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Comencé la semana completamente segura de mí misma, convencida de mi nueva identidad y condición, conocedora de mis defectos y virtudes, así como de mis armas para alcanzar mis objetivos.
En el terreno laboral descubrí que con palabras amables, y trato menos severo que el que la antigua Lucía solía dispensar, también se podían conseguir las cosas; explicando, cuando fuese necesario, cada decisión tomada con sólidos argumentos que podían ayudar a mis subordinados a entender cada una de mis decisiones para, finalmente, compartirlas e implicarse con ellas. En el caso de los hombres, esto era más fácil, un ligero coqueteo o una simple mirada mantenida un poco más de lo normal, y acababan dándome la razón en cualquier cosa totalmente convencidos de ello. En el caso de las mujeres, no tenía ninguna bajo mi mando directo, pero quise acercarme más a todos los entresijos del trabajo, por lo que empecé a relacionarme con gente de escalas inferiores, entre las que había mujeres algo mayores que yo, y alguna de mi edad bastante simpáticas, con las que empecé a quedar todos los días para el café de media mañana en la cafetería de la planta baja.
Desde la pequeña reunión del viernes anterior, los tres jefes de sección me trataban con más familiaridad, y se esforzaban por agradarme. Sabía que me desnudaban con la mirada, y la verdad es que eso me encantaba. Me excitaba la idea de ser la protagonista de sus fantasías, por lo que, de vez en cuando, les regalaba alguna vista de mi escote o meneo de culito. Era un “inocente” juego que me divertía, porque sabía que ni ellos ni yo haríamos nada más.
Con quien tenía que tener cierto cuidado era con Gerardo, el Director General. Debía perpetuar el perfecto equilibrio que Lucía siempre había logrado mantener. Cualquier gesto fuera de la relación profesional podía ser interpretado por él como un signo de aceptación de sus insinuaciones, y aunque reconozco que no me desagradaba en absoluto, es más, le encontraba cierto atractivo, no podía poner en riesgo mi trabajo, carrera y futuro, por lo que seguí manteniéndole a raya con amabilidad.
El martes, después de la jornada laboral, decidí volver al hospital. Tenía mucho que contar sobre lo vivido y los cambios en mi interior, y puesto que no podía sincerarme con nadie sin que quisiera ponerme una camisa de fuerza, el durmiente cuerpo de Antonio me serviría para desahogarme con la sensación de que había alguien escuchándome.
Cuando llegué a la habitación, mi plan de sinceridad quedó completamente desbaratado. Antonio tenía visita, un jovencito de 19 años al que conocía perfectamente.
– Hola – le saludé sintiendo un vuelco en el corazón.
– Hola – contestó el chico levantándose de su asiento ante mi entrada.
Se trataba de Pedro, un querido amigo de mi vida anterior al accidente. El chico era hijo de una amiga de mi madre, una amiga que tuvo a Pedro siendo muy joven y que se quedó sola con el niño cuando el padre se lavó las manos y desapareció del mapa. Alicia, así se llamaba ella, había pasado mucho tiempo en mi casa, y a pesar de que Pedro era siete años menor que yo, entablamos amistad desde el primer momento. No en vano, en la práctica, nos habíamos criado juntos y éramos casi como hermanos.
Sentí una pequeña punzada de dolor nostálgico al encontrarle allí, pero pude disimular el sentimiento esbozando una amplia sonrisa, y el dolor se suavizó ante el pensamiento de que mi amigo no me había abandonado.
– ¿Vienes a ver a Antonio? – me preguntó mirándome de arriba abajo con el descaro de la juventud -. Nunca te había visto por aquí.
– Sí, claro – contesté-. Soy Lucía… compañera del trabajo.
– Encantado, Lucía – me dijo dándome dos besos que le correspondí con cortesía -. Yo soy Pedro, un amigo.
Al acercarse a mí, mis sentidos de mujer se agudizaron. Percibí su fresca fragancia mezclada con su propio olor, y me resultó muy agradable. Mis ojos lo contemplaron como si fuera la primera vez, y ante mi nueva perspectiva, vi en él un atractivo que como hombre jamás habría percibido, pero que ahora me resultaba muy marcado. Se parecía mucho a su madre, y ante mis ojos de mujer se presentaba tan sexy como ante mis anteriores ojos de hombre se había presentado su madre. Y es que, en esa atracción, se basaba el mayor secreto de mi vida anterior: con 18 años me había desvirgado con la amiga de mi madre, Alicia, la madre de mi amigo.
El estreno de mi vida sexual no fue algo premeditado, surgió una tarde en la que fui a buscar a Pedro a su casa para llevarle al cine como habría hecho con un hermano menor. Pero no estaba, se había ido con sus abuelos a pasar la tarde en la finca de estos. En su lugar, estaba Alicia, su madre, una bella mujer de 32 años que estaba sola y aburrida. De aquello ya habían pasado ocho años, pero lo recordaba como si fuera ayer. Me invitó a un refresco para que le hiciese compañía durante un rato, y charlamos, pero yo tenía las hormonas revolucionadas, y Alicia era una guapa mujer de cabello castaño y ojos color miel, con un bonito cuerpo y unos sensuales labios que no podía dejar de mirar, así que mi erección se hizo tan evidente que la madre de Pedro reparó en ella. En mi memoria se grabó a fuego el cómo se relamió al ver mi abultado pantalón, y con un simple “Me apetece un caramelo”, se arrodilló ante mí, me bajó los pantalones y calzoncillos y me hizo la mejor mamada que me hicieron jamás. Degustó mi verga como si realmente fuese un caramelo, y cuando me corrí dentro de su boca animado por ella misma, bebió mi leche como si fuera el más delicioso elixir. Después, se desnudó ante mí, mostrándome la belleza de un cuerpo femenino “en directo” por primera vez. Mi juventud, su sensualidad y el morbo de desvirgarme con una amiga de mi madre, no permitieron que mi erección declinase por completo, por lo que me montó hasta que consiguió que mi polla volviese a estar completamente dura dentro de ella para alcanzar un orgasmo en el que la acompañé llenándola nuevamente con mi leche.
Y así me desvirgué, corriéndome en la boca de la amiga de mi madre y follándome a la madre de mi amigo, y aunque aquello jamás se repitió, el erótico recuerdo fue imborrable, y la sensación de traición a Pedro, también.
– ¿Habías venido ya a ver a Antonio? – me preguntó Pedro sacándome de mis recuerdos.
– Sí – contesté sonriéndole-. Antonio… también es mi amigo.
Y así comenzamos una distendida charla que consiguió hacerme olvidar el verdadero motivo por el que había ido al hospital. Pedro me contó historias vividas con su amigo, historias vividas conmigo, pero que contadas por él resultaban más graciosas y enternecedoras, mostrándome que realmente sentía a Antonio como si fuera su hermano mayor. Me sentí muy cómoda, y aunque ahora la diferencia de edad entre nosotros se había incrementado hasta los once años (ya que Lucía tenía 30), y teóricamente nos acabábamos de conocer, realmente conocía a aquel chico desde toda la vida, y él cogió confianza conmigo enseguida. Tal fue así, que le di mi número de teléfono para que me avisara si se enteraba de algún cambio en la situación de Antonio.
Salimos juntos del hospital, y me ofrecí para llevarle a casa en coche, a lo que él aceptó encantado por ir conmigo y por ahorrarse más de una hora de transporte público.
– Tienes un coche de tía buena – me dijo al ver el Mini Cooper de color crema.
– ¿Ah, sí? – le dije pillada de improvisto.
– Por supuesto. Tengo la teoría de que las dueñas o conductoras de este modelo de coche son todo tías buenas.
– Curiosa teoría – le contesté sintiendo un cosquilleo.
– Y tú la acabas de confirmar – me espetó con una encandiladora sonrisa y el descaro de su juventud.
Su desparpajo y el inesperado piropo me hicieron sonreír.
De camino a su casa se me ocurrió una idea, ahora tenía la oportunidad de dedicarles unas palabras a mis padres sin tener que pasar por el trago de enfrentarme a ellos. Le pedí un favor, que me acompañase un momento a mi casa para que les diese a los padres de Antonio una carta de mi parte. Pedro era buena persona, y accedió a hacerme el favor, además, su casa quedaba a tan sólo una parada de metro de la mía.
En casa le ofrecí un refresco y le pedí que me esperase en el salón mientras buscaba la carta, aunque en realidad tenía que escribirla. Encendí el aire acondicionado, dejé la chaqueta del traje sobre una silla, y allí le dejé esperando mientras me encerraba en el despacho.
Enfrentarme al papel en blanco fue horroroso, había tanto que quería decir, pero que no podía… Tras unos momentos de duda, finalmente me di cuenta de que sólo podía decirles que les quería sin revelarles que era su hijo quien realmente lo había escrito:
Estimados señores,
Mi nombre es Lucía, Subdirectora de Operaciones de la empresa en la que trabaja Antonio. Querría expresarles el más profundo mensaje de apoyo en estos difíciles momentos en nombre de la empresa, pero no me limitaré a eso.
Sé que mis palabras, de poco consuelo pueden servirles, y aunque podría transmitirles el valor que su hijo tiene para la empresa, siendo un gran profesional altamente cualificado, responsable y comprometido con su trabajo, he tenido la fortuna de conocerle personalmente y entablar amistad con él, por lo que creo que es mejor que les transmita los sentimientos que, en confianza, Antonio me ha revelado.
Se siente muy orgulloso de su origen y de sus padres. No hay palabras para describir el agradecimiento que siente por la educación recibida y los valores que sus padres le han aportado. Si fuera él quien escribiera estas líneas, tal y como le conozco, estoy segura de que les diría que les quiere y les echa de menos…
Al llegar a este punto, los ojos se me llenaron de lágrimas, y no pude continuar. Dejé pasar unos momentos para recomponerme, pero cuando ya estaba lista para continuar escribiendo, me di cuenta de que no tenía más que decir; sólo quería decirles cuánto les quería y echaba de menos, y sobre todo, decirles que estaba bien y que había empezado una nueva vida… aunque esto era inviable. Por mucho que fuese yo quien escribiera, mis padres sólo leerían la carta como las palabras de una extraña; incluso la letra que ahora salía de mi puño no se parecía a la de su hijo…
Decidí desechar la carta. Para mis padres no tendría ningún sentido, así que la tiré a la papelera, aunque sí que sirvió como cierto desahogo para mí.
De pronto recordé que tenía a Pedro esperándome en el salón, sería un poco embarazoso decirle que no tenía ninguna carta para que le entregase a los padres de Antonio, así que decidí que le diría que había estado buscando la carta por todo el despacho y que incluso la había buscado en mi ordenador personal, pero que estaba claro que me la había dejado en el trabajo. Sería extraño, pero Pedro era un buen chico y seguramente no se molestaría; además, le había ahorrado más de una hora de metro con varios transbordos.
Salí del despacho y encontré a Pedro sentado en el sofá frente a mí. Me acerqué a él percibiendo el claqueteo de mis tacones sobre la tarima del suelo marcándole un ritmo cadencioso a mis caderas, un vaivén del que el joven no perdió detalle:
– Perdona por haberte hecho esperar – le dije.
– No importa, algo me dice que va a merecer la pena – me dijo mirándome de arriba abajo con descaro.
– ¿Cómo? – le pregunté sorprendida.
– No traes ninguna carta en las manos…
Sentí cómo me ruborizaba, y entonces me percaté del imponente abultamiento en su entrepierna. ¿Qué locas fantasías se había imaginado?.
– Con una burda excusa – contestó el reducto de masculinidad que quedaba en mí-. te has llevado a casa a un chico once años más joven que tú y le has hecho esperar. ¿Crees que es una loca fantasía?, ¿qué habrías pensado tú en su lugar?.
La patente erección que adivinaba bajo su pantalón despertó mi libido. Las hormonas femeninas agudizaron mis sentidos, haciendo que a pesar de la distancia que nos separaba, la fresca fragancia que desprendía mi amigo se me hiciera irresistiblemente atrayente. Mis ojos percibieron con mayor claridad su atractivo físico, estudiando sus agraciadas facciones y escaneando las proporciones de su cuerpo. Sentí cómo se me endurecían los pezones bajo la blusa y el suave sujetador, el calor y la humedad se hicieron patentes en mi sexo, y los labios se me quedaron tan secos que tuve que humedecerlos con la punta de mi lengua. Le deseé, le deseé tanto que quería comérmelo enterito, como el dulce bollito que era ante mi perspectiva.
– No, no es una carta lo que voy a darte – le dije respondiendo más a mis deseos que a él mismo.
Entonces vinieron a mí los recuerdos de aquella tarde de ocho años atrás, cuando había vivido una situación parecida, sólo que en aquella ocasión yo era un chico, y la madre de aquel que yo ahora deseaba me había regalado un recuerdo imborrable para toda la vida. El destino había hecho una extraña jugada, y ahora se me presentaba la oportunidad de saldar la “deuda” que tenía con Pedro. En ese momento era yo la sexy mujer madura, y mi amigo, el inexperto jovencito, aunque no tanto como yo lo había sido en aquel entonces, puesto que él ya había tenido un par de breves encuentros.
Aquel paquete de su entrepierna era como un imán para mí. Me parecía increíble el gusto que había adquirido por esa parte de la anatomía masculina, teniendo en cuenta que yo misma había sido un hombre en una vida anterior, aunque en ese momento, esa vida se me antojaba tan lejana como la prehistoria. Me arrodillé ante él y, situándome entre sus piernas, acaricié esa protuberancia que despertaba la insaciable hembra que latía en mi interior; él suspiró.
Desabroché el pantalón corto que llevaba y, con su ayuda, tiré de él y del calzoncillo para dejarle desnudo de cintura para abajo. Su polla se presentó ante mí erecta, apuntando hacia el techo, con una cabeza gruesa y rosada y un tronco largo y grueso también, surcado de venas que lo adornaban. Era una polla joven, desafiante y vigorosa, una deliciosa tentación que estaba dispuesta a degustar. La sostuve con una mano y me acerqué a ella para que mi cálido aliento incidiese sobre la sensible piel de su glande.
– Uuuffff – suspiró Pedro.
Le miré a los ojos, y en ellos vi el reflejo de su excitación y expectación, incluso percibí incredulidad. A pesar de haberse imaginado esa situación mientras me esperaba, realmente no tenía esperanzas de que tuviese lugar. Acababa de conocer a una, en sus propias palabras, “tía buena” mayor que él, y ésta se le había llevado a su casa para que descubriese lo que era echar un polvo con una mujer de verdad, no como el par de chiquillas medio borrachas con las que hasta el momento se había acostado para terminar con sendas corridas rápidas.
Mis jugosos labios se posaron sobre su glande, y lo envolvieron como si fuera un delicioso caramelo. Volví a oírle suspirar, y tocando la punta con la lengua, percibí el salado gusto de una gota de lubricación. Succioné y bajé mi cabeza lentamente introduciéndome su polla en la boca, recorriendo todo su tronco hasta que tocó mi garganta. Aún me quedaba una porción por engullir, pero mi cavidad bucal no daba para más. Pedro suspiraba con fuerza, le gustaba cómo me había tragado su falo, así que hice un poco más de fuerza de succión, envolviendo el duro músculo con mis carrillos paladar y lengua, teniéndolo completamente aprisionado.
Tener una verga en la boca y oír gemir al macho, tenía en mí un efecto que jamás habría imaginado. Me sentía poderosa, dueña de aquel duro músculo y del hombre que lo portaba, pudiendo hacer o deshacer a mi voluntad, teniéndolo dominado por el placer que era capaz de proporcionarle. Era una sensación grandiosa y terriblemente excitante, se me hacía el coñito agua. Hasta el momento, sólo había disfrutado de la experiencia de hacer una mamada en una ocasión, descubriendo que la práctica me gustaba, y ahora no sólo había corroborado que me gustaba, ¡sino que me encantaba!. El hecho de que fuese la polla de mi antiguo amigo le daba un especial morbo, pero el ingrediente fundamental que aderezaba mi lujuria de mujer consistía en que se tratara de un apetecible jovencito recién salido de la adolescencia, al que le quedaría un recuerdo imborrable de Lucía, como a mí me había quedado el recuerdo de Alicia, su madre.
Paladeé el gusto de su sensible piel, y pude sentir cómo ese joven músculo latía dentro de mi boca. Lo deslicé entre mis labios chupándolo con la satisfacción de oír cómo Pedro gruñía mientras los latidos de su miembro se aceleraban al igual que su respiración. Me lo saqué dejando únicamente la redonda cabeza dentro de mi boca para darle unas chupaditas con las que sentir su forma y suavidad entre mis labios, ¡cómo me gustaba!. En aquel momento, mis carnosos labios me parecieron creados para esa función, para proporcionar placer con ellos. Los deslicé con suaves y cortas caricias por su glande, como si comiese un helado, haciendo que la gruesa cabeza entrase en mi boca mientras los labios rodeaban su cuello para volver a deslizarse entre ellos y llegar a besar la puntita. Después, volvía a empujarla hacia dentro y mi lengua la recibía acariciándole el frenillo para sentir su leve rugosidad. En agradecimiento, mi golosina me regaló un par de gotas más de elixir que impregnaron con su salado sabor mi lengua.
Apenas había empezado con mi trabajito oral, y ya tenía el tanga empapado de pura excitación, mi coño pedía follárselo, pero estaba disfrutando tanto del manjar que quise apurarlo un poco más.
Hice que el tronco de esa joven verga siguiese al glande invadiendo mi boca y estirando su piel con mis labios. Cuando todo cuanto me cabía estuvo dentro, succioné con fuerza levantando la cabeza para tirar de ella con la succión mientras salía lentamente. La glotonería se estaba apoderando de mí, y en cuanto me la sacase por completo, cedería a ella y me comería esa polla con voracidad aumentando el ritmo. Pero Pedro fue más rápido que yo. La verdadera mamada estaba comenzando, sólo le había dado lo que a mí me parecían unas leves chupaditas, pero, al parecer, la cosa se me daba muy bien, el chico era joven y le tenía hiperexcitado, de tal modo que cuando la verga estaba a mitad de recorrido saliendo de mi boca, la sentí palpitar con violencia. El chico gruñó, y no tuve tiempo más que para sentir cómo un chorro de líquido caliente me llenaba la boca al chocar a presión contra mi paladar. El sabor a semen me inundó, sintiendo incluso su aroma en lo más recóndito de mi olfato. Era un sabor salado, agridulce, con reminiscencias metálicas, que me agradó. Pero no pude contenerlo para recrearme en su sabor y textura, porque un segundo chorro de hirviente leche me saturó la cavidad bucal obligándome a tragar la primera oleada casi al instante. La lefa se deslizó por mi garganta, arrastrando consigo su sabor. Era densa, y tuve la sensación de estar tragando una ostra, salvo que cuando se traga una ostra, ésta pasa y ya está. Sin embargo, tragar ese esperma sirvió para que mi boca volviese a estar llena del sabor de la segunda eyaculación, y me supo deliciosa. La polla siguió latiendo con pequeños espasmos que me obligaron a seguir tragando la cálida leche hasta que, finalmente, cesaron y pude sacármela de la boca sin perder una sola gota del exquisito manjar que acababa de descubrir. Tragué los restos que quedaban en mi lengua degustando el dulce néctar obtenido como premio al placer que había dado a aquel chico que me miraba con satisfacción e incredulidad.
Entre los recuerdos de Lucía no encontré nada semejante, nunca había probado lo que yo acababa de probar. Por supuesto que había practicado el sexo oral, pero nunca había llegado hasta el límite de hacer una felación completa, y mucho menos se había dejado sorprender con una corrida repentina en su boca. A pesar de haber sido un hombre, yo había pecado de inexperiencia e ingenuidad. Pensé que un chico tan atractivo como Pedro ya habría tenido bastantes experiencias con chicas de su edad, pero no había sido así, y su juventud y mi efecto sobre él le habían provocado una eyaculación bastante precoz. Pero yo no me arrepentía en absoluto. Me había encantado e hiperexcitado el que se corriera dentro de mi boca, la sensación de cómo entraba en erupción dentro de ella… Y a la nueva Lucía le había gustado el sabor y textura del orgasmo masculino más de lo que podría confesar.
Con los dedos limpié los restos de semen diluidos con mi saliva que habían quedado en las comisuras de mis labios, y me incorporé mirando a Pedro, cuyo enrojecido y brillante miembro había mermado algo en volumen, pero manteniéndose aún erguido.
– Rápida corrida y rápida recuperación – pensé esbozando una sonrisa-, ¡qué loca juventud!.
Mi conejito quería ahora su zanahoria, y ésta ya estaba casi a punto para volver a ser devorada.
– Joder, siento haberme corrido sin avisar – me dijo atropelladamente-. Pero es que eres… Y nunca me habían… ¡Uf, ha sido increíble!.
– No ha pasado nada que no quisiera que ocurriese – le contesté-. Quítate la camiseta – terminé ordenándole.
Obedeció sin rechistar, y se quedó observando cómo yo me quitaba los zapatos y me desnudaba lentamente ante él, recreándome en su cara de fascinación al contemplar mi cuerpo desnudo. Su verga recuperó el vigor inmediatamente:
– Eres una diosa – me dijo.
Me encantó el piropo, pero ya no podía reprimir más mi deseo.
La historia se repetía, e igual que hizo su madre conmigo ocho años atrás, me coloqué a horcajadas sobre él sujetando su polla con una mano, y ésta se embadurnó con mi zumo de mujer. Pedro no se había visto nunca en una situación parecida, y se dejó hacer asumiendo mi mayor edad y experiencia.
Me fui sentando lentamente sobre sus muslos, dejando que su mástil se abriera paso entre los jugosos pliegues de mi coño, sintiendo el agradable cosquilleo de su piel deslizándose por la estrecha abertura, dilatándola para acoplarse a su grosor hasta que estuvo bien sujeta y pude soltarla con la mano. Probé mi sabor llevándome los dedos a la boca y contemplé cómo Pedro apretaba los dientes mientras mi cuerpo envainaba su estoque. Seguí dejándome caer, hasta que toda su polla estuvo dentro de mí y su punta presionó mis profundidades produciéndome un cálido placer que me hizo gemir:
– Uuuuummmmm…
Por fin me había ensartado. La mamada con delicioso final que le había hecho me había puesto tan cachonda, que a pesar de que su polla era bastante gruesa, se deslizó por mi vagina con facilidad haciéndome sentir llena de hombre.
Mi joven montura apenas se podía mover, pero respondió a sus instintos cogiéndome por el culo para apretármelo mientras su cara se hundía entre mis pechos para ahogar un “Ooooooohhhhh” de satisfacción aumentando mi placer.
Comencé con un suave movimiento de caderas atrás y adelante, disfrutando de la dureza del músculo que me llenaba, sintiendo cómo presionaba mi abdomen por dentro mientras mi clítoris se friccionaba con su vello púbico y mi culito se restregaba contra sus muslos con sus manos apretando mis nalgas.
– Mmmmm… -gemía de gusto.
Llevado por la placentera cabalgada que le estaba dando, Pedro subió por mis glúteos, caderas y cintura con sus manos, recorriendo mis curvas como si fuese un objeto sagrado que reverenciar, produciéndome descargas eléctricas de placer que me obligaban a arquear la espalda y apretar mis muslos atenazando sus caderas. Atrapó uno de mis pechos con la boca, llenándosela con su voluptuosidad para mamar vorazmente de él, comiéndoselo con el innato instinto que hizo arder mi pezón arrancándome un grito:
– ¡Aaaauuuuummmmm!.
El chico se sorprendió, y pensando que me había hecho daño soltó el pecho y me miró azorado.
– ¡Lo siento! –dijo casi sin aliento-, me he dejado llevar…
Clavé mis rodillas en el sofá y me levanté sacándome casi toda su polla del coño. Miré su rostro sonrojado por la excitación y la vergüenza, con su boca abierta por la sorpresa, y por un instante tuve un extraño sentimiento que aún no había experimentado: me pareció tan joven, tan inocente y tierno, tan completamente a mi merced, que me embargó un desconcertante sentimiento maternal.
Seguro que pensaba que había metido la pata y que su fantasía ya había concluido; que me levantaría y le dejaría con el calentón y la vergüenza. Pero nada más lejos de la realidad. Me había encantado cómo había mamado de mi teta, y el grito que su inexperiencia había interpretado de dolor, realmente lo era, pero de un doloroso y exquisito placer, así que la ardiente hembra que llevaba dentro le dio un codazo a ese fugaz sentimiento maternal. Cogí su atractivo rostro entre mis manos y me lancé hacia aquella boca abierta para acoplar en ella mis labios e invadirla con la lengua hasta casi tocar su campanilla.
Pedro recibió el inesperado beso respondiendo con una suave lengua que se enredó con la mía en un excitante primer beso. A pesar de haberle realizado una felación con la que me había “obligado” a tragarme su leche, y de haber empezado a echar un polvo, era la primera vez que nos besábamos, y la pasión nos envolvió a ambos.
Me dejé caer sobre su inhiesta verga con todo mi peso, y ésta me penetró con tal contundencia que ambos gemimos al unísono en la boca del otro. Ya no me bastaba con sentir su dureza dentro de mí estimulando mis entrañas, necesitaba follármelo con violencia, empalarme en él, clavarme su verga hasta hacerme perder la consciencia…
Sentía mis paredes internas palpitando y estrujando casi con crueldad su miembro, pidiéndome que volviera a medir su longitud obligándole a recorrer cada milímetro de mi gruta, desde la entrada hasta el cálido y profundo interior. Volví a levantar las caderas haciendo que se deslizase estimulando los músculos de mi vagina con su grosor, y cuando estaba a punto de salirse, me ensarté a fondo hasta que me clítoris vibró golpeando su pubis, y su glande se incrustó contra mis profundidades, haciéndome ver las estrellas con un grito que me obligó a despegar mi boca de la suya y arquear la espalda.
Mis pechos quedaron nuevamente al alcance de su boca y, tratando de abarcarlos con las manos, Pedro los estrujó para hundir su cara en ellos y comérselos como dos melones maduros. Succionó mis puntiagudos pezones transmitiendo descargas eléctricas que se propagaron por todo mi cuerpo hasta alcanzar mi clítoris con un maravilloso cosquilleo. Volví a levantarme, liberando mis senos de su boca para volver a ofrecérselos con una profunda penetración que me volvió loca. Y mamó, mamó con glotonería, como si quisiera obtener de mí la maternal leche que yo no podía ofrecerle, arrancándome nuevos gritos de dolor y placer que licuaban mi coño convirtiéndolo en una cueva inundada. Y subí, y bajé, y gemí, y grité.
Me follé a aquel muchacho sabiendo que yo era su dueña y que siempre me recordaría como su primer polvo con una mujer de verdad, porque en eso me había convertido, en una ardiente y lujuriosa mujer que disfrutaba del sexo en toda su extensión. Se me había brindado la oportunidad de tener un envidiable físico capaz de incendiar los deseos de cuantos me rodearan, y lo estaba aprovechando para mi deleite y el de mis parejas.
Seguí clavándome esa joven polla, disfrutando de cada penetración con las placenteras sensaciones que me causaba entrando y saliendo de mí con rítmicos empellones, enloqueciendo con la forma en que mi examigo se comía mis tetazas cada vez que su glande me taladraba presionándome las entrañas, hasta que noté que él ya no podía soportar más mi cabalgada y le permití darse el gusto de marcarme el ritmo.
Me agarró del culo con fuerza, y me apretó contra sus caderas empujando con ellas. Era algo torpe por su inexperiencia, puesto que la única postura que hasta ese momento había practicado había sido estando él encima de la chica, pero yo ya estaba tan a punto, y el morbo de follármelo era tal, que el placer siguió aumentando en mí con los cortos empujones que fusionaban nuestras pelvis. Hasta que con un último apretón con el que su glande me presionó tanto que casi me saca el estómago por la boca, sentí cómo se derramaba dentro de mí ese cálido y denso fluido que antes había atravesado mi garganta. La sensación de su corrida abrasándome por dentro fue muy placentera, pero no consiguió desembocar en mi orgasmo, por lo que volví a tomar la iniciativa y yo misma intensifiqué la sensación saltando rápidamente sobre su polla hasta conseguir que me corriera justo después de que su verga diera el último estertor antes de empezar a languidecer.
Finalmente, aunque inicialmente no me lo había propuesto, conseguí alcanzar todos mis objetivos: por un lado me había follado a un atractivo jovencito que se me había antojado como un caramelo; por otro lado, había disfrutado de la novedosa experiencia de tener una polla llenándome la boca con su leche; por otro, también había satisfecho el morbo de echar un polvo con alguien que ya había conocido siendo Antonio y, por último, di por saldada la deuda que sentía hacia Pedro por haber tenido sexo con su madre; sin olvidar que había disfrutado como una hembra en celo de todo el proceso para llegar a un ansiado orgasmo. Estaba muy satisfecha conmigo misma. En aquel momento, me habría tirado sobre el sofá para fumarme un relajante cigarrillo, pero ni tenía el cigarrillo por no ser fumadora salvo en ocasiones puntuales, ni la compañía de mi eventual pareja debía prolongarse por más tiempo, por lo que me vestí pidiéndole a Pedro que hiciera lo mismo, y amablemente le pedí que me dejara a solas recordándole que me llamara si sabía de algún cambio en la situación de Antonio.
Cuando mi última conquista se marchó, a falta del cigarrillo que me apetecía, cogí un trozo de chocolate de la cocina y me tumbé sobre el sofá para degustarlo recordando con una sonrisa la inesperada y excitante sorpresa que mi paladar había descubierto. En sólo una semana como mujer, distintos hombres y de distintas edades se habían derretido en todos y cada uno de mis agujeros como aquel trozo de chocolate se derretía en mi boca… Era tan satisfactorio, que llegué a la conclusión de que me encantaba ser mujer.
CONTINUARÁ…
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Noche de ópera.
sus dedos en la minúscula prenda íntima que se había puesto la chica, un tanga de talle alto, tan estrecho que apenas cubría el pubis. Pasó las uñas suavemente por éste, totalmente depilado, y sonrió. La enloquecían aquellos coñitos lampiños y delicados, expositores de la mayor inocencia para ella.
Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/
Eso significa que estás… confundida?
Aunque ir de acampada no era el plan que más podía apetecerle, María tenía ganas de que llegara
el fin de semana. Tenía muchas ganas de conocer a Ramón, el mejor amigo de su novio. Iñaki le había hablado mucho de él y, aunque se habían escrito algún que otro email, era la primera vez que se iban a ver en persona.
Iñaki y María llevaban varios meses saliendo. Durante ese tiempo habían fraguado una relación sólida, a pesar de todas las dudas y problemas iniciales. Aunque en ese tiempo María había coincidido alguna vez con algunas de las personas habituales en el entorno de Iñaki, nunca había sido más que un simple saludo y despedida sin nada entre medio que la hicieran sentirse parte de ese mundo. Y por eso ese fin de semana de acampada era tan importante para ambos.
Iñaki empezó aquella relación con muchas dudas. Él salía de una tormentosa relación cuando, por casualidad, conoció a María. Ella también se estaba recuperando de una difícil separación y no estaba en su mejor momento. De ahí que las dudas de él fueran tan inevitables. Y, en ese aspecto, Ramón, su mejor amigo, fue un buen apoyo gracias al cual Iñaki superó sus dudas y temores hasta llegar al momento en el que hacer irrumpir a María en su mundo, presentarla a sus amigos, le pareció buena idea.
Por su parte, ella estaba deseosa de que llegara ese día, de presentarse en sociedad. Maldecía que el evento finalmente fuera una acampada pero, dejando de lado sus gustos personales, lo importante era encajar en aquel mundo, ser una más y estaba convencida de que así sería.
Por su parte, Ramón sentía un cierto nerviosismo. Al igual que ella, tenía ganas de conocer a la novia de su amigo. La había visto en fotos y se habían escrito algún correo electrónico, pero ya tenía ganas de conocerla en persona y, ojalá, descubrir que Iñaki había encontrado una mujer que realmente valía la pena. Por otro lado, no podía evitar una cierta presión por intentar caer bien a María, por darle una buena impresión. Lo último que quería era que su mejor amigo se juntara con una mujer con la que no hubiera buen rollo. ¡Eso sería un desastre!
