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Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (4)” (POR ALFASCORPII)

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Allí estaba, en el salón de un hombre que había conseguido llevarme a su casa para destruir mi mente masculina follándome tal y como yo inconscientemente había buscado. Y ahora estaba dándose una ducha, seguro de que aquella mujer que acababa de beneficiarse, ya había conseguido lo que quería y se marcharía. Pero yo era esa mujer, y ahora que había descubierto cuánto me podía atraer un hombre y el placer que podía darme, estaba dispuesta a seguir descubriendo hasta dónde podía llegar siendo Lucía. Estaba sedienta de sexo, y aquel tipo iba a gozar de mi sed mucho más de lo que acababa de disfrutar con mi cuerpo dejándose llevar.

Cogí mi ajustado vestido, poniéndomelo de nuevo, aunque no me puse la ropa interior. Quería estar lo más sexy posible para que ese camarero que me había seducido deseara follarme más que cualquier otra cosa en el mundo. Fui al dormitorio, y frente a un espejo de pie, me calcé y terminé de colocarme la prenda para que se ajustase a mis femeninas formas como una segunda piel. Acondicioné mi melena y me observé. Estaba súper sexy con aquel ceñido vestido y altos tacones; mostrándome excitada con mis pezones erizados marcándose en la tela.

La ducha seguía sonando, se lo estaba tomando con calma, seguro de que yo ya no estaría allí. Dejé la ropa interior pulcramente doblada sobre una cómoda, donde vi un paquete de tabaco rubio, un mechero y un cenicero; me apeteció encenderme un cigarrillo. Me senté en los pies de la cama y, exhalando el humo suavemente a través de mis labios, esperé.

El sonido de la ducha cesó, y por fin apareció aquel que yo deseaba, desnudo, y con su piel aún húmeda.

– ¡Aún estás aquí!- exclamó sorprendido-, pensé que ya habías tenido lo que habías ido a buscar cuando entraste en mi pub.

– ¿Te refieres a un polvo rápido?. Quiero más…– le dije con un tono de voz tan sugerente que a mí misma me sorprendió.

El camarero se acercó a mí, y me embebí de su cuerpo desnudo recorriéndolo completamente con mis azules ojos. Estaba realmente bueno, por eso me había atraído tanto desde el primer instante. Era un auténtico moja-bragas acostumbrado a picar de flor en flor, justo lo que yo necesitaba para iniciarme en el sexo con hombres.

– No te importará que te haya cogido un cigarrillo, ¿verdad? – pregunté soplando suavemente el humo hacia él.

– Joder, nena – me contestó-. ¡Estás súper sexy!. –añadió observando con fascinación cómo el aromático humo salía como una fina columna blanca a través de mis rosados labios-. Haces que quiera volver a follarte… pero necesito algo más de tiempo para recuperarme….

Le sonreí. Sabía lo frustrante que podía ser el querer practicar sexo inmediatamente pero no estar aún físicamente preparado para ello. La edad se notaba en ese aspecto, y aunque yo, como Antonio, sólo había llegado hasta los 26 años, también había sentido en alguna ocasión sus efectos, por lo que entendía a la perfección la sensación de aquel hombre que ya había pasado los 35.

Se acercó más a mí, y pude comprobar cómo, a escasos centímetros de mi cara, su pene colgaba inánime. Lo miré fascinada, como si nunca hubiese visto uno, a pesar de haber sido un hombre, y de conservar la imagen de varios de ellos entre los recuerdos de Lucía. Ante mis ojos de mujer, sus genitales se mostraban increíblemente atractivos, y no pude reprimir el que mi mano izquierda fuese a tocar sus testículos para acariciarlos.

Él sonrió, mostrándome que eso le gustaba. Sopesé sus pelotas en la palma de mi mano con delicadeza, mientras le daba una nueva calada a mi cigarrillo y las envolvía con el cálido humo. Subí y acaricié su flácido miembro con suavidad, recorriendo la rugosa piel con delicadeza.

– Eso puede ayudar – me dijo mirándome desde las alturas.

Asentí, y seguí acariciando la longitud de ese pedazo de carne colgante, retirando la piel para ver su suave glande. Sentí el impulso de besarlo, y alzándolo con la mano posé mis labios sobre la delicada piel para darle un pequeño beso. El camarero emitió una breve risa y su pene reaccionó con un leve engrosamiento.

– Parece que esto despierta- le dije con una sonrisa.

– Si sigues así, te aseguro que hará más que despertar…

Di una nueva calada al cigarrillo, y eché el cálido humo sobre su miembro produciéndole un cosquilleo que aumentó su engrosamiento. La punta ya asomaba por sí sola a través del prepucio, y el tamaño había aumentado hasta dejar de estar completamente flácido. Lo sujeté por la base, poniendo la palma de mi mano sobre su pelvis y rodeando su principio de erección con los dedos pulgar e índice. Ahora que se estaba desperezando, me entraron ganas de comerme esa polla, de tenerla en mi boca y hacerla crecer hasta que me la llenase…

Había dejado atrás todos mis prejuicios de hombre, y ya había aceptado que ahora, como mujer, me gustaban los tíos y sus duras pollas. En ese momento, mi vida anterior me parecía un fugaz sueño, y entre los recuerdos de ese sueño, estaban los de alguna mujer practicándome una felación y el cómo me había gustado que me la hiciera. También tenía los recuerdos de Lucía, quien había practicado ese arte en algunas ocasiones, así que contaba con la doble experiencia para saber bien qué podría volver loco a ese hombre cuya verga tenía en mi mano. ¡Cómo me apetecía comerme esa polla!.

Volví a depositar un beso en la punta, más intenso que el anterior, y mi lengua salió de entre mis labios para acariciarla rodeando su contorno. Como respuesta, obtuve un leve gemido masculino y una elongación del miembro que descubrió completamente su cabeza. Aún no era capaz de alzarse por sí solo, así que lo levanté tirando de él con la mano y recorrí con la lengua su longitud hasta llegar a los huevos. Un suspiro me hizo saber que iba por buen camino.

Di una última calada al cigarrillo, y lo dejé en el cenicero para que terminase de consumirse solo. Para lo que a continuación iba a hacer, necesitaba que mis labios estuviesen húmedos y que sólo se concentrasen en el vicio que tenía delante.

Me relamí, cogí la polla colocando la punta sobre mi labio inferior y acerqué lentamente mi cabeza hacia el pubis del camarero para que su verga se deslizase entre mis labios penetrando en mi boca.

– Uuuffffffff – oí que el hombre suspiraba mirando cómo su miembro iba desapareciendo engullido.

A pesar de no estar aún en todo su esplendor, aquel falo no cabía en toda su longitud dentro de mi cavidad bucal. Lo envolví, presionándolo entre la lengua y el paladar, sintiendo cómo su tamaño aumentaba dentro de mi boca, y eso me excitó; me excitó mucho más de lo que habría imaginado. Echándome hacia atrás, dejé que se deslizase lentamente por mi lengua y labios para salir de mi boca completamente recubierto de saliva. Al sacarlo, comprobé que ya se mantenía él solo a media altura, apuntando hacia mis labios. Ahora tenía un aspecto más apetecible, y deseaba volver a sentirlo crecer dentro de mi boca.

El dueño del pub aún seguía mirándome, disfrutando visualmente de cada uno de mis movimientos. Acaricié su pelvis, masajeé con suavidad sus testículos, y sujetándolo con la mano izquierda por la cadera, y con la derecha del pene, volví a colocar su glande en mis labios para succionarlo con ellos de tal forma que su polla penetrase de nuevo en mi boca. Oí un gruñido de macho complacido, y entre mi lengua y paladar sentí cómo su miembro aumentaba aún más de tamaño, engrosándose y poniéndose tan duro como el acero, lo cual hizo que mis pezones me doliesen de excitación y mi coñito mojase con cálido fluido la cara interna de mis muslos.

Sin dejar de succionar, recorrí la extensión de esa dura barra a la inversa, hasta que la punta se liberó de mis labios manteniéndose completamente erecta, y volví a contemplarla. Se mostraba erguida, orgullosa con su redonda cabeza de suave piel rosada, con el tronco grueso, surcado por algunas venas, y toda recubierta con mi saliva… No era la polla más grande que Antonio o Lucía habían visto, pero desde esa perspectiva que yo nunca antes había tenido, ante mis azules ojos, me pareció enorme, hermosa, apetitosa… y quise devorarla, engullirla completamente.

La gula y la excitación me hicieron descruzar mis piernas para poder agarrar a ese hombre de su bonito culo, y atraerlo aún más hacia mí con su verga abriéndose paso violentamente entre mis labios para que la punta chocase con mi garganta, provocándome una arcada que logré reprimir. Él gimió con fuerza y, poniéndome las manos sobre los hombros, echó la cabeza hacia atrás, apretó los glúteos y se entregó completamente a mi mamada. Desincrusté su glande de mi garganta y lo retiré hasta colocarlo a medio camino. Lo rodeé con la lengua varias veces, y junto al sabor de su piel y el del gel de ducha, percibí el salado y ligeramente amargo gusto de unas gotas preseminales. Me agradó aquel sabor, y me excitó aún más; ya tenía mojada la parte de la falda sobre la que estaba sentada. Succioné volviéndome a introducir la polla hasta casi tocar mi garganta, presionándola con la lengua y hundiendo los carrillos para que mis suaves labios la estrangularan cuanto pudieran, y así comencé a comérmela, metiéndola y sacándola de mi boca unos cuantos centímetros, los suficientes para que su redondo glande tocase mis labios para volver a introducirse.

Si la situación hubiera sido distinta, y yo aún fuera Antonio con Lucía chupándome así la polla, me habría corrido ya en su boca para llenársela de mi leche. Pero aquel tipo, aquel moja-bragas, tenía una gran resistencia, seguramente debida a su mayor edad y, sobre todo, a su amplia experiencia.

Seguí chupando, succionando terriblemente excitada, acariciando el frenillo con mi lengua, degustando su sabor y disfrutando de la experiencia, pero mi excitación ya era tal, que no me conformaba únicamente con tener su verga en mi boca, la necesitaba dentro de mi coño para saciar su hambre implacable. Me la saqué de la boca succionando violentamente, puesto que me costaba dejarla, pero la otra parte de mi anatomía la pedía derramando lágrimas por ella.

– Quiero follarte en condiciones– le dije al camarero-, eso es lo que he venido a buscar.

Me puse en pie, y haciéndole girar, le hice caer sobre la cama. Estaba completamente desnudo para mí, con la polla dura y embadurnada con mi saliva, pero yo estaba más mojada aún, y aunque estaba vestida con mi sexy vestido y calzada con mis divinos tacones, no perdí tiempo en deshacerme de ellos. Subiéndome un poco la falda, me coloqué a horcajadas sobre él, iba a mostrarle a la hembra salvaje que había despertado.

Subiendo sus manos por mis tersos muslos, el camarero me subió aún más la falda hasta descubrirme de cintura para abajo y poder ver que no había vuelto a ponerme el tanguita.

– Joooder, nena… – me dijo resoplando.

Agarré su mástil, apunté con él, y balanceando mis caderas situé la punta en la entrada de mi chorreante coño para ir bajando poco a poco. Mi cuerpo sabía perfectamente cómo hacerlo, y sentí cómo la punta de aquella lanza se abría paso entre mis pliegues, separando labios mayores y menores para penetrar suavemente en mi lubricada vagina, provocándome un maravilloso cosquilleo. Me fui autopenetrando con aquel maravilloso músculo que acababa de saborear, descubriendo el placer que cada milímetro introducido me proporcionaba, hasta que no pude soportar más la expectativa y terminé por dejarme caer empalándome.

– ¡¡¡Oooooooooohhhhhhh!!! – gemí de pura satisfacción.

El falo se me clavó más profundamente de lo que había hecho durante el polvo anterior, por lo que el gustazo también fue mayor. El afortunado que me tenía empalada me agarró del culo desnudo, y lo apretó con fuerza obligándome a mover mis caderas hacia delante y nuevamente atrás, lo que acondicionó su polla en mi interior proporcionándome una placentera sensación, que se vio aumentada por el frotamiento del clítoris sobre su pubis. No necesitaba que aquel tipo me arrease como a una yegua apretándome el culo, era yo quien le montaba a él. Yo era la amazona y él mi satisfactoria montura, por lo que quien tenía el poder del placer de ambos era yo.

Apoyando mis manos sobre su fuerte pecho, seguí balanceando mis caderas de atrás hacia delante, incrustándome su pértiga con mi clítoris restregándose en su pubis para transmitirme deliciosas descargas eléctricas que me incitaban a continuar con la suave cabalgada. Él acarició la redondez de mi culo y subió sus manos sujetándome por la cintura, mientras las contracciones de mi vagina masajeaban su miembro. Mis pechos, a pesar de estar retenidos por el ceñido vestido, se movían al ritmo de mis caderas, en un baile que tenía hipnotizado a mi amante, y que me proporcionaba un agradable roce de mis estimulados pezones con la tela. Sus manos subieron para atrapar aquellas dos exuberancias cuyos pitones le señalaban. No podían abarcarlas en su totalidad, pero me las apretó de tal manera que el placer y el dolor se mezclaron haciéndome gemir: “Aaauuuuuummmm…”

Prolongué las idas y venidas de mis caderas, permitiendo que su polla hiciese más recorrido en mi interior entrando y saliendo, estimulando con su gruesa cabeza las paredes que lo envolvían, dándome tal placer, que inconscientemente me mordía el labio reprimiendo los gemidos.

Sus manos abandonaron mis pechos, quería liberarlos y disfrutar de la vista de mi cuerpo desnudo, por lo que bajaron hasta mis caderas y tiraron del vestido hacia arriba tratando de sacármelo, pero tal y como yo estaba, no pudo más que dejármelo recogido por encima de la cintura, así que decidí ayudarle. Me incorporé, y al hacerlo su estaca se me clavó con tal profundidad que los dos gemimos al unísono. ¡Cómo me gustó aquello!. Ahora sí que tenía toda su polla dentro de mí, sintiendo sus huevos en mi vulva, con mi culito sobre sus muslos; completamente abierta de piernas, pero cómodamente sentada y exquisitamente empalada.

Con los ojos incendiados de deseo y lujuria, mi macho observó cómo yo terminaba de subir la ajustada prenda como quien se quita un guante de látex, para sacármela por la cabeza y así liberar mis pechos. Con sus manos sobre mis muslos, el camarero me observó disfrutando del esplendor de mi cuerpo desnudo.

– ¡Qué tetazas tienes! – expresó devorándomelas con la mirada.

– ¿Te refieres a esto? – le pregunté cogiéndolas con mis manos, elevándolas y apretándolas con un autocomplaciente masaje.

– Joooodeeeeeerrrr… – obtuve como respuesta.

Sentí su polla latir dentro de mí, y elevó su cadera taladrándome tan profundamente, que aquella sensación me provocó un pequeño orgasmo. Aunque muy placentero, ese orgasmo fue de mucha menor intensidad que aquellos que hasta el momento había tenido, de tal modo que me hizo morderme el labio inferior y apretarme los senos con un gemido: “Mmmmmm…”, pero me dejó con ganas de llegar aún más lejos. Por suerte, aquel tío sólo había tenido una preeyaculación; estaba a punto de correrse, pero aún podía aguantarme un poco más.

– ¡Qué pedazo de cabrón! – pensé en el declive del miniorgasmo-. A cuantas tías se habrá follado… Pero ninguna como yo… Se va a enterar…

Solté mis pechos y me agarré a sus manos que atenazaban mis muslos; me levanté hasta dejar únicamente dentro de mí su glande, casi a punto de salirse. Tras comprobar orgullosa la cara de sorpresa y expectación de mi montura, me dejé caer de golpe, ensartándome con su lanza hasta que los huesos de nuestras pelvis chocaron.

– ¡Aaaaaaaahhhhhh!- gritamos al unísono.

Aquella maniobra había sido tan salvajemente placentera, que la repetí deleitándome con la sublime sensación de ese potente músculo abriéndose paso violentamente por mi vagina y latiendo dentro de mí. Mi semental apretó los dientes, con un gruñido me hizo saber que aquello iba a acabar con él, y yo quería domarle corriéndome con él.

Me elevé, y me dejé caer; subí y bajé; arriba y abajo, deslizándome por su falo repetidas veces, cada vez más rápido, sintiendo cómo mis grandes pechos botaban con cada ensarte. Me volví loca en una frenética cabalgada de lujuriosos saltos que hizo que mi espalda se arquease y mis manos se soltasen, obligándome a apoyarlas sobre las piernas estiradas de aquel hombre para no caerme de espaldas cada vez que me elevaba antes de dejarme caer tragándome la polla de mi montura con el coño.

Cada profunda penetración era un corto y seco grito por mi parte, y un gruñido por la suya. En cada subida, mi vagina succionaba aquel falo queriendo devorarlo de nuevo; en cada bajada, lo engullía estrangulándolo con sus potentes músculos, buscando extraer hasta la última gota de su zumo, y no tardó en conseguirlo. De pronto, mi semental se puso completamente rígido, me agarró del culo apretándome contra su pelvis, y su cadera se elevó clavándome la verga en mis entrañas; con un: “¡¡¡Dioooosssssssssss!!!”, sentí la hirviente erupción de su corrida derramándose dentro de mí. Aquello desembocó en mi apoteósico orgasmo, que con un grito arrancó de mi garganta hasta el último aliento. Mi cuerpo se tensó hasta tal punto que formó una “D” invertida mientras mi cabeza daba vueltas en un tornado de sensaciones de puro placer que me hicieron perder toda noción de la realidad. Y por fin, increíblemente satisfecha, sintiéndome más mujer y plena de lo que, hasta entonces, me había sentido, me relajé por completo dejándome caer sobre el pecho de aquel hombre.

Tras unos instantes que necesité para recobrar el aliento, lo descabalgué y me levanté de la cama dándome cuenta de que aún llevaba los tacones puestos.

– Parezco una actriz de peli porno – pensé con una sonrisa.

Recogí la ropa interior que había dejado sobre la cómoda. Mientras, con las manos detrás de la cabeza y su ya flácido pene ladeado, el dueño del pub se recreó observando cómo me ponía el tanga, el sujetador y el vestido.

– Ha sido un polvazo, nena – me dijo.

– Así soy yo – dije orgullosa, tanto para él como para mí misma-. Aunque no pensé que fueras a aguantar tanto tiempo…

– Jejeje, tengo que confesarte que es porque esta mañana ya tuve mi pequeña ración diaria…

– ¿Ah, sí?- pregunté-. “¡Qué cabrón!”- pensé.

– Tengo una camarera en el primer turno, una muñeca rusa de 18 años llamada Irina a la que le encanta hacerme una mamada todas las mañanas. Es adicta a desayunar mi leche calentita… Jejeje, ya sabes…

– Ya sé… – le contesté con una irónica media sonrisa-. Eres un cabrón moja-bragas – le espeté acomodándome el vestido.

– Y tú una zorra revienta-braguetas… Tal vez estemos hechos el uno para el otro…

– Ahora sí que me marcho – le dije tras domar mi alborotada melena ante el espejo.

– Sabes dónde trabajo y dónde vivo… Me gustaría echarte otro polvazo… ¿Cuándo vendrás a por ello? – me preguntó con autosuficiencia.

Saliendo de la habitación, y dirigiéndome por el pasillo hacia el salón, sabiendo que sus ojos seguían el balanceo de mis caderas sin perder detalle de mi culito, le contesté desde la distancia algo que ninguna mujer había podido decirle hasta entonces:

– ¡Nunca!.

Recogí mi bolso y me marché de allí.

Llegué a casa agotada, aquel había sido el día más largo y lleno de emociones desde que era Lucía y, probablemente, de toda mi vida. También estaba hambrienta, no había comido más que una ensalada desde el mediodía y picoteado un par de gominolas en el pub. Además, tenía algo de resaca de alcohol y, sobre todo, de sexo. Me preparé un bol de leche fría con cereales de chocolate, realmente ahora me apasionaba el dulce, y aunque sabía que debía moderar su consumo para mantener mi equilibrada línea, esa tarde me lo había ganado a base de intenso ejercicio físico.

Después de cenar, me regalé un relajante baño en el hidromasaje, conectando las burbujas para que me hicieran cosquillas en todo el cuerpo mientras mi mente rememoraba el día completo. Había empezado el día con nervios por la “reincorporación” al trabajo, siendo un hombre atrapado en el cuerpo de una mujer, y lo había terminado totalmente relajada, siendo una mujer con recuerdos de haber sido un hombre. En el proceso, había conseguido afianzarme en el trabajo ganándome al jefe y mis inmediatos subordinados; había descubierto mis armas de mujer para la seducción y la provocación; había visto a mis padres y me había desahogado llorando como una magdalena; había visto mi anterior cuerpo y ante él me había confesado relatándole cuanto me había sucedido; había aceptado el atractivo que los hombres tenían para mí; me había “desvirgado” acostándome con un tío… Este último pensamiento me hizo sonreír. Había descubierto lo increíblemente satisfactorio que era el sexo siendo una mujer, y no había hecho más que vislumbrar cuáles eran las cotas de placer que podía obtener con un hombre. Ahora que lo había probado, no podía renunciar a ello, era demasiado bueno y tentador. “Zorra revienta-braguetas”, me había llamado aquel tío… me gustaba cómo sonaba, me divertiría haciendo honor a ese apelativo…

El sábado desperté tarde. Los cambios producidos en mí se hicieron patentes desde el primer momento: no tomé la pastilla anticonceptiva como algo mecánico que Lucía habría hecho cada mañana, sino como una decisión propia para evitar sorpresas inesperadas. Yo era Lucía, una mujer independiente que tomaba decisiones propias y con necesidades que estaba dispuesta a cubrir.

Desayuné y dediqué parte de la mañana al culto al cuerpo, ejercitándome en mi gimnasio particular para estar a gusto conmigo misma y obtener el gratificante cansancio de la actividad realizada. Al salir de la ducha, recibí una llamada de mi hermana. Ángel, su marido, tenía un cursillo de formación del trabajo durante todo el fin de semana, por lo que me propuso ir a pasar la tarde con ella y mis sobrinos en la piscina de su urbanización. Puesto que no tenía ningún otro plan, me pareció una gran idea. Así podría conocer mejor a mi nueva hermana y amiga, y disfrutaría de una relajada tarde bronceando mi piel y mitigando el calor dándome un baño.

Después de comer, me puse uno de los bikinis guardados en un cajón del vestidor, comprobando ante los espejos, que me quedaba espectacular, parecía salida del calendario anual de una famosa revista deportiva. Me cubrí con un cómodo vestido playero, y tras meter en una mochila la toalla, crema para el sol, unas chanclas y la copia de la llave de la casa de mi hermana, cogí el coche rumbo para allá.

La tarde en la piscina fue divertida, realmente me encontraba muy a gusto y en confianza con mi hermana, como si lo hubiera sido desde toda la vida. Charlamos de todo un poco, del trabajo, sus niños, viajes, ropa, hombres… Por supuesto, en este último tema yo escuché más que hablé, y descubrí que a pesar de estar casada, María era propensa a fijarse en otros tíos, además de en su marido. Era fiel por naturaleza, pero eso no le impedía disfrutar de la contemplación de las cualidades físicas de otros hombres, y de fantasear con ellos. Mientras mis sobrinos jugaban en el agua, nos dedicamos a hacer un repaso de todos los tíos que había aquella tarde en la piscina, haciéndome descubrir que, tras mis últimas experiencias y el análisis de la mercancía que estábamos haciendo, estaba desarrollando un marcado gusto por las formas y virtudes físicas masculinas; resultando coincidente, en la mayoría de los casos, con los gustos de mi hermana. Así que pasamos un rato divertido con comentarios como: “Mira qué culo más rico tiene ese”, “¿y el barrigón del de rojo?”, “aquel chico tiene las piernas como si llevarse un caballo debajo”, “¡vaya abdominales tiene ese!”, “a aquel me lo comía enterito…”. Y también nos divertimos observando cómo cada vez que yo me levantaba de la toalla para bañarme o cualquier otra cosa, atraía todas las miradas, algunas disimuladas y otras no tanto, de cuanto varón se encontraba en las instalaciones.

– Eres un imán para los tíos – me dijo María-, deberías aprovecharlo más y echarte novio, que seguro que puedes elegir a cualquiera.

– Eso no me interesa – contesté tratando de eludir el tema.

– Centrada en el trabajo, como siempre. Deberías disfrutar más de tu vida, querida. Deberías abrirte más.

– Sí, sí – le contesté para sincerarme algo con ella-. Tras el accidente, he decidido hacer un cambio en mi vida. Voy a intentar abrirme más, ser más sociable, conectar con la gente…

– Eso es, cariño, ya es hora de que salgas del caparazón ese que te has creado alrededor. Relaciónate más, habla con la gente, y aprovecha las virtudes que tienes. Conoce a hombres, disfruta con ellos y dale unas cuantas alegrías a ese cuerpazo, y tarde o temprano encontrarás aquel con el que te quieras quedar.

– Claro, claro. A eso me refería, aunque por ahora lo de quedarme con uno…

– Sí, claro – pensé-, y ahora me voy a echar novio… ¡Lo que me faltaba!.

– …prefiero probar y probar- le dije a ella con una sonrisa maliciosa.

– ¡Qué pícara! – exclamó mi hermana con una carcajada-, ¡eso es lo más divertido!.

Pasé el resto de la tarde entre risas con María y chapuzones con mis sobrinos, fue realmente genial, aunque a eso de las siete de la tarde decidí que ya era hora de marcharme, con la promesa de volver al día siguiente. Mi hermana se quedaría un buen rato más en la piscina, no habría forma de sacar a los chiquillos del agua hasta la hora de la cena.

– Si no te importa- le dije- me gustaría darme una ducha en tu casa para quitarme el cloro antes de irme.

– Por supuesto, usa tu llave y cierra cuando te marches. Llevas el bikini mojado –observó-. Habrás traído ropa interior seca, ¿no?.– le salió la madre que llevaba dentro.

– La verdad es que no – contesté comprobando la mochila.

– Que ni se te ocurra irte con la ropa mojada. Coge algo de ropa interior limpia del primer cajón de la cómoda de mi habitación. Así, a ojo, las bragas te quedarán grandes, pero te servirán para llegar a casa. Y el sujetador… ¿Qué talla usas, una 100?.

– 95D – contesté hallando el dato entre los recuerdos de Lucía y sonrojándome.

– Mis sujetadores son todos de la 105B, te sobrarán en la espalda y las copas te quedarán bastante pequeñas, pero hasta llegar a tu casa, lo aguantarás.

– Creo que podré aguantar sin la parte de arriba – contesté visualizando mis pechos doloridos, apretados y rebosando de las copas del sostén.

– ¡Qué suerte tienes de que la fuerza de la gravedad aún no te haya vencido!.

Me despedí de ella y los chicos hasta el día siguiente. En el cajón de ropa interior de María encontré unas bragas blancas (de monjita, me parecieron), un poco más pequeñas que el resto, aunque seguro que me quedarían bastante grandes. Al terminar de ducharme, vi junto al lavabo un bote de aceite corporal para hidratar la piel después de la ducha. Como sentía la piel algo tirante por efecto del sol y el cloro, y puesto que realmente no tenía ninguna prisa, decidí usarlo poniéndome ante el amplio espejo del lavabo. Seguro que a María no le importaba que gastase un poco.

Me lo di por brazos y hombros, para continuar con mis pechos. En ellos extendí un generoso chorro, acariciándolos y disfrutando la sensación de que su volumen se deslizase entre mis manos y, casi sin darme cuenta, la caricia extendiéndome el aceite se convirtió en un placentero masaje. Me miré en el espejo, y pude ver a la preciosa Lucía apretándose las tetas con los erizados pezones escurriéndose entre sus dedos. Un resquicio de mi anterior mente masculina se excitó ante la visión de esa preciosa mujer acariciándose la brillante piel, mientras mi nueva mente femenina se excitaba con el masaje y comenzaba a rememorar el sexo del día anterior.

Seguí acariciándome, sintiendo cómo mis pechos resbalaban entre mis manos proporcionándome un placer que humedeció mi entrepierna. La sensual hembra que veía en el espejo, se estaba acariciando para el reducto de masculinidad que en mí quedaba, y estaba disfrutando del espectáculo. A mi mente acudían incesantemente los recuerdos de cómo me había follado a aquel camarero y cómo había estrujado mis tetas… Mi excitación estaba alcanzando un punto de no retorno.

Echando más aceite en las palmas de mis manos, lo extendí acariciando mi vientre, cintura y caderas, contoneándome con la exquisita sensación en mi piel. Recordaba cómo mis caderas habían bailado y saltado sobre la polla de ese hombre, haciéndome gozar… Ya estaba completamente cachonda.

Estaba disfrutando tanto de mi autocomplacencia, que quería dejar lo mejor para el final, por lo que unté bien con el aceite mis muslos, y lo extendí por toda la longitud de mis piernas. Subir por la sensible cara interna de los muslos me hizo recordar las caderas de aquel moja-bragas entre ellos, y noté cómo una gota de fluido vaginal resbalaba por mi piel hasta llegar a mi mano. Mi coñito ya estaba llorando de excitación, y debía atender a su súplica…

Subí, y acaricié mi vulva extendiendo sobre ella el aceite. El recuerdo de la verga del camarero abriéndose paso a través de mis pliegues casi consigue que me metiera los dedos para aplacar el deseo, pero conseguí mantenerme firme para terminar de darme el aceite en la única zona a la que aún no había llegado.

Unté mis nalgas, masajeando su redondez y recorriéndolas para que finalmente mis dedos extendieran el aceite separando los glúteos. Al sentir algo duro colándose por la raja de mi culito, el recuerdo del fallido intento de penetración anal vino a mí para atormentarme con más excitación si eso era posible. Me gustaba la sensación de tener algo entre mis nalgas, y mis dedos continuaron con la exploración hasta llegar a la suave piel de mi entrada trasera. El contacto me produjo un agradable cosquilleo, y el recuerdo de un glande empujando mi ano se me hizo tan insoportable, que mi dedo corazón continuó con el recorrido hasta introducir suavemente una falange untada de aceite. “Mmmmmm….” La sensación fue exquisitamente placentera, y dejé que mi dedo penetrase con más profundidad. “Uuuuffffff”, ¡eso me gustaba!. Lucía no había permitido nunca que ningún tío le diera por el culo, pero sí que había llegado hasta sentir una polla contra su ano, y la sensación le había excitado tanto, que en la soledad de su dormitorio sí que había experimentado metiéndose un par de dedos…Yo quería seguir descubriendo mi propio placer, y puesto que el intento del día anterior había derivado en una rica penetración vaginal, ahora quería experimentar la delicia de mi culito profanado.

Saqué el dedo, y la sensación al hacerlo también me gustó, pero quería más, por lo que echándome más aceite y untando bien mi ojal, volví a meter el dedo hasta el final, sintiendo un cosquilleo en mis entrañas y cómo mi agujerito apretaba aquello que se alojaba en él. Comencé con un lento y satisfactorio mete-saca, alternando con movimientos circulares que dilataron la estrechez de la entrada para que mi escurridizo dedo índice se uniera al corazón penetrándome con ambos. ¡Qué delicia!.

Apoyándome con la mano libre en el lavabo, observé en el espejo cómo la exuberante morena de ojos azules estaba ligeramente doblada hacia delante, con sus generosos pechos medio colgando, y con un erótico gesto de placer dibujándose en su rostro de sonrojadas mejillas y labios entreabiertos expresando un mudo: ”Oooooohhh”.

De pronto, y para mi sorpresa, la puerta del baño se abrió y entró Ángel, mi cuñado, completamente desnudo y sin esperar encontrarme allí. Había vuelto de su cursillo y yo, concentrada en mi autosatisfacción, no le había oído. Iba a darse una ducha, y en plena masturbación me encontró.

Por unos instantes ambos nos quedamos paralizados, mirándonos fijamente. Hasta que mis ojos, guiados por mi recalentada mente, descendieron por la anatomía de mi cuñado estudiando su cuerpo hasta que se posaron en su sexo, el cual comenzaba a llenarse internamente de sangre para que aquel pedazo de carne se alzase ante mi atenta mirada.

– ¡Joder, Lucía! – fue todo lo que dijo con la verga ya completamente dura.

Ante el sonido de su voz, desperté de mi erótica ensoñación, sacándome los dedos aceitados y girándome para encararle, aunque sin poder apartar la vista de su inhiesto músculo.

– Joooodeeeeer, Lucííííííaaaaa…

Como un gran felino que da caza a su presa, mi cuñado se abalanzó sobre mí sin darme tiempo a reaccionar. Me giró, volviendo a ponerme de cara al espejo y me inmovilizó rodeándome con su largo brazo a la altura del pecho, pegando su cuerpo al mío. Me tenía atrapada. Sentí su durísimo falo en el culo, y viendo su rostro de perversión en el espejo, noté cómo con su mano libre agarraba su miembro situándolo entre mis nalgas.

– Ángel, ¡NO!- grité.

Mi cuñado estaba completamente ensordecido por la lujuria, era un animal que debía obedecer a sus instintos.

Sentí cómo su glande se abrió paso entre mis glúteos, para llegar hasta mi agujerito y vencer su resistencia dilatándolo y penetrándolo sin compasión. El envite de su cadera fue tan violento y preciso, que toda su polla taladró mi culo, alojándose en mi recto hasta que su pubis chocó con fuerza contra mis nalgas, aplastándolas con el empuje.

– ¡Ah! – un escueto grito escapó de mi garganta.

La penetración había sido suave gracias al aceite corporal, que permitió que su músculo se deslizase por mi interior con facilidad. Pero su grueso miembro dilató tan repentinamente la entrada y estrecho conducto, que me hizo sentir dolor.

Estaba completamente ensartada, con una dura verga, más gruesa y larga que los dos dedos que momentos antes me habían explorado, abriendo mis entrañas, y me dolía. Sentía cómo mi culo estrangulaba su polla intentando hacerla salir, acostumbrándose a su grosor y longitud. Y gracias a mi estimulación previa, casi sin darme cuenta, el dolor desapareció, convirtiéndose en una agradable sensación de calor que me hizo jadear.

Ángel aflojó su abrazo, ya me tenía sometida. Su ariete se deslizó por mi interior hacia atrás dejándome una placentera sensación de alivio, pero justo antes de volver a salir, un nuevo empujón de cadera que me postró obligándome a apoyar mis manos en el lavabo, me dio el sorprendente gustazo de su polla follándome el culo hasta hundírmela entera con un golpe seco de su pubis en mis glúteos.

– ¡Uuuummmm! – gemí.

Por mucho que tratase de negarlo, la sensación era muy placentera. Sentía ese pétreo y palpitante pedazo de carne dentro de mí como un delicioso invasor que me abría hasta llegar a lo más profundo de mi ser. Y estaba tan excitada, que ese sentimiento hacía que de mi coñito manase cálido flujo que resbalaba por la cara interna de mis muslos. Era una auténtica perra cachonda…

Mi cuñado, viendo que ya no podía oponer verdadera resistencia, teniéndome completamente a su merced, agarró mis tetas y las estrujó con fiereza para sacar su falo y volver a encularme a fondo. Gruñó como un salvaje, y en el espejo vi su rostro en tensión, con su mirada incendiada, entregado a sus instintos de domar a esa hembra a base de pollazos.

Aunque traté de evitarlo, volví a gemir de gusto. No quería demostrarle que estaba terriblemente excitada, aquello estaba ocurriendo en contra de mi voluntad, pero… ¡Oh!, otra embestida, seca y dura, deliciosa… Y otra más, y otra, y otra… Ya no podía pensar, tan sólo sentir y gozar…

Aquella bestia sexual me incrustó su polla en el culo unas cuantas veces más, aumentando mi placer hasta hacerme vislumbrar el orgasmo, pero de pronto, sus manos soltaron mis pechos y me sujetaron con firmeza de las caderas para darme una última y brutal embestida, con la que sentí su ardiente leche derramándose en mi recto; dejándome, frustrantemente, al borde del precipicio.

Apoyó su barbilla en mi hombro derecho, respirando con dificultad, y a través del espejo vi la relajación en su rostro. Su mirada había vuelto a ser la que reconocí entre los recuerdos de Lucía, era la verdadera mirada de Ángel, la mirada de mi cuñado.

– ¡Sal de aquí! – le dije imperativamente, frustrada e indignada.

Salió de mí y, mostrándome un atisbo de culpabilidad en sus ojos, salió rápidamente del baño.

Furiosa, me limpié, me vestí, y salí de aquella casa sin mirar atrás.

CONTINUARÁ…

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alfascorpii1978@outlook.es


Relato erótico: “Mis ex me cambiaron la vida 1” (POR AMORBOSO)

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Mis amigos me llaman Jóse (con acento en la ‘”o”), me considero de mediana edad, aunque esta no tenga importancia. Ahora y desde hace bastantes años, vivo en un pueblo abandonado de los Pirineos, en el que soy el único habitante y el cual quiero rehabilitar para que vuelva a recuperar su esplendor de antaño. Estudié ingeniería mecánica con resultados brillantes y estuve trabajando en una gran empresa, que me pagaba un buen salario, hasta hace unos años, cuando tuve la suerte de ganar un pequeño premio a la lotería, con el que hice mis números, añadiendo mis ahorros y calculé que me daba para vivir modestamente hasta mi jubilación dedicándome a lo que más me gusta: la agricultura y la ganadería.

Me casé a los 18 años y me separé 6 meses después. Siempre he sido muy exigente y mi esposa no podía soportarlo, por lo que optamos por separarnos de mutuo acuerdo y llevar nuestra vida cada uno por separado. Así que llevo una vida de ermitaño…

Bueno… No… Estoy mintiendo.

Todos los jueves voy a otro pueblo cercano, donde hay un club de carretera muy concurrido por las excelentes mujeres que tienen, los frecuentes cambios y sus precios razonables. Donde paso la noche con la puta o putas que me apetecen.

¿Que porque el jueves y no el sábado? Porque el fin de semana está lleno de camioneros que no pueden circular por las carreteras y de los vecinos de todos los pueblos de los alrededores.

A mí no me gusta ser el siguiente, después de no se sabe cuántos, aunque se hayan lavado. Cuando llega el jueves, ya están más limpias y me da menos reparo.

Después de mucho buscar y no gustarme nada, encontré el pueblo donde vivo, que me encantó porque se encontraba en una ladera, frente a un valle de pinos y verde y donde me quedé en una de las casas más grandes y mejor conservadas, aunque todas en general estaban en ruinas. Ahí nació la idea de recuperar el pueblo, de darle una nueva vida para que nuevas parejas se asentasen, tuviesen hijos y se convirtiese en un lugar próspero.

En estos años, he ido reparándola y acondicionándola para vivir con las máximas comodidades que puedo disponer. Aquí no llega la señal de televisión, no hay telefonía de ningún tipo. Si quieres hablar, hay que desplazarse a un monte cercano, a unos veinte minutos andando, donde hay cobertura de la compañía con la que tengo contrato. Tengo energía eléctrica porque hay cerca una central hidroeléctrica y me volvieron a habilitar la corriente para el pueblo, cortada desde que quedó abandonado, además de complementarlo con unas placas solares y un generador de emergencia para cuando se corta el suministro en los días o noches de tormenta.

Poco más abajo del pueblo, están ubicados unos terrenos donde, los antiguos habitantes antes y yo ahora, tengo el huerto, de tierra muy buena para el cultivo y con agua próxima.

Durante la semana, me dedico a cultivar mis hortalizas, cuidar de las 3 vacas que tengo y los 8 terneros. El tiempo libre lo dedico a reparar la casa o sentarme bajo un árbol a disfrutar del paisaje.

Mi único contacto con la gente, es un matrimonio vecino, de un pueblo a unos cinco kilómetros pasado el mío, casi vacío también. Los conocí a raíz de cruzarme por las mañanas en el puticlub, cuando él entraba y yo me iba. Pasan por mi casa cuando van al mercado a vender sus productos, ya que tenemos un acuerdo: como mis hortalizas son mejores y tienen mejor vista que las de ellos, se llevan todas juntas y así consiguen mejor precio para las suyas y yo me ahorro los gastos del viaje y de contratar el puesto en el mercado, ya que mi cantidad de producto no es muy grande. Con esto salimos ganando los dos, hasta el punto de que no solamente me mantengo, sino que aún ahorro algo de dinero. También me relaciono con casi todos los habitantes del cercano pueblo anterior al mío, donde voy a comprar provisiones de vez en cuando.

Con mi familia, sin hermanos y con mis padres fallecidos, no tengo prácticamente ningún contacto, y con Marta, mi ex, tampoco, aunque tiene mi número de teléfono que sirvió hace tiempo para avisarme del fallecimiento de un tío mío y coincidir su llamada en un viernes a primera hora, cuando estaba despertándome en el club con una preciosa muchacha chupando mi polla. Ambos coincidimos en el entierro, nos dimos un par de besos en las mejillas y ya no nos hemos vuelto a ver.

Una existencia tranquila y feliz. Lo tenía todo: comida sana, dinero, trabajo: el que me gustaba, mujeres: cada semana, etc. Sé que a muchos les encantaría cambiar su vida por la mía, pero… Siempre hay un pero.

Hace unos años, coincidiendo con el fin del curso escolar, se dieron una serie de circunstancias que han dado lugar a la historia que quiero contar.

El primer jueves del principio de esta historia, no pude bajar al club porque una de las vacas estaba de parto y tuve que atenderla. El siguiente, mi amigo Paco, cambió el día de mercado y estuve recolectando y preparando todo para que se lo llevara.

El miércoles siguiente, estaba tan salido que me masturbé tres veces, y el jueves no tenía ganas de bajar al club.

Así que, al cuarto jueves, cuando bajé al club y puse mi teléfono en marcha (en mi casa lo tenía apagado al no haber cobertura), empezaron a entrar mensajes de llamadas perdidas, todas del mismo número y que me era totalmente desconocido. Debía de haber más de 60 mensajes. Me decidí a llamar para ver que ocurría.

-…

-¡Dígame!

-Hola, soy Jóse. Tengo muchas llamadas de ese número que no puedo identificar.

-Hola, soy Silvia, la hermana de Marta, tu ex.

-… -Me quedé en blanco durante unos largos segundos.

Durante un momento, vinieron a mi memoria los recuerdos desde mis 16 años. Silvia tiene 2 años más que yo.

Cuando nos desplazamos a la ciudad por el trabajo de mi padre, yo perdí mi grupo de amigos y me encontraba solo y aburrido hasta que un primo me invitó a salir con su grupo, todos ellos entre 3 y 4 años mayores que yo, pero como no tenía otra cosa, acepté.

Conseguí integrarme pronto en el grupo, sin que el ser más joven afectase a las relaciones, ya que siempre he sido más alto que los demás de mi edad y no destacaba en nada con ellos.

En el mismo grupo había, entre otras, dos chicas, Marta y Silvia. Silvia un dos años mayor que yo y Marta uno menor. Desde el primer momento me fijé en Silvia. Sus preciosos ojos, su pelo, su cara perfecta, sus pechos, su culo, sus curvas. Por lo menos, en la parte que se podía observar por fuera, ya que no era nada normal en aquella época el que las chicas fuesen ligeras de ropa.

Pregunté entre los chicos y me dijeron que tenía novio, pero que debido a que pertenecía a una secta de tipo religioso y además trabajaba en el despacho de su padre, no le quedaba mucho tiempo libre y que se le veía poco con el grupo. Cuando mostré mi intención de intentar conquistarla, todos se partieron de risa.

-Tú no eres plato para esa mesa.

-Dudo que tu familia tenga tanto dinero como la de él.

-Esa tiene más interés por el dinero que los préstamos de los bancos.

Estas fueron algunas de las frases que me tuve que oír. Todos coincidieron que iba con él por el dinero de la familia y la posición social, pero yo, tonto de mí, pensé que podría enamorarla y llegar a casarme con ella.

Con tal fin, comencé a cortejarla en lo que pude, pues Marta siempre estaba pegada a ella y eso me cortaba mucho. Las sacaba a bailar cuando íbamos a discotecas y salas de baile. Empecé a ir a buscarla a su casa cuando quedábamos con el grupo y así me enteré de que ambas eran hermanas.

Le compré pequeños regalos, pues mi economía no era muy boyante, dependiendo de la propina de mis padres. También tuve que comprarle a su hermana. Salidas al cine, paseos, helados, chocolates calientes, en fin, todas las tonterías que hacíamos de muy jóvenes, solo que en pareja de tres.

En la ciudad de la que venía, tenía una amiga que, aunque no me gustaba mucho, sí que me permitía disfrutar de su cuerpo en forma de manoseos y masturbaciones y yo le dejaba disfrutar del mío en forma de masturbaciones y mamadas. Al no tener a nadie igual en ese pueblo, iba siempre más salido que el pico de un minero.

Poco a poco, en los bailes, empecé a presionarla contra mí, bajando mi mano hasta su culo para que notase la dureza de mi polla. Al principio, los dos o tres primeros días, me subía la mano, pero pronto cambió de idea y me dejó hacer, mientras sentía su respiración ligeramente acelerada.

Yo me aproveché y a la semana siguiente, bajaba la mano para acariciar sus piernas por encima de la falda hasta encima de la rodilla, mientras buscaba los rincones con menos luz para ocultar los movimientos. Como ella seguía sin decir nada, a la siguiente vez, se la levanté en el espacio entre nosotros para acariciar el interior de sus muslos y sentir su respiración agitada.

A la semana siguiente ya vino con una falda un poco más corta y fácil de disimular, por lo que yo me permití ir calentándola, para luego acariciar su coño por encima de la braga de cuello alto que se llevaba entonces, sintiendo cómo se iba empapando, pero bloqueando cualquier intento de metérselo por el costado.

Todo esto, siempre entre un morbo terrible, ya que bailaba con ella un par de temas, cambiaba con su hermana y con alguna otra del grupo, para volver a ella y seguir donde lo habíamos dejado, encontrándola cada vez más excitada y mojada. Mientras, ella también bailaba con otros, pero ninguno le hacía nada por respeto a su noviazgo.

Algunas semanas después, ya me permitía meter el dedo por el costado y rozarle el clítoris, hasta que a los dos o tres bailes, se corría abrazándome fuertemente. Luego, cuando terminaba la canción, se sentaba y ya no quería bailar más, echando a mis brazos a su hermana, por la que, en aquel entonces, no tenía gran interés.

Pronto me permitió bajar sus bragas hasta los muslos, tapada por la falda, para llegar mejor a su coño y proporcionarle mejores orgasmos.

Varias semanas después, mientras la masturbaba, le propuse al oído el ir a los baños a follar.

-¿Qué te parece si voy al baño y te hago una señal cuando este vacío para que vengas y terminamos esto con un buen polvo?

-¿Estás loco? Tengo novio y me guardo para él. Soy una mujer decente.

Esto último, lo dijo jadeante unos segundos antes de correrse en lo que me pareció uno de los orgasmos más fuertes que le había visto.

-Por lo menos, vamos y me haces una mamada… O una paja. –Continué yo.

Ella se recompuso un poco y me soltó dos bofetadas diciéndome:

-¡Guarro!, ¡Degenerado! ¡No vuelvas a dirigirme la palabra en tu vida!, además, se lo diré a mi novio para que te parta la cara.

Y acto seguido, fue a la mesa, cogió su bolso y de mal genio dijo un seco “Adiós” y se fue, seguida de cerca por su hermana.

Los demás, me preguntaron que qué había pasado y, aunque yo no dije nada, cada uno imaginó las cosas más guarras que se les ocurrieron.

Estuve dos meses sin salir con el grupo, hasta que mi primo me convenció para ir, ya que celebraba su cumpleaños. Me dijo que, desde ese día, ninguna de las dos hermanas había aparecido por allí. Esta vez las había invitado, pero no sabía seguro si irían.

Durante ese tiempo, visitaba lugares habituales, pero sin coincidir con ellos, por lo que hice amistad con otros chicos y chicas, alguna de estas últimas conseguí llevar a los baños, e incluso a una de ellas, a la cama, que fue con la que me estrené y con la que aprendí casi todo lo que se, a pesar de su juventud.

Ese día lo pasamos bien. De las dos hermanas, solamente vino la pequeña, Marta, que estuvo cerca de mí en todo momento. No hice preguntas a nadie ni me las hicieron. Bailamos todos con todas y lo pasamos fenomenal. A raíz de ello, quedé en volver y eso se convirtió en ir casi todas las semanas, sin dejar mis otras amistades, encontrándome siempre con Marta, que cada vez intentaba acapararme más.

Cada día se parecía más a su hermana en cuanto a cuerpo y belleza de cara. Cuando bailaba con ella, también intentaba meterle mano, pero ella sabía escaparse y dejarme con las ganas. Con estas idas y venidas, nos hicimos novios y el mismo día que cumplió los 18 años, nos casamos.

Su hermana lo había hecho dos años antes, porque se había quedado embarazada. Yo no asistí a la boda, a pesar de la insistencia, de la que era mi novia ya, para que fuese. A lo que me negué rotundamente. No tuve que dar demasiadas explicaciones, pues su hermana le había contado su versión de los hechos y yo solamente la frase final, en la que ambos habíamos coincidido.

El día de nuestra boda, acudió con su flamante y rico marido, y una niña pequeña. Al terminar la ceremonia (por la iglesia, eso si, que otra cosa estaba mal visto), todo fueron besos y abrazos con familiares propios y contrarios. Cuando me llegó el turno de recibir los parabienes de ellos, me las ingenié para no darle ni un beso, ni tocarla. Entre saludar a mi nuevo cuñado y besar y acariciar a la niña, di tiempo para que otros familiares se metiesen por el medio y evitar todo contacto.

Más tarde, en la comida que dimos a los invitados, ya habíamos dispuesto las mesas y quién se sentaría en cada lugar, convenciendo a mi mujer para poner a mis cuñados separados de nosotros y más cerca de los amigos. A los postres, era costumbre el pasar por las mesas agradeciendo a los invitados su asistencia y preguntando si habían comido bien, tenían más hambre, etc. En resumen, lo típico para quedar bien.

Cuando llegamos a su mesa, yo procuré situarme tras ellos para no verles la cara, y no volví a tener más contacto, ya que, aunque nos fuimos todos los jóvenes a una discoteca, ellos se excusaron por acostar a la pequeña. Cosa de la que me enteré porque me lo dijo mi mujer al día siguiente, sin que yo preguntase ni antes ni después.

La noche de bodas creo que fue demasiado mojigata. La pasamos en un hotel. Mi mujer se metió en el baño vestida, para salir luego con la toalla de baño más grande que pudo encontrar en la mano y con un conjunto negro de braga, de las de cuello alto que se levaban entonces, y sujetador que resultaba algo más sugerente, todo ello cubierto por… No se cómo decirlo. No sé si era un camisoncito corto abierto por delante y con mangas o una capa transparente con mangas y anudada al cuello con un lazo.

Yo la esperaba junto al mueble-bar, desnudo, con una botella de champan abierta, una copa en cada mano y mi polla apuntando al cielo imaginando lo que íbamos a disfrutar.

-¡Ppppero Jóse! ¿Qué haces así? ¡Ponte el pijama por lo menos! –Dijo mientras abría la cama y colocaba la toalla en ella.

-¡Qué más da, si dentro de un momento estaremos los dos igual!

-No seas grosero ni guarro. Ponte algo encima.

Así que me puse los calzoncillos encima para no empezar con mal pie, y brindamos por un largo futuro de amor y felicidad.

Estuvimos bebiendo pequeños sorbos entre besos y suaves caricias que yo le dedicaba, hasta que las vaciamos y la llevé de la mano hasta la cama. Me hizo apagar la luz, quedando iluminados por el resplandor que entraba por la ventana, mal cubierta por una cortina opaca.

Desaté el lazo de su camisón mientras la besaba, para ir quitándoselo poco a poco, besé su cuello y hombros, mientras deslizaba el tirante de su sujetador, hasta que pude soltarlo y quitárselo, a lo que respondió tapándose con las manos.

Yo arrodillado a su lado sobre la cama y armado de paciencia, fui besando su cuerpo y retirando sus manos poco a poco, hasta hacer míos sus pezones, para ponerlos duros a base de chuparlos y lamerlos. A partir de aquí, aumentaron sus gemidos, y mi mano, que recorría sus muslos en una suave caricia, se encontró con una buena humedad al rozar su braga.

Cuando creí que estaba lo bastante excitada, empecé a bajar su braga con una mano, mientras en un ejercicio de equilibrio, chupaba un pezón y acariciaba el otro con la otra mano. Tuvo un conato de retirar mi mano, pero al final se arrepintió y me dejó actuar.

Cuando estuvo desnuda, le insinué que me desnudase a mí mientras me enderezaba, a lo que ella se negó mientras se tapaba de nuevo las tetas y el coño.

Yo me bajé de la cama, me bajé el calzoncillo y saqué mi polla, dura como una piedra, entre las luces y las sombras, pude observar su cara de preocupación. Indudablemente, tenía miedo a perder su virginidad.

Una vez desnudos los dos, volví a besar su cuerpo y repetir mis caricias para que se relajase. Mientras, me desplacé despacio para colocarme entre sus piernas, momento en que volví a notarla tensa. No por ello me amilané ni me detuve en el deseo de excitarla, volví besar y lamer sus pezones, acariciarlos, pasé mi mano por su vientre, para bajar hasta su coño y pasar mis dedos por encima, notando su humedad, a mi juicio insuficiente.

Bajé mi cabeza hasta su coño y empecé a lamerlo recorriendo sus labios de abajo arriba hasta su clítoris. En cuanto se dio cuenta, empezó a empujar mi cabeza con una mano, mientras me golpeaba con la otra y me decía:

-¡Pero! ¿Qué haces? Asqueroso, cerdo, guarro.

Ese fue mi final. Me acosté a su lado y cuando iba a recoger la sábana para cubrirme me dijo:

-¡Espera! ¿Qué te ocurre? ¿Te has enfadado?

-No, pero veo que no estás lo suficientemente excitada para recibirme, así que será mejor dejarlo para otro día.

-No, por favor, estoy muy excitada. Estoy deseando que me la metas.

-Bueno, a mí se me ha bajado un poco. Chúpamela para ponerla a tono.

-¿Pero es que me he casado con un cerdo depravado? ¿No tienes una idea de lo que es una relación normal? ¿Esto es lo que te enseñaron las putas? – Le había dicho que una vez fuimos de putas con los amigos y que por eso tenía algo de experiencia. En ningún momento le dije que, cuando no estaba con ella, me dedicaba a follarme a otra u otras.

Así que me pajee para ponerla dura, me la mojé con saliva y sin más la coloqué a la entrada de su coño. Estaba tan cerrada que era imposible meterla. Me quedé quieto, le di un beso metiéndole la lengua hasta el estómago y le presioné un pezón hasta hacerle daño, lo que la distrajo lo suficiente para poderla meter hasta encontrar el tope de su virgo, donde volví a parar nuevamente para volver a intentar excitarla.

A ella le hizo algo de daño, porque me preguntó:

-Ya está.

-Sí, ya he hecho tope.

-Bueno, pues no era para tanto.

En ese momento, di el golpe de riñones necesario, clavándola toda entera, hasta que mis huevos chocaron con los labios.

-Aaaaajjjjjjj. Cabrón, me has engañado. Ufff qué daño. Sácamela inmediatamente.

Lo intenté, pero sentí como mi polla era aprisionada y que no salía. Cuando intentaba moverla, nos producía un dolor a ambos, y sobre todo a ella, que nos obligaba a detenernos. Ella se puso histérica y yo nervioso.

-Vamos a relajarnos. -Le dije.

-Siii, pero sal de mi. Me haces mucho daño.

-Relájate, cariño, y verás cómo sale sola.

Entonces me acordé de una anécdota que había oído.

-Tranquila, intenta poner los talones sobre mis riñones. Despacio. –Le dije.

Cuando los hubo colocado, ensalivé bien mi dedo sin que se diese cuenta y metí mi mano entre ambos, y en el momento que decía:

-Y ahora ¿Qué?

Metí el dedo medio de golpe en su culo. Dio un grito y flojo sus músculos, liberando mi polla.

Para qué voy a contar los nuevos insultos que me dirigió. Al día siguiente salimos de viaje de novios a una zona de playa, donde estuvimos tres semanas intentando por mi parte que olvidase el mal rato a base de besos y caricias. Al finalizar la primera, hice un intento, pero se negó. Al finalizar la segunda hice otro, enseñándole un aceite lubricante vaginal que había comprado para que no sintiese dolor. Con ello aceptó y, a base de muchas caricias besos, toqueteos y suaves penetraciones conseguí que alcanzase un alto nivel de excitación, para poder bombear con más rapidez hasta que alcanzó su primer orgasmo y yo pude correrme ya en el límite de mi resistencia.

A partir de ahí, nuestras relaciones mejoraron, pasamos a hacer el amor una vez por semana, pero sin aceptar ningún tipo de variación.

Pero solamente fueron los primeros meses. Yo quería su culo, intentaba obligarla a que fuese desnuda por casa, empecé a insistir mucho en que me la chupase y que me dejase comerle el coño, pero no aceptó porque le daba mucho asco. Quería palmearle el culo, pinzarle los pezones, etc. Llegué a ponerle una película porno donde se veía todo esto, que terminó yendo ella al baño a vomitar.

Empezaron nuestras broncas por mi cabreo, hasta que llegamos a un punto en el que tuvimos que parar y reflexionar. Hablamos las cosas y a los seis meses de casados nos separamos. No volví a saber nada más de ella.

-Caramba, eres la persona que menos esperaba oír. ¿Cómo has conseguido mi número? –Caí en la cuenta nada más pronunciar la frase.

-Me lo ha dado mi hermana

-Si…, ya… ¿Qué tal está?

-Bien, trabajando y llevando su vida.

-¿Se ha vuelto a casar?

-No. Ha tenido varias parejas, pero le han durado poco. Ahora está sola.

Estábamos manteniendo una conversación sin mucho interés, al menos por mi parte, como si estuviésemos hablando del tiempo. Ella estaba como nerviosa, sin atreverse a decir lo que quería. Al final fui yo el que tuvo que preguntar.

-¿Para qué querías hablar conmigo?

-Es queeee… No se cómo empezar. Tengo que pedirte un favor y no sé cómo hacerlo. Sobre todo después de cómo terminamos tú y yo.

-¿Por qué no empiezas desde el principio?

-Verás, no sé si sabrás que me separé de mi marido y que este falleció.

-No, no tenía ni idea de ello. Tampoco es que tenga mucha relación con nuestras antiguas amistades.

-Pueees… resulta, que después de estar contigo, no pude evitar mis deseos de sexo. Pude convencer a mi novio para mantener relaciones, pero eran muy esporádicas, prácticamente de mes en mes, con muchas precauciones e insatisfactorias. Un día, conocí a un hombre que me cautivó. Sin pensarlo dos veces, me fui con él a un hotel donde nos pasamos horas follando sin ningún tipo de control, y donde quedé tan exhausta y harta de placer, que tuve que permanecer allí, varias horas hasta recuperarme.

-Esto lo estuvimos repitiendo una o dos veces por semana durante varios meses. –Continuó.- hasta que me di cuenta de que llevaba una falta. Por suerte no había dejado de mantener relaciones con mi novio, por lo que le planteé la situación y decidió que nos casábamos inmediatamente y eso hicimos.

-Nuestras relaciones fueron tan sosas de casados como las de novios, incluso a veces, más esporádicas. Por suerte en la finca donde vivíamos, mi marido había contratado un servicio de vigilancia durante todo el día, que me vino de perillas, pues había siete vigilantes que se alternaban cada ocho horas, además de rotar cada día, y que los cambiaban cada mes. Yo me aprovechaba y me follaba al de mañana y al de tarde, por lo que no me quejaba de estar mal atendida cuando alguna noche mí marido venía con ganas y me dejaba a medias como siempre.

-Unos años después, le diagnosticaron un cáncer y le hicieron unos análisis muy completos, donde se descubrió que era estéril. Inmediatamente pidió la prueba de paternidad de mi hija y al dar negativa, nos repudió y nos separamos, aunque me pasaba una pensión para poder mantenernos. Duró dos años, y en los últimos momentos de su vida, me nombró su heredera y a la niña cuando yo faltase.

-El caso es que Verónica, Vero, mi hija, se ha criado sin padre. Sin una figura que le impusiese respeto y la llevase por el camino recto. Yo, como madre, le he dado todos los caprichos, consiguiendo una hija consentida, que hace lo que quiere, que no estudia y que con 20 años ha suspendido un curso de niños de 16 teniendo que volver a repetir. Uno más de los muchos que ha repetido.

-Si la admiten es por lo mucho que pago yo para que lo hagan, pero resulta inútil. Acaba de terminar el último curso por segunda vez y no ha aprobado ni el recreo, como vulgarmente se dice, y estoy que no sé qué hacer con ella.

-Hay mañanas que viene drogada y medio desnuda, después de haber pasado la noche fuera. Tiene un novio que me parece más un chulo de putas, pero del que dice que está enamorada y que nadie sabe tratarla como él.

-Para colmar el vaso, hace 3 semanas, me avisaron de que estaba internada en una clínica privada. Cuando fui a salir, pensé en llevar dinero para pagar los gastos que ocasionase y al ir a buscarlo, eché a faltar una cantidad importante. Cuando llegué a la clínica, me informaron de que le habían realizado un aborto y que había surgido una complicación, pero que con dos días de hospitalización, podrían darle el alta y realizar su vida normal. Una vez asimilado esto, pregunté cuanto nos iba a costar, y fue cuando me informaron de que ya lo había pagado ella.

En este punto yo le contesté.

-Todo eso lo entiendo, pero yo no sé qué puedo hacer para solucionar tu problema. ¿Necesitas reponer el dinero?

-No. No es problema de dinero… Verás… Entre hermanas nos lo contamos todo, o casi todo. Por mi hermana sé que eres una persona dominante y severa, que es lo que necesita mi hija, y me gustaría que te hicieses cargo de ella durante el verano para ver si la convences de que tiene que estudiar y no llevar la vida que lleva. Necesita una mano dura, ya que no tiene la figura de un padre, para que centre su vida y sus estudios. Además, si la tuvieses una temporada contigo, quizá pierda el interés por esas amistades.

-Te pagaré lo que me pidas, si es razonable, y te daré una gratificación al final, si consigues que estudie.

-La verdad es que no sé qué decirte. Me parece absurdo lo que pides, y más que me lo pidas a mí. Por otro lado, hace mucho que no me relaciono con la gente de ciudad. Déjame pensarlo durante una semana. Al siguiente fin de semana, ven con tu hija a pasarlo aquí. Nosotros hablaremos y decidiremos qué hacer con ella. Por si acaso, trae los libros, pero sin decírselo. –Le respondí.

Acordamos hacerlo así y le di la dirección del pueblo más cercano. Quedamos a mediodía del sábado, ya que costaba bastante llegar hasta allí.

-Si me ayudas, prometo pagarte la deuda que tengo contigo desde jóvenes. –Refiriéndose a la mamada y follada.

-Las deudas impagadas, generan intereses, y los intereses no pagados, también general nuevos intereses. Tu deuda a estas alturas ya es muy grande, pero no tienes por qué pagarla.

-Bueno, ya acordaremos la forma de pago. Seguramente no tendrás inconveniente en permitirme pagarla a plazos.

Esto último me pareció que lo decía con voz casi sensual, pero no podría jurarlo.

Terminamos la conversación y yo me metí al club, donde dos amables señoritas me subieron y mantuvieron en la gloria hasta el día siguiente.

Durante esa semana, quedé con mi amigo Paco para contarle lo que pasaba y que necesitaba que me bajase el sábado al pueblo con su furgoneta, ya que mi intención era volver a casa en el coche de ellas para conocerlas mejor mientras las guiaba.

Y llegó el sábado. Paco pasó a recogerme y me llevó al pueblo. Cuando llegamos, eran sobre las 12:30. Yo no las esperaba antes de las 14:00. Me pareció extraño que hubiese tanta gente en la plaza. En el pueblo viven 40 vecinos y conté 32 allí.

Paramos frente al bar, un lugar con mostrador, mesas, neveras y bebidas, donde tú te sirves lo que quieres y dejas el importe en una caja que hay junto a la tarifa de precios. Normalmente, siempre sobra algo de dinero. Uno de los vecinos se encarga de reponer las bebidas y su mujer hace la limpieza todos los días.

Al entrar, nos sorprendió que hubiese dos mujeres, una de las cuales enseguida identifiqué como Silvia y por tanto, la otra debía ser su hija Vane. Y aún más me sorprendió su apariencia.

Silvia con camisa blanca que dejaba traslucir su sujetador blanco también, pero de diseño caro, y un pantalón negro. Pelo rubio teñido y suelto manos muy bien cuidadas, y cuando se puso de pie, unos zapatos de tacón de aguja que le hacían unas piernas interminables.

El contraste, su hija. Una joven de 1.70 aproximadamente, como su madre, con el lado derecho de la cabeza totalmente rapado que mostraba un complicado tatuaje. Por el lado izquierdo, un pelo largo y negro, con una franja azul celeste y otra verde claro. Una camiseta de tirantes que tapaban dos tetas que presentaban buen tamaño y que se mantenían tiesas por su propio ser, ya que no se apreciaba sujetador.

También unos pantalones vaqueros, llenos de rotos y descosidos que mostraban, en un culo perfecto, trozos de un tanga azul.

Completaban la imagen unas zapatillas tipo deporte, sucias y medio rotas, con unos calcetines rollados en los tobillos.

¡Qué vería en mi cara Silvia que se acercó rápidamente para decirme en voz baja!:

-No te asustes, no es tan malo como parece. –Y ya en voz alta:

-Mira Vero, este es Jóse, el amigo del que te he hablado y que nos ha invitado a pasar el fin de semana.

-Joder, viejo, vaya mierda pueblo que tienes. Desde hace por lo menos una hora no tengo cobertura en el iPhone ni en la iPad .

Fue su saludo, sin que su madre dijese nada, y al que respondí, aunque no sabía a qué se refería. A mí me sonaba a teléfonos, pero no lo tenía muy claro.

-Encantado de conocerte, Vero, pero no te preocupes, que todo tiene solución.

Y dirigiéndome a ambas, pero en especial a Silvia:

-Vámonos, que hay mucho por hacer. –Refiriéndome a la educación.

Pagué las cuatro cervezas que se habían tomado, más la de mi amigo Paco y salimos a buscar su coche, aparcado en una calle lateral. Un Mercedes último modelo, según me dijeron.

Salimos del pueblo, en dirección a mi casa, por caminos entre altos pinos, bastante bien cuidados gracias a que los guardabosques debían de circular por ellos y la administración se encargaba de mantenerlos en condiciones.

A los pocos minutos, no más de cinco, la niña, sentada delante junto a su madre dijo:

-Me cago en la puta. Pero es que no vamos a llegar nunca. Además, me estoy meando.

-¿Quieres que paremos y orinas entre los árboles?

-¿Eres tonto o qué? Gilipollas. ¿Es que quieres que me pique algún bicho?

-No, no. No te preocupes que pronto llegaremos.

Su madre tampoco dijo nada, y el pronto se convirtió en 45 minutos, hasta que llegamos a mi pueblo y a la puerta de mi casa.

Nada más bajarnos del coche, preguntó:

-¿Dónde coño tienes el meadero?

-Entra por la puerta y sigue todo recto hasta el final del pasillo, sales por la otra puerta y a la izquierda.

Salió como una bala, volviendo al instante.

-Maldito cabrón, allí solamente está el establo de las vacas. ¿Y el wáter?

-Puedes ir allí, o si lo prefieres puedes salir por la puerta del otro lado, que da al campo, y elegir el lugar que prefieras.

-¿Pero es que no hay ni un triste retrete?

-Para qué lo quieres, teniendo todo el campo para ti.

Marchó bufando, mientras su madre y yo sacábamos las maletas y las entrábamos en casa. Esta constaba de dos plantas. Inicialmente, sus dueños debían tener animales en la planta baja y la vivienda, que constaba de seis habitaciones, en la superior. Yo limpié, remodelé y preparé la inferior, dividiéndola por la mitad dedicando una de ellas a cocina-comedor-salón, a la que llamaba genéricamente “la cocina”, y la otra mitad, la dividí en dos partes. Una muy grande que era mi dormitorio y otra algo más pequeña que era un enorme baño, con ducha, yacusi y el resto de complementos. La cocina tenía una chimenea, a la que había adosado un hogar con cocina de leña y fregadero. Por una puerta lateral, se pasaba a mi dormitorio, que quedaba tras la chimenea, con el fin de aprovechar el calor en invierno, con una cama de 2×2 metros. Al otro lado de la cocina, otra puerta cuyo uso no especifiqué y que daba al baño. La cocina de leña calentaba el agua para el baño, y se complementaba con un calentador eléctrico. Encima había habilitado una de las habitaciones para posibles invitados, con dos camas pequeñas, lo más barato que encontré, ya que no pensaba de alguien viniese a quedarse allí nunca, también calentadas por la salida de humos de la chimenea, pues los inviernos son fríos y hay que estar preparado.

Dejamos las maletas en la cocina, pasé a enseñarle mi dormitorio y luego subimos a la habitación superior. En ella también había un lavabo antiguo, compuesto de jofaina, jarra de agua y mesa con todo ello. Abajo, las toallas. Junto a ella, un cubo vacío.

-Como aquí no tengo baño, os he dejado ese lavabo antiguo para lavaros y el cubo vacío por si tenéis alguna necesidad por la noche.

-No, si rústico ya es, ya. –Dijo Silvia.

-Quédate aquí, que ahora subo vuestras maletas.

-No, yo bajo también y sube solamente las de Vero. Yo dormiré contigo.

Cuando me la quedé mirando, dijo riendo.

-Así empezaré a pagar los plazos…

-Y si no llegamos a un acuerdo.

-Estoy segura de que me los devolverás.

Acababa de subir las maletas, cuando llegó Vero ya despotricando, Se había quitado los pantalones pues se había manchado al no tener práctica. Verla así y ponérseme dura la polla fue todo uno.

Si no miraba su cabeza, tenía delante un par de tetas apuntando al frente, marcando unos pitones que parecían grandes y separados como cuernos de toro, casi descubiertas por arriba gracias al escote de la camiseta que por abajo le llegaba al ombligo, y un poco más abajo un tanga consistente en un triangulito a la altura de los riñones, con un hilo que se metía entre los cachetes de un culo perfecto y otros dos, que por los costados, se unían con el otro en un triángulo que escasamente cubría su depilado coño.

En un lado, cerca del coño, llevaba tatuada una cruz gamada y en el otro una polla con el texto “Mario” debajo.

-Podías comportarte un poco más decentemente, ahora que eres la invitada de un extraño. –Dijo su madre.

-Me comporto como quiero. Y sabes que estoy aquí porque me has obligado. –Hizo una pausa- Y ya estoy hasta el coño de esta mierda casa, de este asqueroso pueblo vacío y del cabrón de tu amigo, que ya que nos invita, nos podría haber alojado en un hotel.

Yo me di media vuelta, más porque no se me notara mi erección que por lo que estaba oyendo, y las dejé discutiendo. Cuando estaba saliendo me dijo la niña:

-Por lo menos, dime donde hay un teléfono y donde está la televisión. Y si tienes WiFi, la contraseña, y donde hay cobertura para el móvil.

-El teléfono más cercano está en un pueblo a más de 10Km., la señal de televisión no llega hasta aquí ni la de los teléfonos móviles de cualquier compañía. Como mucho, hay cobertura de mala calidad en un monte a unos 20 minutos andando desde aquí. Por supuesto que WiFi tampoco hay. Si quieres, en la radio se coge una emisora que emite música clásica.

-¡Pero cómo coño se puede vivir así! ¿A qué parte del mundo de mierda me has traído? -dijo a su madre- Como no nos vayamos pronto seré yo la que se largue.

Solamente di media vuelta y seguí mi camino. Pronto las llamé a comer, pues tenía la comida casi preparada. Verdura y carne a la plancha. Vero no probó la verdura, porque según dijo, y confirmó su madre, no le gustaba. La comida fue tranquila. La mesa las ocultaba en su mayor parte, y fue lo mejor, porque Vero se había puesto una minifalda vaquera que justo le tapaba el culo y su madre otra también vaquera, pero no tan corta. Encima, ambas una camiseta y sin sujetador.

Por la tarde les enseñé el huerto, las calles vacías con las casas hundidas, mientras explicaba mi proyecto sobre el pueblo. Yo iba durante toda la visita empalmado solamente de verlas, fuimos hasta el río y Vero dijo:

-¿Me puedo bañar? Desde que he entrado en el establo me noto un olor a vaca que tira de espaldas.

-Si, por supuesto. Volvamos a casa y te vienes con un bañador. Así te quitarás también algo del calor que hace.

-¿No hay bichos que me puedan atacar?

-No te preocupes. En todas estas montañas el único animal peligroso es el jabalí, y solo es peligroso si lo acorralas o lo hieres. Rara vez se ve alguno.

-¿Y en el agua?

-Con suerte podrás ver alguna trucha, pero tampoco hay muchas.

Sin decir nada más, se sacó la camiseta, se quitó la falda y se bajó y sacó el tanga con un movimiento de patada, quedando totalmente desnuda y metiéndose en el agua, que, aunque fría, estaba muy agradable. Mi polla amenazaba con reventar por todos los lados.

-Vamos a meternos nosotros también. –Dijo Silvia bastante colorada mientras se desnudaba también. Supongo que para que lo de su hija pareciese natural. Pude apreciar lo bien que se conservaba.

Sus pechos firmes, su culo redondo, sin tripa ni el más mínimo asomo de grasa, evidenciaban sus cuidados, probablemente en largas horas de gimnasio y masajes. Llevaba un tanga blanco, no tan mínimo como su hija, cuyos laterales subían por encima de la cadera para bajar al triángulo de su pubis. El conjunto realzaba más su cuerpo haciéndolo parecer más largo, y que cuando se lo quitó, dejó ver un coño moreno de sol o rayos uva y totalmente depilado.

-Sí, bañaros mientras yo doy una vuelta. –Dije con intención de apartarme y hacerme una paja.

-Venga, báñate con nosotras. –dijo Silvia mientras se acercaba desnuda y comenzaba a soltarme la ropa, empezando por el cinturón.

Yo, que estaba bastante cortado por la situación, no reaccioné a tiempo cuando me bajó de un tirón los pantalones y los calzoncillos, obteniendo como resultado un golpe de mi polla en su barbilla cuando se soltó y otro seguido en la nariz.

-Vaya, se ve que estás contento. –Dijo sorprendida.

-Es que verte me produce mucha alegría.

-¡Jodeeerrr! Con el amiguito de mamá. Vaya tranca que se gasta el viejo –Dijo Vero que se había vuelto al oír la conversación.- Solo falta que la sepa usar bien.

-No dudes que sí. –Dije yo sin azoramiento, pues esta escena me lo eliminó de golpe.- Vamos al agua.

Terminé de quitarme la ropa, cogí de la mano a Silvia, que estaba más colorada que un tomate, y la arrastré entre grititos al agua, que nos llegaba a la cintura.

Estuvimos un buen rato haciéndonos aguadillas y jugando a tonterías cuyo único fin era: el de ellas, frotarse contra mi polla y el mío tocar sus duras tetas, su coño y culo y pasar mi polla por todos lados. Fue agradable y excitante. Con muchas risas y morbo. Incluso Vero se comportó como debía, con amabilidad y alegría, disfrutando del momento.

Un rato después, salimos del agua y nos sentamos en las piedras de la orilla, para que el sol de final de la tarde secase nuestros cuerpos.

Mi erección no había bajado con el agua fría y, aunque no decían nada, ninguna de las dos me quitaba ojo.

Se hizo de noche, cenamos pronto, tomé una botella de vino y dos copas y nos fuimos a la cama. Vero arriba, no sin protestar, quejándose por el miedo a estar sola en la planta, de que no hubiese televisión y de que no tenía cobertura para su iphone, y Silvia y yo a mi habitación.

Nada más cerrar la puerta, Silvia se abalanzó sobre mí y empezó a comerme la boca y a frotar mi polla sobre el pantalón, con la mano. Yo eché mis manos a su culo y la apreté contra mí. Localicé la cremallera y el enganche de su falda y se la solté. Tiré de su camiseta hacia arriba y cuando se la saqué por la cabeza, su falda cayó al separarse, quedando totalmente desnuda.

-¿Cuándo te has quitado el tanga? No me he dado cuenta.

-Es que no me lo he puesto al salir del agua.

No dije más tonterías. Me agarré a sus pechos para chuparlos y acariciarlos, mientras ella, a toda prisa, desabrochaba mi pantalón y escapaba de mi boca al agacharse mientras me lo bajaba hasta los tobillos, a la vez que el calzoncillo.

Sin perder un instante, se metió la punta de mi polla en la boca, la sacó y empezó a lamerla en toda su extensión, para metérsela entera hasta la garganta y repetir, en una de las mejores felaciones que me habían hecho. Superior incluso a las de las profesionales, pues por mi tamaño, no se atrevían a metérsela a fondo, y eso que probaban pollas de todo tipo.

Estaba al borde del orgasmo cuando la cogí en brazos y la llevé a la cama, perdiendo los pantalones por el camino, y colocándome entre sus piernas para lamer y saborear su coño, que tanto había deseado.

Su calentura debía ser tan alta como la mía, pues no hice más que pasar la lengua por su clítoris y se corrió con un fuerte grito:

-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAGGGGGGGGGGGG.

La dejé un momento que se recuperara y volví a sus pezones, pero no me dio tiempo. Se lanzó sobre mi polla para lamerla y chuparla. La recorría con la lengua desde la punta hasta los huevos, y luego se la metía en su boca, en una alternancia que, con la excitación de las escenas del día, me puso rápidamente al borde del orgasmo.

-Me voy a corree. –Le avisé, pero no hizo mención de retirarse, sino que se la metió hasta lo más profundo de su garganta.

Sin poder aguantar más, me corrí abundantemente dentro, sin que ella dejase escapar ni una sola gota.

-MMMMMMMMMMMMMM Jodeeeeerrrrr. Que gusto me daaaaasss…..

Una vez repuesto, tomé la botella y escancié el vino en las copas, pasándole una a ella para brindar.

-Brindemos por la consecución de nuestro propósito… –Dije yo.

-Y por nosotros. –Dijo ella con una sonrisa enigmática.

Fuimos dando pequeños sorbos, ella sentada en la cama, desnuda, con la espalda apoyada en la cabecera y yo sentado en el borde, recorriendo sus muslos con mi mano y apreciando su cuerpo y tetas, mientras hablábamos.

-A tu hija hay que prestarle más atención y hay que ser muy duro con ella para que vuelva al buen camino. No carece de educación, pero ha sido tan consentida y abandonada, que hace lo contrario de lo que se espera de ella, solo para llamar la atención. No creo que estos meses que faltan hasta el nuevo curso pueda enderezarla.

-¿Y qué propones?…

-Dada la edad que tiene, ya no debería ir a un colegio como alumna. Deberías matricularla en el curso, comprar los libros, y solamente presentarse a los exámenes. Ella se quedará aquí y yo me encargaré de disciplinarla y hacerle estudiar para que apruebe, aunque creo que sabe más de lo que demuestra.

-Creo que eso podré arreglarlo, tengo influencias en el colegio donde ha estado y sé que no pondrán reparos. Sobre todo, si sigo pagando las clases…. Y hablando de pagar… Esa mano tuya me está poniendo a tono para pagar mi plazo de la deuda.

-Y mi pluma está dispuesta y llena de tinta para firmar el recibo. –Le dije mientras me inclinaba sobre sus pezones, que esta vez pude disfrutar lamiendo primero alrededor de ellos, mientras mi mano seguía recorriendo sus muslos, para ir acercándose a su coño, y luego chupándolos y dándole toques con la lengua.

Al llegar a su coño, pasé un dedo por sus labios, ya ligeramente abiertos y mojados de nuevo, recorriéndolos despacio, si tocar su clítoris, para incrementar su deseo sin llevarla al orgasmo.

Ella se movió dándose la vuelta, y obligándome a ponerme de espaldas en la cama, mientras se subía sobre mí para hacer un 69. Por segunda vez, su lengua volvió a mojar mi polla en toda su longitud, bajando desde la punta hasta los huevos, para volver a subir y recorrer el borde del glande. Con pequeños toques unas veces y otras metiéndose solamente la punta. Pronto me tuvo loco de deseo.

Por mi parte, metí mis brazos entre sus piernas, con mis codos bajo ella y mis manos a la altura de su coño y culo. Con esa postura, conseguía forzarlas a su máxima apertura, al mismo tiempo que separaba con mis dedos los labios del coño. Metí mi lengua en su agujero todo lo que pude, incluso llegue a subir a su ano, donde me entretuve en ensalivarlo bien. Bajé a su clítoris prominente, que metí en mi boca, presioné con mis labios y succioné.

-OOOOOOOOOOOOOHHHHHHHHHH Cabrón. ¿Qué me estás haciendo? ¡Joder qué gusto me estás dando!

-Calla y sigue chupando, puta.

Le metía el dedo pulgar en el coño y frotaba la zona del punto G, mientras daba suaves lamida a su clítoris. Con mi polla otra vez a punto de reventar se separó de mí, se dio la vuelta y me dijo:

-La necesito en mi coño. Necesito esa polla en mi coño.

Se colocó a horcajadas sobre mí, cogió mi polla y la apuntó a su entrada de un solo empujón se la clavó hasta los huevos, emitiendo un fuerte gemido.

-MMMMMMMMMMMMMMMMMM. Esto siiiii. Me siento llena. Noto como empuja mi útero.

Lo dijo cerrando los ojos y con la cabeza levantada, mientras un gesto de satisfacción se reflejaba en su cara. Al momento, comenzó a cabalgarme, con la polla bien incrustada, moviendo su cuerpo y caderas adelante y atrás. Se inclinó sobre mí, dejando a mi alcance sus pechos, a los que llevé mis manos inmediatamente para acariciarlos.

-Jodeeer. Cómo me roza el clítoris. –Dijo unos segundos antes de repetir.

-Jodeer. Jodeeer. Me voy a correeeer. Me corrooooo. Siiii. AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH.

Cayó sobre mí totalmente ida, recuperándose. Poco después me confesaba.

-Ha sido tremendo. Creo que no he tenido nunca un orgasmo tan bueno, y sin embargo sigo excitada.

-Por mí no lo dejes.

Y empezó a moverse nuevamente. Al principio despacio pero poco a poco fue acelerando. No cabe duda que el baño de la tarde nos había excitado mucho. Por un momento imaginé a Vero arriba en su cama, masturbándose furiosamente y eso hizo que se me volviese a poner tan dura como al principio.

Le pedí su culo, pero me lo negó. Me dijo que más adelante lo veríamos, pero que nadie lo había usado y que por el momento ese camino estaba vedado.

Hice que nos diésemos la vuelta, quedando ella debajo, y le pedí que colocase sus talones en mis riñones, luego empecé un mete-saca furioso que le produjo dos orgasmos más, que yo me enterase, antes de correrme junto a ella en un tercero.

Entre paradas para recuperarnos fuimos terminando la botella de vino, hasta que, totalmente agotados, nos quedamos dormidos.

Relato erótico: “Maquinas de placer 08” (POR MARTINA LEMMI)

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El final del número fue apoteótico.  Aun con lo ajeno y lejano que se sentía Jack Reed con respecto al mundo sado y fetichista, no podía dejar de admitir que lo que Goran Korevic lograba, tanto en su público como en los ocasionales participantes de sus números, era realmente único: un artista de los que ya quedaban pocos en un mundo en el cual la tecnología había ido apropiándose de los placeres humanos y suplantando la sangre con circuitos.  Goran hizo poner a madre e hija de rodillas y alineadas una junto a la otra; luego hizo pasar a tres muchachos del público a quienes pidió que les mearan encima: demás está decir que la concurrencia respondió “¿y por qué noooo???” cuando se les preguntó si las damas debían ser orinadas.  Pero lo más admirable de todo era el modo misterioso en que Goran conseguía, por ejemplo, que una madre y sus dos hijas bajaran resignadamente la cabeza ante tamaña degradación; parecía increíble que esa mujer madura fuera la misma que, instantes antes, se había mostrado rebelde cuando Goran utilizara el mango del látigo para humillar a sus hijas.
No conforme con ello, Goran hizo que sus tres asistentes se encargaran de amordazar a las tres damas, lo cual hicieron con un tipo especial de mordaza de cuero que dejaba en su centro un agujero del tamaño justo como para pasar por él un miembro masculino; y bastó con ver el posterior desarrollo del número para comprobar que, en efecto, ése era el objetivo, puseto que Goran convocó a otros tres jóvenes del público, los cuales, uno a uno, fueron introduciendo sus respectivos penes en la boca de cada una de las tres mujeres para, luego, iniciar un bombeo frenético que no se detuvo hasta terminar, para delirio de la concurrencia, eyaculándoles dentro.
Podría ése haber sido un excelente final, pero Goran siempre tenía una nueva carta por jugar y así lo demostró cuando, a viva voz, preguntó a los presentes si no sería interesante ver a una madre y a sus hijas teniendo sexo entre sí, a lo cual, una vez más, el público respondió con el infaltable “y por qué nooo???”.
Y ése sí que terminó siendo el cierre perfecto: sin cuestionar en absoluto las órdenes de Goran, madre e hijas se enfrascaron en un trío sexual memorable que constituyó para Jack la mejor parte del espectáculo.  Arrojándose y revolcándose unas sobre otras se besaron hasta el hartazgo, se lamieron los pechos unas a otras o bien se practicaron sexo oral en las más variadas posiciones, que podían ir desde la madre de espaldas contra el piso hurgando con su lengua en la vulva de una sus hijas y a su vez siendo hurgada en la suya por la otra, o bien las tres a cuatro patas y en fila india, lamiéndose sus sexos en trencito, con mamá, obviamente, encabezando la fila.  Los rostros de placer de las tres evidenciaban ya haber perdido hacía rato  cualquier capacidad de resistencia; sólo eran objetos obedeciendo las órdenes de Goran: magistral, único y admirable…
Una vez finalizado el espectáculo con semejante broche de antología, Jack se encaminó hacia los camarines a los efectos de encontrarse con el cerebro de todo aquello y, en efecto, así fue.
“¡Perrro si es nuestrrro amigo Jack Rrreed! – saludó efusivo y sonriente Goran Korevic, quien le reconoció con apenas verle –  ¡Si no fuerrra porrr este hombrrre – miró al resto de los integrantes de la compañía mientras señalaba en dirección a Jack -…, este cirrrco ya no existirrría!  Querrrido Jack, ¿qué te trrrae porrr aquí?”
Jack le correspondió la recepción con un no menos efusivo saludo y, luego, a los efectos de darle privacidad a la charla, instó a Goran a echar una caminata alrededor del domo para conversar.  Jack no pudo evitar sonreír ante la vista de un cartel multicolor que rezaba: “en este circo no se maltratan animales”.   Y así entre plática y caminata, fue poniendo a Goran al corriente de la obsesión de su jefa Carla Karlsten por su androide y, en particular, de su plan de ser sometida por el mismo.
“Je,je… Esa Carrrla… – rió Goran -.  Ella es de los nuestrrros.  Siemprrre le gustarrron los jueguitos de dominación… ¿Y… quierrres que te diga algo?  Siemprrre supe que tenía un costado sumiso – hablaba agitando un dedo índice como si estuviera aleccionando -.  ¡Gorrran Korrrevic jamás se equivoca, querrrido Jack!…”
De ese modo, entre charla y caminata, Jack fue poniendo a Goran al tanto del plan que habían elaborado con Carla, plan en el cual cabría al mismo un papel protagónico.  Por cierto, la reserva que Miss Karlsten había buscado con respecto a su oculta fantasía se iba convirtiendo cada vez más en una ilusión… Ya lo sabían Jack, Sakugawa… y ahora Goran…
Lo cierto fue que el astro del sado accedió gustoso a la oferta de Jack.  Aun cuando se le aseguró que recibiría buen dinero en compensación por sus servicios, se mostró casi ofendido ante tal perspectiva e insistió, una y otra vez, en que le debía a la Payback Company un favor muy grande; muy especialmente, a Carla Karlsten y a Jack Reed.  Poco parecía importarle que en aquella oportunidad se le hubiera cobrado por el servicio: su agradecimiento no conocía límites por considerar que aquel cobro de la deuda había salvado al circo de una muerte segura en tiempos en que parecía sumido en una agonía irreversible.  No sólo aceptó de buen grado el ofrecimiento sino que además consideró un honor que lo hubieran tenido en cuenta para un menester en el cual él se consideraba maestro indiscutido: pocas cosas podían enorgullecerle tanto como saber que otros lo consideraban del mismo modo…
Cuando Jack Reed retomó definitivamente el camino hacia su casa luego de su paso por el Sade Circus, le seguían desfilando en la mente las increíbles y excitantes escenas allí presenciadas al tiempo que le invadía un intenso morbo de sólo pensar en la suerte que esperaba a su jefa a manos de Goran; viendo en acción a este último, Jack se daba más cuenta aun de cuán caricaturesco había sido su intento por verse dominante ante el requerimiento de ella… Por otra parte y a medida que se iba acercando a la casa, el corazón le iba latiendo cada vez con más fuerza al saber que faltaban sólo unos pocos minutos para el reencuentro con sus dos hermosas robots, a las que había extrañado horrores durante la jornada.  Tenía los controles remotos de ambas consigo ya que había optado por no dejarlos al alcance de Laureen quien, tal vez llevada por los celos, podía escondérselos o bien inutilizarlos.  Cuando ya estaba a quinientos metros de su casa, la lucecita roja de cada uno de los controles comenzó a titilar, lo cual indicaba  que los dos Ferobots ya se hallaban dentro del radio de acción de los mismos.  Una amplia sonrisa le recorrió la boca al momento de ponerlos en on… e incluso notó que su pene, aunque ligeramente, comenzaba a endurecerse…  No era para menos sabiendo que, apenas traspuesto el portón de su casa, las dos mujeres más hermosas del mundo estarían allí para darle la bienvenida que se merecía tras una larga y agotadora jornada…
 
Esa tarde, al finalizar el horario de trabajo, Miss Karlsten se quedó en su oficina hasta más tarde de lo habitual; o, mejor dicho, no en la oficina propiamente dicha sino en el “bunker” privado contiguo a la misma.  Apoyando sus caderas contra la mesa de estiramiento como ya era habitual, la poderosa y orgullosa ejecutiva no podía sacarle ni por un momento la vista de encima al inactivo androide ni tampoco dejar de pensar en lo ocurrido.  De manera extraña, la rabia inicial que había sentido al momento en que el Merobot, desobedeciendo una orden suya, se negara a azotarla, se le diluía ahora en una mezcla de sentimientos contradictorios ya que el modo en que el androide había salido a defenderla le turbaba sobremanera; insólitamente tal actitud de parte de su robot le había enternecido, lo cual no podía dejar de sorprender si se ponía a pensar que se trataba de una máquina…
Además, el reciente descubrimiento de que el androide nunca se hallaba del todo en off le despertaba un curioso e inexplicable morbo, pues ahora que sabía que el robot sólo permanecía “dormido” o “latente” a la espera de que alguna sensación extrema le despertase, no podía dejar de preguntarse qué otros estímulos pudieran tener el poder de reencenderlo. 
Teniéndolo allí, de pie y frente a ella, no podía dejar de admirar su hermosura ni aun cuando luciera carente de toda vitalidad.  Lo tenía desnudo y ello le permitía recorrerle con la vista cada centímetro de aquella anatomía tan perfectamente replicada y detenerse, por supuesto y de manera muy especial en aquel generoso miembro que, pasivo, le colgaba entre las piernas.  Por lo que con Jack habían podido establecer, el androide había “despertado” debido a los elevados decibeles de los gritos de ella al ser azotada o bien por la altísima actividad que en ella pudiera haber detectado en relación con los neurotransmisores vinculados al dolor, los que, de ese modo, bien podían haber actuado como alarma para el Merobot… O, quizás, fueran ambas cosas.  Pues bien, ¿qué otros estímulos podían despertarlo?; mientras meditaba sobre ello, la vista de Miss Karlsten, rebosante de deseo, se clavó sobre el pene del androide y quedó congelada por algún rato con esa imagen en sus retinas…
Caminó hacia él y sus tacos retumbaron en el lóbrego lugar creando un cierto clima de suspenso.  Encarándose con el robot, ella le miró a los ojos, en los cuales, obviamente, seguía sin haber signo alguno de actividad.  Le apoyó una mano sobre el pecho y bajó a través del mismo: al deslizar sus dedos sobre la piel, la encontró tan magníficamente tersa como lo hiciera cuando el androide estaba en on, pero sin indicio alguno de actividad muscular o arterial; por el contrario, estaba estremecedoramente fría…
Miss Karlsten se acuclilló ante el robot con lo cual el formidable miembro quedó pendiendo apenas por delante de sus ojos… Comenzó por pasar un dedo índice por debajo del mismo e izarlo ligeramente; un instante después lo soltó y apenas lo hizo, el miembro simplemente cayó por gravedad recuperando así su posición anterior.  Ella se quedó un rato mirándolo y no pudo evitar que un involuntario hilillo de baba le corriera por la comisura.  Siempre acuclillada, levantó la vista hacia los ojos del robot y los notó igual de inexpresivos; no estaba segura de haber esperado otra cosa, pero,  ¿no valía la pena hacer el intento?
Volvió a bajar la mirada hacia el soberbio miembro ; una vez más lo levantó, aunque tomándolo ahora entre dos dedos, tras lo cual sacó su lengua por entre los labios y se dedicó a lamerlo todo a lo largo, humedeciendo cada pulgada de la fría y laxa piel.  La pregunta que asaltaba a Miss Karlsten era: ¿sería sólo ella quien podía generar estímulos capaces de reactivar al robot?  ¿O podía incluso el propio robot excitarse al ser estimuladas ciertas zonas de su anatomía?  La única forma de averiguarlo era comprobándolo; aferró, por tanto, al androide por las caderas y, casi enterrándole las uñas en las nalgas, tomó el falo con su boca y se dedicó a mamarlo como una verdadera hembra en celo.  Puso en tal acto el mayor esmero de que fue capaz, empujando con sus labios la piel del prepucio hasta sentir el contacto del glande sobre la lengua; sin embargo y por mucho que lo intentaba, el miembro seguía igual de frío, seco y fláccido. 
Ello la terminó de convencer de que el androide no generaba estímulos propios sino que debía responder a los de ella, lo cual significaba, en otras palabras, que sólo se despertaría en caso de que ella estuviese muy “caliente”.  Pero, claro, por mucha dedicación que ella le ponía al asunto, no podía excitarse lo suficiente en la medida en que el falo que seguía dentro de su boca se mantuviera así de inerte.  Decidió, por ello, cambiar un poco la estrategia: sin dejar de lamer ni mamar el pene, quitó una de sus manos de la cadera del robot y la llevó hacia su propia entrepierna, comenzando inmediatamente a masajearse el sexo.  Cerrando sus ojos, se entregó por completo a la fantasía y, sin dejar de tocarse ni de mamar cada vez más alocada y frenéticamente, se concentró en imaginar que el miembro estaba vivo.  Sin saber si era su imaginación o qué, le pareció incluso sentir que, dentro de su boca, el mismo se iba tensando a la vez que levantando temperatura… Miss Karlsten se sintió terriblemente caliente; de pronto parecía ser que su mundo pasara sólo por el precioso bocado que con tanta fruición engullía…
En eso, sintió cómo una pesada se apoyaba sobre su cabeza y fue entonces cuando se dio cuenta de que no era su imaginación en absoluto; intentó levantar la vista para poder mirar a los ojos al robot y así poder confirmar lo que ya suponía, pero la realidad fue que no pudo hacerlo, ya que el mismo le empujó con tanta fuerza la cabeza que Miss Karlsten tragó por completo el espléndido miembro que ahora sentía erguido, tibio y vital… Y así lo hizo hasta que lo sintió hincharse, bullir y finalmente drenar el semen dentro de su boca… Ella sentía que no sólo el androide estaba ahora vivo, sino que ella también lo estaba; de hecho, era su propia excitación la que lo había sacado del stand by. 
 
