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Relato erótico: La cazadora IV” ( POR XELLA)

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me darías 2Habían pasado cuatro meses desde que Tamiko reconociese a Diana como una verdadera cazadora, y cuatro meses había pasado ésta deseando su venganza. Durante este tiempo estuvo perfeccionando sus habilidades, tanto sus nuevos poderes como su comportamiento y destreza como fémina, ya era capaz de andar perfectamente sobre unos tacones altísimos, lo que le había conllevado bastantes caídas y esguinces. Sabía maquillarse perfectamente dependiendo de la ocasión y de la ropa que llevase, ahora era capaz de prepararse completamente en menos de una hora, cuando al principio podía estar toda la mañana y con desastroso resultado.  

 

Sin títuloY allí estaba.  

 

Se había recogido el pelo en una alta coleta, una falda de tubo negra, una blusa blanca, una chaqueta que remarcaba el escote, medias de cristal y por supuesto, unos altísimos tacones, la daban una imagen a la que nadie podría resistirse. Ni siquiera su antigua jefa…  

 

Al situarse frente a la puerta del edificio, los recuerdos se le echaron encima. Había trabajado mucho tiempo y muy duro en aquel lugar. Y allí estaba ahora, dispuesta a vengarse de una de las zorras causantes de su situación…  

 

Atravesó la puerta y se dirigió a recepción. Una atractiva joven la observaba tras el mostrador.  

 

– Buenos días. – Saludó amablemente. – ¿En que puedo ayudarla?  

 

– Tenía una cita con la señorita Eva Jiménez. A las 10.  

 

La recepcionista empezó a mirar en el ordenador. Había sido fácil conseguir esa cita. Sus nuevos contactos en Xella Corp la habían hecho pasar por una consultora experta que venía a hacer una auditoría.  

 

– Aquí esta. Diana Querol. La señorita Jiménez la está esperando ya, su despacho esta en la planta 9. 

 

– Muchas gracias.  

 

Mientras caminaba, podía notar como todas las miradas se dirigían hacia ella. Le llegaban los pensamientos de los hombres, babeando por su cuerpo, pensando todo lo que la harían si la pudieran. Las mujeres tampoco dejaban de mirarla, unas con envidia, otras con admiración. Eso la hacia sentirse poderosa.  

 

Entró al ascensor con el señor de la limpieza. Le recordaba, un hombre mayor, de color… Henry… Creía recordar. Las puertas del ascensor se cerraron mientras Diana comenzaba a trazar su plan de ataque.  

 

—————- 

 

Eva estaba esperando en su despacho. Estaba molesta. No sabia por que tenía que aguantar la visita de una consultora para hacer una auditoría en ese momento… Hacia pocos meses que habían pasado todas las certificaciones correctamente, pero el director de la empresa había insistido mucho y no podía contrariarle.  

 

Toc Toc.  

 

– Adelante. – Dijo Eva.  

 

La puerta se abrió y la atravesó una mujer joven e impecablemente vestida. Eva no tenía nada que envidiarle. Aunque era algo más mayor, tenía 45 años, mantenía un cuerpo que más de una jovencita quisiera, pelo negro y liso, ojos marrón clarito y una figura exuberante, grandes pechos… Aun así, sintió una punzada de celos de aquella impresionante joven.  

 

– Buenos días, señorita Jiménez. – Saludó la joven.  

 

Una desagradable sensación de desasosiego recorrió la espalda de Eva.  

 

– Buenos días, señorita…  

 

– Querol, Diana Querol.  

 

– Encantada, y por favor, llámeme Eva. – Eva señaló a su invitada La silla que había frente a su mesa, invitándola a sentarse.  

 

– De acuerdo, Eva.  

 

Mientras se sentaba, la directiva se fijó por primera vez en sus ojos. ¿Cómo no los había visto nada más entrar? Unos enormes ojos de un verde tan vívido que destacaban sobre todo lo demás.  

 

– ¿Le pasa algo? – Preguntó Diana.  

 

Eva se dió cuenta que llevaba varios segundos callada, observando aquellos preciosos ojos.  

 

– Eh… No. No se preocupe. Eh… ¿Quiere que comencemos?  

 

– Por supuesto.  

 

Diana colocó su maletín en la mesa y extrajo algunos papeles. Durante el proceso, no dejaba de mirar a la altiva directiva a los ojos. Eva no podía soportar esa mirada, le daba la sensación de que la estaba atravesando con ella. Apartó la mirada y agachó la cabeza.  

 

Diana sonreía.  

 

– ¿Por donde quiere que comencemos? – Preguntó la joven.  

 

– Usted dirá. Realmente no se que buscan con esta auditoría. – La directiva recuperó algo de su tono altivo, remarcando su oposición a esta reunión.  

 

– Sí le parece podemos empezar por los últimos movimientos en la cúpula de la empresa.  

 

– ¿Movimientos?  

 

– Si. Movimientos. Hay gente que en los últimos tiempos se ha quejado de la progresión de ciertas personas en la empresa…  

 

De golpe, la mente de Eva se llenó con imágenes suyas, recuerdos de cosas que la avergonzaban. Allí estaba ella, de rodillas, bajo la mesa del director, chupando su polla con entusiasmo. Más imágenes de ella, la falda subida, la camisa desabotonada, sus pechos pegados a la mesa y el director embistiendola desde atrás, ella gemía, pedía más y más aunque realmente no lo disfrutaba. ¿Por qué recordaba esto ahora? Era algo que se había esforzado en olvidar…  

 

-… Y de la marginación injustificada de otras… – Continuó Diana.  

 

La mente de Eva se llenó entonces de recuerdos de su antiguo rival. Diego Lozano. Recordó los años de luchas y rivalidades y como en los últimos tiempos había conseguido adelantarle. Le había costado su dignidad, puesto que para ello había tenido que convencer al director de la empresa de que ella era la más indicada, y los modos de hacerlo no habían sido los más éticos… Pero, ¿Qué más daba? Había logrado su objetivo, había superado a Diego y unos meses después había conseguido despedirle. Después tuvo noticias de que el pobre desgraciado se acabó suicidando… Pero los remordimientos y la culpa la impedían pensar en eso.  

 

El semblante de Diana había cambiado. Ya no sonreía, ahora estaba completamente seria, mirando fijamente a Eva.  

 

“¿Hasta donde sabrá?” Pensó la directiva.  

 

– ¿Marginación injustificada? No se a qué se refiere. – Contestó, haciendo acopio de valor.  

 

– ¿Le suena el nombre de Diego Lozano?  

 

Un mar de remordimientos invadió la mente de Eva. ¿Por qué ahora? Nunca había sentido demasiada culpa por lo sucedido, incluso después de saber lo del suicidio.  

 

– Si, trabajaba aquí hace un tiempo.  

 

– Tengo informes que indican que iba a ser ascendido.  

 

– ¿Ascendido?  

 

– Sí, justo debía estar ocupando este despacho.  

 

– ¿Qué insinúa? – Exclamó, con un arranque de orgullo.  

 

– No insinúo nada. ¿Por qué se ofende tanto? Solo digo lo que pone en mi informe.  

 

– No se de donde ha sacado eso pero…  

 

– ¿Quien la recomendó para el puesto?  

 

– Yo… – Imágenes de lo que tuvo que hacer con el director vinieron a su mente. – El director de la empresa. En persona.  

 

– ¿Y que ventajas esgrimía ante el otro candidato?  

 

Eva se veía de nuevo de rodillas, tragándose la polla de aquél viejo, recibiendo su corrida en la boca, saboreandola ante él antes de tragar…  

 

– Eh… Estaba… Estaba mejor preparada…  

 

– ¿Mejor preparada? ¿Está segura? ¿No hubo ninguna otra razón para ello?  

 

– ¡Claro que no! – Eva hacia acopio de valor, pero los recuerdos de como ese viejo se la follada no se iban de su cabeza.  

 

– Esta bien, y ¿Por qué fue despedido Diego Lozano?  

 

– ¿D-Diego? – Eva recordaba el odio que le tenía, como manipuló a la gente para ponerla en su contra. – N-No daba la talla para el puesto…  

 

– Tenía entendido que hasta que usted fue ascendida, ese hombre había rendido bastante bien…  

 

– N-No se como trabajaba antes de llegar a este puesto…  

 

Eva podía sentir las manos de su jefe recorriendo su cuerpo, sus tetas, pellizcado sus pezones… Recordó el asco que le producía el tener que haberse rebajado tanto… ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué no se lo podía quitar de la cabeza? Comenzaba a encontrarse mal.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Preguntó Diana.  

 

– No mucho… Estoy algo mareada… No se que me pasa…  

 

– No se preocupe, continuaremos esta tarde.  

 

Eva se alegró de que aquella mujer la dejará sola.  

 

– Sí quiere – Continuó Diana. – Le dejo aquí los papeles de mi informe, por si se encuentra mejor y quiere echarles un vistazo.  

 

La chica dejó una pequeña carpeta sobre la mesa. Se levantó y se dirigió a la puerta.  

 

– Volveré esta tarde, espero que se encuentre mejor.  

 

Eva no contestó, solamente cogió la carpeta y vió los documentos que había en su interior. Se quedó pálida. Las manos le temblaban y las lagrimas comenzaron a acumularse en los ojos. ¿Cómo era posible? No se explicaba como había conseguido eso… Decenas de fotos en las que se veía a ella y al director. Se la veía chupandole la polla, dejándose follar en su despacho, sobre la mesa, contra la puerta… En una foto aparecía un primer plano de su cara llena de la corrida del director… ¡Eran imposible! Allí no había nadie más, y mucho menos sacando fotos…  

 

El resto de documentos eran una serie de e-mails en los que se veía como desprestigiaba a Diego, como le ninguneaba y había planeado su despido…  

 

Estaba perdida…  

 

————- 

 

Diana se dirigió a comer algo a una cafetería. Estaba en un estado mezcla de cabreo y excitacion. Había podido leer en la mente de aquella zorra como le había hundido la vida, como se había follado al director para ganarse el ascenso… Nunca pensó que habría llegado a tanto…  Y estaba excitada… Pensar en realizar su venganza aumentaba su libido al máximo. Esa zorra estaría vendiéndose en un burdel dentro de muy poco tiempo. Podría haberlo hecho en seguida, haber destruido su mente nada más entrar a su despacho, haberla obligado a arrodillarse y suplicar que la convirtiera en una puta barata, pero no quería eso. Encontraba placer en humillarla, llevarla hasta el límite, quería que sufriera.  

 

Ahora mismo Eva estaría contemplando un montón de hojas en blanco, que para su manipulada mente estarían llenas de fotos y documentos incriminatorios… Durante el tiempo que Diana estuviera fuera, la mente de aquella zorra se llenaría de remordimiento y culpa, ya se había encargado de dejarlo todo preparado…  

 

————- 

 

¿Por qué se había metido en ese lio? ¿Cómo había llegado a tanto? Había tirado su dignidad a la basura… Por un ascenso de mierda… La habían follado, la habían humillado…  ¡Un día incluso esperó al director en su despacho, atada y desnuda!  

 

Las lágrimas se escapaban de los ojos de Eva, el sufrimiento que había vivido… ¿Tan ambiciosa y mezquina era?  

 

… Sufrimiento…  

 

¿Realmente había sufrido?  

 

Sabía que no le había gustado, que se arrepentía de ello e incluso había noches que había pasado en vela… Pero… Al recordarlo… ¿Se estaba poniendo cachonda? No… No podía ser… Odiaba como se había vendido a aquella viejo, la asqueaba… Pero al pensar en ello… Había sido usada como un objeto… Ese hombre nunca había buscado proporcionarla placer…  

 

¿Qué le estaba pasando? ¡Nada de eso! Todo lo que había hecho la repugnaba… ¿O no?  

 

Le dolía la cabeza, todo era confuso. Se recostó sobre la mesa y dió una pequeña cabezada.  

 

Soñó con ella dando rienda suelta a sus más bajos instintos. Montones y montones de pollas la rodeaban y ella quería atenderlas a todas. Una tras otra iban entrando en su boca, en su coño, en su culo… Y ella quería más. Nada más descargar, otra polla ocupaba el lugar de la anterior, estaba cubierta de semen, su cara, su pelo, sus tetas… Chorreaba desde sus agujeros, a través de sus muslos, tenía el estomago lleno pero ella quería más.  

 

Toc Toc.  

 

Despertó sobresaltada, sin acordarse de donde estaba. Sólo recordaba su calentura… Quería más…  

 

– A-Adelante. – Dijo, confusa.  

 

Diana entró en la sala, e inmediatamente leyó en los ojos de Eva que su plan había dado resultado. Había conseguido obsesionarla, hacer que el motivo de su treta con el presidente fuese otro distinto a la ambición…  

 

– Buenas tardes, ¿Te encuentras mejor? – Eva no se percató de que la estaba tuteando.  

 

– Sí… Creo… Siéntese, por favor.  

 

Recogió como pudo los papeles y fotos que estaban tirados sobre la mesa, azorada.  

 

– Veo que has estado viendo mi informe.  

 

Eva se sonrojó.  

 

– Sí…  

 

– ¿Tienes algo que objetar?  

 

– Yo… – Eva rompió a llorar. El mundo se le caía encima, los remordimientos por el destino de Diego, pensaba que todo había sido su culpa.  

 

Diana no decía nada, veía como la mente de esa zorra cambiaba bajo sus deseos y sonreía satisfecha de su labor.  

 

– Oh, vamos… – Dijo la cazadora. – ¿Qué ocurre?  

 

– ¡Todo es culpa mía! – Reconoció de golpe la directiva. – ¡Diego se quitó la vida por mi culpa! ¡Por mi ambición, por mi odio!  

 

– ¿Estas reconociendo que todo lo que viene en mi informe es cierto?  

 

– S-Sí… – Contestó, sorbiendose la nariz.  

 

– Un hombre perdió la vida por tu culpa…  

 

– Lo sé… –  Sollozaba. – No debí haber actuado como lo hice… Yo… Yo solo quería…  

 

Calló de golpe. Las imágenes del sueño que había tenido volvían a su cabeza, montones de pollas la rodeaban, las sensaciones, los sabores, los olores… Era increíblemente vívido. Notó como se humedecia.  

 

– ¿Qué querías? – Insistió Diana.  

 

“¿Qué quería?” Pensaba Eva. En un principio creía que buscaba poder, dinero, que había actuado por ambición. Creía que se había sacrificado en un acto asqueroso y denigrante para conseguir un puesto. Pero no era así. Ahora lo veía claro…  

 

– Sexo.  – Susurró, de manera casi inaudible.  

 

– ¿Perdón?  

 

– Sexo. – Repitió algo más alto, con la cabeza gacha.  

 

– ¿Sexo? ¿Arruinaste la vida de un hombre por sexo?  

 

-… No sólo sexo… M-Me gusta sentirme degradada, que abusen de mi… – Diana observaba complacida en lo que estaba convirtiendo a aquella zorra. – Entregarme a mi jefe como una cualquiera era… Excitante…  

 

Eva no sabia por qué, pero en ese momento lo vió todo claro. Siempre había estado engañandose a si misma… Su conducta, su actitud… Todo desembocaba en lo mismo… Le encantaba sentirse inferior, el sexo era lo máximo en la vida. Ascender y ser más poderosa era un precio a pagar, la parte mala del trato. Ella quería estar por debajo de todos…  

 

– Te entiendo… – Añadió Diana. – Pero… ¿Qué quieres que haga? Tengo mi informe, y tu acabas de confesar que todo es cierto. Debo informar y se tomarán acabo las medidas necesarias…  

 

– ¡NO!  

 

Diana se quedó en silencio.  

 

– Por favor, no informe de esto… Todo ha sido una error… Reconozco mi culpa, pero eso me hundirá la vida…  

 

– ¿Cómo se la hundió a Diego Lozano?  

 

Esta vez fue Eva la que permaneció callada.  

 

– Nch… Esta bien. No podría vivir con una muerte a mis espaldas… No todos somos iguales… – La mirada de odio que lanzó a la directiva la hizo temblar de miedo. – No informaré… De momento… Pero debes jurarme que harás todo lo posible por cambiar.  

 

– Yo… Lo haré, lo juro… Pero no se como hacerlo…  

 

Estaba exactamente donde Diana quería.  

 

– Bueno, en eso a lo mejor puedo ayudarte yo. – Eva la miró ilusionada. – Creo saber lo que te pasa…  

 

La directiva se quedó mirando a la mujer que tenía delante, y entonces se dió cuenta de lo magnífica que parecía. Su porte, su estilo, parecía… Una diosa… Haría todo lo que le pidiese si con ello solucionaba su problema, seguro que aquella mujer sabría que hacer… Era maravillosa…  

 

– Tu problema viene de tus ansias de sexo. Necesitas el sexo. Vives por y para el sexo. – Mientras hablaba, iba insertando esos comandos en la mente de la mujer. – Pero no necesitas un sexo normal, no. Tu necesitas que te posean, que te usen. Te encanta sentirte un objeto. Necesitas ser inferior, que te demuestren que lo eres. Tu placer no te importa, tu placer es la humillación.  

 

¿Cómo no se había dado cuenta antes? Esa mujer estaba describiendo perfectamente sus sentimientos…  

 

– Sí no sacias tus ansias – continuaba -, explotaras y la gente saldrá herida por tu culpa, como le pasó a Diego. Tus ansias de sexo no contemplaron que le iban a destrozar la vida.  

 

– ¿Entonces?  

 

– Debes liberarte. Convertirte en la perra que deseas ser. Sin límites, sin restricciones. Recuerda, por y para el sexo. ¿Qué sientes ahora?  

 

– ¿Ahora?… Vergüenza… Remordimiento… Culpa…  

 

– ¿Ya está? ¿Nada más?  

 

Eva si sentía algo más. Un enorme calor recorría su entrepierna, estaba chorreando,  sus pezones estaban erizados. Mientras más pensaba en ellos, más evidente se le hacía.  

 

– Estoy… Caliente…  

 

– Eso es, el primer paso es aceptarlo. ¿Y que puedes hacer para remediarlo?  

 

Sin pensar en lo que estaba haciendo, su mano se deslizó por su cuerpo. No perdió tiempo y apartó en un momento su falda y su tanga y, en menos de un minuto estaba soltando gemidos de placer. Sus dedos profundizaban en su coño, exploraban todos sus rincones y se deslizaban cada vez más rápido adentro y afuera.  

 

– ¿Con eso te vale? – Preguntó Diana. – No, tu necesitas más. Eres una perra y necesitas que te vean, sentir la vergüenza y la humillación.  

 

 

Eva estaba pensativa. Se levantó y se subió sobre su mesa, se desabrocho la blusa y se bajó el sujetador. Y allí, mientras con una mano acariciaba y pellizcado sus enormes tetas, con la otra se masturbaba ante Diana.  

 

“Eres mía, zorra” Pensaba ésta. “Pagarás caro todo lo que me hiciste.”  

 

Observaba como su ex-jefa penetraba rítmicamente su coño depilado, notaba el olor de su sexo, el dulce aroma a sexo que desprendía. Disfrutaba de la humillación a la que se estaba sometiendo ella sola. Eva comenzó a gritar cuando la sobrevino un poderoso orgasmo, entre espasmos, llevó sus manos empapadas en sus jugos a su boca y se chupo los dedos con cara de satisfacción.  

 

– Muy bien, ¿Te has desahogado?  

 

Eva asintió con la cabeza, con la cara todavía desencajada por el placer.  

 

– Estupendo, entonces ya sabes como tienes que actuar. Ahora… – Diana la miró de arriba a abajo. – Deberías adecentarte un poco. ¿Por qué no vas al servicio y te echas algo de agua en la cara?  

 

Eva obedeció. Cuando se bajó de la mesa le temblaban las piernas, nunca había tenido un orgasmo tan intenso. 

 

Mientras estaba en el servicio se dió cuenta de lo feliz que era en ese momento. Se había liberado. Toda su vida había estado reprimida, pero eso se había acabado. No volvería a dañar a nadie por culpa de su frustración. No se reprimiria jamás.  

 

Mientras salia del baño, se cruzó con Henry, el hombre que se ocupaba de la limpieza. Sabía su nombre, pero nunca se había fijado en el, era un hombre mayor, de color y, además, era solo el hombre de la limpieza. Pero ahora era distinto, ya no tenía que aparentar. Su mirada se detuvo en la entrepierna del hombre, pensando si era verdad la leyenda sobre el tamaño de las pollas negras. Absorta estaba en sus pensamientos cuando se dió cuenta que el hombre ya se había ido, y ella volvía a estar caliente…  

 

Nada más verla, Diana se dió cuenta de cómo había cambiado su manera de pensar y, al igual que hizo con Missy, introdujo en su mente una serie de órdenes y deberes que debía cumplir antes de llegar a casa. Iba a preparar una sorpresa para esa misma noche, en su propia casa, que supondría el final de su acomodada vida y el inicio de su nuevo camino en el sexo y la humillación. 

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Relato erótico: “Apocalipsis 5” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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me darías 2APOCALIPISIS 5

Sin títuloEl coche se deslizó lentamente por el camino que circulaba alrededor de la ladera,  dejando atrás la casa. María se giró para verla por última vez. La contempló solitaria en la cima de aquella colina, le pareció que estaba encantada, como sacada de una película de terror. Pero las películas que tenía en mente no eran tan crueles ni terroríficas como la experiencia que estaban viviendo.

“No tenemos donde ir, probaremos suerte yendo a la casa de tus padres Sara”

Jaime había metido en el coche un poco de todo lo indispensable. Tenía intención de volver a por más en cuanto se acomodasen en un lugar seguro, y esperaba que la casa de los padres de Sara lo fuese.

Ella le miró con una mezcla entre emoción y sorpresa.

“Gracias, Jaime, será segura ya lo verás”.

“Más nos vale”

Jaime se centró en conducir, intentando relajarse para poder pensar mejor. En la mente las palabras de Sara justo después de que el rehén del helicóptero yaciera con la cabeza destrozada y las manos amarradas a la espalda, bajo la cristalera de madera del salón.

“La casa de mis padres está a las afueras, es una mansión de una sola planta y un gran sótano-garaje. Vivíamos en un complejo privado, un campo privatizado solo para los más ricos de la ciudad, algo apartado, no justo encima de ella…..”

Jaime sabía a qué lugar se refería. Una carretera pequeña y bien cuidada se apartaba de una salida de la autovía de circunvalación y se adentraba, tras un puesto de control con guardas de seguridad, en una amplia porción de campo, justo a los pies de la cordillera. Jardines, parques, campos de golf, bosques, mucha arboleda. Y todo salpicado con mansiones de lujo cómodamente espaciadas. Por lo visto el tren de vida de Sara y su familia era de los más altos de la ciudad. Lógico que eligieran a esa chica para el secuestro.

La cabeza de Jaime no cesaba de bullir. A modo de flash vinieron imágenes de la actitud no reprobatoria de su madre cuando decidió matar al hombre del helicóptero.

“No te reconozco cariño, esa chica te ha cambiado. Déjame que sepa guiarte amor….”

Apartó su mano de la bragueta y le abofeteó.

“Sigues viviendo en el pasado mamá. Ese hombre solo nos traería problemas. Y no me creo nada de lo que ha dicho”

Entre lágrimas, aquel hombre les relató de la existencia de un pueblo en el mar, bien protegido por murallas medievales, donde vivían unas doscientas personas. Habían logrado crear una comunidad productiva y segura. Con abundante pesca y huertos permanentemente custodiados en las afueras. Además contaban con un arsenal digno del ejército, como aquel helicóptero en el que hacían batidas para buscar supervivientes.

La mirada de María se iluminó con aquel relato, a todas luces entusiasmada por la posibilidad de una vida mejor. Pero el disparo de su hijo atajó el asunto de una forma cruel e inesperada. Algo murió dentro de ella con aquel disparo, y Jaime lo supo.

Su madre comenzaba a ser un problema.

Sara le besó y le llevó al baño para calmarle con una larga, cálida y gustosa mamada.

“Relájate amor, estás muy tenso…”

Y lo estaba. Una vez descargado pudo pensar mejor. Tendrían que irse antes de que viniesen con refuerzos. Jaime intentaría volver a por lo demás no obstante.

El coche circulaba por la carretera de servicio, paralelo a la autovía. Atrás habían dejado  la gran ciudad, la cual habían bordeado durante doscientos setenta grados para poder llegar a ese lugar. Al final de una suave cuesta estaba el desvío, que les llevaría, pasando por delante del puesto de control, a la zona privada.

Pero el coche se detuvo  en mitad de la carretera.

Sara, sentada en la zona trasera, se echó hacia delante con la boca abierta, con una mueca entre sorpresa y estupor. María, sentada en el asiento del copiloto, tardó algo más en percatarse.  Jaime observaba con calma el contratiempo.

Decenas de caminantes se agolpaban en los alrededores del puesto de control, por el que deberían pasar para acceder a la urbanización privada. Desde la distancia en la que se encontraban, unos doscientos metros, Jaime pudo ver como la valla estaba destrozada, con lo que podrían pasar sin problemas. Pero aquellos muertos vivientes eran demasiados. No pasarían por allí en aquellas circunstancias.

Necesitaba pensar algo rápido. La noche no estaba muy lejos y no podía sorprenderles allí tirados.

Volver no era una opción en ese momento y no se fiaba de la ciudad, y ni mucho menos buscarían un peligroso lugar en mitad del campo.

Su piel se erizó al darse cuenta de la realidad. Se lo estaba jugando todo a una carta, solo cabía la opción de ir a la casa de Sara y cruzar los dedos para que al menos pudieran pasar allí la noche.. Así que había que sacarse un as de la manga.

Pero, ¿Cuál?.

Jaime los observó con la mente fría. Hacía tiempo que no sentía miedo. Lo había superado a base de estrujar cerebros vacíos y atravesar blandos cráneos. Había visto tantas veces la muerte de cerca que ya no temía morir. De hecho supondría una liberación de aquella cárcel que era la vida para los pocos humanos vivos que deberían quedar en el planeta.

Algunos caminantes parecían querer avanzar carretera abajo, otros se dirigían hacia la autovía aledaña, otros emprendían el camino hacia el campo, otros llegaban al puesto de control, otros simplemente no se movían. Calculó mentalmente que podría haber unos cien, acumulados sobre todo en el entorno del antiguo puesto de control que da acceso a la lujosa zona.

Jaime tuvo una idea, una certeza. Ya sabía lo que hacer. Algo le recorrió la espalda, un escalofrío nunca antes experimentado.

No era miedo, era una sensación cercana a la tentación y a la excitación. Se sintió miserable, le gustó.

“Mamá, acompáñame, quiero comentarte una idea que he tenido para salir de esta”.

Sacó las llaves y se las guardó, cogió su mejor escopeta y se asomó a la ventanilla, dirigiéndose a Sara, sentada en la parte de atrás.

“Espera aquí, si te rodean sal. No te muevas ni hagas ruido. Esto está lleno de coches abandonados, este no les parecerá especial”

Sara asintió. Sintió temor, toda aquella lucha por ser la hembra de Jaime le parecía absurda en ese momento. Todo lo que hizo, todo lo realizado por María, a pesar de ser su propia madre, de ofrecerse como una compañera leal, digna, guarra, putita de sus deseos; eso solo lo hacían para sobrevivir. El estómago se le encogió, algo le decía que no era buena señal que Jaime y su madre hablasen privado sobre qué hacer.

Jaime cogió a su madre por el antebrazo y la dirigió a la cuneta, entre el coche y los caminantes. Haciéndole señas para que no se moviese mucho ni hablase alto, con el fin de permanecer invisibles para los muertos.

“Por ahí no podemos pasar. Tenemos que hacer que ellos centren su atención en algo durante el tiempo suficiente para poder salir”

“Cariño, lo que decidas estará bien. Pero tal vez nos expongamos demasiado si intentamos algo. Será mejor buscar un lugar seguro donde pasar la noche…….”

“No, iremos a la casa de Sara, o eso o morir. Vivimos la desgracia de poner todo a cara o cruz. Cruz supondría morir y no sufrir más. Cara sería seguir sufriendo para acabar muertos no sabemos cuándo ni cómo”.

Jaime se sintió aterrado de estar disfrutando de ese momento.

“Verás mamá. Has sido una buena mujer conmigo. Una madre ejemplar antes del suceso. Una buena hembra, servicial y complaciente, cuando todo acabó”

“Gracias mi corazón. Me encantaría que estuviésemos ahora en tu cama, sentir tu polla detrás, ummmmmmm”

Jaime sintió un gran ardor en la entrepierna. La agarró por los pelos, ella giró la cabeza en un inicial gesto de dolor que acabó en una sonrisa dulce y servicial.

Sin soltarla se bajó la bragueta con la otra mano y sacó la polla. Enorme, parecía haber hecho un pacto con el diablo. Mientras más tiempo seguía vivo más maldad sentía, más ganas de follar tenía y más dura y grande se le ponía siempre la polla.

“Guau”

Ladró la madre, sin esperar que eso estuviera así en ese momento de vida o muerte.

Jaime tiró de sus pelos hasta colocarla de rodillas. Luego la dejó hacer.

La tenía sucia, hacía más de dos días que no se lavaba. Le sabía a pis reconcentrado y a sudor podrido. Pero lejos de repudiarle, eso motivó a María.

La sacó entera, todo menos los huevos, que no cabían por la bragueta del pantalón  gastado y sucio. Se recreó con la vista de ese enorme pene saliendo de aquel pantalón. Parecía aun más grande así. La pajeó un rato mientras le miraba sonriente, encontrando una fría expresión como repuesta.

Sara miraba celosa, colorada por la ira. No podía creer lo que estaba viendo. Ella era más joven, más guapa, con mejor cuerpo y sin límites en la cama. Pero en cambio había preferido a la vieja para charlar sobre qué hacer y pedirle algo de relax. Tal vez jamás podría sustituir a María mientras ella pudiera. Pero el tiempo pasaba y jugaba a su favor; por supuesto que esperaría, que no tiraría la toalla. Lucharía, porque no tenía otra cosa que hacer. O con Jaime o la muerte. Aquel hombre, a pesar de su enorme polla y ser tan bueno en la cama, jamás habría soñado ni con rozarle en la vida anterior. Ella estaba muy por encima de él; solo las mujeres mediocres serían sus amantes y novias. Pero en aquella situación la mediocre era ella y él su protector. No tenía otras opciones.

Su madre se la lamió entera, inundando su boca de malos sabores, que se espesaron al entrar en contacto con su saliva. Cuando la tuvo bien mojadita echó todo el pellejo para atrás, dejando el descomunal capullo rojo al aire.

Una suave brisa llegó desde las próximas montañas, trayendo el ruido constante de los muertos vivientes hacia sus oídos.  

La mamada abarcaba hasta la mitad del pene, delimitando la zona tragada con una pequeña sombra húmeda. Ella tenía la sensación de estar tragándola entera. Ello hizo brotar de sus entrañas los más primitivos sentimientos de hembra. Su coño se humedeció de sobremanera, y sintió deseos de ser taladrada por aquel cimbrel descomunal, por aquel macho con mayúsculas.

Se levantó y se subió el vestido por encima de la cintura, se bajó las bragas y se arrodilló sobre el asfalto, clavando sus rodillas y posando su mejilla derecha en él.

Jaime pudo contemplar el culo y el coño de su madre, perfectamente depilados, dispuestos para ser usados, que para eso los hizo Dios, y así lo supo entender el Diablo.

Se agachó un poco por detrás hasta montarla como a una perra.

Sara los miraba fijamente. Sentía odio y temor.

Sara se abrió de piernas y echó el tanga hacia un lado. Empezó a tocarse.

Los caminantes seguían al margen de todo.

El taladro fue constante, de arriba abajo, rompiendo el coño de María. Ella fue venciéndose cada vez más abajo. Clavando sus rodillas sobre el duro asfalto. Éstas comenzaron a sangrar.

El viento cambió de dirección.

Pam pam pam pam pam pam Follada monumental de Jaime a su madre. Un pequeño reguero de sangre corría asfalto abajo. La mezcla de dolor en las rodillas y placer elevaron espiritualmente a María, la cual comprendió que iría al cielo al morir; pues ese era el papel que le había sido asignado al nacer. Ser el respaldo y la fuente de relajación del ser humano que lucha contra el Diablo.

El olor a sangre llegó a los caminantes. Todos se giraron en torno al olor y  comenzaron a andar torpemente en la dirección desde la que les llegaba.

Sara se corrió justo en el momento en el que se dio cuenta de que decenas de caminantes se aproximaban lentamente hacia ellos, carretera abajo.

Se bajó la minifalda putera que vestía y tocó el claxon

Jaime estaba a punto de correrse cuando se dio cuenta de lo que pasaba. Su madre gemía y gemía. Jaime apuró hasta correrse dentro de ella y luego llevó a cabo su plan.

Se vistió rápido. Su madre no se había aun percatado y seguía a cuatro patas contorneando la cintura en señal de agradecimiento por la follada.

Jaime sacó su escopeta y la cogió en brazos llevándola hasta la cuneta de nuevo, allí la tiró al suelo. Su madre miró arriba y el pánico cruzó su rostro.

“Mamá. Lo siento. Pero ya no me sirves”

Antes de que ella pudiera articular palabra le disparó en ambas piernas y salió corriendo.

Los ojos de Sara parecieron salirse de los huecos oculares. Jamás hubiera imaginado que Jaime hiciera eso.

Los aullidos de dolor y el enorme llanto hizo que los caminantes se dirigieran a la cuneta donde estaba María, dejando libre la carretera. María los vio venir sin poder moverse por el dolor y el pánico.

Cuando los caminantes despejaron la carretera Jaime arrancó el coche y tomó, a toda velocidad, el camino de la lujosa zona residencial. Sara estaba eufórica, gritaba de alegría y emoción. Se sentía la persona más afortunada del mundo por el giro de los acontecimientos.  Jaime no decía nada, solo conducía, mientras se adentraban entre lujosas mansiones, bosque bien cuidado y campos de golf.

María los tenía encima. Miró al cielo y pidió perdón por todos sus pecados. Cerró los ojos y se entregó.

La pequeña y bien cuidada carretera circulaba por la ladera de una pequeña montaña, dejando a la derecha un valle repleto de mansiones espaciadas. Todas con piscinas descomunales y pistas deportivas privadas. El bosque de la izquierda era realmente un parque perfectamente cuidado. Aparentemente el fin del mundo no había llegado allí. Ni rastro de caminantes, tampoco de vida humana. Era como si aquel lugar de lujo se hubiese quedado detenido en el tiempo.

Jaime seguía sin hablar, solo conducía despacio intentando concentrarse en sobrevivir. Sara lo miraba de soslayo, aun sentada en la zona trasera del coche. La casa de sus padres era de las últimas y aun tardarían un rato en llegar a ese ritmo. Sabía que Jaime no conocía el lugar así que sintió que le vendría bien alguna indicación.

“Jaime……”

“¡No hables de lo que ha pasado!. Nunca lo comentaremos, no ha existido.”

Sara se sorprendió de la fuerza agresiva de su voz, sintió que escapaba de una cárcel con su carcelero.

“Como desees amor. Sólo quería comentarte que siguieras conduciendo, te avisaré cuando estemos llegando”.

“Así mejor, Sarita”

La carretera giró a la izquierda e inició un prolongado y suave descenso. Más a la izquierda se divisaban las primeras montañas de la sierra, y más allá las altas cimas; entre las que estaba su antigua casa y todo su pasado apocalíptico. Delante de él más mansiones de lujo desperdigadas.

Una vez abajo la carretera era una larga recta. Un amplio campo de golf delimitaba el transcurrir en la parte izquierda. Al llegar al final volvía una suave pendiente de otra montaña. Arriba del todo de nuevo otro campo de golf y otro bosque cuidado y algunas casas más tras descender.

Jaime empleó el trayecto en simplificar. O simplificaba o moría. Se sentía débil, y no podía permitírselo. Le dolía imaginar a su madre devorada viva por aquellas decenas de caminantes hambrientos; pero había que simplificar, lo hizo para sobrevivir. En aquella vida no hizo de madre, solo fue su compañera, su hembra, su pareja. Ahora ese papel lo desempeñaría Sara, más guapa, joven y fuerte. Infinitamente mejor compañera que su madre en aquellos tiempos del diablo.

Sacudió la cabeza y se concentró en no pensar más que en seguir hacia adelante. Pobre del hombre que se detuviera para mirar atrás.

“Al final de esta recta la carretera tuerce a la derecha, ahí acaba la urbanización. En esa pequeña calle hay tres mansiones a la derecha y otras dos a la izquierda. La segunda de la derecha es la de mis padres”.

Concisa y discreta. Se sintió orgulloso de Sara. Anotó mentalmente darle una follada bestial como agradecimiento.

Llegaron. Aparcó el coche en la puerta de la casa. Jaime observó los alrededores. Lo mismo que desde entraron, soledad, sin presencia de vida o muerte, todo en orden y bien cuidado, como si se hubiese congelado en el tiempo. Miró a Sara a través del espejo retrovisor central, ella le devolvió la mirada con sus bellos y cautivadores ojos negros.

“En cuanto bajemos del coche nada de hablar ni hacer ruido. Nos comunicaremos por gestos. Te daré una pistola cargada, yo llevaré mi escopeta y dos pistolas más preparadas en la cintura. No dispares a no ser que sea absolutamente necesario. No debemos hacernos notar en el caso de que alguien pudiera percatarse de nuestra presencia”

Ella asintió segura de sí misma. A sus dieciséis años aquella joven empezaba a estar preparada para la no vida.

Bajaron del coche. Jaime se armó hasta los dientes y dejó a la joven la pistola más fácil de usar y con más carga de balas, la que mejor había aprendido a manejar. Echó un último vistazo a la mansión con ojos analíticos.

Era amplia y de una sola planta, con un gran sótano según le había contado Sara. En un extremo estaba la entrada del garaje, cuya puerta estaba cerrada y sin abolladuras. Toda la verja exterior estaba en perfecto estado y la casa les devolvía la mirada elegante. Ventanas y puerta principal en condiciones inmejorables.

Entraron trepando.

La casa parecía estar perfectamente cuidada, en contraposición, los setos de la entrada, plantas y árboles estaban descuidados y las malas hierbas se acumulaban en el pequeño jardín delantero. Jaime hizo señas para que le siguiera. Con los oídos afilados caminaron despacio y firmes dando la vuelta a la mansión. Era extremadamente larga. Por el lateral que iban apenas había un pequeño espacio enlosado entre la fachada y una pared que la separaba de la mansión aledaña; la cual se levantaba en tres plantas, imperiosa y silenciosa.

Llegaron a la zona trasera. Sara le comentó que detrás había una amplia parcela usada para jardín, piscina y un hoyo de golf par 3, el gran capricho de su padre. Tras una zona amplia con barbacoa de obra y una pequeña cancha de baloncesto estaba la piscina. Llena de agua verdosa y putrefacta. Más allá un amplio y descuidado jardín y al fondo un enorme terreno en el que las hierbas verdes altas y la maleza dejaban entrever un amplio green de golf, con la bandera medio rota y agitada con el viento. Al fondo, a unos cien metros una elevación que debía ser el tee.

Jaime sonrió para sus adentros. Putos caprichos de ricos, desaprovechar un espacio tan amplio en eso, teniendo tantos campos de golf en los alrededores. Él hubiera puesto un huerto.

Volvieron a la zona delantera de nuevo, pasando por el otro lateral. Más amplio y repleto de setos donde todo tipo de árboles crecían de cualquier manera, desquebrajando el cielo en un primitivo compás de ramas retorcidas que parecían luchar por escapar de allí.

Una cosa estaba clara, pensó Jaime, lo descuidado de la zona exterior no conjuga bien con lo pulcramente cuidada que estaba la casa. Todas las ventanas bajadas, perfectamente limpias las persianas y barrotes. La puerta de entrada principal, la trasera y la del garaje estaban limpias y libres de óxido. Era como si aquella casa estuviese habitada. Pensó que tal vez tuvieran suerte y encontrasen a los padres de Sara, o tal vez habría otro tipo de gente. Ni para ilusionarle, ni para preocuparla quiso decirle nada a la joven; ella parecía ajena a todo, sin duda pensaba que todo estaba abandonado y no debía albergar, a merced de su torcido gesto de preocupación, demasiadas esperanzas de reencontrarse con sus progenitores.

Jaime le hizo señas y Sara fue en busca de la llave mientras él le cubría. Según le había contado guardaban una copia de seguridad debajo de uno de los árboles del margen izquierdo, bien enterrada dentro de una bolsa.

Allí estaba.

Jaime abrió la puerta.

El hogar les recibió limpio y acogedor. Con olor a comida recién hecha.

Sonrieron, se miraron, Jaime le hizo señas para que no hablase y siguiera en guardia.

Había que bajar dos escalones para entrar del todo. Un salón amplio abarcaba unos doscientos metros cuadrados ante sus narices. Al fondo dos anchos pasillos, uno a la izquierda y otro a la derecha. Según le había comentado Sara, el pasillo de la derecha daba a la cocina, primera puerta a la derecha. A un baño, primera puerta a la izquierda. A una cómoda sala de estar, segunda puerta a la derecha. Y al fondo una escalera de caracol que bajaba a la zona inferior; protegida por una puerta de acero de máxima seguridad.

El pasillo de la izquierda daba a las cuatro habitaciones, dos y dos de izquierda a derecha. La primera de la derecha era un gimnasio, la segunda de la derecha la habitación de matrimonio, la primera de la izquierda una biblioteca y la segunda de la izquierda la habitación de la joven, hija única del acomodado matrimonio.

A la altura de los pasillos, en la zona central del salón, una puerta corredera comunicaba con un jardín interior, con una pequeña fuente, bancos y macetas de plantas autóctonas de Australia. Al que daban las ventanas de las habitaciones situadas hacia él.

Jaime quiso comprobar algo. Pidió a Sara que le protegiese y con mucho cuidado se deslizó sobre el impecable parqué del salón, esquivando sofás, jarrones chinos y mesas de lujo. Con sumo cuidado de no hacer ruido abrió la puerta corredera y su sospecha se hizo realidad, el pequeño jardín interior estaba perfectamente cuidado, las plantas podadas con gusto y elegancia y la fuerte del centro otorgaba un ambiente de paz y espiritualidad al entorno como si de un convento franciscano se tratase; y todo eso en mitad de la casa.

Sintió asco y admiración por tanto lujo.

Jaime regresó hasta la puerta principal con suma cautela. Sara permanecía paralizada, agarrada a la pistola y apoyada contra la puerta principal, la cual había cerrado lentamente y aguantando la respiración.

Jaime se dirigió a ella susurrante.

“Está bien, está claro que en la casa vive alguien, alguien vivo. Desconozco si son tus padres, desconozco si son otras personas. Lo cierto es que no hay rastro de puertas forzadas ni ventanas rotas…..”

Hizo una pausa mientras observaba enigmáticamente las salidas de ambos corredores al fondo del amplio salón.

“quien quiera que viva se ha debido de esconder al vernos llegar. Huele a comida recién hecha. Ahora quiero que me sigas despacio, sin hablar ni hacer ruido. Quiero que no dispares a no ser que sea totalmente necesario y que no te hagas ilusiones. Una cosa está clara, alguien nos está esperando agazapado y probablemente armado en algún rincón de esta casa”

“El sótano”

“¿Sí?, dime Sara, qué ocurre con el sótano”

“Recuerda lo que te dije, está separado de la casa por una puerta de acero, hay otra puerta igual que lo separa abajo del garaje. Mi padre lo creó así a modo de habitación del pánico. Abajo hay camas y una gran despensa, similar al que teníais en tu casa de campo……”

Hizo una pausa dramática, melancólica.

“Con lo cual……”

Le animó a continuar.

“Con lo cual de haber alguien encerrado ahí abajo tienen que ser mis padres, nadie conoce la combinación que abre la puerta salvo nosotros”

“O alguien que se lo haya sonsacado bajo amenaza”

Sara tragó saliva y asintió sin palabras mientras los ojos le lagrimearon con facilidad. De repente era solo una joven, ahora no parecía aquella chica independiente que tan claro lo tenía todo.

Tomaron el pasillo de la derecha. Era amplio y estaba exquisitamente decorado con cuadros y jarrones de incalculable valor. A la derecha una amplia puerta corredera conectaba con la cocina, entraron. Grande, limpia y ordenada; parecía de película. Adosada a ella un pequeño lavadero, igualmente ordenado, limpio y vacío.

Volvieron al corredor, en mitad de él, encontraron la puerta del baño principal. Jaime suspiró al entrar, aquello era tan grande como el apartamento en el que vivía en la ciudad. Un descomunal Jacuzzi vestía el centro del baño, con un lujoso y dorado wc y un lavabo donde podrían bañarse tranquilamente. Comunicado al patio interior por una hermosa ventana desde la que no puede verse nada desde el otro lado; como la de las salas de interrogatorios de la policía.

Todo igual de ordenado y limpio. Hasta le pareció ver rastro de vaho en el espejo.

Tampoco nadie en la sala de estar contigua a la cocina. Al fondo la escalera de caracol les esperaba siniestra en penumbra. Bajaron con cautela hasta topar de bruces con la puerta de acero, ya en el nivel del sótano.

Cerrada a cal y canto, con una serie de botones con letras y números, a modo de caja fuerte, en uno de los laterales.

Jaime la observó al detalle, pasando los dedos por las bisagras y los filos.

“Según mi padre está a prueba de bombas”

Jaime silbó con tono de sorpresa irónica.

“Imagino que sabes la clave”

“Sí”.

“Métela”

Respiró profundamente. Finalmente tecleó, sin importarle que Jaime la viese.

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Tras un click metálico la puerta cedió un  par de dedos.

Un disparo rebotó en el filo de la puerta justo cuando Jaime se disponía a abrirla un poco más.

“’¡En guardia!”

Sara retrocedió y Jaime asomó una de sus pistolas por el hueco descargando cuatro balas. Como respuesta llegaron dos disparos más.

Desde el interior una voz femenina gritó.

“¡Seas quien seas no te conviene seguir ahí, somos muchos y estamos armados, pronto llegarán más. Te convendrá, u os convendrá, estar muy lejos cuando eso suceda”

Sara gritó entre sollozos.

“¿¡Mamá!?”

El silencio se apoderó del lugar durante unos segundos.

Una voz ahogada, no tan segura como la anterior brotó del interior del oscuro sótano.

“¿Sara, Sarita, mi vida?”

Sara irrumpió en el sótano. Desde detrás de una columna central salió una mujer morena, guapa, armada con una pistola de primer nivel, vistiendo con pantalones y chaqueta de cuero ceñida. Ambas se fundieron en un abrazo. El culo de aquella mujer, la madre de Sara, se marcaba imperial bajo aquellos pantalones y una figura esbelta y voluptuosa llenó la mirada de Jaime.

Para cuando ambas fueron hacia él cogidas de la mano, Jaime, que observó todo desde la escalera de caracol, ya disponía de una de sus erecciones del diablo.

Las presentaciones fueron frías. Rosa, la madre de Sara, desconfiaba de aquel extraño. Pero no cabía en sí de felicidad. No solo tenía delante suya  a su hija, viva, en aquel mundo apocalíptico en el que tantas personas yacían con sus cabezas estrujadas o morían en vida. No tenía noticias de ella desde antes del suceso, había estado noches sin dormir temerosa por el paradero. Con una única nota que les llegó pidiendo una alta cantidad de dinero con ella; se quedaron esperando el mensaje del día de la entrega y el lugar pues todo acabó el día antes de recibir aquella llamada, ya con la policía preparada en casa para identificar la procedencia de la llamada.

“De repente nos levantamos y ofrecí café a los polis que se esmeraban en tener todo preparado. Mientras lo preparaba vi al vecino asomado a su terraza. Noté que algo raro le pasaba cuando me miró a los ojos. Los suyos proyectaban sangre y empezó a moverse de forma muy rara. Se lo comenté a la policía. Dos agentes fueron a su casa. Regresaron moribundos. Los demás pidieron refuerzos, pero la radio no funcionaba, tampoco la tele ni internet; ni había luz….”

Estaban sentados sobre los reconfortantes sofás de tres plazas del salón. Sara y su madre en uno, cogidas de la mano. Jaime en el otro, en mitad de él, escuchando y observando. La belleza de Sara no era exactamente la de su madre, debió parecerse al padre. Pero Rosa guardaba un encanto difícil de explicar. Ojos negros, de gesto más coqueto y menos profundo que el de su hija, pero igual de grandes. Pelo moreno teñido, lacio y bello con una caída muy natural sobre la primera parte de la espalda. Los rasgos faciales eran más humanos, bastos, que los de su hija; otorgándole un toque más terrenal, bien defendido por las ligeras arrugas que su cuarentena regalaban a los extremos de sus ojos. Bien cuidada no obstante, sin duda amante de sesiones de belleza en la vida anterior, conservaba casi a la perfección la belleza engañada de los treinta que sin duda buscó cuando existía el mundo.

Las piernas cruzadas marcaban líneas bellas con el cuero negro apretado. La chaqueta de cuero reposaba en el sofá a su lado y una blusa roja, ceñida y escotada marcaba un delicioso canalillo. Ahí podía verse otra diferencia con su hija, y es que sus pechos no eran tan grandes. Apretados con el sujetador sugerían más que lo que seguramente ofrecían al desnudo; se manejaría en torno a la talla noventa.

Era una bellísima mujer, guapa sin exagerar y con un cuerpo bien cuidado, delgado a la vez que maduro, con caderas y trasero algo amplios sin llegar a la categoría de gordos ni mucho menos. Curvas y cuerpo cuidado.

La polla de Jaime se la seguía pidiendo. Una cosa estaba clara, aunque Rosa aun no lo supiera, para poder estar con ellos y sobrevivir tendría que ofrecer su cuerpo y demostrar ser una buena hembra en todos los aspectos; no solo en la apariencia.

“…. Pronto descubrimos cómo podían morir, dándoles en la cabeza. Aquí nos reunimos mi marido, dos policías y cuatro vecinos……. Todos los demás cayeron. Hicimos batidas durante meses para traer todo lo necesario de las casas vecinas. Cuando hubimos matado a centenares de muertos andantes tuvimos la sensación de habernos quedado solos. No encontrábamos vida humana, ni no humana, en ninguna casa, ni en el bosque, ni en las zonas comunes. Un día uno de los policías enfermó y murió, despertando muerto al poco tiempo, atacó a su compañero y a dos de los vecinos. Mi marido les atacó a todos y los destrozó. Fue a tirar sus cadáveres al bosque. Uno de los vecinos le acompañó, jamás volvieron. Desde entonces viví sola con otro de los vecinos, el cual fue hace una semana a buscar más munición, para acumular toda la posible. Pero tampoco ha regresado. Llevo aquí sola, encerrada, desde entonces. Tengo miedo a salir. Intento mantener la calma y todo en orden y he hecho estudio de cuánto pueden durarme las reservas. Muy dispuesta a sobrevivir hasta que os oí llegar en el coche. Sin pensarlo me fui al sótano y esperé. Gracias a Dios que sois ustedes, gracias al diablo por mantener a mi pequeñita con vida”

Le apretó la mano sonriente, Sara le abrazó y besó sus mejillas.

Jaime tomó la palabra. Contó con pelos y señales todo lo que había vivido. Excluyendo el rehén que mató y el final de su madre, en el que dijo que había sido atacada por dos muertos que la sorprendieron mientras iba a por algo de leña para hacer de comer.

La noche se les echó encima, sobre la mesa una pregunta. ¿Qué hacemos?. Rosa trajo algo de comer y cervezas, Jaime lo celebró por todo lo alto, no recordaba cuando tomó la última. Luz de velas iluminaba el centro de la mesa entre sofás.

Jaime hizo recuento de las provisiones que tenía en el coche y dijo que al día siguiente iría en busca de más.

“Con un poco de suerte ni habrán vuelto los del helicóptero”

Mintió sobre ellos, dijo que dispararon al verles y no les quedó más remedio que atrincherarse y defenderse. Ellos, sorprendidos por la respuesta, huyeron. Pero sin duda tendrían la intención de volver con refuerzos.

“Sé donde dejar el coche para no ser descubierto. Iré con cuidado y bien armado, cogeré lo que pueda”

La idea principal, en la que los tres estuvieron conforme, era seguir en aquella casa, al menos durante un tiempo. Jaime la comparó con la fría casa de campo en la que habían sobrevivido meses en las montañas. Su única duda era que aquel lugar no estaba perdido. Pero si ella podía haber sobrevivido un tiempo tal vez pudieran seguir haciéndolo. No obstante manifestó sus claras dudas de que fuera un buen lugar para pensar a largo plazo, algo que pareció molestar a la madre de Sara.

Jaime se explicó tras apurar el fondo de su segunda cerveza.

“La casa es lujosa, amplia y confortable. Tienes bastantes reservas y  armas, juntándola a las nuestras y sabiendo racionalizar tendremos para bastante tiempo. Además el sótano está fortificado; aunque sería un error meternos ahí para huir de los muertos, nos condenaríamos en vida. Creo que podremos continuar los tres aquí la supervivencia, pero no debemos acomodarnos del todo. Tenemos que estar preparados para salir corriendo”

Rosa le abrió la puerta del garaje para que metiese el coche. Sacó todo lo que habían cogido antes de la huída:

Latas de conserva, botellas de whisky, maletas con ropa, armas, toda la amplia munición con la que contaban, dos bidones de gasolina.

Rosa aplaudió que aportaran tantas cosas.

“Es genial Jaime. Ahora debemos dormir, te prepararé la cama de mi hija; es confortable y amplia. Ella y yo dormiremos en la cama de matrimonio”

Sara y Jaime se miraron.

“Verás mamá…… es que a Jaime le gusta……..”

Jaime miraba satisfecho a su nueva compañera, la que había ganado la batalla a su madre.

Rosa enrojeció.

“Ah, ¿sois pareja?, entiendo, entiendo…. Dormiréis en la cama de matrimonio entonces……”

Rosa sintió morir, aquel hombre doblaba en edad a su hija adolescente. Tendría que aprender a convivir con ello, su pequeña siempre fue su protegida pero las cosas habían cambiado demasiado en los últimos tiempos.

Sara decidió seguir ganando puntos con el macho dominante. Sabía que aquello no era como la vida real. Sabía que no era momento de tener pareja, la vida al filo del abismo, el mundo muerto que les rodeaba, marcaba un ritmo más imperialista y Jaime había demostrado ser un emperador ejemplar. Al cual no le temblaba la mano para decidir siempre por el bien del grupo. Y el grupo volvía a ser de tres personas. Sabía que ella ocupaba, desde la muerte de María, el hueco de perra primera del amo. Sabía lo que buscaba en una mujer y en sus compañeras. No le defraudaría y sería la mejor mujer de confianza que jamás soñó tener.

“Verás mamá. A Jaime no le gusta tener solo una mujer. Su madre y yo le servimos en las montañas lo mejor que pudimos. Él es valiente, fuerte y decidido. Siempre buscará la supervivencia, por encima de todas las cosas, de su grupo; y ahora el grupo somos nosotras y él. Ten por seguro que dará todo para mantenernos con vida. Jaime entiende a la perfección cómo es el mundo actual, conoce los peligros y sabe cómo combatir a muertos y vivos que puedan entrañar un peligro. Ten por segura que nos mantendrá con vida. Nosotras solo debemos ser buenas mujeres. Tener todo limpio y en orden, y……..”

Hizo una pausa, miró a Jaime, el cual la escuchaba orgulloso y satisfecho.

“….y satisfacer todos sus deseos”

Rosa se sentó en el sofá, algo aturdida. Realmente llevaba más de una semana sin follar, su último polvo lo echó con el vecino que nunca regresó. Siempre fue una mujer muy activa y los cuernos de su marido fueron la comidilla de las reuniones femeninas del club de golf.

“Pero…”

“No hay peros mamá. Jaime ordenará en todo momento qué hacer. Él manda, si no estás de acuerdo nos iremos; pero me temo que serás saqueada y no te dejará con vida, pues supondrías una amenaza para nosotros”

Rosa rompió a llorar.

“Hija mía, no te reconozcco……..”

Jaime tomó la palabra.

“Rosa, tu hija es sensata, lista y muy valiente. Sé que tú también lo eres. Formaremos un gran equipo”

“Mañana mismo Jaime se jugará la vida por nuestro bienestar; regresando a por más provisiones. Yo supe cambiar el chip mamá, por favor, te necesito, hazlo tú también”

Se secó las lágrimas y clavó la mirada en los ojos de Jaime, profundamente y de forma sostenida.  Jaime no la aguantó y cambió la mirada.

“Está bien. Seamos un equipo. Esta noche dormirás conmigo en mi cama de matrimonio Jaime. Mi hija seguro que desea volver a su cama tanto tiempo después”

Sara miró con urgencia a su macho. Contempló decepcionada como él aceptaba. Moría de ganas por follar aquella noche con él. Tal vez había hablado más de la cuenta. Tal vez la mejor perra preferida sea la que más calla y más hace. Su madre había pasado del llanto a la acción casi sin darse cuenta. Notaba como de repente el clima de competición regresaba. Y sintió la misma desagradable punzada que tantas veces vivió  con María.

Sus ases se convertían en malas cartas y no podía hacer nada para evitarlo.

Rosa admitió que su hija era la putita de aquel joven treintañero. No se imaginaba a su pequeña siendo objeto de todo lo que aquel peligroso hombre le quisiese hacer. Desconfiaba de él, su mirada no era limpia y escondía secretos; era buena detectando esas cosas. Por eso se propuso ser la mayor de las putas, darle la cama que jamás habría soñado tener. Dejarle tan exhausto y satisfecho que no tuviese más  ganas de mirar a su hija de aquella forma.

Mientras, buscaría pacientemente el momento de acabar con él y que pareciese un accidente.

Jaime estaba tumbado, en mitad de la amplia cama de matrimonio, la más cómoda en la que jamás se había tumbado. Miraba con curiosidad todo lo que le rodeaba. Frente a la cama la puerta de entrada, de madera noble; como todas las de la casa. En la pared de la izquierda un vestidor, con su puerta para entrar. Amplio, pues ocupaba una tercera parte de la superficie de la habitación. La cama reposaba entre dos mesitas de noche de estilo barroco;  recargadas y con pequeños estantes adosados para dejar libros. Una ventana fortificada ocupaba casi toda la pared derecha, dando a la zona trasera, vestida con agradables estores de color dorado y pardo. Con vistas al jardín, piscina y más allá la amplia parcela dedicada al golf. Una puerta daba entrada a un pequeño pero lujoso cuarto de baño, que ocupaba la zona que quedaba justo tras el falso muro sobre el que reposaba la cama.

Rosa entró con un vaso de agua en la mano. Acumulaba centenares de botellas de agua mineral, almacenadas por el grupo de supervivencia durante los primeros días tras el desastre. Según la madre de Sara llegaron a saquear centenares de supermercados en doscientos quilómetros a la redonda; y el panorama de todos los lugares era absolutamente desolador. Jaime cayó en la cuenta de que el pozo era probablemente lo que más echaría de menos. Por primera vez desde el suceso tendría problemas con la sed.

Vestía muy sexy. Camisón de color rojo con redecilla, que transparentaba insinuantemente. Bajo él podía verse una diminuta braguita roja. Los pechos al aire; con los pezones tapados y confundidos por la forma de red del conjunto. Las piernas a la vista, con caída detrás y subido casi hasta la altura de la braguita en la zona delantera, mostrando mucho muslo. Andaba descalza y tenía el pelo suelto, cayendo negro sobre los más negros ojos.

Estaba radiante.

“Sara se ha metido en su habitación dando un portazo, creo que no está de humor”

Jaime se encogió de hombros. Se acababa de duchar con aquella agua fría no potable en la que se habían convertidos sus vidas. Posaba desnudo sobre la cama, parcialmente tapado con una sábana. Los músculos del pecho y el vientre tableteado a la vista, insinuándose los primeros pelos. Bajo la sábana un bulto crecía de forma exponencial desde la entrada de la cuarentona madre de su putita adolescente.

“Creo que en el fondo  pensaba dormir aquí conmigo. Hemos vivido demasiadas aventuras. El llegar aquí nos ha supuesto demasiada tensión. Imagino que no contaba con dormir sola esta noche”

Rosa dejó el vaso sobre una de las mesillas de noche, la más cercana a la ventana. Miró a Jaime. Imaginó a su hija cabalgando sobre aquellos músculos, besando aquella calva para evitar chillar más de la cuenta al correrse. La visualizó lamiendo todo el cuerpo, otorgando descanso y relax al guerrero que la mantenía con vida.

Por primera vez comprendió a su hija. Supo visualizar que su edad no importaba pues ya era toda una mujer.

Se excitó mucho, demasiado. Necesitaba follar, sentirse mujer. Hacía tiempo que no se sentía usada, hembra; mucho más del tiempo que llevaba sin follar con su vecino de polla pequeña y poco aguante.

Comprendió a su hija, pero su hija siempre sería su pequeña protegida. Deseaba acabar con Jaime, matarlo, disfrutar del momento y hacerle saber que era ella justo antes de cerrar los ojos para siempre, aparentando un accidente.

Pero en aquel momento su condición de hembra en celo tenía más peso que el de madre preocupada. Su sexo era un manantial de deseos, la humedad de la cueva del placer necesitaba ser profanada por un falo desconocido.

Se sentó en la cama, justo a la altura del bello torso de Jaime, mordiendo su labio inferior con las paletas superiores; muy  blancas. Habló en voz baja.

“Bueno, creo que yo podré relajarte un poco, Jaime”

Perfume de rosas inundó la pituitaria del joven. Combinación perfecta con el color de su ropa sexy de cama. Su boca aterrizó suave, como un rojizo pétalo vencido al viento de la primavera, en el vientre del hombre. El sedoso cabello negro, planchado y lujoso, suave y delicado se deslizó por su pecho mientras su ombligo era besado con un final húmedo a modo de lengua deslizándose por el bajo vientre.

Se incorporó para poder cruzar la mirada con él.

“¿Todo bien, guerrero?”

“No está mal, dama”

Apartó la sábana y un pene gigantesco le golpeó en la barbilla, sin duda no lo esperaba tan descomunalmente grande.

“¡Guau!, ya veo que tienes un buen sable para defendernos”

Jaime rió mientras ella miraba su polla sosteniéndola a la altura de los huevos para mantenerla bien vertical; con el pellejo siendo vencido por el capullo rojo.

“¿De este arma se ha beneficiado mi pequeña?”

“Algunas veces, ya sabes la soledad de la montaña…..”

Soltó una risita profesional, como la secretaria que recibe un cumplido a modo de chiste fácil de su jefe. La agarró entera, en mitad del tronco, con su mano derecha y la masturbó muy lentamente hasta dejar al capullo entero fuera.

“También vivías con tu madre, ¿no?”

“A ella también le daba lo suyo”.

Le miró con una mirada morbosa, la ausencia de sorpresa en sus pupilas sorprendió a Jaime.

“Guarrete……….”

Solo dijo eso, acto seguido se agachó de nuevo y paseo la lengua por todo el capullo, para después bajar y lamer hasta los huevos echando la polla contra el ombligo para tener más acceso a ellos.

“Uffffff estás muy cargado. Déjame ayudarte, mi guerrero valiente……”

Abrió la boca y la engulló. Fue una mamada muy viva e intensa. Su boca se acopló perfectamente y en sus largas batidas llegaba casi hasta el final. Lejos de sufrir las constantes fatigas que solía provocar lo extremadamente larga y ancha que era en las mujeres, Rosa emitía un continuo “ummmmmm” de placer que acompañaba toda la mamada.

No tardó en correrse. Justo antes de hacerlo la avisó con golpecitos en la cabeza. Entonces se levantó con el pene a punto de estallar en blanco. Rosa se colocó a gatas sobre la cama y anduvo a cuatro patas hasta llegar a la altura de la polla de Jaime, que esperaba de rodillas. Mientras él se daba fuerte ella lamió los huevos y el inicio de la polla para luego abrir la boca muy cerca del capullo. Con expresión risueña, los dientes muy blancos y la mirada clavada en los ojos de Jaime.

Apuntó a la boca. Gran parte de la corrida cayó directamente sobre ella, pero no pudo evitar mancharle la cara, el bello pelo, parte del camisón, hasta las sábanas y en el suelo de moqueta llegaron algunas salpicaduras.

El ohhhhhhhhhhhhhh inmenso de placer al correrse tan necesitadamente llegó a los oídos de Sara. La cual reaccionó tapando sus oídos con la almohada; como el niño que teme a la tormenta y espera así a que pase lo antes posible.

Cuando Rosa regresó de lavarse el semen Jaime ya la esperaba otra vez empalmado. Sentado en la cama con ganas de meterla en caliente y de catar los pechos de aquella bella milf.

“Ven acá Rosa, veamos a qué sabes”

Ella dejó caer sensualmente la bata roja de redecillas, mostrando sus pechos y una diminuta y coqueta braguita. Los senos parecían delicados, eran pequeños pero lo suficientemente abultados para defenderse honrosamente de miradas lascivas. Con la aureola pequeña y los pezones muy empinados. El cuerpo de aquella mujer era equilibrado y maduro. Vientre plano y caderas anchas y estilosas. Muslos de Diosa. Bonitos pies.

Ella se arrodilló sobre sus regazos, quedando su cuerpo vencido ante su cara en infinita verticalidad. Él la agarró por las nalgas y ella, para no caerse, colocó sus manos sobre los fuertes hombros de Jaime.

Los pechos de Rosa fueron lamidos, besados y mordisqueados a placer. Ella dejaba hacer todo cuanto quisiera, le ofrecía su cuerpo y se sentía muy excitada por ello.

Ninguno podía esperar más.

Sin cambiar de postura, Rosa se apoyó más fuerte contra los hombros y trajo hacia atrás las piernas, situándose en cuclillas sobre el joven. Luego le agarró la polla, apartó la poca tela que le cubría el coño y se clavó la punta. No tardó en acoplarse y empezar a botar sobre el fuerte y musculoso guerrero.

Los gemidos y chillidos de su madre taladraban los oídos de Sara, a la que ya no le valía el taparse con la almohada.

Jaime se agarraba fuerte a sus nalgas y a sus caderas, dando desde abajo en cada embestida. El pene penetraba a la perfección y ambos se fundieron entre sudores y placer. Ella intercambiaba gemidos de dama, chillidos de cerda y bufidos de perra. Él se sentía pletórico, potente y fuerte, dominando la situación pese al buen hacer de aquella gran hembra que le cubría.

La vida, al fin y al cabo, no era tan mala. Allí estaba Jaime, en una confortable y lujosa habitación de una mansión ubicada en la mejor zona del área metropolitana de la gran ciudad. Follándose a una mujer como las de las películas pornográficas que veía antes del suceso. Y su espectacular hija adolescente deseosa de estar allí siendo ella la follada. Jamás habría soñado con algo así en su anterior vida. Podría dar gracias al fin del mundo.

Ahora Jaime rompía el culo de su madre, con ella tumbada boca abajo y el trasero muy empinado hacia atrás, cuando Sara quedó vencida al sueño. Se durmió oyendo los gemidos de su madre y los berridos de oso que emitía Jaime para intentar retrasar todo lo posible la segunda corrida.

Entraba desde arriba, taladrándola con sus zarpas posadas sobre su espalda. Se quitó por miedo a acabar en ese momento. Rosa se quedó gimiendo en voz baja y sensual, empinando más el culo y meciéndolo de lado a lado. Se sentía llena, mujer, como nunca antes se había sentido en su vida.

Jaime la contempló. Elegante figura, morena de piel; debería tomar el sol un rato al día; presumida a pesar de las circunstancias. El trasero se lo pedía, así que dio un azote. El cual se correspondió con un gemido gustoso y aliviado de su sorprendente amante. Dio otro más fuerte, ella enloqueció.

“Ummmmm sihhhh, mi guerrero. Vamos ven a follarme. Soy Rosa, tu putita, ummmmm ¡¡¡ven a darme fuerte, cabrón!!!”

Jaime se situó otra vez detrás, colocándose de rodillas. La levantó por el vientre hasta que ella quedó a cuatro patas acoplada delante suya.  El pollón se clavó en el coño, rozando las paredes, imprimiendo un extra de gusto. Ella la sentía más cálida e hinchada. Puso las manos por debajo hasta tocar sus huevos cuando la tenía metida entera. Los acarició y les hizo cosquillas con sus largas uñas.

“Ummmmmmmm Jaime, estás cargadísimo. Y eso que antes descargastes mucho”

Jaime no respondió. Se dedicó a clavarla con fuerza buscando correrse.

“Ummmm eso , eso mi macho valiente. Córrete dentro, inúndame”

Como si la lava fuera blanca y espesa; el interior de Rosa quedó abrasado por el fruto del sexo sin amor.

Quedaron dormidos desnudos, tapados con el edredón nórdico. Aquellas paredes jamás habían rebotado gemidos tan placenteros y verdaderos; ni antes del fin del mundo ni después.

Unos ojos se abrieron borrosos. Una luz arriba y dos cabezas asomándose. Las cabezas hablaban, no acababa de enfocar bien para ver sus fracciones. No entendía lo que le decían. Pestañeó fuerte y nada, de nuevo otra vez.

“Tranquila estás bien, ahora todo pasó, estás a salvo”

Por fin pudo ver. Una joven de unos treinta años miraba con dulzura, a su lado un hombre de más o menos la misma edad mantenía el ceño fruncido.

“No te asustes; ellos iban a devorarte. Te hemos operado, volverás a andar en menos de lo que imaginas”

Miró alrededor asustada hasta verse reflejada en un espejo situado ante una ventana. María quiso preguntar pero no pudo articular palabra, tenía la boca demasiado seca. Sabía dónde estaba, la marca del hotel más lujoso de la ciudad, situado en todo el centro histórico, no dejaba lugar a dudas.

“Hotel Primicia” Logró decir.

“Eso es”, dijo la joven. “Yo soy Olivia, la médico que te ha curado las piernas. Él es Juan, uno de los que te salvaron de haber acabado como la merienda de un grupo de muertos”

María sonrió. Si ese era el cielo Dios debía ser un puto bromista.sex-shop 6

 

Relato erótico: “MI DON: Iris – Orgías con 3 universitarias (14)” (POR SAULILLO77)

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me darías 2Hola, este es mi 14º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Sin títuloMi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a ls escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de instituto tirándome a todo lo que veía.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Cierro una serie de relatos que detallan los últimos 5 meses de instituto, debido a la cantidad de información y a que muchas de las relaciones relatadas se sobreponen unas con otras en el tiempo, y pueden cambiar de género, los divido, con aclaraciones previas de su contenido.

Bien , una vez relatado todo lo que merecía la pena respecto a las alumnas,  y  aunque pueda quedar un poco pesado en el tiempo y no avancemos, los siguientes 2-3 relatos serán de relaciones en el instituto,  en ese marco temporal de los últimos 5 meses de instituto, pero con profesoras o mujeres no alumnas, al menos no como tema central,  me estoy planteando si hacer  3,  si hacer 2    poniendo la guinda con el relato de mi graduación al final de curso como 3º, o si hacer 3 y aparte el de la graduación, aquello no se si guardármelo para mi disfrute personal. Os informare.

Vamos a jugar con el marco temporal un poco, entre otras cosas por que ya ni recuerdo en que orden ocurrió.

Si, con las alumnas era una casanova, y gane mucha experiencia y lo pase bien, pero me llego a resultar demasiado fácil, era  un depredador al que le ponían la carne despedazada y deshuesada en la cara, y yo quería cazar piezas vivas. Eli me enseño a hacerlo, echaba de menos la emoción, así que en determinados momentos fije objetivos de mayor edad, mas complejos. Obviamente no fue tan fácil ni logre, por mucho,  el numero de alumnas, pero ellas eran hamburguesas industriales,  yo quería restaurantes de 5 tenedores, y allí solo se va cuando la ocasión lo merece. Puedo mencionar que fueron 4 las que me folle, antes de la graduación, de las cuales extraigo las mejores, y otras 3 con las que tuve sexo sin penetración, y por miedo a represalias, no encontrareis el relato de mi directora de 62 años, que hacia el final de curso,  me chantajeo, y para no avisar a mis padres de mis andanzas mujeriegas me obligo a dejarme hacer una mamada y se quito la dentadura postiza para ello. Asqueroso, si,  pero una de las mamadas mas memorables, o el de la profesora de ciencias sociales, una feminista de por con la que había discutido durante años por su intención de reeducar en la superioridad de la mujer sobre el hombre, y me la termine zumbando solo por hacerla rabiar.

Esta es la historia de algunas de esas damas.

Como os he comentado, tengo un problema para cerrar el ciclo del instituto, tengo un historia aun por acabar y aparte la graduación, no se muy bien como afrontarlo, la graduación fue algo con lo que me encuentro aun hoy en día recordando con una sonrisa en la cara y no se si perdería su magia al recordarlo. Comenzaremos contando la historia aun pendiente, y luego veremos si cae o no la graduación.

Rebobinemos hasta el principio, hasta la vuelta de vacaciones con Ana, mi “prima” aun en la cabeza después de su vuelta a casa y su promesa de regreso, en esas primeras semanas en que no sabia muy bien que hacer  y todavía no enfile a las alumnas del instituto, os dije que mis padres me dieron un toque por los estudios, era el ultimo curso y pese a que mis notas no eran malas querían que acabara con buena nota, pero entones llego Marina,  Rocío y las demás,  mi cabeza no daba para todo, mas aun al conocer a mi Leona, en casi todas las asignaturas iba de 7 para arriba, en historia casi llegaba al 9, pero las putas matemáticas y las ciencias me bajaban la media, así que mis padres decidieron ponerme un profesor particular, de refuerzo,  una hora los lunes y otra los jueves, buscaron pero muchas era muy caras o ya estaban ocupadas. Al final encontraron a una profesora libre, que no cobrara mucho, quedamos en mi casa, ella se presento, era una universitaria de 24 años, se llamaba Iris.

Iris, la profesora particular.

Mientras ella comentaba sus referencias y su forma d trabajar a mis padres, o lo que cobraba, yo la miraba abstraído, mi mente no estaba allí,  de inicio no me fije en ella, vestía con ropas amplias y era de lo mas normal que te podías echar a la cara, solo me fije al mirarla a la cara al despedirnos, llevaba bufanda y gorro amplio con unas gafa-pastas grandes, pero se adivinaban unos preciosos ojos verdes,  yo tenia la cabeza perdida en unas cuantas mujeres así que no le di mas importancia. Concertamos el horario y los días, yo desestime algunos días que tenia como fijos con algunas chicas, como los viernes con Rocío, así que ella vendría a nuestra casa a ayudarme. Las primeras clases fueron de adaptación y de pruebas, quería ver mi nivel y salvo quitarse el abrigo y el gorro,  se dejaba toda la ropa amplia puesta, y no dejaba nada a la vista, tenia el pelo corto, los suficiente para hacerse una coleta corta,  pero que no le pasaba de los hombros, era morena con el pelo lacio y ondulado. Se sorprendió mucho al ver mi buen nivel, como seguía bien sus explicaciones y aprendía,  se esperaría a un grandullón bobalicón, un cazurro,  y se encontró a un chico listo,  que simplemente era muy vago, hacia los ejercicios  que me enseñaba con su ayuda, luego hacia un par solo y como ya me salían remoloneaba, ella se cabreaba un poco, de buen rollo, por que no seguía haciéndolos hasta que me salían sin equivocarme, ( seriamente, no se vosotros,  pero visto con el tiempo, las ecuaciones de 3º grado o los enlaces químicos no me han servido para una mierda en mi vida, y lo intuía por entonces),   así que no me molestaba demasiado,  y gracias a mi afabilidad lograba terminar casi todas las clases charlando con ella de la universidad. Me comento que necesitaba el dinero para terminar de pagarse la carrera de magisterio, y que venir hasta mi casa se le hacia muy pesado, así que quedamos en que yo fuera a su casa, me pillaba de camino a casa, vivía en un piso de estudiantes con otras 3 chicas, a las que casi no vi, universitarias cachondas que se pasaban la tarde fuera,  de cañas. El primer día que las vi, o mejor dicho ellas me vieron, se presentaron muy atrevidas y juguetonas, apoyando sus manos sobre mis hombros y preguntando quien era aquel “yugurin” a Iris,  mientras se sentaban en al mesa del comedor donde estudiábamos, me las quitaba de encima y las sacaba de allí, como una madre protegiendo a su cachorros de los depredadores,  cada vez que salían de sus cuartos y se agregaban a nosotros, inocentes  ellas, no sabían que el autentico peligro de esa habitación,  era yo. Eran el opuesto una de la otra, una alta, esbelta  y rubia, la otra baja, con curvas  y morena, su actitud me llamo la atención y preguntaba por ellas a Iris, que se mostraba molestaba por que prestaba mas atención a aquel par de lobas que a ella, refiriéndose a los estudios. Durante el primer mes y medio de clases no me fije en ella de manera sexual, no me dio pie, y si sus amigas, pero mas allá del juego, yo estaba mas que colmado.

No fue hasta que me harte de Rocío, y perdí  Karin por culpa de la loca de Marta, la monja entrometida, que mis miradas pasaron de cariño y diversión, como si fuera una hermana que me ayudaba con los deberes, a verla con los ojos de la fiera que llevaba dentro, supongo que fue algo que paso con el roce y el tiempo, realmente me caía bien, era un ángel de mujer, pero yo recuerdo claramente el día en que decidí tirármela. Ya la relación era de amigos, y ella me pedía que la subiera cosas de la calle a su casa, como bolsas de patetas o refrescos, cuando subía me las pagaba pero yo no aceptaba y jugábamos a  que ella me metía el dinero en la ropa  sin darme cuenta, y yo al darme cuenta,  devolvérselo sin que se diera cuenta. El calor ya apretaba en Madrid y era un piso sin aire acondicionado, de forma progresiva ella cada semana iba mas cómoda y fresca, y por lo tanto enseñando mas piel, en mi cabeza ya pasaban imágenes de ella vestida, adivinando antes de que me abriera la puerta como iría hoy, llevaba casi siempre pantalones bombachos anchos y se los remangaba de forma poco erótica pero que me gustaba, y de sus blusas y jerseys kilométricos no volví a saber, camisetas, casi de hombre,  pero recortadas o con agujeros, que el quedaban holgadas, se le veía el sujetador por uno de sus hombros,  o cuando se movía a través de las mangas se adivinan su costillas, llego el día en cuestión, me pidió que subiera algo de beber para ella y para mi, ya que se habían bebido todo en casa debido al calor, era cierto, su casa era un horno, yo iba en camiseta holgada y en pantalón de chándal con cremalleras a los lados, ligeramente abiertas para refrescar las piernas, las 3,  pero no ayudaba y llegando a volver a casa un par de días con escozor por el sudor y la licra, decidí de forma inocente ir sin sujeción, solo en el pantalón. Fue una mala idea, o buena, pero no fue intencionada, lo supe nada mas abrir la puerta, Iris estaba agachada apretando su bolso contra su estomago buscando el monedero para darme el dinero, pero lo que yo vi fueron sus tetas por el agujero de la cabeza de la camiseta, aprisionadas bajo el sujetador, moviéndose con ella, nada exagerado,  pero si bonitas

-IRIS:  no me mires así, no llevas bolso,  no sabes los que cuesta encontrar algo aquí jajajajajaja- debió de darse cuenta de cómo la miraba por que haciéndome pasar, y dejo de hacerlo- luego te lo doy, no me dejaras el dinero en la cazadora como el otro día, hoy no llevo jajajja.

-YO: ya veo, vas muy ligera.

-IRIS: y que quieres, ya sabes el horno que es esto, es como vivir en una estufa, en fin, dame algo de beber antes de dejarlo en la nevera.- bario la bolsa y me miro como todos los días, ella me pedía latas sueltas y yo traía varias botellas grandes- eres incorregible, vivimos de ti, no puedo consentir que nos compras la bebida todas las semanas.- dio un trago largo.

-YO: ya lo compensan tus amigas con sus juegos jajaja, ¿están hoy?- pregunte como casi siempre, pero esta vez no era por jugar con ellas si no por saber si estabamos solos.

-IRIS: mira al tontorrón como le gusta que le adulen, pues no hoy estamos solos, anda bebe un poco- lo dijo ofreciéndome de la botella que acababa de abrir y de la que había separado sus labios hacia nada. Le di un trago queriendo saborear aquella boca. Al devolvérsela la cerro y se puso la botella fría en el cuello para refrescase mientras iba a la cocina a dejarlas, mi cabeza se puso en automático y pensó que aquella botella en su cuello seria un símil a mi polla al lado de su cara.

