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“Becaria y sumisa de un abogado maduro” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Julia, una joven estudiante de derecho, se entera que el más prestigioso bufete de abogados de Barcelona anda contratando becarios. Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su asistente.
La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese maduro, pero eso no la hace cambiar de opinión porque en su interior se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata.

A partir de ahí,  SE SUMERGE en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

INTRODUCCIÓN.

El inicio de esta historia se desarrolla en el piso treinta y seis de la torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona, dentro de uno de los bufetes de abogados más importante de todo el estado. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba encontrar una vía con la que este saliera inmune, le estaba resultando imposible. Por ello desesperado, decide ir a ver a su jefe. Como tantas veces al entrar en su despacho comprobó que enfrascado en sus propios asuntos y que por ello no le hacía caso:
―Albert, el pleito de la farmacéutica no hay por dónde cogerlo. Son culpables y sería un milagro que no les condenaran.
Su superior, un hombre de cincuenta años y acostumbrado a lidiar con problemas, levantó su mirada y pidió que le explicara el porqué.
Josep era el más joven de los socios del despacho y sabía que su puesto seguía en el alero. Cualquier tropezón haría peligrar su carrera y por eso tomando asiento, detalló las evidencias con las que tendrían que lidiar en el juicio.
Después de diez minutos de explicación, el cincuentón se ajustó la corbata al cuello y de muy mal humor, soltó:
―Serán imbéciles, ¡cómo es posible que hayan sido tan ineptos de dejar pruebas de ese vertido!
La rotundidad de los indicios haría que el caso tuviera un desenlace previsible y funesto. Su colaborador tenía razón. ¡Era casi imposible que su cliente se librara de una multimillonaria multa!
― ¿Qué hacemos? Se lo decimos y que intenten pactar un acuerdo.
Albert Roser, tras meditar durante unos minutos, aclaró su voz y respondió:
―No es planteable por sus consecuencias legales. Además de la multa, todo el consejo terminaría en la cárcel. ¡Hay que buscar otra solución! ¡Esa compañía es nuestra mayor fuente de ingresos!
Fue entonces cuando medio en broma, su subalterno respondió:
―Como no compremos al fiscal, ¡estamos jodidos!
Sus palabras lejos de caer en saco roto hacen vislumbrar una solución en su jefe y soltando una carcajada, respondió:
―Déjame pensar, seguro que ese idealista tiene un punto débil. En cuanto lo averigüe, ¡el fiscal es nuestro!

Mientras eso ocurría, a ocho kilómetros de allí, Julia Bruguera, una joven estudiante de último curso, estaba jugando al tenis en el Real con una amiga. Para ella, ese selecto club era un lujo porque no se lo podía permitir al no tener trabajo ni visas de conseguirlo. Por eso cada vez que Alicia la invitaba, dejaba todo y la acompañaba.
No llevaban ni cinco minutos peloteando cuando sin darle importancia, la rubia comentó:
―Por cierto, mi padre me ha contado que en un bufete andan buscando una becaria para que trabaje con ellos.
― ¿Cuál? ― preguntó la morena francamente interesada.
―Si te digo la verdad no lo sé, pero espera que le pregunto.
Tras lo cual, cogiendo su móvil, llamó a su viejo. Julia esperó expectante mientras su amiga tomaba nota del nombre y de la dirección.
―Se llama Roser y asociados, están en la Torre Agbar.
Al escuchar de boca de Alicia que el despacho que andaba buscando abogadas en prácticas era ese dijo a su amiga que se acababa de acordar que tenía una cita y poniéndose una camisa, se fue directamente a casa para cambiarse.
«Ese puesto tiene que ser mío», sentenció y sin dejar de pensar en las oportunidades que ese puesto le brindaría para un futuro, tomó la Diagonal.
Veinte minutos después estaba aparcando frente a su casa en un barrio de Esplugas de Llobregat. Ya en su piso, sacó de su armario el único traje de chaqueta que tenía al saber que la vestimenta era importante en todas las entrevistas.
«Ese lugar debe estar lleno de ejecutivos con corbata», se dijo mientras involuntariamente se excitaba al pensar en todos esos expertos abogados con sus trajes.
Mientras se retocaba frente al espejo, la morena advirtió que se le notaban los pezones a través de la tela y por un momento dudó si cambiarse, pero desechó esa idea al imaginarse a su entrevistador entusiasmado mirándola los pechos.
«Joder, estoy bruta», reconoció mientras salía rumbo a ese despacho.
El tráfico estaba imposible esa mañana y por eso no fue hasta una hora después cuando se vio frente al imponente edificio.
«¡Quiero trabajar aquí!», pensó al entrar al Hall y comprobar que estaba repleto de ejecutivos.
Sabiendo que si se quedaba ahí observando a los miembros de esa tribu iba a volver su calentura, buscó un ascensor y tras marcar el piso donde iba, se plantó frente a la recepcionista. La mujer habituada a que aparecieran por ahí todo tipo de personas, la miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba:
―Vengo por el empleo de becaria.
Educadamente, sonrió y le respondió:
―Señorita, siento decirle que ya no está disponible.
El suelo se desmoronó bajo sus pies al ver sus esperanzas hundidas. Durante unos segundos estuvo a punto de llorar, pero sacando fuerzas de su interior, rogó a la cuarentona que al menos la recibiera alguien de recursos humanos para poder darle su “ridiculum vitae”.
Por fortuna, justo en ese momento pasaba uno de los miembros del bufete que habiendo oído la conversación se paró y preguntó que pasaba:
―Una amiga me dijo esta mañana que tenían un puesto en prácticas, pero por lo visto llego tarde.
El socio le echó una mirada rápida y tras admirar la belleza de sus piernas y el sugerente escote que lucía, le pidió que pasara a su despacho.
― ¿Disculpe? ― preguntó la muchacha sin entender a que venía esa invitación.
― ¿No has venido por un trabajo? ― respondió― El de becaria está ocupado, pero no el de una asistente que me ayude con todo el papeleo ― y tomando acomodo en su sillón, hizo que la morena se sentara frente a él.
Mientras Julia no se podía creer su suerte, Albert Roser cogió el curriculum y lo empezó a leer sin dejar de echar con disimulo una ojeada a la cintura de avispa de la cría:
―Veo que tienes poca experiencia.
La morena se sintió desfallecer, pero como necesitaba el trabajo contestó:
―Realmente no tengo ninguna, pero ganas no me faltan y sé que podría compatibilizar el puesto que me ofrece con el máster que estoy terminando…― nada más decirlo se dio cuenta que había metido la pata y consciente de las miradas de ese maduro cambió su postura con un cruce de piernas para que ese tipo pudiera admirar la tersura de sus pantorrillas mientras rectificaba diciendo: ―…no tengo problema de horario y estoy dispuesta a trabajar duro todas las horas que hagan falta.
Albert embelesado por las piernas que tan claramente esa muchacha exhibía respondió:
―No pagamos mucho y exigimos plena dedicación.
―No hay problema― replicó la joven mientras con descaro separaba sus rodillas en un intento de convencer a su entrevistador regalando la visión de gran parte de sus muslos ―mis padres me pagan el piso y gasto poco.
Aunque realmente no la necesitaba el cincuentón decidió que si bien esa preciosidad puede que no sirviera como abogada al menos decoraría la oficina con su belleza y si como parecía encima se mostraba tan dispuesta, pudiera ser que al final sacara en claro un par de revolcones en la cama.
Por eso sin pensar en las consecuencias, respondió:
―Mañana te quiero aquí a las ocho.
Sorprendida por lo fácil que le había resultado el conseguir el puesto, Julia le dedicó una seductora sonrisa y tras despedirse de su nuevo jefe, moviendo su trasero salió del despacho.
Al despedirla, Roser se quedó mirando esas dos nalgas bien paradas y duras producto de gimnasio y mientras intentaba concentrarse en los papeles, no pudo dejar de pensar en cómo sería la cría como amante:
― ¡Está buena la condenada!
Ya sin testigos, cogió el teléfono e hizo una serie de llamadas preguntando por el fiscal, pero no fue hasta la séptima cuando un amigo le insinuó que ese tipo estaba secretamente enamorado de la secretaria de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esa confidencia dicha de pasada despertó sus alertas y queriendo saber más del asunto, preguntó quién era esa mujer:
―Marián Antúnez. ¬
Al escuchar el nombre le vino a la mente la espléndida figura de esa pelirroja. Durante años cada vez que la había ido a ver a su jefe, había babeado al observar el estupendo culo de su ayudante. Las malas lenguas decían que era corrupta pero como nunca había tenido ningún motivo para comprobarlo, no tenía constancia de si era cierto.
«Tengo que hablar con ella», se dijo y tomando el toro por los cuernos, llamó al tribunal en el que trabajaba y directamente la invitó a comer.
La mujer acostumbrada a todo tipo de enjuagues comprendió que ese abogado quería proponerle algo y por eso en vez de aceptar una comida prefirió que fuera una cena. Su interlocutor aceptó de inmediato y quedaron para esa misma noche.
Al colgar, Albert sonrió satisfecho porque estaba seguro de que un buen fajo de billetes haría que ese bombón obligara a su enamorado a plegarse a los intereses de la farmacéutica….

CAPÍTULO 1

Con un sentimiento ambiguo Julia llegó a su apartamento. Por una parte, estaba contenta e ilusionada por haber conseguido un trabajo, pero por otra se sentía sucia por el modo en que lo había conseguido. Sabía que su futuro jefe no se había decantado por ella gracias a sus notas y que el verdadero motivo por el que le había ofrecido el puesto era por el exhibicionismo que demostró mientras la entrevistaba.
«No me quedaba más remedio», se disculpó a sí misma por usar ese tipo de armas, «pero una vez allí podré convencerle de que no soy solo una cara bonita».
Al recordar cómo se le había insinuado y la mirada de ese maduro recorriendo sus muslos mientras trataba de disimular conversando con ella, avivó el ardor que sentía entre las piernas desde entonces.
«Joder, ¡cómo ando!» se lamentó reconociendo de esa manera la calentura que experimentó al sentir los ojos de ese cincuentón fijos entre sus patas. Y no era para menos porque sabía que era algo que no podía controlar. Cuando sentía que un hombre la devoraba con la mirada, sus hormonas entraban en ebullición e invariablemente su coño se mojaba.
«Necesito una ducha», se dijo al sentir que nuevamente entre sus piernas crecía su turbación.
En un intento por sofocar ese incendio, se quitó el traje que llevaba y ya desnuda, abrió el grifo para que se templara mientras en el espejo comprobaba que, a pesar de sus esfuerzos, llevaba los pezones erizados.
«Tengo que aprender a controlarme», pensó molesta al meterse en la ducha y tener que aceptar mientras el agua caía por sus pechos que no podía dejar de pensar en ese tipo que sin ser un don Juan la había puesto tan caliente.
Reteniendo las ganas de tocarse, se lavó el pelo tratando de hacer memoria de la primera vez que se sintió atraída por alguien como él.
«Fue en clase de filosofía del derecho mientras don Arturo nos explicaba que el monopolio de la violencia era una de las características de los estados modernos», concluyó mientras rememora que estaba embobada oyéndole cuando de pronto empezó a sentir por ese enclenque una brutal atracción que la dejó paralizada.
«Joder, ¡cómo me puse!», sonriendo recordó su sorpresa al sentir que le faltaba la respiración mientras el catedrático explicaba a sus alumnos los enunciados de Max Weber y como entre sus piernas comenzó a sentir una desazón tan enorme que solo pudo calmarla en el baño y tras dos pajas.
Esperando que la mascarilla hiciera su efecto, cogió la esponja y echándole jabón, comenzó a frotar su cuerpo mientras a su mente le venía la conversación que había tenido con un amigo que estudiaba psicología. El cual, tras explicarle su problema, sentando cátedra sentenció que sufría una variante rara del síndrome de Stendhal por la que, en vez de verse afectada por la belleza artística, ella se veía obnubilada por los discursos inteligentes.
El olor a vainilla que desprendía su gel favorito no colaboró en tranquilizarla y con una excitación renovada, se dio cuenta que involuntariamente estaba pellizcándose los pezones en vez de enjabonarlos.
―Buff― exclamó en la soledad de la ducha al no poder controlar sus dedos que traicionándola estaban presionando duramente las negras areolas que decoraban sus pechos.
Incapaz de contenerse, tiró de su pezón derecho mientras dejaba caer su mano entre sus piernas. Mirándose en el espejo semi empañado, vio cómo dos de sus yemas separaban los pliegues de su coño y buscaban entre ellos, el pequeño montículo que formaba su clítoris erecto.
La imagen la terminó de alterar y subiendo una pierna al borde de la bañera, concentró sus caricias en ese lugar sabiendo que una vez lanzada no podría parar.
«¡Dios!», gimió descompuesta al sentir como sus dedos se ponían a torturar el hinchado botón con una velocidad creciente.
Temiendo llegar antes de tiempo, salió de la ducha, se puso el albornoz y casi si secarse se tumbó en la cama donde le esperaba su amante más fiel.
― ¿Qué haría sin ti? ― preguntó al enorme vibrador de su mesilla.
Tomándolo entre sus manos, lo acercó hasta su boca y sacando su lengua empezó a recorrer las abultadas venas con las que el fabricante de ese pene de plástico imitaba las de un pene real.
―Te quiero mucho, mi amor― le dijo viendo que ya estaba lo suficientemente lubricado con su saliva para que al terminar no tuviese su coño escocido.
Separando sus piernas, jugueteó con esa polla sobre su clítoris mientras se preguntaba si su jefe tendría algo parecido. Soñando que era así, cerró sus ojos y se puso a imaginar que al día siguiente era el glande de ese maduro el que en ese momento estaba presionando por entrar dentro de ella.
― Jefe, soy suya― gritó en voz alta al irse incrustando lentamente esa larga y gruesa imitación en su interior.
La lentitud con la que lo hizo le permitió notar como los labios de su vulva se veían forzados por el consolador y como tantas veces, esperó a tenerlo embutido para encenderlo y sentir así la dulce vibración tomando posesión de ella como su feudo. En su mente no era ella la que daba vida al enorme trabuco, sino que era el ejecutivo el que lo hacía moviendo sus caderas de adelante para atrás.
No pudo más que incrementar la velocidad con la que se empalaba al escuchar desde su sexo el chapoteo que su querido amante producía cada vez que lo hundía entre sus piernas y con un primer gemido, dejó claras sus intenciones de llegar hasta el final.
«Llevo meses sin sentirme tan perra», pensó para sí al imaginarse que su futuro jefe se apoderaba de sus pechos y mientras se regalaba un buen pellizco, lamentó haber dejado en el cajón las pinzas con las que en ocasiones especiales castigaba sus pezones.
―Estoy en celo― murmuró al sentir que su cuerpo temblaba saturado de hormonas y mordiéndose los labios, incrementó el ritmo con el que su amado acuchillaba su interior.
―Joder, ¡qué gusto! ― sollozó con los ojos cerrados al imaginar al maduro derramando su simiente por su vagina y con esa imagen en el cerebro se corrió…

CAPÍTULO 2

Mientras dejaba su flamante Bentley en manos del aparcacoches, Albert Roser dudó al ver la suntuosidad del edificio modernista donde desde hacía un par de décadas estaba ese restaurant, si no se había equivocado al elegir el Windsor para esa cita. Porque no en vano además de saber que al menos tendría que desprenderse de un par de cientos de euros, el ambiente romántico de su terraza podía ser malinterpretado por esa mujer y creyera que sus intenciones eran otras.
Pero tras sentarse en una mesa al borde de la Carrer de Còrsega, decidió que, si llegaba el caso, haría el esfuerzo de acostarse con ese monumento de rizada melena roja:
«Lo que sea por el bien de mi cliente», hipócritamente resolvió pidiendo a Jordi León, el sommelier, que le aconsejara un vino.
― ¿Ha probado lo último de Molí Dels Capellans? Su Trepat del 2014 es excepcional.
―No y viniendo de usted, ese caldo debe ser algo digno de probar― estaba diciendo cuando su acompañante hizo su aparición a través de la puerta.
La recordaba atractiva pero esa noche la señorita Antúnez le pareció una diosa. Enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a más de una, era impresionante. Y como buen observador, el delicado tejido completamente entallado a su cintura realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que no le pasó inadvertido.
«Joder, ¡qué buena está!», murmuró mientras se levantaba a saludarla, «no me extraña que ese cretino esté colado. ¡Es preciosa!».
La pelirroja consciente de efecto que producía en el abogado y que los ojos de su cita no podían dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, sonrió y con una sensualidad estudiada, se acercó y lo besó en la mejilla mientras le agradecía la invitación.
―Las gracias te las debería dar yo… no todos los días tengo el lujo de cenar con una belleza.
Bajando la mirada como si realmente se sintiera avergonzada, respondió:
―Exagera, aunque siempre es agradable escuchar un piropo de alguien como tú.
Aunque por sus palabras nada podía hacer suponer lo zorra que era, Albert supo que esa la mujer descaradamente se estaba exhibiendo ante él. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo, al colocarse la servilleta sobre las piernas, se agachó de manera que le regaló un magnifico ángulo desde el que contemplar su pecho en todo su esplendor.
Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creyó incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo su pantalón crecía un apetito sin control.
«Tengo que tener cuidado con esta arpía», Albert se repitió para que no se le olvidara el motivo por el que estaba ahí.
Del otro lado de la mesa, Marián estaba dudando que le gustaba más, si la magnífica merluza de pincho con asado de alcachofas que estaba sobre su plato o la cara de merluzo con la que ese alto ejecutivo la devoraba con los ojos y como no lo tenía claro, decidió preguntar por la razón de esa cena.
El cincuentón no se esperaba ese cambio de tema y más cortado de lo que le gustaría estar, contestó:
― ¿Extraoficialmente?
―Por supuesto― con tono dulce respondió mientras anudaba uno de sus dedos en su melena.
―Suponga que tengo un cliente al que un joven fiscal está metiendo en problemas y me entero casualmente de que ese idealista está secretamente enamorado de una mujer tan atractiva como ambiciosa.
Esa descripción no molestó a la pelirroja, la cual tampoco necesitó que le dijera el nombre de ese admirador para saber que estaba hablando de Pedro y mirando a los ojos a su interlocutor, contestó:
―Hipotéticamente hablando, si esa dama estuviera dispuesta a ayudar a su cliente, ¿qué tendría que hacer? Y ¿qué recibiría a cambio?
La franqueza con la que directamente se ofrecía a colaborar a cambio de dinero le confirmó que no era la primera vez que esa belleza participaba en ese tipo de acuerdos y tal y como había hecho ella, el abogado midió sus palabras al contestar:
― ¿Te he contado lo común que es que en un juzgado desaparezcan las pruebas? Conozco un caso en el que una caja llena de muestras de agua desapareció del despacho de un fiscal y cuando la parte defensora pidió un contraanálisis, se desestimó todo el expediente por la imposibilidad de contrastar los resultados del fiscal.
Habiendo lanzado el mensaje, Albert se puso a comer mientras su pareja hacía cálculos porque con solo esa información había averiguado de qué teman se trataba porque no en vano la última noche que había follado con Pedro, ese encanto no había parado de hablar de la multa que le iba a caer a una farmacéutica francesa.
«Una comisión lógica es del cinco por ciento y sobre veinte millones, estaríamos hablando de un kilo», pensó mientras producto de su avaricia los pezones se le ponían erectos bajo la tela.
Como buena negociadora, dejó transcurrir los minutos sabiendo que la espera empezaría a poner nerviosa a su contraparte y ya en el postre, tomando la mano de Albert entre las suyas, comentó:
―Sabes cariño, ayer estuve viendo en internet un apartamento en las Ramblas. Era precioso, luminoso y con unos ventanales enormes. Lo único malo era el precio, el dueño quería dos cientos mil de arras y otros ochocientos al firmar la escritura.
―Me parece un poco caro― respondió el abogado intentando negociar.
Entonces ante su sorpresa, la estupenda pelirroja le cogió la mano y poniéndola sobre sus piernas desnudas, con cara de putón desorejado, contestó:
―Ya sabes el boom inmobiliario, lo único bueno es que en la oferta se incluía la cama y no te haces una idea de lo maravillosa y suave que es.
―Lo supongo― contestó con su pene totalmente erecto al sentir la tersura del muslo que estaba acariciando y mientras intentaba calmar la comezón que tenía, llamó al camarero y le pidió una botella de cava con el que brindar.
Haciéndose la tonta y mientras separaba las rodillas dando mayores facilidades a los dedos que recorrían su piel rumbo a su sexo, preguntó que celebraban.
― ¿Necesitamos un motivo? Pues imaginemos que consigues el dinero― y levantando su copa, exclamó: ― ¡Por tu nueva casa!
Marián sonrió al oír ese brindis y cerrando el acuerdo con un beso en los labios, permitió que las yemas de ese cincuentón tomaran al asalto el fortín que escondía entre las piernas.
Durante un minuto, la pelirroja disfrutó del modo en que Albert la masturbaba en público hasta que sintiendo que faltaba poco para que se corriera, decidió que era suficiente anticipo y retirando la mano del abogado, le dijo que esperaba noticias suyas tras lo cual y sin mirar atrás desapareció por la puerta.
«¡Será puta!» murmuró entre dientes el cincuentón mientras pedía una copa para dar tiempo a que el bulto de su pantalón no fuera tan evidente.
Saboreando el whisky de malta comprendió que a pesar de ese abrupto final la noche había resultado un éxito porque podía asegurar a su cliente una sentencia favorable a sus intereses siempre y cuando se aviniera a pagar dos millones de euros.
«Uno para mí y otro para esa zorra», se dijo mientras se imaginaba sodomizando a la pelirroja en un hotel. Lo malo fue que, al hacerlo, su calentura lejos de amainar se incrementó y pidiendo la cuenta, decidió que al salir iba a ir al burdel de siempre donde una putita conseguiría apaciguar su incendio.
Veinte minutos después, estaba entrando en el discreto chalé convertido en tugurio. La madame, Alba “la extremeña”, lo recibió con unos abrazos reservados solo para los grandes clientes y sin que tuviera que pedir, mandó a la camarera que le pusiera un Macallan.
Apenas había acomodado su trasero cuando las putas empezaron a desfilar frente a él. Albert, conocedor experimentado de ese ambiente, decidió esperar a que todas las mujeres hubiesen modelado para tomar una decisión. Por su presencia pasaron rubias, morenas y pelirrojas, españolas y extranjeras, jóvenes y maduras, pero por mucho que miraba, no conseguía que ninguna de esas bellezas le motivara.
«Hoy necesito algo especial», se dijo sabiendo que, si al final no elegía a ninguna, vendría la dueña del lupanar a ofrecerle su ayuda.
Como había previsto, “la extremeña” al ver que no estaba satisfecho con el ganado, se acercó y como una enóloga aconsejando a un cliente sobre un cava, le preguntó qué era lo que esa noche necesitaba.
El abogado le confesó la calentura que llevaba y el motivo de esta.
―Necesita desahogarse― sentenció la madame y sin cortarse un pelo, preguntó: ¿le apetece un culo al que castigar? La chica en sí no es gran cosa, me la ha mandado un amigo para que le ponga tetas y la enseñe.
― ¿Es plana?
―Como una tabla y aunque apenas la he probado, puedo decirle que es una perra con mucho futuro. Según su dueño, ¡acepta de todo!
―Tráela para ver si es lo que ando buscando.
―No se va a arrepentir― respondió la extremeña, dejándole con un par de exuberantes putas para que le hicieran compañía mientras tanto.
A los cinco minutos, la madame apareció por la puerta con una castaña de pelo largo que en un principio le repelió. Delgada, sin culo ni tetas parecía un espantapájaros.
Estaba a punto de rechazar la sugerencia cuando se percató que, con esas gafas rojas, la aprendiz le recordaba a una jueza con la que había tenido varios fracasos.
«Parecen gemelas», dijo para sí mientras volvía a florecer en él el odio que sentía por la magistrada.
Mientras tanto, la puta permanecía de pie sin ser capaz de siquiera levantar la mirada. La vergüenza que demostraba enfadó a la dueña del lupanar. Sin importarle la presencia del cliente y a modo de reprimenda, descargó sobre su culo un sonoro y doloroso azote.
―Sonríe, puta.
La novata sin nombre intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue que en su cara se formara una extraña mueca. Ese gesto debería haber ahuyentado a cualquier interesado. Pero ese no fue así en el caso del cincuentón porque su pene reaccionó como un resorte al ver que, tras el castigo, los negros pezones de la fea aquella lucían totalmente erizados.
―Me la quedo― sonriendo informó a la dueña― pero necesitaría una habitación discreta.
―Por eso no se preocupe, tenemos una insonorizada― y dirigiéndose a la castaña, le ordenó que llevara al cliente a la numero seis.
Una zorra con experiencia se hubiese colgado del hombre que había pagado por ella, pero demostrando nuevamente que era una novata, se adelantó permitiendo que el abogado examinara su exiguo culo.
«Apenas tiene donde agarrar, mejor», relamiéndose reconoció porque su víctima así sufriría más.
Ya en el cuarto que le habían asignado, fue realmente la primera vez que se puso a examinar la mercancía y tras una decepción inicial al observar el bosque frondoso que tenía por coño, vio el cielo al separarle las nalgas y descubrir un rosado e incólume agujero.
«Esto no me lo esperaba», reconoció mientras introducía bruscamente una de sus yemas en el interior de ese ojete.
El grito de la novata confirmó sus sospechas y sin retirar su dedo, le soltó un primer mandoble con el ánimo de relajar a la castaña y que no estuviera tan tensa.
La actitud sumisa del monigote aquél lo envalentonó y añadiendo una segunda yema, siguió jugando con él mientras la muchacha se dejaba hacer consciente de no poder negarse.
―Ábrete de piernas― totalmente excitado el cincuentón exigió.
Las rodillas de la mujer se separaron para permitir las maniobras del cliente, el cual usando su otra mano bruscamente le introdujo dos dedos en su sexo y de esa forma descubrió que la que creía una mojigata, estaba disfrutando al comprobar que su cueva estaba empapada con el flujo que manaba de su interior.
El pene de Albert ya le pedía acción y por ello dándola la vuelta, le exigió una mamada. En silencio, la castaña se arrodilló y abriendo la bragueta, liberó la extensión del abogado.
Este satisfecho se sentó en el sofá y abriendo las piernas, la ordenó que se acercara. La muchacha con lágrimas en los ojos y de rodillas, se acercó a él con la mirada resplandeciente. El cincuentón supo de esa forma que iba a ser una buena mamada aún antes de sentir como la boca de la fulana engullía su pene.
Tal como vaticinó, era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio del glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder su capullo, mientras las manos acariciaban los testículos del cliente.
La reacción de este no se hizo esperar y alzándola de los brazos la sentó sobre sus piernas, ordenando a la castaña que fuera ella quien se empalara. La oculta cueva entre tanto pelo le recibió fácilmente demostrando que la novata estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior.
Como no sabía ni quería saber su nombre, llamándola puta, le ordenó que se moviera. El insulto provocó que esa apocada e insípida mujer se volviera loca y para sorpresa de Albert, le rogara que siguiera humillándola mientras sus caderas se movían rítmicamente.
«¡Joder con la fulana!», pensó el abogado a sentir que la castaña había convertido los músculos de su chocho en una extractora de esperma que lo estaba ordeñando.
Ya sobrecalentado, desgarró el picardías que llevaba puesto, dejando al descubierto unos pechos que daban pena, pero cuyos pezones le miraban inhiestos deseando ser mordidos. Cruelmente tomó posesión de ellos con los dientes hasta hacerla daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.
―Gallo desplumado, ¡muévete o tendré que obligarte! ― le dijo al oído.
Demostrando lo mucho que le ponía la humillación, su sexo era todo líquido cuando, con la respiración entrecortada por el placer, obedeció moviendo sus caderas.
―Así me gustan las putas, calladas y obedientes― le susurró mientras con los dedos pellizcaba cruelmente sus pezones.
Satisfecho por la ausencia de respuesta, premió a la fulana con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación.
Hasta entonces todo discurría según Albert deseaba, pero cuando la informó que la iba romper el culo, la castaña intentó huir de la habitación y eso le enervó todavía más.
Con lujo de violencia la agarró y la lanzó en la cama. La novata completamente aterrorizada no pudo evitar que su cliente cogiera su corbata y con ella atara sus muñecas mientras fuera de sí le gritaba:
―Te voy a enseñar quien manda.
La ira reflejada en los ojos de ese cincuentón provocó que histérica se riera y eso empeoró las cosas porque llevándola hasta el cabecero, este la inmovilizó anudando un extremo de esa prenda a una de sus barras.
Albert ya no era Albert sino un ser sediento de sangre porque para él esa mujer aglutinaba a todas las que en algún momento lo habían despreciado o causado algún mal.
Por ello sin preparar su trasero, le separó las nalgas, apuntó con su escote y de un solo embiste, la empaló brutalmente. Los chillidos de dolor que surgieron de la garganta de su acompañante le sonaron a música celestial y azuzado por esa seductora melodía, no paró de insultarla y de azotarla con la mano abierta.
Su víctima creyó que iba a morir en manos de ese ejecutivo y sabiendo que si quejaba iba a encabronar a ese maldito, con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que continuara esa locura. Para entonces el abogado la había empezado a cabalgar agarrado de sus pechos y aunque sabía la barbaridad que estaba haciendo, lejos de calmarlo, eso lo estimulaba.
Es más, al sentir que un brutal orgasmo se aproximaba, incrementó la velocidad de su ataque hasta inundando todo su intestino, eyaculó dentro de ella. Sus gemidos de placer y los gritos de dolor del mamarracho se unieron en una sinfonía perfecta que al final consiguió apaciguar a la bestia.
Por eso al sacar su miembro cubierto de sangre y mierda, se sintió satisfecho y dejando el dinero sobre la mesilla se fue mientras la puta lloraba, rota por la mitad, sobre la cama.
Ya en su coche, recordó descojonado que además de no saber su nombre, tampoco la había oído hablar:
―A esto se le llama una noche perfecta. ¡Una zorra callada y obediente!


Relato erótico: “el duende 3 final” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector si ha leído mi relatos anteriores fui al reino de la oscuridad a salvar a Brunilda la reina de las hadas que `por mi culpa había desvirgado y ya era mortal y no una hada el duende me dijo:

-este es el camino a partir de ahí ya no puedo acompañarte más tendrás que ir solo espero que triunfes y la traigas sino moriréis los dos. buena suerte.
así que seguí solo el camino solo un bosque tenebroso quedaba miedo era tétrico y asustaba así que me interné en ella y seguí buscando por el bosque cuando oí una voz:
– quién eres tú. deduzco que tú no eres un ser mágico.
– tú lo has dicho soy un mortal que vengo a por Brunilda la reina de las hadas.
– tú debes ser el mortal que la desvirgo y dejó de ser una criatura mágica para convertirse en humana y muy puta.
– vengo a por ella a llevármela.
– estas seguro- me dijo la voz.
– si lo estoy.
– jajajaqjaqjja -dijo la voz- ya veremos. mírala .A ver si consigues que vuelva a ti.
y me mostro a Brunilda comiendo varias poyas de hombres y follando a mas no poder.
– me es igual la quiero y vengo a por ella.
– entonces mortal convéncela para que se vaya contigo jajajja- dijo la voz.
y fui a por ella y la dije:
– vente conmigo me dado cuenta de que estado ciego y de que te amo y quiero que seas mi esposa para toda la vida.
– ahora es un poco tarde no crees aquí me follan todo lo que quiero y disfruto porque iba a irme contigo. si soy una zorra y me gusta follar más que nada me encanta chupar poyas tú me convertiste en eso que soy.ahora.
– si lo siento te quite la virginidad pero no sabía que esto iba a terminar así quiero que vengas conmigo yo te daré el sexo que tu necesites.
– de veras.
– si haremos tríos seremos pareja por vida y disfrutaremos mucho del sexo y serás feliz a mi lado.
– entonces tendrás que pasar la primera prueba cual es tendrás que follarme con otros dos tíos más y el que más aguante follando ganara. eso será la primera prueba si te corres antes que los demás me perderás para siempre y tú te quedaras aquí follado hasta que mueras.
– acepto.
entonces aparecieron dos tipos que eran atletas con unos cuerpos que yo pensé que no tenía nada que hacer y sacaron sus poyas delante de ella y me dijeron:
– estás preparado mortal.
me saque mi verga y dije:
– empecemos.
ella empezó a chupar poyas a los tres tuve que hacer un esfuerzo para no venirme el primero se la metió por el culo ella segundo por el chocho a mí me chupo la poya y empezamos a follar no podía fracasar si me corría esto había terminado y me quedaría en el reino de la oscuridad para siempre y ella terminaría siendo para toda la vida la puta de todos.7
empezamos a follar y a follar esto parecía que no iba acabar nunca ella aguante que tenía los cabrones como la follaban los dos mientras yo la daba por la boca ella solo pedía más poya y más verga.
– más hijos de puta decía ella quiero que me folléis hasta que se me desgaste el chocho y el culo soy vuestra puta.
ellos seguían y seguían y seguían ella no paraba de moverse y chupármela verga ya no podía más estaba a punto de correrme era imposible aguantar más hasta que ya no pude más y me corría.
– hahahahahahhah me corrooooooooo zorra.
la oscuridad se rio de mi :
-lo siento has perdido eres mío si no te sientas mal ningún mortal hubiese aguantado y ganado jamás estaba todo preparado ella nunca ha deseado salir de aquí al igual que tú tampoco lo desearas ya lo veras y ante mi aparecieron las mujeres más bellas que jamás he conocido aquí tendrás a cualquier mujer que desees incluso más bella que ella y te hincharas a follar y nunca desearas dejar mi reino todos los placeres están aquí nadie y menos un humano desea salir de aquí había perdido y tenía que quedarme ante mi aparecieron la oscuridad tomo forma de una magnifica mujer luego vino la lujuria que tomo forma de otra mujer vino el deseo otra magnifica mujer luego apareció el vicio que también era otra mujer bellísima era todo relacionado con el sexo . era imposible ganar allí ningún humano lo haría y empezamos a follar todas ya en pelotas y yo follando con unas y otras y luego vi a Brunilda pero con tíos yo sabía que era imposible salir de allí porque ningún hombre ni mujer puede resistirse a la lujuria a el deseo al vicio a la oscuridad me dieron por desaparecido en Irlanda muerto después de muchos años que me buscaron amigos y parientes pero nada no me encontraron mientras yo no paraba de folla y chupar en la oscuridad al final me acostumbre a mi vida vivo para follar ahora sé que creo en las hadas y en los duendes y vosotros crearlo también FIN

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición” (POR GOLFO)

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Reconozco que siempre he sido un cabrón y que a través de los años he aprovechado cualquier oportunidad para echar un polvo, sin importarme los sentimientos de la otra persona. Me he tirado casadas, divorciadas, solteras, altas, bajas, flacas y gordas, en cuanto se me han puesto a tiro.
Me traía sin cuidado las armas a usar para llevármelas a la cama. Buscando mi satisfacción personal, he desempeñado diferentes papeles para conseguirlo. Desde el tímido inexperto al más osado conquistador. Todo valía para aliviar mi calentura. Por ello cuando una mañana me enteré de la difícil situación en que había quedado una criatura, decidí aprovecharme y eso fue mi perdición.
Recuerdo como si fuera ayer, como supe de sus problemas. Estaba entre los brazos de María, una asistente social con la que compartía algo más que arrumacos, cuando recibió una llamada de una cliente. Como el cerdo que soy, al oír que mi amante le aconsejaba que rehacer su vida y olvidar al novio que la había dejado embarazada, no pude menos que poner atención a su conversación.
«Una posible víctima», pensé mientras escuchaba como María trataba de consolarla.
Así me enteré que la chavala en cuestión tenía apenas diecinueve años y que su pareja, en cuanto nació su hija, la había abandonado sin importarle que al hacerlo, la dejara desamparada y sin medios para cuidar a su retoño.
«Suena interesante», me dije poniendo todavía mayor atención a la charla.
Aunque ya estaba interesado, cuando escuché a mi polvo-amiga recriminarle que tenía que madurar y buscarse un trabajo con el que mantenerse, supe que sería bastante fácil conseguir una nueva muesca en mi escopeta.
Tras colgar y mientras la asistente social anotaba unos datos en su expediente, disimuladamente me acerqué y comprobé alborozado que la tal Malena no solo no era fea sino que era un auténtico bombón.
«Está buenísima», sentencié al observar la foto en la que su oscura melena hacía resaltar los ojos azules con los que la naturaleza la había dotado y para colmo todo ello enmarcado en un rostro dulce y bello.
Reconozco que tuve que retener las ganas de preguntar por ella. No quería que notara que había despertado mi interés, sobre todo porque sabía que mi conocida no tardaría en pedir mi ayuda para buscarle un trabajo.
Y así fue. Apenas volvimos a la cama, María me preguntó si podía encontrar un trabajo a una de sus clientes. Haciéndome el despistado, pregunté qué tipo de perfil tenía y si era de confianza.
-Pongo la mano en el fuego por esta cría- contestó ilusionada por hacer una buena obra y sin pensar en las consecuencias, me explicó que aunque no tenía una gran formación, era una niña inteligente y de buenos principios que la mala suerte la había hecho conocer a un desalmado que había abusado de ella.
-Pobre chavala- murmuré encantado y buscando sacar mayor información, insistí en que me dijera todo lo que sabía de ella.
Así me enteré que provenía de una familia humilde y que la extremada religiosidad de sus padres había provocado que, al enterarse que estaba preñada, la apartaran de su lado como si estuviera apestada.
«Indefensa y sola, ¡me gusta!», medité mentalmente mientras en mi rostro ponía una expresión indignada.
María desconocía mis turbias intenciones y por ello no puso reparo en explicarme que la estricta educación que había recibido desde niña, la había convertido en una presa fácil.
-No te entiendo- dejé caer cada vez más encantado con las posibilidades que se me abrían.
-Malena es una incauta que todavía cree en la bondad del ser humano y está tan desesperada por conseguir un modo de vivir, que me temo que caiga en manos de otro hijo de perra como su anterior novio.
-No será para tanto- insistí.
-Desgraciadamente es así. Sin experiencia ni formación, esa niña es carne de cañón de un prostíbulo sino consigue un trabajo que le permita mantener a su hijita.
Poniendo cara de comprender el problema, como si realmente me importara su futuro, insinué a su asistente social que resultaría complicado encontrar un puesto para ella pero que podría hacer un esfuerzo y darle cobijo en mi casa mientras tanto.
-¿Harías eso por mí?- exclamó encantada con la idea porque aunque me conocía de sobra, nunca supuso que sería tan ruin de aprovecharme de la desgracia de su cliente.
Muerto de risa, contesté:
-Si pero con una condición…-habiendo captado su atención, le dije: -Tendrás que regalarme tu culo.
Sonriendo de oreja a oreja, María me contestó poniéndose a cuatro patas en el colchón…

Preparo la trampa para Malena.
Sabiendo que al día siguiente María me pondría en bandeja a esa criatura, utilicé el resto del día para prepararme. Lo primero que hice fui ir a la “tienda del espía” y comprar una serie de artilugios que necesitaría para convertir mi chalet en una trampa. Tras pagar una suculenta cuenta en ese local, me vi llevando a mi coche varias cámaras camufladas, así como un completo sistema de espionaje.
Ya en mi casa, coloqué una en el cuarto que iba a prestar a esa monada para que ella y su hijita durmieran, otra en el baño que ella usaría y las demás repartidas por la casa. Tras lo cual, pacientemente, programé el sistema para que en mi ausencia grabaran todo lo que ocurría para que al volver pudiera visualizarlo en la soledad de mi habitación. Mis intenciones eran claras, intentaría seducir a esa incauta pero de no caer en mis brazos, usaría las grabaciones para chantajearla.
«Malena será mía antes de darse cuenta», resolví esperanzado y por eso esa noche, salí a celebrarlo con un par de colegas.
Llevaba tres copas y otras tantas cervezas cuando de improviso, mi teléfono empezó a sonar. Extrañado porque alguien me llamara a esas horas, lo saqué de la chaqueta y descubrí que era María quien estaba al otro lado.
-Necesito que vengas a mi oficina- gritó nada mas descolgar.
La urgencia con la que me habló me hizo saber que estaba en dificultades y aprovechando que estaba con mis amigos, les convencí para que me acompañaran.
Afortunadamente, Juan y Pedro son dos tíos con huevos porque al llegar al edificio de la asistente social nos encontramos con un energúmeno dando voces e intentando arrebatar un bebé de las manos de su madre mientras María intentaba evitarlo. Nadie tuvo que decirme quien eran, supe al instante que la desdichada muchacha era Malena y que ese animal era su antiguo novio.
Quizás gracias al alcohol, ni siquiera lo medité e interponiéndome entre ellos, recriminé al tipejo su comportamiento. El maldito al comprobar que éramos tres, los hombres que las defendían, se lo pensó mejor y retrocediendo hasta su coche, nos amenazó con terribles consecuencias si le dábamos amparo.
-Te estaré esperando- grité encarando al sujeto, el cual no tuvo más remedio que meterse en el automóvil y salir quemando ruedas. Habiendo huido, me giré y fue entonces cuando por primera vez comprendí que quizás me había equivocado al ofrecer mi ayuda.
¡Malena no era guapa! ¡Era una diosa!
Las lágrimas y su desesperación lejos de menguar su atractivo, lo realzaban al darle un aspecto angelical.
Todavía no me había dado tiempo de reponerme de la sorpresa cuando al presentarnos María, la muchacha se lanzó a mis brazos llorando como una magdalena.
-Tranquila. Si ese cabrón vuelve, tendrá que vérselas conmigo- susurré en su oído mientras intentaba tranquilizarla.
La muchacha al oírme, levantó su cara y me miró. Os juro que me quedé de piedra, incapaz de hablar, al ver en su rostro una devota expresión que iba más allá del mero agradecimiento. Lo creáis o no, me da igual. Malena me observaba como a un caballero andante bajo cuya protección nada malo le pasaría.
«Menuda pieza debe de ser su exnovio», pensé al leer, en sus ojos, el terror que le profesaba.
Tuvo que ser María quien rompiera el silencio que se había instalado sobre esa fría acera, al pedirme que nos fuéramos de allí.
-¿Dónde vamos?- pregunté todavía anonadado por la belleza de esa joven madre.
-Malena no puede volver a la pensión donde vive. Su ex debe de estarla esperando allí. Mejor vamos a tu casa.
Cómo con las prisas había dejado mi coche en el restaurante, los seis nos tuvimos que acomodar en el todoterreno de Juan. Mis colegas se pusieron delante, dejándome a mí con las dos mujeres y la bebé en la parte trasera.
Durante el trayecto, mi amiga se encargó de calmar a la castaña, diciendo que junto a mí, su novio no se atrevería a molestarla. Si ya de por sí que me atribuyera un valor que no tenía, me resultó incómodo, más lo fue escucharla decir que podía fiarse plenamente de mí porque era un buen hombre.
-Lo sé- contestó la cría mirándome con adoración- lo he notado nada más verlo.
Su respuesta me puso la piel de gallina porque creí intuir en ella una mezcla de amor, entrega y sumisión que nada tenía que ver con la imagen que me había hecho de ella.
Al llegar al chalet y mientras mis amigos se ponían la enésima copa, junto a María, acompañé a Malena a su cuarto. La cría estaba tan impresionada con el lujo que veía por doquier que no fue capaz de decir nada pero al entrar en la habitación y ver al lado de su cama una pequeña cuna para su hija, no pudo retener más el llanto y a moco tendido, se puso a llorar mientras me agradecía mis atenciones.
Totalmente cortado, la dejé en manos de mi amiga y pensando en el lio que me había metido, bajé a acompañar a los convulsos bebedores que había dejado en el salón. A María tampoco debió de resultarle sencillo consolarla porque tardó casi una hora en reunirse con nosotros. Su ausencia me permitió tomarme otras dos copas y bromear en plan machote de lo sucedido mientras interiormente, me daba vergüenza el haber instalado esas cámaras.
Una vez abajo, la asistente social rehusó ponerse un lingotazo y con expresión cansada, nos pidió que la acercáramos a su casa. Juan y Pedro se ofrecieron a hacerlo, de forma que me vi despidiéndome de los tres en la puerta.
«Seré un capullo pero esa cría no se merece que me aproveche de ella», dije para mis adentros por el pasillo camino a mi cuarto.
Ya en él, me desnudé y me metí en la cama, sin dejar de pensar en la desvalida muchacha que descansaba junto a su hija en la habitación de al lado. Sin ganas de dormir, encendí la tele y puse una serie policiaca que me hiciera olvidar su presencia. No habían pasado ni cinco minutos cuando escuché que tocaban a mi puerta.
-Pasa- respondí sabiendo que no podía ser otra que Malena.
Para lo que no estaba preparado fue para verla entrar únicamente vestida con una de mis camisas. La chavala se percató de mi mirada y tras pedirme perdón, me explicó que como, había dejado su ropa en la pensión, Maria se la había dado.
No sé si en ese momento, me impresionó más el dolor que traslucía por todos sus poros o el impresionante atractivo y la sensualidad de esa cría vestida de esa forma. Lo cierto es que no pude dejar de admirar la belleza de sus piernas desnudas mientras Malena se acercaba a mí pero fue al sentarse al borde de mi colchón cuando mi corazón se puso a mil al descubrir el alucinante canalillo que se adivinaba entre sus pechos.
-No importa- alcancé a decir- mañana te conseguiré algo que ponerte.
Mis palabras resultaron sinceras, a pesar que mi mente solo podía especular con desgarrar esa camisa y por ello, al escucharme, la joven se puso nuevamente a llorar mientras me decía que, de alguna forma, conseguiría compensar la ayuda que le estaba brindando.
Reconozco que, momentáneamente, me compadecí de ella y sin otras intenciones que calmarla, la abracé. Lo malo fue que al estrecharla entre mis brazos, sentí sus hinchados pechos presionando contra el mío e involuntariamente, mi pene se alzó bajo la sábana como pocas veces antes. Todavía desconozco si esa cría se percató de la violenta atracción que provocó en mí pero lo cierto es que si lo hizo, no le importó porque no hizo ningún intento de separarse.
«Tranquilo macho, no es el momento», me repetí tratando de evitar que mis hormonas me hicieran cometer una tontería.
Ajena a la tortura que suponía tenerla abrazada y buscando mi auxilio, Malena apoyó su cabeza en mi pecho y con tono quejumbroso, me dio nuevamente las gracias por lo que estaba haciendo por ella.
-No es nada- contesté, contemplando de reojo su busto, cada vez más excitado- cualquiera haría lo mismo.
-Eso no es cierto. Desde niña sé que si un hombre te ayuda es porque quiere algo. En cambio, tú me has ayudado sin pedirme nada a cambio.
El tono meloso de la muchacha incrementó mi turbación:
¡Parecía que estaba tonteando conmigo!
Asumiendo que no debía cometer una burrada, conseguí separarme de ella y mientras todo mi ser me pedía hundirme entre sus piernas, la mandé a su cuarto diciendo:
-Ya hablaremos en la mañana. Ahora es mejor que vayas con tu hija, no vaya a despertarse.
Frunciendo el ceño, Malena aceptó mi sugerencia pero antes de irse desde la puerta, me preguntó:
-¿A qué hora te despiertas?
-Aprovechando que es sábado, me levantaré a las diez. ¿Por qué lo preguntas?
Regalándome una dulce sonrisa, me respondió:
-Ya que nos permites vivir contigo, que menos que prepararte el desayuno.
Tras lo cual, se despidió de mí y tomó rumbo a su habitación, sin saber que mientras iba por el pasillo, me quedaba admirando el sensual meneo de sus nalgas al caminar.
«¡Menudo culo tiene!», exclamé absorto al certificar la dureza de ese trasero.
Ya solo, apagué la luz, deseando que el descanso me hiciera olvidar las ganas que tenía de poseerla. Desgraciadamente, la oscuridad de mi cuarto, en vez de relajarme, me excitó al no poder alejar la imagen de su belleza.
Era tanta mi calentura que todavía hoy me avergüenzo por haber dejado volar mi imaginación esa noche como mal menor. Sabiendo que, de no hacerlo, corría el riesgo de pasarme la noche en vela, me imaginé a esa preciosidad llegando hasta mi cama, diciendo:
-¿Puedo ayudarte a descansar?- tras lo cual sin pedir mi opinión, se arrodilló y metiendo su mano bajó las sábanas, empezó a acariciar mi entrepierna.
Cachondo por esa visión, forcé mi fantasía para que Malena, poniendo cara de putón desorejado, comentara mientras se subía sobre mí:
-Necesito agradecerte tu ayu
da- y recalcando sus palabras, buscó el contacto de mis labios.
No tardé en responder a su beso con pasión. Malena al comprobar que cedía y que mis manos acariciaban su culo desnudo, llevó sus manos hasta mi pene y sacándolo de su encierro, me gritó:
-¡Tómame!
Incapaz de mantener la cordura, separé sus piernas y permití que acomodara mi miembro en su sexo. Contra toda lógica, ella pareció la más necesitada y con un breve movimiento se lo incrustó hasta dentro pegando un grito. Su chillido desencadeno mi lujuria y quitándole mi camisa, descubrí con placer la perfección de sus tetas. Dotadas con unos pezones grandes y negros, se me antojaron irresistibles y abriendo mi boca, me puse a saborear de ese manjar con sus gemidos como música ambiente.
Malena, presa por la pasión, se quedó quieta mientras mi lengua jugaba con los bordes de sus areolas, al tiempo que mis caricias se iban haciendo cada vez más obsesivas. Disfrutando de mi ataque, las caderas de esa onírica mujer comenzaron a moverse en busca del placer.
-Estoy cachonda- suspiró al sentir que sopesando con mis manos el tamaño de sus senos, pellizcaba uno de sus pezones.
Obviando su calentura, con un lento vaivén, fui haciéndome dueño con mi pene de su cueva. Ella al notar su sexo atiborrado, pegó un aullido y sin poder hacer nada, se vio sacudida por el placer mientras un torrente de flujo corría por mis muslos.
-Fóllame, mi caballero andante- suspiró totalmente indefensa- ¡soy toda tuya!
Su exacerbada petición me terminó de excitar y pellizcando nuevamente sus pezones, profundicé el ataque que soportaba su coño con mi pene. La cría, al experimentar la presión de mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó y retorciéndose como posesa, me pidió que no parara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé en ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Fue entonces su cuando, berreando entre gemidos, chilló:
-Demuéstrame que eres un hombre.
Sus deseos me hicieron enloquecer y cómo un perturbado, incrementé la profundidad de mis caderas mientras ella, voz en grito, me azuzaba a que me dejara llevar y la preñara. La paranoia en la que estaba instalado no me permitió recordar que todo era producto de mi mente y al escucharla, convertí mi lento trotar en un desbocado galope cuyo único fin era satisfacer mi lujuria.
Mientras alcanzaba esa meta imaginaria, esa cría disfrutó sin pausa de una sucesión de ruidosos orgasmos. La entrega de la que hizo gala convirtió mi cerebro en una caldera a punto de explotar y por eso viendo que mi pene no tardaría en sembrar su vientre con mi simiente, la informé de lo que iba a ocurrir.
Malena, al escuchar mi aviso, contestó desesperada que me corriera dentro de ella y contrayendo los músculos de su vagina, obligó a mi pene a vaciarse en su interior.
-Mi caballero andante- sollozó al notar las descargas de mi miembro y sin dejar que lo sacara, convirtió su coño en una batidora que zarandeó sin descanso hasta que consiguió ordeñar todo el semen de mis huevos.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé en la cama y aunque sabía que no era real, me encantó oír a esa morena decir mientras volvía a su alcoba:
-Esto es solo un anticipo del placer que te daré.
Ya relajado y con una sonrisa en los labios, cerré los ojos y caí en brazos de Morfeo…

Mi primer día con Malena y con su hija.
Habituado a vivir solo, esa mañana me despertó el sonido de la ducha. Saber que esa monada iba a bañarse, me hizo saltar de la cama y con la urgencia de un chaval, encendí mi ordenador. Los pocos segundos que tardé en abrir el sistema de espionaje que había instalado en mi casa, me parecieron eternos. La primera imagen que vi de la cámara que tenía en su baño, fue la de sus bragas tiradas en el suelo. Esa prenda fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Os juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Por ello me perdonareis que, como si estuviera contemplando una película porno, disfrutara del modo tan sensual con el que esa morena se enjabonaba.
«Está como un tren», sentencié al observar por primera vez sus pechos.
Grandes, duros e hinchados eran todavía más espectaculares de lo que me había imaginado. Eran tan maravillosos que sin ningún pudor, me puse a masturbarme en su honor.
-¡Qué pasada!- exclamé en voz baja cuando en la pantalla esa mujer se dio la vuelta y pude contemplar que los rosados pezones que decoraban sus tetas, pero lo que realmente me impactó fue el cuidado bosque que esa crecía en su entrepierna.
Aunque sabía que esa indefensa y joven madre era un primor, confieso que me sorprendió el tamaño de sus pitones. Había supuesto que serían grandes pero nada me preparó para contemplar la perfección de sus formas, como tampoco estaba preparado la exquisita belleza del resto de su cuerpo.
«¡Joder! ¡Qué guapa es!”, pensé incrementando el ritmo de mi paja.
Al estar atento a lo que ocurría en la pantalla, me quedé con la boca abierta cuando ajena a estar siendo espiada por mí, Malena separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su chocho. A pesar de no llevarlo completamente depilado, me pareció extrañamente atractivo. Acostumbrado a la moda actual donde las mujeres retiran todo tipo de pelo, os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravillosa mata.
«¡Tiene que ser mía!», sentencié ya alborotado.
Para colmo, si no llego a saber que era imposible, el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, bien podría hacerme suponer que esa chavala se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería era ponerme verraco. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al disfrutar de todos y cada uno de sus movimientos. Para entonces, comprenderéis que deseara ser yo quien la enjabonara y que fueran mis manos las que recorrieran su espléndido cuerpo. También sé que me perdonareis que en ese momento, me imaginara manoseando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo verme dando lengüetazos en su sexo.
«¡Debe de tener un coño dulce y sabroso!», me dije mientras mi muñeca buscaba sin pausa darme placer.
El empujón que mi pene necesitaba para explotar fue verla agacharse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos porque ese movimiento me permitió admirar nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, un rosado y virginal esfínter.
«¡Nunca se lo han roto!», exclamé al imaginarme que iba a ser yo quien desvirgara esa trasero y demasiado excitado para aguantar, descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.
Al terminar, el sentimiento de culpa me golpeó con gran fuerza y no queriendo que esa muchacha descubriera esas manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié. Tras lo cual cerré el ordenador y bajé a la cocina, intentando olvidar su cuerpo mojado. Pero por mucho que me esforcé, todos mis intentos resultaron infructuosos porque lo quisiera o no, su piel desnuda se había grabado a fuego en mi mente y ya jamás se desvanecería.
Estaba preparándome un café cuando un ruido me hizo saber que tenía compañía. Al girarme, descubrí que Malena acababa de entrar con su hija en brazos. Por su cara, algo la había enfadado pero no fue hasta que me recriminó que me hubiese despertado antes de tiempo, cuando recordé que la noche anterior esa monada me había dicho que ella preparara el desayuno.
-Perdona- respondí y tomando asiento, dejé que fuera ella quien lo sirviera.
Desde mi silla, fui consciente de las dificultades de Malena para cocinar con su bebé en brazos y sin pensarlo dos veces, le pedí que me dejara tenerla a mí para que ella pudiera estar más libre. La muchacha me miró confundida pero al ver mi tranquilidad me pasó a su hija.
Curiosamente, su cría no se puso a llorar al estar en brazos de un extraño sino que dando alegres balbuceos, demostró que estaba encantada conmigo. Mi falta de experiencia con un bebé no fue óbice para que yo también disfrutara haciendo carantoñas a esa criatura y por ello cuando me trajo el café, Malena no hizo ningún intento en arrebatármela sino que se sentó frente a mí y se puso a mirarme con una extraña expresión de felicidad.
-Le gustas- me informó sin dejar de observarme.
Sus palabras pero sobre todo su tono consiguieron sonrojarme e incapaz de articular palabra, me quedé jugando con la niña mientras su madre desayunaba. Sintiendo sus ojos fijos en mí, me estaba empezando a impacientar cuando de pronto la nenita se echó a llorar.
-Tiene hambre- dijo Malena mientras la tomaba de mis manos y antes de que pudiera hacer algo por evitarlo, se sacó un pecho y se puso a darle de mamar.
Alucinado, no perdí detalle de cómo la cría se aferraba a su pezón. La naturalidad con la que Malena realizó ese acto no me pasó inadvertida. Su actitud confiada no era lógica porque apenas me conocía. A pesar de ello, me fui calentando al escuchar los ruidos que la niñita hacía al mamar.
«Dios, ¡Estoy bruto!», me quejé en silencio mientras bajo mi pantalón mi apetito crecía sin control.
Malena, que en un principio no se había dado cuenta de mi mirada, al percatarse que no le quitaba ojo, se empezó a mover incómoda en su silla. Involuntariamente dije maravillado:
-¡Qué hermoso!-
Mi halago tuvo un efecto no previsto, la chavala soltando un suspiro, se puso colorada y me preguntó si era la primera vez que veía a un bebé mamar. Al responderle afirmativamente, me pidió que me acercara más. No pude negarme y un poco confuso, puse mi silla a su lado y seguí ese natural acto totalmente embobado.
Encantada con la expresión de mi rostro, Malena se rio a carcajadas diciendo:
-Me estas devorando con la mirada.
Siendo cierto, me ruborizó su descaro y por ello me levanté pero entonces, cogiendo mi mano, la muchacha me obligó a retornar a mi silla y me dijo:
-No quiero que te vayas. Me gusta sentir tu mirada.
Sus palabras provocaron que mi pene se volviera a alzar e inconscientemente pasé mi mano por su brazo. Malena se removió inquieta en su silla y sin ningún poner ningún reparo a mis caricias, se cambió a la niña de pecho. Para entonces, el ver a su bebé mamando mientras una gota brotaba del pezón que se acababa de quedar libre, me fueron llevando a un estado difícil de describir. Con una mezcla de ternura y de lujuria, no pude retener mi mano cuando se acercó a su areola y recogió entre sus dedos, ese blanco néctar. Tampoco pude hacer nada cuando involuntariamente, mis labios se abrieron para saborear su leche.
-¡Qué haces!- esa cría me recriminó mi actuación, totalmente enfadada.
Supe que me había pasado y huyendo de su lado, subí a mi cuarto a tranquilizarme. Con su sabor todavía en mis papilas, tuve que masturbarme dos veces para conseguirlo.
«Joder, soy un imbécil», murmuré cabreado. La conducta de esa muchacha me tenía desconcertado. Cuando la conocí, me pareció una ingenua que el destino la había llevado a estar sola e indefensa. Luego y en mi descargo os he de decir que su desfachatez en la cocina me hizo suponer que era un zorrón en busca de polla y que me estaba dando entrada.
Por ello, ¡metí la pata!
-No entiendo nada- sentencié al temer que mi actuación había abierto los ojos a esa muchacha y que ya no podría aprovecharme de ella…

Relato erótico: “Memorias de un exhibicionista parte 3” (POR TALIBOS)

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MEMORIAS DE UN EXHIBICIONISTA (Parte 3):
 
CAPÍTULO 6: PRIMEROS JUEGOS:
Parecíamos una parejita de enamorados mientras salíamos del restaurante, con Alicia prendida de mi brazo, apretándose contra mí mientras bromeábamos en susurros el uno con el otro, indiferentes a todo el mundo que nos rodeaba: sólo estábamos ella y yo.
Así, cogidos del brazo, seguimos caminando por la calle, deleitándonos con nuestra proximidad, evocando la intensidad de las sensaciones que habíamos experimentado en el restaurante… Deseando más…
–         ¿Y bien? – preguntó Alicia – ¿Adónde vamos?
–         ¿No querías tomar café? Antes, cuando pasamos con el coche, me fijé que hay una tetería un poco más abajo. ¿Te apetece? Creo que ya debe de estar abierta.
Alicia asintió con la cabeza y se apretó con más fuerza contra mí, en busca de calor, pues se había levantado un vientecillo bastante fresco. En menos de dos minutos nos plantamos en la tetería. Tuvimos suerte, acababan de abrir y las dos chicas que la regentaban estaban afanándose en colocar unas mesas en la puerta.
Tras preguntar si podíamos entrar, penetramos en el local en busca de un poco de calor, el día no invitaba a sentarse en la calle. Era un sitio bastante íntimo, con poca luz y que desprendía un agradable aroma a flores.
Como éramos los primeros clientes, pudimos escoger el sitio que quisimos, decantándonos por una especie de sala anexa separada del local principal por unas cortinas. Allí dentro había varias mesas y, si nos decidimos por ese sitio, fue tanto por la intimidad como por los cómodos sofás que había instalados, en vez de sillas o taburetes.
–         ¡Ah! – exclamó Ali con un suspiro de satisfacción mientras se derrumbaba sobre uno de los sofás – ¡Me gusta este sitio!
Yo me senté junto a ella, sonriendo, pensando en que, incluso en aquella penumbra, la belleza de Alicia parecía iluminar el cuarto.
La camarera acudió enseguida con las cartas de bebidas. Ambos nos decidimos por té con leche, yo de vainilla y Ali de cardamomo, lo que Dios quiera que sea eso.
Esperamos unos minutos, hablando de tonterías, hasta que la camarera regresó con las teteras. Ali, muy hacendosa, nos sirvió a ambos y guiñándome un ojo se puso cómoda en el sofá, demostrándome que quería que siguiera con mis historias.
–         ¿Y bien? – me dijo mirándome por encima de su taza – ¿Qué vas a contarme ahora?
–         No sé – respondí – ¿No te apetece mejor contarme cómo se la chupaste a tu primo?
Ali hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua.
–         De eso nada. Hoy eres tú el que cuenta las historias. Estoy aquí para aprender.
–         ¡Eso! – pensé en silencio – Si me dejaras te iba a enseñar yo lo que es bueno…
Pero lo que dije fue:
–         Pues entonces pregunta lo que quieras.
–         Vale. ¿Alguna vez has tenido sexo con alguna mujer para la que te has exhibido?
–         Alguna vez – respondí evasivamente – Ya sabes, mi tía…
–         Víctoooor – me regañó Alicia haciéndome sonreír.
–         Vale, vale. Te contaré la historia de la señora del cine.
–         Estupendo – dijo Ali sonriéndome y prestándome toda su atención.
Me senté un poco más erguido en el sofá, bebí un trago de té y empecé la narración.
–         Esto fue hace algunos años, cuando tenía 22. Ya tenía bastante experiencia exhibiéndome y había empezado a aprender, como tú dijiste antes, a percibir si una mujer se iba a mostrar receptiva o no. Quiero decir que me sabía ya un par de trucos.
–         Comprendo – asintió Ali.
–         En esa época, me había dado por probar suerte en lugares cerrados, lo intentaba de vez en cuando en tiendas, centros comerciales… sitios así.
–         “¿En esa época?”
–         Sí. Verás, como todos los artistas, he atravesado diferentes “fases” – bromeé – Durante un tiempo probé en medios de transporte público, otro periodo en la playa… ahora suelo hacerlo al aire libre.
–         Ja, ja – rió Ali – ¿Y en bares no?
–         No. Los bares son muy arriesgados. Hay muchos tíos y el riesgo de que te calcen una hostia es demasiado elevado.
–         Pero si tú estás hecho un Bruce Lee…
–         Ya. Pero eso no significa que me guste estar todo el día dándome de leches.
–         Vale, vale.
–         Bueno. A lo que iba. Se me había ocurrido probar en un cine. Me parecía un sitio ideal, discreto, íntimo y con poco riesgo, pues si la chica formaba follón, me bastaba con largarme disparado.
–         Bien pensado. Aunque a mí no me serviría.
–         No. Si tú lo haces en un cine al lado de un tío… No tardas ni dos minutos en tenerle encima.
–         Lo sé – asintió Ali con una expresión indescifrable en el rostro.
–         Pues bien, había tenido un par de intentos fallidos en cines, pero yo no me desanimaba…
–         ¿Fallidos?
–         Sí. Lo había intentado un par de veces con idéntico resultado: la chica se asustaba y se cambiaba de asiento.
–         ¿No la seguías?
–         Ni de coña. Yo quiero disfrutar exhibiéndome, no asustar a las mujeres.
–         Entiendo, si un tío con el pene al aire se dedicara a seguirme por la sala de cine…
–         Exacto. Pues eso, estaba un poco frustrado por no haber tenido éxito ni una sola vez, a pesar de que el sitio me parecía ideal. Pero, una tarde… la vi. Y supe que iba a salirme bien.
–         Cuenta, cuenta.
–         Era una mujer madura, debía de rondar los 40, o sea casi el doble que yo. Muy atractiva, elegante y sofisticada. Recuerdo que vestía un conjunto rojo oscuro, con la falda por encima de las rodillas y escote de pico. Llevaba un collar de perlas al cuello que debía de costar una pasta… se notaba que tenía dinero.
–         Jo, parece que estés describiendo a mi madre…
–         ¿Es morena y de mi estatura? Porque si es así… – dije riendo.
–         No, es rubia y más baja que yo.
–         ¡Ah! Vale. Por un momento pensé que me había follado a tu madre.
–         Capullo – dijo Alicia sonriendo.
–         Bueno, sigo. La señora iba acompañada de otra mujer, más o menos de su edad, también atractiva, aunque no me llamó tanto la atención. Me las ingenié para estar cerca cuando compraron las entradas y pude adquirir una para la misma sala. La peli venía ni que pintada; un tostón de cinemateca en versión original, en la que seguro no iba a haber mucha gente. La cosa empezaba bien.
Alicia me miraba fijamente, atenta hasta la última de mis palabras.
–         Entré en la sala, una de esas pequeñas que hay en los multicines y ubiqué enseguida a las dos señoras. Volví a salir hasta que empezó la proyección y entonces regresé.
–         ¿Te sentaste junto a ellas?
–         Sí. Al lado de la que me interesaba, pero dejando un par de asientos libres en medio. Piénsalo, si me hubiera sentado directamente a su lado, con prácticamente toda la sala vacía…
–         Se habrían cambiado de sitio.
Hice un gesto con la mano, indicándole a Ali que había dado en el clavo.
–         Esperé un rato, con los nervios royéndome por dentro, deseando averiguar si había calibrado bien a la señora. Estaba excitadísimo, con la polla a punto de reventar, pero logré controlar las ganas y esperé a que pasara como media hora de peli. Por cierto, menudo rollazo.
Alicia me sonrió.
–         De vez en cuando, echaba disimuladas miraditas a la mujer que estaba a mi lado, deleitándome con su belleza, concentrada en la película, mientras la luz de la pantalla la iluminaba suavemente.
–         ¿Te miró?
–         No me hizo ni puto caso. De todas formas, hasta ese momento fui muy discreto, no hice nada descarado. Hasta que no pude más.
–         Y te la sacaste.
 

–         Je, je. Precisamente. Había colocado mi abrigo estratégicamente, sobre el brazo de mi asiento, de forma que no permitía que la mujer notara nada raro. Me saqué la polla, que estaba al rojo vivo y, armándome de valor, empecé a masturbarme lentamente, vigilando a la mujer todo el rato por el rabillo del ojo.

–         ¿Te vio?
–         Al principio no. Yo era muy cuidadoso y me masturbaba muy despacito, completamente tapado por el abrigo. Poco a poco fui ganando confianza y empecé a mover la mano más descaradamente. Seguía tapado, pero los movimientos que hacía no dejaban lugar a duda respecto de lo que estaba haciendo.
–         ¿Y ella?
–         Al principio no se dio cuenta, pero enseguida percibió que algo raro pasaba a su lado, así que empezó a dirigirme miraditas nerviosas, confirmando así que el tipo que estaba a su lado se estaba haciendo una paja.
–         Joder. Continúa. Qué cachonda me estoy poniendo – dijo Ali, estremeciéndome.
–         Sí. Y yo – coincidí – La señora me miraba cada vez más frecuentemente, observándome unos segundos para enseguida volver a concentrarse en la pantalla. Pero yo sabía que ya era mía, estoy seguro de que no se enteró de nada de lo que pasaba en la peli.
–         No me extraña.
–         Y entonces, ya completamente seguro de que la mujer no iba a formar ningún escándalo, aparté el abrigo y dejé mi polla completamente expuesta a sus ojos. La pobre se quedó atónita unos segundos, mirándomela fijamente, olvidada por completo cualquier intención de simular estar viendo la película. Entonces, alzó la vista y sus ojos se encontraron con los míos. A pesar de la oscuridad de la sala, te juro que brillaban como joyas.
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–         Jodeeer. Sigue, sigue.
–         Yo seguí masturbándome tranquilamente, de forma ostentosa, deslizando la mano muy despacio por todo el tronco, tirando de la piel al máximo para que la brillante cabecita asomara por completo y subiéndola después lentamente hasta ocultarla por completo en mi mano, dedicándole a mi espectadora el mejor show que era capaz de ofrecer.
–         ¿Y ella?
–         No se perdía detalle, con los ojos fijos en mi polla. Incluso vi cómo se pasaba lentamente la lengua por los labios, lo que me encendió todavía más.
–         ¿Y su amiga? ¿No se dio cuenta?
–         En ese momento no. Estaba concentrada en la peli y su compañera estaba en medio, así que no se dio cuenta de que pasara nada raro. Yo seguí con lo mío, pajeándome voluptuosamente y entonces la mujer…
–         ¿Qué hizo?
–         Cruzó las piernas y, disimuladamente, se subió la falda todo lo que pudo, brindándome el espectáculo de sus esculturales muslos, hasta que el borde de sus medias quedó perfectamente a la vista. Además, se colocó su propio abrigo en el regazo, para que su amiga no se diera cuenta de lo que había hecho.
–         Una franca invitación – dijo Ali.
–         Y tanto. Y yo la acepté de inmediato. Con cuidado, me levanté y me deslicé en el asiento de su lado, quedando sentado junto a la señora. Pareció ponerse un poquito nerviosa, pero no hizo nada, así que yo reanudé la paja, esta vez bien juntito a la preciosa mujer.
–         ¿Y no hizo nada?
–         No. Fui yo el que pasó a la acción. Estaba sentado a la derecha de la mujer y su amiga, que no podía vernos, a su izquierda. Como la paja me la estaba haciendo con la diestra, la izquierda quedaba libre, así que pensé que sería una buena idea emplearla en algo útil.
–         Le metiste mano.
–         Vaya si lo hice. Le planté la zarpa directamente en la cacha y empecé a acariciarla suavemente. En cuanto lo hice, la mujer se puso super tensa, pero se relajó enseguida bajo mis caricias. Me encantó sobar sus magníficas piernas, tenía unos muslos cojonudos, que recorrí a placer mientras ella seguía mirándome la polla. Entonces, envalentonado, traté de deslizar la mano bajo su falda, en busca de su coñito, pero eso fue demasiado y, dando un respingo, sujetó mi mano, impidiéndome llegar a su entrepierna.
–         ¿Y qué hiciste?
–         No me alteré lo más mínimo. Lo que hice fue sujetarla a mi vez por la muñeca y, tirando suavemente, llevé su mano hasta mi polla.
–         ¿Te masturbó? – exclamó Ali, atónita.
–         Impresionantemente bien. La señora dudó sólo un instante antes de que su mano ciñera con fuerza mi instrumento, que yo abandoné inmediatamente, dejándola a cargo de las operaciones. Con firmeza y habilidad, la mujer empezó a pajearme diestramente y, cosa curiosa, apartó la vista de mí mientras lo hacía, volviendo a clavar la mirada en la pantalla.
–         Joder, Víctor. Estoy cachonda perdida. Esta noche voy a hacerme una paja recordando tus historias.
La miré fijamente antes de darle la respuesta obvia.
–         ¿Y por qué no ahora? Por mí no te cortes. Yo bien que lo hice el otro día en la cafetería.
Ali se quedó muda, mirándome sin saber qué decir.
–         ¿Qué pasa? ¿Te da miedo? Pues menudo panorama, si te da vergüenza exhibirte a solas conmigo, ¿cómo vas a hacerlo cuando haya otra gente?
La verdad es que me moría por volver a verla tocándose el coñito.
–         No me digas que no te atreves…
Ali alzó bruscamente la cabeza, con una expresión decidida en el rostro.
–         Tienes razón. Si me apetece hacerme una paja. ¿Por qué voy a cortarme?
Jesucristo en carroza por los cielos. Toma ya. Con un par.
Ni corta ni perezosa, Ali se retrepó en el sofá y subió una pierna sobre el asiento, despatarrándose a gusto. Al hacerlo, el vestido de lana se le subió, permitiéndome disfrutar una vez más del hermoso paisaje que se ocultaba entre los muslos de la chica. Sus bragas estaban en mi bolsillo, así que su chochito se me mostró en todo su esplendor. Bajo la falda tan sólo llevaba un sexy liguero sujetando sus medias, lo que  me excitó todavía más. Leyendo la admiración en mi mirada, Ali me dedicó una sonrisa y, lentamente llevó una mano a su entrepierna, donde empezó a frotar suavemente, deslizándola por su vulva con voluptuosidad.
–         Fíjate – dijo enseñándome la mano – Te decía la verdad cuando te dije que estaba cachonda. Estoy empapada.
Era verdad. Sus dedos estaban brillantes por los flujos que habían extraído de su coñito. Hasta percibí el enloquecedor aroma a hembra caliente. Me costó dominarme y no acabar violándola allí mismo.
–         Anda, sigue – dijo reanudando la paja – Me encanta escucharte.
Yo, con los ojos saliéndose de las órbitas, logré serenarme lo suficiente para seguir con mi historia.
–         A ver por donde iba. ¡Ah, sí! La mujer se había aferrado a mi instrumento y estaba meneándomela. En cuanto lo hizo, yo volví a plantarle la mano en la cacha. Esta vez no se resistió tanto cuando le metí mano en el coño.
–         ¿Estaba mojada? – preguntó Ali con la voz alterada por la paja que se estaba haciendo.
–         Chorreando.
–         ¿Tanto como yo?
–         No lo sé. No he podido comprobar cómo de mojada estás tú.
Ali me miró fijamente, sopesando mi explícita invitación. Yo tenía el corazón saltando desbocado en el pecho, deseando que me diera permiso para ir un paso más allá. No dijo nada, siguió muda y yo pensé que el que calla otorga, así que me acerqué a ella en el sofá, dispuesto a verificar cómo de mojado tenía el coño.
Ali no se apartó, se limitó a seguir mirándome fijamente, sin decir nada, frotándose suavemente el clítoris con la mano. Yo estiré la mía muy despacio, metiéndola entre sus muslos abiertos…
Y entonces se abrió la cortina de la sala. Yo me quedé petrificado, pero Ali reaccionó con rapidez, sentándose correctamente, con el rostro arrebolado. Por fortuna la mesa, que estaba frente al sofá, la tapaba bastante bien, así que no la pillaron.
Mientras me cagaba mentalmente en todos los muertos de quien hubiera venido, así como en los de todos sus ancestros de las últimas 26 generaciones, me senté correctamente y miré enfadado a nuestros inoportunos visitantes: eran los jóvenes del restaurante, lo que me sorprendió un poco.
Con un simple buenas tardes, se sentaron en una mesa al otro extremo de la habitación y, aunque no supe por qué, algo en su actitud me resultó extraño. Me acerqué a Ali y le dije en voz baja…
–         Qué raro. Si nos han reconocido, me extraña que se hayan quedado. Parecían muy cortados en el restaurante.

