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Relato erótico: “Una Familia Decente 10.2 (UFD-10.2)” (POR ROGER DAVID)

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portada narco2Una Familia Decente 10.2 (UFD-10.2)

Sin títuloAndrea se sentía morir al estar al medio de aquel grisáceo y macabro infierno de cemento en donde todo era basura y desolación. Sus llorosos ojos verdes miraban en todas direcciones girando su cuerpo hacia un lado y luego hacia el otro intentando con esto ver cuál sería la mejor opción para lograr salir de ese yermo y arruinado complejo industrial convertido en basural, o tal vez poder también encontrar a alguien que la ayudara.

Hasta que luego de estar por un buen lapso de tiempo recorriendo con su vista todo lo que la circundaba cayó en cuenta que todas las direcciones se parecían una a la otra quedando en tal grado de confusión que ya ni siquiera recordaba por donde había llegado.

La desorientada rubia luego de estar meditando por varios minutos sin saber qué diablos hacer en forma nerviosa se puso a deambular por el sector sin perder de vista la plazoleta. Se decía que aun debía ser temprano ya que recordaba haber salido de su casa cerca de las tres de la tarde pero no obstante a ello con espanto caía en cuenta que la tarde ya estaba casi en el ocaso, y con mas pavor aún calculó que en por lo menos dos horas mas ya habría anochecido, lo que la hicieron en forma automática llevar su vista a las escasas luminarias que existían comprobando que la gran mayoría de estas estaban con sus focos quebrados, sin mencionar que habría que ver si estas en el caso de haber estado en buen estado contarían con energía eléctrica, cosa muy poco probable según pensó al instante la afligida hembra ya que la gran mayoría del cableado eléctrico estaban cortados y tirados en el suelo debido al robo sistemático de ellos, por lo que en forma casi desconsolada por lo que sus ojos veían se propuso a caminar cada vez mas lejos del punto en que le dijeron que la pasarían a buscar en dos días más para ver si así encontraba alguna salida, pero como ya se dijo todo en aquel lugar se parecía. La asustada hembra se sentía estar extraviada en un verdadero laberinto de arruinados edificios y galpones de cemento.

Luego de varios minutos de deambular sin sentido y sintiéndose tan perdida como desesperada se fue a sentar en un frio escaño de viejas maderas quebradas que existía en la mencionada plazoleta, estando en esta se daba a pensar preguntándose una y otra vez del porqué a don Pricilo se le habría ocurrido esta vil forma de querer castigarla no encontrando una respuesta razonable a todo aquello.

Mientras se daba a meditar una y otra vez en todo lo que le estaba sucediendo en forma alterada su asustada mirada la llevaba rápidamente hacia la dirección de donde escuchaba el menor ruido, para luego con alivio darse cuenta que solo era los sonidos que hacía el viento en algunas latas de los altos techos en los amplios y vacios barracones que imperaban en aquel triste lugar.

Luego de eso y al estar observando que prácticamente las sombras se estaban apoderando de la totalidad del complejo fabril se dio nuevamente a estar dando varias vueltas sin sentido con la intención de poder encontrar alguna vía de escapatoria antes de que todo estuviera oscuro, y justo en la oportunidad en que otra vez se devolvía en dirección a la plazoleta por miedo a perderse y luego no saber cómo volver al único punto de referencia que tenía en aquella sórdida fortaleza abandonada fue cuando al doblar en una esquina se encontró a boca de jarro con un extraño ser que parecía ser sacado de algún documental sobre la teoría de la evolución del hombre ya que este según las apreciaciones de la asustada mujer era el prototipo ideal del autentico eslabón perdido de Darwin.

El infeliz personaje había venido avanzando solo preocupado en revisar cada montón de basura que se adornaban en distintos puntos de aquellas calles desiertas, esto lo hacía a diario ya que justo en esos momentos venía de regreso de la autopista y de un pueblucho de mala muerte, de esos que nadie conoce, en donde se dedicaba a limosnear tirado en las veredas y a los automovilistas, en donde también buscaba en los distintos basureros de las paradas de autobuses para ver si en estos podría encontrar algo para comer arrastrando con él un destartalado carretón de palos apolillados en el cual atesoraba todos los enseres que poseía en su mísera existencia.

El estrafalario y ordinario pordiosero también había quedado perplejo ante la celestial imagen que estaba plantada a solo un metro de donde él se quedó detenido, su mente no acostumbrada a trabajar tan rápidamente caía en cuenta que ante su presencia estaba el verdadero cuerpo de un ángel caído quien sabe de qué parte del cielo, era una criatura maravillosa se decía mientras que en su oscura cara sus pupilas se achicaban y se agrandaban al estarse ensalzando visualmente con los sugerentes encantos físicos que estaba presenciando a los que se sumaban unos misteriosos y mágicos aromas primaverales que se desprendían de semejante y celestial aparición que contrastaba con todo lo que existía en aquel miserable lugar.

El harapiento mendigo advertía que la extraordinaria criatura que en aquellos momentos contemplaba tenía un cuerpo del cual no podía retirar se vista ni aunque así lo quisiera, poco a poco y al ir superando aquel exquisito impacto se dio cuenta que lo que estaban viendo sus ojos era un despampanante cuerpo de hembra del cual él ni siquiera en sus mas acalorados sueños podría haber graficado.

Extrañamente para el desamparado viejo pordiosero sintió como su verga sin que nadie se lo pidiera comenzaba a moverse tímidamente debajo de sus andrajos debido a las diferentes emociones en que estaba siendo asaltada su mente, ya que hacían años que su avejentada mirada de indigente no veía algo similar, y las veces en que lo había logrado hacer las hembras tasadas huían de él espantadas por el asco y la repulsión, pero esta mujer… esta mismita que estaba viendo ahora a sus anchas y tan de cerca de su ajada humanidad las superaba a todas ellas juntas, se decía ahora ya mas repuesto sin cansarse de llenar sus ojos de tan tentadora y curvilínea arquitectura femenina, aquella hembra era extraordinariamente hermosa fue lo que pensó en el momento de que en forma instintiva llevó una de sus manos hacia su aun blanda verga.

Mientras que Andrea temblando de pavor y totalmente escandalizada psicológicamente por temor a lo que ese asqueroso sujete pudiera hacerle, con su verdosa mirada tampoco dejaba de analizar de pies a cabeza a ese horrendo mendigo, que debía medir 1.70 más o menos estatura muy parecida a la de ella.

Este era un viejo que su edad fácilmente rodeaba los 60 años, según calculaba, en su canosa y plomiza barba de años sin rasurar habían gruesas greñas de comida seca que se pegaban a los pelos de este, llamándole la atención que aparte de mugriento este extraño ser tenía también su cara de color azul bien oscuro, resaltándole en esta una nariz ancha y llena de hoyos, sin mencionar que si don Pricilo era de labios gruesos este otro viejo se los doblaba en grosor a parte que los tenía todos partidos incluso viéndosele carnes al rojo vivo en algunas de sus rajaduras, concluyendo finalmente que el mendigo que tenía justo al frente de ella era aparte de ser de lo mas harapiento e insignificante debido a su triste condición este también era de raza negra y que su vestimenta, si es que a eso se le podía llamar vestimenta, estaba toda hecha por un material muy parecido al de los sacos harineros o de papas, de esos que son muy parecidos al cáñamo, pero mucho más roídos y percudidos por la tierra mezclada con sudor corporal y de todo tipo de manchas que a lo lejos se notaba que hasta podrían ser de orina seca, la rubia ya notaba en sus fosas nasales la hediondez de su cuerpo, meados y de todo tipo de hedor que se desprendía de aquel deslucido y marchito ser.

La estrafalaria y mugrienta figura de aquel viejo negro y de edad algo avanzada la tenían al borde de casi morir de asco, o sea que si ella hacía sus comparaciones rápidamente concluía que don Pricilo venía siendo todo un Rey, don Sandalio el príncipe azul de alguna lejana comarca con su fiel escudero, siendo este ultimo el fotógrafo de la plaza en semejanza con este harapiento hombre que no paraba de mirarla de pies a cabeza, y para rematarla vio como este luego de haber estado con sus manos ennegrecidas, tanto por su color como por la mugre, agarrando el soporte de su humilde carretón ahora abiertamente con una de ellas se encontraba masajeándose el paquete solo a un par de metros de ella recorriéndola y devorándosela con los ojos de un verdadero desquiciado mental.

En eso estaban cada uno por su lado cuando los verdes ojos de Andrea tan llenos de vitalidad se encontraron con su pérdida mirada de desvalido y desamparado, que al paso de los segundos esta se había ido transformando en una mirada desbordante de deseos tan carnales como lujuriosos y la rubia así creía haberlo comprendido, si hasta lo sentía.

El negro harapiento lentamente se comenzó a acercar a la asustada mujer, y ella en forma casi automática y en pos de defender su anatomía comenzó también a retroceder pero lamentablemente para ella al no fijarse se fue encerrando en un húmedo y solitario callejón sin salida.

Andrea creyó morir de espanto al sentir en su espalda un frio bloque de cemento, ante sus ojos y a un solo metro de ella estaba aquel pobre infeliz que con toda seguridad iba a querer violársela según pensaba en aquellos desesperados momentos por lo que decidió comenzar a suplicar.

–Señor por favor no me vaya a hacer nada malo… se lo ruego… yo puedo pagarleee… pídame lo que quieraaa… pero no me haga dañoooo…, -el solo imaginar lo que ese asqueroso hombre podría hacerle no le causaban nada más que repulsión.

El hormonal estado del indigente negro estaba totalmente alterado debido a ese imponente cuerpo de mujer el cual se estaba devorando ocularmente, este solo se daba a recorrerla una y otra vez no escuchando lo que la escultural Andrea le decía en forma tan desesperada como aterrada, y él por muy desamparado que fuera sabía que tenía alcance de sus manos un exquisito cuerpo femenino al cual ya deseaba hacerle miles de cosas por lo que pensando casi en el acto a que según como se dieran la situación fácilmente se la podría llevar para su casa para probarla, pero debía hacerlo pronto antes que llegaran los demás.

El indigente recordaba muy bien que en las pocas oportunidades en que se le había dado la opción de por fin poder hacerlo otra vez con una mujer de verdad sus vecinos a punta de cuchilla le habían arrebatado sus femeninas presas teniendo que nuevamente conformarse con masturbarse o volver a hacer otro tipo de cochinadas de las cuales ya estaba acostumbrado, pero en esta ocasión lo daría todo por llevarse a esa despampanante mujer con él, ya que esta no era como las drogadictas o ebrias mujeres que llegaban a vivir a aquellos arrabales y que eran a lo único que los hombres de su tan precaria condición social podían optar a tener, pero esta… esta era una verdadera muñeca moldeada a mano se decía, su ya lubrica mente hasta imagina lo que aquella hembra poseía debajo de esa exquisita chaqueta que le llegaba hasta un poquito más debajo de sus muslos, y más acaloradamente se prendía al intentar imaginar lo que ella con toda seguridad tenía en la parte más intima de su portentosa anatomía que se encontraba justo en la parte en que se le juntaban esos dos soberanos muslos que estaba presenciando.

Al negro en su total condición de ignorancia no le daba para ponerse a pensar que la refinada mujer que tenía ante sus ojos no pertenecía ni en lo más mínimo a su estrafalario mundo lleno de pobreza y que por extrañas situaciones ella había llegado hasta allí ya que no era una de las típicas mujeres de vida vulnerable y destruida que llegaban a vivir a la vieja ciudadela abandonada huyendo de quizás qué tipo de otros infiernos buscando esconderse en esta en donde no existía ni ley ni orden, solo la natural ley de subsistir a como dé lugar. Así que ya queriendo intentar de convencerla que se fuera a vivir con él por fin le habló.

–Tranquila washitaaa… solo estoy mirando tus cositas… tu eres nueva aquí verdad?, -le consultó con su mirada clavada en toda la contextura de Andrea que había desde su estrecha cintura para abajo.

–Ehhh… que cosa me dice…!? Nueva adonde!?, no se a que se refiere… por favor hágase a un lado y déjeme pasar que debo irme para mi casa…

–Mmm… está bien… solo muéstrame las tetas y te dejo pasar, jijiji, solo necesito eso y tendré para masturbarme por 6 meses seguidos, jijiji.

Andrea aunque escandalizada y todo no daba acredito a lo que ese inmundo tipejo le estaba pidiendo tan desvergonzadamente.

–Pero que cosas me está diciendo, yo no soy una cualquiera, ahora salgase y déjeme pasar ya le dije que tengo que volver a casa antes de que se haga de noche…, -la rubia poco a poco le empezaba a perder el miedo ya que notaba que ese pobre infeliz era inofensivo.

–Y donde se supone que está tu casa!?, si ya casi todos los callejones están ocupados, además estoy seguro de no haberte visto nunca antes por aquí, por eso pienso que eres nueva en el barrio, Jijijiji…

Andrea quien ahora caía en cuenta que ese viejo mendigo negro pensaba que ella también vivía en aquel siniestro lugar se dio a explicarle cual era la verdad de todo aquello.

–No…no… Usted está confundido… yo no vivo en este barrio…, mire solo déjeme pasar que yo necesito irme de este lugar antes de que caiga la noche, -volvía a solicitarle.

–Mmm… irte?, y para donde te irás?, si la carretera más próxima está a kilómetro y medio de distancia, y la ciudad más lejos aun, -mientras el viejo indigente le hacía estas aclaraciones Andrea poco a poco le iba tomando algo de confianza, confianza que duraría muy poco. Hasta que por fin la hembra se atrevió a hablarle nuevamente.

–Por favor señor escúcheme… me he dado cuenta que Usted es un hombre bueno… por favor ayúdeme a llegar hasta la carretera… solo le pido eso…

El deslucido viejo en estos momentos ya no solo destilaba hediondez a cuerpo sino, que ya era una bomba de andrajosa calentura por el lado que se le mirara, así que escuchando a la rubia él también se daba a sacar sus aprovechadoras conclusiones con respecto a lo que le decían.

(-Mmmm… esta blanca güerita está dando muestras de que se quiere ir, pero yo ni pienso en dejar pasar esta tremenda oportunidad que tengo de meterle mi vieja y negra verga por ese rosado y blanco tajito de carne que debe tener al medio de su cuerpo la muy desgraciada.)

Luego de eso se dio a contestarle:

–La neta que me gustaría ayudarte preciosura, si es que es verdad eso que tú dices que no eres de por aquí, pero por la hora que es ya casi todos los mendigos como yo vienen de vuelta de la ciudad, si así lo hiciéramos lo más seguro que ocurriría es que con solo ver el escandaloso cuerpo blanco que te gastas no lo pensarían en tirarte en el suelo y violarte entre todos, por tu seguridad te recomiendo que nos vayamos hasta mi casa para pasar la noche y ya mañana le veríamos como lo hacemos, jijiji… -reía nerviosamente el facineroso y negro pordiosero al haber tenido la osadía de decirle tan abiertamente a esa inalcanzable mujer blanca y de tonalidades doradas la opción de que pasara la noche con él y en su casa. Aunque no le dijo tan claramente lo que él quería hacer con ella estimó que ya habría tiempo para ello.

Andrea por su parte pensaba en la inapropiada oferta que le acababa de realizar ese disparate de hombre negro y harapiento, y que haría ella en su casa por toda la noche?, se preguntaba.

La hembra muy preocupada como estaba aun no caía en cuenta de las ardientes intenciones que habían atrás de tan inocente propuesta del pervertido vagabundo quien seguía masajeándose la verga por encima de sus andrajos, y Andrea no lo hacía por no saber el riego sexual que se corre al estar una mujer no tan solo con esta clase de hombre sino con cualquiera en un lugar más o menos privado, pero es que aquel esperpento era tan de baja categoría en todo el sentido de la palabra que por la mente de la rubia no existía ni el más mínimo porcentaje de posibilidades de ni siquiera pensar en tan ridícula idea y menos aun en llegar a rosar siquiera su tiesa y percudida vestimenta, incluso imaginándonos si es que nuestra hembra pensara en la remota posibilidad de ver a ese hombre desnudo una profunda repulsión la harían vomitar de asco, y esto a lo lejos se reflejaba que era así ya que en las intenciones de Andrea existían cero posibilidades de sopesar la idea de acceder a ello, así que de la forma más agradecida del mundo y para que el buen hombre no se sintiera mal se dio a responderle.

–Ahhh…, ok si es así no se preocupe… y gracias de nuevo, yo intentaré de irme sola entonces…

Justo en el momento en que la asustada Andrea se encaminó para hacer su retirada aquel pobre infeliz se interpuso en su camino, el negro mendigo no estaba dispuesto a dejar ir a esa zorrita, ya que sabía que esta sería presa fácil para las hordas de vagabundos que ya habían llegado a la ciudadela de su diario deambular o de las numerosas bandas de maleantes que por las noches buscaban seguridad al interior de aquellos vacíos bodegones abandonados.

El pordiosero con solo verle su ligero pero exquisito atuendo equivocadamente ya creía saber que había algo en ella que a pesar de su hermosura y modales esta escondía, por lo que no lo dudo en hacérselo saber.

–Jejejejeje… tranquila cosita… no tan rápido, y que no te de vergüenza, pero yo ya me di cuenta que eres una más de las putitas que se vienen a pasar la noche en alguna de estas fábricas abandonadas para no pagarles a sus chulos, me he dado cuenta por la forma en que andas vestida, Jejeje, se nota que cuando encuentras a algún cliente es solo desabrochar esa muy mona chaquetita que llevas puesta y quedas lista para ponerte a culear y que una vez que terminas es solo abrocharla y aquí no ha pasado nada, jijiji…

Andrea ahora sí que se quedó totalmente escandalizada por las grandilocuentes peladeces en que ese mugriento mendigo negro se estaba comenzando a referir hacia ella, a la vez que no se explicaba como en un lapso tan corto de tiempo su vida se había ido familiarizando con hombres de tan baja calaña y en forma descendente.

El primero había sido el culpable de todo esto que ahora le estaba ocurriendo, que era el tosco y brutal de don Pricilo, luego el ordinario y mentiroso de don Sandalio con sus zapatillas amarradas con cáñamo y todas rotas acompañado del ordinario fotógrafo con su caballito que le faltaba un ojo, y ahora este harapiento sujeto que ni siquiera usaba algún tipo de calzado ya que sus mugrientas patas las andaba trayendo envueltas en periódicos sujetados por unos hilachentos elásticos negros, solo unas largas uñas negras se veían asomar desde sus negros pies que se asomaban por entremedio de los papeles que usaba por zapatos. Así que con voz temblorosa se dio a suplicarle que la dejara tranquila.

–No… Usted está equivocado… yo no soy eso que Usted dice… ahora si me permite…

–Ya te dije que no tan rápido mijita rica…, -le volvió a decir el ahora ya mas salido negro volviendo a interponerse en este nuevo movimiento de huída que había hecho la atractiva Andrea quien ya veía el rostro del indigente casi desfigurado por un lujurioso vicio y por las ansias de hacerle quizás qué tipo de cosas. El negro viejo continuaba, –Escúchame putita, es muy raro eso de que andabas perdida por estos lugares, ya que cuesta mucho llegar hasta aquí, y si así fuera y por si no lo sabes estas metida al medio de una de las más grandes edificaciones abandonadas de toda la capital en donde solo vivimos viejos vagabundos y una gran cantidad de delincuentes que hicieron de este sitio su propio hogar ya que aquí no nos molesta nadie, y si dices que te vas te aviso que tendrías que caminar toda la noche para poder llegar a la entrada de la ciudad, aun así no lo lograrías ya que apenas te vean te van a querer coger entre todos jejeje, mira nada mas si ya está casi anocheciendo,

La rubia quien en el momento en que el pordiosero dijo sus últimas palabrotas quedo mirando hacia el cielo comprobando que este tenía toda la razón, solo se dio a hablarle no preocupándose mucho del grosero vocabulario en que este se estaba refiriendo a ella.