Nos pusimos a repasar deberes que me mandaban, ya no me enseñaba, solo se aseguraba de que hiciera los deberes bien, y en media hora tenia todo acabado. Ella se sujetaba el pelo con una mano por detrás mientras se abanicaba con mis apuntes, de vez en cuando se incorporaba a mirar como los hacia, yo miraba de reojo su cuerpo, realmente le disimulaba mucho la ropa de invierno, y me di cuenta de golpe, que aquella mujer era guapa y estaba buena, no es que no los supiera, pero no caí en ello hasta ese momento, que tenia un cuello espigado, un hombro suave y una cara preciosa, coronada por 2 ojazos verdes. Me saco el trance ella llamándome por que me había quedado tonto mirándola a los ojos.

-IRIS: ey, donde estas, venga termina.- me daba en el hombro con la mano.

-YO: esto……si……..perdona……me he perdido…………..joder vaya ojazos tienes ¿no?- lo solté sin mas, realmente me lo parecían

-IRIS: jajajajja muchas gracias Raúl, pero adulándome no te vas a librar de acabar las integrales, venga sigue que voy a por algo de beber, ¿quieres algo?

-YO: si anda tráeme algo que me estoy abrasando aquí.- el calor ya no solo era la habitación, era yo y mi polla reaccionando.

Cuando se fue trate de colocármela disimuladamente, por si se deicida despertar del todo, pero sin slips, era como poner diques  al mar,  intente cruzarme de piernas pero nunca lo he logrado así que me puse una pierna encima de otra, de forma disimulada pero incomoda. Ella no ayudo nada, trajo la botella  de refresco apoyada en su cuello, y mientras nos servia en un par de vasos, vi gotas que supuraron de la botella,  caer sobre su cuello, me bebí el vaso del tirón esperando que apagara algo dentro de mi, pero la muy………lista, se había triado un bolsa de guisante congelados y se la ponía en la nuca o en el cuello o llegaba a metérsela en el pecho por debajo de la camiseta. A duras penas me concentraba en los ejercicios, y por ende cometía algún error y ella se pegaba a mi para corregiremos, se ponía en pie detrás de mi señalándome los errores y yo solo podía pensar en la camiseta que me rozaba la espalda y en esos pechos a escasos centímetros, acabe los ejercicios dando gracias a dios,   aquella tortura finalizo , su hubiera sido sepia hacia minutos que hubiera cantado, sudaba de calor y de sofoco,  mi polla estaba medio tiesa y no podía moverme para que no se notara, en una posición incomoda. Se calmo todo al terminar los ejercicios y nos quedamos charlando como siempre, suspire de alivio,  cuando creía que había pasado el peligro llegaron las compañeras de piso con 2 tíos pegados a su culo, gritando y montando fiesta, como habíamos acabado Iris dejo que estuvieran allí y riéramos con sus tonterías, parecían algo borrachas, y las frases que decían eran subidas de tono, un mal menor si no se hubieran puesto a besarse y acariciarse entre ellas,  mientras los 2 tíos las admiraban. Iris las llamaba de guarras para arriba, que solo hacían eso por excitar a aquellos tontos, y siendo cierto, a mi también me la pusieron dura, pero como las miradas iban en dirección a ellas,  estaba tranquilo. Las palabras de Iris las enfadaron, la acusaron de frígida y de que yo también estaba empalmado, yo en silencio reía disimuladamente, como no queriendo formar parte de aquello, pero se me noto demasiado y las compañeras se reían mientras se daban a razón a si mismas, la mas alta se dirigió a mi y me dijo que me pusiera en pie para que lo viéramos todos, yo me negué de plano, si lo hacia se vería la tienda de campaña que gastaba,  la muy zorra me metía mano para aseverarse, pero mi poción incomoda la mantenía oculta, pero en uno de los amagos se me desdoblaron las piernas y quede expuesto a la mirada de ella, su cara se quedo blanca mientras me tapaba con la mochila recogiendo a 1000 por hora, por que lejos de callarse, empezó a gritar que la tenia enorme y que vaya pedazo de polla, ante el silencio de todos, o casi, ya que la otra compañera pedía verla también. Iris estaba roja de risa creyendo que era una broma, y yo de vergüenza, fue la 1º vez desde hacia mucho que me veía vulnerable, que aquello no estaba planificado ni pensado, que se habían dado cuenta sin que yo quisiera, de la furia termine de recoger entre risas y al levantarme di con la polla en la botella abierta,  tirándola sobre la mesa, me dio igual que se hiera el absoluto silencio y la mirada de todos se clavara en mi mástil, incluyendo los ojos verdes de Iris,  salí de allí a la velocidad de la luz.

Recibí un par de mensajes de Iris pidiéndome disculpas y que volviera al siguiente día, lo recibí mientras me estaba follando a mi Leona, lleno de frustración,  le regale una de las mejores folladas que recuerdo, pero mi cabeza estaba clavada en que no quería que eso hubiera pasado, querría rebobinar el tiempo y ponerme unos putos slips, pero no podía, y con el paso de unos días mi cabeza se clamo, y mi Leona lo agradeció, decidí volver, orgulloso de mi, al fin y al cabo, solo sabían que la tenia grande. Durante las siguientes clases ella se quería mostrar amable pero mantuvo una rigidez muy profesional como los primeros días, dejándome claro que sus amigas no se pasarían,  pidiendo disculpas por su comportamiento. Todo parecía normal, pero no lo era, obviamente me puse los slips por seguridad pero su mirada, sus preciosos ojos verdes inocentes y llenos de cariño se desviaban a mi entre pierna. Ya estaba perdida, le picaba la curiosidad, más aun cuando alguna vez al salir de su casa me cruzaba con las compañeras de piso y me decían,  gritando obscenidades,  que tenia a Iris chorreando por las esquinas, y que necesitaba un polvo mío con urgencia. Si tenia que ser, que fuera, ya se había roto la magia, el chaval bueno e inocente que quería ser con ella se difumino, ahora me la quería follar, y si era posible a sus compañeras de piso también, tenia para todas, quería hacerse desmayar a pollazos a aquella rubia que arranco la poca inocencia y bondad que quedaba en mi vida en ese momento.

A la siguiente clase acudí sin mochila, con pantalones cortos y sin slips, cuando abrió la puerta clavo su mirada en mi, y yo en ella, mi mirada era segura y pasional.

-IRIS: ¿y los libros?

-YO: no vengo a que me des  clases, vengo a darte lecciones.- cerré la puerta y la cogí en bolandas llevándola al sofá,  dejando que mi polla creciente fuera percibida por su piel a través de la ropa.

-IRIS: ¿pero que haces?-  lo dijo alucinada.

-YO: te deseo, quiero hacerte el amor aquí y ahora, y se que tu también quieres, dime que no, mírame a los ojos y si me dices que no quieres, me daré la vuelta y me iré, esto no habrá pasado, pero se que no lo harás.

-IRIS: ¿y por que lo sabes?- lo dijo mordiéndose el labio, gesto por el que sonreí,  dejando pasar unos 20 segundos.

-YO: por que estas agarrando mi polla desde que te he cogido – había llevado su mano a mi pene desde el inicio, mas como para frenarme que como admiración, pero no la había soltado en ningún momento, ni cuando movía mi cadera suavemente.

-IRIS: fóllame. – me lance a besarle, y ella correspondió (Fue casi el polvo mas sencillo que me gane).

Ella agarro mi cara mientras cogíamos el ritmo de los besos del otro, mientras yo metía mis manos por debajo de su cuerpo, acariciando su riñones y tirando de ella hacia mi, estaba de espaldas tumbada en el sofá, conmigo entre sus piernas cargando mi peso sobre ella, mi polla dura palpitaba entre nuestros cuerpos, era una maravilla besarle, no por que hiciera nada especial, si no por que lo hacia con los ojos abiertos, y el verde  de sus pupilas me volvía loco, así que fui bajando mis besos por su cuello, allí se retorció de placer, era una chica normal y los besos en el cuello la derretían, así que trabaje esa zona hasta que ella comenzó a acariciar mi miembro por encima de la ropa, ya no solo la sujetaba si no que jugaba con ella, y estaba ya como una estaca. Baje mis manos hasta los pantalones anchos que tenia y levantando con un brazo su cadera, los fui sacando a tirones, sin dejar de jugar como mi boca en su cuello, cuando salieron la levante de la piernas y le saque los pantalones, me quite la camiseta y se la quite a ella, ante mi quedo una belleza de mujer, con unas bragas moradas oscurecidas en la zona de su vagina por la humedad de mis caricias y un sostén a juego, morado con adornos blancos por encima, me lance de nuevo a su cuello mientras mi mano se metía por dentro de las bragas, estaba rasurada al 0, así que sin impedimentos llegue a su coño, y lo acariciaba por encima, mientras ella me abrazaba y apretaba la cabeza por el pelo, tirando de el cuando metí mis dedos en su interior, estaba tan mojada que no hubo impedimento alguno, y colocando los dedos en posición ensayada, acelere el ritmo de mi mano, sus gemidos aparecieron,  acompasados con el compás de mi mano, a los 10 minutos, cuando mi mano ya sonaba  a chapoteo,  rompió en un orgasmo que casi la parte por la mitad, se movió como loca debajo de mi, pero seguí de nuevo en la misma posición, quería sacarla el 2º antes de empezar la fiesta de verdad, se desabrocho el sujetador dejando sus tetas al aire, como me las había imaginado, nada exageradas pero bien colocadas, deje su cuello un rato por trabajar sus pezones con mi lengua, estaba duros y tiraba de ellos como mis labios, cuando no estaba lamiéndolos o chupándolos. A las 5 minutos se volvió a correr cayendo del sofá al suelo de las sacudidas, pudo hacerlo al quitarme yo de encima para bajarme los pantalones y sentarme en el sofá masturbándome,  viendo como aquella universitaria retomaba el aliento, cuando se repuso bastante casi se le salen los ojos verdes al verme la polla, gateo para ponerse a mi altura y cogerla con las manos.

-IRIS: dios mío, mi compañera no mentía, es una bestialidad.- lo dijo mientas masajeaba suavemente.

-YO: pues mas vale que me la chupes hasta que me corra, por que como te folle ahora te rompo por la mitad.- mis palabras era diseccionadas, y ciertas.

Ella se lamió la mano y escupió mi polla, cosa que me sorprendió, eso era de categoría alta, y mientras comenzó a masturbarme lamía mi miembro de la base a la punta, haciendo chancho con la lengua al terminar en mi glande, cuando estaba bien mojada se la metió en la boca, sin dificultadas,  mas de media polla, aquello ya era nivel superior, se lo había pasado bien de mas joven,  di las gracias a dios  dejando mis manos en su cabeza,  la deje chupándomela mas de 40 minutos, de vez en cuando paraba a coger aire, las babas eran abundantes, lamía mi tronco como un posesa y se la volvía a engullir, la trabajo bien hasta lograr mi corrida, la avise y con unas servilletas evito manchar pero no evito que alguna gota de semen fuera a su cara.

-IRIS: casi me desencajo la boca aquí, venga, vamos a mi cuarto, que van a  venir estas y allí tengo condones.- se levantó cogiéndome de la mano, pero yo tire de ella hasta sentarla encima mi,  de espaldas con mi polla sobresaliendo entre las suyas.

-YO: tranquila, me opere de vasectomía, te voy a follar a pelo aquí mismo, quiero que ellas vengan y lo vean.- lo dije mientas volvía a su cuello, quiera tenerla de mi lado

-IRIS: no seas animal, no quiero que me ven así, anda vamos al cuarto.

Me pareció normal pero mi cabeza ya maquinaba, la levanté y sin sacar mi polla de entre sus piernas la seguí hasta su cuarto, la tire en la cama y la abrí de piernas, me tumbe a la altura de su ingle para comerle el coño, dios,  se me deba genial, trabajaba el clítoris de forma segura mientas mis dedos buscaban su punto G, con ella retorciéndose me asegure de que se corriera para tenerla lubricada, y una vez logrado y con mi polla ya tiesa de nuevo, me puse de rodillas y acerque su cadera a la mía, moje la punta del glande con sus fluidos y haciendo presión metí mi polla en ella, note como se iba abierto, llevaría tiempo si follar, pero con un par de embestidas mas se la metía mas de ¾, ella al inicio solo abría la boca agarrando la sabanas de la cama con fuerza, cuando comencé a embestirla con rapidez gritaba de lujuria, la tuve así durante mas de 20 minutos, ya había pasado la hora y sus compañeras estarían por llegar, así que  cogí la postura en que mas soltura tenia, me tumbe y la puse a horcajadas sobre mi, la levanté la cadera y apoyando los pies en la cama, me la folle, de forma bestial, sin deja de acelerar el ritmo, aquella postura me hacia lucirme, podía aguantar mas de 30 minutos sin bajar el ritmo, y eso arrancaba orgasmos seguidos a las mas expertas, a aquella universitaria necesitada le saco 3 en poco tiempo.

Se oyó la puerta de fuera, y a las compañeras berreando, ella se cayo, no quería que lo hiciera así que subí el ritmo aun mas, pero cogió una almohada para taparse la boca, aquello no funcionaba quería que supieran lo que pasaba en esa habitación, la quite la almohada la di la vuelta y seguí percutiendo,  con ella mirando a la puerta dándome la espalda a  mi, cuando ya percibí su siguiente corrida pare en seco.

-IRIS: ¡¡¡por dios, ¿que haces?, sigue, no pares!!!!

-YO: no voy a seguir, quiero que grites.

-IRIS: no puedo gritar mas, me oirán.

-YO: eso  pretendo, o gritas que quieres que te siga follando o no sigo.

-IRIS: no me hagas esto por favor,  muévete, te haré lo que quieras pero sigue.- lo decía moviendo su cadera, le agarre el culo y la pare.

-YO: o gritas o te la saco y me largo.- pasaron unos segundos.

-IRIS: ¡¡¡¡SIGUE FOLLÁNDOME PUTO CABRÓN, ÁBREME EL COÑO CON TU PEDAZO DE POLLA, DESGRACIADO   MAL NACIDO!!!-  sujetándola de la cadera volví a acelerar de 0 a 100.

-YO: sigue gritando o vuelvo a parar.

Lo hizo, durante mas de 5 minutos,  el silencio de fuera contrastaba con las obscenidades que ella gritaba, aveces sin coherencia, se corrió pero no pare, seguí con mi pelvis encharcada de sus emanaciones, con el chapoteo claro, y viendo en un espejo la cara de desesperada lujuria en su rostro, roja, congestionada, cerrando la boca apretando los labios y con cara de estar pariendo, con sus preciosos ojos abiertos sin parpadear, pidiendo clemencia con la mirada. No se la di, el silencio paso a  nuestra habitación,  salvo por los golpes de mi pelvis, ahora oía claramente como las compañeras estaban al otro lado de la puerta.

-YO: podéis entrar a  mirar.

Se hico el silencio, a los pocos segundos se abrió la puerta, lentamente y se cerraba de golpe, como si 2 fuerzas incidieran sobre ella, una quería entrar y la otra no, al final entro de golpe la rubia, y detrás la morena, se quedaron atónitas, al  ver como mi polla enrome salía y entraba de su compañera,  de mis movimientos fuertes y veloces,  de la cara de ella, desencajada,  mirándolas con cara de suplica,  con la tetas sin legar a botar debido a la velocidad que le imprimía, se quedaron allí mirando un minuto, la morena se fue, la rubia se acerco, se desnudo y se puso a la altura de Iris, besando y bajando por su cuello, eso solo acelero el proceso y se corrió de nuevo cayendo agotada a un lado de la cama, hecha una bola, entonces vi el cuerpo de la rubia, era lo que se conoce una tabla, no tenia curvas, mas que tetas, picaduras de avispa y sin cintura, me daba igual, estaba allí para castigarle por arruinarme la magia, me alce, la cogí en volandas y la aplaste contra la pared,  besándonos, la abrí de piernas y metí mi mano allí,  hasta hacerla correrse, entonces la puse colgada del aire abierta y dirigiendo mi polla se la enchufe sin piedad, estaba mucho mas abierta, y dejándola caer contra mi la empale, subiendo y bajándola sin descanso, haciéndola gritar barbaridades mientras Iris se recuperaba a duras penas, a los 20 minutos ya tenia a la rubia de orgasmo en orgasmo, estaba un poco fuera de mi, la baje la di la vuelta y volví a empalar el coño por detrás, con cada golpe la hacia rebotar contra la pared y al volver hacia mi la volvía a empujar, al cabo de una hora, me corrí dentro de ella sin avisar,  queriendo castigar. Al descabalgarla cayo redonda al suelo, ida, al darme la vuelta Iris seguía echa un bola y allí estaba la morena abierta de piernas desnuda metiéndose un consolador por el coño como una posesa, no sabia ni cuando había entrado.

-YO: anda quítate esa mierda,  que te va a follar un hombre de verdad, aquí hay  para todas.- me obedeció.

Me pues entre sus piernas, y admire a aquel retaco con curvas, tenia un par de tetas grandes que agarre, y metiendo mi polla de golpe, la fui embistiendo hasta casi meterla del todo, con cada golpe ella iba elevándose sobre la cama, lo hice hasta que su cabeza daba con la cabecera de  la cama, pero sin parar,  aguanto 30 minutos hasta correrse, allí la di la vuelta y la puse a 4 patas, para volver a hundirme en ella, no aguanto ni 20 minutos hasta  rendirse,  su torso cayo a la cama y seguí penetrándola hasta volver a correrme, de ella perdí la cuenta, la empuje hacia un lado,  me senté recostado sobre la cabecera, roto de sudor y cansancio,  lleno de fluidos que no eran míos  en la pelvis. La imagen era aterradora, había pasado un huracán por allí, Iris seguía hecha un bola tratando de consolar a la morena que estaba llorando,  llevándose la mano al coño, la rubia andaba a gatas por la habitación buscando donde apoyarse, me ofusque de nuevo y fui a por ella, la subí a la cama y mojando mi polla en su boca, la di la vuelta y apreté contra su  ano, sin preguntar, no debía de ser virgen por allí por que mi polla entro sin dificultad pero cuando volvió  mi ritmo infernal,  sacaba gritos ahogados, llevando una de mis manos a su coño, y masturbando a la vez, estuve así otra hora,  hasta volver a correrme dentro de su culo, habiéndola echo desmayarse casi al final.

 Lo había logrado, me fui a la cocina y traje una botella de refresco, que me bebí sentado en una silla, mirando a aquellas 3 universitarias rotas y  llenas, la morena lloraba mientras que Iris la consolaba con gestos torpes y la rubia permanecía inconsciente con el culo en pompa, abierto.

-YO: pues así va a ser todos los lunes y jueves, a la mujer que me encuentre aquí,  recibirá su parte.

Me duche, me vestí y me fui oyendo como la morena lloraba, dios, me había pasado, pero estaba enfadado con lo que me hicieron pasar, casi no llego a 3 horas y hacia “partido” a 3 mujeres, me di cuenta del esfuerzo titánico de mi Leona, ella aguantaba 5, 6 o 7 horas hasta llegar a ese punto, es mas, me llevaba a mi a ese punto. Pensé en que ante tal brutalidad solo una o ninguna volvería a presentaría allí, pero era su casa y yo tenia que ir a “dar clases”, cuando legue vi que solo estaba Iris, me sentó y charlo conmigo.

-IRIS: oye, se que el otro día se nos fue un poco de las manos, te pedimos disculpas.- ¿ellas a mi?- no estabamos preparadas y, dios, eres una animal, follas como una bestia y tienes la polla mas grande que hayamos visto, como yo,  la rubia quiere seguir,  esta en mi cuarto, pero la morena no puede, lleva en trance desde que te la tiraste, ha ido al medico y le han dicho que tiene un leve desgarro vaginal.

-YO: dios, lo siento, me calenté demasiado, ¿esta bien?

-IRIS: si, no es nada grave reposo y un par de días estará bien, pero, entiende que no quiera seguir.

-YO: lo hago- me levante, la cogí de la mano y la lleve a su cuarto, la tire en la cama donde ya estaba la rubia, y me desnude- venga fuera ropa y vamos a follar en serio.

Se les ilumino la cara, la primera media hora me la chuparon entre las dos, que lujuria, los ojos verdes de Iris llamaban la atención sobre todo, estando ya como un piedra me tumbe boca arriba en la cama y me puse a la rubia con el coño en la cara, masturbándola y comiéndoselo como un genio, mientras que Iris se empalo ella sola mi polla, estaban cara con cara y se besaban y acariciaban mientas yo las penetraba con mi polla a una y mi lengua a la otra. A  los 20 minutos, Iris se corrió 1º, al poco,  la rubia lo hico en  mi cara, a esas altura le metía un dedo por el ano mientras chupaba su interior, cayo rendido hacia delante chupándome la polla según se la saco Iris, la deje así chupándomela mientras Iris se dio la vuelta y buscaba mi cara con sus labios, yo atacaba con la boca su cuello mientras una mano buscaba su clítoris, seguimos así un buen rato hasta que las caricias de su lengua me sacaron una corrida fuerte, esta vez no se la saco y se trago mi semen, para darse la vuelta y quedar una mujer a cada lado reposando sobre mi pecho.

-YO: ya hemos calentado, ahora a follar.

Me puse a Iris encima y cogiendo mi pose mas lucida me tire media hora arremetiendo sin parar hasta sacarla 3 orgasmos, el ultimo una fuente que me baño, no fue problema por que la rubia me lamió entero hasta dejarme limpio, la puse a 4 patas y se la metí por el coño, hasta el fondo  con el paso de los minutos, metiendo mis dedos en su ano y con Iris debajo de ella, besando y chupándola por todo el cuerpo, me canse de su gimoteos y volví a castigar su ano, le metí la polla de golpe y la arranque un grito de dolor, pero sin parar,  los fui convirtiendo en placer, para después en silencio,  volver a quedar ida, era un cuerpo inerte así que se la saque, atraje la cadera de Iris y la volví a penetrar, cargando todo mi peso sobre ella y sin dejar de trabajarla el cuello mientas me rodeaba con sus piernas, agarraba su tetas como apoyo, estaba fuera de mi de nuevo, la arranque varios orgasmos mas hasta que volvió su cara de desesperación, me pase la siguientes 2 horas intercambiándolas por turnos  y llegué a montar a una encima de la otra e ir penetrando alternativamente,  de una  a la otra, la rubio volvió en si, así que la perfore el ano de nuevo hasta volver a dejarla ida. Iris aguanto una corrida más y se fue al país de las maravillas con su amiga cuando golpeaba las últimas veces de mi 3º corrida.

Salí a beber algo en pelotas y me encontré a la morena tumbada en el sofá masturbándose, no se cuanto llevaría allí pero debía de haber oído los gritos de los 3 en el cuarto.

-YO: es bueno que hagas eso con lo que te paso.- me miro con lujuria,  se puso de rodillas y me la chupo allí mismo, me controle y deje que siguiera hasta correrme en su boca, no quiera volver a desgarrarla.

Al volver al cuarto estaban las tres ya allí,  desnudas,  retocando unas con otras, me metí en medio, y entre caricias, Iris me rogó que estrenara su culo, lo hice con el cuidado  las enseñanzas que me habían sido concedidas, y sacándola lagrimas al inicio, logre que en una hora se moviera como una gata en celo, mientras la rubia y la morena se daban un festín lésbico a nuestro lado, cuando Iris se rindió, ataque a la rubia por el coño, la daba como toda mi fuerza penetrándola casi toda, mientras ella intentaba seguir chupando el coño de la morena, era difícil con las embestidas que le deba, logre que se fuera al país de nunca jamas, así que la aparte y ocupe su lugar entre la piernas de la morena hasta sacarla varias corridas con mis dedos. Estaba tieso y solo quedaba la morena en condiciones, pero con su desgarro no era una opcion, me puse encima de ella y cogiendo sus buenas tetas me hice una cubana con ellas de campeonato, rozaba mi glande con sus pezones, le golpeaba las tetas con mi rabo mientras ella jugueteaba con ellas, cuando se metía entre sus tetas, aun perdiéndose entre sus pechos,   cuando hacia el vaivén,  mi polla la daba en la boca, así que chupaba el glande cuando pasaba por allí, pasado un tiempo me corrí en su cara y por todo su pecho. Me tumbe rendido y las 3 se me abrazaron, no se muy bien como, nos quedamos así unas horas, antes de irme me volví a tirar a las 2 y masturbé a la 3º hasta lograr una ultima corrida de todas y la final mía,  follándome como un animal salvaje el culo de Iris, pero de cara a mi, con sus ojos verdes abiertos como platos.

Durante las siguientes  clases nuestras orgías fueran iguales, solo cambio que, curada ya, me tiraba a la morena también,  la abrí el culo como a las demás,  y que ellas se compraron una especie de doble polla, un consolador enorme que con un arnés que se ajustaba, una quedaba con un lado de la polla dentro y por el otro como una polla de tío colgando, así podían penetrar entre ellas  mientras yo me centraba en una, lo mejor era que tenia un agujero por detrás, así que hicimos un tren, yo me tiraba a la del arnés por detrás, mientras ella se tiraba a una, y esta le comía el coño a la ultima, con ayuda de otro consolador, las sesiones no era ni cariñosas ni con amor, era follar sin mas, sin detalles, era sexo solo por el placer de hacerlo, me ayudo que generaran cierta resistencia a mi pollazos y no tener que ir intercambiado según se iban a un plano astral diferente.

————————————————

Yo me había convertido en una maquina de follar, los lunes y jueves con estas 3, los martes cayeron Marta la monja  y alguna chiquilla de las que se dejaban follar, lo miércoles se los dedicaba a las que la chupaban,  siempre que no me tocaran Karin o Marina,  los viernes a Rocío y la aprendiz, y los fines de semana me iba con mi Leona. Durante el ultimo mes y medio del curso no deje de follar ni un solo día, y raro era el día que no caían varias mujeres.

Yo  era un cabrón, me daba cuenta, y me encantaba, tenia a todas comiendo de mi mano, hasta como os digo, hice que una profesora feminista convencida de la superioridad de la mujer, me la chupara como una cualquiera solo con decirla que me la ponía dura y llevarla la mano a mi paquete,  después de una discusión en  clase.

Llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mi años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne, a usar, y aquello,  que antes me hubiera parecido genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial.

Termino el curso con la graduación, y siento decir que,  o no se, o no quiero explicarles lo que allí paso, fue una de las noche mas memorables de mi vida y siento que si lo cuento perdería su magia, así que aquí cierro la serie de relatos de mi época del Instituto, quizá mas adelante encuentre el valor y las palabras para definir esa graduación,  pero hoy, no las tengo.

CONTINUARA……………….sex-shop 6

 

Relato erótico: “Viviana” (POR ERNESTO LOPEZ)

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portada narco3

Viviana

Sin título

Todo ocurrió hace bastante tiempo, yo tenía 23 años, vivía solo y me dedicaba a hacer trabajos de electrónica en forma independiente para ganarme la vida mientras estudiaba.

Una vecina del edificio, que tendría unos 10 años más que yo siempre me saludaba muy amable y sonriente. Un día me comenta que se le estropeó el televisor, si yo se lo podía ver.

Fui una tarde un par de días después, arreglé el aparato: era una pavada y me fui, no le quise cobrar. Me dijo: ¿Por qué no venís esta noche a tomar algo, así charlamos cuando el nene duerme? Tenía un pibe de 4 años que molestaba bastante.

Esa noche como a las 10 caí en lo de Viviana y me estaba esperando muy linda con una mini y un sueter apretado, me había comprado una camisa y unas medias como agradecimiento por la tele,
me preguntó que quería tomar, whisky contesté y no tenía, solo bebidas sin alcohol, tome un cortado.

Le pregunté por el nene y me dijo que ya hacía rato que dormía; me aclaró que una vez dormido nunca se despertaba, me contó cosas de su vida. Yo creía que estaba separada ya que siempre la veía sola, pero dijo que el marido era marino mercante y pasaba estaba varias semanas embarcado, así que venía a tierra una semana por mes en promedio.

Seguimos hablando amablemente de cualquier cosa cuando ella se paró para buscar algo creo y al pasar al lado mío me da un terrible chupón en la boca y se ríe con cara de pícara.

Está de más decir que a los cinco minutos estábamos cogiendo como dos perros calientes en el sofá del living, creo que ni nos terminamos de sacar toda la ropa, realmente mucho no me acuerdo de ese polvo porque fue mucha la calentura.

Cuando me había invitado yo ya había imaginado que esto podía pasar, pero al darme un regalo pensé que era solo agradecimiento por el trabajo, así que cuando se dio estuvo muy bueno.

Ya era bastante tarde, así que me lavé un poco en el baño, le di un beso y me fui a mi casa; le dije que a la noche siguiente la llamaba.

A la mañana siguiente, temprano, suena el timbre del departamento, totalmente dormido abro la puerta y me encuentro a Viviana con un paquete de facturas, me dice que viene a desayunar conmigo.

Ella volvía de dejar al hijo en el jardín, pasó por la panadería y me vino a ver; la hice pasar al living y puse la cafetera eléctrica en la cocina.

Cuando volví al living se había quitado el tapado que traía (era invierno), estaba de pie, desnuda, sólo con medias, portaligas y un broche de la ropa en cada pezón.

No podía creerlo, se me puso la pija como fierro instantáneamente y me le fui al humo; ella me dijo: “soy una chica muy mala, lo que hice está mal y me tenés que castigar”

Me la quise coger allí mismo pero me paró e insistió en que se merecía una paliza; yo con tal de cogérmela era capaz de matarla, así que hice lo que me salió: me senté en una silla, la puse con el culo para arriba y le pegué algunos chirlos.

Ella me pedía a los gritos que le diera más fuerte y yo le daba cada vez más hasta que el orto se le puso bien rojo.

Ya me dolía la mano de tanto pegarle y me parecía que me iba a estallar la verga, me la quise coger de una buena vez, pero me volvió a parar, me dijo que si me la cogía se me pasaba la calentura y no le iba a seguir pegando (algo de cierto había porque si no hubiera estado tan caliente no creo que me hubiera animado).

Le dije que no, que seguiría caliente y le seguiría dando pero me pidió que me aguante y le pegue un poco más, que le de con un cinto.

Yo estaba sacadísimo, así que fui al dormitorio, agarré un cinturón de cuero grueso, cuando volvía estaba en cuatro, con la cara sobre el piso y el culo rojo al aire aun enmarcado en las medias negras y el portaligas.

Tenía la piel muy blanca, era rubia natural, algo gordita pero el culo era una belleza,
Me quede parado detrás de ella y le empecé a dar con el cinto bien fuerte, quedaban marcas más oscuras que el resto a cada golpe y ella disfrutaba como una yegua.

En eso se dio vuelta, se abrió bien de gambas y me exigió que le siga dando en la concha y en las tetas. Por supuesto que así lo hice hasta que empezó a los gritos y tuvo una acabada espectacular sin que nadie la tocara.

Entendí que ya había llegado el momento, me le tire encima, me eché dos polvos sin sacarla y ella seguía orgasmando sin parar.

Al separarme pude ver que le habían quedado muy marcadas las tetas y la concha rubia con poquitos pelos, era un espectáculo.

Me agarraron unas ganas de mear infernales, no había meado desde que me levanté y con la poronga todo el tiempo al palo no me había dado cuenta.

Me fui al baño, empiezo a mear y en eso Viviana entra, se arrodilla al lado del inodoro y mete la cabeza abajo del chorro de pis, con la boca abierta.

Cuando terminé de mear (como pude porque se me volvió a parar) se puso a chupar el borde del inodoro y lo que había caído para afuera, ahí nomás la agarré del pelo y se la hice chupar.

Se deleitaba y me la escupía bien, en pocos minutos le acabé en la boca y se lo tragó con mucho placer, desde el piso me dijo que todo lo que saliera de mi pija era muy rico y tenía que ser solo para ella.

Me dio hambre después de este agitado despertar, serví dos tazas de café y lo lleve al living para tomar con la factura que ella trajo.

Mientras desayunábamos me contó que casi no durmió, estuvo toda la noche caliente y se hizo varias pajas esperando que amaneciera y poder venir a verme, le pregunté si había pasado por su casa antes de venir y me dijo que no, se vistió así y así llevo al nene al jardín, para no perder tiempo, el saber que estaba en bolas debajo del tapado la calentaba más.

Mientras me contaba esto agarró un churro y se lo empezó a meter en la concha, lo metía un poco y lo sacaba, al rato se comió ese pedazo y volvió a hacer lo mismo hasta que lo terminó todo.

Por supuesto que ese espectáculo me motivó nuevamente y otra vez tenía la pija como piedra, me agradeció mucho y dijo que mi pija le encantaba, tenía buen tamaño pero sobre todo siempre estaba bien dura.

La hice ponerse en cuatro y le empecé a lubricar el orto con un dedo y saliva, me grito que no, que se la meta de una sin tanta vuelta, se la clave casi en seco, pego un grito pero creo que fue más de placer que de dolor.

La culié un buen rato mientras le seguía pegando en el culo, aunque más suave que antes, cuando acabé y se la saqué estaba un poco sucia de mierda como suele pasar, me la chupó hasta dejarla reluciente y me pidió perdón por no haberse hecho un enema antes de venir por el apuro.

Yo estaba en el mejor de los mundos, la miré y le dije : te quiero; jamás me voy a olvidar su respuesta: “no me quieras, soy toda tuya, podés hacerme o pedirme cualquier cosa, pero no me quieras, soy una cosa, quiero que me uses.”

Era la primera vez que escuchaba algo así, pero entendí la idea.

Ya casi era la hora que salía el pibe del jardín, me dijo que iba a su casa a darse un baño, cambiarse y a buscarlo. Se lo prohibí, la obligué a que se quede hasta la hora de salida y que fuera como estaba, con el tapado por supuesto pero sin lavarse ni cambiarse.

Se puso roja y creí que iba a mandar a la mierda pero no, no era eso, se volvió a excitar por el morbo y me dijo: “si mi macho, mientras espero que sea la hora ¿me puedo hacer una paja?”

Cuando se fue todavía estaba toda roja, con el pelo mojado por la meada, seguro que andar así por la calle la calentaría aun más. En la puerta me hizo jurarle que a la noche iría a la casa.

Esa tarde fui al centro, a la calle Corrientes donde hay muchas librerías y busque material sobre sadomasoquismo, en esa época no existía internet y yo no sabía casi nada al respecto.

Conseguí algunos libros sobre perversiones sexuales del punto de vista sicológico y médico y algunas revistas especializadas con fotos muy reveladoras, estuve hasta la noche devorando ese material y aprendí bastante.

A la noche, bastante más tarde que la noche anterior fui al departamento de Viviana, estaba ansiosa, temía que no fuera; por supuesto lo hice apropósito.

Tenía la calefacción bien fuerte y estaba con un vestidito corto de tela fina, no tenía corpiño y se notaban sus pezones, al abrazarla para darle un beso le toque el culo y verifiqué que tampoco tenía bombacha.

Sin preguntarme me trajo un vaso con hielo y una botella de whisky importado, me gusto el gesto, me serví una buena cantidad, lo probé y le di a ella, me dijo que no tomaba, hoy vas a empezar le dije serio, tomó un buen trago.

Me besó con mucha lengua y me empezó a tocar la pija por arriba del pantalón, como respuesta le apreté bien fuerte los pezones sobre el vestido, ahogó un grito un poco por el dolor y otro poco por la sorpresa, pero fue casi un gemido.

No quería gritar para no despertar al nene, esto me gustó, iba a tener que sufrir en silencio obligado, aunque le hiciera lo que fuera.

Le saqué el vestido y me sorprendí por las marcas que le habían quedado de los cintazos de la mañana, sobre su piel tan blanca eran muy llamativos, los toque y le pregunté si aun dolían, me dijo: “no, al contrario, verme así me excita y me da placer, querría que alguna vez me dejes marcas permanentes.”

¿Y tu marido que va a decir? le pregunté, “me chupa un huevo, ni mi marido, ni mis padres, ni nadie, sólo me importa mi hijo a quien amo y respeto. El resto del mundo me importa tres carajos mientras nosotros la pasemos bien.”

Quería que me la cogiera ya mismo pero yo estaba dispuesto a hacerla desear todo lo que pudiera, sabía que así el goce sería mayor.

Me serví más whisky y le hice tomar a ella, traje hielo de más y le metí dos cubitos en la concha, “para que te enfríes un poco” le dije, por supuesto ella no sólo no se enfrió, sino que cada vez estaba más caliente y me pedía abiertamente que me la garche.

Parece que no te enfriaste lo suficiente, dije, vamos a hacer algo mejor, anda al balcón así como estás, en pelotas y te quedás hasta que yo te llamé. Si te aburrís mucho te podés hacer la paja pero sin acabar.

Dudó un instante, nuestro edificio quedaba en una calle angosta y enfrente había otros departamentos de donde podrían verla facilmente, pero la perversión y el deseo fueron más fuertes; salió sin chistar.

La dejé allí una media hora, era tarde y hacía mucho frio, era poco probable que alguien la viera pero nunca se sabe…

Cuando la entré estaba helada, su piel era aun más blanca, pero toque su concha y ardía como una hoguera. Se había estado masturbando todo el tiempo, yo la miraba de reojo, era un bonito espectáculo, apoyó su culo en la baranda y mirando hacia adentro se metía los dedos despacito de a ratos se daba vuelta y miraba hacia enfrente, supongo que tratando de ver si alguien la estaba mirando.

Al sentir su argolla tan caliente y mojada le recriminé: “te dije que no podías acabar y no me obedeciste”, su boca temblaba, “no por favor, no es cierto me aguanté aunque me costó un montón, cada vez que estaba por llegar paraba y pensaba en cualquier cosa.”

“Está bien, te creo” dije, yo ya no podía aguantar más, me saqué el pantalón y saltó mi verga como un resorte, me acosté en el piso y ella se puso encima mío, se la clavó de una hasta los huevos y empezó un sube y baja infernal, yo la ayudaba apretándole las tetas hasta dejar mis dedos marcados y pellizcando sus pezones.

Acabamos rápido por supuesto, se bajó y se puso a chupármela con pasión, quería seguir cogiendo pero mi intención era otra, quería saber todo lo posible sobre ella y su original manera de gozar.

Le dije, si querés más pija me vas a tener que contar como empezaste con esto del sexo duro, mientras le daba más whisky.

Me fue contando su historia entre polvo y polvo y seguimos hasta la madrugada muy entrada,

Continuarásex-shop 6

 

Relato erótico: “EL LEGADO (16): Despedidas y bienvenidas” (POR JANIS)

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me darías 2Despedidas y bienvenidas.

 Sin títuloNota de la autora: Gracias a toodos, por vuestros ánimos y comentarios. De verdad, sin ustedes, los lectores, todo este trabajo no tendría ninguna razón de ser.

Envían sus comentarios más extensos o sus opiniones a: janis.estigma@hotmail.es

Ser esclavo de Katrina no es ningún paseo, no, señor. Es demasiado caprichosa y ansiosa, como para tener paciencia. Quiere las cosas al momento, a la voz de ¡ya! La noto encantada con lo que está pasando. Ha conseguido dos esclavas de cámara, como ella las denomina, y un esclavo que no esperaba, yo mismo.

Creo que todavía se está haciendo a la idea, de cómo utilizarme, y, sobre todo, cuándo. Seguro que ya está lamentando haberme aceptado tan rápidamente. Aunque ella sea mi Ama, su padre es mi patrón, y tendrá más trabajos para mí que me aparten de su lado, que primen sobre su voluntad.

Seguro que le está dando vueltas a todo esto, sentada en su asiento de primera, en el vuelo de regreso. Sasha, Niska y yo viajamos en turista, por supuesto. Me siento en medio de las dos, que visten con ropas deportivas compradas en el mismo aeropuerto. Están nerviosas, lo noto. No saben aún donde se dirigen, ni qué les espera.

―           Tranquilas, solo tenéis que obedecer al Ama, y vuestra vida será fácil – las tranquilizo, hablándoles en esa lengua eslava que ni siquiera reconozco con exactitud.

Me miran, asombradas de que pueda entenderlas.

―           Me llamo Sergio, o Sergei – me presento y ellas, impulsivamente, me aprietan las manos, buscando mi apoyo.

―           ¿Te has hecho esclava de ella? – pregunta Niska, intentando comprender lo que sucedió la tarde anterior.

―           Si.

―           ¿Voluntariamente?

―           Así es.

―           ¿Por qué? – pregunta Sasha. – Eras su guardaespaldas, eras libre…

―           Es difícil de explicar. Solo puedo deciros que, en este momento, necesito alguien que me controle. Ella parece disponer de la autoridad que busco.

―           Yo no comprendo cómo puedes entregarte – musita Niska.

―           Quizás desee experimentar el placer de la sumisión.

―           No hay placer en someterte a los caprichos de una cerda – dice Niska, muy bajito.

―           No hables así de tu ama, pequeña. Un día se te puede escapar y ella oírte. Te mataría a palos, ¿lo sabes, no?

Asiente, tragando saliva.

―           Os pido que guardéis mi secreto. Katrina no debe enterarse de que hablo vuestra lengua. Será nuestro secreto, ¿Si?

―           Nunca hemos hablado contigo – sonríe Sasha.

―           Os ha tocado vivir esto. Es malo, lo sé, pero dentro de lo malvado, no es lo peor. Katrina es una niña caprichosa, y, con tenerla contenta, bastará. Yo os ayudaré en lo que pueda, pero tenéis que someteros a ella, incondicionalmente. Estáis juntas, así que apoyaros en eso. Buscad fuerzas, la una en la otra – les acabo diciendo, y ellas bajan la cabeza.

Las cojo de las manos y las uno a la mía, sobre mi regazo, quedándonos los tres en silencio. Más tranquilas, me miran y me sonríen. Por mi parte, he descubierto cómo mantenerme calmo, cómo soportar las mezquindades que Katrina elabora para mí. Es simple, es como pasar el testigo; debo dejar salir ese despecho que acumulo tras sus humillantes atenciones; debo también hacer daño, buscar un objetivo sobre el que descargar mi rencor.

Antes de salir de Barcelona, encontré un objetivo perfecto. Cuando hoy levanten al señor Alexis de la cama, descubrirán todos los radios de sus ruedas destrozadas. Ya sé que es una niñería, pero me sentí bien al hacerlo.

Y así, llegamos a Madrid.

Katrina no dice mucho, sentada en el asiento del copiloto del Toyota. Mira distraídamente el paisaje. Las chicas esclavas viajan en el asiento trasero. Casi puedo imaginar las directrices que Katrina se está marcando, en su mente, con respecto a mí.

―           ¿Ama, ha pensado cómo lo vamos a hacer? – la sorprendo.

―           ¿A qué te refieres?

―           ¿Tendré que acatar los mandatos de su padre, o negarme en redondo, para servirla a usted?

―           Ah, eso… — suspira. Se nota que es un tema que no es de su gusto. – Lo he estado pensando. Aún no dispongo de la autonomía necesaria para oponerme a mi padre. Estás a su servicio, naturalmente.

―           Si, Ama Katrina.

―           Pero… procurarás venir a la mansión en cuanto acabes con tus obligaciones hacia mi padre, y te presentarás ante mí.

―           Si, mi Ama.

―           Así mismo, tu teléfono siempre estará dispuesto para mí, en cualquier momento.

―           Si, mi Ama. ¿Tendré que dormir cerca de usted?

―           No. De momento… regresarás a tu casa. ¿Vives con tu novia?

―           Si, Ama, y con mi hermana.

―           Bien, deberás seguir así, pero no quiero que te acuestes con…

―           Maby.

―           Si, con esa putilla – gruñe ella. ¿Sabe acaso que Maby y su padre…?

―           Así lo haré, mi Ama.

―           Buen perrito – alarga una mano y me pellizca una mejilla mientras conduzco.

Víctor nos está esperando cuando aparcamos ante la mansión. Besa a su hija y examina a las dos chicas, con parsimonia. Cuando da su beneplácito, Katrina ordena a dos de las criadas que las suban y bañen a fondo, para la visita médica posterior. Después, me deja a solas con mi jefe.

―           ¿Cómo ha ido todo por Barcelona?

―           Si ningún problema, señor Vantia.

―           Bien. ¿Cómo se ha portado Katrina?

―           ¿Cómo debería haberse comportado? – pregunto, mirándole.

―           Eres listo, Sergio – se ríe. – Ahora, vete a casa y descansa. Mañana hablaremos.

―           Gracias, señor Vantia. Debo ver a Katrina antes de irme. Recados de urgencia – me encojo de hombros, entrando en casa.

Tras subir las escaleras, le pregunto a una de las criadas, la cual empuja un carro con ropa de cama para lavar, dónde están los aposentos de la señorita Katrina. No es cosa de ir abriendo puertas, ni llamándola a voces, ¿no?

Llamo con los nudillos a la puerta indicada y su dulce voz me da permiso para entrar. Se sobresalta cuando comprueba que soy yo. Quizás creía que era una de las criadas. Está en ropa interior, sentada ante el gran espejo de un comodín moderno, parecido al que se suele ver en los camerinos de un teatro. Pero Katrina no trata de taparse, se pone en pie y se gira hacia mí.

Está increíble, con esa sensual lencería blanca.

―           Dime, perrito…

―           Regreso a mi casa, Ama. ¿Desea algo de mí? – “Aparte de que te dé por el culo, zorra”.

―           No, está bien – dice, agitando su mano con desgana. – Recuerda, nada de acostarte con tu novia. Pon cualquier excusa.

―           Si, mi Ama. Vendré mañana temprano.

―           No me despiertes si es temprano – y me da de nuevo la espalda.

Tiene los aires de una reina, la muy cabrona. Si hubiese nacido un par de siglos antes, habría sido una mujer imposible de contentar. Mi pene se estremece en su prisión de tela. “Tranquilito. Aún hay que aguantar”, me digo.

Paso delante del boudoir de Anenka. Me tienta la idea de llamar, pero inspiro fuerte y sigo hasta bajar a la planta baja y montarme en mi coche. Desde una de las grandes cristaleras, percibo a Víctor mirándome. ¿Me vigila? Me marcho a casa.

―           ¿Dónde has estado? – me pregunta Patricia, esa misma tarde, mientras la ayudo con sus deberes.

―           En Barcelona. Un viaje de trabajo.

―           ¿Te gustó?

―           He visto poco, solo el puerto. Patricia, presta atención a esa cuenta. Te has equivocado – la recrimino dulcemente.

―           No tengo la cabeza para mates, ahora mismo – dice, apoyando su frente contra mi hombro.

―           ¿Por qué?

―           Porque estás a mi lado y tiemblo de ganas…

―           Ahora no – le digo, pensando en lo que Katrina me ha prohibido.

No pienso hacerle el menor caso, sea con Maby, mi hermana o la madre y la hija. Me follaré a la que me apetezca, cuando quiera… pero, la verdad, no me apetece jugar con Patricia, con su madre viendo la tele un poco más allá.

―           Tienes que acabar tus deberes.

―           ¿Recuerdas que te lo debo?

―           Si. Dijiste que pensarías algo para mí – le respondo.

―           Ya lo he hecho. Creo que te gustará…

―           ¡Que susto me das, madre mía! – me río.

Pone cara de traviesa y saca su viperina lengua.

―           Mi madre tiene visita al dentista, a las seis. Estará fuera al menos hora y media – susurra, con total complicidad.

Toma mi mano y la posa sobre su rodilla desnuda. Su falda escolar está más subida de la cuenta. Coloca una de sus manos en mi nuca, inclinándome hasta su boca, y me mordisquea el labio inferior

―           Te quiero mucho, Sergi…

―           Yo también, canija. Ahora, sigue con tus deberes. Los quiero acabados para las seis, o sino, no habrá recompensa.

―           ¡Malo! – frunce la nariz, al levantarme del puff.

Dena está sentada en el sofá, con los pies recogidos bajo sus nalgas. Me abraza cuando me siento a su lado. En la tele dan uno de esos programas de invitados con problemas, el no se qué de Patricia… Un chico está contando que le perdona todo a su novia, sus infidelidades, el haberse quedado embarazada de otro chico, y que le haya quitado sus ahorros. Solo quiere que ella vuelva a su vida. Llora a moco tendido.

―           Ese tío es un candidato inmediato a que le quiten todos los órganos – comento.

Dena se ríe, acariciándome el hombro.

―           Esa niñata es una perla fina, pero el tío es un calzonazos. Seguro que le meterá el amante en la misma cama, con él y todo, Amo – contesta ella.

―           Me ha dicho Patricia que tienes dentista esta tarde.

―           Si, tiene que repasarme los empastes. Un fastidio. ¡Odio los dentistas!

―           ¿Quieres que me ocupe de la cena si vas a tardar? – me ofrezco.

―           No lo creo, a lo sumo un par de horas. ¿Vas a hacer algo especial para las chicas, Amo?

―           Pensaba en un puré de patatas al queso, acompañado de unas verduras a la plancha.

―           Mmmm… me apunto – se relame.

―           Vale, te bajaré un plato. ¿A Patricia le gusta eso?

―           Nada de nada. Ya le haré yo algo, Amo mío.

Aún no hemos hablado de lo que pasó el otro día, de los azotes que Patricia le dio, o de sus caricias. Ni madre, ni hija, parecen darle importancia. No, no es eso. Más bien, es como si no hubiera ocurrido. Quizás necesitan más tiempo. No haré preguntas, de momento.

Media hora más tarde, Dena se marcha y Patricia sale de su habitación. Yo la miro, desde el sofá. Ella me sonríe y antes de de meterse en el dormitorio de su madre, me dice:

―           Ahora te llamaré. Es una sorpresa.

Cabeceo, con una sonrisa en los labios. A saber lo que ha pensado esa pequeña viciosa. Apenas quince minutos después, su voz me reclama. Apago la tele y me dirijo al dormitorio. Las cortinas están echadas, oscureciendo la habitación. La lamparita de una de las mesitas está encendida, iluminando el gran plástico que Patricia ha colocado sobre la cama. Ella está tumbada en el centro, menuda, esbelta y, totalmente desnuda. Todo su cuerpo brilla con la capa de aceite corporal que se ha dado. Está preciosa, con el rostro inclinado a un lado y los ojos entornados. Tiene una carita de viciosa tal que mi pene responde inmediatamente. Su cuerpo, de pequeños senos inmaduros y estrechas caderas inocentes, me atrae con fuerza. Me sonríe de esa forma en que podría hacerme creer que es un pequeño súcubo brotado de los infiernos.

―           Ven aquí, Sergi… quiero frotarme y frotarme… contra ti – casi gime.

A ver, moralistas, catedráticos de la ética, y seguidores del sendero de la pureza… ¿Qué hubierais hecho todos vosotros? ¿Leerle el código moral de las jóvenes señoritas? ¡Pues no! Os habríais desnudado rápidamente, lo mismo que yo hice, y saltado sobre la cama, en plan tigre.

La beso, lamo toda su piel, que sabe a melocotón por el aceite comestible. Se escurre entre mis brazos cuando intento abrazarla. Es como una sensual anguila. Ella ríe y ríe, da pequeños gritos cuando la oprimo fuertemente. El aceite impregna el gran plástico, formando una pequeña bolsa en el centro, donde se recogen los regueros, y donde, sin querer, nos volvemos a impregnar de ellos, en un ciclo tan ardiente como nuestro deseo.

Patricia me aquieta, dejándome boca arriba; ella tumbada sobre mi pecho.

―           Déjame hacer a mí… por favor – me pide.

Mi polla está tan tiesa que me duele. Su esbelto cuerpo se desliza lentamente sobre mi pecho, mi vientre, y, finalmente, mi pene, una y otra vez. Sube, baja, y se frota en todas las direcciones posibles. Abre sus piernas y le acoge entre el calor de sus muslos. Patalea suavemente sobre él, con esos piececitos encantadores, cuando remonta su boca hasta mis labios. Se desliza como en un tobogán, su espalda contra mi pecho, exponiendo sus efímeras nalgas al suave encontronazo de mi glande, el cual esfuerzo en restregarlo contra toda su entrepierna. La aferro de los tobillos, abriéndola completamente, punteando su vagina con mi polla.

Patricia se queja de lo cabrón que soy. La torturo con eso, ya que no quiero metérsela. Todos estos juegos llevan a la culminación deseada. Me corro largamente sobre su pecho y vientre, exprimido por su cuerpo deslizante.

―           ¿Te ha gusta, vida? – me pregunta, mordiéndome un pezón.

―           Muchísimo, canija. ¿De dónde has sacado la idea?

―           De un relato de Internet. Lo leí y me gustó. Compré el plástico y el aceite, ayer.

―           ¿Y tú? ¿Has gozado?

―           Si, con tanto frote… dos veces…

―           Dos no… tres – digo, atrayéndola.

La siento sobre mi cara, deslizando mi lengua por su chochete tan humedecido como el plástico sobre el que estamos.

―           ¡Sergiiiiiii! – pronto está gritando.

Esa tarde, cuando las chicas regresan de uno de sus posados, me abrazan en grupo y me besan, en una maravillosa bienvenida. Cuando llegué del aeropuerto, ya se habían ido a trabajar, aunque sabían que ya había llegado, puesto que llamé a Maby, al aterrizar. Lo que me extraña es que Elke participe también en el abrazo. Me besa con la misma pasión que mi hermana, aunque, evidentemente, con algo más de timidez.

Pam comenta lo bien que lo pasaron cenando fuera y propone hacer algo de eso ese fin de semana. Creo que podría ser el momento ideal para incluir del todo a la noruega en nuestro pequeño club, ¿no?

Esa noche, mientras sodomizo a la delgadita Maby, casi en silencio, la mano de mi hermana se posa sobre mis nalgas, acariciándolas y haciendo ademán de empujar ella misma. Oigo su suspiro. Me echa de menos y yo a ella.

El pitido del recibo de un mensaje me despierta. Maby alarga la mano y toma el móvil, entregándomelo. Es un mensaje de Víctor. Son apenas las siete y cuarto de la mañana. ¿Qué querrá?

“No estaré en casa hoy. Anenka te dará instrucciones, no la despiertes temprano. V.V.”.

Me doy la vuelta y abrazo la cintura de mi hermana, sobre la propia mano de Elke, quien abre un ojo y me mira. Cuando comprueba que retomo el sueño, abrazado, me sonríe y cierra los ojos.

Una hora más tarde, estoy en el gimnasio, entrenando muy duro, intentando cansarme y desahogar la tensión que me llena. Tras otra hora de levantar pesos, de machacar el saco de arena, y jadear, haciendo flexiones, me ducho y me visto para ir a la mansión.

Son más de las once cuando llego. Pregunto por la señora y me dicen que está esperando en su boudoir. Katrina no ha dado aún señales de vida. No hay que hacer esperar a las señoras…

Ya se nota que Anenka me espera. Está recostada en el diván, tomando una taza de café, y leyendo la prensa financiera. Levanta sus bonitos ojos cuando me da permiso para entrar, y me sonríe, sin mover más que la taza para bajarla sobre la mesita. Vestir es una palabra compuesta para lo que ella lleva sobre su cuerpo. Digamos que una sutil y vaporosa negligée, de un verde casi difuminado por la transparencia, reposa sobre su cuerpo; tan corta y etérea que ni siquiera se puede considerar una prenda. No lleva sujetador y sus braguitas… bueno, digamos que lleva braguitas, punto.

―           ¿Qué tal, Sergei? Ayer esperé que pasaras a saludar.

―           Tenía un poco de prisa, señora – respondo, sin saber cómo actuar.

―           Vamos, vamos, estamos solos. Déjate de formalidades, semental. Acércate y saluda como es debido.

Me inclino sobre el diván y ella alza su boca, atrapando la mía. No me ha dejado elección, ni terreno para besarla en la mejilla. Saboreó esos labios jugosos que saben a café con leche. Me hace un hueco en el diván para que me siente.

―           He recibido un mensaje de tu marido, diciéndome que me darías instrucciones – la informo.

Me da en la nariz que mi ropa pronto va a estar en el suelo.

―           Claro, las instrucciones – sonríe ella, deslizando un dedo de afilada uña por mi muslo. – Las instrucciones son: quítate la ropa que te voy a comer…

¡Que hambre tiene la leona! Toma mi mano y se lleva, con descaro, uno de mis dedos a la boca, succionándolo con mucha suavidad.

―           Vamos, Sergei, quiero verte desnudo delante mía, de pie… Dame ese capricho, macho mío…

Así que lo hago. Lo mío es contentar a las mujeres. Lo que sea por verlas felices. No es que haga un striptease, pero le doy cierto morbo a quitarme la ropa. Mi cuerpo está cada vez más definido, depilado y cuidado. Anenka se relame y alarga la mano, intentando rozar mi pene. La esquivo, riéndome, y ella hace una mueca graciosa.

―           Ven… dame mi desayuno – me pide roncamente.

Así que la dejo juguetear con labios y lengua, incrementando la dureza de mi pene. Ya sabéis que no es inmediato, con el tamaño de mi órgano, la sangre debe afluir para llenarlo, alimentando músculos y venas, pero ella no tiene prisa, por lo que puedo ver. Me recuesta a su lado, apoderándose de mi glande.

Alargo una mano y rasgo su transparente salto de cama, con tanta facilidad que la oigo gemir. “Bruto”. Sonrío. Su cuerpo bronceado y terso me incita a pellizcarla. Lo hago suavemente, en los muslos, sobre el ombligo, los pechos y los pezones. Ella se agita e intenta esquivarme, pero no quiere soltar mi pene, en absoluto. Se queja suavemente del trato que le doy, pero sus ojos brillan, llenos de excitación y promesas.

―           Así, así… bien mojada – susurra al apartar sus labios de mi miembro.

―           ¿Hablas de mi polla o de ti? – bromeó.

―           De las dos – se ríe. — ¿Te acuerdas que te quedaste con las ganas de hacerme algo?

―           Si, de enfundarla en tu culito…

―           Me he estado preparando toda la noche para ti, garañón mío – Anenka se gira, mostrándome su trasero. Tiene algo metido en el ano, que abulta la tira del tanga. – Es un ensanchador. He dormido con él, esperando este momento. Ahora si me la puedes meter por el culito…

―           ¡Joder! ¡Que regalo de buena mañana!

La giro bruscamente y parto el tanga de un tirón. Ella se ríe y menea las nalgas, incitándome. Me está calentando demasiado. No sé si es bueno jugar así conmigo. Siento como el viejo se está desperezando en mi interior, atraído por el tufo del morbo. Con cuidado, tiro del ensanchador hasta sacarlo. Es grueso, casi como mi miembro, pero mucho más corto. “Puede que chilles aún, zorra”.

Le abro bien las nalgas. El esfínter está totalmente abierto y lleno de lubricante. No tengo que esperar a nada más. Apoyó la cabeza de mi ansiosa polla entre sus glúteos. Noto como Anenka respira más fuerte, excitada o asustada, no lo sé. Por un momento, me imagino que es Katrina la que tengo a tiro. Es el culito de esa perra rubia el que voy a traspasar. Una mueca de triunfo aparece en mi rostro. Entonces, empujo, sin piedad.

Anenka tiene que morder la tela del diván para no gritar. El espasmo que sufre su espalda y sus caderas me traen de vuelta. No es Katrina, es su madrastra. Dejo de profundizar con mi miembro, otorgándole tiempo a su intestino a acomodarse a mi medida.

―           ¡Pedazo… de cabrón! – murmura, pero noto como ella misma comienza a empujar.

―           ¿Preparada, Zarina?

―           Si…

Otro empujón, esta vez más comedido y controlado.

―           Joder… joder… me van a poner… puntos…

―           Venga, ánimo, Anenka, otro empujoncito y acabamos. ¿Puedes?

―           ¡HAZLO, HIJO DE PUTA… PERFÓRAME DE UNA VEZ… SACA MIS TRIPAAAASSS!

Menudo carácter saca la señora al darle por el culo. Por supuesto, no le hago caso. Inicio un ritmo suave, llevadero para ella. En un par de minutos, está babeando sobre el diván. Le martirizo el clítoris con una mano, mientras que, con la otra, le marco el ritmo de las caderas, tirándole de los oscuros rizos de su cabellera. Totalmente controlada y dirigida hacia la única meta, reventarla de gusto.

La llevo tres veces a lo más alto, al límite. Me implora correrse e intenta ella misma forzar el orgasmo, pero no la dejo. Mis dedos se detienen, mis caderas bajan el ritmo hasta un suave vaivén, e incremento la presión sobre su cabellera. Todo eso corta su ascensión hacia el goce buscado, dejándola entre jadeos, con los nervios a flor de piel.

Me maldice, me escupe, me amenaza, pero, entonces, incremento de nuevo el ritmo, llevándola al delirio. Grita, injuria, y suplica, con la misma pasión que antes… ¡Es una gozada follarla así!

Ya estoy a punto de llegar… No corto sus estímulos y le lleno el culito de semen, en unas pocas descargas. Un último pellizco en el clítoris casi la hace relinchar. Se muerde el labio con fuerza, apretando el culito y casi cortándome el riego de la polla. Su orgasmo es tan intenso que las lágrimas se escapan de sus ojos. Sin embargo, aún guardo algo para ella, aunque no tengo ni idea de dónde he aprendido eso. Me ha venido de sopetón, como un orgasmo.

Retraigo la polla de un tirón, raspando su intestino. Anenka, que aún está vibrando con los últimos espasmos de placer, abre los ojos y la boca, dolorida y sorprendida. En ese mismo instante, los dedos de mi mano derecha pinzan el nervio obturador, sobre el ramo anterior del mismo muslo, justo por debajo de la entrepierna. Lo hago con fuerza, pasando la mano por delante de su pubis, y produciéndole un calambre que agita sus caderas locamente, sin control. Sujeto a Anenka entre mis brazos, dejando que su cuerpo se agite espasmódicamente, en manos de un orgasmo totalmente nuevo y devastador para ella. Ni siquiera puede gritar, colapsada por la frenética respuesta de su cuerpo.

Reposo su cabeza lentamente sobre el diván, acariciándole las mejillas. Me visto mientras ella recupera el resuello y el control de sus piernas. Se apoya sobre una mano, mirándome.

―           ¿Qué ha… sido eso? ¿Qué… me has… hecho, Sergei…?

―           Creo que la llamaban la Pinza Cosaca. La usaban los verdugos de Catalina la grande para divertirse. El pinzamiento del nervio y del aductor activan una serie de espasmos que te llevan a un doloroso orgasmo.

―           ¿Por… qué?

―           Tú me has hecho un regalo precioso y yo te he hecho otro. Nadie volverá a hacerte experimentar este tremendo goce y dolor, salvo yo.

Me agacho y le doy un suave beso sobre su nariz. Aún respira agitadamente. La miró a los ojos.

―           ¿Cuáles son las instrucciones de tu marido, Anenka?

―           Servir de chofer a Katrina por un tiempo. Tienes que llevarla… a la universidad… privada, todos los días. Víctor volverá en una semana.

Joder. Tiene que ser un castigo divino. Habrá que hacer de tripas corazón… Cuando abro la puerta del boudoir, Anenka levanta la cabeza.

―           Sergei…

―           ¿Si?

―           Gracias – me sonríe.

Katrina no para de hablar mientras la llevo al campus Francisco de Vitoria, en Pozuelo de Alarcón. Está relativamente cerca de la mansión, y no se tarda apenas tomandola M30. Creo que, a pesar de lo bruja que es, está nerviosa y se desahoga, hablándome.

Me cuenta que está muy contenta con sus nuevas perras, lo obedientes y listas que son, lo rápidamente que aprenden, el interés que ponen cuando les habla. A veces, desearía que fueran un poquito más torpes, así podría castigarlas con la fusta. Hace tiempo que no le da una buena paliza a alguien, me dice, riéndose. La miro por el retrovisor.

Está preciosa. Se ha vestido de años 50 para su primer día de uni. Camisola sin botones, amarilla, rebeca roja por la cintura, y falda blanca, con raya escocesa roja, acampanada y de gran tamaño. Un gran bolso, compañero a sus zapatos, complementa el conjunto. Para llevar los libros, se supone, claro.

Pude ver el entusiasmo que demostraba con sus esclavas cuando me pasé a verla el día anterior, justo después de dejar a Anenka. Llamé y esperé su permiso. De nuevo creyó que era una de las doncellas, sin duda. Estaba tumbada en su cama, desnuda, y abierta, dejando que sus dos esclavas, tan desnudas como ella, le lamieran todo su cuerpo.

Cuando se dio cuenta de quien había entrado a su habitación, se tapó con la sábana, me obligó a ponerme de rodillas, y cerrar los ojos. Me golpeó media docena de veces con la fusta, en la espalda, pero no pronuncié ni un solo gemido.

―           ¡Tienes que avisar de tu llegada, gilipollas! ¡No solo llamar con los nudillos! – casi me escupió tras golpearme.

―           Si, Ama Katrina – le respondí, aún arrodillado.

―           ¡Dilo! Avísame… ahora.

―           ¿Puedo entrar, Ama Katrina? – alcé la voz.

―           ¡No! ¡Con más respeto, perro!

―           ¿Me da usted su permiso, Ama Katrina?

―           Mucho mejor. Así me gusta – dijo, apaciguándose algo, y cerrando con una mano su batín de seda. — ¿Lo recordarás?

―           Si, mi Ama.

―           Bien. Ahora, lame los dedos de mi pie, perro – se rió.

Me incliné y lamí sus preciosos y diminutos dedos descalzos, refrenándome para no cortárselos de un bocado. Mi espalda temblaba, aquejada de terribles deseos. Cuantos más deseos de sangre y violencia me asaltaban, más sacaba mi lengua para repasar bien sus pies, entre los dedos, las plantas, y los talones.

Con esos recuerdos en mente, llegamos al campus, pero, antes de entrar en su interior, Katrina me ordena parar debajo de un frondoso árbol, al lado de la carretera.

―           Me está consumiendo la ansiedad. Es un nuevo centro de estudios, de alto nivel. Tengo que enfrentarme a nuevos tutores y, sobre todo, a unas cuantas malas putas que lideraran el campus. Así que tengo que soltar adrenalina – me dice, de repente.

La verdad que no sé por dónde va, y lo nota en mi expresión, sin duda.

―           Vente aquí atrás, perrito mío, y me calmas con tu lengua. Vamos…

¡Puta, pécora, asquerosa meretriz! Pero me bajo del Toyota y me paso a los amplios asientos traseros. Ella ya me espera con la falda remangada y las bragas colgando de una sola pierna. Su expresión es ansiosa y sonriente. Por mucho que la odie, debo reconocer que no he visto mujer más perfecta que ella, hasta el momento. Mantiene su pubis totalmente rasurado, como si fuera aún una niña, pero tiene un diminuto tatuaje en vez del vello. Hasta que no estoy casi sobre él no lo distingo bien. Es el rostro del Demonio de Tasmania, de los toons dela Warner, señalando con un dedo, la vagina de Katrina.

―           Vamos, perrito… No dispongo de mucho tiempo – me anima.

Su vagina es pequeña y estrecha, como si nunca se hubiera acostado con un hombre. No me extrañaría que fuera, al mismo tiempo, puta y virginal. Decido hacérselo bien e intenso, con la lengua gorda, como lo llamo. A los tres minutos ya está gimiendo; a los cinco, grita, incontenible; a los siete, se corre sin remedio, aferrada a mi cabello.

―           ¡Buuuff! – exclama, incorporándose y mirándome a los ojos, mientras me relamo como un gato. – Lo has hecho muy bien, perrito.

Y se inclina para darme un beso en la frente. Arregla su ropa interior y su falda. Luego, abre la puerta y se despide con:

―           Recógeme esta tarde, Sergei.

El sábado, por la tarde, me llevo a las chicas de compras. Vamos a estrenar mi tarjeta. Pero, a mi manera. No saben donde las llevo y no paran de preguntarme. Me hago el sueco. Anenka me ha hablado de cierta tienda, muy especial, en la calle del Doctor Forquet, llamada Los Placeres de Lola.

Llevo a Maby del brazo. Detrás nuestra, Pam y Elke, también del brazo, susurran, entre risitas. Cuando me detengo delante de la tienda, las chicas se me quedan mirando, extrañadas.

―           ¿De compras, aquí? – pregunta Pam.

―           Exacto. El mejor sitio de Madrid para comprar la mejor lencería y los fetiches más idóneos para las féminas – hago de anuncio humano.

―           ¿Nos vas a invitar a lencería? – Elke no se ha recuperado aún del pasmo.

―           Porque vosotras lo valéis – hoy se me dan bien los anuncios. El de Loreal viene perfecto.

―           No se hable más. Necesito unas cosillas, la verdad sea dicha – dice Maby, tirando de mi brazo.

¡Dios! El interior es el paraíso de un fetichista de la femineidad. Hay corsés por todas partes, y ligueros de todos los estilos, medias de todos los colores… Un apartado entero, solo para tangas brasileños. Las chicas chillan de felicidad, lo que atrae, enseguida, la atención de una de las dependientas. Me entretengo mirando camisones y saltos de cama, tan vaporosos que el simple hecho de pasar ante ellos, los agita.

Maby me llama con una imperiosa señal. Han descubierto una sección de calzado femenino, con tacones supergigantes.

―           Estarías monísima con eso – la ánimo.

―           Si, claro, parecería la puta del barrio – rezonga ella, pero no aparta los ojos de una sandalia dorada, con una plataforma de doce centímetros. – Aunque… podría ponérmelos solo para ti…

Me mira, con un delicioso mohín travieso. Abro las manos y miro al techo. ¿Qué puedo decirle? Un poco más allá, Pam y Elke están detenidas ante una sección de juguetes, vibradores, y otros artículos para la felicidad de la mujer. Pam señala ciertas cosas y, a continuación, le comenta algo a su novia, al oído. Ésta se ruboriza y sonríe, tapándose la boca. No parece conocer la mitad de la parafernalia. Pobrecita, ya la irá descubriendo…

Tras saquear la tienda durante un par de horas, me las llevo a merendar a otro de los sitios preferidos de la guapa agente rusa, Le Pain Quotidien, en la calle de Fuencarral. Nos sentamos en una mesita de bistró francés, en la calle. Es una panadería, cafetería y tienda de delicatessen dulces, de origen belga. Nos chupamos los dedos con algunas de las muestras chocolateras que nos sirven, junto con el té y el café. Hemos dejado las compras en el coche, en un parking cercano.

Finalmente, las invito a dar un paseo, a pesar de la fría tarde, por la acera de La Castellana, mirando caros escaparates. Cada centenar de metros, cambio de chica para caminar agarraditos, entre risas. Incluso Elke se presta, encantada. Mirándola a los ojos, creo entender que está preparada y deseosa de cambiar su vida. Volvemos a casa, al anochecer.

Mientras preparo una cena frugal, las chicas no dejan de comentar la tienda de artículos femeninos. Ninguna de ellas la conocía y han quedado encantadas.

―           Bueno, podríais hacerme un pase privado, las tres, con todo lo que os habéis comprado, ¿no? – digo, soltando el primer torpedo, como en broma.

―           Para eso tendrías que pagarnos – se ríe Pam.

―           ¿Encima que yo he acoquinado las compras?

―           Bueno, en eso tiene razón – dice Elke.

―           ¡Aha! Una señorita con alma, he aquí – sonrío mientras aliño la ensalada tibia con nueces, pasas y queso.

―           ¡Eso, tú dale ánimos! – bromea mi hermana, dándole un pellizco a su novia.

―           No sé, yo por mí le haría un pase semanal, siempre que él me comprara cositas de estas – dice Maby, con aire muy serio.

―           ¡Putón! – la regaña Pam, intentando morderle el cuello. Maby se encoge, cosquillosa, y ríe.

Las tres musitan entre sí, sin que pueda escucharlas. Se ríen por lo bajito y se pellizcan, unas a otras. Reconozco cuando traman algo. Llevo las fuentes y los platos a la mesa. Pam abre la nevera y saca el agua fría. Pam coge varios vasos, y Elke, servilletas y cubiertos. Me miran, al preparar la mesa.

―           Está bien, Sergi… te haremos un pase después de la cena – me comunica Maby.

―           ¿Todas? – pregunto ilusionado.

―           Todas.

¡Que se joda Hugh Hefner y su mansión PlayBoy! ¡Yo tengo mi ático y mis chicas!

Me gustaría que mis palabras fueran fotografías instantáneas para poder haceros ver mejor la belleza de estas tres nínfulas, caminando sobre sandalias de vértigo – compré un par a cada una –, y vestidas solo con fina y sensual lencería. Me la ponen tan gorda que tengo que desabrocharme el pantalón para que respire.

Cuando terminan de mostrarme trapitos, se sientan a mi lado, en el sofá, riéndose y haciéndome cosquillas. Aún siguen en braguitas y sostenes, sin pudor, sin malos rollos, completamente desinhibidas.

―           ¡Sois diosas! ¡No hay más palabras para describiros! ¡Vivo con unas diosas! – exclamo.

―           ¡Tenedle envidia, mortales! ¡Vive con las hijas de Zeus! – sigue la broma Pam.

―           ¿Sabéis que podríamos hacer un Gran Hermano en Internet, colocando cámaras en el piso, y ganar una buena pasta? – punteó Maby.

―           Ya te digo. La gente pagaría por ver a este cabrón con suerte, viviendo con tres chicas como nosotras – grita mi hermana, revolviéndome el pelo.

―           Entonces, tendríais que hacer este desfile a diario. Porque, que sepáis, niñas, que esto produciría diez o doce infartos, seguro – las informo.

―           No me importa, siempre que tú estés para rematar – musita Maby antes de hundir su lengua en mi boca.

―           ¡Aaaala! – exclama Pam. Elke, cogida de su mano, se muestra muy atenta al beso.

―           ¿Eso es agradecimiento por los trapitos? – jadeo al separarnos.

―           Una primera entrega, cariño – me sonríe.

―           ¡Mira la enterada! – le dice Pam a su novia. – Se cree que es la única que sabe besar… Ven acá, hermanito, que te voy a dar yo también las gracias…

Me dejo caer en sus brazos y ella se inclina hasta devorar mis labios. Mientras, la mano de Maby no abandona mi muslo.

―           ¡Uuff! – resoplo, sin levantar la cabeza del regazo de mi hermana. – Me falta el aire…

Todas se ríen. Maby mira a Elke.

―           ¡Vamos, Elke! ¡No te cortes… ahora tú!

―           Si, cariño, besa a tu guapo cuñadito – la anima Pamela, empujando su cabeza con una mano.

Me encuentro justo debajo de ella y puedo ver su ansiosa mirada, solo para mí. Creo que lleva deseándolo varios días, incluso soñando con ello. Coloca su mano sobre mi mejilla, con delicadeza, y se inclina totalmente, echando su trasero casi desnudo, hacia atrás, para poder acceder a mi boca, con un beso del revés. Sus labios son muy cálidos y suaves. El beso comienza con pequeños pellizcos labiales, pero deslizo mi lengua rápidamente, y ella la acepta al instante. ¡Dios, como la succiona!

Maby y Pam baten palmas en su honor. Ella se ríe al levantar la cabeza, totalmente arrebolada.

―           ¿Te ha gustado, mi vida? – le pregunta Pam, tomando sus mejillas entre sus palmas y mirándola a los ojos.

―           Si… mucho… — susurra Elke, entre risitas.

―           ¿Quieres hacerlo otra vez? – es ahora Maby quien la incita.

―           Si…

He recuperado mi posición sentada y la estoy mirando a los ojos. Coloco una mano sobre los muslos de mi hermana, que está a mi lado, y me inclino hacia Elke. De repente, antes de tocarnos, se aferra a mi cuello. Su lengua me acaricia el paladar, entrando a toda velocidad. Me ha sorprendido.

―           Creo que se ha decidido – escucho decir a Pam, casi en mi oído. Pam se ríe y me acaricia el costado, como si me felicitara.

Cuando nos separamos, beso las pecas de Elke, con devoción. Ella me mira, sonrojada y emocionada.

―           ¿Jugamos a los “dos minutos”? – nos pregunta Maby, con su característica vivacidad.

―           ¿Dos minutos? – no conozco ese juego.

―           Es muy fácil. Dos de nosotros se besan durante dos minutos. Los otros dos pueden hacerles toda clase de caricias, salvo cosquillas ni pellizcos. Si separan los labios antes de los dos minutos, tienen que realizar una prueba o una orden de los otros. Si superan los dos minutos, hay cambio de pareja, siempre a suertes – explica Pam.

―           Parece divertido – acepto.

―           Muy divertido, ya veras. Te tienes que quitar los pantalones. Tienes ventaja con respecto a nosotras – advierte Maby.

―           No hay problema… — digo, poniéndome en pie y quitándome los pantalones. Una vez hecho, acomodo mi polla en los boxers para que pueda escaparse por el elástico cuando se ponga dura.

Recurro a la misma técnica que cuando sugestioné a Elke. Acerco el sillón de dos plazas hasta formar una cama con los dos muebles.

―           ¿Cómo lo hacemos? – pregunta Pam.

Me pongo de nuevo en pie. El proceso de selección tiene que ser totalmente a suertes, así que saco papel y bolígrafo del cajón bajo la tele y atrapo una de los saquitos de terciopelo donde alguna de la lencería nueva venía metida. Escribo los nombres de los cuatros y doblo los papelitos, introduciéndolos en el saquito. Perfecto. Hay que meter la mano y no se ve nada.

―           Uuuuuy… que nervios – se ríe Elke.

―           Por hablar, saca dos papelitos – le digo.

Mete la mano y saca el primero. Maby. Esta bate palmas. Repite la acción y desdobla el papel.

―           Yo – musita, mirando a Maby.

―           ¡Chachi! – exclama la morenita.

―           Vamos, las dos frente a frente – las empuja Pam.

Maby y Elke quedan a escasos centímetros, una de sus manos unidas, los dedos entrelazados. Sus rodillas dobladas miran en sentidos opuestos, como equilibrando sus cuerpos para compensar el beso, cuando comience. Se miran a los ojos, a la espera que conectemos el cronómetro de algún reloj.

―           ¿Cuál te pides? – me pregunta mi hermana, en un susurro.

―           Elke.

―           Vale.

―           ¡Tiempo! – exclamo, pulsando el cronómetro del móvil.

Las chicas cierran los ojos y unen sus labios. Sus lenguas ondulan, buscando afianzarse más. Me deslizo a la espalda de Elke y desabrocho su pequeño sujetador de nylon morado. Recorro con un dedo su columna vertebral, muy suavemente, y la noto estremecerse. Miro a mi hermana, la cual ha tomado la misma postura que yo. Está besando el cuello de Maby y pellizcándole los pezones.

Uso el dorso de mis dedos para dibujar arabescos en los costados y en el vientre de Elke, lo que le hace realizar como pequeños saltitos, usando solamente que los músculos de sus nalgas. Gime en el interior de la boca de Maby.

―           Son… cosquillas… — murmura, sin despegar los labios.

―           No, son lentas pasadas de mis dedos – le susurro en el oído.

Vuelve a atrapar la lengua de su compañera, como aceptando mi explicación. Recorro toda la longitud de sus largas piernas, con extrema delicadeza, notando su exquisita depilación. Rozo su entrepierna, casi oculta por su posición, notando la pulsación de su sexo…

El pitido de los dos minutos nos sobresalta a los cuatro.

―           ¡Coño! – mascullo.

El juego es genial. Tenéis que probarlo.

―           Venga, Maby, tú sacas nombres – le dice Pam.

Elke vuelve a salir nominada y, esta vez, Pam. Eso me hace mantenerme en mi puesto. Esta vez voy a bajarle las braguitas.

―           ¡Tiempo!

El juego se vuelve más sensual, las caricias más atrevidas. La ropa finalmente cae al suelo. La pareja que se besa ya no se queda estacionaria, sentada y con las manos aferradas, sino que se mueve, adopta nuevas posiciones, permitiendo a los otros tocar y profundizar. Nos ponemos a cuatro patas, o de rodillas, e incluso, en un par de ocasiones, en pie. Dedos que se cuelan, mordiscos cariñosos, lenguas ávidas, intentan realizar febriles fantasías que se nos ocurren en el momento. Dos minutos no dan para mucho, pero después de muchos “dos minutos”, estamos todos al borde del colapso orgásmico.

―           Necesito follar – gime Maby, colgada de mi cuello.

―           Pues corta el beso – le susurra Pam.