Ali, para mi sorpresa, volvió a subir la pierna al sofá y a despatarrarse. Aprovechando que la mesa la tapaba de nuestros vecinos, empezó a masturbarse de nuevo, con la cara roja por la excitación. Yo le sonreí, admirado.

–         Joder, nena. Hay que reconocer que aprendes deprisa.
–         Tengo un buen maestro – susurró libidinosamente – Y ahora sigue con la historia, que estaba a punto de correrme.
En voz baja, procurando que nuestros vecinos no me escucharan, reanudé mi relato. Ellos, mientras tanto, no dejaban de dirigirnos furtivas miradas, lo que me inquietaba un poco.
–         La tía me acariciaba la polla lentamente, mientras yo le tocaba el coño con dificultad, debido tanto a su ropa como a que seguía con las piernas cruzadas.
–         ¿No se abrió de piernas? Yo me habría despatarrado enseguida. Como ahora… – dijo Ali con una sonrisilla maliciosa.
–         Creo que era para que su amiga no notara nada; pero, aún así, la otra mujer empezó a percibir que algo raro pasaba. En cierto momento, escuché cómo le decía a mi pareja algo al oído y ella, lejos de asustarse, le contestó con tranquilidad, sin soltarme la polla ni un instante.
–         ¿Acabaste corriéndote?
–         Por supuesto. El morbo era tan intenso que no sé cómo aguanté tanto rato. Cuando no pude más, me corrí como una bestia, dando un bufido que resonó en toda la sala. Mi polla vomitó litros de leche, que la mujer atrapó con la mano, si no, estoy seguro de que habría alcanzado la pantalla. Le puse la mano perdida de semen, pero ella no se preocupó en absoluto.
–         ¿Y qué pasó?
–         Miré jadeante a mi compañera, mientras me vaciaba por completo en su mano. Y entonces me encontré con la mirada de la otra mujer, que me miraba boquiabierta mientras me corría en la mano de su amiga.
–         ¿Y no dijo nada? ¿No hizo nada?
–         ¿Qué iba a hacer? Su amiga estaba haciéndole una paja a un desconocido. ¿Qué iba a decir? Sus ojos nos miraban alternativamente a mí y a su amiga, sin dar crédito a lo que estaba viendo. Cuando mi polla dejó de expulsar semen, la mujer, muy tranquilamente, sacó un pañuelo del bolso y empezó a limpiarse. Yo pensé que el show había acabado, pero entonces, la mujer se inclinó hacia su amiga y le dijo en voz perfectamente audible que iba al baño a limpiarse. Se levantó y me pidió permiso para pasar, mirándome con ojos brillantes. Yo la miré alucinado, mientras se abría paso entre los asientos y caminaba majestuosamente hacia la puerta.
–         ¿Y su amiga?
–         La miré tratando de recuperar el resuello, mientras ella me observaba atónita. Me encantó que la señora me mirara subrepticiamente la polla, que seguía fuera del pantalón, así que le dije: “Otro día, señora”, me la guardé en la bragueta y salí en busca de mi deliciosa compañera, que me esperaba tranquilamente delante de unos servicios de señoras.
–         ¿Estaba en la puerta?
–         Claro. No olvides que eran unos multicines y había muchos aseos. Así me indicaba en cual se había metido.
–         ¡Ah! Claro – siseó Ali sin dejar de masturbarse.
–         Me colé allí dentro como un rayo. La tipa estaba lavándose las manos en el lavabo y cuando entré, alzó la vista y nuestras miradas se encontraron en el espejo.
–         Qué morbo. Sigue, sigue – gimió Ali incrementando el ritmo de su paja.
Pero volvieron a interrumpirla. La camarera acudió con el pedido de nuestros vecinos. Al parecer habían pedido nada más entrar. Ali ahogó un gruñido de frustración y se contuvo hasta que la camarera se hubo marchado.
–         Tú sigue, que yo estoy casi a punto – gimió volviendo a hundir la mano entre sus piernas.
Joder. Yo sí que estaba a punto. De lanzarme encima suya.
–         Me abalancé sobre ella, poseído por el frenesí. Ella se volvió bruscamente, recibiéndome como una leona y sus labios, que eran fuego, se apropiaron de los míos. Le hundí la lengua hasta la tráquea, besándola con pasión, mientras mis manos se apoderaban de sus nalgas, estrujándolas con ganas, mientras ella apretaba y frotaba lujuriosamente su pelvis contra mí.
–         ¡Ah! ¡Joder, ya casi, ya casi…! – gimoteaba Ali con los ojos cerrados, incrementando el ritmo de sus dedos.
Miré de reojo a nuestros vecinos, que hacían lo mismo con nosotros. Aunque no podían verlo, estaba clarísimo lo que Alicia estaba haciendo, pero, lejos de escandalizarse, la parejita cuchicheaba entre sí, espiándonos con disimulo. Me resultó excitante y apuesto a que a Ali mucho más.
–         Sin dejar de besarnos, nos metimos en uno de los retretes y en menos que canta un gallo la mujer tuvo el vestido enrollado en la cintura y mi mano metida dentro de sus bragas, acariciando su coño a placer, esta vez sin ningún tipo de obstáculos. La señora, bien curtida en esas lides, se las apañó para volver a sacar mi cipote y acariciarlo con ansia, devolviéndole todo su vigor en un instante.
–         ¡AAHHH! ¡JODEEER! – siseó en voz baja Ali, mordiéndose los labios, mientras sus caderas experimentaban ligeros espasmos, a medida que el orgasmo se abría camino por su cuerpo – ¡Qué bueno! ¡DIOSSSSS!
Yo estaba que me moría porque mi polla ocupara el lugar de sus dedos, pero había prometido que no haría nada que ella no me pidiese, así que aguanté como un campeón las ganas de follarla.
–         Yo quería que me la chupara, sentir sus carnosos labios rodeando mi verga, pero ella no estaba por la labor y me suplicaba una y otra vez que se la metiera. Deseando complacerla por la extraordinaria tarde de placer que me estaba brindando, no me hice de rogar y, apartándole un poco las bragas, se la metí hasta las bolas, levantándola del suelo. Ella gimió poseída y se abrazó con fuerza a mí, rodeándome con brazos y piernas al mismo tiempo. Embrutecido, la apoyé contra la pared y empecé a follármela a lo bestia, gruñendo como un animal en celo con cada empellón, mientras ella gemía y jadeaba descontrolada por el placer.
–         La entiendo perfectamente – susurró Ali, desmadejada en el sofá, haciéndome sonreír.
–         Seguí follándola con ímpetu, con tantas ganas que la pobre tuvo que sujetarse a la parte superior de las paredes del baño, mientras yo le martilleaba el coño como un animal. Se corrió en menos de un minuto, gritando tan fuerte que temí que alguien viniera a ver qué pasaba. Su entrepierna se inundó, los líquidos brotaban de su coño como de una fuente. Queriendo probar otra cosa, se la saqué de un tirón y la obligué a apoyarse en el water, inclinada un poco hacia delante, para follármela desde atrás. Se la clavé de nuevo hasta el fondo, casi empotrándola con la pared y me la follé cuanto quise hasta que me corrí dentro de su coño, llenándola de semen hasta arriba.
–         Joder, tío, no te cortas ni un pelo al correrte dentro de las mujeres. Como me lo hagas a mí…
Me quedé sin habla al comprender el alcance de lo que acababa de decir Ali. La miré sorprendido y ella, al darse cuenta de lo que acababa de decir, apartó la vista, avergonzada. No insistí en el tema e hice como si nada.
–         Tienes razón. Se me fue un poco la olla. Aunque, en el fondo, creo que lo hice porque me daba igual. Total, no iba a verla nunca más…
–         Jo. Pues a lo mejor tienes por ahí un par de críos pululando.
–         Pues que le sirvan de recuerdo a la buena señora. Del polvo de su vida…
–         Ja, ja… “El polvo de su vida” ¿Qué sabrás tú de los polvos que habría echado esa mujer? Inexperta no era precisamente – dijo Ali, más recuperada ya del orgasmo experimentado – ¿Y qué hiciste luego?
–         ¿Tú que crees? La besé y me largué de allí. La dejé tirada en el water, con el vestido enrollado en la cintura y con el coño rezumante de semen y de sus propios flujos. Te digo que le hice pasar la mejor tarde de su vida.
Entonces me di cuenta. Aunque durante un rato había procurado hablar en voz baja, me había ido emocionando poco a poco y había subido el tono de voz, acabando por hablar en voz alta. Sin duda, nuestros vecinos habían disfrutado sin problemas del último capítulo de mi historia.
Los miré un poco avergonzado, aunque en el fondo me importaba un huevo que nos hubieran escuchado. La chica se veía un tanto aturrullada, sin mirarnos directamente, pero el chico ya nos observaba abiertamente, casi con descaro.
Le hice un gesto con la cabeza, sin saber muy bien por qué y él, a modo de respuesta, se levantó y se acercó a nuestra mesa. Ali se llevó un buen susto y rápidamente se sentó erguida en el sofá, mientras nos miraba con nerviosismo.
–         Buenas tardes – saludó educadamente el joven – Verán, no quiero molestarles, pero no hemos podido evitar escuchar su historia y bueno… queríamos…
Me sentía desconcertado, no sabía qué cojones pretendía aquel chico.
–         Siéntate, por favor – dije llevado por la curiosidad – Y dile a tu novia que venga. No mordemos a nadie.
El chico, sonriendo con timidez, me hizo caso, mientras su novia, roja como un tomate, se acercaba temblorosa y se sentaba a su lado.
–         Me llamo Saúl – se presentó – Y ella es Gemma, mi novia.
–         Encantado – respondí estrechándoles la mano – Yo soy Víctor y mi acompañante…
–         Alicia – dijo ella más tranquila, estrechándoles la mano a su vez.
Tras las presentaciones, el chico, visiblemente nervioso, trató de reunir ánimo para decir lo que quería.
–         Verán. Antes, en el restaurante, hemos visto como la señorita… Alicia…
–         Se quitaba las bragas – dije con tranquilidad, provocando la vergüenza de mis interlocutores.
–         Sí, eso – asintió el joven – Hemos comprendido que son ustedes una pareja muy liberal y nosotros… bueno… hemos hablado a veces… de que nos gustaría iniciarnos en el intercambio de parejas. Pero nunca hemos podido, porque no conocemos a nadie que… Y yo…
Gemma estaba avergonzadísima, parecía estar deseando que la tierra se la tragara. Miré a Alicia, que les miraba divertida, habiendo comprendido por fin qué buscaban los jóvenes.
–         Vale, vale, vale – intervine – A ver si lo he entendido. Sois novios y queréis probar con el intercambio de parejas y como habéis visto que somos bastante desinhibidos, os habéis decidido a hablar con nosotros…
–         Exacto – asintió el chico – Hace tiempo que queremos probar cosas nuevas en materia de sexo, pero no conocemos a nadie que pueda orientarnos. Y al ver cómo se comportan ustedes, contándose sus aventuras y eso, hemos pensado que podrían darnos algún consejo, indicarnos algún local al que podamos ir, o quizás…
Mientras hablaba, el chico parecía dirigirse más a Ali que a mí mismo, sin dejar de mirarla en ningún momento. Adiviné cuales eran sus intenciones y Alicia también lo hizo…
–         Podríais realizar el intercambio de parejas con nosotros – terminó Ali la frase por él – Era eso lo que queréis proponernos, ¿no?
Un tanto avergonzado, el chico asintió con la cabeza, mientras su novia, toda colorada, me miraba furtivamente. Me gustó que lo hiciera.
–         No pretendemos ofenderles – siguió Saúl – Pero nos pareció que quizás…
–         Tranquilo. No nos has ofendido en absoluto – dije riendo por dentro – O sea que os ha parecido buena idea pedirnos que intercambiemos las parejas. Vaya, que te gustaría follarte a Alicia mientras yo me tiro a este bomboncito que tienes por novia.
–         Bueno… – dijo Saúl un tanto confuso – Sí. Eso es. Siempre he pensado que sería muy excitante ver cómo Gemma lo hace con otro hombre. Y ella también quiere verme con otra mujer. Y bueno… Os hemos visto… Y Alicia es una mujer muy bella y Gemma piensa que tú eres guapo…
–         ¿En serio? – exclamé mirando a la joven – ¿Me encuentras atractivo?
La joven, un poco más serena, quizás tras comprobar que no nos escandalizábamos por su proposición, reunió el valor suficiente para contestar.
–         Sí. Me pareces un hombre interesante. Y siempre he querido hacerlo con alguien mayor que yo…
Joder. Qué morbo tenía la niña. Si poco dura la tenía ya por haber estado viendo cómo Ali se pajeaba, aquella frase casi provoca la explosión de la bragueta de mi pantalón.
–         Vaya. Te agradezco el cumplido – sonreí – Yo también pienso que eres una preciosidad. Y tienes una boquita deliciosa. Me encantaría sentir esos carnosos labios chupando mi polla. Seguro que lo haces genial.
Fui todo lo descarado que pude, consiguiendo que Gemma se ruborizara de nuevo. Me encantaba verla avergonzada, tenía mucho morbo. Su novio, por otra parte, ya se veía a si mismo incrustado entre las piernas de Ali tras mi prometedora respuesta, así que decidí cortar por lo sano y no seguir dándoles falsas esperanzas. Aunque la verdad es que me hubiera gustado mucho que aquella chiquita me la chupase, je, je.
–         Bueno, chicos. Siento decepcionaros, pero en vuestro plan hay un fallo bastante importante…
–         ¿Cómo? – exclamó el chico un tanto agobiado – ¿A qué te refieres?
–         Verás. Ali y yo no somos pareja. Somos dos amigos a los que les gusta compartir ciertas experiencias, pero nada más. Yo tengo novia y ella está prometida con un hombre, así que…
Saúl nos miraba atónito. No encajaba en sus esquemas que dos personas que no eran pareja, hablaran entre sí de sexo con tanta naturalidad.
–         Pero… – insistió – Lo que le estabas contando antes… Creí que erais una pareja liberal, que se acostaban con otras personas y luego se lo contaban el uno al otro…
–         Pues no es así. Te has precipitado en tu juicio. Pero no te preocupes, no pasa nada, no nos habéis molestado en absoluto. Yo, por lo menos, me he sentido muy halagado – dije sonriéndole a Gemma – Sólo que… no puede ser.
–         ¿Y por qué no? – intervino entonces Gemma – A mí me da igual que no seáis pareja. Se trataría sólo de sexo.
¡Coño! La verdad es que la nena tenía razón. Qué más daba que Ali no fuera nada mío. Me di cuenta de que les había juzgado mal, pues en todo momento había tenido la sensación de que la idea del intercambio era de Saúl, mientras que Gemma se limitaba a hacer lo que decía su novio. Pero ahora comprendía que quizás no era así…
–         Pues es verdad – dije mirando a Ali – La verdad, no me había parado a pensarlo… ¿Ali?
La miré esperanzado. Lo cierto es que me estaba apeteciendo cada vez más calzarme a la jovencita. Pero un simple vistazo al rostro de Alicia me bastó para comprobar que ella no estaba por la labor. Y los chicos también se dieron cuenta.
–         Bueno – dijo Saúl con aire abatido – Si no les parece bien, no les molestamos más. Les pido disculpas si les hemos ofendido con este lío, pero nosotros…
–         No, no te preocupes – le tranquilizó Ali – La verdad es que yo también me he sentido halagada. Pero no me siento preparada para algo así… Lo siento.
Los chicos, un poquito cortados, se levantaron para marcharse. Saúl fue hasta su mesa y empezó a recoger los abrigos, mientras Gemma seguía disculpándose por las molestias. Entonces se me ocurrió algo.
–         Oye, Gemma. ¿Me darías tu dirección de mail? Quizás más adelante cambiemos de opinión.
La joven me miró un segundo y, sonriéndome, me dio su dirección, que yo apunté en una tarjeta de mi cartera. Joder, la verdad es que me sentía un poquito frustrado. Me hubiera encantado que me la chupara aquella nenita con su novio mirándome…
Los chicos se fueron y nos quedamos de nuevo solos. Ali me miró muy seria, parecía un poco molesta. Quizás se había cabreado conmigo por haber sugerido aceptar la oferta de los jóvenes. Decidí romper el hielo.
–         Me debes una mamada – le dije mirándola muy serio.
Ella se echó a reír.
–         No te rías –insistí – Esa pivita estaba a punto de chuparme el rabo y, si no lo ha hecho, ha sido porque tú no has querido. Culpa tuya.
Ali, más relajada, seguía riendo.
–         Anda, vámonos, idiota – dijo sin dejar de sonreír – Son casi las 17:30 y me apetece hacer otra cosa.
–         ¿El qué? – pregunté intrigado.
–         Ahora lo verás.
Nos pusimos los abrigos y, tras pagar la consumición, caminamos hacia el coche, de nuevo cogidos del brazo. Llegamos demasiado rápido para mi gusto. Me encantaba caminar pegadito a ella.
–         ¿Y bien? – pregunté una vez estuvimos sentados dentro del auto – ¿Qué hacemos?
–         ¿Has hecho esto alguna vez?
Tras decir esto, Alicia me alargó su móvil, mostrándome un video que había descargado de Internet.
–         Veo que venías con la lección preparada – dije mientras miraba la pantalla.
Pude ver un vídeo de los que ya había visto unos cuantos. Un tipo pajeándose en su coche, se para al lado de una mujer, baja la ventanilla y le pregunta una dirección. La chica se acerca (como hacemos todos en esas situaciones) y se encuentra de bruces con las maniobras del personaje. A veces, las reacciones de las chicas de esos vídeos son bastante… sugerentes.
–         No, no lo he hecho nunca. Es arriesgado – respondí devolviéndole el teléfono.
–         ¡Venga ya! ¿Arriesgado? Si vas en coche…
–         Ya. En MI coche. Si la tía se cabrea y coge el número de matrícula…
–         ¡Bah! Quien va a molestarse en ir a poner una denuncia porque un tipo esté pajeándose dentro de su coche. Vamos a probar.
–         No sé Ali… No me parece buena idea…
–         Llevo toda la semana pensando en esto – dijo Ali con tomo muy serio – Me apetece y vamos a hacerlo.
La miré sorprendido. Hasta ese momento no se había mostrado en ningún momento autoritaria. Aunque, si lo pensaba un momento, siempre habíamos acabado haciendo lo que ella quería…
–         Venga, no seas tonto… Verás qué bien lo pasamos. Además, tú me has visto antes masturbándome y ahora me apetece ver cómo lo haces tú…
–         ¿En serio?
–         Claro… Me encanta mirar tu polla…
Al decir esto, Ali se inclinó hacia mi asiento y me susurró las palabras al oído, provocando que se me pusieran los vellos de la nuca de punta. La mala puta estaba acostumbrada a salirse con la suya…
–         Joder. Vale. Pero, como acabe en la cárcel, tú también vas a pringar – dije resignado.
Ali, entusiasmada, me dio un besito en la mejilla, que hizo que se me quitara el frío por completo.
–         ¡Genial! ¡Un exhibicionista en la cárcel! ¡Ibas a ser muy popular!
La madre que la parió.
Conduje un rato por el pueblo, que era bastante grande, lo que sin duda nos brindaría alguna oportunidad de complacer a Ali. Ella, bastante ilusionada, me indicó algunas chicas con las que nos cruzamos, pero siempre iban acompañadas y, por experiencia, sabía que no era buena idea abordar a un grupo de chicas, pues las posibilidades de que se formara algún follón eran más altas.
–         Mira. Esa servirá – dije parando un momento al lado de una acera.
Una joven de veintitantos años estaba sentada en una parada de autobús leyendo un libro. No podía distinguir si era guapa o fea, aunque eso no era tan importante, pues la excitación depende del morbo de exhibirse, aunque claro, mejor si la mujer es atractiva.
Empecé a sentir el familiar cosquilleo de expectación que siempre experimentaba cuando me disponía a exhibirme. Tragué saliva y respiré hondo, tratando de serenarme. Como siempre que estaba en esas situaciones, tenía los nervios a flor de piel. Empecé a sentir cómo mi pene se endurecía dentro del pantalón.
–         ¿A qué esperas? – Me apremió Alicia, presa de la lujuria.
–         Espera, nena. Dame un segundo a que esto se ponga en posición de firmes – respondí mirando hacia mi bragueta.
Ali también me miró la entrepierna, provocando que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies.
–         ¿Ayudará si hago esto? – dijo dirigiéndome una sonrisa estremecedora.
Mientras hablaba, Alicia se subió la falda del vestido hasta la cintura, volviendo a enseñarme el coñito. La boca se me quedó seca, todo lo contrario que su entrepierna, que se mostraba brillante, no sé si por el sudor o porque volvía a estar chorreando.
–         Sí – acerté a balbucear con la lengua pegada al paladar.
–         ¿Y esto?
Entonces lo hizo. Alicia deslizó su mano izquierda y la colocó justo encima de mi paquete, apretando ligeramente. Creí que me volvía loco de deseo, el corazón iba a explotarme en el pecho.
–         Leches, creo que sí que sirve – dijo ella sonriendo ladinamente mientras me daba un nuevo estrujón – Esto se ha puesto como una piedra…
Joder. La muy cabrona. Iba a hacerme sudar sangre. Me estaba convirtiendo en un juguete en sus manos…
–         Ali, por favor – me apañé para susurrar manteniendo la calma – Me he comprometido contigo a no intentar nada… Pero si haces esas cosas…
Alicia pareció recobrar el sentido y darse cuenta de lo que estaba haciendo. Rápidamente retiró la mano de mi entrepierna y se puso bien el vestido. Yo lamenté profundamente que lo hiciera, pero era completamente cierto que empezaba a sentir que, si seguíamos así, iba a acabar por violarla de verdad, y yo no quería acabar comportándome como los cerdos del parque.
Arranqué el coche y me dirigí hacia donde estaba la chica sentada. Aparqué junto a la acera, justo delante de ella y, sin pensármelo dos veces, me saqué la chorra del pantalón, mientras Ali se deleitaba mirándola a gusto. Me encantó que lo hiciera.
Mi polla estaba tan caliente que juro que bastó para caldear el interior del auto, ni siquiera importó que bajara la ventanilla del conductor, permitiendo que entrara el aire frío del exterior. Hasta vapor salía.
–         Oye, disculpa – dije tratando de atraer la atención de la chica de la parada – ¿Podrías indicarme cómo se va al ayuntamiento?
Sabía que estaba a la otra punta del pueblo, así que era una buena dirección para preguntar (no pensé que a esas horas estaría cerrado, pero qué coño importaba). La joven alzó la vista de su libro y pude comprobar que era bastante guapa. Morena, con gafas y un aire intelectual que tenía su morbillo.
–         Sí, claro – dijo la chica con amabilidad – Tiene que seguir por ahí y meterse por aquella calle del fondo.
–         ¿Por cual? ¿Por aquella? – dije señalando una vía equivocada.
–         No. No. Espere…
Y la chica hizo justo lo que yo esperaba. Dejó el libro en el asiento, se levantó y se acercó al coche para darme indicaciones. Y se encontró de bruces con el espectáculo.
Qué caliente me sentí. Que indescriptible sensación de exaltación recorrió mi cuerpo cuando la chica se quedó parada, sin saber qué decir, con la vista clavada en mi miembro desnudo, erecto, que era masturbado suavemente por mi mano derecha. Aparentando total normalidad, seguí pajeándome mientras volvía a interrogar a la chica.
–         ¿Por aquella dices?
–         No, no… – balbuceó ella sin mirar a cual me refería, los ojos clavados en mi erección – La de la izquierda…
–         ¿Aquella?
La joven miró a donde yo le indicaba, comprobando que esta vez sí era la correcta. Enseguida volvió a mirar mi polla, creo que porque temía que, si dejaba de vigilarla un segundo, saldría disparada por la ventanilla y la atraparía.
Me sentía excitadísimo y Ali, que estaba callada como una muerta, seguro que se sentía igual. Seguí insistiéndole a la joven, preguntándole por el camino y ella, para mi infinito placer, siguió dándome instrucciones junto al coche, mirando cómo me masturbaba frente a ella, asustada y nerviosa… pero también excitada…
Justo entonces llegó el autobús, poniendo punto y final a nuestra aventurilla. El chófer hizo sonar el claxon para que me quitara de la parada del bus y no tuve más remedio que mover el coche. Ali me miraba divertida mientras yo, con la polla fuera del pantalón, me despedía cortésmente de nuestra cooperadora amiga y después empezaba a jurar en arameo a costa del conductor del bus, de su padre y del caballo que los trajo a ambos.
Todavía excitado, pero no queriendo tentar a la suerte, conduje hacia las afueras del pueblo, de regreso a la ciudad. Además, como ya eran casi las 19:00, había oscurecido, con lo que las probabilidades de disfrutar de un nuevo show disminuían.
–         ¿Vas a ir todo el tiempo con eso al aire? – me preguntó Ali con tono jocoso.
–         ¿Te molesta? Porque a mí me encanta que me la mires – le respondí con descaro.
–         Y a mí me encanta mirarla.
Joder con la tía. Iba a acabar conmigo. A pesar de ir ya por la autovía, aparté la vista de la carretera y la clavé en mi acompañante.
–         Ali. Me tienes malo. Yo trato de portarme bien, pero si seguimos así… vamos a acabar follando. Te juro que cada vez me cuesta más resistirme…
–         Es posible – asintió ella, haciéndome estremecer de nuevo.
Decidí echarle valor al asunto.
–         Pues si estás de acuerdo… Recuerda que me debes una mamada – dije volviendo a clavar los ojos en los suyos.
Ella sonrió.
–         ¿Eso quieres? ¿Que te la chupe mientras conduces?
–         Me encantaría.
Se quedó callada unos instantes, como sopesando la idea, mientras yo rezaba suplicando que se animara a hacerme aquel pequeño favor…
–         Lo siento, pero no. Tengo mucho en qué pensar. En mi prometido. En todo lo que ha pasado… No he decidido todavía qué voy a hacer.
Joder. Me sentó un poco mal. Ali estaba resultando ser una calientapollas de cuidado. La reina de las calientapollas. La emperatriz.
–         ¿Y una pajita? – preguntó, haciendo que el corazón se me desbocara de nuevo – ¿Saldaría eso la deuda?
–         No del todo – respondí emocionado – Pero como primer plazo…
Entonces Ali se inclinó hacia mí, forcejeando levemente con el cinturón de seguridad. Su cálida manita se deslizó hacia mi entrepierna y agarró mi rezumante falo, haciendo que en mis ojos estallaran lucecitas de colores. Me las apañé para mantener el control del auto, simulando una serenidad que estaba muy lejos de experimentar.
Lentamente, Alicia empezó a deslizar su manita por mi polla, enviando enloquecedoras descargas de placer a mis sentidos. No puedo juzgar si era buena o mala haciéndolo, pues la excitación y el morbo eran tan elevados, que tenía los sentidos completamente descontrolados. Desde luego, a mí me pareció la mejor pajeadora del mundo.
Toda la voluptuosidad del día, el restaurante, la tetería, el parque… todo se concentró en mi polla, llevándome a unos niveles de exaltación sencillamente insoportables, precipitando mi orgasmo de forma imparable. Pero, justo cuando estaba a punto de estallar, Alicia dejó de pajearme.
–         ¿Qué? ¿Qué haces? – resoplé – ¡Sigue!
–         ¿Quieres que acabe? – preguntó con voz juguetona – ¿Tu pollita mala quiere correrse?
–         ¡Joder, sí! ¡Coño, Alicia, no te pares por favor!
La emperatriz de las calientapollas atacaba de nuevo.
–         Entonces tienes que hacer algo por mí.
A esas alturas yo no estaba para juegos. Cada vez me parecía mejor idea aparcar en cualquier cuneta y follármela como me viniera en gana. Afortunadamente me contuve.
–         ¿Qué quieres que haga? – gemí.
–         Quiero que esta noche te folles a tu novia y lo grabes. Y luego quiero ver el vídeo. La sesión completa, no sólo una mamada. Y tiene que ser esta noche, en cuanto llegues.
La miré de nuevo, encontrándome con sus ojos, brillantes y decididos. Sabía que estaba jugando conmigo y tirando de mis hilos como le venía en gana pero… ¿qué podía yo hacer?
–         De acuerdo. Lo haré. Lo grabaré todo.
–         Estupendo.
Y volvió a pajearme. Me sentía un poco enfadado, no me gustaba que me manipularan de aquella forma, con lo que mi libido se calmó un poco y me alejé del orgasmo. Entonces se me ocurrió que, ya que estábamos, podía sacar un poquito más.
Como íbamos por la autovía, con una marcha larga metida y no tenía que cambiar, mi mano derecha estaba ociosa, así que decidí darle un buen uso. La planté en el muslo de Alicia y empecé a acariciarla, subiendo cada vez más hasta que pude ver el borde de sus medias.
–         Ábrete de piernas – le dije – Quiero acariciar tu coño.
–         ¿Y si no quiero? – dijo ella juguetona.
–         ¿No dijiste antes que en una situación así te despatarrarías enseguida? A ver, que se vea.
Y lo hizo. No se cortó ni un pelo. Separó sus torneados muslos, mostrándome su empapado coñito por enésima vez. Yo estaba que me moría por catarlo, pero me tuve que conformar con acariciarlo un poco… y pude constatar que estaba mucho más mojado que el de la mujer del cine…
–         UMMMMM – gimió estremecedoramente Ali cuando empecé a acariciar su vagina.
Su mano incrementó el ritmo de la paja, deslizándose a toda velocidad sobre mi enfebrecido falo. Y claro, no pude más. Seguir aguantando era pedirme demasiado. Me corrí a lo bestia, reuniendo en aquel orgasmo toda la excitación acumulada a lo largo del día. Alicia recogió parte del semen con la mano, pero no todo, así que pringué el suelo de mi coche, así como el volante y el salpicadero… hasta la radio se llevó su ración de leche.
–         Joder, sí que ibas cargadito. ¡Cuidado! – gritó Ali.
Coño. Por poco nos salimos de la carretera. Por fortuna recuperé el control, aunque para hacerlo tuve que abandonar el coñito de Ali, cosa que lamenté profundamente. Tras el susto, la joven me regañó por descuidado y percibí que el momento de las caricias había pasado.
Seguimos charlando mientras la llevaba a su casa. Yo había sugerido ir a algún otro sitio, pero me dijo que no, que iba a cenar en casa de los padres de su prometido, así que quería ducharse y cambiarse de ropa. No me extrañaba, esa tarde había sudado mucho.
La llevé al mismo sitio donde la recogí por la mañana y ella se despidió con un beso en la mejilla.
–         No te olvides de tu promesa – me dijo tras bajarse del coche.
–         Claro que no.
Entonces hice la pregunta del millón.
–         ¿Quedamos otro día?
No tardó ni un segundo en contestar.
–         Pues claro. Tienes que darme el vídeo con Tatiana. Mándame un mail el lunes.
–         ¡BIEN! – grité en mi interior.
–         Estupendo – dije tratando de aparentar indiferencia.
–         Y Víctor…
–         Dime.
–         Fóllatela hasta el fondo – me dijo Ali.
Y se largó.
¡Mierda! Esta vez había dicho ella la última palabra.
Y me dispuse a obedecerla.
CAPÍTULO 7: EL CAPRICHO DE ALI:
Conduje hasta mi casa, dándole vueltas a cómo iba a apañármelas para complacer el deseo de Alicia. Además, había dejado bien claro que tenía que ser esa misma noche, no tenía tiempo para preparar nada especial.
¿Sería capaz de convencer a Tatiana de que me dejara grabarnos follando?
Estaba seguro de que la idea no le gustaría, pero sabía que, tratándose de Tati, acabaríamos haciendo lo que yo quisiera.
No me di cuenta de que, en realidad, haríamos lo que Alicia quisiera.
Por fin llegué a mi piso, metí el coche en el garaje y subí a casa. Y, como siempre, Tatiana salió a recibirme entusiasmada en cuando escuchó la llave en la puerta.
–         ¡Hola, cari! – exclamó arrojándose en mis brazos – ¿Cómo te ha ido el día? ¡Te he echado un montonazo de menos!
Tati llevaba puesto el mismo vestido que la noche en que conocí a Alicia, lo que me pareció un buen presagio. Además, que sus tetas se apretaran contra mi pecho contribuyó notablemente a que el plan de Ali me pareciera cada vez mejor idea.
–         Hola guapísima – le respondí besándola con entusiasmo – Vengo reventado. Menuda mierda de día. Había una zorra en la reunión que se ha pasado el día dándome el coñazo. No veas cómo me ha tocado los huevos…
Qué quieres. Tenía el ánimo juguetón.
–         ¿Te preparo algo para picar? El fútbol está a punto de empezar.
¡Coño! Era verdad, sábado de liga. Otra cosa  buena que tenía Tati era que le gustaba el fútbol y, además, era de mi mismo equipo. O eso decía ella. Muchas veces pensé que lo veía sólo para complacerme.
–         Estupendo cari, un par de sándwiches me irían bien. Tráete unas cervezas y yo pongo el partido.
Dándome un besito, Tati salió disparada a la cocina mientras yo iba al dormitorio a ponerme cómodo. Dejé la cazadora en una silla y me puse un pantalón corto y una camiseta. Tatiana había puesto la calefacción, como siempre y hacía incluso calor.
A continuación fui a mi despacho y busqué la cámara digital en un cajón. Maldije en voz baja al comprobar que la batería estaba prácticamente descargada, pero entonces se me ocurrió una idea.

Me llevé la cámara y el cargador al salón y la coloqué encima del mueblecito de la tele, apuntando hacia el sofá. La enchufé a una toma eléctrica y la encendí, comprobando en la pantalla que el encuadre era correcto. Justo cuando acababa, Tatiana entró con un plato con los sándwiches y un par de latas de cerveza.
–         ¿Qué haces con la cámara? – preguntó mientras se sentaba en el sofá.
–         La pongo a cargar. La necesito el lunes en el curro y la batería está muy baja. Mejor hacerlo ahora, no sea que se me olvide y el lunes no la tenga preparada.
–         ¡Ah! Vale.
Y ya está. Tatiana se creía todo lo que yo le decía. Sin dudas, sin preguntas. Si le hubiera dicho que el sol salía por el oeste, se lo habría creído sin dudar. Aunque quizás fuera que simplemente no sabía por dónde sale el sol…
Me dejé caer en el sofá a su lado, encendiendo la tele y el canal plus para ver el partido. Tati me dio el plato con los sándwiches y me abrió la lata de cerveza. Después abrió la suya y se repegó contra mí como siempre hacía cuando veíamos la tele. Algunas veces me agobiaba al hacerlo, pero esa noche, con lo caliente que iba, agradecí mucho el contacto de su cálido cuerpecito.
Empecé a comer y a beberme la cerveza mientras emitían la previa del partido, aunque yo no prestaba mucha atención a la tele, rememorando los sucesos del día. Empecé a fantasear también en cómo iba a follarme a Tatiana a continuación, excitándome al pensar en que Alicia disfrutaría también con la sesión de sexo que se avecinaba.
Y claro, mi amiguito empezó a despertar.
–         Ji, ji, Víctor… ¿debo empezar a preocuparme? – me preguntó Tati con voz juguetona – ¿Es que ahora te excitas mirando a los futbolistas?
Tenía razón. En el pantalón corto se apreciaba un enorme bulto delator.
–         Pues claro. ¿No has visto lo buenísimos que están?- respondí en el mismo tono – Y además tiene un montón de pasta…
–         ¿En serio? ¿Y les dejarías tu culito a cambio de dinero?
–         No. ¡Les dejaría el tuyo! – exclamé dándole un buen pellizco en una nalga a mi novia.
–         ¡Ay! ¡Cabrito! – gritó ella sorprendida – ¡Quieto!
Al saltar sobre el sofá, Tati agitó la lata de cerveza, con el resultado de que me manchó la camiseta y el pantalón.
–         ¡Dios mío! ¡Perdona! – exclamó mi novia sobresaltada.
–         Tranqui, cariño, no pasa nada. Ha sido culpa mía.
Pero ella no se tranquilizó. Como siempre que metía la pata, se agobió muchísimo y empezó a tratar de secar la mancha con una servilleta, frotándola frenéticamente. Y a mí no me molestaba que lo hiciera, sobre todo porque estaba dándome unos refregones sobre el bulto del pantalón de aquí te espero. Y todo se estaba grabando en la cámara…
–         Espera, cari… Por ahí mejor… – dije cuando apartó su mano de mi entrepierna y se dedicó a la camiseta.
Y para otras cosas sería un poco espesita, pero para aquello…
–         ¿Por aquí? – dijo juguetona volviendo a frotar mi erección.
–         Umm – gruñí por toda respuesta.
Agarré su mano y la empujé hasta que sus dedos se deslizaron por la cinturilla del pantalón. Tati, muy hacendosa, no tardó ni un segundo en agarrar mi polla dentro del short y apretarla deliciosamente. Un gemido de placer escapó de mis labios al sentir el intenso frío de su piel sobre la mía. Tenía la mano helada, probablemente por sostener la lata de cerveza.
–         ¿Al señor le apetece una pajita? – canturreó empezando a pajearme lentamente.
–         No – respondí – Simplemente quédate así.
Y así nos quedamos, sentados muy juntitos en el sofá, con su mano dentro de mi pantalón aferrando mi instrumento, mientras yo daba buena cuenta del segundo bocadillo y me tomaba tranquilamente mi cerveza. En la tele, el árbitro dio comienzo al partido.
En cuanto acabé de comer, mi ánimo estaba más que juguetón, así que decidí divertirme un poco con Tati antes de follármela. Como el que no quiere la cosa, planté una mano en su rotundo trasero por encima del vestido y le apreté la nalga con ganas. Me encantaba estrujar el culazo de mi novia.
Ali gimió, pero no protestó en absoluto, aunque la verdad es que le estaba apretando el culo con bastante fuerza. Además, siguió empuñando mi hierro con soltura, logrando que permaneciera completamente enhiesto, a pesar de no estar moviendo la mano ni un milímetro.
Segundos después, mi mano se colaba bajo su vestido y volvía  a estrujar la nalga desnuda, haciéndola gimotear de nuevo. Yo estaba cada vez más verraco, así que levanté un poco el culo del sofá y me bajé los pantalones hasta los tobillos, dejando expuesto mi erecto falo empuñado por la manita de mi novia.
–         Chúpamela, nena – le susurré al oído a Tatiana.
La joven, sin hacerse de rogar en absoluto, se colocó de rodillas sobre el sofá y, en menos que canta un gallo, la tenía lamiéndome la polla con todo su arte. Como siempre empezó por la base, pero esa noche tenía ganas de marcha, así que acabó por engullirla enseguida.
Mientras tanto, yo había recogido la falda del vestido en su cintura, dejando a la vista sus excelsas nalgas y mi inquieta mano se había colado dentro de sus braguitas, buscando su coño desde atrás. Cuando hundí un par de dedos en su rajita, Tati dio un suspiro tan enorme con mi polla entre sus labios, que casi logra que me corra.
Con habilidad, sabiendo lo que más le gustaba, procedí a masturbarla lujuriosamente, marcando el ritmo que sabía más encendía a mi chica, pulsando en los lugares donde más placer experimentaba. Se corrió como una burra.
–         Ummm, umfff, gagg – gorgoteaba la dulce joven, con mi polla enterrada hasta las amígdalas.
Como parecía estar a punto de ahogarse, la obligué a sacarse mi rabo de la boca y seguí estimulándole el clítoris, para que disfrutara bien a gusto de su orgasmo. Sin embargo, me extrañaba que hubiera tardado tan poco en correrse.
–         Tú te has estado tocando antes de que yo llegara, ¿verdad guarrilla?
Sujeté su rostro por la barbilla e hice que me mirara a los ojos. Ella, por toda respuesta, hizo un delicioso mohín y me sacó la lengua. Era super excitante.
–         Serás zorrilla. Anda y sigue chupando – dije riendo.
Y ella, como siempre, obedeció.
En el salón sólo resonaban los chupetones que mi novia le estaba propinando a mi rabo, pues había puesto la tele en silencio para disfrutar a placer de esos sonidos. Me encanta cómo suena una buena mamada. Sobre todo si me la están haciendo a mí.
Pero esta vez yo no quería acabarle en la boca a Tatiana.
–         Tati, para, por favor – gimoteé – Arrodíllate delante de mí.
Lo hizo con presteza. Se bajó del sofá y se situó entre mis muslos, deseosa de continuar chupando.
–         No, cari, de espaldas. Apóyate en la mesa, quiero metértela ya.
Obediente, Tati se las apañó para darse la vuelta delante de mí, apoyando las manos en una mesita baja que teníamos entre el sofá y la tele.
Volví a subirle el vestido hasta la cintura, descubriendo de nuevo su espectacular trasero. Sin detenerme un segundo, le bajé las bragas y, sin poder contenerme, aferré con fuerza sus nalgas, una con cada mano y las separé con cierta violencia, permitiéndome deleitarme con un exquisito primer plano del culito cerrado de mi novia y de su hinchado y excitado coñito…
–         Tati, ¿puedo metértela por el culo? Hace tiempo que no lo hacemos y tengo ganas…
Ella se volvió hacia mí, con una expresión un tanto triste. Se veía que no le apetecía mucho que la sodomizara.
–         Víctor, porfi, esta noche no… Se acabó la vaselina y no hemos comprado más. No me apetece…
Si hubiera insistido, me habría salido con la mía. Incluso habría hecho que Tati fuera a la cocina en busca de mantequilla o de un yogurt para usarlo de lubricante, pero me sentía muy contento con ella y quería que disfrutase al máximo, quizás sintiéndome un poco culpable por mi historia con Alicia.
–         Vale, nena… Si tú no quieres, no hay más que hablar.
La luminosa sonrisa que Tatiana me dedicó me conmovió de verdad.
Pero eso no iba a impedirme follármela.
No tuve ni que bajarme del sofá, me bastó con sentarme al borde y atraer un poco a Tati hacia mí. Como la mesa en que se apoyaba era muy baja, su culo quedaba perfectamente en pompa y su coñito bien expuesto y preparado para ser usado.
Y yo lo hice. Con habilidad, se la metí desde atrás de un solo viaje, haciéndola gemir de una manera tan erótica que hasta las paredes del salón se estremecieron.
En cuanto la tuve metida en caliente, empecé a mover el culo muy despacio, hundiéndome en Tatiana una y otra vez, ensanchando su coñito, adaptándolo progresivamente al volumen del intruso que la penetraba una y otra vez. Y ella disfrutó hasta el último segundo del proceso.
Poco después, mi vientre aplaudía alegremente contra el trasero de Tatiana, mientras la follaba con infinito placer. Ella se sujetaba sobre la mesa como podía, con la cara escondida entre los brazos, recibiendo mis pollazos y disfrutando de todos ellos.
Tati se corrió nuevamente, poniéndose a aullar como loca. Yo, que estaba un poco incómodo por estar sentado al borde del sofá, decidí cambiar de postura y, agarrándola por la cintura y sin sacársela del coño, me eché hacia atrás levantándola al mismo tiempo. Tati, comprendiendo lo que yo pretendía, colaboró apoyando los pies en el suelo e incorporándose, dejándose caer a continuación sobre mí, completamente empalada en mi polla.
–         Muévete, nena – le susurré al oído mientras Tatiana empezaba a cabalgar lánguidamente sobre mi estaca.
En poco segundos el frenesí volvió a apoderarse de ella y empezó a botar desbocada en mi hombría, metiéndosela una y otra vez hasta el fondo. Yo llevé mis manos hacia delante y, de un tirón, hice saltar todos los botones de la pechera de su vestido, dejando sus melones al aire.
Aferré el sostén por el punto de unión de las copas y tiré hacia arriba, liberando sus tetazas de su encierro, de forma que empezaron a brincar descontroladamente al ritmo de la cabalgada. Yo me apoderé de ellas con las manos, estrujándolas a placer, tironeando y pellizcando sus pezones, mientras su dueña jadeaba y gemía sin dejar de cabalgarme.
–         Joder, Tati – gimoteé – No puedo más. Voy a correrme.
–         Espera, cari, espera, que casi estoy. Hagámoslo a la vez. A la vez amor míooooo.
Y nos corrimos al unísono. Pude sentir perfectamente cómo mi semen se desparramaba en su interior, llenándola hasta arriba. Sus cálidos flujos parecieron brotar como de un surtidor, empapándome el pecho y la entrepierna. Su corazón, cuyos latidos podía sentir, pues seguía aferrado a sus tetas, amenazaba con estallar. Y yo me sentía más o menos igual.
Derrengada, Tati se dejó caer de costado sobre el sofá, desenfundando mi rezumante polla, brillante por la mezcla de fluidos que la empapaba.
–         Mira, cariño – dijo Tatiana jadeando – hemos marcado.
Era verdad. El marcador del partido iba 1 a 0.
 
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Relato erótico: “un fin de semana con mis dos zorras 1” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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como sabe el lector vivo con dos sumisas cambio los nombres para ocultar su identidad esta es un finde con mis dos putas sumisa.

– A ver zorras que vengo cansado de trabajar y libro el finde. quiero que me relajéis con vuestros chochos y culos so putas. ahora mismo quiero que vengáis aquí a 4 patas y me comáis la poya.
las dos así que se arrastraron y desnudas vinieron Marta y Maria como dos perritos cuando ven a su amo a comerme la poya me bajaron el pantalón y empezaron a mamarme la poya.
– así zorras -las dije a ambas- pero no me hagáis correr que quiero follaros todos vuestros agujeros primero -dije- quiero que me pongáis caliente y empecéis a comeros vuestros chochos.
ellas empezaron a devorarse una a la otra.
– ahí so puta como me comes el chocho -dijo Maria a Marta.
– pues anda que tu zorra ya tengo los jugos dentro del él.
– menuda lengua tienes so guarra estoy a punto de correrme.
– espérate a que te lo diga el amo cuando quiera el que te corras so zorra sino el amo te castigara.
– no se te ocurra córrete sin mi permiso so puta.
pero Marta no podía aguantar más y se corrió.
-no pude evitarlo amo lo siento.
– te vas a enterar so ramera.
la cogí y la ate a la cama empecé a pasarle una pluma por sus partes más íntimas su chocho y su culo.
– por favor fóllame -me dijo -no puedo más.
– te vas a joder cabrona me follare a Maria y tu solo miraras. eso por haberte corrido sin mi permiso.
así que cogí a Maria y le endiñé mi poya por el chocho.
– toma toma so puta.
– si si amo dame más. soy tu puta folla a tu puta. preña a tu puta. quiero tu poya hasta los cojones.
mientras Marta me suplicaba que la perdonase y que la follase también.
– tu zorra te jodes por haberme desobedecido. te pone tan caliente que desearas que te folle, pero no lo hare y me lo pedirás y me lo suplicaras.
-por favor por favor -lloraba Marta- follarme cabrones necesito una poya. os necesito a los dos.
yo la seguía torturando, pasándole la pluma por sus partes íntimas ella estaba como una moto.
– por favor os necesito a los dos juros que no me correré más sin tu permiso, pero fóllame y ella que me coma el chocho necesito sentir tu poya y su lengua así.
-Ya -dije- me lo suplicaras. suplicarás que te folle. suplícamelo zorra. dime que eres mi puta.
-soy tu puta.
– que has nacido para ser mi zorra.
– he nacido para ser tu puta.
– pídeme que te dé por culo- mientras yo seguía pasándole la pluma por sus partes y poniéndola más cachonda mientras María se masturbaba viéndola pedir poya.
– hazla sufrir amo. me pone a 100 esta guarra viéndola pedir poya.
-te mueres por mi poya.
y la pase la poya por la cara ella estaba loca por chupármela se la pase por el chocho.
– hijo puta -me dijo Marta- métemela de una vez no aguanto más. fóllame ya necesito tu rabo en mi chumino.
-A ver te voy a aliviar un poco el sufrimiento. María chúpala el chocho pero que no se corra sino será peor para ella.
así que María empezó a comerle el chocho.
– ahahahha así puta que gusto lo necesito -dijo Marta.
-te gusta he guarra te pasa eso por haber desobedecido al amo.
– perdóname amo -dijo.
– está bien te perdono quieres mi poya so puta.
– si amo necesito tu rabo por favor.
así que la metí mi poya hasta los cojones.
– ahahahahaha cuanto lo necesitaba- dijo ella.
– toma poya toma zorra.
– si soy tu zorra tu puta aha estoy a punto de correrme por favor.
– córrete zorra.
y ella se corrió como una fuente.
– ahahahahahahaha me corroooooooooooooooooooooo.
mientras María se masturbaba. Viéndola:
– ven aquí tu mi otra puta que te voy a dar por culo.
– si mi culo es tuyo.
– así así toma rabo guarrra. me corroooooooooooooooo -dije yo- en tu puto culo. correrte tu también zorra.
y ella también se vino:
– ahahahame corroooooooooooo de gustooooooooooooooooo.
luego los tres ya relajados les dije:
– arreglaros so guarras y prepárame la cena que quiero comer algo luego os volveré a follar.
ellas ya contentas se fueron corriendo a la cocina eso si si desnudas con un simple delantal nada más cuando estuvo la cena dije sentaron aquí conmigo y cenaremos aquí todos juntos me prepararon una deliciosa cena una ensalada de cangrejo y cordero asado y de postre yogurt comimos los tres, pero dije yo:
– me falta algo.
así que cogí el yogurt y se los unté a las dos en el chocho y empecé a chupar eso está mejor dije ellas se corrieron:
-ahahaaaaaaaaaa que lengua tienes cabrón y que guarro erres nos encanta.
– y ahora a dormir zorras vámonos a la cama que mañana tenemos mucho que follar.
y nos quedamos dormidos como benditos CONTINUARA

Relato erótico: “Rosas de color sangre” (POR VIERI32)

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 ¿Me quito el anillo?, frené el coche, si seguía avanzando chocaría contra un maldito poste por lo desconcentrada que estaba, ¿y quién me socorrería en medio de la noche citadina?, como mucho una prostituta me vería desgraciada en el suelo y aprovecharía para robarme como las carroñeras que son.
Volví a fijarme en mi anillo, mirándolo mientras reposaba ambas manos en el volante, quitármelo sería librarme de una carga enorme, sería el primer paso para terminar con todo aquello que representaba mi patética vida. Amagué retirarlo pero lo pensé mejor, tal vez dentro de mí había algo de esperanzas de que todo pudiera arreglarse, esperanzas para encontrar alguna señal que me dijera que aún había motivos para vivir pese a que de momentos prefería mil veces la muerte que vivir una vida aburrida y sin sorpresas… no, no era vida la mía, sería capaz de arrancarme mi piel sólo para comprobar que dentro de mí ya no había vida, sino una mísera existencia sin más.
Busqué mi cartera en busca de un cigarrillo… ¡mi cartera!, se había quedado dentro del restaurante que estaba abandonando, más precisamente, en la mesa donde mis amigas estaban. Volví para recuperarla con una sonrisa tímida, entré al lugar nuevamente y fue cuando las vi; lo que no soportaba de ellas eran sus pequeñas y casi silenciosas conversaciones cuando yo me retiraba, desde la distancia podía verlas riendo divertidas… Nunca supe si hablaban de mí, pero siempre que me acercaba, su conversación quedaba cortada y nunca más la retomaban. Sexto sentido mío, y podrían decirme egocéntrica, pero estaba segura que hablaban de mí… supongo que les causaba risa que yo haya tenido que dedicarme exclusivamente a las tareas del hogar, mi marido y a mi hijo, lo que me hacía la única del grupo que no trabajaba.
– ¡Violeta, volviste! – exclamó una cuando me vio acercármelas.
– Sí, es que me olvidé de… esto… – dije tomando mi cartera, sacando a relucir la llave de mi hogar.
– Una ama de llaves olvidánse de la… ¿llave? – rió, las demás la acompasaron como hienas.

Y de las peores, con esas miradas que no tenéis idea de cuánto odiaba, esas miradas que escondían algún insulto silencioso tras los ojos.

– Por cierto, que las vi muy divertidas cuando venía, ¿de qué hablaban?
– Este… mira, no se lo digas a nadie, Violeta, pero..
– Es que ese camarero es muy lindo – interrumpió otra -… ¿lo ves? El que está atendiendo hacia la ventana, el rubio…
– Sí, ya veo – dije mirándolo. Patrañas, ni ellas se lo creían, ¿acaso me creían tonta?, ni siquiera yo entendía por qué las seguía considerando amigas, creo que había algo masoquista en mí que me exigía verlas cada semana, algo en mí decía que ellas eran los últimos trazos de vida social que me quedaban y que por más desgraciadas que fueran, debía soportarlas – En fin, ahora sí me debo retirar, estuvo agradable la cena.
– Adiós Vio, quedaremos para la semana que viene, ¿no?
– Ocho de la noche, como siempre – Carroñeras.

Salí para tomar el coche y me dirigí a mi hogar, atravesando rápidamente aquella ciudad tan enorme que me hacía sentir como una mísera hormiguita. Nunca en mi vida me había sentido tan sola pese a estar rodeada de tanta gente, como en casa, donde mi marido no tenía ojos para lo que no fuera la fusión de empresas que él estaba enfrentando desde hacía meses o mi hijo Andrés que ni siquiera se despidió de mí cuando viajó a Portugal para seguir sus estudios, o en mi vida social, donde sólo obtenía risas de parte de hienas. Muchos pensarían que yo era una mujer con la suficiente fortaleza para superar esos escollos, pero nadie, nadie jamás supo cuánto me desmoronaba por dentro.
Una vez llegado, estacioné el coche en el garaje. Me percaté inmediatamente que mi esposo Genaro no estaba; no había señales de su portentoso Opel, supuse que se habría quedado en su oficina hasta tarde. Pero esa noche yo no estaba para más, ni siquiera lo llamaría para saber de él – ya que él nunca me llamaba desde su trabajo –lo que quedaba de esa noche sería para mí, llenaría la tina con agua tibia y me tomaría un baño con sal efervescente a la luz de las velas y con música suave de fondo. Nunca hubo mejor terapia para mis pesares; desaparecían las risas hipócritas, desaparecían mis problemas y por breves instantes se moría mi soledad… durante esos momentos, mi existencia olía al champú de rosas.
 
– – – – –
“… lluvias precipitadas para mediados de la semana y probablemente haya tormenta eléctrica. Con el servicio público de electricidad que tenemos, probablemente nos quedaremos sin energía la tarde del miércoles, así que iros preparando las velas para afrontar la noche, ¿genial, no? En otras noti…”
De un fuerte golpe logré acertar el botón para apagar la radio. Tenía por costumbre programarla a las seis en punto de la mañana, se encendía sintonizando una emisora que me encantaba por la música que pasaban más el divertido hablar del relator. Miré al lado de mi cama, robóticamente dije “Buenos días, querido” pero quedé como tonta al notar que Genaro no estaba en la cama. Me levanté a duras penas, ni siquiera fui al baño o a la cocina, sino que directamente me dirigí hacia las calles para ver si el jodido Opel estaba estacionado.
Y quedé con el ceño fruncido al no ver el coche, una vez más Genaro se había pasado la noche en algún hotel o en casa de sus compañeros. Decía que su empresa siempre costeaba el bar cuando trabajaban horas extras, supongo que él y sus amiguitos gozaron a lo lindo y fueron a dormir en quién sabe dónde. Hasta hoy día sigo pensando que parece un maldito niñato con vergüenza de que lo vea pasado de roscas, prefiriendo dormir en lo de sus amigos que en nuestro hogar, como temiendo algún regaño.
Antes de volver a entrar a mi hogar, una extraña voz me había quitado de mis adentros;
– ¿Disculpe? ¿Es ésta la casa de los Sosa?
Se trataba de un joven de tez oscurísima que intentaba pronunciar cada palabra con gran esfuerzo. Pero ese acento tan bonito, portugués, no se lo escondía ni Dios, venía con una mochila y una gran sonrisa tan bonita que no pude evitar devolvérsela.
– Así es, ¿en qué te puedo ayudar?
– Soy Mauricio Espinosa.
– Ajá… entonces…
– Ya le dije que soy Mauricio.
– Se supone que me digas a qué vienes.
– ¡Ah, sí! Soy el estudiante de intercambio… su hijo está ahora en Portugal en la secundaria donde yo estudio… estudiaba… intercambio… Mauricio E-s-p-i-n-o-z-a…
– ¿Eres tú?, ¡¿viniste hasta aquí solo?! ¿No debías esperar a que te pasáramos a buscar?
– Su esposo me dijo que usted me buscaría a las ocho en el aeropuerto.
– Sí, ¡a las ocho!
– Ya son las nueve menos cuarto– dijo mostrándome su reloj de pulsera.
– ¿Ya?, creo que mi despertador se desprogramó… ¿será?
– Cómo voy a saberlo yo, Señora.
– Señorita – interrumpí con una mirada atigrada que creo hizo asustar el joven. Sé perfectamente que el título de señorita lo había perdido hacía años, pero me daba cierto goce oírlo aún – ¿Cómo hiciste para venir aquí, querido?
– Tomé un taxi y le di la dirección de su hogar – inteligente -¿Entonces ya puedo pasar, señora- – -ita?
– Aprendes lento. Y sí, adelante.
Lo hice pasar y lo llevé hasta su habitación, que en realidad era la de mi hijo. Al entrar, Mauricio dejó su mochila en el suelo y se dispuso a recorrer la habitación con su mirada. Me apoyé en el marco de la puerta mientras jugaba con mi anillo, lo miré y me di cuenta que era el momento adecuado para hacerle saber algunas reglas sobre mi hogar, unos pequeños tips que me había memorizado para decírselo.
– Ahora escucha, no tenemos sirvientas por expresa orden de mi marido – nunca confiaba en ellas – por lo tanto la ropa sucia la debes lavar tú mismo en el sótano, donde encontrarás el lavarropas.

– Por mí no hay problemas.
– ¿En serio? Mira que mi hijo arma un infierno cada vez que debe lavar sus ropas… bien, no se permiten compañeritos o amiguitos en la casa salvo expresa notificación, así tampoco debes pasarte con el volumen de la música que escuches.
– Bien por mí, seño… rita – respondió sentándose en la cama, mirándome con una sonrisa de punta a punta.
– ¿De veras? ¿No parece una imposición sádica? – eso es lo que decía mi hijo.
– Es lo lógico, no tengo por qué andar llevándole la contraria a la dueña de la casa.
– No me lo puedo creer, eres más maduro que mi hijo… y mi esposo… juntos… oye, Mauricio, ¿qué… qué haces?
Sin previo aviso se retiró la remera que llevaba, en un acto reflejo me fijé en sus abdominales bastantes marcados para un chico como él, mi marido quedaba a años luz de tenerlos, y Andrés sólo los tendría en sueños, realmente me impresionó la belleza de su torso, apenas pude ver un tatuaje en su hombro pero volví en mí a tiempo;
– Mauricio, ¿no avisas?
– Sólo me estoy cambiando la camisa.
– Pues la próxima avisa – dije saliendo de la habitación, cerrando su puerta.
En menos de cinco minutos había cruzado más palabras con él que en el último mes con mi hijo. Aún distaba de conocerlo, y yo más que nadie sabía que no debía apresurarme a la hora de formular juicios, pero él me caía bien, su sonrisa sobretodo me hizo cosquillas, algo que había visto pocas veces en los seres que me rodeaban, no parecía esconder insultos silenciosos tras los ojos y su risa no sonaba como las de las hienas carroñeras– ¡Por cierto! – grité para que pudiera oír tras la puerta.
– ¿Qué sucede, señorita? – sonreí al oír esa palabra que le había impuesto, “señorita” con ese acento tan tierno.
– Te espero en la sala para charlar, quiero conocer más de ti antes de dejarte la casa… no te me enojes, soy así, es todo.
– ¡No hay problema, señorita!
– – – – –
– Parece que va a llover.
– No mires la ventana, mírame a mí cuando te hablo – dije con la copa de vino en mi mano.
– ¡Lo siento!
– No te había dicho cómo me llamo.
– Pensé que quería que le dijera “señorita”, señorita.
– Bueno, eso está bien – sonreí jugando con la copa cerca de mi boca – pero si esa palabra la oye mi marido, lo dejas patas arriba. Me llamo Violeta.
– Violeta… me gusta.
– A mí me gusta tu sonrisa. Me pareces tierno y no te veo con malas intenciones.
– ¿Tierno? – preguntó buscando un librillo de su bolsillo.
– Significa que eres adorable, muy bueno, es todo… oye, ya deja de buscarla en tu diccionario.
– Gracias, señorita Violeta.
– No tienes por qué mezclarlos, con decir Violeta estaremos bien. Y sigamos la conversación, ¿qué has dejado atrás?
– Además de mi familia… pues como que extraño mucho a Luz, mi novia, de momentos sólo intercambiaremos mails pero no es lo mismo.
– Ah vaya, Andrés aún no tiene novia, es muy tímido, ¿sabes?
– Me parece raro, habiendo crecido con una dama tan hermosa – y otra vez vino esa sonrisita a la que me estaba haciendo adicta.
– ¿Hermosa? No te lo crees ni tú… Bien, un día de estos saldremos rumbo la ciudad, ¿está claro? Daremos un paseo y continuaremos nuestra charla, me gusta hablar contigo.
– Aún… aún no vi a su esposo.
– Probablemente no venga hoy – bebí todo lo que quedaba en la copa, que no era poco – pero no quiero hablar de él. Así que yo iré a bañarme porque no lo hice desde que desperté, si deseas puedes ver la televisión aquí.
– ¿El ordenador de su hijo tiene conexión?
– Sí, ¿deseas revisar tu correo o algo así? No hay problema, entonces cuando esté lista la comida te la llevaré en tu nueva habitación – le guiñé, dejando la copa en una mesita cercana. Mauricio se levantó, sonriente como no podía ser de otra forma, y subió las escaleras. Fue entonces cuando mis demonios internos me jugaron una mala pasada, contemplé su culito tras el jean que llevaba, parecía tan duro, probablemente el vino ayudaba a imaginarme apretándolo, me mordí los labios y seguí deleitándome del firme panorama hasta que él desapareció de mi vista… “Mauricio” susurré con una sonrisa y el dulce sabor del vino degustándose en mi boca.

Buen tiempo después subí al baño, lo llené con las mismas sales de siempre, encendí la pequeña radio y un par de velas, lentamente mis ropas fueron cayendo al suelo y por fin logré introducirme en la tina. Por más de que no quisiera, mi mente no podía apartarse de Mauricio, apenas lo conocía hacía horas pero yo estaba tan necesitada de compañía, de calor corporal y de sinceridad, que veía en él más de lo que hubiera deseado… mi mano fue bajando hacia mi entrepierna, mis demonios reían y jugaban con mi imaginación mientras mis dedos fueron recorriendo los pliegues de mis labios, ingresando y saliendo raudamente mientras que con la otra mano me masajeaba un seno… ¿qué me sucedía? ¿Acaso mi desesperación era tan grande que me hacía ilusiones con el primer hombre que vi? Pero mis demonios no querían que pensara, sólo querían que mis dedos apresuraran el ritmo, y tras morderme fuerte el labio inferior, volví a susurrar el nombre de mi perversión… “Mauricio”, ni siquiera necesité imaginar mucho con su cuerpo, ya había visto más de lo que debería, y lo peor de todo, estaba tan adicta de él que quería ver más y más.
En mis fantasías Mauricio me hacía suya en mi cama matrimonial, tomándome de la cadera y reventándome mi sexo con el suyo, tan grande, feroz, haciéndome llorar una serenata de lamentos y berridos. Me volví a morder el labio tan fuerte que sentí un frío hilo de sangre, lo recogí con mi lengua y tuvo un gusto especial, raro.. extraño… sangre sabor a rosas.
Justo cuando dos dedos entraban en mí, tuve un plácido estallido que terminó llenándome de un deseo tan enfermizo, deseo por Mauricio, jamás me había sentido así, como una chiquilla adolescente embobada por un chico tierno, atento y gracioso. Jamás, jamás, jamás había pensado en destruir la promesa de mi matrimonio… supongo que para todo hay una primera vez.
Pasaron los días y el pobre Genaro no se contentaba con dormir en la sala. Si esperaba un regaño de mi parte, se quedaba corto. Nuestra discusión duró días, tardes y noches, y como no podíamos estar juntos sin desatar una debacle, decidió dormir en el sofá de la sala durante los días en que estábamos peleados.
Durante esas mañanas, Genaro y Mauricio charlaban amenamente en la cocina o en la sala, es increíble cómo el deporte hermanda a hombres tan diferentes, al parecer una charla sobre el Benfica y su campaña en la Champions los hizo mejores amigos en menos de una hora. De vez en cuando yo pasaba para tomar algo de la heladera o simplemente pasaba por la sala, y cortés como siempre soy, saludaba con mucho cariño a Mauricio sin siquiera dedicarle una mirada a mi marido.
Pasados más días, Genaro y yo conversamos un poco más apaciguadamente y quedamos medianamente reconciliados. Follamos en la habitación para cerrar la jornada, él pensando que se había librado de mi enojo, yo… yo simplemente pensaba que follaba con Mauricio.
– – – – –
– Parece que va a llover – dijo Genaro, mirando la ventana de la habitación mientras yo reposaba sobre su pecho.
– El clima está así desde el sábado pasado… dudo que llueva hoy.
– Menos mal que hoy no, Vio.
– ¿Y eso por qué?
– Mauricio me contó que lo llevarás a la ciudad para que se vaya aclimatando.
– ¡Es cierto!
– ¿Te olvidaste?

– Mejor me preparo, mira que aún es temprano.
– ¿Temprano? Son las seis de la tarde, pensará que se trata de una primera cita – rió él. Reí forzadamente yo, y nuevamente los demonios de adentro dibujaron perversiones, yo poniéndole los cuernos a Genaro con el negrito estudiante de intercambio… acaso… ¿acaso estaba loca por excitarme con esa idea?
Mi marido no dijo nada cuando me vio partir de la habitación con una falda que apenas llegaba a la rodilla, era la perfecta para dejar ver mis piernas cuando conducía mi coche, ni mucho menos se molestó cuando vio que me acomodé los senos frente al espejo.
– Nos veremos más tarde, Genaro – le sonreí, dándole un beso de despedida.
– Bueno, ¿pero justo debes salir hoy? – preguntó sonriendo, viendo mis pechos con esa conocida mirada, aquella que decía que quería follarme de nuevo – además no le has dicho en qué día saldrían, sólo le has dicho “la semana que viene”, vamos que puedes postergarlo.
– ¿Tanto me necesias? ¡Ja, no señor! Además ya me conoces, si no es hoy… no será nunca.
– Pues bien, que se diviertan.
Fui hasta la habitación de Mauricio y pegué mi oído en la puerta; no oía nada, apenas un dulce murmullo que no logré definir. Silenciosamente logré abrir la puerta, fijándome hacia donde estaba instalado el ordenador de mi hijo… quedé boquiabierta, Mauricio estaba mirando lo que parecía ser alguna página pornográfica. Lo peor de todo… o más bien lo mejor de todo, es que pude contemplar con tremendo asombro el tamaño inusitado de su sexo. ¡Se estaba masturbando lentamente!, no pude evitarlo, mi boca quedó abierta y babeando, jamás en mi existencia había visto algo de un tamaño como el de él. Envidia, eso fue lo que sentí luego, envidia por la novia de Mauricio. Yo, pervertida, me quedé contemplando hasta el final cómo el muchacho se daba goce, y cuando lo vi largando todo sobre un pañuelo que tenía preparado en su otra mano, cerré nuevamente la puerta.
Tuve ganas de ir baño para volver a masturbarme, sólo que esta vez, en mis fantasías, el sexo de Mauricio sería corregido en tamaño, el maldito la tenía mucho más grande de lo que fue en mi fantasía perversa con sangre sabor rosas. Pero debía ser fuerte, más allá de que en realidad yo era una mujer cayéndose a mil pedazos por día.
– ¡Mauricio! – grité tras la puerta.
– ¡Vio-Violeta!

– ¿Estás listo? Saldremos en media hora, te espero abajo – Demonios, demonios, demonios…
Cuando al fin salió de su habitación, me buscó en la sala para salir juntos. Él sonreía, yo moría pensando que me degeneraba más y más en mis fantasías. Y ya en el coche noté que de vez en cuando, Mauricio ojeaba mis piernas, muy descubiertas debido al corte diagonal de la falda que dejaba casi medio muslo a la vista, aquello me incomodaría… ¡años atrás me incomodaría, con un marido atento, un hijo leal, amigos verdaderos y una vida satisfactoria! Pero no me quedaba nada de eso, no me importaba arriesgarme, no me importaba pervertirme, pervertir al chico, que mis demonios me dominaran e hicieran de mí la mujer más maldita de todas, él me miraba, yo moría a pedazos pidiendo a gritos ser rescatada por un hombre que me hiciera volver a sentir viva. Por eso elegí la falda corta, por eso no me incomodó su constante mirada.
Separé las piernas más de lo que ya estaban nada más al frenar en un semáforo rojo, con la visión periférica pude notar que Mauricio poco disimulaba en mirarlas, macizas, blancas como la leche pero hirviendo a un vivo rojo sangre. Y mis demonios festejaron porque mi juego estaba comenzando y todo salía de manera prometedora, y así, con las piernas obscenamente abiertas, pregunté;
– ¿Y cómo se llamaba tu novia? – lo miré, pillándolo in fraganti.
Mauricio miró automáticamente hacia delante, como si nada hubiera pasado, el pobre quedó avergonzado durante el resto del viaje, tanto así que nunca hubo conversación en la heladería donde fuimos. Era una visión patética la nuestra, sentados en la mesita más apartada del lugar, yo intentando conversar, él sin saber dónde reposar la mirada.
Le preguntaba más sobre su vida y gustos pero en cambio obtenía monosílabos vacíos, no sonreía, ¡estaba tan adicta a su sonrisa, que en nuestro incómodo silencio, casi le rogué que riera para hacerme sentir viva!
Él se excusó para ir al baño del local mientras yo estaba muriéndome más y más, mi última carta de esperanza se estaba esfumando, Mauricio pronto se enfriaría conmigo por mi estúpido juego. Estaba tan desesperada por no perderlo, por no perderme en la soledad, y así, con el corazón partiéndose dentro de mí, tracé un plan desesperado para recuperarlo, para volver a sentirme viva…
– – – – –
Cuatro días, pasaron cuatro días y ya no aguantaba. En cuatro días follé con mi marido pensando en Mauricio y me masturbé como posesa en el baño, ya no podía quitarlo de mi mente, cada poro de mi cuerpo me exigía a él, por ello mi plan estaba en marcha, por ello mi Pontiac estaba estacionado frente a la secundaria Montpellier donde estudiaba él.
Llegó la hora de la salida, no fue tarea difícil verlo, venía tomado de los brazos con una nueva amiga, sonriente, picarón, pero toda su aura desapareció al verme, sonrisa incluída. Se despidió de su amiga y se acercó al coche con una cara de no creer;
– Violeta… vi-viniste a buscarme… vaya, ¿a qué se debe?
– Fui al mercado y como el colegio estaba de paso… ¿y quién es ella? La que se está yendo hacia la esquina.
– ¡Ah! Es una nueva amiga, me está ayudando con algunas materias… Isabella.
– Me alegra que hayas encontrado una niñata-cara-de-pendeja que te ayude en tus deberes…
– ¿He? ¿Cara-que-qué? ¿Y eso qué significa?
– Nada. Vayamos a caminar – dije saliendo del coche. Tomé de su mano y lo llevé hasta detrás del estacionamiento, sin hacer caso a sus insistentes preguntas sobre a dónde íbamos. Y por fin ocultos de las miradas de los desconocidos, lo empujé contra la pared, con esa mirada atigrada tan mía, tan poderosa, la de una predadora lista para comerse a su tierna presa. El pobrecillo se asustó cuando me acerqué para besarlo, por fin agarré ese delicioso trasero mientras mi lengua se enterraba en su boca. Mis demonios festejaban, mi corazón latía apresuradamente porque la dulce boca de Mauricio sabía a rosas, las mismas rosas que olí durante mi masturbación en el baño, tuve ganas vampíricas de morderlo tan fuertemente para probar su sangre, para comprobar si ésta era tan deliciosa como la mía, pero él interrumpió bruscamente.
– ¡Señorita! – volvió a sonreír, tímidamente, casi una sonrisa sosa, mezcla de sorpresa y agrado, pero sonrisa al fin y al cabo – ¿Pero qué su-sucede?
– ¿No habíamos acordado que me llamarías por el nombre?
– ¡Violeta!, ¿por qué… por qué sonríes así?
– Sonrío porque sonríes – respondí sin soltar mi mano de su culo, a centímetros de un nuevo beso que fue correspondido. Juraría que mi existencia cesó su caída en ese instante, nunca había probado algo tan delicioso, tan morboso, ¿quién hubiera dicho que pecar contra el voto matrimonial sería la cura perfecta para mi desgracia? Mauricio, el pobre muchacho jamás entendió por qué lagrimeé un poco durante nuestro beso. Un beso bastante torpe, yo sabía perfectamente qué hacer y dónde poner las cosas… él… él aún tenía mucho por aprender.

