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Relato erótico: “Maquinas de placer 12” (POR MARTINA LEMMI)

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Suspendida en antigravedad, la cuadrilla de cópteros, ahora reducida en uno, seguía formando un semicírculo en torno al Merobot, que se hallaba de pie y exultante sobre la torre de la terraza del edificio Vanderbilt, desprovisto el mismo ahora de mástil y estandarte.  No hacía falta escudriñar por detrás de los cristales de los habitáculos para darse cuenta de cuán anonadados y perplejos se hallaban los pilotos tras lo ocurrido; estaba descontado, y el androide también lo sabía, que de un momento a otro recrudecería el ataque, máxime considerando que era uno de sus compañeros quien acababa de perder la vida… La solidaridad vengativa suele ser característica de quienes integran fuerzas del orden…
La inminencia del ataque quedó confirmada cuando uno de los cópteros abrió repentinamente el fuego siendo, obviamente, seguido por los demás.  Ahora disparaban sin miramientos contra el robot mismo y no se trataba ya de fuego de amedrentamiento.  La lluvia de proyectiles arreció sobre el mismo quien, buscando preservar la integridad de su cerebro positrónico, tendió a poner el antebrazo por delante de su cabeza a los efectos de cubrirla, pues ése sería, obviamente, el principal blanco de ataque buscado por los pilotos de los cópteros.   Sus circuitos, una vez más, chisporrotearon e incluso varias “heridas” fueron salpicando su piel en varios puntos; aun así y contra todas las adversidades, el robot seguía funcionando aunque desde hacía rato inestable y desequilibrado.  Los cañones centrales de los cópteros comenzaron a moverse y el androide supo de inmediato que el siguiente paso sería arrojarle proyectiles calóricos contra los cuales verdaderamente nada podría hacer por más que se cubriese su cabeza con el antebrazo: que uno solo de ellos lograra penetrar en cualquier zona de su cuerpo sería suficiente como para socarrarle por dentro y dejar definitivamente frito su cerebro positrónico.
Un zumbido se hizo oír por encima de su cabeza y el Merobot, al levantar la vista, notó que el mismo provenía del parque de diversiones volante, el cual, al parecer, estaba poniendo en marcha sus motores de desplazamiento a los efectos de alejarse del lugar: o habían sido puestos en advertencia por el personal policial o bien, simplemente por su cuenta, los pilotos del parque habían juzgado que lo mejor era alejarse de allí ante la intensidad y crudeza que estaba tomando el combate.  Por lo pronto, Dick interpretó de inmediato que, si tenía una chance de escapar a su irrremisible final, la misma se hallaba en el parque y, de hecho, se esfumaría si se limitaba ver cómo se alejaba.  Siempre de pie sobre el lugar que antes ocupara el mástil, flexionó sus poderosas y atléticas piernas a los efectos de darse impulso a sí mismo y, así, ante la mirada azorada de los pilotos de la policía que le acechaban, saltó hacia lo alto casi como si alguien le hubiese disparado cual un proyectil.  Era un salto de unos doce metros pero todo estaba matemática y físicamente calculado; de hecho, el robot, aunque con lo justo, alcanzó a asirse a una de las tuberías inferiores de la estructura del parque…
La lluvia de metralla arreció nuevamente sobre él pero cesó casi al instante.  Estaba bastante obvio que los pilotos habían recibido orden de suspenderla de inmediato puesto que, en caso de dañar los generadores o los suspensores del parque volante, éste se precipitaría a tierra generando un desastre de tales dimensiones que causaba espanto el sólo pensarlo… El robot supo que ése era su momento, así que, por momentos reptando y por momentos usando una locomoción braquiática que parecía propia de un chimpancé, fue entreverándose entre las tuberías y cables hasta lograr desaparecer del campo de disparo y, de ese modo, se logró desplazar por debajo de la base circular del parque hasta llegar al extremo diametralmente opuesto para luego trepar hacia la parte superior por el borde contrario a la posición de los cópteros.
Su jugada, sin embargo, fue intuida por la policía aérea, pues mientras pendía de un solo brazo hacia la nada y en el momento en que se disponía a trepar hacia el parque propiamente dicho, un cóptero que venía girando en torno a la estructura apareció ante él y, por lo que se veía, su piloto tenía la más que clara intención de abrir fuego.  Columpiándose hacia arriba, el androide saltó y cayó en el propio predio del parque, justo sobre el borde del mismo; buscando con prontitud alguna vía de escape alzó la vista y se encontró con el desfilar de las sillas voladoras que trazaban alocados círculos en torno al perímetro del parque volante mientras los jóvenes que las ocupaban no paraban de proferir histéricos aullidos al ver y sentir cómo sus cuerpos parecían verse impulsados hacia el abismo.  Dick flexionó sus piernas nuevamente, dispuesto a saltar: ya lo había hecho una vez y bien podía hacerlo otra vez dado que incluso la altura a cubrir con el salto era esta vez menor.  El asunto, claro, era calcular con precisión matemática el momento de intercepción con alguna de las sillas colgantes que giraban a altísima velocidad, ya que de no lograr asirse a ninguna, su salto sólo seguiría destino hacia una caída de mil ochocientos metros…  Permaneció por un instante mirando pasar a las sillas mientras en su cerebro positrónico iban discurriendo los cálculos matemáticos y físicos a toda velocidad.  Una vez que se encontró con un resultado certero, se impulsó nuevamente y su cuerpo, lanzado hacia lo alto, alcanzó una de las sillas voladoras en el exacto momento en que pasaba y se aferró al respaldo de la misma con una sola mano  para terror de la pareja de jovencitos que viajaba sobre la silla, ya que ésta se ladeó un poco y  se desestabilizó ante el peso y el impacto del robot.  Como si no fuera poco para los jóvenes el alocado vértigo del propio divertimento, sus rostros adoptaron un rictus de espanto cuando, al girar sus cabezas, descubrieron como tercer pasajero a un hombre desnudo que colgaba del respaldo de su silla.
“No teman…” – les dijo el Merobot en un tono que pretendía ser tranquilizador dentro de un contexto demente.  Su cerebro positrónico seguía cruzado por conflictos y, al parecer, dejaba salir, aunque más no fuera intermitentemente, algún vestigio del mandato de no dañar a los seres humanos que le habían instalado al fabricarlo.
Los cópteros, formando un círculo más grande, se arracimaron en torno al parque volante de modo análogo a cómo antes lo hicieran con la cima del edificio Vanderbilt.  El blanco, claro, se había vuelto mucho más difícil por lo huidizo ya que el androide, junto con la silla a la que se hallaba aferrado, giraba alocadamente alrededor de la estructura del parque, lo cual hacía imposible tenerlo en la mira.  Sin embargo, el movimiento, al ser uniforme, no lo dejaba a salvo por completo; los cópteros estaban equipados con dispositivos para calcular intercepción cuando el objetivo a ser atacado se movía en una trayectoria regular y previsible.  Cierto era que disparar contra la silla volante implicaría, también, poner en riesgo a los jovencitos que viajaban en ella, pero Dick no estaba dispuesto a comprobar cuál era el límite ético de la policía aérea.  A la primera oportunidad que tuvo para hacerlo, se columpió desde la silla y, soltándose de ella, se dejó caer hacia el piso del predio de Joy Town mientras una nueva y violenta sacudida hacía otra vez gritar de terror a la parejita que viajaba a bordo de la misma.  Sus piernas, una vez más, actuaron como excelentes amortiguadores al posarle suavemente sobre el mismo.  A su alrededor prácticamente todos echaron a correr: era sospechar que ya se hallasen al tanto de lo que estaba ocurriendo y, por lo tanto, no tenía por qué sorprender el que huyeran aterrados al saberse en presencia del “robot asesino”.  Sin embargo, hubo algunas jovencitas e incluso algunas señoras maduras que, en lugar de echar a correr, se quedaron contemplando fascinadas la espectacular anatomía del androide.
Jack debió abrirse paso a empellones por entre los guardias a lo largo de las escaleras y, una vez que llegó hasta el último piso, accionó él mismo la apertura de la puerta que comunicaba con el estacionamiento.  Corrió por entre los autos como si lo llevara el mismo diablo e, incluso, saltó y caminó por encima del capot de más de uno.  Una vez que hubo llegado hasta la última puerta, la cual comunicaba con el pasillo y con la azotea, sus ojos descubrieron a Carla, arrebujada contra uno de los cristales y con la vista perdida, casi ausente, mientras temblaba por el frío como si tuviera convulsiones.
Jack accionó la apertura de la puerta y fue hacia ella, quitándose el saco para cubrirla con el mismo.
“Vamos, Carla… – le dijo con premura -.  Tenemos que salir de aquí…”
“De… ninguna forma… – respondió ella, con la voz entrecortada y quebrada -.  Dick está allí afuera… Saltó hacia el parque; yo lo vi…”
“Carla… es peligroso… – insistió él tironeándole de un brazo e instándola a levantarse del piso para seguirle -.  Por favor, vámonos de aquí o…”
Con un violento tirón, ella se liberó de su mano y, poniéndose en pie de un salto, echó a correr hacia afuera del pasillo y a través de la azotea.  Jack la siguió.  Aquí y allá el piso aparecía cubierto por fragmentos de revestimiento o de cristales, a pesar de lo cual Carla corría por entre ellos como si nada le importase e incluso, dejando caer, en la corrida, el saco con que Jack la había cubierto.
Ella llegó hasta el muro del borde de la terraza y miró hacia lo alto, hacia el parque Joy Town, que ya ahora se hallaba bastante más alejado, tal vez a unos ochenta metros por encima de su cabeza.  Con aprensión, sus ojos se clavaron en los cópteros que rodeaban al mismo y un fuerte estremecimiento la sacudió de la cabeza a los pies al pensar que los vehículos policiales se hallaban allí con el único y firme objetivo de dar caza a Dick: una caza que implicaba su destrucción…, la destrucción del único “hombre” que había logrado hacerla sentir algo distinto en su vida.  Llegando junto a ella, Jack le echó el saco por sobre los hombros; no volvió a insistirle con marcharse de allí porque estaba más que claro que no lo lograría: Carla Karlsten quería permanecer en ese lugar… Y si tenía que presenciar el final de Dick, estaba dispuesta a hacerlo pues se sentía en la necesidad de estar allí para verlo por última vez…
Dick miró hacia todos lados a lo largo del predio descubierto y sabiendo que allí era un excelente blanco para los cópteros, echó a correr sin un rumbo fijo contorneando la estructura de la montaña rusa extrema, la cual, de hecho, se hallaba en funcionamiento.  El cálculo estratégico, claro, era valerse de la montaña rusa como protección, ya que era de suponer que no le dispararían a riesgo de poner en peligro las vidas de los jóvenes que disfrutaban del entretenimiento.  Cálculo equivocado: la lógica de un robot no siempre se condice con el pragmatismo humano; así, mientras corría, oyó repiquetear nuevamente la artillería de metralla a centímetros de sus pies e incluso contra los caños de la montaña rusa.  Mirando hacia el frente y sin detener su carrera, Dick vio un edificio al cual el cartel de la entrada promocionaba como sala de espejos; sin más y como si fuera un clavadista arrojándose de un acantilado, colocó los brazos hacia adelante y se lanzó en un salto casi olímpico que le hizo ingresar al mismo.  Un sinfín de espejos poblaba el lugar y ello motivó que se viera reflejado a sí mismo una y mil veces al punto de que sus sensores, ya para esa altura muy dañados, tuvieron que trabajar durante algún momento en sociedad con su cerebro positrónico para determinar si se trataba, en efecto, de imágenes reflejadas de sí mismo o si, por el contrario, se hallaba ante una jungla de androides idénticos a él.  Entre la marea interminable de imágenes, sin embargo, descubrió dos figuras humanas que no se parecían a él.  Se trataba de dos muchachitas muy jóvenes, de tal vez veinte años… Vestían tan informales como cualquier chica de su edad y lucían cortas faldas; en sus rostros se podía advertir una mezcla de terror y fascinación ante la presencia del androide.
En ese momento, en el cerebro positrónico del Merobot se empezaron a mezclar mandatos y órdenes… Dar placer, dar placer, dar placer…: ésa era la cuarta ley: una ley ajena a Asimov que, siguiendo el orden de jerarquías, sus fabricantes le habían instalado allí.  Yendo resueltamente hacia una de las muchachas la tomó por los cabellos con tal fuerza que la obligó a doblar su cuerpo; la otra intentó huir pero el formidable brazo del androide la alcanzó y la capturó del codo antes de que pudiera hacerlo.  Las chicas aullaban de dolor, una por el violento tironeo contra su cuero cabelludo y la otra por la fuerza de los poderosos dedos que le mantenían cautivo el codo mientras braceaba y pataleaba tratando de escapar; sin embargo y aun a pesar de los gritos de dolor, todo parecía indicar que el robot no lo estaba percibiendo: su cerebro positrónico se hallaba enloquecido y sus sensores alterados al momento de captar las sensaciones humanas.   Atrayendo a ambas hacia él, las hizo impactar a ambas al mismo tiempo con sus traseros contra su magnífica verga, la cual quedó encerrada entre ambas.  El miembro, erecto y más vivo que nunca, se movió serpenteando entre una y otra hurgando por debajo de sus faldas y deslizándose por entre sus piernas hasta alcanzarles sus vaginas, yendo alternadamente y a gran velocidad de una a la otra de tal manera de mantenerlas a ambas excitadas.  En efecto, la resistencia que las jóvenes habían mostrado en un principio pareció ir cediendo; ya no forcejeaban tanto por liberarse y, antes bien, ambas tenían sus bragas mojadas. 
Entendiendo que ya ninguna de las dos intentaría escapar, el robot le liberó a una los cabellos y a la otra el codo; con un hábil manotazo dejó a cada una sin bragas, lo cual fue literal ya que no se las bajó sino que, directamente, le arrancó a cada una su prenda íntima que, desgarrada y cortada al medio, se deslizó hacia el piso a lo largo de las piernas.  Aprovechando el momentáneo éxtasis que parecían vivir las chicas, apoyó cada una de sus manos sobre los rostros de las chicas y les jugueteó con los dedos sobre los labios hasta terminar introduciendo en cada boca los respectivos dedos mayores de sus manos, haciéndolos serpentear dentro de ellas de tal manera que, inevitablemente, remitió a las chicas a sentirse tal como si tuvieran un pene dentro de sus bocas. 
Cuando la excitación hubo alcanzado su grado extremo, el robot tomó a una de las jóvenes por la cintura y, literalmente, la sentó sobre su pene erecto, no penetrándola, sino pasándole desde atrás el portentoso miembro desde atrás por entre las piernas.  Casi de inmediato tomó también por el talle a la muchacha restante y la atrajo poniéndola de espaldas contra la primera; en cuanto la tuvo al alcance, la ensartó en su falo.  De ese modo y gracias a su desarrolladísimo miembro comenzó a penetrar a ritmo creciente a una de las jóvenes mientras la otra, en medio de ambos, se veía sometida al frenético roce de la fantástica verga que le franeleaba el montecito a toda velocidad.   Como trío era inusual, por cierto, y sólo concebible dentro de las posibilidades de un Merobot, tanto por el tamaño portentoso de su miembro como por la particular movilidad y elasticidad del mismo… 
La chica que era penetrada se inclinó hacia adelante y su rostro se vio desbordado por una intensa sensación de placer que, seguramente, jamás había sentido en su vida: no se trataba sólo de la fantástica cogida que estaba recibiendo sino además del excitante roce de la otra muchacha a sus espaldas, la cual, por su parte, tampoco podía contener la excitación que le subía y hormigueaba por todo el cuerpo al sentirse aplastada entre los del androide y su amiga…  La joven que era penetrada llegó al orgasmo, tras lo cual, abatida, se dejó prácticamente caer prácticamente hacia adelante; la muchacha restante, por su parte, no cabía en sí de la excitación y se sentía a punto de estallar: necesitaba sí o sí un orgasmo….  El robot, obedeciendo a su mandato de dar placer, atendió inmediatamente tal necesidad.  Al tocarle la vagina a la jovencita la encontró terriblemente húmeda pero a la vez terriblemente ardiente, al punto de que casi quemaba, a causa del intenso roce a que había sido sometida mientras él bombeaba y bombeaba dentro de su amiga.  El robot, no obstante, pareció captar algo más y, en virtud de ello, decidió no entrarle a la muchachita por allí sino por su entrada trasera; así, la poderosa verga se abrió paso por entre las nalgas e ingresó en el orificio anal sin pedir permiso y la joven no pudo reprimir un alarido de intenso dolor mezclado con placer, sensaciones de las cuales, al parecer, el Merobot captaba sólo una.  En virtud de ello, no mermó en lo más mínimo su arremetida sino que, por el contrario, la intensificó sin piedad  alguna.  Fue, justamente, ese salvajismo lo que elevó la excitación de la chica a niveles impensables y, por cierto, imposibles de comparar con los que pudiera producir un auténtico miembro viril de un hombre de carne y hueso…
Estaba claro que ella tenía clara preferencia por el sexo anal pero no lo estaba menos que el robot parecía haberse dado cuenta de ello antes de ensartarla en la cola.  Daba la impresión de que los sensores del robot se estuvieran comportando de un modo muy particular después de que Luke Nolan metiera en los mismos: era como que, al quedar inhibidos los sensores que detectaban la presencia del dolor, se habían aumentado como compensación las potencialidades perceptoras del resto y, particularmente, de los detectores de placer: de ese modo, parecía ser que el Merobot ya no sólo captaba el placer en las personas sino que además percibía de qué modo querían éstas ser satisfechas  Por lo pronto, los gritos de la joven seguían aumentando en volumen y rebotaban en jadeantes ecos contra los interminables espejos; era casi imposible pensar que no estuviesen siendo oídos desde fuera del edificio o, incluso, por todo el parque…  Vaya a saber si ésa fue la causa o cuál pero, de pronto, los encargados de la seguridad de Joy Town se hallaban allí…
El robot, ya para ese entonces dañado y limitado en su capacidad de percibir peligros circundantes, recibió un disparo en la espalda.  Como si se hubiese tratado de  una descarga eléctrica, se retorció y arqueó su espalda llevando con ello su verga aun más adentro del ano de la muchachita cuyo gemido de placer/dolor alcanzó un tono agudo casi imposible.  La herida de la espalda del robot chisporroteó y asimismo lo hicieron varios circuitos en su interior, lo cual, inevitablemente, llegó al ano de la joven empalada, quien sintió dentro suyo un hormigueo eléctrico imposible de comparar con ninguna sensación ligada al sexo convencional.   Sin retirarle la verga de adentro, el robot se giró junto con la muchacha y, al hacerlo, se encontró con los guardias que lo encañonaban, aunque los veía reflejados una y mil veces repitiéndose hasta el infinito en aquel sinfín de espejos.  En tanto, la otra muchacha, aterrada, permanecía en el suelo cubriéndose la cabeza…
El ostensible deterioro de los sensores del robot hacía que éstos no le permitieran a ciencia cierta determinar cuáles de las figuras que veía correspondían a los guardias en sí y cuáles eran imágenes reflejadas.  No quedaba, pues, otro camino más que abrirse paso por entre los espejos.  Echó hacia atrás el poderoso antebrazo y cerrando su puño, lo estrelló una y mil veces contra los mismos, que se fueron rompiendo y cayendo en añicos mientras el robot, llevando a la jovencita ensartada, avanzaba por entre ellos siendo seguido por una lluvia de proyectiles.  Cuando logró destruir el último de los espejos, se encontró nuevamente afuera, pero difícil era determinar si era peor el remedio o la enfermedad, ya que ello le hacía nuevamente visible para los cópteros.  La artillería de metralla repiqueteó nuevamente y nuevos proyectiles impactaron contra su cuerpo.   El androide se retorció nuevamente y, una vez más, introdujo aun más su verga dentro de la muchacha.   Decidió que era momento de liberarla; ella no había recibido un solo disparo ya que el propio cuerpo de él había actuado como escudo.  El Merobot echó a correr en dirección hacia los límites del parque de diversiones y, por cierto, cada vez le costaba más la marcha: sus sensores hacían ruido; las piernas, por momentos, le flaqueaban y ni siquiera parecía controlar su cabeza, que se bamboleaba para todos lados mientras sus ojos eran presa de un permanente bailotear e incluso quedaban blancos por momentos.   
Una vez que llegó al borde, se trepó al muro que marcaba el límite del parque y, desde allí, al mirar hacia abajo, distinguió la cima del edificio Vanderbilt, sobre cuya terraza logró divisar a su dueña: Carla Karlsten… La acompañaba un hombre que la cubría con un saco del frío, al cual logró reconocer como Jack Reed, el mismo al que había apartado de un golpe cuando, llevando a Carla al hombro, escapara de las oficinas de la Payback Company…
El parque ya se hallaba lo suficientemente lejos del edificio como para hacer imposible cualquier salto: desde esa altura, no había amortiguación que valiera… y, de cualquier modo, no quería volver allí: hacerlo implicaba poner en peligro a Carla… Aun a pesar de la distancia, permaneció mirándola fijamente durante un rato mientras ella, desde la azotea del edificio y con ojos dolidos y sufrientes, hacía lo mismo… Él agitó una mano en señal de saludo y ella le correspondió… Fue lo último que hizo antes de ser alcanzado en la espalda por un proyectil calórico: el robot pudo percibir cómo, literalmente, era abrasado por dentro; sus heridas despidieron humo y la piel comenzó a derretírsele… Todo se le volvió borroso; sus sensores y receptores se estaban quemando.  La vista se le nublaba, los recuerdos se le entremezclaban… y su cerebro estaba muriendo: sólo el rostro de Carla permanecía como una última imagen que se negaba a desaparecer…
Desde la azotea del edificio Vanderbilt, Miss Karlsten lanzó un grito de terror a la vez que rompió en llanto al ver cómo el androide caía desde el borde del parque de diversiones y, envuelto en llamas, se precipitaba hacia el abismo en busca de un fin inevitable…
Los días que siguieron no fueron, obviamente, fáciles para nadie.  Carla Karlsten quedó encerrada en un profundo ostracismo que hizo que no asistiera a las oficinas por varias semanas.  Jack la visitó en su casa pero se la veía ausente y sólo conseguía arrancarle unas pocas palabras.  Su actitud, desde luego, era entendible, como así también su ausencia al trabajo: era difícil para ella volver al lugar en el cual todo había ocurrido…
Sakugawa fue, posiblemente, quien llevó la peor parte…y también era lógico.  El episodio al que la prensa bautizó como “incidente Vanderbilt” colocó en el tapete a su compañía y a los Erobots, los cuales a los ojos de la sociedad dejaron de ser confiables y, antes bien, pasaron a ser vistos con inquietud y temor.  En esos días bastaba que la gente los viera en los escaparates de las tiendas de la World Robots para que, automáticamente, sintieran un escozor por dentro.  El desconocimiento sobre las verdaderas causas que habían ocasionado el malfuncionamiento del Merobot de Carla Karlsten sólo contribuía a echar dudas y sombras sobre el asunto pues eran pocos los consumidores dispuestos a introducir en su vida a robots cuyas reacciones futuras serían imprevisibles.  Sakugawa se paseó por todos los medios defendiendo a capa y espada su producto y buscando dejar a la compañía limpia de culpas o, al menos, lo más indemne que fuera posible, tanto ante la opinión pública como ante la justicia; ello constituía, desde ya, una tarea no sólo muy difícil sino además casi imposible.  El prestigioso empresario, devenido ahora en principal blanco de las acusaciones, sospechaba que el robot había sido alterado de alguna forma y que ello había traído aparejada la aparente locura del mismo; el propio recuerdo de aquel diálogo vía “caller” con Carla Karlsten parecía conducir en ese sentido, ya que ese día ella había evidenciado estar interesada en obtener de su androide formas de satisfacción para las cuales no había sido programado.  Había intentado hablar con ella un par de veces después de lo ocurrido con la esperanza de que la ejecutiva reconociera, al menos, haber echado mano en la estructura del androide, pero cada vez que la llamó la halló perdida, como ida y dándole respuestas breves que no arrojaban demasiada luz sobre el asunto.  Por otra parte, la realidad era que, habiendo sido el androide destruido por un proyectil calórico para luego caer desde más de mil ochocientos metros de altura, se hacía imposible dar con algún resto que pudiese esclarecer algo al respecto y, aun si fuera así, la World Robots seguía sin tener demasiado resguardo legal; la fiscalía argumentó desde un principio que los fabricantes del Merobot no podían deslindarse de responsabilidades arguyendo que los clientes pudiesen haber introducido cambios en sus robots: se consideraba que había negligencia por parte de la compañía al lanzar al mercado un producto tan poco confiable como para permitir que tales cambios fueran posibles.  Viéndolo desde ese punto de vista, ni siquiera una “confesión” por parte de Miss Karlsten serviría demasiado…
Por lo pronto, las acciones de la World Robots se derrumbaron estrepitosamente y, como no podía ser de otra forma, ello redundó en un aumento del rating de los canales eróticos así como de otros rubros relacionados que, de algún modo, servían como sustituto para cubrir la demanda.  A propósito, Goran Korevic, aun a pesar de salir golpeado del incidente, terminó siendo favorecido por el mismo: su nombre apareció por todos lados, ya que no podía escapársele a los medios un detalle tan jugoso como que hubiera un hombre con látigo, máscara y capa en las oficinas de la Payback Company al producirse los incidentes.  Fueron varias las publicaciones o los programas televisivos que incluyeron informes del tipo: “¿quién es Goran Korevic?”.  De manera insospechada, entonces, lo ocurrido le sirvió como publicidad gratuita al Sade Circus, cuyas gradas se comenzaron a ver mucho más pobladas al punto de que, por momentos, hasta se acercaba a sus viejas glorias del pasado.
En cuanto a lo ocurrido, no es que hubiera un pacto de silencio entre los participantes del hecho ni nada por el estilo.  Si, llegado el caso, llamaban a declarar a Jack, él simplemente contaría lo ocurrido; ignoraba qué haría Luke.  Pero la realidad fue que nadie los convocó: sólo se citó a Carla Karlsten (quien se excusó y pospuso su declaración debido a su situación emotiva) y a Goran Korevic.  La postura de la fiscalía y del tribunal era, al parecer, que poco importaba qué hubieran hecho o dejado de hacer con el robot sino que simplemente la World Robots había lanzado al mercado un producto extremadamente inseguro y peligroso, al punto de que había llegado a provocar algunas muertes.  En tal contexto legal, tanto el testimonio de Jack como el de Luke importaban bien poco…
Las muertes…: ésa era la parte del asunto que más atormentaba a Jack Reed y, de algún modo y aun a pesar de que la ley así no lo considerase, se sentía en parte responsable por lo sucedido: junto con Luke y con Goran, habían sido de alguna manera cómplices del loco plan de Miss Karlsten.  De hecho, él se consideraba más responsable aun por haber sido el que había tenido la idea de sumar a los otros dos.  Era absurdo culparse, desde ya; por mucho esfuerzo de imaginación que se hiciese, no había forma alguna de prever en aquel momento en qué iba a terminar todo el asunto del Merobot, pero la culpa nada sabe de lógica ni de absurdos…
En cuanto a Laureen, estuvo como ausente durante algunos días y, de hecho, había quedado muy conmocionada al ver por televisión las imágenes de lo ocurrido en el sitio en que trabajaba su marido.  Como era de esperar, sus resguardos hacia los Erobots aumentaron, pero la novedad era que ahora tampoco Jack quería saber demasiado con ellos e hizo todo lo posible por apartarlos de la vista: el verlos era no sólo volver a revivir una y otra vez lo ocurrido sino, además, vivir con una permanente incertidumbre acerca del mañana, aun cuando Jack supiera bien por qué había enloquecido el robot de Carla, situación que nunca podría darse en su hogar.  Guardó, por lo tanto, a los tres androides en un desván, ocupándose de cerrarlo prolija y herméticamente; ignoraba, por otra parte, cuál era el alcance de los sensores de los Erobots para detectar la acción de los neurotransmisores y activarse en consecuencia, pero ese desván era, de momento, lo más seguro que podía encontrar.  Le dolió en el alma dejar allí a sus dos Ferobots, con las cuales había compartido tan increíbles momentos y no pudo evitar preguntarse si volvería a revivir algo de eso…
El menos impactado por la marcha de las cosas pareció ser Luke.  No tuvo, de hecho, el más mínimo reparo en seguir usando y disponiendo de su Ferobot, ese mismo que, para disgusto de Jack, replicaba a su propia esposa.  De hecho, hacía todo lo posible para que Jack le viera cuando estaba con su robot, sabiendo seguramente que eso irritaría profundamente a su vecino.  Pero lo sorprendente del asunto fue que, con el correr de los días, al propio Jack le nació un morbo con ese asunto: es decir, jamás dejó de odiar a Luke ni de sentirse indignado por lo que había hecho y seguía haciendo, pero al mismo tiempo el verle con la réplica de Laureen en tales situaciones le producía sentimientos encontrados.  No podía, viéndolos, menos que añorar los tiempos en que él disfrutaba de ese mismo modo del sexo con su esposa y, de manera extraña y paradójica, el ver a su “esposa” siendo manoseada o montada por su odiado vecino, no dejaba de provocarle una rara e inexplicable excitación.  Tal fue así que llegó un momento en que ni siquiera hacía falta que Luke se apareara con la réplica de Laureen en lugares demasiado visibles ya que era el propio Jack quien se encargaba de buscar los sitios estratégicos como para espiarles, particularmente desde la ventana de la buhardilla o desde el tejado mismo: y pensar que, poco tiempo atrás, era Luke quien espiaba compulsiva y enfermizamente hacia su propiedad…
Fue en una de esas noches cuando ocurrió algo impensado o, por lo menos, no previsto por Jack.  Desde la ventana de la buhardilla estaba mirando hacia la ventana de la habitación de Luke e, inclusive, se había provisto con unos binoculares para hacerlo.  Jack mantenía las luces apagadas a los efectos de no ser visto, pero era obvio que Luke bien sabía que él estaba allí…
Vio a “Laureen” inclinarse y apoyarse contra el alféizar de la ventana para, inmediatamente, desde atrás, comenzar a ser recorrida lascivamente por las manos de Luke.  El Ferobot adoptó una expresión que, para quien no supiera que era un androide, sólo podía ser vista como de goce extremo.  Luke le levantó la remerita musculosa dejando así expuestos sus magníficos senos hacia el aire nocturno, justo de frente a la ventana desde la cual espiaba Jack.  Apoyando el mentón sobre el hombro de la réplica de Laureen, Luke le miró fijamente y con una mueca burlona, como si supiera perfectamente que su vecino le estaba oteando desde la oscuridad.  Jack se sintió sacudido de tal forma que bajó los binoculares y apartó la vista, pero tal actitud sólo le duró unos breves instantes al cabo de los cuales volvió a calzarlos sobre sus ojos;  al ver nuevamente, no sólo notó que Luke mantenía su expresión burlona y sonriente sino que “Laureen” también miraba hacia él y lo hacía con rostro gozoso y extasiado; aun a pesar de la distancia, llegaron a oídos de Jack los jadeos de ella flotando en la suave brisa nocturna.  No pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo, pues al ver, a través de los binoculares, cómo el Ferobot le miraba…, se sintió exactamente como si Laureen le estuviera mirando…  No había diferencia: en gesto, en expresión, en nada… Una copia increíblemente perfecta que no paraba de dejarlo estúpidamente boquiabierto.  Jack escupió rabia y, junto con ésta, le invadió una creciente excitación que sólo llevó a que la rabia aumentara, puesto que no soportaba que le excitara el ver a su detestable vecino apoyando y manoseando a… su propia esposa… Bajando por un momento los binoculares nuevamente, echó un vistazo en derredor buscando en la oscuridad algún objeto contundente para arrojarles e, incluso, hasta contempló la posibilidad de bajar a buscar un arma: lo que fuera…  Finalmente, y como si alguna fuerza incontrolable le manejase, volvió a calzarse los binoculares para seguir viendo a la pareja…
En eso, sintió que una mano se deslizaba lentamente por su entrepierna y, casi de inmediato, una voz bien reconocible se dejó oír contra su oído a la vez que un mentón se apoyaba sobre su hombro.  Casi se le fueron los binoculares al piso.
“Te excita, ¿verdad?”
Era la voz de Laureen; no cabía duda alguna.
Con apenas girar la cabeza, Jack se chocó contra el rostro de ella; se la veía sonriente y llena de luz, algo que hacía mucho tiempo que no notaba en su esposa.
“N… no… – balbuceó -.  ¿A… a qué te refieres?”
“A ellos… – indicó Laureen indicando con el mentón hacia la casa vecina -.  A Luke y… a mí… – acercó aun más su boca al oído de Jack en el momento de decirlo -.  Te excita ver cómo él me coge, ¿verdad?”
Jack se hallaba absolutamente descolocado por la repentina y sorpresiva actitud de su mujer; negó muy ligeramente con la cabeza y estuvo a punto de hacerlo también verbalmente, pero en ese momento la mano de Laureen se cerró aun más sobre su bulto, aumentándole así la incipiente erección que ya estaba teniendo al ver a la pareja vecina.
“Tu verga quiere pararse… – le dijo ella, casi al nivel del susurro y dándole una lengüetada en la oreja -.  ¿Vas a decirme que no te excita? -; con su mano libre le volvió a calzar los binoculares, lo cual permitió que él viera cómo ahora Luke se dedicaba a penetrar a la réplica su esposa, aplastado el vientre de ésta contra el alféizar de la ventana; el Ferobot tenía medio cuerpo por fuera de la misma y lanzaba una seguidilla de jadeos entrecortados que, poco a poco, se fueron pareciendo cada vez más a aullidos animales: una loba en celo prácticamente -.  ¿Ves cómo me coge? – le insistía Laureen al oído -.  ¿Ves cómo lo estoy gozando?”
Todo era demasiado fuerte para Jack: la escena de la casa vecina y la que estaba ocurriendo en la suya propia.  Había ya prácticamente perdido toda capacidad de reacción y respuesta: era Laureen quien disponía y él sólo la dejaba hacer…  Mientras le besaba con delicadeza el cuello, ella le soltó el cinto y la hebilla del pantalón para luego bajarlo tan despaciosa y cadenciosamente que era imposible no pensar en sexo.  Una vez que se lo bajó, le jugueteó con los dedos por encima del bóxer, insistiendo muy especialmente en el bulto que se iba marcando cada vez más.  Seguidamente,  ella le palpó las nalgas para luego acuclillarse a espaldas de él; al hacerlo, tomó el bóxer entre sus dientes y tironeó hasta bajárselo por completo.  Jack no podía más y, para colmo de males, los binoculares seguían entregándole la morbosa escena de su vecino montándose a “su esposa”.  La excitación no paraba de crecer y él no podía evitar sentirse un pervertido: sin embargo, ése era el juego hacia el cual lo arrastraba la propia Laureen, quien ahora, desde atrás, le hurgaba con su lengua por entre sus piernas hasta encontrarle los testículos y comenzar a lamerlos de un modo terriblemente lujurioso y sensual.  Jack se preguntó en ese momento cómo era posible que hubiese tenido olvidadas en un cajón durante tanto tiempo las habilidades amatorias de su propia esposa…
Se entregó al momento; tuvo que dejar de mirar por los binoculares ya que su rostro se transfiguró por completo pasando a lucir una expresión de placer extremo en tanto que su boca se abría cuán grande era y sus ojos se entrecerraban, entregados al súmmum del momento… Sin dejar de lamerle los testículos, ella le tomó la cabeza del pene entre sus dedos y, llevando rítmicamente hacia atrás y hacia adelante la piel del prepucio, se dedicó a masturbarlo…
“Míralos… – le conminó ella -.  Abre los ojos y míralos… Mírame: mira cómo me coge Luke… Hmm, lo hace bien, ¿verdad?  ¿Escuchas cómo me hace gozar?  Hmm, cuánto lo odias, ¿no es así?  Y ahora, mi pobrecito Jack, tienes que ver y oír cómo él me coge mientras a ti sólo te queda masturbarte…”
Luke no podía entender qué le estaba pasando: las palabras de su esposa eran lacerantes, humillantes, y sin embargo lo ponían en estado de ebullición.  Tal como ella le había dicho que hiciera, volvió a mirar hacia la ventana del dormitorio de su vecino; no tenía ya fuerzas para sostener los binoculares pero aún así los veía a simple vista, sin tantos detalles.  Los jadeos del robot que replicaba a su esposa fueron aumentando en intensidad cada vez más hasta que, ya convertidos en salvajes alaridos de placer, inundaron el aire nocturno para ser oídos, tal vez, por todo el vecindario.  Con ello, el nivel de excitación en Jack subió como el mercurio de un termómetro disparado a toda velocidad al punto que también sus propios jadeos se fueron haciendo cada vez más audibles.  De ponto, un gemido largo y agudo marcó a las claras que la réplica de Laureen estaba teniendo su orgasmo y, en ese mismo momento, también él tuvo su eyaculación.  Así dadas las cosas, la sensación de ambos placeres combinados no pudo ser más placentera…  Como si no fuera ya suficiente, Laureen alzó la mano empapada en el propio semen de su marido para llevársela a él a la boca.
“Chúpala… – le dijo ella -.  Chúpala toda… Es la leche de Luke Nolan, quien acaba de coger a tu esposa haciéndola gozar como tú nunca pudiste ni podrías hacerlo…”
Más palabras lacerantes, pero a la vez más excitación.  Rabia y morbo se batían a duelo en el interior de Jack corroyéndole por dentro…   De un modo degradante y casi servil sacó su lengua por entre los labios y lamió, de mano de Laureen, su propio semen imaginando que era el de su odiado vecino…
                                                                                                                                                              CONTINUARÁ
 

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(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
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Relato erótico: “Descubriendo a Lucía (6)” (POR ALFASCORPII)

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6

Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.

En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.

Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.

Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.

El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.

Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.

– Hola – le saludé sintiendo un vuelco en el corazón.

– Hola – contestó el chico levantándose de su asiento ante mi entrada.

Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.

Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.

– ¿Vienes a ver a Antonio? – me preguntó mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud -. Nunca te había visto por aquí.

– Sí, claro – contesté-. Soy Lucía… compañera del trabajo.

– Encantado, Lucía – me dijo dándome dos besos que le correspondí con cortesía -. Yo soy Pedro, un amigo.

Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con 18 años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.

El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de 32 años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer. Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón, y con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir. Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.

Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.

– ¿Habías venido ya a ver a Antonio? – me preguntó Pedro sacándome de mis recuerdos.

– Sí – contesté sonriéndole-. Antonio… también es mi amigo.

Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía 30), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.

Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.

– Tienes un coche de tía buena – me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.

– ¿Ah, sí? – le dije pillada de improvisto.

– Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.

– Curiosa teoría – le contesté sintiendo un cosquilleo.

– Y tú la acabas de confirmar – me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.

Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.

De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.

En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.

Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:

Estimados señores,

Mi nombre es Lucía, Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.

Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.

Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…

Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…

Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.

De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.

Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:

– Perdona por haberte hecho esperar – le dije.

– No importa, algo me dice que va a merecer la pena – me dijo mirándome de arriba abajo con descaro.

– ¿Cómo? – le pregunté sorprendida.

– No traes ninguna carta en las manos…

Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.

– Con una burda excusa – contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí-. te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?.

La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.

– No, no es una carta lo que voy a darte – le dije respondiendo más a mis deseos que a él mismo.

Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.

Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.

Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.

– Uuuffff – suspiró Pedro.

Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.

Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.

Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.

Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.

Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.

Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo. Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. La lefa se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era densa, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese esperma sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa. La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.

Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.

Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.

– Rápida corrida y rápida recuperación – pensé esbozando una sonrisa-, ¡qué loca juventud!.

Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.

– Joder, siento haberme corrido sin avisar – me dijo atropelladamente-. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.

– No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese – le contesté-. Quítate la camiseta – terminé ordenándole.

Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:

– Eres una diosa – me dijo.

Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.

La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.

Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:

– Uuuuummmmm…

Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.

Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Ooooooohhhhh” de satisfacción aumentando mi placer.

Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.

– Mmmmm… -gemía de gusto.

Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:

– ¡Aaaauuuuummmmm!.

El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.

– ¡Lo siento! –dijo casi sin aliento-, me he dejado llevar…

Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.

Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.

Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.

Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia…

Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.

Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.

Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.

Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.

Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.

Finalmente, aunque inicialmente no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo. Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.

Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.

CONTINUARÁ…

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Relato erótico: “De profesion canguro 09” (POR JANIS)

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                                                       Noche de ópera.

 
 
—    Así que te vas a Londres, hermanita – le dijo su hermano, apurando el café de su desayuno.
—    Sólo por tres días – sonrió Tamara, agitando una mano.
—    Van a ver museos – bufó Fanny, de mal talante.
—    Bueno, ya sabes, es un viaje de estudios. No vamos a ver exactamente museos, sino que nos llevan a distintos sitios donde atienden a niños, como el centro materno Kemland Duster, o el hospital universitario. También visitaremos Magic Mushroom, la mayor guardería de Inglaterra, y otros lugares por el estilo – explicó Tamara por enésima vez.
—    ¿Y dónde os alojaréis? – quiso saber su hermano.
—    En un albergue cercano a Chessington Park.
—    Buen lugar para salir de juerga – remachó Gerard.
—    ¿Y? – el tono de Tamara subió un octavo. – Ya tengo 18 años. ¿sabes? Conduzco mi propio coche, me gano mi propio dinero, y estudio además…
—    Vale, vale – se avino su hermano, levantando las manos como si se rindiese. – Sólo hacía el tonto. Compréndeme, nunca has salido por ahí sola. Se me hace un poquito cuesta arriba.
—    Pues ya es hora. Además, Gerard, iremos acompañados por un par de profesores. Se trata de unas visitas laborales, no de juerga de fin de curso.
—    Ya – refunfuñó Fanny.
Su bella cuñada no estaba muy de acuerdo con ese plan. En una palabra, se sentía celosa, aunque sabía que Tamara no tenía ninguna relación con la gente de su curso. Pero, últimamente, se había vuelto posesiva. Necesitaba a Tamara cerca de ella, a mano para meterla en su cama a la menor ocasión.
Ocultando su sonrisa de satisfacción, Tamara acabó de desayunar, y, tras coger sus libros, se subió a su Skoda Citigo para ir al centro Akson, donde asistía al curso avanzado de Puericultora. Había tenido que dejar a todos sus clientes entre semana y tan sólo quedarse con algunos niños los fines de semana, pero aún así se mantenía ocupada.
La verdad es que no existía ningún viaje de estudios a Londres, y, como decía su hermano, pensaba irse de juerga a la capital. Es sí, era una juerga de las refinadas, cultural y social. La habían invitado a un estreno en la ópera. ¡Nada menos que en la Royal Opera, en Coven Garden!
¿Cómo decir que no a una cosa así? Acudir con traje de noche, junto con la alta sociedad londinense y parte de la aristocracia inglesa, a un estreno de ópera era algo que no podría repetir en su vida.
Se enfrascó en sus clases durante toda la mañana, mirando de reojo a sus compañeros. Bufff, menuda farsa. ¿Ir de viaje de estudios con aquellos chicos y chicas? Ni pensarlo. A pesar del escaso nivel social de su hermano y familia, Tamara ganaba bastante dinero que no declaraba, pues no le era posible. Tenía muchas “donaciones” que debía guardar en casa para que el fisco no metiera las narices. Así que, lentamente, Tamara estaba convirtiéndose en toda una esnob. Sus compañeros de clase, chicas en su mayoría, la verdad, pues sólo había tres hombres en su curso, eran mayores que ella. Universitarias sin trabajo, amas de casa que buscaban un trabajo complementario, o jóvenes esposas aburridas en busca de algún aliciente.
No había trabado amistad con ninguna de ellas, desde el comienzo del curso. Ninguna la atraía, ni como posible amante, ni como amiga. Así que se limitaba a acudir a clase, hacer sus tareas, y procurar retomar su trabajo a la menor oportunidad.
Fue durante una tarde en casa de los Kiggson, ocupándose del pequeño Stan, cuando conoció a Marion. Eleonor, la señora Kiggson, había invitado a la nueva esposa de lord Arthur J. Bekseld a tomar el té. Lady Marion Bekseld resultó ser una mujer dinámica y muy versada en artes, de una treintena de años. Reemplazaba a la segunda esposa del lord, que se había separado de él por incompatibilidad de caracteres. El esposo, un rico mujeriego empedernido, le doblaba casi la edad a su nueva esposa, pero se mantenía aún en plena forma.
Lady Bekseld no dejó de lanzarle miradas sesgadas desde el mismo momento en que Eleonor las presentó. Tamara jugaba con Stan en el extremo del salón, intentando que se comiera una papilla de frutas. Las incesantes miradas de Lady Bekseld la ponían nerviosa. La mujer llevaba el cabello caoba recogido en un elaborado moño y vestía un traje de chaqueta y falda tubular muy elegante. Tomaba la taza del té con todo el protocolo necesario, dedo meñique levantado, y no cruzó las piernas ni una sola vez. Se notaba que había sido instruida en un colegio para señoritas.
Se decía que pertenecía a la nobleza menor, y que había vivido todo el tiempo con su anciano padre, impartiendo clases a señoritas. Pero Tamara podía ver el hambre en sus oscuras pupilas, cada vez que la miraba. Poseía un perfil clásico, digno de aparecer acuñado en una moneda de una libra. Nariz agresiva y algo afilada, barbilla adelantada, gruesos labios en una boca grande y simpática, y unos ojos negros, grandes y algo rasgados.
Llegó un momento en que, con una excusa, se llevó al pequeño del salón, sólo para recuperar la tranquilidad.
Al día siguiente, recibió una llamada de un número que no conocía. Se trataba de ella, de Lady Bekseld, asombrosamente.
—    Espero que no te importe que la señora Kiggson me haya dado tu número.
—    No, está bien – respondió Tamara, deleitándose en aquella voz perfectamente modulada y con una dicción académica. — ¿Qué desea, Lady Bekseld?
—    Oh, por favor, querida, Lady Marion es mucho mejor. No me envejezcas prematuramente – el tono fue jocoso, pero contenido. – Me gustaría invitarte a tomar el té, digamos, ¿mañana?
Tamara repasó mentalmente sus compromisos. Podía modificarlos fácilmente.
—    Sí, por supuesto será un placer – acabó respondiendo. – Pero…
—    Oh, el motivo es puramente social, querida. No tengo hijos con los que puedas ayudarme. Pero Eleonor me ha hablado espléndidamente de ti y me gustaría conocerte. ¿Quién sabe? Puede que decida quedarme en buen estado si nos entendemos.
Tamara no supo decir si hablaba en serio o no.
—    Está bien, Lady Marion. Allí estaré.
—    Me alegro muchísimo. Aún no conozco a nadie aquí y, en confianza, la familia de mi esposo es muy aburrida – el restringido resoplido de Lady Marion la hizo sonreír.
Cuando colgó, Tamara repasó, una a una, las implicaciones que aquella invitación traería. Estaba dispuesta a aceptarlas todas y eso la hizo sonreír, traviesa.
Al día siguiente, Tamara subió a la colina Rubbert, la zona más cara y elegante de Derby, donde se ubicaba la casa familiar de los Bekseld. Una madura doncella, con acento latino, la hizo pasar hasta una coqueta salita del ala del segundo piso. Lady Bekseld la esperaba allí, vestida con una blusa marfil, un jersey rosa echado sobre los hombros, y un pantalón blanco que delineaba sus piernas, esta vez cruzadas.
Con una sonrisa, se levantó, besó a Tamara en las mejillas, como si fuesen amigas de toda la vida, y la hizo sentarse a su izquierda, compartiendo el mismo diván. Sirvió té para las dos y le ofreció un dulce de suave nata.
—    ¿Sabes? Pensaba vivir en Londres cuando me casé con Arthur – le confesóLady Marion, de repente. – Tiene un buen apartamento en Maple Street. Pero estaba más interesado en sus caballerizas que en la vida social, así que nos venimos a Derby.
—    Las caballerizas Bekseld son famosas, Lady Marion – indicó Tamara.
—    Sí, lo sé, por eso no protesté. Pero aquí, querida, languidezco, en esta casa solariega, con estos familiares tan… — no completó la palabra que tenía en mente, pero aún así, Tamara la entendió. – Así que, cuando te vi, me recordaste a mis alumnas, y sentí un franco interés por tu persona.
—    Muchas gracias, señora, pero… no soy nada especial. Sólo soy una chica que hace de nanny para pagarse los estudios.
—    Pero me han dicho que era muy buena como niñera – alzó un dedo Lady Marion.
—    Bueno, los niños se me dan bien – se encogió de hombros Tamara.
—    ¿Qué estudias?
—    Puericultura.
—    Era de esperar – se rió la señora y Tamara se dio cuenta del sutil maquillaje que llevaba, apenas unas pinceladas para resaltar sus rasgos. — ¿Qué hay de tu familia?
Y sin saber por qué, Tamara se lo contó todo, desde el accidente de sus padres, a vivir con su hermano en Derby. Le contó cómo se sentía, qué echaba de menos, qué había descubierto viviendo en el interior del país, y, por último, su especial amistad con su cuñada. No contó nada de la relación que mantenían, pero no hizo falta. Lady Marion la atrapó al vuelo.
A partir de aquel momento, las dos mujeres compartieron sus pensamientos, su forma de ver la vida, sus particulares filosofías, y, como no, sus gustos más secretos y recónditos. Claro que no sucedió en la misma tarde, pero al cabo de dos o tres sesiones de té, se lo habían contado ya todo.
A poco que Lady Marion le tiró de la lengua, Tamara admitió mantener relaciones no sólo con su cuñada Fanny, sino con algunas señoras maduras de lo más respetable. Lady Marion pareció entenderlo perfectamente, y, a su vez, le contó su aprendizaje lésbico en el internado para señoritas. Era algo de lo más normal entre aquellos muros, algo que venía haciéndose desde al menos doscientos años. Las chicas allí recluidas se solazaban entre ellas, lejos de la tentación de los hombres y de la posibilidad de un embarazo. Se mantenían puras para sus futuros compromisos sociales, y, al mismo tiempo, aprendían sobre el amor, la morbosidad, y la lujuria, sin peligro alguno.
Claro estaba que eso condicionaba ciertamente a muchas de ellas. En su caso, la mantuvo célibe cuando se ocupó de su viejo padre en vez de buscar un marido. Ahora, a la muerte del viejo, tuvo la suerte de conocer a lord Beksield, lo que la ayudó a consolidar fortuna y posición, pero sólo era una cuestión de interés. Su vida amorosa y sexual había tomado, desde hace tiempo, otro camino, en compañía de chicas jóvenes y curiosas que acogía como alumnas.
Sólo con aquellas horas de conversación, de picantes confesiones, y risueños intercambios de chismes locales, Tamara regresaba a casa muy excitada, y prendida de deseo por aquella mujer. Debía tumbarse en su lecho y masturbarse largamente para calmar su lujuria e imaginación.
Lady Marion aún no la había tocado, a pesar de la entrega y deseo de Tamara. Sólo hablaba y hablaba, haciendo que su mente se liberara y viajara a mundos imposibles, a situaciones que la señora le exponía con todo detalle. Entonces, un día, sin previo aviso, le dijo que tenía invitaciones para el Royal Opera y que su marido no quería ni escuchar hablar del asunto. ¿Qué le parecía si la acompañaba al estreno, las dos solas?
Bueno, era como si Santa Claus descendiera y te preguntara si habías sido bueno… ¿contestarías que no lo habías sido?
De ahí había surgido la idea de un viaje de estudios a Londres. Su hermano no preguntaría nada más, ni debía pedir permiso para ausentarse de casa, ni para viajar. Ya era mayor de edad. Sólo quería acompañar a lady Marion a la ópera, por encima de cualquier otra cosa.
Tamara se compró un traje de noche, rojo cereza, con una larga apertura en un costado, y unos zapatos a juego, gastándose algo más de novecientas libras, pero no le importó. Tenía que estar lo más guapa posible para lady Marion.
Se dieron cita en la estación de Derby, el viernes tras el almuerzo. Subieron a un tren de cercanías y se sentaron en un departamento vacío. El tren llevaba poca gente, más bien vendría lleno de regreso, trayendo a todo aquel que estuviera trabajando o estudiando en la capital. Charlaron y tomaron té que la señora traía en un elegante termo. Tamara se enteró que dormirían en el Mandarín Oriental de Hyde Park, uno de los hoteles más lujosos de Londres, con vistas al parque real y a Knightsdridge. ¡Compartirían una habitación para las dos! Desde luego, estaba entusiasmada con la aventura.
Un taxi las llevó desde la estación al hotel y Tamara se quedó muda con la habitación, y eso que era una de las más normalitas del hotel. Por la ventana, entre cortinajes ocres y amarillos, se veía la espesura y algunos caminos de Hyde Park. Una gran cama, donde cabían, al menos, tres personas, surgía de un cabezal con dosel, a juego con las cortinas. Una mesita auxiliar, de estilo victoriano, se adosaba a la pared, con una silla de alto respaldar al lado. Dos cómodos sillones, en tono vino tinto, completaban el mobiliario. Más allá, un baño espacioso, con ducha de mampara redonda, y armarios de mimbre blanco.
—    ¡Joder! ¡Aquí podría vivir perfectamente! – exclamó Tamara, saltando sobre la cama.
—    Esa boca, niña – la reprendió lady Marion.
—    Disculpe.
—    Si quieres refrescarte, hazlo. Vamos a salir de compras.
—    ¿De compras?
—    Claro, Piccadilly está ahí, a continuación – sonrió la señora, señalando a su espalda.
Lady Marion la arrastró hasta Piccadilly Circus en un frenético recorrido, de tienda en tienda. Entraron en Lillywhites, bucearon entre los percheros y estantes de HMV, rastrearon ofertas en Virgin Megastore, y, finalmente cenaron en la terraza de un pub, junto al London Pavilion.
Cuando regresaron al hotel, ambas estaban cansadísimas, rotas por la caminata y el trajín. Se ducharon por turnos y se metieron en la gran cama. Lady Marion la acunó en sus brazos y, tras un beso de buenas noches, se durmieron inmediatamente.
* * * * * * * * *
Al día siguiente, tras desayunar en el hotel, salieron a recorrer los caminos de Hyde Park y los vecinos jardines de Kensington, hasta la hora del almuerzo que tomaron en una encantadora taberna bajo el puente de Chelsea.
Tras esto, regresaron al hotel, donde Lady Marion la dejó echando una siestecita sobre la cama, mientras que la señora acudía a Southwark a atender ciertos asuntos de familia. Regresó dos horas antes del estreno. Tamara ya la esperaba duchada y envuelta en una gran y mullida toalla. La señora la recompensó con un fugaz beso y se excusó por haber tardado tanto. Desapareció en el interior del cuarto de baño. Mientras tanto, Tamara se arreglaba el pelo ante la pequeña cómoda con espejo.
Una hora más tarde, Lady Marion llamaba a recepción para que le pidieran un taxi, mientras devoraba con los ojos la figura de la joven. Tamara estaba de pie ante ella, posando frente el espejo, enfundada en el vertiginoso vestido rojo que había traído. Una pierna pálida y perfecta, puesta de relieve por el zapato de alto tacón, se mostraba en todo su esplendor a través de la larga raja del vestido. La tela se pegaba obscenamente a su esbelto cuerpo. La mujer se preguntó si llevaría ropa interior bajo aquel vestido, porque no se señalaba absolutamente nada. Inconscientemente, Lady Marion se relamió.
Se echaron por encima unos abrigos rutilantes, propiedad de lady Marion, y descendieron al vestíbulo, para salir a la calle, donde un taxi las esperaba, pacientemente. Tenían el tiempo justo para llegar al coctel de bienvenida del teatro real, donde los que eran algo en la sociedad, podían lucirse a placer.
Una vez allí, entre toda aquella gente vestida de gala, de esmóquines y pajaritas, de barbillas levantadas, y otras poses hedonistas, Tamara se sintió algo atribulada, al menos, hasta que la dama empezó a presentarla como su última pupila.
Sonaba tan convincente en boca de Lady Marion… ¡Una pupila! ¡Su alumna!
Y Tamara sonrió y estrechó manos; sonrió e hizo dignas reverencias cuando fue necesario. Lady Marion la felicitó por ello, y las copas de champán aparecían en su mano como por arte de magia. Tamara se dejó llevar por aquel momento mágico y único en su vida, sintiendo que la felicidad anidaba en su pecho.
Un carillón la sacó de su sueño. Sonaba dulcemente pero, a la vez, insistente.
—    Debemos entrar, querida, la función va a comenzar – musitó Lady Marion en su oído, tomándola del brazo.
Un hombre vestido de valet victoriano se les acercó, y tras una inclinación de cabeza, les dijo:
—    Señoras, permítanme que las lleve a su palco.
—    ¿Palco? ¿Tiene un palco? – abrió desmesuradamente los ojos Tamara.
—    Por supuesto. Pertenece a mi familia desde hace más de cien años – sonrió la dama.
—    Vaya…
El susodicho palco no era muy grande y era uno de los más alejados del escenario, pero seguía siendo un palco privado, con sus cortinajes y sus mullidos asientos de terciopelo rojo. La puerta de acceso se encontraba detrás de un exquisito biombo de madera de cerezo, recubierto de la misma tapicería que había en las paredes, lo que le hacía prácticamente invisible. Un cómodo diván se encontraba pegado a la pared, así como una mesita baja con silenciosas ruedas.
—    Tráiganos una botella de champán Ruissier, por favor – le pidió la dama al valet, deslizando un billete de diez libras en su mano. – Ah, y un par de refrescos también, por favor.
—    Sí, Madame.
—    Es precioso – musitó Tamara, mirando el anfiteatro, de pie y una mano apoyada en el murete de la balconada del palco.
—    Sí que lo es. A pesar de haber reconstruido el teatro varias veces, se ha intentado mantener el escenario y el anfiteatro lo más parecido al original – explicó Lady Marion, colocándose a su lado.
Abajo, el público iba llenando las dos vertientes de asientos, entre carraspeos, arrastre de zapatos, cuchicheos, y saludos. Las damas llevaban las manos ocupadas con libretos, diminutos bolsos, o bien anteojos de los más dispares estilos.
—    No te preocupes, hay anteojos debajo de los asientos – le dijo Lady Marion, adivinando su preocupación. – Vamos, siéntate.
Las dos tomaron asiento en las sillas dispuestas contra el muro norte, o sea la esquina más abierta del palco, desde la cual se podía ver el escenario casi al completo, salvo una pequeña porción del extremo este. Las sillas, más bien pequeños sillones, estaban alineados oblicuamente para que un espectador no molestara al otro. Lady Marion ocupó el que quedaba contra la pared y Tamara el siguiente, quedando delante de su posible “mentora”.
Otros dos sillones se encontraban a su lado, completando el número máximo de espectadores del palco. El valet llamó a la puerta y entró, portando una gran bandeja de acero sobre la cual temblaba un cubo de hielo con una botella en su interior, y un par de latas de refresco más comerciales. Lo dispuso todo sobre la mesita rodante que llevó al lado de la dama, apartando uno de los sillones. Cabeceo respetuosamente y se retiró en silencio.
Lady Marion abrió la botella y sirvió un par de copas, al mismo tiempo que las luces del teatro se apagaban. Un minuto después, cuando se aquietaron las toses y murmullos del público, se pudo escuchar el golpeteó de la baqueta del director sobre su atril, y la orquesta inició la obra suavemente. El telón se alzó y los primeros cantantes y actores salieron a escena.
Tamara aplaudió, emocionada por asistir a su primera ópera, aunque fuera una obra difícil como Los pescadores de perlas, de Georges Bizet. Sin embargo, y a pesar de consultar el libreto, poco después empezó a perderse entre los dúos de tenores y barítonos y las intervenciones de un potente coro.
—    ¿Qué te está pareciendo, Tamara? – le preguntó Lady Marion, inclinándose sobre ella.
—    Un tanto lioso, milady.
—    No te preocupes, a veces suele aburrirme también – le confesó la señora, acariciándole el pelo en la penumbra.
—    Pero, de todas maneras, es fantástico. No sólo la ópera en sí es el espectáculo, ¿no?
—    Así es, jovencita. Este mundo es un sutil caleidoscopio, lleno de brillos y espejos rutilantes – le dijo la dama, justo al oído, antes de lamer suavemente su lóbulo.
Tamara se estremeció, pues llevaba casi dos días esperando el momento que la dama eligiera para tocarla. Bueno, realmente eran más de dos días, más bien tres semanas repletas de una tremenda tensión sexual que acababa llevándose a casa. Pero parecía que la espera había terminado.
Dejó que su espalda se recostara más sobre el respaldar y entrecerró los ojos, más atenta a las suaves caricias que procedían de atrás, que al escenario de delante. Por otro lado, la sinfonía mecía todas sus fibras interiores en un continuo crescendo, como si armonizara totalmente con aquellos finos dedos que acariciaban su nuca y cuello.
La cálida punta de lengua seguía haciendo diabluras en su oreja, descendiendo en ocasiones por la línea de su maxilar. En un momento dado, la dama se lanzó a su cuello, cual vampiresa ansiosa, para sorber la suave piel y marcar su territorio dulcemente. Tamara gimió con la caricia, alzando una mano y acariciando la mejilla de Lady Marion.
—    Te noto muy receptiva, Tamara – susurró la señora.
—    Lo que estoy es muy cachonda – contestó Tamara. – Tanto que creo que me he puesto a gotear.
—    Es el único momento en que me gustan las palabras soeces, mi querida flor. Cuanto más vulgar seas, más me excitaras…
—    Puedo ser… muy… muy guarra, milady – dijo entre un suspiro la rubita, notando como aquellos dedos bajaban lentamente hasta el escote de su vestido.
—    Eso espero, putilla, porque me he contenido hasta este momento, esperando la ocasión de realizar una de mis fantasías: poseer una de mis alumnas en la ópera. Y por Dios que estoy dispuesta a hacerlo ahora mismo…
Los dedos de Lady Marion se deslizaron bajo el sutil tejido, comprobando que no había sujetador alguno que contuviera los medianos senos de Tamara. El tierno pezón se endureció al mínimo contacto, irguiéndose como un mágico hito. Los dedos de la señora se atarearon inmediatamente en él, pellizcándolo, manoseándolo, hundiéndolo en la carne, y haciendo que el estremecimiento se repitiera en el cuerpo de Tamara.
—    Oh, mi señora – balbuceó la rubita, acariciando el dorso de la mano que exploraba sus senos, y luchando con la otra para no llevarla entre sus apretados muslos. Sabía que no debía tocarse, pero lo necesitaba urgentemente.
—    Tranquila… no te muevas demasiado… aquí nuestras siluetas son visibles. Déjame que te explore, sin prisas…
Las dos manos de Lady Marion se apoderaron de sus tetas, ésta vez por encima del vestido. Las comprimió y aplastó, como si estuviera moldeando la joven carne. Tamara encogía el torso cuanto podía cada vez que aquellas manos apretaban con fuerza. Estaba ardiendo como si tuviera fiebre y sentía la boca muy seca. Con un gemido, se lo dijo a la señora, quien, con una perversa sonrisa, llenó las copas y le dio de beber.
El champán estaba fresquísimo y lo trasegaba como si fuese agua, aunque era totalmente consciente de que estaba cada vez más achispada. Se rió con esa idea… ¿Qué más daba? Estaba enloquecida por el deseo de que la señora abusara totalmente de ella, que la arrastrara por el más abyecto fango del vicio, que la humillara…
—    Ven al diván – le susurró la dama, tomándola de la mano y poniéndola en pie. – Allí no nos verá nadie.
Nada más sentarse en el mullido asiento, las caderas de ambas bien juntas, la mano de la dama se deslizó por la pierna de Tamara que quedaba al aire. La recorrió lentamente, acariciando la sedosa media y ascendiendo hacia su objetivo final. Tamara introdujo su nariz en el hueco del cuello de la señora, conmovida por aquella caricia. Gimió contra la fragante piel al sentir los dedos sobre su entrepierna.
Lady Marion enredó

sus dedos en la minúscula prenda íntima que se había puesto la chica, un tanga de talle alto, tan estrecho que apenas cubría el pubis. Pasó las uñas suavemente por éste, totalmente depilado, y sonrió. La enloquecían aquellos coñitos lampiños y delicados, expositores de la mayor inocencia para ella.