–Tendría que caminar toda la noche!?, -le consultó ahora toda asustada y pensativa pero siempre haciendo con su cuerpo movimientos como si en cualquier instante fuese a salir corriendo.

–Si, toda la noche, y como ya te dije antes, a esta hora empiezan a llegar todo tipo de maleantes y vagabundos de la ciudad que de verdad te harían mucho daño, y da las gracias que fui yo el que te encontré primero, mira que o si no ya te tendrían de espaldas y te estarían culeando entre todos, jejejeje…, además que para tu suerte estamos al medio de este complejo abandonado y que son pocos los que se vienen para estos basurales, sino…

–Escúcheme, -le corto Andrea, –Si de verdad no quiere hacerme daño como dice… Usted me podría decir cuál es la salida más cercana sin encontrarnos con esas gentes que Usted dice?

–Es esa…! -le dijo el vagabundo apuntando hacia una de las calles, para luego continuar, –Pero la verdad que no te lo recomiendo mijita, entiende que si no te escondes antes de que anochezca te encontrarán y te violarán, y lo más seguro será que te meterán droga por tus bracitos y terminarás puteando para ellos para el resto de tu vida, jejejeje… sabes? Yo no soy tan malo… si quieres puedes venirte para mi casa para estar más segura.

Andrea ponía atención en todo lo que le hablaba aquel miserable ser que mas encima insistía con la descocada idea de llevársela para su casa, pero al caer en cuenta que de todo este rato en que estaban hablando el mugriento sujeto por encima de sus harapos no había parado de jalarse la verga mientras le hablaba prefirió arriesgarse e intentar de salir lo antes posible de aquel complejo abandonado.

–Se lo agradezco, pero prefiero que no, -le dijo finalmente poniendo sus ojos verdes en la mano en que el pordiosero se la estaba jalando.

–Piénsalo mamacita… si te decides a irte conmigo solo lo tendrías que hacer conmigo, pero si te vas y te encuentran, lo más seguro será que tus familiares nunca más sabrán de ti mi amorcito rico, jejejeje, vamos no seas tontita y vámonos a culear a mi ranchito, sabes…?, ya perdí la cuenta de los años en que no lo se lo hago a una mujer como tú, y menos a una blanquita tan buenaza y tan agraciada como lo estas rubita rica, -seguía atacando el miserable y mugriento sujeto que la calentura ya se le salía hasta por sus ojos.

Andrea ahora se quedó mirándolo con estupor, ya que el asqueroso mendigo negro desfachatadamente le estaba diciendo y demostrando las impúdicas intenciones que ansiaba hacer con ella y con su cuerpo, por lo que en forma más que incomoda se dio a analizar las zarrapastrosas condiciones en que el indigente le hacía saber sus más bajos y calientes propósitos, hasta que cuando ya se sintió incorporada se dio a ponerle en antecedentes.

–No gracias…! Como se le ocurre que yo haría algo así…!?, además que no le creo nada de lo que me está diciendo, solo lo hace para asustarme y para Usted poder hacer esa cochinadas que quiere que hagamos… yo… yo… no lo hareeé… ni locaaaa…!, -le dijo finalmente haciéndose a un lado y ya caminando rápidamente hacia la salida de aquel inmundo callejón.

–Pus entonces ve cosita rica!, -el caliente y algo decepcionado pordiosero muy a su pesar no le quedó más opción que dejarla ir ya que al hacer su diario vagabundeo y al no tener zapatos que ponerse sus pies contaban con llagas al rojo vivo, ya mucho había hecho en el instante en que rápidamente se le había interpuesto en su camino, así que ya no quedándole más remedio se dio a decirle por última vez, –Cualquier problema que tengas yo vivo justo al lado de la ultima fábrica de wc abandonada que esta por esta calle y que está al frente del basural en donde vienen a botar los camiones desde la ciudad, jejeje, si te decides y no quieres que te pase nada malo en la noche solo debes irte para allá y abrirte de patas para mi, Jijijiji…, -le dijo mientras veía a esa hermosa criatura alejarse del callejón en donde habían estado.

Una vez que la rubia Andrea perdió de vista al lujurioso mendigo con horror y con sus ojos llorosos calculó que le quedaba tal vez una hora de luz día, al mismo tiempo que creía darse cuenta que ese cochino hombrecillo negro era de lo mas mentiroso que podía haber en esta vida ya que ella ya estando bastante alejada de la plazoleta en que la había abandonado don Pricilo aun no se encontraba con nadie, hasta los grupos de mendigos que vio a la entrada de la ciudadela cuando la traían parecían haber desaparecido ya que ni a ellos se los encontraba.

En forma totalmente desorientada y aun algo temerosa se internó por el ancho laberinto de cemento doblando por distintas esquinas y recorriendo varias calles desiertas situación que la hiso perder totalmente el sentido del norte, sur, este y oeste, a la vez que pensaba que esos inmensos murallones de concreto eran todos iguales, para ese momento las sombras de aquel grisáceo atardecer ya lo invadían todo, y para rematarla el cielo se cubrió con unos gruesos nubarrones entre rojizos y plomizos que le daban un aspecto casi apocalíptico a esa horrible ciudadela abandonada, la rubia hasta ya se imaginaba ver la roja e inmensa aparición de la viva imagen del mismísimo Satanás por el techo de las viejas edificaciones quien la agarraría con sus garras para llevársela hasta lo más recóndito del infierno según imaginaba debido a lo devastado y tétrico de todo lo que la rodeaba en aquellos momentos, la hembra nuevamente estaba aterrada.

Fue en eso en que al haber llegado Andrea a una calle que en uno de sus costados se encontraba un deteriorado espacio que en otros tiempos parecía haber sido una cancha de basquetbol, vio que al medio de esta se encontraba un grupo de por lo menos 15 hombres de distintas edades, estos estaban bebiendo alrededor de un tambor de lata en el cual habían hecho fuego, y cuando la espantada hembra estaba por darse la vuelta para que no la vieran con estupor cayó en cuenta que era demasiado tarde ya que uno de ellos al instante y después de percatase de su presencia se separó del grupo y se comenzó a acercar hacia ella.

Andrea le dio gracias a Dios que la devastada cancha aun permanecía cerrada con altos alambrados por lo tanto deducía que estaba algo protegida si es que a esos mal vivientes se les ocurrían las enajenadas ideas que le había dicho el negro vagabundo hace un rato.

En eso el maleante de edad indeterminada que vestía de la misma forma en que lo hacen los para militares de poca monta con pantalón mimetizado y todo eso ya estaba por llegar a un lado de la cerca de alambre, la rubia casi con su mente en blanco solo se daba a caminar con ambas manitas al interior de los bolsillos de su ligera chaquetilla lo más rápidamente posible para de una vez por todas alejarse, hasta que este al estar ya medianamente cerca por fin se daba a hablarle,

–Hola washa…!, para dónde vas tan apuradita…!?

Andrea sin hacerle caso apresuro su caminar siempre mirando hacia el suelo, estaba tan asustada que ni siquiera tenía el valor para mirarlo,

–Te pregunto que porque tan apurada pendeja, o acaso estas sorda!?,

–Ehhhh… yo solo me voy de este lugar…, -de reojo la muy espantada hembra notaba que el hombre a pesar de su aspecto de delincuente usaba su cabello extremadamente corto.

En eso y junto con levantar su mirada con espanto se dio cuenta que los otros delincuentes que también se habían percatado de su presencia rápidamente habían salido por el otro extremo de la cancha y que se estaban dando la vuelta por esta para salir a su encuentro, con horror vio que alguno de ellos usaban el típico mohicano en su cabeza, y que sus rostros llenos de diversas cicatrices solo denotaban ferocidad y una vida llena de delincuencia.

–Vamos no nos tengas miedo zorrita… Jejeje, es solo que no estamos acostumbrados a ver putingas tan buenas como tú por estos lugares, de quien te estás escondiendo!?, -le volvía a preguntar el maleante que la seguía.

La rubia a sabiendas que en pocos momentos aquel grupo de hombres ya estaría justo al frente de ella aminoró su caminar y se dio a contestarle al maleante mas por asustada que por querer mantener una conversación con él,

–De nadie…!, no me escondo de nadie…, es solo que me encuentro algo desorientada, quisiera saber cómo puedo salir de este lugar, Usted me podría ayudar con eso, -fue en eso que Andrea casi se desmayó del terror ya que en el momento en que llevó sus ojos verdes hacia la figura del hombre que la seguía vio que este tenía la mitad de su rostro quemado y desfigurado, lo que la llevaron a pensar que este era muy parecido al mismísimo Freddy Krueger de la película Pesadilla, fue en eso que este último se dio a contestarle:

–O sea… si podría pero porque mejor no te vienes a beber con nosotros, lo pasaríamos realmente bien sabes, así estarás a salvo de quienes te anden buscando, que puteada les hiciste para haberte atrevido a meterte en este lugar?, -el maleante se controlaba en no excederse en su vocabulario, esa hembra era de ensueño y no podía permitir que se le escapara antes de que la rodearan y la tuvieran cazada.

–Nada… yo no le he hecho nada a nadie, oiga sus amigos se vienen acercando, por favor dígales que no me vayan a hacer nada malo,

El delincuente calculando que sus camaradas ya estaban aproximándose a paso rápido estimó que esa trolita ya estaba casi en sus manos.

–Lo siento putita, porque tú eres puta verdad?, -le consultó para luego decidirse abiertamente a darle conocimiento de lo que en realidad le esperaba, –Lo que pasa es que nuestras noches aquí son de lo más aburridas de lo que tú te puedas imaginar, y ellos viéndote así tan modosita con esa chaquetita tan corta en donde enseñas esas tremendas piernotas que te gastas lo más seguro es que van a querer que nos hagas compañía por toda la noche con ellas abiertas, jajajaja…!!!, que te parece…?, te animas a venirte por las buenas con nosotros?, -mientras le ponía en antecedentes de sus acaloradas intenciones el ordinario delincuente no paraba de ir devorándosela de pies a cabeza desde el otro lado de la alambrada como a su vez se embriagaba de deseos carnales al estar pendiente de cómo aquellos poderosos y bien formados muslos se entre cruzaban en su nervioso caminar.

Andrea se tuvo que frenar en seco ya que a solo a tres metros de ella estaba el grupo de mal vivientes que un rato antes había estado alrededor de la fogata, dándose cuenta además que las 15 ardientes y sucias miradas la desnudaban entera por la descarada forma en que se daban a tasarla y a comérsela imaginando todas las cosas que harían con ella una vez que se la llevaran hasta el bodegón que usaban como guarida, la rubia creía sentir en cada uno de sus poros como esos horrendos tipejos la abducían mentalmente fantaseando y haciendo con ella todo tipo de perversidades, y no estaba muy lejos de ello.

El grupo de maleantes que ya daban por hecho que les deparaba una larga noche con aquella rubia de ensueño rápidamente la fueron rodeando en un semi circulo, mientras que el delincuente que la había interceptado inicialmente y como si este fuese un verdadero gato de campo se trepó por las alambradas hasta dejarse caer justo al frente de la despavorida hembra en donde en el acto sacó un afilado cuchillo de entre medio de sus ropas para decirle mientras lo movía entre sus dedos y apuntándola:

–O te vas ahorita mismo con nosotros por las buenas o te rajo aquí mismito desde la zorra hasta las tetas perraaaa…!!!, -Andrea solo se quedó gesticulando y paralizada por el pánico dando pequeños pasitos hacia atrás, si hasta a sus mismas fosas nasales le había llegado el fuerte hedor bucal y aguardentoso de aquel sulfurado delincuente.

Las frías miradas y perversas risotadas del grupo de hombres que la acosaban ahora la tenían con su cuerpo temblando sin control, en su mente solo se daba a maldecir a don Pricilo por haberla dejado sola en aquel siniestro lugar, como así mismo y extrañamente hasta ya casi se arrepentía de no haberse ido con el negro pordiosero no importándole cual hubiese sido el costo sexual que ella ahora ni se la pensaría para pagar a ojos cerrados a cambio de su protección.

–Oye Freddy que tal si la drogamos orita mismo para que no nos cueste trabajo para llevárnosla, se nota que esta yegua escoria debe estar chúcara, que dices!?, -Le consultaba a su jefe un tremendo hombre de ojos azules, calvo y que en sus brazos y detrás de su oreja tenía tatuada la esvástica que usaban los nazis, este vestía una camiseta blanca que parecía estar más o menos limpia, de jeans y con bototos militares, en su cintura perfectamente se veía un linchaco a modo de armamento.

–Mmmm… esta perra está bien buena, a mi me hubiese gustado más en estado normal para sentir los movimientos que debe hacer con esas caderotas que se maneja la muy puta, pero creo que si, así nos será más fácil en el momento en que la estemos violando, prepárale una fuerte dosis que ojala le dure por toda la noche.

La rubia Andrea estaba atrapada al medio de aquella horda de mal vivientes, sabía que esa jauría de perros rabiosos no le guardarían consideraciones a la hora que entre todos se la estuviesen cogiendo. Con su corazón latiéndole a mil por hora solo se daba a mirar a su alrededor.

El pelado y robusto hombrón de ojos azules había sacado desde sus bolsillos una cuchara en la cual le había echado algo raro para ahora estar calentándola con un encendedor mientras reía facinerosamente mirándola a ella y a sus secuaces.

A posterior de eso vio que otro de los delincuentes se acercaba al lugar en donde se preparaba la droga y con una jeringa usada y manchada con sangre retiraba todo el burbujeante contenido de la cuchara sopera llenándola con un extraño y amarillento líquido que para la rubia era sinónimo de perdición y vicio total.

Andrea ahora sí que de verdad casi se estaba meando de miedo ya que ese otro delincuente con la jeringa en alto se acercaba a ella riéndose maliciosamente, tenía claro que no sacaba nada con retroceder ya que por detrás de ella también estaba plagado de maleantes, y fue como un milagro o quién sabe qué cosa que de pronto cuando el mal viviente estaba casi encima de ella lo vio retroceder para ponerse en posición casi de combate.

La rubia no entendía nada ya que los otros que la rodeaban también cambiaron de posición y se pusieron al frente de ella, en eso fue que el que se parecía al de la película pesadilla se puso a parlamentar con alguien:

–Escúchame Sato…!, yo no quiero problemas contigo… hemos compartido estas dependencias por más de tres años, ahorita tomaremos a la puta, nos largamos y todos amigos como siempre,

–Ja…! la zorra está en la zona que me pertenece por lo tanto nos la llevamos nosotros, además que no soy tu amigo le contestó su oponente a la misma vez que junto con decirlo último mandó un zendo escupo hacia un lado .

Andrea giró su cuerpo rápidamente para ver quién era el famoso Sato encontrándose con la flacuchenta figura de un hombre treintañero que a la legua se notaba que era un moreno de origen oriental y que este al andar sin camiseta y a dorso descubierto vio que en los pellejos de su pecho tenía un notorio dragón tatuado en la mitad de este.

La rubia hasta sintió simpatía por sus salvadores, simpatía que a los segundos se le fue a la verga ya que atrás del grupo de orientales que eran más de 20 había un grupo de chicas todas ellas vestidas con cortas minifaldas y pintarrajeadas escandalosamente, y que por cada movimiento que ellas hacían las pobrecitas eran corregidas a palo limpio por algunos de los hombres que trabajaban para el tal Sato, las chicas lloraban abiertamente, y estaban todas atadas en hilera con unas cadenas que seguramente eran para que ellas no se escaparan, mientras la discusión entre los dos líderes continuaba.

–Pus nosotros la vimos primero hijo de puta…!!!, por lo tanto nos la quedamos…!!!, -insistía con ferocidad el Freddy Krueger latino.

–Eso lo veremos ahora mismo feo conchetumareee…!!!, -el grosero léxico del oriental no era para nada de sus terruños, Andrea con espanto caía en cuenta que por el solo hecho de estar ella en cierto lado de la calle ahora le pertenecía a un Chino, o japonés, o vietnamita, la hembra no podía determinar la nacionalidad del salido oriental desconocido que por lo que ahora entendía la quería convertir en puta, o en esclava sexual más precisamente.

Mientras el debate continuaba, el tal Sato ya estaba a punto de impartir sus primeras ordenes a la que ya consideraba una más de sus putingas, –La zorra esta me pertenece…!! –Tu perra…!!!, -el asiático ahora se dirigía abiertamente a Andrea, –Ve al final y ponte en la fila con las otras putas que justo ahora vamos a hacer un trabajito, -le decía la miserable copia de Bruce Lee a la escandalizada rubia.

–Ni se te ocurra moverte de donde estas parada putona que o si no apenas te encontremos te descuartizamos y desperdigamos todas tus partes en distintos puntos de la capital para que tus familiares nunca más puedan saber de ti, -le ordenaba nuevamente el de la cara quemada.

La rubia miraba con estupor a ambos hombres cuando estos se daban a impartirle ordenes, en eso vio como el tal Sato en forma casi ridícula en comparación a los que si siguen ese tipo de disciplina se daba a realizar una serie de saltos y patadas en el aire con movimientos de manos dándole a demostrar a todos los presentes que él era todo un Karateca, luego cayó en cuenta que esos sobre marcados movimientos de artes marciales eran su señal de pasar al asalto que él le daba a su legión.

Viendo semejante batalla campal que se armó de un momento para otro, en donde patadas iban y venían, golpes de puños con manoplas incluidas y hasta fierrazos la conmocionada hembra principiante de puta o de esclava sexual para cualquiera de los dos bandos, desde su posición en la que había quedado disimuladamente se fue sacando sus femeninas zapatillas para al momento de ya estar descalza empezar a caminar en sentido contrario de donde estaba la hilera de putitas que seguían llorando por su desgracia, y una vez que ya se sintió segura se echó a correr como una verdadera alma seguida por el mismito demonio.

La rubia corría y corría en donde de vez en cuando y como podía miraba hacia atrás, y justo cuando ya estaba por desaparecer de aquel bestial escenario fue uno de los pelados el que se percató de ello y dio la voz de alarma:

–La putaaaa…!! se escapaaaaa…!!!

–Todos los suburbanos combatientes la vieron desaparecer por una esquina casi a tres cuadras de donde estaban ellos, hasta que fue el Sato quien dio la orden de persecución:

–Ustedes tres quédense con las putingas, todos los demás vamos a cazar a esa yegua y luego nos la prestamos en forma semanal.

El Freddy que ya no tenía nada que perder le pareció justo el trato así que también dio la orden de persecución a su tropa,

–Si a buscar a la zorra y luego le damos entre todos, la culiaremos hasta por el hoyo de sus orejas jajajaja…!!!!, -bastaron esas últimas palabras de uno de los comandantes para que los casi 40 hombres se echarán a correr en la misma dirección en que había escapado la rubia.