– Ahora responde bien… ¿quién era esa chica con quien estabas recién?
– No era nadie, Vio. Nadie.
– Me equivoqué cuando dije que aprendías lento – le guiñé, justo antes de volver a comerme su boquita de rosas, y al par de minutos, él se apartó del tonto morreo que hacíamos;
– Aún así no entendí eso de cara-no-sé-qué… ¿eso está en un diccionario?
– Hummm, no perdamos el tiempo con tonterías… ¿por qué no volvemos al coche? – No se necesitaron más palabras, nos dirigimos inocentemente al coche sin que nadie en las inmediaciones del colegio se percatara la morbosa realidad.
Quise maniobrar hasta el primer motel que se nos cruzara, pero yo estaba tan lubricada, tan fogosa, era tan grande mi necesidad de sentir a Mauricio dentro de mí que estacioné en una plaza, miré a mi acompañante con mis ojos atigrados, con una fina sonrisa, pícara, esperando que él entendiera todo sin necesidad de palabras ni de diccionarios.
Se inclinó hacia mí, sus manos directamente fueron hacia mis pechos, pero antes de alcanzarlos, me alejé para empujarlo de nuevo hacia su asiento;
– ¿Y ahora qué? – preguntó.
– Sé cómo son ustedes, les encanta ir fanfarroneando sobre sus conquistas…
– ¿¡Yo!? No, no, no, le juro..
– ¡Calla! Ahora escúchame– dije tomando el cuello de su camisa con un puño, acercándolo a mi boca – nadie creerá que un negrito como tú se acuesta con una casada como yo, así que ni te molestes en fanfarronearlo a algún nuevo amiguito – e inmediatamente lo besé con lengua, fuerte, animalesca, tomando terreno – y no creas que andaré complaciéndote en todo y en cualquier momento sólo porque te necesito para ciertos… menesteres.
– ¿Son nuevas reglas? Porque con gusto las cumplo todas – preguntó con esa sonrisa preciosa, me derretiría del encanto que emanaba, pero yo debía demostrar fiereza. Y nuevamente se acercó para besarme.
– Aprendes rápido – susurré dificultosamente, pues mi labio inferior era atrapado por los de él, y dicho esto me incliné para retirarle su cinturón, llevé mi mano dentro de su jean y tras sortear su ropa interior, pude sacar a relucir un miembro que, si bien no estaba del todo erecto, tenía un tamaño prometedor.
Mauricio resoplaba, recostado sobre el asiento trasero mientras yo introducía en mi boca su sexo… sabor a rosas, parecía que el destino preparó todo con sumo cuidado, aquel tremendo mástil que crecía y crecía en mi boca, tenía sabor a rosas. Repasé la lengua por todo el tronco con una cara de vicio que no había tenido desde hacía años, él masajeaba mi pelo dulcemente, mascullando quién sabe qué, y yo… yo simplemente lamía rosas.
Pero todo tenía que terminar rápidamente, él tomó un puñado de mi pelo y me apartó del miembro que yo comía como niña golosa, un hilo de baba se me escapó de entre mis labios y mis ojos atigrados se amansaron, mirando a Mauricio, como rogándole que me dejara chupársela, nunca en mi existencia me había sentido tan deseosa, excitada, con cada centímetro de mi ser exigiendo a Mauricio, pero éste me apartó de su sexo, por eso mi mirada se apaciguó amargamente;
– ¿Qué haces? Suéltame el pelo.
– Tranquila, sé lo que hago.
– ¿Ah, sí? ¿Qué va a saber alguien como tú?
– Te sorprenderías, pero no lo averiguarás ahora.
– ¿Y eso por qué?
– Ahora no porque… la policía, a diez metros de aquí… ¡y acercándose!
Giré la mirada, era cierto, un policía se acercaba hacia nuestro coche, y pese a que probablemente no veía del todo bien qué sucedía dentro, hizo que me asustara, mil pensamientos me nublaron la cabeza, ¿y si me descubrían?, ¿y si mi marido se enteraba?, ¿podría soportar mi existencia?, pero no tenía tiempo para hundirme en ello, no podía permitirme vencer tan fácilmente por el susto, velozmente ocupé el asiento del chofer y arranqué el auto;
– ¿Volvemos a casa? – preguntó Mauricio.
– ¿Quieres volver?
– Dependiendo, su marido está en casa o…
– Está en su trabajo.
– Entiendo, pues entonces sí, quiero volver a casa.
– ¿Acaso le tienes miedo o qué? – reí.
– No le tengo miedo pero sería mejor que él no estuviera, ¿no?
– No quise decir que… Esto… mira, está… está empezando a llover… Es lo último que necesitaba…
– ¿Y eso por qué?

– – – – –
Era un espectáculo de otro mundo, el montón de velas dispersas en toda la sala debido al corte de luz que vino con la tormenta eléctrica que sucedía afuera, adentro parecía estar tan apaciguado, naranjezco, como un atardecer melancólico, treinta y dos velas esparcidas en el lugar, como treinta y dos soles ocultándose para darnos el espectáculo más maravilloso.
Mi anillo lo dejé en la mesita de luz mientras Mauricio bajaba por las escaleras con sólo una toalla en su cintura, pude volver a ver su tatuaje en el hombro izquierdo, cuando él se acercó, pegué mi cuerpo al suyo para deshacerle de su toalla, besando justo sobre el tatuaje… una rosa negra, por fin pude verla… una jodida rosa, como si todo estuviera preparado.
– Qué bonita rosa – susurré al tiempo en que su toalla volaba por la sala para detenerse en el suelo.
– Me la hice en una plaza en Lisboa… fue el primer regalo que me dio Luz, una rosa.
– ¿Una rosa negra?
– En realidad era roja, pero me salía más barato si elegía la negra – rió. Volví a besar su hombro junto con una mordida pequeña que se marcó en su piel.
– Ponte de cuatro en el suelo – dijo él bajando el cierre de mi falda. Un temblor recorrió mis piernas, de arriba para abajo, normalmente lo abofetearía y le diría que yo era quien mandaba, pero no podía, estaba tan excitada que me despojé de mis ropas y lo obedecí al instante.
Las únicas, las velas eran las únicas que veían cómo yo, de cuatro patas en el suelo, estaba siendo sobada por la mano de Mauricio. Ya nada podía detenerme, ya el plan había terminado victorioso, casi babeando rogué a mi amante que me penetrara, que me hiciera suya de una jodida vez, lo deseaba desde que lo conocí, ¡mi sexo rogaba por él, no por sus dedos, sino por su maldita tranca que me había penetrado sólo en imaginaciones!
Cómo me estremecí cuando se comió mi sexo, el maldito sabía muy bien trabajar con la lengua, me tenía al borde de la locura con unos potentes lengüetazos que de vez en cuando se pasaban por mi culo, si todo seguía así me vendría un desmayo… separó mis labios con sus dedos y hundió su lengua, succionando todo lo que encontraba, pieles, jugos, vellos, todo en uno, mi cuerpo se convulsionaba como si tratara de una desesperada, arañaba el suelo, me mordía los labios pero era simplemente imposible.
Me dijo algo, no entendí, pero el tono dulce me tranquilizó, apenas sentí una tibia carne reposando entre los pliegues de mis labios hinchados, lubricados con su saliva, deseosos… mi rostro se pegó al suelo, él habrá gozado con la imagen obscena que le regalé, postrada ante él, rindiéndome ante su maravilloso sexo. Tomó de mis caderas con sus manos, casi me sentí como un animal a quien debía sujetar por si el dolor se pasaba de los límites, y justo cuando susurró algo en portugués, sentí cómo su sexo se abría paso en el mío y cómo un dedo entraba raudamente en mi lubricado ano.
Lo enterraba profundo y me lo sacaba, me lo metía y me lo volvía a sacar casi por completo para volverlo a meter, dedos y sexo, era una jodida locura, daba unos círculos dentro de mí, sus penetradas empezaron a adquirir vigor y supo darme los mejores minutos de mi vida.
Soportó lo que más que pudo, noté que le vinieron unos espasmos potentísimos, apreté las paredes de mi sexo para que él me lo empalmara todo, para que cerrara la jornada de una buena vez mientras su dedo corazón entraba en lo profundo de mi esfínter.
A las luces de las velas, pequé al matrimonio para salvarme de una existencia desgraciada y vacía, Mauricio me salvó, el vacío se llenó… él habrá pensado que lagrimeé por el dolor que causaba sus salvajes arremetidas, pero en realidad lloraba porque por fin sentí que mi existencia… que mi vida dejó de caerse en un pozo sin fin.
Cuando terminamos, giré hacia él para besarlo, y bajando por el cuello, nuevamente besé el tatuaje de su hombro mientras sus manos magreaban mi culo… mordí el tatuaje con fuerza;
– Auchhh… Violeta, ¿y esa mordida?
– Espero dejarte una marca para que me recuerdes… ¿y qué mejor lugar que en la rosa que te regaló tu noviecita?
Él vio el tatuaje, un leve halo de sangre surgió y no tardé en lamer aquella rosa que poco a poco tenía un color rojo intenso, una rosa color sangre tatuada en mi memoria… juro que en ese instante mi vida tuvo sabor a rosas.
– Me salvaste – le susurré, abrazándolo bajo las luces crepusculares de las velas. Sólo yo y él, sin anillos, sin diccionarios ni demonios, nunca me había sentido tan feliz y tan maldita a la vez…
– – – – –
– ¿Está durmiendo ya?
– Sí, señor… como un ángel.
– Aquí está el dinero que te prometí.
– ¿Pudo… ver todo?
– Vi suficiente, aunque eso ya no es de tu incumbencia.
– Entonces no me dirá por qué me ha pedido que me acueste con su esposa.
– No era parte del trato, amigo, no te pago para preguntar. Pero mira – dijo alejándose de la sala con el halo del humo de su cigarro siguiéndolo – es que a veces pecando uno salva un matrimonio… Violeta estaba en un pozo depresivo del que ni yo podía salvarla, y cuando vi que se llevó la faldita corta y erótica sólo para llevarte a una heladería… ¿qué quieres que te diga, Mauricio? Vi en ti su salvación… – otra bocanada.
– ¿Le dirá todo esto? – preguntó Mauricio sin hacerle caso, viéndola de reojo.
– Lo dudo… mírala, durmiendo con una sonrisita que nunca antes había tenido, jamás me atrevería a confesarle que te pagué para que te acostaras con ella… sería quitarle esa hermosa sonrisa para siempre… me molesta que no sea yo el causante de su repentina felicidad, pero es un pequeño precio que hay que pagar, ¿no lo crees?
– Entiendo – respondió Mauricio, restregando el fajo de dinero por su nariz.
– ¿Hueles el dinero? – sonrió Genaro entre el humo y los treinta y dos atardeceres de la sala – ¿es delicioso, eh?
– Es extraño, señor… no sé por qué… pero huele a rosas…
– Rosas de Color Sangre –

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 2” (POR GOLFO)

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Durante una hora, recordar cómo había metido la pata con esa chavala, me hizo permanecer en mi habitación. Sentía que había perdido la oportunidad de seducirla por imbécil y eso me traía jodido. Cómo zorro viejo en esas lides, no comprendía mi comportamiento.
«La tenías a huevo y la has cagado», maldije más cabreado que abochornado.
Cualquier otro estaría muerto de vergüenza pero mi falta de escrúpulos hacía que únicamente me enfadara el haber fallado de esa forma tan tonta y no el haber ofendido a Malena. Para mí, esa joven madre seguía siendo una presa y no una persona con sentimientos que para colmo necesitaba ayuda. Me daba lo mismo que se hubiese sentido traicionada por mí cuando incapaz de contener mi lujuria, había llevado mis dedos hasta su pecho para recoger una gota de leche materna.
«Estaba cojonuda», sentencié y al rememorar su sabor, en parte, disculpé mi actuación al pensar: «mereció la pena y fue ella la culpable».
Justifiqué ese desliz, echando la culpa a Malena.
«¿No esperaría que me quedara mirando? ¿A quién se le ocurre ponerse a dar de mamar frente a un desconocido?».
Dando por sentado su responsabilidad, decidí que no tenía que variar mis planes: intentaría seducirla y si no podía, ¡la chantajearía con sus imágenes desnuda!
Acababa de resolver certificar mi inmoralidad cuando un ruido me hizo saber que esa incauta había vuelto a su cuarto. Sin rastro de remordimientos encendí el monitor y me puse a ver lo que estaba grabando en ese momento la cámara que tenía instalada en esa habitación.
«No me extraña que lo haya hecho, está buenísima», me dije al ver en la pantalla a esa muchacha entrando con su niña.
Reconozco que aunque en un principio era el morbo lo que me hizo permanecer atento a las imágenes, fue ver una sonrisa en su cara lo que realmente me obligó a mantenerme pegado al televisor.
«No parece cabreada», con nuevos bríos, concluí.
Esa conclusión se vio confirmada mientras le cambiaba el pañal al escucharla decir:
-No sabes la ilusión que me hizo comprobar que también te cae bien Gonzalo. ¿Te gustaría que fuera tu papa?
Esa inocente pregunta debió de despertar todas mis alertas pero debido a la atracción que sentía por esa preciosidad, lo único que provocó fue que se reavivaran con más fuerzas mis esperanzas llevármela a la cama.
Habiendo decidido reiniciar mi acoso, mi seguridad de tirármela se vio reforzada cuando a través de los altavoces, la oí comentar muerta de risa:
– Pobrecito, ¡no pudo resistirse a probar mi leche! Tenías que haberle visto la cara que puso, ¡hasta me dio pena echarle la bronca!
«¡Será puta!», exclamé al oírla, «¡Lo hizo a propósito!».
Sabiéndome engañado, decidí que iba a usar esa información para follármela y por eso salí de mi cuarto rumbo al salón con una sola idea en mi mente:
«Si esperaba seducir a un tipo tímido y apocado que le había prestado desinteresadamente su ayuda, no había problema: ¡representaría ese papel!».

Dejo que Malena siga con sus planes.
Asumiendo que esa cría no tardaría en intentar que cayera enamorado de ella, tranquilamente me senté a esperar a que Malena se tropezara en su propia trampa.
Tal y como había supuesto, no tardó mucho en aparecer por la puerta. Supe que estaba actuando cuando la muchacha que entró no era la desvergonzada de hacía unos minutos sino la Malena ingenua e indefensa que María me presentó. «Es una estupenda actriz», murmuré mentalmente al oír que me preguntaba si podía entrar.
-Claro. Ya te dije que esta era tu casa.
Mis palabras provocaron que una involuntaria sonrisa iluminara su cara. Por ello cuando se sentó junto a mí y simulando una gran vergüenza me pidió si podía prestarle otra camisa, no la creí.
-Voy a hacer algo mejor. Te voy a comprar algo de ropa mientras conseguimos recuperar la tuya- respondí adoptando el papel de caballero andante.
Leí en sus ojos la satisfacción que sintió al ver que todo se desarrollaba según sus planes y por eso me divirtieron sus reticencias a aceptar mi ayuda. Como os imaginareis no tuve que insistir mucho para que me acompañara de compras y al cabo de cinco minutos, me vi tomando un taxi con las dos rumbo al lugar donde había dejado mi coche la noche anterior.
Durante el trayecto, Malena estuvo todo el tiempo jugando con su nena e incluso me hizo partícipe de esos juegos haciéndome cosquillas. No me lo pensé dos veces e imitándola, busqué devolverle esas divertidas caricias. La joven madre, al sentir mis dedos recorriendo su cintura se lanzó sobre mí con gran alegría, sin importarle la presencia del taxista, diciendo:
-Estas abusando de que soy una mujer.
Tampoco le afectó que al ponerse a horcajadas sobre mí, su sexo se restregara contra el mío, ni que sus juveniles tetas revolotearan a escasos centímetros de mi cara. Esos estímulos hicieron que bajo mi bragueta, mi pene se alzara inquieto. Sé que esa bruja manipuladora se percató de mi erección porque mordió mi oreja mientras me decía:
-No te da vergüenza tratarme así.
Su descaro me hizo llevar mis manos hasta su culo y afianzándome en sus duras nalgas, colocar mi verga contra su coño. Durante unos segundos, esa guarrilla disfrutó con esa presión en su entrepierna pero una vez consideró que era suficiente, aparentando estar enojada, puso un gesto serio y se bajó de mis rodillas sin hacer ningún otro comentario.
«Ahora me toca a mí actuar», concluí viendo su actitud y simulando un arrepentimiento que no sentía, le pedí perdón por haber magreado su culito.
-No importa- contestó sin mirarme, fingiendo un enfado que no existía.
De manera que cada uno cumplimos con nuestro papel. Ella con la dulce e inocente joven atosigada por el destino y yo con el del tipo sensible pero susceptible de ser manipulado. Por ello, recogiendo a su hija, salimos a coger un taxi.
No fue hasta que el taxista nos dejó en mi coche y que ya estábamos en su interior, cuando poniendo un tono compungido esa cría me soltó:
-Soy yo la que te tiene que pedir perdón. Me olvido con facilidad que apenas nos conocemos y que al saber de mí, con mi comportamiento puedes pensar que soy una chica irresponsable. Lo siento, a partir de ahora, me comportaré manteniendo las distancias.
«¡Un óscar es lo que se merece!», sentencié al saber que de no haber visto y oído la charla de esa cría con su bebé, me hubiese tragado ese falso arrepentimiento. En vez de desenmascararla, cogiendo su mano, contesté:
-Para nada. Yo soy el culpable por no darme cuenta que, en tu situación, debo cuidar mis actos y saber que ante todo eres vulnerable.
Recibió con una alegría desbordante mis palabras y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, se lanzó a mis brazos y depositó un dulce beso en mi mejilla mientras me decía:
-Eres todo un caballero.
En ese instante, me hubiese gustado en vez de caballero ser su jinete y desgarrando su camisa, cabalgar su cuerpo con lujuria. Previendo que no tardaría en hacer realidad ese deseo, arranqué el coche rumbo a una boutique que conocía…

Malena desfalca mi tarjeta de crédito.
Durante el trayecto, no pude dejar de mirarla de reojo y reconocer al hacerlo que esa cría tenía unas patas de ensueño. Apenas cubiertos por un diminuto pantalón, los muslos de Malena se me antojaron una belleza. Bronceados y sin rastro de vello, eran una tentación irresistible y un manjar que deseaba catar con mi lengua.
Os juro que mientras conducía, no podía dejar de imaginar cómo sería recorrerlos a base de lengüetazos. La chavala, que no era tonta, lo advirtió y deseando incrementar la atracción que sentía por ella, descalzándose, apoyó sus piernas sobre el salpicadero para que de esa forma lucir aún más la hermosura de sus pies desnudos.
-¿Verdad que tengo los muslos un poco gordos?- preguntó forzando de esa forma que la mirara.
-Eres tonta, los tienes preciosos- contesté tras darles un buen repaso.
Malena no se contentó con esa mirada y cogiendo mi mano, la puso sobre uno de sus jamones, diciendo:
-Toca. Fíjate y dime si están fofos.
Fofos, ¡mis huevos! Las ancas de esa muchacha estaban duras como piedras y para colmo su piel era tersa y suave. Durante unos segundos, acaricié esa maravilla y cuando no pude más, retirando mis dedos, exclamé muerto de risa:
-Niña, ¡no soy de piedra!-
Ella, ruborizada, respondió con voz dulce:
-Yo, tampoco.
Su respuesta me hizo girar en mi asiento y casi estrello el coche al advertir que bajo la tela de su camisa, dos pequeños bultos confirmaban sus palabras.
«Tranquilo, macho. Todavía no está lista, ¡síguele el juego!», me dije reteniendo las ganas de saltar sobre ella.
Afortunadamente, acabábamos de llegar a Serrano y por ello, pude aguantar el tipo y aparqué mi automóvil. Viendo que no salía, caballerosamente, abrí su puerta y la ayudé a colocar a su hija en el cuco. Cuando todavía no habíamos iniciado camino hacia la boutique, como si fuera algo habitual, Malena me cogió de la mano y con ella en su poder, se puso a caminar por la acera.
«Actúa como si fuésemos novios», me dije complacido al ver a cada paso más cercana la presencia de esa criatura en mi cama y sin poner ningún reparo a su actitud, la llevé calle abajo.
Con una soltura fuera de lugar, dejó que yo llevara la canasta del bebé mientras ella iba mirando los distintos escaparates que pasábamos. Al llegar a La perla, una lencería de lujo, se abrazó a mí buscando que sintiera como sus pechos se pegaban al mío, antes de decirme:
-Siempre soñé con tener una pareja que me regalara algo de esa tienda.
No tuve que ser un genio para comprender que implícitamente me acababa de decir que si quería hundir mi cara entre sus piernas, debía complacer ese capricho. Por ello, asumí que me iba a costar una pasta y a pesar de ello, contesté:
-No soy tu novio pero me apetece cumplir tu sueño.
-Gracias- chilló y demostrando su alegría, me dio un beso en los labios mientras me decía: -A este paso, vas a hacer que me enamore de ti.
Con el recuerdo de su boca en mi mente, la seguí por la tienda, temiendo por el saqueo que iba a sufrir mi cuenta corriente. Afortunadamente, estaban de rebajas pero aun así, os confieso que sudé al leer el precio del coqueto picardías que había elegido:
«Ni que fuera de oro», rezongué asumiendo que nada me iba a librar de pagar esos cuatrocientos euros.
Sin mirar atrás, Malena se metió en uno de los probadores dejándome con su puñetera cría mientras se lo probaba. La bebé, en vez de echar de menos a su madre, me sonrió. Enternecido con ese gesto, le hice una carantoña y cogiéndola en brazos, murmuré:
-La pasta que me va a costar tirarme a tu madre.
Adela, la niña, balbuceó divertida como si entendiera mis palabras y por ello, hablándola con dulzura, descargué mi cabreo diciendo:
-No te acostumbres. En cuanto me la haya follado, desapareceré de vuestras vidas.
Ajena a su significado, me devolvió una nueva sonrisa y por primera vez en mi vida, deseé tener algún día una hija que se alegrara de verme al llegar a la oficina. Estaba todavía pensando en esa “herejía” cuando escuché que su madre me llamaba y con ella todavía en mis brazos, me acerqué a donde estaba.
Confieso que estuve a punto de dejarla caer cuando descorriendo la cortina, Malena apareció luciendo el sensual camisón que había elegido. Aunque la había visto desnuda, la visión de verla ataviada únicamente con ese conjunto me hizo trastabillar y si no llega a coger ella a la niña, podría haber habido un accidente.
-¿Te gusta cómo me queda?- preguntó con una coquetería innata que solo tienen las mujeres que se saben irresistibles.
-Pareces una diosa- contesté con la voz entrecortada mientras fijaba mi mirada en los pezones que se entreveían tras el encaje.
Descojonada, me agradeció el piropo y devolviéndome a su retoño, se volvió a encerrar en el vestuario. Otra vez con su hija a solas, no pude retener mi imaginación y me vi dejando caer los tirantes de ese picardías mientras su dueña se entregaba a mí.
-Tu madre es una zorra preciosa. Espero que cuando seas mayor, no la imites- le dije al bebé mientras trataba de calmarme.
Los dos minutos que tardó en salir me parecieron eternos pero lo que realmente me dejó perplejo fue que al hacerlo, Malena devolviera esa prenda al perchero de donde la había tomado y con tono triste, se girara hacía mí diciendo:
-Gracias, pero es demasiado. No puedo dejar que te gastes tanto dinero en mí.
Hoy reconozco que lo hizo para darme pena pero las ganas de verla sobre mi colchón a cuatro patas luciendo ese picardías, me hicieron cogerlo y con él en la mano, ir hasta la caja y allí pagarlo. Al salir de la tienda con su sueño en una bolsa, se acercó y pegándose como una lapa a mí, me dijo:
-Eres el hombre con el que siempre soñé- tras lo cual poniéndose de puntillas, me besó nuevamente pero en esta ocasión, dejando que mi lengua jugara con la suya.

Contagiado por la pasión de esa mujer, mi única mano libre se recreó en su trasero sin que el objeto de mi lujuria pusiera ningún pero. De no haber tenido otra mano sosteniendo a su hija: ¡hubiera amasado con las dos esa belleza!

La dureza de esas nalgas me tenían obsesionado y por ello, tuvo que ser ella la que poniendo un poco de cordura, se separara. De haberse separado únicamente, no hubiese tenido motivo de enfado pero esa arpía una vez fuera de mi alcance, se echó a llorar diciendo:
-Otra vez me he dejado llevar. Pensaras que soy una puta y que te he besado para pagarte con carne tu regalo.
Por supuesto que eso pensaba pero reteniendo mi furia, contesté:
-Eso jamás. Eres tu quien me tiene que perdonar. Sé que no es el momento pero tengo que decirte que desde que te vi, me pareciste inalcanzable y al besarme, dejé salir la atracción que siento por ti.
Mi confesión era lo que Malena quería oír pero siguiendo con el plan que había fraguado, todavía llorando, me soltó:
-No estoy preparada para otra relación, por favor, ¡llévame a casa!

Adela, su bebé, me conquista y ella me ejecuta.
«¡Tiene cojones el asunto!», mascullé mentalmente mientras conducía de camino a mi chalet. El juego de seducción, al que me tenía sometido esa zorrita, me estaba empezando a cansar. Me tenía hasta los huevos, tener que disimular y aguantar que esa manipuladora siguiera comportándose como una cría ingenua, cuando me constaba su verdadero carácter.
«Todo sea por tirármela», sentencié echando los dados al aire, «cómo no caiga esta noche, ¡la violo!».

Mi cabreo se vio incrementado cuando al llegar a casa Malena desapareció rumbo a su habitación, dejándome por enésima vez al cuidado de Adela.
«¡Esto es el colmo!», me dije mientras veía a esa bebé durmiendo tranquilamente en el cuco, «¡No soy su padre!».
Sobrepasado por una responsabilidad que no era mía, cargué a su retoño y me la llevé al salón, donde dejándola en un rincón, me puse una copa que ayudara a tranquilizarme. Con el whisky en la mano, me puse a dar vueltas por la habitación. Estaba cabreado. Mis planes no iban todo lo bien que a mí me gustaría. Para empezar, ya me había gastado cuatrocientos euros en Malena y el único pago que había recibido había sido un beso.
«Joder, con ese dinero, ¡podía haber pagado una puta de lujo!», rumié mentalmente sin percatarme que me iba acercando al lugar donde dormía plácidamente la bebita.
Adela, ajena a lo que pasaba por mi mente, se desperezó en su cuna y abriendo los ojos, me miró con una ternura que consiguió que se me erizaran todos los vellos de mi piel. Jamás en mi vida, nadie me había contemplado así. Su mirada fresca y carente de malicia se iluminó al reconocerme, o eso pensé, y luciendo una maravillosa sonrisa, levantó sus brazos para que la cogiera.
-Eres una golfilla- susurré sacándola del capazo y poniéndola en mis rodillas.
Para entonces, mis reticencias habían desaparecido y con gusto, comencé a jugar con ella mientras la bebé no dejaba de balbucear incoherencias con su voz de trapo.
Sé que suena raro, pero esa criatura consiguió despertar en mí un sentimiento paternal del que desconocía su existencia y tengo que reconoceros que me encantó. Sí, ¡me encantó disfrutar de sus risas mientras le hacía cosquillas!
-¡Tu padre es un idiota!- comenté en voz baja al no comprender como era posible que las hubiese dejado tiradas a ella y a su madre.
La chavalita sin comprender mis palabras se rio a carcajadas al sentir mis caricias. Enternecido por esos momentos de genuina felicidad, tardé en darme cuenta de lo que le ocurría cuando de pronto la vi enrojecer y no fue hasta que llegó a mi nariz un olor nauseabundo, cuando comprendí que la niña había hecho sus necesidades sobre el pañal.
-¡Qué peste!- exclamé divertido al percatarme que nada malo le pasaba.
Sabiendo el motivo de esa pestilencia, me levanté en busca de Malena. Tras buscarla por la casa, me topé la puerta de su cuarto cerrada y a pesar de mis llamadas, no contestó.
«Coño, ¿ahora qué hago?», me dije al escuchar que incómoda con la plasta maloliente de entre sus piernas, Adela empezaba a llorar.
Los que como yo nunca hayáis sido padres comprenderéis mi desesperación. Con cada berrido de esa niña, mi nerviosismo se vio exacerbado y corriendo fui en busca de la bolsa donde su madre guardaba los pañales, pensando que no sería tan difícil cambiarla.
¡Difícil no! ¡Imposible! Lo creáis o no, recogiendo una muda y las toallitas con las que le había visto hacerlo a Malena, me dirigí al baño.
Para empezar, quien haya diseñado esos artilugios seguro que aprendió en Ikea. ¡No fue un genio sino un perfecto inútil!… ¡No os riais!… Me costó hasta despegar los putos celos que mantenía cerrado el pañal. Lo peor es que tras dos minutos aguantando los lloros, cuando lo conseguí, llegó hasta mí con toda su fuerza el aroma de su cagada.
¡Casi vomito! ¡Fue asqueroso! Aunque esa monada se alimentase únicamente de la leche de su madre, su mierda apestaba a muertos.
Asqueado hasta decir basta, separé las piernas de Adela e intenté limpiarla con tan mala suerte que fue justo cuando estudiaba de cerca como tenía que realizar esa titánica labor, esa preciosa cría decidió que había llegado el momento de vaciar nuevamente sus intestinos y un chorro de excremento fue directamente hasta mi cara.
-¡No me lo puedo creer! ¡Me ha cagado encima!- grité con repugnancia.
Como dictaminó Murphy: “Todo es susceptible de empeorar”. Y así fue, al tratar de retirar la plasta de mis mejillas, tiré el pañal y cayó en mis pantalones. Para colmo Adela, no contenta con ese desaguisado, vació en ese instante también su vejiga, de forma que sus meados terminaron todos en mi camisa.
-¡La madre que te parió!- grité y mirándome al espejó, caí en la cuenta que tenía que hacer algo.
No solo tenía que lavar a esa niña sino además darme un duchazo. No se me ocurrió mejor idea que abrir el grifo del jacuzzi y llenar la bañera.
-Vamos a darnos un baño- murmuré muerto de risa por el ridículo que estaba haciendo.
Tampoco me resultó fácil, desnudarme con Adela en mis brazos. Sin ningún tipo de experiencia, me daba miedo dejarla en algún sitio, no se fuera a caer. Tras unos instantes de paranoia, decidí poner una toalla en el suelo y depositar allí a la cría mientras me quitaba la ropa.
Una vez desnudo, tanteé la temperatura del agua y tras advertir que estaba templada, me metí en el jacuzzi con la bebé. Afortunadamente, sus lloros cesaron en cuanto se sintió en ese líquido elemento y como si no hubiese pasado nada, comenzó a reír dichosa.
-Me reafirmo, ¡eres una pilla!- suspiré aliviado.
La algarabía con la que se tomó ese baño se me contagió y en menos de dos minutos, empecé a disfrutar como un enano en el Jacuzzi. Atrás quedaron la repulsiva sensación de ver mi rostro excrementado, solo existía la risa de Adela.
Justo cuando más me estaba divirtiendo, de pronto escuché desde la puerta una pregunta indignada:
-¿Qué haces con mi hija?
Al darme la vuelta, me encontré con una versión de Adela que no conocía. La dulce e ingenua, así como la manipuladora, habían desaparecido y me encontraba ante una loba protegiendo a su cachorro. La ira que irradiaba por sus poros me hizo saber que en ese momento yo era, para ella, un pederasta abusando de su cría. Totalmente cortado, le expliqué lo sucedido y como había terminado cagado de arriba abajo. Mis sinceras palabras tuvieron un efecto no previsto porque una vez se dio cuenta que no había nada pervertido en mi actuación, la muy cabrona se lo tomó a cachondeo y sentándose en la taza de wáter, se empezó a reír a carcajada limpia de mí.
Su recochineo me cabreó y más cuando ese engendro del demonio viendo mi turbación se dedicó a mirarme con descaro, tras lo cual, descojonada me soltó:
-Para ser casi un anciano, estás muy bueno desnudo.
Instintivamente me tapé y Malena al comprobar mi reacción, decidió incrementar su burla diciendo:
-¿Temes que intente violarte?
Enojado, contrataqué:
-¿Te parece normal estar ahí sentada mirando a un desconocido mientras se baña?
Muerta de risa, contestó que tenía razón y fue entonces cuando nuevamente me dejó perplejo al levantarse y dejar caer su ropa mientras me decía:
-Hazte a un lado para que quepamos los tres.
Confieso que no me lo esperaba y por ello solo pude obedecer mientras mis ojos se quedaban prendados con los impresionantes pechos que lucía esa nada indefensa damisela.
-¿Qué haces?- alcancé a decir cuando sin pedir permiso se acomodó a mi lado en la bañera.
Con una sonrisa de oreja a oreja, me respondió al tiempo que me quitaba a su Adela de las manos:
-Bañarme con mi hija y con un desconocido.
No sé qué me impactó más, si su desfachatez o la suavidad de su piel mojada contra la mía. Lo cierto es que como un resorte, mi verga se empinó entre mis piernas, dejando claro a esa arpía la atracción que sentía por ella. Malena no se dejó intimidar por mi erección y haciendo como si no se hubiese enterado, buscó su contacto jugando con la bebé. Ni que decir tiene que puedo ser burro pero no idiota y rápidamente comprendí que esos toqueteos, de casuales no tenían nada.
«¡Quiere ponerme cachondo!», exclamé para mí al notar que disimuladamente restregaba mi pene con uno de sus muslos.
La situación me tenía confundido y por eso poca cosa pude hacer cuando, incrementando exponencialmente su acoso, se colocó entre mis piernas. Reconozco que para entonces mi temperatura era mayor que el del agua pero me reconoceréis que era lógico, ya que en esa postura su trasero entraba en contacto con mi miembro.
-¿No te parece que te estás pasando?- pregunté.
Hipócritamente me contestó mientras apoyaba su espalda contra mi pecho:
-Solo somos dos adultos bañando a un bebé.
Lo irónico del asunto fue que, desde que conocí a esa mujer, había deseado tenerla desnuda entre mis piernas pero en ese momento, estaba avergonzado. Desconozco si mi cortedad fue producto de la presencia de su hija o por el contrario, lo que me ocurrió fue consecuencia de que ella llevara la iniciativa. La verdad es que no supe qué coño decir cuando Malena aprovechó mi “timidez” para colocar mi pene entre los pliegues de su sexo.
Ese acto disolvió todos mis reparos y llevando mis manos hasta sus pechos, besé el lóbulo de su oreja mientras susurraba en voz baja:
-Para ser casi una chiquilla, tienes unas tetas impresionantes- y recalcando mi admiración con hechos, con mis dedos empecé a recorrer sus pezones.
Sus areolas se erizaron de inmediato y su dueña aunque no dio muestra de rechazo, tampoco hizo ningún gesto de aceptación. Su falta de respuesta azuzó mi lado perverso y dejando caer mi mano, me aproximé a su coño.
-Cariño, nuestro caballero andante está siendo travieso- comentó a su hija al notar que mis dedos habían sobre pasado el bosquecillo perfectamente delineado y estaban separando los labios de su vulva.
Su implícita aceptación me permitió rebuscar y hallar el botón que se escondía entre ellos. Una vez localizado, con mis yemas me dediqué a acariciarlo mientras esperaba una reacción por su parte.
-Umm… está siendo muy travieso- gimió sin reconocer que era lo que deseaba.
Sabiendo que no había marcha atrás, me puse a masturbarla mientras con la otra mano pellizcaba suavemente sus pezones. Durante un par de minutos, Malena se dejó hacer hasta que, ya excitada, comenzó a restregarse contra mi verga con un movimiento de vaivén que me dejó encantado.
-¿Te gusta mi lanza?-pregunté siguiendo su broma.
-Mucho- murmuró fuera de sí.
Ratificando su afirmación, cogió mi ariete y presionándolo contra su coño, inició un lento cabalgar dejando que se deslizara una y otra vez por sus pliegues sin llegar a meterlo. La sensualidad del momento fue tal que no quise romperlo tratando de follármela sin más y por ello, gocé con la mutua paja que ambos nos estábamos regalando sin quejarme. También he de reconocer que aunque me daba morbo que Malena tuviese sobre su pecho a su hija, la presencia de ésta me hizo ser más precavido y no intentar forzar más allá de lo necesario.
-Nuestro caballero andante está siendo muy malo con tu mamá- rezongó presa del deseo como si hubiese escuchado mis pensamientos.
Adela, ajena a lo que realmente estaba ocurriendo, acercando su boca al pecho de la mujer, se puso a mamar.
-¡Dios!- sollozó su madre al sentir ese nuevo estímulo y mientras mis dedos la masturbaban y ella se restregaba contra mi polla, soltó un aullido y se corrió.
Lo creías o no, a pesar de estar inmersos en la bañera, fui consciente de su orgasmo al sentir su flujo impregnando toda mi verga con su característica densidad, muy diferente a la del agua y contagiándome de su placer, el inhiesto cañón de entre mis piernas escupió blancos obuses que quedaron flotando por la bañera.
Malena al recuperarse y ver esa nata sobre la espuma, se echó a reír. Para acto seguido, darme un beso rápido en los labios y levantarse junto con Adela. Ya desde fuera del jacuzzi, me dijo muerta de risa:
-Gracias por el baño. Nos vemos a la hora de comer.
Tras lo cual salió corriendo rumbo a su habitación, dejándome totalmente insatisfecho, solo pero sobre todo perplejo y por ello no pude más que mascullar:
-¡Será puta! ¿Y ahora qué hago para bajar mi erección?- porque aunque me acababa de correr, eran tanta mi calentura que mi pene no se me había bajado.
Sabiendo la respuesta, me puse a pajearme mientras pensaba en esa nada ingenua y manipuladora muchacha…

Relato erótico: “Dos desconocidos hicieron de mí lo que quisieron” (POR CARLOS LOPEZ)

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Buenas tardes. Me llamo Sonia, tengo 24 años y soy de Madrid, España. Soy una chica normal, estudio el último año de Derecho en la Universidad, vivo con mis padres y hermana, y no me meto en líos. Suelo leer las historias de todorelatos a las que soy asidua desde hace ya varios años. A veces diría incluso que estoy enganchada. Me pone caliente fantasear con que yo soy la protagonista, y que lo que hacen a la chica me lo hacen a mí. Bueno, supongo que como casi todo el mundo.
Nunca pensé que en mi vida normal encontrase los argumentos para poder escribir un buen relato morboso. Y eso que creo que sin ser una chica espectacular, soy una chica bastante sexual y sensual. De hecho, trabajo de camarera en un bar de copas los sábados por la noche y siempre me dicen un millón de cosas los hombres. A veces yo misma lo provoco con mi escote. Mi jefe, el dueño del pub me lo dice siempre, medio en broma medio en serio, que tengo que provocar un poco y sí, me gusta hacerlo pero siempre sin mayores pretensiones.
Hasta hace unas 3 semanas me consideraba una persona seria y fiel a mi novio. Es verdad que fantaseo con muchas cosas, leo relatos y me toco, pero tengo claro (eso creía) que puedo vivir una vida normal dejando las fantasías para unos ratos en mi cabeza. Tuve una época bastante movida entre los 18 y los 22 años, en los que fui bastante activa sexualmente y fui saltando de chico en chico, pero desde hace dos años salgo con Dani y creo que es el hombre de mi vida.
O eso pensaba hasta que hace unos días me pasó algo increíble. Algo brutal de lo que me vi protagonista. Una historia que tengo la necesidad de contar y no me atrevo a hacerlo con mis amigas. Fue hace 3 semanas, un sábado en el que yo trabajaba en el bar de copas. Al siguiente jueves iba a ser nuestro aniversario y llevaba unos días feliz y, como diría mi abuela, con el bonito subido.
Aunque era una noche de trabajo normal y suelo ir mona, esa noche yo me había puesto especialmente guapa. Mi vestido favorito. Rojo oscuro, entallado pero con la falda de vuelo hasta las rodillas, y con un escote de vértigo en forma de pico. Me encanta porque realza mi figura y mis curvas, y quería ir provocativa ese día. Incluso me había puesto las medias con liga de encaje a medio muslo que sé que a Dani le vuelven loco, y que nunca llevo al trabajo porque son más incómodas para moverme y agacharme mucho. Tanga negro con encajes y un sujetador a juego. Y el pelo recogido arriba y dejando caer unos mechones en plan informal. Estaba que rompía. Además al gusto de Dani. Si normalmente me dicen cosas, ese sábado todos los clientes se venían a mi lado de la barra.
Habíamos quedado en que Dani vendría con sus amigos a tomar algo una hora antes de que cerrásemos, para luego estar un rato con él y luego me llevase a casa. No sé si por lo sexy que me había puesto pero me sentía especialmente caliente esa noche. Me moría de ganas porque me llevase al descampado como otras veces y me hiciese subirme encima de él mientras sus manos jugaban con mis tetas que, por cierto, son especialmente sensibles.
El pub estaba realmente lleno esa noche y no parábamos de poner copas. Continuamente miraba a la entrada a ver si venía Dani con sus amigos. Tenía ansiedad por que me viese así de guapa. Mi compañera, Lydia, se reía de mí y me decía:
–         “mira que ya han venido”… y cuando miraba decía “ya han venido los dos hombres que te conté del otro día, están para perderse con ellos en cualquier sitio oscuro jajajaja… y si están los dos mejor!”.
–         “Jajajajaa qué bruta eres Lydia ¿ya te has cansado de Javi?” Javi es un amigo de Dani que está muy bien y lleva un par de meses saliendo con Lydia.
–         “No, no me he cansado, pero que me guste el jamón no implica que tenga que dejar de comer solomillo cuando hay” decía guiñándome el ojo.
–         “¿Solomillo eh? Ya me imagino en qué estás pensando jajajaja. Eres lo peor, menos mal que ahora vendrán estos…” 
Lydia en sus buenos tiempos era capaz de hacer cualquier locura con esos dos, pero ahora se le iba la fuerza por la boca. Aunque había que reconocer que esos dos eran atractivos. Treinta y muchos años, con aspectos de triunfadores en la vida, bien vestidos, de complexión fuerte. Uno tenía el pelo corto y algunas canas le hacían atractivo. El otro el pelo un poco más largo. Siempre he sentido debilidad por las personas que muestran seguridad en sí mismos. Me acerqué a su mesa a ponerles unas copas y casi no me miraron, pero cuando me sonrió uno de ellos al pagarme me desarmó.
Cuando llegué a la barra me dijo Lydia “¿Qué? ¿Sí o no? ¿Están para hacerles algo o no?… estoy pensando en arrodillarme a rezar delante de ellos en el almacén, jajajaja de los dos”. Lo de “arrodillarse a rezar” es una broma que nos traemos entre nosotras que os podéis imaginar lo que significa. En fin, lo cierto es que yo lo pensé y me entraron los calores. Pero bueno, este tipo de cosas son normales en el pub. Miré otra vez a la puerta y allí estaban entrando Dani, Javi, Miguel, Emilio y todos los demás. “mira Lydia, deja tus fantasías sucias que ya están los nuestros que tampoco están mal”.
 

Entraron y se quedaron cerca de la puerta. El pub estaba muy lleno. Desde la distancia y con mi mejor sonrisa, tiré un beso a Dani y él me hizo un gesto como que luego me veía. No lo noté muy cariñoso y enseguida vi por qué. Junto a ellos estaban unas chicas de su clase de la Universidad. En concreto estaba Macarena que era la exnovia de Dani y que no puedo ni verla. Ya una vez sorprendí a Dani mandandose sms con ella y estuvimos a punto de romper. Dani dice que él puede tener amigas aunque hayan sido sus exnovias. Pero que sólo son eso, amigos, y que si está conmigo es porque me quiere a mí.

El caso es que no sé si fue por las ganas que tenía de ver a Dani, o por lo guapa que me había puesto, para él y no me hacía caso, pero me enfadé terriblemente. Más aún cuando les vi hablando un poco a su aire, y al margen de los demás. Lydia que lo observó me dijo “toma anda” y me dio otra copa cargadita de ron con cocacola. Era la tercera de la noche y casi me la bebí de golpe por el enfado. Siempre bebemos algo porque estamos trabajando y hace calor, pero nunca nos pasamos.
Yo no hacía más que mirar en dirección a Dani, y él me ignoraba mientras hablaba animadamente con la puta de Maca. Cada vez estaba más cabreada. Lydia se dio cuenta y en plan broma me tomó del recogido de mi pelo y me movió la cabeza hacia sus dos clientes favoritos y decía:
–         “Deja de mirar a Dani, mira a estos que están mejor, jajaja”. No pude menos que sonreír. A veces es muy graciosa.
–         “Déjame, que hoy no es mi día”
–         “Pero si vas preciosa, anda, ve a ellos que justo están pidiendo otra copa” y guiñando el ojo de nuevo “les dices que si en vez de copa, lo prefieren, nos pueden tomar a nosotras jajaja”
–          “qué bruta eres Lydia”
–          “Qué vayas! Y te ríes un poco con ellos a ver si el imbécil de Dani lo ve y que se joda” dijo dándome un azote en el culo, que ellos vieron y se pusieron a reír.
Y allí iba yo entre la gente, con mi bandeja. Muy enfadada y a la vez riéndome de las ocurrencias de Lydia. Cada vez que miraba a Dani me ponía más enferma. Estaba muy pegado a Maca y ella ponía su mano en el antebrazo de él. Qué cabrón, cómo me hacía esto… se iba a enterar. Ahora le iba a dar celos yo. Les puse las copas y les dije que a éstas invitaba la casa. Me quedé hablando un poco con ellos. Coqueteando lo reconozco. Igual que él hacía. También igual puse la mano en el antebrazo de uno de ellos. Como el bar estaba lleno, estábamos bastante juntos, y alguien me empujó al pasar detrás de mí y me desequilibré levemente contra uno de ellos. No lo pude evitar y mi pecho se pegó en él. Él puso su mano en mi cintura para sujetarme. Una mano grande y cálida que me electrizó.
Fue involuntario y me quedó una sensación agridulce. Iba un poco bebida y tenía que reconocer que me había encantado. Me daba mucho morbo la situación por el hecho coquetear con otros teniendo a Dani cerca, pero también me sentía mal por él. El muy cabrón… nunca le había sido infiel. Me separé un poco y lo busqué con la mirada. Al principio no lo ví. Se habían metido un poco más hacia atrás, en la parte más oscura y seguían hablando acaramelados. Ni me miraba.
Entonces se fue la luz. Nunca había visto un corte de luz con el pub lleno. De repente se paró la música y la gente se puso nerviosa. Aunque había algunos focos de emergencia, casi todo estaba oscuro y se oían algunos gritos, algunas risas, bromas… pero luego empezaron a caer cristales y yo siempre he tenido pánico a los vasos rotos. Encima llevaba unos zapatos que me dejaban el pie a la vista, y lo había hecho por el imbécil de Dani.
Instintivamente me pegué un poco a mis “nuevos amigos”. Me puse entre ellos, protegida. qué suerte tenemos, Carlos, una chica preciosa se ha metido entre nosotros… jajaja hay que venir a este pub más veces”. Pero el otro, notando mi nerviosismo me susurraba al oído “Tranquila pequeña, que estás conmigo… es sólo la luz”, y mientras sus manos me acariciaban peligrosamente jugando con la curva entre mi espalda y mi culo. Y sí, me protegí en él rozando mi cuerpo levemente sobre el suyo mientras su amigo “cubría mi espalda”. No me atrevía a más, pero estaba poniéndome malísima. Y sus palabras en mi oído, protegiéndome, controlándome no ayudaban nada. No sé qué impulso me dio pero giré la cabeza hacia él y le besé suavemente los labios. Automáticamente una de sus manos tomó con firmeza un puñado de mi pelo a la altura de la nuca, e intensificó el beso presionando mi cabeza hacia él y metiendo su lengua en mi boca. Yo me lo había buscado con mi beso.

Pegada a ellos. Y noté por segunda vez mi cuerpo contra el suyo. Noté sus manos sobre mi cuerpo, sobre mi cintura. Varias manos. Noté como mis pezones, pequeños y sensibles, se apretaban contra la tela del sujetador. Ellos hablaban quitando hierro al asunto. Uno de ellos decía al otro “

Fueron pocos segundos porque volvió repentinamente la luz, y también repentinamente me sentí súper culpable de lo que había hecho. Miré hacia Dani, pero esta vez ya no le ví. ¿Dónde estaría el muy cabrón? Miré hacia Lydia, que me miraba fíjamente con la boca abierta y una expresión burlona. Me temblaban las piernas por lo que había ocurrido y torpemente recogí la botella en la bandeja, y me dirigí hacia la barra donde Lydia me dio mi copa con una sonrisa de oreja a oreja. Me la bebí entera.
Dani no aparecía. Maca tampoco. Me distraje poniendo copas con cara de pocos amigos. Parece que el apagón había acentuado el ansia bebedora de nuestros clientes. No podía evitar mirar ocasionalmente a los dos tipos que seguían hablando entre ellos. Cuando alguna vez se cruzaban nuestras miradas me estremecía. Al cabo de unos minutos volví a ver a Dani junto con sus amigos y la lagarta de su exnovia ¿Dónde habrían ido? No quería ni pensarlo. El imbécil ni siquiera se había acercado a darme un beso, y ellos dos seguían hablando y riendo ajenos al resto del mundo.
Mi estado era una mezcla de enfado, excitación por lo sucedido en el apagón, embriaguez, nerviosismo… pero predominaba mis ganas de hacer algo que hiciese a Dani sentirse mal. Vi que el chico que me besó pasaba entre la gente dirigiéndose a los aseos, y rápidamente tomé una caja vacía y simule ir a recoger vasos vacíos con la intención de cruzarme con él. Me movía la rabia, pero también la excitación. Iba mirando y sonriendo a ese chico, y cuando llegué a su lado tomé su antebrazo coqueteando “Has sido malo y ni siquiera me has dicho como te llamas” dije coqueteando y mirando alternativamente a él y al lugar donde estaba Dani…
Él, que iba más sobrio que yo, debió notar que estaba jugando con él para dar celos a mi novio y me apartó mi mano con cierta brusquedad susurrándome “déjame pasar zorra”. Me quedé completamente descolocada. Nunca me habían tratado así. De hecho, muchas veces noto que los chicos no se atreven a dirigirse a mí y, cuando lo hacen, es con cierta timidez. No sé porque seguí detrás de él con lágrimas brotando de mis ojos “no me llames eso, no me lo llames”. Mientras él avanzaba hacia el pasillo de los WC sin mirar atrás. Cuando pude me puse delante de él impidiendo su paso. Era delgado pero musculoso.
–         “No me llames eso… discúlpate” –casi le suplicaba-
–         “Es lo que eres”
–         “No lo soy!”
–         “Me acabas de besar a dos metros de tu novio… estás jugando conmigo. Eres una zorra. Una putita… déjame en paz” Me había descubierto y yo no sabía que decir… sólo le miraba entre lágrimas. Sujetándole. Como esperando algo de él…
Entonces en un gesto rápido me tomó del brazo y abrió la puerta del almacén que estaba justo a nuestro lado y me arrastró detrás de él. Cerró la puerta detrás de mí y puso mi espalda contra la puerta. Me manejaba como una pluma. Una vez allí, en la semioscuridad, volvió a tomarme del pelo haciéndome erguir la cabeza y puso sus labios sobre los míos, y sus manos sobre mi cuerpo. Deseaba besarle, abrir la boca. Lo deseaba con todas mis fuerzas pero me daba corte. Ahora jugaba él conmigo. Entonces me besó bruscamente, introduciendo su lengua mientras yo correspondía apasionadamente. No me explicaba la razón, pero el hecho de arrastrarme, de imponerme, de insultarme… de dominarme y tratarme como a una guarra me tenía excitada como hacía años que no estaba. Mis manos recorrían su pecho, y las suyas cubrían los míos amasándolos con rudeza.
Mi mente estaba en blanco. No tardó demasiado en bajar los tirantes de mi vestido y arrastrar mi sujetador hacia abajo liberando mis pechos y mis pezones completamente excitados. Sabía que en cuanto pusiera sus labios en ellos me entregaría completamente a él, si es que aún no lo estaba. Y su boca iba bajando de mi cuello a mis hombros mordiendo y besando vertiginosamente. Sabía exactamente lo que estaba haciendo.
Súbitamente me di cuenta de que gimiendo sin control. Completamente en su poder, manoseándome, llamándome zorra y mordiendo fuerte mis pezones que respondían emitiendo ondas de placer hacia todo mi ser. No podía explicarlo. Era a la vez doloroso y placentero. Estaba flotando en sus manos, que ya se habían metido dentro de mi falda y restregaban mi rajita sobre mi tanga con la misma fiereza. En ese momento me atreví a hacer lo que hacía mucho tiempo que deseaba, y bajé mi mano de su pecho a su pantalón, tocando por primera vez su verga que me pareció inmensa y durísima.
Su lengua pasaba de mis pezones a mi boca, y sus dientes le acompañaban detrás. Me llamaba puta, zorra, … me decía que era una guarra y que él sabe tratar a las guarras, aunque esté a dos metros de mi novio. Yo estaba completamente entregada. Mi sexo palpitaba empapado como el de una adolescente en su primer magreo. Era suyo. Y si no fuera porque mi jefe intentó abrir la puerta y se puso a golpearla, me habría follado allí mismo.
Los golpes en la puerta hicieron que me volviese el sentido común y le rogué que parase. Subí mis tirantes, pero antes de arreglar mi falda su mano agarró mi tanga y de un fuerte tirón lo arrancó de mi cuerpo sin inmutarse. Arreglé mi falda avergonzada por lo mojado que estaría, y disgustada pues era un precioso tanga negro de encaje. Rápidamente, tomé unas botellas de whisky en mis manos para simular haber entrado a por ellas. Sólo entonces encendí la luz y abrí a mi jefe que me lanzó un bufido a mí y una mirada asesina a él.
Con mis piernas temblando volví a la barra, mirando cómo él volvía también junto a su amigo con una sonrisa bonita y tranquila. Con un pañuelo de papel, Lydia me limpió el carmín corrido junto a mis labios y seguí trabajando sin poder evitar mirar constantemente al lugar donde estaban ellos temblando cada vez que lo hacía. Él actuaba como si no hubiese pasado nada, aunque ocasionalmente también miraba. Su posición era de espaldas a la barra y la del otro chico, su amigo, era frente a mí, y él sí me miraba con una sonrisa abierta que me hacía morirme de vergüenza.
Lydia que no es nada tonta sabía que algo había pasado. Más aún cuando me vio prepararme mi cuarta copa de la noche, pero no dijo nada. Sólo sonrió. Ella también se había dado cuenta de que otra vez no estaba ni Dani ni la zorra de su exnovia. Yo, llena de remordimientos y de enfado, hacía como si no estuviese pasando nada, y trabajaba poniendo mi mejor sonrisa a todos los que atendía. Pese a todo, estaba a punto de derrumbarme. Un rato después, Dani no había vuelto y los dos hombres pedían la cuenta, lo que me supuso un pequeño disgusto a la vez que un gran alivio. Al recibir el billete de 50 Euros, junto a él había una servilleta de papel con el nombre de otro pub cercano.
Quedaba poco para que cerrásemos, y Dani no aparecía. Así que nada más cerrar, tomé mi abrigo, di un beso a Lydia que sospechaba lo que iba a pasar, y me fui al otro pub. Habría ido más tranquila si me hubiese llevado a Lydia conmigo. Sabía que iba a hacer una locura. Pero Javi, su novio, sí estaba esperándola a ella.
Caminando por la calle me di cuenta de que estaba bastante afectada por la bebida, pero aún pensaba con claridad. El hecho de no llevar braguitas me hacía sentir extraña, incluso sentí más de un escalofrío a pesar de que no hacía mucho frío. Entré con decisión al pub donde ellos estaban y los busqué con la mirada. Estaban al final de la barra. En un lugar apartado. Venciendo a mi última resistencia llegué hasta ellos, simulando autoconfianza pese a que estaba temblando.
Ellos me hicieron un hueco de pié entre los dos. A pesar de estar ambos sentados en taburetes, ninguno de ellos me lo cedió. Hablaban entre ellos como si yo no estuviese.
–         Ves como te dije que vendría. Jaja me debes una copa –dijo Carlos, el chico al que aún no había besado-
–         Quizá quiera sus braguitas. Aunque seguro que no se atreve a ir sin ellas y se ha puesto otras nuevas.
–         No creo, tiene cara de querer hacer una locura. Apuesto a que no lleva.
–         Jajajaja ya no apuesto más contigo. Compruébalo y me dices.
–         Voy
No me lo podía creer: El chico canoso, aquél que había besado en el almacén, me cedía a su compañero como si yo fuese de su propiedad. Sobre todo, el hecho de usar ese lenguaje entre ellos y sin tenerme en cuenta me resultaba extraño, pero me tenía extrañamente caliente. Miraba a uno y a otro apoyada sobre la barra del bar. Por suerte estabamos en un extremo y no se nos veía entre la gente.
–         Abre un poco las piernas pequeña -dijo metiendo discretamente su mano bajo mi falda desde atrás-
–         Gggmmmmmhhhh –gemí sin poder evitarlo, pero dudando si debía oponerme a que me tratasen así-
–         ¡Bingo! no lleva, no. –dijo mostrándole el dedo brillante por la humedad de haber entrado en mi sexo-
–         Jajaja creo que vas a ser una chica muy obediente ¿lo eres?
Yo estaba roja como un tomate. Como mi vestido. Acalorada, avergonzada y excitadísima. Nunca había experimentado una sensación así. Seguía mirando hacia abajo la mayor parte del tiempo. Colocada entre ellos, que manteniendo una conversación normal, rozaban discretamente mi cuerpo, pellizcaban mi pecho con rudeza, daban un azote a mi culito, o metían impunemente las manos bajo mi falda. A veces me hacían preguntas y yo, que estaba entregada a ellos, les contestaba aparentando normalidad mietras me dejaba tocar donde hacía años que sólo mi novio tocaba. Ni siquiera me habían pedido una copa.
En ese momento los dos tenían una mano dentro de mi falda y no sabía muy bien lo que me estaban haciendo pero estaba a punto de tener un orgasmo. “hhhhmmmmm ¿Qué hacéis?”. Yo estaba con los ojos cerrados. Dejándome hacer. Supongo que se harían una seña porque los dos a la vez sacaron su mano dejándome un vacío tremendo.
–         “Venga, vámonos…” -dijo uno de ellos- “Sonia quiere que le demos lo suyo, y esta noche nos ha pedido que la cuidemos”.
–         “No hay prisa, espera que me termine la copa” –dijo el otro, mientras yo me moría por salir y ellos estaban tan tranquilos jugando conmigo, y poniéndome pruebas-
–         “Vamos Sonia, pon carita de chica buena y rózate un poco sobre nosotros
Por supuesto que lo hacía. Trataba de ser discreta pero al alzar la vista me encontré con la mirada de la camarera que desde su posición ahora nos observaba curiosa. Bajé la mirada avergonzada de nuevo. Avergonzada y excitadísima. Por fin terminaron sus copas, y con la mano de uno de ellos sólo unos centímetros encima de mi culo me escoltaron a la salida del pub. La imagen que presentábamos era sutilmente morbosa. Una chica joven entre dos hombres más maduros. Sin que nada demostrase que algo raro pasaba, se intuía perfectamente y la gente nos miraba curiosa.
Me guiaron hacia su coche que estaba aparcado frente a la pared lateral de una nave industrial. Por suerte estaba apartado en una calle oscura. Al llegar, uno de ellos encendió los faros. Era un todoterreno grande de color blanco. Estábamos frente al coche. Yo no podía aguantar más mi excitación y me agaché con intención de abrir la cremallera de sus pantalones, pero no me dejaron y casi en volandas me pusieron frente al coche, con la pared detrás de mí. Ambos se sentaron en el capó con los pies en el parachoques colocándome.
–         ¡Súbete la falda! –dijo uno de ellos empleando lenguaje imperativo-
–         Venga, muéstranos lo que tienes ahí… –dijo el otro aunque yo me mantuve quieta, quería hacerlo, me moría por hacerlo, pero aún había algo de dignidad me lo impedía-
–         ¡Vamos, dinos lo que hay ahí…! -yo seguía inmóvil-
–         Es un puto juego… si no quieres jugar nos vamos Sonia. Dinos que escondes ahí.
–         Mi tesoro… -acerté a decir sintiéndome ridícula…-
–         ¡Usa lenguaje sucio… joder!
–         Pues mi chochito –dije aparentando seriedad aunque sintiéndome aún más ridícula-
–         Jaja, eso está mejor. Venga, que queremos verlo a ver si nos gusta.
Impúdicamente hice algo que jamás en mi vida había hecho anteriormente. Subí lentamente mi falda dejando a la vista de mis dos acompañantes mi sexo desnudo. En el almacén de mi pub el chico de pelo canoso me había arrancado mi tanga y no llevaba nada debajo.
–         Vamos, tócatelo, que te veamos. –seguían dándome órdenes-
–         ¡Pero no cierres los ojos! Eres nuestra puta esta noche, y nos tienes que mirar a la cara
Yo obedecía sin cuestionar nada. Estaba al borde del orgasmo. Frotando mi sexo ante dos extraños, excitadísima, a pesar de que aún se me pasaba por la mente la imagen de Dani, mi novio. Incomprensiblemente para mí, eso me excitaba aún más. Estaba en su poder. El chico que llevaba la voz cantante notó algo en mi rostro y me dijo: “Ven aquí, acércate”. En realidad estaba a dos pasos frente a ellos pero, una vez más, no hice caso. Quería continuar frotándome y correrme. Estaba borracha, excitada, curiosa por provocar, por ver qué pasaba si no les obedecía. Sobre todo curiosa.
Entonces uno de ellos se bajó del capó donde estaba sentado y, aplicando una fuerza controlada, me bajó los tirantes del vestido despojandome del sujetador, dejándome prácticamente desnuda salvo por los zapatos y las medias por el muslo que llevaba. Me empujó hacia su compañero que se echó un poco hacia atrás. Yo quedé contra el capó del coche, inclináda hasta el punto de notar el frío de la chapa sobre mis tetas. Mi cara estaba sobre el regazo del chico que estaba sentado, que esta vez se dejó abrir el pantalón por mis manos y saqué una gruesa y preciosa polla, algo más grande que la de Dani.
Mientras tanto, mi culito estaba al aire y el chico de las canas dijo  “Ummmm qué culo más bonito”, y comenzó a pasar sus labios y su lengua por las proximidades de mi sexo y por mi culo. Yo sentía sus cosquillas y lo movía tratando de que sus labios llegasen a mi centro, pero él jugaba conmigo. En ese momento, su compañero algo cansado de la forma superficial en la que pasaba mis labios, me tomó bruscamente del pelo obligándome a tragarme su polla hasta la garganta. Cuando quise protestar, dijo “¡Las manos en el coche!” –era una orden firme, que yo obedecí sumisamente entregada.
La mezcla de sensaciones era brutal. Mis pezones tocaban la chapa entre las piernas de un hombre que doblegaba mi voluntad obligándome a tragarme una gruesa verga. El otro hombre me abría el culo con sus manos, y había colocado su sus labios sobre mi coñito y me lo follaba con sus dedos y su lengua. Sabía muy bien lo que hacía. Yo no podía aguantar más y me sumergí en un rotundo orgasmo que me dejó desmadejada. Mis piernas dejaron de aguantar mi peso y mis preciosas tetas se aplastaban aún más contra el capó.
Pero ellos no cejaban en sus maniobras. Mientras uno me movía la cabeza tirando de mi pelo y presionando mi garganta contra su polla, el otro seguía provocándome escalofríos con su boca. A mí siempre me ha gustado chupar una buena polla, pero desde hacía dos años sólo conocía la de Dani, y esta noche estaba liberando toda mi ansiedad contenida y se la comía con entusiasmo. Por mi mente se pasaban todas las imágenes de hombres atractivos y todas las fantasías que todo este tiempo había almacenado mi mente de putita. Eso es lo que era, así es como me sentía y como una putita era tratada.
Después de producirme un nuevo orgasmo, el chico que trabajaba mi coño sustituyó sus labios por su polla y, a pesar de lo lubricada que estaba en ese momento, sentí como me partía en dos según la clavaba hasta el fondo de mis entrañas. No tuvo piedad ninguna y se puso a embestirme con fuerza mientras me sujetaba de los huesos de mis caderas. Sin darme cuenta estaba gritando con cada una de sus embestidas. Su compañero sujetó con insistencia mi cabeza y, llamándome cerda viciosa, se vació sobre mi boca obligándome a tragarme toda su corrida. Hacía tiempo que no accedía a tragar el semen de un amante pero esta vez su sabor me pareció agradable “Trágatelo todo, Sonia” dijo dirigiendo mi boca hacia algunas gotas que habían caído en el capó y yo, golosamente, pasé mi lengua por ellas y por mis labios.
Seguía temblando de excitación con mi precioso culito al aire y mis tetas sobre el capó. Toda una puta en manos de dos extrañós bastante mayores que yo. Mi chochito inundado de mis jugos, envolviendo una polla que sentía dura como si fuera de madera. Ellos hacían comentarios de mí como si yo no estuviese. Decían que daba gusto encontrar a una buena zorrita… que viendo como la chupaba se notaba que pasaba hambre de polla, que me moría de ganas de ser usada.
Yo sólo podía gemir dejándome hacer, y manteniendo obediente mis manos en el coche mientras recibía las embestidas desde atrás. De repente sentí que los azotes que me daban en el culo se intensificaban y mi vagina se llenaba de líquido aún más caliente que lo que yo estaba. Al principio dudé de si había perdido el contro de mis esfínteres, pero al oir como se intensificaban los gemidos a mi espalda “Ahhhh joder, esta guarra me está ordeñando con sus contracciones”, supe que no era así, que se estaba corriendo dentro de mí. No sé por qué pero un extraño sentimiento de orgullo me llenó. De todas formas, sus palabras procaces incidían directamente en mi líbido y sin poder evitarlo, me sumergí en un tercer orgasmo tan intenso como los anteriores. Debía ser bastante escandalosa, porque volviendo a meter su polla en mi boca, el hombre del capó dijo:
–         Voy a hacer algo para que te calles, jajajaja
–         Ahora es tu turno –dijo el otro-
–         Jajaja no me gusta mucho meterla donde ya te has corrido tú
–         Pues ya sabes….
–         Ya, es que no quiero hacerla daño follándome su culito – y era verdad, nunca me lo habían hecho y siempre había tenido curiosidad-.
–         ¿tú crees que mi culo no merece que se lo follen? –me sorprendí a mí misma con esas palabras-
–         jajajajajajaja -rieron los dos a la vez-
–         Seguro que sí, está durito –dijo uno de ellos amasándolo un poco y dándome un azote-
–         Te lo dije, hemos desatado la caja de pandora con esta chica. -dijo el otro-
–         Eres una zorra Sonia
No puedo negar que el hecho de que usasen mi nombre me hacía protagonista, y eso me hacía sentir bien. Mientras habían intercambiado posiciones, y el chico de las canas, ahora sentado en el capó, hablaba conmigo.
–         ¿te lo han estrenado?
–         Aún no
–         Jaja, pues éste te lo quiere petar
–         No sé –dije con un cierto miedo-
–         Si has dicho que sí… ¿te vas a echar atrás ahora?
–         Bueno sí, pero por favor, tened cuidado…
–         Espera ahí
Yo, entre palabra y palabra, seguía mamando la polla que me iba a follar por el culito. Su amigo abrió la puerta del coche y salió con un tubo de crema de manos, aplicándome una buena dosis en el culito, e introduciéndome un dedo aprovechando la lubricación
–         ¡Ayyyyyy! Está helada.
–         Calla, ahora vas a sentir calor…
–         ¿Quieres que paremos Sonia? –Dijo el otro-
–         Nooo ¡seguid!
–         Pues pídelo por favor
–         ¡¡Folladme cabrones!!
–         Jajajaja nos ha dicho a los dos
–         Los dos noooo
–          –dijeron al unísono-
Se notaba que el chico de las canas era un hombre de recursos y siempre tenía un punto de dominio. La verdad es que era él quien me tenía loca toda la noche. El hecho de verle un anillo de casado le hacía incluso más atractivo y morboso. Se bajó del capó, abrió el portón trasero del coche y se sentó allí con pies en el suelo, los pantalones bajados, y tocándose la polla.
–         ¿A qué esperas Sonia?. ¡Súbete!
–         ¿cómo?
–         ¡Jajajaja qué cabrón eres! –dijo su amigo- Ya sé lo que tienes en tu sucia mente Carlitos
El otro me guió hacia su amigo sujetándome del brazo y me hicieron sentarme sobre él, con su cara en mis tetas que ya mordía, y mis piernas dentro del maletero. Por suerte era plano. Su polla entró en mí como un cuchillo caliente en mantequilla. La posición era un poco forzada pero, cuando él apoyó su espalda en el piso del maletero quedando boca arriba, se convirtió en la típica posición en la que la chica cabalga al chico tumbado. Entonces me tomó de los pezones y tiró de ellos haciéndome inclinarme sobre él. En ese momento lo entendí todo. Me iban a follar los dos a la vez. Joder, joder… me iban a reventar pero lo deseaba. Uffff cuando se lo contase a Lydia no se lo iba a creer.
Lo cierto es que era un poco humillante que me hiciese inclinarme hacia delante tirando de mis pezones, pero incomprensiblemente ese tratamiento me ponía aún más caliente. Su compañero, de pie fuera del coche y detrás de mí, apoyó la punta de su polla en mi culito.
–         Despacito, no seas bruto –rogué-
–         Claro que sí, putita, no queremos que tu novio aprecie mañana tu culito reventado –dijo cruel- ¿Cómo se llama?
–         Dani –susurré con un hilo de voz-
–         Uffff qué suerte tiene Dani. Si te viera ahora, totalmente rellena… –decía mientras iba metiendo poco a poco su polla en mi culito virgen-
La mera mención a mi novio me ponía caliente como una perra. No puedo explicarlo, pero era así. Ellos sabían perfectamente lo que hacían y, poquito a poco, cada vez estaba más dentro de mí. Partiéndome en dos. Me hacían sentir sucia, como una puta en su poder. Tiraban de mi pelo, amasaban mis tetas, jugaban con mis pezones o metían sus dedos en mi boca. La sensación era brutal. Dos pollas dentro de mí. Me moría de gusto. Esta vez me follaban con movimientos suaves, profundos, metódicos y yo me sentía como un juguete en sus manos. No pude aguantar mucho y me deshice en un orgasmo largo e intensísimo. El mejor de mi vida hasta la fecha y, en mi desesperación me dio por decir “Gracias, gracias, gracias”.
Después de vaciarse de nuevo dentro de mí me mandaron que me vistiese. A partir de ahí, su trato fue cariñoso, casi paternal. Me dejaron en el portal de mi casa y se largaron tirándome un beso. Ahí quedé yo, con mis partes íntimas algo resentidas, un reguerito de semen resbalando por mis muslos, y pensando que soy una auténtica puta. Pero no me arrepentía, Dani se lo tiene merecido.
Muchas gracias por leer hasta aquí… y gracias por todos los comentarios y sugerencias.
Carlos López
diablocasional@hotmail.com

Relato erótico: “La casa en la playa 6.” (POR SAULILLO77)

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3 dias con mi tia.

Un calor agobiante me despertó, era el sol pegando fuerte por la ventana, al ubicarme sentí mi miembro duro presionado, estaba en forma de cuchara pegado a la espalda de mi tía, y con un seno en la mano, Marta estaba pegada a mi, con sus pechos en mis omóplatos y un brazo por encima mía. Me quedé quieto como una estatua, sin saber que hacer, quizá mi tía se molestara por la erección, así que traté de moverme.

-SARA: shhhh quieto – se abrió de piernas y sentí mi miembro caer entre ellas.

-YO: tía……- cerró los muslos, me creí desvanecer.

Pasó un largo rato hasta que Marta se movió tumbándose hacia el otro lado, entonces pude separarme y sentir como salía de su prisión cárnica, pero al momento se giró sobre mi, apoyada en mi pecho con su barbilla en mi cuello.

-SARA: tienes una buena polla, lo sabes, ¿no?

-YO: bueno……eso dice mamá.

-SARA: y yo, y cualquier mujer, he visto algunas más largas, pero no más anchas, debes dejarlas rotas de placer, a mi me duele la mandíbula de chupártela ayer – bebidos se hacían unas cosas que, luego al mencionarlas, resultaban incomodas, al menos a mi.

-YO: pues no se, Vanesa parecía feliz…..- sorbió por la nariz con un sonrisa muda, mi comentario fue tan inocente que no me di cuenta.

-SARA: normal – Marta se movió y gimió entre dientes.

-MARTA: callaos leche, quiero quedarme aquí para siempre, no salir de esta cama nunca…….- Sara me puso un dedo en los labios y sonrió traviesa, extendió su mano y la pellizcó el culo, Marta se sobre saltó y se giró, pero vio a Sara sonriendo, frunció el ceño con cariño y se giró a seguir durmiendo, Sara empezó a rozarle el contorno del cuerpo, que a contra luz del sol anaranjado parecía de cobre pulido.

Al hacerlo me ponía un pecho en la cara, no hice nada por miedo, solo miraba como Marta soltaba zarpazos queriendo apartar aquellos dedos que la acariciaban, le hacían reírse y erizarla la piel, hasta que se revolvió con una sonrisa enorme y atacó a Sara con la almohada, que ofendida, se puso de rodillas y jugaron a pelearse conmigo en medio.

-MARTA: ¡serás pesada, Sam, ayúdame! – me incorporé y cogí a Sara de la cintura pegándola a la cama, se reía mientras luchaba por liberarse y Marta la hacia cosquillas en el vientre.

SARA: ¡no por dios, cosquillas no, que me muero! – eso solo azuzó a Marta, que empezó a hacerla “pedorretas” en el estómago doblándola de risas.

Ninguna pareció percatarse de mi erección, hasta yo me olvidaba de ella, aquello empezó como un juego inocente, Sara se liberó y logró coger del abrazo a Marta, buscándola cosquillas hasta encontrarlas en las costillas, Marta se revolvió como una loca entre carcajadas y gritos.