El lugar donde iban a acampar era un sitio bastante idílico: al aire libre, no en un camping típico, una amplia explanada rodeada de altos árboles con un riachuelo cercano. El lugar lo había descubierto Jorge, uno de los amigos de Iñaki, ya que aproximadamente a un kilómetro de distancia había una piscina donde había veraneado durante el mes de agosto que acababa de pasar.
Cuando Iñaki y María llegaron el viernes por la tarde ya había un grupo numeroso de los amigos de él.
-Mirad, os presento – indicó Iñaki una vez había finalizado de saludarse con todos.
Así, María fue conociendo en persona a los amigos de su novio, de cada uno de los cuales ya le había hablado Iñaki con anterioridad.
Sergio e Inés eran pareja y habían estudiado con Iñaki. La época universitaria hacía años que formaba parte del pasado así que la relación de amistad también había menguado. No obstante, cada cierto tiempo mantenían el contacto y aquella era una más que buena ocasión.
Pepe y Mariano no eran amigos directos de Iñaki. Los conoció a través de Sergio y era habitual que aparecieran cuando los antiguos compañeros de universidad quedaban para hacer cosas juntos. La acampada de ese fin de semana no era más que otro ejemplo.
Por último, Jorge y Jessica también eran pareja. Él formaba parte del círculo más habitual de amigos de Iñaki y hacía poco que había comenzado a salir con Jessica.
Mientras los 8 departían los unos con los otros llegó la última pareja, Cristian y Laia. Ambos, junto con Jorge, Ramón e Iñaki formaban el grupo de amistad más habitual. Los 5 eran amigos desde hacía años.
-Hola. Ya nos conocemos – advirtió María que recordaba una vez que coincidieron e Iñaki se los presentó.
-Sí, como para no recordarlo… – afirmó Laia demostrando las ganas que tenían todos (y ella en particular) de conocer a la nueva novia de su amigo.
-Espero que hoy Iñaki nos deje hablar contigo – bromeó Cristian recordando la otra vez que se vieron donde, tras las presentaciones, Iñaki y María desaparecieron en seguida.
-A eso he venido, a conoceros a todos – y María desplegó una bonita y sincera sonrisa que deslumbró a Cristian.
-Estupendo – le devolvió la sonrisa, fascinado.
Ataviada dialogando con unos y con otros dejó de impacientarse por la llegada del último integrante de la acampada.
Ramón conducía, a punto de alcanzar el destino, pensando en el importante momento de conocerla. Ya sabía que todos habían llegado y él era el último en llegar. Se puso nervioso imaginando el momento en que se la presentarían mientras todos los demás le mirarían habiéndola ya conocido. Era una tontería, pensó. Y se dispuso a concluir el poco trayecto que le quedaba para llegar a la zona de acampada.
-¡Ya era hora! – bromearon todos cuando salía del coche.
Ramón se sonrojó notando todas las miradas fijándose en él. Alzó la vista y divisó a todos sus colegas y a ella. La ignoró y se saludó con el resto.
-Te presento – indicó Iñaki tras saludarlo efusivamente – María, Ramón. Ramón, María.
Ambos se saludaron con los 2 besos habituales. Ramón se fijó en la amplísima sonrisa de la novia de su amigo contagiándole buen rollo. La sensación inicial no pudo ser más placentera.
-Bueno, por fin nos conocemos – rompió ella el hielo.
-Pues sí, ya era hora – y miró con complicidad a Iñaki como echándole la culpa por ello.
María notó la timidez de Ramón y sintió cierta simpatía, ternura por el mejor amigo de su novio. La primera impresión era buena, muy buena.
-Oye, tendríais que ir pensando en preparar las tiendas, que luego se hace tarde y no habrá luz suficiente – propuso Jorge que ya tenía su tienda colocada.
-Tienes razón – le apoyó Cristian – ¿Nos ponemos a ello? – le consultó a Ramón, con quien compartiría tienda de campaña junto con Laia.
-Vamos – le confirmó su amigo y se pusieron manos a la obra.
-Nosotros también tendríamos que montarla – le dijo Iñaki a María. – Vosotros aún no la habéis montado, ¿no? – le preguntó a Inés.
-No. Si queréis montamos primero la vuestra y luego nos ayudáis a montar la nuestra – le propuso.
-Perfecto – indicó María pensando que ella sería más un estorbo que otra cosa montando la tienda y le vendría bien un poco de ayuda.
Así, mientras Cristian, Laia y Ramón montaban una tienda, Iñaki, María, Sergio e Inés montaban primero una y luego otra.
-¿Vosotros no tenéis tienda? – le preguntó Jorge a Mariano.
-Sí, pero no tenemos problemas. Son de esas que las abres y se despliegan solas. Se montan en un momento.
-Pues entonces podríais ayudarnos recogiendo algo de leña para el fuego de esta noche – les propuso Jessica.
-¿Fuego para qué? – se extrañó Pepe – ¿No quedamos en que hoy cenaríamos bocadillos?
-Sí, pero estaría bien hacer un fueguecito para comernos los bocatas alrededor del fuego mientras charlamos un rato – intervino Jorge – Piensa que por la noche refresca.
-¡Bah! yo paso – concluyó Pepe.
-¿Mariano? – le preguntó Jorge.
-Ya me quedo a hacerle compañía. No se va a quedar solo… – utilizó a su amigo como excusa para no moverse.
-Sois unos mamones – concluyó Jorge con indignación, oculta en forma de broma.
Así, ambos se quedaron sentados mientras Jorge y Jessica se marchaban en busca de un poco de leña.
-¡Ay! – se quejó María al hacerse daño mientras intentaba fijar uno de los extremos de la tienda.
-¿Estás bien? – se preocupó Cristian.
-Sí, no es nada. Es que…
-Es que es muy delicadita – la cortó Iñaki bromeando.
-¿No te has traído algo de ropa más cómoda? – le preguntó Laia.
María llevaba unos tejanos ajustados que dibujaban el perfecto contorno de sus piernas. Muy bonitos, pero algo inapropiados para una acampada. Llevaba unos botines con los que no era demasiado cómodo caminar por la zona y una camiseta holgada, cómoda pero demasiado cara como para mancharse de resina.
-Es que no suelo ir mucho de acampada y… – se excusó.
-Tranquila, luego podemos mirar a ver si alguna te podemos dejar algo.
María se avergonzó. A pesar de las evidentes buenas intenciones de Laia, se sintió algo torpe y fuera de lugar. Sin duda la ropa que llevaba no estaba acorde a la situación, pero sólo el hecho de pensar en ponerse algo parecido a un chándal le hacía estremecerse. Se esforzó por adaptarse y continuó ayudando a montar la tienda lo mejor que pudo.
Mientras todos trabajaban montando tiendas o buscando leña, Pepe fue en busca de su material. Cuando María lo vio llegar con la cachimba se quiso morir. El artilugio era bastante grande y, aunque ella había visto alguna, no estaba acostumbrada a que alguien de su entorno se colocara con aquello. No le gustó.
Mientras Pepe y Mariano fumaban con la cachimba, conversaban sobre el tema favorito de Pepe, quien dio una cátedra de conocimientos sobre drogas de todo tipo. Le encantaba hablar sobre su hobby preferido, demostrar sus conocimientos y hacerlos llegar a todo el mundo para hacerles descubrir el maravilloso mundo que él conocía.
-Pepe, ¿podrías ayudarme? – le cortó María que se estaba indignando con la actitud de los 2 hombres.
-Puedes llamarlo Pepillo – intervino Mariano – es como todo el mundo lo llama.
-Está bien. Pepillo, ¿podrías ayudarme? – insistió pidiendo ayuda para clavar un clavo de la tienda de Sergio e Inés.
-Deja, ya te ayudo yo – intervino Sergio, que se dio cuenta de la situación. Pepillo no movió un dedo.
Mientras Iñaki, María, Sergio e Inés terminaban de montar la tienda de los 2 últimos, Cristian, Laia y Ramón se pusieron con el fuego utilizando la leña que Jorge y Jessica habían traído. En ese momento, Pepillo y Mariano, que no paraban de reír y hacer tonterías, se dispusieron a montar sus tiendas individuales. Efectivamente, no tuvieron muchos problemas en montarlas con lo que en seguida estaban todos listos para cenar los bocatas que se habían traído preparados de casa alrededor de la agradable fogata que crepitaba ante ellos.
Durante la cena se fueron intercalando amenas conversaciones entre los diferentes integrantes del grupo. María y Ramón se sentaron uno al lado del otro y tuvieron ocasión de, por primera vez, mantener una conversación. Hablaron sobre ellos, sobre su punto en común, Iñaki, y sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Fue una agradable conversación que no hizo más que confirmar los buenos augurios que ambos habían esperanzado desde que supieron que iban a conocerse.
Al día siguiente, sábado, se levantarían pronto para aprovechar el sol e ir a la piscina donde Jorge había veraneado y había conocido a Jessica así que algunos decidieron acostarse pronto. Los que optaron por quedarse un poco más fueron Sergio, Inés, Pepillo, Mariano y Jorge.
-Bueno, ¿qué te han parecido? – quiso saber Iñaki una vez en la intimidad de su tienda de campaña.
-Son todos muy majos – se sinceró María con su preciosa sonrisa – Ramón es un encanto – sonrió aún más – Los que son un poco…
-Sí, Mariano y Pepillo – sonrió con desgana – Son un poco… “especiales”. Hay que conocerlos.
-Ya, pero es que no han movido un dedo en toda la tarde y encima…
-Lo sé, lo sé.
Justo en ese momento empezaron a oírse una especie de golpes acompasados, con ritmo. Iñaki sonrió a su novia.
-Debe ser Pepillo… es que es un poco garrulillo…
-Lo que le faltaba – le cortó demostrando su cada vez mayor falta de interés por ese personaje.
-Eso suena a que ha sacado el cajón flamenco. Se lo lleva siempre a todos los sitios donde va. Eso y la maría… – sonrió con malicia a su novia.
-¡No quiero ni una broma con eso! – se indignó.
-Está bien… – prosiguió divertido – la marihuana, el costo, el chocolate, la cachimba y todo lo que tenga que ver con el mundo de la drogadicción. ¿Mejor?
-No me hace gracia. No me gusta. Con lo majos que parecen los otros…
-Ya, pero son amigos de Sergio y lo veo de higos a peras… Anda, ven aquí – y besó a su chica para tranquilizarla y darle las buenas noches.
Pero el beso no aplacó las malas sensaciones de María.
-Encima no voy a poder dormir con el follón que tienen ahí fuera… – concluyó por lo bajini.
Con el cajón el grupo se animó y la algarabía fue en aumento. Mientras Pepillo tocaba, el resto se iba pasando el porro que Mariano había liado. El intérprete usaba otra cachimba que se había preparado expresamente para fumar mientras tocaba.
Al día siguiente, como habían augurado, hizo un sol maravilloso con lo que el plan previsto siguió en pie. Irían a la piscina. Según Jorge podían ir en coche, pero no había ningún problema en ir andando. El encargado del recinto conocía a Jessica y estaba informado de que tal vez aparecería junto con unos amigos con lo que les dejó pasar de forma gratuita para alegría del grupo, de edades comprendidas entre los 25 y 30 años.
La piscina era grande y el recinto bastante amplio, con hamacas y grandes zonas con césped. No había mucha gente con lo que la jornada matutina en la piscina fue bastante agradable.
A lo largo de la mañana los 11 amigos se repartieron en diferentes grupos jugando a cartas, tomando el sol y charlando, haciendo el burro en el agua, jugando a sopapo… A última hora de la mañana las chicas estaban tumbadas en las hamacas tomando el sol cuando todos los chicos se encontraban en el agua.
María alzó la vista oculta tras sus caras gafas de sol y se fijó en los hombres. Habían salido del agua y se habían puesto uno al lado del otro al borde de la piscina. Antes de lanzarse al agua uno por uno haciendo alguna acrobacia aérea se fijó en cada uno de ellos.
Cristian era muy moreno, de estatura media y corpulento. Tenía algo de barriga y no era muy guapo. Tenía el pelo muy corto, casi rapado.
A su lado estaba Pepillo. Más bajito y gordo que Cristian. Era una pequeña bolita. Tenía media melena y bastante grasa en el estómago. Sumado a su afición por las drogas y su condición de garrulo, a María le provocó un repelús.
El siguiente era Jorge, algo más alto que Pepillo, pero bajo igualmente. También era moreno y mucho más corpulento que Cristian. Estaba fuerte aunque no fibrado. Tenía algo de barba que le daba un aspecto de dejadez que no le gustaba nada a María.
Su novio Iñaki era sin duda el que más destacaba del grupo. Alto y delgado, pero corpulento y fuerte. Era muy guapo y lo amaba con locura. Los rayos de sol incidían en su cuerpo salpicado de gotas de agua que resbalaban por su piel tostada. Le gustó mucho esa visión.
A su lado, su mejor amigo, Ramón. Blanco de piel, cosa que no le favorecía demasiado, era bastante del montón. Ni guapo, ni feo y de la misma altura que Jorge. No destacaba para bien ni para mal. Pero se notaba algo especial en él y eso le gustaba.
Mariano era rubio e, igual que Jorge, estaba fuerte aunque no fibrado, si bien no era tan corpulento. Era de estatura media y no demasiado guapo.
Por último, Sergio, castaño, era el único que estaba a la altura de Iñaki. Alto y completamente fibrado. En su cuerpo se podía apreciar cada uno de los músculos del hombre. María consideraba que estaba bueno, aunque, sin ser feo, no era todo lo guapo que a ella le gustaría.
Tras el repaso, cuando todos los chicos ya se encontraban en el agua, bajó la vista nuevamente y se concentró en la conversación que las chicas estaban manteniendo a su lado.
Estando dentro de la piscina, Mariano se alejó por unos instantes del grupo que chapoteaba en el agua y, disimuladamente, se fijó en las mujeres que hablaban tumbadas en las hamacas.
Primero se fijó en Jessica, recientemente novia de Jorge. No la conocía. No era especialmente guapa. Media melena, teñida de color caoba, y de rostro no muy agraciada. De cuerpo era bastante normal.
Junto a ella estaba Laia, la novia de Cristian. Aunque no la consideraba una amiga sí la conocía desde hacía tiempo de alguna otra vez que habían coincidido. Era bastante alta, rubia y fea. La altura disimulaba unas piernas mal hechas, pero lo compensaba con unos pechos bastante grandes.
Inés estaba muy buena. Delgadita, alta, aunque no tanto como Laia, con poco pecho, pero un rostro angelical. Era morena, aunque algo blanca de piel. El conjunto hacía muy buena pinta. La conocía desde hacía años y, aunque era su amiga al mismo tiempo que novia de su amigo Sergio, se la follaría sin dudarlo.
Por último quedaba la nueva, María, novia de Iñaki. Muy delgada, de estura media y una gran melena negra azabache. No era tan guapa como Inés, pero su sonrisa hacía el resto. Tenía unos pechos considerables para el pequeño cuerpo de la mujer y el bikini negro le sentaba de miedo. Mariano no pudo evitar una erección observando a la pija que acababa de girarse enseñándole, sin querer, el hermoso culo que tan poco tapaba la cara tela del bikini.
Aprovechando la hospitalidad del responsable de la piscina, el grupo se quedó a comer allí mismo. Así, a primera hora de la tarde, con la comida reposada, decidieron volver al lugar de la acampada. De camino, María y Ramón tuvieron una nueva ocasión para seguir intimando.
-¿Te lo estás pasando bien? – se preocupó él.
-Sí, mucho. Sois un grupo de amigos magnífico – le piropeó.
-Me alegro. Para mí es importante que la novia de mi mejor amigo sea una más. Bueno, más que una más. Ya me entiendes – y la miró intentando hacerla entender sin palabras que, por Iñaki, por ella y por él, era importante que entre los 2 hubiera buen rollo.
-Sí, te entiendo. Eres un cielo.
María sabía cómo era Ramón por lo que Iñaki le había contado, pero no pensó que al descubrirlo por ella misma fuera tan placentero. No era habitual encontrar a gente tan plana, todo bondad. Le pareció ser capaz de considerar a Ramón uno de sus mejores amigos tan sólo unas horas después de conocerlo. Sonrió.
Ramón estaba fascinado con María. No hacía falta que sonriera para pensar que Iñaki había encontrado una chica maravillosa, pero es que además sonreía y eso le hacía sentirse plenamente satisfecho.
-¿Y para esta tarde qué tenéis planificado? – preguntó María con ironía. Ramón se rió.
-Oye, que no tenemos todo planeado, eh – sin duda, se entendían bien – cada uno puede hacer lo que quiera, son sólo sugerencias – ella se rió – Además, precisamente ahora toca tarde libre – y sonrió provocando las risas de su nueva amiga.
-¿En serio?
-En serio – confirmó sin poder dejar de sonreír.
Efectivamente, para esa tarde tenían planificado hacer lo que cada uno le apeteciera. Mientras unos decidieron ir a dar una vuelta para ver los alrededores, otros pensaron en dirigirse al riachuelo. Mariano y Pepillo se quedarían en el campamento, fumando.
Mientras Laia, Iñaki, Sergio e Inés se preparaban para hacer de expedicionarios por el bosque que rodeaba la explanada en la que estaban acampados, Ramón, María, Cristian, Jorge y Jessica se preparaban para ir al riachuelo cercano.
-¿Quieres que miremos si te podemos dejar algo de ropa más cómoda? – insistió Laia, preocupada por María.
-No, de verdad, muchas gracias – a María le sabía fatal que tuvieran que prestarle algo. Además, seguía sin estar convencida de ponerse cualquier trapo que pudieran dejarle, por no decir el rechazo que sentía a compartir un trozo de tela que perteneciera a otra persona – Si vamos al río, tampoco hace falta mucha cosa.
-Puedes ponerte las chanclas de la piscina mejor – le aconsejó amablemente.
-Sí, no creo que el camino sea muy complicado. Está aquí al lado.
Mientras, Iñaki y Ramón, que ya estaban preparados, conversaban fuera de las tiendas.
-Bueno, ¿qué te parece? – se interesó Iñaki.
-Iñaki, me parece una tía de puta madre. De verdad – fue sincero.
-Ya sabes todas las dudas que tuve desde el principio, pero la verdad es que ahora no me arrepiento.
-¡Y como te arrepientas te doy 2 ostias!
-Gracias – sonrió.
-Lo único… que es un poco demasiado pija para mi gusto – indicó Ramón jocosamente.
-Sí, en eso tienes razón – y ambos rieron divertidos.
Dejando de reír, Iñaki pensó en su pareja. Era una mujer llena de virtudes y físicamente espectacular. Se sintió afortunado de haberla conocido y de que estuviera a su lado.
–¿Sabes? he encontrado a la mujer de mi vida – prosiguió la conversación.
-Me alegro, me alegro sinceramente – no mintió Ramón, lleno de regocijo.
Cuando todos terminaron de cambiarse, se marcharon cada grupo hacia su destino.
Jorge abría el paso al grupo del riachuelo ya que él ya lo conocía y se lo quería enseñar a Jessica. No obstante, no era muy complicado llegar puesto que estaba cerca y el sonido del agua llegaba claramente hasta el campamento.
-¡Uy! ¡ay! – María no paraba de quejarse cada vez que alguna hierba le pinchaba los pies ataviados con las chanclas.
-¿Estás bien? – se preocupó Ramón que sin la presencia de Iñaki se sentía responsable del bienestar de la mujer.
-Sí, es que me hago daño en los pies… – le confesó poniendo cara de pena.
Ramón no podía verla sufrir y se ofreció a llevarla en brazos, pero ella se negó rotundamente. Él insistió.
-Pues como te vuelva a oír quejándote tendrás que dejar que te lleve – le propuso.
Ella no dijo nada, sólo sonrió y prosiguió su camino pisando, sin querer, sobre una piedra y resbalándose. Del sobresalto volvió a emitir un sonido de queja y Ramón, sin decir nada, la alzó llevándola sobre sus brazos pasándolos bajo sus rodillas y hombros.
-¿Estás loco? – gritó divertida al verse sobre los brazos de su nuevo amigo.
-Estás sufriendo y eso no puede ser… – exageró pues el camino no era nada complicado.
Pero ahora el que sufría por aguantar el peso que estaba soportando era él. Ella se percató.
-Y ahora el que sufre eres tú. Anda, déjame que te vas a hacer daño.
-No… só… sólo si me prom… metes que… que te llevaré a coscole… tas – del esfuerzo le costaba hablar.
-Vale – aceptó sólo para que no hiciera el burro intentando llevarla en brazos.
Él la soltó y ella cumplió subiéndose a su espalda. Y en ese momento, Ramón sintió algo inesperado. Al notar los turgentes pechos de María entrar en contacto con su espalda se dio cuenta de la pedazo de hembra a la que estaba llevando encima suyo. Por primera vez pensó en ella como mujer y no como amiga o novia de un amigo y se puso nervioso. María estaba muy buena.
El riachuelo era precioso. Unos metros más arriba se podía ver una pequeña cascada por la que el agua se deslizaba entre las rocas llenas de musgo. Avanzaba con vehemencia por un sendero de piedras con poca profundidad hasta alcanzar la zona a la que había llegado el grupo donde el río era un poco más profundo.
-¿Nos metemos? – propuso Jorge.
-A eso hemos venido – afirmó con gracia Cristian mientras se deshacía de la ropa para quedarse únicamente con el bañador.
-Yo no he traído el bikini – protestó Jessica.
-Es igual, el agua no es muy profunda – observó Ramón – Te llegará por las rodillas.
Jessica pareció convencerse y, remangándose los pantalones, se introdujo poco a poco en el agua donde ya estaban los chicos. María parecía indecisa.
-¿No te metes? – se interesó Ramón.
-Es que no sé si me atrevo…
La verdad es que no le hacía mucha gracia meterse en aquella agua de aquel mundo salvaje que para ella era el bosque. Pero Ramón insistió ofreciéndole la mano para ayudarla. Dubitativa, finalmente accedió. Mientras Ramón la esperaba con el brazo extendido, María, que no quería mojarse la camiseta, se deshizo de la ropa para quedarse en bikini. En cuanto el hombre vio sus pechos volvió a recordar el estimulante contacto cuando la llevaba a caballito. Se ruborizó y no pudo evitar la evidente erección que no podía ocultar bajo el bañador en aquella postura.
Cuando María se adelantó para agarrar la mano que su amigo le ofrecía se sorprendió al ver el rostro desencajado y completamente rojo de Ramón. En un acto reflejó observó el abultadísimo paquete que contenía la más que evidente erección y se cortó.
-Me lo he pensado mejor. Creo que no me apetece meterme.
-Claro, claro… como quieras – la entendió perfectamente y se giró avergonzado, agachándose para sentarse en el río y disimular la empalmada.
María estaba descolocada. ¿Aquello lo había provocado ella? Deseaba de todo corazón que no, que todo fuera una casualidad, un momento de esos en los que los chicos dicen que es inevitable. Aunque no le gustó nada lo que acababa de suceder, no pudo evitar alegrarse porque gracias a ello había evitado meterse en el agua. No le apetecía nada pisar allí dentro, sin saber lo que se podía encontrar. Pensó en la posibilidad de que su pie entrara en contacto con un poco de musgo y tuvo un escalofrío. Sin duda el campo no era para ella.
Ramón, sentado aún en el agua, maldijo lo que acababa de suceder. Y temió las consecuencias que aquello podía acarrear. Todo había ido tan bien… y ahora una inesperada erección podía joderlo todo. Lo peor es que aquella empalmada la había provocado la novia de su mejor amigo. Cada vez que lo pensaba más se martirizaba pues no dejaba de pensar en su belleza y la polla cada vez se le ponía más tiesa. El glande golpeaba su barriga y empezaba a dolerle.
A la vuelta María y Ramón estuvieron en silencio, sin decir nada. Él no se ofreció a llevarla y ella se aguantó las ganas de protestar cada vez que algo golpeaba sus delicados pies de niña de ciudad. Por suerte, Cristian, Jorge y Jessica iban comentando la experiencia de meterse en el agua y lo bonito que era el riachuelo. Suficiente para que el silencio de los otros 2 pasara inadvertido.
-¿Quieres una caladita? – le ofreció Pepillo cuando llegaron al campamento.
-No estoy de humor – le cortó secamente María.
-¿Qué te pasa? – inquirió Mariano sorprendido por la actitud de la, hasta ahora, dulce novia de Iñaki.
-Nada, es que me he destrozado los pies – mintió.
En cuanto el grupo que faltaba regresó, María se dirigió a su novio.
-Iñaki, tengo un problema.
-¿Qué te pasa? – se preocupó.
Ramón se fijó cómo María se había dirigido directamente a Iñaki en cuanto éste había llegado del interior del bosque para charlar con él a solas. Se le puso un nudo en la garganta y a punto estuvo de soltar alguna lágrima. ¿Era posible que le estuviera contando lo ocurrido? ¿Cómo se lo iba a tomar su amigo?
-Me estoy meando – le soltó María a su novio.
-¿Y?
-Pues que no sé dónde mear – él sonrió.
-Mujer, pues te introduces un poco en el bosque, te bajas los pantalones y las bragas y… el resto ya sabes cómo va, ¿no? – bromeó.
-¡No seas idiota! Eso ya lo sé, pero me da cosa mear en el bosque.
-Tú tranquila, que yo vigilo que no se acerque nadie.
-No… – le puso cara de pena.
-¿Quieres que te acompañe? – se resignó.
-Bueno… – aceptó aún sin muchas ganas de tener que mear al aire libre.
Ramón se fijó cómo se alejaban hacia el bosque y se temió lo peor mientras Laia, Sergio e Inés explicaban al resto lo que habían visto. ¿Tal vez únicamente estaba llevándola a ver lo que ahora estaban explicando? Intentó convencerse de que era eso.
Iñaki y María tardaron un rato en volver. Aunque se moría de ganas y estuvieron un rato esperando, la delicada mujer fue incapaz de realizar la micción en el bosque.
Cuando estuvieron todos de vuelta en el campamento, las mujeres se dedicaron a preparar la carne mientras los hombres se repartían las tareas para preparar el fuego con el que después cocinarían la carne para cenar.
Pepillo, sin ninguna tarea como siempre, tuvo un detalle. Mientras sus amigos asaban la carne, se acercó al grupo de las chicas que ya habían terminado su tarea y mantenían una distendida conversación.
-¿Queréis algo para beber?
-Yo sí – dijo Laia – tráeme un quinto, por fa.
-¿Tú no quieres nada, María? – insistió Pepillo.
-No.
-¿Seguro? ¿No quieres un zumo? – persistió llamando la atención de Inés que alzó la vista y se quedó mirando a su amigo.
-Está bien. Tráeme un zumo. Gracias.
La actitud seca de María hacia Pepillo era evidente, pero ninguna le dio la mayor importancia.
Durante la cena alrededor del fuego, al igual que la noche anterior, se prodigaron las conversaciones entre unos y otros. Esta vez Ramón, más tranquilo al ver que aparentemente no había pasado nada grave, no se sentó junto a María. El que sí lo hizo fue Pepillo con quien mantuvo una agradable conversación.
Era la primera vez que María hablaba más de 2 frases seguidas con la pequeña bolita para descubrir que, sorprendentemente, no era un tío tan despreciable como aparentaba. Incluso se lo estaba pasando bien.
Al día siguiente tenían previsto desmontar las tiendas de campaña por la mañana para marchar sin prisas al mediodía. Aunque no se levantarían tan temprano como el sábado, algunos decidieron acostarse pronto. Esta vez se quedaron Inés, Pepillo, Mariano y María.
-¿Te quedas? – le preguntó un sorprendido Iñaki.
-Sí, un rato, no tengo sueño – le aclaró María.
-Está bien – y se despidió de ella con un beso – Cuídamela – se dirigió a Inés pensando que su novia no se quedaba muy a gusto con los otros 2.
-Descuida – sonrió Inés.
Mientras se dirigía a la tienda, Ramón no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. Algo no iba bien. No era normal que María se quedara. A penas la conocía y no debía preocuparse si Iñaki no lo hacía, pero algo le decía que las cosas no iban bien. No sabía cómo, pero tal vez tenía que ver con lo sucedido en el río y por eso Iñaki no estaba preocupado, porque María no le había dicho nada. Aunque la teoría no tenía mucha lógica le sirvió para tranquilizarse y dejar de darle tantas vueltas al coco.
-¿Quieres un poco de agua? – le ofreció Pepillo a María.
-Sí, por favor – se lo agradeció, reseca.
Los cuatro estaban bastante distendidos, haciendo bromas y pasándolo bien. María estaba muy a gusto, excepcionalmente contenta. Se fijó en lo atento que era Pepillo que no dejaba de ofrecerle agua y comida y se preocupaba para que no tuviera frío o para averiguar si se lo estaba pasando bien. Se lo estaba pasando extraordinariamente bien y Pepillo era extraordinariamente gracioso. De repente, sintió una cierta afinidad por él, la pequeña bolita parecía más adorable que nunca y le gustó la sensación.
Cuando Mariano trajo la cachimba para dársela a Pepillo, María pensó que aquello rompería el buen rollo, pero extrañamente no le dio importancia. Incluso pensó que había sido una chiquillada rechazar a alguien tan amigable como Pepillo por esa tontería. Del mismo modo no le importó que empezara a tocar el cajón, un instrumento completamente alejado de sus gustos musicales e, incluso, sociales. Lo tocaba maravillosamente bien o, al menos, tuvo la sensación de que la música era fenomenalmente melódica.
-¿Quieres probar? – le sugirió Pepillo.
-Noooo… – contestó aturdida. Pero el chico no tuvo que insistir mucho para convencerla.
María se sentó sobre el cajón y tocó tan mal como supo, pues era la primera vez que lo hacía.
-Será mejor que te enseñe – convino el experto mientras los otros 2 se reían de lo mal que lo había hecho. María no pudo evitar sumarse a las carcajadas.
Pepillo se sentó en el cajón, justo detrás de ella abriendo las piernas para rodearla. Se acomodó juntándose a la mujer hasta notar cómo el paquete entraba en contacto con las prietas nalgas de la chica.
María lo único que notó fue la grasa de la flácida barriga apretándose contra su espalda, pero no le importó. Simplemente le pareció gracioso y dejó que su maestro la enseñara. El hombre extendió las manos hasta contactar con las suyas agarrándolas para acompasarlas al ritmo correcto. María pensó que era demasiado fácil, pero cuando lo intentó sola volvió a provocar las carcajadas de Inés y Mariano.
-Déjame que te ayude – insistió Pepillo que intentó arrimarse más a la chica acariciando sus brazos antes de alcanzar las manos.
-Venga, ahora mantén el ritmo con esta mano – le propuso cuando la había acompasado adecuadamente.
María se concentró en mantener el sencillo ritmo con la mano que Pepillo le había liberado. Mientras lo hacía notó la mano libre del chico acariciando su costado. Estaba lo suficientemente lúcida como para pensar en ello sin perder el ritmo que le había marcado. No le pareció bien esa caricia, pero por otro lado, no le importó pues consideró que era una bonita muestra de amor. La mano de Pepillo acarició todo el costado hasta introducirla por debajo de la camiseta palpándole la espalda. Era agradable que la sobaran mientras le enseñaban a tocar aquel curioso instrumento. Cuando Pepillo rodeó a la mujer con el brazo para manosearle la barriga, María dejó de golpear el cajón y se giró retirando la mano del avispado hombre. Aunque no le molestaba, no le parecía bien y menos delante de Inés y Mariano.
Continuaron así, tonteando unos y riendo otros, hasta que Cristian salió de su tienda para quejarse por el follón que estaban montando. Aunque lo dijo de buenas maneras, no había podido dormir en todo el rato y ya no aguantaba más. Los 4 no tuvieron más remedio que cerrar el chiringuito e irse a las tiendas.