Una vez que el androide vació todo su esperma en la boca de Miss Karlsten, retiró su miembro para, a continuación, plantar rodilla en el piso y, mirándola a los ojos, clavarle esa mirada que hacía flaquear a la ejecutiva: intensa y penetrante, dulce y a la vez salvaje…  La poderosa jefa a la que sus empleados casi ni osaban mirar a la cara se sentía totalmente rendida y entregada ante un sentimiento nuevo y extraño, de una naturaleza que no era ni mínimamente comparable a nada experimentado o sentido en el pasado; costaba creer que fuera un organismo artificial quien le despertara tal sentimiento.
Con delicadeza, el androide le ubicó una mano bajo el mentón y le alzó ligeramente la cabeza hasta que sus labios se encontraron con los suyos, confundiéndose con una pasión que, definitivamente, convenció a Miss Karlsten de estar ante una experiencia inédita en su vida: ningún hombre la había jamás besado así.  Cuando, después de un buen rato, sus bocas se separaron, ella quedó mirando al fondo de esos insondables ojos verdes tratando de encontrar la esencia, el espíritu de la atracción irresistible que, ahora llenos de vida, le provocaban. 
“Dick… – musitó Miss Karlsten, apenas en un susurro audible y sin poder salir de su obnubilación -.  Lo que hiciste fue… realmente conmovedor; me refiero a… reencenderte para protegerme cuando consideraste que me estaban atacando: fue algo muy noble, de verdad… Dick, lamento de corazón haberte llamado…”
No pudo terminar la frase porque le apoyó los dedos contra sus labios.
“No hay nada que perdonar, Miss Karlsten…” – le dijo, sonriente y con un tono de voz que era tan sexy como su mirada.
Ella seguía petrificada, sin poder despegar por un segundo sus ojos de los de él.
“Dick…” – susurró.
“¿Sí, Miss Karlsten?”
“¿Puedo… pedirte algo?”
“No sería un pedido sino una orden – le respondió él con caballerosa galantería -.  ¿Qué se le ofrece, Miss Karlsten?”
“B… bueno…- tartamudeó ella -; precisamente a eso i…iba… No me llames Miss Karlsten, por favor… Tutéame… y soy Carla…”
La hermosa sonrisa que el androide lucía en su rostro se amplió aun más; guiñándole un ojo, él apoyó delicadamente su mano sobre la mejilla de ella y la llevó luego detrás del lóbulo de la oreja, dedicándose a mesarle los bucles.
“Está bien, Carla… Será así entonces…”
Rubricó sus palabras estampándole un nuevo y aun más profundo beso en los labios de ella.  Cuando sus bocas volvieron a separarse fue Miss Karlsten quien habló:
“Me… niego a marcharme a casa dejándote aquí como si fueras un simple trasto… – dijo, con los ojos llenos de ensoñación -.  Dick… quiero llevarte a cenar… y luego a mi casa…”
Al momento de estacionar el auto dentro de su propiedad y bajarse del mismo, Jack Reed se encontró, como no podía ser de otra forma, con sus bellas Ferobots, las cuales, fieles a la orden recibida por control remoto, estaban allí esperándole.  No se podía pensar, por cierto, en una mejor acogida para quien regresa de una jornada de trabajo y, de hecho, hasta se le escapó el detalle, no menor, de que Laureen no había salido a recibirle.  En parte era lógico: a ella no le caían bien los androides femeninos; pero, de todos modos, Jack ni siquiera se percató en ese momento de su ausencia, o bien no le preocupó.  Bastaba con ver a aquellos dos ángeles soñados que le aguardaban con ojos sedientos de sexo para que todo lo demás dejara de existir, inclusive su propia esposa; ya habría tiempo para sentir culpa más tarde, pero ahora no…, no frente a aquellas dos bellezas casi inconcebibles.
El “pack” de los Ferobots incluía cuatro mudas de ropa y allí estaban, por lo tanto, Theresa enfundada en un catsuit negro rebosante de felina  sensualidad y Elena en un ceñido y corto vestido de color verde claro que no le iba por detrás en provocación.  Ambas caminaron hacia Jack lentamente, haciéndolo de un modo que sólo podía ser visto como abierta invitación al sexo; una vez frente a él, Elena se detuvo y le sostuvo una mirada que era casi una violación, en tanto que Theresa, por su parte, caminó sigilosamente alrededor de Jack hasta ubicarse a sus espaldas: apoyando su mentón contra el hombro derecho de Jack y sacando por entre sus labios su roja y sensual lengua, serpenteó con ella a lo largo del lóbulo de la oreja hasta introducírsela en el oído; las piernas de él flaquearon y hasta estuvo a punto de ir a parar al suelo.  Logrando, a duras penas, mantener el equilibrio, pudo sentir los senos de Theresa aplastársele contra la espalda así como una mano deslizársele por sobre sus costillas para luego subirle hacia el pecho; ella, con una uña del dedo índice, se lo recorrió en toda su extensión mesándole aquí y allá el vello que le cubría.   Ya sin control de la situación, Jack sintió que el pene se le estaba irguiendo y, al parecer, también lo notó el androide, pues automáticamente bajó la mano hasta palparle el bulto por encima del pantalón.
Jack Reed ya ni sabía dónde estaba y, para colmo, frente a sus desorbitados ojos, la réplica de Elena Kelvin se giró dándole la espalda y luego, contoneándose sensualmente, llevó hacia arriba su vestido para después deslizar sus bragas hacia el césped del parque a lo largo de sus magníficas piernas; incluso al momento de levantar primero un pie y luego el otro para quitarse la prenda íntima, lo cargó de una irresistible sensualidad.  Apoyó entonces las palmas de las manos sobre sus rodillas y, con un movimiento que Jack vio como terriblemente felino, giró ligeramente la cabeza por encima de su hombro para echarle una mirada que era sexo en su estado más puro.
“Jack Reed… –  le dijo, con una entonación tan sugerente que las palabras sonaban sibilantes, como si flotaran en el aire -; cógeme… por favor…”
Imagen soñada.  Palabras soñadas.  Jack volvió a temer por su corazón, ya que no sabía hasta qué punto sería capaz de soportar tanta conmoción erótica.  Sin embargo, y aun cuando sentía el pulso acelerado, en ningún momento se sintió a punto del colapso como le había ocurrido con el VirtualRoom.
“¿No vas a cumplirle a Elena su deseo?” – oyó, junto a su oído, la suave voz del símil de Theresa quien, casi al mismo tiempo, le propinó un sutil y delicioso beso en el cuello.
Jack no respondió.  ¿Cómo podía hacerlo?  Su mente y sus sentidos se hallaban absolutamente embotados: por mucho que doliera pensarlo, Laureen nunca lo había recibido de un modo ni medianamente parecido.  Theresa, sin dejar de besarle el cuello, le desabrochó el pantalón que deslizó hacia abajo junto con el bóxer, haciendo de ese modo que el erecto miembro de Jack se apreciara en su ostensible erección bajo la luz de las farolas de estilo retro que iluminaban el parque en la noche. 
“Vamos – le dijo Theresa -.  ¿Qué esperas para ir por ella?”
Pero  lo cierto era que Jack estaba, además de mudo, totalmente inmovilizado por la conmoción, volviéndose su respiración cada vez más agitada.  Theresa, entonces, decidió ayudarle: calzándole una mano en el trasero lo empujó en dirección hacia Elena, quien a sólo dos pasos por delante, le aguardaba ofreciendo su sexo.  Llevado de ese modo por el androide, Jack avanzó en dirección hacia la réplica de Elena Kelvin; estuvo a punto de tropezar debido a que marchaba con los pantalones a las rodillas, pero el Ferobot que lo llevaba se encargó de mantenerle todo el tiempo tan vertical como horizontal se hallaba su miembro.  Cuando por fin el mismo estuvo ante la entrada de la afamada modelo, la conductora televisiva dejó por un momento de empujarle, logrando así un momento de suspenso que, al parecer, era moneda corriente en el estilo de los Erobots.  Masajeó con los dedos de una de sus manos el cuero cabelludo de Jack provocando así en éste una súbita y placentera relajación; la otra mano del androide, en tanto, tomó el pene de Jack y lo condujo como si fuera un ariete hacia aquella flor que, abriéndose generosa, invitaba a entrar en ella. Enérgico y viril, el miembro ingresó dentro de la modelo arrancando a ésta un jadeo de placer que hendió el aire nocturno y que seguramente aportó una fuerte contribución a las solitarias fantasías del vecino Luke Nolan.  Jack tomó a la réplica de Elena por las caderas y, así, desde atrás y con ella inclinada hacia adelante, comenzó un bombeo que se fue tornando cada vez más frenético.  Si con ello no era ya suficiente para tener el mejor orgasmo de su vida, por detrás de él el otro androide replicado puso una rodilla en el césped y, hurgándole con la lengua, se abrió paso por entre sus piernas hasta encontrarle los testículos y prácticamente engullírselos en un solo bocado…
Cuando todo terminó, Jack no podía creer que momentos como aquél fueran posibles…  Y si faltaba algo para coronar la escena era que Theresa se arrojara sobre Elena y que ambas cayeran hacia el parque confundiéndose en un prolongadísimo beso al cual acompañaron con las más eróticas caricias… Jack se sentía fuera de sí y sabía que, de un momento a otro, su pene se erguiría nuevamente, pero de pronto y sin que mediara razón aparente para hacerlo, echó una rápida mirada de reojo hacia la casa y, al hacerlo, descubrió a Laureen, mirándole con ojos a la vez tristes y acusadores… Bastaba con ver la expresión de su rostro para tener una idea de lo que a ella le estaba pasando por dentro.  Jack, por un momento, olvidó a sus Ferobots, que seguían revolcándose en el césped; apenas vio que Laureen daba media vuelta y se perdía en el interior de la casa, fue tras ella…
Cuando a media mañana, Miss Karlsten convocó a Jack a su oficina, él la halló diferente: estaba tan sonriente como siempre pero se trataba a todas luces de una sonrisa diferente a la que le había conocido cada día durante años; ignoraba, desde luego, cuál sería el motivo de tal milagro, pero lo cierto era que tanto su semblante como sus ojos parecían brillar con luz propia.  Jack no pudo, de hecho, dejar pasar la oportunidad sin mencionárselo:
“Se te ve distinta.  Como muy… plácida y saludable”
“Es que así es como me siento hoy… – confirmó ella sin dejar de sonreír, aunque pasando rápidamente a otro tema como si no deseara explayarse al respecto -.  Me acaba de llamar tu amigo… y dice que está en camino…”
“No es mi amigo – refunfuñó Jack -; sólo mi vecino…”
En efecto, la ya sabida obsesión de Luke Nolan para con Laureen sólo le hacía sentir antipatía por él.  Resultaba paradójico entonces que el propio Jack lo hubiese mencionado su nombre a Miss Karlsten siendo que ello implicaría tener que soportarlo allí como si ya no fuera poco con tenerlo de vecino y espiando a su esposa.  Pero allí estaba, justamente, parte de la cuestión: Luke Nolan era un genio en cuestiones de tecnología, capaz de fabricar o adaptar cualquier artefacto para satisfacer sus necesidades, aun cuando éstas, mayormente, pasaran por su pito; en ese sentido, Luke podría ser útil a los perversos planes de Carla Karlsten aun a riesgo de que ésta le terminase ofreciendo empleo en la Payback Company.  La perspectiva de tener que compartir horas de trabajo con un vecino a quien no soportaba era, desde ya, poco halagüeña para Jack pero, por otra parte, podía ser un buen modo de arrancar a Nolan de su casa y, por ende, de sus habituales actividades de espionaje, ya que el trabajo que él tenía (diseños gráficos por ordenador desde el domicilio) le dejaba buena cantidad de horas disponibles como para andar espiando a Laureen cada vez que Jack faltaba de su casa.  El plan que Jack tenía en mente era, por cierto, terriblemente maquiavélico, pero condenadamente bueno…
“¿Cómo marcha la cosa con tus Erobots?” – preguntó, de pronto, Miss Karlsten, arrancándole de sus cavilaciones.
Jack la miró, con una sonrisa mordaz dibujaba en el rostro.
“Qué extraño es verte de pronto tan interesada en los juguetes sexuales que durante años rechazaste en virtud de tu defensa de los métodos naturales y convencionales… – dijo, sin que su jefa pareciera inmutarse demasiado ante la ironía -.  Los Erobots…, hmm… bien y mal”
Acudieron a su mente de pronto los recuerdos de la noche anterior: la experiencia celestial vivida junto a aquellos dos torbellinos sexuales con forma de mujer y el gesto de frustración y abandono por parte de Laureen, quien no había vuelto a poner en funcionamiento a su Merobot ni quería hacerlo, según lo que había manifestado.
“¿Bien y mal? – preguntó Miss Karlsten, enarcando una ceja -.  ¿Estás teniendo problemas?”
“Yo no… Laureen los tiene.  Anteayer, cuando le regalé el Merobot, tuve la esperanza de que encontrara en él alguna satisfacción que ayudara a revitalizar nuestro matrimonio, que le hiciese recuperar la alegría…, pero… lo cierto es que no: disfrutó del androide apenas lo llevé a casa pero no volvió a hacerlo…”
“O eso es lo que te dice… – se mofó Miss Karlsten con un guiño de ojo -.  No te olvides que pasas muchas horas en el trabajo y tu esposa muchas en casa…”
Jack la miró con aspereza; podría haberse enfadado por el comentario, pero conocía tan bien a Laureen que bien sabía su esposa no era de ocultar nada; ella era totalmente transparente en cuanto a su personalidad.
“No… – dijo, meneando la cabeza -.  Ojalá utilizara el robot en mi ausencia, pero no lo hace…”
 
“Ya le va a encontrar el gustito, no te preocupes” – repuso ella y Jack creyó percibir en sus ojos un cierto brillo de picardía a la vez que le pareció que dirigía una fugaz mirada de soslayo en dirección hacia la puerta de la “habitación secreta” -.  ¿Y tú cómo te sientes con los tuyos?”
“¿Yo? – Jack pareció hasta sorprendido por la pregunta, quizás por lo obvio de la respuesta -.  Yo me encuentro de mil maravillas con las dos hermosas androides que me esperan al llegar a casa… pero, el hecho de verla a Laureen tan triste y sin entusiasmo no deja de provocarme culpas…”
“Se nota que la amas…” – apuntó Miss Karlsten.
“¿P… perdón?” – Jack se removió en su asiento; no era que lo hubiera sorprendido el comentario en sí, sino que el mismo hubiera salido de los labios de su jefa, habitualmente bastante lejana y ajena a las emociones humanas más profundas.
“Que se nota que la amas… De lo contrario, ¿por qué ibas a sentir culpas?”
Para Jack fue como recibir un golpe en la mandíbula; realmente le costaba mucho ordenar sus sentimientos en relación con su matrimonio.  No dejaba de haber buena parte de verdad en las palabras de Carla, las cuales tenían una lógica impecable, pero al revivir las imágenes de la noche anterior junto a las bellas robots, no podía dejar de preguntarse por qué ya no tenía sexo con Laureen ni sentía atracción sexual por ella si realmente la amaba tanto… Se hallaba en una encrucijada en la cual parecía no haber una respuesta certera al preguntarse si realmente amaba o no a su esposa…
“Ése debe ser un sentimiento único…” – continuó diciendo su jefa, ahora con la vista algo perdida en algún punto indefinido.
Jack frunció los labios y sacudió la cabeza evidenciando confusión.
“¿A… qué te refieres?” – preguntó.
“Amar a alguien… o ser amado”
Jack no paraba de sorprenderse; jamás, en los años que llevaba de conocerla, había escuchado a Carla Karlsten reflexionar sobre tales cuestiones.  En general siempre había sido una mujer gélida al momento de desnudar sus sentimientos y más aun en lo referente a temas amorosos; de hecho, no se le había conocido jamás una pareja estable.  Por el contrario, lo suyo siempre había sido utilizar a los hombres como objetos y disfrutar con ello, hacerles sentir su poder: algo bastante alejado de cualquier forma de romanticismo.
El conmutador sonó y, al hacerlo, sacó a Miss Karlsten de su momentánea ensoñación.
“Miss Karlsten – se escuchó una voz al otro lado -.  Ya se encuentra aquí el señor Luke Nolan.  ¿Le hago pasar?”
Esa mañana, antes de que Jack partiera hacia su trabajo, Laureen le había pedido que quitara al Merobot de la habitación.  La alocada excitación de aquel primer encuentro había ido dejando en ella lugar a una cierta inquietud rayana en el temor: no podía dormir con el robot instalado allí.  Por cierto, habían tenido con Jack una nueva discusión en la noche: la imagen que había visto en el parque era más de lo que podía llegar a soportar.  Él, desde luego, le recriminó varias veces lo infantil que era al tener celos de dos androides, pero a los ojos de ella, aquellos seres mecánicos eran mucho más que eso: bastaba con verles en movimiento para sentirlos en la casa como presencias inquietantes; no había lugar a comparación ni con los electrodomésticos ni tan siquiera con el robot – conductor, que hacía las veces también de jardinero y parquero, ni con Bite, el perro – robot.  Cuando se hallaban en funcionamiento, no había modo alguno de ver a los Merobots como máquinas: eran terriblemente humanos y, a la vez, de una sexualidad y erotismo que superaban a cualquier humano: era extraño e indefinible, pero a Laureen le generaban una mezcla de deseo, morbo, excitación… y miedo…
Ignoraba adónde habría llevado Jack al Merobot tras su pedido, posiblemente no muy lejos, pero lo que sí recordaba era que un incontrolable nerviosismo la invadió cuando su esposo puso al androide nuevamente en funcionamiento para hacerlo salir más fácilmente de la habitación.  De hecho, mientras el robot símil de Daniel Witt marchaba detrás de Jack, le había dedicado un par de miradas tan sugerentes que hasta se le partió el alma al verle marcharse; se debatía entre el arrepentimiento y la culpa, ya que veía en el androide una expresión tan humana que Laureen hasta se sentía en la obligación de pedirle disculpas por su rechazo y despecho.  Y, al mismo tiempo, aquellos ojos le seguían produciendo deseo y temor…
Habiendo ya partido Jack hacía rato hacia su trabajo, la gran sorpresa para Laureen llegó cuando, al salir del cuarto hacia la sala de estar, se encontró, sentadas a los sillones, se hallaban los dos mujeres – robot con los cuales Jack había compartido tantas horas de lujuria en la noche previa.  Laureen quedó estática, petrificada: los Ferobots no se hallaban en off sino que lucían sonrientes y llenas de vitalidad.  Ambas, de hecho, le miraron… y ella no supo determinar si esos ojos eran de deseo o de burla; ambos conceptos parecían bastante lejanos tratándose de organismos artificiales y, sin embargo, eso era lo que se percibía…
“Hola, Laureen…” – le saludó la réplica de Elena Kelvin quien, cruzando una de sus hermosísimas piernas por sobre la otra, apoyó el mentón sobre una mano y el codo sobre la rodilla.  La voz con la que el androide le había saludado, le sonó a Laureen como habló era lascivia pura.  Y más aún:  salvajemente lésbica.
“¿Cómo has pasado la noche, linda?” – le espetó, no menos sugerente, la réplica de la conductora televisiva Theresa Parker.
Laureen fue alternadamente, con la vista, de la una a la otra con los ojos inyectados en incredulidad.  ¿Había olvidado Jack dejarlas en off?  ¿O había olvidado ella recordárselo ante la obsesión por sacar al robot masculino de su cuarto?  Por cierto, al mirar de soslayo hacia un costado, descubrió al robot masculino vertical y apoyado contra uno de los muros aunque, claramente, sin señales de actividad.  El Merobot estaba en off, pero los Ferobots no.  Fuese como fuese, la presencia de aquellas dos “invasoras” sentadas tan plácidamente y comportándose como si la casa fuera de ellas, le hizo hervir por dentro.
“¿Qué… están haciendo aquí?” – farfulló, entre dientes.
“Nada en especial – le respondió la réplica de Elena -.  ¿Quieres que te preparemos un café, Laureen?”
“Aunque no lo creas, sabemos hacerlo – agregó la otra, con un guiño de ojo y un asentimiento -; nos han programado para dar placer y ello no sólo implica sexo”
Laureen tensó su cuerpo de la cabeza a los pies y crispó ambos puños.  Tenía ganas de golpearlas, aunque no sabía hasta qué punto ello sería efectivo tratándose de robots.  Ellas, luego del comentario eróticamente sarcástico que la réplica de Theresa había hecho se miraron a los ojos de un modo tan penetrante y lascivo que daba la sensación de que se fueran a devorar mutuamente de un momento a otro: dicho y hecho.  Theresa fue hacia Elena y se ubicó sobre su regazo tras lo cual, ante los desorbitados ojos de Laureen, ambas acercaron sus labios hasta fusionarse en un apasionado beso para, luego, comenzar a echarse mano encima mutuamente, recorriéndose entre sí sin el más mínimo pudor (a veces Laureen olvidaba que eran robots) y sin importarle en lo más mínimo que ella estuviese allí.  Una de ambas, la símil de Theresa, apoyó la palma de su mano sobre la pierna de Elena y se la deslizó bajo el vestido: tras lo cual Laureen vio, muda y absorta, cómo la misma serpenteaba por debajo de la tela en busca de la zona genital de la modelo.  Esta última, por su parte, se dedicó a jalar y llevar hacia abajo el cierre del negro catsuit que lucía la conductora televisiva, dejando, en cuestión de segundos, sus magníficas tetas al aire.  Laureen no podía salir de su asombro; sentía que su casa estaba siendo profanada por dos perversos demonios sedientos de sexo y, a la vez, no podía despegar la vista de ellas; de hecho, sus ojos quedaron clavados en los senos de Theresa y no pudo evitar excitarse cuando los mismos comenzaron a ser recorridos por los dedos de Elena.
Laureen se sintió más confundida que nunca.  Se debatía entre salir corriendo de allí o permanecer presenciando una escena que le generaba tanta culpa como excitación; de hecho, jamás se había excitado con una mujer ni mucho menos con dos: y sin embargo, algo había en aquellas dos bellas réplicas que la llevaban a seguir mirando y mirando… Sentía ganas de decirles que pararan, que no siguieran, pero por alguna razón las palabras no conseguían salir de su boca…
De pronto los Ferobots dejaron de besarse y, a un mismo tiempo, giraron sus cabezas en dirección hacia Laureen;  las miradas de ambas eran, a todas luces, una abierta invitación a la lujuria.  Eran tan penetrantes esos ojos que Laureen se sintió atravesada por los mismos y hasta dio un paso atrás.
“¿No te nos quieres sumar, Laureen?” – le invitó, sonriendo, la réplica de Elena.
Era demasiado.  Definitivamente.  Nerviosa y ofuscada ante tan perversa sugerencia, desvió la vista de las dos féminas y miró hacia todos lados en busca de los controles remotos: tenía que ponerlas en off.  Ya mismo.  Sin embargo y por mucho que escudriñara en todas direcciones no lograba dar con los controles.  ¿Era posible que Jack se los hubiera llevado consigo nuevamente?  ¿Habría dejado deliberadamente los Ferobots en on privándole, por las dudas, de su único medio para apagarlos?  Lo único que Laureen sabía era que quería ya mismo a los robots en off.  En el momento en que se inclinó sobre una mesa ratona para rebuscar por debajo de unas revistas, vio por debajo suyo el bello y sonriente rostro de la top model Elena Kelvin mirándole: el Ferobot, de espaldas contra el piso, se había deslizado por entre sus piernas y le miraba desde abajo con ojos que sólo irradiaban sexo; incluso se pasó la lengua por el labio superior, lo cual casi hizo estallar a Laureen, tanto por el odio como por la creciente excitación que ya no lograba controlar por más que quisiese.  Más nerviosa aun, desvió la vista e intentó girar en procura de huir de aquella habitación que parecía haberse convertido en un antro de lujuria.  Sin embargo, apenas intentó hacerlo, se topó con el símil de Theresa Parker al punto de, prácticamente, llevársela por delante, quedando así encarada con ella pecho contra pecho y separados los ojos de ambas por escasos centímetros.
 
“Sólo déjate llevar, Laureen…” – le dijo el robot, que en ese mismo instante bajó el cierre frontal de su catsuit negro de tal modo de dejar sus perfectos senos expuestos ante Laureen, quien bajando la vista hacia los mismos, no pudo evitar adoptar una expresión algo estúpida ni tampoco que su labio inferior cayera…
No supo en qué momento el otro robot s levantó del piso y se puso en pie, pero de pronto sintió cómo la réplica de Elena Kelvin la tomaba por detrás y, cruzándole los brazos por debajo de las axilas, le masajeaba el pecho al tiempo que le acercaba la boca al oído al punto de hacerle oír y sentir su aliento jadeante, sensual y perverso…
“Exacto, Laureen – le dijo, como avalando las palabras de su compañera -, sólo déjate llevar… Mira bien los pechos de Theresa y dime si no te gustan…”
Laureen sólo temblaba de la cabeza a los pies, cada vez más frenéticamente.  Quería liberarse de aquel abrazo que, desde atrás, le daba Elena así como también despegar su vista de los hermosos y provocativos senos de Theresa pero, por mucho que quisiera hacerlo, no lo conseguía. 
No supo qué fuerza la empujó pero no fue Elena.  Ella misma, como bajo el poder de alguna fuerza metafísica, inclinó su cuerpo hacia adelante hasta enterrar su cabeza en el busto de Theresa…
Sin poder ya gobernar sus sentidos, Laureen decidió perderse entre aquellos dos magníficos senos y, del mismo modo que no había antes podido evitar llevar su rostro hacia ellos, tampoco pudo no sacar su lengua y dedicarse a lamer aquella blanca piel que era pura perfección rebosante de vida y calor…
El Ferobot replicante de Theresa Parker le apoyó una mano sobre la cabeza y le masajeó la nuca, lo cual la puso aun más a mil.  Mientras ello ocurría, el otro robot, quien había dejado de abrazarla, le bajó la calza e hizo luego lo propio con las bragas.  Bastó sólo un segundo más para que Laureen sintiera la lengua de Elena deslizarse por entre sus piernas y encontrar su sexo para, finalmente, hundirse en él: el acceso de placer fue tan intenso que Laureen sintió como si se elevara, como si sus pies se despegaran del piso.  La situación era, desde todo punto de vista, increíble; si se ponía a pensar que estaba siendo llevada hacia tan galopante excitación por dos mujeres, no podía menos que sentir un fuerte pudor rayano en la culpa.  Le consolaba, no obstante, en cierta forma, el saber que eran sólo robots, que en sí no estaba con ninguna mujer… Sin embargo, cada vez que quería pensarlo de ese modo, su cabeza entraba en un eterno círculo vicioso pues el comportamiento de aquellas dos criaturas mecánicas estaba muy pero muy lejos de cuadrar con el de dos robots: ella quería convencerse de que eran androides para así librarse de toda culpa, pero sus sentidos, por el contrario, le daban un mensaje totalmente distinto y le traían de vuelta esa culpas que ella se esforzaba en expiar…
No supo si fue un sexto sentido o qué, pero de pronto tuvo la idea de que alguien más se hallaba allí, como que fueran cuatro.  Sin dejar de lamer los pechos de Theresa, echó una mirada de soslayo hacia un costado y no pudo evitar dar un sobresalto cuando descubrió que allí, mirándole con ojos sonrientes y lascivos, se hallaba el Merobot: el símil de Daniel Witt, reactivado y terriblemente vivo…
Súbitamente la réplica de Elena retiró la lengua del sexo de Laureen al tiempo que ella misma retiraba la suya de los pechos de Theresa; paralizada y sin perder la posición que había adoptado, giró la cabeza hacia el androide masculino, al cual miró con ojos desorbitados e incrédulos.  Claro: Laureen Reed nada sabía sobre el stand by de los Erobots y su capacidad para detectar la actividad en los neurotransmisores.  Lo que había ocurrido, sencillamente, era que su propia excitación había despertado al Merobot, pero ella no lo sabía…
Miró al androide con una mirada que mezclaba sorpresa, deseo y estupor.  Desde atrás, acercándosele al oído, Elena le susurró:
“¡Wow!  ¡Mira quién está aquí, Laureen!”
Ella ya había perdido toda capacidad de respuesta; no lograba articular palabra ni tampoco hacer nada; y así, tanto su mutismo como su inmovilidad fueron el contexto ideal para que los robots se movieran a sus anchas: su mandato positrónico los llevaba a dar placer y no iban a dejar de hacerlo a menos que hubiese alguna contraorden al respecto.  Elena le caminó alrededor y se ubicó junto a Theresa; ambas sonrieron: como si se hubieran puesto de acuerdo previamente o bien de algún modo se comunicaran entre sí, levantaron a un mismo tiempo la remerita musculosa de Laureen para luego hacer lo propio con su sostén.  Una vez que la dejaron con sus preciosas tetas al descubierto, ambas se inclinaron hacia adelante y, de manera simultánea, se dedicaron a mamar una cada pezón.
Laureen hervía, bullía, ya no cabía en sí: mantenía aun la misma postura inclinada hacia adelante que cuando le lamía los senos a Theresa; no conseguía, por otra parte, dejar de mirar al Merobot a su rostro.  Éste, siempre sonriente, caminó alrededor de ella y desapareció de su campo visual al ubicarse a sus espaldas, donde Laureen ya no podía verlo.  Ella supo, en ese momento, que su vulva, descubierta y expuesta, no tenía ninguna chance de escapar… Y, en efecto, no la tuvo… Mientras las dos hermosas réplicas femeninas no paraban de mamarle los pezones, el robot masculino, desde atrás, le encontró sin demasiado esfuerzo la vagina para luego iniciar un bombeo que se iría haciendo cada vez más acelerado…
                                                                                                                                                                                CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

 

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

Relato erótico: “Madre de alquiler o hembra hambrienta de sexo” (POR GOLFO)

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Cuando Enrique me llamó para que fuera su secretaria no supe decirle que no. Le conocía desde que el estudiaba en la universidad, y empezaba a salir con Laura, la que es ahora su esposa. Los tres formábamos parte del mismo grupo de amigos, que todos los fines de semanas nos reuníamos para salir de copas.

De eso hace mas de quince años, durante los cuales les perdí la pista, debido a que me casé con un hombre sumamente celoso. Paulatinamente Carlos me fue separando de mis compañeros, de mi familia, de todo lo que podía representar para él un peligro. Mi matrimonio fue un desastre. Lo que en un principio eran desconfianzas y celos se fueron convirtiendo en reproches e insultos, hasta que hace tres meses, una noche en la que mi marido había salido de juerga, llegó a casa totalmente borracho y con la excusa que no le había contestado al teléfono con la rapidez que él quería, me pegó una paliza, mandándome al hospital.
Fueron los propios médicos los que me convencieron que le denunciara, y al preguntarme que a quien podía llamar para que me fueran a recoger, les pedí que telefonearan a mi hermano José. Dio la casualidad que mi hermano estaba en una fiesta en casa de Enrique y de Laura, y en menos de veinte minutos estaban en la puerta de Urgencias de La Paz.
De esa forma tan traumática, reestablecí contacto con ellos. José, al que no veía desde hacía tres años, llegó acompañado del matrimonio. Venía fuera de sí, y al encontrarse en la puerta de la clínica con mi marido, se le lanzó al cuello. Desgraciadamente, mi hermano comparte conmigo no solo los genes, sino la baja estatura, por lo que casi sin despeinarse Carlos se deshizo de él. Pero lo que no se esperaba es que viniera acompañado, por lo que al entrar en la sala Enrique y ver como su amigo estaba siendo objeto de una paliza, intervino.
Quique es otra cosa, casi dos metros y mas de noventa kilos de músculos perfectamente entrenados. Su sola presencia impone, pero cuando Carlos le intentó pegar, se desató la bestia que tiene dentro y con solo dos puñetazos lo mandó a la habitación contigua de la mía, con la mandíbula y la nariz rota.
La policía, al llegar al lugar del altercado, se llevó detenidos a los dos, por lo que fue Laura quien obedeciendo a su marido, la que me sacó del hospital. Me extrañó que fuera ella quien me estuviera esperando en la salida. Al verla le pregunté por mi hermano, ya que los de servicios sociales me habían informado que era él quien me estaba esperando.
Tranquila, estaba aquí pero se han encontrado con Carlos y han tenido una pelea-, y sin inmutarse me contó lo sucedido, explicándome que se los habían llevado a declarar a la comisaria. –Pero no te preocupes, están bien y me han dicho antes de irse que te lleve a casa-.
-No, por favor, ¡a mi casa no!-, le respondí asustada.
-No, boba, a la mía. ¿Cómo crees que te íbamos a dejar con ese energúmeno?-, me dijo sin alterarse. Desde joven, me sorprendió la sensatez y la tranquilidad de Laura. Nada conseguía alterarla.
Era una mujer super atractiva, pero su mayor virtud era su dulzura. Y ayudándome a caminar, cogiéndome del brazo, me llevó hasta el coche.
Viven en un chalet de Pozuelo, por lo que tardamos bastante en llegar, casi treinta minutos durante los cuales estuve preguntándo por su vida. Supe que se habían casado dos años después que yo, y que debido a un accidente Laura se había quedado estéril, por lo que no podían tener hijos. Al enterarme le dije que los sentía, y en sus ojos vi que no se había repuesto de esa perdida.
-¿No has pensado adoptar?-, le dije apenada.
Quique quiere, pero yo no estoy convencida-, me contestó
secamente, por lo que decidí cambiar de tema.
Cuando entré en la casa, sentí envidia de mi amiga. Se notaba que eran felices, por todos lado había fotos de su boda, de sus viajes. En ellas quedaba claro que se querían y que no había problemas en su matrimonio. Al verlas, me di cuenta de mi fracaso y sin poderme aguantar me eché a llorar desconsolada.
-¿Qué te pasa?-, me preguntó, mientras acariciaba mi pelo para consolarme.
Que mi vida es un desastre, mi marido es un cabrón, estoy sola, sin amigos, sin familia, sin nadie-, le dije entre sollozos.
Eso no es cierto, aunque no nos hayamos visto, eres nuestra amiga, nos tienes a nosotros, y a tu hermano-, me contestó tratando de confortarme, –Ahora lo importante es que descanses-.
-Pero no tengo ropa, todo mis cosas están en un apartamento al que no pienso volver-, le repliqué llorando.
Sin hacer caso a mis objeciones, buscó un camisón que prestarme, y obligándome a meterme en la cama, me dio las buenas noches. Me quedé dormida al instante, debieron de ser los calmantes que me habían dado. Perdí la noción del tiempo, pero de pronto unas risas me despertaron. Eran José y Quique, que volvían de la comisaría, venían muertos de risa.
Pude oír como mi hermano le decía a su amigo:
No te quejaras, te he dado la oportunidad de entrenarte con un capullo-
-No te descojones, que te pienso cobrar la multa que me ponga el juez por partirle la cara-, escuché como le contestaba antes que Laura les pidiera que hablaran mas bajo para no despertarme.
Estuve a un tris de bajar y decirles que ya lo habían hecho cuando mi hermano respondió que tenía razón, que era mejor dejarme descansar, y que al día siguiente me iba a llevar a vivir con él. Quique le respondió bromeando que por fín había conseguido una mujer que le hiciera compañía. José haciéndose el ofendido le contestó:
No seas cabroncete, ¡es mi hermana!.
-Coño, que me refería a que vas a tener alguien que te cuide, y encima ¡Gratís!-

-Ya lo sé, era broma-,
y dirigiéndose a Laura le dijo:-Gracias, por todo, no sabes como te agradezco tu ayuda. Mañana vendré a las ocho a por Isabel, ¿Te parece bien?-
-Claro, tu tranquilo, aquí estará bien-, y acompañándole hasta la puerta, se despidió de él.
Al volver al salón, su marido se estaba poniendo un whisky.
Estarás contento, te has comportado como un salvaje. A tu edad y pegándote como si fueras un chaval-, le dijo mientras le quitaba la copa de sus manos.
-¿Te has enfadado?-, le preguntó extrañado, -lo hice para defender a José-.
Si me ha cabreado, el verte rebajándote, pero también me ha excitado-, le contestó abriéndole la camisa.
Me sentí incomoda de espiarles, pero en vez de volver a la cama, busqué una posición donde observarles sin que me vieran. Vi como Laura se arrodillaba y desabrochándole los pantalones, sacaba de su interior un enorme sexo. No me podía creer lo que estaba viendo, la dulce mujer que parecía no haber roto un plato, estaba introduciéndose centímetro a centímetro toda su extensión en la boca, mientras con sus manos acariciaba el musculoso culo de su marido. Lo hizo con exasperante lentitud, mi propia almeja ya estaba mojada, cuando sus labios, se toparon con su vientre. Estaba viendo garganta profunda en vivo, siempre había creído que era mentira que una mujer se pudiera meter tamaño bicho en la boca, sin que le vinieran arcadas. Pero que equivocada estaba, mis amigos me acababan de demostrar mi error.
Desde el rellano de la escalera, pude observar como Enrique levantado a su mujer del suelo, le desgarraba el vestido y tras apoyarla sobre la mesa del comedor, la penetraba de un solo golpe, mientras le preguntaba:
-¿Te gusta esto?, putita mía-
Si, mi amor, dame fuerte, enséñame el macho que tengo en casa-, le contestó Laura, al sentir como su pene la llenaba por entero.
Su marido no se hizo de rogar, y sin piedad brutalmente la embestía, mientras que con sus manos castigaba su trasero. El ruido de los azotes, se mezclaba con los gemidos de la muchacha. Era alucinante, algo en mí, se empezó a alterar. Jamás pensé que observar a una pareja me pudiera poner tan bruta, pero sin darme cuenta mis dedos se habían apoderado de mi clítoris, al ver como mi amiga disfrutaba. Tenían unos cuerpos maravillosos. Desde mi punto de observación, podía distinguir cada uno de los músculos de la espalda y el culo de su marido, cuando la penetraba. Eran enormes y definidos, largas horas de gimnasio, le conferían un aspecto de guerrero medieval. Quique no hubiera resaltado en una película de gladiadores. En cambio Laura era femenina, pechos pequeños que rebotaban al compás de sus movimientos, y un cuerpo pequeño que me recordaba al mío. Por eso no me resultó difícil, el imaginarme que era yo quien recibía ese delicioso castigo de ese semental, y por vez primera no solo envidie a mi amiga, sino que también deseé a su pareja.
Mi cuerpo ya empezaba a notar los primeros síntomas de placer, cuando al oír el orgasmo de la mujer, disgustada tuve que volver a la cama, por miedo a que me descubrieran espiándolos.
Al meterme entre las sabanas, la calentura me había dominado y separándome los labios, empecé a torturar mi sexo, con creciente lujuria. Poco a poco me dejé llevar, ya no solo era mi amigo quién me poseía, en mi mente su mujer le ayudada a someterme a sus caprichos. Era una muñeca en los brazos de los dos. Me imaginé como invitándome a su cama, me ataban a la cama, separando mis piernas. Y totalmente fuera de mi, me corrí en brutales espasmos, de solo pensar que ella me besara en los pechos, mientras su marido llenaba mi interior con su miembro. Con sentimiento de culpa, me derramé cerrando mis piernas en un vano intento de no empapar el colchón.
No me había repuesto, cuando oí como tocaban la puerta de mi habitación. Pregunté que quien era, respondiéndome del otro lado, Laura que quería hablar conmigo que si podía pasar. Asustada, le respondí que si, y antes de que me diera cuenta, se había sentado en el borde de la cama. Traía sus mejillas coloradas, “por la excitación”, pensé. Por eso me sorprendió cuando me dijo:
-Isa, perdónanos, creíamos que estabas dormida, no era nuestra intención que nos vieras haciendo el amor-.
Mis temores desaparecieron al oírla, no solo no estaba enfadada que los hubiera estado observando sino que estaba avergonzada pensando que era su culpa.
-No tengo nada que disculparos, fui yo que al escuchar ruido, salí a ver que ocurría-, le dije.
Laura se tranquilizó con mis palabras. Una sonrisa apareció en su rostro, al observar que a mí tampoco me preocupaba lo ocurrido, y soltó una carcajada cuando bromeando le expliqué que ya me gustaría a mi tener ese marido y no la bestia con la que me había casado.
Una vez aclarado, se despidió de mí con un beso en la mejilla, yéndose a reunir con Enrique. Lo que no supo fue, que al besarme, pude oler su aroma a hembra hambrienta, y que en cuanto se fue, para poder dormirme tuve que hacerme otra paja, pero esta vez pensando solo en ella. Nunca me habían gustado las mujeres y menos había estado con ninguna, por eso me asombré de que me atrajera y me aterroricé al correrme soñando con estar entre sus piernas.
Dormí fatal, en cuanto me sumía en un sueño aparecía mi marido, y empezaba a golpearme, llamándome puta. Era repetitivo, muchas veces sentí su puño contra mis costillas mientras me insultaba porque me había acostado con otros hombres. De nada servía que le dijera que no era cierto, el proseguía con su venganza hasta que Quique me salvaba, llevándome lejos. Le veía como mi salvador, hasta que parando el coche, me destrozaba la falda y con ayuda de su mujer me violaban. En mi sueño, me obligaban a comerme el coño de Laura, mientras él me poseía por detrás, y siempre me intentaba defender en un principio, pero terminaba disfrutando como una perra, mientras le pedía que me follasen. Por eso, me desperté mas cansada y sobretodo mas caliente de lo que estaba al dormirme. Tratando de calmarme me fui a duchar, intentando sacar esos pensamientos de mi mente.
El agua tardó en calentarse, por lo que me entretuve mirándome al espejo. Tenía los ojos morados y la cara hinchada por la paliza del día anterior. Me dolía todo, pero lo peor no era mi dolor físico, sino la certidumbre que mi vida anterior había desaparecido por completo, estaba sola, sin pareja, sin hijos, dependiendo únicamente de un hermano y unos amigos que no había visto en años. Paulatinamente me fui sumiendo en una depresión, y sin poderme aguantar me eché a llorar desnuda, sentada en la taza del váter. Fue así como me encontró Paula, con la cabeza entre mis piernas mientras con mis manos golpeaba el suelo, totalmente enloquecida.
Al verme, me levantó y soltándome una bofetada, intentó hacerme reaccionar.
Isabel, ¿que te ocurre?-, me gritó mientras me zarandeaba.
-Me quiero morir-, sollocé mientras intentaba chocar mi cabeza contra la pared.
Sin saber que hacer, me abrazó para evitar que siguiera haciéndome daño, y tras unos minutos en los que seguía llorando en sus brazos, decidió meterse conmigo en la ducha para tranquilizarme. El agua y su cercanía me hicieron reaccionar pero no del modo que ella se esperaba, y sin pedirle permiso me apoderé de sus labios pidiéndole que me amara.
Su única respuesta fue darme otro bofetón, alejándose de mí. Pero después de unos momentos se acercó, diciéndome que no era lesbiana, que no me equivocara. Si estaba ofendida por mi actitud no lo demostró, y metiéndose conmigo, empezó a enjabonarme mi cuerpo. Con su boca me tranquilizaba diciéndome que era normal mi trastorno, que no me preocupara, que no me lo iba a tomar en cuenta, pero a la vez con sus manos recorría mi cuerpo excitándome. Lo que empezó mal, mejoró al llegar a mi sexo con el jabón. Separando mis labios, empezó a restregarme, diciéndome que estaba muy tensa, que me relajara. Sin dudarlo abrí mis piernas, permitiendo sus caricias. Sus dedos se apoderaron de mi clítoris en una deliciosa tortura, y sin poderlo evitar me corrí entre sollozos.
Vamos a secarnos-, me dijo sacándome del agua. Sin hablar me dio una toalla, y cuando vio que empezaba a secarme, me dijo:-Lo necesitabas, pero no va a volver a ocurrir-, y saliendo del baño me dejó sola.
Al bajar a la cocina, ya vestida, me encontré con José y Enrique, que estaban desayunando. En cuanto me vieron, mi hermano me preguntó, que cómo estaba. –Bien-, le contesté sin atreverme a levantar los ojos. Ellos debieron suponer que me avergonzaba de mi aspecto, ya que desconocían lo que había ocurrido. Fue una suerte, que Laura acudiera en mi ayuda y dándome su apoyo les pidió que no me atosigaran. Se lo agradecí diciéndole al oído , que sentía lo que había pasado. Pero ella guiñándome un ojo, dijo en voz alta que no era mi culpa sino de la del cabrón de Carlos. Por supuesto, que ni José ni Quique, tenían ni idea de lo a que nos referíamos, y ya que ella no dijo nada, quien era yo para sacarles del error.
Terminando de desayunar nos fuimos, José vive en un coqueto apartamento de soltero en la Castellana, que se convirtió en mi guarida. La pequeña habitación de al lado de la cocina, en mi refugio.
A partir de ese día, el terror desapareció de mi vida pero las largas horas solas entre esas cuatro paredes me agobiaban quería ser útil, vivir mi vida y dejar de cómo un parásito alimentarme de la yugular de mi hermano. El tenía una vida antes que se la truncara mi marido, y era mi deber dejarle en paz, debía permitirle retomar su propio rumbo. Por eso no me negué a ser la secretaria de Quique, y por eso, ese lunes me vestí con mis mejores galas para acudir a mi nuevo trabajo.
Estuvo muy atareado por lo que tuve que esperar pacientemente sentada mas de una hora hasta que se pudo liberar y atenderme diez minutos.
Aunque iba vestido de traje y con corbata, no pude dejar de recordarle como le había visto esa noche, con todos sus músculos marcados, su culo potente y ese pene que había hecho disfrutar a dos mujeres aunque el solo tuviera constancia de una. Cabreada conmigo misma, tuve que cerrar mis piernas en un intento de parar mi excitación, pero que no solo resultó vano sino que la propia fricción de mis mulos hizo que me corriera en silencio mientras el hablaba por teléfono. Ya no me parecía tan buena idea el trabajar para él. Sabía que cada vez que lo viera, me lo imaginaría poseyéndome, y cada vez que nuestros cuerpos se tocaran rutinariamente, todo mi ser se aflojaría mojándome y empapándome. Nada mas el hecho de dejar de ser una carga, evitó que me largara, huyendo de él.
-Perdona-, me dijo acercándose a mí,-Disculpa el retraso-, y mirándome de arriba abajo en una forma carente de morbo, me halagó diciendo:-Estas muy guapa-.
Nuevamente, de mi entrepierna surgió una llamarada. En ese momento pensé tratando de justificar que deseara al marido de mi amiga, que se debía a mi pésimo estado emocional, y que el tiempo apaciguaría el fuego, que me quemaba.
A partir de ese día, fui su humilde asistente, jamás me molestaba que me retuviera haciendo horas extras, nunca me quejaba de su mal humor y de sus malos modos al reprenderme, al contrario me gustaba oír que se dirigía a mí, que me hablaba aunque fuera de un modo rudo, pero de lo que realmente disfrutaba era de sus ausencias que me permitían encerrarme en su despacho y masturbarme mientras pensaba que me usaba.
En mi imaginación me veía a cuatro patas gateando a su encuentro, Quique me esperaba sentado en su sillón, y sin hablar me exigía que le bajara la bragueta y me apoderara de su sexo.
Mil veces, mi lengua recorrió mentalmente su capullo, mientras que con mi mano apretaba sus testículos buscando su placer. Mil veces los lápices con los que escribía los memorandos, fueron el pene, con el que pensando en él, me penetraba. Mi sumisión a sus deseos era total, soñaba que desgarrando mi falda me violaba, por haber redactado mal un informe, que sus manos azotaban mi trasero como le había visto hacer con su esposa solo por haberle derramado el café, y que desfloraba mi culo violentamente con la única excusa de haberme retrasado.
Pero la realidad era otra, nunca me miró durante meses como mujer, para él era su secretaria, y si acaso su amiga. Su trato era cordial, profesionalmente aseado, demasiado pulcro para mi que suspiraba y lamía el terreno que él pisaba. Todo ese tiempo, no vi a Laura, solo tuve contacto con ella cuando le informaba de las citas infructuosas con su ginecólogo. Seguían buscando el tener hijos, pero visita tras visita, irremediablemente llegaban los análisis y tenía que informar a mi amiga, que nuevamente su vientre no alojaba el tan añorado hijo.
Por eso, al escuchar a través de la puerta que Quique discutía con su mujer y que sin importarle que le oyera, la llamó loca por proponerle una madre de alquiler, tomé la iniciativa. Esperé media hora a que se calmase y después marqué el teléfono de Laura.
-Necesito verte-, le rogué, mi amiga suponiendo que había vuelto a tener problemas con Carlos, mi ex, accedió al instante, quedando citadas para ese sábado.
Era miércoles, toda la semana me fui preparando para que nada se torciera, planifiqué lo que le iba a decir, estudié la forma de rebatir cualquier objeción que ella pusiera y ansiosa espere que fueran pasando las horas y los días para verla.
Esa mañana me vestí con minifalda, y un top, estaba orgullosa de mi cuerpo y quería que ella lo viera que supiera que aunque tenía treinta y cinco años, mi piel se mantenía firme y mis pechos erguidos.
Laura me esperaba en su casa, había decidido que lo mejor era la intimidad de su hogar. Lo que no sabía era que al recibirme en el mismo sitio donde la había visto con Quique haciendo el amor, me había alterado.
-¿Qué te pasa?-, me dijo nada mas sentarnos en la salita.
Sin contestarle saqué los resultados de mis análisis, donde se demostraba que era fértil, prueba de mi compatibilidad con su marido. Documentos que era una forma de declararle que estaba dispuesta.
-¿Porqué me enseñas esto?, por qué eres tan cruel de vanagloriarte que tú si puedes
La lágrimas corrían por sus mejillas, me había malinterpretado creía que había venido a restregarle su esterilidad.
No, boba-, le contesté abrazandola, -Quiero que sepas que deseo ser tu madre de alquiler-.
Paulatinamente fue rumiando mis palabras, y mientras lo hacía sus sollozos se fuero calmando, al contrario que yo que solo por sentirla entre mis brazos, me estaba empapando. Su olor, su pelo, su frágil cuerpo me excitaba. Tuve que hacer un esfuerzo para no lanzarme sobre ella.
Harías eso por mí-, alcanzó a decir.
-Eso y mas, solo pídemelo-
Sonrió al escuchármelo decir, y agarrándome la barbilla depositó el mas dulce beso que nunca me habían dado. La tersura de sus labios, su tibieza al besarme desencadenó mi locura. Forcé sus boca con mi lengua, y jugando en su interior mientras mis manos buscaban sus pechos, conseguí excitarla.
Solo el sonido de la puerta del chalet abriéndose, consiguió separarnos y como si no hubiese ocurrido nada nos levantamos a saludar a Quique que llegaba de jugar al tenis.
No le digas nada-, me rogó Laura,- conozco a mi marido y si se lo decimos se negará-.
Llegaba sudoroso tras el partido, la camisa se le pegaba mostrando los enorme pectorales que decoraban su torso. El pantalón corto tampoco pudo evitar que me fijara en el bulto que nacía entre sus piernas. Caliente por ambos, busqué una excusa para irme.
Laura me acompañó a la puerta, y tras decirme al oído que fuera a cenar esa misma noche, sus labios rozaron los míos.
No sé como llegué a casa, no solo no se había negado sino que necesitaba que fuera su cómplice para engatusar a su marido. Perdí la noción de mi alrededor, las manzanas pasaban al lado de mi coche como fantasmas. Solo recuerdo el llegar a mi cuarto de baño totalmente alborotada, y que tras sumergirme en la tina caliente, las espumas de jabón que fueron los brazos de mis amantes al masturbarme.
Comí poco, mi estómago estaba tan cerrado como mi sexo abierto. Decidí hacer una hora de bicicleta con las esperanza de calmarme, pero el sillín al rozar la parte interna de mis muslos reavivó mi fuego. Se hundía inmisericorde constriñendo mi tanga contra mi sexo. Aceleré el pedaleo al sentir que me corría y sabiéndome sola, grité de placer sin miedo que nadie me oyera. Todo era lujuria, el cepillo de dientes se me antojaba su pene, y el dentífrico el fresco semen brotando a mi llamada, la caricía de la brocha al maquillarme, me recordaba a la mano de mi amada recorriendo mis mejillas.
Por eso, cuando habiendo terminado de vestirme y mirarme en el espejo, descubrí que bajo el pegado vestido negro, mis pezones se erguían duros y suplicantes de besos. No sabía si me había pasado, la raja que se abría a un lado, dejaba ver mi pierna en su conjunto, incluso se podía vislumbrar el inicio de mi negra braguita.
Eran las nueve y media cuando llegué a su casa, como colegiala en su primer cita eché de menos la carpeta que siendo niña tapaba pudorosa mis pechos. Quique fue quien abriendo la puerta, me cedió el paso. Y mi dicha fue enorme al oír que me piropeaba diciendo:
-Estas preciosa-.
Me sabía guapa, atractiva, pero nada que ver con el monumento que infundado en un vestido blanco hacía su entrada bajando las escaleras. Laura como una diosa, eternizaba los peldaños, y yo me vi incapaz de retirar mis ojos de sus pechos, rítmicamente se movían al vaivén de sus pies, pequeños, duros, bien hechos eran una invitación a tocarlos.
A mi lado, su marido babeaba, y no me extraña porque yo misma tuve que hacer un esfuerzo consciente para cerrar mi boca. Ella encantada de notar nuestra reacción se rió a carcajadas, y sin hacer mas comentario nos pidió que pasáramos a cenar, abrazándonos a los dos. Nuevamente susurrando a mi oído me dijo:
Tú, sígueme la corriente-.
Cenamos con champagne una cena frugal pero exquisita, Laura sin dejar que termináramos de vaciar nuestra copa ya estaba rellenándola, de forma que antes de llegar al postre ya habíamos dado buena cuenta de tres botellas.
Las risas se sucedían, las bromas, los recuerdos de cuando nos conocimos y el calor del alcohol en nuestros cuerpos, caldearon el ambiente. Quique un poco mas chispa, de lo que quería reconocer, nos soltó un piropo diciendo:
Que suerte que tengo, dos pedazos de mujeres para mi solo-.
La mirada pícara de Laura me aviso que había llegado la hora, por eso no me extraño, que poniendo música la oyera decir:
-¿Quieres vernos bailar?-.
No dejó que la contestara su marido, porque extendiéndome la mano me sacó a mitad del comedor, que se convirtió en improvisada pista de baile.
Sentí como con su mano, me obligaba a pegarme a ella. Su cuerpo soldándose al mío, inició una sensual danza. Sus pechos se clavaron en mis pechos, sus pezones acariciaron los míos, mientras sin ningún pudor recorría mi trasero. Me besó en los labios antes de quitarme los tirantes que sostenían mi vestido, y con mi dorso al descubierto, coquetamente me miró al desprenderse los corchetes que mantenía el suyo. Piel contra piel bailamos mientras su pierna tomaba posiciones en mi ya encharcada cueva, mientras su marido había pasado de la sorpresa inicial a la franca excitación. Sabiéndose convidado de piedra no intervino cuando bajando por mi cuello, sentí la lengua de su esposa, mi amiga acercándose a mi rosada aureola. No pude reprimir un gemido cuando sus dedos colaborando con su boca, pellizcaron mi pezón, e impertérrita observe como Laura seguía bajando por mi cuerpo, dejando un húmedo rastro sobre mi estómago al irse acercando a mi tanga.
Arrodillándose a mis pies, me quitó la tela mojada, y obligándome a abrir las piernas se apoderó de mi sexo. Con suavidad retiró a mis hinchados labios, para concentrarse en mi botón. Con los dientes a base de pequeños mordiscos, me llevó a una cima de placer nunca alcanzada. De pie, con mi manos en su larga cabellera, mirando un marido observador, me corrí en su boca. Ella al notarlo, sorbió el río que manaba de mi sexo, y profundizando mi tortura introdujo sus dedos en mi vagina. Sin importarme que pensara, grité mi deseo y levantándola la llevé a la mesa del comedor.
Era preciosa, su piel blanca resaltaba su belleza, y por vez primera mi boca disfrutó de un pecho de mujer, era una sensación rara el sentir en mis labios la curvatura de su seno, pero lejos de asquearme me encantó, envalentonándome a seguir bajando por su cuerpo. Dejo que le abriese las piernas, y por fin pude contemplar su pubis perfectamente depilado que dibujaba un pequeño triángulo con si fuera una flecha que me indicara el camino.
Nuevamente el sabor agridulce de su coño, era una novedad, pero en este caso fue un acicate para que sin meditar que estaba haciendo usara mis dedos como si fueran un pene y penetrándola buscara el fondo de su vagina. Ella recibió húmeda las caricias de mi lengua sobre su clítoris, y sin pedirle su opinión exigió a su marido que me follase.
Sus primeros gemidos coincidieron en el tiempo, con la llegada de Quique a mi lado. Su grandes manos abrieron mis nalgas, y como si tantearan el terreno sentí que me azotaba. Carlos me había pegado, pero esta violencia era diferente, cariñosa compartida y me excitaba. Por eso le exigí:
-Sigue, tómame, sin medirte, quiero sentir tu verga en mi interior
Mi lenguaje soez espoleo su lujuria, y colocando la punta de su enorme glande en la entrada de mi cueva, fue forzándola de forma que pude sentir el paso de toda la piel de su tranca rozando mis adoloridos labios, mientras me llenaba.
Laura exigiendo su parte, tiró de mi pelo acercando mi cara a su pubis y tras unos intentos fallidos por mi inexperiencia en comer coños, mi lengua consiguió introducirse en el interior de su vagina, al mismo tiempo que el magnífico pene chocaba con la pared de la mía. Sentir sus huevos rebotando contra mi culo, al ritmo de sus embestidas fue sublime, pero mejor sentir a la vez que mi boca se llenaba con la riada que emergía sin control de la cueva de mi dueña.
Éramos un engranaje perfecto, las embestidas de Enrique obligaban a mi lengua a penetrar mas hondo en el interior, y los gritos de Laura al sentirse bebida, forzaban a un nuevo ataque de mi amante.
Ella fue la primera en correrse, retorciéndose sobre la mesa, mientras se pellizcaba sus pezones nos pidió que la acompañáramos. Su marido aceleró el ritmo al escucharla y cayendo sobre mi espalda se derramó regando el interior de mi vientre con ansiada semilla. Lo mío fue algo brutal, desgarrador, su semen me quemaba, cada convulsión con la que me regaló, me producía un estertor y licuándome al sentirlo, chillé y lloré a los cuatro vientos mi placer.
Durante unos minutos, nos mantuvimos en la misma posición hasta que el semental que era su marido se levantó y tomándonos entre sus fuertes brazos, nos llevó en volandas hasta la cama.
-Lo teníais preparado, ¿no es verdad?- afirmó mientras nos depositaba sobre el colchón.
No mi amor, como crees-, rió descaradamente Laura tomándole el pelo, y acercándose a mí, me dijo en voz baja: -Cuando se de cuenta de nuestros planes, ya estarás embarazada-.
Esta vez fui yo la que se carcajeó, para conseguir que prendiera su semilla en mi vientre, tendría que practicar mucho, me dije pensando en las azules pastillas anticonceptivas que tenía en mi bolso. Y dándole un beso posesivo en sus labios, puse mis manos sobre sus pechos, al saber que “cuando se dé cuenta de mi juego, decidiré si quedarme o no, preñada”.Pero hasta entonces iba a disfrutar con esos atletas del amor, sus cuerpos serían míos y yo suya y eso era lo importante.

Relato erótico: “Me follé a la puta de mi jefa y a su secretaria 1” (POR GOLFO)

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CAPÍTULO 1

Soy un nerd, un puto friky. Uno de esos tipos con pelo grasiento y gafas de pasta a los que jamás una mujer guapa se dignaría a mirar. Nunca he sido el objeto de la lujuria de un espécimen del sexo femenino, es mas sé sin lugar a dudas que hubiera seguido siendo virgen hasta los treinta, si no hubiese hecho frecuente uso de los favores de las prostitutas.
Magnífico estudiante de ingeniería, tengo un trabajo de mierda y mal pagado. Todos los buenos puestos se los dan a esa raza detestable de inútiles, cuyo único curriculum consiste en resultar presentables y divertidos. En las empresas, suben por el escalafón sin merecérselo, jamás de sus estériles mentes ha brotado una idea brillante. Reconozco que los odio, no puedo aguantar su hipocresía, ni sus amplias sonrisas.
Soy un amargado. Con un coeficiente intelectual de 165, no he conseguido pasar de ayudante del ayudante del jefe de desarrollo de una compañía de alta tecnología. Mis supuestos superiores no me llegan al talón de mis zapatos. Soy yo quien siempre resuelve los problemas, soy yo quien lleva dos años llevando bajo mis hombros el peso del departamento y nadie jamás me lo ha agradecido, aunque sea con una palmadita en el hombro.
Pero aún así me considero afortunado.
Os pareceré loco, cualquier otro os diría entre sollozos que desea suicidarse, que la vida no tiene sentido vivirla. Tenéis razón, hace seis meses yo era así, un pringado de mierda adicto a los videojuegos y a los juegos de roll, pero una extraña casualidad cambió mi vida.
Recuerdo que un viernes cualquiera al salir del trabajo, me dirigí al sex-shop que han abierto al lado de mi casa a comprar la última película de la actriz Jenna Jameson. Estaba contento con la perspectiva de pasarme todo el fin de semana viendo sus grandes tetas y su estupendo culo. No me da vergüenza reconocer que soy fan suyo. En las estanterías de mi casa podréis encontrar todas sus apariciones, perfectamente colocadas por orden cronológico.
Ya estaba haciendo cola para pagar cuando vi a la gran jefa, a la jefa de todos los jefes de mi empresa, entrando por la puerta. Asustado, me escondí no fuera a reconocerme. “Pobre infeliz”, pensé al darme cuenta de lo absurdo de mi acción. Esa mujer no me conocía, todos los días la veía pasar con sus estupendos trajes de chaqueta y entrar en su despacho. Estoy seguro que nunca se había fijado en ese empleaducho suyo que bajando la mirada, seguía su taconeo por el pasillo, disfrutando del movimiento de culo que hacía al andar.
Más tranquilo y haciéndome el distraído, la seguí por la tienda. El sentido común me decía que saliera corriendo, pero sentía curiosidad por ver que cojones hacía ese pedazo de hembra en un tugurio como ese. Resguardado tras un estante lleno de juguetes sexuales, la vi dirigirse directamente hacía la sección de lencería erótica.

“Será puta, seguro que son para ponerle verraco al presidente”, me dije al verla arramplar con cinco o seis cajas de bragas.

Doña Jimena salió de la tienda nada mas pagar, no creo que en total haya pasado más de cinco minuto en su interior. Intrigado, esperé unos minutos antes de ir a ver qué tipo de ropa interior era el que había venido a buscar. Al coger entre mis manos un ejemplar idéntico a los que se había llevado, me quedé asombrado al descubrir que la muy zorra se había comprado unas braguitas vibradoras con mando a distancia. No podía creerme que esa ejecutiva agresiva, que se debía desayunar todos los días a un par de sus competidores, tuviese gustos tan fetichistas.
Coño, ¡Qué gilipollas soy!, esto es cosa de Presi. Va a ser verdad que es su amante y este es unos de los juegos que practican”, pensé mientras cogía uno de esos juguetes y me dirigía a la caja.
Ese fin de semana, mi querida Jenna Jameson durmió el sueño de los justos, encerrada en el DVD sin abrir encima de la cómoda de mi cuarto. Me pasé los dos días investigando y mejorando el mecanismo que llevaban incorporado. Saber cómo funcionaba y cómo interferir la frecuencia que usaban fue cuestión de cinco minutos, lo realmente arduo fue idear y crear los nuevos dispositivos que agregué a esas braguitas.
Al sonar el despertador el lunes, me levanté por primera vez en años con ganas de ir al trabajo. Debía de llegar antes que mis compañeros porque necesitaba al menos media hora para instalar en mi ordenador un emisor de banda con el que controlar el coño de Doña Jimena. Había planeado mis pasos cuidadosamente. Basándome en probabilidades y asumiendo como ciertas las teorías de un tal Hellmann sobre la sumisión inducida, desarrollé un programa informático que de ser un éxito, me iba a poner en bandeja a esa mujer. En menos de dos semanas, la sucesión de orgasmos proyectados según un exhaustivo estudio, abocarían a esa hembra a comer de mi mano.
Acababa de terminar cuando González, el imbécil con el que desgraciadamente tenía que compartir laboratorio, entró por la puerta:

-Hola pazguato, ¿Cómo te ha ido?, me imagino que has malgastado estos dos días jugando a la play, yo en cambio he triunfado, el sábado me follé una tipa en los baños de Pachá-.

-Vete a la mierda-.

No sé porque todavía me cabrea su prepotencia. Durante los dos últimos años, ese hijo puta se ha mofado de mí, ha vuelto costumbre el reírse de mi apariencia y descojonarse de mis aficiones. Esa mañana no pensaba dedicarle más de esos cinco segundos, tenía cosas más importantes en las que pensar.

-¿Qué haces?-, me preguntó al verme tan atareado.

-Se llama trabajo, o ¿no te acuerdas que tenemos dos semanas para presentar el nuevo dispositivo?-.

Mencionarle la bicha, fue suficiente para que perdiera todo interés en lo que hacía. Es un parásito, un chupóptero que lleva viviendo de mí desde que tuve la desgracia de conocerle. Sabía que no pensaba ayudarme en ese desarrollo pero que sería su firma la que aparecería en el resultado. Por algo era mi jefe inmediato.

-Voy por un café. Si alguien pregunta por mí, he ido al baño-. Siempre igual, estaría escaqueado hasta las once, la hora en que los jefes solían hacer su ronda.

Faltaba poco para que la jefa apareciera por el ascensor. Era una perfeccionista, una enamorada de la puntualidad y por eso sabía que en menos de un minuto, oiría su tacones y que como siempre, disimulando movería mi silla para observar ese maravilloso trasero mientras se dirigía a su despacho.
Pero ese día al verla, mi cabeza en lo único que pudo pensar era en si llevaría puestas una de esas bragas. Doña Jimena debía de tener prisa porque, contra su costumbre, no se detuvo a saludar a su secretaria. Con disgusto miré el reloj, quedaban aún quince minutos para que mi programa encendiera el vibrador oculto entre la tela de su tanga.
En ese momento, me pareció ridículo esperar algún resultado, era muy poco probable que esa zorra las llevase puestas. “Seguro que solo las usa cuando cena con Don Fernando”, pensé desanimado, “que idiota he sido en dedicarle tanto tiempo a esta fantasía”.

Es ese uno de mis defectos, soy un inseguro de mierda, me reconcomo pensando en que todo va a salir mal y por eso me ha ido tan mal en la vida. Cuando ya había perdido toda esperanza, se encendió un pequeño aviso en mi monitor. El emisor se iba a poner a funcionar en veinte segundos.
Dejando todo, me levanté hacia la máquina de café. La jefa había ordenado que la colocaran frente a su despacho, para así controlar el tiempo que cada uno de sus empleados perdía diariamente. Sonreí al pensar que hoy sería yo quien la vigilara. Contando mentalmente, recorrí el pasillo, metí las monedas y pulsé el botón.

“Catorce, quince, dieciséis…”, estaba histérico, “dieciocho, diecinueve, veinte”.

Venciendo mi natural timidez me quedé observando fijamente a mi jefa. Creí que había fallado cuando de repente, dando un brinco, Doña Jimena se llevó la mano a la entrepierna. No tuve que ver más, recogiendo el café, me fui a la mesa. Iba llegando a mi cubículo, cuando escuché a mi espalda que la mujer salía de su despacho y se dirigía corriendo hacia el del Presidente.
Todo se estaba desarrollando según lo planeado, al sentir la vibración estimulando su clítoris, creyó que su amante la llamaba y por eso se levantó a ver que quería. No tardó en salir de su error y más acalorada de lo que le gustaría volvió a su despacho, pensando que algún aparato había provocado una interferencia.
Ahora, solo me quedaba esperar. Todo estaba ya previamente programando, sabía que cada vez que mi reloj diese la hora en punto, mi querida jefa iba a tener que soportar tres minutos de placer. Eran las nueve y cuarto, por lo que sabiendo que en los próximos cuarenta y cinco minutos no iba a pasar nada digno de atención me puse a currar en el proyecto.
Los minutos pasaron con rapidez, estaba tan enfrascado en mi trabajo que al dar la hora solo levanté la mirada para comprobar que tal y como previsto, nuevamente, había vuelto a buscar al que teóricamente tenía el mando a distancia del vibrador que llevaba entre las piernas.
Deja de jugar, si quieres algo me llamas-, la escuché decir mientras salía encabronada del despacho de Don Fernando.
Qué previsibles son los humanos, sino me equivoco, las próximas tres descargas las vas a soportar pacientemente en tu oficina”, me dije mientras programaba que el artefacto trabajara a plena potencia. “Mi estimada zorra, creo que esta mañana vas a disfrutar de unos orgasmos no previstos en tu agenda”.

Soy metódico, tremendamente metódico. Sabiendo que tenía una hora hasta que González hiciera su aparición, me di prisa en ocultar una cámara espía dentro de una mierda de escultura conmemorativa que la compañía nos había regalado y que me constaba que ella tenía en una balda de la librería de su cubículo. Cuando dieran las dos de la tarde, el Presi se la llevaría a comer y no volvería hasta las cuatro, lo que me daría el tiempo suficiente de darle el cambiazo.
A partir de ahí, toda la mañana se desarrolló con una extraña tranquilidad porque, mi querida jefa, ese día, no salió a dar su ronda acostumbrada por los diferentes departamentos. Contra lo que era su norma, cerró la puerta de su despacho y no salió de él hasta que Don Fernando llegó a buscarla.
Esperé diez minutos, no fuera a ser que se les hubiera olvidado algo. El pasillo estaba desierto. Con mi corazón bombeando como loco, me introduje en su despacho. Tal y como recordaba, la escultura estaba sobre la segunda balda. Cambiándola por la que tenía en el bolsillo, me entretuve en orientarla antes de salir corriendo de allí. Nada más volver al laboratorio, comprobé que funcionaba y que la imagen que se reflejaba en mi monitor era la que yo deseaba, el sillón que esa morenaza ocupaba diez horas al día.

“Ya solo queda ocuparme del correo”. Una de las primeras decisiones de la guarra fue instalar un Messenger específico para el uso interno de la compañía. Recordé con rencor que cuando lo instalaron, lo estudié y descubrí que esa tipeja podía entrar en cualquier conversación o documento dentro de la red. Me consta que lo ha usado para deshacerse de posibles adversarios, pero ahora iba a ser yo quien lo utilizara en contra de ella.

Mientras cambiaba la anticuada programación, degusté el grasiento bocata de sardinas que, con tanto mimo, esa mañana me había preparado antes de salir de casa. Reconozco que soy un cerdo comiendo, siempre me mancho, pero me la sudan las manchas de aceite de mi bata. Soy así y no voy a cambiar. La gente siempre me critica por todo, por eso cuando me dicen que cierre la boca al masticar y que no hable con la boca llena, invariablemente les saco la lengua llena de la masa informe que estoy deglutiendo.
No tardé en conseguir tener el total acceso a la red y crear una cuenta irrastreable que usar para comunicarme con ella. “Y pensar que pagaron más de cien mil euros por esta mierda, yo se los podría haber hecho gratis dentro de mi jornada”. Ya que estaba en faena, me divertí inoculando al ordenador central con un virus que destruiría toda la información acumulada si tenía la desgracia que me despidieran. Mi finiquito desencadenaría una catástrofe sin precedentes en los treinta años de la empresa. “Se lo tienen merecido por no valorarme”,sentencié cerrando el ordenador.
Satisfecho, eché un eructo, aprovechando que estaba solo. Otro de los ridículos tabúes sociales que odio, nunca he comprendido que sea de pésima educación el rascarme el culo o los huevos si me pican. Reconozco que soy rarito, pero a mi favor tengo que decir que poseo la mente más brillante que he conocido, soy un genio incomprendido.
Puntualmente, a las cuatro llegó mi víctima. González me acababa de informar que se tomaba la tarde libre, por lo que nadie me iba a molestar en lo que quedaba de jornada laboral. Encendiendo el monitor observé con los pies sobre mi mesa cómo se sentaba. Excitado reconocí que, aunque no se podía comparar a esa puta con mi amada Jenna, estaba muy buena. Se había quitado la chaqueta, quedando sólo con la delgada blusa de color crema. Sus enormes pechos se veían deliciosos, bien colocados, esperando que un verdadero hombre y no el amanerado de Don Fernando se los sacara. Soñando despierto, me imaginé torturando sus negros pezones mientras ella pedía entre gritos que me la follara.
Mi próximo ataque iba a ser a las cinco. Según las teorías de Hellmann, para inducir una dependencia sexual, lo primero era crear una rutina. Esa zorra debía de saber, en un principio, a qué hora iba a tener el orgasmo, para darle tiempo a anticipar mentalmente el placer que iba a disfrutar. Sabía a la perfección que mi plan adolecía de un fallo, bastaba con que se hubiese quitado las bragas para que todo se hubiera ido al traste, pero confiaba en la lujuria que su fama y sus carnosos labios pintados de rojo pregonaban. Solo necesitaba que al mediodía, no hubiera decidido cambiárselas. Si mi odiada jefa con su mente depravada se las había dejado puestas, estaba hundida. Desde la cinco menos cinco y durante quince minutos, todo lo que pasara en esa habitación iba a ser grabado en el disco duro del ordenador de mi casa. A partir de ahí, su vida y su cuerpo estarían a mi merced.
Con mi pene excitado, pero todavía morcillón, me puse a trabajar. Tenía que procesar los resultados de las pruebas finales que, durante los dos últimos meses habíamos realizado al chip que, yo y nadie más, había diseñado. Oficialmente su nombre era el N-414/2010, pero para mí era “el Pepechip” en honor a mi nombre. Sabía que iba ser una revolución en el sector, ni siquiera Intel había sido capaz de fabricar uno que le pudiera hacer sombra.
Estaba tan inmerso que no me di cuenta del paso del tiempo, me asusté cuando en mi monitor apareció la oficina de mi jefa. Se la notaba nerviosa, no paraba de mover sus piernas mientras tecleaba. “Creo que no te las has quitado, so puta”, pensé muerto de risa, “sabes que te quedan solo tres minutos para que tu chocho se corra. Eres una cerda adicta al sexo y eso será tu perdición”.

Todo se estaba grabando y por medio de internet, lo estaba enviando a un lugar seguro. Doña Jimena, ajena a que era observada, cada vez estaba más alterada. Inconscientemente, estaba restregando su sexo contra su silla. Sus pezones totalmente erizados, la delataban. Estaba cachonda aún antes de empezar a sentir la vibración. Extasiado, no pude dejar de espiarla, si llego a estar en ese momento en casa, me hubiera masturbado en su honor. Ya estaba preparado para disfrutar cuando, cabreado, observé que se levantaba y salía del ángulo de visión.

-¡Donde vas hija de puta!, ¡Vuelve al sillón!-, protesté en voz alta.

No me lo podía creer, la perra se me iba a escapar. No me pude aguantar y salí al pasillo a averiguar donde carajo se había marchado. Lo que vi me dejó petrificado, Doña Jimena estaba volviendo a su oficina acompañada por su secretaria. Corriendo volví al monitor.

“¡Esto no me lo esperaba!”, me dije al ver, en directo, que la mujer se volvía a sentar en el sillón mientras su empleada poniéndose detrás de ella, le empezaba a aplicar un sensual masaje. “¡Son lesbianas!”, confirmé cuando las manos de María desaparecieron bajo la blusa de su jefa. El video iba a ser mejor de lo que había supuesto, me dije al observar que mi superiora se arremangaba la falda y sin ningún recato empezaba a masturbarse. “Esto se merece una paja”, me dije mientras cerraba la puerta con llave y sacaba mi erecto pene de su encierro.

La escena era cada vez más caliente, la secretaria le estaba desabrochando uno a uno los botones de la camisa con el beneplácito de la jefa, que sin cortarse le acariciaba el culo por encima de la falda. Al terminar, pude disfrutar de cómo le quitaba el sostén, liberando dos tremendos senos. No tardó en tener los pechos desnudos de Doña Jimena en la boca. Excitado le vi morderle sus oscuros pezones mientras que con su mano la ayudaba a conseguir el orgasmo. No me podía creer que esa mosquita muerta, que parecía incapaz de romper un plato, fuera también una cerda viciosa. Me arrepentí de no haber incorporado sonido a la grabación, estaba perdiéndome los gemidos que en ese momento debía estar dando la gran jefa. Soñando despierto, visualicé que era mío, el sexo que en ese momento la rubita arrodillándose en la alfombra estaba comiéndose y que eran mis manos, las que acariciaban su juvenil trasero. Me encantó ver como separaba las piernas de la mujer y hundía la lengua en ese deseado coño. El clímax estaba cerca, pellizcándose los pezones la mujer le pedía más. Incrementé el ritmo de mi mano, a la par que la muchachita aceleraba la mamada, de forma que mi eyaculación coincidió con el orgasmo de mi ya segura presa.

“Que bien me lo voy a pasar”, me dije mientras limpiaba las gotas de semen que habían manchado mi pantalón, “estas putas no se van a poder negar a mis deseos”. Y por primera vez desde que me habían contratado, me tomé la tarde libre. Tenía que comprar otras bragas a las que añadir los mismos complementos que diseñé para la primera. ¡Mi querida Jenna tendría que esperar!.

 

CAPÍTULO 2

Nada más salir de la oficina, fui a comprar en el sex-shop las famosa braguitas pero cambié de opinión y compré dos coquetos conjuntos compuestos de braga y sujetador, por lo que mi trabajo se multiplicó exponencialmente al tener que añadir nuevos artilugios a los que ya tenía preparados. Especialmente difícil fue adaptar a los tangas unas bolas chinas y un estimulador anal, pero no me importó al saber lo mucho que iba a disfrutar viendo a mis presas corriéndose a mi merced.
Para estimular mi creatividad, puse en la pantalla de 42 pulgadas la escena que había grabado esa tarde. Me encantó ver a cámara lenta como esa zorra se corría, pero más descubrir que había apagado el monitor antes de tiempo, porque cuando ya creía que todo había acabado, la zorra de Doña Jimena subió a su secretaría a la mesa y quitándole las bragas, se dedicó a hacerle una comida impresionante.

“Esta guarra tiene dotes de actriz porno”, pensé al verla separar los labios de su empleada y con brutal decisión introducirle tres dedos en la vagina mientras con su lengua se comía ese goloso clítoris.

Anonadado, me relamí al observar que la jovencita se dejaba hacer y que facilitaba la penetración de la que estaba siendo objeto, sujetándose las piernas con las manos. Su siniestra jefa debía estar fuera de sí porque, mordiéndole los rosados pezones, forzó aún más el sexo de María haciendo penetrar toda su mano en el interior.
Vi a la muchacha gritar de dolor y como si fuera una película muda de los años 20 veinte, correrse ante mis ojos. Todavía insatisfecha, Jimena tiró todos los papeles de la mesa para hacerse hueco y subiéndose encima de su amante, buscó nuevamente su placer con un estupendo sesenta y nueve. Desgraciadamente, había programado que la grabación durara quince minutos y por eso no pude deleitarme más que con su inicio.

“No hay problema. Jimenita de mi alma tendrás que repetirlo muchas veces antes de que me canse de ti”, me dije mientras apagaba la televisión y me ponía a trabajar.

Me había pasado toda la puta noche en vela, pero había valido la pena sobre la mesa del comedor tenía los artilugios, productos de mi mente perversa, listos para ser enviados. Con paso firme, salí de mi casa rumbo a la oficina, pero antes hice una parada en un servicio de mensajería, donde pagué en efectivo y exigí que los dos paquetes debían de ser entregados sobre las doce.
Al aterrizar en mi puesto de trabajo, el orgullo no me cabía en las venas, gracias a mi inteligencia y a un poco de suerte, iba a tener un día muy entretenido. Haciendo tiempo, releí el mail que esa misma mañana le había mandado a mi deseado trofeo.

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 08:33
Para: “la zorra”
Asunto: Curioso video

 

Mi estimada zorra:

Te anexo un curioso video que por casualidad ha caído en mis manos, sino quieres que circule libremente por la empresa, deberás seguir cuidadosamente mis instrucciones:

1.- Como no tardarás en averiguar, he colocado una cámara en tu biblioteca. No la quites.

2.-Hoy antes de las doce, recibiréis un paquete María y tú. Debéis ponéroslo en tu oficina para que compruebe que me habéis hecho caso.

3.-Esperarás instrucciones.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Me encanta tu culo, so guarra.
 

Sonreí al terminar, la puta acostumbrada a machacar a los hombres se iba a cabrear al leerlo, pero se iba a mear encima del miedo al visualizar su contenido. Desde que nació, se había ocupado solamente de satisfacer su ciega ambición, sin importarle que callos tuviera que pisar o que hombre tirarse para conseguirlo y por primera vez en su vida sentiría que todo eso por lo que había luchado se iba al garete.
Ni siquiera me importó esa mañana que González hiciera una de sus bromas al saludarme. Aunque no lo llegara nunca a saber, desde esa mañana, yo era el jefe. Cualquier cabrón que se me pusiera en mi camino sería despedido y todo gracias a que un viernes entré en un sex-shop a comprar una película porno.

“Te adoro mi querida Jenna Jameson”.

Al oír el sonido característico de sus tacones, encendí el monitor, minimizando el tamaño de la imagen para que nadie me fuera a descubrir. Me descojoné al comprobar que Doña Jimena cumplía escrupulosamente con su rutina. Besó en la mejilla a la secretaria, preguntó que tenía ese día tras lo cual, entró en su oficina y tras quitarse la chaqueta, encendió el ordenador. Se la veía tranquila, sacando un espejo de su bolso, retocó su maquillaje mientras se cargaba el sistema operativo.

“¡Que pronto se te quitará esa estúpida sonrisa!, puta”.

Con la tranquilidad producto de saberme seguro, esperé a que leyera mi e-mail. Su cara se transformó, pasó de la ira al desconcierto y de ahí a la profunda angustia. No pudo reprimir un grito al ver que le acababa de enviar la tórrida escena de ayer. María, al oír su grito, entró pensando que le había ocurrido algo, para descubrir a su amada jefa llorando desconsoladamente mientras en el monitor ella le estaba besando los pezones.

-¿Qué coño es esto?-, creí leer en sus labios.

Haciéndole un gesto la obligó a callar y sacándola del despacho se encerró con ella en la sala de juntas. No tuve que ser un genio, que lo soy, para imaginarme esa conversación. La zorra de la “Directora General” seguro que tuvo que convencer a su amante de que no tenía nada que ver con esa filmación y explicarla que eran objeto de un chantaje. Conociendo su trayectoria, Doña Jimena no se iba a quedar con las manos atadas, e iba a intentar atrapar y vengarse de quien le había organizado esa trampa. Tardaron más de un cuarto de hora en salir, al hacerlo el gesto de la jefa era duro y el de la secretaria desconsolado, por eso no me extrañó que nada más volver a su asiento, se pusiera a escribirme un mail de contestación. Pacientemente esperé a recibirlo, no tenía prisa, cuanto más tirara de la cuerda esa mujer, más sentiría como se cerraba la soga alrededor de su cuello.

De: “la zorra”
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 9:45
Para: “Tu peor pesadilla”
Asunto: Re: Curioso video

 

Mi peor pesadilla:

No sé quién eres, ni qué es lo que buscas. Si quieres dinero dime cuanto, pero por favor no envíes este video a nadie más.

Atentamente.

Tu estimada zorra

P.D. Me encanta que te guste mi culo.

 

“¡Será hija de puta!, no esperará que me crea sus dulces palabras. La muy perra debe de estar planeando algo“, pensé al leer lo que me había escrito.

Estimulado por la sensación de poder que me nublaba la razón, empecé a escribir en mi teclado que esperando mis instrucciones, si quería podía darme un anticipo con un toqueteo de tetas frente a la cámara pero cuando estaba a punto de enviarlo, lo borré. No debía caer en su juego. Primero tenía que recibir mi regalo.
Durante diez minutos, esperó mi respuesta, poniéndose cada vez más nerviosa. Al ver que no le contestaba decidió ponerse manos a la obra y cogiendo su bolso, salió de su despacho. La vi dirigirse directamente hacia el departamento de personal. Su paso ya no era tan seguro, miraba a los lados buscando a alguien que la estuviera vigilando.
La reunión no duró en exceso y cuando salió su cara reflejaba su cabreo.

“¿Malas noticias?, pequeña zorra”.

Doña Jimena, en vez de volver a su cubículo, se metió nuevamente en la sala de juntas.

“No quieres que te vea, ¿verdad?”, estaba pensando cuando de repente sonó mi teléfono.

Al descolgar, oí su voz:

-¿José Martínez?-.

-Sí, soy yo-, respondí.

-Soy Jimena Santos, necesito que venga a verme. Estoy en la sala de juntas ejecutiva. Dese prisa y no le diga a nadie que le he llamado-.

-No, se preocupe señora, ahora mismo voy-, le contesté acojonado por enfrentarme a ella.

No podía creer que me hubiese descubierto tan pronto, no era posible que esa zorra hubiera adivinado el origen de sus problemas. ¿Cómo lo había hecho?, y lo peor, no tenía ni puta idea de que decirle. ¡No estaba preparado!. Derrotado entré a la habitación.
Sorprendentemente amable, me invitó a sentarme frente a ella y cogiéndome la mano, me dijo en voz baja:

-José, tengo un problema y según el director de recursos humanos, tú eres el único capaz de ayudarme a resolverlo-.

-¿Qué le ha pasado?-, le pregunté un poco más seguro, al ver que esa zorra estaba usando todas sus dotes de seducción.

Un hacker se ha metido en mi ordenador y me consta que ha puesto una cámara con la que espía todo lo que hago. Quiero que descubras quién es, sin que se percate, por lo tanto debes de tener cuidado, el tipo es bueno, trabajarás solo en el despacho que hay frente de mí. Te ordeno completa confidencialidad-, y entornando los ojos me dijo:-Sabré como compensarte-.

“Estúpida de mierda, estás poniendo al zorro a cuidar de las gallinas”, pensé mientras le prometía que haría todo lo posible y que la mantendría al tanto de mis progresos.

Al volver a mi estrecho cubículo, cogí todos mis papeles, las pruebas y los resultados y se los tiré encima de la mesa a González:

-¡Qué coño haces!-, irritado me gritó.

-Me acaban de asignar otro proyecto. Te quedas solo, tienes catorce días para terminarlo-.

Entusiasmado más por la venganza que por mi súbito ascenso, recogí mis bártulos y corriendo me fui a instalar en mi flamante despacho. Tenía que darme prisa ya que el mensajero no tardaría en llegar y debía de estar conectado cuando hiciera entrega de los paquetes, para dar a esas perras instrucciones precisas. Al sentarme en mi nuevo sillón, casi me corro del gusto, no solo era cómodo sino que desde ahí tenía una perfecta visión de la jefa y de su secretaria.
Acababa de ubicarme cuando María tocó mi puerta:
José, vengo a decirte que Jimena me ha pedido que te ayude en todo lo que necesites-.

-Gracias-, le respondí un poco acobardado.

-¿Quieres un café?-.

-No me apetece, otro día-.

Que servilismo el de esa puta. Necesitaban a un buen informático y como yo era el mejor disponible, no tenían reparo ahora en rebajarse a hablar conmigo, pero durante los dos últimos años, para la preciosa jovencita y la zorra de Jimena, yo no existía. “¡Eso iba a cambiar!”,sentencié justo en el momento que vi por el pasillo llegar al mensajero.
Completamente histérica, la secretaría firmó el recibí de la mercancía y cogiendo los dos paquetes, entró en el despacho de su amante. Encendí la cámara, para ver qué es lo que ocurría tras esa puerta cerrada.
María y la Doña abrieron sus respectivos paquetes para descubrir los coquetos conjuntos. Fue entonces cuando supo mi jefa que era lo que quería el chantajista, no tardó en descubrir los estimuladores de pezones, así como los demás artilugios y desnudándose mecánicamente frente a la cámara, se vistió con mi regalo, introduciéndose en su coño las bolas chinas y colocándose estratégicamente el estimulador anal, tras lo cual ordenó a María hacer lo mismo mientras ella escribía en su ordenador con el ceño fruncido un mensaje.
No tardé en recibirlo. En él, Jimena me decía que ya habían recibido el regalo y que esperaban instrucciones. Rápidamente le contesté, el juego no acababa más que empezar:

De: Tu peor pesadilla
Enviado el: jueves, 24 de junio de 2010 12:01
Para: “la zorra”
Asunto: Instrucciones.

 

Mi estimada zorra:

Tenéis diez minutos de relax, antes que ponga en funcionamiento los hábiles dispositivos que como ya has visto he incorporado. Tomároslo con tranquilidad. Si no quieres que todo se haga público, deberéis seguir al pie de la letra las siguientes instrucciones:

1.- Durante diez días, no os lo quitareis. He instalado un sensor que me avisará que lo habéis hecho.

2.- Quiero veros a las dos frente a la cámara diariamente a las cinco de la tarde.

3.-Disfrutar.

Atentamente.
Tu peor pesadilla.
 
P.D. Te tengo en mis manos. Si quieres mear o cagar, dispondrás solo tres minutos antes que me avise.

Creo que la puta se esperaba algo peor porque me pareció percibir alivio en su cara al leer mi mensaje. En cambio, María estaba super nerviosa, por sus gestos supe que estaba echándole en cara que ella tenía la culpa de la situación en la que ambas estaban inmersas. Todo estaba listo, solo debía sentarme a esperar a que el programa por mi diseñado diese sus frutos. “¡Soy un puto genio!”, pensé convencido del resultado que la serie de estimulaciones sexuales previamente programadas iba a tener sobre la libido de esas dos mujeres.
La primera en sentir que se ponía a funcionar fue la jefa. Sentada en el sillón, sus piernas se abrieron involuntariamente cuando su clítoris recibió las primeras vibraciones. Con un gesto avisó a su secretaría que ya venía. María se sentó en la mesa resignada. Poco a poco la potencia del masaje fue creciendo, encendiéndose además el mecanismo oculto en las bolas chinas. Fue cojonudo ver cómo ambas tipejas cerraban los ojos, tratando de concentrarse en no sentir nada. “Qué equivocadas estáis si pensáis que vais a soportarlo”, me dije disfrutando como un cerdo. El masaje continuado que estaba recibiendo se aceleró justó cuando sus pezones recibieron las primeras descargas. Las vi derrumbarse, lloraron como magdalenas al sentirse violadas. Sus cuerpos las estaban traicionando. Cada una en un rincón del despacho, se acurrucó con la cabeza entre sus piernas, temerosas que la otra viera que estaba disfrutando, de reconocer que se estaba excitando.
Con el vibrador, las bolas chinas y las pezoneras a máximo rendimiento, ambas mujeres intentaba no correrse cuando el estimulador anal comenzó a masajear sus esfínteres. Doña Jimena tumbada en el suelo se retorcía gimiendo mientras María tirada sobre la mesa no paraba de moverse y cuando ya creían que se iban a correr, todo acabó. Incrédulas se miraron a los ojos, incapaces de confesar a la otra que la sesión las había dejado mojadas e insatisfechas y que de no ser porque el chantajista se enteraría, se lanzarían una contra la otra a terminar lo que él había empezado.

“Ahora, otros veinte minutos de relax tras los cuales una suave estimulación intermitente que os va a tener todo el día excitadas”.

Las vi vestirse sin mirarse. Sus semblantes hablaban de derrota y de humillación. Se sabían marionetas, muñecas hinchables de un ser malévolo que desconocían. María salió de la habitación sin hablar y corriendo fue al baño a echarse a llorar desconsolada, en cambio Doña Jimena se tomó su tiempo, se pintó, se peinó y cuando ya se vio suficientemente tranquila, vino a mi despacho.
Se la veía tensa al entrar y sentarse frente a mí:

-¿Qué has averiguado?-, me preguntó.

Haciéndome el inocente, bajando la mirada le contesté:

-Más de lo que me hubiese gustado-.

-¿A qué te refieres?-.

Tomando aire, le repliqué:

-Usted me pidió que intentara averiguar quién se había colgado de su ordenador y al hacerlo no he tenido más remedio que leer sus mensajes y ver lo que acaba de pasar. Jefa, ¡Ese hacker es un verdadero cabrón!-.

Se quedó cortada al oírme, durante unos instantes se quedó pensativa. Poniendo un gesto serio, me dijo:

-Cierra la puerta-.

Obedientemente, me levanté a cerrarla. Al darme la vuelta, me sorprendió ver que la mujer se estaba desvistiendo en mi presencia. Viendo mi desconcierto, ruinmente se explicó:

-No creas que me estoy ofreciendo. ¡No estoy tan necesitada!, lo que quiero, ya que lo sabes todo, es que revises que narices ha hecho ese hijo de puta y si hay alguna forma de desconectarlo sin que él lo sepa-.

Profesionalmente me arrodillé frente a esa mujer casi desnuda y haciendo como si estuviera revisando los mecanismos, le pedí permiso para tocarla, ya que para cumplir sus órdenes no tenía más remedio que hacerlo.

-¡Hazlo!, no te cortes, no me voy a excitar porque me toques-, me respondió altanera, dejándome claro que no me consideraba atractivo.

“Cacho puta, en una semana vendrás rogando que magreé tus preciosas tetas“, pensé mientras retiraba suavemente la parte delantera de su mojada braga. Inspeccionando el vibrador llegó a mis papilas el olor al flujo que la pasada excitación había dejado impregnado en la tela.“Que rico hueles”, pensé y tirando un poco del cordón que llevaba a las bolas chinas, dije:

Señora, me imagino que el final de este cordón es en un juguete, ¿quiere que lo saque para revisarlo?-.

-Si lo crees necesario, no hay problema, pero date prisa, ¡es humillante!-.

Una a una, saqué las bolas de su sexo todavía humedecido. El adusto gesto de la perra me decía que consideraba degradante el tenerme ahí jugueteando con sus partes íntimas. Poniéndolas en la palma de mi mano, las observé durante un instante y, sin decirle nada, se las reintroduje de golpe.

-¡Qué coño haces!, ¡Me has hecho daño!-, protestó.

Riendo interiormente, le contesté:

-Lo siento pero al descubrir que llevaba un sensor, he creído que debía de volverlas a colocar en su lugar-.

A regañadientes aceptó mis disculpas, mordiéndose sus labios para no hacer evidente que la ira la dominaba.

-¿Puede darse la vuelta?-, le pregunté, -debo revisar la parte trasera-.

Sumisamente, se giró poniendo su culo a mi disposición, momento que aproveché para lamer mis dedos y probar, por primera vez, su flujo. Con bastante más confianza, puse mis manos en sus nalgas.

-Tengo que …-

-Deja de hablar y termina de una puñetera vez-, me gritó enfadada que le fuera anticipando mis pasos.

Separando sus cachetes, descubrí que la guarra además de tener perfectamente recortado el vello púbico, se depilaba el culo por entero.“Qué bonito ojete”, me dije mientras recorría los bordes de su rosado esfínter con mi dedo. El estimulador anal se introducía como había previsto dos centímetros en su interior. Tenerla ahí tan cerca, provocó que la sangre se acumulara en mi pene, produciéndome una tremenda erección que, cerrando la bata, intenté disimular.
Solo quedaba revisar el sujetador. Poniéndome en pié, la miré. Sus negros ojos destilaban odio contra el culpable de esa brutal deshonra a la que se veía sometida por tener que dejarse sobar por mí. Haciendo caso omiso a sus sentimientos, le expliqué que en el cierre del sostén tenía escondido un sensor y la batería, para que no saltar debía de inspeccionar el mecanismo sin quitárselo.
Ni siquiera se dignó a contestarme. Ante su ausencia de respuesta, palpé por fuera esos pechos, con los que tanta noches me había masturbado, antes de concentrarme en teóricamente descubrir cómo funcionaba las pezoneras. Seguía teniéndolos durísimos, como de quinceañera. Introduciendo un dedo entre la tela y su piel, estudié las orillas del mecanismo aprovechando para disfrutar de su erizada aureola.
Actuando como un médico que acaba de auscultar a su paciente, me alejé de ella y sentándome en mi asiento, le pregunté:

-¿Quiere que le haga un resumen?-.

-Eso espero, cretino-.

-Lo primero y más importante es que el hacker es un empleado o directivo de esta empresa-.

-¿Cómo lo sabes?-, me respondió por primera vez interesada.

-Es fácil, ha utilizado al menos dos dispositivos desarrollados por nosotros y que no están en el mercado-.

Se quedó meditando durante unos instantes, consciente que tenía el enemigo en casa y que sería mucho más difícil el sustraerse a su vigilancia pero que a la vez tendría más oportunidades de descubrirlo, tras lo cual me ordenó a seguir con mi análisis.

-Desde el aspecto técnico es un técnico muy hábil. El mecanismo es complejo. Consta sin tomar en cuenta a los estimuladores que usted conoce, con tres sensores, dos receptores-emisores de banda dual y baterías de litio suficientes para un mes de trabajo continuo-.

No acababa de terminar la breve exposición cuando pegando un grito, me informó que se acababa de poner en funcionamiento nuevamente. Yo ya lo sabía, habían pasado los veinte minutos de relax que el programa tenía señalado. Alterada al no saber que solo iba a ser un suave calentamiento, me pidió que agilizara mi explicación.

-Se controlan vía radio y GPS, luego les aconsejo que no visiten aparcamientos muy profundos, no vaya a ser que al perder la señal crea que los han desconectado-.

-Entiendo-, me contestó con una gota de sudor surcando su frente,- ¿y qué sabe de la cámara y del correo?-.

-Ahí tengo buenas y malas noticias. Las buenas es que es sencillo hacer un bucle a la imagen-.

-No entiendo-.

-No se lo aconsejo, pero si usted necesita estar en su despacho sin que la vea, puedo crear una serie de secuencias en las que no haya nadie en la habitación o por el contrario, algo anodino como que usted este sentada en la silla trabajando pero se corre el riesgo que si el hacker quiere jugar con usted, interactuando, se daría cuenta al no corresponder la imagen con lo que realmente está ocurriendo-.

-¿Y las malas?-.

-Bien se lo voy a explicar cómo se lo expondría a un profano. Si se pierde, me lo dice. Verá, desde el CPU de su ordenador ha establecido una compleja red por internet que va saltando de una IP fija a otra cada cinco segundos dificultando su rastreo. Para poder averiguar donde está ubicado, deberé de obtener muchos registros pero para ello debe forzar a ese tipejo a contactar con usted-.

-No le comprendo-, me contestó angustiada.

Déjeme exponérselo crudamente. La cámara, aunque está permanentemente funcionando, no emite nada, a menos que el hacker lo deseé. Es decir, solo iré acumulando registros mientras la esté observando en directo, por lo que si quiere rapidez, deberá provocarle y que se mantenga en línea lo más posible-, por mis cálculos, en pocos segundos su estimulación se iba a acelerar y la mujer iba a salir corriendo de mi oficina, por lo que siendo un bruto, le dije: -¡Tiene que ponerlo cachondo para que yo pueda localizarlo!-.

Lo haré. No se preocupe, tendrá sus registros-, me contestó, saliendo directamente de mi oficina.
Al verla irse, me reí:

“Lo que no sabes es que cuanto más te excites, más rápida será tu sumisión absoluta. Llegará el momento que solo con pensar en tu chantajista, te correrás como la perra que eres. Y no me cabe duda que para entonces, sabrás que yo soy el objeto de tu deseo”.