-SARA: ¡ayúdame con ella, Sam!

-MARTA: ¡ni se te ocurra!, que te busco el cuello….. – solo con decirlo traté de esconderlo, y Sara me atacó, es algo superior a mi, la solté y huía de ella mientras me pegaba los pechos a la nuca y me hurgaba con los dedos en la garganta, estaba rojo y me reía tanto que me ahogaba.

-YO: ¡para…..por favor jajajja para! – no lo hacia.

-MARTA: ahí os quedáis, huyo cual cobarde a darme una ducha – la imploré ayuda pero me revolvió el pelo y se fue.

-SARA: jajaja ahora estamos solos tú y yo – trataba de alejarme, pero lograba llegar a mi cuello.

YO: ¡para………para…….. o…..o …..!- seguía

Me hinché de orgullo y la cogí de la cintura elevándola medio metro, ante un grito de sorpresa la dejé caer a la cama boca abajo, subiéndome encima de ella, aprisionándola y haciéndola cosquillas por los costados, se movía como una culebra, tanto que se me salió la polla del calzoncillo y la estaba pegando con ella en el culo, se sintió el cambio de tono en las risas de Sara, creí que era otra cosa, se giró como pudo, se alzó buscándome el cuello, tan fuerte que caí sobre ella, que estaba de medio lado, me apretó contra su cara y clavamos nuestras miradas.

-SARA: ¿si te pido una locura la haces?

-YO: ¿que puede ser?

-SARA: bésame…. – y alzó sus labios, volví a sentir un sabor a frambuesa reconocible, y al 3º beso, su lengua me invadió, y se lo devolví.

-YO: tía…yo……..una cosa es cuando jugamos…pero Vanesa….- me acarició la cara con ternura.

-SARA: faltan unos días para que vuelva, podemos divertiremos mientras, tú y yo – sacó una de sus piernas de entre las mías y me rodeó con ella.

-YO: ¿y Jaime?

-SARA: jajja soy mujer de sobra para 2 – fue lo mejor que pude sacarla, así que la azoté con fuerza, se sorprendió gratamente, tanto que lo volví ha hacer, y entonces me apretó contra su seno, lo lamí con fuerza y pude notar su dureza en los labios.

-YO: ¡que buena estás tía! – alardeó con un gesto coqueto, y me alejó de sus senos besándome, ella se reía ante mis torpes conocimientos.

-SARA: calma potrillo, tenemos tiempo, ahora a desayunar – me seguía dando besos cortos y tenia las mejillas coloradas, pero la solté.

Algo decepcionado y esperanzado a la vez, me fui al baño a aliviarme, al bajar estaban todos desayunado con caras renovadas, decidimos por 1º vez ir todos a la playa como familia, y pasar la mañana allí para comer en un restaurante cercano. Con mucha más gente a esas horas, Jaime y yo fuimos precavidos, aparte de que el noviete de Sonia, Jony según dijo llamarse él mismo, estaba por allí, un chico alto y musculoso, rapado al cero y un pendiente en una ceja, Vin Diesel pero con acento de paleto Valenciano. Eso no cambió que mi madre seguía el juego a Jaime, le gustara como la follaba, o no, le atraía el morbo, y un par de cachetes en su trasero siempre la dejaban dócil y mansa.

Sara se pegó a mi, no soy imbécil, sabia que estaba resentida y que yo era una opción de celos a Jaime, pero no por ello no me aprovecharía de ello, si no fuera conmigo buscaría a otro con quien intentarlo. Además Sara había ido con un diminuto biquini de tanga, que le quedaba de fábula, y me pasé media mañana en el agua frotándome contra su trasero.

Al salir al sol, una por una se quitaron la parte de arriba y se quedaron así, a Jony casi le sale la sangre por la nariz de verlas los pechos. Todas tenían ya las marcas del biquini del sol y no las querían, teníamos un moreno ya marcado pasado 1 mes y pico allí. Pese a ello Jaime se dedicó a darle cremas a todas, menos a Sara, que me eligió a mí ante su sorpresa. Me esmeré en dejarla relajada y recorrer su espalda con cuidado.

-SARA: ¡que gusto de hijo hermana!, que manos tiene…….- lo decía bien alto para los oídos de Jaime.

-CARMEN: no es lo único en que destaca mi niño jajajaja.

-MARTA: ¡MAMÁ! JAJAJAJA – se puso colorada, no menos que yo, todas sabían que se referían a mi miembro.

-SONIA: ¿tenemos algún plan estos días? – se habría cansado de salir con los de su edad y hablaba en plural con nosotros.

-MARTA: yo tengo que descansar, estoy magullada del fin de semana……

-JAIME: jajaja si es que eres una floja……- la dio un buen azote que la dejó enrojecida la zona del glúteo.

-CARMEN: no lo es, yo también tengo que relajarme un poco, ya no tengo edad.

-SONIA: quien lo diría….- si raro era que mi madre tuviera ese aguante, más lo era que Jaime se hubiera follado ya a mi madre, mi tía y mi hermana, y la más ligera de cascos de todas, Sonia, siguiera sin catarlo.

-SARA: vosotros haced de lo que queráis, yo me voy al mercadillo del pueblo de al lado, y no me apetece coger el coche, ¿me llevas con la moto Samuel?

-YO: si……bueno….si no os importa…..

-JAIME: pensaba que podríamos volver a jugar esta tarde todos……quédate.

-SARA: no gracias, tu te has quedado sin derecho a decirme que hacer……..- un frío cortante cruzó la playa, pero Sonia y Marta relajaron el ambiente repasando las cosas menos lascivas del fin de semana.

Pasamos un par de horas en la playa y comimos una paella exquisita, para regresar a casa y echarnos una gloriosa siesta, Sara me llevó a su cuarto a dormir y se quedó en bragas como de noche, Marta se subió a su cuarto pero se bajó a nuestra cama pasado un rato.

-MARTA: ¿puedo quedarme aquí? es que Sonia y Jony…….- no hacia falta que dijera nada, se les escuchaba bien. Marta iba en tanga y sujetador sin más.

-SARA: claro bonita, ven aquí – le hizo un hueco entre los 2 para ella.

-MARTA: me sienta a cuerno quemado que Sonia se porte así, le da igual que esté al lado.

-YO: es tu amiga.

-MARTA: ya……y Jaime el tuyo, pero duerme con mamá….vaya par de idiotas nos hemos traído.

-SARA: jajaja no te preocupes, mi cama está siempre disponible para vosotros – Marta la abrazó y luego se quitó el sujetador para estar más cómoda.

Nos abrazamos de forma cariñosa, quedando soporíferamente traspuestos. No puedo decir que no fuera una gozada dormir con ellas 2, casi desnudas, no fue raro despertarme con mi hermana pegada a mi y una erección colosal, raro fue ver a mi tía besando un seno a Marta, lo hacia con una delicadeza sobrenatural, casi sin tocarlo, pero tenia su pezón bien duro.

-YO: ¿que haces?

-SARA: shhhh que la vas a despertar.

Poco a poco fue subiendo la intensidad de sus besos y el calor de Marta aumentó, lo sentí en mi cuerpo, gemía ahogada en sueños, Sara se acomodó y le cogió de ambos senos jugando a lamerlos y besarlos, daba pequeños rodeos con la lengua sobre sus pezones justo antes de chuparlos. La respiración de Marta se aceleró y terminó despertándose acalorada.

-MARTA: jajaaja ¿que haces tía? – su casi nula reacción negativa me confundió.

-SARA: vengarme por dejarme sola ayer con este animal después de las cosquillas.

-MARTA: que mala soy….- y en vez de apártala la apretó contra su pecho, mordiéndose el labio y sacando el culo al sentir mi erección.

-SARA: tienes unos pechos preciosos, me gustaría tenerlos así – los acariciaba con delicadeza.

-MARTA: los tuyos no están mal…..

-SARA: antes, a los 25, me sentía orgullosa de ellos, pero ahora….te veo a ti, no digamos a Sonia, y me da cosa…..

-MARTA: no digas bobadas, míralos……- se los cogió con cariño – …seguro que Jaime goza con ellos.

-SARA: no se……¿tú que opinas Sam? – de golpe me habían metido en la conversación.

-YO: bueno, es que compararse con Sonia es un error…….tienes unas tetas muy bonitas tía.

-SARA: gracias…….¿te gustaría tocármelas? – asentí ansioso, se alzó de medio lado sobre Marta y me las puso cerca, las cogí con rudeza, casi sopesándolas.

-MARTA: jajaj así no, tonto, tienes que hacerlo con suavidad – se puso detrás de mi y me fue guiando con cuidado, Sara tenia una medio sonrisa boba mientras veía como mi hermana me enseñaba a tocar unos pechos con sensualidad, me quedé estupefacto al sentir como se ponían duros y firmes, y jugar con sus aureolas fue delicioso.

-SARA: jajaja una mujer sabe como tocar a otra mujer eh……- Marta volvió en medio y acarició sus senos lentamente, dándole pequeños besos tiernos a cada pecho.

-MARTA: puf….me estoy acalorando mucho eh…..me tengo que ir a dar una buena ducha.

Tardó uso segundos en dejar de besar sonoramente los pechos de Sara, y luego me besó en la mejilla revolviéndome el pelo, se fue echándose aire con la mano al cuello y Sara se dejó caer boca arriba tirando de mi, que seguí chupando sus senos como la había visto hacer a mi hermana.

-SARA: ¡dios…..como me pone Marta!, me recuerda a tu madre de joven.

-YO: se parecen mucho – dije al sacarme un pecho de la boca.

-SARA: ¿te cuento un secreto? Tu madre y yo tuvimos nuestro momento……yo tenia 17 años, y se quedó en mi casa unos días para verme, se puso tan borracha que jugamos toda la noche la una con la otra, siempre me gusta una buena polla, pero aquellos días me iba un poco de todo, me dejé llevar y creo que a ella le gustó.

-YO: ¿y luego que hicisteis?

-SARA: nada, como si no hubiera pasado, eso me dejó triste, tu madre volvió a casa y no se habló del tema jamás …..- sonó melancólica y me apartó de sus pechos, para meter la lengua a jugar en mi boca – …deberíamos darnos una ducha para irnos al mercadillo.

Esa mujer me ponía enfermo, me llevaba al limite del paraíso para arrebatármelo, cayeron 3 pajas como 3 soles en la ducha, salí con el brazo cansado, con un bañador y una camiseta, Sara escogió una falda negra de tubo hasta los muslos y un top dorado, no se veía sujetador aunque luego vi que llevaba uno de esos sin tirantes, tampoco es que necesitara realzarlos, seguro que antes habían estado mejor colocados, pero no la deslucían para nada, y con unos tacones grandes con un leve recogido de pelo estaba sencilla e increíble.

Se abrazó a mi espalda al subirse a la moto y tuvo que remangarse la falda con esmero para abrirse de piernas y sentarse, sentí sus manos en mi tórax, no como sujeción, sintiendo mi cuerpo. Los botes de los badenes eran divertidos y aceleré un poco de más para sacarla un suspiro de nervios, al llegar me dio un par de besos cálidos de emoción y se cogió de mi brazo paseando por el mercadillo. Fueron 2 horas en que fui su novio, es la mejor forma de describirlo, me preguntaba como le quedaba tal cosa, me ofrecía cosas a mí, señalaba con emoción y no se separa de mí, dándome tórridos besos de vez en cuando. Tomamos un helado mientras nos sentamos en la playa, se puso entre mis piernas y me hizo rodearla con los brazos por el vientre, tumbada sobre mi pecho con las piernas juntas dobladas de lado, respirando el mar y apretándome contra ella.

-SARA: echaba de menos un día así…….gracias.

-YO: pensé que Jaime te hacia feliz……

-SARA: me divertía con él, Samuel, ha hecho que me sienta joven y viva de nuevo, pero solo quiere sexo, y ya no conmigo, es normal a su edad, las hormonas están locas, pero tú me has hecho feliz sin necesidad de ser grosero, descortés o meterme mano más allá de lo que te pida, eres un buen chico.

-YO: ¿y por que le elegiste a él?, sabias que me gustabas…..

-SARA: desde el 1º día que te vi en Madrid, por como me mirabas era demasiado evidente, quizá si no fueras mi sobrino, sin tu padre al principio y si alguno hubiera dado un paso en esa dirección..….Jaime era menos complicado……..pero eso ahora da igual – se giró hundiendo su rostro en mi cuello, inspirando con dulzura y chupándome haciéndome reír, sin llegar ha hacerme cosquillas.

-YO: deberíamos volver, no me fío de Jaime solo en casa……

-SARA: bien que haces, a tu madre ya se la ventila sin cuidado alguno de que les oigan.

-YO: pues démonos prisa – me puse en pie y de un tirón la puse a ella, se sacudía arena de la falda, y me miró comiéndola con los ojos.

-SARA: ¿me ayudas? …– me cogió de la mano y se la puso en el culo, estaba tan duro como imaginaba, y tan tierno como deseaba, pasé la mano unas cuantas veces hasta sacudirla toda la arena, la miré con ganas de azotarla -…..hazlo.

Lo hice una vez, ante su sonrisa otra, y al final daba igual si tenía arena o no, solo importaba la sensación de piel botando en mis dedos, me dio tal beso que me la puso dura, y tardamos 1 hora en llegar a la moto, aparcada a 100 metros, de tantas carantoñas.

-SARA: ¿puedo pedirte una tontería?

-YO: claro – ese día podría pedirme mi cabeza en una bandeja, que yo mismo me la cortaría.

-SARA: me apetece conducir la moto, ¿me dejas?

-YO: no se, ¿sabes llevarla? – negó con la cabeza.

-SARA: no he cogido una nunca, aunque si he ido de paquete muchas veces – se apoyó medio palmo sobre mí, mirándome con ojos de corderito.

-YO: está bien, pero con cuidado – un beso fugaz en los labios me lo agradeció, casi rutinario.

Me subí a la moto y me pasé a la parte de atrás, Sara metió su culo entre mis piernas y sentí mi polla a reventar contra ella, que de forma traviesa contoneó la cadera hasta encontrar una pose cómoda, con mi miembro entre sus nalgas. La rodeé con los brazos cogiendo el manillar y explicándole todo lentamente, metí mi cabeza por encima de su hombro y ella atendía mientras alguna vez giraba su cara para darme un beso en la mejilla, su pelo me rozaba en la cara y me ponía nervioso.

Arranqué la moto y desde detrás nos alejé del mercadillo y posibles daños colaterales, nos metí en una carretera secundaria poco transitada y allí subí de velocidad, con ella siguiendo mis manos, gritaba al sentir el aire en la cara y reía nerviosa, hasta que solté el manillar poco a poco y ella se hizo cargo, soltó un alarido de diversión mientras guiaba la moto con celo, no pasamos de 30 por hora y aún así la sensación era agradable, siguiendo el contorno de la orilla del mar al atardecer.

Fue media hora en que daba pequeños tumbos y la corregía siempre atento, en el último casi nos vamos al suelo, así que cogí el mando definitivamente camino a casa, pero sin cambiar de postura.

-SARA: ¡jajaja que divertido!

-YO: no es para tanto…….

-SARA: ¿a cuanto lo puedes poner?

-YO: he llegado a ponerla a 110 por hora cuesta abajo, pero normalmente no paso de 70, por precaución.

-SARA: ¿y si le metemos caña? solo hasta casa, ¡dale gas hasta el tope!

-YO: no sé si es buena idea…..

-SARA: por fi, por mi…..- una travesura más de verano.

-YO: agárrate bien.

Aceleré fuerte, y la moto hizo un poco de caballito, eso bastó para cortarle la respiración a Sara, a partir de ahí fui cogiendo velocidad, llegamos a 86 sin problemas, pero éramos 2 personas y en llano, no subiría más. Pese a ello la sensación era genial, divertida y distendida, Sara daba pequeños gritos con cada bache o curva cerrada, se aferró a mis brazos en vez del manillar y sentía sus uñas clavadas en mi, luego extendió los brazos hacia arriba, gritando como una loca, fue una sensación rara de libertad. Al llegar a casa había arena en el asfaltó y al frenar la moto derrapó unos pocos metros, fue un colofón genial, Sara se giró para darme tantos besos largos y húmedos que parecían uno solo.

-SARA: ¡jajja ha sido genial!

-YO: si, un poco.

-SARA: ¿un poco?, ¡casi nos levamos a un pobre gato por delante! jajajaja dios, eres un encanto…..- cogió el par de bolsas de las compras y la vi contonear su culo con salero al entrar en casa.

Estaban todos abajo, Jaime en el suelo con mi madre sentada encima, Jony y Sonia en un sofá y Marta estudiando de fondo, al vernos nos saludaron y se pasaron unos minutos hablando de lo que Sara había visto allí para que las demás compraran.

-SARA: sabéis, estoy harta de las marcas del biquini, quedan horribles, así que he visto unos bañadores muy monos y os he comprado unos cuantos.

-CARMEN: ¡que peligro! – pero todas acudieron a las bolsas, sacaron unos, groseramente, diminutos biquinis, eran de colores vivos y de tanga de hilo, apenas un triángulo no más grande que la palma de una mano en la zona del pubis, y otros de menor tamaño aún en los senos, si superaban a una patata frita “tipo nacho”, era por poco.

-MARTA: ¡por dios tía!, donde nos metemos esto, es minúsculo.

-SARA: esa es la idea, ya nos ha visto media playa con las tetas al aire, ¿que más da?

-CARMEN: jaja parecen juveniles.

-SONIA: ¿y donde pretendes que meta yo a estas? – se amasó los pechos de forma devastadora – si esos triángulos no me tapan ni los pezones jajajaja.

-JAIME: pues probar……..venga..….y nos damos un chapuzón en la piscina, que llevamos aquí toda la tarde – bastó un azote a cada una para que le obedecieran, aunque Sara ya se estaba desnudando y poniéndose uno amarillo fosforito.

-SARA: ¿como me queda? – se me puso dura, era brutal y groseramente obsceno, se le marcaban los labios vaginales.

-JAIME: ¡de cine!, me muero por ver como le queda a Sonia jajajjaa – si a Sara, que tenia aun pecho normal, se le salían…..

-CARMEN: ¡me encantan! – mi madre se puso uno azul cielo, era igual de obsceno pero ella lograba que quedara menos grosero, marcaba labios igual, y hasta la línea de bello, pero al darse la vuelta su culo merecía una trilogía de películas.

-MARTA: es ridículo… – escogió uno rosa fucsia, fue mejor que a mi madre, ya que sus pechos hacían que tuviera una forma mucho más sensual y firme –…. además, se me salen los pelos de….ahí – me fije mejor y tenia 4 cabellos sobresaliendo.

-SARA: tengo para depilarte hija mía, es que tienes una mata ahí que ni la jungla…….- Marta se puso azul de vergüenza.

-SONIA: ¡esto es imposible! – apareció con solo la parte de abajo, de un verde pistacho que le quedaba de cine con sus ojos, pero la parte de arriba en la mano -…esto no me tapa una mierda, mejor voy sin ello – eso nadie pudo negarlo, le quedaba la parte de abajo tan tirante, al ser elásticos, que se tenia que acomodar la tela por que se le metía por dentro de sus labios mayores. Entre las chicas quisieron ayudarla a ponerse la parte de arriba, pero eran incapaces, el diseñador no pensó en mujeres con senos de ese volumen.

-JAIME: estáis de fábula – se pasó unos minutos azotando nalgas al aire sin parar, supongo que quería convencerlas de que no usaran otro bañador.

-SARA: jajaja no tan rápido que también tengo unos para vosotros………- Jaime se quedó banco, y yo más, sacó unos tangas morado y blanco, de hombres.

-JAIME: ¡ni de coña me pongo yo eso!

-CARMEN: jajaja por favor, solo para ver como queda jajajaja.

-MARTA: nosotras hemos cumplido, os toca.

-YO: pero si son diminutos, ahí no me cabe la……….- Sara lo miró de reojo.

-SARA: solo se puede saber de una forma.

-MARTA: venga por fi, jajajaja.

Cuando cogí el blanco rompieron a aplaudir, me di la vuelta y me bajé el bañador, para luego ponerme aquello, la sensación de meterse por el culo fue rarísima, y traté de meterme la polla en aquella tela, pero no había manera. Jaime me siguió por no quedarse atrás, pero su aspecto era peor que el mío, tan escuálido y sin terminar de llenarlo.

-CARMEN: ¡a ver!, dad la vuelta……

-YO: no, mamá, no valen.

-SONIA: deja que decidamos nosotras jajaja.

-SARA: eso, venga chicos.

Jaime se dio la vuelta y sonaron carcajadas, el se lo tomó a bien con su salero natural, pero al darme la vuelta yo se callaron de golpe.

-SONIA: ¡joder con el chaval!

-SARA: jajaja si sale así le detienen seguro jajaja.

-CARMEN: si ya os decía, como su padre……- hizo un gesto agarrándose el antebrazo esclarecedor, luego se acercó y trató de colocármelo de otra manera, pero no había forma, si me metía la polla se me salían los huevos y si los metía a ellos, me quedaba cruzada y saliéndose por encima.

-SARA: pues nada, mañana iremos a buscar algo más…….de tu talla – estaba abochornado, si, pero me gustó las miradas de todas.

Por lo visto los 2 tangas se los quedó Jony, al que le quedaban bien, y nos pusimos unos bañadores normales para salir a la piscina casi de noche, Marta y Sara tardaron un poco, la iba a rasurar mientras el resto nos dimos un chapuzón en el que en cuanto tocaron el agua, los biquinis se convirtieron en una 2º piel allí donde había tela, los pezones se marcaban hasta las aureolas, y que decir de los labios mayores. Al rato apareció Sara dando carantoñas a Marta, que estaba algo sobrepasada, al verla de cerca era claro que se había rasurado al 0, ahora si, se la veía como una de esas modelos de biquinis de calendario, tan preciosa y sensual que parecía haber nacido y desarrollado para llevar ese biquini. Mientras, Sonia se daba el lote con Jony, Jaime acosaba a Marta nada más entrar en el agua, de lejos a la que mejor le quedaba en conjunto, mientras mi madre y Sara trataban de hundirme, pero solo lograban que se les salieran los pechos y la parte de abajo las apretara, se pasaban más tiempo recolocándoselos que jugando, pero parecían encantadas con sus nuevas prendas.

Nos vestimos y cenamos entre risas, Jony se iba a quedar por lo visto con Sonia a dormir, así que Marta, que estaba harta de sus gemidos, se mudó a mi cuarto, total, yo dormiría con Sara y Jaime con mi madre. Sara se volvió a vestir con la falda de tubo y el top dorado, pero sin el sujetador, y pasadas las 2 de la mañana nos íbamos retirando a la cama, los últimos Sara y yo, que al rato escuchamos a mi madre y Jaime con ruidos de sexo, me llevó de la mano a la puerta, y me pegó a su espalda mientras abría la puerta en silencio, y vimos a Jaime boca arriba dándole tal velocidad a las embestidas por el culo de mi madre, que estaba haciendo el puente de espaldas a él, que su miembro no termina de verse nítidamente al salir y entrar. Nos pasamos 10 minutos mirando como Jaime demostraba que de verdad le pilló cansado aquel 3º día de fiesta, mi madre estaba en la gloria sintiendo como la follaba.

-SARA: jajaja parece que si que la divierte……

-YO: Jaime se mueve muy bien, sabe que hacer con una mujer.

-SARA: si, pero eso es solo practica, cualquiera puede hacer vibrar a una mujer si sabe donde tocar o como acariciar, esta mañana Marta te ha enseñado un poco como tocar unos pechos bien.

-YO: ojalá aprendiera, con Vanesa me sentí algo perdido.

-SARA: pues menos mal, por que la oí gemir y gritar como a una perra……..

Un cambio de posición de mi madre, montando ahora de rodillas dándole la espalda a Jaime, nos obligó a dejar de curiosear, y Sara me llevó de la mano a su habitación, con un andar exagerado en su movimiento de caderas bajo la falda, y contoneando su cuerpo entero con alegría, al entrar caminó hacia la cama, sentándose y destilando sensualidad.

-SARA: ha sido un buen día……

-YO: si….y sin resaca jajajajaja

-SARA: como colofón me gustaría que me dieras un masaje en la espalda, todo el día de pie me ha dejado cansada, ¿te importa?

-YO: no, claro……- sonrío feliz.

Se giró sobre la cama tumbándose boca abajo, me puse a su lado y estuve un rato dándola un manejase tranquilo, pero no llegaba a toda la espalda, así que me hizo ponerme encima suya de rodillas, sentí su culo aplastado por mi peso y fui aumentando las caricias.

-SARA: jajaja y no sabias darlos…….me estás dejando muy relajada.

-YO: por que tú me enseñaste.

-SARA: te podría enseñar un par de cosas más…..

-YO: ¿como que?

-SARA: a dar un buen masaje en el culo, por ejemplo…..- se llevó la mano a los riñones y abrió la cremallera de la falda, dejando ver un tanga amplio y negro, me cogió de las manos y me las puso en su trasero, indicándome como ir dando apretones, soltar, como estirar y donde tocar.

-YO: puffff tienes un culo genial, está duro.

-SARA: antes hacia mucho ejercicio jajajaja me está gustando mucho, aprendes rápido.

-YO: cuando algo me gusta presto atención y se me queda – fue pensando en como aprendí historia, o sacarme el carnet, pero ella se giró agradecida.

-SARA: eres todo un hombre ya – me cogió de la nuca y en vez de cosquillas sentí una corriente eléctrica que me tumbó sobre ella, y la besé, el 2º beso fue lento y con lengua, puede saborear sus labios con calma.

-YO: no, para, no quiero que me dejes como esta mañana……

-SARA: no, cielo, ahora iremos hasta el final.

-YO: ¿para dar celos a Jaime? No, gracias…..- me disponía a salir.

-SARA: no es por Jaime, o no del todo, amor, si quieres irte, vete, lo entenderé, pero quiero que sepas que cambiaría todo lo que va de verano con él, por el día de hoy contigo.

Se giró quitándose el top, dejándolo en el suelo, luego se puso en pie bajándose la falda, y al verla allí de pie, solo en tanga, no pude contenerme, “¡a la mierda mi orgullo y mi amor proprio!”, deseaba follarme a esa mujer, así que la cogí de la cintura de cara y la besé con furia, casi la dobló la espina dorsal, jadeó sorprendida y luego me cogió de la cabeza calmando mis ansias, al 4º beso ya iba a su ritmo, uno cauto y lento, pero más excitante. Se dejó caer a la cama y yo tras ella, al soltarse el recogido su melena rubia me dejó sin aliento, y la besé por el cuello tras la oreja, se reía al rozarla allí, mientras me sacaba la camiseta a tirones, luego metió sus 2 manos en mi bañador y sentí sus manos acariciándome el miembro, pase unos minutos sin creérmelo hasta que me dio un empujón y quedé de pie, se sentó delante de mi y me bajó el bañador, mi polla saltó viva y dura.

-SARA: jajaja estaba deseando tenerla de nuevo ante mí sin ir medio borracha.

La cogió con ambas manos y besó el glande con ternura, no le daba para cerrar los dedos en torno a ella, pero si para pajear con gracia, luego se metió el glande con esfuerzo en la boca y lo chupaba como un huevo duro entero, se me puso como nunca, quizá por que estabamos los 2 allí de propia voluntad y sin bebidas de por medio, al verla en su esplendor soltó un risa muda, y volvió a la carga, teniendo que lamer y besar de lado aquel tronco de árbol

-SARA: es de lejos la más gorda que he visto nunca, es espectacular.

-YO: ¿podrás con ella? – fue una suplica.

-SARA: jajaja claro cielo mío, o al menos lo intentaré……

Se pasó unos minutos dejándomela brillante de babas, luego fue subiendo por mi pecho dando lentos besos hasta llegar a mis labios, me dio reparo besarla pero lo hice, y terminé cogiéndola del culo y subiéndomela encima abierta de piernas, sonrío feliz al sentir mi miembro cabeceando entre sus muslos, lamí sus senos como me habían enseñado esa mañana y la oí gemir levemente, buscó a tientas mi falo a su espaldas y lo acariciaba con cuidado, hasta que apuntó a su coño, sentí su calor en el glande antes de notar la presión inicial, Sara soltó un “JODER”, al ver que no entraba, pero siguió apretando hasta que lo hizo, fue doloroso y dulce a la vez. Esperamos a estar bien colocados, se dejó caer retorciéndose, y mirándome a los ojos con ternura, creo que era por que estaba gozando mucho, y sabia que yo no era consciente de lo que estaba disfrutando por mi culpa.

-SARA: ¡madre mía Samuel, es que no me pasa de la mitad, me matas!

-YO: lo siento – se me escapó tras un beso.

-SARA: jajaja no te disculpes por nada cariño, solo estoy un poco cerrada, dame unos minutos, sepárame bien las piernas y bésame el cuello con suavidad.

Era una esponja, todo aquello se me quedaba grabado, ella se dedicó a subir sobre mi como si fuera una pared, y dejarse caer lentamente, cada vez sentía menos presión, pero notaba más en ella, así que no lo pude evitar, rememorando lo que había visto hacer al mulato y a Jaime, di 3 golpes de cintura, seguidos de 3 gritos roncos y fuertes que salieron de los pulmones de Sara.

-SARA: ¡POR DIOS! – siseó con el cuello hinchado a punto de explotar.

-YO: es que…..

-SARA: ¡calla!, bésame y vuelve hacerlo, pero de una sola vez, ¡mátame Samuel, dámela toda!

La agarré del culo con fuerza, la besé, y di un bote que aproveché, al caer su cuerpo embestí con tanta fuerza que casi me caigo. Es inútil intentar reproducir lo que salió de la boca de Sara, una mezcla de pánico, horror, dolor, placer, lujuria, y autodeterminación.

-YO: ¡¿estás bien?!

-SARA: ¡dios, como nunca Samuel!, me siento como en mi vida jajaja, ¡vaya joya!, túmbame, ¡por todos los cielos! me mareo……

La recosté con cuidado sobre la cama sin sacarla de ella, me dediqué a chuparle los pezones mientras ella seguía tratando de asimilar lo que la tenia abierta de piernas mucho más de lo que necesitaba. Empezó a moverse con cuidado, lentitud y excitación, tardaba un mundo en sacársela y metérsela, pero cada vez un escalofrío nacía en mi espalda.

-SARA: ¡ve despacio por favor!, fóllame con cuidado, otros necesitan mucho ritmo para hacer gozar a una mujer rápidamente, pero tú no puedes empezar así, ve despacio al principio.

Lo hice lentamente, y Sara se puso colorada, había cogido las sabanas con fuerza y no las soltaba, totalmente tumbada y ofrecida en la cama, cogí su cadera con cuidado y fui penetrándola con una calma que no sentía, quería destrozarla, pero me guiaba por sus consejos. Iba dando pequeños aumentos de velocidad a su petición, Sara gemía de forma diferente en cada uno de ellos, hasta que al final sus senos se movían al son de mi cadera, y pude empezar a desatarme. Sara se tapaba la cara cuando nuestras pelvis chocaban y daba igual como se pusiera, por que se le hinchaban las venas del cuello, terminando gritando con cada golpe, tan fuertes que seguro que estaban escuchándola por toda la casa, gritaba mí nombre. Con cada embestida de mi cintura bufaba de placer al verla gozar gracias a mí, hasta que tembló entera y me mojó la cadera al salir de ella, vi un agujero enorme y un chorro caer como si se le hubiera roto una tubería. Sara se puso a chupármela poseída, pero luego ponerse a 4 patas y volver a metérsela, gimió sin control sobre su propio cuerpo, hasta que me corrí azotándola duramente en el culo, sentí que podrían llegar a salirle por la boca cada chorro de semen, con un bramido animal, y Sara terminó doblándose de placer, quedando abrazados sin motivo alguno.

-YO: ¿tía……..como estás? – roja y compungida diría yo.

-SARA: ¡en la gloria Samuel!, con un par de trucos serás espectacular, apenas te has movido y me has hecho papilla…..jajajajja – no la entendía, estaba sudando y agotado, ¿y se supone que no me había movido?

-YO: ¡eres la mejor, tía!

-SARA: gracias cielo, casi lamento que hayas conocido a Vanesa…..- de golpe pensé en ella, y me sentí terriblemente mal.

-YO: ¿y si se entera?

-SARA: ¿sois novios o algo?, la conoces de una noche, no son cuernos.

-YO: ¿pero y si se entera y me deja?

-SARA: no le diremos nada si no quieres, aunque si nos ve jugando a las cartas no le parecerá tan malo, si es lista lo dejará pasar, pocas veces se encuentra a un buen chico como tú, listo y dulce, y con una traca así……

Me pasé media hora con la cabeza pegada al costado de Sara, que jugaba con mi pelo, viendo como su pecho subía y bajaba con menos ritmo paulatinamente, quedando con una respiración profunda, me cogió de la cara y con un beso largo y sonoro fue a ducharse, yo me di otra ducha rápida y me puse un calzoncillo para dormir, mientras que Sara regresó completamente desnuda y se metió en la cama, hundiéndose en mi pecho cobijándose del resto del universo. Marta llamó a la puerta, y se asomó con calma.

-MARTA: ¿puedo entrar?

-SARA: claro princesa, ¿que te pasa?

-MARTA: nada…….que quiero dormir….

-YO: ¿ya está Sonia haciendo ruidos arriba?

-MARTA: si…bueno….antes no, pero os han debido de oír y se han puesto a follar como cerdos……¿habéis terminado? si no, puedo irme y dormir sola, pero…..

-SARA: no digas tonterías, ven aquí, ya te dije que mi cama es tu cama – yo me moría de vergüenza, si ella lo había oído, toda la casa lo escuchó, mi madre incluida, y allí estaba Marta, mirando al suelo siendo consciente de lo que había pasado.

-MARTA: muchas gracias – sonrió por 1º vez con su candidez natural.

Se quitó el camisón que llevaba dejándose solo unas bragas de lana blancas, y se tumbó a mi lado, revolviéndome el pelo y mirándome con gesto de aprobación, la abracé y la besé en la espalda mientras Sara se pegó a mi cuerpo. Me costó dormirme, estaba acelerado pese al transcurrir del tiempo, pero caí dormido y feliz.

Por la mañana me despertó Sara, que regresaba del baño, se había puesto un tanga y se tumbó cogiéndome del brazo y rodeándose con él, la apreté con firmeza y la besé en el cuello, me lo agradeció contoneando su culo sobre mí. Me quedé así, perdido, con un miedo irreal a salir de esa cama y enfrentarme a la mirada de mi madre, o de Jaime, me daba pánico pensar en que haría si se sentía ofendido o traicionado por follarme a su chica, hasta que pensé que no menos que yo por saber que hacia lo mismo con mi madre. Unos dedos aparecieron sobre mí, buscado el ombligo de Sara que se retorció entre risas, a Marta le gustó aquel juego y de golpe estabamos los 3 de nuevo luchando hacer cosquillas a los otros 2, había un componente erótico en todo ello, innegable, pero era divertido a rabiar.

-CARMEN: ¡ya basta estruendosos!, que se os oye reír desde la piscina jajajajaja – mi madre estaba en la puerta mirándonos con ojos maternales, iba con solo el biquini minúsculo recién comprado.

-MARTA: ¡jajja jo mamá!, es que la tía me hace cosquillas.

-SARA: hoy has empezado tú, jajajaja ¡no te quejes!

-YO: ¡mamá socorro! – y fui a abrazarla totalmente rojo de cada vez que me tocaban el cuello, me abrazó con cariño y la levanté del suelo medio palmo ante su sorpresa, me besó en la mejilla y se quedó mirándome a los ojos, con orgullo.

-CARMEN: deprisa chicas, que nos vamos a estrenar los biquinis a la playa.

-MARTA: jajaja ¿en serio vamos a ir así?

-SARA: mujer, para eso los compré…..- Marta sonrió nerviosa y se la notó un “¿por que no?” en la cara.

Fueron a darse una ducha y ponerse los biquinis, con una camiseta o un vestido ligero por encima, Sonia salió con la parte de arriba de uno de los viejos, diría que más recatado pero con sus pechos no lo era, solo que no hacia el ridículo como le pasaba con el nuevo, pero si iba con la parte de abajo. Al llegar les costó desvestirse, pero al final lo hicieron, y juro que hasta el aire y el mar se detuvieron unos segundos. Camino del agua algún que otro hombre soltó piropos, y las miradas de las mujeres eran asesinas.

En el agua fue como siempre, jugar a hundirnos, pero entre todos, Jaime con mi madre y mi hermana, yo con Sara, y Sonia con Jony, que no se creía todo lo que veía, todas eran preciosas a su manera, destacando más o menos en algo, con una desinhibición que nuca imaginé ni en mis mejores sueños eróticos, eran 4 hembras de bandera divirtiéndose sin pensar en consecuencias ni convencionalismos.

Al salir del agua hubo casi una pasarela, las pararon varios grupos de chicos para pedirlas fotos y números de teléfono, Marta fue la única que le dio el suyo a un chico, bastante mono, que la hizo sonreír con 4 frases estudiadas, tardamos un mundo en volver a nuestras toallas, y sin mucho esfuerzo terminaron todas en top less, tanto Sara como Marta se negaron a dejarse embadurnar por Jaime, y casi me obligaron ha dársela yo, que no me resultó para nada desagradable, sobretodo sentir la piel de Marta, era tan fina y delicada que me puso los pelos de punta.

-MARTA: ¿hoy hacemos algo? ayer nos aburrimos en casa.

-SARA: yo vuelvo al mercdillo con Samuel.

-CARMEN: si te apetece coger el coche, vamos todas, así miramos algo más.

-SONIA: vale.

Tomaron el sol tostándose de tal manera que casi desaparecieron las marcas del biquini, en unos días ni se notarían, volvimos a casa y ayudé a mi madre ha hacer la comida, me miraba queriendo preguntarme algo, seguro que sobre Sara, pero no decía nada. Jaime estaba fuera fumando un porro y hablando acaloradamente con Sara, trató de darla unos azotes y esta le apartó la mano con suficiencia, fue una pequeña victoria para mí, aunque no sabia cual era el motivo concreto.

Sonia pidió que, si no le importaba a nadie, Jony se quedaría por casa unos días, mi madre la dijo que si sin poner una sola objeción, era un chico callado y que entretenía a Sonia, casi no molestaba ni hablaba, no parecía muy listo pero tampoco demostraba ser tonto, no era un incordio tenerlo por allí, y así habría un hombre más, ya solo faltaba Marta por “emparejar”.

Nos fuimos a echarnos una siesta después de comer, a las 3/4 de la tarde era un infierno salir a la calle rozando los 45ª. En vez de dormir Sara, Marta y yo, al escuchar follar a mi madre con Jaime, nos quedamos charlando, bueno, ellas charlaban, yo oía, veía y aprendía, decían cosas muy útiles, como trucos que hacia Jaime al comerla el coño, o como a Marta la tocó una pierna un chicho de tal forma que la gustó. Sara terminó detallando como me la había tirado aquella noche, Marta sonreía sorprendida ante algunas cosas que oía y que preferiría que no supiera. Marta sonreía mientras sus pezones se pusieron duros al escuchar como había hecho correrse a mi tía, y no supe si fue por el frío de ir solo con el biquini de tanga de abajo, o por que la excitó la cantidad detallada de cosas que Sara mencionó.

Llegada la hora, otra ducha para ir frescos al mercadillo, Sara y mi madre con vestidos de verano con estampados, Marta con camiseta ceñida y falda con vuelo hasta las rodillas, Sonia con un top escandalosamente sexy y unos shorts vaqueros, mientras que los chicos como siempre, bañador y camiseta. Como éramos 7 personas y solo había un coche con mi moto, nos apretamos, Sara querría ir conmigo, quise pensar, pero era la única que conducía, así que Marta se pegó a mi espalda, mientras que los demás iban en el coche, pero no era tan grande como para llevar a 5 personas, así que Sonia se sentó encima de Jony con mucho descaro.

Al llegar, las chicas se fueron de la mano a ver todo, mientras que los 3 chicos las seguíamos a cierta distancia, Jony se separó por una llamada y nos quedamos Jaime y yo solos.

-YO: bueno……¿y como va todo?

-JAIME: de fábula, tu madre es más guarra de lo que nunca pensé…..- le di un manotazo en el hombro.

-YO: deja de llamarla así, es mucha mujer para ti, es lo que pasa – sonrió meditando si provocarme.

-JAIME: tranquilo, solo bromeo, pero es que no veas como se mueve, de tu tía me harté, pero es que con tu madre no puedo……ahora, en la siesta, me ha tenido 1 hora comiéndoselo, para luego montarme otra hora más – le gustaba detallármelo.

-YO: ¿y que dice ella?

-JAIEM: ¿de que?

-YO: no se……sin ir bebida pensaba que…….

-AIME: te dije que el alcohol ayuda, pero el sentimiento es real, tu madre estaba sola, y yo le doy lo que necesita, así se juega, busca que quiere una mujer y dáselo.

-YO: ¿y de mi, y….Sara?

-JAIME: puffff anoche habíamos terminado de follar, o eso me creía, y empezamos a oír como gritaba Sara, se me tiró encima hasta ponérmela dura de nuevo por 3º vez, y estuve abriéndola el culo tanto tiempo que me quedé reventado.

-YO: no os oí.

-JAIME: ¡como para oírme, cabronazo!, Sara gritaba como una leona, ¿que coño la hiciese?

-YO: follármela – dije firme y orgulloso.

-JAIME: jajaja no te vengas arriba, es normal, en cuanto dejo de lado a una se buscan al 1º imbécil que las consuele…..- le dejé pensando eso, aunque quizá fuera cierto, Sara estaba conmigo por no podía estar con él, saberlo no cambiaba que me gustara aquel juego, pero lo sabia.

Las chicas se pasaron media tarde probándose todo, creo que no hubo un puesto que al menos no miraran, y Marta regresó con un tatuaje de una mariposa en la espalda, era de esos que duraban 2 semanas y se iban, mientras que Sonia se compró una pulsera con su nombre y Sara una tobillera de caracolas muy bonita. Luego nos acercamos al puesto de biquinis donde Sara compró todo lo del día anterior, y se compraron otra media docena más, luego se pusieron a buscar algo para mi, ya que Jaime se negaba a volver ha hacer el ridículo, pero yo era una marioneta en sus manos, buscaban algo que cuadrara, y en un probador, (que era una cortina mal puesta), me dieron varios bañadores que me quedaban de formas raras, eran diferentes a las bermudas habituales, cortos, estrechos, de licra, a cada cual más atrevido, unos parecían calzoncillos de señor mayor, lo llamaron turbo paquete, me negué a llevar puesto esas bobadas, hasta que apreció Marta con uno tipo slips, de licra azul oscuro, al ponérmelo me sentí extrañamente agraciado, y al abrir la cortina sin pudor alguno todas abrieron la boca sonriendo.

-CARMEN: ¡jefe, póngame 3 de estos de diferente color para mi niño! – le gritó a pleno pulmón al tendedero, lo que provocó que me mirara medio mercadillo.

Eran de no más de 15 centímetros de largo, de tela elástica y apretada, mi pene caía hacia un lado marcándose con claridad, pero sin parecer vulgar ni quedar mal, y con mi bronceado me veía de cine. Me gustaba como me quedaba pero más me gustaba como me miraban, no solo mi madre o las chicas, si no toda las mujeres de por allí, una le tapó los ojos a su hija y se la llevó lejos, y por 1º vez en mi vida me sentí atractivo, guapo, o al menos destacable, alejándome de la sensación ordinaria y común que me acompañaba siempre.

Nos tomamos unas bebidas frías en una terraza, y mientras Jaime sentó a mi madre en su regazo, Sara lo hizo encima de mi, sin ningún reparo me rodeó con un brazo por la nuca, y de vez en cuando me daba un beso en los labios, el 1º me puso tan acalorado que me bebí la Horchata del tirón, lo hizo delante de todos y nadie puso mala cara o dijo algo. Lo seguía haciendo hasta que perdí la vergüenza y se los devolvía, mirando a mi madre, que dejaba de lado a Jaime por ver a su hijo juguetear con su hermana.

-CARMEN: ¿y tú que? – miró a Marta.

-MARTA: ¿yo que, de que?

-CARMEN: ¿para cuando un chulazo? El de la playa de esta mañana parecía mono…….- Marta se ruborizó.

-MARTA: no sé…….es que para una noche vale, pero ninguno me llena a nivel personal.

-JAIME: estás de vacaciones, no busques un novio, busca un tipo al que follarte y pasar el rato…….- señaló con cuidado a Jony, que no se enteraba de nada, perdido en el escote de Sonia.

-SARA: jajaja no sufras, pronto volverá Vanesa y mi galante sobrino dejara mis atenciones para mejor momento.

-CARMEN: es verdad, ¿cuando regresa? Quiero conocerla.

-YO: creo que mañana, quedó en llamarme, es solo una amiga, la conozco de una noche……- quería minimizarla, pero me mentía a mi mismo, aún son Sara a mi lado, pensaba en ella, en su cuerpo vibrando ante mi empuje, en sus senos y culo engañosamente grandes bajo el vestido, en como se comportó conmigo y al ver a mi madre con el mulato, y en aquellos ojos azules vivos escondidos tras unas grandes gafas de pasta, y sobretodo su espeso cabello rizado, aquella mujer me había hechizado con algo.

-SARA: ya…….tendremos que ir a buscar chulazos Marta y yo jajajaja – sonó a broma pero tenia parte de verdad. Regresamos al coche paseando y me quedé atrasado con Sara.

-YO: siento si con Vanesa me alejo de ti, y más ahora que……

-SARA: ya sabia lo que había cariño, ojalá te vaya de cine con ella, pero si no…..ven a verme cuando quieras, al menos esta noche serás mío, ¿verdad?

-YO: si, todo yo – me abrazó con ternura, me dejó besarla en el escote.

Al volver a casa me sentía nervioso, ¿que aprendería esa noche en su cama?, ¿y que me esperaría cuando volviera Vanesa?, quizá se había olvidado de mi, fue solo una noche, quizá me dio un número de móvil falso y ahora estaba en la cama de algún otro bobo enamoradizo, hechizándolo. Lo pensaba, o quería que fuera verdad, y así podría quedarme con Sara sin sentirme culpable, en cualquier caso, necesitaba imperiosamente volver a ver a Vanesa.

En casa descansamos mientras cenábamos, y montamos una pequeña sala de cine en que vimos algunas películas, poco a poco la sala de cine quedó vacía, solo quedábamos Marta, Sara y yo abajo, mientras que se oía a Sonia de fondo gimotear del polvo que seguro que se estaba echando con Jony. Mi madre salió con Jaime a la piscina y se les veía tontear en el agua, ya me daba igual mirar o no, pero creo que estaban ambos desnudos. Marta se había quedado frita en mi hombro, casi parecía que solo dormía bien cuando estaba a mi lado, pero yo tenia unas ganas locas de separarme y follarme a Sara, que llevaba media película con su mano por dentro de mi bañador.

-SARA: deberíamos ir arriba, tengo ganas de otro masaje……

-YO: me da cosa Marta, la pobre está sola y parece tan dulce durmiendo.

-SARA: jajaja es verdad, pero te necesito arriba – acarició la cara de Marta y luego la besó en los labios lentamente, Marta se despertó con ternura, y miró a Sara al sonrojarse.

-MARTA: tía…….no me haga s eso.

-SARA: jajaja era solo para despertarte….- y echó la cabeza hacia mí con gesto claro, Marta tardó unos segundos en comprenderlo.

-MARTA: jo, ¿otra vez?…….vale, pero avisar al acabar, si no es con Samuel no duermo…. – me besó en la mejilla la apartarse – ….. disfruta hermanito.

Sara me cogió de la mano y me alejó de Marta, que se quedó hecha un bola en el sofá con un manta por encima, la naturalidad, y aceptación, de todos en una situación así me dejaba descolocado, mi hermana me dejaba irme a follarme a nuestra tía, para que la avisara al acabar y meterse en la cama con nosotros, de locos.

Fui siguiendo el culo de Sara que se contoneaba en la escalera como mejor sabia, iba con el bañador de los nuevos y un pareo a la cintura, mientras que yo ya solo iba con un bañador antiguo, al subir la seguí hasta el balcón, el aire frío de la noche la uso la piel de gallina y se apoyó en la barandilla mirando a la piscina, donde Jaime parecía penetrar a mi madre por detrás, desde lejos no se veía bien.

-SARA: míralos, ya están liados…….- me pegué a su espalda, y se estremeció al sentirme los brazos rodeándola la cintura.

-YO: pensaba que ya te daban igual.

-SARA: no puedo evitar tenerla envidia, siempre ha sido la niña bonita de tus abuelos, siempre tenia lo mejor, la más dulce, la que mejor se comportaba, la que sentó la cabeza antes, la que escogió mejor marido y la que tuvo hijos buenos y educados, y ahora me quita a Jaime…..

-YO: hasta ahora pensaba que mi madre era una mujer…..trivial, sosa, no pensaba que nadie pudiera envidiar su vida.

-SARA: es mi hermana, pero algunas veces la ahoga en la puta piscina, la mujer que has conocido toda tu vida se la que ha moldeado tu padre, la que ves ahí arqueándose para besar a un crío de 19 años mientras se la folla, esa es la que yo conozco, pero esta se la voy a devolver – echó el culo hacia atrás y se quito el pareo, jugó a frotarse hasta sentirme duro y se desnudó sin darse la vuelta, me bajó las bermudas y se lamió la mano preparándose el coño con delicadeza.

-YO: ¿que haces?

-SARA: vengarme jajajaja, fóllame, métemela de golpe, se fuerte y rudo, destrózame aquí, en el balcón, donde mis gritos puedan alertarla, y nos vea tener el sexo más salvaje que recuerde, ¡HAZLO! POR FAVOR – “encuentra lo que necesita y dáselo”.

Apunté a su húmedo coño que se abría con los dedos, y la cogí de la cintura con energía, apretaba tanto que se me doblaba, pero a los pocos intentos mi glande se guarecía en ella, soltó un bufido largo y sensual, echó el brazo atrás para cogerme de la nuca y pegarme a ella, mientras la iba penetrando, fue mucho más sencillo meterla que el día anterior, o al menos eso me pareció, por que ella vibraba con cada golpe de cintura hasta que la di los 3 o 4 empujones finales, seguidos de sus alaridos correspondientes. No pude ni mirar a la piscina para ver si la habían odio, tenia que centrarme en la mujer que tenia delante, que daba pequeños tirones apoyada en el balcón mientras la ensartaba.

-SARA: ¡AHHH, madre mía, que gusto, es como si me ardiera todo!

-YO: como me pones tía – solté abrumado al sentir como la tenia entera dentro, y como ella se recostaba contra mí con fuerza.

-SARA: pufffff, y tu a mi cariño, por favor, dame despacio, espera a que me acostumbre, pero después haz lo que quieras conmigo, disfruta cuanto desees, por que y haré lo mismo.

Casi me corro solo de orla decir eso, la saqué entera notando cierto alivio en la tensión de Sara, que regresó junto a mi embestida pausada y larga, lo iba haciendo tan lentamente que podía respirar varias veces entre ida y vuelta, Sara permanecía casi en silencio, solo gemía nasalmente cuando se la metía toda. Luego me pareció oír risas y ver a mi madre apoyada al borde de la piscina con la cabeza de Jaime entre sus muslos, esa imagen me enfureció, y lo pagó Sara.

Di 4 empujones sacándola entera cada vez, de tal magnitud que Sara se puso de puntillas con la boca abierta, la cogí de los senos y comencé a darle tan fuerte que pensaba que la iba a hacer atravesar la barandilla, Sara comenzó a gritar como creo que pretendía lograr, puede que exagerara para su venganza, ¿quien sabe?, lo que sé, es que me estaba desatando, no dejaba de subir el ritmo, Sara se retorcía tratando de aguantar aquello, pero a los 5 minutos cayó de cuclillas frotándose el clítoris saliendo de ella un manantial, cuando dejó de temblar me cogió la polla chupándola con prisa, para luego sentarse en la barandilla, la cogí del culo para no dejarla caer y me rodeó con las piernas, esta vez al metérsela fue como hundir los dedos en un bizcocho tierno, entró limpia y seguí bombeando fuera de mi, le gustaba tanto que me daba tirones en el pelo y me besaba o mordía en el hombro soltando gemidos audibles. Yo estaba a punto de correrme y di un sprint en que lo di todo, Sara echó al cabeza hacia atrás tanto que creí que se caía, con el cuello alineado con su cuerpo y gritando fuerte.

-SARA: ¡OHHH DIOS, FOLLAME SAMUEL, DESTRÓZAME DIOS, COMO ME ABRES! – la azoté un pecho por que no dejaba de moverse y se lo lamí antes de vaciarme con 5 o 6 largos latigazos que la hicieron abrazarme con sonidos agudos hundidos en mi pecho.

-YO: ¡tía, eres espectacular! – quise ser cortés, pero estaba cansado, la ayudé a bajar de la barandilla y me senté en una silla cercana, Sara estaba de pie confundida, se acariciaba su intimidad con celo y me miraba traviesa.

-SARA: escúchalos…- de fondo Jaime y mi madre estaban gritando poseídos, no los había oído por que Sara los tapaba, pero ahora eran claros.

-YO: ¿les hemos provocado?

-SARA: jajaja si quieren guerra, la tendrán – se arrodilló ante mi, me hizo tal mamada que en 4 minutos ya la tenia como una estaca, se montó de rodillas encima de mi y se penetró tan fácil que ya la tenia rebotando encima mía antes de poder cogerla de la cintura.

Apartó su pelo pegado a su piel del pecho por el sudor, y lamí sus pezones, con el mismo tacto y cuidado que me habían enseñado, pero dando golpes de cadera cada vez que Sara bajaba su cuerpo, eso se lo vi a alguien hacia poco, pero me costaba recordar a quien o cuando. Solo gozaba de follarme a esa mujer, me daba igual que fuera mi tía y lo hiciera para ganar una batalla de sexo a su hermana, a fin de cuentas mi madre, que se follaba a mi amigo.

Mis manos bajaron a sus nalgas y la amasé como me dijo Sara la noche previa, pero seguí penetrándola con virulencia, Sara se reía de reconocer sus enseñanzas, y de vez en cuando me sacaba su pecho de la boca para darme largos besos cálidos con lengua.

-SARA: jajajaja eres un gran alumno, me estás llevando al paraíso.

-YO: es que….dios……me gusta esto….- no atinaba a poder hablar, bastante tenia con recordar como masajear un culo, comerse unas tetas y besar, a la vez que mantener un ritmo de caderas bueno, “esto tendría que ser disciplina olímpica” me dije a mi mismo.

-SARA: mereces otra lección – me chupó varios dedos con calma y luego se los llevó al ano, sentir aquella textura me puso a 1000, su sonrisa era malévola, me guiaba el dedo, acariciaba mientras apretaba un poco, y luego entró en su ano con facilidad, Jaime la había dejado un buen entrenamiento, un dedo no seria problema.

-YO: es una sensación rara.

-SARA: mi niño, es primordial preparar bien a una mujer antes de un anal, la tienes muy ancha, y si no tienes cuidado puedes hacerme daño, con calma mete un dedo, y fóllame el culo con él, cuando lo veas listo, otro y así hasta que te lo pida.

Era divertido y didáctico a la vez, lo hice según sus indicaciones, el ritmo era de sexo era lento peor continuo. Al sentir el 2º y 3º dedos se acarició el clítoris con fuerza, y terminó corriéndose antes de lo que esperaba, salió de mi rondado por el suelo, llenando todo de fluidos.

-SARA: ¡DIOS! Joder, en mi vida me había corrido si – se puso en pie se me sentó de espaldas, frotando su culo contra mi verga – me cago en la puta, ¡ábreme el culo Samuel, me vas ha hacer polvo, pero lo necesito!

Apoyó sus dos pies en mis rodillas y elevó la cadera mientras que la sujetaba del culo, cogió mi miembro y dejó caer un río de saliva hasta él, embadurnándolo para luego apuntárselo al ano, fue como mi 1º vez, era tan cerrado y prieto que me dolía el glande, pero aguanté mordiéndome el labio. Sara se quejaba de que no acertaba, pero logró subir el trasero y de golpe sentí que le entraba media barra, su boca estaba abierta con ganas de soltar otro grito colosal, pero no salió nada de sus labios, se quedó quieta más de un minuto, en que casi pareció no respirar, hasta que soltó todo el aire de golpe.

-SARA: ¡Y YO QUE ME LO QUERIA PERDER, JODER, QUE POLLA, ME DUELE COMO EN MI VIDA!

-YO: ¡a mi también! – pero era un dolo cálido, más bien un malestar, como cuando se te resiente una articulación justo antes de sonar el crujir de huesos.

-SARA: cariño, por favor, muy despacio, me duele mucho, deja que sea yo, no des empujones y te juro que terminamos en el hospital.

-YO: si quieres la saco…..- me daba un miedo enorme terminar en esa misma posición, pero en una camilla en el hospital.

-SARA: ¡NI DE PUTA BROMA, TU ME VAS A FOLLAR COMO DIOS MANDA! – y se dejó caer un poco más, lo justo para sentir sus nalgas en mi pelvis.

-YO: ¡AHH TIA….ME ….ME GSUTA! – era como si la tuviera aprisionada debajo de mil almohadas.

-SARA: ¡Y A MI, JODER, ME ESTOY VOLVIENDO LOCA! – y soltó todos sus agarres, sentí como la abría algo, aunque no se el qué, pero la tenia entera dentro de su ano, se retorció sobre mi, con alaridos de mezcla de dolor y placer.

Se pasó 3 minutos acomodándose, hasta que vivió a apoyar sus pies en mis rodillas y empezó a subir y bajar, aumentando el ritmo, la ayudaba con la manos aunque solo a subir, al bajar se dejaba caer a plomo y un sonido rarísimo me llamó la atención, era como un “chop chop”, eran los fluidos de Sara cayendo de su coño a su ano, y bañando la zona donen neutros cuerpos se golpeaban. Me encolericé, la subí el culo y planté lo pies con firmeza, dejando que mi cadera cobrara vida, nunca creí que podría moverme así, veía meterle ni tranca en su trasero a una velocidad espectacular, y ella se pellizcaba un pezón o se acariciaba el clítoris, pero tenia que agarrarse a los antebrazos de la silla para no caerse de tanto vaivén, me decía o bien que lo hacia y lo mucho que estaba gozando, y ahora no parecía ser cara a la galería.

Me desfondé pasado 10 minutos en que no pude más, y me senté sin poder moverme, sentía clamares en los gemelos, y mi tía se fundió sobre mi, me usó de cama mientras se contoneaba aún con mi miembro duro dentro de ella, no me había corrido, me había quedado sin fuerzas.

-SARA: jjajajaja me encantas, eres como un conejito, tienes que aprender a controlarte, das mucho muy rapado, y te casas, no tienes fondo, tienes que ser listo, e ir creciendo lentamente, aumentando poco a poco, para llegar al clímax cuando lo estés dando todo.

-YO: gracias tía, eres muy buena conmigo….peor es que ahora no puedo…no tengo energía.

-SARA: déjame a mí.

Bajó su pies al suelo con las piernas juntas entre las mías y se puso en pie, la visión de su culo en pompa medio agachada me encantó. Ella solo subía y bajaba sobre mi como un turco de magia en el que lo que desaprecia era mi miembro, y empezó un “twerking” en que la carne de sus nalgas iba en contra de la dirección de las caderas, de vez en cuando dejaba de moverse y se recostaba para descansar, la frotaba el clítoris sin descanso, me cogió de la mano y me guió para hacerlo bien, era como un oso tratando de abrir un caramelo, pero me enseñó a ser un fino estilista.

-SARA: ves, así es más placentero, y si metes los dedos así, encontrarás el punto G de las mujeres, no es un mito, y es un muy buen truco para lograr que aun mujer se vuelva loca sin gastar energías – había seguido sus dedos y los tenia dentro, buscando con cuidado.

-YO: está muy caliente.

-SARA: jajajaja es que estoy ardiendo – se sacó mi miembro del ano, y cogiéndolo de la base se golpeó repetidamente el coño con ella, como si fuera un bola de demolición, para luego metérsela entera hasta rozar neutros sexos.

Allí saqué de donde no tenia, y fui aumentando lentamente un ritmo pausado, eso la gustó y sorprendió a la vez, pero se pasó al ponerse como un tomate y romper en otro orgasmo del que salió mucha menos cantidad de fluidos que antes.

-SARA: ¡madre mía!, como no pares me vas a dejar seca jajajaja.

-YO: estoy durando mucho, ¿verdad? – me pareció importante recalcarlo.

-SARA: claro que si, cielo, es que la 1º siempre es la más rápida, según vayas mejorando la 2º, o hasta la 3º, serán más tardías.

-YO: ¿cuantas veces puedo correrme?

-SARA: depende del hombre, a mi ex marido con 1 ya no se le levantaba, pero a Jaime he llegado a 4 veces, por la juventud supongo.

Mi ritmo lento la estaba derritiendo, hablaba y sonreía, pero buscaba apretar contra mi, ya no la sacaba, solo giraba su cadera en círculos y terminé llenándola de semen con un chorro que sentí rebotar dentro de ella .Nos quedamos así unos minutos, en que el sudor y aire frío hacían un mezcla rara.

-SARA: mi niño, como te voy a echar de menos…..

-YO: tal vez Vanesa se haya olvidado de mí.

-SARA: jajaja ojalá, pero no, esa chica tiene algo raro, algo que encaja contigo, se lo vi en los ojos, te miraba como miraba yo a mi ex, esta coladita por ti, te lo digo yo.

Eso me desconcertó, que yo me enamorara era normal, me había pasado toda mi vida con cada mujer o chica que había sido mínimamente amable o cariñosa, me enamoraba, pero que alguien se colara por mi era nuevo.

Al recuperar algo de fuerzas nos dimos una buena ducha, y mientras Sara se acostaba desnuda, con un olor a crema entre sus muslos, fui a buscar a Marta en bermudas, estaba en el sofá, y si bien no puedo saberlo, olía a hembra, el mismo olor que había notado en los dedos de tenerlos dentro de Sara.

-YO: Marta…….ya hemos…….si quieres…..

-MARTA: si que has durado jajajajaja – me puse rojo cuando me acarició el pelo.

-YO: no se que hacer, la tía me esta ayudando mucho, pero Vanesa…..- me abrazó con dulzura.

-MARTA: ni si quería se que hacer con mi vida, no te diré que tienes que hacer con la tuya, solo quiero que seas feliz.

-YO: y yo que tú lo seas también, no me gusta que te sientas sola, ¿que puedo hacer? – me pellizcó en la mejilla.

-MARTA: pues vamos a dormir, que estoy molida, así seré feliz unas horas jajaja.

Al subir Marta se desnudó quedado en tanga azul cuelo, y le hizo un pedorreta en la cadera a Sara, que se río adormilada, me acosté de lado y abrazando a Marta, odiaba verla triste, cuando era una mujer alegre y risueña, al sentirme rodeándola sonrió, y se volvió para enterrarse entre el colchón y mi pecho, usando mi brazo de almohada, me resigné a despertar sin brazo y me dormí feliz.

“Las jefas, esas putas que todo el mundo desea” (POR GOLFO) Libro para descargar

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Sinopsis:

Selección de los mejores relatos de Golfo sobre una jefa. 120 páginas en las que disfrutarás leyendo diferentes historias de ellas disfrutando o sufriendo con el sexo.

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http://www.amazon.com/jefas-esas-putas-mundo-desea-ebook/dp/B015QIL9M8/

Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Acosado por mi jefa, la reina virgen.
―Manuel, la jefa quiere verte― me informó mi secretaria nada más entrar ese lunes a la oficina.
―¿Sabes que es lo que quiere?― le pregunté, cabreado.
―Ni idea pero está de muy mala leche― María me respondió, sabiendo que una llamada a primera hora significaba que esa puta iba a ordenar trabajo extra a todo el departamento.
“Mierda”, pensé mientras me dirigía a su despacho.
Alicia Almagro, no solo era mi jefa directa sino la fundadora y dueña de la empresa. Aunque era insoportable, tengo que reconocer que fue la inteligencia innata de esa mujer, el factor que me hizo aceptar su oferta de trabajo hacía casi dos años. Todavía recuerdo como me impresionó oír de la boca de una chica tan joven las ideas y proyectos que tenía en mente. En ese momento, yo era un consultor senior de una de las mayores empresas del sector y por lo tanto a mis treinta años tenía una gran proyección en la multinacional americana en la que trabajaba, pero aun así decidí embarcarme en la aventura con esa mujer.
El tiempo me dio la razón, gracias a ella, el germen de la empresa que había creado se multiplicó como la espuma y, actualmente, tenía cerca de dos mil trabajadores en una veintena de países. Mi desarrollo profesional fue acorde a la evolución de la compañía y no solo era el segundo al mando sino que esa bruja me había hecho millonario al cederme un cinco por ciento de las acciones pero, aun así, estaba a disgusto trabajando allí.
Pero lo que tenía de brillante, lo tenía de hija de perra. Era imposible acostumbrarse a su despótica forma de ser. Nunca estaba contenta, siempre pedía más y lo que es peor para ella no existían ni las noches ni los fines de semana. Menos mal que era soltero y no tenía pareja fija, no lo hubiera soportado, esa arpía consideraba normal que si un sábado a las cinco de la mañana, se le ocurría una nueva idea, todo su equipo se levantara de la cama y fuera a la oficina a darle forma. Y encima nunca lo agradecía.
Durante el tiempo que llevaba bajo sus órdenes, tuve que dedicar gran parte de mi jornada a resolver los problemas que su mal carácter producía en la organización. Una vez se me ocurrió comentarle que debía ser más humana con su gente, a lo que me respondió que si acaso no les pagaba bien. Al contestarle afirmativamente, me soltó que con eso bastaba y que si querían una mamá, que se fueran a casa.
―¿Se puede?― pregunté al llegar a la puerta de su despacho y ver que estaba al teléfono. Ni siquiera se dignó a contestarme, de forma que tuve que esperar cinco minutos, de pie en el pasillo hasta que su majestad tuvo la decencia de dejarme pasar a sus dominios.
Una vez, se hubo despachado a gusto con su interlocutor, con una seña me ordenó que pasara y me sentara, para sin ningún tipo de educación soltarme a bocajarro:
―Me imagino que no tienes ni puñetera idea del mercado internacional de la petroquímica.
―Se imagina bien― le contesté porque, aunque tenía bastante idea de ese rubro, no aguantaría uno de sus temidos exámenes sobre la materia.
―No hay problema, te he preparado un breve dosier que debes aprenderte antes del viernes― me dijo señalando tres gruesos volúmenes perfectamente encuadernados.
Sin rechistar, me levanté a coger la información que me daba y cuando ya salía por la puerta, escuché que preguntaba casi a voz en grito, que donde iba:
―A mi despacho, a estudiar― respondí bastante molesto por su tono.
La mujer supo que se había pasado pero, incapaz de pedir perdón, esperó que me sentara para hablar:
―Sabes quién es Valentín Pastor.
―Claro, el magnate mexicano.
―Pues bien, gracias a un confidente me enteré de las dificultades económicas de la mayor empresa de la competencia y elaboré un plan mediante el cual su compañía podía absorberla a un coste bajísimo. Ya me conoces, no me gusta esperar que los clientes vengan a mí y por eso, en cuanto lo hube afinado, se lo mandé directamente.
Sabiendo la respuesta de antemano, le pregunté si le había gustado. Alicia, poniendo su típica cara de superioridad, me contestó que le había encantado y que quería discutirlo ese mismo fin de semana.
―Entonces, ¿cuál es el problema?.
Al mirarla esperando una respuesta, la vi ruborizarse antes de contestar:
―Como el Sr. Pastor es un machista reconocido y nunca hubiera prestado atención a un informe realizado por una mujer, lo firmé con tu nombre.
Que esa zorra hubiera usurpado mi personalidad, no me sorprendió en demasía, pero había algo en su actitud nerviosa que no me cuadraba y conociéndola debía ser cuestión de dinero:
―¿De cuánto estamos hablando?―
―Si sale este negocio, nos llevaríamos una comisión de unos quince millones de euros.
―¡Joder!― exclamé al enterarme de la magnitud del asunto y poniéndome en funcionamiento, le dije que tenía que poner a todo mi equipo a trabajar si quería llegar a la reunión con mi equipo preparado.
―Eso no es todo, Pastor ha exigido privacidad absoluta y por lo tanto, esto no puede ser conocido fuera de estas paredes.
―¿Me está diciendo que no puedo usar a mi gente para preparar esa reunión y que encima debo de ir solo?.
―Fue muy específico con todos los detalles. Te reunirás con él en su isla el viernes en la tarde y solo puede acompañarte tu asistente.
―Alicia, disculpe… ¿de qué me sirve un asistente al que no puedo siquiera informar de que se trata?. Para eso, prefiero ir solo.
―Te equivocas. Tu asistente sabe ya del tema mucho más de lo que tú nunca llegaras a conocer y estará preparado para resolver cualquier problema que surja.
Ya completamente mosqueado, porque era una marioneta en sus manos, le solté:
―Y ¿Cuándo voy a tener el placer de conocer a ese genio?
En su cara se dibujó una sonrisa, la muy cabrona estaba disfrutando:
―Ya la conoces, seré yo quien te acompañe.

Después de la sorpresa inicial, intenté disuadirla de que era una locura. La presidenta de una compañía como la nuestra no se podía hacer pasar por una ayudante. Si el cliente lo descubría el escándalo sería máximo y nos restaría credibilidad.
―No te preocupes, jamás lo descubrirá.
Sabiendo que no había forma de hacerle dar su brazo a torcer, le pregunté cual eran los pasos que había que seguir.
―Necesito que te familiarices con el asunto antes de darte todos los pormenores de mi plan. Vete a casa y mañana nos vemos a las siete y media― me dijo dando por terminada la reunión.
Preocupado por no dar la talla ante semejante reto, me fui directamente a mi apartamento y durante las siguientes dieciocho horas no hice otra cosa que estudiar la información que esa mujer había recopilado.
Al día siguiente, llegué puntualmente a la cita. Alicia me estaba esperando y sin más prolegómenos, comenzó a desarrollar el plan que había concebido. Como no podía ser de otra forma, había captado el mensaje oculto que se escondía detrás de unas teóricamente inútiles confidencias de un amigo y había averiguado que debido a un supuesto éxito de esa empresa al adelantarse a la competencia en la compra de unos stocks, sin darse cuenta había abierto sin saberlo un enorme agujero por debajo de la línea de flotación y esa mujer iba a provecharlo para parar su maquinaria y así hacerse con ella, a un precio ridículo.
Todas mis dudas y reparos, los fue demoliendo con una facilidad pasmosa, por mucho que intenté encontrar una falla me fue imposible. Derrotado, no me quedó más remedio que felicitarle por su idea.
―Gracias― me respondió, ―ahora debemos conseguir que asimiles todos sus aspectos. Tienes que ser capaz de exponerlo de manera convincente y sin errores.
Ni siquiera me di por aludido, la perra de mi jefa dudaba que yo fuera capaz de conseguirlo y eso que en teoría era, después de ella, el más valido de toda la empresa. Para no aburriros os tengo que decir que mi vida durante esos días fue una pesadilla, horas de continuos ensayos, repletos de reproches y nada de descanso.
Afortunadamente, llegó el viernes. Habíamos quedado a las seis de la mañana en el aeropuerto y queriendo llegar antes que ella, me anticipé y a las cinco ya estaba haciendo cola frente al mostrador de la aerolínea. La tarde anterior habíamos mandado a un empleado a facturar por lo que solo tuve que sacar las tarjetas de embarque y esperar.
Estaba tomándome un café, cuando vi aparecer por la puerta de la cafetería a una preciosa rubia de pelo corto con una minifalda aún más exigua. Sin ningún tipo de reparo, me fijé que la niña no solo tenía unas piernas perfectas sino que lucía unos pechos impresionantes.
Babeando, fui incapaz de reaccionar cuando, sin pedirme permiso, se sentó en mi mesa.
―Buenos días― me dijo con una sonrisa.
Sin ser capaz de dejar de mirarle los pechos, caí en la cuenta que ese primor no era otro que mi jefa. Acostumbrado a verla escondida detrás de un anodino traje de chaqueta y un anticuado corte de pelo nunca me había fijado que Alicia era una mujer y que encima estaba buena.
―¿Qué opinas?, ¿te gusta mi disfraz?.
No pude ni contestar. Al haberse teñido de rubia, sus facciones se habían dulcificado, pero su tono dictatorial seguía siendo el mismo. Nada había cambiado. Como persona era una puta engreída y vestida así, parecía además una puta cara.
―¿Llevas todos los contratos?. Aún tenemos una hora antes de embarcar y quiero revisar que no hayas metido la pata.
Tuve que reprimir un exabrupto y con profesionalidad, fui numerando y extendiéndole uno a uno todos los documentos que llevábamos una semana desarrollando. Me sentía lo que era en manos de esa mujer, un perrito faldero incapaz de revelarse ante su dueña. Si me hubiese quedado algo de dignidad, debería de haberme levantado de la mesa pero esa niña con aspecto de fulana me había comprado hace dos años y solo me quedaba el consuelo que, al menos, los números de mi cuenta corriente eran aún más grandes que la humillación que sentía.
Escuché con satisfacción que teníamos que embarcar, eso me daba un respiro en su interrogatorio. Alicia se dirigió hacia el finger de acceso al avión, dejándome a mí cargando tanto mi maletín como el suyo pero, por vez primera, no me molestó, al darme la oportunidad de contemplar el contoneo de su trasero al caminar. Estaba alucinado. El cinturón ancho, que usaba como falda, resaltaba la perfección de sus formas y para colmo, descubrí que esa zorra llevaba puesto un coqueto tanga rojo.
“Joder”, pensé, “llevo dos años trabajando para ella y nunca me había dado cuenta del polvo que tiene esta tía”.
Involuntariamente, me fui excitando con el vaivén de sus caderas, por lo que no pude evitar que mi imaginación volara y me imaginara como sería Alicia en la cama.
―Seguro que es frígida― murmuré.
―No lo creo― me contestó un pasajero que me había oído y que al igual que yo, estaba ensimismado con su culo, ―tiene pinta de ser una mamona de categoría.
Solté una carcajada por la burrada del hombre y dirigiéndome a él, le contesté:
―No sabe, usted, cuánto.
Esa conversación espontánea, me cambió el humor, y sonriendo seguí a mi jefa al interior del avión.