Su dedo corazón bajó más, notando la humedad que se desbordaba de la joven vulva. Tamara no la había mentido, estaba realmente muy excitada. Eso la animó a buscar su boca en la oscuridad. Tamara la recibió con intensa alegría, entregándole su lengua. Ambas se entregaron a un dulce juego bucal, lento y suave, sin prisas. Desde luego, la joven sabía besar, utilizando su lengua muy hábilmente.
Tamara, a medida que atrapaba la lengua de su mentora y la succionaba con pasión, se había abierto de piernas completamente, para que aquella mano que la estaba trastornando no tuviera problemas de acceso. Sus caderas comenzaron a moverse, a girar y contraerse, a bailotear de forma obscena, a medida que el placer se adueñaba de ella.
—    M-me voy… a correr… señora – musitó contra los labios femeninos.
—    Lo sé, putilla… tu coño me está apretando el dedo como si fuese una boca… córrete, Tamara, córrete para mí…
Las palabras de su mentora acabaron por detonar su lujuria y, con un largo gemido, se dejó caer en los brazos de la más sublime sensación que un ser humano pudiera experimentar. Posó una mano sobre la de su mentora, para apretar su coñito en el lugar idóneo para ella, para alargar un segundo más el orgasmo, mientras que la boca de la señora aspiraba sus quejidos amorosos.
—    Oh, milady – suspiró Tamara, fundida en los brazos de la señora, tras recuperarse.
—    ¿Estás bien?
—    En el cielo, señora.
—    Pues es hora de que bajes al suelo, cariño. ¡Hala, de rodillas!
Lady Marion la empujó hasta quedar arrodillada en el suelo, entre las piernas abiertas de la señora. La rubita la miró a los ojos, apenas visibles en las sombras, y dejó que los dedos peinaran su cabello.
—    Vas a comerte mi coño, ¿verdad? Todo, todito – le susurró.
—    Oh, sí, señora… tengo mucha hambre – sonrió Tamara.
Las manos de la chica remangaron el largo vestido de Lady Marion, dejando asomar las medias oscuras que volvían casi invisibles sus piernas, y finalmente, la franja de carne pálida, surcada por la lengüeta del liguero. Se inclinó sobre la entrepierna de la señora, aspirando el aroma que impregnaba la prenda íntima, tan negra como las medias.
—    Quítamelas – musitó Lady Marion.
Tamara no se lo hizo repetir. En cuanto la señora cerró sus muslos, deslizó la prenda interior piernas abajo hasta sacarla por completo, dejándola olvidada en un extremo del diván. Tamara separó aquellos macizos muslos con las manos y se le pasó por la cabeza, como un relámpago, encender la luz de su móvil para admirar aquel coño. Deseaba contemplarlo en toda su magnificencia, regodearse en la visión de la voluptuosidad que tocaba. Era un coño rollizo, de labios mayores abultados, y los menores debían ser largos, pues al tacto parecían ocultar la entrada a la vagina. Los abrió con los dedos de una mano mientras que la otra jugueteaba con el corto vello que coronaba aquella maravillosa gruta.
Hundió su lengua con ansias, repasando los labios en diversas pasadas que culminaban sobre el inflamado clítoris. Lady Marion crispó todo su cuerpo y exhaló un dulce quejido de gozo. Sus dedos se hundieron en el dorado cabello de su pupila, tironeando de su cabeza a placer. Tamara, con los ojos bien cerrados, intentaba profundizar todo lo posible con su lengua. De vez en cuando, aspiraba el clítoris con fuerza, haciendo que su señora casi se levantase del diván, con los ojos girados al techo.
Cuando le metió el pulgar en el coño, Lady Marion se corrió entre pequeños saltitos que sus nalgas dieron sobre la aterciopelada superficie.
—    Aaah, querida, qué bien lo has hecho – musitó tras una pausa. Tamara aún seguía arrodillada, pero ahora descansaba la mejilla sobre uno de los muslos de la señora.
—    ¿Le ha gustado, señora?
—    Mucho, criatura… en verdad tienes un don para devorar entrepiernas – sonrió en la oscuridad.
—    Gracias, milady. ¿Quiere que siga?
—    Ahora prefiero una copa de champán.
Tamara se puso en pie y sirvió dos copas. Una vez sentada a su lado, la señora brindó silenciosamente con la chica. Comenzó el aria del barítono y se dejaron mecer por sus trinos y notas altas, y por la vorágine de los violines al terminar.
—    Tenemos que adecentarnos. Se acerca el descanso del entreacto – le dijo al oído la señora. – Después tendremos otra hora para gozar como locas…
Tamara se rió.
* * * * * * * * *
Permanecieron silenciosas en el taxi que las llevaba de vuelta al hotel. Sus mejillas estaban encendidas y sus ojos brillaban, pero no se sentían en absoluto satisfechas. Todo aquel manoseo y goce en la oscuridad las había enardecido aún más. Lo que deseaban era contemplarse, la una a la otra, desnudarse a la luz de una lamparita, de unas velas… visionar el cuerpo deseado, y acariciar hasta el último rincón. Deseaban yacer sobre una cama, envueltas por sus propias caricias incontroladas, y poder mirarse a los ojos cuando llegara el clímax.
Nada más llegar a la habitación, se despojaron de los altos tacones y se subieron a la gran cama, entre risas. De rodillas, se abrazaron, se miraron a los ojos, y comenzaron a besarse sin pausa. La saliva llenaba sus bocas, se derramaba por sus comisuras a medida que la pasión las consumía.
Tamara se decidió la primera y quitó el vestido de la señora por encima de su cabeza, dejándola tan sólo con una preciosa combinación negra, de seda. En respuesta, Lady Marion desanudó los rojos tirantes, dejando que el escote del vestido de Tamara se abatiera, revelando los desnudos senos.
A continuación, la señora tiró del cuerpo de la joven, dejándola tumbada de espaldas sobre la cama, la cabeza apoyada contra sus piernas dobladas. De esa forma, las manos de Lady Marion se apoderaron de los enhiestos pezones de la chiquilla. La señora era una experta en atormentar pechos, hasta el punto de hacer gozar a más de una de sus amantes tan sólo dedicándose a esa zona, y Tamara tuvo la dicha de comprobarlo.
El cuello de la joven se movía, llevando la cabeza de un lado a otro, mientras la señora amasaba sus senos con fuerza para luego tironear del pezón con fuerza, como si así el pecho volviera a su sitio tras la presión. Jamás había tenido los pezones tan duros y erguidos. Los senos estaban enrojecidos, con marcas de dedos que se pondrían cárdenas al día siguiente, pero, en aquel momento, a las dos les daba igual. Eran auténticas fieras sexuales.
Tamara tenía el vuelo del vestido en la cintura, dejando sus abiertas piernas al aire. Las bandas elásticas de sus medias se habían aflojado, haciendo que el tejido resbalara de sus muslos. Instintivamente, llevó una mano a la entrepierna, acariciando su vulva sobre la tela de su prenda íntima. Lady Marion observó este movimiento y abandonó los torturados senos. Posó una mano sobre la rodilla izquierda de la rubia, para abrir aún más sus piernas, y deslizó el dedo índice de su otra mano sobre el tanga.
Tamara, con un quejido, apartó la prenda para que la señora pudiera tocar su sexo sin trabas. Automáticamente, el dedo de Lady Marion se posó sobre el sensible clítoris de la chica, haciéndola botar. Aprovechó la inclinación de la señora para destaparle un seno de la tenue combinación y llevárselo a la boca, totalmente embravecida.
Los pechos de Lady Marion eran pesados, en forma de pera, y con un grueso pezón oscuro, del que se apoderó ávidamente. Lo mordisqueó suavemente, convirtiendo el pecho en una ubre que colgaba sobre ella. Hubiera deseado que la señora estuviera embarazada y poder lactar de ella. Por su parte, la señora gemía y bamboleaba sus pechos, sin dejar de friccionar el coñito sin vello. Del clítoris a la vagina, y viceversa.
 Sin poder resistirlo más, Tamara elevó los brazos, atrapando la nuca de la señora y tirando de ella. Bajó su cabeza hasta encajarla entre sus piernas, indicándole, sin palabras, que adoptara una posición ideal, un sesenta y nueve.
Lady Marion no se hizo rogar, su lengua se encargó del chorreante coño que tenía delante, al mismo tiempo que se ponía de rodillas y colocaba sus caderas sobre el rostro de su pupila. Tamara cambió el pecho de la señora por su coño, admirando, por primera vez, el perfecto rombo que había formado con el vello del pubis. Sonrió, abrió con sus dedos la vagina, y recogió, con la lengua, dos perlas de humor que amenazaban con caer sobre su barbilla.
Poco tardaron en ondular, las dos, las caderas, electrizadas por las lenguas insaciables. Lady Marion suspiraba fuertemente, como si resoplara a cada movimiento de su pelvis. Tamara, en cambio, había entrado en una espiral de suaves quejidos ininterrumpidos, a metida que sus caderas se agitaban en espasmos cada vez más bruscos.
Ambas se corrían como golfas rematadas, pero ninguna quería abandonar el coño de la otra, empalmando pequeños orgasmos que se sucedían cada medio minuto.
Lady Marion fue la primera en rodar a un lado, jadeando, necesitada de un descanso. Tamara se quedó en el mismo sitio, relamiendo los jugos que le corrían por toda la cara. Sonrió cuando la señora alargó la mano para apresar la suya.
—    ¡Me vas a matar, putilla! Nadie me había comido tanto tiempo el coño…
—    Nunca me había corrido tres veces seguidas, sin parar – se encogió de hombros Tamara.
—    Dios, somos perras – se rió la señora.
—    Yo siempre me siento como una perra.
—    Entonces, me has contagiado – bromeó Lady Marion.
—    ¿Quiere que la contagie un poco más? – preguntó Tamara, alzándose sobre un codo y mirándola.
—    ¿Qué pretendes?
—    Verla desnuda, señora, del todo – dijo, avanzando a cuatro patas hasta ella y tironeando de su negro y corto camisón.
También la despojó de las medias y del liguero, y luego se desnudó ella misma. Colocó a su señora arrodillada y la cabeza sobre las sábanas, el culo respingón y provocativamente alzado. Entonces, hundió el rostro en la gran raja del culo, apoderándose del esfínter y aspirando su acre olor cuando consiguió abrirlo.
Lady Marion agitaba su trasero en el aire, mientras sus dedos se aferraban como garfios a la prenda de la cama. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta, babeando y gimiendo sin cesar.
Cuando los dedos de la rubita la penetraron, tanto por su ano como por la vagina, y antes de caer en el más puro paroxismo, la señora se hizo la firme promesa de encontrar una forma para mantener a aquella ninfa en su vida, aunque le costase el divorcio.
 
 
 
                                                                       Continuará…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
 

Relato erótico: “Enséñame Tía” (POR LEONNELA)

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_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, qué es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!! señaló mi madre, haciendo más notorio mi desconcierto.
_Madre, como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que.. . bueno más bien las noto preciosas  a las dos, dije corrigiendo la metida de pata que estuve a punto de cometer, cautivado  por la exquisita madurez de mi tía Amanda.
Los años no la habían cambiado, a sus casi cuarenta se la veía más mujer, pero no menos hermosa, más llena en carnes pero con la misma gracia en su silueta, incluso diría que más radiante, sí, a esa edad las mujeres se endiosan, se elevan y elevan todo lo que encuentran a su paso…
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho _ murmuró mi tía  mientras tomaba la iniciativa en abrazarme.
Esta vez pude reaccionar a la altura,  besé sus mejillas sonrosadas y la ceñí fuertemente, hasta casi hacerle faltar el aire, nos quedamos varios segundos apretados  ante la mirada emocionada de mi madre, que jamás percibió la inquietud  que desde chico me provocaba la cercanía de su hermana…
Varios años especializándome fuera del país cobraron el precio de no verla,  de vivir  sin perderme en sus traviesos ojos claros, joder!!  sin rozarla, sin sentir el volumen de sus senos en mi tórax  y la maravillosa sensación de su vientre en mi entrepierna, es gracioso pero siendo ya un hombre de 24 años, mi sangre volvió a hervir como si el tiempo no hubiera pasado, como si aún fuera el muchachito que sucumbía a su mirada, aquel que se deleitaba recordando, la noche en que en un arranque de hombría le supliqué: enséñame tía!!!
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Me permito hacer un alto, para contar esta historia desde sus inicios.
Todo empezó años atrás, justo después  de la separación  de mis padres, desatada en plena época juvenil y aunque debo reconocer que  pese a que no  di muestra de que me afectaran significativamente los cambios, aquella crisis familiar me golpeó profundamente, sentía un vacío  que de ninguna forma era llenado por las visitas esporádicas de mi padre, ni por las actitudes neuróticas de mi madre. Todo ello sumado  a mi encierro  emocional y a las presiones propias de la edad, incidieron en que me  convirtiera  en un muchacho vulnerable, tímido, que enfrentaba sus temores como bien podía.
En aquella época vivir con mi madre era una verdadera travesía, la pobre siempre tuvo un carácter de a perro que empeoró con los años, lo atribuyo al hecho de que  me tuvo siendo muy joven y supongo que el asumir responsabilidades a temprana edad, le cambio la vida para mal. Mi inesperada  venida al mundo le robó  la oportunidad  de  aplicar para una beca  en el extranjero, sumiéndose a cambio  en una vida conyugal  mediocre que acabó con sus sueños. Sé que no es mi culpa que se jodiera la vida, pero sin duda sus frustraciones  estaban jodiendo la mía.
 Afortunadamente Amanda, la hermana menor de mi madre vivía prácticamente con nosotros; ella ocupaba un departamento contiguo al nuestro, puesto que mi abuelo al ser sus únicas hijas, les había heredado en vida la edificación, con el fin de mantenerlas unidas,  brindándoles  comodidad e  independencia. La idea del viejo dio resultado, tanto que era frecuente que se la pasaran juntas, y no solo eso, sino que a falta de la presencia de mi padre, mi tía llego a convertirse  en un apoyo incondicional para nosotros.
Contrario a mi madre, mi tía era una mujer descomplicada,  en aquel tiempo tenia de 33 años; con una hija de 10  a cuestas y un trabajo de maesta parvularia, parecía no necesitar nada más para ser feliz, nada excepto algún  escarceo amoroso, que supongo lo tenía de manera discreta pues que recuerde, no acostumbraba llevar novios a casa.
 Quizá por su naturaleza dulce  y su   manera  simple de ver la vida, se me hacía relativamente fácil abrirme con ella, ya que en lugar de  censurarme como mi madre,  me animaba a ser más osado ante cualquier reto, y entre las muchas cosas que debo agradecerle es haberme estimulado a vencer mi timidez.
La adoraba, era mi defensora nata, infinidad de veces me salvo de los regaños maternos y no solo eso, sino que siendo relativamente joven me comprendía más que cualquier otro miembro de mi familia, convirtiéndose en alguien muy especial para mí, más aun cuando sin proponérselo, fue precisamente ella quien despertó mis curiosidades sexuales.
Mi tía Amanda era  hermosa, bueno, de hecho aún lo es,  no  una belleza despampanante, pero tiene un particular encanto que me hacía pasar  horas contemplándola. Cielos!! Cuánto me gustaban sus dulces ojos claros y su sonrisa traviesa,  pero si algo verdaderamente la hacía atractiva, eran las formas generosas que se adivinaban bajo las faldas a medio muslo, y el par de blancos senos que alegraban  su escote.
Por si eso fuera poco, era encantadoramente imprudente, solía bromear con el  tema de los agarrones a las novias, intuyo que lo hacía intencionalmente pues le divertían  mis evasivas y  no cabe duda que disfrutaba sofocándome con su clásico: Leonardo ya?…o sigues en la lista de espera? afortunadamente nadie entendía que con esa pregunta ella intentaba averiguar si ya había dejado de ser virgen, evento que para mí parecía alargarse dolorosamente.
Sé que no lo hacía con la intención de provocarme, es más creo que para ella pasaban desapercibidas mis miradas  inquietas  y el placer que me generaba con el más sutil roce de su cuerpo,  mucho menos podría intuir, que se había convertido en  la mujer de mis sueños, de mis húmedos sueños…
Una tarde  mientras mi madre y  mi tía Amanda  platicaban en el porche,  a pocos metros yo me aburría jugando a la pelota a con Pamela, mi primita,  esa mocosa era una latosa, pero que más daba sino hacer monerías hasta agotarla para que se cansara de ser mi sombra, en esas estaba corriendo de un lado al otro, cuando alcancé a escuchar parte de la conversación de las mujeres.
_Luisa que exageración!! Que leo sea tímido y no haya tenido novia no significa que sea gay!!
_Baja la voz!!! No quiero que nos escuche, ayer hablé con su maestra, me comentó que Leonardo tiene dificultades de integración, al parecer ha sufrido vejaciones en varias oportunidades e incluso sus compañeros se mofan de él acusándolo de ser gay
_Joder!! criaturas malparidas!!
_Según su orientadora pudiera desencadenar en una crisis depresiva, por lo que recomendó  profundizar el dialogo  e incluso consider la posibilidad de buscar ayuda psicológica
_Pobre mi Leo, las que debe estar pasando…
_Amanda, tú crees que de verdad Leonardo…sea homosexual?
_Estee…supongo que no Luisa,… Leo es un chico introvertido, y ya sabes cómo los muchachos con su perfil son víctimas de acoso
_El cielo te oiga, creo no soportaría…
_Qué es lo que no soportarías? que tenga una orientación sexual diferente? vamos hermana, que criterios más absurdos, lo que debería preocuparte es su estado emocional y  por ultimo!!!  si Leo es gay pues al menos deberíamos hacerle sentir nuestro apoyo, no crees?
No pude seguir escuchando, me sentía herido en mi amor propio, menoscabado en mi integridad, no tenía ni tengo ningún tipo de discriminación , es más pienso que todos somos libres de emparejarnos con quien se nos de la real gana,  pero a esa edad fue doloroso asimilar que alguien pudiera tan solo dudar de mi hombría.
Aparté bruscamente a Pamelita y en mi intento de huir  maltraté su indefenso cuerpecito; el lloriqueo de la chiquilla alertó a Amanda, pero no me detuve, era mayor mi necesidad de estar solo.
Me encerré en mi habitación, eran  demasiados  líos,  demasiados miedos, demasiados fantasmas que me atormentaban como para contener las lágrimas que  amenazaban con desbordarse por mis lacrimales.
Los hombres no lloran!!…los hombres no lloran!!! Me repetía a mí mismo, mientras encrespaba los puños  contra la pared, tratando de agredirme físicamente para reprimir mi  rabia; pero era tan grande la impotencia  y la necesidad desahogarme que no pude resistir más y me tumbé sobre la cama sollozando.
Hubiera querido que nadie me viera así, pero para mí pesar o  más bien para mi fortuna,  Amanda  se había percatado de mi estado y había ido tras de mí.
_Que sucede Leo …que tienes?
_Nada, no pasa nada respondí, limpiándome la nariz en el antebrazo
_Nada?? Me abres la puerta a regañadientes, te tiras en la cama, estás  llorando y no pasa nada??
_Nada en lo que puedas ayudarme…
No hizo más preguntas, pero  se sentó a mi lado deslizando cariñosamente sus dedos en mi cabello. Desde que era un niño solía hacer eso para consolarme, pero  Amanda no asimilaba que yo ya era un hombrecito y que a esas alturas había otro tipo de inquietudes que ella despertaba.
_Ven cielo, recuéstate aquí…murmuró señalando su regazo
Le miré a los ojos  y luego bajé la vista a su piernas, al estar sentada la falda se le había subido mostrando los muslos más bonitos que había visto, demoré unos segundos en apartar la vista de aquel maravilloso espacio de su cuerpo que normalmente me era vedado y extrañamente  algo dentro de mí se agitó.
Me instó a recostarme sobre sus piernas, muchas veces cuando era más chico, me había dormido en su regazo, sin sentir ese cosquilleo que ahora se esparcía en mis genitales, y sin ser consciente de mi estado de fascinación ella continúo acariciando dulcemente mi cabello.
_Tranquilo chiquito…todo estará bien…
Quise gritarle que ya no era un niño, que me había convertido en un hombre, en un hombre con los huevos en su sitio, que me excitaba con el solo rasquetear de sus uñas en mi cabeza, pero no podía darme el lujo de arruinar mi mejor momento con ella y  callé…callé una vez más…
Cuánto poder tenía esa mujer sobre mí, en cuestión de segundo me hizo olvidar toda mi rabia, y me elevó a  otra dimensión, elevó mi alma, mis deseos, joder!!  elevó por completo mi miembro…
Era maravilloso  lo que estaba viviendo, tenía mi rostro a unos centímetros de su pubis y hasta mi nariz llegaba un aroma hasta ese momento desconocido, olía a mujer, olía a coño. Respiré intensamente, esto no era comparable a pajearme pesando en ella, la tenía para mí, aunque tristemente lo único que podía hacer, era exhalar profundamente intentado calentar su sexo con mi aliento; estaba en la gloria, pero más rápido que tarde, su voz distrajo mis ensoñaciones
_Leo, nos escuchaste verdad?
Asentí con la cabeza
_Porque nunca me dijiste… sabes que yo te apoyaría en todo
_No soy gay!…si es lo que quieres saber
_Me tiene sin cuidado que lo seas o no, más bien me refería a…
_No lo soy!!.. Me asustan las chicas…me..me ponen nervioso…pero no soy gay!!!
_ok cielo ok,  pero explícame cómo te sientes? déjame ayudarte
_No lo sé tía, es que a veces no sé qué decir, me trabo y todos se burlan
_Ohh amor…sé que no me vas a creer lo que voy a decir,  pero es un etapa normal, poco a poco  vas a ir superando tus miedos…por cierto  conmigo estas muy a gusto y también soy una chica  no?
_Sí tía, una chica …muy hermosa dije casi asombrándome de mi osadía
_Jajaja mira nada más que bien galanteas…así que te parezco hermosa Leo?
_Si, tía…eres la más linda de todas, respondí algo más seguro
_Jajaja por eso eres mi consentido!! respondió estampándome un beso en la mejilla y por cierto… que es lo que más te gusta de mí, pequeño?
La contemple unos segundos, probablemente no se hubiera oído bien que respondiera tus tetas, tus piernas o tu culo, así que con una media sonrisa respondí:
_Tus ojos tía los tienes dulces y hermosos
_Vaya! pensé que dirías otra cosa, pero  es bueno saber que mi sobrinito es un encanto
_Otras cosas … también..ttambien las tienes lindas …dije a medio trabar
_Mmmm ya me di  cuenta …no has dejado de mirármelas, tendré que coser un botón más en mi blusa respondió sonriente
_Lo siento pero, es que… nadie las tiene como tu…
_Mi bien no exageres, tus compañeras deben tenerlos hermosos
_Sip, pero los tuyos son grandes, y siempre están despiertos
_Despiertos? como es eso?
_O sea que siempre están con las puntas de pie
_Ahh los pezones…
_Si,  los pezones, y se notan a través de la ropa… porqué siempre los traes levantados?
_Jajaja querido  hay cosas que es mejor no responder…Leo, nunca has visto unos? digo.. desnudos?
_Estee..no..bueno sí.. pero en la compu
La mirada de mi tía se volvió extraña, yo era un muchacho inseguro, pero no tonto y pude notar cierto brillo especial en sus ojos, no sé si le cautivó mi inocencia, o si quería ponerme una prueba de fuego para que demostrara mi hombría, lo cierto es que me hizo un ademán para que me levantara de su regazo. 
Me situé  frente a ella y para mi total asombro,  zafó tres botones  de su blusa mostrando  sus senos sujetos por un brasier blanco.
Clavé mi mirada en ellos, eran grandes y turgentes, varias pequitas oscuras salpicaban su piel blanca, y la media copa permitía  avizorar  una aureola sonrosada; llevó sus dedos hacia ellos y con el índice los alzó ligeramente por encima del sujetador de forma que pude ver sus pezones endurecidos. Aquel espectáculo fue suficiente para sentir como mi pene dentro del pantalón se revolvía furioso, increíblemente tenía para mí los pechos de mi tía Amanda al desnudo, que más podría pedir.
Una lava ardiente recorría por mi cuerpo y comencé a transpirar copiosamente,   mucho más cuando saliéndose de toda lógica, mi tía murmuró:
_Quieres tocarlos?
Creí haber entendido mal, ni en mi mejor paja imaginé aquello,  pero Amanda sin esperar una respuesta, tomó mis manos y las colocó sobre sus senos dejándome sentir su calor. Aquello era el paraíso, palpaba sus tetas algodonadas  que respondían a mi tacto hinchando sus pezones oscuros, mientras en el centro de mi cuerpo se  levantaba airosa mi hombría.
Un ligero suspiro de mi tía me hizo buscar sus ojos, y justo en el momento en que nuestras pupilas habrían de encontrarse, ella volvió a gemir entrecerrando sus párpados. Aquello me supo a gloria, tan solo con mis caricias había hecho gemir a una mujer, a una mujer hermosa.
 Continué apretando sus pezones haciéndola estremecer, al punto de que sus mejillas se sonrojaron, pero recuperando un poco la cordura, se apartó de mí susurrando:
_Ahora ya sabes, cómo son los pechos de una mujer…
Le sonreí agradecido, la experiencia duró escasos segundos, pero era lo más sexual que había tenido en mi vida, ni que decir que ni bien salió de mi habitación llevé mis manos a mi bragueta.
 A partir de aquel  día nuestra relación tomó otros tintes, la deseaba más que nunca y ella aunque fingía  no notarlo, sé que disfrutaba perturbándome; sin embargo pasaron un par de semanas para que  volviéramos a extralimitarnos.
Teníamos  la costumbre de hacer cenas compartidas, al menos los fines de semana. En esa ocasión mamá y ella se turnaban el quehacer, mientras yo entretenía a Pamela, lo cual me permitía admirarla con tranquilidad. Se había duchado y su cabello  húmedo caía sobre su torso  transparentando la blusita blanca  que develaba sus pezones oscuros. Giró para tomar algo de la alacena y  pude notar que su pantalón de estrellas azules  se le metía deliciosamente en la cola, joder que era preciosa, aun enfundada en su pijama. Devoré sus posaderas buscando las marcas de sus braguitas, pero evidentemente no las usaba puesto que a más de no notarse ningún elástico, se  dibujaba perfectamente su coñito, demás está decir que hasta el hambre se me quitó.
Pese a ello, la cena transcurrió con la normalidad del caso; al terminar mi madre llevó a su habitación a mi prima a ver películas, mientras mi tía terminaba de arreglar la cocina.
_Anda Leo, ayúdame, que  con los codos en la mesa no resultas de provecho;  yo enjabono y tú enjuagas  la vajilla
_Claro tía… lo que digas
No sé qué pasó por mi cabeza, ni de donde agarré valor, seguro fue efecto de haber fantaseado toda la cena con  su pijama de estrellas, lo cierto es que  al pasar junto a ella,  me pegué más de la cuenta y rocé su trasero con mi miembro, ella no dijo nada, solo se hizo ligeramente hacia adelante y volteó a verme desconcertada
_Lo..lo siento.. es que… la cocina es demasiado chica dije nerviosamente
Debí sonar estúpido porque ella soltó una carcajada alegando:
_Chica? Por favor Leo, aquí hay espacio para un batallón!!
_Es que casi tropiezo _mentí _ pero igual…. lo lamento
_Mmmm de verdad lo lamentas muchacho?
_…Estee… si… si claro…
_Amor, en la vida no hay que arrepentirse de lo que se hace, todo puede dar lugar a algo bueno dijo acercándose lentamente hasta casi rozarme con sus tetas
Verla tan resuelta, tan deliciosamente provocativa, ocasionó que mi respiración empezara a agitarse y los colores se me subieran al rostro
_Te gusta Leo? te gusta que este tan cerca?
_Ohh tía…me gusta..me gusta demasiado…
_Asi?  o más cerca, chiquito? dijo aplastándolas contra mi pecho
_Más tía…maas….todo lo cerca que quieras…respondí en medio de un suspiro
_Estás temblando mi bien…te asusta  tocarme?
Ya no respondí, ella había abierto un camino que yo no estaba dispuesto a desaprovechar, y dejando mis miedos en el lavadero, torpemente introduje mis manos dentro de su blusa
Ascendí por su cintura lentamente, hasta llegar a sus senos, no podía creérmelo, nuevamente acariciaba las tetas de mi tía, otra vez esos pezones oscuros estaban entre mis dedos, pero ésta vez no me iba conformar con estrujárselas, esta vez quería probarlas, atraparlas con mis labios…
Casi con desesperación, le levanté la blusa  y antes de que pudiera detenerme, acerqué mi boca a sus pezones, mientras ella susurraba:
_Espera Leo espera…ahhh…tu madre..puede entrar tu madre..ahhh
_No tía.. no me dejes así otra vez…no, por favor…supliqué
_Mi bien ve…ve a tu habitación…ve que ya te alcanzo
_Lo prometes tía? de verdad vas a ir…dije lamiendo sus pezones
_Ahhh….sí..sí.. le diré a tu madre que …que te voy a ayudar en las tareas…ahhh
Me desprendí de sus preciosos senos, y corrí a mi habitación a esperarla, cada dos minutos sacaba la cabeza por la puerta ansiando verla llegar,  hasta que al fin las luces del pasillo se apagaron lo que me hizo suponer que se acercaba.
Bastó oír sus pasos para que mi pene se enderezara, no tenía claro lo que iba a pasar, pero sabía que sería una noche inolvidable para mí
Me arrimé contra el espaldar procurando que no notara que temblaba como una hoja, ella se acomodó a los pies de la cama
_Siempre la tienes así? pregunto señalando la erección que se dibujaba en mi pantaloneta
Algo avergonzado respondí:
_Siempre..siempre que pienso en ti
_Y eso   es muy seguido Leo?
_Sí…todos los días, se levanta por ti …
_Mmmm y que haces para que se te baje pilluelo?
_La toco… la toco mucho
_.Amor dime algo…  aun eres virgen verdad?
_Sí, ssi  tía, pero me gustaría dejar de serlo…
_No comas ansias amor, ya tendrás una novia
_Y si tú…
_ Ay cielo, esto más complejo de lo que parece, coño!!! sé que nos hemos toqueteado un par de veces pero no dejo de ser tu tía
_

Eso significa que estás… confundida?

Sí, Leonardo tanto como tú
_Yo no estoy confundido Amanda, sé lo que quiero, sé lo que me gustaría contigo…
_Oh mi chiquito..a que te estoy induciendo
A nada tía a nada que yo no quiera
_Es que…
_Por favor, no pienses en nada, solo enséñame tía..enséñame a ser hombre…
Me miró con esos ojazos claros y hermosos llenos de  infinita ternura,  me besó la frente y nos quedamos unos segundos abrazados
Con mi rostro en medio de sus tetas sentía el palpitar de su corazón, el mío también bombeaba fuerte al igual que mi miembro encerrado en mi pijama. Tras unos segundos ella fue quien rompió el silencio:
Leo que parte de mi cuerpo te gusta más?
_Tus senos tía, tus senos, más cuando andas por la casa sin sujetador
_Lo supuse, siempre me los miras…has soñado con tocarlos?
_Si tía, todas las noches…
_Con besarlos?
Siempre …siempre
_Y has imaginado poner entre ellos tu…
_Ohhhh tía….tía…gemí apretando mis puños
Sus insinuaciones ocasionaron una corriente en  mis testículos y queriendo retener la sensación de goce pase mi mano por mi entrepierna cerrando los ojos con fuerza
Al abrirlos, una imagen de ensueños  hirió mis pupilas, la tenía frente a mí, se había despojado de su blusa y su cabellera castaña caí sobre sus pechos desnudos, su escueta cintura adornada por un pequeño ombligo atraía la mirada  una cuarta más abajo en donde brillaba el  tatuaje de una mariposa con las ala abiertas… así era ella una mariposa de alas abiertas, una mariposa de fuego que jugaba con mis ganas…                                                                            
Decidida me despojó de  la pijama, sus yemas  acariciaron  la rugosidad de mis testículos, haciéndome erizar; mi pene en total erección segregaba los primeros líquidos que junto a su saliva formaron el bálsamo que permitía que su tetas  se mecieran desde la base hasta el prepucio en una magnifica paja. Creí que eso era demasiado para mí, pero el mundo se me vino encima cuando su lengua inicio la estimulación de mi glande, para continuar engullendo mi miembro, hasta casi chocar contra mis huevos, joder!! , hubiera querido hundírsela por horas pero bastó que mi pene desapareciera en su boca un par de veces, para darme cuenta que no necesitaba nada más para correrme.
Fuertes contracciones en la base de mi miembro me anunciaron que era inminente mi llegada, mi explosión atravesó en segundos la extensión de mi pene, estremeciendo todo mi cuerpo, y un chorro blanquecino se desparramó por sus comisuras…me había corrido…me había corrido en su boca!!
_Ahhh..lo siento…todo fue tan..tan.. rápido
_No te preocupes amor ya irás tomando práctica, murmuró terminando de limpiarme con una servilleta de papel
_Gracias ..fue increíble…. solo me siento mal de que no pudiera aguantar para responderte
_En verdad crees que no puedes responderme? ….Ven acá muchacho
Sentí sus labios por primera vez en un beso apasionado y mientras nuestras lenguas se agasajaban condujo mis manos a sus tetas, los suaves masajes  y la estimulación de los pezones la excitaba
_Asii. Amor…sigue…vas bien
Yo no respondía solo disfrutaba oyéndola gemir
_Ahhh… ahora bésalos amor, succiónalos fuerte …duroo …
Perdí la noción del tiempo entre sus tetas, y solo  dejé de chupar sus pezones  cuando ella separando sus muslos me invito a descubrí sus genitales.
Casi temblando metí mi mano por la fina tela de su pantalón, eso fue como entrar al paraíso;  una ligera vellosidad en su pubis me  incitó a descender hacia sus labios, hallándolos  maravillosamente húmedos
Al menor movimiento de mis dedos, Amanda se estremecía, lo que me hizo deducir que si quería complacerla no debía sacar mi mano de allí.
_Amor….toca ahí!!!!. justo ahí!!!!
_Es tu clítoris?
_Sí cielo, siiii, muévelo…
_Así está bien?  Más rápido?
_Sí amor, sí… de izquierda a derecha…sigue…siguee
De un tirón retiré su pantalón pijama, y halándome   de los cabellos me atrajo a su sexo.
No cabe duda que el instinto lo lleva uno en la piel, bueno en éste caso en la lengua, pues con ella le di todo el placer que quería darle con mi sexo, y mientras me comía cada pliegue de su vagina, acariciaba su trasero divino
Su respiración empezó acelerarse, y sus movimientos de pelvis se hicieron  más bruscos llegando incluso a golpearme el rostro; un gemido profundo acompañado de  continuos estremecimientos me dejaron la satisfacción de saber que ella también se corrió…
Se recostó en mi pecho y nos volvimos a llenar de besos,  pero la vocecita inoportuna de Pamela al otro lado de la puerta nos hizo espabilar
_Mamaaa..mamá..abre!
_Ya linda, ya, dame un segundo, respondió mientras buscaba su pijama
Inmediatamente nos vestimos armé un regadero de libros en la cama y Amanda se levantó a abrir la puerta
_Mamaaá
_Qué pasa chiquita porque tanto escándalo?
Es que mi tía Luisa ya se durmió y quiero estar  con ustedes… que hacían?
_Ah…enseñaba a Leo a hacer sus tareas amor, respondió dedicándome un guiño de ojos
_Y por qué mejor no vemos una peli?
_Porque ya es hora de irnos a la cama nena, ya es tarde
 _Mañana no hay clases y Leo puede venir con nosotras
Siempre he dicho que mi primita era una latosa pero aquella noche me provocó caerle a besos por tan esplendida idea
_Cierto tía aún es temprano, podríamos…
_Mmmm nada de  eso ya es hora de  dormir muchachos, Pame ve  a recoger tus juguetes
La chiquilla salió corriendo en dirección a la habitación de mi madre, lo cual dio oportunidad para que mi tía y yo nos despidiéramos
_De verdad no puedo ir con ustedes? insistí
_Y como para qué? respondió algo coqueta
_Estee.. pues digamos que me pareció buena la idea de Pame
_Mmmm pues en vista de que mañana es domingo, podría dejar que la acompañes un rato
_Y tu estarás?
_No Leo, prefiero descansar
_Ahhh ya veo,  entonces… creo que mejor me quedo              
_Jajaja tan rápido se te quitaron las ganas de ver películas? O en realidad tenías otras intenciones pilluelo?
Sintiéndome descubierto le regalé una sonrisa
_En realidad lo que me importa es estar contigo…
_Mmmmm pues da la casualidad de que aún no tengo sueño
_Genial!!!Dame dos segundos y voy contigo, solo me pongo las zapatillas
_No cielo, debo recostar a Pamela…si aún estás despierto cuando apague las luces, podríamos charlar un rato…
_ Claro tía,  estaré pendiente, por nada del mundo me dormiría esta noche
Ella sonrió,  pese a que supongo que no le faltaban pretendientes, intuyo que le gustaba provocar mis estados de euforia, y no solo eso, sino que además se complacía en ser la causante de que poco a poco mi timidez empezara a quedar en el limbo.
Ya había transcurrido casi una hora, desde que se fueron a su departamento, desde el ventanal de la sala pude notar cuando las lámparas  se apagaron quedando una tenue luz que provenía de la habitación de mi tía, mi corazón latió  emocionado  y antes de escapar por la puerta trasera, di una vuelta  por la habitación de mi madre que afortunadamente dormía con placidez.
Como acordamos, mi tía había dejado la puerta principal abierta, y llegar a su recámara fue cuestión de andar a con algo cuidado debido a la escasa iluminación; pero pese a mis precauciones no pude evitar dar un tropezón contra una mesilla que traqueteó como si se desbaratara
_Auchh!!! mierdaa!!!!! Proferí, agarrándome la canilla y dando un par de brincos
_Que pasó amor?’ que bullicio es ese?
_Nada importante tía, choqué contra esa mesa
_Ay cielo! es mi culpa, debí dejar al menos una luz encendida
_Tranquila, ya está pasando
_Ven amor, en mi velador tengo un ungüento, ya verás que en breve te pasa el dolor
Entramos a su habitación me recosté en la cama y  pese a que ya casi no sentía ninguna molestia, dejé que me mimara con sus cuidados
_Aun Duele mucho?
_No tía, nada más un poquito
_Sigo?
_Sii…un poco más…
Sus manos inquietas empezaron a desplazarse desde la rodilla hacia el muslo, provocándome más de un estremecimiento, mucho más cuando sus finos dedos avanzaron hasta llegar a hurgar  la zona cercana a mis ingles
_Te gusta?
_Ohhh tía…sii…
 _Dime cuánto te gusta, dímelo
_Me gusta…me gusta demasiado…me excitas tanto
_Lo suficiente como para ponértela…dura?
_Dura…muy dura… nadie me la pone así, nadie me la pone como tu…
Sonrió complacida, y esta vez agarró de lleno mi miembro que ya estaba en total acción, aquello era fabuloso,  sentía que tenía la fuerza de un toro concentrada en mis genitales, y Amanda no paraba de tocármela.
Sabía lo que vendría en breve si ella no dejaba de acariciarme, pero esta vez no estaba dispuesto a pasar la vergüenza de correrme en segundos, así que la tumbé en la cama, y fui yo quien se dio el lujo de besarla.
Retiré la blusita de tirantes, y divagué por su cuello, las dulces caricias abrían  los espacios de su cuerpo, y allí entre sus sábana, saboreé cada pliegue, cada curva  y cada planicie de su cuerpo; pero mi sexo apretujado dentro de la bermuda clamaba por la oportunidad de penetrarla.
Terminamos de desnudarnos, y fue ella quien separó sus muslos  ofreciéndome  su sexo totalmente abierto e increíblemente húmedo; sin poder resistir más roce  con mi miembro sus labios, que parecían acoplarse a la suavidad de mis movimientos.
Fue difícil contenerme, sentía una imperiosa necesidad de hundirme en su sexo, y sujetando mi pene de la base, lo acomodé en la entrada desplazándome en su interior.
Que deliciosa sensación, nada es comparable a la humedad de una mujer, a  sentir como tu carne va abriendo paso, en ese túnel maravilloso que cede a la presión que ejerce tu verga, nada se compara a verla contorsionarse de placer mientras pronuncia tu nombre Joder!! con solo hundírsela un par de veces sentí que quería correrme.
_Amor ahhh aguanta mi vida…usa tus dedos …usa tus dedos!!!
Verla tan deseosa, despertó mi imperiosa necesidad de complacerla, y haciendo caso de sus clamores, usé mis dedos para estimular su clítoris mientras la atacaba con fuerza…
_Asiiii Leooo, asiii, duro amor… duroooo!!!
Gruesas gotas de sudor se formaban en mi frente, mientras estoicamente resistia las ganas de dejarme ir, ella suspicazmente giró su cuerpo, y sentándose sobre mí, dio rienda suelta a sus ganas de follar.
Su cabellera castaña, se agitaba sobre sus hombros, siguiendo el ritmo de sus senos que bricoteaban en cada metida, hasta que los espasmos de su vulva y sus líquidos regándose en mi pubis, liberaron también mi urgencia de correrme.
Se dejó caer sobre mi cuerpo; la sensación de haber compartido un orgasmo nos dejó plenamente felices, sin ganas de decirnos nada, pero totalmente felices.
Aquella fue mi primera experiencia sexual, después vinieron  otras, quizá mejores, quizá más intensas, pero ninguna con tanto candor, ninguna que me excitara tanto recordar y ninguna que  se marcara tanto en mi memoria….
Amanda fue un ángel en mi vida, que no solo me abrió las puertas de su cuerpo para el goce, sino que me enseñó a enfrentar la vida como todo un varón. Lamentablemente muestro tiempo juntos no duró más que unos pocos meses, pues al término de mi bachillerato, el sueño de mi madre de estudiar en el extranjero se le hizo realidad a través de mí, y pese a que yo tuve ciertas dudas en decidirme por esa opción, ambas  me impulsaron a aprovechar esa oportunidad.
No quiero recordar la despedida, tan solo decir que en la última noche juntos, me marcó con sus besos, y en la mañana después un  triste adiós, agarré un avión que me alejó de ella durante años.
Los primeros meses extrañaba mi país, mi familia, los amigos, hasta la comida ecuatoriana y la extrañaba a ella sobre todo a ella, pero el tiempo cura todo y en esos años de preparación académicamente, nuevos vientos llegaron a mi vida y nuevos amores me devolvieron la sonrisa. Aunque nunca perdimos contacto, Amanda pasó a ser parte de mis más hermosos recuerdos, y como es lógico, tanto para ella como para mí, la vida continuó…
El tiempo pasó, mi sueño de graduarme llegó a feliz término y trabajé un par de años antes de decirme a volver a mi país; es innegable que pese a estar en una buena situación,  llega un momento en que las llamadas, los mensajes, los videos no son suficientes, y yo necesitaba ver a mi familia, abrazarla, sentirla, así que decidí que ya era tiempo de regresar.
El reencuentro fue emotivo, el abrazo cálido de mi madre me hizo sentir que todo recuerdo triste estaba olvidado. Después volteé hacia mi tía, estaba radiante, tan hermosa como la recordaba, quizá algo más redondeada en carnes pero igual de bella, me quedé unos segundos contemplándola, quizá comparándola con la imagen que en mi mente guardaba de ella, pero la voz de mi madre me sacó de mis ensoñaciones
_Hijo, reacciona!  o pensaré que  la vida en el extranjero te ha cambiado, que es eso de quedarse impávido en lugar de abrazar a tu tía!!
_Madre como dices eso! mi tía  sabe cuánto la adoro!! solo que la noto tan linda que… bueno más bien las noto lindas a las dos dije intentando corregir mi metida de pata
_Tanto tiempo desde tu viaje Leo,  parece mentira que de nuevo estas aquí, ven acá  muchacho señalo mi tía tomando la iniciativa en abrazarme
Besé sus mejillas y la ceñí con fuerza hasta hacerle  faltar el aire, la apreté aún  más  contra mi cuerpo y nos quedamos varios segundos juntos, los suficientes como para que el recuerdo de su piel  inesperadamente volviera a inquietarme. Luego tratando de recuperar el control la sujeté por la cintura dando vueltas con ella
_Jajaja muchacho loco  aquiétate!!! que terminaremos rodando por el piso
Ante sus súplicas me detuve  y mirándole a los ojos susurré:
_Te juro que nada me gustaría más que eso…
_Qué dices?
_.Que nada me gustaría más que  terminemos rodando por el piso…
Amanda percibió mi doble intención, y se quedó estupefacta, joder!! que  yo ya no era el jovenzuelo timorato que se hizo hombre en sus brazos; había vivido, había recorrido mundo y era bueno que ella tenga claras las cosas.
Un toqueteo en mi espalda me hizo girar para ver de quien se trataba
_Y a mí no me vas a saludar primo?
_Pamelita!!!! Mira que grande estas, ven acá princesa!!
Abracé a mi prima con ternura, atrás habían  quedado los tiempos en que la pequeña de trenzas rubias y vocecita chillona jugaba a ser mi sombra, ahora era una jovencita hermosa como tía Amanda; no cabía duda que las mujeres de mi familia había sido bendecidas con un encanto particular.
Se me colgó del cuello emocionada
­Te extrañe tanto primo!!!
_Muuuy comprensible, de seguro no tenías a quien robarle monedas, le dije en son de broma mientras la abrazaba fuertemente
_Jajaja verdad!!, además no tenía a quien perseguir todo el día, quien me compre golosinas, y quien me lleve a pasear, ahhh y quien juegue a la pelota conmigo!!
_Jajaja pequeña, tan lindos recuerdos. Te extrañe linda, las extrañe demasiado.
Volver a adaptarme  a mi familia fue relativamente fácil, mi madre con los años se había vuelto más afectiva, mi prima  se había convertido en una jovencita encantadora, solo mi tía parecía no haber cambiado seguía siendo para mis ojos increíblemente sexy.
Como decía, nada parecía haber cambiado, continuaban viviendo en la misma edificación,  compartiendo las cenas de fin de semana, mi tía seguía cocinando delicioso y usando las delgadas pijamas sin sujetador  y para no variar sus tetas seguían volviéndome loco.
Honestamente yo creí que ese capítulo de nuestras vidas se había cerrado, pero el hecho de mudarme con mi madre una temporada, hasta encontrar mi propio espacio hizo que forzosamente volviera a tenerla cerca, y todas las emociones que  antes de volver a verla, creí dormidas, empezaron a despertar, solo que esta vez yo estaba dispuesto a torcer el destino a mi favor.
Los primeros días fue imposible estar a solas con ella, pues a más de tomarme unas merecidas vacaciones, me la pasé de visita en casa de otros familiares, sin embargo no perdía oportunidad de mandarle al menos algún mensaje, que le mostrara que pensaba en ella.
Cuando todo empezó a normalizarse, empezamos a compartir las cenas, Pamela solía pedir que les relate  episodios de mi vida, así que varias noches nos quedamos los cuatro charlando amenamente después de cenar. Una de esas ocasiones, mi madre debido al cansancio se despidió  temprano y Pamela siendo que era fin de semana salió a distraerse con sus amigas, quedándome al fin a solas con tía Amanda.
_Amanda…Amanda…sigues tan hermosa como antes, señalé acariciando los nudillos de su pequeña mano
_Gracias querido, veo que sigues siendo gentil respondió retirándola con suavidad
_Necesitaba hablar contigo a solas, todos estos días ha sido casi imposible tener un minuto de paz
­_Es cierto Leo, pero entiéndelas están emocionadas de tenerte de nuevo en casa
_Y a ti Amanda, también te emociona verme?, porque la verdad te siento algo distante
_Que dices Leonardo, por supuesto que estoy feliz!!, eres mi sobrino y sabes bien que te extrañamos
_Preferiría que hablaras en singular, el te extrañé me gusta más que el te extrañamos
_Jajaja que dices muchacho acaso no significa lo mismo?
_No tía, de ninguna manera y sabes bien a lo que me refiero
_No, no sé a qué te refieres exactamente, pero en fin, ya hablaremos en otro momento creo que es mejor ir a descansar
_Huyendo no solucionas nada Amanda, tenemos una charla pendiente
_Será en otro momento ahora yo…tengo algo de cansancio
_Cansancio, miedo o nerviosismo tía? porque casi te veo temblar murmuré volviendo a sujetar su mano entre la mía
_Leo si te refieres a…
_Si tía, justamente a eso, a lo que un día tu y yo sentimos, a lo que vivimos, a nuestra historia
 _Ya no tiene caso Leo, las circunstancias han cambiado
_Lo único que sé, es que estás casi temblando y eso me hace pensar que aun sientes algo por mí; no creo equivocarme Amanda, tus pezones se han levantado… creo que ellos si me han extrañado
_Leo… yo…
_No digas nada mujer
_Por favor escúchame…
_Ya no la dejé hablar, mis labios se unieron a los suyos y ella poco a poco respondió a mis besos abriendo la boca, permitiendo que nuestras lenguas se vuelvan a encontrar. Nos besamos intensamente, y luego tomándola de la mano la arrastré a mi habitación
Me quité la camisa y le arranqué el brasier; sus tetas aunque menos altivas, seguían  siendo hermosas,  al punto que se me antojaba agarrarle de las caderas y penetrarla hasta cansarme, pero preferí llenarla de besos  y estremecerla con caricias. Al son de comernos a besos, la atraje hacia mí y paso a paso la orillé hasta rodar por la cama, ella abrió sus piernas entrelazándolas a mi espalda, lo cual me permitió hacerle sentir a través de la ropa toda la potencia de mi miembro.
 Mientras nuestros cuerpos tibios se restregaban buscando más acoplamiento, abrí la boca sobre sus senos, chupandolos con ansias. Sus tetas en mi rostro me excitaban tanto que no paraba de comérselas, de morder y lamer sus  pezones, volteaba  de una a otra haciendo que gima de placer; la verdad es que me gustaba tanto  incitarle que hubiera podido pasar horas allí, pero el resto de su cuerpo también pedía ser atendido.
Entre beso y beso nos liberamos del resto de la ropa, ávidamente tomé el camino de su  abdomen hacia la pelvis, aspirando el suave  olor de su pubis que se hallaba cubierto por una finísima alfombra de vellos, descendí mi lengua unos centímetros hasta los pliegues de sus labios, y sediento de ella bebí los líquidos que empapaban su coño. Amanda respondía a mis requerimientos abriéndose toda, y buscando  desesperadamente la inserción de mi miembro.
Mientras lengüeteaba sobre su clítoris, la penetré con mis dedos, su sexo mojado facilitaba el movimiento circular con el que estimulaba su vagina en constantes meneos de entrada y salida. Ella deliraba en mi brazos y eso me generaba aún más placer.
_Te gusta amor te gusta lo que te hago?
_Ohh Leo..Leo.. me gusta ahhh
_Cuánto linda….cuánto te gusta?
_Mucho.. demasiado… dámela… dámela de una vez
_Claro que te la doy  mi vida  si me encanta follarte, solo quiero que me la pidas como se debe
_Joder!!! que me la metas!!! fóllame!! folla a tu putilla
_Así mamita así…date vuelta que  te voy a dar  lo que te hace falta
Nuestras frases se volvían fuertes pero ambos parecíamos disfrutar liberándonos, era  nuestro reencuentro y no se nos antojaba el sexo dulce de antes, queríamos sexo crudo. Coger…tirar… follar…
Ella misma se puso en cuatro ofreciéndome sus entrañas, y yo enloquecido la agarré de las pechos mientras me juntaba a su trasero. No resistí más las ganas de tenerla y  ubicando mi pene en su entrada  me desplacé lentamente por su abertura.
Amanda gimió mientras la prolongación de mi pene llegaba a lo más profundo, luego placer mucho placer. Los movimientos de nuestros cuerpos amándose desenfrenados, nos llevaban a otra dimensión en la que yo procuraba resistir a muerte para satisfacerla. 
Empujé mi cadera sin detenerme, con furia, arremetiendo contra aquel sexo cálido que ahorcaba mi pene produciéndome infinitas sensaciones de placer, hasta que en total agotamiento Amanda  dejó caer su pecho en  la cama, mientras convulsionaba y gemia enloquecida. Nada podía satisfacerme más que su linda carita orgásmica.
 Tumbándome junto a ella volví a comerle la boca y  descendiendo  por su espalda  eché mano a su trasero; luego de unos cuantos morreos, mi tía se ubicó entre mis muslos, y se dio a la insuperable tarea de comérmela, sus labios carnosos se ajustaban al grosor de mi miembro succionando mi glande y tragando buena parte de mi instrumento. Era un encanto verla tan engolosinada, subía y bajaba acelerando y luego disminuía la intensidad para volver a atacar. No pude más,  el impacto de sus ojos fijos en los mios mientras me la chupaba, fue el detonante que hizo que  llegara no solo a eyacular sino a expulsar parte hasta de mi alma…
Después de unos minutos de descansar abrazados, nuestros cuerpos buscaron más caricias. Nuevamente  me deleité en sus genitales solo que esta vez,  agité mi lengua desde las comisuras de sus labios  hasta bordear su orificio mas intimo
Sus gemidos se incrementaban a medida que mi lengua estimulaba sus pliegues. El suave masaje en su clítoris le hacia abrirse permitendo que uno de mis dedos iniciera el juego de inserción en su esfínter, pero pese a estar muy excitada tensaba sus glúteos impidiendo mayores avances.
_Ohhh Leo.…duele…ahhhh…duele…
_Amor tranquila ..solo relájate…
_ Leo…no lo sabes pero..es que nadie ha estado ahí…
_Tranqula amor ..confia en mi, iremos despacio
_Ahhh…no..no estoy…muy segura..i
_Tía,  hace unos años tu me enseñaste a amar, ahora deja que sea yo   quien te enseñe…
Mis ultimas palabras terminaron de convencerla,  la conduje suave sin presionarla; acaricié su cabello, su espalda, su  trasero, volviendo una y otra vez a su boca que respondia con desenfrenados besos profundos; pero fue la  estimulación de sus senos, el punto máximo de calentura que la hizo ceder a  mis deseos de ponerse en cuatro.
Me ubiqué tras de sus caderas, hundiendo mi rostro en su cola; lubriqué su esfínter, masajeándolo con mis dedos, que a medida que ella se cedía se iban introduciendo en su interior. Continué estimulándola hasta que ella misma botando su cuerpo hacia atrás logró que mi miembro tomara posición.
Sin dejar de acariciar su clítoris, empujé la pelvis penetrándola con suavidad, abriéndome paso en sus estrechas paredes, ella gemía y a medida que me deslizaba en su interior, sus estremecimientos se hacían mas briosos y mis ataques más salvajes,  al punto de que fundidos en un vaiven de sensaciones explotamos en un orgasmo incomparable.
Agotada recostó su cabeza en mi pecho y yo respondi acariciándole la mejilla. Despues de unos minutos de quedarnos en silencio Amanda musitó:
_Leo esto es una locura
_Sí, una locura hermosa
_Hermosa pero igual  debemos dejarla
_No digas nada  mujer, porqué te gusta complicar las cosas? nos gustamos, nos deseamos, ponle el nombre que quieras, amor, pasión deseo, ganas, lo que sea; pero me gusta estar contigo
_Leo no sigas, sabes que tengo razon, ademas  hay algo que tú no sabes
_Por favor  Amanda no arruines el momento
_Es que …yo..yo…salgo con alguien entiendes? Sé que debi decirlo antes
No esperaba aquella confidencia, pero no perdí el aplomo y traté de minimizar lo que había escuchado
_Es lógico Amanda, si eres encantadora; de hecho también yo salí con otras mujeres, pero aún podemos intentarlo…
_Hombre, como dices eso!! Se te olvida que soy tu tía, tu tía!!! ….además,  llevo más de un año con él, es un hombre que me ha dado paz, quizá no la pasión que tú me ofreces, pero a mi edad busco tranquilidad, busco algo más que sexo, un hogar y eso es algo que jamás tendré contigo…
_Tía yo por ti…
_No amor, no digas nada, no es tu  culpa, son las circunstancias. Sé que mis acciones de hoy contradicen lo que digo y te pido disculpas  por ello pero…
_Tía, escúchame!!
_Leo no más… solo déjame, dejame ser ser feliz…a mi modo…
Su última frase  me partió el alma y la abracé. Un día me fui de su lado y  había llegado el momento en que la deje irse del mío.
  Terminó de vestirse, me miró dulcemente con esos ojazos claros y hermosos, y vi en ellos la sombra de su amor maternal
_Te quiero sobrinito
Le besé la frente y la volví a abrazar; en ese momento comprendí que nuestro afecto filial trascendía al deseo, aun así,  con la voz casi entrecortada susurré:
_Volveré a tenerte?
Dudó unos segundos que para mí fueron la luz  de la esperanza y en voz casi inaudible respondió:
_Sin preguntas Leo…sin preguntas…
Que significaba aquello? No lo sé…solo el tiempo da las respuestas…
Después de que salió de mi habitación subí a la terraza, el aire frio de la noche dispersaba mis pensamientos; llevaba cerca de una hora allí, cuando el portón principal se abrió, dando paso a la delgada silueta de Pamela. 
_Que horas son estas de llegar niña!!
_Ay primo!!!! ni siquiera es la media noche…daba una vuelta con unas amigas. Y tú, qué haces ahí?
_Contando estrellas dije burlonamente
_Jajaja vas a necesitar ayuda…ya te alcanzo
Subió a prisa los  graderíos y me estampó un beso en la mejilla
_Y a más de contar estrellas en que pensabas?
_Meditaba nena, meditaba  en mi vida, en  los asuntos que tengo pendientes; ya sabes cosas de adultos
_Mmmm pero se te nota algo triste
_No linda, no es tristeza, quizá solo es algo de nostalgia; la verdad es que soy un tipo realmente afortunado
_Ah sí? Y se puede saber porque?
_Porque la vida me ha permitido vivir cosas, que otros hombres  no tienen  oportunidad de disfrutarlas ni en sueños
_Mmmm eso tiene relación con una mujer cierto?
_Jajaja eres muy lista y demasiado curiosa
_Debió ser hermosa
_Bueno, pues sí, siempre he tenido la suerte de que se me crucen mujeres hermosas
_Jajaja Leo que humilde eres!!! Oye….y yo ….yo te parezco hermosa?
Aquella pregunta me desconcertó  porque  fue lanzada con una mirada  profunda e intensa
_Sí Pame, eres preciosa, siempre he dicho que las mujeres de mi familia son bellísimas, respondí evitando un comentario inadecuado.
_O sea que te parezco bonita, insistió de forma traviesa
_Mucho, mucho, pero… ya es hora de ir a dormir pequeña, respondí acariciando su mejilla
_Sí, tienes razón, buenas noches Leo
Se acercó lentamente, y al despedirse, en lugar de besar mi mejilla, depositó un suave beso en  mis labios
La sostuve de los hombros, buscando en sus ojos una explicación a la inapropiada caricia, pero sus labios se abrieron tan solo para confundirme más 
_Leo, no solo tú eres afortunado, las mujeres de ésta familia, también lo somos….
Me estremecí sin saber qué interpretar,  y en ese bendito momento en que nuestras pupilas se encontraron, me percaté que al igual que tía Amanda, Pamela tenía los ojos dulces y la sonrisa traviesa…
FIN
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas I” (POR XELLA)

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¡RING! ¡RING!
 
– ¿Dígame? – Respondió Sofía.
 
– ¡Lo hemos conseguido! – Se oyó al otro lado del teléfono.
 
– ¿En serio? ¿Donde estás?
 
– Yendo a la oficina, llegaré en media hora.
 
– Yo estoy a 10 minutos, te espero allí. – Sofía colgó el teléfono. Una sonrisa enorme adornaba su rostro, llevaba mucho tiempo detrás de esa noticia.
 
Sofía Di Salvo era una joven reportera de una canal de televisión. No llevaba mucho tiempo trabajando y no la tenían muy en cuenta, pero confiaba que gracias a este reportaje, sería capaz de hacerse un nombre. La chica era una belleza mediterránea, no era muy alta pero tenía unas curvas muy bien definidas. Morena de piel y de cabello, sus ojos verdes le daban una mirada felina que encandilaba a cualquiera, nunca se había aprovechado de sus encantos físicos para hacerse un lugar en su trabajo, pero estaba claro que eso siempre ayudaba, sin ir más lejos, Tomás, su jefe, la tenía en palmito, dándole un trato algo mejor que al resto de sus compañeros, lo que provocaba a veces las envidias del resto.
 
Tomás Sandoval llegó al despacho con la cara congestionada y sudando, estaba claro que se había dado toda la prisa que podía. Era un hombre casi llegando a los sesenta, con el pelo y la barba blanca y un sobrepeso que hacía notar la buena vida que había llevado desde hacía bastante tiempo. Había sido director general de todo el canal de televisión, pero un pequeño accidente durante la cobertura de la boda real le había hecho perder el status y la confianza de los que gozaba, dejándole relegado a la dirección de los reportajes de investigación. Tomás necesitaba que el reportaje triunfase tanto como Sofía.
 
– ¿Cómo lo conseguiste? ¡Llevábamos meses detrás de ellos! – Preguntó Sofía nada más verle, lanzándose a darle un abrazo.
 
– Me llamaron ellos, me dijeron que éramos demasiado insistentes y que con tal de que les dejásemos en paz, nos dejarían hacer el reportaje.
 
– ¡Es genial! – Sofía estaba exaltada, dando brincos por toda la oficina. – ¡Pero el reportaje es mío! No irás a enviar a ningún otro, ¿Verdad?
 
– Sofía… Sabes que es peligroso…
 
– ¿Peligroso? ¡Claro que es peligroso! ¡Por eso mismo! Sabes perfectamente que sin riesgo no hay gloria… Si esto sale bien…
 
– Pero… Sofía…
 
– No hay más que hablar. – Dijo Sofía, zanjando la conversación. – Sabes perfectamente que esto es tuyo y mío, los dos hemos dado todo durante meses para conseguirlo, no vamos a permitir que ahora venga otro a llevarse la fama.
 
– Está bien, pero ten cuidado.
 
– ¿Cuándo puedo empezar?
 
– Mañana a las 8:00. Te recogerá un coche en la esquina de la calle Silva. Han impuesto varias condiciones, y una de ellas es que irás todo el trayecto con los ojos vendados… No son tontos Sofía, no van a permitir que se muestre más de lo que quieren que veamos… Y además han pedido que sólo vaya una persona, así que tendrás que hacerte cargo de la cámara… ¿Estás segura de que quieres hacerlo tú?
 
– ¿Quieres dejar ese tema? Por supuesto que quiero hacerlo yo. No me pasará nada. Mañana a las 8:00 estaré allí con la cámara y el microfono. Hemos conseguido que Xella Corp nos abra sus puertas y no vamos a desaprovecharlo…
 
——
 
Sofía estaba impaciente. Había llegado con media hora de antelación, no quería que nada saliese mal. La noche había sido horrible, casi no había dormido debido a los nervios… Y no era para menos, iba a pasar un día completo dentro de una coorporación de la que se sospechaba que tenía negocios algo turbios… Se la relacionaba con la trata de blancas y la esclavitud… Había estado repasando mentalmente todo lo que tenía que llevar, las preguntas que debería hacer, los riesgos que podría correr… Y allí estaba, de pie, sola, en medio de la calle, sin saber lo que le iba a esperar.
 
Se había puesto una falda de tubo a medio muslo, que marcaba perfectamente sus caderas, acompañada de una blusa blanca con algo de escote y unos zapatos con algo de tacón, pero nada exagerado. Habría preferido ir algo más cómoda, pero iba a salir en cámara en algunos planos y debía estar presentable.
 
Había cogido una pequeña cámara de mano para realizar la entrevista, que no pesase mucho pero que le diese la suficiente versatilidad y calidad de video, ya que tenía que hacer ella misma todas las grabaciones. Llevaba un pequeño trípode para poder ponerla fija cuando tuviese que aparecer ella también en el plano.
 
De repente un coche se paró frente a ella. Era un coche grande, negro, con las lunas tintadas… Se quedó paralizada, miró el reloj y vió que eran las 8 en punto. La puerta trasera se abrió automáticamente, se asomó y vió un hombre vestido con un traje negro y gafas de sol.
 
– ¿H-Hola? – Preguntó Sofía.
 
– ¿Sofía Di Salvo? – Preguntó el hombre.
 
– Si.
 
– Adelante.
 
Sofía entró en el coche, sentandose algo incómoda al lado del hombre trajeado.
 
– Como comprenderá, tendremos que tomar ciertas medidas de seguridad. – Dijo el hombre, mostrándole a Sofía una venda para los ojos.
 
– De acuerdo. – Asintió Sofía.
 
– Si me permite…
 
El hombre le ajustó la venda a los ojos. En cuanto comprobó que no podía ver nada, el chófer arrancó. No volvieron a hablar en el resto del camino.
 
El viaje duró casi una hora, aunque la mujer tenía la impresión de que habían estado un tiempo dando vueltas para que no pudiese orientarse por el tiempo recorrido.
 
Cuando le destaparon los ojos, el coche estaba aparcado dentro de un garaje. Salieron de él y se dirigieron a un ascesor.
 
– A partir de aquí continúa usted sola. Suba al piso 15 y habrá alguien esperándola.
 
– Gracias.
 
El ascensor subió los 15 pisos a bastante velocidad. Cuando abrió las puertas apareció ante ella un amplio vestíbulo blanco, vacío salvo por alguna planta y algún extintor. En el medio del vestíbulo, otro hombre también trajeado estaba de espaldas hablando por teléfono.
 
– No se preocupe, no habrá problema… Si… Será avisado a su debido tiempo… De acuerdo… Tengo que dejarle señor S… – Dijo al ver a Sofía – Tengo una reunión importante y no quiero posponerla… Si… Tendrá noticias nuestras. – Colgó.
 
– Buenos días, señorita Sofía. -Saludó amable el hombre.
 
– Buenos días.
 
– Soy Marcelo Delgado y voy a ser su guía durante el resto del día.
 
– Buenos días Marcelo. No… No me había imaginado que esto sería así… – Dijo Sofía, admirando el vestíbulo.
 
– ¿Qué esperaba? ¿Mazmorras y celdas? ja ja ja
 
– Ja ja ja. – Sofía rió por la ocurrencia del hombre, la verdad es que se le había pasado por la cabeza, pero ahora se daba cuenta de que era algo absurdo.
 
– No se preocupe, de esas también tenemos, más tarde podrá verlas para su reportaje. – La cortó Marcelo, sonriendo.
 