Andrea quien se detuvo a descansar justo en la esquina en que se les había perdido de vista y luego de tomar aire con su espalda apoyada en uno de los muros con sigilo se dio a mirar hacia el lugar de donde había escapado y con horror vio a la horda de maleantes, orientales y rapados que todos venían corriendo hacia ella, por lo que nuevamente se puso a correr en forma despavorida.

En su desesperada escapatoria y con el afán de perderlos de vista dobló avanzó y volvió a doblar todas las veces que pudo, por cada parada que hacía para tomar aliento escuchaba que a lo lejos se acercaban con gritos de alerta en donde se repartían las direcciones de donde buscar.

Ya no con tantas energías la mas que cansada mujer avanzaba como podía, sus pies ya le dolían, sus zapatillas habían quedado abandonadas en el lugar en donde dos desconocidos habían estado decidiendo cual sería su destino, fue en el momento en que las voces de sus perseguidores ya se oían muy de cerca cuando vio a lo lejos la harapienta figura del negro pordiosero con su carro de palo, como pudo se echó a correr hacia el pensando que aquella fantástica visión era el mejor de los milagros que le podía haber sucedido.

El mendigo quien como siempre ya había dado por perdida la oportunidad de poder hacerlo con una mujer, se encontraba feliz de la vida rastrojeando a un costado de un cerro de basura que un camión hace muy poco rato había depositado en aquel basural, pero con solo escuchar ladrar a su mascotas giró su triste apariencia para ver qué era lo que sucedía ese fue el justo momento en que la rubia ya a solo tres metros de donde él estaba se dejaba caer en el suelo para casi implorarle que la ayudara.

–Señor por favor ayúdeme, me vienen siguiendooo…!!!, -fue lo que pudo articular Andrea con su corazón casi saliéndosele por la boca.

–Ahhh… si, te recuerdo… tu eres la putita de hace un rato no…?, si te recuerdo, y muy bien, jijiji… que te ocurrió…?

–Si señor soy yo de nuevo… por favor ayúdemeee… me vienen siguiendo para después de violarme emputecermeee…!!!, -le decía la escandalizada hembra no dándose cuenta que le reconocía que ella era la putita de hace un rato, a la misma vez que se sinceraba con aquel harapiento sujeto de raza negra que extrañamente le inspiraba más confianza que sus perseguidores.

–Y quien se supone que te viene siguiendo?, criatura por Dios…!, -el viejo le respondió mirando en todas direcciones pero no veía a nadie a la misma vez que la ayudaba a levantarse sintiendo por vez primera la suavidad de esa manos blancas y delicadas.

–No lo sé… no lo los conozco… es un grupo de maleantes…!!, son muchos…!!!! Por favorcito ayúdeme…!!!

–Pero quienes…?, si no yo no veo a nadie…, -volvía a decirle el negro indigente.

–No lo sé… de verdad que no lo sé, uno de ellos se llama Sato… es todo lo que pude escuchar… y son como 40 en total… ya deben estar cercaaa!!!

–Mmmm… esos hijos de la chingada… vamos súbete y acuéstate en mi carretón antes de que te vean…, -el negro viejo la guio hasta su carreton notando que aquella fantástica mujer se dejaba llevar sin ningún tipo de objeción por parte de ella.

Andrea una vez que ya estuvo a un lado del rustico transporte del pordiosero como pudo levantó sus piernas para meterse al interior del carro que arrastraba el viejo mendigo quedándose puesta de espaldas y con sus piernas dobladas ya que la carreta media un poco más de un metro.

El indigente por su parte había visto como un idiota el portento de muslos que la hembra le había mostrado regalándole con esto el mejor espectáculo de suaves carnes femeninas a sus cansados ojos de viejo al momento de introducirse en su deplorable vehículo. Situaciones como esta, o como el momento en que la tomó de la mano extrañamente lo revitalizaban.

El mendigo mirando en todas direcciones y con el ardoroso afán de ayudar a esa agraciada mujer de cabellos dorados que el destino otra vez ponía en su camino, tomó una abultada bolsa de basura negra de las que recién había botado el camión recolector para luego apoyarla en una de las barandas de su carretón y para terminar diciéndole a la asustada hembra,

–Lo siento mi guachita pero esto es por tu bien, -Y dicho y hecho, una vez que rompió la bolsa desparramó todo su contenido por sobre el cuerpo de Andrea.

La rubia no reclamo nadita ya que captó en el acto que el negro viejo la estaba ocultando en caso que la encontraran, pero casi se puso a vomitar ahí mismo de una profunda repulsión cuando justo al lado de su cara cayó una toalla higiénica con sangre menstrual seca, y que más se apoyó a su cutis al caer otra vez sobre su rostro una buena cantidad de cascaras de papas, de sandias y hojas de repollo marchitas, sin contar el jugo de unos tomates podridos con pepas y todo incluido desparramándose por sus rubios cabellos.

El solidario mendigo rápidamente con sus negras manos le despejó la cara para que su hembra necesitada de protección pudiera respirar tapándola solamente con unas cuantas hojas de lechugas. Luego de eso le dijo,

–Estamos listos…! Tu quédate calladita y no hagas movimientos… yo me estaré haciendo el menso un poco más allá y cuando ya no haya peligro te avisaré,

–Por favor señor sáqueme de aquí…!, -le pedía casi cuchicheando, obviamente la hembra se refería a que el viejo se la llevara para donde él quisiera el asunto era que por nada del mundo la fuesen a encontrar los delincuentes que querían prostituirla a la fuerza*.

–Tú tranquilita mi amor que apenas haya pasado todo te llevaré conmigo, estás de acuerdo?

La rubia mujer que estaba completamente tapada con basura domiciliaria ni se la pensó para con su rostro de Diosa ahora semi tapado con desperdicios asentir con su cabeza, bastó solo eso para que al harapiento sujeto se le comenzara ahora si a endurecer la verga como jamás en su vida lo había hecho, de verdad que ahorita si la tenia bien parada.

Por otro lado y a los pocos minutos de sucedido lo último los dos jefes de ambas bandas de delincuentes que buscaban en forma desesperada a Andrea ya habían llegado al lugar en donde ella se encontraba escondida, estos casi ni pusieron atención en la desmejorada figura de aquel pobre muerto de hambre que en aquellos momentos se entretenía escarbando en el basural que estaba a un costado de una hilera de galpones abandonados, y menos todavía se les ocurrió revisar entre las porquerías que este cargaba en su destartalado carrito de madera.

Mientras eso sucedía a solo metros de donde estaba escondida la portentosa y bien formadita Andrea, ella se daba a escuchar lo que se decían entre ellos mientras recorrían cada barracón que existía en aquel sector:

–Y como les fue a Ustedes…!

–Nada por aquí…!, esta puta parece haberse desvanecido…

–No puede ser…!!, en algún lado se esconde esta furcia, revisemos de nuevo los galpones y luego nos iremos recorriendo calle por calle…

–Siiii… todos a buscar a la zorraaaaaaaaa…!!!, -eran las vociferadas que la aterrada rubia escuchaba desde su refugio de basura.

Los minutos se le hacían eternos a la casi ahogada ninfa, pero prefería estar en esas condiciones a que fuese a ser descubierta por la banda de delincuentes, hasta que oyó claramente unos encharcados pasos que se acercaban a su destartalado escondite con ruedas, gracias a Dios fue al negro pordiosero a quien vio desde entre medio de las hojas de lechuga.

–Ya se fueron…?, -le consultó con su vocecita casi inaudible.

El viejo quien la miraba con su negra y casi azulada cara en la que se dibujaba una sonrisa totalmente carente de dentadura se dio a contestarle,

–Aun están por aquí pero algo ya alejados…, -el pordiosero le contestaba con la verdad mientras miraba como los delincuentes continuaban la búsqueda por los distintos barracones.

–Por favor señor sáqueme de aquí, lléveme lo más lejos que pueda de esos hombres…, -le volvía a pedir en forma suplicante.

El negro vagabundo sabía que esta era la mejor opción que tenia para llevarse a esa mujer rubia y poder meterla al interior de su casucha.

–Pus tal como te dije antes mi reina, cualquier lugar de este complejo es inseguro para una mujer tan agraciada como tú, ya ves lo que casi te ocurrió por no hacerme caso cuando te lo advertí, jijiji, aunque mi casita aun sigue totalmente disponible para ti dulzura, o prefieres a que una vez que ellos se vayan salirte de mi carro y valerte por ti misma?,

–Noooo…!!!, no me deje sola por favor se lo pido… no me deje sola…!!!, -en la mente de Andrea aun estaba clara la anterior y caliente propuesta hecha por aquel miserable espantapájaros viviente, pero por ahora ella definitivamente prefería cualquier otra cosa que volver a vivir la pesadilla de estar en las manos de tan siniestros sujetos, en su mente aun se imaginaba a ella siendo drogada, o mas peor, se decía, al ahora imaginarse a ella encadenada a la fila de esclavas sexuales que poseía el oriental Sato.

Por su parte el negro pordiosero ya se sobaba las manos por lo que estaba a punto de suceder en su miserable existencia.

–O sea… prefieres a que yo te lleve…?

La rubia desde el interior del carretón creyó ver como en la cara del negro viejo nuevamente empezaban a predominar toques lujuriosos.

–S… siiii… prefiero irme con U…Usted a quedarme solaaaa…!, -le contestó no importándole sus recientes y acertadas apreciaciones.

–Mmmm… no tengo problemas en llevarte conmigo pero bueno tú ya sabes…

–Por favor lléveme con Usted, -le cortó Andrea de una, y para que ese hombre indigente la sacara lo antes posible de aquel sitio le notificó sin ningún tipo de preámbulos, –Estoy dispuesta a hacer eso que Usted quiere que hagamos… pero se lo repito no me deje solaaaa…!!!

Bastaron solo esas enajenadas y ardorosas aclaraciones por parte de la mujer rubia para que el mendigo sintiera que en cualquier momento su verga reventara en lecherasos.

–Será un honor ricura… orita mismo nos vamos… jijiji…

El harapiento vagabundo entre nervioso, caliente y emocionado cruzó con su destartalada carreta por entre medio de todos los delincuentes, no hubo ninguno de ellos que le prestara la mas mínima atención a aquel andrajoso y hediondo sujeto, si hasta con cara de asco le daban la pasada cuando cualquiera de los rastreadores se cruzaba por su camino en donde el mendigo los miraba con una salida sonrisa enseñándoles todas sus encías despobladas de dientes.

Hasta que una vez estando ya internado por los basurales aledaños a las fábricas y ya muy lejos de todo peligro el desastrado vagabundo llegaba por fin a su casa cargando en su carretón de mano su extraordinario trofeo femenino.

–Hemos llegado dulzura… ya puedes salirte de mi carrunchi, jijiji. –Le notificó una vez que ya estuvieron detenidos.

–De verdad…?, ya no están esos sujetos…!?. –Andrea aun estaba temerosa de la situación, por lo tanto le consultaba sin ni siquiera querer moverse aun.

–Nooo…!, ahora estamos bien lejos de donde viven esas bandas de maleantes, así que ya puedes bajarte con toda seguridad.

Andrea aun algo asustada y después de oír que su salvador le notificaba que ya no había nada que temer fue emergiendo de aquel cerro de desperdicios en el cual estuvo enterrada por casi 45 minutos por lo menos a la vez que iba sacudiendo su cuerpo de estos.

–Donde estamos? -consultó con algo de desconfianza y con sus ojos verdes mirando en todas direcciones una vez que ya estaba de pie y en tierra firme, claro que aquella desconfianza no era hacia la persona del vagabundo sino que quería estar segura de estar lo más lejos posible de aquella legión de mal vivientes que habían querido llevársela quizás para que cosas hacer con ella incluido todo tipo de vejaciones.

–Pus estamos en mi casa… donde mas, -le dijo el indigente con algo de orgullo. Y es que así se sentía el pobrecito, estaba realmente orgulloso de su hazaña, si esta era la primera vez en su vida que traía una chica hasta su casa, y que clase de chica, nunca se lo habría imaginado que el día que lo hiciera iba a ser con tan extraordinaria mujer.

Por su parte Andrea ya más calmada emocionalmente, y en el momento de que intentaba limpiar sus cabellos de los jugos de tomates podridos otra vez caía en otro total estado de desconcierto, pero ahora no era por el medio, sino por las nauseas y la repulsión. Si bien había superado a la fuerza el trauma de haber llevado al lado de su cara una mugrienta toalla higiénica femenina ya usada en los momentos en que estuvo enterrada en la basura, esto que estaba viviendo ahora era aun más asqueroso que lo primero.

El Dantesco e infra humano paisaje en el cual ella estaba inserta en aquellos momentos era de lo mas asqueroso y repulsivo de lo que jamás había imaginado, todo era basura y barro por donde se le mirara, gracias a Dios que ella descalza y todo había quedado en la casi única parte del suelo que no estaba húmeda, ya que existían numerosos charcos de agua podrida y medio verdosa de putrefacción en aquel sector en donde se encontraban. La tarde ya estaba dando paso al anochecer pero con la luz suficiente para que nuestra angustiada protagonista viera el espeluznante panorama del lugar en donde estaba metida.

Pero lo que la dejaron realmente sobrecogida y en total estado de estupefacción tanto por ser ella también parte de ese desamparado y carente espectáculo fue del mismo modo darse cuenta de la cruda pobreza e inhumana forma de vida que llevaba aquel pobre hombre con el cual ella se tendría que acostar según le iba refrescando su mente.

La casa del indigente era solamente un esquelético armazón de 5 pallets de madera que estaban parados justo al frente de un murallón de cemento que estaba plagado de bolsas plásticas que colgaban en clavos oxidados en las cuales el indigente guardaba sus posesiones materiales, pero la rubia había puesto más atención en la precaria morada del casi anciano vejestorio donde veía que dos de los tableros las hacían de muralla, otros dos eran el techo y el ultimo las hacía de muro de fondo, estos se afirmaban al mismo muro que debía pertenecer a una de las fábricas abandonadas, mencionando además que su deplorable morada estaba revestida de lo más diversos materiales hechos de basura como cholguanes, latones oxidados, bolsas plásticas de todos los colores imaginables que tapaban ciertas perforaciones, y un sinfín de porquerías que adornaban su techo para que este no se volara con el viento.

La escandalizada rubia sacaba cuentas que en aquella deplorable casucha (y si es que a esa cosa se le podía llamar casucha, ya que aun así la palabra le quedaba grande a la triste y aciaga vivienda del indigente) debían caber dos o tres personas acostadas, calculando que su techo no sobrepasaba la altura de la cintura de cualquier persona de estatura media, y que su puerta a los pies de esta eran simples trozos de nylon negro que estaban afirmados con piedras en la parte del techo para que estos no se cayeran.

La muy choqueada Andrea ahora con mas espanto aun puso atención también que aquel mugriento lugar estaba solo a dos metros de donde se elevaban unos inmensos cerros de basura que incluso sobrepasaban en altura a los altos murallones traseros del barracón en donde se adosaba la desamparada casucha del negro indigente.

La oscuridad de la noche ya era casi inminente y mientras la rubia intentaba acostumbrase al fuerte hedor y gases tóxicos que emanaban desde las montañas de desperdicios y que era muy parecido al de la mierda en su máxima expresión, su conciencia al ya saberse a salvo de los otros delincuentes le daban cuenta y le machacaban el desquiciante costo de apareamiento que ella debería saldar a cambio de la protección y hospitalidad que le brindaba aquel mugriento vagabundo.

Por su parte el negro y estrafalario pordiosero se estaba dando el gusto de su vida mirando a sus anchas aquel estupendo y curvilíneo bocado femenino que el destino le había puesto a su disposición.

La que iba a ser su hembra según ella mismita se había comprometido estaba en esos momentos observándolo todo según podía apreciar, su chaqueta café clarita y muy cortita con la cual enseñaba una generosa parte de sus piernas ahora estaba toda cochina con negros jugos de desperdicios domiciliarios al haber estado enterrada debajo de estos, pero a él le gustaba así ya que al tenerla en aquellas lamentables condiciones de higiene personal el mendigo se sentía en más confianza para acercarse a ella, extraño eso, pero así lo sentía el pobre hombre, y como él por nada del mundo quería perder brecha en lo avanzado y pensando que tal vez a esa soberbia hembra nuevamente le bajarían ganas de volver a escapársele se dio a intentar atenderla de la misma forma en que solo una mujer como ella se lo merecía.

El viejo con sus manos naturalmente azuladas por la negrura y todas mugrientas debido a que diariamente se dedicaba a andar rastrojeando en distintos basurales rápidamente ubicó un cajón tomatero contra una parte del frío muro de cemento para luego invitarle:

–Oye putita… debes estar muy cansadita con todo lo que te ha sucedido… que tal si te sientas un ratito para que descanses mientras yo hago fuego.

Andrea que ya no tenía ganas de discutir con nadie por todo lo que le estaba ocurriendo en este tan extraño día casi se sintió agradecida de que por el momento al menos había alguien que se preocupaba por ella, así que no dándole importancia a que ahora nuevamente fuera otro hombre el que se diera a tratarla con groserías con mucho cuidado se fue a sentar al reconfortante e improvisado diván que le ofrecían.

Al negro vagabundo casi se le cayeron las babas en el momento en que la rubia con mucho cuidado y delicadeza poso su redondo trasero en las maderas del cajón tomatero quedando con esos apetecibles muslos dorados bien levantados para beneplácito de la agotada visión del ya no tan infeliz mendigo el cual se preguntaba que como se vería ella con esas hermosas piernotas abiertas.

–Jijiji… estas muy buena zorrita… y pensar que en un ratito mas todas tus cositas serán todas para mi… ahorita cenaremos algo rápido para que luego nos metamos al interior de mi casa para que me muestres esos hoyos tuyos que deben saber a dioses. –El viejo por cada minuto que pasaba iba agarrando más confianza con ella y se lo demostraba con las leperadas en que le recordaba que ambos se tenían que acostar según habían acordado, esto lo había hecho justo al frente de ella y mientras se sacaba de las patas los diarios que usaba como calzado.

La descolocada rubia mientras escuchaba las salidas palabras de aquel horrendo y negro adefesio solo se dio mirar como este ahora se daba a hacer fuego en una especie de brasero.

Sus últimas palabras la hacían pensar en la posibilidad de no cumplir con su parte del trato, tenía claro que fácilmente podía salir corriendo y escapar de las enfermizas intenciones que este tenía, pero y si así lo hacía que sería de ella?, se preguntaba casi al borde del llanto, y con solo recordar la cara quemada del tal Freddy acompañado del rapado con su jeringa con droga para metérsela en uno de sus bracitos se daba cuenta de lo peligroso que sería escapar de aquel inmundo lugar en que un asqueroso vagabundo estaba decidido a cogérsela, y tras seguir pensando en el mismo asunto más espantada aun se quedaba al recordar a esa hilera de muchachas llorando y encadenadas unas a otras en donde a ella también habían querido incluirla.

-No… no… no…, ella no quería volver a pasar por la misma pesadilla, así que su mejor opción era quedarse con ese caliente viejo indigente que tan carente de afecto y atención se veía y que se había arriesgado para salvarla, además que su aspecto físico era tan deplorable e insignificante en comparación a la grotesca a figura de don Pricilo que la llevaban a pensar en que tal vez no sería gran cosa lo que aquel desvalido indigente podría hacerle.

