruzaron un segundo con los míos, resignada, antes de meterse la polla más odiada del planeta en la boca. Instantáneamente, se la sacó de la boca pues una profunda arcada le sobrevino.
-¿Sabe a mierda, verdad? –Se rió Pepe. –Debería gustarte, es tu mierda, la de tu culo. Venga, continúa, límpiamela –ordenó agarrándola del pelo de nuevo.
Gilda suplicó en todos los idiomas que conocía, arrodillada, pero fue en balde. Además, una promesa del abusador pareció convencerla. Límpiamela y no te daremos por el culo otra vez.
Las arcadas eran constantes, únicamente no le sobrevenían cuando le lamía los huevos, o cuando cambiaba de polla, pues la de Javi no estaba sucia. Pero Pepe seguía abusando de ella verbalmente, ¿te gusta lamer mierda, zorra? ¿Con estos labios besarás a tus hijos? Nunca olvidaré esta estampa, de rodillas comiéndome los huevos.
Hasta que una nueva arcada, provocada por la brutal penetración que mi jefe le acababa de endosar, casi la hace vomitar. No llegó a hacerlo, aunque sacó bilis y saliva. Tal vez tenía el estómago vacío, no lo sé, pero quedó desmadejada con la cabeza gacha, entre los brazos, y la grupa levantada.
-Basta, por favor basta –es todo lo que oíamos.
Decidí intervenir. El juego hacía mucho rato que había pasado de castaño oscuro, si no lo hizo ya antes de empezar. Ya está bien, afirmé levantándome del sofá y acercándome a ella para levantarla y sacarla de allí. Pero mis compañeros, por llamarlos de algún modo, me detuvieron. Quieto ahí.
– Ya os habéis cobrado todo lo cobrable, con creces.
-Yo aún no me he corrido y también quiero darle por el culo a esta hija de puta. Se lo merece.
Insistí, con vehemencia incluso, acusándoles de violadores, pero Pepe me detuvo en seco con un ¿y tú qué eres? ¿Qué acabas de hacer también? ¿O es que no has participado? Quise irme, pero también me lo impidieron. Juntos hasta el final, sentenciaron.
Pepe arrastró a la pobre mujer hasta el sofá, haciendo caso omiso de sus llantos y quejidos, la sujetó boca abajo para que ofreciera sus nalgas al siguiente y ordenó a su compinche, venga, ¿a qué esperas? Reviéntale el culo a esta zorra.
Gilda aún tuvo arrestos para luchar unos segundos, forcejeando con las manos hacia atrás, pero solamente le sirvió para posponer el desenlace. Gritó a pulmón lleno cuando Javi entró, pero ahí murió su fuerza. Solamente le quedó energía para llorar mientras la sodomía siguió su curso.
Traté de ayudarla a levantarse, pero me rechazó con aspavientos. Sólo me permitió darle la ropa, pues de pie, le fue imposible agacharse.
***
Cris no apareció en la cena. Nunca más supe de ella, pues tampoco se presentó a cobrar el finiquito las semanas siguientes. Parece que le mandaron toda la documentación directamente a casa.
Gilda tenía mala cara, estoy muy cansada estos días, se excusaba, pero una buena capa de maquillaje había logrado disimular el trago. Durante la cena fue incapaz de mirarnos a los ojos a ninguno de los tres. Las semanas siguientes, trató de volver a tomar la iniciativa en el trabajo, pero ante cualquier duda o discusión que tenía con Pepe, éste apelaba a sus excelentes labores orales y le preguntaba por su conducto posterior, literal. Así la desarmaba.
La sorpresa me la llevé con Patri, que se comportó como si nada hubiera pasado durante la cena, altiva y orgullosa como solía ser siempre, también en las reuniones en Central donde era conocida como La Guapa o La Princesa.
Estábamos tomando una copa en el bar del Ave, desierto a aquellas horas pues habíamos pospuesto nuestra vuelta a Barcelona en el último del sábado, cuando Pepe le preguntó a Javi por el polvo con Patri.
-Una mierda. Con lo buena que está, es lo más soso del mundo. Se desnudó, se abrió de piernas y aquí te espero. Nada más. A parte de haberle sobado aquel par de perfectas tetas hasta que se me pelaron las manos, solamente me queda el consuelo de haberme tirado a la más guapa de las tres.
-No te niego lo de sosa, un poco lo es, pero si le das el aliciente adecuado también sabe currárselo.
-¿A qué te refieres? –preguntamos al unísono.
Una amplia sonrisa se le dibujó en la cara, sí, la que mi novia calificó de sucia, orgullosa según él, dio un largo trago al gin-tonic que se estaba tomando para hacerse el interesante hasta que se explicó:
-Ayer no solamente me tiré a la mojigata y a la zorra. –No nos hizo falta que especificara a quien se refería. –También puse de rodillas a la princesita de la empresa.
-¿Cómo? –abrimos los ojos como platos.
-Muy fácil. A una tía tienes que darle las motivaciones adecuadas. ¿Por qué os pensáis que algunos vejestorios van con zorritas más guapas que esta? Muy simple, porque les dan lo que quieren. Dinero, estatus o poder. Patri no es distinta. –Dio otro interminable trago. –Ayer por la noche, bastante tarde, sobre las tres o las tres y media, me la llevé un momento a uno de los baños de la planta de arriba de la discoteca, en la zona vip donde no había nadie. Y allí, la puse de rodillas. Al principio tuve que amenazarla con el documento firmado. Se negó al principio, claro, que ya habían pagado la apuesta, pero insistí un poco así que se dio la vuelta apoyando las manos en la pared y, dándome la espalda, me dijo que lo hiciera rápido. Así no, le dije. Quiero que me la chupes. Eso ni hablar, me contestó girando la cabeza orgullosa. Hasta que solté el segundo argumento. Si lo haces ahora, te convertirás en la nueva directora comercial de la empresa, por encima de Gilda. Cuando, en vez de negarse de plano me preguntó ¿y ella? Supe que ya la tenía arrodillada. Me la voy a cargar, le prometí. No veas como chupaba la puta, no es tan buena como Gilda, pero entre las ganas que le ponía y correrme en su boca agarrado a aquel par de tetas perfectas… ¡Qué pasada! Se ha ganado el puesto.
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