Relato erótico: “Obsequio especial” (POR LEONNELA)

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_Jajaja no te hagas líos …. dáselo
_Dáselo??? Como se nota que no es tu trasero el que va a quedar sin poder sentarse!!
_Ay Paola no exageres el sexo anal no es tal malo, te acostumbras y ya!!! Además es un arma de mujeres y la estas desaprovechando
_Lo se, lo se, El problema es que tengo miedo que me lastime,  te juro que se me van las ganas y no se me antoja nada de nada
_Tranquila, solo relájate, y si pierdes el deseo inventa una fantasía, pon una peli, o por ultimo mientras lo haces, piensa en otro, ya veras como las ganas se te desatan jajaja
_jajaja Magali, tendré que buscar a ese alguien que pueda alborotar mis hormonas
_No busques tanto niña, o crees que no me he dado cuenta como te brillan los ojos cuando ves al colega de tu novio
_ Cuando veo a quien?  A Carlos? que imaginación la tuya!!
_Exactamente a Carlos, y  no te atrevas a negarlo
_Bueno pues, nadie podría negar que es atractivo …madre!!!. mira la hora!!! no voy a alcanzar a Ricardo,
_Ok ok me llamas y suerte con lo del regalo.
Me despedí de mi amiga, no porque estuviera retrasada, sino mas bien porque la conocía demasiado y sabia que no iba a parar hasta hacerme confesar que me atraía Carlos, y como no,  si tenia el encanto de los hombres experimentados  que saben como tratar a una mujer, sin duda, a algunos la madurez los vuelve aun mas interesantes, pero  en esos momentos  solo tenia cabeza para pensar en la mala racha que estaba pasando con mi novio.
Hace unas pocas noches habíamos discutido, debido a que me negaba a tener sexo anal, ya llevábamos mas de un año juntos, pero aun no me sentía preparada para ello, o quizás como decía  Magaly, Ricardo no había sido lo suficientemente persuasivo como para incitarme. Sin embargo, consiente de que nuestra relación era buena, y que para él era tan importante ese aspecto, decidí que seria conveniente al menos intentarlo, así que resolví pasar por su oficina llevándole un obsequio que le mostrara mi predisposición a complacerle en lo que tanto quería…
_hola Lina, esta Ricardo?
_Si Srta. Paola, al momento está reunido con el Lic. Carlos Silva.
_Ohh, bueno entraré un par de minutos a saludar
_Perdóneme Srta. pero el Lic. Ricardo ordenó no ser interrumpido, regáleme un segundo y la anuncio
-No, Lina, por favor…es que quiero darle una sorpresa
_Ay Srta. Paola que pena con usted, pero el licenciado es muy estricto y no quiero ganarme una reprimenda
Casi ignorando su último comentario abrí mi cartera, saque una bolsita de regalo y mostrándosela a la secretaria de mi novio, con voz melosa le dije:
_Solo voy a dejar esto Lina, por fis no me arruines la sorpresa
Ella golpeteó las uñas en el escritorio como diciendo para sí misma : qué hago…qué hago…
Aprovechando su momento de duda con una sonrisa traviesa abrí la bolsa y le dejé ver el contenido,
Lina soltó una risita y  con cierta malicia añadió,
_Creo que me ganaré una reprimenda si no la dejo entrar verdad?
_Reprimenda? Jajaja Lina, eso es motivo de asesinato!!
Me devolvió un guiño de ojo y dándose por vencida  me permitió el ingreso a la salita que conduce al despacho de mi novio, no sin antes responsabilizarme si ocurría algún inconveniente
Al llegar, estuve a punto de golpear la puerta, pero al oír carcajadas  en el interior, mi sexto sentido femenino me detuvo. Por las risas me di cuenta de que se trataba de un tema informal, o sea una charla de hombres mmmm esa si era una tentación inaguantable para mi, así que me quede detrás de la puerta tratando de escucharlos.
_Jajaja o sea que en tooooodo este tiempo nunca lo han hecho?
_Hermano no te lo cuento para que te mofes, es un asunto serio, me encanta el sexo anal, me pone cachondo, como ninguna cosa, pero Paola no se, en eso es tan modosa, se lo he pedido de mil formas pero siempre  me sale con la escusa, de ay me duele!!, no por ahí no!!!, me da miedo!!,  y por último hace un par de noches me dijo que soy un enfermo y que eso es una asquerosidad! …imagínate!!
_Vamos Ricardo entiéndela, algunas mujeres son mas tradicionales, pero si se tiene paciencia para estimularlas terminan accediendo
_Estimularla? Ya te digo que he tratado de mil formas y nada, me encantaría verla gozando, disfrutando como una guarra, pero que vahh  la niña anda inaccesible
_Trátala mas suave, ve despacio, las caritas dulces suelen terminar siendo unas fierecilla; aquí en confianza  con algunas  me ha tomado semanas y hasta meses convencerlas, pero joder que valió la pena
_no me vengas con clases de sexo a estas alturas, o acaso crees que a otras no me las he follado por ahí?
_jajaja Ricardo cálmate,  solo daba mi opinión
_Es más solo para que te mueras de envidia te contaré a quien le he dado últimamente, te acuerdas de Danny la pasante que estuvo en la oficina hace unos 4 meses? la rubiecita que tiene ese par de tetazas
_Ufff esa niña si que esta bien puestica
_Buena es poco, buenísima y ufff hermano le di hasta cansarme,.…imagina a esa preciosura en mi escritorio, toda caliente, abiertica para mi…..ni bien le mandé mano y la zorra ya estaba mojada, ufff mejor ni lo recuerdo
_Y como le hiciste con Paola no que andaban de amigas? … Yo que tu no me arriesgaba tanto,
_Que vahh hermano nada de líos, aquí tu maestro se las sabe todas jajaja, Oye y te acuerdas de Laurita? la que estuvo en información,  esa si es completa, le encanta que le den por detrás….
No podía creer lo que escuchaba, mi novio Ricardo de la manera más fría y desfachatada le contaba a Carlos, detalles de nuestra intimidad, y no solo eso, sino que por pura casualidad me acababa de enterar, que mientras decía amarme me traicionaba con cuanta tipa podía
Me sentí herida, humillada, lastimada; de seguro ni el peor sexo anal podría doler tanto como su cinismo, pero quería saberlo todo, así que me quede allí, tras la puerta de su despacho, enterándome de todas sus marranadas.
Sin resistir tanto descaro, me tumbe contra la pared,  mientras un par de lágrimas de coraje resbalaban por mis mejillas. Abrí mi cartera y en un intento de sacar una toallita de papel para limpiarme, involuntariamente solté la bolsa con el obsequio, produciendo  algo de ruido al caer en el piso.
Demonios!! Solo eso me faltaba que me descubrieran espiándolos. Al instante escuche unos pasos acercándose a la puerta, no tenia donde ocultarme así que me quede allí dispuesta a afrontar lo que viniera.
La manija cedió, y Carlos sacó la cabeza hacia el pasillo quedándose perplejo ante mi presencia,  le hice una seña de que se callara pues no quería que Ricardo me viera derrotada.
Desde el interior de la oficina mi novio preguntó:
_Que fue Carlos, pasa algo?
_NNo … nnada hermano, debió ser cualquier ruido, pero dame un par de minutos, aprovecho y doy una vuelta por  mi oficina.
_Ok luego seguimos.
Sin esperar mas me dirigí a la salida y su colega siguió tras de mi.
_Espera Paola espera, no lo tomes así..
_Cómo  mierda quieres que lo tome eh?
_Por favor  tranquilízate, vamos déjame al menos llevarte a  casa, no puedes manejar así.
_Que no!!!, pero si en verdad quieres hacer algo por mi, no le digas Ricardo que los escuché
_Ok, ok  no me meteré en esto,… pero tranquila …ven… ven pequeña…
Me tomó del brazo y con dulzura me acercó a su cuerpo, me sentía tan desprotegida que deje que me abrazara y ansiosa de un poco afecto recosté mi cabeza  sobre su hombro. Era la primera vez que estábamos tan cerca, tanto que su pecho presionaba contra  mis senos y su abdomen contra el mío, solo nuestros sexos guardaban algo de distancia, como si temieran rozarse.
_Tranquila…tranquila…
Me apretó más, sus manos  descendieron por mi espalda hasta encajarlas en  mi cintura, se sentía su tibieza través de la blusa de satín, basto un pequeño movimiento para juntar nuestros sexo, quedándonos totalmente adheridos y sin importarme que estuviéramos en medio del pasillo no se si por despecho o por atracción, busque refugio en su boca
Le besé suavemente, rocé sus labios llenándolos de mi humedad; abrí mi boca buscando una caricia mas profunda pero   él apenas respondió a mi beso, me sabia vulnerable y simplemente me volvió a abrazar…
Estaba dolida por la traición de Ricardo pero también ligeramente excitada por la cercanía de Carlos, y presa de mis sentimientos encontrados, con una audacia inusitada murmuré:
_ Carlos quieres tener sexo anal conmigo?
Se quedó estupefacto, achinó los ojos como si dudara de lo que había escuchado, seguramente era inentendible para el que una mujer que se negaba a tener sexo de ese tipo con su novio, ahora se lo ofreciera abiertamente a él, la verdad es que tampoco yo comprendía mi osadía
Permanecio callado. Pude haber interpretado su silencio  como un rechazo, o su falta de reacción como un desdén, pero vi deseo en su mirada y tomándole del brazo le guie hacia a su oficina.
Mientras yo cerraba la puerta tras de nosotros, él hizo a un lado la papelera y se sentó en su escritorio, se le notaba algo desconcertado así que me acerqué lentamente y me ubiqué entre sus muslos. Le volví a besar, esta vez  tenia la boca abierta como si esperara mis labios y respondió a mis besos con marcada intensidad. Su legua se paseo por mi interior, produciéndome un delicioso cosquilleo; intercambiamos saliva, y nos comimos con desesperación la boca
Sin dejar de besarme, me arrinconó contra la pared restregándome su cuerpo, premiándome con el palpitar de su corazón en mi pecho y el de su pene en mi vagina, nos juntamos más como necesitados de sentirnos
Su boca me saciaba, su lengua tibia me excitaba y buscando más de mí, descendió por mis hombros haciéndome estremecer.
El primer botón de mi blusa se abrió, el segundo dejo entrever el encaje  de mi brasier, y el tercero la morena piel de  mis pechos.  Yo misma zafaba el cuarto botón, cuando mi celular sonó, era el timbre que identificaba a Ricardo. No tenia intenciones de contestar la llamada, pero su repiqueo fue suficiente para dejarme vacilante. Quise disimular mi nerviosismo pero Carlos notó mis dudas y alejándose de mii se tiró en su sillón.
Tenía muchas emociones contradictorias,  sin embargo en voz baja murmuré:
­_Debo interpretar que no quieres  hacerlo conmigo?
_La pregunta no es si yo quiero hacerlo contigo linda, sino mas bien si tu estas segura de que quieres  conmigo…
La duda se volvió a reflejar en mis ojos. El comprendiéndolo todo quitó el seguro de la puerta y sin decir nada salí.
Esa noche me masturbe como nunca, recordaba sus besos, su bragueta abultada, su nariz metida en mis senos, su sexo punteándome, y ansié enormemente ser follada…follada por él.
Las cuatro semana  siguientes fueron confusas emocionalmente,  pensaba en Ricardo pese a sus engaños,  pero también recordaba los besos de Carlos.
 El fin de semana me quedé en  casa, no esperaba a nadie así que tan solo vestía una batica de esas ligeritas que por la comodidad se usan en casa, de tela suave, con tiritas y cortica. Eran como las 20h00 cuando sonó el timbre del departamento, se trataba de Carlos, desde lo sucedido en su oficina, no habíamos vuelto a hablar, y verlo nuevamente aceleró mi corazón, pero procurando mantenerme serena le invité a pasar.
Nos saludamos con un beso en la mejilla y sin más, levantando una bolsa de regalo preguntó:
_Se te hace conocido esto? ….se te  olvidó… aquel día…
Claro que lo recordaba, era el obsequio que llevaba para Ricardo, y que luego de tremendos besos  quedó olvidado en su escritorio
_Abriste la bolsa?  Viste lo que es?
_ Bueno la verdad si, …es… una tanguita fuxia, una tanguita amarrada a un lubricante anal
_No me digas que también leíste la nota?
_Este…perdona Pao, pero no resistí la curiosidad…
_La leyó el?
_No, no le he mencionado nada, recuerda que prometí no meterme en sus líos, pero ya hubiera querido yo recibir un regalo así…
 Saque la notita de la funda y la leí en voz baja: la tanguita me la pongo esta noche….tienes alguna idea de que podemos hacer con el lubricante?
Instintivamente alcé a mirar a Carlos, quien aprovechando mi distraimiento, entretenía su vista en mis pezones que marcaban la pechera; carraspeó cuando nuestras miradas se cruzaron y de forma seductora murmuró:
_Pao se perfectamente todo lo que se puede hacer con aquello…
_Jajaja no te lo estoy  preguntando!!! solo leía la nota!!!                          
_ Jajaja Lo se linda, solo bromeaba, pero a veces las bromas  resultan,  respondió  guiñándome un ojo.
Algo nerviosa desvié la vista hacia el regalo y sin atinar que decir indagué:
_Y porque no me lo entregaste antes eh?
_Puedo responder a cualquier pregunta menos a esa
_Humm así? Y a que se debe  tanto misterio?
_Cosas mías… no querrás saberlas…
_Ok, ok, y  lo de responder a cualquier curiosidad sigue en pie?
_Desde luego, soy un libro abierto para ti
_Por más intima que sea la pregunta?
_Responderé  a lo que quieras, si incluye una copa de vino
_Trato hecho!! Sonreí satisfecha y me dirigí al bar a servir dos copas de licor.
Al dar vuelta, de nuevo sus ojos descansaban sobre mí,  esta vez jugueteando en mis caderas, subiendo a mi cintura y descendiendo a mis muslos, sentí que perdía seguridad ante la insistencia de su mirada y apresurando el paso me senté en el sofá junto a él.
Mentalmente trate de formular una pregunta, quizá me arriesgaba a ser malinterpretada pero necesitaba la opinión de un hombre y Carlos me daba la sensación de tener experiencia en el asunto, así que sin más aspavientos me lance:
_Que tiene de bueno el sexo anal que les  gusta tanto?
Levantó un poco las cejas como si nuevamente le sorprendiera mi atrevimiento, bebió un sorbo de vino e interrogó:
_No te gusta? o asumes que no te gusta, porque no lo has probado?
_La que hace las preguntas soy yo, que no se te olvide eh
_Jajaja ok ok pero esto te costara más de una copa de vino
Sonreí como respuesta
Se reclinó en el sillón, cruzó la pierna, y empezó a tratar el asunto de manera algo formal
_El sexo anal a mas del inmenso  placer físico que te lo voy a detallar después,  conlleva  una parte sicológica, particularmente me encanta por que es un reto conseguirlo, la mayoría de las mujeres no se lo dan a cualquiera, sino a alguien que  ha sabido llevarlas a niveles altos de excitación y lograrlo te hace sentir bien como hombre. También tiene cierta implicación de dominio, la posición a cuatro patitas te hace sentir dueño de la mujer, fantasear con que tienes una esclava a tu disposición para hacer con ella lo que quieras, además…
Mientras él desvariaba con su clase educativa, casi sin darme cuenta baje la vista por sus pectorales, tenia dos o tres botones de la camisa abiertos, y se alcanzaba a ver algo de la vellosidad de su pecho,;brazos fuertes, espalda amplia, con la típica figura de un hombre dedicado al deporte. Sin poder evitar recordé aquella tarde…. sus besos, su lengua tibia, sus manos cálidas, su respiración agitada, su sexo endurecido…
El notó mi distraimiento y pasando su mano por mi mejilla malintencionadamente murmuró:
_No prestas total atención, así que temo que termines reprobando el examen que te tomaré al final de la clase….
Un escalofrío me recorrió por la espalda, y una leve contracción inquietó mi sexo. Posó su mano en mi rodilla y añadió:
_Tienes muchas curiosidades sobre el sexo anal cierto? Ven, ven te lo explico todo, dijo mientras me hacia señas de que recostara mi cabeza sobre sus muslos.
Sin objetar a sus indicaciones, me recosté en el sillón, dejando mi cabeza sobre sus piernas, el tomó mi mano y continuó:
_Mira chiquita, debes hacerlo cuando realmente estés convencida de querer intentarlo, cuando tu cuerpo te de las señales de que no quiere esperar mas por probarlo, desde luego siguiendo un preludio que te tenga en los límites de la excitación, así en lugar de dolor, sentirás placer, o al menos una mezcla de las dos cosas.
La excitación es la clave en esto, mira por ejemplo las caricias en tus senos cumplen con la función de preparar el camino, hay que tomar tiempo en masajear tus tetitas, en tirar de tus pezones hasta que se hinchen, y luego despacio pasarles la lengua, particularmente me pasaría largos minutos besándolos, lamiéndolos hasta hacerte gemir de gusto, los succionaría con fuerza y luego perdona la frase, pero te los mamaria bien rico…
Tan solo de escucharlo sentí como mi cuerpo se afiebró, mis pezones se tensaron como si tuvieran hambre de esas caricias, pero él se limitaba a relatar y a acariciar mis hombros. 
_No perdería oportunidad de acariciar tus muslos, besaría tus tobillos, tus rodillas hasta que por tu propia cuenta empieces a separarlos permitiéndome el acceso a tus ingles, pero si crees que me comería tu sexo, te equivocas, te haría esperar por ello, y me retiraría a acariciar tu pubis, a besar tu vientre y a morder tu cintura, bueno también pasearía mis dedos por tus labios vaginales…
Me estremecí sin poder evitarlo, supongo que  notaba mi estado de éxtasis sin embargo preguntó:
_Estas bien? Sucede algo?
_No, nno nada, respondí en medio de un suspiro
_Que bien…entonces continuo: a estas alturas tu clítoris estaría erecto,  y bordeándolo con mis dedos te arrancaría los primeros gemidos, estoy seguro que tus piernas se abrirían al máximo, y en ese momento te introduciría un par de dedos, los movería suave al principio luego aceleraría como si te estuviera cogiendo…
Era dificil resistir, apretaba mis piernas queriendo guardar mi compostura, pero el infierno que sentía, me hizo doblarlos haciendo que la bata se recoja, quedando mis muslos desnudos; los ajusté muy fuerte en un intento de controlar mis ganas
_Ves, tú eres una niñita buena y mantienes cerraditas las piernas, no todas son así, otras se abren y  gozan de buenas estocadas….
Era un perfecto desgraciado, estaba jugando con mi mente, doblegándola, excitando mi parte cerebral a tal punto que ya se veían los estragos de la lujuria en mi cuerpo, mis pezones parados, mis labios entreabiertos, mis pechos expulsados hacia afuera; afortunadamente no veía mis ingles mojadas, pero intuyo que hasta percibía mi olor de mujer.
_Como te decía, después de varios minutos de agazaparte mis dedos, me metería entre tus muslos y con mi lengua probaría el sabor de tus pliegues, labios mayores, labios menores, entrada vaginal, todo ese coñito rico terminaría lleno de mi saliva. Subiría a tu ombligo… por cierto no te he contado que  soy fanático de los ombligos, verdad?  la forma del ombligo dice que tan sensual puede ser una mujer… anda Pao déjame ver el tuyo…
No pensaba con coherencia, tampoco meditaba que para mostrárselo debía subir mi bata y a más de exhibir mis muslos, vería mi tanga, mi pubis, mis caderas, pero afiebrada como estaba  respondí con monosílabos entrecortados
_Ah…este….ssi …
Puso sus manos en mis muslos, los acarició suavemente desde mis rodillas hasta la parte superior, subiendo y bajando, luego con sumo cuidado deslizó mi batita hacia mi cintura dejando a la vista las braguitas transparentes que protegían mi pubis. Acarició mi vientre, e introdujo repetidas veces su índice en mi ombligo  como si me lo follara suavemente.
_Epa!! justo como lo imaginé…tienes un ombligo precioso, pequeño, estrecho…haría maravillas en él, supongo linda, que todos tus orificios… son así de excitantes….
Me arrancó otro gemido, parecía ser que en los últimos minutos era mi única forma de respuesta..la excitación me tenía no solo tonta, sino hasta muda
De cuando en cuando, Carlos subía y bajaba su mano por mi brazo rozando ligeramente la parte exterior de mi senos, ese pequeño roce me ponía literalmente cachonda pero el fingía mantenerse ajeno a mi excitación y continuaba con sus palabras que no tenían otra intención que calentarme hasta ofuscarme
_Donde nos quedamos mamita? Ahh si, en que metería mi lengua en tu ombligo, percibiría tu pubis, y ahora si bajaría a lamer completamente tu coño  delicioso, le daría lenguazos desde tu parte trasera, me comería toda la línea de tu sexo, y de cuando en cuando te introduciría la lengua follándote el culito…
A estas alturas la excitación era incontrolable, me estremecía de placer, mis pezones estaban a reventar, y sabiendo que ya no habría resistencia de mi parte chantó una mano a escasos centímetros de mi seno, yo ansiaba que los apretara que tirara de mis botones , y se los comiera, pero él apenas, rasqueteo mis pezones, que se levantaron como un par de soldados de soldados listos para la guerra.
Luego con la tranquilidad de quien sabe que tiene la batalla ganada, metió la mano por dentro de la bata y agarró de lleno mis senos, hurgoneaba ente ellos, los amasaba, me manoseaba sin prisas como si tuviera toda la noche para volverme loca de excitación; como siempre yo tan solo respondía con gemidos 
_Ahhh… Ahhhhhh
_Así mija asii….así responde una putita,…ábrete linda, ábrete, que quiero revisar si estas lista.
Obediente separé mis muslos, introdujo sus dedos dentro de mis braguitas, y me descubrió totalmente húmeda
_Ahhhh que rico ábrete, ábrete mas que quiero explorarte profundo
Sus palabras me volvían loca, ansiaba que me cogiera que me diera una buena paliza, que me reventara hasta el alma, y queriendo demostrárselo me abría completa, para que hiciera en mi sexo todo lo que se le antojara.
Al fin se inclinó sobre mis pechos lamiendo mis aureolas; no se si me enloquecía mas, sus dientes rasgando mis pezones, sus labios succionando mis pulpas, o el inclemente vaivén de su pulgar en mi clítoris
Ya no quería esperar más, di vuelta, mi rostro quedo a escasos centímetros de su pene, estaba tan cachonda que yo misma abrí su pantalón y me incline a chupársela, se la comía con desesperación mientras el empujaba su pelvis queriéndome llenar de  toda su herramienta. No me cansaba de comerla, ni de apretar los testículos en busca de su leche, mientras Carlos eufórico sobajeaba mi trasero.  
Me ordenó colocarme cuatro en el sillón, y él se ubico tras de mi, masajeo mis senos, y haciendo a un lado la tanguita introdujo su pene en mi coño, me lo hundió de golpe arrancándome un largo gemido, preludio del glorioso mete y saca repetitivo
_Esto te gusta no?, golfilla que delicioso lo tienes ahhhhhhhhhh
Lo empujaba con fuerza, con furia, al mismo ritmo que mis caderas echándose hacia atrás para lograr más profundidad, no necesité mucho y acompañada de incesantes gemidos me corrí.
Caí de bruces sobre el sillón, y él con el mayor de los cuidados separo mis muslos, y se lanzó a darme una comida de coño, diantres!!! cómo podía hacerlo tan delicioso, su lengua , sus dientes , sus dedos, ufffffffffff
_Más.. sigueee  asiiii sigue así Carlos…
_Ahora viene lo mejor putita, se me acaba de antojar inaugurarte, lo entendiste zorringa?
Un estremecimiento me recorrió, no se si por sus palabras o por la suavidad de su lengua invadiendo mi culito, era una sensación tan extraña y sin duda un morbo tremendo sentir los besos tibios de un hombre  profanando aquel lugar inexplorado.
Estando en cuatro separó mis glúteos, e intercalaba la humedad de su lengua con un suave masaje en la entrada de mi orificio, me había debilitado tanto mentalmente, que yo no necesitaba de preludios, quería que me la introdujera toda.
Tomó un poco del lubricante que yo había comprado para que Ricardo me inaugurara, y con suavidad fue introduciéndome sus dedos, al principio mi cuerpo rechazaba la sensación de ser asediada, pero sus manos magreando mis pechos, era el estimulo perfecto para dejarme hacer.
Una vez acostumbrada al ir y venir de sus dedos, colocó la punta de su miembro en  mi cola, haciendo pequeños movimientos circulatorios sobre ella, y dando suaves golpeteos que permitieran el ingreso del glande.
 Su pene presionó la entrada, la primera impresión fue de un dolorcillo que me hizo aquietarme, un nuevo intento me provocó un estremecimiento; ardió un poco, era como si la piel se rasgara ligeramente
Con suavidad continuó empujando hasta que emití un gemido al abrirse mis carnes, por acto reflejo coloqué mi mano en su pelvis deteniéndole de hacer mas presión, se detuvo unos segundos mientras yo cerré los ojos tratando de concentrarme en las sensaciones, calor, tibieza, tirantez en la cola, pero aun así me llenó el morbo de saber cuanto había entrado y botando mi mano hacia atrás la pasee por su pene, notando que al menos el glande ya estaba en el interior.
Estaba algo tensa, pero sus dedos estimulando mi clítoris me hacían olvidar del ligero dolor que sentía, sus movimientos lentos y acompasados empezaron a abrirme sin mayores contratiempos, tanto que comencé a mover mis  caderas buscando por mi propia cuenta acelerar la penetración. Centímetro a centímetro fuimos ganando terrero y a medida que su pene entraba desgarrando mi culito, disfrutaba de la deliciosa sensación del placer mezclado con dolor.
Esa hambre de sentir más, de querer ser llenada a plenitud, manifestada por el suave contorneo de mi  trasero, le daba la seguridad de que mi cuerpo no solo soportaba más presión, sino que necesita ser coronada de una vez.
Empujó fuerte arrancándome el jadeo mas fuerte de la noche, había ingresado profundamente, tanto que al rozar mis dedos por su pubis descubrí que no quedada un centímetro por meter, todo se perdía en mi interior
Nos quedamos quietos, el sudor de su frente de cuando en cuando caía sobre mi cuerpo y sus manos  como garfios se atenazaban a mis caderas. La retiró un poco, despacio y no puedo negar que el desgarre me hizo quedar casi inmóvil, mas sus manos dedicadas a darme placer estimulando mi clítoris me hacían desear  seguir siendo ensartada. Mis gemidos de gusto lo animaban y empezó a mover las caderas con más fuerza…
_Que puteria!!! Que deliciosa te vez ahhhhhh te estoy coronandoo
_Ahhhh Sigue..sigue nooo pares….. asiii..toda …toda…
_Claro que la tienes toda!! deberías verlo putita no queda nada fuera
Tomándome de la cadera me hizo hacia atrás, y estirándose un poco buscó algo en la mesilla de centro, quise ver de que se trataba  pero no pude hacerlo  y el continuó dándome profundo. Mis gemidos eran incesantes, estaba descubriendo lo que es el sexo anal y lo estaba disfrutan como un guarra.
Una extraña sensación de espasmos en mi culito me hizo empujar con fuerza hacia atrás, buscando el fondo, estaba llegando a límites desconocidos de placer y unas fuertes contracciones en mi sexo acompañaron mi más intensa corrida.
Mi muslos temblaban y mis brazos perdían fuerza, mis gemidos de cachondez, se mezclaban con los jadeos de Carlos; empujó sus caderas en movimientos rápidos y cortos que permitían una fricción mas continua y en medio de un gemido  llego hasta lo profundo, se quedo allí quieto,  totalmente adherido a mi, mientras una ola de líquidos inundaron mi orificio, haciéndome disfrutar de nuevos espasmos.
La retiro despacio, parte de su corrida se impregno en mis glúteos y unas cuantas gotas cayeron en el sofá como prueba de aquel perfecto momento.
Luego de tomar una ducha y de relajarnos un poco terminamos en mi cama, me abrazó desde atrás y susurró
_Te tengo un obsequio especial, espera que te lo muestro
Solté una carcajada
_jajaja Cuando hiciste eso eh??? No me di cuenta!!
_jajaja disfrutabas demasiado como para que pudiera notarlo, y quería que lo vieras desde mi perspectiva
_Me di cuenta que tomaste algo de la mesilla de centro pero la verdad no le di importancia, déjame, déjame ver bien
Nuevamente dio un clic y volvió a reproducirse el video tomado con su celular mientras cachondeábamos, la imagen de su pene desapareciendo en mi trasero, mis movimientos alocados buscando mas profundidad, los gemidos de goce,  mi carita de perra mientras me corría, y al final una imagen desenfocada causada por el temblor de su cuerpo al eyacular en mi interior…la ultima toma totalmente movida apuntaba al sillón, pero no dejaba de oírse nuestros gritos de placer.
_Ufffffff  vaya obsequio,  parezco toda una guarra
_Una guarra preciosa sin duda
_Me pasas el video a mi celu?
_Claro, es tuyo, así cada que lo veas piensas en mi
Al tener el video en mi dispositivo,  di unos cuantos clic y solté una carcajada de verdadero deleite
_Jajaja Carlitos a que no sabes lo que hice… Se lo acabo de enviar a… Ricardo!!!
_ Que hiciste que????
_Siempre dijo que quería verme gozando y disfrutando como una guarra no? Pues ahí me tiene!!!
No acaba de decir la última frase y mi teléfono timbro repetidas veces causándome aun más satisfacción. Era Ricardo. Apague el teléfono y musite: Venganza ….dulce venganza… darle a su amigo lo que él siempre quiso…
Carlos me miraba furioso, echo la sábana a un lado y empezó a vestirse
_Tamaño lío en el que me has metido!!
Coquetamente respondí:
_ Pero valió la pena  o no?
_Ssi, si valió la pena, pero no era necesario llegar a tanto..
_Pues se lo merece !!!!
Suavizando sus gestos respondió
Y yo que me merezco?
Lanzándome a su cuello murmure:
_Tú te mereces mis besos ….todos mis besos…
_mmm solo tus besos? Yo creo que también  un par de buenas nalgadas y… algo mas…
_algo mas?? Jajaja pues no me hagas esperar tanto…
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

Relato erótico: “Cronicas de las zapatillas rojas, la camarera 4” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: LA CAMARERA 4.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas y Alias: La invasión de las zapatillas rojas antes de leer esta historia.
Gracias a Vaquita por su inspiración.
Por Sigma
Muñequita posó con las manos en la cintura y una de sus piernas frente a la otra mientras su Amo la fotografiaba. Lucía despampanante con un vestido blanco que recordaba a una túnica griega que llegaba hasta sus tobillos y su torneada pierna adelantada estaba casi completamente expuesta gracias a una de las aberturas del vestido que llegaban hasta la cadera. Sus atrayentes senos se destacaban al estar cubiertos únicamente por dos anchas tiras de tela que salían del vestido, subían por su torso y se ataban detrás de su cuello, llevaba su rojo cabello en un peinado alto dejando así sus hombros, espalda, escote y brazos a la vista. En sus piernas llevaba unas sandalias de tacón alto y cuadrado cuyas correas se ataban a los tobillos, la uñas de sus pies relucían en color coral.
– Más sexy… entrégate a la cámara…
– Si Amo… -dijo la camarera-modelo al poner las manos tras la cabeza y entreabrir sus labios pintados de un rico tono coral.
El sonido del obturador se repetía una y otra vez mientras X se movía alrededor de la pelirroja buscando los ángulos que hicieran lucir más su voluptuoso cuerpo.
– Ooooohhhh… me estoy… excitando… -pensó la joven al cerrar los ojos mientras se recostaba en un camastro de la alberca en la parte de atrás de las instalaciones de X.
Había dormido fabulosamente la noche pasada y se sentía mejor que nunca, tan segura, tan… fuerte. Miró a su Amo que le ordenaba inclinarse de perfil para lucir sus nalgas y sus ubres apenas disimuladas por la sedosa tela del vestido.
– Si Amo… -le dijo con voz acariciante mientras le obedecía, para después sonreírle de forma insinuante.
– Mmm… ya quiero terminar… -pensó mientras miraba a la cámara- Oh… necesito coger… tal vez pueda seducir a mi Amo…
De inmediato sacudió la cabeza con la sorpresa reflejada en el rostro.
– ¿Pero que me pasa? Cada vez estoy peor… yo no era… yo no soy así. Parezco una putita…
Al instante imágenes salvajes de sexo invadieron el ojo de su mente, sexo caliente en hoteles baratos, en residencias de lujo, en el asiento de atrás de un auto y ella siempre complaciente y obediente a su dueño.
– Ooooohhhh -gimió para luego sentir una mano cálida deslizándose por su muslo y pantorrilla hasta apoderarse de su esbelto tobillo- Siiiiii…
– Atención Muñequita.
De pronto se dio cuenta de que estaba soñando despierta y que su Amo colocaba su pie entaconado sobre un camastro para la foto.
– Oh… lo siento -dijo avergonzada, pensando para si- ¿Que va a pensar de mi? Debo comportarme.
En ese momento llegaron a la alberca Piernas y Nena, mantuvieron distancia pero seguían cerca para cualquier cosa que necesitara su dueño, la morena llevaba un diminuto bikini blanco que apenas cubría su cuerpo con tres pequeños triángulos, así como zapatillas cerradas y puntiagudas a juego.
Por su parte Nena llevaba puesto un vestidito rojo sin mangas ajustado y elástico, que se abrazaba a cada curva de la mujer, llegaban a la mitad del muslo pero con el movimiento se subía hasta dejar ver la punta de una tanga roja, unas altísimas zapatillas del mismo color con un pequeño moño sobre las puntas abiertas del calzado, enmarcando sus femeninos dedos con las uñas pintadas de rojo, y otro moño al costado de sus tobillos adornando la ancha pulsera de las zapatillas, llevaba el cabello en dos trenzas bien peinadas a la altura de la nuca y sus obligatorios labios rojo sangre se destacaban provocativos en su suave rostro.

X sonrió complacido, pero no por el sexy vestuario de sus esclavas, sino por la reacción de Muñequita, desde el momento en que aparecieron no pudo apartar la vista de ellas, sus labios se entreabrieron, luego se pasó la punta de la lengua por ellos y deslizó las yemas de sus dedos con largas uñas color coral por su gran escote.

– Vaya… que bien se ven las chicas hoy… -pensó casi como en trance- no se que se hicieron pero…
– Muñequita… te dije que te recuestes boca abajo… -le repitió X volviéndola a la realidad.
– ¿Que…? Oh, claro, perdón Amo.
La sesión continuó, pero la inicial sorpresa de la pelirroja se fue convirtiendo en fascinación por los cuerpos de sus hermanitas.
X empezó a pedirles que se acercaran a la modelo para ayudarle o simplemente darle indicaciones sobre lo que debía hacer.
El hombre gozaba al ver como su camarera-modelo empezaba a sonrojarse con la cercanía de sus compañeras de esclavitud. Recordaba complacido como había estado condicionando a Muñequita para apreciar al sexo femenino tanto como él lo hacía, mientras sus manos estaba encadenadas al techo él la poseía con vigor, penetrándola una y otra vez al sostenerla de sus respingadas nalguitas, susurrando su nuevo condicionamiento hacía sus hermanas. Ahora sus curvas, su suavidad, su aroma, su voz, se habían convertido en poderosos gatillos de la libido de la dulce camarera. Disfrutó intensamente al ver como sus pupilas se dilataban de deseo al ver las deliciosa piernas de la morena cuando se alejaba de ella entre fotos, su respiración se aceleraba cuando Nena se inclinaba ante ella para colocar un reflector dejando a su vista un maravilloso escote enmarcado en rojo.
– Mmm… Que bien se ve Piernas con ese bikini, me da ganas de… -pensó la pelirroja al ver a la mujer hablarle al oído al Amo- ¡Basta! ¡Pero si no me gustan las mujeres!
Sin embargo la camarera simplemente no podía apartar su vista de las delicias que sus hermanitas le mostraban a cada momento. Estaba como hipnotizada.
En ese momento Piernas le explicaba lo que X quería que hiciera, pero no la escuchaba, estaba perdida en sus morenos senos apenas cubiertos por el bikini.
– Oooohhh… que papayitas… se me antoja… -pensaba la pelirroja.
– …entendiste Muñequita? ¡Muñequita!
-…como? Ah si, te escucho.
– ¿Entendiste donde debes poner tus manos? -le dijo Piernas fingiendo enojo.
– Si… si claro, me paro aquí y las pongo en tus papayitas… -en una fracción de segundo se tapo la boca con la mano y se corrigió- ¡En la barra! ¡Las pongo en la barra!
La morena se alejó sacudiendo la cabeza pero sin que la modelo pudiera verlo le sonreía al Amo.

Mientras tanto Muñequita había puesto la palma de la mano en su sien, confundida.

– ¿Qué me está pasando? -pensó tratando de controlarse- cada día estoy más… cachonda y… cada vez por más tiempo… ooohhh… y ahora esto…
Justo entonces Nena se había puesto en cuclillas frente a ella para mover unos cables, casi con inocencia se inclinaba lo que podía en sus altos tacones, la blanca piel de su espalda descubierta parecía perfectamente tersa y su cortísima falda se había subido dejando entrever la redondez de sus paraditas nalgas, a pesar de que tímidamente se esforzaba por jalar el vestido para cubrirse. Un esfuerzo inútil.
– Mmm… casi veo su coñito… anda… inclínate más… -pensaba mientras la miraba fijamente, cayendo sin darse cuenta bajo el control de su instinto sexual.
– Bien, terminamos por hoy… Tómense un descanso en la alberca -las palabras de su Amo sacaron a la pelirroja de su ensoñación, parpadeó dos veces y vio que algunas jóvenes técnicos empezaron a recoger el equipo.
– Oh, que bueno, siento que me quemo por dentro… -entonces vio a X guardando la cámara en una pequeña maleta- mmm… quizás pueda atraerlo…
Decidida se acercó al hombre y empezó a hablarle con voz acariciante.
– Mmm… Amo ¿Podría habla contigo un momento? -le dijo mostrando una pierna y poniendo una mano en su cintura.
– Me temo que no tengo tiempo Muñequita, tengo una reunión importante y estaré fuera unos días. Pero hablaremos cuando vuelva ¿de acuerdo?
– Oh… claro… te espero Amo.
Decepcionada lo miró dirigirse al edificio principal.
– Dios… necesito desahogo ¿Ahora que voy a hacer? Me voy a volver loca -pensó por un momento.
En ese momento Nena se acercó y empezó a decirle algo, pero Muñequita se distrajo al mirar los labios rojos y gruesos de la rubia, brillantes como si estuvieran eternamente húmedos.
– …vamos hermanita, te hará bien. ¿Si?
– ¿Eh?… si, claro -respondió la pelirroja casi sin darse cuenta.
– ¡Perfecto! Entonces entra en el vestidor, yo te traigo tu traje de baño.
– ¿Qué? Pero… yo…
– Vamos… apúrate, el clima es perfecto, el Sol aun no es tan fuerte y te hace falta desahogarte…
– ¿Como? -pensó la excitada joven.
– Si, has trabajado mucho, necesitas relajarte -le dijo la rubia con una sonrisa mientras la llevaba hasta un vestidor blanco junto a la alberca.
– Bueno, creo que si necesito relajarme… – cedió finalmente Muñequita, pensando que el agua fresca calmaría su lujuria y podría apartar de la mente su extraño deseo por sus hermanitas.
Minutos después salía del vestidor ya cambiada en un bikini rojo, pequeño y sexy, contrastando con su piel como lo hacía el vestido de Nena.
Finalmente se acercó a la orilla y se quitó sus zapatillas antes de empezar a nadar, único momento en que ellas tenían permiso de llevar sus pequeños pies desnudos.
El agua sin duda fue un placer mientras la pelirroja nadaba, en especial con el calor que hacía en el ambiente, pero más con la abrazadora llama que sentía en la entrepierna.
– Uuufff… me… hacía falta -pensó mientras nadaba de lado a lado.
– Hola Muñequita, estoy lista… -escuchó la pelirroja por lo que se detuvo y entonces vio a Nena parada a la orilla, llevaba puesto un diminuto bikini rosa que era apenas una tira de tela sobre los pezones y un encantador pantaloncillo corto rosa rematado con infantil encaje, que dejaba expuesta la mitad de sus glúteos. Se quitó unas zapatillas rosa de tacón altísimo y se paró en la orilla.
– Mmm… que bien se ve… oooohhh… casi puedo imaginar su chochito -pensó lujuriosa la pelirroja.
En ese momento algo pasó en su mente, dejo de ver a la rubia como una compañera o como su hermanita, ahora pensaba en ella como una deliciosa hembra. Miró su cuerpo fijamente mientras entrecerraba los ojos.
– Tengo… tengo que tenerla… la quiero -pensó ya dominada por un nuevo y poderoso deseo que nunca había conocido.
La rubia saltó al agua y empezó a nadar en la alberca hasta detenerse a un metro de la pelirroja.
– Mmm… está deliciosa… -le dijo con una risita infantil, mientras se pasaba las manos por el cabello empapado y la modelo la miraba intensamente- hey… no pongas esa cara… despierta…
Riendo le arrojó una pequeña ola al rostro, tomándola por sorpresa.
– ¡Aaayy! ¡Ahora verás pequeña zorra! -le gritó juguetona Muñequita mientras le devolvía otro golpe de agua, pero sin dejar de pensar en el húmedo cuerpo de la rubia.
Tras lanzarse agua a la cara por un rato empezaron a perseguirse en la alberca para tratar de hundir sus cabezas ente si. En mitad de una maniobra la pelirroja tuvo una sabrosa idea, estando justo detrás de Nena sujetó una de las puntas del moño de su bikini, con lo que este se deshizo en un segundo dejando sus senos libres con sus rosados pezones erguidos. La joven se apoderó de la prenda y retrocedió dejando a la rubia sorprendida y cubriéndose con las manos.
– ¡Nooo! Eso no es justo muñequita… devuélvemelo… -dijo con aniñada indignación la rubia.
Normalmente no sería un problema estar así, pues las esclavas de X disfrutaban lucir sus cuerpos para él pero Nena había sido condicionada para sentir una tremenda timidez y vergüenza a descubrir sus senos o su sexo, eso la hacía una víctima más apetecible y sensible, además de que se excitaba terriblemente al estar expuesta así.
– Oh… no lo creo… mejor me lo voy a quedar como recuerdo -le dijo la pelirroja sonriendo malévola mientras jugaba con la pequeña prenda en la mano.
– ¡Dámelo! -gimió tratando de alcanzar a la ladrona con una mano y cubriéndose con la otra. Pero ella fácilmente la evadía. En un momento clave en que Muñequita vio que Nena se lanzaba con todas sus fuerzas tras ella se hizo a un lado y tras sumergirse aprovechó la confusión para tomar la cintura de su pantaloncillo corto y bajárselo en un súbito y veloz movimiento, haciéndola caer hacia atrás…. dejándola completamente desnuda en la alberca.
–  ¡Nooooo! ¡No me hagas esto hermanita! -logró gritar en cuanto salió del agua, pero entonces vio como Muñequita ya estaba saliendo de la alberca y antes de que pudiera llegar a la orilla se había puesto sus zapatillas y había salido corriendo hacía el edificio principal, llevándose no sólo el conjunto de baño sino también las toallas y las batas de la alberca.
– Ja ja, creo que me quedaré la colección completa -se rio mientras se alejaba.
La rubia se quedó observando entre molesta, avergonzada y francamente excitada.
– ¡Oh! ¿Por que me hace esto? Mmm… lo estoy disfrutando… me odio -pensó esperar pero si alguna sirviente la encontraba así no sabía que podía pasar.
– ¡Carambolas! Quizás si me apuro… – pensó la sonrojada rubia mientras salía de la alberca cubriéndose pudorosamente los senos con un brazo y su sexo con la otra mano.
En ese momento deseó poder maldecir e insultar, pero Bombón había eliminado esa parte de su vocabulario.
Sin embargo antes de huir al edificio tuvo que ponerse sus zapatillas rosa, pues su condicionamiento para usarlas en todo momento era más poderoso que su vergüenza o su enojo.
Corrió a toda velocidad hacía el edificio esperando no encontrarse con nadie, rogando que nadie la viera, pero de hecho ya era vigilada por las cámaras de seguridad del complejo y X observaba divertido lo que ocurría en sus monitores.
Al llegar a la puerta trasera que daba a la alberca se encontró con que estaba cerrada.
– ¡Oh… caracoles! -pensó desesperada mientras daba un pisotón como una niña encaprichada- Muñequita me las va a pagar… aunque ahora no puedo pensar en como lo hare…
Su creciente excitación entorpecía su razón.
Cautelosamente empezó a rodear el edificio mientras seguía cubriendo su desnudez como podía. Tuvo suerte, pues una ventana de la planta baja estaba abierta.
– Ah… que bien -pensó mientras se introducía por ella al ver que no había nadie adentro- quizás ahora…
Empezó a introducirse de frente, pero no se había dado cuenta de que la juguetona pelirroja observaba sonrojada, desde un escondite, los movimientos de Nena, sus largas piernas entaconadas asomando provocativamente de la ventana, antes de que terminara, Muñequita ya se dirigía a otro lugar dentro del complejo.
Una vez dentro Nena corrió buscando la protección de su cuarto, aprovechando que solamente a unos pocos elegidos se les permitía estar dentro de ese edificio.
Era una visión maravillosa ver a la esbelta rubia corriendo desnuda ágilmente por el edificio, parecía  una ninfa salida del bosque encantado, excepto por sus altísimos tacones rosa, su piel blanca brillando por el sudor, su rostro deliciosamente sonrojado, su cabello revuelto y sus labios entreabiertos respirando agitadamente.
X sonrió ampliamente ante ese juego del gato y el ratón que no era de su autoría, sino de la pelirroja. Era todo un triunfo, sus primeras esclavas eran lideres y fuertes, por eso eran excelentes agentes, de hecho Dana tenía una veta dominante muy oculta, pero era demasiado para dejarla actuar libremente. En cambio, Muñequita era una joven dulce y sensible, quizás incluso era naturalmente sumisa, por eso para X había sido todo un reto tratar de convertir a esa amable camarera pelirroja en un dominante depredador sexual de otras mujeres.
Y que mejor primera presa que la ya vulnerable y debilitada Dana.
– Esto será muy interesante -pensó X con una mirada expectante ante los monitores de su cuarto- a ver que tanto pude condicionar a mi Muñequita para convertirla en algo opuesto a su propia naturaleza.
Nena llegó al fin a las habitaciones del personal de confianza, en el piso inferior al estudio de X, sonriendo se acercó a su alcoba y trató de abrir la puerta. Pero no pudo abrirla.
– ¡Nooo! Ooooohhh… caracolitos… -dio otro pisotón en el suelo pero de inmediato se arrepintió- oh, espero que no escuchara nadie.
Aun cubriendo sus senos y vagina se detuvo un momento a pensar en sus opciones.
– Oh… ¿Que puedo hacer? No puedo molestar a Papi… podría buscar algo de ropa con mis hermanitas pero si me encuentran así, y con lo excitaaaaaada que estoy, no se que me harán. En especial Bombón… no se por que es tan malosa conmigo… Mmm… ni por que disfruto tanto sus abusos…
En ese momento escuchó pasos por el pasillo y apenas logró ocultarse tras unas cortinas cuando por el pasillo apareció Bombón, iba vestida con una blusa negra sin mangas y un profundo escote, una minifalda de cuero negro y unas botas al tobillo de punta abierta a juego, sus labios también estaban pintados de negro. Llevaba tras ella a la cocinera de largas piernas, tenía las manos encadenadas a su espalda y la boca amordazada mientras sus piernas la forzaban a avanzar bailando tras la chofer. Solamente llevaba puestas una tanga, unas medias con liguero y sus zapatillas altas de punta redondeada, todo el conjunto era de un color blanco casi virginal y la lencería estaba rematada de un precioso encaje.
En ese momento en las bocinas comenzó a sonar una rápida melodía que hizo que la oculta rubia se aferrara con fuerza al marco de la ventana tras ella, mientras sus piernas comenzaban a pulsar siguiendo la música.
– Nnnnnggghhh -Nena apenas pudo reprimir un gemido de placer mientras sus manos se soltaban de la ventana para levantarse sobre su cabeza y sus piernas que se habían abierto en V se ponían de puntas- no… por favor… ahora no.
Bombón volteo hacia las bocinas frunciendo el seño.
– ¿Y eso? Que extraño, en este momento mi señor está solo en su estudio -dijo como para si misma- bueno, debe haber encontrado algo… o alguien con que entretenerse, igual que yo ¿Verdad mamacita?
Volteó a ver a su cautiva mientras decía esto, la joven sacudió la cabeza con fuerza y gruñó.
– Mmnnnng… mmnngg…
Tras las cortinas, detrás de Bombón, la desnuda rubia comenzó a ondular sus caderas y mover su cuerpo con la música.
– No… no… alto… -pensaba Nena desesperada a punto de salir bailando de su escondite.
La trigueña sonrió y activó un control en su bolsillo provocando que la cocinera arqueara su espalda y entrara bailando al cuarto de la chofer, la siguió y cerró.
Justo entonces la rubia salió dando giros sobre las puntas de sus pies, pero agradecida de que la trigueña no la viera.
Pero en ese momento se abrió al fondo la puerta de la alcoba de Piernas, en su umbral Muñequita le hizo un gesto a la desnuda rubia y esta no pudo evitar acercarse dando gráciles pasos de baile.
Apenas entró, le pelirroja le dio un azote en sus sonrosadas nalgas.
– ¡Aaaaayyyy! -chilló medio de dolor, medio de placer mientras la puerta se cerraba tras ella.
En su habitación Bombón se detuvo un instante al escuchar un sonido en el pasillo, pero de inmediato continuó divirtiéndose con su cocinerita, penetrándola con dos delicados dedos mientras con la otra mano apartaba la virginal tanga.
Boca abajo, la joven solamente gemía a través de la mordaza, siguiendo el ritmo que la trigueña le marcaba, pero el tono era muy diferente, casi invitante.
En el cuarto de la doncella Muñequita observaba la sensual danza de la rubia con una mirada hambrienta que la hizo sonrojarse.
– Mmm… que bien bailas Nena… -le dijo la pelirroja después de humedecer sus labios.
– Ooohhh… no… por favor Muñequita… -susurró la desnuda hembra con las manos apoyadas en la cama mientras movía sus piernas nalgas y caderas para ella.
– Ssssshhhh… solamente baila -le dijo con voz acariciante a la rubia.
– Pero no entiendo… tu no eres así… ¿Y como supiste la música que me vuelve loca?
– No estoy segura… lo único que me importa es que te deseo, tengo que poseerte -respondió Muñequita sin recordar las horas de condicionamiento a las que X la había sometido para aprender que tono afectaba a cada una de sus hermanas.
La pelirroja se acercó a la cautiva mujer que bailaba incontrolable y desnuda, llevando únicamente sus altas zapatillas rosa.
De reojo Nena notó que la pelirroja se había cambiado de ropa, ahora llevaba un ajustado corset rojo de la época victoriana que le daba una cintura de avispa y un hipnótico escote. Una diminuta tanga del mismo color apenas protegía su sexo dejando expuestas sus generosas nalgas y unas medias de seda negras con elástico en el muslo convertían sus piernas en perfectas esculturas de deseo. Sus piernas se estilizaban con zapatillas de punta abierta y altos tacones negros atados con cintas hasta sus pantorrillas. Su rojo cabello rizado estaba suelto enmarcando sus delicados rasgos, sus labios rojo rubí aumentaba el efecto, haciéndola parecer a la vez una lujuriosa dominatrix y un juguete para niñas del siglo pasado, de hecho por eso X le había dado su nombre, pues le recordaba una primorosa muñeca antigua.
Tras colocarse tras su cautiva, Muñequita empezó a acariciar el expuesto sexo y clítoris de Nena mientras ella, sin poder evitarlo, empezaba a acoplar sus movimientos al ritmo que le imponía la pelirroja.
– Ooohhh… no… hermanita…
– Mmm… que húmeda estás…tu coñito y tu chochito relucen cariño… ¿Es por mí? -le susurró acariciante al darle un suave azote en las nalgas a la rubia, provocándole un pequeño orgasmo.
– Aaaahhh… -gimió de nuevo, odiándose a si misma por su ninfomanía y debilidad, sin sospechar que había sido condicionada para ello desde un tiempo atrás independientemente de su voluntad. Simplemente no podía resistirse a nadie que quisiera  dominarla.
Minutos después había empezado a penetrarla con sus dedos, llevándola cada vez más cerca del éxtasis, mientras con la otra mano le acariciaba, las piernas, las nalgas y los senos.
– Oooohhh… ooohhh… -sollozaba gozosa Nena ante la sonrisa satisfecha de la pelirroja, retorciéndose sensualmente sin despegar las manos de la cama- si Piernas… nos encuentra… Papi nos…
– Oh, no te preocupes por ella, en este instante se encuentra muy ocupada… atada de manos se podría decir -la interrumpió Muñequita mientras se apartaba momentáneamente de Nena, que siguió bailando con la música.
En el cuarto de baño de esa habitación, retorciéndose en el piso sobre una gruesa toalla, se encontraba Piernas, tenía las muñecas encadenadas tras la cabeza y sus increíbles piernas bailaban en el aire, sus pies entaconados dibujando formas al ritmo de la música. La diminuta falda de su uniforme se había subido dejando ver no solamente sus magnificas extremidades sino también un vibrador bien metido en su coñito, mientras que unos audífonos fijados en sus oídos con cinta la dominaban con una poderosa y rápida música que le impedía todo pensamiento excepto el placer de estar sometida y forzada a alcanzar el orgasmo, mientras un pequeño reproductor de mp3 descansaba en el apetecible escote de la morena.
– Bueno, estoy lista… querida hermanita -le susurró Muñequita a su cautiva cuando volvió a acercarse a ella.
Nena alcanzo a mirarla de reojo y de inmediato empezó a suplicarle.
– No… por favor… Muñequita… -le decía desesperada al ver que se había puesto un consolador doble con el que podría poseerla a la vez que se daba placer a sí misma.
– Te va a gustar, ya lo verás… -la tranquilizó mientras acariciaba sus piernas dulcemente- Voy a someterte.
– Pero Papi es…
– ¡Silencio! -le ordenó la pelirroja mientras en un rápido movimiento la penetraba, penetrándose a si misma a un tiempo.
– ¡Mmmmm…! -gimió Muñequita mientras se apoderaba de las caderas de su cautiva.
– ¡Aaaaahhhh! -respondió ella a la vez, impactada no solamente por lo brutal de la posesión, sino por lo intenso de su placer.
– Aaaahhh… eres más… deliciosa de lo que… pensaba -le dijo la pelirroja al oído.
Nena solamente gruñía mientras con su cuerpo provocaba más aun su captora.
De pronto, mientras Muñequita acariciaba los brazos de la rubia se apoderó de ellos y los fijó a su espalda aprovechando sus grilletes que la marcaban como esclava, a la vez que la música terminaba en la bocinas.
– ¡Aaahhh! ¡Suéltame!… ¡Déjame!… -empezó a gruñir la rubia débilmente al verse libre del poder de las zapatillas.
Pero rápidamente la pelirroja la sujetó de las muñecas y empezó a penetrarla con renovado entusiasmo para aplastar su pobre resistencia.
– Vas a ser mía… linda zorrita… -le susurró mientras usaba ambas manos para sujetarla de sus encadenadas muñecas y apretarla contra ella, penetrándola y penetrándose.
– Oooohhh… nooo… nooo… -trataba inútilmente de resistir la rubia, aunque sentía como se humedecía su entrepierna con cada penetración.
– Si… si… cada vez que… te penetro… ooohhh…  me perteneces más -le dijo en tono dominante la irreconocible joven pelirroja.
– Aaaahhh… le pertenezco… aaahhh… solamente a… Papi…
– Ya no… aaahhh… Nena… te vamos a compartir…
Al estar cada vez más excitada, la rubia no pudo evitar que sus piernas se pusieran derechas y sus pies en punta, incluso sin música las zapatillas ya se habían apoderado de un trozo de su alma.
Al ver esto, Muñequita aprovechó para salir de su cautiva un momento, la hizo recostarse de espaldas, colocó sus extendidas piernas contra sus hombros y volvió a embestirla fácilmente debido a lo húmedo de su vagina.
– Oooooooohhhh… -sollozó Nena ya al borde de la locura, mientras la pelirroja seguía dándole un tremendo e irresistible placer.
– Vamos… no te resistas… aaaahhh… Nenita… entrégate a mi… -la manipulaba mientras le apretaba los pezones con sus sedosas manos enguantadas o le acariciaba el clítoris- entrégate a… tu Mamita…
La rubia ya no podía aguantar más.
– ¡Aaaahhhh! ¡Papi! ¡Paaaaaapi! -gritó al fin a todo pulmón al tener su orgasmo, casi a la vez que Muñequita.
– ¡Siiiiiii! -gritó salvaje la pelirroja aprovechando el momento para obligar a Nena a mirarla a los ojos, forzándola a compartirle su orgasmo y apropiándose así de otra parte del alma de la vulnerable rubia gracias al poder de las zapatillas rojas.
– Ahora también me perteneces… -le susurró, todavía hambrienta de placer, a la rubia mientras yacía recostada sobre ella, sonriendo complacida por su respuesta.
– Si… Mamita… -le dijo ya dominada por el sopor que sigue al placer.
En su estudio, frente a los monitores, X aplaudía satisfecho mientras reía a carcajadas ante el espectacular cambio de personalidad al que había condicionado a la dulce camarera. Y ahora que Muñequita había descubierto que también podía alcanzar el orgasmo por medio de sus hermanas, todo se volvería más interesante.
Horas después, Muñequita dormía a pierna suelta en su habitación, con su rostro reflejando gran satisfacción, se encontraba boca abajo vistiendo únicamente una tanga negra con femeninos moños en las caderas manteniéndola unida y unas zapatillas puntiagudas de charol y tacón alto a juego.
Sin embargo, su placido sueño se interrumpió cuando de golpe le quitaron las cobijas y fijaron sus muñecas en su espalda.
-…pero qué? -alcanzó a decir antes de que la mordaza que ya conocía se adueñara de su boca y sus labios.
– ¡Mmmnnn… Mmmnnnngg…! – gruñó aun confundida por el brusco despertar, hasta que finalmente pudo mirar sobre el hombro y vio a Piernas, en su provocativo uniforme, al pie de la cama, colocándole unas zapatillas de metal de esclavitud.
– ¿Gnnmmm? -trató de hablar mientras la morena terminaba su labor enganchando los grilletes de sus tobillos entre sí, dejándolos cruzados e inmovilizados.
– ¿Sorprendida Muñequita? -dijo una voz en la cabecera de la cama, al voltear la pelirroja se encontró con la chofer de su Amo, estaba vestida con una translúcida bata negra hasta medio muslo, unas pantaletas de corte francés y unas sandalias a juego de altísimo tacón con cintas al tobillo- Debes saber que es deseo de nuestro señor que como hermanas debemos pertenecernos unas a otras… ahora es tu turno.
– ¡Nnnnnnnn!… ¡Nnnnnn!… –balbuceó la pelirroja al retorcerse salvajemente, antes de que Bombón la inmovilizara presionando con su tacón fuertemente sobre la espalda desnuda de la joven a su merced, que solamente la miró llena de furia.
– Mmm… ¡Que desafiante!… ¡Que fuerte! –le dijo la trigueña a la joven aprendiz de X mientras le sonreía de forma perversa- Nena era igual que tú… y ya sabes en que la convertí. Me pregunto si podrás resistir más que ella, en especial ahora que nuestro señor no estará en casa por un par de días…
 – ¡Mmmmgggghh!… ¡Nnnmmmhhhgg!… –gruñó desesperada, sacudiendo la cabeza frenéticamente de lado a lado al ver como las dos esclavas se le acercaban con una mirada entre lujuriosa y amenazadora.
CONTINUARÁ
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sigma0@mixmail.com

“¿Qué hace la profesora en tu cama? ” Libro para descargar (POR GOLFO)

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SINOPSIS:


«¿Qué hace esa mujer en tu cama?» es una pregunta siempre difícil de contestar pero si encima quien está compartiendo contigo las sábanas es tu profesora y la persona que te la hace es una compañera secretamente enamorada de ti, se convierte en imposible.
En esta historia, Golfo nos narra las diferentes vicisitudes que tiene que pasar un universitario cuando en su vida entran a formar parte tres bellas mujeres. 
CONOCE A ESTE AUTOR, verdadero fenómeno de la red con más de 20 MILLONES DE VISITAS.

 ALTO CONTENIDO ERÓTICO

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los primeros  capítulos:

Introducción

Nuestra historia no es sencilla de explicar y menos de entender. Para tratar de haceros ver las razones que nos llevaron a convertirnos en esa peculiar familia, me tengo que retrotraer unos años a cuando recién salido del colegio acababa de entrar en la universidad. Recuerdo con añoranza esa época, durante la cual no solo aprendí los rudimentos básicos de todo geólogo sino el arte de complacer a una mujer. Curiosamente la primera que me dio clases en esos menesteres sexuales fue la catedrática de Cristalografía.

Doña Mercedes, aparte de estar buenísima, era un hueso duro de roer. Su sola presencia hacía que todos los estudiantes tembláramos al verla entrar en el aula. Con una mala leche proverbial, usaba y abusaba de su poder para menospreciar a los que habíamos tenido la desgracia de tenerla como tutora. Su menosprecio no tenía sexo, le daba igual que el objeto de su ira fuera una mujer o un hombre, en cuanto te enfilaba podías darte por jodido.

Todavía me acuerdo de la primera vez que la tomó conmigo. Fue una mañana en la que el metro se había retrasado y por eso llegué tarde a sus clases. Al entrar se me ocurrió no pedir perdón por mi retraso y obviando que ya estaba explicando la materia, me senté. La muy zorra no esperó a que me hubiera acomodado en mi asiento y alzando la voz, dijo:

―Se puede ver por la falta de interés del Sr. Martínez que domina los sistemas cristalinos― y señalando la pizarra, prosiguió diciendo: ― ¿Nos puede obsequiar con su sabiduría?

La fortuna había hecho que la tarde anterior, hubiese estudiado lo que íbamos a dar con esa arpía y, aun así, totalmente acojonado, subí a la palestra desde donde los profesores impartían sus clases.

Nada más llegar a su lado, me soltó:

―Como no ha tenido tiempo de escucharme, les estaba explicando a sus compañeros que había siete tipos de sistemas.

No queriendo parecer un palurdo, cogí el toro por los cuernos y demostrando una tranquilidad que no tenía, expliqué a mis amigos que, aunque había treinta y dos posibles agrupaciones de cristales en función de sus elementos de simetría, se podían reagrupar en siete sistemas. Debió sorprenderla que lo supiera, pero decidida a humillarme, esperó a que terminara de enunciar los tipos para preguntar:

―Parece que Usted no es tan inculto como parece, pero me puede explicar: ¿Cómo le afecta a un haz de rayos X el pasar por cada una de esas estructuras cristalinas? 

Aunque sabía que su asignatura se basaba en eso, no supe que responder y con el rabo entre las piernas, lo reconocí en público. Satisfecha por haberme pillado, lo explicó ella. Tras lo cual y mandándome a mi asiento, me ordenó que el lunes siguiente quería en su mesa un trabajo de cincuenta páginas sobre el asunto.

Cabreado, me mordí un huevo y no contesté a esa guarra como se merecía. Sabía que, si me quejaba, de algún modo esa mujer me lo haría pagar. El resto de los presentes tampoco dijo nada porque temía ser objeto del mismo castigo. Durante los cuarenta minutos que quedaban de su clase, me quedé refunfuñando, pero aun siendo imposible, deseando devolverle la afrenta. Observándola mientras daba la lección, me percaté por primera vez que esa cuarentona estaba buena. Con un metro setenta y una melena rubia, su severa vestimenta no podía ocultar que Doña Mercedes tenía un cuerpo que haría suspirar a cualquier muchacho de mi edad.

Dotada por la naturaleza de unos pechos grandes e hinchados, la blusa que llevaba en esos instantes era demasiado estrecha y eso hacía que los botones parecieran estar a punto de estallar. Absorto contemplándola dejé volar mi imaginación y deseé que mi venganza consistiera en tirármela. Ya excitado con la idea, mi pene reaccionó poniéndose erecto cuando al caérsele la tiza, se agachó para recogerla.

«¡Menudo culo tiene la vieja!», exclamé para mí al comprobar la clase de pandero que tenía.

Sus nalgas me parecieron una maravilla y prendado por tan bella estampa, no pude retirar mis ojos de ellas con la suficiente rapidez y por eso al incorporarse, la profesora se percató de la forma en que la miraba. Por extraño que parezca, no dijo nada y dando por terminada la clase, desapareció por la puerta. Aunque aliviado por su súbita desaparición, no pude dejar de echarme en cara el haber sido tan idiota.

En ese momento no lo supe. Al sorprenderme, se escandalizó por el brillo de mis ojos, pero una vez en su despacho, cerró la puerta. Ya sin el peligro de ser descubierta, recordó la erección de mi miembro que había adivinado a través del pantalón. Excitada como pocas veces, se levantó la falda y se masturbó mientras se lamentaba de que fuera su alumno y no un hombre que le hubiesen presentado cualquier noche.

Mientras tanto, fui el objeto de las burlas de mis compañeros que, regodeándose en mi desgracia, me sentenciaron diciendo que por lo que sabían de otros años, esa puta siempre la tomaba con uno y que, por bocazas, me había tocado a mí ser su víctima ese curso. Tengo que reconocer que su guasa no hizo mella en mí porque mi mente divagaba en ese momento, soñando con hacer mío ese culito.

1

Tratando de no dar otro motivo a esa zorra para humillarme aún más, me pasé ese puto fin de semana encerrado en casa, haciendo el trabajo que me había ordenado.

Convencido de que no iba a dejar pasar la oportunidad para putearme, decidí leer varios de los libros que había publicado y de esa forma teniéndola a ella como principal referencia, no pudiera objetar nada de cómo había desarrollado el tema.

Satisfecho, pero en absoluto tranquilo llegué a su oficina ese lunes. Al entrar en su cubículo, me pidió que cerrara la puerta y tras ordenar que me sentara, empezó a revisar el trabajo. La muy hija de puta me dejó en la silla mientras se ponía a estudiar concienzudamente mi escrito. Durante los primeros diez minutos estaba tan nervioso que no pude hacer otra cosa que mirarla y eso fue mi perdición porque al recorrer su cuerpo con mis ojos, me empecé a excitar al comprobar la perfección de sus curvas.

Ajena a mi escrutinio, mi profesora estaba tan concentrada en el trabajo que no se percató de que uno de los botones de su blusa se había abierto dejándome disfrutar de parte del coqueto sujetador de encaje que portaba. Absorto en tratar de vislumbrar de alguna forma su pezón, me estaba acomodando en mi asiento cuando involuntariamente, o eso pensé, Doña Mercedes se acarició un pecho. Como un resorte mi pene se irguió bajo mi bragueta y ya dominado por el morbo, no quité ojo de su escote.

Aunque me pareció en ese instante imposible, la profesora cambió de postura mostrándome sin pudor el inicio de una negra aureola. Intentando que no notara mi erección estaba ahuecando mi pantalón cuando levantando su mirada de los papeles, me pilló haciéndolo. Noté que se había dado cuenta porque contrariando su fama, se mordió los labios antes de decirme con voz entrecortada:

―Su trabajo está muy bien, le felicito.

―Gracias― y tratando de huir de allí, le pregunté si podía volver a clase.

Afortunadamente me dio permiso y cogiendo mi bolsa, salí de su despacho hecho un mar de dudas. No me podía creer lo ocurrido y dirigiéndome directamente al baño, me encerré en uno de sus retretes y liberando mi pene, me empecé a masturbar recordando su mirada de deseo. Mientras daba rienda suelta a mi excitación, deseé no haberme equivocado y que sus intenciones fueran otras.

Con mi lujuria saciada, me auto convencí de que lo había imaginado y olvidando el tema, volví al aula donde mis compañeros estaban. Al verme entrar, me preguntaron cómo me había ido e incapaz de reconocer lo vivido, dije entre risas que como siempre ese zorrón me había puesto a caer de un burro.

Desde ese día, la actitud de Doña Mercedes hacia mí no solo no cambió, sino que me cogió como el saco donde descargar sus golpes y era rara la clase donde no se metía conmigo. Pero realmente si había cambiado porque después de reñirme en público, esperaba a que todo el mundo saliera para pedirme que le ayudara a llevar sus trastos al despacho. Ya en su cubículo resolvía las dudas que pudiese tener mientras hacía una clara exhibición de su cuerpo.

Aunque parezca una fantasía de adolescente, se convirtió en rutina que esa cuarentona me explicara nuevamente la materia entre esas paredes, dejando que se le abrieran los botones de su camisa o bien permitiendo que la falda se le levantara permitiéndome disfrutar de sus piernas.

Era un acuerdo tácito.

Ni ella ni yo comentamos jamás en esas reuniones su exhibicionismo ni dejó que pasara de ahí. Lo más que llegamos fue un día que al ir a coger de un estante un libro con el que explayarse en su explicación, dio un paso en falso. Al tratarla de sostener, puse mis manos en sus nalgas y durante unos segundos, nos quedamos callados mientras cada uno decidía si tenía el suficiente valor de dar el siguiente paso.

Desgraciadamente, ninguno se atrevió y separando mis manos de su culo, me volví a sentar en la silla. Al hacerlo, descubrí que sus pezones estaban totalmente erectos bajo la tela y despidiéndome de ella, la dejé plantada. Meses más tarde me reconoció que al irme, atrancó su puerta y separando sus rodillas se masturbó deseando y temiendo que algún día la hiciese mía.

2

Llevábamos medio trimestre con ese juego, cuando su departamento decidió hacer una salida al campo. Aunque estaba programada de ante mano, con una alegría no compartida por mis compañeros escuché durante una de sus conferencias que el jueves y el viernes siguientes, ella y otros cinco profesores nos llevarían a comprobar in situ las diferentes formaciones rocosas de la sierra de Madrid.

Como éramos solo doce los que cursábamos ese seminario, nos dividió en grupos de un docente por cada dos alumnos.  Al revisar la lista, descubrí que nos había tocado a Irene y a mí con ella. Deseando que llegara ese viaje de estudios, pregunté a mi compañera sino sería bueno que nos juntáramos para estudiar la zona que en teoría íbamos a recorrer.

Los dos sabíamos que nos iba a examinar a conciencia durante esos días y por ello no puso reparo alguno a que el martes por la tarde nos reuniéramos en su casa. A pesar de que esa muchacha, además de ser un bombón, era un cerebrito llegué a la cita tranquilo, pero al recibirme vestida con una bata y un grueso pijama me percaté de que tenía un trancazo de tomo y lomo. Temiendo contagiarme y que la gripe me impidiera ir a ese viaje, me mantuve distante y en menos de cinco minutos, me repartí con ella la zona a estudiar.

Irene aquejada de fiebre y con dolores de cabeza que le hacían imposible salir de casa, faltó al día siguiente. Esa misma tarde la llamé y con voz compungida me confesó que no podría ir. Lejos de enfadarme, me alegró su ausencia y frotándome las manos, con voz apenada la calmé diciendo:

―Tú no te preocupes. Si te sientes mejor, ya sabes dónde estamos.

Esa monada agradeció mi comprensión y prometiendo que si mejoraba se nos uniría, colgó. Como no quería anticipar su enfermedad, no fuera a ser que conociéndola Doña Mercedes cambiase la distribución de los alumnos, me abstuve de llamarla y por eso al día siguiente se cabreó, cuando habiéndose ido los otros grupos, se lo conté.

Su enfado se fue diluyendo al paso de los kilómetros y por eso al salir de la autopista con destino al parque natural de Peñalara, ya estaba de buen humor. Lo noté enseguida porque haciendo como si fuera un despiste, dejó que su falda se izara por encima de sus rodillas. Al ver que me estaba mostrando sus piernas con descaro, de la misma forma, no disimulé al contemplarlas. Con los ojos fijos en ella, recorrí con mi vista sus tobillos, pantorrillas y muslos dejando clara mi excitación al hacerlo. Sé que ella se contagió de mi entusiasmo porque sin soltar las manos del volante, me dijo que me pusiera cómodo.

Creyendo que lo que quería era verme, me desabroché el cinturón y ya estaba abriéndome el pantalón cuando dio un volantazo y entrando en una gasolinera, me soltó:

―Ahora vuelvo― y dejándome solo en el automóvil, desapareció en el interior del establecimiento.

Temiendo haberme adelantado, esperé su vuelta. A los diez minutos, apareció con una bolsa con bebidas y sentándose en su asiento reanudó la marcha. En silencio, aguardé a que ella diese el siguiente paso porque no quería contrariarla y menos hacer el ridículo con un ataque antes de tiempo.

―Dame una coca cola― dijo rompiendo el incómodo silencio.

Al sacar la lata, descubrí que mi decente profesora no solo había adquirido refrescos, sino que en el fondo de la bolsa había una botella de güisqui. Ya roto el hielo, le pregunté si solía beber ese licor, a lo que ella soltando una carcajada respondió:

―Solo bebo después de echar un buen polvo.

Admirado por su franqueza y por lo que significaban sus palabras, me la quedé mirando. Reconozco que me sorprendió descubrir que llevaba su falda totalmente levantada y que había aprovechado su entrada en la gasolinera para despojarse de su ropa interior.

― ¡No lleva bragas! ― exclamé pegando un grito.

Doña Mercedes, poniendo voz de putón, respondió a mi exabrupto en voz baja diciendo:

―Y a ti, eso te gusta. ¿No es verdad?

Avergonzado y con rubor en mi rostro, respondí:

―Ya lo sabe.

Muerta de risa y separando sus rodillas mientras conducía, me soltó:

―Relájate y disfruta.

Por supuesto que disfruté, pero en lo que respecta a relajarme no pude porque excitada hasta unos niveles insospechados, la profesora tenía el coño encharcado. La humedad que brillaba entre los pliegues de su sexo me dio los arrestos suficientes para que sin que me hubiera dado permiso, empezara a acariciar sus piernas.

El gemido de deseo que surgió de su garganta al sentir mis yemas recorriendo su piel, fue el estímulo que necesitaba para sin cortarme ir subiendo por sus muslos. Mi avance le hizo separar sus rodillas aún más y sin retirar sus ojos de la carretera, esperó mi llegada. Sabiendo que mi acompañante era una mujer con experiencia, decidí no defraudarla y por eso ralenticé el avance de mis dedos, de forma que cuando ya mi mano estaba a escasos centímetros de su poblado sexo, sus suspiros ya denotaban la excitación que le corría por su cuerpo.

―No sabía que sus enseñanzas incluían el estudio de las cuevas― solté en plan de guasa mientras con un dedo separaba los pliegues de su negra gruta.

―Eso y mucho más― espetó con voz colmada de deseo al sentir que no solo había cogido su clítoris entre mis yemas, sino que, aprovechando su entrega, uno de mis dedos se introdujo en su interior.

El olor a hembra necesitada llenó con su aroma el estrecho habitáculo del coche y contagiado de su pasión, me puse a pajearla mientras alababa su belleza. La calentura que le corroía sus entrañas le hizo parar a un lado del camino y olvidándose de los otros automovilistas, me pidió que siguiera masturbándola mientras tumbaba para atrás su asiento.

No me lo tuvo que repetir e imprimiendo a mis caricias de un ritmo cada vez más rápido, estimulé su botón mientras metía y sacaba un par de dedos del fondo de su sexo. Sin dejar de gemir, mi profesora buscó su placer abriéndose la camisa. Al poner sus pechos a mi disposición, no me lo pensé dos veces y recorriendo con mi lengua los bordes de sus pezones, me puse a mamar de ellos mientras mi mano seguía sin pausa con la paja.

― ¡Qué gusto! ― gritó la rubia retorciéndose en el asiento.

Al adivinar la cercanía de su orgasmo, mordí levemente una de sus aureolas. Ella al sentir mis dientes presionando su pezón, aulló como posesa y derramando su placer sobre el asiento, se corrió dando gritos. No satisfecho intenté prolongar su clímax, pero entonces y mientras se acomodaba la ropa, preguntó:

― ¿Tienes carné de conducir?

―Sí― contesté.

Dejándome con la palabra en mi boca, salió del coche y abriendo mi puerta, me soltó:

― ¡Conduce!

A empujones me cambió de asiento. Doña Mercedes dejando a un lado su fama de adusta profesora, ni siquiera esperó a que arrancara para con sus manos bajarme la bragueta.

No tardé en sentir como la humedad de su boca envolvía toda mi extensión mientras con su mano acariciaba mis testículos. Su lengua recorría todos los pliegues de mi glande, lubricando mi pene con su saliva. No me podía creer que esa cuarentona que llevaba meses volviéndome loco, estuviera ahora haciéndome una mamada.

El colmo del morbo fue ver cómo se retorció en el asiento buscando la mejor posición para profundizar sus caricias. No pude contenerme y soltando una mano del volante, le levanté el vestido dejando expuesto su maravilloso culo. La visión de esas nalgas desnudas incrementó mi calentura y pasando mi palma por su trasero, lo acaricié sin vergüenza alguna.

Suspiró al sentir mi mano recorriendo sus posaderas.

Envalentonado por su rápida respuesta, alargué mi brazo rozando su cueva. Esta vez fue un gemido lo que escuché, mientras uno de mis dedos se introducía en su sexo. El flujo que lo anegaba me demostró que seguía totalmente dominada por la lujuria.

Fuera de sí, buscó su propio placer masturbándose mientras devoraba mi miembro. Creí estar en el cielo cuando sentí que se lo metía por completo en su garganta. Con veinte años recién cumplidos, nunca ninguna de mis parejas se había introducido mi pene hasta la base. Jamás había sentido la presión que estaba ejerciendo con sus labios, besándome el inicio de mi falo.

«¡Que bruta está!», pensé justo antes de oír cómo se volvía a correr empapando la tapicería de asiento.

Acomplejado por su maestría, la vi arquear su cuerpo y sin sacar mi sexo de su boca, intentó que yo profundizara mis caricias, diciendo:

― ¡Mi culo es tuyo!

Concentrado en su placer introduje uno de mis dedos en su ojete y al hacerlo estuve a punto de chocar con el coche que venía de frente. El susto hizo que olvidándose de la mamada que me estaba haciendo, me dijera:

―Ya estamos cerca― y acomodándose la ropa, me informó que tenía que tomar la siguiente desviación.

Como comprenderéis, me quejé al ver que paraba, pero entonces metiendo un dedo en lo más profundo de su coño, lo llevó hasta y boca y dejando que lo chupara, me preguntó entre risas:

― ¿Traes traje de baño?

―No― respondí

Descojonada al oírme, contestó mientras ponía una expresión pícara en su cara:

―Huy, ¡Qué pena! Yo tampoco― y prosiguiendo con su guasa, me soltó: ― ¡Tendremos que bañarnos desnudos en el estanque al que te voy a llevar!

La promesa de verla completamente desnuda apaciguó mi malestar y pisando el acelerador, busqué acortar mi espera. Felizmente no llevaba ni cinco minutos por ese pasaje de piedras, cuando la escuché pedirme que detuviera el coche. Nada más parar el vehículo abrió la puerta y soltando una carcajada, me soltó:

―Mi ropa te enseñará el camino― tras lo cual la vi salir corriendo, internándose en el bosque.

Alucinado no me quedó más remedio que ir recogiendo las prendas que dejaba caer en su carrera y cada vez más excitado, buscar la siguiente entre los matorrales. Supe que quedaba poco al recoger sus zapatos y doblando un recodo me encontré que sentada sobre una piedra me esperaba totalmente desnuda.

―Señor Martínez, ¡Su profesora le necesita! ― dijo mientras se mordía los labios, provocándome.

La cara de deseo con la que me llamaba me hizo reaccionar y empecé a desnudarme mientras me acercaba a donde estaba. Extasiado comprobé que era todavía más atractiva en pelotas de lo que me había imaginado. Sus pechos aun siendo enormes, no se había dejado vencer por la edad e inhiestos me retaban mientras su dueña separaba sus piernas. 

Sin esperar a que me diera su bendición, al llegar a su lado me arrodillé y hundiendo mi cara entre sus muslos, caté otra vez el sabor de ese coño que por maduro no dejaba de ser atrayente.  La rubia suspiró aliviada al sentir mi lengua recorriendo los pliegues de su sexo y en voz alta, me informó que llevaba deseándolo desde que me regañó ese día en clase.

― ¡Que buena está mi profe! ― me escuchó decir mientras tomaba posesión de su entrepierna.

Dándome vía libre a que me apoderara de su clítoris, se pellizcó los pechos mientras yo, separando sus labios como si fueran la piel de un plátano, dejaba al descubierto el botón que iba buscando. Tanteando con la punta de mi lengua sus bordes, la oí gemir y entonces al apretarlo entre los dientes mi boca se llenó del flujo que manaba de su cueva. Al sentirlo, la cuarentona que llevaba suspirando un buen rato, aferró con sus manos mi cabeza en un intento de prolongar el placer que estaba sintiendo.

Su éxtasis fue incrementándose a la par de mi calentura y prolongando su espera, me separé de ella. Insatisfecha me rogó que continuara, pero obviando sus deseos, la cogí entre mis brazos y depositándola en una zona de césped, me la quedé mirando con mi pene entre mis manos.

― ¡Voy a follarme a la zorra de Cristalografía! ― le informé mientras me arrodillaba entre sus muslos.

―Se lo ruego, ¡señor Martínez! ― imploró con su respiración entrecortada al sentir mi glande jugueteando con su sexo.

Siguiendo con el papel de discípulo y docente, introduje unos centímetros de mi extensión en su interior y entonces pregunté:

― ¿Le gusta lo que hace su alumno al putón de mi profe?

Sí― respondió con su voz impregnada de pasión.

― ¿Mucho? ― insistí mientras uno de mis dedos jugaba con su clítoris.

― ¡Sí! ― contestó, apretando sus pechos entre sus manos.

Su calentura me confirmó lo que necesitaba y metiendo un poco más mi pene en su coño, esperé su reacción.

― ¡Hazlo! ¡Complace a esta zorra! ― y pegando un alarido, exclamó: Por favor, ¡no aguanto más!

Lentamente, centímetro a centímetro, fui introduciendo mi verga. Toda la piel de mi extensión al hacerlo disfrutó de los pliegues de su sexo. Su cueva se me mostró estrecha y sorprendido noté que ejercía una intensa presión al irla empalando. Su pasión era total, levantando su trasero del césped, intentó metérsela más profundamente, pero lo incomodo de la postura no se lo permitió.

Me recreé observándola mientras intentaba infructuosamente de ensartarse con mi pene. Estaba como poseída, sus ganas de que me la follara eran tantas que incluso me hizo daño.

―Quieta― grité y alzándola, la puse a cuatro patas.

Si ya era hermosa de frente, por detrás lo era aún más. Sus nalgas duras y prietas para tener cuarenta años me hicieron saber que esa mujer dedicaba muchas horas a la semana a fortalecer sus músculos. Al separar sus cachetes descubrí que escondían un tesoro virgen que decidí que tenía que desvirgar y no lo hice en ese instante al estar convencido de que iba a hacerlo en un futuro.

Por eso y poniendo mi pene en su cueva, le pedí que se echara despacio hacia atrás. No debió de entenderme porque al notar la punta abriéndose camino dentro de ella de un solo golpe se lo insertó. Al sentirse llena, pegó un grito que resonó en el bosque y moviendo sus caderas, me pidió que la tomara.

En ese instante, Doña Mercedes dejó de ser mi profesora para convertirse en mi yegua y recreándome en su monta, me agarré de sus pechos para iniciar mi cabalgar. Relinchando al sentir que mi pene, ya descompuesta me rogó que la tomara. Satisfecho, escuché cómo gemía cada vez que mi sexo chocaba con la pared de su vagina, pero fue el sonido del chapoteo que manaba de su cueva inundada cada vez que la penetraba, lo que me hizo incrementar la velocidad de mis incursiones. Cambiando de posición, agarré su melena como si de riendas se tratara y palmeándole el trasero, azucé a mi montura para que reforzara su ritmo.

Sentir los azotes la excitó más si cabe y berreando como una puta, me pidió que no parara. Entusiasmado por el rendimiento de mi yegua, seguí azotándola mientras ella se hundía en un estado de locura que me dejó helado.

―Fóllate a la puta de tu profe sin piedad― rogó implorando un mayor castigo.

Decidido a no dejar que me dominara, saqué mi polla de su interior y muerto de risa me tumbé a su lado. Doña Mercedes, insatisfecha y queriendo más, me tumbó boca arriba y poniéndose a horcajadas sobre mí, se empaló con mi miembro mientras el flujo que manaba de su sexo mojaba mis piernas. Hipnotizado por sus pechos, me quedé mirando como rebotaban arriba y abajo mientras su dueña se empalaba. Su bamboleo y la imposibilidad de besarlos por la postura me habían puesto a cien y por eso mojando mis dedos en su sexo, los froté humedeciéndolos.

La antipática catedrática se dejó hacer y entonces con voz autoritaria, le pedí que fuera ella quien los besase. Doña Mercedes obedeciendo a su alumno, me hizo caso y cogiéndolos con sus manos los estiró y se los llevó a su boca. Os reconozco que creí correrme cuando sacando su lengua, los besó con lascivia.

Tanta lascivia fue demasiado para mi torturado pene y explotando en el interior de su cueva, me corrí. La rubia al sentir que mi simiente bañaba su vientre de cuatro décadas aceleró sus embestidas intentando juntar su orgasmo con el mío. Justo cuando terminaba de ordeñar mi miembro y la última oleada de semen brotaba de mi glande, Doña Mercedes consiguió su objetivo y pegando un grito se corrió.

Totalmente exhaustos, caímos sobre el césped.

Al cabo de unos minutos, me besó y recogiendo su ropa, me ordenó que me levantara.

―Arriba, ¡vago! Tenemos una tarea que hacer.

― ¿Y el baño que me prometió en el estanque?

Sonriendo, me lanzó el pantalón mientras me decía:

― ¡Todavía nos quedan dos días!C


Primera cita con Adrián

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Continuación del relato “Chateando con Laura “

Relato erótico: “Chateando con Laura” (POR EL OTRO YO)

Es recomendable leerlo, pero la historia puede entenderse sin hacerlo. 

Esa noche llegué a casa poco antes de las 22:00. Todavía me duraba el entusiasmo por la charla que tuve con Adrián. Seguramente ayudó el hecho de que apenas nos despedimos me pusiera a trabajar. Me sentía con la energía totalmente renovada y en menos de 2 horas tenía todo terminado. Solo cuando finalicé el trabajo y me preparaba para dejar la oficina empecé a pensar en lo que había hecho. Ya en el colectivo repasé mentalmente la conversación. Me sentía feliz y relajada. Era la única que sonreía en un transporte lleno de caras agotadas por el largo día laboral.

 

Supe desde que imaginé por primera vez sus labios acercarse a mi cuello que la conversación terminaría como terminó. La forma en que transcurrió todo fue perfecta (¿Cómo supo lo que me gusta que me muerdan las orejas?). Adrián se mostró seguro y decidido, al tiempo en que solo se preocupó de mi placer. Podría entregarme tranquila a él o podría hacer que se entregue a mi con resultados igualmente satisfactorios. Así y todo algunas cosas llamaron mi atención  (“Dios, ¿por qué le cuesta tanto decir “tetas”?”). Tendría que enseñarle a llamar a las cosas por su nombre cuando lo hiciera mío.

 

Luego de unas rápidas cena y ducha seguía llena de energía y sin poder sacarme la conversación de la cabeza. Aunque suponía que la experiencia había sido sumamente excitante también para él, quería compensar a Adrián y que sintiera lo que yo sentí.

 

Decidí que alegraría su mañana (por la hora era poco probable que viera los mensajes hasta que se levantara) enviándole algunas fotos sexis. Escogí tres tipos de ropa interior: Un conjunto de tanga y bikini blanco con transparencias de encaje, un corset ajustado también blanco y un sujetador rojo con un colaless azul.

 

Me tomé varias fotos con cada conjunto. Con cada uno repetí la misma rutina: empezaba con fotos sin mucha gracia, para ir soltándome poco a poco y terminar con fotos insinuantes y sugerentes: sonriendo con picardía, mostrando mi cola o inclinándome hacia adelante dejando ver mi escote. Elegí las fotos que más me gustaron y se las envié con el mensaje “Pensando en que ponerme en nuestra cita de mañana”.  Soy una mujer de armas tomar y si bien no habíamos arreglado una fecha aún, lo deseaba y no iba a seguir posponiendo nuestro encuentro. Por último le mandé una foto acostada en la cama, mordiéndome una uña y el mensaje “acá, esperándote para que durmamos juntos”.

 

Me costó conciliar el sueño. Las emociones del día más la expectativa por lo que vendría  (tanto personal como profesionalmente) me mantuvieron dando vueltas en la cama un largo rato. Sin embargo la mañana siguiente me encontró renovada y en perfectas condiciones para empezar un día que prometía ser intenso.

 

Salvo por la elección de la ropa que llevaría en mi bolso, no pensé en Adrián hasta el mediodía. Tenía mucho trabajo en la mañana y si quería verlo en la tarde debía trabajar sin distracciones. Las primeras 4 horas de trabajo se me pasaron volando, revisando y luego comentando el informe con mi jefe. A propósito había puesto el celular en silencio y  solo vi los mensajes de Adrián cuando lo revisé a la hora del almuerzo: “¡Qué linda forma de empezar el día!” “Me va a costar concentrarme en el trabajo sabiendo que tenés puesto alguno de los conjuntos que me mostraste” “¿Qué te hace pensar que vamos a vernos hoy?”

 

Aunque me encantaron los 3 mensajes el último fue el que más me gustó. Si hubiera contestado haciéndose el canchero posiblemente me habría desilusionado. La respuesta siguiendo el juego fue lo que esperaba y necesitaba. “Pensé que ibas a querer ver más de mi L  contesté después de unos minutos mostrando una falsa tristeza. “Obvio que quiero. Es en lo único que pienso desde que vi tus fotos esta mañana”. Me excité pensando en Adrián tocándose viendo mis fotos, pero tampoco me desagradó pensar que iba a estar caliente todo el día pensando en mi sin hacer nada. “¿Solo pensaste o hiciste algo más?” le pregunté finalmente, aunque luego añadí “ Mejor me lo contestás a la noche”.

 

Intercambiamos algunos mensajes más sin mayor relevancia hasta que acordamos lugar y hora del encuentro. Sería en un bar cercano a mi departamento a las 19:00, lo que me daba tiempo de volver a casa, bañarme y preparar todo para cuando volviéramos de la cita. Deliberadamente llegué unos minutos más tarde y cuando lo hice Adrián ya me estaba esperando en la puerta. Me acerqué a él con paso decidido, sonriéndole en cuanto me vio. Rodeé su cuello con mis brazos y le di un beso como si fuéramos novios. Como dije antes, soy una mujer de armas tomar. Adrián se mostró sorprendido unos segundos, pero rápidamente reaccionó devolviendo el beso y colocando sus manos sobre mi cintura, atrayéndome hacia él de forma firme pero respetuosa.

 

Ya roto el hielo entramos al bar abrazados de la cintura y sonriéndonos mutuamente. Nos sentamos en una mesa con un sillón en “U”. Estuvimos unos minutos besándonos y acariciándonos cada vez más íntimamente, calentándonos el uno al otro. Me separé de Adrián cuando una de sus manos intentaba meterse por debajo de mi remera. Sonriéndole y con su mano en mi cintura le dije

 

         Tengo un juego para proponerte.

 

         ¿qué juego?

 

         Las adivinanzas – le contesté sentándome en sus piernas y rodeando su cuello con mis brazos – Tengo puesto uno de los conjuntos que te mostré en las fotos. Si adivinás cuál es en el primer o segundo intento voy a hacer todo lo que quieras esta noche. Si no lo adivinás, vos vas a hacer lo que yo quiera. ¿Te interesa?

 

         Me interesa – dijo antes de besarme y agarrar suavemente mis dos tetas, como tratando de averiguar que corpiño tenía puesto a través de mi remera –

 

         Sin tocar – Dije sonriendo al tiempo que colocaba sus manos en mi cintura – primer intento

 

         Tanga y bikini blanco.

 

         ¿Ese es el que más te gustó?

 

         Si.

 

         Lo tendré en cuenta para el futuro, pero no es el que elegí hoy. Segundo intento

 

         No hay chance que te empaquetes en un corset sin saber cuando te lo vas a sacar, conjunto azul y rojo.

 

Sonreí y lo besé como única respuesta. Mientras nos besábamos llevé sus manos por dentro de mi remera, para que ahora si descubriera con su tacto la ropa interior que llevaba puesta – Nos vamos a divertir mucho esta noche – dije cuando supe que había descubierto su error, volviendo a besarlo, introduciendo mi lengua en su boca y tomándolo firmemente del rostro para que entendiera quien mandaba desde ese instante.

 

         Manos afuera – dije mirándolo seria y con su cara aún en mis manos

 

         Si ama – contestó como si me hubiera leído la mente

 

         Uf. Seguí portándote así de bien y vas a ser recompensado – dije volviendo a besarlo y empezando a frotarme con su entrepierna.

 

Comencé con un vaivén lento que fui acelerando junto a mis besos a medida que sentía crecer el pene de Adrián. Cuando consideré que ambos estábamos lo suficientemente calientes me separé y bajé de sus piernas 

 

         Fuera tu ropa interior. Podés ir al baño a sacártela, pero si tardás más de 6 minutos no vas a acabar esta noche.

 

         Me las vas a pagar – dijo sonriendo.

 

         Cuando me ganes una apuesta. Por cierto, sabía perfectamente cuando y cómo me iba a sacar el corset. – Dicho esto tomé su rostro y lo apoyé en mi torso suavemente, haciéndole sentir mis tetas – te quedan 5 minutos y medio.

 

Adrián se dirigió rápidamente al baño al escucharme. Reconozco que fue una decisión arriesgada, pero quería corroborar que realmente estuviera a mis pies y jugar un poco con él. La química y confianza que habíamos generado hubiera sobrevivido si no lo dejaba correrse, cosa que por supuesto no estaba en mis planes.

 

Adrián regresó rápidamente. Mucho antes del límite de tiempo. Pude ver mientras se acercaba un bulto en uno de sus bolsillos. Al sentarse a mi lado solo extendí hacia él una de mis manos,  mirándolo seria. Sin mediar palabra me entregó mi trofeo, el cual guardé desinteresadamente en mi cartera. Me acomodé nuevamente sobre sus piernas y lo felicité por su buen trabajo.

 

 

 

         Muy bien. Así me gusta. Seguí portándote bien y te voy a recompensar.

 

         Gracias ama.

 

         Mmmmmm me voy a acostumbrar a que me llames ama – dije después de besarlo nuevamente – Hora de irnos a casa.

 

Tal cual mencioné anteriormente vivo cerca del lugar del encuentro. Caminamos hasta mi departamento abrazados de la cintura y besándonos ocasionalmente. Ya a pocos metros de mi edificio bajé la mano con la que lo abrazaba hasta su cola, metiéndola por dentro de su pantalón.

 

         ¿Cómo te sentís caminando  por la calle sin calzoncillos? – Pregunté mientras le apretaba una nalga.

 

         Es extraño

 

         ¿Te incomoda?

 

         Un poco, pero me estoy acostumbrando. Por suerte no me puse vaqueros.

 

         ¿O sea que no te molestaría si alguna vez te sacara a pasear así? – Una mezcla de terror y excitación invadió su rostro en cuanto terminé la pregunta – Imaginate mi cola rozándote mientras bailamos – Susurré al tiempo que la pasaba lentamente sobre su paquete.

 

         Puede ser… – suspiró – …uf interesante – contestó casi gimiendo mientras un bulto se agrandaba entre sus piernas.

 

Lo besé atrayéndolo hacia mi apretando sus desnudas nalgas. Luego seguimos camino al departamento. En cuanto cerramos la puerta  tiré mi cartera y mis llaves al piso y me abalancé sobre él, besándolo con pasión y rodeando su cuello con mis brazos. Adrián me tomó de la cintura. Notaba sus ganas de tocarme, pero se mantuvo respetuoso en su papel. Sentirlo así fue sumamente excitante y despertó en mi algo que no sabía que tenía. Me sentía poderosa. Quería excitarlo y jugar con él. Ver su desesperación y frustración y el esfuerzo que hacía solo por complacerme.

 

         ¿Querés tocarme?

 

         Si

 

         ¿Por qué no lo hacés?

 

         Porque no me ordenaste que lo hiciera.

 

         ¿Qué te gustaría tocarme?

 

         Después de ver las fotos estuve todo el día pensando en tus pechos.

 

         Hablando de las fotos – dije acariciando su paquete sobre el pantalón – ¿te tocaste mientras las mirabas?

 

         No ama.

 

         ¿Te excitaron? – pregunté mientras levantaba su remera y veía la punta de su pene asomarse.

 

         Si, mucho.

 

         ¿Lo qué más te gusta de mi son mis tetas?

 

         Si

 

         Sacame la remera – dije – muy despacio y manteniendo tu mirada en mis ojos.

 

Adrián cumplió con mi orden. Notaba la fuerza que estaba haciendo para no desviar su mirada hacia mi escote, respirando con grandes exhalaciones. A pesar de su esfuerzo también notaba lo mucho que lo estaba disfrutando, a juzgar por el aspecto de su aparato. Le sonreí en cuanto terminó su tarea y acariciando sus brazos, que estaban tan tensos como su rostro, me di media vuelta, apoyando sus manos sobre mi estómago. Ladeé mi cuello y recogí mi pelo por un costado. Adrián reaccionó ante mi explícita orden besándome suavemente el cuello, a lo cual respondí con un gemido. Esto lo envalentonó y aumentó la intensidad de sus besos. Dudé un instante si castigar su iniciativa, pero sus manos firmes sin haberse movido de donde las había colocado me convencieron de que no era necesario. Pegué mi cola a su cintura y comencé a moverla arriba y abajo, provocando que dejara de besarme y fuera ahora él quien gimiera. Debo aclarar en este ahora que si bien me considero atractiva y sé que mis tetas gustan a los hombres, mi parte preferida de mi cuerpo son mis nalgas, con lo que su preferencia por mi delantera fue una pequeña ofensa que pensaba corregir en ese momento. Adrián parecía haberse olvidado temporalmente de su rol y solo gozaba del roce de mi cola con su miembro, algo que definitivamente no dejaría pasar.

 

         Volvé a besarme – dije simplemente sonriendo, sacándolo con esa sola frase de su ensoñación.

 

         Perdón ama – contestó volviendo rápidamente a posar sus labios en mi cuello.

 

         Mmmmmmmmm – gemí al sentirlo besarme nuevamente – no importa – mentí – me gusta saber que mi cola te puede excitar tanto – ahora si fui sincera, aunque “gustar” no fuera el verbo que mejor describía mis sensaciones – ¿creés que con mis tetas te excitarías así? – Pregunté mientras seguía moviéndome despacio sobre su ya muy erecto pene.

 

         No sé – dijo entre jadeos – habría que probarlo – mala respuesta.

 

         Sabés que si había alguna chance de que eso pasara hoy, la acabas de perder ¿verdad?

 

         Si ama – sonó levemente decepcionado

 

         ¿Y qué yo encuentro mucho más placentero rozarte así que hacerlo con mis tetas?

 

         Ufff…No lo… sabía – la decepción desapareció de su voz dando paso a guturales gemidos

 

         No podés acabar hasta que te lo ordene – dije luego, ya que notaba su miembro palpitar al límite.

 

         Está bien – contestó tragando saliva.

 

         Continuemos.

 

Adrián volvió a besar mi cuello despacio Yo gemía ante sus besos, en parte por excitación y en parte por excitarlo. Llevé sus manos al botón de mi pantalón y le ordené que lo abriera y me bajara lentamente el cierre. Me saqué con parsimonia cada uno de mis zapatos y mi pantalón, quedando vestida solo con mi corset y las medias con liguero a juego. Notaba a Adrián respirar agitado. Volví a pegarme a él y le dije “tocame”. El gemido que escapó de mis labios debió escucharse en todo el edificio. No pensé que la situación me tuviera también a mi tan caliente. Estaba yo también a punto.

 

         Pará – Le ordené después de unos segundos

 

         ¿pasa algo? – preguntó preocupado

 

         Si, que estoy a punto de correrme y quiero hacerlo con vos mirándome a la cara – contesté dándome vuelta sonriéndole y rodeándole el cuello con mis brazos – ahhhhh mmmmmmmm si – empecé a gemir cuando volvió a tocar mi entrepierna –  seguí no dejes de mirarme – apenas podía mantenerme en pie – Decime de quien sos.

 

         Soy tuyo – dijo tímidamente.

 

         Ahhhhhh no te escucho.

 

         Soy tuyo – repitió más fuerte

 

         Mmmmmmmmmmmmm seguí.

 

         Soy tuyo – siguió repitiendo mientras no paraba de masturbarme sin dejar de mirarme a los ojos.

 

         Ahhhhhhh si así mmmmmmmmmm ahhhhhhhhhhhhh. – Alternaba mi mirada entre la suya y su palpitante pene hasta que alcancé uno de los orgasmos más potente que he tenido en mi vida.

 

Me quedé abrazada a él sosteniéndome de su cuello mientras me recuperaba. Luego de hacerlo permanecí en silencio acariciando despacio su pene, que seguía erecto, sobre el pantalón. Adrián tampoco podía emitir palabra. Mis caricias lo mantenían excitado sin acercarlo a su orgasmo. Respiraba agitado. Siguió mirándome a los ojos sin que se lo ordenara. La situación estaba volviendo a calentarme. Desabroché y bajé su pantalón, sonriendo y relamiendo mis labios. Apreté suavemente su aparato, a lo que respondió con un largo gemido. Supe que si continuaba no podría aguantarse más.

 

         ¿Alguna vez estuviste tan excitado?

 

         No ama, nunca

 

         ¿Aún sin habernos desnudado completamente?

 

         Aún así, o quizás por eso.

 

         ¿Te das cuenta que hubiera sido imposible llegar a estar así estimulándonos con mis tetas?

 

         Uf. Ahora si

 

         ¿Seguro?¿Ya no necesitas probarlo?

 

         No ama.

 

         Muy bien – dije dándome vuelta – Agachate y Pedile perdón a mi cola

 

         Perdón – dio un beso en mi nalga derecha

 

         Mmmmmmmm

 

         Por pensar – besó mi nalga izquierda

 

         Mmmmmmmm seguí así

 

         Que no podían – dio un suave mordisco en mi cachete derecho

 

         Ahhhhhhhhhh

 

         Excitarme tanto – repitió el proceso en mi cachete izquierdo.

 

         Ahhhhhhh

 

         Como los pechos…

 

         Las tetas – corregí

 

         Como las tetas de Laura.

 

         Mmmmmmm buena disculpa. Espero que a partir de ahora nunca te olvides de adorar mi cola.

 

         No ama.

 

Me acerqué a mi cartera para buscar un preservativo y pude sentir su mirada en mi cola. Sonreí, primero para mis adentros y luego mirándolo sobre mi hombro. Seguía arrodillado, como un cachorro esperando a su dueña. Me paré delante suyo, acaricié su cabeza con una mano mientras corría mi ropa interior con la otra. “Lamé perrito” le ordené. Adrián empezó a lamer despacio mi vagina de abajo hacia arriba. A medida que aumentaba la intensidad de mis gemidos él se envalentonaba. Al poco tiempo me penetraba con su lengua lo más adentro que podía. Yo lo alentaba a que siguiera, tanto con palabras como con mis gritos de placer y apretando más su cabeza entre mis piernas. Volví a detenerlo cuando estaba a punto de correrme. A pesar que intentó disimularlo pude ver su sonrisa al hacerlo. Le ordené que se levantara y le coloqué el preservativo mirándolo a los ojos, que quiso cerrar en cuanto mi mano tocó su miembro. Una de las cosas que más me estaba excitando de toda la situación era como me miraba y no permitiría que dejara de hacerlo. “No te dije que podías dejar de mirarme” fue la forma en que decidí comunicárselo. Al abrir sus ojos se encontró con mi sonrisa y mis ojos mirándolo fijamente. Intentó disculparse pero estaba muy agitado como para que las palabras le salieran con fluidez. Lo callé primero con un dedo y luego con mis labios. Me separé y sin dejar de mirarlo dije “ahora me voy a dar vuelta y voy a pegar mi cola a vos. Voy a estimularte como lo hice antes. Vos vas a masturbarme mientras me besas y mordisqueas desde el cuello hasta la oreja. Podés acabar una vez que yo lo haga. Si te quedó claro asentí con la cabeza”.

 

Adrián asintió enseguida. Se notaba que estaba al límite. No sabía realmente si aguantaría y no pensaba castigarlo si no lo hacía, siempre que fuera capaz de seguir tocándome hasta que me corriera. Me rodeó con sus brazos, recogió mi pelo en un costado y empezó a besarme el cuello despacio. Yo gemí suavemente. Colocó un dedo en la entrada de mi vagina y fue recorriendo de a poco mi interior. Me pegué a él y reinicié mis movimientos sobre su paquete, siguiendo el ritmo que me marcaba con su dedo. Adrián recorría mi cuello y el costado de mi cara con sus labios, aumentando de a poco la intensidad de sus besos y con esta la velocidad y profundidad de su dedo dentro mío, el volumen y duración de mis gemidos y la rapidez y amplitud de mis movimientos sobre su paquete. Esto fue rápidamente reconocido por él quien cambiaba el ritmo para evitar correrse, sin por esto alejarme de mi orgasmo. Mi primer grito de placer vino en cuanto mordió suavemente mi oreja. El siguiente cuando introdujo un segundo dedo y llevo sus falanges lo más dentro mío que pudo. Después de esto comenzó nuevamente a besarme el cuello despacio, acariciando mi sexo por fuera. Yo gemía dulcemente. Siguió mordisqueándome a medida que de a poco me penetraba con sus dedos. Desde ese momento no paré de emitir gemidos y gritos, cada vez a mayor volumen y duración. Sus dedos entraban y salían a toda velocidad de mi entrepierna. Un largo y último gemido escapó de mi boca en cuanto mordió mi oreja. Cuando estaba terminando de acabar Adrián disminuyó la velocidad de sus dedos, llevándolos bien adentro mío. A los pocos segundos dejó de morderme y comenzó a gemir. Antes de que pudiera correrse giré mi cabeza y lo besé, sin dejar de moverme sobre él, ahogando su orgasmo con mis labios.

 

Me separé de Adrián en cuanto acabaron sus gemidos. Luego de estar mirándonos sonrientes unos segundos le indiqué que fuera al baño a quitarse el preservativo, terminar de desvestirse y refrescarse si así lo deseaba. Mientras tanto yo recogí nuestra ropa del piso, la doblé y llevé a la mesa del comedor y nos serví un vaso con agua y una cerveza a cada uno. Dejé las bebidas en la mesa ratona que tengo en el living y me recosté sobre el sofá que tengo frente a esta.

 

Adrián salió del baño a los pocos segundos. Todavía estaba levemente agitado. Le ordené que dejara su ropa en la mesa y se sentara junto a mí. Vi en su cara una leve decepción por no encontrarme desnuda, pero no dijo nada. Dio un sorbo a su vaso de agua y cayó rendido sobre el sillón.

 

         ¿Cómo estás? – Pregunté 

 

         Uf – Sonreí ante su bufido. No necesité más respuesta para saber que para él también estaba siendo una de las experiencias más excitantes de su vida. Aún así una parte de mi necesitaba que me lo dijera.

 

         Si – dije solamente. No precisábamos más palabras. Nuestros rostros felices demostraban cómo nos sentíamos – ¿Ya habías hecho algo así?

 

         No, nunca.

 

         Lo estás haciendo muy bien.

 

         Gracias ama – Sonreí nuevamente. De verdad que estaba acostumbrándome a que me llamara ama – ¿Vos hiciste alguna vez algo como esto?

 

         Tampoco, aunque alguna vez lo he fantaseado – Tomé un trago a mi cerveza – ¿Cómo te sentís?

 

         Agotado.

 

         Te voy a dar un rato para que te recuperes, pero no era eso lo que quería escuchar. – Le sonreí para que viera que no estaba enfadada. – Me refería – dije llevando un pie a su entrepierna – a cómo la estás pasando.

 

         Genial. Está siendo difícil pero es parte de la gracia – Se tomó un segundo para pensar si continuar o no – Y lo que hace que sea tan placentero.

 

         ¿Qué es lo que te resulta placentero?

 

         Todo. Hasta el esfuerzo de no hacer algo que me ordenaste que no haga – miró un segundo el pie sobre su pene para rápidamente posar su vista en mis ojos.

 

         Cómo no mirarme las tetas – bajó inconscientemente su mirada hacia mi pecho – No, no, no, seguí viéndome a los ojos.

 

         Como no mirarte las tetas – dijo controlándose

 

         ¿Por qué eso te da placer?

 

         Creo que es por varios motivos. En primer lugar ahhh – comencé a mover mi pie sobre su pene, que lentamente comenzaba a retornar a la vida – me satisface esforzarme y cumplir. Si no me esforzara no sería mmmmmmm – presioné levemente su pene – placentero. Además es excitante ver tu excitación al cumplir tus órdenes.

 

         O sea que si te pidiera que besaras mis pies – dije acercando mi extremidad libre a su rostro – no te mmmmmmm – tomó mi pierna con sus manos y dio un beso en el empeine – excitarías – noté su miembro crecer más – porque a mí, mirame de nuevo a los ojos, me calienta mucho, lamé todo mi empeine mmmmmmm que cumplas con lo que te ordeno.

 

         Uf. Creo que es obvio que también me excita – Contestó agitado antes de volver a besarme.

 

Debo confesar que esa fue la primera vez que disfruté con que besaran mis pies. Nunca tuve mucha sensibilidad en esa parte de mi cuerpo. Lo excitante era el simbolismo de tener a un hombre a mis pies y el hecho de que obedeciera cada orden que le daba. Era cierto, también tengo que reconocer, que la excitación era mayor si la orden que daba a Adrián resultaba un desafío para él. Pero en mi caso pesaba mucho más la obediencia.

 

Separé mis dos pies de Adrián y me senté a su lado. Su pene estaba nuevamente listo para la acción. Lo besé y mordí su labio inferior, rozando la punta de su miembro con mis dedos mientras nos besábamos. Separó nuestras bocas cuando no pudo resistir más su gemido. Yo sonreía viéndolo a los ojos

 

         No sabés lo excitante que es verte así – dije en un susurro justo antes de agarrar su tronco suavemente.

 

         Ahhhh

 

         Y saber que es por mi – empecé a pajearlo despacio – y que por más que lo desees con toda tu alma – Adrián gemía y se esforzaba por mantener sus ojos abiertos – no vas a acabar hasta que te lo permita.

 

Dejé de masturbarlo y acerqué mis labios a los suyos. En cuanto abrió la boca para besarme saqué la lengua y lamí el contorno de la misma para después si unirnos a través de nuestras bocas.  

 

         Ahora vas a tener que tomar una decisión. La última que vas tomar en toda la noche. ¿Estás listo?

 

         Si ama.

 

         Vas a tener que decidir – me tomé el mayor tiempo posible, observando divertida su creciente expectativa – Si querés ver o tocar mis tetas.

 

         Uf. ¿No pueden ser las dos? – Preguntó casi rogando.

 

         No. Es tu castigo por olvidarte antes de tu rol – contesté, no porque mereciera respuesta sino para que supiera que sus actos tenían consecuencias.

 

         Pensé que no te aaaahhhhhh – volví a rozar la punta de su pene – había molestado.

 

         ¿hubieras preferido que parara en ese momento solo para castigarte?

 

         No ama – Sonreí

 

         Eso pensé. Tenés 10 segundos para decidir o no va a ser ninguna.

 

         Verlas – contestó sin dudarlo, comenzando tímidamente a bajar su mirada a mis pechos.

 

         Todavía no perrito  – lo interrumpí viendo su miembro palpitar al llamarlo de esa manera – ese va a ser tu premio si seguís portándote bien – me moví lentamente hasta subirme sobre sus piernas – ¿Te gusta que te llame perrito? – Sentí su paquete vibrar sobre mí al hacerle la pregunta. Eso, sumado a que evitó verme a los ojos debido a  la vergüenza que le provocaba, me indicó la respuesta. Tomé suavemente su rostro obligándolo a mirarme de nuevo – contestame – hice una pausa –  perrito – completé despacio.

 

         Ahhhhhh si

 

         ¿Si qué?

 

         Si ama.

 

         Decilo completo.

 

         Me gusta que me llames – desvío la mirada con vergüenza – perrito.

 

         Muy bien – lo besé despacio y empecé a moverme sobre él rozando nuestros sexos a través de mi ropa interior

 

Me detuve cuando lo noté lo suficientemente excitado. Me bajé de su cuerpo y le ordené que me desvistiera de a poco, empezando por mis pies. Se arrodilló y comenzó a besarme los muslos, acariciando mis piernas buscando el elástico de mis medias. Empezó por el derecho, bajaba la media de a poco, besando en forma suave la piel que iba quedando al descubierto. Yo gemía dulcemente y le acariciaba la cabeza, para que supiera que sus esfuerzos me estaban agradando. Cuando terminó de sacar mi media empezó a masajear y besarme el pie. Sin que se lo ordenara llevó a su boca cada uno de mis dedos  lamiéndolos completamente mientras sus pulgares presionaban en círculos la planta. Después de unos minutos repitió el procedimiento en mi pierna izquierda. Si no fuera por la excitación que tenía el masaje me hubiera dejado lista para dormirme.

 

Cuando consideré que había sido suficiente me levanté dándole la espalda a Adrián, que aprovechó para tomarme suavemente por el ombligo y besar mi nalga derecha. Gratamente sorprendida le pregunté si siempre aprendía así de rápido o si quería congraciarse conmigo para pedirme algo. Me contestó que sólo estaba adorando la cola de su ama a lo que no totalmente convencida respondí que de ser así podía continuar al tiempo que llevé mis manos a su cabeza para apretarla contra mis cachetes.

 

Me besaba y mordisqueaba con la devoción suficiente como para haberme convencido de sus intenciones en menos de un minuto, lo que hizo que cambiara levemente mis planes. Pensaba hacer que terminara de desvestirme para después darle todo el tiempo la espalda, torturándolo sin que pudiera verme los pechos. En vez de eso le indiqué que me siguiera a cuatro patas sin separarse de mis nalgas. Caminé despacio con su nariz y su lengua pegadas a mi cola, lo que me provocaba un continuo y excitante cosquilleo. Cuando entramos a mi habitación Adrián se encontró con la última sorpresa que había preparado para esa noche. Estaba tan concentrado en mi cola que tardó unos segundos en darse cuenta de los distintos elementos que había distribuido en la cama y en la cómoda del cuarto.

 

Atadas a la cabecera de la cama había dos bufandas; dos sogas se encontraban amarradas a los pies de la misma y un pasamontañas descansaba sobre la almohada; en el mueble había una vela de cera, una caja de fósforos y un cinturón de cuero. Por supuesto que al preparar el cuarto no sabía quien ganaría la apuesta con lo que todo lo que había dispuesto eran cosas con las que me sentía cómoda o que creía que podría tolerar. No tenía pensado torturarlo físicamente, pero quería ver su reacción ante la amenaza de que eso sucediera. Cuando Adrián finalmente separó su cara de mi cola sonrió sin decir nada mientras observaba la habitación. A pesar de la innegable curiosidad no se levantó del lugar en que lo había dejado. Luego de algunos segundos preguntó como sabía que ganaría la apuesta, a lo que contesté de la misma manera que lo hice en estas líneas, obviando el hecho de que no pensaba lastimarlo.

 

         ¿Hay algo que quieras ver más de cerca? – pregunté animándolo a explorar, ante lo cual comenzó a incorporarse en dirección al improvisado látigo – No, no, no – Le llamé la atención divertida – a cuatro patas. A menos que – hice una pausa hasta que giró su cabeza hacia mi – a menos que quieras que lo pruebe con vos.

 

Adrián agachó su cabeza y continuo gateando hacia el cinturón. Pude ver una gota de sudor frío formarse en su espalda, lo que me calentó más de lo que ya estaba. Supe en ese momento que ya no podría volver a tener sexo en forma “normal”. Se había despertado algo en mi que no podía ni quería volver a adormecer.

 

Me senté en la cama con las piernas cruzadas observando a Adrián acercarse despacio a la cómoda. Tomó con sus dos manos el cinto y lo estiró despacio delante de sus ojos. Lo apoyó con cuidado en la madera y le pasó suavemente un dedo entre cada extremo, casi acariciándolo.

 

         Así no vas a averiguar como se siente en tu cola – dije sorprendida tanto por mis palabras, por el tono empleado y por la sonrisa que tenía al pronunciarlas.

 

         No es eso – Contestó casi susurrando y bajando la mirada

 

         No te preocupes – lo tranquilicé ignorando su mentira – Nunca vas a averiguarlo si no me das motivos para hacerlo. Además… – me callé esperando su reacción

 

         ¿Además?

 

         Además me interesa mucho más tu reacción cuando sin que lo esperes ni puedas evitarlo te caiga una gota de cera caliente en tu ombligo – La gota de sudor en la espalda de Adrián comenzó a descender por su cuerpo mientras describía la escena – Escuchar tu grito ahogado por una mordaza, ver tu cuerpo tensarse sin poder moverse y sobretodo sentir tu relajación y agradecimiento cuando para curarte roce toda la zona afectada con mi lengua.

 

Inmediatamente noté un cambio en su postura. Había despertado su curiosidad, ya vería más adelante cómo la estimulaba. De momento me interesaba más la estimulación sobre mi cuerpo.

 

         Pero bueno – continué diciendo – Eso lo descubriremos en otro momento. Lo que quiero ahora – dije descruzando las piernas y corriendo mi ropa interior – es que seas un buen perrito y no tenga que pensar en formas de castigarte.

 

Adrián dejó el cinturón en su lugar y comenzó a gatear hacia mi mirándome a los ojos. Mordí mi labio inferior mientras lo observaba acercarse. Llegó a mi lado, se acomodó entre mis piernas y pasó su nariz por mi vagina estremeciéndome de placer. Levantó su cabeza nuevamente en dirección a mi rostro buscando mi aprobación, la cual di apoyando una mano en su cabeza y diciéndole “seguí perrito”.