-Toma – le ofreció Pepillo la botella de agua con la que la estaba hidratando todo el rato para que se la llevara a la tienda de campaña.
-Muchas gracias. Eres un cielo – y lo besó en la mejilla en un arrebato de ternura inusitado.
María comprobó como Iñaki estaba profundamente dormido e intentó hacer lo propio, pero en seguida se dio cuenta de que era imposible. Se levantó y salió de la tienda.
-¡Inés! – intentó llamar a la mujer acercándose lo más que pudo a su tienda para no despertar a nadie – ¡Inés! – insistió alzando la voz lo mínimo que pudo para no pasarse, pero suficiente para que ella la oyera.
-¿Qué quieres? – la sorprendió Pepe saliendo de su tienda individual.
-Es que… me estoy meando – se sinceró en voz baja sin pudor ante el hasta hace poco desconocido.
-Claro, si no paras de beber – espetó con gracia, manteniendo el mismo tono de voz que ella para no molestar a los que dormían.
-Pero si has sido tú que no has parado de darme agua – le replicó casi susurrando.
-Porque te estoy cuidando – sonrió provocando las risas de la mujer.
-¿Me acompañas a hacer pipi? Que no quiero ir sola…
Pepillo se hizo el interesante, pero finalmente accedió.
El hombre estaba de espaldas a María cuando ésta se bajó los pantalones y las bragas para agacharse y echar una larga meada, sin problemas. Llevaba horas meándose. Pepillo escuchaba atento el sonido del líquido fluyendo y golpeando con fiereza contra el suelo cuando María le habló.
-No tenemos papel.
-Pues tendrás que limpiarte con una hoja – bromeó.
María pensó que era buena idea, no le importaba, pero la lucidez que la encumbraba le hizo ver que no era una entendida y podía no ser muy higiénico, incluso peligroso. Pensó en posibles urticarias o infecciones y le pidió a Pepillo que fuera a buscar papel. Accedió de buena gana.
Cuando el hombre volvió raudo se encontró a María agachada en la misma postura como la había dejado. La chica no pareció sorprenderse ni hizo ademán de taparse, simplemente extendió la mano para que Pepillo le pasara el papel.
-Deja, deja, ya te limpio yo – probó fortuna.
-¡Sí, hombre! – se quejó ella.
-Que sí, ya te he dicho que te estaba cuidando. Déjame que te cuide – y se agachó sin esperar respuesta pasando el papel por la entrepierna de la mujer.
Ella no rechistó y él pudo notar el esponjoso contacto de los labios vaginales con sus dedos. El acto fue rápido para evitar posibles evasiones de la mujer que no parecía molesta. Pepillo se quedó mirando el papel manchado de orina y lleno de un viscoso líquido blanquecino.
-Aún no estoy limpia – le sugirió María despertando a Pepillo de su ensoñación observando el lubricado papel con el que la había limpiado.
Volvió a la carga con una nueva servilleta. Esta vez se recreó pasándola por el coño de la desinhibida María. En la tercera pasada, a través del papel, el dedo corazón de Pepillo recorrió cada rincón de la caliente raja. Ella consideró que ya estaba limpia y se levantó subiéndose primero las bragas y luego el ajustado pantalón para dirigirse de nuevo a las tiendas.
-Yo no tengo sueño – se quejó María.
-Yo tampoco. ¿Quieres que nos quedemos? – le propuso un seguro de sí mismo Pepillo.
-Vale – se alegró – pero mejor vámonos para no molestar a nadie – sugirió.
Mientras Pepillo recogía algunas cosas para llevarse, María se puso algo más cómoda. Se volvió a poner las chanclas y unos pantalones viejos de su novio. No le quedaban bien, pero lo prefería antes que la incomodidad de su ropa cara.
-Vamos, Pepillo, que te voy a enseñar un sitio – se refería al riachuelo donde habían estado por la tarde.
De camino, Pepillo no paraba de bromear haciendo reír continuamente a María que no se percató ni una sola vez de las hierbas, palos o piedras que entraban en contacto con sus desprotegidos pies.
Cuando llegaron a su destino María observó la extraordinaria belleza del lugar. No sabía si por la tarde no había sido capaz de captar aquella hermosura o era la iluminada noche por la luna la que confeccionaba semejante paisaje dándole el último matiz para hacer de aquel, un lugar de total riqueza.
-Ahora voy a mear yo – rompió el momento Pepillo, pero María se rió igualmente.
El hombre terminó de mear en el rio mientras ella lo ignoraba.
-¿Podrías sacudírmela? – le ofreció devolverle el favor.
María no sabía si se refería a limpiarle como él había hecho antes con ella o masturbarle. En cualquier caso se hizo la tonta, ignorándolo, pero sin sentirse molesta en ningún caso.
-Si lo hago por ti – María se interesó por aquella argumentación – Como antes te he limpiado yo, creo que lo normal es que te deje que me devuelvas el favor. Yo no desaprovecharía la oportunidad.
-Está bien – accedió divertida por aquella disección.
María se acercó a la espalda del bajito y grueso hombre y miró por encima de su hombro mientras le rodeaba con una mano buscando su pene. La barriga tapaba la visión de prácticamente todo el pito. Únicamente vio el descapullado glande y se guió por la mano de Pepillo que aún se la estaba agarrando. Le sustituyó en las labores y empezó a sacudirle el rabo, primero moviendo la mano arriba y abajo y luego adelante y atrás, cubriendo y descubriendo el, a la luz de la luna, iluminado glande.
Cuando María empezó a moverle la piel, Pepillo no pudo evitar la progresiva empalmada. Entre los dedos de la asilvestrada pija la polla empezó a crecer y endurecerse. María se agachó y rodeó al excitado garrulo para ver lo que tenía entre manos. Le gustó la verga de 10 centímetros del rollizo muchacho. Con la polla limpia y completamente tiesa, María se la sacudió un par de veces más hasta soltársela subiéndole los calzoncillos.
-Ya está. Ya la tienes limpia – aseveró.
-Bueno, pues ya tenemos una nueva tienda de campaña – bromeó observando el palo que se marcaba bajo su ropa interior.
Entre risas, María siguió la broma:
-Pues yo quiero dormir ahí – y le bajó nuevamente los bóxers provocando nuevas carcajadas de la pareja.
Pepillo aprovechó la ocasión para quedarse en bolas (a María no le importó en absoluto) e introducirse en el agua.
-Yo también quiero – afirmó la feliz mujer.
-¿Te vas a meter en el agua donde yo he meado?
-No me importa – concluyó mientras se descalzaba y se quitaba los anchos pantalones quedándose en bragas e introduciendo los pies en la fría agua.
Para calentarla, nunca mejor dicho, Pepillo frotó las estilizadas piernas de la congelada chica. Notó la piel de gallina de María y aprovechó para palparle los muslos a conciencia. Cuando introducía la mano por la parte interna y la alzaba acercándose a la entrepierna notaba el excesivo calor que la zona desprendía.
Tras unos minutos decidieron salir del agua con la percepción de que no había sido muy buena idea. Por suerte, Pepillo había traído una toalla que compartieron para secarse y entrar en calor. Cuando lo hicieron, ninguno de los 2 se vistió quedándose él desnudo y con el pene en reposo y ella en bragas y con la camiseta.
-¿Seguimos con las lecciones? – le propuso él indicándole el cajón que también había traído para que se sentara.
A ella le pareció una buena idea y se sentó dejando espacio para que él hiciera lo propio a su espalda. Nuevamente Pepillo se sentó abriendo las piernas para rodearla, arrimándose lo más que pudo. Ella volvió a sentir la grasa aplastándose contra ella, pero intentó intuir si el pito entraba en contacto con su culo. No lo apreció.
El hombre volvió a agarrar las manos de su alumna para instruirla marcándole el ritmo de la música. Cuando lo consiguió volvió a soltar la mano que mantenía un ritmo más sencillo para que ella lo mantuviera sin ayuda. Con la mano libre, Pepillo volvió a acariciar el costado de la pija hasta introducirla bajo la camiseta manoseándole la espalda. Al cabo de unos segundos la rodeó con el brazo y magreó el vientre plano de María. Se dedicó unos segundos a bajar lentamente hasta entrar en contacto con la tela de las braguitas y sin más dilación introdujo la mano en el bosque púbico hasta alcanzar el coño que manoseó a su antojo esta vez sin papel de por medio.
Bienestar era lo que María sentía golpeando el cajón sin sentido alguno del ritmo mientras el grueso dedo de Pepillo hurgaba en sus partes más íntimas. Él avispado hombre le había soltado las manos dejándola a su libre albedrío, despreocupándose por la lección de música y, con la otra mano, le magreaba, bajo la camiseta, uno de los senos que había liberado de su talla 95. En ese momento de puro éxtasis notó por fin la dura polla golpeando su espalda.
María dejó de aporrear aquella caja de madera y, echando una mano hacia atrás, acarició la erección de Pepillo.
-No sé lo que me pasa. Yo nunca he actuado así – dijo mientras le masajeaba la polla suavemente.
-Tú tranquila, lo que te pasa es normal, hazme caso – intentó tranquilizarla – ¿Tú te sientes bien? ¿estás a gusto?
-Mucho – terminó de convencerse mientras él la miraba, sonriendo, con prepotencia, como dando las instrucciones para lo que pasó a continuación.
Completamente desinhiba, convencida de lo que estaba haciendo y en un estado de dicha completo, María se giró para chuparle la polla a Pepillo, que sonreía satisfecho. La mujer tuvo que agacharse bastante para evitar la considerable barriga y alcanzar la sabrosa verga. Con el miembro en la boca, sacaba la lengua para llegar lo más lejos posible saboreando al máximo la gustosa picha. Las papilas gustativas de María parecían más sensibles que de costumbre y la mezcla de sabores la estaban deleitando.
Tenía la boca reseca y los esfuerzos por chupar lo máximo que podía aquel rico manjar provocaban que hilos de saliva reseca se aglutinaran entre su boca y la polla. Alejándose del pene para respirar, tuvo que usar una mano para retirar las blanquecinas tiras de saliva que quedaron haciendo de puente.
Pepillo le ofreció un poco más de agua, pero en vez de darle la botella la inclinó dejando caer la bebida sobre la sedienta boca abierta de la mujer. El agua se desbordó cayendo hasta mojar parte de la delicada camiseta de María. Guiándola, movió la fuente del apetecible líquido hacia su miembro viril para que ella continuara mamándosela. Al hacerlo, María cayó de rodillas, desollándoselas ligeramente. No le importó.
Tras unos minutos, la mujer se incorporó levantando sus magulladas rodillas para deshacerse de la onerosa camiseta tirándola al suelo, despreocupada. Ante la excitada visión del hombre apareció el sostén que tapaba únicamente la rotunda teta que no había sido liberada previamente de su copa. El pecho desnudo estaba firme. Pepillo se llevó una mano a la polla y se la meneó mientras se acercaba a la preciosa mujer para liberar el seno que seguía cubierto por el sostén.
Mientras la magreaba, sus labios se encontraron por primera vez. Una de las manos de Pepillo fue bajando lentamente por el desnudo cuerpo de María hasta alcanzar la única prenda que le quedaba. Retirando hacia un costado la tela, alcanzó el mojado coño de la pija, que se abrió de piernas facilitando la incursión del rechoncho hombrecillo.
Tras unos segundos de besos, caricias y masturbaciones, Pepillo volteó a la mujer, empujándola para que se pusiera a cuatro patas. Estiró la tela de las bragas aún más para separarlas de la abertura y acercó su durísima verga introduciéndosela hasta sentir la barriga chocando contra las nalgas de la perra que se estaba follando.
María se deshacía ante las acometidas de aquel garrulo. El coño lo tenía chorreando y sentía como cada vez que la grasa del hombre la empujaba más lubricaba. Los fluidos vaginales se deslizaban por sus abiertas piernas. Jamás había sentido nada parecido, un inmenso placer, una sensación de gloria total. Tuvo la impresión de que si cerraba los ojos se transportaría a otra dimensión en la que el amor era el único motor. Lo hizo, bajó los párpados mientras con una mano se apretaba uno de los pechos y la otra entraba en contacto con el clítoris, más sensible que nunca. Y el éxtasis se apoderó de ella llevándola a un orgasmo desconocido, de otro mundo, irreal.
Pepillo notó el temblor de piernas de María que perdió las fuerzas precipitándose contra el suelo. El hombre se despreocupó dejando que la pija se diera de bruces. Viéndola tirada sintió una oleada de placer al descubrir hasta dónde había caído una mujer que horas antes no era capaz de montar una tienda de campaña sin quejarse o vestirse con ropa que no estuviera de moda. Se agarró la polla y se masturbó contemplándola.
María se incorporó apoyando los delicados codos contra el suelo de tierra. Se estaba tocando los pezones mientras miraba con una sonrisa lasciva a la bolita que se pajeaba ante ella. Se levantó más, sin despegar el pompis de la sucia arena y alargó una mano para sustituir al chico en sus quehaceres. Lo masturbó hasta que Pepillo empezó a escupir leche. María sintió agradecimiento por aquella corrida, fruto del acto de gran amor que significaba.
Los 2 nuevos amigos recuperaron sus atuendos y se vistieron para volver a la acampada dejando atrás la mancha de semen en mitad del bosque.
Aunque María sabía que lo que había ocurrido no estaba bien, no sentía remordimientos, no había cabida para los malos rollos. Todo a su alrededor era magnífico, tenía un novio al que amaba con locura, había encajado perfectamente en su círculo de amistades y había disfrutado del polvo más placentero de su vida. La única conclusión factible era que lo anormal hubiera sido que no hubiera ocurrido nada de aquello, que no hubiera experimentado la profunda empatía que sentía por aquel extraño personaje con el que había compartido la noche. Incluso recordó el desagradable incidente con Ramón y se dio cuenta de que no tenía mayor importancia.
-Venga, María, levántate – le increpó dulcemente Iñaki al día siguiente. Pero estaba demasiado cansada -¿A qué hora os acostasteis? – preguntó pensando que las pocas horas dormidas eran la causa de aquella extraña pereza en su pareja.
Pero no recibió contestación. María se giró, ignorándolo. Se sentía tremendamente cansada, aunque el bienestar general que aún le duraba le permitía dormir sin mayores problemas a pesar de la algarabía que había fuera de la tienda.
El resto ya se había levantado y estaban preparando el regreso a casa. Algunos desmontando las tiendas, otros recogiendo cosas, otros equipando el coche, etc. Iñaki se resignó y salió fuera a ayudar al resto.
Al ver salir a Iñaki de la tienda sin María, Ramón se impacientó. Necesitaba quitarse aquel peso de encima y, sin pensar demasiado, entró en la tienda de su mejor amigo.
-¿María?
La chica, al escuchar la voz de Ramón, se giró, sonriendo y reconfortando al hombre que volvió a disfrutar de aquella sonrisa que no podía quitarse de la cabeza.
-¿Sí? ¿qué quieres? – le preguntó con la voz débil.
Ramón intentó excusarse por lo ocurrido la tarde anterior. Quería como fuera que las cosas volvieran a ser como antes del incidente y se jugó todas las cartas.
-La verdad es que, en aquel momento, no me sentó muy bien – le explicó la adormilada mujer – No sé, supongo que no me lo esperaba y me descolocó. Pero lo cierto es que anoche me di cuenta de que lo que pasó es una tontería. De hecho, me di cuenta de muchas cosas a las que normalmente le doy importancia y me amargan la existencia a las que, a partir de ahora, voy a intentar poner remedio.
Para alegría de Ramón, aquellas palabras demostraban que lo sucedido no iba a enturbiar ninguna relación de amistad. Es más, demostraban que aquella mujer era mucho más de lo que él había deseado. Se regocijó al comprobar que su mejor amigo había encontrado una gran mujer y se entristeció al comprobar que se había enamorado de ella.
Mientras Pepillo recogía sus cosas, Inés se acercó, prudente, a su lado.
-Lo has vuelto a hacer, ¿verdad? – le inquirió.
-¿Perdona? – se hizo el despistado.
-¿Anoche la drogaste? – él se rió.
-Sí, lo hice – confesó provocando un semblante cariacontecido en Inés a la vez que de cierta satisfacción por saber que estaba en lo cierto.
-Fue cuando le trajiste el zumo, ¿no? – él afirmó con la cabeza, sonriente – ¿Qué le metiste?
-Le vacié una cápsula de éxtasis. 120mg. sin apenas adulterar.
-¿Y fue todo bien? – se preocupó.
-¿Por quién me tomas? Estás hablando con un experto – sonrió orgulloso.
-¿Te la tiraste? – Pepillo le contestó con una siniestra sonrisa.
-Sabes lo mucho que disfruté aquella noche, guardo un muy buen recuerdo – se confesó – Espero que ella no tenga que esperar tanto como yo para que vuelvas a darle una dosis de MDMA y de… tú ya me entiendes.
Y se marchó dejando completamente satisfecho con aquellas palabras al hombre que la drogó para follársela hacía ya años, la primera noche que salieron de marcha con Sergio, el novio de ella y amigo de él.
A lo largo de la mañana, por fin, María se levantó provocando las bromas del grupo de amigos que, entre todos, desmontaron la última tienda que quedaba. Como habían planificado, al mediodía marcharon llegando a casa a una hora prudente. El fin de semana de acampada había concluido.
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El lunes avanzó con lentitud para Beatriz. Dejó el chat encendido todo el día y toda la noche, pero su Amo Alex no se ponía en contacto con ella. Por los menos los pezones ya no le dolían y la piel de sus pechos se había recuperado después de que Silvia le
pusiera las pinzas japonesas. Se moría de ganas de que su admirador secreto se conectara, que le siguiera dándole órdenes, que la siguiera usando y humillando en público. Aquello era una fuente de vergüenza, placer y dolor como nunca pudo imaginar.
Pero Beatriz se sentía realmente como una puta, degradada ante la mirada de los chicos, sin poder evitar aquello, y al mismos tiempo tan excitada que no quería que aquello acabara. ¿Qué más podía ocurrir para excitarse más?
Beatriz cerró los ojos, notando como el orgasmo llegaba en oleadas, una tras otras, cada vez más grandes, y ella gemía con la boca llena, disfrutando de un placer tan intenso como no había tenido en su vida, todo su cuerpo estremeciéndose de gusto. Poco a poco el placer se fue apagando, y se quedó quieta, satisfecha, mientras el otro muchacho la embestía ahora con fuerza, y se corría también en su coño. Cuando pensaba que todo había terminado, de improviso, sintió también la leche caliente de los otros dos chicos que estaban de pié cayendo a chorros sobre su espalda, regándola de arriba abajo.
Se montó en el coche y se fue hasta casa, con la mente como flotando en una nube, asimilando todo lo que había vivido. Cuando llegó, vio que el chat estaba encendido. Se seguía sintiendo sucia, con ganas de darse un buen baño. El semen se había secado, tenía los muslos pringosos hasta las rodillas. La blusa estaba para lavarla. La sensación era repugnante, pero le complacía estar así por orden de su Amo, que le había permitido tener una tarde única. No se limpió todavía y chateó con él.
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Me levanto el lunes renacida. Me siento plena y llena de vida, lo noto, no es algo que me pase a menudo. Me doy una ducha larga, y me visto para ir a trabajar, me pongo un traje de falda de tubo, muy formal, la diferencia es que rescato varios tangas del fondo del armario, y me pongo uno de ellos. Llevo al fantasma de Carlos a la universidad, hoy aprenderá poco, va con gafas de sol y la resaca aún le dura, aparte de que será duro, con todos comentando su borrachera del sábado. “Espero que así aprendas”, le digo, pero no me dirige la palabra, seguro que le duele hasta al hablar.
Al dejarle, voy a mi trabajo, y nada más entrar me espera unas cuantas horas de tarea atrasada de mi compañera. Normalmente lo haría sin rechistar, pero hoy le dedico un minuto de reproches para que mejore, y no me deje todos los problemas a mí.
Acabo mis labores un rato antes de mi turno, y me quedo charlando con el director de la sucursal, David, un hombre de mi edad, alto y al que le sobran algunos kilos, pero con una planta de emprendedor confiado, con trajes caros a medida, moreno, guapo y de gestos firmes, que siempre me gustó. Se dice que pese a tener a una mujer preciosa en casa, algunas de la oficina han caído a sus pies en convenciones o retiros empresariales. Quiere que mañana le ayude con una reunión importante, me lo pide a menudo, tiene a becarios mejor preparados que yo, pero una mujer preciosa distrae a quien tenga delante, y él sabe aprovecharlo.
No me molesto en llamar, y voy directamente a recoger a mi hijo a la universidad. Al llegar, le veo arrastrarse, y saludar de pasada a sus amigos, donde Javier le sigue con la mirada hasta que me ve, y saluda con la mano de forma amable. Le devuelvo el saludo con una sonrisa, pero estoy triste, hoy no parece venir con nosotros. Nos vamos a casa, y mientras él se va a su cuarto, yo me cambio y preparo la comida.
No me extraña comer sola, Carlos debe de estar durmiendo, pero dejo su plato en la mesa, ya saldrá cuando tenga hambre. Creo que el día va a ser rutinario, de vuelta a mi triste y repetitiva vida, tampoco me viene mal, puedo pensar tranquila y tomar control de las cosas. No me equivoco, mi hijo sale a comer, se encierra de nuevo, y sólo la llamada de Carmen a última hora de la tarde me hace salir de casa a tomar algo fresco con ella en una terraza. Me pongo un vestido suave amarillo, y casi ni me arreglo, como siempre va ella, y esta vez tampoco fallo, al llegar a la cita la veo sin maquillar y un vestido largo negro.
Charlo con ella sobre lo pasado con Emilio, casi ni le recordaba. Se disculpa, y ya me quiere presentar a otro hombre que conoció en Valencia en las vacaciones, un mulato llamado Joel, que se ha mudado a vivir a Madrid, pero visto el resultado del último intento, rechazo educadamente su oferta, “No sabes lo que te pierdes”, me dice, pero estoy segura de que no será muy distinto a lo habitual, un cerdo que no quiere de mí nada, salvo follarme.
Hablamos de tonterías, y me vuelvo a casa para la cena. Logro que mi hijo salga de su habitación y hablo con él un poco, parece más manso que otras veces. Cuando se va a su cuarto, me quedo en el sofá, y me resigno a pasar una noche más sola. Me pongo el camisón y de nuevo a dormir, me cuesta un poco, tengo muchas cosas en la cabeza, pero al final, caigo rendida.
Por la mañana me noto menos llena de alegría que ayer, pero me ducho y me pongo un tanga que apenas es visible, me deleito con mi figura en el espejo, y me busco el traje de oficina, el que le gusta a mi jefe que lleve a las reuniones. Es blanco nuclear, debo llevar mi sujetador más pequeño y apenas un top fino debajo, con la chaqueta cerrada a duras penas para hacerme un escote de infarto, así como una minifalda a medio muslo. Lo corono todo con zapatos de tacón a juego y con unas medias de tono caramelo. Estoy para comerme, me hago un elegante peinado con caída a un lado, y un maquillaje centrado en mis ojos y mis labios.
Hasta Carlos me suelta un piropo al verme en el desayuno, y le llevo a la universidad notando su lasciva mirada en mis piernas, le pasa a veces cuando voy tan arreglada, pero no le doy importancia, son las hormonas. Le dejo y me voy al trabajo, nada más llegar algunos me silban, y el chico de la recepción de abajo, muy barriobajero, me suelta una grosería que paso por alto, ya que llego tarde. Me dedico a preparar la reunión, y adelantar algunos mails, pero estoy atenta, y a un gesto desde la puerta de mi director, David, cojo la carpeta con todos los documentos, y respiro profundo para entrar en el papel.
Antes de pasar a la sala, me explica el orden de los archivos, y me mira de reojo el escote, no suele hacerlo, así que hoy debo de ir increíble. Al entrar, veo a tres hombres trajeados y con pinta de ingleses, saludan en su idioma, y no tardan en querer presentarse a mí. Les dedico sonrisas amables y alguna frase suelta que me sé, pero al final se sientan frente a mi jefe, y otro de sus socios. Yo me acomodo detrás, cerca de la pared, y a un lado, para que me puedan ver bien. Tomo postura de pie, exhibiendo las piernas notando sus ojos pegados a mí, y comienzan a discutir. Me van pidiendo papeles, los tengo ordenados, y pese a no saber muy bien de qué va todo, cumplo mi parte. Entre tanto, me atuso el pelo, cambio de postura, me quito un pelo travieso de la chaqueta, cosas que una va aprendiendo para distraer a los varones.
Al acabar la reunión, y ver los apretones de manos, espero que haya funcionado, no soy la parte más vital de la empresa, pero me gusta pensar que me necesitan. Los ingleses se me acercan y me hablan, no les entiendo la mayoría de las cosas, me vale con reír y estrechar manos. David me felicita al salir, pero no cree que el contrato se firme, y me dice que sin ellos, tendrán que echar a alguno de la oficina para reducir gastos, cosa que me pone muy triste. Me agradece el esfuerzo, y me da un abrazo, pero a mí me sienta de pena, me recuerda los abrazos de Javier, a estar en el sofá con él, y me vuelvo a mi escritorio algo asqueada.
Termina mi turno y mi hijo me llama, toca ir a recogerle, preveo otro día idéntico al de ayer, no estoy de ánimos, pero no me queda otra. Al salir del trabajo un clavo saliente de una mesa se me engancha y me rompe la media por la rodilla. Voy a la universidad maldiciendo por cómo se me ha torcido la mañana, encima llego de mal humor, un idiota se me ha cruzado en una rotonda y casi me choco con él.
Me estoy agobiando, y la idea de que Carlos me suelte alguna de sus contestaciones me desalienta. Llego, aparco, y le veo charlando con un grupo de chicas, “Poco le ha durado el escarmiento”, me digo. Algo me pide gritar, o romper lo que pille a mano, y antes de hacerlo, salgo del coche saturada, a ver cuándo demonios viene mi hijo para poder ir a casa, paseándome aguantando las miradas e insinuaciones de algún joven salido, no me acordaba de cómo voy vestida. Noto una mano en mi hombro y me preparo para explotar contra el imbécil que se ha atrevido a tocarme, pero me encuentro a Javier ante mí, que se queda perplejo ante mi rostro enfurecido.
-JAVIER: Uy, que mala cara… ¿Estás bien, Laura? – relincho como una yegua.
– YO: Nada, que hay días que es mejor no levantarse, gracias por preguntar, Javier.
– JAVIER: A mí me lo va a decir, me pasé ayer toda la tarde en el veterinario, mi perro se ha comido parte de un trabajo, y como es tan mala excusa, no me dejan volver a presentarlo.
– YO: Pobre, ¿Y el animal está bien?
– JAVIER: Sí, lo ha echado todo, además, el trabajo ya era una mierda antes de que se lo zampara…- me arranca una carcajada enorme, y sé que ha sido un bromilla para animarme, pero no puedo dejar de reírme.
– YO: De verdad, que cosas tienes…- a un gesto de tocarle el brazo, su atrevimiento le lleva a darme mi abrazo y mi beso en la mejilla, y hoy me rindo ante él, dejo que me apriete contra su pecho cuanto quiera, lo necesito, y creo que lo sabe.
-JAVIER: Al menos ha merecido la pena para sacarle una sonrisa.
– YO: Muchas gracias, eres un cielo. – pienso en alejarme de él, pero me siento muy cómoda entre sus brazos.
– JAVIER: Carlos ya viene, no deje que la desanime de nuevo ¿Vale? – me vuelve a besar la mejilla, y le miro entusiasmada.
– YO: Haré lo que pueda. – por fin me suelta.
-CARLOS: Tío, me voy ya, ¿Te vienes a casa a comer? – Casi respondo yo por él con un “Sí”.
-JAVIER: No, tengo que estudiar para mejorar la nota gracias a mi chucho, pero mañana tengo libre para comer…- me lo dice mirándome a mí.
-YO: Pues vente a casa, me lo debes del otro día. – Javier sonríe cómplice.
-CARLOS: Claro tío, y así echamos la tarde en casa, que estoy hasta la polla de estudiar. – le miro pensando que lo único que no hace encerrado en su cuarto, es estudiar.
-JAVIER: Así sea pues, ¿Llevo algo o…?
– YO: Nada, ya me ocupo yo de todo. – paso mi mano por su antebrazo, y hasta que no noto sus dedos soltar los míos no me giro para meterme en el coche. Sabiendo que me mira, hago un escorzo para mostrarle mi trasero.
– CARLOS: Mañana nos vemos, tío.
–JAVIER: Vale, y lo mismo le digo Laura, muchas gracias.
-YO: Nada Javier, un beso.
Arranco el coche, y de golpe todos mis males se han desvanecido. Me cambio al llegar a mi casa, pensando en lo impactante que debía de estar para Javier, y pese a ello, ha jugado bien sus cartas. Mi camisón parece oler aún a su aroma del sábado cuando me lo pongo.
Como con Carlos y le pregunto por los gustos de Javier en la comida, pero no me dice nada concreto, y se va a su cuarto. Yo me echo en el sofá y me quedo dormida, pensando en que hace no mucho estaba allí mismo, rodeada por sus fuertes brazos, y al despertarme, noto la humedad entre mis muslos. “Ya estamos otra vez”.
Me doy una ducha de agua fría, y me pongo un short corto elástico y una camiseta vieja, tengo las dos prendas que he llevado esos días en casa lavándose, y pienso en lo que llevaré puesto durante la comida mañana con él. El camisón amarillo ya estará listo, pero no quiero ir como voy siempre, de andar por casa medio desnuda, y tampoco quiero ir muy recatada. La diversión con Javier me da horas de rompecabezas como estos.
A la cena Carlos me dice que con una ensalada bastará, y que deje de preguntar. Le digo que solo quiero ser buena anfitriona, una mentira a medias, quiero que Javier se sienta cómodo. Me quedo en el sofá un buen rato, y algo tarde, me voy a la cama.
No puedo dejar de darle vueltas a la cabeza sobre ese joven, ya no es que tenga cierto parecido a mi difunto marido Luis, es que su forma de ser es muy similar. Javier es más atrevido, sin duda, pero tiene esos detalles bobos, los abrazos o traer el desayuno el domingo, que adoro de él.
Tenía que pasar, y saco el consolador de la mesilla, al tirar del short noto como se despega de mi pubis, estoy mojada y no tardo en empezar a masturbarme frenéticamente. Mis dedos frotan el clítoris a un ritmo alto, y paso el consolador por toda mi entrada vaginal, deseando que alguien me penetre, y pienso en el instante en que Javier estaba rodeándome con sus manos en el sofá, y me imagino que le besé, que me comía la boca y me abría de piernas encima suya, que me lamía los senos y me acaba introduciendo su miembro de una estocada firme y cariñosa, como es él. Me vuelvo loca metiendo el consolador en mí, tratando de pellizcarme los pezones por encima de la camiseta, y exploto en un orgasmo tan fuerte, que se me escapan alaridos de placer. Ni si quiera Emilio logró ponerme así. Respiro agitada, y cuando me voy al baño a asearme, me doy cuenta de que no he pensado en Luis en ningún momento, lo que me hace sentir mal un rato, antes de dormirme.
Me despierto tan ilusionada como una cría en Navidad, me doy una buena ducha, y me pongo un traje bastante normalito, hasta uso unas braguitas nada sensuales. Voy a trabajar con una sensación parecida a la de estar en la última hora de clase antes de las vacaciones. Una llamada de Carlos diciendo que no hace falta que vaya a buscarle, me deja sin aliento, temiendo que se anule el plan, pero me tranquiliza oírle decir que “irán a comer a casa”, por su cuenta. Cuando da la hora, salgo disparada, no sé de cuánto tiempo dispongo.
Corro a casa, y me pego otra buena ducha, con cremas y aceites que dejan mi piel brillante y apetitosa. Luego me quedo ante el armario, con una toalla anuda alrededor del cuerpo, mirando mi viejo camisón amarillo colgado de una percha, pero algo me pide a gritos un cambio.