La risa de Sofía se cortó. Lo había dicho con tanta sinceridad que no podía ser otra cosa que una broma…
 
– ¿Que prefiere? ¿Hacer la entrevista en un despacho o mientras damos una vuelta por el edificio?
 
– Creo… Creo que prefiero dar una vuelta por el edificio.
 
– De acuerdo, veamos las instalaciones entonces.
 
Sofía asintió, preparando la cámara.
 
– Si le parece, comenzamos con la entrevista, ¿De acuerdo?
 
– De acuerdo, dispare.
 
– ¿Que actividades se realizan en su corporación?
 
– Nuestra corporación tiene muchos frentes abiertos en muchos campos. Tenemos una filial farmacéutica, acciones en periódicos, bancos, secciones de informática, I + D…
 
– ¿Y que me dice de las acusaciones que hay sobre la esclavización de mujeres?
 
– Bueno, sobre eso le puedo decir que está equivocada. – “Claro, que me vas a decir” pensó Sofía. – Aquí no sólo esclavizamos mujeres.
 
La manera tan directa de reconocerlo dejó a Sofía helada. No pensaba una confesión tan directa.
 
– Bueno, hemos llegado a la primera parada. – Dijo Marcelo, parándose ante una puerta y abriendola. – Tiene ante sí la sala de investigación.
 
Una sala enorme se mostraba ante Sofía. Estaba llena de ordenadores y en ella se encontraban varias personas pululándo de uno a otro.
 
– ¿Q-Qué es esto? – Preguntó con cautela.
 
– En esta sala controlamos la vida de todos nuestros objetivos. Vemos la viabilidad de la captura y los métodos más indicados para llevarla a cabo. El cliente puede exigir ciertas condiciones, que la víctima sea humillada, que sea entrenada en el lesbianismo, sumisión, que sea domada por la fuerza, por hipnosis, lavado de cerebro, cirugía… Infinidad de variables que hacen cada captura un mundo. Aquí es donde todo empieza a gestarse.
 
Sofía tenía la boca abierta, no llegaba creerse lo que aquél hombre le estaba contando. Se paseó por la sala, observando los ordenadores, viendo alguna de las fichas que había en las pantallas.
 
 
Rosana Talavante.
Edad: 21 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Verdes
Color de piel: Morena
Raza: Caucásica
 
Cliente: Eduardo López, su profesor de matemáticas.
Especificaciones del trabajo: Rosana debe ser instruída en la sumisión y la servidumbre. Está destinada a ser sirvienta. El cliente pide que su culo esté bien entrenado para ser usado.
 
Lorena Fernández.
Edad: 17 años
Color de pelo: Negro
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Negra
Raza: Negra
 
Cliente: Juan Carlos Escudero, empresario.
Especificaciones del trabajo: El cliente ve todos los días al objetivo antes de que entre al instituto. La quiere como regalo a su esposa. Debe ser instruída como mascota, así como proveerla de experiencia en complacer a su nueva ama.
 
Francisco Gandiano.
Edad: 25 años
Color de pelo: Castaño
Color de ojos: Marrones
Color de piel: Blanca
Raza: Caucásica
 
Cliente: Domingo Benavente, su jefe.
Especificaciones del trabajo: El cliente está harto de la actitud. Pide que se transforme a la captura en una mujer completa y se modifique su comportamiento para convertirla en una Bimbo.
 
Sofía dejó de leer, había tenido bastante ¿Cómo era posible algo así?
 
– Veo que está interesada en algunos de nuestros casos… – Comentó Marcelo, situándose tras ella. – Casualmente podrá ver alguna de éstas capturas, que ya están en nuestras instalaciones.
 
– ¿Cómo se realizan los encargos? – Preguntó Sofía.
 
– Bueno, siempre hay oídos dispuestos a escuchar a alguien dispuesto a pedir. No espere ver nuestro teléfono en las guías amarillas señorita.
 
– Ya supongo… ¿Y ya está? Hacen la petición, estudian a la víctima, la capturan y la esclavizan…
 
– Es algo más complicado que eso… Si quiere acompañarme se lo mostraré.
 
Sofía salió de la sala tras él, mientras escuchaba sus explicaciones.
 
– Tenemos dos tipos de trabajo, de campo e interno. El trabajo de campo consiste en doblegar la voluntad de la víctima en su propio terreno, usando los medios necesarios. El trabajo interno se realiza aquí directamente. Una misma captura puede comenzarse fuera y acabarse aquí, hacerse el proceso completo fuera o realizar un secuestro y realizar el proceso completo aquí.
 
Se paró frente a una puerta, abriéndola.
 
Una hilera de jaulas a cada lado de la sala se mostraba antre Sofía. En cada una de las jaulas había una mujer desnuda, arrodillada, puesto que las jaulas no eran más altas que su cadera.
 
– ¿Pero qué? – Balbuceo Sofía.
 
– Estas son las habitaciones de nuestras capturas. En estas jaulas descansan y se alimentan. También tenemos celdas, pero se encuentran en otra planta.
 
La cámara de Sofía no perdía detalle. Recorrió cada rincón de la habitación, grabando a las mujeres que se encontraban en cada una de las jaulas.
 
Sofía se acercó a una de las jaulas. Una joven algo rellenita, morena estaba acurrucada en un rincón, durmiendo. Estaba encadenada por el cuello a través de un collar de perro. “Miranda, 22 años. Caracteristicas: Sumisión, disciplina, oral, anal extremo, lavabo.”
 
– ¿Lavabo? – Preguntó la mujer.
 
– Se trata de un entrenamiento en el que se acostumbra a la captura a ser un lavabo personal. Se encargará de asear con su lengua a su amo, o a ejercer físicamente de lavabo con su boca.
 
Un acceso de nauseas atacó a Sofía.
 
– ¿Que es esto? – Preguntó señalando un armatoste que había al lado de la jaula. El aparato acababa en una polla de plástico que colgaba del interior.
 
– Es el sistema por el que se suministra agua a las capturas. Para extraer el agua deben realizar una mamada correctamente al “grifo”, si quieren beber deben mamar… Además, es un método perfecto si tenemos que añadir algún fármaco para predisponer la mente del sujeto, o hacer que se sienta bien cada vez que tenga una polla en la boca. Matamos dos pájaros de un tiro.
 
Mientras se lo explicaba, una chica un par de jaulas más a la derecha se puso de rodillas frente a esa “polla-grifo” y, haciendo una perfecta mamada comenzó a beber agua. Sofía grabó todo el proceso con la cámara. “Esto es una salvajada” pensó, “Pero con este reportaje mi carrera va a subir como la espuma”.
 
– Si no se colocan en la posición correcta no sale el agua. – Comentó Marcelo, sacándola de sus ensoñaciones. – Además, dependiendo de las exigencias para cada captura podemos modificar las condiciones. Podemos poner una polla y que la tenga que tener introducida en el culo o en el coño, o en los dos. Así se acostumbrará perfectamente a su nueva labor y terminará deseando hacerlo.
 
Sofía estaba en estado de shock, ¿Cómo se podía hacer eso a una persona? Y además, con la sangre fría que demostraba ese hombre, contándolo de manera tan abierta…
 
– Si quieres podemos pasar a la siguiente sala. – Sugirió el hombre.
 
– De acuerdo. – Dijo Sofía, que ya había visto suficiente de aquella sala.
 
Andaron un par de minutos a lo largo del pasillo hasta llegar a su nuevo destino.
 
– Esta es una sala de disciplina. Aquí están Rosana y Lorena, las chicas que has visto en las fichas.
 
Abrió la puerta y se encontró con otra sala enorme. Había varias personas, pero se distinguía perfectamente cuáles eran los amos y cuales los esclavos. Tres hombres y tres mujeres estaban instruyendo a otras tantas chicas y, efectivamente, entre ellas estaban Lorena y Rosana.
 
Rosana se encontraba de rodillas, con la cara pegada en el suelo y las manos abriéndose las nalgas, mientras uno de los amos, un negro imponente, la penetraba el culo con violencia. Sofía recordó como en su ficha, aclaraba que debía entrenar esa parte de su cuerpo…
 
Enfocó la cámara en primer lugar a la cara de la chica. Tenía los ojos cerrados y la boca entre abierta, con la respiración agitada. Después enfocóa la polla del hombre, viendo como entraba y salía del culo de la chica. Al verlo, el hombre sacó completamente la polla, para que pudiese filmar el enorme agujero en que se había convertido el ojete de la esclava, agitó su herramienta azotando con ella las nalgas que tenía enfrente, y volvió a introducir de un empellón su polla, haciendo que a la esclava se le escapase un gemido.
 
– Esa es la posición de ofrecimiento. – Aclaró Marcelo. – La hembra ofrece sus agujeros para el uso libre de su amo. En esta sala se entrena la disciplina de las esclavas.
 
Tres esclavas estaban de rodillas, con la espalda recta y la cabeza agachada. Las manos en las rodillas.
 
– Esa es la posición de espera. Hasta que reciban otra orden deben permanecer así, sumisas.
 
La otra esclava, estaba lamiendo las botas de una de las amas. Lo hacía a conciencia, sin olvidarse de ningún rincón, incluídas la suela y el tacón. Cuando el ama pensaba que había cometido algún erroe, o que no lo estaba haciendo correctamente, lanzaba un rápido fustazo a las nalgas de la chica, con lo qie conseguía que se aplicase todavía más.
 
Y por último estaba Lorena. La joven rubia estaba atareada dándo placer a una de las amas. Ésta estaba abierta de piernas en una silla, manejando con sus manos la cabeza de la esclava, dirigiendola hacia su culo o hacia su coño, según lo que desease en el momento.
 
El negro que estaba sodomizando a Rosana sacó la polla de su culo e, inmediatamente, esta se arrodilló ante él para recibir y tragarse su corrida. Después se encargó de dejar reluciente el enorme falo negro que tenía delante y volvió a ocupar su posición. En unos segundos, el siguiente de los hombres estaba ocupando el lugar del negro, sodomizando a la joven morena.
 
– ¿Has visto lo bien entrenada que está? Las esclavas saben que deben dejar limpios a sus amos después de que las usen, si no quieren recibir un fuerte castigo…
 
Sofía no sabía como podía aguantarlo… Los tres hombres tenían una herramienta considerable y no estaban teniendo ningún tipo de consideración con la chica… Ella intentó probar el sexo anal una vez… Él novio que tenía le estaba insistiendo mucho, pero cuando llegó el momento el dolor que la recorrió entera nada más tener el glande dentro la hizo parar. Nunca lo volvió a intentar, así que podía suponer por lo que estaba pasando aquella pobre chica.
 
– ¿Quieres que continuemos nuestro “tour”? – La dijo Marcelo.
 
– S-si… – Contestó Sofía, sin apartar los ojos de aquella chica. Grabó una última toma de la sala, y acompañó a Marcelo por el pasillo.
 
La siguiente sala que visitaron fué la sala de perforación.
 
– He procurado venir a esta sala en un momento en el que estuviese ocupada. Espero que le guste el espectáculo. – Marcelo tenía una sonrisa en la boca mientras pronunciaba esas palabras.
 
En la sala, un sillón parecido al de un ginecólogo pero con correas era ocupado por una mujer madura. Rondaría los cuarenta, cabello rubio a mechas, buen cuerpo y unas grandes tetas. Por supuesto, estaba desnuda. En la boca tenía un ball-gag que le impedía hablar. La mujer les dedicó una mirada asustada. Al lado del sillón, un hombre estaba de pie al lado de una mesita con instrumental.
 
– Esta preciosidad es Maria Dolores. Fué su hijastro el que nos encargó que la esclavizaramos. Parece ser que su padre, después de morir su madre, volvió a casarse con esta perra. Hace poco murió tambien el padre, y esta mujer quería quedarse con toda la herencia… Lo que no podía sospechar es que su hijastro contactaría con nosotros… Y parece ser que quiere que le coloquemos algunos adornos.
 
Sofía dió varias vueltas alrededor de la mujer, grabando sin perder detalle. Maria Dolores estaba completamente abierta de patas, con los pies en alto y su coño completamente expuesto.
 
– ¿Que le váis a hacer, Marcos?. – Preguntó Marcelo, dirigiendose al hombre que había en la sala.
 
– De todo. – Dijo el tal Marcos. – El cliente quiere los pezones y los labios del coño anillados y además, un tatuaje en la nalga izquierda que indique que es de su propiedad.
 
– ¡Estupendo! ¿Ha visto Sofía? Va a poder ver anillados y tatuajes. Irá genial en su reportaje.
 
– Eh… Sí… – Sofía estaba algo abrumada por el entusiasmo de Marcelo.
 
Marcos comenzó con su tarea. El proceso era bastante duro. Tras desinfectar los pezones de la esclava y calentar una varilla larga de acero, estiró el primer pezon con unas pequeñas tenazas y, de un golpe, lo atravesó. La mujer intentaba revolverse, pero era inutil. Un pequeño arito de oro fué colocado inmediatamente.
 
El mismo proceso fue utilizado para el siguente pezón y para las perforaciones del coño. En éste, pusieron tres aritos en cada uno de los labios.
 
– Esto se suele hacer para cerrar el coño con pequeños candados, enganchados en cada par de aritos. Es una manera de demostrar que es una esclava y es tu propiedad. Nada entrará en ese coño si su amo no quiere. – Explicaba Marcelo.
 
La mujer había dejado de luchar hacía rato ya. Se había dado cuenta de que era inutil, y ahora, debido al dolor, estaba exhausta. No le costó trabajo a Marcos manipularla para darle la vuelta y volverla a amarrar. Preparando los instrumentos necesarios, se dispuso a comenzar con el tatuaje. Tres eslavones de cadena fueron tatuados, acompañados de las palabras “Property of Daniel”. Así se dejaba clara la condición de la mujer.
 
Sofía había grabado todo. Estaba convencida de la calidad de su reporataje, pero lo que estaba viendo en ese lugar… Era terrible… No entendía como alguien podía ser capaz de hacer esas salvajadas…
 
– ¿Preparada para la siguiente sala?
 
– P-Por supuesto. – Sofía hizo de tripas corazón… Todo sea por su reportaje…
 
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Relato erótico: “Ivanka Trump: El imperio de las zapatillas rojas 3”.(POR SIGMA)

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IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 3.
Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer  Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Un elegante automóvil blanco se detuvo frente a Muñequita en la entrada del lujoso hotel donde ella y el equipo de Scorpius se hospedaban, la joven llevaba unos ajustadísimos pantalones negros y unos botines a juego con altos tacones, así como una blusa de tirantes sin mangas color azul cielo. Se abrió la ventana eléctrica y la pelirroja saludo alegre a Jill Castro.
– Hola Jill.
– Hola Paty, sube por favor.
– Claro. Gracias por pasar por mi -agradeció mientras se sentaba en el asiento del pasajero y cerraba la puerta.
– Oh, no es problema, pensé que al estar de visita en la ciudad esto te ayudaría.
– Que amable, gracias. ¡Oye, te pusiste las zapatillas! -exclamó entusiasmada la pelirroja.
– Si… aun me parecen muy altas pero admito que son cómodas ¿Como me veo?
Muñequita la miró de arriba a abajo, pensando en lo diferente que lucía la asistente al no llevar esos serios y aburridos trajes sastre.
–  ¡Te ves espectacular! -dijo Patricia sin exagerar y sonriendo, pero en sus ojos relampagueaba la lujuria para la que X la había condicionado por tanto tiempo.
El negro cabello de la asistente que siempre estaba recogido en una severa cola de caballo ahora estaba suelto, llegaba a sus hombros y se curvaba hacía afuera de forma juvenil. La piel de Jill era muy blanca aunque no tanto como la de Paty, se había maquillado de forma sutil y natural, pues a pesar de tener casi cuarenta años aun se veía fresca y atractiva.
Llevaba una blusa color violeta de manga larga que hacía juego con las zapatillas y tenía un discreto escote.
– Mmm… se ve que tiene buenas tetas… -pensó la pelirroja mientras Jill estaba concentrada manejando. Llevaba una falda negra de buen corte que resaltaba sus muslos y caderas a pesar de llegar abajo de la rodilla. El toque final de las zapatillas de Scorpius le ponía una deliciosa aura de sensualidad al de otro modo formal atuendo. Un bello triángulo de metal reposaba sobre el empeine de la asistente y de este partían varias delgadas tiras de piel que como una telaraña encerraban sus cuidados pies hasta subir entrecruzadas y atarse finalmente en los tobillos de la trigueña.
– Sabe vestirse, pero aun es muy formal… cambiaremos eso…
Tras recoger a una ya madura y agradable rubia llegaron a un pequeño restaurante italiano, donde comieron diversos platillos típicos, luego empezaron a platicar mientras tomaban unas copas de vino tinto hasta ponerse algo mareadas, después usando su simpatía Muñequita averiguó que Jill era divorciada y tenía dos hijos adolescentes. Toda información le serviría para sus objetivos.
Tras platicar de su vida como camarera y luego asistente de Scorpius, omitiendo claro ciertos detalles, la rubia, llamada Sophie, empezó a ponerse al día con su amiga. Hablaba sin parar apenas dejando espacio para hacer algún comentario.
– Dios… parece un perico… -pensó Paty mientras tomaba de su bolso un pequeño control remoto, para discretamente poner su otra mano sobre el cubierto muslo de Jill aprovechando la protección de la mesa y su mantel a cuadros.
De inmediato la trigueña de ojos miel se volvió para mirarla con asombro y enojo, pero en ese instante que Muñequita deslizó su palma por el muslo de la asistente de forma sugestiva, con su otra mano oprimió un botón en el control y una melodía lenta y seductora empezó a sonar a un volumen ultrasónico.
– ¿Pero que está haciendooooohh… -el pensamiento de Jill se convirtió en un gemido bajo y placentero al sentir como sus nervios se encendían con la caricia de una forma que jamás había experimentado.
– ¿Estás bien Jill? -le dijo Sophie al verla entrecerrar los ojos.
– ¿Eh?… si… solamente tuve un… escalofrío -respondió la trigueña mirando de reojo a la sonriente pelirroja que miraba atenta a la rubia, pero no apartaba la mano de su esbelto muslo.
– Bueno, como te decía…
La rubia siguió hablando pero la asistente de Ivanka ya no le ponía atención, lo único que notaba era la tibia y constante caricia en su muslo.
Varias veces pensó en apartar esa mano, pero el placer que le causaba su tacto hacía que olvidara esa idea.
– Aaahhh… ¿Por que le… permito esto? -pensaba mientras fingía escuchar a su amiga y nadie en el local parecía darse cuenta- Ooohh… que bien… se siente…
Jill trataba de concentrarse en lo que decía su amiga, como si fuera un cable de salvación, pero la constante caricia de la pelirroja la aturdía, y cada vez que la miraba, la joven le sonreía con calidez y descaro.
– …no estás de acuerdo Paty? -decía la rubia sobre la importancia de la moda.
– Oh si… definitivamente creo que nuestra forma de vestir puede cambiar la percepción que tienen los demás -opinó Muñequita mientras bajo la mesa su mano empezaba a jalar la falda de la trigueña, dejando expuestas sus rodillas y cada vez más de sus tersos y cremosos muslos.
Discretamente Jill introdujo su mano y logró detener la de la atrevida pelirroja, tratando de lanzarle una mirada amenazadora.
– La prenda correcta nos puede hacer sentir tan sensuales… ¿Verdad Jill? -continuó Patricia mientras activaba un botón de su control y en un rápido movimiento lograba introducir su mano para acariciar el interior de los muslos de la madurita trigueña.
– Nnnnnhhh… –    apenas logró gruñir cuando los nervios de sus muslos le mandaron un latigazo de electricidad a la vagina, sus ojos se cerraron, su cuerpo se tensó y sus pies se pusieron deliciosamente de punta dentro de sus sandalias de tacón.
– Jill… ¿Te sientes bien? -le dijo preocupada Sophie.
– Si… si Sophie… sólo fue un mareo… -dijo la asistente, confundida por las contradictorias sensaciones que la asaltaban.
– Deberías tomar otra copa… eso te ayudará -le dijo la pelirroja mientras servía más vino.
– Yo no… -trató de negarse Jill pero la linda sonrisa que le ofreció la joven le causó otro rico espasmo de placer que nubló su mente.
– Mmm… de acuerdo… una más… -dijo al tomar la llena y estilizada copa, disfrutando las nuevas sensaciones.
La rubia siguió parloteando mientras Jill fingía escucharla y aceptaba una tras otra las copas que le servía Paty, disfrutando en secreto de las caricias de la joven en sus muslos.
Para entonces, entre caricia y caricia, Muñequita le había subido la falda hasta dejar expuesta una parte de sus pantaletas. Eran negras y muy modestas.
– Eres muy bella y joven para usar ropa de ancianas, deberías usar prendas más provocativas -le susurró Paty a la trigueña- puedo ayudarte con eso.
En ese momento Patricia introdujo su mano en las pantaletas de la mareada mujer y empezó a acariciar lentamente en círculos su clítoris con dos dedos. La música aumentó de ritmo y volumen.
Jill se agarró a los lados de su silla y se mordió los labios al sentir como sus propios muslos se separaban ante el tacto de la jovencita, dándole más espacio para complacerla.
– ¿Otro mareo Jill? Ya son varios…
– Tienes razón, será mejor irnos a descansar… -susurró mientras entrecerraba los ojos de placer y Muñequita le sonreía de forma coqueta.
Después de pagar la cuenta se dirigieron al auto. El vino, el aire fresco de la noche, la excitación y una sensual melodía en la distancia se combinaron para poner a Jill extrañamente eufórica.
– Oh… que bien me siento… que extraño… -pensaba mientras caminaban muy juntas, riendo y bromeando- sin duda Paty es aun más persuasiva de lo que pensé.
Entonces Muñequita, que caminaba abrazando a la trigueña de su esbelta cintura introdujo su mano de largas uñas pintadas de negro en la parte trasera de la falda para apoderarse de su firme nalguita.  Luego empezó a acariciar ambas lentamente, la mano se sentía como fuego contra su fría piel, pero pronto empezó a ponerse tibia.
– Mmm… detente Paty… te lo ruego… Sophie se va a dar cuenta -susurró Jill al oído de la pelirroja, mientras la distraída rubia seguía hablando de intrascendencias- y… me estás enloqueciendo…
– Bueno… ya que me lo pides tan sumisamente…  -respondió Patricia antes de liberar la tersa carne bajo su dominio, pero entonces se apoderó de las discretas pantaletas desde atrás, usando sus dedos unió lo huecos para las piernas, convirtiéndolas en una improvisada tanga que forzó a introducirse entre las nalgas de la trigueña, para luego empezar a moverlas atrás y adelante, lentamente, una y otra vez, masturbándola lánguidamente con la prenda, haciéndola arquear ligeramente la espalda.
– Es mucho mejor así ¿No? Más libre… -le dijo muy quedo y con voz ronca.
– Aaahh… ¿Pero donde… dejé ese… auto? -pensaba Jill a punto de perder el control.
Finalmente llegaron al automóvil blanco y la trigueña se vio libre, sintiéndose a la vez aliviada decepcionada y frustrada.
Subieron rápidamente y se pusieron en marcha, en todo el camino Jill evitó mirar a la pelirroja y esta a su vez sonrió durante todo el viaje, luego de dejar a Sophie en su casa y ya en dirección al hotel Paty puso descaradamente su mano en el muslo de la asistente de Ivanka mientras manejaba, de repente acariciando, de repente apretando, siempre sin dejar de platicar de lo bien que se había pasado la velada a su lado.
– Debemos repetirlo… – le dijo cuando llegaron al hotel de la joven.
– Oh… no se si debamos… -empezó a decir la asistente de Ivanka.
– Bueno… no decidas aun… piénsalo -le susurró la joven antes de darle un profundo beso en los labios que tuvo una calurosa aunque inesperada bienvenida en la boca de la trigueña que cerró los ojos confundida.
– Mmm…´
– Te propongo algo –dijo la pelirroja mientras se apartaba de la trigueña que se quedó con los ojos cerrados.
– ¿Nnnmmm?
– Si lo disfrutaste, la próxima semana ponte de nuevo las zapatillas que te di, con eso sabré tu respuesta -dijo finalmente Patricia para salir a corriendo del auto, dejando a Jill mareada, confundida y excitada como no lo había estado en mucho tiempo.
 
Extrañeza y curiosidad transmitían los periódicos días después cuando docenas de fotos mostraban a la normalmente formal heredera Ivanka luciendo todo tipo de minifaldas que mostraban sus largas piernas. Siempre de buen gusto, pero siempre a la mitad del muslo, incluso en fiestas formales.
– No se que me pasa… -pensaba algo extrañada- Me gusta vestir así de vez en cuando pero esto es demasiado.
Hasta su padre la había reprendido pues en la última reunión los clientes le habían puesto más atención a sus esbeltos muslos que a los números del negocio.
Y el calzado que usaba no ayudaba a ser discreta. Casi todas las zapatillas eran de la colección de Ivanka y algunas de Scorpius: de pulsera al tobillo, botines, sandalias, cerradas, de punta redondeada o puntiagudas, botas o de tipo gladiador, pero todas tenían tacón alto.
Había intentado varias veces ponerse algo más cómodo, pero era como una obsesión compulsiva, debía ponerse las zapatillas de la lista de Scorpius sin falta, por algo le había pedido su opinión, de hecho la necesitaba, se sentía perdida sin su consejo.
– Tengo que hacer algo -susurró al pensar en lo peor: llevaba días masturbándose cada noche, siempre calzada con sus tacones y siempre el placer era abrumador.
– Quizás me estoy volviendo… adicta al sexo… -pensó aterrada ante la idea- Dios… ojala que me equivoque.
En ese momento Ivanka miró sus piernas, llevaba un femenino minivestido negro con mangas cortas, que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, pero aun se veía bastante formal para trabajar… apenas.
Ese día se había puesto unas zapatillas de charol puntiagudas de tacón de aguja con varias pulseras sujetando sus tobillos.
– ¿Por qué ya no soporto faldas largas? ¿O pantalones? ¿Tengo un problema psicológico? -pensaba casi angustiada mientras trataba de avanzar con su trabajo- ¿Y que me pasa con los tacones? Esto es absurdo… mejor me pongo a trabajar.
A la hora de la salida Ivanka se acercó a su asistente Jill pero también parecía algo pensativa así que se despidió con amabilidad y se fue de la oficina.
Esa tarde la rubia llego a su elegante residencia para encontrarse con que su esposo no estaba en casa, le dejó una nota avisando que tenía una cena de negocios y llegaría tarde.
– Bah… justo necesitaba un poco de desahogo y este tonto no está… -pensó molesta, pero casi al instante se arrepintió- ¿Qué me pasa? Nunca había pensado así de Jared ¿Tan urgida estoy?
Sacudiendo la cabeza se dirigió a la alcoba y empezó a cambiarse, pero no terminó, como en otras ocasiones se quedó únicamente vestida con su elegante lencería negra y sus zapatillas de charol, estudiándose en el espejo.
– Mmm… mis piernas se ven… hermosas… ¿Para que quiero cubrir estas maravillas? -pensó mientras deslizaba las manos por sus muslos y caderas.
Miraba intensamente sus piernas en el espejo, mientras pensaba que debía lucirlas, que eran muy bellas y largas para ocultarlas.
– Mmm… que suerte haberlas heredado de mamá… -dijo para si misma mientras posaba en el espejo.
Entonces empezó a escuchar una melodía en la distancia, algo sensual y atrevido que la invitaba a bailar.
– Si… me gusta… -pensó al empezar a bailar lentamente ante el espejo, poniendo la punta de un pie entaconado frente al otro y moviendo las caderas, sus manos alborotando su cabello tras la cabeza.
Siguiendo el ritmo subió un pie a la cama y entrecerró los ojos mientras su mano se introducía en sus pantaletas y se masturbaba lenta y deliciosamente.
– Aaahhh… aaahhh… -pronto empezó a gemir. En el fondo de su mente gritaba que eso no estaba bien, que no era ella misma, que ya eran varias las ocasiones en que bailaba así, como provocando a un invisible auditorio. Pero la ardiente lujuria que sentía borraba cualquier otra idea y nublaba su razón. Ondulando su cuerpo rítmicamente se fue moviendo por la habitación mientras seguía masturbándose sin poder controlarse.
– ¡Aaahhh… siii… que bien…! -decía ya en voz alta mientras se acariciaba más y más rápido la entrepierna a la vez que arqueaba su espalda y se sostenía del tocador con la otra mano. Su rostro contraído por el placer mirando al techo, completamente perdida en las exquisitas sensaciones que la tenían atrapada.
– ¡Oooohhhh…! -gritó finalmente al alcanzar el éxtasis y perder el sentido, cayendo lentamente sobre la mullida alfombra. A lo lejos la música se detuvo y una camioneta arrancó en la obscuridad.
 
Vincent estaba preocupado, llevaba días analizando el caso de la profesora Fox, el primer caso de desaparición relacionado con el ballet, y lo que descubrió era perturbador.
Tras meses de estar desaparecida, una llamada anónima había guiado al FBI a una vieja casona en el campo, donde encontraron a la mujer encadenada y a su captor muerto al parecer por propia mano, quizás al verse acorralado, un caso claro y simple.
– Es demasiado simple… -pensaba el ex MI6- ese hombre era un perfecto chivo expiatorio, antecedentes de violencia y problemas mentales.
El hombre revisó una foto, en ella aparecía una cama con grilletes y un muro que mostraba siniestra ropa fetichista colgada, sobre el tocador estaban unas zapatillas rojas de ballet.
– No tiene ningún sentido, ese calzado no encaja con las perversiones del sospechoso -dijo para si mismo- simplemente lo tomaron como otra locura de una mente enferma.
Vincent se frotó los ojos con cansancio, sabía que se estaba acercando a algo.
– ¿Pero a qué? -pensó mientras apagaba la luz de su estudio para irse a dormir.
 
Una semana había pasado desde la última reunión de Ivanka con Scorpius y la rubia ya estaba ansiosa por volverlo a ver. Esperaba sentada en su escritorio sin poder concentrarse, pensando por un lado en la reunión creativa y por el otro en el extraño placer que le daba usar tacones altos mientras se acariciaba.
– Será un proyecto genial -pensaba mientras deslizaba las manos por sus muslos expuestos- ¿Por que no llega Scorpius?
Llevaba una falda blanca que llegaba a diez centímetros arriba de la rodilla, pero que al sentarse ella jalaba de los lados, subiéndola y dejando expuestas sus largas piernas, cubriendo apenas sus pantaletas de encaje blancas, así se sentía más cómoda y relajada. También llevaba una elegante blusa blanca de manga larga semitransparente con un sostén blanco a juego y en sus pies, de la lista de Scorpius, usaba unas zapatillas blancas puntiagudas de tacón de aguja y un delgada correa en el empeine.
– Señora Trump… el señor Scorpius ya llegó -sonó en el intercomunicador.
– Que pase de inmediato Jill, gracias…
Scorpius entró calmadamente y tras saludar a la empresaria se sentó.
– Me alegra que haya llegado, debemos empezar -dijo sonriente la rubia.
– Estoy de acuerdo, hay que aprovechar el tiempo -respondió con una sonrisa sardónica el hombre al sacar un control remoto de su bolsillo y oprimir un botón- y recuerde, sólo puede susurrar.
Una melodía rápida y vivaz resonó en la cabeza de Ivanka y al instante se levantó como un resorte de su sillón, moviéndose ondulando sus caderas se giró y tras apoyar las palmas en la pared siguió moviendo su cintura, piernas y caderas sin poder controlarse.
– ¿Qué estoy haciendo?… socorro… -trató de gritar inútilmente, mientras lograba girar su cabeza para ver a Scorpius sonriendo al observarla.
– Veo que va muy bien, ya es muy sensible a las zapatillas…
– ¿Que? -chilló la heredera sin entender.
– Recuerda Ivanka -le ordenó calmadamente Scorpius.
De nuevo la rubia se sintió abrumada por los horribles recuerdos que habían estado bloqueados y ahora la hacían sentir vértigo y terror.
– No… no… es una pesadilla… -susurró mientras se sentaba en un sofá del despacho y apoyando la manos levantaba sus piernas muy alto, luciéndolas involuntariamente para su captor, uno a la vez sus tacones apuntaban al techo a la vez que su rostro.
– En absoluto Ivanka, es tu destino, ya casi eres mía -le dijo el hombre mientras la levantaba siguiendo el ritmo, luego la hizo darse la vuelta y atrapó sus manos con los grilletes en la espalda.
– No… auxilio… ayuda… -susurró patéticamente.
– Bien es hora de ponernos serios, tenemos mucho trabajo. Debemos eliminar un obstáculo.
– Aaahhh… -gimió la mujer ante el indeseado placer que estaba sintiendo al inclinar su torso y  rozar con sus nalgas la erección de Scorpius.
El hombre aprovecho ese instante para introducir una mordaza negra de goma de forma fálica entre los rosados y sensuales labios de la empresaria, para de inmediato fijarla atándola en su nuca, sometiendo así su boca a su voluntad.
– Nnnn… nnnn… mmm… -gruñó lo más que pudo sin levantar la voz.
– Se que esto no es necesario, pero para mi es un símbolo de mi poder sobre ti.
– Mmmmm… mmm… -la rubia solamente podía seguir bailando sensualmente ante él a pesar de la humillación.
– Bien, sigamos esclava… hoy daremos un gran paso… creo que es hora de que te alejes de tu esposo…
– Nnnn… nnnn…  -gruñó mientras sacudía la cabeza negándose vigorosamente.
– ¿No? Ya veremos… ¡Baila! -le ordenó mientras oprimía un botón en su control y una nueva melodía, rápida y martilleante asaltaba sus sentidos.
– Mmmmm… mmmm… -gimió complacida Ivanka con los ojos entrecerrados.
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnn… nnn… nnnn… -negó de nuevo ella, pero con menos fuerza.
 – Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnn… nnnn…
– Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnnnn… nnnnnn… –la mujer sentía que su resistencia se debilitaba.
– Je je je, me encanta que te resistas, eso solamente hará más exquisito mi dominio sobre ti… veamos… – Scorpius oprimió un botón del control y un tono agudo hizo que todo se pusiera borroso para la rubia.
Cuando recuperó el sentido vio en el reloj de la pared que apenas habían pasado cinco minutos pero ella seguía bailando sobre sus altos tacones ante el misterioso diseñador.
Se movía alrededor de su captor sentado en el sillón ejecutivo de ella, ondulando su cuerpo, frotando sus respingadas nalgas o sus firmes senos contra su rostro o sus manos.
– Nnnn… nnnn… -seguía negando con la cabeza la rubia, hasta que Scorpius la sujetó de la cintura y la hizo sentarse de espaldas en su regazo, a lo que ella respondió involuntariamente moviendo sus caderas en círculos contra el erecto miembro debajo de ella.
– Nnnngggg… -trató de dar un gritito ante lo indefenso de su situación.
– Bien… volvamos a intentarlo -dijo el diseñador mientras guiaba el esbelto cuerpo para darse más placer-  Tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn…
– Acéptalo.
– Nnnnn…
– Obedecerás… -dijo ya impaciente mientras oprimía un botón del control.
– Rrrrrrrggggg… -gruñó al cerrar los ojos por el explosivo placer que sintió en su vagina, algo había cobrado vida enloquecedoramente dentro de ella.
– ¡Nooooo… Scorpius puso algo en mi sexo…! -pensaba desesperada al sentir como un consolador se movía y vibraba vigorosamente dentro de ella.
– Nnnnnn… nnnn… -siguió sacudiendo la cabeza, pero más por el placer que la invadía que por un esfuerzo de resistir.
Su cuerpo por otro lado seguía moviéndose ahora más rápido, masturbando a su agresor con sus nalgas aun sin desearlo.
– Mmm… muy bien Ivanka… sigue así…
– Nnnnnn… nnnn… nn… mmm… mmm… -sus gruñidos se fueron convirtiendo en guturales gemidos de placer.
– Mmmm… mmmmm… mmmm…
– Vamos, acéptalo lindura…  tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad…
– Nnnnn… -logró negar una vez más reuniendo los jirones de su voluntad.
– Disfruta y acéptalo… -dijo Scorpius sonriendo antes ese desesperado desafío. Simplemente metió la mano bajo la falda y las pantaletas de la rubia y empezó a masturbarla lujuriosamente mientras ella aun bailaba sentada en su regazo, sus dedos parecían bailar sobre su hinchado clítoris a ritmo con la música.
– Nn… nn…
– Acéptalo -le ordenó mientras empezaba a masturbarla a ritmo frenético, su otra mano se metía bajo el discreto escote y su brassier para empezar a pellizcar sus pezones duros e hinchados.
– Nn…
– Serás mía Ivanka… no te resistas… -le dijo Scorpius con voz gutural mientras usaba su control para aumentar el volumen de la música a un nivel ensordecedor para la rubia.
Finalmente el cuerpo entero de Ivanka se tensó, se arqueó su espalda, sus piernas se abrieron en V lo más que pudo, sus pies completamente forzados a estar de punta y su cabeza se apoyó en el hombro de la persona tras él, lo miró desesperada y a la vez complacida al llegar al indeseado pero exquisito orgasmo, sus pupilas completamente dilatadas por el deseo.
Sus ojos se entornaron y expuso su garganta de forma totalmente vulnerable y entregada.
– Mmmmmmnnnnn… –sollozó deliciosamente la empresaria a la vez que su captor la sujetó de la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos, compartiendo su éxtasis y permitiéndole apropiarse de parte de su debilitado espíritu gracias al poder de las zapatillas.
– Aaahhggg… -gimió a su vez el hombre al alcanzar también el orgasmo.
Tras recuperarse, Scorpius acomodó a la todavía jadeante rubia de lado en su regazo como una niña consentida sentada en las piernas de papá.
Luego de mirarla detenidamente unos segundos sonrió satisfecho: su cabeza reclinada de lado, su mirada como en trance, su piel brillante de sudor, sus maravillosos muslos pegados a él disfrutando su calor sin darse cuenta.
– De nuevo preciosidad: tu esposo es un obstáculo… te impide desarrollarte… necesitas tu libertad… –empezó a susurrarle al oído a la indefensa rubia.
– Mmhhjjj…-respondió apenas en un jadeo la mujer.
– ¿Lo aceptas? –preguntó sonriente Scorpius al verla ceder al fin.
– Mmmmhhhjjj… -volvió a aceptar ella, esta vez volteando a verlo a los ojos y asintiendo levemente al hacerlo.
Emocionado el hombre desabrochó la mordaza en la nuca de la mujer y liberó sus sensuales labios de su control.
– Dilo… -le ordenó mientras la sujetaba del cuello con una mano y con la otra le daba una sonora nalgada que la hizo estremecerse al responder.
– Mi… mi esposo es un obstáculo… me impide… desarrollarme… necesito mi li… libertad… –dijo con voz ronca tras humedecerse los labios.
– Dilo de nuevo.
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
– Otra vez…
– Mi esposo es un obstáculo… me impide desarrollarme… necesito mi libertad…
El hombre de la cola de caballo besó a Ivanka en los labios de forma profunda, húmeda y ella respondió con entusiasmo sin saber por que, pero disfrutándolo intensamente.
– Muy bien, que buena chica… y aun tenemos tiempo para algunos pequeños condicionamientos más.
– No… no más… por favor… -rogó la adormilada mujer mientras el diseñador se levantaba y la colocaba cuidadosamente en el sillón ejecutivo.
– Oh, no te preocupes encanto… lo vas a disfrutar… y mucho –le dijo Scorpius mientras le quitaba las pantaletas a la rubia, causándole otro pequeño orgasmo a su hipersensibilizado cuerpo al deslizarlas por sus piernas.
– Ooooohhhhhh…
Tras desabrocharse los pantalones el hombre usó la prenda para limpiar su aun duro miembro del semen y secar algo de la humedad en su ropa para luego volver a ponérselas a la vulnerable mujer, causándole un escalofrío de placer al hacerlo.
– Mmm…
– Excelente, avanzamos mucho hoy, con que añada algunos condicionamientos más estarás lista para una pequeña salida educativa. Hay mucho que debes aprender… esclava.
Un rato después Scorpius ya se había marchado e Ivanka empezaba a analizar las nuevas propuestas que había traído el diseñador, sin recordar muy bien de que habían platicado en su visita.
– Vaya, esto puede tener mucho éxito, tal vez… -pensaba mientras deslizaba la mano por su expuesto muslo- ¿Eeehh? ¿Qué es esto? Dios… estoy tan húmeda… las pantaletas están empapadas ¿Qué me pasa? Quizás fue por la presencia de Scorpius…
La linda rubia siguió deslizando su mano por sus muslos mientras pensaba en lo que eso podía significar, y la respuesta le pareció completamente excitante, en minutos sus manos se movían frenéticas sobre su propio cuerpo, dejándose llevar por la lujuria magnificada que había sido condicionada a sentir…
– Aaaaahhhhh… -se escuchó fuera de la oficina haciendo que Jill volteara con curiosidad hacia la puerta, no muy segura de lo que había escuchado, en sus pies, que se habían puesto ligeramente de punta sin que se diera cuenta, llevaba de nuevo los altos tacones violeta que Paty le regaló.
Habían quedado de verse de nuevo esa noche…
CONTINUARÁ
 
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Relato erótico: “Fin de semana de acampada” (POR DOCTORBP)

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Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.

Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.

Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.

Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.

Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!

El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.

Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.

-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.

Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.

Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.

Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.

Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.

Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.

-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.

-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.

-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.

-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.

-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.

Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.

Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.

-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.

Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.

-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.

Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.

-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.

-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.

María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.

-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.

-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.

-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.

-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.

-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.

-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.

Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.

-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.

-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.

-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.

-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?

-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.

-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.

-¿Mariano? – le preguntó Jorge.

-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.

-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.

Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.

-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.

-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.

-Sí, no es nada. Es que…

-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.

-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.

María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.

-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.

-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.

María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.

Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.

Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.

-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.

-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.

-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.

-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.

Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.

Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.

Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.

-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.

-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…

-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.

-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…

-Lo sé, lo sé.

Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.

-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…

-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.

-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.

-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.

-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?

-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…

-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.

Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.

-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.

Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.

Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.

La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.

A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.

María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.

Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.

A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.

El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.

Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.

A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.

Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.

Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.

Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.

Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.

Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.

Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.

Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.

Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.

Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.

-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.

-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.

-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.

-Sí, te entiendo. Eres un cielo.

María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.

Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.

-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.

-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.

-¿En serio?

-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.

Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.

Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.

-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.

-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.

-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.

-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.

Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.

-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.

-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.

-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.

-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!

-Gracias – sonrió.

-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.

-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.

Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.

–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.

-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.

Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.

Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.

-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.

-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.

-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.

Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.

-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.

Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.

-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.

-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.

Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.

-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.

-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.

-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.

Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.

El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.

-¿Nos metemos? – propuso Jorge.

-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.

-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.

-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.

Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.

-¿No te metes? – se interesó Ramón.

-Es que no sé si me atrevo…

La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.

Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.

-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.

-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.

María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.

Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.

A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.

-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.

-No estoy de humor – le cortó secamente María.

-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.

-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.

En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.

-Iñaki, tengo un problema.

-¿Qué te pasa? – se preocupó.

Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?

-Me estoy meando – le soltó María a su novio.

-¿Y?

-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.

-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.

-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.

-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.

-No… – le puso cara de pena.

-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.

-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.

Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.

Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.

Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.

Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.

-¿Queréis algo para beber?

-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.

-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.

-No.

-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.

-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.

La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.

Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.

Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.

Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.

-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.

-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.

-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.

-Descuida – sonrió Inés.

Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.

-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.

-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.

Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.

Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.

-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.

-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.

María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.

-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.

Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.

María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.

-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.

-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.

María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.

Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.

-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.

-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.

María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.

-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.

-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.

-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.

-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.

-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.

-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.

-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…

Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.

El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.

-No tenemos papel.

-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.

María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.

Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.

-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.

-¡Sí, hombre! – se quejó ella.

-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.

Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.

-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.

Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.

-Yo no tengo sueño – se quejó María.

-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.

-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.

Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.

-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.

De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.

Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.

-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.

El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.

-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.

María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.

-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.

-Está bien – accedió divertida por aquella disección.

María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.

Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.

-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.

-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.

Entre risas, María siguió la broma:

-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.

Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.

-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.

-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?

-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.

Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.

Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.

-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.

A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.

El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.

Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.

María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.

-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.

-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?

-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.

Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.

Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.

Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.

Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.

Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.

Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.

María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.

Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.

María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.

Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.

Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.

-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.

Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.

El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.

Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.

-¿María?

La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.

-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.

Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.

-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.

Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.

Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.

-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.

-¿Perdona? – se hizo el despistado.

-¿Anoche la drogaste? – él se rió.

-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.

-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?

-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.

-¿Y fue todo bien? – se preocupó.

-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.

-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.

-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.

Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.

A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.

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Relato erótico: “jugando con una presentadora de TV atrevida 4 (POR COCHINITO FELIZ)

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El lunes avanzó con lentitud para Beatriz. Dejó el chat encendido todo el día y toda la noche, pero su Amo Alex no se ponía en contacto con ella.  Por los menos los pezones ya no le dolían y la piel de sus pechos se había recuperado después de que Silvia le pusiera las pinzas japonesas. Se moría de ganas de que su admirador secreto se conectara, que le siguiera dándole órdenes, que la siguiera usando y humillando en público. Aquello era una fuente de vergüenza, placer y dolor como nunca pudo imaginar.

Estaba escribiendo en el ordenador el martes a medio día, cuando por fin su Amo se puso en contacto con ella.
“Buenos dias, zorrita”
Beatriz notó como se le aceleraba el pulso al momento.
“Buenos días, Amo”
“El fin de semana pasado lo hiciste muy bien presentando las noticias. Fuiste muy sumisa y obediente, me gustó. Espero lo mismo, y más, el próximo fin de semana”
“Haré todo lo que quieras, Amo”
Mientras escribía, Beatriz sentía que era sincera con lo que tecleaba, era capaz de cualquier cosa, y aquello la excitaba más de lo que había vivido nunca.
“Bien, porque tengo planes para ti. Ya sabes que me encantan esos bodys negros que tienes. Ya te has puesto dos…pero queda el tercero…solo te lo he visto puesto una vez…seguro que sabes de cual te estoy hablando”
Beatriz cerró los ojos, de gusto y de pánico. Aquel tercer body era lo más indecente que  se había puesto nunca, comprado en un momento de calentura, fantaseando con la idea de ponérselo más que en ponérselo realmente. La única vez que se lo puso había sido todo un show. Toda la tela del body era simplemente un finísimo velo oscuro que se pega a su cuerpo, con algunos pequeños encajes negros en forma de arabescos que no ocultaban nada; apenas eran una excusa para disimular un poco los pezones. Aquello, e ir desnuda, era casi lo mismo. Todavía recordaba la única vez que se lo puso. Las miradas de su ayudante de cámara, del personal del estudio. Y lo mejor fueron luego los comentarios guarros e indecentes en los foros de mujeres guapas de televisión. Había cientos de capturas de fotos, y varios videos. Aquello hizo que su coño se inundara en sus propios jugos, sabiendo que su imagen casi pornográfica era vista y admirada por miles de hombre.
“Sí, Amo, se cual es”
“Perfecto. Pero quiero que vayas a tono con ese body. Así que esta tarde a la siguiente dirección, y preguntarás por Marcos. Él tiene instrucciones para ti. Las seguirás al pie de la letra. Ya hablaremos esta noche”.
Beatriz, con el corazón acelerado, anotó la dirección y se despidió de su Amo.
La cabeza le daba vueltas, entre excitada y nerviosa, ante la incertidumbre de lo  desconocido. ¿Debería seguir jugando a este juego tan peligroso? Pero ya casi no podía dar marcha atrás, menos después de los numeritos montados dando las noticias, después de dejar que su compañera Silvia la usara y la humillara, después de dejar que su jefe se la follara como a una perra en el camerino…no podía dar marcha atrás…no quería dar marcha atrás, porque en el fondo, todo aquello, su humillación, su entrega, el dolor….todo la excitaba y la daba un placer inmenso.
Así que no lo pensó mucho más. Se puso un tanga rojo a juego con el sujetador rojo que dejaba a la vista sus pezones y se puso una falda no muy larga. Se sentía excitada con  la situación desconocida que iba a vivir, y decidió ponerse una blusa suave y fina, lo suficiente para transparentar un poco sus pechos. Le gustaba como la tela rozaba ligeramente sus pezones. Cada vez le gustaba más exhibirlos.
Salió de su casa para cumplir con las instrucciones de su Amo.  Se montó en el coche y dejó que el GPS la fuera guiando. El coche avanzó por un barrio de las afueras de ciudad al que no solía ir nunca. Tenía que estar muy cerca, y llegó hasta la calle que buscaba. Aparcó en cuanto pudo y se puso las gafas de sol. No quería que la reconocieran, y se puso a caminar buscando el número. Menos mal que no se había vestido excesivamente provocativa porque habría desentonado allí.
Buscó el número 37, que era donde tenía que ir.
Primero pasó por un supermercado, luego por una tienda de animales, una agencia de viajes, un  negocio un poco estrafalario…No veía los números. Cuando llegó a un portal de una vivienda, vio que era el 39.
Se volvió. Pues entonces tenía que ser en el negocio raro…Miró la tienda, llena de dibujos en la cristalera, con un rótulo: Tattoo & Piercing.
Se mordió los labios, desesperada. Sí, su Amo la quería marcar de alguna manera. Se puso más nerviosa, pero su vagina seguía encharcada, y la sensación de nerviosismo la mataba de placer.
Abrió la puerta y entró.
No había ningún cliente, solo el dependiente. Un chico joven, de veintitantos años, con pinta de hippy, pelo largo y barba de dos días. Bastante atractivo, a pesar de todo, pensó Beatriz. El chico la miró con cara divertida, y le sonrió de manera insolente.
– ¿Sí, quieres algo?
– Verás, ¿es este el número 37?
– Si, pero la agencia de viajes es más atrás, por si te has equivocado.
– No, no me he equivocado, si este es el 37. Este es el sitio que me ha dicho mi…que me han dicho que venga…¿eres Marcos?
 


– Ah, una amiga de Alex….Te estaba esperando. Tú eras la de la tele el otro día, ¿verdad…zorrita?

Beatriz tragó saliva, enrojeciendo al momento, notando como otro desconocido también la humillaba…y la vergüenza que estaba pasando le encantaba.
– Si, Marcos.
– Bien, Alex me dijo que vendrías. Me dijo que tenía un encargo para ti. Ven conmigo…
– Pero, yo no se…
El chico la miró con cara de fingido disgusto.
– ¿No querrás disgustar a tu amo? Así que se obediente y sígueme.
Beatriz respiró profundamente. Su vida se le iba escapando de las manos poco a poco. Pero perder el control era tan excitante, que no quería parar.
– Si, Marcos.
El  chico abrió una puerta y entró una habitación pequeña, seguida de Beatriz. Parecía una extraña consulta médica.
El chico la miró con una sonrisa irónica y le habló con naturalidad.
– Quítate la blusa.
– Pero, es que….
Sin previo aviso, Marcos le dio un guantazo en la cara, y Beatriz se quedó sin habla, sorprendida, sin poder reaccionar.
– Mira, zorrita, las cosas las digo una vez, no me hagas repetirlas. Como no colabores, ahora mismo te vas, y luego le cuentas a tu amo lo que quieras, ¿me entiendes, esclava? Porque si estás aquí de parte de Alex es que eres su esclava, y que yo sepa, lo único que hace una buena esclava es obedecer a su amo.
Beatriz se mordió los labios desesperada. Sólo queda humillarse y entregarse a aquel muchacho que casi podía ser su hijo…pero empezaba a disfrutar de la sumisión, notando la adrenalina circulando alegre por su cuerpo. Bajó los ojos y contestó en voz baja.
– Lo siento, Marcos.
Mientras hablaba se fue quitando los botones de la blusa, notando como su vagina se iba humedeciendo. Un momento después, estaba en sujetador delante del chico, muriéndose de una vergüenza deliciosa al mostrar un sujetador tan sexy que no tapaba los pezones, y casi nada de los pechos; solo los sostenía, y poco más.
Marcos sonreía, disfrutando con lo que veía.
– Uhmm, que apropiado para venir aquí, Quítatelo.
Beatriz respiró aceleradamente. ¿Cómo podía estar haciendo esto? Era imposible, pero al mismo tiempo tan maravilloso. Con las manos buscó el broche de la espalda, y nerviosa lo soltó. Un segundo después sus pechos estaban completamente al aire, desafiantes, con los pezones oscuros y erectos. La vagina ya se le estaba poniendo a punto de caramelo.
Marcos, con manos expertas, se puso acariciar los pechos, notando su textura, su flexibilidad, jugó con los pezones y los acarició suavemente.
– Vaya, zorrita, parece que te gusta. Estás hecha una calienta pollas con los numeritos que montas en la tele.
Beatriz no decía nada, disfrutando de las manos del joven sobre su cuerpo, excitándose con las guarradas que le decía.
– En fin, los negocios son los negocios.
Marcos dejó de acariciarla.
– Tu Amo quiere marcarte, y para hacerlo más divertido lo va  a dejar al azar y en tus manos. Vamos a tirar una moneda, y si sale cara, te haré un tatuaje en el pecho con su nombre, y si sale cruz, te haré un piercing en los pezones. ¿Está claro, esclava?
Beatriz lo miró nerviosa. Aquello no podía estar pasando. Un tatuaje grabado en su piel era para siempre, y un piercing era algo que nunca se le había pasado por la cabeza. Pero ella ya cada vez controlaba menos su vida. Contestó antes de que la abofeteara otra vez.
– Si, Marcos.
El muchacho sacó una moneda del bolsillo y la puso en la mano insegura de Beatriz.
– Lánzala.
Beatriz suspiró, angustiada.  Le doy varias vueltas a la moneda en la mano, y por fin la lanzó al aire. La moneda cayó y rebotó un par de veces en el suelo.
Marcos miró la moneda.
– Cruz. Te han tocado dos preciosos anillos en tus pezones. Yo prefería hacértelo en el clítoris, pero tu amo piensa que se ve poco en la tele…al menos de momento.
Beatriz lo miró con los ojos abiertos. ¿Llevar dos anillos en los pezones? Pensó en cómo iba dar las noticias así, exhibiéndose con ellos, porque eso es lo que quería su amo. Aquello le desbordó el pánico y la vergüenza….pero sin poder evitar dejar de disfrutar del camino de destrucción de su personalidad, de entrega de su voluntad. ¿Y cuando fuera a la playa, a ella, que tanto le gustaba hacer topless? Aquello tendría muchas implicaciones en su vida. Todavía podía salir corriendo de allí, no obedecer, dejarlo todo, no seguir adelante…pero una parte dentro de ella decía que sí, que lo hiciera, y esa parte era cada vez más fuerte que el sentido común.
– Sí, Marcos, ¿qué hago?
– Túmbate boca arriba  en esta camilla.
Beatriz lo hizo, pensando en el dolor, en el mal trago que iba a pasar, mientras Marcos se ponía guantes quirúrgicos y cogía pinzas y agujas.
– Ahora relájate.
Marcos empezó a manosear uno de los pezones. Lo limpió y lo agarró con unas pinzas, haciendo que la punta del pezón erecto quedara bien accesible. Después clavó la aguja, en un movimiento rápido y decidido; Beatriz apretó los dientes y soltó un grito débil, sintiendo el pinchazo agudo, y luego el frío de algo metálico atravesando el pezón de parte a parte. Respiró hondo, mientras su cuerpo liberaba endorfinas para amortiguar el dolor.  Casi sin tiempo para darle tiempo a pensar, Marco cogió el otro pezón con los pinzas y lo atravesó con la aguja. Beatriz apretó los dientes con fuerza, pero no pudo evitar dar un grito largo y fuerte. Esta vez dolió más que la primera vez, porque Beatriz ya sabía lo que venía. De nuevo sintió el metal cruzando su pezón. Se mareó un poco.
– Ya está, me ha quedado perfecto. No te muevas.

Marco cogió unos alicates y apretó un poco los anillos de acero.

– Uhmmm, realmente estás preciosa. Espera un par de minutos a que se te pase el mal cuerpo.
Beatriz cerró los ojos. Al final, no había tan terriblemente doloroso como ella se temía.  El dolor  sordo estaría allí bastante tiempo, y sus pezones tardarían algunas semanas en curarse del todo, tendría que tomar antibióticos para prevenir infecciones… Pero su cabeza no dejaba de dar vueltas. ¿Pero que estaba haciendo? Aquello ya no era ponerse ropa más o menos sexy para un admirador, era modificar su cuerpo para su Amo. Notaba que había emprendido un camino sin retorno, sin saber todavía el final, pero tan excitante, que no quería dejar de recorrerlo.
– Siéntate en la camilla.
Beatriz lo hizo. Justo en frente, sin necesidad de moverse, tenía un espejo que cogía casi toda la pared.
Se quedó boquiabierta al mirarse. Sus pechos desnudos estaban tan espectaculares y hermosos como siempre; grandes y firmes,  inspirando el deseo de que se los cogieran y se los acariciaran. Pero ahora cada pezón oscuro estaba atravesado por un anillo de acero inoxidable brillante, grueso, y relativamente grande, de un centímetro de diámetro. Los extremos de cada anillo terminaban en dos bolitas de acero, juntas gracias a haberlas apretado con los alicates, situadas en la parte inferior de cada anillo. Sus pechos anillados tenían un nuevo aire de atrevimiento, de lujuria, de deseos perversos e inconfesables….los mismos que ella sentía. Eran como una declaración sin palabras de su nueva naturaleza de esclava, de sumisa obediente dispuesta a satisfacer las órdenes de su Amo.
Casi no había restos de sangre, solo irritación de la piel. Pero el dolor no se iba tan fácilmente. Marcos acarició los anillos ligeramente, comprobando que estaban en su sitio.
– Has quedado muy bien. Seguro que tu Amo se queda contento con el trabajo.
– Gracias, Marcos.
– No te pongas el sujetador. Es mejor que durante varios días la ropa los roce lo menos posible. Ven conmigo a la entrada.
Beatriz guardó el sujetador en su bolso y cogió la blusa. Se la fue a poner, pero decidió no hacerlo. Marco no le había dado permiso para ponérselo, y además le excitaba estar en la entrada con sus pechos desnudos…¿y si había alguien allí esperando a que saliera Marcos? De repente, tenía una necesidad imperiosa de exhibirse. Así que siguió al chico hasta la entrada.
Entre aliviada y decepcionada, vio que no había nadie. Marcos la miraba con cara divertida, viendo que Beatriz no se ponía la blusa.
– Bueno, zorrita, te tomas muy en serio esto de que nada toque tus anillos. Pero me tienes que pagar…son cien euros.
Beatriz, buscó en su bolso. Tenía solo 40 euros en billetes.
– No tengo mucho en efectivo, no sabía que iba a hacer esto. Pero tengo varias tarjetas…
Mientras hablaba sacó toda una colección de tarjetas de crédito. Pero Marcos negó con las manos.
– No, no, yo solo cobro en efectivo. Te tendré que cobrar parte en efectivo y parte en negro. Dame los cuarenta euros.
Beatriz se los dio, expectante. ¿Cómo que en negro? El joven se acercó y la agarró de la barbilla y la miró a los ojos, con una sonrisa de lujuria.
– Y ahora el resto me lo pagas en negro…
Beatriz tuvo solo un momento de duda, lo suficiente para que Marcos la abofeteara con fuerza. Marcos habló con dureza.
– Vamos, una esclava como tú sabe perfectamente lo que tienes que hacer. Me pagas con tu cuerpo. Desnúdate entera.
Beatriz sintió el pánico desbordándola, y el corazón empezó otra vez a latir desbocado…ahh, pero la excitación era tan intensa. Miró un momento a la puerta de cristal de la tienda, y al escaparate también de cristal, cubiertos por varios dibujos de tatuajes y letras de anuncio. La gente pasaba continuamente por delante. Cualquiera que se parase a mirar el escaparate fuera vería perfectamente lo que pasaba dentro. Aquello la excitó más, pero pensó en el morbo del riesgo, en el que entrara alguien, en que se parase alguien fuera, como si aquello fuera un escaparate del barrio rojo de Ámsterdam…y a pesar de todo, todavía se excitó más y más con lo que se imaginaba que podría ocurrir. Cada vez disfrutaba más humillándose, exhibiéndose y entregándose.
– Lo siento, Marcos. Ahora mismo te pago.
Sin decir nada más, se quitó la falda. Después se quitó el tanga, muerta de vergüenza y de agobio, mientras Marcos se la comía con la mirada, dejando su coño depilado a la vista.
El muchacho, siempre tan profesional, aprovechó para pasar una mano por su vagina, buscando su clítoris, y lo masajeó un poco.
– Uhmmm, grande y hacia fuera, te quedaría perfecto otro piercing. Ya lo hablaré con Alex más adelante.
Beatriz cerraba los ojos, estremeciéndose de placer con el tacto de los dedos acariciando su sexo, y disfrutando con lo que decía Marcos, llena de pánico por si entraba alguien…
Marcos la dejó de acariciar.
La miró, chasqueó los dedos y señaló el suelo. Sin que le dijera nada, Beatriz se arrodilló delante del muchacho, y fue desabrochando el cinturón y los botones del pantalón vaquero. Se los bajó hasta las rodillas. No llevaba calzoncillos, y la verga salió disparada en cuanto quedó libre. Cada vez le gustaba más su papel en su nueva vida, ser un objeto sexual para el disfrute de los demás. Con ansia se metió la polla en la boca, disfrutando su olor fuerte, la dureza extrema, el buen tamaño y grosor de aquella polla joven. El chico la agarraba del pelo, para poder metérsela en la boca bien hondo. La tuvo así varios minutos.
– Joder, zorrita, pero que bien lo haces. Además de una calienta pollas también eres una gran chupa pollas. Ponte a cuatro patas….
Beatriz se sacó la polla con cierto disgusto, todavía sin acabar de creerse lo que estaba haciendo allí a plena luz del día. Pero se puso a cuatro patas al  momento.
– Ponte mirando hacia el escaparate, zorrita….
Beatriz escuchó aterrada lo que decía, pero obedeció al momento. Con la luz de fuera, el cristal hacía a la vez un poco de espejo. Veía su imagen reflejada, su pelo corto rubio, su cara, su cuerpo desnudo… y sus pechos colgando, con los pezones perforados con los anillos plateados. Tenía que reconocer que estaba imponente. Y cualquiera que estuviera fuera también la vería así. Aquello la llenó de pánico…y de lujuria. Cualquiera vería lo zorra y puerca que era. La gente pasaba por delante; chicas solas, madres con niños, hombres, chicos jóvenes solos o pequeños grupos…Cerró los ojos un momento…No, no podía estar haciendo todo esto.
Pero reflejado en el cristal del escaparate vió que Marcos ya estaba colocado tras de él. Y un momento después sintió la polla apretando contra la entrada de su vagina  hambrienta de deseo, caliente y jugosa. Luego vio las dos manos del chico agarrando su cintura… Se abandonó a la sensación de aquella polla deliciosa penetrándola con decisión.
Marco la penetraba con brío, moviendo las caderas con movimientos bruscos, haciendo que su polla se fuera clavando con fuerza, cada vez más profundo en su coño. Con cada  envestida, los pechos de Beatriz rebotaban ligeramente, y el placer de su vagina llena era seguido al momento por el suave dolor de sus pezones perforados. Aquello era dolorosamente delicioso. Beatriz chorreaba de gusto, viéndose reflejada en el cristal, como si fuera ella la actriz de su propio número porno.  Deseaba que la usaran, deseaba que se la follaran sin piedad, deseaba que la exhibieran…
Cuando estaba ya al borde del orgasmo bestial que iba a tener, sucedió lo que temía y deseaba al mismo tiempo.  Un grupo de chicos, tres o cuatro, pasó por delante del escaparte. Uno de ellos miró hacia dentro y se quedó parado de golpe. La mirada sorprendida del chico atravesó el cristal y miró directamente a los ojos de la mujer que veía dentro desnuda a cuatro patas. Beatriz sintió morirse de pánico, de vergüenza…y de placer. El orgasmo empezó a crecer dentro de ella, listo para explotar en cualquier momento, sin que Marcos para de bombearla en ningún momento.
El  chico de fuera, parado, llamó a sus amigos. Al momento  aparecieron sus otros tres amigos que se habían pasado de largo. Todos se pegaron al cristal, con caras de asombro, de risas lujuriosas, de agradable sorpresa. Todos mirando a Beatriz a través del cristal; Beatriz, periodista, presentadora de televisión, a sus cuarenta años, desnuda, con sus pezones perforados, y siendo follada sin compasión.
Marcos seguía a lo suyo. Si se había dado cuenta que los miraban, o no lo sabía, o lo de daba igual.

Pero Beatriz se sentía realmente como una puta, degradada ante la mirada de los chicos, sin poder evitar aquello, y al mismos tiempo tan excitada que no quería que aquello acabara.  ¿Qué más podía ocurrir para excitarse más?