 

Volvió a rozar mis labios vaginales, primero con su nariz y luego con su lengua. “mmmmmmm si, así” dije jadeando mientras me acostaba y acariciaba despacio la parte de atrás de su cabeza. Repitió el proceso pero al usar su lengua en lugar de darme una lamida larga me dio rápidos lengüetazos. “aaaahhhhhhaaaa” grité mientras sentía su lengua pegarse y separarse de mi piel. Inmediatamente lo tomé con mis dos manos y lo apreté contra mí. Adrián reemplazó la mano con la que estaba exponiendo mi sexo con una suya, la cual aprovechó para, ayudándose con su otra mano, abrirlo. Siguió alternando lamidas largas con cortas hasta que empezó a penetrarme con la lengua, dando comienzo a una sinfonía de gritos, gemidos y jadeos por mi parte. La Lengua de Adrián me recorría con maestría, lamiendo, sorbiendo y chupando todo mi interior. Estaba en la gloria. Tenía a un hombre lindo, fuerte y seguro de si mismo totalmente a mis pies, preocupado únicamente de complacerme y haciéndolo muy, muy bien. Tomar consciencia de esto hizo que comenzara a correrme, apretando fuerte la cabeza de Adrián contra mí y gritándole que no parara.  

 

Luego de no sé cuanto tiempo mis gritos fueron convirtiéndose en gemidos y unos segundos después dejé escapar un último suspiro de placer y solté su cabeza, cayendo desplomada sobre el colchón y empezando a reírme . Adrián bajó la intensidad de sus movimientos pero seguía ocupándose devoto de mi sexo. Cuando mi respiración se estaba normalizando y la sangre volvía lentamente a mi cerebro comprendí que no le había ordenado que se detuviera. Acaricié su cabeza y lo felicité por su buen trabajo mientras intentaba controlar mi risa, lo que logré hacer uno o dos minutos después. Era la primera vez que me corría tres veces en una noche. Estaba feliz y agotada.

 

Aunque la lengua de Adrián estaba entregándome nuevas energías, no sabía si sería capaz de continuar.  Por un lado sentía que no era posible que me quedaran fuerzas para nada más que dormirme. Por el otro tenía muchos deseos de tener su pene adentro mío y no quería desaprovechar la preparación que había hecho en el cuarto. Además tenerlo entre mis piernas ocupándose incondicionalmente de mi estaba calentándome de nuevo. No por lo que estaba haciendo en si, que más que excitarme me estaba relajando, sino por lo obediente que estaba siendo. Que no se hubiera detenido ni pareciera querer hacerlo solo porque no le indiqué lo contrario me resultaba muy estimulante. Por un segundo pensé en premiarlo por su disciplina, pero rápidamente descarté la idea. No tenía ganas de hacerlo. En lugar de eso solo acaricié repetidas veces su cabeza y le dije “buen perrito”. Su premio sería ver (y adorar) mi cuerpo desnudo.

 

Unos minutos después mi mano acariciaba su cabeza con firmeza y la intensidad de sus besos y lamidas había aumentado. Yo ya gemía dulcemente y arqueaba un poco la espalda. Llevé mis manos a mis tetas y las acaricié y apreté a través del corset. Dejé una mano en mis pechos y utilicé la otra para sentarme, ayudándome con la cabeza de Adrián.

 

         Decime perrito – pregunté entre jadeos sin dejar de tocarme – ¿creés que merecés ver mis tetas?

 

         No lo sé – Contestó Adrián tragando saliva. Ambos sabíamos que había solo una respuesta correcta – Solo si vos creés que lo merezco.

 

         ¿Te molestaría si ahhhhh no quisiera mostrártelas?

 

         No ama

 

         ¿Aún después de mmmmmmmmm haberte dicho que lo haría?

 

         Si cambiaste de opinión no me va a molestar.

 

         No dije que haya cambiado de opinión – acaricié su cabeza con cariño – solo que no estoy segura de que lo merezcas – Adrián suspiró exasperado, pero en seguida se recompuso. Era obvio que creía que lo merecía y estaba de acuerdo con él, pero quería verlo esforzarse más. Tenía razón: el hecho de que se esforzara lo hacia excitante. A pesar de sus quejas su miembro palpitante pensaba lo mismo.

 

         ¿Qué puedo hacer para convencerte?

 

         Mmmmmmmmm no sé – ¿cómo podía decirle que solo quería jugar con él y no había nada que pudiera hacer? – Seguí portándote así de bien – le dije sonriendo

 

En ese momento su lengua me penetró profundamente, haciendo que llevara mi cabeza hacia atrás, lo que me permitió ver el pasamontañas que estaba apoyado en la almohada. Me estiré hasta alcanzarlo con la mano que apretaba mis pechos y se lo entregué a Adrián ordenándole que se lo pusiera. Pude ver la decepción en su cara pero, como durante toda la noche, rápidamente retornó a su papel.

 

Lo miré unos segundos, disfrutando de tenerlo arrodillado y totalmente a mi merced, antes de pararme detrás suyo para ayudarlo a levantarse y acomodarlo en la cama. Lo senté con su espalda en el respaldo y, con el mayor silencio posible, retiré finalmente mi corset y mi empapada bombacha. Era divertido (además de muy excitante) verlo impacientarse por tratar de adivinar mi próximo movimiento o esperando de un momento a otro sentir cera ardiendo en su piel.

 

Se sorprendió, gratamente si me guío por el sonido que escapó de su boca, cuando lo rocé levemente con mis pezones al estirarme para atar una de sus manos. Repetí el procedimiento con la otra obteniendo idénticos resultados. Levanté levemente el pasamontañas para besarlo mientras me acomodaba encima suyo. Gemimos al unísono al rozar su miembro con el mío. “Dado que ya las tocaste” dije levantándome para buscar un preservativo “no creo que sea justo que te deje ver mis tetas”. Adrián trató de argumentar contra mis dichos pero la sola caricia de la punta de su pene con uno de mis dedos le hizo perder las palabras. Coloqué el condón y volví a subirme encima de él.

 

Grité de placer a medida que introducía su pene dentro mío en forma lenta. Me agarré de sus hombros y empecé a subir y bajar, sacándomelo casi por completo en cada subida y chocando nuestras caderas en las bajadas. Acerqué mi pecho al suyo lo justo para que apenas se tocaran mientras me movía. Adrián gemía fuerte y respiraba con dificultad.

 

         ¿De verdad, perrito, hubieras preferido ver mis tetas al placer que te están dando ahora?

 

         Ahhhhhhhhhh – comprendí al verlo que en ese momento era incapaz de hablar y concentraba toda su fuerza en no acabar.

 

         ¿Ver mis perfectas tetas subir y bajar mientras te cabalgo sin poder agarrarlas? – empecé entonces a calentarlo también con mis palabras.

 

         Mmmmmmmmmm – casi que convulsionaba, pero seguía aguantando.

 

         ¿tratar de alcanzarlas con tus manos y que las ataduras no te lo permitan? – Empecé a acelerar mis movimientos.

 

         Ufffff, uuufff, uuuff.

 

         ¿Querés chuparlas perrito?

 

         Aaaahhhaaaa – llegó a afirmar entre gemidos. Lo besé y saqué la cobertura de su cabeza y separé nuestros labios solo unos centímetros para poder hablarle.

 

         Seguí mirándome a los ojos – estaba cerca de correrme

 

         Ahhhhhhh – cumplió mi orden con enorme esfuerzo, lo que hizo que comenzara a acabar.

 

         Intentá lamerme las tetas – dije entre jadeos acercándome a una distancia lo suficientemente lejos para que no pudiera alcanzarlas.

 

         Mmmmmmmmm – sacó inútilmente la lengua y forzó las ataduras para acercarse a mi, lo que alargó mi gozo. Cuando este comenzó a menguar lo agarré con ambas manos por detrás de su cabeza.

 

         Podés chuparlas perrito – dije poniendo una de mis tetas a su alcance – y cuando tu lengua me toque podés acabar.

 

Apenas me rozó con su lengua apreté más fuerte su cabeza contra mi, sin dejar de mover mis caderas. A pesar de ya haberse corrido antes eyaculó mucho y durante bastante tiempo. Cuando sentí que estaba terminando solté su cabeza. Lo dejé respirar unos segundos y luego lo tomé del rostro para darle un beso. Apenas tuve fuerzas para desatarlo antes de quedarme adormilada abrazada a él, que todavía agitado me envolvió entre sus brazos

 

Adrián tardó unos minutos en volver a respirar normalmente y poder sacarse el preservativo. Nos quedamos abrazados en silencio, mirándonos a los ojos y sonriendo. En cuanto tuve algo de fuerza me fui a bañar, dejándolo descansar mientras lo hacia. Cuando volví del baño, envuelta en una toalla, todavía estaba acostado. La ducha me sentó de maravilla. Si bien no estaba en condiciones de hacer nada sexual (y creía que Adrián tampoco) quería seguir jugando con él. Saqué una crema hidratante de mi armario y le ordené que me la aplicara en la espalda. Me acosté y desate la toalla, dejando esa parte de mi cuerpo al descubierto. Antes de colocarse crema en las manos Adrián dio un beso en cada una de mis nalgas, provocándome una sonrisa. Cuando terminó le pedí que me hiciera un masaje, el cual fue tan satisfactorio como lo imaginé el día anterior. Adrián recorrió toda mi espalda de arriba a abajo, variando la presión que ejercía en la misma y besándome ocasionalmente. Resultó tan relajante que quise que continuara por mis piernas. Volvió a besar mi cola antes de reponer la crema y hacer el masaje. Pude ver de reojo que su miembro estaba nuevamente preparado. Aunque esto me excito ya estaba más que satisfecha y no quería ni podía hacer nada más.

 

Cuando terminó le indique que fuera a bañarse mientras preparaba algo de comer. Decidí que cenaríamos desnudos, así podría jugar por última vez con él. Por más que lo disimulaba muy bien y se había comportado intachablemente toda la noche sabía que Adrián era un hombre de tetas y seguía prefiriendo mis delantera a mi trasero, con lo que se las pondría delante suyo pero no lo dejaría mirarlas.

 

A pesar de mis múltiples insinuaciones Adrián me demostró nuevamente tener una voluntad de hierro. Estuvo tenso durante toda la comida, pero en ningún momento desvío su mirada a mis pechos , o al menos nunca lo descubrí haciéndolo. Mis acciones eran de lo más variadas:  me apretaba las tetas despacio mientras gemía o le rozaba su pene con mis pies  (provocando en ambos casos que se tensara aún más y tragara saliva), le hablaba tratando de distraerlo, le acariciaba la cara todo sin resultado. Me di por vencida al finalizar la cena, con lo que me levanté despacio para darle tiempo a levantar su vista (no hubiera sido justa si lo hacia velozmente), le indique que levantara y lavara todo y que si quería podía vestirse e irse cuando terminara o quedarse a dormir desnudo conmigo, lo que me gustaría mucho y recompensaría. Al darme vuelta pudo sentir su mirada en mi cola y sonriendo por mi pequeña victoria giré mi cabeza y le dije “nos vemos en un rato, perrito”.

Relato erótico: “De profesion canguro 06” (POR JANIS)

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                                                                    Miss Cabble.
Tamara comprobó de nuevo el reloj. Habían pasado catorce minutos desde que la señora Cabble se marchó, tiempo suficiente como para que ya no regresara por haber olvidado la cartera u otra cosa. Echó un vistazo a Ismael. El niño estaba feliz, tirado sobre la sábana colocada sobre el parquet, y rodeado de muchísimos peluches. El crío, de un año, estaba desnudo salvo por el pañal. La temperatura de aquel día de julio era inusual en el interior de Inglaterra, aún siendo verano, y hacía calor en la casa.
La señora ya la había advertido sobre no encender el aire acondicionado. Ismael era muy sensible a la climatización. Así que Tamara se abanicó con la revista de cotilleos que tenía en la mano y se levantó para abrir otra ventana más. Un golpe de brisa cayó sobre ella, al asomarse. Agradecida por ello, se levantó el largo cabello rubio de la nuca, aireando la piel sudada. Se quedó allí, las manos apoyadas en el alfeizar, refrescándose un tanto. El top rosa con pedrería que llevaba dejaba su ombligo y brazos al descubierto y se sujetaba a su cuello con un cordón del mismo material. Completaba su indumentaria con un blanco pantalón pirata de perneras por debajo de la rodilla y cómodas sandalias de plataforma.
Se dijo que era el momento. Brincó alegremente hacia la puerta del dormitorio de la señora, lo que hizo que Ismael la mirase, divertido. Un minuto más tarde, regresó portando un álbum de fotos y unos DVD’s. Se quitó las sandalias y se tumbó en el sofá, usando el reposapiés como soporte para colocar el álbum abierto. Éste mostró una doble página llena de fotografías impúdicas y de magnífica resolución.
¿Quién se lo iba a decir? Era como haber ganado a la lotería. Cuando Tamara respondió a la demanda de una niñera en los chalets de Mattover Hills, nunca se imaginó que trabajaría para la mítica Ava Lynn. Claro que ese era su nombre artístico. En aquellos momentos, se hacía llamar Elizabeth Cabble y pasaba por ser una joven y rica viuda, con un hijo póstumo de corta edad: Ismael.
La verdad era otra bien distinta. Miss Cabble era una célebre actriz porno, cuyos trabajos se comercializaban sobre todo en Asia, por lo que no estaba en el circuito habitual inglés. Esto no significaba gran cosa, a día de hoy, con todo lo que se podía encontrar en la Red, pero al menos sus vecinas no la habían reconocido aún. Sin embargo, Tamara sí. Su hermano tenía una buena colección de porno, de todas partes del mundo, y fue lo primero que Fanny y ella fisgonearon, por supuesto. Fue la primera vez que contempló y admiró a la bella y casquivana Ava Lynn…
Como actriz, no le hacía ascos a nada, absolutamente bisexual. Se dejaba penetrar por todas partes y hacía buenas dobles penetraciones, pero donde lo bordaba, al menos para la encandilada Tamara, era cuando actuaba de forma autoritaria con una o más lindezas asiáticas, en unas inolvidables sesiones lésbicas. Ava era una mujer de las llamadas neumáticas, con unos senos increíblemente dotados y reforzados, que desafiaban toda gravedad; un bello rostro al que el maquillaje exagerado prestaba la mejor expresión del vicio más lujurioso, y unas piernas interminables de muslos torneados y bien ejercitados. Una de sus características como actriz es que solía cambiar drásticamente de peinado en cada película.
A Tamara le gustaba de todas las maneras, de rubia, de morena, con el pelo rizado, con melenita a lo Charleston, con corte pixie, o con peluca a lo afro. Aquellos ojos de oscuros párpados y pestañas súper largas la hacían juntar sus muslos en silencio, sentada al lado de Fanny. Aquellas pupilas azules parecían hablarle a ella directamente. Al final, se había hecho con una copia de las dos películas que su hermano tenía y la pasaba en su portátil cuando se quedaba sola. Por decirlo de manera suave… se mataba a dedos.
Al principio, tras la entrevista de trabajo y sus primeros días, Tamara no la reconoció. Era una mujer atractiva, sin duda, pero era fría y distante. Solía llevar el pelo sujeto casi siempre, con colas de caballo y distintos moños, en un tono rubio ceniza. Sus ojos apenas estaban maquillados y eran más oscuros, quizás debido a no tener un foco en la cara constantemente. Se movía de otra forma también, más normal, sin la teatralidad sensualidad de una película erótica. Todo ello, despistó a Tamara un tanto, hasta que una tarde, a solas en su habitación, con el dedo bien metido en el interior de su coñito, golpeó la barra espaciadora de su ordenador, deteniendo la imagen de Ava Lynn en un plano corto.
¡Era clavada a su nueva jefa! ¡Mas que clavada era la misma, podía jurarlo! La posibilidad de tener a su lado a tan idolatrada mujer, hizo que se licuara literalmente piernas abajo. ¡Tenía que asegurarse de ello! ¡Disponer de la certeza de que miss Cabble era la pornográfica Ava Lynn!
De esa forma, inició una cacería de pruebas cada vez que se quedaba sola en casa, con Ismael, lo cual sucedía a menudo. La señora salía con sus nuevas amigas del club de campo y tenía aficiones muy elitistas: ópera, teatro, soirées de gala, y un domingo de cada mes al hipódromo de Ascot.
De esa forma, Tamara dio con el escondite, en un altillo oculto en el vestidor de la señora. Había un álbum con recortes de prensa y críticas especializadas, un book con fotos de estudio y otro álbum con fotos de rodaje, que era el que tenía ella sobre el sofá en aquel momento. También encontró una colección de todas sus películas y escenas, así como un par de discos sin etiquetar.
¡Era ella, sin duda! ¡Trabajaba para Ava Lynn!
Le hubiera gustado averiguar más cosas, como por ejemplo: ¿por qué había escogido la ciudad de Derby para vivir, pudiendo hacerlo en cualquier parte del mundo? ¿De quién era hijo Ismael? ¿Un lapsus en una película? ¿Una relación fallida? ¿Por qué se había retirado? Mil y una preguntas que se sucedían en la inquisitiva mente de Tamara… pero no podía descubrirlas más que preguntándole a la señora, así que…
Pasó otra página del álbum. Ava en medio de una cama en forma de corazón, desnuda y recubierta de pétalos; Ava en el interior de una ducha, colgada a pulso del cuello de un fornido semental, con su sexo encajado entre sus piernas; Ava entre las integrantes de un harén oriental, todas semidesnudas y besándose entre ellas… Imágenes de diferentes guiones lujuriosos que había llevado perfectamente a cabo, a lo largo de su carrera cinematográfica.
Inconscientemente, la mano de Tamara se deslizó por la elástica cintura del pantalón, buscando el punto caliente entre sus muslos. Su otra mano bajó el top hasta poner al descubierto un erecto pezón, pues no llevaba sujetador alguno debajo. Sus ojos no se apartaron ni un segundo de aquellas fascinantes fotografías.
Levantó la vista un segundo, sólo para asegurarse de que Ismael seguía entretenido con sus peluches, y resbaló la mano al interior del pantalón. Sus braguitas ya estaban muy humedecidas y sus muslos acogieron alegremente su mano.
Se entretuvo admirando una de las fotos en que Ava mantenía encajada entre sus piernas la cara de una de aquellas jóvenes asiáticas, quien le devoraba el coño con maestría, y se regodeó en la increíble mueca de placer que se pintaba en el rostro de la señora. Sus dedos apretaron con fuerza tanto el clítoris como uno de sus pezones, haciendo que se retorciera de gusto.
Dejándose llevar por su lujuria, tironeó de su blanco pantalón hasta dejarlo por las rodillas, apartó la braguita con una mano e introdujo dos dedos de la otra en su vagina, verdaderamente ansiosa. Sus ojos seguían clavados en las sensuales imágenes que disparaban absolutamente su imaginación. El índice y corazón de su mano derecha chapotearon raudamente en el interior de su coño, haciéndola jadear sobre las fotos. Se corrió rápidamente, en silencio, con su propia mano aprisionada por el espasmo que la hizo cerrarse de piernas. Suspiró y sonrió, algo más tranquila. Para ella, la diversión aún no había terminado…
Se puso en pie, acabó de quitarse el pantalón con unos movimientos de sus piernas e introdujo uno de los dos DVD’s sin etiquetar en el aparato, bajo la gran televisión. Tomó el mando a distancia y se dejó caer de nuevo en el sofá. Ismael la miró y dejó escapar varias burbujas de saliva, colmado en su felicidad.
Sentía curiosidad sobre lo que podía haber en aquel disco, y pronto quedó con los ojos redondos y la boca abierta, abrumada. El DVD recogía la entrega de unos premios dedicados a la pornografía, en un lujoso hotel de Shangai. Prácticamente, era una grabación documental y de no muy buena calidad. Ava Lynn subió, recogió su distinción, y pronunció unas palabras. Tamara, aunque no entendió una palabra del idioma asiático que utilizaban, reconoció varios rostros conocidos del medio, sobre todo actrices.
Después, el lugar cambió y parecía ser una disco o boîte nocturna. Gasas de colores cubriendo paredes, cortando cubículos, oscuros suelos jaspeados de reflejos luminosos, bajos y amplios sillones… Camareros de ambos sexos se movían de allí para acá, cargados con botellas de champán y copas diversas, sin preocuparse por la disposición de la clientela, que no era otra más que todos los participantes de la gala. Actores, actrices, productores, cámaras, directores, y demás asistentes, más una buena cosecha de rutilantes starlettes de ojos almendrados.
La mayoría de todos ellos ya estaba desnuda, o casi. Los besos y caricias ya habían quedado atrás y se afanaban en metas más sustanciosas. En resumen, la fiesta había degenerado en una masiva orgía, con cuerpos hacinados en desorden, sin pudor alguno, ni medida. Y allí, entre sudores y gemidos, Ava Lynn destacaba ciertamente, con su pelo rubio platino entre tanta cabeza oscura. Estaba arrodillada sobre la cara de una chica que la devoraba con muchos ánimos, al mismo tiempo que un tipo regordete y calvo hundía su pequeño pene en su coñito expuesto. Ava tenía sus manos alrededor del cuello del hombre y, de vez en cuando, le besaba largamente.
Aquello no era una filmación comercial, ni de coña. Alguien había grabado una auténtica orgía, con algún motivo, pero lo que estaba claro es que ninguno de los asistentes parecía saber que había cámaras camufladas.
Tamara se dejó llevar por el creciente morbo que sentía. Sus manos serpentearon sobre sus piernas desnudas, y acabó corriéndose varias veces, casi sin interrupción, en apenas una hora.
                            * * * * * * *
Elizabeth Cabble se quedó mirando la pantalla de su ordenador con preocupación. Había visionado lo que la cámara camuflada había captado aquella tarde. Era mera rutina, ya que la joven Tamara tenía unas referencias excelentes, pero Elizabeth era algo paranoica por naturaleza. Sin embargo, verla salir de su dormitorio con aquel oculto material le produjo un doloroso pellizco en el vientre. ¡Aquella chiquilla había descubierto su escondite! ¿Por qué había fisgoneado allí? ¿Había sido un hecho fortuito, o bien sabía algo de antemano?
Pero lo que ocurrió a continuación fue más extraño aún. Espiar como la niñera de su hijo se masturbaba mirando sus fotos de rodaje, fue… No encontró la palabra. Emocionante, quizás. No, mejor revitalizante.
Fuera como fuese, no la preparó para lo que pasó a continuación. Primero, contemplar como el acto más vergonzoso de su carrera era descubierto por aquellos jóvenes ojos fue desmoralizador. Elizabeth estaba muy arrepentida de aquel suceso que fue el detonante de que abandonara su carrera cinematográfica. Segundo, la pasión y el fervor con que Tamara se masturbaba y gozaba de sus dedos la impactaron totalmente, tanto que sus propios dedos amenazaron con unirse al goce de la chiquilla.
Aquel delicado rostro que irradiaba inocencia adoptó un semblante que no había podido ver en ninguna actriz con la que trabajó: una veraz y natural magnificación del más puro goce. Aquella niña se había corrido varias veces, con todo abandono, sin importarle que Ismael estuviera presente, ni estar en una casa ajena.
Elizabeth, quien desde que llegó de Oriente, limitaba su vida sexual al fiel consolador rosa que descansaba en su mesita de noche, se notó mojada por primera vez en muchos meses. Quizás debería hablar con su canguro… Sí, se sentía intrigada, después de todo.
                            * * * * * * *
Tamara se mordisqueó la uña del índice mientras miraba por la ventana. Se sentía preocupada y no conocía el motivo con seguridad. Miss Cabble al menos había conectado la climatización en el salón de la casa, y la brisa fresca secaba el sudor de su espalda. La señora la había citado en su casa en una tarde que no estaba programada, pero cuando Tamara llegó, no le dijo nada, atareada en darle de comer al pequeño Ismael. Después lo llevó a su cuarto para acostarle para la siesta, dejando a la rubita más mosqueada que un pavo escuchando una pandereta.
“¿Sospechará algo? Procuré dejar el escondite como estaba.”, se dijo.
Aún le temblaban las piernas al recordar todo el placer que consiguió esa tarde, y estaba dispuesta a repetir en cuanto dispusiera de la ocasión. Parpadeó, recuperando el tiempo presente, al salir la señora de la habitación. Tamara sonrió tímidamente. Miss Cabble le devolvió la sonrisa y se sentó en el sofá. Sin una palabra, pulsó el mando a distancia que se encontraba a su alcance, y la gran televisión cobró vida.
Asombrada, Tamara se vio a sí misma, con las piernas bien abiertas y hundiendo sus dedos en su sexo.
―           ¿Me lo puedes explicar? – le preguntó suavemente la mujer.
―           Yo… yo… – musitó la jovencita, toda encarnada y confusa.
―           ¿Por qué has registrado mi dormitorio? ¿Acaso ya sabías quien era?
Tamara sólo pudo asentir, parada ante la ventana y mirando de reojo como se agitaba sensualmente en la pantalla.
―           ¿Cómo? – abrió las manos la señora.
―           Mi hermano t-tiene pelis… de usted… de Ava Lynn.
―           Ya veo. ¿Lo sabías ya cuando te entrevisté? – preguntó Elizabeth, pausando la escena grabada.
―           No… caí después.
―           No es habitual que una jovencita vea porno… habitualmente – comentó la mujer, como queriendo dejar bien sentado que Tamara debía de haber visto esas películas varias veces para recordar su imagen y su nombre artístico.
Tamara se encogió de hombros. Estuvo a punto de decir algo y se frenó. Luego se abrazó a sí misma y se decidió:
―           La admiro – musitó.
―           ¿Qué?
―           Me encantó desde la primera vez que la ví. Sus cambios de look, su forma de maquillarse, su autoridad…
―           ¿Me estás diciendo que eres una fan? –se asombró Elizabeth.
―           Sí, señora – inclinó la cabeza Tamara.
―           Vaya… ¿Quién lo hubiera dicho? – sin embargo, en la mente de miss Cabble, las piezas encajaban. La chiquilla actuaba como una seguidora y no como alguien que quisiera sacar algún tipo de provecho. – Siéntate.
Tamara se sentó en el otro extremo del sofá, las manos sobre las rodillas que su falda dejaba al aire. Elizabeth la contempló meticulosamente, por primera vez, y lo que vio en la chiquilla le agradó, relajándola.
―           ¿Qué prefieres en mis actuaciones? – le preguntó, consiguiendo que Tamara parpadeara por la sorpresa.
―           Bueno… me gusta todo, creo… aunque…
―           ¿Sí?
―           … cuando hace FemDom… me identifico muchísimo – confesó Tamara.
―           ¿Te identificas conmigo?
―           No… con la sumisa – murmuró la rubita, el rostro congestionado por el pudor.
―           Eso es pura fantasía, jovencita. Las cosas no son tan simples como aparecen – agitó una mano la señora.
―           Lo sé.
―           ¿Lo sabes? ¿Has tenido experiencia de dominación? – se desconcertó Elizabeth.
―           Sí, señora.
―           ¡Dios! Eres muy joven para eso… — Tamara alzó un hombro y apartó los ojos de la mujer. — ¿Mantienes relaciones con alguien?
―           Sí.
―           ¿Hombre o mujer?
―           Mujer. Los hombres me… asustan, señora.
―           Mejor – la palabra surgió de alguna parte del interior de la mente de la actriz, allí donde moraba su alter ego: Ava Lynn.
Había conseguido reprimirla durante todos estos meses, pero la sentía cobrar fuerza, luchando por hacerse de nuevo con el control del cuerpo que compartían. Ava Lynn deseaba paladear de nuevo el sabor del morbo más sublime y revolcarse en los pecados más abyectos.
―           Es mayor que yo… la madre de una amiga – Tamara no contó la verdad, pero tampoco mintió exactamente. Le habló de una de sus citas y prefirió guardarse a Fanny. – Me ha enseñado todo.
El bajo vientre de Elizabeth latió con ritmo propio, como si quisiera decirle algo en Morse. Pasó la lengua sobre sus labios repentinamente secos. Aquella preciosa niña emitía una increíble pulsación sexual que su cuerpo recogía a la perfección. Era como una virgen ceremonial que se entregase en las expertas manos de una madura sacerdotisa.
―           Tamara, necesito una discípula – dejó caer la señora, sin más explicaciones.
―           Sería todo un honor para mí, señora. Considéreme su más fiel sirviente – Tamara se dejó caer de rodillas al suelo, ante la mujer.
―           Ya veremos. Primero hay una serie de cuestiones que repasar, pero me agrada tu franqueza.
―           Señora, si me permite…
―           Habla.
―           Si pudiera maquillarse como en… sus apariciones, sería un sueño hecho realidad – musitó Tamara, sin mirarla directamente.
―           Ve al cuarto de baño de servicio y date una ducha. Después regresa aquí, desnuda – le indicó la señora, un par de movimientos de dedos.
Tamara asintió y salió del salón. Quitó el sudor de su cuerpo e higienizó su sexo en menos de diez minutos y volvió al salón, caminando totalmente desnuda. Su pubis lucía totalmente depilado de un par de días atrás. Se quedó parada al entrar, contemplando el espectacular cambio en aquel rostro adorado. Ava Lynn había vuelto. La mujer la sonreía, con sus ojos claros sombreados de intenso zafiro y la boca tan roja como una amapola, deliciosamente delineada. La señora se había recogido el pelo en una coleta que surgía gracilmente de la parte superior de la cabeza. Su tez estaba algo oscurecida por la base de maquillaje que tapaba cualquier imperfección de su cutis y de sus lóbulos pendían largos zarcillos de refinada bisutería. Así mismo, se había despojado del pantalón vaquero que llevaba, dejando sus largas piernas al aire. Tamara tembló al ver el exiguo tanga que exhibía la señora, sentada sobre uno de los brazos del sofá.
―           Está muy bella, señora – la agasajó Tamara.
―           Gracias, pequeña. Tú también tienes un cuerpo muy bonito – le dijo Elizabeth, pasando su mirada por cada curva del pálido cuerpo de la joven. – Túmbate en el sofá. Quiero que recrees para mí lo que hiciste el otro día, a solas.
Tamara tragó saliva. No se le había pasado por la cabeza que la señora quisiera algo así. Estaba segura de que buscaría algo más directo. La sola idea de que la señora contemplase sus devaneos y escuchase sus quejidos, la atormentó placenteramente.
Se tumbó de costado sobre el mullido mueble, sus pies cerca de la señora, y la miró. Elizabeth levantó la mano y accionó el mando a distancia. Una nueva escena apareció en el televisor. Tamara ya la había visto en su casa. En ella, Ava Lynn hacía el papel de institutriz que dominaba a dos jóvenes hermanas a su cargo.
―           ¿La habías visto antes? – le preguntó la señora.
―           Es una de mis favoritas – murmuró la canguro.
―           Bien. No tengas prisa, Tamara. Quiero ver cómo te excitas…
―           Ya estoy mojada, señora – confesó la chica.
Elizabeth cerró los ojos por un instante. Era aún más perfecta de lo que creía. Una auténtica ninfa que había aparecido en su vida. Debería llevar mucho cuidado para no asustarla con todo lo que pensaba hacerle, se aconsejó a sí misma.
Tamara no tardó en llevar sus dedos al coño, embriagada por la situación y las imágenes. En cuanto Ava Lynn, en la película, sacó la regla de madera y colocó a una de las chicas sentada sobre el escritorio, con las piernas abiertas, y a la otra recostada contra ella, el trasero expuesto. Con los primeros azotes, Tamara ya se estaba masturbando lentamente, procurando no dirigir sus ojos hacia la señora. Su larga cabellera rubia enmarcaba sus hombros y caía sobre el asiento del sofá, sobre el cual ella se erguía sobre un codo, la otra mano ocupada en su entrepierna.
No tardó mucho en apoyar un pie y alzar una rodilla, para permitir un paso más franco a sus manipulaciones. Sus gemiditos aumentaron, así como el contoneo de sus caderas.
Elizabeth se mordía el labio y respiraba con fuerza, contagiada por la imponderable lujuria de la muchacha. Casi sin ser consciente de ello, la señora abrió sus piernas bronceadas y sus dedos jugaron con la tira del tanga que cubría su pubis, apartándola, estirándola, usándola para conectarla con su sexo. Sus grandes senos quedaron en evidencia marcando el escote de su blusita, al tironear de éste hacia abajo.
Sus dedos recogieron los primeros humores que surgieron de su vagina y sus ojos iban de ella al encantador rostro de su niñera, la cual ya no podía apartar los ojos de Elizabeth.
―           ¿Te gustaría ser una de ellas? – preguntó muy suavemente la señora.
―           Oh, sí – exclamó Tamara, pellizcando su clítoris.
―           ¿Con los azotes y todo?
―           Con lo que usted quiera, señora…
El dedo índice de Elizabeth ya se afanaba sobre su propio clítoris, consiguiendo esa sensación de urgencia que la enloquecía siempre. Ya no había vuelta atrás para ella.
―           Ven aquí, mi pupila – gimió, apartando sus dedos. – Pon tu lengua en mi coño… hazme arder…
Como una perrita obediente, Tamara se puso a cuatro patas sobre el asiento del sofá y correteó hasta la señora, la cual se giró colocando una pierna contra el respaldo del mueble y ofreciendo así su coño en todo su esplendor. Tamara hundió la lengua allí, con verdaderas ansias, con la necesidad de degustar la lefa de su nueva señora. Ésta hundió sus dedos en la cabellera de la canguro, recreándose con su sedosidad. Expertamente, marcó el ritmo que más le gustaba en su lamida. El pie que mantenía sobre el asiento, se remontó hasta posarse sobre las blancas nalguitas, masajeándolas con fuerza hasta dejarlas rosáceas.
―           Sí, sí… que bien lo haces, pequeña… se nota que lo has hecho más veces – suspiró la señora, cerrando los ojos.
No tardó en agitar sus caderas, tironeando aún más fuerte del cabello de la joven, al mismo tiempo que emitía un jadeo entrecortado, indicador de su orgasmo. Tamara, de bruces sobre el sofá, se había llevado una mano a su propia entrepierna que acariciaba casi frenéticamente. Miss Cabble no la dejó acabar. La incorporó en pie con un duro tirón de cabello y la condujo a su dormitorio.
―           Desnúdame– le pidió a Tamara y ésta no se hizo rogar. Estaba deseando contemplar de cerca aquellas tetas erguidas que debían haber costado lo suyo.
La joven sacó la escueta blusa por encima de la cabeza y se afanó en despojar a su señora del sujetador de media copa que levantaba sus maravillosos senos. Se lanzó de cabeza a chupar, lamer y rechupetear aquellos tiesos pezones, al mismo tiempo que estrujaba los gloriosos pechos, firmes y vibrantes por la silicona de su interior. Eran toda una gozada, a su entender. No comprendía la estúpida distinción que hacían algunos adultos sobre pechos operados y naturales. ¿De qué servía un pecho escurrido y flácido? ¿Acaso era más estético o sano?
Ambas rodaron sobre la cama, enlazadas por brazos y piernas, atareadas en tender sus lenguas y en mordisquear los labios.
―           Mi señora – inquirió entrecortadamente Tamara, pegando su pelvis a la pierna de su señora. –, necesito correrme… por favor…
―           Frotémonos juntas, pequeña guarrilla… hasta corrernos vivas…
Si Tamara estaba necesitada, ¿qué decir de la señora, aún habiendo obtenido un orgasmo minutos antes? Sus tersos muslos encajaron perfectamente en la entrepierna contraria, acoplándose como engranajes cálidos y suaves. Tamara, algo más pequeña en tamaño, quedó con su mejilla apoyada sobre una de aquellas mullidas tetas, jadeando contra el pezón, los ojos entrecerrados, y muy concentrada en el ritmo que sus cuerpos abrazados habían adoptado. Su pelvis se arrastraba continuamente contra el muslo de su señora, dejando sobre él una buena cantidad de lefa. Por el contrario, Elizabeth prefería darse golpecitos contra la pierna de Tamara, estimulando directamente su clítoris.
La canguro bufó contra el pecho de la señora, hundiendo el rostro entre los dos carnosos montículos, en el momento de su orgasmo. Notó el aire del gran suspiro de la señora sobre su coronilla, a su vez. Pasaron unos cuantos minutos así abrazadas, desnudas sobre la cama sin deshacer, recuperando el aliento. Entonces, la señora se puso en pie y se puso un batín liviano.
―           Espero que puedas quedarte a dormir alguna noche que otra, Tamara – le dijo, mirándola y anudándose el cinturón del batín.
―           Por supuesto, señora.
―           Muy bien. Haz un poco de té, yo iré a ver si Ismael ha despertado.
―           Sí, señora.
―           Ah, Tamara… no te vistas… prefiero tenerte así desnuda para cuando desee empezar de nuevo – comentó con una insana sonrisa.
Tamara se marchó a la cocina, sonriendo como una tonta. Estaba viviendo un maravilloso sueño…
                                                                     CONTINUARÁ…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 

Relato erótico: “Me folle a la puta de mi jefa y a su secretaria 2” (POR GOLFO)

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CAPITULO 3
 

Para celebrar mi triunfo, me fui a comer a una pizzería cercana a la oficina. Estaba tan concentrado mirando la carta, que no me di cuenta que María acababa de entrar por la puerta del restaurante.

-José, ¿puedo sentarme?-, me preguntó sonriendo.

-Sí, claro-, respondí, pensando que cómo habían cambiado las cosas. Antes a esa rubia no se le hubiera pasado por la cabeza, pedirme permiso para sentarse en mi mesa.

Gracias, creía que iba a comer sola, es una suerte que hoy hayas decidido comer aquí-.
Ese fue el inicio de una conversación insustancial durante la cual, la muchacha no dejó de tontear conmigo. Supe que quería sonsacarme información, por lo visto no estaba seguro que su adorada jefa le hubiese contado toda la verdad y no se atrevía a confesarlo.
Ya en el postre, le pregunté:

-¿Qué es lo que quieres de mí?, no me creo que este encuentro haya sido tan casual.

María se ruborizó al oírme. No sabiendo como disculparse, ni que decir, empezó a llorar desconsoladamente. Siempre me ha jodido que usen el chantaje emocional, por lo que en vez de ablandarme, su llanto me encabronó.
Deja de llorar-, le dije sin querer que se me notara mi enfado, – no seas boba, que todo se va a arreglar.

Creyendo que había conseguido el objetivo, paró de llorar y bajando la voz, se explicó:

-José, sé que ese tipo no ha hecho todo esto por mí, sino por Jimena. Soy una víctima inocente-.

-Eso es cierto, pero estate segura que ahora que te tiene, no va a dejar que te escapes. Eres una presa demasiado bonita para soltarla. Creo que tu destino está irremediablemente unido al de tu amante-, contesté dándole una de cal y una de arena. Por un parte le había dicho un piropo y por otra la había acusado de usar su cuerpo para medrar en la empresa.

No es mi amante, me obligó-, protestó al escuchar mis palabras.
Por favor, ¿me crees un idiota?. Fui testigo de cómo le hacías el sexo oral y tampoco se te veía a disgusto cuando ella te tumbó en la mesa-.

 

-¿Lo vistes todo?-, me preguntó totalmente colorada.

-Si te refieres al estupendo sesenta y nueve que os marcasteis, sí-.

Derrotada, me reconoció que era bisexual pero no dio su brazo a torcer respecto a que era su amante. Según María, Jimena la usaba cuando le venía en gana sin pedirle su opinión. Intrigado por su respuesta no pude evitar el preguntarle cada cuanto era eso.
Depende-, me respondió, -hay veces que pasa un mes sin tocarme y otras que me usa toda la semana e incluso fuera del horario laboral-.

-Es decir, que si te necesita, te llama y tú vas-.

-Sí, no puedo negarme. Mi sueldo es bueno y no puedo perder este trabajo-.

Eso cuadraba, las malas lenguas llevaban hablando años del furor uterino que consumía a la jefa. Aprovechando ese halo de confianza que sus confidencias había creado, le pregunté:

-Y tú, ¿cómo te sientes?-.

-Mal, me siento permanentemente violada. Estos malditos cacharros me tienen todo el día excitada. Ese cabrón consigue ponerme a mil y cuando creo que me voy a relajar con un orgasmo, todo se para. He pensado en masturbarme pero me da miedo, no vaya a ser que se entere y me castigue por ello-.

-Si quieres eso tiene solución, no puedo anular sus sensores, pero no creo que haya problema en modificar las frecuencias para que cuando creas que no puedes mas, vengas a mí y yo libere tu tensión, haciendo que te corras-.

-¿Harías eso por mí?-.

-¡Claro!, ¿no somos amigos?-.

Su esplendida sonrisa fue una muestra clara de que se había tragado mi supuesta buena fe. María creyendo que me tenía en el bote, pidió la cuenta y tras invitarme, me dio un beso diciendo:

-Pensaré en tu oferta-.

Al verla salir meneando su trasero, pensé:

“¡Esta tía es aún más imbécil que Jimena!, si viene a mi despacho a que le ayude, su adicción por mí va a ser casi inmediata”. Me sentía un triunfador, todo se estaba desarrollando mejor que lo planeado, ya me veía comiéndole el coño a esa preciosidad mientras ella se corría sin control. La sensación de control era alucinante, después de una existencia gris se abría el cielo para mí. Saber que en poco tiempo tendría dos estupendas mujeres a mi entera disposición, me hacía sentir eufórico.

 
Al llegar a la oficina, me sorprendió ver sentada en mi flamante despacho a la gran jefa. Estaba cabreadísima, nada mas verme entrar, empezó a despotricar pidiéndome resultados. En cinco segundos, me llamó inútil, inepto y demás lindezas. Aguanté esa bronca inmerecida sin inmutarme, dejé que soltara todo lo que tenía dentro antes de responderla. Su furia no era otra cosa que el resultado inesperado de las sesiones. Al igual que su secretaria, Jimena no podía aguantar estar en permanente estado de excitación y necesitaba liberarse.
Señora, no creo merecerme esta reprimenda. Estoy haciendo todo lo posible, pero como ya le he explicado necesito datos-.

Viendo que había metido la pata y que me necesitaba, cambió de actitud pidiéndome perdón.

-No sé qué me pasa-, me confesó.-Llevo cabreada todo el día desde que descubrí que ese hijo de puta me estaba haciendo chantaje. Solo pensar que en menos de media hora, voy a ser el objeto de su lujuria, me saca de quicio-.

-Pero también le excita, ¿verdad?-.

Me fulminó con la mirada antes de responderme:

-¿Cómo se atreve?. ¡No le despido ahora mismo porque le necesito!, ¿Con quién coño se cree que está hablando?-.

Bajando la mirada, haciéndome el sumiso, le pedí perdón, casi de rodillas, diciéndole:
Le pido que me disculpe, soy un bruto insensible. Le quería explicar que creo que he descubierto qué es lo que se propone ese maldito hacker- .

-No le capto-, me confesó interesada.

Jefa, María a la hora de comer ha estado hablando conmigo y me ha contado que el hacker ha diseñado la ropa interior de forma que ustedes dos se vayan excitando poco a poco y que antes de llegar al orgasmo, les da una combinación de descargas que hacen que se les baje de golpe-.

-Si eso es verdad-.

-No se enfade pero creo que su enemigo busca convertirla en una olla a presión…-, le contesté haciendo una pausa, …Quiere mantenerlas al límite de orgasmo, para así manejarlas a su antojo. Cómo ya le he dicho a su secretaria y si usted lo considera oportuno, no creo que sea difícil alterar esos instrumentos para conseguirle un orgasmo y desbaratar sus planes-.

-No creo que lo necesite, pero vete estudiando cómo hacerlo por si te ordeno que lo hagas-, me respondió dando un portazo. ayudes

“¿Me ordenarás?. Puta, no creo que aguantes la sesión de las cinco sin venirme a rogar que haga que te corras”, pensé al comprender que había tenido un error de principiante. Cuando calculé la duración de su entrenamiento, no tomé en cuenta la angustia que les produciría la posible vergüenza de ser expuestas al escarnio público, no soportaban la idea que ese video se difundiera en internet. Si aplicaba esa variante al cómputo, la resultante era que esas dos hembras iban a rendirse en menos de dos días.

Para ahondar en ese sentimiento de vergüenza, las mujeres tenían que sentirse observadas y por ello, sonriendo, me puse a escribir un e-mail modificando las reglas. La vez pasada, se habían acurrucado cada una en una esquina, incapaces de reconocer a la otra su humillación, en cambio para esta sesión les iba a ordenar que se colocaran una enfrente de la otra y que durante los diez minutos que durara no se tocaran pero que debían no dejar de mirarse entre ellas. Satisfecho por lo escrito, mandé el correo sabiendo que en menos de treinta segundos, la zorra de Jimena lo leería. Acto seguido, encendí el monitor para espiar su reacción. Mi querida jefa cumpliendo al pie de la letra mis recomendaciones de excitar a su chantajista, estaba haciendo ejercicio medio en bolas, solo cubierta con mi regalo. “¡Qué buena está, mi futura sierva!“, me dije al comprobar que las largas horas de gimnasio, le habían dotado con un cuerpo no solo bello sino flexible.
Cuando escuchó que el clásico clic del Messenger, dio una voltereta en el aire para acercarse a mirar mi mensaje. “Está esforzándose en captar mi atención“. Tal y como había anticipado, palideció al leer que María iba a estar observándola mientras su intimidad y su persona eran violentadas. Pude leer en sus labios una palabrota.
Faltaban cinco minutos para la hora cuando vi entrar a la secretaria a la habitación. Jimena le explicó las nuevas instrucciones y entre las dos cerraron las cortinas y movieron las sillas para estar enfrentadas cuando todo empezara. Como el reo va al patíbulo, cabizbajas y humilladas se sentaron en su sitio a aguardar que diera inicio su tortura. En María, creí vislumbrar una lágrima aún antes que el vibrador incrustado en su braga se pusiera a funcionar. “Esa va la primera en caer”, pensé satisfecho mientras mi pene se empezaba a alborotar, “pero a la que realmente tengo ganas es a la puta estirada de la jefa”.

Las vi tensarse al percibir que los tres aditamentos de su ropa empezaban a trabajar al mismo tiempo. Inconscientemente, cerraron sus piernas y se aferraron a los brazos de sus asientos, buscando retrasar lo inevitable. Recordé que esa sesión iba ser más corta pero más intensa. Las descargas en los pezones serían continuas y en cambio, las vibraciones en el clítoris y el esfínter serían intermitentes, buscando calentarlas pero sobre todo confundirlas. No me hizo falta estudiar los controles para saber qué era lo que estaban sintiendo, María se agarraba los pechos intentando controlar la excitación de sus aureolas mientras que Jimena no dejaba de mover su pelvis como producto de una imaginaria penetración. El sudor recorriendo sus pechos no tardó en hacer su aparición, las muchachas jadeando, exteriorizaban su calentura. Temblaban por entero al ser conocedoras de que la otra estaba siendo coparticipe de su humillación. Cada una de ellas era víctima y verdugo. Al estar siendo violadas en público la degradación era máxima y aunque les costara reconocerlo, también su excitación. Deseaban que terminara pero a la vez anhelaban lanzarse una contra la otra, pero sabían que se les había prohibido expresamente apagar el incendio que recorría sus cuerpos con el extintor de sus bocas y manos. Jimena fue la primera en agitarse descontroladamente encima de la silla. María, quizás alentada por su jefa, rápidamente la secundó. Estaban a punto de correrse, pero sabían que antes de poder explotar todo terminaría. Miré mi reloj, quedaban solo treinta segundos. Era el momento que lanzando una salva final, las pezoneras, las bolas chinas y los dos vibradores se volvieran locos, cortando de cuajo el placer que asolaba ambos cuerpos. Disfruté viendo sus caras de sorpresa cuando esto ocurrió, asustadas las muchachas se quedaron petrificadas sin saber que hacer o que sentir, para respirar aliviadas al terminar.
Ni siquiera se miraron al vestirse, no tenían nada que decirse. María salió sin hacer ruido del despacho de su jefa y se sentó en su mesa esperando que nadie se diera cuenta que en su interior lloraba. Jimena, por lo contrario, esperó que su secretaria saliera para derrumbarse en la alfombra. La vi llorar y patalear durante cinco minutos. La orgullosa jefa estaba rota y no le importó que su chantajista la viera así, no le quedaban fuerzas ni dignidad para oponerse. Transcurrido un rato, se levantó del suelo y cogiendo su bolso, salió de su oficina en dirección a la mía. La vi acercarse, estuvo parada en medio del pasillo, luchando contra la idea de pedirme ayuda pero cuando ya creía que iba a claudicar, dándose la vuelta, cogió el ascensor. Desde mi ventana la vi marcharse.

“¿Faltó poco?, verdad. ¡Mañana caerás!”.

Su espantada me dejó la tarde libre. Sin supervisión, invertí mi tiempo en preparar las distintas trampas que mi fecunda mente había diseñado. Usaría mi nueva posición para aprovechar y desembarazarme de todos aquellos que en un pasado, se habían mofado de mí. Por supuesto, el primero en caer iba a ser mi jefe, el Sr. González. Llevaba una hora enfrascado en mi venganza, cuando tocando la puerta, María me pidió permiso para entrar.

-¿Tienes un momento?, me preguntó histérica. Sus profundas ojeras me narraban por si solas el doloroso sufrimiento que aquejaba a su dueña.

-Sí, ¿en qué puedo ayudarte?-. Era una pregunta retórica, ya que su repuesta era evidente.

José, me da mucha vergüenza pero necesito tu ayuda, no lo soporto más-, me contestó echándose a llorar.
La tonta estuvo berreando durante largos minutos, repartiendo la culpa de lo que le pasaba entre el hacker y Jimena. Al primero, no le podía perdonar haberla mezclado en su vendetta, pero era a su jefa-amante a la que acusaba directamente de todos sus males. Era una ironía del destino que eligiera el hombro de quien le estaba puteando para sincerarse. María se quería morir de la vergüenza, no podía soportar que sus padres y hermanos algún día descubrieran que había sido capaz de tirarse a una mujer para mantener un buen trabajo.
Me gustan las mujeres pero prefiero a los hombres-, afirmó intentado recalcar su independencia,-Maldito sea el día que esa zorra se fijó en mí, daría todo lo que tengo para librarme de su acoso-.

No le pude decir que no se preocupara por eso, cuando yo terminara sería del mío, del que tendría que preocuparse. En vez de ello, le ofrecí mi apoyo, jurándole que en mí iba a tener un amigo. Poco a poco se fue tranquilizando, le estaba dando una vía de escape a la que aferrarse, sin caer en la cuenta que lo que le extendía a sus pies era una trampa incluso peor que la de su odiada Jimena. Cuando ya pudo hablar tranquilamente, me pidió ruborizada que cumpliera la promesa de la comida, necesitaba liberar toda la excitación acumulada.
Me tomé mi tiempo antes de contestar:

-Cumpliré lo prometido pero, para hacerlo, necesito acoplar a un emisor de ondas una serie de aparatos que tengo en casa. Tardaré al menos cuatro horas. Mañana si quieres quedamos a las ocho, antes que lleguen todos y lo hago -.

En su cara descubrí decepción, la muy ilusa debía de pensar que su caballero andante la iba a salvar nada mas pedirlo. Por supuesto que podía proporcionarle un orgasmo en ese preciso instante, pero según mis cálculos no sería hasta las once de la noche, cuando el estrés llegara a su punto álgido. Además tenía que ser prudente, que tuviese la solución levantaría las sospechas tanto de ella como de su jefa.

“¡Qué espere, coño”.

-¿Estás seguro que mañana lo tendrás listo?, no puedo pasar otra noche en vela, sufriendo esos ataques-, susurró en un tono desesperado.

-Lo único que puedo hacer es llamarte cuando haya terminado y así sabrás que está listo-, le respondí con un doble propósito; provocarle aún más tensión al esperar mi llamada y conseguir su teléfono personal que me sería muy útil en el futuro.

Sin demora, cogió un papel que tenía en mi mesa y garabateó su número mientras me agradecía mis atenciones y me prometía compensarme de alguna forma. Tras lo cual, se acercó donde yo estaba y, por vez primera, me dio un beso en los labios, dejándome solo y cachondo en el despacho.
 

CAPITULO 4

La maquinaría estaba aceitada, el firme de la carretera en perfecto estado, tenían sus motores encendidos y sobre revolucionados, solo faltaba un pequeño empujón para que esas dos aceleraran sus cuerpos sin control y se despeñaran por el barranco. Tenía ya mis redes extendidas. Redes que al liberarlas de un siniestro chantaje, las mantendrían atadas de por vida.
Ese empujón iba a ser que ambas supieran que con solo pedírmelo, yo podría hacerlas disfrutar como nunca antes. Para ello, tenía que fabricar dos mandos portátiles que sustituyeran al teclado de mi ordenador, uno lo suficientemente aparatoso para que ellas estuvieran seguras de no haberlo visto antes, y otro tan pequeño que aún buscándolo pasara desapercibido.
Esa tarde, me volví a escapar antes de tiempo. Sabiendo que tendría que invertir por lo menos un par de horas, me fui directo a casa a trabajar. No me costó esfuerzo transformar un simple mando de la tele en un instrumento práctico para controlar los distintos aditamentos de la ropa interior de mis víctimas. Otra cosa fue crear de la nada un dispositivo no detectable que al acercarse ellas a mí, los pusiera en funcionamiento sin que ellas se diesen cuenta del cambio, y adujeran su excitación a una supuesta atracción por mí. Vencidas las trabas técnicas, lo acoplé a mi cinturón.
Miré la hora al terminar. Eran las diez y media de la noche y tenía hambre. Siempre he sido un desastre en la cocina en mi nevera no había nada decente que comer, por lo que ordené en el Telepizza una margarita. Tardaría media hora, para hacer tiempo a que llegara, decidí darme una ducha.
El agua caliente fue el detonante que necesitaba mi fértil imaginación para empezar a divagar. Bajo el chorro, soñé despierto que Jimena venía gateando sumisamente a mi cama en busca de mis caricias. Sus ojos hablaban de lujuria y rendición. Haciéndose un hueco entre mis sábanas, sus manos recorrieron mi cuerpo buscando mi pene bajo el pantalón del pijama. En mi fantasía, la vi abrir la boca y con su lengua transitar por mi sexo, antes de introducírselo completamente hasta su garganta. Siguiendo el guión de esa visión onírica, mi mano aferró mi endurecido tallo y empecé a masturbarme al ritmo imprimido por mi jefa. Estaba a punto de regar la ducha con mi semen, cuando el sonido del timbre me sacó de mi ensoñación.

“¡Puto repartidor!, podía haber tardado un minuto más”, pensé mientras salía de la ducha y cogía una toalla con la que tapar mi erección. Al abrir la puerta, me llevé la sorpresa que en vez del empleado de Telepizza, quien estaba ante mí era María. Me quedé de piedra. Casi desnudo, no tuve la rapidez ni el valor de evitar que entrara.

-Disculpa que haya venido sin avisar, pero tenía que saber cómo ibas-, me dijo mirando el bulto que resaltaba bajo la toalla.

-Estaba duchándome-, protesté.

-Por mí no te preocupes, termina que aquí te espero-, me contestó con el desparpajo que solo una mujer, que se siente guapa, tiene.

Cabreado por esa intromisión, volví al baño a secarme. “¿Quién cojones se cree esta niña para venir a mi casa?”, no podía dejar de repetir. Tardé en tranquilizarme, mi casa siempre había sido un lugar sagrado, jamás había permitido que las prostitutas, que había contratado, manchasen con su presencia sus paredes. Estaba poniéndome los pantalones cuando empecé a verle el lado bueno, si esa perra había venido por mi ayuda, se iba a llevar a casa mucho mas. Era incluso una oportunidad de oro que no podía desaprovechar, mis planes antiguos me daban de ocho a nueve para someterla, pero su indiscreción, me permitía contar con tiempo ilimitado.
De vuelta en el salón, María estaba de pie ojeando la colección de porno que tenía en la estantería. “Posee un culo estupendo”, pensé al ver su trasero respingón. Al oírme, se giró diciendo:

-Tienes buen gusto, para mí Jenna Jameson es la mejor-.

-¿Ves porno?-, le respondí extrañado. No conocía a ninguna mujer que abiertamente reconociera que era fan de ese cine tan mal catalogado por las mentes pensantes.

-Sí, me encanta, me ayuda a relajarme-.

Su respuesta me ablandó, quizás no fuera tan tonta como parecía. Tratando de verificar que no se estaba echando un farol solo por contentarme, le pregunté cuál era su película preferida. Sonrió al darse cuenta que era una prueba:

-Sin lugar a dudas es los tatuajes de Jenna, me dio mucho morbo la protagonista tatuando esos cuerpazos mientras le contaban sus fantasías-.

Prueba superada y con nota, la chica sabía de qué hablaba. Tras un momento incómodo donde no sabía que decir ni que hacer, le pregunté si quería una copa. Me preguntó si tenía un whisky.

-En mi apartamento puede faltar comida, pero nunca alcohol-, le contesté cogiendo el hielo.

Estaba sirviendo las dos copas cuando escuchamos el timbre:

-¿Esperas a alguien?-.

-No-, le respondí, -debe de ser el repartidor. Hazme un favor, sobre la cómoda hay dinero. Págale-.

Al volver, la rubia esta riéndose a carcajadas. Por lo visto el motero le había echado los tejos, diciéndole que había terminado su turno y que si quería se quedaba a disfrutar con ella de la pizza.

-¿Y qué le has contestado?-.

-Que ya tenía la mejor de las compañías-.

Me ruboricé al oírla. Esa muchacha estaba usando todos sus encantos para echarme el lazo. Lo sabía y, curiosamente, no me molestó. Tratando de evitar que al humanizarla tuviese algún reparo en usarla, le dije que ya tenía listo el emisor y que si quería podía darle lo que había venido a buscar.
Frunciendo el seño, me dijo:

-¿No me vas a invitar a cenar?, estoy que devoro-.

-Claro-, le respondí asustado por su franqueza. Había supuesto que había venido a correrse y nada más, por lo que ese cambio de actitud me desarmó.

La cena fue estupenda. María demostró tener ingenio y sentido del humor, además de estar buenísima. Paulatinamente fuimos cogiendo confianza. Me preguntó por mi vida, por mis aspiraciones y lo que más me sorprendió si tenía a alguien con quien compartir una pizza de vez en cuando.

-Soltero y sin compromiso-, le repliqué orgulloso de haber mantenido mi celibato intacto.

-Eso se puede arreglar-, pícaramente me contestó mientras recogía los platos y los llevaba a la cocina.

Había llegado el momento y de nada servía retrasarlo más. Esperé a terminar de recoger la mesa para preguntarla si estaba lista:

-¿Qué quieres que haga?-, me respondió.

-Me da corte decírtelo pero tengo que confirmar que tienes los mismos aparatos que Jimena. Necesito que te desnudes-.

Se le iluminó su cara como si fuera algo que realmente deseaba. “Está actuando”, pensé tratando de protegerme de su influjo, “no debo de caer, es una puta”, me dije buscando un motivo de no excitarme. Me quedé maravillado al ver la forma en que se desnudó. Como si fuera una stripper, María se bajó la cremallera de su falda contoneándose y sin dejar de mirarme. “Mierda, me estoy poniendo bruto”, tuve que reconocer cuando la chica empezó a desabrochar los botones de su camisa.

-Eres una cabrona-, le solté sin poder contenerme, – date prisa que si no voy a ser yo el que se ponga como una moto-.

-Me pides que me desnudes y ahora ¡te quejas!-. su desparpajo me estaba cautivando,- Si quieres que sea impersonal, ¡te jodes!-.

-Vale, vale-, le contesté tratando de mantener una aséptica posición.

Dejó caer su ropa al suelo y modelando, me hizo deleitarme con la belleza de su juvenil cuerpo. Con ella casi desnuda, aproveché el paripé de revisar los aparatos para disfrutar de su cuerpo con absoluta libertad. Me encantaron sus pechos de colegiala, sus contorneadas piernas, pero lo que realmente me cautivo fue su culo y su pubis. Dos poderosas nalgas que eran el complemento perfecto al sexo completamente imberbe que tenía.

-¿Estoy buena?-, me preguntó sin dejar de jugar conmigo.

-No lo sé todavía no te he probado, pero como dices eso se puede solucionar-, le dije metiendo un dedo en su sexo y llevándomelo completamente embadurnado de su flujo a la boca,-Sí, ¡estás muy buena!-.

-¡Qué pedazo de hijo puta eres!-, me respondió muerta de risa por mi caradura-, para eso es, pero se pide-.

Dándole una nalgada, le respondí que ya bastaba de jugar, que había venido a desbaratar los planes de ese chantajista, y eso íbamos a hacer:
Un favor, antes que empieces. Te importa poner una película y sentarte a mi lado, no quiero darle el placer de correrme como una autómata, prefiero que sea Jenna quien me excite-.

No pude negarme, y tras poner el video, me acomodé a su lado en el sofá.

-¿Cuando quieras?-, le dije.

Nerviosa, me rogó que esperara a que diera comienzo la película y que no le avisara cuando, que no quería saber que parte era natural y cual inducida. Eso no solo no me venía mal sino que favorecía su futura adicción a mí, por lo que no tuve ningún reparo en prometerle que así sería. Reconozco que no fue una decisión cien por cien racional también me excitaba la idea de verla entrando en faena por sí sola.
La película que había seleccionado no podía ser otra que su favorita. Ella al percatarse de mi elección, me dio un beso en la mejilla y apoyo su cabeza en mi regazo para verla tumbada.

-¿No te importa?-, susurró sin apartar su ojos de la tele.

En la pantalla, Jenna estaba atendiendo a una espectacular morena en su tienda de tatuajes. La protagonista quería que le tatuara un corazón muy cerca de su pubis, lo que daba al guionista el fútil motivo para que la actriz afeitara el sexo de su clienta.

-Tócame-, pidió sin mirarme,-nunca he follado viendo una porno-.

Esas palabras eran una declaración de guerra, María quería que le diese caña y recorriendo con mi mano su dorso desnudo, decidí que caña iba a tener. Recibió mis primeras caricias, diciéndome que no comprendía porque nunca se había fijado en mí. No quise escucharla, llevaba demasiado tiempo sin una mujer que me diera cariño. No podía creerla. Para tener las manos libre, programé los controles para que fuera subiendo su excitación y en menos de media hora se corriera brutalmente.
En la película, Jenna estaba pellizcando uno de los pechos de la intérprete, fue entonces cuando decidí seguir el guión marcado por el celuloide. Subiendo mi mano por su estómago, atrapé uno de sus pechos y sin importarme si estaba lista, apreté su pezón entre mis dedos.

-Ahh…me gusta-, la escuché decir mientras se llevaba su mano a la entrepierna.

Envalentonado, repetí la operación con el otro mientras le decía que era una putita muy dispuesta. Mis palabras coincidieron con la puesta en funcionamiento de los aditivos de su ropa interior, y sin poderse aguantar la muchacha me rogó que siguiera acariciándola.
Para obedecerla, me puse de rodillas. Verla tirada en el sofá, esperando mis mimos, me calentó de sobremanera. Cogí uno de sus pies, y usando mi lengua fui recorriendo cada uno de sus dedos antes de metérmelos en la boca.

-Dios, ¡qué maravilla!-, gimió descontrolada.

El suave sonido del vibrador me indicaba que aún quedaba más de quince minutos para que mis artilugios estuvieran a plena potencia. Tenía tiempo, mucho tiempo, podía disfrutar lentamente de esa cría. Bajando por su tobillo, fui embadurnando de saliva sus piernas mientras mis manos apresaban sus pechos, magreándolos. Sus caderas bailaban al ritmo de las caricias de mi boca en una arcaica danza de fertilidad. Su excitación se fue incrementando producto de mis caricias. El flujo estaba empezando a manchar la braguita. Al notar ella que ya tenía su sexo a escasos centímetros de mi lengua, me imploró que no parase que necesitaba sentirla en sus labios.
No le hice caso, ralentizando mi acercamiento, recorrí su muslo cruelmente. Tenía que llevar el control. Con la respiración entrecortada, me gritó que me diera prisa. En vez de ello, le aticé una sonara nalgada mientras le decía:

-Llevas mucho tiempo esperando a correrte, no te vendrá mal unos minutos-.

Estaba desbocada, le urgía sentir un pene entre cualquiera de sus labios. Sin pedirme permiso se bajó del sofá y sentándose en la alfombra, sacó mi pene de su encierro y hecha una loca golosa, se lo introdujo en la boca. Su humedad envolviendo mi sexo coincidió con el inicio de su estimulación anal. María no podía dejar de retorcerse de placer, mientras su mano acariciaba mis huevos y su garganta se empalaba con mi tallo.

“¡Qué buen francés!”, certifiqué al sentir que estaba usando su lengua para presionar mi glande cada vez que se lo introducía. “Esta muchacha es una verdadera máquina”.

Viéndome a su merced y sin importarle que pudiera pensar de ella después, se levantó y preguntó:

-¿Donde están los sensores?-.

-En los pechos y el coño-, le respondí sin saber a qué se refería.

Poniéndose a cuatro patas, se quitó el estimulador anal y agarrando mi pene, se lo acercó a su entrada trasera.

-¡Qué esperas!-, me gritó.

Sus palabras dieron carpetazo libre a mi lujuria y cogiendo con mi mano parte de su flujo, aflojé los músculos de su esfínter antes que, de un solo golpe, le introdujera toda la extensión de mi falo en su interior.

-¡Animal!– chilló al sentir como se abría camino en sus intestinos, pero no trató de sacarlo sino que tras una breve pausa empezó a agitar sus caderas buscando llegar a su clímax.

Verla tan dispuesta, me exacerbó y usando sus pechos como agarre, empecé a montarla sin misericordia. Tras un minuto de loco cabalgar, mi montura se empezó a cansar por lo que le tuve que espolear dándole una fuerte nalgada. Como buena yegua respondió al castigo acelerando su ritmo. María no podía dominarse, gritando y gimiendo, me pidió que siguiera azotando su trasero. Dominado por la pasión, no le hice ascos a castigar ese maravilloso culo mientras su dueña berreaba sin control.

-¡Me corro!-, bramó retorciendo todo su cuerpo sobre la alfombra.

Inconscientemente miré el reloj de mi pulsera, su clímax estaba coincidiendo con el momento álgido de la acción de los aparatos. Acelerando mis maniobras busqué sincronizar mi goce con el de ella. Agarrando su melena, tiré de ella para conseguir que mi penetración fuera total. A punto de explotar, fui coparticipe de su placer. Al rebotar mis testículos contra su coño, el flujo que brotaba libremente de su cueva salpicó mis piernas, dejándolas totalmente empapadas. Todo mi ser estaba disfrutando de ella cuando desplomándose contra el suelo empezó a agitarse como posesa, pidiéndome que abonara su sexo con mi simiente. Sus gritos fueron la espuela que me faltaba para explotar dentro de María en feroces oleadas de placer. No tuve piedad y seguí derramando mi esperma hasta que conseguí vaciar todo dentro de ella.
Al sacar mi pene, María me obsequió con una visión celestial. Abierta de piernas, tirada sobre la alfombra, su esfínter totalmente dilatado no pudo contener toda mi eyaculación por lo que me maravilló ver los blancos riachuelos, que surgían de su interior, recorriendo sus piernas. Mi adorada presa le costó recuperarse, desmayada no dejaba de gemir con los últimos estertores de su orgasmo mientras, en la tele, Jenna se corría en la boca de una apetitosa negrita. Agotado, me senté en el sofá con la satisfacción del trabajo bien hecho. Al cabo de unos minutos, gateando se acercó a donde yo estaba y con la felicidad impresa en su rostro, besó mi mano diciéndome que nunca en su vida había disfrutado de un orgasmo semejante.

-Tienes mucho que aprender-, le dije acariciándole la cabeza mientras volvía a poner en funcionamiento las pezoneras y el vibrador-, esta noche te quedas a dormir, tengo que enseñarte un montón de cosas-.

Apoyando su cabeza en mi regazo, solo pudo murmurar un GRACIAS antes que, cogiéndola en mis brazos, la llevase a mi cama.
 

CAPITULO 5

 

Una mano acariciando mi pene me despertó. Medio adormilado observé a María acurrucada a mi lado, tratando de animar a mi amorcillado tallo con sus dedos. Mi querida presa me expresaba de ese modo que no había tenido bastante con los múltiples orgasmos que asolaron sus defensas antes de caer dormida por puro agotamiento. Recordé que de madrugada, la muchacha, llorando de alegría, me rogó que la dejara descansar, que le dolía todo el cuerpo de tanto como había gozado. No habían trascurrido más de tres horas y ya estaba ansiosa por repetir.

“Esta niña me va a dejar seco”, pensé al verla ponerse en cuclillas y sin pedirme mi opinión, recorrer con su lengua mi extensión. “Qué arte tiene“, certifiqué al sentir como jugaba con mi glande, con besos y lengüetazos mientras me acariciaba suavemente mis testículos. No tuve que tocarla para que se fuera calentando de una manera constante. Era una locomotora que se dirigía hacia el abismo y su maquinista lejos de intentar frenar aceleraba cada vez más. Sus jadeos comenzaron aún antes que consiguiera despertarme por completo, Moviendo sus caderas, usó mi propia pierna para masturbarse. Fuera de sí, fui espectador de su primer orgasmo. Retorciéndose como una sanguijuela, se introdujo mi pene en la boca. Estaba poseída por la pasión, exigía como sacrificio desayunar mi leche para calmar su hambre. Aunque le costaba respirar era tal su pavorosa necesidad que, alucinado, experimenté como las paredes de su garganta se abrían para dar cobijo al intruso hasta que sus labios rozaron la base de mi falo. Su coño empapado no dejaba de rozarse contra mi piel, cuando sentí como todo su cuerpo volvía a temblar. Totalmente excitada, no supo o no pudo detenerse y levantándose sobre el colchón, la vi quitarse las bragas y las bolas chinas y de un solo arreón empalarse. Gritó al sentir mi cabeza golpeando contra la pared de su vagina y antes que pudiera, yo, siquiera moverme, caer derrotada retorciéndose mientras no paraba su placer de fluir por mis piernas.

-Estás loca-, dije poniéndole las bragas y reintroduciendo las bolas chinas en su interior,– el chantajista puede saber que te las has quitado-.

Me da igual, te necesitaba-, me respondió con una sonrisa, – y la culpa la tienes tú-.

-No sé a qué te refieres-, dije extrañado.

-No te hagas el tonto, has encendido los aparatos cuando sentiste que te tocaba-.

Entonces al oírla supe que la misión de los artilugios había terminado, María con solo tocarme se había excitado hasta el orgasmo sin ayuda exterior.
Te equivocas, no he usado el mando. Has sido tú sola-.

-¡Imposible!-, me respondió.- He sentido su acción en mis pechos, en mi coño y en mi culo. No me digas que no-.

Era el momento de confirmar mi teoría. Dándole el mando, le ordené que verificara ella misma que estaba apagado.

-José, no fastidies, te repito que lo noté-.

-Y, ¿Ahora?-.

Torciendo el gesto, visiblemente enfadada, me contestó que no.
Termina lo que empezaste-, le ordené acercando mi sexo erecto a su boca.
Nada mas sentir sus labios rozar mi glande, la excitación recorrió su cuerpo y renovando su pasión, se lanzó en la búsqueda del placer mutuo.
Cinco minutos después, tirada en la cama y con su estómago lleno de mi semen, derrotada, me miró:
-¿Qué me has hecho?, ¿porqué siento esto cada vez que te toco?-.

-No lo sé, pero creo que el chantaje ha tenido este efecto secundario. Te has vuelto adicta a mí-.

Se quedó unos minutos callada, pensando, tras lo cual sin ningún rastro de vergüenza o de rencor me contestó que si era así, ella estaba encantada. Nunca había experimentado tanto placer y si ser adicta significaba que con tocarme su cuerpo iba a volver a disfrutarlo, bienvenido.

-Hay un problema, Jimena-, le recordé.

Mi querido celebrito, ¿cómo es posible que siendo tan inteligente, seas a la vez tan tonto?, no te das cuenta que durante dos años he estado en manos de esa zorra y que con tu ayuda, le devolveremos con intereses sus desprecios-.

Solté una carcajada al oírla y usando mi nuevo poder, le pedí que se levantara a preparar el desayuno.

-Sí, mi amo-, me dijo con una esplendida sonrisa.

Después de desayunar y mientras se estaba vistiendo, le comenté que si quería no era necesario llevar el conjunto.

-Y eso ¿porqué?-

-Todavía no has caído en que yo soy el chantajista-.

Me miró alucinada y tras unos instantes de confusión me contestó:

-Eres un cabrón, pero …MI CABRON…me lo voy a poner hoy porque seguimos con un trabajo que hacer pero, esta noche, ¡Te juro que me vengaré!-.

 

CAPITULO 6

Fuimos al trabajo en el coche de María, pero antes de llegar me bajé para que nadie nos viera. Teníamos que seguir guardando las apariencias, no nos convenía que llegara a oídos de Jimena que nos hubieran visto coger llegar juntos porque podría atar cabos. Durante el trayecto, habíamos planeado los pasos a seguir, las diferentes trampas que extenderíamos a su paso para que al terminar esa jornada, nuestra odiada jefa hubiese perdido su capacidad de reacción y por eso al entrar en mi oficina, me enfrasqué en el trabajo. Ni siquiera me di cuenta que rompiendo con una rutina de años, la zorra llegó con dos horas de retraso.
Al salir del ascensor, vino directamente a verme. Me sorprendió su aspecto desaliñado. Estaba histérica, no había podido pegar ojo en toda la noche y quería saber que había averiguado.

-Muchas cosas-, le contesté, –he localizado la IP del hacker y en este instante estoy intentando romper las claves de su firewall. Solo queda esperar, en menos de veinticuatro horas, sabremos quién es y si la suerte nos acompaña, podré inocularle un virus que destroce su disco duro, borrando toda su información-.

-Entonces, solo queda esperar-.

-Sí, conviene seguirle la corriente para que no sospeche y no se le ocurra hacer públicos los videos antes de tiempo-.

Le acababa de decir que su problema se podía considerar terminado. Lo lógico hubiera sido que esa mujer hubiese saltado de alegría al saberlo, pero su semblante seguía siendo cetrino.

-Jefa, no comprendo, ¿porqué no se alegra?-.

-No sé si voy a poder aguantar hasta mañana sin volverme loca. Ese malnacido ha diseñado el instrumento de tortura perfecta. Desde que lo llevo puesto no he podido dormir ni comer, me da miedo hasta beber, por si al ir al baño saltan las alarmas. Fíjate lo mal que estoy que me parece insalvable esperar estas veinticuatro horas-.

-Ya veo. Mire no sé si le puede servir pero ya he terminado de desarollar el aparato que le conté. Solo hace falta encenderlo. Si me da usted permiso, lograría relajarse-.

Se le iluminó la cara al oírme. No era consciente pero en ese instante estaba siendo excitada por mí.

-¿En qué consistiría?-.

-Nada que no haya sentido pero amplificado. El hacker diseñó un ingenioso sistema que les llevaba al borde del orgasmo, lo único que he hecho ha sido romper esa barrera, por lo que no solo conseguirá correrse sino que según mis cálculos, el placer que sentirá será algo nunca experimentado-.

-¿De verdad?, ¿conseguirías hacerme descansar?-.

-Sí-.

-Entonces, ¿a qué esperas?-.

Señora, no creo que la oficina sea el lugar adecuado. Piense que el proceso tardará al menos una hora y cuando se aproxime, ustedes dos perderán por completo el control-.

-Entiendo-, se quedó pensando en lo acertado de mi consejo, si era la mitad de salvaje de lo que ella misma suponía, convenía hacerlo en su sitio que no tuviera testigos. –José, voy a llamar a María y nos vamos-.

No me había dicho donde pero daba igual el sitio que eligiera. En dos horas, esa mujer iba a ser nuestra sirvienta, quisiera o no. A través de mi ventana, observé a sus secretaria haciéndose la sorprendida. Tal y como habíamos previsto, Jimena no iba a poder soportar el estado de excitación continua y aceptaría gustosa cualquier vía de escape que le propusiéramos. Llevando todo lo necesario en mi maletín, las esperé en el pasillo.
Siguiendo a pies juntillas mi papel, bajé la mirada al montarme con ellas en el ascensor. Para que no desconfiara, yo debía de seguir siendo ese tímido empleado, mero ejecutor de sus órdenes. Fuimos directos al parking donde había aparcado el Jaguar. Me hizo sentar en los asientos de atrás mientras le pedía a María que se sentase a su lado.
La certeza de que quedaban minutos y no horas para liberarse, fue haciendo que humor cambiase y en menos de diez minutos, había vuelto a ser la misma hija de puta estirada de siempre.

-Mi linda, ¡cómo vamos a disfrutar!-, estaba encantada con la idea de volverse a tirar a su secretaria y refiriéndose a mí, le soltó:-Por éste no te preocupes, piensa que es un mueble, mañana cuando descubra quien es ese hacker, le daré una gratificación y todo olvidado-.

No demostró enfado por ser tratada de puta en presencia de un extraño, al contrario pude ver, a través del espejo, cómo mi ahora cómplice me guiñaba un ojo mientras le preguntaba hacia adonde nos dirigíamos.

-A mi casa-.

Fui incapaz de evitar sonreír al oírlo. Según María, Jimena solo la llevaba a su apartamento en contadas ocasiones, la mayoría de ellas cuando quería dar rienda suelta a su faceta dominante. “Esta puta no sabe donde se está metiendo” pensé, disfrutando por anticipado, al saber que entre otros artilugios esa mujer había hecho instalar una silla de ginecólogo como objeto de placer. En ella, solía atar a su secretaria para abusar de ella.
Esa zorra tenía tanta prisa que, en un trayecto que normalmente le tomaba medía hora, tardó veinte minutos. Sin bajarse del coche, abrió la verja de su chalet y sin meter el coche en el parking, nos hizo bajarnos . Nunca había estado en la Moraleja, no sabía que pudiera ser posible tanta ostentación y lujo. Se mascaban los millones que se había gastado en decorarlo. Abriendo el camino, nos llevó a su habitación. Reconozco que me quedé alucinado al entrar, en ese cuarto cabían al menos dos pisos como el mío.

-Esperad aquí mientras me cambio-, nos ordenó nada más entrar.

No nos hizo falta hablar, ambos sabíamos nuestra función en ese drama. Teníamos que seguirle la corriente hasta que se excitara, entonces y solo entonces daríamos la vuelta a la tortilla y la cazadora se convertiría en víctima. Tardó unos minutos en volver vestida, además de con el conjunto, con un antifaz y unas botas negras. Esa zorra se había disfrazado de dominatriz. Haciéndome el idiota, pregunté si quería que me escondiera en un armario para no ser testigo de lo que ocurriera.
No hace falta, me da morbo que estés mirando. Tómatelo como un anticipo-, contestó mientras desnudaba a su secretaria. María se dejó hacer. Callada, soportó sin inmutarse que su jefa desabrochara su falda y su blusa, dejándola solo con el conjunto que yo les había regalado. –Acerca la silla a la cama-, me ordenó a la vez que tumbaba sobre las sabanas a la muchacha,-quiero ver cómo te masturbas mientras me tiro a mi secretaria-

No hacía falta esperar más, sacando de mi maletín el mando a distancia, di inicio al programa que había diseñado especialmente para ella. La siguiente medía hora Jimena iba a sentir como se iba calentando hasta conseguir llevarla más allá del orgasmo, sin saber que María solo disfrutaría de una suave sesión.
La zorra de mi jefa gimió a sentir las primeras vibraciones en su coño y poniéndose a cuatro patas abrió las piernas de María. No le pidió su opinión para hundir su lengua hasta el fondo del sexo de la rubía al saber que al igual que durante los dos últimos años esta no iba negarse, le pagaba un buen sueldo y se creía en el derecho de usarla cuando le diera la gana. “Qué buen culo a desflorar. Qué poco te va a durar virgen”, pensé catalogando mentalmente como un diez las nalgas de Jimena que su lujuria me permitía observar pero no tocar por ahora. Mi cómplice me había comentado que esa mujer solo tenía un tabú en el sexo. Podía ser una ninfómana pero nunca aceptó que nadie hoyase su entrada trasera. “¡Eso va a cambiar!, de hoy no pasa que yo te desvirgue tu rosado agujero”.

La temperatura de la escena iba subiendo por momentos. Desde mi posición, pude percibir como del fondo de su coño fluía sin control un riachuelo que discurría por sus piernas, yendo a morir sobre las sábanas. María era la persona que mejor la conocía, era ella quien debía de dictaminar el momento de tomar el control y someterla. Mientras tanto solo podía observar y callar. Sin quitar ojo de la escena, fui preparándome mentalmente para el instante en que por medio de una seña previamente pactada me dijera que era el momento de actuar. María no dejaba de decirme con su mirada que me deseaba pero que esperara, que todavía Jimena no estaba lista.
Ser el convidado de piedra de un show lésbico no me resultó sencillo y más al ser consciente que una de sus integrantes lo que deseaba es sentir mi pene nuevamente deambulando por el interior de su coño, y no la lengua de la otra. La secuencia de descargas y vibraciones estaban llevando a Jimena al colapso, olvidándose de su pareja se dejó caer sobre las sábanas y retorciéndose buscó con sus manos su propio placer.
Ven. Déjame hacerte el sexo oral como a ti te gusta-, escuché decir a María mientras tumbaba a su acosadora sobre las sábanas. Cuando mi amante, aprovechándose del estado de Jimena, cerró los grilletes en torno a sus muñecas, supe que había llegado el momento de levantarme y ayudarla a inmovilizarle las piernas.

-¿Qué hacéis?-, gritó echa una furia al percatarse de que estaba indefensa.

-Evitar que te escapes mientras María y yo hacemos el amor-, le contesté mientras cogía el mando e incrementaba la velocidad de los distintos aditamentos pero sobretodo del estimulador anal.

Os ordeno que me soltéis, ahora mismo-, chilló histérica.
Poniéndose a horcajadas encima de ella, María le soltó un tortazo.

-¡Puta!, ¡cállate!. Necesito silencio para disfrutar del pene de mi hombre-.

Asustada, obedeció. Se le notaba aterrorizada al saber que la mujer que la tenía sometida había sido objeto de sus desprecios durante mucho tiempo y que ahora se estaba vengado. María me llamó a su lado. Dijo susurrando que quería que le hiciera el amor encima de su presa. Rápidamente terminé de desnudarme.

-Jimena, chúpame mientras yo disfruto de su hombría. Y hazlo bien, o ¡te arrepentirás!-, oí que le ordenaba poniendo su sexo en la boca de la mujer y dirigiéndose a mí, me rogó que me acercara.

Asiendo mi pene con dulzura, acercó su boca a mi tallo y sacando la lengua fue acariciándolo mientras me decía lo mucho que me había echado de menos y que esa puta ya no conseguía excitarla. Su odiada jefa tuvo que soportar escuchar que era un segundo plato, pero lejos de protestar, incrementó sus caricias al sentir que su cuerpo se revelaba contra esa humillación y que contra su voluntad estaba sobreexcitada. La rubia cambiando de posición se tumbó sobre Jimena dándome la espalda, dejando su sexo expuesto a mí pero permitiendo que la morena siguiera mamando de su néctar:

-Fóllame mientras está puta te chupa los huevos, ¡quiero que se trague el flujo de mi placer!-.

Comprendí cual era su intención, mi amante deseaba que fuera coparticipe de nuestro placer para forzar su sumisión. Usando mis manos separé sus nalgas y acercando mi glande a su vulva, exigí a nuestra víctima que la lubricara. Incapaz de negarse abrió su boca engullendo mi miembro mientras yo acariciaba los pechos de mi amada. Ya completamente ensalivada, fui penetrando el sexo de María lentamente para que pudiera experimentar como cada uno de sus pliegues se retorcía al dar paso a toda mi extensión.

-Te necesito-, gritó al sentir como que la cabeza de mi pene chocaba contra la pared de su vagina.

Sus palabras de pasión me dieron la motivación extra que esperaba. Usando mi miembro como ariete fui derribando una a una todas sus defensas, a la par que mis huevos rebotaban contra la cara de Jimena. La mujer no pudo evitar soltar un sollozo al oír los aullidos de placer de María. “Estás celosa, puta”. Acelerando mis penetraciones, usé los pechos de la rubia como agarre. Completamente poseída por sus pasiones, me estaba rogando que me corriera dentro de ella cuando empezó a temblar presa del éxtasis que dominaba su cuerpo, momento que aprovechó nuestra jefa para beberse con gran sed el flujo que su sexo derramaba sobre mis huevos.

-¡Me corro!-, clamó desesperada Jimena, retorciéndose bajo nuestros cuerpos.

-No la dejes-, me pidió María,- debo ser yo la primera-.

Reconozco que fui insensible a sus ruegos, pero tenía una buena razón para ello, debía ser mi pene el que la sometiera. Por eso y solo por eso, saqué mi miembro de su sexo y liberando a la zorra, le di la vuelta. Ese culo con el que tantas veces me había masturbado tenía que ser mío. Jimena chilló al darse cuenta de mis intenciones. No hice caso de sus lloros y desgarrando la tela de sus bragas, le abrí sus nalgas y cogiendo flujo del coño de María, relajé durante un momento su esfínter y de un solo golpe la desvirgué analmente. Se quedó paralizada al sentir que le rompía el culo. Había supuesto que iba a revelarse a mi agresión, pero en contra de mi previsión, esperó pacientemente a que yo marcara el ritmo. Mi rubia amante decidió que ella también quería su parte y tirándole del pelo llevó su boca a su sexo.

-¡Dale duro!-, me ordenó María.

No sé si fue eso, o verme como un semental que se estaba cruzando con la mejor yegua de la oficina, pero dándole un azote en las nalgas empecé a mover mi pene en su interior.

-Agg…-gimió al notar que sus músculos eran forzados por los movimientos de mi extensión en su trasero.

Hice caso omiso a ambas mujeres, la posesión de ese ansiado trasero me espoleó y acelerando mis penetraciones tiré de su negra melena, mientras seguía castigando sus cachetes con mi mano. La presión de su esfínter se fue relajando facilitando que la mujer se fuera acostumbrando a sentir mi verga en su interior. Paulatinamente, el dolor fue dando paso al placer, hasta que completamente rendida a mi acoso, clavando las uñas en el colchón reanudó la mamada a la rubia. Ésta al sentir la lengua de su odiada jefa hurgando en su clítoris, me miró buscando mi aceptación.

-Está bien-, al escuchar que no me importaba que fuera su boca quien la hiciera gozar, mordiéndose los labios y cerrando los ojos, se puso a disfrutar.

Ya tenía suficiente confianza con ella para sentir celos de mi montura. Pero aún así, no podía olvidar los malos ratos que le había hecho pasar ni los continuos desplantes con los que mi jefa me había tratado durante años, por eso acercándome a ella, le susurré al oído que ya había descubierto al chantajista y que entre su secretaría y yo habíamos montado esa orgía con el único propósito de bajarle los humos.

-Eres una puta de culo fácil-, le solté mientras cambia de agujero.

Su coño recibió mi pene totalmente mojado. La zorra estaba a punto de correrse y al constatarse del cambio, empezó a estremecerse pidiéndome que no parara. Obedeciendo a mi instinto de depredador, mordí su cuello coincidiendo con el orgasmo de las dos mujeres. Cabreado por no haber conseguido desahogarme, continué acuchillando su cuerpo con mi sexo, prolongando su clímax más allá de lo razonable. María al ver que no conseguía vencer mi erección se agachó a mi espalda y separándome las nalgas, violó mi esfínter con su lengua. La sacudida fue brutal, mi verga explotó anegando la cueva de Jimena con mi semen, mientras su dueña caía desplomada sobre la cama.
Tirados sobre las sábanas, nos costó unos minutos recuperar el aliento, tras lo cual, mi amante me dio un beso diciéndome:
Vámonos a casa, José. Aquí ya hemos terminado
Sabía que tenía razón, solo quedaba una cosa por hacer:
Jimena, en este pendrive, tienes las pruebas que el hacker es González. Haz lo que quieras con él, su disco duro ha sido borrado y no tiene ninguna prueba que usar en contra de ti. Mañana pasamos por el finiquito-.
Lejos de sentirse aliviada, mi querida jefa, totalmente espatarrada y con el culo roto, se echó a llorar al saber que todo había terminado. Ni María ni yo quisimos consolarla y vistiéndonos salimos de su chalet.

-Podíamos haberle pedido que nos acercara a coger un taxi-, me susurró la rubia al caer en la cuenta que teníamos que andar un largo trecho hasta la entrada de la urbanización.

-Eres una ingenua. Antes de cinco minutos esa zorra va a venir corriendo a buscarnos. Acostumbrada a mandar nunca había disfrutado del sexo realmente. Hoy, la hemos desvirgado en más de un sentido. Por primera vez en su vida ha sabido lo que es el placer y ya nunca se le va a olvidar.

 

EPÍLOGO

Esto que os he narrado ocurrió hace seis meses. Hoy en día seguimos teniendo nominalmente un trabajo de mierda, María sigue siendo la secretaria de Jimena y yo, ese empleaducho de tres al cuarto del departamento de desarrollo pero al salir del trabajo y llegar a nuestra casa en la Moraleja, nuestra altiva jefa cambia su traje de chaqueta por el uniforme de criada y se dedica en cuerpo y alma a servirnos.

Relato erótico: “Todo por un error” (POR DOCTORBP)

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Isaac ponía rumbo al primer partido del torneo de fútbol sala que disputaba con unos amigos ese fin de semana. Se trataba de unas 24 horas muy típicas en verano, es decir, un torneo en el que se disputan partidos durante ese periodo, normalmente de forma ininterrumpida. Habitualmente cada uno de los equipos juega sus partidos con un intervalo de unas pocas horas, lo justo para poder descansar para el siguiente encuentro.

A Isaac le acompañaba su mujer, Maite, y un par de amigos, integrantes del equipo. En total eran 8 los que formaban la escuadra y habían quedado en reunirse en el pabellón una hora antes del comienzo del primer encuentro, el viernes a las 19h. Fueron los primeros en llegar.

Isaac y Maite tenían ambos 30 años. Se habían casado hacía poco, pero se conocían desde que no eran más que unos entusiastas adolecentes y habían sido novios desde los 25.

Mientras esperaban, fueron llegando el resto de jugadores, algunos de ellos acompañados de sus novias y/o mujeres. Los últimos en llegar fueron los 2 integrantes más jóvenes del equipo, el compañero de Isaac en su equipo de fútbol 11 y su hermano, de 20 y 15 años recientemente cumplidos respectivamente, acompañados por su padre.

El equipo era algo variopinto, con gente de diferentes edades y que gran parte no habían jugado nunca juntos. De ahí que las cosas no empezaran demasiado bien y salieran derrotados del primer encuentro. Sin embargo era un equipo maduro en su mayoría que buscaba más el pasar un buen rato rodeado de buena gente que no el vivir al 100% la ambición de ganar a toda costa. Señal de ello fue el decidir ir todos a cenar después del partido aprovechando que no volvían a jugar hasta la mañana siguiente.

Isaac era bastante amigo del padre de los 2 chicos más jóvenes con lo que se sentaron juntos durante la cena. Los muchachos, Jaime el pequeño y Sebas el mayor, se sentaron junto a Maite. En frente de ellos estaban su marido y Pedro, el padre de los jóvenes.

-¿Así que ahora te vas de fiesta? – le preguntó Isaac a Sebas que parecía bastante tímido.

El adolescente le respondió con una sonrisa.

-¿Pero ya sabes que mañana jugamos a las 9h.? – le advirtió Isaac.

-No va a venir – intervino Jaime con tono de reproche.

-Que sí – saltó el aludido – que llego a las 6h. o las 7h., me echo una horita y yo vengo – se comprometió.

-Como se acueste ya no se levanta – afirmó el padre.

-Pues entonces no me acuesto – replicó Sebas.

-Así que ahora, cuando termines de cenar, te vas de fiesta toda la noche después de jugar un partido y ¿mañana estarás preparado para el siguiente…? – intervino Maite.

El chico la respondió con una sonrisa tímida.

-¿Entonces vendrás empalmado? – preguntó Maite inconsciente del error.

La sonrisa de Sebas se tornó una mueca de vergüenza atisbada por la mujer, momento en el que fue consciente de su fallo. Por un momento no supo cómo reaccionar y fueron las risas del resto las que rebajaron la tensión.

-Oye, Maite, tranquilízate un poco – bromeó Isaac.

-¡Ay! que me he equivocado… – se disculpó sin darle mayor importancia – Quería decir que si… ¿cómo se dice? – no le salía la palabra.

-… que si vendrá de empalmada – la ayudó Pedro.

-¡Eso! – sonrió Maite por el momento tan surrealista que se había producido.

La cena prosiguió su curso aunque Maite no olvidaba lo gracioso que había sido ver la expresión del joven Sebas tras oír su equivocada pregunta. Miró a su marido, sonriéndole, quien la entendió perfectamente.

-Eso es que te ha traicionado el subconsciente – le bromeó con disimulo.

Y ella le respondió con un gesto de aseveración, insinuando lo potente que estaba el chico: joven, alto, fuerte, moreno y muy guapo. Isaac no le dio mayor importancia, pero ella rectificó diciendo que el que era una monada era Jaime, un clon de su hermano pero en pequeñito.

Tras la cena todo el mundo volvió a su casa a descansar para el día siguiente ya que sería una jornada dura repleta de partidos, menos Sebas que se fue de fiesta tal y como tenía previsto.

Al día siguiente, a las 8:30h. estaban todos tal y como habían quedado para empezar a cambiarse. Únicamente faltaban Sebas y su hermano quien no se encontraba bien y Pedro avisó que no iría a ese partido. Así que, mientras todos estaban en el vestuario, Maite se quedó sola en la grada puesto que era la única pareja que había asistido a esa jornada tan matutina. Mientras pensaba en sus cosas vio llegar a Sebas que parecía venir ya cambiado para el partido.

-¿Qué? ¿Vienes empalmado o no? – le bromeó desde lo alto de la grada cuando se acercó lo suficiente como para que no la oyera nadie.

-Si quieres puedes comprobarlo tú misma – se sorprendió Sebas a sí mismo respondiendo tal y como si aún estuviera de fiesta con cualquier chica de la noche. Seguramente el que hiciera tan poco rato desde que estaba en esa situación había tenido mucho que ver en esa respuesta.

-Pues no te voy a decir que no me agradaría – le replicó Maite sin cortarse un pelo, poniéndose a su altura.

Sebas estaba acostumbrado a triunfar con las chicas. Cada noche que salía podía conseguir a la que quisiera y, sin ir más lejos, esa noche había sido como tantas otras y, si no fuera por el partido, en ese momento posiblemente estaría compartiendo cama con alguna tía buena. Era el caso de Maite. Aunque era bastante más mayor que las chicas con las que solía moverse, estaba tanto o más buena que cualquiera de ellas. Sin duda era toda una mujer y aquella insinuación lo envalentonó.

-Entonces cuando tú quieras – le propuso seriamente, pero Maite le ignoró a conciencia – ¿Están en el vestuario? – le preguntó viendo que ya no entraba al trapo.

-Sí – le respondió ella más secamente.

-Maite, ven un momento – le propuso.

Ella se acercó, bajando por la grada, hasta asomarse desde lo alto viendo ahora sí a Sebas de cuerpo entero ya que estaba bastante pegado a la grada. Al verlo se asustó al no esperarse para nada la sorpresa que le tenía preparada.

El chico se había agarrado la tela del pantalón de deporte separándola de su cintura dejando ver a Maite su espléndida polla en reposo.

-Pero no está empalmada – reaccionó Maite con picardía una vez sobrepuesta a la sorpresa inicial.

-Será porque tú no quieres – le insinuó el chico completamente desinhibido.

-Anda, vete para el vestuario que te están esperando – le respondió Maite con un cierto aire a reprimenda por su comportamiento.

El chico le hizo caso, soltó la tela que sonó al golpear contra su fibrado vientre y se dirigió a los vestuarios sin decir nada más. Maite se sintió bien al descubrir que era capaz de atraer a chicos jóvenes y guapos como Sebas. Y recordó por un instante el bonito pene que tenía el chico, pero rápidamente borró el recuerdo de su mente y se dispuso a seguir pensando en sus cosas mientras el partido comenzaba.

Aunque el segundo partido fue mejor, volvieron a perder cosa que dejaba la situación muy complicada para poder clasificarse. El próximo partido era al mediodía y si lo perdían estaban eliminados. Maite decidió quedarse en casa ya que tenía cosas que hacer y aprovecharía ya que Isaac no volvería hasta la noche, tras el cuarto y más que presumiblemente último partido.

Efectivamente, cuando Isaac volvió a casa a la hora de cenar confirmó que estaban eliminados con lo que el domingo ya no jugarían más partidos. Habían perdido el del mediodía y ganaron el de la noche, cuando ya no se jugaban nada. Al menos se había cumplido el objetivo de divertirse con amigos jugando al fútbol aunque no hubieran llegado muy lejos en el torneo.

-Estoy reventado, cariño – le dijo Isaac al llegar a casa. Ella sonrió.

-Si es que ya estás mayor para estas cosas – le bromeó – Ya tengo preparada la cena. Cenamos y nos vamos a la cama, que el día ha sido largo.

-¿Y tú que tal en casa?

-Pues me he pegado un hartón de hacer cosas. También estoy cansada, no te creas… pero no tanto como tú – agregó al ver la cara que puso su desfallecido marido y lo besó.

Como habían quedado, tras la cena, se marcharon a la cama. Maite tenía ganas de cachondeo y comenzó a buscar a Isaac que no estaba por la labor. Ella comenzó a sobar a su marido. Isaac estaba bastante en forma ya que jugaba al fútbol y señal de ello era la fibra que ahora magreaba Maite. Ella fue bajando su mano hasta introducirla en el pantalón de deporte con el que dormía Isaac y empezó a sobarle el pito flácido.

Aunque él no tenía fuerzas para echar un polvo se dejó hacer y ella, con las ganas que tenía, comenzó a masturbar a Isaac como tantas otras veces lo había hecho. Tardó un poco en conseguir la erección y sabía que aún tardaría un buen rato en conseguir que se corriera. Isaac tenía bastante aguante. Ella se esmeró, pero cuando empezó a notar el cansancio en la mano, cerró los ojos y su imaginación comenzó a dispararse.

Estaba bastante excitada y se sorprendió al recordar el pito de Sebas nada más cerrar los ojos. Desde el incidente no había vuelto a recordarlo y ahora comenzó a imaginar que la polla que tenía en la mano era la del chico de 20 años que se le había insinuado tan descaradamente hacía tan solo unas horas. Imaginó su mano masturbando aquel gran aparato y le gustaron las sensaciones que eso le provocaba. Su mano pareció recobrar fuerzas e Isaac no tardó en correrse.

Cuando Maite notó los primeros chorros de semen salir disparados despertó de su fantasía volviendo a la realidad y olvidando nuevamente lo que había pasado. Exprimió la polla de su pareja para dejarlo bien seco. Isaac jadeaba satisfecho e impresionado. Era una de las mejores pajas que recordaba y eso que habían sido muchas las que Maite le había regalado.

Ella se levantó en busca de papel para limpiar a su esposo que estaba medio muerto. Lo besó en la mejilla y le susurró:

-Me voy al baño – indicándole que pensaba masturbarse.

Él la sonrió y se durmió satisfecho de la gran mujer con la que se había casado.

Maite no podía dormirse con el calentón y entendía que su pareja no estuviera para muchas alegrías así que se dispuso a hacerse un dedo. No sería la primera vez, al igual que Isaac, que se autosatisfacía. Ambos llevaban las masturbaciones abiertamente. No es que fuera lo más habitual, pero sí lo hacían de vez en cuando y no lo ocultaban entre ellos.

Maite entró al cuarto de baño y se vio reflejada en el espejo. Pudo observar sus mejillas sonrosadas y los pezones marcados a través de la camiseta con la que dormía. Se vio guapa a sí misma y empezó a tocarse.

Primero se bajó los pantalones cortos y el tanga descubriendo su mojado sexo. Se sentó sobre la taza del wáter y subió las piernas abriendo el coño al que acercó la mano temblorosa. Empezó a deslizar sus dedos sobre los húmedos labios vaginales y no tardó en dedicarse a su clítoris. Empezó a gemir ligeramente a medida que sus propias caricias iban en aumento. Ella sabía muy bien el ritmo que le convenía y esa noche pensaba recrearse para conseguir el mayor placer posible.

Cuando se introdujo uno de los dedos volvió a cerrar los ojos. No necesitaba mucho para alimentar la excitación, pero siempre le gustaba pensar en cosas. A veces en ex novios, a veces en pequeñas situaciones muy lejanas, a veces en famosos o personajes de películas, en algún que otro amigo, incluso en su propia pareja, nada insano. Pero volvió a sorprenderse al volver a pensar, nada más cerrar los ojos, en Sebas. Sin embargo, no quiso descartar esa opción, le gustó volver a pensar en él como durante la paja a Isaac. Volvió a recordar la imagen de su polla que parecía tenerla grabada a fuego en su subconsciente a pesar de haberla visto tan solo unos segundos y se descompensó en el ritmo. No era su intención, pero tras imaginar al chico bajándose los pantalones y mostrándole la espléndida verga colgando entre las piernas se corrió gimiendo de placer mientras sus dedos no dejaban de introducirse con pasión en su propia raja.

Tras el intenso orgasmo se levantó de la taza con las piernas temblorosas y el pulso acelerado. Se acercó al grifo y se lavó la cara mientras se reprochaba esos pensamientos un tanto inadecuados. Por suerte, tras la corrida y una vez pasado el calentón, el chico volvía a parecerle lo que era, un chaval muy guapo, pero un crio al fin y al cabo. Dio el asunto por zanjado.

Pasados unos meses en los que se dilapidaron los días estivales y con ellos las vacaciones empezando un nuevo curso laboral. La vida de Isaac y Maite transcurría como siempre.

-¿Qué te parece si vemos aquí el partido de champions este martes? – le preguntó Isaac a su pareja unos días antes de la cita europea.

-Ya sabes que yo me levanto muy temprano y me acuesto pronto – le respondió ella.

-No te preocupes, tú ya sabes que te puedes acostar cuando quieras.

-¿Y quién vendrá?

-Pues se lo he dicho a Pedro, no sé si se apuntarán sus hijos. Y se lo he comentado a un par más del equipo.

Ella resopló mostrando cierta disconformidad.

-Mucho follón me parece a mí.

-Tú tranquila que no tienes que encargarte de nada. Pediremos unas pizzas y nada más acabar el partido todos para casa. Ya sabes que no voy a invitar a cualquiera. Hay confianza.

-Está bien… pero que sepas que yo me iré pronto a la cama.

-Eres un cielo – y la besó.

Habían pasado meses desde el pequeño escarceo entre Sebas y Maite y ella ni se acordaba de aquello ni de la masturbación de aquella misma noche. De hecho ni se inmutó por saber si Pedro traería a sus dos hijos.

Finalmente, el martes, día del partido de champions league únicamente se presentó Pedro con sus dos hijos. Los compañeros del equipo de Sebas e Isaac a los que había invitado este último se echaron para atrás a última hora. Cuando Sebas vio a Maite pareció alegrarse. Sin duda tenía muy presente la última vez que se habían visto y ella pareció darse cuenta, pero no le dio mayor importancia.

Antes del partido estuvieron hablando un rato, sobre todo de fútbol y Maite se sentía un poco fuera de lugar. Además se percató de las traviesas miradas que el hijo mayor de Pedro le estaba dedicando y se sentía un tanto incómoda. Por suerte, cuando empezó el partido pareció olvidarse un poco de ella, cosa que la tranquilizó.

Antes de acabar la primera parte del encuentro televisado llegaron las pizzas que habían pedido 30 minutos antes. En ese momento Maite aprovechó para despedirse de los invitados e irse a la cama aludiendo que madrugaba al día siguiente. Los 4 hombres terminaron de cenar al tiempo que el disputado partido llegaba al descanso.

-¿Dónde está el lavabo? – preguntó Sebas.

-Al fondo a la derecha – le guió el dueño de la casa.

Sebas se levantó y se dirigió al pasillo que quedaba fuera del alcance de las vistas del resto y lo atravesó hasta llegar al fondo donde había 3 puertas, la de la derecha, la de la izquierda y la de en frente. Según las indicaciones de Isaac, el lavabo debía ser la puerta de la derecha, pero Sebas, intencionadamente, quiso entender que al fondo era la puerta de en frente. La abrió y se encontró con una sobresaltada Maite que estaba acostada leyendo un libro antes de dormirse.

-¿Se puede saber qué haces? – preguntó algo alterada por la inesperada visita.

-Estoy buscando el lavabo – se excusó el chico y antes de que Maite pudiera responder sentenció – ¡lo encontré! – mientras se dirigía al cuarto de baño que había divisado en la habitación de matrimonio.