Me pongo un tanga granate sensual de encaje, y un sujetador a juego, guardados en una caja y usados una única vez, en el aniversario de los ocho años de casados con Luis, hasta el sostén me queda pequeño de copa, pero me hace un busto espectacular. Rebusco una camisa ceñida blanca y de tela reflectante, y hasta encuentro unos vaqueros de la tala 36, de la época de antes de casarme. Lucho muchos minutos con ellos, tirada en la cama tratando de ponérmelos, y con un esfuerzo final, metiendo tripa, cierran.
Al ponerme en pie casi no puedo respirar, pero me giro ante el espejo, y me veo increíble, no me sentía tan sexy desde…la verdad es que ni me acuerdo. La camisa me queda algo justa en el pecho, haciendo que enseñe el ombligo y los riñones, con los senos sobresaliendo al no poder cerrar el botón del escote, dejando a la vista mis pechos apretados, y si me descuido al moverme, el aro del wonderbra. A su vez, despeja la vista para los vaqueros, son minúsculos pero me quedan de escándalo levantándome el trasero, me aprietan las piernas, los muslos están aprisionados y el tiro queda tan bajo que la cintura está casi a la altura de la goma de la prenda íntima. Hasta me doy una palmadita en el culo, y me acaricio los glúteos, notando la tensión de la tela sobre mi piel. “Un gesto brusco y estallan”. De colofón, me busco unos taconazos altos azules del trabajo, me maquillo ligeramente para destacar mis ojazos, me peino con unas horquillas sujetando el flequillo, despejando la zona frontal y dejando caer mi pelo por la espalda hasta mi cadera.
Hago una ensalada bastante suculenta, y me lamento ya que no voy a comer mucha, si lo hago, reviento el botón del vaquero. Hasta pruebo a sentarme y levantarme de una silla, para encontrar la forma de no quedar ridícula al casi no poder moverme. Se acerca la hora y me veo en el reflejo de la televisión apagada, “Mírate, pareces una guarra”, me digo, frotando nerviosa los anillos de casados en mi dedo. Pero en cuanto escucho la puerta, me pongo en pie, apoyo una mano en mi “cinturita”, y trato de parecer guapa. La realidad es que estoy ilusionada.
Al ver pasar a Carlos sin mirarme, me calmo, a lo mejor ha venido solo, pero escucho la puerta cerrarse y cojo postura de nuevo. Es cuando le veo aparecer, entra por el pasillo al salón, y se queda petrificado, mirándome, quiere disimular, pero le he dejado pasmado.
-YO: Ho…hola, Javier. – trago saliva al recordar su parecido a mi esposo, y me repito que es sólo un juego, tomando algo el control.
– JAVIER: Hola, señora…Laura…disculpa. – agacha la cabeza algo confuso, pero se alegra al ver que me acerco, y busco el protocolario abrazo con beso.
Mi mano se mueve sola hasta uno de sus hombros, pese a que con los tacones ya no me saca tanta diferencia de altura, debo elevarme sobre él para que mis labios se posen con cuidado sobre su cara. Instintivamente él se agacha, y su mano amaga sujetarme del costado, pero enseguida la retira.
– YO: Hoy sí te quedas a comer, ¿Verdad? – trato de que no se me noten las ganas de escucharle un “Sí”, cuando me retiro un palmo de su cuerpo, y me lo como con los ojos. Va con unos pantalones negros de vestir y una camisa, blanca a cuadros rojos, por fuera, remangada y muy varonil.
– JAVIER: Hoy sí, y será un honor.
– YO: Perfecto, si quieres ve con Carlos mientras voy preparando la mesa. – le froto un costado, estoy tan feliz que no sé el motivo.
No tengo la menor duda al darme la vuelta y caminar, sus ojos están clavados en mi trasero, es imposible que estén mirando otra cosa, el bamboleo bajo vaqueros apretados debe ser hipnótico, ya que muevo la cadera obscenamente. Si esto fuera tenis acabaría de ganarle un punto con un ACE.
Una vez en la cocina respiro un poco, y me giro para coger la bebida de la nevera, al cerrarla me encuentro a Javier de frente, y del susto se me cae la botella del agua, pero de un ágil gesto logra atraparla antes de que caiga. Me tapo el pecho con una mano del sobresalto, y como no estoy acostumbrada con esos tacones, de un paso atrás que doy, me inclino hasta casi caerme. Noto su brazo rodearme la cintura, pegándome a él, tanto que mi nariz roza su mentón, y me sujeto de sus antebrazos. “¡Mira que eres torpe!”.
-YO: ¡Por dios, que sustos que me das!
-JAVIER: Perdone… es que no quería que encima de invitarme a comer, pusiera usted la mesa sola.
-YO: Ah…bueno, pues te lo agradezco mucho.
– JAVIER: ¿Puedo soltarla ya? ¿O se me va a caer otra vez? – la entonación es tan dulce que me hace sonreír, y me doy cuenta de que me tiene a su merced, pero pide soltarme.
-YO: Deja que me asegure.- digo jugando un poco, me agarro de su cuello y uso su cuerpo de contrapeso para posar bien los pies.- ¡Ya!
Su mano no se separa al soltarme, sino que recorre mi cintura, y me coge otra botella de la mano, para ir a la mesa y colocar ambas. Me le quedo mirando extrañada, debe creerme muy torpe, pero juraría que tontea conmigo. La idea de ser traviesa con él me había parecido divertida, pero es que ahora me está gustando su forma de reaccionar.
Terminamos de poner la mesa, sin dejar de notar sus miradas a mi cuerpo, y yo devolviéndole sonrisas dulces, admirando su semejanza a Luis, pero si me veo obligada a decirlo, Javier parece más guapo, marcando brazos y un culo de primera.
Mi hijo aparece cuando ya hemos acabado, preguntado dónde estaba Javier, pero se sienta a comer antes que nosotros. Su amigo le recrimina, y me encanta verle hacerlo, así que le manda a por unas pinzas de la ensalada que se nos han olvidado, cuando ya iba yo a por ellas, sujetándome del brazo con cariño. “¿De dónde has salido?”, le preguntó con la mirada, y paso una hora riéndome con él.
Al acabar de comer, mi invitado se pone a recoger, y obliga a Carlos a ayudarle, mientras se niega a que yo les ayude. Digo que no con la cabeza, y mientras ellos colocan las cosas, yo me pongo a fregar platos y cacharros. No me extraña que en un descuido, mi “adorado” pequeñín desaparezca a su cuarto, según mi experiencia, una buena siesta le espera.
Creo que Javier se ha ido con él, cuando noto su mano en mi espalda, cerca de la nuca. Me giro y le veo colocando los últimos cubiertos a mi lado, y sin que le diga nada, coge un paño y me rodea, secando los paltos que voy limpiado. Todo ocurre en silencio, y el dialogo es de miradas, diciéndole que no hace falta, él que sí, yo agradeciéndoselo, y él me da un toquecito con el hombro que significa “No hay de qué.”
– YO: Eres muy amable, no sé qué habrás visto en mi hijo para ser su amigo, no podéis ser más distintos…- se me suelta la lengua, pero le hace gracia.
-JAVIER: ¿Si se lo digo no se ríe?
– YO: Bueno, tú dímelo, y ya veremos…además deja de tratarme de usted. – “¿Ya estás jugando otra vez?”
– JAVIER: Pues por las chicas, su hijo conoce muchas.
– YO: Ahhh ¿Y te gusta alguna en particular?
– JAVIER: Había una amiga de Carlos que sí, pero desde hace poco, una en particular me está volviendo loco.
– YO: ¿Sí? ¿La conozco, es amiga de Carlos?
– JAVIER: Diría que familia directa…- me mira dándose cuenta de que no he caído, estoy tan embobada que tardo en reírme.
-YO: Anda, no seas tonto…- le digo sin creérmelo.
-JAVIER: Discúlpeme la grosería. – el chico se ha puesto algo rojo, pero ha tenido los huevos de decírmelo, y no quiero que se moleste.
-YO: No pasa nada…son bromas.- le doy una salida digna, y se me queda mirando a los ojos, estudiándome, le noto leerme la mente. Aspira profundo y se llena de valor.
– JAVIER: No era una broma. – me quedo sorprendida, no es que no esperaba algo así, pero sí que me lo dijera tan abiertamente.
– YO: Pero si hay mil jóvenes por ahí, que estarían locas de estar contigo.- ahora la que busca la salida digna soy yo.
– JAVIER: Ninguna es tan guapa como tú, Laura, y muy pocas estarían tan sexys con esos vaqueros. – Javier está rojo, creo que ni él se veía capaz de decirlo, pero lo ha soltado, y le tengo delante, a medio metro.
– YO: Va…vaya…muchas gracias…lo primero que he…cogido del armario.- miento, y muy mal.
-JAVIER: Pues no quiero verla el día que se arregle para salir conmigo a bailar, me va a dar un infarto. – su broma relaja el ambiente un poco.
-YO: Pues quizá algún día, si sigues viniendo…- estoy muy confusa, no sé si quiero parar el juego, o llevarlo hasta el final.
-JAVIER: Será un honor… ¿Me permite una apreciación? – asiento con la cabeza, asustada.
Le veo que se acerca hacia mí, amago un paso hacia atrás cuando le tengo encima, me pega a su pecho y agacha la cabeza, quiero oponer alguna resistencia, y mi mano va a su pecho, aún así hace fuerza, y me dobla, hasta cogerme por la espalda, su mano abarca casi toda mi columna, y se pega tanto que mis senos se aplastan contra él. Su cara está tan cerca que me dan ganas de pegarle una bofetada, pero lo que hago es cerrar los ojos y esperar su beso. Lo que hace es pegar su mejilla a la mía, y extender su mano libre hasta cerrar el grifo, susurrándome con voz suave.
– JAVIER: Más vale no malgastarla.
Se aleja un poco, y abro los ojos, sonriendo, viéndome pillada, ya que estaba dispuesta a que me besara. Javier lo sabe, se lo leo en sus ojos, si hubiera querido podría haber juntado nuestros labios, me tenía, de hecho aún me tiene, pero me da un beso tierno en la mejilla. Mientras me sujeta con ambas manos en la cadera, me pone recta, y antes de irse, me roza la barbilla con el dedo índice de la mano.
– JAVIER: Me voy a ver a Carlos, estás demasiado guapa como para seguir a tu lado, sin hacer alguna tontería.
-YO: Vale…yo…si…mejor.
Le veo alejarse y me tapo la cara, avergonzada, abrumada y abochornada. Pretendía divertirme, nada más, tontear un poco con ese joven, sentirme bien, y ahora he perdido en mi propio juego. Ese crío los tiene bien puestos, y me ha desarmado, como sólo mi marido fue capaz.
Agradezco que al volver a mirar, Javier ya no está. Me observo las manos temblando y respiro profundamente un buen rato, dándole vueltas a los anillos en mi dedo. Limpio compulsiva la mesa y me dedico a distraerme en el salón con la televisión, pero ni las tertulias absurdas, sobre si a tal famosa le molesta la prensa rosa, alejan mi mente de ese instante fugaz en que deseé que me besara, que me dejé avasallar por la situación. Trato de analizar el motivo por el que ha llegado el punto en que me rindiera a sus brazos, y la conclusión que saco es que estoy muy sola, ¿Qué otro motivo puede haber para ceder ante las bobadas de un adolescente? Ni tan siquiera su parecido a Luis, o que sea tan educado y atrevido, me da permiso para comportarme así.
Al par de horas escucho a alguien acercarse, intento aparentar dignidad, sin prestar mucha atención, pero sé que es él. Javier se pone junto a mí, y con un gesto pide permiso para sentarse, muevo la cabeza afirmativamente, sin darle importancia. Se acomoda en el sofá, y permanece quieto, mirándome de soslayo.
– JAVIER: ¿Cómo va la tarde?
– YO: Tranquila, sin novedades. ¿Y vosotros?
– JAVIER: Nada, hablando de la universidad, y viendo alguna película, pero estoy harto de estar encerrado, y Carlos no quiere salir a tomar algo. ¿Tienes pensado salir?
– YO: No, ¿Por qué lo dices?
– JAVIER: Bueno, como vas tan guapa, pensaba que ibas a salir…no creía que te hubieras arreglado tanto para mí. – dice con una cierta sorna, me fuerzo a sonreírle, ya que la broma ha dado en el clavo, y no debo delatarme.
– YO: No es por ti, bobo, es que…es que había quedado, pero se han anulado los planes. – me invento sobre la marcha.
-JAVIER: Pues es una lástima desaprovechar tan buena tarde, ¿Y si salimos a tomar algo nosotros? – me doy cuenta de que le he puesto en bandeja la invitación, no tengo motivos para negarme, y busco uno.
-YO: No sé, Carlos nunca quiere salir conmigo entre semana.
– JAVIER: Carlos no, digo nosotros, tú y yo. – le miro queriendo no fingir mi sorpresa.
-YO: Sería algo raro, Javier, no es que nos conozcamos mucho, y eres el amigo de mi hijo…
-JAVIER: Pues así nos conocemos. – se pone en pie y extiende la mano ante mí.- No me digas que no, por favor, dame el gusto de lucirte por la calle a mi lado, nunca tengo la oportunidad de dar envidia con una mujer como tú del brazo.
Es tan hábil, tan firme, y a la vez tan correcto, que ni me doy cuenta y estoy de pie caminado detrás de él hasta la puerta de la calle. Me genera una sonrisa tenue su formalidad, me atrae, y pese a ello, estoy tensa, quiero zanjar esto cuanto antes, y si ha de ser poniéndole la cara colorada, así será.
Atino a meter mi móvil, la cartera y las llaves en un pequeño bolso. Avisamos a Carlos de que vamos a tomar algo, pero ni se molesta en salir a despedirse de su amigo, es Javier el que va a su cuarto y le dice que ya se verán mañana. Regresa a mi lado, y me coloca la mano en los riñones para acompañarme hasta el rellano y cerrar la puerta con cuidado. Me abre el ascensor dejándome pasar, y luego entra él, no es que sea muy grande pero podría ponerse algo más lejos de mí.
Salimos a la calle y me ofrece su brazo derecho, cual fuera un caballero inglés, paso mi mano izquierda por su antebrazo, y lo aprisiona con su costado, mientras andamos un rato. Me es extrañamente placentero hacer esto sin que sea Carlos mi acompañante, y charlamos animadamente de la universidad o de mi trabajo. Aparento cierta seriedad, en algún momento voy a darle una charla muy seria, y no debo darle esperanza alguna, pero me es inevitable, aunque no lo quiera, estoy cómoda junto a él.
Hasta tal punto me gusta la sensación, que se me olvida que voy embutida en unos vaqueros que me hacen una figura de cine, con una camiseta tan ajustada que me tira de la espalda, y las miradas de algún salido no me importan. Tampoco la idea fugaz de lo que opinen mis vecinos si me ven colgada de un joven apuesto como él, me altera, ya que siendo objetiva, Javier aparenta algo más de edad debido a su estilo y la barba, y yo puedo pasar por una de veintimuchos, sin desentonar. De hecho, cumple su palabra y me expone ante todos, como diciendo “Sí, es mía, jodeos.”
Le guío hasta un bar con una terraza grande, en una avenida cercana no muy lejos de casa, los tacones empiezan a hacerme mella y me duelen los pies. Pido una caña con limón y él un botellín de cerveza, nos los traen con una aceitunas verdes de tapa, y seguimos charlando de nuestras vidas sentados al atardecer de Madrid. Coches pasando, gente hablado, ruidos de ciudad grande que vive y se mezcla con un cielo azul despejado y edificios de cuatro o cinco plantas, llenos de balcones y trastos en ellos.
La verdad es que no tiene mucha importancia lo que se dialoga, aunque me dice que su familia es de fuera y le han mandado a estudiar aquí solo, vive en un piso de estudiantes con su perro, que no conoce a nadie aquí, y que Carlos le parecía un idiota, pero que con él hace amigos, conoce a chicas y vive la noche de una gran urbe. Le escucho, pero lo que ocurre es que he de recordarme cada ciertos minutos que debo cortar de raíz el juego, no seguir en él. Tras una hora, y un par más de cañas y botellines, me armo de valor y empiezo.
– YO: Javier, debo decirte algo, pero espero que no te sientas mal. – la sonrisa que no se le borraba desde que salimos de casa, se desvanece.
-JAVIER: Dime, Laura, no me asustes.
-YO: Verás, es que…bueno, que eres un encanto de joven, y me gusta pasar el tiempo contigo, pero creo que se están confundiendo ciertas cosas, y quiero dejar claro algunos puntos.
– JAVIER: Tú dirás.- sus ojos de cachorrito me lo ponen más difícil.
– YO: Es sobre lo que ha pasado en la cocina, y antes tal vez…mira, he pasado una época muy mala y tal vez he jugado con tus sentimientos, y no es justo. Debemos ser más distantes.
– JAVIER: No lo entiendo, creía que te caía bien.
-YO. Claro que sí, pero una cosa es eso, y otra andar haciendo tonterías, como lo del grifo de hoy. No puedes hacer esas cosas, soy la madre de Carlos y tú un adolescente, está mal.
– JAVIER: Discúlpeme si me he propasado lo más mínimo, y la he hecho sentir incómoda.
– YO: Nada de eso, has sido un perfecto caballero, es…es al contrario, me has hecho sentir cosas raras, y me gusta, pero tenemos que poner unos límites.
– JAVIER: ¿Limites a qué? No hemos hecho nada malo, y aunque pasara algo, tampoco sería el fin del mundo. – toma la iniciativa, no me lo va a poner fácil.
– YO: Y no va a pasar nada, ese es el problema, podemos ser amigos, pero nada más. – me da una lástima terrible la cara que pone, está dolido, pero se rehace.
-JAVIER: De verdad, no entiendo lo malo que hay en mí…
-YO: No tienes nada malo, pero tienes diecinueve años, y yo muchos más, ni yo estoy para jueguecitos a mi edad, ni tú para perder el tiempo con viejas como yo. Sal con Carlos, diviértete, eres joven y buen chico.
– JAVIER: Ya, pero es que me han educado así, y no puedo ir tirándome a la primera que se me presente, y no creo que me aporte nada. Yo necesito algo de romanticismo, y ninguna que conozca parece gustarle mi forma de ser, todas van con el guaperas de turno…- no hace falta que nombre a Carlos.
– YO: Es la edad, y tal vez que eres demasiado bueno, las chicas se darán cuenta, y terminarás enamorando a alguna afortunada.
– JAVIER: Supongo…- no está ni remotamente convencido, y una fugaz mirada me dice que a quien quería enamorar, es a mí. – Creo…creo que es hora de que la acompañe a casa, y me vaya, tengo…tengo muchas cosas en las que pensar.
No me deja pagar la cuenta, y me sigue como un perrito al que han reñido, un par de pasos por detrás, sin ofrecerme su brazo. Temo haberle hecho daño, pero estoy segura de que era lo que se debía de hacer. O eso me repito.
Al llegar a casa, me dedica un abrazo tibio, y nada cariñoso, no me da el beso en la mejilla, y pese a una carantoña con las manos con la que trato de animarle, o hacerle reír, me doy cuenta de que no es un niño al que consolar, es un hombre herido, que me esquiva la mirada.
– JAVIER: Buenas noches. – se gira, caminando con paso rápido, no me da tiempo a decirle adiós.
Me subo a casa con la mano en la frente, tengo la cabeza congestionada y me siento mal, pero no es algo físico, temo haberle destrozado el corazón, y me pregunto si me he pasado, o si no debí decir nada, me lo estaba pasando tan bien.
Entro en casa y ni ceno, debido a las tapas de la terraza, y porque no me apetece. Me voy a mi cuarto tras comprobar que Carlos sigue en su habitación. El bufido de alivio al desabrochar el vaquero y quitarme los zapatos es glorioso, y me cuesta un buen rato sacar las perneras del pantalón. “Para un par de horas no está mal, pero un rato más y me asfixio.” Pienso que necesito algo de ropa nueva, más juvenil y menos apretada, pero me cuestiono los motivos. Ahora se acabó el juego, ya no tengo a quien impresionar.
Me doy una lenta ducha de agua caliente, de esas en las que estás tanto rato pensando, que se te arrugan las yemas de los dedos. Vuelvo a mis braguitas cómodas y mi camisón amarillo, para echarme a dormir. Pero no logro conciliar el sueño, doy vueltas a la cama un buen rato, y me voy a la cocina un par de veces a beber agua. Lo achaco al calor de la noche, pero sé que es la culpa lo que me mantiene en vela. Retozo en la cama hasta que caigo del sopor.
Continuará…
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Mi cabeza. El dolor no me deja abrir los ojos. Clau está conmigo en la cama. Ana y Claudia no están, pero oigo ruido por abajo, estarán trasteando en la cocina. Golpea mi mente el recuerdo borroso de la noche. ¡Joder! ¿Qué he hecho? Ahora puedo entender lo que sentía Lot, después de ser seducido por sus hijas.
Al moverme Clau se despierta. Su mirada es dulce. Sus ojos claros, como el cielo que se cuela por el cierre de la terraza, me miran, sonríe. Se estira hasta posar sus labios sobre los míos. Tiene el poder de hacer que se diluyan mis preocupaciones.
–¡¡Papá!! ¡Aquí hay un señor que viene a instalar el teléfono!
–¡Ya bajo, cariño!
Busco un pantalón corto, una camiseta sin mangas y bajo corriendo.
–Hola, buenos días, la instalación está hecha, el propietario anterior tenia instalado el teléfono y solo tengo que conectar la roseta. Solo serán cinco minutos. Su hija ha sido muy amable y me ha dicho que está en el garaje.
–Bien, tómese el tiempo que necesite.
Se marcha hacia el garaje.
Un muchacho joven, fuerte, supongo que guapo para las chicas. ¡Joder! ¿Dónde están las chicas? Me asomo al garaje y veo a las dos lolitas mariposeando alrededor del técnico. No me ven. El muchacho esta encima de una escalera de mano, conectando cables. Claudia se acerca y le coge una pierna. Ana de la otra.
–No quiero que te caigas, yo te sujeto. ¿Luego me enseñaras lo que hay en esa cajita?
El chico, muy turbado.
–Si, claro, señorita. En cuanto termine de conectar, sube usted para que lo vea.
Se le cae el atornillador. No me extraña. Estas muchachas ponen nervioso a cualquiera. Ana lo recoge y se lo da.
–Gracias.
–Para eso estamos, bueno para eso y para lo que quieras.
Clau me da un golpecito en el hombro.
–¿Qué haces, cotillo? Anda déjalas y vamos a desayunar.
Sentados en la mesa, mi mente no descansa, los recuerdos de la noche pasada me atormentan. Entran las chicas acompañando al técnico.
–Ya he terminado, solo me tiene que firmar la orden de trabajo, si no le importa.
–Sin problemas. ¿Cuándo podre conectarme a internet?
–Cuando quiera. Ya he llamado para activar el enlace y está disponible.
Firmo la orden y el chico se despide, las chicas lo acompañan a la puerta. Vuelven las chicas, se sientan a la mesa en silencio.
No puedo levantar la vista de la taza de café, estoy terriblemente avergonzado.
–Papá, ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?
Sin levantar la vista.
–No, Ana, no me encuentro bien. Lo que hice ayer me afecta mucho. No debía haberlo permitido. Por ti, por mí. Ha sido un error.
–¿Por qué papá? ¿Cuál ha sido el error? ¿Hacerme feliz? ¿Hacer que me sienta más cerca que nunca de ti?
–Ana, hemos roto algo, que no puede recomponerse. Nuestra relación ya no podrá ser nunca la misma. ¿Qué soy ahora? ¿Tu amante? ¿Puedo seguir siendo tu padre después de esto?
–Si papa, seguirás siendo mi padre siempre. Ahora te quiero más.
-Pero, si lo que hicimos te plantea problemas, no te lo pediré nunca más.
Se gira hacia Clau que la abraza y le mesa los cabellos. Ana Llora. Claudia me reprende.
–José, estas siendo muy duro con Ana, no se lo merece. Tu represión no te permite ver la belleza de esta relación. Ana no se merece sufrir y tú la castigas con tus preceptos religiosos.
–Quizá tengáis razón, pero no puedo evitarlo. No quiero lastimarte, Ana. Te quiero demasiado y no quiero que sufras. Tal vez necesite vuestra ayuda para superarlo. Pero por favor, no lo repitáis. Yo lo sufro.
La mirada de Clau es de comprensión.
–No te preocupes. No volverá a suceder. No pensamos que te afectaría tanto. Te queremos demasiado y no queremos que lo pases mal. Las chicas prepararon la danza mientras estabas fuera, querían sorprenderte, solo querían hacerte feliz. ¡Queremos hacerte feliz!
–Bien, no hagamos de esto un drama. ¿Qué le habéis hecho al pobre técnico?
Me miran sorprendidas.
–¿Al técnico? Nada. ¿Por qué?
–Porque ha salido algo nervioso ¿No?
–Bueno le hemos gastado una broma. Nosotras lo hacemos mucho. Además hemos quedado para salir con él y un amigo esta tarde.
–Es un poco mayor para vosotras ¿No?
–Papá, por favor. Ya no somos niñas.
–Eso es lo que creéis, pero sí, aun sois niñas y no sabéis aún las consecuencias de vuestra actitud. No quiero reprenderos. Solo os pido que seáis responsables. Vuestra vida anterior os ha marcado, ya lo entenderéis más adelante.
–Papá, esto para nosotras es solo un juego, lo pasamos bien, nada más. ¿Recuerdas el restaurante donde paramos a comer en La Roda?
–Si, claro, ¿Porqué?
–Pues que fuimos las dos a los servicios, había una muchacha de nuestra edad, muy bonita, parecía tímida. Al verla, nos miramos y empezamos a besarnos en la boca, se quedó de piedra.
–Nos acercamos a ella y le pregunté si quería participar, asintió con la cabeza, nos liamos a besos con ella y pillo un calentón impresionante. Cuando le toqué, encima de las bragas, parecía que se había meado, las tenia empapadas.
–La metimos en la cabina del wáter, le quitamos las bragas y mientras yo le comía la boca, Claudia le chupaba su cosita. Después cambiamos. La corrida que se pegó fue impresionante. Tuvo que sentarse en la taza para no caerse.
–Cuando se recuperó nos dio las gracias. Era su primer orgasmo y seguía virgen. Nos besó a las dos y se fue. Nosotras tuvimos que hacernos unos dedos, nos habíamos puesto muy cachondas. Yo me traje sus braguitas ¿Las quieres ver?
–No gracias, Ana, déjalo, te creo. Sois unas golfillas.
–Déjalas, José, son más responsables de lo que piensas. Han madurado muy pronto. Debes comprenderlas.
–Intento hacerlo Clau, lo intento, pero solo veo a dos niñas con cuerpo de mujer. Bien, dejemos esto. Esperemos no tener que lamentarlo.
–Déjate llevar y no lo lamentarás. Vamos chicas despertad a las pequeñas, que desayunen y nos vamos a la playa.
Todas las chicas en la playa, yo solo en casa. Instalo el equipo que me permite observar el piso de Madrid. Accedo a la grabación de las últimas horas. Encuentro una secuencia en que Mila y Marga están en la cama retozando.
Veo a las dos amigas acostadas en la cama juntas, besándose.
–Mila, ¿Qué te ocurre? Te veo rara.
–¿Te parece poco lo que me pasa?
–Por primera vez en mi vida no tengo ganas de follar. O mejor dicho, no puedo follar con quien quiero. El último en metérmela en el culo fue Isidro, como pago por su actuación como abogado en la compra del negocio a José. Y con Gerardo tuve que fingir que me moría de gusto.
–Vamos Mila, déjame que te coma el chochito, cariño, a ver si te relajas
–Gracias Marga, si no fuera por ti. ¿Qué sería de mi?
Paso rápido las imágenes en que ambas se comen el chocho en un sesenta y nueve. Ya no me excitan. Terminan sus juegos y se tumban de espaldas en la cama, las dos juntas.
–Mila, ¿Qué ha pasado con José? ¿Cómo lo has visto?
–No se qué pensar, Marga. Por una parte parece que su relación con Claudia funciona. Seguramente acabará enamorándose de ella. Eso será bueno para él. Aunque a nosotras se nos parta el corazón. El sufriría con nosotras, no podríamos evitarlo. Lo mejor ha sido apartarlo de nuestro lado y facilitarle una vida mejor. ¡Le he hecho tanto daño!
–No podía seguir adelante con el plan que habíamos forjado. Tenerlo para las dos. Él no lo hubiera soportado. Por eso hice lo que hice en el club de intercambio, quería alejarlo de mi, de nosotras. Después ocurrió lo de Gerardo y se aceleró todo.
–Le pedí a Gerardo ayuda para marcharme, sin intención de hacerlo. Luego intentaría que él se enterara, sabiendo como reaccionaria. Lo conozco muy bien. Lo quiero mucho, tanto como para renunciar a él, por su felicidad, aun a costa de nuestra desdicha. He llamado a Ana y me ha dicho donde están. El viernes quiero ir a Alicante. ¿Vienes conmigo?
–Sabes que sí. Te seguiré a todas partes. Lo que tú has descubierto con José, tu verdadero amor, lo descubrí yo hace mucho tiempo. Te quiero Mila, y quiero a quien tú quieras. Os quiero a los dos, y como tú dices, estoy dispuesta a renunciar a él por ti. La diferencia, es que yo tengo el consuelo de estar contigo, de tenerte, tú, no lo tienes a él.
Me dejo helado. Mila había planeado todo para alejarme de ella. ¿Qué estaba planeando ahora? Debo reconocer que posee una inteligencia prodigiosa. No puedo dejar de admirarla.
–Por cierto, mañana tengo que ir al banco, quedé con el director de la sucursal en hacerle un trabajito extra por haber liberado el dinero que te di, que estaba a plazo fijo. Quería cobrarme una pasta en concepto de comisión por adelantar el reintegro.
–Después puedo acompañarte a Alicante o donde quieras.
–Gracias Marga. Vamos a dormir, mañana hablamos.
¡Coño! ¡Han salido esta mañana, dentro de un rato estarán aquí!
Que querrán. Puede que solo quiera ver a sus hijas. No sé. Lo cierto es que no me puedo librar de ella. Por cierto. ¿Y si monto cámaras para ver qué traman? Arriba, en el dormitorio y en el salón. Más adelante veremos. Instalo las cámaras vía radio. Tengo un receptor portátil con el que puedo recibir la señal dentro de un radio de 500 metros. Será suficiente.
Clau vuelve de la playa, viene a preparar la comida. He terminado de hacer el trabajo. No he tenido tiempo de probar los equipos. Ya veré.
Clau entra directamente a la cocina, sobre la encimera, corta verdura para una ensalada. Me acerco por atrás, la sorprendo besando su cuello, se envara, respira hondo, gira su cara y me ofrece su boca entreabierta. Mordisqueo sus labios. Mis manos van de la cintura a los pechos, que se crispan, las meto bajo la tela del sostén del biquini, los pellizco. Bajo la derecha por la cintura y el muslo, su piel erizada. Introduzco la mano por el elástico del vientre, abro sus labios vaginales, está mojada y no es agua de mar. Sigo mordisqueando su cuello. Me encanta sentir como se estremece con el contacto de mis dedos, de mi boca, de mi lengua. No lo soporta más.
–¡Fóllame! José, me pones muy caliente. ¡Ahora!
Desabrocho el enganche del sostén y se lo quito. Con las manos en las tiras del biquini lo bajo y ella se libra de él con los pies. Desnuda, acaricio su espalda, sus brazos, los suaves globos de las nalgas. Se vuelve. Frente a mí, tira de mi camiseta hacia arriba, del pantalón corto hacia abajo. Queda de rodillas, con mi polla a la altura de su cara, la sujeta con una mano mientras acaricia los testículos con la otra. Saca la lengua, lame él glande y la introduce suavemente en su boca. Acaricio su cabeza. Me mira desde abajo. Es muy bonita, sus pechos rozan mis rodillas, siento sus pezones duros por la excitación.