Como si le leyeran en el pensamiento, los chicos abrieron la puerta  y entraron todos dentro, entre risas y silbidos. Beatriz ya no podía ni pensar, entre lágrimas de frustración, pensando en lo poco que valía como persona, y una pequeña sonrisa de satisfacción por lo bien que se estaba comportando como una esclava sumisa.
Los chicos cerraron la puerta, dispuestos a disfrutar del show en directo.
– Joder, Marcos…vaya numerito que te estás montando con esta madurita.
– Eres un egoísta, tío, follando a lo grande sin avisar…
– Pero que perra tan buena te has buscado esta vez…seguro que es una de esas putas sumisas de tu amigo Alex.
–  Parece que hemos llegado en el momento oportuno, porque la puerca esta parece que se va a correr en cualquier momento.
Marco se rió en voz alta, negando con la cabeza, sin dejar de follarse a Beatriz ni un momento.
– Anda, dejadme que me corra a gusto…
Los chicos siguieron haciendo comentarios obscenos y silbando, jaleándolos. Beatriz se daba cuenta que para todos ellos, ella no era nada, ni una persona con una vida privada, con su trabajo, sus problemas, sus preocupaciones…no, no era nada, solo un  cuerpo, solo un coño que follar para que ellos se corrieran y disfrutaran…y le encantaba ser solo eso, aquello disparaba todavía más su deseo.
El primero de los chicos, el que se había dado cuenta de todo, tenía ganas de jugar.
– Déjame por lo menos que me folle su boquita.
Marco no estaba para muchas conversaciones, notando el placer que le mataba de gusto.
– Joder, haz lo que quieras, pero déjame en paaaaz….
El chico miró otra vez a Beatriz,  con los ojos vidriosos de deseo, y ella sostuvo un momento la mirada, pero luego la agachó, sabiendo que no tenía elección. El muchacho se desabrochó al momento el pantalón, se bajó los boxer, y se arrodilló delante de la cara de Beatriz.
– Seguro que a una zorra como tú, le encanta esto….
Beatriz abrió la boca, dispuesta a que otro agujero de su cuerpo estuviera lleno de polla. Eso era ella, así se sentía, solo como agujeros para dar placer. Seguro que no era la primera mujer que se  follaban en la tienda, ella era una más del montón. El chico le metió la polla ya tiesa en la boca, y Beatriz lamió, chupó, tragó…
Los otros amigos no paraban de jalearlos.
– Pero si están haciendo el trenecito….que bien engancha por delante y por detrás.
– Esta es de las más puercas que has tenido nunca, Marcos…joder con la cuarentona, que caliente está, no se cansa de tanta polla.
Cuanto más degradada se sentía Beatriz por lo que hacía, por los comentarios que escuchaba, más excitada se sentía. La polla de Marcos ya no podía más, y el muchacho apretó los dientes, y la penetró con violencia, bombeándola a toda velocidad, gruñendo de gusto en cuanto sintió que se estaba corriendo. Beatriz sentía el calor de su leche regándola por dentro. Le faltaba tan poquito para tener un orgasmo brutal…pero Marcos se la sacó, y ella se quedó desesperada chupando la polla que le llenaba la boca. No, no podían dejarla así…
– Pobrecita, parece que se ha quedado con las ganas.
– Pero eso se soluciona al momento.
Antes de que se diera cuenta, otro chico había ocupado la posición de Marcos, y una nueva polla dura e impaciente apretaba contra la entrada de su vagina, y al momento, entró entera, llenándola. Beatriz soltó un suspiro de alivio y de gusto.
– Pero que zorra…..solo quiere polla y más polla.
El chico de su boca estaba ya a punto. Beatriz sentía su polla rígida a punto de explotar, su glande hinchado entrando y saliendo de su boca con gula, y al momento, mientras el muchacho dejaba escapar un largo gemido, su boca se llenó de su leche pastosa y caliente. Beatriz fue tragando y chupando, mientras el joven seguía follándole la boca despacio, recreándose en el placer.  La polla nueva en su coño la taladraba sin piedad dándole un placer enorme, el dolor de los pezones anillados no se iba, pero se mezclaba con el placer, y la combinación era sencillamente maravillosa.
Los otros dos chicos que estaban mirando, también querían su porción de placer, así que se sacaron las pollas y empezaron a meneársela encima de la espalda de Beatriz, dispuestos a correrse por lo menos sobre ella.

Beatriz cerró los ojos, notando como el orgasmo llegaba en oleadas, una tras otras,  cada vez más grandes, y ella gemía con la boca llena, disfrutando de un placer tan intenso como no había tenido en su vida, todo su cuerpo estremeciéndose de gusto. Poco a poco el placer se fue apagando, y se quedó quieta, satisfecha, mientras el otro muchacho la embestía ahora con fuerza, y se corría también en su coño. Cuando pensaba que todo había terminado, de improviso, sintió también la leche caliente de los otros dos chicos que estaban de pié cayendo a chorros sobre su espalda, regándola de arriba abajo.

Unos momentos después, su boca y su coño se quedaron vacíos. Durante unos segundos nadie dijo nada. Beatriz no sabía que hacer, así que se quedó allí a cuatro patas, como si fuera un mueble más de la habitación, sin atreverse a hablar, ni a mirar ni a nada.
Los muchachos acabaron de vestirse. Es como si ella no estuviera allí, al menos como persona. Si, pensó Beatriz, realmente  no soy nada para ellos.
– Joder, Marcos, gracias por este rato tan bueno.
– Si viene otra vez por aquí esta zorra, avisa, que da gusto follársela.
– Si que da gusto encontrar una perra que le guste todo.
Beatriz seguía inmóvil. Nadie le habló a ella, nadie se preocupó por ella. Sí, se daba cuenta que para aquellos jóvenes, ella solo era una puta más a la que follarse. Nunca se había sentido tan degradada…y nunca se había sentido tan extrañamente feliz.
La puerta se abrió, y los chicos se fueron.
 El silencio seguía dentro de la tienda.
– Levántate, zorra.
Beatriz lo hizo, notando en dolor en las rodillas y los codos, con las embestidas de los chicos. La sensación de sumisión era tan grande que no se atrevía a mirar a Marcos. El muchacho le tiro la blusa.
– Mejor no te pongas el sujetador, solo la blusa.
Beatriz los hizo, notando como los pezones anillados  y doloridos se notaban a través de la tela. Al ponérsela notó como la tela de la espalda se manchaba con el semen que la cubría. La sensación era tremendamente desagradable.
Luego Marcos le lanzó la falda.
– No te pongas el tanga rojo…me lo quedo de recuerdo.
Beatriz no dijo nada, notando como el semen líquido le goteaba también de la vagina, formando un caminito que iba bajando lentamente por sus muslos. Se sentía sucia. Hasta un puta se limpiaría después de que se la follaran…pero ella era una esclava, menos que una puta. Así que se puso la falda y luego los zapatos y el bolso.
Pero no se fue. Se quedó allí quieta. Porque una esclava no tiene iniciativa, siempre espera órdenes.
Marcos la miraba satisfecho.
– Tienes buenas aptitudes para ser una buena esclava. Se ve que Alex está haciendo un buen trabajo contigo.
Beatriz sonrió agradecida.
– Gracias Marcos, por anillarme y por follarme tan bien con tus amigos.
No podía creerse lo que estaba diciendo.
– Espero que nos veamos algún otro día…me encantaría ponerte otro piercing en tu clítoris.
Beatriz sonrió otra vez. Se sentía atrevida y con ganas de seguir con aquel juego. Desde la puerta se volvió antes de salir.
– Y yo de pagarte…todo en negro.
Beatriz caminó hasta el coche, sintiendo sus muslos pringosos y húmedos mientras caminaba por la calle, siendo consciente de sus pezones perforados, mandando al caminar una pequeña señal de dolor a cada rebote de sus pechos. Sentía que todo el mundo la miraba, que todo el mundo notaba que iba llena de semen por su piel, por su vagina, por sus piernas, notaba que todo el mundo con el que se cruzaba notaba los anillos de sus pezones contra la blusa. Era una pesadilla caminar así hasta el coche, y a pesar de todo, la vergüenza era de lo más dulce que podía sentir. Notaba que ahora no era la misma persona que había entrado en la atienda. Ahora era capaz de aceptar cualquier orden sexual de alguien que la dominara.

Se montó en el coche y se fue hasta casa, con la mente como flotando en una nube, asimilando todo lo que había vivido. Cuando llegó, vio que el chat estaba encendido. Se seguía sintiendo sucia, con ganas de darse un buen baño. El semen se había secado, tenía los muslos pringosos hasta las rodillas. La blusa estaba para lavarla. La sensación era repugnante, pero le complacía estar así por orden de su Amo, que le había permitido tener una tarde única. No se limpió todavía y chateó con él.

“Hola zorrita”
“Hola Amo”
“¿Encontraste a Marcos?”
“Si, Amo. Se portó muy bien conmigo”
“Al final, ¿qué te hizo?”
“ Piercing en los pezones. Gracias por ponérmelos, Amo, son preciosos”
“¿Te cobró mucho?”
“Le pagué todo lo que me pidió…fue un buen precio, que yo pagué con gusto”
“Descansa estos días, zorrita. Espero que el dolor se baje un poco de aquí al sábado, cuando te toca dar la noticias otra vez”
“Amo…¿me podría duchar? Estoy llena de semen por toda partes…”
“Jajaja…este Marcos y sus amigos, son insaciables. Me gusta que me hayas pedido permiso. Es una buena cualidad en una esclava. Como premio, te dejaré que te duches….”
“Gracias, Amo”
“…que te duches mañana. Esta noche dormirás desnuda así”
Beatriz suspiró.
“Así lo haré. Gracias Amo”
El chat se desconectó.
Beatriz se desnudó, luchando contra el impulso de ducharse. Se tumbó en la cama, boca arriba, asqueada de si misma, pero poniendo a prueba su obediencia a su Amo. Lo último que recordó antes de quedarse dormida fue el dolor de sus pezones anillados.

 

(Continuará…)

 
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 13” (POR MARTINA LEMMI)

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Esa noche marcó un antes y un después en la vida sexual de la pareja.  Laureen estaba, definitivamente, cambiada… y él también.  Las experiencias vividas más las morbosas escenas de sexo entre Luke Nolan y la émula de Laureen se conjugaron de tal modo que reactivaron la sexualidad del matrimonio; y la decisión de haber apartado a los Erobots de en medio contribuyó  a ello.  Mantuvieron, casi como un ritual, la costumbre de espiar desde la buhardilla al vecino y su androide mientras  Laureen masturbaba a Jack, pero a la vez fue también resurgiendo entre ellos el sexo compartido.  La cama matrimonial volvió a ser destinada a una actividad que no fuera dormir…, o discutir… Jack se sentía feliz, insólitamente feliz… y no cesaba de preguntarse cómo era posible que hubiese tenido todo el tiempo la clave de su felicidad tan encima de sus narices.
Existió, no obstante, un momento que casi provocó que Jack desistiera de continuar con cualquier plan erótico: fue cuando a Laureen se le ocurrió la descabellada idea de invitar a Luke Nolan y a la réplica de sí misma para que hicieran el amor sobre la cama del matrimonio.  La idea era terriblemente perversa y no sólo sorprendió a Jack que saliera de labios de su mujer sino que además le producía náuseas, por lo revulsiva, la posibilidad de ver a su odiado vecino moviéndose casi como amo y señor en su propia habitación.  De momento. Laureen y Jack no habían pasado de espiarles desde lejos, pero la alocada propuesta de su esposa excedía ahora cualquier límite… Como suele ocurrir en la mayoría de los matrimonios, la esposa terminaría ganando la pulseada y al esposo, aunque a regañadientes, no le quedaría otra que ceder ante la insistencia de ella.   Tuvo, por lo tanto, que pasar por la desagradable experiencia de ver a Luke entrar a su casa con una sonrisa de oreja a oreja y siendo acompañado por la réplica de su propia esposa, tan perfecta que no había forma de diferenciarlas al estar una junto a la otra.  Ambas, incluso, se sonrieron mutuamente y la cabeza de Jack, cada vez más pervertida, imaginó por un momento una escena erótica entre las dos… Pero no era para eso que se habían juntado…
La réplica de Laureen, con felina sensualidad sensualidad, se trepó al somier ubicándose a cuatro patas sobre el mismo; Luke la siguió y, de rodillas tras ella, le bajó calza y bragas.  A Jack el corazón le comenzó a latir a mayor intensidad, llegando incluso a temer por el mismo; era todo muy extraño: la escena resultaba insoportable a sus ojos y, sin embargo, deseaba que no se detuviesen.  Laureen, la real, le sonrió y le besó en la mejilla mientras le llevaba una mano a la entrepierna y le bajaba el cierre del pantalón; hurgó allí dentro y no paró hasta sacarle afuera su miembro.  Luke, entretanto, le acariciaba las nalgas a la otra Laureen de un modo tan lascivo que hasta provocó en Jack un acceso de furia que, con gran esfuerzo, logró contener: era como si por momentos olvidara que su esposa era la que le estaba acariciando su pene en tanto que la otra era sólo una máquina de placer.
En cuanto Luke arrancó el bombeo, la Laureen verdadera comenzó a masturbar a Jack a casi idéntico ritmo.  Era excitante y a la vez chocante ver a su vecino montando a su “esposa”, no sólo porque el robot fuera tan sobrecogedoramente idéntica a ella sino además porque Luke le ponía al acto una especie de rusticidad propia de quien se ha masturbado durante mucho tiempo para, finalmente, ver hacerse realidad sus sueños aun cuando fuera por medio de un androide.  Hasta los gemidos de Luke, que iban en aumento casi a la par de los de Jack, sonaban desencajados y carentes de clase; y sin embargo, ello excitaba tanto a Jack como a la verdadera Laureen…    Jack hirvió de odio cuando su vecino, luego de eyacular dentro de la Laureen replicada, le miró con esa mueca socarrona que tanto detestaba y que, ya para esa altura, se había reiterada en Luke.  Sentía deseos de ir hacia él y golpearlo, lo cual era a todas luces absurdo siendo que ellos mismos le habían invitado.   Laureen le besó el lóbulo de la oreja y ello, al menos de momento, aplacó su furia.
“Hmmm… ¿te gustó cómo me cogió?”- le susurró ella al oído.
La visita de Luke y su Ferobot fue, para Jack, un momento duro pero excitante y, al igual que venía ocurriendo con ese tipo de aditivos eróticos que en el último tiempo habían entrado en sus vidas, ayudó también a reavivar la llama del matrimonio y no sólo en el plano erótico.  De hecho, esa misma noche, el propio Jack quien invitó a su esposa a salir, cosa que hacía años que no hacía.  El rostro de ella se encendió ante la propuesta e, inmediatamente, entraron a debatir cuál sería el mejor destino posible para salir esa noche: por razones más que obvias, el parque Joy Town no estuvo entre las opciones, pero sí lo estuvieron el cine virtual, la montaña nevada artificial o el teatro, divertimento que, no por arcaico y anacrónico, dejaba de tener su encanto.
“Hmm, no sé… – decía ella, pensativa y sentada sobre la cama, mientras tamborileaba con los dedos contra su mejilla mientras mantenía una mano apoyada en su mentón -.  ¿Sabes qué? -; de pronto sus ojos se iluminaron como con luz propia -.  ¡Quiero ir al circo!”
Jack la miró; ella lucía una pícara sonrisa que exhibía toda su dentadura.
“¿Al circo?” – preguntó él, confundido.
“Sí…, ese circo del tal Goran…”
Jack sonrió y revoleó los ojos incrédulo.
“¿El Sade Circus?  ¿Estás hablando en serio…?”
“¡Sí! – dijo ella -.  ¿Y porrr qué no? Jaja… ése es el latiguillo clásico del tipo, ¿verdad?  Se lo he escuchado en alguna nota que le han hecho…”
Propuesta de esposa significa plan final, así que esa noche el matrimonio se sentó a las gradas del Sade Circus, pudiendo así comprobar Jack que las mismas se hallaban casi atestadas, lo cual le terminaba de confirmar que los rumores que le habían llegado acerca del franco renacer del circo de Goran eran ciertos.  Jack se alegró por ello, aunque no dejaba de sentirse algo inquieto una cierta inquietud al pensar en qué podría pasar si, llegado el caso, alguna de las asistentes de Goran elegía a Laureen para participar de alguno de los números.  Su esposa, de hecho, desconocía la intensidad y el carácter extremo del show: no había, por lo tanto, modo de prever su reacción… Apenas comenzado el espectáculo, Goran notó la presencia de Jack y, de hecho, le saludó con un asentimiento deferente al reconocerle.  Se comportó, de todos modos, como un caballero y, al parecer, se encargó de instruir a sus asistentes para que no recurrieran en ningún momento a la hermosa dama que acompañaba a Jack Reed.  Todo un gesto, desde luego…
Los números fueron pasando uno tras otro y Jack miraba todo el tiempo de reojo a Laureen ante el temor de que se sintiera demasiado impresionada o turbada ante lo que estaba presenciando; en ningún momento, sin embargo, su esposa dejó de mirar hacia la arena del circo ni dio muestras de incomodidad, sino que, por el contrario, lució todo el tiempo entusiasmada y excitada, aplaudiendo a rabiar cada acto.
Algunos de los números eran bastante semejantes o prácticamente iguales a los que Jack le había visto durante su visita anterior, pero en otros se advertía que Goran buscaba renovar cada tanto su show para seguir atrayendo visitantes de modo que éstos no se aburrieran y tuvieran interés en volver.  De todas formas, se notaba claramente que lo que más seducía a los asistentes era la adrenalina de no saber en qué momento les tocaría a ellos ser parte del show; de lo contrario no podía entenderse por qué tanta desesperación por ocupar las butacas de adelante, en las cuales había muchas más posibilidades de resultar elegidos por las asistentes de Goran…
Justamente fue una de ellas quien asumió un rol bastante diferente al que Jack le hubiera visto en su visita anterior, ya que Goran le adjudicó esta vez  un papel más protagónico.  En efecto, la pulposa y blonda jovencita enfundada en botas y corsé de latex eligió, en un momento, a un muchacho al azar de entre el público y lo convirtió prácticamente en su perro mientras Goran se entretenía en domesticar a una madura pero atractiva señora.  La asistente, súbitamente devenida en dominatriz, colocó al joven un collar y lo paseó a cuatro patas por toda la arena, llegando incluso a insertarle una canina cola artificial en el ano no sólo para beneplácito sino también para la generalizada carcajada de la concurrencia que disfrutaba a morir el ver cómo el joven era ridiculizado.  Jack, por su parte, espió de soslayo a Laureen y comprobó no sin sorpresa que su mujer era uno más entre todos los asistentes y, como tal, no paraba de reír y aplaudir… En un momento, sin embargo, la dominatriz tomó un látigo y, por primera vez, Jack notó que el rostro de su esposa cambiaba de color; la tomó de la mano a los efectos de calmarla.
“Tranquila… – le dijo -.  Es sólo un… entretenimiento”
El látigo cayó y restalló sobre el piso varias veces siempre muy cerca del muchacho pero nunca sobre él; Jack notó que la mano de su esposa se destensaba y que su rostro volvía a recuperar la calma.
“Como verrran, mi querrrido público… – voceó Goran en tono de arenga -; mi prrreciosa asistente Lidia ya tiene su perrro.  ¿No es justo que tenga también una perrra???”
“¿Y por qué noooo???” – atronó al unísono la concurrencia.
“Pues esta vez serrré yo mismo quien elija la perrra parrra Lidia…” – anunció Goran, siempre a viva voz y cargando a sus gestos y movimientos de histrionismo.
Rebuscó con la vista entre las filas de butacas, deteniéndose cada tanto en alguna dama que, al sentirse observada por él, se removía inquieta en su asiento ante la incertidumbre y la adrenalina del momento.  Todo era, desde ya, parte del juego de Goran, ya que luego de escudriñar de arriba abajo a alguna durante unos instantes, seguía caminando y posaba la vista en otra: le gustaba generar suspenso y nerviosismo.  En ningún momento, por supuesto, dedicó atención a Laureen, lo cual hablaba a las claras de que, por respeto a Jack, no tenía pensando incluirla en sus planes.  Parecía, de hecho, que Goran había asumido por propia cuenta el papel de elegir a la participante del número siguiente en lugar de delegarlo en sus asistentes, lo cual bien podía ser indicativo de que no confiaba del todo en que éstas hubieran entendido el mensaje.  Sin embargo, lo que ocurrió a continuación fue una absoluta sorpresa tanto para Goran como para Jack, quien, más que dar un respingo, prácticamente saltó en su butaca.
“¿Puedo participar?”
Jack giró la cabeza incrédulo, como si le acabaran de echar hielo encima: la pregunta había sido formulada por Laureen quien, luciendo una amplia sonrisa, levantaba su mano derecha con los cinco dedos extendidos del mismo modo que si fuera una estudiante ofreciéndose a responder una pregunta de un docente.  El propio Goran quedó petrificado y, aun detrás de la máscara que le cubría medio rostro, fue ostensible su expresión de azoramiento.  Confundido, lo primero que atinó a hacer fue mirar a Jack, seguramente en busca de aval.    Éste, turbado y sin asimilar aún la situación, echó un vistazo en derredor y comprobó que, como era lógico, no sólo era Goran quién les miraba sino que prácticamente todos los asistentes del circo, expectantes, tenían sus rostros girados hacia la pareja.  La presión era demasiado grande: su esposa se ofrecía voluntariamente para participar del número; ¿qué podía hacer él?  Manifestar una negativa en ese contexto era lo más parecido posible a hacer el ridículo… Con un leve asentimiento de cabeza, le dio el okey a Goran…
Recién entonces, cuando el artista del sado hubo contado con el silencioso asentimiento del marido, pareció envalentonarse y volver a ser Goran Korevic.
“¿Y porrr qué noooo???” – rugió, para delirio de la platea, que repitió a coro.
Lidia, la asistente que oficiaba como dómina, se dirigió sonriente y a paso resuelto hacia la fila de butacas en la que se hallaba ubicado el matrimonio llevando en sus manos un collar de cuero.  Ágilmente y aun a pesar de los finísimos tacos aguja de sus largas botas, subió a la carrera y casi a los saltitos los pocos escalones que mediaban entre la arena y la fila de butacas en la cual el matrimonio se hallaba ubicado.  Pasando frente a Jack casi como si éste no existiera, calzó el collar sobre el delicado y precioso cuello de Laureen en una imagen que resultó harto turbadora para su esposo, quien nunca había imaginado llegar a verla de esa forma.  Luego de ajustar el collar, la asistente calzó un mosquetón a la argolla del mismo y, jalando de una correa, llevó a Laureen hacia la arena del circo mientras la multitud deliraba y aullaba.
Una vez que la hubo conducido hasta el centro de la arena, otra asistente le alcanzó un látigo y, una vez más, Jack fue víctima de un estremecimiento: en un acto reflejo, se puso de pie.  La dómina, sin embargo, no dejó caer el látigo sobre su esposa sino que lo hizo chasquear un par de veces en el aire y luego en el piso a escasos centímetros de los pies de Laureen pero sin tocarla en absoluto.
“De rodillas, puta” – ordenó secamente, siendo la enérgica orden festejada por la muchedumbre al ser la misma potenciada por el sistema de sonido y por la envolvente acústica del domo.
 Sin ensayar objeción alguna, Laureen se arrodilló en el piso frente a su dominatriz sin que Jack pudiera aún dar crédito a lo que sus ojos veían.  Alguien le insultó desde atrás, conminándole a sentarse nuevamente, así que volvió a ocupar su lugar en la butaca, pero sin poder salir de su absorta perplejidad.  Goran, en tanto, había asumido un papel insólitamente secundario, mirando la escena desde un costado de la arena y dejando entrever una cierta sombra de preocupación en su semblante, por lo menos en la mitad del rostro que permanecía visible; cada tanto, echaba un vistazo en dirección a Jack.
Lidia, pérfidamente sonriente, levantó una pierna y llevó la suela de su bota hasta apoyarla sobre los labios de Laureen, quien lucía nerviosa pero a la vez extrañamente excitada…
“Pásale la lengua…” – le ordenó con la misma aspereza y tono imperativo que había exhibido antes.
Jack comenzó a sudar.  Temía que de un momento a otro Laureen, simplemente, se fuera a poner de pie y marcharse de allí.  Sin embargo, nada estuvo más lejos de eso; por el contrario, sin chistar ni objetar, ella sencillamente sacó su roja lengua por entre los labios y recorrió completa la suela de la bota, haciéndolo incluso varias veces aun cuando la orden no hubiera sido específica al respecto.  Una vez que lo hubo hecho, permaneció de rodillas mirando a la dama del circo.
“Muy bien, putita – le dijo ésta, volviendo a sonreír son satisfacción -.  Ahora, abre tu boquita…”
Una vez más, Laureen cumplió con lo que se le ordenaba.   El grado de obediencia que mostraba no dejaba de asombrar a Jack; no sólo no se advertía en ella signo alguno de rebeldía o resistencia sino que ni siquiera parecía mediar ningún lapso de duda o vacilación entre cada orden y su respectivo cumplimiento.  Al abrir Laureen la boca bien grande, la dómina introdujo el taco aguja de su bota hasta hacerlo prácticamente desaparecer por completo dentro de la misma.
“Chúpalo…” – le ordenó.
Al igual que ocurriera con las órdenes anteriores, Laureen obedeció sin amago de objeción alguna y comenzó a succionar el taco como si fuese un chupete o, mejor aún, un pene…  La escena era tan bizarra en sí misma que hasta daba vergüenza ajena a Jack el ver a su esposa asumir tan dócilmente una actitud tan degradante; hasta tenía, por momentos, necesidad de bajar la vista para no ver pero, a la larga, sin embargo, terminaba levantando nuevamente los ojos hacia la arena: era como tanto el mirar como el no mirar se hubieran convertido para él en necesidades.   La platea irrumpió una vez más en vítores, chiflidos y aplausos… Recién entonces Goran pasó a asumir algo más de protagonismo.
“Buenobuenobueno…- rugía, súbitamente enfervorizado y adoptando un estilo más acorde al que se le conocía habitualmente -… Parrrece que finalmente tenemos una auténtica perrra aquí, ¿verdad?  ¿Quierrren ustedes verrrla marrrcharrr como la perrra que es?”
“¿Y por qué noooo?” – respondió a coro la multitud, como no podía ser de otra manera.
Lidia jaló de la correa de tal modo que Laureen, tironeada por el cuello, se vio obligada a apoyar rápidamente las manos sobre el piso a los efectos de no caer de bruces; de ese modo, Lidia conseguía lo que quería: tenerla a cuatro patas.  De inmediato, otra asistente se dirigió, presta y alegremente, hacia el centro de la pista y, yendo por la retaguardia de Laureen, se encargó de dejarla muy rápidamente sin falda ni bragas.  Como si no fuera ya degradación suficiente, le insertó además, dentro del orificio anal, una imitación de cola de perro idéntica a la que un rato antes había llevado el muchacho al cual Lidia había sometido y degradado públicamente.  Jack se mordía el labio inferior y hundía las uñas contra sus rodillas; no podía creer lo que estaba viendo.  Una vez que Laureen tuvo su cola, la dómina jaló de la correa y la conminó a marcharle a la zaga, siempre, a cuatro patas.  Llevando así a su “perra”, Lidia caminó en semicírculo, recorriendo de manera perimetral el límite entre la arena y las butacas; al hacerlo, forzaba a Laureen a pasar bien cerca no sólo de los libidinosos y perversos ojos que la devoraban sino también de las irrespetuosas manos que, extendiéndose hacia ella, le tocaban la cola de perro o, incluso, le acariciaban a la pasada sus desnudas nalgas. Jovencitos, jovencitas, hombres y mujeres de edad madura: en general ninguno se privó de posarle al menos una mano encima mientras a Jack le latía el corazón con cada vez más fuerza y sus puños se crispaban hirviendo de furia…  Tenía, obviamente, ganas de levantarse de su butaca, tomarlos a todos a golpes y llevarse a su esposa de allí; pero se mantenía, por otra parte, a la espera de que fuera ella misma quien en algún momento acusase recibo ante tanta degradación y dijera “basta”.
Tal cosa, sin embargo, no ocurrió; la dómina terminó su recorrido por el perímetro de la arena con Laureen marchando siempre sumisamente por detrás de ella a cuatro patas.  Cuando la perversa dupla volvió al centro de la pista, Jack recaló en que durante el tiempo que había durado el paseo, dos de las asistentes de Goran habían montado allí una especie de cepo de madera, el cual parecía más preparado para contener una cintura de mujer que un cuello.  En efecto, la presunción de Jack quedó confirmada apenas un instante después, cuando ambas asistentes levantaron la parte superior de la estructura y Lidia, siempre llevando por la correa a Laureen, la obligó a ponerse en pie y luego a inclinarse de tal modo de pasar su vientre por encima del segmento inferior hasta calzar su cintura en la ranura.  Una vez que estuvo ubicada de esa forma, el segmento superior fue bajado hasta que Laureen quedó atrapada  casi como si estuviera cortada al medio.  Un cierto silencio de espera parecía haberse apoderado de los presentes ante el desconocimiento y expectativa por lo que se venía…
Goran se acercó al cepo e hizo nuevamente chasquear su látigo en el piso, provocándole un nuevo respingo a Laureen.  Una de las asistentes le alcanzó a la dómina un objeto que, a la distancia, Jack no logró reconocer.  Un instante después veía que Lidia se lo estaba calzando a la cintura y comprobó, estupefacto, que se trataba de un arnés equipado con un pene artificial…
“¿Querrréis verrr cómo Lidia coge a su perrra?” – preguntó Goran, cerrando un puño y ya recuperado definitivamente su espíritu eufórico.
“¿Y por qué nooo?” – rugió una vez más la muchedumbre, cada vez más excitada.
Atónito, Jack  tuvo que ver cómo Lidia, ubicándose por detrás de Laureen, se dedicaba a penetrarla con el dildo, haciéndolo al principio muy lenta y cadenciosamente de tal modo de ir haciéndole subir la temperatura no sólo a la joven esposa sino también al público asistente.  Luego fue acelerando el ritmo, con lo cual fue inevitable que los jadeos, entremezclándose con gemidos, comenzaran a salir de la garganta de Laureen de un modo cada vez más audible, lo cual Goran se encargó de hacer aun más notorio al acercarle un micrófono a la boca: de ese modo, los gemidos súper amplificados de Laureen invadieron el recinto sin que fuera posible sustraerse a la excitación que provocaban.   Jack intentó taparse los oídos para no oírla pero era inútil: los gemidos de su esposa al ser cogida le taladraban el cerebro.  Y mientras Lidia continuaba, de manera resuelta, con la penetración, el domo se convertía en una gigantesca caja de resonancia para los sonidos de placer que Laureen emitía… Jack, por supuesto, quería morir…
La cogida terminó con Laureen alcanzando un largo y sostenido orgasmo que dio lugar a un único grito que pareció interminable, mientras la enardecida multitud no paraba de aplaudir y de gritar  como modo de exteriorizar su calentura.  Jack estaba inmóvil y sin reacción en su butaca, ya para ese entonces absolutamente resignado a lo que viniera aun cuando quería pensar que el número había terminado… Se equivocó: faltaba algo más.  Liberando a Laureen del cepo que la aprisionaba por su cintura, Lidia la obligó a echarse de espaldas contra el piso.  Un “oooh” extendido bajó de las gradas cuando la dómina se quitó las pocas prendas que llevaba a única excepción de las botas.  Caminó hacia Laureen y se hincó en dirección a su rostro hasta prácticamente sentarse sobre el mismo.
“Abre tu boca, perra” – le ordenó…
Laureen, por supuesto, obedeció sin chistar y, una vez que lo hubo hecho, Lidia adoptó una expresión de relajación y, echando la cabeza hacia atrás, descargó su orina dentro de la boca de Laureen, quien simplemente sorbió y bebió…
El espectáculo no podía haber sido más degradante; las prácticas de ese tipo nunca habían pertenecido al mundo de Jack y mucho menos al de Laureen.  Y, sin embargo, había algo casi cruelmente excitante en todo aquello.  Era, por supuesto, el cierre para el número de Lidia, tras lo cual Laureen regresó a su butaca, ocupando su lugar junto a Jack.  La función del circo siguió y nuevos números fueron pasando, pero Jack prácticamente no los veía ni oía.  Su cabeza sólo estaba ocupada por lo que acababa de ocurrir y por su esposa, a quien no se atrevía a mirar al rostro aun cuando la tenía al lado.
“¿Cómo estás?” – preguntó, luego de un rato y siempre sin mirarla.
“¿Yo? – Laureen sonó extrañada – .  Muy bien…; estuvo muy bueno, muy excitante…”
Cuando el show concluyó y mientras la concurrencia se retiraba, Goran se acercó a Jack y a Laureen para saludarles personalmente.  Se advertía en tal gesto que tenía, tal vez, algo de culpa por lo ocurrido o que, al menos, se sentía confundido ya que era la propia Laureen quien se había prestado voluntariamente para el número de dominación.  Jack, de todas formas, buscó, dentro de lo que pudo, lucir tranquilo y como si nada hubiese pasado; de hecho, no hubo durante la charla referencias específicas al número de Laureen en sí, sino que más bien se habló sobre temas generales relacionados con el circo o con el show en sí.  Goran explicó, con algo de pesar en el tono de su voz, que había retirado las escenas de azotes o de dolor físico y, aunque no dio explicaciones puntuales al respecto, no era difícil entender el porqué.  El trauma provocado por aquel hilillo de sangre en la espalda de Carla Karlsten, sumado a toda la situación que, consecuentemente, se había desencadenado, debía operar seguramente para Goran como un fuerte límite.  No sería posible para él volver a hacer caer un látigo sobre la espalda de alguien sin que acudieran a su mente los recuerdos de aquella jornada fatídica que, de seguro, quería olvidar.  Sería por eso mismo que las escenas de dolor estrictamente físico habían cedido protagonismo, más bien, a las humillaciones psicológicas o sexuales, cuyo papel se había acentuado con respecto a shows anteriores.
Se despidieron cortésmente, mientras algunas adolescentes se acercaban para tomarse fotografías junto a Goran e incluso había quienes le pedían autógrafos: decididamente, su fama se había incrementado enormemente luego de que, durante días, la prensa se hiciera eco del “incidente Vanderbilt”.
Ya de regreso en casa, ambos esposos se sentaron a la cama; Jack estaba envuelto en un cierto mutismo y se advertía que no tenía demasiadas ganas de hablar sobre los sucesos del circo.  Laureen, contrariamente, parecía haber quedado muy impresionada y no cesaba de hacer comentarios o preguntas al respecto.
“Goran mencionó algo acerca del látigo…” – comenzó a decir.
“Ajá…”
“¿Antes… azotaban a los participantes?”
Jack se encogió de hombros.
“No he visto que lo hiciera en el circo, aunque sí infligir dolor de otras formas…”
“¿Y eso funciona?” – Laureen parecía a la vez curiosa y sorprendida.
“Hmm, no entiendo…”
“Me refiero a si hay quienes sienten placer ante el dolor…”
“Sí, de hecho los hay…”
“Tu jefa es una de esas personas, ¿no?”
Jack giró la vista hacia su esposa; no sabía si interpretar en la pregunta recriminación o, simplemente, curiosidad.
“Goran la azotó, ¿verdad? – insistió Laureen puntualizando algo más su interés -.  Y estuviste presente…”
“Sí… – respondió Jack luego de un momento de silencio -.  Eso sí lo vi; aunque me retiré…”
Tanto parquedad en la respuesta como el semblante adusto de él evidenciaban poco interés en hablar del tema o en recordar lo ocurrido aquel día; no podía mencionar, desde luego, que él mismo, y en ese mismo lugar, había azotado con un látigo a su jefa pocos días antes de que ocurriera todo aquello.
“¿Y ella… lo disfrutó?”
“Interpreto… que sí, que lo hizo…”
Laureen apoyó los codos sobre sus muslos y enterró el mentón entre sus manos.
“Eso sí que no puedo entenderlo…” – comentó mirando hacia algún punto indefinido de la habitación.
“¿Qué cosa?”
“Que… alguien esté sufriendo pero sienta placer con ello”
“No toda la gente goza del mismo modo ni con las mismas cosas – replicó Jack, súbitamente pedagógico -.  A propósito, ¿ gozaste mientras te orinaban en la boca?”
Se arrepintió un instante después de haberlo dicho.  Poco antes había tenido la duda acerca de si había recriminación en las preguntas que le hacía Laureen en relación a lo ocurrido con Carla, pero ahora sí sabía que en la pregunta que él acababa de hacer, la había sin lugar a dudas… Miró de reojo a Laureen pero, sin embargo, el rostro de ella no dio señales de alteración o de sentirse ofendida.
“No creo que sea lo mismo… – negó con la cabeza, pero de modo más reflexivo que tajante -.  Es decir, beber pis no es algo que te produzca dolor…”
“El dolor no tiene por qué ser sólo físico – objetó Jack -.  La humillación psicológica puede ser tanto o más dolorosa que la puramente física”
Lo señalado por Jack parecía estar cargado de lógica; sin embargo, Laureen continuaba pensativa y acariciándose la barbilla como si su cabeza diera vueltas sobre el asunto sin terminar de convencerse.  Súbitamente, Jack se puso de pie y se quitó la camisa; luego hizo lo propio con el cinto de cuero que sostenía su pantalón; girando la cabeza por sobre el hombro para mirar a su esposa, se lo extendió.
“Tómalo… – le conminó -.  Golpéame…”
El rostro de Laureen se ensombreció y se llenó de interrogantes.
“¿Qué…?”
“Que me golpees – insistió Jack sin dejar de extenderle el cinto que su esposa parecía renuente a aceptar -.  Azótame, vamos…”
Ella, caída su mandíbula por la incredulidad, tomó, a pesar de todo, el cinto que su marido le extendía.  Él volvió a girara la vista hacia adelante y, de espaldas a su esposa, se colocó las manos a la cintura; la actitud parecía ser de espera… Sin embargo, el inminente primer azote nunca caía.
“Jack… – musitó Laureen -.  No puedo golpearte…”
“Sí que puedes – insistió él -.  Sólo hazlo…   Quiero que entiendas que hay ocasiones en las cuales el dolor y el placer pueden ir de la mano…”
Jack hablaba con tanta seguridad que ni él mismo terminaba de creerse sus palabras, pues tenía sus propios pruritos hacia el mundo sadomasoquista y, de hecho, jamás en su vida se había dejado azotar.  Estaba, sin embargo, dispuesto a hacer el sacrificio y, de ser necesario, a fingir o exagerar con tal de que su esposa entendiera el concepto.  El cinto sobre su espalda, sin embargo, seguía haciéndose esperar.
“Jack, no puedo” – insistió Laureen, en un tono de voz cada vez más firme.
“Ya te dije que sí puedes…”
Se produjo un momento de silencio que finalmente fue roto por Laureen.
“Primera Ley de Asimov – dijo, repentinamente -: un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño…”
Un súbito estremecimiento le recorrió en toda su longitud la columna vertebral a Jack.  Con un veloz movimiento, se giró para mirar directamente a Laureen, cuya expresión lucía ahora algo más distante y…. fría.  Los ojos de Jack se abrieron hasta casi salírsele de las órbitas mientras su rostro enrojecía.
“Eres… – comenzó a musitar y luego gritó -.  ¡Eres un maldito robot!”
                                                                                                                                                                           CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Pintor de cuerpos desnudos” (POR LEONNELA)

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Nunca me habría fijado en él sino hubiera sido por su rostro de melancolía, aquel anciano de un poco más de sesenta años, tenía grabada en sus ojos no solo las huellas del tiempo, sino la desesperanza de quien ve los días pasar, sin pena ni gloria.
Solía verlo en la alameda, recostado a la sombra de un almendro,  con su sombrero blanco de mimbre y el trajecito de corte antiguo que pese  a ser  de traza simple le daba un aire distinguido.
Poco podría decir de su apariencia física, quizá resaltar sus mejillas sonrosadas y sus ojos azules, que aunque pequeños resaltaban bajo el arco de sus cejas grises. Inclementes arrugas agrietaban  su rostro, y una que otra peca deslucía su piel, pero lejos de afearle le prodigaban el toque dulce de la vejez. Eso sí era de buen porte, alto y de contextura delgada, aunque  su traje no disimulaba  el abdomen ligeramente ensanchado y la flacidez propia de la edad.
En aquel entonces yo era una palomita de 21 años, de  piel morena y cuerpo espigado, de rostro bonito iluminado por la frescura de la juventud. Estudiaba música en la universidad estatal y  era una aficionada  a la fotografía humanista, por lo que ocupaba parte de mi tiempo libre retratando desconocidos en aquel parquecito
Algunos paseantes se volvieron camaradas por la frecuencia con la que me dejaban disfrutar de  la ilusión de una fotografía, mientras que otros fueron aves de paso, que quedaron inmortalizados en mi lente, pero aquel  ancianito del almendro, de carita serena y mirada melancólica,  se convirtió sin saberlo en mi musa inspiradora.
Una  fresca tarde de abril le escuche carraspear repetidamente, cubría su boca con un pañuelo tratando de ahogar un ataque repentino de tos. Por sus movimientos agitados noté que se le dificultaba respirar, por lo que presurosa me acerqué a auxiliarlo dándole suaves palmadas en la espalda.
_Gra…ggracias por la ayuda dijo cuando al fin pudo recuperar el aliento_ n o sabía que una fotógrafa, puede convertirse en un ángel, añadió guiñándome un ojo
Su galante piropo me arrancó una sonrisa y mientras le extendía mi botella de agua, me senté a su lado sobre césped.
_No exagere abuelo, cualquiera le hubiera ayudado
Bebió un sorbo lentamente luego se aclaró la garganta para continuar:
_ No todos hacen favores bonita, es más a esta edad uno se vuelve invisible; la verdad es que a los viejos casi nadie quiere vernos ni escucharnos…
Se me hizo un nudo en la garganta, había un dejo de tragedia en su voz pausada que me recordaba a mi abuelo y  tratando de animarle respondí:
_ Le aseguro que eso no le pasa solo usted…todos tenemos días grises
_Cierto, cierto bonita, pero solo cuando se es viejo, la soledad se convierte en tu sombra…
La verdad escondida en esas simples palabras me dejó meditabunda, contemplando tan solo como las hojas del almendro se esparcían por las veredas, nada tenía que objetar, nada tenía que decir, así que cambiando abruptamente de tema murmuré:
_Abuelo, quiere ver mis fotos?
La carita se le iluminó por la emoción y eso fue suficiente para que me pasara el resto de aquella tarde mostrándole mis tomas, sin saber que la casualidad había puesto en mi camino a un verdadero amante del arte.
Las semanas pasaron y la sombra del almendro se convirtió en nuestro lugar de encuentros, ya no solo nos unía la afición al arte, sino que me fascinaba escuchar sus recuerdos de bohemio que tenían el poder de hacer brillar con picardía sus ojitos azules.
No cabe duda que recordar es volver a vivir y don Marco no solo recuperaba la sonrisa, sino que su piel envejecida empezó a reanimarse con los tibios rayos de la tarde, al igual que su paso lento se vigorizaba con las continuas caminatas que dábamos a lo largo de la alameda, mientras compartíamos sus recuerdos y mis sueños.
_Qué canción tararea don Marcos? se me hace conocida
Un pasillo, un pasillo ecuatoriano mija, música  de mi época.  Ay bonita, no sabes cuántas doncellas cayeron con esos!!
_Vaya,vaya don Marcos todo un conquistado eh?
_No lo niego bonita, una buena serenata, un par de cartas a la salida de misa, un paseo por el bulevar, y los encajes  de las coloridas enaguas se levantaban dejando ver las hermosas  pantaletas, que con algo de suerte, de un tirón pasaban a ser mías jeje
_Jajaja don Marcos que sinvergüenza!!
 _Ay Julita, si supieras cuantas pantaletas quedaron olvidadas en mis bolsillos
_Así que un ladrón de braguitas?  Quién lo diría…
_Pequeña, no me subestimes por viejo, mira que aun puedo robar unas cuantas aseveró guiñándome un ojo
_Jajaja pues le aseguro que las mías no serán
_Jeje no me refería a las tuyas, pero ay pequeña no sabes cómo da vueltas la vida…
_Mmmm hoy sí que está picarón eh?
_Perdona Julita, pero me eché un buchecito de wisky así que ando medio alegrón …ahhh por cierto, el título  de la canción es: sendas distintas, escucha, escucha la letra
Qué cerca y que lejano
Yo soy el viejo soñador
Tú la niña apasionada
Que cantando en la luz
Vas como un ave
Más al mirarte cerca me figuro
Que yo soy un castillo abandonado
Y tú un rosal…abierto junto al muro…
_Mmmm  la canción habla de  un hombre mayor y una…don Marcos, me la está dedicando? señalé entre incrédula y divertida
_Julita, si te gusta, claro que te la dedico!
_Hummm…debo interpretar que intenta seducirme como a las muchachas en el bulevar?
_Jajaja bonita, no me creas tan iluso, mira que a esta edad fijarme en una palomita como tú, pero si tuviera 40 años menos…ay si tuviera aunque sea  20 menos…
No se me ocurrió qué responderle, don Marcos era agradable y no se me antojaba hacerle un desplante, así que simplemente le tomé del brazo y continuamos paseando. Sin embargo me  distraje imaginándolo en su juventud, pese a ser un anciano aun tenia buena pinta, además era divertido y encantador; de seguro fueron muchas las pantaletas que robó…quizá quizá a su lado mis braguitas también corrían riesgo…
Meneé la cabeza, era absurdo lo que cavilaba, y sonriente pregunté
_Oiga don Marcos y tiene los discos antiguos?
_Desde luego Julita, los de acetato, tengo una colección de ellos;  los toco mientras me dedico a pintar
_A pintar??? no sabía que era un artista!!
_Aun no te lo había contado pequeña,  pero en mis tiempos era casi una celebridad,  un tanto mal vista pero celebridad al fin
_Y eso? porqué mal visto don Marcos
_Ay bonita eran otros tiempos, y todo quien profanaba las buenas costumbres era censurado  aunque llevara el arte e las manos
_Don Marcos perdone, pero sigo sin entenderle
_Linda, en mi juventud impulsé la carrera de  decenas de modelos hermosas retratándolas al desnudo, y ya sabes como la falsa moral  juzga lo que a escondidas disfruta
_Quién lo diría don Marcos usted un ladrón de braguitas y un pintor de desnudos…mmm hoy sí que me ha sorprendido
_Palomita hay muchas cosas que no sabes de mí, tengo 65 años mucho mundo, muchas  vueltas recorridas, en fin aun guardo algunos cuadros, si en algún momento quieres verlos por mi encantado
_ Por supuesto que me gustaría!, me fascina, las fotografía, la pintura , la música, tenemos gustos parecidos verdad?
_Cierto bonita, digamos que somos como almas gemelas lamentablemente en los extremos de la vida; a propósito he estado pensado desde hace unos días en hacerte una propuesta
_Dígame don Marcos de que se trata?
_Vas a necesitar dinero para tu matricula de comienzo de año verdad??
_Sí,  al momento las cosas no están tan bien en casa
Lo sé linda lo sé. El asunto es que a mí me gustaría volver a la pintar y pues humildemente tengo una pensión que me permite darme el gusto de contratar una modelo de lujo como tú…
_Don marcos yo…
_Mira linda, antes de que te niegues te aclaro que mi especialidad es el erotismo, no la pornografía y debes saber que hay una gran línea entre las dos cosas; lo que tú y yo haríamos seria arte, arte en su total expresión, porque no lo piensas un poco?
_Este…yo…tengo varias amigas que quizá…
_Bonita, no me interesa contratar a alguna de tus amigas, siendo honesto también podría por mis propios medios conseguir una modelo, pero la verdad es que quiero convenir contigo, tienes un ángel que me cautiva y si no aceptas  tú, pues dudo que contrate a alguien más
_Ay don Marcos me la pone difícil…
_Linda, podemos hacer algo, si te animas te invito a conocer mi estudio, te muestro mi trabajo y podemos incluso acordar las condiciones con la que te sientas a gusto y si te apetece lo intentamos y si no, pues nada sea a dicho, quedamos tan  amigos como siempre, te parece?
_Mmmm pues…no está mal la idea, además eso de ser modelo suena tan glamoroso, respondí dándole alas para que terminara de convencerme.
A la tarde siguiente nos encontramos en el almendro y en lugar de quedarnos en el parque, caminamos unas cuantas cuadras por la plaza grande hacia una zona residencial. Me había formado la idea de que don Marcos vivía  modestamente, pero me sorprendió ver que su apartamento a más de acogedor, estaba sobriamente amoblado y exquisitamente decorado, digno de un artista de antaño.
Me condujo hacia un lateral donde se situaba su estudio. El salón era amplio, un gran ventanal acondicionaba el lugar con luz y ventilación, en uno de los extremos un par de cómodos  sillones perfilaban una zona de descanso y al lado izquierdo se vislumbraba una grada, que conducía a un altillo enriquecido por múltiples cuadros. Mientras él preparaba un par de bebidas me entretuve en su curiosa galería.
 En cada cuadro se percibía un derroche de sensualidad que me tenía embebecida y a más de penetrar en su mundo a través de aquellas obras, extrañamente me sentí estimulada, como si mis sentidos despertaran pasionalmente o como si fuera e un lienzo añorando la mano del artista.
_Quiero hacerlo dije repentinamente _quiero ser su modelo
_Y que es lo que te ha convencido bonita? Inquirió sorprendiéndose al verme tan decidida
_La magia, la magia de la pintura, su magia Don Marcos, no sé si me entienda, pero tengo la misma sensación de deleite que me produce la fotografía
_Eso es maravilloso muchacha ya verás que lograremos un gran trabajo.
_Ha pensado en lo que haremos?
_Desde luego, la verdad es que me gustaría hacer algo diferente a lo que acostumbro y si me dejas decidir,  optaría por experimentar sobre ti, eres hermosa y tu piel podría ser el lienzo perfecto para dejar fluir la imaginación
_Pintar sobre mi cuerpo?
_Sí, luego podríamos fotografiar los diseños, así combinamos la pintura con la fotografía que es lo que nos gusta, nos quedaría un gran trabajo
_No lo dudo don Marcos sé que quedará grandioso, pero antes de que continúe quiero decirle algo
_Lo que quieras pequeña, te escucho
_Hummm…estem… ya que voy a ser su modelo y me va a ver desnuda…
_Te preocupa que haga algo indebido bonita?
_Estee…no se ofenda, lo que pasa…es que…
_Linda no vas a tener quejas de mí, no suelo propasarme con las mujeres, a menos que ellas… lo deseen…murmuró rozando mi mejilla
Su voz sonó grave, profunda, acariciadora y  sus ojos azules se engancharon unos segundos en los míos haciéndome vibrar; sin duda había algo en aquel anciano que despertaba mi curiosidad  y más que eso, una inexplicable emoción que aún no podía definir; quizá por ello, sin pensarlo mucho confirmé mi aceptación.
El fin de semana nos reunimos nuevamente en su estudio, don Marcos había adquirido lo necesario, como pinturas no tóxicas a base de agua, esponjas, lacas, entre otros implementos y tenía acondicionados el lugar de modo que pudiéramos trabajar con soltura.
Debo reconocer que  pese a que estaba relativamente tranquila, lo más difícil fue despojarme de la ropa, me quité mis jeans quedándome en una pequeña tanguita de color piel, que  por su pequeñez y tono daba la impresión de estar totalmente desnuda.
 Don Marcos apenas me miraba, se entretenía en alistar una fuente con agua mineral para limpiar mi piel de forma que la pintura se pudiera adherir sin problema. Me entregó el paño húmedo, y me dediqué a la tarea de pasarla por mi cuerpo desde los pies, hacia los muslos .Lo propio hice con mis caderas mi cintura y mis brazos. Cuando tuve que retirarme el sujetador para abordar la zona de mis pechos mi corazón empezó a desbocarse. Me sentía algo incomoda de liberar mis senos, aunque siendo hermosos, lo que verdaderamente debía sentir es orgullo
 Pese  a tenerlos  altivos y de buen tamaño, don Marcos se mostraba indiferente, lo cual era  lo adecuado para llevar nuestro proyecto con profesionalismo, sin embargo precisamente eso  incomprensiblemente me molestaba. No es que tuviera la intención de provocar al anciano, sino que  suponía que  mi desnudez  iba a causarle almenas algún sofoco, pero al parecer el viejo pintor  se esmeraba en guardar las distancias y con su aparente serenidad agredía mi vanidad de mujer.
Decidida a llamar su atención, retiré los mechones de cabello que resguardaban mis senos acariciándolos sutilmente y mientras recogía mi melena en una coleta seguí la dirección de su mirada, pero lejos de caer en mi juego, con la mayor naturalidad me pidió que diera vuelta para limpiar la zona de mi espalda. Aquella reacción impasible acabó por desencajarme, más aún porque se dibujó en sus labios una sonrisilla irónica. Sí, en verdad era irónico que fuera yo quien luego de mostrar desconfianza, terminara lanzándome a provocarle.
Obedecí, di vuelta con la  plena seguridad de que al no ser observado, desviaría su mirada hacia la carnosidad de mis glúteos y con toda la mala leche retrocedí de forma que por escasos segundos mis nalgas rozaron su pubis. Su agitación y el temblor de su cuerpo me confirmaron que bajo esa piel marchita y marcada de arrugas había un muchacho deseoso por responderme.
_Perdone don Marcos que torpe soy!! casi le caigo encima, susurré en un intento de justificarme
_Tranquila linda, nno…no .fue nnada…balbució, quedándose una milésima más de segundo adherido a mi trasero, para luego separarse dejándome confusa e inquieta
Había logrado que el anciano pese sus intentos de ignorarme titubeara con mi cercanía,  pero él no había sido el único, también yo vacilé, también mi respiración se agitó y también una  ráfaga de calor sacudió mis entrañas. Aun así  no tenía intenciones de avanzar más,  mi ego había quedado satisfecho, pero para el viejo pintor el juego apenas comenzaba…
 Con suavidad empezó a deslizar el paño húmedo por mi espalda, desde mis hombros hacia los omóplatos, desde la parte céntrica hacia los costados, con la suavidad de quien esconde en un roce una caricia. Sus  yemas  producían un agradable hormigueo, que al llegar a la parte baja de mi espalda se convirtió en un latente estremecimiento que me hizo soltar un débil gemido
-Ahhhh
_Perdona bonita, dijo susurrante, se me había olvidado que algunas pieles son muy receptivas, tendré cuidado cuando use las manos y…mi instrumento…
 Su  tono cargado de  malicia me dejó pasmada, pero antes de que yo pudiera decir algo recogiendo uno de los pinceles aclaró
 _Jaja Julita, éste instrumento!!
Ambos reímos con complicidad. Qué había cambiado entre los dos? no lo sabía, pero no cabía duda que don Marcos movía  las fichas a su manera
_Listo pequeña, señalo con un nuevo dejo de pasividad _comenzaremos nuestra obra
Con el uso de un aerógrafo, aplicó una base de pintura en mi piel, dándole un tono degradado y con pinceles de diferentes grosores fue rellenando espacios, bordeando y coloreando detalles. Las pinceladas corrían por mi cuerpo deslizándose a buen ritmo, pero intencionalmente en la zona de mis pechos se volvían  lentas… lánguidas…repetitivas…
El fino pincel surcaba mis senos marcando su paso sobre mis aureolas, cercando mis pezones, que se endurecían ante el estímulo que me provocaba el viejo pintor con sus  diestras manos. A momentos era sutil como la seda y otras intenso como el mismo fuego.
Hábiles trazos bailaron sobre mi cintura, mi vientre  y espalda y al llegar a mis glúteos nuevamente las pinceladas se volvían lentas, sinuosas, insistentes, como si en lugar de pintarme tuvieran la vedada intención de estimularme
Con miradas esporádicas buscaba algún gesto de desaprobación, pero yo no tenía la fuerza suficiente para rechazarlo, al contrario, mis estremecimientos y débiles gemidos daban luz verde a su clara intención de excitarme.
Todo aquello distaba años luz de mi  escasa experiencia sexual, en la que el sexo fue únicamente el encuentro de los genitales, el mete y saca con el que solía quedarme en las nubes preguntándome si “eso era todo”, con el anciano estaba descubriendo el morbo y el placer…
Don Marcos se inclinó frente a mí, y con una esponja empezó a impregnar mi piel de un tono  rojo satinado desde mis pies hacia la parte alta de mis muslos, sus roces me espeluznaban y no pude evitar un respingo al sentir el calor de su aliento casi sobre mi sexo.
Como respuesta a las cálidas reacciones de mi vulva, ajusté instintivamente las piernas, desfigurando  un par trazos ondulados que embellecían mis inglés.
_Lo…lo ssiento
_Tranquila bonita, susurró mientras asentaba la esponjilla en la paleta –ábrete un poco para corregir el diseño
Colocando las manos entre mis muslos me instó a separarlos, su acción me  produjo un nuevo sobresalto; no cabía duda que estaba  ansiosa, afiebrada, y húmeda muy húmeda…
_Mmmm palomita, mira nada mas con lo que me encuentro…señaló manteniendo la mirada fija en mi sexo
Sabía que se refería a la humedad marcada en mis braguitas, a esa mancha que delataba mi excitación, a esas ganas que se levantaban por encima de los estereotipos de la edad.
_Ahhh don Marcos…
_Sucede algo bonita?, dijo posando su pulgar  justo donde la mancha se hacía evidente, lo agitó un par de veces sobre mi clítoris arrancándome otro gemido. Ansiaba que me estimulara más, que lo hundiera en mi coño, pero se detuvo y se limitó a repetir
_Mira nada más con lo que me encuentro…mmm por lo visto nos hemos olvidado de dar tono a tu pantaleta, señaló haciéndose el desentendido,…siéntate en esta silla y lo soluciono todo
_Sentarme? respondí vacilante…y el diseño?
_Jajaja bonita, a éstas alturas la pintura de tus posaderas ya está seca, y si no fuera así corregiríamos los trazos pronunció con un tono tranquilizador, es que presiento que en este momento hay otro punto de tu cuerpo que merece más mi atención…
Me mordí el labio sobreexcitada, y obedecí, consciente de que el anciano disfrutaba perturbándome
_Abre linda…abre un poco más…
Separé mis piernas y en cuestión de un par de minutos me enamoré de los dedos de aquel viejo pintor, que sabiamente dirigía su pincel por las hendiduras de mi sexo. La fina tela de la tanguita me permitía captar las sensaciones que me producía la escobilla al abrirse paso entre mis pliegues. Sobresalto tras sobresalto afianzaban su camino, y cuando sentí que mi tanguita era apartada me retorcí de placer sobre la silla.
Se sentó en el suelo, y  con uno de los pinceles limpios acarició mis labios hinchados, desde las comisuras hasta los bordes de la entrada, subiendo y bajando con la calma de quien se siente dueño de la situación. Su índice y su pulgar se engarfiaron en el capuchón de mi clítoris friccionándolo con suavidad, mientras con su pincel estimulaba la entrada de mi coño.
_Ahhhh
_Todo bien bonita?
_Siiga…sigaa…
_Segura bonita?… ya no desconfías de mí?
_No..  nno se detenga ahhh…
_Sé más explícita palomita, no quiero propasarme contigo…pídeme lo que quieres
_Joder!!! quiero correrme!!!lo entiende?? necesito correrme!!!!!
Ante mi pedido casi suplicante, sus dedos se aceleraron en mi clítoris y con su otra mano morbosamente fue deslizando el pincel en la profundidad de mi sexo, moviéndolo con suavidad, haciendo círculos con él y estimulándome de tal forma que lo único que ansiaba era ser follada.
Restregaba su rostro en mis senos, y su palma en mi vagina, logrando que por las tibias caricias gimiera enloquecida, luego dando la estocada final, agitó su maravillosa lengua en los pliegues de mi sexo provocándome un orgasmo desenfrenado.
Terminé en sus brazos, besaba mis ojos y acariciaba mis hombros desplazando sus caricias por mi espalda, luego se situó tras de mí apretándome por la cintura, mientras dejaba su quijada en mi clavícula y sus besos en mi piel.
_Dañamos los diseños palomita, mira mira como quedaron tu senos murmuró agarrándolos y tirando de mis pezones, _, jamás creí llegar a tocarlos así
_De verdad? pregunté en medio de un suspiro, no pensó que terminaríamos en esto?
_Jajaja palomita como iba a imaginarlo, si me aclaraste que jamás robaría tus braguitas, lo recuerdas?
_Jajaja me mantengo  en eso, no dejaré que me las robes Marcos Santander!!
_Así?? pues hace un momento me dejaste que las apartara y me comiera tu sexo completito con eso tengo bastante palomita, respondió apretándose contra mi trasero y restregándome su miembro en erección
_Mmmm se siente tan…tan rico…
_Delicioso y eso que solo la pruebas por encima de las braguitas, anda amor, no te las quiero robar, quítatelas quítatelas tu misma…
Mientras apurada me deshice de las braguitas don Marcos se quitó el saco y se abrió la bragueta, y allí mismo de pie, arrimada contra la silla, su pene endurecido busco su lugar en mi sexo. Sus dedos engarfiados en mi clítoris no daban tregua, provocándome fascinantes estremecimientos, mientras su miembro húmedo de deseos entró lentamente en mi coñito.
Empujó la pelvis hacia adelante enganchándose en mis profundidades, nos quedamos unos segundos quietos sintiendo como nuestras carnes se volvían una, para luego acompasados  disfrutar del vaivén de nuestros cuerpos.
Suaves meneos acompañados de placenteros gemidos nos hacían contorsionar buscando más profundidad, nuestros traspiraciones se mezclaban al igual que nuestros jadeos de goce. Después solo un mundo de placer, las ansias de tenernos apuraron  mi orgasmo e instantes después su palpitante miembro se desahogó en mis entrañas.
El agua tibia de la regadera había terminado de desfigurar la hermosa efigie del ángel ardiendo en llamas plasmada en mi cuerpo…
_Volverás a dejar que te pinte? preguntó mientras me cobijaba con la sábana
_Siempre,siempre que la paga sean sus caricias
_Ven palomita, ven, que en éste viejo aún quedan fuerzas…
Nuevos besos, nuevas caricias, nuevas sensaciones. Esta vez sus labios se tomaron un tiempo interminable para recorrer mi cuerpo, descubriendo los espacios en los que  vibro de  placer. Sus tibias manos acariciaban mi espalda descendiendo más allá de mis glúteos donde la humedad de mi sexo, hambreaba sus dedos.
Furtivos besos en mi vientre liberaron mis muslos, permitiendo que su lengua viaje entre mis ingles, lamiendo mis pétalos abiertos  y buscando la miel de mi sexo. Caricia tras caricia, espasmo tras espasmo, desencadenaron  una explosión orgásmica que me hizo sentir que el cielo estaba en su boca.
Ansiosa de complacerle acaricié cuanto pude de su piel, mis labios no se detenían ante  ninguna herida de la vejez que ensombreciera su aspecto, para mí él era  maravilloso y así se lo demostré con mis besos.
Me incrusté entre sus piernas regalándole la calidez de mi boca y la frescura de mi saliva que chorreé  a lo largo de su miembro para suavizar la inserción. Sus ojos se entrecerraban a medida que su sexo desaparecía en mi boca centímetro a centímetro, hasta casi rozar con mis labios su pubis y cuando creí que estaba próximo a culminar, giró de tal forma que se acomodó encima de mi cuerpo .Ágilmente acomodé mis muslos tras de su espalda, permitiendo que su pene se hundiera en mis entrañas dándome un placer incomparable.
El ansiado balanceo de nuestros cuerpos  friccionaba nuestros sexos produciéndome  infinidad de sensaciones placenteras. Enloquecida Levanté mis caderas ubicando  mis muslos en sus hombros, dando rienda suelta para que me amara a profundidad. Varios movimientos de entrada y salida lograron que nuestros cuerpos entre gritos y jadeos estallaran de placer.
Después del placer buscó mi regazo. Muy lejos había quedado la mirada nostálgica del anciano que se refugiaba a la sombra del almendro
_Palomita, mi palomita, cuánto bien me haces pequeña
Me estremeció su dulzura y en ese instante tuve miedo de mis sentimientos y más que eso un miedo  terrible de equivocarme, de lastimarle, de ilusionarle. Como la letra del romántico pasillo, yo era tan solo una niña apasionada y él mi viejo soñador,… qué cerca y qué lejanos!!
Un sinnúmero de inquietudes golpearon mi cabeza confundiéndome emocionalmente y presa de mis dudas, olvidé la felicidad que había encontrado en sus brazos
Con tristeza sostuve su carita arrugada entre mis manos y besando su frente murmuré:
_Don Marcos… no se enamore de mi…No tuve el valor de mirarle a los ojos y me alejé sin decir más…                                                                                          
                                                                                         &&&&&&&
El parquecito aquel, nunca volvió a ser igual, busqué al ancianito de sombrero de mimbre y ojos azules muchas tardes, pero no lo hallé, otras tantas veces caminé a lo largo de la alameda persiguiendo su aroma, pero solo percibí su olor, en los recuerdos que dejó en mi piel…
Una tarde me cansé de esperarle, la llovizna arreciaba y con el corazón enfermo de ansiedad, desesperadamente corrí por la plaza grande hacia los condominios del norte.
Temblando de emoción más que de frio, repiqué varias veces el timbre de su puerta
_Don Marcos!!! grité lanzándome a su cuello, cuando lo vi en el umbral
_Qué tienes palomita? qué te sucede? musitó colocando cariñosamente su saco en mis hombros
_Porqué desapareció? quería asustarme verdad? Le he extrañado tanto!!
_Palomita, fuiste tú la que…entra, entra  bonita, que hace un frio terrible
_Lo siento, lo siento tanto, tuve miedo, ahora sé que éste es mi lugar, aquí, en sus brazos, usted aun…
_Ay palomita no juegues con el destino y sé sensata no… te enamores de mi…
Mi mirada se entristeció profundamente, cuando me alejé de don Marcos ésas habían sido mis últimas palabras y en ese momento comprendí cuan dolorosas fueron
_Jaja bonita, es una broma!!  de mal gusto pero broma!…Ven acá chiquita mía
Ya no deje que hablara, tampoco yo lo hice, solo  nuestros besos hablaran por los dos…
 
 PARA CONTACTAR CON LA AUTORA:
leonnela8@hotmail.com

 
 
 
 

Relato erótico: “Reencarnacion 3” (POR SAULILLO77)

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Me levanto el lunes renacida. Me siento plena y llena de vida, lo noto, no es algo que me pase a menudo. Me doy una ducha larga, y me visto para ir a trabajar, me pongo un traje de falda de tubo, muy formal, la diferencia es que rescato varios tangas del fondo del armario, y me pongo uno de ellos. Llevo al fantasma de Carlos a la universidad, hoy aprenderá poco, va con gafas de sol y la resaca aún le dura, aparte de que será duro, con todos comentando su borrachera del sábado. “Espero que así aprendas”, le digo, pero no me dirige la palabra, seguro que le duele hasta al hablar.