Ninguno lo ha hecho hasta el momento, no sé si por tonto orgullo, o porque nos da más morbo así.

―           ¿Nos vamos a la cama? – pregunto, mirándolas.

Elke se pone en pie, y sin decir nada, me tiende su mano. La tomo y ella me conduce al dormitorio.

―           Mira la mosquita muerta – escucho decir a Maby detrás. – Parece que ha perdido el miedo.

―           ¡Ssssshhh! – chista mi hermana.

Elke se recuesta sobre la gran cama, boca arriba. Me mira y abre sus muslos. Contemplo su coñito abierto y muy mojado. Sus ojos brillan en la penumbra.

―           Tómame… — susurra.

Maby y Pam se unen a nosotros. Se colocan una a cada lado de Elke, como sacerdotisas profanas en una inmolación. Pam desliza una almohada bajo los riñones de su novia y la besa en la mejilla.

―           Así estarás mejor, cariño.

―           Gracias, mi vida – le responde Elke, henchida de lujuria.

Mi polla apunta ya a ese coño que deseo con locura. Mi novia y mi hermana se han tumbado de bruces, muy atentas a la seudo desfloración. Me recuerdan a dos vampiresas esperando que su amo se sacie, antes de participar ellas en el banquete. Comienzo tan despacio que se vuelve desesperante. Elke gime y rebulle a cada centímetro que cuelo en su interior. No deja de mirarme y no veo ningún dolor en su expresión, solo ansiedad y placer.

Un poco más.

Es muy estrecha al pasar de los doce o quince centímetros. Me produce un enorme placer abrir ese conducto. Elke se contorsiona, se arquea, sujetada por las manos de sus amigas.

―           Sergio… la noto… dentro… ardeeee… — gime largamente.

Detengo mi penetración y la dejo acostumbrarse, pero no parece molesta, solo se agita, se frota incansablemente.

―           Se está corriendo, Sergi… como una loca – me informa Pam.

―           Joder – se la saco y contemplo como se desmadeja, jadeando.

―           Juguemos nosotros – sugiere mi hermana. – Ella tardará un rato…

Maby es más rápida que mi hermana. Se espatarra en el colchón, atrapa mi miembro y se lo introduce con una habilidad que envidiaría cualquier actriz porno. Pam se ríe y la pellizca, para, después, cabalgar su cara. Puedo escuchar los ansiosos lengüetazos de la morenita. Pam se retuerce y tira de sus pezones, con fuerza. Me abandono al paraíso y culeó con fuerza.

Me he corrido dos veces y he cambiado de pareja unas pocas de veces, cuando noto que me abrazan por detrás y me mordisquean la nuca.

―           Hola, cuñado…

Su mano me acaricia los testículos.

―           Hola, chica de la nieve – le contesto, girando el cuello y mordisqueando su barbilla.

Maby y Pam están comiéndome la polla, arrodilladas, y se apartan cuando ven lo que sucede. Se besan entre ellas y se derrumban, cansadas, dispuesta a ser de nuevo espectadoras.

―           ¿Podemos acabar lo que empezaste? – me dice la noruega al oído.

Ahora empuña mi polla con decisión, desde atrás. Me da un par de meneos, como para sopesarla en toda su magnitud.

―           ¿Ya no te da miedo, Elke?

―           “En todo lo malo, siempre hay algo de bueno” – me responde, aunque no sé si es conciente de que lo ha pronunciado en voz alta.

Tiro de una de sus manos, arrojándola de bruces ante mí. Veo la sonrisa ganadora en sus labios. Está bellísima en esa pose, como una muñeca arrojada a un rincón por una niña furiosa, la mejilla sobre la sábana, mirándome de reojo, los brazos casi fuera de la cama. Posee un culito pequeño y respingón, que pone de manifiesto al abrirse de piernas. La cubro y la penetro. Tengo la polla lo suficientemente mojada como para no dañarla. Entra en su coño hasta la mitad.

Pam se incorpora y le abre las nalgas, para evitar fricción. Maby aprovecha para darle un par de azotes que estremecen totalmente a Elke. Un tremendo gemido brota de sus labios. Pam me mira, sorprendida.

―           Te lo dije – le digo, solo con los labios.

Ella asiente. Sabe lo que tiene que hacer cuando estén a solas. Con otro azote de Maby, le meto más polla, en plan bestia. Su cuerpo casi bota sobre la cama. Se aferra a la cintura de su novia, gruñendo.

―           ¿Falta… mucha…? – pregunta con voz de niña.

―           No, mi vida, está casi toda – le contesta Pam.

―           Fóllame… Sergi… fóllame cuanto quieras – dice, cerrando los ojos.

Le doy caña, primero lento, haciéndome el camino; luego, aumento el ritmo e intento llegar con mis huevos a sus nalgas, pero aún no puedo. Falta un poco de polla por entrar. Maby le ha metido dos dedos en la boca, que Elke succiona como si fuera una goma de oxígeno, sin abrir los ojos.

Jadea y babea sobre esos dedos mientras agito su coñito como si fuera una batidora. Pam le mete un dedo en el culito y, en el momento en que Elke lo nota, tengo que mantenerme quieto porque la noruega toma mi relevo. Sus caderas se mueven tanto, sin control, que ella se folla sola, empalándose contra mi pene. Joder. Nunca he visto una mujer agitar así su pelvis. Es como un terremoto, como una bailarina de la danza del vientre con epilepsia aguda…

―           Se pone así cada vez que le meto un dedo en el culo – se ríe Pam.

―           ¡La ostia! ¿Qué hará cuando le metan una polla por ahí? – respondo.

―           No quiero ni saberlo…

Ese meneo me está volviendo loco. Me aferra, me succiona, me derrite. Los músculos vaginales trabajan a tope, enervados por los movimientos de la pelvis.

―           ¡Joder! ¡La puta que parió…! ¡Me matas, Elkeeee! Me corroooooo… putita… rubia – no puedo dejar de gritar.

Su rostro está crispado. Maby ha retirado sus dedos, por precaución. Sus ojos están fuertemente apretados. De pronto, su cuerpo se relaja.

―           ¡Toma, Pedrín! – exclama Maby, señalando el fuerte chorro de lefa que surge del aún traspasado coño de Elke.

Arrastra el semen que aún estoy deponiendo en su interior, como una riada de primavera. Siento los espasmos de su coño en mi sensible glande. Sus nalgas se estremecen.

―           Ay…Pamelita… Pamelaaaaaaaaa… — gime, aferrada a ella.

―           Goza, cielo. Déjate llevar por él – le acaricia el pelo mi hermana.

Nos quedamos quietos, recuperando la respiración, envueltos en los aromas sexuales que flotan en el dormitorio. Con un pequeño azote, saco lentamente mi polla de su vagina. Elke roza mi pubis con sus dedos, agradecida.

―           Este colchón se va a pudrir como sigamos así – dice Maby, mirando la gran mancha, y todos nos reímos.

Lunes por la tarde. Tengo que recoger a Katrina en el campus. Aparco el coche donde siempre y me bajo a esperar, contemplando las guapas chicas que cruzan de un lado para otro. Katrina aparece, charlando con una amiga, quizás. Hoy viste una minifalda estrecha, en un tono anaranjado, y un jersey Camberry, verde oliva. Unos cuellos de encaje blanco asoman por su cuello, signo de que lleva debajo una camisita. Lleva el rubio pelo recogido con una ancha felpa naranja, y calza manoletinas verdes. Toda una puta pija sonriente que, casi como un favor, me presenta a su amiga, al llegar a mi altura.

―           Sergei, esta es mi amiga Sabrina. Sabrina, mi acompañante Sergei. Hace las funciones de chofer y perro guardián.

―           Hola, Sergei – me dice Sabrina, mirándome de arriba abajo.

―           Hola, señorita – respondo, con la puerta abierta.

La tal Sabrina es una chica muy mona y algo mayor que Katrina. No creo que estén en la misma clase. Es castaña, el pelo en melenita corta, y con unos ojos marrones, algo saltones, que le prestan una mirada tristona. Tiene un buen culo que pone de manifiesto sus jeans al subir al alto Toyota.

―           Da unas vueltas por ahí, Sergei. Sabrina y yo tenemos que poner en claro ciertos asuntos – me ordena Katrina.

―           Si, mi Señora.

―           Bueno, ya puedes empezar – le dice Katrina a su amiga, con un tono netamente autoritario.

―           ¿Aquí? ¿Delante de él?

Aquello me escama. Echo una mirada por el espejo. Katrina se ha levantado la mini y aparta el tanga con un dedo.

―           Por supuesto. Sergei es de la familia, no dirá nada, ni mirará tampoco, ¿verdad, perrito?

―           Como usted diga, Señora.

―           Vamos, vamos, que me enfrío, bonita… cómete mi almejita y yo le hablaré a tu papaíto de nuestras vacaciones… — esa voz infantil de Katrina me carcome entero.

La amiga cede rápidamente e inclina su cabeza, metiendo toda su lengua en aquella vagina controladora. Lame con ganas, con deseo, haciendo que Katrina le revuelva el pelo mientras gime sordamente.

―           Así, así… cerdita mía, hazme gozar… tu papaíto estará muy orgulloso de ti, ya veras…

Sabrina se atarea sobre el clítoris. No es el primer coño que se come, y por su expresión, tampoco será el último. Cuando noto que Katrina está a punto, me dirijo de nuevo al campus.

―           Aaaaah… cerdita… que bien lo has hecho… — dice Katrina tras correrse, con la voz ronca de placer aún. – Déjame el coñito bien limpio, que ya llegamos.

Sabrina coge sus libros y me sonríe, al bajarse. Aún respira agitadamente.

―           Es la hija del decano. La he prometido llevarla de vacaciones a París, en Semana Santa. A cambio, me apoyará con mi ingreso en la fraternidad – me comenta cuando arranco de nuevo.

―           Muy inteligente, mi Ama – “Manipuladora y vanidosa”, eso es lo que es.

A finales de semana, regreso más temprano a casa. No tengo que recoger hoy a Katrina. Pienso comer algo en casa de Dena y pasar la tarde tranquilo.

Cuando abro con mis propias llaves, escucho algo que me hace suponer que el almuerzo se va a retrasar.

―           Tienes que chupármelo sin manos, tal y como lo hace Irene – dice la voz de Patricia.

―           Si, mi vida.

Me acerco a la sala comedor con cuidado. Dena está arrodillada en el suelo, las manos abiertas sobre el parqué, la bata desabrochada y bajada de los hombros, mostrando sus grandes senos. Patricia está ante ella, de pie. Viste su uniforme escolar. Con una mano, sostiene el borde la falda alzada, mostrando su pubis desnudo. Las bragas están bajadas hasta los tobillos. En su otra mano, levanta una gran regla de madera, con la que está azotando los hombros y pechos de su madre.

Esto empieza a ser algo constante. Patricia vuelve del colegio, caliente por lo que hace con Irene, y obliga a su madre a contentarla. Cada día, se muestra más autoritaria y cruel con Dena, lo que a ésta la vuelve aún más loca. Es un círculo vicioso, pero que muy vicioso.

Dena, siguiendo las órdenes de su hija, le toca el clítoris solo con la punta de su lengua, para luego atraparlo contra el filo de los dientes, y sorberlo con fuerza, en inspiraciones largas y profundas.

A las tres o cuatro veces, Patricia tiembla toda, los ojos cerrados. Golpea, sin ton ni son, con la regla, mientras gime como un cachorro.

―           ¡Lo… has aprendi… do…bien… putaaaaaa! ¡Siiigueee! ¡No se te ocurra… pa… rar… mamáááá…!

En silencio, doy media vuelta y vuelvo a salir. Mientras tomo el ascensor hacia el ático, me digo que es el momento de dejar que esta madre e hija emprendan el vuelo, en libertad. Se bastan ellas solas para amarse y atormentarse. Tendré que ir despegándome de ella. Al menos, les he enseñado cual era el camino de la felicidad. Eso no pueden negarlo, ¿no?

                                                 CONTINUARÁ…sex-shop 6

 

Relato erótico: “Jane II” (POR ALEX BLAME)

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Sin título3JANE II

Sin títuloDesayunaron todos juntos  en el porche huevos revueltos, leche de cabra, pan recién hecho y tortitas de maíz. Tanto Henry como su padre estaban poco habladores y no eran capaces de abrir los ojos ante el resplandor matutino debido a la resaca de tabaco y coñac. Gracias a eso, Jane y Patrick pudieron lanzarse todas las miradas cómplices que quisieron conscientes de que la única que se enteraba era la pintada que corría por el jardín. Después de desayunar comenzaron a hacer los preparativos. Jane y Patrick acabaron rápido ya que Henry y su padre se  ocuparon de la mayor parte de la logística del viaje, así que sin nada que hacer cogieron sus rifles y se fueron a hacer prácticas de tiro en la parte de atrás.

-¿No es un rifle un poco pequeño? –preguntó Patrick señalando el arma de Jane y colocando unas latas en los árboles.

-La munición300 del doble Holland es más liviana y tiene menos retroceso pero si eres lo suficientemente preciso, –dijo Jane echándose el arma al hombro y derribando dos de las latas en cinco segundos –puede parar a un elefante en seco.

-Sí, bueno, en parte tienes razón, pero desde mi punto de vista no hay nada como una buena artillería –replicó Patrick haciendo saltar una tercera y una cuarta lata y arrancando de cuajo las ramas en las que estaban colocadas con su Jeffery 500.

Siguieron un rato pegando tiros y charlando,  disfrutando ambos  de la cercanía del otro hasta que el hombro de Jane comenzó a dolerle y se volvieron a la casa para recoger las armas e introducirlas en su equipaje. Al mediodía estaban de nuevo en la estación, listos para partir hacia el sur dónde le esperaba un refugio de caza que tenía Henry en  Ibanda cerca del fin de la vía del tren. Pasarían la noche en el refugio y luego con la ayuda de las mulas y los porteadores se internarían en la sabana en dirección al canal Kazinga y el lago Eduardo en busca de piezas.

El viaje fue un poco más cómodo ya que  sólo lo ocupaban ellos y su impedimenta, además Jane había cambiado la asfixiante vestimenta que había llevado puesta hasta ese momento, quitándose el corpiño y sustituyendo enaguas y faldas por unos cómodos bloomers* que no eran nada favorecedores pero que junto con las botas de montar le permitían moverse con facilidad y evitar arañazos y enganchones. Aun así el viaje fue tedioso debido a la escasa velocidad que desarrollaba la vieja locomotora que hacia aquella línea. Necesitaron casi diez  horas en  recorrer los escasos trescientos kilómetros del trayecto. Cuando entraron en el refugio ya había pasado la medianoche. Aquella noche no pudieron dormir juntos ya que los hombres se vieron obligados a ocupar el gran salón mientras Mili y ella ocupaban un pequeño catre en la única habitación del refugio. La noche, pese a ser corta, pasó con gran lentitud con el cuerpo de Jane hirviendo de deseo  e incapaz de masturbarse con Mili roncando suavemente a su lado.

Se despertó muy pronto, de mal humor y con los ojos inyectados en sangre debido a la falta de sueño. Sólo después de la segunda taza de café empezó de nuevo a sentirse humana. Patrick se acercó a ella y se tuvo que conformar con un casto beso en la mejilla ya que había casi doce personas en la gran sala de la cabaña de caza.

Minutos después el guía nativo los esperaba a la puerta dispuesto para partir.  En cuestión de minutos  partió la expedición al completo. Las primeras tres horas se mantuvieron juntos avanzando en fila india por la planicie. Primero los guías y los cazadores seguidos por las mulas y en la retaguardia los porteadores  llevando enormes bultos sobre su cabeza. Flanqueando la fila iban cuatro hombres armados atentos a posibles amenazas aunque a Jane se le antojó una medida excesiva dada lo consumida que estaba la hierba de la sabana  a esas alturas de la estación seca, impidiendo cualquier emboscada.

Al comenzar a caer la tarde, a unas pocas millas del río, los porteadores eligieron un lugar para acampar bajo la sombra de cuatro grandes acacias mientras los cazadores impacientes hacían su primera salida.

El sol aún estaba alto en el horizonte y una brisa fresca proveniente del lago Eduardo hacia un poco más soportable el calor. Los guías sonrieron satisfechos, se estaban acercando a contraviento. Cuando empezaron a escuchar el rumor de río se desviaron hacia la izquierda buscando un lugar un poco más alto desde donde poder tener una panorámica más amplia de la orilla del río.

El espectáculo era formidable, la orilla del rio bullía de vida. A sus pies se extendía una llanura de tres o cuatro hectáreas  salpicada de acacias aquí y allá. La hierba aquí aún era verde gracias a la humedad del rio y llegaba a la altura de la cintura. Entre varios cientos de cebras, ñus y antílopes, dos jirafas se movían pausadamente. Se acercaron a la orilla y Jane vio fascinada con sus prismáticos como separaban sus patas delanteras hasta que pareció que iban a romperse para poder acercar sus hocicos al agua. Las pequeñas gacelas, nerviosas se acercaban a la orilla daban unos pequeños sorbos y se alejaban con saltos nerviosos ante el más mínimo indicio de peligro. Por encima de ellos, por las copas de las acacias corrían, saltaban y gritaban pequeños grupos cercopitecos verdes.

Los búfalos tardaron casi hora y media en aparecer. Era un pequeño grupo de machos guiados por un viejo ejemplar. Sus cuernos, enormes, cubrían toda la parte superior de la cabeza y se abrían hacia el exterior para luego curvarse hacia dentro y hacia atrás terminando en unas afiladísimas puntas provocando a Jane un escalofrío.

El resto de los animales presentes se apartaron ligeramente dejando un poco de espacio a esos vecinos irascibles. Lo primero que hicieron fue resoplar y dirigir su mirada a los alrededores buscando potenciales amenazas. Los jóvenes fueron los primeros en acercarse al agua, la olfatearon desconfiadamente y finalmente comenzaron a beber. Patrick, impaciente, hizo el gesto de incorporarse para comenzar la caza pero el guía más cercano le sujeto el brazo y por señas le indicó que debía esperar.

Tras calmar su sed se alejaron un poco en dirección a una charca de barro donde esta vez fue el viejo ejemplar el que entró primero. Con sus prismáticos, Jane pudo ver por fin un gesto de placer en los ariscos animales. Fue este el momento en el que los guías les hicieron avanzar. Bajaron del montículo silenciosamente y una vez en la planicie se separaron en dos grupos: uno con Jane su padre y uno de los guías y otro con Henry, Patrick y el  guía restante.

Mientras Jane y su grupo se dirigían casi a rastras directos hacia la charca, Patrick y el suyo dieron un rodeo para acercarse por la izquierda. Los minutos le parecían horas, a cada paso tenían que interrumpir la marcha esquivando un grupo de gacelas o a  un ñu despistado, pero finalmente llegaron sin contratiempos hasta unos noventa metros de la charca. Se acercaron a un termitero que ya habían tomado como puesto de acecho y se ocultaron tras él esperando que Patrick y Henry se pusiesen en posición. La señal para el ataque la daría el viejo búfalo cuando saliese del barro. El animal se demoró un buen rato en el baño mientras los jóvenes, impacientes, probaban sus fuerzas peleando por parejas. Jane veía aquellas gigantescas masas de músculos contraerse y entrelazar sus cornamentas empujando y levantando nubes de polvo a menos de cincuenta metros de la acacia donde se escondía su novio y no pudo evitar un suspiro de nerviosismo.

Finalmente el gran búfalo se levantó con dos pequeños pájaros subidos a su lomo. Jane quitó el seguro a su rifle y se apostó preparada para derribar a su animal. Habían quedado en que Patrick y su padre harían los primeros disparos y Henry y Jane les cubrirían por si había algún problema. Su padre esperó tranquilamente a que Patrick hiciese el primer tiro ya que tenía a los búfalos más cerca y no se hizo esperar. De un  sólo tiro derribó a uno de los jóvenes que tenía más cerca de forma que apenas pudo dar tres pasos antes de caer exánime. El resto levantó inmediatamente la cabeza en dirección al origen del estallido y en ese momento Su padre apuntó al viejo macho y apretó el gatillo. La bala impactó en el tronco en forma de barril del viejo macho pero impactó un poco más arriba de lo que esperaba y el bicho aunque soltando un chorro de sangre salió lanzado a un pequeño bosquecillos de acacias enanas que había a unos quinientos metros de allí. Jane apuntó a otro de los búfalos pero no tuvo oportunidad ya que estos saltaron como resortes y siguieron al ejemplar herido mugiendo con furia.

Cuando salieron de los escondites se reunieron junto al búfalo muerto. Era un ejemplar espléndido pero la cabeza de todos estaba en el gran ejemplar herido, así que uno de los guías se quedó sacando los solomillos y el trofeo del búfalo muerto y el resto recargaron y se dirigieron tras la pista de los otros.

El rastro era fácil de seguir por el chorro de sangre que perdía el ejemplar herido. Iba directo hacia el bosquecillo. Mientras se acercaban a los árboles el guía  les previno de que esto podía pasar debido a que eran animales sumamente fuertes, que podían prolongar la caza incluso horas y tras indicarles que estuviesen atentos a posibles cargas de los jóvenes escoltas para proteger al animal herido se internaron con precaución desplegados en abanico, manteniendo el contacto visual y atentos a cualquier ruido.

Durante veinte minutos se internaron en aquel laberinto de arbolillos espinosos hasta que un sonido ronco a su derecha los alertó. Jane y su padre levantaron el rifle y avanzaron con más precaución aún.  Al fin los encontraron, al viejo ejemplar aún de pie pero con evidentes signos de debilidad y uno de los jóvenes que les miraba amenazador. Lo que pasó después fue un flash, antes de que su padre hubiese terminado de apretar el gatillo para rematar al ejemplar herido, el joven arrancó como una exhalación directo hacia ellos. Jane no dudó  y eligiendo el momento en el que el animal estiraba las patas delanteras, apretó el gatillo, el fusil golpeó su hombro y la bala se introdujo en el pecho del animal atravesando su corazón y derribando al animal de inmediato. Con una sangre fría que a ella misma le sorprendió se apartó un par de pasos para dejar pasar a su lado al enorme animal resbalando por el suelo inerte.

Cargaron de nuevo rápidamente el rifle y esperaron unos momentos  atentos a la aparición de los dos restantes pero se habían ido sin dejar rastro.

Cuando volvieron a la charca arrastrando los trofeos de los dos búfalos el guía que había quedado estaba descuartizando el animal con ayuda de algunos porteadores que habían llegado del campamento para echar una mano.

La cena se retrasó y se prolongó hasta la madrugada recordando cada uno de los lances de la cacería. La gran protagonista fue Jane y Mili casi se cayó de espaldas cuando le contaron los detalles  finales.

Jane sonreía automáticamente distraída e inmersa en los ojos grises y profundos de su novio que se revolvía inquieto en su silla sin dejar de mirarla.

 El banquete terminó tarde, ya entrada la madrugada y los comensales se retiraron a sus tiendas borrachos y felices por el triunfo. Cuando se acostó en su catre, en la tienda que compartía con Mili estaba eufórica. No podía dormir, lo único que hacía era rememorar el momento en que la bestia, herida de muerte, estiraba el cuello intentando alcanzarla con sus cuernos. ¿Sería eso lo que sentían los grandes depredadores cuando derribaban a una pieza? Por un momento en aquel bosquecillo, se sintió como una leona satisfecha al lado de su presa. Recordaba el tacto aún caliente del animal y por un momento mientras examinaba la herida estuvo a punto de coger un poco de sangre y pintarse con ella los labios…

Necesitaba contárselo a alguien, Mili dormía, así que se escabulló y se dirigió a la tienda de Patrick. Esta vez había tenido la precaución de averiguar cuál era su tienda así que no tuvo que inspeccionar los refugios uno por uno.

-Sabía que vendrías –dijo Patrick que la esperaba con un codo apoyado en el catre.

La tienda de Patrick parecía un poco más grande al no tener que compartirla y había sitio para un baúl, un pequeño escritorio plegable y una silla. Apoyado en el poste central de la tienda estaba el rifle abierto y descargado. Patrick se levantó y la abrazo estrechamente.

-Hoy has sido la heroína. Estoy orgulloso de ti, -dijo él –pero júrame por Dios que no volverás a arriesgarte tanto. Me gustaría celebrar una boda, no un funeral.

-¡Oh! No seas tan melodramático –replicó ella intentando quitarle hierro al asunto pero por primera vez consciente que la que yacía en el suelo inerte bien podía haber sido ella misma.

-No soy melodramático –dijo poniéndose serio –lo único que pasa es que no quiero perderte, quiero casarme contigo, acostarme todas las noches a tu lado, hacer el amor todas las mañanas, envejecer juntos…

Jane le interrumpió su discurso con un beso en la barbilla y Patrick deslizó su abrazo para terminar con  sus manos apretando suavemente el culo de Jane. Jane se colgó del cuello de Patrick obligándole a bajar la cabeza y así poder besarle en la boca. El contacto con su lengua le recordó su aventura en la casa de Lord Farquar provocándole un hormigueo de excitación. Sin dejar de besarle voluptuosamente bajo su mano hasta la entrepierna de su hombre para descubrir que él también se había animado, le sopesó los huevos y se los apretó suavemente hasta conseguir que la erección de Patrick fuese completa.

Cansada de estar de puntillas sentó a Patrick en la silla y encaramándose a él, comenzó a comérselo a besos mientras se balanceaba suavemente sobre su erección. Patrick respondió acariciando su espalda y su cuello y estrujando sus pechos hasta casi hacerla gritar.

Jane se levantó y comenzó a abrirse la bata poco a poco con una sonrisa pícara, dejando a la vista un suave camisón de seda. Sus pezones duros como piedras por las caricias y los estrujones de Patrick hacían  relieve en la fina tela. Jane se llevó la mano a la boca, se chupo un dedo y se acarició el pezón con un suspiro de satisfacción. Patrick estaba paralizado observando la escena. Con la bata a sus pies Jane agarró la falda del camisón y comenzó a subirla poco a poco dejando a la vista primero las piernas y luego los muslos suaves hasta que el bajo del camisón le permitió a Patrick atisbar unos pocos pelos del pubis de Jane.

Sin dejar de contonearse sujetándose el camisón con una mano, con la otra se bajó una de las tiras de la prenda que resbaló dejando uno de sus pechos a la vista. Patrick se removía inquieto en la silla, pero temeroso de romper el hechizo no se levantó.

Fue ella la que se acercó y se montó de nuevo encima de él.

-Quiero sentirte dentro de mí. –Le susurró al oído con voz anhelante.

-Pero… -intentó resistirse Patrick.

-He tenido el día más excitante de mi vida y quiero que termine de una manera igual de memorable –replicó ella sacando su polla del calzoncillo.

-No deberíamos. –dijo él en un último y desesperado intento por ser caballeroso.

-Confió en ti, sé que en dos meses seremos marido y mujer, ¿Por qué esperar?

Patrick, sin argumentos, se   rindió y la beso de nuevo. Ella se deshizo del camisón y observo el miembro erecto de Patrick bajo ella estremecida por el contacto. Por un momento le asaltaron las dudas, ¿No sería la polla de él demasiado grande? ¿Le haría daño? ¿Sería más placentero que lo de la otra noche?

El movimiento de Patrick bajo ella y el placer que le asaltó disipó sus dudas y humedeció su sexo. Estaba preparada.

Patrick estaba excitado como un burro, sentía la sangre hervir en su cuerpo y deseaba tomar a aquella mujer y destrozarla a pollazos hasta que pidiese clemencia, pero fascinado por la determinación de ella le dejo hacer. Jane no era la primera mujer que desvirgaba pero nunca había tenido una en sus brazos dispuesta a hacerlo ella misma.

-Si en algún momento quieres parar, lo entenderé –dijo al ver que Jane se incorporaba y asía su polla con nerviosismo.

Jane respondió con una sonrisa y se introdujo el pene en su sexo. Patrick se quedó quieto mientras ella tanteaba su virgo con la punta de su glande. Tras coger aire Jane se dejó caer sobre el pene de Patrick. Notó una sensación de resistencia y luego un tirón y un poco de escozor  pero el miembro de Patrick resbaló con facilidad provocándole una sensación de placer y plenitud que expresó con un laaaargo suspiro de satisfacción. Se incorporó de nuevo y volvió a bajar hasta que toda la polla de Patrick estuvo de nuevo dentro de ella, su vagina se estremecía de placer y el placer irradiaba en todas las direcciones atenazando su cuerpo. Poco a poco comenzó a moverse más rápido disfrutando de la polla de Patrick tanto como de sus caricias y sus besos, hasta que éste incapaz de contenerse eyaculó en su interior. Jane notó como aquel liquido espeso la inundaba con su calor excitándola aún más y se sintió un poco decepcionada al creer que todo había terminado, pero Patrick, aún empalmado la levantó en el aire y empezó a penetrarla salvajemente. Jane se agarraba como podía con todos sus nervios agarrotados por el placer mientras él  la follaba implacablemente y le tapaba la boca para amortiguar sus gritos de placer descontrolado. El orgasmo la paralizó y todo su cuerpo  tembló durante unos segundos mientras él seguía penetrándola más y más rápidamente  hasta correrse de nuevo y derrumbarse sobre la silla con Jane aun empalada gimiendo y besando su pecho lleno de arañazos.

-¡Dios!  -dijo ella jadeando aun con la polla de Patrick dentro–ahora entiendo por qué os gusta esto tanto a los hombres.

-Créeme, mi amor, si en todas las ocasiones fuese así los hombres no haríamos otra cosa –respondió el sonriendo.

-¿Pues sabes qué? –Dijo –jane comenzando a moverse de nuevo –que yo ahora mismo no pienso en otra cosa…

La semana transcurrió en un sueño. Por la tarde cazaba, por la noche follaba y por la mañana dormía satisfecha como una leona.

Al final de la semana, su padre también estaba satisfecho a su manera, habían cazado varios antílopes de enormes cuernos tres leones, un leopardo, e incluso un elefante macho de respetable tamaño.

-Ha sido una semana excelente Henry –dijo Avery –y parece que el tiempo aún va a aguantar unos días más.

-Sí, la verdad es que ha sido una cacería muy satisfactoria Avery, pero ¿Qué tienes en mente viejo zorro?

-Había pensado que como tenemos tiempo podíamos mandar las mulas de vuelta al refugio e ir un poco más al sur, ligeros de equipaje, a por un gorila de montaña.

-Es arriesgado y las lluvias están cerca.

-¿Dices que esto es arriesgado después de lo que pasamos en la India? –Le desafió Avery –Casi nadie en el viejo continente tiene un buen ejemplar de espalda plateada, yo quiero ser uno de ellos.

-De acuerdo –replicó Lord Farquar – pero no te garantizo el éxito y si un montón de problemas.

Cuando les dieron la noticia a los jóvenes, estos insistieron tercamente en acompañarles y no hubo forma de convencerlos para que se volviesen con la impedimenta, así que se rindieron y partieron todos juntos con media docena de porteadores en dirección a las montañas que se perfilaban oscuras y amenazantes a dos o tres días de marcha hacia el sur.

 

*Bloomers: eran una especie de pantalones bombachos predecesores de la falda pantalón fueron creados en la época victoriana para permitir a las mujeres realizar ciertos deportes como la equitación o el ciclismo con más comodidad. Al principio estaban escondidos bajo una falda pero a finales del siglo XIX, ésta termino por desaparecer.

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Relato erótico: “Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer” (POR GOLFO)

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prostituto por error2Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer
Sin títuloFaltaría a la verdad si os dijera que nunca había soñado con tirarme a una de mis primas porque el capullo de mi tío Miguel había tenido no una sino tres preciosidades a cada cual más buena. Pero mis fantasías se hicieron realidad con la que jamás había ocupado las frías noches que pasé en el pueblo y del modo más inesperado.
Muy a mi pesar, he de reconocer que al igual que todos los chavales de mi pandilla durante años había fantaseado con María, la mayor de esa estirpe. Morenaza impresionante de grandes tetas y mayor culo, no solo era de mi edad sino que era de mi pandilla y por eso fue la primera en la que me fijé nada mas salir de la adolescencia.
Pero nuestro parentesco y la férrea vigilancia que ejercen los mayores en las poblaciones pequeñas hicieron imposible que ni siquiera pensara en hacer realidad mis sueños y por eso me tuve que conformar con pajearme en la soledad de mi habitación mientras mi mente volaba imaginando que ella y yo éramos algo más que primos.
A los veinte años, mi fijación cambió de objetivo y fue la segunda, Alicia la que se convirtió en parte de mis ilusiones. Morena como su hermana mayor, la naturaleza la había dotado de unos pechos todavía más enormes y aunque la llevaba tres años, tengo que confesar que con ella tuve un par de escarceos antes de que se buscara un novio serio. Cuando digo escarceos fueron escarceos porque no pasé de un par de besos y unos cuantos tientos a esas dos ubres que me traían loco pero nada más.
En cambio nunca y cuando digo nunca es nunca, posé mis ojos de un modo que no fuera fraterno en Irene, la pequeña. Con una cara dulce y bonita, mi primita era una flacucha sosa y remilgada que además de nuestra diferencia de edad era la mejor amiga de mi hermanita.
Si a eso le añadimos que al igual que una gran parte de los jóvenes del pueblo, salí a la capital a estudiar y ya inmerso en la vorágine de la gran ciudad, nunca me volvió a apetecer volver al pueblo de mis padres, mis visitas se fueron reduciendo poco a poco, hasta terminar por no pisar esas calles de mi infancia más que el día de Navidad.
Con los años, terminé la carrera. Me puse a trabajar en una multinacional donde ascendí como la espuma y con treinta años, me convertí en el director para Costa Rica. Ese país me enamoró y por eso cuando a los dos años de estar ahí me propusieron darme todo Centroamérica solo puse como condición no moverme de San Jose.
Con el apoyo de los jefes de Nueva York convertí esa ciudad en mi base de operaciones y en mi particular trozo de cielo que mi abultada cuenta corriente me permitió. Vivía solo en un chalet enorme al que solo accedían mis conquistas para follar porque escamado que alguna quisiera quedarse a compartir conmigo algo más, al día siguiente las echaba con buenas palabras aduciendo trabajo.
Trabajo, viajes y mujeres era mi orden de prioridades. Por muy buena que estuviera la tipa en cuestión si sucedía un imprevisto, la dejaba colgada y acudía a resolver sin mirar atrás. Lo mismo ocurría si me venían con un destino apetecible, lo primero que hacía era despedir a la susodicha no fuera a intentar pegarse a la excursión.
Por suerte o por desgracia, esa idílica existencia terminó un día que recibí la llamada de mi hermanita pidiéndome un favor. Por lo visto Irene se acababa de separar de un maltratador y el tipejo le estaba haciendo la vida imposible. Huyendo de él, había dejado el pueblo pero la había seguido a Madrid y allí la había amenazado con matarla si no volvía con él.
-¿Qué quieres que haga? pregunté apenado por el destino de la flacucha.
-Necesito que la acojas en Costa Rica hasta que su marido acepte que nunca va a volver- contestó con un tono tierno que me puso los pelos de punta.
-¡Tú estás loca!- protesté viendo mi remanso de paz en peligro.
Sin dejarse vencer por mi resistencia inicial, mi hermana pequeña usó el poder que tenía sobre mí al ser mi preferida para sacarme un acuerdo de mínimos y muy a mi pesar acordé con ella que Irene podría esconderse de ese mal nacido durante un mes en mi casa.
-Pero recuerda: ¡Solo un mes! ¡Ni un día más!- exclamé ya vencido.
La enana de mi familia soltando una carcajada, me dio las gracias diciendo:
-Verás que no será tan malo. ¡A lo mejor te acostumbras a tenerla allí! ¡Te quiero hermanito!
-¡Vete a la mierda!- contesté y de muy mala leche, le colgué el teléfono.
Ni siquiera había pasado dos minutos cuando recibí un mail de mi manipuladora hermanita en mi teléfono, avisándome que esa misma tarde mi prima aterrizaba en el aeropuerto de San José.
-¡Será cabrona! ¡Ya estaba cruzando el charco mientras hablábamos!- sentencié mirando el reloj y calculando que me quedaban dos horas para recogerla.
Sabiéndome usado apenas tuve tiempo de avisar a mi criada para que preparara la habitación de invitados antes de salir rumbo a la terminal internacional…
Mi prima Irene llega echa un guiñapo.
Tal y como me había contado eran tales los hematomas y la hinchazón que lucía mi pobre prima en su rostro que me costó reconocerla al salir de la aduana y por eso tuvo que ser ella la que corriendo hacia mí, me abrazara hundiéndose en llanto mientras a mi alrededor la gente nos miraba con pena pero también escandalizada por el estado en el que llegaba.
«¡Dios mío!», pensé al ver su maltrato, «¡No me extraña que haya querido poner kilómetros de por medio!».
Alucinado por la paliza que había recibido, en vez de ir a casa y mientras Irene no paraba de llorar que no hacía falta, llamé a un amigo médico para que la reconociera y me asegurara que no tenía nada que no se curara con el paso del tiempo. Afortunadamente después de un extenso chequeo, mi conocido me confirmó que los golpes siendo duros eran superficiales y que no le habían afectado a ningún órgano interno.
Lo que no hizo falta que me contara fue que lo verdaderamente preocupante era su estado anímico porque durante todo el tiempo tuve que permanecer cogido de su mano dándole mi apoyo mientras por sus mejillas no dejaban de caer lágrimas. Solo me separé de ella cuando la enfermera me avisó que tenía que desnudarla. Aprovechando el momento salí al pasillo y una vez en solo no pude reprimir un grito:
-¡Menudo hijo de puta! ¡Cómo se le ocurra venir lo mato!
No me considero un hombre violento pero en ese momento de haber pillado a ese maldito le hubiese pegado la paliza de su vida. Hecho una furia, cogí el teléfono y desperté a mi hermana, quien todavía dormida tuvo que soportar mi bronca y mis preguntas sobre cómo era posible que nadie hubiese tomado antes cartas en el asunto. Su respuesta no pudo ser más concisa:
-Le tienen miedo. Manuel es un matón y todo el mundo lo sabe.
Indignado hasta la medula, le espeté que no me podía creer que el tío Miguel se hubiese quedado con los brazos cruzados mientras apaleaban a su hija pequeña.
-Es un viejo y nadie se lo ha contado. Los únicos hombres de la familia son los maridos de las primas y están acojonados.
-¡Vaya par de maricones! ¡Les debería dar vergüenza!..
Cortando mi perorata, mi hermana me contestó:
-¿Ahora comprendes porque te la he mandado? ¡Necesita de alguien que la proteja!
Os confieso que en ese instante asumí mi papel de macho de la manada y ya que nadie en la familia tenía los arrestos suficientes para enfrentársele, supe que debía ser yo quien lo hiciera y por eso antes de colgar, me dije a mi mismo que mi próximo viaje iba a ser al pueblo a ajustar las cuentas con ese cobarde.
Dos horas después y con Irene bien asida de mi brazo, la llevé a casa. Una vez allí, llamé a la criada y presentándola como mi prima, le dije que se iba a quedar indefinidamente. Acostumbrada a mi esquivo ritmo de vida sobre todo en materia de faldas, no me costó reconocer en su rostro la sorpresa que le producía que una mujer se quedara más de una noche en ella pero luciendo una sonrisa de oreja a oreja, la cuarentona la acogió entre sus brazos y separándola de mí, la llevó escaleras arriba dejándome solo en mitad del salón mascullando barbaridades sobre lo que haría si el causante de tanto dolor caía en mis manos…
Poco a poco Irene se va recuperando.
Durante los siguientes días, mi prima hizo poca cosa más que vegetar. Hundida en una profunda depresión, deambulaba por el chalet de un sillón a otro, donde se sumía en un prolongado silencio del que solo salía para llorar. Sin llegar a imaginar el infierno que había sufrido en compañía del perro sarnoso que había escogido como pareja, dejé mi ajetreada agenda y me ocupé en cuerpo y alma en hacerle compañía.
Mi rutina se convirtió en ir temprano al trabajo y al terminar acudir a su encuentro para que sintiera que conmigo estaba a salvo sin darme cuenta que mientras se curaban las heridas de su cuerpo, con esa actitud iba creando una dependencia hacia mí de la que no fui consciente hasta que fue demasiado tarde.
También os he de confesar que una vez superada parcialmente su depresión, su propio carácter dulce y cariñoso hizo que yo me sintiera a gusto en su compañía por lo que las más que evidentes pruebas que Irene se estaba encaprichando conmigo, me pasaron totalmente desapercibidas.
De lo que fui consciente fue que la rubia flacucha de mi infancia había desaparecido dejando en su lugar a un espléndido ejemplar de mujer que de no ser por su delicada situación me hubiera intentado ligar sin dudar lo más mínimo. Os lo digo porque apenas llevaba dos semanas en casa cuando al volver del trabajo la descubrí nadando y sin saber con lo que me encontraría fui a su encuentro con las defensas bajas.
Al llegar hasta la piscina, quién salió del agua no fue mi primita sino una diosa griega de la belleza hecha mujer. Casi boqueando por la sorpresa, me quedé con la boca abierta al observar la perfección de ese cuerpo que hasta entonces había pasado oculto a mis ojos.
«¡No puede ser!», exclamé mentalmente valorando el innegable alboroto que se produjo en mis hormonas al verla salir con ese escueto bikini. «¡Es preciosa!».
Los maravillosos pechos de sus dos hermanas no solo quedaban eclipsados por los de ella sino que la belleza de ambas quedaba en ridículo cuando a la cara de Irene se le sumaba un trasero de ensueño. Incapaz de retirar mi mirada de su piel mojada, mis ojos recorrieron su cuerpo con un insano y nada fraternal interés.
«¿Cómo es posible que no me haya dado cuenta que es un bombón?», me dije al contemplar sus contorneadas piernas ya sin rastro de moratones, «¡Está buenísima!».
Mi examen fue tan poco discreto que Irene no pudo evitar el ponerse como un tomate al sentir la manera con la que me deleité observándola y completamente avergonzada, cogió una toalla con la que taparse antes de decirme como me había ido en el trabajo y de preguntarme que quería que me preparara de cenar.
Esa pregunta que en otro momento y hecha por otra mujer me hubiese puesto los pelos de punta al ser la típica que se le hace a un marido, me pareció natural y saliendo de mi parálisis, recordé que esa noche tenía una fiesta. Sin pensármelo le propuse que me acompañara y aunque en un inicio se negó aduciendo que no estaba preparada, tras mi insistencia aceptó a regañadientes.
Pidiéndome permiso para irse a su cuarto, Irene salió del jardín mientras me quedaba mirando descaradamente el contoneo de ese culo de campeonato. Sus nalgas duras y bien formadas eran una tentación irresistible de la que no me pude o no me quise abstraer y siguiéndola en su huida, disfruté como un enano de la manera en que lo movía.
«¡Menudo culo!», suspiré tratando de alejar de mi cerebro las ideas pecaminosas que se iban amontonando con cada uno de sus pasos. «¡Es tu prima pequeña y está desvalida!», inútilmente intenté pensar mientras entre mis piernas se despertaba un apetito insano.
Cabreado conmigo mismo, me tomé una ducha fría que calmara o apaciguara la calentura que asolaba mi cuerpo pero por mucho que intenté olvidar esos dos cachetes me resultó imposible y viendo que mi sexo me pedía cometer una locura, busqué la solución menos mala y me puse a imaginar que castigaba a los cobardes de sus cuñados tirándome a sus hermanas. Por ello y mientras el agua caía por mi piel, visualicé a María y a Alicia ronroneando en mi cama mientras sus maridos esperaban avergonzados que terminara desde el pasillo.
Muy a mi pesar y aunque lo intenté con todas mis fuerzas, cada vez que una de esas dos dejaba sus quehaceres entre mis muslos era la cara de Irene la que me besaba y aunque fueron sus nombres los que grité cuando llegando al orgasmo derramé mi semen sobre la ducha, la realidad que era en la flacucha en la que estaba pensando.
«¡Soy un cerdo degenerado!», maldije abochornado por mi acto y jurando que no dejaría que mi pito se inmiscuyera entre ella y yo, salí a secarme.
Ya frente al espejo, malgaste más de media hora tratando de auto convencerme que no iba a permitir tener ese tipo de pensamientos sobre ella pero todos mis intentos fueron directo a la basura cuando la vi bajando por las escaleras.
«¡Es la tentación en estado puro!», protesté totalmente perturbado al reconocer que me resultaba imposible retirar mi mirada del profundo escote de Irene y que de forma tan magnífica realzaba el vestido rojo que portaba.
Al contrario que en la piscina, mi prima no solo no se cortó al ver el resultado de las dos horas que se había pasado arreglando sino que comportándose como una cría, en plan coqueta me preguntó:
-¿Estoy guapa?
Varias burradas se agolparon en mi garganta pero evitando decir algo que me resultara luego incómodo, tuve el buen sentido de únicamente decir:
-Voy a ser el más envidiado de la fiesta.
Ese sutil piropo la alegró y entornando sus ojos, sonriendo contestó:
-Eres tonto- y olvidando por un momento era de mi familia, me soltó: – Seguro que se lo dices a todas.
Que se equiparara al resto de las mortales me dejó helado y reteniendo mis ganas de salir corriendo sin rumbo fijo huyendo de esa trampa para humanos con piernas, hipócritamente sonreí mientras la llevaba hacía el coche. Durante el trayecto hacia el festejo no pude dejar de mirar de reojo la impresionante perfección de sus tobillos y pantorrillas.
«¡Hasta sus pies son increíbles!», murmuré buscando concentrarme en el camino.
No sé si lo hizo a propósito pero justo en ese instante la abertura de su falda se abrió dejando vislumbrar el edén de cualquier hombre y me quedé tan impresionado con semejante muslamen que estuve a punto de salirme de la carretera.
Muerta de risa, cerró su falda diciendo:
-Deja de mirarme las piernas y conduce.
Que fuera consciente de la atracción que sentía por ella me aterrorizó, no fuera a ser que considerara que mi ayuda era interesada y por ello, haciéndome el gracioso le solté:
-La culpa es tuya por ser tan descocada. No soy de piedra.
Mis palabras lejos de cortarla, la impulsaron a hacer algo que me desconcertó porque acercando su cuerpo hacia mi asiento, me dio un beso en la mejilla mientras me decía:
-Siempre has sido mi primo preferido.
El tono con el que imprimió a su voz terminó de asustarme por el significado oculto que escondía. Afortunadamente no tuvimos ocasión de continuar esa conversación porque justo en ese instante llegamos a la fiesta y más afectado de lo que me gusta reconocer, me bajé del coche con un bulto de consideración que a duras penas el pantalón que llevaba conseguía esconder.
Mi erección era tan manifiesta que no le pasó desapercibida pero cuando ya creía que se iba a indignar, pasando su mano por mi cintura Irene me susurró:
-Eres un encanto. ¿Pasamos adentro?
La felicidad de su mirada me debió puesto de sobre aviso pero más preocupado por disimular el estado de mi sexo, no le di mayor importancia al hecho que pegándose a mí, Irene entrara apoyando su cabeza en mi hombro donde nos esperaban mis amigos.
Como no podía ser de otra forma, en cuanto los asistentes al evento nos vieron entrar de ese modo supusieron erróneamente que esa rubia en vez de ser mi adorada primita era la última de mi conquistas. Para ellos debió de ser tan claro el tema que la anfitriona, una antigua compañera de sábanas se acercó y luciendo la mejor de sus sonrisas, me pidió que le presentara a mi novia. Antes que pudiera intervenir, Irene aceptó el papel diciendo al tiempo que se acaramelaba más a mi lado:
-Soy algo más que su novia. Vivo en su casa. Me llamo Irene.
Mi ex amante se quedó de piedra porque sabía de mis reservas a perder la intimidad y asumiendo que lo nuestro iba en serio, solo pudo felicitarla por conseguir cazar al soltero inexpugnable. Su respuesta provocó la carcajada de mi prima y sin sacarla de su error, aprovechó para sin disimulo acariciar mi trasero mientras le decía:
-Edu lleva años queriéndome pero no fue hasta una semana cuando me di cuenta que yo también le amaba.
Cortado y confundido solo pude sonreír mientras ese engendro del demonio se pavoneaba ante mis amistades de tenerme bien atado. Mi falta de respuesta exacerbó su osadía y mordiendo mi oreja, me soltó con voz suficientemente baja para nadie lo oyera
-Lo que he dicho es verdad. Te quiero primito.
Reconozco que esa confesión me terminó de perturbar y como vil cobarde busqué el cobijo de la barra mientras mi familiar se reía de mi huida.
«¿Qué coño le pasa a esta loca?», me pregunté al tiempo que pedía mi copa: «¿No se da cuenta que está jugando con fuego?».
Aun sabiendo que podía ser cierto ese supuesto afecto no por ello me hacía feliz al comprender que debía ser producto de su propia situación afectiva y no queriendo ser segundo plato de nadie, me bebí de un solo trago el whisky que me puso el camarero mientras el objeto de esa desazón tonteaba con mis amigos. Lo que no me esperaba fue que mi corazón se encogiera lleno de celos al observar ese coqueteo y ya francamente preocupado por lo que suponía, me dejé caer hundido en un sofá mirando cada vez más cabreado que uno de los donjuanes de la fiesta posaba sus ojos sobre mi prima.
«Se lo tiene ganado a pulso», sonreí al ver su cara de angustia cuando el desprevenido ligón creyendo que era una presa fácil, le agarraba de la cintura.
El sujeto desconociendo que esa maniobra había avivado el recuerdo de sufrimientos pasados se vio empujado violentamente mientras Irene se echaba a llorar presa de la histeria. Obligado por las circunstancias me levanté de mi asiento al comprobar los malos modos con los que el costarricense se había tomado tanta brusquedad. Mi prima al verme me buscó y hundiendo su cara en mi pecho, me rogó hecha un manojo de nervios que la sacara de ahí.
-Tranquila, ya nos vamos- susurré en su oído al mismo tiempo que la alzaba entre mis brazos y ante el silencio de todos los presentes, la sacaba al exterior.
Durante la vuelta a casa y mientras Irene no paraba de llorar como una loca, me eché la culpa de haberla forzado antes de tiempo y por mucho que intenté consolarla, todos mis intentos resultaron inútiles. Ya en mi chalet, al aparcar el coche Irene seguía sumida en su dolor por lo que nuevamente tuve que cogerla y cargando delicadamente con ella la llevé hasta su cama.
Al depositarla sobre el colchón, creí más prudente retirarme pero entonces con renovadas lágrimas mi prima me pidió:
-No te vayas. Necesito sentirte cerca.
Conmovido por su dolor, me coloqué a su lado. Momento que esa rubia aprovechó para abrazarme con una desesperación total mientras posaba su cara sobre mi pecho sin darse cuenta que al hacerlo podía sentir como estos se clavaban contra mi cuerpo avivando la atracción incestuosa que sentía por ella. Sin moverme para que mi pene inhiesto no revelara mi estado, esperé que se quedara dormida pero para mi desgracia el cansancio hizo mella en mí e involuntariamente me quedé transpuesto antes que ella.
Tres horas después me desperté todavía abrazado a ella aunque durante el sueño algo había cambiado, una de mis manos agarraba firmemente el generoso pecho de Irene. Sorprendido y excitado por igual sopesé su volumen delicadamente temiendo que si hacía algo brusco mi prima se diera cuenta y me montara un escándalo.
«¡Es impresionante!», sentencié tras valorar su dureza y su tamaño.
El saber que era el seno más perfecto que había tenido en mi poder me hizo palidecer al saber que era un fruto prohibido y no solo por anticuados reparos sino porque sabía que me iba a arrepentir si daba otro paso.
«No soy un cabrón que se aprovecha de una mujer indefensa», me dije levantando mi brazo lentamente liberé mi mano y me marché sin hacer ruido.
Ya en mi cama, el recuerdo de Irene volvió con mayor fuerza y rememorando las sensaciones que experimenté al tener entre mis dedos su pecho y contra mis deseos, mi sexo se levantó con tal fuerza que no me quedó otra que dejarme llevar por mi memoria e imprimiendo un lento vaivén a mi mano comencé a pajearme mientras soñaba que esa criatura venía hasta mi cama ronroneando que la hiciera mía.
En mi mente, mi prima se acercaba  mientras dejaba caer los tirantes de su camisón mientras se contorneaba dotando a sus meneos de una sensual lentitud. Para entonces Irene se había convertido en una depredadora cuya presa era yo y mirándome a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia que le separaba de su objetivo mientras mi cuerpo empezaba a reaccionar.
«¡Qué belleza!», maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de sus pechos y que mi pene había adquirido una considerable dureza solo con esos preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, esa chavala agachó la cabeza y como si fuera una gatita se puso a olisquear como si fuera en busca de su sustento y frunciendo la nariz, llegó a escasos centímetros de mi entrepierna tras lo cual metió su mano bajo mi pijama y me soltó con una seguridad que me dejó desconcertado:
-He venido por lo que ya es mío.
Para entonces mi corazón bombeaba a toda velocidad e impotente ante sus maniobras, me quedé paralizado mientras esa monada frotaba su cuerpo contra el mío.
-¡Chúpame los pechos! ¡Sé que lo estas deseando!- exclamó poniendo esos manjares a escasos centímetros de mi boca y antes que pudiera hacer algo por evitarlo, rozó con ellos mis labios.
Aunque sabía que era producto de mi imaginación, boqueé al verlos. Grandes y de un color rosado claro, estaban claramente excitados cuando forzando mi entrega, esa mujer forzó mi derrota presionando mi boca sin dejar de ronronear. Forzando mi voluntad retuve las ganas de abrir mis labios y con los dientes apoderarme de sus areolas. Mi falta de respuesta azuzó su calentura y golpeando mi cara con sus pechos, empezó a gemir mientras me decía:
-¡Te he ordenado que me comas las tetas!
Ese exabrupto me sacó de las casillas y aprovechando que mi pene había salido de su letargo, empezó a frotar su sexo contra mi entrepierna. De forma lenta pero segura, incrustó mi miembro entre los pliegues de su vulva y comenzó a masturbarse rozando su clítoris contra mi verga aún oculta bajo el pijama.
-¡No te hagas el duro! ¡Sé que eres un perro que lleva babeando con follarse a una de nosotras desde hace años!- soltó mientras con su mano sacaba mi miembro de su encierro.
Mi subconsciente me había traicionado dejando al descubierto mi fijación por esas hermanas mientras en mi imaginación esa rubia se estaba empalando usando mi verga como su instrumento de tortura. La veracidad de esa acusación no aminoró mi excitación al sentir los pliegues de su sexo presionando sobre mi tallo mientras se hundía en su interior.
-¡Cumple tu sueño cabrón y úsame!- chilló descompuesta.
Su aullido coincidió con mi orgasmo y derramando mi simiente sobre las sábanas, lloré de vergüenza al saber que lo quisiera o no todo lo ocurrido era una premonición de lo que me iba a pasar si no hacía algo para ponerle remedio…sex-shop 6

 

Relato erótico: “La delgada linea rosa. (3)” (POR BUENBATO)

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SOMETIENDO 4Espero que mis ocupaciones diarias me permitan seguir el ritmo de publicación diaria.

Agradezco todos los comentarios. Saludos.

 

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Sin títuloEse día, como todos los lunes, miércoles y viernes, Carolina tenía entrenamientos de atletismo: la fuente de su espectacular cuerpo. Agotada, apenas y pudo realizar actividad alguna. Pertenecía a un grupo de deportistas semiprofesionales y ya había participado en varias competencias locales. Además de ir por su pasión deportiva su inspiración era su entrenador; Marco, un trigueño claro de treinta años de edad, con un rostro tan fino que le hacia parecer más joven a pesar de su robusto y deportivo cuerpo. Sin embargo la negrita tenía que conformarse con verlo puesto que, además de la clara diferencia de edades, este ya tenia un noviazgo de varios meses con otra de las deportistas del grupo. Una rubia espectacular de 25 años, llamada Clara, cuya especialidad era el lanzamiento de jabalina.

Marco se acercó a Carolina, que estaba sentada en el pasto con un evidente cansancio. La chica vestía con su acostumbrado short de licra, que además de su utilidad deportiva le resaltaba las dimensiones reales de su cuerpo de manera simplemente abrumadora. Su blusa, también pegada, remarcaba sus senos en crecimiento y su fina cintura.

– ¿Cansada?

– Si, entrenador, hice mucho ejercicio en la escuela – mintió.

– Bueno, entonces descansa – dijo, con una sonrisa que encantaba a la chiquilla – siempre te esfuerzas y no pasa nada si hoy descansas.

El hombre se retiró a los entrenamientos y la chica se quedó en el mismo sitió; inspirada y pensativa. Se preguntaba si algún día seria posible que alguien como ella tuviese oportunidad con él. Pero lo sucedido esa mañana le hacia dar vueltas a su cabeza en pensamientos distintos a los que hubiese tenido con su anterior inocencia. Por su mente, desfilaban ideas que le hacían ver que la oportunidad estaba muy cerca, en ella, en su cuerpo.

Al siguiente día, durante las clases, Jade hizo una seña a Carolina para que salieran. La profesora supuso que iban al baño y nadie les dio importancia cuando se retiraron juntas. Efectivamente, Jade se dirigió a los baños, pero no los que usualmente eran utilizados sino unos más lejanos que eran utilizados principalmente para eventos deportivos o sociales y que se hallaban atravesando la cancha de futbol. Carolina se extraño pero por su mente ya empezaban a dibujarse las razones de aquel comportamiento.

Entraron al baño juntas y, como era de esperarse, estaba completamente vacío. Una pared interna dividía en U el pasillo de los lavamanos y el espejo con el pasillo de los sanitarios. Jade cruzó, jalando de manos a su amiga, el pasillo de los lavamanos, giro hacia la derecha al pasillo de los sanitarios hasta llegar a la pared del fondo. Apenas llegó se recargó de espaldas sobre la pared y recibió en una bella sincronía los labios de la negrita. Era obvio que no necesitaban explicaciones, ambas habían pasado la noche en vela pensando en las ganas que tenían de volverse a tener una con otra. Era una especie de cariño distinto el que se tenían desde el día anterior y que se iba convirtiendo en una desesperación constante por amarse. Se besaron confiadas de que, si alguien llegaba a ir a esos baños, ellas se enterarían con tiempo antes de que llegara al pasillo de los sanitarios.

– Si alguien entra – interrumpió Jade – nos metemos cada una a un baño. ¿Si?

Carolina asintió con la cabeza y en un santiamén volvía a besar apasionadamente a su amiga. Se besaron un par de minutos hasta que sus cuerpos sufrieron una repentina elevación de temperatura. Sin comunicación de por medio más que la de sus propios instintos, una a otra se iban desvistiendo, primero la parte de arriba y después la de abajo. Se tocaban, acariciaban y besaban con fervor cada parte posible de su piel.

Cuando fue el turno de Jade, para desabrochar la falda de Carolina y retirarles sus bragas, se arrodilló y, como una especie de pago por el día anterior, comenzó a besar las entrepiernas de la negrita para, eventualmente, llegar a los labios del coño de su amiga que ya venia humedeciéndose desde hacia un rato. Jade comenzó besando suavemente aquella conchita, pero las manos de la negrita empujaron desde su nuca y se vio obligada a aumentar la intensidad de sus besos y lengüetazos. Carolina disfrutaba el sexo oral que tanto había ansiado por la noche. Jade se acostumbraba sobre la marcha a aquel sabor mientras realizaba los movimientos que creía convenientes.

Pero parecía funcionar, las piernas de Carolina perdieron fuerza y sus manos se sostuvieron de los hombros de su amiga mientras el primer orgasmo llegaba. No tuvo manera de darle aviso por lo que un chorro de líquido salió expulsado desde su entrepierna y manchó el rostro de Jade. Carolina se avergonzó por eso pero Jade la tranquilizó dirigiéndose a su rostro para unir sus labios. Ambas cayeron de rodillas sobre el piso del baño; se besaron todo lo que quisieron hasta que Carolina comprendió que era el turno de disfrutar para su amiga.

Suavemente empujó a Jade para que esta se pusiera en cuatro. Se colocó tras ella y con sus manos alzó el culo de su amiga, obligándola a que esta se apoyara sobre sus codos y antebrazos. Carolina, con el culo abierto de su amiga frente a su rostro, comenzó a lengüetear dulcemente la entrada de aquel coño. Poco a poco fue sumergiéndose más entre aquellas nalgas. Besaba los labios del coño de su amiga con el mismo fervor con el que lo había hecho el día anterior. Su lengua se clavaba dentro de aquella vagina y sus labios apretaban suavemente el clítoris que estaba a punto de reventar de placer.

Para Jade, la situación se tornaba en una combinación de deseo y dudas. Le extrañaba, desde luego, encontrarse en aquella situación tan distinta a lo acostumbrado. Le extrañaba aun más el comportamiento de su amiga y el nivel de atrevimiento al que ambas habían llegado. Pero lo deseaba, lo deseaba desde el mismo día de ayer, durante toda la noche y por fin, por fin se estaba realizando. A Carolina, desde luego, le sucedía algo similar. Ninguna se detendría.

La pasión de aquel momento era tal que a ninguna de las chicas le perturbaba todo aquello. De un momento a otro, Carolina comenzó a besar con verdadera pasión el coño, las nalgas e incluso la entrada del culo de su amiga que gemía lentamente, con una pasión que se desbordó en cada uno de los dos orgasmos que la negrita le había provocado hasta el momento. Había pasado casi media hora desde que habían salido del salón de clases y el sonido de la campana anunciando el recreo las interrumpió. Era muy probable que alguien entrara, así que se vistieron rápidamente antes de que sucediera cualquier cosa. Vestidas, se lavaron la cara y manos en los lavabos y sellaron el momento con un rápido y tierno beso en la boca.

– Yo salgo primero – dijo Jade – Tu metete a un baño y  sal dentro de unos cinco minutos. ¿Va?

– Sí – respondió la mulata.

En efecto, afuera se encontraban ya todos los alumnos. La situación parecía completamente normal. Jade se acercó a sus compañeras de clases ya actuó con naturalidad, sin que ninguna de sus amigas pudiera tener la menor de las sospechas del alocado sexo lésbico que acababa de protagonizar. Cinco minutos después salió la negrita con la misma naturalidad y la vida continuó su curso con normalidad.

Ese día ambas estuvieron pensando en la una a la otra. Se preguntaban si era amor lo que estaban comenzando a sentir, pero preferían no pensar en ello y darlo simplemente como una situación de la vida; algo que habría que disfrutarse más que explicarse.

Al día siguiente, miércoles, Carolina se extrañó de no encontrar a Jade, quien normalmente llegaba antes que ella, pues vivía más cerca. El día pareció caérsele encima cuando las clases iniciaron sin que su amiga llegara. No podía estar tranquila sin ella, la extrañaba y la necesitaba. La realidad de le cayó como un balde de agua fría cuando recibió un mensaje de texto a su celular: “Se accidentó mi tía de la capital; iremos con ella, no es nada grave pero yo te extraño mucho. Te quiero. Espero volver pronto”.

La depresión se apoderó de la negrita. Las clases le parecieron eternas y salió sin la misma emoción con la que había llegado a la escuela. Al llegar a su casa se encerró en su cuarto por diez minutos: lloró todo lo que pudo. Comió sin ganas, y con menos ganas aun y con una desesperación terrible se preparó para ir a los entrenamientos.

Los días pasaron y el viernes terminó su esperanza de ver a Jade esa semana. Tendría que esperar hasta el lunes. La tristeza y la desesperación eran profundas. Sus deseos de verla, de besarlas y de sentirla eran inmensos.

Ya era viernes. Le cansaba incluso la idea de ir a los entrenamientos; no estaba muy de buenas para tanto ejercicio durante tres horas. Tenia que tomar un autobús y después subir más de seis cuadras para llegar al complejo deportivo. Con pasos lentos, y sin el menor de los ánimos, subía las inclinadas calles. Llevaba puesta sus lycras blancas deportivas hasta la mitad de sus espinillas de largas. Su torso la cubría una pegada blusa deportiva, de lycra también, color  azul. Vestía de tal forma que su estético cuerpo se remarcaba; especialmente la redondez de su altivo culo que, vestido con la lycra blanca, dejaba ver sus calzones infantiles blancos que cubrían lo más que podían de aquel suculento manjar.

El sonido de un claxon la regresó a la realidad; volteó por que reconoció el automóvil del que provenía. Se trataba de Marcos, su entrenador de atletismo. No era la primera vez que coincidían y él le ayudaba a subir en su automóvil. Sin siquiera saludar, y visiblemente deprimida, la mulata subió al automóvil. Marco notó esto de inmediato y, suponiendo que algún problema de adolescentes aquejaba a la chica, avanzó hacia el complejo deportivo.

– Deténgase – dijo segundos después la chica, ante el asombro de Marco.

– ¿Por qué?

– De vuelta en esta calle – dijo sin mediar respuesta

El hombre obedeció, extrañado. Se orilló en aquella calle frente a un viejo almacén abandonado. La chica miró a su alrededor, sin decir palabra alguna.

– Podemos pasar a la tienda de la calle del deportivo si es que necesi…

La chica interrumpió de pronto. Se inclinó sobre el hombre y posó su mano izquierda sobre la entrepierna de su entrenador. Marco se alejó de inmediato y tomó las manos de la chica evitando aquello. Pero la negrita insistió. Su mano regresó a la entrepierna del entrenador y esta vez apretó la verga durante el suficiente tiempo como para notar como esta perdía su flacidez para endurecerse. Consternado, el hombre abrió la puerta del automóvil con la plena intención de irse de ahí.

– ¡Espere! – dijo por fin la chica – Espere. – repitió, mientras alejaba lentamente su mano.

– No debes hacer eso – resolvió a decir el hombre – ¿Por qué haces esas cosas?

– Me gusta – dijo la negrita, con la fingida inocencia de niña reprochada.

Bajo su aparente tranquilidad, los latidos del corazón de la chica estaban a reventar. La adrenalina corría en su torrente sanguíneo mientras se preguntaba a si misma si era prudente continuar con aquella locura. No obstante, inspirada por el atrevimiento inicial y las profundas ganas de su cuerpo por el sexo, la chica decidió continuar con aquello.

– Quisiera – dijo, con la voz entrecortada por los nervios que la comenzaban a invadir – Quisiera tener sexo con usted, entrenador.

– No – resolvió de inmediato el hombre, completamente anonadado.

– Solo hoy – dijo la negrita, apostándolo todo a una ultima mirada angelical y voz dulcificada.

– Tienes que entrenar – dijo el entrenador, dejando ver su debilidad que la chica adivinó de inmediato.

–  Ándele – insistió, segura ahora de que terminaría por ceder.

La conversación siguió por poco más de cinco minutos. El hombre recurrió a  todos los argumentos: las diferencias de edades, la ilegalidad, su carrera profesional, los padres, todo lo que podía. Pero la chica insistía y el entrenados, hombre al fin, iba entregándose a su libido. De un momento a otro, tras un silencio final que sepultó aquella discusión, el hombre arrancó el automóvil y avanzó en una dirección contraria al complejo deportivo. Ese día, para ellos, no habría entrenamiento.

Manejó por diez minutos hasta llegar a la entrada de un motel; se detuvo unos segundos.

– Necesito que te sientes atrás que esta polarizado – le dijo el hombre – Sal hasta que yo te avise.

Pero la chica no contestó, estaba perdida en sus pensamientos. Sentía un deseo compulsivo por salir corriendo de aquel lugar; se lamentaba demasiado tarde el haberse metido en aquella situación. ¿Pero que podía hacer? Aunque se fuera de ahí, sus intenciones, sus sucias y vergonzosas intenciones ya estaban descubiertas. A Marco no le importaba ya preguntarle si deseaba continuar; era ahora él el que no dejaría pasar aquella oportunidad. Tocó suavemente el hombro de la chica y esta, con un movimiento agresivo de adolescente contrariada, saltó a los asientos traseros. El hombre arrancó el automóvil; momentos después platicaba con uno de los encargados y pagaba. Al llegar a uno de los espacios del estacionamiento, bajó del automóvil y apretó el botón que cerraba la cochera. La sangre de Carolina estaba helada.sex-shop 6

 

Relato erótico: ” La fábrica 20″ (POR MARTINA LEMMI)

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me darías 2LA FÁBRICA 20

Sin título“Es… ¡ese sereno de mierda! – rugió Daniel con el rostro desencajado para, automáticamente, girarse hacia mí -.  ¡El degenerado que te miraba a la salida de la fábrica!  ¡Yo sabía que algo había!”

Yo no conseguía aún salir de mi sorpresa.  Se terminaba de confirmar que, en efecto, era Milo el sujeto a quien yo había visto escondido tras un árbol.  Y seguramente, además, habría estado espiando no durante uno sino durante varios días; mi cabeza le dio rápidamente vueltas al asunto y no fue difícil llegar a la conclusión de que, cuando llegamos, debió haber estado apostado en la puerta de casa y entrado presurosamente al escuchar mis gritos: después de todo, Daniel no había cerrado la puerta y era de pensar que sus padres tampoco lo habrían hecho.

Durante algún instante fugaz me miró; no supe interpretar la expresión en sus ojos había piedad por mí o algo más; y, a la vez, la suya era una mirada terriblemente infantil, llena de ingenuidad y sin maldad alguna.  Al igual que aquella tarde en la fábrica cuando un obrero intentó violarme, él acababa de acudir presto a auxiliarme al considerarme en dificultades.  Cuán paradójico resultaba, ahora más que nunca, pensar que ese mismo sujeto que dos veces me había socorrido en tan incómodos trances, era también el que me había violado sobre el mantel de la improvisada mesa en aquella fatídica noche de mi despedida.  Definitivamente, quedaba claro que, en su mente, él no creyó, esa vez estar haciendo nada malo.  Más aún: quizás hasta pensó que yo lo disfrutaba…

Daniel le arrojó un violento manotazo que impactó contra su rostro pero pareció no hacerle mella; en todo caso retrocedió un paso pero se mantuvo en actitud desafiante: la impresión era que no quería dejarme sola en medio de lo que a sus ojos, serían tres monstruos del averno.  No sin algo de culpa, entendí que ése era mi momento de escapar; saqué fuerzas de donde no las tenía para deslizarme fuera de la cama ya que me dolía absolutamente todo por la azotaina recibida.  Con sigilo pero a la vez con prisa, pasé junto al cuarteto en lucha en busca de la puerta, pero no llegué a alcanzarla: un violento tirón en mis cabellos me detuvo.

“¿Adónde vas, puta de mierda?”

Las ofensivas palabras, pronunciadas casi entre dientes, provenían, por supuesto, de la madre de Daniel, que era, desde luego, quien, tomándome por los cabellos, jalaba de mí hasta, finalmente, hacerme perder el equilibrio y caer de rodillas sobre el parquet.  Su esposo y su hijo, entretanto, estaban muy entretenidos en tratar de golpear y echar de allí a Milo, situación que la hizo a ella, en apariencia, sentirse libre de reiniciar el castigo sin interferencias.  No supe en qué momento había recuperado el cinturón de su marido, pero lo cierto fue que, de inmediato, los golpes recomenzaron cayendo sobre mis hombros.  En un acto reflejo intenté hacerme un ovillo para cubrirme pero ella se encargó de jalar de mis cabellos nuevamente, obligándome así a alzar mi cabeza.  Entreabriendo mis ojos, vi su rostro frente a mí y sentí que veía al diablo mismo: me remitió a la imagen de Evelyn durante la despedida pero la diferencia era que esta mujer no se divertía con lo que hacía sino que lo suyo era sólo brutalidad, violencia, odio visceral e irracional; todo su rostro se contraía en un rictus de furia y no necesitaba, por cierto, ningún disfraz de diabla para verse como tal.  Con desprecio, escupió contra mi rostro y reinició, de inmediato, los golpes, haciendo ahora caer el cinturón sobre mis desnudas tetas.  Mis alaridos de dolor, estoy segura, se escucharon en todo el barrio y también, por fortuna para mí, pusieron en alerta una vez más a Milo, quien, abriéndose paso por entre Daniel y su padre, empujó a ambos hasta hacerles caer y llegó junto a mí.  Volvió a capturar el cinto en uno de los tantos momentos en que la mujerona lo elevaba para dejarlo caer sin piedad sobre mí y, al momento en que ella se giraba hacia él con ojos inyectados en furia, Milo, con fuerza, la empujó hacia un costado haciéndola caer aparatosamente.

Con una fuerza que resultaba inusitada en alguien de aspecto tan enclenque y desgarbado, me alzó en vilo y me echó sobre su hombro, con lo cual mi cabellera quedó pendiendo por sobre su espalda y trasero.  Mientras los desesperados gritos de Daniel hendían el aire, Milo echó a correr llevándome como a un peso muerto y, con gran prisa y agilidad, dejó atrás el corredor y la sala de estar hasta llegar a la calle.  Mi cabeza se bamboleaba para todos lados y mi vista no podía fijar nada pero, aun así, alcancé a ver a algunos vecinos que, con ojos desorbitados, nos miraban desde las ventanas.

Pronto estuvimos lejos de allí; Milo atravesó un par de terrenos baldíos y hasta saltó un par de obstáculos conmigo encima.  Giramos tantas veces que se me hizo imposible determinar por dónde íbamos mientras, a lo lejos, creía escuchar las sirenas de la policía, de lo cual inferí que Daniel debía haberlos llamado; qué ironía: ¿para denunciar qué?  Las marcas sobre mi cuerpo y los gritos oídos por los vecinos mal podían ayudarle en caso de que él o sus padres pretendieran denunciar un rapto.  Finalmente Milo me depositó en el piso junto al cordón de la acera en una calle muy oscura.  Una vez que me dejó allí, me mantuvo la mirada durante unos instantes sin que yo supiera realmente qué hacer: quería decirle “gracias”, pero la conmoción y el dolor que sentía eran tan grandes que nada salió de mi garganta.   Las sirenas sonaban: podía oírlas.  Su rostro experimentó de repente una premura aún mayor: se giró y echó a correr; no tardó mucho en desaparecer, mientras yo, en mi interior, rogaba para que no lo encontrasen…

Permanecí un rato allí, desnuda y arrebujada; eran tantas y tan distintas las emociones vividas en tan poco tiempo que no lograba poner en orden mi cabeza.  Finalmente me incorporé y me decidí a caminar aunque sin saber bien hacia dónde: la noche, ahora, estaba algo fresca y experimenté un escalofrío en mi completa desnudez. 

No podía ir a la casa en que vivía antes porque ya había rescindido el contrato; tampoco podía ir a casa de mis padres y presentarme de ese modo; además, ellos habían estado en la fiesta y vaya a saber en qué estado de conmoción estarían ante las noticias que habrían oído correr de boca en boca.   Hasta sentí un súbito impulso por llamarles pero, claro, no tenía teléfono encima y, de hecho, me vino a la cabeza el recuerdo de mi celular estrellándose contra el piso del baño de damas y separándose en varias partes.  Caminé un par de calles igualmente oscuras y, por suerte, no me crucé con nadie; la luz de la luna iluminaba mis pechos e incluso hacía visibles las marcas de los golpes que jalonaban mi cuerpo casi como si fueran tatuajes.  Me detuve en una esquina; miré a todas partes tratando de ubicarme: ¡Dios!  ¿Adónde ir? 

En eso, sentí el sonido de un motor y me sobresalté.  Al levantar la vista, me vi iluminada por los faros de un auto que se acercaba y tuve el reflejo de intentar huir: no era para menos; me hallaba desnuda, desprotegida y aterrada.   Cuando ya me aprontaba a alejarme, alguien descendió del auto: poco más que un adolescente.

“¡Ah bueno! – gritó -.  Mirá con lo que nos encontramos”

Otro que tendría su misma edad bajó del lado del conductor y en ese momento me pregunté, con terror, cuántos habría dentro del auto al cual ahora podía reconocer como un viejo Chevy blanco.  El segundo en descender, pareció comportarse algo más gentilmente o, al menos, más alarmado ante la escena de encontrar una mujer desnuda en una calle oscura; se me acercó y yo tendí, mecánicamente, a recular aun cuando no parecía él mostrar intenciones agresivas.

“¿Qué… estás haciendo así?   ¿Te pasó algo?” – preguntó, con el rostro visiblemente turbado.

“Todavía no le pasó pero le va a pasar ahora” – carcajeó el anterior, quien, por cierto, no parecía saber de sutilezas ni vacilaba en esconder sus intenciones para conmigo.  Su amigo, por suerte, pareció obviar el comentario:

“¿Te pasó algo? – repitió, mientras me tendía una mano de manera amistosa que yo, sin embargo, me mostraba renuente a aceptar.

Estaba muda, de brazos cruzados para cubrir mis expuestos pechos; ni una palabra conseguía salir de mi boca.

“Es una puta… – dijo el primero, como haciendo gala de sobrar la situación -.  Está trabajando, ¿no te das cuenta?”

“No, pajero… Las putas trabajan con poca ropa, no desnudas… Y además… está golpeada, ¿no te das cuenta?”

Recién entonces el más guarrito de ambos pareció recalar en las marcas que cubrían mi cuerpo y su rostro, por primera vez, acusó recibo y se tiñó de turbación.  Nerviosamente, miró hacia todos lados como si buscara al supuesto autor de la agresión en mi contra.  Ya no lucía el aire de suficiencia que exhibiera segundos antes.

“¿Qué te hicieron?” – volvió a preguntarme el otro joven, quien, desde que descendiera del vehículo, había mostrado una actitud solidaria y servicial.

No llegué a decir nada… No supe de dónde salieron ni por dónde vinieron pero, justo en ese momento, tres oficiales de policía surgieron de la oscuridad misma como escupidos por la noche y dieron la voz de alto.  Uno de ellos era mujer y los otros dos hombres.  El joven que intentaba ayudarme se mostró aturdido; miró hacia todos lados sin entender demasiado e incluso clavó sus ojos durante unos instantes en mí, no sé si buscando alguna respuesta a lo que ocurría o bien implorándome que dijera algo en su defensa.  El otro, el más guarrito, parecía ahora otra persona: temblaba como una hoja y no quedaba ni por asomo vestigio alguno de la seguridad de machito que pretendía lucir minutos antes.

“¡Al piso!  ¡Al piso!” – no cesaban de repetir los policías al tiempo que, sin dejar de encañonarlos, empujaban a los muchachos hasta, prácticamente, hacerles caer de bruces.  Una vez que los tuvieron en el piso tal como querían, les hicieron poner las manos a la espalda y se dedicaron a esposarlos.  Qué extraña puede ser la mente: me vinieron a la cabeza mi despedida de soltera y las esposas que, en aquella oportunidad, me colocara Rocío.  Peor aún: tengo que admitir que, en ese momento, el recordarlo me excitó, lo cual venía a demostrar claramente que mi mente ya no era la misma y que todo en mí estaba totalmente trastocado.  Viendo a los jóvenes esposados en el piso y boca abajo, creo que hasta se me escapó una ligera, sádica e incomprensible sonrisa: como si una de las tantas Soledades que luchaban en mi interior pugnara por salir para enrostrarme que yo, en definitiva, era ahora un monstruo…

“¡No hicimos nada! – aullaba desesperado el joven que un rato antes tratara de auxiliarme -.  ¡Pregúntenle a ella!  ¡No hicimos nada, la puta madre!”

Los oficiales que los retenían contra el piso, por supuesto, hacían caso omiso de sus palabras; sólo le conminaban a silencio e inclusive llegué a  ver que le aplicaron un puntapié en las costillas.  El otro joven, en tanto, no decía ya palabra alguna sino que, simplemente, había roto en llanto: era un típico adolescente al cual, de pronto, le habían arrebatado su aparente seguridad; de haber dicho algo, muy posiblemente, hubiera llamado a su mamá.  Ambos esperaban, seguramente, que yo dijera algo en su favor pero, no me pregunten por qué, las palabras seguían sin salir de mi boca.  Los policías tampoco me preguntaron absolutamente nada excepto si estaba bien, a lo cual respondí apenas con un asentimiento de cabeza.  Parecían dar por sentado que esos jóvenes que tenían en el piso eran los responsables de mi “frustrado secuestro”e, incluso, así lo manifestó uno de ellos al dar aviso a sus colegas a través del “Handy”:

“Hola, ¿me copia?  Ya los tenemos.  Son dos: había un cómplice, posiblemente un entregador” – le escuché decir, con tono ufano.