No puedo más.
–¡Clau, me corro! ¡Me corro!
Afirma con la cabeza mientras sigue mamando.
–¡¡AAHHGGGG!!
Descargo en el fondo de su garganta, tose, necesita aire, escurren por la comisura de sus labios goterones de lefa.
La cojo por los hombros y la levanto hasta besar su boca inundada por mi corrida y la compartimos, las lenguas se debaten, se entrelazan, bajo hasta lamer los pezones. Con mis manos, bajo sus brazos, la levanto hasta sentarla en la encimera. Separo sus rodillas y entro con mi lengua en su deliciosa, salada, gruta. Paseo la punta desde el ano hasta el pubis, mordisqueo los labios, subo hasta el vértice superior del ángulo de su sexo, penetrándolo, me detengo en el botoncito que se descubre bajo el capuchón, lo excito, lo torturo, me detengo, ella aprieta mi cabeza sobre su coño y empuja con las caderas. Respiración acelerada, miro hacia arriba, su cabeza inclinada hacia atrás, sus dedos, sus uñas se clavan en mi cráneo, me tira del pelo. Y explota, tiemblan sus piernas, su cuerpo se mueve adelante y atrás.
–¡¡¡AAAAHHHH!!! ¡¡Me matas, me matas!! ¡¡AAAAHHHH!! ¡¡Que gusto!!¡¡Joder!! ¡¡MMIERDA!! ¡¡Que gusto me das!! ¡¡Es un orgasmo permanenteeee!! ¡¡PARA!! ¡¡No puedo más!! ¡¡Va y viene!!
–¡¡Joder!! José, que gusto. ¡¡Bésame!! Te necesito, te quiero. Abrázame.
Cojo su cintura, la deposito de pié, en el suelo, estrecho su pecho entre mis brazos. Nos comemos a besos. Me siento muy bien, sus ojos reflejan felicidad. ¡Quiero a esta mujer!
Un griterío en el césped nos dice que acaban de llegar las niñas. Entran en tropel a la cocina. Me besan las pequeñas. Ana me mira, con esa mirada que habla en silencio. Cojo su mano, tiro de ella y la acerco a mí. Rodeo su carita con mis manos y beso su frente. La abrazo y ella me rodea con sus brazos apretando con fuerza. Es mi hija. ¡Cuánto la quiero!
Comemos, las niñas hablan de lo que han estado haciendo en la arena, en el agua. Son muy felices. Están disfrutando de lo lindo. Quiero que sigan haciéndolo.
Están agotadas, las enviamos a dormir la siesta. Clau y yo subimos a descansar. Hace calor.
Un claxon suena en la cancela de la parcela. Ya sé quién es. Clau me mira extrañada, encojo los hombros. Bajamos los dos, Clau coge mi brazo y aprieta hasta hacerme daño. Ha visto quien es, quienes son. Abrimos con el mando y el vehículo entra en el carril de acceso. Se detiene en la puerta del garaje. Nos miran desde dentro. Están indecisas. Empujo a Clau hacia ellas. Abren las puertas y salen del coche, cierran y se acercan a Clau, la abrazan, se abrazan las tres, vienen hacia mí. No sé cómo comportarme. Mila me mira suplicante.
–José, por favor, no nos rechaces, solo venimos a ver que estáis bien, vosotros y las niñas. Nos alojaremos en un hotel. No queremos molestaros.
–Pasad, no tenéis que iros a ningún hotel, podéis quedaros aquí y estar, todo el tiempo que queráis, con las niñas. Por mí no tenéis que preocuparos. ¿Y pepito?
–Este fin de semana, se lo ha llevado a una finca, que tiene en Navacerrada.
–Bien. Vamos, entrad.
Se sorprenden al ver la casa, parece que les gusta. Clau las coge de las manos y se las lleva arriba a ver a las niñas. Oigo los gritos de Mili y Elena. Ana, sorprendida.
–¡¡Mamá!!, ¡¡Que alegría!!
Me encierro en la salita, conecto el receptor, sintonizo la frecuencia de la cámara de la habitación. No hay nadie. Siguen en los dormitorios de las niñas.
Bajan al salón, todas, Mila lleva a Ana en un brazo y a Mili en otro, sobre los hombros.
Clau está triste, parece preocupada. No sabe cuáles son las intenciones de las dos amigas. Salgo para que no sospechen. Me siento en el sofá. Ana me mira interrogante. Encojo los hombros. Se acerca y se sienta en mis rodillas. Pasa su brazo tras mis hombros, me besa en la mejilla.
–¿Estás bien, papá?
–Si, cariño, no te preocupes. No sé cómo han averiguado donde estábamos. Pero no importa. Es lógico que quiera veros, es vuestra madre.
–He sido yo, papá. Se lo dije cuando hable con ella por internet.
Acaricié su cabeza. Y la atraje hacia mí, la besé. Mila nos miraba, empuje suavemente a Ana hacia su madre, se levantó y fue a sentarse a su lado. Charlaron de cosas intrascendentes. Le hice una seña a Clau para que se acercara.
–Clau, necesito unos cables para instalar los ordenadores. Voy a salir a comprarlos, así os dejo tranquilas. No sé a qué vienen. Espero que sea como dicen, ya veremos.
–No tardes mucho, no me gusta esto. Tengo miedo por ti.
–Por mí, no tienes que preocuparte. A ver si averiguas algo.
–Marga, por favor, mueve el coche que voy a salir con el mio.
–Voy José.
Salimos juntos, cuando estamos solos se detiene, me mira de frente.
–¿Cómo estás José? Parece que te llevas bien con Claudia.
–Es una gran mujer. Creo que estoy enamorado de ella.
–Muy pronto nos has olvidado.
–Ella me ha ayudado mucho, lo sigue haciendo. Y quiere mucho a las niñas. Intentamos ser felices.
–Me alegro, de corazón, José. No sabes cuánto. Y debes saber que seguimos queriéndote, aunque tú no lo creas.
–Por favor Marga, no sigas, lo he pasado muy mal, he sufrido mucho. No sé hasta qué punto, por mi culpa. Quizá si hubiera aceptado el papel de cornudo consentidor ahora estaríamos todos juntos y felices. ¿No crees? ¿Vosotras podríais seguir queriendo a una mierda de hombre que consienta que docenas de tipos se follen a su mujer? O, peor aún. ¿Qué se dedique a prostituir a las mujeres que quiere? No Marga. Yo no podía soportar eso. No puedo y no quiero. Dejadme seguir con Claudia. Ahora la quiero. Vosotras ya no significáis nada para mí. Dejadnos vivir. Anda, aparta el coche por favor.
Marga mueve el vehículo lo suficiente para yo salir. Me marcho, doy la vuelta a la manzana y me sitúo en una calle cercana, donde no pueden verme desde la casa.
Conecto el receptor y el ordenador portátil, alimentados con un convertidor de tensión, de 12 a 220 voltios, conectado a la batería de la ranchera. Escucho con cascos auriculares.
Las pequeñas quieren irse a jugar con los vecinos, se quedan las cinco mujeres solas.
–Claudia ¿Cómo te va con José?
–Mila, es lo mejor que me ha ocurrido en mi vida. He sabido lo que es amor, me tiene sorbido el seso. Te lo suplico, no lo estropees. Le quiero como no sabía que se podía querer.
–No te preocupes. No pretendo arrebatártelo. Yo también lo quiero, precisamente por eso, porque lo quiero, debo renunciar a él y tratar de que sea feliz contigo y con las niñas. No dudes en llamarme si necesitas algo, si peligra vuestra relación, te ayudaremos. No desconfíes de nosotras. También te queremos.
–Pero mamá, ¿Por qué lo haces? Si lo quieres, ¿Por qué no luchas por el?
–Muy sencillo Ana. Tu padre con nosotras seria un desgraciado, con Claudia puede ser feliz, podéis ser felices. Es lo que queremos ¿O no?
–Tienes razón. Y tengo que contarte algo. Le dimos a beber vino con una substancia excitante, nos acostamos con él, follamos con él. Claudia no lo sabía.
–¡Dios mío! ¿Qué habéis hecho chiquillas? ¿Estáis locas?
–Si Claudia, estamos locas. Yo estaba loca y lo sigo estando. Como mi madre, sé que le he hecho daño. No podía imaginar que reaccionaria así. Pero lo deseaba y no pensé en las consecuencias. Ha sido un error. Un gran error. Ahora ya no tiene remedio.
Cubre su cara con las manos y solloza. Su madre la abraza.
–Esto de cometer errores, con los hombres a los que queremos, debe ser cosa de familia, cariño. Tú lo has dicho. Las dos hemos cometido errores. Claudia, ayúdala a superar esto. Te lo pido por favor.
–Creo que infravaloramos a José. Todas. Es un buen hombre, incapaz de hacer daño a su hija. Porque la quiere. Incapaz de hacer daño a su mujer, porque la quiere o la quiso, aun no lo sé. Mila, ayúdame con José. No sé si aun te quiere.
–Y ¿cómo podemos ayudarte?
–No sé, quizá si tuvierais un encuentro. Intenta seducirlo, si él sigue enamorado de ti, yo no tengo nada que hacer. Si te rechaza, quizá tenga esperanza. Él dice que me quiere y no es hombre de mentiras. Lo cree, pero puede que se equivoque.
–Voy a pedirle a José que folle con vosotras. Con las dos.
–Y ¿Cómo se lo vas a pedir?
–Con la verdad. Necesito saber si aun te quiere u os quiere, no sé.
–Por nosotras no hay problemas, ¿Y tú? ¿Lo podrás soportar?
–Con tal de salir de este mar de dudas, soy capaz de lo que sea.
__Pues adelante. Pero veo difícil que lo puedas convencer.
Vuelvo a casa, entro con unos cables en la mano que ye tenia preparados en el coche.
Están las tres solas, Ana y Claudia han ido a buscar al muchacho de la instalación telefónica y su amigo para salir. Claudia está nerviosa, se retuerce las manos.
–¿Que te ocurre, Clau?
–Tengo algo que proponerte. Necesito que aclares nuestra situación. Necesito saber a quien quieres, a Mila, Marga o a mí.
–Cariño, sabes muy bien que te quiero, no tengo nada que aclarar. Te quiero y ya está. No le des más vueltas.
–Si, se las doy. Pruébame que me quieres. Sube y acuéstate con Mila y con Marga, hazlo con ellas y dime después a quien quieres. Aceptaré lo que me digas.
–Tú no andas bien de la cabeza. ¿Para qué quieres que folle con ellas? ¿Qué vas a probar?
–Te lo suplico, hazlo. Si te convences de que no me quieres dímelo, lo aceptare. Si por el contrario, no sientes nada por ellas, dímelo. Te querré más.
–Si es tu voluntad. Sea. Vosotras que decís.
–Que lo estamos deseando.
Subimos a la habitación Marga, Mila y yo. Nos desnudamos. Me tiendo. Marga se apodera de mi manubrio. Mi mente está lejos, en el tiempo y el espacio. Mila me besa, noto su calor, hay momentos en que parece que voy a desfallecer. No consiguen que mi verga se enderece. Se mantiene fláccida. Se intercambian, rozan con su sexo el mío, que sigue sin responder. Se esfuerzan, usan sus conocimientos y experiencia.
Yo tengo en mi mente la imagen de Mila llena de lefa de un montón de hombres, que se pajean a su alrededor y eyaculan sobre su cara, llenándole el pelo, los pechos, orinándose sobre ella, apestando a lefa, sudor y meados. Así consigo controlar la erección. Que no se produce.
Mila llorando abandona el dormitorio. Marga de pie sobre la cama con un pie a cada lado de mi cintura y abriéndose el coño, trata de excitarme.
–No Marga, no podéis hacer nada. Mi voluntad es quien me controla. Os aprecio y me dais lastima, las dos. No insistas. Déjame.
Claudia entra.
–¿Qué ha pasado? ¿Por qué llora Mila?
–Porque no ha aprendido a controlar la frustración. Sigue siendo una niña caprichosa. Cuando no consigue lo que quiere llora. Ven, vamos a ducharnos. Me han dejado pegajoso con sus flujos, lávame.
Cojo su delicada mano y me dirijo con ella a la ducha. Desnudo su cuerpo, abro el grifo y dejo que el agua corra por mi cuerpo. Clau, con una esponja en una mano y jabón en la otra me lava, amorosa y concienzudamente.
Libera sus manos y acaricia mi verga que, con el contacto de sus manos y su imagen en mis ojos, crece hasta alcanzar el máximo tamaño. Se gira, dándome la espalda e inclinándose hasta coger con sus manos el borde de la bañera.
La forma de su grupa es la de una guitarra española. La delicadeza de su espalda, la estrecha cintura, el ensanchamiento de sus caderas. Toda ella invita al placer.
–Por el culo José. Por el culo, sin piedad. No la merezco. Tengo que pagar el mal rato que te he hecho pasar.
En aquel momento sentía verdadera ansia de venganza. No era por Clau. Debía habérselo hecho a Mila, pero hubiera disfrutado. Algo dentro de mí me empujó a hacerlo y colocando el glande en el ano. Empujé.
–¡¡¡AAAHHHHH!!! ¡¡JODER, QUE DOLOR!!!¡¡SIGUE!! ¡¡PARTEME EN DOS!! ¡¡ME LO MEREZCO POR TONTA!!
Empujé. Empujé, hasta que, sin que dejara de gritar, sentí mis huevos golpear sus muslos. Me paré. Espere a que su esfínter se adaptara y continué.
Ha sido un buen polvo. Me está gustando esto de joder culos estrechos. ¿Por quién me decidiré después?
He visto a Mila y Marga en el dormitorio. Han oído todo lo que hemos hecho. Salgo abrazando a Clau. Me miran las dos, implorantes.
–Este es mi futuro Mila. Quiero a Claudia.
–Vámonos Marga, aquí no podemos quedarnos.
–No, Mila. Quedaros. Podéis dormir con las niñas y marcharos cuando queráis. Para mí no supone un problema y, supongo, para Claudia tampoco.
Entran Ana y Claudia en la casa.
–Carrozas, ¿dónde estáis?
–Aquí arriba, cariño.
Suben y nos ven a todos desnudos. Mira a su madre, sabe que ha llorado.
–Vaya, ¿Qué nos hemos perdido?
–Nada cariño. Tu madre se queda, dormirá con vosotras.
Se marchan a las habitaciones.
–Ven Clau, tenemos que hablar.
–¿De qué? ¿Estás enfadado conmigo?
–No cariño, comprendo tus dudas. Yo también las he padecido. Ahora estoy tranquilo. Solo quiero que no te queden dudas sobre mi amor. Te quiero y siento haberte hecho daño. No me gusta hacer sufrir a nadie. El sexo, para mí, es una fuente de placer y no concibo el placer en el dolor. Me parece enfermizo. Vamos a la cama. Quiero hacerte el amor, a ti, a mi mujer, a la mujer que quiero.
Yacemos juntos, abrazados, juntas nuestras bocas….No es solo placer, es una emoción que trasciende lo físico, que va más allá, es, simplemente inexplicable. Si no lo has sentido nunca, no podrás saber a lo que me refiero. Es como intentar explicar cómo es el cielo, a un ciego de nacimiento.
Despierto por los ruidos en el pasillo. Las niñas, Mila, Marga. Espabilo a Claudia y salimos a ver. Se marchan, están bajando las bolsas de viaje. Les ayudo. No me gustan las despedidas, aunque sean temporales. Mila me mira, avanza hacia mí, me da la mano. Las demás están expectantes. Cojo su mano, tiro de ella, me acerco a Mila y beso superficialmente sus labios. Es un instante, infinitesimal. Pero una descarga eléctrica recorre mi espalda. Disimulo. ¡Joder! ¿Hasta cuándo? También beso a Marga. Ahora sé que las dos me quieren, que han renunciado a mí, por amor. Me siento en deuda con ellas. Anoche tuve que esforzarme para no descubrirme. Las sigo queriendo, claro. Pero, como dice Mila, no podemos estar juntos.
Mila y Marga se alejan en su coche. No podre olvidarlas, pero ya no duele. Claudia es una buena mujer. Me esforzare en hacerla feliz, se lo merece y estoy aprendiendo a quererla. No es difícil.
Guardo en un pendrive Los cuadernos de Mila. Cuando esté preparado los leeré. Los ordenaré y quizá los suba. Aun no sé lo que encontraré en ellos.
Seguimos en la costa de Alicante. Nuestra vida es sencilla, he visto los planos del proyecto original y aparece una piscina en la parte de atrás. La construiremos. A las niñas les hará ilusión. Mi objetivo es hacer felices a las que me rodean.
Esta saga ha terminado. José vive actualmente en su casa de la costa de Alicante con su pareja, Claudia. Sus hijas Claudia, Ana, Elena y Mili. Somos felices.
El pasado se olvida, el futuro aun no es. Vivo el presente y lo disfruto.
Hoy 20 de Agosto de 2013.
Suena un teléfono. Insiste. Otra vez. Me aparto y busco el maldito teléfono móvil, que no deja de
sonar. Ha dejado de sonar.
En la pantalla aparece, llamada perdida. MARGA. Llamo, contesta. Está llorando.
–¡¡José!! ¡Estoy con Mila en el hospital! ¡Está muy mal, ha intentado suicidarse!
–Cálmate Marga. Dime que ha ocurrido.
–Tuve que salir a un servicio, Mila se quedo en casa, el cliente no se presento y volví antes de tiempo. La encontré tendida en la cama, había tomado rohypnol, no sé cuantas pastillas, pero muchas. Llamé a urgencias y estamos en el hospital ————-Me han dicho que está viva pero en coma. No saben cómo puede haberle afectado. Ni si despertará. ¡¡Dios mío!!
–¡¡Estoy sola, José!! Tengo mucho miedo.
–Salgo ahora mismo para allá. Tranquilízate.
Clau está a mi lado.
–¿Mila?
–Si, ha intentado suicidarse.
–¡¡Joder!! Lo sabía. Sabía que no soportaría esta situación.
Ana y Claudia vienen a ver qué ocurre. Ana llora desconsolada. Es su madre. Un nudo oprime mi garganta. Me preparo para salir enseguida. Es tarde y habrá poco tráfico, en cuatro horas puedo estar en Madrid. Ana me abraza.
–Papá, yo voy contigo. Quiero verla.
–De acuerdo. Prepárate, nos vamos enseguida.
En marcha hacia Madrid, tal y como preveía hay poco movimiento en la autovía A31. Llegamos al hospital amaneciendo.
Entramos por urgencias, en la sala de espera está Marga.
–¡¡Marga!! ¿Cómo esta? ¿Sabes algo?
Se abraza llorando.
–No debía haberla dejado sola, José. Después de lo de tu padre y hablar contigo, no abrió la boca en todo el camino. Yo intentaba conversar con ella, pero no respondía. Llevaba dos días sin comer. Yo no sabía lo que planeaba.
–Pero dime ¿Sabes algo?
–No, solo informan a familiares.
–Vamos Ana, a ver si averiguamos algo.
Preguntamos en admisión por la situación de Mila. Tras identificarnos como marido e hija, nos dan unos pases para entrar a la zona de la UCI. Un médico habla con nosotros.
–¿Cómo está, doctor?
–Por ahora fuera de peligro. La dosis que ha ingerido ha sido muy alta. Hemos practicado un lavado gástrico. No podemos prever que daños puede haber sufrido, su sistema nervioso, hasta que salga del coma. Y no sabemos cuándo ocurrirá esto. Las próximas veinticuatro horas serán cruciales. Antes no podemos adelantar nada.
–¿Podemos verla?
–Pueden, a través de los ventanales de la zona de observación. Después vayan a la sala de espera y allí les tendrán informados.
–Gracias.
La palidez de su rostro me impresionó. Tubo para respirar, vía en el brazo con bolsa de suero. Monitor cardiaco. Toda la parafernalia que acompaña una situación de este tipo. Al salir nos acercamos a Marga que se acerca corriendo.
–¿Cómo está? Se salvará ¿Verdad? ¡No se puede morir!
–Al menos sabemos que vive y está fuera de peligro. Solo podemos esperar. Vamos a la cafetería a tomar algo. Nos vendrá bien.
Pedimos café y croissants y nos sentamos en una mesa. Marga tenia la mirada perdida. Ana recostada junto a ella.
¿Y yo? En mi interior se debatían sentimientos encontrados.
Amaba a Mila, no podía evitarlo. Pero también a Claudia, a Marga. ¿Qué coño me pasaba? ¿Era yo el culpable del intento de suicidio? ¿Podía haberlo evitado?
Ver a Mila en aquella cama de hospital, al borde de la muerte, sabiendo que en gran parte era yo la causa, me hacía sentir muy mal. Mis decisiones, habían llevado a Mila a tomar esta decisión drástica, final. Al borde de la muerte.
Decidí llamar a Andrés, mi amigo médico, para que me aconsejara que hacer con Mila.
–¿Andrés? Soy José. Perdona por darte la lata, pero necesito tu ayuda.
Le explico la situación y él decide venir al hospital, para ver qué puede hacer.
Como médico de la familia, se pone en contacto con el personal del centro para recabar información. Casualmente, un colega, amigo suyo, está de guardia.
–Hola a todos, José ven conmigo.
Me aparto de las chicas, para hablar con Andrés.
–Parece, que ha habido suerte, dentro de lo que cabe. Ha salido del coma, pero se niega a hablar. Solo mueve la cabeza negativamente y llora. Tiene que pasar por psiquiatría, es el protocolo en caso de intentos de suicidio. Pasara a observación y en unas horas podrá salir, bajo mi responsabilidad. ¿Qué tienes pensado? ¿Qué quieres hacer?
–Pues, pensado, nada. Nos ha cogido por sorpresa y estoy indeciso. Estamos agotados. Tú que me aconsejas.
–Por ahora, aquí no hacéis nada. Mejor os vais a casa y descansar. Esta tarde podréis verla, y si ella quiere, hablar con ella. Mañana, seguramente, si todo va bien, podréis llevárosla. Piensa que hacer con ella. No puede estar sola en ningún momento. Según me han comentado, Mila no quiere vivir. No ha sido un simulacro. Estaba decidida a acabar con su vida.
–Gracias por todo. De verdad, no sabes cuánto te agradezco tu ayuda.
–Sabes que puedes contar conmigo. Hasta luego.
Saluda a Ana y Marga y se marcha.
–Nosotros nos vamos también. Marga, vámonos a casa, descansaremos y esta tarde trataremos de ver a Mila. Tenemos que pensar que hacer con ella.
Nos vamos al piso, ahora de Mila y Marga.
Ana y yo llevamos muchas horas sin dormir. Ella se tiende y se duerme enseguida.
–Marga, vamos a buscar algún papel, carta, algo que haya dejado Mila.
Yo sabía dónde buscar. La tarde anterior había visto a Mila escribir a mano y dejar un sobre en su despacho. Buscamos en el dormitorio, vi un tubo de pastillas, un barbitúrico que comercializaba Gerardo, sin receta, como droga de diseño.
Vamos al otro piso, es pronto, aún no hay nadie. El despacho de Mila está cerrado, Marga abre con su llave. Sobre la mesa, junto a la foto de mi familia, hay un sobre para Marga y otro para mí.
Marga no quiere abrir su carta. La guarda, llora. La rodeo con mis brazos y sus lágrimas corren por mi hombro.
Con mi brazo en su cintura la llevo al dormitorio, donde Ana duerme. Se acuesta junto a ella, beso sus labios, acaricio sus cabellos y la dejo. Me voy al salón a leer la carta.
José. Ante todo, perdóname. No hago esto para hacerte sufrir, sino para liberarte. Ya te he hecho bastante daño. Sé, que mientras yo viva, tú no podrás ser feliz. Y te mereces serlo. Claudia es una buena mujer, me ha demostrado que te quiere con locura. Y quiere a las niñas. Será una madre para ellas y una buena esposa para ti. Todo lo que yo no he sido. Sé que cuidaras de mis, nuestros, hijos.
En la notaría junto al despacho de Isidro, a Marga y a ti os he otorgado poderes notariales, para que dispongáis de todo. No dejes a Marga, se va a quedar muy sola. Cuida de ella. Te quiere mucho.
No quiero extenderme más, todo lo que diga será penoso para ti y no quiero que sufras.
Solo algo más. Gracias por haberme hecho sentir tanto, en tan poco tiempo. Me hiciste olvidar todas las atrocidades cometidas en mi vida.
Me hiciste conoce el verdadero amor.
Te lo suplico, perdóname.
Te deseo que seas feliz, te lo mereces. Te quiero.
Mila
No pude contener las lágrimas. Me ahogaba, sollozaba. Entró Marga y le di a leer la carta, se abrazo a mí. Lloramos los dos.
Por alguna extraña razón, me excitaba el contacto, el calor, el perfume de Marga. Me miró a los ojos y nos besamos. Besos dulces, tiernos, su boca, las lágrimas, llorábamos y nos amamos. Mila estaba presente en nuestros besos. En nuestras caricias. Y follamos. En el suelo.
Follamos, como animales en celo, con furia, con desesperación. Como una afirmación de la vida ante la muerte. No sé qué nos ocurrió. Marga también estaba desconcertada, no entendíamos el porqué de aquella explosión de pasión. Lo necesitábamos. Nos corrimos los dos casi simultáneamente.
Ana, desde la puerta del salón, nos miraba. Lloraba. Me levante del suelo, desnudo, rodeé sus hombros con mis brazos y la besé. Con profunda ternura. La acompañé al sofá y nos sentamos los dos.
–Papá, ¿Qué habéis hecho?
–Follar, Ana, no sé porque. Ha sucedido y no me arrepiento. Marga lo necesitaba, yo también.
Marga se sienta al otro lado de Ana. Besa sus mejillas, acaricia su pelo.
–Estás muy guapa Ana, cada día más. Te pareces tanto a tu madre. Déjame que te abrace, te quiero mucho pequeña. Tu mamá te adora y está muy orgullosa de ti, entre otras cosas, por haber dejado la prostitución, por obedecer, por amor a tu padre.
–Vamos a dormir un poco. Lo necesitamos.
Se van a la cama. Yo llamo a Claudia y la tranquilizo, le informo de cómo está Mila. Me tiendo en el lecho junto a Ana y Marga. Sigo desnudo. Ana se gira hacia mí y me abraza. Beso su frente, acaricio su pelo. Nos dormimos.
Sueño con unos labios y una lengua que acaricia mi boca. Acarician mi miembro. ¡Joder! ¡No sueño!. Es Ana quien me besa. Sus labios son miel, sus manos acarician mi cuerpo. Está desnuda. Mi verga responde, no puedo evitarlo. Marga nos mira y sonríe, acaricia a Ana. Se pega a su espalda. Ana se introduce mi miembro en su vagina. Se mueve, llora, se mueve. Adelante, atrás, dentro, fuera.
–¡Te quiero papá! Soy tuya, solo te quiero a ti. Mi amor es solo tuyo.
Se aceleran sus movimientos, estoy envarado, una fuerza superior a mí, me inmoviliza. Realiza un movimiento y se coloca sobre mí cuerpo. Su cuerpo, su boca, mis manos en su nuca, en su espalda, en sus suaves y redondas nalgas. Su cara se transforma, sus ojos se giran en las órbitas, grita.
–¡¡AAAHHHGGGG!! ¡¡Me muerooo!!
Y se desploma sobre mí. Desmadejada, desmayada. Abrazo su delicado cuerpo, las lágrimas recorren mis mejillas. Se recupera en pocos segundos, sigo dentro de su vientre, del vientre de mi hija. Marga me besa la boca, su lengua recoge mis lágrimas. Salgo del cuerpo de mi hija. No puedo seguir, aún pesa el tabú. Coloco a mi niña sobre el lecho, Marga lame mi miembro, se lo traga, siento la profundidad de su garganta. No puedo más y descargo empujando con fuerza, se lo traga todo. Monta mi cuerpo, pegada a mí. Ana nos mira. Se acerca a mi cara y me besa.
–¡Gracias, papá! Lo deseaba con toda mi alma.
El contacto con los dos cuerpos me reanima de nuevo, Ana se sienta en la cama, coge mi verga y la introduce en el sexo de Marga, que me besa apasionadamente.
Me muevo, se mueve, nos acompasamos, Ana nos acaricia, introduce dos dedos en su propio coño, recoge el flujo que lo empapa y frota el ano de Marga, introduce los dedos y le folla el culo, mi polla penetra su coño. Siento los dedos de mi hija en mi polla a través de la pared que separa ambas cavidades. El orgasmo de Marga es violento, brutal. Y yo, de nuevo, descargo en su vientre.
Quedamos los tres vencidos en la cama. Nos dormimos de nuevo.
Me despierto, siguen dormidas, me ducho y me visto. Despierto a las dos para que se aseen, de ocho a nueve, podemos ver a Mila.
En la planta está Andrés. Al verlo me alarmó, pero me tranquiliza, no ocurre nada. Mila está bien. Ha estado hablando con el psiquiatra y mañana podemos llevárnosla a casa.
–¿Tienes claro lo que vas a hacer José?
–Si, me la llevo a Alicante. No pienso separarme de ella. Entre todos la cuidaremos.
–Creo que es la mejor solución. Enviaré la documentación, al centro médico más cercano, para la continuación del tratamiento.
–Gracias amigo.
Entramos en la habitación donde está Mila. Ya no tiene los tubos ni los cables que la unían a los monitores. Está muy pálida, demacrada. Ana se lanza sobre Mila, que no la espera y cubre su rostro llorando. Mueve la cabeza negando. Ana llora abrazándola.
–Mamá, ¿Por qué querías dejarnos? Te queremos, te necesitamos. ¿Qué iba a hacer yo sin ti? ¿Y Mili? ¿Y Pepito? ¿Es que no nos quieres?
Sujeto, con delicadeza, a Ana por los hombros.
–Ana, no atosigues a tu madre. Ahora necesita comprensión y cariño, no reproches.
Ana se retira y me acerco. Mila no habla. Solo niega, me mira y cierra los ojos. Cojo sus manos, las beso. Acaricio sus mejillas, acerco mi rostro y beso su frente, la boca. Mantiene sus ojos cerrados. Torpemente me pasa los brazos tras el cuello y me abraza. Su cuerpo se estremece por los sollozos. Trata de decirme algo, pongo mi índice sobre sus labios.
–No digas nada, Mila, no tienes que dar explicaciones. No las necesito. Solo quiero que te metas, en esa cabecita tuya, que tienes muchas personas a tu alrededor que te quieren. Que yo te quiero. Y como dice nuestra hija, te necesitamos. Ahora solo debes preocuparte por recuperarte, por ponerte bien. Mañana vendremos por ti y te llevaremos con nosotros a Alicante. Luego, entre todos, decidiremos qué hacer.
Marga abraza a Mila, con infinito cariño. Está profundamente enamorada. Y lo ha pasado muy mal.
–¿Querías irte sola? ¿No sabes que yo iría, detrás de ti, hasta el infierno? ¡No vuelvas a intentarlo o te mato!
Esta salida de Marga hace que sonriamos. Mila solo la mira, nos mira y llora.
Nos despedimos hasta mañana y vamos a casa. En el prostíbulo está Edu al frente de la administración. Amalia está en su sala de torturas con un cliente. Edu observa desde un monitor, lo pillamos masturbándose furiosamente, viendo a su mujer, sobre un tipo atado, boca arriba, en una especie de potro bajo y Amalia encima subiendo y bajando su cuerpo, introduciéndose la verga del cliente en su culo.
No puedo evitar reírme del espectáculo, Marga sonríe y Ana suelta una carcajada, con su risa cantarina. Edu, al verse sorprendido, muy nervioso, se guarda la polla y apaga el monitor.
–Vaya Edu, ¡parece que le has cogido gusto a esto!
–¡José, que hacéis aquí! ¿Y Mila? ¿Ha pasado algo?
–Mila está en el hospital. Mañana iremos por ella y me la llevo a Alicante. No te vayas sin hablar conmigo. Tengo que proponerte algo. Luego hablamos.