Al dejarle, voy a mi trabajo, y nada más entrar me espera unas cuantas horas de tarea atrasada de mi compañera. Normalmente lo haría sin rechistar, pero hoy le dedico un minuto de reproches para que mejore, y no me deje todos los problemas a mí.

Acabo mis labores un rato antes de mi turno, y me quedo charlando con el director de la sucursal, David, un hombre de mi edad, alto y al que le sobran algunos kilos, pero con una planta de emprendedor confiado, con trajes caros a medida, moreno, guapo y de gestos firmes, que siempre me gustó. Se dice que pese a tener a una mujer preciosa en casa, algunas de la oficina han caído a sus pies en convenciones o retiros empresariales. Quiere que mañana le ayude con una reunión importante, me lo pide a menudo, tiene a becarios mejor preparados que yo, pero una mujer preciosa distrae a quien tenga delante, y él sabe aprovecharlo.

No me molesto en llamar, y voy directamente a recoger a mi hijo a la universidad. Al llegar, le veo arrastrarse, y saludar de pasada a sus amigos, donde Javier le sigue con la mirada hasta que me ve, y saluda con la mano de forma amable. Le devuelvo el saludo con una sonrisa, pero estoy triste, hoy no parece venir con nosotros. Nos vamos a casa, y mientras él se va a su cuarto, yo me cambio y preparo la comida.

No me extraña comer sola, Carlos debe de estar durmiendo, pero dejo su plato en la mesa, ya saldrá cuando tenga hambre. Creo que el día va a ser rutinario, de vuelta a mi triste y repetitiva vida, tampoco me viene mal, puedo pensar tranquila y tomar control de las cosas. No me equivoco, mi hijo sale a comer, se encierra de nuevo, y sólo la llamada de Carmen a última hora de la tarde me hace salir de casa a tomar algo fresco con ella en una terraza. Me pongo un vestido suave amarillo, y casi ni me arreglo, como siempre va ella, y esta vez tampoco fallo, al llegar a la cita la veo sin maquillar y un vestido largo negro.

Charlo con ella sobre lo pasado con Emilio, casi ni le recordaba. Se disculpa, y ya me quiere presentar a otro hombre que conoció en Valencia en las vacaciones, un mulato llamado Joel, que se ha mudado a vivir a Madrid, pero visto el resultado del último intento, rechazo educadamente su oferta, “No sabes lo que te pierdes”, me dice, pero estoy segura de que no será muy distinto a lo habitual, un cerdo que no quiere de mí nada, salvo follarme.

Hablamos de tonterías, y me vuelvo a casa para la cena. Logro que mi hijo salga de su habitación y hablo con él un poco, parece más manso que otras veces. Cuando se va a su cuarto, me quedo en el sofá, y me resigno a pasar una noche más sola. Me pongo el camisón y de nuevo a dormir, me cuesta un poco, tengo muchas cosas en la cabeza, pero al final, caigo rendida.

Por la mañana me noto menos llena de alegría que ayer, pero me ducho y me pongo un tanga que apenas es visible, me deleito con mi figura en el espejo, y me busco el traje de oficina, el que le gusta a mi jefe que lleve a las reuniones. Es blanco nuclear, debo llevar mi sujetador más pequeño y apenas un top fino debajo, con la chaqueta cerrada a duras penas para hacerme un escote de infarto, así como una minifalda a medio muslo. Lo corono todo con zapatos de tacón a juego y con unas medias de tono caramelo. Estoy para comerme, me hago un elegante peinado con caída a un lado, y un maquillaje centrado en mis ojos y mis labios.

Hasta Carlos me suelta un piropo al verme en el desayuno, y le llevo a la universidad notando su lasciva mirada en mis piernas, le pasa a veces cuando voy tan arreglada, pero no le doy importancia, son las hormonas. Le dejo y me voy al trabajo, nada más llegar algunos me silban, y el chico de la recepción de abajo, muy barriobajero, me suelta una grosería que paso por alto, ya que llego tarde. Me dedico a preparar la reunión, y adelantar algunos mails, pero estoy atenta, y a un gesto desde la puerta de mi director, David, cojo la carpeta con todos los documentos, y respiro profundo para entrar en el papel.

Antes de pasar a la sala, me explica el orden de los archivos, y me mira de reojo el escote, no suele hacerlo, así que hoy debo de ir increíble. Al entrar, veo a tres hombres trajeados y con pinta de ingleses, saludan en su idioma, y no tardan en querer presentarse a mí. Les dedico sonrisas amables y alguna frase suelta que me sé, pero al final se sientan frente a mi jefe, y otro de sus socios. Yo me acomodo detrás, cerca de la pared, y a un lado, para que me puedan ver bien. Tomo postura de pie, exhibiendo las piernas notando sus ojos pegados a mí, y comienzan a discutir. Me van pidiendo papeles, los tengo ordenados, y pese a no saber muy bien de qué va todo, cumplo mi parte. Entre tanto, me atuso el pelo, cambio de postura, me quito un pelo travieso de la chaqueta, cosas que una va aprendiendo para distraer a los varones.

Al acabar la reunión, y ver los apretones de manos, espero que haya funcionado, no soy la parte más vital de la empresa, pero me gusta pensar que me necesitan. Los ingleses se me acercan y me hablan, no les entiendo la mayoría de las cosas, me vale con reír y estrechar manos. David me felicita al salir, pero no cree que el contrato se firme, y me dice que sin ellos, tendrán que echar a alguno de la oficina para reducir gastos, cosa que me pone muy triste. Me agradece el esfuerzo, y me da un abrazo, pero a mí me sienta de pena, me recuerda los abrazos de Javier, a estar en el sofá con él, y me vuelvo a mi escritorio algo asqueada.

Termina mi turno y mi hijo me llama, toca ir a recogerle, preveo otro día idéntico al de ayer, no estoy de ánimos, pero no me queda otra. Al salir del trabajo un clavo saliente de una mesa se me engancha y me rompe la media por la rodilla. Voy a la universidad maldiciendo por cómo se me ha torcido la mañana, encima llego de mal humor, un idiota se me ha cruzado en una rotonda y casi me choco con él.

Me estoy agobiando, y la idea de que Carlos me suelte alguna de sus contestaciones me desalienta. Llego, aparco, y le veo charlando con un grupo de chicas, “Poco le ha durado el escarmiento”, me digo. Algo me pide gritar, o romper lo que pille a mano, y antes de hacerlo, salgo del coche saturada, a ver cuándo demonios viene mi hijo para poder ir a casa, paseándome aguantando las miradas e insinuaciones de algún joven salido, no me acordaba de cómo voy vestida. Noto una mano en mi hombro y me preparo para explotar contra el imbécil que se ha atrevido a tocarme, pero me encuentro a Javier ante mí, que se queda perplejo ante mi rostro enfurecido.

-JAVIER: Uy, que mala cara… ¿Estás bien, Laura? – relincho como una yegua.

– YO: Nada, que hay días que es mejor no levantarse, gracias por preguntar, Javier.

– JAVIER: A mí me lo va a decir, me pasé ayer toda la tarde en el veterinario, mi perro se ha comido parte de un trabajo, y como es tan mala excusa, no me dejan volver a presentarlo.

– YO: Pobre, ¿Y el animal está bien?

– JAVIER: Sí, lo ha echado todo, además, el trabajo ya era una mierda antes de que se lo zampara…- me arranca una carcajada enorme, y sé que ha sido un bromilla para animarme, pero no puedo dejar de reírme.

– YO: De verdad, que cosas tienes…- a un gesto de tocarle el brazo, su atrevimiento le lleva a darme mi abrazo y mi beso en la mejilla, y hoy me rindo ante él, dejo que me apriete contra su pecho cuanto quiera, lo necesito, y creo que lo sabe.

-JAVIER: Al menos ha merecido la pena para sacarle una sonrisa.

– YO: Muchas gracias, eres un cielo. – pienso en alejarme de él, pero me siento muy cómoda entre sus brazos.

– JAVIER: Carlos ya viene, no deje que la desanime de nuevo ¿Vale? – me vuelve a besar la mejilla, y le miro entusiasmada.

– YO: Haré lo que pueda. – por fin me suelta.

-CARLOS: Tío, me voy ya, ¿Te vienes a casa a comer? – Casi respondo yo por él con un “Sí”.

-JAVIER: No, tengo que estudiar para mejorar la nota gracias a mi chucho, pero mañana tengo libre para comer…- me lo dice mirándome a mí.

-YO: Pues vente a casa, me lo debes del otro día. – Javier sonríe cómplice.

-CARLOS: Claro tío, y así echamos la tarde en casa, que estoy hasta la polla de estudiar. – le miro pensando que lo único que no hace encerrado en su cuarto, es estudiar.

-JAVIER: Así sea pues, ¿Llevo algo o…?

– YO: Nada, ya me ocupo yo de todo. – paso mi mano por su antebrazo, y hasta que no noto sus dedos soltar los míos no me giro para meterme en el coche. Sabiendo que me mira, hago un escorzo para mostrarle mi trasero.

– CARLOS: Mañana nos vemos, tío.

–JAVIER: Vale, y lo mismo le digo Laura, muchas gracias.

-YO: Nada Javier, un beso.

Arranco el coche, y de golpe todos mis males se han desvanecido. Me cambio al llegar a mi casa, pensando en lo impactante que debía de estar para Javier, y pese a ello, ha jugado bien sus cartas. Mi camisón parece oler aún a su aroma del sábado cuando me lo pongo.

Como con Carlos y le pregunto por los gustos de Javier en la comida, pero no me dice nada concreto, y se va a su cuarto. Yo me echo en el sofá y me quedo dormida, pensando en que hace no mucho estaba allí mismo, rodeada por sus fuertes brazos, y al despertarme, noto la humedad entre mis muslos. “Ya estamos otra vez”.

Me doy una ducha de agua fría, y me pongo un short corto elástico y una camiseta vieja, tengo las dos prendas que he llevado esos días en casa lavándose, y pienso en lo que llevaré puesto durante la comida mañana con él. El camisón amarillo ya estará listo, pero no quiero ir como voy siempre, de andar por casa medio desnuda, y tampoco quiero ir muy recatada. La diversión con Javier me da horas de rompecabezas como estos.

A la cena Carlos me dice que con una ensalada bastará, y que deje de preguntar. Le digo que solo quiero ser buena anfitriona, una mentira a medias, quiero que Javier se sienta cómodo. Me quedo en el sofá un buen rato, y algo tarde, me voy a la cama.

No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza sobre ese joven, ya no es que tenga cierto parecido a mi difunto marido Luis, es que su forma de ser es muy similar. Javier es más atrevido, sin duda, pero tiene esos detalles bobos, los abrazos o traer el desayuno el domingo, que adoro de él.

Tenía que pasar, y saco el consolador de la mesilla, al tirar del short noto como se despega de mi pubis, estoy mojada y no tardo en empezar a masturbarme frenéticamente. Mis dedos frotan el clítoris a un ritmo alto, y paso el consolador por toda mi entrada vaginal, deseando que alguien me penetre, y pienso en el instante en que Javier estaba rodeándome con sus manos en el sofá, y me imagino que le besé, que me comía la boca y me abría de piernas encima suya, que me lamía los senos y me acaba introduciendo su miembro de una estocada firme y cariñosa, como es él. Me vuelvo loca metiendo el consolador en mí, tratando de pellizcarme los pezones por encima de la camiseta, y exploto en un orgasmo tan fuerte, que se me escapan alaridos de placer. Ni si quiera Emilio logró ponerme así. Respiro agitada, y cuando me voy al baño a asearme, me doy cuenta de que no he pensado en Luis en ningún momento, lo que me hace sentir mal un rato, antes de dormirme.

Me despierto tan ilusionada como una cría en Navidad, me doy una buena ducha, y me pongo un traje bastante normalito, hasta uso unas braguitas nada sensuales. Voy a trabajar con una sensación parecida a la de estar en la última hora de clase antes de las vacaciones. Una llamada de Carlos diciendo que no hace falta que vaya a buscarle, me deja sin aliento, temiendo que se anule el plan, pero me tranquiliza oírle decir que “irán a comer a casa”, por su cuenta. Cuando da la hora, salgo disparada, no sé de cuánto tiempo dispongo.

Corro a casa, y me pego otra buena ducha, con cremas y aceites que dejan mi piel brillante y apetitosa. Luego me quedo ante el armario, con una toalla anuda alrededor del cuerpo, mirando mi viejo camisón amarillo colgado de una percha, pero algo me pide a gritos un cambio.

Me pongo un tanga granate sensual de encaje, y un sujetador a juego, guardados en una caja y usados una única vez, en el aniversario de los ocho años de casados con Luis, hasta el sostén me queda pequeño de copa, pero me hace un busto espectacular. Rebusco una camisa ceñida blanca y de tela reflectante, y hasta encuentro unos vaqueros de la tala 36, de la época de antes de casarme. Lucho muchos minutos con ellos, tirada en la cama tratando de ponérmelos, y con un esfuerzo final, metiendo tripa, cierran.

Al ponerme en pie casi no puedo respirar, pero me giro ante el espejo, y me veo increíble, no me sentía tan sexy desde…la verdad es que ni me acuerdo. La camisa me queda algo justa en el pecho, haciendo que enseñe el ombligo y los riñones, con los senos sobresaliendo al no poder cerrar el botón del escote, dejando a la vista mis pechos apretados, y si me descuido al moverme, el aro del wonderbra. A su vez, despeja la vista para los vaqueros, son minúsculos pero me quedan de escándalo levantándome el trasero, me aprietan las piernas, los muslos están aprisionados y el tiro queda tan bajo que la cintura está casi a la altura de la goma de la prenda íntima. Hasta me doy una palmadita en el culo, y me acaricio los glúteos, notando la tensión de la tela sobre mi piel. “Un gesto brusco y estallan”. De colofón, me busco unos taconazos altos azules del trabajo, me maquillo ligeramente para destacar mis ojazos, me peino con unas horquillas sujetando el flequillo, despejando la zona frontal y dejando caer mi pelo por la espalda hasta mi cadera.

Hago una ensalada bastante suculenta, y me lamento ya que no voy a comer mucha, si lo hago, reviento el botón del vaquero. Hasta pruebo a sentarme y levantarme de una silla, para encontrar la forma de no quedar ridícula al casi no poder moverme. Se acerca la hora y me veo en el reflejo de la televisión apagada, “Mírate, pareces una guarra”, me digo, frotando nerviosa los anillos de casados en mi dedo. Pero en cuanto escucho la puerta, me pongo en pie, apoyo una mano en mi “cinturita”, y trato de parecer guapa. La realidad es que estoy ilusionada.

Al ver pasar a Carlos sin mirarme, me calmo, a lo mejor ha venido solo, pero escucho la puerta cerrarse y cojo postura de nuevo. Es cuando le veo aparecer, entra por el pasillo al salón, y se queda petrificado, mirándome, quiere disimular, pero le he dejado pasmado.

-YO: Ho…hola, Javier. – trago saliva al recordar su parecido a mi esposo, y me repito que es sólo un juego, tomando algo el control.

– JAVIER: Hola, señora…Laura…disculpa. – agacha la cabeza algo confuso, pero se alegra al ver que me acerco, y busco el protocolario abrazo con beso.

Mi mano se mueve sola hasta uno de sus hombros, pese a que con los tacones ya no me saca tanta diferencia de altura, debo elevarme sobre él para que mis labios se posen con cuidado sobre su cara. Instintivamente él se agacha, y su mano amaga sujetarme del costado, pero enseguida la retira.

– YO: Hoy sí te quedas a comer, ¿Verdad? – trato de que no se me noten las ganas de escucharle un “Sí”, cuando me retiro un palmo de su cuerpo, y me lo como con los ojos. Va con unos pantalones negros de vestir y una camisa, blanca a cuadros rojos, por fuera, remangada y muy varonil.

– JAVIER: Hoy sí, y será un honor.

– YO: Perfecto, si quieres ve con Carlos mientras voy preparando la mesa. – le froto un costado, estoy tan feliz que no sé el motivo.

No tengo la menor duda al darme la vuelta y caminar, sus ojos están clavados en mi trasero, es imposible que estén mirando otra cosa, el bamboleo bajo vaqueros apretados debe ser hipnótico, ya que muevo la cadera obscenamente. Si esto fuera tenis acabaría de ganarle un punto con un ACE.

Una vez en la cocina respiro un poco, y me giro para coger la bebida de la nevera, al cerrarla me encuentro a Javier de frente, y del susto se me cae la botella del agua, pero de un ágil gesto logra atraparla antes de que caiga. Me tapo el pecho con una mano del sobresalto, y como no estoy acostumbrada con esos tacones, de un paso atrás que doy, me inclino hasta casi caerme. Noto su brazo rodearme la cintura, pegándome a él, tanto que mi nariz roza su mentón, y me sujeto de sus antebrazos. “¡Mira que eres torpe!”.

-YO: ¡Por dios, que sustos que me das!

-JAVIER: Perdone… es que no quería que encima de invitarme a comer, pusiera usted la mesa sola.

-YO: Ah…bueno, pues te lo agradezco mucho.

– JAVIER: ¿Puedo soltarla ya? ¿O se me va a caer otra vez? – la entonación es tan dulce que me hace sonreír, y me doy cuenta de que me tiene a su merced, pero pide soltarme.

-YO: Deja que me asegure.- digo jugando un poco, me agarro de su cuello y uso su cuerpo de contrapeso para posar bien los pies.- ¡Ya!

Su mano no se separa al soltarme, sino que recorre mi cintura, y me coge otra botella de la mano, para ir a la mesa y colocar ambas. Me le quedo mirando extrañada, debe creerme muy torpe, pero juraría que tontea conmigo. La idea de ser traviesa con él me había parecido divertida, pero es que ahora me está gustando su forma de reaccionar.

Terminamos de poner la mesa, sin dejar de notar sus miradas a mi cuerpo, y yo devolviéndole sonrisas dulces, admirando su semejanza a Luis, pero si me veo obligada a decirlo, Javier parece más guapo, marcando brazos y un culo de primera.

Mi hijo aparece cuando ya hemos acabado, preguntado dónde estaba Javier, pero se sienta a comer antes que nosotros. Su amigo le recrimina, y me encanta verle hacerlo, así que le manda a por unas pinzas de la ensalada que se nos han olvidado, cuando ya iba yo a por ellas, sujetándome del brazo con cariño. “¿De dónde has salido?”, le preguntó con la mirada, y paso una hora riéndome con él.

Al acabar de comer, mi invitado se pone a recoger, y obliga a Carlos a ayudarle, mientras se niega a que yo les ayude. Digo que no con la cabeza, y mientras ellos colocan las cosas, yo me pongo a fregar platos y cacharros. No me extraña que en un descuido, mi “adorado” pequeñín desaparezca a su cuarto, según mi experiencia, una buena siesta le espera.

Creo que Javier se ha ido con él, cuando noto su mano en mi espalda, cerca de la nuca. Me giro y le veo colocando los últimos cubiertos a mi lado, y sin que le diga nada, coge un paño y me rodea, secando los paltos que voy limpiado. Todo ocurre en silencio, y el dialogo es de miradas, diciéndole que no hace falta, él que sí, yo agradeciéndoselo, y él me da un toquecito con el hombro que significa “No hay de qué.”

– YO: Eres muy amable, no sé qué habrás visto en mi hijo para ser su amigo, no podéis ser más distintos…- se me suelta la lengua, pero le hace gracia.

-JAVIER: ¿Si se lo digo no se ríe?

– YO: Bueno, tú dímelo, y ya veremos…además deja de tratarme de usted. – “¿Ya estás jugando otra vez?”

– JAVIER: Pues por las chicas, su hijo conoce muchas.

– YO: Ahhh ¿Y te gusta alguna en particular?

– JAVIER: Había una amiga de Carlos que sí, pero desde hace poco, una en particular me está volviendo loco.

– YO: ¿Sí? ¿La conozco, es amiga de Carlos?

– JAVIER: Diría que familia directa…- me mira dándose cuenta de que no he caído, estoy tan embobada que tardo en reírme.

-YO: Anda, no seas tonto…- le digo sin creérmelo.

-JAVIER: Discúlpeme la grosería. – el chico se ha puesto algo rojo, pero ha tenido los huevos de decírmelo, y no quiero que se moleste.

-YO: No pasa nada…son bromas.- le doy una salida digna, y se me queda mirando a los ojos, estudiándome, le noto leerme la mente. Aspira profundo y se llena de valor.

– JAVIER: No era una broma. – me quedo sorprendida, no es que no esperaba algo así, pero sí que me lo dijera tan abiertamente.

– YO: Pero si hay mil jóvenes por ahí, que estarían locas de estar contigo.- ahora la que busca la salida digna soy yo.

– JAVIER: Ninguna es tan guapa como tú, Laura, y muy pocas estarían tan sexys con esos vaqueros. – Javier está rojo, creo que ni él se veía capaz de decirlo, pero lo ha soltado, y le tengo delante, a medio metro.

– YO: Va…vaya…muchas gracias…lo primero que he…cogido del armario.- miento, y muy mal.

-JAVIER: Pues no quiero verla el día que se arregle para salir conmigo a bailar, me va a dar un infarto. – su broma relaja el ambiente un poco.

-YO: Pues quizá algún día, si sigues viniendo…- estoy muy confusa, no sé si quiero parar el juego, o llevarlo hasta el final.

-JAVIER: Será un honor… ¿Me permite una apreciación? – asiento con la cabeza, asustada.

Le veo que se acerca hacia mí, amago un paso hacia atrás cuando le tengo encima, me pega a su pecho y agacha la cabeza, quiero oponer alguna resistencia, y mi mano va a su pecho, aún así hace fuerza, y me dobla, hasta cogerme por la espalda, su mano abarca casi toda mi columna, y se pega tanto que mis senos se aplastan contra él. Su cara está tan cerca que me dan ganas de pegarle una bofetada, pero lo que hago es cerrar los ojos y esperar su beso. Lo que hace es pegar su mejilla a la mía, y extender su mano libre hasta cerrar el grifo, susurrándome con voz suave.

– JAVIER: Más vale no malgastarla.

Se aleja un poco, y abro los ojos, sonriendo, viéndome pillada, ya que estaba dispuesta a que me besara. Javier lo sabe, se lo leo en sus ojos, si hubiera querido podría haber juntado nuestros labios, me tenía, de hecho aún me tiene, pero me da un beso tierno en la mejilla. Mientras me sujeta con ambas manos en la cadera, me pone recta, y antes de irse, me roza la barbilla con el dedo índice de la mano.

– JAVIER: Me voy a ver a Carlos, estás demasiado guapa como para seguir a tu lado, sin hacer alguna tontería.

-YO: Vale…yo…si…mejor.

Le veo alejarse y me tapo la cara, avergonzada, abrumada y abochornada. Pretendía divertirme, nada más, tontear un poco con ese joven, sentirme bien, y ahora he perdido en mi propio juego. Ese crío los tiene bien puestos, y me ha desarmado, como sólo mi marido fue capaz.

Agradezco que al volver a mirar, Javier ya no está. Me observo las manos temblando y respiro profundamente un buen rato, dándole vueltas a los anillos en mi dedo. Limpio compulsiva la mesa y me dedico a distraerme en el salón con la televisión, pero ni las tertulias absurdas, sobre si a tal famosa le molesta la prensa rosa, alejan mi mente de ese instante fugaz en que deseé que me besara, que me dejé avasallar por la situación. Trato de analizar el motivo por el que ha llegado el punto en que me rindiera a sus brazos, y la conclusión que saco es que estoy muy sola, ¿Qué otro motivo puede haber para ceder ante las bobadas de un adolescente? Ni tan siquiera su parecido a Luis, o que sea tan educado y atrevido, me da permiso para comportarme así.

Al par de horas escucho a alguien acercarse, intento aparentar dignidad, sin prestar mucha atención, pero sé que es él. Javier se pone junto a mí, y con un gesto pide permiso para sentarse, muevo la cabeza afirmativamente, sin darle importancia. Se acomoda en el sofá, y permanece quieto, mirándome de soslayo.

– JAVIER: ¿Cómo va la tarde?

– YO: Tranquila, sin novedades. ¿Y vosotros?

– JAVIER: Nada, hablando de la universidad, y viendo alguna película, pero estoy harto de estar encerrado, y Carlos no quiere salir a tomar algo. ¿Tienes pensado salir?

– YO: No, ¿Por qué lo dices?

– JAVIER: Bueno, como vas tan guapa, pensaba que ibas a salir…no creía que te hubieras arreglado tanto para mí. – dice con una cierta sorna, me fuerzo a sonreírle, ya que la broma ha dado en el clavo, y no debo delatarme.

– YO: No es por ti, bobo, es que…es que había quedado, pero se han anulado los planes. – me invento sobre la marcha.

-JAVIER: Pues es una lástima desaprovechar tan buena tarde, ¿Y si salimos a tomar algo nosotros? – me doy cuenta de que le he puesto en bandeja la invitación, no tengo motivos para negarme, y busco uno.

-YO: No sé, Carlos nunca quiere salir conmigo entre semana.

– JAVIER: Carlos no, digo nosotros, tú y yo. – le miro queriendo no fingir mi sorpresa.

-YO: Sería algo raro, Javier, no es que nos conozcamos mucho, y eres el amigo de mi hijo…

-JAVIER: Pues así nos conocemos. – se pone en pie y extiende la mano ante mí.- No me digas que no, por favor, dame el gusto de lucirte por la calle a mi lado, nunca tengo la oportunidad de dar envidia con una mujer como tú del brazo.

Es tan hábil, tan firme, y a la vez tan correcto, que ni me doy cuenta y estoy de pie caminado detrás de él hasta la puerta de la calle. Me genera una sonrisa tenue su formalidad, me atrae, y pese a ello, estoy tensa, quiero zanjar esto cuanto antes, y si ha de ser poniéndole la cara colorada, así será.

Atino a meter mi móvil, la cartera y las llaves en un pequeño bolso. Avisamos a Carlos de que vamos a tomar algo, pero ni se molesta en salir a despedirse de su amigo, es Javier el que va a su cuarto y le dice que ya se verán mañana. Regresa a mi lado, y me coloca la mano en los riñones para acompañarme hasta el rellano y cerrar la puerta con cuidado. Me abre el ascensor dejándome pasar, y luego entra él, no es que sea muy grande pero podría ponerse algo más lejos de mí.

Salimos a la calle y me ofrece su brazo derecho, cual fuera un caballero inglés, paso mi mano izquierda por su antebrazo, y lo aprisiona con su costado, mientras andamos un rato. Me es extrañamente placentero hacer esto sin que sea Carlos mi acompañante, y charlamos animadamente de la universidad o de mi trabajo. Aparento cierta seriedad, en algún momento voy a darle una charla muy seria, y no debo darle esperanza alguna, pero me es inevitable, aunque no lo quiera, estoy cómoda junto a él.

Hasta tal punto me gusta la sensación, que se me olvida que voy embutida en unos vaqueros que me hacen una figura de cine, con una camiseta tan ajustada que me tira de la espalda, y las miradas de algún salido no me importan. Tampoco la idea fugaz de lo que opinen mis vecinos si me ven colgada de un joven apuesto como él, me altera, ya que siendo objetiva, Javier aparenta algo más de edad debido a su estilo y la barba, y yo puedo pasar por una de veintimuchos, sin desentonar. De hecho, cumple su palabra y me expone ante todos, como diciendo “Sí, es mía, jodeos.”

Le guío hasta un bar con una terraza grande, en una avenida cercana no muy lejos de casa, los tacones empiezan a hacerme mella y me duelen los pies. Pido una caña con limón y él un botellín de cerveza, nos los traen con una aceitunas verdes de tapa, y seguimos charlando de nuestras vidas sentados al atardecer de Madrid. Coches pasando, gente hablado, ruidos de ciudad grande que vive y se mezcla con un cielo azul despejado y edificios de cuatro o cinco plantas, llenos de balcones y trastos en ellos.

La verdad es que no tiene mucha importancia lo que se dialoga, aunque me dice que su familia es de fuera y le han mandado a estudiar aquí solo, vive en un piso de estudiantes con su perro, que no conoce a nadie aquí, y que Carlos le parecía un idiota, pero que con él hace amigos, conoce a chicas y vive la noche de una gran urbe. Le escucho, pero lo que ocurre es que he de recordarme cada ciertos minutos que debo cortar de raíz el juego, no seguir en él. Tras una hora, y un par más de cañas y botellines, me armo de valor y empiezo.

– YO: Javier, debo decirte algo, pero espero que no te sientas mal. – la sonrisa que no se le borraba desde que salimos de casa, se desvanece.

-JAVIER: Dime, Laura, no me asustes.

-YO: Verás, es que…bueno, que eres un encanto de joven, y me gusta pasar el tiempo contigo, pero creo que se están confundiendo ciertas cosas, y quiero dejar claro algunos puntos.

– JAVIER: Tú dirás.- sus ojos de cachorrito me lo ponen más difícil.

– YO: Es sobre lo que ha pasado en la cocina, y antes tal vez…mira, he pasado una época muy mala y tal vez he jugado con tus sentimientos, y no es justo. Debemos ser más distantes.

– JAVIER: No lo entiendo, creía que te caía bien.

-YO. Claro que sí, pero una cosa es eso, y otra andar haciendo tonterías, como lo del grifo de hoy. No puedes hacer esas cosas, soy la madre de Carlos y tú un adolescente, está mal.

– JAVIER: Discúlpeme si me he propasado lo más mínimo, y la he hecho sentir incómoda.

– YO: Nada de eso, has sido un perfecto caballero, es…es al contrario, me has hecho sentir cosas raras, y me gusta, pero tenemos que poner unos límites.

– JAVIER: ¿Limites a qué? No hemos hecho nada malo, y aunque pasara algo, tampoco sería el fin del mundo. – toma la iniciativa, no me lo va a poner fácil.

– YO: Y no va a pasar nada, ese es el problema, podemos ser amigos, pero nada más. – me da una lástima terrible la cara que pone, está dolido, pero se rehace.

-JAVIER: De verdad, no entiendo lo malo que hay en mí…

-YO: No tienes nada malo, pero tienes diecinueve años, y yo muchos más, ni yo estoy para jueguecitos a mi edad, ni tú para perder el tiempo con viejas como yo. Sal con Carlos, diviértete, eres joven y buen chico.

– JAVIER: Ya, pero es que me han educado así, y no puedo ir tirándome a la primera que se me presente, y no creo que me aporte nada. Yo necesito algo de romanticismo, y ninguna que conozca parece gustarle mi forma de ser, todas van con el guaperas de turno…- no hace falta que nombre a Carlos.

– YO: Es la edad, y tal vez que eres demasiado bueno, las chicas se darán cuenta, y terminarás enamorando a alguna afortunada.

– JAVIER: Supongo…- no está ni remotamente convencido, y una fugaz mirada me dice que a quien quería enamorar, es a mí. – Creo…creo que es hora de que la acompañe a casa, y me vaya, tengo…tengo muchas cosas en las que pensar.

No me deja pagar la cuenta, y me sigue como un perrito al que han reñido, un par de pasos por detrás, sin ofrecerme su brazo. Temo haberle hecho daño, pero estoy segura de que era lo que se debía de hacer. O eso me repito.

Al llegar a casa, me dedica un abrazo tibio, y nada cariñoso, no me da el beso en la mejilla, y pese a una carantoña con las manos con la que trato de animarle, o hacerle reír, me doy cuenta de que no es un niño al que consolar, es un hombre herido, que me esquiva la mirada.

– JAVIER: Buenas noches. – se gira, caminando con paso rápido, no me da tiempo a decirle adiós.

Me subo a casa con la mano en la frente, tengo la cabeza congestionada y me siento mal, pero no es algo físico, temo haberle destrozado el corazón, y me pregunto si me he pasado, o si no debí decir nada, me lo estaba pasando tan bien.

Entro en casa y ni ceno, debido a las tapas de la terraza, y porque no me apetece. Me voy a mi cuarto tras comprobar que Carlos sigue en su habitación. El bufido de alivio al desabrochar el vaquero y quitarme los zapatos es glorioso, y me cuesta un buen rato sacar las perneras del pantalón. “Para un par de horas no está mal, pero un rato más y me asfixio.” Pienso que necesito algo de ropa nueva, más juvenil y menos apretada, pero me cuestiono los motivos. Ahora se acabó el juego, ya no tengo a quien impresionar.

Me doy una lenta ducha de agua caliente, de esas en las que estás tanto rato pensando, que se te arrugan las yemas de los dedos. Vuelvo a mis braguitas cómodas y mi camisón amarillo, para echarme a dormir. Pero no logro conciliar el sueño, doy vueltas a la cama un buen rato, y me voy a la cocina un par de veces a beber agua. Lo achaco al calor de la noche, pero sé que es la culpa lo que me mantiene en vela. Retozo en la cama hasta que caigo del sopor.

Continuará…

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Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 4” (POR SOLITARIO)

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Mi cabeza. El dolor no me deja abrir los ojos. Clau está conmigo en la cama. Ana y Claudia no están, pero oigo ruido por abajo, estarán trasteando en la cocina. Golpea mi mente el recuerdo borroso de la noche. ¡Joder! ¿Qué he hecho? Ahora puedo entender lo que sentía Lot, después de ser seducido por sus hijas.

Al moverme Clau se despierta. Su mirada es dulce. Sus ojos claros, como el cielo que se cuela por el cierre de la terraza, me miran, sonríe. Se estira hasta posar sus labios sobre los míos. Tiene el poder de hacer que se diluyan mis preocupaciones.

–¡¡Papá!! ¡Aquí hay un señor que viene a instalar el teléfono!

–¡Ya bajo, cariño!

Busco un pantalón corto, una camiseta sin mangas y bajo corriendo.

–Hola, buenos días, la instalación está hecha, el propietario anterior tenia instalado el teléfono y solo tengo que conectar la roseta. Solo serán cinco minutos. Su hija ha sido muy amable y me ha dicho que está en el garaje.

–Bien, tómese el tiempo que necesite.

Se marcha hacia el garaje.

Un muchacho joven, fuerte, supongo que guapo para las chicas. ¡Joder! ¿Dónde están las chicas? Me asomo al garaje y veo a las dos lolitas mariposeando alrededor del técnico. No me ven. El muchacho esta encima de una escalera de mano, conectando cables. Claudia se acerca y le coge una pierna. Ana de la otra.

–No quiero que te caigas, yo te sujeto. ¿Luego me enseñaras lo que hay en esa cajita?

El chico, muy turbado.

–Si, claro, señorita. En cuanto termine de conectar, sube usted para que lo vea.

Se le cae el atornillador. No me extraña. Estas muchachas ponen nervioso a cualquiera. Ana lo recoge y se lo da.

–Gracias.

–Para eso estamos, bueno para eso y para lo que quieras.

Clau me da un golpecito en el hombro.

–¿Qué haces, cotillo? Anda déjalas y vamos a desayunar.

Sentados en la mesa, mi mente no descansa, los recuerdos de la noche pasada me atormentan. Entran las chicas acompañando al técnico.

–Ya he terminado, solo me tiene que firmar la orden de trabajo, si no le importa.

–Sin problemas. ¿Cuándo podre conectarme a internet?

–Cuando quiera. Ya he llamado para activar el enlace y está disponible.

Firmo la orden y el chico se despide, las chicas lo acompañan a la puerta. Vuelven las chicas, se sientan a la mesa en silencio.

No puedo levantar la vista de la taza de café, estoy terriblemente avergonzado.

–Papá, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

Sin levantar la vista.

–No, Ana, no me encuentro bien. Lo que hice ayer me afecta mucho. No debía haberlo permitido. Por ti, por mí. Ha sido un error.

–¿Por qué papá? ¿Cuál ha sido el error? ¿Hacerme feliz? ¿Hacer que me sienta más cerca que nunca de ti?

–Ana, hemos roto algo, que no puede recomponerse. Nuestra relación ya no podrá ser nunca la misma. ¿Qué soy ahora? ¿Tu amante? ¿Puedo seguir siendo tu padre después de esto?

–Si papa, seguirás siendo mi padre siempre. Ahora te quiero más.

-Pero, si lo que hicimos te plantea problemas, no te lo pediré nunca más.

Se gira hacia Clau que la abraza y le mesa los cabellos. Ana Llora. Claudia me reprende.

–José, estas siendo muy duro con Ana, no se lo merece. Tu represión no te permite ver la belleza de esta relación. Ana no se merece sufrir y tú la castigas con tus preceptos religiosos.

–Quizá tengáis razón, pero no puedo evitarlo. No quiero lastimarte, Ana. Te quiero demasiado y no quiero que sufras. Tal vez necesite vuestra ayuda para superarlo. Pero por favor, no lo repitáis. Yo lo sufro.

La mirada de Clau es de comprensión.

–No te preocupes. No volverá a suceder. No pensamos que te afectaría tanto. Te queremos demasiado y no queremos que lo pases mal. Las chicas prepararon la danza mientras estabas fuera, querían sorprenderte, solo querían hacerte feliz. ¡Queremos hacerte feliz!

–Bien, no hagamos de esto un drama. ¿Qué le habéis hecho al pobre técnico?

Me miran sorprendidas.

–¿Al técnico? Nada. ¿Por qué?

–Porque ha salido algo nervioso ¿No?

–Bueno le hemos gastado una broma. Nosotras lo hacemos mucho. Además hemos quedado para salir con él y un amigo esta tarde.

–Es un poco mayor para vosotras ¿No?

–Papá, por favor. Ya no somos niñas.

–Eso es lo que creéis, pero sí, aun sois niñas y no sabéis aún las consecuencias de vuestra actitud. No quiero reprenderos. Solo os pido que seáis responsables. Vuestra vida anterior os ha marcado, ya lo entenderéis más adelante.

–Papá, esto para nosotras es solo un juego, lo pasamos bien, nada más. ¿Recuerdas el restaurante donde paramos a comer en La Roda?

–Si, claro, ¿Porqué?

–Pues que fuimos las dos a los servicios, había una muchacha de nuestra edad, muy bonita, parecía tímida. Al verla, nos miramos y empezamos a besarnos en la boca, se quedó de piedra.

–Nos acercamos a ella y le pregunté si quería participar, asintió con la cabeza, nos liamos a besos con ella y pillo un calentón impresionante. Cuando le toqué, encima de las bragas, parecía que se había meado, las tenia empapadas.

–La metimos en la cabina del wáter, le quitamos las bragas y mientras yo le comía la boca, Claudia le chupaba su cosita. Después cambiamos. La corrida que se pegó fue impresionante. Tuvo que sentarse en la taza para no caerse.

–Cuando se recuperó nos dio las gracias. Era su primer orgasmo y seguía virgen. Nos besó a las dos y se fue. Nosotras tuvimos que hacernos unos dedos, nos habíamos puesto muy cachondas. Yo me traje sus braguitas ¿Las quieres ver?

–No gracias, Ana, déjalo, te creo. Sois unas golfillas.

–Déjalas, José, son más responsables de lo que piensas. Han madurado muy pronto. Debes comprenderlas.

–Intento hacerlo Clau, lo intento, pero solo veo a dos niñas con cuerpo de mujer. Bien, dejemos esto. Esperemos no tener que lamentarlo.

–Déjate llevar y no lo lamentarás. Vamos chicas despertad a las pequeñas, que desayunen y nos vamos a la playa.

Todas las chicas en la playa, yo solo en casa. Instalo el equipo que me permite observar el piso de Madrid. Accedo a la grabación de las últimas horas. Encuentro una secuencia en que Mila y Marga están en la cama retozando.

Veo a las dos amigas acostadas en la cama juntas, besándose.

–Mila, ¿Qué te ocurre? Te veo rara.

–¿Te parece poco lo que me pasa?

–Por primera vez en mi vida no tengo ganas de follar. O mejor dicho, no puedo follar con quien quiero. El último en metérmela en el culo fue Isidro, como pago por su actuación como abogado en la compra del negocio a José. Y con Gerardo tuve que fingir que me moría de gusto.

–Vamos Mila, déjame que te coma el chochito, cariño, a ver si te relajas

–Gracias Marga, si no fuera por ti. ¿Qué sería de mi?

Paso rápido las imágenes en que ambas se comen el chocho en un sesenta y nueve. Ya no me excitan. Terminan sus juegos y se tumban de espaldas en la cama, las dos juntas.

–Mila, ¿Qué ha pasado con José? ¿Cómo lo has visto?

–No se qué pensar, Marga. Por una parte parece que su relación con Claudia funciona. Seguramente acabará enamorándose de ella. Eso será bueno para él. Aunque a nosotras se nos parta el corazón. El sufriría con nosotras, no podríamos evitarlo. Lo mejor ha sido apartarlo de nuestro lado y facilitarle una vida mejor. ¡Le he hecho tanto daño!

–No podía seguir adelante con el plan que habíamos forjado. Tenerlo para las dos. Él no lo hubiera soportado. Por eso hice lo que hice en el club de intercambio, quería alejarlo de mi, de nosotras. Después ocurrió lo de Gerardo y se aceleró todo.

–Le pedí a Gerardo ayuda para marcharme, sin intención de hacerlo. Luego intentaría que él se enterara, sabiendo como reaccionaria. Lo conozco muy bien. Lo quiero mucho, tanto como para renunciar a él, por su felicidad, aun a costa de nuestra desdicha. He llamado a Ana y me ha dicho donde están. El viernes quiero ir a Alicante. ¿Vienes conmigo?

–Sabes que sí. Te seguiré a todas partes. Lo que tú has descubierto con José, tu verdadero amor, lo descubrí yo hace mucho tiempo. Te quiero Mila, y quiero a quien tú quieras. Os quiero a los dos, y como tú dices, estoy dispuesta a renunciar a él por ti. La diferencia, es que yo tengo el consuelo de estar contigo, de tenerte, tú, no lo tienes a él.

Me dejo helado. Mila había planeado todo para alejarme de ella. ¿Qué estaba planeando ahora? Debo reconocer que posee una inteligencia prodigiosa. No puedo dejar de admirarla.

–Por cierto, mañana tengo que ir al banco, quedé con el director de la sucursal en hacerle un trabajito extra por haber liberado el dinero que te di, que estaba a plazo fijo. Quería cobrarme una pasta en concepto de comisión por adelantar el reintegro.

–Después puedo acompañarte a Alicante o donde quieras.

–Gracias Marga. Vamos a dormir, mañana hablamos.

¡Coño! ¡Han salido esta mañana, dentro de un rato estarán aquí!

Que querrán. Puede que solo quiera ver a sus hijas. No sé. Lo cierto es que no me puedo librar de ella. Por cierto. ¿Y si monto cámaras para ver qué traman? Arriba, en el dormitorio y en el salón. Más adelante veremos. Instalo las cámaras vía radio. Tengo un receptor portátil con el que puedo recibir la señal dentro de un radio de 500 metros. Será suficiente.

Clau vuelve de la playa, viene a preparar la comida. He terminado de hacer el trabajo. No he tenido tiempo de probar los equipos. Ya veré.

Clau entra directamente a la cocina, sobre la encimera, corta verdura para una ensalada. Me acerco por atrás, la sorprendo besando su cuello, se envara, respira hondo, gira su cara y me ofrece su boca entreabierta. Mordisqueo sus labios. Mis manos van de la cintura a los pechos, que se crispan, las meto bajo la tela del sostén del biquini, los pellizco. Bajo la derecha por la cintura y el muslo, su piel erizada. Introduzco la mano por el elástico del vientre, abro sus labios vaginales, está mojada y no es agua de mar. Sigo mordisqueando su cuello. Me encanta sentir como se estremece con el contacto de mis dedos, de mi boca, de mi lengua. No lo soporta más.

–¡Fóllame! José, me pones muy caliente. ¡Ahora!

Desabrocho el enganche del sostén y se lo quito. Con las manos en las tiras del biquini lo bajo y ella se libra de él con los pies. Desnuda, acaricio su espalda, sus brazos, los suaves globos de las nalgas. Se vuelve. Frente a mí, tira de mi camiseta hacia arriba, del pantalón corto hacia abajo. Queda de rodillas, con mi polla a la altura de su cara, la sujeta con una mano mientras acaricia los testículos con la otra. Saca la lengua, lame él glande y la introduce suavemente en su boca. Acaricio su cabeza. Me mira desde abajo. Es muy bonita, sus pechos rozan mis rodillas, siento sus pezones duros por la excitación.

No puedo más.

–¡Clau, me corro! ¡Me corro!

Afirma con la cabeza mientras sigue mamando.

–¡¡AAHHGGGG!!

Descargo en el fondo de su garganta, tose, necesita aire, escurren por la comisura de sus labios goterones de lefa.

La cojo por los hombros y la levanto hasta besar su boca inundada por mi corrida y la compartimos, las lenguas se debaten, se entrelazan, bajo hasta lamer los pezones. Con mis manos, bajo sus brazos, la levanto hasta sentarla en la encimera. Separo sus rodillas y entro con mi lengua en su deliciosa, salada, gruta. Paseo la punta desde el ano hasta el pubis, mordisqueo los labios, subo hasta el vértice superior del ángulo de su sexo, penetrándolo, me detengo en el botoncito que se descubre bajo el capuchón, lo excito, lo torturo, me detengo, ella aprieta mi cabeza sobre su coño y empuja con las caderas. Respiración acelerada, miro hacia arriba, su cabeza inclinada hacia atrás, sus dedos, sus uñas se clavan en mi cráneo, me tira del pelo. Y explota, tiemblan sus piernas, su cuerpo se mueve adelante y atrás.

–¡¡¡AAAAHHHH!!! ¡¡Me matas, me matas!! ¡¡AAAAHHHH!! ¡¡Que gusto!!¡¡Joder!! ¡¡MMIERDA!! ¡¡Que gusto me das!! ¡¡Es un orgasmo permanenteeee!! ¡¡PARA!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Va y viene!!

–¡¡Joder!! José, que gusto. ¡¡Bésame!! Te necesito, te quiero. Abrázame.

Cojo su cintura, la deposito de pié, en el suelo, estrecho su pecho entre mis brazos. Nos comemos a besos. Me siento muy bien, sus ojos reflejan felicidad. ¡Quiero a esta mujer!

Un griterío en el césped nos dice que acaban de llegar las niñas. Entran en tropel a la cocina. Me besan las pequeñas. Ana me mira, con esa mirada que habla en silencio. Cojo su mano, tiro de ella y la acerco a mí. Rodeo su carita con mis manos y beso su frente. La abrazo y ella me rodea con sus brazos apretando con fuerza. Es mi hija. ¡Cuánto la quiero!

Comemos, las niñas hablan de lo que han estado haciendo en la arena, en el agua. Son muy felices. Están disfrutando de lo lindo. Quiero que sigan haciéndolo.

Están agotadas, las enviamos a dormir la siesta. Clau y yo subimos a descansar. Hace calor.

Un claxon suena en la cancela de la parcela. Ya sé quién es. Clau me mira extrañada, encojo los hombros. Bajamos los dos, Clau coge mi brazo y aprieta hasta hacerme daño. Ha visto quien es, quienes son. Abrimos con el mando y el vehículo entra en el carril de acceso. Se detiene en la puerta del garaje. Nos miran desde dentro. Están indecisas. Empujo a Clau hacia ellas. Abren las puertas y salen del coche, cierran y se acercan a Clau, la abrazan, se abrazan las tres, vienen hacia mí. No sé cómo comportarme. Mila me mira suplicante.

–José, por favor, no nos rechaces, solo venimos a ver que estáis bien, vosotros y las niñas. Nos alojaremos en un hotel. No queremos molestaros.

–Pasad, no tenéis que iros a ningún hotel, podéis quedaros aquí y estar, todo el tiempo que queráis, con las niñas. Por mí no tenéis que preocuparos. ¿Y pepito?

–Este fin de semana, se lo ha llevado a una finca, que tiene en Navacerrada.

–Bien. Vamos, entrad.

Se sorprenden al ver la casa, parece que les gusta. Clau las coge de las manos y se las lleva arriba a ver a las niñas. Oigo los gritos de Mili y Elena. Ana, sorprendida.

–¡¡Mamá!!, ¡¡Que alegría!!

Me encierro en la salita, conecto el receptor, sintonizo la frecuencia de la cámara de la habitación. No hay nadie. Siguen en los dormitorios de las niñas.

Bajan al salón, todas, Mila lleva a Ana en un brazo y a Mili en otro, sobre los hombros.

Clau está triste, parece preocupada. No sabe cuáles son las intenciones de las dos amigas. Salgo para que no sospechen. Me siento en el sofá. Ana me mira interrogante. Encojo los hombros. Se acerca y se sienta en mis rodillas. Pasa su brazo tras mis hombros, me besa en la mejilla.

–¿Estás bien, papá?

–Si, cariño, no te preocupes. No sé cómo han averiguado donde estábamos. Pero no importa. Es lógico que quiera veros, es vuestra madre.

–He sido yo, papá. Se lo dije cuando hable con ella por internet.

Acaricié su cabeza. Y la atraje hacia mí, la besé. Mila nos miraba, empuje suavemente a Ana hacia su madre, se levantó y fue a sentarse a su lado. Charlaron de cosas intrascendentes. Le hice una seña a Clau para que se acercara.

–Clau, necesito unos cables para instalar los ordenadores. Voy a salir a comprarlos, así os dejo tranquilas. No sé a qué vienen. Espero que sea como dicen, ya veremos.

–No tardes mucho, no me gusta esto. Tengo miedo por ti.

–Por mí, no tienes que preocuparte. A ver si averiguas algo.

–Marga, por favor, mueve el coche que voy a salir con el mio.

–Voy José.

Salimos juntos, cuando estamos solos se detiene, me mira de frente.

–¿Cómo estás José? Parece que te llevas bien con Claudia.

–Es una gran mujer. Creo que estoy enamorado de ella.

–Muy pronto nos has olvidado.

–Ella me ha ayudado mucho, lo sigue haciendo. Y quiere mucho a las niñas. Intentamos ser felices.

–Me alegro, de corazón, José. No sabes cuánto. Y debes saber que seguimos queriéndote, aunque tú no lo creas.

–Por favor Marga, no sigas, lo he pasado muy mal, he sufrido mucho. No sé hasta qué punto, por mi culpa. Quizá si hubiera aceptado el papel de cornudo consentidor ahora estaríamos todos juntos y felices. ¿No crees? ¿Vosotras podríais seguir queriendo a una mierda de hombre que consienta que docenas de tipos se follen a su mujer? O, peor aún. ¿Qué se dedique a prostituir a las mujeres que quiere? No Marga. Yo no podía soportar eso. No puedo y no quiero. Dejadme seguir con Claudia. Ahora la quiero. Vosotras ya no significáis nada para mí. Dejadnos vivir. Anda, aparta el coche por favor.

Marga mueve el vehículo lo suficiente para yo salir. Me marcho, doy la vuelta a la manzana y me sitúo en una calle cercana, donde no pueden verme desde la casa.

Conecto el receptor y el ordenador portátil, alimentados con un convertidor de tensión, de 12 a 220 voltios, conectado a la batería de la ranchera. Escucho con cascos auriculares.

Las pequeñas quieren irse a jugar con los vecinos, se quedan las cinco mujeres solas.

–Claudia ¿Cómo te va con José?

–Mila, es lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He sabido lo que es amor, me tiene sorbido el seso. Te lo suplico, no lo estropees. Le quiero como no sabía que se podía querer.

–No te preocupes. No pretendo arrebatártelo. Yo también lo quiero, precisamente por eso, porque lo quiero, debo renunciar a él y tratar de que sea feliz contigo y con las niñas. No dudes en llamarme si necesitas algo, si peligra vuestra relación, te ayudaremos. No desconfíes de nosotras. También te queremos.

–Pero mamá, ¿Por qué lo haces? Si lo quieres, ¿Por qué no luchas por el?

–Muy sencillo Ana. Tu padre con nosotras seria un desgraciado, con Claudia puede ser feliz, podéis ser felices. Es lo que queremos ¿O no?

–Tienes razón. Y tengo que contarte algo. Le dimos a beber vino con una substancia excitante, nos acostamos con él, follamos con él. Claudia no lo sabía.

–¡Dios mío! ¿Qué habéis hecho chiquillas? ¿Estáis locas?

–Si Claudia, estamos locas. Yo estaba loca y lo sigo estando. Como mi madre, sé que le he hecho daño. No podía imaginar que reaccionaria así. Pero lo deseaba y no pensé en las consecuencias. Ha sido un error. Un gran error. Ahora ya no tiene remedio.

Cubre su cara con las manos y solloza. Su madre la abraza.

–Esto de cometer errores, con los hombres a los que queremos, debe ser cosa de familia, cariño. Tú lo has dicho. Las dos hemos cometido errores. Claudia, ayúdala a superar esto. Te lo pido por favor.

–Creo que infravaloramos a José. Todas. Es un buen hombre, incapaz de hacer daño a su hija. Porque la quiere. Incapaz de hacer daño a su mujer, porque la quiere o la quiso, aun no lo sé. Mila, ayúdame con José. No sé si aun te quiere.

–Y ¿cómo podemos ayudarte?

–No sé, quizá si tuvierais un encuentro. Intenta seducirlo, si él sigue enamorado de ti, yo no tengo nada que hacer. Si te rechaza, quizá tenga esperanza. Él dice que me quiere y no es hombre de mentiras. Lo cree, pero puede que se equivoque.

–Voy a pedirle a José que folle con vosotras. Con las dos.

–Y ¿Cómo se lo vas a pedir?

–Con la verdad. Necesito saber si aun te quiere u os quiere, no sé.

–Por nosotras no hay problemas, ¿Y tú? ¿Lo podrás soportar?

–Con tal de salir de este mar de dudas, soy capaz de lo que sea.

__Pues adelante. Pero veo difícil que lo puedas convencer.

Vuelvo a casa, entro con unos cables en la mano que ye tenia preparados en el coche.

Están las tres solas, Ana y Claudia han ido a buscar al muchacho de la instalación telefónica y su amigo para salir. Claudia está nerviosa, se retuerce las manos.

–¿Que te ocurre, Clau?

–Tengo algo que proponerte. Necesito que aclares nuestra situación. Necesito saber a quien quieres, a Mila, Marga o a mí.

–Cariño, sabes muy bien que te quiero, no tengo nada que aclarar. Te quiero y ya está. No le des más vueltas.

–Si, se las doy. Pruébame que me quieres. Sube y acuéstate con Mila y con Marga, hazlo con ellas y dime después a quien quieres. Aceptaré lo que me digas.

–Tú no andas bien de la cabeza. ¿Para qué quieres que folle con ellas? ¿Qué vas a probar?

–Te lo suplico, hazlo. Si te convences de que no me quieres dímelo, lo aceptare. Si por el contrario, no sientes nada por ellas, dímelo. Te querré más.

–Si es tu voluntad. Sea. Vosotras que decís.

–Que lo estamos deseando.

Subimos a la habitación Marga, Mila y yo. Nos desnudamos. Me tiendo. Marga se apodera de mi manubrio. Mi mente está lejos, en el tiempo y el espacio. Mila me besa, noto su calor, hay momentos en que parece que voy a desfallecer. No consiguen que mi verga se enderece. Se mantiene fláccida. Se intercambian, rozan con su sexo el mío, que sigue sin responder. Se esfuerzan, usan sus conocimientos y experiencia.

Yo tengo en mi mente la imagen de Mila llena de lefa de un montón de hombres, que se pajean a su alrededor y eyaculan sobre su cara, llenándole el pelo, los pechos, orinándose sobre ella, apestando a lefa, sudor y meados. Así consigo controlar la erección. Que no se produce.

Mila llorando abandona el dormitorio. Marga de pie sobre la cama con un pie a cada lado de mi cintura y abriéndose el coño, trata de excitarme.

–No Marga, no podéis hacer nada. Mi voluntad es quien me controla. Os aprecio y me dais lastima, las dos. No insistas. Déjame.

Claudia entra.

–¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Mila?

–Porque no ha aprendido a controlar la frustración. Sigue siendo una niña caprichosa. Cuando no consigue lo que quiere llora. Ven, vamos a ducharnos. Me han dejado pegajoso con sus flujos, lávame.

Cojo su delicada mano y me dirijo con ella a la ducha. Desnudo su cuerpo, abro el grifo y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Clau, con una esponja en una mano y jabón en la otra me lava, amorosa y concienzudamente.

Libera sus manos y acaricia mi verga que, con el contacto de sus manos y su imagen en mis ojos, crece hasta alcanzar el máximo tamaño. Se gira, dándome la espalda e inclinándose hasta coger con sus manos el borde de la bañera.

La forma de su grupa es la de una guitarra española. La delicadeza de su espalda, la estrecha cintura, el ensanchamiento de sus caderas. Toda ella invita al placer.

–Por el culo José. Por el culo, sin piedad. No la merezco. Tengo que pagar el mal rato que te he hecho pasar.

En aquel momento sentía verdadera ansia de venganza. No era por Clau. Debía habérselo hecho a Mila, pero hubiera disfrutado. Algo dentro de mí me empujó a hacerlo y colocando el glande en el ano. Empujé.

–¡¡¡AAAHHHHH!!! ¡¡JODER, QUE DOLOR!!!¡¡SIGUE!! ¡¡PARTEME EN DOS!! ¡¡ME LO MEREZCO POR TONTA!!

Empujé. Empujé, hasta que, sin que dejara de gritar, sentí mis huevos golpear sus muslos. Me paré. Espere a que su esfínter se adaptara y continué.

Ha sido un buen polvo. Me está gustando esto de joder culos estrechos. ¿Por quién me decidiré después?

He visto a Mila y Marga en el dormitorio. Han oído todo lo que hemos hecho. Salgo abrazando a Clau. Me miran las dos, implorantes.

–Este es mi futuro Mila. Quiero a Claudia.

–Vámonos Marga, aquí no podemos quedarnos.

–No, Mila. Quedaros. Podéis dormir con las niñas y marcharos cuando queráis. Para mí no supone un problema y, supongo, para Claudia tampoco.

Entran Ana y Claudia en la casa.

–Carrozas, ¿dónde estáis?

–Aquí arriba, cariño.

Suben y nos ven a todos desnudos. Mira a su madre, sabe que ha llorado.

–Vaya, ¿Qué nos hemos perdido?

–Nada cariño. Tu madre se queda, dormirá con vosotras.

Se marchan a las habitaciones.

–Ven Clau, tenemos que hablar.

–¿De qué? ¿Estás enfadado conmigo?

–No cariño, comprendo tus dudas. Yo también las he padecido. Ahora estoy tranquilo. Solo quiero que no te queden dudas sobre mi amor. Te quiero y siento haberte hecho daño. No me gusta hacer sufrir a nadie. El sexo, para mí, es una fuente de placer y no concibo el placer en el dolor. Me parece enfermizo. Vamos a la cama. Quiero hacerte el amor, a ti, a mi mujer, a la mujer que quiero.

Yacemos juntos, abrazados, juntas nuestras bocas….No es solo placer, es una emoción que trasciende lo físico, que va más allá, es, simplemente inexplicable. Si no lo has sentido nunca, no podrás saber a lo que me refiero. Es como intentar explicar cómo es el cielo, a un ciego de nacimiento.

Despierto por los ruidos en el pasillo. Las niñas, Mila, Marga. Espabilo a Claudia y salimos a ver. Se marchan, están bajando las bolsas de viaje. Les ayudo. No me gustan las despedidas, aunque sean temporales. Mila me mira, avanza hacia mí, me da la mano. Las demás están expectantes. Cojo su mano, tiro de ella, me acerco a Mila y beso superficialmente sus labios. Es un instante, infinitesimal. Pero una descarga eléctrica recorre mi espalda. Disimulo. ¡Joder! ¿Hasta cuándo? También beso a Marga. Ahora sé que las dos me quieren, que han renunciado a mí, por amor. Me siento en deuda con ellas. Anoche tuve que esforzarme para no descubrirme. Las sigo queriendo, claro. Pero, como dice Mila, no podemos estar juntos.

Mila y Marga se alejan en su coche. No podre olvidarlas, pero ya no duele. Claudia es una buena mujer. Me esforzare en hacerla feliz, se lo merece y estoy aprendiendo a quererla. No es difícil.

Guardo en un pendrive Los cuadernos de Mila. Cuando esté preparado los leeré. Los ordenaré y quizá los suba. Aun no sé lo que encontraré en ellos.

Seguimos en la costa de Alicante. Nuestra vida es sencilla, he visto los planos del proyecto original y aparece una piscina en la parte de atrás. La construiremos. A las niñas les hará ilusión. Mi objetivo es hacer felices a las que me rodean.

Esta saga ha terminado. José vive actualmente en su casa de la costa de Alicante con su pareja, Claudia. Sus hijas Claudia, Ana, Elena y Mili. Somos felices.

El pasado se olvida, el futuro aun no es. Vivo el presente y lo disfruto.

Hoy 20 de Agosto de 2013.

noespabilo57@gmail.com

 

Relato erótico: “Pillé a mi suegra con otro y por eso me la follé” (POR GOLFO)

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Sin título1

SEGUNDA PARTE DE “PILLÉ A LA PUTA DE MI SUEGRA CON OTRO”
 
Una venganza no es perfecta si creas mayores rencores en tu enemigo. Según la sabiduría popular, lo ideal es tirar la piedra y esconder el brazo para que cuando el objeto de tus odios reciba la pedrada nunca sepa que fuiste tú quien la lanzó. Así fue como castigué a la hija de puta que tengo por suegra, habiéndola pillado en una infidelidad, maniobré de tal forma que le obligué a satisfacer mis deseos sin que supiera que yo era el chantajista.
Para los que no hayáis leído la primera parte de este relato, Almudena, la madre de mi mujer, es una rubia de casi cincuenta años que desde que me conoció se dedicó a hacerme la vida imposible. Acostumbrado a sus desdenes y menosprecios, la casualidad hizo que me enterara que esa zorra tenía un amante. Decidido a castigarla, contrato a una antigua novia de instituto y gracias a ella, consigo pruebas irrefutables de la cornamenta de mi suegro.
Lo fácil hubiera sido hacerle llegar a su marido esos videos pero teniéndolos en mi poder, llegué a la conclusión que primero iba a abusar de ella. Un idiota la hubiese llamado y mostrándole las películas, hubiera aprovechado para follársela, pero ese no fue mi caso:
“Quería humillar a esa guarra y que se tuviese que rebajar intentando seducir al marido de su hija al que odiaba”.
Por eso y actuando como un vulgar chantajista, le di una semana para probar que se había tirado a su yerno.
Esa misma tarde recibí vía email, la confirmación de que esa puta había claudicado. A través del correo electrónico, mi suegra me pidió únicamente más tiempo aduciendo lo complicado que le iba a resultar seducir a un tipo que despreciaba y que estaba seguro que era recíproco.
“Suegrita, ¡No lo sabe Usted bien!”, pensé disfrutando de antemano y dando por sentado que no tenía ninguna prisa, amplié el plazo a un mes.
La mujer recibió con agrado dicha ampliación y segura de sí misma, respondió escribiendo:
-En menos de un mes, ese inútil estará babeando por mí.
Al leerlo, os tengo que reconocer que no me cabreó sino que afianzó mi determinación de ponerle las cosas difíciles y que tendría que esmerarse para obtener las pruebas que ese chantajista anónimo le exigía. Pensando en ella, esa noche me acosté con su hija mientras me imaginaba que era esa madura la que gemía cada vez que mi miembro la penetraba.
Almudena acepta el precio del chantaje.