Antes de que la mujer pudiera reaccionar, el chico ya se había adentrado en el servicio y no pudo hacer más que resignarse.

Sebas no tardó en salir y volver a sorprender a Maite pues lo hizo con la bragueta abierta mostrando la polla a través de la abertura.

-¡Joder, chico! Qué manía tienes con enseñarme el pito – reaccionó con templanza.

-Es por si te quedaste con ganas de verme empalmado – soltó provocando las risas de Maite.

-¡Pero si no estás empalmado! – aseveró.

-Ya te dije que es porque tú no quieres – se reafirmó en sus palabras de hace tanto tiempo.

Maite se fijó detenidamente en el pene del chico. Le pareció más grande que la primera vez que lo vio y eso que entonces ya se quedó sorprendida por su tamaño. Calculó que le debía medir más de 15 centímetros en reposo además de ser bastante gruesa. Se animó a seguirle el rollo.

-Y yo te dije que no me desagradaba la idea de verte empalmado. ¿Qué más quieres?

-Pues ya que lo dices… podrías enseñarme algo… que yo te he dejado que me vieras la polla 2 veces.

-Sí, pero nadie te lo ha pedido – y lo cortó antes de que pudiera replicar – Anda, sal, que ahí fuera está mi marido y tu padre y tu hermano.

El chico se percató de que tenía razón. No podía tardar demasiado y menos con la polla al aire en la habitación de Maite e Isaac así que se la metió dentro de los pantalones nuevamente y salió, pero antes de hacerlo ella llamó su atención.

-¡Sebas!

-¿Sí? – se giró esperanzado.

-Para la próxima vez, el cuarto de baño es esa puerta – y le señaló el lugar correcto dejando al chico completamente frío.

Al día siguiente, durante la jornada laboral, Maite recibió una llamada. Era su marido. Tras los saludos y conversaciones típicas habituales, Isaac le contó cómo había transcurrido la noche con los invitados cuando ella se fue a la cama. No hubo nada destacable.

-Tengo ganas de verte – le confesó Isaac antes de acabar la conversación. Ella ya sabía lo que eso significaba. Tenía ganas de sexo.

-Y yo también, cariño – le animó aunque realmente ella no tenía muchas ganas.

Cuando ambos se vieron en casa Maite notó la fogosidad con la que su marido la recibió. Iba desnudo por la casa, como tantas otras veces, pero iba con una erección de campeonato.

-¡Joder, nene! Veo que te alegras de verme – le bromeó divertida.

Isaac agarró a su mujer y se la llevó al catre donde la tumbó mientras él se quedaba de pie junto a la cama. En ese momento Maite tuvo un flash. Tumbada en la cama, en la misma posición que la noche anterior, e Isaac de pie, desnudo, en el mismo sitio donde la noche anterior estuvo Sebas con la polla al aire. Le vino a la mente el pene del chaval, en reposo más grande que los 15 centímetros tiesos de la polla de su marido. Empezó a calentarse.

-¿Qué te pasa? – le preguntó Isaac al ver la mirada perdida de su esposa.

-Nada, nada. Ven aquí – le propuso mientras se alzaba para acercarse a la boca la tiesa verga.

Mientras le hacía la mamada, Isaac se dedicó a desnudarla dejándola únicamente con el tanga como única prenda. Ella se dejaba hacer sin demasiado entusiasmo hasta que cerró los ojos para empezar a imaginar. Ya no se sorprendió al verse chupando la gruesa polla que anoche tuvo a su alcance. No sabía qué le pasaba, pero cada vez que aquel chico pasaba por su imaginación, el placer iba en aumento.

Isaac tuvo que parar a su mujer cuando notó la lascivia con la que empezaba a comerle la polla. Maite la chupaba bien, pero el esmero y entusiasmo que estaba demostrando eran nuevos para él y tuvo que detenerla para no correrse antes de tiempo, cosa que a él no solía pasarle. No se preguntó a qué era debida aquella mejoría y simplemente pensó en disfrutarlo. Con la polla a punto de reventar agarró a su esposa de las piernas, atrayéndola hacia sí para penetrarla con salvajismo. Había estado todo el día deseándola.

Maite se había excitado definitivamente fantaseando que la polla que chupaba era la de Sebas y ahora tenía ganas de que se la follaran. Así que agradeció el bruto gesto de su marido abriéndola de piernas. Ella retiró a un lado la tela del pequeño tanga e Isaac encaró el duro pene hacia su carnoso coño antes de embestirla.

Como siempre, el polvo fue duradero y satisfactorio. Maite lo había pasado bien gracias a su imaginación puesto que ese día no tenía muchas ganas de sexo e Isaac lo pasó de fábula agradeciendo el inusitado entusiasmo mostrado en momentos puntuales por su mujer.

Tras hacer el amor con su marido, ella volvió a replantearse lo que le estaba pasando. No le hacía mucha gracia sentirse atraída por un niñato de 20 años por muy bueno que estuviera. Se tranquilizó pensando que no era más que su imaginación durante el sexo y recordando las dos veces en las que el chico se había insinuado y cómo ella había manejado la situación sin mayores problemas. Además habían sido únicamente un par de veces y ella estaba acostumbrada a usar mucho la imaginación así que se tranquilizó definitivamente.

Había pasado casi un año desde las 24 horas que jugaron el verano pasado. Nuevamente era época estival e Isaac estaba a punto de concluir la temporada futbolística.

-Te acuerdas de Pedro, ¿no? – le preguntó a Maite.

-Sí, claro, el padre del chico ese que juega contigo, ¿no? – se hizo la tonta haciendo ver que no recordaba exactamente a Sebas y, más concretamente, una de sus partes.

-Pues estuve hablando con él de la posibilidad de que viniera un sábado a casa con su mujer y así la conoces. ¿Qué te parece? – le preguntó para saber si había hecho bien.

-Bien, aunque lo conozco poco, Pedro me cae fenomenal. Espero que su mujer sea maja.

-Bueno, teniendo en cuenta que son mayores yo creo que son bastante majos los dos. Pedro es un cachondo y ella parece buena gente.

-¡Vale! Pues me parece bien. ¿Y habéis concretado más?

-Pues en principio no. Esta tarde lo veré en el entreno si viene a acompañar a Sebas, su hijo, y lo hablaré con él. ¿Te parece bien este fin de semana que ya hace bueno?

-Hombre, yo lo veo un poco justo.

-Bueno, yo lo hablo con él y a ver qué me dice.

-Ok.

Ese mismo día, al llegar de entrenar, Isaac se encontró con Maite dormida con lo que tuvo que dejar la conclusión de la conversación para el día siguiente.

-Ayer hablé con Pedro sobre lo de quedar un fin de semana de estos.

-¡Ah! ¿sí? ¿y qué tal? – preguntó sin mucho interés.

-Pues hemos hablado de que vinieran a casa este sábado no, el que viene.

Maite se quedó pensativa por un instante.

-¿Y se traerán a los niños? – preguntó pensando en Sebas, al cual seguramente tendría que controlar para que no le hiciera una de las suyas.

-Pues no lo sé.

-Pues estaría bien saberlo – le reprochó malhumorada – ya que tendré que saber para cuánta gente tengo que cocinar, ¿no?

-Tienes razón, cariño. Pero cálmate, no es para tanto. Déjame que me entere que aún hay tiempo de sobras.

-¡Está bien! – concluyó con tono de enfado.

Maite no sabía si estaba más enfadada con Isaac o con ella misma puesto que no tenía claro si le daba más rabia no saber si vendrían los hijos por la cantidad de comida que debía preparar o por la incertidumbre de si volvería a ver a Sebas. Sentía una cierta intranquilidad por no saber cómo se comportaría el chico ni de lo que sería capaz. Pero lo peor de todo es que el saber que no vendría tampoco la tranquilizaría demasiado, más bien todo lo contrario. Y eso le daba rabia.

Finalmente Isaac le confirmó que tanto Sebas como Jaime vendrían con sus padres y eso, para desesperación de Maite, la tranquilizó en cierto modo. Le apetecía volver a ver al chico y ver si era capaz de ingeniárselas para insinuarse nuevamente y quién sabe si volver a mostrarle el lustroso pito. Un ligero cosquilleo se instaló en su estómago hasta el día de la visita.

La familia de Pedro se presentó temprano, como habían quedado. Todos se fueron saludando por orden y a Maite le pareció extraño el comportamiento de Sebas, más frío que la última vez, sin mostrar el entusiasmo de la última visita. En cierto modo se alegró, pensando que había pasado mucho tiempo y que el chico posiblemente había madurado. Era mejor así, a pesar del regusto amargo de dejar de sentirse admirada por aquel jovenzuelo.

La mujer de Pedro, Beth, resultó ser tan maja como Isaac había anunciado y todos pasaron una amena mañana de caluroso sábado. Los padres de Jaime y Sebas estaban en torno a los 45 años pero ambos estaban de muy buen ver. Ella era rubia, guapa y delgada mientras que él era un maduro atractivo con poquito pelo y barba canosa de 4 días. Ella era bastante pija y él tenía mucha pasta cosa que los conjuntaba perfectamente y a él lo hacía más atractivo si cabe. Maite, al verlos, pensó que era normal que les hubieran salidos 2 chicos tan guapos.

-Cuánto tiempo, ¿no?

Maite se sorprendió mientras preparaba el refrigerio en la cocina al oír a su espalda la voz de Sebas que parecía que la estuviera entrando. No pudo evitar una sonrisa de satisfacción mientras se giraba para responderle.

-Pues sí. Ya ni me acordaba – mintió.

-Seguro… – respondió con suficiencia – Aún tenemos cosas pendientes.

-¡Ah! ¿sí? – se hizo la tonta.

-Aún no me has visto empalmado.

-¡Qué cansino! – le recriminó.

-Si quieres novedades podrías enseñarme tú algo. Creo que fue donde lo dejamos la última vez.

-Si no recuerdo mal, la última vez creo que te enseñé a llegar al lavabo – le replicó con maestría. Él sonrió.

-No sé… se me ocurre que podríamos ir a la playa… – insinuando que hacer topless podía ser una forma de enseñarle lo que quería ver.

Ella se rió en el momento en que Beth entraba en la cocina y los interrumpía.

-¿Te ayudo?

-No hace falta, Beth, de verdad – se sinceró con toda la amabilidad de la que normalmente hacía gala.

Durante la comida estuvieron hablando de muchas cosas: el fútbol, los coches, las vacaciones, el trabajo…

-Estaba todo muy bueno, Maite. Isaac, tienes una mujer que no te mereces – bromeó Pedro.

-¡Ay! Gracias – se sintió adulada Maite – ¿Queréis algo más? ¿café, un helado…?

-No, gracias, nosotros nos vamos ya – interrumpió Beth – que los niños seguro que quieren volver a casa a salir con los amigos.

-Por mí no lo digas – se indignó Sebas sacándole una sonrisa a Maite.

-Si os vais es porque queréis – les instó Isaac.

-Si queréis podemos ir a la playa – propuso Maite alegremente trastocando al incrédulo Sebas.

A todos les pareció buena idea la propuesta de la anfitriona así que decidieron ir a la playa a pasar la tarde. Los bañadores y toallas no eran problema puesto que Beth llevaba todo lo necesario para toda la familia en el coche.

La costa estaba a 5 minutos de la casa. Una vez en la playa Jaime, Sebas, Isaac y Maite se fueron directamente al agua mientras Pedro y Beth se quedaban tomando el sol en las toallas. Mientras los bañistas se alejaban Pedro se fijó en el escultural cuerpo de la mujer de su joven amigo. Maite llevaba un bikini negro que le quedaba de lujo. Como la mayoría de los hombres, no pudo evitar observar con cierta lujuria a la preciosa mujer sin que ello implicara absolutamente nada.

Una vez en el agua, los cuatro empezaron a juguetear y bromear entre ellos aunque la cosa terminó en un todos contra Maite la cual no podía zafarse de las acometidas de los chicos que la sumergían una y otra vez. Entre tanto juego notó más de una mano tocar zonas que no debían, pero prefirió pensar que era Isaac o lances fortuitos del juego.

El pequeño Jaime se estaba poniendo las botas. Aunque tenía la mitad de años que Maite, el niño no era tonto y sabía lo que era una mujer de bandera. Sabía que estaba siendo un poco descarado, pero no podía evitar tocarle el abultado pecho que escondía la tela negra cada vez que se ponía a tiro. Las caricias en la espalda, el vientre plano o incluso las piernas parecían más inocentes y por eso no se preocupaba por el tiempo que pasaba magreándola. Incluso una de las veces en las que voltearon a la mujer, Jaime aprovechó para pasar uno de sus dedos sobre la tela de la parte baja del bikini, notando el esponjoso bulto que escondía.

Cuando los chicos se cansaron de ahogar a la mujer, ella se sintió aliviada. En parte por dejar de tragar agua y en parte para que pararan los evidentes magreos. Decidieron hacer una guerra de caballos. Para hacerlo compensado, solventaron que Isaac sería el caballo de Jaime y Sebas el de Maite.

Ella se puso tras Sebas y antes de subirse colocó sus manos sobre los hombros del chico notando sus fuertes músculos. Bajó las manos por los brazos, acariciándoselos. Aunque estaba acostumbrada al fibrado cuerpo de Isaac, le gustó palpar el del joven. Se recreó unos instantes en su amplia espalda para acabar subiendo sobre él pasando las piernas alrededor de su cuello cuando Sebas se agachó bajo el agua.

La guerra la ganó el equipo formado por Isaac y Jaime ya que, a pesar de que Sebas estuviera tanto o más fuerte que Isaac, Jaime desequilibraba la balanza. A pesar de su tierna edad ya estaba bastante desarrollado y era mucho más fuerte que Maite. Sea como fuere, Se lo pasaron bien.

Cuando los cuatro volvieron a las toallas, Maite se sorprendió al ver a Beth haciendo topless. Por su edad no se lo esperaba, aunque por el busto tan bien puesto como lo tenía no le pareció raro que lo hiciera. No obstante aquella actitud le dio una idea. Se giró buscando a Sebas con la mirada y en cuanto ambas se cruzaron se llevó las manos a la espalda para desabrocharse la parte alta del bikini sin dejar de mirar fijamente a los ojos de Sebas como diciéndole “aquí tienes lo que querías”, “esta es mi parte del trato” o algo parecido.

Sebas no le aguantó mucho la mirada. Prefirió bajarla para ver cómo se desprendía de la parte superior del bikini descubriendo la contundente talla 95 que la tela negra insinuaba. Sebas sonrió, satisfecho, y volvió a mirarla como diciéndole “gracias”, “ahora te toca verme empalmado” o algo parecido.

-¿Me pones crema? – le pidió Maite a su marido.

-Claro.

Isaac se sorprendió al ver a Maite haciendo topless. Aunque a ella le gustaba hacerlo para que el pecho estuviera moreno, nunca lo hacía delante de conocidos. Pensó que tal vez no consideraba demasiado conocidos a Pedro, Beth y sus hijos y no le dio mayor importancia.

Comenzó untándole la crema en la espalda como era habitual. Tras esparcírsela bien por toda la zona tocaba el resto del cuerpo, pero pensó que delante de los invitados no era apropiado. Sin embargo ella le pidió que continuara y así lo hizo.

Sebas, Jaime y Pedro estaban poniéndose cachondos observando disimuladamente a Isaac masajeando el divino cuerpo de Maite para esparcir la lechosa crema. Las manos del hombre apretaban la dorada piel morena de la mujer dejando a la imaginación el placentero contacto con su cuerpo. Tras el magreo de espalda, vientre, brazos y piernas, Isaac pensó que había terminado, pero ella le indicó con la mirada que le pusiera crema en los pechos. Isaac no se lo podía creer y, por primera vez, pensó que pasaba algo raro. No obstante prefirió disimular y hacerlo lo más discretamente posible antes que negarse arriesgándose a la imprevisible reacción de Maite.

Cuando la fría crema entró en contacto con los pechos de Maite, la mujer miró a Sebas que estaba tumbado boca abajo para disimular la tremenda erección que agujereaba la arena. Maite no dejó de mirarlo mientras las grandes manos de Isaac le sobaban las tetas. Cuando terminó el espectáculo, los cuatro hombres tenían que disimular las erecciones que Maite les había provocado.

Tras un rato tomando el sol decidieron volver a la casa para que no se hiciera muy tarde. Isaac propuso que se dieran una ducha antes de marchar para quitarse la sal y la arena de forma que estuvieran más cómodos. A regañadientes, ya que no querían ser una molestia, acabaron aceptando.

Isaac se duchó en el cuarto de baño de la habitación de matrimonio mientras Pedro lo hacía en el contiguo. Maite y Beth estuvieron conversando mientras los 2 niños jugaban a la consola. El siguiente turno fue para las dos mujeres mientras Pedro bajaba junto a su hijo pequeño para enseñarle el nuevo cochazo que se había comprado a Isaac.

Maite aún estaba en bikini frente al espejo del cuarto de baño cuando notó la presencia de Sebas.

-¿Qué quieres? – le preguntó con desgana.

-Gracias – le dijo.

-Gracias, ¿por qué? – preguntó con una mezcla de ingenuidad e irritación.

-Por enseñarme las tetas.

-Perdona – se ofendió – yo no te he enseñado nada. Digamos que estabas en el sitio adecuado en el momento adecuado.

Él se rió.

-Bueno, pues gracias por hacerme caso y proponer que hayamos ido a la playa.

Sebas se acercó más a Maite hasta casi notar su calor.

-Que sepas que has conseguido empalmarme en la playa – y se arrimó más aún rozando las nalgas de Maite con el bulto bajo el bañador.

-¿Pero ahora estás empalmado? – preguntó inocentemente.

-No, pero eso lo arreglamos rápido – y llevó una mano hasta el culo de Maite tocándolo ligeramente sobre la tela del bikini. Ella le apartó la mano, pero no le dijo nada.

El chico lo intentó nuevamente y ella le recriminó la acción apartándolo completamente. Él reaccionó bajándose el bañador y mostrándole el pene por tercera vez. Ella lo veía a través del espejo.

-Qué manía… – bromeó sin perder la seriedad.

Sebas intentó una nueva aproximación volviéndose a quedar tan cerca como antes, golpeando el culo de la mujer con su aparato genital. Ella tiró una mano hacia atrás repitiendo el gesto con el que lo había apartado antes, pero esta vez su mano entró en contacto con las marcadas abdominales del joven y ahí se recreó hasta bajar al pubis y entrar en contacto con los escasos y arreglados pelos que el adonis conservaba. No se paró ahí y aún bajó más la mano hasta agarrar la gran verga del niño.

Maite empezó a masturbarlo y no tardó en notar cómo la polla aumentaba de tamaño. En unos segundos Sebas estaba completamente empalmado. Maite soltó el miembro y se giró para observarlo más detenidamente. El grosor era considerable y el tamaño debía rondar los 20 centímetros.

-Por fin te veo empalmado – soltó satisfecha.

-Te dije que de ti dependía – sonrió orgulloso – ¿Te gusta lo que ves?

-Ay… – suspiró levemente – mucho.

Se hizo el silencio, que duró unos incómodos segundos, únicamente roto por Maite mientras se agachaba y volvía a rodear con su mano el gordo pene.

-Mira, esto que voy a hacer no está bien así que o te corres rápido o no hay paja, ¿estamos?

Sebas no contestó, no hacía falta. Maite había comenzado a meneársela como si le fuera la vida en ello y no iba a parar hasta provocarle el orgasmo. El chico se dejó llevar y disfrutó del enorme premio que le estaba regalando una de las tías más buenas que conocía.

Maite se sentía culpable por hacerle aquello a Isaac, sin embargo pensó que no podía dejar así al chico. Una vez llegados a ese punto no había marcha atrás y la mejor solución era satisfacer al pequeño de la forma más simple y olvidarse de este asunto para siempre. Por otro lado estaban sus propios deseos que también se veían recompensados con aquella paja. Cerró los ojos y recordó aquella noche en la que masturbó a su marido imaginando que pajeaba al chico que por la mañana le había enseñado una buena polla dentro de su pantalón de deporte, el mismo joven al que ahora estaba masturbando realmente y volvió a sentir las mismas placenteras sensaciones que aquella noche, pero multiplicadas por infinito. Jamás imaginó que manosear tan grande y joven falo fuera tan satisfactorio.

Sebas cumplió con su parte y se corrió en unos escasos minutos. Maite, inundada en sus propias sensaciones no se percató hasta que fue demasiado tarde y Sebas le escupió en el hombro salpicando su preciado pelo. El resto de chorros cayeron en el suelo, una vez que Maite se había apartado.

-¿Tú eres imbécil? – le recriminó reprimida para que la madre del chico no la oyera – ¿No ves cómo me has puesto? – le indicó señalando el hombro, el pecho hasta donde había resbalado el semen y, sobre todo, agarrándose el lechoso pelo que se le había quedado completamente pringoso.

-Perdona, yo… – se quedó sin réplica. Al parecer la descarga provocada por el orgasmo le había devuelto el semblante tímido que parecía poseer cuando Maite lo conoció el verano pasado.

-No pasa nada – se tranquilizó – por suerte aún tengo que ducharme. Ahora lárgate de aquí – le mandó mientras se disponía a limpiar el suelo de los restos de leche de la corrida Sebas.

Cuando los del coche volvieron, las mujeres ya se habían duchado y únicamente quedaban los niños.

-Ahora os toca a vosotros venir a casa – les invitó Pedro.

-Cuando queráis – contestó Isaac buscando la aprobación de Maite con la mirada.

-Pues venid el próximo sábado si no tenéis planes – propuso Beth.

Maite intentó buscar una excusa, no quería volver a encontrarse con Sebas, pero no se le ocurrió nada y tuvo que aceptar la invitación.

-Pues creo que no tenemos nada. ¿Verdad, cariño? – intentó que Isaac se sacara de la manga algún compromiso que ella no recordara, pero no fue el caso.

-Perfecto, entonces –concluyó Pedro – Quedamos así.

Cuando Sebas y Jaime salieron de la ducha, Pedro, Beth y los niños se despidieron y se marcharon dejando a Isaac y Maite solos en casa.

-¿Hoy no te paseas desnudo por la casa? – le sugirió Maite a su marido, intentando provocarlo.

-Pues claro – y se bajó los pantalones de golpe bromeando mientras se alejaba de ella dándole la espalda y mostrándole la firmeza de su culo.

-Anda, ven aquí – le pidió ella cuando Isaac regresó al salón con el pene al aire, completamente desnudo.

Maite le había hecho una paja a un adolescente de 20 años con una polla de tantos centímetros como años tenía el chico a escondidas de su marido y ahora se moría de ganas de hacer el amor con su pareja. En parte por el calentón de lo sucedido con el chaval y, por otro lado, para recompensar a su marido por lo acontecido. Sin duda se sentía culpable.

-¿Por eso te has comportado así en la playa? ¿Estabas cachonda? – pensó que había encontrado los motivos por los que su esposa había actuado de esa forma tan extraña esa tarde – Porque menudo espectáculo hemos dado – prosiguió – Yo creo que hemos puesto cachondos a toda la familia.

Ambos sonrieron aunque sin muchas ganas. Maite llevaba un rato manoseando el flácido pene de su pareja, que ya empezaba a endurecerse cuando se levantó para besarlo. Él aprovechó el momento para sobarle el pecho lo que provocó los primeros gemidos de la mujer.

Maite comenzaba a imaginar que eran las manos de Sebas las que la acariciaban tras la paja que le había hecho en el cuarto de baño y no pudo evitar gemir de placer provocando el desconcierto en Isaac que no entendía cómo podía estar tan caliente. Cuando él metió su mano en el interior de las bragas de Maite pudo notar que su esposa estaba chorreando.

-¿Estás bien? – le preguntó extrañado. Nunca la había visto tan excitada.

Pero ella no le respondió, simplemente se limitó a jadear cuando los dedos de su marido comenzaron a hurgar en su entrepierna. Sin dejar de pensar en Sebas, se corrió tras unos segundos de roce con los dedos que la penetraban. Tras recomponerse, se levantó del sofá y guió a su marido hasta la cama donde lo tumbó dejándolo boca arriba con la polla tiesa. Ella se puso a horcajadas sobre él y bajó su cuerpo mientras con su mano orientaba el pito hacia su entrada. Mientras cabalgaba sobre él volvió a cerrar los ojos para poder imaginarse al joven que la tenía loca. No tardó en correrse nuevamente.

Isaac estaba descolocado. El sexo con Maite siempre había sido muy bueno, pero aquel polvo sobrepasaba la valoración de cualquiera de los anteriores. Aquel ritmo que su mujer le estaba imponiendo era demasiado para él y su mítico aguante. No tardo mucho en correrse en el interior de Maite. Fue uno de los orgasmos más placenteros que recordaba.

El sábado siguiente llegó casi sin darse cuenta. Maite iba en la parte delantera del coche conducido por Isaac rumbo a casa de Pedro y Beth. Durante la semana había hecho un trabajo de recolocación de piezas, pensando en todo lo que había sucedido con Sebas y la mejor forma de afrontarlo. Estaba convencida de que el travieso muchacho se las ingeniaría de algún modo para volver a provocarla. Por suerte, había hecho un ejercicio de convencimiento en el que se dio cuenta de que ella era toda una mujer y que Sebas no era más que un crío con el que había jugado un poco. Esos eran los roles y en base a ellos se iba a comportar.

Cuando llegaron a la casa, la pareja se quedó alucinada. Isaac sabía la pasta que tenían los anfitriones y se lo había comentado a Maite, pero ninguno se esperaba ver aquella pomposidad. Coches, piscina, jardines… una auténtica mansión. Era media mañana, Pedro y Beth los recibieron.

-¿No están los chicos? – preguntó Isaac.

-Jaime está con un amigo y Sebas supongo que estará en la piscina – respondió Pedro.

-¡Menuda choza tienes, macho! – le bromeó Isaac.

-No nos podemos quejar – intervino Beth.

-Creo que voy a cambiarte por Pedro – le bromeó Maite a su esposo.

-No lo digas muy alto que seguro que el mío estaría encantado – alagó Beth a Maite haciendo referencia a que Pedro y ella misma la consideraban guapísima.

-¡Anda! – reaccionó Maite – ¡Será que puede quejarse de mujer! – le devolvió el piropo.

Mientras hablaban llegó Sebas que saludó a todo el mundo. Nuevamente no tuvo ninguna deferencia especial con Maite, pero esta vez ella no le dio la mayor importancia.

Tras la visita de rigor por la casa y los exteriores, se pusieron a comer. Tras la comida los hombres comenzaron a hablar nuevamente de fútbol y las mujeres entablaron una amena conversación únicamente interrumpida, al cabo de un tiempo, por Isaac.

-Cariño, vamos a la piscina. ¿Te vienes?

-Id tirando vosotros, yo iré luego – le propuso no queriendo dejar la entretenida conversación con Beth.

Tras una hora larga de conversación sonó el móvil de Beth. Era una vecina que la reclamaba para que fuera a su casa para una celebración, al parecer, ineludible. Beth se vio forzada a invitar a Maite quien se disculpó por no aceptar la invitación entendiendo que era un compromiso. Beth la apremió para que fuera a la piscina con los hombres y Maite no tuvo más remedio que hacerle caso mientras pensaba lo bien que vivían las aburguesadas mujeres del vecindario.

Al llegar a la piscina se sorprendió al no ver a Isaac. Únicamente estaba Sebas que chapoteaba dentro del agua.

-¿Dónde está mi marido? – le preguntó Maite a cierta distancia.

-Se ha marchado con mi padre a buscar a mi hermano.

Maite se maldijo al comprobar que se había quedado a solas con el muchacho y sin nadie que le ayudara a ponerse la crema. Pensó en volverse a la casa, pero creyó que podía ser peor el remedio que la enfermedad y decidió comportarse como lo habría hecho normalmente.

-¿Te importaría ayudarme con la crema? – le preguntó al chico mientras se sentaba en una de las tumbonas.

Sebas no contestó, únicamente comenzó a nadar hacia el borde más cercano a Maite. Al llegar al filo sacó sus brazos del agua con los que se impulsó para sacar todo su cuerpo con una agilidad pasmosa.

Maite no podía creer lo que estaba viendo. Se estaba fijando en los fuertes brazos del adolescente, en la rigidez de sus músculos al forzarlos para levantar el resto del vigoroso cuerpo hasta que se topó con la visión del bamboleante pene del chico colgando en el aire mientras se erguía con la habilidad felina con la que se movía. ¡Sebas estaba desnudo! Mantuvo la compostura mientras le observaba a través de las gafas de sol acercándose. Pero el cuerpo mojado, las gotas resbalando por la dorada piel del joven y el pito meciéndose libremente era para poner cachonda a cualquier mujer que se precie.

-¿Puedes echarme una mano con esto? – le sugirió dándole la espalda y mostrándole el bote de crema solar cuando el chico llegó a su altura. Sebas cogió la crema sin mediar palabra y la esparció por la espalda de la mujer.

-No te importa, ¿no? – quiso saber el joven indicando su desnudez mientras manoseaba la espalda de Maite.

-Hombre, no me parece lo más apropiado, que ya tienes una edad, pero es casa tuya así que tú sabrás – le contestó descolando al chico que proseguía en su quehacer.

Las manos de Sebas eran habilidosas. Maite se dejó llevar mientras el chico introducía sus fuertes dedos entre las costillas provocándole una sensación placentera e inusitada.

-Mi padre e Isaac tardarán aún un rato en volver – informó a la mujer mientras sus manos, con discreción, pasaban al vientre.

-¿Y eso? – preguntó aturdida sin darse cuenta de la maniobra del chico.

-El amigo de Jaime vive un poco lejos… por cierto ¿y mi madre dónde está?

-La ha llamado una amiga para que fuera a su casa a…

-…entonces tiene para rato – la cortó – ¿Te pongo un poco más de crema? – añadió mientras recogía el bote y lo acercaba al vientre de Maite momento en el que se percató de lo que sucedía.

-Te he dicho que me pusieras en la espalda. En el resto puedo yo, gracias.

Pero él insistió.

-Va, si ya he empezado con la barriga, déjame que acabe esta zona…

Maite aceptó a regañadientes tumbándose en la hamaca para que el niño pudiera untarle mejor la crema. Al hacerlo se fijó nuevamente en su pito ya que ahora no estaba a su espalda. Lo tenía muy cerca de su mano y recordó el tacto del mismo durante la paja que le hizo hacía únicamente una semana. El recuerdo era agradable.

Sebas estaba disfrutando con el magreo que le estaba dando a Maite. El contacto con ese sublime cuerpo estaba provocando las primeras reacciones en su pene que daba algunas leves sacudidas de vez en cuando. Aunque Maite era disimulada gracias a las gafas de sol, al estar tumbada tan cerca, Sebas pudo observar cómo a ratos se le iban los ojos buscando la visión de su cipote. Pensó que eso era un signo positivo y sus manos, en un gesto muy rápido, subieron hasta los pechos de Maite introduciéndolas bajo el bikini, desplazando la tela y contactando con las deseadas ubres.

-¡Sebas! – reaccionó rápidamente abofeteándolo y dejando al asustado chico sin poder de reacción – Te has pasado – añadió para rematarlo definitivamente.

-Perdona, yo… pensé que no te importaría hacer topless como la semana pasada en la playa y… sólo quería ponerte crema como hizo Isaac…

Al escuchar la temblorosa voz del pequeño, Maite se enterneció y se reafirmó en los pensamientos que la habían reconfortado durante la semana.

-¿Es que no tuviste suficiente con la metida de mano que me pegaste en el agua? – le acusó pensando que había sido él el que no paró de magrearla.

-¡¿Yo?! En serio, yo no te he puesto una mano encima hasta ahora. No es mi estilo, nunca lo he necesitado.

Ella le creyó y recapacitó:

-Vaya, vaya… entonces parece que tu hermano ya no es tan joven como parece – sonrió pensando en lo mono que le parecía Jaime y se sintió poderosa al saber que también el pequeño la deseaba sexualmente.

Maite le propuso ir al agua mientras terminaba de ponerse la crema. Para alegría de Sebas, la mujer no volvió a ponerse la parte de arriba del bikini y pudo ver cómo ella misma se acariciaba los senos esparciendo sobre ellos el protector solar.

-La próxima vez que quieras hacer algo parecido pide permiso – le recriminó mientras se dirigían al agua haciendo referencia al incidente que había provocado el bofetón.

Sebas no sabía cómo tomárselo. ¿Le estaba insinuando que la próxima vez que quisiera tocarle los pechos debía pedir permiso? ¿Quería decir que podía concedérselo? ¿O simplemente se refería a cómo debía comportarse con otras chicas?

Al llegar al borde, Sebas se lanzó sin pensarlo de cabeza. Maite se fijó en sus genitales durante el salto. Pudo observar los testículos del chico muy pegados a su culo y el largo y grueso pito volando. Le entraron ganas de lanzarse tras el joven en busca de sus tesoros sexuales. Pero reprimió sus deseos una vez más y se introdujo lentamente en el agua, amoldándose al cambio de temperatura.

Una vez ambos en el agua Sebas comenzó a zambullirla como ya hiciera en la playa con ayuda de Isaac y Jaime. Maite intentaba zafarse como la semana pasada pero esta vez su atacante estaba desnudo y lo que poseía entre las piernas no era precisamente pequeño. Los roces eran inevitables y cada vez que notaba que aquel pollón la golpeaba se moría de ganas de alargar la mano y agarrársela para volver a masturbarlo.

Cuando Sebas se cansó de ahogarla, Maite aprovechó para distanciarse. Se marchó al borde de la piscina y se sentó fuera con las piernas dentro de agua. Sebas se acercó nadando lentamente hasta llegar a la altura de la excitada mujer. Le agarró de las piernas y empezó a sobárselas. Maite pensó que el chico, ciertamente, no metía mano a traición como sí hizo Jaime el sábado pasado. Se fijó en la difuminada silueta de Sebas bajo el agua y observó lo grande que pareció su verga distorsionada a través del agua y los efectos lumínicos provocados por el ardiente sol.

Ambos estaban en silencio cuando Sebas se incorporó apoyando sus manos en los muslos de Maite. Se los acarició sin que ninguno dijera nada. Lo único que ambos oían eran sus propios latidos agolpándose contra sus propios oídos. Sebas llevó sus manos a la parte interna de los muslos de ella, que abrió ligeramente las piernas.

-¿Puedo? – le pidió permiso recordando el consejo que Maite le había dado mientras se dirigían al agua.

La contestación de la mujer fue llevar una de sus manos a la única tela que conservaba y separarla ligeramente mostrando a su joven amante unos labios vaginales hinchados debido a la excitación.

El chico, en una demostración de fuerza, se impulsó con los brazos apoyados en el borde para alzarse y llegar con su lengua hasta el coño de Maite que le facilitó las cosas inclinándose y levantando ligeramente el pompis. La lengua de Sebas recorrió cada milímetro del sexo de la hermosa mujer, satisfaciéndola hasta el orgasmo. Tras la corrida, Maite levantó una pierna para pasarla sobre la cabeza de Sebas, acercándola a la otra obligando al chico a apartarse. Se metió en el agua junto al niño.

-Te interesará saber que estoy empalmado – le informó sonriendo y sacando una carcajada de Maite.

-¿Sí? – preguntó con falsa ingenuidad – A ver…

El chico, de espaldas al borde la piscina, se alzó con los brazos demostrando nuevamente el uso de su portentosa musculatura. El rápido impulso pilló desprevenida a Maite que no se esperaba ver salir con tanta velocidad aquel enorme periscopio que casi la golpea. Se fijó en el joven sentado en el borde de la piscina como escasos instantes antes lo estuviera ella y, más concretamente, en el enorme rabo que la desafiaba completamente tieso.

-¡Guau! – lo alentó – ¡Menuda empalmada! Esta sí que es una empalmada y no la que te pegas cuando sales de fiesta… – le sonrió mientras se alzaba, ayudada por los fuertes brazos de Sebas que la asió por los sobacos, para dirigir su boca hacia la punta de la polla.

Maite abrió la boca y rodeó con sus labios el glande del muchacho, saboreándolo. La polla dio un respingo. Repitió el gesto 3 veces y bajó el rostro sacando la lengua para recorrer los erectos 20 centímetros desde la base hasta la punta. Volvió a bajar y le lamió los huevos que estaban apoyados sobre el mojado suelo de la piscina. Finalmente agarró la verga con una mano y empezó a masturbarlo mientras se introducía la polla en la boca y le hacía una mamada.

Tras unos minutos en los que Sebas demostró que podía resistir mucho más que el día en el que Maite lo masturbó en el cuarto de baño, el hijo de Pedro y Beth la alzó agarrándola de las axilas, sacándola del agua y colocándola encima suyo. Maite abrió las piernas en el aire y se dejó caer sobre el pollón que la esperaba.

Había pasado casi un año desde que se equivocara al confundir “de empalmada” con “empalmado” y desde que un aparentemente tímido adolescente osara insinuarse mostrándole la bonita polla con la que había nacido. Hacía ya meses desde que vio aquel cipote por segunda vez, entonces con más detenimiento. Y únicamente escasos días desde que se exhibió para deleite del muchacho provocando que al final tuviera que hacerle una paja. Y durante todo ese tiempo, inconscientemente lo que había deseado era justamente lo que estaba a punto de ocurrir.

Maite gritó de placer, quitándose el peso que tenía dentro desde hacía casi un año, cuando sintió la enorme polla abriéndose paso en su interior. Se corrió en seguida. La juventud de Sebas no era sinónimo de torpeza precisamente. Era evidente que el chaval tenía sobrada experiencia. Los carnosos pechos de la treintañera estaban deliciosamente atendidos por el sagaz veinteañero que los besaba, lamía, chupaba, sobaba y mordisqueaba, tanto el pezón como el resto de la voluminosa ubre. Maite se volvió a correr.

Sebas notó que las fuerzas de su madura amante comenzaban a flaquear bajando el ritmo debido a la edad, los orgasmos y el tiempo que llevaban en esa magnífica postura. El chico, sobrado de fuerzas, llevó sus manos a las nalgas de Maite para acompañarla en el sube y baja. La mujer le recompensó el detalle buscando su boca para morrearlo con pasión. Cuando se separó de él, la agarró de la cintura para, sin sacar el cipote de su interior, voltearla colocándola tumbada de espaldas en el suelo mientras ella se aferraba con sus manos al amplio cuello del joven muchacho.

Maite se quedó con las piernas abiertas y dobladas hacia atrás con lo que el experimentado jovenzuelo le agarró los muslos justo por detrás de las rodillas empujando hasta levantarle ligeramente el pompis, momento en el que comenzó sus fuertes embestidas. Cada sacudida de Sebas en la que Maite sentía como la llenaba por completo golpeando los testículos contra su culo levantado le robaba un gemido ahogado. Cuando cambió el ritmo y la penetró a una velocidad endiablada sacando y metiendo la polla con frenesí volvió a arrancarle un nuevo orgasmo.

Tras más de media hora larga de sexo de mucha calidad Sebas sorprendió a la madura chica sacando el brillante pollón de su escocido coño para levantarla pidiéndole que se colocara de rodillas. El chico apuntó su miembro hacia la cara de Maite mientras no dejaba de masturbarse. Quería correrse en su rostro. A ella le pilló desprevenida y no le dio tiempo a reaccionar cuando el primero y más contundente chorro de leche impactó en su mejilla salpicando su cuidado cabello. El imponente chico soltó unos cuantos chorros más que mancharon por completo el bello rostro de una Maite desbocada que, antes de que Sebas terminara de escupir, abrió la boca invitando a su pintor a dirigir hacia allí sus últimas pinceladas.

Maite dejó escapar por la comisura de sus labios el semen que el niño había introducido en su boca mientras chupaba el aún duro falo que acababa de impregnarla del viscoso líquido para succionar cada mililitro de leche que pudiera quedar en el enorme surtidor que Sebas tenía entre las piernas. El semen se resbalaba por la cara y el pelo de Maite que, en vez de echarle la bronca como la vez que le manchó ligeramente en su casa, se dedicó a chuparle el cipote hasta que se quedó en estado morcillón.

-Necesito una ducha – dijo Maite mientras se incorporaba agarrándose el pelo para mostrar el manchurrón de lefa que se había acumulado en su cabellera.

-Te acompaño. Mi padre y tu marido aún tardarán un rato en llegar.

Cuando Maite salió de la reponedora ducha vio a Sebas muy arreglado.

-¿Sales esta noche? – le sonrió – Eres un fiestero.

-Me voy de empalmada – le contestó jocosamente besándola en los sonrientes labios y marchándose a disfrutar de la noche.

Maite se quedó mirándolo, mordiéndose el labio pensando en la afortunada que acabaría la noche con ese joven semental. Porque estaba convencida de que cada vez que salía, follaba.

Cuando Isaac volvió, junto a Pedro y Jaime, se disculpó por haberse marchado sin avisarla. Igualmente, Pedro tuvo que excusar a su esposa por haberla dejado sola y a su hijo mayor por ser tan desconsiderado y no haberla atendido en ausencia del resto de la familia.

Maite no le reprochó absolutamente nada a su marido después de lo que ella había hecho. Es más, se sintió culpable por hacerle sentir mal cuando su falta era mucho más leve que la de ella. Respecto a Beth, pensó que la pobre mujer había estado tan informada como ella misma de la salida de sus maridos en busca de Jaime. Y cuando oyó el comentario sobre Sebas por parte de su padre casi se le escapa la risa. Sin duda el niño había sido el que mejor la había atendido de largo.

Tras las explicaciones y disculpas llegaron las despedidas. Isaac y Maite se marcharon a casa. Esa noche no hicieron el amor y pasó un largo periodo hasta que a ella volvió a apetecerle sexo con su esposo. Isaac no se lo tomó a mal, simplemente pensó que estaba relacionado con la actitud de su mujer en los últimos tiempos sin llegar a sospechar jamás que el motivo era el joven Sebas con el que él mismo compartía vestuario.

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Relato erótico: “Casanova (12: Capítulo final)” (POR TALIBOS)

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CASANOVA: (13ª parte)
CAPÍTULO FINAL:

Desde luego, estás hecho un sinvergüenza – dijo Dickie.

Mi institutriz y yo estábamos en la cama de su dormitorio, sudorosos y agotados tras una de nuestras tórridas sesiones de sexo, que cada vez más habitualmente, complementaban las lecciones de enseñanza que ella impartía.
Había pasado una semana desde mi “reconciliación” con Marta y Marina, periodo que pasé absolutamente agotado, pues ahora que los impedimentos parecían haber desaparecido, todas las chicas de la casa habían entrado en celo a la vez, así que pasaba más tiempo hundido entre los muslos de una mujer que haciendo cualquier otra cosa.
Y era peor cuando la afortunada era mi prima o mi hermana, pues ellas, decididas a que no se reprodujeran las tensiones anteriores, siempre acudían a mí en pareja, con el consiguiente esfuerzo físico que eso suponía.
Pero eso sí, yo estaba absolutamente feliz. Todo me marchaba bien. Tenía a mi disposición un impresionante harén de hermosas mujeres no sólo dispuestas, sino absolutamente deseosas de hacérselo conmigo, a lo que se unía la complicidad por parte de mi abuelo, el absoluto desconocimiento por parte paterna (o al menos eso aparentaba mi padre) y una madre que hacía la vista gorda.
Pero esa mañana, después de una hora bastante intensa en la cama de Dickie, una pequeña nubecilla apareció en el horizonte en forma de frasecita de la inglesa:

¿Estás bien Oscar? Te encuentro un poco cansado.

Eso me dijo la muy puñetera después de que me derrumbara agotado sobre ella tras correrme sobre su estómago. Ella, por su parte, parecía no haber alcanzado los cien orgasmos habituales que solían acometerla cuando estábamos juntos, sino sólo cincuenta, y claro, con su delicadeza habitual, tuvo que hacerme notar que yo no estaba en plena forma. Hirió mi orgullo masculino (el objeto más frágil del universo).
Decidido a que se tragara sus palabras, me zambullí entre sus muslos, comiéndole el coño como un poseso, masturbándola con las dos manos hasta lograr que se corriera como una burra. A ella le encantó el tratamiento, pero ni por esas logré que mi polla despertara de nuevo.
Dolido, me tumbé junto a ella y comenzamos a charlar. Yo, deseoso de justificarme, le expliqué todos los avatares de la última semana y fue eso lo que provocó su comentario.

Desde luego, estás hecho un sinvergüenza.

Tenía razón.
Helen, lejos de escandalizarse al averiguar que me estaba beneficiando a mi prima y a mi hermana (“Ya lo sospechaba” – me dijo), me aconsejó que me tomara la vida con más calma, que ese ritmo que llevaba iba a acabar conmigo.

Mientras pueda morirme aquí – dije juguetón, hundiendo el rostro entre sus tremendas tetas.
Ja, ja – rió ella – Muy ladino, pero hoy no has estado tan bien como siempre.

La puta que la parió. Sabía perfectamente que Dickie decía aquello para hacerme rabiar, para molestarme y reírse así un poco de mí. Y lo cierto es que lo consiguió.
Traté de poner buena cara y reírle la broma, pero por dentro no paraba de darle vueltas a que ella tenía razón. Yo había sembrado vientos y ahora recogía tempestades. Había seducido a un montón de mujeres una por una y ahora tenía a un atajo de ninfómanas persiguiéndome a todas horas, de forma que me encontraba permanentemente derrengado porque, claro, ellas me perseguían y yo me dejaba atrapar.
Y las peores eran Marta y Marina, pues con las demás contaba con la inestimable ayuda del abuelo, que se las trajinaba a base de bien, pero mi primita y mi hermana eran cosa sólo mía y cada vez que nos lo montábamos me follaban como si fuera la última cosa que iban a hacer en la vida. Carpe Diem.
Continuamente me tenían liado con excursiones a caballo, en bicicleta, paseos los tres solos. Incluso me hicieron ir a “enseñarles” el refugio de cazadores en el que sucedió mi aventura con Andrea. Casi lo echamos abajo.
No me malinterpreten, no podía ser más feliz en aquellos días, pero es que tenía las pelotas tan secas que al andar no las notaba. No iba a poder aguantar mucho más. Ni el vigor de la juventud ni leches.
Salí del cuarto de Dickie un poco enfurruñado, sin hacer caso de las miraditas cómplices y las risitas que me dedicaba Loli, que casualmente estaba limpiando el polvo en el pasillo y que sin lugar a dudas había estado con la oreja bien pegada a la puerta oyendo cómo yo conquistaba Inglaterra.
Bajé al recibidor y como aún faltaba un rato para almorzar, salí a la calle a despejarme. Iba dándole vueltas en la cabeza a mi problemilla. Se me ocurrían soluciones de lo más peregrinas, comer más, hacer más ejercicio, comprarme un látigo para mantenerlas alejadas, mudarme lejos… Estupideces, en fin.

¿Qué pasa Oscar?

Levanté la vista sorprendido y me encontré con Antonio que llevaba un par de cubos de agua.

Buenas, Antonio. ¿Adónde vas con eso? – respondí yo.
¿Con los cubos? Voy a echarle una mano a Nicolás. Tenemos que limpiar bien el coche, porque este fin de semana es la verbena del pueblo y tu abuelo quiere llevarlo.
¡Ah, pues os ayudo!

Cogí uno de los cubos que llevaba Antonio y ambos nos dirigimos a la parte lateral de la casa, donde había construido un pequeño techado para el coche. Allí esperaba Nicolás, el dueño de una monumental polla de 30 centímetros capaz de enloquecer a la más casta de las mujeres.
La situación con Nico no había mejorado mucho desde que le sorprendí en la cocina con María. Él no sabía nada acerca de mi plan de acoso al ama de llaves, pero sí era consciente de que yo conocía su “enorme secreto”. Por eso, últimamente me evitaba continuamente. Se veía que no estaba cómodo a mi lado, le daba vergüenza. Era otro asunto que había que solucionar.
Nico había sacado el coche de debajo del techado, para no mojar el suelo dentro. Al ver que yo también me aproximaba, el rostro del chofer se oscureció visiblemente. Antonio notó que algo raro pasaba, pero muy prudentemente, se abstuvo de hacer ningún comentario. Yo, por mi parte, decidí aparentar que nada pasaba, así que alegremente me uní a las operaciones de limpieza.
Más tranquilo al ver que yo no me sentía incómodo con la situación, Nico comenzó a repartir instrucciones entre los dos: tú limpia los faros, tú trae más agua, el cristal delantero, quita el polvo… En fin, que nos cundió bastante el trabajo.
Fue un rato agradable, allí los tres trabajando al sol. Antonio y yo no parábamos de cotorrear y bromear, e incluso Nico participó un poco en la conversación. Poco, eso sí, pero eso no era raro pues no era muy hablador.
Justo cuando terminábamos, Marina llegó en mi busca para avisarme de que la comida estaba lista. Me despedí de mis compañeros y regresé con mi hermana a la casa. Cuando doblamos la esquina del edificio, de forma que nadie podía vernos, Marina aprovechó para darme un buen pellizco en el culo.

¿Qué tal te lo has pasado en clase? – dijo.
¿Eh?
Pues espero que no demasiado bien, porque esta tarde vamos a ir a buscar espárragos.

Dios mío.

¿Andrea también viene? – pregunté indeciso, puesto que si mi prima mayor venía, entonces era que de verdad íbamos a buscar espárragos.
No, que va. ¿Es que no tienes bastante con nosotras?
Me muero – pensé.

Durante el almuerzo, que engullí con ganas, mi mente empezaba a madurar un plan. Era un tema que ya había considerado antes y no lo había puesto en práctica por un poco de egoísmo. Me explico.
Un tiempo atrás se me había ocurrido la idea de reunir en una habitación a Nico y a Dickie, la polla mayor de la comarca con la zorra mayor de Inglaterra. Estaba seguro de que si lo lograba, a ambos iba a encantarles el plan, porque entregarle a Dickie tamaño instrumento era el mejor regalo posible y darle a cualquier hombre la posibilidad de acostarse con semejante mujer… sobran las palabras.
Pues eso, que si hasta ahora no había intentado llevar a la práctica ese plan era por temor a que una vez que Helen hubiera catado el manubrio de Nico, quizás no quisiera saber nada más de mí. Y de eso nada (egoísmo puro).
Pero ahora yo andaba tan cansado que necesitaba ayuda para atender a mis “obligaciones”, y si lograba tener satisfecha a Dickie… mucho habría adelantado.
Y es que Dickie era la clave. Con Marta y Marina no había nada que hacer. Tenía que estar disponible para ellas cada vez que se les antojase, porque por nada del mundo quería yo que volviesen a enfadarse conmigo (y por nada del mundo hubiera renunciado yo a hacérmelo con aquellas diosas). Con las demás criadas no había tanto problema, porque aunque me perseguían (y me pillaban) siempre cabía la posibilidad de esquivarlas y evitar situaciones comprometidas (a no ser que no me apeteciera hacerlo y me dejara atrapar). Pero con Dickie no había escapatoria posible, pues cada mañana pasábamos horas a solas encerrados en su habitación, y cada vez que la señora tenía ganas de marcha acabábamos encamados, porque era absolutamente imposible resistirse a aquella mujer (amén de que yo no quería resistirme).
Pues eso, que estaba dándole vueltas a la idea de que si lograba tener satisfecha a Helen, podría descansar mucho más y estar en mejor forma para todas las circunstancias que fueran presentándose, y si algo era capaz de tener satisfecha a Dickie… sin duda era la polla de Nicolás.
La tarde transcurrió maravillosamente bien, aunque yo regresé sin ningún espárrago y completamente destrozado, mientras que las chicas traían una sonrisa de oreja a oreja.
Mentalmente iba dándole vueltas a mi plan, y en eso pasé el resto de la tarde hasta la hora de cenar, porque la verdad es que no me quedaban fuerzas para nada más.
A la mañana siguiente desperté completamente dispuesto a ejecutar mi plan, así que me tomé un buen desayuno y me dirigí a clase. Por fortuna, Helen se apiadó de mí y aquella mañana nos dedicamos tan sólo a las clases, cosa que agradecí bastante.
En cierto momento, me mandó realizar una serie de ejercicios en mi cuaderno, y yo empecé a mantener una charla intrascendente con mi maestra mientras los hacía.

¿Sabes? – dije en cierto momento – Ayer estuve ayudando a Nico y a Antonio a lavar el coche.
Estupendo – contestó Helen, sin prestarme mucha atención.
Y Nico me dijo una cosa muy curiosa.
Ya veo – dijo ella sin hacerme ni caso.
Estuvimos hablando de las chicas que hay en la casa.
Ahá.
Ya sabes, sobre cual está más buena, la que tiene mejores tetas…
Ay, todos los hombres sois iguales – dijo la institutriz enfrascada en la lectura de unos papeles.
Pues Nicolás dijo que sin lugar a dudas tú eras la mujer más bella no sólo de la casa, sino de toda la región.

Al decir esto, logré que por fin Helen se fijara en mí. Alzó la vista bastante sorprendida y dijo:

¿Cómo?
Lo que has oído. Por lo visto le gustas a Nicolás. ¿No lo sabías?
Anda niño, no digas más tonterías y termina esos ejercicios.

Tras decir esto, Dickie volvió a sumergirse en sus papeles, pero yo noté que la había puesto un poco nerviosa. Y es que todas las personas nos parecemos en esto. Si nos dicen que le gustamos a alguien… no podemos evitar pensar en él.
La primera parte de mi plan estaba lista. La segunda fue igual de fácil, pues consistió simplemente en mantener una charla parecida con Nicolás, dejando caer que me había dado cuenta de que Helen miraba con “ojitos” al bueno de Nico. Él me dio un coscorrón y dijo que no me burlara, pero yo noté que se quedó un tanto intranquilo.
En los siguientes días pude ver cómo mi plan iba dando sus frutos. Era divertido observar lo incómodos que se sentían Nico y Helen cada vez que se encontraban. Se saludaban entrecortadamente y se marchaba cada uno por su lado, consiguiendo así que pensaran que yo les había dicho la verdad.
Bueno, aquello había que dejarlo madurar y yo así lo hice. En alguna ocasión, charlando con alguno de ellos me preguntaron como quien no quiere la cosa acerca de las palabras exactas que el otro había pronunciado. Ya saben “Oye, Oscar, ¿qué fue lo que dijo la señorita Dickinson de mí?” o “¿En serio dijo Nicolás eso? No parece propio de él”. Y yo juraba y perjuraba que todo era cierto.
Pero llegó el fin de semana y tuve que interrumpir mis planes, pues se avecinaba un acontecimiento bastante importante: las fiestas del pueblo.
Todos los años esperábamos con ilusión las festividades de la patrona, pues el pueblo entero se engalanaba para la ocasión, celebrándose una gran verbena, con baile incluido. La familia acudía todos los años, y nos pasábamos todo el día de fiesta, bailando y comiendo, hasta bien entrada la madrugada. Algunos años habíamos regresado a casa al amanecer, después de una juerga tremenda.
Y no sólo nosotros teníamos ganas de ir a la verbena, sino que todos los mozos jóvenes de la región estaban deseando que fuéramos, pues durante las fiestas, todas las chicas del servicio tenían el día libre, con lo que de pronto aparecían en el pueblo un montón de mocitas hermosas y bastante cachondas.
El sábado nos levantamos temprano para acicalarnos. La mayor parte de las criadas no estaban ya en casa, sino que se habían marchado la tarde anterior para pasar la noche en casa de sus familias. Esto se hacía porque no teníamos medios de transporte suficientes para irnos todos a la vez al pueblo, aunque yo estaba convencido de que no hubieran faltado voluntarios para venir a recogerlas.
Nos vestimos todos con nuestras mejores galas. Las chicas estaban preciosas, con sus vestidos veraniegos estampados. La verdad es que aquella mañana no me hicieron mucho caso, pues estaban bastante excitadas con la perspectiva de pasarse el día coqueteando y enloqueciendo a los mozos del lugar.
Por fin, a media mañana nos pusimos en marcha. Nicolás conducía el coche, en el que iban mis dos primas y mi hermana en la parte de atrás y tía Laura en el asiento del acompañante. Por desgracia no había ninguna razón para que fuera yo también allí, pues me hubiera encantado montarme en el coche con las chicas, allí bien apretadito.
Así que tuve que conformarme con ir en mi caballo, como siempre, acompañado del abuelo, que montaba el suyo.
Papá fue el encargado de conducir el carro, acompañado de mamá, de Mrs. Dickinson, Brigitte y María, únicas empleadas sin familia en la región, por lo que habían permanecido en casa.
La marcha fue muy alegre y divertida, las chicas incluso llegaron a animarse a cantar, haciéndolo tan mal que nos reímos todos a gusto. Yo cabalgaba al lado del abuelo, manteniendo con él una de nuestras charlas, ya saben, principalmente acerca de mujeres.
Por fin, llegamos al pueblo. Dejamos los caballos en un establo que había a la entrada de la villa, cuyo propietario lo ponía a disposición de los visitantes durante las fiestas. Allí dejamos también el carro y el coche.
Todos juntos nos dirigimos a la plaza mayor, donde estaba organizada la verbena. Todo estaba decorado; había guirnaldas y farolillos por todas partes, flores en las ventanas, banderitas, cadenetas… La gente se aglomeraba allí, charlando y riendo. Aún era temprano, así que la banda del pueblo aún no había empezado a tocar, pero alguien había llevado un viejo gramófono que tocaba pasodobles, con lo que algunas parejas se habían arrancado a bailar.
Había puestos con comida, golosinas, garrapiñados y algodón dulce, había tenderetes de bebidas, con unos enormes cubos llenos de barras de hielo, donde mantenían enterradas las botellas de vino y cerveza.
Todo era algarabía y diversión y nosotros, obviamente, pronto nos dejamos arrastrar.
Entonces eran otros tiempos, no había tantas oportunidades de salir por ahí a divertirse, así que teníamos que aprovechar bien las que se presentaban. Enseguida nos repartimos cada uno por su lado, deseosos de disfrutar de la fiesta.
Durante la mañana, me encontré con varias de las chicas, que me obligaron a bailar con ellas. Fue divertidísimo ver las caras de envidia de los mozos mientras me marcaba un buen pasodoble con Vito y con Mar. Y claro, yo disfruté enormemente del bailecito, ya que, dada la diferencia de estatura, mi mejilla quedaba cómodamente apoyada sobre los senos de mi compañera de baile de turno. La gloria.
Así transcurrió la mañana, entre juerga, risa y baile. Había llegado incluso a beberme un vasito de vino (entonces no había tantas tonterías como ahora acerca del alcohol, que es como todo en la vida, bueno si es en pequeñas dosis). Entonces conocí a Néstor.
Era un chico un par de años mayor que yo, que andaba por allí zascandileando. Me hizo gracia, pues me di cuenta de la forma en que miraba a las chicas guapas con las que se cruzaba. Me di cuenta entonces de que estaba echándole mal disimuladas miradas a mi primita Andrea, que en ese preciso momento bailaba con mi padre.
Decidí acercarme a él, para hacer un nuevo amigo, cosa que a esas edades es mucho más sencilla.

Guapa ¿eh? – le dije simplemente acercándome.
¡Uf! Guapísima.
Es mi prima Andrea. Si quieres te la presento.

Él me miró sorprendido un segundo. Después sonrió.

No, gracias. No sabría ni qué decirle. Sólo soy un crío.
Me llamo Oscar – dije.
Yo soy Néstor.
Encantado.
Lo mismo digo.

Y ya está. Entre dos chavales no hace falta mucho más para conocerse. Pasamos el resto de la mañana juntos, correteando por ahí y pasándolo bien, especialmente espiando a las chicas.
A mí me hacía gracia todo aquello, pues Néstor era un adolescente en plena efervescencia, y todo lo que se asemejara al revuelo de una falda lo atraía. Además, dada su absoluta falta de experiencia, me sorprendía muchas veces con comentarios absolutamente inocentes y descabellados.
Pero claro, yo no le corregía en nada, pues no hay mejor manera de estropear una amistad que andar siempre diciéndole al otro que se equivoca y que no sabe nada acerca de un tema.
Pues así seguimos toda la mañana, charlando y caminando entre los puestos. Hacíamos comentarios un tanto machistas en cuanto se nos cruzaba una chica guapa, ya saben, principalmente acerca de su volumen mamario o de la redondez de su grupa y de cuánto nos gustaría verificar esas medidas por nosotros mismos.
Inevitablemente la conversación derivó hacia las chicas del servicio de mi casa, pues en cuanto Néstor se enteró de dónde vivía yo, comenzó a bombardearme con preguntas sobre las chicas, pues la casa de mi abuelo era muy conocida en la región (y su fama de mujeriego también).
Cada vez que nos encontrábamos con una de las chicas, yo le decía a Néstor su nombre y las saludaba para ver cómo mi amigo se ponía verde de envidia al ver que tenía tanta confianza con aquellas beldades. Yo me reía interiormente al ver cómo el chico miraba boquiabierto cada vez que una de las chicas me daba un beso en la mejilla o me preguntaba si quería bailar.
Entonces se me ocurrió darle una pequeña alegría. Y en buena hora se me ocurrió, pues eso sería el inicio de una aventurilla muy provechosa.

Oye, Néstor – le dije – ¿Te gustaría bailar un poco con una de ellas?
¿Yo? – dijo incrédulo – ¡Tú estás loco! ¡Me moriría de vergüenza! ¡Además, no sé bailar!
Vamos, no seas tonto. Que ninguna te va a comer. ¡Mira! Allí está Loli. Es simpatiquísima y le encanta bailar.

Y salí corriendo hacia donde estaba la criada, charlando con otras mocitas del pueblo y luciendo palmitos ante un grupo de jóvenes que la miraban embobados.

Hola guapetón – me dijo al verme llegar – Por fin te has pasado a saludarme, que me tienes abandonada.
Hola Loli – le dije – Muy buenos días – dije dirigiéndome a sus compañeras de charla.
Mira el niño, qué educadito – dijo una.
Buenos días a ti también, nene – dijo otra.

Sí, sí, nene. Si ellas supieran…

Loli, ¿puedes venir un segundo? Quiero pedirte una cosa.
Claro, cariño… – respondió la doncella.

Ambos nos apartamos unos pasos y yo le susurré a la muchacha:

Loli, guapa, ¿por qué no te marcas un baile con mi amigo?
¿Con tu amigo? – dijo ella, sorprendida.
Sí… Verás, es que es un poco tímido.

Loli alzó la mirada y le echó un buen vistazo a Néstor, que no sabía donde meterse.

El pobre nunca ha bailado con una chica. Y he pensado que… bailando con una chica tan guapa como tú…
Ya veo – respondió ella.
¿Entonces? ¿Lo harás?
Claro, hombre. Ve y dile a tu amigo que se acerque.
Gracias Loli. Y ya sabes…
¿Qué?
Haz que se acuerde del baile durante mucho tiempo – dije sonriente.

Ella no respondió, pero la extraña luz en sus ojos me indicó que había comprendido.

Vamos Néstor – dije acercándome a mi amigo.
¿Adónde? – dijo él, haciéndose el tonto.
A bailar con las chicas.
¿En serio?
Claro hombre. Loli dice que eres muy guapo y que no le importa bailar una canción contigo.
Venga ya.
Que sí chico, en serio.

Y de un tirón lo arrastré hasta donde esperaba Loli.

Vaya, vaya, tu amigo es muy guapo – dijo la criada en tono zalamero.
Gr… gracias – balbuceó Néstor.
Ven, hombre… que no te voy a comer…

Diciendo esto, Loli se agarró al pobre Néstor, haciendo que colocara una de sus manos en su cintura, peligrosamente cerca de su trasero. Néstor, tieso como un palo y colorado como un tomate, procuraba mantener la cintura apartada de Loli mientras bailaban, sin duda porque alguna parte de su cuerpo había despertado, pero lo único que conseguía era que Loli se pegara todavía más, frotando bien su muslo contra el chico.
Yo, por mi parte, me estaba marcando un bailecito con Mar, que pasaba por allí, aunque en nuestro caso era yo el que me frotaba disimuladamente contra el muslamen de mi pareja, con el consiguiente sofoco de la chica.

Oscar, que nos van a ver – susurraba Mar mientras trataba de mantenerme alejado.
Me importa un huevo – pensaba yo mientras me pegaba más.

El baile duró sólo unos minutos, pero estoy seguro de que a Néstor se le hicieron eternos. Cuando terminó, todos aplaudimos a la banda y yo, tras despedirme de Mar con un beso en la mejilla, fui en busca de mi amigo. Fue entonces cuando me di cuenta de que, entre las parejas que bailaban, destacaba la preciosa Helen acompañada de mi buen amigo Nicolás. Je, je, la cosa marchaba.
Me reuní con Néstor a un lado de la plaza, y la expresión del chico (un tanto ida), me demostró que se lo había pasado realmente bien.

¿Qué? ¿Te ha gustado bailar con una chica? – le pregunté.
Tío, ha sido la ostia.
Je, je.
Macho, incluso le he tocado un poco el culo…
¿De verdad?
Sí – dijo él asintiendo vigorosamente – ¡Y no veas cómo se pegaba!
Es que a Loli le gusta mucho bailar.
¡Ah! ¿Se llama Loli?
¿No te lo ha dicho ella?
Sí, creo que sí, pero sentía un zumbido en las orejas y no me enteraba de nada de lo que decía.

Yo me reí con ganas de aquello, mientras Néstor me miraba divertido.

¿De qué te ríes? – me dijo levemente picado.
De ti, tío – respondí riendo – Tienes menos experiencia que yo con las chicas.
¿En serio? ¿Acaso has visto unas tetas alguna vez? Porque yo las veo siempre que quiero.

Aquello me interesó bastante.

¿De veras? ¿Las tetas de quién?
No puedo decirlo – dijo Néstor poniéndose serio.
Venga, tío. Que yo he hecho que bailaras con Loli. Y yo quiero ver tetas.

De hecho, yo SIEMPRE quería ver tetas.

¿Levas pasta? – me soltó de sopetón.
¿Pasta?
Sí, Oscar, pasta, dinero.
No, si te he entendido, pero ¿para qué?
Pues para poder ver tetas – dijo como si fuera la cosa más natural del mundo.

Aquello me sorprendió bastante.

¿Tú pagas para poder ver tetas?
Claro, no seas crío. Conozco a una chica que te las enseña por un real.

Os parecerá una tontería, pero, aunque yo era todo un experto en materia de mujeres, el pagar por estar con una era algo que no se me había ocurrido.

¿Te refieres a una puta? – pregunté inocentemente.
No, tío, Margarita no es ninguna puta. Es sólo que enseña las tetas a cambio de dinero. Pero sólo a la gente que es de su confianza.
Que tiene dinero, vaya – pensé sin equivocarme demasiado.
Entonces ¿qué? ¿tienes dinero o no?
Sí, claro, mi abuelo nos da dinero para la verbena.
Pues si quieres la buscamos y ya verás.
Pues vamos.

Néstor me miraba un poco sorprendido, supongo que le extrañaba la tranquilidad con que yo me tomaba la posibilidad de ver un par de tetas. Él, en cambio, se mostraba cada vez más nervioso a medida que nos movíamos por el pueblo en busca de la tal Margarita. Dimos unas cuantas vueltas por la plaza, hasta que, de repente, Néstor localizó a la chica.

¡Allí está exclamó!
¿Dónde?
¡Allí, junto a aquella puerta!

Como un rayo, salió disparado hacia donde se encontraba la chica, aunque, cuando le faltaban 15 o 20 metros para llegar adonde estaba ella, frenó bruscamente, avanzando muy despacio.
Alcancé a Néstor y me puse a su lado, echando un buen vistazo a la chica. En realidad había varias apoyadas en la pared junto a la puerta de una casa, pero mi instinto me indicó claramente quien era Margarita.
Sorprendentemente (pues no tenía muchas esperanzas) era una chica bastante atractiva. Tendría unos 18 años, 1,60, pelo castaño rizado suelto sobre la espalda. Vestido de flores, un tanto ajado y una expresión pícara en su semblante que hizo que un escalofrío recorriera mi columna. Lentamente, saboreaba una manzana bañada de caramelo, lo que le daba un toque de lolita la mar de excitante.

Aquí va a haber tema – pensé.

Nos acercamos lentamente a la chica, mientras ella nos echaba un desinteresado vistazo, como si no le importara un bledo nuestra presencia. Nos paramos delante suya, mientras ella fingía ignorarnos. Torpemente, Néstor comenzó a negociar la transacción.

Ho… hola Margarita – balbuceó.
Hola – dijo ella sin mirarle siquiera.
No sé si te acuerdas de mí. Soy Néstor, el primo de Bartolo.
Sí, creo que me suenas de algo.

Néstor tragó saliva antes de continuar.

Bueno, me preguntaba si querrías que… ya sabes, si quieres que te invite a algo.
¿Y tu amigo? – dijo la chica señalándome con la barbilla.
Yo también quiero invitarte a “algo” – dije con retintín.

Ella abrió un poco los ojos, sorprendida por mi aplomo. Supongo que estaba acostumbrada a tratar con críos salidos a los que manejaba a su antojo, pero yo intuía que a ella le iba otra cosa.

¿Tenéis dinero para “invitarme”? – dijo ella imitando mi tono.
Cla… claro – acertó a contestar Néstor.
¿Y tú?
Por supuesto preciosa. Suficiente para “invitarte” a lo que quieras – respondí con descaro.
Pues vamos – dijo ella dándole un último bocado a su manzana – Toma, acábatela tú.

Tras decir esto, entregó el resto de la manzana a una de las chicas que la acompañaban, las cuales nos echaban miraditas mientras se reían, cuchicheando entre ellas.
Nos pusimos en marcha, con Margarita a la cabeza de la comitiva. Yo me mantenía ligeramente retrasado, para poder admirar el trasero de la chica, que se mecía con el suave compás que las mujeres saben imprimir a sus caderas cuando quieren. Néstor, un poco más tranquilo, trataba de conversar con la chica, pero ella le contestaba sólo con monosílabos, mientras de reojo me controlaba a mí. Aquello me gustó.
Como el que no quiere la cosa, fuimos apartándonos de la algarabía del pueblo, metiéndonos por las calles que se alejaban de la plaza. Cada vez nos cruzábamos con menos gente, hasta que, de pronto, Margarita se detuvo frente a un portal.

A ver, primero quiero ver el dinero.

Néstor y yo le mostramos unas cuantas monedas, él forcejeando nerviosamente con el bolsillo de sus pantalones, yo calmado y reposado. Satisfecha al ver que no íbamos de vacío, Margarita continuó.

¿Es de fiar? – preguntó refiriéndose a mí.
Claro – respondió rápidamente Néstor, que ya olía el par de tetas – Ya sabes que mi primo me recomendó a ti y yo no traería a nadie que se chivara.
Pues no sé yo si el Bartolo es muy de fiar.

A Néstor se le hundía el suelo bajo los pies.

Va… vamos Margarita, sabes que…
Anda, déjalo – le interrumpí – Además, dudo mucho que lo que hay debajo de ese vestido valga un real.

Néstor me dirigió una mirada asesina.

Vaya, vaya con el pimpollo. Así que vas de sobrado… – dijo la chica – Seguro que ves un par de tetas y te cagas en los pantalones.
No creo que eso pase – respondí con aplomo – Además sigo diciendo que las tuyas no son para tanto.

Mientras decía esto, mi mano se disparó hasta los senos de Margarita, sobándolos un segundo. Ella, tras la sorpresa inicial, me soltó un bofetón con bastante mala leche, pero yo, que sabía perfectamente cómo iba a reaccionar la chica, la sujeté por la muñeca y deposité en su mano dos monedas de un real. Después, con los años, he visto esa misma escena unas cuantas veces, en el cine. No se crean lo que cuentan los guionistas de Hollywood, eso lo inventé yo.

Serás cabrito – siseó Margarita.
¿Por qué? – respondí desafiante – Te he pagado el doble ¿no? Lo justo es que me des un poco más.

Ella me miró con ojos ardientes, deseosa de que me partiera un rayo, pero entonces sus ojos se fijaron en las dos relucientes monedas de su mano y su enfado dejó paso a la mentalidad empresarial.

Bueno, vale, pero como el enano éste vuelva a propasarse le meto un sopapo que…
Sí, vale, vale, lo que tú quieras – respondí yo.

Néstor me miraba con una mezcla de sorpresa y respeto. No entendía cómo yo era capaz de portarme así con la chica.
Margarita, tras echar sendos vistazos a los lados de la calle para asegurarse de que no nos veía nadie, sacó una llave de un bolsillo y abrió la puerta. Nos hizo entrar rápidamente y cerró la puerta tras de sí.
Penetramos en el portal de la casa. Se trataba de un pequeño edificio de tres plantas, en el que había un total de seis viviendas. El portal era espacioso, con una escalera que llevaba a los pisos superiores, y al fondo, tapada parcialmente por la escalera, había una puerta que daba al patio común, y junto a ella, una ventana cerrada que supuse daba al mismo patio.

¿Tú vives aquí? – pregunté a Margarita, aunque ya sabía la respuesta al verla usar la llave.
¡Shist! – me indicó la chica – Si haces un ruido más se acabó el negocio.
Tranquila – respondí – Aquí no hay nadie. Todo el mundo está en la verbena.

Margarita se dirigió al fondo del portal, junto a la puerta del patio. Sin esperarnos, se metió bajo el hueco de la escalera, desapareciendo de nuestra vista.

Vamos – dijo Néstor muy nervioso – Ahí es donde nos las enseñará.

Con calma, seguí al chico, que parecía a punto de cagarse de miedo. Nos juntamos en el hueco de la escalera, justo bajo la misma, que era bastante más grande de lo que parecía desde la entrada.
Allí, esperándonos, estaba Margarita, con la espalda apoyada en la pared, aunque no podía verla con claridad, pues dentro había poca luz.

Bueno, terminemos rápido – dijo la chica.

Noté que comenzaba a desabrocharse los botones de la pechera del vestido, pero allí debajo no se veía bien, así que protesté.

Oye, aquí no se ve nada. Hay muy poca luz.
Pues te aguantas – me espetó la moza.
Eso, Oscar, no incordies – me dijo Néstor, nervioso por si yo fastidiaba lo bueno.
De eso nada – continué en mis trece – te he pagado muy bien para ver qué escondes ahí debajo, y aquí no se ve nada.

Me di la vuelta y abrí un poco la ventana del patio, dejando entrar un rayo de luz que deshizo las tinieblas.

¡Cierra ahí, idiota! – exclamó Margarita – Si hay alguien en el patio nos pillará.
Te repito que hoy todos están en la verbena. ¿Lo ves? ¡Nadie!

Mientras decía esto abrí la ventana de par en par, inundando el portal de luz. Margarita dio un gritito, cerrándose con las manos el vestido que ya se había abierto parcialmente.

¡Cierra! – gritó.
Vaya, ya no te preocupa que nos oigan ¿eh? – dije sonriendo.

A pesar de mi tono irónico, le hice caso y entorné la ventana, dejando penetrar sólo la luz suficiente para no perderme detalle del espectáculo.

¡Yo me largo de aquí! – exclamó Margarita abrochándose los botones – ¡Malditos críos!
Pe… pero Margarita… – balbuceaba Néstor, que veía que su oportunidad de ver pechuga se esfumaba por momentos.
¡Ni Margarita ni ostias! ¡Putos mocosos del demonio!

Serenamente, me planté delante de la chica.

Bien, si quieres lo dejamos, pero devuélveme el dinero.
¡Y una mierda te voy a devolver! ¡Quítate de en medio o te calzo dos tortas!
Hazlo y no tardo ni un minuto en contar por todo el pueblo la manera que tienes de ganar dinero.

Se quedó petrificada. Me miró fijamente, más asustada que enfadada, con lo que comprendí que se había tragado mi farol.

Bueno – dijo tratando de aparentar calma, para demostrar que seguía siendo ella quien controlaba la situación – Tienes razón, me has pagado y yo necesito el dinero.

Margarita había decidido ignorar mi amenaza, haciendo como si no se hubiese producido. Entendí que aquello era lo que más miedo le daba a la chica: que se enterasen de que se exhibía por dinero.

Muy razonable – dije tratando de poner paz – Así seguro que nos entenderemos.

Margarita reculó, metiéndose de nuevo bajo la escalera. Sin esperar más, volvió a desabrocharse los botones del vestido y pronto quedó al descubierto su sujetador, de color blanco, tosco, muy alejado de las finezas que yo a acostumbraba a ver en mi casa.
La chica estaba dotada de un buen par de senos, de piel ligeramente tostada, aunque se adivinaba su tono mucho más pálido en la parte tapada por las copas. No eran ni de lejos las más espectaculares que había visto, pero de sobra bastaron para comenzar a meterme en situación.
Margarita, coqueta ella, nos permitió contemplar sus bellezas cubiertas por el sostén durante un rato, disfrutando de la admiración que despertaba, especialmente en Néstor, cuyos ojos se salían de las órbitas. Entonces notó que yo no me admiraba tanto como mi amigo, así que su ego hizo que me preguntara:

¿Qué? ¿Se te ha comido la lengua el gato? Te has quedado mudo.
No, en absoluto – respondí sin dudar – Es que esperaba algo un poco mejor.

El chispazo de enfado que brilló en sus ojos me hizo comprender que había logrado mi objetivo de ofenderla. Néstor también me miró sorprendido, pero sólo un segundo, pues en seguida volvió a clavar sus ojos en los pechos de la chica.

Ya, seguro – dijo Margarita riendo – Apuesto a que son las primeras que ves en tu vida.
Si quieres creer eso… tú misma – respondí – Pero te aseguro que las he visto mucho mejores.
¿En serio? ¿Mejores que estas?

La chica ya estaba abiertamente enfadada, así que, sin perder un segundo se desabrochó el sostén y se lo quitó, sin más ceremonias, dejando sus domingas al aire, con lo que pude constatar que no estaban nada mal.
Agarrándose una con cada mano, Margarita se las levantó, haciendo que apuntaran hacia mí desafiantes, mientras exclamaba:

¿Y ahora qué, niñato? ¿Qué te parecen? ¿Eh?
No están mal – respondí muy tranquilo – Aunque te repito que las he visto mejores.

Margarita no supo qué responder, desconcertada. Acostumbrada a tratar con mozos salidos del pueblo que se la comían con los ojos, de pronto se encontraba con un crío que no temblaba ante su sola presencia y que se dirigía a ella con total aplomo. Sin comprender lo que pasaba, sólo se le ocurrió una peregrina explicación:

Pe…pero ¿tú eres maricón o qué?

Entonces fui yo el ofendido. Decidí que aquella mujer no se me escapaba viva.

¿Maricón? ¿Yo? ¡En cuanto quieras te hago una demostración de lo maricón que soy!

Cuando crecí y maduré, dejó de importarme lo que la gente pudiera pensar de mi condición sexual, pero, a aquellas edades, era algo muy importante para mí que se supiese lo macho que yo era. Especialmente con un amigo delante que me miraba como si aquello explicara mi extraño comportamiento con la chica.
Margarita, contenta pues notó que aquello me había molestado, se sintió una vez más dueña de la situación, y comenzó a pavonearse, haciendo oscilar sus pechos frente a mí, mientras se burlaba.

Claro. Ahora lo entiendo – me decía – Es normal que no te gusten.

Mientras decía esto, balanceaba las caderas en lo que según ella debía ser una danza provocadora, logrando únicamente que sus pechos bambolearan de un lado a otro, cosa que a Néstor parecía encantarle.

Te doy dos reales más si me dejas tocarte – le espeté de pronto.
¿Qué? – exclamó Margarita, sorprendida, deteniendo el bailecito.
Que te doblo el dinero si me dejas que te toque.

Margarita dudó un instante, pues 4 reales era mucho dinero en aquella época.

Estás loco – susurró dubitativa.
Venga – insistí – Si soy maricón. ¿Qué más te da? Es para saber lo que se siente tocando a una mujer.

Sabiendo bien de qué pié cojeaba aquella chica, saqué las monedas del bolsillo y se las mostré a Margarita, que mantenía fija la mirada en las relucientes monedas. Mientras, Néstor contemplaba estupefacto la escena, sin decir esta boca es mía.
La chica seguía dudando, así que le di el arreón final.

Pensándolo mejor… te doy una peseta entera.

La chica me miró estupefacta.

Pero me tienes que dejar que toque donde quiera.

Para quien no lo sepa, una peseta eran 4 reales, lo que unido a los dos que ya le había dado, sumaban una peseta y media. Un jornalero, trabajando de sol a sol en el campo podía ganar 3 pesetas en un día.

Mentira – acertó a decir la chica.

Presuroso, deslicé las monedas en el bolsillo y busqué una de peseta, que lancé a la chica sin dudar. Ella, aún sorprendida por el giro de la situación, no atinó a cogerla, por lo que la moneda cayó al suelo, rodando hasta chocar con la pared, donde se detuvo.
Margarita, despertando, se agachó para cogerla, con lo que sus senos quedaron colgando como racimos de uva. Aquello contribuyó a excitarme. Me iba gustando la situación.
La chica examinó la moneda, como si temiera que fuese falsa, olvidándose por completo de que seguía con las tetas al aire, regalándonos a Néstor y a mí unos segundos extra de espectáculo.
Tras pensárselo unos instantes, alargó la mano, devolviéndome la moneda.

No puedo, no soy una puta.

Yo estiré mi mano, pero no recogí la moneda, sino que deposité otra peseta en la suya.

No seas tonta, nadie dice que seas una puta. Nos metemos debajo de la escalera y me dejas que te toque unos minutos. Después nos vamos y nadie se enterará de nada. Dinero fácil.
¿Y éste? – dijo señalando a Néstor.
Néstor es buen chico. No dirá nada.

Como vi que Néstor iba a decir algo, me apresuré a añadir.

Además, bastará con que le dejes tocarte un poquito y ya será cómplice, con lo que no podrá delatarnos ¿verdad?

Néstor decidió que mi idea era mejor que la suya, así que se limitó a asentir vigorosamente.

¿De verdad me vas a dar las dos pesetas? – preguntó Margarita, ya derrotada.
Y también los dos reales de antes.

Margarita se lo pensó unos segundos más, aunque yo sabía que ya se había decidido. Supongo que lo hacía para dar la impresión de que se resistía, pero tanto dinero era demasiada tentación para ella.

Pero sólo tocar ¿eh? – susurró.
Tocar… y lo que tú quieras – respondí enigmáticamente.

Ella me miró, dubitativa por mi respuesta, pero yo no le di tiempo a que se lo pensara dos veces.

Vamos bajo la escalera.

Por fin dócil y obediente, Margarita, se dirigió al hueco bajo la escalera, visiblemente nerviosa, aunque su estado no era nada comparado con el manojo de nervios que era el bueno de Néstor, que probablemente aún no se creía lo que estaba pasando.
Tranquilamente, me metí también bajo la escalera, donde me esperaba Margarita, que se había colocado al fondo, donde menos luz había. No me importó.

Sólo tocar – repitió temblorosa la chica, que por fin había comprendido que junto a ella no estaba un simple niño, sino un hombre con pensamientos muy adultos en la cabeza.

Con dulzura, posé mi mano sobre su seno desnudo, acariciándolo tenuemente. Me sorprendió constatar su dureza y el estado de sus pezones, con lo que comprendí que la situación estaba empezando a hacer mella en la chica.
Usando mis expertos dedos, comencé a estimular sus senos, trazando delicados círculos a su alrededor, haciendo que alcanzaran su grado máximo de excitación, endureciendo sus pezones, sensibilizándolos con mis caricias.

Umm.

El tenue gemido de Margarita, me demostró que era muy sensible a mis maniobras, acostumbrada quizás a la rudeza de algún afortunado mozo del pueblo (para mí estaba claro que no era virgen), percibí que aquel modo lento y sensual de hacer las cosas era el camino apropiado para hacerme con la chica.
Justo entonces, Néstor reunió el valor suficiente para actuar y de pronto noté que sus manos comenzaban también a sobar las tetas de la chica. Ella, sorprendida por la súbita intromisión, se tensó notablemente, demostrando que las torpes manos del chico no le agradaban precisamente.

Así no tonto – le aleccioné – Con suavidad, como si fuesen la cosa más delicada del mundo.

A pesar de la oscuridad, pude notar que mis palabras habían agradado a Margarita. Le gustaba sentirse deseada, tratada con cuidado y cariño.
Néstor, intentaba seguir mis consejos, pero su nerviosismo, lo dificultaba mucho. Con torpeza, tironeaba en demasía los delicados pechos de Margarita, lo que no le gustaba a la chica, aunque he de reconocer que, tratando de hacer honor a nuestro acuerdo, se dejaba hacer sin quejarse.
Comprendiendo que Néstor iba a ser más bien una molestia, decidí aprovechar sus nervios para librarme de él.

Así mira.

Mientras decía esto, mis labios se apoderaron de uno de los pezones de Margarita, estimulándolo delicadamente con la lengua. Ella pareció ir a protestar, pero la habilidad con que yo le lamía el pezón hizo que sólo fuera capaz de gemir sensualmente, lo que provocó que un conocido escalofrío de excitación recorriera mi espalda. Yo ya estaba a punto.
Ya con más confianza, Néstor se apoderó del otro pezón, dándole sonoros chupetones, como si fuese un bebé tragón, siendo cada vez más brusco, descontrolándose, hasta que sucedió lo que yo esperaba.

Ahhhhh – gimió Néstor mientras se apartaba de Margarita, respirando agitadamente.

Al apartarse, salió de debajo de la escalera, con lo que la luz le iluminó mejor. Pude ver así la mancha que se había formado en sus pantalones, a la altura de la entrepierna, signo evidente de lo que le había sucedido al pobre chico.
Un empujón más y nos librábamos de él.

¿Te has meado o qué? – le dije en tono jocoso.

Sé que fue un poco cruel y que no mucho tiempo atrás yo hubiera estado igual de nervioso que él, pero me apetecía hacer disfrutar a aquella chica un rato, sin prisas, y Néstor estaba resultando un incordio.
Avergonzado, el chico se dio la vuelta sin decir palabra, hacia la entrada del portal, pero estaba cerrada con llave.

Si quieres puedes salir por la puerta del patio – dijo de pronto Margarita.

Néstor, avergonzado, no levantó la mirada del suelo y abrió la puerta, que sí estaba abierta, cerrando tras de si al salir.

Pobrecito – susurró la chica.

Un ramalazo de remordimientos me sacudió, sabía que no me había portado bien con Néstor, pero… a mi lado tenía una hermosa mujer con la que me faltaba un pelo para conquistarla. Ya arreglaría las cosas con Néstor.

Sí, pero no te olvides que gracias a ti ha disfrutado de una verbena inolvidable – le respondí.

La magia del momento había menguado un tanto, pero yo me sabía sobradamente capacitado para recuperarla.
Lentamente, regresé a la oscuridad bajo la escalera, donde me esperaba una hembra deseosa.

Sólo tocar – dijo ella por tercera vez.

Su boca decía una cosa, pero yo sabía que a esas alturas Margarita estaba más que dispuesta a montárselo conmigo. El dulce tratamiento a que había sometido sus pechos le mostró que, sin duda, bajo aquella escalera estaba el más experto amante que ella jamás hubiese tenido.
Con delicadeza, comencé a acariciar de nuevo sus senos, haciéndole recuperar poco a poco el nivel de calentura de minutos antes. Jugueteé con sus sensibles pechos durante un par de minutos, y me aproximé más hacia ella.
Apretando mi cuerpo contra el suyo, hice que la chica notara mi dureza contra su muslo, haciéndole comprender que mis intenciones iban mucho más allá de un simple magreo en el portal. Ella, lejos de escandalizarse, deslizó lujuriosamente su muslo sobre mi erección, demostrándome que estaba más que de acuerdo con mis maniobras.
Mis labios no buscaron esta vez sus pezones, sino que buscaron los suyos en la oscuridad, aunque para ello tuve que ponerme de puntillas. Habilidosamente, mi lengua se abrió paso en su boca, enredándose con la suya, comprobando así que la chica tenía bastante práctica en esas lides.
Mis manos se perdieron en su espalda, abrazándola y acariciándole vigorosamente el trasero por encima del vestido, comprobando que su grupa era tan firme y apetitosa como lo eran sus pechos. Mientras, sepulté el rostro en su cuello, besando y lamiendo por todas partes. Me entretuve en el lóbulo de su oreja, pues parecía que le gustaba mucho a la chica.
Entonces me di cuenta de una cosa. Quitando el leve roce de su muslo sobre mi falo, Margarita no colaboraba en demasía en mis maniobras, dejándose hacer, sí, pero sin tomar la iniciativa en nada. Extrañado, le pregunté directamente.

¿Es que no vas a hacer nada?
¿Hacer el qué? Si ya lo haces todo tú solo.

Su respuesta me dejó un poco parado. Aquella chica me desconcertaba un poco. Decidí que iba a aplicarle mis mejores artes, para lograr que aquella tarde en el portal fuera para ella un recuerdo imborrable.

Oye – dije – ¿por qué no subimos a tu casa? Estaríamos más cómodos.

Enseguida comprendí que había sido un error, pues ella, más que sorprenderse, se horrorizó con la idea.

¿A mi casa? ¡Estás loco! ¡Mi tía puede volver en cualquier momento! ¡Si me pilla con un chico en casa me mata!
Vale, vale – la tranquilicé – Sólo era una idea.

Volvía a estrecharla entre mis brazos, reanudando el tratamiento de reina que le estaba dando, pero ella seguía sin poner mucho de su parte. Se notaba que estaba disfrutando, pero ¿y yo?
Con delicadeza, y sin dejar de besarla y sobarla, agarré una de sus muñecas, arrastrando su mano entre nuestros cuerpos, tratando de que ella empuñara mi herramienta. Margarita, notando mis intenciones, forcejeó para liberarse, resistiéndose.

¿Qué haces? – exclamó.
¿Tú que crees? – respondí airado.
¡Yo no hago eso!

Aquello era muy extraño. Empecé a pensar que quizás Margarita no era tan experta como yo creía. Lo mejor sería hacerla disfrutar al máximo y después ya se vería.
Reanudé mis maniobras, besándola y lamiéndola por todas partes. Sus senos, su cuello, su rostro, todo fue amorosamente acariciado por mis labios y mis manos, arrancando estremecedores gemidos de placer de la chica, los cuales me calentaban cada vez más.
Con cuidado, pues no sabía muy bien cómo reaccionaría ella, fui subiéndole la falda del vestido con una mano, para lograr introducirla bajo el mismo y comenzar el tratamiento sobre sus muslos. Eran carnosos, firmes y torneados y pronto me encontré acariciándolos con vigor, cada vez más henchido de deseo.
La nena seguía sin colaborar, dejándose meter mano ya descaradamente por todas partes pero casi sin tomar parte activa en la acción, pero mi cabeza ya no razonaba mucho sobre ello, sólo estaba pendiente de ponerla a tono y clavársela bien clavada. Y claro, para poner bien a tono a una mujer, yo acababa siempre recurriendo a mi especialidad: tratamiento extra supremo sobre el coño.
Deslicé mi mano bajo su vestido a lo largo de su sedoso muslo, hasta que palpé la tela de sus bragas. Ella soltó un gritito de sorpresa cuando apreté levemente sobre su vagina, por encima de la ropa interior y pareció ir a protestar, pero bastó con hacer presión un poco más fuerte para hacerle olvidar por completo lo que iba a decir.
Con la habilidad propia de la práctica, deslicé mi mano por la cinturilla de sus bragas, abriéndome paso hábilmente en la humedad que allí había, dirigiéndome directamente a mi objetivo.
Deslicé mis dedos por su raja, separándolos levemente, chapoteando y nadando en el mar de líquidos que era el coño de Margarita. Un estremecedor escalofrío recorrió el cuerpo de la chica cuando comencé a escarbar con mis dedos en su intimidad, exploradores expertos que sabían perfectamente a dónde se dirigían y cuál era el mejor camino para llegar hasta allí.

¡Aaaahh! ¡Dios! ¿Qué haces? ¡Eres un guarrooo! – gemía la pobre Margarita, rendida a mis caricias.

La verdad es que las mujeres siempre me han sorprendido por las cosas que dicen cuando están excitadas. Decirme guarro a mí. No sé de dónde sacaría eso.
Sin hacer caso de sus quejas, continué masturbándola dulcemente, mientras mi boca continuaba besándola y jugueteando con sus pezones, que estaban listos para cortar cristal.
Margarita comenzó entonces a agitar las caderas en movimientos espasmódicos, adelante y atrás, sin poder controlarse, signo inequívoco de que estaba al borde del orgasmo.
Así que paré.
Ella continuó sus golpes de cadera durante unos segundos antes de darse cuenta de que me había separado de ella. Abrió los ojos y me encontró enfrente de ella, mirándola divertido.

¿Por qué paras? – dijo sin pensar.

La contemplé unos instantes. Estaba realmente hermosa, sexy como se dice hoy en día, con las tetas al aire, brillantes en la penumbra por el sudor y por mi propia saliva.

No he parado – dije tras un segundo – Sólo recobro el aliento.

Esperé un poco todavía, viendo cómo la chica apretaba desesperadamente los muslos, deseosa de alcanzar el clímax que yo había interrumpido. Cuando vi que estaba a punto de meterse mano para terminar el trabajo ella solita, me decidí a continuar.

Ven – le dije – Siéntate en el suelo.

Ella dudó sólo un instante antes de obedecer. Al parecer ya había comprendido que, si me hacía caso, aquella sería una tarde que tardaría mucho en olvidar.
En un revuelo de faldas y vestido. Margarita se sentó en el suelo. Estaba un poco frío allí debajo, pero seguro que nosotros lográbamos que pronto echara humo.
Sin perder más tiempo, le enrollé el vestido en la cintura, dejando al descubierto su muslamen y el tesoro más codiciado.
Con delicadeza, le quité las bragas deslizándolas por sus piernas. Ella levantó el culo para facilitar mis maniobras, mirándome expectante para ver qué iba a hacer yo a continuación.
Dejé la tela empapada a un lado e hice lo que todos ustedes saben que iba a hacer: hundir la cara entre los muslos de Margarita.

¿Qué haces? ¿Qué haces? ¿Qué haces? – aulló la chica sorprendida al notar mi aliento de lobo entre sus piernas.
Buscar un botón, que se me ha caído – respondí un segundo antes de hundir la lengua en su rajita.
¡AAAAAAHHHHH! – comenzó a berrear.

Como vi que ya no le importaba que la escucharan, me dediqué a comer coño con pasión e intensidad, pero sin dejar a un lado la dulzura y la delicadeza que sabía volvían loca a la chica.
Mis labios se apoderaron de su intimidad, mientras mi lengua buceaba en el mar de líquidos que destilaba el chochito de mi amiga. Ella gemía y balbuceaba, tratando de ahogar con la falda de su vestido los gritos de placer que pugnaban por escapar de su garganta.
Yo, con cuidado, procedí a penetrarla con un par de dedos, que fui deslizando cuidadosamente en su interior, horadándola, explorándola, mientras mi juguetona lengua estimulaba cariñosamente su clítoris.

¡Me muero! – creí entender que decía Margarita – ¡Eres un ghghl….!

Entiendan que allí debajo, con los muslos de la chica apretando mis oídos, era difícil entender todo lo que ella decía.
La postura no era muy cómoda para mí, pues estaba tumbado, con la barriga apretada contra el frío suelo. Supongo que esa incomodidad contribuyó a que no perdiera la cabeza y pudiera seguir adelante con la idea que tenía en mente.
Cuando comenzó a formarse un charquito de jugos femeninos en el suelo entre sus piernas y las caderas de Margarita comenzaron a bailar incontroladamente de nuevo, comprendí que la chica estaba otra vez al borde del orgasmo. Así que volví a detenerme, incorporándome y quedando de rodillas entre las piernas abiertas de la chica.
Ella abrió los ojos, con un brillo de furia en la mirada, pues entendía que yo estaba jugando con ella.

¡No pares! – me espetó – ¿Se puede saber qué haces?

Mientras decía esto me agarró lánguidamente de la pechera de la camisa y tironeó, tratando de acercarme a ella, para que reanudara mis labores de exploración.

No – dije zafándome de su temblorosa mano – Ya está bien de jueguecitos.

Ella me miraba intensamente, con los ojos brillando en la oscuridad, jadeando sonoramente, a punto de correrse pero sin lograrlo.

¿Qué… qué quieres? – acertó a decir.
Yo ya me he divertido bastante…

Fue gracioso ver la expresión de sorpresa y terror de Margarita cuando pensó que me iba a largar dejándola así.

Pe… pero… – balbuceó.
Ya es hora de que sea mi amiguito quien se divierta.
¿Tu amiguito? – preguntó sorprendida, un segundo antes de que la respuesta penetrara en su mente.

La verdad es, que la chica no dudó mucho.

¡Ah, claro! ¡Tu amiguito! – dijo mirando directamente al bulto que había en mi pantalón – No hay problema, ¡sigue!

Mientras decía esto se reclinó hacia atrás, abriéndose bien de piernas y ofreciéndome su coño indefenso. Pero yo quería forzar la máquina un poco más.

Bueno, pues sácalo del pantalón – dije.
¿Por qué?, hazlo tú.
Si quieres que sigamos, es hora de que colabores un poco.

Margarita se lo pensó un instante antes de acceder.

Vale está bien – dijo incorporándose y quedando sentada – ¿Qué tengo que hacer?

Su pregunta me dejó sorprendidísimo. “¿Qué tengo qué hacer?”, pero ¿qué decía? ¿Acaso no estaba más que harta de acostarse con chicos?

Pero tú – dije entrecortadamente – ¿eres virgen?
¿Yo? – dijo riendo – ¿te parezco virgen?

Desconcertado, no supe muy bien qué decir.

Pues… no. Pero…
No, no soy virgen.
¿Entonces?
Es sólo… que no he hecho ciertas cosas. Como siempre lo he hecho con el Valentín… A mí nunca me habían chupado ahí, ni… – dijo avergonzada.

Entonces lo entendí todo. Margarita se había acostado sólo con un tipo, el tal Valentín, el cual sin duda era tan inexperto como ella, así que sólo se habían dedicado al típico mete-saca que nos indican nuestros instintos a los mamíferos, sin sospechar que existían cientos de maneras más de divertirse en pareja (o en trío, o en cuarteto, o….).

Bueno – dije – pues haz lo que yo te diga.
Va… vale.
Desabróchame el pantalón.

Con manos temblorosas, Margarita forcejeó unos instantes con los botones del pantalón. El hecho de que mi bulto presionara con fuerza contra la tela, unido a su falta de experiencia, hacía que su tarea fuera todavía más difícil

Así que Valentín y tú habéis ido directamente a follar, sin entreteneros en otras cosas antes ¡qué guarros!
Bueno, verás… – dijo ella avergonzada – ¡Por fin!

La chica había logrado finalmente hacer saltar el botón que se le resistía y ansiosamente, me bajó los pantalones. El problema fue que, al estar empalmado, me venían muy justos, así que al bajarlos arrastró a la vez mis calzoncillos, con lo que la sorprendida chica se encontró de golpe frente a frente con mi polla, que la miraba con expresión de deseo.

¡Coño! – exclamó la chica.
Justo lo que está pensando mi nabo ahora – pensé yo.

Margarita se quedó mirándomela unos segundos, como hipnotizada por lo que había surgido de mi pantalón.

Agárrala – le dije.
¿Qué? – respondió ella saliendo de su ensoñación.
Que la cojas y la menees un poco.

Torpemente, Margarita empuñó mi polla. Me encantó sentir la frialdad de su mano (la había tenido apoyada en el suelo) sobre la calidez de mi miembro. Poniendo mis manos sobre las suyas, la fui guiando en el movimiento y ritmo que debía aplicar, y en pocos segundos, conseguí que Margarita comenzara a aplicarme una torpe pero super morbosa paja.
Margarita, como alumna aplicada, fue aprendiendo con rapidez, y pronto su mano se deslizaba sobre mi tronco a una velocidad cada vez mayor.

Tra… tranquila – balbuceé – Vas a lograr que me corra.
¿Te corres con sólo hacerte esto? – preguntó inocentemente.
¿Y tú no te corres cuando te tocas solita en tu casa? – respondí.
Yo no hago esas cosas – dijo avergonzada.
Ya, seguro – pensé.

Como quiera que no tenía intención de correrme de aquella manera, detuve su mano, apartándola de mi polla. Entonces, bruscamente, la agarré de los tobillos, y tirando, hice que se tumbara, echándome enseguida sobre ella, apretando con fuerza mi erección contra su cuerpo.

¡Ay! – se quejó dando un gritito de sorpresa.

Sin darle tiempo a decir nada más, busque sus labios con los míos y la besé con pasión, mis manos se apoderaron de su cuerpo, sobándola y acariciándola por todas partes, con fuerza, sí, pero sin rudeza, pues yo sabía que aquella chica necesitaba que la trataran con dulzura.
En pocos minutos y tras haber reanudado la tarea de masturbarla, la puse a tono de nuevo, llevándola justo al borde de su primer orgasmo.

Sí… sí… ¡qué bueno! – susurraba ella mientras se retorcía como una culebra bajo mi cuerpo.

Incorporándome, quedé de rodillas entre sus muslos, con mi erección apuntando al norte. Margarita, comprendiendo mis intenciones, se abrió bien de piernas, ofreciéndose completamente.
Yo agarré sus muslos con mis manos y acerqué mi cintura a su ingle. Lentamente coloqué la polla entre sus labios vaginales e inicié una delicada caricia sobre su coño, echando el culo atrás y adelante, frotando mi polla entre sus labios vaginales, estimulándola, pero sin llegar a penetrarla.

Ummmm. ¡Qué bueno! – gemía ella – Hazlo ya, por favor….
¿La quieres? – dije en un susurro.
Síiii.
Pues dímelo, pídeme que te la meta.
Sí, por favor…. Métemela.
¿Dónde?
En el coño… la quiero en el coño….

Margarita estaba hipnotizada, deseosa de ser penetrada y alcanzar por fin el ansiado orgasmo que yo llevaba toda la tarde negándole. Estaba completamente entregada.

¿La quieres? – dije incrementando el ritmo del frotamiento.
Síiiiii.
Pues devuélveme el dinero – sentencié.

Menudo cabrón es este chico. Seguro que están pensando eso. Esperen un poco, que no soy tan desalmado.

¿Qué? – dijo Margarita despertando parcialmente de su ensoñación.
Que me devuelvas las monedas. Entonces te la daré toda.

A pesar de la poca luz pude ver la expresión de sorpresa, pena e indignación de Margarita. Incluso atisbé el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Pero… ¿por qué? Yo creí… – balbuceaba la pobre chica – yo necesito…
Shist – la interrumpí – Es que no quiero que, mañana cuando recuerdes lo que has hecho hoy con un crío, pienses de ti que eres una puta que lo ha hecho por dinero. Quiero que comprendas que, simplemente, eres una hermosa mujer que ha pasado una maravillosa tarde con un chico que ha conocido.

No sé si mis palabras hicieron que comprendiera mis intenciones o simplemente la inminencia del orgasmo había vencido por completo su resistencia. Lo cierto es que no tardó mucho en aceptar, sobre todo porque yo no había parado de estimularle el coño con mi polla, calentándola más y más.

Eres un cabrón – siseó – Te devolveré tu dinero.
¿Me lo prometes?
Te lo prometo.

Yo no dije nada más, simplemente coloqué mi polla a la entrada de su gruta y, ayudado por lo increíblemente mojada que estaba, la penetré de un tirón.

Argghhh – gorgoteó la pobre chica, devastada por el orgasmo que arrasó su cuerpo.

Margarita se estremeció ostensiblemente bajo mí, con mi miembro bien enterrado en sus entrañas. El orgasmo, tan deseado, recorrió su cuerpo en oleadas de placer que la hicieron tensarse tanto que incluso me levantó a mí, quedando suspendido sobre ella, que se mantenía con la espalda arqueada, separada del suelo.
Cuando los últimos escalofríos de placer abandonaron su cuerpo, éste se relajó de golpe, cayendo de nuevo al suelo, y yo sobre ella, pues no la desclavé ni por un momento. Contento de haberle proporcionado semejante orgasmo, decidí que ya era hora de pensar un poco en mí, así que, tras darle unos segundos para que recuperara el resuello, comencé a bombearla lentamente.
Ella estaba todavía un poco desmadejada, agotada por lo intenso de su clímax, así que no se resistió en absoluto a mis maniobras. Seguí a lo mío, enterrándosela hasta las bolas en cada empellón, deslizándome en ella como un cuchillo caliente en mantequilla, sintiendo su calor en cada fibra de mi ser.
De pronto, ella me abrazó con fuerza, atrayéndome hacia sí, señal inequívoca de que había despertado y de que estaba disfrutando con lo que yo le hacía. Continué con el mete-saca, incrementando el ritmo pero tratando de controlarme, nada de follármela a lo bestia como estaba acostumbrado con Dickie.
Me amoldaba continuamente a ella, al ritmo y manera que presentía le gustaba más, disfrutando yo, por supuesto, pero deseoso de que Margarita no olvidara jamás aquella tarde en su portal.
Sin sacársela, decidí cambiar de postura, para que aprendiera que había mil formas de disfrutar, y me arrodillé delante de ella, levantando sus piernas y apoyándolas en mi pecho, de forma que la penetraba desde atrás mientras ella quedaba tumbada boca arriba, con los pies apuntando al techo.
Mis culetazos hacían que mi vientre aplaudiera contra sus muslos, en ese sonido tan erótico de dos personas echando un buen polvo. A medida que mi excitación subía, notaba cómo mi propio orgasmo iba aproximándose, así que cambié de postura nuevamente, tanto para enseñarla como para tranquilizarme un poco y alargar aquel mágico momento.