Dejamos a Edu que termine su paja y vamos al otro piso, quiero hablar con Marga.
–Marga, ¿Tú quieres seguir con el negocio? ¿Te interesa?
–Mira José, si me metí en esto, fue por Mila. Ella quería independencia, me pidió ayuda y se la di. Por mi, se puede ir el negocio a la mierda. ¿Por qué lo preguntas?
–Entonces, ¿estás dispuesta a venderlo?
–¿Venderlo? ¿A quién?
–Gerardo estaba muy interesado en la compra. Mila se las apañó, para que aparentará la compra, cuando en realidad era ella, quien quería quedarse con el negocio. Si se lo propones, te lo comprará y podrás alejarte de toda esta mierda.
–Pero, ¿y Mila? ¿Estará de acuerdo?
–Mila ha dejado poderes firmados, a mi favor y al tuyo, para hacer lo que queramos. Y lo que queremos es, alejarla de todo esto. Vamos a dedicarnos a cuidarla y este puticlub es un lastre.
–Cuenta conmigo. Cada vez que iba a un servicio, terminaba asqueada, del cliente y de mí. Si, José, me doy asco. Tú sabes que estaba en esto, solo por estar cerca de Mila. ¿Me llevareis con vosotros?
–Sabes que si, Mila te necesita, yo te necesito y tu nos necesitas. Vendrás con nosotros. No sé cómo saldrá esto, pero vamos a intentarlo.
Llamo a Gerardo por el móvil.
–¿Gerardo? Soy José, tengo que hablar contigo, te espero en media hora en casa de Mila. Trae a Pepito. No tardes, es importante.
Sorprendido me dice que vendrá enseguida.
Apenas veinte minutos después llama al portero. Abrimos, sube, estamos en el salón.
Pepito da un salto y se cuelga de mi cuello. Estrecho su cuerpo delgaducho, lo beso. Ana se abraza a él y se lo lleva a la habitación.
–Bueno, ya estoy aquí, ¿Qué pasa? ¿Qué quieres, que és tan importante.
–El motivo principal es Mila. Está en el hospital, ha intentado suicidarse.
–¡Joder, José, no me digas!
–Sí te digo. Mila no puede seguir al frente del negocio.
–Lo sé, últimamente he hablado con ella y la veía muy desanimada. No tenía muy claro por qué, pero la última vez que la vi, le propuse normalizar la situación de Pepito, casándome con ella… Cuando se lo dije, se echó a reír, una risa que me dio miedo. Dijo simplemente. Ya estoy casada, Gerardo. Solo tengo, y tendré para siempre, un marido, a quien quiero con toda mi alma.
–Supuse que eras tú. Y te envidio. Te juro que te envidio. Esa mujer te quiere con locura y tú no le haces ni caso.
–No te equivoques, Gerardo. Tú no sabes como la quiero. Y como te odio a ti, porque ayudaste a convertirla en una desgraciada. Pero no es ese el motivo de que te haya hecho venir. ¿Quieres comprar el prostíbulo?
–¡Joder tío! ¡Vas al grano! ¿A qué viene eso?
–Es muy simple, Mila no quedará bien, las secuelas de la intoxicación son imprevisibles. Necesitará un largo tratamiento de rehabilitación. Y se vendrá conmigo. Yo la cuidaré. Ha sido, y es, mi mujer. He sido, soy y seré, su marido.
–Bien, de acuerdo. Estoy dispuesto a comprar, por el precio que te ofrecí. ¿Estás de acuerdo?
–Conforme. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro a las nueve.
Entran Ana y Pepito. Ana se encara con Gerardo.
–¡Mi hermano me ha dicho que le has pegado! ¿Es cierto?
–¡Hostias Pepito! Te dije que fue un error, te pedí perdón.
Me encaro con Gerardo.
–Jodeeer. ¿Qué pasó?
–Bueno, llora mucho y me sacó de mis casillas. Fue un impulso, pero no volverá a ocurrir.
–Tienes razón, no volverá a ocurrir. Pepito se viene conmigo. Es más, se queda aquí y mañana me lo llevo, con su madre.
–¡Eso no puede ser! ¡Se vendrá conmigo! ¡Es mi hijo!
–Gerardo, este niño, solo ha sido un polvo para ti y ahora un estorbo. Yo he sido su padre y lo sigo siendo. Se viene conmigo. Mañana nos vemos en el despacho de Isidro. Ana, llévatelo.
Ana se marcha con su hermano a su habitación. Gerardo, muy contrariado se va dando un portazo.
Llamo a Edu y Amalia que al entrar se abraza a mí como si lleváramos diez años sin vernos. Me aprecia y se alegra de verme.
— Amalia, Edu, Gerardo se va a hacer cargo del local. No sé cómo se portará con vosotros. ¿Qué vais a hacer?
–Hostia, José, vaya marrón. Ese tío es un hijo de puta de cuidado. Tendremos que irnos de aquí.
Amalia cogida a mi brazo.
–No te preocupes José. Gracias a ti, he descubierto mi verdadera vocación. Me divierto y gano dinero. Tengo mis clientes fijos y el imbécil de Edu me ayudará, a montármelo en otra parte.
–Solo quiero que cuando vengas por Madrid vengas a verme y follarme el culo. Fuiste el primero y todavía no he encontrado otro como tú. Comprendo muy bien a Mila, te encontró, tarde, pero te encontró y ya no podrá desengancharse de ti. Te has convertido en una droga para ella.
–No lo comparto, pero entiendo lo que ha hecho. He tenido largas conversaciones con ella y sé que te quiere hasta el extremo de quitarse de en medio para que seas feliz. Lo que siento es no haberme dado cuenta de las señales y haber evitado lo que ha hecho. Por cierto. Gerardo le facilitó las pastillas con las que se quiso envenenar. Se las dio en mi presencia, le dijo que no podía dormir y él se las dio.
–O sea, ¿Gerardo trafica con drogas?
–¿No lo sabías? Ese hijoputa le pega a todo. Le escuche una conversación en la que hablaban de unas chicas que venían de Rumania. Ellas creen que vienen con contrato, para trabajar como criadas, pero las llevan a un puticlub, les pegan, hasta que aceptan follar con los clientes y cuando están sometidas, las venden a otros clubes.
–Bien, entonces ya sabéis. Quitaros de en medio cuanto antes.
Se despidieron y nosotros preparamos algo para cenar y nos fuimos a la cama, los tres juntos, desnudos de nuevo, pero estábamos muy cansados, a mi derecha Ana, mi amor filial, la sombra del pecado mortal. A mi izquierda Marga, mi amor venial. Un pecado menor. Delicioso pecado. Ambas acurrucadas, sus cabecitas sobre mis brazos. Junto a mi pecho.
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Descubrir que una embarazada y yo somos herederos de una fortuna, reavivan mi alicaído libido. Con 42 años, las mujeres habían pasado a un segundo plano hasta que me enfrenté a ese cuerpo germinado. Los pechos, el culo de Ana y su dinero se convirtieron en mis mejores afrodisíacos
Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La respuesta es fácil:
“Con mi prima Ana, al verla embarazada y en Filipinas”.
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes. De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las presencia de todos los beneficiarios.
―¿Hay más herederos?― molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
―Son dos. Usted y Doña Ana Bermúdez.
Así me enteré que mi prima Ana era la otra afortunada.
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda, me desentendí de ello.
La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran porque tenía prisa.
«¡Menuda borde!», pensé al escuchar sus malos modos.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a conocer el legado de nuestro tío.
―Corte el rollo, ¿cuánto me ha dejado?― fuera de sí, le recriminó mi prima.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
―Pues hágalo, no tengo tiempo que perder.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las disposiciones diciendo:
―A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de mí…― la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía― …le dejo el cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo, recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
El abogado obviando sus quejas, prosiguió leyendo:
―A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…―os juro que mi sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir atendiendo― …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
«La madre tendré que vivir con esa engreída», pensé.
El abogado siguió diciendo:
―Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
―Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado dije:
―¿Dónde hay que firmar?
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que con tono duro decía:
―¿Nos pueden dejar solos? Manuel y yo tenemos que hablar.
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
―¿Cuánto quieres por renunciar a todo?
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter, me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
―¿Con medio millón de euros te sentirías cómodo?
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
―Entonces, un millón. ¡No pienso ceder más!― subrayó cabreada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis, fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
―¡Solo un idiota rechazaría mi generosa oferta!―chilló ya descompuesta.
Su insulto exacerbó mi fantasía e imaginando que era mía, me vi sometiéndola. Ninguna mujer me había provocado esos pensamientos y por ello me intrigó que tras años de sexualidad aletargada, esa preñada me hubiese inyectado en vena tanta lujuria.
«¡Me la ha puesto dura!», sonreí.
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la guerra y llena de ira, me soltó:
―No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de pasión.
―Ya veremos― respondí y dando por zanjado el tema, me acerqué a ella.
Ana se quedó de piedra cuando ya a su lado y mientras me despedía, susurré en su oído:
―Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.
Quemo mis naves.
Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar, recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder, Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi prima.
―¡Me pone cachondo la pasta!, muerto de risa, exclamé.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
―¡Esa puta será mía!― determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
―¿A qué se debe tanta prisa?― pregunté.
Sin mostrar ningún signo de preocupación, la filipina contestó:
―Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde recogeríamos a mi prima.
―La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Mi prima la ha mandado para que me seduzca».
Ese descubrimiento en vez de molestarme, me hizo gracia y sin cortarme en absoluto, me dediqué a admirar a la cría mientras recogía mi ropa.
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
«Parezco un viejo verde», refunfuñé en silencio avergonzado y desapareciendo de mi habitación, fui a la cocina a tomar un vaso de agua aunque no tenía sed.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
―Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia― fueron las escuetas explicaciones que le dio.
Para desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos, seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta. La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego que ya consumía mis entrañas.
―Ya he terminado― comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
―Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
―Me siento sudada y me vendría bien para refrescarme.
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
―¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
―¡Qué maravilla!― clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
―Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la contesté:
―No voy a hacerte el amor, voy a follarte― tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco. Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome con sus piernas.
―Eres un salvaje― musitó saboreando ya cada una de mis penetraciones.
No me podía creer la excitación que me corroía, siendo ya cuarentón no di muestra de serlo al tener izada entre mis brazos a esa mujer sin dejar de aporrearla con mi miembro. Con renovada juventud, continué follándomela en volandas mientras en su cuerpo se iba acumulando tanta tensión que no me cupo duda que iba a tener que dejarla salir con un brutal orgasmo. Sin estar cansado pero para facilitar mis maniobras, la coloqué encima de una mesa, sin dejarla descansar. La nueva posición me permitió disfrutar con sus pechos. Pequeños como el resto de su se movían al ritmo que imprimía a su dueña. Teresa, cada vez más abducida por el placer, olvidó sus planes y berreando, imploró mis caricias. Respondiendo a sus deseos, los cogí con mi mano, y extasiado por la tersura de su piel morena, me los acerqué a la boca.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
―No puede ser― chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
―Vamos a la cama― dije en cuanto se hubo recuperado un poco.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
―Me encantaría pero tenemos que coger un vuelo.
Sintiéndome Superman, besé sus labios y le pregunté:
―¿Cuántas horas tarda el viaje?
―Catorce― respondió alegremente al intuir mis intenciones.
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le comenté que se había quedado sin ducha.
La cría muerta de risa, contestó:
―No me importa, en el avión hay un jacuzzi ¡para dos!
Después de lo que me había pasado entre los compañeros de mi anterior trabajo y mi esposa, sabía que no estaba bien que esa noche estuviéramos en ese evento, pero no tuve opción, la empresa en donde soy vendedor presentaba un nuevo producto e iban a asistir todos los directores de las filiales del mundo por lo tanto era imposible faltar.
Quizás tendría que haber puesto una excusa para que Marce no fuera conmigo, pero mi jefe insistió para que todos fueran con sus parejas y, además, ella tampoco quería perderse semejante fiesta y me prometió portarse bien.
El lugar era espectacular, un imponente salón de un prestigioso hotel de la ciudad, con una decoración magnífica y dividido en alrededor de 30 mesas para diez personas cada una, una pista de baile central y un escenario en un extremo.
La ubicación que nos toco no era de lo mejor, ya que estaba en el otro extremo del escenario y detrás de una columna que hacía dificultosa la visión.
Tampoco tuvimos la suerte de compartir mesa con conocidos. Nos había sido asignada junto a otros cuatro vendedores y sus respectivas parejas de sucursales del interior del país.
Como se imaginarán mi esposa desde el comienzo fue objeto de miradas de parte de todos los hombres del lugar, y cuando digo de todos, es de todos, los jóvenes y los de avanzada edad se la comían con los ojos.
Ese vestido largo color negro ceñido a su cintura y a sus caderas, con la espalda descubierta le quedaba de maravilla y sobre todo sus zapatos de tacones altos destacaban su hermosa cola parada que, como es su costumbre, Marce exhibía sin disimulo.
La noche comenzó con un aburrido discurso del Director General de la empresa y los aplausos habituales al terminar el mismo.
Sirvieron la cena y hubo alguna conversación de algunas cosas del trabajo con los compañeros de mesa.
La fiesta trascurría y nada en ella era divertido, por el contrario era bastante tediosa y nada hacía suponer que en algún momento la pasaríamos bien.
Por suerte después de terminar el primer plato pusieron música para bailar y eso hizo la cosa mas alegre.
– ¿Vamos a bailar?, me pidió Marce.
La tome de la mano y nos dirigimos a la pista, la que al no ser muy grande, estaba bastante concurrida.
La sensualidad con la que se movía mi esposa incremento las miradas de todos los tipos que estaban a nuestro alrededor y también de los que permanecían sentados.
En especial observe que en una mesa que daba a la pista había alguien que la miraba muy atentamente, mejor dicho, le miraba la cola muy atentamente.
Era un hombre mayor de aproximadamente 65 años, canoso y vestido muy elegante y con ropa muy fina, lo que denotaba que era algún ejecutivo de la empresa.
Era sorprendente verlo quieto, casi sin movimiento alguno, solo seguía con su mirada la cola que mi mujer meneaba al ritmo de la música.
Presentí en ese momento lo mucho que el viejo estaba deseando ese culo y la verdad eso me gusto, por fin la noche había empezado a ponerse divertida pensé.
Considere que alguien que admira de esa forma la cola de tu esposa había que agradecérselo y que mejor forma de hacerlo que acercándoselo para que lo contemplara en toda su expresión.
Como las mesas estaban casi al borde de la pista me fue fácil. Bailando y muy lentamente para que Marce no se diera cuenta, la fui llevando para ese lado hasta dejar su hermosa cola casi pegada a la cara del tipo.
Imaginé que en esa posición el viejo iba a hacerse el distraído para que yo no me diera cuenta de su actitud, pero no, siguió con los ojos clavados en el cuerpo de mi mujer en la misma posición que estaba y sin ningún tipo de disimulo.
La situación me había causado un principio de erección y quizás fue por eso que tuve el coraje de seguir adelante en la provocación. La acerqué a mí tomándola por la cola con las dos manos y le di un profundo beso. Ella me miro sorprendida sin sospechar nada, yo le sonreí y seguimos bailando.
Observe al viejo y ahí note que el me estaba mirando fijamente. Sentí como que me preguntaba si eso había sido para el. Le hice un gesto con la cabeza que podía interpretarse como un saludo, pero también como un asentimiento. El repitió mi gesto e inmediatamente volvió a bajar su mirada al culo de Marce.
En ese momento se encendieron las luces y paro la música. Les confieso que volver a nuestra mesa y sentarme fue un alivio, ya se me hacia difícil disimular mi erección.
-¿Que fue eso del beso?, me preguntó
-Nada, tuve ganas de besarte, le conteste
-Fuiste muy efusivo y había mucha gente mirando, dijo
-Nadie nos vio, le respondí.
Ella no dijo nada, solo río.
Mientras comíamos el segundo plato no podía dejar de observar al viejo. Estaba sentado junto a un grupo de tres hombres y tres mujeres con edades similares a las de el. Conversaba y reía constantemente, y me sorprendió que nunca dirigió su mirada hacia nosotros. Me desilusione, me hubiese gustado que se siguiera babeando con la cola de mi mujer.
La conversación entre los comensales de nuestra mesa era bastante aburrida, eso hacia que me volvieran a la cabeza la imagen de los ojos de viejo clavados en el culo de mi esposa. El episodio me excitaba y ya tenía una erección que por suerte al estar sentado podía ocultar.
Mientras tanto Marce seguía de charla con una de las integrantes de la mesa sin siquiera sospechar mis pensamientos.
Nuevamente se apagaron las luces y comenzó la música.
-¿Vamos?, me pidió Marce tomándome de una mano.
-En un rato, le conteste.
Era imposible pararme, antes tenía que bajar la tensión que había dentro de mi pantalón.
-¿Te molesta si la saco a bailar?, me consultó un compañero de mesa.
-No, para nada, respondí.
Todos salieron a bailar y me quede solo en la mesa, por lo que aproveche para cambiarme de silla y tener una vista más amplia de la pista.
Mi esposa bailaba en la misma ubicación que lo había hecho conmigo pero el viejo no estaba en su silla. Estará bailando pensé, mientras bebí un trago de vino.
-¿Puedo sentarme?, escuche tras mío.
-Claro, respondí. Era el.
-Yo ya no estoy para estos trotes, pero que raro que usted no baile, me dijo
-En un rato, conteste, tratando de reponerme de la sorpresa.
-Me llamo Marcos Acuña me dijo estirando su mano.
-Jorge Prieto, mucho gusto, estreche la suya.
-¿En que sección de la empresa esta?, preguntó.
-En ventas ¿y Ud.?
-Yo estoy en el directorio.
-Pero no se amedrente mi amigo, acá somos todos iguales rió.
-Para nada, le dije mientras sonreía.
-Además yo estoy solo y Ud. con una hermosa mujer, así que son dos contra uno rió nuevamente.
-¿Es su novia?
-No, mi esposa.
-Realmente es muy hermosa y ella lo sabe, dijo, mientras me señalaba la pista
donde ella se contorneaba sensualmente al ritmo de la música.
-Y si, reí nerviosamente.
Había ido directo al grano. Me di cuenta que se sentía seguro, sospechaba que el espectáculo de hace un rato había sido dirigido a el. La situación me incomodaba, pero a la vez me ponía muy caliente.
-Ese vestido le queda de maravillas, ¿no le parece?, me preguntó.
-Si, le conteste un poco inquieto
-Le digo porque se lo pude ver bastante de cerca hace un rato mientras bailaban.
-¿Que cosa?, lo mire.
-El vestido, ¿que pensaba?, río.
-Nada, nada, respondí aún mas tenso.
-¿Le puedo hacer una pregunta sin que se moleste?
No le respondí, solo le hice un gesto afirmativo. Me sentía visiblemente nervioso.
-¿Sabe si su esposa tiene bombacha?
-¿Como?, pregunté con cara de disgusto.
-Perdón si lo he inquietado con mi pregunta, no era mi intención, se disculpo ante mi reacción.
-Le preguntó porque estos vestidos tan ceñidos dejan ver las tiras de las bombachas y estuve observando un rato largo la cola de su esposa y no observe marca alguna, prosiguió.
Lo nervioso que estaba se transformo en excitación. El viejo se había pasado, pero en vez de estar enojado, me entusiasmaba el jueguito, después de todo yo lo había empezado.
-La verdad no lo se, le respondí
-Por ahí tiene una tanga chiquita que se le mete en la cola y no se nota, dije a propósito.
-Tal vez, dijo
Yo esperaba que la respuesta lo incomodara, pero no tuvo ninguna reacción
-Me lo averigua, me gustaría saberlo, continuo mientras me dio la mano y se retiro regresando a su mesa.
Es un viejo zorro pensé, me paso la posta a mi a ver si quería continuar con el juego. Lamente que se hubiera ido, me había excitado mucho ese dialogo.
Lo seguí con la mirada, se sentó de espaldas a Marce sin mirarla y continuo con su animada charla con sus compañeros de mesa.
Yo quede nuevamente solo y mas excitado que antes y sin estar seguro de querer continuar con esta diversión peligrosa.
Al rato, se corto la música y todos volvieron a la mesa.
-¿Que paso que no viniste?, me preguntó Marce.
-Tenía ganas de verte desde acá, le respondí sonriendo.
Se río y me dio un beso.
-¿Y que viste?
-Vi que no se te ven marcas de ropa interior, le susurre al oído.
-¿Te diste cuenta?, río
-Con estos vestidos no se puede usar, me respondió con voz picara.
-¿Nada de nada?, le pregunte.
-Nada de nada, me contesto sonriendo.
-¿Te molesta?, continuó.
-No, para nada, dije.
Vinieron los mozos a servir el postre por lo que se interrumpió la charla.
Reconozco que estaba demasiado excitado con la situación y eso no me hizo pensar muy bien
-Voy al baño, ya vengo, dije.
Tuve que hacer un esfuerzo para caminar por la erección que tenia. Por suerte no había mucha luz, por lo que pude disimularla bien.
Me dirigí directo a la mesa del viejo y al pasar junto a él me acerque y le dije al oído:
-Ud. tenía razón.
El solo me miro, yo seguí camino al baño.
Me metí en un cubículo y me baje los pantalones, ya no aguantaba la presión que ejercían sobre mi miembro. Como mi erección era total aproveche para masturbarme un poco recordando la mirada del viejo en el culo de mi mujer.
-¿Sr. Prieto, esta Ud. ahí?, escuche mientras se oía el agua de una canilla correr.
Me había seguido al baño, era lógico, pero de todos modos me exaltó un poco.
-Si, respondí.
-Perdone que lo moleste pero quería estar seguro si entendí bien.
-¿Me quiso decir que su esposa esta desnuda debajo del vestido?, preguntó.
-Completamente, le dije mientras me masturbaba frenéticamente.
-Ah, mire Ud.
-Dígame, ¿cree que su esposa querrá conmigo?
Me corrió un frío por la espalda, me quede en silencio.
-Bailar digo
-Tendría que preguntarle a ella, dije ya muy agitado.
-¿Ud. no tendría problemas verdad?
-No, fue lo único que salio de mi boca.
-OK, después lo veo.
Recién cuando escuche que la puerta principal del baño se cerraba me relaje. Me acomode la ropa, me lave las manos y la cara tratando de refrescarme un poco y regrese al salón. Cuando pase por su mesa, el viejo ni me miro.
-Como tardaste, me dijo Marce.
-Es que algo que comí no me cayó bien, dije como justificativo.
-Se te nota que estas muy colorado, ¿querés que vayamos?, me preguntó.
-No, por ahora aguanto, cualquier cosa te aviso.
Seguía que explotaba de la calentura, deseaba que esa fiesta no terminara nunca. Me encantaba este juego sin que mi esposa supiera y con la ventaja de terminarlo cuando quisiera.
Cuando comenzó nuevamente la música, todos los de nuestra mesa salieron a bailar.
-¿Todavía te sentís mal?, preguntó ella.
-La verdad que no muy bien, pero anda a bailar si querés.
-Si Ud. lo desea puede bailar conmigo, se escucho detrás de nosotros.
-Mi nombre es Marcos, mucho gusto, prosiguió extendiéndole la mano a Marce.
-Marcela Prieto, un gusto, dijo ella.
-Con su marido ya nos conocemos, ¿no es cierto?
-Si claro y por supuesto se la presto, le dije con una sonrisa.
-¿No te molesta amor?, preguntó ella con cara de desconcierto.
-Para nada, anda, mientras yo me repongo un poco.
Me dio un beso y se fueron, ella delante y el detrás con la mirada clavada en su culo.
Nuevamente me cambie de silla para poderlos apreciar mejor a los dos, estaba seguro que Marce con lo que le gusta calentar a los tipos lo iba a volver loco al viejo.
No me equivoque, al rato de estar bailando de frente, ella se dio vuelta y comenzó a menearle el culo, el viejo sin disimulo volvió a clavarle los ojos en su cola, dirigió la mirada hacia mi y le dijo algo al oído, Marce me miro y río, situándose nuevamente frente a el.
Se acercaban, se decían algo, reían y seguían bailando. Ya la erección me estaba produciendo dolor, tenia que hacer algo. Como la zona de las mesas estaba a oscuras, me tape con parte del mantel, me abrí el cierre del pantalón y saque el miembro de ese encierro. Me masturbaba despacio para que nadie notara nada.
Realmente estaba deseando que pasara algo más, pero no fue así, el viejo se porto como un caballero, solo siguieron bailando y al finalizar la música la acompaño a mi mesa despidiéndose de ella y de mí con un gracias.
Pensé que todo había terminado ahí; Nada mas equivocado.
-Vi que la pasaste bien, le dije.
-Si, Marcos es muy simpático, me respondió.
-Y además tiene un perfume muy rico, prosiguió.
-Y también lo tenes loco, dije sonriendo.
-Si, me lo dio a entender, río
-¿Si?, ¿Como?
-En un momento me le puse de espaldas y me susurro al oído que me diera vuelta que era viejo pero no de fierro y que vos me estabas vigilando, dijo con cara picara.
-Si lo vi., y vi que te diste vuelta enseguida.
-Te prometí que me iba a portar bien no.
-Yo cumplo mis promesas, sonrió.
-¿Te calentó el viejo?, quise saber.
-Yo cumplo mis promesas, me repitió sonriendo y me dio un cariñoso beso.
Sus ojos lo decían todo, le había encantado calentar al viejo, se le notaba excitada. No me sorprendí, yo sabia lo mucho que le gustaba eso.
-Voy al toillete, ya vuelvo, me dijo.
La seguí con la mirada, al pasar al lado de viejo paró mas el culo, hubiese apostado que lo haría, y continuó camino.
El viejo no pudo dejar de mirarla, clavos sus ojos en esa cola parada hasta que se perdió tras la puerta de baño.
Luego me miro, se incorporó y se acercó.
-Le pido disculpas, me dijo.
-¿Por que?, le pregunte.
-Por no poder dejar de mirarle la cola a su esposa, dijo en tono pausado.
-Espero que me comprenda, a mi edad solo el saber que ese hermoso culo esta desnudo debajo del vestido, me excita, continuó.
-No se haga problemas, me pasa seguido esto, le respondí.
-Es mas, me halaga que admiren a mi mujer, continúe.
-Me alegro que no le moleste.
-¿Cree que a ella le molestará?, preguntó.
-¿Que cosa?
-Mostrarme esa colita.
-Ya se la mostró en la pista, le dije.
-No me entendió, le preguntó si a ella le molestará mostrarme la colita sin el vestido, dijo muy seguro.
Me corrió un sudor por la espalda, mi grado de excitación ya no me dejaba pensar bien.
No le conteste, mi silencio le dio pie para seguir.
-¿No le parece que seria excitante para Ud. ver como su esposa le muestra el culo desnudo a un viejo como yo?, prosiguió.
No emití palabra, solo miraba la pista, mientras el seguía hablándome discretamente.
-Se lo dejo pensar, si lo cree posible avíseme, dijo, e inicio el camino hacia su mesa.
No solo lo creía posible, sino que quería que pasara pensé. Estaba seguro que no me iba a ser difícil convencer a Marce, a ella le encanta eso.
Si no hubiera sido por la educación y compostura del viejo, posiblemente hubiese dejado pasar la ocasión, pero eso y que estaba caliente pudo mas y estaba dispuesto a hacerlo.
-No sabes cuanta gente había en el baño, me dijo Marce al regresar.
-Y claro van todas juntas dije, como para disimular mis pensamientos.
-¿Te sentís mejor?, me preguntó.
-La verdad que no, estaba pensando en decirte que nos vayamos, respondí.
-¿Si?, que lástima, me dijo.
-Bueno vamos, no hay problema, continuó.
-Marcos me pidió que lo alcanzáramos hasta la casa, ¿te molesta?, pregunté.
-¿Te parece?, no te veo bien, dijo.
-Nos queda de paso y es un directivo, no puedo decirle que no, comente.
-OK, voy a buscar los abrigos al guardarropas, ya vengo, dijo.
-Yo le voy a avisar al viejo, dije.
Llegue a su mesa, el se dio vuelta para prestarme atención.
-Ya nos vamos, ¿nos acompaña?, le pregunte nerviosamente.
-Por supuesto, me contesto con una sonrisa.
-Lo esperamos en la puerta, le dije y me retiré.
Nos ubicamos en mi auto, el viejo en la parte trasera y partimos.
-Que rico perfume tiene, fue lo primero que comento mi mujer, mientras el aroma inundaba todo el habitáculo.
-Gracias, respondió el.
-Me alegro que le guste, continuó.
-El suyo también es muy bonito y sugestivo, dijo.
-Gracias, respondió ella con una sonrisa.
-¿Uds. viven lejos?
-No, acá a unas 10 cuadras, conteste.
-Lastima que se sienta mal, me hubiese gustado seguir charlando con una pareja tan cordial, dijo el viejo mientras me observaba a través del espejo retrovisor.
-Otro día lo invitamos a cenar, dijo Marce.
-No estoy tan mal, no es para tanto, ¿le agradaría pasar a tomar un café?, le pregunté.
-Si a su esposa no le molesta me encantaría.
-No, por favor como me va a molestar, dijo ella mientras me miraba desconcertada.
Apure el camino a casa mientras mis pensamientos me invadían. Estaba muy excitado y quería llegar lo antes posible.
Guarde el auto en la cochera y nos dirigimos los tres hacia el ascensor. Nuevamente el perfume del viejo llenó la pequeña cabina.
-Tenés que comprarte un perfume como este, es muy estimulante, me sugirió Marce.
-Es lindo dije.
-¿Le parece estimulante?, preguntó el.
-Mucho, respondió ella.
-¿Y que le estimula?, continuó el, mirándola con deseo.
-Uh tantas cosas, contesto ella riéndose.
El rió, yo era solo un observador de esa charla de seducción.
Lo invite a que tomara asiento en unos mullidos sillones que tenemos en el living, yo lo hice frente a el, mientras Marce fue hacia la cocina a preparar el café prometido.
-¿Su esposa ya sabe?, me preguntó.
-¿Que cosa?
-Que me trajo para que ella me muestre el culo.
-Para nada, respondí inquieto.
-¿Cree que va a ser posible, no se me va a arrepentir no?, preguntó con tono impaciente.
-Ud. vino a verle la cola a mi esposa y ella se la va a mostrar, respondí desafiante.
-Así me gusta, dijo mientras se acomodaba en el sillón.
Metió la mano en el bolsillo interior del saco y sacó una pastilla azul, la puso sobre la mesa frente a el.
-Si Ud. me lo permite, voy a tomar esta pastilla, a mi edad uno necesita una ayudita y con una colita tan linda cerca uno nunca sabe, sonrió.
Entendí que hizo ese movimiento para ver como reaccionaba. Me estaba insinuando que no solo quería verla desnuda a Marce, sino que también pretendía algo mas. Acepte el desafío.
-Amor, podes traer un vaso de agua que el Sr. Marcos tiene que tomar una pastilla, le grite a Marce para que me escuchara.
El sonrío, y aunque mantuvo la compostura, se le noto una expresión de deseo que no le había visto en toda la noche.
En ese momento regreso ella con el vaso en la mano.
-Ya se esta calentando, en un momento estará listo, dijo mientras le entregaba el vaso al viejo.
-¿A que se refiere? preguntó el, mientras tragaba la pastilla.
-Al café, que creía, dijo riendo.
-Debe ser de bravo Ud. prosiguió ella, mientras se sentaba a mi lado.
-¿Lo dice por lo que conversé con su marido?, preguntó mirándome.
-¿Que converso con mi marido?, no se, no me dijo.
-Ah perdón, pensé que le había contado lo que habíamos hablado en el salón.
-¿No le contó Prieto?, me preguntó haciéndose el distraído.
-¿Que hablaron?, quiso saber ella extrañada.
-Solo me preguntó si tenías ropa interior y le respondí que no, conteste visiblemente acalorado.
Se noto en su rostro que eso la había conmovido, el brillo en sus ojos la delato, Marcos se dio cuenta por lo que aprovecho para continuar:
-Le pido por favor que no se enoje, dijo.