  La oficial me cubrió con algo que no llegué a determinar qué era mientras los otros dos se encargaban de alzar del piso a ambos jóvenes para, esposados, conducirlos seguramente en dirección a algún patrullero cercano.  La escena estaba bastante clara: luego de lo ocurrido en la casa y de haber recibido alguna denuncia telefónica, la policía había salido a buscar un secuestrador y tal vez violador… Y lo habían encontrado; más aún: habían dado con dos.  ¿Por qué, en ese momento, no hablé?  ¿Por qué no les dije a los oficiales que ninguno de esos muchachos era el supuesto raptor a quien estaban buscando?  Creo que la respuesta era simple: consciente o inconscientemente, yo quería que dejaran de rastrear a Milo; cuanto más la policía creyera tener a los secuestradores en sus manos, más distancia podría él poner con el lugar de los hechos.  En todo caso, ya habría tiempo luego para aclarar la situación de los dos jóvenes detenidos; de momento, me mantendría callada.

Un ulular de sirenas cortó el aire en las cercanías e, inmediatamente, un par de patrulleros giraron a la esquina.  Vi cómo llevaron a los dos jóvenes esposados en dirección a los mismos y, un instante después, subían al más guarrito de ambos en uno de los vehículos; el muchachito no paraba de llorar.  Luego llevaron al restante hacia otro patrullero y no pudo sino producirme culpa el oír, a último momento, su grito desesperado:

“¡No hicimos nada!  ¡Dígaselo, por favor! ¡Dígaselo!”

Aunque culposa, me mantuve firme en mi silencio y sólo atiné a ver cómo uno de los efectivos policiales le aplicaba un ligero golpe en la nuca conminándole a ingresar al vehículo de una vez por todas.  Un instante después, el mismo se ponía en marcha y tuve una fugaz imagen de los desesperados rostros de los dos muchachos.

Ahora sí, y como no podía ser de otra manera, varios vecinos se habían arracimado alrededor para curiosear; por fortuna, nadie me reconoció o, al menos, eso creo: estábamos, según creía, a unas cuantas calles de la casa de Daniel y, por lo tanto, era lógico que así fuese.  La oficial de policía, tratándome casi maternalmente, me tomó por los hombros y me condujo hacia un tercer patrullero.  Instantes después, me hallaba en una comisaría…

No insistieron demasiado en interrogarme, al menos en un primer momento; parecían más bien a la espera de que yo me calmase y, luego, desembuchase por mi cuenta los detalles de lo ocurrido.  Me dieron un café asquerosamente aguado y un abrigo para cubrirme que era, en realidad, uno de esos impermeables que les dan a los efectivos policiales para los días de lluvia.  Poco a poco me fui relajando…y en ese momento llegó Daniel.

Lo miré.  Lucía asustado; se notaba que había sido víctima de un largo rato de ansiedad al no tener noticias mías.  Me pregunté en ese momento si se preocuparía realmente por mí o por lo que pudiese haber dicho.  De cualquier forma, no se mezclaron los tantos: no me abrazó ni me dio un beso; simplemente se mantuvo de pie frente a mí:

“¿Es… tás bien?” – preguntó, tartamudeando.

“Fuera de los golpes que tu madre me dio con ese cinturón… Hmm, sí, estoy bien” – respondí, irónicamente.

“Yo… lo siento – dijo, moviendo la cabeza hacia ambos lados -.  No…”

“No parecías sentirlo cuando entre vos y tu papi me tomaron por las muñecas y los tobillos” – repliqué.

“Es que… no te portaste bien, Sole – dijo él, ensayando una apología de su madre; su rostro se transfiguraba cuando el asunto consistía en defenderla o, lo que era lo mismo, cuando consideraba que alguien la estaba atacando -.  Vos… te lo ganaste de alguna forma”

“¿De alguna forma?”

“Sí.  No tengo que recordarte tu comportamiento en esa fiesta” – respondió con repentina sequedad.

Pensativa, asentí varias veces.

“Sí – concedí -; quizás tengas razón.  Quizás me lo tenía merecido.  Quizás tu madre hizo lo que correspondía; lo admito: no me porté bien.  Pero… en fin, ya está”

“¿Q… qué es lo que ya está?”

“Se terminó.  Ya está”

“¿De… qué estás hablando?” – preguntó, visiblemente confundido.

“Nuestro matrimonio, idiota.  Va a quedar en el libro Guiness como el de más corta duración en la historia”

Agitó la cabeza, estupefacto.

“¿Estás… hablando en serio?”

“No, pelotudo, estoy hablando en joda.  ¡Más vale que hablo en serio!”

Permaneció mirándome durante algún rato en silencio; todo su rostro era incomprensión.

“Sole… – balbuceó -; yo… vine aquí para buscarte.  Vamos a casa, por favor”

Definitivamente, él no podía creer lo que oía de mí y yo tampoco lo que oía de él.

“Perdón, Daniel, pero ahora la pregunta te la hago yo: ¿me estás hablando en serio?”

“Por supuesto que sí”

Lancé una carcajada y escondí el rostro entre mis manos.

“Daniel – dije -: rebobinemos un poquito: vos me fuiste infiel, yo también lo fui con vos; mucho más, por cierto, y lo admito…”

“Lo… hiciste sólo por bronca, Sole.  Te enteraste de lo mío con Flori y…”

“¡No, boludo!  ¡Lo fui antes de que ocurriera eso!  ¡Y varias veces!  ¿Cuándo te vas a enterar?”

Daniel se sintió fuertemente sacudido; hasta trastabilló: la incomprensión seguía haciendo presa de su rostro y su incredulidad no encontraba techo.

“No… – dijo, quedamente -; me estás diciendo eso sólo para que me vaya y…”

“Me cogió un cliente llamado Inchausti.  No sólo me cogió; hizo conmigo lo que quiso…”

“Sole, por favor, basta con eso.  Vamos a casa…”

“Me cogió un stripper en la noche de la despedida.  Por la concha y por el culo…”

“Sole… ¡Basta!”

El tono y contenido de la charla, como no podía ser de otra manera, habían captado la atención en la comisaría.  Desde uno de los escritorios, un efectivo paró, claramente, la oreja y miró de soslayo hacia nosotros.  Algo más lejos, una mujer policía que buscaba yerba, hizo exactamente lo mismo.

“También Luciano, el hijo de Di Leo, me la dio por el culo – continué yo, sin la más mínima piedad -.  Y no sabés lo bien que me lo hizo…”

“¡Sole!”

“En cuanto a Hugo y Luis, sí, me cogieron por primera vez anoche, en el baño de damas del salón de fiestas, pero, bueno, je… ya antes yo les tuve que chupar la pija, lamer el culo…”

Daniel me cruzó el rostro con una bofetada; un momento de tensión se creó en la dependencia policial y fue inevitable que los oficiales que estaban cerca asumieran una postura alerta con gesto de preocupación.  Yo, sin embargo, les hice seña de que no había problema, de que estaba todo bien… Daniel sollozaba: no sé bien si por la culpa por haberme golpeado o por cobrar súbita conciencia de que cada una de las cosas que yo le había mencionado eran ni más ni menos que pura realidad.  Traté de calmarme un poco y bajar el tono para seguir hablando:

“¿Y a vos?  ¿Qué te dio por cogerte a Floriana?”

“Sole… – balbuceó mientras lloraba como un chiquillo -; vos… no me estabas dando ni pelota, ¿necesito recordártelo?  Yo te iba a visitar y… nunca nada: ya no querías tener sexo conmigo.  ¿Qué podía hacer?…”

Asentí con tristeza.  Tenía sentido.  Y tenía razón.

“¿Y por qué, simplemente, no me dejaste?” – pregunté, encogiéndome de hombros.

“¿Por qué no lo hiciste vos?” – me repreguntó.

Un profundo silencio se apoderó del lugar al haberse cruzado dos preguntas que no tenían respuesta.  No volaba una mosca porque, de hecho, los oficiales de policía que rondaban por ahí estaban en silencio, a la espera, seguramente, de volver a pescar detalles jugosos en la conversación.

Al no tener respuesta ni mi pregunta ni la de Daniel, fue casi natural que la charla acabase desviándose hacia otro lado:

“Mañana seguramente tendremos que ir a la ronda de presos para reconocer al sereno.  Había también, un socio, por lo que dicen…”

Solté una risita.

“No vas a reconocer una mierda – le espeté -; no tienen al sereno”

Daniel frunció el entrecejo y arrugó su rostro por completo:

“¿Qué… estás diciendo?  Supe que lo atraparon… y que había otro más”

“No sabés un carajo – le repliqué -.  Lo que, en todo caso, te habrán dicho es que atraparon a alguien.  ¿Era el sereno?  ¿Vos lo viste?”

Daniel me miraba perplejo, sin comprender.

“Eran sólo dos nenes que pararon para ayudarme – le expliqué -; bueno, uno al menos: el otro parecía tener sólo interés en cogerme, aunque después se quebró…”

“Sole… ¿qué estás diciendo?  El que entró en casa era el sereno de la fábrica.  ¡Lo conozco bien!  Le vi la cara mil veces cuando te miraba con esos ojos de hambre a la salida de la fábrica”

“El que entró en la casa era el sereno – le concedí -; estamos de acuerdo, pero no es ninguno de los que atraparon”

Daniel se vio invadido por una súbita prisa; echó un vistazo en derredor, seguramente con el objeto de encontrar a alguien responsable a quien poner al tanto de las nuevas.

“¿Qué vas a hacer?” – le pregunté.

“¡Ponerlos en aviso de esto, desde ya! – exclamó -.  Sole… ¿cómo no fuiste capaz de decir nada?  Quién sabe ahora por dónde pueda estar ese degenerado…”

“¿Lo vas a denunciar?”

Me miró, perplejo.

“Sole: ni siquiera hace falta una denuncia contra él.  Ese tipo entró en un domicilio ajeno y te raptó; ahora está prófugo.  ¿Es que hace falta algo más?  Sinceramente no te entiendo…

“¿Me secuestró o me rescató?” – objeté, con un marcado deje de sarcasmo.

Daniel acusó recibo del golpe.  Su rostro se turbó, tragó saliva y se mordió el labio inferior.

“Daniel; a mí me parece que lo mejor va a ser retirar los cargos…” – dije.

“¿Estás loca? – aulló -.  ¡Hubo un secuestro!”

“Está bien, te lo concedo como secuestro si insistís, pero no pienso reconocer al posible secuestrador… Y sería mejor que vos hicieras lo mismo, en caso de que lo atrapen, desde luego.  Hasta ahora sólo tienen a dos pobres perejiles”

“Pero…”

“¿Querés declarar acerca de esto?” – pregunté abriendo el impermeable y mostrando mi cuerpo desnudo y cubierto de marcas.

El rostro de Daniel se tiñó de espanto, no tanto por la imagen de mi cuerpo lacerado sino por el contexto de la escena.  Desesperado, miró hacia todos lados y comprobó que, en efecto y como no podía ser de otra manera, varios policías clavaban sus ojos en mí aun cuando trataran, muy mal, de disimularlo..

“Sole… – dijo Daniel por lo bajo y entre dientes -.  ¡Cubrite, por favor!  Te lo pido”

“Como quieras – dije, cerrando el impermeable nuevamente -, pero no creo que ni a vos ni a tus padres les convenga seguir con este asunto del secuestro. Va a haber que hablar de muchas cosas y dar muchas explicaciones: estas marcas, por ejemplo… o los gritos que escucharon prácticamente todos los vecinos”

“Yo no te golpeé – protestó Daniel, siempre en voz baja -; bueno, en todo caso… sólo un par de bofetadas pero…”

“Fue tu madre, es cierto, pero vos y tu papi fueron claramente cómplices.  Daniel, sé sensato.  Si esto termina en tribunales, Milo va a estar en problemas, pero creeme que ustedes también: y hasta creo que más porque, como te dije, no pienso reconocerlo a él como secuestrador”

Crispando los puños con impotencia, hervía de rabia e incomprensión; no hacía más que sacudir su cabeza.

“Sole… – balbuceó -; no… te reconozco: no sos vos”

“Yo tampoco me reconozco – convine – pero, volviendo al tema, te diría que no te conviene seguir ninguna causa.  Va a significar un dolor de cabeza para vos y tus papis”

Definitivamente, algo había aprendido en el tiempo que llevaba trabajando en la fábrica; al menos ya tenía claro cómo manejar los baches y vericuetos legales ya que de tales armas se habían valido allí, no una sino dos veces, para disuadirme de llevar las cosas a la justicia.  No dejaba de ser paradójico, de todas formas, que yo estuviera utilizando esas mismas armas para proteger a alguien que, en definitiva, me había violado.  Qué loco y cambiante puede ser todo…

Daniel pareció estar a punto de ensayar una nueva protesta pero no llegó a hacerlo; un oficial se asomó por detrás de él y me habló:

“Señorita, hay un tal Luis que quiere verla; dice que trabaja en el mismo lugar que usted.  ¿Desea hablar con él?”

Daniel me miró con odio; parecía a punto de estallar.  Era lógico cuando ya sabía que Luis me había cogido en el baño de damas durante la fiesta.

“Sí, está bien… – respondí -.  Es… mi jefe”

Era una verdad a medias desde ya, pero suficiente para herir a Daniel pues aún estaba muy fresco lo ocurrido y aun cuando no lo estuviese, difícil era pensar que tal herida se le fuera a borrar de por vida.  Sin decir palabra, me dirigió una penetrante mirada de recriminación y se marchó.  Un instante después Luis se hacía presente en el lugar; me pregunté en ese momento si se habrían cruzado y, de ser así, cómo se habrían mirado a los ojos.  Luis se sentó frente a mí y, curiosamente, lo primero que hizo no fue preguntar por mi salud sino extender hacía mí su mano derecha, en la que pude reconocer mi teléfono celular.

“Junté las partes desparramadas por el piso del baño y lo rearmé – explicó -; sigue funcionando, se lo puedo asegurar.  Y… tranquila: no miré el buzón de mensajes ”

Guiñó un ojo tras su comentario.  Tomé el celular y agradecí con la cabeza.  Recién entonces me preguntó cómo estaba pero no pasó de eso: no preguntó nada acerca de lo ocurrido; era como que ya estaba al tanto de todo.  Me quedé mirando mi teléfono.

“No sé a quién llamar – dije, con tristeza -.  ¿A Floriana tal vez?  ¿Cómo irá a tomar que yo la llame?”

Luis hizo gesto de no entender demasiado y era lógico: no tenía por qué estar al tanto de lo ocurrido entre Flori y Daniel.  Aun así, ofreció su hospitalidad:

“Puede venir a casa por esta noche si usted quiere, Soledad, o… por los días que necesite.  Está Tatiana”

Los ojos se me encendieron apenas nombró a su blonda novia, cosa que él, obviamente, esperaba que ocurriese apenas la mencionara, pero… ¿ir a su casa?  Y, por otra parte: ¿me quedaba otra alternativa?  Con Daniel no podía volver y llamar a Flori era un delirio.

“Está bien – dije, con una ligera sonrisa -; se lo… agradezco muchísimo”

Luis se fue y al rato regresó trayéndome ropa que, por supuesto, era de Tatiana, lo cual hizo que ponérmela fuera casi una experiencia sensorial: ella impregnaba de sensualidad todo lo que tocaba o usaba.  Me vestí como pude, pues no había parte del cuerpo que no me doliera cuando intentaba ponerme una prenda.  Era casi una locura no hacer la denuncia por semejante agresión pero yo sabía que ése era el as de espadas que tenía a mi favor y que debía, de momento, mantener guardado para el caso de que Daniel o sus padres intentaran continuar adelante con la causa del secuestro. 

Una vez que estuve lista, intenté marcharme, pero en la comisaría insistieron en que no me fuera sin antes ello haberme tomado una declaración.  Aduje que estaba cansada y con mi cabeza en desorden, pero insistieron en que necesitaban esa declaración ya que tenían dos personas detenidas cuyo arresto un juez debía justificar de alguna manera.  Por lo pronto, los dos jóvenes estaban desarmados y ello implicaba que el delito era excarcelable: un buen abogado podría tenerlos al otro día en libertad al menos hasta llegado el día del juicio.  Aun así, me mantuve firme en mi postura de no declarar por el momento; lo aceptaron pero me obligaron a hablar antes con una psicóloga o algo por el estilo.  Ella me hizo algunas preguntas de rigor y terminó firmando un informe en el cual decía que yo me hallaba bajo estado de shock emocional e imposibilitada de declarar ese día: parecía querer sacarse un trámite de encima pero, aun así, me preguntó acerca de las marcas en mi cuerpo de las que seguramente le habrían puesto al tanto los efectivos policiales que las habían visto.  No le dije nada y volví a insistir en que no me sentía bien, cosa que ella aceptó pero no se privó de darme un discurso acerca de la cantidad de mujeres que, por miedo, no denuncian a sus secuestradores… o a sus maridos golpeadores.  Insistió también en que viera a un médico antes de irme pero, una vez más, me rehusé. Lo que buscaban, claro, era tener aval legal.  Me citaron para el lunes en la mañana, no sin antes enfatizarme, como un medio de presión, que para ese entonces los detenidos bien podían estar libres.

Ya con el sol bastante alto en el cielo, Luis me acompañó a su auto. Y así fue cómo terminé conociendo su casa; era cómoda y bastante amplia pero  la había imaginado mucho más lujosa, no sé por qué: seguramente porque ése es el estereotipo que uno tiene siempre de su jefe… o de su casi jefe, como era el caso de Luis.  Tatiana estaba allí y eso fue para mí no sólo una gran alegría sino también un alivio, ya que me atendió con paciencia de madre: preocupada al verme tan dolorida, me desnudó y su rostro se tiñó de espanto al ver las marcas.  Luis preguntó algo al respecto pero le contesté con evasivas como que no recordaba nada por el alcohol.

“¿Fue Milo quien entró en la casa y la cargó al hombro? – preguntó luego, de sopetón.

Lo miré, haciéndome la tonta.  Evidentemente, los rumores habían corrido y ya había llegado a sus oídos que el ex sereno de la fábrica había sido reconocido por Daniel como el “agresor”.  Me inquietó la posibilidad de que mi marido estuviera faltando al compromiso de no hablar, pero la realidad era que él no se había comprometido de palabra a nada.  En ese caso, no me quedaría más remedio que ir a la justicia a mostrar mis marcas y a denunciar el perverso ritual de flagelación que sus padres y él habían llevado a cabo en mi contra.

“No… – respondí, negando con la cabeza -, no recuerdo casi nada a decir verdad pero… no: estoy segura de no haberlo visto en ningún momento; lo recordaría.  ¿Por qué pregunta eso,  Luis?”

Se encogió de hombros y sacudió la cabeza con desdén.

“Por nada.  Fue sólo algo oído por allí al pasar”

No insistió en el asunto de Milo y me quedé pensando acerca de eso: cabía la posibilidad de que Daniel hubiera boqueado antes de tener su charla conmigo o, incluso, que no hubiera sido él sino sus padres ya que, si bien no conocían a Milo, sí habían escuchado a su hijo decir que era “ese sereno degenerado”.

“¿Y esas marcas de dónde salieron?” – preguntó Luis, señalando hacia mi desnudo cuerpo, lo cual me hizo ruborizar y atiné, algo absurdamente, a cubrirme instintivamente con las manos.

Yo no sabía qué decir.  No tenía forma de inventar excusas y mi imaginación era bien poca en ese momento.

“No… lo recuerdo – dije -.  No sé qué pasó: estaba muy borracha y…”

“Soledad – me interrumpió Luis, asumiendo un tono algo paternal -, no tenga miedo ni busque cubrir a nadie porque el que le hizo eso tiene que pagarlo.  ¿Fue la misma persona que la secuestró?  ¿O es una de las perversiones ocultas de su flamante esposo? En cualquiera de los dos casos no deje de decírmelo: tenga por seguro que tengo contactos y conozco gente que puede encargarse del responsable de eso en cuestión de horas.  Y no le quepa duda de que son tipos que saben hacer su trabajo: jamás encontrarán el cuerpo”

La sola idea me produjo un escozor que me recorrió de la cabeza a los pies.  Aún más nerviosa que antes, volví a negar con la cabeza:

“S… señor Luis, se lo ruego… No quiero hablar ahora de eso” – musité.

“Como quiera – aceptó él -: sólo piénselo y hágamelo saber si cambiara de opinión”

Tatiana me tomó por los hombros y me besó en el cuello, lo cual provocó en mí un nuevo escozor pero totalmente diferente al que había experimentado un instante antes.  La imponente rubia se alejó por un momento y, cuando regresó, lo hizo con un pomo de alguna crema que, instantes después, se dedicó a masajear sobre cada marca en mi cuerpo.  Demás está decir que lo hizo con esa lasciva suavidad a que me tenía acostumbrada y fue, desde ya, un éxtasis aparte el entregarme a sus manos.  Luis se echó en un sillón y colocó sus pies sobre una mesa ratona; asumió, como no podía ser de otro modo, la postura del espectador que no estaba dispuesto a perderse el más mínimo detalle de un espectáculo que era, a todas luces, placentero a sus sentidos.

“Señor Luis – dije, al cabo de un momento con cierto pesar en mi voz -.  No… vamos a poder hacer lo que habíamos hablado”

Alzó las cejas y me miró con gesto interrogativo.

“Lo del puesto… en la fábrica – amplié -.  Ya estoy al tanto de que la chica que se va es Flori”

“Sí, una lástima – se lamentó -; una chica muy capaz y muy responsable: se va a extrañar.  No sé bien qué le pasó: no me dio demasiadas explicaciones; simplemente me presentó la renuncia”

Bajé la vista y me aclaré la voz.  Pensé en explicarle a Luis lo ocurrido entre ella y Daniel pero descarté la idea de inmediato; no tenía demasiado sentido y, en definitiva, escapaba a la cuestión principal.

“El tema es que yo… – dije – no puedo reemplazar a Flori; me… sentiría muy mal.  A cualquier otra sí, pero no a ella”

“Lo entiendo – convino Luis -; es su amiga y debe generarle culpa, pero… para aliviarle un poco de esa carga, le recuerdo que ella renunció: nadie la despidió”

“Lo sé, pero… de todas formas no puedo”

Evité dar más explicaciones pero yo bien sabía que la renuncia de Flori era más que sólo eso.  Luis se me quedó mirando; se dio cuenta de que ese día yo estaba más parca que nunca.

“Está bien – aceptó, con gesto resignado -: es una pena porque contaba con eso, pero… en fin: se va a respetar su decisión, Soledad”

Mientras Tatiana seguía haciendo su delicado trabajo sobre mi cuerpo, miré mi celular. Tenía en el buzón montones de mensajes de texto de mis padres, así que los llamé para tranquilizarlos: a mi madre se la escuchaba alterada, nerviosa, pues ya estaba al tanto de lo ocurrido en casa de Daniel.  Preguntaba en dónde me hallaba y quería verme por todo y por todo; la calmé como mejor pude y le insistí en que no había ocurrido nada grave, que todo era producto de la imaginación y la exageración.  No sé si la convencí del todo, pero lo cierto era que yo no podía dejar que me viera en ese estado. 

También me llamó Daniel; no sé por qué suponía que yo tendría el celular encima ya que la última vez me había visto sin ropa y sólo con un impermeable, pero lo cierto fue que me llamó… y no contesté.  No era difícil saber qué le ocurría ni por qué me llamaba; los hombres no son menos ciclotímicos que nosotras las mujeres sino que, en todo caso, se trata de una ciclotimia distinta que pasa del “te amo” al “te odio” y luego al “te amo” nuevamente con sorprendente rapidez.  Seguramente ahora se arrepentía de haberse marchado de la comisaría al llegar Luis: Daniel me seguía queriendo; ésa era la realidad aun a pesar de que yo, en mi locura, había casi hecho todo lo posible para que dejara de hacerlo.  Sin embargo: él todavía me amaba o, al menos, lo hacía de a ratos.  De todas formas, tuve que dejar de prestar atención a mi celular cuando noté que la lengua de Tatiana, tersa, húmeda y sensual, se estaba ahora deslizando por encima de mis marcas.  En efecto, al desviar la vista del teléfono pude comprobar que la despampanante rubia estaba ahora de rodillas junto a mí y no paraba de recorrerme con su roja lengua: era casi como si estuviera aplicando una segunda terapia o tratamiento por encima de la crema ya aplicada.  La respiración se me volvió jadeante y, para mi sorpresa, me sentí excitada como si en las horas anteriores no hubiera pasado absolutamente nada.  Cuando Tatiana me recorría, todo lo demás tendía a desaparecer: éramos ella y yo; era ella llevándome a su mundo, un mundo en el cual sólo imperaban los sentidos en su más pura esencia.  No puedo describir la sensación de ser transportada a otro mundo que experimenté cuando su lengua se deslizó por sobre las marcas que tenía en las nalgas o cuando lo hizo sobre mis tetas.  Por el rabillo del ojo, de todas formas, llegué a ver al depravado de Luis que, por supuesto, se estaba tocando…

Me dieron una cama en lo que parecía una habitación para huéspedes y, para mi alegría, Tatiana se quedó a dormir conmigo, según dijo, para cuidarme.  Y así fue: dormimos una junto a la otra y, desde ya, no hubo sexo esa noche pues mi estado no estaba para eso, pero, aun así, me abrazó con delicadeza y me aplastó con suavidad contra su cuerpo, pecho contra pecho mientras sus piernas se enroscaban en torno a las mías en lo que terminaba por ser una sensual caricia para mi piel.  El contacto, desde luego, me volvió a provocar excitación y, por alguna razón, yo veía a Tatiana como una especie de oasis en el cual, de alguna forma, me desligaba de los males vividos.  Ella me besó infinidad de veces y nuestros labios se confundieron una y otra vez hasta que, finalmente, nos entregamos al sueño o, al menos, hasta que yo lo hice, pues el ajetreo y las circunstancias de la noche anterior me habían dejado completamente extenuada.

                                                                                                                                                                      CONTINUARÁsex-shop 6

 

Relato erótico: “La cazadora V” (POR XELLA)

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SOMETIENDO 4Eva llegó a su casa y dejó las bolsas a un lado, en el recibidor. Vivía en un pequeño chalet de dos plantas, con un pequeño jardín El la parte delantera. Había decidido ir a comprar algunas cosas que le fuesen útiles con su nueva forma de vida. Se sentía bien, se sentía libre, se sentía feliz… Tenía que darle las gracias a la señorita Diana Querol, la había ayudado a ver la vida desde el lado correcto y a dejar las dudas a un lado.   

 

Sin títuloDecidió subir a darse un baño relajante, había sido un día duro y quería descansar…   

 

Diana se acercó a la puerta del chalet. Se agachó al lado de la puerta y levantó una piedra que había allí. Tal como había ordenado a aquella zorra, había dejado una copia de las llaves para ella. ¿Habría cumplido el resto de sus peticiones? No lo dudaba, pero lo comprobaria en unos segundos. Abrió la puerta del jardín, lo atravesó y accedió a la casa. Nada más abrir la puerta una sonrisa apareció en su cara, allí estaba, tal como había introducido en su mente.   

 

Eva estaba de rodillas en el recibidor, prácticamente desnuda, solo llevaba una prenda compuesta por tiras de cuero que, más que tapar, levantaban y exhibían su figura. Se había puesto un ballgag y tenía las manos esposadas a su espalda. Un collar de perro adornaba su cuello.   

 

A un lado estaban las bolsas que había traído, con todos los juguetes que le había mandado comprar.   

 

Eva levantó la vista y se alegró de lo que vió. Diana estaba magnífica, unas botas de cuero altas, por encima de la rodilla y con tacones de 15 cm, un corsé negro con detalles en rojo y una minifalda a juego, el pelo recogido en una alta coleta. El conjunto le daba un aspecto imponente. La mujer no se planteó que estaba haciendo Diana allí, igual que no se planteó por qué había hecho una copia de sus llaves y las había dejado escondidas debajo de una piedra, solamente estaba contenta de ver a aquella mujer que tanto la había ayudado.   

 

Diana, cerró la puerta y pasó caminando al lado de su presa. No le hizo ningún caso. Pasó de largo y comenzó a investigar la casa. Cuando terminó, fue al salón, desde donde podía ver a la mujer arrodillada desde su espalda, se sentó en un sillón y esperó pacientemente.   

 

“¿Qué hace?” Pensaba Eva. “¿Por qué no dice nada? ¿No se acerca? ¿N-No lo estoy haciendo bien?” La mujer tenía una fuerte sensación de humillación. Estaba casi desnuda, arrodillada, esposada y amordazada en su propio recibidor, ante una mujer que había conocido esa mañana. Pero esa sensación la calentaba… Estaba realmente cachonda, eso la hacia sentirse más humillada y, mientras más pensaba en ello, más cachonda se ponía. Era un círculo vicioso.   

 

Diana leía en su mente todo eso, y procuraba manipularla acrecentando las sensaciones y pensamientos que más le convenían. Aquella zorra iba a ser una buena puta y todo iba a comenzar aquella noche.   

 

El timbre de la puerta sonó, sobresaltando a Eva que no esperaba más visitas. ¿Quién sería? No podía verla así, aunque, en el fondo, no la desagradaba en absoluto.   

 

Diana se acercó a abrir la puerta y ante ellas apareció Henry. No podía ocultar su cara de desconcierto ante lo que estaba sucediendo, que se tornó en sorpresa al ver a la mujer que estaba arrodillada ante él. ¡Era Eva Jiménez!   

 

Diana le invitó a pasar y avanzó con el hasta el salón, dejando allí sola de nuevo a la excitada mujer.   

 

Eva estaba atónita, ¿Qué hacia ese hombre aquí? No podía olvidar los pensamientos que había tenido esa tarde y, la remota idea de descubrir si en verdad tenía una enorme polla la excitaba. Pero, ¿Por qué se habían ido? ¿No iban a hacer nada con ella?   

 

– Yo… Yo tengo familia, señorita. – Estaba diciendo Henry.   

 

– No te preocupes, no lo veas como unos cuernos. Esta mujer necesita ayuda y tenemos que dársela. ¿No has visto cómo se pavonea por la empresa? ¿Cómo mira con superioridad al resto de la gente?   

 

Henry si se había fijado en eso, esa mujer despreciaba todo lo que consideraba inferior.   

 

– Necesita esto para curarse, y además… ¿No querrías devolverle todo ese desprecio?   

 

El hombre la miraba, pensativo. Si, deseaba darle su merecido a aquella perra, pero no quería hacerle eso a su familia. Su mujer… Pensaba en lo que le diría su mujer si se enterase…   

 

“¡Vamos! ¡Vengate de esa zorra!” Podía escuchar claramente su voz. En frente suya, Diana sonreía complacida. ¿Por qué? Si le estaba dando largas…   

 

“¡Follatela!” Continuaba gritando su mujer. “Haz con ella lo que nunca harías conmigo”. Algo dentro de su cabeza le decía que esa no era su mujer, que ella se enfadaria realmente, pero ese algo cada vez se oía más lejano en su mente. La voz de su mujer le instaba a aceptar la propuesta de aquella extraña.   

 

– Esta bien, acepto. Formaré parte de la terapia.   

 

– Me alegra oírlo, ¿Comenzamos pues?   

 

Los dos se levantaron y avanzaron hacia su presa.   

 

Eva estaba luchando contra sí misma, estaba cachondisima, deseaba masturbarse allí mismo, pero las esposas que ella misma se había puesto no se lo permitían. Entonces, levantó la vista y lo vió. Allí estaba, una enorme polla negra colgaba ante su cara. Le llegó a la nariz el olor característico que desprendía. Miró a los ojos al dueño de aquel rabo, suplicandole con los ojos. Henry comenzó a restregar su miembro por la cara de la mujer.   

 

– ¿Esto es lo que tanto estabas deseando? – Le dijo. – No te preocupes que te vas a hartar.   

 

Y diciendo esto, de un tirón le quitó el ballgag de la boca, lo que permitió a Eva lanzarse a por el manjar que tenía delante. Se metió el grande en la boca, jugando con su lengua dentro de ella, recorriendolo, rozandolo, saboreandolo.   

 

Henry, que quería algo más de pausa, agarró su miembro y, levantandolo lo saco de la boca de la mujer, mostrandole los huevos, que está se apresuró a lamer.   

 

El hombre no se creía la situación en la que estaba, ¡Aquella pedazo de hembra le estaba chupando las pelotas! Y mientras,oía claramente la voz de su mujer dentro de su cabeza, “Eso es,que te lama los huevos. Enseña a esa zorra quién manda”   

 

Diana por su parte, veía satisfecha como se desarrollaba todo. La zorra de su ex jefa era una adicta a la humillación y al sexo, y aquél hombre había accedido fácilmente a someterla. Estaba comenzando a calentarse ella también, tanto por la propia situación como por las sensaciones que llegaban de la mente de aquella pareja. Llevó su mano debajo de su falda, apartó el tanga y comenzó a frotarse lentamente.   

 

Eva estaba practicando una profunda felacion a Henry, algo bastante complicado debido al enorme tamaño de su tranca, pero la mujer no desfallecia. Se introducía la polla hasta el fondo de la garganta una y otra vez. Henry estaba a punto de llegar al climax, agarró la cabeza de Eva y comenzó a follarla con violencia hasta que derramó el contenido de los huevos en su garganta. Eva, lejos de sentirse contratada con ello, recibió la descarga con alegría, pensando en lo humillante que era que un simple hombre de la limpieza la usase de aquella manera y la obligase a tragarse su leche.   

 

Diana alcanzó su primer orgasmo acompasado al de Henry, y quería disfrutar también de su presa. Se acercó a ella y acariciandola el pelo, le susurró al oído.   

 

– ¿Es esto lo que buscabas?   

 

Eva asintió con la cabeza.   

 

– En lo más profundo de tu ser querías ser un objeto, estar a disposición de cualquiera que quiera utilizarte. No eres más que un juguete.   

 

Eva interiorizaba las palabras de Diana. Ésta la agarró del pelo, forzandola a levantar la cara mirando al techo, se dio la vuelta, se quitó el tanga y se sentó sobre su cara. Eva no sabia como reaccionar, nunca había estado con una mujer y mucho menos así. Tenía el coño de Diana sobre su boca y su nariz quedaba justo ante el rosadito ano de la mujer,  casi no podía respirar, pero inexplicablemente la situación la excitada sobremanera. Se sentía usada como un objeto, ¡Estaba sentada en su cara!   

 

Diana, ante la duda de Eva, comenzó a balancearse, restregando su coño sobre la cara de su ex jefa. La mujer comenzó a mover la lengua, lentamente, con dudas al principio, pero luego, mientras más subía la excitacion iba aumentando el ritmo, calentando a Diana y llevándola al borde del orgasmo.   

 

Recorría su coño y su culo, lamiendo con gusto, notando como los flujos de Diana llenaban su cara. Se aplicó a ello hasta que la mujer se levantó y, tirandola del pelo, la obligó a pegar la cara al suelo, quedando su culo en pompa, expuesto ante ellos.   

 

Henry disfrutaba con lo que veía, dos mujeres como aquellas montándoselo ante él… Era una situación que sólo había vivido en sueños. Aun así, se extraño de haberse vuelto a empalmar, tenía una edad y a veces no aguantaba ni un asalto, pero ahora parecía que tenía la energía de un chaval… No se podía imaginar que eso era obra de Diana.   

 

– Toda tuya. – Le dijo de repente la cazadora.   

 

Abandonó sus pensamientos y vió la situación, Eva estaba con el culo en pompa, ante él, mostrandole sus dos preciados agujeros.   

 

No perdió la oportunidad y se la introdujo en el coño de una embestida, haciendo que la mujer diese un grito. Su primera idea había sido sodomizarla, pero la voz de su mujer resonó en su cabeza y le hizo cambiar de opinión.   

 

“El culo es para Diana. Follate el coño de esa zorra, que sepa lo que es una buena polla”   

 

Diana sentía el placer y el dolor de Eva, nunca le habían metido una polla tan grande, y menos con la intensidad con la que lo hacía aquel viejo. Había conseguido rejuvenecer su espíritu, aunque fuese durante un rato, eliminando las barreras psicológicas de la edad. Al día siguiente, el esfuerzo le pasaría factura, pero eso a Diana poco le importaba…   

 

Fue hacia la bolsa y extrajo un plug anal, le untó algo de lubricante y se colocó sobre la espalda de Eva. Agarró sus nalgas, separándolas, disfrutando de la visión de aquella enorme polla penetrando el abierto coño de su ex jefa. Colocó la punta del plug en el ojete de la mujer y lo introdujo de un empujón. El esfinter rodeó aquel trozo de plástico de tal manera que parecía que lo quería a engullir.   

 

Esa visión fue demasiado para Henry, que volvió a correrse llenando de semen el coño de Eva la cual estaba exhausta y derrotada, pero seguía cachonda. A Henry le pasaba lo mismo, no se explicaba el aguante del que estaba haciendo gala. Desmontó a la mujer y se sentó en un lado de la sala.   

 

Diana dejó libre a Eva, aunque mantuvo el plug dentro de su culo.   

 

– Desnúdate, zorra. Muestrate en pelota ante nosotros y limpia lo que has ensuciado. – Le dijo.  

 

 

Eva sabía a que se refería. Se situó ante Henry y obedeció. Primero se despojo de las escuetas prendas que llevaba y luego se arrodilló ante él y le hizo nuevamente una mamada. Notaba claramente el sabor de su coño, que era algo distinto al de Diana. Henry tardó pocos minutos en correrse de nuevo, pero esta vez lo hizo sobre la cara de la mujer.   

 

El hombre se levantó del sitio, se vistió y se dispuso a salir.   

 

“Así se trata a una zorra. Muy bien” Oía a su mujer. “Pero te olvidas de algo, a las putas hay que pagarlas”   

 

Entonces Henry lanzó a Eva un par de billetes de 20. Uno de ellos quedó pegado a su cuerpo debido a la corrida que acababa de recibir.   

 

Ese acto fue demasiado para Eva. El morbo de verse como una prostituta fue tal que se corrió allí mismo, sin contacto con nadie, ante la atenta mirada de Diana, que sonreía satisfecha.   

 

En cuanto Henry cruzó la puerta, todo recuerdo de Diana se borró de su mente, sólo quedó el hecho de haberse follado a Eva, de que era una puta. Nadie se lo creería al día siguiente en el trabajo…   

 

– ¿Cómo te sientes? – Preguntó Diana.   

 

– Mejor que nunca… – Suspiró Eva. – Me has ayudado a liberarme, a ser yo misma.   

 

“Ha llegado la hora” Pensó Diana. Había hundido a su presa, la había convertido en una adicta a la humillación, pero se había guardado un pequeño placer para el final, para ella misma, para paladearlo y disfrutarlo.   

 

Se dirigió a las bolsas y cogió un arnés, se lo puso rápidamente. Se sorprendió de la impaciencia con la que estaba actuando.   

 

– Ven aquí, falta una barrera por romper.   

 

Eva obedeció, no le había dicho nada, pero sabia exactamente lo que quería que hiciera. Volvió a colocarse de rodillas, con la cara pegada al suelo y el culo en pompa. Con sus manos todavía esposadas tras su espalda, separó sus nalgas, mostrando el plug anal que sobresalía.   

 

Diana lo extrajo de un tirón, sin miramientos, y de igual manera le introdujo el enorme falo de plástico que portaba. Durante muchos minutos, sin pausa, bombeó el culo de Eva haciéndola gritar de placer y de dolor, sin ningún tipo de cuidado, arrancandola orgasmos ya fuera por la sodomizacion o por que ordenaba a su mente que los tuviera. Y así estuvo hasta que tuvo suficiente. Cuando extrajo la polla, el ojete de Eva estaba dilatado formando una enorme O que continuaba hasta sus entrañas. Se despojó del consolador, introdujo de nuevo el plug en su culo y salió de la casa.   

 

– Mañana volveremos a vernos.  – Dijo, justo antes de salir.   

 

Y allí quedó Eva, la orgullosa y ambiciosa mujer reducida a ser una vulgar zorra.   

 

——-   

 

Diana entró a su antigua empresa, cogió el ascensor y se bajó en la planta 9. Había algo de jaleo, pero no le hizo caso y se dirigió ansiosa al despacho de Eva.   

 

“¿Cómo se encontrará esa pequeña zorra?” Pensaba, excitada. Peor llamó al despacho y no le contestaba nadie. Abrió lanpuerta curiosa y se encontró con un despacho vacío. ¿Donde estaría Eva?   

 

Entonces reparó en el jaleo que antes había pasado por alto. Se acercó y vió que venía del servicio de caballeros. Abrió la puerta con cautela y lo que vió la dejo anonadada. Allí estaba Eva, desnuda y arrodillada entre montones de hombres. Tenía el cuerpo lleno de semen y su ropa estaba tirada a un lado del servicio hecha un amasijo.  

 

Diana no se lo creía, ¿A tanto había llegado? Sin ella delante, sin instrucciones, sin ordenes mentales… Y allí estaba, siendo usada por todos aquellos hombres…  

 

En un lado estaba Henry, que sin duda habría contado su experiencia y animado a los demás a participar.  

 

Uno tras otro los hombres acercaban sus pollas a la cara de la directiva, que las engullia ansiosa, desesperada, como si nunca tuviese suficiente. Algunos se corrían en su garganta y otros preferían llenarle la cara de semen, o las tetas, o el pelo… Eva disfrutaba. Saboreaba cada polla como si fuese la última, recibía cada corrida con deleite, saboreaba todo lo que entraba en su boca, pedía más.  

 

Diana supo que su trabajo había acabado, que ya estaba todo hecho. Se dió la vuelta y se fue del lugar. Salió del edificio y esperó en la puerta, aquella situación solo tenia una salida posible.  

 

Y así fue. Un par de horas después, Eva salia por la puerta principal, desmadejada y sucia, con la ropa desaliñada y restos de corridas en el pelo que no se había podido limpiar.  

 

En cuanto vió a Diana se dirigió hacia ella.  

 

– Me han despedido. – Dijo. Pero no lo dijo decepcionada, ni triste, si no de manera impersonal, como el que dice la hora.  

 

Diana escrutó su mente y vió como el director entró en el servicio hecho una furia, sabedor de lo que estaba ocurriendo y llamó a Eva a su despacho. Una vez allí, le dijo que era un comportamiento inaceptable para su cargo y, después de follarse a aquella zorra ante la insistencia de ella misma, la puso de patitas en la calle.  

 

– ¿Qué sientes?  

 

-… Es… Extraño. Me siento liberada. He descubierto una parte de mi que ansiaba salir y mostrarse y ahora, sin este trabajo, puedo vivir sin preocuparme por cosas secundarias…  

 

– ¿Qué vas a hacer ahora?  

 

– No lo se… No se hacer nada más que lo que hacía aquí… Y no quiero seguir haciendo esto. Tu…  

 

Diana la observaba, sabedora de lo que le iba a decir.  

 

– Tu me has conocido mejor en dos días que el resto del mundo, me has ayudado a salir del cascarón y a ser lo que soy… ¿Podrías… Ayudarme?  

 

– ¿A que?  

 

– A encontrar un trabajo, una forma de vida. Quiero romper con mi vida anterior, resarcirse de mis pecados…  

 

– Conozco el sitio perfecto… – Dijo Diana, tendiendole una tarjeta.  

 

“7Pk2” rezaba en ella. Eva la miraba como hipnotizada.  

 

– Pregunta por la dueña y dile que vas de mi parte. Ella te podrá ayudar.  

 

La ex directiva seguía en el mismo sitio, mirando la tarjeta, absorta. La gente que pasaba la miraba, y no era para menos debido a las pintas que llevaba, y las manchas de obvia procedencia que tenía por el pelo.  

 

Diana se dió la vuelta y se dispuso a irse.  

 

– ¡Espera! – Gritó Eva. Diana se paró y la miró. – G-Gracias… Por todo.  

 

– De nada. – Contestó Diana, exultante de felicidad.  

 

———– 

 

Hacia meses que no iba por aquel sitio. Desde antes del cambio. Pero tenía que verlo, quería ver el destino que esperaba a Eva.  

 

Tamiko la había llamado por la mañana informándola de que una mujer había llegado la tarde anterior, diciendo que venía de parte de Diana Querol. Por su puesto la había dado el trato que merecía, y creía que Diana querría ver a su amiga.  

 

Así que allí estaba, entrando en el sitio que representaba el nexo entre su antigua vida y la nueva, dispuesta a ver su venganza completada.  

 

Cuando entró, buscó en el escenario con la mirada, pero no era Eva la que estaba allí, sino las dos hermanas que tantas calenturas le habían ofrecido. Se sentó entonces en una de las mesas cerca del escenario. ¿Saldría después en alguna actuación? ¿Qué haría en su número?  

 

– ¿Qué desea tomar?  

 

La sobresaltó una voz, interrumpiendo sus pensamientos.  

 

– Un whisky sol…  

 

La frase murió en su boca antes de acabar. ¡Era Eva!  

 

Llevaba únicamente un pequeño delantal que difícilmente le tapaba el pubis, unas medias hasta medio muslo, tacones negros,  una cofia sobre la cabeza y unas pinzas en los pezones.  

 

¡Era la camarera!  

 

La mujer la estaba mirando con auténtica admiración. Diana pudo ver en su mente como era completamente feliz con su nuevo trabajo y todo se lo debía a ella. 

 

– Un whisky solo. – Repitió. 

 

Eva se dio la vuelta y fue a por su bebida, solícita. 

 

– Espero que te guste su nuevo puesto de trabajo. – Escuchó a su lado. 

 

Se giró y vio a Tamiko, sentada junto a ella. 

 

– Esto es nuevo… Antes no teníais camareras así. Creía que la pondrías a bailar. 

 

Eva llegó, dejó el vaso de whisky y se retiró para seguir haciendo su trabajo. 

 

– Después de ver lo que habías hecho con ella consideré que funcionaria mejor en este puesto, la has convertido en una adicta a la humillación y la degradación. Y además, pensé que te complacerian sus nuevas funciones… 

 

Tamiko hizo un gesto con la cabeza, señalando hacia la nueva camarera. Cuando Diana miró, vio como estaba arrodillada ante uno de los clientes, chupandole la polla. 

 

– Vamos a hacer algunos cambios aquí… – Continuó Tamiko. – Vamos a dejar de ser un simple burdel para convertirnos en algo más, y tu serás en parte la artífice de todo esto. 

 

– ¿A que te refieres? 

 

– Nos vamos a convertir en un club privado. Cobraremos cuota de entrada a los socios y, una vez dentro, podrán disponer de nuestras putas cuando ellos quieran. Tu ex-jefa es la primera de muchas, un aperitivo para que vean lo que habrá aquí dentro de poco. 

 

Diana observaba asombrada como después de la mamada, un hombre había comenzado a sodomizar a Eva. 

 

– Aunque, de momento, lo único que estamos consiguiendo es ralentizar el servicio de mesas. – Apuntó Tamiko, divertida. –  Diana, tu y yo juntas vamos a conseguir grandes cosas… ¿Estás conmigo? 

 

– Soy la persona que buscas. – Dijo, mientras imaginaba cuál sería la ocupación de su ex-mujer en ese nuevo club. sex-shop 6

 

Relato erótico: “Naturaleza helada” (POR CABALLEROCAPAGRIS)

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prostituto por errorNATURALEZA HELADA

Sin títuloLos árboles del cercano parque mecían al creciente viento sus desnudas ramas. El cielo se teñía de gris en un ritmo cauteloso pero firme. El estanque quedó vacío de patos y las palomas se refugiaban en las cornisas de los bellos decimonónicos edificios que rodeaban al parque. Un pequeño columpio se movía de forma aleatoria sin niño que lo disfrutase, ni madre que le empujara.

Rómulo paseaba despacio, sin importarle que la lluvia le cogiese por la calle sin paraguas. Las manos guarnecidas dentro de los bolsillos de la cazadora, de la que salía un abrigado gorro de lana color naranja que igualmente le cubría la cabeza. Las calles estaban desiertas en aquella sobremesa de sábado festivo, el fin de semana prometía soledad y tristeza.  Una inofensiva desesperación silenciosa se iba apoderando de él, igual que la oscuridad se apoderaba de la sonrisa de las gárgolas de la catedral bajo la cual se desplazaba sin rumbo fijo.

Laura le dejó hacía tres meses tras cuatro años de relación. Aun no lo había superado aunque entendía que era lo mejor; pues tal autodestructiva relación estuvo a punto de anularle como persona. Desde entonces había tenido solo unos pocos escarceos amorosos decepcionantes. Laura fue como una droga de la que ya se sabía casi rehabilitado. La había intentado buscar en la cama de algunas mujeres, encontrando solo su sombra en una inquietante desesperación.

Llegó a creer que sería incapaz de amar el sexo de ninguna otra mujer en lo que le quedara de vida.

El paseo le llevó al barrio judío. No recordaba ya lo mucho que le gustaba perderse entre aquellas callejuelas de piedra con olor a humedad. La autenticidad de su ciudad natal siempre había estado allí, enfrentándose con los rascacielos impersonales de la gran ciudad, donde ejercía una carrera brillante de abogado, a pesar de sus escasos treinta y un años de edad.

Se alegraba de estar pasando unos días en su ciudad, en su casa. Pero, triste de él, el motivo fue el entierro de su padre dos días atrás. Pensaba descansar unos días junto a su madre; la única persona que ya le quedaba en la vida.

Se sumergió en sus pensamientos a la vez que lo hacía en las entrañas laberínticas del barrio. Recordaba que cuando era pequeño lo que más miedo le daba era pensar  que su padre muriera. Aquel pensamiento le aterrorizó durante mucho tiempo. Ahora no sentía dolor, no sentía nada. No más tristeza de la que sentía cada día al levantarse desde hacía años, motivo por el cual le abandonó Laura.

Solo se le daba bien ser abogado.

El estruendo lejano de un trueno le sacó de sus pensamientos. Miró al cielo, la oscuridad de aquel apocalíptico día traería aun antes la noche de aquel frío y desolador otoño. Frunció el ceño, le pareció ver una gárgola de la catedral volando entre las nubes; cuerpo de ave y mamífero, cara de diablo. Un extraño y agradable escalofrío le recorrió la espalda. Miró alrededor. El barrio judío estaba desierto, como si a las personas se las hubiera tragado la tierra. Resolvió que sería mejor estar en casa antes de que la tormenta estuviera sobre la ciudad.

Salió del barrio y recorrió algunas calles y avenidas mínimamente transitadas. Le agradó saber que no había acabado el mundo, que todavía había seres de su especie a su alrededor.

Empezaba a chispear justo cuando llegó a la puerta de la casa.

Su madre vivía en un barrio de gente adinerada. Los fructíferos negocios del padre permitieron una vida de lujos tanto a su madre como a él. Su madre nunca trabajó, siempre cuidó de su hogar y de su aspecto para estar siempre guapa y atractiva en las muchas comidas y viajes de negocios a los que acompañaba a su marido.

A sus cincuenta y cuatro años, Eva aun conservaba el voluptuoso atractivo que tuvo de joven. Sus caderas anchas y sus muslos algo regordetes y tersos. Su trasero mínimamente amplio, con mas sensualidad que gordura. Generosos pechos naturales con amplios pezones color rosa. Melena rubia de bote que cae a media espalda. Ojos de gata azules, ya arrugados por el tiempo, dando un aire melancólico a su bello rostro.

Algo más baja que Rómulo y algo rellena. Con un conjunto atractivo y morboso. Voluptuosidad y curvas generosas y tersas aun, al servicio de las miradas lascivas de hombres de todas las edades y condiciones. Diosa de las mejores pajas que Rómulo se hizo siendo adolescente, justo cuando dejó de sentir miedo por la muerte de su padre. Edipo pornográfico tardío.

Siempre tuvo claro que era una oscura e inconfesable fantasía. Para un chico que empezaba a tocarse le era fácil excitarse con una mujer de bello rostro, curvas de infarto y pechos generosos.

Rómulo dejó de pensar en su madre de esa forma hacía ya años pero cada vez que la veía algo se despertaba en su apetito, como pasó justo al entrar por la puerta de su lujosa casa de tres plantas.

Nada más entrar se llegaba a un amplio salón, de grandes ventanales con vistas al pequeño y coqueto jardín. Un cuarto de estar, pequeño baño y lujosa cocina completaban dicha planta. Escaleras arriba había tres habitaciones y un enorme baño. El pasillo distribuidor dejaba en cada extremo la habitación de Rómulo y la de sus padres, reconvertida en la amplia y fría habitación maternal. Por medio el baño y un cuarto con dos camas destinado a invitados. La tercera planta tenía una amplia terraza y una mediana habitación que hacía las veces de despacho y sala de juegos

Eva estaba sentada en uno de los dos amplios sofás, leyendo un libro y con cara de haber estado llorando de nuevo. A Rómulo le mataba oír a su madre llorar. Vestía de modo cómodo y casero, sin rastro de luto por su falta de creencia religiosa.  Leotardos rosas y pequeña sudadera blanca con ribetes rosas, ajustada y con cremallera. Estaba puesta la calefacción.

– Parece que va a llover mamá. ¿te molesta si pongo un poco la televisión?.

– No cariño. Podré leer.

Se sentó de forma que no se notara la fulminante y extraña erección que acababa de sufrir. Los leotardos ajustados le marcaba mucho la anchura de sus caderas y se ceñía a la perfección a las piernas, los pechos se marcaban más de lo deseable por un hijo, bajo la sudadera ajustada; la cremallera caía entre ambos a modo de cubana.

Se sintió abochornado solo por el simple hecho de que su madre hubiera reparado en la erección. Laura le había cambiado la perspectiva del sexo. Con ella fue excelso y apasionado; después de ella no había nada. Necesitaba su piel, su cuerpo. Imaginarla con otros hombres y mujeres era lo que más le excitaba cuando estaban juntos.  Ahora, imaginarla con otros hombres le destrozaba el sueño.

Estaba ahí para apoyar a su madre. Emplearía los días de permiso en hacerle compañía. Además pensaba plantearle vender la casa para comprarse un apartamento de lujo más céntrico; algo con dimensiones más abarcables por una mujer viuda de su nivel social.

Sintonizó un canal de series donde echaban una sitcom agradable y fresca. No elevó demasiado el volumen para molestar a su madre lo menos posible.

Más allá de la tele podía ver el jardín, con los setos meciéndose al viento. El día seguía oscureciéndose impropiamente. Rómulo focalizó su atención en el exterior. Una fina y constante lluvia mojaba la amplia cristalera cuando una ráfaga de viento la empujaba contra la casa. No recordaba la última vez que vio nubes tan negras como las que estaban llegando ya a la ciudad.

Un inmenso relámpago les sobresaltó. Apenas tuvieron tiempo de percatarse de qué era aquello cuando un estruendo cayó desde el cielo sobre sus cabezas. Acto seguido las luz de la casa desapareció junto con la calefacción y la sitcom.

– Cielo, en el armario de la entrada hay una caja con velas y linternas. ¿Vas?.

Esparció velas por el salón, los baños, las escaleras y las dos habitaciones habitadas. Después le dio una linterna a su madre y se quedó con otra. Miró a fuera; ya era casi noche cerrada y la lluvia era más fuerte y violenta. La tormenta se había establecido sobre la casa, inundando de luz azulada la ciudad con asidua insistencia.

Rómulo se sentía triste. Recordó a Laura y a su padre. No quería trasmitirle tristeza a su madre así que se disculpó y se fue a su habitación a pasar el rato.

Se conformó con una vela, que dejó sobre su antigua mesa de estudio. La habitación estaba como había estado siempre, sus cosas permanecían intactas a pesar de que ya no vivía allí desde hacía más de diez años, cuando se fue a estudiar derecho a la mejor universidad privada del país. Se sentó en la silla frente a la mesa y miró melancólico la luz de la llama. Recordó cuando su padre entraba para preguntarle si tenía dudas con el estudio; a veces le decía que sí solo para que pasaran un rato juntos; pues siempre estaba ausente por su trabajo. Recordó el día que cogió unas bragas sucias de su madre y las lamio a la altura del coño mientras se masturbaba. Recordó como deseo la muerte de su padre durante una décima de segundo justo al correrse sobre ellas.

Se echó hacia atrás. Sintió el mismo pánico que aquel día cuando le pasó aquello. Se obligó a pensar en otra cosa. Se tumbó en la cama, pegándose lo máximo posible a la luz, y empezó a leer uno de sus libros preferidos.

Eva entró en la habitación, sigilosa. Cuando Rómulo la miró ella le hizo un gesto tranquilizador, posando un dedo sobre su boca. Se despojó de los leotardos y la sudadera hasta quedar completamente desnuda. Su cuerpo brillaba trémulo, tintineante y cálido por la luz amarillenta. Ella se acercó y él acaricio sus pechos, suaves y firmes. Ella reparó en su paquete hinchado. Rómulo fue a decir algo pero su madre le cayó a susurros.

– cariño, no hables o despertarás a papá.

– pe, pe, pero….

– calla mi vida, deja hacer a mamá. Tú solo disfruta.

Sacó su enorme pene circuncidado de la bragueta y lo masturbó un poco antes de agacharse. Deslizó su lengua de abajo arriba, lamiendo el capullo muy lentamente. Luego engulló y comió, cada vez que bajaba sonaba como si alguien llamara a la puerta. pom, pom, pom. Cada vez más rápido como el ritmo de aquella mamada celestial.

POM POM POM

Se despertó sobresaltado con la respiración agitada y una enorme e incontrolada erección. El libro estaba sobre su pecho y fuera ya era noche cerrada. Todo era un sueño, no sabía cuánto tiempo llevaba dormido.

POM POM POM

¿Qué era aquel ruído?.

Su madre llamó a la puerta y entró, Rómulo se sobresaltó.

– Cariño algo suena en el jardín. ¿Por qué no vas a mirar?, debe ser algo suelto por el viento.

Rómulo apenas pudo taparse con el libro abierto la erección más que evidente bajo el vaquero. Su madre notó como se tapaba sin llegar a ver nada.

– Está bien mamá, ahora voy.

Se puso unas botas de agua y un chubasquero. Cogió la linterna y salió al jardín. Aquello parecía el fin del mundo. El viento era muy fuerte y llovía copiosamente. Los relámpagos iluminaban por completo el jardín, facilitándole el camino. Todo estaba encharcado y embarrado, se guió por el sonido.

POM POM POM.

Dio la vuelta a la casa y pudo ver el causante en la parte trasera. La pequeña puerta de la cancela que daba al jardín del vecino se había abierto y golpeaba con fuerza contra la pared, azotada por el viento. Levantó la vista e iluminó en la parcela contigua. No parecía que los vecinos estuvieran. Recordó la visita de Vanesa, la vecina, dos días antes para mostrar su tristeza por la muerte de su padre; una mujer muy atractiva.  Levantó la linterna hasta la casa y se sobresaltó al parecerle ver la gárgola asomada a la ventana del salón de los vecinos, mirándolo con ojos ensangrentados. Levantó de nuevo la linterna, con la respiración agitada, iluminando justo donde la vio; pero ya no estaba. Solo era el extremo de una cortina que se agitaba.

Movió la cabeza negativamente mientras sonreía. Cerró la cancela y volvió adentro corriendo y jadeando apesadumbrado por el mal tiempo.

– Ya está mamá. Era solo la cancela de atrás, que se había abierto y golpeaba contra la pared.

– Mira cómo te has puesto pequeño. Anda quítate el chubasquero y las botas.

– Sí. Y voy a darme una ducha para entrar en calor.

– Excelente idea. Te quiero mi vida.

Rómulo subió y su madre se quedó leyendo en el sofá sonriente, arrimada a la luz de una gran vela.

El agua caliente de la ducha le sentó bien. Con un par de velas era suficiente para echar un rato agradable en el cuarto de baño. El agua caía en su cuerpo fuerte y más o menos atlético. Cerró los ojos y vio de nuevo a la gárgola. No recordaba cuando empezó con aquella visión, pero era una de las gárgolas de la catedral de su ciudad, la que más le impresionó de pequeño cuando su padre le explicó cuál era la función de las gárgolas. El lugar por donde se van los demonios. Imaginó que su gárgola era el pene, y su demonio las fantasías de follar a su madre. Cada vez que se masturbaba se relajaba y dejaba escapar el demonio a través de su gárgola.

Eva cerró el libro de repente, con cara de sorpresa. Acababa de caer en que había puesto las toalla de ducha a lavar. Subió para coger una del armario de su habitación y dársela a su hijo.

Rómulo recordó el sueño erótico y lo real que le pareció el cuerpo de su madre. Su pene respondió al instante con una magnífica erección. Encendió el grifo a máxima potencia y dejó que todo el agua de la ducha cayera sobre su cabeza. Comenzó a masturbarse lentamente pensando en ella. El agua acribillaba su cabeza hasta el punto de dejar de oír los estruendosos truenos que atemorizaban a toda la ciudad.

Eva cogió la toalla y llamó tímidamente a la puerta del baño.

– Cariño te traigo una toalla, la tuya está lavándose.

Solo oía el agua caer, pero sin respuesta de su hijo. Rómulo se masturbaba cada vez más fuerte concentrado en su madre. Necesitaba echar ese demonio por su polla y dejar de pensar en ella así. Comenzó a susurrar “mamá, mamá, mamá, mamá”;  mientras su imaginación se llenaba de su voluptuoso y generoso cuerpo.

Ensordecido por el agua no la escuchó entrar.

– ¿Rómulo?

Se detuvo al otro lado de la mampara con la toalla entre las manos. Entre el vaho del  agua pudo ver el cuerpo de su hijo difuminado al otro lado.

– “mamá, mamá, mamá, mamá”.

Apenas pudo darse cuenta de lo que pasaba cuando notó como una carga de semen estallaba contra la mampara como una bomba blanca. Cogió aire, colorada y salió sigilosamente; dejando la toalla colgada en el toallero.

Bajó corriendo y siguió leyendo sin leer. Intentando pensar sin pensar. Nerviosa y violentada.

Su hijo tardó un cuarto de hora en bajar vestido con un cómodo chándal. para aquel entonces su madre seguía haciendo como la que leía; pero esta vez ya no estaba asustada.

En ese momento su coño ya estaba encharcado, de pensar.

La tormenta se intensificó junto con la lluvia. Comenzaron a oírse sirenas a lo lejos. Rómulo, algo más calmado, leía cerca de su madre; compartiendo la misma luz de vela. Eva no podía concentrarse y solo hacía mirar de soslayo a su hijo mientras el estómago le daba vueltas.

– ¿Quieres comer algo pequeño mío?. Ya es buena hora para cenar. Yo no tengo demasiada hambre, pero puedo preparar un picoteo frío si lo deseas.

Lo dijo incorporándose para sentarse mejor, a su lado en el sofá.

– Tampoco tengo tanta hambre.

Eva pensó algo durante un instante. Tras vacilar un par de veces, dubitativa, se dirigió de nuevo a su hijo.

– Pues ya ves. Sin televisión y sin planes. ¿Te apetece beber algo?, puedo sacar el whisky de papá que tanto te gustaba probar cuando eras un adolescente.

Rieron.

– De vez en cuando me dabais el placer de beber un sorbo. Está bien, una copa estaría genial mamá.

Cuando se levantó notó como temblaba de emoción. No sabía cómo ni por qué, pero sentía el deseo irrefrenable de tirarse a su hijo. Llevaba tiempo sin buen sexo, su marido la desatendió en los últimos años, y ella era una mujer fiel. Tuvo muchas propuestas, muchas tentaciones, pero no cayó en ninguna. Fue fiel a su hombre hasta el final. Y desde que llegó el final no había sentido ese tipo de apetencia.  Pero algo se despertó en su interior tras presenciar la corrida de su hijo en la ducha mientras decía repetidamente “mamá”. No sabía explicar qué era. Tal vez amor de madre, tal vez un impulso primario, tal vez instinto de supervivencia en aquella noche en la que parecía que iba a acabar el mundo. O tal vez un poco de cada cosa. No tenía ni idea de qué le pasaba pero sí tenía claro que no quería perder esa sensación. Su coño se había despertado como hacía mucho que no lo hacía y mantenía las bragas permanentemente empapadas. Se sonrió mientras cogía las copas en la cocina. ¿Quería emborracharse junto a su hijo?. Se sorprendió como no había la más mínima tentación de parar aquello. Estaba tan segura de sí misma que no se detuvo a pensar que podría haber perdido la cabeza.

Colocó dos vasos amplios, una cubitera y la botella de whisky en una bandeja y dejó la bandeja sobre la mesita entre sofás del salón.

– Voy arriba un momento, ¡no quiero beber así vestida!.

Rió. Rómulo sonrió sin acabar de entender. Se miró cómo iba vestido una vez ella se fue, pantalón de chándal y camiseta deportiva de manga larga. Pensó que su madre necesitaba amistades nuevas, gente con quien poder salir a tomar algo de vez en cuando. Sin duda estaba necesitada de vida social. Lo que sí era cierto es que dudaba que fuera capaz de hacer vida social sin su padre.

Echó dos copas y empezó a darle sorbos a una acomodado en el sofá. Al rato escuchó a su madre bajar las escaleras.

A Rómulo le sorprendió que su madre bajara en camisón de dormir. Pero más le sorprendió cuando, al tenerla junto a él sentada en el sofá, se fijó en los detalles.

El camisón era negro y le llegaba a medio muslo estando de pie. Al sentarse retrocedió mostrando todo el muslo al cruzar las piernas. El escote no era exagerado pero sí lo suficiente como para ver el canalillo gigantesco que mostraban sus dos pechos bien atrapados por un sujetador del mismo color que el camisón; el cual podía verse perfectamente. Se había pintado un poco los ojos y apenas se había maquillado levemente; dando como resultado un realce significativo en su belleza natural y madura. El pelo rubio lo llevaba muy suelto; dando un contraste brutal con el negro absoluto de la elegantemente erótica vestimenta de dormir.

La imaginó en una película pornográfica en blanco y negro, con el único color de su melena rubia, muy rubia, demasiado rubia.  Su pelo era como los relámpagos en mitad de la noche del fin del mundo. Dando color al barroco de la catedral, con la oportunidad de ver sonreír maléficamente al diablo escondido en cada esquina de la deprimida ciudad. Rubio sobre negro, lluvia sobre el cielo, luz azul sobre su jardín, sobre la ciudad, sobre la tumba de su padre, sobre todos los humanos, sobre Laura, sobre el infinito.

Notó que su pene volvía a despertar. Notó a la gárgola moverse fugazmente en el jardín, alimentando sus pesadillas más placenteras.

Bebieron y hablaron. Su madre permaneció próxima durante el transcurso de las copas. La atmósfera era extraña. La luz de las velas engañaba cada muestra psicológica de ser en aquel amplio y confortable salón de un hombre de negocios muerto. Ahora la mujer de aquel hombre de negocios se quería follar al hijo que habían tenido juntos. El hijo que habían tenido juntos llevaba toda la vida queriendo fornicar con su madre, pero siempre lo había percibido como una fantasía inconfesable, un juego. Por ello, aunque se encontraba cada vez más excitado, no percibía la situación como real; si acaso aquello le daría para un puñado de pajas.

La botella de whisky estaba por la mitad. Ambos estaban visiblemente muy bebidos. Las conversaciones se interrumpían solo cuando uno de los dos iba al baño a vaciar la vejiga. Rómulo no recordaba haber intimado y charlado nunca tanto con ella. Se sentía a gusto y cómodo, sin duda esto le venía bien a los dos. Ambos necesitaban desinhibirse bebiendo y hablando de trivialidades.

La botella se estaba acabando, Rómulo acababa su enésima copa mientras su madre orinaba. Eva se sentía muy bebida. Estaba sentada en el wc con el tanga negro caído por los tobillos. Pensó en la polla de su hijo. Hacía tiempo que no la veía; la recordaba más grande de lo normal cuando tenía diez años y se circuncidó. La imaginaba grande y deliciosa. Sintió un deseo irrefrenable de comerla y ser follada por ella. Se levantó y se colocó bien el tanga, dejando caer el camisón hasta la mitad de sus muslos. Antes de irse se quedó mirándose en el espejo fijamente; veía su imagen borrosa por el alcohol.

-¡ Puta!

Se dijo. Y volvió al salón con la copa entre las manos.

Acabando la botella, con ambos en un nada envidiable estado de embriaguez, Eva sacó el tema de conversación que menos quería abordar su hijo.

Laura.

La noche no mejoraba. Era ya de madrugada, los ruidos de sirenas eran cada vez más continuos. Habría árboles caídos e inundaciones por doquier. Cuando un relámpago lo iluminaba todo podía verse el viento agitando fuera mientras el diluvio se acrecentaba.

– Me alegra que te dejara esa chica hijo. No era buena para tí.

– Creo que deberíamos poner la radio y escuchar qué dicen, no recuerdo tanta lluvia y viento en mi vida.

– No me quieras cambiar de tema muchachito. Tu papi se gastó millones en esta casa, estamos totalmente aislados y a salvo. Si es el fin del mundo ya vendrán a rescatarnos en helicóptero o en una de esas barquitas que tanto te gustaban cuando eras niño en el parque de atracciones.

Las voces de ambos sonaban amortiguadas por el alcohol.

– ¿Qué quieres que te diga?. Sabía que no era buena para mí, pero con ella me sentía a gusto.

– Tú, un abogado joven y guapo. Tendrás a las mujeres que desees.  Yo estoy muy contenta con que no estés con esa tipa.

– El sexo era bestial.

Se le escapó. Sin mucho whisky corriendo por sus venas jamás en la vida habría soltado esa frase a su madre. Entre los dos se creó un silencio, el cual extrañamente no resultó incómodo.

Un relámpago rompió el momento que parecía congelado por la lluvia. Eva se vio obligada a decir algo. Sentía como su coño era una fuente de deseos. Solo le apetecía follar como una loca, morir follando.

– Hay mujeres que pueden engancharte mucho más mi cielo. Debes encontrar el amor verdadero; cuando lo hagas a la mujer que ames verás como nunca hiciste nada mejor. Follar te puede follar muy bien cualquier mujer. Yo te podría follar mejor que esa zorra si no fuera tu madre.

Rió, deteniéndose al ver que su hijo no lo hacía.

– Perdona mi hijo. Creo que hablaba el whisky.

– Creo que ha llegado el momento de dormir, ¡mañana tendremos una impecable resaca!

– Una resaca de libro. veremos que tan bueno es este whisky que tenía guardado papá.

Ambos sonrieron. Eva le dio dos besos de buenas noches, dejando posar sus pechos en su torso premeditada y provocativamente. Luego se levantó despacio y, marcando las caderas al andar subió despacio las escaleras sabiéndose observada.  Se movía torpemente por culpa del alcohol.  Al fondo del salón, donde estaban las escaleras, apenas llegaba luz de vela, llegando de ella solo un retazo amarillento de su melena; como un fantasma que levitaba. Un relámpago entró en la vivienda y Rómulo pudo verla un instante justo antes de desaparecer escaleras arriba. Sus abultados pechos, la insinuación de su amplio y sexi trasero, sus anchas caderas. Negro y amarillo. Le pareció seguir viéndola en la oscuridad, como un fogonazo se ve durante un rato al tener los ojos cerrados.

Rómulo lo recibió como una provocación alcohólica, no respondió. Todo estaba empezando a ser una locura. Se quedó un rato sentado en el sofá mirando al exterior, mientras apuraba la última copa. La lluvia no cesaba. Cogió el móvil y conectó la radio. Al parecer las lluvias torrenciales se extendían por toda la zona. Los bomberos no daban a basto desalojando casas y salvando a personas de riadas. Decenas de árboles se habían caído provocando daños materiales en coches y locales comerciales. Las autoridades recomendaban no salir de sus casas y no había información acerca de cuándo estaría restablecido  el servicio energético.

La cosa parecía estar realmente mal. Se quitó los cascos y estuvo un rato de pie al lado de la ventana, dando sorbos, borracho, al final del whisky. A cada ráfaga de luz pudo contemplar como el jardín estaba quedando completamente destrozado. Apuró lo que le quedaba cerrando los ojos  y al abrirlos vio su reflejo de nuevo en el cristal. Un nuevo relámpago le aceleró el pulso. en mitad del jardín apareció la gárgola de ojos rojos. Se sonrió. Decidió ignorarla, aquello no era más que una visión. Una visión que le ordenaba a follarse a su madre. Sabía que hacerlo podría ayudarle a dejar de tener esa visión. Se lo explicó su padre sin ser consciente de aquella repercusión; ahora su polla tenía que escupir leche a su madre, o jamás se libraría de aquel demonio, o jamás dejaría de ser perseguido por aquella gárgola demoniaca y amenazante.

La ciudad amaneció mecida por la brisa calmada que la tormenta dejó. Como un vals, mecida al son del lago de los cisnes, las calles despertaron mojadas y destruidas. Árboles caídos sobre coches y escaparates. La catedral permanecía intacta con sus gárgolas felices y saciadas de viento, lluvia y tormenta. De vez en cuando el diablo buscaba recargar pilas asustando al hombre; al desesperado e hipócrita hombre que deja su alma en manos de Dioses cobardes.

Rómulo despertó en el sofá, visiblemente inquieto. Al parecer no había tenido fuerzas ni para subir las escaleras. La cabeza le estalló con la triste luz otoñal que inundaba tímida la casa. Tras un esfuerzo se sentó y vio la botella y  vasos vacíos sobre la mesa; hizo una mueca impávida de irónico arrepentimiento. Recordó la visión de la gárgola, el cuerpo de su madre ocupando con encanto el salón bajo la luz de las velas. Sentía una extraña sensación de haber hecho algo malo, al menos no había cometido ninguna locura.

Como pudo se levantó, fuera había dejado de llover pero el sol seguía escondido tras nubes grises. Pudo ver en el aparato de televisión digital que la luz había vuelto, pues marcaba las 09:55. Conectó la calefacción y recogió el salón. Hizo café y se tomó uno bien cargado que le hizo sentirse mejor.

Subió para ponerse un chándal más abrigado. La puerta de la habitación de su madre estaba entreabierta. Se asomó sigilosamente hasta llegar a verla; tumbada de forma diagonal y profundamente dormida. Se sonrió al pensar la resaca tan grande que iba a tener cuando se despertara. Cerró la puerta con cuidado para no hacerlo.

Al abrir la puerta principal de la casa una agradable brisa fresca le rejuveneció. Dedicó toda la mañana a arreglar los desperfectos que la lluvia y el viento habían producido en el jardín.

Lo adecentó lo mejor que pudo. Pensó que aun estaba todo muy húmedo y mojado así que finalizaría la tarea a la tarde si finalmente el Sol terminaba apareciendo.

Se duchó y se cambió de ropa para estar más cómodo con unos viejos y desgastados vaqueros y camiseta de manga larga. La puerta de la habitación de su madre seguía cerrada. Bajó al salón. 12:26 en el reloj de la televisión. Comprobó que la calefacción estaba conectada y preparó más café. Se sentó a darle sorbos pequeños y cálidos mientras hacía un poco de zapping. Tras las cortinas pudo ver como el sol empezaba a salir tímidamente; se alegró de que el temporal  hubiera pasado y esperó que no volviese en aquel domingo, aunque él pensaba pasarlo entero en casa ya que necesitaba descansar antes de coger el avión de vuelta que tenía al día siguiente por la tarde.

La tele le aburrió. La apagó y puso el hilo musical del salón y cocina. El Réquiem de Mozart endulzó instantáneamente el entorno.

Se sumergió en una profunda lectura sobre textos de Freud. La música agónica le fue marcando el ritmo de lectura, haciéndole sentir tan vivo como parte de la historia de la humanidad. Se sintió bien, eufórico, repleto. La explicación profunda del complejo de edipo le entretuvo. El hijo que se enamora de la madre y quiere eliminar al padre. Se sonrió pues su padre acababa de morir y en cierto modo él siempre se sintió atraído por Eva. De nuevo la recordó vestida con el negro camisón, con su rubio artificial cayendo sobre aquella oscuridad, sobre la oscuridad de la noche y de la tenue luz de las velas;  mientras los relámpagos la fotografiaban como diosa erótica para el disco duro del diablo. Allí la hubiera mandado a base de pollazos  si hubiera podido; pero todo era una magnificación de la fantasía que siempre tuvo. Ella no quería seducirle, era él quien lo veía así desde su enferma mente de pajillero adolescente.

El ruido de pasos descendiendo por la escalera le sacó del mágico mundo de la música funeral y la lectura Freudiana. Miró el reloj de la televisión, 13:18. Luego miró hacia las escaleras.

Eva vestía con mallas rosas ajustadas y camisón azul marino por las rodillas, sandalias del mismo color que el camisón, amarradas al tobillo con algo de tacón. El pelo suelto, precioso, también mágico a la luz del día y con aquella otra combinación de ropa. Rosa, azul oscuro y rubio artificial. Mágicamente femenina. Los pechos bien embutidos bajo el camisón escotado, aunque algo menos que el negro con el que bebió la noche anterior.

Dio los buenos días, no sin quejarse de la resaca tan grande que sentía. Se acercó a darle dos besos a su hijo. Rómulo pudo ver que estaba maquillada pero no podía disimular los ojos enrojecidos por los efectos de haber dormido mal por el alcohol. Su aroma a fragancia cara y femenina, unido a la visión de su voluptuoso cuerpo, eternamente sugerido se pusiese lo que se pusiese, despertó en Rómulo un recuerdo que hacía tiempo que no sentía.

Intentó disimularlo mientras su madre entraba en la cocina a echarse una gran taza de café solo con dos pastillas de sacarina. Hacía tiempo que no bebía tanto, así que había olvidado el incontrolable apetito sexual que le proporcionaba los días de resaca. Su pene había crecido totalmente desde que su madre le había besado en las mejillas. Cayó en que no llevaba calzoncillo, nunca lo usaba cuando estaba en casa; aunque sí lo había hecho esos días en casa de su madre. La costumbre le había jugado la mala pasada de colocarse los vaqueros solos y ahora su enorme pene se marcaba perfectamente abultado bajo los usados tejanos. Se cruzó de piernas intentando disimular.

Eva cerró la puerta de la cocina mientras se calentaba el café que había encontrado hecho en la cafetera. Colocó las palmas de sus manos sobre la cara y ahogó un grito de desesperación. No podía creer lo que le estaba pasando. Al ver a su hijo el apetito sexual que sintió la noche anterior volvió a despertar con más fuerza. Lo había achacado al alcohol y a la paja que presenció de forma accidental mientras su hijo se duchaba y la nombraba en voz alta. Algo había crujido en su cabeza la noche anterior pero logró contenerse para que la cosa no fuera a más. Se alegró al despertar aunque el recuerdo borroso de sentir deseos de tirarse a su hijo la hizo sentir mal. Ahora ese recuerdo borroso se había actualizado en unas ganas locas de sexo con él, y eso no le gustaba nada. Maldijo la hora en la que su hijo había ido a pasar unos días con ella. Maldijo a su marido por morir. Maldijo a la vida.

Quería concentrarse y encajar su mente en que no iba a pasar nada, pero solo tenía dolor de cabeza y ganas de sexo. Con el café humeante en una taza de grandes dimensiones salió de la cocina y fue al salón.

En el confortable aire acondicionado por la calefacción central, flotaba la desolación y el talento de Mozart en su Réquiem.

Eva se sentó en sofá contiguo al que se encontraba Rómulo, el cual simulaba leer mientras trataba de hacer lo mismo con su erección incontrolada. No tardó en percatarse del bulto que ocultaba su hijo. Le pareció exageradamente amplio. Sintió como su coño disparaba flujo como una alocada veinteañera con su cantante o futbolista favorito; de hecho no recordaba haber lubricado nunca antes de esa manera. No podía más, se iba a volver loca, su cabeza le estallaba y no quería más pastillas que meterse aquel pollón en su boca, coño y culo. Se quería llenar todos los agujeros de su cuerpo.

Dejó el café sobre la mesita central y se levantó despacio mientras su hijo la observaba de reojo. No sabía cuál era el siguiente paso. Solo sabía que se acababa de levantar y que no era dueña de sus actos.

Las campanas de la catedral cercana anunciaron que eran las dos de la tarde. El ruido espantó a un grupo de palomas que reposaban tranquilas en una de sus cornisas. Entre ellas emprendió el vuelo, camuflada, una de las gárgolas; la cual voló hasta el jardín de la lujosa casa de Eva. Los ojos eran rojos como los que tenía Eva por culpa de la resaca. El diablo sonreía a través de aquella mirada ensangrentada. La gárgola se acercó hasta la ventana a la vez que una nube negra cubría el cielo sumiendo a la ciudad de nuevo en la oscuridad. Eva se sentó junto a su hijo, bajo ellos un amplio y cómodo sofá de cinco mil euros.