 

Ese domingo supuse que de alguna forma daría inicio a su acoso y ¡No me equivoque!…
Estaba en la cancha, calentando con mi equipo antes del partido cuando la vi llegar acompañada de mi esposa y de mis hijos. Comprendí su estratagema aún antes de que me saludara. Esa arpía iba a intentar hacerse la simpática antes de lanzar todas sus dotes de seducción.
Poniendo cara de sorpresa, me acerqué a mi familia y tras darle un beso a mi mujer, la saludé con la mano diciendo:
-Almudena, ¡No me puedo creer que te hayas dignado a perder tu valioso tiempo con un grupo de cafres en camiseta corriendo tras una pelota!
Lo normal es que hubiese contestado mi misil con otra impertinencia pero buscando un acercamiento, contestó luciendo una sonrisa:
-Llevas tantos años hablando de la belleza de este deporte que he pensado comprobar si tienes razón. Cuéntame ¿En qué consiste?
Estaba a punto de soltarle otra fresca cuando interviniendo mi mujer le empezó a explicar las normas básicas. Cómo tenía que ocuparme de mis chavales, las acompañé hasta las gradas para acto seguido volver a la pista a seguir con mi labor de entrenador. Interiormente estaba descojonado al conocer los motivos de ese cambio, pero nadie hubiera podido leer en mi rostro algo que no fuera desprecio por su presencia.
“Ya ha dado el primer paso”, sentencié mientras daba el quinteto de inicio a los muchachos.
Mi suegra ni siquiera esperó a que empezara el partido para comportarse como una auténtica hooligan. Uniéndose a un grupo de críos comenzó a cantar y a vitorear  haciendo las delicias de los padres de mi equipo, no en vano Almudena es una mujer de muy buen ver y ninguno de ellos era maricón. Fue tanto el énfasis que le dio a su recién descubierta adoración por el baloncesto que aunque no fuera su intención consiguió llevar a mis jugadores en volandas hacia la victoria.
No contenta con ello al terminar el último cuarto, entró en la pista y antes que me diera cuenta  se lanzó a mis brazos para felicitarme. Cogiéndome de sorpresa, buscó mi abrazo sin importarle nuestra diferencia de tamaño por lo que de pronto, me vi alzando sus ciento sesenta centímetros y sus cincuenta kilos entre mis brazos. Me sorprendió su poco peso pero aún más que sin darle importancia la presencia de su hija, pegara su cuerpo a mis dos metros mientras me daba un beso en la mejilla.
Reconozco que aunque fue tan casto que nadie pudo malinterpretarlo, al saber sus verdaderas motivaciones, esa breve caricia me calentó. Lo que no me esperaba es que admitiendo que su actuación fue determinante en el resultado, una vez fuera del polideportivo los propios padres insistieran en invitarla a nuestro tradicional aperitivo. Mi suegra no se cortó un pelo en aceptar y desenvolviéndose como una más, acudió con toda mi familia al bar.
Una vez allí y ante la mirada incrédula de María su hija, ese mal bicho empezó a explicar a los presentes lo bien que había planteado el partido al elegir la defensa en zona.
-Los contrarios eran tan rápidos que hubiese sido un error plantear la defensa al hombre.
Mi esposa sin llegárselo a creer le preguntó cómo sabía tanto de tácticas, fue entonces cuando esa perra soltando una carcajada, le confesó:
-Hija cuando era una niña, ¡Jugaba de base!
“¡Será cabrona! ¡Toda la vida metiéndose con el baloncesto y ahora resulta que le gusta!”, exclamé en silencio. Sus siguientes comentarios no hicieron más que confirmar ese extremo porque hablando de tú a tú con todos, se permitió valorar con acierto las rotaciones de mis muchachos.
El éxito de mi suegra con los padres fue total y llevándoselos a su terreno, les prometió que a partir de ese día iría a ver los entrenamientos. Incluso María se creyó que una vez había vuelto a ver un partido, había renacido en ella el gusanillo por este deporte. De tal forma que ya en casa, me hizo prometerla que no menospreciaría a mi suegra si aparecía por el polideportivo.
-Te lo juro- respondí sabiendo que no me metería con ella sino que llegado el momento: ¡Se la metería!
Primer asalto.
Cumpliendo su promesa, ese lunes Almudena llegó con diez minutos de adelanto al entreno. Si ya de por sí eso era un cambio, más lo fue verla llevando una bolsa de deporte. Supe para que la traía cuando poniendo un tono dulce, me preguntó:
-¿Te importa que lance unas canastas?
Al decirle que me daba lo mismo, sonriendo me pidió permiso para usar mi vestuario. No queriendo parecer un maleducado ante mis chavales, le di mis llaves y comenzamos el calentamiento. Diez minutos más tarde y mientras seguía desde mi silla el entrenamiento, la vi aparecer vestida con la típica equipación de baloncesto, camiseta holgada de tirantes y pantalón corto.
“Definitivamente no parece de cuarenta y nueve”, concluí al admirar el estupendo culo y los duros pechos que esa arpía escondía tras la ropa.
En cuanto cogió el balón y dio un par de botes, comprendí que no había mentido respecto a lo de haber jugado en su juventud, porque aunque un poco oxidada demostró tener técnica. Para colmo al cabo de cinco minutos de práctica, esa zorra se puso a lanzar una serie de triples tan alucinantes que consiguió sacar de la grada un sonoro aplauso. Hasta yo me quedé alucinado de su maestría y por eso no pude más que reconocérselo cuando acercándose a mí, me preguntó cómo lo hacía:
-Muy bien, se nota que eres  una “vieja” gloria- respondí reiterando lo de vieja.
Mi suegra no pudo reprimir una mueca de desprecio al oír mis palabras pero recuperándose al instante, llevó su mano hasta mi cara y acariciándola contestó:
 -Mira que eres malo-, y dando por terminado el enfrentamiento, me pidió mi opinión respecto sobre cómo debería de ponerse en forma.
-Si quieres ejercitarte bien primero tienes que mover el culo- y decidido a no facilitarle las cosas, llamé a uno de mis jugadores  para que la acompañara a dar vueltas alrededor de la pista.
Almudena no protestó y comportándose como si fuera ella una alumna y yo su profesor, aceptó de buen grado mis órdenes y comenzó a correr. Sabiendo que aunque esa mujer hacía ejercicio a diario no iba a poder seguir el ritmo del muchacho, azuzé al crio para incrementar su velocidad. La rubia decidida a no darse por vencida tan fácilmente aguantó las tres primeras vueltas antes de dejarse caer sobre mi silla reconociendo su derrota.
Reconozco que me encantó verla sudada y exhausta pero aún más al comprobar que la camiseta mojada por el sudor se le pegaba dejándome admirar el volumen de sus tetas.
“¡Tiene un buen par!”, confirmé lo que ya sabía y apiadándome de ella, la mandé a ducharse.
Agradecida se acercó a mí y dándome otro suave beso en la mejilla, se dirigió hacia el vestuario. Estaba tratando de asimilar todavía el olor a hembra que dejó impregnado en mis papilas cuando me percaté del sensual movimiento de su trasero. Entonces comprendí su plan:
“¡Quiere seducirme para que sea yo quien dé el primer paso!”
Al analizarlo, caí en la cuenta que si era yo el que iniciaba el acercamiento, ella habría ganado porque siempre podría acusarme a mí de haberla forzado.
“¡Sera puta!”, exclamé al comprender que ese era su propósito, si me denunciaba por violación, esa sería la prueba que daría al chantajista y encima como efecto colateral habría conseguido su objetivo desde hace años: ¡Desembarazarse de mí!
Mis negros augurios se vieron confirmados al cabo de una hora cuando habiendo terminado el entreno, mi suegra no había salido. Conociendo de antemano su plan, llamé a otra entrenadora y le pedí que me acompañara al vestuario. Tal y como había previsto, no respondió cuando toqué en la puerta para entrar y por eso, hice que ella fuera la que pasase a ver si estaba bien. No llevaba ni cinco segundos dentro cuando vi salir totalmente colorada a mi compañera.
Al preguntarle qué había ocurrido, muerta de risa, me contestó:
-La he pillado masturbándose.
Me quedé de piedra al escucharla y sabiendo que no solo había desbaratado su ataque sino que había reducido a la nada el riesgo que me acusara de una supuesta agresión porque siempre podría llamar a declarar a mi conocida para que ella ratificara que había sido testigo de que esa zorra me había esperado haciéndose una paja, esperé que saliera.
Cinco minutos más tarde, Almudena apareció como si nada pero entonces elevando mi voz, la llamé irresponsable al echarle en cara que si en vez de esa mujer hubiera sido uno de los chavales quien entrara, me hubiera dejado a la altura del betún al tener una puta como suegra.
-No soy ninguna puta- respondió con mi trato.
Soltando una carcajada, le espeté:
-Y como llamaría a una mujer que se hace un “dedito” en un lugar público.
Indignada, no pudo contestar y cogiendo su bolso, salió huyendo de allí…
Segundo asalto.

 

Tengo que reconocer que mi suegra puede ser una puta infiel y una arpía pero lo que nunca podré dejar de admitir es que es una mujer con carácter y que tiene los arrestos suficientes para rehacerse ante las derrotas. La muestra más palpable fue su llamada esa misma noche, en la que me rogó que le diera una oportunidad de explicar su comportamiento. Su supuesto arrepentimiento fue tal que no me quedó más remedio que quedar con ella a desayunar al día siguiente. A lo que si me negué fue a que fuera en su casa porque preveía otro ataque y por eso la cité en un VIPS, ya que al amparo del público que frecuenta ese restaurant sería imposible que intentara seducirme.
Nuevamente la minusvaloré porque en cuanto entré en el local, supe que iba a intentarlo por otra vía. La mujer que nunca salía de casa sino iba perfectamente maquillada y vestida a la última, estaba sentada en una mesa apartada despeinada y ataviada con un descolorido chándal.
“¿Qué me tendrá preparado?”, me pregunté al ver sus ojos enmarcados por unas profundas ojeras.
 Conociendo su carácter ruin, me senté frente a ella sin saludarla. Almudena se sobresaltó al verme y echándose a llorar, nuevamente me pidió perdón por lo que había hecho la tarde anterior.
-Está olvidado- contesté secamente.
Fue entonces cuando sin dejar de llorar, cogió mi mano y me dijo:
-Sé que tú y yo siempre nos hemos llevado mal pero necesito explicarme…
-A eso he venido- con tono frío respondí.
Almudena al notar que no había hecho ningún intento por separarme de ella, creyó que había ganado la primera escaramuza y haciéndose la víctima, comenzó diciendo que ella misma no comprendía porque se había comportado así, tras lo cual, me rogó que su hija no debía de enterarse de nada de lo que me contara.
-Te lo prometo- solté contestándola.
Mi promesa le dio alas y con todo lujo de detalle, me explicó que su marido hacía años que no la tocaba y que aunque llevaba con resignación su olvido, el baloncesto había hecho renacer en ellas sensaciones que tenía olvidadas.
-No te comprendo- escuetamente la informé.
Reanudando sus lloriqueos, mi suegra dijo con su voz entrecortada:
-Te parecerá una tontería, pero recordé lo que sentía cuando era niña y deseé ser la cría de quince años que jugaba en un equipo…
-Y por eso, ¡Te masturbaste!- hipócritamente la interrumpí.
Enfadada levantó su mirada y olvidándose que podían oírla, me respondió:
-¡Pues sí! ¡Para ti seré una vieja pero me considero una mujer joven con sus necesidades!- y recalcando sus palabras, prosiguió casi gritando: ¿Te parece normal que ya no me acuerde de cuándo fue la última vez que alguien  me haya acariciado los pechos?
Si no llega a ser porque conocía su infidelidad y que esa puta tenía un amante, la hubiese creído con semejante actuación. Pero como tenía en mi poder las pruebas que echaban por tierra esa versión no me sentí conmovido cuando tratando de que me compadeciera de ella, llevó mi mano hasta una de sus tetas y me dijo llorando a moco tendido:
-Fíjate lo desesperada que estoy, que aunque sé que eres mi yerno y que me detestas, te ruego que me hagas sentir mujer.
Durante unos segundos dejé que mis dedos recorrieran su seno y localizando su pezón, le pegué un pellizco antes de contestarla:
-¡Estás loca!, amo a tu hija y ¡Nunca le seré infiel!
Tras lo cual, salí del restaurante dejándola sola. Al irme y a través del espejo, vi que esa zorra sonreía al creer que era cuestión de tiempo que me tuviera babeando de su mano.
“¡Menuda sorpresa se va a llevar!”, sentencié alegremente mientras encendía mi coche y sacando una pequeña grabadora de mi bolsillo, escondí la cinta entre mis papeles.
Esa noche al llegar a casa, mi esposa me contó preocupada que su madre estaba deprimida. Por lo visto, la había llamado para que fuera a verla y ya en su casa, le había reconocido que su vida la angustiaba y que no veía ninguna salida.
-Pobrecilla- mascullé entre dientes- ¡Deben haber cerrado una de sus tiendas favoritas!
Mi sarcasmo la sacó de las casillas y de muy mala leche me pidió que por una vez me olvidara de rencillas y la tomara en serio:
-Está muy mal y creo que es nuestro deber el ayudarla…- asumiendo que me iría como en feria si me seguía metiendo con mi suegra, me mantuve en silencio mientras ella seguía explicando que el problema es que quería irse de viaje a una playa y que por los negocios su padre y ella se veían imposibilitados de acompañarla.
Con la mosca detrás de la oreja, pregunté:
-¿Y por qué me cuentas esto? ¿Qué tengo que ver yo con este asunto?
Fue entonces cuando poniéndose en plan tierna, mi mujer respondió:
-Aprovechando que en la liga hay dos semanas de descanso, ¿No podrías hacer un esfuerzo y acompañarla?
-¡Ni de coña!
María que se esperaba mi respuesta, bajando su mano hasta mi entrepierna me la empezó a acariciar y cuando sintió que mi pene había reaccionado, cogió mis huevos entre sus dedos y apretándolos con una sonrisa me amenazó diciendo:
-Tú decides, o me haces ese favor y te lo agradezco con una de mis mamadas, o te niegas y te dejo eunuco.
Valoro mi virilidad ante todo y por eso ni que decir tiene que acepté, aunque eso supusiera tener la “desgracia” de saber que durante ese viajecito, la zorra de mi suegra sería mía.
Tercer asalto durante el viaje a las islas Seychelles.
Lo creáis o no, esa zorra estaba tan desesperada por el riesgo de que su vida se desmoronara que planeó con detalle sus siguiente pasos y buscó el lugar más apartado del mundo, creyendo que así nadie ni nada podría evitar mi tropiezo.  Como ya había levantado parcialmente sus cartas al pedirme que la  tomara aduciendo el supuesto abandono al que su marido la tenía sometida, durante la escasa semana que transcurrió hasta que me vi en el aeropuerto, siguió con su papel de mujer afligida ante todos.
Por eso y buscando incrementar su desasosiego, me permití mandarle un mail bajo el amparo del Nick de su supuesto chantajista. En él, le exigí que me informara de sus avances porque de lo contrario, haría llegar a su marido las pruebas de su relación con su amante. Su respuesta no tardó en llegar. Con un tono de súplica, aseguró a su interlocutor que a la vuelta de su viaje, tendría la prueba de haber follado con su yerno.
Al leerlo, mandándole otro mensaje, le pregunté porque estaba tan segura. Fue entonces cuando por enésima vez Almudena me sorprendió al contestar:
-No sé quién eres pero si lo dudas, ¡Mira otra vez los videos que tienes en tu poder!
Confieso que me costó parar de reír al comprender que como buena tigresa y aunque estaba contra la pared, esa mujer tenía todavía garras con las que dar uno que otro zarpazo.
El día de nuestra partida, toda la familia acudió a despedirnos. María, los niños y mi suegro mostraron con su presencia que apoyaban a Almudena y que le deseaban que se recuperara. Mi suegra vestida con un triste vestido gris parecía desconsolada y por eso al despedirnos, mi esposa me rogó que la hiciera caso.
-No te preocupes- respondí sabiendo que todo era una pose y que esa guarra no estaba en absoluto deprimida.
En cuanto pasamos el control de pasaportes, la teóricamente afligida me confirmó que estaba actuando al pedirme que me hiciera cargo de su equipaje de mano ya que necesitaba ir al baño.  Al salir apareció cambiada, no solo se había puesto un vaporoso traje con un gran escote sino que aprovechando el espejo se había maquillado.
“Empieza el ataque”, me dije nada mas verla y haciéndome el sorprendido, le pregunté a que se debía esa transformación.
La muy puta con descaro me respondió:
-Ya que vamos a ser pareja durante una semana, no quiero que piensen que vas con una vieja.
Reconozco que  pude haber permanecido callado pero la tentación de lanzarle una pulla fue tan fuerte que soltando una carcajada, le solte:
-Almudena, te recuerdo que me llevas veinte años.
La rubia, conteniéndose, contestó quitando hierro:
-Sí, pero no se nota-, tras lo cual cogiendo sus bolsas, se dirigió hacia la puerta de embarque del primer vuelo que ese día tomaríamos rumbo a nuestro destino, “Las Seychelles”. Para llegar hasta ese lugar desde Madrid, hay que ir primero a Paris y desde allí tomar el que va hasta Mahe,  la capital de esa pequeña república.  En total unas quince horas de trayecto.
Nada relevante ocurrió en el primer trayecto, al contrario del segundo donde nada más despegar, mi suegra llamó a la azafata y aprovechando que éramos los únicos pasajeros en primera clase, le pidió que bajara las luces porque quería echarse una siesta. Desde que la oí dar esa orden, creí que se traía algo entre manos pero contrariamente a lo que esperaba, lo único que hizo fue tumbar su asiento y tapándose con la manta, echarse a dormir.
“Curioso”, pensé extrañado.
Cómo no tenía otra cosa que hacer, sacando un “best-seller” me puse a leer. Llevaba mas de una hora gozando de tranquilidad, cuando la oí removerse y que dejaba caer la franela que la cubria. Al mirarla, me percaté que se le había desabrochado un par de botones del traje, dejando al aire el coqueto sujetador rojo que llevaba.
“Lo está haciendo a propósito” recapacité al observar que su “involuntario” destape incluía la falda que arremangada hasta arriba, me permitía disfrutar también de su tanga.
Interesado en ver que me tenía preparado, de reojo, me puse a admirar su entrepierna, llegando a la conclusión que llevaba el coño rasurado porque era tan pequeña la tela que lo cubría que de tener pelo, se le vería. En ese momento, la mujer dejó caer la mano por su cuerpo y haciéndose la dormida, se empezó a acariciar. Confieso que al observar que metiéndola por debajo de sus bragas, mi suegra comenzaba a pajearse, esa escena me calentó.
-Umm- aulló, lo suficientemente alto para que yo lo oyera pero lo suficientemente bajo para que la azafata no fuera consciente.
Lentamente, dio inicio a un concierto de gemidos mientras entre sus muslos, daba  rienda cuenta a su placer torturando su clítoris. La maestría que demostró al hacerlo, me anticipó lo mucho que iba a disfrutar de esa guarra y dejando el libro sobre mis rodillas, ya sin disimulo me puse a disfrutar del sensual modo en que se masturbaba. Al ver su cara descompuesta, mi polla se había puesto como una piedra mientras maldecía mi poca fuerza de voluntad al excitarme.
Cabreado por el bulto de mi pantalón, comprendí que de seguir sentado terminaría follándomela, decidí levantarme e ir al baño a desfogarme. Una vez en la seguridad de ese estrecho habitáculo, saqué mi pene y cogiéndolo entre mis dedos, me puse a pajearme con rapidez anticipando de alguna manera el placer que obtendría con esa puta.
Ya de vuelta a mi asiento, mi suegra estaba despierta y sonriendo me soltó:
-Ves como no estoy tan vieja- y por si eso no fuera suficiente, mirando mi entrepierna la acarició mientras seguía diciendo:- Pobrecito, ¿Se te puso muy dura viendo a tu suegra?
Su breve toqueteo recuperó de golpe mi erección y tratando de mantener la cordura, retiré su mano diciendo:
-Compórtate, ¡Eres la madre de mi mujer!
Almudena viendo que había ganado ese asalto, llamó a la azafata y le pidió un café. Os juro que creí que me iba a dejar en paz al menos hasta el hotel pero aprovechó que la muchacha le trajo también unas madalenas para lamerlas con gran erotismo mientras me miraba….
Cuarto y definitivo asalto en el hotel.
“¡Menuda zorra!, exclamé mentalmente al llegar a la habitación que había reservado al observar que en realidad era un pequeño bungalow con piscina y playa privada. No tuve que ser un genio para comprender que esa zorra había elegido a propósito ese tipo de cuarto porque al estar ocultos a miradas indiscretas, mi suegra podría pasar directamente al ataque.
Todavía no se había ido el botones, cuando la certeza de que era una encerrona se incrementó al percatarme que solamente disponía de una única cama. No deseando montar un espectáculo, esperé a que el empleado desapareciera para preguntarle como pensaba que durmiéramos.
Muerta de risa, la rubia me respondió:
-No seas tan pudoroso. Es enorme y si no quieres, no tienes por qué tocarme.
La determinación que leí en su rostro así como la ausencia de remordimientos por intentar seducir al marido de su hija con el objetivo de salvar su culo,  me cabreó pero no deseando que se me notara, cambiando de tema, le pregunté que deseaba hacer:
-Me apetece darme un baño- contestó y antes de que me diera tiempo de reaccionar, dejó caer su vestido quedándose en ropa interior.
-¡Qué haces!- furioso exclamé al ver que no satisfecha con ello, Almudena se estaba despojando del sujetador.
-Bañarme desnuda- respondió con tono alegre, tras lo cual quitándose el tanga se quedó en pelotas frente a mí.
Reconozco que no pude dejar de admirar la belleza de su cuerpo maduro. Dotada de un pedazo de ubres que serían la envidia de una jovencita, esa cuarentona estaba para mojar pan. Si sus tetas eran cojonudas, su duro trasero no le iba a la zaga. Con forma de corazón parecía diseñado para el disfrute de los hombres.  Mi suegra al advertir el efecto que  su desnudez provocaba en mí, se acercó y llevando sus manos a mi cinturón, comenzó a desabrocharlo. Bajo mi pantalón, mi verga se alzó traicionándome y por eso cuando me la sacó, ya lucía una impresionante erección.
-Reconoce que me deseas- susurró mientras se arrodillaba y lentamente se la metía hasta el fondo de la garganta.
Me quedé paralizado al notar sus labios abriéndose y recorriendo la piel de mi extensión. Aunque había visto en video una de sus mamadas, nunca pensé que al ser yo objeto de las mismas, iba a comprobar que era toda una diosa. Mi falta de reacción permitió que se la sacara tras lo cual usando su lengua, embadurnó de saliva mi tallo antes de volvérselo a embutir como posesa. Dejándome llevar por su maestría, permití que la madre de mi mujer imprimiera un pausado ritmo sin quejarme. Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la lujuria, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo. Cuando la excitación me dominó por completo, ya sin recato alguno, la agarré de la cabeza y presionándola contra mí, le introduje todo mi falo en su garganta. Mi suegra lo absorbió sin dificultad y e incrementando el compás de su mamada buscó mi placer. Mi semen tardó poco en salir expulsado en su interior. Almudena al notarlo se lo tragó sin quejarse sin dejarme de ordeñar hasta que consiguió extraer hasta la última gota. Entonces alegremente, me soltó:
-¿Qué esperas para follarme?
Su pregunta me devolvió a la realidad y levantándola del suelo, le solté una bofetada mientras le llamaba puta. No debió esperarse esa violenta reacción porque cayendo al suelo, me rogó que no la pegara. Viendo una grieta en la coraza de esa mujer, la cogí de la melena y llevándola hasta el sofá, la obligué a sentarse. Almudena escuchó aterrorizada como le amenazaba con llamar a su hija y contarle acababa de ocurrir. Viéndose perdida, cayó de rodillas y me imploró que no lo hiciera.
-No tengo ningún motivo para no hacerlo- respondí con tono duro.
Entonces llorando me reconoció que si se había comportado como una puta, era porque era víctima de un vil chantaje.
-¡No entiendo!- exclamé sin dejar traslucir mi satisfacción por tenerla donde yo quería.
Mi sequedad la hizo continuar y como si llevara tiempo deseando confesarlo, me explicó que un desalmado había obtenido pruebas de que tenía un amante y que la estaba extorsionando.
-¿Qué tengo que ver yo en ello?- pregunté duramente sin apiadarme de ella.
Descompuesta reconoció que ese tipo la había ordenado acostarse conmigo y que de no recibir un video mostrando que lo había conseguido, haría llegar a su marido las películas de su infidelidad.
-¿Me estás diciendo que has preferido acostarte con tu yerno y traicionar a tu hija, a perder los lujos que te regala su padre?
Avergonzada e incapaz de mirarme a la cara, ratificó su deslealtad diciendo:
-No podría soportar ser pobre.
Incrementando su zozobra y mientras salía por la puerta, contesté:
-¡Lo pensaré!
Almudena claudica y se convierte en mi zorra.
Encantado con el curso de los acontecimientos, la dejé sola y acercándome hasta el bar del hotel, me pedí un par de copas mientras planeaba mis siguientes pasos. Hasta ese momento, mi suegra había actuado de acuerdo con su carácter egoísta pero no era suficiente, mi venganza no sería total hasta que de algún modo hiciera desaparecer al supuesto descubridor de su infidelidad y lo sustituyera por mí.
Esa zorra debía depositar su vida en mis manos sin acritud y que al final convencida de que toda mi actuación en este asunto se circunscribía a hacerle un favor, no se diera cuenta que solamente había cambiado de dueño pero que su destino no era otro más que servirme.  
El alcohol extrañamente me relajó y con ello, permitió que mi mente analizara el problema desde un punto de vista pausado. Por eso al cabo de una hora y con la solución en mi poder volví al bungalow. Al retornar me encontré a la madura rubia totalmente desesperada y disfrutando de ello le pedí que me pusiera un whisky.
Mi suegra vio en esa orden un signo de debilidad y moviendo su trasero de forma descarada, acató mis deseos creyendo que me había compadecido de sus lamentos.  ¡Qué equivocada estaba!
Esperé a que me lo trajera para decirle:
-¡Siéntate!
Me reí mentalmente al observar que esa arpía al oír mi tono seco, me había obedecido con premura. Con ella a escasos centímetros de mí, le dije:
-Voy ayudarte- mis palabras le hicieron sonreír pero entonces proseguí diciendo- pero comprenderás que no me fie de ti y por eso te exijo dos condiciones: La primera es que mientras te grabo, reconozcas tu infidelidad y confirmes que has sido tú quien me lo ha pedido….
-Lo haré- dijo interrumpiéndome.
-… La segunda es que ya que voy a tener que traicionar a mi esposa no sea solo por un polvo. Si quieres mi ayuda, durante esta semana, harás todo lo que yo diga sin rechistar.
-¿Nada más?- respondió la muy puta y para certificar su ignominia, cogió mi móvil y grabó su confesión sin guardarse ningún detalle.
Tranquilamente aguardé a que acabara y recogiendo mi teléfono, mandé ese archivo a un lugar seguro. Habiendo obtenido de esa forma, las evidencias de su culpabilidad y de mi inocencia, me tumbé en la cama diciendo:
-Demuéstrame que tengo una zorra por suegra- Almudena se quedó helada al no comprender por lo que soltando una carcajada, le solté: -¡Quiero que te toques mientras bailas!
 
Curiosamente, se mostró alegre con mi aclaración y poniendo música, comenzó a menear su pandero mientras seguía el son de la canción. Dotando a sus movimientos de un exquisito erotismo, llevó sus manos hasta los pechos y cogiendo sus negros pezones entre los dedos, los pellizcó suavemente. Como por arte de magia, esa caricia hizo que se le pusieran duros mientras su dueña modelaba su impudicia ante mí.
Olvidando que el hombre que la observaba era el padre de sus nietos, esa joven abuela se fue calentando con el paso del tiempo y ya desbocada, se acercó hasta la cama y separando sus piernas, me informó que para entonces su coño estaba encharcado.
-¡Con razón tienes un amante! ¡No eres más que una puta!- solté y recalcando mis palabras,  llevé uno de mis dedos hasta su clítoris.
La mujer gimió al sentir su interior hoyado por mi yema y en vez de escandalizarse, berreó como en celo pidiéndome que no parara. Aplacando su ardor  comencé un lento mete-saca mientras le decía:
-¿No te da vergüenza comportarte como una fulana ante quien te robó a tu preciosa hija?
Ese insulto que una semana antes la hubiese indignado, la enervó y buscando aún más mi contacto, hizo que sus caderas colaboraran con su agresor mientras gemía en voz alta su placer.
-¡Tienes un buen par de tetas!- exclamé al comprobar admirado el movimiento de sus pechos que esa madura hacía al respirar entrecortadamente- ¡Guarra!
Mi enésimo improperio, fue el acicate que necesitaba para llegar hasta el orgasmo y pegando un aullido, su sexo licuó sobre mi mano poniendo de manifiesto su deshonra. Forzando su entrega, cambiándole de posición le ordené que se separara las nalgas y me mostrara su ojete. Imbuida por la pasión no se lo pensó dos veces y solo cuando notó una de mis falanges dentro de su entrada trasera, cayó en la cuenta de mis intenciones y con cara angustiada, me preguntó escandalizada:
-¿Qué vas a hacer?
Soltando una carcajada, respondí:
-Lo que llevo años deseando. ¡Darle por culo a mi suegra!
Quitándome la ropa no permití que reaccionara y con mi pene totalmente erecto, presioné con él la hendidura de sus cachetes. Espantada por el tamaño del miembro que rozaba la raja de su culo, mi “querida” Almudena empezó a rogarme que no la sodomizara pero obviando sus lamentos, separando sus dos nalgas, escupí sobre su esfínter.
La rubia intentó zafarse al sentir la saliva pero reteniéndola, puse mi glande en su entrada. Su cara de terror de la mujer me confirmó que si no era virgen por ese agujero poco uso le había dado y recreándome en ese descubrimiento, le espeté:
-Grita todo lo que quieras. ¡Nadie va a oírte!
Tal y como había anticipado, mi suegrita al sentir mi verga rompiendo la resistencia de su ano, ¡Gritó!
-Por favor, ¡Para! ¡Me duele!- exclamó adolorida por mi intrusión.
Decidido a que esa maldita me pagara con carne sus múltiples desplantes, centímetro a centímetro, fui incrustando mi hierro en su trasero. Mi pausada penetración demolió sus últimas defensas y cerrando sus puños de dolor, me rogó que terminara.
Su entrega me envalentonó  y soltando un sonoro azote en su trasero, presioné con todas mis fuerzas mis caderas y se la enterré hasta el fondo.
-¡¡¡Ahhhhhh!!
Su berrido debió de oírse en todo el hotel y con muy mala leche, susurré a su oído:
-Se nota que te gusta tanto que es una pena que tu hija no vea como lo bien que  te cuido, ¡Amada suegra!
Que mencionara a mi esposa lejos de cortarla, la excitó y demostrando su falta de principios, gimiendo me respondió:
-¡Soy toda tuya pero no pares!
Profundizando su humillación, comencé a cabalgarla con denuedo alternando azotes en cada una de sus nalgas mientras le decía:
-Es injusto que tu marido nunca vaya a saber ¡Lo fácil que entregas el culo!
La infiel madura sintió que el dolor iba disminuyendo y que el placer lo sustituía con cada ataque por lo que dejándose caer sobre la almohada, mostrando su entrega me imploró que me vaciara dentro de ella. La nueva postura me permitió agarrarla de las caderas y comenzar una serie de penetraciones tan furiosas y rápidas que le hicieron rebotar contra el colchón. El intenso meneo desgraciadamente y aunque me apetecía seguir sodomizando a esa mujer, me hizo llegar al orgasmo con demasiada rapidez.
Por eso al sentir que estaba a punto de correrme, la cogí de los hombros y descargué mi simiente dentro de sus intestinos.  El berrido de placer que salió de su garganta al notar como se iba llenando su conducto, me hizo sonreír y siguiendo con mi galope, descargué toda la munición de mi arma dentro del culo de la mujer que dio a luz a mi esposa.
Una vez había terminado de eyacular, me dejé caer exhausto sobre las sabanas y fue entonces cuando mi suegra nuevamente me impresionó porque acunándose entre mis brazos, con gran descaro, me comentó:
-Nunca esperé que un baloncestista anotara una canasta en mi trasero pero ahora que lo he probado, ¡Me gustaría que se marcara un triple!
Solté una carcajada al escuchar su insinuación y creyendo que lo que quería era repetir, casi llorando de risa, le pregunté si tenía algo pensado. La muy zorra me sacó de mi error al contestar mientras se bajaba a tratar de reanimar mi verga con la boca:

 

-He visto cómo la azafata te miraba y aprovechando que está hospedada en este hotel, ¡Me gustaría que la  invitaras a nuestra cama!
 
 
Para comentarios, también tenéis mi email:
golfoenmadrid@hotmail.es
 
 
 

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue 6” (POR SOLITARIO)

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Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de sonar. Ha dejado de sonar.

En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.

–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!

–Cálmate Marga. Dime que ha ocurrido.

–Tuve que salir a un servicio, Mila se quedo en casa, el cliente no se presento y volví antes de tiempo. La encontré tendida en la cama, había tomado rohypnol, no sé cuantas pastillas, pero muchas. Llamé a urgencias y estamos en el hospital ————-Me han dicho que está viva pero en coma. No saben cómo puede haberle afectado. Ni si despertará. ¡¡Dios mío!!

–¡¡Estoy sola, José!! Tengo mucho miedo.

–Salgo ahora mismo para allá. Tranquilízate.

Clau está a mi lado.

–¿Mila?

–Si, ha intentado suicidarse.

–¡¡Joder!! Lo sabía. Sabía que no soportaría esta situación.

Ana y Claudia vienen a ver qué ocurre. Ana llora desconsolada. Es su madre. Un nudo oprime mi garganta. Me preparo para salir enseguida. Es tarde y habrá poco tráfico, en cuatro horas puedo estar en Madrid. Ana me abraza.

–Papá, yo voy contigo. Quiero verla.

–De acuerdo. Prepárate, nos vamos enseguida.

En marcha hacia Madrid, tal y como preveía hay poco movimiento en la autovía A31. Llegamos al hospital amaneciendo.

Entramos por urgencias, en la sala de espera está Marga.

–¡¡Marga!! ¿Cómo esta? ¿Sabes algo?

Se abraza llorando.

–No debía haberla dejado sola, José. Después de lo de tu padre y hablar contigo, no abrió la boca en todo el camino. Yo intentaba conversar con ella, pero no respondía. Llevaba dos días sin comer. Yo no sabía lo que planeaba.

–Pero dime ¿Sabes algo?

–No, solo informan a familiares.

–Vamos Ana, a ver si averiguamos algo.

Preguntamos en admisión por la situación de Mila. Tras identificarnos como marido e hija, nos dan unos pases para entrar a la zona de la UCI. Un médico habla con nosotros.

–¿Cómo está, doctor?

–Por ahora fuera de peligro. La dosis que ha ingerido ha sido muy alta. Hemos practicado un lavado gástrico. No podemos prever que daños puede haber sufrido, su sistema nervioso, hasta que salga del coma. Y no sabemos cuándo ocurrirá esto. Las próximas veinticuatro horas serán cruciales. Antes no podemos adelantar nada.

–¿Podemos verla?

–Pueden, a través de los ventanales de la zona de observación. Después vayan a la sala de espera y allí les tendrán informados.

–Gracias.

La palidez de su rostro me impresionó. Tubo para respirar, vía en el brazo con bolsa de suero. Monitor cardiaco. Toda la parafernalia que acompaña una situación de este tipo. Al salir nos acercamos a Marga que se acerca corriendo.

–¿Cómo está? Se salvará ¿Verdad? ¡No se puede morir!

–Al menos sabemos que vive y está fuera de peligro. Solo podemos esperar. Vamos a la cafetería a tomar algo. Nos vendrá bien.

Pedimos café y croissants y nos sentamos en una mesa. Marga tenia la mirada perdida. Ana recostada junto a ella.

¿Y yo? En mi interior se debatían sentimientos encontrados.

Amaba a Mila, no podía evitarlo. Pero también a Claudia, a Marga. ¿Qué coño me pasaba? ¿Era yo el culpable del intento de suicidio? ¿Podía haberlo evitado?

Ver a Mila en aquella cama de hospital, al borde de la muerte, sabiendo que en gran parte era yo la causa, me hacía sentir muy mal. Mis decisiones, habían llevado a Mila a tomar esta decisión drástica, final. Al borde de la muerte.

Decidí llamar a Andrés, mi amigo médico, para que me aconsejara que hacer con Mila.

–¿Andrés? Soy José. Perdona por darte la lata, pero necesito tu ayuda.

Le explico la situación y él decide venir al hospital, para ver qué puede hacer.

Como médico de la familia, se pone en contacto con el personal del centro para recabar información. Casualmente, un colega, amigo suyo, está de guardia.

–Hola a todos, José ven conmigo.

Me aparto de las chicas, para hablar con Andrés.

–Parece, que ha habido suerte, dentro de lo que cabe. Ha salido del coma, pero se niega a hablar. Solo mueve la cabeza negativamente y llora. Tiene que pasar por psiquiatría, es el protocolo en caso de intentos de suicidio. Pasara a observación y en unas horas podrá salir, bajo mi responsabilidad. ¿Qué tienes pensado? ¿Qué quieres hacer?

–Pues, pensado, nada. Nos ha cogido por sorpresa y estoy indeciso. Estamos agotados. Tú que me aconsejas.

–Por ahora, aquí no hacéis nada. Mejor os vais a casa y descansar. Esta tarde podréis verla, y si ella quiere, hablar con ella. Mañana, seguramente, si todo va bien, podréis llevárosla. Piensa que hacer con ella. No puede estar sola en ningún momento. Según me han comentado, Mila no quiere vivir. No ha sido un simulacro. Estaba decidida a acabar con su vida.

–Gracias por todo. De verdad, no sabes cuánto te agradezco tu ayuda.

–Sabes que puedes contar conmigo. Hasta luego.

Saluda a Ana y Marga y se marcha.

–Nosotros nos vamos también. Marga, vámonos a casa, descansaremos y esta tarde trataremos de ver a Mila. Tenemos que pensar que hacer con ella.

Nos vamos al piso, ahora de Mila y Marga.

Ana y yo llevamos muchas horas sin dormir. Ella se tiende y se duerme enseguida.

–Marga, vamos a buscar algún papel, carta, algo que haya dejado Mila.

Yo sabía dónde buscar. La tarde anterior había visto a Mila escribir a mano y dejar un sobre en su despacho. Buscamos en el dormitorio, vi un tubo de pastillas, un barbitúrico que comercializaba Gerardo, sin receta, como droga de diseño.

Vamos al otro piso, es pronto, aún no hay nadie. El despacho de Mila está cerrado, Marga abre con su llave. Sobre la mesa, junto a la foto de mi familia, hay un sobre para Marga y otro para mí.

Marga no quiere abrir su carta. La guarda, llora. La rodeo con mis brazos y sus lágrimas corren por mi hombro.

Con mi brazo en su cintura la llevo al dormitorio, donde Ana duerme. Se acuesta junto a ella, beso sus labios, acaricio sus cabellos y la dejo. Me voy al salón a leer la carta.

José. Ante todo, perdóname. No hago esto para hacerte sufrir, sino para liberarte. Ya te he hecho bastante daño. Sé, que mientras yo viva, tú no podrás ser feliz. Y te mereces serlo. Claudia es una buena mujer, me ha demostrado que te quiere con locura. Y quiere a las niñas. Será una madre para ellas y una buena esposa para ti. Todo lo que yo no he sido. Sé que cuidaras de mis, nuestros, hijos.

En la notaría junto al despacho de Isidro, a Marga y a ti os he otorgado poderes notariales, para que dispongáis de todo. No dejes a Marga, se va a quedar muy sola. Cuida de ella. Te quiere mucho.

No quiero extenderme más, todo lo que diga será penoso para ti y no quiero que sufras.

Solo algo más. Gracias por haberme hecho sentir tanto, en tan poco tiempo. Me hiciste olvidar todas las atrocidades cometidas en mi vida.

Me hiciste conoce el verdadero amor.

Te lo suplico, perdóname.

Te deseo que seas feliz, te lo mereces. Te quiero.

Mila

No pude contener las lágrimas. Me ahogaba, sollozaba. Entró Marga y le di a leer la carta, se abrazo a mí. Lloramos los dos.

Por alguna extraña razón, me excitaba el contacto, el calor, el perfume de Marga. Me miró a los ojos y nos besamos. Besos dulces, tiernos, su boca, las lágrimas, llorábamos y nos amamos. Mila estaba presente en nuestros besos. En nuestras caricias. Y follamos. En el suelo.

Follamos, como animales en celo, con furia, con desesperación. Como una afirmación de la vida ante la muerte. No sé qué nos ocurrió. Marga también estaba desconcertada, no entendíamos el porqué de aquella explosión de pasión. Lo necesitábamos. Nos corrimos los dos casi simultáneamente.

Ana, desde la puerta del salón, nos miraba. Lloraba. Me levante del suelo, desnudo, rodeé sus hombros con mis brazos y la besé. Con profunda ternura. La acompañé al sofá y nos sentamos los dos.

–Papá, ¿Qué habéis hecho?

–Follar, Ana, no sé porque. Ha sucedido y no me arrepiento. Marga lo necesitaba, yo también.

Marga se sienta al otro lado de Ana. Besa sus mejillas, acaricia su pelo.

–Estás muy guapa Ana, cada día más. Te pareces tanto a tu madre. Déjame que te abrace, te quiero mucho pequeña. Tu mamá te adora y está muy orgullosa de ti, entre otras cosas, por haber dejado la prostitución, por obedecer, por amor a tu padre.

–Vamos a dormir un poco. Lo necesitamos.

Se van a la cama. Yo llamo a Claudia y la tranquilizo, le informo de cómo está Mila. Me tiendo en el lecho junto a Ana y Marga. Sigo desnudo. Ana se gira hacia mí y me abraza. Beso su frente, acaricio su pelo. Nos dormimos.

Sueño con unos labios y una lengua que acaricia mi boca. Acarician mi miembro. ¡Joder! ¡No sueño!. Es Ana quien me besa. Sus labios son miel, sus manos acarician mi cuerpo. Está desnuda. Mi verga responde, no puedo evitarlo. Marga nos mira y sonríe, acaricia a Ana. Se pega a su espalda. Ana se introduce mi miembro en su vagina. Se mueve, llora, se mueve. Adelante, atrás, dentro, fuera.

–¡Te quiero papá! Soy tuya, solo te quiero a ti. Mi amor es solo tuyo.

Se aceleran sus movimientos, estoy envarado, una fuerza superior a mí, me inmoviliza. Realiza un movimiento y se coloca sobre mí cuerpo. Su cuerpo, su boca, mis manos en su nuca, en su espalda, en sus suaves y redondas nalgas. Su cara se transforma, sus ojos se giran en las órbitas, grita.

–¡¡AAAHHHGGGG!! ¡¡Me muerooo!!

Y se desploma sobre mí. Desmadejada, desmayada. Abrazo su delicado cuerpo, las lágrimas recorren mis mejillas. Se recupera en pocos segundos, sigo dentro de su vientre, del vientre de mi hija. Marga me besa la boca, su lengua recoge mis lágrimas. Salgo del cuerpo de mi hija. No puedo seguir, aún pesa el tabú. Coloco a mi niña sobre el lecho, Marga lame mi miembro, se lo traga, siento la profundidad de su garganta. No puedo más y descargo empujando con fuerza, se lo traga todo. Monta mi cuerpo, pegada a mí. Ana nos mira. Se acerca a mi cara y me besa.

–¡Gracias, papá! Lo deseaba con toda mi alma.

El contacto con los dos cuerpos me reanima de nuevo, Ana se sienta en la cama, coge mi verga y la introduce en el sexo de Marga, que me besa apasionadamente.

Me muevo, se mueve, nos acompasamos, Ana nos acaricia, introduce dos dedos en su propio coño, recoge el flujo que lo empapa y frota el ano de Marga, introduce los dedos y le folla el culo, mi polla penetra su coño. Siento los dedos de mi hija en mi polla a través de la pared que separa ambas cavidades. El orgasmo de Marga es violento, brutal. Y yo, de nuevo, descargo en su vientre.

Quedamos los tres vencidos en la cama. Nos dormimos de nuevo.

Me despierto, siguen dormidas, me ducho y me visto. Despierto a las dos para que se aseen, de ocho a nueve, podemos ver a Mila.

En la planta está Andrés. Al verlo me alarmó, pero me tranquiliza, no ocurre nada. Mila está bien. Ha estado hablando con el psiquiatra y mañana podemos llevárnosla a casa.

–¿Tienes claro lo que vas a hacer José?

–Si, me la llevo a Alicante. No pienso separarme de ella. Entre todos la cuidaremos.

–Creo que es la mejor solución. Enviaré la documentación, al centro médico más cercano, para la continuación del tratamiento.

–Gracias amigo.

Entramos en la habitación donde está Mila. Ya no tiene los tubos ni los cables que la unían a los monitores. Está muy pálida, demacrada. Ana se lanza sobre Mila, que no la espera y cubre su rostro llorando. Mueve la cabeza negando. Ana llora abrazándola.

–Mamá, ¿Por qué querías dejarnos? Te queremos, te necesitamos. ¿Qué iba a hacer yo sin ti? ¿Y Mili? ¿Y Pepito? ¿Es que no nos quieres?

Sujeto, con delicadeza, a Ana por los hombros.

–Ana, no atosigues a tu madre. Ahora necesita comprensión y cariño, no reproches.

Ana se retira y me acerco. Mila no habla. Solo niega, me mira y cierra los ojos. Cojo sus manos, las beso. Acaricio sus mejillas, acerco mi rostro y beso su frente, la boca. Mantiene sus ojos cerrados. Torpemente me pasa los brazos tras el cuello y me abraza. Su cuerpo se estremece por los sollozos. Trata de decirme algo, pongo mi índice sobre sus labios.

–No digas nada, Mila, no tienes que dar explicaciones. No las necesito. Solo quiero que te metas, en esa cabecita tuya, que tienes muchas personas a tu alrededor que te quieren. Que yo te quiero. Y como dice nuestra hija, te necesitamos. Ahora solo debes preocuparte por recuperarte, por ponerte bien. Mañana vendremos por ti y te llevaremos con nosotros a Alicante. Luego, entre todos, decidiremos qué hacer.

Marga abraza a Mila, con infinito cariño. Está profundamente enamorada. Y lo ha pasado muy mal.

–¿Querías irte sola? ¿No sabes que yo iría, detrás de ti, hasta el infierno? ¡No vuelvas a intentarlo o te mato!

Esta salida de Marga hace que sonriamos. Mila solo la mira, nos mira y llora.

Nos despedimos hasta mañana y vamos a casa. En el prostíbulo está Edu al frente de la administración. Amalia está en su sala de torturas con un cliente. Edu observa desde un monitor, lo pillamos masturbándose furiosamente, viendo a su mujer, sobre un tipo atado, boca arriba, en una especie de potro bajo y Amalia encima subiendo y bajando su cuerpo, introduciéndose la verga del cliente en su culo.

No puedo evitar reírme del espectáculo, Marga sonríe y Ana suelta una carcajada, con su risa cantarina. Edu, al verse sorprendido, muy nervioso, se guarda la polla y apaga el monitor.

–Vaya Edu, ¡parece que le has cogido gusto a esto!

–¡José, que hacéis aquí! ¿Y Mila? ¿Ha pasado algo?

–Mila está en el hospital. Mañana iremos por ella y me la llevo a Alicante. No te vayas sin hablar conmigo. Tengo que proponerte algo. Luego hablamos.

Dejamos a Edu que termine su paja y vamos al otro piso, quiero hablar con Marga.

–Marga, ¿Tú quieres seguir con el negocio? ¿Te interesa?

–Mira José, si me metí en esto, fue por Mila. Ella quería independencia, me pidió ayuda y se la di. Por mi, se puede ir el negocio a la mierda. ¿Por qué lo preguntas?

–Entonces, ¿estás dispuesta a venderlo?

–¿Venderlo? ¿A quién?

–Gerardo estaba muy interesado en la compra. Mila se las apañó, para que aparentará la compra, cuando en realidad era ella, quien quería quedarse con el negocio. Si se lo propones, te lo comprará y podrás alejarte de toda esta mierda.

–Pero, ¿y Mila? ¿Estará de acuerdo?

–Mila ha dejado poderes firmados, a mi favor y al tuyo, para hacer lo que queramos. Y lo que queremos es, alejarla de todo esto. Vamos a dedicarnos a cuidarla y este puticlub es un lastre.

–Cuenta conmigo. Cada vez que iba a un servicio, terminaba asqueada, del cliente y de mí. Si, José, me doy asco. Tú sabes que estaba en esto, solo por estar cerca de Mila. ¿Me llevareis con vosotros?

–Sabes que si, Mila te necesita, yo te necesito y tu nos necesitas. Vendrás con nosotros. No sé cómo saldrá esto, pero vamos a intentarlo.

Llamo a Gerardo por el móvil.

–¿Gerardo? Soy José, tengo que hablar contigo, te espero en media hora en casa de Mila. Trae a Pepito. No tardes, es importante.

Sorprendido me dice que vendrá enseguida.

Apenas veinte minutos después llama al portero. Abrimos, sube, estamos en el salón.

Pepito da un salto y se cuelga de mi cuello. Estrecho su cuerpo delgaducho, lo beso. Ana se abraza a él y se lo lleva a la habitación.

–Bueno, ya estoy aquí, ¿Qué pasa? ¿Qué quieres, que és tan importante.

–El motivo principal es Mila. Está en el hospital, ha intentado suicidarse.

–¡Joder, José, no me digas!

–Sí te digo. Mila no puede seguir al frente del negocio.

–Lo sé, últimamente he hablado con ella y la veía muy desanimada. No tenía muy claro por qué, pero la última vez que la vi, le propuse normalizar la situación de Pepito, casándome con ella… Cuando se lo dije, se echó a reír, una risa que me dio miedo. Dijo simplemente. Ya estoy casada, Gerardo. Solo tengo, y tendré para siempre, un marido, a quien quiero con toda mi alma.

–Supuse que eras tú. Y te envidio. Te juro que te envidio. Esa mujer te quiere con locura y tú no le haces ni caso.

–No te equivoques, Gerardo. Tú no sabes como la quiero. Y como te odio a ti, porque ayudaste a convertirla en una desgraciada. Pero no es ese el motivo de que te haya hecho venir. ¿Quieres comprar el prostíbulo?

–¡Joder tío! ¡Vas al grano! ¿A qué viene eso?

–Es muy simple, Mila no quedará bien, las secuelas de la intoxicación son imprevisibles. Necesitará un largo tratamiento de rehabilitación. Y se vendrá conmigo. Yo la cuidaré. Ha sido, y es, mi mujer. He sido, soy y seré, su marido.

–Bien, de acuerdo. Estoy dispuesto a comprar, por el precio que te ofrecí. ¿Estás de acuerdo?

–Conforme. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro a las nueve.

Entran Ana y Pepito. Ana se encara con Gerardo.

–¡Mi hermano me ha dicho que le has pegado! ¿Es cierto?

–¡Hostias Pepito! Te dije que fue un error, te pedí perdón.

Me encaro con Gerardo.

–Jodeeer. ¿Qué pasó?

–Bueno, llora mucho y me sacó de mis casillas. Fue un impulso, pero no volverá a ocurrir.

–Tienes razón, no volverá a ocurrir. Pepito se viene conmigo. Es más, se queda aquí y mañana me lo llevo, con su madre.

–¡Eso no puede ser! ¡Se vendrá conmigo! ¡Es mi hijo!

–Gerardo, este niño, solo ha sido un polvo para ti y ahora un estorbo. Yo he sido su padre y lo sigo siendo. Se viene conmigo. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro. Ana, llévatelo.

Ana se marcha con su hermano a su habitación. Gerardo, muy contrariado se va dando un portazo.

Llamo a Edu y Amalia que al entrar se abraza a mí como si lleváramos diez años sin vernos. Me aprecia y se alegra de verme.

— Amalia, Edu, Gerardo se va a hacer cargo del local. No sé cómo se portará con vosotros. ¿Qué vais a hacer?

–Hostia, José, vaya marrón. Ese tío es un hijo de puta de cuidado. Tendremos que irnos de aquí.

Amalia cogida a mi brazo.

–No te preocupes José. Gracias a ti, he descubierto mi verdadera vocación. Me divierto y gano dinero. Tengo mis clientes fijos y el imbécil de Edu me ayudará, a montármelo en otra parte.

–Solo quiero que cuando vengas por Madrid vengas a verme y follarme el culo. Fuiste el primero y todavía no he encontrado otro como tú. Comprendo muy bien a Mila, te encontró, tarde, pero te encontró y ya no podrá desengancharse de ti. Te has convertido en una droga para ella.

–No lo comparto, pero entiendo lo que ha hecho. He tenido largas conversaciones con ella y sé que te quiere hasta el extremo de quitarse de en medio para que seas feliz. Lo que siento es no haberme dado cuenta de las señales y haber evitado lo que ha hecho. Por cierto. Gerardo le facilitó las pastillas con las que se quiso envenenar. Se las dio en mi presencia, le dijo que no podía dormir y él se las dio.

–O sea, ¿Gerardo trafica con drogas?

–¿No lo sabías? Ese hijoputa le pega a todo. Le escuche una conversación en la que hablaban de unas chicas que venían de Rumania. Ellas creen que vienen con contrato, para trabajar como criadas, pero las llevan a un puticlub, les pegan, hasta que aceptan follar con los clientes y cuando están sometidas, las venden a otros clubes.

–Bien, entonces ya sabéis. Quitaros de en medio cuanto antes.

Se despidieron y nosotros preparamos algo para cenar y nos fuimos a la cama, los tres juntos, desnudos de nuevo, pero estábamos muy cansados, a mi derecha Ana, mi amor filial, la sombra del pecado mortal. A mi izquierda Marga, mi amor venial. Un pecado menor. Delicioso pecado. Ambas acurrucadas, sus cabecitas sobre mis brazos. Junto a mi pecho.

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“UNA EMBARAZADA Y SU DINERO, MIS MEJORES AFRODISIACOS” Libro para descargar (POR GOLFO)

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UNA EMBARAZADA2Sinopsis:

Descubrir que una embarazada y yo somos herederos de una fortuna, reavivan mi alicaído libido. Con 42 años, las mujeres habían pasado a un segundo plano hasta que me enfrenté a ese cuerpo germinado. Los pechos, el culo de Ana y su dinero se convirtieron en mis mejores afrodisíacos

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo los dos primeros capítulos:

Capítulo uno

 

Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La respuesta es fácil:
“Con mi prima Ana, al verla embarazada y en Filipinas”.
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes. De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las presencia de todos los beneficiarios.
―¿Hay más herederos?― molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
―Son dos. Usted y Doña Ana Bermúdez.
Así me enteré que mi prima Ana era la otra afortunada.
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda, me desentendí de ello.

La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran porque tenía prisa.
«¡Menuda borde!», pensé al escuchar sus malos modos.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a conocer el legado de nuestro tío.
―Corte el rollo, ¿cuánto me ha dejado?― fuera de sí, le recriminó mi prima.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
―Pues hágalo, no tengo tiempo que perder.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las disposiciones diciendo:
―A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de mí…― la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía― …le dejo el cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo, recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
El abogado obviando sus quejas, prosiguió leyendo:
―A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…―os juro que mi sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir atendiendo― …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
«La madre tendré que vivir con esa engreída», pensé.
El abogado siguió diciendo:
―Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
―Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado dije:
―¿Dónde hay que firmar?
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que con tono duro decía:
―¿Nos pueden dejar solos? Manuel y yo tenemos que hablar.
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
―¿Cuánto quieres por renunciar a todo?
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter, me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
―¿Con medio millón de euros te sentirías cómodo?
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
―Entonces, un millón. ¡No pienso ceder más!― subrayó cabreada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis, fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
―¡Solo un idiota rechazaría mi generosa oferta!―chilló ya descompuesta.
Su insulto exacerbó mi fantasía e imaginando que era mía, me vi sometiéndola. Ninguna mujer me había provocado esos pensamientos y por ello me intrigó que tras años de sexualidad aletargada, esa preñada me hubiese inyectado en vena tanta lujuria.
«¡Me la ha puesto dura!», sonreí.
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la guerra y llena de ira, me soltó:
―No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de pasión.
―Ya veremos― respondí y dando por zanjado el tema, me acerqué a ella.
Ana se quedó de piedra cuando ya a su lado y mientras me despedía, susurré en su oído:
―Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.

Quemo mis naves.
Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar, recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder, Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi prima.
―¡Me pone cachondo la pasta!, muerto de risa, exclamé.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
―¡Esa puta será mía!― determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
―¿A qué se debe tanta prisa?― pregunté.
Sin mostrar ningún signo de preocupación, la filipina contestó:
―Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde recogeríamos a mi prima.
―La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Mi prima la ha mandado para que me seduzca».
Ese descubrimiento en vez de molestarme, me hizo gracia y sin cortarme en absoluto, me dediqué a admirar a la cría mientras recogía mi ropa.
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
«Parezco un viejo verde», refunfuñé en silencio avergonzado y desapareciendo de mi habitación, fui a la cocina a tomar un vaso de agua aunque no tenía sed.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
―Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia― fueron las escuetas explicaciones que le dio.
Para desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos, seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta. La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego que ya consumía mis entrañas.
―Ya he terminado― comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
―Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
―Me siento sudada y me vendría bien para refrescarme.
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
―¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
―¡Qué maravilla!― clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
―Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la contesté:
―No voy a hacerte el amor, voy a follarte― tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco. Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome con sus piernas.
―Eres un salvaje― musitó saboreando ya cada una de mis penetraciones.
No me podía creer la excitación que me corroía, siendo ya cuarentón no di muestra de serlo al tener izada entre mis brazos a esa mujer sin dejar de aporrearla con mi miembro. Con renovada juventud, continué follándomela en volandas mientras en su cuerpo se iba acumulando tanta tensión que no me cupo duda que iba a tener que dejarla salir con un brutal orgasmo. Sin estar cansado pero para facilitar mis maniobras, la coloqué encima de una mesa, sin dejarla descansar. La nueva posición me permitió disfrutar con sus pechos. Pequeños como el resto de su se movían al ritmo que imprimía a su dueña. Teresa, cada vez más abducida por el placer, olvidó sus planes y berreando, imploró mis caricias. Respondiendo a sus deseos, los cogí con mi mano, y extasiado por la tersura de su piel morena, me los acerqué a la boca.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
―No puede ser― chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
―Vamos a la cama― dije en cuanto se hubo recuperado un poco.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
―Me encantaría pero tenemos que coger un vuelo.
Sintiéndome Superman, besé sus labios y le pregunté:
―¿Cuántas horas tarda el viaje?
―Catorce― respondió alegremente al intuir mis intenciones.
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le comenté que se había quedado sin ducha.
La cría muerta de risa, contestó:
―No me importa, en el avión hay un jacuzzi ¡para dos!