Espera – le dije sacándosela – date la vuelta.
¿Qu… qué? – dijo ella sin entenderme.
Ponte a cuatro patas.

En un confuso montón de vestidos, Margarita me obedeció, colocándose en la postura requerida. Yo le levanté la falda del vestido, que se le había bajado, dejando su fenomenal grupa al descubierto. Por un instante el ominoso pensamiento de encularla cruzó por mi mente, pero instintivamente supe que aquello sería demasiado para la inexperta chica, así que hice que se inclinara más, ofreciéndome su rajita. Con habilidad, se la metí en el coño desde atrás, reanudando aquel delicioso polvo.

Ahhhh – gimió ella al notar cómo la penetraba.

Yo me agarré a sus caderas, marcando el ritmo que a mí más me convenía, ni muy feroz ni demasiado lento. Ella se movía al compás, mejorando notablemente en sus nociones de sexo, notando que así se incrementaba el placer que sentíamos ambos. Entonces, guiada por su instinto, Margarita deslizó una mano entre sus piernas, acariciándonos a ambos mientras se la metía.
Sentir su ahora cálida mano sobre mi polla en cada empellón era enloquecedor, aquella chica aprendía rápido. Yo trataba de pensar en otra cosa, intentando alargar mi orgasmo, de sincronizarlo al menos con el que presentía iba a inundar a Margarita en breves instantes.
La chica gemía como loca, mientras mis certeros culetazos la empujaban hacia el abismo insondable de un nuevo y devastador clímax.

Sigue… sigue… más…. – gemía la pobre.

Entonces se lió todo.
De pronto escuché (no sé muy bien cómo) una llave deslizándose en la cerradura de la puerta del portal y el atronador sonido de la cerradura al abrirse resonó en la sala.
Margarita, aterrorizada, se encogió en el hueco de la escalera mientras yo, sin sacársela, me apretaba contra ella, tratando de ocultarnos lo mejor posible de quien fuera que hubiese abierto la puerta.
El sonido de las bisagras al abrirse fue para mí como los de la tapa de un ataúd: si nos pillaban estábamos muertos.
La luz procedente de la calle penetró en el portal, lo que hizo que nos apretujáramos todavía más en nuestro precario escondite. Entonces escuchamos las voces de los vecinos que habían interrumpido nuestra tarde de fiesta.

¡Ay, Dios mío! – resonó una voz de mujer anciana – Encarna, yo ya no estoy para estos trotes.

Margarita se tensó increíblemente entre mis brazos, lo que me hizo comprender que aquella voz correspondía a la querida tía de mi amante.

Venga, Marisa, no diga tonterías, si la he visto bailando pasodobles con don Manuel – respondió la voz de la tal Encarna.
Sí, hija, sí. Pero bien cansada que me ha dejado…
Ya, pero ¡que le quiten lo bailado! ¡Que ya vi cómo le tocaba el culo!

La risa de las dos mujeres resonó en el portal. Entonces hicieron lo que yo más temía: se pusieron a charlar.
Yo no sabía qué coño hacer, estaba asustadísimo, pues después de todo el jaleo con Tomasa lo último que quería yo en el mundo era meter en un lío a otra pobre chica, y esta vez el escándalo no iba a ser en casa de mi abuelo, sino que se enteraría todo el pueblo.
De pronto, noté algo que me dejó sin respiración: a pesar de lo peligroso de la situación, Margarita comenzó a agitarse debajo de mí. Ya que yo había parado de follarla, ella solita había reanudado la acción, moviendo lentamente su trasero adelante y atrás.
No podía creérmelo, la chica quería seguir follando con su tía a dos pasos. Yo todavía dudé unos instantes, pero claro, la lujuria innata en mí más el morbo del momento hizo que fueran sólo eso: unos instantes de duda.
Me incorporé levemente, sin hacer ni un ruido, y retomé el mete y saca, muy lentamente esta vez, para evitar sonidos de chapoteos o gemidos estridentes. Margarita, la muy zorra, se tapó el rostro con el vestido, ahogando así sus propios gemidos, pero yo, de rodillas detrás de su culo, tenía simplemente que hundirlos en mi garganta apretando los labios.
Seguimos así un par de minutos, aprovechando el morbo de la situación para llevarnos a nuevos horizontes de calentura. La pobre tía allí, hablando con su vecina del viejo que le había rozado el culo, mientras que su sobrinita querida se ocultaba en las sombras ensartada en una polla que la penetraba con pasión.
Escuché entonces que la puerta del portal se cerraba por completo y echaban la llave, señal inequívoca de que las viejas iban por fin a subir a sus casas. Pero el alivio me duró sólo un segundo, pues doña Marisa dijo algo que heló la sangre en mis venas.

Anda, Encarna, alguien ha vuelto a dejarse la ventana del patio abierta. Mira que se lo tengo dicho.

Era lógico. Al cerrar la puerta de la calle, la luz huyó del portal, mostrando entonces la ventana que yo había entreabierto para poder ver el espectáculo de Margarita.

No se preocupe Marisa, que yo la cierro.

Y justo entonces Margarita se corrió.

Urgrrrlll – susurró ella con la cabeza tapada por el vestido.

Al correrse, Margarita apretó los muslos con fuerza, de forma que su coño estrujó increíblemente mi polla, que también estaba a punto de entrar en erupción. Aquello fue demasiado para mí y alcancé mi propio orgasmo, acertando solamente a sacársela justo en el momento en que me corría como un búfalo.
Acojonado, apreté mi cara contra la espalda de Margarita, para ahogara allí cualquier sonido que escapara de mi garganta, mientras mi polla, pegada al coño de la chica, vomitaba su carga bajo su cuerpo, poniéndola perdida de semen. Como todo aquello era culpa de ella, estrujé sus tetas con mis manos con fuerza, arrancándole un gemido de sorpresa, obligándola a taparse la boca con la ropa para no dejar escapar ni un ruido.
Mientras todo esto sucedía, con un ojo yo vigilaba la ventana del patio, que estaba siendo cerrada por la vecina. Gracias a Dios, la buena mujer estaba de espaldas a nosotros mientras cerraba la ventana, aunque bastaría con que mirara por encima de su hombro para descubrir a la encantadora sobrinita de su amiga medio en pelotas, cubierta de leche y con un crío de 12 años retrepado en su espalda, con la polla vomitando semen y agarrado a sus tetas cual rémora. Para hacer un cuadro.
Pero Dios protege a lo críos y a los borrachos, así que la buena mujer (supongo que un poco sorda) cerró por completo la ventana, dejando todo el portal en tinieblas y regresó junto a su vecina. Ambas comenzaron a subir la escalera hablando de tomarse una copita de anís en el piso de doña Marisa.
Nosotros no movimos ni un músculo, conscientes de lo cerca que habíamos estado de pringarla. Cuando escuchamos la puerta de la casa de Marisa abrirse y cerrarse, soltamos a la vez un enorme suspiro de alivio, que nos hizo reír a los dos.

Estás loca – dije separándome de ella y levantándome para volver a abrir la ventana, para poder ver un poco mejor.
Ha sido divertido – respondió ella – Ajjj, me has puesto perdida.

Mientras decía esto, se limpiaba con la mano parte de mi lechada, que había manchado su vientre.

Cualquiera te reconoce ahora, antes querías abofetearme y después follando como loca con tu tía a dos pasos.

Mis palabras hicieron que Margarita fuera consciente de todo lo que había pasado. Su expresión se tornó seria y bruscamente, comenzó a vestirse de nuevo.

¿Qué te pasa? – dije desconcertado.
Espera, que enseguida te devuelvo tu dinero.

Margarita comenzó a rebuscar entre sus ropas, enfadada pues pensaba que me había aprovechado de ella.

Tranquila – dije arrodillándome a su lado.

Ella me miró inquisitiva.

No quiero que me devuelvas nada.
Pero dijiste… – dijo dubitativa.
Sé lo que dije. Me refería a que no quería que sintieras que te habías acostado conmigo por dinero, que te comportabas como una puta como dijiste.
¿Y entonces?
Entonces nada. Conserva el dinero porque yo te lo doy, porque sé que no andarías por ahí enseñando las tetas si no lo necesitaras, porque yo, como amigo tuyo, te doy unas pesetas para ayudarte, no para pagarte por echar un polvo.

Se quedó callada unos instantes, sopesando lo que acababa de decirle. Entonces acercó su rostro al mío y me dio un tierno beso.

Vaya, parece que eres mejor persona de lo que creía… – me dijo.
Venga, vamos a vestirnos que te invito a algo en la verbena…
¡Ah!, pero ¿nos vamos ya?

Mientras decía esto, la mano de Margarita se apoderó de mi instrumento, pues yo seguía con los pantalones bajados. Estaba algo mustio, pero yo estaba seguro de que pronto despertaría.

¿No quieres irte? – dije dejándola hacer.
Pensé… que podríamos quedarnos un ratito más… – respondió zalamera.
¿Para qué? – pregunté siguiéndole el juego.
No sé – dijo ella dándole un delicado estrujón a mi pene – Quizás podrías enseñarme algo más…

Me acerqué a ella y la besé con pasión, acariciando su cabello con mis manos. Mientras, su manita continuaba estimulando mi miembro, que comenzaba a endurecerse con rapidez.

Espera – dije apartándome un poco – Me gustaría otra cosa…
¿El qué? – dijo ella interesada.
Me gustaría que me la chuparas….
¡¿QUÉ?! – exclamó ella, sorprendida.
No te enfades, es una cosa normal.
¿Normal? ¿Qué te chupe tu… tu…?
Oye, yo bien que te lo he hecho a ti antes.

Margarita dudó unos instantes.

Pero, ¿en serio eso se hace? – preguntó.
Claro y es algo muy placentero.
Será para ti.
Sí, bueno – concedí – Pero de eso se trata el sexo, de pasarlo bien y de complacer a la pareja.
Muy experto te veo – dijo ella.
Bueno, sí, la verdad es que he estado con varias mujeres antes.
Y siendo tan crío…
Bueno, es que he salido a mi abuelo…
¿Tu abuelo? – dijo Margarita mientras la luz se hacía en su mente – ¡Claro! ¡Tú eres el nieto del de la escuela de los caballos! ¡O sea que las historias que se cuentan de tu casa son ciertas!
Bueno – dije un poco avergonzado – Un poco sí…

Seguimos charlando unos instantes, mientras aclarábamos quién era yo y dónde vivía. La chica, fascinada por conocer a alguien que vivía en “la casa del puterío” como la llamaban en el pueblo, se había olvidado al parecer de lo que estábamos haciendo.

Bueno, ¿seguimos o qué? – pregunté yo.

Por toda respuesta, Margarita se abalanzó sobre mí besándome con furia, devorando mis labios. Yo, como quien no quiere la cosa, la cogí por la muñeca y llevé su mano a mi entrepierna, para que reanudara su masaje, la chica no se hizo de rogar, comenzando a pajearme lentamente.
Fui besando su cuerpo, sus senos, su estómago, bajando hasta su entrepierna, tumbándome para que ella no tuviera que soltar su presa.
Metí la cara entre sus muslos, dándole delicados lametoncitos a su raja, arrancándole gemidos de placer.

¿Ves? – le dije – No pasa nada.

Viendo que aún dudaba un poco, tiré suavemente de su brazo, haciendo que quedara tumbada junto a mí, con su rostro muy próximo a mi entrepierna. Eché el culo hacia delante, de forma que mi erección se acercara a ella.

Vamos, sin miedo – susurré – Bésala.

Con reticencia, Margarita aproximó sus labios a mi expectante polla, y con delicadeza, dio un casto besito en la punta que hizo que me estremeciera de la cabeza a los pies.

Lámela un poco, como si fuese un helado – frase poco original por mi parte, pero internacionalmente conocida e utilizada.

Ella, con la cabeza un poco ida porque yo no había parado de masturbarla mientras se producía la operación, sacó tímidamente la lengua y me chupó la punta del cipote. Me encantó.

Sigue – susurré – métete la punta entre los labios.

Margarita, obediente ella, hizo lo que le pedía, y cuando lo hizo, empujé suavemente con mis caderas, para que un trozo suficientemente grande de polla penetrara en su boca. Ella pareció ir a retirarse, pero se lo pensó mejor y se dejó hacer, a ver qué pasaba.

Así, Margarita, así – gemía yo – Eres maravillosa, ahora desliza tus labios por el tronco.

Ella así lo hizo, convirtiendo aquella tarde en una de las más morbosas de mi vida (y han sido unas cuantas).

Genial nena – jadeaba yo – un poco más rápido y cuidado con los dientes.

Madre mía, la pobre no tenía ni idea de lo que estaba haciendo, pero aquella misma inexperiencia amenazaba con hacerme estallar de puro morbo.
Deseoso de devolverle un poco del placer que me estaba dando, sepulté mi boca entre sus muslos, decidido a no darle más explicaciones y dejarla que aprendiera ella solita. Mejor así, porque estar mirándola mientras aprendía a chupármela era mucho más de lo que yo podía resistir.
Estuvimos un par de minutos en la gloriosa postura del 69, hasta que noté que iba a correrme yo antes que ella y de eso nada. De un tirón se las saqué de la boca, dejándola sorprendida, mirándome confusa.
Como un gato en celo, me di la vuelta y me situé entre sus piernas preparado para clavársela.
No esperé más, pues sabía que ella lo estaba deseando, así que se la metí con fuerza, decidido a practicarle esta vez un tratamiento un poco más intenso que el anterior.
Comencé un mete-saca un poco más violento, acuciado por el orgasmo que se avecinaba, deseando hacerla acabar a ella también. Sin embargo, el contemplar su rostro en la más sublime expresión de lujuria y placer que imaginarse pueda hizo que el que no pudiese más fuera yo, y mi polla comenzó a descargar litros de semen sobre el vientre de la chica. Impresionante.
Estaba derrengado tras la monumental corrida, pero de ningún modo iba a permitir yo que la pobre Margarita se quedara sin su recompensa, así que, sobreponiéndome al cansancio, procedí a masturbarla habilidosamente, mientras mi lengua jugueteaba en su clítoris.
Orgasmo brutal.
La verdad es que creía que Margarita estaba más lejos del clímax, pero no era así, ya que a los pocos segundos de meterle los dedos y con mi polla aún descargando las últimas gotas de semen, Margarita alcanzó un orgasmo todavía mayor que el anterior, no sé si por lo bien que yo lo hacía o porque chupar rabo le había gustado más de lo esperado.
Lo cierto es que un impresionante alarido surgió de las profundidades de su garganta.

¡UAHHHHHHH! ¿QUÉ ME HACES? ¡POR DIOS! ¡ME VOYYYYY….!

Aluciné con sus gritos, me pusieron a mil, pero todo lo bueno se acaba y justo entonces, escuché voces conocidas en los pisos superiores.

¿Quién anda ahí? ¿Quién grita?

Margarita y yo, asustados, reconocimos la voz de su tía y unos renqueantes pasos que bajaban la escalera. Rápidamente, me subí los pantalones, seguro de que esta vez nos pillaban y ayudé a Margarita a levantarse, mientras la pobre buscaba sus bragas por allí.
Tiré de ella hacia la puerta, para que abriera la cerradura con su llave, pero ella, más calmada, me lo impidió arrastrándome hacia la puerta del patio, que no tenía llave.
Salimos los dos procurando no hacer ruido, atravesamos el patio (que era común para ese portal y para el de enfrente) a la carrera y cruzamos la verja que daba a la calle como una exhalación.
Tras correr cogidos de la mano durante un par de calles, nos paramos en el quicio de un portal en una calle desierta a recuperar el aliento, mientras reíamos como locos.

Perdona pero, ¡tu tía es un coñazo! – dije riendo.
Sí, es verdad – respondió ella.

Entonces ella se acercó a mí y me besó, sin importarle que alguien pudiera vernos en la calle.
Desde donde estábamos, se oían perfectamente la música y las voces de la verbena, así que, cogidos de la mano, regresamos a la plaza para pasar una agradable tarde juntos.
Conversamos durante horas y así me enteré de que el tema de ir enseñando las tetas por dinero era, tal y como yo suponía, una manera de ganar dinero extra, pues con lo que ganaba ayudando en la panadería en la que trabajaba y limpiando casas, no le llegaba para mantener a su tía y a ella.
La verdad es que su historia me conmovió, y entonces se me ocurrió una idea.

Oye, ¿y por qué no entras a trabajar en mi casa? El abuelo paga muy bien…

Ella me miró sorprendida.

¿Yo? ¿En la casa del puterío? ¿Pero quién te crees que…?

Margarita se calló de repente, consciente de que podía ofenderme. Además, su opinión sobre el sexo había cambiado notablemente tras la aventurilla del portal.

No seas tonta – insistí – Es cierto que mi casa no es muy tradicional que digamos, pero allí nadie te va a obligar a hacer nada que tú no quieras hacer.
Pero…
Pero nada. Mira, si no te parece bien pues lo olvidamos y en paz, pero te aseguro que es un buen trabajo y además, estarías conmigo y no tendría que venir a verte al pueblo…

Esa pequeña insinuación de noviazgo era una mentirijilla sin importancia. Desde luego yo no pensaba echarme novia aún, pero estaba decidido a ayudar a aquella chica y si ella creía eso…

¿Venir a verme tú? ¿Y para qué? A ver si te crees que me vas a tener de novia.

Menudo corte. Bien empleado me estaba. Mi gozo en un pozo.

Bueno, chica, lo que tú quieras. Yo sólo te ofrecía el trabajo porque te iba a venir bien, más dinero, menos trabajo y, si tú quieres, un poquito de diversión.
No sé…
Mira, si quieres te presento al abuelo y me dices.

Cogiéndola de la mano, la arrastré por la plaza en busca del abuelo. Tuve una suerte enorme, pues pronto le encontré tomando una cerveza con otros hombres en una mesa a la sombra de un árbol (digo suerte pues de seguro se estaba tomando la cerveza para recuperar fuerzas tras alguna de sus habituales trastadas con alguna moza del pueblo).

¡Abuelo! – le llamé.

Atropelladamente, le expliqué al abuelo la situación, que Margarita necesitaba trabajo y que como María había dicho que vendría bien otra chica para el servicio (mentira podrida) yo había pensado que mi amiga sería válida para el puesto.
Bastó que mi abuelo le echara una mirada a lo buena que estaba Margarita para que me siguiera rápidamente la corriente. Así que le ofreció el puesto. Y Margarita, loca de contento, aceptó.
Y, más tarde me lo agradeció con otra sesión de prácticas en el establo donde Nico había aparcado el coche. Para que vean.
Cuando regresamos a casa por la noche yo iba derrengado pero feliz, después de un día la mar de provechoso. Todos venían igual de contentos, ligeramente achispados por el exceso de bebida del día, pero hubo una cosa que me llamó especialmente la atención: tanto Nicolás como Dickie tenían la expresión completamente idiotizada y aún diré más, mi institutriz parecía incapaz de caminar correctamente, cojeando un poco. Con una sonrisa, me dediqué a especular acerca de la razón…
A la mañana siguiente, durante la clase, pude constatar que los deseos sexuales de mi maestra estaban, quizás por primera vez en su vida, completamente satisfechos, así que pude dedicarme a mis estudios durante toda la mañana, sin temor a verme asaltado por lujuriosas inglesas. ¡Qué paz!
Bueno, el tiempo pasó en la casa y el verano por fin llegó. Margarita, efectivamente se incorporó a la plantilla, siendo bien recibida por todas las criadas, deseosas de que se sintiera cómoda, pues Margarita les recordaba a si mismas en sus primeros días en aquel trabajo y porque además era otro par de manos para encargarse de las tareas.
Incluso María la acogió con gusto, pues resultó que Margarita era de lejos la más trabajadora de las chicas, lo que el ama de llaves apreció bastante, acostumbrada a bregar con mujeres más pendientes de una polla que de realizar sus cometidos.
Cosa curiosa, el abuelo, no sé muy bien la razón, jamás intentó nada con Margarita, por lo que el chochito de la chica fue (junto con el de Marta y Marina) terreno personal mío, como si el abuelo dejara que la moza fuera para mí, primer elemento de mi harén personal.
Por otra parte, me distancié un tanto de Dickie en cuestiones de sexo. Por lo que me comentaron las demás criadas, mi plan había dado un resultado inesperado, y es que en verdad parecía que Nico y Helen estaban hechos el uno para el otro (o más bien la monumental polla de Nico era perfecta para la monumental zorra de Helen).
Nos acostábamos de vez en cuando, claro, pues el morbillo de follar en clase con mi madre pululando por allí era la ostia, pero pronto entendí que entre aquellos dos comenzaba a haber algo más que simple sexo.
Una tarde el abuelo me llamó y me contó que Nico le había confesado que se había enamorado de Helen y que pensaba casarse con ella en el futuro. Mi abuelo comprendió que lo que su amigo le pedía era que dejase de tener encuentros con ella, cosa a lo que mi abuelo accedió al instante, alegrándose enormemente por Nicolás.
Después me llamó a mí y me lo contó, para lograr que yo también dejase tranquila a mi profesora, aunque yo le tranquilicé diciéndole que ya había notado lo que sucedía y que no había ningún problema por mi parte en dejar de montármelo con Helen para que Nicolás y ella fueran felices.
Sin duda echaría de menos las tetas de mi maestra, pero todo fuera por la felicidad de dos buenos amigos.
Lo que nunca le confesé al abuelo fue que el origen de la atracción entre aquellos dos había sido yo. No me pregunten por qué, supongo que no me fiaba de que, si el abuelo se enteraba, decidiera cascarme un coscorrón, pues por culpa mía se había quedado sin las tetas de Mrs. Dickinson.
A saber.
Bueno, como decía, el verano fue aproximándose. Las chicas, que habían florecido durante la primavera, se veían incluso más hermosas en verano, con sus vestidos ligeros, su piel más morena y sus sofocos veraniegos. Divertida época.
Además, había algo que siempre me hacía desear la llegada del verano: la alberca.
La alberca era un antiguo abrevadero de animales que ya no se utilizaba para tal fin, situada a la espalda de la casa, un tanto retirada. Era redonda, de unos diez metros de diámetro, y no muy profunda, como un metro y medio o así, pero más que suficiente para darnos chapuzones en verano, nadar y jugar. No la confundan con una piscina, pues no era un agujero en el suelo, sino que era una pared circular de cemento.
En un lado, había una especie de repisa, de un metro cuadrado más o menos, que era el resto de un surtidor. Cuando éramos pequeños, saltábamos desde allí al agua, pero de mayores ya no podíamos, debido a la poca profundidad de la alberca.
Todos los años me divertía mucho allí con Marta y Marina (era la época del año en que más sociables se mostraban conmigo) pero ese verano, con todo lo que había pasado entre nosotros, la alberca era… muy prometedora.
Así que, como todos los años, vaciamos la alberca por completo durante una noche (dejando abierto el desagüe que tenía). A la mañana siguiente y acompañado por Antonio, me dediqué a limpiarla a fondo. Durante el año, el agua criaba musgo en las paredes, además de una gruesa capa de limo verde que había que eliminar por completo.
Antonio y yo nos afanábamos en rascar toda la porquería con unas rasquetas, para luego llenar cubos de limo con palas y vaciarlos fuera. Finalmente (y tras horas de trabajo) frotábamos las paredes con cepillos usando agua jabonosa y, al caer la tarde, teníamos la alberca limpia como una patena.
Después conectábamos unos tubos que se usaban habitualmente para regar a la bomba de agua y la poníamos en marcha, de forma que la alberca iba llenándose poco a poco durante la noche y a la mañana siguiente, nuestra piscina particular estaba lista.
El día siguiente fue muy largo, pues era lunes y no me dejaron saltarme las clases para bañarme. Por fin, después de comer y de la hora de la mamada de Tomasa (perdón, quería decir de la hora de la siesta), pude salir por la tarde a darme el primer baño del verano.
Fue una tarde maravillosa por lo esperada, en la que me pasé varias horas nadando, disfrutando por una vez como el niño que realmente era.
Cerca de la hora de cenar, tuvieron que venir a buscarme, pues a mí no me importaba seguir en remojo aunque hubiera empezado a anochecer.
Salí arrugado como un garbanzo y durante la cena se notaba mi entusiasmo por volver a tener a mi disposición la alberca. Juro que sin mala intención en ese momento, no dudé en invitar a Marta y Marina a venir a bañarse conmigo, deseoso tan sólo de retomar la costumbre de nuestros juegos veraniegos, olvidada por un instante nuestra incestuosa relación.
Pero claro, obviamente las chicas pensaban que yo tenía otra cosa en mente, así que empezaron ellas mismas a urdir sus propios planes.
Pasaron así varios días, sin incidentes que reseñar, salvo algún escarceo con las criadas, que no detallaré para no ser repetitivo. Por las tardes, cuando yo no tenía clase, procuraba dedicar un buen rato a bañarme, pero pronto sucedió lo lógico: que me aburría en la alberca solo.
Y claro, comencé a pensar que estar allí solito, cuando tenía a mi disposición otras actividades lúdicas más interesantes era un poco… infantil. (Ya ven, a mis doce años, de vuelta de todo). Comprendí que las sesiones natatorias serían mucho más interesantes con compañía femenina de por medio, pero era imposible traerme a la alberca a alguna de las criadas, pues mi madre se me hubiese tirado al cuello.
La única opción eran Marta y Marina, pero, por desgracia, las chicas tenían sus clases por las tardes, con lo que no coincidíamos. Hasta que no entrara más el verano Dickie no les dejaría las tardes libres, así que, pasada la novedad inicial, la piscina perdió un poco de interés para mí.
Pero, como ya he dicho, las chicas ultimaban sus planes.

Oye, el agua de la alberca se está poniendo un poco sucia – me dijo de sopetón mi hermanita una noche, mientras cenábamos.
¿Si? – respondí iniciando una conversación – No me había dado cuenta. Llevo un par de días sin ir a bañarme.
Pues habría que cambiar el agua, porque Marta y yo queremos aprovechar el sábado para darnos un bañito.

Aquellas palabras y el brillo divertido en la mirada de mi hermana bastaron para captar completamente mi atención.

¿El sábado? – dije tratando de adivinar lo que tenía en mente.
Sí, ya sabes. Como papá y mamá van a la capital este fin de semana y la señorita Dickinson les acompaña, tendremos tiempo libre, y podríamos aprovechar para darnos un chapuzón.
¿En serio? – dije súbitamente entusiasmado.
Sí – intervino mi prima Marta – pero ayer estuvimos echando un vistazo y nos dimos cuenta de que el agua se está poniendo verde. Y yo ahí no me baño.

Aquello era de lo más normal. Piensen que se trataba de un abrevadero, sin sistemas de renovación del agua, además de que no echábamos ningún tipo de producto para mantener el agua limpia.

No os preocupéis – dije aparentando indiferencia – Mañana hablaré con Antonio para cambiar el agua. Para el sábado estará bien limpita.
Gracias primo – dijo Marta sonriéndome.

Seguimos charlando mientras yo, por dentro, no dejaba de imaginar diabluras para el sábado sabadete. Y conociendo a aquellas dos leonas, sin duda mi imaginación se quedaba corta.
Mi madre había escuchado nuestra conversación, pero, al estar mi hermana de por medio, no sospechaba nada peligroso, así que no hizo mucho caso.
La ocasión no podía ser más propicia. Con mis padres fuera y las chicas sin clase, yo me convertía en el amo del gallinero. Mi tía tampoco era problema, pues los sábados solía pasar el día fuera, así que quedábamos al cuidado del abuelo. Imagínense.
Al día siguiente y conforme a lo acordado, ayudé a Antonio a cambiar de nuevo el agua. Esta vez no era necesaria una limpieza tan a fondo como la de inicios del verano, así que terminamos mucho antes, y después, nos dimos un chapuzón, durante el cual no paramos de hablar de chicas.
Así me enteré de que Antonio se veía algunos domingos con Blanquita Benítez, recuerden, la lujuriosa hermanita del bastardo de Ramón y pude comprobar que mi amigo tenía un tanto sorbido el seso por la bella chica, que le tenía comiendo en la palma de su mano.
Yo me temía un poco que Blanca estuviera usando a Antonio como un pelele, pero bueno, él también sacaba algo de aquello, así que no me metí en sus asuntos.
El par de días que faltaban hasta el sábado se me hicieron eternos. Como novedad, no pude acercarme a Marta y Marina ni una sola vez (sexualmente me refiero), pues ellas siempre me rechazaban susurrándome que esperara al sábado, así que tuve que buscar consuelo entre los brazos de las criaditas de la casa. Y no me faltaron consuelos precisamente.
Por fin, llegó el sábado y yo me pasé la mañana nervioso como un mono, deseando que mis padres se largaran ya y dejaran el campo libre. Por si las moscas, procuré no pasar mucho rato al alcance de mi madre, no fuera a ser que notara algo extraño y suspendiera el viaje.
De todas formas, andaba bastante atareada con una lista de cosas a comprar para la casa, así que quizás mis precauciones eran innecesarias.
Por fin, a media mañana, se marcharon los tres en el coche con Antonio, con lo que infinitas perspectivas se presentaban ante mí.
Aún quedaban unas horas para el bañito con las chicas, ya que habíamos quedado en hacerlo por la tarde, después de la siesta, con la digestión bien hecha y habiendo dejado atrás las horas de la tarde en las que el sol caía a plomo sobre la alberca, evitando así el riesgo de una insolación. Amén de que a esa hora, mi tía se habría marchado también.
Yo, con la experiencia de otros años, preparé junto a la alberca un pequeño espacio para un picnic, con unas mantas en el suelo y una improvisada sombrilla hecha con unos palos y una sábana, por si las chicas querían ponerse a la sombra durante la merienda, cosa muy habitual, aunque en el fondo esperaba que no merendásemos demasiado esa tarde.
El almuerzo transcurrió entre miradas pícaras y risitas mal disimuladas, lo que sin duda indicó a mi abuelo que algo se estaba cociendo. Yo estaba un poco preocupado por si Andrea notaba algo, pero mi prima estaba especialmente ensimismada, leyendo una novela mientras jugueteaba con la comida en su plato.
Tras comer, las chicas se retiraron para la siesta, no sin antes quedar conmigo a las seis de la tarde en la alberca. Los días eran ya lo suficientemente largos para que no anocheciera hasta cerca de las nueve, pero eso no importaba demasiado, pues hacía bastante calor y no sería la primera vez que tomábamos un baño nocturno en verano.
Sin poder dominar mi inquietud, no me vi con ánimos de echarme una siesta, pues sabía que no podría dormir. Tampoco quise ir en busca de ninguna de las criadas, pues quería estar en plena forma para la sesión de “natación”. Lo que hice fue leer un rato, aunque no me concentraba mucho, pues mi mente divagaba continuamente, tratando de imaginar qué clase de numerito me aguardaba esa tarde.
A eso de las cinco de la tarde, no aguantando más, me puse el bañador (que no era más que un pantalón corto viejo) y, previsoramente, decidí no llevar calzoncillos debajo, pues esperaba que no me durase mucho rato puesto. Salí de mi cuarto y me asomé sigiloso al pasillo, por si oía ruido que me indicara que Marta y Marina estaban dispuestas a adelantar la hora del baño, pero, por desgracia, no se oía nada.
Resignado, bajé a la cocina a tomar un vaso de leche, y a eso de las cinco y cuarto, estaba ya esperando a las chicas junto a la alberca. Me despojé de la camisa y me tumbé un rato sobre las mantas, pero claro, no tardé en aburrirme, así que decidí no aguardar más y me di un chapuzón.
Solo en la alberca, me dediqué a nadar un poco, a bucear, a hacer el pino bajo el agua, a calcular cuanto tiempo era capaz de aguantar sin salir a respirar… lo que fuera con tal de lograr que el tiempo fuese pasando.
Por fin, la encantadora voz de Marta me hizo olvidarme por completo de mis juegos. Llegaba la hora de la diversión.

Hijo, ni siquiera has podido esperarnos – dijo Marta asomándose al borde.
Ya ves – le respondí impulsándome hacia atrás en el agua – Hacía calor y me he dado un chapuzón.
¿Tenías calor? ¿Cuánto rato llevas aquí? – resonó la voz de Marina, aunque desde dentro de la alberca yo no la veía.

Me acerqué hasta el borde y miré fuera. Las dos chicas estaban dejando junto a las mantas una enorme cesta con comida, sin duda para hacer un picnic. También dejaron toallas y otras cosas.

Chicas, a todos lados tenéis que ir cargadas de trastos – les dije.
Sí, tú habla mucho, que después, cuando te entre hambre luego ya vendrás llorándome – me dijo Marta.
Tienes razón – respondí – seguro que después de “nadar” un buen rato con vosotras me entra hambre.

Me eché a reír mientras Marta enrojecía por mis palabras. Mi hermana, más tranquila, nos observaba divertida.

Venga, meteos aquí, que el agua está buenísima – insistí apremiándolas.
Tranquilo – dijo mi hermana acercándose al borde – No hay prisa.
Pues no tendrás prisa tú – dije – pero yo estoy loco por veros en bañador.

De repente, mi hermana hizo un rápido movimiento aproximándose al borde de la alberca, y empujándome con la mano, me hizo una ahogadilla, manteniendo mi cabeza bajo el agua.

A ver si se te enfrían las ideas – oí que decía cuando salí, escupiendo agua, mientras Marta se reía.
Así, así, dale, que aprenda – decía mi primita.
En cuanto os metáis, os vais a enterar – dije tratando de parecer desafiante.
Somos dos contra uno nene – dijo Marina con los brazos en jarras – Creo que vas a ser tú quien se entere.

Tenía razón.
Por fin, comenzaron a despojarse de los vestidos, revelando los bañadores que llevaban debajo. No vayan a pensar que eran prendas como las de hoy en día, que no dejan nada a la imaginación. Eran ropas antiguas, de colores chillones, que sólo dejaban al descubierto las piernas de rodilla para abajo y los brazos. Pero a mí me daba igual, pues lo que yo quería ver en realidad estaba justo debajo de esos bañadores.

Estáis muy guapas – dije galante.
Vaya, gracias, pero este bañador es el mismo de año pasado, y que yo recuerde entonces no me dijiste nada de lo guapa que estoy – me dijo mi hermana.
Es que este año has crecido, y el bañador te queda mucho más justo, con lo que se te marcan muy bien esas tetas tan maravillosas que tienes.

Ahora fue mi hermana quien enrojeció.

¡Serás cerdo! – dijo Marta abalanzándose para tratar de hundirme de nuevo.
Vamos, vamos, no te pongas celosa. Tú también llenas ese bañador mucho mejor que antes.
¡Te vas a cagar! – gritó Marta saltando por encima del borde y arrojándose al agua.

Yo traté de huir, pero mi prima me había pillado por sorpresa, así que pronto me encontré bajo el agua de nuevo, sujetado con fuerza por mi primita.
Claro que ahora, a diferencia de antes con mi hermana, tenía a mi agresora perfectamente a mi alcance, así que me defendí amasando sus prietas nalgas por encima del bañador.

¡Ay! ¡Cerdo! – escuché que gritaba mi prima riendo.

Escuché entonces un súbito chapuzón, con lo que entendí que Marina se sumaba a la fiesta.
Escupiendo agua pero sonriente, emergí y me arrojé sobre las bellas ninfas, procurando agarrarlas de las zonas que no deben tocarse a una señorita bien educada.
Ellas me recibieron entre grititos y risas, intentando mantenerme alejado de sus tiernas carnes, sumergiéndome y dándome empujones. A mí me daba igual, feliz por la maravillosa perspectiva que se me presentaba, por lo que participé con gusto en el juego, devolviéndoles las ahogadillas a las chicas, aunque yo procuraba empujarlas en partes cuanto más comprometedoras mejor, y claro, sucedió lo inevitable, con tanto sobeteo, mi amiguito comenzó a despertar dentro de mi pantalón, con lo que pronto me encontré cada vez más cachondo, frotando mi notable erección contra las grupas de mi prima y mi hermana.

Quieto, quieto, león – me dijo Marta manteniéndome alejado con las manos – No vayas tan deprisa…
¿Cómo? – dije algo confuso – Niña mira cómo me tenéis…
Oscar, tranquilo, que habrá tiempo para todo – siguió mi prima – Pero déjanos disfrutar primero de un bañito.
Sí, hijo – terció mi hermana – Que estás siempre pensando en lo mismo.
Serán zorras – pensé.

Rápidamente me di cuenta de que ellas tenían su idea en mente y que lo mejor que podía hacer era dejarlas controlar la situación, y que hicieran lo que quisieran, pero eso no quitaba que yo pusiese mi granito de arena para acelerar las cosas.

Vale, vale – concedí apartándome de ellas – Como vosotras queráis.
Buen chico – dijo Marta dando unas brazadas – Déjanos disfrutar un poco del baño y luego nos divertiremos.
Bueno – asentí – Vosotras relajaos como queráis que yo voy a ponerme un poco más cómodo.

Mientras decía esto me desabroché el pantalón y me lo quité, arrojándolo sobre el borde de la alberca, donde quedó colgando. Ya completamente desnudo, me impulsé en el agua boca arriba, de forma que mi erecto pene asomara por encima del agua.
Las dos chicas rieron divertidas, con expresiones que decían “éste nunca cambiará”, pero no me dijeron nada, dejándome a mi aire.
Me encantaba bañarme desnudo, sintiendo el agua deslizarse por mi piel. Era especialmente agradable nadar, pues el impulso empujaba mi pene hacia atrás, separando la punta de mi ingle, como si tratase de frenar mi impulso por el agua.
Las chicas también nadaban, aunque sin quitarme el ojo de encima, convencidas (y con razón) de que en cualquier momento intentaría algo con ellas.
Continuamos un rato jugueteando en el agua, salpicándonos y nadando, con total naturalidad a pesar de que estaba yo desnudo.
Un poco harto de tanto tonteo, me sumergí buceando, y como yo no tengo ningún problema para abrir los ojos bajo el agua, me aproximé hasta una de las chicas y emergí de golpe junto a ella, agarrándola por la cintura para izarla y zambullirla de golpe. Esto originó el contraataque de las dos, que volvieron a hundirme.
En el forcejeo, noté que una mano anónima se apoderaba de mi hombría, lo que me provocó un ramalazo de placer. Sonriendo bajo el agua (pues la cosa por fin se iba calentando) me agarré a la dueña de esa mano y emergí para besarla con pasión.
Marina, que resultó ser la interfecta, me devolvió el beso con lujuria, pero súbitamente fue arrancada de entre mis brazos por Marta, alejándose las dos de mí nadando entre risas.
Me quedé allí de pié, un poco frustrado, comprendiendo que tenían pensado hacerme sufrir un rato.

Vaya, vaya, Marina – decía mi primita – qué prisa tienes. ¿No habíamos quedado en nadar un ratito antes?

Mientras decía esto atrajo hacia sí el rostro de mi hermana y se besaron sensualmente, poniéndome como una moto. Traté de acercarme hacia ellas, pero no dejaban de moverse, manteniendo las distancias, jugando conmigo.
Súbitamente se separaron, deslizándose cada una hacia un lado de la alberca.

Oye Oscar – dijo entonces Marta – ¿Por qué no me subes a caballito como el año pasado?

Yo, resignado, me encogí de hombros, sabedor de que allí no habría tema hasta que ellas quisieran.
Por toda respuesta, me volví de espaldas, agachándome en el agua hasta quedar sumergido. Pronto noté como las piernas de Marta se colocaban a los lados de mi cabeza y cuando sentí su culito apoyado en mi nuca, me incorporé, elevándola. No sé si sería porque yo era un año mayor, o porque mis músculos estaban tonificados por todo el ejercicio que últimamente hacía, pero lo cierto es que no me costó nada aupar a mi prima, cosa que el año anterior me costaba horrores.

¡Ahora, lánzame! – gritó mi prima.

Agarrando sus pies con mis manos, la impulsé hacia arriba, de forma que salió disparada, zambulléndose de cabeza en el agua, emergiendo entre risas, risueña y preciosa.

¡Ahora yo, ahora yo! – exclamó mi hermana entusiasmada.

Estuvimos con el jueguecito del trampolín humano durante un rato, que yo aproveché para sobar y pellizcar a las chicas tanto como pude. Ellas no se quejaban por eso, entretenidas como estaban, limitándose a darme algún coscorrón cariñoso cuando estaban sobre mis hombros.
Todo aquello me mantenía en un estado de excitación expectante. Sentir sus deliciosos traseros sobre mi espalda era la ostia, así que yo estaba cada vez más cachondo y aquello no parecía tener fin.
Entonces se me ocurrió una idea para darle un poco de vidilla al juego. Lo que hice fue, tras sumergirme para izar a mi hermana, darme la vuelta bajo el agua, de forma que su culo no quedara sobre mi espalda, sino en mi pecho, y su entrepierna… frente a mi cara.
En esa postura era imposible levantarla, pero tampoco era esa mi intención. Cuando ella, inadvertidamente, deslizó sus piernas sobre mis hombros, se encontró con que mi ansiosa boca esperaba a su tierno chochito.
Juro que de caliente que estaba incluso la mordí por encima del bañador. Ella, gritando por la sorpresa, cayó hacia atrás, pero yo no la solté mientras me incorporaba. Agarrándola con fuerza por la cintura, me levanté, quedando su cuerpo sumergido de cintura para arriba, con los pies apuntando hacia el cielo, mientras yo frotaba como loco mi rostro por su entrepierna.
Pronto Martita acudió al rescate muerta de la risa. Empujándome caímos los tres al agua, en un confuso montón de cuerpos, que yo aproveché para meter mano donde pude y frotarme cuanto más mejor.
Por fin emergimos los tres riendo. Las chicas, divertidas, me salpicaron agua a la cara.

Eres un cabrón – dijo Marina – Por poco me ahogo.
Hijo, eres un salido. ¿No puedes esperar un rato? – intervino Marta – ¡Con lo bien que nos lo estábamos pasando!
Sí, nosotros nos los estábamos pasando muy bien – dije poniéndome de pié y asomando la punta de mi pene por encima del agua – ¡pero nuestro amiguito está cada vez más impaciente…!

Con aquello me gané otra ahogadilla.

Mira que eres guarro – me dijo Marta.
Venga, tía – dije yo tratando de darles pena – que llevo un calentón de mil pares de cojones.
Niño, habla bien – me interrumpió mi hermana, haciéndonos reír a todos.

Entonces, noté que Marta y mi hermana cruzaban una sutil mirada de entendimiento que hizo que un escalofrío me recorriera de la cabeza a los pies. Iban a poner en marcha lo que Dios quisiera que tuvieran planeado.

Así que ya no puedes más ¿eh? – dijo mi primita mientras daba unas brazadas.
¿Estás muy cachondo? – continuó mi hermana.
¿Vosotras qué creéis? ¡Con lo buenas que estáis!
Entonces… te proponemos un juego.

Mi gozo en un pozo.

¿Un juego? – dije un poco mosqueado – ¡Venga tías, lo que yo quiero es follar!
¡Ay, hijo! ¡Qué fino eres! – terció Marina – Escucha lo que hemos pensado y después me dices.
Vaaale – asentí a regañadientes.
Vamos a jugar a la “Gallinita Ciega” – sentenció mi prima.
¿Cómo? – dije bastante sorprendido.
Ya sabes, a la “Gallinita Ciega” – dijo mi hermana.
Pero con reglas especiales – dijo Marta.
Sí.
¿Qué reglas?
Bueno… – susurró sensualmente mi prima – Primero, te la quedas tú.

Eso ya lo sospechaba.

Te vendamos los ojos y tú nos buscas por la alberca…
¿Y cuando atrape a una?
Tienes que adivinar quién es la que has atrapado…
Pero sólo tocando, no vale hacernos hablar – dijo Marina.
Ni tirarnos un pellizco para hacernos gritar y reconocernos por la voz – advirtió mi hermana.
¿Y si acierto?
Pues la que has pillado tendrá que obedecer una orden tuya.

Aquello me gustaba más.

Pero si fallas, nosotras te ordenaremos algo…
Por mí de acuerdo – dije súbitamente entusiasmado con el juego – Pero cuando os la quedéis vosotras lo tendréis muy fácil para averiguar quién es…
¡Ah! – dijo Marina – Es que siempre te la vas a quedar tú…

La verdad es que eso no me importaba en absoluto, pero seguí haciéndome el reticente.

Claro, muy bonito, yo siempre pringando.
Venga, no seas tonto, si no es un juego para ganar, sino para divertirnos.

Simulé dudar unos segundos antes de responder.

Bueno, vale, pero con una condición…
¿Cual?
Que vosotras también juguéis desnudas. Me servirá como incentivo para buscaros con más ganas.
Guarro.
Sí, ya, ya – asentí.

Las chicas se miraron entre ellas y encogiéndose de hombros, asintieron.

Total, si íbamos a acabar en bolas de todas formas – dijo mi hermana.
Con el guarro este…
Sí, vamos – tercié yo – que vosotras habéis venido aquí por el picnic.

Menudo par de…

Vale, vale… – dijo mi hermana comenzando a desnudarse.

Pronto mi prima la imitó, con lo que la erección que experimentaba se volvió hasta dolorosa. De todas formas, me sentía muy feliz, pues por fin la cosa iba encaminándose por los derroteros que yo deseaba.

¿Satisfecho? – dijo Martita arrojando su bañador a un lado.

Las dos me miraban con un brillo especial en la mirada. Yo me quedé contemplándolas unos segundos, dos diosas desnudas, sus cuerpos gloriosos salpicados de agua, bañados por el sol del atardecer, con los pezones enhiestos, contagiadas por fin de la excitación que flotaba en el aire.

Sois preciosas – murmuré.

Ninguna dijo nada.
En silencio, Marta se aproximó a mí. Llevaba en la mano un trozo de tela que no sé de dónde había sacado. Con cariño, me dio un tenue beso en los labios y me vendó los ojos. Tras asegurarse de que no veía nada, inició el ancestral rito del juego.

Gallinita ciega, qué se te ha perdido.
Una aguja y un dedal – respondí.
Da tres vueltas y los encontrarás.

Diciendo esto último, Marta hizo que girara sobre mí mismo tres veces, apartándose bruscamente de mí. Sin poder ver nada, escuché el sonido de su cuerpo al zambullirse y enseguida comencé la caza.
Me moví a ciegas, con los brazos estirados, mientras las chicas reían como locas. Yo avanzaba a tientas, andando con el agua llegándome hasta el pecho, tratando de encontrar a una de las ninfas.
Sin embargo, ellas no iban a ponérmelo fácil. Al principio se limitaron a salpicarme agua, entre risas, manteniéndose bien apartadas de mí. Yo, cuando tenía la intuición de que alguna andaba cerca, me arrojaba en la dirección en que creía que estaba mi presa, tratando de atraparla, aunque no tuve demasiado éxito.
Alguna que otra vez lograba rozar a alguna con la yema de los dedos, pero resbalaba sobre su piel mojada sin lograr asirla. Esto producía que las chicas dieran grititos de pavor y que estallaran en carcajadas cuando se me escapaban.
Al cabo de un rato y envalentonadas porque no las pillaba, fueron asumiendo más riesgos, acercándose a mí y dándome toquecitos en la espalda. Cuando notaba su contacto, yo me revolvía con rapidez, arrojándome sobre ellas. Más de una vez estuve a punto de atrapar a una, incluso logré palpar sin duda alguna la curva de un seno, pero resbalé nuevamente y la perdí, provocando de nuevo la hilaridad de las chicas.
Ellas, no contentas con esto, incrementaron la osadía de sus acercamientos, y alguna mano desconocida llegó incluso a agarrarme la polla, lo que tuvo la consecuencia lógica de ponerme cada vez más y más cachondo.

Oscaaaaar… Por aquíiiii… – susurraban.
A ver si me coges que estoy muy cachonda.
Mírame, Marina, como éste no me pilla he tenido que empezar a tocarme yo solita.
Sí, yo también. Si Oscar no me atrapa pronto voy a tener que masturbarme yo misma.
Ummmm. Estoy cachondísima. Ven Oscar. Por aquíii.

Si esto fue lo que pasó Ulises con las sirenas, compadezco al pobre desgraciado, allí atado al mástil de su barco.
Yo estaba cada vez más desbocado, no entendía cómo podía escuchar sus voces en el otro extremo de la alberca y de pronto sentir una fría mano que me rozaba el cuello, el pecho… o un poco más abajo.
Se habían coordinado de manera que, mientras una me atraía con la voz, la otra aprovechaba para tocarme, logrando excitarme más y más.

Cálmate chico – pensé – si entras en su juego estaremos toda la tarde.

Traté de serenarme, respirando hondo mientras mis dos sirenas particulares trataban de atraerme con sus cálidas voces. Entonces se me ocurrió una idea. Caminé a tientas hasta el borde de la alberca, donde me di la vuelta, apoyando la espalda contra el mismo. Tomé aire, me sumergí de golpe, e impulsándome con los pies contra la pared, salí disparado hacia delante, como un torpedo bajo el agua, de forma que recorrí el diámetro de la alberca en un instante, con los brazos estirados delante de mí.
Y lo logré. Sorprendida por la rapidez de mi desplazamiento bajo el agua, una de las chicas no tuvo tiempo de apartarse de mi trayectoria, por lo que mis manos tropezaron con ella. Además, choqué contra sus piernas, lo que me facilitó la tarea de agarrarla.
Asido como si me fuese la vida en ello al cuerpo de mi víctima, emergí del agua mientras ella trataba de zafarse de mi presa, tarea inútil, pues el calentón que llevaba encima multiplicaba mi fuerza por diez.

¡Ya te tengo! – grité con júbilo – Ahora estate quieta que tengo que ver quien eres.

Por fin, la chica dejó de luchar, resignada a padecer mi escrutinio con objeto de averiguar su identidad. Mi corazón parecía ir a salírseme del pecho, tal era el nivel de excitación que sentía. Traté de tranquilizarme, pues no era cuestión de equivocarme de chica ahora y convertirme en el cazador cazado.
Y es que no era tarea fácil distinguir a ciegas entre las dos primas, pues además de ser de altura similar, su complexión física era parecida.

Bueno, bueno – canturreé – Veamos quién eres…

Agarrando a la chica por los hombros, me situé detrás de ella. Comencé a palpar su cuello y sus cabellos pero eso no me servía de mucho, pues las dos tenían el pelo liso y de longitud similar (aunque una fuera rubia y la otra morena, dato que no me servía de nada en ese momento).
Sonriendo, palpé el rostro de la chica, que permanecía completamente en silencio, no dispuesta a darme ninguna pista. Deslicé mis manos hasta su pecho, donde amasé sus senos, duros, plenos, con los pezones enhiestos escurriéndose entre mis inquietos dedos.
Un tenue gemido escapó de los labios de mi presa, pero no fue suficiente para revelarme su identidad, así que proseguí mi exploración. Seguí sopesando sus pechos, acariciándolos, excitándolos, aprovechándome al máximo de la situación, retrasando el momento en que mis manos irían a la zona de aquella escultural criatura que me despejaría sin lugar a dudas el misterio de quién era la chica que estrechaba entre mis brazos: mi prima o mi hermana.
Y es que, como recordarán queridos lectores si han leído los capítulos anteriores de mi historia, las dos chicas llevaban el vello púbico recortadito de formas distintas, contando mi hermanita con un mechón de pelo más poblado que el de mi prima.
Yo era consciente de ello perfectamente, pero me encantaba sobetear a quien fuera de aquella forma, mientras la otra chica sin duda estaría muerta de envidia observándonos.
Cada vez más cachondo, aproximé mi ingle al trasero de la chica, apretando con fuerza mi dureza contra sus prietas nalgas.

¿Quién será, será…? – bromeé.

Seguí sobando a la chica a placer, sin arriesgar todavía un nombre. De todas formas, sentía una extraña sensación, no sabía decir por qué, pero notaba que algo no marchaba bien.
Caliente como un horno, me las ingenié para deslizar mi polla entre los muslos de la chica, frotándola entre los mismos. Un estremecimiento de placer me recorrió al notar cómo ella apretaba con fuerza las piernas, para atrapar mi picha en medio y sentir bien mis refregones.
Ya no podía más. La orden que le iba a dar a la chica sería que se abriera de piernas que iba a follármela. Ya estaba bien de juegos.
Mis manos abandonaron las tetas de la chica y viajaron a su entrepierna, para palpar la cantidad de pelo que allí había.
Al notar mis manos en esa zona, la chica echó el cuerpo un poco hacia delante, apretando fabulosamente su culo contra mi pelvis. Yo, como loco por meterla en caliente ya, exploré la zona, verificando el volumen de vello. Había bastante.

Eres Marina – sentencié.

Un silencio sepulcral se extendió en el interior de la alberca, hasta que fue roto por una voz, una voz conocida que hizo que la sangre se me helara en las venas.

Has fallado.

Anonadado, liberé a mi presa y me despojé de la venda. Tras unos segundos en los que mis ojos se acostumbraron de nuevo a la luz, me encontré frente a frente con mi prima Andrea, completamente desnuda, que me miraba con expresión de sofoco en el rostro, ruborizada hasta las raíces del cabello.

Pe…pero ¿qué haces tú aquí? – balbuceé.

Las risas de Marina y Marta retumbaron en la alberca. Yo las miraba atónito, mientras ellas se hinchaban de reír a mi costa. No puedo decir que me enfadara, ni que me molestara, ni que me gustara… simplemente no sabía cómo reaccionar.

Vaya, primito – dijo por fin Andrea – Tan experto que yo te hacía en mujeres y no has sabido reconocerme.

Entonces la realidad se abatió sobre mí. Comprendí en qué consistía el plan que aquellas dos (tres en realidad) se traían entre manos. Había sido víctima de una broma orquestada por diablesas, decididas a pasar un buen rato a mi costa.
Pero no sólo a eso, allí había algo más, como demostraba el hecho de que Andrea se mostrara completamente desnuda ante mí sin rubor alguno y que se hubiese dejado meter mano hasta en el último rincón de su lozano cuerpo. Como decía un anuncio de televisión que vi hace unos años, siendo ya bastante mayor: “Cuate, aquí hay tomate”.

Bueno, os habéis salido con la vuestra – dije.
Sí – confirmó Andrea.
Veo que lo teníais todo estudiado.
Sí.
Y os habéis reído un rato de mí.
Oye, Oscar – me interrumpió Marta muy seria – Nosotras no queríamos…
No, no, si no pasa nada – dije – entiendo la situación.

Las tres me miraban fijamente.

Andrea deseaba participar en nuestros juegos y ésta os pareció una buena forma de lograrlo.

Marta y Marina, apartaron la mirada, un poco avergonzadas, pensando que me había enfadado. En cambio, Andrea se mantuvo con los ojos clavados en mí.

¿Y te ha molestado? – dijo.
En absoluto – respondí relajando el ambiente.
Lo suponía.

Los cuatro nos echamos a reír, conscientes de que lo mejor de aquella tarde estaba por llegar. Descuidadamente, me acerqué a Andrea y rodeé su cintura con un brazo, acariciando su trasero como quien no quiere la cosa.

Me ha encantado cómo apretaste los muslos sobre mi polla – susurré en su oído, haciéndola enrojecer.
¿Sabes? – me dijo – Sabía que esto sucedería antes o después.
Sí, yo también. Desde el día de la excursión…

Andrea me sonrió,

En cambio, esperaba que intentaras algo antes – dijo.
Es que tenía miedo de hacerte daño. Esperaba a que cicatrizasen tus heridas.

Ella, por toda respuesta, rozó levemente mis labios con los suyos.

Pero ahora te toca obedecer – me espetó con una sonrisa de oreja a oreja.
¡Mierda! Esperaba que no te acordaras – dije resignado.
No tendrás esa suerte.

Bueno. Ahora me tocaba a mí ver qué me habían preparado. Seguro que alguna putada.

Quiero que hagas que me corra – dijo Andrea.

Vaya, pues no.

Coño, Andrea, vas derechita al grano – dije yo, sorprendido, aunque encantado.
Pero, ¿no habíamos quedado en mandarle desnudo a la casa? – exclamó de pronto Martita.

Yo la fulminé con la mirada.

Ella manda, y si es eso lo que quiere… – dije.
Pues sí – se mantuvo firme mi prima mayor.
Aunque, la verdad, no me esperaba que fueras tan directa.

Andrea, enrojeció un poco antes de contestar:

¿Y qué pasa? Tanto que he oído hablar de tus habilidades…
Que te apetece, probar si es verdad… – terminé yo por ella.
Eso – coincidió ella.
Y además, has ganado tú, así que tengo que hacer lo que me ordenes.
Eso.
Y si lo que quieres es un buen orgasmo… pues no se hable más.
Efectivamente.
Que para eso eres tú la que manda ahora.
Así es – seguía asintiendo mi prima.
Y estás cachonda perdida por el sobeteo de antes y te apetece correrte ya.
Así e…. ¡NIÑO! – gritó Andrea escandalizada.

Las otras dos y yo nos partimos de risa.

¡Iros a la mierda! – vociferó mi prima, aunque se veía que no estaba enfadada, sólo un poco avergonzada.
Vale, pues tus deseos son órdenes – concluí – ¿Y cómo quieres que sea la cosa?

Mientras decía esto, daba saltitos, para que la cabeza de mi pene asomara fuera del agua.

Como tú quieras, pero sin usar “eso” – dijo ella apuntando a mi instrumento.
Vale. Como desees.

La verdad es que mi estado de calentura había bajado un tanto. El susto al encontrarme con Andrea había contribuido a relajarme un poco. Además, era consciente de que ahora no me enfrentaba a dos hembras hambrientas, sino a tres y eso era todo un desafío, así que tenía que dosificarme.

Chicas, necesito vuestra ayuda – les dije a las otras dos.
¡Ah, no! De eso nada – exclamó Andrea – He dicho que seas tú, con ayuda no vale.
Tranquila, mujer – le dije – Es sólo para que te sujeten.
¿Cómo? Dijo ella sin entender.
Ven aquí.

Cogiéndola de la mano, la llevé al centro de la alberca. Empujándola suavemente hacia atrás hice que se tumbara y que quedara haciéndose “el muerto” sobre el agua.

Sujetadla por las axilas – les dije a las chicas – Que no se hunda.

Entendiendo por fin mis intenciones, Marta y Marina se colocaron cada una a un lado de Andrea, asiéndola por los antebrazos, manteniendo así su torso a flote.
Yo me agaché dentro del agua, dejando tan sólo la cabeza afuera, y me deslicé hasta quedar justo entre los muslos de Andrea. Alzando la vista, me encontré con su mirada, y me encantó lo que vi.
Estaba nerviosa, quizás hasta un poco asustada, pero excitada y caliente a más no poder. Agarrándola por la cintura, hice emerger su entrepierna, dejando reposar sus muslos sobre mis hombros, de forma que su femineidad quedó justo delante de mi boca.
Y procedí a reconciliar a Andrea con el género masculino.

¡AAAHHHHHH! – gimió mi prima cuando mis labios se posaron en su vulva.

Era la primera vez que me comía un coño dentro del agua, pues en mi anterior experiencia acuática (recuerden, con Marta, en el río), no se dio esa situación.
Al principio estaba todo muy… frío, debido al agua, claro, pero yo me esmeré en calentar convenientemente la zona, y les juro que pronto logré que el agua hirviera.
El coño de Andrea era jugoso, como el de su madre y su hermana, pero no pude deleitarme mucho con su sabor, debido al agua. Por esto mismo no puedo contarles si Andrea se mojaba mucho o no, pues ya estaba empapada, aunque puedo asegurarles que le encantaba lo que yo le hacía, a juzgar por los gemidos y grititos que profería.

¡Dios! ¡Qué bueno! Sigue, por ahí… ¡POR AHÍ!

Como usted mande.
Mis dedos continuaban explorando la intimidad de mi primita, aplicándose a su tarea con cariño. Mi lengua, juguetona y experta en esas lides, recorría la rajita de la chica sin dejar un milímetro por recorrer. En ocasiones, subía hasta su clítoris, que era absorbido por mis labios y acariciado por mi lengua; en otras bajaba lentamente, recorriendo la longitud de los labios vaginales de mi tierna prima.
La dueña de aquel coño se retorcía como si la estuvieran electrocutando. Yo, de vez en cuando, alzaba la mirada para contemplar su rostro, desencajado por el placer. Y no menos calientes estaban las otras dos, que contemplaban el espectáculo sin soltar los brazos de Andrea, deseosas sin duda de sustituir a la víctima de mis tratamientos.
Cuando noté que Andrea se aproximaba al clímax, elevé el ritmo de mis inquietos dedos, separando al máximo los labios de aquel chochito con los pulgares y hundí la lengua en su interior. Con los índices, froté el clítoris de Andrea con dulzura y pronto logré que mi prima alcanzara un espectacular orgasmo.

¡ME CORROOOO…..! – aullaba mi prima.

Sus muslos se cerraron sobre mis oídos, impidiéndome oír el resto de sus alaridos. Sus caderas sufrían espasmos, mientras oleadas de placer recorrían su maravilloso cuerpo. Yo me quedé allí, aguantando sus culetazos, sin dejar de lamer y estimular aquel delicado coño.
Por fin, los espasmos fueron remitiendo y Andrea se relajó, circunstancia que aprovecharon las otras dos para soltar sus brazos a la vez, con lo que el torso de mi prima se hundió como un plomo, mientras yo mantenía sus piernas fuera del agua.
Ayudada por mí (tras descabalgar sus caderas de mis hombros) Andrea emergió escupiendo agua, que había tragado por la inesperada inmersión.

¿Se puede saber qué coño hacéis? – les dijo – ¡Casi me ahogo!
Pues te aguantas – respondió Marta – Que ya me dolían los brazos de sujetarte mientras te lo pasas bien tú solita.
Serás…
Venga, chicas, dejadlo ya – intervine – que aquí hay para todas.

Nueva ahogadilla por bocazas.
No me importó, pues lo que quería era relajar el ambiente.

¿Te ha gustado? – le pregunté a Andrea en voz baja.
Ha sido la ostia – dijo ella sonriente.

Esta vez fue Marina la que nos interrumpió.

Venga, Oscar, ven aquí que te vende de nuevo.

Mi hermana se acercaba a mí con la venda, dispuesta a continuar con el juego.

Yo paso, Marina – dije – Qué coñazo quedármela siempre yo. Además, tardo mucho en atraparos.
Tiene razón – dijo Marta.
¿Entonces qué hacemos? ¿Follar y listos? – insistió mi hermana.
Yo me apunto – intervino Andrea.
Entonces, ¿para qué hemos venido aquí? – siguió Marina – ¿No habíamos quedado en pasar una tarde divertida?
Pues juguemos a otra cosa – dije.
¿A qué?
Por lo que veo, queréis un juego de órdenes ¿no?
Sí. Por ejemplo.
A ver, a ver…

Me acerqué al borde e, izándome con las manos, salí de la alberca. En menos de un segundo encontré lo que estaba buscando: una piedra pulida de unos cinco centímetros de diámetro.
De un salto, volví a zambullirme en el agua, llevando la piedra en la mano.

¿Qué es eso? – dijo Marina interesada.
Una piedra.
¿Y qué hacemos con ella?
Mirad. Nos ponemos todos pegados al borde de la alberca, mirando hacia fuera. Uno de nosotros lanza la piedra hacia atrás, sin mirar. Contamos hasta cinco y nos lanzamos en su busca. El que la encuentra puede ordenar lo que quiera a quien quiera.

Las chicas se miraron entre ellas asintiendo. A todas les parecía una buena idea.

Lo de la “gallinita” estuvo bien antes, por lo de la sorpresita y eso, pero ahora se haría un poco pesado ¿verdad? – dije sonriendo.
Sí – coincidió Marina – Buena idea. Parece que sirves para algo más que para…
Hacerte aullar de gusto – concluí.

Ahogadilla al canto. Me iban a matar.
Por fin todos de acuerdo, nos colocamos todos junto al borde, mirando al exterior. La encargada de arrojar la piedra sería Andrea, que había ganado el primer juego.

Sin trampas ¿eh?
No mires.
No mires tú.
Silencio, que voy.

Allí estábamos, los cuatro primos con el culo al aire discutiendo por cómo se tiraba una piedra.

¡CHOF! – resonó en la alberca.
¡Uno, dos, tres, cuatro y cinco! – contó Andrea.

El chapuzón de los cuatro fue simultáneo, pero yo, con la experiencia de antes, aproveché el muro para impulsarme, saliendo como una flecha. Buceé pegado al fondo, con los ojos muy abiertos, hasta que mi mano tropezó con la piedra.
Había ganado.

¡Has hecho trampas! – exclamó Marta.
¿Por qué?
¡Te has impulsado!
¿Y está prohibido?

Enfurruñada, mi prima no tuvo más remedio que aceptar mi victoria. Para que no se perdiera, dejé la piedra sobre el poyete que había junto al borde de la alberca.

Bueno, bueno – dije simulando reflexionar – mi esclava será…….. ¡Marta!

Con una sonrisilla de triunfo, mi prima se aproximó a mí, convencida de que la había elegido a ella porque la deseaba primero. Y no es que no fuera así, es que me apetecía vengarme un poco.

¿Qué quieres que haga? – dijo ella, segura de que en breves instantes iba a estar follando como loca.
Quiero que, desnuda como estás, vayas al otro lado de la casa, al cuarto de las herramientas, y te traigas un clavo del bote que está en la estantería.
¿Estás loco? ¡Me van a ver!
¿Y no es eso lo que tenías planeado que hiciera yo?

Recordando las palabras que se le habían escapado antes, Marta no supo qué responder. Atrapada, no tenía otra opción más que claudicar.

¿Y no te basta con ir hasta la casa? Era lo que íbamos a ordenarte a ti.
No, no – negué.
¿Puedo llevarme una toalla?
Entonces, ¿qué gracia tiene?
Pero…
Mira, si no quieres, no lo hagas y en paz – sentencié – Seguimos jugando nosotros tres y tú miras. Si quieres, te encargas de arrojar la piedra y nosotros la buscamos.
La piedra te la voy a arrojar a ti a la cabeza – dijo ella un poco enfadada.
El juego es el juego…

Derrotada, mi prima se aproximó al borde. Impulsándose como yo había hecho antes salió de la alberca, no sin antes obsequiarnos el espectáculo de un primer plano de su magnífico trasero.

¡Ese culito! – grité yo observándola alejarse hacia la casa.

Andrea, Marina y yo la vimos desaparecer rodeando la casa.

Mira que eres cabrito – dijo mi hermana.
Venga ya. ¿No ibais a hacerme lo mismo?
Como gane Marta, te vas a acordar del jueguecito – dijo Andrea.

Pasaron un par de minutos hasta que vimos aparecer a Martita doblando la esquina de la casa. Andando de puntillas (pues iba descalza) regresó rápidamente hasta la alberca. A medida que iba aproximándose pudimos ver que iba ruborizada de la cabeza a los pies. Se contaban por cientos las veces que había visto ponerse colorada a Marta, pero sin duda esa fue la vez que más intenso era el rubor.
De un salto, se arrojó al agua, mientras yo admiraba lo buena que estaba mi prima en su desnudez. Ni siquiera el frescor de la alberca logró hacer disminuir el rubor de mi primita.

¿Lo has cogido? – pregunté.

Ella abrió la mano, mostrando un clavo en su palma.

Bien hecho – dijo Marina – ¿Cómo te ha ido?
En mi vida he pasado más vergüenza.
Venga ya – dije – no será para tanto.
¿Que no? ¡Al salir del cuarto de las herramientas me he topado de bruces con Antonio!
¿En serio? – exclamó mi hermana entusiasmada – ¿Y qué ha dicho?
¿Tú que crees? Se ha quedado petrificado. Y yo he salido disparada hacia aquí. Como venga me muero de la vergüenza.
No vendrá – dije bastante seguro – Sin duda se imagina lo que está pasando aquí.
¡Madre mía, qué vergüenza! ¡Cómo voy a volver a mirarle a la cara!
No te preocupes – la tranquilicé – Además mira el magnífico regalo que le has hecho. Le has mostrado tu escultural belleza al muchacho. Seguro que se pasará años soñando con tu divina hermosura…
Sí, tú hazme la pelota, que como gane yo ahora te vas a cagar…

Andrea me palmeó la espalda, compadeciéndome.
Por fortuna, volví a ganar yo… Y esta vez, mi orden fue de otra índole.

Bueno, Andreíta, te toca a ti – dije mostrando la piedra que tanta suerte me estaba trayendo.
Dime – dijo mi prima, arrastrada ya por completo al juego.
Verás, quiero ponerme caliente a tope y como me encanta ver a dos chicas haciéndose “cositas” quiero que le hagas a tu hermana lo que yo te hice antes.

Lo que había dicho era verdad, siempre me ha excitado ver a mujeres montándoselo, pero la razón secundaria de mi orden era calmar un poco a Martita, cuya victoria en el juego yo temía bastante.

No, eso no lo voy a hacer – dijo Andrea.
¿Cómo que no? – exclamó Marta adelantándoseme – ¡Yo he hecho lo que me han mandado!
Que no, que no lo hago. Pídeme otra cosa. Es que no quiero hacer esas cosas con mujeres.
Vamos, tonta – intervino mi hermana, conciliadora – Si no pasa nada…
Si yo no digo que pase nada malo… Es sólo que no quiero hacer algo como eso.

Yo observaba a Andrea analizando la situación. Percibí que si forzaba la situación y la presionaba, lograría que ella lo hiciera, pero lo haría a disgusto. Las inclinaciones lésbicas de mi prima brillaban por su ausencia.

Está bien – concedí – Cambio de esclava. Marina encárgate tú.
¡De eso nada! – chilló Marta – le toca a Andrea ser la esclavaaaaaa…

Mi hermanita se había deslizado subrepticiamente detrás de Marta, y sibilinamente, realizó un ataque por la retaguardia, metiéndole mano a Marta directamente en la entrepierna.

¡Quietaaaaa! – chillaba riendo Martita – ¡Le toca a Andreaaaaa!
¿Y qué más te da? – respondía mi hermana – Mientras te coman bien el coño…

En pocos segundos adoptamos la postura de antes, sólo que esta vez era Marta la que recibía las atenciones y Marina quien se las procuraba.
Le estaba muy agradecido a Marina por la actitud conciliadora que estaba manteniendo, pues aún recordaba con desagrado los antiguos enfrentamientos entre ella y nuestra prima por causa mía, y yo notaba que Marta andaba un poco revolucionada esa tarde.
Marina se mostraba como una más que digna discípula de su hermano, demostrando que en el arte de comer coños no tenía nada que envidiarme. Martita se retorcía como una lagartija, disfrutando a más no poder de la lengua de Marina, que le daba sonoros chupetones entre las piernas.
Ver aquel maravilloso espectáculo me calentó notablemente tal y como deseaba. Me empalmé como un mulo de nuevo y deseé, entonces sí, haber pedido ser yo el objetivo del tratamiento.
Viendo que mi prima estaba en el punto máximo de excitación, acerqué mi erección a su rostro, a ver si en el frenesí de la situación, se animaba y me daba una chupadita. Por desgracia, no hubo tiempo para ello, pues Marina la condujo a un brutal orgasmo en un tiempo record.

¡UAAAAHHHHH! ¡ME CORROOOOO! – gritaba Marta, sin importarle ya que Antonio la hubiera visto, que la oyeran en la casa o en veinte kilómetros a la redonda.

Cuando se relajó tras el orgasmo, Andrea la soltó como le había hecho ella antes, pero yo, deseoso de congraciarme con Marta, la sostuve fuera del agua. Un brillo peligroso refulgió en los ojos de Marta mientras miraba a su hermana, lo que me inquietó un poco.
Y fue ella quien ganó la siguiente partida.

Vaya, vaya…. Así que ahora me toca a mí – dijo triunfante.

Los tres la mirábamos esperando alguna barrabasada.

Andrea, esclava – dijo Marta – Si no quieres comer coño… vas a comer polla.
Viva la madre que te parió – pensé.

Andrea simplemente se encogió de hombros, aceptando la tarea que se le había impuesto. Aquel instante más que ninguna otra cosa, me indicó hasta que punto había estado mi prima pensando en acostarse conmigo.

¿Y cómo lo hacemos? – preguntó – ¿Lo sujetáis vosotras? Es que el agua le llega hasta el pecho si se queda de pié y debajo del agua me voy a ahogar.
Espera – dije.

Me dirigí al poyete y, ayudándome con las manos me icé, sentándome encima. De esta forma quedaba sentado justo al borde, mirando al interior de la alberca, con los pies dentro del agua y mi entrepierna…. A una altura óptima.

¡Vaya! – exclamó mi hermana – se ve que esta última orden te ha gustado. ¡Qué rapidez para colaborar!
¿Y tú que crees? – respondí – ¡Lleváis horas torturándome! ¡Estoy a punto de reventar!

Era verdad. Tenía la polla super tiesa, dura como un palo pegada a mi ingle. Si me concentraba, podía hasta notar el bombeo de sangre por el interior de mi miembro.

Bueno – dijo Andrea comenzando a caminar lentamente hacia mí – Tendréis que explicarme un poco cómo hacerlo…
¿No… no lo has hecho antes? – balbuceé.
Sí…. Una vez… – respondió mi prima mirándome a los ojos – pero no fue muy bien…

Entonces recordé las palabras de Ramón en el establo, de las que se desprendía que mi primita le había practicado sexo oral al muy bastardo la noche que pasaron en su casa.

Oye, Andrea… – dije sin muchas ganas – Si esto no te apetece…

Ella me sonrió y negó con la cabeza.

Vamos – dijo dulcemente – Esto es sólo un juego. Se trata de pasarlo bien.

Mientras decía esto, acariciaba mis muslos desnudos con las manos, provocando que un escalofrío me recorriera la columna.

¿Y qué tengo que hacer?

Entonces intervino su hermana.

Agárrala así por el tronco – dijo haciéndole una demostración – Y después comienza a lamerla despacio.

Andrea intercambió su mano con la de Marta, con lo que empecé a ver estrellitas de placer. Aunque estábamos empapados de agua, su mano, increíblemente caliente, agarró mi polla con tal inexperiencia que a punto estuvo de hacer que me corriera. Y cuando acercó su boquita… Dios…
Lentamente, comenzó a lamerla, deslizando su lengüita desde la base hasta la punta, donde, obedeciendo las instrucciones de las otras, trazaba círculos alrededor del glande.
Marta y Marina, se habían colocado cada una a un lado mío, apoyadas en el muro, dándole indicaciones a Andrea. Aprovechando la cercanía (y por distraerme, que siempre es bueno) me apoderé de una teta de cada una, comenzando a acariciarlas. Ellas, tras dudar un segundo, decidieron que no les desagradaba que las sobase un poco, así que me dejaron hacer.

Así, así, humedécela bien.
Acaríciale los huevos, que le gusta.
Métetela poco a poco en la boca…

A mí, todo lo que decían me parecía bien.
Pronto Andrea fue cogiéndole el ritmo al asunto y se atrevió a introducirse la punta de mi torturado cipote en la boca. Sentir sus dulces labios ciñendo mi hombría hizo que un nuevo ramalazo de placer me recorriera, por lo que sin poder evitarlo, apreté un poco las manos, estrujando lo que sostenía en ellas, provocando sendos grititos de sorpresa y dolor en las otras dos chicas.

¡Oye! – dijo mi hermana – ¡Tranquilo!
¡Eso! – coincidió Martita – ¡A ver si le digo a Andrea que lo que tiene que hacer es darte un mordisco, que con lo entregada que está a su tarea igual obedece y todo!

Era verdad, Andrea iba poco a poco dejándose llevar por la excitación, incrementando el ritmo sobre mi polla. Se veía que no le hacía los mismos ascos a comerse un rabo que a enrollarse con otra chica. Yo estaba a punto de caramelo, loco de calentura, pero no quería acabar aún. Y lo peor era que durante toda la operación Andrea no dejaba de mirarme a la cara, como si quisiera asegurarse de que lo que me estaba haciendo me gustaba.

A…Andrea – para – susurré – Si sigues así me voy a correr…
¿Y no se trata de eso precisamente? – dijo ella sacándose mi trozo de la boca un segundo, pero sin dejar de lamerlo.
Es que… quiero proponeros una cosa…

Lo que fuera con total de alargar aquel momento.
 

A ver, ¿qué quieres?
Querría… que me la chupaseis las tres a la vez.

Las tres me miraron como si me hubiese vuelto loco. Menuda tontería por cierto, no sé por qué se escandalizaban, allí, los cuatro follando en familia.

No, no – dijo Marta – El juego no es así…
Por favor chicas. Me encantaría que lo hicierais…
Sí, claro, ya lo supongo.

La verdad es que no tenía esperanza de convencerlas, sólo pretendía que Andrea interrumpiera sus maniobras para tratar de calmarme un poco y alargar la formidable mamada que me estaban haciendo.

Venga, chicas – dije sin pensar – Si lo hacéis seré yo después vuestro esclavo.

Las tres se callaron, mirándose entre sí.

¿Te la quedarás tú? ¿Sin tener que buscar la piedra?
En serio – respondí vislumbrando la posibilidad de salirme con la mía.

Total, qué mas me daba. Con tal de que todas las órdenes fueran como la última…

Por mí vale – dijo mi hermana.
Gracias, Dios – pensé.
Y por mí – dijo Andrea – Total, yo ya se la estaba chupando.

Marta aún me torturó unos segundos antes de acceder.

Vaya, vaya – dijo – Al final siempre te sales con la tuya ¿eh?

Yo le guiñé un ojo, arrancándole una sonrisa.
Andrea volvió a situarse entre mis muslos, con la cara cerca de mi polla. Las otras dos, una desde cada lado, se inclinaron hasta que pude sentir el aliento de las tres beldades sobre mi erección. Seguro que cuando me muera voy al infierno, sobre todo porque soy tan pecaminoso que imagino el paraíso justo como ese momento.
Sin decir nada, aunque perfectamente coordinadas, las tres iniciaron la tarea de llevarme al cielo. Andrea, en el centro, se encargó de chuparme y lamerme las bolas, actuando simplemente por instinto, pues nadie le dijo que lo hiciera.
Las lenguas de Marta y Marina, bailaban a lo largo del tronco, jugueteando entre ellas a la vez que ensalivaban bien mi falo. Alternándose, iban engullendo la punta de mi miembro, sin tragarlo por completo, para no estorbar las maniobras de sus dos compañeras.
Mirarlas era la locura, las tres criaturas más preciosas de la creación allí enfrascadas en chupármela, pero es que cerrar los ojos tampoco servía de nada, pues el sonido de los lametones y chupetones resonando en el interior de la alberca era incluso más excitante.
A nadie le extrañará si digo que no aguanté aquella tortura (bendita tortura más bien) ni dos minutos. Moviendo espasmódicamente un brazo, avisé a mis concubinas de la inminencia de la eyaculación, pero Andrea, poco ducha en estas lides, no se dio cuenta de la urgencia de mi mensaje, así que los primeros lechazos le dieron directamente en la cara.
Sorprendida, se apartó sujetando mi erupción con la mano, de forma que un par de disparos salieron disparados hacia arriba, en busca del anochecer.

¡Tía! ¿Lo has visto? – gritó Marta.
¡Por lo menos dos metros de altura! ¡Increíble! – respondió Andrea sin soltármela.
Nene, sí que andabas caliente ¿eh? – concluyó mi hermana dándome un cariñoso puñetazo en el brazo.

Cuando mi polla terminó de descargar, Andrea me la soltó y comenzó a lavarse en el agua.

¡Ajj! Me has puesto perdida.
Perdona, chica. ¿No viste que te avisaba de que te quitaras?
¡Ah! ¡Era eso! No sé Oscar, como hacías cosas tan raras, pensé que sólo era otra más.
Ay, hermanita, te queda tanto por aprender… – dijo Marta rodeando sus hombros con un brazo y dándole un sonoro beso en la mejilla.

Rompimos a reír mientras Andrea le devolvía el beso a su hermana. Me encantó que mi prima no se enfadara porque me corriera encima de ella. Pocas mujeres he conocido que no se cabreen si su primo les pega cuatro lechazos en la cara. Andrea era la mejor.
Nos quedamos jadeantes unos segundos, contemplando yo la belleza de las chicas, mirándose ellas unas a otras. Por fin, mi hermana rompió el silencio, y lo hizo con la fineza y buena educación que había adquirido últimamente:

¿Follamos ya? Vosotras os habéis corrido durante el juego, pero yo tengo el coño que exploto.
¡Ja, ja, ja! ¡Qué fina!
Sí, sí, lo que tú quieras, pero se está haciendo de noche y yo no he venido hoy aquí sólo para jugar a la gallinita ciega.
Tiene razón – dije, ansioso por continuar.
Tú como siempre – intervino Marta – Caliente como un mono. Fijaos, chicas, después del corridón que se ha pegado y ni siquiera se le ha bajado un poco.

Eso no era del todo cierto. Después de eyacular me había calmado un poco, ya no sentía la polla a punto de estallar, aunque era cierto que no se me había desempalmado mucho, manteniendo un estado de erección bastante notable. Qué quieren, en la flor de la vida y con aquellos tres monumentos… ¡para que se le baje la cosa a uno estaba el asunto!

¿Y a quién le toca? – dijo Andrea.
A mí, claro – respondió mi hermana – Yo aún no me he corrido.
¿Y qué? – dijo Marta – Se trata de un juego… Y si tú no has ganado…
¿Pero no habíamos quedado en organizar todo esto para mí? – dijo Andrea, confirmándome una vez más de que las chicas habían planeado aquella tarde al milímetro.
Venga, chicas – dije tratando de poner paz – Habrá tiempo para todas.
Tiempo sí – respondió Marina – ¿Pero aguantará esto lo suficiente para las tres?

Mientras decía esto me dio un ligero toquecito donde ustedes imaginan.

Estoy seguro de que sí, pero si no, haberlo pensado antes de organizarme esta encerrona – contesté un poco picado en mi orgullo masculino.
No sé yo – siguió Marina deseosa de tocarme las narices – Últimamente te he notado un poco… bajo de forma.
Uy, lo que me ha dicho – pensé.
Nena, tú aún no sabes hasta donde puedo llegar – alardeé – Soy capaz de follaros a las tres y llevaros al orgasmo sin llegar yo.
¡No te lo crees ni tú! – dijo Marina.
¿Qué os apostáis?
Si lo logras, follaremos siempre que quieras.
¿Qué tontería! Eso lo hacemos ya.
Pues es verdad – dijo Marina, dudando.
¿Para qué vamos a apostar nada? – dijo Marta – ¡Simplemente demuéstralo!
¡De acuerdo!
¿Y quién va primero?

Otra vez lo mismo.

Mirad – dije un poco harto – Podemos hacer otro juego.
Cuenta.
Yo me vendo los ojos y vosotras os ponéis cara a la pared, sin hacer ruido.
Y tú te acercas y escoges a una sin saber quién es – dijo Andrea.
Retiro lo que dije antes – dijo Marina – No es cierto que sirvas para algo más que para el sexo. Todas las ideas que se te ocurren son para lo mismo.
Vale, lo que tú quieras ¿lo hacemos?

Las tres estuvieron de acuerdo.

Venga, poneos de cara a la pared – dije empezando a organizar – Así, agarraos al borde e inclinaos, que el culo os quede en pompa.

Imagínense el cuadro, tres preciosidades ofreciéndome gustosas sus deliciosas nalgas. Sabiendo que así me excitaban, flotaban boca abajo agarradas al borde, para que sus culos surgieran de entre las aguas.

Oye – interrumpió Marina – Si estás mirando sabrás donde estamos cada una.
Ahora cuando me vende los ojos os cambiáis de sitio. Es que quería ver el espectáculo de vuestros espectaculares traseros.

Marina hizo ademán de ir a por mí, pero se lo pensó mejor y no lo hizo. Se ve que tenía ganas de un buen pollazo y no quería perder más tiempo.
Por allí flotando encontré la tela que usábamos de venda. La escurrí un poco y me la puse, tratando en serio de no poder ver nada.
En la oscuridad, escuché movimiento y risitas, que me indicaron que, efectivamente, las chicas estaban intercambiando sus posiciones. Mientras esperaba que me dieran el ok, yo me sobaba un poco la polla, avisándola de que pronto estaría de vuelta en el hogar.

¡Venga! – resonaron las voces de las tres chicas al unísono.
¡Allá voy!

Como un rayo, me acerqué al punto donde estaban las chicas. Con las manos estiradas, no tardé en tropezar con un trasero, que amasé con fuerza, a ver si podía arrancar algún sonido a su dueña que me indicara quien era.
Como no lo logré, lo sobé durante unos segundos, antes de palpar el aire a los lados, en busca de las otras dos grupas. Comprobé así que no había nadie a mi izquierda, así que me fui a la derecha para quedar justo frente al culo central, con una chica a cada lado mío.
Esta era la idea que tenía desde el principio, follarme a la de en medio y usar mis hábiles manitas en ir calentando a las otras dos, para facilitarme la tarea de llevarlas al orgasmo.
Palpando, situé mi nabo entre los muslos de la chica, sin llegar a penetrarla y comencé a estimular su rajita desde detrás, con la polla. Mientras, agarré los otros dos traseros con las manos y los atraje hacia mí, de forma que quedaran los tres juntos y el acceso fuera fácil.

Bueno, bueno – siseé – Vamos a empezar por éste de aquí.

Metí las manos bajo el agua y guié mi polla en busca de su objetivo. La primera afortunada no colaboraba mucho, limitándose a abrirse de piernas, lo que me hizo sospechar que era Andrea, la más inexperta de las tres.
Cuando la tuve en posición, empujé con firmeza pero sin violencia, penetrándola hasta el fondo.

¡AAAHHHHHHH! –gimió la inconfundible voz de mi prima mayor.
Vaya, Andrea, te ha tocado a ti – dije esbozando una sonrisa.
¡Zorra con suerte! – escuché la voz de su hermana.
Sí… sí… lo que tú quieras – gemía Andrea – ¡Esto es la leche!

Comencé un lento mete y saca, notando cómo aquel increíble coño se amoldaba a mi pene, sintiendo el intensísimo calor que desprendía a pesar de estar siendo penetrada bajo el agua.
Mientras, mis manos se habían perdido entre los muslos de las otras chicas, explorando sus ya bien conocidas intimidades. Ellas, sabedoras de mi habilidad con los dedos, se inclinaban al máximo ofreciéndome acceso franco a sus chochitos desde atrás.
Yo bombeaba y bombeaba, masturbaba y masturbaba, mientras en mi cabeza formaba imágenes de cosas poco excitantes, tratando de alargar al máximo mi propio orgasmo. Esa fue una de las veces que recordé con cariño el rostro de Ramón (y digo una de las veces porque a lo largo de mi vida he usado su careto para estos menesteres en más ocasiones).
Andrea se derretía bajo mi tratamiento, pero yo notaba que podía darle incluso más placer. El problema era que, al dedicarme a las tres a la vez, adoptaba una postura poco cómoda y, además, el agua actuaba como freno, dificultando mis culetazos.
Un poco decepcionado, me vi obligado a abandonar los coñitos de Marta y Marina, a pesar de sus protestas, y, agarrando bien a Andrea de las caderas, dedicarme enteramente a darle placer, follándomela con toda la habilidad que la naturaleza me había dado.

¡OH DIOS! – gemía ella al notar que mi polla redoblaba sus esfuerzos dentro de su coño.

Inclinándome, deslicé mis manos por su espalda y las llevé hasta sus formidables pechos, asideros naturales para las manos del hombre en situaciones como esa. Amasándolos, jugueteé con sus sensibles pezones, duros como rocas, mientras mi polla seguía martilleando sin piedad aquel tierno coñito.
Mientras follaba, comencé a escuchar gemidos procedentes de las otras dos, así que, imaginando que había algún tipo de espectáculo, me despojé de la venda y las miré, sin dejar de follarme a Andrea. Viva el ritmo.
Las chicas, dejadas a medias por mis inquietos dedos, habían decidido terminar la tarea ellas solitas, y como últimamente lo hacían todo juntas, estaban siguiendo con la costumbre, masturbándose la una a la otra mientras se besaban lujuriosamente en la boca.
Aparté la mirada de las dos ninfas, sabedor que semejante espectáculo sólo serviría para adelantar mi orgasmo, y me concentré en darle placer a mi prima mayor. Deslicé una de las manos hasta su entrepierna, mientras la otra seguía jugueteando en sus senos, y froté su vulva a la vez que la penetraba con mi sable.
Andrea gemía y gemía, olvidadas por completo sus dudas acerca de los hombres, demostrando que se pueden curar muchas enfermedades con una buena inyección.
Noté la inminencia de su orgasmo, así que agarré sus tetas con las dos manos y la incorporé, quedando su espalda pegada a mi pecho, sin dejar de darle pollazos. Desde atrás, le mordí suavemente la oreja, arrancándole un gritito de sorpresa y placer, y, ayudado por el agua que hacía que ella pesase menos, le di unos últimos culetazos que la catapultaron al orgasmo más violento de su vida (hasta ese momento).

¡AGGGHHHHHH! ¡DIOSSSSSSS! ¡SÍ, AHÍ, ASÍIIIIIIII! – aullaba Andreíta.

Mientras, yo trataba de serenarme, pues el coño de mi prima apretaba increíblemente mi polla. Además, la chica sufría unos leves espasmos en las caderas, que acentuaban el rozamiento, lo que era demasiado placentero.
Con tristeza, deslicé mi pene fuera de su funda, y dejé que el frío del agua calmara un poco mis ánimos. Juro, que, a pesar de estar sumergida, escuché las protestas de mi polla, que preguntaba que por qué demonios la sacaba de allí dentro, con lo bien que se estaba. Mientras, y para alargar la corrida de mi primita, no dejé de frotar su clítoris con una mano, describiendo delicados círculos, mientras la otra jugaba con sus pechos y mi boca le daba tiernos besitos en el cuello.
Por fin, una vez la abandonó la electricidad del orgasmo, Andrea se derrumbó en mis brazos, sin fuerzas, hundiéndose en el agua. Yo la sostuve y, acercando mi rostro al suyo, la besé con auténtico cariño.
Escuché entonces unos grititos procedentes de mi hermana.

¡SÍ, AHÍ, AHÍ, JUSTO AHÍIIIIIII!

Aquello me indicó que mi hermanita había obtenido por fin su tan ansiado orgasmo, y claro, eso fue fundamental en la elección de mi siguiente víctima. Si Martita aún no se había corrido, es que debía de estar a punto.
Dejando con delicadeza a Andrea, me dirigí rápidamente a donde estaban las otras dos, antes de que Marina reiniciara su trabajito sobre mi prima. Agarrándola con cierta rudeza, arranqué a Marta de las garras de mi lujuriosa hermana, y la llevé hasta el borde de la alberca, donde hice que se sujetara.
En otras circunstancias, estoy seguro de que Marta habría protestado por mi forma de tratarla, pero en ese instante íbamos tan calientes que daba igual.
Con habilidad, repetí el ritual que había realizado con su hermana. Su coño echaba literalmente fuego, como siempre y ella separó bien las piernas, deseosa de ser penetrada.
Con más experiencia que Andrea, fue Marta la que se encargó de apuntalar bien mi polla entre sus labios vaginales, facilitándome al máximo la penetración.

UUMMMMM – gimió cuando la clavé por completo.
Eres, preciosa – susurré en su oído mientras comenzaba a follármela – Eres la mujer más hermosa que he visto en mi vida.

Yo sabía que a Marta le encantaba que le echase piropos, por lo que decirle cosas dulces contribuiría a excitarla, acortando el tiempo de llevarla al orgasmo. Además, no estaba diciendo ninguna mentira, pues para mí Marta… siempre fue especial.
Sin parar de decirle cosas bonitas, seguí follándomela dulcemente, sintiendo cómo ella apretaba los muslos para ceñir con más fuerza mi pene. Además, sentí cómo su mano se deslizaba entre sus piernas, acariciándome el miembro mientras la penetraba.
¡Mierda! Martita era de las tres, la que mejor me conocía y se había propuesto que yo perdiera la apuesta. Pronto comenzó a mover sus caderas lentamente, en el ritmo que sabía a mí más me gustaba.
Era increíble follar con ella, parecía haber nacido sólo para darme placer y sabía exactamente cómo hacerlo. Yo también la conocía bien, así que pronto me rendí a sus encantos, comprendiendo que iba a ser imposible no correrme con aquella diosa.
Liberado al fin de ataduras, incrementé mis esfuerzos, dedicado únicamente a sentir a Marta, que se había convertido en todo mi universo, deseoso tan sólo de darle placer, conciente de que ese era también su único deseo.
Nos amamos durante unos minutos más, sintiéndonos hasta lo más profundo, olvidado todo lo que nos rodeaba.
Sentí que mi orgasmo se acercaba y sentí que el de ella también. Girando el torso, su boca buscó la mía, fundiéndonos en un tórrido beso, mientras mis manos acariciaban sus pechos, duros como rocas.

A la vez… a la vez cariño…. – farfulló su boca contra la mía.

Coordinados, amoldamos nuestros cuerpos al ritmo del otro, tratando de sincronizar nuestros orgasmos. Sabiendo que iba a estallar, traté de sacársela de dentro a Marta, pero ella trató de retenerme en su interior, para que depositara toda mi carga dentro de su ser.
Asustado, la empujé suavemente, logrando por fin sacarla. Y lo hice justo a tiempo, pues justo en ese instante alcancé el clímax. Marta, que estaba a punto ya, ahogó un gemido de frustración y dándose la vuelta, me abrazó con fuerza apretando su cuerpo contra el mío, frotando mi rezumante nabo contra su sexo.
Bastaron unas cuantas caricias para que ella alcanzara su propia cima, corriéndose lánguidamente mientras yo la estrechaba entre mis brazos.
Tras unos segundos de éxtasis, Marta se incorporó con una sonrisa triunfante en los labios, aunque yo creí leer ¿decepción? En el fondo de su mirada.

Ja, ja – rió – Te has corrido. No has logrado aguantar.
Te lo dije – intervino mi hermana antes de caer en la cuenta – ¡Eh! ¿Y yo qué? ¿Te has follado a estas dos y ahora me vas a dejar a mí tirada?

Antes de responder me sumergí por completo en el agua, emergiendo al poco, limpio de sudor y con la cabeza despejada. Aún le daba vueltas a lo que había hecho Marta ¿serían imaginaciones mías? ¿qué era lo que pretendía?

Oye, Oscar, que te estoy hablando – dijo Marina salpicándome agua, interrumpiendo mis pensamientos.
Perdona – respondí alzando la vista – Estaba despejando la mente.
Sí, sí. Pero ¿ahora qué pasa conmigo?

Volviendo a la hermosa realidad que esa tarde me rodeaba, exhibí una sonrisilla pícara de las mías.

Tú tranquila, hermanita. Un poco de estímulo y en seguida estoy contigo.
¿Estímulo? ¿Qué clase de estímulo? – dijo mi hermana acercándose, con una sensual expresión en la cara.
No sé. Habrá que pensar algo – respondí siguiendo el juego – ¿No se te ocurre nada?
¿Serviría algo como esto?

Tras decir esto, Marina se zambulló en el agua, buceando hasta donde yo me encontraba. De pronto, noté cómo mi polla era agarrada por su inquieta mano, y tras unos segundos de caricias era engullida por su ardiente boca.

¡Coño! – exclamé sorprendido.
¿Qué pasa? – dijo Andrea, que comenzaba poco a poco a despertar de su letargo.
Na… nada malo – balbuceé – Aquí, tu prima que está jugando un poco…. ¡AAHHH!

Ahora me tocaba a mí gemir de placer. Mi hermanita me estaba practicando una soberbia felación submarina. La muy guarra, no tardó ni un minuto en devolver su vigor a mi cansado miembro y les aseguro que, en ese tiempo, no salió a respirar ni una vez.

¡Joder, qué tía! – exclamó Andrea – ¿Se habrá ahogado?
N… no… – atiné a decir – Os aseguro que todavía se mueve.

Las otras dos soltaron risitas nerviosas, cortadas por mi hermana que surgió de entre las aguas dando un salto, salpicando a todo el mundo.

¡Tenías razón! – exclamó triunfante – ¡Sólo necesitabas un poco de estímulo!

Yo, agradecidísimo por la nueva experiencia que acababa de disfrutar, abracé a Marina con fuerza, besándola apasionadamente, quedando mi palpitante falo atrapado entre nuestros cuerpos.
Sin dejar de morrearla y sobarla por todas partes, fui deslizando las caderas hacia abajo, frotando nuestros sexos, decididos a penetrarla allí mismo. Ella, entendiendo mis intenciones, colaboró lo mejor que pudo, abriéndose el coño con una mano mientras me abrazaba con la otra, de forma que, a trancas y barrancas, conseguí metérsela a mi hermanita sin dejar de abrazarnos.

¡AAAAHHHHHH! – gemimos al unísono.

Permanecimos quietos un segundo, sintiendo el calor del otro, fundiéndonos en unos solo. Muy despacio, noté que las caderas de Marina comenzaban a danzar sobre mí, moviéndose con mi polla bien clavada en su interior.
Poco a poco, fuimos aumentando el ritmo del baile, dejándonos llevar por la pasión y el desenfreno, alzándola yo como mejor podía con los brazos y dejándola caer, para que se clavara una y otra vez en mi hombría.
Marina disfrutaba como loca, pero yo estaba cada vez más cansado, pues prácticamente todo el esfuerzo lo hacía yo, pues la muy pécora había cruzado sus piernas detrás de mí, de forma que yo era el único que estaba de pié sobre el fondo de la alberca, teniendo que sostener el peso de los dos.

¿Cambiamos de postura? – sugerí, dando un pequeño paso y trastabillando.
¡NO! ¡NO TE PARES! ¡NO TE PARES! – aullaba mi hermana.

Inesperadamente, la ayuda llegó por el flanco.
Viendo que Marina, debido a la calentura acumulada de toda la tarde estaba un poco descontrolada, las otras dos decidieron echarme un cable.
Agarrando cada una un brazo de Marina, la separaron de mí, repitiendo la postura que empleé antes para comerle el coño a Andrea. Marina quedaba “tumbada” sobre el agua, sujeta por los brazos por las chicas y por mí mismo por las caderas, quedando yo justo entre sus muslos.
Sin desclavarla en ningún momento, inicié un frenético mete y saca. En realidad, yo no movía el trasero, sino que empujaba y tiraba del cuerpo de Marina, que se deslizaba sobre el agua, mientras mis pies permanecían firmes en el suelo. Era lo más parecido a hacerse una paja usando una mujer en vez de la mano.
Marina fue afortunada. Iba tan caliente (y yo estaba tan cansado) que logré hacer que se corriera al menos tres veces antes de conseguir acabar yo. Ella chillaba y chillaba, disfrutando hasta el éxtasis, mientras yo me dedicaba simplemente a follar y follar, intentando tan sólo acabar de una vez, así de agotado estaba.
Por fin, y sabiendo que mi hermanita no me dejaría en paz hasta que yo no me hubiera corrido, noté mi propia erupción subiendo desde los testículos. Hábilmente, se la saqué del coño y la dejé apoyada sobre su ingle, corriéndome directamente sobre su estómago.
No hubo disparos espectaculares esta vez, sólo unos cuantos lechazos que mancharon su nívea piel, destacando uno de ellos que acertó en pleno ombligo, llenándolo de semen. Marina, medio idiotizada, metió su índice dentro, sacándolo lleno de leche, que contempló estúpidamente, como preguntándose cómo había ido a parar eso allí. Justo ese momento fue aprovechado por nosotros tres para soltarla y dejar que se hundiera, como habían hecho antes con Andrea.
Yo también me sumergí, para aliviar el cansancio de mis cansados músculos y me quedé flotando, haciéndome el muerto. Pude escuchar cómo las chicas discutían divertidas por el último remojón, hasta que después de unos minutos, Andrea dijo:

Jo, chicos. ¿Os habéis dado cuenta? ¡Ya es de noche!
Es verdad. Ni hemos merendado, ni nada – corroboró mi hermana.
Anda, que no se deben estar riendo ni nada las criadas en la casa.
No creo – intervine – Seguramente sienten envidia por no poder estar aquí conmigo.

Última ahogadilla de la noche.
Cuando salí escupiendo resoplando, pude ver que las chicas estaban recogiendo sus bañadores, que estaban flotando desperdigados por allí y comenzaban a vestirse.

¿Cómo? – dije sin pensar – ¿Ya os vais?
Claro, hijo – dijo Marina – Empieza a hacer frío y total, tú estás ya derrengado, así que ¿para qué nos vamos a quedar?
Sí, y es que somos demasiado para él. La próxima vez tendremos que buscarnos a otro más – dijo Marta, provocándome una extraña desazón.
Podrías decírselo a Antonio – dijo Andrea – Total, ya te ha visto en pelotas…

Todas rieron, pero yo, no.

¡Calla, guarra! – exclamó Martita – ¡No me lo recuerdes! ¡Qué vergüenza!
Pues yo tengo hambre.

Mientras se vestían, no paraban de cotorrear, olvidándose al parecer de mí, que permanecía flotando, recuperando fuerzas. Mentalmente, repasaba los increíbles acontecimientos de aquella tarde, sintiéndome pleno, más vivo que nunca.
Las chicas terminaron de vestirse y fueron saliendo de la alberca. Yo las oía discutir, buscando la cesta de la merienda y los demás trastos que habían traído, alumbradas por la luz de la luna, que brillaba en el cielo.
Poco a poco, sus voces se fueron alejando y yo me quedé allí solo, flotando, contemplando las estrellas, hasta que una voz me sacó de mi ensimismamiento.

¿No vienes?

Me incorporé en el agua y me pues en pié, contemplando a Marta que me miraba desde el borde. Sin decir nada, me acerqué a ella, quedando apoyado en el muro, junto a ella.

Tranquila – dije – quiero estirar un poco los músculos. Enseguida voy.

Ella pareció dudar un segundo y estar a punto de marcharse. Por fin, se decidió a hablar.

Oye, Oscar.
Dime.
En cuanto a lo de esta tarde…
¿Sí?
Siento… siento haberte engañado para traerte a esta trampa.

Benditas trampas.

Anda ya, tonta.
Es que… parecías molesto porque te hubiésemos engañado.
¿En serio? – dije un poco sorprendido.
Yo… te conozco, y sé que lo que a ti te gusta con las chicas es que todo salga conforme a lo que has planeado, y que Andrea se presentara de improviso…
Vamos, Marta. Cómo me voy a enfadar por eso.
Ya. Claro. ¡Qué tonta! Con lo guapísima que es Andrea – dijo Marta súbitamente molesta, apartando la mirada.

Yo así su barbilla e hice que volviese a mirarme y sin soltarla le dije:

¿Recuerdas lo que te decía antes, mientras hacíamos el amor?

Ella afirmó con la cabeza.

Era verdad hasta la última sílaba.
Mentiroso.
Mírame a los ojos, Marta. Eres la chica más preciosa que conoceré en toda mi vida.

Acercando mi rostro al suyo, la besé dulcemente, siendo correspondido con fuerza por mi prima.
Nuestros cuerpos quedaban separados por el muro, contra el que estábamos apoyados, besándonos durante largos y maravillosos minutos. De pronto, noté que mi dureza volvía a la vida, apretándose contra el borde de la alberca. Sabedor de que aquella era la única mujer en el mundo con la que siempre tendría ganas de hacer el amor, decidí terminar la noche del mejor modo posible: junto a ella.

Ven – le susurré tomando su mano ya atrayéndola hacia mí.

Ella, sin resistirse, pasó por encima del muro y volvió al agua.

¡Ufffff! – siseó – ¡Ahora está fría!
Yo te daré calor.