-Ud. es una mujer hermosa y es muy excitante para mí saber que solamente la fina tela de su vestido cubre su cuerpo, y especialmente esa cola tan bella, continuó.
Ella me miro y sonrió nerviosamente.
-A su marido le pareció excitante que Ud. se sacara el vestido para mi, y realmente a mi me encantaría observar su cuerpo desnudo, ¿a Ud. le molestaría?, le preguntó.
El rostro de ella se ruborizo, creo que por una mezcla de excitación y vergüenza, no esperaba que el viejo fuera tan directo.
Por unos segundos todo quedo en silencio.
-No se, me toma por sorpresa, dijo ella.
-Mire señora Prieto, no se ponga mal, tómelo solo como un juego, su marido lo va a disfrutar, yo lo voy a disfrutar y seguramente Ud. también lo disfrutará.
Ella lo miro y tímidamente hizo un gesto de convencimiento y aprobación.
-Prieto, me gustaría verlo a Ud. sacándole el vestido, ¿me haría el favor?, preguntó.
Me incorpore, la tome de la mano y nos separamos del sillón unos metros. Me puse de frente a ella y ella de espaldas al viejo. Lamente que Marcos no pudiera ver la cara de puta que tenia Marce en ese momento. El seguía atentamente la escena sin gesto alguno.
Lentamente le baje los breteles y los solté. No se si fue por el tipo de tela o por la suavidad de la piel de mi mujer, el vestido se deslizó completamente y quedo a sus pies.
-¿Que le parece Marcos?, me anime a preguntar.
-Me parece que su esposa tiene una cola preciosa, respondió.
-Gracias, dijo ella girando la cabeza y buscándolo con la mirada.
-Retírele el vestido pero déjele los zapatos por favor, me ordenó.
Así lo hice. Ella temblaba de la excitación, yo a esa altura solo aguardaba nuevas órdenes. El viejo seguía con su traje y corbata prolijamente ubicada, me sorprendió que ni siquiera se tocara por encima del pantalón.
-Sr. Prieto, me gustaría que me exhibiera esa cola como lo hizo mientras bailaba en la fiesta, dijo.
Marce se asombró, pero no dijo nada, su calentura ya no se le permitía. Empecé a bailar despacio, la tome por las caderas y ella comenzó a moverse sensualmente.
Muy lentamente la fui llevando hacia la posición del viejo hasta ponerle el culo a unos centímetros de su cara. Baje mis manos a sus glúteos y repetí la escena del salón dándole un largo beso.
-Sr. Prieto ¿me permite acariciar la colita de su esposa?, preguntó.
Marce cerro los ojos, estaba que explotaba, yo no dije palabra, solo la acerque un poco más, hasta casi rozar su culo con la cara del viejo.
El comprendió que tenía permiso y manoseo suavemente sus glúteos, mientras Marce paraba más la cola. Le di otro beso y me aleje, no quería perderme nada de la escena.
-Que hermosa piel tiene Sra. Pietro, dijo, mientra le acariciaba con delicadeza todo su cuerpo.
-Gracias, apenas se la escucho a ella.
-Realmente tiene una hermosa mujer, Sr. Prieto, continuó diciendo mientras, metía su mano entre las piernas de Marce.
-Lo se, dije, mientras ella nos regalaba un placentero gemido.
-Esta toda mojada Sra. Prieto, dijo mirándose la mano empapada por sus jugos.
-Dese vuelta por favor, le pidió.
Ella obedeció. Primero acarició sus pechos que a esta altura tenían sus pezones muy erectos, luego bajo sus manos por su ombligo hasta llegar a su totalmente depilada vagina.
Marce estaba con sus ojos cerrados y con la respiración agitada. Yo me baje el cierre del pantalón para aliviar la presión.
-Espero Sr. Prieto, tenga un poco de paciencia, ya va a tener tiempo de masturbarse, me sugirió.
Le hice caso, volví a cerrar el cierre. El continuó:
-Su esposa tiene una hermosa conchita, dijo, mientras hurgaba delicadamente en ella.
-Pero esta conchita tiene dueño y es Ud. y yo soy muy respetuoso de eso, me dijo mientras retiraba los dedos de ahí.
Con Marce nos miramos con asombro.
-No se sorprendan, por respeto al marido nunca le pediría la vagina a una mujer casada, continuó.
-Distinto es la cola, siempre creí que la colas bellas pertenecen a todos los hombres, dijo mientras hacia girar nuevamente a Marce.
Eso fue muy excitante para mi, que tuve que hacer un esfuerzo para no eyacular. También se noto que en mi mujer había hecho efecto, se mordió su labio inferior, y se ruborizo aún más.
El puso una mano en la espalda de ella y la empujo hacia delante. Quedo nuevamente con la cola muy parada a centímetros de su cara.
-Y este colita se nota muy predispuesta, ¿no Sr. Prieto?, preguntó mirándome fijamente, mientras se ensalivaba dos dedos y los introducía hasta el fondo en su hoyito.
Marce pego un gritito de placer, el dejo un momento los dedos dentro de su cola y luego continuó con movimientos lentos, metiéndolos y sacándolos. Lo habrá hecho una diez veces, suficiente para mi esposa que entre gemidos le regalara el primer orgasmo.
Saco los dedos y le dio una palmadita.
-Tranquila Sra. Pietro, todavía falta lo mejor, le dijo con una sonrisa.
Ella seguía en la misma posición y se la notaba muy agitada, un hilo de líquido transparente corría por sus piernas temblorosas.
-Sr. Prieto por favor, vaya a buscar algo para que su esposa pueda limpiarse, dijo.
Deje el living y fui hacia el baño a buscar papel. Fue un alivio para mí, pude sacar el miembro y masturbarme un momento, me acomode la ropa y regrese, no quería perderme nada.
Volví con un rollo de papel en la mano, ahí estaban, Marcos parado frente a ella, con una mano entre sus glúteos y dándose un fogoso beso.
-Perdón Sr. Prieto, pero su esposa quiso olerme el perfume de cerca.
-¿No Sra. Pietro?, preguntó.
-Si, apenas pudo responder ella, inmediatamente tuvo la lengua del viejo nuevamente en su boca.
Nunca había visto a Marce besar tan apasionadamente a otro que no fuese yo. Se veían las lenguas que se trenzaban y se intercalaban en las bocas.
-Muéstrele a su marido como le gusta mi perfume, decía el, y nuevamente le metía la lengua en la boca.
-Ud. es un hombre de suerte Prieto, su mujer tiene una boca deliciosa, y volvían a jugar con sus lenguas.
Estuvieron así unos minutos. La escena era súper erótica y yo ya necesitaba masturbarme y tener mi primer orgasmo.
Por suerte el se detuvo:
-Sra. Prieto necesito hablar algo a solas con su marido, me puede disculpar un momento, dijo.
Ella asintió desconcertada y se metió en el baño.
-Mire Sr. Prieto, quería agradecerle que me haya permitido admirar y tocar el hermoso cuerpo de su esposa.
-Entenderá que esto no puede quedar acá, continuó.
Solo le asentí con la cabeza.
-Me voy a coger a su mujer y me gustaría hacerlo en su lecho matrimonial, ¿Ud. tendría alguna objeción?, me preguntó.
-No, respondí apenas audible.
-Igual, puede confiar en mi, aunque esa conchita sea muy deseable, como le dije antes por respeto a Ud. solo la voy a penetrar por la cola.
-Es toda suya, le dije.
-Le agradezco mucho, contesto.
-Otra cosa Pietro, me gustaría darle a ese culo toda la noche, ¿a Ud. le molestaría dormir acá en los sillones?, preguntó.
-No, para nada, respondí con una sonrisa nerviosa.
-Le agradezco nuevamente, dijo.
-Me indica donde esta su dormitorio, pidió.
Lo acompañé a nuestro cuarto.
-Vaya a buscar a su esposa y tráigamela que ya me esta haciendo efecto la pastilla.
Lo obedecí, fui hasta el baño. Ella se había puesto una bata y estaba tocándose frente al espejo. Se la notaba súper excitada.
-Hola, me dijo
-Hola, ¿esta bien?, le pregunte
-Si, respondió
-Marcos quiere que te lleve al dormitorio, me pidió permiso para cogerte la cola ahí toda lo noche.
-¿Y que le contestaste?, preguntó mientras se masturbaba más rápido.
-Le dije que esta cola era toda suya, le respondí mientras metía un dedo en su agujerito.
-¿Hice mal?
Su piel se erizo y estaba seguro que no era de frío. Me dio un ardiente beso y me pidió que la llevara.
Al llegar al cuarto el viejo ya estaba a medio desvestir, se había desprendido del saco y de la camisa. Nuevamente su aroma había colmado el ambiente.
-Lindo colchón, dijo mientras hacia presión en el con las dos manos.
-Vamos a pasar una noche estupenda, ¿no Sra. Pietro?, preguntó.
Ella solo lo miro con deseo.
-Quítese la bata y los zapatos y métase en la cama por favor, continuó.
Marce obedeció de inmediato y totalmente desnuda se acostó boca abajo. Yo me ubique en una silla a un lateral de la cama. Marcos se saco los pantalones y el boxer, quedando completamente desnudo. Su físico en general coincidía con su edad, estaba totalmente depilado y su miembro de considerable tamaño ya mostraba una importante erección.
Se tendió mirando hacia ella y acaricio su espalda y su cola mientras besaba su cuello.
Ella le busco la boca y volvieron a entrelazar sus lenguas.
-Vio Prieto, se nota que su esposa no mentía cuando dijo que le estimulaba mi perfume.
-Venga Sra. Prieto huélalo por acá que suelo ponerme mas cantidad, continuó diciendo mientras guiaba su cabeza hacia su torso.
Marce comenzó a besarle las tetillas y bajando lentamente hasta llegar a su ombligo, donde metió su lengua dentro. El viejo gimió por primera vez. Yo que me masturbaba frenéticamente no aguante más y tuve mi primer orgasmo.
Me levante para ir a lavarme.
-¿Adonde va?, me preguntó Marcos.
-A lavarme le dije, mientras ella seguía jugueteando con su ombligo
-Espere que quiero que vea como su esposa me la chupa, dijo
Marce giro la cabeza, me miro y metió toda la verga del viejo dentro de su boca, Yo regrese a mi lugar.
-Que bien la chupa Sra. Pietro, dijo mientras le tomaba la cabeza con las dos manos marcándole el ritmo.
Estuvo así unos minutos, su boca subía y bajaba por el miembro de Marcos mientras alternaba su mirada entre la de el y la mía. En un momento fue con su boca a sus huevos. Se noto que al viejo le encanto. Se tomo el miembro y empezó a masturbarse mientras Marce jugueteaba esa zona con la lengua.
-Que dulce que es su esposa Sr. Pietro, dijo entre suspiros.
-Fíjese que mas encuentra por ahí para lamer, Sra. Pietro, continuó mientras abría y levantaba las piernas.
Ella no lo dudo, bajo su lengua hasta encontrarse con el ano del viejo, el cual lamió con placer.
-Eso es Sra. Pietro entreténgase con mi cola, que después me toca a mi hacerlo con la suya, dijo masturbándose violentamente.
Ver la cabeza de mi esposa enterrada en el culo de Marcos fue tan caliente que tuve mi segundo orgasmo.
-Le dije que su marido lo iba a disfrutar, dijo mientas me señalaba.
Ella alzo la cabeza, me miro con esa cara de puta que solo ella puede poner y volvió a meter la lengua en el culo del viejo.
Se notaba que la pastilla a Marcos le había hecho efecto, su verga había aumentado considerablemente su tamaño y la tenía dura como un fierro. Yo estaba exhausto, necesitaba descansar un momento así que aproveche que los dos estaban muy entretenidos y me dirigí al baño para lavarme.
No habían pasado ni cinco minutos y comencé a oír a mi esposa jadeando con frenesí. Me apure a regresar al dormitorio. Ahí estaba mi mujer sentada sobre Marcos con su cola insertada hasta el fondo por su verga y cabalgando a un ritmo apasionado. La escena me produjo nuevamente una erección total, me retiré el pantalón, volví a mi asiento y comencé a masturbarme enérgicamente.
-Que culo abierto tiene su esposa, dijo el viejo casi inaudible por los gritos de Marce.
-Y parece que le encantan las vergas duras no Sra. Pietro, continuó mientras manoseaba sus pechos.
Ella solo gemía, busco la boca de Marcos y le metió la lengua mientras seguía hamacándose.
-Me estoy por venir, dijo el viejo con su respiración agitada.
-¿Me da permiso para hacerlo dentro de la cola de su mujer?, me pregunto mirándome.
-Por supuesto, le conteste con voz entrecortada.
Nos miramos con Marce durante el tiempo que el viejo, entre jadeos, le llenaba el culo de semen. Fue demasiado para nosotros que acabamos juntos.
Ella quedo tendida sobre Marcos.
-¿Le gusto Sra. Pietro?, rompió el silencio Marcos.
-Mucho, contesto ella, mientras lo besaba.
-Tuvo buena vista de ahí, ¿no Sr. Pietro?, sonrió.
-¿Que le parece?, respondí mientras le mostraba mi semen en mi mano.
Los tres reímos. Marce se levanto, me beso y se dirigió al baño.
-Por Dios como coge su esposa, Ud. es un afortunado Sr. Pietro.
-Gracias Marcos, le dije.
-¿Ud. esta satisfecho ya?, me preguntó.
-Bastante, le conteste con una sonrisa.
-Váyase a descansar un rato mientras yo sigo dándole a esa cola, ¿no le molesta no?
-Para nada, lo único que le pido es que no la haga gritar mucho así puedo dormir, le conteste con un sonrisa.
-Eso no se lo puedo prometer, dijo también con una sonrisa.
En el baño se escucho el caer del agua de la ducha.
-Escuche, esta dejando su colita limpita para que pueda seguir jugando con ella, dije para excitarlo.
Dio resultado, su miembro creció inmediatamente. Yo tome una colcha y una almohada y me retire hacia el living a armarme mi cama para esa noche. Fui al otro baño a lavarme, al salir me cruce en el pasillo con Marce que salía del suyo, envuelta en una toalla y con su cabello mojado.
-Anda que el viejo te esta esperando con la verga dura le dije.
-Uf, dijo mordiéndose su labio inferior.
-Me parece que tenés para rato, continúe.
-¿Vos no venís?, me preguntó.
-No, estoy exhausto, me voy a dormir al living, disfrútalo, respondí.
-Gracias, te quiero, me dijo.
Me beso y volvió casi corriendo al dormitorio. Me acosté y me dormí.
Ya estaba amaneciendo. No sabia cuanto tiempo había pasado, no tenía reloj a mano así que fui a ver el de la cocina. Me había dormido dos horas y me sorprendió que todo estuviese en silencio, estarán dormidos imagine.
Sin hacer ruido me encamine hacia el cuarto, la puerta estaba cerrada por lo que con mucho cuidado para no despertarlos la abrí.
El dormitorio estaba iluminado solo con la luz de la madrugada. Había imaginado mal, mi esposa estaba en cuatro con la cara apoyada en la almohada y tenía la cara del viejo enterrada en su cola. El espectáculo me produjo una erección de inmediato. Marcos me miro.
-Hola Prieto, ¿lo despertamos?, pregunto, y volvió a lamer sin esperar mi respuesta.
-No, respondí.
-Hola amor, me saludo ella entre suspiros.
-Hola, dije.
Me fui a sentar a mi silla, necesitaba volver a masturbarme.
-¿No durmieron?, pregunte inocentemente.
-No me dejó, respondió ella con cara de satisfacción.
-Ud. cree que es posible dormir al lado de este culo, dijo el sonriendo.
Increíblemente el estaba con una erección importante. A ella se le notaba cansada pero contenta.
-Muéstrele a su marido como tiene la cola, prosiguió el viejo.
Ella se acerco y me mostró su hoyito totalmente dilatado. Nunca lo había visto tan abierto, sin exagerar le entrarían cuatro dedos sin esfuerzo.
-Mira como me dejo la colita el Sr. Marcos, me dijo con cara de puta.
-Agradécele que no me hizo doler nada, es muy atento, continuó sabiendo que sus palabras me excitarían.
-Gracias Marcos por cuidar de a mi esposa, dije.
-Por nada, respondió el enganchándose en esa charla caliente.
-Porque no se queda un rato que ahora le toca a su mujer, me sugirió.
-¿Que cosa?, pregunte.
-Venga Sra. Pietro, enséñele como jugamos, dijo el mientras se ponía en cuatro.
Ella me dio un beso y fue directo a poner la cara en el culo de Marcos. Lo lamía con ganas mientras se masturbaba con dos dedos en la conchita.
El gemía y también se masturbaba. A mi ya me dolía el pene y necesitaba acabar.
-Venga que viene de nuevo la lechita, dijo el viejo.
Marce se puso nuevamente en cuatro con la cola bien parada, Marcos se ubicó detrás y le ensarto la verga hasta el fondo. Ella pego un grito de placer. El la sacaba y la volvía a entrar en su totalidad hasta que se noto por su exclamación que una vez más le había dejado toda la leche dentro.
Se dejaron caer totalmente extenuados y yo lograba mi cuarto orgasmo de la noche.
Regrese a mi cama completamente agotado y me dormí.
La luz que entraba por la ventana me despertó, por el sol imagine que seria mediodía. Se escuchaban ruidos en la cocina así que me incorporé y fui hasta allí.
-Hola dormilón, dijo Marce mientras me daba un lindo beso.
Estaba sola, preparando café y unas tostadas. Vestía una remera blanca que le llegaba a mitad de la cola y una tanga negra apenas visible y estaba descalza. Mire el reloj y eran las 13.25.
-Hola, todo bien, dije.
-¿Donde esta el viejo?, pregunté.
-Esta duchándose, respondió.
-Te ves cansada.
-Como querés que me vea, no se como hace pero Marcos no paro en toda la noche.
-Y a vos que no te gusta, dije sonriendo.
-Me encanto, hace rato que no me cojen así, sonrió también.
-Como les va a la hermosa pareja, se escucho detrás de nosotros.
El viejo estaba vestido con una bata mía y tenía su cabello mojado.
-Espero no le moleste que haya tomado una bata, me dijo
-Por favor, faltaba mas, respondí.
-Buen día Sra. Pietro, ¿como esta?, pregunto, y beso delicadamente sus labios.
-Bien, muy bien dijo ella riendo.
-Siéntense que ya esta el desayuno listo, continuó.
Nos acomodamos en la mesa de la cocina y ella sirvió las tazas de café y las tostadas.
-¿Linda noche hemos pasado no Sr. Pietro?
-Muy agradable, respondí.
-Menos mal que nos retiramos de esa aburrida fiesta, continué.
-Que vitalidad que tiene Marcos, dijo ella.
-Estoy entrenado, río.
-Con unos amigos de mi edad hacemos mucho deporte.
-Además acostumbramos a entretenernos con colas hermosas y eso nos mantiene jóvenes, rió.
-Ya me di cuenta, dije riendo.
-¿Ud. lo disfruto no Sra. Pietro?
-Mucho, respondió mirándolo pícaramente.
-Tendríamos que repetirlo, ¿no Prieto?
-Cuando quiera, respondí
-Me gustaría invitarlos a mi casa de campo a pasar el fin de semana entrante, ¿Les agrada la idea?
-Claro dijo ella, nos encantaría.
-Anote la dirección, le pidió.
Marce busco en los cajones de la cocina una agenda y un lápiz y se apoyo en la mesada para tomar nota. Por su posición su remera se alzó un poco dejando ver casi todo su hermoso culo cubierto apenas por la diminuta tanga.
-Que vista maravillosa nos esta dando Sra. Pietro, dijo el clavándoles los ojos.
Ella lo miro y río, mientras paraba la cola un poco más.
-Mire como me pone su esposa, me mostró abriéndose la bata.
Estaba casi con una erección completa.
-Ya vuelvo Prieto, me dijo mientras se sacaba la bata.
La apoyo por detrás y comenzó a besarle el cuello, ella respondió refregándole el culo por su verga. Yo me masturbaba nuevamente.
-¿Le mostramos a su marido como le gusta mi lechita?, susurro a su oído.
Ella se dio vuelta, se puso de rodillas y metió todo el miembro del viejo en su boca. Se lo chupaba como solo ella sabe hacerlo. A Marcos se le notaba en la cara que no iba a aguantar mucho.
-Ahí viene, dijo entre jadeos.
Marce no paro, solo siguió entrándola y sacándola a un ritmo frenético, hasta que le lleno la boca de semen. Vino hacia donde estaba yo, me miro con pasión y lo trago todo. Yo aproveché y le acabe en la cara.
Nos lavamos, nos cambiamos y nos fuimos a despedir de Marcos a la puerta de entrada del edificio.
-Los espero el sábado, nos dijo.
La saludó con la mano a Marce y cuando estrechó la mía, se acerco y me dijo al oído:
-Vengan de sport, pero eso si, traigala sin bombacha.
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La tarde se ha convertido en diluvio. Casi parece que es noche cuando aún no han dado las cinco. Contempló la lluvia desde una de las ventanas del desván. Me gusta la lluvia. Lava la tierra, alimenta el suelo, borra las heridas, y nada la puede detener. Resuena en mi lector Highter Place, de Journey.
No soy conciente de cuando lo hice, pero, en mitad de la noche, destapo mi cuerpo, retirando la sábana y la manta. Mi hermana sigue abrazada a mí; no se ha movido un centímetro. La lamparita aún sigue encendida. Aunque soy conciente de ello, no soy yo quien toma la mano de Pamela y la deja sobre mi polla. Es como si otra persona me dirigiera, pero el deseo si es mío. Restriego suavemente su mano sobre mi miembro, marcándole el camino. Pamela rebulle a mi lado. Murmura algo y sigue durmiendo.
Mientras tanto, Ivanka se encontraba de vuelta en su residencia y abría con cuidado la puerta de su hogar para no despertar a su esposo.
– Que tarde es… -pensó mientras se movía sigilosa por la obscura planta baja, cuando un leve quejido llamó su atención al área de los cuartos del servicio.
– ¿Ese sonido fue lo que creo? -pensó mientras sonreía traviesa al acercarse de puntillas sobre sus zapatillas, pero sin pensar en quitárselas.
Recorrió el pasillo en semipenumbra y llegó a la habitación de Elena, su doncella, era una buena chica y la empresaria la apreciaba por trabajadora y eficiente, aunque era algo tímida.
Por eso el sonido de placer que salía de la habitación hizo sonreír a Ivanka.
– Esa pequeña zorra… -pensó mientras se acercaba a la puerta ligeramente entreabierta- me agrada que salga de su aislamiento pero no puedo creer que se haya atrevido a hacerlo en la residencia.
Se asomó a la obscura habitación y ahí estaba ella sobre la cama, su cuerpo iluminado por la luz de la luna le daba la espalda a la puerta mientras cabalgaba de rodillas sobre un hombre acostado boca arriba. El cuerpo joven y esbelto de la doncella se movía con gracia sobre su amante a la vez que su cabello largo y castaño ondulaba sensualmente.
Una de sus pequeñas manos se apoyaba en el pecho de él mientras la otra se apoyaba tras ella en el muslo de su compañero.
Ivanka se quedó inmóvil, observando como hipnotizada la lujuriosa exhibición mientras se fijaba en que la doncella llevaba puestas unas zapatillas cerradas, puntiagudas, de color rojo brillante y textura como de piel de serpiente.
En ese momento los gemidos de la mujer subían de tono.
– Aaaaahhh… aaahhh… siii… así… asiiii…-sollozaba dulcemente, cuando a lo lejos resonó la melodía de la zampoña.
Sin darse cuenta la rubia se humedeció los labios con la lengua y su mano empezó a deslizarse por su cuerpo hacia abajo.
– Oooohhh… tómame… haaazlo… ahoraaa… -gruñó mientras apoyaba ambas manos tras ella y arqueaba la espalda.
A la vez, las manos que habían estado agarradas a la cintura de la doncella se estiraron mientras el hombre se sentaba y sujetaron los altos tacones de su amante, controlándola, y además dejando atrapados los brazos de la chica tras ella.
– Aaaahhh… aaahhh… esooo… maaaass… -gemía cada vez más fuerte Elena mientras su amante le marcaba el ritmo, a la vez que mordisqueaba y besaba sus bellos senos.
Ivanka casi no se atrevía a respirar mientras espiaba, y hasta se sobresaltó cuando su propia mano derecha empezó acariciar su clítoris bajo el vestido y las pantaletas.
– Oooohhh… -pensó complacida al cerrar los ojos por un momento- ¿Qué estoy… haciendo…?
Pero al instante volvió a abrir los ojos al oír los gemidos de la joven.
– Casi… sigueee… hazme tuyaaaa… -la pareja empezó a moverse frenéticamente, perteneciéndose brevemente uno al otro, mientras las zapatillas rojas parecían pulsar con la música, haciendo que Ivanka se las imaginara como dos serpientes que lentamente devoraban a la bella joven empezando por sus lindas piernas, lo que la excitó aun más sin saber por que.
La mano de la rubia imitó el ritmo de los amantes en su entrepierna, penetrándose a la vez que se acariciaba más y más rápido, siguiendo la melodía de la zampoña.
– Aaahhh… ¡No!… ¡Basta Ivanka! -trató de reprenderse a si misma en silencio mientras su boca se abría en una O y sentía que alcanzaba el orgasmo, tratando desesperada de no hacer ruido, mientras se recargaba tensa y de espaldas contra la pared del pasillo.
Afortunadamente su gemido final de placer quedó ahogado por el grito de la doncella y su amante.
– ¡Nnnnnggghhh…! -gruñó el hombre seguido por casi un aullido de la joven- ¡Aaaaaahhhhh… Jareeeeeeed…!
De golpe la empresaria abrió los ojos como platos al escucharla y al asomarse a la puerta pudo ver a su esposo recostado y sudoroso abrazando a la joven que yacía adormilada sobre su pecho.
En el restaurante, Jill y Patricia cenaban alegremente una exquisita comida italiana, acompañada con delicioso vino tinto.
La trigueña estaba feliz disfrutando sobremanera la velada ya que la joven a su lado se mostraba divertida e ingeniosa, aunque eso si, aprovechaba cualquier pretexto para poner su mano en el muslo o en la parte baja de la espalda de Jill, pero no pasaba de eso. A regañadientes la asistente tuvo que admitir que disfrutaba no solamente la compañía de la jovencita sino también sus atenciones.
– Te ves maravillosa Jill… -le dijo sonriente la pelirroja mientras rellenaba su copa, Paty se había asegurado de mantenerla siempre rebosante, con lo que a la trigueña le había sido imposible contar las copas que se había tomado- pero deberías dejarme elegir tu vestuario alguna vez… o incluso vestirte.
Al decirlo la pelirroja le sonrió de forma insinuante, pero medio en serio y medio en broma la asistente le respondió.
– Oh… me temo que eso no va a ocurrir… -dijo entre risas, pero dudó al ver como la encantadora jovencita volvía a rellenar su copa y como su minivestido azul se había subido dejando expuestos no solamente sus esbeltos muslos, sino incluso parte de su femenina y pequeña tanga azul adornada de encaje.
Al atraparla admirándola, Muñequita oprimió el botón de su control, dando inicio a una sensual y potente melodía a bajo volumen, que causó una oleada de placer que golpeó a Jill.
– Aaaahhh… ¿O si va… a ocurrir? -pensó confundida mientras Paty acariciaba su muslo siguiendo el ritmo y le causaba otro espasmo de irresistible placer- Mmm… nunca me había… sentido así con una mujer ¿Qué me pasa?
– Mmm… ya me harté de este sitio -dijo entonces la pelirroja mientras se levantaba y tomaba de la mano a la otra mujer- seguiremos la velada en otro lugar.
Se dirigieron a la salida del establecimiento mientras que Jill, mareada, asustada y excitada, trataba débilmente de negarse.
– Pero hay que pagar… y tengo trabajo mañana…
– No te preocupes lindura, mi jefe ya pagó todo y te aseguro que se encargará también de tu jefa -le dijo mientras la guiaba de la mano como una madre con su hija.
– Pero Paty…
– Silencio… ahora pórtate como una niña buena y hazme caso -le ordenó la pelirroja mientras la dejaba pasar primero por la puerta- te prometo que lo disfrutarás.
– Pero no sé…
– ¡Obedece! -la interrumpió mientras le daba una sonora nalgada que no le dolió pero si la sorprendió.
– ¡Aaaayy…! está bien… no necesitas ser violenta -exclamó más en broma que en serio, sin embargo en lo profundo de su ser Jill no quería admitir que lo había disfrutado, la parte sumisa de su personalidad que siempre había estado dormida había despertado gracias a Muñequita y al poder de las zapatillas rojas, dejándola a merced de la dominante jovencita.
Ivanka se encontraba en uno de los penthouse de la familia, después de hacer un escándalo había preparado un par de maletas y se había largado. No quería saber ya nada de Jared, que le había jurado que había sido un desliz, que la chica lo había provocado.
– La típica excusa… -susurró mientras bebía una copa. Elena por su parte había sido más ingeniosa, pues según ella no sabía por que lo había hecho, simplemente cada día se sentía más atraída por Jared y esa noche fue como si sus propias piernas la hubieran entregado a su patrón.
Pero ya nada importaba… todo se había acabado.
Estaba muy decepcionada pero en realidad se sentía aun más liberada, ahora comprendía que llevaba tiempo viviendo una existencia limitada y lo ocurrido le daba el motivo perfecto para empezar una nueva etapa en su vida.
– Jared era un obstáculo… me impedía desarrollarme… necesitaba mi libertad… –meditaba fríamente en un sofá.
En ese momento sonó el intercomunicador…
– ¿Si?
– Señora Trump… el señor Scorpius está aquí y quiere verla -dijo un guardaespaldas.
– Mmm… -dudó un instante la rubia, pensado si en ese momento debía complicarse más la vida.
– Es una nueva etapa… -pensó y le dijo al agente que lo dejara subir.
– Buenas noches señora Trump -dijo Scorpius minutos después, iba vestido casual, todo de negro.
– Buenas noches señor Scorpius, debo decir que me sorprende ¿Como supo donde encontrarme?
– Ah, digamos que tengo mis contactos señora Trump. En particular por que me pareció que podría estar pasando un mal momento.
– Gracias… y por favor llámame Ivanka -la empresaria no sabía por que pero el diseñador le daba confianza.
– Se lo agradezco, por favor llámame Xander -le respondió el hombre mientras oprimía un botón en el control oculto en su mano- Ah, y nada de subir la voz Ivanka… recuérdalo.
Al instante la mujer dio un par de pasitos en su lugar y empezó a bailar por la sala de estar mientras Scorpius se sentaba satisfecho.
– ¿Pero que ocurre? -susurró la mujer incrédula ante lo que ocurría.
– Todo está saliendo perfecto, ni siquiera te quitaste tus zapatillas de esta tarde, eres una buena esclava… ahora recuerda…
Minutos después la rubia trataba de gritar iracunda al pensar que había terminado su matrimonio por las manipulaciones del hombre ante ella.
– ¿No tiene conciencia? ¿No le importa nada? Lo odio…
– Vamos… no me mates Iv, solamente soy el mensajero, admito que me aseguré de que tu doncella recibiera un par de mis zapatillas especiales y que en sus días de descanso la condicionamos con una gran habilidad en la cama y para encontrar irresistible a tu esposo, incluso las zapatillas la guiaron directamente en sus pasos finales. Pero a Jared no tuvimos que convencerlo en absoluto, de hecho fue… muy cooperativo. De todos modos para este momento ya no lo amas, me encargué de eso.
La empresaria buscó en su corazón y en efecto ya no encontró un sentimiento hacia Jared, solamente sentía ira por haber sido manipulada por Scorpius.
– Maldito… maldito… -trataba de gritar, pero solamente susurraba mientras seguía bailando y luciendo su cuerpo para su captor. Se movía con gran agilidad aun con sus altos tacones, se agarraba de los muebles y ondulaba sus caderas, sus nalgas, luego se daba la vuelta y sacudía sus senos ante el hombre.