El viaje.
Debido a que nuestros billetes eran de primera clase, no tuvimos que recorrer el avión para localizar nuestros sitios. Nada más acomodarse en su asiento, Alicia me hizo un repaso de la agenda:
―Como sabes, tenemos que hacer una escala en Santo Domingo, antes de coger el avión que nos llevará a la isla privada del capullo de Pastor. Allí llegaremos como a las ocho la tarde y nada más llegar, su secretaria me ha confirmado que tenemos una cena, por lo que debemos descansar para llegar en forma.
―Duerma― le contesté,― yo tengo que revisar unos datos.
Ante mi respuesta, la muchacha pidió agua a la azafata y sacando una pastilla de su bolso, se la tomó, diciendo:
―Orfidal. Lo uso para poder descansar.
No me extrañó que mi jefa, con la mala baba que se marcaba, necesitara de un opiáceo para dormir.
“La pena es que no se tome una sobredosis”, pensé y aprovechando que me dejaba en paz, me puse a revisar el correo de mi ordenador por lo que no me di cuenta cuando se durmió.
Al terminar fue, cuando al mirarla, me quedé maravillado.
Alicia había tumbado su asiento y dormida, el diablo había desaparecido e, increíblemente, parecía un ángel. No solo era una mujer bellísima sino que era el deseo personificado. Sus piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una estrecha cintura que se volvía voluptuosa al compararse con los enormes pechos que la naturaleza le había dotado.
Estaba observándola cuando, al removerse, su falda se le subió dejándome ver la tela de su tanga. Excitado, no pude más que acomodar mi posición para observarla con detenimiento.
“No comprendo porque se viste como mojigata”, me dije, “esta mujer, aunque sea inteligente, es boba. Con ese cuerpo podría tener al hombre que quisiera”.
En ese momento, salió de la cabina, uno de los pilotos y descaradamente, le dio un repaso. No comprendo por qué pero me cabreó esa ojeada y moviendo a mi jefa, le pregunté si quería que la tapase. Ni siquiera se enteró, el orfidal la tenía noqueada. Por eso cogiendo una manta, la tapé y traté de sacarla de mi mente.
Me resultó imposible, cuanto más intentaba no pensar en ella, más obsesionado estaba. Creo que fue mi larga abstinencia lo que me llevó a cometer un acto del que todavía hoy, no me siento orgulloso. Aprovechando que estábamos solos en el compartimento de primera, disimulando metí mi mano por debajo de la manta y empecé a recorrer sus pechos.
“Qué maravilla”, pensé al disfrutar de la suavidad de su piel. Envalentonado, jugué con descaro con sus pezones. Mi victima seguía dormida, al contrario que mi pene que exigía su liberación. Sabiendo que ya no me podía parar, cogí otra manta con la que taparme y bajándome la bragueta, lo saqué de su encierro. Estaba como poseído, el morbo de aprovecharme de esa zorra era demasiado tentador y, por eso, deslizando mi mano por su cuerpo, empecé a acariciar su sexo.
Poco a poco, mis caricias fueron provocando que aunque Alicia no fuera consciente, su cuerpo se fuera excitando y su braguita se mojara. Al sentir que la humedad de su cueva, saqué mi mano y olisqueé mis dedos. Un aroma embriagador recorrió mis papilas y ya completamente desinhibido, me introduje dentro de su tanga y comencé a jugar con su clítoris mientras con la otra mano me empezaba a masturbar.
Creo que Alicia debía de estar soñando que alguien le hacia el amor, porque entre dientes suspiró. Al oírla, supe que estaba disfrutando por lo que aceleré mis toqueteos. La muchacha ajena a la violación que estaba siendo objeto abrió sus piernas, facilitando mis maniobras. Dominado por la lujuria, me concentré en mi excitación por lo que coincidiendo con su orgasmo, me corrí llenando de semen la manta que me tapaba.
Al haberme liberado, la cordura volvió y avergonzado por mis actos, acomodé su ropa y me levanté al baño.
“La he jodido”, medité al pensar en lo que había hecho, “solo espero que no se acuerde cuando despierte, sino puedo terminar hasta en la cárcel”.
Me tranquilicé al volver a mi asiento y comprobar que la cría seguía durmiendo.
“Me he pasado”, me dije sin reconocer al criminal en que, instantes antes, me había convertido.
El resto del viaje, fue una tortura. Durante cinco horas, mi conciencia me estuvo atormentando sin misericordia, rememorando como me había dejado llevar por mi instinto animal y me había aprovechado de esa mujer que plácidamente dormía a mi lado. Creo que fue la culpa lo que me machacó y poco antes de aterrizar, me quedé también dormido.
―Despierta― escuché decir mientras me zarandeaban.
Asustado, abrí los ojos para descubrir que era Alicia la que desde el pasillo me llamaba.
―Ya hemos aterrizado. Levántate que no quiero perder el vuelo de conexión.
Suspiré aliviado al percatarme que su tono no sonaba enfadado, por lo que no debía de recordar nada de lo sucedido. Con la cabeza gacha, recogí nuestros enseres y la seguí por el aeropuerto.
La mujer parecía contenta. Pensé durante unos instantes que era debido a que aunque no lo supiera había disfrutado pero, al ver la efectividad con la que realizó los tramites de entrada, recordé que siempre que se enfrentaba a un nuevo reto, era así.
“Una ejecutiva agresiva que quería sumar un nuevo logro a su extenso curriculum”.
El segundo trayecto fue corto y en dos horas aterrizamos en un pequeño aeródromo, situado en una esquina de la isla del magnate. Al salir de las instalaciones, nos recogió la secretaria de Pastor, la cual después de saludarme y sin dirigirse a la que teóricamente era mi asistente, nos llevó a la mansión donde íbamos a conocer por fin a su jefe.
Me quedé de piedra al ver donde nos íbamos a quedar, era un enorme palacio de estilo francés. Guardando mis culpas en el baúl de los recuerdos, me concentré en el negocio que nos había llevado hasta allí y decidí que tenía que sacar ese tema hacia adelante porque el dinero de la comisión me vendría bien, por si tenía que dejar de trabajar en la empresa.
Un enorme antillano, vestido de mayordomo, nos esperaba en la escalinata del edificio. Habituado a los golfos con los que se codeaba su jefe, creyó que Alicia y yo éramos pareja y, sin darnos tiempo a reaccionar, nos llevó a una enorme habitación donde dejó nuestro equipaje, avisándonos que la cena era de etiqueta y que, en una hora, Don Valentín nos esperaba en el salón de recepciones.
Al cerrar la puerta, me di la vuelta a ver a mi jefa. En su cara, se veía el disgusto de tener que compartir habitación conmigo.
―Perdone el malentendido. Ahora mismo, voy a pedir otra habitación para usted― le dije abochornado.
―¡No!― me contestó cabreada,― recuerda que este tipo es un machista asqueroso, por lo tanto me quedo aquí. Somos adultos para que, algo tan nimio, nos afecte. Lo importante es que firme el contrato.
Asentí, tenía razón.
Esa perra, ¡siempre tenía razón!.
―Dúchate tú primero pero date prisa, porque hoy tengo que arreglarme y voy a tardar.
Como no tenía más remedio, saqué el esmoquin de la maleta y me metí al baño dejando a mi jefa trabajando con su ordenador. El agua de la ducha no pudo limpiar la desazón que tener a ese pedazo de mujer compartiendo conmigo la habitación y saber que lejos de esperarme una dulce noche, iba a ser una pesadilla, por eso, en menos de un cuarto de hora y ya completamente vestido, salí para dejarla entrar.
Ella al verme, me dio un repaso y por primera vez en su vida, me dijo algo agradable:
―Estás muy guapo de etiqueta.
Me sorprendió escuchar un piropo de su parte pero cuando ya me estaba ruborizando escuché:
―Espero que no se te suba a la cabeza.
―No se preocupe, sé cuál es mi papel― y tratando de no prolongar mi estancia allí, le pedí permiso para esperarla en el salón.
―Buena idea― me contestó.― Así, no te tendré fisgando mientras me cambio.
Ni me digné a contestarla y saliendo de la habitación, la dejé sola con su asfixiante superioridad. Ya en el pasillo, me di cuenta que no tenía ni idea donde se hallaba, por lo que bajando la gigantesca escalera de mármol, pregunté a un lacayo. Este me llevó el salón donde al entrar, me topé de frente con mi anfitrión.
―Don Valentín― le dije extendiéndole mi mano, ―soy Manuel Pineda.
―Encantado muchacho― me respondió, dándome un apretón de manos, ―vamos a servirnos una copa.
El tipo resultó divertido y rápidamente congeniamos, cuando ya íbamos por la segunda copa, me dijo:
―Aprovechando que es temprano, porque no vemos el tema que te ha traído hasta acá.
―De acuerdo― le contesté,― pero tengo que ir por mis papeles a la habitación y vuelvo.
―De acuerdo, te espero en mi despacho.
Rápidamente subí a la habitación, y tras recoger la documentación, miré hacia el baño y sorprendido descubrí que no había cerrado la puerta y a ella, desnuda, echándose crema. Asustado por mi intromisión, me escabullí huyendo de allí con su figura grabada en mi retina.
“¡Cómo está la niña!”, pensé mientras entraba a una de las reuniones más importantes de mi vida.
La que en teoría iba a ser una reunión preliminar, se prolongó más de dos horas, de manera que cuando llegamos al salón, me encontré con que todo el mundo nos esperaba. Alicia enfundada en un provocativo traje de lentejuelas. Aprovechando el instante, recorrí su cuerpo con mi mirada, descubriendo que mi estricta jefa no llevaba sujetador y que sus pezones se marcaban claramente bajo la tela. En ese momento se giró y al verme, me miró con cara de odio. Solo la presencia del magnate a mi lado, evitó que me montara un escándalo.
―¿No me vas a presentar a tu novieta?― preguntó Don Valentín al verla. Yo, obnubilado por su belleza, tardé en responderle por lo que Alicia se me adelantó:
―Espero que el bobo de Manuel no le haya aburrido demasiado, perdónele es que es muy parado. Me llamo Alicia.
El viejo, tomándose a guasa el puyazo de mi supuesta novia, le dio dos besos y dirigiéndose a mí, me soltó:
―Te has buscado una hembra de carácter y encima se llama como tu jefa, lo tuyo es de pecado.
―Ya sabe, Don Valentín, que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
Contra todo pronóstico, la muchacha se rio y cogiéndome del brazo, me hizo una carantoña mientras me susurraba al oído:
―Me puedes acompañar al baño.
Disculpándome de nuestro anfitrión, la seguí. Ella esperó a que hubiéramos salido del salón para recriminarme mi ausencia. Estaba hecha una furia.
―Tranquila jefa. No he perdido el tiempo, tengo en mi maletín los contratos ya firmados, todo ha ido a la perfección.
Cabreada, pero satisfecha, me soltó:
―Y ¿por qué no me esperaste?.
―Comprenderá que no podía decirle que tenía que esperar a que mi bella asistente terminase de bañarse para tener la reunión.
―Cierto, pero aun así debías haber buscado una excusa. Ahora volvamos a la cena.
Cuando llegamos, los presentes se estaban acomodando en la mesa. Don Valentín nos había reservado los sitios contiguos al suyo, de manera que Alicia tuvo que sentarse entre nosotros. Al lado del anfitrión estaba su novia, una preciosa mulata de por lo menos veinte años menos que él. La cena resultó un éxito, mi jefa se comportó como una damisela divertida y hueca que nada tenía que ver con la dura ave de presa a la que me tenía acostumbrado.
Con las copas, el ambiente ya de por si relajado, se fue tornando en una fiesta. La primera que bebió en demasía fue Alicia, que nada más empezar a tocar el conjunto, me sacó a bailar. Su actitud desinhibida me perturbó porque, sin ningún recato, pegó su cuerpo al mío al bailar.
La proximidad de semejante mujer me empezó a afectar y no pude más que alejarme de ella para que no notara que mi sexo crecía sin control debajo de mi pantalón. Ella, al notar que me separaba, me cogió de la cintura y me obligó a pegarme nuevamente. Fue entonces cuando notó que una protuberancia golpeaba contra su pubis y cortada, me pidió volver a la mesa.
En ella, el dueño de la casa manoseaba a la mulata, Al vernos llegar, miró con lascivia a mi acompañante y me soltó:
―Muchacho, tenemos que reconocer que somos dos hombres afortunados al tener a dos pedazos de mujeres para hacernos felices.
―Lo malo, Don Valentín, es que hacerles felices es muy fácil. No sé si su novia estará contenta pero Manuel me tiene muy desatendida.
Siguiendo la broma, contesté la estocada de mi jefa, diciendo:
―Sabes que la culpa la tiene la señora Almagro que me tiene agotado.
―Ya será para menos― dijo el magnate― tengo entendido que tu presidenta es de armas tomar.
―Si― le contesté, ―en la empresa dicen que siempre lleva pantalones porque si llevara falda, se le verían los huevos.
Ante tamaña salvajada, mi interlocutor soltó una carcajada y llamando al camarero pidió una botella de Champagne.
―Brindemos por la huevuda, porque gracias a ella estamos aquí.
Al levantar mi copa, miré a Alicia, la cual me devolvió una mirada cargada de odio. Haciendo caso omiso, brindé con ella. Como la perfecta hija de puta que era, rápidamente se repuso y exhibiendo una sonrisa, le dijo a Don Valentín que estaba cansada y que si nos permitía retirarnos.
El viejo, aunque algo contrariado por nuestra ida, respondió que por supuesto pero que a la mañana siguiente nos esperaba a las diez para que le acompañáramos de pesca.
Durante el trayecto a la habitación, ninguno de los dos habló pero nada más cerrar la puerta, la muchacha me dio un sonoro bofetón diciendo:
―Con que uso pantalón para esconder mis huevos― de sus ojos dos lágrimas gritaban el dolor que la consumía.
Cuando ya iba a disculparme, Alicia bajó los tirantes de su vestido dejándolo caer y quedando desnuda, me gritó:
―Dame tus manos.
Acojonado, se las di y ella, llevándolas a sus pechos, me dijo:
―Toca. Soy, ante todo, una mujer.
Sentir sus senos bajo mis palmas, me hizo reaccionar y forzando el encuentro, la besé. La muchacha intentó zafarse de mi abrazo, pero lo evité con fuerza y cuando ella vio que era inútil, me devolvió el beso con pasión.
Todavía no comprendo cómo me atreví, pero cogiéndola en brazos, le llevé a la cama y me empecé a desnudar. Alicia me miraba con una mezcla de deseo y de terror. Me daba igual lo que opinara. Después de tanto tiempo siendo ninguneado por ella, esa noche decidí que iba a ser yo, el jefe.
Tumbándome a su lado, la atraje hacía mí y nuevamente con un beso posesivo, forcé sus labios mientras mis manos acariciaban su trasero. La mujer no solo se dejó hacer, sino que con sus manos llevó mi cara a sus pechos.
Me estaba dando entrada, por lo que en esta ocasión y al contrario de lo ocurrido en el avión, no la estaba forzando. Con la tranquilidad que da el ser deseado, fui aproximándome con la lengua a una de sus aureolas, sin tocarla. Sus pezones se irguieron esperando el contacto, mientras su dueña suspiraba excitada.
Cuando mi boca se apoderó del pezón, Alicia no se pudo reprimir y gimió, diciendo:
―Hazme tuya pero, por favor, trátame bien― y avergonzada, prosiguió diciendo, ―soy virgen.
Tras la sorpresa inicial de saber que ese pedazo de mujer nunca había probado las delicias del sexo, el morbo de ser yo quien la desflorara, me hizo prometerle que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo su cuerpo, aproximándome lentamente a mi meta.
Alicia, completamente entregada, abrió sus piernas para permitirme tomar posesión de su tesoro, pero en contra de lo que esperaba, pasé de largo acariciando sus piernas.
Oí como se quejaba, ¡quería ser tomada!.
Desde mi posición, puede contemplar como mi odiada jefa, se retorcía de deseo, pellizcando sus pechos mientras, con los ojos, me imploraba que la hiciera mujer. Si eso ya era de por sí, excitante aún lo fue más observar que su sexo, completamente depilado, chorreaba.
Usando mi lengua, fui dibujando un tortuoso camino hacia su pubis. Los gemidos callados de un inicio se habían convertido en un grito de entrega. Cuando me hallaba a escasos centímetros de su clítoris, me detuve y volví a reiniciar mi andadura por la otra pierna. Alicia cada vez más desesperada se mordió los labios para no correrse cuando sintió que me aproximaba. Vano intento porque cuando, separando sus labios, me apoderé de su botón, se corrió en mi boca.
Era su primera vez y por eso me entretuve durante largo tiempo, bebiendo de su fuente y jugando con su deseo.
Poseída por un frenesí hasta entonces desconocido, me ordenó que la desvirgara pero, en vez de obedecerla pasé por alto su exigencia y seguí en mi labor de asolar hasta la última de sus defensas. Usando mi lengua, me introduje en su vulva mientras ella no dejaba de soltar improperios por mi desobediencia.
Molesto, le exigí con un grito que se callara.
Se quedó muda por la sorpresa:
“Su dócil empleado ¡le había dado una orden!”.
Sabiendo que la tenía a mi merced, busqué su segundo orgasmo. No tardó en volver a derramarse sobre las sabanas, tras lo cual me separé de ella, tumbándome a su lado.
Agotada, tardó unos minutos en volver en sí, mientras eso ocurría, disfruté observando su cuerpo y su belleza. Mi jefa era un ejemplar de primera. Piernas perfectamente contorneadas, daban paso a una cadera de ensueño, siendo rematadas por unos pechos grandes y erguidos. En su cara, había desaparecido por completo el rictus autoritario que tanto la caracterizaba y en ese instante, no era dureza sino dulzura lo que reflejaba.
Al incorporarse, me miró extrañada que habiendo sido vencida, no hubiese hecho uso de ella. Cogiendo su cabeza, le di un beso tras lo cual le dije:
―Has bebido. Aunque eres una mujer bellísima y deseo hacerte el amor, no quiero pensar mañana que lo has hecho por el alcohol.
―Pero― me contestó mientras se apoderaba de mi todavía erguido sexo con sus manos,―¡quiero hacerlo!.
Sabiendo que no iba a poder aguantar mucho y que como ella siguiera acariciado mi pene, mi férrea decisión iba a disolverse como un azucarillo, la agarré y pegando su cara a la mía, le solté:
―¿Qué es lo que no has entendido?. Te he dicho que en ese estado no voy aprovecharme de ti. ¡Esta noche no va a ocurrir nada más!. Así que sé una buena niña y abrázame.
Pude leer en su cara disgusto pero también determinación y cuando ya creía que se iba a poner a gritar, sonrió y poniendo su cara en mi pecho, me abrazó.

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 3” (POR GOLFO)

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Una nena indefensa fue mi perdición 3.
Al salir de mi habitación, estaba hecho una furia. La actitud de esa zorra me hacía sentir engañado, manipulado pero ante todo usado. Jamás en mi vida me había enfrentado a una situación parecida. Con fama de buitre, en manos de Malena me sentía un pardillo.
«¿Qué coño me pasa?», murmuré para mí mientras bajaba al salón. No en vano había ofrecido mi ayuda a esa jovencita, creyendo que sería una presa fácil al estar indefensa.
Desgraciadamente, todas mis previsiones habían resultado erróneas y si al llegar había supuesto que no tardaría en pasármela por la piedra, en ese momento dudaba realmente si no sería yo finalmente su trofeo.
-Macho, ¡reacciona!- pensé en voz alta mientras buscaba el consuelo de un copazo.
Estaba todavía poniéndome hielos cuando a través de la cristalera del salón, vi a Malena en la piscina. Mi sorpresa fue total observar que estaba tomando el sol desnuda.
-¡Esta tía de qué va!- me pregunté al tiempo que terminaba de servirme el cubata.
Dudé que hacer. Esa guarrilla se merecía una reprimenda pero no queriendo parecer demasiado interesado pero, a la vez tratando de averiguar qué era lo que esa arpía me tenía preparado, salí a la terraza con mi bebida. Una vez allí, me senté en una mesa frente a la tumbona donde estaba tomando el sol y descaradamente di un exhaustivo repaso a su anatomía antes de comentar:
-Veo que es cierto que no tienes ropa.
Levantando su mirada, contestó con naturalidad:
-¿Te molesta? No creí que te importara puesto que ya me habías visto al natural.
Su desfachatez, al no dar importancia a lo sucedido en el jacuzzi, me confirmó que Malena tenía poco de ingenua. No en vano, se había masturbado usando mi miembro como consolador. Rememorando ese instante, me di cuenta que lo que más me molestaba no era que lo hubiese hecho sino que no me hubiese dejado terminar dentro de ella. Por eso y queriendo castigar su falta, la contesté mientras fijaba mis ojos en su entrepierna:
-En la bañera, no pude verte bien. Estaba ocupado tocándote las tetas.
Mi burrada, lejos de molestarla, la divirtió y soltando una carcajada, me espetó:
-¿Y qué te parezco? ¿Estoy buena?
Por la erección que lucía bajo el pantalón, era evidente la respuesta pero no queriendo ceder ante su evidente tonteo, respondí:
-Te falta culo.
-No parecía disgustarte por el modo que lo tocabas- contestó muerta de risa mientras para dar mayor énfasis a sus palabras, se levantaba y girándose, me mostraba sus nalgas.
Azuzado por su actitud, dando un sorbo a mi bebida, le aclaré:
-He dicho que te falta culo, no que no te echaría un polvo.
Mi intención había sido molestarla pero soltando una carcajada me hizo saber que había errado el blanco y más cuando mordiéndose los labios, me preguntó:
-¿Solo uno?
Ese jueguecito me estaba cansando al notar que ella llevaba la iniciativa, por ello decidí echar un órdago y alargando mi mano, acaricié su trasero antes de comentar:
-Para empezar. Luego dependiendo de cómo te portes, quizás me apetezca estrenarte por detrás- debí acertar porque en cuanto hice referencia a su agujero posterior, Malena se puso roja como un tomate.
Disfrutando de esa inesperada victoria, me quedé pensando en su reacción. Supe que había abierto una grieta en su armadura y queriendo aprovechar la circunstancia, la cogí de la cintura y la senté sobre mis rodillas mientras ella intentaba zafarse.
-¿Te da miedo que te rompa el culito?- susurré en su oído.
Increíblemente, Malena dejó de debatirse al escuchar mi pregunta e indignada, contestó:
-¡No me da miedo sino asco! Jamás he permitido que nadie lo intenté.
Todavía hoy doy gracias a que, al oírla, comprendiera que siendo una manipuladora nata no iba a permitir que ese tabú supusiera un estorbo para cumplir sus sueños. Gracias a las cámaras que había instalado en su cuarto, me había enterado que sus intenciones eran seducirme y que así tuviese que hacerme cargo de su hija. Por eso, dando un sonoro azote en una de sus nalgas, la reté diciendo:
-Te propongo algo. Tú me das tu trasero y yo me comprometo a cuidar de Adela y de ti indefinidamente.
Mi propuesta la sorprendió y por un momento estuvo a punto de soltarme una bofetada pero, tras unos segundos de indecisión, se levantó de mis rodillas y contestó:
-Déjame pensarlo.
Descojonado, la observé huyendo rumbo a la casa y cuando ya estaba a punto de entrar, le grité:
-No tardes mucho, ¡hay más culos en Madrid!…

Os tengo que confesar que pocas veces he disfrutado tanto de un copazo. Sabiendo que a esa cría no le quedaría más remedio que aceptar mi oferta, paladeé cada uno de los sorbos con lentitud mientras pensaba en mis siguientes pasos. Tras analizarlo, supuse que Malena no se entregaría tan fácilmente y que intentaría negociar.
«Lo va a tener complicado, ¡no pienso ceder respecto a su culo!», rumié satisfecho.
Estudiando las diferentes alternativas que me propondría, concluí que a buen seguro esa monada intentaría sacar un rédito económico.
«En ese aspecto puedo ser flexible», determiné gracias a mi buena situación financiera. «Le puedo poner un sueldo pero tendrá que ejercer de criada y mantener la casa limpia».
Otra de las cuestiones que pondría sobre la mesa era su hija. Sobre ese aspecto, Adela me gustaba por lo que dejaría que viviera en la casa pero poniendo unos límites: ¡Nunca la reconocería como hija mía!
Sin darme cuenta, fui enumerando los puntos en los que podríamos llegar a un acuerdo y cuales serían causa de fricción hasta que creyendo que había examinado el asunto desde todas las ópticas, concluí que la relación que tendría Malena conmigo sería una especie de pornochacha.
“Dinero, vivienda y protección a cambio de sexo”.
Fue entonces cuando recordé a su ex y caí en la cuenta que también tendría que ocuparme de ese cabrón. El tema no me preocupaba porque ya se había comportado como un cobarde pero aun así como medida de precaución decidí indagar quien era. Por eso, llamé a un amigo detective y le pedí que le investigara, tras lo cual y viendo que no tenía nada más que hacer, me fui a ver la tele.
Durante el resto de la mañana, Malena se quedó encerrada en su cuarto y solo tuve constancia de su presencia cuando escuché ruido procedente de la cocina. El típico sonido de cacerolas me hizo adivinar que estaba cocinando y satisfecho por el modo en que se estaba desarrollando todo, me acomodé en el sofá a esperar que me llamara.
«Ya está actuando de criada sin habérselo pedido», murmuré mientras llegaba hasta mí el delicioso olor de lo que estaba preparando: «Como sepa tal cómo huele, me voy a poner las botas», concluí.
Mi capacidad de asombro fue puesta en prueba cuando al cabo de media hora, vi salir a esa monada usando como única vestimenta uno de mis jerséis. La diferencia de tamaño hacía que en ella, ese suéter le sirviera de vestido.
«Realmente es un bombón», pensé mientras recorría con mi mirada los estupendos muslos de la criatura.
Haciendo como si no supiera que la estaba observando, Malena puso dos platos en la mesa y acercándose a mí con una sonrisa, me soltó:
-¿Te parece que hablemos de tu oferta mientras comemos?
Su tono dulce y sensual me informó que las negociaciones iban a ser arduas y que esa zorrita iba a usar todas sus armas para llegar a un acuerdo favorable a sus intereses.
-Me parece perfecto- respondí deseando saber qué era lo que iba a proponerme.
Satisfecha y creyendo con razón que sería menos duro con sus reivindicaciones con el estómago lleno, me pidió que me sentara mientras traía la comida. Tras lo cual, meneando descaradamente ese pandero que me traía loco, salió rumbo a la cocina.
«¡No tiene un polvo sino cien!», sentencié más excitado de lo que debería estar si no quería meter la pata y que al final el resultado fuera desastroso para mí.
Al cabo de unos pocos minutos, esa monada volvió con un guiso típico de su pueblo que sobrepasó todas mis expectativas.
-¡Está cojonudo!- exclamé impresionado y no era para menos, porque era una auténtica delicia.
Noté que le agradó mi exabrupto y dándome las gracias, llenó mi copa con vino mientras me decía:
-He pensado mucho en lo que me ofreces y aunque suene duro, he decidido hacerte una contraoferta…
-Soy todo oído- respondí.
Prestando toda mi atención, advertí que Malena estaba nerviosa y por ello no me extrañó que se tomara unos segundos en desvelar sus condiciones.
-Quiero que sepas que ante todo estoy agradecida a ti por cómo te has portado con nosotras- comenzó diciendo y quizás recordando las penurias que le hizo pasar el energúmeno que era el padre de Adela, su voz se quebró y necesitó un tiempo para tranquilizarse.
Mientras lo hacía, tuve que retener mis ganas de levantarme de mi asiento para consolarla porque lo quisiera o no, esa muchacha me tenía embelesado y sentía su dolor como mío propio.
«Joder, me tiene enchochado», murmuré mentalmente al darme cuenta.
Ya más tranquila, me soltó:
-Como sabes, he hecho muchas tonterías últimamente y no quiero que se repita. Ahora lo más importante para mí es Adela y por ella, estoy dispuesta a todo- tras lo cual, entró al trapo diciendo- -Me has pedido mi culo para seguirnos ayudando pero eso siempre sería temporal hasta que te cansaras de mí. Mi hija necesita estabilidad y no algo ocasional….- confieso que se me erizaron los pelos al comprender por donde iba. Malena confirmó mis augurios al decirme con tono serio:-…te ofrezco ser de tu propiedad para toda la vida con una única condición, reconocerás a Adela como tu hija.
Y tras soltar ese bombazo, se quedó callada esperando mi respuesta. Os juro que no había previsto esa propuesta y queriendo aclarar en qué consistía, dije:
-Cuando dices que serías de mi propiedad, ¿a qué te refieres exactamente?
Incapaz de verme a los ojos, respondió:
-Si aceptas ser el padre de la niña, yo seré tu puta, tu criada, tu enfermera y podrás hacer uso de mí cuándo, cómo, dónde y tantas veces como quieras..-y levantando su mirada, exclamó totalmente histérica:- …¡Coño! ¡Seré tu esclava!
Esa oferta iba más allá de mis expectativas pero también las responsabilidades que tendría que adquirir. Mi plan inicial era echarla un par de polvos y luego olvidarme. Pero esa zorrilla había cambiado las tornas y se entregaba a mí de por vida pero a cambio tendría que adoptar a su retoño.
-Tendré que pensarlo- sentencié lleno de dudas.
Curiosamente, Malena se alegró al no oír un “no” rotundo y acercándose a mí, se arrodilló a mis pies para acto seguido y sin pedir mi opinión, comenzar a acariciar mi entrepierna.
-¿Qué haces?- pregunté sorprendido.
Con un extraño brillo en sus ojos, me respondió mientras me bajaba la bragueta:
-Darte un anticipo por si aceptas ser mi dueño.
En cuanto tuvo mi sexo en sus manos, la expresión de su rostro cambió, denotando una lujuria que hasta entonces me había pasado desapercibida y cumpliendo con su palabra, lentamente se la fue introduciendo en la boca hasta que sus labios tocaron su base.
-Me estás poniendo bruto- susurré al notar que mi pene que hasta entonces se había mantenido en letargo, se había despertado producto de sus caricias y ya lucía una brutal erección.
Malena sonrió al oírme y sensualmente me bajó el pantalón, dejando mi tallo al descubierto. Aunque en realidad ya me lo había visto, su cara reflejó sorpresa al admirar mi tamaño.
-Umm- gimió atrevidamente mordiéndose los labios.
Sin mayor prolegómeno, esa muchachita me empezó a masturbar. La expresión de su cara, al principio impávida, fue cambiando al irme pajeando y cuando apenas llevaba unos segundos, me pareció que estaba excitada e incluso creí notar que se le habían puesto duros los pezones.
«Dios, ¡Qué boca!», exclamé mentalmente al sentir el sensual modo con el que volvía a apoderarse de mi miembro.
Con un ritmo excesivamente lento para mí, recorrió mi glande con su lengua y embadurnándolo con su saliva, me miró dulcemente antes de írselo metiendo centímetro a centímetro en su interior al tiempo que usando sus manos, acariciaba mis huevos cómo sondeando cuanto semen contenía dentro de ellos. La maestría que demostró me hizo gruñir satisfecho al advertir que su garganta parecía hecha exprofeso para mi pene.
Desgraciadamente la excitación acumulada y su pericia, hicieron que antes de tiempo descargara mi cargamento contra su paladar. Ella, lejos de mostrarse contrariada, se puso a ordeñar mi simiente con un ansia tal que creí que tardaría días en que se me volviera a poner dura.
Recreándose en mi verga con su lengua, recolectó mi semen mientras sus manos seguían ordeñándome buscando dejarme seco. Cuando de mis huevos ya no salía más leche, persiguió cualquier gota que hubiese quedado hasta que la dejó completamente limpia.
Una vez satisfecha, Malena me miró y lamiéndose los labios en plan guarrona, me soltó:
-Si quieres algo mas solo tienes que reconocer a Adela como tu hija- tras lo cual, se levantó y recogió los platos usados, dejándome solo en el comedor.

Relato erótico: “Hércules. Capítulo 2. La muerte de Piper.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 2: La muerte de Piper.

Zeus observó como la joven amazona se lanzaba sobre el cuello de su montura con sus hermosos ojos arrasados en lágrimas. El pobre animal trataba inútilmente levantarse sin conseguirlo y Zeus no pudo evitar sentirse un poco culpable por haber provocado el accidente.

Ese sentimiento le duró poco tiempo. La perspectiva de poseer aquel cuerpo joven e indescriptiblemente hermoso le ayudó a olvidar aquella desagradable, pero necesaria parte de sus planes, centrarse en la forma de eludir la mirada vigilante de Hera y abandonar el Olimpo para llenar a la joven humana con su amor.

***

El veterinario del torneo llegó en menos de un minuto y se arrodilló junto al animal. Solo necesitó un vistazo para saber que el animal era un caso perdido, aun así, con la ayuda de su asistente, le colocó un gotero con morfina para que el animal no sufriese.

Diana le miró con un gesto esperanzado, aunque ella misma sabía de la gravedad de la lesión. Por respeto a la joven exploró el miembro del animal con suavidad. No hacía falta una radiografía para saber que tenía rota la caña y la peor parte se la había llevado la articulación de la primera falange que estaba hecha astillas. No había arreglo posible. Aquel animal no volvería a andar.

—Lo siento, hija. —dijo el veterinario cuando finalizó su exploración— No puedo hacer nada por él. Será mejor pensar en ahorrarle un largo sufrimiento…

El veterinario pudo ver como el último vestigio de esperanza se borraba de los hermosos ojos de la joven. Diana se abrazó de nuevo al animal y lloró en silencio mientras el veterinario se encargaba de dirigir a los operarios para que retiraran al animal del patio de saltos procurando que sufriese lo menos posible.

El veterinario quería sacrificarlo lo antes posible, pero Diana insistió y le suplicó que le dejase pasar una última noche con Piper antes de dormirlo para siempre. El veterinario no era partidario de ello, pero la joven le convenció y se limitó a colocarlo en un box lo más cómodo posible dándole una nueva dosis de calmantes para que se sintiese lo más cómodo posible. A continuación estrechó el hombro de Diana manifestándole su tristeza por no poder hacer nada más por el animal y les dejó solos.

—Hola, Diana. Lo siento muchísimo. —dijo Angélica desde el umbral de la puerta del box — Estaba viéndoos en la tele y en cuanto lo vi cogí el coche y he venido directa. ¿Cómo te encuentras?

—No mucho mejor que él. —respondió ella con voz entrecortada— el veterinario vendrá mañana a sacrificarlo.

—Si hay algo que pueda hacer por ti…

—En realidad hay algo. No quiero pasar esta noche sola con Piper. Sé que te quiere casi tanto como a mí. ¿Podrías pasar con nosotros esta noche?

—Claro, —dijo Angélica— no hay ningún problema.

Diana miró a Angélica con una sonrisa de agradecimiento que casi la derritió. Tras un incómodo silencio la joven sonrió y se recostó sobre el heno al lado del animal, invitando a Angélica a tumbarse a su lado. Obediente, se recostó a las espaldas de Diana y la abrazó suavemente. Fuera, la noche empezaba a caer y pronto el box estuvo sumido en la oscuridad y el silencio. Angélica no se durmió hasta que estuvo segura de que la respiración de Diana era suave y acompasada.

No sabía qué hora era, abrió los ojos desorientada, pero no pudo distinguir nada, la oscuridad aun era profunda. Tras un instante Angélica se dio cuenta de donde estaba y el suave temblor y el apagado sollozo de Diana le indicaron el origen de su desvelo.

Aproximó sus manos temblorosas al cuerpo de la joven y tanteando con suavidad exploró su cuerpo hasta encontrar sus hombros y estrechárselos con suavidad. Angélica no podía creer que estuviese tocando a la joven.

Cuando le propusieron trabajar para aquella familia de millonarios pretenciosos estuvo a punto de rechazar el trabajo, pero por educación había ido a la entrevista que le había concertado su tío. Angélica paseó por las enormes caballerizas ocultando a duras penas su desprecio hasta que por la puerta apareció ella, con el traje de amazona llevando a Piper de las riendas.

Jamás había visto a una mujer tan hermosa. Diana era casi tan alta como ella, el ajustado pantalón revelaba unas piernas largas y fuertes y un culo grande y redondo. Con una audacia impropia de ella, Angélica fue subiendo la vista recorriendo la cintura estrecha y el opulento busto de la joven hasta llegar a aquella cara angelical, de labios gruesos y nariz pequeña, dominada por unos ojos grandes, color gris perla y enmarcados por unas pestañas grandes y rizadas.

Diana se acercó a ella, apartando su larga trenza castaña y saludándola con una amplia sonrisa. Angélica le estrechó la mano con timidez incapaz de decir nada más que un lacónico encantada.

Veinte minutos después estaba firmando un contrato de media jornada por un sueldo más que generoso, consciente de que después de conocer a Diana, hubiese trabajado gratis solo por el placer de ver a la joven aunque solo fuese de vez en cuando.

En más de una ocasión, había intentado iniciar una conversación, pero al final se sentía tan abrumada por sus sentimientos que apenas podía hilar un par de frases sin sentido antes de escabullirse como un ratoncillo asustado.

Ahora estaba abrazando a la mujer que era el centro de su existencia e intentando consolarla inútilmente. Lo único que pudo hacer fue estrecharla fuertemente y acariciar su melena, intentando transmitirle su cariño y su preocupación.

Diana se agarró a los fuertes brazos de Angélica y poco a poco se fue relajando hasta que agotada por las emociones de la jornada se quedó dormida.

El veterinario se presentó en el establo con las primeras luces del día. Piper le saludó con un suave relincho, pero no intentó levantarse. Las dos mujeres se sacudieron el heno de la ropa y le saludaron.

El veterinario colgó un gotero con el eutanásico y se preparó para el cometido más desagradable de cualquier hombre de su profesión. Con palabras tranquilas invitó a las dos jóvenes a abandonar el box y así evitarles el mal trago, pero ambas rehusaron la invitación. El hombre se limitó a encogerse de hombros y cogiendo una vía la conectó al gotero y dejó que las drogas comenzasen a irrumpir en el torrente sanguíneo de Piper.

Diana observó abrazada a su cuello como Piper le abandonaba, poco a poco, apaciblemente, sin ningún gesto de dolor. Finalmente el caballo dejó de respirar y Angélica se inclinó para coger a Diana por los hombros y ayudarla a incorporarse.

Con un gesto de amargura el veterinario vio como las dos jóvenes salían abrazadas de las caballerizas.

Angélica se llevó a la joven y la ayudó a entrar en su pick up. El viaje de vuelta a casa transcurrió en silencio, con una de las manos de Diana cerrada en torno a una de las suyas. Angélica la estrechaba con fuerza intentando darle ánimos.

Entraron en la finca y Angélica enfiló en dirección a la mansión, pero Diana le pidió que le llevase a las caballerizas. La joven entró en el edificio con Angélica pisándole los talones, A pesar de ser bastante temprano ya empezaba a hacer calor y el polvo del heno que se le había colado dentro del peto junto con el sudor hacía que todo el cuerpo le picase.

Observó como Diana pasaba sobre los estantes donde descansaban los arreos y la silla del animal, acariciándolos y conteniendo a duras penas las lagrimas. Finalmente llegó al box. Angélica lo tenía en perfecto estado, como siempre. Siempre había sido partidaria de las camas naturales y la paja que cubría es suelo era abundante y tenía un aspecto impecable.

Sin poder contenerse más, Diana se estremeció y comenzó a llorar desconsoladamente. Angélica dudó un momento, pero tras unos segundos la rodeó con sus brazos y la estrechó con fuerza enterrando su cara en la melena de la joven.

Aspiró con fuerza su pelo, un denso y turbador aroma a flores la invadió mareándola ligeramente.

Diana se abrazó a ella con desespero y lloró hasta que no le quedaron lágrimas que derramar.

—Lo siento —dijo la joven separándose un poco turbada por la intimidad con la que había tratado a una mujer que era prácticamente una desconocida.

Angélica no dijo nada y miró a Diana a los ojos acariciándole las mejillas con infinita ternura.

La joven sintió las manos ásperas de la mujer en sus mejillas mientras observaba los ojos grandes y marrones acercarse poco a poco. Segundos después unos labios finos y suaves acariciaron los suyos.

Angélica le cogió por la nuca y presionó suavemente, con lo labios cerrados para a continuación comenzar a darle suaves besos en los labios y en la comisura de su boca.

Diana nunca hubiese pensado en encontrarse en una situación semejante, pero en ese momento la encontró de lo más natural y comenzó a devolverle los besos, primero con timidez, luego entreabrió los labios y dejó que Angélica explorase su boca.

Su lengua sabía a heno y chicle de menta. Colgándose de su cuello le devolvió el beso con ansia y dejó que las manos de la mujer la explorasen despertando en su cuerpo sensaciones hace tiempo olvidadas.

Angélica avanzó lentamente, sin apresurarse, sin poder quitarse de la cabeza la desagradable sensación de que se estaba aprovechando de un momento de debilidad de la joven, pero sin poder evitarlo.

Con lentitud fue desplazando las manos por la espalda de Diana recorriendo su columna hasta dejarlas descansar en su culo. Lo acarició sintiendo su firmeza a través de los blancos pantalones de montar. La joven abrió los ojos un poco sorprendida pero suspiró y se dejó hacer.

Angélica apretó el culo de la amazona y la besó de nuevo antes de subir sus manos y acariciar sus costados y su cuello. Con extrema lentitud bajó las manos y empezó a desabotonarle la blusa siguiendo con sus labios el recorrido de sus dedos, besando cada milímetro de piel que quedaba a la vista. Con satisfacción notó que la respiración de Diana se hacía más ansiosa. Sin dejar que la magia se esfumase, Angélica se apresuró a quitarle la blusa y desabrocharle el sostén descubriendo unos pechos grandes, redondos y cubiertos de lunares. Acercó sus labios a uno de sus pezones y lo rozó con suavidad antes de metérselo en la boca.

Diana gimió sintiendo como su pezón crecía en el interior de la boca de Angélica enviando relámpagos de placer. Con ansiedad asió los rizos de la mujer y los apretó contra sus pechos animándola a chupar con más fuerza.

En cuestión de segundos estaban tumbadas sobre la paja, totalmente desnudas, acariciando y besando su cuerpos. Diana observó el cuerpo de Angélica, más macizo y con menos curvas, unos segundos antes de tumbarse sobre ella. La besó profundamente mientras deslizaba el muslo entre sus piernas y comenzaba a frotar su sexo.

Angélica estaba excitada y tan deseosa de dar placer a su amante que aprovechándose de su fuerza la volteó antes de enterrar la cabeza entre sus piernas. Besó su vientre liso y suave y jugueteó con la pequeña mata de pelo que cubría su pubis antes de separar sus piernas. Su sexo estaba hinchado e hipersensible y el suave roce de sus labios hizo que todo el cuerpo de Diana se estremeciese.

Con una sonrisa malévola Angélica lamió y mordisqueó la vulva de Diana sin apartar los ojos de su cara. Disfrutando de los gestos de placer de la joven, como si el placer fuese el suyo propio. Notó como su sexo se empapaba a la misma velocidad que el de la joven y sin dejar de explorarla con su boca, introdujo una de sus manos entre sus piernas y comenzó a masturbarse.

Diana gemía, jamás había sentido nada parecido. Angélica, como mujer sabía exactamente cuánto presionar y dónde para hacer que el placer la enloqueciese. Abrió las piernas un poco más y enterró las manos en los rizos de su amante acariciándolos y jugando con ellos mientras la lengua y los dedos de la mujer la penetraban incansables.

El orgasmo la golpeó, sorpresivo y brutal, haciendo que todo su cuerpo se combase. Inconscientemente se agarró los pechos y se los estrujó con fuerza incapaz de hacer otra cosa que gemir y retorcerse sin control.

Tras unos segundos los relámpagos pasaron y finalmente pudo incorporarse. Apartó la cara de Angélica de su sexo y la besó con intensidad saboreando la mezcla de saliva de la mujer y sus propios flujos orgásmicos.

Con un empujón, Diana tumbó a su amante y ahora fue ella la que se colocó encima. Acarició sus pequeñas tetas, beso con suavidad los pezones y sin apresurarse avanzó con sus labios por su cuerpo, demostrando a Angélica que no solo ella sabía se los lugares que hacían que una mujer se derritiese.

Sin dejar de besar su musculoso vientre deslizó sus manos por su torso y su cuello e introdujo sus dedos en su boca. Angélica respondió chupándolos y lamiéndolos justo antes de que Diana los retirara para introducirlos en su coño.

Angélica soltó un ronco suspiro al sentir los dedos de su amante explorando sus entrañas. Los dedos de la joven eran cálidos y suaves y sus movimientos un poco torpes, lo que a ella le parecía aun más excitante. Disfrutó de las caricias sin dejar de observar el cuerpo de la mujer, viendo como pequeñas gotas de sudor emergían de su cuello y sus axilas escurrían por sus pechos bamboleantes para caer sobre su cuerpo.

Cuando se dio cuenta estaba jadeando y a punto de correrse. Con un supremo esfuerzo agarró a Diana por los hombros y la apartó tumbándola hacia atrás a la vez que entrelazaba sus piernas con las de la joven amazona.

La sensación de los dos pubis golpeándose y frotándose fue apoteósica. Los sexos de las dos mujeres se agitaron frenéticos mientras se acariciaban y besaban las piernas y los pies mutuamente. Angélica fue la primera en correrse, con un único grito su cuerpo se crispó por completo durante unos segundos mientras Diana seguía frotándose como una abeja furiosa y se corría segundos después. Justo en ese momento un relámpago cayó a escasos metros de las caballerizas sobresaltando sus agotados cuerpos con el estruendo.

Angélica se levantó inmediatamente sacudiéndose la paja de su cuerpo sudoroso y se acercó a la ventana, observando confundida el cielo totalmente raso. Un pequeño roble hendido y humeante demostraba que no lo habían soñado. Se encogió de hombros dándole la espalda a la ventana en el momento justo en que Diana se levantaba y se acercaba a ella.

Su belleza virginal le hizo sentirse una aprovechada. Diana sonrió y le quitó unas cuantas briznas de paja enredadas en sus rizos.

—Ahora entiendo porque no decías nada. —dijo Diana acercándose aun más— Son tus caricias las que se expresan.

—Yo…

—Sshh… no digas nada. —dijo tapándole la boca con un dedo y dándole un suave beso— Ha sido delicioso. No sabía que se pudiese sentir nada parecido y tú lo has hecho.

—¿No crees que me haya aprovechado? Soy mayor que tú. Has sufrido una perdida devastadora…

—Al contrario, —respondió Diana serena— has estado a mi lado cuando te lo he pedido, y has hecho que un día horrible se haya transformado en una nueva promesa de felicidad y te estoy agradecida por ello.

—Yo… estoy enamorada de ti desde el momento en que te conocí. —dijo Angélica sin saber muy bien porque.

—Ahora lo sé. —replico Diana besándole de nuevo.

***

No se había podido contener, ese marimacho se le había adelantado y estaba a punto de estropear sus planes. Estuvo a punto de volatilizar el cobertizo entero, pero finalmente desvió el rayo en el último momento y lo dejó caer sobre el arbolillo.

Había pensado dejar que la joven se hundiese en la tristeza y la desesperanza y luego aparecería él disfrazado para seducirla sin apenas esfuerzo, ahora tendría que cambiar sus planes y librarse de su nueva competidora, al menos temporalmente.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO ZOOFILIA

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

Relato erótico: “Una nena indefensa fue mi perdición 4” (POR GOLFO)

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La mamada con la que esa cría presionó para que tomara rápido una decisión, me dejó caliente e insatisfecho. Ser consciente que solo necesitaba ceder y reconocer a Adela como mi hija, para tener a Malena a mi entera satisfacción, me traía loco. No en vano, esa monada era la dueña de uno de los mejores culos con los que me había topado y necesitaba hacerlo mío.
La tenía a mi alcance pero el precio que tendría que pagar era caro. Como sabéis mi idea inicial era echarle unos polvos y tras lo cual olvidarme de ella, pero ella me había sorprendido con una oferta inimaginable por mí cuando la conocí:
«Si aceptaba ser el padre de su hija, ella se entregaría a mí sin poner ningún límite».
Reconozco que eso me tenía desconcertado, la razón me pedía rechazar ese ofrecimiento pero mis hormonas me pedían exactamente lo contrario y por ello no podía dejar de pensar en que la tendría donde, cuando y todas las veces que quisiera a mi disposición. Si ya eso era tentación suficiente, esa maldita niña había incrementado la apuesta poniendo sobre la mesa su virginal trasero.
«¡Sería el primero en usar su culo!».
Solo imaginarme separando sus duras nalgas para tomar al asalto ese inmaculado ojete, hacía que valorara dar ese salto al vacío. Me sentía como Enrique de Navarra, pretendiente al trono de Francia, cuando terminó con la cuestión sucesoria diciendo: “Paris, bien vale una misa”. En este caso y parafraseando a ese noble francés, sentencié:
-Malena, bien vale ser padre.
Aun así antes de dar ese paso, decidí consultarlo con Juan y por ello cogiendo mi móvil, le llamé. Como comprenderéis no podía soltarle ese bombazo telefónicamente, razón por la cual le invité a tomar unas copas en el bar de siempre. Mi amigo además de un estupendo abogado, es un gorrón incorregible por lo que no se pudo negar a un par de rondas gratis. Colgando el teléfono, salí de casa y cogí mi coche porque había quedado con él en media hora.
Tal y como había previsto, Juan ya estaba humedeciendo su garganta cuando llegué y por ello llamando al camarero pedí una copa para refrescar la mía. Mientras dábamos cuenta de la primera consumición le expliqué lo que me había ocurrido con la muchacha desde que la salváramos de su antigua pareja.
Chismoso como él solo, en silencio, escuchó cómo le narraba el peculiar modo en que esa chiquilla había empezado a tontear conmigo. Tampoco dijo nada cuando le conté la escenita en el probador y el subsecuente desfalco a mi tarjeta de crédito pero cuando le expliqué lo ocurrido en el jacuzzi y me explayé con los detalles de cómo Malena me había usado a modo de consolador, riendo, comentó:
-Y nos parecía una ingenua.
Sus palabras me dieron el valor de confesarle mi fascinación al verla en pelotas tomando el sol y cómo su descaro me había hecho discutir con ella. Asintiendo y de ese modo dándome la razón, escuchó mi relato pero cuando llegué al momento en que cabreado me había ofrecido a mantenerlas a las dos si me daba su trasero, descojonado me preguntó si me había dado una hostia.
-No, se indignó pero en vez de rechazar la idea de plano, me pidió un tiempo para pensárselo.
Muerto de risa, Juan espetó:
-Y ahora, ¡tienes miedo que acepte!.
Avergonzado, miré a mi copa y repliqué:
-Peor, ¡me ha hecho una contraoferta!
-¡No me jodas!- exclamó a carcajada limpia, tras lo que me preguntó limpiándose las lágrimas de los ojos – ¿Qué quiere esa zorrita y que te ofrece?
Fue entonces cuando le informé que si adoptaba como hija mía a su retoño, Malena se comprometía no solo a darme su culo sino a comportarse de por vida como mi esclava sexual.
-No es tonta la chavala- refunfuñó haciendo su aparición el abogado. – A efectos legales sería tu pareja de hecho y tú, el padre de su hija. De cansarte de ella o ella de ti, ¡podría pedirte una pensión compensatoria!
-Ya lo había pensado y es eso lo que me trae jodido- comenté y abriéndome de par en par a mi amigo, le expliqué que estaba encaprichado con Malena y que deseaba hacerla mía.
-Comprendo- murmuró y bebiéndose su copa de un trago, me soltó: – pídeme un whisky, mientras pienso en alguna solución.
Ni que decir tiene que llamé al empleado del bar y pedí que nos trajera la tercer tanda de bebidas. Juan mientras tanto puso su cerebro a trabajar y por eso cuando el camarero nos había rellenado los vasos, se le iluminó su cara y adoptando una postura de absoluta profesionalidad, dijo:
– Ya sabes que en cuestión legal, nada es blanco ni negro sino todo grises con matices.
-Lo sé- respondí al haber oído muchas veces de sus labios esa expresión con la que hacía referencia a la imposibilidad de establecer un pronóstico seguro sobre el resultado de un asunto- ¿qué se te ha ocurrido?
Sonriendo malévolamente, espetó:
-Si elaboramos el documento con el que reconoces esa paternidad de modo que se pueda sobreentender que lo haces porque Malena te ha convencido que la niña es sangre de tu sangre, de haber problemas, puedes acusarla de haber actuado de mala fe y anular esa adopción por estar basada en el engaño.
-¿Me estás diciendo que podría beneficiármela a mi antojo y que cuando me cansara de ella, romper el acuerdo?
-Es poco ético pero así es. No te puedo garantizar que salgas de rositas pero lo que sí te confirmo es que de haber pensión, te saldría barata.
-Eso es todo lo que quería oír- contesté y alzando mi copa, exclamé: -¡Brindemos por mi futura hija y por el culo de su madre!….

Dos horas y tres copas más tarde, salí del local con la idea de ir a tomar en propiedad lo que ya consideraba mío. Alcoholizado pero sobre todo caliente, encendí mi coche con la idea de disfrutar de esa putita en cuanto llegara a casa. Para que os hagáis una idea de lo cachondo que me había puesto la conversación con Juan, solo tengo que deciros que le obligué a redactar a mano el reconocimiento de paternidad que me abriría las puertas de su trasero. Hoy sé que si no llega a estar tan borracho como yo, mi amigo se hubiese negado a cometer semejante insensatez y me hubiese pedido más tiempo para estudiar el documento.
«Le voy a romper ese culito nada más verla», declaré excitado como un mono mientras conducía camino a mi casa.
Para entonces esa idea era una obsesión, en mi mente lo único que existía eran esas nalgas y mi deseo de usarlas. Obviando cualquier resto de cordura, aceleré para hundir cuanto antes mi cara entre sus piernas y gracias a ello, en menos de diez minutos, accioné el mando de la puerta que daba acceso a mi propiedad.
Lo que no me esperaba fue encontrarme a Malena siendo zarandeada por su ex. Azuzado por los gritos de esa mujer, salí del Porche y sin pensármelo dos veces, me fui contra él. El tipo en cuestión no se esperaba mi intervención y por eso al recibir mi empujón, salió despedido contra la pared.
-Fuera de mi casa- grité cogiendo una azada que el jardinero había dejado tirada en un rincón.
Envalentonado por su cara de miedo, repetí mi orden mientras señalaba la salida con el mango de madera de esa herramienta. A pesar del terror que se reflejaba en sus ojos, el sujeto tuvo el valor suficiente para encarárseme y con voz temblorosa, me pidió que no me metiera porque era un asunto entre él y la madre de su hija. Fue entonces cuando las musas se apiadaron de mí y soltando una carcajada impregnada de desprecio, contesté:
-¿Tu hija? ¡No me hagas reír! Todavía no sabes que llevas dos años siendo un cornudo y que mientras tu pagabas las facturas, yo era quien me la follaba…-haciendo un inciso dramático, esperé que asimilara la información para, acto seguido, dirigirme a la muchacha, diciendo: -¡Díselo! Dile quien es el verdadero padre de Adela.
Malena vio una salida a su situación y pegándose a mí, dejó que la cogiera de la cintura mientras contestaba con una sonrisa malévola en su rostro:
– Mi hija heredó los ojos verdes de su padre- tras lo cual me besó.
Su ex estaba perplejo, no se esperaba esa respuesta y tras comprobar el color de mis pupilas, la ira le consumió pero gracias a que llevaba en mi mano la azada, no se lanzó contra mí y mientras salía de la parcela, solo pudo gritar:
-¡Zorra! ¡Me vengaré!
La muchacha al ver que desaparecía dando un portazo, me dio las gracias y se intentó retirar, pero no la dejé y reteniéndola con mi brazo, forcé sus labios con mi lengua mientras con descaro me ponía a sobarle su trasero. Durante unos segundos, no dijo nada y se dejó hacer pero al notar que mi beso se iba haciendo cada vez más posesivo y que no me cortaba en estrujar su culo con mis manos, protestó diciendo:
-¿Qué haces?
-Tomar lo que es mío- respondí y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, desgarré su blusa dejando sus pechos al descubierto.
Acostumbrada a manipular, quizás por eso, mi acción la cogió desprevenida. Nada pudo hacer para impedir que mi boca se apoderara de uno de sus pezones al tiempo que aprisionaba el otro entre mis dedos.
-Por favor- gimió la cría sin percatarse que, por su tono, descubrí que mi violencia le estaba excitando.
No sé si fue el alcohol o el deseo largamente reprimido pero, olvidando cualquier tipo de cautela, mordisqueé esas areolas con una voracidad creciente.
-No quiero- susurró descompuesta mientras involuntariamente colaboraba conmigo presionando mi cabeza contra su pecho.
Comprendí que Malena debía llevar tiempo sin alimentar a su retoño al saborear del pequeño torrente que brotaba de sus tetas y eso en vez de cortarme, espoleó aún más mi lujuria y alzándola entre mis brazos, apoyé su espalda contra el coche y me puse a mamar. La leche de esa mujer no consiguió saciarme, todo lo contrario y fuera de mí, bebí de esos dos cántaros buscando apagar mi sed.
Su dueña, que en un principio se había mostrado reacia, también se vio afectada por mi urgencia y contra su voluntad, un incendio se comenzó a formar entre sus piernas.
-Me encanta- murmuró mientras intentaba calmar la comezón que sentía, frotando su sexo contra el bulto que crecía sin control bajo mi pantalón.
Fascinado con sus ubres, no reparé en que me había bajado la bragueta hasta que metiendo una mano por ella, sacó mi verga de su encierro.
-¡Fóllame!- rogó con una rara entonación que no supe interpretar –¡Lo necesito!
Su petición enervó todavía más mi lujuria y sin cambiar de postura rasgué sus bragas, dejando indefenso mi siguiente objetivo. Malena supo que iba a ser complacida de un modo rudo cuando experimentó la acción de mis dedos sobre su clítoris.
-Esto es lo que deseabas, ¿verdad putita- comenté al escuchar el profundo gemido que salió de su garganta.
Ni siquiera pudo contestar, le costaba hasta el respirar mientras todo su cuerpo temblaba al ritmo con el que torturaba su ya henchido botón.
-Contesta, putita. ¡Te encanta! ¿Verdad que sí?- insistí reemplazando mis yemas por mi glande.
Ese pene que no podía ver, lo podía sentir frotándose contra su vulva y eso la traía loca. Deseando apaciguar su calentura, Malena, con un breve movimiento de caderas, colocó mi erección entre sus pliegues y me imploró que la tomara diciendo:
-Hazme tuya, te lo ruego. ¡No aguanto más!
La entrega de esa mujer se vio recompensada y lentamente fui introduciendo centímetro a centímetro mi miembro por ese estrecho conducto hasta que noté que, rellenándola por completo, la cabeza de mi verga chocaba contra la pared de su vagina.
-Dios, ¡me tienes totalmente empalada!- aulló de placer la cría, quizás acostumbrada a un falo de menor tamaño.
-Pues todavía no he terminado de meterla- susurré en su oído al tiempo que empezaba un rítmico martilleo con el que a cada embestida conseguía meter un poco más de polla en su interior.
-¡Me vas a matar!- gimió satisfecha al tiempo que colaboraba conmigo dejándose caer sobre mí.
Una y otra vez, seguí machacando su pequeño cuerpo hasta que producto de ese maltrato, su vagina cedió y mi pene campeó libremente en su interior.
-¡No pares!- gritó al sentir que la humedad se adueñaba de su sexo y que sus neuronas estaban a punto de explotar.
Yo también comprendí que no iba a tardar mucho en derramar mi simiente en su interior y asumiendo que no se iba a quejar, saqué mi verga de su coño, le di la vuelta y colocándola de espaldas a mí, la volví a penetrar pero esta vez sin piedad.
Esa nueva posición desbordó sus expectativas y no pudiendo retener más tiempo su orgasmo, gritando de gozo, se corrió apoyando su pecho sobre el capó del coche.
-¡Úsame!- chilló todavía necesitada de más placer.
Confieso que me daban igual sus deseos porque estaba inmerso en una vorágine cuyo único fin era liberar la tensión que se había acumulado en mis huevos. Buscando mis intereses, usé su melena como riendas y azuzando a mi montura con un par de azotes, convertí mi trote en un desbocado galopar.
-Así, ¡sigue así!- rugió al experimentar que su clímax se alargaba e intensificaba con esa desenfrenada monta.
Toda ella vibró de dicha al notar que lejos de aminorar mi ritmo, incluso lo aceleraba. Lo que no se esperaba fue que deseando marcarla como mía, llevara mi boca hasta su nuca y la mordiera con rudeza.
-Ahhh- gimió adolorida al notar mis dientes hundiéndose en los músculos de su cuello pero en vez de tratar de zafarse, maulló como gata en celo y convirtiendo sus caderas en un torbellino, buscó ordeñar mi miembro.
La temperatura de su coño, la humedad que envolvía mi verga y sus chillidos fueron los acicates que necesitaba para explotar. Sintiendo que estaba a punto de eyacular, me agarré a sus hombros y me lancé a tumba abierta en pos de mi placer. Malena comprendió mis intenciones y de viva voz, me rogó que sembrara su fértil interior con mi semen.
Juro que ni siquiera pensé en la posibilidad de dejarla embarazada, todo mi ser necesitaba descargar mi tensión dentro de ella y dejándome llevar, rellené con blancas descargas el interior de su vagina. La cría al notar que su conducto se llenaba de mi leche, se retorció buscando que no se desperdiciara nada, con lo que nuevamente se corrió.
-Se nota que tenías ganas de follar- exclamé satisfecho al verla sollozar tirada sobre el motor del Porche.
Lo que no me esperaba fue que levantando su mirada, me sonriera y con tono pícaro, contestara:
-Así es, desde que te conocí me moría de ganas de ser tuya. Por eso tuve que presionarte al ver que no me hacías caso.
Su descaro me hizo gracia y dando un sonoro azote en su todavía virginal trasero, contesté:
-Vete a ver a Adela, no vaya a ser que tenga hambre “nuestra hija”.
Su cara se iluminó al oír que me refería a su retoño de ese modo y riendo ilusionada, me preguntó si no le daba un beso antes. Muerto de risa, mordí sus labios y susurrando en su oído, le avisé:
-Esta noche, tu culo será mío.
Su respuesta no pudo ser más estimuladora porque con un brillo radiante en su mirada, respondió alegremente:
-Ya es tuyo, esta noche, ¡solo tomarás posesión de él!- tras lo cual salió corriendo hacia la casa, dejándome disfrutar de la desnudez de su trasero mientras subía por las escaleras.

Relato erótico: ·”MI VENGANZA 2” (POR AMORBOSO)

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Ya desde el colegio me tenía enamorado. Carla iba un par de cursos por detrás de mí, era la más guapa de todo el colegio… y del pueblo donde nací.

Al principio fue su cara. Ovalada. Enmarcada por una melena hasta los hombros, con una sonrisa que la iluminaba como una estrella y donde unos ojos negros brillaban como luceros. Carla me tenía totalmente enamorado.

Pero ella no se fijaba en mí. Su mirada estaba puesta sobre Jorge, compañero mío de clase, practicante de todos los deportes inventados y por inventar. Vago en todo. Repetidor de varios cursos, algo más corpulento que yo y cinco años mayor que ella. Yo, bastante enclenque, me conformaba con adorarla en silencio y sufrir calladamente cuando los veía hablar, porque ella, siempre que podía, se pegaba a él. Un par de veces intenté entrarle, pero la primera me dijo que no quería comprometerse y la segunda casi se rió de mí.

Cuando ella cumplió los 16 años, se convirtieron en novios, lo cual me sentó como una patada en … Los veía besarse mientras él, con las dos manos en su culo, la presionaba contra su paquete, que se percibía abultado cuando se separaban y ella lo miraba con una sonrisa cómplice.

Menos mal que pronto me fui a la ciudad para estudiar mi carrera, olvidando esas escenas poco a poco, aunque nunca de ella, mientras tenía mis escarceos con compañeras y amigas. Quizá algún día los cuente, pero ahora sigo con el tema.

Cinco años después, con mi carrera terminada, con algunos tropiezos, y mi proyecto aprobado con sobresaliente, volví al pueblo mientras esperaba que una empresa multinacional terminase sus naves e instalase la maquinaria para entrar a trabajar en ella.

Llegué un viernes y al día siguiente salí para encontrarme con mis viejos amigos en el bar de siempre. El pueblo había cambiado poco. Todo estaba igual. Los encontré en el mismo rincón. Las mesas eran nuevas, pero todo distribuido de la misma manera.

Todos se levantaron a abrazarme, incluso Carla, que estaba en el grupo, y algunas de sus antiguas compañeras, que ahora estaban emparejadas con algunos de ellos. Al que no vi, fue a Jorge.

Los recuerdos volvieron de golpe, pero pude aguantar el tipo bien y creo que no se me notó, probablemente al no tener que soportar la presencia de él. Me senté con ellos y comenzamos a hablar y vaciar cervezas, como hacíamos antes, solo que antes hablábamos de chicas y ahora, como estaban ellas, hablamos de trabajo.

Pregunté por la vida de cada uno de ellos, que me fueron contando por turnos. Nada importante. Todos habían optado por profesiones posibles en el pueblo. Mecánicos, agricultores, ganaderos, un carpintero, etc. Casi todos trabajando en el negocio familiar. Yo no quitaba ojo de Carla, sentada frente a mí, aunque sin desatender a los demás.

Cuando llegó mi turno, les conté que había terminado ingeniería electrónica. Que mi proyecto había interesado a una empresa multinacional y que en unos meses, cuando se hubiesen instalado, entraría a trabajar con ellos, con un buen puesto y sueldo.

No se como fue, pero de repente, Carla apareció a mi lado, hablándome. Me quedé cortado. No sabía qué decir, hasta que solté.

-¿Y Jorge? ¿Qué tal os va? –Todos se quedaron mirando. Me extrañó, pero volví mi atención a ella cuando dijo.

-Hace tiempo que no nos vemos. Se marchó sin dar explicaciones y no sabemos nada de él.

Más tarde, en un aparte, uno de los amigos me comentó que se rumoreaba que estaba encarcelado, pero nadie lo sabía con certeza.

Seguimos hablando de distintos temas, y sobre todo bebiendo, hasta el cierre del bar. Me despedí y tomé camino de mi casa, pero Carla me llamó para pedirme que la acompañara a casa. Vivía en el otro lado del pueblo, pero estuve encantado de acompañarla.

-Estás muy cambiado. –Me dijo por el camino, iniciando una conversación tonta.

-¿Tu crees? Yo me veo igual.

-No, que va, te has hecho más hombre, estás mas guapo e interesante. ¿Tienes novia o sales con alguien?

-No, no tengo novia ni salgo con nadie.

-Pero conocerás muchas chicas.

-Si, alguna conozco.

-Y no hay alguna más íntima…

Con tonterías como esas o similares, llegamos a su casa.

-Gracias por acompañarme. –Me dijo mientras me daba un beso en la mejilla. Muy cerca de los labios. – Llámame cuando quieras.

-SSi, tte llamaré.

-Mañana domingo, iré al río con las amigas a tomar un poco el sol, para ponernos morenas para este verano. Si quieres puedes venir.

-Vale, iré.

Quedamos a la hora y ese fue el principio de nuestra relación.

Salíamos casi todos los días y fines de semana alternos, ya que tenía que quedarse a cuidar a su madre que estaba algo enferma. Los sábados que salíamos, tomaba prestado el coche de mi padre para ir al pueblo cercano a la discoteca, donde bailábamos tan pegados que le clavaba el bulto de mi polla en la tripa. Como era normal, volvía a casa con un dolor de huevos de campeonato.

Al mes de estar saliendo, mientras bailábamos pegados en la discoteca, le pedí relaciones formalmente contestándome con un beso largo, donde nuestras lenguas entablaron una batalla sin fin, y presionando más si era posible contra mi bulto. Ese día nos marchamos pronto.

Cuando llegábamos al pueblo, me dijo:

-¿Quieres que paremos un momento en la arboleda?

La arboleda era un minibosquecillo algo apartado de la carretera, al que se accedía por un camino agrícola y donde iban las parejas, que no tenían otro sitio, a desfogarse.

-¡Claro que si! –exclamé encantado. Llevaba tres meses sin follar, solo haciéndome pajas últimamente para calmar el dolor de huevos. Por lo menos, algo iba a pasar.

Después de buscar un hueco donde meter el coche, porque estaba todo ocupado, recostamos los asientos para mayor comodidad, lanzándome a besarla por toda la cara, mientras acariciaba su cuello. Besé, chupé, mordí sus labios, sus orejas, todo lo que estaba a mi alcance. Por fin, después de tantos años, éramos novios.

Bajé mi mano a su escote, soltando poco a poco los botones de su camisa blanca, dejando al descubierto su sujetador también blanco.

Bajé los tirantes del sujetador para dejar los pechos al aire, sin dejar de besarla. Lleve mi mano hasta uno para acariciarlo. Ella gimió.

-MMMMMM. No me desnudes. Me da mucha vergüenza que me veas desnuda, -Me dijo.

-No te veo. Esto está oscuro. Además ¿No te gusta lo que te hago?

-MMMMMM Siii. Pero es que… No me ha visto nadie así.

-No te preocupes. Yo no te veo (la luna llena se filtraba entre los árboles. No había otro sitio más tupido) relájate y déjame darte placer.

Seguí acariciando sus pechos, besando sus pezones, recorriéndolos con mi lengua y haciéndole soltar gemidos de placer.

Alternando entre sus pechos, cuello y boca, pasé mi mano a sus muslos, subiendo por ellos, a la vez que desplazaba su falda negra hacia arriba.

Los acariciaba indistintamente, acercándome cada vez a sus bragas. Cuando llegué a ellas, estaban empapadas. Las desplacé a un lado e introduje mi dedo medio en su coño, frotando el clítoris en el movimiento.

Estuve un buen rato penetrándola con uno y dos dedos, sin dejar de chupar y acariciar sus pechos, su cuello y su boca.

No tardó mucho en alcanzar un potente orgasmo que exteriorizó arqueando su cuerpo y emitiendo un fuerte gemido.

-AAAAAAAHHHHHHH

Estuve acariciándola hasta que se recuperó, volviendo a los besos sobre su cuerpo hasta que salté de los pechos a su coño y comencé a comérselo con pasión. Su clítoris se puso duro rápidamente. Era grande. Lo recogí entre mis labios. Chupé, lamí, presioné, volví a meter los dedos, acaricié sus pechos, sus pezones… Me emplee a fondo para llevarla al borde del orgasmo, mientras con una mano liberaba mi dolorida polla de tan dura que estaba.

Cuando me pareció que estaba apunto, me dispuse a retirarme y colocarme encima de ella para follarla, pero no me dio tiempo. Agarró mi cabeza por los pelos y me presionó fuertemente contra su coño.

-Siiii, sigue. Más. Dame más. Méteme bien la lengua.

Repitiendo la letanía tres o cuatro veces más, hasta que volvió a alcanzar un nuevo orgasmo.

-Siiii, Ahhhhhhhhh.

Cuando me soltó, el que tuvo que recuperarse fui yo. Me dolía la mandíbula de tener la boca abierta, la lengua de tanto moverla sobre su clítoris, la nariz de tenerla aplastada contra su pubis y sobre todo, me faltaba el aire.

Cuando me recuperé, mi erección no había variado un ápice, por lo que me dispuse a colocarme sobre ella.

-Pero ¿Qué haces? ¿Qué pretendes?

-Quiero follarte. Me tienes excitado desde que empezamos a salir y ¡quiero hacerte mía ya!

-Ni hablar. Quiero llegar virgen al matrimonio. Eso debe quedar claro desde ahora. Si no estás dispuesto a aguantar, aquí mismo termina nuestra relación.

-Pero si hoy en día todas las parejas lo hacen. Además, yo quiero casarme contigo. Te quiero desde que éramos niños. No podría vivir con otra que no fueses tú.

-Pues con mayor razón debes respetarme, si me quieres.

-Por lo menos, hazme una mamada…

-¡Serás guarro! Pervertido. Asqueroso. ¿No puedes pensar en otra cosa?

-¿Y hacerme una paja?

-¡Serás cerdo! Llévame a casa y no me vuelvas a hablar.

Me coloqué la ropa más o menos bien, al igual que ella, puse el coche en marcha y la llevé a casa sin hablar en todo el camino, ya que intentaba excusarme pero ella no me quería oír y cada vez se enfadaba más.

La dejé en su puerta y me marché a mi casa, donde tuve que repetir las escenas de las últimas semanas. Me encerré en el baño, me saqué la polla y me masturbé hasta correrme abundantemente en el lavabo varias veces.

Durante toda la semana la estuve llamando y enviando mensajes, sin que ella respondiese ni diese señales de vida. El viernes ya no la llamé ni hice nada. El sábado fue ella la que llamó.

-Hola soy Carla.-Dijo cuando respondí a la llamada. ¡Como si no lo supiese ya!

-Hola. Perdóname…

-Si. –Me interrumpió.- He decidido perdonarte porque te quiero demasiado, y estoy dispuesta a volver si me prometes que respetarás mi virginidad hasta la noche de bodas.

-Te prometo lo que quieras. No volveré a tocarte hasta que tú quieras.

-Tampoco es eso, pero ya lo hablaremos. ¿Me llevas a bailar esta tarde?

-¿No te tienes que quedar con tu madre?

-Parece que se encuentra mejor y ya se levanta todo el día.

-¿A qué hora te recojo? …

Ese sábado y los siguientes, volvimos por la noche a la arboleda, pero solamente me dejó besarla, comerle los pechos y el coño, sin tocarme por el asco que le daban las pollas y volviendo yo más caliente a mi casa cada día.

Por fin, la empresa se puso en marcha y me fui a trabajar. Volvía los fines de semana para recoger mi calentón y me marchaba los domingos por la noche cada vez más frustrado.