Mientras la rubia se encontraba inmersa en esos confusos y vergonzosos planteamientos el viejo pordiosero de raza de color ya había preparado la lumbre, y en aquellos momentos ya tenía hirviendo agua en un tarro todo oxidado que saco desde una de sus bolsas.

–Que prefieres para beber?, una tacita de té o un agüita de perra?, jijiji…

Andrea saliendo de su estado de forzada distracción caía en cuenta de lo que le estaba ocurriendo, ahora el viejo que apenas tenía para el solo le estaba ofreciendo tomar té.

–De verdad tiene té…!?

–Pus si mensa…!, o si no simplemente no te lo ofrecería, jijiji… espera voy por la tazas.

La extrañada hembra veía ahora como el harapiento indigente escarbaba en otra de sus innumerables bolsas colgadas en el muro sacando de esta dos latas de pescado vacías y que estaban más oxidadas y cochinas que el tarro donde se hervía el agua pasándole una de estas a su nuevamente asqueada invitada.

–Ehhh… pero esta lata esta algo sucia…, -le dijo la rubia con su voz temblorosa.

–Ahhh… si, ya veo, discúlpame… es que no estoy acostumbrado a traer a mis novias hasta mi casa, espera un tantito… esto tiene solución.

Andrea quien estaba analizando lo que acababa de decir ese andrajo de hombre casi se desmayó del asco al ver como el negro con toda naturalidad le mandaba con sus gruesos y carnosos labios partidos dos sendos escupos al interior de la lata que era para ella y que luego con sus mismas ropas mugrientas y hediondas pasarlas por el interior del oxidado tarro a modo de estar sanitizandolo.

Una vez que el vagabundo estimó que la lata de pescado ya estaba en condiciones se la volvió a pasar a su ninfa quien por no ser despreciativa se la recibió pensando que por nada del mundo se bebería el té que le servirían. En eso vio como su estrafalario anfitrión desde un lado de su brasero sacaba otro receptáculo que contenía un liquido café y algo negruzco, por el pasoso olor que tenía estimó que ese era el té, y cuando ya una vez estuvieran las “tasas” servidas y como si ambos estuviesen en una de las mejores salas de estar se dieron a compartir la merienda con el pordiosero sentado en otro cajón que había ubicado justo al lado del llamativo cuerpo de nuestra muy asqueada y nerviosa Andrea.

La rubia a quien ya no le quedaba más remedio que aceptar su situación y mientras se cambiaba el tarro de una a otra manita para no quemarse se dio a estudiar a ese extraño ser que el destino había puesto en su camino, y tambien por las ganas del ex jardinero de su casa ahora estaba con ella a su mismo nivel. Puso atención a sus negros pies llenos de llagas por entre medio de sus dedos, y que a la altura de sus canillas se notaban unas vistosas y tiñosas secreciones blancuzcas que alguna vez debieron ser heridas pero que ahora estaban secas y que se habían convertido en parte de su piel según podía apreciar.

El negro viejo ahora estaba concentrado en solo comer piezas de pan endurecido que remojaba en su vaporeante infusión, y que mientras intentaba masticarlas con sus desdentadas encías estas caían quedando atrapadas en diferentes partes de su greñosa barba plomiza, en donde sus gruesos y carnosos labios partidos se movían como si este en vez de pan estuviese comiendo goma de mascar.

El fuerte olor a orina y a cuerpo desaseado que desprendía el indigente desde sus harapos y de su cuerpo tenían a la hembra casi al borde de las regurgitaciones, además que este mientras comía no se cansaba de mirarle sus piernas y todo el resto de su cuerpo.

Y efectivamente esto era así ya que el viejo mientras también se zampaba ocularmente a la hembra que tenía a su lado de la misma forma se daba a mirar su pan en las manos para luego volver a echárselo a la boca y seguir devorándosela mentalmente y con su ansiosa mirada.

Andrea quien creía estar al tanto de todo esto no le quedaba más opción que mirar en sentido contrario y hacerse la desentendida a la misma vez que tragaba saliva ya que ahora la vivaz mirada del miserable pordiosero abierta y literalmente la estaban desnudando.

En eso el muy hambriento viejo pensó que tal vez aquella fabulosa hembra que estaba sentada a su lado y que se había comprometido a acostarse con él también podría tener algo de hambre, así que nuevamente queriendo ser cortés con ella le ofreció:

–Quieres comer pan?, -le dijo extendiéndole un trozo de pan duro que aquel día había recogido de un basurero. Andrea no podía quitar sus ojos verdes de su negra mano de largas uñas mal cuidadas que mas parecían garras.

–Ehhh… no gracias, -le dijo de pronto, –Sírvase no mas… yo solo como ensaladas, -se excusó Andrea intentando no hacer sentir mal al pordiosero.

Este con su fea cara de desvalido en la cual brillaba la negrura de su piel y mostrándole el rosado de sus encías con una amplia sonrisa nuevamente se daba a intentar congraciarse con la que iba a ser su mujer:

–En mi carretón creo que vi unas lechugas y repollos, también me pareció ver tomates, quieres que te prepare una ensalada?.

Andrea al instante recordó de donde venían las lechugas, tomates y repollos de los que se refería aquel pobre viejo, a lo que se sumaba la mugre de sus manos que parecían no ser lavadas en años, y acordándose también que entre medio de aquellas verdura y vegetales venía una toalla de mujer con sangre y un sinfín de porquerías mas inmediatamente se dio a agradecerle por sus atenciones.

–No se preocupe por mí, de verdad gracias pero hoy almorcé muy bien…

El vagabundo tras de quedarse mirándola con su cara de anchas narices llanas de hoyos negros solo movió sus hombros como si la situación le diera lo mismo y siguió comiendo pan untado en agua caliente.

La ya más que nerviosa mujer nuevamente estaba analizando la posibilidad de salir huyendo de aquel mísero basural en que forzadamente estaba compartiendo con un indigente, pero lo que de verdad hacía que se le enervaran todos los bellitos de su cuerpo era saber que el vagabundo ya estaba casi por terminar de comer, y una vez que este lo hiciera con toda seguridad iba a querer cobrar la factura que ella le tenía pendiente.

En su mente la rubia muy a su pesar pensaba que si bien don Pricilo, don Sandalio y el fotógrafo no eran tan desastrados como este otro horrendo personaje con el que tal vez tendría que hacerlo, meditaba que las situaciones en que le tocó hacerlo con ellos eran muy distintas a esta otra, con don Pricilo lo había hecho estando ebria, además que esas incursiones mas parecían violaciones a que ella se estuviese entregando voluntariamente, al menos al principio se decía de pronto, y en la única situación en que estuvo con los otros dos prácticamente estos si se la habían violado.

Lamentablemente para ella era que cuando esas acaloradas situaciones se sucedieron había sido su cuerpo el cual en la forma de los mas inexplicable del mundo la habían hecho de que prácticamente terminara cogiendo como una verdadera prostituta.

Además de que ahora la situación era totalmente distinta, ella estaba lucida y sin ninguna gota de alcohol en su cuerpo, no sabía si sería capaz realmente de entregarse en forma voluntaria a aquella demencial y sexual incursión en que se había comprometido, ya que el tipejo ese lo único que le producía era el más profundo asco, se decía en la oscuridad de la noche, a la luz de una miserable fogata y al medio de un tremendo y apestoso basural.

Una fuerte y tibia erupción flatulenta que le llegó en todo su nórdico rostro sacó a la hembra de sus tan enajenados pensamientos, con esto el vagabundo le avisaba que su cena ya había terminado por lo tanto ahora era quizás el momento en que ambos pasarían a la suite menos 10 estrellas en que ambos se acostarían pensaba la rubia con su cuerpo temblando de miles de sensaciones: miedo, asco, arrepentimiento, horror, nauseas, recelo, repugnancia, aversión y todo lo demás que se pareciera a lo anterior.

Y claro que tenía razón nuestra poderosa hembra ya que el hediondo pordiosero ahora se lo decía abiertamente,

–Estamos wacha rica… orita mismo vamos a acostarnos, jijiji no sabes las ganas que tengo de verte encuerada, -junto con decirle esto último el asqueroso sujeto ya no aguantándose más posó su negra mano encima de uno de los dorados muslos de una Andrea que le dieron ganas de salir arrancando disparada tal como lo hizo cuando huyó de los anteriores facinerosos que la habían acosado.

La hembra nuevamente creía ver en los oscuros ojos del indigente esos mismos deseos lascivos y lujuriosos que ya le había visto en dos ocasiones anteriores de aquella enajenada tarde.

–Ehhhh…! Ahhhh…! si… esoooo…!, s… señor la verdad es que yo aun no tengo sueño… que le parece si…

–Y quien te dijo que nos íbamos a ir a dormir puta!?, yo lo único que quiero es meterte la verga, sino no me hubiera arriesgado a traerte hasta mi casa entre medio de todos esos maleantes que me hubieran apaleado si se hubiesen percatado de que te estaba ayudando, así que ándale no seas malagradecida y metete al interior de mi casita, -el viejo pordiosero si bien no era una bestia de hombre como lo era el energúmeno que la rubia tenía metido en su casa si se sintió algo molesto ya que en el acto se percató que aquella atractiva mujer también se le estaba arrepintiendo como lo hicieron muchas en los tiempos de que él era más joven.

Andrea rápidamente se puso de pie para quedar parada delante del viejo, y al estar consciente de que la situación se estaba poniendo tensa para ella y muy candente para el vagabundo se dio a intentar de explicarle que ella no quería acostarse con él debido al profundo asco que le tenía, claro que no se lo diría de esa forma, lo menos que deseaba la mujer en esos momentos era hacer sentir mal a la única persona que la había ayudado hasta el momento.

–Señor… mire, la verdad es que lo he pensado mejor y creo que no me acostaré con Usted…, no puedo, si ni siquiera lo conozco… como tampoco me sé su nombre, pero sepa Usted que le estaré eternamente agradecida por haberme ayudado.

El deslucido y negro viejo luego de recorrer varias veces aquella imponente escultura femenina tan llena de diabólicas curvas y que sus muslos brillaban a luz de la fogata, por fin cayó en cuenta de que la muy zorra ahora sí que se le estaba corriendo olímpicamente del trato que ambos habían hecho.

–O sea… me mentiste para que te ayudara…!?, -le preguntó en forma incrédula desde su improvisado asiento de palo y mirándola hacia arriba.

–Ay qué pena… pero creo que si…!, por favor entienda que no puedo acceder a eso que Usted quiere que hagamos, cuando lo hice estaba en una situación desesperada, tenía que hacerlo así…

El astuto viejo quien a pesar de ser analfabeto de imbécil no tenía nada, rápidamente se dio a analizar la situación:

1.- En varias ocasiones el ya había intentado violar a mujeres y todas ellas se la habían ganado en la fuerza al él estar tan mal alimentado, si lo intentara con aquella rubia amazona tal llena de vida lo más probable sería que ella también lo superaría en fuerzas, por lo tanto la opción de levantarse e intentar llevársela a la rastra para después violársela quedaba terminantemente descartada ya que si así lo hacía a parte de no poder metérsela la yegüita le perdería la confianza y nuevamente se le volaría.

2.- Notaba que la mujer era de buen hablar de ahí que no era una puta cualquiera y era eso lo que más lo tenía caliente en esos momentos, ni mencionar el cuerpazo que se gastaba la muy putinga para sus cosas, sin contar que en su perra vida de indigente se había imaginado que alguna vez se le daría la oportunidad de cogerse a una hembra blanca y menos que esta fuera rubia y de ojos verdes. A las pocas mujeres que logró cogerse todas habían sido viejas gordas y alcohólicas que ni siquiera habían estado conscientes en el momento en que les había metido a medias su verga por temor a despertarlas y que estas huyeran despavoridas una vez que lo vieran y no le permitieran acabar.

3.- Tenía claro que esa escultura de hembra estaba aterrada por lo que le había ocurrido en la ciudadela abandonada en la que ambos se encontraban de manera que era más que seguro que no la movían ni a palos de al lado de su casucha.

4.- La muy guarrilla no tenía el desplante para darle un no rotundamente ya que le estaba dando muchas explicaciones, por esta razón sabía que sería fácil manipularla para hacer que ella misma y por propia voluntad se metiera adentro de su mísero cubículo en donde él pensaba hacerle miles de cochinadas.

5.- El mismo había notado que tuvo muchas opciones para que ella huyera desde el momento en que llegaron a las entrañas de aquel vertedero capitalino, y la rubia no había dado la mas mínima señal de querer irse no importando los motivos y a sabiendas de su acalorada solicitud, o sea, existía una pequeña posibilidad de que la muy viciosa también tuviera ganas de probarle su negra verga con su blanca concha, eso lo averiguaría cuando ya la tuviera adentro de su casita.

Conclusiones: De alguna forma debía hacer que la rubia con cara de puta adinerada siguiera tomándole confianza, no debía espantarla por nada del mundo para luego confundirla y hacer que ella entrara solita a su casucha, por lo que se dio a iniciar un rápido plan de ataque y hacer que esa despampanante y femenina yegua se equivocara en algo y fuera ella sola quien terminara abriéndosele de patas.

Andrea mientras veía el pasivo estado con que dejó al viejo después de decirle su verdad se percató que a este se le llenaron los ojitos de lágrimas y que luego de limpiárselas le decía sin atreverse a mirarla:

–Es porque yo soy negro y tu eres blanca… verdad…?, -le dijo teatralmente el pordiosero intentando darle pena a esa soberbia hembraza que se le quería arrancar de su verga.

La potente mujer en el acto le contestó con profunda sinceridad,

–Noooooo…! Como me dice eso!?, ese sería el ultimo motivo…!, yo no soy así…!, como se imagina tal cosa!?, -y era verdad lo que le decía la escandalizada rubia, ella no quería acostarse con él por la sencilla razón de que ella no era una cualquiera, si ni siquiera sabía quién era, sumándole que a pesar de los adefesios con los cuales ella ya se había revolcado por extrañas razones del destino el negro pordiosero no era su tipo de hombre, si ni siquiera usaba pantalones debajo de sus harapos, se decía mirándoles sus negras canillas llenas de extrañas heridas algo secas.

Además que a ella le gustaban hombres inteligentes, seguros de sí mismos, varoniles y bien perfumados, o al menos así le gustaban antes de que comenzara todo este drama con don Pricilo incluido, sumándole a que lo encontraba demasiado viejo para ella, y para que mencionar su escasa higiene y mas que precaria presentación personal, pero lo principal era que esa enajenación sexual que le habían propuesto simplemente no iba con ella.

Mientras tanto el negro indigente seguía con sus falacias:

–P…ues… pues yo así me lo imagino, y aunque me lo niegues sé que es por eso…, -continuaba atacando el vagabundo poniéndole su mejor cara de cordero degollado, de reojo veía la cara de angustiada que había adoptado aquella hembra de orígenes germánicos según él lo creía, ya que una vez un amigo pordiosero igual que él le había enseñado que todas las rubias del mundo venían de Alemania.

Andrea que en su vida había sido de esas típicas mujeres que gustaban de humillar a hombres poco agraciados físicamente, como tampoco en ella existía ningún tipo de diferencia entre personas de distintos orígenes intentaba de seguir explicándole sus motivos en forma sincera y sin llegar a herir sus sentimientos.

–Usted está equivocado…!, yo no tengo nada en contra del color de su piel ni de sus orígenes, esas cosas son de gentes ignorantes, pero por favor entienda mi posición.

(La posición en 4 patas en que te tenga cuando te la mande a guardar por el culo desgraciada, es la única posición que yo entiendo en este minuto, Ufff que piernas que se gasta esta yeguaaa…!!!, era lo que pensaba y se decía el negro harapiento en el momento en que nuevamente subía su vista para seguir suplicándole.)

–Entonces hagámoslo… vamos se buenita con este pobre viejo negro, si no te cuesta nada…!, -le decía ahora estirándole su negra mano tal cual como lo hacía en los momentos en que se dedicaba a limosnear tirado en las aceras y todo meado, claro que ahora estaba limosneando una buena cacha con una hembra de belleza casi criminal.

–Es que Usted no me entiende…!, yo soy una mujer con principios, como se le ocurre que yo voy a ir y acostarme con Usted o con cualquiera solo porque me lo están pidiendo, eso…!, eso no es correcto…!!, por favor entiéndalo…!!!

–Si te entiendo…!, -le contesto el harapiento sujeto en forma cabizbaja pero encargándose de que la rubia mujer si lo escuchara, –Tú solo eres otra puta blanca de esas que se creen superiores a nosotros los negros…, pero no importa… ya estoy acostumbrado a este tipo de humillaciones, si quieres te puedes ir, yo luego me iré a acostar a mi casita tal como lo he hecho siempre, solo y sin tener la oportunidad de conversar con alguien que me escuche, solo vete… fue una linda ilusión de viejo que tuve contigo…

–Noooo…!, ya le dije que no es eso…!!, y siento mucho que Usted no tenga con quien conversar cuando se acuesta, pero no puedo hacerlo.

Andrea de buenas ganas se hubiera marchado para nunca jamás volver a ese asqueroso lugar, pero la detenían las razones de saberse estar descalza, era de noche y que fuera donde fuera sabía que terminaría siendo violada, además que creía escuchar a lo lejos horribles risotadas de varios hombres, como a su vez diversos y espantosos gritos de dolor emitidos por alguna mujer caída en desgracia por aquellas periferias, además que extrañamente le daba algo de pena dejar a ese pobre vagabundo que la había salvado y que según ella estaba sufriendo por su desgraciada condición.

Sin saber qué hacer ni como actuar ante el silencio que se creó después de sus últimas palabras, silencio que se veía alterado por los gritos y risotadas ya descritas y que se sumaban a esas raras emociones recién descritas que extrañamente la llevaron a volver a sentarse al lado del harapiento negro.

Ante todo lo anterior Andrea igualmente estaba muy asustada y ya sentía ese extraño escalofrío que le recorría por su espalda debido a lo que sus oídos escuchaban, así que aguantando como podía la hediondez a meados y axilas que desprendía el cuerpo del viejo negro que parecía estar humillado se manutuvo sentada junto a él buscando alguna palabra para ver si le podía levantar el ánimo ya que a parte de sus temores quería demostrarle que ella no le tenía asco por su precaria higiene, y menos de que ella lo discriminaba por el color de su piel.

-Eso washita rica piérdete en tus estupideces de hembra buenita de corazón, no te vas a dar ni cuenta en el momento que te tenga metida en mi inmundo cuchitril y te este ensartando mi negra verga vagabunda en tu blanco coño remilgado y de alta alcurnia según esos aires que te das estúpida…!!!, -pensaba exaltadamente el ya muy salido vagabundo notando que su estrategia estaba saliendo de película, por lo que se dio a seguir confundiéndola:

–Y entonces… no vamos a entrar a mi casita…!?, -le consultó poniéndole y mirándola cara de perro asustado.

–Lo siento pero no puedo…!, -la hembra ya en forma un poco mas serenada se daba cuenta que era ella quien podía manejar a ese inofensivo viejito, lo único que la ponían mal en esos momentos era la infernal música de fondo que aun se sentía por las cercanías de donde ellos estaban sentados.