Abrazándola, volvimos a besarnos, poniendo el alma en aquel beso. Mis manos acariciaban su cuerpo, cada curva, cada recoveco, cada hueco eran perfectamente conocidos por mí, y yo los exploraba, acariciándolos.
Sin encontrar resistencia, desabroché los botones del bañador de Marta, perdiéndose mis manos en su interior, acariciando sus excelsos senos. Mis labios abandonaron los suyos, y sin dejar de desnudarla se prendieron en sus pezones, erguidos y orgullosos, dulces. Mi lengua jugueteó con ellos, mientras su ropa por fin se deslizaba de su cuerpo, cayendo sobre el agua.
Volvimos a besarnos y noté como sus manos devolvían mis caricias, sobando una de ellas mi enardecido miembro, apretándolo, torturándolo, volviéndolo loco de deseo.
Con firmeza, empujé su cuerpo hacia atrás, hasta que su espalda reposó contra el muro. Yo apretaba mi erección contra su cuerpo, loco por poseerla de nuevo, excitado hasta niveles infinitos. Aquella mujer sabía sacar de mí hasta el último aliento.
Besándonos, con nuestros gemidos de placer resonando en el silencio de la noche, acompañados tan sólo del cri-cri de los insectos nocturnos, elevé uno de sus muslos con mi mano, sujetándolo junto a mi cintura, para que su rajita se ofreciera a mí bien abierta.
Una vez más fue ella la encargada de guiar mi pene hasta la posición idónea, de forma que lo único que tuve que hacer fue empujar suavemente para convertirnos de nuevo en un único ser.

¡UMMMMMMMM! – susurraba Marta en la noche.

Mis labios, que no habían abandonado los suyos, siguieron besándose y nuestras lenguas comenzaron a hacerse el amor, al igual que hacían nuestras caderas un poco más abajo. Los dos nos movíamos a un mismo ritmo, en una compenetración casi mágica que provocaba el máximo de placer en ambos.
Marta enroscó la pierna que yo sostenía alzada, rodeando mi trasero, de forma que se ofrecía a mí al máximo, entregándome su cuerpo. Mientras, su otro pié permanecía apoyado en el fondo, junto con los míos, para evitar que el peso de ambos tuviera que ser soportado sólo por mí. Era perfecto.
Yo seguí penetrándola, amándola hasta con la última fibra de mi ser. En la noche estrellada sólo existía ella, olvidadas todas las demás, en mi cabeza sólo tenía cabida Marta.
Mi mente recordaba los maravillosos momentos que habíamos pasado juntos, en la ciudad, cuando andaba colada por Ramón, nuestra primera experiencia en el coche, la vez en el río, cuando por fin hicimos el amor… y la mañana en que ella se me declaró, sabedora de que no podía ser correspondida y aún así…. entregándome su amor.
Conociéndonos el uno a otro, notamos la proximidad del clímax de nuestra pareja. Entonces Marta rodeó mi cintura con su otra pierna, no queriendo liberarme, manteniéndome dentro de si.
Y esta vez no dudé, si era eso lo que ella quería, pues así sería. Descubrí además que yo también lo deseaba, quería terminar en su interior, signo máximo de que aquella chica representaba para mí más que ninguna otra. Pero esta vez no sería como la anterior, en mi cuarto, pues sería algo deseado por ambos, símbolo de la profunda unión que sentíamos.
Y llegó. Fundidos en uno solo alcanzamos el orgasmo a la vez, elevando nuestros cuerpos y espíritus hasta el placer infinito. Fue el orgasmo de mi vida, acabar allí, dentro de Marta, sentir cómo mi esencia se derramaba en su interior, mientras la de ella se vertía sobre mí, uniéndonos.
Pura magia.
Exhaustos, permanecimos abrazados, sin dejar de besarnos, y fue entonces cuando noté que nuestro beso había durado desde poco después del instante en que ella entró al agua. Era la primera vez que tenía sexo con alguien sin que mis labios se separaran de los suyos.
Sonriendo abrazados, nos deslizamos por el agua, que ya no estaba fría, si no que era un elemento más de la extraordinaria perfección del momento. Ni siquiera un extraño ruido que resonó fuera de la alberca pudo perturbar la felicidad que sentíamos.
Ella se dio la vuelta, de forma que su espalda reposó contra mi pecho mientras seguíamos nadando lentamente. Yo la besaba en el cuello y la nuca, sin más ideas sexuales en mente, sólo demostrándole cariño.
Oímos voces procedentes de la casa, aunque no les prestamos mucha atención, pues en el universo estábamos sólo nosotros. Y me decidí.

Yo también te quiero – le susurré continuando lo que nos dijimos días atrás.

Ella se puso tensa y se dio la vuelta rápidamente, mirándome con los ojos como platos.

¿Qué has dicho?
Que yo también te quiero.
¿De verdad?
Sí. Y aunque lo nuestro no pueda ser, aunque nunca podamos casarnos, tú serás siempre para mí la mujer de mi vida.

Riendo, Marta se abalanzó sobre mí, besándome con furia. Creí incluso vislumbrar lágrimas de felicidad en sus ojos, aunque no podría asegurarlo, pues al caerme encima nos hundimos hasta el fondo.
Sin dejar de besarnos, emergimos, momento en el que una voz me heló la sangre en las venas.

¡Oscar!
¡Mi madre! – exclamé.
¡Tu madre! – coincidió Marta.

Como un rayo me incorporé y corrí hasta el borde, asomándome fuera en dirección a la casa. Comprendí que el ruido de antes era el motor del coche que regresaba, y las voces, las de los criados y mi familia que se saludaban.
Mi madre estaba peligrosamente cerca de la alberca y se acercaba con paso decidido. Aterrado, miré a mi alrededor, sin saber dónde meterme y fue entonces cuando noté que Marta no estaba.

¡Niño! ¿Pero cómo estás todavía ahí metido?

Mi madre llegó junto a la pared de la alberca y miró dentro.

Ho… hola mamá – dije dándole un beso en la mejilla.

Por el rabillo del ojo vi un fugaz movimiento. Fijándome mejor, vi a Marta, que camuflada entre los árboles, se dirigía veloz hacia la parte trasera de la casa, sin duda para entrar por la puerta de atrás sin que la vieran.
Rezando para que así fuera, entretuve a mi madre lo mejor que pude, para que no mirara a sus espaldas.
Cuando vi a Marta desaparecer detrás de la casa, solté un suspiro de alivio, relajándome.

Venga, sal de ahí que vas a coger una pulmonía.
Enseguida mamá – remoloneé para dar más tiempo a mi prima – Déjame un ratito más…
¡Ahora! – dijo ella en el tono que no permitía réplicas.

Caminé hacia el borde, sintiendo el frío del agua entre mis piernas. ¡El frío! ¡Me había olvidado de que estaba desnudo!
Miré a mi alrededor y vi mi bañador por allí flotando. Afortunadamente, se me ocurrió una buena idea.

Acércame una toalla, mamá. Que fuera hace frío.
¿Dónde están?
Ahí detrás.

Mientras ella cogía la toalla, yo me puse el bañador como una centella y salí de la alberca. Ella me rodeó con la toalla y me frotó vigorosamente, mientras me besaba en la coronilla.

Este crío… – murmuró – Me va a matar a disgustos.

Nunca supe a qué se refería.
Abrazados, regresamos a la casa mientras ella me contaba cómo le había ido el día. Yo no le conté el mío.
Por la noche, de madrugada, me colé en el dormitorio de Martita… Teníamos mucho de qué hablar.
EPÍLOGO:
Bueno, querido lector, este es el final de mi crónica. No el de mi historia, está claro, pero sí del periodo de mi vida que quería relatar. Y es que, con la herencia de Casanova, fueron incontables las mujeres con las que he estado a lo largo de mi vida, pero en ningún periodo de la misma disfruté de una situación como la de aquella casa, donde transcurrió mi niñez. Donde me hice hombre.
Así pues, si lo que buscas son escenas de sexo, no sigas leyendo, porque a partir de aquí no encontrarás más. Solamente deseo contaros un poco qué paso con la gente que aparece en estas historias con el devenir de los años.
 
Como recordaréis, inicié mi historia en el 29, cuando tenía 12 tiernos añitos, abarcando estos capítulos casi un año de mi vida, mi periodo de iniciación por así llamarlo. Los años siguientes fueron continuación de estos, con las mujeres de la casa deseosas de complacerme y de ser complacidas, por lo que seguir la narración se limitaría a contar los diferentes encuentros que tuve con las chicas, cosa que se volvería pronto repetitiva para el lector (no así para los actores principales, claro).
Cuando crecí un poco, mi campo de actividades creció también, con frecuentes visitas al pueblo y a la ciudad por mi parte, con el objetivo en mente que todos ustedes conocen.
También fueron años felices, en los que mi relación con Marta maduró. Los dos sabíamos que no podríamos estar juntos, y al mismo tiempo, lo estábamos. Ella sabía que era imposible tratar de cortarme las alas, así que me daba libertad, sabedora de que, aunque no fuera la única en mi alcoba, sí lo era en mi corazón.
Estos años de felicidad se vieron súbitamente truncados en el 36, cuando Francisco Franco se levantó en África contra el Gobierno legítimo de la República, iniciando uno de los periodos más tristes de la historia de España: la Guerra Civil y los posteriores casi 40 años de dictadura.
Mi abuelo, a pesar de pertenecer a la clase rica, era un republicano convencido y gastó buena parte de su fortuna en financiar al ejército gubernamental. Mi padre, por una vez completamente de acuerdo con el viejo, se alistó como oficial, siendo herido de metralla en Córdoba.
El abuelo, hombre inteligente, pronto comprendió que el bando fascista tenía todas las de ganar, pues contaba con apoyos internacionales, y sobre todo, con la pérdida de la supremacía aérea de la República tras la batalla de Brunete.
Así pues y tras haber regresado mi padre a casa, comprendimos que allí no nos podíamos quedar, pues el abuelo tenía muchos ricachones como enemigos en la zona (por líos de faldas) y todos ellos comenzaban a mostrar su lado nacionalista a medida que la balanza se inclinaba a favor de los sublevados.
Habiendo oído noticias sobre los fusilamientos masivos de republicanos, la familia decide pasar a Francia, donde la familia del difunto marido de tía Laura nos ayudaría.
Discretamente, el abuelo comenzó a liquidar muchas de sus propiedades, enviando a Francia todo el dinero que pudo. Por fin, una noche y montados en el coche y en un camión (que el abuelo adquirió al triple de su valor) abandonamos derrotados la casa donde tan buenos años pasé.
Nos acompañaban Mrs. Dickinson, que seguía al cargo de nuestra educación, y su prometido, Nicolás, íntimo de mi abuelo. Margarita, cuya tía había muerto un par de años antes, también se vino y por supuesto Brigitte, que regresaba a su hogar.
La sorpresa fue María, pues poco antes de la partida mi abuelo anunció su intención de casarse con ella. Cosa extraña fue que mi padre no pusiera muchos reparos a la boda, no sé si porque sabía que no serviría de nada discutir o porque le parecía bien. La misma noche en que se casaron fue la de nuestra partida. Esta boda me reveló por fin el misterio que ocultaba María, por qué estuvo dispuesta a dejarse chantajear por un mocoso: porque quería casarse con el abuelo.
Ofrecimos a todos los demás miembros del servicio que nos acompañaran, pero todos tenían familia y no quisieron. Mi abuelo les entregó una generosa cantidad de dinero a cada uno, y, con tristeza, nos separamos de aquellos auténticos amigos. A la mayor parte de ellos no volví a verlos jamás.
En Francia rezábamos todos los días para que los Nacionales fueran derrotados, pero no fue así. Franco triunfó. No podíamos volver a casa. Resignados tratamos de rehacer nuestra vida allí, pero pronto una nueva amenaza se extendió por Europa como una sombra: Hitler.
Nadie podía prever la extraordinaria rapidez de la expansión nazi, pero cuando entraron en Francia tuvimos todos la sensación de experiencia ya vivida. Y escapamos otra vez.
Desesperados, cruzamos el Atlántico en un carguero lleno de emigrantes, hasta llegar a Argentina. En esos años oscuros, el don del abuelo y mío nos sirvió de mucho, pues siempre contábamos con la ayuda de alguna mujer bien dispuesta (aunque me dé vergüenza reconocerlo) y así, poco a poco, reflotamos el negocio familiar.
El abuelo y mi padre fundaron una ganadería de vacuno y un establo que gozó de cierto renombre, aunque allí, en las amplias extensiones argentinas, no disponía de tantos blancos femeninos como me hubiera gustado.
En 1942, con 25 años de edad (un poco mayor) mis padres me enviaron a una universidad norteamericana, a estudiar derecho, donde disfruté de un periodo de bastante actividad.
Por fin, la guerra acabó y regresé a casa a celebrarlo (y menuda celebración tuve con Marta y las chicas, que me habían echado mucho de menos, y eso que Andrea y Marina se habían echado novio en la región).
Mi abuelo Isidro (no he querido revelar su nombre hasta el final) murió un par de años después, dejando un prometedor negocio en marcha y una familia en el exilio.
Andrea y Marina se casaron, tuvieron hijos, e incluso así, seguí tirándomelas de vez en cuando, sin que los imbéciles de sus maridos (ni sus amantes) se enteraran.
Brigitte y Margarita, que también se habían venido desde Francia, permanecieron en el servicio durante años (placenteros años), hasta que conocieron a un par de jóvenes afortunados que les robaron el corazón.
Tía Laura permaneció soltera y se hizo famosa en la región por su “ligereza de cascos”, aunque con lo buena que estaba, nadie se lo reprochaba.
Juan y Helen se casaron, y con una pequeña dote que les dio mi abuelo iniciaron su propio negocio de transportes, con lo que la sociedad entre nuestras dos empresas fue muy próspera. Tuvieron 5 hijos, dos chicas, que estaban buenísimas y que yo me calcé a la primera oportunidad, y tres chicos que según la leyenda compartían el mismo don que su padre. Aún resuenan en la pampa los gritos de Helen Dickinson cuando a su marido le apetecía hacerlo por el culo. Menudo par.
Mis padres dirigieron el negocio durante mi periodo des estudios, pero en cuanto lo concluí, delegaron todo en mí, dejándome a la cabeza de la empresa. Acompañado estuve en esos menesteres por mi abuelita, María, que tenía una cabeza increíble para el comercio, así que mientras yo me encargaba del aspecto legal (y de las negociaciones, habitualmente con las esposas e hijas de aquellos con quienes hubiera debido negociar), ella se encargaba del comercial, convirtiendo aquella pequeña explotación en un floreciente negocio.
Ni Marta ni yo nos casamos jamás. Ella toleró mis continuos escarceos, esperándome pacientemente en casa. Jamás se quejó, ni me pidió nada, sabiendo que no importaba con quien estuviera yo, pues, al final, siempre acababa retornando a sus brazos. Ahora, en la vejez, me arrepiento de no haberla tratado mejor.
Marta, me dio dos hijos varones (de lo que me alegro, pues, a pesar de todo lo que yo había hecho, no me hubiera gustado tener un chico y una chica que hubieran acabado como Marina y yo). Ambos poseen el don y continúan al frente de la empresa.
Uno de los momentos más felices de mi vida fueron las iniciaciones que llevé a cabo con ellos dos. Es curioso, pero, a pesar de los años, recordé exactamente las palabras que me había dicho mi abuelo y se las repetí.
En 1975, Franco murió, cuando yo rozaba los 60 años. La fiesta que organicé aún es recordada por la gente en la región. Poco a poco, vimos cómo la democracia regresaba con pasos vacilantes a España.
Por fin, en el 80, me animé a regresar a la patria, junto con Marina, Marta y Andrea, para visitar nuestra tierra.
Fue bastante triste, pues todo había cambiado.
Hicimos averiguaciones sobre el paradero de la gente que dejamos atrás. En el pueblo, aun había quien nos recordaba, así que nos pasamos unos días visitando a gente que quería saber qué había sido de nosotros.
Con alborozo, fuimos recibidos en casa de Vito y Mar, que vivían prácticamente puerta con puerta. Se habían casado y tenían hijos (vergüenza me da decir que una noche me beneficié al hija veinteañera de Vito, Dios era tan caliente como su madre).
Nos contaron que, por desgracia, las tropas nacionales habían entrado en el pueblo, cometiendo toda clase de tropelías. Loli, tristemente, fue violada y asesinada por los fascistas.
Afortunadamente, los demás habían tenido destinos más afortunados.
Tomasa, que no era tan tonta como parecía, se había liado con un mando de los nacionales, y había entrado a su servicio. Por lo visto el tipo era un viejo verde y le encantaba zumbarse a la encantadora criadita, aunque aquella mujer fue demasiado para él y poco después de casarse (bien por ella), había muerto con una gran sonrisa en el rostro, convirtiéndose Tomasa de golpe y porrazo en una hacendada viuda.
Por lo visto, la chica no olvidó jamás a sus amigas y de vez en cuando venía a visitarlas al pueblo, ayudándolas con dinero o con lo que podía. Había muerto unos años atrás, de un infarto.
Luisa, que ya era mayor en mis tiempos, había muerto muchos años atrás, convertida por lo visto en una auténtica devora pimpollos. Los jóvenes de la villa que deseaban iniciarse en ciertas lides, no tenían más que pasarse por su casa, que ella muy a gusto les daba unas lecciones.
Antonio ya no estaba en el pueblo. Por lo visto había entrado en el servicio de Blanquita Benítez, convirtiéndose en su amante más habitual. Habían marchado a la capital, a casa del marido de Blanca, un rico hombre de negocios que tenía que agachar la cabeza para pasar por las puertas…. No sé si me entienden.
Le visité en una escapadita, alegrándonos mucho con el reencuentro. Incluso tomé café con él y con Blanca, charlando sobre los viejos tiempos.
Me contaron que Juan había muerto años atrás, trabajando como bracero en el campo.
Me enteré también de que Ramón había muerto en la guerra, siendo oficial de los fascistas. Las malas lenguas dicen que fue una bala de su bando la que le mandó al otro barrio. No me extrañaría mucho…
En cuanto a otros personajes, como Noelia o Néstor… ni idea, nunca supe qué fue de ellos.
Tras un mes de estancia en el pueblo, y tras visitar los restos de nuestra casa (cuyos terrenos pertenecen ahora a un cacique nacionalista hijo de la gran puta del que prefiero no acordarme…) regresamos a nuestro nuevo hogar.
Hace dos años Marta nos dejó a mí y a sus hijos y se fue al cielo, porque estoy seguro de que, a pesar de sus pecados, alguien tan bueno y tan paciente como ella tiene el paraíso ganado.
Como ya nada me retenía en Argentina, regresé a España, y me alojé en una casa de reposo de lujo, a pocos kilómetros de mi antiguo hogar. La elegí por la cercanía, pero también porque, cuando la visité para decidirme, vi un puñado de jóvenes enfermeras que…
Y aquí estoy, ultimando estas líneas, cansado pero contento por dejar constancia escrita de algo de mi vida. Estoy pensando en mandarles este relato a mis hijos, para que lo conserven, total, ellos saben quien es su madre y sin duda imaginan todo lo demás.
Bueno, les dejo, que esta noche viene a visitarme Lucía, una linda enfermerita que han contratado recientemente. El otro día, fingiendo estar a punto de morirme, conseguí que me hiciera una dulce pajita mientras me bañaba. Hoy quiero conseguir algo más.
Ya les contaré…
Oscar Talibos
Valencia, 21 de Marzo de 2008.
FIN
 
TALIBOS
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Relato erótico: “La viuda de mi hijo y su madre son ahora mis putas” (POR GOLFO)

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La relación entre un suegro y su nuera no siempre es idílica. Muchas veces con el paso de los años, el continuo roce hace que se vaya convirtiendo en auténtico odio. Desgraciadamente ese fue mi caso, cuando mi hijo Manuel me presentó a su novia en un principio me pareció una rubita graciosa y bonita incapaz de romper un plato y por eso incluso alenté su noviazgo. Ahora tras diez años de aquello, me arrepiento porque esa cría demostró ser una zorra egoísta e insaciable que solo pensaba en el dinero que algún día heredaría. Si eso era de por sí motivo suficiente para detestarla, que tuviera por madre a un zorrón desorejado que exigía a su yerno cada vez más para mantener su alto nivel de vida, era algo que me sacaba de las casillas.
Cuando me di cuenta que esa niña era un jodido parásito ya era tarde, porque Manuel ya se había casado con ella. Aun así como padre me vi obligado a hablar con mi hijo y de hombre a hombre, explicarle la pésima opinión que tenía de su esposa y sobretodo de su puñetera familia.  Desgraciadamente, Manuel se puso de parte de ella de forma que nuestra relación se fue enfriando hasta el extremo que ni siquiera me invitó al bautizo de su hijo.
Os juro que aunque esa descortesía me dolió, más lo fue el motivo que adujo mi chaval cuando le eché en cara no hacerlo:
-Sonia no tiene por qué aguantarte y quiero que ese día sea perfecto.
Ni siquiera me digné a contestarle lo que opinaba de esa arpía y desde entonces solo había hablado en contadas ocasiones con él.  Gracias a la esmerada educación que le había dado, mi hijo era autosuficiente. Con un buen trabajo y un mejor sueldo, no necesitaba de mi ayuda. Sé que hoy me arrepiento de no haber intentado otro acercamiento pero el propio ritmo de vida en el que estaba inmerso,  evitó que lo hiciera pensando que tendría tiempo para ello en el futuro.
Para que os hagáis una idea más exacta de lo hijo de puta que resultó esa monada, un dato: Habiéndome separado de mi mujer hacía más de diez años,  Sonia consiguió que mi ex y yo nos pusiéramos de acuerdo en algo.
“Mi nuera era un mal bicho”.
Habiéndome apartado de Manuel, se concentró en su madre y por eso cuando mi nieto tenía escasos tres meses de vida, un día la echó de su casa. Todavía recuerdo ese día, fuera de sí, Aurora me llamó para contarme lo sucedido. Por lo visto, había discutido con Teresa, la madre de Sonia y al enterarse su hija, a base de empujones la había puesto de patitas en la calle sin que Manuel hiciera algo por evitarlo.
-Esa mujer está loca y tiene a nuestro hijo embobado- me soltó casi llorando

No pude estar más de acuerdo y dándole la razón, le pedí que ya que Manuel había roto cualquier puente conmigo, ella al menos intentara seguir en contacto con él. Pero tal y como me temía, mi ex también se vio apartada de su lado y por eso durante dos años, apenas supimos nada de su vida.

En ese tiempo, si obviamos  mi fracaso con mi chaval, la vida no pudo más que sonreírme y aunque el resto del país estaba en crisis, mi empresa fue como un tiro y conseguí convertirla en una perita en dulce por la que diversos inversores empezaron a interesarse. Tras varios meses de negociaciones, conseguí venderla a un precio tan elevado que con cincuenta y cinco años recién cumplidos me jubilé. Con muchos ceros en mi cuenta corriente, creí que había llegado el momento de cumplir esos sueños que el trabajo me había impedido hacer. Desgraciadamente, los hechos se ocuparon de hacerlo inviable.
Estaba celebrando la venta y mi nueva vida  con un amigo cuando recibí la llamada de mi nuera. Supe antes de contestar que algo grave pasaba para que esa egoísta se olvidara del odio que sentía por mí y me llamara.  Mis negros augurios se cumplieron al escuchar que, desde el otro lado del teléfono, Sonia me informaba de que su padre y mi hijo habían sufrido un accidente. Con su voz encogida por el dolor, mi nuera me contó que su viejo había muerto y que Manuel estaba ingresado en la unidad de cuidados intensivos.
Confieso que no supe que contestar y con el alma destrozada, solo pude preguntar por el hospital donde le estaban tratando. Al colgar, como un huracán, la angustia por haber fallado como padre me golpeó en la cara y sin ánimo de ni siquiera conducir, le pedí a mi amigo que me llevara hasta allá. Al llegar al Gregorio Marañón,  la primera persona con la que me topé fue  mi consuegra que ni siquiera me saludó. Pero lo más increíble fue que  cuando sabiendo que había perdido a su esposo, me acerqué a darle el pésame, esa perra hija de siete padres tuvo los santos huevos de echar la culpa de su fallecimiento a mi hijo.
Con inaudita paciencia, la escuché achacar a Manuel ese accidente tras lo cual, le solté:
-¡Qué te den por culo!- tras lo cual me quedé tan ancho y fui a ver a mi hijo.
Al llegar a su planta, pregunté si alguien podía informarme y tras varias gestiones conseguí que saliera un médico. El internista me explicó que el traumatismo craneal de mi chaval era tan importante que era difícil que sobreviviera y que de hacerlo le quedarían graves.  Mi vida se desmoronó en un instante al saber que lo perdía. Todavía estaba intentando asimilar la noticia cuando llegó Sonia  hecha una energúmena y con muy malos modos, me echó de allí y prohibió a los médicos que me permitieran pasar a despedirme de Manuel.
Ese enésimo enfrentamiento fue la gota que colmó el vaso y os tengo que reconocer que a partir de ese momento, mi rencor se transformó en autentico animadversión y solo podía pensar en cómo joder la existencia a esas dos putas.
Lo primero que hice fue llamar a mi abogado para intentar que un juez me permitiera acceder a donde estaba mi hijo, pasando por alto la orden de esa maldita.   El letrado una vez había terminado de exponerle el asunto, me dio su opinión:
-Manolo, ¡No tienes nada que hacer! Con tu hijo incapacitado, la opinión de tu nuera es la que prevalece.
Cómo comprenderéis, eso no me contuvo y ordenándole que de todas formas lo intentara, comprendí que si quería estar con mi retoño en sus últimos momentos, debía utilizar otros caminos.  Sin salir del hospital, me fui directamente a ver al director. El tipo resultó ser un ser humano excepcional y tras escuchar mi situación, se puso en mi lugar y me dijo:
-Cómo la orden de su nuera es tajante, legalmente no puedo hacer nada- ya creía que me iba a ir de su despacho con las manos vacías cuando le escuche decir: -Pero como padre lo comprendo y por eso le propongo que vea a su hijo cuando tengamos la certeza de que su mujer no va a estar en el hospital.
Esperanzado pregunté:
-¿A qué hora sugiere?
El director me contestó:
-De dos a tres de la madrugada.
Ese fue el motivo por el cual durante los treinta y tres días en que mi hijo tardó en morir, tanto Aurora, su madre, como yo fuimos una presencia nocturna constante en esos pasillos. Aleccionada por su jefe, la enfermera de la noche nos dejaba pasar y sentarnos durante una hora a ver como nuestro Manuel le costaba aspirar del oxígeno al que estaba conectado. Cada uno de esos minutos, no redujo sino  acrecentó mi odio hasta hacerlo mi razón de vivir.
Por eso, os tengo que confesar que antes de que tuviera que enterrar a  mi hijo, ya tenía planeada mi venganza. Las armas con la que les iba a hacer pagar a esas zorras todas sus afrentas, me las dieron ellas mismas. Acostumbradas a vivir al día sin pensar en el futuro, no habían ahorrado. Con sus hipotecas al límite y sin más fuente de ingreso que la pensión de viudedad, esas dos mujeres la iban a pasar mal. Averiguando a través de un detective, descubrí varios malos manejos de mi difunto consuegro y a través de una denuncia anónima, informé de ellos a la agencia tributaria. Sé que hice mal pero falsifiqué un par de papeles para que pareciera que mi hijo había sido su cómplice de forma que Hacienda les instruyó un expediente y embargó incluso esa pensión.
Con la paciencia que da el resentimiento, esperé que fallaran en las cuotas de sus hipotecas y me acerqué a su banco. Tras una brevísima negociación, compré las deudas a través de una de mis compañías y el mismo día del entierro de mi chaval, les metí una demanda de desahucio.
-¡Qué se jodan las muy putas!- pensé nada más firmarla.
Una vez con todo en marcha, me relajé y me puse a buscar una finca donde vivir. Por una vez, la suerte me sonrió y conseguí comprar un cortijo a cincuenta kilómetros de Sevilla, donde no solo iba a vivir con mi nieto sino que era el sitio donde iba a tener lugar mi venganza. Los jueces, como no podía ser de otra forma, me dieron la razón y las echaron de sus casas.
“Sus penurias solo han empezado”, me dije el día que conocí la sentencia  y llamando a mi abogado, le di vía libre para que ejecutara mi siguiente paso.
Basándome en la cuasi indigencia en la que había quedado mi nuera, reclamé la patria potestad de mi nieto. Sabía que esa reclamación teniendo en contra a un buen abogado no tendría éxito pero como esa indeseable no podría pagarlo, me froté las manos por anticipado. Tal y como había previsto, Sonia en cuanto se enteró de mi demanda me llamó hecha una furia y llamándome de todo menos bonito, me juró que no pararía hasta hacerme la vida imposible:
-Mira zorrita- le dije cuando dejó de soltar improperios por su boca- soy mucho más rico e inteligente que tú y encima te llevo ventaja. ¡Llámame cuando quieras negociar!- tras lo cual colgué.
Los acontecimientos a posteriori me dieron la razón y sin dinero con el que pagar a un defensor de prestigio, se tuvo que conformar con acudir a uno de oficio y como dice el viejo dicho: “Al que obra mal, se le pudre el culo”, mi pobre e hija de perra nuera tuvo la mala fortuna de caer en manos de un corrupto. El cual al enterarse de quien era su contrincante, prefirió pasarse por mis oficinas y sacar un buen redito de ese asunto en vez de pelearlo.
Cómo os imaginareis, se vendió traicionándola. El juicio, como no podía ser de otra forma, resultó ser un desastre para sus intereses y justo el día en que mi hijo hacía seis meses muerto, el juez me otorgó la patria potestad y la custodia de mi nieto. Cuando acompañado de un oficial de policía acudí a la pensión donde malvivían esas dos putas a recoger a Manolito, Sonia quiso darme pena y llorando a moco tendido, se arrodilló a mis pies pidiendo que no le quitara a su hijo.
Pateándola a un lado, me deshice de ella y cogiendo a mi nieto en mis brazos, descubrí que para el niño era un desconocido y que no quería venir conmigo. Curiosamente sus lloros y los berridos de la zorra de su madre me sonaron a música de Beethoven y mirando a esa rubia a la cara, le dije:
-Despídete de Manolito, dudo que lo vuelvas a ver. Ahora mismo nos vamos a vivir a Sevilla.
El dolor de esa madre fue inmenso pero no mayor al que sentí cuando esa puta me apartó de mi hijo y por eso en vez de compadecerme de ella cuando desesperada me amenazó con suicidarse, le solté:
-Si quieres matarte, ¡Hazlo! Pero si quieres otra salida, te espero con tu madre esta tarde en mi casa- y dejándola tirada en el suelo, me fui con su hijo.
Mi ex se une a mis planes.
Nada más salir de esa mierda de pensión y ante mi manifiesta incapacidad de acallar los llantos de mi nieto, decidí optar por la solución más fácil y llevé al crío a casa de su otra abuela. Aurora, con la que gracias a mi nuera me había reconciliado y aunque seguíamos sin ser pareja al menos nos hablábamos, se quedó muda al verme entrar con Manolito y cogiéndolo de mis brazos, lo empezó a besar como desesperada.
-¿Cómo has conseguido que esa guarra te lo deje?- me preguntó una vez había calmado su necesidad de cariño.
Muerto de risa le expliqué que desde que nuestro hijo había muerto, me había abocado a hacer que la existencia de esas dos fuera la peor posible y que por fin me habían dado la patria potestad del crío:
-¡Qué se jodan!- exclamó al escucharme y tras unos instantes comprendió que si yo era el tutor del chaval, iba a tener la oportunidad de verlo cuando quisiera, directamente me lo preguntó.
-¡Por supuesto! ¡Eres su abuela!- le respondí y acercándome a ella, aproveché que tenía las manos ocupadas con su nieto para acariciarle el culo, mientras le decía al oído: -Si quieres cuando vengas, puedes dormir en mi cama.
Aurora, al sentir mis caricias, suspiró como una gata en celo y retirando mi mano de sus nalgas me dijo:
-¡No sigas que llevo muchos años a dieta!
Su confesión me extrañó de sobre manera porque mi ex era una cincuentona de muy buen ver y no tenía duda alguna de que debía de haber recibido más de una propuesta al respecto. El morbo de descubrir que llevaba tiempo sin sexo me hizo buscar el provocarla para ver como reaccionaba y pegándome mi pene contra su culo, la abracé y besándola en el cuello, le solté:
-Eso podemos arreglarlo ahora mismo.
Contra toda lógica, no solo no separó sino que forzando el contacto, restregó sus nalgas contra mi entrepierna mientras me pedía que me quedara quieto. Mientras con su voz me pedía paz, el resto de su cuerpo ya había iniciado la guerra, por lo que declaré abiertas las hostilidades cogiendo uno de sus pechos en mi mano. Reconozco que se me puso dura nada mas oír el gemido que salió de su garganta y ya consumido por la pasión, le subí la falda y con mis manos acaricié uno de sus cachetes.
-¡Para o no respondo!- gritó descompuesta.
Incrementando su calentura metí mi mano por su escote y sacando un pecho de su encierro, pellizqué suavemente su pezón.
-¡Tú lo has querido!- chilló dejando en manos de la cría al crio y antes de darme cuenta se había arrodillado a mis pies y me había bajado la bragueta. -¡Ya no me acordaba de ella!- dijo con una sonrisa al sacar mi polla de su encierro.
Descojonado, le respondí:
-¡Pues yo todavía echo de menos tus mamadas!
Su cara se iluminó al escuchar mis palabras y con un empujón me tumbó en la cama:
-Quítate la camisa, ¡Cabrón!- me dijo con voz suave pero dotada de una autoridad que no me pasó desapercibida.
Ni que decir tiene que obedecí y yendo por delante de sus deseos, me desnudé por entero. Mi ex al verme en pelotas se mordió los labios y subiéndose sobre mí, empezó a besar mi pecho mientras una de sus manos jugueteaba con mis testículos.
-¡Estoy brutísima!- confesó mordisqueando uno de mis pezones.
Sin darme otra oportunidad, su lengua fue dejando un húmedo rastro en dirección a mi sexo. Éste esperaba erguido su llegada. Usando su larga melena a modo de escoba, fue barriendo mis dudas y antiguos recelos, de modo que, cuando sus labios entraron en contacto con mi glande, ya no recordaba la razón por la que me había separado de ella. Aurora, ajena a mis reparos, estaba con su particular lucha e introduciendo a su adversario hasta el fondo de su garganta, no le dio tregua. Queriendo vencer sin dejar prisioneros, aceleró sus movimientos hasta que, desarmado, me derramé en su interior. Mi ex no permitió que ni una sola gota se desperdiciara, como si mi semen fuese un manjar de los dioses y ella una muerta de hambre, recibió mi semen con alborozo y una vez hubo ordeñado mi miembro lo limpió de cualquier rastro de nuestra pasión.
Sus labores de limpieza provocaron que me volviera a excitar. Aurora, admirando mi sexo nuevamente erguido, se pasó la lengua por los labios y sentándose a horcajadas sobre él, se fue empalando lentamente sin separar sus ojos de los míos.
-¡Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez!- gritó.
Al oír que los gemidos de la que había sido mi compañera, recordé que le gustaban los pellizcos y cogiendo un pecho con cada mano, pellizqué sus pezones. Paulatinamente, su paso tranquilo fue convirtiéndose en trote y su trote en galope. Con un ritmo desenfrenado  y cabalgando sobre mi cuerpo, sintió que el placer le dominaba y  acercando su boca a la mía mientras me besaba, se corrió sonoramente sin dejar de moverse. Su clímax llamó al mío y forzando mi penetración atrayéndola con mis manos, eyaculé bañando su vagina.
Abrazados, descansamos unos minutos. Pasado el tiempo, Aurora levantó su cara y mirándome a los ojos, me preguntó si mi oferta seguía en pie. Sabiendo que se refería a compartir mi cama, preferí serle sincero y sin importarme que descubriera el resentido en que me había convertido, le conté los planes que tenía para nuestra nuera y la zorra de su madre.
Si en un principio, se sintió escandalizada con lo que les tenía preparado, recordó que ese par de putas la habían separado de su único hijo y soltando una carcajada, me dijo:
-¡Cuenta conmigo!

 

La venganza es dulce como la miel.
Junto con nuestro nieto, Aurora y yo nos fuimos a mi casa a esperar a esas dos. Aunque había convencido a mi ex de que iban a aceptar nuestras condiciones, tengo que reconocer que albergaba muchas dudas. Por lo que sabía, su situación económica era desesperada y si no aceptaban mi ayuda condicionada iban abocadas a la indigencia. Sin oficio ni beneficio, mi nuera y su madre no podrían subsistir en una sociedad tan exigente como la nuestra pero aun así, temía que el carácter altivo y orgulloso que compartían ambas dificultara nuestros planes y les hiciera preferir el harakiri  a cumplir con mis exigencias.
Cinco minutos antes de la hora acordada, llegaron la madre y la hija a la cita. Y ya dentro de mi casa, descubrieron horrorizadas que la madre de Manuel estaba de pie junto a mí cuando las recibí sentado en un sillón.
La primera en reaccionar fue Sonia que sacando fuerzas de la desesperación, me preguntó de qué quería hablarles. Antes de explicarles mi plan, me tomé mi tiempo para recordar a esas dos guarras, las afrentas y los desplantes a los que nos habían sometido tanto a Aurora como a mí, tras lo cual les hice saber que conocía a la perfección sus penurias económicas porque en gran parte yo las había propiciado. Os juro que ver la cara de esas putas al escuchar de mi boca que no solo yo había sido quien las había denunciado ante Hacienda sino que era el propietario de la compañía que las había echado de sus casas ya era un gran premio pero, como quería su absoluta humillación, al terminar de exponer  su negro futuro y dirigiéndome ya solo a mi nuera, le dije:
-Como verás te he vencido.
La mirada de odio con la que me respondió lejos de enfadarme, solo me alegró al saber que estaba indignada y profundizando en esa herida, le dije:
-Si quieres que te ayude y que te permita vivir en la misma casa que tu hijo, tu madre y tú tendréis que comprometeros a una serie de condiciones.
La muchacha se quedó helada al ver que Aurora apoyaba una de sus manos en mi hombro, dando muestra clara que fueran lo que fuesen, nuestras exigencias eran consensuadas. Temiendo la contestación, me preguntó en que consistían:
-Básicamente- le contesté con voz pausada pero firme- en que os comportéis tal y como sois, es decir, ¡Cómo una putas!
Cabreada hasta el extremo, la rubia quiso irse pero Teresa, su madre, la detuvo y sin mostrar el desprecio que le corroía sus entrañas, me pidió que aclarara mi oferta.  Soltando una  carcajada porque supe que había claudicado, le respondí:
-Os ofrezco casa, comida y un sueldo de mil euros a cada una pero en compensación tendréis que satisfacer todos nuestros caprichos…
Mi consuegra captó a la primera que clase de caprichos hablaba y creyendo que mi ex se iba a compadecer de su destino al ser mujer, le dijo:
-Aurora, ¡No me puedo creer que estés de acuerdo!
Os juro que si alguna vez me había arrepentido de divorciarme de mi esposa, fue ese día porque con un tono meloso y colocándose a mi espalda, le respondió:
-¿Por qué no voy a estarlo? Tú y la zorra que tienes por hija, nos habéis jodido la vida.
-Mamá, ¿Por qué discutes? ¡Es un trabajo!- intentó mediar mi nuera totalmente en la inopia.
-¿Un trabajo?- hecha una furia, le contestó: -¡Quieren que seamos sus esclavas sexuales!
Sonia, sin llegárselo a creer, me miró buscando que rectificara a su madre. Pero no encontró lo que esperaba  ya que con una sonrisa de oreja a oreja, le respondí:
-Si quieres sobrevivir, tendrás que vender tu cuerpo. ¿Qué prefieres a un desconocido en un bar de carretera o a nosotros?
Durante unos instantes vaciló pero al escuchar la risa de su hijo en la otra habitación, respondió casi llorando:
-A vosotros.
Desabrochándome la bragueta, saqué mi miembro y poniéndolo a su disposición, le dije:
-Tienes trabajo.
Sorprendida por lo rápido en que quería cerrar nuestro acuerdo, se quedó paralizada por que lo último que podía pensar al llegar a mi casa, era en que iba a hacerme una felación. En ese momento Aurora, yendo hasta su lado, la obligó a arrodillarse ante mí:
-¡Hazle una buena mamada!- ordenó tirando de ella y acercando su cara a mi entrepierna.
Reconozco que me encantó verla coger mi pene entre sus y más aún cuando esa boca acostumbrada a maltratar a la gente, se tuvo que rebajar y abrirse para recibir en el interior de su boca el pene erecto de su suegro.
-Así me gusta, ¡Perra! ¡Cómetela!-
Tremendamente humillada y con su piel erizada cual gallina, la zorra de mi nuera se metió mi miembro hasta el fondo de la garganta mientras su madre y la de su marido miraban la escena. Sin quejarse empezó a meter y sacar mi extensión mientras gruesos lagrimones recorrían sus mejillas. Tratando de reforzar mi dominio pero sobre todo su humillación, le ordené que me enseñara sus pechos.
La rubia miró a su madre antes de empezar a desabrocharse la blusa y al no conseguir el apoyo que buscaba, bajó su mirada y llevando su mano libre a los botones, se fue quitando uno a uno. Confieso sin vergüenza alguna que ver a esa puta obedeciendo mis órdenes sin rechistar, me puso bruto. Mi ex, aunque resulte raro, se había contagiado de mi ánimo de venganza y acuciando el ritmo de la muchacha, le exigió que se diera más prisa tirándole del pelo. La mirada que Sonia le dirigió fue una mezcla de odio y de miedo pero sobre todo de bochorno por lo que estaba siendo obligada a hacer.
Desde mi privilegiado lugar, me encantó disfrutar de como centímetro a centímetro esa maldita iba dándome a conocer esa parte de su anatomía que solo unos pocos habían visto en la vida y que según mi hijo, solo él había saboreado.  Con la camisa completamente abierta, dejó momentáneamente de mamarme el miembro para quitarse el sujetador. No me cupo duda alguna que lo estaba pasando mal al hacerlo y para mortificarla aún más, le dije:
-Vamos putita, ¡Qué sé que lo estás deseando!
Cuando por fin tuve una visión completa de sus pechos, no pude sino maravillarme de la hermosura de ese par de tetas y saboreando de antemano el placer que iban a darme, la obligué a continuar con la felación. La ausencia de excitación que advertí en los rosados pezones que decoraban esos montes me volvió a confirmar que la viuda de mi hijo no estaba disfrutando sino sufriendo y como comprenderéis, eso me alegró. La que si estaba cachonda fue Aurora que sin que se lo tuviera que decir presionó nuevamente la cabeza de la que había sido su nuera sobre mi pene.
-¡Quiero que te la tragues toda!- le gritó mientras lo hacía.
La indefensa muchacha vio forzada su garganta al límite pero aunque sufrió arcadas no hizo ningún intento por retirarse. La que si actuó fue Teresa que intentando que cesara el castigo de su hija, se arrodilló ante Aurora y le pidió que fuera ella. Mi ex al verla postrada, decidió darle una cruel lección y sentándose a mi lado, se levantó la falda y le exigió que le comiera el coño. La expresión de asco de nuestra consuegra no le sirvió de nada y tras unos segundos de indecisión sumergió su cara entre las piernas  de la mujer.
Fue entonces cuando la que había sido mi compañera tantos años sonriendo me soltó:
-¡No ibas a ser tu solo quien disfrutara!
Muerto de risa, la besé y mientras mi nuera y su madre se comían nuestros respectivos sexos, Aurora y yo disfrutamos de nuestro recién estrenado poder. No sé si fue que al ver que su progenitora sufría su mismo castigo, le sirvió para relajarse o que se estaba empezando a acostumbrar a su destino pero lo cierto es que a partir de ese momento, Sonia incrementó el ritmo y la profundidad de su mamada. Usando su boca como si fuera su sexo, metió y sacó mi pene a un ritmo desenfrenado mientras con las manos me acariciaba los huevos, a su lado, su madre lamía el clítoris de mi ex con una pericia que me dejó claro que no era la primera ocasión en que se lo hacía con una mujer.
-¡Qué bien me lo come la zorra!- gimió la madre de mi hijo al sentir que su cuerpo reaccionaba y tratando de maximizar su gozo, se pellizcó los pechos como si estuviera en celo.
Sus palabras, la escena lésbica y ante todo el cumulo de sensaciones que se habían ido acumulando en mi entrepierna hicieron que sin poder retenerme mas, derramara mi semen en el interior de la boca de mi nuera. Avisada por mi ex de que debía tragarlo todo, sufriendo lo indecible, no solo lo consiguió sino que con la lengua retiró cualquier rastro dejando mi pene impoluto.
-¡Ves cómo te ha gustado!- dije con sorna.

La cría no pudo ni mirarme y al retirar su cara, vio que su madre seguía inmersa en su propia agonía y quizás por vez primera, se rompió la armonía que unía a esas dos putas porque creí vislumbrar un inicio de sonrisa en su rostro.
“Por algún motivo, le gusta que su madre sufra”, pensé al tratar de dar un significado a ese involuntario gesto.
Los gemidos de placer de Aurora me volvieron a la realidad, la cual se estaba retorciendo sobre el sofá mientras su consuegra le daba largas lametadas a su clítoris.
-¡Dios! ¡Cómo voy a disfrutar de esta zorra!-  aulló a voz en grito mientras se corría.
La zorra que estaba entre sus piernas prolongó sus caricias hasta que ya satisfecha, Aurora me preguntó:
-Cariño, ¿A qué hora nos llevamos mañana a este ganado?
Descojonado, contesté:
-Sobre las dos. Antes tengo un par de asuntos que resolver.
Mi antigua esposa, dirigiéndose a las arrodilladas, les dijo:
-Os quiero aquí a la una y media para que ayudéis a vuestro amo a hacer el equipaje.
Ya se iban por la puerta con la cabeza gacha al comprender el siniestro futuro que les esperaba cuando oyeron que Aurora les gritaba:
-No traigáis mucha ropa. Andaréis la mayor parte del día, ¡Desnudas!

Relato erótico: “Reencarnacion” (POR SAULILLO77)

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Hola amigos y amigas, lamento mi larga ausencia. Debo informar que sigo vivo y escribiendo, aunque a menor ritmo porque mis obligaciones personales me han mantenido muy ocupado estos meses.

Sigo encajonado con historias más potentes. Escribir otras pequeñas historias puede ir aligerando mi saturada imaginación, para poder centrarme en cosas algo más serias.

Aquuí teneis una de ellas, espero que os guste, y como siempre, perdón por mis fallos.

Reencarnación

Hola, encantada de saludar a los lectores de esta web. Mi nombre es Laura, actualmente tengo 37 años, y me veo forzada a escribir esto, sentada en la oficina donde trabajo de secretaria, ya que no soy capaz de entender lo que me está pasando. He leído varios relatos por aquí alguna vez, y mi historia tiene algo similar a algunas de ellas, pero tiene un punto extraño que me tiene desconcertada, y pienso que al compartirlo, pueda aclarar algo mis ideas, o al menos, eso espero. Tal vez sólo sea mi propio yo salvaje, en busca de morbo.

Comenzaré por explicar algo de mi vida, puesto que tengo la sensación de que es relevante para mi estado actual.

Soy gata, lo que significa que mi humilde familia y yo, hemos nacido y vivido toda la vida en Madrid capital. Nunca fui una chica discreta, buena y dulce, desde los catorce años, y la eclosión de mi pubertad, me comporté bastante mal, bebí alcohol, fumé, tomé ciertas drogas blandas, y hasta en alguna ocasión, algunas duras. Me desvirgué a los quince años con un cualquiera por las entradas de un concierto de rock, y desde ese día, comprendí el poder de la feminidad. Usé el sexo para lograr lo que quisiera, teniendo en mi mano a tres o cuatro chicos mayores de edad, con motos y coches a modo de chóferes personales, o patanes que complacían todos mis caprichos adolescentes, pagándome todo, a cambio de juegos, o directamente sexo.

Por aquella época vestía casi siempre de cuero negro o vaqueros, con generosos escotes, marcando una figura adolescente muy atractiva, delgada, con una diminuta cintura de avispa realzando unas caderas de pecado y un busto generoso para mi edad, con el pelo rubio natural en media melena, mucha laca ya que era la moda, con bastante maquillaje palideciendo mi bonito y fino rostro, con unas sombras de ojos exageradas, para realzar unos ojos azules eléctricos.

Tomé mis precauciones, claro, siempre llevaba condones para la ocasión, pero mi vida era un “desfase” constante que en mi casa no soportaban. Mi padre se hartaba de verme llegar borracha a casa a altas horas de la madrugada, en brazos de chicos distintos, pero lo achacaba a la edad. Mi madre en cambio, recibió la peor parte, discutimos mucho y la relación nunca fue buena, llegando a las manos algunas veces. Al ser hija única, creo que les decepcioné bastante, pero a esas edades adolescentes, nos importa bien poco lo que opinen de nosotros nuestros padres, o eso creemos.

Como digo, mi existencia consistía en faltar a clase, ir a antros a beber, tirarme al primero que me gustara, y tener resaca casi de forma constante. Una versión de la muñeca Barbie, pero rockera y de mala vida.

Todo cambió cuando apareció Luis, a mis tiernos 17 años. Era un joven que me encontré en un concierto, pero parecía un pez fuera del agua. Vestido con vaqueros y polo azul cielo, metido por dentro del cinturón de cuero, junto a unos náuticos en los pies. Tenía el pelo negro, de tres dedos de largo, totalmente engominado hacia un lado, barba incipiente, muy alto, aspecto robusto y agradable, en el rostro unas facciones duras pero amables, ojos pardos y una sonrisa arrebatadora, que ocultaba una nariz grande, y ligeramente desviada hacia la derecha. Era lo que se conoce como un pijo, un hijo de papá o “niño bien”, da igual como llamarlo, lo importante es que no encajaba en un ambiente lleno de moteros, chupas de cuero, vaqueros rotos por el uso, y cerveza barata.

Era inevitable fijarse en él la noche en que nos conocimos, desentonaba, y llamaba la atención, hasta tal punto que era normal verle discutir con algún que otro borracho, que le increpaba con varias copas de más. Yo, al verle, pensé lo mismo que todos allí, que más le valía salir pronto del recinto, o se llevaría algún susto, solía pasar que algún niño adinerado quería “vivir la noche madrileña” de mediados de los noventa, y acababa lloriqueando en alguna esquina tras unos bofetones. Pero la noche fue pasando, y a parte de un par de amigos suyos que le acompañaban, vi que todo aquel que se acercaba con malas intenciones, terminaba cantando y bromeando con él. Me intrigó sobre manera, así que de forma poco sutil, me acerqué a su posición, meneándome y dando saltos, para que al llegar a su lado, me mirara.

Me encantaba esa sensación de dejar boquiabierto a los chicos con mi mirada y mi expresión corporal, lo usaba para desarmar a cualquiera, y nunca me había fallado, hasta ese momento. No es que no me observara, o me comiera con los ojos, con unos jeans cortos tan altos que me violaban al andar, se deleitaba, pero no trató de tirarse encima de mí, como hacían la mayoría. Estuve más de una hora bailando a su alrededor, y estuve a punto de mandarlo a la mierda varias veces, pero cuando él quiso, aceptó un reto a la desesperada de mi mentón, y se puso a saltar conmigo.

No sé exactamente qué pasó, pero recuerdo que fueron las tres horas más increíbles de mi vida. Era un chico avispado, listo, que sabía manejar la situación, y para mi asombro, y sin oponer mucha resistencia, me tenía entre sus brazos. No me metía mano como los demás guarros, que enseguida me sobaban sin cuidado, él me sujetaba de la espalda con ternura, y hacía pequeños gestos de cariño en los brazos cada vez que me susurraba al oído dulces palabras. No era el primero que era así conmigo, pero había algo en su personalidad que me atrapaba en toda esa empalagosa forma de ser, sin poder evitar ponerme de puntillas sobre su pecho, ya que era ostensiblemente más alto que yo. Tras esa fachada había un hombre firme y recto, que no se dejaba arrastrar a mi juego, sino que me llevaba a su terreno.

Fue un caballero, y terminamos paseando solos a las seis de la mañana por los bajos de Argüelles, unos sótanos del tamaño de una manzana de edificios, con el mayor porcentaje de bares y garitos cutres que os podáis imaginar. Tomamos churros con chocolate caliente en una panadería cercana, ya que era principios de invierno, y el frío reinante le obligó a ponerme su cazadora, de marca cara, por encima. Me acompañó caminando más de una hora hasta el portal de mi casa, con su mano delicadamente apoyada en mi cadera, y seguimos charlando un rato. Amaneció casi sin darme cuenta. Aquella misma madrugada nos besamos por primera vez, un primer beso corto y suave, que se volvió deliciosamente largo, notando sus dedos apretándome en la cintura, y los míos sujetado su cuello, queriendo que aquello no acabase nunca. Y hasta hoy, han sido los únicos labios que he probado en más de dieciocho años.

Mis padres montaron en cólera, que empezara a salir con un chico mayor de edad les exaltó, y eso que no era el primero con el que me besaba, o incluso con el que me había acostado, pero si fue mi pareja oficial, y eso les ponía de los nervios. Sus veinte años no me parecían nada, en cuanto pasara ese año, yo ya sería adulta, y mi pareja me sacaría tres míseros años.

Luis fue todo lo que necesitaba en la vida, una vez que mi familia le conoció, y vieron el cambio que provocó en mí, pasaron a adorarlo, ya que era educado y muy sociable, mezclado con una saber estar y un aplomo que me volvía loca. Dejé toda mi vida de futura delincuente atrás, y me convertí en la novia ideal para él.

Todo era maravilloso, y acostarse con él por primera vez, fue de las experiencias más excitantes de toda mi vida, puesto que tardamos casi dos meses en hacerlo, y me preparó un cita de ensueño, de esas con las que todas soñamos en secreto. Me lancé a su pecho, deseosa de fundimos en la mejor noche de sexo y amor que tuvimos jamás. ¿Quién tendría tiempo para condones?

A las siete semanas se confirmó mi embarazo, y me eché a temblar, imaginándome que Luis me abandonaría. Una cría encinta no estaba muy bien visto en su casa, ya que sus parientes eran buenas personas, pero adinerados y estirados. Nunca tuve la sensación de que Luis se quedara conmigo por honor, responsabilidad, o castigo, fue un hombre cariñoso y feliz, incluso se buscó un trabajo extra, mientras estudiaba su carrera de económicas, para ahorrar y pagar cualquier cosa del bebé, ya que su familia no le cerró el grifo, pero no les hacía gracia pagarme nada.

A poco de cumplir la mayoría de edad, apenas un mes antes, y con problemas graves durante el parto, nació mi único hijo, Carlos.

Desde ese instante, mi vida es una exposición rápida de diapositivas. Mi bebé creciendo rápidamente. Mi pareja perfecta que me hacía inmensamente feliz. Los abuelos con la baba colgando por su nieto. Irnos a vivir juntos. Cuando mi hijo tuvo tres años, mudarnos a la casa vacía de sus padres. La licenciatura de mi pareja de hecho. Su ascenso a socio de una empresa de contabilidad. Mi primer trabajo de secretaria. La ilusión de querer tener un segundo hijo. La decepción de saber que, debido a las complicaciones del primer embarazo, ya no podría volver a tener hijos. Criar a Carlos lo mejor que pude, pese a los constantes roces con los abuelos paternos y su manía de mal criarlo dándole de todo. Casarnos cuando cumplí veinticinco años, en el día más feliz de mi vida. El amor y el cariño de tener tu propia familia. Los enfados con mi esposo, que terminaban en abrazos cálidos. Las riñas con mi hijo adolescente. Y finalmente, el accidente de tráfico de mi marido, hace tres años.

Ni siquiera recuerdo lo último que le dije, se levantó como cada mañana para ir a su trabajo, me dejó dormida como hacía siempre, me besó con delicadeza antes de marcharse, y le llamé para saber a qué hora regresaría para tener la comida lista. Cuando pasaron tres horas, llamé a su móvil preocupada, y me contestó una mujer, una de los médicos de la ambulancia, y me confirmó el estado crítico de Luis. Supe más tarde que ya estaba muerto durante esa llamada, el impacto de un todo terreno justo en su puerta, conducido por un señor de su misma edad, que no iba bebido ni drogado, ni era mala persona, tan solo se despistó un instante al volante, fue letal de necesidad. Prefirieron no decírmelo por teléfono, aún así, cogí a mi hijo y corrí al hospital para ser informada de que ya no había nada que hacer. Lloré, tanto que me desmayé, y me tuvieron que atender allí mismo.

El mes siguiente fui una fantasma, mi padre se hizo cargo de todo, yo sólo era una marioneta en sus manos, iba a donde me decía, y hacia lo que me decía. Se lo agradezco de corazón, no hubiera podido hacerlo sola, y tan sólo tengo vagos recuerdos del entierro, la misa, y de un largo tiempo después. Mi vida había muerto junto con él.

El tiempo, y ayuda psicológica, me hicieron volcarme en mi hijo, y recobrar las ganas de vivir que había perdido. Mi posición económica era holgada, la pensión de viudedad, y la no separación de bienes que mi “pobre” marido firmó sin parpadear, me dejaron un una casa en propiedad en el centro de Madrid, en la que vivimos, y varios objetos de gran valor para cualquier apuro, así como la ayuda y apoyo de la familia de Luis, que terminaron acogiéndome al ver que no era una caza fortunas que se quedó preñada de su “principito”. Pese a ello, me enorgullezco de no ser una mujer que vive del bote, y me busqué un empleo sencillo en mi antiguo trabajo de secretaria, que tuve que dejar por depresión. Me acogieron con gusto ya que, pese a los estereotipos de las rubias guapas de oficina, soy muy resolutiva y eficiente. Aparte de un sueldo propio, es una distracción, y me obliga a tener vida social.

Mi vida, pasados tres años de la tragedia de mi esposo, es algo rutinaria. Me levanto junto con mi hijo, desayunamos y le llevo a la universidad, de pago y buen nombre, que Carlos malgasta, aunque pagan sus abuelos. Era un buen chico, pero estudiar no es lo suyo, y desde la muerte de su padre no puedo con él, en cambio, a sus casi diecinueve años, tiene cierta facilidad para hacer amigos, y más para tener ligues. No me extraña, ha sacado todo la belleza de mí, y pese a ser algo escuálido y bajo, su cabello rubio y la cara de galán con ojos azules, le hacen bastante mono. Si no estuviera segura, juraría que Luis no era su padre, ya que no ha sacado casi nada de él, ni físicamente, ni de su personalidad.

Al dejarle en el campus, voy a mi trabajo, un bufete de contables y abogados. Me siento en la entrada atendiendo el correo, las visitas y el teléfono, junto a una chica bastante más joven y de buen ver, que trabaja a jornada completa, pero que no es tan despierta como yo. De hecho, muchas tareas complicadas las deja en espera, hasta que llego.

Una vez está todo preparado en la oficina, regreso a buscar a mi hijo. A veces me llama y me dice que vuelve andando o alguien le trae, y voy directamente a casa. Hago la comida, y espero que llegue, cuando tarda, le escribo algún mensaje, pero si está ocupado con algún tema, generalmente alguna chica o algún amigo, me dice que coma sola.

La tarde la uso para las labores del hogar, teníamos una sirvienta, pero al final prescindimos de ella, no se me caen los anillos por fregar el baño o limpiar la cocina, y cuando me enfado con Carlos, le obligo a frotar la suciedad del horno o cosas así, cuando acaba sus deberes. Trato de hablar con él, si regresa antes de la cena, pero no me hace mucho caso, ahora entiendo a mis padres y la relación complicada que tenía con ellos a esa edad.

Cenamos y me quedo en el sofá viendo la televisión mientras él se va a su cuarto, que cierra con llave, hasta que me quedo dormida. Más de una vez me he despertando a las tantas allí, en el salón, y me he ido a la cama. Creo que es por el dolor que me provoca ver ese colchón enorme de matrimonio, con el lado derecho vació, donde dormía Luis, y me hace sentir terriblemente sola. Siendo algo directa y descarada, al año de su muerte, me compré un dildo, no más grande que un bolígrafo pero que vibraba, y cuando estoy que me subo por las paredes, lo uso, siempre he sido muy fogosa y Luis me colmaba. Aunque mis sesiones de masturbación son algo mecánico, no hay emociones ni diversión, calmo un fuego dentro de mí, nada más.

Y al día siguiente, más de lo mismo.

Los fines de semana son algo más alegres, mi hijo sale mucho y puedo quedar con algunas amigas, muchas son otras madres, y van con sus parejas, lo que me hace odiarlas y envidiarlas. Cine, cenas, alguna fiesta, y si me vuelvo loca, me arreglo para bailar un poco con esposos prestados, pero nada más. Hago planes entre Carlos y yo, quedamos para ir a dar una vuelta, salir al parque a pasear o ver a los abuelos cuando necesita pedirles algo, y pese a que no lo dice, mi hijo lo hace por cortesía, o más bien por pena hacia mí.

La mayoría del tiempo lo pasaba aburrida en casa, pero un día vi a una mujer de mi edad en un canal, promocionado su cadena de gimnasios. Me apunté, por hacer algo los fines de semana, y para mantenerme un poco en forma, no he perdido mi atractivo, pero una tiene una edad ya, y no tengo nada mejor que hacer los sábados y domingos por la mañana. Son clases divertidas, pero agotadoras, con repeticiones de posturas, y con bailes por turnos. Además, creo que “sexualizan” un poco los ejercicios, en mí hora somos todas mujeres, y la clase la da un morenazo de 1,90 centímetros de altura, y con músculos que no sabía ni que existían, poniendo poses con sus pantalones de licra, marcando el paquete de tal forma, que alguna se va a desmayar en cualquier momento.

El resto del día lo paso en casa, busco cosas que hacer en Internet, pero a mi edad, sin pareja, no hay mucho que me llame la atención. Es cuando me planteo rehacer mi vida, y buscar a algún hombre con el que poder empezar de cero, pero la sola idea me turba la mente. Pese a llevar tres años viuda, todavía llevo los dos anillos de matrimonio, el mío y el de mi esposo, en el dedo anular de la mano izquierda, y cada vez que le sonrío de más a algún posible candidato, me siento tan mal que me echo atrás enseguida, frotándolos con los dedos.

Claro, no soy tonta, estoy bastante bien, siendo modesta. Mis pechos después de dar a luz aumentaron y rebosan sin sufrir todavía estragos evidentes sin sujetador, mi cintura de avispa sigue ahí, junto a unas caderas muy esbeltas, con el culo prieto y respingón. A día de hoy mis medias son unas muy respetables 91-58-89 Encima me he dejado el pelo largo, y una cabellera rubia hasta mi cintura me da un aire espectacular. Contando con ello, no se me han pasado por alto las miradas de algunos compañeros de trabajo el día que llevo falda ceñida y tacones altos. No se me escapan las miradas libidinosas de los maridos de mis amigas, que hacen de carabinas con primos o cuñados, cuando me pongo un vestido vaporoso y ligero al salir con ellos. Como tampoco dejo de notar los gestos cómplices de algunos en el gimnasio cuando las mallas apretadas dibujan mi esbelta figura de cincuenta kilos, y curvas femeninas.

Y entre todo ello, no siento ni un ápice de aquello que Luis lograba despertar en mí, tonteó un poco, juego, pero todos se cansan de tratar de conquistarme, así que, o ya no estoy tan bien como me creo, o es que me cierro en banda a cualquier cambio en mi rutina.

Esta es mi vida, y aunque no lo creáis, hasta yo misma creo que estoy muerta ya, no tengo vida, ni nada que hacer en este mundo, me siento vacía y noto que tengo una existencia sin sentido. Incluso mi propio hijo, que debería ser mi luz en el día a día, ya es mayor, y no tiene tiempo que perder con su madre. Debí ser más firme con él, pero ahora ya da igual, en cualquier momento se sacará el carnet de conducir, y ya no tendré excusa para acompañarle a la universidad, nos veremos poco, y en breve encontrará a alguna chica con la que irse a vivir. Eso me da pánico, si ahora me siento así de abandonada, pensar en ese instante, me bloquea mentalmente.

O eso era hasta ayer.

Era un día normal, como cualquier otro, me vestí con un traje de oficina azul marino, con falda apretada hasta las rodillas, tacones medios y una blusa blanca algo escotada, con un recogido leve en el pelo. Llevé a mi hijo al campus, y fui a trabajar, sin novedad alguna, salvo el maldito aire acondicionado de la recepción, que se estropea a menudo, y ese día tocaba sudar. La verdad, es finales de la primavera, y el calor aprieta, así que me terminé quitando la chaquetilla dejando los brazos al aire, y abanicándome con cualquier cosa que tuviera a mano.

Por fin mi turno acabó, y al salir me metí en el coche, uno alemán bastante caro de cinco puertas, que estaba ardiendo de estar aparcado al sol, así que no me puse la chaqueta, dejándola en el asiento de atrás, junto al bolso. Sofocada, llamé a mi hijo para saber qué tocaba, si ir a recogerle, o no.

– YO: Hola mi vida, ¿Cómo estás?

– CARLOS: Bien, mamá, como siempre.

-YO: ¿Me paso a buscarte? – el sonido de sus amigos de fondo riéndose me resulta familiar, y espero a que mi hijo se digne a hablarme.

– CARLOS: Sí, además se viene un amigo a casa, que tengo que darle unos apuntes. – torcí el gesto, no me gusta mucho llevar a desconocidos.

– YO: ¿Seguro? Ya sabes que no…- antes de poder acabar la frase, un chasquido del paladar muy particular de Carlos me hacía ver que le estaba poniendo en evidencia.

– CARLOS: ¡Venga, mamá! ¿Que más te da? Es un amigo de la “Uni”, solo un rato y luego se irá a casa.

– YO: Está bien, pero nada de líos en casa…Voy para allá, un beso.

Me pareció oír un “Gracias” antes de que me colgara, pero creo que fue fruto de mi imaginación. Puse el aire del coche a toda potencia, y conduje hasta la universidad.

Aparqué donde siempre, una especie de mini circuito de calles aledañas que hacen las veces de aparcamiento. Vi a mi hijo a lo lejos, no le presté mucha atención ya que siempre tarda en venir cuando está despidiéndose, y yo andaba con el móvil. Estaba tratando de esquivar la trampa de una amiga, que quiere que este viernes vaya con ella a cenar, y a conocer a un primo suyo que ha venido de Barcelona… “Lo siento, pero de celestina eres horrible, al último le tuve que cruzar la cara por propasarse.” Nada más mandar el mensaje, noté la puerta del copiloto abrirse, y de un brinco mi hijo saltó dentro. Ni siquiera me miró o me saludó, se estaba riendo y giró la cabeza hacia atrás. Al instante se abrió una de las puertas traseras, no quise parecer muy quisquillosa con aquel chico desconocido, así que no miré fijamente.

– YO: Hola, soy Laura, la madre de Carlos. – pretendí ser amable.

-CARLOS: Javier ya sabe quién eres, mamá, no seas boba. – me sentí algo estúpida, es una cualidad innata en mi hijo, hacerme sentir mal. Montarle una escena no ayudaría delante del joven, así que me guardé la respuesta.

– JAVIER: Eh, tío, no le hables así a tu madre, tenla un poco de respeto. Yo soy Javier, amigo de su hijo. –me quedé pasmada, con la boca abierta, tratando de no reírme y girarme para no enfadar a Carlos– Disculpe la molestia, ¿Puedo moverle el bolso y la chaqueta para sentarme? –casi me caigo al suelo al ver a un chico, tan joven, ser tan educado. Estaba de pie, con la puerta abierta del coche, y hasta que no asentí con la cabeza de medio lado, no tocó mis cosas en el asiento de atrás.

-YO: Sí…claro, no es molestia, perdona que lo haya dejado ahí, es que hacía un calor que…- me quedé sin palabras.

-CARLOS: Venga, no tardes, que tengo hambre.

Vi que el tal Javier, cogía mi bolso y mi chaqueta por el retrovisor, con delicadeza, y los posó en el asiento de al lado. Entró con cautela cerrando la puerta con cuidado, mientras se puso el cinturón sin que le dijera nada. Miré a mi hijo, que estaba con una pierna doblada pisando el salpicadero, y sin ninguna intención de seguir los pasos de seguridad vial de su amigo.

– YO: Anda, ponte el cinturón, que nos vamos.

Tardó al menos cinco minutos de remoloneo ponérselo, en los que hablaba con su amigo, detrás de mí, sin prestarme atención alguna, lo habitual en él. No quería escuchar, pero es inevitable oírles, parece que hay una chica nueva que a Carlos le gustaba, pero Javier no lo veía claro. Mientras que mi hijo hablaba con cierto desdén de ella, su amigo lo hizo con una voz inusitadamente calmada y respetuosa para su edad, y usando términos complejos, muy lejanos de un patán.

Me gustó oírle, tanto su tono como sus frases tenían un agradable efecto en mí. Sobre todo, cuando era capaz de cerrarle la boca a mi hijo con algo de lógica, parecía que tiene la cabeza bien amueblada. Pero yo no intervenía en ningún momento, les dejé a su aire, y me centré en la carretera.

Al llegar, aparqué en el garaje, y antes de apagar el coche, mi hijo ya estaba fuera, quejándose de lo que había tardado, y encaminándose al ascensor para entrar, casi sin mí, en casa. Suspiré algo abochornada, y apagué el coche para salir, saqué las piernas, y antes de poder levantarme, una mano apareció ante mí, al estar oscuro deduje que era de Javier, que como un caballero, me la ofreció para ayudarme a salir, la cogí, y así lo hice.

-YO: Gracias.

– JAVIER: Tome, sus cosas. – me ofreció mi bolso, cogido casi por el extremo más alejado de la correa, y la chaqueta bien sujeta, para que no se arrugara.

– YO: Muchas gracias…de nuevo.

Le sonreí a tientas, me dejó descolocada tanta amabilidad, o es que ya no estoy acostumbrada a ella. Cerré el coche y caminé entre las tinieblas del aparcamiento hasta el ascensor, en el que mi hijo ya estaba. Entré yo primero, ya que Javier me cedió el paso, y la luz alógena me cegó un instante, el suficiente para que se cerraran las puertas, y empezáramos a ascender al segundo piso en el que vivimos.

Busqué las llaves de casa en mi bolso, mientras me daba la vuelta, y vi a mi hijo de pie, charlando con su amigo. Me di cuenta de que nos sacaba una cabeza de altura a ambos, y eso que yo llevaba tacones altos, y cuando por fin vi de frente a Javier, me quedé helada, tanto que se me cayó la chaqueta al suelo.

-CARLOS: ¡Joder, mamá! Mira que eres torpe.

– JAVIER: Calla, no seas brusco. – dijo, mientras se agachaba a devolverme mi prenda.

Le miré atónita, mientras se ponía en pie, y me observaron ambos asustados, me debí de quedar blanca. Llegamos a nuestro piso, y salimos del ascensor, yo tras ellos, mirando incrédula a ese joven, como quien ha visto a un monstruo y debe cerciorase de que eso que tiene delante, es real. Carlos cogió mis llaves y entró en casa, con Javier detrás, que aguardó a que yo pasara para cerrar.

El chico me miraba algo cortado, traté de comprenderle, tal como le debía estar observando, era para ponerse colorado. Entramos por el pasillo al salón, y la luz de la tarde me dejó apreciarle mejor. “Su altura, espalda robusta, brazos fuertes, cara de facciones duras y amables, moreno…su pelo es algo más corto pero, la nariz es igual… ¡Es la viva imagen de Luis!” maquinaba mi cerebro.

Estuve perdida, hasta su ropa, polo azul y vaqueros, se asemejaban a la primera imagen mental que tengo de mi marido fallecido, de aquel concierto de rock, y de aquella maravillosa primera noche juntos. Carlos gritó por el pasillo, llamándole, y Javier, algo cohibido, se despidió con un gesto con la cabeza, y se fue al cuarto de mi hijo.

No sé cuanto estuve allí parada, de pie, sin saber si me estaba volviendo loca. Sacudí la cabeza y busqué un viejo álbum de fotos, de cuando era joven, y encontré varias de mi difunto esposo, y al verlas, me empezó a costar respirar. Más que un parecido, yo veía a la versión juvenil de la que me enamoré de cría, es cierto que el cabello era más largo, y que los ojos eran algo diferentes, pero el resto de semejanzas era tan clara…la gomina, su físico, la forma de moverse, su voz. Tuve que sentarme y guardar la calma.

Pasado un buen rato, en que les escuchaba reír y hablar de fondo, me serené, lo achaqué a alucinaciones mías, y fui a cambiarme, tratando de normalizar la situación. De hecho, del sofocón del calor y el susto, me di una ducha rápida, y me puse unas braguitas negras cómodas y mi camisón preferido para estar por casa, uno amarillo chillón de tirantes hasta medio muslo y ligeramente escotado, me liberé de esa tortura china llamada sujetador, así como de los tacones, calzándome unas mullidas zapatillas de andar por casa. Me recogí el pelo en un moño alto para ir fresca, y me fui a hacer la comida, olvidándome de todo un poco, pese a tener el corazón todavía acelerado.

Pasada una hora, tenía la mesa lista, y los chicos no salían del cuarto. Le mandé un mensaje de texto a Carlos, pero no contestaba, así que me fui a buscarlos. Hablé a través de la puerta, y les dije que estaba todo preparado, pero no respondieron. Es cuando llamé fuerte golpeando con los nudillos, y metí la cabeza al abrir, sin querer molestar.

– CARLOS: ¿Qué quieres? Pesada. – dijo mi hijo, sentado en la cama con una postura casi antinatural, mientas que Javier estaba en una silla, con unos CD´s en la mano.

– YO: Nada, es que la comida ya está.

– CARLOS: Vale, ahora vamos, que tenemos que hablar de nuestras cosas…- casi se levanta a cerrar la puerta cuando me quedo mirando a Javier, que de nuevo, agacha la mirada confuso. “Maldita sea, es clavado a Luis.”, pensaba, y me asombré un poco más.

– YO: Está bien, ya me voy.

No cerré del todo al irme al salón, esperando que salieran pronto, pero tras unos minutos no hubo movimiento, así que fui decidida a darles un segundo toque. Por pura coincidencia, antes de llegar, la puerta se movió, y por algún motivo extraño, ya que es mi casa, me pegué a la pared para esconderme, y que no me vieran. Pero nadie salió, solo se entornó un poco, y escuché como hablaban.

-CARLOS: Bueno, pues con eso ya tienes para estudiar, que menos mal que yo tenía los apuntes, vaya suerte la tuya.

-JAVIER: Suerte la tuya, qué callado te tenias lo de tu madre.

-CARLOS: ¿El qué….? Ah, ya te dije que era guapa…para su edad – soltó con su habitual desdén al hablar de mí.

-JAVIER: ¿Guapa? ¡Estás bromeando! Es preciosa, tiene unos ojos y un pelo que me encantan, y no veas el cuerpo que tiene, que en el coche se le marcaban unos pechos perfectos con la blusa empapada de sudor, y cuando se ha bajado del coche con esa clase, y esa falda ajustada, puf, vaya trasero que tiene la buena mujer.

-CARLOS: Pues no sé, está buena…supongo… ¿Te gusta o qué? – el tono era de broma.

-JAVIER: ¿Y a quien no? Ojalá tuviera una novia así, te lo aseguro. – la sonrisa que salió de sus labios fue tibia.

– CARLOS: Pues toda tuya, a ver si la quitas la penas de un polvo, que está inaguantable y necesita una buena follada.- el odio con que lo dijo, me dolió mucho, pero no puedo culparle. Tiene razón, yo misma me lo planteo a veces.

– JAVIER: Mira…mira, no me tientes.- ambos se rieron, y noté que iban a salir.

Traté de ser rápida, y moverme para que no pareciera exactamente lo que era, que les estaba espiando. Pero me trastabillé con la zapatilla en la alfombra que cubre todo el pasillo, y terminé cayendo de bruces sobre el pecho de Javier. De la impresión, me rodeó con el brazo libre por la cintura y me pegó a su cuerpo, para evitar mi caída. Su mano fue tan fuerte, y el gesto tan veloz, que sus dedos acabaron metiendo parte del camisón por la goma de las braguitas, a la altura de mis riñones.

– YO: ¡Uy, perdona! Venia…a, venía a buscar a Carlos…para comer.

-CARLOS: Sí es que casi te caes, torpe.

– JAVIER: No, fallo mío, discúlpeme usted, no miré al salir.- no pude evitar notar cierta condescendencia amable en su voz, como si supiera que no era culpa suya, y pese a ello, la asumió.

Me estabilizó con la mano aún en mi espalda, quedándome frente a él. De nuevo, sentí la semejanza con Luis, ya que sin tacones, ahora me sacaba más de una cabeza de altura, y me vi enana a su lado, rodeada por su fuerte brazo, tal y como él me hacía sentir, frágil y protegida, al mismo tiempo. Es cuando me soltó, y se alejó un metro de mí.

– YO: ¿Te vas ya?

– CARLOS: ¿Nos vemos mañana? – se aprietan las manos en forma de saludo.

-JAVIER: Claro. – se gira hacia mí. – Un placer conocerla…Laura.

Sin esperar a una motivación clara, me puse de puntillas y le di un beso en cada mejilla, de esos de moda para saludar o despedirse ente los críos. Me gustó notar la extraña sensación en los labios al contactar con su barba, a la moda, tan peculiar y tan parecida a la de mi marido.

– YO: Un placer conocerte también, Javier, ojalá hubiera más gente educada como tú. – solté sin pensar.

-JAVIER: Gracias, aunque con anfitrionas así, da gusto.

-YO: Pues esta es tu casa, para cuando quieras…- “¿¡Pero qué haces!?”, me grité por dentro.

-CARLOS: Que sí, mamá, deja que se vaya, no te pongas pesada.

Empiezo a cogerle asco a mi propio hijo, pero le hice caso, y me aparté del pasillo para dejarles pasar, no sin dejar de observar los ojos de aquel joven clavados en mi escote, que sin sostén y desde su altura, sentí que me veía hasta el alma.

Javier se fue, y comí con mi hijo, volviendo a mi rutina diaria. Limpié un poco la casa, Carlos se encerró en su cuarto, y vi la televisión hasta la hora de cenar, por separado ya que mi hijo se hizo un bocadillo y se lo llevó a su habitación, quedándome traspuesta hasta tarde en el sofá. Lo peor, es que en toda la tarde, la imagen de Javier me estuvo dando vueltas en la cabeza, su parecido con mi esposo era casi perfecto, y su forma de comportarse…me sentí extrañamente alegre, y sonreía sin motivo aparente.

Acabé acostándome en mi cama, pero la imagen de él agarrándome, con sólo un camisón encima, me perturbaba, y como quien no quiere la cosa, sin ser consciente, estaba tocándome por encima de las braguitas, frotando los muslos tenuemente. Estaba como un volcán, y miré al cajón de mi mesilla, donde guardo el dildo.

Ni me lo pensé, cerré la puerta con el pestillo, y saqué el consolador, lo iba a untar con vaselina como hago siempre, pero estaba tan húmeda que no me hizo falta. Comencé a bajarme la ropa interior hasta los muslos, y a levantarme el camisón, jugando a acariciarme por encima de él. Me gusta trastear antes de un mete saca, y normalmente no me cuesta imaginarme a mi marido tocándome, a Luis besando mi cuello, o sintiendo su miembro, largo y algo estrecho, separándome los labios mayores. Pero ayer no, ayer todo lo que había en mi cabeza era Javier, pensaba en su educación, su porte, su mano tan cerca de mi trasero al agarrarme, su voz diciendo que soy preciosa, que mis ojos le encantan y que mis tetas son perfectas, imagino su mirada sobre mí en el coche, fijándose en el sudor que pegaba la blusa a mi piel, y al pensar en el resoplido que escuché al hablar de mi culo…ufff.

Estaba tan mojada que no recuerdo la última vez que estuve así, y sin pensarlo, hundí aquel pequeño juguete en mi interior, soltando un alarido de placer que no recordaba ser capaz de expresar. Giré la base y empezó a vibrar dentro de mí, provocándome una ola de sensaciones nuevas, u olvidadas. No fue mecánico, ni una rutina, ayer no, estaba cachonda perdida, necesitaba que me follaran, y a falta de un hombre, aquel trasto me valía.

El juego de sacarlo y meterlo lentamente me estaba matando, y saqué un brazo del tirante del camisón para jugar con mis senos. Al palpar el pezón, rosado, tirante y erecto, lo sentí tan duro que el mero hecho de rozarlo me encendió más. Me agarré el pecho, jugué con las yemas de los dedos, mientras me perforaba poseída, gimiendo y retorciéndome de placer, probando por delante, bien abierta de piernas, o por detrás, tirando de la cadera, con ritmos rápidos o lentos. Me daba igual todo, solo tenía que cerrar los ojos y pensar que eso me lo hacía Luis, quise pensar en él, en su versión joven, en la vigorosa que me dejó embarazada, en aquel hombre que me supo manejar, pero era un esfuerzo en vano.

Mi mente volaba, las pequeñas explosiones que nacían entre mis muslos no me dejaban razonar con claridad, y la idea de que mi marido murió, de que ya no me puede tocar, y de que está muy lejos de mí, me hastió. Dando paso a un sólo pensamiento que cruzó mi cabeza, “Luis no está, pero Javier sí, está vivo, y a mi alcance”, y pensé en sus manos acariciándome, en sus labios besándome, y en su sexo atravesándome.

No pude razonarlo, mil ideas se agolparon en mi inconsciente cuando estallé en un alarido que acallé con la almohada, me moví como el cristal al fuego vivo, con el dildo dentro vibrando, y mis muslos temblaron a su son, hasta que coceé, jadeando satisfecha y me quedé dormida, tal como estaba.

Al sonar el despertador, me vi a mi misma, como si estuviera fuera de mi cuerpo. Tumbada en la cama boca arriba, despatarrada con las braguitas colgando de un pie y el dildo pringoso perdido entre mis piernas, el camisón hecho un cinturón en mi vientre, y la piel brillando con perlas de sudor frío. “¿Pero qué has hecho?”, me castigué golpeándome liviana y repetidamente en la frente, con los anillos de mi dedo.

Recogí todo, y me di una buena ducha de agua fría, preparé el desayuno, y Carlos se mostró tan indeseable como siempre al despertar. Me he vestido, le he dejado en sus clases, y me he venido a trabajar, donde hay tan poco que hacer, que con la cabeza hecha un lío, he empezado a escribir esto.

¿Estoy loca, o es que el fantasma de mi marido ha venido para atormentarme?, ¿Es posible que alguien, un ente superior, en su infinita crueldad o sabiduría, haya puesto a la reencarnación de mi marido ante mis narices? Es un crío de diecinueve años, pero por su culpa estoy sonriendo desde ayer, y no voy a engañar a nadie, lo de esta noche, ha sido culpa suya.

Me llama mi hijo, qué oportuno.

– CARLOS: Mamá, que hoy no hace falta que vengas, nos llevan en coche a casa.

-YO: ¿Nos…?

– CARLOS: Sí, Javier y yo….- mi hijo no entiende mi silencio – Se va a pasar por casa, ¿Te molesta o qué? – me da un vuelco el corazón.

-YO: No, es solo que…bueno, pues que no lo sabía.

-CARLOS: Pues ya los sabes.

– YO: Ah…vale… ¿Y…le hago algo de comer o…? – no sé si es que soy amable, o es que quiero impresionarlo.

-CARLOS: No, si va a ayudarme con una cosa en el ordenador y se va, nos vemos en casa. – esta vez, que me cuelgue bruscamente me da una alegría.

Las siguientes dos horas transcurren pensando en Javier, y en la idea de tenerlo en mi casa. Pasada la impresión inicial, veo con perspectiva la situación, es un amigo de mi hijo que no conozco mucho, y al que casi doblo la edad, y por mucho que me haya gustado la forma en que me ha hecho sentir, no puede pasar nada entre nosotros. Además, tendrá a muchas chicas detrás, jóvenes, guapas y dispuestas, y yo no soy rival, soy demasiado mujer para él.

Sabiendo eso, y siendo algo egoísta, no quiero dejar pasar la oportunidad de divertirme, no veo nada malo en entretenerme con él, y tontear un poco, como hago con algunos hombres adultos. Eso me hace sentir deseada y menos miserable, así que me preparo para hacer una travesura, jugar un poco a deslumbrarle, y tener algo de aventura en mi triste vida. Mis ojos deben de brillar de malicia, hasta mis compañeras me preguntan qué me pasa, dicen que se me ve feliz, y yo no sé qué responderlas.

Me voy a mi domicilio con ritmo alegre. Al llegar me doy una ducha de agua tibia para sacarme el calor de la piel, me pongo una braguitas bancas y mi camisón amarillo, recogiéndome el pelo en una coleta alta. La verdad es que sin pretenderlo, y sin entender el motivo, me paro ante el espejo de cuerpo entero del armario de mi habitación, y me veo preciosa, cuando llevo años llevando ese tipo de prendas al estar por casa, y no he sentido esa sensualidad en mi figura.

Voy preparando una comida ligera y sana. Estoy en la cocina cuando escucho voces y las llaves en el recibidor, algo nerviosa, acudo rauda a ver quién entra. Veo a mi hijo pasar como el rey del lugar, con su pantalón negro más cómodo y una camisa por fuera de color azul cielo. Detrás de él, Javier, cerrando la puerta de la entrada con una serenidad muy impropia de un joven, va con unos vaqueros blancos y un cinturón negro, con un polo color rojo.

Carlos se va a su cuarto y oigo de fondo el golpe de su mochila contra la pared, pero Javier se queda en el pasillo, y me saluda algo cabizbajo.

– YO: Hola.

– JAVIER: Buenas tardes ya, señora…perdóneme, no me acuerdo del apellido. – se sonroja de forma graciosa.

– YO: No pasa nada, es Gutiérrez, pero creo que podemos llamarnos por nuestro nombre, Javier. – comienzo a jugar, ladeando la cabeza de forma tierna.

-JAVIER: Está bien…Laura, gracias por dejarme entrar en tu casa otra vez.

-YO: Ninguna molestia, es más, pensaba invitarte a comer…- le pilla desprevenido, aprieta los labios de forma que denota cierta pena.

-JAVIER: No, lo siento, de verdad, pero tengo que irme a casa pronto.

-YO: ¿Seguro? – no quiero que se note mi decepción.

-JAVIER: Sí, es una lástima, pero tengo que estudiar, además, no quiero importunarla.

-YO: Por favor, será un gusto que te quedes a comer el día que quieras.

– JAVIER: Se lo agradezco mucho, y será un honor ser su invitado… – el grito de mi hijo llamándole me frustra, el duelo de miradas estaba siendo divertido, con el pobre chico haciendo esfuerzos titánicos por mirarme a la cara, y no al tibio escote del camisón, sin perder la compostura.

– YO: Ve con Carlos, yo iré a preparar la mesa, un placer verte. – lo digo palmeando su pecho.

Soy mujer de armas tomar, me elevo un instante para que parezca que le voy a besar en la cara al despedirme, justo para girarme sobre mi misma y dejarle con las ganas.

Me alejo hacia la cocina, regalándole mi figura al caminar, y el vuelo del camisón a cada paso. Le imagino admirando el juego de mis caderas, y me sonrojo. Me aguanto la risa hasta llegar a la nevera, son nervios, no es que sea cruel y el chico me dé lastima, para un primer contacto no se ha desenvuelto mal, y me quedo con las ganas de haberle sacado de su terreno de confort, “Dios, hacía tanto que no jugaba a esto.”

Pongo la mesa, mientras me niego a ir a espiar a la puerta de mi hijo, me sería imposible que parezca un accidente de nuevo. Tampoco me hace falta, son adolescentes, y si Javier no está piropeándome, será por respeto a Carlos. Estoy segura de que tiene mi imagen ligera de ropa metida en su cabeza, eso me halaga y me hace feliz.

Pasado un tiempo prudencial, me armo de valor y voy al cuarto de mi hijo. Al llamar, Javier me abre, y su primera mirada va a mi escote, que luzco sacando el pecho.

– YO: La comida ya está, cielo, ¿Vienes? – el tono es de madre cariñosa, pero me queda de cine haciendo sonreír al invitado.

– CARLOS: Sí, ya voy, espera que apago el ordenador…gracias tío. – Carlos se pone en pie y pasa a mi lado, dedicándome una extraña mirada, entre la aprobación y el asco.

– JAVIER: De nada, y ya hablamos para estudiar eso…- se lo dice a la nuca de mi primogénito, que ya se aleja en dirección a la cocina.

– YO: Hay comida de sobra…- le murmuro algo melosa a Javier.

– JAVIER: Me sabe fatal, pero de verdad que no puedo quedarme. Otro día. – asiente y me mira a los ojos. Me gusta la seguridad con la que lo dice, no lo pregunta, lo afirma.

– YO: Te tomo la palabra.- le apunto con el dedo índice, y le sonrío de tal manera que le hago suspirar de forma leve.

– JAVIER: La tiene. – al decirlo, hace un gesto seco firme de arriba a abajo con la cabeza, cerrando los ojos.

Me ofrezco para acompañarle hasta la puerta por el estrecho pasillo, y él alarga su mano para dejarme pasar delante de él, ¿Caballerosidad o querer mirarme el trasero? No sé cuál de esas ideas me gusta más. Eso pienso cuando noto su mano en mi espalda, me está acompañando, guiando tenuemente, pero me provoca un escalofrío, y le dedico una mirada tierna, que me devuelve gustoso.

Al llegar a la salida, me sorprende todavía más, usando su mano en mis riñones para girarme hacia él, y elevarme un poco para darme los dos besos de despedida con los que le había dejado con las ganas antes. Se los doy encantada por su galantería, alargando la duración del segundo de ellos sobre su mejilla.

– JAVIER: Hasta pronto, Laura. – dice al salir.

– YO: Hasta luego, Javier. – me exhibo ante él antes de cerrar la puerta, que me dedica una última sonrisa triste, por tener que irse.

Me quedo como una boba apoyada en la pared del recibidor, riendo y pensando en lo divertido que ha sido jugar un poco. Me abanico la cara con las manos, y voy a comer. Al entrar en la cocina, Carlos ya ha acabado, y está rebuscando en la nevera, buscando su yogurt de turno. De nuevo me dedica una mirada rara, extraña, junta los labios sacándolos exageradamente, arqueando las cejas, y hunde una cuchara en el lácteo antes de irse. Más tarde tendré que recoger ese envase de su cuarto.

Como algo, mientras mi mente rememora cada instante de ese entretenimiento en que he convertido al amigo de mi hijo. Recojo la mesa, y me voy al cuarto de baño de mi habitación, cuando me estoy aseando, noto cierta humedad entre mis muslos, y creo que es sudor, pero mi sorpresa llega al palparme y oler a hembra en celo. Apenas un par de conversaciones inocentes, unos roces, y estoy mojada. “Ese chaval tiene algo que me pone mala.”

Pasa la tarde como una de tantas, aunque de vez en cuando pienso en Javier, y luego en Luis, y en qué opinaría de verme trastear así con un joven. Me siento mal un rato, pero me empiezo a convencer de que Luis está muerto, y de que volverme una puritana no me ha ayudado en nada, no creo que divertirme un poco más sea algo de lo que avergonzare, tan sólo es un juego.

Al cenar hablo con Carlos, que me dedica un par de frases salidas de tono, pero como es lo habitual, le dejo que se vuelva a encerrar, y yo me voy directa a la cama. Me descubro acostada ya, suelo quedarme en el sofá del salón unas horas, pero esta vez no, y según me tumbo, trato de dormirme.

Las tonterías de Javier, como sentir su mano en mi espalda, o su atrevimiento al buscar ese par de besos, me hacen incapaz de conciliar el sueño. Es increíble que unos gestos tan nimios logren desvelarme. Tampoco es que duerma muy bien desde hace años. Retozo en la cama como una gatita, y no paro hasta que me doy cuenta de que me estoy frotando contra el colchón, como si fuera un amante.

No tardo en quedar boca abajo, con mi mano buscando meterse por dentro de mis braguitas, y ahora no me sorprende encontrarme mis dedos empapados. Me dejo llevar, y me obligo a pensar en Luis, en una noche que pasamos juntos, antes de saber que estaba embarazada, en su nariz frotando mi cuello, las caricias en mi trasero y en los besos en mis senos que me gustaban tanto.

Me levanto a cerrar el pestillo, sin creerme que por segunda noche consecutiva me vaya a masturbar, no me había pasado nunca, pero ahora mismo, me sobra todo. Me quito el camisón y las braguitas, estoy boca arriba, totalmente desnuda sobre la cama, y me paso los dedos por el pubis, deseando que Luis esté aquí, y que me acaricie como él sabía, que me termine tumbando en la cama, y me coja de las caderas para embestirme con cuidado y ternura, aumentado el ritmo de su cadera hasta hacerme delirar y tomar el control, entonces le recostaba y lo montaba como una amazona perversa. Le encanaba que lo hiciera, y a mí hacerlo.


Tengo dos dedos dentro de mí, y pienso en el dildo, pero esta noche no, esta noche necesito caricias de verdad, el tacto de la piel humana, y me vuelvo loca, acariciando con vehemencia el clítoris mientras paso a hundirme tres dedos ya en mi interior. Me cansa hacerlo, o estoy harta de ser yo quien lo hace, quiero y deseo un amante que lo haga por mí, pero llegados a este punto, no puedo parar. Necesito eclosionar para calmarme, y sin pretenderlo, pienso en que si Luis ya no puede darme esas caricias, Javier si puede. Otra vez esa idea, es injusta para mi esposo, pero es la realidad.

Me imagino a ese chico tocándome como lo hago yo, sus manos recorriendo mis muslos, y sus dedos jugando en mi interior, mientras me besa por todo el cuerpo. No aguanto mucho, y empiezo a temblar, mi cuerpo me pide un esfuerzo final que le concedo, y acabo rodando por la cama sujetándome entre mis piernas, con convulsiones cortas y placenteras, mordiéndome el labio, deseando poder abrazar a alguien que me dé ese tipo de calor humano. No lo tengo, ni lo tendré si sigo así. Me duermo pensando en que tengo que hacer algo al respecto.

Continuará…


Relato erótico: La viuda de mi hijo y su madre son ahora mis putas 2 (POR GOLFO)

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La viuda de mi hijo y su madre son ahora mis putas 2
Tal y como había previsto mi nuera y su madre aceptaron ser mis putas. Si en vida de mi hijo esas dos habían conseguido separarme de Manuel, ahora que estaba muerto había llegado la hora de mi venganza. Esas malnacidas que me habían enemistado con mi retoño habían hecho lo mismo con mi ex y por eso, aunque lleváramos diez años separados, me pusieron en bandeja que Aurora se convirtiera en mi cómplice. Con el mismo rencor corroyéndola sus entrañas, vio en mis planes una forma de devolverles las afrentas sufridas y por eso, no tuvo inconveniente en unirse a mí en mi represalia.
Hundidas económicamente, cómo querían salir de la indigencia y ver a mi nieto, tuvieron que pasar por el aro. Decidieron a regañadientes aceptar ser nuestras esclavas sexuales y cerrando ese acuerdo ilícito e inmoral, Sonia, la viuda de mi chaval tuvo que hacerme una felación mientras la zorra que la engendró hacía lo propio con el coño de mi ex.
Esa tarde la utilicé para agenciarme todo lo necesario para hacerles la existencia imposible. Al despedirme de mi antigua compañera, fui a un sex-shop a comprar los artilugios que me faltaban, porque dentro de mi siniestro plan, tenía previsto someterlas a las más diversas torturas. Jamás había entrado a un lugar semejante y por eso quedé entusiasmado al observar hasta donde podía llegar la imaginación perversa de los fabricantes. Pasando por alto que había muchos instrumentos cuya finalidad no entendía, me divirtió comprobar el tamaño de muchos de ellos. Os juro que aunque había visto imágenes  de consoladores desmesurados, nunca creí que fuera posible encontrarme con uno de casi medio metro de largo cuya circunferencia era de al menos diez centímetros de ancho.
“¡Que burrada!”, pensé mientras lo metía en la cesta y muerto de risa, seguí buscando otros instrumentos de tortura.
Reconozco que pasé un buen rato disfrutando de antemano de las penurias que iban a sufrir esas dos guarras. Olvidándome de los precios, cuando fui a pagar había seleccionado una buena cantidad de sádicos artilugios y por eso no me importó el palo que di a mi tarjeta de crédito. Nada era demasiado para devolverle el sufrimiento que tanto Sonia como Teresa me habían hecho pasar. Al llegar a casa cargado de bolsas, me encontré con que Aurora me estaba esperando en la puerta.
Como habíamos quedado mi ex me iba a acompañar al cortijo para ayudarme en el castigo de esas dos. Venía vestida como al mediodía, pero al ver el tamaño de su maleta, comprendí que su estancia iba a ser larga porque traía ropa suficiente para al menos un mes. Mientras me echaba una mano al desenvolver las compras, descubrí con alborozo que por el brillo de sus ojos esa morena se había excitado al ir abriendo los paquetes, pero ya no me cupo ninguna duda cuando cogiendo un par grilletes, me preguntó:
-¿Te importaría que los estrenáramos esta noche?
Ni que decir tiene que eso no fue lo único que dimos uso durante las siguientes horas hasta que agotados nos quedamos dormidos abrazados sobre las sábanas.
Las primeras veinticuatro horas de suplicio de esas zorras.
 
Al despertarnos empezamos con los preparativos de nuestra marcha y fue entonces cuando escuchamos las risas de nuestro nieto cuando comprendí que aunque el niño solo tenía tres años, ya era lo suficientemente mayor para que no pudiéramos abiertamente abusar de su madre y de su abuela.
-No te preocupes- me contestó mi ex al expresarle mis dudas – en su presencia  serán nuestras criadas y solo cuando él no esté, las obligaremos a ser nuestros juguetes.
Comprendiendo que tenía razón, accedí a disimular aunque eso significara suavizar su castigo.
-Te equivocas- me contestó meneando su melena- ¡No tendrán tanta suerte!
Sus palabras me hicieron saber que se le había ocurrido una solución y dejándolo en sus manos, preferí que me sorprendiera. Por su sonrisa, lo que se les tenía preparado iba a ser el menos malévolo. Como sabía que no tardaría en saberlo, me dediqué a acomodar los distintos enseres dentro del coche y por eso no fui testigo del momento en que mi nuera y su madre llegaron a la casa.
Cuando retorné, me encontré a esas dos cerdas vestidas de sirvientas.
“¡Qué poco ha tardado Aurora en ponerlas su uniforme!”, pensé mientras las echaba un vistazo.
El atuendo las sentaba muy bien, aunque tuve que reconocer que curiosamente  a la que le quedaba mejor era a Teresa, la madre. Con unos kilos de más para la talla de su vestido, se la veía atractiva al quedar realzadas sus formas bajo la tela.
“Coño, ¡Va a resultar que esta buena”, me dije gratamente sorprendido por ese hecho e interesado en comprobarlo, pasé mi mano por su trasero.
Mi consuegra soportó mi manoseo sin quejarse, lo que me dio la oportunidad de valorar que esa puta tenía un culo estupendo. Las nalgas de esa cincuentona habían perdido un poco la firmeza de la juventud pero se mantenían lo suficientemente duras para que resultaran apetecibles. Ya lanzado cogí sus pechos y ejerciendo presión con mis dedos, observé con disgusto que los tenía blandos y caídos pero eso no fue óbice para que aprovechara para dar un duro pellizco a sus pezones mientras miraba a su hija en busca de alguna reacción.
-¡Me duele!- se quejó al sentir el maltrato.
Os reconozco que no sé todavía que fue lo que más me gustó, si escuchar su queja o descubrir que como el día anterior, Sonia no había podido reprimir un gesto de satisfacción al ver a su madre humillada. Como sabía que tendría tiempo de sobra para averiguar el motivo por el que mi nuera disfrutaba con ello, decidí concentrarme en ella.
Aunque Sonia era una monada de veintiocho años, al mirarla no pude dejar de valorar que estaba hecha una pena. Las profundas ojeras que circundaban sus ojos me revelaron que esa guarrilla no había podido dormir la noche anterior. Despeinada y triste, parecía horrorizada por su futuro. Su genuina desesperación influía incluso en el modo que estar de pie: Con los pies juntos y sus manos abiertas hacia atrás, esa muchacha expelía miedo y desasosiego por todos sus poros.
-Se te ve contenta- le dije con sorna mientras la obligaba a modelarme su uniforme.
Mi nuera, bajando su mirada, me contestó:
-Lo estoy, Javier.
Fue entonces cuando Aurora interviniendo le soltó una bofetada mientras le decía:
-Zorra, a partir de hoy, cuando esté tu hijo presente te dirigirás a tu dueño como  “señor” y cuando no lo esté, como “amo”. ¿Lo has entendido?
Viendo que había captado el mensaje, le obligó a repetir su respuesta. Con lágrimas en los ojos, me miró diciendo:
-Lo estoy, ¡Amo!
La sumisión de esa rubia me satisfizo y urgido por comprobar sus límites, las informé de nuestra marcha.
Mientras Aurora llevaba en brazos a su nieto, mi nuera y su madre se ocuparon de acarrear con el equipaje de forma que en pocos minutos, estábamos los cinco cómodamente sentados en el coche. Con mi ex como copiloto y ese par de putas con el niño en los asientos traseros, salimos rumbo a mi cortijo. Aprovechando un semáforo en rojo, mi cómplice me pasó un mando a distancia y me dijo:
-¡Haz los honores!
En cuanto lo activé y escuché los gemidos de sorpresa que surgieron de las gargantas de esas dos putas, comprendí:
“¡Aurora les había insertado en sus coños dos consoladores inalámbricos!”.
Mirando a través del espejo retrovisor, me dediqué a subir y a bajar la intensidad de ambos mecanismos mientras nuestras víctimas intentaban que mi nieto no notara nada. Os juro que disfruté viendo los intentos de esas dos en evitar que la excitación que sentían no se exteriorizara. En el caso de mi nuera, intentó controlarla cerrando sus piernas pero al hacerlo la presión se vio incrementada y por eso fue la primera en correrse. En cambio, Teresa al no combatir lo inevitable, tardó en hacerlo pero cuando lo hizo con una serie de suspiros nos informó de que el placer estaba asolando su sexo. Satisfecho, apagué los aparatos y dándole el mando a mi antigua mujer, le dije:
-Antes de que lleguemos a Sevilla, quiero que esas zorras estén agotadas.
Soltando una carcajada, me respondió:
-Así lo haré.
Muerto de risa, le acaricié un pecho. Aurora sin cortarse, separó sus rodillas y subiéndose la falda, me preguntó:
-Amo ¿Puedo masturbarme?
Extrañado de que me pidiera permiso y de que se refiriera a mí de esa forma, antes de concedérselo, le pedí que me aclarara el porqué. Entornando sus ojos, me miró diciendo:
-Esas dos deben aprender que hay jerarquías. A partir de hoy, te obedeceré para que ellas sepan quién es su dueño.
Cómo os imaginareis no estaba preparado para oír de su boca que la que había sido mi esposa durante tantos años se me ofrecía como sumisa y viendo que tenía gato encerrado, le pregunté la razón por la que lo hacía:
-Ayer me di cuenta que me excitaba verte comportar como dominante y además, como tu favorita podré tener más libertad para adiestrar a esas dos.
Mas excitado de lo habitual, le di permiso para masturbarse en mi presencia y por eso mientras cogía la autopista de Andalucía, fui testigo de cómo esa mujer metía su mano dentro de sus bragas y poniendo cara de fulana, daba rienda suelta a su lujuria. Sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi ex no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando su placer, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo que me iba gustar esa faceta recién descubierta, le dije:
-No sabía que eras tan puta.
Entornando sus ojos, me respondió:
-Yo tampoco, amo.
 