– Ooohhh… -gimió cuando sintió como la excitación empezaba a invadirla de nuevo, desde sus zapatillas a sus piernas, su sexo y de ahí a todo su cuerpo.
– Bien, es hora de nuestra pequeña salida, ya sin tu esposo será muy fácil, pero debemos prepararte primero… -explicó Scorpius mientras se acercaba amenazador a la mujer.
– Noooo… -apenas pudo gemir.
En un lujoso hotel Patricia tomaba otra copa con Jill, disfrutando de una vista espectacular desde el balcón de su habitación.
La trigueña se reía y sonrojaba por los halagos de Muñequita y por la bebida.
– …en serio Jill, deberías ser modelo, tienes una gran figura, un cutis precioso y unos maravillosos ojos.
– Si… podría ser la mamá de las modelos… ja ja ja…
La pelirroja la abrazó por la cintura, la llevó a un sofá de la habitación y se sentaron.
– Vamos, te lo voy a demostrar -le dijo Muñequita al sacar de su bolso el maquillaje- soy muy buena en esto, ya lo verás.
Mientras preparaba los materiales Paty accionó de nuevo su control remoto de manera que pusiera a la mujer en un estado débil y excitado, al instante una canción suave e hipnótica empezó a llegar a sus oídos.
– Paty no se si… -empezó a decir Jill cuando firme pero delicadamente la pelirroja la sujeto de su mandíbula y usando su pulgar e índice en sus mejillas la obligó a formar con sus labios el gesto de un beso.
Con habilidad la jovencita empezó a pintar los labios de la mujer con un labial de intenso color violeta a juego con su ropa y sobretodo con sus zapatillas hechizadas.
Incapaz de reaccionar, la asistente dejó actuar a Patricia a su gusto.
Lentamente fue cubriendo los carnosos labios con una capa del labial, tomándose su tiempo y manipulando a la mujer como si fuera una muñeca.
Jill sentía los cálidos dedos acariciando su piel, su fresco aliento sobre el rostro y sobre todo el embriagador perfume de la jovencita invadiendo sus pulmones, dejándola mareada y débil.
Por primera vez la mujer se dio cuenta de como sus piernas se tensaban y sus pies se ponían de punta por puro placer sexual.
– Mmm… es muy agradable… -trató de decir con calma, pero su voz sonó ronca y exigente.
La pelirroja empezó a delinear los labios, lo que se sentía como una caricia enloquecedora que hizo sentir a la trigueña prisionera de sus sentidos y su deseo.
– Oh… de veras eres buena en esto.
Entonces la pelirroja sujetó a la mujer suavemente de la nuca y la miró profundamente.
– Eso es… mmm… te ves deliciosa primor -le susurró la joven al retroceder un poco para verla mejor.
– ¿En serio? -dijo halagada y sonrojada la asistente de Ivanka.
En ese momento Patricia puso sus manos a los lados de las caderas de la trigueña y acercó su rostro al de ella mirándola intensamente a los ojos al acercarle su boca, mientras oprimía un botón del control oculto en su mano.
Por un instante Jill se quedó sin aliento cuando una melodía lenta e irresistible empezó a sonar en su cabeza, cerró los ojos tímidamente y entreabrió los labios de forma inconsciente, o más bien… condicionada.
El beso fue largo, profundo, húmedo, sus lenguas jugaban una con la otra y sus manos acariciaban tiernamente el cuerpo de la otra.
Finalmente se separaron y Jill trató de recobrar algo de compostura.
– Oh… yo… lo siento pero… no soy… tu sabes… homosexual… no te ofendas… -balbuceaba mientras se acomodaba el cabello y la ropa.
– No te preocupes linda, yo tampoco lo soy, solamente aprecio la belleza femenina -le respondió la pelirroja mientras acariciaba el interior de los muslos de la mujer y a la vez activaba otro botón del control en su mano- y muy pronto tu también lo harás.
Una estruendosa y cadenciosa melodía sonó en la habitación y la trigueña vio impactada como sus piernas empezaban a moverse como si fueran las de otra persona.
– ¿Pero qué… qué está pasando? -dijo incrédula al ver sus piernas estirarse y encogerse sin poder controlarlas durante varios segundos hasta que de pronto la hicieron levantarse y comenzó a bailar en un sensual vaivén por el cuarto, puso sus manos en sus sienes, incapaz de comprender lo que ocurría.
– ¡Aux… -trató de gritar cuando se encontró con que la jovencita le colocaba una mordaza en forma de falo introduciéndolo entre sus labios y abrochándolo en su nuca.
– Mmm… nnnn… -gruñó mientras intentaba soltar el broche con ambas manos, pero con suavidad Paty la detuvo y tras ponerlas en la espalda las inmovilizó con algún tipo de grilletes.
Ella intentó resistir pero el vino y el poder de las zapatillas la habían dejado débil como una gatita.
– No, no… eso no se hace -le dijo suavemente la joven a su cautiva, como si fuera un bebé- solamente baila.
Ella sacudió la cabeza en gesto de resistencia.
– Nnnnn… nnnn… -gruñó tratando de luchar pero su cuerpo siguió bailando sensualmente por la habitación. Abría sus piernas, se encogía hasta quedar casi de rodillas y se volvía a levantar arqueando su cuerpo contra su voluntad.
Al pasar junto a Muñequita esta le arrancó la falda de un tirón, dejando completamente expuestas sus piernas, la siguiente vez hizo lo mismo con su blusa, dejando a Jill bailando por la habitación en ropa interior y tacones.
La pelirroja se recostó en la cama lentamente y tras introducir dos dedos en su tanga comenzó a masturbarse mientras observaba a la trigueña.
– Mmm… si… te ves muy bien Jill… ya quiero que seas mi hermanita… -susurró la jovencita mientras observaba como la mujer subía un pie entaconado a la cama y seguía ofreciendo su cuerpo con cada sensual ondulación, mientras sacudía la cabeza sin entender que estaba ocurriendo. Pero pronto entendería…
– Oh… no debí venir -pensaba Ivanka mientras miraba por la ventana de la limusina, a su lado se encontraba Scorpius, que vestía a la vez deportivo y elegante de negro- bueno quizás me haga bien olvidarme por un rato.
Scorpius había llegado a su penthouse esa noche y la había invitado a un club donde era inversionista, y sin saber muy bien como o por que aceptó a pesar de lo terrible de la traición de su ahora casi exesposo.
Se había tratado de vestir discreta pero por alguna razón se había puesto un diminuto vestido blanco sin tirantes que le llegaba a medio muslo y tenía un apetecible escote en forma de corazón. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones imposibles de Scorpius, pero lo peor era la provocativa lencería que sin saber por que había elegido, ni siquiera quería pensar en ello.
– Que van a pensar de mi si el mismo día que me separo de mi esposo vengo a bailar vestida así a un club… espero que realmente sea tan exclusivo como dijo Scorpius.
– ¿Estás bien Ivankita? -preguntó con ternura Dana, otra asistente de Scorpius que los acompañaba en la salida, le había agradado de inmediato por su dulzura y amabilidad, era casi como una niña, aunque su ropa distaba mucho de ese concepto: un ajustado vestido rojo encendido con un atractivo escote cuadrado, la prenda la cubría hasta la rodilla pero tenía aberturas a los lados que llegaban casi a la cintura, dejando ver sus piernas a cada paso y en sus pies llevaba unos escandalosos botines del mismo color del vestido y con varias aberturas mostrando sus dedos, su empeine y su talón, los tacones de aguja de los botines eran enormes y daban la impresión de alargar sus piernas hasta hacerlas interminables.
En ese momento pasaron frente a un elegante club con el nombre T. P. en grandes letras neón.
– Aquí es -indicó Scorpius a la chofer de Ivanka señalando una entrada lateral.
El vehículo entró y bajó a un estacionamiento donde finalmente se detuvo y la chofer les abrió la puerta mientras el auto con los escoltas se detenía a su lado y salían del transporte.
– Esperen aquí -les indicó Ivanka para después dirigirse a un elevador con Scorpius y Dana.
Los agentes observaron discretamente el sensual vaivén de caderas de las dos mujeres mientras caminaban al elevador dándoles la espalda.
– Ufff… -al fin respiró uno de ellos cuando las puertas se cerraron tras el trío.
– Vaya… que suerte tiene ese tipo -susurró el otro.
Tras cruzar por un enorme salón donde personas de alto nivel bailaban, bebían y se divertían con la música Scorpius guió a la rubia por varios pasillos a una habitación de techo bajo donde había un grupo de extraños aparatos en el centro.
– ¿Y esto? ¿Estamos tras bambalinas?
– Algo así… de hecho este artefacto es lo que le ha dado su éxito a mi club… por eso quise que lo vieras, lo llamo Escaparate…
– ¿Y para que es? -pensó extrañada la empresaria al acercarse.
– Dana te lo mostrará -dijo el hombre mientras la rubia llevaba a Ivanka al centro del artefacto- te ayudará a superar tu decepción.
– ¿Cree que me ayudará a olvidar lo que pasó con Jared?
– Querida mía, te aseguro que esto te hará olvidar todo -le dijo con una mueca Scorpius al oprimir un botón que hizo sonar una sicodélica melodía en la habitación
Al instante el cuerpo de la heredera reaccionó poniéndose tenso, sus piernas extendidas y paralelas, su pies en punta, sus manos bien altas sobre la cabeza y su rostro apuntando al techo.
– Aaaahh… -gimió confundida cuando Dana cerró unos grilletes sobre sus muñecas fijándolas a la estructura del aparato, luego ajustó dos correas, una inmovilizaba su cuello, la otra sus hombros ajustándose bajo las axilas. Un instante después recuperaba el control de su cuerpo.
– ¿Pero que hace? ¡Está loco…! -le dijo al ver como su captor se sentaba cómodamente en un sillón y Dana se paraba a su lado sonriente mientras Scorpius metía una mano bajo su vestido y empezaba a acariciar sus nalgas.
– Bueno… quizás un poco… tengo ideas muy… particulares sobre el sexo y el placer, pero esto es necesario. Nuestras reuniones no son suficientes, únicamente una vez a la semana y por breves periodos, así que necesito acelerar tu condicionamiento, para eso es el Escaparate, pues tiene una doble función por un lado me permite potenciar y acelerar los efectos de las zapatillas en las mujeres, obteniendo en un día los efectos de un mes, por el otro me ha dado ganancias millonarias con clientes de gustos muy particulares… y costosos. Para eso es este club, me ha permitido financiar parte de mis operaciones.
– ¿Qué? ¿De que está hablando? -gimió cada vez más asustada Ivanka- No entiendo…
– Ah… lo olvidaba, recuerda Ivanka… -le dijo Scorpius mientras activaba su control remoto y un agudo tono resonaba en el cuarto.
– Oooohhh… usted… monstruo… -empezó a decir la rubia cuando el artefacto al que estaba sometida cobró vida, entonces la mujer vio con terror como una compuerta se abría bajo sus pies dejándola colgando un instante antes que la pieza acolchada de metal que la sujetaba de muñecas, cuello y hombros empezará a bajarla lentamente.
– ¿Que va a hacer… conmigo? -empezó a decir hasta que sintió como sus pies atravesaban algún tipo de membrana elástica- ¡Auxilio!
– Puedes gritar todo lo que quieras, este cuarto al igual que otros similares esta insonorizado.
– Por favor… no me lastime… -dijo asustada mientras la bajaban lentamente.
– Vamos Ivanka… ¿De veras crees que lastimaría a una lindura como tu? -la tranquilizó mientras oprimía un botón del panel al costado del sillón y una enorme pantalla se encendía en la pared frente a la rubia.
La sorprendida mujer vio en la pantalla una habitación de techo bajo de tipo minimalista con un par de sillones colocados frente a una tarima artísticamente iluminada, entonces logró ver sus propias piernas bajando lentamente en la pantalla, luego su caderas y su busto, hasta que finalmente pudo apoyar sus pies entaconados en la tarima, sin embargo sus hombros, cabeza y brazos quedaron sellados y ocultos en donde estaba Scorpius, en la habitación justo arriba de la que aparecía en pantalla.
– Ahora sabe por que lo llamo el Escaparate -le dijo sonriente el hombre de la cola de caballo a Ivanka al ver la confusión en su rostro que se encontraba al nivel del piso- me permite mostrar mis mercancías para los clientes. Observe…
En la habitación que aparecía en la pantalla se apagó la luz, se abrió una puerta débilmente iluminada y entró una sombra.
– ¿Qué pretende? -preguntó la rubia algo asustada.
– Veras… mis clientes buscan algo muy especial, algunos quieren placer sin consecuencias, otros quieren someter a una mujer, otros disfrutar el sexo sin necesidad de una relación… pero a fin de cuentas todos desean una mujer objeto… justo en lo que te he convertido.
En ese momento la luz volvió a encenderse en el cuarto inferior, pero ahora provenía de la tarima, iluminando el cuerpo de Ivanka desde abajo, su perfecta figura cubierta por el vestidito blanco daba la impresión de carecer de hombros, brazos y cabeza con lo que parecía un hermosa escultura incompleta o surrealista, como una columna estípite griega, pero inquietante… provocativamente palpitante y viva.
Ivanka cambiaba la postura de su cuerpo cada pocos minutos pero lo veía ocurrir en la pantalla como algo lejano, ajeno, como en una disociación cuerpo-mente, y notaba como algunas de sus posturas y actitudes antes naturales ahora le parecían terriblemente provocativas y sensuales.
– ¿Qué va a hacerme? -preguntó la mujer sin dejar de ver su propio cuerpo en la pantalla.
– Estamos por averiguarlo… – le respondió Scorpius al ver que en la pantalla había movimiento.
Ivanka vio como un hombre se levantó del sillón desde el que había estado contemplando la perfecta silueta de la indefensa mujer y se acercó, luego le dio una vuelta al pedestal como admirándola desde todos los ángulos.
La rubia vio como su cuerpo se removía incómodo ante el escrutinio del cliente que empezó a hablar en voz alta.
– En verdad es una diosa… una diosa -dijo con voz casi temblorosa el hombre alto y de cabello cano mientras miraba con adoración el maniquí de carne sobre lo que ahora entendía la rubia no era una tarima, sino un pedestal, un escaparate para ofrecer sus encantos al mejor postor.
– A las chicas de mi club las llamamos diosas, de hecho el nombre del club es Templo del Placer -explicó orgulloso Scorpius a la asustada Ivanka, que vio en la pantalla como el hombre extendió la mano y alcanzó el cierre de su vestido en la espalda.
Ella intentó alejarse pero sus hombros y cabeza estaban fijados a la estructura de la máquina, lo que la tenía atrapada.
– ¡Noooo! ¡No lo haga! -gritó desesperada la empresaria a la pantalla.
– No puede oírte primor ¿Recuerdas? El cree que eres una modelo y bailarina sexual y fetichista que disfruta la situación.
Desesperada trató de alejar su cuerpo del cliente pero el llevar sus pies hacia adelante y arquear su espalda no solamente pareció sensual y deliberado, sino que además hizo que el cierre que ya sujetaba el hombre empezara a bajarse, como animándolo a seguir.
Con una sonrisa y en un rápido movimiento el cliente bajó el cierre hasta su límite y un instante después el vestido resbalaba suavemente por las curvas de la rubia hasta quedar en sus pies como el capullo desprendido de una oruga que se convierte en mariposa ¡Y que mariposa!
– No… por favor no… -gimió ella al ver la lencería que se había puesto bajo el vestido. Un sostén blanco nacarado sin tirantes levantaba y separaba sus senos apenas cubiertos por translúcido encaje, formando un increíble escote que parecía salido de un comercial de Victoria’s Secret. Una ajustada faja corset a juego constreñía su cintura haciéndola aun más pronunciada, más abajo relucía también de color blanco nacarado la más pequeña y delicada tanga de encaje que el cliente jamás hubiera visto, parecía señalar y resaltar su femineidad en lugar de cubrirla.
Enmarcando su sexo se extendían desde el corset unos ligueros primorosamente bordados que sostenían en su lugar las sedosas medias blancas al muslo, rematadas también de encaje, que casi llegaban a la entrepierna de la diosa. En sus pies llevaba unas zapatillas blancas de punta abierta y tacones que la forzaban a estar casi de puntas, las arregladas uñas de sus pies estaban pintadas del mismo color nacarado. El conjunto transmitía una imagen de ese cuerpo a medio camino entre lo virginal y lo lujurioso que enloqueció al encanecido hombre.
– Eres perfecta… perfecta… -gimió mientras extendía la mano para acariciar la cadera de la mujer.
La maravillosa mujer objeto ante él se apartó lo más lejos posible sobre el pedestal de una forma deliciosamente tímida.
En el piso superior Ivanka trataba de alejarse asqueada de esas manos, pero el efecto en pantalla era muy diferente.
– ¡Basta… deténgalo! -pidió la rubia mientras su esbelto cuerpo era acosado sin escapatoria sobre el pedestal- le daré dinero si eso busca…
– Bueno como le dije esto tiene doble función, el dinero es una parte pero en su caso lo que quiero es amplificar el efecto de las zapatillas en su cuerpo, su mente… y su alma. De hecho ya casi es hora de empezar el condicionamiento.
En ese preciso momento el cliente logró desabrochar el sostén del tímido y huidizo cuerpo sobre el pedestal, dejando libres un par de firmes senos del tamaño de toronjas cuyos rosados pezones se encontraban erguidos y duros.
– Nooo… -gimió la rubia al ver su busto expuesto, deseando con todas sus fuerzas poder defenderse, pero no sabía que ya había sido condicionada a no atacar a nadie en un ambiente sexual. La linda rubia podía resistir de cualquier forma excepto con violencia.
– Por favor… va a violarme… -dijo asustada.
– Oh, no te preocupes Ivanka, tu eres mía, solamente mía, el cliente no desea tomarte directamente, pero si tocarte y hacerte disfrutar, yo mismo lo elegí para esta función -dijo Scorpius mientras observaba sonriente como en la pantalla el delicioso cuerpo de la empresaria trataba de mantenerse lejos del hombre de cabello canoso, haciéndose a un lado y encogiendo un pierna de forma muy coqueta- y hablando de eso es hora de empezar tu condicionamiento intensivo… y también la función.
El captor de la mujer se preparó para activar un botón del panel a lado del sillón, mientras que sentada en sus piernas Dana lo masturbaba lánguidamente, sus esbeltos dedos moviéndose arriba y abajo casi con adoración.
– No… por favor… no lo haga… -le rogó la rubia.
En el piso de abajo el cliente observaba embelesado el esbelto torso y torneadas piernas que parecían salir directamente del techo, conectándose por medio de una bella membrana elástica.
– Uuufff… que bien… -susurró sintiéndose tremendamente excitado con el juego de perseguir que habían estado practicando. En ese momento planeaba una finta para atrapar esas maravillosas piernas que seguían evadiéndolo.
De pronto una sensual canción empezó a sonar en las bocinas y la diosa del pedestal cambió por completo de actitud, se puso al centro y abrió sus piernas ampliamente, como en actitud retadora pero con sus pies en punta como bailarina de ballet, para de inmediato comenzar a bailar ondulando sensualmente su cuerpo y dando espectaculares giros gracias al eje articulado al que estaba encadenada.
Absorto y en total silencio, como si un ruido fuera a romper el hechizo, volvió a sentarse en un sillón y observó maravillado las eróticas evoluciones de la mujer objeto por la que había pagado una gran suma para disfrutarla.
– Diosa… vales cada centavo -pensó mientras la observaba darle la espalda e inclinarse para sacudir provocativamente sus respingadas nalgas para el cliente al ritmo de la música.
– Ooohhh… uuuunnnnhh… -gemía Ivanka sometida por la música mientras su cabeza giraba suavemente sobre el cuello, sintiendo un enorme placer nublando como siempre su razón.
– Muy bien Ivanka… eso es… ahora pasemos a la siguiente etapa -dijo Scorpius al oprimir otro botón. Mientras, Dana se masturbaba vigorosamente, dando ricos grititos de placer mientras observaba todo.
En el piso inferior una cristalina voz de mujer sonó en las bocinas.
– Por favor acérquese a su diosa -indicó en tono chispeante.
Casi temeroso el cliente obedeció. Al estar a su lado la música cambió a algo más lento y cadencioso.
– Ahora… pida y se le concederá -aseguró la encantadora voz.
– Ooohhh… no… no… -gruñía débilmente la poderosa empresaria al recuperar su consciencia mientras su cuerpo seguía moviéndose de forma excitante.
En sus oídos sonó la voz del cliente que observaba su cuerpo en el piso inferior.
– Sacude tus tetas… -dijo con voz ronca.
Al instante el cuerpo de Ivanka se giró hacia el hombre maduro, arqueó su espalda y tras dar dos pasitos hacia atrás empezó a sacudir sus suculentos senos a pocos centímetros del cliente, a ritmo con la música y con sus caderas.
– Oooohhh… basta… -gimió la rubia sometida al Escaparate.
– Ahora tus piernas… muéstramelas… -dijo más seguro el hombre después de humedecerse los labios.
– Aaaahhh… -gruñó de placer la empresaria al tratar inútilmente de resistir la orden, pero ya su cuerpo estaba obedeciendo, volviendo a girar a ritmo con la melodía, mostrando su perfil, para luego extender una pierna y flexionar la otra alternativamente.
– Vamos Iv… puedes hacerlo mejor… -le dijo Scorpius a su cautiva al recostarse junto a su cabeza sobresaliendo del piso- muéstrale tus maravillosas piernas…
– Pero yo…
– Hazlo… ¡Obedece! -le ordenó de forma irresistible su captor a la vez que la sujetaba del cabello y la besaba apasionadamente contra su voluntad, provocándole un pequeño orgasmo al verse sometida de esa manera.
– Aaaahhh…
Al momento su traicionero cuerpo se enderezó y levantó su pierna perfectamente dura, derecha y horizontal, poniendo su sedosa pantorrilla blanca ante el cliente a la altura del pecho, donde empezó a ondularla seductoramente ante sus enamorados ojos.
– Mmm… diosa… muéstrame tu coñito… -dijo en tono suplicante.
La mujer objeto abrió sus piernas como gimnasta en una amplísima V, quedando en el aire, sostenida por las correas y los grilletes unidos a la estructura del Escaparate.
Para su vergüenza la rubia vio una mancha de humedad marcándose en el pequeño triángulo de encaje.
– Quiero tu tanga… -dijo decidido el cliente para recibir una respuesta inmediata.
– Tómela -dijo la voz de mujer, mientras el cuerpo de la empresaria acomodaba sus piernas derechas y ligeramente abiertas en el aire, como si fuera una muñeca sentada.
El hombre sujetó el elástico y lo deslizó pos sus largas piernas, dejando expuesta una vagina enmarcada de cabellos dorados cuidadosamente depilados, sus labios brillaban por la humedad.
– Ooohhh… aaalto… -pidió la empresaria mientras su cuerpo volvía a bailar para el cliente sobre sus altos tacones.
– Puede utilizar el juguete que recibió al entrar -dijo la voz femenina con dulzura en las bocinas.
El cliente entonces sonrió, sacó de una bolsa un vibrador color plateado y se acercó a la mujer objeto.
– Aaaahhh… no… nooo… eso nooo… -gritó inútilmente la mujer.
– Déjame darte placer -dijo el hombre y al instante el cuerpo se giró y se inclinó, ofreciéndole su nalgas y todo lo que había entre ellas.
– Muy bien Iv, tu cuerpo reacciona cada vez mejor, ya es hora de darte un nuevo nombre y que me llames por otro.
– No… de que habla… -dijo débilmente sin darse cuenta de que el hombre abría su vagina con dos dedos preparándose a meter el vibrador.
– Ahora lo verás…
– Aaaayyyy… -abrió la boca dando un gritito de placer al sentir el aparato haciendo bailar sus entrañas- aaahhh…
– Eso es… no te resistas -le decía en un susurró Scorpius a la mente y voluntad de la rubia, por que su cuerpo se movía con vigor ayudando al hombre canoso a masturbarla mientras la sujetaba de su corset desde atrás.
– Nnnnggg… aaaahhh…
– Bien, desde ahora tu nombre será Lindura, al menos cuando estemos a solas. Dilo…
La mujer trataba de resistir, pero mientras hacía vibrar sus caderas el cliente metía y sacaba el vibrador con un mano, a la vez que acariciaba sus piernas o senos con la otra.
– Dilo…
– Nnnoo…
– Te llamas Lindura…
– No… nooooo… -gimió al sentir como el vibrador la penetraba hasta el fondo mientras su cuerpo se movía atrás y adelante en precario equilibrio sobre sus tacones, ayudando a ser sometida sexualmente.
– Vamos dilo…
– Aaahhh…
– Eres Lindura…
– Aaaaahhhh…
– Eres Lindura y yo soy tu Dueño…
– Aaaaaahhhhh… por favooooohhhr… -abajo el hombre la penetraba a un ritmo constante con el juguete, pero ahora también pellizcaba sus ya duros pezones o bien le daba nalgadas cuyo ardor se confundía con placer para la indefensa rubia. Su cuerpo se movía sensualmente con cada toque, invitando al cliente a seguir más y más rápido con sus atenciones amorosas.
– Soy tu Dueño… y tu eres mi Lindura… -le susurraba Scorpius gentilmente al verla cerrar los ojos y abrir la boca casi al borde del orgasmo- acéptalo…
– Mi… Dueño… soy… Lindura… -jadeó Ivanka por un instante pero al darse cuenta de lo que había dicho abrió los ojos aterrada- No… no… maldito, maldito… soy Ivanka Trump… déjeme…
– Muy bien… perfecto Lindura, repítelo.
– No lo hare… aaaahhhh…
– ¿En serio? Muy pronto harás todo lo que yo te diga… y te dará placer hacerlo.
– Nooo… auxilioooo… quien sea… ayúuuudenme… -grito desesperada al sentirse parada de puntitas al borde del abismo del éxtasis, el abandono y la aceptación.
Su cuerpo, ya esclavizado al poder de las zapatillas, rodeó con sus largas piernas los hombros del cliente, atrayéndolo sin control a su vagina, ya roja e hinchada, hasta que el hombre dejó el vibrador dentro de su sexo, la sujetó de una de sus firmes nalgas y empezó a mostrar su pleitesía a la mujer objeto acariciando rápidamente su clítoris.
Al mismo tiempo Scorpius aumentaba al máximo el volumen de la música, que en algún momento se había convertido en una enloquecedora zampoña que combinada con la adoración del hombre del piso inferior finalmente la empujaron para hacerla caer al delicioso e inevitable abismo del placer y la esclavitud eterna como prisionera de las zapatillas rojas. Ivanka tuvo un abrumador y poderoso orgasmo.
– ¡Oooooohhhhhh… oooooohhhhh…! –empezó a gritar al fin sin poder evitarlo. Entonces Scorpius le ordenó una última vez con voz dominante a la vez que sujetaba su rostro.
– ¡Dilo! ¡Soy tu Dueño y tu eres mi Lindura!… ¡Dilo! -le gritó mientras la obligaba a mirarlo a los ojos al alcanzar el orgasmo, adueñándose así de una parte de su voluntad.
El cuerpo de la Diosa en el nivel de abajo se estremeció ferozmente no tanto por el éxtasis, sino por el desesperado esfuerzo de la rubia por aguantar y no obedecer la orden de Scorpius, pero era inútil, resistir era como tratar de contener una explosión ya iniciada, o detener una ola a punto de romper en la playa.
– ¡Aaaaaaaahhhh…! –gritó al fin a todo pulmón, aceptando su destino y disfrutando salvajemente al hacerlo- ¡Siiiiii… siiiiii… eres mi Dueeeeño…! ¡Soy tuyaaaaaaa… soy Linduraaaaaa…!
– Otra vez… –le dijo calmadamente Scorpius.
– Eres… mi Dueño… soy… Lindura –dijo roncamente la empresaria mientras se derrumbaba derrotada y débil, su cuerpo sostenido apenas por los brazos del cliente. Sonriente, el hombre canoso la bajó y la dejó colgando del Escaparate.
– Oooohh… gracias diosa –dijo para después darse la vuelta y salir por la puerta mientras intentaba limpiarse una gran mancha de humedad en su entrepierna. Al instante de una puerta oculta entraron un par de mujeres que limpiaron rápidamente el cuarto, refrescaron y vistieron de nuevo a Ivanka, incluyendo una pequeña tanga blanca con la palabra diosa bordada en el triángulo de tela en lugar de la que se había llevado el cliente. Tan rápido como terminaron desaparecieron por la puerta oculta.
– Eso es Lindura, fue un excelente avance… para tan poco tiempo –le dijo Scorpius mientras se levantaba.
– Ooohhh… mal… dito… seas… mi Dueño… –le espetó Ivanka, aterrorizada al darse cuenta de que aunque sabía su propio nombre, ahora respondería a ese sexista y ultrajante sobrenombre en presencia de su Dueño. Pero sentía que aun podía resistir.
En ese momento se abrió de nuevo la puerta y entró ahora un hombre joven y de apariencia tímida, se sentó en un sillón y observó como hipnotizado el cuerpo de la rubia que yacía colgando como un títere sin hilos.
Una canción lenta y erótica empezó a sonar en la habitación y el delicioso cuerpo de la heredera empezó a reaccionar levantándose lentamente siguiendo el ritmo de tambores.
– Aaaahhh… no… no de nuevo –casi suplicó al sentir que comenzaba a subir desde sus zapatillas el calor de la excitación.
– Bueno, esto es un placer pero tengo que dar un vuelta por el club, para poner orden ya sabes… –dijo Scorpius mientras se acercaba al sillón donde permanecía Dana con los ojos adormilados y el vestido subido a la cintura, dejando ver unas coquetas pantaletas negras.
El hombre joven abrió su pantalón y empezó a masturbarse mientras la veía moverse en el pedestal.
– No… meeee… deje cooooon… él ¿Por… favor…?
– Estarás bien cuidada no te preocupes, además de Nena dejaré una grabación mía acompañándote.
– ¿Deeee… que hablaaaa…? -gimió de indeseado placer.
– Recuerda que es un tratamiento intensivo, estarás aquí complaciendo a todos los clientes de esta noche, sensibilizándote más y más al poder de las zapatillas, además te estoy dejando nuevos condicionamientos para avanzar a paso veloz en tu esclavitud… esta técnica funciona muy bien, la use por primera vez con Piernas y me ahorró mucho tiempo, este es el mismo proceso… perfeccionado, nos vemos al rato Lindura, ya ansío que seas totalmente mía.
Entonces activó un control y la voz de Scorpius empezó a sonar en el cuarto mientras el cuerpo de la mujer seguía bailando para el nuevo cliente, sometida al placer y la voluntad de otro mientras las zapatillas la obligaban a aceptar los condicionamientos.
– Lindura siempre obedece a Scorpius… Lindura siempre desea a Scorpius… Lindura siempre se viste sexy… Lindura adora usar tacones altos…
– Nooo… no me hagas… esto, por favor… -suplicó la mujer mientras Scorpius salía de la habitación.
– Lindura se viste para excitar… Lindura siempre usa medias… Lindura usa sólo lencería sexy… Lindura adora mostrar sus piernas… –el condicionamiento seguía con sugestiones cada vez más humillantes y perversas, a las que la rubia se trató de resistir, pero su sensual baile en el piso inferior y las primeras caricias del joven le impedían concentrarse. Y cada vez era peor pues la música subió de volumen en sus oídos impidiéndole hasta pensar…
– ¡Ayudaaaaaa… deténganloooo…!
Sus gritos se ahogaron al cerrarse la puerta, mientras Scorpius pasaba frente a una docena de habitaciones donde igual número de mujeres le proveían por igual de recursos y esclavas, muy pronto Ivanka le daría todo lo que necesitaba para tener alcance internacional.
– Hoy el país, mañana el mundo… -pensó sonriente mientras entraba a su centro de mando en el club.
CONTINUARÁ
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