La gárgola se acomodó a la vez que un trueno quebró el cielo permitiendo que un mar de agua cayera sobre ella. Sonrió complacida, la puta del diablo.

– ¿Por qué sonríes mamá?.

– Nada hijo. ¿No puede una madre admirar orgullosa a su hijo al verlo tan grande y guapo?.

– Claro mamá. Es lo que deseo, hacerte sentir orgullosa.

Ella cruzó las piernas girándose hacia él. Rómulo no percibió esa forma de moverse como normal, su pene luchaba por salir sin que él quisiera que hiciera eso. La gárgola tenía vida propia y nadie puede luchar contra los deseos del diablo.

Eva ya no estaba nerviosa ni dubitativa. Ahora era una hembra en celo, en pleno proceso de caza. Ante ella no estaba sólo su hijo, sobre todo estaba un macho capaz de saciar sobradamente sus necesidades.

– Me haces sentir muy orgullosa vida mía. Y dime, ¿también querrías verme satisfecha?

Rómulo se movió nervioso, volviendo a la posición original. El libro cerrado sobre su paquete, buscando disimular lo que su madre ya había notado sobradamente.

– ¿Satisfecha?. No sé si entiendo mamá…..

La sonrisa dulce y de mujer segura de sí misma heló el corazón de Rómulo a la vez que le hizo arder el paquete y el deseo sexual. La hembra había encontrado al macho, el macho ya no podía escaparse.

– Creo que sí me entiendes nene. Quiero que dejes satisfecha a mamá. Quiero ser una hembra generosa, una buena perra para ti. Quiero que me folles hasta matarme si es necesario.

Rómulo se quedó de piedra; aunque la tensión sexual existía desde la noche anterior, jamás pensaría que llegase ese momento. Sintió un leve mareo, como si todo aquello fuera un sueño, algo irreal. Apenas empezó a pensar que nunca una mujer de ese calibre le había ofrecido sexo de una forma tan clara y fácil cuando su madre se levantó de nuevo.

Eva duró poco tiempo de pie, pues al instante se arrodilló ante su hijo. Se movía segura de sí misma, como si hubiera olvidado que era su madre; al contrario de Rómulo, que seguía petrificado y medio mareado por el giro de los acontecimientos.

Cuando una hembra experimentada tomaba la decisión de calmar su celo no había obstáculo que lo impidiera. Además, el instinto maternal más animal es el de alimentar y proteger a su cría. Ese instinto siempre guarda un incestuoso deseo sexual que toda madre tiene siempre presente en el subconsciente. Pocas madres tienen la suerte de tomar consciencia de ello en un momento ideal para tomar parte, siendo ella bella y aprovechable, aun con el instinto de supervivencia intacto, y con su cría en estado adulto de buen ver. Todo aquello había tenido lugar en aquella casa en aquel momento. Todo era cosa del diablo, el cual, una vez decidió que serían ellos los encargados de alimentar el mal en la tierra, se encargó de iniciar el proceso matando al padre de la cría. Al ser cría única, la madre tendría el deseo no consciente de ser fecundada por la cría que amamantó, la cual tiene genes mejorados de los de su padre si se cumple la regla biológica de la mejoría de la especie. Aunque la hembra ya no podía engendrar vida, su edad aun la hacen sentirse, de nuevo de forma inconsciente, capaz de crear más vida. Y es la polla de su cría, identificada en forma de gárgola, la que emite las ondas necesarias para que el instinto de su madre tenga la necesidad de ser violentada con ella hasta matarla si fuera necesario.

Ser fecundada o asesinada. Ese es el instinto que el diablo era capaz de trasmitir a los seres humanos. Sabía que aquella mujer y aquel joven ya nunca serían normales. Serían mártires de su voluntad, soldados del príncipe, sin saberlo. No sufrirían en vida pues la envolverían de placer, aunque tras la muerte servirían en el infierno eternamente.

Tras arrodillarse agachó la cabeza poniéndose cómoda. Al levantarla el pelo rubio, excesivamente rubio, artificialmente rubio, le caía sobre la cara. Sus bellos y ligeramente arrugados ojos azules miraban a Rómulo tras el pelo, como encarcelados entre barrotes rubios de seda. Rómulo notó la mirada ensangrentada y oscura, resaca y belleza. Por un instante creyó adivinar la mirada de la gárgola que se le aparecía en su imaginación. Sin duda ya se había vuelto loco.

Ninguno dijo nada. Solo los compases de Mozart y el calor fabricado envolvían la libido incestuosa presente. Eva desabrochó el botón de los tejanos que llevaba su hijo y bajó lentamente la bragueta mientras sus ojos seguían fijos, sin pestañear, en los de su hijo.

Solo agachó la mirada cuando la polla salió de su prisión. Un enorme pollón circuncidado invadió el espacio entre ellos. A Eva le pareció mucho más grande de lo que imaginaba, lo cual lo hacía exageradamente grande. No podía crecer más, en plena erección ella observó en silencio orgulloso, dibujando en sus labios una dulce sonrisa de madre orgullosa. Pasó la lengua entre los labios y agarró la polla. Echó un poco hacia atrás las rodillas para elevar el trasero, el cual sobresalió en sus mallas negras por encima del camisón azul marino que cayó en su espalda. Se aseguró, meciéndolo suavemente, que su hijo podía ver su generosa y bella parte de tras dibujado entre sus voluptuosas caderas. Se sabía hembra deseable, conocía sus encantos y sabía cómo jugar sus cartas.

Rómulo suspiró excitado al ver a su madre en aquella postura. Hembra rubia de curvas y atributos generosos; con la madurez perfecta para poder trasmitir toda la experiencia ganada en el campo de batalla de la vida. Y no solamente de índole sexual; la dureza de los miedos, las alegrías, las decepciones y las ilusiones cumplidas o desvanecidas, otorgaban a una mujer como ella la capacidad de entregarse dulce y salvaje, decidida y delicada, con piel suave pero de loba enloquecida.  Era la mujer más hermosa e interesante con la que jamás había hecho nada antes. Se sintió orgulloso y a gusto, se sintió bien y más relajado.  Empezó a verla de otra forma.

La música clásica volaba enganchada en una mota de polvo que salió disparada de una de las rejillas de la calefacción centralizada. Violines llenos de desesperación ante la muerte hacen una pirueta mortal en la columna imitadora de estilo corintio que hay junto a la escalera, saliendo disparada hacia el salón. El vals bailado a ritmo de muerte con la lujosa lámpara del salón la dejan ingrávida sobre la madre y el hijo. Él sentado en el sofá, con semblante de relajada excitación. Las piernas extendidas y separadas con su polla al aire saliendo de la bragueta de un viejo tejano. Entre sus piernas arrodillada su madre; con el trasero echado hacia atrás y empinado. La cabeza a la misma altura que las nalgas, arqueada la espalda para dar vida a esa postura que tanto gustaba ver a su hijo.

Y en medio la descomunal polla. Operada cuando Rómulo tuvo diez años. Eva nunca había sostenido nunca una de semejante tamaño. Llenaba todo el espacio, en el salón solo existía el pene de su hijo en ese instante. Sus manos parecían más delicadas y pequeñas al sostenerla, como cuando una niña sostiene cuidadosamente un helado gigante; a penas los dedos se juntaban al abarcar todo el perímetro.

La humedad del coño de Eva tenía empapada las mallas al no haber bragas de por medio. La masturbó, deleitándose en el movimiento. Dejó posar la otra mano suavemente bajo los huevos; grandes y cargados de leche, leche que ya tenía dueña; pero esta vez de verdad y no en una fantasía del puerco de su hijo. Le sonrío y su hijo asintió.

– Menuda herramienta tienes nene.

Rómulo no supo qué decir. Ya estaba acostumbrado a ello y a la sorpresa que provocaba en sus amantes y parejas. A algunas no les había gustado un tamaño tan excesivo. Pero las verdaderas perras, las auténticas hembras la habían disfrutado como musas leyendo el mejor poema del universo escrito en su nombre y hecho a su semejanza.

– Ya ves…..

La madre le miraba mientras seguía masturbando lentamente.

– ¿Se la vas a dar a mamá?. ¿Quieres que mamá se la coma?.

– Lo estoy deseando.

La lamió desde los huevos hasta el capullo. Rodeó el capullo con su boca. Su boca y su lengua también parecían diminutos. El capullo era gigantesco y morfológicamente perfecto. Eva se sintió muy puta lamiendo aquella verga de película pornográfica y empezó a soltar pequeños gemidos que no fueron indiferentes a su hijo.

Gotas de líquido pre seminal comenzaron a salir despacio de la punta. La viscosidad del líquido hizo que estas gotas resbalaran lentamente por el capullo y el resto de la polla, como en una lenta competición de ver quien llega antes a los huevos. Eva contempló con la boca abierta aquella imagen. La polla de su hijo estaba en plenitud, lista para ser usada. La pinta era deliciosa, como cuando un helado gigantesco empieza a derretirse y se derrama poco a poco a lo largo del cucurucho. El instinto de una mujer era sacar de aquel macho todo el semen posible y retenerlo dentro de su cuerpo, dando igual el agujero por el que entrase.

Comenzó la mamada. Un arco iris de colores se dibujó alrededor del sofá según la percepción de Rómulo. A su madre se le llenaba enseguida la boca de polla. Le costó pasar del capullo, cuando lo consiguió, con la boca ensanchada al límite, apenas podía llegar unos tres centímetros más abajo. La imagen era grotescamente excitante. La madre, sintiéndose la perra más sucia del mundo y gustándole esa sensación con el coño encharcado a más no poder, intentando comerse la polla descomunalmente grande de su hijo puerco que llevaba toda la vida pajeándose pensando en ella. La boca de la madre se llenaba en cada envestida, pero solo mojaba el inicio del tronco, quedando casi toda la polla libre de sus tragadas; lo cual aprovechó para agarrarla e irla masturbando a la vez que la comía. El capullo, eso sí, quedaba perfectamente trabajado con rápidos y certeros movimientos de lengua.

Rómulo lo disfruto mucho. Su madre no perdía la postura, allí estaba su trasero apretado con las mallas negras, meciéndose de lado a lado lentamente. Su madre había tenido que comer muchas pollas antes en su vida, para llegar a ese nivel de pose y forma de mover la lengua y las manos mientras traga.

Rómulo sintió el impulso de agarrarla por los pelos a esa puerca y follarle la boca haciéndole tragar toda la polla hasta vomitar, y luego obligarle a comer el vómito mientras le reventaba el culo a pollazos. Pero se contuvo. Solían venirle pensamientos de ese tipo cuando su excitación era máxima, pero siempre tenía el acierto de saberse contener.

Eva empezaba a sentir como los huesos le dolían y las rodillas le estallaban por llevar demasiado tiempo en aquella postura. Así que se levantó con dignidad y elegancia, sufriendo en silencio las ganas de quejarse por el cambio de postura; una mujer que de verdad sepa lo que quiere no puede permitirse ese tipo de fallos, pues por cada mujer que hacía algo mal siempre hay otras tres o cuatro deseando aprovechar su oportunidad para que fueran solo sus genes los que sobrevivan en la especie.

Se colocó de pié frente a su hijo, el cual se sentó más erguido frente a ella. Ella se arrimó y le agarró con cariño por las mejillas, sonriéndole, luego se echo hacia delante y le besó en la frente a la misma vez que Rómulo la abarcaba con los brazos agarrando sus nalgas. Ella notó como las manos apretaban fuerte detrás y se dejó hacer. Eran más duras de lo que correspondía a una mujer de la edad de su madre, eso le gustó, como también le gustó el tamaño de aquel trasero; ancho aunque sexy y apetitoso a la vez. Enseguida notó que no llevaba bragas ni tanga, lo cual provocó que más líquido pre seminal se deslizara desde la punta del pene hacia abajo, manchándole el ombligo, muy  por encima del cual descansaba el capullo de la colosal mamada que le había otorgado la mujer en cuyo vientre se formó.

Miró furtivamente hacia el exterior, el día había vuelto a oscurecerse tempranamente y la lluvia intensa del día anterior hacía de nuevo acto de presencia. Su madre sonreía con una dulzura infinita, oh Diosa con sus mismos genes, piel y sangre. Dio dos pasos hacia detrás mirando fijamente a su hijo, situándose entre él y la ventana impregnada de surcos del agua que el viento empujaba contra ella. Se quitó las sandalias. Rómulo se fijó en sus pies, pequeños y delicados, con las uñas pintadas de lila, como la de sus manos. Se quitó las mallas, dejando el camisón azul marino puesto. Anduvo un poco dejando que su hijo percibiera bien el espectáculo de la mujer que se desnudaba poco a poco para él. Sus nalgas asomaban por debajo, no llegándose a ver nada. Extrajo el sujetador bajo el camisón y notó como dos inmensos melones caían levemente bajo el camisón. Fuera se oscureció aun más justo cuando la lluvia comenzó a ser más intensa. Finalmente se quitó el camisón despacio, gustándose, sabedora de sus encantos y generosas proporciones. Sabedora de cuánto solía gustar a los hombres y algunas mujeres. Cuando lo quitó por completo un relámpago la iluminó. La luz azul inundó sus senos, su vientre, sus caderas y su artificial pelo rubio. Conjunto erótico y pornográfico por el que cualquier hombre pagaría una buena suma de dinero por hacer uso de él.  Justo en ese instante, durante una décima de segundo que pareció durar un siglo, notó de reojo la figura de la gárgola de ojos ensangrentados mirando a través de la ventana. Enfocó en esa esquina la vista pero no pudo verla. Fue curioso cómo pudo notar perfectamente su cara a pesar de que la percibió de reojo.

Ya solo podía ver el cuerpo del pecado que posaba coqueto, femenino y deseoso ante él.

Un nuevo relámpago fue como el pistoletazo que animó a Eva a acercarse a su hijo, una vez consideró que su cuerpo había sido convenientemente expuesto. Notó como su polla permanecía intactamente engrandecida, al límite, lo que le provocó una agradable sensación de saberse deseada. Cuando el trueno retumbó en los cristales ella ya estaba otra vez al alcance de su hijo.

Lacrimosa en las motas de calor del ambiente. Los senos que lo amamantaron ante Rómulo. La loba había matado a Remo y los ofrecía puros y maduros ante su vástago. Él los acarició delicadamente, ella esperaba de pié ante la inmensidad de su mirada. Daba igual que la edad los hubiera colocado un poco más abajo de donde solían estar en su imaginación adolescente. La suavidad de cada poro de aquellas inmensas ubres le trasportaron a la niñez, cuando Edipo hacía de las suyas entre tareas y juegos. Pasó con sumo cuidado y lentitud la yema de los dedos por los pezones; de tamaño mediano y duros, con aureola celestial, rosada, femenina y coqueta. Como su madre.

Apartó un poco el rubio artificial que cubría parcialmente los pechos de su madre, la agarró por las nalgas y tiró de ella. Eva se venció levemente hasta que sintió el calor de la lengua de su hijo romper contra sus senos. Cerró los ojos y sintió como se llenaba de ellos; por un instante recordó a su bebé sacando la leche; pero aquello era diferente pues no había rastro de aquella inocencia perdida en los deseos del volcán del tiempo. En aquella forma de lamer, morder, chupar, y estrujar sus pechos solo había deseo sexual, excitación. Distinto modo de instinto de supervivencia con el que su hijo volvía a ellos tres décadas después.

Rómulo metió las manos entre los muslos de su madre y subió hasta acariciar el sexo, ella se abrió en respuesta. Todo aquello estaba excesivamente mojado.

Se separó un instante y la observó. Menuda mujer, menuda su suerte. Dio gracias a la esquina de la ventana donde le había parecido ver a la gárgola un rato antes y se levantó para besar a su madre mientras la agarraba las caderas para fundirse en un infinito abrazo.

Sus lenguas se entrecruzaron y el intercambio de saliva resultó tan pronunciado como perturbador.  Antes de que  ambos le empezara a parecer ridículo todo aquello, Eva empujó a su hijo de nuevo contra el sofá.

Rómulo se acomodó echándose hacia atrás y su madre se puso de cuclillas sobre el amplio sofá, cerrando las piernas de su pequeño. Luego se levantó un poco, quedando su vientre a la altura de la boca y agarró la polla mientras buscaba el momento óptimo para sentarse sobre ella. Se agachó un poco poniendo una rodilla sobre el sofá, mientras la otra pierna permanecía arriba, hasta que logró colocar el inmenso capullo en la entrada de su mojado coño. Luego se puso de nuevo de cuclillas y se echó hacia adelante rodeando a su hijo por el cuello. Él la ayudó sosteniéndola por la cintura y las nalgas. Sintió todo el calor del capullo entrando lentamente y se dispuso para empezar a bajar, se detuvo a disfrutar el momento. Notaba como algo muy grande se adentraba poco a poco en sus entrañas.

– Uf, vaya pollón tienes nene. No sabes lo que vale eso.

Rómulo respiraba agitado por la excitación. El aroma de su madre, el que recordaba de siempre, sus manos delicadas y cálidas rodeándole, el calor trémulo de su cuerpo de curvas infinitamente lascivas, la cueva confortable que se le abría y su artificial pelo rubio de actriz porno barata. Todo era demasiado perfecto, tanto que por un instante pensó si todo aquello sería un sueño.

Eva sentía el impulso de ponerse a botar como una loca, pero aquella polla no era como las que conocía, debía andarse con cuidado e ir poco a poco si no quería acabar desgarrada en urgencias.

Comenzó a dar pequeños botecitos impulsándose con las piernas, para que el pene de su hijo fuera entrando poco a poco. Él se agarraba al abismo de sus caderas mientras su mirada se llenaba de pechos y más abajo el hilito de pelos del cuidado coño de su madre, abierto por culpa de su descomunal polla. Al cabo de unos segundos ya había logrado meterse la mitad, lo cual le provocaba un placer infinito pues eso era más de lo que se había metido en la polla más grande que se había follado hasta la fecha, provocado también por el enorme grosor que poseía.

Todo estaba muy mojado y sentía que podía meter más, de hecho lo deseaba. A partir de ahí ya todo era nuevo para ella. Se acomodó un poco mejor bajando los pies para apoyarse con las rodillas. Su culo levantado, su hijo le agarró las nalgas. Entonces ella bajó y empezó a follar en embestidas en las que se metía toda la polla dentro, Treinta y cuatro centímetros de carne gorda y caliente entrando en sus entrañas, rompiendo su coño como nunca antes lo habían roto. El ruido excitado de su hijo quedaba totalmente sepultado con los gritos que daba su madre mientras no paraba de follar, cada vez más y más rápido y fuerte.

– joder, joder, que pollón. Joder nene, cabronazo como me entra tu verga pedazo de hijo de puta.

Rómulo se limitaba a dejarse hacer mientras agarraba las nalgas de su madre.

Unos dos minutos más tarde Eva no podía más, ya no tenía edad para sostener durante mucho tiempo aquella forma de saltar sobre un hombre. Se dejó caer, sudada sobre el pecho de su hijo. Pero Rómulo estaba en plenitud, así que la agarró por las caderas para levantarla un poco y empezó a taladrar fuerte desde abajo.  La sensación que llegó a su madre era muy diferente, mucho más placentera. Sus chillidos sonaron tan alto que ensordeció por un instante la música de Mozart.

Sus chillidos sonaron tan alto que llamó la atención de Vanesa, la vecina de la casa de al lado, justo cuando metía la llave en la cerradura, mientras sostenía como podía las bolsas de la compra y un paraguas diminuto que apenas le libraba de la pequeña llovizna que inundaba la ciudad en ese instante.

Eva se levantó para respirar, lo cual ayudó a su hijo para relajar su excitada polla, a la cual le hubiera quedado poco para escupir fuego blanco en la postura en la que estaban.

– guau mi niño. ¡Así se folla!

– Gracias mamá, con una mujer como tú es fácil, eres muy dócil y estás muy bien.

– Te dije que muchas mujeres podrían darte un sexo tan bueno o mejor que el de tu puta ex.

Rómulo sonrió de forma tajante, no le gustaba hablar de Laura.

Casi sin hablar más siguieron con la faena, ahora Eva se colocó a cuatro patas arrodillada a lo largo del sofá, dejando su culo y su coño al aire hacia fuera de él por uno de los extremos. La mayor altura de su hijo le haría fácil acceder desde allí. Se colocó así porque era realmente su postura favorita, le gustaba sentir que era una perrita mala y que el macho se acercara por detrás y le oliera antes de subirse. Un reguero de gotas de flujo le empezó a caer por el interior de los muslos hasta las rodillas, y de ahí hasta el sofá, solo de imaginar que de un momento a otro iba a ser follada por aquel pollón de ensueño en aquella postura. Meneó lentamente las caderas, agachando la cabeza para que el pelo rubio le cayera por la cara. Le gustaba esa posición de espera, le hacía servicial y se sentía muy hembra y femenina.

Rómulo la observaba masturbándose un poco. Ella levantaba la cabeza cada poco tiempo mirando de reojo. Mientras más se demoraba su hijo más caliente y perra se sentía, y más descaradamente movía sus caderas y trasero. Buscando polla.

Eva notó como por fin se aproximaba por detrás. Por entonces sus piernas y el sofá estaban totalmente empapados, no recordaba haberse mojado tanto jamás en su vida sexual. Sin duda le entusiasmaba la idea de ser sometida por su hijo, al margen de lo que le excitaba la fuerza de sus músculos y, sobre todo, el ser merecedora del pene más colosal que jamás había visto.

Notó como las manos de su hijo abrían sus nalgas, seguramente para ver bien todo lo que allí había. Agachó la cabeza y disfrutó del momento de saberse observada por su hijo. Éste pudo ver un coño perfectamente cuidado y un ano igualmente tratado, sin rastro de pelos. Se arrodilló y pasó la lengua por él, mientras sus manos sostenían las nalgas abiertas para facilitarle la labor. Notó como su madre se estremeció al sentir la humedad de su lengua justo ahí.  La movió alrededor del ano e intentó meterla sin éxito. Una de sus manos palpó el húmedo coño mientras la otra mantenía la nalga separada. Luego colocó su dedo índice en el ano de su madre y lo metió poco a poco. el culo de su madre se abrió hasta poder meter el dedo entero. Con el dedo ahí, follando, se agachó un poco más y metió su cara dentro del coño, pasando vivamente su lengua entre los labios y chupando todo el flujo.

Cuando se separó su cara estaba totalmente empapada. Se limpió con el antebrazo y se colocó detrás dispuesto a follar. Cuando Eva sintió las manos de su hijo agarrando sus caderas supo lo que llegaba y se movió acercando su trasero a su paquete mientras gemía de forma constante como una perra en celo.

Quería la polla de su hijo rompiéndole el coño cuanto antes o iba a enloquecer.

– Venga machote, rómpele el coño a mamá. No tengas miedo. Dame fuerte, ahora soy tu perra.

Las palabras animaron a Rómulo el cual colocó el infinito capullo en la entrada del coño y, volviendo a agarrarle por las caderas, la penetró a fondo empujando fuerte hasta dejarla totalmente ensartada en el infinito palo grueso que tenía por polla. Su madre gritaba y gemía por igual, haciendo desaparecer de nuevo a Mozart.

Vanesa dejó las bolsas en la entrada de su casa y se acercó cautelosamente hasta el jardín de su vecina Eva. Cuidadosamente llegó hasta el ventanal del salón y se asomó preocupada por aquellos gritos. Cuando por fin entendió lo que estaba viendo sus ojos se abrieron a la par de su boca y se pellizcó para comprobar que aquello no era un sueño.

Su vecina estaba a cuatro patas sobre su caro sofá del que tanto presumía y, por detrás, su hijo la follaba con fuera y rapidez. Pudo ver la cara de gozo de su vecina y notó como la polla de su hijo era enorme cuando en el movimiento de retroceso solo podía ver carne y más carne hasta que asomaba el capullo justo antes de volver a embestir.

Recordó como solo tres días antes había ido a darle el pésame por la muerte de su marido y le abrió la puerta su hijo, al que hacía tiempo que no veía. Habían tomado pastas y café y habían hablado de los recuerdos que tenían del padre y esposo. Había sido una velada agradable, marcada por la tristeza y los semblantes serios con sonrisas esporádicas de educación y respeto. Y ahora los veía así, retozando sudados. Ella chillando con cara de perra con sus melones colgando en movimiento de vaivén y su hijo detrás empujando con fuerza con la polla más grande que jamás había visto en su vida.

Rómulo no recordaba una follada así. Jamás había follado a una mujer con esa facilidad, normalmente a estas les dolía lo descomunalmente grande y gorda que era su verga y a penas se dejaban penetrar hasta la mitad. Pero ahora era diferente, su madre aguantaba levantando mucho el culo, con su torso pegado al sofá y su cara de lado gimiendo y chillando de dolor y placer. Podía meterla entera sintiendo calor de una zona en la que jamás había sentido de una mujer. Su capullo llegaba tan adentro que le parecía que iba a sacarlo por su boca. Eva sentía como le partía en dos y esa sensación le gustaba. De repente empezó a tener un orgasmo detrás de otro. Su cuerpo se retorcía endemoniado, pero su culo permanecía intacto, muy arriba y fijo para que su hijo pudiera follar a placer todo cuanto quisiese. Su madre estaba ahí para satisfacerle y entregaba su cuerpo a tal propósito.

Infinito amor de madre.

Vanesa deslizó su lengua entre los labios mientras sentía como su flor se abría tímida bajo su tanguita blanco. A sus treinta y ocho años disfrutaba de una brillante carrera de su marido como abogado de éxito. Un lujo pues hasta tenía sirvienta, no teniendo ella que hacer nada en todo el día más que esperar que su marido tuviera viaje de negocios para llamar a uno de sus amantes. Pero ninguno de ellos era como el hijo de su vecina. Era guapo, tenía buen cuerpo y una polla que, de haberlo sabido antes, ya se habría comido en más de una ocasión en alguna de sus visitas. Vanesa era guapa y atractiva, y lo sabía. Metro setenta y seis y sesenta quilos. Delgada y proporcionada, con talla cien de pechos, regalo de reyes de su cornudo marido cinco años atrás. No demasiado culo pero sí con curvas y muy guapa con ojos verdes y pelo castaño oscuro y ondulado en media melena.

Rómulo dejó de follar pues notaba como de nuevo iba a correrse. Su madre se dio la vuelta tumbándose boca arriba al sentirse liberada. Estaba exhausta pues se habría corrido unas cinco veces. Descansó abierta de piernas, notaba como el coño le palpitaba hasta muy adentro, se sentía satisfecha y algo dolorida, sonriente y feliz.

Rómulo estaba a mil, llevaba aguantando la corrida largo rato; sobreviviendo a una mamada colosal, una cabalgada de una bella y tetona hembra madura y a una brutal follada a dicha hembra a cuatro patas. Sabía que no iba a poder aguantar mucho más pero se sentía satisfecho pues su madre parecía que se había corrido varias veces. Aquella hembra había sido bien cubierta.

Vanesa se había escondido tras la pared, al ver como paraban, por miedo a ser descubierta. Se sentía excitada y confusa. Aquello le superaba. El sentido común le dictaba irse a su casa disimuladamente antes de ser descubierta y hacer como si nunca hubiera visto aquello. Pero algo le retenía. Desde el tejado, justo encima, la gárgola jugaba a sostener hilos, como si Vanesa fuera su nueva y flamante marioneta.

– ¿Cómo estás cariño?. Yo me he corrido ya no sé cuantas veces.

– Yo aun tengo cuerda. Sigamos, es bueno coger un poco de aire de vez en cuando.

Rió mientras su madre le miraba con ternura. Ya no se sentía perra, ahora un dulce impulso le dominaba. Quería que su pequeño descargase con el calor que solo una madre sabe dar.  Le hizo señas para que se sentase a su lado en el sofá.

– Bien nene. Quiero que acabes con calma y que tengas una corrida cálida y placentera. Quiero que acabes de la forma que desees. Pero solo pido una cosa.

– Dime mamá.

Ella vaciló un instante. Estaban desnudos y sudados sobre el sofá, uno al lado del otro. Eva vio la ventana abierta y descubierta, pensó que cualquiera que se asomase podría ver qué estaban haciendo. Por primera vez le pareció una locura todo aquello, se comportaban como una pareja de adolescentes descerebrados, con el cuerpo de su marido aun caliente.

– Quiero que te concentres en acabar de la forma que desees, úsame a mí y a mi cuerpo como desees. Pero quiero que te corras dentro de mí. Mi cuerpo necesita el calor del semen de un hombre como tú. Lléname el coño y las entrañas de tu leche y dame el calor que me falta por la triste marcha de papá.

– Sí mamá.

Ella le sonrió dulce y le besó en las mejillas como solo besan las madres a sus hijos. Luego le agarró la polla y la masturbó un rato, sintiendo el calor. Luego la soltó y quedó a la espera de lo que su hijo ordenase.

– Creo que puedes abrirte mamá. No tardaré mucho en correrme.

Ella se tumbó boca arriba en el sofá y se abrió, feliz. Su hijo se acopló y ella mantuvo las piernas bien abiertas, mirando como la fina lluvia caía lentamente en el exterior. Recibió de nuevo la polla de su hijo con vigor, esta vez se sentía más dolorida pues había perdido humedad. Poco a poco Rómulo logró meterla entera de nuevo hasta conseguir que la lubricación fuera total. La puerca de su madre no tardó en ofrecer su coño de nuevo bien mojado y cálido. Gemía de dolor mientras alguna lágrima caía por su mejilla sin dejar de mirar la lluvia.

Vanesa decidió asomarse de nuevo con cuidado.

Rómulo no tardó en descargar con la manguera bien enchufada en las entrañas de su madre. Eva sintió como un río de calor le inundaba por dentro.

 Sus gemidos y lágrimas quedaron congelados justo cuando el Réquiem de Mozart terminó,  justo cuando Rómulo derramó la última gota de semen y justo cuando los ojos de Eva y Vanesa se cruzaron.sex-shop 6

 

 

Relato erótico: “MI DON: Irene – Mi 1º novia, la 1º decepción.(15)” (POR SAULILLO77)

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Sin título3Hola, este es mi 15º relato y como tal pido disculpas anticipadas por todos lo errores cometidos. Estos hechos son mezcla de realidad y ficción, no voy a mentir diciendo que esto es 100% real. Lo primero es contar mi historia, intentare ser lo mas breve posible.

Sin títuloMi nombre es Raúl, tengo 25 años y lo ocurrido empezó en mis últimos años de Instituto, 17-18 años, considero mi infancia como algo normal en cualquier crió, familia normal con padre, chapado a la antigua y alma bohemia, madre devota y alegre,  hermana mayor, mandona pero de buen corazón, todos de buen comer y algo pasados de peso, sin cosas raras, vivo a las afueras de Madrid actualmente, aunque crecí en la gran ciudad. Mi infancia fue lo normal, con las connotaciones que eso lleva, sabemos de sobra lo crueles que son los críos y mientras unos son los gafotas, otros los empollones, las feas, los enanos….etc. Todos encasillados en un rol, a mi me toco ser el gordo, y la verdad lo era. Nunca me prive de nada al comer pero fue con 12 años cuando empece a coger peso, tampoco es que a la hora de hacer deporte huyera, jugaba mucho al fútbol con los amigos y estaba apuntado a muchas actividades extra escolares, ya fuera natación , esgrima, taekwondo, o karate, pero no me ayudaba con el peso. Lo bueno era que seguía creciendo y llegue muy rápido a coger gran altura y corpulencia, disimulaba algo mi barriga, todavía no lo sabia pero esto seria muy importante en adelante. Siempre me decían que era cosa de genes o familia, y así lo acepte. Como casi todo gordo en un colegio o instituto al final o lo afrontas o te hundes, y como tal siempre lo lleve bien, el estigma del gordo gracioso me ayudo ha hacer amigos y una actitud simpática y algo socarrona me llevo a tener una vida social muy buena. Eso si, con las chicas ni hablar, todas me querían como su amigo, algo que me sacaba de quicio. Pues no paraba de ver como caían una y otra vez en los brazos de amigos o compañeros y luego salían escaldadas por las tonterías de los críos, siempre pensando que yo seria mucho mejor que ellas, pero nunca atreviéndome por mi aspecto a dar ese paso que se necesitaba. Un tío que con 17 años y ya rondaba el 1,90 y los 120 kilos no atraía demasiado, cierto es que era moreno,  de ojos negros y buenas espaldas, pero no compensaba.

Además, tengo algo de educación clásica, por mi padre, algo mayor que mi madre y chapado a la antigua, algo que en el fondo me gustaba ya que me enseño a pensar por mi mismo y obrar con responsabilidad sin miedo a los demás, pero también a tratar con demasiado celo a las damas, y lo mezclaba con una sinceridad brutal, heredada de mi madre, “las verdades solo hacen daño a los que la temen, y hace fuerte a quien la afronta”, solía decirme. Una mezcla peligrosa, no tienes miedo a la verdad ni a lo que piensen los demás. También, o en consecuencia, algo bocazas, pero sin mala intención, solo por hacer la gracia puedo ser algo cabrón. Nunca he sido un lumbreras, pero soy listo, muy vago eso si, si estudiara sacaría un 10 tras otro, pero con solo atender un poco sacabas un 6 por que molestarme, al fin y al cabo es información inútil que pasado el examen no volveré a necesitar.

Con el paso de mi infancia empece a sufrir jaquecas, achacadas a las horas de tv, ordenador o a querer faltar a las escuela, ciertamente algunas lo serian pero otras no, me diagnosticaron migrañas, pero cuando me daban ningún medicamento era capaz de calmarme, así que decidieron hacerme un escáner  y salto la sorpresa, Con 17 años apunto de hacer los 18 e iniciar mi ultimo curso de instituto, un tumor benigno alojado cerca da la pituitaria, no era grande ni grave pero me provocaba los dolores de cabeza y al estar cerca del controlador de las hormonas, suponían que mi crecimiento adelantado y volumen corporal se debía a ello. Se decidió operar, no recuerdo haber pasado tanto miedo en mi vida como las horas previas a la operación, gracias a dios todo salió bien y con el apoyo de mi familia y amigos,  todo salió hacia delante y es donde realmente comienza mi historia.

Después de la operación, y unos cuantos días en al UCI de los que recuerdo bien poco, me tenían sedado, con un aparatoso vendaje en la cabeza e intubado hasta poder verificar que no había daños cerebrales. Me subieron a planta y pasadas una semana empece ha hacer rehabilitación, primero ejercicios de habla, coordinación y razonamiento, y después físicamente, era un trapo, no tenia fuerzas y había mucho que mover, pero pasaron los días y casi sin esfuerzo empecé a perder kilos, cogí fuerzas, en mi casa alucinaban de como me estaba quedando y ante esa celeridad muchos médicos me pedían calma, yo no quería, me encantaba aquello, pero tenia que llegar el momento en que mi tozudez cayo ante mi físico , a pocos días del alta, en unos ejercicios de rutina decidí forzar y mi pie cedió, cisura en el empeine y otra semana de reposo total, donde cumplí los 18. Aquí ocurrió la magia, debido a mi necesidad de descansar me asignaron un cuarto y una enfermera en especial para mis cuidados, se llamaba Raquel, la llevaba viendo muchos días y había cierta amistad hasta el punto de que en situaciones en que mi familia no podía estar era ella quien me ayudaba a…..la higiene personal, solía solicitar la ayuda de algún celador pero andaban escasos de personal, y yo hinchado de orgullo trataba de hacerme el duro moviéndome con la otra pierna.

Como os conté en mi anterior relato, ella fue mi 1º relación sexual, y la que me abrió los ojos, el tumor y su extracción me provoco una serie de cambios físicos, perdida de peso y volumen, además de, sin saber muy bien como, una polla enrome entre mis piernas. Pero las situación con ella, no dio para mas, me recupere perfectamente y llego el día de irme del hospital. Después toco poner en  práctica la teoría y Eli, la fisioterapeuta que me estaba ayudando con un problema en el pie, me la confirmo. Ahora era mi profesora y me enseñaba todo lo que se podría necesitar, y con unas amigas llego la magia. Después de mis 2 primeras semanas de aprendizaje y teoría, llegaba la hora del examen práctico. Ahora de mi aprendizaje,  Eli me invito a una fiesta que quiso usar de examen, y se desmadro. Un tiempo después inicie unas vacaciones tórridas con una familiar lejana, acabe desvirgando y abriéndola al mundo del sexo, teniendo que marcharse pero con planes de reencuentro. Pase los últimos meses de instituto tirándome a todo lo que veía, termine hastiado de tanta mujer, de tanto sexo  sin relaciones reales, y la 1º que tuve, la estropee.

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Ya he leído algunos comentarios, gracias por los consejos, tratare de corregir, debido a varios comentarios paso a quitar en negrita las conversaciones

Es cierto que quienes sigan la serie, es una lata, pero la 1º parte casi no cambia, con bajar un poco la rueda del ratón se soluciona, de ahí que ponga estas pequeñas anotaciones separadas del resto, Y así los que empiecen un relato sin seguir el orden, tengan una idea general rápida.

Y si, es una deformidad de polla, pero tenia que ser así.

Pido disculpas por los “tochazos” que escribo, estas primeras experiencias llevan mucha información, y es importante a mí entender. Alguno más así y os prometo que los siguientes no serán tan grandes.

Al final del instituto, llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mis años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne a usar, y aquello,  que antes me  parecía genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial. Así que aquí cerrando la serie de relatos de mi época del Instituto, inicio la del verano.

Termino la graduación y decidí que aquellas chicas no me llenaban, que era carga, corte de raíz con todas ellas, solo mantuve el contacto con Marina, sin sexo,  y solo continúe con mi Leona, ella era especial y aun hoy quedamos, estaba harto, si pero no soy tonto, ese tipo de sexo no se encuentra todos los días. Las primeras semanas iba a su casa y fingía tener una relación con ella, pero no era así, no éramos iguales, ella era dulce y cariñosa pero sumisa, lo hacia por dominación, y aquello no me bastaba. Buscaba una mujer que me diera una relación real, una pareja, Ana me había regalado unas 2 semanas de aquello, y salvo Marina, que me dio 1 mes de algo similar, se podía decir que yo no había tenido pareja estable nunca, solo chicas con las que follaba mucho.

En mis idas y venidas de Madrid a mi casa, en el extrarradio, cuando iba a visitar a Merche o cuando quedaba con los amigos fuera del instituto, de mas pequeños quedábamos en un parque, de esa época en la que no había que quedar ni llamar antes, tu ibas a jugar con los amigos, y si no estaban ya,  solo tenias que ir y esperar a que alguna apareciera, como era normal nuestras madres nos acompañaban de pequeños y con la fuerza del roce se formo un grupo de amigas entre ellas, seguían quedando en el parque entre ellas incluso cuando nosotros ya no pasábamos tanto por allí, como os he dicho mi vida social era muy activa, y tenia un gran grupo de amigos y colegas fuera del instituto, pero ya iremos a eso mas adelante.

La cuestión es que yo antes vivía cerca de aquel parque, y después nos mudamos al extrarradio, pero aun así seguí metiéndome 45 minutos de autobús de ida y de vuelta por estar con ellos, cuando salía de fiesta cogía el autobús nocturnos que salían  a determinadas horas, y con la repetición y las coincidencias, al final me hice amigo de determinados conductores o  de personas sueltas con las que coincidías repetidamente, una de ellas era una chica de mi edad, que siempre era acompañada hasta la parada por algún chico, con intención de ganársela,  pero allí se separaban y se volvía sola, era un escándalo de mujer, y mi facilidad de labia me había hecho hacernos  ”colegillas”, nos volvíamos charlando y hablando de cómo nos había ido la noche de fiesta, o de nuestras vidas, alguna vez ella algo borracha,  incluso nos bajábamos en la misma parada y coincidamos unas calles andando, hasta  llegaba a acompañarla a la puerta de su casa, todo esto aun antes de la operación, como con casi todas, yo era amable,  bueno y bromista, la halagaba esperando que fuera ella la que me diera pie a algo, pero nunca paso. Llegue a conocerla bien, me contó que había tenia un novio durante 2 años y que  acabo mal, el tío la engaño por otra mas atrevida en la cama, yo alucinaba con esas historias, de mujeres que podrían tener a chicos dulces,  buenos, fieles y amables,  como podía ser yo, adorándolas,  sin fallarlas jamas, y ellas siempre terminaban con un imbécil que las trataba mal o las engañaban, no entendía sus parámetros de selección ni a aquellos hombres que tenían esos tesoros en casa y se iban a buscar a otras. Después de aquello muchos chicos se la acercaban pero ella los rechazaba de plano, estaba dolida con el genero masculino y me decía que era el único hombre decente que conocía, que ojalá hubiera mas como yo,  mi mente gritaba que yo era como yo, y si le gustaba mi forma de ser,  ¿por que no me consideraba para el puesto?, se  llama Irene, y esta es la historia de mi 1º novia.

Irene, LA mujer. 

Desde la operación no la había vuelto a ver, no coincidimos en ningún momento en los autobuses y si la vi ni me di cuenta, mi cabeza estaba a mil cosas, pero una vez dado carpetazo al curso y a todas aquellas vampiresas que se alimentaban del sexo que yo les ofrecía sin darme nada a cambio, a mediados de Junio volví a verla, una par de días en que la saludaba y ella casi ni se dignaba a mirarme, no entendía por que, hasta que al 3º día de cruzarnos, volvíamos a la 1 de la mañana de un jueves, yo del parque de ver a mis amigos, ella se subió detrás de mi y al darme la vuelta  me quede  a su lado a preguntarla, se sobre salto ante mi atrevido proceder, hasta que me miro a la cara, se cercioraba de algo.

-IRENE: ¿perdona? ¿Eres……..Raúl?- lo pregunto sabiendo que cualquier respuesta, tanto positiva como negativa la dejaba al descubierto.

-YO: anda la otra, ¿Qué pasa? ¿No me reconoces? ¡¡Claro que soy yo!!- y me abrí de brazos ante la evidencia, a ella se le  abrieron de ojos repasándome de arriba abajo, y yo caí, la ultima ves que me vio fue hace mas de 8 meses, y yo ocupaba el doble de volumen, por lo menos,  y tenia unos 50 kilos mas, hasta la cara paso de ser una hogaza de pan de pueblo  a una  cara bonita y estilizada.

-IRENE: ¡no me jodas! ¿Pero que te has hecho? Estas espectacular – se lanzo a abrazarme entendiendo mal mi abrir de brazos, pero me dio igual, olí su pelo.

-YO: pues nada, un percance medico, mira, sentémonos en esos sitios libre y te cuento por el camino.

Ella paso delante de mi y se sentó en el lado del cristal y yo a su lado en el pasillo, me dio tiempo a admirar su cuerpo de nuevo, era una pedazo de hembra, una amazona, tenia el cabello castaño, con alguna mecha rubia, largo, le caía hasta la cintura, con la raya en el medio de su cabeza y recogido de tal forma que le hacia una corona con  flequillo y luego el resto le caía por la espalda, tenia muy buenas tetas, entre la 90 y la 100, unas curvas de impresión en su cintura,  que terminaban en unas caderas anchas y amplias, su cuerpo lo había ido escudriñando con los años, mediría 1,79 de altura, y pasaría de los 73 kilos, pero no había un solo gramo de grasa, todo estaba colocado en su sitio, como os digo, era una mujer fuerte, evocadora, voluptuosa, una amazona moderna. Ese día llevaba la ropa típica en ella , una cazadora vaquera corta, con un top ajustado con  escote amplio,  pero no obsceno, una falda larga y ligera,  con mucho vuelo,  que me habían tenido embobado con su contoneo mas de una ocasión, no se vosotros pero a mi uno de los looks mas sexys es ese, cuando se quitaba la cazadora y se ponía de pie, una delicia ver la curvatura de sus senos hacia el torso , la marca del sujetador debajo del top, y como su culo se erguía lo suficiente para que la falda  cayera desde el, y no en sus piernas. Su cara era fina, con una sonrisa hipnotica y unas pecas discretas en los pómulos

Le explique el tema de la operación y rehabilitación, sin entrar en detalles,  era algo ya aburrido para mi,  me quedaba ya muy lejos en el tiempo,   ella se sorprendía y preguntaba intrigada mientras me repasaba con su mirada, si verme sin conocerme de antes, ya era bastante ”resultón”,   la comparación con antes debía estar perturbando su cabeza. Una vez hablado de mi la pregunte por ella, y que hacia por allí, me dijo que había quedado con unas amigas pero se fue antes, le habían preparado una ”encerrona” con un primo o algo así, de uno de lo novios de ellas.

-YO: que pasa ¿te sigues sin fiar de los tíos?

-IRENE: no es eso, es que no me gustaba, era muy pesado, te lo creas o no estos meses me he vuelto un poco loca.

-YO: que habrás echo….- ponía gesto de madre mojigata.

-IRENE: nada, pero me he vuelto juguetona, ahora bailo y salgo un poco mas, pero nada, siempre que me gusta un chico y  le doy un poco de pista, enseguida me quieren meter mano y se me pasa, son todos unos niñatos salidos, en cuanto les paro los pies se van a buscar a otra que se deje.

-YO: ¡hombres! Son todos unos cerdos. – lo dije como siempre se lo decía cuando tocaba el tema, con algo de voz afeminada, era una broma que nunca fallaba.

-IRENE: jajja si todos, mira que no se libra ni uno jajajja eres un bobo –  se río mientras se abrazo a mi brazo como gesto de cariño, y no quito las manos de allí hasta el final del trayecto.

-YO: aunque no puedo culparles, ya te  he dicho mil veces que se iniciarían guerras por ti, que un chaval se pase de la raya es una minucia.- era cierto, ese tipo de frases se las había dicho durante mucho tiempo, y ella me lo agradecía, pero mi tono siempre fue a modo de halago inocente, con miedo a decírselo de verdad y que me interpretara una petición de algo mas, no me daba miedo preguntárselo, me daba miedo su respuesta, y así tener una escapatoria en caso de negativa,  pero  esa no lo fue, era seria y mirándola a los ojos sin echarme a reír ante su silencio,   ella reacciono tarde, pero como siempre, riéndose y agradeciéndolo.

Nos solíamos bajar en la misma parada, una de las últimas casi al final de la línea, vivíamos bastante retirados pero en la misma dirección así que coincidíamos unas calles, paseábamos charlando y gastando bromas pero al ser de noche refrescaba a si que ella paso sus brazos de nuevo por debajo  del mío  que estaba metido en un bolsillo de mi cazadora, y se pegaba a mi en búsqueda de protección del aire, eso ya lo hacia antes, cuando la podía tapar de un huracán con mi cuerpo, esa sensación de hombría y caballerosidad me ha gustado siempre. Caminamos hasta donde la lógica dictaba que debíamos separarnos cada uno a su casa.

-IRENE: jo,  ha sido un placer volver a verte, me has alegrado el día- se tiro a darme dos besos y abrazarme, yo la deje, y,  como me gustaba hacer,  apretaba su cuerpo contra mi para sentir su pecho oprimiéndome y la vez dar sensación de firmeza a la dama en cuestión.- a ver si coincidimos mas en el bus.

-YO: desde luego, y ahora,  después de este gesto espontaneo de cariño, te voy a acompañar a casa, como en los viejos tiempos.

-IRENE: no seas tonto, es en dirección contraria a tu casa, vete y ya llegare bien.- me dieron igual sus palabras e inicie la marcha hacia su casa.

-YO: estas como una cabra si crees que voy a  dejar a una preciosidad como tu irse sola a casa a las 2 de la mañana por estas calles oscuras.

Fueron los mismos gestos, los mismos hechos y las mismas palabras que la había repetido durante años, la educación clásica de mi padre no me permitía otra opción, lo 1º era la seguridad de ellas y pese a que mas de una vez he tenido que irme de punta a punta de la ciudad para dejar a una chica en su portal y volverme a la otra punta a mi casa, o acompañarlas a cajero automáticos, lo había hecho, tendría fama de pagafantas o de calzonazos, pero me habían educado así y me parecía mi deber, aunque sabia que nunca me había servido para nada con mis avances amorosos.

-IRENE: eres todo un caballero, por que no habrá más como tú – diciendo seso pego una carrera hasta mí y se volvió a abrazar a mi brazo, esta vez frotando con una palma mi antebrazo, en señal de agradecimiento y  riendo.

A mi normalmente eso me hubiera gustado pero su frase me percutió  la cabeza de nuevo, me traslado de nuevo 1 año atrás “por que no habrá mas como tu”, joder, ¿que me pasaba ahora?, era joven, guapo,  atractivo y ahora delgado, ¿que tenia de malo?,  que pese a ser todo lo que ella podía buscar, seguía diciendo esa frase para poner una barrera entre nosotros?  Me enfade un poco, y tome el valor para decírselo de una vez mientras llegábamos a su casa.

-YO: oye, quiero que sepas que yo también estoy encantado de habernos vuelto a ver, pero tengo que preguntarte algo seriamente y no quiero que te lo tomes a mal.

-IRENE: claro, dime.

-YO: ¿que tengo de malo?, ¿por que siempre dices esas frase de que ojalá fueran como yo?, no se,  ¿por que  buscar esas cualidades mías  en otros y no fijarte en mi?-  ella se paro de golpe, mirándome a la cara extrañada.

-IRENE: ¿a que viene esa pregunta?

-YO: pues por que se que quieres ser amable conmigo, pero esas frases me parten el alma, las dices como agradecimiento, lo se, pero me desconciertan, y no eres solo tu, otras me lo han dicho,  y siempre se van con otros chicos que no tienen nada por lo que me halagan. Solo ha coincido que ahora la has dicho tu, y tengo curiosidad, ¿acaso ser buen tío con las mujeres es malo?

-IRENE: pues no se….me dejas descolocada…no puedo hablar por todas…..es una frase hecha, no se, eres agradable, dulce y me haces reír,   me haces sentir bien, supongo que solo queremos que lo sepas. Y  no, ser buen tío no es malo, pero ya nos conoces, somos mujeres, nos desvivimos por buscar un príncipe y nos volvemos locas por el malo del cuento, ya sabes mi caso.

-YO: pues no lo entiendo.

-IRENE: supongo que no puedes, somos así, pero me dejas intrigada, ¿que pasa? ¿Es que te gusto?- torció la cabeza mirándome con verdadera curiosidad.

-YO: pues claro que si, o no, no lo se, ¿como podrías gustarme?,  solo eres guapa,  estas tremenda,  eres lista, agradable, cariñosa, un cielo de mujer, ¿Cómo se me ocurriría? –ironizaba – pero no lo digo por eso, solo quiero saber si para tener una pareja estable, tengo que convertirme en un carbón, por que te seré sincero, cada día que pasa lo soy un poco mas, y no se si me gusta.- se vio sorprendida, al inicio por mi declaración velada de amor, pero luego por mi dilema moral, era cierto, después de arrasar el instituto, mi mente asociaba ser un carbón con follar y ser bueno con no rascar bola con las mujeres.

-IRENE: pues no lo pienses, no cambies, sigue siendo como eres y algún día encontraras a esa chica que te hará sentir especial.

-YO: ya, eso me dicen los demás, y me lo decía  a mi mismo hasta la operación, pero después me di cuenta, mis cambios físicos me han llevado a tirarme a medio colegio, y a muchas ni las había dirigido la palabra hasta entonces, me dices que todos los tíos somos iguales, y lo que he visto hasta ahora es que todas sois iguales, solo os importa el físico.- me di la vuelta ofuscado, aquellas palabras las tenia en la garganta desde hacia semanas, y explotaron delante de ella.

-IRENE: yo… no se que decirte….puede que tengas razón, quizá sea la edad, ahora tenemos las hormonas locas y solo queremos divertirnos.- se acerco acariciándome la espalda, para tranquilizarme, yo me di la vuelta mirándola a los ojos, dios, estaban brillantes, de  color miel, alumbrados por una farola.

-YO: pues yo ya me he divertido bastante, estoy harto de relaciones cortas,  de sexo y despedidas, de andar a escondidas por que temen que alguien las vean  besándome con ellas, de no poder pasar una tarde con una chica e su casa sin que se me suba encima,  ni de poder abrazar a una mujer teniendo que girar la cadera para que no note mi polla y se vuelva loca, , o de tener que esconderme del mundo otra vez, quiera amar y sufrir, jugármela,  todo a una carta,  y ganar o perder, pero sentir que mi vida se completa con alguien.

Ella me miraba atónita, realmente no había palabras que decir, mi discurso era sincero,  sentido,  pasional. Me seque una lagrima que caía por mi mejilla, me serene un poco, quería rebajar la situación.

-YO: joder que pensaras de mi,  un grandullón como yo llorando como un crío jejejeje.- ella sonrío, pero su cara no era de vergüenza ajena o de compasión, si no de comprensión, de empatía- anda vamos a tu casa que se hace tarde.- la ofrecí mi brazo y se agarro a el, caminamos en silencio hasta su portal.

-IRENE: no te lo tomes a mal, pero esto ya no es una frase hecha, ojalá hubiera mas gente como tu en el mundo, no conozco a nadie que se pueda abrir así a otra persona, sin casi conocerla, te pido que tengas paciencia y que no cambies nunca, eres una persona maravillosa.- se abrazo a mi,  pero dejando sus brazos pegados a  su cuerpo, la rodee con ternura,

-YO: seré una persona maravillosa, pero esta noche  aunque me acueste con alguna, volveré a dormir solo, y me despertare igual de solo…..- la bese en la frente mientas la separaba de mí – Anda entra en casa que se hace tarde.

Ella se puso de puntillas para darme un buen beso en la mejilla, y despidiéndose con la mano entro en su casa, vi sus ojos vidriosos, ¿realmente le habría llegado mi mensaje?  No entendáis mal, era sincero, pero no los solté a la ligera, quería que supiera de mis sentimientos y de la similitud entre nosotros. Me fui a casa dejando que mi furia volviera al cofre de mi interior,  de donde había salido, dormí mejor que en mucho tiempo, mi cuerpo se había quitado un yunque de encima.

Nos cruzamos un par de veces mas a partir de ese día,    me dio su teléfono y charlábamos por Internet,  ya casi me aprendí sus horarios, esperaba 1 o 2 autobuses para ver si venia, o cuando llegaba la buscaba con la mirada viva, y si hubiera de apostar diría que ella hico lo mismo, cuando coincidamos  nos sentábamos juntos o nos quedábamos de pie hablando, siguiendo con nuestra amistad, pero yo note que su actitud cambio, reaccionaba igual pero iba un paso mas adelante, hablábamos de mas cosas,  se reía igual,  pero  se apoyaba en mi brazo o mi pecho de forma sutil, no se bien como explicarlo, sus abrazos y besos de despedida me eran diferentes, ya no me rodeaba  con los brazos para separase rápidamente, si no que se dejaba caer sobre mi,  con los brazos encogidos,  y era yo quien la rodeaba,  se mantenía allí mas de lo estipulado en los contratos sociales, cuando me daba 2 besos el 2º siempre era mas largo y sonoro, no se, me tocaba la cara cuando ponía caras haciendo el tonto, o se arreglaba la ropa, colocándose el escote o la falda sabiendo que yo la estaba mirando fijamente. El remate fue un día en que entre antes que ella al bus, y me senté en el lado del pasillo para esperarla, iba tan lleno que cuando llegó, yo  no podía salir para que ella pasara mi lado, y no quise cambiarme al lado del cristal, si lo hacia algún otro listo podía intentar quitarla el sitio,   así que solo me puse en pie inclinado mi cuerpo hacia atrás, haciendo palanca con los gemelos en el asiento, ella me entendió rápido y paso por delante mía dándome la espalda, la posición , mi corpulencia, la suya,  y su buen trasero unido a mi gran polla hicieron lo inevitable, al pasar,  mi bulto la golpeo claramente culo a través de la fina tela de la falda.

-IRENE: huy perdona- se sentó sin mas dejando su bolso, sin restos de pudor o vergüenza,  ni clavando su mirada en mi entrepierna, me había pedido perdón por darme con el culo, tenia que ser consciente, me dejo clavado en la posición, de pie, inclinado y mirándola a la cara.- no me miras así anda, ya te he pedido perdón, ni que nunca te hubieran dado con el culo en una pierna.

Me senté de golpe partiéndome el culo de risa, aquella ingenua chica se penso que debido al tamaño y grosor que debió sentir,  aquel golpe que recibió en su trasero,  era de una de mis piernas. Me miraba ella y medio autobús, sin entenderlo.

-IRENE: ¿pero que te pasa?- de verme así, arrancaba a reír por momentos,  sin saber por que, solo por contagio,  dude en si decírselo o no, pero me pareció tan gracioso que no podía reírme yo solo.

-YO: veras, jajajja, es que…..lo que has notado jajjajaja no era una pierna jajajajajaja – descrito y dicho así no tiene gracia, pero yo me ahogaba, tosía con fuerza por cortar aquella risa y dejar entrar aire a mis pulmones. Ella al inicio no lo entendió, por se le noto en la cara cuando lo hizo.

-IRENE: ¿¿¡¡ NO!!??  ¿eso era….?- lo decía habiendo la boca enseñando su dentadura perfectamente cuidada entre los dedos de la mano que se llevo para tapársela.

-YO: la misma jajajajajajaja. Rompimos a reír los dos de nuevo, ella se tapaba la cara de vergüenza por su confusión y por que cada vez que ella paraba de reírse me oía  mi y volvía a empezar, entramos en uno de esos bucles de risas en que nos costaba un mundo retomar la compostura, y en cuento nos mirábamos o alguno lo recordaba y se le escapaba alguna risa nasal  o un gemido, el otro Bolivia a empezar y contagiaba al otro. Estabamos ya a mitad de camino y aun no éramos capaces de articular palabra alguna,  rojos,  congestionados y balbuceando palabras inaudibles en idiomas inventados queriendo relatar lo ocurrido. Ella se secaba las lágrimas temiendo que se le corriera el poco rímel que solía llevar.

-IRENE: para ya por dios, … (snif)….que me da algo antes de llegar a casa.- se frotaba con el dedo índice los párpados.

-YO: no, si ya te ha dado algo.- volvíamos a empezar, dios, me encantan esos momentos con los amigos o la familia, coger algo  insignificante y hacerlo una bola enorme de felicidad, si reír 5 minutos alarga la vida un año salimos de aquel autobús siendo inmortales.

Por el camino a su casa quiso desviar el tema par poder dejar aquella sensación atrás, y no se le ocurrió mejor tema que yo y mis andanzas sexuales, le explique un poco por encima lo de algunas chicas y como casi había cerrado ese capitulo de mi vida.

-IRENE: ¿casi?, o se cierra o no se cierra.

-YO: bueno, es que hay una mujer que no puedo dejar, se llama Mercedes.

-IRENE: ¿estas con ella? – note que había algo de decepción en su pregunta.

-YO: no exactamente, no tenemos ese tipo de  relación estable, simplemente…no se, sexo, solo eso.

-IRENE: pero algo te dará para que no la dejes como a las demás.

-YO: bueno…..no quiero ser descortés con ella, la quiero,  pero solo me da eso, el mejor sexo, el  mas duro y duradero que me ha dado nadie, pero no me aporta nada, es una relación aparte del bien y del mal.

-IRENE: ¿no sales con ella por ahí?

-YO: no se puede decir que neutra delación es de…….interior jajajaja.

-IRENE: pues es una pena, por que podrías tener una relación de verdad con otra mujer.- su tono era de que podría ser con ella.

-YO: y puedo tenerla, ella no es un impedimento, es solo un desahogo, un juguete con el que me divierto, no es una relación dominante,  ella tiene su vida y yo la mía.

-IRENE: pues a mi no me gustaría que estuvieras conmigo y luego te fueras con otra.- hablaba en hipotético caso pero me estaba diciendo claramente que eso era un impedimento para ella.

-YO: pues entonces si, es una pena, por que te haría la mujer mas feliz del mundo, pero no pienso dejarla tirada, es una…… mascota,  a la que le tengo demasiado cariño.- la descripción no era lo mas acertada, pero no se como explicárselo mejor.

Llegamos a su portal y de nuevo un abrazo, pero esta vez se pego mas a mi su cadera,  hasta notar mi paquete, me dio dos besos y antes de meterse en su casa se giro.

-IRENE: pues si, un autentica pena.- se metió en su portal con un golpe de cadera final,  dejando que el vuelo de su falda luciera.

Me fui derecho a la casa de mi Leona, y me la tire mas de 4 horas para corroborar en mi mente que mis palabras eran ciertas, aquella fiera merecía que fuera su león, y decidí que en cualquier caso, en mis relaciones estables dejaría claro siempre desde el inicio que ella existía, y la relación que teníamos, si lo aceptaban perfecto, y si no,  no merecía la pena una relación con ellas si me costaba tener que dejarla a ella.

Los días fueron pasando y nuestras charlas en las idas y venidas, aquello era un cortejo claro, yo quería y ella también pero su mente quería hacerme rendirme, decirla que dejaría a mi Leona por ella, me hablaba de la monogamia y de forma sutil siempre llevaba la conversación a ello, su caricias y sus gestos sensuales eran evidentes, al igual que los míos, ya hablaba de lo que me haría  si estabamos juntos,  pero no cedí, un jueves se enfurruño tanto por mi negativa que se enfado y no me dejo acompañarla a casa, era tarde así que la seguí a cierta distancia hasta asegurarme de que entraba sin peligro. Sus intentos eran tan insistentes que me generaban dudas en la cabeza, pero se me pasaban en cuento iba a ver a Mercedes.

Pasaron un par de días hasta que ,  el sábado,  volví a salir de fiesta y al entrar en el bus a las 4:55 de la mañana, me la volví a encontrar, a través del espejo la vi con un chico, iba muy ligera de ropa, con claros sintamos de borrachera  y el tío encima de ella acariciándola y besándola, mientras ella le esquivaba,  pero sin demasiada oposición, en uno de sus amagos su mirada se clavo en mi, y sin apartarla, dejo hacer al chico, que se dio un festín durante los minutos que faltaban para arrancar el vehículo a las 5 en punto, ella seguía con su mirada clavada en mi con el tío metiendo su cara ya entre sus tetas, dejándose hacer, quería darme una lección de cómo se sentía. Sonó la señal de que íbamos a arrancar, entonces ella se quiso despegar del tío para entrar, pero el acompañante estaba caliente como el palo de un churrero, la agarraba de la cintura para volver a atraerla hacia el, a cada intento mas rudo de ella, era respondido por otro gesto de mas fuerza de el, ya discutían con el tío llamándola de calienta pollas para arriba,  sin soltarla de la mano, mientras ella le pedía que la soltara tratando de quitárselo de encima. La escena llego a tal punto que mi cuerpo reacciono solo, me levante y salí del bus pidiendo al conductor, colega mío, que espera un minuto, me baje y de un tirón la solté la mano de el.

-YO: perdona,  creo que al señorita lo ha dejado claro, lárgate.

-IRENE: si,  por favor.

-CHICO1: quédatela, es toda tuya, pero no le vas a sacar ni un polvo, es un a puta calienta pollas.- se me tenso el cuerpo de tal manera que Irene lo noto y me agarro  temiéndose lo que iba a pasar.

-YO:  ¿como las ha llamado?

-IRENE: déjalo, no pasa nada, vamos a casa – tiraba de mi.

-CHICO1: lo que se merece, lleva toda la noche vestida como una guarra pidiéndome guerra y ahora se quiere ir, no es mas que una furcia……- no le deje acabar, le cogí por la pechera le puse un  pie detrás de los tobillos y empuje fuerte para que cayera de espaldas al suelo, al ir algo borracho cayo sin problemas.

-YO: cierra la boca antes de que te la parta.- cogí a Irene y la ayude a subir y sentarse en el bus, entre algunos vítores de alabanzas y otros de criticas por que la chica se lo iba buscando así vestida, cerré todos de golpe.

-YO: a cerrar la boca todo dios, no os importa una mierda a si que seguid con vuestras vidas.

Me senté a su lado y ella se echo sobre mi hombro a llorar durante un buen rato, en ese tiempo puede admirar su cuerpo, ya hacia bastante calor aunque por las noches refrescaba, salió con un bolso negro pequeño con una cadena dorada, un corsé,  dejando sus hombros y gran parte de sus pechos y espalda al aire, era negro con los cordones y adornos blancos, una falda no muy larga, negra y con vuelo,  que se tenia tieso,  en cualquier otra mujer le quedaría por  las rodillas pero a ella y su espectacular cuerpo, con las caderas anchas y el trasero tan levantado, le quedaban por medio muslo, con  medias de encaje y ligeros a plena vista, dejando ver piernas, acabando en unas botas altas de cuero, con mucho tacón,  que por detrás era mas bajas que por delante, terminando en pico por sus rodillas, la imagen viva de una “Pin-up”, con el pelo totalmente suelto, liso y con pinta de haber empezado la noche mejor peinado. Con una sombra de ojos negra y un pinta labios rojo oscuro, tirando al gránate. Estaba espectacular y sin duda se podía entender que aquel chico estuviera enfadado, pero no por ello excusar su comportamiento.

Siguió llorando en mi hombro mientras la consolaba, estaba notablemente borracha, se le cruzaban las palabras y no terminaba las frases. Logre entenderla entere balbuceos que venia de una fiesta temática, de ahí su vestimenta,  y conoció a aquel chico, que la trataba bien y que le gusto su comportamiento, le dejo excederse un poco pero cuando le dejo meterla mano le cambio el carácter, se volvió arisco y áspero, solo quería lo que querían todos los chavales.

-YO: ¿pero por que has hecho esto?, tu no eres así.

-IRENE: no lo se, estaba dolida, quiera sentirme bien y ahora me siento mal, y ………..es por tu culpa.

-YO: ¿y que se supone que he hecho?

-IRENE: pues que me tienes loca perdida, me gustas, te quiero, y no quieres estar conmigo.- era al 1º vez que alguien me decía que me quería, sin añadir “te quiero………follar”, fue de pasada y  lo dijo mirándome a los ojos,  con gotas de lagrimas negras cayendo por sus mejillas debido al rímel.

-YO: ¿Cómo que no quiero? Me harías el hombre mas feliz del mundo – seque sus lágrimas con ni dedo.

-IRENE: no, no me quieres, quieres quedarte con tu Leona,  antes que conmigo.

-YO: ya te dije que no pienso dejar de verla, pero que para mí no es un impedimento, yo también te quiero, como nunca  podré quererla a ella.

-IRENE: ¿y por que no la dejas? ¿Acaso no soy suficiente mujer para ti?- diciendo esto me beso, en los labios, de forma tierna y pasional, queriendo ser un argumento.

-YO: eres todo lo que un hombre podría desear- me volvió a besar.

-IRENE: pues déjala y quédate conmigo- se recostó sobre mi pecho y se sereno, tanto que medio se quedo dormida.

Con aquella joya de mujer recostada sobre mi,  dormida y tranquiliza por los latidos fuertes de mi pecho, razone, ¿quería o no a  aquella chica?, ¿cuanto me debía costar?, ¿acaso era un precio que debía de pagar?  No era momento ni  lugar para decidir aquello así que me centre en ella y sus necesidades actuales. Medio dormida tiritaba, era ya muy tarde y hacia frío, sumándole lo poco tapada que iba, me quite la chaqueta que llevaba y se la puse, me quede con solo una camisa de vestir en el torso, nunca he sido friolero y como os dije anteriormente soy una estufa andante. Mientras frotaba su espalda para hacerla entrar en calor, me costo despertarla y hacerla bajar del bus cuando llegamos al destino, no ayudaba nada, estaba bebida, medio dormida y con unos tacones de vértigo, casi se cae al bajar el escalón  del bus, y aunque la sujetaba y se apoyaba en mi,  era un suplicio caminar, así que decidí llevarla en brazos, la acomode la chaqueta para taparla bien y a pulso la cogí en brazos, asegurando  meter bien la mano por debajo de su culo, pillando la falda y la chaqueta para que no se le viera nada, y pasando la otra mano por su espalda, haciendo que su cuerpo se inclinara hacia mi y me rodeara el cuello con los brazos, apoyando su cabeza en mi pecho, pese a que ella no era poca cosa, yo era mas grande y fuerte así que la lleve sin problemas mientras ella sea acurrucaba sobre mi pecho, no soy un titán así que tuve que bajarla y descansar a mitad de camino, la volví a subir encima, apartándola antes el pelo de su cara, madre mía, pese a que debía concentrarme en el esfuerzo, en sujetarla bien y mirar por donde pisaba, que imagen tan dulce y provocadora, su absoluta confianza en mi y mi chaqueta enorme  cubriendo su delicado cuerpo me hacían no poder apartar los ojos de ella, de sus carnosos labios.

Llegamos a la intersección donde debíamos separarnos cada uno a su casa, y me pare, no por cansancio, si no por que tenia que pensar, trate de hablar con ella pero estaba ya con morfeo, ¿que tenia que hacer con ella? Tenia que llevarla a su casa, ¿pero que pasaría si no llegaba a subir? no podía dejarla tirada en el portal o el la puerta de su casa e irme, no podía llevarla en se estado y  llamar y que su familia la vieran así, y me culparan  a mi,  tampoco podía entrar en su casa a acostarla, si su padre se despierta y me ve acostando a su hija en la cama podía salir mal parado, no había opción, tenia que llevarla a mi casa, allí al menos tendría la situación controlada. Camine con ella en brazos hasta llegar a mi casa, era difícil con su cuerpo semi-inerte lograr meterla en mi casa y mas aun en mi cuarto sin hacer ruido de despertar a nadie, pero fue imposible, las madres tienen un sentido arácnido o algo, nada mas entrar por la puerta apareció por allí mi madre en las sombras.

-MADRE: ¿hola hijo que tal? ¿A quien llevas ahí?

-YO: pues bien madre, yo al menos, aquí traigo a una amiga mía,  no ha tenido un buen día, no quiero que la vean así en su casa así que dormirá aquí esta noche.

-MADRE: dormir, ya……….

-YO: joder no tengo tiempo para juegos madre, ¿no ves como va la pobre?,  casi no puedo con ella, dormir,  si, solo eso.- como matriarca de la familia ya se olía que su hijo era un don Juan y andaba saliendo mucho con chicas, y pese a alguna frase aleccionadora se la veía orgullosa o feliz por el cambio.

-MADRE: anda déjame que te ayude a acostarla, no vas  a desnudarla tu.

-YO: ¿desnudarla?

-MADRE: claro melón, no ves el corsé que lleva, eso esta muy ajustado, no puede dormir con el, tu llévala al baño y ya me ocupo yo de todo.

Así lo hice, como toda gran señora,  cuando mi madre se pone en plan militar solo queda obedecer, por que en el fondo, sientes que saben lo que se ha de hacer. La llevé al baño y la senté en un silla que tenemos allí, mi madre me saco de allí y me pidió que me fuer a cambiar y le trajera alguna camiseta mía vieja, de las de 4XL de mis viejos tiempos,  obedecí, cuando volvió a abrir la puerta del baño para que entrara a llevarla al cuarto, parecia otra, seguía adormilada, pero la habían lavado la cara, desmaquillado y desvestido, mi madre se llevo la ropa de ella y la dejo preparada para limpiarla y tenerla lista para el día siguiente, entre lo que veía y la ropa que mi madre se llevo deduje que Irene iba en bragas y con una camiseta mía enorme que le quedaba como un camisón largo, la volví a coger en brazos, y note como la camiseta estaba algo húmeda,  olía a colonia, mi madre se la había echado, pero era colonia mía, no de mujer, ¿acaso mi madre quería que aquella muchacha durmiera con el constante recordatorio de  mi olor sobre ella?, me centre en no golpearla la cabeza contra el marco de la puerta y la acosté en mi cama, nada mas dejarla se hizo una bolita con las sabanas,  agarró mi brazo y tiro de mi para que quedara acostado,  abrazado a ella, supongo que por acto reflejo, yo me quede con una rodilla en la cm dilucidando si seria correcto o no tumbarme con ella, hasta que una voz me dijo que no lo pensara y que me acostara en el sofá , me gustaria decir que era mi conciencia,  pero era mi madre en la puerta de la habitación.

-MADRE: ni se te ocurra o te corto las pelotas, a dormir al sofá cama, y como la toques un pelo esta noche te capo, ¿me has odio?

-YO: que si  mama, que no soy ninguna aprovechado,  lo sabes.

-MADRE: bueno, pues por si acaso. – tápala y acuéstate que es muy tarde.

La tape con las sabanas y el edredón, agache mi cabeza y la di un tierno beso en la mejilla ante los ojos vigilantes de mi madre que se fue dejando la puerta abierta y mirándome con el gesto claro de que esa puerta se quedara así. De nuevo me vi en aquel horrible sofá  cama dando vueltas por su incomodidad y con una chica espectacular ocupando mi cama y mi mente. Si realmente tenía que aparcar a mi Leona por ella, o no, seria un debate que se mantuvo en mi cabeza toda la madrugada,  hasta que caí rendido ante el cansancio y las altas horas. Cuando me desperté tarde unos segundos en darme cuenta que mi cama estaba vacía, eran casi las 12:30  de la mañana del domingo, y oía claramente el típico sonido de cucharillas de desayuno en la cocina, pense que se habría despertado,  se habría vestido y marchado a su casa, así que fui al baño como siempre, bostezando y berreando haciendo ver al resto de mi casa que me había despertado, orine como lo hacemos los tíos en nuestras casas con la familia y confianza, sin cerrar la puerta, haciendo ruido contra el agua del water y relajando los músculos hasta que salía alguna ventosidad, si, por poco glamur o excitante que quede, yo lo hago así y seguro que no soy el único.

Cuando salí del baño secándome las manos con una toalla apareció mi madre con la ropa de Irene en la mano.

-MADRE: anda que te cortas un poquito, ni con invitada cierras la puerta.

-YO: ¿que invitada? ¿Que haces con al ropa de Irene? – caí de golpe – ¿sigue aquí?

-MADRE: claro que si,  guarro, esta en la cocina siendo sometida a un tercer grado por tu padre y hermana mientras desayuna, se habrá levantado no hará ni 20 minutos.

-YO: joder ¿y no podías avisarme?

-MADRE:¿ y que hago? ¿Te grito que no te tires pedos mientras meas por que tu novia esta en casa?

-YO: …………………..no es mi novia mama.

-MADRE: pues no pierdas el tiempo, que es un encanto de niña, no ha parado de dar las gracias, de  pedir disculpas y de alabarte  por lo de ayer,  es mas mona que las pesetas, no como las pendones esas con las que sales últimamente, así que espadilla, voy a plancharle esto.- y se fue hacia el salón donde tenia las planchas con la ropa de Irene.

Era lo mismo que ya sabia yo, que ella era diferente, pero hasta que no me lo dijo mi madre no me convencí de aquello, si  se había ganado a mi madre en tan poco tiempo y con la mala 1º imagen de la noche anterior, tenia que ser un cielo de mujer. Acudí a la cocina con miedo a lo que me iba a encontrar, y no era otra cosa que a mi padre y mi hermana atosigándola a preguntas, era la 1º chica que me llevaba casa o que ellos veían,  mi padre me vio el entrar.

-PADRE: hombre, aquí esta el señorito, vaya horas de despertar- lo decía siempre con  tono elevado, le gustaba que su voz me despertara.

-YO: ¿se puede saber que estáis hacinado aquí?

-HERMANA: desayunar como personas de bien, charlando y conociendo a tu amiga………..Irene ¿verdad?

-IRENE: jajajaj si.- me fije en su cara, estaba abrumada y un poco fuera de lugar pero reía mientras tomaba algo de desayuno.

-YO: ha sido una noche movidita, necesitaba descansar.- mi frase n estaba bien pensada, así que mi padre la aprovecho dirigiéndose  a Irene.

-PADRE: ¿no te habrá molestado?, como no se haya comportado dímelo y le arranco la cabeza.- le gustaba ser contundente en su tono, y aun siendo en modo de broma, se captaba su mensaje de autoridad.

-IRENE: no por dios, ha sido todo un caballero conmigo, muy pocos harían lo que hizo anoche por mi.- me miro a mi pese a contestar a mi padre- y relato sin muchos detalles lo ocurrido la noche previa mientras yo tomaba un buen vaso de leche fría.

-PADRE: que menos que cuidar de una chica tan maja como tu, ¿verdad bonita? – mi padre queriendo ser amable se excedía con las insinuaciones.

-HERMANA: anda déjalos comer algo tranquilos.- me echo un cable llevándose a  papa de allí, era demasiado afable con la gente, quizá herede eso de el. Aun así al pasar a mi lado mi padre me dio un fuete manotazo en el pecho, entre el punto del dolor y el orgullo, sabia que los aguantaba,  quiera decirme que estaba feliz por mí actuar.

-PADRE: he criado a un buen hombre.- me apretó el hombro con su mano,  mas fuerte aun, y  con mi hermana se fueron cuchicheando hacia donde estaba mi madre, sin duda para hablar de aquella novedad en mi vida, de aquella 1º chica que apareció en mi casa.

Quedamos solos en la cocina y me senté en la mesa delante de ella, con una sonrisa de mi parte pidiendo disculpas y con otra por parte de ella diciendo que no pasaba nada.

-YO: lo siento,  que te hayan acosado así, no están muy acostumbrados a que traiga chicas a casa.

-IRENE: no pasa nada, tienes una familia maravillosa, me han tratado genial.- extendió su mano para acariciar la mía.

-YO: ¿y tu que tal estas?, ¿te encuentras mejor?- la agarre de la mano.

-IRENE: si, mucho mejor, te pido perdón por lo que paso y te doy las gracias pro tratarme tan bien, a ti y tu madre, ya me ha dicho que fue ella quien me desvistió y que como me trataste, estaba esperando en la puerta cuando me he despertado y me ha dado cosa despertarte, así que me he levantado y he estado charlando con ella.

-YO: haberme despertado, no pasa nada.

-IRENE: ya, no se, te vi tan dormido y te has portada tan bien  que no quería molestarte.- nuestras miradas se clavaron en los ojos del otro.

-YO: mira, se que a lo mejor no estoy siendo justo contigo con el tema de Mercedes, pero soy sincero, no quiero hacerte daño, si esto te esta afectando, lo mejor es que dejemos de vernos y tu hagas tu vida, seguro que tendrás a 100 chicos detrás de ti.- mis palabras no la sentaban bien.

-IRENE: no puedes pedirme eso, ningún chico que conozco me habría tratado como tu ayer, mas de la mitad se hubieran aprovechado de mi o me hubieran dejado tirada en cualquier sitio, ¿te crees que quiero renunciar a alguien como tu?

-YO: no es que quieras, es el hecho de que yo no voy a cambiar de idea, lo he pensado mucho,  deseo estar contigo,  pero no perder lo que tengo con ella.

-IRENE: lo se, yo también he estado pensando, pero ya sabes como soy, no soportaría que me engañaras con otra.

-YO: pero no te engaño, te lo he dicho desde el 1º día.

-IRENE: lo se, pero no se si será suficiente.

-YO: es lo máximo que te puedo ofrecer sin mentirte.

Apareció mi madre con la ropa ya limpia y planchada, y la acompaño a mi cuarto para ayudarla a vestirse, dios, dicen que no hay anda mas sexy en una mujer que ir solo con la camiseta o camisa de un hombre, y en ese momento lo entendí, mi camiseta le hacia una figura disimulada pero unas piernas de pecado, con medio hombro al aire y la tela contoneándose ampliamente. Cuando salieron allí estaba la pin-up de anoche, pero mucho mas mejorada en el aspecto, la puse una cazadora por encima y la acompañe a su casa, con ella bien agarrada a mi brazo, llegamos a su casa.

-YO: pues aquí nos separamos, supongo que no quieres continuar con este juego.- se puso delante de mí y pegada a mí cuerpo, cogiéndome de una mano, se puso de puntillas para darme un beso en la mejilla.

-IRENE: no supongas tanto- y con la otra mano en mi cara me la giro para volver a besarme,  esta vez en los labios, yo aguante quieto el 1º, el 2º ya la abrace y le correspondí, la sujetaba la cabeza con miedo a que aquel momento llegara a su final, mi lengua cogió vida propia y busco la suya, que lejos de rechazarla la acogió con gusto.

-YO: no estoy seguro de poder pararme si continuamos así.- lo dije al separar nuestros labios para coger aire, mientras le colocaba el pelo detrás de la oreja.