Una vez que mi situación se estabilizó, hable con ella de casarnos y aceptó. Miramos pisos y viviendas hasta que nos decidimos por un chalet en una gran urbanización, con piscina y gran espacio de césped y árboles. La hipoteca que firmé, la terminarían de pagar mis hijos, pero no me importó, por fin me iba a casar con la mujer de mis sueños.

Cuando estuvo todo preparado, nos casamos. El día de la boda, que fue por la mañana, estaba más bonita si cabe. Dudo que haya habido o habrá otra novia tan bonita como ella. Todos los amigos la felicitaron por lo guapa que estaba y a mí por la mujer que me llevaba. Incluso Jorge, que también vino a la boda, nos dio la enhorabuena y deseó años de felicidad con un par de besos a ella y un abrazo a mí. (Aunque me pareció que le echaba mano al culo para acercarla y que la otra mano la tenía en un pecho).

La ceremonia estuvo muy bien, a la salida de la iglesia, nos recibieron con una lluvia de todo. Normalmente se echa sobre los recién casados arroz o confetis, pero como fue en el pueblo, nos echaron garbanzos y maíz. Todo me pareció bien y hasta me reí con la ocurrencia. Luego supe que había sido idea de Jorge.

Tras la comida, baile y barra libre. Carla a un lado y Jorge al otro, procuraron que no me faltase líquido en mi vaso de gin-tonic, pero como soy poco bebedor de alcoholes fuerte, solamente tomada un sorbo con cada brindis.

De allí fuimos a una discoteca donde seguimos bebiendo y bailando. Nos retiramos pronto, entre las risas y bromas de los amigos, a un hotel cercano en el que habíamos previsto para pasar nuestra primera noche. Yo tenía unas ganas tremendas de acostarme, me caía de sueño y cansancio.

Tuve que esperar a que ella saliese del baño, pero mereció la pena verla con su camisoncito negro que no ocultaba nada y su tanga mínimo del mismo color. Mientras lo hacía, abrí una botella de champagne, que el hotel había tenido la gentileza de ofrecernos, y serví dos copas.

-¿Te gusta?

Asentí babeando. Se colgó de mi cuello y entre besos me dijo

-Pues date prisa que estoy deseando ser tuya.

En otro momento, me la hubiese follado allí mismo, pero estaba tan cansado y bebido que dudaba que pudiese hacer algo.

Después de hacer un pis, lavarme los dientes y una ducha rápida, salí en dirección a la cama, donde se encontraba ella recostada. Se incorporó y me ofreció una de las copas. Brindamos por nosotros y nuestro feliz matrimonio, vaciamos las copas, me recogió la mía de mi mano y dejó ambas en la mesita, volviendo a abrazarme para iniciar una cadena de besos que nos calentó.

Me separé de ella, le saqué el camisoncito, bajé besando su cuerpo, sus pechos con los pezones duros y enhiestos, siguiendo para abajo mientras caía de rodillas. Bajé también su tanga hasta que se lo saqué por los pies, la hice separa un poco sus piernas y pasé la lengua por el borde de su raja, recorriendo los labios en toda su longitud.

Ella acariciaba mi cabeza y empezó a presionarme contra su coño. Me levanté a duras penas y la hice acostarse en la cama.

Ya ubicado más cómodamente entre sus piernas, seguí comiéndole el coño, recorriendo toda la vulva y bajando hasta su ano, donde me entretenía para ensalivarlo bien, mientras ella no paraba de emitir gemidos.

-MMMMMMM. Sigue así, me gusta,

-OOOOHHHHH. Qué placer me estas dando.

Me notaba raro, pero fui subiendo por su cuerpo, repartiendo besos por todo él, con la intención de consumar el matrimonio, pero esto ya son recuerdos difusos. Recuerdo recibir algunos golpes, gritos, pero nada más.

Cuando me desperté al día siguiente, era ya al atardecer. La escasa luz que entraba por los laterales de la tupida cortina, me permitió ver la cama que estaba hecha un desastre. Carla estaba desnuda a mi lado, dormida, con cara de felicidad.

Acaricié su cuerpo con suavidad, poniendo todo mi amor en el gesto. Esto la despertó. Me miró sonriendo y de inmediato puso cara de ira diciendo:

-Déjame en paz, animal. ¿Todavía no te has cansado de hacerme daño?

-¿Qué te he hecho, cariño? No recuerdo nada.

-¿Que no te acuerdas? ¿Que no te acuerdas? Serás cabrón. ¿No te acuerdas cuando te decía que me hacías mucho daño y tú seguías metiendo tu asquerosa polla dentro de mí? ¿No te acuerdas cuando de un solo golpe te llevaste dolorosamente mi virginidad? ¿No te acuerdas cuando te decía que esperases que no podía aguantar de dolor? ¿No te acuerdas de las tres veces que violaste mi coño y mi ano? Porque fue una violación, yo no sólo no disfruté, sino que me hiciste sufrir lo indecible.

-¡Mira mi coño hinchado, mira y mi ano casi roto. Tengo la mandíbula fuera de sitio y dolorida toda la boca hasta la garganta!

Se levantó y fue corriendo a encerrarse en el baño. Yo me quedé paralizado, si saber que hacer o decir. No recordaba nada y me parecía mentira que hubiese hecho eso. Sin embargo, parecía cierto, la sábana tenía manchas rojas y rosadas, y con otras más grandes que se apreciaba que era semen reseco y algunas rayitas de heces.

Sin embargo, no me lo podía creer. Estaba totalmente empalmado y todavía quería más.

Me acerqué a la puerta del baño y me pasé una hora hablándole y pidiendo perdón porque lo que había hecho era consecuencia del alcohol, que yo no era así, que lo había podido ver en nuestro noviazgo, etc. Mientras oía sus imparables sollozos dentro.

Al final, decidió perdonarme y salió, después de prometerle que no volvería a beber más, la intenté abrazar, pero no me dejó, diciéndome que todavía no estaba preparada.

Mientras se vestía, entré yo al baño para hacerme una paja, ducharme y afeitarme. Al día siguiente nos fuimos de viaje durante una semana, y lo único que puedo contar son los lugares que visitamos, lo que comimos en los restaurantes y lo que había en las tiendas. No me dejó tocarla en toda la semana, y yo respeté su deseo.

A la vuelta iniciamos nuestra vida en común, yo me iba a trabajar y ella quedaba al cuidado de la casa. No quiso servicio, ya antes de casarnos dijo que deseaba ser ella la que me atendiese personalmente.

A las tres semanas de casados, estaba ella friendo un filete con un chándal de deporte en rojo y blanco que le sentaba como un guante, cuando me acerqué por detrás, la abracé y besé su cuello mientras le susurraba “te quiero”. Curiosamente no me rechazó, por lo que seguí besando por ambos lados, sus lóbulos, avancé por la mandíbula…

Ella apartó el filete y apagó el fuego, girando y abrazándose a mi cuello, para fundirnos en un apasionado beso. El chándal le duró en el cuerpo un suspiro y mi ropa quedó en un reguero hasta el dormitorio, donde caímos sobre la cama sin dejar de besarnos y acariciarnos.

Acaricié sus pechos y froté los pezones entre mis dedos haciéndola gemir. Bajé mi mano hasta sus muslos, subiendo desde la rodilla con caricias hasta su ingle. Ella abrió sus piernas para permitir mis avances y yo pasé mi dedo por su raja. Curiosamente me lo encontré empapado y abierto.

Sin decir nada, me presionó para que me colocase sobre ella, quedando mi glande en su entrada.

-Por favor, hazlo despacio, no me hagas daño. –Me dijo

Metí la punta y me coloque ligeramente arriba, para que mis movimientos rozaran su clítoris, empezando a meter un poquito más y retroceder, otro poco más y retroceder. Ella se movía como si desease que se la clavara de una vez. Ponía sus talones sobre mi culo y los volvía a retirar. Yo no era un inexperto, por lo que sabía positivamente de que estaba deseando que entrase totalmente, pero quise que esperase un poco más, como yo había estado esperando un montón de tiempo.

Al final, la tuvo toda dentro, la saqué completamente y la volví a meter entera.

-MMMMMMMMMMMM. – Fue su respuesta a mi acción.

-Siii, dámela toda, sigue, si, sigue. –Fueron sus palabras.

A partir de ese momento, me convertí en una taladradora. La estuve machacando durante más de media hora. ¿Qué si tengo mucho aguante?, Qué va. Desde la vuelta del viaje, lo último que hacía antes de salir de trabajar era hacerme una o dos pajas pensando en ella, para llegar más relajado a casa y no asaltarla y violarla.

Se corrió varias veces, hasta que estuve apunto coincidiendo con su enésimo orgasmo, le anuncié:

-AAAAAhhhh. Me voy a correr.

-No, no .no. No te corras dentro.

Casi sin tiempo, la saqué, me masturbé sobre su cuerpo y me corrí abundantemente sobre sus tetas, pecho y vientre.

-¡Pero no vas a aprender nunca! ¡Eres un cerdo! ¿Ves lo que has hecho? ¡Me has puesto perdida!

Me separó de una serie de patadas y se fue corriendo al baño para lavarse. Yo me quedé sobre la cama avergonzado.

Cuando salio, siguió con su serie de improperios contra mí, hasta que se cansó. Por fin, volvió a recriminarme mi acción y me prohibió volver a correrme sobre ella.

Así fueron pasando los días, los meses y se convirtieron en años. El sexo no mejoró, follábamos casi cada semana. El trabajo en cambio si. Gané mucho dinero, ahorramos bastante por si nos iban mal dadas, pero ella también cada vez gastaba más. Las cuentas eran comunes. Ambos teníamos acceso a gastar lo que había.

Llegó un momento que la cantidad ahorrada cada mes era casi nula. Yo tenía la mosca detrás de la oreja. Había cosas que, con el tiempo, empezaron a llamarme la atención.

Por ejemplo, si alguien gana 100 y con 25 puede vivir bien, pero gasta 75, es raro, pero posible. Pero no es normal que alguien se gaste los 75 en un vestido con una hechura y tela que no usarías ni para limpiar tu auto. Pues gastaba dinero en prendas basura que decía que compraba a precios altísimos porque eran de la marca tal, según decía. Incluso hubo algún mes que, en lugar de incrementar los ahorros, disminuyeron.

Cuando le pregunté por qué había gastado tanto y tanta ropa, me montó una bronca porque no sabía lo caro que estaba todo y que para poder relacionarse con sus amigas y vecinas, no podía ir con cualquier prenda, que el coche también tenía gastos, que yo también gastaba mucho y muchas más razones que me apabullaban y volvía a pedirle perdón.

Había días que cuando me marchaba por la tarde la dejaba vestida y cuando volvía la encontraba con una simple bata y desnuda debajo. Generalmente me decía que me estaba esperando porque llevaba todo el día excitada, y deseando que llegase para calmar sus ganas. Me llevaba a la cama y me follaba inmediatamente. Se la metía sin preámbulos y entraba con suavidad de lo mojada que estaba. En esas ocasiones, era yo el que se corría (previo aviso y retirada) y ella solamente gemía.

A la pregunta “¿Te has corrido?”, siempre respondía “Si, ¡y dos veces!, eres maravilloso, y una máquina de follar”

A todo eso, se unió que un par de veces vi, desde lejos, salir a alguien muy parecido a Jorge, aunque pensé que me equivocaba.

Así que empecé a pensar que algo ocurría, pero no detectaba nada más, hasta que ocurrió lo típico en estos casos, y digo típico porque es la historia que más se ve, se oye y se lee: Una tarde, me debió de sentar algo mal y como no me encontraba bien, decidí irme a casa.

Nada más abrir la puerta lo escuche:

-AAAAAHHHHH Siiiii, fóllame más fuerte, cabrón.

-¿Quieres más, puta? ¿La quieres entera o solo la punta?

-Métemela toda y no seas hijo puta. ¡Dámela toda!

-¿Por donde la quieres por el culo, el coño o la boca?

-Por el coño. Llénamelo de leche. Y después el culo y la boca. Quiero saborear su semen.

Lo primero que pensé es que me había equivocado de casa, pero los muebles eran los míos. Luego, que Carla había prestado nuestra casa a alguien para picadero, pero la voz era de ella. Me acerqué despacio hasta la puerta del dormitorio que se encontraba medio abierta.

La cabecera de la cama quedaba oculta por la puerta, por lo que pude ver como era follada a cuatro patas. Como entraba y salía y entraba el pene de … ¡¡¡Jorge!!!

Se encontraba arrodillado tras ella follando incansablemente su coño, mientras se inclinaba sobre ella y apretaba sus pechos.

Seguí sin poder decir nada. Además tampoco podía moverme. Gruesos lagrimones recorrieron mis mejillas y cayeron sobre mi camisa. No se cuanto rato después pude moverme y pensar. Tuve la suerte de que entre coño, culo y boca, no se movieron de la cama ni miraron hacia la puerta.

Decidí vengarme, dejándola en la puta calle con una mano detrás y otra delante, además de dejar en ridículo al hijo de la gran puta de Jorge. Me aparté para pensar un poco más y decidí marcharme y volver más tarde, dedicándome a pensar mientras tanto.

Me ubiqué en el bar de la urbanización, que se encontraba a la entrada, desde el que podía ver a la gente que entraba y salía, mientras pensaba en qué iba a organizar para pillarlos y que no pudiesen desdecirme cuando les acusase de infidelidad.

Dos horas después, lo vi salir. Inmediatamente me dirigí a casa, encontrando a Carla en bata y desnuda debajo.

-Hoy llegas un poco más pronto que otros días. Hoy estoy excitada. ¿Hacemos el amor? –Me dijo colgándose de mi cuello.

-Perdona… cccariño, precisamente he salido un poco antes porque no me encontraba muy bien.

-¿Qué te ocurre?

-Me ha debido sentar algo mal de lo que he comido. Tengo una sensación muy extraña en el estómago. Creo que me voy a ir a la cama ahora mismo.

-¿No irás a vomitarme en la habitación?

-No lo se, pero por si acaso, me acostaré en la habitación de invitados. –Fue un alivio para mí, pues no sabía como enfrentarme a una noche con ella a mi lado.

Me dormí tarde, y cuando lo hice, tenía pesadillas que me despertaban asustado. A la mañana siguiente, estaba peor que el día anterior.

No me había levantado todavía cuando Carla vino a la habitación.

-¿Qué tal te encuentras hoy?

-Fatal, peor que ayer. La cabeza me duele el cuerpo también. Hoy no voy a ir a trabajar.

-Ah. Vale. –Dijo solamente y se fue sin más.

.La oí hablar por teléfono, aunque no entendía lo que decía. Un rato después volvió.

-No me acordaba que había quedado con las amigas para irnos de tiendas. He aprovechado para prepararte algo y así nosotras podremos comer cualquier cosa por ahí y no tendré que venir de propio por no haberte avisado antes. En la nevera te lo he dejado. ¿Crees que podrás levantarte?

-Si, no te preocupes, vete tranquila. –“A putear con Jorge” pensé yo.

Se marcho y yo me quedé dando vueltas al tema, hasta que se me ocurrió algo. Preparé una lista de material. Llamé a mi oficina y pedí el teléfono de un proveedor en concreto, al que llamé y pedí el material, rogando que me lo trajesen lo más rápidamente posible, confirmándome que en una hora lo tendría en mi casa.

Como ingeniero electrónico, no me supuso ningún problema instalar cámaras, grabadores y sensores de movimiento.

Quedó todo configurado y probado rápidamente. Por las mañanas, si se activaban los sensores del dormitorio y salón, grababa durante un tiempo. Por la tarde, una llamada de teléfono mío, dejaba la grabación fija hasta que volvía a casa para apagarla.

Durante los tres primeros días estuve ajustando el horario para comenzar la grabación fija en el momento que llegase Jorge.

No fue una buena idea. Con eso, cada vez que llamaba hacían algún comentario sobre mí y recordaban lo que había pasado para reírse largamente. Así me enteré de algunas cosas. Voy a intentar relatarlas en orden cronológico:

1-Cuando llegué al pueblo, al terminar mi carrera, Jorge estaba en la cárcel. Tenía permiso de salida en fines de semana alternos. Ese sábado no tocaba.

2-Cuando oyó que iba a tener buen empleo y sueldo, decidió que nos casaríamos.

3-Cuando se lo comento a Jorge, le pareció bien, siempre que no me dejara follarla. El único que la follaría sería él.

4-Los fines de semana que se quedaba a cuidar a su madre, era porque Jorge salía y pasaban el fin de semana follando.

5-Jorge Salió de la cárcel el mismo día que yo me declaré a ella. Estaba esperando que la dejase en casa para ir a follar con él.

6-La situación no cambió durante el noviazgo. La dejaba en casa y él la estaba esperando.

7-La noche de bodas no me la follé. Como no pudieron emborracharme hasta el coma, tenían preparada, por si acaso, una pastilla para hacerme dormir, que Carla me puso en el Champagne. Cuando me dormí, me abofeteó para ver si me despertaba y al ver que no lo hacía, abrió la puerta a Jorge y estuvieron follando toda la noche por todos los agujeros. Parece que los ocupantes de las habitaciones contiguas, se quejaron de los gritos que dimos. Esto se lo dijeron a Jorge, porque lo conocían de alquilar habitación muchas veces.

8-Durante la semana que estuvimos sin follar, no dejó de verse con él.

9- El día que follamos por primera vez, fue porque algo les había ocurrido y era por si se quedaba embarazada.

10- El dinero no lo gastaba ella. Se lo daba a él para que viviese como un rey, gastando en juergas, borracheras y drogas.

… Mejor no sigo.

Edité los vídeos y dejé una cinta sobre el televisor, con una nota que le avisaba que no volvería a comer y que lo haría a media tarde y hablaríamos del divorcio. Mientras, que la fuese visionando. Que si no tenía suficiente, le prepararía más.

A media tarde volví, como había indicado, encontrándome sentados en la sala Carla, Jorge y otra mujer.

-Hola (…) (perdón que no de información sobre mi, por las razones de mi primera historia) ¿Me puedes decir qué significa esto? ¿Cómo se te ha ocurrido la desfachatez de grabar nuestra intimidad? Veo que no has dejado de ser el cerdo que siempre fuiste.

-No pretenderás hacerme ver que la culpa es mía por hacer la grabación de vuestras infidelidades.

-¡¡¡Mis infidelidades!!! Si en lugar de ser tan pasivo, apático y poco fogoso, hubieses sido más ardiente y hubieses respondido a mis peticiones de sexo, no habría tenido que llegar a esto.

En ese momento, estábamos de pie, uno frente a otro, junto una mesa de centro baja y de cristal.

-¡¡¡Pasivo yo!!! ¡¡¡Apático!!! ¡¡¡Poco fogoso!! ¡¡¡Peticiones de sexo tuyas!!! Mira, si fuera otro te partía la cara ahora mismo. –Dije esto levantando la mano.

Ante este gesto, ella dio un paso atrás, tropezando con la mesa y cayendo sobre el cristal, el cual se rompió en mil pedazos, haciendo algunos cortes y arañazos en brazos, piernas y cuello, así como un pequeño rasguño en la cara.

Todos nos abalanzamos sobre ella para levantarla. La mujer y Jorge me apartaron de malos modos y ella dijo:

-Soy la abogada de la señora. Todos hemos visto cómo intentaba tirarla y la ha empujado hasta que ha caído sobre la mesa. Esto es violencia doméstica y vamos a acusarle de ello. Le esperan a Ud. Un par de años de cárcel como mínimo.

En fin. Tuve que marcharme, ellos fueron al hospital para que les hiciesen un informe médico. Yo me busqué un abogado que fue demasiado malo y la abogada de ella demasiado buena. Perdí en la negociación

Para no ir a la cárcel, tuve que cederle la casa a ella, los ahorros y los beneficios que aportase mi patente del aparato fabricado por la empresa. Además tenía que pasarle una pensión y pagar los plazos de la hipoteca de la casa. Más tarde, la empresa me propuso realizar unas adaptaciones de mi proyecto, pero tuve que negarme al no tener los derechos.

Recogí las pocas cosas que eran mías en la casa. Ahí me di cuenta de lo poco que tenía. Con algo de dinero que tenía escondido por si acaso pude alquilar un pisito, y seguir viviendo. Con los meses me entró una fuerte depresión y dejé de trabajar en la empresa. Otro abogado más listo, consiguió que no tuviese que pagar la pensión hasta que volviese a trabajar.

Al fin me recuperé, pero no quise volver a mi antiguo trabajo. Me ofrecí a varias empresas de productos electrónicos y fue como si el fallecido Steve Jobs se hubiese ofrecido a trabajar a cualquier otra empresa que no fuese Apple. Todas querían contratarme, por lo que elegí la que mejor puesto y sueldo me daba. Que no era era ninguna dirección de departamento. Todas se aprovechaban para colocarme en un puesto de segundón.

Y aquí termina mi historia pasada.

Gracias por vuestros comentarios y valoraciones

Más adelante contaré la actual. Por ahora, el trabajo me tiene esclavo y tengo que dedicarle un tiempo que no me permite escribir con la frecuencia que desearía. Perdonad los errores, normalmente lo repaso muchas veces, pero últimamente tengo poco tiempo.

Relato erótico: “Las revistas de mi primo (Parte 2 de 4)” (POR TALIBOS)

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LAS REVISTAS DE MI PRIMO (parte 2/4):

El domingo desperté muy tarde, más incluso que Claraque se levantó sin despertarme.

Aprovechando que estaba sola, escondí la revista bajo el colchón e hice la cama.

Me sentía un poquito frustrada, pues el domingo era el único día que mi tía dejaba libre a Clara, que no tenía que estudiar, por lo que no dispondría de dos horas a solas en el dormitorio.

Aún así, me las ingenié para echarle un vistazo rápido a la revista mientras Clara se daba una ducha, pero, temiendo que me pillaran, desistí en mi empeño.

El lunes recuperé el terreno perdido. En cuanto terminamos de almorzar y, tras fregar la loza, me asomé al salón para asegurarme de que mi prima estaba inmersa en los estudios, saliendo a continuación zumbando escaleras arriba para refugiarme en mi cuarto.

En cuanto estuve a solas, saqué la revista y me tumbé en la cama para hojearla. Esta vez no me anduve con remilgos y, en cuanto estuve sobre el colchón, metí una mano bajo la camiseta y me desabroché el sujetador del bikini, quitándomelo. Me apetecía acariciarme las tetas.

Estuve así un rato, jugueteando lánguidamente con mis pezones, que estaban como rocas, mientras me leía la historia de Julia y el piloto (en el texto me enteré de que se trataba del comandante García. Anda que se lo habían currado mucho).

Pero la cosa no era igual que el sábado. Había pasado la novedad. Además, el único reportaje realmente pornográfico de la revista era el de la azafata, mientras que el resto eran de mujeres, más o menos atractivas, exhibiendo impúdicamente sus encantos.

Entonces se me ocurrió. ¿Por qué no iba a hacerlo? ¿Qué tenía de malo?

Me levanté del cuarto con la revista enrollada en la mano y, tras asegurarme de que no hubiera moros en la costa, me acerqué a la puerta del cuarto de Diego, llamando quedamente con los nudillos.

– Soy yo, Paula – susurré mientras llamaba.

– Pasa – se escuchó la voz de mi primo.

Abrí la puerta, aunque no llegué a penetrar en el cuarto, quedándome en el umbral, apoyada en el marco. Mi primo estaba tumbado en su cama, con un libro en el regazo, mirándome interrogadoramente.

– ¿Me la cambias? – dije con sencillez, agitando la revista enrollada.

Diego puso los ojos en blanco y sonrió divertido, levantándose. Caminó hacia mí y tras agarrar la revista que yo le tendía, me dio un suave capirotazo con ella en la cabeza.

– Como te pillen, te vas a enterar. Recuerda que no puedes confesar que son mías ni bajo tortura…

– Que no, primo. Te lo juro. Además, no me van a pillar. Tengo mucho cuidado.

– Ya – dijo él simplemente.

Tras coger la revista, caminó hacia la estantería. Yo le miraba la espalda, preguntándome como quien no quiere la cosa si Diego habría hecho las mismas cosas que salían en la revista.

Con rapidez, mi primo extrajo otra de su escondite y me la acercó. Pero, al hacerlo, vi cómo de repente la sonrisa se borraba de su rostro y apartaba la mirada, como avergonzado.

Fue cosa de un segundo, pero me di cuenta de dónde se habían posado sus ojos instantes antes. Miré hacia mi pecho y me di cuenta de que mis pezones se veían claramente marcados en mi camiseta de algodón, pues el sujetador de mi bikini permanecía tirado encima de mi cama.

Mi rostro se encendió como una farola. Mi primo se había dado cuenta de que tenías las tetas duras. Madre mía, qué vergüenza.

Y, sin embargo, a pesar del bochorno que sentía… algo se agitó dentro de mí.

– Toma – dijo Diego, dándome el rollo de papel – Ya sabes. Callada como una muerta.

– Te lo juro – dije, haciendo el signo de la cruz.

Sólo que, en vez de hacerlo sobre el esternón, deslicé mis dedos sobre mi pecho izquierdo, rozando suavemente el erecto pezón por encima de la camiseta. Un escalofrío recorrió mi columna, en parte por el contacto sobre la sensible carne y en parte… porque Diego había visto perfectamente por dónde se había deslizado mi dedo.

Azorada, pero extrañamente exultante, regresé a la intimidad de mi cuarto. Me sentí contenta por lo que había pasado y, desde luego, mucho más excitada que minutos antes, cuando salí de la habitación. Tenía que reconocerlo, me había gustado que Diego me mirara.

Más envalentonada por cómo iban las cosas, decidí que iba a pasármelo en grande. Esta vez no me tumbé sobre la cama a toquetearme discretamente, sino que, sin pensármelo mucho, me desnudé por completo, tumbándome encima del colchón.

Como todavía me quedaba un resquicio de sentido común, decidí meterme bajo las sábanas, no fuera a ser que Clara subiera con algún pretexto y me pillara en bolas con la revista.

Una vez desnuda, me deslicé entre las frescas cobijas y empecé a acariciarme con delicadeza, jugueteando con mis dedos en mi entrepierna, provocándome los primeros espasmos de placer.

La revista de ese día era distinta. Allí no había series de fotos de mujeres desnudas. Allí todo el mundo follaba.

Me hice una deliciosa paja visualizando a mujeres de todo tipo, altas, bajas, rubias, morenas, blancas y negras siendo penetradas por pollas de todos los colores y tamaños (bueno, de todos los tamaños no, eso lo aprendí con los años, las tallas variaban de las muy grandes a las directamente gigantescas; de hecho salía un negro con una tranca que ríete tú del tipo del wassasp).

Entonces, cuando estaba en plena faena, me acordé de Diego. De Diego y de su… cosa. Recordé su tacto, su dureza, su grosor…

Empecé a gemir y jadear, frotándome vigorosamente el coñito y las tetas bajo las sábanas, la revista yacía a mi lado, abierta, mostrando a doble página a una mujer con una polla metida por delante y otra por detrás.

Por si las moscas, intenté bajar un poco el volumen, pensando que Diego podría oírme. Pero, entonces, me lo pensé mejor y empecé a subirlo, consciente de que tan sólo una fina pared me separaba de mi primo.

Y de pronto me apetecía mucho que se enterara de lo que estaba haciendo allí solita.

Me sentí muy guarra, allí desnuda, toqueteándome bajo las sábanas, intentando que mi primo escuchara mis gemidos de placer. Me puse muy caliente y me corrí enseguida, derrumbándome agotada en mi lecho.

Me dormí con una sonrisa en los labios, satisfecha como nunca antes había estado. Me pregunté si mi primo, al escucharme, no habría estado haciendo lo mismo que yo. Deseaba que así fuera.

Clara tuvo que subir de nuevo a buscarme, despertándome con su delicadeza habitual. Por suerte, aunque le extrañó ver que estaba arropada, no intentó apartar las sábanas, limitándose a decir que me esperaba abajo, aunque volvió a mirarme con cara rara.

Aunque, comparada con la que puso Diego cuando bajó y nos encontró en la piscina… Se puso colorado, incapaz de mirarme directamente, cosa que me encantó. Le encontré guapísimo.

Cada vez me sentía más mujer, más segura de mi misma.

Aquella tarde charlé hasta por los codos, cosa poco habitual en mí. Clara me tomaba el pelo, diciéndome que si había comido lengua, aunque, en el fondo, seguro que se preguntaba qué demonios me pasaba.

Por la noche tardé más en conciliar el sueño. Estaba descansada por la siesta y, además, no podía dejar de pensar en Diego y en nuestro pequeño secreto.

El hecho de que supiera que había estado masturbándome con su revista, me hacía sentir inquieta y excitada a la vez. De no ser porque me daba miedo que Clara me pillara, me habría hecho otra paja aprovechando la oscuridad de la noche.

Me dormí cachonda perdida. Y decidida a juguetear con mi primo un poquito más.

La historia se repitió al día siguiente. Sólo que esta vez tenía mucho más clara mi forma de actuar. Me sentía mucho más segura de mí misma que nunca antes. Como dije, mi carácter empezaba a transformarse.

Tras el almuerzo, fui en busca de la revista, hojeándola un poco y acariciándome ligeramente para ponerme a tono. No hubiera hecho falta, pues sólo de pensar en Diego ya bastaba para ponerme lasciva.

Volví a pegar a su puerta y abrí tras recibir permiso. Por desgracia, mi primo ya se lo esperaba y tenía la revista de recambio ya preparada. Pero yo no estaba dispuesta a que se librara de mí tan fácilmente.

– Diego – le dije después que el chico intercambiara las revistas – Estoy un poco aburrida. ¿Puedo pasar?

Mi pobre primo, que sin duda estaba acordándose de mi última visita, cuando llevaba las largas puestas, puso cara un poco rara. Sin embargo, como no tenía ningún motivo para negarse, accedió a mi petición.

Él volvió a sentarse en su cama y, aunque me apetecía mucho hacerlo a su lado, tomé de nuevo la silla frente a su escritorio.

– Dime – dijo Diego, lacónicamente.

– Verás, primo. Quería darte de nuevo las gracias por no haberte chivado y por haberme dejado las revistas. Me han gustado mucho y han sido muy… útiles.

– De nada – dijo él, sonriendo quedamente.

– Y quería saber… bueno. Si podría preguntarte algunas cosas.

– De acuerdo, Paula. Como quieras. Aunque, me reservo el derecho a no responder – me contestó.

– Vale.

Y lo hice. Queriendo gozar de mayor intimidad me levanté y me senté en su cama, a su lado, con la espalda apoyada en la pared, como él. Estábamos tan cerca, que nuestros muslos casi se rozaban. Percibí perfectamente cómo se ponía tenso. Disfruté con ello.

Diego pareció ir a decir algo, pero debió pensárselo mejor y se quedó callado. Parecía un poco inquieto, cosa que me encantó, pues yo me sentía bastante tranquila.

– En serio, primo – dije, mirándole a los ojos y apoyando una mano distraídamente en su brazo – Muchas gracias. Poca gente se habría comportado como tú después de lo que te hice.

Al hablar remarqué ligeramente lo de “te hice”, para traer de nuevo a su memoria el instante en que… ya saben.

Y lo conseguí. Mi primo estaba visiblemente nervioso. Me regocijé por dentro, pues, aunque él era el experto en esos temas, era yo la que dominaba la situación. Me lo estaba pasando bomba jugando con él.

Empezaba a descubrir mis armas de mujer y a adquirir experiencia en su uso.

– Ya te he dicho que no tiene importancia – dijo él, un tanto secamente – Ahora dime qué quieres.

– Bueno, Diego, es una tontería. Lo de las revistas está bien y eso, pero aún me falta mucho para llegar a esas cosas. Lo cierto es, que apenas si soy capaz de hablar con un chico. Contigo estoy muy relajada – dije, volviendo a rozarle el brazo – pero, cuando se trata de otro…

– Tranquila. Poco a poco irás soltándote. Recuerda siempre que, si un chico se interesa por ti, estará también nervioso.

– Ya, bueno. Pero, ¿cómo sabes si un chico se siente atraído por ti?

– Mujer, eso se sabe. Se nota. A veces con la mirada, o porque muestra mucho interés en ti… Ya verás como lo sabes.

– Pero, ¿y si no le gusto a ninguno? ¿O si quiero ser yo la que quiere hablar con uno que me guste?

– ¿Cómo no vas a gustarle a ninguno? – rió – ¡Si eres guapísima! Cuando os llevo a las dos en el coche, no sabes la de amigos que me han felicitado por la hermana y la prima tan guapas que tengo.

– ¿En serio crees que soy guapa? – dije, con mi mejor voz de pastorcilla.

– Pues claro. Qué tontería.

– Gracias – sonreí – Yo también creo que eres un chico muy atractivo.

Diego se puso muy serio, cortado, sin saber qué decir, mientras yo me sentía exultante por dentro. Decidí cargar un poquito más las apuestas.

– ¿Sabes? Tenías razón en lo que dijiste.

– ¿A qué te refieres?

– A que iba a masturbarme cuando me quedara a solas con la revista. Lo hice.

Diego se quedó atónito. Yo le miraba fijamente, con una sonrisilla pícara en el rostro. Creo que eso le molestó, pues respondió un poquito picado:

– Yo no dije nada de eso.

– Ya, bueno; pero lo insinuaste.

Nuevo silencio.

– ¿Tú también lo haces? – le solté.

– ¿El qué? – respondió él, fingiendo no entenderme.

– Masturbarte. Mirando las revistas.

Diego me miró muy serio. Estaba empezando a darse cuenta de que estaba jugando con él, a medias flirteando, a medias tratando de hacerle pasar vergüenza. Decidió que no iba a permitírmelo. Al fin y al cabo, yo era su prima pequeña.

– Pues claro – respondió con firmeza, haciendo gala de una actitud adulta – Para eso son esas revistas. Te excitas y te masturbas. Ya te escuché ayer mientras lo hacías.

Esta vez la que se quedó cortada fui yo. No esperaba aquel contraataque tan directo. Me sentí un poco incómoda, pero logré mantener el tipo.

– ¡Oh! Perdona. No me di cuenta. Supongo que me emocioné demasiado.

– Supongo – dijo él, sonriendo, un poco más seguro de si.

– ¿Puedo preguntarte una cosa? – me lancé – Es algo un poquito personal.

Diego se lo pensó unos segundos antes de responder. Se veía que estaba empezando a disfrutar también con el juego.

– Vale. Aunque, como te dije, si me parece no te respondo.

– De acuerdo – dije, sonriéndole – Primo… ¿Tú nos miras en la piscina?

– ¿Cómo?

– Ya me entiendes… Si nos miras a Clara y a mí… como mujeres…

Mi primo se lo pensó un segundo. Pero luego respondió con aplomo.

– Claro. De vez en cuando. Las dos sois muy guapas. No se me puede reprochar que os mire un poco cuando vais en bañador. Soy un hombre al fin y al cabo.

– Me alegro – respondí, sonriéndole con calidez – Yo también te miro a ti.

– Bueno. Eso no es para tanto. Los tíos tenemos menos que mirar.

– Eso no es cierto – respondí con rapidez.

– ¿Ah, no?

– No. Clara me dice que soy una guarra, porque a veces… Te miro el paquete.

– Ja, ja – rió Diego – Bueno. Ya te he dicho que esas cosas no tienen importancia. Son normales a tu edad. Soy el único chico que tienes cerca y bueno… sientes curiosidad.

– Sí – asentí – Por eso hice lo que hice y te toqué… ahí.

Volvió a quedarse callado. Se notaba que la conversación tan íntima no le molestaba, pero no acababa de tener claro dónde estaba el límite.

– Claro, claro – titubeó – No pasa nada.

– ¿Y dices que nos miras a nosotras? – pregunté, zalamera.

– Bueno… No vayas a pensar que os espío ni nada de eso. Pero bueno, cuando estáis en la piscina… es difícil no echar un vistazo.

– ¿Te gusta mirarnos en bañador?

– Ya te he dicho que sois muy guapas. Y una pareja de jovencitas atractivas en bikini…. Soy un tío… – dijo, como si no hiciera falta más explicación.

– Y dime. ¿Alguna vez te has masturbado pensando en nosotras?

Toma ya. Directa a la yugular. Ahora sí que le había dejado cortado al pobre.

– Paula, creo que esto está empezando a salirse de madre. Una cosa es que charlemos un poco sobre sexo, ya que opino que no tiene nada de malo y que sin duda querrás saber más, pero esto ya es pasarse…

– Perdona, Diego – dije, simulando estar arrepentida – No quería molestarte.

– No pasa nada. Disculpas aceptadas.

– Aunque, supongo que, si no quieres responder, será porque sí que lo has hecho…

Y me eché a reír, haciéndole unas ligeras cosquillas en el costado. Él, juguetón, me las devolvió de inmediato, aunque puso especial cuidado en no tocar en ningún sitio inapropiado. Yo me retorcí de risa (más de lo debido), procurando pegarme un poquito a él, pues me encantaba sentir el tacto de sus manos sobre mi cuerpo.

– Vale, vale – me rindo – dijo Diego, percatándose de que estábamos peligrosamente cerca – Haya paz.

– Como digas – respondí, abandonando la lucha – Pero, si no respondes, tendré que concluir que sí que lo haces.

Mi primo me miró, calibrando la situación y decidiendo si respondía o le ponía punto y final a aquello.

– Vale. Te responderé, si tú también me dices algo – asintió.

– De acuerdo.

El corazón se me aceleró, esperando que Diego me preguntara si me tocaba pensando en él. Iba a darle una respuesta que le dejaría patidifuso. Me lo estaba pasando muy bien.

– ¿Verdad que el otro día no fue la primera vez que Clara se colaba en mi cuarto? – me preguntó, sorprendiéndome. No era la pregunta que esperaba.

– Diego… yo… no lo sé – respondí confusa, pillada a traspiés.

– Sí que lo sabes – afirmó, sonriendo al recuperar la manija de la situación – Si no contestas, asumiré que sí que lo ha hecho.

Me había pillado. Me la había devuelto pero bien.

– Diego, no puedo decir nada… se lo prometí.

– No hace falta. Tu silencio es respuesta suficiente.

– Jo, tío, vale. Tú ganas. Pero, por favor, no le digas nada a Clara. Se cabrearía muchísimo conmigo…

– Tranquila. No voy a decirle nada. Aunque procuraré tomar precauciones.

– Venga, hombre. Que no es para tanto. Le pasa lo mismo que a mí. Siente curiosidad y un día, que entró en tu cuarto a por un libro, te vio dormido, fue a arroparte bien y… bueno. Te vio la cosa.

Decidí intentar que pensara que había sido una sola la visita que Clara le había hecho.

– Vale. Te creo.

– Bueno. Pues ya tienes tu respuesta – afirmé.

– Cierto.

– Pues te toca. Respóndeme a lo de antes.

Diego sonrió de oreja a oreja, respondiendo sin titubear.

– Pues no. No lo he hecho jamás. Aunque seáis dos chicas muy guapas, sois mi prima y mi hermana y nunca he pensado en vosotras cuando me masturbo.

– ¡Eso no vale! – exclamé indignada.

– ¿Por qué no? – exclamó él, triunfante – Es la pura verdad. Te juro que no te estoy mintiendo. Una cosa es haberos echado alguna miradita cuando vais en bañador y otra meneármela pensando en vosotras. No lo he hecho.

Mierda. Me la había jugado. Y, lo peor, era que parecía sincero.

– ¿Y nunca se te ha ocurrido espiarnos? ¿Intentar ver cómo somos sin bañador? El otro día, en la piscina, a Clara se le salió una teta y no se dio ni cuenta. Estuvo un buen rato con ella al aire sin enterarse. Te lo perdiste.

La cara de Diego cambió, borrándose su sonrisa de un plumazo. Mi intuición me dijo que allí quedaba todavía tela que cortar.

– Oye, qué cara más rara has puesto – dije riendo – Es de lo más sospechosa.

– Calla ya, idiota – dijo él, ruborizándose.

– Venga, confiesa… – canturreé – ¿O tengo que torturarte otra vez?

– Déjalo ya, Paula.

– No. Has dicho que me responderías.

Se quedó callado un segundo. Pero, al final, se decidió a contestar.

– Fue una vez hace unos meses.

– ¡Lo sabía! – exclamé, entusiasmada.

– Te lo cuento porque no dejas de darme el coñazo – me advirtió – Como me entere de que vas con el rollo a mi hermana, llamo a tus padres en un segundo y les digo que te colaste en mi cuarto.

Nueva promesa al canto.

– Tampoco es nada del otro jueves – dijo Diego, tras reflexionar un poco – No es nada malo.

– Desembucha – le animé.

– Pues eso. Hace unos meses, Clara se estaba duchando y se olvidó de cerrar la puerta. Yo no me di cuenta y, como necesitaba ir al baño, entré.

– ¡Y la pillaste en pelotas!

– No. Verás, al entrar, me di cuenta de que corría el agua de la ducha, así que me paré en el acto y retrocedí.

– ¡Pues vaya cosa! – pensé, desencantada.

– Pero, cuando iba a salir, Clara apareció en la bañera, enjabonándose. Quedaba un hueco entre las cortinas y la vi… desnuda.

– ¿Ella no te vio?

– No. Estaba concentrada en enjabonarse. Yo me quedé parado un instante, sin saber qué hacer. No me di cuenta de que me había quedado mirando.

– ¿Y se lo viste todo, todo?

– Sí – dijo Diego, asintiendo – Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo, salí del baño y empecé a cerrar la puerta. Pero no lo hice del todo. Me quedé con la mano en el pomo, manteniéndola abierta lo suficiente para poder seguir mirando.

– ¡Eres un guarrete! – reí, aunque no estaba riéndome precisamente en mi interior.

– Lo reconozco. Espié a mi hermana mientras se enjabonaba el cuerpo. Tiene un tipazo.

De reojo, eché un disimulado vistazo a la entrepierna de mi primo. No estaba segura, pero me dio la sensación de que abultaba un poco más que cuando entré. Me encantó constatar que no era completamente inmune a mi presencia y que la atmósfera de intimidad que había surgido entre los dos le afectaba igual que a mí.

– ¿Y seguro que no te masturbaste? – pregunté, juguetona.

– No. Te lo juro. De pronto fue como si saliera del trance, me di cuenta de lo que estaba haciendo y me marché. No se lo cuentes, por favor.

– Te lo prometo.

De pronto, Diego parecía haberse puesto serio. Me miró dubitativo, como dándose cuenta de que la cosa se le había ido de las manos y yo había acabado por llevarle a mi terreno.

Por desgracia, ya no tenía ganas de jugar más.

– Bueno, ya está bien de confesiones – dijo, levantándose de la cama – Llévate la revista antes de que me arrepienta. Pásatelo bien.

Me dedicó un guiño mientras me sonreía.

No me quedó más remedido que obedecerle, aunque no tenía ganas de marcharme de allí. Había disfrutado mucho con aquel juego de confesiones y flirteo. Me sentía un poquito cachonda y de buena gana hubiera seguido un rato más. Pero Diego no estaba por la labor.

– Vale. Me voy – dije con resignación.

Cogí la revista el escritorio y, justo antes de salir, me vino la inspiración.

– ¿Sabes? – le dije como quien no quiere la cosa – La verdad es que estoy un poco acalorada. Creo que voy a darme una buena ducha.

Diego se quedó callado, mirándome sin decir nada. Dedicándole una última sonrisa pícara, salí del cuarto, con el corazón nuevamente disparado en el pecho.

No perdí ni un segundo. Entré en mi cuarto, escondí la revista bajo la almohada y volví a salir, rumbo al baño que estaba al fondo del pasillo. No me hizo falta ni coger una muda, pues podía perfectamente volver a ponerme el bañador, porque luego volveríamos a la piscina.

Al pasar frente al cuarto de Diego, procuré hacer bastante ruido, para atraer su atención, aunque sospechaba que era innecesario, pues mi primo debía estar más que atento.

Entré al baño y, ni corta ni perezosa, dejé la puerta medio abierta.

No tardé nada en desnudarme, me miré en el espejo, eché un último vistazo al pasillo por si veía movimiento y me metí en la bañera, abriendo el grifo al máximo.

Repitiendo lo escuchado en la historia de Diego, dejé las cortinas sin cerrar y me quedé un rato dejando que el agua resbalara por mi cuerpo.

¿Vendría? ¿Se atrevería? Yo me moría de ganas porque lo hiciera. Me sentía cachonda perdida y ni el agua fría lograba calmar un ápice mis ardores.

Empecé a acariciarme el cuerpo, dedicándome especialmente a los senos. Los sentía duros, plenos, con los pezones erectos. Me moría de ganas de comprobar si Diego había venido.

Armándome de valor, di un paso atrás, de forma que pudiera vérseme por el hueco entre las cortinas desde fuera. Como había hecho Clara.

Sin embargo, no me atreví a mirar hacia la puerta. Sería una gran decepción si no estaba allí. Casi prefería no saberlo. Así que seguí deslizando las manos por mi cuerpo con calma, extendiendo una capa de jabón por toda mi piel.

Y miré. Ya no pude contenerme más. Por el rabillo del ojo, atisbé una sombra que se escondía junto a la puerta. Me sentí feliz, exultante. Me costó horrores no mirar directamente. Eso hubiera roto el encanto.

Pero ya sabía que estaba allí. Había venido. Por primera vez en mi vida, supe que había un hombre que se sentía atraído por mí, que se excitaba viendo mi cuerpo desnudo. Estaba caliente a más no poder.

Sin poder aguantar más, deslicé una mano entre mis muslos, empezando a masturbarme muy despacio. Menuda racha llevaba. En los últimos días me pasaba todo el rato haciéndome dedillos.

Pero aquel estaba siendo el mejor. El saber que Diego me estaba mirando, hizo que mis entrañas literalmente se pusieran a hervir.

Y la duda. Atormentadora. ¿Se estaría tocando él también? ¿Habría logrado que faltara a su palabra, cuando dijo que no lo hacía pensando en nosotras?

Me corrí. No pude evitar que se me escapara un gritito de éxtasis. Sentí que las piernas no me sostenían, así que me arrodillé en la bañera, sintiendo cómo el chorro de agua impactaba contra mi piel.

Alcé la vista. Ya me daba igual que me viera. Pero en el umbral no había nadie. ¿Lo habría soñado acaso?

No. Sabía que no era así. Diego había venido y me había espiado. Justo como yo quería.

Me sequé y volví a ponerme el bañador. Justo a tiempo, pues ya era hora de reunirme con Clara.

– ¿Dónde estabas? – me preguntó muy seria cuando me vio llegar.

– Tenía calor. Me he dado una ducha.

– No. Digo antes. Subí a por un libro y el cuarto estaba vacío.

– ¡Ah! En el cuarto de Diego. Estuvimos charlando un rato.

– Ya – dijo ella simplemente.

¡Leñe! ¡Un poco más y me pilla!

Entonces me asaltó una terrible duda. ¿Habría sido la sombra de Clara la que había atisbado en la puerta del baño? ¿Habría sido ella y no su hermano la que me había espiado mientras me duchaba?

– ¿Y de qué habéis hablado? – preguntó ella, simulando no darle importancia al tema.

– ¡Oh! De los estudios y eso. Me ha estado hablando de la universidad.

– Comprendo.

Pero presentí que no me creía. Tenía que tener más cuidado.

El resto de la tarde, lo pasamos en la piscina. Mi tía regresó pronto del trabajo y se dio un chapuzón con nosotras. Diego, en cambio, apareció sólo un segundo para despedirse y dijo que iba a salir. Ni siquiera volvió a cenar. Un telefonazo y punto. No me gustó. Quería verle antes de irme a dormir. Quería mirar su rostro, a ver si averiguaba si había sido él el espía o no.

Pero no regresó, dejándome frustrada. Mentalmente, le imaginaba encerrado en su cuarto, desnudo, tumbado en su cama, masturbándose mientras pensaba en mí en la ducha. Al menos eso esperaba. Adoraba sentirme deseada.

Y entonces llegó el sobresalto. Ni lo vi venir.

Tras ponerme el camisón, entré al dormitorio donde ya me esperaba Clara. Como siempre, ella dormía con unas simples braguitas y una camiseta vieja.

Estaba sentada en su cama, mirándome muy seria, mientras yo abría las sábanas. Me deslicé en el lecho y la miré. Seguía callada, sin decir ni pío.

– ¿Te pasa algo? – le pregunté.

– ¿A mí? No. Nada en absoluto – respondió ella, sin dejar de mirarme – Por cierto, ¿no te falta algo?

– ¿El qué?

Y la comprensión se abatió sobre mí como una tonelada de ladrillos. Con rapidez, deslicé la mano bajo la almohada. No estaba allí.

– ¿Buscas esto? – dijo mi prima, mientras sacaba de detrás de su cuerpo la revista que me había prestado su hermano.

– ¡Mierda! – exclamé atónita.

– ¿Y bien? – dijo Clara, un poco secamente – ¿Es esto lo que buscas?

– Dámelo – respondí, estirando la mano.

– ¿Por qué? ¿Es tuya?

– Sí. La traje de casa en mi equipaje.

– ¿En serio? ¿Encima vas a mentirme?

Me quedé callada.

– Venga, tía, que ya sé que todos los días te metes en el cuarto de mi hermano. Esto es suyo, ¿verdad?

Me habían pillado. No tenía sentido seguir mintiendo. Además, pensándolo bien, tampoco había ningún motivo para no contárselo (las promesas hechas no tenían sentido desde el momento en que Clara nos había descubierto), porque, al fin y al cabo, no habíamos hecho nada malo.

– Vale, Clara, lo admito – dije tumbándome de nuevo en mi cama – Deja que me explique.

Y lo hice. Se lo conté todo a mi prima. Bueno, todo no, obviamente omití la parte de los flirteos y el tonteo con su hermano. Pero le confesé lo demás.

– O sea, ¿que Diego sabe que me he colado en su cuarto? – dijo mi prima, bastante sorprendida.

– Sí. Bueno, lo sospechaba. Y lo tuvo claro cuando nos pilló aquella mañana. Él quería tener una charlita contigo, pero lo convencí de que lo dejara correr.

– Vaya, tía, gracias. Menuda vergüenza hubiera pasado hablando con mi hermano de por qué me colaba en su cuarto para mirarle… eso.

– Imagínate la que pasé yo. Si se la toqué y todo…

Las dos nos echamos a reír. La crisis parecía superada. A Clara no le importaba que charlara a solas con su hermano, lo que le molestaba era el secretismo, pues normalmente nos lo contábamos todo la una a la otra.

– Y a ver qué iba a hacer. Diego me hizo prometer que no diría nada y a cambio me prestó las revistas para… bueno, ya sabes. Para que aprendiera un poco.

– Ya – dijo mi prima, sonriendo – A saber lo que habrás aprendido tú aquí. Le he echado un vistazo por encima y los contenidos son la mar de didácticos.

– Bueno… Esa todavía no la he visto. Me la ha dejado hoy.

– ¿En serio? ¡Pues vamos a verla juntas!

¿Y por qué no? Total, ya hablábamos de sexo a la primera ocasión. No tenía nada de malo ver una revista porno con mi prima. Lo único negativo era que me tendría que aguantar las ganas de masturbarme si me calentaba. Pero bueno, tampoco tenía planes de hacerlo esa noche ¿no? Después de la sesioncita de la ducha…

Sin esperar respuesta, Clara se levantó rápidamente y se arrojó de un salto en mi cama, haciéndonos rebotar a ambas sobre el colchón. Entre risas, las dos nos sentamos medio incorporadas, las espaldas apoyadas en la cabecera, las piernas recogidas y muy juntitas la una a la otra, para caber bien en el lecho.

– ¡Qué emoción! – bromeó mi prima – ¡Mi primera revista porno!

– ¿En serio?

– ¡Qué va, tía! ¡Ya he visto muchas en el colegio!

– ¿En qué asignatura? – me burlé.

– ¡En el recreo!

Seguimos bromeando un rato las dos, sin decidirnos a abrir la revista, que reposaba en mi regazo. Lo cierto es que me sentía un poco inquieta ante la idea de ver porno con otra persona, aunque fuera una de mi total confianza. No sé, supongo que el calor que desprendía el cuerpo de mi prima me ponía nerviosa…

– Venga, Paula, ábrela ya. Sáltate las primeras páginas que están… pegajosas – rió Clara.

– ¿Cómo? – exclamé sin comprender.

Efectivamente, al abrir la revista me encontré con que las primeras hojas estaban pegadas las unas a las otras; extrañada, traté de separarlas, pero, al hacerlo, comprendí que iba a cargármelas, pues estaban adheridas por una sustancia reseca que las mantenía unidas.

– ¿Qué será esto? – dije, mientras me esforzaba en despegar las hojas.

Clara me miró, sorprendida, con una sonrisilla maliciosa en los labios.

– Estás de coña, ¿no? – me preguntó.

– ¿Por? No te entiendo.

– Tía. No me digas que no sabes por qué están pegadas.

Sí, ríanse de mí si quieren. Yo me acuerdo de aquella noche y también me río. Había aprendido muchas cosas en los últimos días, pero aún seguía siendo una pánfila de cuidado.

– Pues no. Supongo que Diego habrá derramado alguna cosa encima.

– Sí, seguro que ha sido eso – se carcajeó mi prima.

Pero yo seguí en Babia, sin enterarme de nada. Un poco picada por las burlas de Clara, salté las hojas pegadas y abrí la revista por la primera limpia. Correspondía a un reportaje en el que una chica rubia, bastante delgada, era literalmente montada por tres maromos.

En la foto en cuestión, la joven aparecía de espaldas a cámara, con una verga incrustada en su vagina, otra en el ano y una tercera hundida hasta las amígdalas. No pudo decirles si era guapa o fea, porque tenía la expresión tan desencajada, que ni su madre la habría reconocido.

– ¡Ala! – exclamó mi prima, admirada – Pero, ¿será posible?

– ¿Lo ves tía? – respondí, dejándome llevar por el entusiasmo – ¡Hasta por el culo! ¡Hasta ayer, yo ni sabía que se hicieran esas cosas!

– Yo sí lo sabía – dijo Clara – Pero nunca lo había visto.

– ¿En serio que lo sabías? No me mientas…

– No, lo digo de veras. Mira, hace un par de años se fue del pueblo Felisa, una chica de la quinta de Diego. Según me contaron, sólo lo hacía con su novio por el culo, porque así no se quedaba embarazada.

– Eso debería haber hecho Manoli.

– Seguro. Aunque, debe de doler, ¿no?

Por un segundo, estuve a punto de confesarle a mi prima que me había metido un dedo por el culo mientras me masturbaba, pero al final no lo hice, pues tenía miedo de su reacción.

– Supongo – fue lo que dije en cambio, encogiéndome de hombros.

– Venga, pasa la hoja.

Así lo hice, sumergiéndonos de lleno en las imágenes de la tremenda follada que le suministraban los tres hombres a la frágil rubita. La pusieron mirando a Cuenca, como vulgarmente se dice.

Yo, a esas alturas bastante acostumbrada al porno, no me sorprendí en exceso con las imágenes, pero Clara, en cambio, sí que alucinó un poco. Estaba todo el rato con la boca abierta, cerrándola sólo para decir sutilezas como “Joder, mira eso! ó ¡”No me puedo creer que le quepan tantas pollas a la vez”. Poesía pura.

Aunque, lo cierto es que no le faltaba razón. En una de las últimas fotos, la joven rubia era penetrada simultáneamente por los tres hombres por vagina y ano. Hagan cuentas… O sobra polla o falta hoyo… Pues los tíos se apañaron.

Riéndonos divertidas por ser testigos de tan extraño empalamiento, bromeamos para ocultar la realidad: que, aunque sentíamos vergüenza, nos estábamos poniendo un poquito a tono.

Yo era plenamente consciente del contacto del muslo desnudo de Clara contra el mío. La suavidad de su piel me turbaba. Me sentía nerviosa, así que decía tonterías para ocultarlo.

– Venga, pasa la hoja – me apremió Clara.

Tras pasar un par de páginas de publicidad, nos sumergimos en el siguiente reportaje. Era uno de esos con texto, así que, para entretenernos, lo leímos en voz alta.

La historia trataba de un chico que se encontraba con dos bellas mujeres (hermanas, al parecer) en el departamento de un tren. Cuando una de ellas se queda dormida, el joven es descubierto espiándola por la más joven (vestida de colegiala) y ésta, en vez de poner el grito en el cielo, le hace una mamada y se lo folla.

Y todo acompañado por unas soberbias fotografías a todo color de la escena en cuestión. Me sorprendí deseando ser yo la pícara colegiala y el chico… Diego, por ejemplo.

– Jo, Paula, me estoy poniendo brutica – dijo mi prima, de repente.

– Sí, ya. Yo también. Para eso son estas revistas, ¿no? – respondí, sin comprender muy bien por dónde iban los tiros.

– Venga, tú pasa la hoja, que yo me entretengo con lo mío.

Y entonces lo hizo. Sin cortarse un pelo, mi prima metió una mano dentro de sus bragas y empezó a frotarse vigorosamente, dejándome boquiabierta. No sé por qué me sorprendió tanto, tampoco era nada tan inesperado. De hecho, a mí también me apetecía hacerlo, sólo que la presencia de Clara me cortaba por completo.

– Pero, ¿qué haces? – siseé, atónita.

– ¿A ti qué te parece? Me he puesto cachonda y me apetece hacerme una paja. Tú sigue pasando…

– Pero, ¡vete a tu cama, estúpida! – exclamé – ¿Te parece bien empezar a toquetearte en mi cama?

– Pues vaya. Menuda mojigata – dijo mi prima con filosofía – Como que tú no haces lo mismo. Seguro que estos días no te has tocado mirando las revistas…

Me quedé callada. Tenía razón.

– No es para tanto. Las dos lo hacemos, ¿no? – siguió Clara – Pues a mí me apetece hacerlo ahora, mirando la revista. Pero, si tanto te molesta… lo dejo. Eres todavía más cría de lo que pensaba.

Otra vez su técnica de persuasión.

– Vale, vale – acepté, antes de darme cuenta de lo que hacía – Si tantas ganas tienes, haz lo que te dé la gana.

– ¡Guay!

Y me dio un beso en la mejilla. No sabía por qué, pero ese beso me enervó más todavía. Empezaba a no parecerme mala idea hacerme yo también un dedete.

– Venga, sigue leyendo – me apremió Clara, mientras su mano volvía a perderse en el interior de sus braguitas.

Yo obedecí, continuando la historia en voz alta. Era bastante morbosa y la calidad de las fotografías era excelente. Me resultaba excitante ver cómo la jovencita se follaba al desconcertado chico, mientras éste no le quitaba ojo de encima a la mujer que dormía, acojonado por si llegaba a despertarse y los pillaba en plena faena.

La historia me excitaba, lo reconozco, pero ni la décima parte de ver cómo la tela de las braguitas de Clara se ondulaba debido a los movimientos que realizaban sus insidiosos dedos. Como no podía verlo, mi mente imaginaba cómo se estarían deslizando esos dedos por la vulva de Clara, cómo la acariciarían, como… estaba cada vez más cachonda.

Mi lectura se hizo entrecortada, estaba muy nerviosa y excitada, mirando la revista y a mi prima, que seguía masturbándose con desparpajo. Su cuerpo, cada vez más caliente, se apretujaba contra el mío, soliviantándome todavía más.

– ¿No te apetece hacer lo mismo? – preguntó Clara de pronto, en una pausa entre gemidos de placer.

– ¿Yo? ¿Estás loca? – repliqué – ¡Ni muerta voy a hacerme una paja contigo al lado!

– Pues eres estúpida. Se nota que estás cachonda. ¿O no ves cómo se te marcan los pezones en el camisón? Seguro que estás chorreando ahí abajo…

Avergonzada, encogí las piernas contra el pecho, para taparme los senos, tras constatar que Clara decía la verdad. Sin dejar de acariciarse, mi prima me sonrió, burlona y, una vez más, utilizó su técnica para manipularme.

– Desde luego… vaya niña que estás hecha. Y yo que creía que habías madurado un poco…

Esta vez la pillé. Era plenamente consciente de que estaba tratando de engatusarme. Se burlaba de mí para que hiciera lo que ella quería, como siempre. Pero no, esta vez, no iba a hacerlo…

El problema era… que me moría de ganas.

– Pues tienes razón – admití, armándome de valor – Si ya lo hago cuando estoy a solas mirando estas revistas. ¿Por qué no voy a hacerlo ahora, si me apetece?

Esperé la pulla de Clara, pero ésta no llegó. Mi prima debía estar experimentando un placer especialmente intenso, pues se recostó completamente sobre mí, apretando con fuerza los muslos, atrapando su mano en medio.

Riendo, la aparté un poco y, completamente decidida a no ser menos que ella, me subí el camisón hasta la cintura, revelando mis inocentes braguitas blancas y, sin pensármelo más, deslicé una mano dentro, empezando a acariciarme suavemente.

Y allí estábamos las dos, sentadas en mi cama, hombro con hombro, masturbándonos mientras hojeábamos una revista porno. Me sentía muy excitada, enervada por la presencia de mi prima.

Continué como pude la lectura, entrecortándome cada dos por tres, pues era complicado mantener firme la voz mientras te estabas haciendo una placentera paja.

Queriendo alargar el momento, que estaba empezando a disfrutar, me acariciaba muy despacio, mientras me esforzaba en no perderme detalle ni de lo que hacía Clara a mi lado, ni de las aventuras en el compartimento del tren.

El reportaje acabó, así que empecé a pasar hojas en busca del siguiente. En la primera foto que encontré, aparecían dos bellas mujeres en camisón, posando juntas y sonriendo a cámara.

Yo pasé la página, acostumbrada ya a aquel tipo de historias, esperando encontrarme con la aparición de un afortunado maromo que disfrutara las gracias de las dos bellezas.

Pero no fue así. Al volver la hoja, me topé con las dos mujeres besándose apasionadamente. En la siguiente foto, una de ellas le había bajado a su amiga el tirante del camisón y se dedicaba con embeleso a lamer delicadamente el erecto pezón que había quedado expuesto.

La boca se me quedó seca. ¡Joder, era una escena lésbica! ¡Las dos tías iban a enrollarse!

De esa práctica sexual sí que había oído hablar. Unos meses antes, habían pillado a dos compañeras liándose en los servicios del insti. Las expulsaron un mes y no veas cómo corrieron las murmuraciones sobre ellas.

Pero era la primera vez que veía a dos mujeres besarse, pues en las otras revistas no había habido ninguna escena de lesbianismo. Y de pronto, encontrarte con dos mujeres echado un polvo mientras estabas masturbándote al lado de tu prima… decir que era turbador es quedarse corto.

Miré a Clara y me encontré de golpe con sus ojos clavados en los míos. Ninguna dijo nada, aunque estaba claro en qué pensábamos ambas. Sentíamos un corte que te mueres.

Sin embargo, no queriendo admitir que nos daba vergüenza aquello, las dos decidimos seguir como si tal cosa, simulando que no nos afectaba.

Durante un rato, continuamos viendo fotos de las dos mujeres follando, mientras seguíamos masturbándonos lánguidamente. Las dos se aplicaron con ganas a devorarse mutuamente, chupándose literalmente por todos lados. Me impresionó cuando empezaron a frotarse sus chochitos uno contra el otro, haciendo la famosa tijera y me sorprendí pensando en qué se sentiría haciendo eso.

Y seguro que Clara pensaba en lo mismo. Ninguna lo admitía, pero aquellas imágenes hacían que pensáramos la una en la otra… y en lo que estábamos haciendo.

Me sentía muy caliente, febril. En esta ocasión, ninguna leía el texto que acompañaba las fotos (yo, al menos, no habría podido hacerlo), así que seguimos mirándolas en silencio.

Me preguntaba qué se sentiría si era otro quien te tocaba, ¿sería distinto a hacerlo una misma? ¿Más placentero? ¿Sería peor?

Clara volvió a mirarme y yo hice lo mismo. Recuerdo que pensé que tenía unos ojos preciosos y que era guapísima.

Sus labios, entreabiertos, se movían al compás de su respiración. Me parecieron carnosos, deseables… ¿Desde cuándo era tan guapa mi prima?

Ninguna dijo nada. No hizo falta.

De repente, noté cómo los dedos de Clara aferraban mi muñeca, la de la mano que estaba usando para acariciarme. Al notar el contacto, me puse tensa como un cable, pero, tras un segundo de duda, no me resistí.

Muy lentamente, Clara tiró de mi mano, sacándola de entre mis piernas. Al aparecer mis dedos de dentro de la braguita, vi que estaban empapados, chorreando de mis propios jugos. Mi prima me miraba a los ojos, sin dejar de atraer mi mano hacia su cuerpo.

Cuando la apoyó sobre su estómago, no dudé más y, deslizándola muy despacio, la perdí entre sus muslos, sumergiéndola en el mar de humedad que había allí dentro.

En cuanto rocé la cálida carne, Clara dio un gritito de placer, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, supongo que para no gritar.

De pronto, noté que su mano estaba sobre mí, para imitar a la mía. Sin darme cuenta, separé los muslos, abriendo las piernas para facilitarle el acceso.

Cuando sus dedos se enterraron en mi vagina, fui yo la que tuvo que ahogar un grito de placer. Creí que iba a volverme loca. Era la primera vez que unos dedos que no fueran los míos acariciaban esa zona tan delicada.

Por fortuna, conocían bien su trabajo.

No tengo palabras. En ese momento descubrí que no hay comparación entre tocarse una misma y que lo haga otro. No hay color.

Los dedos de Clara, inquietos, juguetones, empezaron a acariciar mi coñito dulcemente, sumergiéndome en un paraíso de placer.

Queriendo devolverle el favor, redoblé mis esfuerzos entre sus muslos, deslizando mis dedos por la ardiente intimidad de mi prima, rozando y acariciando justo como a mí me gustaba, cosa en la que, a tenor por los quejidos y gemidos de mi prima, debíamos tener gustos muy similares.

Y a ella tampoco se le daba mal la cosa. Sus dedos exploraban con notable pericia entre mis piernas, acariciándome y tocándome de forma harto placentera.

Abrí los ojos y nos miramos, con nuestras respectivas manos hundidas ente los muslos de la otra, dándonos placer en medio de la noche.

La revista yacía a un lado, a punto de caerse entre la cama y la pared, borrada por completo de nuestras mentes. En ese momento nuestro mundo se reducía a nosotras dos. No había nada más.

Clara, juguetona, buscó la entrada de mi cuevita y deslizó un par de dedos dentro, haciéndome relinchar. Yo, no queriendo ser menos, la imité, empezando a abrir y cerrar los dedos, explorando y palpando las profundidades de la acogedora gruta de mi prima.

Y Clara se corrió. De repente, pegó un bufido y, levantando el culo del colchón, sus caderas se agitaron espasmódicamente, mientras mis dedos no dejaban de moverse en su interior.

El ver a mi prima allí, sudorosa y bella, gozando de un tremendo orgasmo, hizo que me excitara todavía más, por lo que mi propio clímax no tardó en llegar. Mientras me corría, la mano de Clara me acariciaba suavemente, estimulando de manera deliciosa mi clítoris, que estaba al rojo vivo. Fue un orgasmo increíble.

Agotadas, nos derrumbamos en el lecho, abrazadas, la cabeza de Clara apoyada en mi pecho. Ninguna tenía ánimos para hablar.

Y así, las dos en mi cama, nos quedamos dormidas. Tuvimos suerte de que mi tía no viniera por la mañana a despertarnos. Habría sido difícil explicarle por qué dormíamos juntas. Le tocaba abrir la farmacia y salió temprano.

Cuando despertamos, más cerca de las doce que de las once, nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado encendida la luz, lo que no nos había importunado lo más mínimo a la hora de dormir.

Nos miramos la una a la otra y sonreímos tontamente, un poco avergonzadas por lo que había pasado.

Entonces volvió a besarme en la mejilla, como había hecho la noche anterior. No sé por qué, pero me dio la sensación de que estaba dándome las gracias.

– Menuda nochecita, ¿eh? – dije, un poquito azorada.

– Y tanto. Jo, esa revista debe tener poderes o algo así.

– Desde luego.

Y no dijimos nada más. No hacía falta.

…………………………………..

Tras desayunar, nos fuimos a la piscina. Nos dimos un chapuzón y nos tumbamos en las hamacas, a tomar el sol.

Yo no dejaba de darle vueltas a lo que había pasado por la noche entre las dos. Tenía que reconocer que había disfrutado muchísimo. ¿Me estaría volviendo lesbiana?

Entonces apareció Diego, muy serio. Tras darnos los buenos días, se tiró de cabeza a la piscina y se puso a nadar.

Yo me quedé mirándole, admirando su musculado torso y pensando en cómo sería si fuera él quien me tocase… No, definitivamente no me estaba volviendo lesbiana.

– No le quitas ojo, ¿eh? – escuché que decía Clara de pronto.

Pegué un respingo y casi me caigo de la hamaca. Miré a mi prima, topándome de bruces con su expresión burlona desde detrás de sus gafas de sol.

– No digas tonterías – respondí con sequedad.

– Ya. Tonterías. Me pregunto cuál de los dos hubieras preferido que estuviera en tu cama anoche.

Y así, tras haberme puesto la cara como un tomate de pura vergüenza, mi prima volvió a reclinarse para disfrutar de su baño de sol.

Yo hice lo mismo, fingiendo que sus palabras me resbalaban. Aunque, lo cierto era que me había hecho la misma pregunta. Y tenía bastante clara la respuesta.

…………………………..

El resto de la mañana, Diego se mostró taciturno. Pensé que iba a hacer como el día anterior y se iba a ir con sus amigos.

Pero no, aunque estaba más callado de lo habitual, no hizo ademán alguno de marcharse. Me preguntaba si no sería porque también aguardaba con ansia el momento de mi visita diaria a su dormitorio. Esperaba que sí…

Luego… la rutina de costumbre. Almuerzo con mi tía, fregado de platos…

Le eché un par de miradas a Diego, para comprobar si se le veía nervioso. Así era. De hecho, a punto estuvo de tirar los platos al suelo. Comprendí que también tenía ganas de que nos quedáramos a solas.

Mientras fregaba, rememoré los acontecimientos de la noche anterior, lo que me excitó rápidamente. Y así, ligeramente cachonda y expectante por la visita al dormitorio del chico, decidí que esa tarde iba a lograr mucho más que una simple paja con una revista a solas en mi cuarto.

Me decidí a atacar.

CONTINUARÁ

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Relato erótico: “Noche descontrolada” (POR DOCTORBP)

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Era la primera vez que Roberto iba al pueblo de su novia. Sentía una mezcla de sentimientos puesto que sabía lo importante que era ese mundo para ella y deseaba por fin poder formar parte de aquello y no cagarla en el intento.

Habían salido con el coche temprano y no tardarían mucho en llegar. El planning del día era sencillo: llegar a la casa donde les recibirían los padres de ella, dejar todo lo que llevaban en el coche necesario para el tiempo que iban a pasar allí, comer tranquilamente y por la tarde irían a recorrer algunos de los lugares que ella tantas veces le había explicado y conocer a algunos de sus amigos con los que ella tanto había compartido. Seguramente por la noche saldrían ya que era el fin de semana grande de las fiestas y al día siguiente él tendría que regresar puesto que no tenía vacaciones.

Mercedes estaba entusiasmada viendo los altos árboles que pasaban rápidamente junto a ellos a medida que el coche avanzaba en dirección a su pueblo. Por fin llegaba. Durante todo el año esperaba la llegada de aquellas fechas, las fiestas de su pueblo, lo único que hasta ahora había sido más importante que cualquier otra cosa, incluido Roberto. Pero este año era diferente, esta vez pensó que ya era el momento en el que esto cambiara y que él debía formar parte de aquello y así podría disfrutar conjuntamente de las cosas que más deseaba: Roberto y esa mezcolanza de todo lo que siempre han significado esas fechas tan importantes para ella.

A pocos kilómetros de la entrada al pueblo, Mercedes empezó a explicarle a Roberto cada una de las cosas que iba divisando como si de un guía para turistas se tratara incluyendo pequeñas anécdotas vividas en años anteriores. Sin duda su entusiasmo era evidente. Una vez dentro del pueblo también le explicó todo lo que pudo: casas donde vivían amigos, lugares donde se reunía con ellos, campos en los que trabajan algunos vecinos o historias que ya le había contado otras veces.

Al llegar al destino, los padres de ella salieron a recibirlos tal y como habían quedado y mostraron la casa a Roberto mientras Merche iba sacando cosas del coche. Cuando se hubieron instalado tuvieron un momento de intimidad en la habitación, situada en la planta alta de la vivienda:

-¿Qué te parece? – le dijo ella.

-Es estupendo, tenía muchas ganas de estar aquí. Ven… – y se le acercó para darle un beso que ella recibió gustosamente.

-Mi madre me ha dicho que han preparado una paella. ¿Quieres descansar un rato o bajamos ya a comer?

-No, no, vamos ahora, que no quiero que tu madre se piense cosas raras.

-No seas idiota. Anda vamos.

Mientras bajaban al piso inferior donde estaba el salón Merche continuó la conversación:

-¿Qué querrás hacer esta tarde?

-Lo que tú quieras. Quiero que estos días actúes como siempre lo has hecho. No quiero que mi presencia cambie todo lo que esto significa para ti. Sé lo importante que es y no quiero que te preocupes por mí ni un solo segundo…

-Pero… – le interrumpió ella.

-… pero nada, ¿me lo prometes?

-Está bien… pero que sepas que tú no… bueno, de acuerdo, te lo prometo. Ya está.

Merche no sabía cómo explicarle que no necesitaba prometer nada, que era él el que no debía preocuparse por fastidiarle nada. Pero se limitó a contentarle haciéndole aquella absurda promesa que no significaba nada, pero que serviría para que Roberto se relajara y no se tomara aquella estancia como una prueba de su amor.

La comida transcurrió normalmente con los típicos formalismos entre yerno y suegros. Al terminar, Merche les preguntó a sus padres si Damián había llegado ya, a lo que respondieron afirmativamente. Damián era el vecino de toda la vida de Merche y su mejor amigo del pueblo. Le había hablado muchas veces de él a Roberto y estaba deseosa de que se conocieran así que le dijo a su novio que ya sabía lo que iban a hacer primero: visitar a Damián. Por desgracia no estaba en casa, pero sus padres le indicaron donde podía estar. No hacía falta que ellos se lo dijeran, sin duda estaría en el bar de la plaza, punto de reunión de todos los jóvenes del pueblo.