–Pus entonces déjame tocarte un tantito… solo eso, has feliz a este pobre viejo vagabundo que su vida solo ha sido marcada por la más profunda tristeza debido a la soledad y a las privaciones, yo se que en el fondo tu eres muy buenita…, -y junto con ir diciéndole esto último el ya muy lujurioso vejete quien creía que la hembrota ya se estaba comenzando a confundir al haberse sentado junto a él, se dio a manosearle descaradamente uno de sus suaves y dorados muslos a su total antojo y sin ni siquiera esperar la autorización de la nuevamente descolocada mujer que no sabía cómo reaccionar a ese lascivo y negro sobajeo que el viejo pordiosero le estaba practicando, mientras este último solo se dedicaba a sentir al máximo tanto su dureza como su tersura.

Andrea en forma apenada sintió las tremendas ganas de retirarle su negra mano desde su pierna pero en un acto de solidaridad se dio a dejarlo por un momento, total, ya sabía que era ella quien estaba manejando la situación.

-Está caliente esta yegua blanca, ahora me está dejando tocarla con mi negra mano pordiosera, de seguro que ya se está comenzando a calentar, es solo que la muy puta aun no se da cuenta, le insistiré para que nos metamos en mi pocilga que tengo por casa, ya la quiero ver cuando este corcoveando puesta en 4 patas en el momento en que le tenga mi verga ensartada por el culo.

–Mi niña… que tal si nos metimos entonces al interior de mi casita y me dejas solo tocarte… solamente con eso me conformo, eso si puedes hacerlo verdad?

Andrea impactada como estaba con semejante sobajeo de muslos se decía para sí misma -Dios este viejo vagabundo me sigue manoseando con su negra mano y mas encima me sigue invitando a que entre en su casucha, está realmente loco si piensa en que entraré a ella, le diré que ya es suficiente.

–Ya… ya es suficiente señor, mire mejor quedémonos aquí afuerita así tal como lo estamos ahora. –le contestó finalmente y con su blanca manita retirándole la negra mano de su muslo.

Y justo en el momento en que el esperpento le iba a insistir a que lo dejara seguir manoseándola sucedió el hecho que prácticamente y en forma gradual hicieron capitular a tan atractiva mujer.

Fue una fuerte balacera que se escuchaba venir por el otro lado del galpón en el cual estaban apoyados en que Andrea sin darse cuenta y en forma impulsiva se agarró fuertemente a la andrajosa vestimenta del viejo negro con pelos canosamente motudos debido al profundo miedo que la invadió al ya creer ver que en cualquier momento se aparecían nuevamente los maleantes para llevársela lejos.

El viejo al notar la reacción de la atractiva mujer supo que este era el mejor momento para hacerla caer por lo que en el acto se dio a seguir confundiéndola.

–Ves lo que te digo?, el estar aquí afuera y en la noche no es seguro, lo mejor que podemos hacer es ir y meternos al interior de mi casita, así podrás estar segura…

–Q… Que… que fue eso…!?, -le preguntó en forma más que alterada y apegando su exuberante anatomía al ajado cuerpo del negro vagabundo.

–Fueron balazos mijita, pero no te preocupes… conmigo estarás protegida, vamos ricura que aquí afuera no es seguro, metámonos adentro de mi casita, es humilde pero tiene calor de hogar. –El harapiento vagabundo ni se la pensó para aprovechar este momento y pasar un brazo por detrás de su espalda para luego posar su ansiosa mano negra en la remarcada y esponjosa cadera de la asustada mujer en señal de protección, aquel momento para el marchito mendigo fue sublime.

–Es que…! es que…! Aay…!! no lo sé…!!, oiga señor y habrán matado a alguien!?, -la rubia le hablaba ahora mas apegada a él y no importándole que el mendigo ahora aparte de mantenerla bien agarrada desde su cintura con su otra mano se daba a nuevamente manosearle las piernas de la misma forma como si estuviese haciéndole cariño.

El negro pordiosero a sabiendas que en su excéntrico barrio no eran de los trigos muy limpios se aprovechó de todo lo que estaba sucediendo y se dio a magnificar todo eso con el único afán de querer asustarla más todavía.

–Lo más seguro es que así es mi washa, aquí hay mucho tráfico de drogas duras, ajustes de cuentas, y sé que en uno de los galpones hacen películas pornográficas con esos tipos que andan enmascarados, muchas veces he visto como han dejado a mujeres desnudas y que en sus tetas llevan puesta una cadena con anillos en los pezones para después dejarlas atadas a altos maderos mientras las azotan y las graban… y eso no es todo… en los años que llevo viviendo aquí he visto eso y muchas cosas más, por eso creo que lo más conveniente es que nos vayamos a acostar adentro de mi casucha ya que si esos tipos se llegan a dar cuenta de tu presencia no lo dudarán para llevarte con ellos… así que ya no seas tontita, si yo no te haré nadita…, -le decía sin dejar de sobajearle sus piernas.

La rubia se quedó aterrada con las terribles y perversas historias que le contaba el pordiosero, mientras se imaginaba que a ella siniestros y desequilibrados hombres la crucificaban al medio de un sombrío bosque en donde también le anillaban las tetas para después grabarla y pegarle.

El negro viejo quien se daba cuenta en el estado en que la tenia continuó con sus acaloradas insistencias, pensaba que en cualquier momento la rubia se rendiría.

–Vamos cosita, tú no querrás que todas esas cosas malas te ocurran a ti verdad, es solo entrar a mi casucha y ya estarás segura.

–Ay no lo sé… tengo mucho miedo, p… pero… pero es que yo no soy de ese tipo de mujeres…!, y si nos fuéramos a otro sitio más seguro, pero que no tengamos que estar encerrados…!?.

–Vamos… no creo que seas capaz de pasar toda la noche aquí afuera, además que si te vas para el lado de las fábricas a estas horas ya sabes lo que te ocurrirá… te juro que yo no te haré nada… solo metámonos adentro y déjame tocarte, así ganas tú y yo toco…, jijiji.

Otra fuerte balacera que la muy aterrada Andrea sintió más de cerca que la anterior la hicieron comenzar a pensar más seriamente la enajenante propuesta que le estaban haciendo, hasta que siempre mirando en dirección de donde le parecían venir lo balazos se dio a hablarle al ardoroso y feliz vagabundo.

–Es que… es que… no sé… me jura que solo me tocará y que no me hará nada indebido…

–Lo juro…!, solo tocaré un tantito y luego te puedes dar vuelta y dormir para tu lado y yo para el mío…, -en el momento el que ya impaciente viejo dio por aceptada su propuesta descaradamente la tomó de la mano y se puso de pie para llevársela hacia su deprimente vivienda, Andrea también se levantó junto con el sin soltarle la mano para no sentirse sola debido a lo muy asustada que estaba al ya creer ver aparecer entre medio de la oscuridad a esa horda de delincuentes que se andaban agarrando a balazos, pero aun así intentó seguir dilatando el momento de meterse en la casucha.

–Espere…! espere…!, esto es muy difícil para mí…, -se daba a decirle siempre mirando hacia la negrura de la noche, solo la débil lumbre del brasero que ya estaba que se apagaba los acompañaba, –Mire entiéndame por favor, a mi me complica mucho entrar a su casa aunque no vayamos a hacer nada, que le parece si primero nos conocemos un poco para que la situación no me sea tan chocante…, -le propuso como si eso fuese a restarle peligrosidad al tremendo error que estaba a punto de cometer.

–Bien… yo me llamo Tobías, y tu cómo te llamas?, -le contesto el viejo vagabundo quien a la misma vez se la fue llevando tomada de la mano hacia su pocilga.

–Me llamo Andrea…!, -le contestó la rubia estúpidamente a la misma vez que pensaba en la identidad del vejete ya que este le había revelado su nombre, -Asi que este viejo indigente se llama Tobías, -meditaba para sus adentros.

–Andrea?, bonito nombre… pero ya nos conocemos, ahora entremos al interior de mi casucha, jijiji…

–Espereee…!, que hace señor Tobías…!?, -le consultaba la asustada y nerviosa mujer mientras veía como el viejo pordiosero ahora se agachaba para tomar el nylon que la hacía de puerta para luego levantarlo. En el momento en que lo hizo una gran cantidad de perros y gatos gigantes salieron desde el interior de su estrafalaria y pobre vivienda, como si todos ellos fuesen buenos amigos.

–Tu querías que nos conociéramos y ya nos conocimos, ahora yo me dedicaré a tocar tu cuerpo de putita blanca, o quieres que te deje aquí afuera por toda la noche para que esos maleantes que deambulan por aquí te encuentren y hagan con tu cuerpo todo tipo de cochinadas?.

Y una vez que el ahora ya mas confianzudo mendigo tuvo a la asustada Andrea a un lado de su miserable pocilga se dio a casi obligar a que la rubia se agachara para que se introdujera al interior de esta.

–Por favor señor Tobías… mire yo entraré a su casa pero luego de que Usted me toque un ratito solo dormiremos, le parece…?, -le dijo Andrea antes de agacharse para meterse al interior de la pocilga.

–Por supuesto que así será Andreíta, jiji, como crees…

–Y una cosa más…!, -le dijo la atractiva hembra a la misma vez que se mordía por un lado su labio inferior…

–Pus solo dímelo cosita, que ahí le veremos…, -el viejo ya estaba casi desesperado, pero sabía que tenía que aguantarse hasta ya tenerla metida adentro.

–Mire… si Usted se porta bien conmigo y me respeta puede que me quede en su casita hasta el jueves, así podrá tocarme las veces que quiera, pero con la condición de que para ese día me vaya a dejar a la plazoleta en la que nos conocimos hace un rato…

Al pordiosero casi se le reventaron los testículos con semejante solicitud que le hacia la hembra, aunque no entendía mucho eso de respetarla pero a la misma vez manosearla tenía claro que la moción que le ofrecían era de lo mas tentadora. Pero es que la situación de la hembra era tan extrema que ni ella misma era consciente de las incoherentes propuestas que le hacía al negro indigente, así que el vagabundo sin querer tampoco ponerse a pensar mucho en el asunto de inmediato le dio su aceptación,

–Acepto rubia… hasta el jueves entonces y en la plazoleta, jijiji, -le contestó encantado.

–Me lo jura…?, -le consultaba la rubia mirándolo con sus intensos ojos de color verde turquesa.

–Te lo juro ricura… ahora agáchate y entra de una buena vez, mira que ya me está dando frío, -el vagabundo lo que menos sentía en aquellos mágicos momentos era frio, y al contrario de ello era una escalofriante calentura la que lo estaba comenzando a envolver cuando con sus ojos casi salidos de sus orbitas vio que la hembra que se había conseguido se comenzaba a agachar para luego lentamente verla gatear y perderse hacia el interior de sus humildes aposentos.

El negro viejo mientras que su corazón le zapateaba a la misma velocidad en que cogen los conejos, y una vez en que también estuvo ya agachado con unas perversas miradas y sonrisas de calentura se dio a otear en diferentes direcciones para cerciorarse de que todo andaba bien, sería una ardiente noche se dijo para luego de haberse metido a su mugriento cubil y volver a mirar para todos lados bajar el nylon que cumplía la función de puerta y terminar afirmándolo en el suelo con un fierro oxidado que manejaba apoyado al muro.

Un minuto antes mientras Andrea se iba agachando aun no se la podía creer de lo que estaba a punto de realizar, nunca en su vida imaginó que llegaría a caer tan bajo a como lo estaba haciendo ahora, su conciencia le martilleaba diciéndole una y otra vez que no lo hiciera, si estaba a punto de encerrarse en la miserable pocilga de un desvalido y harapiento vagabundo que lo conocía de hace menos de tres horas.

Estando ya agachada y a sabiendas que casi ya no tenía más opción debido al infierno que se vivía en el exterior se animó y gateó hacia el interior del pulguiento cubículo que era igual a internarse en un misterioso hoyo negro del cual solo hace menos de un minuto había visto salir una gran cantidad de gatos gordos y peludos acompañados de perros de distintos tamaños.

La asustada hembra estando ya arrodillada en la oscuridad y al interior de la casucha del negro Tobías se tuvo que llevar rápidamente una de sus manos a la boca y a la nariz ya que casi se puso a vomitar de repulsión debido a la pesada y tremenda hediondez que casi le dañaron sus pulmones al momento de respirar, el hedor a orina, a caca, a cuerpo humano sin asear los cuales se combinaban con las pestilencias que dejaron los animales ahí encerrados se impregnaban y lo invadían todo.

El viejo pordiosero estando ya encerrado junto con ella rápidamente se puso a escarbar entre sus porquerías para luego encender dos velas que con su misma cera derretida las posó cada una en unos tarros que usaba para tal efecto.

La rubia poco a poco se fue calmando a la misma vez que intentaba controlar su respiración para poder soportar la fetidez imperante, y una vez que notó que si podía soportarlo por fin pudo mirar el interior de la casucha en la cual la tenían metida quedando nuevamente sorprendida por lo que sus ojos veían.

Vio que en el interior de la inmunda y rectangular pocilga de madera no había nada más que una buena cantidad de húmedos y mugrosos sacos desparramados en distintas partes, algunas rotosas frazadas y todo tipo de trapos que seguramente eran los que usaba el viejo por las noches para soportar el frio, concluyendo que esos eran todos sus enseres, además de comprobar que la deplorable y hedionda morada no debía medir más que 1 metro y 30 centímetros de altura, por un poco mas de 2 metros de largo x 1.50 de ancho.

–Bien… ahorita que ya estamos más en confianza acuéstate dulzura mira que debes estar cansadita, -le dijo de pronto el ansioso vagabundo que su respiración ya era algo dificultosa debido a su excitación.

–No… no lo creo señor Tobías, así como estoy me siento muy cómoda…, -la rubia inocentemente pensaba que a estas alturas aun podía seguir siendo ella la que lo estaba controlando todo, pero iba a ser el mismo vagabundo quien le demostraría lo contrario.

–No seas tontita y que no te de vergüenza… solo recuéstate ya verás que estarás muy cómoda, jijiji, -el mas que caliente pordiosero ya no le importaba nada lo único que deseaba era tenerla encuerada lo antes posible, por lo que ya no medía sus hormonales impulsos, –Pero antes quítate esta chaquetita que quiero mirar todas esas cositas que escondes debajo de ella,

–Noooo…! señor Tobías que haceee!?, -Ohhh… este negro se está aprovechando, en ningún momento quedamos en que me sacaría mi chaqueta, pensaba Andrea en forma más que escandalizada a la misma vez que sus blancas manitas luchaban con las negras manos del pordiosero quien ya habiéndole desabrochado el cinturón ahora quería hacer los mismo con los botones.

–Jijiji… solo te estoy semi encuerando, vamos si no te haré nada solo quiero verte, luego te puedes cubrir con mis cobijas…, -el negro Tobías con entusiasmo caía en cuenta que su ardiente labor había sido exitosa y ya teniéndola con su chaqueta totalmente desabrochada con sus dos manos negras se la retiró de una y hacia abajo por la parte de sus hombros deslizándola por sus brazos para terminar dejándola solamente con sus minúsculos calzoncitos blancos y con sus sostenes que eran del mismo color.

–Nooo… no lo hagaaa…!!!, exclamó Andrea cuando se sintió semidesnuda al interior de aquella pocilga a la misma vez que en forma casi automática se llevó las manos a sus senos en señal de pudor, la pobre estaba roja como un tomate.

–Wowwww…!!!, vaya tetotas mamacita…!!! Como no me las habías enseñado antes putaaa…!!!!, y que chiquititos tus calzoncitos… eres… eres una verdadera preciosidad, por algo esos cabrones te querían coger desgraciadaaa…!!!, -le vociferaba el entusiasmado vagabundo con sus ojos salidos para afuera de sus orbitas.

–Noooo…!!!, por favor no me mire…!!! no me toqueee…!!!, -le suplicaba la hembra al sentir las mugrientas manos del vagabundo sobarla por los muslos a la misma vez que las subía hasta sus caderas para luego repetir la enajenante operación.

–Si te voy a tocar ricura, y te voy a tocar todo lo que yo quiera… ese es nuestro trato…, jijiji…

Andrea en el acto se propuso a defender su cuerpo de aquellos lujuriosos toqueteos a la vez que decidía que por nada del mundo le iba a dar cabida a ese asqueroso adefesio para que este llegara ni siquiera a pensar en la posibilidad de llegar a concretar con ella, pero lamentablemente fue en ese mismo momento en que la pareja que estaba encerrada en aquel pequeño espacio escuchó que afuera los perros comenzaban a ladrar fuertemente de la misma forma en que lo hacen cuando se sienten amenazados por algo o por alguien.

La hembra quien agudizó sus oídos escuchó claramente las voces de varios hombres que se acercaban hablando y a risotada limpia, situación que hizo que en forma automática se le olvidaran sus anteriores decisiones y para que casi en un acto genuinamente reflejo nuevamente buscara protección en la destartalada figura del pordiosero posando su casi desnudo y deslumbrante cuerpo detrás de él a la misma vez que con sus brazos se aferrara a sus andrajos, ya que a fin de cuentas él era el hombre en aquellas circunstancias y ella era la mujer, por lo tanto la sabia naturaleza le hacían buscar seguridad en la persona del macho no importándole cual fuese su apariencia y condición social.

El viejo y astuto vagabundo en el acto puso cara desafiante como si el fuese el jovencito de la película que ahí se estaba rodando para luego hacerle señal de silencio con su negro dedo puesto en sus gruesos labios para a posterior de eso decirle,

–Tranquilita dulzura que aquí estoy yo para protegerte y pase lo que pase yo te defenderé, ahora tu calladita y ni te muevas hasta que ya haya pasado todo.

El salido viejo se mataba de la risa por dentro ya que sabía que los que iban pasando eran los mismos viejos vagabundos igual que él y que pasaban todas las noches para ir a refugiarse a sus respectivas casuchas que estaban hacia el interior del basural, mientras sentía como la mujer lo apretaba y tiritaba de miedo apoyando su cabeza en los harapos de su espalda.

Pero Andrea estaba que se moría de pavor ya que las risotadas y voces cada vez eran más fuertes, escuchaba que los hombres que iban pasando el 90% de sus palabras eran soeces y leperadas del más grueso calibre en donde casi todas ellas hacían referencia al cuerpo femenino desde la cintura para abajo, hasta que con alivio notaba que estas ahora se iban alejando.

–Ya se fueron cosita, puedes estar tranquila y suerte que no te pusiste a gritar o a chillar mira que lo más seguro era que a mí me mataban y a ti te llevaban lejos para hacerte miles de cosas malas.

–G… gra… gracias por protegerme… yo… yo…

–De nada lindura… conmigo estarás segura… vamos ahora tiéndete y déjame tocarte como te habías comprometido hace un rato…, -el negro pordiosero sentía como toda la extensión de su verga se tensaba y pulsaba por debajo de sus harapos ahora más que antes ya que la situación de estar prácticamente timando a aquella potente y antojable mujer lo calentaban hasta la locura.

Andrea inexplicablemente sentía un enorme sentimiento de gratitud hacia la piojenta persona del pordiosero, pensaba que lo mejor que le podía haber ocurrido en aquella siniestra ciudadela abandonada había sido conocerlo, y ya hasta sentía que ella de alguna forma debía recompensarlo con los enajenantes requerimientos que este le hacía debido a que ahora ya eran casi tres veces que este la salvaba contando que al tenerla adentro de su cochina porqueriza ella también lo contaba como medida de protección, total serían solo unos simples toqueteos, pensaba nuevamente, además que él por muy harapiento que fuese era también muy valiente ya que el mismo le había dicho que pasara lo pasara la defendería, así que por esas sencillas razones su deber de mujer era tenderse y dejarse que él la tocara.