-IRENE: yo tampoco, será mejor que suba, mi familia estará preguntándose donde estoy – se dio la vuelta después de darme un ultimo beso con sabor a dulce, entenado en su portal.

-YO: oye, ¿y mi cazadora?

-IRENE: ya te la devolveré, ahora se donde vives, me pasare algún día – me guiño un ojo y cerro la puerta.

Aquello no había hecho más que empezar. Volví a mi casa y durante la comida los comentarios sobre mí e Irene eran continuos, nos gustaba chincharnos unos a otros, y mi madre parecía encantada con aquella muchacha que lleve en brazos a casa,  medio borracha y ligera de vestimenta. Del calentón de la situación quede con mi Leona en su casa y la destroce a polvos toda la tarde, quería asegurarme de nuevo que aquello merecía la pena retenerlo, y desde luego que lo merecía, pero también me cerciore de que no había mas, no me aportaba nada, solo me saciaba momentáneamente, no había esa sensación de completarme que me generaba aquella conocida del bus a la que solo había besado, tenia que decidirme.

Pasaron 4 días hasta que me mando un mensaje, quería pasarse por mi casa a devolver la cazadora, quise que fuera sin nadie en casa pero no pudo ser, así que quede con ella, vino a mi casa y subió, iba como siempre, preciosa, con su top ceñido y sus faldas largas y de tela fina, saludo a mi madre que andaba por allí  con las orejas tiesas, y se dedicaron unas palabras amables, cuando nos dirigíamos a mi cuarto, me miro con cara de advertencia. Entramos y cerré la puerta, dejando la cazadora, que traía en las manos, por allí tirada.

-YO: muchas gracias, aunque no tenias que haberte molestado en venir hasta aquí.

-IRENE: era una excusa, ya lo sabes, solo quería verte. – se sentó en el sofá ofreciéndome sentarme a su lado con una mano.

-YO: pues bendita cazadora, mira he estado pensado…………- iba decidido a comentare que había decidido aparcar, que no dejar, a mi Leona mientras estuviera con ella, pero me corto.

-IRENE: yo también lo he pensado mejor, déjame decirlo 1º por que si no lo digo del tirón no seria capaz. No quiero que andes por ahí con otras, pero estoy decidida a salir contigo, eres el mejoro hombre que he conocido hasta ahora, y si para estar a tu lado tengo que compartirte, lo haré.- me dejo clavado en el sitio.

-YO: no es compartirme, si salimos,  seré tuyo , no habrá nada mas, ella es solo como ese oso de peluche que tango en el estante – se lo señale- un juguete del que me cuesta desprenderme por cariño.

-IRENE: ¿y bien? ¿Que me dices?- puso rígida la espalda y se puso seria.

-YO: ¿decirte de que? no me has preguntado nada.- la hice sufrir un poco.

-IRENE: no seas bobo, ya sabes, quieres………..

-YO: ¿que?- quería que lo dijera y ganar tiempo para una buena respuesta.

-IRENE: ¿me vas  hacer decirlo?…….- remoloneaba mientras se ponía roja.-…………  ¿Qué si quieres……….salir conmigo?,  tonto.

-YO: no hay nada en el mundo que me hiciera mas feliz que salir contigo, ¿Qué si quiero? No, no quiero, LO IMPLORO.

Saltó de alegría y me abrazo como si la hubiera concedido un deseo cuando era yo el que tenia la sensación de estar agradecido, el silencio solo fue roto por un grito “¡¡bien!!”, que salió detrás de la puerta de mi cuarto, entro mi madre y la abrazo, yo alucinaba.

-MADRE: ¡¡dios,  que felicidad mas grande!!, y tu comporte como un cabello,  o te mato.

-YO: ¡¡mama!! ¡¡Lárgate de aquí!!- se fue sollozando de alegría, Irene se reía y me cogió de la cara para que olvidara aquella intromisión, le costo un par de besos dulces desenfadarme.

Pasamos la siguiente hora abrazados y acariciándonos como colegiales, besándonos de forma cariñosa de vez en cuando, yo tenia claro que no podía extralimitarme lo mas mínimo, no con ella, quería saborear cada instante de aquel……………romance,  iríamos a su ritmo y no había mas que hablar. Con cualquier otra solo tendría que ponerla encima de mi o recostarla lo suficiente para que notara mi bulto creciente y me la hubiera tirado como a las demás, pero decidí que no, que esa vez seria distinto.

-YO: ¿y si salimos a dar una vuelta? Ya hace calor, ¿te invito a  un helado?

-IRENE: me encantaría – se puso en pie para colocarse un poco la ropa.

Salimos de allí cogidos de la mano y fui las salón para informar oficialmente de nuestro noviazgo, y que saldríamos a dar una vuelta. Me costo decir las palabras “mi novia”, pero una vez dicha me sonaba genial en la cabeza, nos despedimos y salimos así, sin sepáranos de las mano, a mi me sudaba algo la palma y temía algún gesto de asco de ella, pero no se produjo, le daba igual,  era feliz así, y yo mas aun. Dimos un paseo por el parque, aquel por el que una vez pase, fue  al salir del gim de Eli, y volví a sentir aquella sensación, un cambio en mi vida, un cambio brusco, que daba miedo, pero que estaba dispuesto a dar acompañado por ella. Descubrí en la heladería que le gustaba mas la vainilla o el yoghurt que el chocolate, como a mi, y charlamos, horas, mientras compartíamos nuestros helados, y jugábamos a mancharnos la nariz o las mejillas, intercalando besos dulces si, sus labios  sabían a vainilla, estaba viviendo esa situación, delante de todos, sin importarla a ella o a mi que nos vieran, esa situación que había detestado ver en otros durante años, esas situaciones que me  daban dentera de lo empalagosas que eran, que me daban asco, en el fondo, por envidia. Quise invitarla a cenar pese a estar tieso de dinero, por suerte ella rehuso,  la acompañe a su casa, despidiéndonos con otro de esos besos, que subían de intensidad pero no sexuales, si no de cariño y ternura. Me despedí haciendo el tonto un poco,  dando saltos, cantando y gritando frases de felicidad por haber logrado el corazón de aquella doncella. Ella se tapaba la cara riendo de vergüenza, pero me encantaban extrapolar y exagerar mis sentimientos reales, hacerlos públicos y notorios.

Las siguientes semanas las pasamos igual, quedando por las tardes, viendo películas en mi cuarto o paseando, saliendo con mis amigos unas veces y otras con los suyos, la sensación era maravillosa, de que todo era nuevo ante mi, que todas las situaciones era novedosas, excitantes y buenas, con ella a mi lado me sentía lleno, completo,  en paz, la sensación de ahogo y de desesperación que me llenaba desapareció, su espacio fue ocupado por felicidad, confianza y seguridad. Llegue a no volver a ver a mi Leona en todo ese tiempo, no lo necesitaba, ni me masturbaba. Lo mejor fue cuando salimos un día de fiesta, ella estaba espectacular y pasamos horas bailando y besándonos, temía el día en que la notara o palpara mi enorme polla de nuevo,  y como había pasado con todas, cambiara su actitud, pero pese a mis intentos, ese día llego, estabamos bailando, o no, mas bien moviéndonos abrazados en la pista de baile, yo la tenia a agarrada por detrás mientras la rodeaban con los brazos por el vientre, mientras la besaba el cuello y ella acariciaba mis brazos. El movimiento, y la situación me la puso dura como una piedra,  pese  querer retirar mi pelvis de ella por pánico a estropear aquello tan bonito,  la pista estaba llena de gente, no se podía tener muchos sitio y los golpes eran frecuentes con la gente que estaba, iba y venia. En uno de esos golpes mi pelvis se pego a su trasero, y con sus faldas finas, debió  notar todo mi esplendor, quise despegarme rápido pero una cría pasaba por detrás de mi y no me dejo, temía algún cambio de actitud, pero no ocurrió nada, seguía igual, es mas, se dio la vuelta y se quedo abrazada siguiendo el ritmo me mis pasos, sin pegarse mas a mi, recostando su ara en mi pecho, y sin ofrecer ningún gesto diferente. Aquello fue el mejor regalo que me pudo hacer una mujer en esa época.

Me presento a su familia, y comí en su casa un par de veces,  me comentaron que tenían un viaje familiar preparado, de 3  semanas,  para inicios de verano, pero que lo habían cambiado a petición de Irene, se había convertido en unas bodas de plata, un viaje de aniversario para sus padres y que ella se quedaría conmigo en Madrid. Así que me fui con algo de ropa a su casa, a vivir con ella esas semanas, a modo de prueba, la cosa se iba calentado a cada día, la primera semana íbamos vestidos, pero con el paso de los dais ella se iba dejando ir, y me hacia a mi hacer lo mismo, yo ya iba solo con unos pantalones sin slips por la casa, como me gustaba ir en verano, fresco,  y ella con mis camisetas o camisas y en bragas, nos cambiamos unos delante del otro, era una delicia verla quitarse la ropa, dejar caer su falda y quitarse el top, luego el sujetador, dios, que hembra, era perfecta, ni  esculpida por Miguel ángel, una tetas preciosas,  tersas y con un lunar encima de uno de sus pezones, que eran rosados y amplios, siempre iba con bragas mas o menos grandes pero que en la comparativa con su cuerpo rebosante eran irrisorias. Como me solía pasar, la 1º vez que me vio la polla colgando se le abrió la boca de forma desmesurada, se quedo clavada mirándomela y riéndose, pero ya mas o menos sabia su tamaño, neutras caricias ya no eran tan inocentes, yo repasaba su trasero y sus senos con cariño, y ella mi pecho desnudo, le encantaba mi pecho, no se por que, se recostaba y se quedaba en el durante horas, en momentos de pasión ya llevaba su mano a mi bulto y  acariciaba mi miembro semi – erecto sobre la ropa, pero jamas hizo mención del tamaño, pese a que lo pensaría.

Ya jugábamos por la casa,  persiguiéndonos y nos tendíamos trampas para asustarnos, siempre terminábamos igual, recostados sobre la cama o un sofá, con ella encima de mí, esa sensación siempre me ha vuelto loco,  sus pechos sin sujetador solo cubiertos por una camiseta que le quedaba grande era increíble. Mis Manos ya se adentraban por dentro de su bragas en su trasero, pero siempre que llegábamos a mas ella ponía el freno, y yo me tenia que aguantar, pero no lo hacia a desgana, solo estaba ansioso por que me decía que pronto estaría preparada.

Ese día llego a mediados  de la 2º semana, ella había terminado de ducharse después de que lo hiciera yo,  se ponía una crema corporal, tenia una toalla en la cabeza y otra en el cuerpo, pero se la iba abriendo para llegar a todo su cuerpo, la cuestión es que se dejo la puerta del baño abierta y al pasar por allí me quede mirando, era una visión demasiado sensual para no quedarse allí de pie. Ella lo sabia por que me vio de primeras pero sin decir nada y sin amagar con cerrar la puerta siguió haciéndolo, mi polla reacciono cuando se acaricio los pechos con aquella crema, pero se puso a reventar cuando se quito la toalla y vi su cuerpo desnudo, mientras ponía un pierna encima del borde de la ducha,  y se extendía la crema por sus muslos.

-IRENE: anda, no te quedes ahí mirando y ayúdame, entra y échame en la espalda.

-YO: no es buena idea que entre ahora mismo contigo así, no estoy seguro de poder controlarme.

-IRENE: lo se – y se dio la vuelta quedando de pie, desnuda ante mi, ofreciéndome el bote, solo recuerdo que su piel brillaba, que era tersa, firme y generosa, con una fina línea de bello en si pelvis.

-YO: ¿esta segura? – me asegure de que en la pregunta quedara claro que no me refería a la crema.

-IRENE: Si – me miro fijamente a los ojos mientras se quitaba la toalla de la cabeza y todo su pelo húmedo caía por su hombro,  la espalda y uno de sus pechos, sobre un solo pie, dejando el otro ligeramente apoyado, en el aire.

Entre con calma, y con solo el pantalón sin slips, mi polla estaba haciendo de mástil central de una preciosa y enorme carpa, me acerque a ella mientras se daba la vuelta dándome la espalda y se recogía el pelo hacia delante para dejar su espalda libre,  la bese el hombro cuando al rodeara cogía el bote. Sin llegar a rozarla,  mi polla estaba apuntándola de forma amenazadora, me eche crema en las manos, y comencé a extenderla por sus hombros, con gestos suaves y amplios, bajando por sus omoplatos, con gestos circulares, fui bajando todo el contorno de su espalda, llegando a su cadera, no deje un solo ápice de su piel sin ser pasado por mis manos, cuando llegue a la curvatura de su cintura estaba lo mas excitado que recordaba desde la graduación, pegue mi miembro a su desnudo trasero, solo separado pro al tela del pantalón, y mis manos la rodearon por el vientre, acariciándola, subiendo mis manos por su torso, subiendo y bajando su cuerpo un poco, y besando su cuello, mis dedos llegaron a sus pechos, casi ni me abarcaban aquellas preciosidades de  senos, ella bajo sus brazos sobre sus caderas buscando con sus manos mi cintura, la oía y notaba  respirar profundamente, se dio la vuelta y se pego a mi,  clavándose mi polla en su vientre, y agarrándome del cuello y arrancándome un beso pasional , sensual, ya no era cariño, era deseo, sus manos bajaron hasta quedar en mi pecho mientras la fuerza de mi cuello echaba su cuerpo hacia atrás, pero la tenia bien sujeta por la espalda.

-IRENE: llévame a la cama, pero esta vez,  quédate conmigo.

La cogí en brazos, como aquel día en el bus, pero ella estaba completamente desnuda, y con solo con aquellos pantalones y una erección enorme, al rodearme el cuello con los brazos levanto su cara hasta volver a besarme y haciendo gran acopio de fuerza logre llevarla a su cama, sin golpearla con nada mas que mi bulto en su cadera, donde había dormido juntos y abrazados la ultima semana, la deje recostada boca arriba suavemente y cayendo sobre ella sin cargar mi peso en su totalidad, besándonos con cariño pero con nuestras lenguas bailando un vals, una de mis manos fue acariciado su cara , y bajaba pro su cuello y su brazo, hasta llegar a uno de su pechos, y allí se quedo, apretando con suavidad mientras ella me sujetaba la cara, mi cuerpo me pedía un impulso, o arrebato sexual, pero mi mente le freno, tenia que tener cuidado, trabajarla bien para no hacerla daño, así que mi mano siguió bajando a su vientre y dejando de besarla busque aprobación en su mirada, me la concedió con otro beso largo y abriéndose de piernas, mi mano bajo y acariciaba con cariño por encima de la piel, ella se retorció en cuanto noto mi mano.

-IRENE: ten cuidado por favor, hace mucho que no….

-YO: tranquila, te voy a tratar como la reina que eres.

Baje mi boca  por su cuello hasta quedarme en uno de su pechos, lamiendo su pezón,  apretó mi cabeza con sus dedos jugueteando con mi pelo, mi mano se iba moviendo con mas facilidad cuando note como se iba lubricando, su estomago se estira  e encogía con cada una de las pasadas de mi mano, y cuando la oí gemir metí uno de mi dedos en su interior, ella se sobresalto con un suave grito de lujuria, tirándome del pelo, lo saque para volver a acariciarla por fuera, para luego volver a meterlo, lo hice hasta que su cuerpo ya no reaccionaba al introducirlo, y para entonces ya entra y salía con gran velocidad, se retorcía con fuerza, amagaba con besarme pero se arrepentía enseguida, su boca solo estaba para ayudarla a respirar entre gemidos, acelere el ritmo cuando metí el 2º dedo, y ya cuando los metía los dejaba dentro, moviéndose y acariciando, lo tenia ya muy abierto y mojado, la situación optima para mi gran miembro, así que me separe cuando ya acompañaba el ritmo de mi mano con su cadera, y me quite el pantalón, no estaba seguro de si era la 1º vez que me la vio totalmente tiesa, pero sus ojos se abrieron como platos mirándola mientras se mordía el labio, aun moviendo las caderas pese a que yo ya no la tocaba, era ella quien se masturbaba sola, me subí a la cama de rodillas y me puse entre sus piernas, cuando junte nuestras caderas mi polla descansa desde la pelvis hacia su vientre, la pasaba el ombligo, esa visión la hizo estremecerse, caí sobre ella y la besaba mientras ella se movía frotándose contra mi,   mi polla notaba su cuerpo.

-YO: ¿estas preparada?

-IRENE: si, por dios, hazlo de una vez.- su cara lo pedía a gritos, y su cuerpo lo reclamaba.

Me incorpore y la abrí bien de piernas, moje mi mano en los fluido de su vagina y moje la punta de mi polla, baje la cadera y me puse a su altura, dejando caer mi glande hasta su entrada, y haciendo hueco, apreté, suavemente pero sin parar, ella se dolía echando el cuerpo hacia atrás hasta que entro de golpe, otro grito corto pero intenso, una vez dentro el glande la deje acostumbrarse, notaba como se abría su interior y mi polla notaba menos  presión,  su pecho respiraba de forma desenfrenada , su tetas subían y bajaban sin parar, me coloque y empuje de nuevo, metiendo milímetro a mililitro, ella se agarraba a lo que pillara, sabanas,  almohadas, su tetas o mi pecho, estaba notando tan bien como yo como se iba abriendo claramente, a mitad de mi tronco pare, y deje acostumbrar de nuevo a nuestros cuerpos, la presión en su interior era bestial pero ninguno de los dos hacia nada por sacarla.

-.IRENE: ¡¡no pares ahora, sigue por dios!!

-YO: deja que te acostumbres, es demasiado….

-IRENE: sigue, ¡¡te lo ruego!!

Aguanté unos segundos mas y seguí presionando, cuando el metía mas de ¾  me dolía a mi el glande de la presión pero lo mantuve allí, aquella chica no había follado en mucho tiempo, estaba roja y congestionada, sin parar de moverse de los nervios, la saque un poco para volver a ese mismo punto una a vez, y un rayo la atravesó, se arqueo su espalda levantadora de la cama para dejarla caer de nuevo, lo volví a repetir un minuto mas tarde con el mismo éxito, mi polla ya no estaba en constante presión, decidí no profundizar mas y comenzar a disfrutar de aquello, agarrándola de las piernas la sacaba despacio y la volvía a meter, la fricción ya no era impedimento pasadas unas penetraciones y ella gritaba con cada embestida, y solo había empezado, fui acelerando el ritmo  hasta que sus pechos rebotaban de la inercia, y agarrándose a las sabanas se corrió sobre mi, dios, estaba muy desenterrada, pare que seco, pero sin sacarla.

-IRENE: ¡¡madre mia, como me llenas, me siento completa, dios, no pares mamonazo sigue!!- se encorvaba intentado metérsela ella sola, pero mi posición era dominante, así que ante su petición volví a embestir y esta vez no pare, no quería hasta que me corriera.

El ritmo la hacia levitar sobre la cama, ya se sujetaba las tetas por no oír como se movían y chocaban entre si, cogía aire con cada golpe y se mordía el labio sin parar, metí la 5º marcha al notar como se mojaba por dentro de nuevo y su cuerpo vibraba con la 2º corrida, en la 3º se salió de mi frotándose y bañando las sabanas con su fluidos, pero no la di descanso, en cuanto acabó,  la volví a abrir de piernas y ahora se la metí sin piedad, yo apretaba mi mandíbula en busca de aguante, llevaba casi media hora sin parar cuando note mi corrida y quería que fuera bonito así que lleve mi dedo a su clítoris para frotarlo y así corrernos a la vez, la bañe entera por dentro, llevaba mucho sin eyacular y notaba como sus aprese vaginales se iban llenando con cada sacudida,  ella exploto en otro orgasmo que la hizo darse la vuelta sobre la cama. Caí rendido y feliz en la cama, había ido mejor de lo que hubiera pensado, y acariciaba a aquella mujer en la espalda, se   retorcía por el placer recibido, con pequeñas convulsiones, se sujetaba el coño como si se le fuera a caer.

-YO: ¿estas bien?

-IRENE: ¡¡si, por dios!! ¿que si estoy bien? , mi puto ex no me hico correrme ni una sola vez y tu en media hora casi me desmayas a orgasmos, eres una bestia.

-YO: jajaja pues te he tratado emerjo que a muchas, a mi Leona me la tiro más fuerte aun durante 4 horas o mas.

-IRENE:  ¡¿QUE?! no me lo creo, como narices la ibas a querer dejar.- se dio la vuelta recostándose sobre mi pecho- eres un regalo del cielo, eres un buen hombre y follas como un animal.

-YO: ¿otro asalto?- se incorporo mirándome atónita, y la hice ver que mi polla aun quería guerra.

-IRENE: déjame a mi, esta no se queda así.

Se incorporo agarrando la polla con las manos,  la masturbo con cuidado al inicio y ferocidad después, para mi sorpresa, y  sin decir nada,  se metió media miembro en la boca, lamía como una posesa el tronco y se la engullía sin problemas, estaba poco entrenada,  pero no era una novicia, la deje hacer hasta que me saco una corrida, otra bestial, una cantidad que nunca había visto en mi, cuando noto que me corría se la saco de la boca y la manche todo el vientre, ella se había calentado demasiado y se me tumbo encima besándome el pecho, se abrió de piernas dejando la polla en sus manos y la acariciaba hasta volver a ponerla dura.

-IRENE: ahora quiero que seas malo, que me folles como te follas a las demás.

-YO: ten cuidado con lo que deseas.

La levante la cintura, le metí mi falo con fuerza, y apoyando bien los pies le di rienda suelta a mi cadera, en esa posición era una ametralladora, me tire otra media hora sin bajar el ritmo tirándomela como bien podía ser Mercedes o Rocío, sin piedad, la arranque varios orgasmos antes de volver a sentir que me iba y allí le regale un ultimo minuto al máximo haciéndola rebotar contra mi, se quedaba suspendida media décima de segundo hasta caer y volver a ser embestida, gritaba como una loca y cuando me corrí dijo alguna que otra guarrada fuera de lugar y de su personalidad, estaba un poco ida, la descabalgue y la tumbe a mi lado,  tiritaba un poco así que la acerque a mi cuerpo y la rodee para darla calor.

-YO: ¿ves?, aveces es malo recibir lo que deseas.- que razón tenía.

Ella no estaba, había caído rendida y dormía a mi lado, así que la seguí en sus sueños, me desperté por que me la encontré chupándomela y con la polla ya tiesa.

-YO: hey, ¿no esperas?

-IRENE: necesito que me vuelas a follar, quiero que me abras, que me la metas toda.

-YO: no me has oído antes con lo de los deseos, ¿no?

Se me volvió a subir encima y se ensarto sola,  ya sin dificultad,  era ella quien me cabalgaba, la doble la cintura para que cayera hacia mi mientras giraba su cadera y así la bese, iniciado yo el movimiento, esta vez no me puse freno y desde el inicio la bombeaba sin piedad, no le entraría toda pero la estaba desquiciando, la agarre del culo fuerte y apreté el ritmo hasta volver a sacar de ella gritos y fluidos, llego a suplicarme que parara pero no lo hice hasta correrme, quería que supiera donde tenia su limite y que era diferente al mío. Aguanto como pudo el chaparrón y al terminar cayo retorciéndose sobre la cama, agarrándose la vagina mientras su espalda temblaba.

-IRENE: eres un animal, me has destrozado, jajajajajaj dios, como follas,  esto es demencial, me vas a seguir follando así hasta que me muera.

-YO: siempre que tu quieras, pero yo no quiero follarte,  quiero hacerte el amor.

-IRENE: eso es imposible, no puedo comportarme como una novia normal sabiendo que me abres con esa barra de carne, ¡¡y como te mueves!!

Temí que sus palabras fueran en serio, pero las achaque a aquel momento de lujuria, me levante dándola un buen beso con lengua y me fui a duchar de nuevo, estaba lleno de jugos suyos y míos, estando en al ducha ella entro conmigo y nos duchamos juntos, no se que buscaba pero casi me la calzo allí otra vez, pero me quería contener, y salí de allí, habíamos quedado, la tuve que casi obligar a salir de casa, salimos de fiesta pero su comportamiento era diferente, ahora se restregaba contra mi como habían echo todas, al volver a casa fui al baño, al regresar con ella estaba desnuda,  a 4 patas pidiendo que me la tirara, supuse que era el momento así que me desnude y colocándome detrás de ella y  la empale, seguimos en esa posición una hora larga hasta que cayo rendida de tanto correrse, y yo eyacule.

Lo que resto de vacaciones de sus padres lo pasamos casi encerrados en su cuarto, solo pedía sexo, y yo estaba encantado, pero me di cuentas que con el paso de los días era mas una chica del montón que aquella mujer que me completaba. Gracias a dios acabaron las vacaciones familiares y quedábamos menos, eso relajo sus ansias, pero no había día en que quedáramos para salir,  y no me la terminara follando, era exasperaste querer levantarse de la cama y que se me tirara encima de nuevo. La relación cambio, el paso del tiempo afectaba, se perdía la magia, era culpa suya, o mía, por darla lo que pedía.

A los 3 meses me vi viajando en el tiempo, no tenia una novia, no quedamos a salir ni a pasear, ella solo quería follar y cuando tenia su ración de mi, se iba a su casa, se lo advertí repetidamente, que aquello no me gustaba, y ella entendiendo mal el mensaje quiso que me la tirara  mas y mas duro, pero no era eso lo que buscaba, cuando llego mi cumpleaños, los 19 a mitad del verano, ella ni se presento a al fiesta y luego me llamo para que fuera a su casa a tirármela, rompí a llorar y mi madre, que ya se lo olía,  me pregunto, se lo explique y me calmo, como solo ella sabia, me despejo la mente,  me aclare y me dolió tanto que fui a su casa, y la deje allí mismo, vestida con un picardías que me la puso dura solo al verla, ella se desesperaba por no entenderlo, hasta me ofreció su ano virgen,  me besaba y mi agarraba la polla por encima de la ropa, como incentivo, me di cuenta que se había perdido, estaba desesperada, colgada por mi polla,  y no entendía que yo no quería sexo, quería una pareja.

-YO: mira, llegado a este punto, no merece la pena seguir, solo me ofreces sexo y para eso vuelvo con mi Leona, ha sido bonito mientras duro, pero no necesito nada de lo que me ofreces.

-IRENE: eres un carbón, seguro que te la estas triando ya y me dejas por que no te hago cosas que ella haría, otra vez me dejan por otra, sois todos iguales.- amagaba con pegarme mientras lloraba.

-YO: piensa lo que quieras, no te he engañado nunca, y por eso vengo aquí hoy, corto contigo, te he querido mientras eras mi novia, ahora no te quiero………….ADIOS.

Me fui sin llorar pero con un dolor en mi interior, no se si había sido ella o yo pero me había cargado la 1º relación de verdad que había tenido,  lleno de rabia me fui derecho a casa de mi Leona, sin avisar ni nada,  ella me abrió la puerta y se le ilumino la cara, hacia 4 meses que no la veía, ataque su hombro y la mordí de ofuscación, entendió a lo que venia al mirarme a los ojos, se fue directa a la habitación conmigo detrás, estuve 4 horas follando si parar hasta agotarme y espinar en otras cosas, pero al descansar la imagen de Irene en aquel bus, y la comparativa con la actual,  me hizo romper a llorar, me vestí y salí de allí, eran cerca de las 4 de la mañana, deje a mi Leona allí tirada con cara de preocupación por si era culpa suya, la bese con pasión y la dije que no había echo nada malo.

Salí a pasear y termine en aquel parque otra vez, era un imán para atraerme cuando me sentía mi vida a  punto de cambiar de idea en mis relaciones, ¿acaso no podía tener una relación normal? ¿Aquella polla enorme no me dejaría? ¿Estaba condenado a ser un trozo de carne para las mujeres? Le di vueltas a aquello hasta que recibí un mensaje en el móvil, era Ana, ”mi prima”, nos mandábamos mensajes contándonos nuestras vidas, me decía que estaba de fiesta, que la habían aceptado en una universidad en Madrid, y que se venia a vivir con nosotros cuando empezara la universidad, se me cambio el animo de golpe, ella me había dado lo que estaba buscando, fueron 14 días, pero fueron 14 días de los cueles me la tire la mitad y su actitud fue siempre de novia, de mujer que me completaba. Fue un rayo de esperanza, solo tenia que pasar el verano y a finales de septiembre la tendría a mi lado, me di media vuelta y me fui de nuevo a casa de mi Leona, me abrió triste pero me vio la cara y se alegro de golpe, esta vez me la tire mas de 6 horas y de la energía positiva que me había dado aquel mensaje, la hice desmayarse, y casi yo con ella, me quede recostado con una sonrisa enorme,  agotado y con los sentimientos alocados, pero feliz, tenia un objetivo y un par de meses de diversión antes de llegar.

CONTINUARA…….sex-shop 6

 

Mi prima, mi amante, mi puta y ante todo mi mujer 2

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LA OBSESION 2Capítulo 2

Sin títuloMi prima se va recuperando mientras comienza un brutal acoso para ser mía. A pesar de mi rechazo, esa zorrita no disminuye la presión hasta llevarme entre sus piernas.
A la mañana siguiente todo empeora.
Después de una noche de pesadilla, el sonido del agua corriendo en mi bañera me despertó y extrañado por que alguien estuviera usándola, me levanté a ver qué ocurría. Ni en mis peores temores me imaginé encontrarme a Irene disfrutando de un relajante baño. Desde la puerta me la quedé mirando mientras alegremente se enjabonaba.
Por lógica debía haberme cabreado pero curiosamente sentí una extraña quietud al verla tan tranquila y girándome sobre mis pasos, me fui a ponerme un café con la imagen de su cuerpo desnudo todavía en mi retina.
«Es preciosa», sentencié luciendo una sonrisa olvidando por un instante su intromisión en mi parcela privada.
Analizando mi serena actitud al tiempo que daba sorbos a esa droga matinal, me vi en una encrucijada al advertir la satisfacción que sentía al ver a esa rubia feliz después de su histerismo durante la fiesta.
«Solo necesita tiempo, nada más», esperanzado murmuré.
Estaba todavía terminado mi café cuando un ruido me hizo girar y comprobé que era mi prima la que envuelta en mi albornoz llegaba con el pelo todavía mojado a la cocina. Sentado como estaba, no pude dejar de disfrutar de la estampa que me estaba regalando y relamiendo mis labios mentalmente, me recreé en el profundo canalillo de sus tetas.
«Dios, ¡me encantaría hundir mi cara entre ellas!», pensé excitado.
La recién llegada sonrió al notar el efecto que causaba sobre mí y sin darme tiempo a reaccionar, se sentó sobre mis rodillas mientras me decía:
-Aprovechando que es sábado, he pensado que me lleves a la playa.
Tratando de zafarme, le recordé que la playa más cercana estaba a casi doscientos kilómetros pero ella no dio su brazo a torcer por esa nimiedad y jugando conmigo, me susurró:
-Pues nos quedamos a dormir allí.
Al hacerlo, mis ojos pudieron contemplar uno de sus hermosos pezones a través de la abertura de la tela e incapaz de mascullar una palabra, me quedé mirando semejante beldad de reojo. Irene fue consciente que mi pene crecía sin control bajo sus nalgas y provocando aún más mi embarazo, se dedicó a restregarlo contra su trasero mientras con un descaro increíble me robaba la taza y se terminaba de un sorbo mi bebida.
-Ese era el mío- protesté al ver que lo hacía.
Mi prima riendo a carcajadas, se levantó de mis piernas y acercándose a la cafetera la rellenó mientras decía:
-No sabía que eras tan remilgado con tus cosas.
Al darme la taza, palidecí al comprobar que el albornoz se la había abierto dejándome ser testigo de la pulcritud con la que llevaba rasurado su coñito y sudando de deseo, supe que necesitaba hacerlo mío. Mi rápido examen no le pasó inadvertido y sin darle mayor importancia, se cerró la bata diciendo:
-Dúchate mientras desayuno.
El tono de su orden me resultó un pelín dominante y defendiendo mi virilidad como gato panza arriba, le solté:
-No puedo, ¡llevas puesto mi albornoz!
Muerta de risa me miró y entornando sensualmente sus ojos, lo dejó caer al suelo diciendo:
-Todo tuyo.
Tengo que confesar que no me esperaba eso y quizás por ello tardé unos segundos en recogerlo mientras ella permanecía inmóvil, completamente desnuda, sobre los azulejos de la cocina. Su exhibicionismo rayando la desfachatez provocó que como un resorte mi verga saliera de mi pijama tiesa como un palo y totalmente cortado, no me quedó otra que salir huyendo de esa habitación mientras escuchaba a mi espalda su carcajada.
«¿De qué va esta tía?», abrumado pensé escaleras arriba. «Ayer se comportó como una histérica en cuanto un hombre intentó ligar con ella y hoy actúa como una zorra conmigo».
Sin llegar a comprender esa dualidad, me encerré con llave en el baño no fuera a ser que le diera por invadir mi privacidad mientras me duchaba. Ya bajo el chorro, seguí tratando de analizar su comportamiento pero por mucho que lo intenté, me resultó imposible el concentrarme porque no dejaba de venir a mi mente la expresión de deseo que creí leer en su rostro al ver mi erección.
«¡Está loca! ¡Soy su primo!», hipócritamente le eché en cara que se sintiera atraída por mi cuando yo albergaba los mismos sentimientos hacia ella. Aun así, decidí que debía hablar con ella aprovechando que iba a pasar el día con ella y con una falsa seguridad, salí de la ducha y me preparé mentalmente para ese enfrentamiento. «¡Debe saber que no es correcto!», exclamé para mí a pesar que entre mis piernas mi pene todavía no había vuelto a la normalidad y se mantenía morcillón.
Al bajar ya vestido y con una bolsa de ropa, me encontré con que Irene había preparado una cesta con el almuerzo durante mi ausencia y revisando su contenido, comprobé que incluso había tenido el buen gusto de escoger uno de mis vinos preferidos.
«Está claro que tendré que soportar horas de sol antes de llegar al hotel», temí por la cantidad de comida que contenía al considerarla excesiva para el viaje.
Mientras acomodaba las cosas en el coche, no paré de meditar sobre qué era lo que le iba a decir. Debía ser claro pero tierno, suficiente infierno había tenido que soportar durante su matrimonio para que llegara yo y le echara la bronca. El problema era que todos mis argumentos podían volverse en mi contra, al ser obvio que ante cualquier ataque por su parte me resultaría imposible no sucumbir entre sus brazos.
«¡Debo de ser firme! ¡Ella es la víctima!», me dije justo cuando la vi salir cargando una gran maleta.
Muerto de risa por el volumen de su equipaje, le espeté:
-¿Te vas de viaje durante seis meses?
Haciéndose la indignada, puso un puchero al contestar:
-Una dama siempre debe ir preparada cuando se va con su galán.
Sus palabras me dejaron helado al catalogarme como su enamorado y queriendo dejar constancia de mi protesta, respondí mientras metía la maleta en el coche:
-Como yo soy tu primo, ¿quién nos va a acompañar?
Irene sin perder un ápice de su alegría, me dio un suave beso, diciendo:
-Eres mucho más que eso, ¡eres mi caballero andante! ¡Solo contigo me siento segura!
La tersura de sus labios quemó la piel de la mejilla donde Irene depositó esa breve caricia y costándome respirar, no dije nada y me acomodé en mi asiento mientras mi prima hacía lo propio en el suyo. Las casi tres horas que tardamos en llegar a Playa de Manuel Antonio en la costa del Pacífico me resultaron un suplicio al tener que soportar el continuo coqueteo de la muchacha sin ser capaz de decir nada de lo que llevaba preparado porque seguía retumbando en mis oídos ese “solo contigo me siento segura”.
No sabía que era peor, si el haber certificado que Irene me veía como su salvador o saber que interiormente ese título tampoco me desagradaba. Lo quisiera aceptar o no, esa rubita se había hecho un hueco en mi corazón y quería asumir el roll de ser su protector de por vida.
«¡No puede ser! ¡Por bien de los dos deberá irse cuando esté a salvo y recuperada!», murmuré agarrando el volante mientras soñaba que tardara años en hacerlo.
Ya en el hotel pedí dos habitaciones y al hacerlo percibí un gesto de desilusión en su cara, gesto que desapareció cuando el conserje nos informó que existía una puerta de comunicación entre los cuartos que podíamos abrir si quisiéramos.
-Pensaba qué íbamos a dormir en la misma cama- protestó con dulzura- pero me conformo con saber que te tengo al lado.
Tratando de quitar hierro a esa confesión, riendo le solté:
-Si supieras las patadas que doy al dormir, nunca pensarías en hacerlo.
Acercándose a mí, mesó delicadamente mis cabellos mientras me decía:
-Tú nunca me pegarías, recuerda que eres mi caballero andante.
La sensualidad con la que lo dijo no pudo evitar que extrajera de su interior un doloroso significado:
«Irene me veía como la antítesis de su marido».
Aunque la comparación me favorecía a todas luces, no por ello me dejaba de joder que el fantasma del maltrato se inmiscuyera entre nosotros y por ello, con voz seria, le contesté mientras llamaba al ascensor:
-No soy un cerdo.
-Cariño, lo sé por eso quiero hacerte feliz- y rubricando sus palabras con hechos acercó su cara y me dio un ligero pico en mis labios.
Todas las defensas que había construido a mi alrededor cayeron hechas trizas con ese beso y cogiéndola de la cintura, prolongué esa caricia forzando su boca con mi lengua. Aunque interiormente sabía que estaba mal, la pasión con la que mi prima respondió me impidió parar y metiéndola en el elevador incrementé el ardor de mis acciones llevando mi mano hasta su culo.
Tal y como había supuesto, mis yemas se encontraron con unas nalgas duras que sin duda debían parte de su firmeza al ejercicio. Irene al sentir mi manoseo pegó su cuerpo al mío frotando sin disimulo su pubis contra mi pierna. Su ardiente respuesta azuzó mi lujuria. Si no llega a ser porque en ese momento se abrieron las puertas y entraron a ese estrecho habitáculo un matrimonio mayor, no sé si hubiese podido aguantar mis ganas de poseerla allí mismo. Ya con compañía, tuve que separarme de ella y permanecer quieto durante los cinco pisos que todavía quedaban hasta el nuestro.
Una vez fuera del ascensor la magia había desaparecido porque volvieron con mayor fuerza a mi mente los remordimientos. Os parecerá extraño pero no podía dejar de pensar que era un malnacido que se estaba aprovechando de una desvalida. Al entrar a la habitación y querer Irene reanudar las cosas donde las habíamos dejado, me aparté y con tono serio le pedí que se sentara.
Asombrada por mi cambio de humor, buscó asiento en el borde del colchón mientras yo intentaba ordenar mis ideas:
-Tenemos que hablar- dije con tristeza- esto no está bien.
-¿Por qué? ¿Por qué somos primos? ¡Eso a mí me da igual!- respondió todavía consciente de la naturaleza de mis reparos.
Decidido a hacerle comprender que después de un maltrato como el que sufrió debía de darse un tiempo antes de entablar otra relación, se lo expliqué y le dije que además de dejarnos llevar por el momento algún día ella me echaría en cara haber abusado de su estado. La muchacha escuchó en silencio mis argumentos y cuando creía que se iba a echar a llorar, alegremente se levantó de la cama y acercándose a mí, contestó:
-Por eso te quiero tanto. ¡Eres un hombre bueno!
Tras lo cual me hizo una carantoña en la mejilla y canturreando se metió en el baño mientras me decía:
-Ésta es mi habitación y quiero cambiarme. Nos vemos en el hall.
Con la cola entre las piernas y absolutamente desilusionado porque esa mujer no hubiese hecho ningún intento por convencerme, salí de su cuarto y entré en el mío. Sabiendo que había hecho lo correcto, el saber que quizás nunca tuviera otra oportunidad de estar con ella me puso de mala leche y dejando mi equipaje tirado en mitad de la habitación, me coloqué un bañador.
Cabreado conmigo mismo me dirigí directamente al bar. Una vez allí, pedí una copa al camarero y con ella en la mano esperé que mi prima bajara para poder irnos a la playa. Media hora y dos copas mas tarde, Irene se dignó a aparecer y cuando lo hizo reconozco que no me importó la espera al verla enfundada en un impresionante bikini que magnificaba mas si cabe su belleza.
«¡Está buena a rabiar!», murmuré dolido al valorar lo que me había perdido.
En cambio, la susodicha parecía feliz y sin hacer ningún comentario a su tardanza, me agarró del brazo y me llevó a la playa del hotel. Ya en la arena buscó un par de tumbonas libres para acomodar nuestras cosas. Tras lo cual se tumbó en la primera y antes que pudiera aposentar mi trasero en la otra, con voz tan tierna como sensual me preguntó:
-¿Tu conciencia te permite echarme crema o tendré que pedirle a otro que lo haga?
Debería haberle mandado a la mierda pero la mera idea que un desconocido pusiera sus manos sobre ella me produjo un escalofrío y destrozado al darme cuenta que eran celos, cogí el bote y comencé a extenderle el bronceador por la espalda. Irene, disfrutando de su victoria, se dedicó a gemir como si estuviera gozando al sentir mis dedos recorriendo su piel.
Si ya estaba indignado por su desfachatez, mas me cabreé cuando al darse la vuelta, me pidió que siguiera por delante. Nuevamente debía de haberme negado pero la visión de sus pechos y la posibilidad de volver a sentir en mis yemas aunque solo fueran los bordes de esas dos maravillas, me obligó a continuar.
Lo que no me esperaba fue que nada mas empezar a untar la crema por su escote sus pezones se marcaran bajo la tela del bikini demostrando que la calentura de la que hacía gala era real. Ese descubrimiento provocó que se me contagiara su excitación y olvidando mis buenos propósitos, me puse a disfrutar de su cuerpo con intenciones nada fraternales.
Usando mis dedos como pinceles y su piel como mi lienzo imprimí a mis caricias de una sensualidad que no le pasó inadvertida. Dejando de gemir, se mordió los labios al notar la lentitud de mis yemas al rodear sus pezones sin tocarlos.
-Eres maravilloso- susurró en voz baja ya claramente excitada cuando un breve roce de mi palma acarició una de sus areolas.
Dejando tirado al hombre sensato, la lujuria se apoderó de mí al oírla y sacando el Mr Hide que escondía en mi interior, con un dedo recorrí la raja de su sexo por encima de la tela. Irene no solo no puso ningún obstáculo a ese ataque sino que separando sus rodillas me dio a entender su disposición a que continuara.
«¿Qué coño estoy haciendo?», me pregunté cuándo como un zombi sin voluntad metí la mano bajo su bikini y comencé a pajearla sin importarme que a pocos metros hubiese otros huéspedes del hotel
Inmerso en esa sinrazón, acaricié los pliegues de su sexo antes de apoderarme del ya erecto botón que se escondía entre ellos. Al hacerlo mi prima no pudo evitar que un sollozo brotara de su garganta.
-Sigue, por favor- susurró entregada.
Sin saber a ciencia cierta, cuál era de los dos quien había empezado, usé mis dedos para torturar su clítoris hasta que cerrando los ojos se corrió en silencio, dejando un pequeño charco como muestra de su orgasmo sobre la tumbona.
Ni siquiera había asimilado lo que acababa de hacer cuando sonriendo la muchacha me soltó:
-Gracias. Nunca olvidaré el placer me has regalado, sabiendo que lo necesitaba. Sé que no querías pero aun así, ¡lo has hecho!
Sus palabras me dejaron helado. No solo no estaba enfadada por mi abusiva forma de actuar, sino que en su mente seguía viéndome como ese superhéroe que olvidando sus intereses se desvivía por hacerla feliz. De todo corazón os confieso que estuve a punto de sacarla de su error y explicarle que habían sido mis propias hormonas las que me habían espoleado a perpetrar tal felonía pero su cara de felicidad y el modo tan tierno con el que me miraba me lo impidieron.
«Definitivamente, ¡soy un cerdo!», pensé avergonzado y con el peso de la culpa sobre mis hombros me fui al agua para calmarme…
Un puñetero mono la lía.
El océano pacífico no hizo gala de su nombre y lejos de apaciguar los remordimientos que sentía al haber masturbado a mi prima los incrementó. Todas las neuronas de mi cerebro estaban de acuerdo:
¡Era un malnacido que se había aprovechado de una criatura indefensa!
El que ella no lo viera así, era lo mismo. De haber sido conocido mi delito por una parte independiente, su sentencia hubiese sido inculpatoria porque como la parte equilibrada de los dos debería de haber aportado la cordura y nunca haber cedido a la influencia de mis hormonas.
Llevaba reconcomiéndome media hora en el agua cuando un chillido de terror me obligó a mirar hacia donde Irene permanecía tomando el sol. Al hacerlo comprendí que estaba en dificultades y retornando hacia las tumbonas, corrí en su ayuda. Acababa de llegar a su lado cuando el agresor viendo mi llegada, salió corriendo y se subió a una palmera mientras mi prima intentaba taparse los pechos con sus manos:
-Se ha llevado mi bikini- protestó airadamente al escuchar mi carcajada.
Incapaz de contener la risa, le cedí mi camisa para que se tapara mientras interiormente agradecía al mono que hubiese salido de la foresta para hurtar esa prenda.
-Tranquila ya se ha ido- contesté todavía descojonado al percibir que se estaba poniendo nerviosa al ser el objeto de las miradas de todos los presentes a esa hora en la playa y adoptando una pose seria, le pregunté qué era lo que había pasado.
Muerta de vergüenza, me explicó que aprovechando mi ausencia se había desabrochado el bikini para que no le quedaran marcas y que el desgraciado animal debió de pensar que era comestible y se lo había robado, tras lo cual se abrazó a mí diciendo:
-Menos mal que has llegado. De no ser por ti, no sé que hubiese ocurrido.
La presión que sus sueltos senos ejercieron sobre mi pecho me gustó pero no así sus palabras porque nuevamente me estaba otorgando un papel de salvador que no me correspondía en absoluto. Cansado de tanta hipocresía decidí dejar de fingir y desenmascararme, por eso la cogí de la mano y me la llevé al chiringuito de la playa a hablar.
Tras pedir unas cervezas al camarero, le pedí que nos sentáramos y ya con ella frente a mí le dije:
-No soy tu caballero andante, ni siquiera soy un caballero. El beso que te di y la paja que te hice no fueron acciones nobles sino producto de lo cachondo que me pones. No creas que lleve a cabo esas acciones para complacerte, las hice porque lo que realmente me apetece es echarte un polvo.
Su rostro no expresó sorpresa alguna ante mi confesión y para colmo Irene esperó que terminara de hablar para decirme:
-Ya lo sabía..- y cuando ya respiraba más tranquilo, esa adorable criatura prosiguió diciendo: -Eso no es lo importante, sino que creyendo que lo correcto era no acostarte conmigo, retuviste tus instintos y evitaste hacerlo.
La muy ingenua había dado la vuelta a mis argumentos y con ello se había afianzado en ella la idea que yo era un ancla al que podía asir su barca sin miedo a que ninguna tempestad la echara a pique.
-Te equivocas- respondí y buscando una forma que realmente viera al cerdo que había en mí, le dije: -¿Qué puedo hacer para convencerte que no soy un santo?
Entornando los ojos y bajando coquetamente su mirada, contestó:
-Hazme tuya.
-¡Vete a la mierda! ¡Hablo en serio!
Fue entonces cuando mirando fijamente a mis ojos, me soltó:
-Mi marido me considera una fulana. Si quieres convencerme, ¡trátame como a una puta!
Os juro que por un momento, pasó por mi mente la idea de hacerle caso y ni siquiera esperar al hotel para follármela pero en vez de agarrarla de los pelos y ponerla a cuatro patas, di un sorbo a la cerveza y con toda la tranquilidad del mundo, contesté:
-Eso es lo que te gustaría.
Soltando una carcajada, mi prima se subió a mis rodillas y sin darme tiempo a reaccionar comenzó a besarme, diciendo:
-¿Tanto se me nota? Desde niña he estado enamorada de ti y tras la última paliza, decidí que no podía esperar más y pedí a tu hermana que te convenciera que me acogieras a tu lado.
-¿De qué hablas?- pregunté indignado al no gustarme el cariz que estaba tomando el asunto.
Todavía riendo, pasó su lengua por mi oído antes de responder:
-Soy una mujer bella, tú sigues soltero… era solo cuestión de tiempo que te metieras en mi cama- la erección que en ese momento tenía entre mis piernas confirmaron la veracidad de sus palabras.
¡Irene me traía loco y para colmo lo sabía!
Increíblemente la certeza de haber sido manipulado me tranquilizó y con una serenidad que hasta mí me dejó impresionado, acariciando la rubia melena de esa arpía, contesté:
-Te propongo un trato, a todos los efectos te haré mi mujer. Vivirás conmigo, compartirás mi lecho y cuidaré de ti pero…. – hice un inciso al observar en su rostro una total satisfacción- …pero –repetí- como me has pedido: cuando no haya nadie que nos conozca y de puertas adentro de nuestra casa, ¡te tratare como si fueras una puta a mi servicio!
Si creía que semejante burrada iba a hacerla recapacitar, me equivoqué y con la felicidad reflejada en su rostro, mi prima, esa flacucha de mi infancia respondió:
-Acepto.
Lo que no debía esperarse fue que en ese instante y ejerciendo el poder que ella voluntariamente me había otorgado, le preguntara:
-¿Conoces a alguien en esta playa?
Todavía con una sonrisa en su boca, contestó:
-¡Sabes que no!
Sin darle tiempo a hacerse la idea, pegando un suave pellizco a uno de sus pezones, susurré:
-Me apetece que mi nueva putilla me haga una mamada.
Por enésima vez, esa rubia me sorprendió porque con una celeridad que me dejó pasmado, se arrodilló a mis pies y con una picardía que hasta entonces desconocía que tuviera me contestó:
-Ya te estabas tardando, estoy tan caliente con ser tuya que lo hubiese hecho aunque no llegaras a pedírmelo.
Tras lo cual y obviando que el camarero podía verla, me bajó el traje de baño y sacando de su interior mi miembro, comenzó a besarlo mientras le decía:
-Cariño, no sabes las ganas que tenía de conocerte. Te juro que si nuestro dueño me deja, te haré muy feliz.
Y demostrando que era verdad su aceptación del pacto, abrió su boca y lentamente se lo fue introduciendo mientras con sus manos me pajeaba. La parsimonia con la que devoró mi verga y la pericia que demostró al hacerlo me hicieron intuir lo mucho que iba a disfrutar con esa zorra pero sobre todo el que se refiriera a mí como su dueño fue lo que verdaderamente me calentó y queriendo ver los límites de su entrega, le ordené .
-Usa solo la boca.
No me respondió con más palabrería sino que sacando su lengua, se puso a embadurnar sensualmente toda mi extensión con su saliva. Ya bien empapado, forzó su garganta al introducírsela pene por completo en su interior y sin que yo le tuviera que decir nada se la sacó lentamente para acto seguido volvérsela a meter, repitiendo la operación tantas veces y con tal eficacia que consiguió hacerme sentir que la estaba penetrando en vez de estar recibiendo una mamada.
-¡Eres buena! ¡Mamona mía!- exclamé más que encantado con mi nueva adquisición.
-Gracias- someramente respondió antes de volvérselo a incrustar hasta el fondo.
Había aceptado ceder a sus caprichos por su belleza y aunque le suponía una cierta fogosidad, que fuera tan experta mamando fue una novedad pero sobre todo que supiera cerrar su garganta para que pareciera que era un coño. Totalmente concentrada en su labor, su cara era todo lujuria. Con los ojos cerrados, parecía estar concentrada en disfrutar de la sensación de ser usada oralmente.
-¿Te gusta que mamármela?- pregunté.
-Sí- reconoció con satisfacción.
Su respuesta me hizo recapacitar sobre su verdadera personalidad. Aunque seguía siendo la víctima de un maltratador reconocí en ella una extraña vena sumisa que quizás siempre había estado presente en su vida y que por ella había buscado cobijo en alguien tan dominante y malvado como su ex. Sabiendo que mi dominio nunca iba a ser tan ruin como el de él, acariciándole la cabeza, dejé que incrementara el ritmo mientras permitía que usara una de mis piernas para masturbarse.
Irene, viendo que no ponía ningún pero a que lo hiciera, se dedicó a frotar su coño contra mi peroné mientras en ningún momento dejaba de mamármela. No sé si fue la excitación que llevaba acumulando durante su estancia en Costa Rica o el placer que sentía al saberse mía pero lo cierto fue que sin poderlo evitar esa rubia se corrió antes que yo lo hiciera.
Sentir su flujo recorriendo mi pie fue la gota que faltaba para derramar mi vaso y explotando dentro de su boca, me uní a ella en su placer. Mi prima, al notar el semen chocando contra su paladar, profundizó su mamada mientras estimulaba mis ya no necesitados testículos con las manos para prolongar mi orgasmo. Para mi gozo, no cejó en sus maniobras hasta que consiguió ordeñar hasta la última gota de mis huevos y entonces y solo entonces, sacando mi maltrecho pene de su boca, se permitió preguntar:
-¿Está contento mi dueño con su puta?
Soltando una carcajada, la levanté del suelo y regalándole un beso, jugueteé con mi lengua en la suya antes de contestar:
-Mucho- y dejándole claras mis intenciones, le ordené: -Recoge nuestras cosas, ¡Volvemos al hotel!…
Con una alegría desbordante fue por la cesta y ya de nuevo a mi lado, me abrazó para que fuéramos del brazo. Confieso que seguía en una nube y por ello no me percaté hasta llegar a mi habitación que esa rubia quería pedirme algo.
-¿Qué te pasa?- pregunté.
Con una ternura que abolió cualquier intento de contraataque, contestó:
-Creo que te he demostrado que puedo ser tu puta pero… ¿te importaría por hoy hacerme el amor? ¡Lo necesito!
Cogí al vuelo el verdadero significado de su pregunta, después de las experiencias pasadas, le urgía ser amada y no solo usada. Sabiendo que lo que realmente precisaba era una especie de catarsis donde ella tuviese la voz cantante, respondí:
-Te propongo algo mejor, te prometí que serías mi mujer pero no lo hice adecuadamente…- tras lo cual abrí el servibar de la habitación y saqué una botella de champagne.
Mientras mi prima se mantenía expectante, le quité el alambre que sujetaba el corcho y toscamente fabriqué un anillo.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó aterrorizada.
Hincando mi rodilla frente a ella, contesté:
-Sé que tendremos que esperar a tu divorcio y soportar la incomprensión de los nuestros pero ¿quieres ser mi esposa?
-¡Sí quiero!- saltando sobre mí respondió y sin darme siquiera una tregua comenzó a quitarme la ropa llorando de felicidad. Poniéndose a horcajadas sobre mí, me empezó a acariciar con premura. Sus manos resbalaban por mi cuerpo como temiendo que fuera un sueño y que al despertar hubiera desaparecido.
-Tranquila, cariño. Tenemos toda una vida.
Mis palabras consiguieron su propósito y su urgencia se fue transformando poco a poco en una danza de apareamiento. Era el día de su boda y ella quería tomar posesión de su hombre. Sus pechos, su vientre, sus piernas fueron las herramientas que usó para contagiarme su pasión como paso previo a hacerme suyo. Pude sentir cómo sus senos se restregaban contra mí, y cómo su cuerpo por entero se pegaba al mío mientras sus pantorrillas evitaban que me moviera.
En ese momento, creí que era una forma de decirme que necesitaba que yo la tocara pero cuando con mi mano rocé sus muslos, ella me la retiró diciendo:
-Déjame a mí hacerlo- tras lo cual, separó mis brazos obligando a que adoptara la postura de un Cristo crucificado al cual en vez de muerte, le esperaba placer. No tuvo que decirme lo que buscaba. Además de hacerme el amor, después de las humillaciones y degradaciones que había soportado en su matrimonio, necesitaba tal y como había supuesto ser ella quien hiciera y deshiciera a su antojo, ser la que dosificara el deseo y de esa forma que nuestra unión la liberara de sus demonios.
Quedándome quieto, me dejé amar. La boca de Irene se apoderó de mis labios y haciéndolos suyos, los mordisqueó y su lengua jugó con la mía mientras sus manos se entretejían con mis cabellos. Sabiendo que no era mi turno, me agarré a los barrotes de la cama dispuesto a disfrutar por completo de ella. Abandonó mi boca deslizándose sobre mi cuerpo. Sus besos recorrieron mi cuello, mis hombros, concentrándose en mi pecho. Mis pezones recibieron sus caricias como ofrenda mientras ella se reía al sentir la presión de mi pene sobre su estómago.
-Mi maridín está bruto- murmuró dichosa.
No contenta con esa victoria siguió bajando por mi ombligo hacia su meta final. Ésta la recibió ya necesitada de sus labios. No tardé en sentir que una cálida humedad la envolvía. No pude dejar de mirarla cuando la rozó con la punta de su lengua. Hipnotizado, observé cómo su boca se abría haciendo desaparecer dentro de ella toda mi extensión. Sus movimientos lentos se fueron acelerando poco a poco con mi respiración entrecortada delatando mi deseo.
La sonrisa de su rostro y el brillo de sus ojos era la muestra que para entonces era una leona que había excitado a su macho. Con su espíritu depredador ya a flor de piel, necesitaba sentir mi total entrega y acercando su cara a la mía, me susurró:
―¡Dime qué me deseas! ¡Que me necesitas! ¡Qué eres mío!
―Soy totalmente tuyo, ¡tómame!― imploré fuera de mí.
No era una frase obligada por las circunstancias. Mi prima me había conquistado, subyugado. Era mi reina y yo su leal súbdito, y ahora lo sabía. Tomando posesión de su reino, separó sus piernas y cogiendo mi pene, se lo introdujo lentamente dentro de su cueva mientras yo sentía el roce de cada pliegue de sus labios como una dulce tortura.
-Follame ya- chillé pero Irene no cambió su ritmo hasta que se sintió completa al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina. Entonces y solo entonces, me ofreció sus pechos como recompensa, diciendo:
-Chúpamelos.
Como si fuera su esclavo obedeciendo, mi lengua recorrió el borde de sus aureolas antes de apresar entre mis dientes el botón de sus pezones. Fue la señal que esperaron sus caderas para empezar a moverse mientras en plan goloso querían disfrutar del prisionero que encerrado entre sus piernas suspiraba por su libertad.
Subiendo y bajando su cuerpo sobre mi verga se dedicó a empalarse mientras se iba contagiando de mi excitación haciendo cada vez más profundas las embestidas. El sudor que recubría su piel me avisó del placer que en momentos iba a asolar su cuerpo y desobedeciendo sus órdenes, llevé mis manos en un intento de acelerar sus movimientos mientras ella me montaba ya totalmente desbocada.
-¡Me encanta!- la oí gritar.
Yo mismo estaba a punto de correrme pero esa era su noche y no debía fallarle, por eso me concentré en evitarlo. Como el hombre con el que pasaría el resto de su vida, quise que saborear y disfrutara en esos instantes del placer y el amor que tanto tiempo había tenido vedados y prohibidos por la locura irracional de su ex marido. Los dedos de mi prima se aferraron a mí cuando sin poder aguantar más explotó entre mis piernas y un río de lava ardiente envolvió mi sexo.
-¡Me corro!- aulló presa de felicidad mientras sentía que yo descargaba mi simiente en su interior haciendo que nuestros flujos se mezclaran mientras nuestros cuerpos se fundían en uno solo.
Convulsionando sobre mí, disfrutó de un largo y placentero orgasmo que le hizo olvidar tanto sufrimiento mientras buscaba que mi semen llenara su fértil vientre porque aunque sabía que me amaba hasta ese momento no se había percatado de cuanto me necesitaba. Relajada y sin moverse se abrazó a mi pecho pensando en que más que hacerla el amor, la había desvirgado porque jamás en su vida pensó que se podía disfrutar tanto sin saber que a mí me ocurría lo mismo y que todas mis pasadas amantes solo eran un preludio a ella.
Durante largo rato, se dejó mimar manteniendo la misma posición hasta que levantando la mirada y con una sonrisa de oreja a oreja, me confesó:
-Por primera vez me he sentido amada y por eso quiero darte una sorpresa. Mi culito nunca ha sido usado y quiero que sepas que disfrutaré como una perra cuando cumplas tu promesa y me trates como una puta.
Soltando una carcajada, al escuchar de sus labios tamaña sugerencia, contesté:
-Cariño, tú siempre serás MI PRIMA, MI AMANTE Y MI PUTA PERO ANTE TODO MI MUJER.

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Relato erótico: “Jane III” (POR ALEX BLAME)

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prostituto por errorJANE III

Sin títuloRukungiri era un villorrio de apenas quince casas  rodeadas de un cerco de espinos para proteger a los habitantes y sus animales de los depredadores. Las casas eran de barro y estiércol mezclados con paja y estaban dispuestas sin orden ni concierto en un pequeño claro  entre la maraña de arbustos espinosos que cubría el valle.

Habían tardado casi una jornada en llegar y estaban mugrientos y cansados pero no disponían de tiempo, así que se dirigieron a la choza del jefe de la aldea y con la ayuda de uno de los guías contrataron a un par de rastreadores que decían saber dónde encontrar gorilas.

Desde el primer momento Jane desconfió de aquellos dos tipos. Las miradas que le lanzaban eran torvas y parecían esconder algo pero cuando dijo a su padre que aquellos dos tramaban algo, él la ignoro cegado por su ambición por conseguir su ansiado trofeo.

Los nuevos guías les condujeron a través de estrechos valles a una pequeña llanura al borde del bosque tropical donde establecieron el campamento. Esa noche Jane estaba tan rendida que ni siquiera tuvo fuerzas para acercarse a la tienda de Patrick.

Cuando despertaron  al amanecer cogieron sus armas y una mochila cada uno y se internaron en la selva tras los pisteros dejando al resto de porteadores y la mayor parte de la impedimenta en el campamento.

En cuanto entraron en el bosque se dieron cuenta de la dificultad de su tarea. Los arboles no eran muy altos pero eran muy frondosos y apenas dejaban pasar la luz, sus raíces muy superficiales junto con las enredaderas que lo  cubrían todo les hacían tropezar ralentizando su avance. Además el terreno era abrupto y había que tener cuidado donde ponías los pies porque la mezcla de barro y hojas muertas lo hacía sumamente resbaladizo. Los claros eran frecuentes y solían estar cubiertos de una espesa vegetación que en ocasiones era más alta que ellos y estaban cubiertos de una densa niebla.

Jane sudaba y jadeaba subiendo por las empinadas laderas pero seguía alerta preocupada por aquellos  tipos. Sus miradas esquivas y sus sonrisas serviles no la engañaban, se traían algo entre manos.

Pasado el mediodía se derrumbaron en un claro exhaustos. Comieron rápidamente y en silencio. A pesar de las promesas de los guías no habían visto un solo animal y Jane tenía la sensación de que no hacían nada más que dar vueltas en círculo y cada vez estaba más paranoica.

Después de una hora de descanso continuaron su trayecto por un angosto camino que se abría paso a duras penas en la maleza. Poco a poco el paisaje se volvió más abrupto hasta que llegaron a un caudaloso torrente que había escavado una profunda fisura en el terreno. El único puente disponible era el delgado tronco de un árbol derribado por alguna tormenta. El tronco era tan fino que apenas cabía el ancho de una bota dentro. Pero el guía con el extremo de una cuerda lo atravesó con la facilidad de un mono y ató la cuerda a un árbol cercano para que pudieran tener un apoyo extra. Primero pasaron los dos guías y luego los hombres le dejaron pasar a Jane primero. El tronco estaba resbaladizo y ver la corriente bajo ella turbia y tumultuosa diez metros bajo ella le puso nerviosa pero agarrándose firmemente a la cuerda siguió avanzando y con un suspiro puso el pie en la otra orilla.

En ese momento, con una sonrisa de satisfacción propia de un chacal, uno de los guías le agarró por la espalda inmovilizándola mientras el otro cortaba la cuerda y le daba una patada al tronco dejando a Patrick y a su padre aislados en la otra orilla. Pero eso no fue lo peor, por detrás de ellos desde la espesura se oyó un fragor y con unos gritos escalofriantes aparecieron una decena de guerreros portando lanzas. Afortunadamente Henry y su padre eran veteranos curtidos y no se dejaron llevar por el pánico. Junto con Patrick hicieron una descarga cerrada con sus fusiles y derribaron a tres atacantes. Cuando terminó de disparar su arma Henry tiro su rifle al suelo y con un revolver que llevaba a la cadera los mantuvo a raya y derribó  a otro mientras sus compañeros recargaban. Antes de un minuto había tres  negros más en el suelo sangrando. Por su parte Henry que era el que más se había expuesto tenía una lanza clavada en el muslo aunque no por eso dejaba de disparar a aquellos condenados.

El hombre que la sujetaba aflojo un poco su presa concentrado en el drama que se producía al otro lado del torrente y eso fue lo que estaba esperando Jane. Con un taconazo de sus botas sobre el pie desnudo de su captor logro zafarse y cogiéndolo del brazo y haciendo palanca con su cadera lo derribó en el suelo dando un último tirón en el hombro para intentar dislocárselo. No se quedó a comprobarlo y salió corriendo en dirección a la espesura antes de que el otro hombre pudiese reaccionar.

Salió corriendo como una bala, medio agachada para evitar las enredaderas y hacerse menos visible para los dos hombres que habían salido tras ella. Mientras avanzaba podía oír como parloteaban en su lengua ininteligible, cada vez más cerca. Tras diez minutos de persecución estaba empezando a cansarse. Consciente de que no podía seguir corriendo y caer desmayada en brazos de sus captores decidió esconderse tras un árbol y hacer frente a sus perseguidores.

Se apoyó de espaldas contra la dura corteza y relajo su respiración tal como Lun Pao le había enseñado. Cuando apareció el primero corriendo como un loco Jane se limitó a salir del abrigo del tronco en el momento preciso y arrearle con todas sus fuerzas en el cuello con el canto de la mano. El hombre cayó al suelo boqueando como un pescado fuera del agua agarrándose el cuello maltrecho, Jane no se lo pensó y le arreó una patada con su bota en la sien dejándolo inconsciente.

En ese momento apareció el segundo hombre cojeando ostensiblemente, con el brazo derecho colgando inerte y con un enorme machete en la mano izquierda. Jane vio enseguida que la mano izquierda no era su mano dominante y pensó que tenía una oportunidad. Se puso en guardia y esperó…

En ese momento un terrible aullido conmocionó la selva, parecía el grito de un animal iracundo pero en el fondo a Jane le pareció que tenía algo de  humano, quizás fuera  la forma de cerrarse la “o” al final del aullido. El grito volvió a repetirse reverberando por todo el dosel de la selva incapacitándola para averiguar el lugar de origen. Su atacante se quedó petrificado y el machete comenzó a temblar en su mano, aterrado soltó el arma y desapareció en la espesura gritando ¡Shetani…mzungu! A pleno pulmón. Ella salió corriendo en dirección contraria. Tras unos segundos se lo pensó mejor y volvió sobre sus pasos intentando volver al arroyo para  reunirse con Patrick y con su padre, pero ya era demasiado tarde, estaba total e irremediablemente perdida en la selva.

Estaba realmente confundido. Siempre había creído que era único. Desde la primera vez que se vio en el estanque de la luna y reconoció la imagen que se reflejaba en él cono suya, empezó a sospechar que Idrís no era su verdadera madre. Más tarde cuando comenzó a hablar y vio por primera vez a los monos del suelo fue consciente de cuál era su verdadera naturaleza. Pero hasta que no vio a esa mujer menuda, con el pelo del color del fuego no se dio cuenta de que había más monos calvos de piel pálida. Una súbita oleada de curiosidad le invadió mientras seguía observando a la joven mona blanca, quizás ella pudiese explicarle de dónde venía. La siguió desplazándose entre los árboles y pudo sentir su dolor y su desconcierto, pero no por eso dejo de intentar salir de la selva aunque sin éxito. La vio vagabundear sin rumbo fijo durante horas hasta caer agotada en un claro y quedarse inmediatamente dormida. Poco a poco se deslizo por una liana y bajo al suelo. El claro era pequeño pero el inconfundible aroma de Blesa la pantera negra le indicaba que era uno de los lugares favoritos de paso. No podía dejar a la mona allí o acabaría siendo la merienda de alguien. A pesar del volumen de su ropa le resulto sorprendentemente ligera. Estaba tan exhausta que apenas soltó un ligero suspiro cuando él se la hecho al hombro y trepó por el árbol más cercano. Se desplazó rápidamente y en silencio por la bóveda del bosque. Sus pasos eran firmes y silenciosos y cuando llegó a un lugar apropiado la depositó en  una horquilla mientras arrancaba unos brotes tiernos y un montón de hojas para hacerle una cama mullida. Por último la depositó en ella y le ató una liana en el tobillo para evitar que se estrellara contra el suelo veinte metros más abajo. La mona seguía durmiendo. Se acercó y la olisqueó. Olía a sudor y a miedo pero también a algo más un aroma fresco y atrayente la rodeaba atrayéndole como un imán. Acaricio su piel suave y observó sus manos finas con unas uñas largas y frágiles. La mona se revolvió inquieta en sueños y murmuro algo que él no entendió. La indecisión lo paralizo unos minutos pero finalmente decidió ir a buscar a Idris, ella le ayudaría con la mona. Se cercioró una vez más de que todo estuviese en orden y salió en busca de su madre.

La escaramuza duró apenas unos minutos pero el resultado para los atacantes fue devastador. Siete de los atacantes estaban muertos o  gravemente heridos.  Patrick salió en  persecución del resto, dejando a su futuro suegro cuidando la herida de Henry, para intentar conseguir información pero los perdió de vista en pocos minutos y volvió sobre sus pasos. De vuelta al lado del torrente intento despabilar a alguno de los heridos pero dos se murieron en sus brazos y el tercero no entendía nada de lo que trataba de preguntarle. Frustrado y rabioso los remató y se acercó a Henry:

-¿Cómo te encuentras? –Preguntó Patrick preocupado por la mancha de sangre que empapaba el pantalón del viejo.

-Bien hijo, creo que la lanza  no ha tocado ningún vaso importante, Avery me la ha sacado sin hacer más destrozo, como en los viejos tiempos. Un par de semanas en cama y como nuevo.

-¿Qué te parece si te dejamos aquí un rato mientras vamos en busca de Jane? ¿Estarás bien?

-Sí, adelante no os preocupéis por mí, el torniquete ha cortado la hemorragia y aún puedo aguantar un buen rato, pero volved al anochecer u os perderéis y de nada le serviréis a Jane si no podéis encontrar el camino de vuelta en este laberinto.

Le dejaron a Henry las mochilas y casi todo el agua que llevaban encima y se fueron torrente arriba para buscar un sitio por donde atravesarlo. Les costó casi una hora pero finalmente consiguieron vadearlo. La corriente era rápida y el agua estaba sorprendentemente bastante fresca lo que supuso un momentáneo alivio para sus cansados músculos. Una vez alcanzaron la otra orilla siguieron el riachuelo corriente abajo hasta volver a encontrar a Henry. Se despidieron de nuevo y se internaron en la selva siguiendo el rastro de Jane. Afortunadamente el rastro era claro y no tardaron en encontrar a uno de los captores inconsciente. Tenía un feo hematoma en el cuello y un huevo de considerables dimensiones en la sien izquierda. Patrick intentó despertarlo pero a pesar del fuerte zarandeo el hombre permaneció en el mismo estado. Lo ataron a un tronco por si despertaba y siguieron adelante. Doscientos metros más adelante el rastro se bifurcaba e incapaces de decidirse se dividieron. Avery cogió el ramal de la derecha que le pareció más prometedor y Patrick se internó en la jungla por la izquierda quedando en ese lugar en dos horas y pegando un tiro al aire cada diez minutos si encontraban a Jane.

Patrick encontró al segundo porteador tirado a la sombra de un árbol con un hombro dislocado y un pie machacado. Al ver al hombre blanco apuntándole con el cañón del fusil intentó huir pero solo logró dar unos pocos pasos antes de caer al suelo. Estaba febril y muerto de miedo.

-La mujer, ¿Dónde está? ¿Dónde la habéis llevado?

-Yo capturar para vender a caravana de sal, ella me golpeó y escapar, yo no saber dónde está.

-¿Estás completamente seguro? –preguntó Patrick metiéndole el cañón del fusil en la boca y amartillando el arma. –Si no me lo dices ahora mismo te mato a ti y a todo el pueblo.

-Yo no saber Shetani – muzungu, él se la llevó.

-¿Quién coños es ese? ¿Es el jefe del pueblo?

-Yo, shetani, él saberlo todo…

-¿Quién es shetani? ¿Dónde puedo encontrarlo? –volvió a preguntarle exasperado.

-Yo, él, solo saberlo él…

-¿Cuántos eráis?

-Yo, él, Mzungu , Shetani…

-A la mierda –dijo Patrick apretando el gatillo y escupiendo el cadáver –y luego arreglaré cuentas con el resto de tu aldea negro miserable.

Patrick siguió adelante unos cientos de metros pero pronto se convenció de que el rastro desaparecía a la altura del pistero, así que volvió sobre sus pasos y luego fue tras Avery. Lo encontró dos horas más tarde  en un pequeño claro del bosque totalmente desconcertado.

-Patrick ¿La has encontrado? –preguntó Avery con un deje de esperanza en la voz.

-No, encontré a otro de los secuestradores pero no me dijo más que incoherencias y a su lado se perdía el rastro con lo que este debe ser el bueno.

-Yo también lo creo y creo que estaba sola, un poco más atrás el rastro se confunde en varios puntos, como si hubiese dudado la dirección que debía tomar pero luego coge esta dirección y llega hasta aquí. Creo que se sentó aquí a descansar pero luego es como si se hubiese esfumado.

-No hay manchas de sangre –puntualizó Patrick –aún está viva. Inspeccionemos detenidamente los alrededores en algún sitio tiene que volver a aparecer el rastro.  

Inspeccionaron el lugar durante horas desesperados sin  encontrar ninguna pista del paradero de Jane.

-Vámonos Patrick, debemos volver al campamento antes de que anochezca y con Henry a cuestas tenemos el tiempo justo.

-¿Y abandonamos a Jane?

-Yo tengo tantas ganas de encontrarla como tu pero de nada le serviremos si nos perdemos nosotros también. Debemos volver a la aldea y conseguir dos nuevos guías y luego empezar un registro sistemático antes de que lleguen las lluvias.

No del todo convencido Patrick siguió a Avery y juntos deshicieron el camino. Cuando llegaron junto al hombre inconsciente que habían atado con intención de intentar interrogarlo de nuevo descubrieron que algún depredador se les había adelantado y estaba parcialmente devorado, un escalofrío les recorrió a ambos al pensar en Jane sola en aquella terrible semipenumbra. Cuando llegaron hasta el torrente vieron que Henry estaba con un ojo abierto y el otro cerrado. A pesar de estar herido no estuvo parado y ayudándose de un machete había cortado un troco no muy grueso pero de aspecto resistente y lo había acercado a la orilla.  Cuando los vio se levantó ansioso y su decepción se hizo patente al no ver a la joven con ellos. Con un gesto de resignación hurgó en la mochila saco una cuerda y ató al extremo una piedra. Al tercer intento logro atravesar el rio y atando el otro extremo a la rama lograron improvisar una pasarela. Avrery le contó lo sucedido y Henry se mostró de acuerdo con sus planes. Dejando la mayor parte de su equipo escondido partieron los más rápido que la pierna de Henry les permitía y llegaron al campamento justo cuando el sol estaba a punto de ponerse. Dejaron a Henry al cuidado de los porteadores y continuaron en dirección a la aldea de los traidores con ánimo sombrío.

Cuando llegaron era casi medianoche. Se abrieron paso a machetazos en el cerco de espinos y penetraron en la aldea como un vendaval. Cada uno armado con dos revólveres recogidos en el campamento sacaron a todos los habitantes de las chozas a rastras medio dormidos y aterrados y mataron como a un perro al único que se atrevió a oponer resistencia. Curiosamente aparecieron dos hombres que hablaban su idioma así que expusieron sus peticiones con total claridad. Se llevarían a dos hombres que conociesen el bosque atados y desarmados. Si encontraban a Jane  les permitirían conservar la vida, si no matarían a todo hombre mujer y niño de la aldea y los dejarían allí tirados para que fuesen pasto de las fieras. El viejo jefe inmediatamente comprendió su delicada situación y le dijo algo a un niño que inmediatamente desapareció en la espesura. Aguardaron tensos y con las armas dispuestas hasta que veinte minutos después el niño volvió acompañado de los tres guerreros supervivientes del ataque. Patrick levantó automáticamente el arma y le pegó un tiro en la frente a uno de ellos.

-Sólo necesitamos dos.

Los otros dos  se pusieron de rodillas implorando clemencia. Avery , sin decir palabra, les ató las manos por delante dejando un trozo de cuerda de unos dos metros y dándole una de las cuerdas a Patrick abandonaron la aldea con los nativos abriendo camino en la oscuridad. sex-shop 6

 

Relato erótico: “EL LEGADO (17): Otra vez Pepito Grillo” (POR JANIS)

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prostituto por errorOtra vez Pepito Grillo.

 

 

Sin títuloNota de la autora: se agradecen todos los comentarios recibidos de los lectores, si alguien quiere comentar algo, opinar, simplemante charlar sobre El Legado, aquí les dejo mi dirección  janis.estigma@hotmail.es

 

Hoy se cumplen cuarenta días que mi nueva vida como esclavo de Katrina. Me he acostumbrado algo a su rutina, controlando cada vez mejor mis impulsos. Sin embargo, mis pequeños juegos de desahogo han aumentado en rudeza, y, lo que es peor, los utilizo con cualquiera que esté a mi alcance. Maby y Pam los han sufrido en carnes propias, así como Sasha, en un par de ocasiones. Pero no solamente ellas se han visto arrastradas por esa rabia que debo expulsar. Estampé contra la pared a un vecino que me había quitado la plaza de garaje. Destrocé a patadas la moto de un niñato que piropeó de mala manera a Elke, al salir del cine, y casi maté a ostias a uno de los hombres de Víctor, por una tontería.

Estoy muy irascible, en ocasiones. Rasputín no se conforma apenas con ese daño menudo y controlado. Quiere sangre y vísceras. ¡Quiere a la perra de Katrina, por encima de todo! Creo que no le importaría morir de nuevo, con tal de tenerla, una sola vez, entre sus manos. Pero mi voluntad es cada vez más fuerte, sujetando con mano férrea sus primarias tentaciones.

He tenido una larga charla con las chicas. Son las que mejor me conocen, las que pueden darse cuenta si mi personalidad cambia demasiado, cayendo en manos del Viejo. Yo no dispongo de perspectiva para ello, me pierdo en mis propias elucubraciones, pero ellas si pueden alertarme. Las utilizo como mecanismo de control, como alarmas que me pueden alertar de que estoy cruzando una línea intolerable.

Con todo, creo que estoy mejorando, acostumbrándome a la rutina de Katrina, la cual, todo hay que decirlo, no deja de usarme y humillarme. Eso le viene bien a Sasha y Niska, a las que molesta muchísimo menos. Las usa para vestirse, bañarse, para que la acaricien por las noches, antes de dormir, y para pequeños servicios domésticos. Todos sus otros caprichos, por muy sucios que sean, los reserva para mí. Sus esclavas están muy contentas, por ello, y eso se traduce en numerosos piquitos y achuchones, que me ofrecen a la mínima ocasión. Niska me tiene en un pedestal, como si fuera el héroe del pueblo, el salvador de todo su universo, oculto aún tras un velo de esclavo, que solo espera el momento adecuado. Demasiado infantil, pienso, pero, si le pidiera que matara por mí, creo que lo haría, sin dudarlo.

Con mis niñas, la cosa va mucho mejor, ahora que Elke me ha aceptado totalmente. Se sigue definiendo como la novia de Pam, sobre todo para el público, en general, pero… me llama “mitt skjold”, con reverencia, su escudo… Según Pam, no aceptaría a otro hombre en su vida, ni en su cama. Sigue desconfiando de todos ellos, pero yo me muevo en otra dimensión para ella. Es como si hubiera surgido de un cuento, de una leyenda, para ser su brillante caballero, el paladín que siempre esperó.

En una palabra, no soy un hombre para Elke, sino un icono, un estereotipo de su imaginación, en el que puede confiar siempre. Eso la tranquiliza y la fascina, al mismo tiempo. No siente que engaña a Pam conmigo. No solo soy su hermano, sino un valor moral al que ella se puede aferrar siempre.