-Bueno, pues vamos entonces al bar – le dijo Merche a Roberto.

-Es el que me has indicado cuando pasábamos con el coche por la plaza, ¿no?

-Efectivamente, seguro que Damián está allí. Y con un poco de suerte nos encontraremos con más gente.

Como bien sabía Merche, Damián se encontraba en el bar y junto a él estaba la mayoría de gente de la cuadrilla. El bar era el punto de reunión habitual de todo aquel que tuviera intención de salir, tomar algo, echar unas partidas o simplemente pasar el rato y, por lo tanto, siempre estaba atestado de gente.

-¡Hola chicos! – saludó Merche al entrar en el bar y ver a su grupo de amigos entre los que se encontraba Damián.

-¡Hola Merche! – respondieron la mayoría al unísono.

-Mercedes, se me hace raro oír como aquí todo el mundo te llama Merche – le dijo Roberto por lo bajo mientras se acercaban a la mesa.

-Seguro que esta noche ya te habrás acostumbrado y tú también acabarás llamándome así sin darte cuenta… mira, este es Damián. Os presento: Damián, Roberto. Roberto, Damián.

-¡Hombre! Pero si es el famoso Roberto. Ya teníamos por aquí muchas ganas de conocerte. Pensábamos que Merche nunca te traería por estas tierras – le dijo Damián.

-Pues sí, ha costado, pero por fin estoy aquí y puedo conoceros a todos, aunque me ha hablado un montón de vosotros. Encantado.

Y así, Merche para todos y Mercedes para uno, fue presentando a su novio en sociedad. Tras los instantes más cohibidos iniciales y las conversaciones tópicas de rigor, con la ayuda de unas cervezas y la hospitalidad de los amigos de Merche, la cosa comenzó a fluir y al poco rato Roberto era uno más. Merche se sintió contenta, sabía que aquello iba a pasar, pero se alegró por él, lo había visto tenso durante el viaje y verlo ahora relajado, integrado con sus amigos le dio una satisfacción solo interrumpida por lo que pasó a continuación.

En la otra punta del bar comenzaron a oírse unos gritos. Merche sabía bien lo que estaba pasando. Algún idiota ya estaba provocando una pelea. Y seguramente se trataba de alguno de esos mocosos que se creen que por ponerse chulitos pueden comerse el mundo y, realmente, lo único que se podía comer era un buen guantazo de alguno a los que estaban provocando. Aquel idiota de no más de 20 años se estaba poniendo tonto con un tío de unos 30 años harto de trabajar en el monte y que sólo su mano era más grande y gruesa que la cabeza de aquel niñato.

Merche no estaba por la labor de ver cómo acababa aquel espectáculo bochornoso con lo que propuso que se fueran a otro lado. Ya era hora de cenar así que decidieron ir a una pizzería en el pueblo para después salir de marcha. Durante la cena, Roberto fue intimando cada vez más con los amigos de su novia. Sobre todo con Damián. En un momento en el que éste y su mejor amiga se quedaron solos Damián le comentó:

-Merche, estoy muy contento por ti. Roberto es un tío muy majo. Se ve que te quiere y que es un buen tío. Me alegro de veras por ti.

-Muchas gracias, Damián – le contestó ella y le dio un tierno abrazo como tantos otros le había dado en las múltiples ocasiones en las que estos 2 se habían ayudado ya sea con palabras como era el caso o de cualquier otra forma. –Eres un cielo – concluyó.

Cuando terminaron de cenar estuvieron decidiendo dónde irían. Roberto, más integrado que nunca, dijo que lo mejor sería ir primero a tomar algo y luego, ya con algo de alcohol en las venas, salir a darlo todo. Parecía que estaba animado. Todos estuvieron de acuerdo con su propuesta así que el grupo de chicos y chicas, todos en torno a los 25 años, se marcharon hacia el centro del pueblo, lugar en el que estaba situada la orquesta. Allí podrían comprar bebida y bailar la típica música que suelen tocar en este tipo de acontecimientos.

Una vez en mitad del gentío, Roberto se alejó ligeramente del grupo para contemplar a Mercedes. Estaba preciosa, morena, con el pelo recogido que dejaba ver sus orejas con más de un piercing. Llevaba una camiseta corta que dejaba entrever su ombligo y unos tejanos que, sin ser ajustados, marcaban su preciosa silueta. La veía bailar y se daba cuenta de lo afortunado que era, de lo mucho que le gustaba y lo mucho que la quería. Se movía con tal gracia que su atractivo rebosaba hasta inundar el lugar y eclipsar al resto de chicas que estaban a su alrededor. Mercedes era preciosa.

Junto a Mercedes estaba Damián, su mejor amigo. Un chico joven (tenía 23 años, 4 menos que Mercedes), alto y fuerte y, seguramente, también era guapo pensó Roberto. Quiso borrar cualquier mal pensamiento que le fuera a venir a la mente y pensó que su novia era afortunada al tener un amigo tan especial. Realmente, Damián parecía un buen tipo.

Tras bailar un rato con la música de la orquesta, jugar a algún juego en los puestos de feria que había dispersos por el pueblo, hacer unas cuantas tonterías, reír mucho y, sobre todo, beber lo suficiente, decidieron que podían ir a algunos de los garitos del pueblo. Ya era una buena hora para que el ambiente, constituido básicamente por gente joven del mismo pueblo y de los de alrededor, fuera bastante bueno.

Eran las 3 de la madrugada y habían pasado un par de horas yendo de un garito a otro bailando y bebiendo cuando Merche se dio cuenta de que no sabía dónde estaba Roberto. Empezó a mirar de un lado a otro intentando divisarlo en el local en el que se encontraba. A uno de los lados, a unos 5 metros escasos divisó a Damián. Lo llamó pero la música estaba demasiado alta como para que la oyera así que se acercó a él. Estaba de espaldas así que le rodeó con el brazo acariciándole el pecho para llamar su atención y se le arrimó lo más que pudo para gritarle al oído:

-¿Has visto a Roberto? ¿sabes dónde está?

-No tengo ni idea. No lo he vuelto a ver desde que me tiró la copa en el otro sitio – y se rió recordando lo cómico del momento.

-Anda, ¿por qué no me ayudas a buscarlo?

-Tranquila, estará con alguien. ¿No ves que nos hemos desperdigado todos?

-Va, por fa…

-Está bien, quédate aquí. Voy a dar una vuelta por fuera a ver si lo veo.

-Gracias – le dijo Merche y se lo agradeció con un piquito ante el cual Damián no se sorprendió ya que era un gesto habitual, señal de la gran confianza que había entre ambos.

Mientras, Roberto, en la calle, intentaba encontrar a su novia. No sabía cómo se había despistado, pero el caso es que se había quedado solo. Cuando se quiso dar cuenta, en el bar del que acababa de salir, se había visto rodeado de extraños y no quedaba ni rastro de Mercedes ni ninguno de sus amigos. Ni siquiera le sonaba la cara de alguien del pueblo, todos debían ser de los alrededores. Entonces, tras asegurarse que en aquel lugar no había ningún conocido salió a la calle en busca de Mercedes o, en su defecto, alguien mínimamente conocido.

Tras revisar cerca del centenar de rostros se encontró con un grupo de chicos jóvenes que estaban montando un follón considerable. Entre ellos una cara le resultó familiar.

-Hola, perdona – le dijo acercándose a él – Tú eres del pueblo, ¿verdad?

-¿Y a ti qué te importa de dónde soy? – le contestó en tono desafiante el chaval.

-Disculpa, pero es que estoy buscando a Mercedes y…

-¿Mercedes? ¿Quién coño es Mercedes? – le interrumpió.

-¡Ups! Lo siento, tal vez me haya equivocado…

-No espera, ya sé quién eres… tú eres el novio de Merche, ¿me equivoco?

Roberto empezó a mosquearse. Estaba convencido que aquel chico le había reconocido desde un principio así que se dispuso a vacilarle.

-Sí, correcto, de Mercedes, de Mercedes.

-Mercedes Benz… ¡no te jode! – y todos sus amigos soltaron una fuerte carcajada – Mi amiga se llama Merche y ser su novio no te da derecho a cambiarle el nombre.

-Lo que pasa es que tú no eres ni tan siquiera su amigo – le espetó Roberto ya bastante encendido.

-Mira tío, te he dicho que mi amiga se llama Merche.

El chaval se estaba poniendo bastante pesadito y sus argumentos no eran demasiado de peso por no decir que lo que decía era un sinsentido así que Roberto intentó desviar la atención y, de paso, conseguir lo que pretendía.

-Bueno, ¿la has visto? ¿sabes dónde la puedo encontrar?

-Tío, no me jodas. Déjame en paz y márchate que ella aquí siempre ha estado muy bien sola. No necesitamos que venga ningún novio toca pelotas a jodernos las fiestas.

-Es igual, ya buscaré yo solito a Mercedes.

Al oír nuevamente ese nombre, al chico se le cruzaron los cables y le arreó un puñetazo a Roberto al cual pilló desprevenido y cayó al suelo. Mientras lo hacía supo de qué le sonaba la cara de aquel desgraciado. Era el chico que buscaba pelea en el bar del pueblo. Al parecer no se había quedado contento y ahora él era el destino de su ira provocada por sus más que probables traumas infantiles.

-Mierda – pensó, lo último que quería era pelearse la primera vez que visitaba el pueblo de Mercedes – Merche, mierda, Merche – se dijo así mismo y se quedó en el suelo, en posición fetal, deseando que aquel loco se calmara y desistiera de seguir con lo que sea que pasaba por su mente cuando le soltó el puñetazo, para evitar que aquello fuera a mayores y, con un poco de suerte, que Merche – sí, Merche, sí – ni se enterara de aquello.

Pero aquel personaje no parecía estar por la labor y le lanzó una patada a las costillas que Roberto pudo medio evitar con el brazo. Por suerte, cuando el joven vándalo se disponía a lanzar la segunda patada vitoreado por todos sus amigos apareció Damián quién gritó mientras corría hacía ellos.

-¡Yeray!

El pateador se detuvo al escuchar su nombre y alzó la cabeza para ver llegar a Damián.

-Yeray, tío, ¿qué coño estás haciendo?

Roberto, al escuchar a Damián se levantó del suelo. Estaba avergonzado porque lo viera en aquella situación, pero al mismo tiempo se alegró enormemente de su llegada. ¿Qué habría pasado si no hubiera aparecido? No quería ni pensarlo.

-Hombre Damián, ¿has venido al rescate del chico de tu amiguita? ¡No me jodas! Será que no te revienta que se esté cepillando a tu queridísima Merche… ¡no me digas que no te jode! O acaso es que como ya te la has tirado te sientes culpable y por eso vienes a ayudarlo, para sentirte bien contigo mismo…

-Basta ya, Yeray. Nos vamos y deja de hacer y decir gilipolleces.

Roberto se sorprendió con el cambio de actitud de aquel chaval, el tal Yeray. Antes de la llegada de Damián no parecía tener tanta labia, más bien todo lo contrario. Y entonces se dio cuenta de que la actitud con él había sido porque de antemano estaba buscando pelea. Aquel chaval era odioso.

Mientras tanto, en el local en el que Damián y Merche se habían despedido se oyeron unos gritos.

-¡Pelea, pelea!

A Merche no le extrañó. Estas cosas eran más habituales de lo que le gustaría en este tipo de fiestas. Siempre había enemistades entre pueblos, viejas rencillas entre “machitos” que aún estaban pendientes o, simplemente, nuevas trifulcas por culpa del alcohol o las mujeres. A saber… Sin embargo se preocupó más cuando una de sus amigas le dijo que saliera, que en la pelea había alguien conocido. Pensó en Damián. Acababa de salir a buscar a Roberto y, aunque era un trozo de pan, muchos podían tenerle ganas precisamente por eso. Sólo de pensar que pudiera ser él, sintió pánico y su subconsciente la traicionó. Pensó en los muchos chicos que podían envidiarle por ser su mejor amigo, por tener esa relación tan íntima que tenían. Intentó calmarse, pero la rabia la consumía cada vez que tenía ese tipo de pensamiento. Ella sabía lo mucho que atraía a los hombres, sabía lo guapa, atractiva que era, pero se negaba a afrontarlo, se sentía mal con ese pensamiento y lo ocultaba siempre que podía.

Cuando llegó al lugar de la pelea escuchó a Yeray cómo le decía a Damián las palabras que tanto le dolieron.

-…te revienta que se esté cepillando a tu queridísima Merche… ¡no me digas que no te jode! O acaso es que como ya te la has tirado te sientes culpable y por eso vienes a ayudarlo, para sentirte bien contigo mismo…

Pero más le dolió ver que había sido Roberto el que… ¡maldito Yeray! ¡puto niñato! La rabia la inundó, pero se obligó a calmarse para controlar la situación y se acercó a Roberto y Damián.

-¿Qué ha pasado?

-Tranquila, no ha sido nada – le contestó Damián.

-Lo siento – le dijo Roberto.

-No tienes que sentir nada, mi amor. ¿Estás bien? – y lo besó antes de que pudiera contestar. Cuando sus bocas se separaron miró a Yeray con todo el desprecio que pudo y sus miradas se cruzaron durante unos segundos en las que él le mantuvo la mirada, desafiante. Merche se giró y los 3 tres se fueron hablando sobre lo que había pasado.

Roberto les convenció para que no se marcharan. Aún estaba empeñado en no fastidiar la noche de su chica e hizo el esfuerzo para que todo siguiera como si el incidente con Yeray no hubiera ocurrido. Así que se marcharon a otro local. Sin embargo, a pesar de todos sus esfuerzos, al cabo de una hora aproximadamente, empezó a encontrarse mal. Estaba cansado del viaje y el costado izquierdo le dolía ligeramente debido a la patada de Yeray. Por suerte, el puñetazo no había tenido demasiadas secuelas. Se acercó a Damián y le explicó cómo se encontraba. Le dijo que debía marcharse a casa, pero no quería estropear la noche a Mercedes.

-Tranquilo, si quieres te acompaño a casa. A Merche le decimos que estás cansado del viaje y que las 4 y media de la mañana ya es buena hora para que te vayas a descansar porque mañana vuelves a pillar el coche.

-Gracias, tío, te lo agradezco.

A Merche no le hizo mucha gracia la idea, pero volvió a pensar que la mejor forma de hacer que Roberto se sintiera mejor era quedarse de fiesta como habría hecho si no hubiera pasado nada así que accedió a regañadientes.

En cuanto Roberto se hubo marchado con Damián, Yeray entró al local sin que ninguno de ellos se percatara, pero Damián divisó rápidamente a Merche y cómo su novio y su mejor amigo abandonaban el local. Así, se dirigió directamente hacia ella.

El local estaba abarrotado y la música muy alta así que Merche no se dio cuenta de quién se acercaba hasta que lo tuvo prácticamente encima. Al verlo se asustó, no se lo esperaba y toda la rabia que había acumulado hacía una hora ya se había disipado. Sin embargo, la rabia que le tenía normalmente ya era suficiente como para cantarle las 40. Y justo cuando parecía que Yeray le iba a decir algo, pasó de largo sin mirarla, ignorándola por completo. Nuevamente la rabia volvió a crecer, pero el muy gilipollas había desaparecido entre la multitud. Yeray era un chico de Canarias que siempre que tenía ocasión venía al pueblo y, siempre que lo hacía, por un motivo u otro, había polémica, normalmente en forma de peleas. No era más que un niñato de 19 años que creía saberlo todo y que todo el mundo debía hacer lo que él quería en cada momento. Era de piel morena, con el pelo claro sin ser rubio del todo. Estaba fuerte y, si no fuera por el tipo de persona que era, Merche habría considerado que incluso era guapo.

No pasó mucho tiempo, cuando, estando despistada oyó que alguien le decía algo. No lo escuchó muy bien y entonces se lo repitieron mientras la cogían de la cintura.

-Lo siento – le dijo Yeray.

-¡No me toques! – le espetó ella mientras le apartaba la mano de la cintura con un brusco gesto al darse cuenta de quién era.

-Digo que lo siento – insistió él – No sabía que fuera tu novio.

Pero el ruido era ensordecedor.

-No te oigo – le dijo ella. Y él volvió a cogerla de la cintura para acercarse – He dicho que sin tocar – insistió y él apartó la mano antes de que ella volviera a golpearle.

-Está bien. – Y se fue. Ella se quedó con las ganas de saber lo que le había dicho. Aunque se esforzó por no darle importancia.

Merche seguía rodeada de algunas de sus amigas. Estaba bailando mientras pensaba si Roberto estaría bien. Se auto convenció de que con Damián estaba en buenas manos y se dejó llevar por la música y el alcohol que llevaba en el cuerpo. Algunos chicos se acercaron a ella y se pusieron a bailar para impresionarla. Lo de siempre, ya estaba acostumbrada a ello así que no le dio la mayor importancia y les siguió el juego hasta que se cansaban y se iban. Mientras ninguno de ellos insistiera más de lo debido no había problema. Uno de los chicos bailaba muy bien y se arrimó más de la cuenta. No pensó que fuera peligroso así que le siguió el rollo.

Yeray estaba viendo la escena y pensó que era el momento para un nuevo acercamiento. Se acercó a la pareja de baile en el momento en el que el chico estaba en la espalda de Merche. Le dio un empujón lo suficientemente fuerte como para apartar al chico y lo suficientemente sutil como para que ella no se percatara de la maniobra. Y lo consiguió. Siguió bailando con ella sin apartarse de su espalda. Intentó un acercamiento más arriesgado acariciándole la espalda. Al ver que ella aceptaba se envalentonó y se arrimó lo más que pudo frotándole la espalda y arrimando el paquete hasta su culo.

Cuando Merche sintió las manos de su improvisado acompañante de baile pensó en apartarle y cortar el acercamiento, pero le permitió acabar la canción. Total ya no quedaría mucho. Sin embargo, el muy idiota se arrimó más y empezó a palparle descaradamente la espalda. Sin duda se había sobrepasado y había perdido la oportunidad de seguir calentándose con el baile y las caricias simples en la espalda. Pero justo cuando iba a separarse de él y marcharse, el tío la sorprendió arrimándose aún más hasta… ¿qué era eso? Un enorme y duro bulto chocó contra su culo. No se lo podía creer. No sabía si reír o darse la vuelta y darle una ostia al tío. Lo que estaba claro es que tenía una buena herramienta y que el baile le había excitado más de lo que ella se pensaba. Entre la sorpresa por lo inesperado y la situación que le pareció más cómica que excitante decidió darle una oportunidad para ver qué hacía. Rodeada de sus amigas como estaba no corría ningún peligro. ¡Sus amigas! En ese momento se fijó en ellas que la miraban extrañadas. ¿Qué pasa? pensó y se dio la vuelta para encontrarse con el dueño de “aquello”. En ese instante la situación dejó de parecerle cómica. Lo malo es que tampoco le resultó desagradable. Jamás pensó que el niñato tuviera… ¿¡pero qué estaba pensando!?

-Hola Merche, bailas de puta madre – le soltó mientras la cogía de la cintura, esta vez, sin que ella le apartara la mano.

-Estás muy pesado esta noche – se le ocurrió decir.

-¿Lo dices por lo que me pesa esto? – le dijo el muy soez mientras se agarraba el paquete con la mano que tenía libre.

-Eres un asqueroso – pero no pudo reprimir fijarse en lo abultado que lo tenía y… ¡no! No podía seguir pensando y para evitarlo dijo lo primero que se le pasó por la cabeza – Oye, ¿qué me has dicho antes?

-¿Cómo? No te oigo –y puso la otra mano también sobre la cintura de ella de forma que la tenía rodeada. Ella le retiró la mano, pero dejó la que ya estaba antes. Se le acercó más al oído.

-Que digo que qué me dijiste antes.

Y mientras le repetía la pregunta se dio cuenta que realmente no le importaba, que no sabía que hacía hablando con este tipo y que…

-Que Damián me ha dicho una cosa para ti cuando se han ido – la interrumpió de sus pensamientos. ¿Era posible? Seguramente estaba mintiendo. Damián jamás confiaría en él para darle un recado, pero… ¿y si era importante y no había nadie más a quién decírselo? Tal vez era algún problema con Roberto… No, no podía ser… el niño la estaba vacilando… Pero sabía que se habían ido así que…

-¿Y qué te ha dicho?

-Si te portas bien luego te lo digo.

Y se fue. ¡Pero será idiota! pensó. Este tío es… ¡lo odio! Se convenció que le había vacilado y lo dejó pasar.

Serían las 5 y media de la mañana cuando volvió Damián. Le dijo que todo había ido bien y que su novio estaba durmiendo perfectamente como un lirón. Al oír esas palabras, Merche se relajó, se quedó tranquila y maldijo a Yeray por haber conseguido que la estancia de Roberto en las fiestas finalmente la hubiera turbado. Sin saber si era debido a la relajación o que Damián se había portado tan bien se fijó en él y, aunque ya lo sabía, pensó en lo guapo que era. En ese momento se habría acercado a él y lo habría besado. No le dio el pico que se merecía por miedo a darle algo más que eso. Se asustó de sus pensamientos y se aterrorizó al pensar el motivo que los provocaba. Desde el maldito baile con Yeray… lo había intentado ocultar, pero se había excitado y ahora tenía ganas de estar con Roberto y hacer el amor juntos por primera vez en su pueblo. Se relajó un poco al pensar que es lo que haría justo cuando llegara a casa.

A las 6 de la mañana Damián propuso cambiar de local. Era tarde así que visitarían el último y después a por unos churros con chocolate como ya era tradición en la pandilla. A Merche lo que le apetecía era llegar a casa y pegar un buen polvo, pero si lo decía era Damián quién la acompañaría y… al escucharle decir la palabra churro Merche únicamente pudo pensar en una cosa así que decidió que lo mejor sería no quedarse a solas con él… qué guapo estaba… Tenía que pensar algo rápido y se le ocurrió decir que estaba esperando que una chica volviera del garito de enfrente con la que había quedado para volver a casa. No parecieron muy convencidos, pero les dijo que había quedado con ella antes de saber si Damián volvería y eso pareció convencerles definitivamente.

Cuando se iban, Merche pensó en preguntarle a Damián si le había dicho algo a Yeray, pero si lo hacía y todo era mentira corría el riesgo de que Damián supiera que había estado hablando con el niñato que tanto odiaban y que acababa de pegarle una paliza a su novio. Pensó que no tenía motivos, pero… sin saber por qué, se sintió culpable. Sobre todo porque el motivo real por lo que no le dijo nada a su amigo eran las ganas que tenía de volver a preguntárselo a Yeray directamente.

Echó un vistazo al local y se encontró con la mirada de él que la estaba observando fijamente. Ella se temió lo peor, sin embargo, en cuanto Yeray se percató de su mirada, la bajó. Esto desconcertó a Merche que se dirigió hacia él.

-¿Quieres decirme de una maldita vez qué te ha dicho Damián? Me he portado bien, ¿no?

Él la cogió de la cintura y ella nuevamente le apartó la mano.

-He dicho que las manos quietas – le dijo seriamente.

-Acabas de estar con él. Se lo podrías haber preguntado, ¿no? – y le volvió a coger la cintura sin reacción alguna por parte de la chica. –¿Quieres bailar?

-¿Me estás vacilando?

-Antes lo hemos pasado bien.

-Ni de coña.

-Bailamos una y te cuento lo que me ha dicho.

-¿Pero en serio esperas que me lo crea?

-Pero si no pierdes nada. Es sólo una canción. Si acaba y no te digo nada tampoco te habrás muerto, digo yo… – le replicó mientras le acariciaba el costado con la mano que previamente le había colocado en la cadera. Ella no parecía enterarse.

-Espero que lo que te haya dicho valga la pena.

-Lo que no me explico es por qué no se lo has preguntado a él mismo –insistió Yeray. Ella se rió.

-¿Quieres ese baile o no?

Él la cogió del brazo y la arrastró hasta el mismo centro de la pista. Ella sintió la fuerza con la que la arrastraba y pensó que era un bruto y que si intentaba algo con ella estaba perdiendo el tiempo. Empezaron a bailar y, para su sorpresa, el chico no se intentó sobrepasar en ningún momento. Al contrario, él hizo unas cuantas payasadas y se rieron unas cuantas veces. Merche se lo estaba pasando bien. Así que acabó la canción y decidió esperar un poco para hacerle la pregunta. En el fondo sabía que el muy cabrón no le diría nada.

Con la siguiente canción la actitud de Yeray comenzó a cambiar. Seguía haciendo el tonto, pero ahora quería impresionarla. El chico bailaba mejor de lo que jamás se había fijado y pensó que era normal que se arrimara y bailaran más pegados.

-Te estás portando muy bien –le dijo Yeray.

-¿Qué? –ella no le oyó y se acercó aún más. Él la rodeó por la cintura con su brazo de forma que su mano quedó a escasos centímetros por encima de su culo.

-Digo que te estás portando muy bien.

-Pues tú estás siendo un poco malo – le dijo mirando hacia atrás indicando la mano que la rodeaba.

-Mujer, que sino no nos oímos –y acto seguido la empujó hacía él. Ella volvió a sentir el mismo bulto, pero esta vez lo sintió en la entrepierna y notó mucho calor, demasiado. Lo apartó bruscamente con las 2 manos, pero no le recriminó.

-Hace mucho calor –le dijo suavemente. –Voy a por un cubata. ¿Quieres algo?

-No, gracias. Te espero aquí.

Mientras Merche se marchaba hacia la barra, dándole la espalda, Yeray pensó en lo mucho que estaba disfrutando. Se fijó en el precioso culo de la mujer más deseada del pueblo y se imaginó todo lo que le gustaría hacerle. Pensó que jamás volvería a tener una oportunidad como esa así que decidió jugársela y se dirigió a la barra.

La barra del bar estaba abarrotada. Ya era tarde y la gente estaba pidiendo sus últimos cubatas. Le costó divisar a la chica, pero al fin la vio. Aún tardaría un rato en ser atendida así que decidió “atenderla” él mismo. Apartó a unas cuantas personas que se interponían en su camino hacia su objetivo.

-He cambiado de opinión – le dijo.

-¿Qué quieres? – le preguntó ella con una sonrisa.

-¿De verdad quieres saberlo? – le replicó mientras le acariciaba la espalda.

-Tío, déjate de tonterías. Si quieres algo lo dices.

Merche pensó que era mejor cortarle el rollo. Vale que se lo estuviera pasando bien, pero ya le había seguido el juego demasiado. En ese momento un grupo de borrachos empezó a empujar y todos los de delante se vieron abocados hacia la barra. Yeray se abalanzó sobre ella quien instintivamente puso la mano hacia atrás para pararlo con tan mala suerte que fue justo al paquete. No se esperaba tocar aquello ni mucho menos sentir la necesidad de magrearlo. Era grande y… fueron sólo unos segundos y tuvo la suficiente cabeza como para soltar aquello en cuanto Yeray se reincorporó.

-¿Te ha gustado? – le dijo con toda la picardía del mundo.

-No seas imbécil – le contestó ella enfadada, sobre todo consigo misma.

-Vale, perdona. – y se acercó más a ella hasta hacerla notar nuevamente el paquete en su culo.

Ella no dijo nada, solo se movió ligeramente y él pensó que simplemente quería sentirlo un poco más así que subió y bajó una vez para restregarle toda la polla por el culo. Ella ni se inmutaba con lo que el juego había empezado. Cuando por fin la atendieron decidió apartarse de ella. Merche se giró instintivamente y lo miró. Parecía rabiosa, seguramente estaba disfrutando la situación tanto como maldiciéndola. Aquello le puso más cachondo si cabe y notó que la polla empezaba a dolerle. Miró a la camarera y pensó cuál estaba más buena.

-¿Sabes ya lo que quieres? – le sacó de los pensamientos en los que estaba absorto.

-Quiero que la camarera me la chupe.

Merche se quedó a cuadros y la camarera, con cara de haberlas oído parecidas, le dijo que más valía que se fuera a dormir, que era muy tarde para los niños pequeños. Entonces el mameluco volvió a su gesto agarrándose el paquete.

-¿Crees que un niño pequeño tiene esto entre las piernas?

La camarera lo ignoró, pero Merche no pudo evitar fijarse, esta vez sí descaradamente, y quedarse petrificada ante lo que vio. ¿Qué tamaño podía haber ahí? Aquello debía ser como un vaso de tubo más o menos y se fijó en el vaso que tenía entre las manos que la camarera le acababa de servir. Un escalofrío le recorrió el cuerpo y sintió las ganas de cambiar el frío cristal con líquido diluido en su interior por la caliente carne con el líquido denso en su interior.

-Mira cómo me ha puesto la puta camarera – le dijo al ver que ella le miraba fijamente el trozo de carne que aún seguía agarrando.

-Pensé que esto había sido cosa mía – le replicó mientras pasaba a su lado para alejarse hacia la pista deslizando un dedo por la entrepierna del chaval.

-Será hija puta… – dijo en voz baja, para sus adentros.

Cuándo volvieron a la pista continuaron donde lo había dejado, bailando. Yeray ya se arrimaba a ella todo lo que podía y ella no oponía resistencia. Él la rodeó con un brazo para acariciarle la espalda nuevamente.

-¿Te has puesto celosa?

-¡¿Cómo?! Escucha, Yeray, vale que esta noche te estoy dejando hacer cosas que no debería, pero… estamos jugando un poco y punto.

-¡Será calientapollas! – pensó. Y se decidió a probarla definitivamente. Se puso a la espalda de ella sin dejar de rodearla con el brazo. Bajó hasta encontrar la parte baja de su camiseta e introdujo su mano para acceder a su vientre. Allí se entretuvo sin que ella le dijera nada. Aún subió más hasta tocarle su teta derecha. Ella reaccionó al instante y le bajó la mano mientras se giraba para decirle que no con la cabeza. Pero él no se dio por vencido y con su mano izquierda cogió la de ella y la acercó a su paquete. Antes de que hubiera contacto, a unos escasos centímetros, la liberó y fue ella quién se lanzó a masajearle la polla.

Justo tras decirle que estaban jugando un poco y punto, ella notó que él quería ponerla a prueba. Ella tenía claro que tenía dominada la situación así que no se preocupó. Desde un principio tenía claro que ese gilipollas no iba a conseguir nada con ella, pero los magreos que le estaba regalando pues eran bienvenidos antes del festín con Roberto. Sus sospechas se confirmaron cuando él se puso a su espalda y le tocó por debajo de la camiseta por primera vez. Sabía lo que iba a pasar y no estaba dispuesta a permitírselo así que en cuanto le tocó el pecho por primera vez le dejó claro que ese era el límite. Lo que no esperaba es que le cogiera la mano. ¿Iba a forzarla? Yeray era un cabrón, un niñato y se hacía el machito para conseguir lo que quería, pero de ahí a conseguir una chica por la fuerza… Por suerte no era eso. La estaba dirigiendo hacia el tubo, hacia la carne en forma de vaso de tubo. Ella no quería, pero si él la llevaba hasta allí no podía hacer nada… sin embargo el muy gilipollas se paró justo cuando estaba tan cerca de volver a sentir aquel enorme bulto. Bueno, por magrearle un poco tampoco pasa nada pensó.

Yeray pensó que si ella le tocaba la polla él estaba en su pleno derecho de tocarle las tetas. Así que volvió a meter su mano bajo la camiseta de Merche y volvió a subir hasta volver a tocarle la teta derecha. Esta vez no hubo reacción o, al menos, una que no fuera apretarle la verga con más fuerza.

Yeray pensó que por fin se cumplía su sueño. ¿Cuántas veces había soñado con este momento? Jamás había tenido problemas para conseguir las chicas que quisiera. Con las de su edad y la mayoría de mayores no tenía que esforzarse mucho. Con su cuerpo era suficiente, pero esta hija de puta se resistía, parecía que fuera necesario algo más que una cara bonita y un cuerpo fibrado. Aún no sabía bien bien cómo lo había conseguido, pero la tenía agarrada a su instrumento mientras se dejaba toquetear las peras así que no debería costarle mucho más echarle un buen polvo. Estaba casi seguro que la mamada la conseguiría.

Merche pensó que ya era suficiente. Estaba excitadísima, pero aquello se le había escapado de las manos, nunca mejor dicho ya que aquello no le cabía en la mano. Pensó que lo mejor era irse ahora antes de que fuera demasiado tarde. Sabía que en cuanto llegara a casa, le esperaba lo que estaba deseando. Apartó la mano de Yeray y se alejó de él.

-Me voy – le dijo.

-Está bien.

¿Cómo? ¿La iba a dejar marchar sin más? Debía tener un calentón del mil, no podía ser tan fácil. Se esforzó en pensar que era lo mejor.

-Te llevaré a casa – le dijo. Vale, a Merche eso ya le cuadraba más. – Son las 7 pasadas. No voy a dejar que te vayas sola a casa. – Ahora el muy idiota se ponía caballeroso. ¡Si no lo ha sido nunca! Aunque le jodiera tuvo que aceptar. No había nadie a quien conociera y no se iba a pegar la caminata hasta casa.

Mientras iban hacia el coche Merche le preguntó cómo iba, si había bebido mucho. Decidieron esperar un poco hasta coger el coche por petición expresa de ella. Mientras esperaban, ella volvió a preguntarle por lo que le había dicho Damián.

-Creo que la canción que te concedí ha acabado hace mucho rato – le dijo ella con toda la ironía que pudo. Él se rió.

-Ven, acércate que te lo cuento.

Ella le obedeció haciéndose la tonta y él empezó a hablar mientras metía la mano por debajo de la camiseta.

-Estaba entrando al local cuando me encontré con tu novio y Damián que salían juntos. Tu novio me dijo que estaba muy fuerte y que le encantaría ser como yo – ella le soltó un ¡ja! irónico de desaprobación y él aprovechó para subir hasta la copa del sostén y rodearla con su dedo índice. –Entonces le enseñé la polla y me dijo que la tenía tan grande y bonita que me la quería chupar.

-Va, ¿me lo vas a contar en serio o no?

-Está bien… – prosiguió mientras su dedo se paraba en la parte superior de la copa del sostén y comenzaba a bajarlo lentamente hasta liberar el pezón. –Me encontré con ellos como te decía, pero tu novio no me dijo nada, fue Damián quién se paró a hablar conmigo mientras tu chico se dirigía hacia el coche.

Yeray acarició el pecho bajando hasta el pezón, momento en el que se recreó en él y continuó.

-Me dijo que te pidiera perdón.

-¿Por qué? – preguntó intrigada.

-No me interrumpas – le dijo de malas formas y llevó su mano hacia la espalda de Merche para quitarle el cierre del sostén con una sola mano, en un único movimiento. Sin duda tenía práctica. –Como te decía me dijo que te pidiera perdón porque se había ofrecido llevar a casa a tu novio, pero en realidad lo que iba a hacer es… – hizo una pausa para meter la segunda mano por debajo de la camiseta y sobar concienzudamente los pechos. –…deshacerse de él porque está enamorado de ti. Por eso ha confiado en mí, porque sabía que era al único al que podría decírselo sin impedir que lo hiciera.

-¡Será mamón…! – pensó Merche. Menuda imaginación y qué ingenio para cuadrarlo todo, porque sería mentira, ¿no? Ahora encima el tío más despreciable que había conocido le estaba haciendo dudar de su mejor amigo, el trozo de pan más grande que habitaba en la tierra.

Yeray le vio la cara así que le dijo que era mentira, que Damián no le había dicho nada y que simplemente le había seguido el rollo para conseguir lo que tenía entre manos, nunca mejor dicho. En ese momento ella se percató de que aquel tío miserable, estafador, mentiroso, ruin… le estaba metiendo mano de forma tan evidente. ¿Cómo se había dejado engañar así? Le sacó las manos y le dio una buena ostia. Pero él no reaccionó demasiado bien.

-Como me vuelvas a pegar te mato. Creo que no has puesto mucha resistencia cuando te he quitado el sujetador así que no me vengas con hostias.

Lo malo es que tenía razón. Ella le había dejado hacer y ahora no tenía derecho a recriminarle por ello. Aunque la torta podía ser perfectamente por engañarla. Intentó recapacitar y pensar únicamente en Roberto. En cuando llegara le iba a echar el mejor polvo de su vida. Yeray la había calentado hasta el máximo e iba a ser su novio quien lo disfrutara.

Una vez en el coche empezó a pensar en Roberto. Tenía muchas ganas de llegar, bajarle los pantalones y los calzoncillos y empezar a masturbarle. No tenía una polla ni mucho menos tan grande como la del niñato, pero eso era lo de menos. Yeray pareció adivinarle los pensamientos y le dijo que mirara mientras se llevaba la mano a la bragueta. Empezó a desabrocharse los botones del pantalón. ¿Se iba a sacar el pito? No podía ser… no podía imaginar que en unos momentos iba a ver aquello… se moría de ganas. Yeray abrió todo lo que pudo la bragueta y se llevó la mano al calzoncillo, empezó a bajarlo lentamente y ella empezó a ver el trozo de carne que tanto le había gustado masajear a través del pantalón. Empezaron a asomar centímetros de carne hasta que finalmente apareció el capullo rosado. Merche se mordió el labio y fue él quien habló.

-Aquí la tienes, puedes hacer lo que quieras hasta que te lleve a casa.

¿Hasta que la lleve a casa? ¿Qué quería decir? ¿Qué tenía tan poco tiempo? No sabía qué hacer. Ella no quería hacer nada, estaba tan cerca de llegar junto a Roberto… pero precisamente al estar tan cerca, pensó que tal vez no le daría tiempo a tomar una decisión. ¿Quería hacerlo o no? y fue precisamente eso, el miedo a la falta de tiempo, lo que la hizo decidir. Alargó su mano y recorrió los aproximadamente 20 centímetros que debía medir aquello. No la tenía completamente erecta con lo que pensó que estaría bien averiguar cuánto debía de medirle en su máximo esplendor. Le agarró la polla y empezó a masturbarle. Notó como aquello se hinchaba aún más y notó las venas marcándose a fuego bajo su mano.

Yeray se desvió del camino hacia casa de Merche y paró el coche en un lugar apartado para que no se llevaran ninguna sorpresa.

-Ya está. Ya tienes todo el tiempo del mundo porque esto va para largo.

La maldita prepotencia del niñato la excitaba aún más. Sentía como si Yeray fuera un hombre insaciable, que conseguía todo lo que quería y por lo tanto podía escoger lo más selecto así que podía sentirse afortunada de estar con aquel espécimen único.

Siguió masturbándole durante un rato, pero el niño parecía tener resistencia. No podía estar así todo el día así que tenía que hacer algo. Ella nunca se la había chupado a Roberto así que desestimó esa opción en seguida. Por supuesto aquello no iba a pasar de ahí así que no le quedó otra que intentar aumentar el ritmo de las sacudidas. Al hacerlo contempló como una gotita de líquido preseminal apareció en lo más alto de la torre que tenía entre manos. Merche no supo por qué, pero se agachó más y recogió la gota pasando la lengua por el glande de Yeray. Este dio un respingo y ella notó como aquello crecía y se endurecía aún más si es que era posible. Se llenó de valor y coraje y sobre todo excitación, mucha excitación y volvió a pasar la lengua por el glande para luego bajar hasta la base y subir lamiéndole toda la verga al chico. Una vez en la parte superior abrió la boca y se introdujo la polla. Empezó a hacerle una mamada.

Cuando ella empezó a chupársela Yeray supo que este año se iba a follar a la dulce Merche. Y lo supo porque vio como ella se llevaba la mano a su entrepierna y empezaba a frotarse con esmero. Ella se esforzaba por complacerle, intentaba tragarse todo lo que podía de polla, pero jamás ninguna consiguió tragársela entera así que Merche no iba ser menos. Le encantaba el reguero de saliva que dejaba cada vez que se sacaba el cipote de la boca para respirar. Pero cuando las babas se acumularon hasta caer en el asiento del coche él se mosqueó.

-¡Tía, a ver si vas con más cuidado! – y la apartó levantándola de golpe.

Merche hizo caso omiso de lo que Yeray le acababa de gritar y se quedó mirando el instrumento de aquel chaval de apenas 19 años, ahora sí, en más que su máximo esplendor. Calculó por encima que la cosa rondaría los 23 centímetros. ¡Joder! 10 más que los de Roberto. En ese momento se dio cuenta de que tenía la mano en su sexo, la cual había llegado ahí instintivamente.

-Bueno, ¿qué? ¿Tú no te corres nunca o qué?

-Ya te dije que esto iba para largo. Si te quitaras algo tal vez ayudaría un poco…

Con una sonrisa, Merche se quitó la camiseta. Pero Yeray le recriminó.

-Eso ya lo tengo muy sobado. ¿Qué tal si te vas quitando los pantalones?

-Yeray… no… no puedo…

-Tú tranquila, que sólo quiero verte para que esto vaya más rápido – dijo señalándose la polla en un claro gesto de que se correría más rápido si ella estaba desnuda.

A regañadientes aceptó. Se bajó la cremallera y levantó el culo del asiento para bajarse los pantalones de un tirón. Bajo estos apareció un tanga rojo que maravilló a Yeray. Su polla dio un respingo.

-¿Ves? esto va a mejor…

Yeray le pidió que le mostrara el culo con lo que ella se puso de rodillas sobre el asiento mostrándole el pompis tapado por la fina tela del tanga. Se agachó un poco más y él pudo verle cómo tenía una pequeña mancha en la parte de su sexo, sin duda Merche ya debía estar bastante mojada. Él estiró una mano y le palpó los cachetes del culo.

-¿Te masturbas tú mientras me miras o cómo quieres hacerlo?

-Espera… – le contestó él y pasó su dedo por encima del tanga desde el culo hasta la ingle, el punto donde estaba la humedad.

-Yeray… – se quejó ella, pero no movió un solo músculo.

Él retiró la tela del tanga hacia un lado y, al hacerlo, pudo observar el flujo vaginal pegado a la tela haciendo puente entre el tanga y el sexo de Merche.

-Creo que te lo debo. No digas nada.

Ella obedeció y no dijo nada cuando él acercó su dedo al coño de Merche. Primero se regaló jugueteando por los alrededores con los labios vaginales y antes de que se impacientara demasiado le introdujo un dedo en la raja mientras con el resto acariciaba el clítoris. Esto pareció gustarle ya que el líquido viscoso empezó a aparecer con cada metida de dedos y caricia de clítoris. Ella empezó a soltar pequeños gemidos al ritmo de las acometidas, señal de que aquello iba por buen camino.

-Y esto también te lo debo – le dijo acercando su cara al coño. Cuando estuvo tan cerca como para oler perfectamente la excitación de Merche, Yeray sacó su lengua y empezó a saborear todos aquellos jugos que estaba emanando la chica.

Cuando Yeray intuyó que Merche estaba a punto de correrse se detuvo. Ella lo miró extrañada.

-Ahora no. – le dijo y se llevó la mano a la entrepierna pero él la detuvo.

-Ahora sí – le replicó y le hizo un gesto con la cabeza señalándole el camino que separaba su coño de la polla. Ella se hizo la tonta y lo malinterpretó adrede girándose y agachándose para volver a chuparle el pene. – No me refería a esto, pero también me vale – y alargó su brazo para, por encima de ella, llegar hasta su sexo.

Merche estaba indecisa. No quería follarse a aquel indeseable, pero necesitaba imperiosamente que alguien la penetrara. Nuevamente deseó que fuera Roberto quien estuviera en ese maldito coche herrumbroso, jamás le había sido infiel ni había tenido la necesidad de serlo, y se maldijo pensando qué había pasado esa noche, cómo había llegado a esa situación. Por un momento incluso deseó que fuera Damián a quien se la estuviera chupando, sin duda sería mucho menos humillante. De repente, Yeray la cogió de la cintura con una fuerza que no le conocía y la colocó a horcajadas sobre él. Merche pudo sentir muy cerca de su sexo el calor que desprendía la entrepierna del pequeño vándalo, incluso notó cómo la polla le golpeaba rítmicamente a la altura del ombligo. Sintió que se desvanecía, que la resistencia desaparecía y lo besó.

A Yeray el morreo le pilló por sorpresa. No pensó que la excitación de Merche llegara a tanto como para regalarle ese gesto completamente evitable. Cuántas veces había maldecido a Damián por ser el receptor de esos apetecibles picos pensó y se vanaglorió de ahora haber conseguido comerle la boca. Aquella era la señal definitiva, la volvió a levantar por las caderas para situarla encima de su polla y fue ella la que comenzó a bajar lentamente.

Cuando empezó a sentir primero el enorme glande abriéndose paso por su interior seguido del duro hierro que la llenaba por completo, Merche sintió que no tardaría en llegar al orgasmo. Toda la maldita noche intentando evitar aquello cuando inconscientemente sabía que era inevitable. Desde aquel inocente baile con el chiquillo que le había dado una paliza a su novio en el que notó por primera vez lo que escondía entre las piernas el final había sido ineludible.

Allí, montada sobre aquel pequeño caballo salvaje empezó a gemir cuando las hábiles manos del muchacho entraron en contacto con sus senos. Las caricias iban perfectamente acompasadas con sus propios saltos sobre el pollón del chico. La situación era desmesuradamente caliente y Merche se corrió con una serie de espasmos que contrajeron su vagina provocando un mayor placer al muchacho.

Cuando Yeray notó que Merche lo inundaba, pensó en todo lo que había pasado esa noche. Lo mucho que había conseguido y cómo lo había disfrutado. Por una vez más fue consciente de lo que había conseguido, un imposible y se sintió orgulloso de sí mismo. Sentirse tan poderoso, ser el único del pueblo que había conseguido lo que todos ansiaban le inundó de placer y, por fin, se dejó llevar para soltar todo lo que llevaba dentro en el interior de la mujer más deseable de la zona.

Merche notó cómo el semen de Yeray fluía por su interior. Antes de pensar en cualquier otra cosa, sintió lo mucho que le gustaba que él se hubiera corrido en su interior e hizo los últimos movimientos para darle el mayor goce posible y, de paso, sacarle toda gota que tuviera en sus huevos. Tras notar cómo Yeray terminaba de correrse volvió a dirigirse a su boca y volvió a introducirle la lengua buscando la suya con pasión. Y, tras unos segundos de morreo, se levantó apartándose de él notando por última vez cómo aquella verga le rozaba las paredes internas de su sexo. Cuando se separó completamente, la polla de Yeray cayó algo más flácida sobre su vientre con una mezcla de restos de semen y sus propios fluidos vaginales. No pudo evitar agacharse y limpiársela a lametazos. El muy hijo de puta le había ofrecido la noche más excitante de su vida y la había concluido con el mejor polvo que recordaba. Mientras se la chupaba, empezó a pensar en lo que había hecho y la conciencia empezó a hacerla sentir culpable, muy culpable.

Primero pensó en la corrida, pero se tranquilizó al pensar que no había riesgo de embarazo puesto que se tomada la pastilla. Pero… ¿y las enfermedades? A saber lo que podía pasarle ese tío asqueroso. Pensó que iría al ginecólogo en cuando Roberto se marchara y… Roberto, empezó a pensar en él y se hundió. Pensó que este polvo era él quién se lo merecía, tal y como había pensado durante toda la noche.

-Vístete – le dijo Yeray sacándola de su ensimismamiento. Él ya se había colocado los pantalones y estaba arrancando el coche. Al darse cuenta de su desnudez se puso colorada y la vergüenza la inundó.

-Bájate del coche – le dijo cuando se hubo vestido – Es muy tarde y no tengo tiempo de llevarte a casa.

-¿Cómo? – no se lo podía creer. ¿Iba dejarla allí tirada después de todo? Pensó que al fin y al cabo no era sorprendente, así era el desgraciado de Yeray y si aquella noche había parecido cualquier otra cosa era para conseguir acostarse con ella. Y el muy cabrón lo había conseguido. Pero pensó que aún había algo peor que eso así que decidió no mostrar su indignación y enfado. – No se lo dirás a nadie, ¿no? – le preguntó con toda la amabilidad que pudo reunir mientras abría la puerta para bajarse del coche. Lo último que quería era que alguien se enterara de lo que había hecho. Se maldijo porque no sería capaz de contárselo ni siquiera a Damián con quien siempre lo había compartido todo, pero haberse acostado con el niñato al que tanto odiaban era demasiado.

-No lo haré si te portas bien – la sorprendió mientras alargaba el brazo para cerrar la puerta y se alejaba a toda pastilla.

Merche se quedó petrificada. ¿Qué había querido decir? Se temía lo peor. Pensó lo que había acabado sucediendo esa noche por “portarse bien” con él. Y tuvo miedo, mucho miedo de las consecuencias que aquello pudiera tener. Intentó calmarse y arreglarse todo lo que pudo para llegar a casa y guardar las apariencias. De camino tenía un rato para pensar e intentar inventar la mejor excusa que se le ocurriera.

Llegó a su domicilio a las 9 y media de la mañana. De camino pudo verse en un espejo y pensó que tenía la suficientemente buena pinta como para que nadie sospechara de lo que había ocurrido. Por fortuna no se encontró a ningún conocido en el recorrido. Era una suerte que la gente se acostara y levantara tarde en fiestas. Cuando entró en casa todos estaban aún durmiendo con lo que pudo darse una ducha antes de acostarse junto a Roberto. Al hacerlo él se despertó.

-¿Te lo has pasado bien, cariño?

-Sí, ¿y tú cómo estás? ¿te duele? – le preguntó mientras le acariciaba el costado dolorido.

-Estoy bien. Con un par de días de descanso, en cuanto vuelvas de las vacaciones la semana que viene, ya te estaré echando polvos por la casa.

Ella se sintió culpable nuevamente al oírle decir eso.

-Buenas noches – le dijo. Tenía ganas de cerrar los ojos y caer en un profundo sueño para olvidar todo lo que había pasado. ¿Sería capaz de hacerlo? Pero al cerrar los ojos visualizó la enorme polla de Yeray desafiante, llena de verdes venas a punto de estallar y sintió cómo su cuerpo se excitaba nuevamente.

-Buenas noches – le contestó Roberto, pensando que ya era de día y que no tardaría mucho en levantarse. La miró y observó en ella esa expresión tan peculiar que se marcaba en su rostro cuando se excitaba. Pensó que era normal que llegara con ganas de marcha y se sintió culpable por no poder satisfacerla debido al maldito payaso que le había dejado dolorido con aquella patada. Se sintió feliz de estar con esa pedazo de mujer que tan bien lo comprendía y que era capaz de aguantarse un calentón por no hacerle sentir mal. Se acercó a ella, que ya había cerrado los ojos, y la besó en la mejilla.

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Relato erótico:”Cómo seducir a una top model en 5 pasos (27)” (POR JANIS)

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Gracias a todos.

Janis.

LA MISA NEGRA.

Los acerados ojos del anciano recayeron sobre los dos fisgones escondidos en la parte superior de la arcada. No hizo ningún gesto de sorpresa, como si supiera, desde el principio, que estaban allí. Sonreía, dando casi la impresión de que se trataba de un monje bonachón con un hábito demasiado oscuro. Con mirada desorbitada, Cristo contempló como todas las chicas alzaban la mano derecha, apuntando con el dedo índice hacia ellos. La letanía que surgía de sus labios, aclamando a las entidades infernales, cambió súbitamente entonando una muy diferente, que acojonó totalmente a ambos.

― Están ahí… intrusos… están ahí… intrusos – repetían, incansables.

― ¡Nos han descubierto! ¿Qué hacemos? – farfulló Spinny, adoptando una postura a gatas.

― ¡Salir por patas! – exclamó Cristo, poniéndose en pie de un salto.

Los dos jóvenes descendieron la rampa del arco de piedra y recorrieron a toda prisa el estrecho reborde del muro que les llevaría hasta las escaleras. Pero, como una marea humana, las chicas retrocedieron, copando el acceso y las escaleras, por completo. Se quedaron estáticas, esperando y obstruyendo el paso. Cristo buscó otra salida, otra manera de escapar, pero no la había en aquel sótano. Sentía a su amigo empujar a su espalda, loco por seguir corriendo, pero se quedaron sobre aquel murete, atrapados.

― Bueno, bueno… – elevó la voz el anciano sacerdote, dirigiéndose evidentemente a ellos. – Así que tenemos espectadores para nuestro pequeño ritual. ¿Conocidos? – le preguntó a Rowenna, quien seguía sujetando al agotado carnero por uno de sus cuernos.

― Sí, mi dueño. Uno de ellos es un compañero de trabajo, el otro, el pelirrojo, es su amigo.

― Ya veo. Quizás les gustaría unirse a nosotros, en nuestra celebración. Traedles.

Cristo y Spinny se vieron aferrados de los brazos y empujados rápidamente escaleras abajo hasta ser presentados ante el extraño altar de lápidas. El anciano se inclinó sobre ellos desde su altura. Sus ojos se clavaron en el gitano.

― Sí, te recuerdo del mostrador de recepción de la agencia. Llevo un rato observando como os aplastabais sobre el arco de piedra, pero no he querido cortar el interesante desarrollo de la profanación del altar. ¿Qué pensáis de la actuación de las chicas? Voluntariosas, ¿verdad? – Cristo se encogió de hombros, sin ganas de contestarle. — ¿Cómo habéis sabido de esta reunión?

Súbitamente, los dos jóvenes sintieron una fuerte presión en las sienes y en la nuca, como si unas tenazas invisibles abrazaran y apretaran sus cabezas. Cristo apretó los dientes e intentó enviar la molestia a su profundo pozo mental. A su lado, su amigo se envaró y sus ojos se enturbiaron, comenzando a hablar con el mismo tono de voz lánguido que usaban todas las chicas allí reunidas.

― Hemos seguido a las chicas. Cristo me habló de la reunión pero no sabíamos dónde se iba a celebrar. Así que hemos acechado a Calenda, a May Lin, Mayra y Ekanya, hasta seguirlas en coche hasta aquí…

― ¡Tío, córtate! – exclamó Cristo, aprovechando que su molestia mental se disipaba.

El sacerdote le miró con extrañeza, las blancas cejas alzadas.

― ¿Te resistes? – preguntó, mirándole. — ¿Cómo es posible? ¡Manos arriba!

Spinny levantó inmediatamente sus manos, por encima de los hombros, sin cambiar un ápice su expresión. Cristo se le quedó mirando, intrigado con su actitud. A continuación, una nueva ola de presión se abatió sobre su cerebro, esta vez mucho más intensa, lo que le obligó a caer sobre una de sus rodillas. Se llevó una mano a la frente, intentando frenar el dolor que producían las extrañas pulsaciones que recorrían su cabeza. Tragó saliva y se concentró en disminuir la presión. Construyó un muro mental con la esperanza de rechazar aquello que le asaltaba. Aunque no sabía qué le bombardeaba la mente, estaba medianamente seguro de que debía tratarse de algún tipo de onda o energía radiada por aquel extraño anciano.

Segundo tras segundo, las pulsaciones se calmaron hasta convertirse tan solo en un sordo rumor de fondo. El anciano sonrió y recobró una postura más erecta. Sus ojos brillaban y se movían rápidamente, como si estuviese excitado por una súbita idea.

― Eres como yo – musitó para sí mismo, pero Cristo captó el murmullo.

― ¿Cómo tú? – preguntó.

― Un prodigio…

― Hombre, me han llamado muchas cosas pero, hasta ahora, eso de “prodigio” no.

― Bien, me ocuparé de eso más tarde. Ahora mismo, lo importante es realizar la ceremonia y la invocación. Por el momento, participaréis también…

― ¡Eso no se lo cree ni el Tato! – exclamó Cristo con rebeldía.

― No puedo obligarte como a tu amigo, pero sé que tienes muchas amigas entre estas chicas. ¿No querrás que les pase algo malo por no aceptar unas simples órdenes?

Cristo se mordió el labio, cogido en falta. Ni siquiera había pensado en una amenaza tan física y directa. Asintió con la cabeza y buscó a Calenda con la mirada. Se encontraba lejos de él y ni siquiera le miraba, totalmente sumida en una expresión de adoración reservada a su oscuro amo.

― ¡Perfecto! – exclamo el anciano, frotando sus manos. – Queridas mías, traed mi trono y volved a unir el círculo.

Varias chicas caminaron hacia el fondo del amplio sótano y regresaron con un gran sillón forrado de paño carmesí, que subieron con esfuerzo sobre al altar. Era una especie de diván de alto respaldar, pero sin brazos, con la tela cayendo en volantes para ocultar sus patas. Sobre su tapizado reposaba un cofrecito repujado. Rowenna y Mayra, recuperadas de su asunto zoofílico, se encontraban a cuatro patas sobre las lápidas, dibujando con tizas de colores un gran pentagrama en las losas, contenido en un doble círculo. El carnero quedó en el centro de tal obra, muy quieto tras la lujuria sufrida. El sacerdote se mantuvo muy atento al trabajo de las dos chicas, rectificando líneas aquí y allá y ayudándoles con ciertas runas cabalísticas.

Cristo intentó hablar con Spinny y hacerle recobrar la razón, pero, por mucho que le chistó, gritó, escupió, y hasta pateó en la espinilla, el irlandés parecía una marioneta, tieso y quieto, esperando órdenes. “¿Qué ha querido decir con prodigio? ¿Tiene algo que ver con mi capacidad de memorizar? Mamaíta, que mal rollo…”, no dejaba de pensar en lo que parecía ser capaz de hacer aquel extraño viejo.

Las dos chicas sobre el altar acabaron con su trabajo y bajaron a reunirse con sus compañeras. El sacerdote tomó entre sus manos aquel cofrecillo y lo abrió, sacando de su interior un hermoso cáliz de plata, decorado con oscuros ópalos y cruces invertidas. Tras esto extrajo una pequeña daga, con aspecto de estar muy afilada. Dejó ambas cosas en el suelo y sacó cinco velas del fondo del cofre, unas velas gruesas y negras, que situó en cada esquina del pentagrama. Murmurando unas inteligibles palabras, las encendió con un mechero barato que sacó también de la caja de madera. Las llamas se alzaron con fuerza, pero no asustaron al animal, que debía de estar acostumbrado.

Acabado ese proceso, recogió de nuevo el cáliz y la daga y con un objeto en cada mano, se acercó al borde del altar.

― ¡Queridas mías, mis niñas preciosas – se dirigió a todas las chicas—, ha llegado el momento que os despojéis de vuestras ropas para la ceremonia!

Con un revuelo de suaves sonidos pero ni una sola palabra, las mujeres se fueron desnudando sin pudor alguno. Lanzaron sus ropas y zapatos a un par de metros a sus espaldas, como si no quisieran que les estorbasen. Cristo se quedó con la boca abierta, impresionado por toda aquella sorprendente desnudez. Jamás hubiera imaginado que llegaría a ver tantas modelos desnudas y juntas.

― ¡Padre de las Mentiras! ¡Glorioso hijo del lucero del alba! ¡Rey de los Infiernos! Nos humillamos ante ti para mayor honra y alabamos tu impía palabra – tronó la voz del sacerdote, con una resonancia que no parecía posible que surgiera de su sarmentoso cuerpo. — ¡Suplicamos tu venida, Maestro Impuro! Obsecro adventum tuum, Magister Inmunde!

Las desnudas mujeres repitieron el salmo en latín, aferradas de las manos, iniciando una nueva letanía repetitiva. El sacerdote tendió el cáliz y la daga hacia la chica más cercana al altar y le dio instrucciones con un murmullo. La joven asintió y tomó los objetos. Entregó el cáliz a su vecina y, sin un solo titubeo, realizó un profundo corte, en la cara interna de su propio antebrazo, cercana al codo. La sangre brotó profusamente mientras que ella apretaba el brazo y dirigía el reguero sanguinolento al interior de la copa, que su compañera mantenía firmemente. Tras unos segundos de sangría, pasó el cuchillo a la que mantenía la copa alzada, ésta, a su vez, entregó la copa a la chica siguiente. La que recibió la daga cortó su antebrazo en la misma forma que la primera y con igual decisión, mezclando su sangre en el cáliz. Entretanto el cántico seguía, sin interrupción.

Con los ojos desorbitados, Cristo miraba como, una a una, las chicas iban cortándose y llenando el cáliz de sangre. La primera en hacerlo se había agenciado vendas y esparadrapo y se dedicaba a cubrir las heridas, cortando las hemorragias. El cáliz sangriento llegó hasta ellos, quienes también fueron incluidos en la sangría, aunque, en el caso de Cristo, fue una de las chicas quien le hizo el corte. Sobre el altar, el anciano seguía salmodiando con los brazos alzados. En esa ocasión, no utilizaba el latín, sino que era castellano pronunciado al revés, detalle que Cristo atrapó en cuanto se repuso del dolor producido por el corte.

Cuando el cáliz recorrió todo el círculo de chicas, la primera en sangrar volvió a entregarlo al sacerdote, que lo recogió con infinito cuidado, ya que casi rebozaba. Se acercó al carnero reverenciado y alzó la copa llena de sangre por encima de su cabeza.

― Hic est census Pater bestialis tradens sanguinem qui invocant te …

La sangre cayó despacio sobre el pelaje de la bestia, empapándolo y amalgamando las guedejas con trazas de bermellón oscuro. El animal seguía sin moverse, como si estuviera en un trance que no debería estar al alcance de una mente tan simple. La sangre goteaba del lomo y cabeza del carnero, deslizándose por sus flancos y manchando las pulidas piedras mortuorias.

El hombre bajó del altar, con ayuda de los cajones traseros, y lo rodeó, quedando frente a Cristo y su amigo. Tendió el cáliz que aún llevaba entre las manos al gitano. Este lo tomó con repugnancia. Cristo estaba sintiendo el mayor juju que un gitano puede experimentar: una ofrenda al diablo. En la copa, aún quedaba un fondo de sangre de un par de dedos, al menos. El anciano clavó sus ojos en el y le sonrió. Manipuló un grueso medallón que llevaba al cuello, abriéndolo. Cristo pudo entrever algo blanco enterrado en un puñado de tierra.

― Es una hostia consagrada, enterrada en la tierra de una tumba – explicó el sacerdote, dejando caer la mezcla en su palma. Una gruesa lombriz se agitaba entre las migajas de la oblea y la tierra desgranada.

Volcó el contenido de su mano en el interior del cáliz, lombriz incluida, y por un instante, Cristo creyó ver la sangre emulsionarse. Cerró los ojos instintivamente y cuando los abrió, el denso líquido sanguíneo había regresado a la normalidad, o bien estaba viendo alucinaciones, se dijo. El anciano tomó la copa y, sin quitar los ojos de Cristo, se la llevó a los labios, bebiendo un largo trago.

“¡Joer, me cago en el Dó de Oroz! ¡Ni ziquiera ha hecho figurá! ¿Ezte tío quién ez? ¿El puto Drácula?”, pensó en su lengua materna.

― Queridas, giraos y presentadme vuestras nalgas, que es lo que más aprecia nuestro príncipe en nosotros – elevó su voz el sacerdote. Sus labios estaban manchados de sangre y un chorreón bajaba por su barbilla.

Todas las mujeres se giraron, inclinándose levemente para resaltar sus traseros. Incluso Spinny lo hizo, aún sin estar desnudo. A pesar de la situación, Cristo estuvo a punto de soltar una carcajada. El anciano introdujo un dedo en el cáliz, mojándolo en sangre, y dejó una simple línea en la frente de Cristo.

― ¡Echa payá, coño! – exclamó.

Sin darle importancia, el sacerdote hizo lo mismo con Spinny, y después se dedicó a untar el inicio de cada trasero femenino, justo por debajo de los riñones, donde más de una lucía un glamoroso tatuaje.

En el momento en que la sangre tocó su piel, Cristo notó como su pene se tensaba en el interior de sus pantalones, asombrándole. Debido al temor y la preocupación, ni siquiera se excitó con la visión de todas las chicas desnudas. Eso no quería decir que no las hubiera mirado bien a fondo, para un ulterior aprovechamiento, pero su pene ni siquiera se había estremecido. ¿Por qué lo hacía en ese momento? ¿La sangre tenía algo que ver, o quizás era la hostia sacrílega?

Pero él no era el único en sentir una súbita fiebre que alteraba sus sentidos, que hacía correr la sangre rauda por las venas. Las chicas empezaban a estirarse, a deslizar una mano por los endurecidos pezones, a mirar con deseo a sus compañeras, y, sobre todo, se relamían. Pasaban la lengua sobre sus labios como si intentaran degustar algo que los manchaban, algo delicioso.

El anciano, a medida que las marcaba, había escogido a tres de ellas para seguirle de nuevo sobre el altar y acompañarle en lo que denominaba su trono. Una de ellas era Britt, la pequeña nueva amiga de Cristo. Las otras dos elegidas eran Rowenna, quien parecía gozar de la estimación del sacerdote, y una exquisita sureña rubia llamada April Soxxen.

Las tres chicas elegidas se dirigieron sobre el altar mientras el anciano encaraba a todas las demás, chicos incluidos. Reclamó su atención, la cual se dispersaba cada vez más debido a la excitación.

― Queridas niñas… y niños, es hora de que gocéis y atraigáis de esa forma a nuestro Príncipe. Necesitará mucha, mucha lujuria. A partir de este momento, solo estaréis pendientes a vuestro estado de excitación. No existirá ningún límite, ningún freno a vuestras ansias y deseos; nada frenará la lujuria que recorre vuestros cuerpos. Solo queda la necesidad de satisfacer vuestros instintos más naturales. ¿Habéis comprendido?

Cristo se estremeció al escuchar el profundo “sí, amo” que surgió de las gargantas subyugadas. Solo entonces fue mínimamente consciente de que estaba a punto de participar en una orgia con la que siempre soñó. No supo si alegrarse o sentir aún más temor del que ya le embargaba. ¿Cómo se había visto envuelto en una situación tan extraña y apabullante? ¿Por qué tenía él que ser el único en ver aquel fantasma merodeador? ¿Por qué coño tenía que ser tan puñeteramente curioso? Su máma se lo había dicho muchas veces, que le perdería su manía de meter las narices en todas partes.

El viejo sacerdote regresó a su apoltronado diván, donde se hundió con languidez y despotismo, dejando que las tres chicas que había escogido se afanaran en sus atenciones y mimos. Una le quitó los zapatos, masajeando sus pies delicadamente, manteniéndolos sobre su regazo. Otra se ocupó de su nuca y hombros, recostándole sobre su desnudo pecho. La tercera, arrodillada sobre la piedra, se entretenía en desnudarle lentamente, tratando de no molestar a sus compañeras.

Cristo miró a su alrededor. Las chicas se emparejaban rápidamente e incluso aceptaban tercetos, sin escrúpulos algunos. “Tenía razón. Las modelos asumen una personalidad lésbica en la intimidad, quizás condicionadas por ser un producto para los ojos masculinos. Es como una compensación.”, pensó el gitano, con un raro destello de claridad.

Sin embargo, a su derecha, Spinny estaba siendo acariciado y desnudado por dos chicas, concretamente Alma y una mexicana de nombre raro, Betsania. Su amigo se dejaba hacer, sonriente y feliz como un Buda recién cenado. Cristo estuvo a punto de exclamar: “¿Y a mí, cuando me toca?”, cuando se dio cuenta que un grupito de modelos, encabezado por una altísima valquiria alemana, Hetta Gujtrer, venían hacia él con claras intenciones.

― ¡Madre mía! ¡Viene la Hitler! ¡Jesús! – exclamó entre dientes.

Alzó las manos como si se rindiera incondicionalmente ante las chicas, las cuales sonreían como lobas hambrientas, cosa que no ayudó demasiado en tranquilizarle. Pasó la mirada sobre ellas. Eran cinco. ¿No pensarían las cinco rifárselo, no? Hetta, como siempre, era la que comandaba sus chicas. Incluso estando subyugadas como estaban, mantenían su grupito de amigas nórdicas y seguía llevando la voz cantante. ¿Qué clase de control utilizaba el viejo? Hipnosis no era; al menos a él no había intentado hipnotizarle, pero no conseguía averiguar nada más.

Hetta se detuvo ante él, sonriente, los brazos en jarra, los puños contra sus caderas. No solo la despampanante alemana no daba importancia a su desnudez, sino que parecía ufanarse de ello. Sacaba sus mórbidos pechos hacia fuera, tiesos como obuses, que quedaban justamente a la altura de la boca del gitano. La modelo sopló hacia arriba para apartar parte de su largo flequillo de sus ojos.

― Queremos jugar contigo, Cristo – dijo con su marcado acento boche.

― Pero con cuidado, eh, que soy muy sensible – advirtió él.

Junto a Hetta, se encontraba otra compatriota alemana, más joven y más bajita: Gru Tasser. Sin embargo, no tenía aquel aire teutónico marcado. Su cabello era castaño claro, largo y lacio, pero poseía una mandíbula firme y cuadrada y una boca pequeña. Las tres que completaban el grupo pertenecían a diversas nacionalidades escandinavas. Bitta Monarssen era danesa y mestiza, una curiosa mezcla de padre rubio y madre indo asiática, concretamente de Sumatra. Katiana Dürgge provenía de la parte más al norte de Suecia y confirmaba el estereotipo más clásico de los arios nórdicos. Iselda Läkmass procedía de la costa de Noruega y era la más joven de todas ellas y quizás la más dulce.

Cristo no tenía apenas relación con aquel grupo de modelos, ya que se mantenían un tanto apartadas de las demás modelos. Todas ellas compartían un gran apartamento en Queens y, salvo algunos ansiolíticos que le compraban al gitano, no compartían gran cosa. Por eso mismo, se había quedado descuadrado cuando las había visto llegar en su busca. ¿Qué querían de él? ¡Si era muy poquita cosa para todas ellas!

Hetta no le dejó pensar más, ya que se clavó de rodillas delante de él y le desabrochó el pantalón hábilmente, bajándoselo de un tirón. Katiana se inclinó y manoseó su miembro por encima de los boxers, siempre sonriente. Gru se colocó a su espalda e introdujo sus manos bajo la prenda interior, aferrándole las nalgas. Cristo tragó saliva. No existían prolegómenos ni futilezas en sus mentes condicionadas. Iban directas al grano y eso acojonaba un tanto a nuestro gaditano.

Le dejaron totalmente desnudo en un abrir y cerrar de ojos. Se quedó allí, en pie, con las manos a la espalda, que Gru se encargaba de sujetar, expuesto a los ojos de las cinco chicas. Bitta disputó acariciar su pollita con Katiana, juguetonas pero no comentaron nada ofensivo sobre ella, algo que Cristo agradeció. Hetta hizo una seña a Iselda y ésta se acercó a ellos, pues se había quedado descolgada del grupo. La alemana, aún de rodillas, la situó ante Cristo y la obligó a abrirse de piernas. El gitano contempló aquel pubis sin vello y absolutamente delicioso. Con dos dedos, Hetta abrió los labios de la vagina, haciéndole ver que estaban húmedos y brillantes, al igual que los de todas ellas.

Se llevó los dedos a la boca, chupándolos. Arrodillada a su lado, Katiana se rió, envidiándola en el fondo. Con mirada maliciosa, Hetta empujó a Katiana sobre el pene de Cristo. La sueca no se hizo de rogar y engulló el penecito por completo, apretando el glande con su garganta. Sonriendo, Hetta se giró hacia la joven Iselda, y aplicó sus labios sobre aquel coño deseoso, consiguiendo que brotara un suspiro de los labios de la noruega.

Cristo alucinaba en colores, sujetado por las manos de Gru y de Bitta mientras la boca de Katiana le aspiraba con fuerza y pericia. “Dios… esto es la Gloria.”, se dijo, dejando que una atolondrada sonrisa separara sus labios. A su espalda, la otra alemana y la danesa unieron sus labios, sin dejar de sostener el cuerpo del gitano. A los ojos de Cristo, todo se desarrollaba con una simplicidad absolutamente diabólica. Todas las chicas parecían muy dispuestas a dejarse llevar por la lujuria y el desenfreno, tras ser imbuidas del signo sangriento que el viejo pintó en sus cuerpos. De hecho, el propio gitano podía dar fe de la fiebre interna que se había despertado en él, tras embadurnarle la frente.

A unos cuantos metros de distancia, Spinny había rodado por el suelo, abrazando tanto a Alma como a Betsania, entre risas y susurros. Ni siquiera parecían ser conscientes de que, a su alrededor, un par de docenas de jóvenes desnudas retozaban, alegremente concupiscentes. La guapa mexicana parecía un tanto obsesionada con el miembro del irlandés, pues no dejaba de sobetearlo y menearlo, como si fuese una zambomba navideña. Alma, totalmente enardecida, lo que pintaba sus mejillas de fuerte rubor, besaba tan apasionadamente a Spinny que sus trabadas bocas se llenaban de abundante saliva.

Sentada sobre el filo de una de las lápidas que formaban el incongruente altar, Mayra mantenía sus piernas bien abiertas y sujetaba el pelo oscuro de una de sus compañeras, quien realmente se atareaba en hundir la lengua en su vagina. Parecía dispuesta a perseguir cualquier traza de semen que el carnero pudiera haber dejado en el interior de su compañera. Mayra contoneaba sus caderas con garbo, aún a riesgo de raspar sus nalgas sobre la pétrea superficie, y gemía sordamente, enfrascada en la novedosa experiencia del cunnilingus.

Casi a los pies de Mayra y formando una cada vez más extensa alfombra humana, la mayoría de las modelos se agrupaban sobre el suelo de tierra batida. Calenda y May Lin fueron las primeras en besarse, acostumbradas a mantener una relación de este tipo en casa. Ekanya se unió rápidamente a ellas, acariciando las nalgas de ambas. Después fue Joselyn y Martine, y luego las hermanas Nerkeman, las que decidieron unírseles, por lo que el grupo acabó yéndose al suelo, para más comodidad.

Cinco mujeres acariciándose y besándose en el suelo atrajo la atención de las parejas lésbicas que se estaban formando a su alrededor. Era como si gravitaran alrededor de un cuerpo celeste mayor y, finalmente, fueran atraídas por su fuerza de gravedad. Una tras otra, fueron acomodándose a su alrededor, aumentando el número y, por lo tanto, su fuerza de atracción.

Annabelle, Leonor, Amaya, Ruby…

Calenda era quien mantenía más atenciones sobre ella, pues en verdad era una modelo muy estimada y envidiada. May Lin, demasiado acostumbrada a estrecharla en sus brazos mientras dormían, había cambiado de aires, dedicándose a la negra Ekanya, a quien le había echado el ojo desde su llegada a la agencia. Se lo demostraba mordisqueando sus oscuros pezones, tan erectos como balas del 38. Calenda, por su parte, estaba frotándose lánguidamente en una apretada tijera con una de las hermanas Nekerman, mientras la otra, arrodillada a su lado, le mantenía alzado el rostro para besarla sin comedimiento.