 

Relato erótico: “Donde nacen las esclavas II” (POR XELLA)

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Sofía era un mar de emociones contradictorias. Por un lado, todo lo que estaba viendo la asqueaba. Jugaban con vidas humanas como si fuesen animales, o incluso peor. No tenían ningún tipo de miramiento para esclavizar y someter a sus “capturas”, como las llamaban ellos. Por otro lado, el material que estaba consiguiendo era estupendo… Si seguía así, con lo que consiguiese durante ese día tendría suficiente para hacer un reportaje que la pusiese en boca de todos y lanzase su carrera a lo mas alto.
Mientras caminaban por el pasillo, se cruzaron con una mujer joven, no tendría más de 26 años. Iba vestida con un conjunto de cuero ajustado que resaltaba sus formas. Llevaba a una mujer madura tras ella como si fuese una perrita, atada a una cadena. En la otra mano llevaba una fusta.
– Buenos días, Angélica. – Saludó Marcelo.
– Buenos días, Marcelo. – Contestó la dominatrix. Se quedó mirando atentamente a Sofía, que la enfoncaba con la cámara, tanto a ella como a su “perra”.
– Esta es Sofía Di Salvo. – Aclaró el hombre. – Esta aquí para hacer un reportaje de nuestras instalaciones. ¿Te parecería bien dedicarnos unos minutos para una entrevista?. Si a Sofía le parece bien.
– ¿Eh..? Una entrevista? – ¿Con una domina? ¡Eso sería la guinda! – Sí, por supuesto.
– Pues vayamos a un lugar más cómodo.
Todos siguieron a Marcelo. Sofía se sentía un poco extraña caminando al lado de la esclava. Cuando la vió gatear se fijó inevitablemente en su culo, lo tenía surcado de líneas rojas, señal de los fustazos que le había propinado la dómina. También se dió cuenta de que tenía algo insertado en su culo… una especie de consolador o algo así.
Se detuvieron en una pequeña sala con máquinas de bebidas. Sofía no se esperaba ver algo así en aquel lugar… ¿También hacían descansos para el café entre tortura y tortura o qué? Cuando se sentaron en una mesita, la esclava se colocó en posición de espera al lado de su entrenadora.
Antes de sentarse, Sofía colocó la cámara en un pequeño trípode para realizar la entrevista con comodidad.
– Bueno, ¿Le parece bien que empecemos, Angelica?
– Mistress Angelica. – La cortó la dóminatrix.
– Disculpe. – Concedió Sofía. – ¿Le parece bien que empecemos, Mistress Angelica? – Sofía recalcó las últimas palabras, como burlándose. Angelica miró a la mujer con cara de desprecio y luego miró a Marcelo, que le hizo gestos indicándole que se calmara.
– Esupendo, ¿Que quiere preguntar?
– ¿Cómo acaba alguien trabajando de dominatrix?
– Bueno, la vida da muchas vueltas… Y cuando una tiene un talento natural para someter a las perras todo viene rodado.
A Sofía no le gustaba la actitud arrogante de la chica, pero supuso que iría con el empleo…
– ¿Sólo somete a mujeres?
– En su mayor parte sí, disfruto más sometiendo a una zorra, haciendo que se doblegue a todos mis deseos, que con un hombre. Aunque también he tenido varios esclavos.
Marcelo sacó unos cafés de la máquina y se los entregó a las mujeres, que lo dejaron enfriar un poco.
– Y, ¿Cómo se somete a alguien? ¿Tiene algunas técnicas que emplee con todos? ¿O cada… “captura” es diferente a las demás?
– Cada captura es única y, a la vez, son todas iguales. Hay que saber encontrar los matices de cada una y saber explotarlos para conseguir el objetivo pero, una vez has roto su voluntad, todas se convierten en perras obedientes.
Mientras decía esa frase, acariciaba a la esclava que iba con ella como si fuese una mascota. A su vez, la mujer respondía a la caricia buscando la mano de su entrenadora.
Sofía se quedó mirando la actitud de la esclava.
– ¿No se rebelan ante usted, Mistress?
– Al principio lo intentan, y yo espero que lo hagan. Así es más divertido. – Una sonrisa malévola apareció en la cara de Angelica cuando dijo esas palabras. – Si una esclava no se rebela, no tienes que domarla. Cuando la enseñas que todo conato de rebeldía será aplacado y castigado, cuando comprende que su única opción es obedecer y que así le irá mejor, es cuando realmente has sometido su voluntad, a partir de ese momento todo va rodado.
–  ¿Alguna vez ha fallado en…
– NUNCA. – La cortó la dómina. – Todas las esclavas que he puesto en el punto de mira han acabado a mis pies. Han podido tardar más o menos, pero todas se han sometido. Y te puedo asegurar que ninguna se arrepiente de ello…
– Eso si que no puedo aceptarlo cómo respuesta. – Dijo secamente Sofía. – ¿Cómo va a ser que todas acepten felices ser esclavas?
– Eres un poco impertinente, ¿No crees?. – Angélica acarició con la fusta la cara de Sofía, deteniendose en su barbilla, alzándole la cara. – Deberías tener un poco más de respeto, eres tú la que quieres hacerme una entrevista, si no te gustan mis respuestas ya sabes donde está la puerta y, si no me crees y quieres que hagamos una prueba, se valiente y ponte en mis manos. Una semana conmigo y estarás adorando mis pies.
– ¿QUÉ? Ni loca. – Sofía apartó la fusta de su cara con un manotazo. – ¡Si cree que me voy a convertir en una de sus perras va usted lista!
PLAS.
Angélica golpeó la mesa con la fusta. Sofía se calló de repente, aquella mujer imponía de verdad. A pesar del golpe en la mesa, Angélica tenía la cara tranquila, severa pero tranquila.
– Te he dicho que me hables con respeto. No creas que toleraré estas faltas.
Sofía se dió cuenta que poniéndose así, no iba a conseguir nada… Estaba claro que no le gustaba lo que hacían en ese sitio, pero estaba haciendo un reportaje… Ya se mostraría contrariada cuando estuviese fuera de allí.
– Lo siento Mistress. No volverá a pasar, si le parece, ¿Continuamos con la entrevista? – Angélica asintió, complacida. – Me estaba diciendo que todas sus esclavas son felices con su situación. ¿Podría justificarmelo un poco?
– ¿No ves? Con un poquito de educación y respeto todo funciona mucho mejor. – Angélica dejó la fusta sobre la mesa, sin soltarla. – Como iba diciendo, en cuanto la esclava se da cuenta de que no hay vuelta atrás, que no tiene escapatoria, su única meta es acostumbrarse a este tipo de vida y evitar todos los castigos. Yo soy severa, pero cuando una perra se porta bien y es obediente, también se recompensar. Acaban aceptando los castigos como una consecuencia a una falta y no como una “tortura” como tú dices. Y a partir de ahí, se dejan llevar.
– ¿Se dejan llevar?
– Si. ¿Nunca has tenido estres? ¿Preocupaciones? ¿Problemas? ¿Trabajo? ¿Desamores? Ellas no. No tienen que preocuparse de nada, sólo de obedecer. Una vida sin ningún tipo de responsabilidad para ellas es un lujo, y aprenden a agradecermelo. ¿No es verdad, perrita?
– Si, mistress. – Contestó la esclava que estaba a su lado.
– Demuéstraselo. – Ordenó Angélica.
La esclava, echándose al suelo, comenzó a lamer las botas de la dominatrix, con cuidado, como si se fuesen a romper en cualquier momento, pero sin demora. No se dejaba ningún rincón sin lamer. Angélica comenzó a mover la bota, metiéndole la puntera en la boca, forzándola, o el tacón.
Sofía estaba boquiabierta con la servilidad de la mujer. La veía y tenía pinta de haber sido una mujer formal, tenía buen cuerpo y la piel bien cuidada, se notaba que hacía ejercicio y estaba bien alimentada… Pero ahí estaba… A cuatro patas, con un collar de perro y un consolador metido por el culo, lamiéndole las botas con satisfacción a una mujer que podría ser su hija.
– ¿Por qué…? ¿Por qué la capturásteis?
– Bueno, realmente nuestra razón es únicamente por que alguien hizo el encargo y pagó por él, pero supongo que no te refieres a eso, ¿Verdad? – Respondió Marcelo.
– No, no me refería a eso.
– Está bien, su nombre es Maria Dolores, pero aquí la llamamos Mari Loli, que nos parece más adecuado a su condición. Esta perra antes tuvo la mala idea de ponerle los cuernos a su marido, éste se enteró y le pidió el divorcio. La pequeña zorra tuvo la mala idea de intentar sangrar a nuestro cliente, quería quedarse la casa, el coche, los niños, el dinero…
– ¿Niños? ¿Esta mujer tiene niños?
– Si, pero ya es como si no los tuviera, no los volverá a ver. Como iba diciendo, intentó sangrar a su marido. Lo llevó a juicio y lo denunció por maltrato, sabiendo que así tenía más posibilidades de ganar. Nuestro cliente, furioso, no podía permitir esa humillación… Así que nos llamó. Y unas semanas después, aquí la tienes. El marido no quería ni verla, así que nos la cedió amablemente para lo que quisieramos hacer con ella.
– Y… ¿Qué váis a hacer con ella?
– Esta entrenada para ser una mascota complaciente, seguramente acabe vendida… desde algún burdel, a algún jeque árabe… Muchas de nuestras esclavas blancas acaban allí, son bastante bien valoradas por lo exótico de su piel.
Sofía estaba observando a la esclava, estaba escuchando lo que le iba a ocurrir y no se inmutaba, no dejaba de lamer las botas de mistress Angélica.
– Como no sabemos cuál será su destino – Continuó Mistress Angélica -, la estamos proporcionando un entrenamiento general. Hemos habituado su boca, coño y culo a recibir pollas con naturalidad. Ha aprendido a complacer a una mujer de las maneras más efectivas. Esclava – Dijo dirigiéndose a Mari Loli. – Ya basta. Posición de inspección.
Inmediatamente, la esclava se colocó con las rodillas separadas, la espalda erguida y mirando al frente. Colocó los brazos detrás de la cabeza. El culo estaba ligeramente posado sobre sus pies.
Con la fusta, Angélica comenzó a acariciar las tetas de la mujer, levantándolas ligeramente con ella.
– Es buen material, si se esfuerza llegará a ser vendida por una buena suma. Posición de ofrecimiento.
La cara de la esclava se inclinó inmediatamente hasta el suelo, con sus manos abrió completamente sus nalgas. La dómina sacó de golpe el plug anal que llevaba la esclava. Un enorme agujero negro quedó en el lugar donde hace no tanto tiempo había un estrecho orificio.
– Esta zorra nunca había probado el sexo anal. – Continuó la dominatrix. – Y ahora está preparada para recibir cualquier polla con gusto. Lo has hecho bien esclava, tienes permiso para masturbarte. Súbete a la mesa y dale unos buenos planos a esta reportera.
La mujer no se lo pensó, abandonó su postura para abrirse de patas encima de la mesa, mostrándo su sexo tanto a la cámara como a Sofía. Comenzó a masturbarse frenéticamente, introduciendo varios dedos en su coño y otros tantos en su culo. Sofía estaba paralizada, la escena la horrorizaba, sabía que no podía grabar eso, no era un material que se pudiese emitir por televisión, pero la situación estaba ejerciendo un poderoso magnetismo sobre ella. La sumisión de la mujer, la humillación a la que estaba siendo sometida, en cierta manera… la calentaba.
Poco tiempo tardó la esclava en correrse. En un par de minutos estaba gimiendo y retorciéndose de placer ante los tres observadores. Nada más acabar, limpió sus dedos con la boca y volvió a la posición de espera al lado de su entrenadora.
Sofía estaba con la boca entreabierta, asombrada de lo que acababa de ver.
– Creo… Creo que con esto tengo suficiente. – Dijo Sofía, levantándose a recoger la cámara.
– ¿Demasiado para ti, reportera? – Preguntó mistress Angélica.
Sofía no hizo caso al comentario.
– De acuerdo, si quiere podemos seguir con la visita. – Ofreció Marcelo. – Angélica, muchas gracias por tu tiempo.
De nuevo en el pasillo, Marcelo se interesó por Sofía.
– ¿Se encuentra bien? A lo mejor ha sido demasiado impactante…
– N-No… No es eso… No se preocupe, podemos continuar sin problemas.
Sofía estaba dando vueltas al hecho de que la situación anterior la hubiese excitado… ¿Había sido la mujer? ¿La humillación? ¿La sumisión?… Seguramente sólo hubiese sido el conjunto de sensaciones de estar en un lugar como aquel.
– ¿Entramos?
Cuando volvió de sus pensamientos, se dió cuenta de que Marcelo la esperaba al lado de una puerta abierta. Sin decir nada, Sofía asintió y entró tras él.
La nueva sala estaba llena de camillas. Muchas camillas, una al lado de otra, todas ocupadas por mujeres desnudas sobre ellas. Entre camilla y camilla, había una serie de pantallas y una mesita con instrumental. De las pantallas salían varios cables que se conectaban a los cuerpos de las chicas. Todas tenían los ojos tapados con unas abultadas gafas, también conectadas a las pantallas, y la boca amordazada y entubada. Estaban atadas a las camillas, aunque no parecía que ninguna hiciese intención de moverse.
Se acercó a la primera de las camillas para grabar con detalle lo que allí se encontraba. Entonces se fijó en que las chicas tenían un vibrador insertado en su coño y otro en su culo, y por lo que parece estaban conectados.
Una serie de enfermeras pululaban por la sala, revisando las pantallas. Todas iban en lencería y tacones…
– ¿Qué es esta sala? – Preguntó a Marcelo.
– Es nuestra sala de modificación del pensamiento. Es nuestro método más utilizado de control mental.
Sofía se acercó a una de las pantallas.
Nombre: Alicia Hernández
ID: 722
Talla de pecho original: 80B
Talla de pecho deseada: 100D
Especificaciones solicitadas:
    – Bimbo
    – Stripper
    – Adicta al semen
    – Sumisión
    – Predilección por los hombres maduros
Progreso de la conversión: 76 %
– A través de estos ordenadores podemos controlar las aptitudes que queremos insertar en su cabecita. Hay cientos y cientos de opciónes, el nivel de personalización es enorme… Gracias a un componente químico que inventamos, el XC-91, somos capaces de alterar con bastante rapidez la mente de nuestras capturas. A demás, para reforzar el proceso, a través de las gafas emitimos imagenes y videos que favorezcan a implantar las nuevas habilidades que queremos incorporar.
– ¿Usais… un componente químico?
– Sí, lo hemos desarrollado en estas mismas instalaciones, si quiere después de acabar con esta sala podremos pasarnos por los laboratorios. Estas muchachas que ves aquí controlando los monitores, son parte de la plantilla del laboratorio.
– P-Pero… Están…
– ¿Desnudas? ¡Claro que sí! Así es mucho más divertido para el resto. – Sentenció el hombre, con una sonrisa malévola en los labios. – Todas nuestras investigadoras son esclavas. Así trabajan mejor, nos cuestan menos dinero, y nos ahorramos tonterías como que un empleado se queje de nuestras prácticas por que sea inmoral o ilegal.
– ¡Pero es ilegal! – Sofía no pudo aguantarse. – Estáis lobotomizando a estas mujeres, convirtiéndolas en esclavas sin posibilidad de reaccionar… ¡Estáis destruyendo sus mentes!
– Mientras haya alguien que pague por ello, habrá gente que lo haga, ¿Por qué no nosotros?
Sofía se quedó boquiabierta ante esa afirmación.
– ¡Bienvenida al maravilloso mundo del capitalismo! – Finalizó Marcelo.
Sofía dió un último paseo alrededor de la sala, grabando a las chicas de las camillas y a las investigadoras. Todas tenían un cuerpo de impresión… Parecían más chicas Playboy que investigadoras… Sus pechos eran enormes, casi no cabían en los sujetadores que llevaban…
– Hay algo que quiero enseñarte… – Continuó Marcelo. – ¿Recuerdas a Francisco Gandiano?
– El… El chico de la ficha que ví antes… ¿Verdad?
– Correcto. Aquí lo tienes. – Dijo el hombre, señalando la tercera camilla.
– Pero… es… una mujer…
Sofía observó una mujer preciosa… Rubia, voluptuosa… Estaba siendo penetrada igual que los demás por el culo y el coño…
– ¿Cómo puede…? – Continuó Sofía.
– La magia de la ciencia. – La cortó Marcelo. – El químico XC-91 ataca a un nivel tan profundo las células del sujeto que es capaz de recodificar parte del ADN. En otras palabras, podemos transformar un hombre en una mujer completa, no habrá diferencia con cualquier otra mujer del mundo.
Lo que Sofía estaba viendo durante ese día la estaba superando… Nunca habría imaginado encontrarse algo así… Además, se lo mostraban con una naturalidad que la abrumaba.
Marcelo esperó pacientemente a que Sofía tomase el material suficiente para su reportaje. Cuando acabó, salieron de nuevo en dirección a los ascensores.
– Entonces, bajemos a los laboratorios. Le encantará conocer al señor Pérez.
Sofía miró al hombre con cara de circunstancias… No creía que le encantase conocer a nadie de aquel lugar.
El ascensor paró en medio de un vestibulo blanco y luminoso. Una mujer pelirroja, tan espectacular como las investigadoras de la sala de control mental, las recibió. Por lo menos ésta llevaba bata.
– Buenos días. – Saludó la joven. – El sr. Pérez les espera ya en los laboratorios, si me acompañan les llevaré él.
– Muy bien Rosa. Eres una buena chica.
La mujer cerró los ojos con una intensa y breve expresión de placer. Parece que el alago de Marcelo la había complacido de alguna manera.
– Si… Una buena… chica… – Añadió la tal Rosa.
Después de eso dió la vuelta y comenzó a andar a través del pasillo.
En las puertas del laboratorio, se encontraron al señor Pérez, un hombre de mediana edad, castaño, aunque con alguna cana sobre su cabeza, completamente afeitado y vestido con un traje gris a rayas. Tenía una expesión divertida en la cara.
– Vaya, ¿Vamos a salir en la tele? Si lo llego a saber me habría arreglado más. – Comentó, en tono de broma.
– Buenos días Iñaki, ¿Que tal te va? – Saludó Marcelo.
– Bastante bien, trabajar aquí es una satisfacción ¿Y a tí?
– Estupendo. Te presento a Sofía Di Salvo. Está haciendo un reportaje de investigación sobre nuestras labores. Me pareció interesante mostrarle tus instalaciones.
– ¡Por supuesto! Encantado, Sofía. Yo soy Iñaki Pérez. – Dijo, tendiéndole la mano.
Sofía le tendió la mano. El hombre era simpático, pero se resistía a decir que estaba “Encantada”.
– Esta chica… Rosa – Comenzó Sofía. – ¿También habéis… modificado su mente?
– Por supuesto. – Comentó Iñaki, convencido. – Todas las mujeres que te vas a encontrar aquí son esclavas. Pero son algo distintas a otras que hayas podido ver. Para esta sección de la coorporación, primero buscamos a pequeñas genios que puedan trabajar realmente aquí. Luego, a través de los procesos que ya has visto y del componente XC-91, las convertimos en las trabajadoras perfectas, no se quejan, no se cansan, no cobran, tienen una concentración del 100%…
– Y os las podéis follar. – Cortó secamente Sofía.
– Correcto, nos las podemos follar nosotros y quien nosotros queramos. Eventualmente, a alguna la prostituímos, hay gente muy interesada en tirarse a una mujer de éxito, y fuera de estos muros, éstas lo son. Si en cualquier momento quiero usar a alguna, no tengo más que decirlo y obedecerá ciegamente. Es más, después de su horario laboral tienen lo que ellas llaman “guardias” que no es otra cosa que ser usadas como las perras que son. A veces vienen chicas nuevas… Hasta el momento en el que son preparadas, el comportamiento en el laboratorio es algo “normal”…
Sofía no perdía detalle de las declaraciones del sr. Pérez.
– Bueno, basta de charla y vamos a ver lo que interesa. – Dijo Marcelo.
Atravesaron las puertas del laboratorio.
– ¡Hola Sr. Pérez! – Saludaron todas las empleadas a la vez. Una sonrisa de satisfacción apareció en la cara de éste.
– Las tiene bien educadas, ¿Verdad? – Comentó Sofía, que no se molestó en ocultar el desprecio de su voz.
– Ja ja ja, la verdad es que sí, me gusta mucho que muestren educación y respeto.
Todas las mujeres del laboratorio eran espectaculares… Al igual que Rosa, éstas, por lo menos, estaban cubiertas con una bata.
– ¿Cómo eligen a las mujeres? Habéis dicho que son mujeres cualificadas, pero… más bien parecen putas… Dudo que en las universidades estén tan llenas de estudiantes brillantes que sean tan… voluptuosas.
– Depende de varias cosas, intentamos elegir por un lado a las más brillantes y por otro a las más espectaculares. Creo que ya ha visto el efecto del XC-91. – Comentó orgulloso, vanagloriándose de su descubrimiento. – Con él, podemos moldear el cuerpo y la mente de las capturas. Buscamos que tengan una buena base de conocimientos para que el trabajo sea menor, pero realmente eso no es necesario. Y el cuerpo… Ya lo has visto, podemos modificarlo a nuestro antojo.
Acercándose a una de las chicas, metió la mano por debajo de la bata, acariciándole el culo. La chica en vez de quejarse, se rió y se inclinó, facilitándo el acceso al hombre.
– ¿Ve? Completamente dispuesta. – La cara de la chica era puro placer, la boca entreabierta, los ojos cerrados… Movía el culo para aumentar las caricias que le proporcionaba el hombre. – ¿Le gustaría ver a nuestras últimas incorporaciones? Le puedo enseñar el antes y el después.
Sofía asintió, ya estaba harta de ver la falta de escrúpulos de esta gente, pero sería un material muy bueno para su reportaje.
Siguió al sr. Pérez por la sala, hasta una habitación que se encontraba al fondo.
Lo que vió en ella, no dejó de sorprenderla aún después de lo que había visto durante el día. Una serie de mujeres, con collares de perro y correas que las sujetaban a la pared, se encontraban desnudas, masturbándose con enormes consoladores… Unas se follaban el coño, otras el culo. Otras se limitaban a chuparlo como si estuviesen ante su amante. En el centro de la sala se encontraba un sillón con agarres y monitores como los de la anterior sala.
– Aquí realizamos la conversión de las chicas, no nos hace falta tener tantos sillones como en la anterior sala, puesto que aquí normalmente vamos de una en una. Pero no nos quedemos aquí, vamos a ver a las nuevas. Siempre me encapricho de ellas… Es lo que tiene la novedad…
Siguieron al hombre a la siguiente sala, la que parecía que era su despacho. Allí, atadas a los lados de la mesa se encontraban dos jóvenes, una morena y una rubia. Estaban echadas en el suelo como si fuesen dos perras, durmiendo. En cuanto entraron en la sala, las dos se incorporaron y se pusieron de rodillas.
– Buenos días, perras. – Saludo el sr. Pérez.
– ¡Buenos días sr Pérez! – Contestaron al unísono.
– Estas son Mónica – Dijo, señalando a la rubia. – E Isabel. Isabel fué la primera de su promoción, estaba deseando entrar a trabajar a nuestra gran filial farmacéutica, Xella Pharma, por que es uno de los laboratorios más punteros, así que después de hacer las pruebas, consiguió el acceso. Mónica fue distinto. No era una estudiante brillante ni mucho menos, pero era un pequeño bombón, así que  le proporcionamos una de nuestras “becas personales” y accedió a nuestro programa también.
Iñaki Pérez se sentó en su sillón mientras hablaba y, sin ningún tipo de pudor, se sacó la polla ante todos. Sin perder ni un segundo, las dos chicas se abalanzaron sobre ella y comenzaron a lamerla de arriba a abajo, compenetrándose, repartiendose por turnos los huevos y el falo, entreteniéndose en el glande… El hombre continuó como si nada.
– Una vez comenzaron a trabajar aquí, era cuestión de días que se “adaptasen” al ritmo de trabajo. Ya ha visto antes como funciona nuestro XC-91. – Volvió a decir, con una sonrisa en los labios. Sofía no sabía si esta vez era por orgullo, o por la soberbia mamada que le estaban proporcionando las esclavas. – Pero bueno, qué descortés soy, tengo invitados. Isabel, por favor, atiende a la señorita.
La morena abandonó el rabo del hombre y se acercó gateando a Sofía. Ésta se quedó paralizada, era una situación que no había esperado. La esclava comenzó a lamerle los zapatos, como anteriormente había visto hacerlo a la esclava de Mistress Angélica. Mientras eso sucedía, Marcelo se acercó por detrás a Mónica y, liberando su polla completamente erecta, se la insertó de un empellón en el culo. La esclava no protestó, al contrario, comenzó a mover sus caderas para acompañan las embestidas del hombre mientras acompasaba el movimiento con la mamada que le estaba realizando al señor Pérez.
¿Qué estaba pasando? Querían montar una orgía con las dos esclavas… ¡Y con ella! Estaba paralizada, la situación actual y todo lo que había vivido durante aquel día la estaba superando. Ella nunca había vivido algo así… no era una mojigata en el tema del sexo, pero jamás había estado con una mujer, y mucho menos había hecho algo con varias personas a la vez…
Isabel continuaba con su tarea, había pasado hace un ratito de lamer los zapatos a los piés, y ahora estaba comenzando a subir por las piernas.
Mónica, por su parte, estaba montando al señor Pérez, que se había tendido en la mesa, mientras seguía siendo sodomizada por Marcelo. La chica gemía de placer, su cara denotaba que no estaba fingiendo. ¿Realmente disfrutaban tanto? ¿O sería por el XC-91? ¿Cómo serían estas chicas antes de ser convertidas? ¿Habrían accedido en algún momento a hacer algo así por su propia voluntad? Sofía estaba convencida de la respuesta, pero… Lo estaban haciendo de manera tan natural… ¿Tan poderoso era el control que ejercían sobre ellas?
Mientras Isabel ascendía por sus piernas, Sofía se dió cuenta de que todavía estaba grabando. El objetivo de la cámara estaba enfocando a la morena que la recorría desde abajo. La chica comenzó a meter las manos por debajo de la falda de Sofía… ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué la dejaba? PLAF PLAF PLAF Sonaban las embestidas del trío que tenía al lado.
– ¡BASTA! – Estalló de pronto Sofía.
TOdos se pararon de golpe. Isabel dejó de lamer y quedó de rodillas ante ella. Los componentes del trío se pararon y la miraron.
– No quiero seguir con esto. – Continuó la mujer. – No me gusta, una cosa es hacer un reportaje y otra esto… ¿Una orgía? No… No quiero.
– Está bien, no te preocupes… A lo mejor nos hemos excedido. – Comentó Marcelo. Ambos hombres se separaron de Mónica, que quedó con cara de decepción, al igual que estaba Isabel.
– ¿Has visto lo que ha pasado? – Preguntó el sr. Pérez a Isabel
– Si amo, no he sabido complacerla amo.
– Exacto, y ¿Qué ocurre cuando no sabes hacer tu trabajo?
– Soy castigada amo.
– Correcto. – Iñaki sacó de un cajón de la mesa una fusta y, dándosela a Mónica, siguió hablando. – Ya sabes lo que hacer, con 30 tendrá bastante.
Isabel se puso al borde de la mesa, inclinándose para exponer su culo. Mónica se situó detrás.
– ¿Q-Qué? ¿Qué estáis haciendo? ¡No la castiguéis! Ella no ha hecho nada malo… – Protestó Sofía.
– Déjanos encargarnos de nuestras perras como veamos. – Cortó de manera bastante seca Iñaki. – Tú no tienes más que grabar con la cámara. Adelante Mónica, puedes empezar.
ZAS
– UNO. – Contó Isabel
ZAS
– DOS.
ZAS
– TRES.
Sofía no dejaba de grabar. La chica no mostraba ningún tipo de gesto de dolor, pero a la vista estaba que Mónica no se cortaba con los golpes. El culo de Isabel comenzaba a estar surcado de lineas rojas.
ZAS
– QUINCE.
ZAS
– DIECISEIS.
– ¿Has visto? – Comentó Iñaki. – Hago que se castiguen entre ellas. Es una muestra más de sometimiento, saben que un error merece un castigo y lo aceptan y lo aplican sin rechistar.
Sofía estaba horrorizada, quería que acabase el día y salir de aquél lugar.
ZAS
– TREINTA. – Acabó Isabel.
– Muy bien, perras. – Las felicitó Iñaki. – Mónica, llévala a la sala de curas y aplícale un ungüento.
– ¿Un ungüento?. – Preguntó Sofía.
– Claro, las castigo cuando lo merecen, pero no quiero que estén dañadas, una vez acabo con ellas, les aplicó curas para que no sufran y se recuperen rápido.
Sofía no habría imaginado eso.
– Marcelo… Creo… Creo que ya tengo bastante… Si no le importa me gustaría acabar el reportaje ya.
– ¿Ya? Si todavía no hemos visto las mazmorras.
– L-Lo sé… Pero creo que tengo material suficiente.
– Si quiere podemos ir a mi despacho para que me pueda hacer las últimas preguntas que le puedan quedar para cerrar el reportaje.
– Sí… Me parece buena idea, muchas gracias.
Y allí dejaron a Iñaki, junto con Isabel y Mónica mientras ellos se dirigían al despacho de Marcelo. Mientras avanzaban por los pasillos, Sofía respiraba aliviada, aquél día iba a acabar y no tendría que volver a pensar en ese horrible sitio nunca más…
Marcelo abrió la puerta de su despacho.
– Tu primero por favor.
– Muchas gracias. – “¿Cómo podía una persona tan educada trabajar en un lugar así?” Se preguntaba Sofía.
Cruzó la puerta del despacho, pero no pudo ver nada. Un fuerte golpe en su cabeza nubló sus sentidos. Lo último que recordaba, era cómo protegía la cámara con su cuerpo mientras caía al suelo, después, todo oscuridad.
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Relato erótico: “El viejo le rompió la cola a mi esposa” (POR MOSTRATE)

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Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.

Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.

El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.

La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.

Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.

Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.

Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.

La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.

Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.

La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.

Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.

– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.

La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.

La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.

En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.

Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.

Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.

Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.

Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.

Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.

Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.

La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.

Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.

En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.

-¿Que fue eso del beso?, me preguntó

-Nada, tuve ganas de besarte, le conteste

-Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo

-Nadie nos vio, le respondí.

Ella no dijo nada, solo río.

Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.

La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.

Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.

Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.

-¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.

-En un rato, le conteste.

Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.

-¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.

-No, para nada, respondí.

Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.

Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.

-¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.

-Claro, respondí. Era el.

-Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo

-En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.

-Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.

-Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.

-¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.

-En ventas ¿y Ud.?

-Yo estoy en el directorio.

-Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.

-Para nada, le dije mientras sonreía.

-Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.

-¿Es su novia?

-No, mi esposa.

-Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista

donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.

-Y si, reí nerviosamente.

Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.

-Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.

-Si, le conteste un poco inquieto

-Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.

-¿Que cosa?, lo mire.

-El vestido, ¿que pensaba?, río.

-Nada, nada, respondí aún mas tenso.

-¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?

No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.

-¿Sabe si su esposa tiene bombacha?

-¿Como?, pregunté con cara de disgusto.

-Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.

-Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.

Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.

-La verdad no lo se, le respondí

-Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.

-Tal vez, dijo

Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción

-Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.

Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.

Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.

Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.

Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.

-¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.

-Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.

Se río y me dio un beso.

-¿Y que viste?

-Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.

-¿Te diste cuenta?, río

-Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.

-¿Nada de nada?, le pregunte.

-Nada de nada, me contesto sonriendo.

-¿Te molesta?, continuó.

-No, para nada, dije.

Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.

Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien

-Voy al baño, ya vengo, dije.

Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.

Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:

-Ud. tenía razón.

El solo me miro, yo seguí camino al baño.

Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.

-¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.

Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.

-Si, respondí.

-Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.

-¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.

-Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.

-Ah, mire Ud.

-Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?

Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.

-Bailar digo

-Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.

-¿Ud. no tendría problemas verdad?

-No, fue lo único que salio de mi boca.

-OK, después lo veo.

Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.

-Como tardaste, me dijo Marce.

-Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.

-Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.

-No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.

Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.

Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.

-¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.

-La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.

-Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.

-Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.

-Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.

-Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?

-Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.

-¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.

-Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.

Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.

Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.

No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.

Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.

Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.

Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.

-Vi que la pasaste bien, le dije.

-Si, Marcos es muy simpático, me respondió.

-Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.

-Y también lo tenes loco, dije sonriendo.

-Si, me lo dio a entender, río

-¿Si?, ¿Como?

-En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.

-Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.

-Te prometí que me iba a portar bien no.

-Yo cumplo mis promesas, sonrió.

-¿Te calentó el viejo?, quise saber.

-Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.

Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.

-Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.

La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.

El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.

Luego me miro, se incorporó y se acercó.

-Le pido disculpas, me dijo.

-¿Por que?, le pregunte.

-Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.

-Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.

-No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.

-Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.

-Me alegro que no le moleste.

-¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.

-¿Que cosa?

-Mostrarme esa colita.

-Ya se la mostró en la pista, le dije.

-No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.

Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.

No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.

-¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.

No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.

-Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.

No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.

Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.

-No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.

-Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.

-¿Te sentís mejor?, me preguntó.

-La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.

-¿Si?, que lástima, me dijo.

-Bueno vamos, no hay problema, continuó.

-Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.

-¿Te parece?, no te veo bien, dijo.

-Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.

-OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.

-Yo le voy a avisar al viejo, dije.

Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.

-Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.

-Por supuesto, me contesto con una sonrisa.

-Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.

Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.

-Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.

-Gracias, respondió el.

-Me alegro que le guste, continuó.

-El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.

-Gracias, respondió ella con una sonrisa.

-¿Uds. viven lejos?

-No, acá a unas 10 cuadras, conteste.

-Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.

-Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.

-No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.

-Si a su esposa no le molesta me encantaría.

-No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.

Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.

Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.

-Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.

-Es lindo dije.

-¿Le parece estimulante?, preguntó el.

-Mucho, respondió ella.

-¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.

-Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.

El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.

Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.

-¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.

-¿Que cosa?

-Que me trajo para que ella me muestre el culo.

-Para nada, respondí inquieto.

-¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.

-Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.

-Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.

Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.

-Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.

Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.

-Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.

El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.

En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.

-Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.

-¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.

-Al café, que creía, dijo riendo.

-Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.

-¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.

-¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.

-Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.

-¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.

-¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.

-Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.

Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:

-Le pido por favor que no se enoje, dijo.

-Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.

Ella me miro y sonrió nerviosamente.

-A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.

El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.

Por unos segundos todo quedo en silencio.

-No se, me toma por sorpresa, dijo ella.

-Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.

Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.

-Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.

Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.

Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.

-¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.

-Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.

-Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.

-Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.

Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.

-Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.

Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.

Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.

-Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.

Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.

El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.

-Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.

-Gracias, apenas se la escucho a ella.

-Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.

-Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.

-Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.

-Dese vuelta por favor, le pidió.

Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.

Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.

-Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.

Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:

-Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.

-Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.

Con Marce nos miramos con asombro.

-No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.

-Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.

Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.

El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.

-Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.

Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.

Saco los dedos y le dio una palmadita.

-Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.

Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.

-Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.

Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.

Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.

-Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.

-¿No Sra. Pietro?, preguntó.

-Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.

Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.

-Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.

-Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.

Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.

Por suerte el se detuvo:

-Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.

Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.

-Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.

-Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.

Solo le asentí con la cabeza.

-Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.

-No, respondí apenas audible.

-Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.

-Es toda suya, le dije.

-Le agradezco mucho, contesto.

-Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.

-No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.

-Le agradezco nuevamente, dijo.

-Me indica donde esta su dormitorio, pidió.

Lo acompañé a nuestro cuarto.

-Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.

Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.

-Hola, me dijo

-Hola, ¿esta bien?, le pregunte

-Si, respondió

-Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.

-¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.

-Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.

-¿Hice mal?

Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.

Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.

-Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.

-Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.

Ella solo lo miro con deseo.

-Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.

Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.

Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.

Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.

-Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.

-Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.

Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.

Me levante para ir a lavarme.

-¿Adonde va?, me preguntó Marcos.

-A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo

-Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo

Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.

-Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.

Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.

-Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.

-Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.

Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.

-Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.

Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.

-Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.

Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.

Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.

No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.

-Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.

-Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.

Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.

-Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.

-¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.

-Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.

Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.

Ella quedo tendida sobre Marcos.

-¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.

-Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.

-Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.

-¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.

Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.

-Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.

-Gracias Marcos, le dije.

-¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.

-Bastante, le conteste con una sonrisa.

-Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?

-Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.

-Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.

En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.

-Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.

Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.

-Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.

-Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.

-Me parece que tenés para rato, continúe.

-¿Vos no venís?, me preguntó.

-No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.

-Gracias, te quiero, me dijo.

Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.

Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.

Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.

El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.

-Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.

-No, respondí.

-Hola amor, me saludo ella entre suspiros.

-Hola, dije.

Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.

-¿No durmieron?, pregunte inocentemente.

-No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.

-Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.

Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.

-Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.

Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.

-Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.

-Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.

-Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.

-Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.

-Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.

-¿Que cosa?, pregunte.

-Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.

Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.

El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.

-Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.

Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.

Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.

Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.

La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.

-Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.

Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.

-Hola, todo bien, dije.

-¿Donde esta el viejo?, pregunté.

-Esta duchándose, respondió.

-Te ves cansada.

-Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.

-Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.

-Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.

-Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.

El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.

-Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo

-Por favor, faltaba mas, respondí.

-Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.

-Bien, muy bien dijo ella riendo.

-Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.

Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.

-¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?

-Muy agradable, respondí.

-Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.

-Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.

-Estoy entrenado, río.

-Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.

-Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.

-Ya me di cuenta, dije riendo.

-¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?

-Mucho, respondió mirándolo pícaramente.

-Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?

-Cuando quiera, respondí

-Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?

-Claro dijo ella, nos encantaría.

-Anote la dirección, le pidió.

Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.

-Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.

Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.

-Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.

Estaba casi con una erección completa.

-Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.

La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.

-¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.

Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.

-Ahí viene, dijo entre jadeos.

Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.

Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.

-Los espero el sábado, nos dijo.

La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:

-Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:

jorge282828@hotmail.com

 

Relato erótico: “El legado (2) EL INCESTO ” (POR JANIS)

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El incesto.
  ¿Qué puedo decir? Estoy alucinado con el cacharro que ha crecido entre mis piernas, en unos pocos días. Nada tiene lógica alguna. Casi parece una manguera desde mi perspectiva. Grueso y morcillón, con el prepucio retirado sin necesidad de circuncisión, como si a esa tremenda polla le faltara piel para cubrirla por completo. Incluso en reposo, se notan algunas venas azulonas recorriendo el tronco. De verdad, es una pasada, y, lo bueno, es que ha dejado de dolerme o de picarme.
  Me devané los sesos los primeros días, tratando de hallar una explicación, o quizás una solución. No estoy muy seguro de que sea una bendición precisamente. Si me asusta a mí, ¿qué pensará cualquier mujer cuando la vea? No quiero ser un monstruo de feria. He buscado en la red información fidedigna sobre otros casos parecidos, pero, la verdad, solo he encontrado paparruchas. Rumores, un par de “records guinness”, y algunos actores porno, famosos por sus dimensiones, como Nacho Vidal, o el mítico John Holmes, con un tamaño parecido al mío. Sin embargo, aún existen dimensiones más extremas, como la de Frank Sinatra, con47 cm., o Liam Neeson, con41 cm.
  ¿En qué la metían esos dos? ¡Porque en un coño no cabía!
Bueno, por lo menos, me da ánimos. Los hay peores, suponiendo que haya dejado de crecer. Como también es lógico, he empezado a experimentar con ella. No os imagináis la cantidad de problemas que da un tamaño extra grande; no solo eso, sino que mi pene no baja de 18 o20 centímetrosen estado de reposo, conservando casi su mismo grosor que si estuviera erecto. Es como tener un pedazo de tubería en los pantalones.
  Lo primero, la ropa interior. Gracias a que uso amplios boxers últimamente, dada mi corpulencia, pero he tirado todos los slips que tenía en reserva, así como algunos de esos calzoncillos ceñidos, y he tenido que renovar mi provisión de gayumbos. Al mismo tiempo, he vuelto a aprender a colocarla en los pantalones, como un niño. No me es posible llevarla a un lado, como antes, porque se me sale del boxer, o se marca demasiado en el pantalón, por muy ancho que sea. Así que he lidiado con ella hasta encontrar una nueva posición cómoda: por la pernera abajo. Era lo más lógico, porque eso de que pasara “por el arco de triunfo” para recolocarla entre mis nalgas, como que no. Me da algo de cosa sentirla cerca de mi culito.
  Sin embargo, la posición de la pernera no es nada cómoda para sacarla a la bulla. Cuesta bastante trabajo sacarla por la bragueta. Así que tengo que orinar con los pantalones bajados hasta las rodillas. No pasa nada si lo haces en casa, a solas, pero en unos urinarios públicos canta un montón. Por eso, lo hago como las chicas, sentado, siempre y cuando, la manguera este floja, esa es otra. Ya he probado a doblarla al despertarme bien trempado. No hay forma. No puedo bajarle la cabeza. De hecho, al levantarme, tengo que orinar en la bañera, salpicando los azulejos de la pared, y pasar después el teléfono de la ducha para enjuagar.
  Otro inconveniente podría ser la talla de los pantalones, aunque, en mi caso, al usar pantalones amplios, no es preciso. Poco a poco, he ido descubriendo los distintos peligros para mi nuevo aparato. Debo acordarme de recolocarla cuando me subo al tractor. Las palancas de un tractor son peligrosas, os lo digo yo… También coger pesos es conflictivo. Antes tomaba, sin pensarlo, garrafas de25 litrosy las movía ayudándole del impulso de un muslo. Después de pillármela un par de veces, he aprendido a meditarlo antes. Aguantar un saco de abono de 50 kilos sobre las piernas, puede resultar un poco agobiante si te has pillado el capullo, creedme.
  Menos mal que no monto a caballo. Podría seguir con los distintos casos a los que me enfrento cotidianamente, pero no quiero aburrir a nadie. Solo decir que, a medida que experimento, encuentro soluciones que me van cambiando mi manera de vivir hasta el momento.
  Una polla así, te cambia la vida. Nunca mejor dicho.
  Pero, lo peor, es que parece tener gustos propios. Si, no estoy loco. Actúa según unos nuevos impulsos que yo no he experimentado jamás. Por ejemplo, reacciona cuando una chica se acerca demasiado a mí, sin importarle el aspecto físico, ni su estado civil, ni su edad. Coño, hasta con mi madre lo hace. Debo tener cuidado de no acercarme demasiado a cualquier mujer porque puede dispararse sola. También reacciona a según que olores, que anteriormente no significaban nada para mí, como el aroma del café fuerte, o el de las uvas fermentadas, por ejemplo.
  Me da miedo pensar qué pasará con otras cosas mucho más degeneradas, pero, por el momento, esto ya es suficiente.
  Bueno, me falta hablaros de lo más importante, quizás. Seguro que todos lo habéis pensado ya, ¿verdad?
  ¿Cómo funcionará bajo mi mano?
La primera paja de prueba me la hice la misma noche en que el dolor desapareció. Llevaba todo el día con el órgano aprisionado y cuando lo solté, sin sentir dolor, ni ese maldito ardor, fue una liberación. Estaba en el desván, solo y desnudo sobre la cama. Me había pasado todo el día dándole vueltas al asunto. Estaba ansioso por explorar y comprobar. Creo que es natural, ¿no?
  Le dí cuarenta vueltas. La sopesé, la empuñé, la tironeé, la pellizqué, y no se cuantas “é” más. Es una pasada, os juro que tiene una textura diferente al resto de mi cuerpo. Su piel es más suave y tersa, pero, a la misma vez, más dura que en otros lugares de mi cuerpo. Puedo asegurar que la he golpeado contra superficies duras, y suena como una fuerte palmada, pero no me duele, más bien lo contrario.
  No, que va, no soy masoca, es que es así. ¿A qué es raro?
El caso es que, con la manipulación, se me puso enseguida extrema y dura, jeje. Parecía el mástil de la bandera, joder. Yo estaba sentado en la cama, espatarrado, con aquella cosa surgiendo entre mis piernas dobladas, y con mis dos manos aferradas. Tenía que darle caña; era más fuerte que yo. Así que me levanté, me metí en la bañera, de pie, y tomé el bote de gel de la ducha. Me eché un buen chorro en una mano y repasé la polla, de cabo a rabo. Respondía muy bien. Mis manos resbalaban perfectamente con el jabón. Subían hasta estrujar delicadamente el glande, para bajar, al unísono, friccionando todo el talle. Sobaba los gruesos testículos, bien cargados de semen. Descubrí que el glande era mucho más sensible que antes, no sé a qué es debido. También lo es mi escroto y la base del miembro, donde da paso a los huevos. El caso es que no hizo falta mucho para que me corriera, descargando un largo y potente chorreón de semen, como jamás he visto. Pero mi polla no se bajó, nada de eso. Aún no estaba satisfecha, quería más. Me tuve que hacer otras dos pajas seguidas para que bajara la cabeza, vencida.
  ¡Dios, casi me salen agujetas en los brazos!
Debo tener cuidado para no excitarme demasiado porque, entonces, hay que satisfacerla, y no se rinde. No sé, creo que me estoy convirtiendo en un obseso sexual, lo cual no es nada bueno con mi aspecto. ¡A ver donde pillo cacho si me pongo burro! Ya he dicho que esto es una maldición…
  Han pasado unos cuantos días. Hago todo lo que puedo para acostumbrarme a la situación. Tengo cuidado al pasar al lado de mi madre y que nadie se de cuenta de nada. De repente, Pamela entra por la puerta, soltando la maleta y abrazando a padre por sorpresa. Viene de Madrid y no la esperábamos. Está guapísima, con un fino suéter negro y una falda a medio muslo, amarillo pistacho.
  Me besa en la coronilla, por la espalda, porque me pilla sentado a la mesa. Siento un suave tirón en la ingle. Dios, ella también. Saluda a Saúl con un beso en la mejilla y un golpe en el brazo, y, finalmente, se echa en los brazos de madre.
―           ¿Qué haces aquí? – le pregunta madre.
―           Hay una protesta de sindicatos, o no se que historia. No tengo que trabajar hasta el lunes, así que me he venido, que os echaba mucho de menos – sonríe Pamela, atrapando en brazos al inquieto Gaby.
―           Bien. Deja tu maleta en tu cuarto y lávate las manos.
―           Te llevo la maleta, Pam – le digo, levantándome.
―           Gracias, Sergi – me lanza un beso, tomando el pasillo.
  Dejo la maleta sobre su cama. Su habitación es un barullo de figuritas, peluches, pósteres clavados, y cojines de colores. Hacía ya mucho tiempo que no entraba allí. La escucho cerrar el grifo del lavabo cercano.
―           Deberías cortarte el pelo. Lo tienes muy largo – me dice al entrar.
―           ¿Me lo cortarás mañana?
―           Claro que sí, hermanito – me echa los brazos al cuello para que le de una vuelta en el aire.
  Es liviana como una muñeca en mis brazos. Tengo un flash sobre el sueño de la otra noche. Joder. Un nuevo tirón en los bajos. Quieta, ahora no. No me puedo quitar de la cabeza sus ojos mirándome mientras me la chupaba. Esos ojos marrones y verdes.
―           Vamos a comer – digo para salir del apuro.
―           Oye, hermanito, ¿qué le has dado a Maby?
―           ¿Yo? ¿Por qué? – me giro de nuevo hacia ella.
―           Me ha dicho que estuvisteis hablando, cuando estuvo aquí.
―           Si, en el bosquecillo. Estaba talando y se acercó.
―           Pues me ha comentado que le caíste muy bien y me ha hecho un montón de preguntas sobre ti – me sopla muy tenue, a la par que me golpea el hombro.
―           ¿Y eso por qué? – hay que ser tonto para preguntar eso, pero no es que tenga mucha experiencia.
―           Bueno, puedes preguntárselo tú mismo. Llega mañana. Estará aquí hasta que nos vayamos las dos para Madrid.
¡Joder! La cosa se complica. Yo no tengo nada controlada la pieza de artillería…
  Durante el almuerzo, miro disimuladamente a mi hermana, y me doy cuenta de que ella hace lo mismo. Sonríe como si supiera algo que yo no sé, y eso me mosquea. Al terminar, madre y ella se ponen a fregar los platos y a charlar de chismes de modelos. Aprovecho para quitarme de en medio. Tengo ganas de pasear y reflexionar. Tomo el sendero que sube las lomas de los bosquecillos plantados hasta donde están dos de las cinco colmenas que tenemos.
  Sopeso lo que puede ocurrir. Sé que puedo controlarme con mi madre y mi hermana. Pero con Maby no estoy seguro, y más si manifiesta interés por mí. Ya he asumido que ese príapo tiene algo que ver con Rasputín. Aún no comprendo cómo, pero es muy parecido al suyo, al que estaba metido en formol. No sé si es una reencarnación, una posesión, una evocación, o un puto milagro… pero sé que no es natural y que no tengo ni idea de cómo manejarlo.
  ¿Me obligará a hacer cosas que no yo no quiero? No sé, como violar a Maby, o correr detrás de las viejas… Brrrr, que escalofrío me ha dado. Corona la loma. Desde allí puedo ver la autovía a lo lejos. Más cerca, se encuentra la laguna Abel, con el destartalado edificio de la vieja comuna en una de sus orillas. ¿Cuántos chiflados quedarán aún ahí? Padre dice que ha visto pocos.
  Nuestras tierras lindan, por el norte, con una comuna de nuevos hippies chiflados. La comuna está desde antes de nacer Saúl. Sus terrenos contienen la laguna que el viejo Abel creó para criar patos y otros bichos. Los hippies cercaron todo y plantaron altos setos que no permiten distinguir nada, ya que ellos van gran parte del año, desnudos por ahí. Disponen de huerto y animales de granja, e incluso disponen de un pequeño molino. Cuecen su propio pan y pisan su propio vino. Son casi independientes, pero quedan muy pocos.
  Según padre, se han ido marchando al hacerse mayores. Sus hijos crecieron y necesitaban nuevos horizontes. En un principio, los niños de la comuna no acudían al colegio y eran educados por todos, pero, al crecer, unos elegían ir a la universidad, y otros buscaban trabajos o aprendizajes que no estaban en la zona. Así que la comuna empezó a declinar.
  Cuando más niño, entré un par de veces a bañarme en la laguna. Saúl me enseñó por donde colarme. Nunca me pillaron, pero espiar su desnudez no me pareció correcto, así que no volví más. Ha cambiado el aire. Miro el cielo. Grandes nubes oscuras se acercan por aquella parte, amenazando lluvia. Decido regresar.
 

La tarde se ha convertido en diluvio. Casi parece que es noche cuando aún no han dado las cinco. Contempló la lluvia desde una de las ventanas del desván. Me gusta la lluvia. Lava la tierra, alimenta el suelo, borra las heridas, y nada la puede detener. Resuena en mi lector Highter Place, de Journey.

  Me gusta el rock, se adecua bien a mi estado de ánimo.
Unos tímidos golpes a la puerta del desván. Es Pamela.
―           ¿Puedo? – pregunta, asomando solo que la cabeza rojiza.
―           Claro, tonta.
  Se sienta detrás de mí, en un viejo sofá reventado por mi peso.
―           ¿Te aburres? – me pregunta.
―           Me gusta ver la lluvia. Me hace divagar.
―           ¿Sobre qué?
―           A veces no tengo ni idea.
Se ríe de una forma franca y sincera.
―           A veces creo que eres un místico – susurra.
―           ¿Un qué?
―           Un brujo, un erudito de filosofías prohibidas y arcanas.
―           ¡No jodas!
―           Es cierto. Te miro y no aparentas tu edad. No te veo como a un crío.
―           No soy un crío. Tengo diecisiete años.
―           Lo sé – suspira ella. – Eres todo un hombre. Siempre lo fuiste para mí, desde que empezaste a crecer hasta dejar atrás a Saúl. Eres quien mantiene unida esta granja, Sergio…
  Dejo la ventana y me siento a su lado. El sofá protesta. La miro a los ojos.
―           ¿A qué te refieres, Pamela?
―           Trabajas por dos o tres jornaleros. Haces de todo en la granja, desde talar, cosechar, cuidar de los animales, y hasta recolectar la miel. Sin ti, papá no podría mantener esto.
―           Bueno, tengo que ayudar, ¿no? Ellos nos han criado.
―           Pero, no te quejas nunca – se abraza a mi brazo derecho y recuesta la mejilla. Su mano sube y me acaricia la mejilla y ensortija un mechón de mi pelo. – Dejaste la escuela para trabajar más. Ni siquiera tienes amigos…
―           Pam… — juro que trato de advertirla.
―           Eres tan retraído, tan misterioso… Veo más allá de este masivo cuerpo tuyo. Sé como eres en tu interior – sus ojos me hechizaban mientras que sus dedos no cesaban de mesarme el pelo. – Eres un espíritu puro, Sergio. De los que ya no quedan en el mundo…
 Me pongo en pie con un suspiro.
―           ¿A qué viene esta llantera? – pregunto, burlón, mirándola desde arriba.
Ella baja los ojos y se encoge de hombros. Recoge las piernas bajo sus nalgas y estira la corta falda amarillo pistacho. De repente, sucede. Es como si sintiera sus emociones, como si me traspasasen lentamente cada uno de sus sentimientos, compartiéndolos conmigo. Tristeza, decepción, un poco de ira, celos, envidia… Pamela está mal y no tiene a nadie con quien desahogarse. Ha venido a mí por eso, porque piensa que soy el más sensible de toda su familia. ¿Sensible? Tengo que girarme de nuevo hacia la ventana y contemplar el agua del cielo para impedir que la cosa de mis pantalones rompa su prisión de tela.
―           Puedes contármelo, Pam. ¿Quién te ha hecho daño? – pregunto, sin mirarla. Puedo notar como se sobresalta.
―           ¿Tan evidente es?
―           Para mí si – contesto y, esta vez, la miro. — ¿Qué ha pasado?
―           Hace seis meses, conocí a un chico – suspira al empezar, mirando hacia la ventana más alejada.
―           ¿Eric?
  Gira la cabeza y me mira, intrigada. Al final, asiente. Sigue con su historia.
―           Sus padres son alemanes pero afincados en los Pirineos. Nos llevábamos bien. Habíamos coincidido en varios desfiles. Cuando quiso ir más lejos, le dije lo que yo buscaba. No quería un rollete aquí y allá. Buscaba una relación estable y duradera; una relación que me aportara seguridad y beneficio.
―           ¿Tan insegura te sientes?
Vuelve a encogerse de hombros. Está a punto de llorar. Me tumbo en la cama, de bruces, aprisionando la polla bajo mi cuerpo. Eso si que me da seguridad…
―           Sigue, Pam…
―           Eric me comprendió y me respetó. Se marchó como un amigo. Me decepcioné un tanto. La verdad es que me gustaba, pero me mantuve firme. Él tenía cierta fama de ligón entre las chicas de la pasarela.
―           ¿Muy guapo?
―           Si, lo es, el cabrón.
El golpeteo del agua sobre el tejado me calma. La cosa va mejor. Estoy controlando. Me intereso más por la historia de mi hermana.
―           A la semana siguiente, empecé a recibir, cada mañana, una rosa y una tarjeta, en la que aparecía pintados unos labios. No había remitente, ni más nada. Una rosa cada mañana, en casa o en el trabajo. Cuando llegó la que completaba la docena, la tarjeta decía que esperaba que viera que no le importaba esperar para conseguir un beso mío. La firmaba Eric.
―           Buena estrategia – admito en voz alta.
―           Pensé igual – esta vez, la lágrima se desliza hasta su barbilla. – Eric demostraba clase y paciencia. Así que le dí una nueva oportunidad. Hubo flirteo del bueno. Salimos de copas, a cenar, al teatro y al cine, incluso visitamos el Guggenheim.
―           Como una película romántica.
―           Exacto. No se insinuó sexualmente ni una sola vez. Unos cuantos besos y ya está. No es que yo sea una virgen, ¿sabes? He estado con un par de amantes, así que no… es que no quisiera, sino que él no insistió, ¿comprendes?
Asiento y me giro. Quedo boca arriba, la cabeza sobre la almohada, las manos bajo la nuca. Me quito las botas usando la puntera de los pies. Creo que controlo la cosa. Miro a mi hermana. Está hermosísima a pesar de estar triste. La luz grisácea que entra por la ventana la favorece. Pienso, por un instante, en su vida como modelo, rodeada de bellos ejemplares, acudiendo a sitios elegantes, y siento celos. Me sorprende a mí mismo.
―           No me dí cuenta, te lo juro, me atrapó en una red de romanticismo, de promesas susurradas, de pequeños gestos galantes. Me creía la emperatriz Sissi, y caí como una tonta.
―           Creo que es un ruin de su parte, pero tampoco es para dramatizar – respondo suavemente.
―           Oh, si hubiera sido eso simplemente, casi le podría haber perdonado – eso suena peor. Sus mejillas enrojecen y desvía la mirada. Intuyo lo que va a decir. – Naturalmente, me entregué a él. Hizo conmigo lo que quiso. Durante un par de semanas, me sentí una actriz porno, créeme.
  “No sigas por ahí”.
―           No podía controlarme, ni me reconocía. Estaba todo el día pensando en sexo, deseando quedarme a solas con Eric. Repasaba, una y otra vez, las cochinadas que hacíamos en la intimidad y me excitaba mucho. Me estaba pervirtiendo.
  Gruño por lo bajo. Acomodo la polla con disimulo.
―           Al termino de la semana de la boda de Barcelona, Eric me llevó a una fiesta que daban ciertos promotores, bastante privada. Sin embargo, no fuimos solos. Eric llevaba una limusina llena de chicas, algunas las conocía, otras no. pero todas parecían obedecerle. Intenté preguntarle qué pasaba, pero me dijo que no era el momento. Al llegar a la fiesta, en un gran chalet de montaña, empezó a repartir el ramillete de modelos por entre los invitados. Yo veía como aquellos hombres maduros sobaban las modelos con total descaro. Contemplaba aquellas muecas viciosas en sus rostros cuando tocaban las prietas y jóvenes carnes. Descubría el rubor y la vergüenza en las miradas bajas de las chicas.
―           Aquello no era una fiesta habitual, ¿verdad? – dejo caer.
―           No, ni mucho menos. Era un mercado de carne. Quise marcharme, pero Eric me apretó el brazo y me llevó a otra habitación, a solas. Me aplastó contra la pared y me dejó las cosas muy claras. El era el proxeneta de todas esas chicas y ya era hora de que yo le pagara por todas las cosas que había hecho por mí. Estaba allí para conseguir poder y contactos para él. No tenía porque asustarme de lo que querían esos hombres, pues yo ya había hecho esas cosas con él. Por si se me olvidaba, me tenía en varias horas de grabación… algo que desconocía totalmente.
―           ¡Que pedazo de cabrón! – el enfado empieza a vencer a la excitación.
―           No tuve más remedio que obedecerle. Podía destruir mi carrera en cualquier momento. No quiero hablar más de esa fiesta; intento olvidarla. Durante la semana que siguió, se portó como un príncipe. Me mimó totalmente, me traía a casa mis comidas favoritas. Me compró ropa nueva y me hacía el amor muy dulcemente. Yo no sabía que pensar. Me parecía que había soñado toda aquella fiesta.
―           ¡No me digas que le perdonaste! – estallo.
―           No, nada de eso, pero seguía aturdida, negando que me hubiera pasado a mí, ¿sabes? Eric sabe como aprovechar esos bajones para hundirte aún más. Lo que más me asustaba era las grabaciones que tenía.
Asiento. Ese es el problema más grave que tiene mi hermana, porque seguro que ese cabrón la mantiene aún en su poder. Se está desahogando conmigo porque tiene que contárselo a alguien, pero sigue con el collar puesto.
―           A la semana siguiente, trajo un hombre al piso, aprovechando que Maby no estaba. Era un hombre de unos cincuenta años largos, muy bien vestido y maneras cuidadas, pero sus ojos eran crueles. Daba miedo. Me lo presentó como el señor Black y me instó a que fuera muy mimosa con él. Me llevé a Eric aparte y le supliqué que no siguiera con eso. No sirvió de nada. Me dio un par de bofetadas que me hicieron arder, y me dio a elegir: el tipo o mis vídeos en Internet.
―           No sigas contando, Pam. Me imagino lo que pasó. Venga, déjalo…
Se levantó del sofá, el llanto ya desatado. Se arrojó sobre mi pecho y la acuné entre mis brazos.
―           Oh, Sergi… — sollozaba con el rostro enterrado en mi pecho – soy tan desgraciada… soy una puta…
―           No, no digas eso. Nada de eso es culpa tuya. ¡Ni se te ocurra pensar eso! ¡Eso es lo que pretende ese hijo de puta! ¡Hacerte sentir culpable para dominarte aún más! ¡Sé como piensan esos viles cabrones! – exclamo, enrabiado. No sé de donde saco ese conocimiento, pero es cierto.
―           Tienes… razón – musita ella, levantando los ojos y mirándome. – pero debo contarte… lo que hizo ese hombre conmigo…
―           No hace falta, hermanita.
―           Tengo que hacerlo, Sergi. Debo sacarlo como una espina, ¿comprendes?
Acaricio su ondulado pelo rojo, dándole a entender que la comprendo.
―           Ese hombre no quería follarme… quería domarme… Eric se marchó, dejándome a solas con él. Me ató a la cama, de pies y manos, y me arrancó la ropa, sin miramientos. Sus ojos ardían en furia, como si me odiara. Él ni siquiera se desnudó. Me torturó durante muchas horas…
―           Joder… Pamela – la aprieto contra mí, besándole la frene y el pelo, consolándola.
―           A veces me azotaba con la correa, o bien derramaba cera caliente en las zonas más delicadas de mi cuerpo… otras veces me humillaba de cualquier forma asquerosa, como orinarse o ponerme su trasero en mi cara – siento como sus dedos se aferran a mi cintura, hundiéndose en los rollos de grasa, buscando un apoyo para su dolor. – No quiero contarte todo lo que hizo conmigo, Sergi, de verdad, pero hizo muchas fotos y vídeos con su móvil. Yo estaba casi desmayada y sin poder defenderme, incluso cuando soltó las ligaduras.
  La súbita empatía que siento hacia ella, me hace llorar también. Nos abrazamos aún más fuerte, si eso es posible.
―           Me desperté porque me algo me oprimía el pecho. Eric estaba sobre mí, penetrándome. Su rostro tenía una expresión de vicio y asco, al mismo tiempo. Me miraba fijamente y cuando supo que estaba despierta, me dijo: “No he podido resistirme, puta. Estabas tan llena de mierda y semen, que tenía que follarte. Espero que hayas disfrutado con él.” Me hundió totalmente. le dejé acabar y esperé a que se durmiera. Me levanté, me duché, y cogí una maleta. Me he marchado de allí, casi con lo puesto, y he vuelto aquí…
―           Vale. Ahora estás a salvo, ¿de acuerdo? – le digo, limpiando su cara de lágrimas con un dedo. — ¿Has pensado en qué vas a hacer?
―           No lo sé, hermanito. No tengo muchas opciones.
―           Puedes negarte y pasar de lo que publiquen en Internet. Eso acaba olvidándose, lo sabes.
―           ¿Y si lo viera mamá o papá? ¿Y Saúl? ¡Que vergüenza!
―           ¿Denunciarlo a la policía?
―           Lo he pensado, pero es su palabra contra la mía, y se que es capaz de vengarse de forma cruel. A lo mejor no subiría los vídeos, pero podría hacerme daño o a alguien querido, incluso mucho tiempo después. Ese tío está enfermo, créetelo.
―           Pues entonces, solo te quedan dos salidas, muy drásticas, Pamela.
―           ¿Cuáles?
―           Una, marcharte. Irte bien lejos.
―           No, no soy valiente para eso. No soy nada sola.
―           Entonces, solo te queda matarlo…
―           ¡Sergi!
―           Bueno, a lo mejor tú no, personalmente, pero se puede contratar a alguien…
―           No… no me siento capaz de algo así… Tener eso en la conciencia…
―           Está bien, tranquila. Lo pensaremos con calma, de verdad. Has dado el primer paso, lo has confesado. ¿Te sientes mejor?
―           Si, la verdad es que me siento liberada. Gracias, hermanito – susurra, besándome en la mejilla.
―           Bueno, ahora no digas nada más, y escucha la lluvia sobre las tejas. Deja que eso te relaje. Aquí estás segura, entre mis brazos.
―           Si, Sergi… calentita y segura – ronronea.
Despierto horas más tarde. Es casi la hora de cenar. Pamela sigue abrazada a mí, dormida. La contemplo a placer. Tiene una expresión dulce e inocente. No puedo imaginarla haciendo las cosas que me ha contado. Debo hacer algo, no puedo perder a mi hermana por un imbécil como Eric. Si hace falta, le mataré yo mismo. La despierto suavemente. Ella me mira, confusa, y me sonríe.
―           Vamos, a cenar.
  No paro de darle vueltas al asunto de Pamela, echado sobre mi cama, desnudo como siempre. La casa está en silencio, todos se han ido a dormir. No ha dejado de llover, pero ahora es una llovizna débil la que cae. Casi no hace ruido. No hay luz de luna que entre por las ventanas y solo el resplandor mortecino de la farola que padre siempre deja encendida en el porche, enmarca débilmente algunas de las vigas del techo.
  Siento abrirse la puerta del desván. ¿Quién es a estas horas, coño?
―           Sergi… ¿Sergi? – llama suavemente Pamela desde la puerta.
Joder. Estoy desnudo y no hay tiempo de ponerme ni siquiera los boxers. Tiro de la sábana y las mantas, tapando todo lo que puedo.
―           ¿Estás despierto?
―           Si, pasa, Pam. ¿Qué ocurre? – la invito, encendiendo la lamparita de la mesita de noche para que no se mate con las cosas que tengo en medio del desván.
―           No puedo dormir. Cierro los ojos y no dejo de ver los ojos de ese hombre. ¿Puedo quedarme contigo un rato?
―           Claro, hermanita.
Buff, menos mal que me he tapado. Pamela lleva un pantalón cortito, casi tan cortito que parece una braguita, y una camisetita verde de tirantes. Se nota que tampoco es muy friolera para dormir. Levanta las mantas y se desliza a mi lado.
―           ¿No me abrazas? – hace un pucherito. La muy jodía me va a descubrir.
Levanto uno de mis gruesos brazos y ella levanta la cabeza para que lo meta debajo. Se acurruca como una gata contra mí, como abrazada a un gran peluche. La verdad es que es muy agradable protegerla de esa forma.
―           Sergi…
―           ¿Qué?
―           ¿Estás desnudo?
―           Pues… si… duermo así, siempre. ¿Te molesta? – respondo, con la cara como un tomate.
―           No, solo me aseguraba – sonríe, mirándome un segundo.
―           ¿Apago la luz?
―           No, por fa… déjala un rato más. Así podemos hablar, ¿vale?
―           Vale.
Casi un minuto de silencio. Se ha levantado viento. Resuena el giro de la veleta.
―           ¿Sergi?
―           ¿Si?
―           ¿Qué piensas de Maby? ¿Te gusta?
―           Pregunta algo tonta, ¿no? Es una modelo. Maby le gusta hasta a un cadáver.
―           Pero, personalmente, digo.
―           Bueno, no he hablado mucho con ella, pero parece agradable.
―           Si, lo es, aunque un poco loca, la verdad – se ríe.
―           No me despreció como otras, cuando charlamos en el bosque.
―           Sergi, ¿no me digas que las chicas te desprecian?
Me encojo de hombros, no debería haber dicho eso.
―           ¿Por qué? ¡Si eres un encanto de chico!
―           Soy grande y feo. Tú no quieres verlo porque eres mi hermana y me quieres.
―           ¿Feo? ¿Quién te ha metido eso en la cabeza? Grande si eres, no vamos a discutirlo, pero feo… por Dios, ¡si hasta yo te besaría!
Le doy un traqueteo que casi la tira de la cama. Se ríe por lo bajo, con esa risa que te levanta el ánimo.
―           Mira, Sergi, te voy a decir lo que tienes que hacer cuando llegue Maby. Creo que te ha echado el ojito, aunque no estoy segura si es un capricho o algo más definido. Maby es una chica que ama la seguridad. Los tíos seguros de sí mismo la ponen mucho. Por eso siempre sale con tíos mayores y con algunos indeseables también. No debes mostrar dudas en nada. Cuando te pregunte por algo que te gusta, se lo dices en seco, sin pensarlo, sea bueno o malo. Eso no le importará, ya verás.
―           Eso será fácil para ti. Yo no he hablado de algo así con una chica en mi vida.
―           Lo harás bien, ya verás. Me comentó que eres muy fuerte, que levantabas tú solo los árboles.
―           Son álamos jóvenes, Pam, no pesan mucho.
―           ¡Ella que sabe! Los únicos árboles que ha visto son los del Retiro. No ha salido de la ciudad más que para venir aquí.
―           Ya, una cosmopolita.
―           Maby no se fija en los físicos. Si fuera así, te aseguro que no habría salido con la mitad de los tíos con los que anda. Ella…, jamás admitiré que yo he dicho tal cosa, ¿entiendes? – sigue al ver que yo asiento con la cabeza. – Ella busca una figura paterna en sus relaciones. Su padre la abandonó, a ella y a su madre, cuando tenía cinco años. Busca seguridad y alguien que la proteja, y eso es más importante que un tío guapo.
―           Pero, Pam… ¡tiene quince años!
―           Dieciséis en realidad, pero le encanta el número quince. De todas formas, es ya una mujer, mentalmente. No es ninguna niña, te lo aseguro. Me da cien vueltas en cuanto a relaciones.
―           ¿Por qué quieres que nos entendamos? – la miro, suspicaz.
―           Porque sé que tú no le harás daño. Si te gusta y ella ve en ti lo que está buscando, estará segura contigo. En Madrid, puedo controlarla si piensa en ti. Compartimos piso y hermano, sería genial. A veces, me da miedo cuando sale con esos pervertidos…
―           Bueno, por mí que no quede.
―           ¡Así me gusta, hermanito! – más besos y abrazos. Necesito buscar un nuevo tema de conversación para no pensar en lo que mi cuerpo siente. Se está poniendo retozona.
―           Me gustaría visitar Madrid – digo, casi más para mí.
―           Puedes venirte con nosotras y dormir unos días en el sofá. Te enseñaríamos Madrid – responde ella, con los ojos cerrados. Su mano izquierda acariciando mi cintura. Parece que el sueño la vence.
―           No es mala idea. Ahora viene la temporada más baja para la granja. Tenemos suficiente madera cortada para empezar el invierno. Podría escaquearme unos días…
―           Eso, eso, hermanito – gruñe ella, con su mejilla contra mi pecho. – Apaga la luz… nas noches…
―           ¡Debes ir a la ciudad, con ella!
Otro curioso sueño esta noche. Estoy sentado en la loma que divisa la laguna. Estoy desnudo, medio recubierto de abejas. Nunca las he temido. El sol está alto y hay florecillas por todas partes.
―           ¡Tienes que proteger a Pamela!
La voz parece provenir de mi interior, pero no es la mía. Es más profunda, más sabia, cargada de odio y pasión. Miro a mi alrededor; no hay nadie más.
―           Puedes encargarte de todo. Una vida no significa nada. Eric debe morir. Te enseñaré cómo hacerlo.
―           ¿Quién coño eres? – pregunto aunque sé la respuesta.
―           Ahora somos uno. Soy tu conciencia y tú eres mi ventana a la vida.
―           ¿Qué me enseñarás, Rasputín?
―           A vivir, a gozar, a defenderte, a conquistar. Todo cuanto imagines puede ser tuyo. ¿No te gustaría?
“Claro que si”, pienso, pero no me atrevo a expresarlo en voz alta.
―           Acompaña a Pamela a la capital. La protegerás de Eric y podremos hacer planes para ocuparnos de él, sin testigos, sin piedad. ¿Es que le perdonarás lo que ha hecho con ella?
―           No.
―           Bien. Haremos las cosas poco a poco, de una en una. Tienes mucho que aprender y yo mucho que enseñar. Será un intercambio interesante. Pero lo primero es lo primero…
―           ¿Qué va primero?
―           ¡Que va a ser, tonto! Estás durmiendo con una de las mujeres más bellas que has visto jamás… ¡follátela!
―           ¡Es mi hermana!
―           ¿Y qué? ¿Crees que es el primer incesto de la Historia? Veo cuanto te gusta. No me mientas…
―           No me atrevo.
―           Después podrás pedirle perdón, a ella y al Señor. ¿No es eso maravilloso? Sentir que te perdonan, que vuelves a tener su confianza… es lo mejor del mundo…
―           Los jlystýs…
―           ¡Si! Ya veo que has pensado en ellos – el tono es divertido, casi burlón. – Inténtalo. Si se queja, lo dejas. Es fácil. Lo que no pruebas, no puedes saborearlo.