Al llegar al cortijo y mientras nuestras peculiares criadas sacaban las maletas del coche, lo primero que hice fue mostrarle la casa a Aurora. Mi ex se quedó encantada con las diferentes habitaciones pero lo que realmente le cautivó fue comprobar el tamaño de mi cama:
-¡Es una king size!- exclamó dejándose caer sobre ella.
Descojonado, le expliqué que quizás se quedaría pequeña por ser cuatro los que íbamos a usarla. Al escucharme, me respondió:
-Solo dormiremos en ella, tu y yo. ¡Esas dos putas lo harán en el suelo!
Su respuesta me divirtió pero recordando la confesión que me hizo en el vehículo, decidí comprobar cuanta realidad contenía y con una malévola sonrisa en mi cara, le contesté:
-Eso depende de lo bien que te portes. Por lo pronto, demuéstrame que eres obediente y dame placer.
Mis palabras lejos de escandalizarla, la motivaron de sobre manera y pegando un grito de alegría, se arrodilló a mis pies y me bajó la bragueta. Cuando ya tenía mi sexo entre sus manos y pensaba que iba a empezar, me preguntó:
-Amo, ¿Puede su sucia sumisa satisfacer a su dueño?
Ya en mi papel, contesté:
-Eso te he dicho, ¡Puta!. Date prisa si no quieres ser castigada.
No tuve que repetírselo dos veces y abriendo su boca, se engullo toda mi extensión de un modo tan lento y paulatino que pude disfrutar de la tersura de sus labios recorriendo mi polla al hacerlo. Dejé que llevara el ritmo, acariciándole la cabeza. Decidida a satisfacerme, usó su lengua para embadurnar con su saliva tanto mi pene como mi glande y solo cuando consideró que era suficiente, se lo volvió a introducir hasta el fondeo de sus garganta.
Reconozco que me encantó la forma tan sensual con la que se lo hizo. Ladeando su cara, hizo que rebotase en sus mofletes por dentro antes de incrustárselo. Aunque no me había dado cuenta, Aurora llevaba un tiempo masturbándose su propio sexo y por eso me cogió desprevenido notar que  se corría. Sin dejar de pajearme,  sus piernas temblaron al hacerlo y berreando como una cierva en celo, me rogó que derramara mi simiente en su interior.
Fue entonces cuando un ruido a mi espalda me hizo descubrir a mi nuera mirándonos y debido al morbo que sentí al ser ella testigo de esa felación, me corrí sujetando la cabeza de mi favorita al hacerlo. Por primera vez, advertí en los ojos de esa rubia un atisbo de excitación y dejándome llevar terminé de sembrar con mi semen la garganta de Aurora.
Ya tranquilo, metí mi pene en mi calzón y cerrándome la bragueta, dejé a esa puta con su maestra. No había llegado al pasillo cuando escuché una serie de azotes y gemidos, sonriendo pensé:
“¡Qué bien me lo voy a pasar a partir de hoy!”

Al ir a ver a mi nieto, lo hallé dormido en manos de su otra abuela. Cómo ya era tarde y durante el viaje le habían dado de cenar, ordené a Teresa que lo llevara a la cama, tras lo cual, me serví una copa. No llevaba ni tres sorbos cuando escuche que Aurora exigía la presencia de su consuegra y como en ese momento lo que me apetecía era disfrutar de mi whisky, no me urgió averiguar porque la llamaba.

Estaba apurando el vaso cuando mi ex entró en la habitación, vestida totalmente de cuero con un corsé que realzaba sus curvas. Casi me atraganto al disfrutar  de sus enormes pechos comprimidos por un sujetador con forma cónica.
“¡Está para comérsela”, exclamé mentalmente.
Realmente, disfrazada de esa forma era una mujer impresionante. Tras ese atuendo, se adivinaba a una hembra seductora y fascinante, segura de su feminidad, cuyos cincuenta años, lejos de causar rechazo, tenían una belleza singular.
-¿Quieres una copa?- dije al ver que se acercaba.
Asintió y mientras se la ponía, me dijo:
-Amo, tengo preparadas a sus esclavas pero antes de hacerlas pasar quiero preguntarle: ¿Me deja vía libre en su adiestramiento?
Soltando una carcajada, le contesté:
-Claro- y ya interesado, intenté averiguar que les tenía preparado.
-Voy a enseñarles lo que es obediencia, incluyéndome yo en ella. A todos los efectos seré su esclava, pero ellas tendrán que tratarme como su maestra, ¿Le parece bien?-.

-Sí, putita-, respondí y sonriendo, le solté: -Si hubiera sabido esto, no me hubiera separado de ti.

Con sus mejillas coloradas por su excitación, respondió:
-Si yo hubiese sido consciente antes, no le hubiese hecho falta.
Su respuesta me satisfizo. Aurora no sólo me iba a ayudar, sino que había aceptado voluntariamente ser mi sumisa. Supe que mi futuro iba a ser maravilloso cuando escuché a mi ex llamar a las otras dos.
“¡No puede ser!” pensé al verlas entrar.
Con un collar como única vestimenta, madre e hija hicieron su aparición. Se las notaba indecisas y asustadas. Yendo hacia ellas, Aurora las obligó a arrodillarse, con el cuerpo y los brazos echados hacia delante, de manera que sus culos quedaron en pompa, en disposición de ser usados.
“La posición de esclava”, sentencié recordando lo que había leído sobre ese mundo.
Qué esa mujer supiera de esa postura, me reveló que aunque creía que la conocía muy bien, no era cierto. Por otra parte, que no le costara ningún esfuerzo ponerlas así, tenía que ver tanto con su miedo  como por el hecho que ambas mujeres aceptaban ya su destino. Contenta por el resultado, la maestra me pidió que me acercara a comprobar la mercancía.
Sin saber que era premeditado, mi ex eligió a nuestra consuegra como inicio, y cogiendo de un cajón una fusta, la usó para recorrer los bordes del sexo de su víctima mientras me decía:
-Le presento a “Perra”, su nueva sumisa. Aunque es un poco vieja, tiene todavía un culo con posibilidades de ser usado – dijo y para dar mayor énfasis a sus palabras introdujo un dedo en el ojete de la mujer- es la madre de “Cachorra”.
 
Buscando su completa humillación, separando los labios de su sexo, le introdujo el instrumento duramente hasta que chocó con la pared de la vagina. Teresa, indefensa, se retorció al sentirse violada mientras su hija miraba su castigo con interés. Mi ex sacando y metiendo la fusta, la empezó a follar sacando de su garganta aullidos de dolor. Fue entonces cuando llamando a la “cachorra” le exigió que pellizcara en ambos pechos a su madre.
La rubia, obedeciendo, se acercó y agarrando los pezones de la “Perra”, los torturó con saña ante la mirada atónita de todos los presentes. El modo tan bárbaro con el que retorció las areolas de Teresa me indujo a pensar que se estaba vengando de algo. Aurora, que no era tonta, lo advirtió en seguida y tratando de averiguar hasta donde llegaría sacó un arnés y se lo lanzó diciendo:
-¡Póntelo y fóllate a esa puta!
Os confieso que nunca creí al ver el enorme trabuco que tenía adosado ese cinturón que Sonia fuera capaz de usarlo, pero contraviniendo toda la lógica, sonrió mientras se lo ponía y poniéndose a la espalda de mi indefensa consuegra, le separó las piernas y de un solo golpe se lo ensartó hasta el fondo de su coño. El grito de angustia de Teresa fue ensordecedor al sentir que su propia hija la estaba violando y llorando a moco tendido, soportó tan cruel ataque sin quejarse.
La violencia del asalto no me permitió advertir a la primera que los pezones de mi nuera estaban totalmente erizados mientras se follaba a su madre y solo me di cuenta cuando hecha una energúmena la rubia empezó a azotar su trasero mientras le gritaba:
-¡Por fin tienes tu merecido!
Aunque resulte paradójico, tuve que intervenir a defender a esa maldita porque si dejaba a su hija seguir podía resultar seriamente herida ya que no satisfecha con los azotes, le empezó a golpear con el puño.
-¡Joder con la zorrita!- exclamé tirando de ella y llevándomela lejos de su víctima.
Fue entonces cuando directamente se puso a cuatro patas sobre la alfombra y chillando, me dijo:
-Amo, ¡Fóllese a su cachorra!
Ver a esa rubia, la viuda de mi hijo, en esa posición y rogándome que la follara fue demasiada tentación para mis pobres huesos y despojándome de mi pantalón, acudí raudo a cumplimentar sus deseos. Sin darle tiempo a pensar, me coloqué detrás de ella y  separándole sus  piernas, contemplé por vez primera el sexo de mi nuera. Exquisitamente depilado llamaba a ser tomado pero justo cuando me disponía a hacerlo, le separé las nalgas y descubrí un  rosado ojete nunca hollado. Saber que nadie había hecho uso de semejante maravilla me pudo y con un dedo recorrí sus bordes, antes de introducirlo en su interior.
-Amo, soy virgen por ahí- confirmó Sonia aterrorizada con la perspectiva.

 
Era tan tentador que, aunque no me importaba destrozarla, me entretuve en relajarlo antes de meter el segundo. No tardé en escuchar un jadeo. Sonia estaba sufriendo pero intentaba no quejarse, lo que me dio motivos para continuar. Forzando un poco sus músculos, fui encajando y sacando mis dedos hasta que desapareció la resistencia, entonces y solo entonces, acerqué mi glande a su entrada.
-¿Estás lista cachorra? – pregunté y sin darle tiempo a contestar, posé mi manos en sus hombros y se lo introduje de un solo arreón.
Mi nuera chilló de dolor al sentir violado su recto y con lágrimas en sus ojos, permitió que mi pene la empalara poco a poco. Lo hice tan lento que me dio tiempo a notar, como toda mi extensión iba rozando las paredes de su ano, destrozándolo. La rubia, mordiéndose los labios, aguantó el dolor de sentirse desgarrada.
Con mi sexo completamente en su interior, vi que Aurora se había puesto el arnés y que al igual que yo estaba sodomizando a su víctima pero mientras en mi caso, el culo de mi nuera estaba sufriendo para acoger en su interior mi pene, el ano de mi consuegra debía de estar habituado porque mi ex no tuvo problema alguno en hacerlo.
-¡Menuda puta estás hecha!-escuché que le decía al darse cuenta de que su víctima tenía ese esfínter más que usado.
En cambio a Sonia, mi hijo nunca la había tomado vía anal y por eso le dolió brutalmente al principio, pero después de unos minutos, con el esfínter ya relajado, me sorprendió que empezara a disfrutar. Me di cuenta de ello, cuando llevando una mano a su entrepierna, se empezó a masturbar. Sabiendo que había llegado el momento de su claudicación, le azucé dando un azote en su trasero mientras le decía:
-Cachorra, ¡Córrete para tu amo!
Fue como si se desbocara, berreando como una hembra en celo, mi nuera movió sus caderas violentamente hacia atrás, clavándose hasta el fondo mi herramienta. Gritando me pidió que la ayudara, y entonces comprendí que estaba a punto de correrse y dándole una tanda a modo de aguijón, conseguí que su cuerpo adquiriera un ritmo infernal. Sus pechos se bambolearon al compás de mis penetraciones mientras se desgañitaba chillando su placer.
Su orgasmo me empapó de arriba abajo. Aunque le estaba dando por culo, su sexo se encharco de tal manera que cada vez que chocaba contra su trasero, salpicaba de flujo por doquier. Su brutal reacción terminó de excitarme, y uniéndome a ella, le regué con mi semen todos sus intestinos.
Agotado, me desplomé sobre ella. Con mi pene todavía incrustado en su culo, la zorra creyó morir y convulsionando sobre la alfombra, vio prolongado su orgasmo de tal manera que llegué incluso a pensar que le había dado un ataque epiléptico. Os juro que aterrorizado busqué con la mirada a Aurora, que ajena a lo que estaba ocurriendo, estaba obligando a Teresa a limpiar con su lengua los restos de mierda que habían quedado en el trabuco del arnés.
-Tranquilo- me dijo con sorna al escuchar mi petición de ayuda- Manuel me contó que esa puta, cuando se corre, se comporta así.
Ya más relajado, me quedé observando como la rubia era incapaz de parar. Temblando como poseída por un demonio y manifestando por medio de gritos el placer que asolaba su cuerpo, Sonia siguió retorciéndose hasta que Mi ex llegó a su lado y soltándola un bofetón, paró su actuación de golpe:
-Siempre lo supuse, pero ahora lo he confirmado. Esta zorra es una estupenda actriz y cómo eso le había servido para someter a mi hijo, estaba repitiendo su papel para ver si le servía contigo.
-¡Será hija de puta!- exclamé al percatarme de que me lo había creído.
Por suerte, Aurora estaba allí y cuando quise agradecérselo, me dio un beso diciendo:
-Amo, deme un minuto mientras preparo al ganado.
Descojonado vi cómo, sacando de la bolsa del sex-shop unas cuerdas, las ató tumbadas a los pies de la cama, de modo que eran incapaces de moverse, con sus culos levantados y sus sexos expuestos. Tras lo cual, incrustó sendos plugs anales en sus esfínteres y sonriendo, se metió junto conmigo entre las sabanas mientras me decía:
-Si se despierta esta noche y no le apetece follarse nuevamente a su favorita, recuerde: ¡Tiene dos culos extras a su disposición!
Muerto de risa, le contesté:
-Si son extras… ¿Es que acaso me vas a dar el tuyo? ¡Cuando eras mi mujer siempre te negaste!
Poniendo cara de puta, me dijo:
-Pero ahora que soy su sumisa, ¡Será suyo siempre que lo desee!
 

Relato erótico: “Cronicas de las zapatillas rojas, la camarera 5” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: LA CAMARERA 5.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas, Ex
pedien
tes X: el regreso de las zapatillas rojas y Alias: La invasión de las zapatillas rojas antes de leer esta historia.
Dedicado a Vaquita por su inspiración.
Por Sigma
– ¡Aaahhh… aaahhh… ooohhh… -gemía Muñequita casi contra su voluntad mientras era deliciosamente poseída por Bombón. La esbelta trigueña vestía únicamente unas botas rojas de tacón muy alto y un duro pero a la vez suave y placentero consolador doble mientras recostada de espaldas sujetaba los perfectos y altos tacones de esclava de la pelirroja para guiarla y moverla a su antojo, dándose placer y forzándola a ella al gozo, siguiendo ambas el frenético ritmo de la melodía clásica Czardas de Monti.
– Mmm… siiiii… eso es… mi muñequita… pronto te doblegarás… -le susurraba con voz ronca Bombón.
La camarera-modelo se encontraba convertida en un delicado paquete de placer, arrodillada en el regazo de la chofer siendo penetrada una y otra vez, únicamente llevaba puestas sus zapatillas de esclava y unas medias rojas con liguero, sus metálicos tacones, su cinto negro y sus grilletes estaban interconectados por medio de eslabones en un único bloque que le impedía otra acción que no fuera sentir placer, ni siquiera podía mirar pues su captora le había colocado a la pelirroja su propio collarín que le había regalado su señor, forzándola a mirar hacía arriba, lo que combinado con su posición arrodillada y los hombros hacía atrás la dejaban en una postura como de perpetuo éxtasis y sumisión. Eso la enfurecía… y la hacía vibrar de excitación.
– ¡Oooohhh!… maldicioooohhhn… -gemía ahogada en su propio gozo. Llevaba un par de días a merced de Bombón pero esta no había podido doblegarla, y por momentos parecía que olvidaba el objetivo y simplemente disfrutaba poseer a Muñequita. Ni siquiera la habían dejada salir de la gran cama del estudio, allí habían atendido todas sus necesidades como si fuera una reina… o una mascota.
– ¡Oooooooohhhhh! -sollozó al fin la camarera al alcanzar el orgasmo, mientras sacudía frenética su cabeza haciendo bailar sus encantadores rizos rojos de lado a lado.
– ¡Aaaaaaaahhhhaa! -gimió a su vez Bombón perdiendo el sentido de tanto placer al estallar en su esbelto cuerpo, justo al terminar la música.
La pelirroja al fin pudo derrumbarse libre del control de la trigueña sobre sus tacones cayendo de lado sobre la cama, agotada, pero aun consciente.
– Oooohhh… que  exquisito… pero yo… debería dominar… no ser dominada… -pensó mientras descansaba de lado. Sabía que debería estar terriblemente adolorida por sus ataduras, pero de algún modo el poder de las zapatillas rojas lo impedía. Con mucho trabajo y lentamente, logró girar su cuerpo para mirar a la trigueña que dormía plácida a su lado, con el consolador todavía dentro de ella.
– Mmm… pero que linda se ve… me encanta su coñito… ¡No! Basta… estar a su merced ya me está afectando… -pensó mientras revisaba la habitación únicamente con sus ojos, pues apenas podía moverse- tiene que haber una salida…
En ese momento Muñequita vio en la mesita a lado de la cama un objeto que atrapó su atención.
– ¡Un control de mi Amo! Bombón debió traerlo con ella… si pudiera llegar a el.
Pero pronto se dio cuenta de que era inútil, apenas podía moverse estando sometida así, en especial sin despertar a su captora.
Sin embargo la pelirroja no podía saber que las eternas cámaras de vigilancia en el complejo no solamente permitían a Piernas y a Nena ver el espectáculo y masturbarse frenéticamente desde el cuarto de control. Desde otro lugar lejano, de forma remota, X observaba complacido el desarrollo de los acontecimientos.
– Muy bien… después de esto mi Muñequita no se rebelará. Pero ahora debo asegurarme de que Bombón tampoco lo haga -el hombre oprimió una serie de comandos en su computadora a gran velocidad y una señal codificada de control remoto se emitió desde su computadora en el complejo.
– ¿Qué…? -susurró la pelirroja, para de inmediato guardar silencio. Los grilletes de sus muñecas se habían abierto con un débil clic.
– ¿Pero como…? -pensó un instante mientras al tener las manos libres pudo al fin, lentamente y en silencio, separar sus tobillos y soltar los grilletes del cinto para que no le estorbaran, pero claro no podía quitarse sus zapatillas de esclava, solamente su Amo podía liberarla de estar dominada de esa forma.

– Quizás los grilletes tienen un mecanismo de tiempo o… no importa, con esto me basta -pensó sonriente mientras se extendía sobre la cama y tomaba el control de la mesita. Introdujo un nuevo código y lo activó. Una suave y lenta melodía empezó a sonar en las bocinas y sus ojos brillaron complacidos al ver como las largas piernas de la durmiente trigueña empezaban a pulsar con la música, luego se extendieron en toda su gloria y empezaron a dibujar trazos en el aire.
Muñequita subió el volumen de la música y al instante Bombón se levantó de la cama para empezar a bailar sensualmente por todo el cuarto. Se movía como una bailarina exótica luciendo su esbelto cuerpo aun brillante de sudor, sus caderas, sus senos, sus nalgas y claro sus piernas. Solamente su cabeza inclinada mostraba que seguía dormida.
Pero eso terminó cuando la camarera le dio un sonoro azote en las nalgas al pasar cerca de la cama.
– ¡Aaayyy…! -gritó al despertar bruscamente- ¿Pero qué…? ¿… estoy bailando?
– Silencio esclava -le dijo con una sonrisa la joven.
– ¿Como te atreves putita?… Oohh… mis manos no me obedecen…Te arrepentirás de esto…
– Si piensas repetir lo que ya me hiciste… lo esperaré con ansias. Pero ahora es mi turno de divertirme. -le dijo a Bombón entre risas mientras se acercaba con mirada lujuriosa a su bailarina.
En el cuarto de control, Piernas y Nena observaban hipnotizadas el giro de los acontecimientos, vestían únicamente sus uniformes de esclava con garras de acero que sometían sus bellos senos y taparrabos que dejaban descubiertas sus apetecibles nalgas, mientras sus pies en punta calzados con zapatillas rojas de ballet descansaban sobre el tablero de mando, recargadas en los cómodos sillones de cuero del cuarto de control ahora se masturbaban furiosamente al ver que el dominio cambiaba de manos, se suponía que debían ir a ayudar a Bombón pero estaban ya demasiado sometidas a sus propios impulsos sexuales para poder resistir una visión tan erótica. Pronto en el silencioso cuarto no se escuchaban más que sus gemidos de placer.
– Oooohhh… ooohhh…. nnnnggg…
– Mmm… aaahhh… aaahhh…
En el estudio la pelirroja se había sentado en el sillón del escritorio y tras ponerse el consolador doble hizo que la chofer, dándole la espalda, se empalara a si misma bajando y subiendo una y otra en su regazo, siguiendo el ritmo de la exótica música, penetrándose y penetrando a su captora de forma enloquecedoramente deliciosa.
– Aaaahhh… nnnngg… por… favor…
-gimió la trigueña dominada por su placer, multiplicado por el poder mágico de las zapatillas rojas.
– Oooohhh… siiii… es mi… turno… de… poseerte… ahora tu… me pertenecerás.
– Noo… noo… por favor… noo -susurró la trigueña tratando de resistir, pero subiendo y bajando cada vez más rápido.
– Siii… siii… serás mía… siii… -respondía Muñequita a cada una de sus palabras- recuerda… que debemos… pertenecernos… unas a otras…
Sin poder evitarlo, los esbeltos dedos de Bombón apretaron con ansias los muslos de Muñequita mientras su boca se convertía en una O perfecta y arqueaba la espalda de placer.
Al sentir como se tensaba su cautiva, la pelirroja la hizo girarse, sujeto el suave rostro de la chofer y la obligó a mirarla a los ojos mientras compartían su orgasmo, apoderándose para siempre de una parte de su voluntad y su alma. Desde ese momento la esbelta ex agente de la CIA sería más vulnerable y sensible al dominio de la dulce camarera.
– ¡Aaaaaaaaahhhhhh! -gritaron casi al unísono para de inmediato engancharse en un largo y húmedo beso mientras se recostaban en el escritorio acolchado junto a ellas.
Desde donde se encontraba, X sonrió satisfecho, solamente faltaba algo más para completar ese juego de poder que había surgido en su ausencia, oprimió rápidamente varios botones de su computadora y un par de nuevas señales codificadas fueron enviadas a su estudio de forma remota.
Una nueva melodía empezó a sonar en las bocinas causando que las piernas de las dos esclavas adormiladas sobre el escritorio empezaran a palpitar siguiendo el ritmo. Muy pronto los dos preciosos pares de piernas de mujer se tensaron bien rectas, los pies casi en punta dentro de su estilizado calzado, para finalmente comenzar a dar pasitos y bailar en el aire aun recostadas.
De pronto la melodía alcanzó su clímax y los cuerpos de las dos hembras se giraron para ponerse una frente a otra y de inmediato sus manos se apoyaron tras ellas, sus deliciosas piernas se atraparon entre si, empezando a mover sus cuerpos, sus caderas, ondulando una contra la otra, rozando delicadamente sus coñitos entre si.
– Mmm… ah… ah…
– Ah… oh… oh…
Ambas empezaron a gemir aun entre sueños, el placer creciendo cada vez más dentro de ellas.
X no pudo contenerse más y empezó a masturbarse con energía mientras observaba la sensual contienda en su monitor de alta definición, impaciente por volver para disfrutar de sus queridas esclavas en su base de operaciones, mientras en otro monitor veía como Piernas y Nena obedecían también a la música y con sus piernas enredadas entre si se masturbaban sin control con sus manos apoyadas en el piso detrás de ellas, los sillones de cuero olvidados en un rincón, los rostros de las cuatro magníficas esclavas vueltos hacía el techo, sus ojos cerrados, sus largos cabellos colgando sueltos y sus cuerpos vibrantes y jóvenes moviéndose siguiendo la música, mientras ya empezaban a gemir a todo pulmón bajo el control de las zapatillas rojas.
– ¡Aaaaaahh… aaaahhh… aaaaahh…! -sollozaban de placer, casi sincronizadas como una sola criatura de deseo.
X ya se masturbaba frenético observando a sus hembras dándose placer entre si como las verdaderas hermanas y amantes en las que se estaban convirtiendo.
En las bocinas del edificio principal del complejo sonó la dominante voz del Amo transmitida por internet:
– ¡En posición esclavas!
A la vez las cuatro odaliscas se separaron a un paso y se arrodillaron en su postura de sumisión ante la cámara, sus pies en punta, su mirada baja en aceptación, sus pequeñas manos, con las uñas pintadas de colores brillantes, sujetaban posesivas sus propios tobillos, simbolizando el poder de su dueño sobre ellas, sus ojos enmarcados por maquillajes exóticos y sus labios pintados para parecer más lujuriosos y gruesos, en colores que contrastaban con la piel de cada una de ellas, mientras empezaban a responder a X formando silabas y palabras que indicaban su posición como esclavas, pronto gruñían de placer mientras sus piernas palpitaban siguiendo el ritmo.
– ¿Qué eres?
– Soy tu esclava… aaahhh… tu odalisca… tu hembra… tu juguete sexual… aaahhh… tu muñeca de placer…–respondieron como una sola voz.
– Excelente… ¿Cual es tu misión?
– Complacerte en todos tus caprichos… aaahhh… tus deseos son órdenes…
– ¿Cuales son tus órdenes?
– El placer y la lujuria… aaahhh… pertenecer a mis hermanas… amar mi cuerpo… lucirlo para los demás… ooohhh… lucir mis tetas y mi coñito… mostrar mis piernas… aaahhh… estar siempre disponible y lubricada… usar siempre tacones altos… siempre…
– ¿Qué te excita?
– Mi Amo y Señor, me enloquece y excita… mis hermanas me excitan… ooohhh… debo masturbarme si estoy sola y me excito… aaahhh… ver mi cuerpo me excita… me gusta mirar mi cuerpo y el de mis hermanas…
– ¿Harás todo lo que te pida?
– Todo… lo que quieras… cuando quieras… aaahhhh… mi cuerpo… mi mente… son tuyos… en la cama y fuera de ella… soy tuya… para siempre… aaahhhh…
Lo repetían una y otra vez al unísono como un embrujo, con cada sonido sus deliciosos y voluptuosos labios reflejaban todo la inmensa lujuria atrapada en las zapatillas rojas, convirtiendo a las bellas mujeres en recipientes para compartir una fracción de ese deseo sexual, que sin embargo las abrasaría vivas si no lo desahogaban constantemente, pero solamente su Amo y parcialmente sus hermanitas podían satisfacer su interminable y perpetua excitación, ahora definitivamente le pertenecían a X y a las voraces zapatillas rojas.
– ¡Ahora mastúrbate para mi esclava! –ordenó el hombre.
– ¡Oooohhh… si mi señor…! –dijeron a la vez las cuatro al apretar con más fuerza su tobillo izquierdo mientras su mano derecha se introducía en el hueco frontal de sus pantaletas y empezaban a acariciarse deliciosamente- ooohhh… aaahhh…
Lanzaban sus cabezas hacía atrás, sus rostros hacia el techo, sus labios abiertos, sus ojos cerrados y sus espaldas arqueadas al máximo, sus manos apretando fuertemente sus delicados tobillos para mantenerse a si mismas sometidas a su Amo, sus piernas arrodilladas se abrieron al límite, como ofreciendo sus coñitos, buscando, rogando por aun más placer.
– Muy bien mis putitas esclavas, se han ganado su premio… ¡Tengan el mejor orgasmo de sus vidas! ¡Vénganse para mí! ¡Ahora!
– ¡Aaaaahhhhhh!… aaaaaaaaaahhhhh… oooooooooohhhh… -las cuatro mujeres gritaron a la vez al alcanzar el mayor gozo que jamás hubieran experimentado en sus vidas, incluyendo el causado hasta ese día por las propias zapatillas rojas.
Luego se desplomaron suavemente y antes de caer dormidas por el más maravilloso sopor de sus vidas alcanzaron a murmurar unas pocas palabras.
– Te amo… Papito.
– Te amo… Papi.
– Te amo… mi señor.
– Te amo… mi Amo.
Luego las parejas se miraron y cerraron los ojos al murmurar:
– Te amo… hermanita.
Días después Muñequita dormía profundamente en su alcoba, únicamente llevaba puestas sus zapatillas de metal de esclavitud, unas medias blancas al muslo y unas pantaletas a juego semitransparentes que en lugar de cubrir su entrepierna la enmarcaba de forma más atractiva.
Sus rojos labios se entreabrieron de forma seductora y empezó a jadear suavemente, mientras sus manos se agarraban con ansias a las sabanas bajo ella. Finalmente dio un gritito de placer incontenible.
– ¡Ooooooohhh… siiiii!
Debajo de las sabanas salió Nena todavía vestida como colegiala, incluidos unas altas zapatillas de charol negro, punta redondeada y correa en el empeine.
– ¿Lo disfrutaste Mamita? -le preguntó tímidamente la rubia.
– Ooohhh… si mi Nenita… lo hiciste maravillosamente, eres una buena niña.
El rostro de la rubia se iluminó de alegría ante el halago.
– Pero ahora tengo trabajo, así que ve a jugar o hacer la tarea que te dejó Papi.
La mujer salió corriendo, sonriente y sin mirar atrás. De inmediato Muñequita se metió al baño y se dio una ducha y luego se vistió, primero un conjunto de lencería rosa, un corset que exageraba sus curvas de forma exquisita, haciendo parecer su cintura aun más esbelta y sus senos y caderas aun más grandes. Luego ajustó sus ya casi secas medias blancas al muslo con un liguero sujeto a broches del corset, en lugar de cubrir sus piernas las destacaban como perfectas esculturas sexuales. Se puso un vestido blanco muy corto que dejaba ver las cimas de sus medias y un generoso escote cuadrado apenas cubriendo sus pezones. El conjunto se completaba con un delantal rosa de encaje y sus zapatillas de esclavitud.
Finalmente se puso una pequeña tanga blanca, al ser la última prenda sería fácil quitársela si debía complacer a su Amo de inmediato.
Acomodó sus rizos rojos en un peinado alto y se fue a la cocina a recoger el desayuno de su Amo.
En la cocina estaba la joven cocinera de ojos verdes, corto cabello castaño y piel bronceada con la charola lista. Pero antes de tomarla, Muñequita le habló.
-Pon tus manos sobre la barra e inclínate -con ojos sorprendidos pero incapaz de desobedecer la cocinera lo hizo, dejando casi expuestas bajo su saco de chef sus nalgas cubiertas de medias blancas, intentó inútilmente jalar el saco para cubrirse.
– ¡No te dije que te cubrieras… quieta! -le gruño la camarera, con lo que la chef se quedó paralizada como estatua mientras la joven le acariciaba sus expuestas nalgas y piernas con lujuria.
– Mmm… si… cada vez estás mejor… si el Amo no te requiere quiero que vengas a verme esta noche… -le dijo con los ojos ardiendo al ver sus curvas.
– Pero…
– ¡No discutas! -le ordenó mientras le daba un buen azote.
– Oooooooohhhh… ooohh… -gimió por el orgasmo y el ardor que le causó el dominio de la pelirroja- Siiii… Mamita…
Tomó la charola y se marchó para llegar a tiempo con el desayuno de X y esperaba poder coger rico para desahogarse.
– Ooohh… sigo caliente… las hermanitas no me… satisfacen… lo suficiente. Solamente mi Amo me salva de enloquecer de lujuria.
Ya en la puerta del estudio se encontró con Piernas la encantadora doncella sexual que parecía esperar en la puerta con las manos frente a ella.
– Aun lado Piernas, traigo el desayuno -dijo con calma, pero la morena se interpuso.
– Lo siento, pero no puedes pasar, Papito está ocupado -le dijo decidida.
Pero la pelirroja la miró a los ojos y silbó una rápida melodía en un tono muy preciso.
La morena al instante se recargó en la puerta con sus perfectas piernas apenas sosteniéndola.
– Ahora obedece esclava… quiero que empieces a masturbarte desesperadamente, vete a tu alcoba, deja la puerta abierta y sigue hasta que el Amo te llame o hasta que pierdas el sentido de tanto placer… Y si alguien entra complácelo en lo que quiera.
Piernas salió corriendo y suspiró profundamente mientras introducía su mano bajo su corta falda y dentro de sus pantaletas francesas.
– Aaaaahhh…
Luego la pelirroja entró al estudio meditando sobre la frase: el conocimiento es poder. Incluso cuando no sabía de donde llegaba o por que lo tenía.
Al entrar sonrió sensualmente con sus labios ahora perpetuamente de color rojo intenso, al Amo le gustaba verla así por eso hizo que le tatuaran ese color.
– Ordené que no me molestaran… desobedeciste… -le dijo molesto X mientras observaba una serie de fotos y videos en sus monitores.
De inmediato la pelirroja se acercó al escritorio, dejó la charola y se apoyó inclinándose, con lo que sus grandes senos casi se salían del corset.
– Oh… Amo… por favor… te necesito tanto… siento que me quemo por dentro -le suplicó mientras acariciaba su escote de forma provocativa.
– Eso no me importa… – empezó a decirle pero sin dejar de mirarla.
– Ooohh… mis tetitas te necesitan, mi panochita está húmeda y lista, mi chochito está esperándote -mientras decía esto se dio la vuelta y se puso a cuatro patas en la cama, se levantó la cortísima falda y le mostró sus nalgas y su húmedo sexo- por favor… Amo.
X no pudo reprimir una sonrisa.
– Eres incorregible Muñequita, pero siendo tan sumisa y complaciente no es fácil molestarse contigo -le dijo mientras se acercaba y se iba desvistiendo.
– Si Amo… soy sumisa a ti. Te pertenezco.
– Di que eres… -le ordenó mientras iba subiendo a la cama y colocándose tras ella.
– Soy tu esclava, tu juguete, tu odalisca… oooohhhh… -gimió al sentir como su Amo le arrancaba la pequeña tanga bajo la falda.
– Di que me necesitas… -le ordenó mientras le acariciaba sus muslos y sus preciosas nalgas expuestas.
– Aaaaaahh… dependo de ti… no existo sin ti… me moriría sin ti… oooohhh… -gimió de nuevo cuando X empezó a penetrarla con dos dedos lentamente.
– Muy bien… has aprendido mucho linda pelirroja… mi Muñequita esclava…
El hombre miraba fascinado como gritaba y se retorcía la que una vez fuera una dulce camarera y que bajo su manipulación y condicionamiento se había convertido en un putita sumisa y desinhibida, excepto con sus hermanas claro, con ellas era dominante. Eran un contraste agradable para X, que estaba orgulloso de haber conseguido alterar tanto la conducta y deseo de la joven pelirroja.
Oprimió un botón de su control y la música empezó a sonar enloqueciendo a Muñequita. Aun a cuatro patas arqueó su espalda y empezó a mover sus caderas atrás y adelante, una y otra vez, al ritmo de la melodía.
– Ooohh… Amo… por favor… tómame… átame a tu voluntad… aaahh…
X sujetó las preciosas caderas de la camarera y la penetró desde atrás de forma salvaje y apasionada.
– ¡Aaaaayyyy… siiiii… siiiii… asiiii… aaahhh…! -empezó a gritar mientras empujaba con vigor hacia atrás, en segundos ya gemía escandalosamente, acoplándose al ritmo de la música y las embestidas de su Amo.
En un único y violento movimiento X desgarró el pequeño vestido y lo arrancó, lanzándolo tras él, dejando a la joven vibrando y pulsando sobre la cama vestida con el corset, las medias y las zapatillas de esclava.
– Mmm… muy bien… las prendas enmarcan tu coñito… y tus nalgas de… forma exquisita…
– Disfrútalas Aaaaahhmo… son tuyas… igual que yo…
– Aaahhh… eso es… te has convertido… en una perfecta… esclava… estoy muy… complacido… con tu sumisión…
– Oooohhh… gracias Amo… lo único que deseo es… complacerte… por favor no pares… más rápido…
Con una sonrisa X cedió brevemente a la súplica de su hembra, cogiéndosela frenéticamente.
– Siii… siii… eeeeso… -la pelirroja estaba al borde del clímax cuando su macho se detuvo y salió de ella sin aviso.
– No… por favor… sigue -empezó a gemir la joven de frustración cuando X se inclinó y tras sujetar sus muñecas las encadeno en su espalda, dejándola apoyada únicamente en sus rodillas y su cabeza, como esclava antigua recién entregada a su nuevo Amo.
– Por favor… -volvió a suplicar la linda camarera, mientras la música aumentaba de volumen.
– Me encanta tenerte así esclava, indefensa y lujuriosa -le dijo X al darle una suave nalgada.
– Oooohhh… por favor… me vas a volver loca… te necesito… mi macho…
Por un instante el hombre la miró fijamente, para luego usar ambas manos para abrir las firmes nalgas de su odalisca y acomodar su miembro duro en su ano y penetrarla fácilmente al estar lubricado por su húmeda putita esclava.
– ¡Aaaaagggghhh…. aaahhh… siiii… sigue Amo… ooohhh… me enloqueces…! -empezó a gritar frenética con cada penetración la linda camarerita convertida en zorra lujuriosa esclavizada al placer.
– Bien… al fin te convertí en… mi putita descerebrada… pero ahora haremos… algo muy especial…
– ¡Siii… siii… hazme lo… ooohhh… que quieras… me matas… me matas de placer!
X empezó a masturbar a la linda pelirroja acariciando su clítoris rápidamente mientras seguía poseyéndola más y más rápido hasta que de nuevo la joven se movía al ritmo de la música y el sexo que le imponía su Amo.
– Aaahhh… aaahhh… maaas… quiero maaaass… ooohhh…
– Ooohhh… Muñequita… eres una… buena zorrita… -le susurró X al oído a la joven mientras le daba un buen azote en la nalga.
– ¡Aaaahhh… Amo… me vengo… me veeeenngo… hazme tuyaaaa…!
– ¡Es el momento esclava! -le gritó su Amo mientras salía de ella, para luego girarla poniéndola de espaldas, se colocó encima, la sujetó de la barbilla obligándola a mirarlo a los ojos y empezó a hablarle guturalmente en una lengua que llevaba muerta dos mil años.
– ¡Aaaaaaaaaarrrrrrrrrggggghhhh! -aulló como nunca la pelirroja al tener el orgasmo más poderoso, abrumador y delicioso de su vida gracias a esas palabras. Su cabeza se lanzó hacia atrás, su boca y ojos se abrieron al máximo, su cuerpo entero se convirtió en un arco sobre la cama, mientras sus piernas pulsaban con la música poniéndose en punta aun dentro de sus zapatillas de esclava.
Finalmente se derrumbó extasiada, sus piernas aun palpitando suavemente con la melodía, sus rojos labios se abrieron jadeantes y se convirtieron en una gran sonrisa de placer, al abrirse sus ojos estaban en blanco, sin pupila discernible, la constante exposición por largo tiempo a las zapatillas rojas la había convertido en una muñeca de placer que X ahora podía programar a voluntad como un juguete, cuando lo deseara solamente tendría que decir las palabras de poder en la lengua antigua y ya no necesitaría quebrar su voluntad para cambiar el comportamiento de sus esclavas. A menos que eso le complaciera.
– Muy bien… cada vez domino más el poder de este artefacto –pensó orgulloso el hombre mientras se recostaba a lado de su esclava que esperaba instrucciones- pero aun necesito a una experta en ciencias ocultas y sobre todo a una patrocinadora para poder lanzar las zapatillas al mundo entero.
Acarició el rostro de la sonriente y expectante camarera a su lado.
– Muy pronto miles de mujeres me llamarán Amo igual que tú Muñequita…
– Si… Amo… -respondió con voz dulce la sonriente pelirroja que ahora se había convertido en un verdadera Muñequita.
X tomo el teléfono del estudio y realizó una llamada interna en el edificio.
– Bombón… escucha con atención pues tengo una misión para ti… es hora de que me conozca la señorita Ivanka Trump…
FIN
 
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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas V” (POR XELLA)

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Una vez más, Sofía fue despertada por su entrenadora. Volvió a sacarla de la jaula arrastras y después de lamer sus botas, le quitó el cinturón para que hiciese sus cosas, allí, en medio de la sala. 
Comenzaron a andar de camino a una nueva sala. 
– Parece que ayer tuvisteis una pequeña juerga los guardias y tu… – Comentó mistress Angélica. – ¿Te divertiste? Seguro que te quedaste con ganas de que te follaran entre todos, ¿Eh? 
Sofía, tras ella, agachó la cabeza. Seguía caliente como una plancha y, la verdad, es que el deseo de que la follaran como dios manda rondaba cada vez con más frecuencia su cabeza. 
– Ja ja ja. – Rió la dómina. – Te preguntarás cuando se pasará el efecto, ¿Verdad? No te preocupes, mientras comas nuestra comida y bebas nuestra bebida, estarás en el estado en que nosotros deseemos que estés… Permanentemente cachonda y preparada para ser follada. 
La reportera lo sabía… había sido tan reticente a beber de aquél “grifo” por que sabía que era el principio del fin… Pero ya lo había hecho y no había marcha atrás. Tendría que buscar otra manera de escapar de aquello. 
Durante varios días, lo sucedido en el último día fue rutina. Mistress Angélica la llevaba a aquella sala, la encadenaba y era obligada a chupar algunas pollas. Cuando se negaba, era fustigada y obligada a hacerlo por la fuerza. 
Al llegar de nuevo a su jaula, la daban de cenar. Había días que los guardias se portaban bien y no se corrían en su comida, pero eran los menos. De todas formas, cada vez le daba menos reticencia. No sabía si era por las drogas, por los castigos o por la fuerza de la repetición, pero cada vez era más dócil y obedecía más. 
Por las noches, los guardias entraban en la sala, elegían a dos o tres esclavas al azar y se las follaban. A veces la tocaba a ella, a veces no. Cómo llevaba el cinturon de castidad a ella sólo la follaban la boca. 
Internamente envidiaba a sus compañeras… Cada segundo que pasaba deseaba que la follaran y le quitaran esa calentura con la que convivía… Era un suplicio… El hecho de estar tan caliente la estaba carcomiendo por dentro, ocupaba sus pensamientos y condicionaba sus acciones. Cada vez pensaba durante más tiempo en que quería correrse… necesitaba correrse… 
No sabía cuanto tiempo llevaba allí, pero debía de rondar la semana. Y un día, cuando llegó la entrenadora, la cosa fué distinta… 
– Buenos días, perrita, ¿Qué tal te trataron anoche? – Dijo, viendo las ojeras que portaba – Fuiste una de las afortunadas, ¿Verdad?. Bueno, hoy vamos a hacer algo distinto, aunque no se si tú notarás la diferencia. – Añadió, con una gran sonrisa en la boca 
La primera sala en la que entraron, tenía un pequeño cubículo en el centro en el que Sofía fue introducida. No podía sino estar de rodillas, debido a la altura del cubo. En esa caja, había varios agujeros en las paredes. Estuvo varios minutos allí, sin saber que hacer ni qué querían de ella, hasta que apareció la primera. 
Una polla enorme y negra asomó por uno de los agujeros. Entonces supo lo que debía hacer. Sabía que no tenía opción, así que no pensó en oponerse. De todas formas, sería más agradable que el día anterior pues, estando dentro del cubículo no podrían forzarla. 
Y así se puso manos a la obra. Agarró la polla con las manos y la notó dura y caliente. Cuando acercó la cara, notó el olor tan característico que desprendía aquel falo, un escalofrío la recorrió de arriba a abajo, deseando con todas sus fuerzas poder llevar aquella polla a su coño. Se introdujo el glande en la boca, jugando con su lengua dentro de ella. Cuando empezó a introducir lentamente aquel rabo, una sensación de plenitud la embargó, realmente, comer una polla no era tan desagradable como había pensado en un inicio. 
Mientras mamaba rítmicamente, otra polla apareció en otro de los agujeros. Sabía que si tardaba en atenderla recibiría algún tipo de castigo, ya fueran descargas o azotes, así que se dirigió a ella mientras continuaba pajeando la primera. Fue turnándose entre ellas, mamando y pajeando por igual, hasta que apareció una tercera polla. ¿Cuántas iban a llegar?
Intentó repartirse entre las tres, entre manos y boca, hasta que la primera que había aparecido empezó a correrse. Notó primero un chorretón de lefa sobre sus tetas, pues estaba atendiendo otra polla y, sabiendo lo que le iban a exigir hacer, intentó atrapar el resto de la corrida con su boca. 
Estuvo dentro de aquella caja varias horas. Tenía la boca cansada, le dolían las rodillas y estaba cubierta de semen, pero se sentía bien. En el fondo de su cabeza sabía que eso era debido a los químicos que le habían hecho tomar con la bebida pero, ¿Qué demonios? Ya que iban a obligarla a hacerlo de igual manera, por lo menos que le resultase agradable… 
Había perdido la cuenta de cuantas pollas habían aparecido, habrían sido decenas de ellas, incluso tenía la sensación de que algunas habían repetido. Tenía el estomago lleno, pero no se planteaba dejar escapar las corridas que provocaba. Aun así, muchas de ellas acababan sobre su cuerpo, por lo que estaba cubierta de arriba a abajo. 
Cuando mistress Angélica abrió la portezuela del cubículo, la luz la molestó en los ojos, de forma que tuvo que entrecerrarlos. 
– ¡Sonríe a la cámara!. – Exclamó la entrenadora. 
Cuando Sofía pudo abrir los ojos, vió que la estaba grabando con su cámara. 
– Deja que tome un primer plano de tu cara… A ver… Ahora muestrame tus tetas… Eso es… 
Sofía obedecía, no quería que volviese a pegarla con la fusta. 
– ¿Te ha gustado? Seguro que estás deseando que todas esas pollas llenasen tu coño en vez de tu boca, ¿Verdad? 
La reportera agachó la mirada, se sentía humillada porque realmente ese pensamiento sí que había pasado varias veces por su cabeza. Odiaba a aquella gente por esclavizarla, pero la odiaba todavía más porque estaban consiguiendo que le gustase. Le daba igual que fuese a través de las drogas, de químicos o de cualquier otro método. 
– Bueno, a lo mejor al final del día ese deseo queda colmado… pero antes quiero que hagas una cosa… 
Sofía miró a su mistress, atenta, sabía que no tendría que hacer algo fácil, ni siquiera satisfactorio, pero el premio que podía recibir ocupaba sus pensamientos. 
Mistress Angélica cogió a la chica de la cadena y comenzó a rodear el cubículo. En el otro lado había una vieja conocida… 
Y allí estaba Mar Loli… La esclava madura que acompañaba a mistress Angélica la primera vez que la vió.  
La mujer se encontraba en lo que le habían enseñado como posición de ofrecimiento, la cara pegada al suelo y separándose ella misma las nalgas para dejar un rápido acceso a todos sus agujeros y, por lo que parecía, lo habían usado bien… 
Tenía el coño y el culo enrojecidos y abiertos, dos grandes agujeros que chorreaban semen por sus muslos. Mientras ella estaba dentro del cubo, debían haberse estado entreteniendo con aquella mujer. 
– Creo que ya os conocéis. – Comentó la dómina. – La última vez que la viste, la mirabas con pena y compasión, con la superioridad que te otorgaba el ser una mujer libre. Ahora estás en la misma condición que ella, y entre compañeras, debéis cuidaros y manteneros en buen estado. ¿Ves como le han dejado sus agujeritos? Todos esos hombres que no han podido follarte, se han resarcido con ella… Mírala… ¿No te da envidia? Ese coño podría haber sido el tuyo… 
Sofía se sentía humillada… Pensar en lo que le podían haber hecho y lo que seguramente la llegasen a hacer en algún momento… y lo peor de todo es que le daba cierta envidia… ¿Le suministrarían a ella también afrodisiacos? Seguramente a todas les diesen un trato similar… 
– ¿No acabas de comprender lo que tienes que hacer? – Continuó Angélica. – Bueno, parece que eres más tontita de lo que me pensaba. Quiero que la limpies con tu lengua, sus dos agujeros, y que no pares hasta que esta perra se corra en tu boca, todas las veces que sean necesarias hasta que yo considere que lo haces correctamente. Que pensabas, ¿qué te ibas a librar de comer un coño? Una esclava debe estar preparada para satisfacer a su amo de cualquier manera, y tu amo no tiene porqué ser un hombre… 
Sofía nunca había tenido sexo con una mujer… Pero dudaba que tuviese la opción de elegir. 
El hecho de que la joven que la dominaba la estuviese enfocando con su propia cámara, era un punto más en su humillación. El resto de veces la cámara se encontraba en un lado de la sala, grabando todo, lo que hacía que se pudiese llegar a olvidar de ella, pero parece que quería obtener buenos planos de su primera experiencia lésbica… 
Sofía se acercó a Mari Loli, se situó tras ella… Y allí se quedó, inmóvil. 
¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! 
La fusta restalló contra su piel, arrancando gritos de dolor. Hacía tiempo que no recibía golpes con ella… Hacía tiempo que obedecía las órdenes… Pero chupar un coño… Era un nuevo nivel en su sumisión. Y además no sólo era chupar un coño, era chupar el coño de otra esclava, limpiarlo. Querían hacerla ver que tenía el mismo valor que el resto de las perras que se encontraban allí, incluso menos, si no era capaz de obedecer… 
No necesitó más fustazos. En ese momento se dió cuenta que realmente su única salida era ir hacía delante, mientras se rebelase, lo único que conseguiría eran castigos y palizas… Así que comenzó a lamer el coño que tenía enfrente…
La madura esclava no reaccionó a los lametones de la reportera, continuó en su posición, separándose las nalgas para que Sofía pudiese acceder bien. La esclava pensó que el sabor no era tan desagradable… Y además, estaba cubierta de semen, y había aprendido a apreciar ese sabor como su fuera un manjar. El coño de la mujer estaba húmedo, olía a sexo, a mucho sexo. Sofía sintió envidia… Necesitaba que la follaran… Necesitaba una polla que la hiciera sentirse llena… 
Comenzó a seguir una rutina, comenzaba a lamer los labios de la esclava lentamente, entreteniéndose en ellos hasta llegar al clítoris. Allí jugueteaba con su lengua, haciendo circulos sobre él, presionando, mordisqueándolo, imaginándose qué le gustaría que le hiiciesen a ella. Luego pegaba una lamentón de arriba a abajo y vuelta a recorrer los labios. 
Introducía su lengua dentro del coño todo lo que podía, intentando extraer el semen. Se habían follado bien a aquella mujer, estaba repleta. 
– No te olvidas de algo, ¿Esclava? – Preguntó Mistress Angélica. 
Sofía la miró, sin entender. 
¡ZAS! 
– ¡Eres una inútil! ¿No vales ni para esto? – Sofía se asustó, ¿Qué quería que hiciera? – ¿Te crees que el culo se va a limpiar solo? 
La reportera miró el rosado agujero de la esclava, con algo de asco. Nunca había tenido intención de chupar un culo… La mujer tenía el agujero un poquito dilatado todavía y, efectivamente, estaba chorreando. 
¡ZAS! 
El segundo fustazo la hizo reaccionar. De un lametón recogió el semen que escurría por las nalgas de Mari Loli y, cerrando los ojos, llevó su lengua al primer culo que se iba a comer en su vida. Era más amargo que el coño, no tenía ni ese puntito dulzón, ni era tan “jugoso”… Pero igualmente no era tan desagradable como se pensaba. 
Tan enfrascada estaba con su tarea que no se dió cuenta de los movimientos de Mistress Angélica hasta que la tuvo tras ella. La dómina desenganchó el cinturón de castidad de la esclava. 
La alegría invadió a Sofía, parecía una perrilla a la que iban a sacar a la calle, ¡Iba a correrse por fin! 
Miró a su entrenadora y vió que llevaba puesto un arnés negro con una polla enorme… Estaba dispuesta a follarla.  
– ¿Qué te pasa esclava? ¿Por qué paras? 
Sofía se dió la vuelta y metió su boca de nuevo en el culo de Mari Loli, no estaba dispuesta a disgustar ahora a la dómina. 
La reportera estaba esperando el momento de ser penetrada, estaba cachonda y empapada, la obsesión que tenía en la cabeza casi había hecho que se olvidase de lo que era recibir una polla. Comenzó a pensar en ello, en como el falo se abriría paso entre los labios empapados de su coño, cómo presionaría las paredes de la vagina, ensanchándola y llenándola hasta llegar al fondo… 
Pero la entrenadora no hacía nada… 
Sofía seguía limpiando a la ya impoluta esclava, pero mistress Angélica no le daba su premio… La impaciencia hizo que volviese a darse la vuelta para mirar, y allí estaba, tras ella, cámara en mano y con la polla a escasos centimetros de ella, pero no actuaba. 
¿Por qué lo hacía? ¿Hasta en eso quería hacerla sufrir? Estaba consiguiendo que se desesperase, la idea de ser follada invadía su mente y no la dejaba pensar en otra cosa… 
– P-Por favor… – Se escapó de sus labios 
– ¿Qué dices? 
– Por favor, mistress. 
Mistress Angélica siguió sin hacer nada. 
– Por favor, mistress, fólleme. 
-…  
– Mistress… Oh dios… – Sofía no aguantaba más. Sabía que la mujer quería que se humillara todo lo posible, que le demostrase que estaba a su merced – ¡Le suplico que me folle! ¡Folleme, folleme! ¡Por favor, Mistress!  
Angélica estaba en la gloria. Le encantaba cuando sus perras se rompían. Todas se negaban al principio, pero después de un tiempo de doma, en este caso acelerado por las drogas, todas acababan como perras hambrientas de sexo.  
– ¿Tantas ganas tienes?  
– Sí, ¡Sí! Haré lo que quiera Mistress, pero folleme…  
– Lo que quiera, ¿Eh? Esta bien, quiero tu culo.  
Sofía se quedó blanca… Su culo… Quería su culo… ¿ Estaba dispuesta a ello?  
– Sí quieres que te folle, primero debes pedirme, debes suplicarme que me folle tu sucio culo de esclava. Debes demostrarme que lo deseas.  
Angélica quería hacerla pasar por esa última humillación. Sabía que si quería su culo no tenía más que tomarlo, la esclava no podría impedirlo, pero así era más divertido y más morboso… Una vez la suplicase pidiendo que la sodomizara, las bases de su entrenamiento estarían completas.  
Sofía debatía consigo misma. Debatía entre permitir a aquella mujer que la enculara o quedarse otra vez sin saciar su excitacion… Otra vez… Pensó en las noches que había pasado, había llegado incluso a envidiar a las demás esclavas que eran folladas… ¿Quería volver a eso?  
La reportera se dió cuenta de que la decisión estaba tomada casi antes de que se la plantearan…  
– Mistress, por favor…  
Angélica escuchaba, expectante.  
– Follese este sucio culo de esclava… Mi culo le pertenece, mi coño le pertenece… Mi cuerpo le pertenece… Haga conmigo lo que desee…  
Sofía agachó la cara y, llevando las manos a sus nalgas, se colocó en posición de ofrecimiento, mostrando su apretado agujerito trasero.  
La dominatrix, que ya tenía el falo de plástico lubricado, se acercó por detrás a la esclava y, lentamente, disfrutando del momento, comenzó a penetrarla.  
Notaba como la mujer se estremecia, como esa orgullosa reportera que la miraba con cara de asco mientras la entrevistaba estaba a sus pies, suplicando que la sodomizara. Y con la cámara no perdía detalle de la penetracion.  
Y Sofía disfrutaba. Estaba tan excitada por las drogas que el placer era mayor que el dolor, y el dolor era bastante grande… Notaba la polla penetrarla centímetro a centímetro dentro de ella, provocandola sensaciones desconocidas.  
La dominatrix comenzó un rítmico metesaca, primero lentamente, luego aumentando la velocidad. Le satisfacía ver como Sofía acompañaba sus movimientos para intentar conseguir una penetracion más profunda. En menos de un minuto, aquella zorra estaba gimiendo de placer, disfrutando cada una de las embestidas que le proporcionaba. Si seguía así, conseguiría que se corriese solo follandola el culo… Pero no eran esas sus intenciones.  
Angélica sacó la polla del culo de Sofía, que quedó abierto y expuesto. La esclava se retorcía de placer pensando que el siguiente destino del falo sería su coño. Y no pudo llevarse peor sorpresa al notar que su mistress, en vez de la polla, le estaba colocando de nuevo el cinturón de castidad…  
– Noooo – Gritó Sofía. – ¡Hice lo que me pedías!  
Angélica propinó una patada en el costado de la esclava, derribandola.  
– Ni se te ocurra volverme a hablar así, a ver cuando te enteras de que no tienes derecho a nada, tu vida ya no te pertenece… Y mucho menos tus orgasmos…  
Sofía rompió a llorar una vez más… Se había humillado, había duplicado que la sodomizaran con una polla de plástico… ¡Y todo para nada! La rabia la invadía, y entonces fue completamente consciente de su situación… Sólo haría lo que aquella gente quisiera que hiciera, comería lo que querían que comiera y se correría cuando quisieran que se corriera…  Estaba atrapada y no tenia escapatoria.  
Recorrió todo el camino de vuelta a su jaula cabizbaja, y allí la abandonaron su entrenadora y la madura esclava. ¡Se había comido el culo de otra esclava! Y ni aun así… Ni siquiera tenía hambre… Tenía el estomago lleno de semen…  ¿Cuantas pollas había mamado? Había perdido la cuenta… 
Intentó descansar el resto del día, pero parece que no le iban a dar la oportunidad. El grupo de guardias que entraba esa noche se acercó a su jaula… Estupendo… Más mamadas…  
– Hoy es tu día de suerte perra. – Dijo uno. – Mistress Angélica nos ha dado esto para ti.  
Cuando Sofía levantó la mirada y vió lo que el guardia tenía entre manos se le iluminó la cara, ¡Era la llave del cinturón!  
El guardia rió, divertido.  
– Mira esta zorra, como se alegra de que nos la vayamos a follar.  
Y así era, Sofía estaba exultante de alegría. Cuando la liberaron del cinturón,  se liberó de un enorme peso de encima.  
No puso ningún tipo de objeción a todo lo que quisieron hacerla los guardias. Tenía tanto ímpetu que la mayoría querían repetir.  
Los hombres no dejaron agujero sin tapar. Sofía comió más pollas, fue follada por el coño y por el culo. Todas sus reticencias habían desaparecido.  
Acabó la noche destrozada pero satisfecha… Por fin había podido saciarse y, lo mejor de todo, es que no habían vuelto a ponerle el cinturón.  
Al día siguiente, recibió a Mistress Angélica lanzándose a lamer sus botas, agradecida. Angélica vió satisfecha como todo el trabajo estaba hecho.  
Durante los siguientes días, Mistress Angélica sometió a Sofía de diferentes maneras, pero la esclava lo hacía de buena gana, sabiendo que al final, siempre acababan follandola.  
Los guardias habían quedado tan impresionados por el ímpetu de la esclava que casi todas las noches era una de las elegidas para la orgia.  
Comenzó a conocer a algunas de sus compañeras, siempre coges confianza con alguien cuando noche tras noche eres follada junto a ella.  
La reportera no opuso resistencia ni siquiera el día que la anillado los pezones. Durante el proceso, tuvo a Mari Loli comiendola el coño, lo que hizo que ni siquiera se hubiese dado cuenta del dolor. Ahora llevaba unos bonitos cascabeles plateados colgando de sus pezones. Cuando caminaba a cuatro patas, se bamboleaban junto con sus tetas sonando continuamente pero, como con el resto de las cosas, acabo acostumbrándose.  
Un día, Mistress Angélica, la llevó a los ascensores en vez de a las salas a las que la solía acompañar.
– Hoy vamos a variar un poco la rutina… Espero que te guste… – Comentó la dómina con una sonrisa en la cara.
Subieron a la planta donde Marcelo la recibió por primera vez, y recorrió todo el pasillo al lado de su entrenadora.
El sonido de los cascabeles era lo único que llenaba el ambiente.
Angélica se detuvo ante el despacho de Marcelo.
“¿Por qué me trae aquí?” Pensó Sofía, aunque sabía realmente que el motivo no le importaba, no tenía derecho a hacer otra cosa.
Cuando abrió la puerta del despacho, un recuerdo de su pasado la dejó helada. ¿Qué estaba haciendo allí?
Marcelo estaba de pie, en medio del despacho, pero no estaba sólo. Tomás Sandoval, el jefe… ex-jefe de Sofía se encontraba a su lado.
– Buenos días, Sofía. Me alegro mucho de verte… – Comentó el hombre. Después, dirigiéndose a Marcelo, añadió. – ¿Cómo habéis conseguido hacer esto? 
– Ya te dije que nosotros nos ocuparíamos. – Contestó Marcelo.
– Ya lo sé, ya… Pero… Es un cambio tan… radical… Llevaba todo este tiempo diciendo que hasta que no lo viese no me lo creería… Y ya ves si me lo creo…
– No os han presentado, ¿Verdad? Esta es Mistress Angélica. Ha sido la encargada de la educación de Sofía.
Tomás se acercó, tendiéndole la mano.
– Toda mi admiración para usted, señorita, parece que ha hecho un trabajo estupendo.
El hombre se acercó a Sofía y se quedó un rato observandola.
– ¿Y no se ha quejado? ¿No ha intentado escapar?
– Nosotros sabemos como evitar y corregir esos comportamientos. – Respondió seria la dominátrix.
– Por supuesto, no lo dudo…
Tomás se fijó entonces en los cascabeles que colgaban de sus pezones.
– ¿Y esto? – Preguntó, haciendo sonar uno de los cascabeles con un dedo.
El roce en el pezon hizo que éste se erizase, provocando en la esclava un escalofrío de placer. No entendía lo que estaba sucediendo, pero sabía que no podía preguntar.
– Unos pequeños adornos que nos ha pedido su comprador. – Explicó Marcelo
“¿Comprador?” Pensó Sofía, asustada.
– ¿Comprador? ¿Ya la habéis vendido?
– Casi antes de que llegara. Aunque ella no lo supiese, tenía su destino sellado en cuanto entró en aquél coche…
– Y… ¿Se puede preguntar cual es ese destino?
– Claro. Un importante jeque de Dubai está cansado del comportamiento de sus esclavos, éstos no desahogan su tensión sexual por ningún lado y eso hace que estén irritables y desobedientes. Así que nos pidió un juguetito para ellos.
– Esclava de los esclavos… – Tomás se quedó mirando a Sofía. – Vas a ser la última mierda de aquél lugar…
Sofía se puso nerviosa al oir aquello, pero realmente no estaba asustada. Por lo que había dicho aquellos esclavos lo que necesitaban era follar… Y ella estaría encantada de complacerles…
– Espero que todo esté de tu gusto, Tomás. – Dijo Marcelo, entregándole una cinta de video. – Por su puesto, hemos ocultado todos los rostros, nombres y lugares que podrían comprometernos.
– Claro, claro, después de todo esto lo que menos quiero es meteros en problemas.
Sofía miraba a su ex-jefe sin comprender.
– ¿No sabes lo que es esto? ¡Es tu reportaje! Y, ¿Sabes cual es el pago por él?
Sofía no decía nada, sólo le miraba.
– Tú. No querían concederme el reportaje de ninguna manera, hasta que saliste en la conversación… Por eso estaba interesado en que fueses tú la reportera… ¿Crees que me importaba una mierda tu futuro? JA. Me dejaron hacer el reportaje a cambio de entregarte como esclava. ¡Es una jugada redonda! Al menos para mí claro… Y además, es mucho más de lo que esperaba… Parece que han grabado todo tu entrenamiento… Será un éxito… Lastima que tú no puedas ni siquiera verlo… Ja ja ja
Todos se reían en la sala, todos menos Sofía. ¿Todo había sido un engaño? Nunca había confiado en ella más que por su cuerpo, para venderla… Pero, ¿realmente importaba? Ya no había marcha atrás. Había aprendido a ser feliz con su nueva vida, había aceptado su condición.
– Y, ¿No quieres probar a tu empleada antes de despedirte de ella? Te aseguro que es muy buena. – Preguntó Marcelo.
– No veo el momento de empezar. – Tomás comenzó a bajarse la bragueta. Marcelo le imitó.
– ¿Usted no participa? – Preguntó Tomás a Mistress Angélica.
– No. – Dijo la dominatrix. Se acercó a la mesa y cogió la cinta, introduciéndola de nuevo la cámara. – Yo voy a grabar el cierre del documental… Será un final perfecto para esta perra.
—————————————-
La vida de Sofía siguió tal y como la habían explicado. Viajó a Dubai dentro de una caja y allí fué entregada a los esclavos de su señor. Se notaba que aquellos hombres estaban faltos de sexo, por que durante los primeros días la follaban tanto que Sofía no podía ni andar. No entendía su idioma y ellos tampoco hacían nada por que lo aprendiera, la exigían y obligaban a hacer todo con gritos y golpes.
Poco a poco, la cosa se relajó. Después de desfogarse los esclavos se lo tomaban con más calma. Además, al poco tiempo y, viendo el buen resultado que había dado Sofía, el jeque trajo otra jovencita para que la ayudase en su trabajo.
Un día, dos esclavos la subieron a rastras a una pequeña habitación en la que tambien estaba el jeque, riendose. Una pequeña tele proyectaba un programa de televisión. Su dueño comenzó a señalar la pantalla, soltando sonoras carcajadas. Cuando Sofía dirigió la vista hacia la tele se quedó petrificada. Era ella. Ella, como había sido antes de todo aquello. El reportaje que ella había grabado estaba siendo retransmitido, y allí estaba, vestida de manera impecable, montándose en aquél coche que la llevaría irremediablemente a su destino. Un destino del que no podía ni quería escapar.
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Relato erótico: La viuda de mi hijo y su madre son ahora mis putas 3 (POR GOLFO)

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Esa primera mañana abrí mis ojos al escuchar que Aurora, tras liberar a las zorras, les ordenaba que nos trajeran el desayuno a la cama.

―Daros prisa, no vaya a ser que vuestro dueño quiera usaros antes de que mi nieto se despierte.

Me hizo gracia comprobar que Sonia palidecía al pensar en la posibilidad de que su hijo la pillara siendo usada por mí y relamiéndome de ante mano, supe que iba a aprovechar esa vergüenza frecuentemente mientras la viuda de mi hijo viviera a mi costa.

«Le da pavor que alguien sepa que es mi esclava y más que ese alguien sea mi nieto», medité en silencio y asumiendo que tendría tiempo de abusar de ella, pregunté a mi ex si se había dado cuenta de que nuestra nuera disfrutaba cuando humillábamos a su madre.

― Sí, pero creí que era el rencor que siento por las dos lo que me hacía imaginarme tal cosa. Pero si tú también lo has notado, tiene que ser cierto.

―¿Por qué crees que la odia tanto?

―No tengo ni idea. Lo curioso es que desde que la conocemos había demostrado una fidelidad total hacia su madre, pero en cuanto hemos rascado un poco todo ha cambiado. Algo le ha debido haber hecho y conociendo a Teresa, nos podemos esperar cualquier cosa.

Por mi mente pasó de todo, desde abusos a malos tratos, desde envidias a problemas de deudas, desde amantes compartidos a mutuas cornamentas, y por ello antes de que volvieran con nuestro almuerzo, había decidido averiguar que había sido lo que había roto la sintonía entre esas dos.

―Hazme un favor― pedí a mi ex: ―En cuanto lleguen, quiero que te dediques a humillar a tu consuegra.

Descojonada de risa, Aurora me pidió permiso para ser extremadamente perversa.

―Me sentiría defraudado si no usaras tu maligna y desalmada imaginación para putearla― respondí.

―Haré que te sientas orgulloso de mí― replicó satisfecha mientras con una sonrisa de oreja a oreja comenzaba a restregar su cuerpo con el mío.

Contagiado de su buen humor, la regalé con un azote en el trasero mientras le decía al oído que se atuviera a las consecuencias si seguía comportándose como una fulana.

―Amor mío, ¿apenas te das cuenta lo puta que soy?― suspiró evidenciando su calentura.

He de decir que estuve a punto de recriminarla o al menos interrogarla por el hecho de que se refiriera a mí de ese modo: Aunque habíamos firmado una tregua y en ese momento se podía decir que éramos amantes, no podía olvidar que nos habíamos divorciado.

Justo cuando estaba a punto de preguntar por ello, Sonia y su madre hicieron su aparición por la puerta, trayendo nuestro desayuno. He de reconocer que me gustó comprobar que seguían desnudas.

―Ponedlo en la mesa― ordené mientras le daba una bata a Aurora y yo me ponía otra, ya que quería, al vestirnos, dejar clara la distancia que ponía entre nosotros y ellas.

Mi ex no esperó mucho para putear a nuestra consuegra, ya que al ver que me sentaba en la única silla, cogiéndola del pelo la obligó a ponerse a cuatro patas y servirle de asiento.

―Cachorra, ponme un café― pidió nada más aposentar su trasero en la espalda de Teresa.

Sonia no dudó un segundo en obedecer, pero para su desgracia al servirlo en nuestras tazas se acercó demasiado a mí y abusando de su cercanía, me dediqué a acariciar su trasero mientras preguntaba a la que había sido su suegra si estaba cómoda.

―Mucho, cariño. Esta zorra está tan sobrada de carnes que resulta ser un asiento muy satisfactorio.

El odio que sentía nuestra nuera por su madre quedó en evidencia al sonreír y deseando que no olvidara que era mi puta, llevé mi mano hasta su entrepierna. Ahí me encontré con la sorpresa de que la viuda de mi chaval tenía el coño totalmente encharcado. Pude haber revelado a mi ex ese extremo, pero en vez de ello busqué entre esos húmedos pliegues su botón y una vez hallado, me dediqué a acariciarlo.

Mi nuera estaba preparada para que usando todo tipo de violencia abusara de ella, pero no para que delicadamente la masturbara. Por ello y sin poder hacer nada por evitarlo, se vio dominada por una serie de placenteras sensaciones que de no mediar algo terminarían en orgasmo.

―Por favor― susurró mientras intentaba zafarse de mi acoso.

Aurora no tardó en darse cuenta de lo que le ocurría y sin intervenir, decidió cumplir con su misión. Por ello y recordando que se había comprometido en humillar a la zorra sobre la que estaba sentada, me comentó que su consuegra además de una zorra era evidente que les pegaba a las dos bandas.

―¿Por qué lo dices? ―pregunté mientras cogía el hinchado clítoris de mi nuera entre mis yemas.

Consciente de la paja que estaba haciendo a nuestra enemiga, me guiñó un ojo antes de contestar:

―Mejor te lo enseño.

Tras lo cual, cogió a “silla” de la melena y se sentó en la cama. Una vez ahí, separó las piernas y le ordenó que me mostrara lo bien que se le daba el comerse un coño. Con dos lagrimones corriendo por su mejilla, su víctima se agachó y sacando la lengua, le dio un primer lametazo.

―Se le nota que no es el primer chocho que se come― murmuró mi ex bastante menos serena de lo que le gustaría estar.

Mi nuera se estremeció al observar la vergüenza que estaba pasando su madre e instintivamente con sus caderas adoptó el ritmo con el que la estaba masturbando.

―Puta, fóllame con tu lengua o tendré que castigarte― escuché a Aurora decir.

Esa orden dirigida a mi consuegra creó un tsunami en su hija, la cual incapaz de seguir disimulado sollozando me rogó al oído que mis yemas siguieran pajeándola. Cómo la noche anterior ya había conseguido que esa zorra se corriera, comprendí que no era conveniente ni prioritario que Sonia volviera a hacerlo. Dejándola en paz, retiré mis dedos de su coño y me concentré en observar cómo mi ex abusaba de su progenitora.

―Necesito correrme― suspiró la rubia al sentir que abandonaba la paja.

―Ese es tu problema, no el mío― contesté riendo.

He de confesar que había previsto que esa zorra intentara usar sus dedos para masturbarse, pero jamás se me pasó por la cabeza que, arrodillándose frente a mí, me bajara la bragueta y tras sacar mi verga de su encierro, me pidiera permiso para hacerme una mamada.

Comportándome como un cerdo, dejé que me diera un par de lametazos antes de con todo lujo de violencia, rechazar sus maniobras diciendo:

―¿Qué coño haces? ¡Aléjate de mí!

Sonia acostumbrada a que su marido la considerase una diosa, se sintió completamente humillada al saber que su suegro no la consideraba digna ni siguiera de comerle la polla y por eso, llorando a moco tendido, se fue de la habitación.

Aprovechando su huida, me acerqué a donde estaba Aurora disfrutando con su madre.

―¿Qué hago con esto?― pregunté a mi ex con mi pene erecto entre mis manos.

―Fóllate a este gallo desplumado – replicó mientras con su mano presionaba la cabeza de la viuda contra su sexo.

No me hice de rogar y con ganas de doblegar la resistencia de esa mujer, acercando mi glande, mordí una de sus orejas mientras le preguntaba desde hacía cuanto que le ponía los cuernos a su marido con mi hijo.

Confieso que lo dije en plan de guasa, pero al escuchar su rotunda negativa algo en mí me informó de que esa conjetura era cierta y soltando una carcajada, hundí mi estoque en ella.

―Aurora, ¿sabías que esta zorra se andaba tirando a tu retoño?― pregunté mientras con un sonoro azote iniciaba mi galope.

Sin llegárselo a creer, mi antigua esposa y actual amante tiró del pelo de su consuegra y le exigió que le aclarase ese extremo.

―Yo no quería, él me violó― llorando Teresa sintiéndose acorralada se defendió.

Que acusara a mi hijo de haber abusado de ella me indignó y recreándome en su trasero, marqué el ritmo de mis caderas con dolorosas y sonoras nalgadas.

―Eso no es cierto― escuché que Sonia decía desde la puerta: ―Hace una semana descubrí una carta que Manuel te había escrito donde te echaba en cara que, una noche en que había llegado borracho, habías aprovechado acostarte con él.

―Él me violó― insistió la muy cabrona: ― Tengo pruebas.

Sin dar su brazo a torcer, mi nuera llorando replicó:

― Si te refieres a las fotos comprometedoras que le sacaste, sé que fue un montaje para chantajearlo y así satisfacer tus sucios apetitos. No podías soportar que un hombre, aunque fuera tu yerno, mirara a tu hija en vez de a ti.

Sin olvidar que por su culpa Manuel había dejado de hablarme, sentí pena de esa rubia al escuchar la traición de la madre y dejando que observara su castigo, llevé a rastras a Teresa hasta el patio del cortijo. Una vez allí, la até desnuda a un poste y a pesar de que solo hacía cinco grados en el exterior, abriendo el agua, dirigí el chorro de agua helada a su cuerpo desnudo.

Los gritos de mi consuegra lejos de conseguir que me apiadara de ella, azuzaron mi venganza y recreándome en su desgracia, metiendo un extremo de la manguera en su coño, limpié cualquier rastro que hubiera de mí en su interior. Tras lo cual y dejando a esa zorra temblando a la intemperie, me metí a desayunar.

Los continuos gimoteos de mi consuegra no consiguieron agriarme el desayuno y solo tras terminarme el café, accedí a ver como seguía esa pedazo de hija de puta.  Tal y como había previsto y deseaba, Teresa tenía la piel amoratada mostrando los efectos del frio.  Sabiendo que ese castigo no era suficiente, pero no queriendo que la palmase antes de satisfacer mis deseos de venganza, la metí la casa. Llevando a esa arpía al baño, la introduje en la ducha y abriendo el agua caliente, se quedó llorando sola bajo el grifo.

        Su hija no hizo ningún intento por ayudarla y solo nos habló para informar a mi ex que Manolito estaba llorando. Aurora agradeció que la información y corriendo fue a consolar al chaval sin importarle que me quedara solo con esa guarra.

        ―Suegro, aunque sé que me odia, necesito que me perdone― dijo con tono apenado al ver desaparecer a mi ex por la puerta.

        Por supuesto que no la creí y sacando el consolador con mando a distancia con el que la puteé durante el viaje, la atraje hacia mí. Ella creyó que la iba a besar, pero en vez de ello,  mordí sus labios mientras introducía ese aparato en el interior de su coño:

        ―Quiero que lo lleves siempre, ¿me has entendido puta?― susurré vilmente en su oído.

        Para mi sorpresa al encenderlo, en vez de quejarse, Sonia me sonrió diciendo:

        ―Suegro, gracias. Sabía que, siendo el padre de mi marido, nunca me dejaría insatisfecha. 

Que mencionara a mi difunto hijo, me cabreó y más cuando de alguna forma estaba insinuando que mi comportamiento actual le recordaba al de él. Deseando averiguar exactamente que había querido decir, decidí coger el toro por los cuernos y preguntárselo.

―Al poco de casarnos, Manuel descubrió mi naturaleza y me enseñó a aceptarla.

―¿De qué coño hablas?

Mirándome a los ojos, me soltó que mi retoño la había sorprendido masturbándose en el salón de su casa mientras veía una película de contenido sado.

―Me imagino que se rio de ti― comenté sin dar mayor importancia al tema.

―Algo así― respondió.

Supe que esa zorra había contestado de esa forma deseando quizás que le siguiera preguntando y aunque sabía que era parte de su juego, al estar involucrado Manuel, no pude dejar de pedirle que se explicara.

―En realidad le encantó enterarse de que su mujer tenía una inclinación sumisa y al igual que usted, me obligó a hacerle una mamada .

―Deja de mentir. Eras tú la que tenía dominado a mi chaval. El pobre bebía de tus manos― encarándome con ella le espeté.

―¡Qué poco conocía a Manuel! Él era como usted, un hombre que sabía hacerme bailar a su antojo y si no lo veía, era porque nunca le perdonó que se separara de su madre.

Sus mentiras me tocaron en lo más hondo y lleno de ira, me acerqué con ganas de estrangularla. Aunque en un principio se asustó al ver mis intenciones, Sonia esperó arrodillada su castigo.

Incapaz de contenerme, cerré mis manos alrededor de su cuello y comencé a apretar. La viuda de mi hijo buscó con sus manos el mando que había dejado sobre la mesa y mientras la asfixiaba, lejos de intentar huir, puso el vibrador que llevaba incrustado en el coño al máximo.

Si no llega a ser porque Aurora entró en ese momento, a buen seguro la hubiese matado, ya que cegado por el dolor no me percaté del color amoratado del rostro de esa fulana.

―¡Suéltala!― me pidió: ―No merece la pena ir a la cárcel por ella.

Al escucharla, quité mis manos y la viuda de mi hijo se desplomó como un títere sin dueño. Asustado la miré y fue entonces cuando descubrí que no estaba muerta y que como la puta rastrera que era, se estaba retorciendo de placer tirada en el suelo.

―Gracias, por hacerme reaccionar― dije a mi ex y sin saber que decir ni que pensar, salí huyendo de ahí al no querer enfrentarme con la posibilidad de que mi hijo no hubiese sido su víctima sino su verdugo…

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Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
La poderosa empresaria Ivanka Trump caminaba con gran seguridad por los pasillos de la empresa, lo que era muy lógico tomando en cuenta que el edificio y casi la manzanivanka trump hot 5 Ivanka Trump is the ultimate sugar momma (22 photos)a entera le pertenecían a su familia.
Mientras avanzaba daba instrucciones de último minuto a sus ayudantes, una pareja de ambiciosos jóvenes buscando alcanzar el éxito lo antes posible.
La espigada rubia iba vestida para los negocios con un traje sastre gris de corte moderno pero formal unas zapatillas negras de tacón mediano y un portafolio de piel a juego. Su cabello atado en una perfecta cola de caballo.
– Recuerda asegurarte de que la adquisición sea viable antes de darles un si definitivo ¿Entendido Joana? -le dijo con seriedad a la joven y bella ayudante de raza negra que la seguía mientras anotaba a toda velocidad en una libreta las órdenes de Ivanka. Llevaba un traje sastre negro, una blusa blanca y tacones bajos.
– Si señora Trump -dijo sin dejar de apuntar.
– Ah Robert, asegúrate de que nuestras inversiones hoteleras sigan al alza, no quiero sorpresas.
– Si señora Trump -respondió el joven de ascendencia oriental, iba vestido con una versión masculina del traje de su compañera.
Se detuvieron al llegar al elevador en donde la rubia entró acompañada de dos fornidos guardaespaldas, uno de los cuales era un exagente del MI6 llamado Vincent. Su experiencia había resultado invaluable al identificar algún tipo de vigilancia sobre Ivanka cuyos motivos iban más allá de un simple fotógrafo de chismes.
Una o varias personas desconocidas habían estado siguiendo de cerca los movimientos de la empresaria con fines desconocidos, quizás para un secuestro, había sido el análisis de Vincent. Por esto se había hecho una rotación de agentes, se había incrementado la seguridad y se usaban rutas alternas para llegar a eventos o salir de edificios.
Esa mañana tales precauciones demostrarían no ser exageradas.
Tras salir por una puerta lateral del edificio se acercaron a la limusina negra que esperaba estacionada y junto a la cual un tercer escolta armado con una subametralladora UZI se mantenía vigilante.
Con su 1.80 de altura Vincent se plantó en el umbral observando con detenimiento la solitaria calle lateral. Su cabello obscuro y corto denotaba disciplina y entrenamiento.
– Todo parece tranquilo… pero… -pensó el escolta al sentir que su instinto le alertaba, pues eso ya le había salvado la vida en otras ocasiones, fue ahí que detectó de reojo movimiento a su derecha.
– Son los de la basura -le dijo tranquilo su compañero Matt, a lo que Vincent asintió- están llevándosela.
Por un instante el ex MI6 se relajó pero frunció el seño al recordar algo y entonces, justo cuando la rubia se encontraba a un par de metros del lujoso vehículo, notó movimiento a la izquierda.
– ¡Es un ataque! ¡Por los flancos! -gritó mientras desenfundaba su arma. Los hombres de limpia vestidos de uniforme naranja sacaron compactas ametralladoras HK5 pero los escoltas ya estaban preparados. Vincent derribó al primero de un disparo antes que siquiera pudiera alzar su arma y al segundo lo alcanzó al disparar su primera ráfaga. Ambos tenían impactos en el pecho.
Matt estaba cubriendo a Ivanka a lado de la limusina.
– ¡Dios mío… Dios mío! -gemía la rubia pero sin olvidar la instrucción de Vincent de encoger su cuerpo y pegarse al vehículo.  El guardaespaldas de la UZI abrió fuego contra los atacantes del lado izquierdo, que alcanzaron a cubrirse tras un contenedor y desde allí les disparaban.
– ¡Súbela al coche! ¡Ya! -le gritó Vincent a Matt, que cubriendo a la aterrorizada rubia abrió la puerta de la limusina, de un empujón la metió y cerró la puerta.
– Bien, ya está más segura… -pensó aliviado el ex MI6 al pensar en el blindaje del vehículo. Pero los atrincherados atacantes aun se mantenían irreductibles y lanzaron una ráfaga de balas sobre el vehículo que sacó chispas al rebotar en la superficie.
– ¡Que la saquen de aquí! -le gritó a su compañero que dio dos golpes sobre el techo del vehículo y este arrancó alejándose del peligro con un rechinar de ruedas.
– Bien, ya no tenemos que preocuparnos por Iv -pensó Vincent mientras se preparaba para atacar.
El escolta de la UZI recibió un impacto en un brazo pero no antes de herir a un atacante en el estomago. Al ver caer a su compañero el cuarto pistolero salió corriendo para abordar una camioneta negra que esperaba en la esquina y desapareció en el tráfico.
Matt atendió al compañero caído mientras se comunicaba con las fuerzas de seguridad y la policía.
Entonces Vincent se acercócon el arma preparada al pistolero herido y sentado a lado del contenedor.
– ¿Qué pretendían? ¿Para quién trabajan? -preguntó con frialdad sin dejar de apuntar, pero el herido repetía las mismas palabras una y otra vez.
– …dijo que sería fácil… dijo que sería fácil… dijo que…
– ¿Quién lo dijo? -preguntó el ex MI6 sintiendo una punzada de preocupación- ¿Quién lo dijo?
– El… cliente… -susurró como últimas palabras y tosió sangre antes de derrumbarse sobre si mismo.
Vincent le tomó el pulso y luego se levantó y habló por su micrófono oculto en la solapa.
– Clave 1, clave 1, aquí Cadmio. Encuentren la carroza, repito encuentren la carroza… creo que nos pusieron una trampa…
En el interior de la limusina Ivanka al fin dejó de escuchar el horrible sonido de las balas a ser disparadas y chocar contra el metal. Finalmente se enderezó pero se encontró con que un hombre estaba sentado al otro extremo del asiento del vehículo. Llevaba una máscara de esquiar cubriendo su rostro y la miraba de una forma que asustó aun más a la mujer.
– ¿Quien es usted? ¿Qué pretende? -le exigió la heredera al hombre, en respuesta este le sonrió burlón.
– Remy… detén el auto ahora… -le dijo la rubia a la chofer, pero esta simplemente la ignoró- ¿No me oíste? ¡Es una orden!
– Ella no le obedecerá señorita Trump, sólo me obedece a mi ¿Verdad Bombón?
– Si mi señor… -respondió la trigueña ex agente desde el asiento del conductor.
– No es posible, revisamos a fondo sus antecedentes… -susurró ya aterrorizada la esbelta rubia.
– Claro, pero ella solía pertenecer a la CIA así que sabe como crearse un identidad. Y aun así necesitamos este ataque como distracción para tener unos minutos a solas con usted.
– ¿A donde me llevan? -dijo Ivanka casi en un gemido mientras intentaba abrir la puerta lentamente. Pero estaba asegurada.
– A su casa por supuesto señorita Trump. Si la secuestrara todas las fuerzas del orden estarían tras de mi. Es demasiado poderosa e importante, igual que su esposo, y aun más su padre.
– ¿Entonces que pretende? -preguntó ya más tranquila con la respuesta.
– Usted me ayudará a colocar mi marca de calzado en el mercado mundial usando sus empresas y las de su padre.
– Esta loco, no lo haré y si no me va a detener exijo que me suelte -respondió airada y cada vez más segura la mujer.
– Claro que lo hará, y será un placer incluso si no lo desea.
– ¿De que está hablando?
– Voy a dominar su mente y me obedecerá.
– ¿Cómo? ¿Piensa lavarme el cerebro o algo así? -preguntó de nuevo con miedo Ivanka.
– ¿Lavado cerebral? No, claro que no, ese es un proceso burdo y temporal, mi método es mucho más eficaz y permanente. Lo llamo condicionamiento.
– ¡No! -gritó la rubia mientras sacaba del portafolios su celular, pero en ese instante el enmascarado oprimió un botón en un control en su mano y un suave tono resonó en la limusina.
– ¡Aaaahhh! -gimió Ivanka cuando sintió como su cuerpo dejaba de obedecerle y sus piernas comenzaban a moverse de forma independiente.
– ¿Qué me… pasa? -susurró mientras que su cuerpo se recostaba en el cómodo asiento de piel negra, su cabeza descansando en el regazo de su misterioso captor y sus piernas bailando sobre el interior de la puerta del coche, sobre el cristal blindado e incluso sobre el techo del vehículo.
– Eso es… no te resistas… eso solamente lo hace peor… -le dijo el enmascarado mientras acariciaba su cabello rubio.
– ¿Qué es… esto? -pensó la heredera mientras lograba extender sus manos para tratar de alcanzar sus saltarines pies- son… son las zapatillas… puedo sentirlo…
Pero de inmediato su captor sujetó sus muñecas y con facilidad las detuvo por encima de la cabeza de la rubia.
– No, no, no… Quieta, deja que las zapatillas rojas se familiaricen con tu cuerpo -le dijo suavemente el hombre, como un adulto hablando con una niña.
Mientras tanto sus piernas seguían bailando incontrolables, sus pies se encontraban totalmente de punta, forzando la misma estructura de las zapatillas. Saltando y bailando incansables por el interior de la limusina con gracia y rapidez.
– Pero… ¿Quién es… usted? ¿Por qué me… hace esto? –logró decir, sintiendo que empezaba a faltarle el aire.
– Tengo muchos nombres, pero usted puede llamarme X, no necesita más y en cuanto al motivo ya se lo dije: necesito vender mis zapatillas a nivel mundial y usted me ayudará. De hecho son como las que lleva ¿No le parecen deliciosas?
– No… déjeme ir… por favoooooohhh -gruñó complacida la rubia al sentir una exquisita calidez empezando a extenderse desde sus zapatillas por sus piernas hasta su sexo y de ahí a todo el cuerpo.
– Oooohhh… oooohh… -empezó a gemir suavemente ante la placentera sensación que empezaba a apoderarse de ella.
X por su parte le acariciaba las mejillas y los labios a la mujer.
– Eso es, disfrútalo, déjate llevar -entonces levantó la mirada y la clavó en su chofer- Bombón ¿Cuánto tiempo tenemos?
– Con este tráfico, unos quince minutos mi señor. Y seguridad ya se comunicó, quieren interceptarnos pero no saben nuestra ruta.
– Tendrá que ser suficiente tiempo entonces, bastará para implantarle los cimientos de lo que será su esclavitud…
– Oooohhh… aaahhh… -ya gozaba Ivanka de la sensación, sin importarle más que disfrutar, mientras sus largas piernas dibujaban complejas figuras en los interiores de la limusina.
– ¿En cuantas de sus zapatillas implantaste fragmentos Bombón?
– En muchas mi Señor, alrededor de treinta pares y aun así tardó un tiempo para que se pusiera un par de los que implanté.
– Bueno, fue una buena inversión, obtendremos mucho de ella. Incluso podemos recuperar los fragmentos después. Buen trabajo esclava.
Sonrojándose Bombón sonrió y asintió emocionada de complacer a su Señor y amante.
– Ahora tenemos trabajo que hacer Ivanka.
– Oooohhh… -fue la única respuesta de la rubia.
X oprimió un botón de su control y una melodía lenta resonó en la limusina.
Con lo que el cuerpo de la mujer se relajó pero siguió bajo el influjo de las zapatillas, sus piernas aun moviéndose lentamente en el aire. Su boca se entreabrió y su lengua humedeció sus labios color rosa pálido de una manera inocente y seductora a la vez.
– Muy bien, empecemos -dijo X mientras liberaba los senos de Ivanka tras desabotonar su blusa y bajar su elegante sostén blanco- muy lindo, mi nueva esclava.
El enmascarado comenzó a acariciar los senos de la rubia con una mano mientras con la otra aun sujetaba sus muñecas.
– Escucha con atención: vas a concertar una cita con el diseñador de modas Scorpius. Quieres su consejo.
– Mmm… pero yo…
– Quieres su consejo -insistió X mientras redoblaba sus caricias en los ya sensibles senos de Ivanka.
– Pero no… mmm…
– ¡Quieres su consejo! -le dijo de forma imperiosa mientras pellizcaba uno de sus pezones de manera posesiva.
– ¡Aaaahhh… quiero su consejo! -al fin se sometió la empresaria.
– Necesitas su consejo…
– Oooohh… si… necesito su consejo…
– Lo antes posible…
– Lo… aaahhh… antes posible…
– Y a solas.
– Y a… solas…
– Repite todo… sobre Scorpius.
– Quiero su consejo… necesito su consejo… lo antes posible… y a solas.
– Otra vez…
– Quiero su consejo… necesito su consejo… lo antes posible… y a solas.
– ¡De nuevo!
– Quiero su consejo… necesito su consejo… lo antes posible… y a solas.
– Eso es, eres una niña buena -le dijo el hombre a la vulnerable rubia mientras apretaba sus senos sensualmente- que lástima que no tengamos más tiempo… pero todo llega a quien sabe esperar.
Oprimió el botón de su control una vez más y la música aceleró su ritmo de forma exponencial, las piernas de Ivanka se movían a compás abriéndose y cerrándose como tijeras.
– Aaaahhh… aaahhh… aaahh… -empezó a gemir incontrolable la mujer mientras X seguía disfrutando de su carnoso busto a placer- por… favor… basta… bastaaaaaaahhhh.
La rubia alcanzó finalmente el orgasmo más poderoso de su vida, haciéndole lanzar su cabeza hacia atrás con sus labios bien abiertos en un gesto de éxtasis, momento que aprovechó el enmascarado para tomar su rostro y besarla apasionadamente en los labios… aprovechando que ese momento ella era incapaz de resistir.
Un segundo después la dominante empresaria yacía adormilada presa del sopor del placer.
– Mi señor, quedan cinco minutos para llegar…
– Ya veo, bueno… aun puedo añadir un poco más de condicionamiento -dijo con una sonrisa mientras acariciaba los labios de la mujer.
Vincent había conducido desesperado su automóvil negro buscando por las rutas planeadas la limusina, sin éxito. Finalmente le informaron que el vehículo había llegado a su destino y apenas con unos minutos de atraso con lo esperado.
En cuanto el ex MI6 llegó a la residencia de Ivanka y su esposo se acercó a la chofer Remy Black que era interrogada por otros agentes.
– …entonces decidí tomar una ruta al azar pues no llevaba apoyo, los guardaespaldas tuvieron que quedarse para controlar a los atacantes -explicaba la trigueña calmadamente.
– ¿Donde esta la señorita Trump? -preguntó Vincent de forma intempestiva.
– Todo en orden compañero -le respondió otro de los agentes de seguridad- la cliente se desmayó en la limusina pero ya está en su cuarto y es atendida por el médico. Todo salió bien.
– ¿Bien?… ¿Bien?… nos atacaron cuatro matones en una ruta supuestamente segura… uno de mis agentes salió herido… no nos volaron la cabeza por que recordé que hoy no es el día en que se recoge la basura… y puedo apostar a que era una trampa, creo que no secuestraron a la cliente simplemente por que Remy no tomó ninguna de las rutas usuales. ¿Y tu dices que todo salió bien?
– Buen trabajo Vincent, te debemos una -le decía el esposo de Ivanka al agente minutos después- te daremos un bono por tu buen desempeño.
– No es necesario señor, para eso me contrataron y de hecho no fue tan buena labor: un compañero salió herido, los atacantes murieron excepto el que logró escapar, así que no hay pistas.
– Bueno, al menos Ivanka salió ilesa.
– Si señor es lo único que nos tranquiliza.
– De nuevo te lo agradezco Vincent, ahora si me disculpas quiero ver a mi esposa.
– Por supuesto señor -el escolta se dio la vuelta y se marchó, pero aun sabiendo que ella estaba a salvo su instinto insistía en que algo andaba mal, muy mal. No sabía que… pero lo averiguaría.
Apenas un par de días después la rubia había vuelto a su puesto en su lujosa oficina, no se sentía del todo segura, pero de su padre había aprendido la importancia del trabajo, además eso la ayudaría a olvidar el horrible suceso.
– Si no hubiera sido por Vincent… -pensó agradecida mientras se estremecía al imaginar las aterradoras posibilidades.
En ese momento el intercomunicador interrumpió sus obscuras meditaciones.
– Señora Trump, llegó su cita de las cinco -le dijo Jill su confiable asistente personal, Ivanka sabía que ya debería usar el apellido de su esposo, pero conservar el de soltera reforzaba su independencia- es el señor Xander Scorpius.
Ivanka se levantó emocionada y arregló su vestido negro, combinaba con sus zapatillas altas y llegaba justo a la rodilla. Llevaba su rubio cabello suelto, lo que la hacía lucir más juvenil.
– Gracias, hazlo pasar… ah y no quiero interrupciones ni llamadas hasta que te avise por favor.
– Si señora Trump.
Xander Scorpius, el exitoso diseñador de modas, entró en la habitación. Llevaba un moderno traje negro de cuello Mao y su cabello bien peinado en una cola.
– Buenas tardes señor Scorpius, gracias por venir, es un placer conocerlo.
– Oh el placer es todo mío, se lo aseguro señora Trump -respondió cortés pero sonriendo de forma enigmática.
– Gracias -respondió la mujer recobrando su aplomo- le pedí venir para pedirle consejo, tengo entendido que hay quienes lo ven como lo más fresco de los últimos años, en especial por su diseño en calzado.
– ¿En verdad?
– Es muy modesto, debo comentarle que me estoy preparando para crecer en el mundo de la moda y creo que su consejo me podría ser muy útil. Por supuesto le pagaría muy bien por su asesoría.
– Vaya, me siento halagado. Y su empresa sería un gran paso para mi crecimiento profesional -aseguró con una nueva sonrisa misteriosa.
– Magnífico ¿Cuando quiere empezar?
– Ya que estoy aquí… puede ser en este instante.
– Por mi encantada.
– De acuerdo, podemos empezar por esto -dijo Scorpius mientras sacaba de su portafolios una caja delgada de la que extrajo un curioso calzado.
Parecían un par de zapatillas de ballet rosas con cintas del mismo color.
– ¿Y eso? -pensó extrañada la empresaria mientras fruncía el seño.
– Esto será la nueva vanguardia del calzado…
– Disculpe pero yo no…
– ¿Por que no se las prueba? -le dijo el diseñador sonriendo mientras empezaba a mover las zapatillas frente a Ivanka.
– Pero no creo que eso tenga…
– Por algo me llamo ¿No? -dijo el diseñador mientras la miraba fijamente a los ojos- Quiere mi consejo.
De pronto la rubia se sintió mareada, le faltaba el aire.
– Yo… -dudó un instante la mujer sin poder apartar la vista de las zapatillas en la mano de Scorpius.
– Quiere mi consejo -repitió el hombre casi como una orden.
– Si… quiero su consejo -respondió casi sin darse cuenta.
– Necesita mi consejo.
– Necesito su consejo…
– Muy bien, entonces póngaselas.
Ivanka parpadeó un par de veces, recuperó la compostura y sonrió.
– Oh, lo siento, me distraje. ¿Me decía?
– Como le comentaba debe probarse estas zapatillas.
– Ah… si, claro… encantada -respondió la rubia todavía algo confundida, pero tomó el calzado de las manos de Scorpius.
– Si, realmente encantada… así estarás de ahora en adelante Ivanka -pensó Scorpius complacido al ver como la mujer se quitaba sus zapatillas de tacón, con cuidado se calzaba las zapatillas rosas y se ataba las femeninas cintas hasta tener un par de lindos moños al frente de sus esbeltos tobillos.
– Mmm… muy bien -pensó Scorpius- sus encantadoras piernas envueltas como regalo… para mi…
Ivanka se levantó y caminó un poco para ver que tal se sentía el calzado.
– Pues son cómodas sin duda, pero no veo nada especial en ellas -dijo pensativa.
– Oh, no te preocupes por eso Ivanka, ya no tienes que preocuparte por nada.
– ¿Cómo… de que habla? -respondió confundida la empresaria mientras el diseñador sacaba una especie de control remoto y oprimía un botón.
Una veloz melodía empezó a sonar desde el control de Scorpius, lo que por un instante dejó perpleja a la mujer.
– ¿Pero que pretende? -pensó mientras fruncía el seño. Pero un instante después sus ojos se abrieron al máximo al percibir una extraña vibración u ondulación que surgía desde sus pies y subía por sus piernas de forma cálida y voluptuosa.
De inmediato miró hacía abajo y vio como sus pies enfundados en zapatillas de ballet se movían siguiendo la música, subiendo y bajando sobre las puntas de sus pies.
Pero no lo hacía de forma consciente.
– ¡No es posible! -pensó atónita la rubia- ¡Mis piernas se mueven solas!
Sin embargo tuvo una rara sensación de deja vu, como si ya hubiera pasado antes por algo similar.
– ¿Qué me está haciendo? -dijo la mujer, finalmente asustada al ver que no podía controlar su cuerpo.
– Esto ya lo hicimos antes señora Trump. Pero no se preocupe, ahora lo recordará y por supuesto no puede gritar, ni levantar la voz -al decir esto Scorpius oprimió un botón de su aparato y la música aumentó claramente de volumen.

Al instante los pies de Ivanka se quedaron de puntas y comenzó a dar gráciles giros por el lujoso despacho como si fuera una bailarina consumada.

– ¡Dios! ¿Qué es esto? -gimió le mujer viendo como sus piernas largas y tiesas se movían con la música dando pasos y pequeños saltos. Entonces de golpe recordó todo lo ocurrido en la limusina días atrás, la misma sensación de estar indefensa, el descontrol, el miedo y sobre todo el extraño dominio que el hombre encapuchado tenía sobre ella.
– Ayuda… ayúdenme… -trató de gritar desesperada, pero su voz no pasaba del volumen normal y con el grosor de la puerta nadie podría escucharla así.
Parecía cosa de magia, de hechicería. Sin embargo pronto se dio cuenta de que podía controlar sus manos y algo sus brazos.
– Si tan sólo pudiera quitarme esto -pensó mientras intentaba desesperada alcanzar los lindos moños de sus tobillos.
Pero Scorpius estaba preparado, mientras ella extendía sus brazos, el hombre aprovechó para sujetar sus muñecas, en un instante las detuvo en su espalda y tras escuchar un clic metálico la empresaria descubrió que sus manos estaban inmovilizadas, y no con unas esposas, sino con unos anchos grilletes de metal negro que no estaban conectados por eslabones, sino que estaban directamente fijados uno al otro. Quitándole toda movilidad.
– Por favor… auxilio… -siguió tratando de exclamar Ivanka mientras Scorpius se movía con ella, guiando sus pasos de baile mientras sujetaba su esbelta cintura desde atrás.
La rubia empezó a sentir la calidez del cuerpo de diseñador en su espalda, y sobre todo podía sentir la dureza de su excitado miembro contra sus nalgas.
Lo que más le aterraba era que a pesar de la situación empezaba a disfrutar el baile y el cuerpo del hombre pegado a ella.
– ¿Qué… me pasa? -gimió mientras Scorpius le susurraba al oído de forma cálida y jadeante.
– Aaahh… será una… excelente esclava… señora Trump… -le dijo mientras apretaba los senos de la mujer de forma posesiva.
– No… no lo… haré… mis guardaespaldas… entrarán… y lo pagará caro…
– Te equivocas lindura, recuerda que ordenaste que no te interrumpieran… -le respondió el diseñador mientras movía su mano para apoderarse de una de las firmes nalgas de la rubia-  además he tomado precauciones adicionales para mantenerlos… entretenidos…
Afuera los dos escoltas no perdían de vista a la acompañante de Scorpius, al parecer su ayudante, que en ese momento daba algunos consejos a la asistente personal de la empresaria, Jill Castro.
– …los tacones altos siempre están vigentes, cansan pero no hay mejor manera de lucir las piernas -explicaba la pelirroja de rostro angelical a la interesada mujer, llevaba un sensual vestido rojo de generoso escote que le llegaba a medio muslo, unas zapatillas cerradas del mismo color,  tacón muy alto y sutil plataforma, su suelto cabello rojo lanzaba destellos al reflejar la luz de la tarde y su piel blanca contrastaba con el color de su atuendo y de sus perfectos e indelebles labios rojos.
Los guardaespaldas no paraban de sonreír mientras observaban a la pelirroja platicar recargada en el escritorio con ambas manos, con lo que quedaba inclinada casi en un ángulo de noventa grados.
Mantenía una pierna flexionada y la otra bien extendida, y las intercambiaba cada pocos minutos, lo que no solamente lucía sus piernas sino que además resaltaba sus redondeadas y respingadas nalgas, que al marcarse con el ajustado vestido y no mostrar costuras daba la impresión de no llevar ni siquiera una pequeña tanga bajo la prenda.
Muñequita (antes conocida como Patricia) giró un poco su cuerpo y mirando hacia atrás le sonrió a sus espectadores para luego hacerles un coqueto guiño que hizo que los escoltas también sonrieran.
En el interior del despacho Scorpius seguía llevando a la espigada rubia en un baile que parecía más un primitivo ritual de seducción que un espectáculo o diversión.
Para ese momento el diseñador había bajado el vestido de la mujer junto con su sostén negro dejando sus bien formados senos expuestos para acariciarlos, apretarlos y pellizcarlos a placer.
– Ooohhh… ooohhh… -ya jadeaba ella sin poder evitarlo por el placer que le daba el misterioso hombre, amplificado por el poder de las zapatillas.
– Eso es lindura… disfruta… lo haces muy bien – le seguía diciendo al oído con voz ronca- pero es hora de trabajar.
Finalmente llevó a Ivanka al escritorio y en un veloz movimiento le subió el vestido dejando expuestas unas pantaletas negras de encaje y corte francés, luego, sujetándola de la cintura la levantó fácilmente y la sentó en el centro de la superficie. Sin poder evitarlo la mujer siguió moviendo sus piernas con la música, hasta que Scorpius cambió la melodía por otra más lenta y cadenciosa, entonces sus manos esposadas se apoyaron tras ella sobre el escritorio y sus pies de nuevo en punta la sostuvieron y le permitieron levantar sus caderas como ofreciendo su húmedo y cálido sexo al hombre frente a ella.
– Oooh… -gimió la empresaria mientras sus párpados rematados en largas pestañas se entrecerraban, sus labios se abrían levemente y su cabeza giraba sobre su cuello con lentitud al sentirse invadida por una irresistible sensación de placer, bienestar y excitación.
– Muy bien preciosa… eso es –le dijo complacido el hombre mientras se colocaba entre sus esbeltas piernas y cuidadosamente empujaba a un lado las pantaletas de la rubia para empezar a introducir lentamente sus dedos índice y medio en la ya receptiva vagina de la obnubilada mujer, que para ese momento sólo podía pensar en sentir placer.
La música alcanzó su momento culminante y sin poder evitarlo las caderas de Ivanka empezaron a subir y bajar rítmicamente, causando que los dedos de Scorpius la penetraran una y otra vez, cada vez más rápido, con lo que la entregada rubia se excitaba más y más.
– Aaaahhh… aaahhh… aaahhh… -gemía  y gemía suavemente, frente al sonriente hombre ante ella.
– Va a ser un inmenso placer condicionarla Ivanka, oh si, lo voy a disfrutar. Pero además por medio de su persona obtendré control del imperio Trump.
– Ooooooooohhhhhh… -sollozó la rubia al derrumbarse sobre el escritorio tras un orgasmo aun más poderoso que el sufrido en la limusina, quedando débil y vulnerable para los condicionamientos y manipulaciones de Scorpius, su rostro vuelto hacia el techo, su boca jadeante, sus labios brillantes por el labial, sus ojos cerrados suavemente, sus manos inmovilizadas a su espalda, y lo peor, sus piernas bien abiertas y extendidas aun bailaban lentamente siguiendo el ritmo que le marcaban sus zapatillas de ballet rosas.
CONTINUARÁ
 
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