Sonriendo como todo un pachá, el viejo sacerdote admiraba su obra, tumbado en el viejo diván. Las chicas que le atendían le habían despojado de su oscura túnica y de las ropas que el hombre llevara debajo, quedando dispersas sobre las lápidas. Rowenna y April, arrodilladas en el suelo, se disputaban vorazmente cada centímetro de piel de su miembro viril. A pesar de la avanzada edad que representaba, su pene se encontraba dignamente encumbrado y duro, con unas dimensiones más que aceptables. Britt se dedicaba exclusivamente a besar al anciano, tanto en los labios, como en las mejillas y en el cuello.

El mal iluminado y profundo sótano, más bien una catacumba según diversas opiniones, se llenaba de suspiros, jadeos, y largos gemidos, a medida que la pasión se expandía. Los cuerpos desnudos se fusionaban e interconectaban, se deslizaban sinuosamente los unos sobre los otros, con las pieles impregnadas de sudor y deseo a partes iguales. Los febriles ojos entornados, oscurecidos por las largas y cómplices pestañas, no dejaban de buscar el sutil reconocimiento de la pasión admitida, del inequívoco gesto del más puro placer. La lujuria invadía lentamente la mente de cada participante, llenando sus lógicos pensamientos con una sola idea: “intégrate aún más en la orgia”.

Cristo, quien seguramente era la persona que más tiempo había mantenido la serenidad, ya no razonaba precisamente. Desnudado casi a tirones, había pasado de mano en mano, mejor dicho, de boca en boca, besando y mordisqueando los labios de cada una de las “nórdicas”, y no siempre de una en una. Hetta se había transformado en una bestia sexual, que solo gruñía y gemía, buscando cada vez más fricción entre sus piernas.

El gitano le ofreció una de sus profundas y concienzudas lamidas, que la llevó literalmente a aullar mientras se tensaba fuertemente bajo la lengua, pero solo sirvió para enardecerla aún más. Necesitaba sentir mucho más y sus compañeras tuvieron que volcarse todas sobre ella, ocasionándole orgasmos casi continuos.

Alma se atareaba en tragar el pene de Spinny, quien jugaba a pistonear tanto la vagina de la mexicana como la garganta de su colega pelirroja, enfrascadas en un cada vez más estrujador sesenta y nueve. Arrodillado entre las piernas abiertas de Betsania, se hundía en aquel delicioso coño latino, adornado con un zigzagueante rayo de vello; dos riñonadas profundas para conseguir uno de esos gemidos oriundos de Chiapas y vuelta a sacarla para, a continuación, enfrascarla en la garganta de Alma, que estaba más que dispuesta a degustarla tanto como los icores de la joven modelo azteca.

Deseaba que el joven se corriera en su boca, pues intuía que el semen era lo único que apagaría el fuego que brotaba de su esófago, pero Spinny se contenía asombrosamente, demostrando que estaba bien acostumbrado a follar. De hecho, ambas mujeres se habían corrido una vez al menos y se agitaban en busca de un horizonte aun más placentero. Alma apretó suavemente el glande violáceo con los dientes de su mandíbula inferior y su labio superior, antes de que Spinny la cacheteara suavemente en la mejilla, sacándola de su boca.

― ¡Ahí la llevas otra vez, Betsania! ¿Lo quieres fuerte o suave, pendón? – masculló entre dientes.

― Fuerte, huevón, todo lo fuerte que puedas – gimió la modelo mexicana, desde debajo del cuerpo de Alma.

Ésta se mordió el labio fuertemente cuando observó aquel pistón hundirse en la calenturienta sonrisa vertical, sin consideración alguna. Sintió los dientes de la latina morder dulcemente el interior de su muslo, como respuesta a la intrusión. Dos embistes más, un nuevo quejido, y vuelta a sacarla…

Ekanya se había entregado a toda aquella desconocida pasión; se había rendido incondicionalmente, con los ojos brillantes y las rodillas flaqueando. Nunca había experimentado algo así y se dijo, antes de ofuscarse completamente, que tendría que confesar sus pecados el domingo en misa. La lengua de May Lin la estaba torturando, posada sobre su clítoris. Su compañera era puro fuego y para impedir que los continuos gemidos que acudían a su garganta surgieran y la pusieran aún más en falta, había tomado el pie de Amaya, succionando sus dedos con pasión.

Arrodillada casi sobre el rostro de la negra, Calenda se afanaba por meter sus puños en el interior de las vaginas de las hermanas Nekerman. Ethel y Davina, las susodichas hermanas, chillaban fuertemente, sin saber si se trataba de gozo o de dolor. A Calenda no le importaba, pues las chicas la habían retado y ahora debían pagar las consecuencias. Con una mueca de suficiencia, la venezolana consiguió introducir el puño derecho completamente, sintiendo como Davina se estremecía toda y dejaba escapar un chorrito de pis, muñeca abajo.

― Vamos a por el otro – musitó con un gruñido, empujando su puño izquierdo.

Mayra se corrió en el momento de escuchar las palabras que gruñó Calenda. Se encontraba tumbada de costado sobre uno de los laterales del altar, sus piernas entrecruzadas con las de Sophie Presscott, sus sexos rozándose plenamente. Por fin reconocía que Calenda la ponía burra en cuanto la espiaba y que esa era la única razón de haberse hecho amiga de ella. La hubiera enloquecido tenerla entre sus piernas como a la imbécil de Sophie, pero no había tenido oportunidad. Entre los espasmos del fuerte orgasmo, se dijo que quizás aún no era tarde.

― ¡Me viene! ¡Jodida cochina, me corroooo! – exclamó la canadiense Sophie, arrancando una sonrisa a Mayra.

El viejo sacerdote intentaba estar al tanto de cuanto ocurría alrededor del altar. Por eso mismo, detuvo con un gesto a Rowenna y April, quienes sujetaban a la pequeña Britt entre sus manos. En la breve pausa, el anciano sintió débilmente los orgasmos de Mayra y Sophie y sonrió socarronamente. Se encontraba sentado sobre el diván, con las piernas extendidas ante él, en el suelo. Britt se acuclillaba sobre su erguido sexo, sujetada de los brazos por sus dos compañeras. Jadeaba, la mirada desenfocada. Sus pequeños senos subían y bajaban rápidamente, al ritmo de sus inspiraciones. Solo deseaba dejarse caer sobre aquel órgano que estaba fijo en su mente.

Sin embargo, aguardaba el permiso de quien era su dueño en aquel momento, al igual que sus dos nuevas amigas. Se la veía más joven de lo que era, quizás debido al mohín impaciente que se reflejaba en su rostro, o bien a su pequeño y esbelto cuerpo desnudo, que Rowenna y April manejaban como una marioneta.

― Vamos, jovencita, déjate caer… lo estás deseando, ¿verdad? – susurró el anciano.

Con una risita que quiso ser una respuesta y un alivio, al mismo tiempo, Britt quedó libre de sujeción. La mano de su amo mantenía empuñada la estaca de carne que deseaba en su interior, la cual se deslizó vagina adentro como una daga en su funda, hasta su totalidad.

― Aaah… putilla, estás acostumbrada a calibres gruesos… ¿a qué sí? – expuso el anciano mientras pellizcaba los grandes pezones de la joven.

― Sí, mi dueño. Mi ex la tenía grande – jadeó ella, mirándole a los ojos.

Con un gesto atrajo la atención de las dos modelos en pie, las cuales acercaron sus caderas para que las manos del sacerdote se apoderaran de sus sexos. Dos índices las penetraron inmediatamente, dejando claro que el interior estaba bien húmedo y dispuesto para lo que él quisiera. Muy pronto las tuvo a las tres con los ojos cerrados, las aletas de las narices comprimidas y la barbilla levantada al techo, suspirando y contoneándose en un glorioso terceto.

Los minutos pasaban raudamente, sin que nadie de los presentes controlase su avance. Primero una hora, luego otra más pasaron, sin que la compleja y viciosa sinfonía de gemidos y ruidos pasionales decayese lo más mínimo. El amplio sótano apestaba a tufo amoroso, a sexo desatado, a pesar que solo había tres hombres implicados. Sin embargo, el acre aroma a sudor y a humanidad en general enervaba las glándulas pituitarias.

De alguna manera, la satánica bendición del viejo sacerdote no solo exasperó la lujuria de los asistentes, sino que reforzó y aumentó su resistencia. A decir verdad, Cristo se había corrido ya dos veces, pero no pensaba en ello, ni siquiera era consciente de ese número ni condición.

Sudando como un gitano condenado a pico y pala, estaba sodomizando duramente a Katiana, quien arrodillada y con el culo expuesto, aullaba de gusto sobre la entrepierna de Gru. Ya no atinaba a pasar la lengua sobre la henchida vulva, por mucho que la reclamase. Para aprovechar el momento y no enfriarse, la alemana aumentó el ritmo de sus dos manos, inmersas en una bien orquestada fricción sobre los inflamados clítoris de Bitta e Iselda. Tanto la danesa como la noruega se encontraban de rodillas, las espaldas rectas y los muslos bien abiertos. Los dedos índices y corazón de cada mano de Gru penetraban al unísono los sexos de sus compañeras mientras ellas apretaban y torturaban sus propios pezones. Con las bocas entreabiertas y barbillas temblorosas, perseguían con celeridad una nueva explosión jubilosa.

Hetta había abandonado el grupo de sus amigas un rato antes, atraída por la mirada lujuriosa de Alma. Con su innato sentido de la dominación, consiguió que tanto la pelirroja como la mexicana quedaran de rodillas, con sus rostros hundidos en las intimidades de la hermosa alemana; Alma en la entrepierna, Betsania en la retaguardia.

Con sus manos bien aferradas a las esplendorosas cabelleras de las temporalmente sometidas, una de ellas rojiza y la otra casi azulada por su negrura, Hetta clamaba soeces insultos en puro alemán a medida que el éxtasis la alcanzaba. Todo su cuerpo delineado por duros ejercicios, se agitaba incontrolado y sus ojos casi vueltos evidenciaban que había llegado a su límite.

― Bastarde! Sie werden mich umbringen, bei Gott! Welche Sprachen! Verdammt amerikanischen Fotzen!

Con estas palabras, su cuerpo se desmadejó y cayó en brazos de las dos chupópteras, que se sonrieron mientras la tranquilizaban con caricias. Casi parecían dos libidinosas amantes del Drácula de Stocker, solo les faltaba relamerse la sangre de sus comisuras.

Spinny, cual sátiro resabiado, iba de flor en flor, ofreciendo su pene y sus besos a quien quisiera. Finalmente, Martine y Annabelle se aliaron para terminar con sus indecentes y provocativos punterazos. Sin dejar de besarse y abrazarse entre ellas, le hicieron el gesto de unirse a ellas. Annabelle alzó sus nalgas cuanto pudo para que el irlandés enfundara el miembro en su sexo y Martine, cuando lo hizo, le aferró con sus piernas.

Annabelle, esbelta rubia cobriza, agitó sus nalgas con una pericia desacostumbrada en una chica tan joven. Su compañera Martine la miraba a los ojos mientras el galope cada vez más exagerado de Spinny la llevaba al cielo. La jamaicana Martine decidió contribuir en el placer mutuo, llevando sus dedos tanto a su vulva como al clítoris de Annabelle. A punto de llegar al intenso final, Spinny se volcó sobre ellas y, como pudo, colocó su lengua entre las de las chicas, que no dudaron en aceptaron aquel beso a tres bandas, lleno de gemidos lúbricos cuando se derramó sobre el trasero de la chica.

También Cristo llegaba al éxtasis más absoluto en ese momento, follándose a toda máquina las bocas de Iselda y Bitta. Las dos estaban arrodilladas frente a frente, las manos a la espalda como a él le gustaba y las lenguas bien sacadas, para que Cristo pudiera meter su pene con toda eficacia. Katiana, detrás, le estimulaba el esfínter con un dedo, lo cual llevaba a nuestro gitano al más sublime paroxismo. La verdad es que echaba de menos ese tipo de caricias a las que Chessy le acostumbró. Gracias a ello, dejó varios chorros de semen en las bocas y barbillas de las dos modelos nórdicas, al mismo tiempo que dejaba escapar un gritito nada masculino.

El grupo numeroso de chicas había evolucionado hacia posturas de pura fantasía, agrupando el mayor número de participantes. Precisamente, en ese momento, todas ellas formaban un gran círculo sobre el suelo de tierra. Unas de espalda al suelo, otras cabalgando el rostro de las primeras, de forma alterna. De esta manera, conseguían estar todas conectadas en un sesenta y nueve general y grandioso.

Mayra, aprovechando el cambio de las chicas, se había unido a ellas, consiguiendo quedar bajo las caderas de su compañera favorita, Calenda. Lo único que le molestaba de esta magnífica oportunidad era no poder ver el rostro de Calenda cuando se corriese, pero, al menos, podría degustar su exquisito coñito totalmente depilado.

El círculo lésbico se asemejaba a unas extrañas plantas mecidas por ráfagas de cálido viento cuando las espaldas ondulaban y se curvaban, afectadas por el placer. Los gemidos parecían susurrados a las expuestas vulvas para brotar de nuevo en las cimbreantes lenguas de sus compañeras, pasando así de chica en chica. Las manos se aferraban a las desnudas nalgas, pinzaban los abiertos muslos, o bien se deslizaban buscando encajar en intimidades aún sin descubrir.

Finalmente, una a una, siguiendo un orden totalmente aleatorio, las chicas fueron alcanzadas por el último y determinante orgasmo que las hizo desfallecer y quedar adormiladas, las unas sobre las otras; las mejillas posadas sobre los olorosos sexos duramente manipulados. Algunas manos buscaron una última muestra de cariño, quedando asidas mientras recuperaban el aliento. Otras, como Mayra, susurraron un débil “te quiero”, como agradecimiento.

El sótano, poco a poco, se quedaba en silencio y tan solo una voz destacaba: la del viejo sacerdote.

― Eso es, mis bellas niñas. Habeis cargado el pentagrama con la suficiente energía – decía, de pie sobre el enmohecido diván.

Britt, Rowenna y April estaban recostadas bajo sus piernas, con sus pies estirados sobre la piedra, las espaldas sobre el fieltro del mueble, y las nucas casi en ángulo recto, apoyadas en la curvatura del respaldo. Mantenían sus bocas bien abiertas y los ojos clavados en su amo.

― Así, así, las bocas abiertas para recibir la comunión – murmuraba el anciano, meneando frenéticamente su pene sobre ellas. La punta de una lengua algo blanquecina asomaba entre sus labios, en una mueca perversa. – En el nombre del Innombrable, m-me corro… sobre v-vosotras… amén…

El gran pene morado del anciano escupió una ingente cantidad de espeso esperma, de consistencia pegajosa y fuerte olor. El semen se deslizó sobre los tres rostros expuestos, manchando párpados, narices, bocas, mejillas, y hasta cabellos. El anciano se reía y bailoteaba sobre ellas, aprovechando los escasos huecos entre sus cuerpos. No contento con esto, miccionó largamente sobre ellas, derramando orina por rostros y cuerpos sin que las muchachas protestasen en absoluto.

Acabada su asquerosa ceremonia, se bajó de un cuidadoso saltito y avanzó hasta donde se encontraba el carnero ensangrentado, que no se había movido ni un ápice durante la larga orgia. Con un chasquido de sus dedos, atrajo la atención de los ojos del animal y se miraron largamente. Maldijo en voz baja.

― ¡Demonios, aún nada! Tendré que esperar a que concluya la jornada – murmuró para sí mismo. – Bueno, niñas, es hora de irse a casa…

CONTINUARÁ…

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error” (POR GOLFO)

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Cuando por motivo de trabajo te desplazan a un lugar exótico, es importante antes de hacer nada conocer la cultura del país porque en caso contrario, es muy fácil meter la pata. Eso le ocurrió a mi mujer al poco tiempo de irnos a vivir a Birmania.
Dejando nuestro Madrid natal, nos habíamos desplazado hasta ese lejano país porque mi empresa me había nombrado delegado. Entre las prestaciones del puesto se incluía un magnifico chalet de casi quinientos metros para nuestro uso y disfrute.
Recuerdo que desde que María visitó las reformas de la casa donde íbamos vivir los siguientes cinco años, me avisó que no pensaba ocuparse ella de la limpieza.
-Si quieres que vivamos aquí, voy a necesitar ayuda.
Cómo me pagaban en euros y los salarios en esas tierras eran ridículos, no vi ningún inconveniente y le di vía libre para resolver ese problema como considerara conveniente, no en vano ella era la que iba a tener que lidiar con el servicio.
No siendo un tema inmediato por los retrasos en las obras, María aprovechó que durante los dos primeros meses vivíamos en un hotel para conocer un poco la ciudad. Fue durante uno de sus paseos por Yangon cuando conoció a una anciana que siendo natal de ese país, hablaba un poco de inglés.
María vio en ella a su salvación y la medio contrató como asesora para todo. De esa forma en compañía de Maung compró los muebles que le faltaban, conoció las mejores tiendas de la ciudad e incluso le presentó a un par de occidentales con las que ir a tomar café. Convencida que había hallado una mina al llegar el momento de la mudanza, también le planteó su problema con el servicio.
-Yo conseguir. Mujeres de mi pueblo, dulces, guapas, jóvenes y obedientes. ¿Le parece bien?
Mi mujer que es de la cofradía del puño agarrado, preguntó:
-¿Y cuánto me va a costar al mes?
-No mes, usted pagar 800 dólares americanos por cada una y luego solo comida y casa.
Creyendo que ese dinero era la comisión de la anciana por conseguirle unas criadas y que estas eran de un origen tan humilde que con la manutención se daban por satisfechas, hizo cálculos y comprendió que con que duraran cuatro meses habría cubierto de sobra el desembolso. Por eso y por la confianza que tenía en la mujer, aceptó sin medir claramente las consecuencias.
-Me mudo en dos semanas, ¿cree que podré tenerlas para entonces?
-Por supuesto, Maung mujer seria. Dos semanas, mujeres en su casa….
Aung y Mayi llegan a casa.
Tal y como habían quedado, a las dos semanas exactas la anciana llegó al chalet con las dos criadas. Debido a mi trabajo, ese día estaba de viaje en Tailandia y por eso tuvo que ser María quien las recibiera. Mi señora al verlas tan jovencitas lo primero que hizo fue preguntarle su edad.
La vieja creyendo que la queja de mi esposa era porque las consideraba mayores, contestó:
-Veintiuno y dieciocho. Pero ser vírgenes, ¿Usted querer comprobar?
Tamaño desatino incomodó a María y creyendo que en esa cultura una chica de servicio virgen era un signo de estatus, le contestó que no hacía falta. Tras lo cual, directamente las puso a limpiar los restos de la obra. Al cabo de tres horas de trabajo en las pobres crías no se tomaron ni un respiro,  mi señora miró su reloj y vio que ya era hora de comer. Como no había preparado nada por medio de señas, se llevó a las orientales a comer a un restaurante cercano.
Las chavalas que no comprendían nada se dejaron llevar sumisamente pero al ver que entraban a un restaurante se empezaron a mirar entre ellas completamente alucinadas. Mi mujer creyó que su confusión se debía a que aunque era un sitio popular, al ser de un pueblo en mitad de la sierra nunca habían en estado en un sitio de tanto lujo pero cuando intentó que se sentaran a su lado, sus caras de terror fueron tales que tuvo que llamar a la jefa que hablaba inglés para que le sirviera de traductora. Tras explicarle la situación, la birmana  comenzó a charlar con sus compatriotas. Como las dos crías eran de una zona tan remota, su dialecto fue entendido a duras penas por la mujer y luego de traducirlo, dijo:
-Señora, estas dos niñas se niegan a sentarse a comer con usted. Según ellas estarían menospreciando a la esposa de su dueño. Prefieren permanecer de pie y comer cuando usted acabe.
Desconociendo la cultura, no dio importancia a la forma en que se habían referido a ella y temiendo ofender alguna de sus costumbres, comenzó a comer. Las dos orientales se tranquilizaron pero asumiendo que ellas eran las sirvientas se negaron a que los empleados del local se ocuparan de su señora y por eso cada vez que le faltaba agua en su vaso, ellas se lo rellenaban y cuando trajeron los siguientes platos, se los quitaron de las manos y ellas fueron quien se lo colocaban en la mesa.
María que al principio estaba incomoda, al notar el mimo con el que ambas niñas la trataban, aceptó de buen grado ese esplendido trato y se auto convenció que había acertado contratándolas. Habiendo terminado, pidió que prepararan para unas bandejas con comida para ellas y pagando salió del local mientras Aung y Mayi la seguían cargando con las bolsas.
Ya en la casa y deseando tomarse un respiro, las dejó en la cocina comiendo mientras ella se iba a tomar un café con las dos británicas que había conocido. Como otras tardes se citó con esas amigas en un café cercano a la embajada americana famoso por sus gin-tonics.
El calor que ese día hacía en Yagon junto con la amena conversación hizo que sin darse cuenta, mi esposa bebiera demasiado y ya casi a la hora de cenar, tuviera que pedir un taxi para irse al chalet. Al bajar del vehículo, se encontró que Aung la mayor de las dos muchachas había salido a recibirla y viendo el estado en que se encontraba, la ayudó a llegar hasta la cama.
Borracha hasta decir basta, le hizo gracia que las dos crías compitieran por ver quién era quien la desnudaba pero aún más sus miradas cómplices al comprobar el tamaño de sus pechos. Como las asiáticas son más bien planas, se quedaron admiradas por el volumen exagerado de sus tetas y por eso les resultó imposible retirar sus ojos de mi esposa mientras involuntariamente los comparaban con los suyos.
-¡No son tan grandes!- protestó muerta de risa e iniciando un juego inocente cuyas consecuencias nunca previo, los cogió entre sus manos y les dijo: -Tocad, ¡Son naturales!
Cómo no entendieron sus palabras, fueron sus gestos los que malinterpretaron y creyendo que mi mujer les ordenaba que se los chuparan, un tanto cortadas la miraron tratando de confirmar que eso era lo que su jefa quería.
-Tocadlos, ¡No muerden!- insistió al ver la indecisión de las dos chicas.
Mayi, la menor y más morena de las dos, dando un paso hacia delante obedeció y cogiendo uno de los dos pechos que le ofrecían entre sus manos, lo llevó hasta su boca y empezó a mamar. Totalmente paralizada por la sorpresa, mi mujer se la quedó mirando mientras su compañera asiendo el otro, la imitó.
María tardó unos segundos en reaccionar porque en su fuero interno, sentir esas dos lenguas recorriendo sus pezones no le resultó desagradable pero al pensar que sus teóricas criadas lo único que estaban haciendo era obedecer, se sintió sucia y separándolas de sus pechos, las mandó a dormir.
Las birmanas tardaron en comprender que mi mujer las estaba echando del cuarto y creyendo que la habían fallado, con lágrimas en los ojos desaparecieron por la puerta mientras en la cama María trataba de asimilar lo ocurrido. El dolor que reflejaban sus caras era tal que supo que  de algún modo las había defraudado.
“En Birmania, la figura del jefe debe de ser parecida un señor feudal”, masculló entre dientes recordando que estos tenían derecho de pernada. “Han creído que les ordenaba satisfacer mis necesidades sexuales y en vez de indignarse lo han visto como algo natural”.
La  certeza que eran diferencias culturales no disminuyó la calentura que sintió al saber que podría hacer con ellas lo que le viniera en gana. Aunque nunca se había considerado bisexual y su único contacto con una mujer habían sido unos inocentes magreos con una compañera de colegio, María se excitó pensando en el poder que tendría sobre esas dos niñas y bajando su mano hasta su entrepierna, se empezó a masturbar soñando que cuando volviera del viaje, me sorprendería con una noche llena de placer…
María descubre una extraña sumisión en esas dos orientales.
A la mañana siguiente, mi mujer se despertó al oír que alguien estaba llenando el jacuzzi de su baño. Al abrir sus ojos, la claridad le hizo recordar las muchas copas que se había tomado y por eso le costó enfocar unos segundos. Cuando lo consiguió se encontró a las dos birmanas, arrodilladas junto a su cama sonriendo.
-Buenos días- alcanzó a decir antes de que Mayi la obligara a levantarse de la cama, diciéndole algo que no pudo comprender.
La alegría de la chavala disolvió sus reticencias y sin quejarse la acompañó hasta el baño. Una vez allí, la mayor Aung desabrochándole el camisón, se lo quitó dejándola completamente desnuda sobre las baldosas y llamando a la otra oriental entre las dos, la ayudaron a meterse en la bañera.
“¡Qué gozada!”, pensó al sentir la espuma templada sobre su piel y cerrando los ojos, creyó que estaba en el paraíso.
Estaba todavía asumiendo que a partir de ese día, sus criadas le tendrían el baño preparado para cuando se despertara cuando notó que una de las mujercitas había cogido una esponja y la empezaba a enjabonar.
“¡Me encanta que me mimen!”, exclamó mentalmente satisfecha al experimentar las manitas de Maya recorriendo con la pastilla de jabón sus pechos.
Aunque las dos crías no parecían tener otra intención que no fuera bañarla, María no pudo reprimir un gemido cuando sintió las caricias de cuatro manos sobre su anatomía.
“Me estoy poniendo cachonda”, meditó y ya con su coño encharcado, involuntariamente separó sus rodillas cuando notó que Aung acercaba la esponja a su entrepierna.
La birmana interpretó que su jefa le estaba dando entrada y sin pensárselo dos veces, usó sus pequeños dedos para acariciar el depilado coño de la occidental.  Con una dulzura que impidió que mi mujer se quejase, separó los pliegues de su sexo y se concentró en el erecto botón que escondían.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- berreó cuando la otra cría se hizo notar llevando su boca hasta uno de los enormes pechos de su jefa.
El doble estímulo al que estaba siendo sometida venció toda resistencia y pegando un grito les exigió que siguieran con las caricias lésbicas. Aung quizás mas avezada que la menor, incrementó la velocidad con la que torturaba el clítoris de mi esposa mientras Mayi alternaba de un pecho a otro sin parar de mamar.
“¡Me voy a correr!”, meditó ya descompuesta y deseando que su cuerpo liberara la tensión acumulada, hizo algo que nunca pensó que se atrevería a hacer: olvidando cualquier resto de cordura introdujo su mano bajo el vestido de la mayor en busca de su sexo.
“¡No lleva ropa interior y está cachonda!”, entusiasmada descubrió al sentir que estaba empapada cuando sus dedos hurgaron directamente la cueva de la diminuta mujer. Aung lejos de intentar zafarse de esa caricia, buscó moviendo las caderas su contacto mientras introducía un par de yemas en el interior del chocho de mi señora.
Saberse al mando de una no le resultó suficiente y repitiendo la misma maniobra bajo la falda de la menor, confirmó que también la morenita tenía su coñito encharcado y con una sensación desconocida hasta entonces, se corrió pegando un gemido no se quejó al sentir la caricias. Aun habiendo conseguido el orgasmo, eso n fue óbice para que mi señora siguiera hirviendo y mientras masturbaba con cada mano a una de las orientales, quiso comprobar hasta donde llegaba su entrega y por medio de señas, les ordenó que se desnudaran.
La primera en comprender que era lo que María estaba diciendo fue la mayor de las dos que con un brillo especial en sus ojos se levantó y sin dejar de mirar a su jefa, se quitó la camiseta que llevaba.
Mi esposa, con posterioridad me reconoció, al admirar los diminutos pechos de la birmana no pudo aguantar más y sin esperar a que se quitara la falda, le exigió que se acercara a ella y al tenerla a su lado, por vez primera, abriendo su boca saboreó el sabor de un pezón de mujer.
La pequeña areola de la muchacha reaccionó al instante a esa húmeda caricia contrayéndose. María al comprobarlo buscó el otro y con un deseo insano, se puso a mamar de él mientras Aung se terminaba de desnudar. En cuanto la vio en pelotas, la hizo entrar con ella en la bañera y colocándola entre sus piernas, se recreó la vista contemplando el striptease de la segunda.
-¡Qué buena estás!- exclamó aun sabiendo que la cría era capaz de entenderla al admirar la sintonía de sus menudas y preciosas formas.
Dotada con unos pechos un poco más grandes que los de la otra oriental era maravillosa pero si a eso le sumaba la cinturita de avispa y su culo grande y prieto, Mayi le resultó sencillamente irresistible. Azuzada por la sensación de poderío que el saber que esas dos no le negarían ningún capricho, la llamó a su lado diciendo:
-¡Estás para comerte!.
La cría debió comprender el piropo porque al meterse en el jacuzzi en vez de tumbarse junto a María, se quedó de pie y acercando su sexo a la cara de mi mujer, se lo ofreció como homenaje. Durante unos instantes mi esposa dudó porque nunca se había comido un coño pero al observar esos labios tan apetitosos se le hizo la boca agua  y sacando su lengua se puso a degustar el manjar que esa niña tenía entre sus piernas.
-Joder, ¡Está riquísimo!- exclamó confundida al percatarse de la razón que tenía su marido al insistir en comerle el chumino cada dos por tres.
Aung que hasta entonces había permanecido entre las piernas de su dueña sin moverse, vio la oportunidad para comenzar a besar a mi mujer con una pasión desconocida.
María estaba tan concentrada en el sexo de Mayi que apenas se percató de los besos de esa otra mujer. Os preguntareis el porqué. La razón fue que al separar los pliegues de la chavala, se encontró de improviso con que tenía el himen intacto.
“¡No puede ser!” pensó y recordando las palabras de la anciana, por eso, dejando a la niña insatisfecha, exigió a la mayor que le mostrara su vulva. Levantándose y separando los labios, le enseñó el interior de su coño.
Tal y como le había asegurado, ¡Aung también era virgen!.
Fue entonces cuando como si una losa hubiese caído sobre ella, ese descubrimiento le confirmó que de alguna manera que no alcanzaba a comprender esas dos niñas creían que era su obligación el satisfacer aunque no lo desearan todos y cada uno de sus deseos. Su conciencia apagó de un soplo el fuego de su interior y en silencio salió de la bañera casi llorando.
“Soy una cerda. ¡Pobres crías!” continuamente machacó su cerebro mientras se ponía una bata.
A María no le cupo duda que una joven que siguiera teniendo su himen intacto, no se comportaría así sin una razón de peso. Por eso y aunque las birmanas seguían sus movimientos desde dentro de la bañera, salió del baño rumbo a su habitación.
La certeza que algo extraño motivaba dicho comportamiento se confirmó cuando al cabo de menos de un minuto esas dos princesitas llegaron y cayendo de rodillas, le empezaron a besar sus pies mientras le decían algo parecido a “PERDÓN”. El saber que no había ningún motivo por el que Anung y Mayi sintieran que le habían fallado y comprobar que eso las aterrorizaba, afianzó sus temores y decidió que iría a hablar con la anciana que se las había conseguido, pero antes debía de hacerlas saber que no estaba enfadada con ellas.
Dotando a su voz de un tono suave y a sus gestos de toda la ternura que pudo, las levantó del suelo y les secó sus lágrimas. La reacción de las muchachas abrazándola  mientras en su idioma le agradecían el haberlas perdonado ratificó su decisión de averiguar que pasaba y por eso, nada más vestirse, fue a entrevistarse con Maung.
María descubre que no ha contratado sino comprado a esas dos.
Como esa mujer vivía en uno de los peores suburbios de Yaon, mi esposa llamó a un taxista de confianza para que esperara mientras conseguía respuestas. Durante el trayecto, María trató de hallar la forma de preguntarle el porqué de esa actitud sin revelar que había utilizado a las birmanas para satisfacer sus “oscuras” necesidades.  No en vano era complicado confesar que la habían masturbado mientras la bañaban.
Por eso al llegar hasta el domicilio de esa señora, aceptó un té antes de plantearle sus dudas. Maung entendió que su visita estaba relacionada con las dos crías y antes de que ella le explicara qué pasaba, directamente le preguntó:
-¿Qué le han parecido mis paisanas? ¿Son tan obedientes como le dije?
-¡Demasiado!- contestó agradecida de que hubiese sacado el tema: -Nunca ponen una mala cara sin importarles lo que les pida.
Fue entonces cuando la anciana sonriendo contestó:
-Me alegro. Para ellas ha sido una suerte que una persona como usted las comprara ya que su destino normal hubiese sido terminar en un burdel.
María no asimiló el que las había comprado y solo se quedó con lo del “destino normal” por eso insistiendo preguntó:
-¿Por qué dices eso?
La señora dando otro sorbo al té, respondió:
-Desgraciadamente nacieron en una casa cuyos padres eran tan pobres que nunca hubieran podido pagarles una dote, por lo que desde niñas les han educado para que llegado el momento se convirtieran en las concubinas de algún ricachón aunque lo habitual es que dieran con sus huesos en algún tugurio de la capital- y recalcando su inevitable fin, confesó:- yo misma fui una de esas niñas y con quince años me vendieron a pederasta pero la suerte quiso que conociera a mi difunto marido y el me recomprara. ¡Desde entonces busco librar a mis paisanas de ese infierno! y por eso les busco acomodo en familias como la suya.
-¿Me está diciendo que soy su “dueña”?
-Así es. Aung y Mayi han tenido mucha fortuna. Sé que sirviendo a usted y a su marido, esas dos crías serán felices. Ellas mismas me dijeron al verla que nunca habían visto una mujer tan bella y se comprometieron conmigo en hacerle la vida lo más “placentera” que pudieran.
El tono con el que pronunció “placentera”, le confirmó que de algún modo se olía que su visita se debía a que  esas dos ya habían empezado a cumplir con esa promesa. María se quedó tan cortada que solo pudo bajar su mirada y con voz temblorosa, preguntar:
-¿Y mi marido? ¿Qué va  a pensar cuando se entere?
-¡Debe de saber qué son! Piense que mientras no hayan sido desfloradas por él: ¡Sus padres podrían revenderlas a otros amos!
Según mi señora cuando escuchó que las dos mujercitas todavía no estaban seguras si no me acostaba con ellas, la terminó de convencer que nunca se `perdonaría que terminaran en un putero y despidiéndose de la anciana, le prometió que en cuanto llegara a Birmania, las metería en mi cama.
Durante el trayecto de vuelta a casa, a mi mujer le dio tiempo de asimilar la conversación y fue entonces cuando cayó sobre ella la responsabilidad de hacer felices a esas dos crías. Como no teníamos hijos, decidió que de cierta forma las adoptaría y haría que yo, también las acogiera.
“Soy su dueña”, masculló entre dientes,” debo velar por su bienestar”.
Sin darse cuenta había aceptado su papel y por eso al entrar a la casa, le pareció normal que Mayi la recibiera de rodillas y que le quitara los zapatos siguiendo las costumbres de ese país. Ya descalza, llamó a Aung y llevándolas hasta su cuarto, abrió su armario y buscó algo de ropa que pudiera servirlas.
Las birmanas no sabían que era lo que quería su jefa pero aún así durante cinco minutos, permanecieron expectantes tratando de adivinar que se proponía. Asumiendo que las necesitaba para cambiarse cuando terminó de elegir las prendas que quería probarles, las dos la empezaron a desnudar.
La ternura con la que desabrocharon su camisa no impidió que se negara y más excitada de lo que le gustaría reconocer, por señas, pidió a la mayor que se quitara la camisola que llevaba puesta. Aung con una sonrisa se despojó de la misma y mirando a su dueña, se acercó y puso sus pechos a su disposición diciendo:
-Son suyos, mi ama.
La sorpresa de mi mujer fue total al escucharla hablar en español y por eso, no dudó en preguntarle si conocía su idioma. La oriental muerta de risa, cogió un diccionario de la librería y buscando una palabra en él contestó:
-Mayi y yo querer aprender.
Imitando a la cría, María buscó en ese libro la traducción  al birmano y dijo:
-Yo y mi marido os enseñaremos.
Sus rostros radiaron de felicidad y buscando los labios de mi mujer, las dos niñas comenzaron a besarla riendo mientras practicaban las primeras palabras de español.
-Ama, dejar amar.
Por medio de suaves empujones, tumbaron a mi mujer en la cama. María muerta de risa dejó que lo hicieran y desde las sabanas, observó cómo se desnudaban. Sus preciosos cuerpos al natural hicieron que el coño de mi mujer se encharcara y ya completamente dominada por la urgencia de poseerlas, las llamó a su lado diciendo:
-Venid zorritas.
Tanto Mayi como Aung respondieron a la orden de su dueña maullando como gatitas y ya sin ropa, acudieron a sus brazos. Nada más subirse al colchón, terminaron de desnudarla y con gran ternura se apoderaron de sus pechos con sus labios. Las caricias de las lenguas de esas crías provocó que de la garganta de María saliera un primer gemido.
-¡Me encanta!- sollozó mi esposa al sentir que dos lenguas recorrían los bordes de sus pezones.
Las orientales al comprobar el resultado de sus mimos incrementaron la presión acomodando sus sexos contra las piernas de su dueña. Según me confesó mi mujer, se volvió loca al sentir la humedad de esos coñitos rozando contra sus muslos y bajando sus manos por los diminutos cuerpos de las chavalas se apoderó de sus traseros.
Mayi al notar la palma de la mujer acariciando sus nalgas, buscó su boca y forzando sus labios, la besó mientras con sus deditos separaba los pliegues de su ama. Incapaz de reaccionar, María colaboró con la cría separando sus rodillas. Fue entonces cuando Aung vio su oportunidad y deslizándose sobre las sabanas, llevó su boca hasta la entrepierna de mi mujer.
Esta al sentir el doble estimulo de las yemas de la pequeña y la lengua de la mayor creyó que no tardaría en correrse y deseando devolver parte del placer que estaba recibiendo, llevó su propia boca hasta los pequeños pechos de Mayi y apoderándose de su pezón, comenzó a mamar con pasión. La cría gimió al sentir la dulce tortura de los dientes de su ama y dominada por la lujuria, fue reptando por el cuerpo de mi mujer hasta que logró poner su sexo a la altura de su boca. María al ver las intenciones de la muchacha, sonrió mientras le decía:
-¿Mi putita quiere que su ama le coma el coñito?- y sin importarle que no entendiera, directamente la levantó y la puso a horcajadas sobre su cara.
Mientras Aung tanteaba el terreno introduciendo un par de yemas dentro del estrecho conducto de su dueña, María se puso a lamer el sexo de la otra con una urgencia que a ella misma le sorprendió. El dulcísimo sabor de ese virginal chochito despertó su lado más lésbico y recreándose, buscó el placer de la cría mordisqueando su ya erecto clítoris.
El sollozo que surgió de la garganta de la oriental le reveló que estaba teniendo éxito pero reservando su himen para mí, se abstuvo de meter ningún dedo dentro de ese virginal sexo y usó para ello su lengua. La chavala al conocer por primera vez el amor de su ama pegó un grito y como si se hubiera abierto un grifo de su entrepierna brotó un riachuelo del que bebió sin parar María.
La satisfacción que sintió al notar que la niña se estaba corriendo, la calentó todavía más y usando su lengua como si fuera una cuchara, absorbió el templado flujo de Mayi mientras todo su pequeño cuerpo temblaba con una violencia inusitada.  Justo en ese momento, mi esposa sintió que los dedos de Aung iban más allá y estaban toqueteando su entrada trasera.
-¿Qué haces?- preguntó con la piel de gallina ya que nunca nadie había osado a hurgar en ese oscuro agujero.
La morenita creyendo que era de su agrado incrementó su acoso sobre su esfínter metiendo una de sus yemas en su interior. María aunque indignada, no creyó justo castigar la osadía de la cría pero aun así la llamó al orden dando una suave palmada sobre su trasero. Aung pensó que de algún modo su dueña quería jugar con ella y poniéndose a cuatro patas sobre el colchón, le dijo en español:
-Soy suya.
Ver a esa cría de tal guisa hizo que mi mujer sintiera nuevamente que era su dueña y deseando ejercer ese poder, se abalanzó sobre ella. La muchacha no se esperó que colocándose detrás de ella, María llevara las manos hasta sus pechos y mientras hacía como si la montaba, retorciera con suavidad sus pezones mientras susurraba en su oído:
-Estoy deseando ver cómo mi marido os folla.
Como si la hubiese entendido, la birmana empezó restregar su culo contra el sexo de mi mujer dando pequeños gemidos. Al oír el deseo que denotaba la cría, María comprendió que no podría esperar a mi llegada para hacer uso de su propiedad y deseando por primera vez poseer un pene entre sus piernas, usó sus manos para abrir sus dos nalgas. Ese sencillo gesto, además de permitirle observar un ano rosado y prieto, provocó que Mayi creyera erróneamente que su ama quería desflorarlo. Por eso se levantó de la cama y cogiendo de la mesilla un cepillo de madera, se lo pasó para que lo usara.
En un principio María no supo porqué se lo daba hasta que sacando la lengua, la morenita lo embadurnó con su saliva y por medio de gestos, le explicó que era para que lo usara con el culo de su compañera. Fue entonces cuando comprendió que esas dos habían mantenido su virginidad únicamente por su entrada delantera pero que habían dado rienda a su sexualidad por la trasera.
Ese descubrimiento, la excitó de sobremanera y venciendo su anterior reluctancia, pasó sus yemas por el ojete de Aung mientras esta gimiendo descaradamente, le informaba que deseaba que lo usara. Viendo la indecisión  de mi mujer, Mayi acudió en su ayuda y colocándose a su lado,  empapó uno de sus dedos en el coño de la cría y sin esperar su consentimiento, se lo metió por el ojete.
-Ummm- gimió Aung aprobando esa maniobra.
La naturalidad con la que recibió la yema de su amiga en su interior,  confirmó a María que esas chavalas lo habían hecho antes y por eso poniendo a Mayi en su lugar, le ordenó que continuara. La morenita no se hizo de rogar y embadurnando bien sus dedos en el sexo de su amiga, los usó para ir relajando ese objeto de deseo mientras mi esposa miraba.
“¡Qué erótico!”, Maria tuvo que admitir en cuanto oyó los continuos gemidos que salían de la garganta de Aung al experimentar esa caricia en su culito y con su sexo anegado, llevó una de sus manos hasta él y se empezó a masturbar sin dejar de mirar como Mayí  tenía dos dedos dentro de los intestinos de la otra.
Asumiendo que el ano de Aung estaba relajado, la oriental cogió el cepillo y se lo empezó a meter lentamente.  La cría berreó de gusto y eso le dio la oportunidad a su amiga de incrustárselo por completo ante la atenta mirada de su dueña. La pasión que esas dos niñas demostraron, vencieron todos sus reparos y mi esposa sustituyendo a Mayi, se apoderó de ese instrumento y comenzó a meterlo y sacarlo con rapidez.
-¿Te gusta verdad putita?- preguntó presa de una excitación desbordante y sin esperar respuesta, le dio un azote para que se moviera.
La muchacha gimió de placer mientras María seguía machacando su culo sin piedad. Mayi advirtiendo que su ama estaba excitada, se acercó a acariciarla. Fue tan grande el cúmulo de sensaciones que estaba conociendo mi mujer que cuando la otra chavala se puso a acariciar su clítoris, tirando de su melena le obligó a comerle el coño.
Nada más sentir la lengua de la cría recorriendo sus pliegues se corrió dando un grito que se prolongó durante largo rato porque su esclava sabiendo que era su función siguió lamiendo el sexo de su dueña mientras está daba buena cuenta del culo de su amiga. Uniendo un clímax con otro, María disfrutó del placer de tomar y ser tomada hasta que agotada, cayó sobre las sábanas y mientras se reponía de tanto placer, se preguntó cómo haría para que yo le permitiera quedarse con esas dos bellezas tan “atentas”.
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 

Relato erótico: “un fin de semana con mis dos zorras 2 sábado” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

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me desperté el sábado por la mañana y vi a mis dos guarras comiéndose el chocho la una a la otra.

– veo que no habéis tenido bastante con la follada de ayer. venir aquí guarras a chuparme la poya y a desayunar.
ellas enseguida se pusieron a comerme la poya.
– quiero daros vuestra leche.
– ya echábamos de menos tu poya -dijo Maria.
– si -dijo Marta- ya queremos que nos follaras.
– pues venga zorras abriros vuestros chochos que os voy a meter mi picha.
– si si -dijo Maria- yo la primera.
así que se la endiñe a Maria y empezó a gemir.
– que gusto cabrón como nos follas. queremos tu rabo a todas las horas.
– tranquilas guarras mías que habrá para las dos.
empecé a darla mientras Marta la comía las tetas Maria estaba a punto de correrse con mi picha a dentro.
– ahahahahaaaaaaa cabrones me corrooooooooooooo que rico con tu chorra y esa puta comiéndome las tetas -dijo Maria y se meo de gusto
-ahora a mí.
– sí, pero a ti y la quiero meter en el culo -la dije a Marta.
así que la dije a la guarra de Maria que me la mamase para ponérmela más dura todavía.
– prepárala el culo zorra que quiero dar a esta puta por el culo.
y Maria empezó a chupárselo y a meterle lo dedos cuando estuvo ya bastante abierto y lubricado empecé a metérselo a la puta de Marta.
– toma zorra por el ojete. toma rabo.
– si dame todo rómpeme el culo.
mientras la cogía de las tetas ella empezó a babear.
– así así méteme hasta los huevos -decía Marta mientras la zorra de Maria la chupaba el chocho- me corro -dijo Marta- me corro cabrones no aguanto más.
– córrete zorra- dije yo mientras la daba por el culo.
– sisisis me corrrrroooooooooooooo -dijo Marta y se corrió.
– haber zorras abrir vuestra boca que quiero daros de desayunar.
y me corrí en sus bocas como buenas putas se relamieron mi leche y se la pasaron a sus bocas.
– y ahora prepárame un buen desayuno que quiero desayunar.
así que se fueron a la cocina y me hicieron zumo de naranja y tostadas con mantequilla y mermelada y café con leche.
– sentaros conmigo a desayunar -dije yo.
después de desayunar dije.
– preparar el coche y hacer algo de comida que nos vamos al pantano de san juan.
así que nos fuimos de picnic al pantano de san juan allí fuimos a un sitio que yo conocía era como una playa, pero no cumbre mucho y estábamos solos los tres las chicas se pusieron los tangas y se metieron en el agua y empezaron a jugar entre ellas yo me quede a tomar el sol al rato me dijeron:
– ehehe no vienes al agua esta estupenda.
Dije:
– no no tengo ganas de momento.
pero ellas se rieron y dijeron:
– vamos a animarlo.
y las cabronas me enseñaron el tanga se había despelotado en el agua y se estaban metiendo mano las muy zorras y restregaban sus chochos la una con la otra yo me puse como una moto y al final me fui al agua con ellas ellas se rieron:
– mira lo que tenemos para ti.
y se abrieron sus chochos las muy zorras y movían sus tetas y culos me bajaron el bañador en el agua y empezaron a chuparme el culo una por otra y la otra me comía la poya por delante.
– que zorras sois no tenéis nunca bastante so guarras.
ellas se rieron:
– sabes que por nosotras fóllabamos a todas las horas -dijeron ellas.
y empezamos a follar ya en el agua me cogieron la poya y por debajo se la metí a Maria por el chocho mientras Marta me restregaba su cocho por detrás.
– vamos fuera mejor -dije yo y salimos del agua.
– joder -dijo Maria- ahora que la tenía dentro.
– tranquila guarra que te la volveré a meter.
ya en la arena tumbados a la sombra empezaron a chuparme la chorra y a pasarme sus tetas por mi cuerpo y boca y se la volvía meter a Maria.
– toma guarra has visto que te la he metido otra vez.
– ya era hora joder como la echaba de menos.
mientras fallábamos Marta se masturbaba viéndonos follar.
– dala por el aculo ahora que me pone cachonda veros.
así que se la endiñe a Maria por el culo mientras morreaba a Marta y la comía las tetas.
– aha cabrón como siento tu chorra en mi culo me voy a correr- dijo Maria.
– espera guarra que yo también quiero correrme dentro de tu chocho.
– y yo que -dijo Marta.
– a ti te comeré el chocho hasta que te corras.
– a bueno.
así que ya no pude más y y corrí dentro del chocho de Maria ella y yo nos corrimos a la vez luego entre los dos chupamos el chocho a Marta que también se vino.
– ahahahaha cabrones como me gusta que me devoréis los dos hijos de puta que gusto.
después ya por la tarde cogimos y nos vinimos con la fresca para casa yo estaba rendido de tanto follar y me fui a la cama. Ellas todavía estaban metiéndose mano y zanahorias en sus chochos y besándose eran incansables las deseé buenas noches y me fui a la cama. CONTINUARA

Relato erótico: “Mi esposa se compró dos mujercitas por error 2” (POR GOLFO)

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Como os comenté en el relato anterior, mi esposa buscando unas criadas que la ayudaran con la limpieza de nuestro chalet en Birmania, se deja aconsejar por una local y resulta que en vez de contratar, se compró dos mujercitas.
Las chavalas aleccionadas desde la infancia que debían de mimar y cuidar al que terminara siendo su dueño, la hacen descubrir la belleza del sexo lésbico así como la excitación de ser la propietaria del destino de ellas dos. María asumió que debía de procurar que yo aceptara que esas preciosidades nos sirvieran porque de no ser así, su futuro sería muy negro y con toda seguridad  irían a parar a un burdel. Para evitarlo, no solo necesitaba que viera con buenos ojos su presencia en casa sino también que para evitar que sus padres pudieran revenderlas, esas crías debían ser desvirgadas por mí.
Ajeno al papel que me tenía reservado yo seguía de viaje por la zona, lo que le permitió planear los pasos que tanto ella como Aung y Mayi darían para que, a  mi vuelta, no pudiera negarme a cumplir con mi función. Aunque llamaba a diario a mi mujer y sabía lo contenta que estaba con las dos birmanas que había contratado, nada me hizo sospechar que aunque no lo supiera, era ya dueño de sus vidas y de sus cuerpos, y que a mi retorno iba a tomar posesión   de ellas.
Mi vuelta a casa
Recuerdo que a mi llegada a Yagon, María me estaba esperando en el destartalado aeropuerto. Tras los rutinarios trámites en la aduana, salí a la sala de espera y me encontré que mi esposa venía acompañada de dos preciosas niñas, vestidas al modo tradicional birmano.
La juventud de las muchachas me sorprendió al igual que su atractivo pero como no quería que mi mujer se sintiera celosa, obvié su presencia y saludé a María con un beso en los labios. Ese gesto tan normal en un país como el nuestro, en Birmania se considera casi pornográfico y por eso todos los presentes se nos quedaron mirando con una expresión de desagrado con la excepción de ellas dos que lucieron una extraña sonrisa en su rostro.
Tras ese saludo mi mujer me presentó al servicio, diciendo:
-Alberto, te presento a Aung y a Mayi. Son las crías de las que te hablé.
No queriendo quedar como un bruto, las saludé con el típico saludo de esa zona, evitando el contacto físico mientras les daba un repaso con mi mirada. Las dos crías eran ambas estupendo especímenes de mujer de su etnia. Bajitas y guapas, sus caras tenían una dulzura no exenta de sensualidad, sensualidad que se vio confirmada cuando cogiendo mis maletas, las vi caminar rumbo a la salida. El movimiento estudiado de sus traseros, me hizo comprender que bajo las largas y coloreadas faldas que portaban se escondían dos duros culitos que serían un manjar en manos de cualquier hombre.
María descubrió en mi mirada que físicamente esas mujercitas me resultaban atractivas y tratando de forzar mi interés por ellas, me soltó:
-Aunque las veas pequeñitas, son fuertes. Siempre están dispuestas a trabajar y desde que llegaron a casa, no han parado de mimarme.
En ese momento no caí en el tipo de mimos a los que se refería mi esposa pero sus palabras me hicieron observarlas con mayor detenimiento y fue entonces cuando me percaté que aunque casi sin pechos, las dos birmanas tenían unos cuerpos muy apetecibles. Sin llegar a comprender los motivos por los que mi mujer había aceptado meter la tentación en casa, supe que a partir de ese día tendría que combatir las ganas de comprobar de primera mano, la famosa fogosidad de las habitantes de ese país.
Ya fuera del aeropuerto, nos esperaba el conductor que mi mujer había contratado para llevarnos a casa, el cual metió el equipaje mientras mi mujer y yo entrabamos en el vehículo. El coche en cuestión era un viejo taxi londinense donde los ocupantes se sentaban enfrentados, por lo que al entrar Mayi y Aung se colocaron mirando hacia nosotros. Curiosamente, nada más hacerlo, las crías se ocuparon de cerrar las cortinillas de las ventanas de forma que nada de lo que ocurriera en el interior pudiera ser visto por el taxista ni por los viandantes que poblaban las calles a esa hora.
Reconozco que me extrañó su comportamiento pero aun más que mi mujer me besara con pasión mientras me decía lo mucho que me había echado de menos. Como comprenderéis me quedé cortado al sentir las manos de María acariciando mi bragueta por el espectáculo que estábamos dando a esas niñas.
-Cariño, tenemos público- susurré en su oído mientras veía que las dos birmanas no perdían ojo de las maniobras de su jefa.
-Lo sé y eso me pone bruta- contestó totalmente lanzada.
Mi vergüenza se incrementó hasta límites inconcebibles cuando obviando mis protestas, mi mujer había sacado mi miembro de su encierro y con total falta de recato, me estaba empezando a pajear. Estuve a punto de rechazar sus caricias pero justo cuando iba a separarla de mí, observé la expresión de los ojos de las muchachas y comprendí que lejos de mostrar rechazo, estaban admirando el modo en que su patrona acariciaba con sus manos mi sexo.
Aunque María nunca había sido una mojigata en lo que respecta al sexo, aun así me sorprendió que sin cortarse un pelo y cuando todavía el taxista no había salido del parking, se arrodillara frente a mí y con una expresión de lujuria que me dejó alucinado, me miró y acercando su cabeza a mi miembro, se apoderó de él con sus labios.
-Relájate y disfruta- me dijo con voz de putón.
Sus palabras y las miradas de satisfacción de nuestras criadas despertaron mi lado perverso y ya convencido colaboré con ella, separando las rodillas de forma que mi pene quedó a la altura de su boca. Tras lo cual y sin mediar palabra abrió sus labios, se lo introdujo en la boca.
“¡Dios! ¡Que gozada!” pensé al sentir su lengua recorriendo mi extensión.
Pese a que nunca me había atraído el exhibicionismo, os tengo que reconocer que me excitó ser objeto de esa mamada mientras dos desconocidas disfrutaban de la escena a escasos centímetros de nosotros. A María debía pasarle algo parecido porque como posesa aceleró sus maniobras y usando la boca como si de su coño se tratase, metió y sacó mi miembro cada vez más rápido. Por su parte, Mayi y Aung como queriendo compartir parte de nuestro placer, se las veía cada vez más interesadas y con sus pezones marcándose bajo su blusa, siguieron las andanzas de mi mujer con una más que clara excitación.
-¿Te gusta que nos miren?- me preguntó María al comprobar que como las observaba.
-Sí- reconocí con la mosca detrás de la oreja.
Mi respuesta exacerbó su calentura y poniéndose a horcajadas sobre mis rodillas, se levantó la falda dejándome descubrir que no llevaba ropa interior. Antes de que me pudiera reponer de la sorpresa al ver su coño desnudo, María cogiendo mi sexo, se ensartó con él. Su inusual lujuria me pilló nuevamente descolocado y más cuando empezando a cabalgar lentamente usando mi pene como soporte, susurró en mi oído:
-¿Te gustaría follártelas?
La sola idea de disfrutar de esas  dos exóticas bellezas me pareció un sueño y llevando mis manos hasta su culo, colaboré con su galope, izando y bajando su cuerpo mientras se empalaba. Todavía no había asimilado su propuesta cuando con tono perverso, me preguntó:
-¿Y ver como ellas me follan?
Imaginarme a mi esposa en manos de esas dos, desbordó mis previsiones. Subyugado por el celo animal que denotaban sus palabras, me apoderé de sus pechos con la lengua  mientras María no dejaba de usar mi verga como instrumento con el que empalarse. Mi excitación ya de por sí enorme, se volvió insoportable cuando sentí su flujo recorriendo mis muslos mientras ella me decía:
-Esta noche te dejaré que las desvirgues, si tú me dejas mirar.
La seguridad con la que me lo dijo, me hizo comprender que era cierto y no pudiendo soportar más tiempo, descargué mi simiente en su interior mientras ella seguía cabalgando en busca de su propio placer. Al sentir mi semen bañando su vagina, mi esposa se unió a mí y pegando un sonoro grito, se corrió. La sonrisa con la que las dos birmanas respondieron a nuestro gozo confirmó en silencio todas y cada una de las palabras de María y por eso tras dejarla descansar, le pregunté cómo era posible y a que se debía el hecho que me hiciera tal propuesta.
-¿Recuerdas que te dije que había contratado dos criadas?- preguntó muerta de risa- Pues te mentí. Al quererlas contratar, me equivoqué y compré a estas dos mujercitas.
-No entiendo- respondí alucinado porque, sin ningún tipo de rubor,  me estuviera reconociendo algo así y por eso no pude más que preguntar: -¿Me estás diciendo que no son nuestras empleadas sino nuestras esclavas?
Soltando una carcajada, respondió:
-Así es – y poniendo cara de niña buena, prosiguió diciendo: – Mayi y Aung han resultado de lo mas “serviciales” y me han mimado de muchas formas mientras tú no estabas. Pero ahora que estás aquí, están deseando que su dueño las haga mujer.
Sin todavía llegármelo a creer, insistí:
-Perdona que te pregunte. ¿Las has usado sexualmente?
-Sí, cariño. Cómo estabas de viaje, me han cuidado muy bien en tu ausencia.
El descaro con el que me informó de su desliz lejos de cabrearme, me excitó y pasando mi mano por su pecho, pellizqué uno de sus pezones mientras le decía:
-Eres una puta infiel que se merece un castigo.
María sin inmutarse y con una sonrisa en su boca, contestó:
-Soy tu puta pero no puedo haberte sido infiel, si he usado para satisfacer mis necesidades a esas dos criaturas. Cómo eres su dueño a efectos prácticos, ha sido como si en vez de sus lenguas, hubiera sido tu pene el que me hubiera dado placer durante esta semana.
Descojonado acepté sus razones pero aun así la puse en mis rodillas y dándole una serie de sonoros azotes, castigué su infidelidad. Las risas de María al recibir su castigo y las caras de felicidad que esa dos crías pusieron al verlo incrementaron el morbo que sentía y por eso, con mi pito tieso, deseé llegar a casa mientras me saboreaba pensando en el placer que las tres mujeres me darían esa noche…
Llegamos los cuatro a casa.
La exquisita limpieza del chalet me ratificó que además de haberse ocupado de María, Mayi y Aung también habían cumplido con creces su función como criadas y por eso dejé que en manos de mi esposa lo que ocurriera a partir de ese momento. Con la tranquilidad que da el saber que nada me podía sorprender, dejé que mi mujer me enseñara como quedaban los muebles que había comprado mientras las dos birmanas desaparecían rumbo a la cocina.
Al llegar a el que iba a ser nuestro cuarto, me quedé de piedra al observar que María había cambiado la cama y en vez de la Queen que habíamos elegido, había una enorme King-Size de dos por dos. Ella al ver mi cara, riéndose, me aclaró:
 
-Era muy pequeña para los cuatro- y sin darme tiempo para asimilar esa frase, me llevó casi a rastras hasta el baño donde de pronto me encontré a las dos muchachas esperándonos.
Su actitud expectante me hizo reír y mirando a mi mujer, le pregunté qué era lo que me tenía preparado. Muerta de risa, me contestó:
-Pensé que te vendía bien un baño- tras lo cual hizo un gesto a la mayor de las dos.
Aung sabía que esperaba su dueña de ella y acercándose a mí, me empezó a desnudar mientras con cara de recochineo mi esposa se sentaba en una silla que había dejado exprofeso en una esquina del baño. Absortó, dejé que con sus diminutas manos desabrochara su camisa para que desde mi espalda, Mayi me la quitara.
-No te quejaras- dijo riéndose desde su asiento- ¡Dos vírgenes para ti solo!
Ni siquiera contesté porque justo entonces sentí que mientras la pequeña me besaba por detrás, Aung me estaba quitando el cinturón. El morbo de que dos niñas me estuvieran desnudando teniendo como testigo a la mujer con la que me había casado fue estímulo suficiente para que al caer mi pantalón, mi verga ya estuviera dura.
-Se nota que te gustan estas putitas- dijo María con satisfacción al ver mi estado.
Ni que decir tiene que estaba de acuerdo, ningún hombre en su sano juicio diría que no en mi situación y por eso sonreí mientras la oriental se agachaba a mis pies para terminarme de quitar la ropa. Ya totalmente desnudo, entre las dos, me ayudaron a entrar a la bañera y en silencio me empezaron a enjabonar.
Mi erección era brutal y aunque lo que realmente deseaba era desflorar a una de las dos, decidí que lo mejor dar su lugar a mi mujer y por eso mirándola, pregunté:
-¿No te bañas conmigo?
 María con tono triste, me respondió:
-Me gustaría pero hoy es el turno de nuestras zorritas.
Tras lo cual, mediante gestos, las azuzó a que se dieran prisa. Mayi la más morena y también la más joven fue la encargada de aclarar mi cuerpo y retirar los restos de jabón con sus manitas. El tierno modo en que lo hizo me terminó de calentar y viendo que tenía su cara a pocos centímetros de mi pene, no me pude contener y se lo puse en los labios. La morena miró a mi mujer pidiendo su permiso y al obtenerlo, sonriendo, sacó su lengua y empezó a recorrer con ella mi extensión.
-¿Estas segura de que puedo?- pregunté a mi mujer al sentir las caricias de la oriental.
En silencio, María se levantó la falda y separando sus rodillas, llamó a la otra cría  y ya con ella de rodillas, contestó:
-Por supuesto, siempre que dejes que Aung se coma mi chumino mientras tanto.
Como respuesta, presioné con mi verga los labios de Mayi, la cual abrió la boca y se fue introduciendo mi falo mientras con su lengua jugueteaba con mi extensión. Nunca en mi vida supuse que llegaría un día en el que una guapa jovencita me hiciera una mamada mientras otra no menos bella hacía lo propio con el coño de mi esposa y ya completamente dominado por la pasión, la cogí de la cabeza y se lo incrusté hasta el fondo de su garganta.  Sorprendido tanto por mi violencia como por la facilidad con la que la birmana lo había absorbido sin sufrir arcadas, lentamente fui metiendo y sacando mi pene de su boca, disfrutando de ese modo de la humedad y tersura de sus labios.
A menos de un metro de nosotros, su amiga lamía sin descanso el sexo de María mientras ella le azuzaba con prolongados gemidos de placer. Comprendí al oír su respiración fui acelerando el compás con el que me follaba la boca de la morenita sin que se quejara. Sintiendo  una extraña sensación de poderío y asumiendo ya que esa niña era de mi propiedad, no intenté retener mi eyaculación y al poco tiempo, exploté en el interior de su boca. Mi nueva y sumisa servidora disfrutó de cada explosión y de cada gota hasta que relamiéndose de gusto, dejó mi polla inmaculada sin resto de semen.
Al acabar de eyacular y mirar hacia donde mi esposa estaba sentada, la vi retorcerse de placer y lejos de sentir celos viéndola disfrutar con otra persona, me sentí feliz al saber que a partir de ese día íbamos a tener una vida sexual de lo más completa y ejerciendo de dueño absoluto de mis tres putas, obligué a las dos birmanas a llevar a mi señora hasta el cuarto.
Una vez allí, me tumbé en la cama e imprimiendo a mi voz de un tono dominante, la miré y le dije:
-Enséñame la mercancía que has comprado.
María sintió un escalofrío de gozo al escuchar esa orden y asumiendo que quizás nunca había sabido sacar de mí esa faceta, respondió:
-¿Cuál quieres que te muestre antes?
Nunca se había mostrado tan sumisa y disfrutando de ese papel, le exigí admirar a las dos a la vez. Obedeciendo con soltura juntó a las dos muchachas y con un gesto les ordenó que se fueran desnudando lentamente. Como si lo hubiesen practicado, Mayi y Aung desabotonaron su falda, dejándola caer al mismo tiempo. La sincronización de sus movimientos y la belleza de las cuatro piernas me hicieron tardar unos segundos en dar mi siguiente orden.  Tras unos momentos babeando de la visión de sus muslos y de los coquetos tangas que apenan cubrían sus sexos, pedí a mi esposa que les diera la vuelta porque quería contemplar sus culos.
Adoptando los modos de una institutriz enseñando a sus pupilas, María las giró y extralimitándose a mis deseos, masajeó sus nalgas mientras me decía:
-Tienen unos traseros duros y bien dispuestos para que los disfrutes- y bajando su mirada como avergonzada, me informó: -Cómo quería preservar su virginidad para que fueras tú quien la tomara y ellas me mostraron que podía usar sus culitos, te tengo que reconocer que ya he gozado usándolos.
Su respuesta me impactó porque no en vano siempre me había negado su entrada trasera y en cambio ahora me acababa de decir que de algún modo las había sodomizado. Tras analizar durante unos instantes, le solté que quería verla haciéndolo. Colorada hasta decir basta, se trató de zafar de mi orden diciendo que antes debía desvirgar a las muchachas pero entonces, usando uan autoridad que desconocía tener sobre ella, le dije:
-O me muestras con una de ellas como lo hacías o seré yo quien te destroce tu hermoso culo.
Mi seria amenaza produjo un efecto imprevisto, bajo su blusa observé que sus pezones se habían erizado delatando la calentura que mi orden había provocado en mi esposa y sin esperar a que la cumpliera se desnudó mientras sacaba de un cajón un arnés con un enorme pene doble adosado. Desde la cama, observé como María se colocaba ese instrumento, metiendo uno de sus extremos en el interior de su sexo. Aung al ver que se lo ponía, dedujo sus deseos y sin que ella tuviese que decírselo se puso a cuatro patas sobre la alfombra.
Si ya de por sí eso era los suficiente erótico para que mis hormonas empezaran a reaccionar, más aún lo fue observar a mi esposa mojando sus dedos en su propio coño para acto seguido llevarlos hasta el esfínter de la oriental y separando sus nalgas, empezar a relajarlo con esmero. La chavala al notar a su dueña hurgando en su ano, empezó a gemir de placer sabiendo lo que iba irremediablemente a pasar con su culito.
La escena no solo me calentó a mí sino también a la otra oriental que creyendo llegado su momento, se tumbó a mi lado y maullando como gatita con frio, buscó mi atención pero sobre todo el cobijo de mis brazos. Callado queda dicho que al pegarse a mí y aunque me interesaba observar a María poseyendo a su sumisa, no tuve más remedio que hacerle caso al comprobar el suave tacto de su piel y ayudándola con el resto de su ropa, la dejé desnuda sobre las sábanas.
“¡Qué belleza!”, exclamé mentalmente al admirar la belleza de su pequeño y moreno cuerpo.
Mayi al notar la caricia de mi mirada, se mordió los labios demostrándome un deseo innato y dando sus pechos como ofrenda a su dueño, los depositó en mi boca mientras se subía sobre mí. Reconozco que me mostré poco interesado porque en ese preciso instante, María estaba metiendo el enorme falo que llevaba adosado a su arnés en los intestinos de su momentánea pareja. La chavala tratando de captar mi atención se puso en pie en la cama y separando sus labios inferiores con dos dedos, me mostró que en el interior de su sexo permanecía intacto su himen. La visión de esa tela y saber que podía ser yo quien por fin la hiciera desaparecer fueron motivo suficiente para que me olvidara de mi señora y de los gritos que daba su víctima al ser cabalgada por ella y concentrándome en la morenita, decidí que al ser su primera vez debía de esmerarme.
“Si quiero que sea una amante fogosa, debe de disfrutar al ser desvirgada”, me dije mientras la tumbaba suavemente sobre el colchón.
La chavala malinterpretó mis deseos y agarrando mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, rehuyendo su contacto, la obligué a quedarse quieta mientras por gestos le decía que era yo quien mandaba.  La cara de la cría traslució su perplejidad al notar que su dueño en vez de hacer uso de ella directamente, recorría con su lengua su piel bajando desde el cuello rumbo a su sexo. Sabiendo que esa mujercita nunca había probado las delicias del sexo heterosexual, decidí  que tendría cuidado y reiniciando las caricias, fui recorriendo sus pechos, recreándome en sus diminutos pero duros pezones.
-Ahhh- gimió al sentir que usando mis dientes les daba un suave mordisco antes de reiniciar mi ruta para aproximarme lentamente a mi meta. Mi sirvienta, sumisa o lo que fuera, completamente entregada, separó sus rodillas para permitirme tomar posesión de su hasta entonces inviolado tesoro.
Sabiendo que había ganado una escaramuza pero deseando ganar la guerra, pasé cerca de su sexo pero dejándolo atrás, seguí acariciando sus piernas. La oriental se quejó al ver truncado su deseo y dominada por la calentura que abrasaba su interior, se pellizcó  los pechos mientras por señas me rogaba que la hiciera mujer.
Si eso ya era de por sí sensual, aún lo fue más observar que su depilado sexo brotaba un riachuelo muestra clara de su deseo. Obviando lo que me pedía mi entrepierna, usé mi lengua para acariciarla cada vez más cerca de su pubis. La pobre chavala, desesperada, aulló de placer cuando, separando sus hinchados labios, me apoderé de su botón. Era tanta su excitación que nada más sentir la húmeda caricia de mi lengua sobre su clítoris, retorciéndose sobre las sábanas, se corrió en mi boca.
“Dos a cero”, pensé y ya más seguro con mi labor, me entretuve durante largo tiempo bebiendo de su coño mientras Mayi unía un orgasmo con el siguiente sin parar.
Seguía machaconamente jugando con su deseo, cuando mi esposa me susurró al oído que ya era hora de que tomara posesión de mi feudo. Al girarme y mirarla, leí en los ojos de María una brutal pasión que nunca había contemplado en ella, por lo que cogiéndola del brazo, la tumbé en la cama junto a la cría y con tono duro, le solté:
-Quiero verte comiéndole los pechos mientras la poseo.
Poseída por un frenesí desconocido, mi mujer se lanzó a mamar de esos pechitos mientras Mayi esperaba con las piernas totalmente separadas que por fin su dueño la desflorara. Su expresión de genuino deseo me hizo comprender  que todo en ella  ansiaba ser tomada, por lo que, si mas prolegómeno,  aproximé mi glande  a su sexo y haciéndola sufrir, jugueteé con su clítoris hasta que ella llorando me rogo por gestos que la hiciera suya.
Comportándome como su dueño y maestro, introduje mi pene con cuidado en su interior hasta  que chocó contra su himen.  Una vez allí, esperé que ella se relajara. Pero entonces, echándose hacia adelante, forzó mi penetración y de un solo golpe, se enterró toda mi extensión en su vagina. La chavalita pegó un grito al sentir que su virginidad desaparecía y sin esperar a que su sexo se acostumbrara a esa incursión, con lágrimas en los ojos pero con una sonrisa en los labios se empezó a mover, metiendo y sacando mi pene de su interior.
Mi esposa que hasta entonces se había mantenido a la expectativa al ver el placer en la mirada de la chinita, obligó a la otra a que nos ayudara a derribar las últimas defensas de su amiga. Aung no se hizo de rogar y mientras daba cuenta de uno de los pechos de Mayi, llevó su mano hasta su imberbe coñito y la empezó a masturbar.
Los gemidos de la mujercita al sentir ese triple estímulo no tardaron en llegar al no ser capaz de asimilar que esas dos mujeres le estuvieran comiendo los pechos y pajeándola mientras sentían en su interior la furia de mi acoso. Al escuchar su gozo, incrementé el ritmo de mis embestidas. La facilidad con la que mi pene entraba y salía de su interior, me confirmó que esa niña estaba disfrutando con la experiencia  y ya sin preocuparme por hacerla daño, la penetré con fiereza. La hasta esa noche virgen cría no tardó en correrse mientras me rogaba con el movimiento de sus caderas que siguiera haciéndole el amor.
-¿Le gusta a mi putita  que su dueño se la folle?-, pregunté sin esperar respuesta al sentir que por segunda vez, esa mujercita llegaba al orgasmo.
Ya abducido por mis deseos, la agarré de los pechos y profundizando en mi penetración, forcé su pequeño cuerpo hasta que mi pene chocó con la pared de su vagina. Una y otra vez, usé mi pene como martillo con el que asolar cualquier resistencia de esa oriental hasta que cogiéndola de los hombros, regué su interior  sin pensar en que al contrario que en mi esposa, su vientre podía hacer germinar mi simiente.
La chavala al sentir su coño encharcado con su flujo y mi semen, sonrió satisfecha. Aunque en ese momento no lo sabía,  esa noche no solo la había desvirgado, sino que le había mostrado un futuro prometedor donde  podría ser  feliz dejando atrás los traumas de su infancia y posando  su cabeza sobre mi pecho, me miró como se adora a un rey.
Su mirada no le pasó inadvertida a María, la cual, alegremente me abrazó y susurrando en mi oído, dijo:
-Cariño, mira su cara de felicidad. ¡Has conseguido que esta niña se enamore de ti!
Sus palabras me hicieron fijarme y mirando a esa dulzura de cría que reposaba en mi pecho, comprendí que tenía razón porque al percatarse que la estaba mirando, Mayi se revolvió avergonzada y quizás creyendo que iba a zafarme de ella, me abrazó con fuerza.
-Lo ves- insistió mi mujer. –Aunque no nos entiende,  la cría sabe que  estamos hablando de ella y no quiere que te separes de su lado.
Conociendo las enormes carencias afectivas de esa dos mujercitas, llamé a Aung a nuestro lado y tumbándola junto a nosotros, nos quedamos los cuatro en la cama mientras pensaba en cómo había cambiado nuestra vida por un error. Seguía todavía dando vueltas a ese asunto cuando María comentó:
-Cariño, la otra cría está esperando ser tuya. ¿Te parece que vaya empezando yo mientras descansas?
Solté una carcajada al escucharla porque no tuve que ser un genio para comprender que mi mujer estaba encaprichada con esa chavala y su pregunta era una mera excusa para poseerla nuevamente.
 
 
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