Complicado, lo sé, pero así está la cosa, y a mí me vale.

Hemos vuelto a tener varias sesiones de cama múltiple, jejeje… Así es como lo llaman mis niñas

Por otra parte, he dejado de ver a Dena. Se ha convertido en la más sumisa de las madres. Me sigue llamando Amo cuando bajo a ver a Patricia, pero no ha mostrado la mínima actitud sexual hacia mí, ni yo se la he reclamado. Vive totalmente pendiente de los deseos de su hija. No sé si es algo muy bonito, o insólitamente depravado, pero Patricia está muy a gusto con todo esto. Aún jugamos algunas tardes, los dos, a solas. Al parecer, sigue sin gustarle que su madre me toque, ¿o puede ser al revés? De todas formas, me ha hecho prometerle que la desfloraré para su cumpleaños, este verano.

Pero lo que me preocupa, en sobremanera, es otro de mis frentes abiertos, Anenka.

Desde un principio, sé que es peligrosa y ambiciosa, y que, posiblemente, tiene sus propios planes, pero sabe utilizarme y enredarme en sus diabólicos juegos. Siempre me digo que puedo alejarme de ellos cuando quiera, pero… ya no estoy tan seguro. Bajo su apariencia de entrega, de falsa dependencia, la mente analítica de la agente del KGB, me sonsaca muchos datos de los herméticos negocios de su esposo. A veces, soy consciente de ello, pues una parte de mí es tan zorro como ella, pero, en otras, caigo en su juego con demasiada facilidad, empujado por la pasión, por el deseo, y por su maravilloso cuerpo.

Sniff… ¿Qué le voy a hacer? Nosotros, los hombres, somos así de débiles. Me pone cantidad informar a mi jefe y subir a follarme a la puta de su esposa.

Ah, otra cosa de la que tengo que hablaros… mi cuerpo. ¡Pienso que lo he conseguido! Parezco uno de esos chicos de póster. A veces, me quedo embobado mirando el espejo al vestirme, recordando como era y como soy, ahora. Cuido de mi pelo, bien cortado y aseado. Me veo guapo, con una mandíbula fuerte y una nariz agresiva (por la rotura), y, en este momento, peso ochenta y siete kilos. He modelado mi cuerpo, machacándolo a ejercicios de pesas y flexiones, disciplinándolo con artes marciales, y llevándolo al límite mil veces. Me veo muy definido, con los músculos como esculpidos por un artista. Según Maby, estoy igual de bueno que Taylor Lautner, el chico lobo de Crepúsculo, pero más alto, jeje.

Mis estudios de rinoshukan van muy bien. Mi sensei alaba mis reflejos y mi sangre fría. Según él, no ha visto muchos alumnos como yo, que siendo aún novatos, realicen las katas con tanta precisión. Le parece algo innato. En verdad, imitó cada movimiento que el viejo brasileño realiza, incluso cuando no está enseñando. Hay momentos, en que nos cuenta anécdotas, o relata una leyenda japonesa, o nos habla de su familia, allá en Brasil, yo sigo mirando sus fluidos movimientos, como controla su respiración, la mínima expresión de su rostro, todo me sirve para meterme en su piel. No trato de aprender su mecánica, ni comprender el por qué de ese giro o de ese golpe. Simplemente, le imitó y el movimiento surge, bello y perfecto, y queda fresco en mi memoria, con lo cual, me permite seguir realizando todos esos movimientos en todo momento. En la ducha, en el trabajo, corriendo por las calles, en casa… Esto me hace aprender y perfeccionar muy rápidamente, pues estoy a todas horas entrenando.

He instalado un makiwara – un poste de madera, clavado al suelo y recubierto de cáñamo, para golpear como un saco, pero mucho más duro – en la azotea del piso. Le dedico media hora todos los días, sin vendarme ni manos, ni pies. Contacto directo con la madera y el cáñamo. Los secos golpes resuenan en casa secamente, por lo que no suelo hacerlo cuando están allí las chicas. Hay días que me pasó por casa, solo para darle unos cuantos golpes y así soltar rabia y tensión.

Víctor me llama para desayunar con él, en el invernadero. Estamos a solas, bebiendo café y comiendo tostadas con mermelada, cosa fina. Me mira fijamente y deja la taza sobre la mesita de hierro forjado.

―           Es hora de que vuelvas al Años 20, Sergio – me dice. – Hemos dejado que las cosas se tranquilicen…

―           Si, señor Vantia. ¿Sigo haciendo lo mismo?

―           Si. Hay que empezar por abajo, pero te daré más control sobre las chicas. Hay rumores entre ellas.

―           ¿Qué rumores?

―           Están asustadas por algo, pero Pavel no consigue nada. Temo que alguna se vaya de la lengua.

―           Sería interesante poder hacer un par de favores, señor Vantia.

―           ¿A qué te refieres?

―           Antes de mi… accidente, una chica me pidió que ayudara a su madre y a su hermana, atrapadas en una red local. Ayudarla podría significar disponer de informadoras entre ellas, sin alertar a nadie… ni a Pavel, ni a Konor…

Me mira, sonriendo como un lobo. Asiente.

―           Si necesitas material o ayuda, llama a Basil. Te atenderá personalmente.

―           Gracias, señor Vantia – Basil es el “mayordomo” personal de Víctor, el mismo que me entregó toda mi documentación el primer día que llegué a la mansión.

―           ¿Algún problema con mi hija? – preguntó, de sopetón Víctor, acariciándose la oscura barba.

―           Los propios de cualquier chica universitaria. Nada complicado, señor – respondo rápidamente.

No voy a decirle que, últimamente, Katrina abusa de mis lamidas. Todos los días, antes de dejarla en el campus, debo alegrarle el día, comiéndole el coño. Una finura de chica. Gracias a Dios, aún no se ha interesado por más partes de mi cuerpo. No quiero ni pensar en que pasará cuando averigüe las dimensiones de mi querido miembro.

 Mi regreso al Años 20 pasa casi desapercibida. He pasado varias semanas fuera, y muchas de las chicas no me conocen, pues han llegado nuevas. Mi camarera favorita también ha desaparecido. Una lástima, la tenía anotada en Asuntos Pendientes…

Como siempre, Konor ni da señales de su presencia. Subo a saludar a Pavel, el cual si se alegra de verme, aunque deba soportar unos pocos de pellizcos en el trasero.

―           Eres un tipo duro, ¿eh?

―           Lo intento, aunque soy muy bisoño aún – me encojo de hombros.

―           ¿Bisoño? – es una palabra nueva para él.

―           Joven, novato… — le explico.

―           Ah…

Se me queda un rato mirándome. Parece rumiar algo en su interior.

―           Sergei… yo… lamento muchísimo lo que te sucedió…

―           No te preocupes, Pavel. Tú no fuiste el culpable.

―           No, pero sabía que iba a ocurrir – me dice, bajando los ojos al suelo. El viejo homosexual parece arrepentido de verdad. – Sabían que iban a por ti, pero me amenazaron con dejarme baldado si te avisaba. Intenté que te dieras cuenta… haciéndome el borde…

―           Tranquilo, Pavel – le digo, colocando mi mano sobre su brazo. – Todo ha pasado. Estoy vivo y de vuelta. Lo demás no importa…

Asiente y me aferra del antebrazo, de la misma forma que un gladiador saludaba a un compañero. Es mi turno de hacerle unas preguntas. Con discreción, le refiero si ha notado algo raro en las chicas, últimamente. 

―           No, pero están más reservadas que nunca. Apenas chismorrean y eso siempre es malo.

―           Bueno, tendré la oportunidad de darme cuenta por mí mismo. Desde ahora, somos socios, con respecto a las chicas.

―           ¿Socios?

―           Me han ascendido un peldaño más. Tengo que controlar las necesidades de las chicas y calibrar sus peticiones. Hablaré con ellas, escucharé sus quejas y sus sugerencias, y estudiaré todo ello.

―           ¿Y yo? – me pregunta, preocupado.

―           Tú seguirás como siempre. Te ocupas de hacer que las cosas funcionen y que ellas reciban lo que piden. Yo mismo te pasaré lo que haya decidido conceder o aumentar, y lo conseguirás, como siempre.

―           Me parece bien – afirma, sonriendo.

―           Ah, otra cosa. Puede que necesite una habitación en el club, en esta planta, si puede ser.

―           Mañana la tendrás dispuesta.

―           Perfecto… ¡Oye! Mariana, la bielorusa… ¿Está aún en el club?

―           Si, habitación 23 – me informa.

―           Gracias. Hasta luego, Pavel.

Mariana se queda contemplándome al abrir su puerta. Sus serenos ojos celestes recorren mi figura, como si se aseguraran que aún estoy vivo. Viste con una bata gruesa y lleva el pelo rubio suelto. Puedo comprobar que es muy largo, casi llega hasta su trasero.

―           Hola, Mariana.

―           Hola, señor – balbucea.

―           Sergio o Sergei, como gustes, pero no soy señor de nadie – le hablo en su idioma natal, cosa que ella no espera, en lo más mínimo.

―           ¿Cómo sabe…?

―           Sssshhh… es un secreto – le digo, empujándola al interior de su habitación. Cierro la puerta, al entrar. – Nadie debe saber que hablo bieloruso.

Ella asiente, llevando una mano para cerrar su bata. Se sienta en la cama y me señala la silla. Me siento, con las piernas abiertas, y acomodo mis codos sobre mis rodillas, inclinándome hacia ella y mirándola intensamente. Mariana se lame los labios, de repente secos.

―           No pude ayudarte, Mariana. He estado un tanto… impedido.

―           Lo sé, Sergei. Todas lo sabemos. Una mala caída…

―           Sí, algo así. Pero ya estoy recuperado y me gustaría saber si aún necesitas mi ayuda.

Mariana asiente fervientemente, sus ojos azules enviando señales desesperadas, sin despegarse de los míos.

―           Bien. ¿Siguen en la misma situación?

―           Si, Sergei, y en el mismo lugar.

―           Necesitaré una fotografía de ellas, así como un poco más de información…

Mariana busca con la mano bajo la cama, sacando una pequeña caja metálica, donde guarda los escasos recuerdos que sacó de su patria.

―           ¿Sabes montar a caballo? – me pregunta Anenka, acariciando el testuz de una blanca yegua.

Nos encontramos en las caballerizas de la enorme finca. Es fin de semana. Me he encontrado con la esposa del jefe al bajar de los aposentos de Katrina. La puta de mi ama aún está durmiendo tras una noche de locura en Kapital. La tuve que sacar borracha y durante todo el trayecto me pidió mil veces que le comiera el coño. ¡No me salió de los cojones poner mi lengua en ese coño borracho!

El caso es que Anenka, con una sonrisa de complicidad encantadora, me pidió que la acompañara hasta los establos.

―           Aprendí en la granja. Tuvimos un par de caballos, pero se cansaban rápidamente de mí.

―           ¿Por qué?

―           Pesaba ciento treinta kilos.

Anenka me mira, sorprendida, y se ríe, como si fuese una de mis bromas. ¿Qué importa?

―           Ensilla aquel y saldremos juntos – me señala un pinto robusto.

Aún recuerdo como se ensilla y se ciñe un caballo, creo. Es como montar en bici… Anenka se pone rápidamente en cabeza, alzando su trasero de la silla de montar, exhibiéndolo para mí. Tengo que decir que está realmente estupenda con aquellos pantalones, color crema, tan ceñidos que parece que se los ha metido con crema lubricante. Su trasero es realmente de primera.

Me hago pronto con el paso del caballo y con la silla. Ahora peso mucho menos y puedo colocarme como se debe. Es agradable. Anenka me lleva hasta un bosquecillo con una serie de peñas y rocas sueltas, entre los árboles. Escoge una de las más grandes y se oculta tras ella. La sigo, intrigado.

―           Este es uno de mis rincones secretos. Suelo venir aquí cuando cabalgo. Ato mi caballo y le dejo pastar a su gusto. Nadie puede verlo desde el camino, ni desde el aire, ni a mí tampoco – dice subiéndose a otra roca, plana y ancha.

―           ¿Te gusta esconderte?

―           No – contesta, con una sonrisa, mientras se desabrocha la chaqueta de montar. – Me gusta masturbarme…

La sonrisa se me petrifica en la cara. No esperaba la respuesta.

―           Me encanta hacerlo en la naturaleza, sentir la brisa sobre mi cuerpo caliente… pero no soporto los mirones – me reclama, al quitarse la camisa y mostrarme sus senos, libres de sujeción alguna.

No me deja desnudarme, sino que me tumba sobre la piedra. Noto la superficie dura y fría en mi espalda. Anenka termina quedándose totalmente desnuda y me desabrocha el pantalón.

―           ¿Tienes esa maravilla ya preparada?

―           Aún no… me has tomado por sorpresa…

―           ¿Qué pensabas? ¿Qué te había invitado a recoger setas? – se ríe.

―           No, pero veo que tú necesitas un gran champiñón.

―           Todos los días – me susurra al oído.

―           Podrías reclamarme, como ha hecho Katrina.

―           Lo he intentado – me dice, mirándome a los ojos. Lo dice en serio, la tía… –, pero Katrina no deja de poner impedimentos.

Claro, como no. De ella y de nadie más, ese es su lema.

―           Bueno, ahora soy tuyo – sonrío.

―           Si… todo mío – se frota contra mi miembro, que aún no ha cobrado toda su rigidez.

Atormento sus senos y sus caderas, tal como le gusta. Ella no deja de frotar su entrepierna, arriba y abajo, dejando mi polla húmeda de sus flujos. Ya está medio rígida, pero ella la desea totalmente dura.

―           Dime, Sergei… ¿Te acuestas ya con las chicas del club?

―           No – gruño.

―           Pero lo harás… seguro… son muy bellas.

―           Si, lo son. Las mujeres eslavas sois bellísimas – la adulo.

―           Parte de mis antepasados eran mongoles… cosacos… así que no soy totalmente eslava…

―           Bueno, serían de los cosacos más guapos – ironizo.

―           Si – se ríe y me coge la polla, acariciándola con ambas manos. — ¿Y tú? ¿De dónde has sacado este particular gen?

―           Oh, ese. Es de Rasputín. No sé como llegó a nuestra familia.

Mi comentario la pilla en el justo momento de empalarse en mi pene. Se queda quieta, mirándome, sin poder distinguir si lo he dicho en broma o en serio. Puede que, como buena rusa, sepa del tamaño del perdurable miembro del Monje.

Se deja caer lentamente, acomodando mi polla en su interior, con esa increíble capacidad que dispone su coño.

―           Yo vi el miembro cortado de Rasputín en el viejo museo del ministerio de Sanidad – me dice, muy bajito. – Es monstruoso, hinchado por el formol, y degradado por una mala conservación.

―           Yo la vi por Internet. Se parece a esta, ¿verdad? Tiene una disposición parecida… un glande pequeño, un tallo que se ensancha en la base…

¿Soy yo el que habla? Las palabras son mías, la voz también, pero no estoy seguro de que la intención sea la mía. El movimiento de Anenka es lento, casi forzado. No responde, pero no deja de mirarme. Los pequeños signos del placer aparecen en su rostro.

―           No me había… dado cuenta… tienes sus… ojos… — jadea.

―           ¿Los ojos de quien? – la incito a seguir.

―           Del Monje Loco…

―           ¿Crees en la reencarnación? – bromeo, mientras le aprieto los pezones.

―           Puede… una vez me llamaste… zarina… — se abandona a la sensación de calor que la embarga.

―           Si, lo sé. En verdad que mereces serlo, toda una zarina.

―           Aaaah… dímelo otra vez…

Se abraza a mí cuando me quedo sentado sobre la piedra. Ambos abrazados y pegados, como una frágil escultura de carne sobre una base de piedra. Una obra viviente expuesta en plena naturaleza. Anenka jadea roncamente. Me muerde un pezón.

―           ¿Serás… mi Rasputín? – me susurra, antes de entregarme su lengua.

―           ¿Es que deseas que… te controle?

No contesta pero devora mi boca al mismo tiempo que aumenta el ritmo de sus caderas. Cabalga hacia su inminente orgasmo.

―           No, deseo que… conspires… conmigo… tú y yooooo… aaaaahh… si… siiiii… Sergeiii… tú yo… zaressssss…

Su boca se abre más, pero ya no surge ningún sonido. Se corre en silencio, los ojos cerrados, las aletas de su nariz venteando, como una fiera. ¡Que hermosa es!

A medio recuperarse de su orgasmo, se tumba sorbe mí, aferrando mi polla con las manos y otorgándome una intenso masaje labial que acaba como ella desea, con una ducha de semen en su cara. Dos minutos más tarde, la ayudo a limpiarse con unos pañuelos, y nos vestimos.

Regresamos a los establos, ella con una trote alegre, siempre delante de mí, girándose a cada instante y sonriéndome; yo, algo meditabundo, pensando en lo que me ha querido decir ella, cuando se corría.

¿Ella y yo, zares?

No me cuesta demasiado dar con la comuna de bielorusos, en Griñón, una pequeña ciudad de la comarca sur de Madrid, a unos veintisiete kilómetros. Estaba fuera del núcleo urbano, en una extensa vega. Una treintena de cabañas prefabricadas y un par de naves industriales formaban el núcleo habitado. A su alrededor, diversos cultivos extensivos y un par de zonas de árboles frutales. Según me habían dicho, podía vivir allí algo más del centenar de personas.

Dejo el coche algo retirado, en un ancho camino de tierra asentada, y me acercó andando. Repaso de nuevo la fotografía que me ha dado Mariana. La mujer se llama Juni y la niña Lena. En la foto están abrazadas, la madre toma a Lena en brazos. Una mujer joven y fuerte, de rostro ancho y simpático, franca sonrisa. Tiene el pelo rubio como su hija y los ojos más oscuros. Mariana le ha dicho que no tiene aún cuarenta años. Su hermana Lena, de seis años, es un calco de Mariana.

Varios chiquillos están jugando bajo la atención de un anciano, que teje una canasta de mimbre. Meto la mano en el bolsillo y reparto unos pocos de chicles. Los niños alborotan, contentos. El viejo me mira con mala ostia, como preguntándose que hago yo allí. Me acerco a él y le pregunto, en su lengua.

―           ¿Dónde está la gente?

Me mira con el seño fruncido. Quizás intenta situar mi acento.

―           Trabajando en los campos – me responde.

―           Estoy buscando a una mujer, Juni, y su hija Lena – le digo, mostrándole la foto.

Niega con la cabeza, pero sé que miente. Me vuelvo hacia los niños, los cuales me observan atentamente. Saco más chicles y se acercan prestamente. Enseño la foto y dos de ellos se marchan. En menos de un minuto, traen a Lena ante mí. Acabo de repartir las golosinas de mi bolsillo.

―           Me envía Mariana, tu hermana – le digo a la niña, enseñándole la foto y dándole una piruleta que guardo para ella.

―           ¡Mariana! – sus ojos brillan, contentos.

―           ¿Dónde está tu mamá?

―           Recogiendo nabos. ¿Te gustan los nabos?

―           No – digo, riéndome.

―           A mí tampoco. Sopa de nabos… ¡Buag!

―           ¿Sabes dónde recogen los nabos?

―           Si, allí – me dice, señalando la llanura. Puedo ver tractores y gente. Siento la mirada del anciano, a mis espaldas.

―           Vamos a ver a mamá – le doy la mano.

Retrocedemos hasta el 4×4. Puede que lo necesitemos para salir rápidos. Cuando llegamos, puedo contar una docena de mujeres sacando matas del suelo, y cinco o seis hombres cargando los remolques. Le digo a Lena que salga fuera, subida al escabel del coche. Al rato, veo a una mujer llevarse una mano de visera y mirar un largo minuto hacia nosotros. Viene hacia nosotros, perfecto.

Mi presencia ya ha llamado la atención de los hombres. Se preguntan entre ellos, decidiendo qué van a hacer.

―           ¿Es aquella tu mamá? – le pregunto a Lena, llamándola de nuevo al interior.

―           Si, ya viene.

―           Bien. Espérala sentada aquí dentro, ¿vale?

―           Si, señor.

Salgo fuera. Remango los puños de mi camisa. Es probable que tenga mi prueba de fuego y me preparo para ello. Juni se acerca ya corriendo. No sabe lo que pasa y está preocupada por su hija. Los hombres también se acercan. Al menos, no traen herramientas.

Juni llega antes y se asoma a la ventanilla del coche.

―           ¿Lena? ¿Lena?

―           Toma esto – le digo, entregándole la foto. – Me envía Mariana. Entra en el coche, voy a sacaros de aquí.

Su rostro se demuda, comprendiendo por qué se acercan los hombres, pero sube rápidamente al coche. Dos de los hombres arrancan a correr hacia mí. Hay que actuar, sin dudas, sin miedo. Desconcentra a tu enemigo, no le dejes pensar. No espero a que lleguen a mí, sino que también salgo a su encuentro. El primero se lleva una patada en la rótula que no se esperaba, en lo más mínimo. Le dejo que caiga a mi lado, revolcándose de dolor, y me despreocupo de él. Espero a su compañero con los pies bien plantados. No dispongo ni de un segundo. Aguanto su encontronazo y expongo mi cadera mientras tiro de su brazo. Parece emprender un incomprensible vuelo hacia el Toyota. El sonido de su cabeza contra la chapa no es agradable.

Los otros tipos se frenan y se abren. Han visto que no soy un peso pluma. Sonrío, no solo para darme confianza, sino la acojonarles. Un tío como yo, que se enfrenta a todos ellos, con una sonrisa, no es como para cantarle villancicos. Además, saco un juguetito que llevo metido en los pantalones. En la parte de atrás, coño, que mal pensados sois… una porra con núcleo de plomo, fina y extensible… la caña de España.

Al primero que se pone al alcance le vuela casi una fila de dientes, al completo. Visto y no visto. Golpe en los dedos de la mano al siguiente, lo que me da el tiempo suficiente para darle una buena patada en el bajo vientre. El tercero se tira en plancha, aferrándose a mi cintura. Me hace retroceder hasta el coche. Fútil y vano, lo único que ha conseguido es que tenga la espalda cubierta, apoyada contra el vehículo. El codazo que se lleva en los omoplatos hace daño solo con escucharlo. El último se lo piensa mejor, y decide buscar refuerzos. No sabía yo que un bieloruso podía correr tanto…

Miro a mi alrededor. Nadie rechista, solo se escuchan quejidos de dolor. Mola esto de las artes marciales. Me subo al Toyota y le digo a Juni, que está abrazando a la pequeña para que no mire la masacre:

―           Nos vamos.

―           ¿Quién eres? ¿Nos llevas con Mariana?

―           Si. Dentro de un rato, os veréis…

Durante el viaje, consigo sacarle que sus propios compatriotas tienen a la mayoría de las mujeres de la comuna esclavizadas. Las hacen trabajar en los campos y las usan por las noches, para calentar sus camas, o bien prostituirlas. Han cambiado un amo por otro, se lamenta. Me jode no poder ayudar más, pero cuando es su propia gente quien abusa de estos desgraciados, ¿qué puedo hacer yo?

Saco a Mariana del club. No quiero que su madre vea donde trabaja. He dejado a Juni y a la niña tomando café y bollos en una cafetería. El reencuentro me arranca un par de lágrimas. ¡Joder! ¡Que soy un tío sensible! Le entrego un teléfono de prepago a la madre. Así podrán estar en contacto.

―           ¿Dónde las llevas, Sergei? – me pregunta Mariana.

―           El jefe se ocupará de ellas. No te preocupes, estarán bien. Puede que le convenza de actuar contra esos esclavistas. Ya veremos.

―           Gracias, Sergei. Estoy en deuda contigo – me dice ella, dándome un beso en la mejilla.

―           Vale, vale. Venga, despediros, que nos vamos.

Es cierto. Víctor también posee un corazoncito, aunque solo sea a la hora de ver Sonrisas y Lágrimas. Lo estuvimos hablando y ha decidido dar comienzo a su recogida de huérfanos. Hay obras de acondicionamiento en marcha, en la segunda planta de la mansión. Al saber que iría a por una joven madre y su hija pequeña, Víctor ha pensado en convertirla en gobernanta de los huérfanos que pronto llegarán. De esa forma, puede criarles al mismo par que su hija.

Bueno, no sé si es corazoncito o no, pero no me podréis negar que tiene una vista comercial de primera, ¿eh? Lo que no me ha dicho aún es que piensa hacer con esos niños… Tendré que estar atento. ¡Joder, se me acumula el trabajo!

Pam emprende una campaña que la tendrá fuera de casa casi dos meses, una especie de gira a toda España, presentando un nuevo tipo de bebida isotónica. Maby tiene también algunas sesiones intermitentes, que la sacan de la cama a horas intempestivas. Elke es la única que queda en casa, lo cual me viene bien, porque, últimamente, Katrina está muy insoportable. Apenas me deja en paz, ni siquiera puedo irme a casa algunos días.

Hoy, la he notado especialmente fría, como nunca la he visto. La he recogido en el campus y no me ha dicho nada en todo el trayecto. Solo ha hablado por teléfono. Al llegar a la mansión, me ha dicho, antes de bajarse:

―           Quiero verte en mis aposentos en diez minutos. Si llegas tarde, mejor será que desaparezcas para siempre.

Claro y explícito, ¿verdad? Así es Katrina. Me presento a los nueve minutos y algunos segundos, todo por joder, claro. Sasha y Niska están presentes, con sus mini uniformes de doncellas, de pie, a un lado de la cama. Puedo ver el miedo en sus ojos. ¿Qué ocurre? Katrina está ante su comodín, en ropa interior, como siempre que regresa de la uni.

―           Ven, acércate, perro – me dice, mientras se pinta los labios.

Echo a andar hacia ella, cuando se gira, el ceño fruncido.

―           ¡A cuatro patas, como el perro que eres! – me chilla.

Suspiro y me pongo de rodillas, avanzando hacia ella, mirándola.

―           ¡No oses mirarme! – se acerca y me suelta una tremenda bofetada. No creo que uno de sus matones me hubiera soltado una hostia así, con tanta fuerza. — ¡No te has ganado el privilegio de mirar a tu ama, perro!

Me da un par de patadas en el costado. Apenas me hace daño. No sabe pegar, pero mi parte loca se inflama, de repente. Aprieto los dientes y me obligo a seguir a cuatro patas, sobre la alfombra.

―           ¿Por qué, Ama? – pregunto, sin levantar la cabeza.

―           ¡Porque me da la gana! ¡Porque me sale de mi precioso y real coño! ¿Te enteras, perro?

―           Si, Ama Katrina, soy tuyo para sufrir, para ser humillado – le respondo, muy suave.

Sin embargo, en mi interior se está originando una erupción que tengo que contener. Esta puede ser la prueba decisiva de mi voluntad. Puede que salga sobre mis pies, o dentro de una caja. Todo depende.

―           ¡Sasha, trae la fusta larga!

La esclava abre el armario y escoge entre la colección que se guarda dentro. Una fusta de cuero, de casi un metro, usada para domar caballos. Me digo que esto va a doler.

―           ¡Niska! ¡Quítale la camisa! – noto como la romaní titubea. No quiere hacerlo. Tengo que indicarle que lo haga, con un gesto. — ¡Esclavo! ¡De rodillas, los brazos en cruz!

Adopto la postura. Sentado sobre mis talones, los brazos alzados, extendidos desde los costados. La fusta zumba al cortar el aire y cae sobre mi pecho. Rompe la piel, macera mi carne, y duele. El segundo fustazo duele aún más, pues los nervios están alterados y sensibilizados, pero me niego a moverme, ni gritar.

―           Eres un perro orgulloso y altivo, ¿verdad? Eso me gusta… te voy a domar de una vez…

Dos fustazos en mi espalda que me hacen cerrar los ojos.

―           Me voy a divertir arrancándote la piel…

Uno más cae sobre mi muslo izquierdo. Aún con el pantalón, la sensación es angustiosa.

―           ¡Vas a llorar sangre, puto esclavo!

Me cruza el bíceps con una fuerza imprevista, que me hace creer que una voz, en mi interior, me ha gritado que la mate. El suplicio sigue. Ella me insulta y me azota, con frenesí. Me está destrozando y no permito moverme. No puedo ceder. Está destrozando mi torso, mi espalda, mis brazos, y mi cintura, pero no ha tocado mi cara ni una sola vez. La puerca está jugando, a pesar de sus aires furiosos.

Un nuevo golpe hace surgir sangre de mi espalda y, entonces, vuelvo a escuchar, como si viniera de muy lejos, una voz que suplica que pare, que la detenga. ¡Mátala!, exclama con maldad.

La fuerte carcajada brota de mis labios, de repente, haciendo que Katrina me mire, sudorosa y asombrada.

―           ¿Te ríes, perro? ¿Te has vuelto loco con los golpes?

Pero no puedo pararme. La risa ha surgido con fuerza, inquebrantable, indisoluble. Una risa que hace brotar lágrimas, que provoca calambres en el estómago. Una risa que no transmite alegría alguna; una risa que es un mal agüero.

―           ¡CÁLLATE, MALDITO HIJO DE PUTA! – grita Katrina, poniendo toda sus fuerzas en cada golpe.

Caigo al suelo, derribado por el dolor. La risa afloja, pero no cesa. Es el momento de poner condiciones. “Ya sabes lo que debes hacer si quieres escapar al dolor y a la humillación… Rasputín”. La voz distante, que parece llegar rebotando en cada ángulo de mi mente, se niega.

―           ¡Ama Katrina! ¡No te merezco, soy indigno de tus atenciones! – jadeo, aún sacudido por algunas risotadas. — ¡Debes castigarme con más rigor! ¡Usa el látigo y las tenazas!

―           ¿TE BURLAS DE MÍ, ASQUEROSO DESGRACIADOOOO?

Debo tener cuidado. Como siga así de furiosa, puede darle una apoplejía, o algo de eso. Me río de nuevo, pero, esta vez, por ese pensamiento ridículo. Deja caer la fusta y corre hacia el armario, sus esclavas, se apartan, muertas de miedo. Tiene los ojos enloquecidos y está totalmente despeinada, el pelo pegado por el sudor. Vuelve a mi lado, aferrando una pica eléctrica que no duda en aplicarme. Eso si que me corta la risa y me deja tirado, contrayéndome espasmódicamente.

“¿Te gusta esto más, viejo?”, preguntó mentalmente, mientras intento recuperar el aliento.

―           No, Sergio – esta vez, la voz suena más cerca y más clara.

“Puedo estar así mucho tiempo. Creo que sabes el aguante que mi cuerpo tiene, ¿verdad?”

―           Si, lo sé. Ya me he soltado…

“Bien. Tendremos que estipular un nuevo trato para nosotros, viejo. Ahora tengo que calmar esta perra, o moriremos, de una forma u otra”.

Sé que lamiéndole los pies, la calmaré. Es su punto débil. Una lengua entre sus pequeños dedos y sonríe como un Buda feliz. Pero hay un pequeño problema. Katrina no me deja acercarme. La pica no deja de pincharme y dejarme tirado, jadeante. Me estoy quedando sin fuerzas

Creo que se ha vuelto totalmente loca. Ahora es ella la que ríe. Acerca las dos púas a mi cuerpo y se ríe cuando salto sin control.

―           El grande y poderoso Sergio… jajaja… mírenlo… es una marioneta, un títere… ¡Salta, Sergio, salta!

Solo me queda una carta por jugar y puede que haga empeorar todo. Aprovechando que se sigue riendo, tironeo de mi pantalón, medio rompiéndolo, medio bajándolo. Katrina ríe con más fuerza.

―           ¿Ahora quieres ponerte desnudo, perro?

Consigo bajarme el boxer hasta las rodillas y mi polla aparece en todo su esplendor, tiesa por las descargas eléctricas. Durante un segundo, puedo ver el desconcierto en el rostro de Katrina.

―           ¡Ama… Katrina! ¡Ama, mira… como me… tienes…! ¡Te deseo como… nunca, mi Ama…! – jadeo antes de quedar inconsciente sobre la alfombra.

Cuando despierto, Niska está curándome las marcas de fustas. Me sonríe con esa mueca tan peculiar suya, que la hace mordisquearse el labio inferior.

―           ¿Cómo te sientes, Sergei?

―           Tengo todo el cuerpo…tieso. ¿Qué me has puesto?

―           Un spray cicatrizante. Impide que entre polvo y se te peguen cosas, mucho mejor que las vendas.

―           Gracias, Niska. ¿Qué pasó?

―           Que te desmayaste. Aguantaste mucho, pero ese pincho eléctrico hace mucho daño. Pero Ama Katrina, cuando vio… eso… — dice la joven, señalando hacia mis piernas – dejó de hacerte daño, inmediatamente.

―           Vaya, funcionó.

―           Nos ordenó, a Sasha y a mí, que te pusiéramos aquí, sobre el sofá, y que te cuidáramos.

―           ¿Dónde está ella?

Se encoge de hombros.

―           Ahora, busca a Basil, que te de algo de ropa para mí.

―           Si, Sergei – contesta, poniéndose en pie, pues se encuentra de rodillas, al lado del sofá.

―           Ey, ¿y mi beso? – la reclamo.

―           No hay beso. Ama Katrina ha dicho que matará a quien te toque…

Ya sabía yo que me iba a costar caro enseñarle la polla…

―           Esa jovencita es terrible – me sobresalta la voz.

―           Creía que te había soñado, Rasputín. Pensé que no volvería a oír nunca esa voz cascada. ¿No te habías fundido conmigo?

―           Algo así.

―           Si, si. Algo así. ¡Pretendías adueñarte de mi cuerpo! ¡Usurparme y vivir a través de mí! ¿No es eso? – casi escupo.

―           Si, Sergio, pero me has obligado a soltarte. Hemos vuelto donde lo dejamos.

―           ¿Y no es mejor así? Tenemos agradables conversaciones, das tu opinión, me aconsejas…

―           ¡Pero no puedo sentir! ¡No dispongo de terminaciones nerviosas!

―           Y, claro, en vez de pedir las mías gentilmente, intentabas quitármelas.

Esta vez, no contesta. Sabe que ha perdido.

―           Está bien. Veamos si este nuevo trato te parece aceptable, aunque… bueno, es igual… Te quedas así, tal y como estamos ahora mismo. Me susurras, me aconsejas, y yo, a cambio, te dejo participar de ciertos “banquetes”, con la condición de que, al acabar, vuelvas a esta posición de nuevo. Podrás paladear de nuevo la vida, Rasputín, pero con restricciones. Es mucho mejor que nada, ¿no?

―           ¿Y si no acepto?

―           Bueno, solo decirte que, en estos días, he descubierto cual es mi límite para el dolor, y está bastante lejano en el horizonte, viejo chocho. Puedo hacerte la vida imposible durante mucho tiempo. Al final, mi cuerpo no lo resistiría y moriría, y se acabaría el chollo para los dos.

―           Comprendo. Acepto tus términos.

―           Bien, perdona que no te de la mano, jejeje…

―           ¿Qué va a pasar con Katrina?

―           Depende de ella, ¿no crees? Tiene la última palabra. Es la hija del “boss”, pero, me da en la nariz que se está obsesionando…

―           ¿Con nuestra…?

―           Posiblemente, pero la otra posibilidad es que se le hayan fundido los plomos y haya ido a comprar un látigo de nueve colas. Y, la verdad es que no mola.

―           No, no mola…

―           Una preguntas, Ras… ¿Por qué te jode tanto Katrina? Nunca te había sentido tan rabioso como cuando me humillaba.

―           Hay algo en ella que me enciende como una mecha de dinamita. Me excita, me enerva, me hace desearle daño y lágrimas, pero, en el fondo, la furia procede más de la humillación que me hace sentir. Nunca he sido dominado, ni humillado, por nadie. Que una chiquilla apenas convertida en mujer lo haga, me… Bueno, he matado por menos, Sergio.

―           Comprendo, pero, por ahora, seguirá siendo así. Espero haber conseguido algo, al enseñarle nuestro pene…

Pero cuando Katrina regresa, trae ropa para mí (se ha encontrado con Niska) y se comporta de una forma extrañamente dulce. Mira de reojo mi pene, que sigue estando al descubierto, y se muerde el labio.

―           ¿Qué tal estás, Sergei? – pregunta suavemente.

―           Me duele todo el cuerpo, Ama – me quejo, con algo de exageración.

―           Se me fue la cabeza. no quería hacerte tanto daño, Sergei – me acaricia la mejilla, mirándome esta vez a los ojos.

―           Eres mi dueña, Katrina, puedes hacer lo que quieras conmigo.

―           Sergio, cuidado…

“¡Ssssh! ¡Tú ahora, de mirón!”.

―           Pero ya no razonaba. Podía haberte matado… ¿Sabes que para estos casos, se pacta una palabra y, cuando se pronuncia, se debe parar todo?

―           Si, pero eso es para la gente que se toma eso como un juego. Yo no juego. Me he entregado a ti, totalmente.

―           Oh, perrito mío, que maravilloso eres… ahora, descansa, y, cuando te sientas mejor, vete a casa… Si lo prefieres, Basil puede prepararte una habitación.

―           Lo preferiría, Ama…

―           Mañana te lo tomarás libre. Cura esas heridas y entonces, hablaremos.

―           Si, mi Ama.

Antes de marcharse, le echa otro vistazo a mi péndulo, y, con un suspiro, se aleja.

Al día siguiente, aparezco por el despacho de Pavel, con una buena botella de vodka. Bebemos y hablamos, sobre todo de chicas. No conozco a otro gay que hable tanto sobre chicas… Le pregunto por Erzabeth, la rumanita, pero me dice que la enviaron a otro club, y no sabe a cual. Últimamente, hay mucho descontrol con los destinos, desde que Konor mete las narices en los transportes. Envía a sus hombres a sacar las chicas de sus dormitorios, sin comunicarles sus destinos, casi por sorpresa.

Eso me escama, Víctor no suele hacer las cosas tan chapuceramente. Voy a la habitación de Mariana, quien me saluda con alegría. Con mucho tacto, le comento lo que pienso y lo que quiero que haga. Lo pilla todo a la primera. Chica lista.

Esa noche, me encuentro, por primera vez desde la paliza, con Konor. Lleva una nueva chica del brazo y, como siempre, le acompaña un matón. Me mira y me saluda con una inclinación de cabeza. Cuando se aleja, le dice a su matón, en búlgaro:

―           Ahí lo tienes, totalmente domado. Ahora, su ama le deja salir de casa por las noches.

Los dos hombres se ríen, con fuerza. Si supiera que le he entendido perfectamente, creo que se le cortaría esa risa petulante. Acabo con mis tareas y decido irme a casa. Quiero descansar.

El piso está demasiado callado, ocupado solo por Elke. Está sentada en el sofá, viendo la tele y vistiendo un camisón que tendría que estar codificado por indecente. Sonríe y se pone en pie, casi de un salto. Me da un dulce y largo beso. Apoya la cabeza en mi pecho, como si tratase de escuchar mi corazón, y me dice:

―           Hay asado frío en el horno, ¿quieres que te haga un sándwich?

―           No, déjalo, Elke. Prefiero darme una ducha. Ya veré después. ¿Qué estás viendo?

―           Una peli vieja.

―           Bueno, ahora me la cuentas.

―           Vale – me voy, dándole un pico.

Tengo que quitarme todo ese spray que me puso Niska. Es como si llevará una venda rígida invisible. Me siento pegajoso y tieso. Las marcas cárdenas se han rebajado. Las que sangraban ya están cerradas. Ya es más aparatoso que grave. Bendita sea mi constitución.

Salgo solo con los boxers. Elke ya está acostumbrada a verme así, sin que me afecte el frío. En ocasiones, dice que debo tener algo de ascendencia finlandesa. Me siento a su lado. Se acurruca contra mí, aferrándose a mi brazo y, con curiosidad, sigue una de las marcas de la fusta con el dedo.

―           ¿Te han hecho daño, kongen av min sjel? – me pregunta, sin espantarse.

―           ¿Qué significa eso?

―           “Rey de mi alma”.

―           Es bonito. Parece que te van mucho los términos medievales…

―           A tu lado, me siento como una de aquellas mujeres vikingas, o quizás, una valquiria – se ríe. — ¿Qué te ha pasado?

―           Una mujer me ha azotado – la digo, seriamente.

―           ¿Te has dejado azotar?

―           Si, pero era necesario. He hecho volver a Rasputín…

Ahora si se sobresalta. Por lo que las demás le han contado, Rasputín puede ser peligroso.

―           ¿Sabes lo que estás haciendo? – me pregunta, sus grandes ojos clavados en mí.

―           No, pero… ¿Quién lo sabe? – emito una risita que la calma.

Pasa sus manos por mi cuello, acurrucándose como una niña, nuevamente. Mordisquea uno de mis hombros.

―           ¿De qué va la peli?

―           Qué importa… llévame a la cama, min prins jævelen…

¿Cómo puede uno sustraerse a tal petición y, además, hecha con un susurro tan erótico? Me encanta Elke, la forma en que se entrega, en que deposita toda su confianza en mí, para lo bueno o lo malo. Esas mejillas tiñéndose de rojo, aflorando más pecas sobre la piel…

―           Sergio… ¿puedo?

―           Únete a mí, viejo, y disfruta.

Katrina está inusualmente callada esta mañana, camino del campus universitario. A través del retrovisor, la pesco mirándome la nuca, como si estuviera sopesando su próximo paso. Hoy va vestida de diferente forma, algo no habitual en ella. Lleva pantalones jeans de fina pana, de color claro, remetidos en unas botas peludas, negras. Un grueso y amplio jersey de lana, tejido a mano, oculta su pecho. En verdad, es un día frío, pero no para tanto.

Detengo el Toyota en el sitio de siempre, bajo el árbol. Aquí suelo “alegrarle” la mañana. Pero hoy no hace ningún gesto, solo me mira.

―           ¿Me paso atrás, Ama?

―           Si, perrito – contesta ella, suave y dulce.

―           Allá vamos.

Pero no deja que me arrodille, como hago siempre. Me sienta a su lado y me mira a los ojos.

―           ¿Por qué no me dijiste nada? – me pregunta.

―           ¿Sobre? – quiero que lo diga.

―           Sobre esto – pasa un dedo por mi entrepierna.

―           Porque, entonces, nuestra relación no hubiera sido la misma. Yo quiero ser su esclavo, Ama, pero… con esta “pieza” hubiera sido al revés.

Ni siquiera contesta. Creo que he dado en el clavo, pero me da una seca bofetada. Se humedece los labios.

―           No seas engreído. Sácala…

―           Es que la odio… tan altiva, tan perra y tan joven…

“Pues yo no la odio. Más bien, me estimula. Saca lo peor de mí, me hace más fuerte”. Ahora tengo la seguridad de donde venían esos sentimientos furiosos. Obedezco y me desabrocho los pantalones. Expongo mi pene ante sus ojos, en su mínima expresión. Ni siquiera está morcillón. Aún así, se extasía, pues no mide menos de quince centímetros en su tamaño mínimo. Extiende sus dedos y lo toca, casi con miedo.

―           ¿Cuánto te mide? – pregunta, casi en un susurro, sin dejar de acariciarlo.

―           Supera los treinta centímetros, Ama.

―           Diossss… ¡Esto no cabe dentro de una mujer!

―           Esta tía es virgen, te lo digo.

―           Si cabe, Ama. Al principio cuesta, pero todo dilata…

―           ¡Escúchame bien, esclavo! Esta polla es mía y de nadie más, ¿entiendes?

―           Si, Ama.

―           No vuelvas a follarte a ninguna puta… ¡Ninguna!

“¿Qué es lo que sabe? ¿Me ha visto con Anenka?”

―           Seguramente.

―           Si, Ama, ninguna.

―           No estoy hablando en broma, Sergio – sus ojos chispean, peligrosos. Ha regresado la zorra. – Si me entero de que me engañas, no me contendré.

―           Si, Señora, se hará como diga – cabeceo, mirando como mi polla va endureciendo y creciendo, bajo su mano.

―           Deberás tener cuidado en la mansión. Esta mala puta es capaz de hacer una locura.

“Más control. Sigue y suma”.

―           Pero dejémonos de recriminaciones. Voy a saborear esta maravilla…

Me estremezco, pensando que esos sensuales y perfectos labios, hoy rosas por el carmín, van a posarse sobre mi polla. La zorra es lo más bonito que he visto jamás, con total perfección, y, lo peor, es que ella lo sabe. Echa su pelo rubio hacia un lado. Lo lleva suelto y no quiere que le estorbe. Es como si quisiera que le viera la cara mientras se dedica a la tarea.

―           Mala pécora…

“Calla y disfruta”.

―           No, me niego a sentirla, ni a verla.

No sé lo que ha hecho, pero no vuelve a interrumpir de nuevo. Creo que se ha enquistado de nuevo. Ya reaparecerá, de eso no tengo dudas. Es como la mala hierba…

Katrina se ha entretenido en llenar mi pene de pequeños besos, recorriendo toda su plenitud con los labios y la punta de su rosada lengua, casi con timidez. Aferra mis testículos, sopesándoles. De pronto, se inclina más y desliza su lengua por mi escroto.

―           Que suave – murmura.

Gracias a los pocos besos que me ha dado, he descubierto que Katrina posee una lengua voluble y bastante ejercitada, pero no sabía hasta que punto. Es larga y ágil, dotada de fuerza y pericia, como si estuviera muy acostumbrada a comer coños y pollas. De hecho, me hace una de las mejores mamadas de mi corta vida. Podría competir perfectamente con Anenka, en ese arte.

Consigue poner mi polla totalmente erecta, usando solo su boca y una mano para sostener mi herramienta. Eso ya es un éxito. Usa un delicioso juego bucal, consistente en pequeños mordiscos y en largas pasadas de su lengua, muy mojada. Pero sus labios son los que consiguen hacerme acabar. Esos labios pulposos y definidos, tremendamente sensuales, siempre húmedos, siempre incitantes… Verles fruncidos en un delicioso mohín, dispuestos para servir de colchón a mi glande… Ese es el último juego de Katrina. Balancea mi polla para que mi glande golpee sus labios, usados como freno. Una y otra vez, sin prisas. Sus manos de seda acarician el tallo de mi polla, mientras el capullo golpea sin cesar sus labios y, en algunas ocasiones, su barbilla y sus mejillas.

Los ojos de Katrina están clavados en los míos, por lo que puedo ver la increíble cara de vicio que pone. Si tuviera una cámara para inmortalizarla…

―           Ama Katrina… no siga… voy a… voy a soltarlo…– la aviso.

Sonríe, sus ojos se achinan, tan celestes como el cielo de esta mañana.

―           Hazlo, perrito… hazlo en mi cara… — susurra.

Llevo una mano a su rostro. Uno de mis dedos busca entrar en su boca, al mismo tiempo que mi espalda se arquea. Ella lo acepta. Su lengua atrapa mi dedo corazón y su boca se abre ante mi primera emisión. Ha calculado mal, o bien, no esperaba que eyaculara tan fuerte, porque los dos primeros pulsos de semen caen sobre su pelo. Katrina se afana en atrapar los dos siguientes, para degustar mi esperma.

―           Así, así, perrito… Vacía tus huevos – me dice, agitando mi pene con una mano, dispuesta a no dejar ni una sola gota.

Me la deja completamente limpia y, luego, busca con los dedos los goterones que han caído sobre su pelo, para llevarlos a su boca. Esta chica ha chupado más de una polla y más de dos…

―           Recuerda, perrito. Tu polla es mía y de nadie más – me dice, al bajarse del coche.

―           Si, mi Ama – la contemplo caminando hacia el grupo de chicas que la espera cada mañana a la entrada del campus.

Tras dejar a Katrina en la universidad, me dirijo al Años 20. Tan temprano, no hay nadie de la gente de Konor vigilando su oficina. Mariana, a la que he llamado por teléfono minutos antes, me está esperando, junto a otra chica, menuda y esbelta, con el pelo cortado como un chico, erizado en sus puntas y negro como la noche. Hace las presentaciones. Se llama Irma y trabajaba para una banda de ladrones. Puede abrir cualquier cerradura. No hay nada como disponer de los hábiles dedos de una ladrona para fisgonear en unos archivadores cerrados.

Mientras Mariana vigila fuera, examino carpeta tras carpeta, pero no hay nada relevante, nada que implique algo sucio. Me desespero. Debo conseguir algo como prueba…

―           Sergei – musita Irma, que está revisando los cajones del escritorio, buscando algo que ratear – ¿qué hay en Machera?

―           ¿Machera? Ni siquiera sé donde está eso – le digo, encendiendo el ordenador que hay sobre la mesa.

―           Pues hay unas pocas de facturas de una gasolinera de ese sitio. Al menos quince, todas de la misma gasolinera – me sonríe la chica, mostrándome los recibos.

Conecto con el Google Map y pronto averiguo que es una población española fronteriza a Portugal. ¿Por qué van los hombres de Konor a echar gasolina allí? Ya me enteraré. Copio los datos que me interesan y procuramos dejar todo tal y como está.

Subimos a la última planta y, tras darles las gracias a las chicas, le hago una pregunta a Pavel, mucho más al día con la intendencia del club.

―           Pavel, ¿por qué se guardan los recibos de una gasolinera? Me refiero al club.

―           Pues para desgravar, si son vehículos de la empresa, o bien para las dietas. Si algún empleado llena el tanque con su dinero, pide el recibo para ser reembolsado.

Me río cuando mi cerebro encuentra la conexión.

―           ¿Algo gracioso?

―           Puede que si, pero aún no estoy seguro.

Necesito ver a Basil y esto tiene que ser cara a cara. Nada de teléfonos. Llamo a la mansión al subirme al coche. Tengo suerte, el jefe está presente y le digo que puede que tenga algo importante.

―           Esperarré a que llegues, Sergio.

Menos de una hora más tarde, Víctor me mira con el ceño fruncido. Como yo esperaba, no tiene asunto alguno en Machera, ni tampoco en Portugal. Basil tampoco sabe que pueden hacer allí esos hombres.

―           ¿Así que Konor es tan rata y tan avaro que lo hemos trincado por unos recibos de gasolinera? – digo, riendo.

―           ¿Cómo? – Víctor no cae, en ese momento.

―           ¿Por qué cree que Konor ha guardado estos recibos, si no tienen nada que ver con el club?

Basil si me ha entendido, y también sonríe.

―           Suponga que envía a sus hombres a hacer algo tras la frontera de Portugal. A su regreso, echan gasolina en Machera por alguna razón. Quizás es más barato, o es más cómodo, o, seguramente, están de acuerdo con alguno de los empleados para sisar al jefe unos cuantos euros en los recibos de carburante – empiezo.

―           Al llegar al club, entregan sus recibos para que les paguen lo que se supone que han abonado ellos de su bolsillo – continua Basil.

―           Y el cabrón de Konor, en vez de destruirlos, los ha guardado para pasármelos con los gastos conjuntos del club, porque sabe que no los miraremos apenas – atrapa la idea Víctor.

―           Se ha delatado por miserable – suelto la carcajada.

―           Típico de Konor – me secunda Víctor.

―           Bueno. Ahora tengo que afinar la puntería y ver dónde van realmente. Me voy a quedar a dormir en el club.

―           Me parece bien. ¿Cómo va tu red de chicas? – me pregunta el jefe.

―           Activada. Pronto tendré jugosos comentarios.

―           Bien. Si necesitas algo, solo tienes que pedirlo.

―           Señor Vantia, ¿ha leído mi informe sobre la comuna bielorusa?

―           Si, me parece una propuesta interesante, pero tengo que posponerlo hasta que solucione el orfanato.

―           Por supuesto, señor.

―           Sigue así, Sergio. Estás demostrando tener mucha iniciativa.

―           Gracias, señor Vantia.

Tengo que decir que junto con la madre y la hermana de Mariana, le entregué un informe sobre la coacción y proxenetismo de ese lugar y de otros de su misma condición. Ya que esas extensiones de terreno eran arrendadas para cultivo y que casi se autofinanciaban, ¿por qué no utilizarlas para traer a los familiares de las chicas de la organización? Se podrían establecer colonias rentables que servirían para lavar una buena parte del dinero negro que se generaba con la prostitución, además de tener muy contentas y agradecidas a las chicas.

Sin duda, Víctor habría visto aún más ventajas que yo no conocía, pues no estaba metido en ese mundo, pero las ventajas eran muchas. Solo había que arrancar la mala hierba.

Es casi la hora de recoger a mi Ama.

Anenka insiste en que me quede a almorzar. Víctor ha marchado a una reunión importante. Sin embargo, no nos quedamos solos. Parece que Katrina se ha olido el asunto, y se une a nosotros, como una diva. Con la ayuda de Rasputín, quedo como el más encantador de los invitados, sacando temas interesantes que las involucra. No se tragan, pero, al menos, se portan civilizadamente.

Por la cara que pone Anenka, estoy seguro que tenía previsto uno de sus encuentros, pero no puede proponerme nada con su hijastra delante. Al final, Katrina, con una tonta excusa, consigue arrancarme del lado de su madrastra y llevarme a sus aposentos.

Debo decir que su intención es buena. Se interesa por mis heridas, aunque sea ella la que las ocasionó. Me ordena que me desnude y le pide a Sasha y Niska, que traigan agua, esponja y apósitos para curarme. Intento decirle que no hace falta, que ya están mucho mejor, pero no me hace caso. Cuando las tres se inclinan sobre mí, examinando las heridas, que casi han desaparecido, sus ojos no hacen más que posarse sobre mi pene desplegado.

―           Tienes razón. Ya están casi curadas – me dice Katrina, acariciando mi glande con el dedo gordo de su pie, pues está sentada a mi lado en el sofá, descalza. — ¿Qué pensáis vosotras, perras?

―           Si, Ama.

―           Mucho mejor, Ama – asiente Niska. – Y se está poniendo dura…

Katrina se ríe del comentario de la impresionada romaní.

―           ¿Te atrae, Niska? – le pregunta.

―           Si, Ama. Nunca he visto una así.

―           ¿Sabes que Niska es aún virgen? – me comenta Katrina.

―           Parece que aquí abundan, aunque no sé cómo, ni por qué…

“Ni yo. Katrina parece tener mucha experiencia en otros asuntos”.

―           No, mi Ama, no lo sabía.

―           ¿Te gustaría que fuera mi perrito el que te desflorara? – le pregunta Katrina a la joven.

―           Será quien desee usted que sea – contesta ella, astutamente.

―           Buena respuesta. Pero, ¿si tuvieras que elegir…?

―           Me da un poco de miedo. Es muy gorda y larga, Ama, pero también sé que Sergei es un buen chico y que no me haría daño – se sincera la chica morena.

―           Puede que me decida alguna tarde de estas. Sería interesante dejarte preñada…

Niska agacha la cabeza. No puede tener opinión en ese asunto, pero pienso que es muy joven para eso.

―           Podéis marcharos. Que nadie me moleste – las despide, agitando la mano.

―           Si, Ama.

Katrina me sonríe, demostrando su lujuria. Se inclina y aferra mi rabo, con ganas. Me mira y se relame.

―           ¡Te voy a sacar todo el jugo, perrito mío!

―           Como desee, Ama… pero puede utilizarme como quiera… puede que le guste penetrarse – propongo con sutileza.

―           ¿Esa cosa dentro de mí? ¡Ni hablar! No profanaré el interior del templo de mi cuerpo.

―           Excúseme, Ama… no sabía que siguiera un credo de pureza – le beso la mano libre.

―           Pelotas.

―           Pronuncié unos votos cuando cumplí los doce años. Reservaré mi pureza para un individuo que sea absolutamente digno de mí, que demuestre poseer el auténtico poder que rige el mundo. No importa que sea hombre o mujer, solo me entregaré a esa persona – me confiesa, levantando mi pene con sus caricias.

―           Espero que encuentre a esa persona muy pronto – la halago.

―           Si, yo también – se ríe – pero, mientras, te tengo a ti, polla maestra… jajaja… un buen apodo…

Y se inclina para metérsela en la boca. En esta ocasión juega de forma distinta. Tras un rato de chupar, lamer, y morder, se sienta sobre mi regazo, frotando su clítoris y sus labios mayores contra mi polla, sin dejar de besarme con ahínco. Cuando ya no puede más, se pone en pie y coloca su coño en mi boca, gritando:

―           ¡Cómetelo! ¡Oh, por Dios Bendito, cómetelo todo, pedazo de perro con picha! ¡Te voy a ahogar en mis jugoooos!

No sé, pero me parece un poquito desquiciada esta tarde, por la manera en que se corre, soltando tacos y flujo por doquier. Y, revoloteando dentro de mi cabeza, como una mosca cojonera, los irritantes comentarios despectivos de Rasputín, ese nuevo Pepito Grillo que comparte mi vida.

                                                               CONTINUARÁ…sex-shop 6

 

Relato erótico: “Mi tia, el celador y yo” (POR WALUM)

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LA OBSESION 2Mi tia, el celador y yo.

Sin títuloCon mis 18 años, era una chica excepcional, me gustaba que todos me miraran y debo admitir que tenia con que, mi altura 1.75 con mi cabellos rubios lacios, unos pechos muy erguidos medianos, una cintura estrechísima y mi cola bien paradita y menudita. No me podía quejar, llamaba mucho la atención.

Esto sucedió en el transcurso del ciclo escolar, yo iba a un colegio normal, me divertía mucho hacia lo que quería, entre todo lo que hacia, me hacia muchos amigos, por ejemplo el celador del colegio, un tipo de unos 45 años, gordo sucio y enorme, re baboso, pero conmigo era buenísimo, yo me reía mucho viendo la cara de bobo con la que me miraba todo el tiempo. Siempre me decía que le presentara a mi tía, que era la profesora de matemáticas, pero yo me reía y lo tomaba como un chiste, ya que mi tía lo odiaba, decía que era un baboso asqueroso y que iba a hacer todo lo posible para echarlo.

Mi tía, Roxana, tiene 33 años, linda por donde se la mire, castaña oscura con el cabello apenas pasando los hombros, unos pechos medios grandes bien parados, una cintura diminuta, era como de avispa y terminaba en esa cola tan salida para afuera y redonda y bien parada que es lo que mas llamaba la atención, ella siempre se viste muy sexy, con pantalones bien ajustados o polleras ceñidas al cuerpo que marcan su curva posterior.

Todos los días la saludaba en la escuela, baja la atenta mirada de Mario, el celador.

Un día al llegar a mi casa, mis padres me comunicaron de que les había salido un viaje a Europa y que se irían el lunes, siendo yo tan chica me dijeron si no tenia problema en quedarme en lo de mi tía, yo triste por no ir, pero feliz por quedarme libre de padres, acepte sin dudarlo aunque fuera por un mes aproximadamente, estaba acostumbrada a estar con mi tía y salir a divertirme con ella.

Con el correr del tiempo Mario me preguntaba mas sobre mi tía, me preguntaban si estaba casada, cuantos años tenía, si salía con algún tipo, si le gustaba salir. Yo le contestaba sinceramente y teniéndole un poco de lastima, ya que mi tía en su vida se fijaría en el, siendo que lo odiaba.

Luego en uno de los recreos me fui a hablar con ella, ese día llevaba puestos unos pantalones negros que le marcaba mucho la cola, apuntaba directamente al cielo, mientras hablábamos, miré para el lugar de Mario y ahí lo vi mirándola, babeando casi, estaba como segado.

Al otro día en el recreo como siempre me fui a hablar con el, estaba mas insoportable que nunca con el tema de que le presentara a mi tía y yo no sabia como decirle que mi tía no se fijaría en el ni por un millón de dólares, sin que lo tomara a mal, pero bueno después de darle unos rodeos, pude salir de la situación sin tener que decirle la verdad.

Al llegar la salida, el se acerco a mi y me dijo –Flor, le voy a mandar un mensajito al cel a tu tía, me voy a hacer el anónimo, después decime que dijo.

Al llegar a la casa de mi tía, ella estaba en el baño, así que con muchísima curiosidad, decidí ir su cuarto y tomar el celular, rápidamente entre a los mensajes y leí el mensaje, eran pocas palabras y directas, decía “No puedo parar de mirarte todo ese cuerpazo que tenes, me gustaría probarlo y ver si me resiste”, yo deje el celular donde estaba y salí de su cuarto pensando en lo desubicado que podía ser Mario. Me daba vergüenza preguntarle a mi tía e iba a quedar más que evidente que yo tenía algo que ver, así que no le pregunte nada, y ella tampoco me dijo nada. Al otro día Mario me dijo “Le llego?? Te dijo algo?? Yo con nervios, le dije que no, el puso cara de disgusto, entonces me dijo “A la salida le voy a mandar otro”, yo sonriendo y ocultando la incomodidad le dije que bueno.

Al llegar a casa, repetí la misma formula, y leí el nuevo mensaje que decía “Un fin de semana te aguantaras?” Yo sin saber que hacer, salí del cuarto callada, mientras almorzábamos ella y me comento de un admirador anónimo, así me dijo y que si yo no sabia quien podía ser. Yo le dije que no tenia ni idea, y ella me dijo “-Bueno si mañana me vuelve a escribir, le voy a contestar”

Al otro día en el recreo Mario me volvió a preguntar, yo le dije lo que me había dicho mi tía textualmente, el sonrió de oreja a oreja, bueno a la salida le escribo.

Cuando llegue a casa, no perdí tiempo y fui directamente a leer lo que había escrito abrí y leí, decía -“Te aseguro que nunca probaste algo como lo que yo tengo, hasta duele un poco” Yo lo deje rápidamente, pensando en que estaba enfermo con lo que decía.

Mi tía no me dijo nada hasta el almuerzo cuando se sentó frente a mi y me dijo “Flor, este sábado que vos salís con tus amigas, yo quiero conocer al admirador del celular, así que vos salí y yo lo conozco”. Yo no dije nada, solo afirme la opción y no pensé en nada mas, cuando me fui a dormir no entendía como una mujer como mi tía le gustaba recibir esos mensajes tan directos y desubicados, pero bueno, tal vez era todo un juego y cuando viera que era Mario lo iba a dejar tirado.

Al otro día en el colegio, Mario se acerco rápidamente a mi en el colegio y me dijo en tono feliz -¡Mira lo que me escribió tu tía! Yo agarre su celular escépticamente y leí, decía “Hay que ver para creer, el sábado próximo si queres vení a cenar a las 10 y vemos”

Al llegar el sábado como a las 8 de la noche, mi tía se había bañado y perfumado, al salir de su cuarto como a las 9, vi que se había puesto un pantalón ajustado blanco y un top ajustado también blanco, junto con unos tacos altísimos de unos 10 cm. mas o menos, la verdad que se veía increíble, cuando se daba vuelta se le veía mucho la cola a través de la delgada tela del pantalón. Yo rápidamente me fui a juntar con mis amigas y al no encontrarlas no sabia que hacer, si volvía que iba a hacer, iba a molestar y hasta tal vez mi tía me regañara enfrente de Mario y nos mandara a los dos bien lejos, por no decir otra cosa. Quedarme dando vueltas por ahí, de noche, tampoco era buena idea, así que decidí volver y entrar por el garaje hasta mi pieza y acostarme sin que ella lo notase.

Ya estaba adentro cuando sonó el timbre a las 10 en punto y llego. Ella fue a atender y se quedo callada un rato, supuse que al verlo, lo insultaría y lo echaría a volar, pero no fue así, hablaron no se que, porque estaba yo muy lejos y no podía escucharlos, y entraron, luego de comer, casi callados todo el tiempo, se pararon y fueron para el cuarto de mi tía. Entraron rápidamente y dejaron la puerta junta, yo tarde unos minutos hasta escuchar unos sonidos raros, en acercarme, cuando me asome por la junta de la puerta, vi a mi tía en los brazos de Mario, el le tocaba el culo con las dos manos, abriéndole los cachetes.

Ella bajaba su mano hasta la cremallera de el, una vez que le desabrochó el pantalón se lo bajó y le bajo el calzoncillo y apareció un miembro muy gordo y largo, muy grande y venoso, ella no perdió el tiempo y lo agarró y lo acariciaba con una mano.

Mario le metió un dedo en la raya del culo a mi tía y ella comenzó moverse como meneando su cola, incitando a que le tocara mas el culo.

Mario, con un movimiento rápido soltó la cola de mi tía y saco el top de ella, para comenzar a apretar sus grandes pechos, los estrujaba fuertemente mientras que le decía que estaban muy ricos y grandes, luego se los llevo a la boca, metiendo toda su cabezota entre ellos, mi tía levantaba la cabeza gimiendo y le decía que siguiera. Yo estaba boca abierta observando y poco a poco sintiendo una sensación rara atravesando todo mi cuerpo.

Paso poco tiempo así, cuando mi tía voluntariamente se puso de rodillas, agarro ese miembro enorme y comenzó a pasárselo por la cara mientras que lo miraba a Mario y le preguntaba si le gustaba eso, el gemía y le decía que se la tragara toda, ella rápidamente lo hizo, pero solo entraba hasta la mitad, ella succionaba fuertemente, parecía estar obsesionada por ese miembro, lo acariciaba, besaba y recorría entero con su lengua.

Al parecer Mario no aguanto mas el deseo y con un movimiento violento levanto a mi tía del cuello, y le bajó de un solo tirón su pantalón blanco, dejándola casi totalmente desnuda, solo tenia una minúscula tanga blanca y sus tacos, el la miro diciendo “Que putita sos, mira las tanguitas que te pones, te gusta que te la pongan, por eso las usas” mi tía en lugar de contestar solo gimió o dio un si gimiendo, Mario se recostó en la cama dejando su gran estaca apuntando al techo y le dijo a ella “Vamos putita, vení y cabalgame” mi tía con una caminada bien exagerada se acerco hasta la cama, se sacó la tanga y se puso sobre el, poco a poco fue metiendo ese miembro enorme en su interior, al copas de sus gritos de placer y dolor, hasta que se la metió entera, se quedo un rato quieta y luego comenzó a moverse sobre el, primero despacio y luego con toda la furia que parece que tenia, clavándose todo ese enorme aparato en su ser, mientras gritaba de placer, estaba sacada totalmente, sus pelos se sacudían para todos lados, Mario también gozaba mientras que sus dos manotas se habían aferrado a la hermosa cola de mi tía y la movía contra su miembro a su antojo. Mi tía no paraba de gemir y moverse, al poco rato Mario le dijo “Me vengo putita!!”, mi tía lejos de decir algo, acelero sus movimientos y Mario gimió fuertemente acabando dentro de ella, mientras que ella también parecía que acababa y se desvanecía sobre el cuerpo de el. Ambos estaban bastante sudados y cansados parecían, mientras que Mario le decía “Sabia que tarde o temprano ibas a ser mía, sos la mujer mas exquisita que me he cogido”.

Yo pensé en lo que el decía y era un poco obvio, el no era un tipo atractivo, en realidad estaba muy lejos de serlo, pero mi tía había accedido totalmente a el, siendo que ella tiene un cuerpazo y puede tener al hombre que quiera, lo había elegido a el y se le notaba feliz. No lo podía entender mucho.

No paso mucho tiempo y ahora ambos hablaban muy bajo, así que solo veía que movían los labios, de pronto ambos se levantaron, Mario entonces la tomo por el cuello a mi tía y la giró indicándole la cama, ella puso cara de desaprobación primero, pero luego accedió y luego el le decía “Vamos acomódate como lo perrita que sos” mi tía sonreía ante el insulto y obedecía como si estuviera feliz, al estar en cuatro patas, se podía notar aun mas la tremenda cola de mi tía, era perfecta, bien redonda y pulposa, Mario se puso detrás suyo y se escupió la cabezota de su miembro, para luego apoyarla en la entrada de la cola de mi tía. Ella no tardo en reaccionar y grito “Ahhhh, no para” el no hizo caso y siguió entrando en su hermosa cola. Ella se quejaba mas fuerte a medida que ese moustroso miembro le seguía entrando, de pronto Mario la metió mas, lo que hizo que ella levantara la cabeza gritando “Ahhhhhhyyyy no, por favor, sacala noooo ahhhhh” pero el la sujetaba de las caderas fuertemente y le decía “Falta poco, aguanta putita, después vas a pedirme que no te la saque”, en realidad faltaba bastante entrar, así que Mario se inclinó un poco sobre la espalda de ella y empujo un poco mas, metiendo otro pedazo. Ella se inclinó, quedando casi su cabeza sobre las sabanas y tomo mucho aire y lo soltó. Mario empujó más y ya casi la tenía toda adentro. Ella volvió a gritar “Nooooo, bastaaaa, sacalaaaa ahhhhhhyyy!!” Y movía la cabeza para los costados negando. Pero Mario empujo lo ultimo de su enorme miembro y termino metiéndosela toda en el interior de su hermoso culo, ella se quejaba y seguía gritándole “¡¡¡Sacala, basta, por favor ahhhhhyyy, me duele mucho!!!”, pero no era la intención de Mario obviamente, el se la dejó adentro y le decía “Aguanta un poco perrita, que ahora se viene lo bueno”, ella había dejado su cabeza ya sobre las sabanas y respiraba hondo y soplaba fuerte soltando el aire, era obvio que le dolía mucho. Tardo bastante, hasta que su respiración se hizo normal, Mario al darse cuenta, ahí empezó a bombearle el culo sacando y metiendo su miembro primero lentamente, pero igual mi tía volvió a sentir dolor y gritó “¡¡Mas despacio cabrón!! El paro un poco y de a poco iba subiendo el ritmo, el gemía cada vez mas y empezó a darle mas duro, ahora los golpes eran fuertes en cada embestida y mi tía se iba cada vez mas para adelante dejando su culo mas y mas parado, Mario cada vez aceleraba su ritmo, al tiempo que ella seguía gritando pero con algunos gemidos en cada metida, de pronto ella se puso de nuevo firme y colocándose en cuatro patas nuevamente, entonces Mario sin perder el tiempo se subió un poco sobre ella y rodeándola con sus brazos, le agarro sus tetas mientras que la seguía cogiendo fuertemente, en realidad el le daba muy duro y mi tía gritaba “¡¡Mas despacio te dije, por favor!!” “¡¡Me duele mucho!!” Pero él debía estar muy caliente teniendo la posibilidad de romper ese hermoso culo, lo agarraba fuertemente de los glúteos, se los abría bien y se la enterraba cada vez con mas fuerza, chocando sus huevos con el cuerpo de ella, de pronto comenzó a gemir cada vez mas fuerte y grito “¡¡Ahhyyy ya acabo, te voy a llenar este rico culito de mi leche puta!!” Y le dio con todo hasta que acabó, haciendo gritar más a mi tía por la fuerza del empuje. Luego de estar quietos unos cuantos minutos, yo estaba con la boca abierta sin poder creer lo que acababa de ver, como podía ser que mi tía que lo odiaba hubiera estado con Mario y se dejara hacer todo eso que se dejo hacer, pero de pronto mi tía le dijo a Mario que se saliera de encima, que quería ir al baño, yo rápidamente y en silencio me fui para mi habitación pensando en acostarme y esperar que no me descubriera.

No se cuanto tiempo habrá pasado que yo estaba acostada, tal vez media hora, eran como las 3 de la mañana cuando escuche un fuerte grito de mi tía, mas fuerte que ninguno, rápidamente me levante para ir a ver que sucedía, cuando llegue al mismo lugar a donde había estado viendo hace unos minutos, escuche el fuerte ruido de la cama, parecía que se estaba por quebrar, miré detenidamente y vi a mi tía boca abajo con las piernas juntas y a Mario dándole por el culo con una velocidad tremenda, era terrible como le daba y en cada enterrada ella gritaba “¡¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhggggg!!” pero él disfrutaba cada vez mas y tomaba mas envión para clavarla de nuevo, la cama parecía que se caería haciendo un ruido espantoso, Mario estaba transpirado totalmente y colorado y le gritaba a mi tía “¡¡Vamos, pará bien el culo carajo, que te lo quiero romper putita!!”, ella lejos de enfadarse por la forma en que el la trataba, levantaba mas su cola.

La tuvo mucho tiempo embistiéndola fuertemente contra su culo, hasta que acabó de nuevo y la sacó, gimiendo fuertemente, mi tía gemía aliviada, no se como resistía.

Mario se levanto y se empezó a vestir, yo supuse que para irse, pero cuando el lo estaba haciendo, mi tía se levanto, con algo de dificultad y le dijo “Ya te vas??, no sos tanto como decías?? Esa pijita no aguanta mas??” Mario sonrió maliciosamente pero enfadado al haber tocado su orgullo, y dándose vuelta rápidamente, tomó a mi tía de los pelos y la tiró sobre la cama, para luego sujetándola de los pelos dejarla en cuatro patas, sin nada de preámbulos, metió todo su miembro en su interior y empezó a moverse salvajemente, haciendo crujir increíblemente la cama, mi tía intentaba mantenerse y paraba aun mas su cola, mientras que gritaba desaforadamente y buscaba aire, sus manos comenzaron a intentar manotear a Mario, como intentándoselo sacar de arriba mientras que le decía “Pará, pará, basta cabrón” “Mas despacio, me estas partiendo” pero Mario estaba enceguecido con su culo y parecía que se lo taladraba, ella temblaba y su cara de dolor era apreciable, ella gemía y lloraba del dolor a la que la sometía “agggghhhhhhh” “Ahhhhggyyyyyy” Mario seguía transpirando y acelerando cada vez mas su ritmo, lo que hacia que el cuerpo de mi tía fuera y viniera a un compás salvaje, sus pechos se sacudían fuertemente y Mario se subió un poco mas arriba de ella para alcanzarlos con sus manos a la vez que seguía montándola, mientras que le gritaba casi al odio “¡¡Esto es lo que querías puta, es esto ¿no?!!” “¡¡Te voy a destrozar este rico culo, puta de mierda, sos mi puta ahora!!” y aumentaba el ritmo de su bombeo, mi tía no paraba de gritar y entre sus gritos decía casi gimiendo “¡¡Siii, soy tu puta, sigue por favor, voy a dejarte que vengas a mi casa a cogerme cuando quieras y como quieras, seré tuya y haré lo que me digas, además dejare que te cojas a mi sobrina si queres!!” yo me quede helada al escuchar eso de mi tía, pero una sensación de intriga y excitación atravesó todo mi cuerpo, algo que nunca había sentido, curiosidad de porque mi tía hacia eso, que se sentiría, porque estaba fuera de si, tanto le gustaba?? Realmente no lo podía entender, pero mi cuerpo sentía mucha curiosidad.

Seguí observando, y mi tía gritaba ante cada embiste brutal de Mario, el la agarraba de los pelos y la hacia atrás, los gritos y gemidos de mi tía debían oírse en toda la cuadra casi, sudaba mucho también y se aferraba a las sabanas con fuerza, resistiendo la brutalidad de la penetración que sufría, porque Mario casi saltaba arriba de ella, haciendo que la cama hiciera unos ruidos infernales, entraba y salía su miembrote de ese hermoso culo y ella lo paraba mas, para recibirla mejor, no se cuanto tiempo estuvieron así, hasta que Mario no pudo aguantar mas y acabó dentro de ella gimiendo descontroladamente “Ahhhhhhhhuuhhhhh”, luego la sacó y se la puso en la boca, ella como pudo, totalmente desvanecida chupó para limpiar los restos de semen que tenia su gordote miembro, el gemía levemente, con aires de grandeza y de pronto sentí que miraba para donde yo estaba, era imposible que me viera, imagine yo, pero su mirada tan directa me hacia sentir una sensación extraña de miedo e intriga imposible de entender.

Cuando llego el lunes, estuve hablando con Mario, el se veía muy contento realmente, casi no me pregunto por mi tía, yo me reía por dentro, sabiendo que el creía que yo no sabia nada, pero era todo lo contrario.

Al otro fin de semana, supe que ambos se iban a volver a ver, ese fin de semana salí a bailar, así que no se que pudo pasar, pero se que el estuvo ahí, mi tía también estaba muy eufórica y simpática, mas que de costumbre, no podía entender como al gordo baboso, como ella decía, ahora lo quería tanto. Esa duda me recorría por dentro con ánimos de preguntar, pero no podía decirle que había visto, así que pensé en intentar preguntárselo a Mario.

No sabia como hacer para preguntárselo, ni como encarar el tema, era muy prohibido para mi, un jueves como cualquier otro, mi tía me dijo que el fin de semana se iba a una convención y que me dejaba sola, que tuviera cuidado, yo lo vi perfecto para poder citar a Mario y que el me contara todo.

Llego el sábado y a Mario le dije que fuera a eso de las 7 de la tarde, como siempre me vestí muy bien, pero me puse ropa un poco provocativa, unas botas altas, un pantalón blanco ajustado que se traslucía un poco mi tanguita blanca también, una remerita blanca también ajustada con una escritura, y mi pelo bien suelto, así generalmente me visto para salir a bailar, pero ese día me vestí así para ver la reacción de Mario.

Rápidamente se hizo la hora y Mario llego puntualmente, pude sentir su mirada en todo mi cuerpo, me miro detenidamente mis pechos y cuando me di vuelta para que pasara, gire y puede ver como se quedo mirándome fijamente la cola, yo me sentí muy bien al ver que había llamado su atención y tal vez competía con mi tía en atractiva. Luego se sentó, y empezamos a hablar de cosas sin sentido, yo me paraba de vez en cuando y sacaba cola para ir a buscar algo, o me pasaba cerca de el, jugaba al ver que el me desvestía con la mirada. De pronto, sonó el teléfono, yo fui a atenderlo y como esta en una mesita chiquita, me agache en ángulo de noventa grados para atenderlo, sacando mi cola más y dejándola bien a la vista de Mario. Yo me sorprendí al saber que era mi tía, y me gire para ver a Mario cuando decía que era ella, el de pronto cambio la cara y se le hizo una gran sonrisa. Yo no entendí pero me ríe también y luego mi tía me despidió.

Volví a sentarme y yo entonces le dije que ya venia, me pare y cuando me estaba yendo hacia la cocina, el me tomó del brazo y luego sentí un cachetazo fuerte, yo grité de dolor y me asuste y entonces Mario me tomo de la cara y me dijo -¡¡Quedate quieta y tranquila gatita, que estoy acá porque tu tía me dejo que te cogiera toda la noche!! ¡¡Me tenés más caliente que tu tía, yegua, te quiero romper el culo!! Yo temblaba de miedo y no lo podía creer, cuando fui a gritar el me puso la mano en la boca y me empujó contra la pared, y luego me dijo amenazantemente -¡¡Quedate callada, y no te preocupes que este pedazo te va a comer por todos lados!! Y luego me punteo con su entre pierna sobre la mia, yo comencé a llorar, pensando en mi tía y en como me podía haber entregado, aunque al mismo tiempo sentía mucho calor interno al sentirme sometida igual que ella. El me tomó mis manos con una sola mano de el y las puso sobre mi cabeza, luego con su mano libre me empezó a manosear violentamente mi cola, mientras que su boca me besaba y yo intentaba oponerme, eso pareció no gustarle porque se separó de mi y con su mano libre me sacó a la fuerza mi remerita y mi corpiño rompiéndolo a los tirones, yo quede con mis pechos al aire, yo intente soltarme, pero el me dijo -¡¡Quedate quieta!! Y luego me comenzó a tocar mis tetas de forma desesperada, los apretaba, juntaba y separaba y lamía por ahí, era realmente muy asqueroso, de pronto su otra mano me soltó y se fue directamente a seguir manoseando y apretando los cachetes de mi cola. Yo no sabia que hacer y me quedaba quieta, llorando. De pronto me sujeto fuerte, tomándome por la cintura y me dio un beso muy fuerte y asqueroso, apoyando su bulto contra mi.