–Ok… ok… me dejaré que toque mi cuerpo, pero por favor solo toque por encima, nada de meter las manos por debajo de acuerdo?, -le dijo no muy convencida, ya que su estado anímico aun estaba en shock debido al miedo que había sentido recientemente.

–Vale… y tranquilita ricura si yo lo único que quiero es que a ti no te pase nada malo, además que lo único que haré será sobar tu blanco cuerpo suavecito con mis negras y peladas manos de pordiosero…

La rubia lentamente y a la luz de las velas comenzó a mover sus femeninas y escandalosas curvas para ir lentamente poniéndose de espaldas ante la ardiente mirada del negro vagabundo quien con toda la calentura acumulada de años sin estar con una hembra como ella solo se daba a morbosear y a babear ante aquella voluptuosa y curvilínea anatomía ejerciendo movimientos de acostamiento pre coital hasta que por fin la vio quedarse puesta de espaldas sobre sus pulguientos y mugrientos trapos que él tenía por cobijas.

Una vez que la hembra ya estaba a la espera de que el pordiosero comenzara a manosearla, este mismo rápidamente se tendió de costado y a un lado de ella, diciéndose a el mismo y en su mente, -Aun no me la creo que tengo a esta yegüita blanca adentro de mi casucha y que en pocos minutos ya me la estaré culeando, jijiji la pobre ni se imagina toda la carne negra que se comerá por su ajustada concha rosácea.

Andrea nerviosa como estaba igual se sentía podrida por dentro ya que a pesar de todos sus sentimientos encontrados también estaba consciente que por cada momento que pasaba su situación prácticamente iba en picada, sin embargo aun tenía algo de fe en que ella podría frenar al viejo y negro pordiosero si es que este intentaba propasarse con ella, hasta que al estar en estos sórdidos planteamientos sintió unos leves roces de las grasientas manos del negro vagabundo raspándola en una de sus piernas.

Los lijosos roces que le estaban practicando y que en un principio comenzaron en sus muslos en forma gradual se fueron transformando en desesperadas y rasposas fricciones que alternaban entre un muslo y otro dejando huellas de mugre en cada uno de ellos, la hembra por su parte al llevar sus ojos verdes al ajado rostro del negro Tobías lo vio a este con cara de ser un verdadero desquiciado mental mirando sus piernas a la misma vez que se las manoseaba pesadamente hacía sonar las pieles de sus manos y de los suaves muslos de ella ante las acaloradas fricciones en que la estaba sometiendo.

Por su parte el viejo pordiosero estaba totalmente ajeno a las estupideces que pensaba la hembra el solo estaba concentrado en continuar el ardoroso magreo que le estaba dando a las poderosas y doradas piernotas de Andrea, pero no se contentó con solo tocar aquellas suaves y tersas extremidades, ya que viendo en la pasividad en que se encontraba la mujer con un verdadero trabajo de joyería se posesiono con unos de sus negros dedos en la parte media de ese hipnotizante triangulito de tela blanca y almidonada que casi lo tenían sin aire en los pulmones, su respiración ya era agitada y dificultosa, como también le temblaban todos los pellejos del cuerpo por debajo de sus andrajosas vestimentas, su negra vergota que la mantenía bien parada ya estaba adquiriendo una rigidez nunca antes sentida, si ya hasta casi le dolía de lo tan empinada y tiesa que la tenía, en eso fue que sintió la manita de Andrea posada en la negra mano de él con claras intenciones de hacer que la retirara.

Un momento antes Andrea con todo su cuerpo tensado debido a lo enajenante de todo aquello solo lo dejaba ya que el viejo hasta el momento solo se daba a manosear sus muslos con una de sus manos, y con la otra disimuladamente le acariciaba su vientre a la altura de su ombligo, para luego con espanto caer en cuenta que el muy aprovechador vagabundo lentamente había ido corriendo su mano desde uno de sus muslos hasta llegar a su cadera para luego ir corriéndola en forma pausada por su suave vientre y para finalmente comenzar el descenso hasta dejarla posada en su más intima hendidura, -Ohh Diosss… este viejo vagabundo me está tocando la vagina con su negra mano, -pensó en forma escandalizada, y estando en un sinfín de contradicciones por fin se dio a decirle:

–Señor Tobías… por favor no me toque en esa parte, acuérdese que fue lo único que le pedí antes de tenderme…, -le pidió la rubia mirándolo a su azulada cara en la cual solo predominaba la perversión.

–Quedamos en que yo no iba a tocar por debajo, y hasta el momento no lo he hecho así que déjate de reclamar, además recuerda que yo estoy cuidando que no te pase nada malo, -le dijo hipócritamente el sulfurado vagabundo a la misma vez que comenzaba a mover lentamente sus negros dedos como si le estuviera rascando cariñosamente la panocha por sobre la tela blanca en la cual quedaban rastros de piñén dibujados al ritmo de la dedada, a la misma vez que este con sus negros ojos ahora llenos de vida no se cansaban de llenarse de hembra blanca y dorada mientras la recorría de pies a cabeza y centímetro a centímetro.

Andrea muy a su pesar tuvo que admitir que el negro pordiosero tenía razón, ella nunca le había dicho nada a su salvador de no tocar por encima, así que cerrando sus ojos en señal de forzada complacencia se dio nuevamente a dejarlo.

El asqueroso vagabundo estaba que se vomitaba entero encima de aquella loable deidad femenina debido a la tremenda calentura a la cual esta misma lo transportaba, tenía a su completa disposición ese potable cuerpo de mujer para hacerle todo lo que él quisiera, ya que si la muy puta se le ponía difícil solo bastaba con meterle un poco de miedo y esta era capaz de prestarle hasta el culo deducía según los sucesos ocurridos en el transcurso de la tarde.

Por otro lado las raras sensaciones que estaba experimentando Andrea eran difusas y contradictorias, en parte pensaba que don Pricilo se había excedido en este extraño castigo y que era por su culpa que ella estaba en tal situación, otra parte de su mente le decía que estaba mal el hecho de estar dejándose manosear por tan vulgar y harapiento sujeto independiente a la responsabilidad que le caía al ex jardinero de su casa, pero lo más raro de todo era que al estar debatiéndose entre esto y lo otro caía en cuenta que justo en este momento el negro pordiosero prácticamente la estaba masturbando y ella era incapaz de frenarlo al sentirse en deuda con él por haberla salvado de una horda de mal vivientes que se la habían querido violar y muchas cosas más, pero el hombre que se estaba dando tal agasajo con la parte más intima de su persona era tan de baja calaña y poco agraciado físicamente que sus intensos sobajeos no le causaban absolutamente nada situación que la tranquilizaban ya que ahora sí que lo frenaría si es que a ese esperpento le daban ganas de profundizar más en la incursión.

-A esta yegua pura sangre se le nota que quiere que le den caña, la muy viciosa se hace la decentita y no me dice nada porque le estoy masajeando la zorra, esas chichotas están para estar chupeteándolas por toda la noche, voy a hacer que se caliente para que sea ella solita quien me amamante, jijiji, -reía y decidía el negro pordiosero, ajeno a lo que pensaba la rubia.

En tanto Andrea continuaba debatiéndose entre lo bueno y la malo, a estas alturas tenía más que claro que aquel vagabundo de raza negra no la excitaba para nada, además que ella buscaba pensar o imaginar cualquier otra cosa, o concentrarse en lo inmundo que era el vagabundo para abstraerse de lo que le estaban haciendo por miedo a calentarse, e irónicamente fue esta misma situación el detonante para que la atractiva mujer comenzara a lentamente a perderse sin darse cuenta ella misma ya que el solo hecho de pensar de estar dejándose masturbar por un horripilante hombre mucho más viejo que ella al interior de una desastrosa choza hecha de basura y levantada improvisadamente al costado de un hediondo vertedero extrañamente le estaban causando un insólito estado emocional que le ordenaba a que se siguiera dejando hacer, su cuerpo comenzó a sentir esas misteriosas cosquillas que ya había sentido en otras ocasiones pero ahora estas se multiplicaban por mil e iban peligrosamente bajando desde su estómago, pasando por su bajo vientre y que se le iban instalando en la entrada de su tajito que tan exquisitamente estaba siendo sobajeado, su cuerpo empezó a temblar de una desquiciada excitación ya que justo lo que estaba deseando que no sucediera si estaba sucediendo, estas sensaciones no eran nuevas para ella pero si la estaba sintiendo mucho más exquisitas, como ya se dijo, pero aun así entre nerviosa y temblorosa intentaba mostrarse lo más normal posible, por nada del mundo le daría a demostrar a ese harapiento sujeto que a ella ya le estaba comenzando a gustar estar metida en su pulguienta y minúscula casucha deseando que le siguieran haciendo todo tipo de guarrerías.

Al viejo vagabundo ya casi hasta le dolía la mano de tanto sobarle la zorra, ahora estando hincado a un lado del delineado cuerpo de nuestra dorada Diosa y mientras no paraba de pajearla su otra mugrienta mano de pordiosero la fue subiendo en forma temblorosa por su vientre tocando y palpándolo todo, su morbosa mente estaba llena de deseos carnales pero por cada vez que se envalentonaba de que le iba a hacer esto o lo otro, o cuando pensaba en decidirse de una vez por todas meterle su otra mano por debajo de la tela para poder sentir en sus dedos el calor y las humedades que debería tener aquella deliciosa hendidura que estaba sintiendo por encima de la tela el portentoso cuerpo de aquella imponente valkiria de cabellos dorados lo intimidaban.

La hembra por su parte se estaba dejando hacer sin ningún tipo de reclamos, por lo que el pordiosero ya no aguantándose más con su otra mano se dio a empezar a sobar suavemente aquel majestuoso par de globos de carne que estaban apretados por un inmaculado sujetador blanco, aquellas colosales tetas eran las mismas que por tantos años había estado soñando y que ahora por obra de las más extrañas situaciones las tenía solamente para él, fueron unos buenos minutos de suave sobajeo en las partes más sensibles de la ninfa.

Tras todos estos minutos el piojento vagabundo ya no daba más de calentura y cuando por fin vio el hermoso rostro de Andrea quien tenía sus ojos cerrados dándole la nítida impresión de estar sintiendo y gozando la gran sobada que le estaban mandando a su cuerpo aprovechó ese momento de debilidad por parte de la ninfa para que en un rápido y brusco movimiento de manos subirle el sujetador y por fin apoderarse de aquel fenomenal par de tetas que parecían estar hechas de la más suave y duras de las gomas según sentía el pobre infeliz debido a su dureza y tersura, mientras se daba a apretarlas y exprimirlas con desesperación para finalmente y sin pedir su permiso pasar a posar sus partidos labios en uno de sus rosados pezones a la misma vez que comenzaba a darles un más que hambriento y voraz chupeteo en forma acaloradamente alternada que la rubia jamás en su vida había sentido.

Andrea en un principio creyó que el negro viejo solo se dedicaría a sobajearle las tetas por encima de su bracier, y el notar que lo estaba haciendo tan bien para ella que ni siquiera se dio cuenta del momento en que este las había liberado, solo después de sentir los fuertes y algo dolorosos apretones en sus chichotas con estupefacción sintió los gruesos labios partidos del negro pordiosero posarse en una de ellas y como el abusivo negro no se conformaba solo con eso empezó una fuerte succión en cada una de ellas.

La escandalizada hembra desde su posición solo veía su greñoso y motudo pelo canoso cambiarse de una teta a la otra sintiendo una ancha y caliente lengua serpenteante que en forma desesperada y rasposa intentaba borrarle los pezones de su piel mamaria, a la misma vez que luego de lengüetear y succionárselas con fuerzas si como de verdad este horrendo ser quisiera lograr sacarle leche de estas, sentir como este le mordía los pezones con sus suaves encías desprovistas de piezas dentales causándole unas ricas cosquillas en estas para luego con estas mismas traspasarle a su cuerpo unas exquisitas oleadas de escalofríos creándole eróticas sensaciones que la recorrían entera.

En un principio esta delirante situación la llevaron a sentirse verdaderamente violada por aquel asqueroso hombre negro que en esos momentos estaba dando su vida en tan excitante tarea succionadora, y cuando lograba verle la cara en el intertanto en que este se cambiaba de una teta a la otra notaba que esta era la de un autentico desesperado, por lo que en un instante tuvo la instintiva reacción de protegerse y sacárselo de encima pero la rica fricción de lengua sumadas a la suavidad de sus encías en sus dos grandes y redondas protuberancias de carne que a base de chorreantes lengüetazos muy a su pesar la estaban haciendo ver las estrellas de las más lejanas galaxias la llevaron a no tener las fuerzas necesarias de negarse a esa vil sesión de lamidas de chichotas que le estaban mandando.

Pasado un rato de lo anterior y estando aun sumidos en ello, sumado a ese extraño estado de excitación al saberse estar siendo casi violada en la oscuridad de la noche y al medio de un basural, llevaron lentamente a la rubia a un delirante estado que ya casi la estaban haciendo perder la razón, quedando demostrado esto por la sencilla razón que la ya casi perdida mujer en forma inconsciente fue elevando sus dos manitas para tomarlo de la cabeza muy delicadamente y siempre con sus ojos cerrados con señales de calentura en su rostro comenzar ella misma a ejercer fuerzas contra sus pechos para que el pordiosero le pusiera más ganas aun a esa inmunda comida de chiches que tan entusiasmadamente le estaba brindando.

Andrea estaba en un enfermizo estado de nerviosismo muy parecido al de la excitación y desde hace un buen rato que ya no estaba pensando en forma sensata, se encontraba perdida en el gran universo de su impetuosa sensualidad, y mientras se daba a solo sentir aquel acuoso magreo en una de las partes más sensibles de su encomiable anatomía también ya se imaginaba en cómo se vería su rubio cuerpo siendo ensartado por la negra verga que debía tener aquel hediondo indigente.

En tanto lo anterior se sucedía en la acalorada conciencia de Andrea, el negro viejo estaba embriagado en el erotizante sabor de las carnes de aquella ninfa ya que después de haberse dado el festín de su vida comiéndole las tetas y notando también como era la misma mujer quien lo animaba a que el siguiera lengüeteando todo lo que quisiera se envalentonó a comenzar a subir por el medio de ellos hasta llegar a su cuello el cual estuvo ensalivándolo por unos buenos minutos, recorriéndolo de lado a lado, subiendo hasta los hoyitos de sus orejas, para luego volver a bajar y pasarse a la otra, finalizando sus salivosos recorridos mandándole un enrojecido chupón que le dejó estampado justo en la mitad de su garganta y por uno de sus costados.

El harapiento sujeto no contento con su obra maestra impresa en el cuello de la perdida mujer y aprovechándose de que ella en todo momento se había mantenido con sus ojos cerrados y con sus rosados labios semi abiertos y respirando por ellos, según sus enrojecidos ojos veían, se dio a nuevamente comenzar a chuparle y meterle su tosca lengua en uno de sus oídos, su aroma a hembra limpia y bien cuidada lo tenían enloquecido y aun no se la creía que ella se estuviera dejando chupetear y manosear como lo estaba haciendo por lo que aprovechó ese mismo momento para darse a despojarla de la diminuta prenda que era lo único que le impedía que en pocos momentos darle a probar a su verga de los encantos íntimos que tan tentadora hembra le tenían reservados.

En esos instantes la rubia quien a veces su conciencia volvía a medias a la realidad se daba a pensar en todo aquello que le estaba ocurriendo, si bien el viejo que estaba gozando con todo lo que ella tenía para ofrecer era de lo mas repulsivo y asqueroso, lo que la prendían hasta la locura y como ya se dijo anteriormente era estar ella, Andrea Rojas ex de Zavala, metida en su rectangular y pulguienta casucha que por las noches el dormía rodeado por una infinidad de perros y gatos callejeros que ahora estaban siendo sustituidos por ella y por su cuerpo casi desnudo, y en los momentos en que de verdad sentía las imperiosa necesidad de empujarlo para ella tomar su escasas prendas de vestir y salir huyendo de aquel inmundo cubículo hecho de palos y de basura esas enfermizas apreciaciones la detenían para seguir comprobando hasta que punto sería capaz de soportarlo, ya ni siquiera era por el temor de lo que podría sucederle si caía en las manos de los delincuentes.

El lujurioso y aun vestido harapiento sujeto, ya que aun no se animaba a empelotarse delante de la rubia para no espantarla con lo que él tenía para mostrarle había ido deslizando su lengua desde su oreja hasta su cara, ahora la lamía como loco en su cutis cambiándose de una mejilla a otra, aprovechando además de repasarle apasionadamente su nariz y también por sus rubias cejas, mojando y lamiéndole toda la cara, hasta que en un momento en que se quedó mirando esos tentadores labios de azúcar estar semi abiertos si como estuviesen esperando ser besados por él se montó sobre el voluptuoso cuerpo de la casi entregada mujer y simplemente se dejó caer con sus gruesos labios partidos uniéndoselos a los de ella.

Andrea sintió el caliente y putrefacto hedor del viejo mendigo negro invadir toda su cavidad oral hasta llegarle a sus pulmones con lo cual aquella asquerosa pestilencia hizo conjunción con su fresco y aromático aliento femenino, lo que la llevaron a abrir sus ojos verdes bien grandes demostrando con esto la real aversión que le causaba semejante ósculo, y cuando ahora sí que pensaba en empujarlo para que este se saliera de encima de ella el mendigo en su ansiedad por probar los encantos que aquella beldad escondía entre medio de sus piernas lo llevaron a que con una de sus negras manos le tomara con rudeza su diminuta prenda interior blanca por un lado de sus ampulosas caderas y de un rápido y fuerte tirón cortárselos y arrancárselos para luego dejarlos caer a un lado de las velas, dejando a Andrea ahora si totalmente desprotegida e indefensa para los ardientes propósitos que él deseaba concretar, el viejo en forma calientemente sobrecogida caía en cuenta que ahora sí que la tenía desnuda y en condiciones para por fin clavársela de una buena vez por todas.

La rubia quien se sintió despojada y desvalida ante el demencial encueramiento en el que se encontraba no opuso ningún tipo de resistencia debido al inmenso estado de miedo mezclado con nerviosismo ya que ahora sí que sabía que aquel inmundo pordiosero no se iba a conformar con solo simples manoseos, mientras sentía como la apestosa lengua del vagabundo buscaba con desesperación a la de ella en el interior de su boca, automáticamente su mente le volvió recordar de lo muy miserable que era el reducido espacio en donde un negro indigente pretendía cogérsela, cayendo nuevamente en cuenta que la miserable choza en que la tenían metida se encontraba en un mugriento emplazamiento en donde se acopiaban todas las inmundicias de la gran capital y que ella ahora era parte de las mismas, por lo que se avergonzó de ella misma, (valga la redundancia), pero extrañamente y maldiciéndose una y otra vez reconocía que esto en lugar de cohibirla y amedrentarla le subían la temperatura aún más, por lo que nuevamente se abandonaba a la espera del siguiente paso que quisiera dar el vagabundo.