No soy conciente de cuando lo hice, pero, en mitad de la noche, destapo mi cuerpo, retirando la sábana y la manta. Mi hermana sigue abrazada a mí; no se ha movido un centímetro. La lamparita aún sigue encendida. Aunque soy conciente de ello, no soy yo quien toma la mano de Pamela y la deja sobre mi polla. Es como si otra persona me dirigiera, pero el deseo si es mío. Restriego suavemente su mano sobre mi miembro, marcándole el camino. Pamela rebulle a mi lado. Murmura algo y sigue durmiendo.

  Mi polla está endureciéndose, más por la idea de que es mi hermana quien me está tocando que por su mano. Su mente inconsciente se hace cargo de acariciar en sueños el tremendo pene. Es como una sonámbula. Se remueve aún más, intentando atrapar la esquiva polla con ambas manos. Es cuando se despierta, tumbada casi de través sobre mi torso, y toqueteando una monstruosidad que queda patente a la luz de la lamparita.
  Me hago el dormido, para ver como reacciona. Tiene los ojos muy abiertos y la mandíbula caída.
―           ¡Dulce madre de Jesús! – farfulla. — ¿Qué es esto?
  No se atreve a mover para no despertarme. Se queda estática, mirando fijamente el gigantesco cíclope que la está mirando a ella.
―           ¿Desde cuando tienes esta cosa, hermanito? – masculla entre dientes. – Es inconcebible.
  No puede resistir la tentación de tocarla, ya que tiene la mano muy cerca. Pasa un dedo por el glande, ahora tenso y casi morado. Se distrae con su tersura y con el tamaño. El dedo sigue recorriendo todo el tallo hasta llegar a los testículos. Los sopesa con infinito cuidado, casi con reverencia. El dedo vuelve a subir y comprueba que el glande llega más arriba de mi ombligo. Una polla única, a su alcance.
  Abro los ojos y la miro, sin decirle nada. Ella se da cuenta de que estoy despierto y enrojece en un instante, dejando de palparme el miembro.
―           Sergi… no quería…
―           ¿Despertarme?
  Se encoje de hombros, sin saber cómo continuar.
―           ¿Habías visto una así antes? – niega con la cabeza.
―           Ni siquiera en una porno – comenta, tras tragar saliva. – Me iré a mi cama. Lo siento, Sergi…
―           ¿Por qué, Pam? No tienes porque irte.
―           Somos hermanos y no está bien.
―           Bueno, no hace mucho, alguien me ha dicho que el incesto siempre ha existido, que solo es algo degenerado cuando hay un embarazo… pero te comprendo, Pam. Yo también estoy muy cortado. Nunca he tenido una mujer tan hermosa en mi cama, tocándome. Es mejor que te vayas…
  Casi se resiste a abandonar la cama. Clava su mirada en mis ojos y puedo ver las dudas, el irracional deseo de quedarse. Pero suspira y abandona el desván. La escucho bajar quedamente. Apago la lamparita y pongo mis manos bajo la nuca. No me he propasado, la he dejado elegir. Al menos me enorgullezco de eso. La polla me duele de tan tensa que está. ¿Qué diría ahora el loco Rasputín?
  Hazte una paja.
Sonrío al imaginármelo. Aferró el bastón de mando con una mano, deslizándola lentamente. Necesito gel para que resbale bien. Estoy a punto de levantarme e ir al cuarto de baño, cuando la puerta se abre suavemente. Uno bulto más oscuro que las demás penumbras se acerca a la cama. Escuchó la madera del suelo crujir, acomodándose a sus pasos.
―           Ssshhh… no hables… no enciendas la luz – susurra Pamela, roncamente, antes de unir sus labios a los míos.
  Se ha deslizado de nuevo a mi lado, buscando mi calor. Su boca no deja de darme suaves besitos por el rostro y el cuello. Coloco una mano en su espalda, pasándola bajo la camiseta.
―           Pam… Pamela… — susurro.
―           ¿Qué? – contesta, deteniendo su boca sobre mis labios.
―           No sé besar…
―           ¿Cómo? ¿No has estado nunca con…? – exclama, algo más fuerte de lo que pretende.
Niego con la cabeza.
―           ¡Dios! ¡Que papeleta! ¡Encima virgen!
  Me río. Es la verdad. Ella va a ser mi primera mujer, si quiere, claro está.
―           ¿Quieres hacer tú los honores? – le pregunto.
―           No te preocupes, que tu hermanita te va a quitar muy a gusto el polvo acumulado, ya verás. Vamos a empezar con los besos. Sigue mi ritmo…
  Comenzó con suaves piquitos en los labios, que yo devolvía con agrado. Después, siguió con los pellizcos, sus labios intentaban pellizcar y tironear de los míos. Cuando comprobó que yo la superaba en eso, se ayudó con sus bien alineados dientes. Yo ni quise participar en eso; era capaz de dejarla sin labios. Poco después, estaba devorándome la boca, con la lengua tocando mi campanilla. Entonces, descubrí lo bueno que era en eso. Mi lengua era larga y gruesa, una lengua de gourmet, acostumbrada a engullir, lamer, y paladear las opíparas ingestas que habitualmente me zampaba. Podía tranquilamente recorrer todo el velo de su paladar con mi lengua, haciéndola gemir. Podía envolver su lengua en la mía y succionarla con mucha suavidad.
―           Para… para, Sergi… necesito aire – jadea, acomodada sobre mi pecho.
―           ¿Por qué has vuelto? – le pregunto tras lamer su nariz.
  Encoge los hombros.
―           Tenía que hacerlo. Dejémoslo así, ¿vale?
No le contesto, solamente le meto la lengua hasta donde puedo, succionando toda su saliva. Gime y se debate. Nos reímos al separarnos.
―           Veo que ya has aprendido esta parte. Pasemos a otra. Las caricias – dice, poniéndose de rodillas y sacando su camiseta por la cabeza.
  Aún en la penumbra, puedo delinear sus senos. Necesito verlos, aunque sea una vez.
―           Déjame encender la lamparita… quiero verlos…
―           Si, Sergi.
Se queda de rodillas, cuando se hace la luz. No hace ningún gesto para taparse. Sería hipócrita, ¿no? Sus pechos son perfectos, tan hermosos como para hacer un molde con ellos y hacer que todas las mujeres remodelaran los suyos hasta dejarlos iguales que los de Pamela. Pujantes, no demasiado grandes, pues caben perfectamente en el hueco de mi mano. El ejercicio los mantiene erectos y duros. Ahora, la pasión hace lo mismo con sus pezones, que destacan rosados sobre su piel blanca. Tiene unas pocas pecas en el canal que separa sus senos; también sobre los hombros, divina.
  Me guía en como tengo que acariciarlos. Los amaso, los junto, los aplasto delicadamente. Tironeó de los pezones, hasta que, al final, llevo uno de ellos hasta mi boca.
―           Chupa, mi nene – me alienta.
 Decirme una cosa así a mí, es algo suicida. Tras unos buenos diez minutos, ambos pezones están tan sensibles que, cada vez que soplo sobre ellos, Pamela se estremece. Ya no ha vuelto a decir nada de la lamparita, por lo que puedo ver sus ojos entrecerrados, aumentando su expresión de placer, con los labios hacia delante, formando un delicioso hociquito que no deja de tentarme a devorar.
  Sus manos, mientras tanto, no han estado quietas ni un momento, deslizándose sobre mi pecho, pellizcando con fuerza mis pezones, y descendiendo por mi abultado vientre. Ha hurgado en mi profundo ombligo y arañado mis potentes muslos. Finalmente, ha atrapado mi glande con una mano, otorgándole unos precisos apretones que me han puesto en órbita.
―           Me toca a mí – dice mientras inclina su cabeza.
  ¿Qué puedo decir de la sensación única de sentir los labios de alguien amado sobre la parte más sensitiva de tu cuerpo, por primera vez? Todo el vello de mi cuerpo se eriza, y cuando digo todo, me refiero desde los pelillos del culo hasta los de la nuca.
―           Ah, Pam… no sé si podré contenerme – la aviso.
―           Tranquilo, grandullón. No importa… estoy deseándolo… — sonríe, antes de dedicarse plenamente a la mamada.
  Por mucho que lo intenta, solo puedo tragar el glande, y eso a costa de arañarme varias veces con sus dientes. Pero ya os he dicho que soy muy resistente al daño, así que lo soporto estoicamente. Suelta grandes cantidades de baba sobre la polla al intentar tragar, que, más tarde, sirven para lubricar bien el miembro. Pasa su lengua de un extremo a otro, repartiendo su saliva y sus caricias. Aprieta los huevos, como queriendo asegurarse de que están llenos. Estoy entre nubes, con una mano apoyada sobre su cabeza, sosteniendo sus rizos más largos en lo alto, para que no se manchen.
  No sirve de nada. Eyaculo sin previo aviso, con una fuerza desconocida, como un puto geiser que se hubiera pasado varios años atrancado. La pillo con la polla levantada, pegada a una de sus mejillas, buscando mi escroto con la lengua. El semen cae sobre su pelo, sobre su cara, sobre su espalda. Gime con fuerza, quedándose quieta. Creo que se ha corrido al sentir la descarga, no estoy seguro.
―           ¡Madre mía! ¡Estabas lleno! – me dice, chupándose los dedos. – Umm… sabe como a… no sé, pero está dulzón.
―           ¿Lo habías probado antes? – digo, poniéndome en pie.
―           No, pero me habían dicho que era salado.
  Traigo una toalla del cuarto de baño, con la cual le limpie el pelo y después la espalda. De la cara, ya se ha ocupado ella con la lengua y los dedos.
―           No se te he bajado nada – comenta, señalando mi polla tiesa.
―           Pues no. Eres demasiado guapa como para que se me vayan las ganas.
―           Oh, que encanto eres – me abraza, ambos de rodillas en la cama.
―           ¿Qué sigue ahora?
―           Bueno, lo normal es que estuviéramos follando ya como escocidos, pero vamos algo más lentos de lo normal. Lo ideal sería que me humedecieras largamente para preparar la penetración.
―           ¿Humedecer? – se que parezco tonto, pero no se a que se refiere.
―           Lamerme – sonríe.
  ¿Ves? Ya se ha encendido la bombilla. No soy tonto, es que me falta información. Pamela se coloca la almohada bajo las nalgas y me tumbo ante ella, con la mitad de las piernas fuera de la cama. Si mi lengua hizo estragos antes en su boca, imaginad lo que hace en su vaginita.
  Pamela lleva el pubis depilado, salvo una pequeña tira rojiza que acaba difuminándose a medida que se estira hacia su ombligo. Su coñito es estrecho, suave, casi infantil, o por lo menos es la impresión que me da. No es que haya visto muchos para comparar. Mi lengua se despliega intentando entrar. Ella salta a las dos o tres pasadas. Es como si tuviera un dispositivo eléctrico ahí y lo activara a cada pasada.
―           Uf… iiii…eso… Sergiiii… aaah… cabrón…me mat… aaas…
Me atrapa del pelo, fusionándome a su clítoris. Literalmente, está botando contra mi boca. Su espalda se arquea e, inmediatamente, con un espasmo, un fuerte y corto chorro de líquido cae sobre mi lengua. Al principio, creo que se ha meado, pero no sabe a pis, o por lo menos, no sabe mal.
―           ¿Qué es esto? – pregunto, embadurnándola con la mano.
―           Aaahh… cabronazo… es la eyaculación de la mujer – jadea. – Semental, para ser tu primera vez, has logrado algo que pocos consiguen.
―           O sea, que te has corrido, ¿no?
―           Si, Sergi, esta es la tercera vez que me corro esta noche, creo – dice con una risita. – Pero es la más intensa, por eso mis fluidos se han disparado. Ahora si que estoy bien lubricada, así que a la tarea.
  Se abre bien de pierna, coloca la almohada mejor, y tiende los brazos.
―           Despacito, hermanito, que me destrozas, ¿eh? – me avisa cuando la cubro con cuidado.
La verdad es que desaparece debajo de mí. Soy, al menos, cuatro veces más ancho que ella. Mi polla es como un misil guiado. Parece que ha olido su objetivo y no demuestra indecisión alguna. Ella misma aferra mi miembro con sus suaves manitas y conduce, nerviosamente, el obelisco de carne hasta su destino. Rozar su coñito es como tocar un cálido terciopelo húmedo. Es el anticipo de una unión condicionada por la naturaleza. Ese coño se ha hecho para mí y viceversa. Empujo con cuidado, atento a sus indicaciones.
―           Despacio, despacio… ummm… un poco más – indica cuando he metido todo mi glande. Su interior está aún más caliente y vibra a mi paso. La sensación es alucinante.
―           Pam… estaría follándote toda mi vida… sin descansar siquiera – le digo al oído.
―           Podemos empezar hoy, cariño – susurra, con una expresión feliz. – Empuja un poco más.
  No entra más de media polla, pero ella no se queja. Suspira, jadea y hace todo tipo de ruiditos, así como sus caderas parecen haberse vuelto locas. Cruza las piernas a mi espalda, empuja con los talones, tensa las nalgas, arqueándome sobre ella, o bien, de repente, rota las caderas de forma vertiginosa.
  En un par de ocasiones, sus ojos estuvieron en blanco, girados hacia arriba, los dientes apretados y respirando agitadamente por la nariz. Si eso no fueron dos tremendas corridas, que venga San Pedro y me lo diga.
―           Sergi… — me dice, cogiendo dos grandes puñados de pelos de mi cabeza para mirarme a los ojos – ¡aunque mañana no pueda dar un paso, métela más!
―           No cabe, Pam. Te voy a hacer daño.
―           Inténtalo, cariño – y me lame la barbilla, aferrándose como una lapa a mi pecho.
―           ¡Jjehsyiii! – chilla de forma incomprensible cuando empujo. Otros dos o tres centímetros han profundizado.
―           ¿Estás bien?
―           Dame caña, semental, no t… preocupes… dame fuerte y córrete… conmigo… cariño – suplica. No me queda otra. También estoy loco por correrme.
  Arrastro mi polla hacia atrás, hasta casi sacarla, con lentitud. Pamela gime como una gata rabiosa. Vuelvo a enfundársela, pero esta vez de un golpe, hasta la mitad al menos.
―           ¡¡SI!! – grita. Sus uñas arañan mi espalda.
  Repito la operación, pero más rápido.
―           ¡¡Aaah, siii!! – debo taparle la boca. Va a despertar a nuestros padres.
  Culeo rápido sobre ella. Ella me mira con los ojos entrecerrados por encima de la masiva mano que le tapa la boca. Solo surge un murmullo, pero noto como su lengua lame la palma de mi mano. Me muerde al correrse, agitando la cabeza. Parece que está agonizando. Retiro la mano y un hilo de baba cae de la punta de su lengua. Al ver esa expresión de absoluta lujuria en su cara, siento como mis cojones se aprestan para la descarga. El espasmo sube desde mis gemelos, ascendiendo a toda prisa. Me hace tensar la espalda, ahondando aún más con mi polla. Pamela se queja sordamente. Descargo con fuerza en su interior. Dos, tres, cinco chorros, espesos y calientes.
―           Ay, ay, virgencita… me corro… me corro otra… co cooorrooooo… — jadea de nuevo Pamela, casi en mi boca.
  Se abraza a mí, besándome toda la cara, con una felicidad que no creía posible. Me río con ella y de ella. Intenta rodar, pero peso demasiado para ella. Así que se queda muy quieta, abrazada, sintiendo como mi polla decrece hasta la mitad de su tamaño, pero no se sale de su coño hasta que ella se impulsa hacia arriba.
―           ¡Santa Rita! ¡Que polvazo! – dice, tomando la toalla que antes traje y secándose el semen que surge de su coño.
―           ¿Te ha gustado? – pregunto sin levantar la cabeza del colchón.
―           ¿Qué si me ha gustado? ¿Por qué te crees que estoy reventada, cabrón? – me da una seca palmada en la espalda. – No voy a poder moverme mañana.
―           No he usado preservativo – mi voz suena preocupada.
―           No te preocupes. Tomo la píldora.
―           ¿Y ahora qué?
―           ¿Cómo qué? ¿Es que quieres seguir? – me mira, asombrada.
―           No, me refiero a que haremos, porque no pienso dejarte, Pam.
―           Esto ha sido demasiado intenso como para ser una simple calentura. Siempre he sentido debilidad por ti, Sergi, siempre necesitabas un empujoncito mío. Pero creo que esto es diferente. No sé si es amor, pasión, o simple lujuria, pero habrá que asegurarse – se inclina y me besa un hombro.
―           Entonces, ¿me olvido de Maby? – me reí.
Me mira seriamente. No se está riendo.
―           Es mi compañera de piso, de trabajo, y una de mis mejores amigas. ¿Crees que tendríamos alguna oportunidad de estar juntos si ella no fuera cómplice nuestra?
Mi hermana me dejó K.O. ¿De qué estaba hablando?
―           No me mires así. En el fondo, me has comprendido perfectamente. Ahora, más que nunca, debes ligarte a Maby. Será bueno para ella y para nosotros.
―           No comprendo, Pamela. ¿Cómo puede ser…?
―           Mira, entre Maby y yo ha habido una relación anteriormente. Ahora somos amigas, pero, al principio de compartir el piso, fuimos pareja.
―           Pero… pero… Maby era una niña…
―           No la busqué en absoluto. Maby tenía catorce años. Recién llegada a la ciudad, con esa madre autoritaria que tiene. Estaba muy confusa, algo asustada por lo que deseaba su madre y las implicaciones que todo ello tenía. Yo estaba igual, era mi primer año en Madrid, era novata, pero tenía dieciséis años. Ya sabes que, durante ese año, su madre vivió con nosotras en el piso.
―           Si – contesto mientras la abrazo, la espalda contra mi pecho, abrigándola con mis brazos.
―           No fue nada bien, ¿sabes? Su madre se traía a sus novios a casa y la escuchábamos follar toda la noche, sin consideración, la mayoría de las veces borracha.
―           Joder.
―           Maby se acostumbró a venir a mi cama cuando esto sucedía. No era nada sexual al principio. Solo quería dejar de escuchar el chirrido del colchón. Hablábamos, escuchábamos música, nos hacíamos confidencias, y nos dormíamos abrazadas. Al final, sucedió. Ambas necesitábamos consuelo, cada una por sus motivos, pero nos faltaba un apoyo emocional. Así que ese fue nuestra muleta para enfrentarnos a los palos que nos llevábamos en muchas ocasiones. Dos crías amándose para consolarse, mientras la puta de su madre se comía los tíos por docenas.
―           No tenía ni idea, corazón – la tranquilizo.
―           Aquello se acabó en cuanto su madre se marchó con aquel dominicano. Pagaba religiosamente cada mes, pero Maby no la vio en varios meses. La chiquilla empezó a salir con otra gente, y nuestra aventura cambio por una buena amistad. Así que si consiguieras que Maby se interesara en ti, y lo creo sinceramente, podríamos tener una relación sincera y abierta entre nosotros tres. De paso, la sacaríamos de esas pirañas con las que se mueve y, además, ella nos serviría de tapadera para nuestro lío. Porque, hermanito, no pienso dejar de follarte en mucho tiempo.
 Me quedo sin habla. No hubiera creído nunca que mi hermana pensara de tal manera, ni que lo confesara tan abiertamente. No solo me había dicho que había mantenido una relación lésbica con una chiquilla, sino que ahora quería organizar un trío duradero con la misma y con su propio hermano.
  Pero, ¿de que coño me quejo, idiota?
                                                       CONTINUARA
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/


 

Relato erótico: “IVANKA TRUMP: EL IMPERIO DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 4.” (POR SIGMA)

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Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, Alias: La invasión de las zapatillas rojas y Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera antes de leer esta historia.
Gracias a Julio Cesar por la idea.
Por Sigma
Jill Castro se sentó en un cubículo del restaurante mientras un joven y solícito mesero colocaba los cubiertos y acomodaba la servilleta en su regazo con destreza. Pero no por eso desaprovechó la oportunidad de observar con cuidado el escote de la blusa de manga corta azul marino de la trigueña en el que se asomaban sus bellos senos cubiertos con un sostén de encaje negro.
También le dio un buen vistazo a las torneadas piernas de Jill que lucían deliciosas gracias a las altísimas zapatillas color violeta que Paty le había regalado y a la amplia falda del mismo color que le llegaba a las rodillas.
– Mmm… que belleza… -pensó lascivo el mesero al mirar de reojo el apetecible cuerpo de la asistente ejecutiva y su rostro de delicados rasgos, con piel casi perfecta como porcelana a pesar del tiempo, luego se despidió con su ensayada frase- estoy a sus órdenes.
Jill sonrió educadamente y luego el joven la dejó sumida en sus pensamientos.
– Oh… no se por que acepté… no debí venir… no es… correcto… -meditaba confundida la trigueña.
Desde la entreabierta puerta de los servicios, Muñequita la observaba sonriendo de forma traviesa divertida ante la evidente duda de la mujer.
– Me encanta verla así, será aun más placentero someterla y alterarla -pensó mientras se acercaba a la mesa a la vez que sacaba un control remoto de su bolso, con lo que empezaría el espectáculo… y el placer.
– Tal vez si me voy ahora… -pensaba Jill cuando vio a la pelirroja llegando a la mesa.
Se había cambiado su traje sastre por un encantador minivestido azul celeste sin espalda, con un profundo escote en V y que apenas cubría diez centímetros más abajo de su femineidad. Sus esbeltas piernas lucían  muy estilizadas usando unas altísimas zapatillas de tacón a juego, de punta abierta y coquetos moños en los tobillos.
Llevaba sus rizos rojos sueltos enmarcando su delicado rostro.
– Oooohhh… -gruñó la asistente al sentir un extraño placer al observar a la joven pelirroja- que bieeen se ve… me gusta su… ¿Pero que me está pasando? No soy así.
– Aaaahhh… me siento mucho mejor -susurró mientras estiraba los brazos y arqueaba la espalda como un gato- odio los trajes, son tan formales…
– Sin embargo son necesarios, por ejemplo para trabajar -le dijo la trigueña tratando de recuperar la compostura mientras la jovencita se sentaba a su lado.
– No lo niego pero tu misma te ves más relajada hoy, sin tanta formalidad, y me encanta verte con esas zapatillas ¿Te las has puesto otros días?
– Oh no… me gustan, pero son demasiado altas, no las he usado desde la última vez que nos vimos.
– Eso crees preciosidad… -pensó sonriente Muñequita- las zapatillas de mi Amo han estado poseyéndote toda la semana, has bailado cada noche rindiendo culto a su poder sin saberlo, volviéndote cada vez más sensible y vulnerable a sus efectos. Muy pronto te masturbarás a nuestra voluntad…
– …pero a fin de cuentas son un peligro para la salud ¿No? -siguió hablando Jill sin imaginarse lo que planeaba la pelirroja.
– Bueno, eso depende -le respondió mientras le servía en su copa un delicioso vino- son un peligro únicamente si caminas con ellas…
La cara de la trigueña reflejó su incomprensión sobre lo que le habían dicho, por lo que Paty le sonrió y le hizo un guiño para dejarlo más claro.
– Ah… Paty… eres terrible -susurró la asistente mientras se ruborizaba.
– Vaya… que tímida… esto va a ser un placer mayor del que esperaba -pensó maliciosa Muñequita mientras el líquido color rubí de las copas empezaba a pasar por los carnosos labios de ambas mujeres.

Mientras tanto, Ivanka se encontraba de vuelta en su residencia y abría con cuidado la puerta de su hogar para no despertar a su esposo.
– Que tarde es… -pensó mientras se movía sigilosa por la obscura planta baja, cuando un leve quejido llamó su atención al área de los cuartos del servicio.
– ¿Ese sonido fue lo que creo? -pensó mientras sonreía traviesa al acercarse de puntillas sobre sus zapatillas, pero sin pensar en quitárselas.
Recorrió el pasillo en semipenumbra y llegó a la habitación de Elena, su doncella, era una buena chica y la empresaria la apreciaba por trabajadora y eficiente, aunque era algo tímida.
Por eso el sonido de placer que salía de la habitación hizo sonreír a Ivanka.
– Esa pequeña zorra… -pensó mientras se acercaba a la puerta ligeramente entreabierta- me agrada que salga de su aislamiento pero no puedo creer que se haya atrevido a hacerlo en la residencia.
Se asomó a la obscura habitación y ahí estaba ella sobre la cama, su cuerpo  iluminado por la luz de la luna le daba la espalda a la puerta mientras cabalgaba de rodillas sobre un hombre acostado boca arriba. El cuerpo joven y esbelto de la doncella se movía con gracia sobre su amante a la vez que su cabello largo y castaño ondulaba sensualmente.
Una de sus pequeñas manos se apoyaba en el pecho de él mientras la otra se apoyaba tras ella en el muslo de su compañero.
Ivanka se quedó inmóvil, observando como hipnotizada la lujuriosa exhibición mientras se fijaba en que la doncella llevaba puestas unas zapatillas cerradas, puntiagudas, de color rojo brillante y textura como de piel de serpiente.
En ese momento los gemidos de la mujer subían de tono.
– Aaaaahhh… aaahhh… siii… así… asiiii…-sollozaba dulcemente, cuando a lo lejos resonó la melodía de la zampoña.
Sin darse cuenta la rubia se humedeció los labios con la lengua y su mano empezó a deslizarse por su cuerpo hacia abajo.
– Oooohhh… tómame… haaazlo… ahoraaa… -gruñó mientras apoyaba ambas manos tras ella y arqueaba la espalda.
A la vez, las manos que habían estado agarradas a la cintura de la doncella se estiraron mientras el hombre se sentaba y sujetaron los altos tacones de su amante, controlándola, y además dejando atrapados los brazos de la chica tras ella.
– Aaaahhh… aaahhh… esooo… maaaass… -gemía cada vez más fuerte Elena mientras su amante le marcaba el ritmo, a la vez que mordisqueaba y besaba sus bellos senos.
Ivanka casi no se atrevía a respirar mientras espiaba, y hasta se sobresaltó cuando su propia mano derecha empezó acariciar su clítoris bajo el vestido y las pantaletas.
– Oooohhh… -pensó complacida al cerrar los ojos por un momento- ¿Qué estoy… haciendo…?
Pero al instante volvió a abrir los ojos al oír los gemidos de la joven.
– Casi… sigueee… hazme tuyaaaa… -la pareja empezó a moverse frenéticamente, perteneciéndose brevemente uno al otro, mientras las zapatillas rojas parecían pulsar con la música, haciendo que Ivanka se las imaginara como dos serpientes que lentamente devoraban a la bella joven empezando por sus lindas piernas, lo que la excitó aun más sin saber por que.
La mano de la rubia imitó el ritmo de los amantes en su entrepierna, penetrándose a la vez que se acariciaba más y más rápido, siguiendo la melodía de la zampoña.
– Aaahhh… ¡No!… ¡Basta Ivanka! -trató de reprenderse a si misma en silencio mientras su boca se abría en una O y sentía que alcanzaba el orgasmo, tratando desesperada de no hacer ruido, mientras se recargaba tensa y de espaldas contra la pared del pasillo.
Afortunadamente su gemido final de placer quedó ahogado por el grito de la doncella y su amante.
– ¡Nnnnnggghhh…! -gruñó el hombre seguido por casi un aullido de la joven- ¡Aaaaaahhhhh… Jareeeeeeed…!
De golpe la empresaria abrió los ojos como platos al escucharla y al asomarse a la puerta pudo ver a su esposo recostado y sudoroso abrazando a la joven que yacía adormilada sobre su pecho.

En el restaurante, Jill y Patricia cenaban alegremente una exquisita comida italiana, acompañada con delicioso vino tinto.
La trigueña estaba feliz disfrutando sobremanera la velada ya que la joven a su lado se mostraba divertida e ingeniosa, aunque eso si, aprovechaba cualquier pretexto para poner su mano en el muslo o en la parte baja de la espalda de Jill, pero no pasaba de eso. A regañadientes la asistente tuvo que admitir que disfrutaba no solamente la compañía de la jovencita sino también sus atenciones.
– Te ves maravillosa Jill… -le dijo sonriente la pelirroja mientras rellenaba su copa, Paty se había asegurado de mantenerla siempre rebosante, con lo que a la trigueña le había sido imposible contar las copas que se había tomado- pero deberías dejarme elegir tu vestuario alguna vez… o incluso vestirte.
Al decirlo la pelirroja le sonrió de forma insinuante, pero medio en serio y medio en broma la asistente le respondió.
– Oh… me temo que eso no va a ocurrir… -dijo entre risas, pero dudó al ver como la encantadora jovencita volvía a rellenar su copa y como su minivestido azul se había subido dejando expuestos no solamente sus esbeltos muslos, sino incluso parte de su femenina y pequeña tanga azul adornada de encaje.

Al atraparla admirándola, Muñequita oprimió el botón de su control, dando inicio a una sensual y potente melodía a bajo volumen, que causó una oleada de placer que golpeó a Jill.
– Aaaahhh… ¿O si va… a ocurrir? -pensó confundida mientras Paty acariciaba su muslo siguiendo el ritmo y le causaba otro espasmo de irresistible placer- Mmm… nunca me había… sentido así con una mujer ¿Qué me pasa?
– Mmm… ya me harté de este sitio -dijo entonces la pelirroja mientras se levantaba y tomaba de la mano a la otra mujer- seguiremos la velada en otro lugar.
Se dirigieron a la salida del establecimiento mientras que Jill, mareada, asustada y excitada, trataba débilmente de negarse.
– Pero hay que pagar… y tengo trabajo mañana…
– No te preocupes lindura, mi jefe ya pagó todo y te aseguro que se encargará también de tu jefa -le dijo mientras la guiaba de la mano como una madre con su hija.
– Pero Paty…
– Silencio… ahora pórtate como una niña buena y hazme caso -le ordenó la pelirroja mientras la dejaba pasar primero por la puerta- te prometo que lo disfrutarás.
– Pero no sé…
– ¡Obedece! -la interrumpió mientras le daba una sonora nalgada que no le dolió pero si la sorprendió.
– ¡Aaaayy…! está bien… no necesitas ser violenta -exclamó más en broma que en serio, sin embargo en lo profundo de su ser Jill no quería admitir que lo había disfrutado, la parte sumisa de su personalidad que siempre había estado dormida había despertado gracias a Muñequita y al poder de las zapatillas rojas, dejándola a merced de la dominante jovencita.

Ivanka se encontraba en uno de los penthouse de la familia, después de hacer un escándalo había preparado un par de maletas y se había largado. No quería saber ya nada de Jared, que le había jurado que había sido un desliz, que la chica lo había provocado.
– La típica excusa… -susurró mientras bebía una copa. Elena por su parte había sido más ingeniosa, pues según ella no sabía por que lo había hecho, simplemente cada día se sentía más atraída por Jared y esa noche fue como si sus propias piernas la hubieran entregado a su patrón.
Pero ya nada importaba… todo se había acabado.
Estaba muy decepcionada pero en realidad se sentía aun más liberada, ahora comprendía que llevaba tiempo viviendo una existencia limitada y lo ocurrido le daba el motivo perfecto para empezar una nueva etapa en su vida.
– Jared era un obstáculo… me impedía desarrollarme… necesitaba mi libertad… –meditaba fríamente en un sofá.
En ese momento sonó el intercomunicador…
– ¿Si?
– Señora Trump… el señor Scorpius está aquí y quiere verla -dijo un guardaespaldas.
– Mmm… -dudó un instante la rubia, pensado si en ese momento debía complicarse más la vida.
– Es una nueva etapa… -pensó y le dijo al agente que lo dejara subir.
– Buenas noches señora Trump -dijo Scorpius minutos después, iba vestido casual, todo de negro.
– Buenas noches señor Scorpius, debo decir que me sorprende ¿Como supo donde encontrarme?
– Ah, digamos que tengo mis contactos señora Trump. En particular por que me pareció que podría estar pasando un mal momento.
– Gracias… y por favor llámame Ivanka -la empresaria no sabía por que pero el diseñador le daba confianza.
– Se lo agradezco, por favor llámame Xander -le respondió el hombre mientras oprimía un botón en el control oculto en su mano- Ah, y nada de subir la voz Ivanka… recuérdalo.
Al instante la mujer dio un par de pasitos en su lugar y empezó a bailar por la sala de estar mientras Scorpius se sentaba satisfecho.
– ¿Pero que ocurre? -susurró la mujer incrédula ante lo que ocurría.
– Todo está saliendo perfecto, ni siquiera te quitaste tus zapatillas de esta tarde, eres una buena esclava… ahora recuerda…
Minutos después la rubia trataba de gritar iracunda al pensar que había terminado su matrimonio por las manipulaciones del hombre ante ella.
– ¿No tiene conciencia? ¿No le importa nada? Lo odio…
– Vamos… no me mates Iv, solamente soy el mensajero, admito que me aseguré de que tu doncella recibiera un par de mis zapatillas especiales y que en sus días de descanso la condicionamos con una gran habilidad en la cama y para encontrar irresistible a tu esposo, incluso las zapatillas la guiaron directamente en sus pasos finales. Pero a Jared no tuvimos que convencerlo en absoluto, de hecho fue… muy cooperativo. De todos modos para este momento ya no lo amas, me encargué de eso.
La empresaria buscó en su corazón y en efecto ya no encontró un sentimiento hacia Jared, solamente sentía ira por haber sido manipulada por Scorpius.
– Maldito… maldito… -trataba de gritar, pero solamente susurraba mientras seguía bailando y luciendo su cuerpo para su captor. Se movía con gran agilidad aun con sus altos tacones, se agarraba de los muebles y ondulaba sus caderas, sus nalgas, luego se daba la vuelta y sacudía sus senos ante el hombre.
– Ooohhh… -gimió cuando sintió como la excitación empezaba a invadirla de nuevo, desde sus zapatillas a sus piernas, su sexo y de ahí a todo su cuerpo.
– Bien, es hora de nuestra pequeña salida, ya sin tu esposo será muy fácil, pero debemos prepararte primero… -explicó Scorpius mientras se acercaba amenazador a la mujer.
– Noooo… -apenas pudo gemir.

En un lujoso hotel Patricia tomaba otra copa con Jill, disfrutando de una vista espectacular desde el balcón de su habitación.
La trigueña se reía y sonrojaba por los halagos de Muñequita y por la bebida.
– …en serio Jill, deberías ser modelo, tienes una gran figura, un cutis precioso y unos maravillosos ojos.
– Si… podría ser la mamá de las modelos… ja ja ja…
La pelirroja la abrazó por la cintura, la llevó a un sofá de la habitación y se sentaron.
– Vamos, te lo voy a demostrar -le dijo Muñequita al sacar de su bolso el maquillaje- soy muy buena en esto, ya lo verás.
Mientras preparaba los materiales Paty accionó de nuevo su control remoto de manera que pusiera a la mujer en un estado débil y excitado, al instante una canción suave e hipnótica empezó a llegar a sus oídos.

– Paty no se si… -empezó a decir Jill cuando firme pero delicadamente la pelirroja la sujeto de su mandíbula y usando su pulgar e índice en sus mejillas la obligó a formar con sus labios el gesto de un beso.
Con habilidad la jovencita empezó a pintar los labios de la mujer con un labial de intenso color violeta a juego con su ropa y sobretodo con sus zapatillas hechizadas.
Incapaz de reaccionar, la asistente dejó actuar a Patricia a su gusto.
Lentamente fue cubriendo los carnosos labios con una capa del labial, tomándose su tiempo y manipulando a la mujer como si fuera una muñeca.
Jill sentía los cálidos dedos acariciando su piel, su fresco aliento sobre el rostro y sobre todo el embriagador perfume de la jovencita invadiendo sus pulmones, dejándola mareada y débil.
Por primera vez la mujer se dio cuenta de como sus piernas se tensaban y sus pies se ponían de punta por puro placer sexual.
– Mmm… es muy agradable… -trató de decir con calma, pero su voz sonó ronca y exigente.
La pelirroja empezó a delinear los labios, lo que se sentía como una caricia enloquecedora que hizo sentir a la trigueña prisionera de sus sentidos y su deseo.
– Oh… de veras eres buena en esto.
Entonces la pelirroja sujetó a la mujer suavemente de la nuca y la miró profundamente.
– Eso es… mmm… te ves deliciosa primor -le susurró la joven al retroceder un poco para verla mejor.
– ¿En serio? -dijo halagada y sonrojada la asistente de Ivanka.
En ese momento Patricia puso sus manos a los lados de las caderas de la trigueña y acercó su rostro al de ella mirándola intensamente a los ojos al acercarle su boca, mientras oprimía un botón del control oculto en su mano.
Por un instante Jill se quedó sin aliento cuando una melodía lenta e irresistible empezó a sonar en su cabeza, cerró los ojos tímidamente y entreabrió los labios de forma inconsciente, o más bien… condicionada.
El beso fue largo, profundo, húmedo, sus lenguas jugaban una con la otra y sus manos acariciaban tiernamente el cuerpo de la otra.
Finalmente se separaron y Jill trató de recobrar algo de compostura.
– Oh… yo… lo siento pero… no soy… tu sabes… homosexual… no te ofendas… -balbuceaba mientras se acomodaba el cabello y la ropa.
– No te preocupes linda, yo tampoco lo soy, solamente aprecio la belleza femenina -le respondió la pelirroja mientras acariciaba el interior de los muslos de la mujer y a la vez activaba otro botón del control en su mano- y muy pronto tu también lo harás.
Una estruendosa y cadenciosa melodía sonó en la habitación y la trigueña vio impactada como sus piernas empezaban a moverse como si fueran las de otra persona.
– ¿Pero qué… qué está pasando? -dijo incrédula al ver sus piernas estirarse y encogerse sin poder controlarlas durante varios segundos hasta que de pronto la hicieron levantarse y comenzó a bailar en un sensual vaivén por el cuarto, puso sus manos en sus sienes, incapaz de comprender lo que ocurría.
– ¡Aux… -trató de gritar cuando se encontró con que la jovencita le colocaba una mordaza en forma de falo introduciéndolo entre sus labios y abrochándolo en su nuca.
– Mmm… nnnn… -gruñó mientras intentaba soltar el broche con ambas manos, pero con suavidad Paty la detuvo y tras ponerlas en la espalda las inmovilizó con algún tipo de grilletes.
Ella intentó resistir pero el vino y el poder de las zapatillas la habían dejado débil como una gatita.
– No, no… eso no se hace -le dijo suavemente la joven a su cautiva, como si fuera un bebé- solamente baila.
Ella sacudió la cabeza en gesto de resistencia.
– Nnnnn… nnnn… -gruñó tratando de luchar pero su cuerpo siguió bailando sensualmente por la habitación. Abría sus piernas, se encogía hasta quedar casi de rodillas y se volvía a levantar arqueando su cuerpo contra su voluntad.
Al pasar junto a Muñequita esta le arrancó la falda de un tirón, dejando completamente expuestas sus piernas, la siguiente vez hizo lo mismo con su blusa, dejando a Jill bailando por la habitación en ropa interior y tacones.
La pelirroja se recostó en la cama lentamente y tras introducir dos dedos en su tanga comenzó a masturbarse mientras observaba a la trigueña.
– Mmm… si… te ves muy bien Jill… ya quiero que seas mi hermanita… -susurró la jovencita mientras observaba como la mujer subía un pie entaconado a la cama y seguía ofreciendo su cuerpo con cada sensual ondulación, mientras sacudía la cabeza sin entender que estaba ocurriendo. Pero pronto entendería…

– Oh… no debí venir -pensaba Ivanka mientras miraba por la ventana de la limusina, a su lado se encontraba Scorpius, que vestía a la vez deportivo y elegante de negro- bueno quizás me haga bien olvidarme por un rato.
Scorpius había llegado a su penthouse esa noche y la había invitado a un club donde era inversionista, y sin saber muy bien como o por que aceptó a pesar de lo terrible de la traición de su ahora casi exesposo.
Se había tratado de vestir discreta pero por alguna razón se había puesto un diminuto vestido blanco sin tirantes que le llegaba a medio muslo y tenía un apetecible escote en forma de corazón. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones imposibles de Scorpius, pero lo peor era la provocativa lencería que sin saber por que había elegido, ni siquiera quería pensar en ello.
– Que van a pensar de mi si el mismo día que me separo de mi esposo vengo a bailar vestida así a un club… espero que realmente sea tan exclusivo como dijo Scorpius.
– ¿Estás bien Ivankita? -preguntó con ternura Dana, otra asistente de Scorpius que los acompañaba en la salida, le había agradado de inmediato por su dulzura y amabilidad, era casi como una niña, aunque su ropa distaba mucho de ese concepto: un ajustado vestido rojo encendido con un atractivo escote cuadrado, la prenda la cubría hasta la rodilla pero tenía aberturas a los lados que llegaban casi a la cintura, dejando ver sus piernas a cada paso y en sus pies llevaba unos escandalosos botines del mismo color del vestido y con varias aberturas mostrando sus dedos, su empeine y su talón, los tacones de aguja de los botines eran enormes y daban la impresión de alargar sus piernas hasta hacerlas interminables.
En ese momento pasaron frente a un elegante club con el nombre T. P. en grandes letras neón.
– Aquí es -indicó Scorpius a la chofer de Ivanka señalando una entrada lateral.
El vehículo entró y bajó a un estacionamiento donde finalmente se detuvo y la chofer les abrió la puerta mientras el auto con los escoltas se detenía a su lado y salían del transporte.
– Esperen aquí -les indicó Ivanka para después dirigirse a un elevador con Scorpius y Dana.
Los agentes observaron discretamente el sensual vaivén de caderas de las dos mujeres mientras caminaban al elevador dándoles la espalda.
– Ufff… -al fin respiró uno de ellos cuando las puertas se cerraron tras el trío.
– Vaya… que suerte tiene ese tipo -susurró el otro.

Tras cruzar por un enorme salón donde personas de alto nivel bailaban, bebían y se divertían con la música Scorpius guió a la rubia por varios pasillos a una habitación de techo bajo donde había un grupo de extraños aparatos en el centro.
– ¿Y esto? ¿Estamos tras bambalinas?
– Algo así… de hecho este artefacto es lo que le ha dado su éxito a mi club… por eso quise que lo vieras, lo llamo Escaparate…
– ¿Y para que es? -pensó extrañada la empresaria al acercarse.
– Dana te lo mostrará -dijo el hombre mientras la rubia llevaba a Ivanka al centro del artefacto- te ayudará a superar tu decepción.
– ¿Cree que me ayudará a olvidar lo que pasó con Jared?
– Querida mía, te aseguro que esto te hará olvidar todo -le dijo con una mueca Scorpius al oprimir un botón que hizo sonar una sicodélica melodía en la habitación
Al instante el cuerpo de la heredera reaccionó poniéndose tenso, sus piernas extendidas y paralelas, su pies en punta, sus manos bien altas sobre la cabeza y su rostro apuntando al techo.
– Aaaahh… -gimió confundida cuando Dana cerró unos grilletes sobre sus muñecas fijándolas a la estructura del aparato, luego ajustó dos correas, una inmovilizaba su cuello, la otra sus hombros ajustándose bajo las axilas. Un instante después recuperaba el control de su cuerpo.
– ¿Pero que hace? ¡Está loco…! -le dijo al ver como su captor se sentaba cómodamente en un sillón y Dana se paraba a su lado sonriente mientras Scorpius metía una mano bajo su vestido y empezaba a acariciar sus nalgas.
– Bueno… quizás un poco… tengo ideas muy… particulares sobre el sexo y el placer, pero esto es necesario. Nuestras reuniones no son suficientes, únicamente una vez a la semana y por breves periodos, así que necesito acelerar tu condicionamiento, para eso es el Escaparate, pues tiene una doble función por un lado me permite potenciar y acelerar los efectos de las zapatillas en las mujeres, obteniendo en un día los efectos de un mes, por el otro me ha dado ganancias millonarias con clientes de gustos muy particulares… y costosos. Para eso es este club, me ha permitido financiar parte de mis operaciones.
– ¿Qué? ¿De que está hablando? -gimió cada vez más asustada Ivanka- No entiendo…
– Ah… lo olvidaba, recuerda Ivanka… -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto y un agudo tono resonaba en el cuarto.
– Oooohhh… usted… monstruo… -empezó a decir la rubia cuando el artefacto al que estaba sometida cobró vida, entonces la mujer vio con terror como una compuerta se abría bajo sus pies dejándola colgando un instante antes que la pieza acolchada de metal que la sujetaba de muñecas, cuello y hombros empezará a bajarla lentamente.
– ¿Que va a hacer… conmigo? -empezó a decir hasta que sintió como sus pies atravesaban algún tipo de membrana elástica- ¡Auxilio!
– Puedes gritar todo lo que quieras, este cuarto al igual que otros similares esta insonorizado.
– Por favor… no me lastime… -dijo asustada mientras la bajaban lentamente.
– Vamos Ivanka… ¿De veras crees que lastimaría a una lindura como tu? -la tranquilizó mientras oprimía un botón del panel al costado del sillón y una enorme pantalla se encendía en la pared frente a la rubia.
La sorprendida mujer vio en la pantalla una habitación de techo bajo de tipo minimalista con un par de sillones colocados frente a una tarima artísticamente iluminada, entonces logró ver sus propias piernas bajando lentamente en la pantalla, luego su caderas y su busto, hasta que finalmente pudo apoyar sus pies entaconados en la tarima, sin embargo sus hombros, cabeza y brazos quedaron sellados y ocultos en donde estaba Scorpius, en la habitación justo arriba de la que aparecía en pantalla.
– Ahora sabe por que lo llamo el Escaparate -le dijo sonriente el hombre de la cola de caballo a Ivanka al ver la confusión en su rostro que se encontraba al nivel del piso- me permite mostrar mis mercancías para los clientes. Observe…
En la habitación que aparecía en la pantalla se apagó la luz, se abrió una puerta débilmente iluminada y entró una sombra.
– ¿Qué pretende? -preguntó la rubia algo asustada.
– Veras… mis clientes buscan algo muy especial, algunos quieren placer sin consecuencias, otros quieren someter a una mujer, otros disfrutar el sexo sin necesidad de una relación…  pero a fin de cuentas todos desean una mujer objeto… justo en lo que te he convertido.
En ese momento la luz volvió a encenderse en el cuarto inferior, pero ahora provenía de la tarima, iluminando el cuerpo de Ivanka desde abajo, su perfecta figura cubierta por el vestidito blanco daba la impresión de carecer de hombros, brazos y cabeza con lo que parecía un hermosa escultura incompleta o surrealista, como una columna estípite griega, pero inquietante… provocativamente palpitante y viva.
Ivanka cambiaba la postura de su cuerpo cada pocos minutos pero lo veía ocurrir en la pantalla como algo lejano, ajeno, como en una disociación cuerpo-mente, y notaba como algunas de sus posturas y actitudes antes naturales ahora le parecían terriblemente provocativas y sensuales.
– ¿Qué va a hacerme? -preguntó la mujer sin dejar de ver su propio cuerpo en la pantalla.
– Estamos por averiguarlo… – le respondió Scorpius al ver que en la pantalla había movimiento.
Ivanka vio como un hombre se levantó del sillón desde el que había estado contemplando la perfecta silueta de la indefensa mujer y se acercó, luego le dio una vuelta al pedestal como admirándola desde todos los ángulos.
La rubia vio como su cuerpo se removía incómodo ante el escrutinio del cliente que empezó a hablar en voz alta.
– En verdad es una diosa… una diosa -dijo con voz casi temblorosa el hombre alto y de cabello cano mientras miraba con adoración el maniquí de carne sobre lo que ahora entendía la rubia no era una tarima, sino un pedestal, un escaparate para ofrecer sus encantos al mejor postor.
– A las chicas de mi club las llamamos diosas, de hecho el nombre del club es Templo del Placer -explicó orgulloso Scorpius a la asustada Ivanka, que vio en la pantalla como el hombre extendió la mano y alcanzó el cierre de su vestido en la espalda.
Ella intentó alejarse pero sus hombros y cabeza estaban fijados a la estructura de la máquina, lo que la tenía atrapada.
– ¡Noooo! ¡No lo haga! -gritó desesperada la empresaria a la pantalla.
– No puede oírte primor ¿Recuerdas? El cree que eres una modelo y bailarina sexual y fetichista que disfruta la situación.
Desesperada trató de alejar su cuerpo del cliente pero el llevar sus pies hacia adelante y arquear su espalda no solamente pareció sensual y deliberado, sino que además hizo que el cierre que ya sujetaba el hombre empezara a bajarse, como animándolo a seguir.
Con una sonrisa y en un rápido movimiento el cliente bajó el cierre hasta su límite y un instante después el vestido resbalaba suavemente por las curvas de la rubia hasta quedar en sus pies como el capullo desprendido de una oruga que se convierte en mariposa ¡Y que mariposa!

– No… por favor no… -gimió ella al ver la lencería que se había puesto bajo el vestido. Un sostén blanco nacarado sin tirantes levantaba y separaba sus senos apenas cubiertos por translúcido encaje, formando un increíble escote que parecía salido de un comercial de Victoria’s Secret. Una ajustada faja corset a juego constreñía su cintura haciéndola aun más pronunciada, más abajo relucía también de color blanco nacarado la más pequeña y delicada tanga de encaje que el cliente jamás hubiera visto, parecía señalar y resaltar su femineidad en lugar de cubrirla.
Enmarcando su sexo se extendían desde el corset unos ligueros primorosamente bordados que sostenían en su lugar las sedosas medias blancas al muslo, rematadas también de encaje, que casi llegaban a la entrepierna de la diosa. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones que la forzaban a estar casi de puntas, las arregladas uñas de sus pies estaban pintadas del mismo color nacarado. El conjunto transmitía una imagen de ese cuerpo a medio camino entre lo virginal y lo lujurioso que enloqueció al encanecido hombre.
– Eres perfecta… perfecta… -gimió mientras extendía la mano para acariciar la cadera de la mujer.
La maravillosa mujer objeto ante él se apartó lo más lejos posible sobre el pedestal de una forma deliciosamente tímida.
En el piso superior Ivanka trataba de alejarse asqueada de esas manos, pero el efecto en pantalla era muy diferente.
– ¡Basta… deténgalo! -pidió la rubia mientras su esbelto cuerpo era acosado sin escapatoria sobre el pedestal- le daré dinero si eso busca…
– Bueno como le dije esto tiene doble función, el dinero es una parte pero en su caso lo que quiero es amplificar el efecto de las zapatillas en su cuerpo, su mente… y su alma. De hecho ya casi es hora de empezar el condicionamiento.
En ese preciso momento el cliente logró desabrochar el sostén del tímido y huidizo cuerpo sobre el pedestal, dejando libres un par de firmes senos del tamaño de toronjas cuyos rosados pezones se encontraban erguidos y duros.
– Nooo… -gimió la rubia al ver su busto expuesto, deseando con todas sus fuerzas poder defenderse, pero no sabía que ya había sido condicionada a no atacar a nadie en un ambiente sexual. La linda rubia podía resistir de cualquier forma excepto con violencia.
– Por favor… va a violarme… -dijo asustada.
– Oh, no te preocupes Ivanka, tu eres mía, solamente mía, el cliente no desea tomarte directamente, pero si tocarte y hacerte disfrutar, yo mismo lo elegí para esta función -dijo Scorpius mientras observaba sonriente como en la pantalla el delicioso cuerpo de la empresaria trataba de mantenerse lejos del hombre de cabello canoso, haciéndose a un lado y encogiendo un pierna de forma muy coqueta- y hablando de eso es hora de empezar tu condicionamiento intensivo… y también la función.
El captor de la mujer se preparó para activar un botón del panel a lado del sillón, mientras que sentada en sus piernas Dana lo masturbaba lánguidamente, sus esbeltos dedos moviéndose arriba y abajo casi con adoración.
– No… por favor… no lo haga… -le rogó la rubia.
En el piso de abajo el cliente observaba embelesado el esbelto torso y torneadas piernas que parecían salir directamente del techo, conectándose por medio de una bella membrana elástica.
– Uuufff… que bien… -susurró sintiéndose tremendamente excitado con el juego de perseguir que habían estado practicando. En ese momento planeaba una finta para atrapar esas maravillosas piernas que seguían evadiéndolo.
De pronto una sensual canción empezó a sonar en las bocinas y la diosa del pedestal cambió por completo de actitud, se puso al centro y abrió sus piernas ampliamente, como en actitud retadora pero con sus pies en punta como bailarina de ballet, para de inmediato comenzar a bailar ondulando sensualmente su cuerpo y dando espectaculares giros gracias al eje articulado al que estaba encadenada.
Absorto y en total silencio, como si un ruido fuera a romper el hechizo, volvió a sentarse en un sillón y observó maravillado las eróticas evoluciones de la mujer objeto por la que había pagado una gran suma para disfrutarla.
– Diosa… vales cada centavo -pensó mientras la observaba darle la espalda e inclinarse para sacudir provocativamente sus respingadas nalgas para el cliente al ritmo de la música.
– Ooohhh… uuuunnnnhh… -gemía Ivanka sometida por la música mientras su cabeza giraba suavemente sobre el cuello, sintiendo un enorme placer nublando como siempre su razón.
– Muy bien Ivanka… eso es… ahora pasemos a la siguiente etapa -dijo Scorpius al oprimir otro botón. Mientras, Dana se masturbaba vigorosamente, dando ricos grititos de placer mientras observaba todo.
En el piso inferior una cristalina voz de mujer sonó en las bocinas.
– Por favor acérquese a su diosa -indicó en tono chispeante.
Casi temeroso el cliente obedeció. Al estar a su lado la música cambió a algo más lento y cadencioso.
– Ahora… pida y se le concederá -aseguró la encantadora voz.
– Ooohhh… no… no… -gruñía débilmente la poderosa empresaria al recuperar su consciencia mientras su cuerpo seguía moviéndose de forma excitante.
En sus oídos sonó la voz del cliente que observaba su cuerpo en el piso inferior.
– Sacude tus tetas… -dijo con voz ronca.
Al instante el cuerpo de Ivanka se giró hacia el hombre maduro, arqueó su espalda y tras dar dos pasitos hacia atrás empezó a sacudir sus suculentos senos a pocos centímetros del cliente, a ritmo con la música y con sus caderas.
– Oooohhh… basta… -gimió la rubia sometida al Escaparate.

– Ahora tus piernas… muéstramelas… -dijo más seguro el hombre después de humedecerse los labios.
– Aaaahhh… -gruñó de placer la empresaria al tratar inútilmente de resistir la orden, pero ya su cuerpo estaba obedeciendo, volviendo a girar a ritmo con la melodía, mostrando su perfil, para luego extender una pierna y flexionar la otra alternativamente.
– Vamos Iv… puedes hacerlo mejor… -le dijo Scorpius a su cautiva al recostarse junto a su cabeza sobresaliendo del piso- muéstrale tus maravillosas piernas…
– Pero yo…
– Hazlo… ¡Obedece! -le ordenó de forma irresistible su captor a la vez que la sujetaba del cabello y la besaba apasionadamente contra su voluntad, provocándole un pequeño orgasmo al verse sometida de esa manera.
– Aaaahhh…
Al momento su traicionero cuerpo se enderezó y levantó su pierna perfectamente dura, derecha y horizontal, poniendo su sedosa pantorrilla blanca ante el cliente a la altura del pecho, donde empezó a ondularla seductoramente ante sus enamorados ojos.
– Mmm… diosa… muéstrame tu coñito… -dijo en tono suplicante.
La mujer objeto abrió sus piernas como gimnasta en una amplísima V, quedando en el aire, sostenida por las correas y los grilletes unidos a la estructura del Escaparate.
Para su vergüenza la rubia vio una mancha de humedad marcándose en el pequeño triángulo de encaje.
– Quiero tu tanga… -dijo decidido el cliente para recibir una respuesta inmediata.
– Tómela -dijo la voz de mujer, mientras el cuerpo de la empresaria acomodaba sus piernas derechas y ligeramente abiertas en el aire, como si fuera una muñeca sentada.
El hombre sujetó el elástico y lo deslizó pos sus largas piernas, dejando expuesta una vagina enmarcada de cabellos dorados cuidadosamente depilados, sus labios brillaban por la humedad.
– Ooohhh… aaalto… -pidió la empresaria mientras su cuerpo volvía a bailar para el cliente sobre sus altos tacones.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -dijo la voz femenina con dulzura en las bocinas.
El cliente entonces sonrió, sacó de una bolsa un vibrador color plateado y se acercó a la mujer objeto.
– Aaaahhh… no… nooo… eso nooo… -gritó inútilmente la mujer.
– Déjame darte placer -dijo el hombre y al instante el cuerpo se giró y se inclinó, ofreciéndole su nalgas y todo lo que había entre ellas.
– Muy bien Iv, tu cuerpo reacciona cada vez mejor, ya es hora de darte un nuevo nombre y que me llames por otro.
– No… de que habla… -dijo débilmente sin darse cuenta de que el hombre abría su vagina con dos dedos preparándose a meter el vibrador.
– Ahora lo verás…
– Aaaayyyy… -abrió la boca dando un gritito de placer al sentir el aparato haciendo bailar sus entrañas- aaahhh…
– Eso es… no te resistas -le decía en un susurró Scorpius a la mente y voluntad de la rubia, por que su cuerpo se movía con vigor ayudando al hombre canoso a masturbarla mientras la sujetaba de su corset desde atrás.
– Nnnnggg… aaaahhh…
– Bien, desde ahora tu nombre será Lindura, al menos cuando estemos a solas. Dilo…
La mujer trataba de resistir, pero mientras hacía vibrar sus caderas el cliente metía y sacaba el vibrador con un mano, a la vez que acariciaba sus piernas o senos con la otra.
– Dilo…
– Nnnoo…
– Te llamas Lindura…
– No… nooooo… -gimió al sentir como el vibrador la penetraba hasta el fondo mientras su cuerpo se movía atrás y adelante en precario equilibrio sobre sus tacones, ayudando a ser sometida sexualmente.
– Vamos dilo…
– Aaahhh…
– Eres Lindura…
– Aaaaahhhh…
– Eres Lindura y yo soy tu Dueño…
– Aaaaaahhhhh… por favooooohhhr… -abajo el hombre la penetraba a un ritmo constante con el juguete, pero ahora también pellizcaba sus ya duros pezones o bien le daba nalgadas cuyo ardor se confundía con placer para la indefensa rubia.  Su cuerpo se movía sensualmente con cada toque, invitando al cliente a seguir más y más rápido con sus atenciones amorosas.
– Soy tu Dueño… y tu eres mi Lindura… -le susurraba Scorpius gentilmente al verla cerrar los ojos y abrir la boca casi al borde del orgasmo- acéptalo…
– Mi… Dueño… soy… Lindura… -jadeó Ivanka por un instante pero al darse cuenta de lo que había dicho abrió los ojos aterrada- No… no… maldito, maldito… soy Ivanka Trump… déjeme…
– Muy bien… perfecto Lindura, repítelo.
– No lo hare… aaaahhhh…
– ¿En serio? Muy pronto harás todo lo que yo te diga… y te dará placer hacerlo.
– Nooo… auxilioooo… quien sea… ayúuuudenme… -grito desesperada al sentirse parada de puntitas al borde del abismo del éxtasis, el abandono y la aceptación.
Su cuerpo, ya esclavizado al poder de las zapatillas, rodeó con sus largas piernas los hombros del cliente, atrayéndolo sin control a su vagina, ya roja e hinchada, hasta que el hombre dejó el vibrador dentro de su sexo, la sujetó de una de sus firmes nalgas y empezó a mostrar su pleitesía a la mujer objeto acariciando rápidamente su clítoris.
Al mismo tiempo Scorpius aumentaba al máximo el volumen de la música, que en algún momento se había convertido en una enloquecedora zampoña que combinada con la adoración del hombre del piso inferior finalmente la empujaron para hacerla caer al delicioso e inevitable abismo del placer y la esclavitud eterna como prisionera de las zapatillas rojas. Ivanka tuvo un abrumador y poderoso orgasmo.
– ¡Oooooohhhhhh… oooooohhhhh…! –empezó a gritar al fin sin poder evitarlo. Entonces Scorpius le ordenó una última vez con voz dominante a la vez que sujetaba su rostro.
– ¡Dilo! ¡Soy tu Dueño y tu eres mi Lindura!… ¡Dilo! -le gritó mientras la obligaba a mirarlo a los ojos al alcanzar el orgasmo, adueñándose así de una parte de su voluntad.
El cuerpo de la Diosa en el nivel de abajo se estremeció ferozmente no tanto por el éxtasis, sino por el desesperado esfuerzo de la rubia por aguantar y no obedecer la orden de Scorpius, pero era inútil, resistir era como tratar de contener una explosión ya iniciada, o detener una ola a punto de romper en la playa.
– ¡Aaaaaaaahhhh…! –gritó al fin a todo pulmón, aceptando su destino y disfrutando salvajemente al hacerlo- ¡Siiiiii… siiiiii… eres mi Dueeeeño…! ¡Soy tuyaaaaaaa… soy Linduraaaaaa…!
– Otra vez… –le dijo calmadamente Scorpius.
– Eres… mi Dueño… soy… Lindura –dijo roncamente la empresaria mientras se derrumbaba derrotada y débil, su cuerpo sostenido apenas por los brazos del cliente. Sonriente, el hombre canoso la bajó y la dejó colgando del Escaparate.
– Oooohh… gracias diosa –dijo para después darse la vuelta y salir por la puerta mientras intentaba limpiarse una gran mancha de humedad en su entrepierna. Al instante de una puerta oculta entraron un par de mujeres que limpiaron rápidamente el cuarto, refrescaron y vistieron de nuevo a Ivanka, incluyendo una pequeña tanga blanca con la palabra diosa bordada en el triángulo de tela en lugar de la que se había llevado el cliente. Tan rápido como terminaron desaparecieron por la puerta oculta.
– Eso es Lindura, fue un excelente avance… para tan poco tiempo –le dijo Scorpius mientras se levantaba.
– Ooohhh… mal… dito… seas… mi Dueño… –le espetó Ivanka, aterrorizada al darse cuenta de que aunque sabía su propio nombre, ahora respondería a ese sexista y ultrajante sobrenombre en presencia de su Dueño. Pero sentía que aun podía resistir.
En ese momento se abrió de nuevo la puerta y entró ahora un hombre joven y de apariencia tímida, se sentó en un sillón y observó como hipnotizado el cuerpo de la rubia que yacía colgando como un títere sin hilos.
Una canción lenta y erótica empezó a sonar en la habitación y el delicioso cuerpo de la heredera empezó a reaccionar levantándose lentamente siguiendo el ritmo de tambores.
– Aaaahhh… no… no de nuevo –casi suplicó al sentir que comenzaba a subir desde sus zapatillas el calor de la excitación.
– Bueno, esto es un placer pero tengo que dar un vuelta por el club, para poner orden ya sabes… –dijo Scorpius mientras se acercaba al sillón donde permanecía Dana con los ojos adormilados y el vestido subido a la cintura, dejando ver unas coquetas pantaletas negras.
El hombre joven abrió su pantalón y empezó a masturbarse mientras la veía moverse en el pedestal.
– No… meeee… deje cooooon… él ¿Por… favor…?
– Estarás bien cuidada no te preocupes, además de Nena dejaré una grabación mía acompañándote.
– ¿Deeee… que hablaaaa…? -gimió de indeseado placer.
– Recuerda que es un tratamiento intensivo, estarás aquí complaciendo a todos los clientes de esta noche, sensibilizándote más y más al poder de las zapatillas, además te estoy dejando nuevos condicionamientos para avanzar a paso veloz en tu esclavitud… esta técnica funciona muy bien, la use por primera vez con Piernas y me ahorró mucho tiempo, este es el mismo proceso… perfeccionado, nos vemos al rato Lindura, ya ansío que seas totalmente mía.
Entonces activó un control y la voz de Scorpius empezó a sonar en el cuarto mientras el cuerpo de la mujer seguía bailando para el nuevo cliente, sometida al placer y la voluntad de otro mientras las zapatillas la obligaban a aceptar los condicionamientos.
– Lindura siempre obedece a Scorpius… Lindura siempre desea a Scorpius… Lindura siempre se viste sexy… Lindura adora usar tacones altos…
– Nooo… no me hagas… esto, por favor… -suplicó la mujer mientras Scorpius salía de la habitación.
– Lindura se viste para excitar… Lindura siempre usa medias… Lindura usa sólo lencería sexy… Lindura adora mostrar sus piernas… –el condicionamiento seguía con sugestiones cada vez más humillantes y perversas, a las que la rubia se trató de resistir, pero su sensual baile en el piso inferior y las primeras caricias del joven le impedían concentrarse. Y cada vez era peor pues la música subió de volumen en sus oídos impidiéndole hasta pensar…
– ¡Ayudaaaaaa… deténganloooo…!
Sus gritos se ahogaron al cerrarse la puerta, mientras Scorpius pasaba frente a una docena de habitaciones donde igual número de mujeres le proveían por igual de recursos y esclavas, muy pronto Ivanka le daría todo lo que necesitaba para tener alcance internacional.
– Hoy el país, mañana el mundo… -pensó sonriente mientras entraba a su centro de mando en el club.
CONTINUARÁ
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