Luego, me agarro los pelos con una mano y con la otra se bajo el pantalón y su slip, dejando ver su miembro enorme completamente duro frente a mi, yo me quede helada, nunca había visto un miembro en vivo y en directo, y menos tan gordo, el sujeto aprovechando mi asombro, rápidamente se puso contra la pared, y tirandome del pelo me hizo arrodillar, tomó su gran pene con la mano y comenzó a luchar para ponerlo en mi boca, yo lo esquivaba como podía, y no abría la boca, pero el sujeto me pasaba su miembro por la cara, ya el gozaba con esa humillación, pero luego me grito y tiró de mi pelo fuerte hacia arriba -¡¡Vamos abrí la boca o te dejo pelada pendeja!! Yo medio que intente abrir la boca y el aprovecho rápido para meter por lo menos la gigante cabeza de su miembro, el sabor y olor eran repugnantes, quería vomitar me sentía demasiado humillada, lloraba desconsoladamente esperando que la pesadilla terminara pronto. Luego de moverse un poco intentando hacer entrar un poco su miembro en mi boca, me levantó y me agarró de la cintura, y me llevó a la cama. Yo estaba muerta de miedo, pero sabia que no había vuelta atrás, estábamos los dos solos y el aprovecharía muy bien la oportunidad, cuando estuvimos parados frente a la cama, el me giró y quedando de espaldas a el, pude sentir como me apoyaba vilmente sobre mi pantalón, luego sus manos se las ingeniaron para rápidamente despojarme de el, quedando solo con mi pequeña tanguita blanca de algodón, yo temblaba al sentirme completamente desnuda y teniendo detrás a ese sujeto que había estado haciéndole un montón de cosas a mi tía, a el debió gustarle lo que vio, porque rápidamente se puso atrás mío y me punteo fuertemente, y sus manos me sujetaron por delante de mis pechos, su aliento agitado en mi nuca me hacia sentir presa de su incontrolable deseo y morbo al tenerme absolutamente impotente entre sus gordas manos, luego me dijo al oído con tono meloso -¡¡Vamos bebe, subite a la camita y ponete en cuatro!! Yo lagrimeando, pero sin protestar lo hice, mientras que él, se acomodaba atrás y seguía apoyándome hasta el cansancio, luego bajo mi tanguita dejándola a la altura de mis rodillas y paso su mano por mi vagina, la cual estaba húmeda, pero virgen todavía, poco a poco sentí como su miembro se acercaba mas a la entrada de mi ser, entonces me voltee y le dije -¡Suavecito, por favor! Y volví a darme vuelta sonrojada por lo q acababa de decir, sintiéndome una puta, de pronto sentí un fuerte dolor en mi vagina, el sujeto acaba de meter la cabezota de su miembro de un golpe, con mucha fuerza, y seguía metiendo el resto lo que me provocó un fuerte dolor y grite bien fuerte -¡¡Noooooo, hijo de puta, soltame!! Pero el lejos de hacerme caso me dijo -¡¡Tu tía siempre dice lo mismo y significa que quiere mas!! Y riéndose, me penetró el fondo y comenzó a gran velocidad a penetrarme, yo no paraba de llorar y gritar, las lagrimas me desbordaban y el dolor era intenso, mientras que sentía como el gemía y estaba agitadísimo por la violencia de sus movimientos, no se cuanto tiempo el sujeto me tuvo así, creo que perdí la noción del tiempo, solo pensaba en el dolor, hasta que de pronto el gimió fuerte y sentí como acababa dentro mío. Yo me sentí muy mal, humillada completamente, y llore desconsoladamente sin parar, el se salio de mi y se quedo parado al costado de la cama, yo no podía moverme del dolor que sentía, y solo lloraba sin parar. El estaba parado y me dijo:

-¡¡No llores tanto, que ahora viene lo mejor, le toca el turno a tu rico culito!! ¡¡Me va a costar metértela, pero como sea te la voy a meter!! Y luego se rió a carcajadas, yo no podía imaginarme nada, solo lloraba y me sentía usada y abusada, entonces el me dijo -¡¡Volvé a ponerte en cuatro!! Yo temblando lo hice, tal vez después se iría rápido, luego el se coloco atrás y con una mano me apretó fuerte sobre la espalda, haciendo quedar mi cara contra el colchón y con su otra mano empezó a dirigir su gordo miembro hacia mi cola, poco a poco empezó a empujar, hasta que sentí que me empezaba a romper mi orificio y grité aullando -¡¡Nnnnnooooo, pará hijo de puta, Nooo entra!! ¡¡Ahhhhhhhhhhhgggggggggggg!! ¡¡Sacala hijo de puta degenerado aaaahhyyyyyy!! El mundo estalló a mi alrededor, era brutal, bestial, indescriptible el dolor, no imaginable, por dentro la presión seguía y yo sentía que el maldito quería perforarme hasta los intestinos. Como podía movía la cabeza para los costados desesperada. Mientras lloraba sin parar, el gozaba y gritaba -¡¡Este es el culo más estrecho y pequeño que me he cogido!! Yo gritaba desesperada y golpeaba el colchón, entre lagrimas, mientras que abría la boca buscando desesperadamente aire, no se cuanto tiempo fue, pero sentí como su ingle se apoyaba sobre mi cola, entonces el se puso sobre mi y con su boca en mi nuca me dijo -¡¡Sentila bien pendeja rica, que te voy a dejar este culito mas abierto que el de tu tía jajajajajaaj!! Y luego comenzó un vaivén violentamente contra mi, yo gritaba de dolor y buscaba aire ante tanto dolor, me embestía fuertemente, como queriéndome partir, y yo solo lloraba, cuando empecé a acostumbrarme al sufrimiento instintivamente intente parar mi cola en cada empujón, no se cuanto tiempo paso, hasta que de pronto él con un nuevo grito acabó -¡¡Ahhuuuugggggg!! Y lleno mi cola de su asqueroso liquido. Luego se acostó al lado mío y me dijo -¡¡Voy a esperar un rato y te la voy a volver a poner en el culo, me ha encantado!! Yo me quede tirada, no podía moverme del dolor que sentía, y lloraba desconsoladamente.

Después de un rato de estar acariciarme el pelo, me dijo -¡¡Vamos es hora de volver a gozarte pendeja!! Y con un movimiento rápido, me levanto y me acomodó de rodillas con las manos apoyadas en el respaldo de la cama, quedando mi cola a su disposición, rápidamente él se puso detrás, se escupió un poco la mano, y se paso la saliva por la cabeza de su hinchado miembro, luego casi gritando apoyó la cabeza en mi cola y empezó a presionar, volví a sentir ese terrible dolor que instintivamente tiré una mano para atrás para intentar frenarlo, pero el me agarró la mano y mi dijo con un grito -¡¡Nada de manotazos, no te pongas histérica y empezá a sentirla que te voy a volver a partir!! Y empujó mas fuerte y me penetro completamente, yo di un alarido de dolor -¡¡Aaaagggggggggggyyyyy!! Era brutal el dolor y me retorcía del dolor, mientras él me decía -¡¡Sentila adentro de tu hermoso culo pendeja!! Y comenzó un vaivén salvaje que duro unos interminables y dolorosos 10 minutos creo, hasta que se quedo quieto, con su miembro todo clavado en mi, después empezó a sacarla casi toda y empujar con todo para adentro, sus huevos golpeaban contra mi cola y yo gritaba en cada embiste, hasta que se puso casi encima mío y tomándome de los pechos me bombeo en movimientos cortos y termino nuevamente en mi cola aullando de placer y yo gritando de dolor, humillación y un poco de placer prohibido.

Desde ese momento empecé a entender porque mi tia se sumía a el, y desde ese momento el comenzó a venir seguido a vernos a ambas.sex-shop 6

 

 

Relato erótico: “La delgada linea rosa. (4)” (POR BUENBATO)

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Sin título3LA DELGADA LINEA ROSA 4

Sin títuloLa puerta terminaba de cerrarse; el sonido del metal golpeando el suelo retumbó en los oídos de la nerviosa chiquilla. Marco comprendió, con un dejo de ternura, la situación en la que se encontraba su aprendiz de atletismo que ahora se hallaba sin escapatoria. Y se hallaba sin escapatoria por que ahora, a juicio de él, no se iría con las manos vacías; no saldría de aquel lugar sin haberse follado a esa negrita que tanto se lo había insistido. Era muy tarde para arrepentimientos y se lo hizo saber tocando con los nudillos los vidrios de la ventanilla de los asientos traseros del automóvil.

– Sal – dijo con firmeza Marco ante el espasmo de Carolina, quien tuvo que despertar de sus pensamientos y dudas.

Segundos después la chica bajó; lentamente abrió la puerta y sus piernas temblaban visiblemente. Se abrazó a su mochila de entrenamiento y esperó parada e inmóvil mientras su entrenador se cercioraba de que el auto quedara asegurado.

– Sube – escucho Carolina decir a Marco desde su espalda.

La mulata miró hacia la puerta abierta que se encontraba frente a ella; caminó con la mayor firmeza y fluidez posible mientras su entrenador la seguía de cerca tras sus espaldas. Al llegar a la puerta se dio cuenta de que esta daba paso a una escalera de no más de veinte escalones que, supuso, iban a dar al cuarto. Empezaba a hacer frio adentro, o al menos sentía su piel enchinarse a cada escalón que subía.

Tras ella, Marco se deleitaba observando el manjar que le esperaba. La luz de las escaleras iluminaba sus lycras blancas que revelaban el color blanco y forma inocente de sus bragas. Su culo firme y joven se movía graciosamente a cada escalón que subía. Su cintura y espaldas delicadas, de casi una niña,  se movían con lentitud a cada momento. Era una diosa, una criatura perfecta que seguramente no se repetiría en toda su vida. La verga del hombre estaba más que lista, ansiosa por deshacerse en aquel cuerpo angelical de su, hasta hacia unos minutos, simple alumna de atletismo.

La chica llegó al final de las escaleras pero se detuvo ante la oscuridad que imperaba en el cuarto. Busco con la mirada un interruptor pero no lo halló. De pronto sintió las manos gruesas de Marco posarse sobre sus caderas; su cuerpo recibió el golpe electrizante de un nerviosismo que estalló entonces. El hombre la empujó suavemente hacia el interior del cuarto y enseguida encendió la luz. La chica se dirigió entonces a lo primero que apareció a su vista: la cama. Se sentó y quedó ahí, inmóvil.

El nerviosismo de la chiquilla era tan evidente que resultaba cómico para aquel hombre. Era obvio que pasaría un buen rato para que la chica terminara por relajarse, pero algo era seguro para él: se la follaría, desde luego que se la follaría. El hombre se recostó, con fingida tranquilidad, sobre la cama y encendió el televisor. Comenzó a jugar con los canales; pasaba por la programación común para detenerse de vez en cuando en los canales pornográficos. Las escenas y los sonidos recordaban a la chiquilla sus propios gemidos; pero permanecía inmóvil en la misma esquina de la cama.

Carolina paseaba por su mente. Se preguntaba acerca de dos asuntos contradictorios: cómo empezar y cómo salir de ahí. La idea de estar a punto de fornicar con su entrenador de atletismo, por quien tanto había suspirado tanto, la tenia completamente nerviosa e impaciente. Le asustaba la sola idea de pensar en eso, de estar a punto de hacer algo inevitable. Se preguntaba, de un momento a otro, una sola cosa: cómo será esa verga, de qué tamaño.

Impaciente, Marco decidió comenzar con la faena. Se puso de pie e inmediatamente comenzó a desatar las cuerdas de sus pants deportivos. Carolina, que miraba aquello de reojo por el espejo, comenzó a temblar. Los pants de Marco cayeron al suelo, dejando sus gruesas y musculosas piernas y su abultada entrepierna cubiertas con un calzoncillo largo y pegado de algodón. Inmediatamente se quitó su playera, dejando ver el musculoso cuerpo que Carolina ya tenia idea.

Así, vestido solo con sus pegados calzoncillos, el musculoso físico de Marco se colocó sobre su aprendiz de atletismo. Las diferencias de tamaño eran clarísimas. Él, con su metro ochenta de altura y su fornido cuerpo, parecía doblar en tamaño a la negrita tanto como la doblaba literalmente en edad. Sin despojo alguno y lleno de libido, Marco se paró frente a la negrita, quien podía ver sorprendida cómo sobre su frente la verga de su entrenador se endurecía bajo los calzoncillos.

Inmóvil, la chica no puso la menor resistencia cuando las manos de aquel hombre la alzaron. Ya de pie, Marco la despojó de su blusa deportiva. La prenda azul fue lanzada al otro lado del cuarto. Temblorosa e indefensa, la delicada chica no supo que hacer cuando las palmas de su entrenador se posaron sobre su precioso culo. Marco cerró los ojos por el simple placer de poder tocar aquel tesoro. Sus manos se empaparon de la ternura que provocaba apretujar el suave y firme culo de la negrita.

Las manos del hombre no tardaron en colarse bajo la lycra blanca de su alumna. Se arrodilló frente a ella, y aun así seguía pareciendo enorme en comparación con el frágil cuerpo de Carolina. La piel de las nalgas de la mulata se erizó con aquel contacto.

Marco, segundos después, desvistió a la chica de sus lycras blancas. Las lanzó también y se volvió a imponer frente a la chiquilla. Dio un paso atrás para contemplarla; era una imagen preciosa. Su joven alumna estaba frente a él, vestida solo con su sostén, sus bragas infantiles y sus zapatillas deportivas. Los ojos de la negrita estaban absortos a lo que tuviera que suceder. Sus labios se habían secado de la incertidumbre. Su metro y medio de altura y su inocente desnudes provocaron que la verga del hombre no pudieran más. Sin pensárselo dos veces, el hombre llegó al momento cumbre con el que iniciaría su placentera faena sexual con aquella suculenta mulatita: se bajó los calzoncillos y su verga se impuso frente a la chica.

Sin ningún cuidado o respeto, empujó hacia abajo a Carolina que se dejó caer sin la menor de las resistencias. Arrodillada, la muchachita alzó la mirada y tuvo que tragar saliva ante la monstruosa verga de veinte centímetros que yacía sobre su cabeza. El hombre acarició suavemente la barbilla de su aprendiz, sobó sus mejillas y peinó con sus dedos los cabellos enchinados.

– Chúpamela – dijo.

Carolina cerró los ojos, tomó con su mano derecha el grueso tronco de aquél falo, estiró su cuerpo lo más que pudo y, abriendo suavemente la boca, llevó a su boca la punta de aquella verga. El solo glande ya era proporcionalmente grande frente a la boquita de la adolescente. Nerviosa, pero entregándose poco a poco al torbellino de placer que le atraparía, Carolina comenzó a variar el movimiento de sus labios para el regocijo de Marco.

Si bien apenas podía meter dentro de su boca la totalidad del glande, la negrita hacia esfuerzos admirables por tragarse lo más posible aquel pedazo. Cuando engullirlo no podía ser una opción, la chica usaba su creatividad para recorrer con su boca y labios la totalidad de aquel falo. Se entregó de lleno a tal actividad que parecía encontrarse ella sola frente a aquella verga, como si la presencia humana de Marco no tuviese importancia.

La negrita lanzaba miradas fugaces a Marco, que desde muy arriba la miraba atento a cada movimiento de labios, manos y boca. Las delicadas manos de la muchacha engrandecían desproporcionalmente el tamaño de su miembro. Marco acariciaba la pequeña cabeza y frente de la mulata mientras esta permanecía impávida en su actividad.

Sus carnosos labios de negra masajeaban el tronco y el glande de aquella verga. Liberaba la saliva suficiente para que su boca pudiera tragar de vez en cuando la mayor cantidad posible de aquel falo. Completamente entregada, y sin pensar ni una sola vez más en salir de ahí, la muchacha chupaba el glande como si de un caramelo se tratara. Lo sacaba de su boca para recorrer con sus labios húmedos la extensión de aquel pedazo de carne.

La chica devoraba con gusto su verga con tal intensidad que se preguntaba donde había aprendido todo eso. De pronto, cuando la negrita se encontraba besando el inicio del tronco, la mano firme del hombre empujó con suavidad la nuca de la chica y le obligó a colocar su rostro frente a sus testículos. Marco tomó su verga con su mano derecha y comenzó a masturbarse lentamente mientras su mano izquierda seguía presionando suavemente la cabeza de la chiquilla. Comprendiendo la situación; la chica cedió a los deseos de su entrenador y abrió las quijadas para llevarse a la boca la primera bola peluda. La saboreó durante algunos segundos; tratando de acostumbrase a la textura velluda. Haciendo caso omiso de los vellos que le quedaban pegados en la lengua, continuó con el siguiente testículo hasta que tomó el ritmo suficiente para pasear sus labios con maestría entre las bolas de aquel hombre.

Si bien no tenía ningún inconveniente en seguir lamiendo los testículos de su entrenador, Carolina se preguntaba en qué momento podría continuar mamándole el falo que, en el fondo, era a lo que más le estaba agarrando el gusto. No pasó mucho tiempo cuando un ligero jalón de cabellos la obligó a sacar de su boca las bolas de su entrenador; en seguida, las sustituyó por el glande de la larga verga que ansiaba seguir comiendo. Cuando estaba a punto de sacar de su boca la punta de aquel falo, la mano de Marco la detuvo. Carolina en realidad deseaba tomar algo de aire, pero en vez de eso tuvo que esperar pues un chorro de semen y esperma estalló dentro de su boca y la obligó a respirar más rápido y más hondo para soportar el ahogo de los cálidos fluidos de Marco. Un impulso la obligo a tragar parte de aquellos líquidos y otro más la hizo apartarse para respirar. Todavía un ultimo chorro manchó su rostro y cuando por fin sus pulmones se llenaron de oxigeno, regreso atenta a lamer los restos que aun goteaban desde la punta del falo.

Marco la acariciaba como si se tratara de una mascota mientras la chica chupaba lenta y dulcemente. Estaba bastante sorprendido con el nivel de fogosidad con el que la aparentemente inocente alumna se comportaba. Ni siquiera Clara, su espectacular novia, se le llegaba a comparar. Si bien Clara era intensa en la cama, esta negrita parecía tenerlo en la sangre; actuaba como una verdadera puta con tal naturalidad que el hombre no se lo explicaba. No se imaginaba que hacia menos de una semana la chica había perdido la virginidad; mucho menos las condiciones en que esto había sucedido. Pero como fuera, Marco comenzaba a darse cuenta del nivel de impudicia de su alumna. Por su mente comenzaban a correr las múltiples formas en que deseaba y pensaba follarla. Habría que aprovechar, pensaba; aprovecharla al máximo.

El pene recobró su flacidez, y no fue hasta que la mano de Marco se lo ordenó que la chiquilla sacó de su boca la verga. Parecía un pequeño animal insaciable. Marco la alzó con facilidad, la cargo como una novia y la recostó con delicadeza sobre la cama. La mirada antes perdida e imperturbable de la negrita fue poco a poco sustituida por una sonrisa inocente y apenada. Marco la miró con ternura y recordó que la pequeña fiera sexual también era, al fin de cuentas, su joven e inocente alumna. Se colocó sobre ella; evitando aplastarla con su fornido cuerpo. Llevo su cara al de la niña y besó suavemente su mejilla. Después saboreó la suavidad de sus pómulos. En seguida, dirigió sus labios a la boca de la chica, que lo recibió con un húmedo y cálido beso. Se besaron todo lo que pudieron y de las muchas formas que la pasión les daba a entender; unieron sus lenguas y mordieron su piel y labios.

El calor se elevó y el hombre abandonó el rostro de la mulata para perderse más abajo, en sus pechos pequeños pero redondos. Suaves, pero firmes. Desabrochó con rapidez el pequeño brassiere que cubría unos pechos que ya no eran de su talla, pues la muchacha se desarrollaba con velocidad.

Los labios del entrenador se desbordaron sobre la piel suave y estremecida de su alumna; lamió todo lo que pudo de aquellos senos y su boca se agotó intentando mamar los delicados pezones rosados de la muchacha. Estos se endurecieron como botones ante aquella sensación; los movimientos apasionados de los labios del hombre sobre las tetas de la chica cobraron efecto y esta comenzó a gemir lentamente mientras su excitación se elevaba.

Aquello no pasaba desapercibido para Marco, cuya verga se había endurecido ya y se hallaba impaciente por penetrar a aquella criatura. Separó su boca de los senos de su alumna, ensalivados por la animalesca pasión que le había apresado. Levantó a la esbelta mulata con facilidad y la colocó de rodillas sobre la cama. La abrazó y volvió a unir sus labios a ella mientras sus manos recorrían el cuerpo escultural de la chiquilla.

Las manos grandes de aquel hombre invadieron casi por completo las redondas y grandes nalgas de la negrita. Sus dedos jugaron con la suavidad de las bragas de Carolina. Se trataban de unas bragas infantiles, blancas y con dibujos de flores rosadas; no era la ropa interior acorde a aquella situación erótica en la que se encontraban pero sin duda acentuaban aun más la inocencia que la negrita inspiraba.

Las telas del calzón cubrían gran parte de aquel hermoso culo, pero el hombre lo resolvió canalizando toda la tela entre las nalgas en una especie de tanga ocasional. Ahora podía apretujar los glúteos firmes y aterciopelados que sus manos tenían la fortuna de poseer. Su verga erecta chocaba con el vientre de la chiquilla que decidió tomarla y masturbarla lentamente con ambas manos mientras su entrenador terminaba de manosear su culo. Como loco, el hombre regresaba constantemente a besar sus labios y su mejilla; como si no pudiera dejar de agradecer cada segundo de todo aquello.

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Relato erótico: “La fábrica 21” (POR MARTINA LEMMI)

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Sin título3LA FÁBRICA 21

Sin títuloEl resto del domingo discurrió sin mayor novedad y, de hecho, lo pasé la mayor parte del tiempo durmiendo.  Tatiana, un amor, me llevó a la cama lo que no supe si era una merienda, una cena o bien el desayuno del lunes pues yo ya había perdido noción del tiempo.  Mis padres volvieron a llamarme un par de veces porque, claro, los rumores seguían circulando y vaya a saber qué era lo que les había llegado y de qué forma.  Le pedí a Luis, por lo tanto, que me llevara a verlos así se tranquilizaban; previo a ello, obviamente, me vestí de tal forma de no dejar visible ninguna de las marcas de los golpes de cinturón aun cuando éstas, por fortuna, ya comenzaban a atenuarse.

El lunes no me presenté a trabajar, lo cual, de todos modos, supuse que era para todos un hecho.  Ya antes había aclarado que no me tomaría la semana que me habían concedido para la luna de miel sino que la dejaba para más adelante (se hacía ahora difícil pensar que eso fuera a ocurrir en algún momento) pero, más allá de eso, era difícil pensar que en la fábrica hubiera una sola persona que no estuviera al tanto de lo ocurrido más allá de la versión que les pudiese haber llegado: en tales circunstancias, mi ausencia no podía sorprender a nadie.  Hasta Evelyn me llamó; la noté preocupada y me hizo llegar un beso de parte de todas las chicas.  Ese día, además, estaba citada para la comisaría: otro motivo más para faltar al trabajo.

Se me tomó declaración y, una vez más, no di información fehaciente sobre nada.  Insistí en que esa noche estaba borracha y que, como tal, no recordaba mucho de lo que pasó sino que sólo tenía flashes fugaces.  Me enteré que los dos muchachos detenidos aún no habían sido liberados: al parecer, la fiscal interviniente se las había arreglado para hacer constar su peligrosidad y lograr que fueran mantenidos en reclusión al menos hasta ser identificados.  Fui, en efecto, a la ronda de presos y allí me crucé con Daniel, quien aguardaba afuera y sería, de seguro, el siguiente en pasar.

Vi a los dos chicos del Chevy blanco.  Pobrecillos, me dieron mucha pena.  Se los veía demacrados y sin encajar en absoluto junto a tipos que sí daban miedo.  Negué que fueran ellos; me volvieron a preguntar varias veces si estaba segura y otras tantas volví a negar.  Al salir del lugar, mi mirada se cruzó con la de Daniel y él me tomó por el brazo para hablarme al oído:

“Sole… – me dijo, en tono implorante y lastimero -; volvé a casa, por favor”

Lo miré fijamente y, al igual que me ocurriera en relación con los chicos durante la ronda, sentí lástima.  Daniel siempre me había tratado bien y la realidad era que me quería, pero, claro, los acontecimientos (y mi comportamiento) lo habían superado y hecho colapsar.  Sólo así podía entendérsele el haber cedido a los perversos designios de su madre en esa noche en que ella decidió castigarme con el cinto.  No dije nada, de todos modos: bajé la vista y, con suavidad, me solté de su mano para seguir mi camino.  Horas después me enteré que los dos muchachos recuperaron su libertad: era lógico pues, claro, no había forma alguna de que Daniel reconociera en alguno de ellos al autor de mi secuestro cuando él bien sabía que no era ninguno de ellos.  Ante tal panorama y como no podía ser de otra manera,  la policía y al juez interviniente comenzaron a cerrar el cerco sobre el supuesto ex sereno de la fábrica que algunos de los testigos habían mencionado, Daniel incluido.  No tardaron demasiado en pedir su detención, con lo cual al otro día fui convocada nuevamente a la ronda de presos y, esta vez vi, mezclado entre macilentos rostros de tipos curtidos en la delincuencia, a ese pobre ángel tan lleno de infantilismo como de nobleza.  Se lo notaba angustiado; era obvio que no sabía bien qué hacía allí.  No lo identifiqué como mi secuestrador, por supuesto; se me insistió al respecto y reiteré que no era él: parecían tan decididos a obtener esa respuesta de mi parte que, incluso, la fiscal me preguntó más de una vez si no había sido amenazada.  Mi respuesta, claro, fue siempre negativa; sí admití conocerlo y confirmé que, en efecto,  era un ex sereno de la fábrica al que habían echado por robo, pero les dejé bien en claro que no se trataba del sujeto que esa noche había irrumpido en casa de Daniel para huir de allí conmigo al hombro.  No me dieron la impresión de quedar convencidos (la fiscal menos que menos) pero no tuvieron más remedio que dejarme ir. 

Le tocó el turno luego a Daniel, pero para ese entonces yo ya no estaba en la comisaría sino camino a casa de Luis.  Mi celular sonó y, obviamente, era mi marido (al que, por cierto, no sabía si seguir llamando de ese modo):

“No lo reconocí – me dijo -, muy a mi pesar pero no lo hice”

“Está bien – dije -, es lo mejor para todos: él no quiso hacerme mal, sólo… me oyó o me vio en peligro y buscó salvarme.  A propósito de eso, falta el testimonio de tus padres: ellos seguramente serán citados a ronda de presos y…”

“No lo reconocerán tampoco – me cortó Daniel, tajante pero a la vez tranquilizador -: ya hablé con ellos.  Mi madre insistía en identificarlo pero le dejé en claro que, de seguir con esto, ella sería juzgada por privación de la libertad, agresión física y tortura.  No es poca cosa”

“Sorprendente – dije, sonriendo -: me alegra que vayas aprendiendo a manejar a tu madre.  ¿Y los vecinos?”

“No sé si los citarán.  Una vez que ni vos, ni mis padres ni yo hayamos reconocido al sereno como agresor, ¿tiene sentido que sigan citando testigos?”

Asentí con la cabeza, cosa que, por supuesto, él no podía ver.

“Ojalá tengas razón – dije, quedamente -.  Gracias por todo, Dani…”

“¿No vas a venir a casa?” – me espetó él de manera apresurada al notar que yo estaba dando por terminada la conversación y cortaría de un momento a otro.  Claro, probablemente considerara que había hecho bien sus deberes para conmigo y que me había hecho caso en cuanto a no culpar a Milo; no era extraño que tal pensamiento le diera esperanzas de que las cosas entre nosotros volvieran a reencaminarse y hasta reconstituirse.  Yo no lograba entender cómo seguía tan obsesionado conmigo a pesar de lo mal que me había portado con él.

“Por favor, Dani, basta con eso” – dije, de manera conclusiva, y corté.

Una vez en casa de Luis, Tatiana me atendió con sus bondades de siempre.  Aun a pesar de lo mucho que disfrutaba de su compañía, yo empezaba a pensar que no podía seguir demasiado tiempo allí: tanto Luis como ella se habían portado muy servicialmente conmigo pero, aun cuando no dijeran nada al respecto, yo entendía como algo tácito que no podría permanecer como huésped indefinidamente.  Quizás ahora que las marcas de mi cuerpo estaban desapareciendo, sería hora de ir a casa de mis padres, lo cual parecía presentarse como la mejor opción.  Aguardé a que Luis llegara de la fábrica para transmitírselo y lo aceptó sin demasiada protesta aun cuando insistió y me recordó varias veces que no había inconveniente alguno en que yo me siguiera quedando con ellos.

“Soledad… – me preguntó, cambiando el tema de repente -.  ¿Sigue firme en su decisión de no aceptar ese puesto?”

Me encogí de hombros.

“Sí… ¿Por qué?”

“Es sólo que tengo a alguien en vista y quiero, previamente, estar seguro de que usted rechaza el ofrecimiento”

“Se… lo agradezco, Luis – dije, cortésmente -, pero vuelvo a repetirle que no puedo… ocupar un lugar que ha sido dejado vacante por la renuncia de Floriana.  Ella es… o era mi mejor amiga”

Al otro día regresé al trabajo; podría haber seguido faltando ya que los hechos del fin de semana lo ameritaban suficientemente, pero la realidad era que quería volver.  No iba, obviamente, a ser nada fácil entrar nuevamente allí y mirar a las caras al resto, pero en algún momento tenía que hacerlo y, después de todo, ya empezaba a tener una cierta experiencia pues en su momento tampoco me había sido fácil la vuelta al trabajo tras la fiesta de despedida.  Consideraba, además, que en la medida en que me enfrascara en mis tareas, estaría más entretenida y no pensaría tanto en lo sucedido y sus implicancias.  Tuve que ir, obviamente, con ropa prestada por Tatiana, lo cual, como solía ocurrir, me reconfortó al sentir el contacto contra mi piel: era casi como sentir el roce de ella.  Me dio la falda más corta que tenía aunque, a decir verdad, no lo era tanto como la que yo llevaba habitualmente al trabajo.  A propósito de ello, en algún momento, y por mucho que me pesara, no iba yo a tener más remedio que pasar por casa de Daniel ya que todas mis cosas estaban allí y, hasta ahora, no había logrado hacer acopio de valor para ir a buscarlas; claro, la cuestión en tal sentido era que, de hacerlo, ello implicaría toparme con Daniel, quien, inevitablemente, reflotaría su propuesta de volver allí y reanudar nuestro flamante matrimonio como si nada hubiese ocurrido.

En general, las chicas se mostraron afectuosas o, al menos solidarias; me saludaron amablemente y, si bien evitaron hacer preguntas acerca de los hechos de la noche del sábado, exhibieron actitud de acompañarme y de alegrarse por mi regreso.  Evelyn, de hecho, me llamó todo el tiempo “Sole” y evitó el odioso apelativo de “nadita”.  También Hugo me requirió, en un momento, en su oficina y no fue para pedirme que le lamiera el culo ni nada por el estilo sino simplemente para mostrarme su preocupación y consternación por el episodio del rapto e incluso insistió varias veces en querer saber si quien había irrumpido en casa de Daniel era o no Milo, a lo cual siempre respondí que no; además de eso, se disculpó por su conducta durante la fiesta aunque, por otra parte, se le notó un destello de alegre picardía al recordar el episodio del baño, lo cual no pudo evitar hacerme mirar al piso con vergüenza.

Terminada la jornada me dirigí hacia la oficina de Luis, más que nada para saber a qué hora se iría, si lo esperaba o si me iba sola ya que esa noche, y quizás por última vez, aún dormiría en su casa.  Como siempre, golpeé y esperé a que se autorizara mi ingreso, lo cual ocurrió al instante; una vez dentro, me hallé ante el más insólito espectáculo que podría haber esperado encontrar.  Luis estaba reclinado en su silla y, como era habitual, al otro lado del escritorio; noté que, con una mano, se estaba masajeando la verga, lo cual, por cierto, para esa altura y por acostumbramiento, ya no podía sorprenderme.  Tampoco debería haberme sorprendido el hecho de encontrar a Tatiana apretujándose, toqueteándose y besándose con otra chica, lo cual, en definitiva, fue la escena ante la que me hallé.  Se las veía abstraídas en lo suyo y ni siquiera parecieron notar mi presencia pues siguieron como si nada.   Mi primera reacción fue desviar la vista, cubrirme el rostro y, tras pedir disculpas, anuncié que me retiraba.

“¡No, Soledad, aguarde! – me detuvo Luis -.  Me alegra que haya venido pues quería presentarle a la nueva chica que he tomado en lugar de Floriana…”

La noticia, por supuesto, no pudo menos que provocarme un fuerte impacto si bien no tenía por qué; yo había declinado la oferta que él me había hecho y, como tal, no tenía por qué sorprenderme el encontrar una chica nueva allí; pero, aun así, era inevitable sentir algo de celo por dentro al saber que esa jovencita, fuera quien fuese, estaba de algún modo recogiendo un beneficio que, originalmente, iba a ser para mí.  Me volví despaciosamente para mirar a la pareja de mujeres, quienes, recién entonces y siempre abrazadas, giraron sus cabezas hacia mí.  Tatiana estaba tan radiante como siempre: pura belleza y sonrisa seductora.  La otra era una joven de cintura generosa y de formas muy armoniosas sin llegar a ser, en ningún momento, exuberantes: el pervertido de Luis, como no podía ser de otro modo, había elegido bien.   Un nuevo impulso de celos me recorrió por dentro al verla en brazos de Tatiana y esta vez el celo no tenía que ver con lo laboral sino con el irrefrenable deseo lésbico que la deslumbrante novia de Luis me provocaba; traté, no obstante, de disimular y de mostrarme lo menos conmocionada que fuera posible: hasta ensayé una sonrisa que la chica me correspondió.

Pero lo peculiar del asunto era que ese rostro estaba lejos de resultarme desconocido; por el contrario, lo veía tremendamente familiar: ojos pequeños, cutis delicado con alguna que otra peca, cejas algo juntas, boca casi dibujada con pincel.

“Hola, Sole…” – me saludó, con cortesía.

No pude evitar dar un respingo porque al reconocer la voz y fue recién en ese momento cuando caí en la cuenta de por qué ese rostro me resultaba tan familiar.  Esa joven me acababa de llamar “Sole” no por oír un instante antes a Luis pronunciar mi nombre sino porque… me conocía… y  yo la conocía a ella, sólo que, al primer impacto, me costó reconocerla en un ámbito enteramente diferente a  aquél en que siempre la veía: no era otra que la empleada de la tienda de ropa de la cual yo fuera asidua clienta antes de renunciar a mi anterior trabajo y a la cual el mismo Luis me llevara en un par de oportunidades por diversos accidentes relacionados con mi indumentaria.  No podía creerlo: no cabía en mí del asombro; me quedé helada y muda, teñido mi rostro con una estúpida expresión.  ¿Qué hacía ella allí?  Mi frente se estrujó en una única arruga de incomprensión y estuve a punto de preguntar algo, pero no llegué a hacerlo; el propio Luis se me adelantó:

“La convencí de renunciar a su trabajo en la tienda – dijo, en tono explicativo y sin dejar en ningún momento de masajearse la verga por encima del pantalón -.  Dígame, Soledad: ¿cómo la ve?   ¿Es una buena opción para reemplazar a Floriana?”

Los celos me carcomían por dentro a la misma velocidad que la confusión.  ¿Así de rápido se había resuelto todo?  ¿Ya estaba ella trabajando allí?  Y lo que más me irritaba era que yo conocía muy bien sus artes lésbicas ya que, empujada por Luis, las había demostrado en su presencia y nada menos que conmigo.  Si se pensaba el asunto fríamente, no podía sorprender a nadie el hecho de que, al momento de tener que escoger una nueva empleada, Luis hubiera pensado en ella cuando, justamente, tanto disfrutaba con el fetiche voyeur de ver a dos chicas hacerse “cosas” entre sí.  Pero yo bien sabía que la llegada de esa joven me podía significar a mí el verme relegada en alguna forma, sobre todo en lo concerniente a Tatiana: no era producto de la casualidad el que hubiera hervido por dentro al verlas abrazadas.  Si Luis se satisfacía viéndolas a ellas, entonces quizás ya no necesitaría de mis “servicios”.  Y, en el supuesto caso de que lo siguiese haciendo, debería seguramente resignarme a que todo sería más compartido de allí en más.  Qué extraños pueden llegar a ser los sentimientos de posesión.  ¿En qué momento y por qué llegué a pensar que Tatiana era, de algún modo, “mía”, o que yo era de ella?  Había asumido, tácitamente y sin que hubiera nada acordado al respecto, que la única persona con quien la compartiría era con Luis, quien, de todas formas era un novio muy particular. 

“S… sí – tartamudeé -.  Es… una buena idea, señor Luis.  ¡Qué alegría verte por aquí! – dije, luego, con falsa felicidad, mirando hacia la, ya ahora, ex empleada de la tienda -.  ¿Y… ya está?  ¿Así de sencillo?  ¿Ya estás trabajando aquí?”

“Comienza la semana que viene – se apresuró a responder Luis, quien parecía arrogarse el derecho a hablar por ella y, prácticamente, no le daba espacio a hacerlo por cuenta propia -; pero, bueno… je, le estamos haciendo una pruebita, jaja”

Me mordí el labio inferior con rabia y busqué, de inmediato, reprimir ese gesto para que no fuese advertido.  Otra vez volví a ensayar mi falsa sonrisa, esta vez más amplia que la anterior.

“Me alegro mucho – dije, con impostada alegría -: de verdad, me alegro mucho por los tres.  En fin, los dejo: me tengo que ir”

Luis intentó detenerme nuevamente pero yo ya me había girado sobre mis tacos y estaba saliendo de la oficina.  Qué paradójico todo: era increíble que, en medio de las situaciones de promiscuidad que me había tocado vivir dentro de aquella fábrica sintiera, sin embargo, sentimientos de posesión; ya me había ocurrido con Daniel tras enterarme de lo suyo con Floriana y antes me había pasado con Luciano cuando dejara de ocuparse de mí para caer en garras de Evelyn…  Ahora, una vez más, me volvía a ocurrir con Tatiana. 

Pero si con eso no era ya suficiente la sorpresa, aún me restaba encontrarme con Daniel esperándome en el auto a la salida.  No era algo tan imprevisible si se consideraba lo obsesionado que se había mostrado conmigo en los últimos días; no obstante, y aun así, la posibilidad no se me había cruzado por la cabeza.  Ya para esa altura yo consideraba a nuestro matrimonio roto apenas iniciado, o bien podía decirse que nunca había comenzado salvo, claro, en los papeles y en el indemostrable “compromiso ante Dios”: para mí, quedaba esperar que se cumpliera el plazo legal para deshacer el vínculo y  así dar paso al divorcio; ésa, al menos, era la idea que yo tenía en mente y que daba por sobreentendida pero, al parecer, ello no entraba en la cabeza de Daniel.  Le mantuve durante algunos segundos una mirada severa y recriminatoria; él intentó sonreír, aunque de modo tímido: sabía que, en cierta forma, estaba cometiendo una “infracción” con su presencia allí. 

Sin decir palabra, desvié la vista y eché a andar hacia la parada del colectivo, distante de allí unas cinco cuadras.  Él, obviamente, no había ido allí sólo para verme salir del trabajo así que, como no podía ser de otra manera, intentó detenerme: primero me chistó pero lo ignoré; luego, mirando por el rabillo del ojo, lo vi sacar medio cuerpo por la ventanilla y gritar mi nombre varias veces.  La situación, desde ya, era embarazosa y bochornosa; nerviosamente miré de soslayo en derredor para determinar si había vecinos mirando la escena y, en efecto, los había.  Opté por seguir caminando. 

Una vez que Daniel tomó conciencia de que yo ya no volvería atrás, puso en marcha el motor y, maniobrando sobre la entrada del estacionamiento de la fábrica (ubicado frente a la misma) se alineó conmigo y marchó a paso de hombre junto al cordón de la acera.

“Sole… – no paraba de repetir -; vamos a casa”

“Basta… – dije, entre dientes; trataba de hablar lo suficientemente alto como para que me oyese pero a la vez lo suficientemente bajo como para que no escucharan los vecinos curiosos -; basta con esto, Daniel.  Ya está: ahora te pido, por favor, que me evites este papelón”

“Están todas tus cosas en casa” – repuso; debí sospechar que usaría eso como mecanismo de extorsión.

“Ya iré a buscarlas.  O enviaré a alguien” – respondí secamente.

“¿Enviar a alguien?  ¿Y a quién vas a enviar?” – se lo notaba desencajado, fuera de sí; hacía esfuerzos sobrehumanos por sonar simpático pero no había forma de que ocultara un deje de locura que parecía haberse apoderado de él en los últimos días.  Me daba pena pero lo que me estaba haciendo era terriblemente incómodo.  Ya bastante tenía yo con la súbita fama conseguida tras los episodios durante y después del casamiento, como para seguirme agregando dolores de cabeza que siguieran haciendo pública mi vida.

“No sé – respondí, tratando de mostrar el mayor desinterés posible -.  A Luis tal vez.  A Hugo.  A Luciano.  No sé”

Yo sabía que estaba siendo hiriente y, en realidad, ése era el objetivo: irritarlo al punto de que, ya perdidas sus esperanzas, acelerara de una vez y se marchara de allí a toda velocidad; pero no: se mantenía firme a la par y, aunque yo no lo miraba, no era difícil imaginar que debía estar haciendo grandes esfuerzos para no acusar recibo de mis lacerantes dichos.

“Sole, por favor te lo pido – seguía repitiendo mientras fingía no oír -: podemos reintentarlo; todo esto que pasó fue una locura… para los dos.  Y yo sé que las cosas que hiciste las hiciste porque… no estabas bien”

“¡Basta! – insistí, tajante -.  No voy a seguir hablando de esto.  ¿Está claro?”

Lejos de rendirse, siguió con su repetitiva diatriba hasta llegar a la parada del colectivo; rogué que el mismo llegara pronto, pero la espera se me hizo eterna.  Él seguía y seguía hablándome desde el auto y no se iba: la situación me fastidiaba sobremanera, más aún cuando yo venía del golpe sufrido por lo de Luis, Tatiana y la chica nueva.  ¿Era que no se iba a ir nunca?  Ya no sabía qué hacer para terminar de ahuyentarlo; nada de lo que había dicho parecía convencerle de alejarse de mí definitivamente.  Quizás habría que pasar a la acción…

Clavé la vista en un muchachito que, auriculares en los oídos, esperaba el colectivo en la parada: bastante más joven que yo, tendría unos diecinueve o veinte años; no estaba mal pero tampoco era muy buen mozo a decir verdad… No importaba: lo único que me interesaba era provocar en Daniel el mayor rechazo posible: por lo tanto, dando la espalda a mi esposo, me encaré con el joven, quien se mostró claramente perturbado por lo penetrante de mi mirada; además y como no podía ser de otra forma y más allá de los auriculares, estaría perfectamente al tanto de la situación ya que Daniel llevaba varios minutos prácticamente gritando a viva voz.  Sin más trámite, le apoyé al muchacho una mano sobre el bulto y se lo masajeé; sorprendido, intentó dar un paso atrás y miró con terror hacia el auto desde el cual Daniel, seguramente con ojos atónitos, observaba la escena.  Yo no lo dejé recular ya que prácticamente lo capturé por el pito y lo atraje hacia mí para estamparle un intenso beso en la boca e, incluso, le mordí el labio hasta casi hacerlo sangrar. 

Había otra gente en la parada y pude oír el coro de azorados murmullos que de entre ellos se levantaba, pero no llegaba a mis oídos insulto alguno por parte de Daniel ni, como hubiera esperado, el sonido del auto acelerando.  De pronto escuché claramente que la puerta del vehículo se abría y, aun sin verlo, pude imaginar a Daniel descender del mismo y venir hacia mí hecho una furia.  Ya para esa altura y no habiéndose él marchado, se caía de maduro lo que ocurriría a continuación y, en efecto, ocurrió: Daniel tomó con fuerza al joven por los hombros hasta prácticamente arrancarlo de mi boca; el chico profirió un grito de dolor puesto que yo lo tenía tomado por el pene y debió, por lo tanto, sentir un fuerte tirón.  Daniel estrelló su cerrado puño contra esos labios que yo acababa de besar y, de hecho, hizo trastabillar al joven, quien, no obstante y con gran esfuerzo, logró a duras penas mantenerse en pie para luego contraatacar con un potente puñetazo en plena mandíbula de Daniel, quien sí cayó de espaldas contra la acera.  Alrededor, la gente de la parada se abrió como formando un abanico y, lejos de intervenir o de separar, miraban la escena con estupor; había incluso un par de hombres entre ellos pero mantuvieron idéntica actitud pasiva que las mujeres, tal vez superados por la sorpresa del momento. 

Miré a Daniel, sentado en el piso: sus ojos estaban inyectados en rabia y era una fiera salvaje a punto de saltar de un momento a otro; definitivamente, yo no había conseguido el efecto que buscaba: no se la había tomado conmigo sino con el pobre muchacho, quien, sin comerla ni beberla, se hallaba súbitamente envuelto en una escena de celos conyugal.  El joven, sin embargo, parecía haber superado su sorpresa inicial y, ahora, aguardaba con los puños cerrados a que Daniel se incorporase; éste ya había comenzado a hacerlo cuando, de pronto, una estruendosa bocina sonó en el lugar: el colectivo había llegado y, desde arriba del mismo, el chofer instaba a Daniel a mover su auto de la parada que ocupaba; el resto de los pasajeros, por supuesto, aplastaban sus narices contra las ventanillas atentos a la inesperada escena de pugilato callejero con la que se habían topado.  Daniel miró al colectivero; luego, con odio, al joven y, finalmente, a mí: sin decir palabra, se dirigió hacia el auto para sacarlo de la parada.  Mientras yo subía al colectivo, llegué a escuchar que me gritaba algo, pero yo ya no lograba entenderle… o bien no quería.  En cuanto al jovencito, y como era de esperar, no pude quitármelo de encima en todo el trayecto pues, claro, creyó ilusamente que mi avance hacia él había sido auténtico o, dicho de otra forma, que se le había dado y que esa noche iba a cogerme.  Con seca amabilidad y palabras parcamente esquivas, respondí a sus preguntas hasta  que, finalmente y para su decepción, bajé en la parada a dos cuadras de la casa de Luis sin siquiera haberle dado un número de teléfono…

                                                                                                                                                                              CONTINUARÁsex-shop 6

 

“LA SECRETARIA, ESE OBJETO DE DESEO”, (POR GOLFO) LIBRO PARA DESCARGAR.

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SECRETARIA PORTADA2Sinopsis:

Tirarse a una secretaria es uno de las fantasías mas concurrentes en la mente de todo hombre. GOLFO como autor erótico nos ha descrito muchas veces el amor o el desamor entre un jefe y una secretaria. Aquí encontrareis los mejores relatos escritos por el teniendo a ese oscuro objeto de deseo como protagonista.

Bájatelo pinchando en el banner o en el siguiente enlace:

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer capítulo:

Capítulo uno.

Descubrí a mi secretaria en mi jardín.
Eran las once de la noche de un viernes cuando escuché a Sultán. El perro iba a despertar a toda la urbanización con sus ladridos. “Seguramente debe de haber pillado a un gato”, pensé al levantarme del sofá donde estaba viendo la televisión. Al abrir la puerta, el frío de la noche me golpeó la cara, y para colmo, llovía a mares, por lo que volví a entrar para ponerme un abrigo.
Enfundado en el anorak empecé a buscar al animal por el jardín, disgustado por salir a esas horas y encima tener que empaparme. Al irme acercando me di cuenta que tenía algo acorralado, pero por el tamaño de la sombra no era un gato, debía de ser un perro, por lo que agarré un tubo por si tenía que defenderme. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que su presa consistía en una mujer totalmente empapada, por lo que para evitar que le hiciera daño tuve que atar al perro, antes de preguntarle que narices hacían en mi jardín. Con Sultán a buen recaudo, me aproximé a la mujer, que resultó ser Carmen, mi secretaria.
―¿Qué coño haces aquí?―, le pregunté hecho una furia, mientras la levantaba del suelo.
No me contestó, por lo que decidí que lo mejor era entrar en la casa, la mujer estaba aterrada, y no me extrañaba después de pasar al menos cinco minutos acorralada sin saber si alguien la iba a oír.
Estaba hecha un desastre, el barro la cubría por completo, pelo, cara y ropa era todo uno, debió de tropezarse al huir del animal y rodar por el suelo. Ella siempre tan formal, tan bien conjuntada, tan discreta, debía de estar fatal para ni siquiera quejarse.
―No puedes estar así―, le dije mientras sacaba de un armario una toalla, para que se bañara.
Al extenderle la toalla, seguía con la mirada ausente.
―Carmen, despierta.
Nada, era como un mueble, seguía de pie en el mismo sitio que la había dejado.
―Tienes que tomar una ducha, sino te vas a enfermar.
Me empecé a preocupar, no reaccionaba. Estaba en estado de shock, por lo que tuve que obligarla a acompañarme al baño y abriéndole la ducha, la metí vestida debajo del agua caliente. No me lo podía creer, ni siquiera al sentir como el chorro golpeaba en su cara, se reanimaba, era una muñeca que se quedaba quieta en la posición que su dueño la dejaba. “Necesitará ropa seca”, por lo que temiendo que se cayera, la senté en la bañera, dejándola sola en el baño.
Rápidamente busqué en mi armario algo que pudiera servirle, cosa difícil ya que yo era mucho más alto que ella, por lo que me decidí por una camiseta y un pantalón de deporte. Al volver, al baño, no se había movido. Si no fuera por el hecho de que tenía los ojos abiertos, hubiera pensado que se había desmayado. “Joder, y ahora qué hago”, nunca en mi vida me había enfrentado con una situación semejante, lo único que tenía claro es que tenía que terminar de quitarle el barro, esperando que para entonces hubiera recuperado la cordura.
Cortado por la situación, con el teléfono de la ducha le fui retirando la tierra tanto del pelo como de la ropa, no me entraba en la cabeza que ni siquiera reaccionara al notar como le retiraba los restos de césped de sus piernas. Sin saber cómo actuar, la puse en pie para terminar de bañarla, como una autómata me obedecía, se dejaba limpiar sin oponer resistencia. Al cerrar el grifo, ya mi preocupación era máxima, tenía que secarla y cambiarla, pero para ello había que desnudarla, y no me sentía con ganas de hacerlo, no fuera a pensar mal de mí cuando se recuperara. Decidí que tenía que reanimarla de alguna manera, por lo que volví a sentarla y corriendo fui a por un café.
Suerte que en mi cocina siempre hay una cafetera lista, por lo que entre que saqué una taza y lo serví, no debí de abandonarla más de un minuto. “Madre mía, que broncón”, pensé al retornar a su lado, y descubrir que todo seguía igual. Me senté en el suelo, para que me fuera más fácil dárselo, pero descubrí lo complicado que era intentar obligar a beber a alguien que no responde. Tuve que usar mis dos manos para hacerlo, mientras que con una, le abría la boca, con la otra le vertía el café dentro. Tardé una eternidad en que se lo terminara, constantemente se atragantaba y vomitaba encima de mí.
Todo seguía igual, aunque no me gustara, tenía que quitarle la ropa, por lo que la saqué de la bañera, dejándola en medio del baño. Estaba totalmente descolocado, indeciso de cómo empezar. Traté de pensar como sería más sencillo, si debía de empezar por arriba con la camisa, o por abajo con la falda. Muchas veces había desnudado a una mujer, pero jamás me había visto en algo parecido. Decidí quitarle primero la falda, por lo que bajándole el cierre, esta cayó al suelo. El agacharme a retirársela de los pies, me dio la oportunidad de verla sus piernas, la blancura de su piel resaltaba con el tanga rojo que llevaba puesto. La situación se estaba empezando a convertir en morbosa, nunca hubiera supuesto que una mojigata como ella, usara una prenda tan sexi. Le tocaba el turno a la blusa, por lo que me puse en frente de ella, y botón a botón fui desabrochándola. Cada vez que abría uno, el escote crecía dejándome entrever más porción de su pecho. “Me estoy poniendo bruto”, reconocí molesto conmigo mismo, por lo que me di prisa en terminar.
Al quitarle la camisa, Carmen se quedó en ropa interior, su sujetador más que esconder, exhibía la perfección de sus pechos, nunca me había fijado pero la señorita tenía un par dignos de museo. Tuve que rodearla con mis brazos para alcanzar el broche, lo que provocó que me tuviera que pegar a ella, la ducha no había conseguido acabar con su perfume, por lo que me llegó el olor a mujer en su totalidad. Me costó un poco pero conseguí abrir el corchete, y ya sin disimulo, la despojé con cuidado disfrutando de la visión de sus pezones. “Está buena la cabrona”, sentencié al verla desnuda. Durante dos años había tenido a mi lado a un cañón y no me percaté de ello.
No solo tenía buen cuerpo, al quitarle el maquillaje resultaba que era guapa, hay mujeres que lejos de mejorar pintadas, lo único que hacen es estropearse. Secarla fue otra cosa, al no tener ninguna prenda que la tapara, pude disfrutar y mucho de ella, cualquiera que me hubiese visto, no podría quejarse de la forma profesional en que la sequé, pero yo sí sé, que sentí al recorrer con la toalla todo su cuerpo, que noté al levantarle los pechos para secarle sus pliegues, rozándole el borde de sus pezones, cómo me encantó el abrirle las piernas y descubrir un sexo perfectamente depilado, que tuve que secar concienzudamente, quedando impregnado su olor en mi mano.
Totalmente excitado le puse mi camiseta, y viendo lo bien que le quedaba con sus pitones marcándose sobre la tela, me olvidé de colocarle los pantalones, dejando su sexo al aire.
Llevándola de la mano, fuimos hasta salón, dejándola en el sofá de enfrente de la tele, mientras revisaba su bolso, tratando de descubrir algo de ella. Solo sabía que vivía por Móstoles y que su familia era de un pueblo de Burgos. En el bolso llevaba de todo pero nada que me sirviera para localizar a nadie amigo suyo, por lo que contrariado volví a la habitación. Me había dejado puesta la película porno, y Carmen absorta seguía las escenas que se estaban desarrollando. Me senté a su lado observándola, mientras en la tele una rubia le bajaba la bragueta al protagonista, cuando de pronto la muchacha se levanta e imitando a la actriz empieza a copiar sus movimientos. “No estoy abusando de ella”, me repetía, intentándome de auto convencer que no estaba haciendo nada malo, al notar como se introducía mi pene en su boca, y empezaba a realizarme una exquisita mamada.
Seguía al pie de la letra, a la protagonista. Acelerando sus maniobras cuando la rubia incrementaba las suyas, mordisqueándome los testículos cuando la mujer lo hacía, y lo más importante, tragándose todo mi semen como ocurría en la película.
Éramos parte de elenco, sin haber rodado ni un solo segundo de celuloide. Estaba siendo participe de la imaginación degenerada del guionista, por lo que esperé que nos deparaba la siguiente escena. Lo supe en cuanto se puso a cuatro piernas, iba a ser una escena de sexo anal, por lo que imitando en este caso al actor, me mojé las manos con el flujo de su sexo e introduciendo dos dedos relajé su esfínter, a la vez que le colocaba la punta de mi glande en su agujero. Fueron dos penetraciones brutales, una ficticia y una real, cabalgando sobre nuestras monturas en una carrera en la que los dos jinetes íbamos a resultar vencedores, golpeábamos sus lomos mientras tirábamos de las riendas de su pelo. Mi yegua relinchó desbocada al sentir como mi simiente le regaba el interior, y desplomada cayó sobre el sofá.
Desgraciadamente, la película terminó en ese momento y de igual forma Carmen recuperó en ese instante su pose distraída. Incrédulo esperé unos minutos a ver si la muchacha respondía pero fue una espera infructuosa, seguía en otra galaxia sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Entre tanto, mi mente trabajaba a mil, el sentimiento de culpabilidad que sentía me obligo a vestirla y esta vez sí le puse los pantalones, llevándola a la cama de invitados.
“Me he pasado dos pueblos”, era todo lo que me machaconamente pensaba mientras metía la ropa de mi secretaria en la secadora, “mañana como se acuerde de algo, me va a acusar de haberla violado”. Sin tener ni idea de cómo se lo iba a explicar, me acerqué al cuarto donde la había depositado, encontrándomela totalmente dormida, por lo que tomé la decisión de hacer lo mismo.
Dormí realmente mal, me pasé toda la noche imaginando que me metían en la cárcel y que un negrazo me usaba en la celda, por lo que a las ocho de la mañana ya estaba en pie desayunando, cuando apareció medio dormida en la cocina.
―Don Manuel, ¿qué ha pasado?, solo me acuerdo de venir a su casa a traerle unos papeles―, me preguntó totalmente ajena a lo que realmente había ocurrido.
―Carmen, anoche te encontré en estado de shock en mi jardín, , por lo que te metí en la casa, estabas empapada y helada por lo que tuve que cambiarte ―, el rubor apareció en su cara al oír que yo la había desvestido,―como no me sabía ningún teléfono de tus amigos, te dejé durmiendo aquí.
―Gracias, no sé qué me ocurrió. Perdone, ¿y mi ropa?
―Arrugada pero seca, disculpa que no sepa planchar―, le respondí más tranquilo, sacando la ropa de la secadora.
Mientras se vestía en otra habitación, me senté a terminar de desayunar, respirando tranquilo, no se acordaba de nada, por lo que mis problemas habían terminado. Al volver la muchacha le ofrecí un café, pero me dijo que tenía prisa, por lo que la acompañe a la verja del jardín. Ya se iba cuando se dio la vuelta y mirándome me dijo:
―Don Manuel, siempre he pensado de usted que era un GOLFO…, pero cuando quiera puede invitarme a ver otra película―
Cerró la puerta, dejándome solo.

 

Relato erótico: “Ayana pierde su virginidad (Yellow Star) 1+2” (POR CANTYDERO)

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LA OBSESION 2Ayana era muy joven para el sexo.

Sin títuloPero allí estaba, sin poder hacer nada para evitarlo. Había sido drogada, sin ella saberlo, por su padrastro, quien le había ofrecido aquél café humeante para relajarse después del estudio. Casi al momento había caído al suelo, sus músculos estaban totalmente paralizados. Y su padrastro la había llevado allí abajo, al sótano que nunca se usaba, a donde había movido una cama preparada para aquella ocasión.

Allí estaba, la había desnudado completamente y estaba tirada en esa cama.

Su cuerpo esbelto, con una cabellera rubia atada en dos coletas, y unos ojos marrones a juego con su pelo, unos pechos enormes y una vagina cerradita y virgen, estaban completamente a merced de su violador.

Ya había intentado resistirse, sin éxito. No tenía fuerza física debido al fármaco, y además su padrastro tenía una fuerza y un cuerpo enormes, demasiado para que Ayana pudiese impedirle nada. Había metido sus dedos en su virginal vagina y había chupado la conchita con avidez. La pobre Ayana no había podido reprimir gritos de placer, porque además esa droga tenía un potente efecto afrodisíaco que excitaba las sensaciones de aquella inocente chica rubia.

De manera que, al extraer dos dedos empapados de flujos de la cuevita de Ayana, consideró que estaba lista para ser iniciada.

Él la miraba tocándose la gigantesca polla en erección con placer. Había llegado el momento de desvirgar a aquella hijastra que a todas horas encendía su deseo. La a iba a abrir por primera vez, antes de que lo hubiese hecho el imbécil de su novio.

Plegó sus hermosas piernitas hacia atrás, empujando los muslos con fuerza hacia la cintura de la niña y apoyó el pene a la entrada de ese coñito virgen que sobresalía entre las piernas, rozando ya con el glande los suaves labios de la chica. Ayana, al notarlo, cerró los ojos y chilló, impotente ante su desfloración inminente.

Y la polla separó aquellos labios por primera vez, haciendo que Ayana recibiera su primera verga. La lubricación del coñito de Ayana no pudo impedir que el glande entrase entero dentro de ella, que su entrepierna recibiese su primer hombre dentro de ella. Y la inocente chica percibió como algo grande avanzaba por su sitio hasta ahora intacto, que empezaba a ensanchar su intimidad…

No pudo evitar pensar en su novio, al que mentalmente pidió perdón por haberle dicho anoche que no quería hacer todavía el amor, que no estaba lista y que probarían otra noche. Ya no sería así, ya no se llevaría él su virginidad.

El miembro viril se introdujo progresivamente dentro de aquella vagina virgen, la mitad de aquella carne penetraba ya a Ayana. Y entonces se produjo el inevitable encontronazo con la virginidad deseada por aquél perverso padrastro. Él sintió como su polla tocaba la membranita, pero no detuvo su avance. Y Ayana sintió como algo en ella intentaba imponer resistencia al sexo, pero él avanzaba más y más dentro de ella. Y algo le empezaba a doler dentro de su vagina…

Ayana sustituyó la expresión de temor en su cara por una mueca de sufrimiento al sentir como el sexo masculino avanzaba sin importarle llevarse el himen por delante. De un crujido, la delicada telita que mantenía virgen a Ayana fue desgarrada al continuar la penetración, y la rotura violenta del himen provocó en ella una inmediata sensación de profundo dolor en su casta vagina. Gritó, gritó muy alto y se revolvió por el suplicio que había supuesto ser desvirgada así, sin tacto y de forma no consentida.

Pero de nada sirvió para disuadir al violador, al padrastro excitado que sin más miramientos acabó por deslizar toda su polla dentro de esa vagina estrenada y dolorida. El avance hizo sufrir más a Ayana al sentir que la completa totalidad de aquél miembro estaba ensartado en su estrecha vagina hasta entonces no invadida y que se hacía sitio entre sus tiernas paredes vaginales, donde parecía no haber tanto espacio. El dolor era máximo para la joven.

Y aquél padrastro malvado empezó a follar a la drogada jovencita con fuerza, entrando y saliendo de ella como loco…

Y así fue como la joven y no preparada Ayana perdió su virginidad. Mi tributo al momento culmen del capítulo 07 de la serie hentai Cool Devices, titulado ‘Yellow Star’, el cual recomiendo encarecidamente por ofrecer una historia no sólo muy excitante desde el punto de vista sexual sino también por su argumento.

______

Ayana seguía sin estar preparada para el sexo.

Eso es lo que podría haber dicho cualquiera si hubiera presenciado el primer acto sexual de la joven,  cuando su padrastro la había violado sin miramientos, aprovechándose de ella usando la poderosa droga de diseño “Yellow Star”. Pero es que nadie podría haber sido testigo ni siquiera sospechar de ello. La desvirgación de Ayana había ocurrido en el sótano de la casa, donde ni siquiera los gritos de dolor de la chica podrían haber llegado a la calle. Y nadie sospechaba que el padrastro de Ayana, a quien a su cuidado la había dejado su madre, había abusado de ella.

De ese modo, y para preservar la total normalidad, Ayana se había dirigido una vez más al colegio, como cada mañana. En el centro estaba hasta su novio. Ayana intentaba comportarse como siempre, pese a que su feminidad había dado un giro irreversible. Ante los compañeros de clase y su propio novio, estaba un poco más callada y miraba al cielo como si esperara llover… Su pareja, que por un lado estaba un poco decepcionado con el hecho de tener que seguir esperando para tomar su virginidad, decidió relajarse pensando que Ayana seguía nerviosa por los exámenes y que quizás su período le había sorprendido esa noche. (No podía sospechar él, ni se le pasaba por la cabeza, que la noche anterior la sangre de Ayana que había salido de su sexo era debida a la brusca rotura del himen y no a la regla).

Pese a que quería pasar la tarde con ella, la dejó ir, no sin sorpresa cuando vio que su padrastro detective era quien acudía a recogerla al colegio en su coche. Ella se despidió de él tímida y rápidamente, mientras entraba en el coche y el hombre le miraba con carácter impasible mientras arrancaba. Una mirada que ella nunca antes había sospechado que estaba oculta, como todos aquellas cámaras instaladas en su casa por las cuales el observaba el cuerpo desnudo de Ayana. Su tierna cara, aún de niña y con un cabello liso y rubio que llegaba a media espalda, se conjugaba con un cuerpo de mujer extremadamente desarrollada: delgada, de cintura perfecta y caderas estilizadas, marcada con unos grandes pechos y un culo redondeado y a todas luces perfecto.

Ayana estaba asustada, pero sabía perfectamente que no podía decir nada a nadie. Que su situación era mala, pero que ella no sospechaba hasta qué punto podía ser peor. Se avecinaba, iba a ocurrir de nuevo… Lo sabía porque su padrastro le había metido mano en el coche, delante de los semáforos… Había deslizado su enorme mano entre las porcelanosas piernas de su hijastra, apretando con fruición los muslos y paseándose sobre la tela que cubría su sexo. La pobre chica no quería ni mirar, y hubiera querido disociarse de la sensación que suponía el tacto de aquél hombre nada familiar sobre sus partes más sagradas. Miraba el tráfico, como queriendo concentrarse mucho en él, como si eso le pudiera sacar de allí intacta…

Se bajó del coche, colocándose bien la falda, pese a lo poco que sabía que eso duraría.

Al poco de entrar en casa, en la cocina, su padrastro la llamó y se acercó a ella. Llevaba algo en la mano. Ella sabía lo que era.

El padrastro bruscamente la cogió del cuello de la blusa, algo que la inocente Ayana no esperaba. Con fuerza, la empotró contra la pared. Lo que le daba a entender era muy sencillo: o se tomaba la droga a las buenas, o lo haría a la fuerza. Ayana, prefiriendo hacer de la situación un trago menos amargo, separó sus labios de colegiala retocados con pintalabios e inclinó un poco la lengua para permitir que la cápsula depositada por su padrastro tuviera acceso libre a su estómago. Tras tragarla, a los pocos momentos de hacerlo, Ayana  comenzó de nuevo a sentir esa sensación mixta entre un intenso calor y una flaqueza muscular abrasadora… Él fue rápido. Cogió a su concubina en volandas y la llevó al sótano, donde tenía preparado todo para otra sesión de incesto.

Ayana observaba a la luz del fluorescente, entre el temor y la excitación, el camastro inmundo donde fue violada la noche anterior. Notaba un olor a cerrado y a intenso sudor de hombre en el ambiente. Vio dos cosas que eran un recuerdo ineludible de que ella había yacido ahí: sus bragas de ayer, hechas una bola en el parqué, y la colcha de la cama revuelta, donde se agolpaba una mancha de sangre que solo podía pertenecer a su membranita virginal perdida.

Bruscamente, fue lanzada contra la cama, cayendo boca arriba, golpeando con fuerza el colchón. Ayana intentó incorporarse, pero ya estaba completamente paralizada por efecto de esa droga. Y no pudo por tanto resistir el envite de su padrastro, echado ya contra ella, apoyando su peso contra su tórax y restregando su enrome cuerpo contra su frágil figura pálida. La respiración fuerte y cálida de él le marcaba su excitación, sus ojos fieros dejaban claro que la domaría de nuevo, allí y durante las horas que a él le apeteciera. Su padrastro se liberó de la camiseta y dejó al aire su rudo torso, para a continuación besar los tiernos y blandos labios de Ayana, impulsando a la fuerza el olor a tabaco dentro de la cavidad bucal de la niña valiéndose de su lengua… Ella se sentía a punto de ahogarse mientras él comenzaba a tomar lo que quería de su cuerpo.  Como ahora, que ya buscaba los pechos de la escultural adolescente por encima del uniforme escolar.

Con un tirón propio de una bestia, rasgó la blusa blanca de la joven. Ayana gritó cuando tiró lejos el sujetador y las manos magrearon con rudeza sus pobres pechos, tan bien dotada estaba la chica que hacía perder la razón a su acosador, y lo mismo pellizcaba el tejido glandular sin delicadeza que mordía los pezones de su hijastra. Y lo peor es que con ello, en medio del salvaje asalto, Ayana comenzaba a excitarse de sobremanera gracias a los poderes afrodisíacos que ahora mismo se adueñaban y manejaban sus sentidos…

¿Era posible tener más suerte? Pensaba así su padrastro. La operación que investigaba le había llevado a casarse con una mujer que aportaba una hija adolescente de atributos divinos. Había sido tan fácil drogarla con la Yellow Star… y sería así muchas veces, tenía planeado él. Y lo más excitante, pensó mientras bajaba las braguitas blancas de Ayana, era que  había sido él y no el patético de su novia el que había arrebatado la condición virgen de la niña; aún se derretía de excitación y temperatura al recordar cómo había roto el himen de Ayana de una estocada.

Arrojó la ropa interior de la jovencita a un rincón y con una sola mano, sujetó las muñecas de su hijastra. De un tirón la hizo levantarse. El precioso cuerpo de Ayana quedó colgado con los brazos en alto, inerme y débil ante el corpulento agresor. La carita angelical de Ayana colgaba caída, y a la altura de los poderosos pechos de la adolescente quedaba el gran miembro viril de su padrastro. Su dueño contemplaba la escena lleno de agitación y de impaciencia, y se recreaba con el dominio que tenía sobre la totalmente sumisa Ayana.

Separó los labios de la boca de la muchacha, aún vírgenes en cuanto al sexo, para introducir entre ellos su polla. Ayana se mostraba confundida, jamás se lo había hecho a su novio, era su primera felación. Intentó abarcar tímidamente el glande con sus labios, introduciéndoselo y sacándoselo, pero su domador acabó enterrándole todo el tronco en la boca mientras la sujetaba por la nuca. Con toda la polla dentro, rozándole la garganta, Ayana sentía arcadas, y el sabor del sexo masculino quería hacerle vomitar, pero su padrastro no tenía piedad y la hizo recorrer su longitud varias veces mientras manejaba su cabeza a su antojo. La lengua de Ayana aprendía a deslizarse y a untar de saliva el grueso pene de ese hombre forzudo, el mismo que alojó en su vagina… El padrastro comenzaba a estar contento del progreso de Ayana, y más aún al ver que sus caras de asco inicial se tornaban en lascivia, él la estaba pervirtiendo y ella era solo para él…

Al cabo de poco rato sacó la polla babeante de saliva femenina de la boquita de la fémina, ella parecía cansada de haber soportado tal instrumento en entre sus mandíbulas. Le contemplaba con miedo, pero a la vez, sin poder disimular que había comenzado a mojarse sus partes más impuras… ¿Le empezaría a gustar el sexo con él? ¿Le estaría poniendo caliente su dureza y malas prácticas para con ella? Era tan intensa la sensación que ella sentía que le quemaban las partes malheridas por los apretones que le habían dado en sus pechos, que el sexo le empezaba a hacer chispas ahora que los dedos rudos de su compañero sexual recorrían la fina hendidura de su coñito. Al introducir dos de sus dedos el degenerado pudo comprobar como su tierna niña ya estaba completamente rendida al placer, y de su cuevita escurrían regueros de templado flujo femenino, que aumentaban con los masajes que él daba en lo más profundo de esa vagina que tomaba ahora por segunda vez.

Ayana no tardó en alcanzar el orgasmo, y entre violentas sacudidas se dejó llevar. Su amante extrajo los dedos cubiertos de goteante flujo y decidió de una vez entrar en su legítima mujer. Esta vez la colocó a cuatro patas, la ignorante Ayana se dejaba hacer mientras reposaba su cabeza en unos cojines que la ayudaban a no perder el equilibrio. Se mostraba expectante pues era la segunda vez en su vida que se la iban a follar, y la primera vez también había sido él quien la había desvirgado, justo un día antes… Ella temía porque se corrió dentro de su sexo anoche, y hoy tampoco llevaba protección ni había mostrado el más mínimo interés por los preservativos, de tal modo que Ayana corría un gran riesgo de ser preñada. Pero en aquél momento, cuando él punteaba suavemente sus labios vaginales con la punta de su hinchado y enrojecido pene, ni siquiera ese riesgo le parecía fatal…

Tras pasear el sexo por el clítoris de Ayana, quien ya movía las piernas con algo de frenesí por la excitación de ser tomada, el padrastro decidió hacer lo que tenía planeado para hoy.  Agarró con fiereza las nalgas bellísimas de la pobre sumisa y posó el glande en el orificio. Ayana le sintió, pero antes de que pudiera decir nada, su padrastro ya estaba metiéndole el glande por el ano. Forzando un poco consiguió abrirse paso en su intestino, sin piedad entre los alaridos de inmensurable dolor de Ayana al sentir esa intromisión no tolerada.  Ayana intentaba concentrar sus fuerzas en patalear, en moverse, en luchar contra la invasión, pero la alucinógena droga aún bañaba sus nervios e impedía que ella realizara movimientos bruscos. De esa forma, no pudo apenas oponerse, las manos apretaban las caderas de la dulcísima Ayana hasta deformar la casta piel, y el grueso y monstruoso pene forzaba para tomar el interior anal. Su padrastro hacía grandes esfuerzos por reventar el culo virgen de la joven niña, por tomar el último reducto de decencia de su hijastra ahora convertida en puta no consentida, y ya lo conseguía, habiendo metido el glande y sintiendo las carnes prietas de Ayana hacer sufrir a su polla. Entre gritos, ya conseguía meter casi más de la mitad de su fiero miembro en el interior de la tierna putita, a la cual ya fallaban los brazos y caía con su cara llorosa y la mandíbula desencajada de sufrimiento tras tanto grito de horror, era un espectáculo sádico ver como ella misma se enjuagaba las lágrimas contra la almohada mientras era empujada por detrás, y ya tras inmensos esfuerzos, llegó la plenitud. Sí, ya su padrastro había conseguido llenarla de carne jodiéndola viva, y el sexo masculino se encontraba empalado entre la hace poco virgen carne de la pobre Ayana. El sufrimiento de acoger tamaño dique entre sus nalgas era tan cruento que ella apenas ya sentía nada, y el padrastro decidió seguir tomando por la fuerza el tesoro que ahora le pertenecía.

Usando sus brazos, bien sujetos a la jovencita, la separo de su cuerpo para extraer casi toda la extensión de su descomunal aparato. La carne de la niña apretaba tantísimo su sexo que para él casi también era una tarea dolorosa la sodomización. Al punto de que pudo ver como unos cuantos centímetros salían de la cavidad anal de Ayana, se encontró con que se había de nuevo excedido en su práctica sexual: gotas de sangre fresca manchaban su prepucio. Pensó en que su aniñada criatura aún no tenía el cuerpo preparado para el sexo duro ni para el grosor de su rabo, pero le importó poco el daño causado. Con toda la fuerza de su pesado cuerpo, embistió a la joven hasta empalar de nuevo toda su polla dentro del culo de Ayana. Otro grito, casi tan horrible como el primero volvió a salir de la garganta de la pobre víctima, mientras la polla aún seguía rasgando sus juveniles músculos, pugnando por abrir ese orificio anal para entrar hasta lo más profundo.

Ayana, llorosa, y afónica de tanto gritar para que su sádico padrastro se detuviera, tuvo que aguantar sin poder hacer nada para evitarlo la sacudida de dolor insoportable que supuso tener de nuevo la polla enterrada hasta el fondo de su recto. Y ese fue el momento en el que su violador decidió emprender una serie de embestidas sin ningún cariño contra el ya no virgen ano. Empezó a moverse con fuerza bruta, pues a cada empujón de aquél bestial ariete el intestino de la chica oponía menos resistencia, y las sacudidas que sufría el cuerpo femenino la hacían asemejarse a un indefenso muñeco de trapo.

Follar el culo de tan tierna y escultural adolescente estaba volviendo loco al padrastro, estaba tornándolo en una fiera sanguinaria a quien le importaba poco el estado de su hijastra. Cada vez las sacudidas eran más rudas y violentas, cada vez las estocadas tenían un final más insano, como si quisieran destrozar el ano de Ayana… Y todo esto causaba en la sufridora unas increíbles sensaciones de impotencia, unos quejidos inútiles y lágrimas que ahogaban su cutis perfecto… Ya el padrastro la agarraba de sus tremendas tetas y las usaba como punto de apoyo, a la vez que las desgarraba con sus manazas. La carne trémula de los senos de la joven le excitaba más y le hacía ahondar con más fuerza en su amante. Mientas, ella visiblemente soportaba el tormento como podía. El cuidado peinado de Ayana estaba totalmente destrozado, sus brazos apenas ya podían sostener las bravuconas sacudidas que su fina figura experimentaba, y el dolor lacerante de su trasero atravesado le hacía resquebrajarse por dentro…

Y sin embargo, para su padrastro la follada que le estaba pegando a Ayana era deliciosa: su delicada figura se movía en sus brazos a su antojo, el estrecho culo de grandes nalgas de su amante era perfecto para la penetración, y los lamentos de la pobre muchacha le estaban excitando cada vez más. Ya sentía, sí, ese calor removerle los testículos peludos…

Ponía mucho énfasis en que cada penetración fuera potente y completa, que en todo momento acabaran uniéndose ambas pelvis… Al destrozar las nalgas de Ayana en cada empujón encontraba fuerzas, nacidas del deseo del incesto, de seguir esforzándose en las hercúleas estocadas. Y Ayana, siempre bajo el eflujo de la Yellow Star, sentía muchísimo dolor debido a que la droga incrementaba todas las sensaciones…

Su padrastro, ya acuciado por el final inminente de la cópula, empezó a embestir aún más fuerte a la desequilibrada Ayana. Ella notó que el fin estaba cerca, y mientras la pelvis de su follador machacaba sin piedad sus nalgas, en medio de su agonía, pensó que de nuevo volvería a soportar la semilla de su padrastro, ese líquido prohibido recorriendo su piel…

Y él pensaba en lo mismo, que ya sentía como su dura verga, cansada de horadar ese estrecho orificio, pedía ya soltar su carga… Sentía el temblor, y de nuevo se repetiría, como ocurrió anoche, que su semen volvería a manchar a su hijastra, a firmar esa unión incestuosa cada vez más legal…

Sin poder ya contenerse ni por un minuto más, aulló y gruñó mientras su polla aún dañaba en sus últimas sacudidas el culo de Ayana. Ella sufrió esos movimientos finales con el temor real de ser partida en dos, y preparándose para el previsible fin.

Y a los pocos segundos del orgasmo, su padrastro decidió que no sería el culo el receptor final de su corrida. Sacando la polla ya bien caliente de su orificio anal, Ayana sintió un súbito momento de descanso. Pero duró bien poco, ya que sujetándola fuertemente de las nalgas, dirigió su instrumento hacia la cavidad vaginal y, de un golpe, le metió todo hasta el final de su coñito. Ayana gimió de sorpresa y de nuevo agarró con fuerza las sábanas, mientras su hombre depositaba sobre ella su peso y caía desplomado sobre su grácil figura. Era el momento en el cual la polla, anclada en el fondo de la vagina, estallaba convulsionándose y hacía fuerza para expulsar cuantiosas cantidades de líquido seminal dentro de la joven.  Ayana chilló de rabia, pues no quería que su fértil útero adolescente se volviera a llenar de semen.

Pero así ocurrió. Su padrastro, entre gemidos, se corrió en ella con varios chorros. Su descomunal pene lanzaba espesos torrentes de semen, un esperma blancuzco y muy espeso, que se coló directamente en el fondo del útero de la virginal adolescente, y que con potencia manchó su tibia carne y con su calor abrasó el aparato genital de Ayana. Ella misma sufría con sus ojos cerrados y su boca abierta mientras la preñaban, sin poder evitarlo, admitiendo pasivamente toda la leche en su coño.

Se desplomó contra la colcha, abatida y magullada. Su padrastro cayó a un lado, y eso hizo que saliera el pene de su vagina, aún brillando por el producto de la copiosa eyaculación. Se postró al lado de Ayana, sin perder detalle. Boca abajo, la jovencísima Ayana tenía los ojos enrojecidos de tanto que había llorado, y la cara pálida la hacía parecer vencida. Tenía un dedo en los labios mientras miraba fuera de la cama, hacia la pared de cemento, como si ella pudiera contestar a todo lo que pensaba. Apoyada sobre las sábanas, su figura dejaba entrever esos atributos que se habían convertido ya en disfrute exclusivo del inhumano padrastro. Su novio ya no podría conocerla virgen ni por delante ni por detrás: no tocaría esos inocentes pechos, que ya habían sufrido demasiado magreo; no sería el primero en disfrutar de las prominentes nalgas de Ayana, que habían sufrido un sexo anal demasiado extremo para su primera vez; ni disfrutaría del perdido himen de la joven. Los muslos finamente esculpidos de Ayana se encontraban separados por la hinchazón que cubría ahora toda su pelvis, ya que su ano se encontraba resentido por la violenta penetración, y del cerrado sexo de la hermosa adolescente salían ahora algunas gotas de semen incestuoso que manchaban la piel y la sábana. Ayana sentía aún ese líquido infernal removerse en sus entrañas, mientras mantenía la mirada ausente.

Y viéndolo todo, allí estaba el victorioso padrastro. Se relamió pensando que era el hombre más afortunado, pues había desflorado completamente a Ayana, él solo había tomado cada rincón de su cuerpo, y ahora era de su exclusiva propiedad.

Y lo que quedaba… Porque quedaba mucho por disfrutar del cuerpo de su hijastra…

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