Andrea misteriosamente sentía ganas de seguir experimentando esas enajenantes sensaciones de las cuales estaba siendo asaltada, y que a lo mejor ese asqueroso sujeto que la estaba besando en esos momentos de una buena vez por todas se lo hiciera, y no porque le gustara aquel horrendo indigente de raza negra, sino que sus deseos eran nacidos por el verdadero llamado propio de la naturaleza al volver a graficar en su mente la destartalada e inmunda ratonera en que pretendían cogérsela según sus apreciaciones debido a los avances que iba haciendo el negro viejo, con esto la calentura empezó a subirle por cada centímetro de su cuerpo hasta al grado de admitirse a ella misma que también deseaba ponerse a culear al interior de esa cochambrosa y piojenta armazón hecha de palos y de basura, aflojándole con esto todos los tornillos de la escasa cordura que aún le quedaba en su mente dándole el favor a una creciente y descontrolada lujuria nunca antes sentida, a la hembra ahora sí que verdaderamente se le habían pelado los cables.

Andrea con todas esas enajenantes sensaciones en su cuerpo mas el lamentable estado emocional antes descrito y mientras seguía siendo besada forzosamente por el viejo negro Tobías lentamente fue entrecerrando sus ojos y animada ahora por unas nacientes y gratificantes oleadas de escalofríos que estaba sintiendo en todo su cuerpazo, fue ella misma quien buscó la lengua del pordiosero con la suya, a la misma vez que con sus níveos brazos fue abrazándolo por la espalda en forma apasionada para entregarse al más ardiente e inter racial beso con lengua que la llevaron a estar en la antesala de una infernal y sexual sesión de apareamiento que ya casi deseaba mandarse con un piojento vagabundo.

Andrea con el negro Tobías se besaban de la misma forma en que lo hacen una pareja de recién enamorados, el viejo mendigo ahora metía toda su asquerosa lengua lo que más que podía dentro de la dulce boquita de la rubia quien al notarlo y producto de la tremenda calentura que le producía ponerse a coger adentro de esa casucha con un indigente no lo dudaba para continuar en aquel delirante besuqueo y enredar casi con desesperación su fresca lengüita con la de él, estas se enredaban una contra la otra, y Andrea estando ya casi asfixiada por los pestilentes hedores bucales del negro mendigo solo emitía unos femeninos y ahogados gemidos que ya parecían ser de placer sobre todo cuando era ella misma quien se dedicaba a recorrer con su lengüita las suaves encías desdentadas del asqueroso indigente.

Por su parte el viejo y negro pordiosero seguía metiéndole lengua intentando traspasar la campanilla de la mujer hasta sus mismas amígdalas, cuantiosas cantidades de babas mezcladas con residuos que se habían desprendido de su lengua se le acumulaban y los traspasaba a la dulce boquita de Andrea quien al sentir aquellas asquerosidades no le quedaba más remedio que ir tragándoselas todas, incluso hasta ya perecían gustarle, a la rubia a quien al principio de aquel repulsivo atracón de bocas tuvo las tremendas ganas de empujar al pordiosero para luego salir huyendo de aquel mal oliente basural, a estas alturas ya casi lo había superado y hasta daba la impresión que ella lo disfrutaba tanto como su indigente pareja que en esos momentos se encontraba en el séptimo cielo.

El negro y viejo Tobías ya estaba casi seguro de que la hembra estaba entregada, así que junto con seguir besándola en forma desesperada y salivosa ahora también se daba a sobarla en distintos puntos de su cuerpo, sobajeos que él iba alternando con sus dos manos entre sus tetas y su dorada panocha, claro que sin meterle ningún dedo todavía ya que ese tipo de penetración la estaba reservando para su verga, pero si sentía que la intensa suavidad de su vientre antes de llegar a sus primeros pelos íntimos y dorados lo tenían al borde del colapso neuronal.

Así que ya estando mucho más caliente y exaltado que antes debido a tan ardiente situación que estaba viviendo con tan soberbia hembra en esos tan soñados momentos nuevamente la tomó por asalto besándola con más calentura que antes, ahora su negra estaca de carne caliente rugía por ser liberada de entre medio de sus harapos y Andrea que ya se la creía sentir a la altura de su estómago en los momentos en que el mendigo se adosaba a su vientre ya no se aguantó más y en un puro e instintivo movimiento hormonal y calenturiento llevó su delicada mano para internarla por entre medio de todos esos tiesos andrajos que el vagabundo usaba por ropa hasta encontrarla y agarrársela.

La rubia volvió de una a la realidad ya que el ardiente grosor del cual ella estaba aferrada en esos momentos la dejó sin aliento, mientras seguía siendo besada por el pordiosero su blanca manita no alcanzaba a circundarla por completo, sabía que solamente era una “C” lo que dibujaban sus dedos, y esta enajenante comprobación lejos de espantarla hicieron que comenzara a tantearla aun entre medio de los harapos.

La hembra sabía que de la forma en que estaba actuando podría terminar en una sola cosa y esta sería con ella ensartada por el vagabundo y por esa gruesa lanza que estaba empuñando, y nuevamente sintiéndose caliente hasta más no poder y a manera de solapar sus puteadas que le nacían de lo más profundo de su acalorada mente recordó que había sido el mismito don Pricilo quien le había dicho: “…y lo mejor que puedes hacer sobre todo por tu bien será que les prestes a ellos todos tus agujeros para poder subsistir de aquí hasta dos días más…”, así que sabiéndose autorizada se dispuso a comenzar a subsistir por dos días seguidos.

Lentamente y en forma de abandono fue recorriendo la verga con su manita sintiéndola y palpándola mientras seguía siendo asquerosamente besada en forma salvaje, la manoseaba desde su base que fue de donde la agarró inicialmente hasta su esponjosa punta que era de la misma forma de un huevo gigante, la rubia por más que recorría aquella gruesa manguera de carne comprobaba que esta era enajenadamente larga e interminable, mucho más gruesa y extensa de las tres que ella ya había probado antes, asimismo su vagina se iba encharcando y derritiendo a la misma medida de que ella iba descubriendo y comprobándolo todo, lo que la llevaron a ahora aferrase con sus dos manitas a ese venerable pedazo de carne caliente que en ningún momento la atemorizaron, por lo que se la apretaba una y otra vez sintiéndola y acostumbrándose a ella al mismo tiempo que ahora era ella quien se devoraba los gruesos labios del negro vagabundo para luego de haberla sentido todo lo que ella quiso soltársela para proceder a nuevamente abrazarse en forma impetuosa a la harapienta figura del feliz pordiosero.

Un momento antes el negro quien mientras se entretenía en besarla sintió esas suaves manitas agarrarle la verga, como así mismo experimentó el mayor de los placeres cuando se dio cuenta que la rubia putilla que había logrado meter al interior de su inmundo cuchitril ahora le recorría su gruesa herramienta una y otra vez como si la muy zorrita no se convenciera de sus medidas y dimensiones vergales, y cuando cayó en cuenta que por fin se la liberaba la muy putinga con fuerzas lo agarró y lo empujó hacia ella para hacer más completa la conjunción de cuerpos determinando que había llegado el momento para enseñarle a la rubia lo que en pocos momentos se comería por el coño.

El viejo negro quien no quería separarse de los dulces labios de Andrea de un momento a otro y a regañadientes tuvo que hacerlo ya que él quería probar otras sensaciones en el interior del cuerpo de aquella virtuosa hembra que le había caído desde el cielo.

Una vez separado de ella se quedó montado y enderezado en la cintura de la temblorosa mujer para luego desfachatadamente y sin ninguna gota de pudor subirse sus harapos hasta quitárselos mostrándole a la hembra su deslucido y ajado cuerpo negro el que era totalmente lampiño y que también tenía llamativas ulceras secas y en forma de costras blanquecinas dejando liberado por fin el voraz Kraken africano con el cual pensaba poseer aquel esbelto cuerpo dorado de una Diosa escandinava.

Andrea quien ahora veía con sus propios ojos semejante monstruosidad carnal y de forma peneana cayó en un desesperado estado de enervante incredulidad, esa voluminosa manguera negra que estaba rodeada de un motudo bosque de pelos negros en su base que tenía ante su vista era demencialmente larga y brillosa que hasta caía en lo sobre natural, esta estaba surcada por llamativas y nudosas venas que sobresalían desde la carne de su oscuro tronco y que eran tan gruesas como los dedos de su mano (la de ella).

La rubia veía como esa negra y enorme serpiente se envaraba vibrantemente hacia arriba y pulsaba en forma agitada dejando salir de su punta ríos de líquidos transparentes y aceitosamente pre seminales que la recorrían hasta llegar a sus dos grotescos testículos azulados muy parecidos al de los caballos, su mente en forma neurótica le indicaba que en pocos minutos iba a estar fácilmente comiéndose por su tajo intimo y femenino una negra verga de casi 33 centímetros de largo por lo menos x 8 en grosor, (y el que no me la crea que vea videos porno en categoría inter racial), si bien ella misma la había sentido en sus propias manos y ahora el tenerla en vivo y en directo la hicieron caer en cuenta del porque el asqueroso vagabundo se la mostraba tan desvergonzadamente, la situación era obvia, ahora se la iba a culear.

El negro pordiosero estando ya desnudo en forma desvergonzada se agarró su descomunal miembro rugoso y erecto que era tan oscuro y azulado como el mismísimo petróleo, para luego comenzar a agitarlo descaradamente para que su atractiva compañera de pocilga se lo viera en toda majestuosidad teniendo muy en cuenta que esta era la primera vez que veía una mujer blanca desnuda y por lo que veía y por lo que ese curvilíneo cuerpo le hacía sentir a su verga sabía que esta desbordaba deseos carnales por cada centímetro de sus curvas.

Andrea quien de a poco estaba volviendo a la realidad dejando atrás esas ricas emociones de sensualidad en que había estado envuelta supo que si no hacía algo rápido ese repulsivo estropajo de hombre no iba dudar en intentar meterle su negra y deforme virilidad, pero ese ligero estado de cuerdo razonamiento poco le iba a durar ya que al tener la tranca viril del pordiosero de cerca, y que se la veía tan grande, muy gruesa y bien parada, a lo que se sumaba su fuerte y embriagante olor a verga de macho que era mucho más hediondo y fuerte de los que ella ya había sentido antes producto del casi nulo aseo por parte del mendigo, que estos que olía ahora extrañamente hacían que los latidos de su corazón se le fueran acelerando mucho más de lo normal, como a su misma vez su blanca y dorada vagina nuevamente comenzaba a chorrearse de jugos femeninos.

La perdida hembra no se dio ni cuenta cuando nuevamente ya estaba deseando intentar comprobar si aquella brutal tranca de carne negra le cabría entera al interior de su cuerpo, incluso hasta se preguntaba si realmente sería capaz de aparearse con el negro vagabundo, pero cuando sus ojos nuevamente daban con ese enorme y pesado miembro masculino que por su porte y dimensiones ahora apuntaba directamente y en forma diagonal hacia su cara, determinó que si el pordiosero lograba meterle por su tajo aquella grotesca y bizarra protuberancia de carne negra esta fácilmente le llegaría hasta un poco mas debajo de las tetas haciendo con esto que sus alocadas ganas de empalarse con semejante monstruosidad se le fueran a la mismísima verga debido al terror que esto le causaba ya que si el negro lograba embutírselo entero lo más seguro sería que le causaría serios daños en sus órganos internos.

Estos sórdidos planteamientos ya casi tenían enloquecida a la pobre Andrea, y lo más extraño de todo era que a pesar de todas sus acertadas tribulaciones su dorada panocha le hormigueaba en forma desquiciante que la hacían pensar en tal vez intentar dejarse hacer, total si no le cabía entera sería el mismo negro quien se aburriría y la dejaría tranquila, para luego volver a arrepentirse de sus desquiciantes y desnaturalizadas zorrerías que ni ella misma se explicaba cómo era que estas se le ocurrían, pero el poder de la verga negra y larga que tenía antes sus ojos superó todas aquellas aflicciones ya que en un acto totalmente de abandono lujurioso fue ella mismita quien en forma inconsciente e irresponsable para su propia integridad dio su autorización para que prácticamente la destrozaran.

El negro pordiosero por su parte creyó morir de amor cuando vio que la bella mujer rubia después de haber estado mirándole y comiéndole la verga con cara de puta necesitada según él había apreciado, como fue ella misma y solita quien se fue abriendo piernas para luego recogerlas y exponerse para la irrupción de su oscuro ariete tal cual como él lo había profetizado en los momentos antes de que entraran a su mugrienta casucha, y más enloquecido aun quedó cuando a sus oídos llegaba la imperativa solicitud que aquella blanca criatura le hacía:

–Señor Tobías… creo que yo también quiero que Usted me haga eso que quería hacerme cuando recién me trajo en su carretón…!!!, -le solicitó Andrea desvergonzadamente con sus ojos semi cerrados producto de la espeluznante calentura de la cual estaba siendo presa, ya ni siquiera le importaba lo que aquel negro y robusto cañón pudiera romperle en el momento en que este se internase al interior de su cuerpo.

El viejo pordiosero se sentía en el mejor de los sueños del cual no quería despertar jamás, era la misma rubia quien le estaba pidiendo que le metiera su hedionda y grotesca verga desaseada, pero al tenerla ahora totalmente entregada y exhibiéndose en total y descarada magnificencia no pudo evitar llevar sus ojos totalmente abiertos y ardiendo en deseos a su rosada y atrayente hendidura de mujer blanca la cual expelía un hechizante aroma que lo llamaban a que antes del aunamiento corporal la probase.

El pordiosero ya dejando a un lado aquellas turbadoras sensaciones que le causaba el estar en aquellas condiciones con semejante pedazo de mujeron, se dijo que ya era hora de probar el sabor de una autentica zorra blanca, por lo que le dio conocimiento,

–Claro que si zorrita…, jijiji, vez que no era tan malo venir a meterte a mi casita!?, pero antes voy a probarte los jugos que te salen de la concha, será la primera vez que lengüeteo una panocha rubia como la tuya, y una vez que me canse y cuando ya estés tan caliente como una yegua en temporada de apareamiento te perforaré tu blanca zorra de putita de alta alcurnia con mi negra y asquerosa verga vagabunda, jijiji, ya verás que te va a encantar cuando te tenga trabada con ella.

El viejo negro del señor Tobías con nerviosidad se ubicó justo al medio de los completamente abiertos muslos de Andrea para luego con sus dos negras y partidas manos posarlas cada una en la parte baja de estos, entre su cadera y donde estos se doblaban, y a continuación con cada uno de sus dos pulgares proceder a abrir los rosados labios vaginales de la rubia para así poder echar una rápida mirada antes de lamerle su atrayente rajadura rosadita que estaba segregando una no menor cantidad de fluidos en aquellos momentos, mientras que nuestra muy alterada ninfa se daba a pensar y pensar del estado en que se encontraba al estar siendo inspeccionada tan íntimamente por un viejo vagabundo negro que casi recién había conocido y que para rematarla era ella misma quien le había solicitado que le metiera su gigantesca herramienta viril y caballuna que este se gastaba.

La muy excitada Andrea se encontraba con su mente totalmente perdida y nublada, y a pesar de todas sus morbosas contradicciones en donde el tamaño de la vergota del vagabundo llevaba el estandarte en lo que se refería a sus salidas emociones en las cuales estaba sumida, igual se daba a pensar de lo extraño que era eso de que el vagabundo en cada momento en que se dedicaba a mandarle soeces bombardeos de peladeces este se esforzaba en remarcar sus diferencias de origen como si esto realmente lo excitaran, y en el fondo de su mente reconocía que por lo menos a ella también la tenían verdaderamente hirviendo de calentura, lo cual quedaba evidenciado con su bella carita de finas facciones completamente mojada de transpiración, así lo demostraban varias gotitas de sudor que ahora la adornaban, además que sus sensuales labios rosados ahora habían adquirido un exquisito color rojo como las frambuesas y los mantenía semi abiertos mientras respiraba agitadamente por ellos, tanto por el miedo como por la excitación, hasta que otra vez y sin aguantarse mas era ella quien le demandaba al pordiosero a que de una buena vez por toda la atendiera, y ahora lo hacía de la misma forma en que lo había estado haciendo el pordiosero:

–Señor Tobías…! p… por f… favor p… páseme su n… ne… negra l… len… lengua por mi b… blanca v… vaginaaaa…!!, ya casi no me aguanto…!! lo deseo tantooo…!!!, -con solo decir ella misma semejante barbaridad desde su zorrita salió expulsado una buena cantidad de fluidos femeninos que fueron advertidos por el negro mendigo.

Dicho y hecho, el vagabundo después de haber mirado todo lo que quiso hacia los íntimos interiores vaginales de la rubia, en donde también estudio en forma sobre cogida ese atractivo monte de Venus apenas sombreado por áureos y escasos pelitos encrespados, y que además no paraba de chorrear líquidos vaginales ni se la pensó para enterrar su gruesa nariz en la dorada pelvis de la Andrea para luego de aspirar aquel adictivo aroma vaginalmente femenino hasta embriagarse en el, al instante comenzó a lengüetearla y devorársela en forma casi animal y hambrienta, respirando y absorbiendo por los notorios hoyos de sus fosas nasales todo ese fuerte aroma a hembra que seguía expeliendo ese atrayente tajo de carne que se estaba zampando como a su misma vez se iba bebiendo todos los ácidos y dulces jugos femeninos que este le iba soltando.

–Asi…! Asiiii…! señor Tobiasss…!!, métame su puntiaguda y caliente lengua más para adentroooo…!!!, -le solicitó de pronto la hembra con sus ojos verdes semi cerrados puestos fijamente en los palos del techo de la mugrienta casucha, y con excitada convicción.

Mientras el caliente y negro vagabundo disfrutaba comiéndose aquella atrayente panocha blanca sorbiendo todo lo que salía de ella como a su misma vez inconscientemente y por las ganas que este le ponía a semejante ágape vaginal también le estaba sacando todo el aire que había al interior de su bajo vientre causándole a la rubia electrizantes sensaciones que la llevaron a comenzar a moverse al mismo ritmo en que le comían la concha.

La pobre estaba tan caliente y desesperada que inconscientemente había agarrado uno de los mugrientos sacos pasados a orina y se daba a morderlo y a chuparlo intentando con esto redimir sus bramidos de calentura.

–Ohh…! Ohhh…! Señor To… Tobiasss…!! Diosss…!! Diosssss…!!! Esto… esto… es muy ri… ricoooooo…!!! Mmmmm…!!! Ahhhhh…!!!

El enardecido pordiosero viendo la caliente porrista que tenía abierta de patas y haciéndole barra a grito limpio comenzó a chupar y a lamer cada vez más fuerte y más profundo introduciendo su lengua lo más adentro que podía, al mismo ritmo en que se lo solicitaban.

–Mmmmffffsss…!!! Sigaaa…!!! chupemelaaaa…!!! Diossss…!!! Diosssss…!!! Que ricoooo…!!! Me va a mandar cortadaaaa…!!! Me va a mandar cortadaaaaa…!!!, Ohhhh…!!! Ohhhhh…!!!! Me corrrooooooo!!!!, -le gritaba y repetía Andrea una y otra vez al mismo tiempo que sufría un arrebatador orgasmo, por lo que el señor Tobías ardientemente entusiasmado se concentró en profundizar con su lengua rápidamente y hasta lo más recóndito que podía al interior de la mojada panocha que se estaba sirviendo y que no cesaba de soltarle chorros de caldos íntimos y calientes, mientras que la rubia Andrea orgasmeandose como una posesa tensaba todo su cuerpo a la misma vez que se abría de muslos todo lo que podía.

En aquellos delirantes momentos su cara demostraba todo lo que podía estar sintiendo ya que sus temblorosos labios ahora los tenía separados y se los dibujada con sus deditos que inconscientemente había llevado a ellos, mientras que sus ojos se le iban para arriba una y otra vez por cada arrebato de escalofríos que sentía mientras se producía una y otra vez el sexual enervamiento de sus sentidos.

El negro pordiosero que estaba preso de una infinidad de sensaciones tan lascivas como carnales lentamente se fue separando de la encharcada panocha que se acababa de devorar, su desdentada bocota abierta la tenia bañada y chorreante de los líquidos que le había regalado esa rubia de ensueño a quien veía tirada entre sus pulguientos sacos harapientos y que aun estaba siendo atacada por los últimos tiritones de cuerpo, así que aprovechando el estado en que la tenía se dio a proponerle.

–Quieres que te culie mi amor…!?

Andrea que para nada estaba con sus 5 sentidos bien puestos y perdida en las nebulosas de reciente orgasmo aun así cayó en cuenta que semejante tranca por muy tentadora que se viera debido a su grotesco volumen nunca le cabría entera, incluso recordó que en las oportunidades en que don Pricilo le había encajado su verga esta le cabía en forma ajustada por lo que imaginaba que si a ese negro indigente se le ocurría la insana intención de aparearse con ella, lo más seguro que ocurriría seria que la reventaría en el intento, y justo cuando le iba a decir que se la había pensado mejor y que la mejor opción era que cada uno se durmiera vuelto para su lado tal como lo habían acordado inicialmente sintió como la lengua del negro nuevamente le violaba su boquita avisándole que por su parte no había mucho que conversar y que se la iba a coger si o si, o al menos eso era lo que entendía la rubia, y qué decir cuándo se subió sobre ella dejándole caer su enorme torpedo de carne sobre su plano vientre, en donde ella con solo comprobar su poderío pensaba que al momento de que se la metieran sencillamente la iban rajar desde la zorra.

–Estás bien caliente y mojada blanquita, ahora sí que vas a disfrutar mucho de una verdadera verga negra y pordiosera cuando te la tenga encajada en tu rubio cuerpecito putita… te voy a coger por todos tus hoyos, jijiji, te los dejaré bien abiertos para que siempre me recuerdes si es que sales viva de las tremendas cachas que te voy a poner por el culo y por la concha, jijiji.

La rubia quien ya había vuelto a medias a la realidad ya no estaba tan convencida como hace un rato de querer intentarlo.

–Por favor señor Tobías no me lo vaya a hacer…!, no me va a caber entera… su cosa… es… es… demencialmente grandeeee…!!!, –Andrea al ya haber disfrutado de un riquísimo orgasmo ahora solo pensando en ella y en forma egoísta pretendía no cumplir con su parte del contrato, y esto por el autentico terror que le causaba el solo imaginar esa gigantesca herramienta abriéndola por su vagina, pensaba que sus carnes no resistirían y que simplemente se la partirían.

–Pero si recientito me lo pediste con la mejor cara de puta que tenías?, -le decía el indigente quien estaba decidido a metérsela bajo cualquier costo.

–Si pero lo he pensado mejor, por favor no me la vaya a meter… me mataría con eso que Usted tiene… me… me la va rajar… y me va a hacer gritar… nos podrían oír esos delincuentes… mejor lo dejamos para otro día…, si?, -le solicitaba y rogaba estúpidamente la asustada hembra intentando con esto hacer entender al ya más que enardecido pordiosero, como ya se dijo sus ganas anteriores casi se le habían esfumado.

–No mamita… recientito te corriste como una autentica cerda y por lo que vi tampoco te hiciste mucho del rogar para que te lengüeteara la concha, así que ahora me toca a mi putingaaa…!!!, de aquí no te vas hasta que no te vayas bien cogida y bien perforada de tus agujeros…!!!

Andrea viéndole la cara de desquiciado con la que le hablaba el negro viejo supo que este no iba a cambiar de parecer y que se la iba a salir culeando por las buenas o por las malas, y ella por su parte lo que menos quería era llamar la atención de los hombres que podrían merodear por el sector, así que encomendándose al señor solo se dio a solicitarle.

–Está bien…! Ok…!, está bien…!, -La rubia para nada estaba convencida de lo que decía, pero no tenia mas alternativa, –Solo le pido que cuando me la este metiendo lo haga con mucho cuidado, y cuando Usted vea que ya no le entra mas por favor deténgase, su miembro es muy grande… y sé que nunca me cabrá…

–Vale rubia…, pero primero cómetela por tu boquita un poco, quiero sentir esos dulces labios de fresa envolverse en mi gruesa tranca caballuna, sabes?, nunca en mi vida una mujer quiso hacerlo conmigo por miedo a que las rompiera por dentro y porque soy extremadamente feo, lo reconozco, jejejeje, tu eres la primera vieja que se me anima a hacerlo por las buenas con este pobre viejo negro y pordiosero, además que vas a ser la primera hembra en mi vida que va a chupármela -en eso el ya mas envalentonado vagabundo la tomó en forma prepotente de sus rubios cabellos para que se pusiera en 4 patas con su cara frente a su alargado y grueso engendro masculino a la vez que mientras la jalaba le decía, –Ponte como las perras y métetela en la boca…!!! Anda… se buenita…!!! Chupalaaa…!!! Chupalaaaa….!!!!

Increíblemente para todos nosotros, pero sobre todo para el ansioso y enardecido viejo indigente, fue que Andrea después de ponerse como le decían ella solita hizo el resto del trabajo ya que al sentirse aliviada por extender el momento de la penetración, y extrañamente sintiéndose también de lo más afortunada por ser ella la primera que disfrutaría bucalmente de ese atractivo y recio falo masculino lleno de nudos, con ansias y desesperación se aferró a este notando asimismo que aquella gruesa verga de color superaba con creces en dimensiones y poderío a las tres que ella había conocido en este último tiempo, rápidamente y como una verdadera desesperada se puso a inspeccionarla y a olerla, aquella intimidatoria tranca de carne masculina a parte de asustarla tambien la tenían tan seducida como embelesada.

Hasta que por fin nuestra curvilínea rubia, siempre puesta en 4 en aquella inmunda y reducida casucha rectangular hecha de palos y de basura, se enfrentó a la punta de la colosal verga negra manteniéndola agarrada con una de sus blancas manitas desde el nacimiento de su tronco.

Mientras se la devoraba con la sensualidad de sus ojos verdes tragando saliva y en forma tan fascinada como determinada se animó para con su otra manita ir estirando el forro de la caliente verga e ir descubriéndola en toda plenitud en donde vio que desde el encorvado glande hacia atrás estaba cubierta por una llamativa y asquerosa nata amarillenta que su fuerte olor a hombre desaseado contradiciendo a todas las normas de la buena higiene y limpieza que siempre habían imperado en ella, salvo en este último tiempo, lejos de espantarla más la atraían y mas la calentaban, y sabiendo también que esa tremenda e inmunda verga de macho era la del valiente pordiosero negro que ya la había defendido tantas veces (otra zorrería de su parte) con una de sus manitas se arregló parte de sus cabellos rubios por detrás de su oreja y lentamente fue sacando su inmaculada y fresca lengüita de mujer millonaria para proceder a ser ella misma quien le iba a practicar su primer y femenino lavado de verga a ese pobre y desvalido indigente que rayaba en lo repugnante.

La bella Andrea antes que nada posó sus rojos labios en el centímetro 15 de aquella descomunal e inflamada tranca negra para luego, y con mucho cuidado, ir recorriéndola hacia el glande retirando con su lengua toda esa pestilente materia amarillenta con su lengüita que la iba haciendo de retroexcavadora para que cuando una vez que llegó al aceitoso glande el cual vomitaba incesantemente copiosas cantidades de tibios moquillos semitransparentes, volver por el otro lado de la verga y proceder a limpiar aquella lactosa inmundicia de la misma forma en que lo había hecho recientemente, y así lo hizo una y otra vez encargándose de retirar toda esa brumosa capa en descomposición que según ella ensuciaba a ese hermoso miembro masculino que ella nuevamente ya se sentía con el deber de atender.

La repasó una y otra vez con sus labios y lengua por todos lados poniendo especial cuidado que esta quedara libre de cualquier tipo de contaminación, en aquellos momentos a la rubia le encantaba ser ella la encargada de tan noble labor sin que nadie la molestara y sin que se lo hayan pedido, así que una vez en que toda su boca ya estuvo completamente rebosante de tan asquerosa sustancia descompuesta que en más de una ocasión le hicieron sentir unas profundas arcadas la rubia pensando solamente y nada más que en ella, hizo de fuerzas corazón y simplemente se la trago toda, sintiendo su sabor tan repulsivo como nutritivo, según paladeaba al borde de los vómitos.

El negro y viejo Tobías quien fue el desnudo y dichoso espectador de la forma tan femenina en que literalmente le habían lavado la verga y después de haberla visto tragar toda esa inmundicia que él había tenido almacenada por años entre el tronco y el forro de su desaseada virilidad, mas gozoso se quedó cuando vio que la hembra fue abriendo lo que más pudo sus rojos labios de caramelo para simplemente atravesársela oralmente logrando ensartarse solamente ¼ de esta, para después comprobar cómo la muy guarrilla empezaba a chupársela con mucho cuidado y en forma concentrada.

La mamada era dificultosa para la rubia ya que por más que intentaba ensartarse en la boca otra porción de carne negra no lo podía lograr, sentía como si de verdad en cualquier momento se le rajarían las comisuras de sus labios, o que simplemente se le dislocarían las mandíbulas, determinando que aquel hinchado y duro miembro era demasiado grande para ella ya que ni siquiera conseguía zamparse en último caso la mitad de este, por lo que se tuvo que conformar solamente con succionar la el negro y brilloso glande y un poco mas de esa monstruosidad, alternando a veces con deliciosas lamidas en el tronco y en los brillosos testículos del afortunado vagabundo mientras este en forma libidinosa le decía:

–Así mamacita…!!! así… por abajo tambiennn!!! es toda tuya…!!! tócala…!!! mámamela así…!!! Aahhh… que ricoooo…!!! te gusta chuparla verdad…!!??

Pero lo que obtuvo por respuesta por parte de Andrea fue que ella estuvo por varios minutos engolosinada solo en la tarea de chuparle, lamerle, succionarle y volver a lengüetearle toda la extensión de su tranca, sin mencionar las grandes cantidades que se tragaba de aquel néctar trasparente y bien salado que se le formaban en sus testículos y que salían por la punta de su alargado y grueso palo de carne que ella tan bien le estaba chupando, el vagabundo en tanto solo se daba al mejor de los festines oculares al estar mirando como aquella Diosa puesta en 4 patas le mamaba la verga tan animadamente, a la misma vez que con una de sus manos negras puesta en los rubios cabellos de la nuca de Andrea se daba a sentir los movimientos de avance y retroceso que ella hacía con la cabeza, mientras que con su otra mano se encargaba de profanar como un desesperado la parte de su espalda, sus caderas, pasaba también por cada una de sus suaves y estilizadas nalgotas poniéndole a estas unos vibrantes palmetazos, luego por su cintura y también por sus dos colgantes y turgentes tetas que se mecían despaciosamente al ritmo de la mamada, el pordiosero lo hacía una y otra vez, estaba en el paraíso.

En la mente de la rubia mientras se daba a tan acalorada y chupadora labor ya se imaginaba a ella siendo taladrada hasta lo más profundo de su interior por esa negra verga de burro que ella mismita se incrustaba en su boca una y otra vez en forma rítmica, mientras que por su boca ya caían gruesos cordones de los líquidos masculinos que se le escapaban y que no alcanzaba a tragarse, como también por sus fuertes y bien formados muslos nuevamente corrían abundantes hilillos de jugos vaginales, fue en eso que el negro pordiosero ya dándose por satisfecho decidió que ya venía siendo la hora en que esa bonita rubia de cuerpo espectacular e inalcanzable pasara a ser cabalmente, y como lo dictan las leyes naturales… su mujer.

–Ya mamacita… ya deja de mamármela sino vas a hacer que me corra en tu boquita de almíbar, y si eso pasa ya no te la voy a poder meter…!!!, -le dijo el vagabundo en el momento que con esfuerzo le tuvo que arrancar su herramienta de sus manitas y de su boca, la rubia había estado tan empecinada en la acción succionadora que en forma instintiva se había negado a separarse oralmente de semejante miembro masculino.

–Ehhh… queeee…?, que pasaaa!?, -iba diciendo la rubia con su boquita de rosas chorreante de líquidos pre seminales que el viejo había expulsado desde su verga en el momento de la mamada, a la misma vez en que el mendigo la iba acostando nuevamente de espaldas en sus inmundos y entierrados sacos, para luego notificarle.

–Ahora si putitaaa…!, ahora sí que te la voy a meter toditita mi wacha buena para chupar la vergaaa…!!, -el viejo le decía todo esto masajeándose la tranca y mirándola con ojos de degenerado, mientras que Andrea tendida de espaldas solo le quedaba seguir escuchando todas las peladeces que le estaban vociferando, –Te voy a coger rubiaaa…!!, te voy a pegar una tremenda culeada…!! Será la cacha de tu vidaaa…!!!, jajaja…!!!, te la voy a estar metiendo hasta romper tu blanca y aristocrática panocha a vergazo limpioooo…!!!, y más te vale que no te pongas a gritar cuando te la abra mira que si te escuchan vendrán por ti y te pondrán a culear con cuanto vato se cruce por tu camino, jajaja…!!!, así que cierra tus ojitos y resiste la negra verga que te voy a embutir por tu blanca zorraaa…!!!, ya que te la tendrás que comer enteraaa…!!! jajaja…!!!

La rubia con semejantes y crudas aclaraciones cayó en un total estado de conmoción, por lo que nuevamente volviendo a la realidad se dio a comenzar a suplicar misericordia,

–Por favor señor Tobiasss…!, me… va a hacer daño cuando me lo hagaaa…!!, m… me… me va a matar con su herramientaaa…!! la tiene exageradamente grandeee…!! y yo… yo… nunca me he comido nada de ese tamañooo…!!, por favorcitooo…!! no sea malo conmigo… solo durmamos…!!, y si quiere mañana puedo estar chupándosela por todo el día si así lo desea, si!?, -le decía y proponía una muy atemorizada Andrea ya que temía que si el viejo lograba encajársela entera lo más seguro era que ella terminaría en la morgue pública con cero signos vitales y clasificada como NN para luego ser sepultada en alguna fosa común de algún humilde cementerio, ya que la pobre recordaba que ni siquiera pudo tomar su documentación en el momento en que don Pricilo la había sacado de su casa.

El negro vagabundo no haciéndole caso a sus ruegos y estúpidas propuestas como pudo se fue montando sobre su cuerpo, y la muy salida y caliente de Andrea contradiciendo a todo lo que sus labios estaban pronunciando nuevamente era ella solita quien se iba abriendo de piernas a la misma vez que se preparaba sicológicamente para la brutal y apremiante irrupción que se avecinaba inminentemente.

El azulado y traspirado pordiosero quien se encontraba en un enajenado estado de calentura como pudo se acomodo sobre ella y se mojó la punta de la verga con saliva para luego ponerla a la entrada intima de la mujer, hasta que sin muchos miramientos y sin darle previo aviso le mandó un fuerte empujón que salió resbalado en dirección al vientre de la hembra.

Andrea con alivio caía en cuenta que el indigente había fallado en su osadía y que tal vez este se convencería que no iba a poder lograr sus enajenadas intenciones, pero el viejo notando que la rosada raya de aquella vagina se notaba tan chiquitita en comparación al cabezón glande que el poseía en su armatoste vergal acertadamente supo que no sería una tarea muy fácil de concretar, pero viendo que aquella apretada entrada hacia el placer le pertenecía a una mujer hecha y derecha que se gastaba un tremendo y curvilíneo cuerpo hecho para la procreación y el apareamiento, y estando ahora un poco más calmado se propuso a volver al ataque, posó nuevamente su afiebrado y duro glande que era tan grande como un puño humano justo al medio de aquella tierna hendidura femenina que a simple vista daba la impresión que jamás albergaría a su considerable miembro fálico, para luego de eso comenzar a presionar y horadar sobre ella con su mano puesta en el grosor de la verga justo detrás del glande, pero aquella cerrada entrada si bien se lograba abrir un poco esta se negaba a abrazarlo por entero.

Andrea sentía dolorosamente en sus carnes vaginales como el vagabundo presionaba, empujaba y volvía a presionar su grueso y descomunal armamento intentando embutir la punta de este al interior de su entrada intima, pero el viejo por más que lo intentaba no lo lograba, este mismo viendo la cantidad de liquidos que botaba su verga aprovechaba para moverla por toda la extensión del tajito de carne intentando lubricarlo para que este cediera.

Los minutos pasaban y el vagabundo no cejaba de sus afiebradas intenciones, Andrea miraba la operación en forma expectante con rosáceas tonalidades en su cara. Su jugosa almejita ya estaba comenzando a sentir sensaciones cosquilleantes por cada arponazo que recibía del vergal invasor que no renunciaba en su afiebrado cometido, y ella a estas alturas ya casi deseaba que ese grotesco tronco de carne se deslizara hacia su interior.

Mientras que la rubia estaba ya casi entregada a la escalofriante situación en que había caído con el pordiosero este mismo seguía presionando con su mano y con su verga una y otra vez ya que quería sentir su tranca al interior de ese precioso cuerpo dorado que era sinónimo de perfección, el indigente empujó otra vez con su verga intentando adentrarse a las intimidades del cuerpo de la rubia, empujón que milagrosamente hizo que la gruesa punta de su verga abrieran triunfalmente los labios vaginales adentrándose con todo el glande al interior de la vagina, estaba claro y la suerte ya estaba echada, Andrea se estaba comenzando a comer la negra manguera de carne que poseía el suertudo y negro indigente.

La reacción de la bien formada y bella amazona de cabellos dorados fue en forma refleja en el momento que sintió la irrupción de la verga, ya que de un momento a otro desaparecieron todas las ricas sensaciones y cosquillas que ella había estado sintiendo, y debido a que el dolor de la distención fue tan lacerante para ella que con horror imaginó lo que iba a sentir al momento en que el negro pordiosero siguiera metiéndosela, pero sus pensamientos fueron tardíos porque justo en ese momento el aprovechador vagabundo empujó hacia adelante con fuerzas descomunales para su condición de desvalido hasta clavar 1/4 de su verga adentro del dorado cuerpo de Andrea, quien solo atinó a cerrar fuertemente sus ojos cuando sintió que su vagina ahora si se abría brutalmente formándosele un gran embolo de carnes vaginales con el que abrazaba y recibía apretadamente a la descomunal verga de burro que le habían metido sin ni siquiera avisarle, quedándose totalmente estática y ahogando ella misma el fuerte grito de dolor que en un principio en forma involuntaria quiso pegar, por su parte el asqueroso vagabundo sentía como su gruesa anaconda acostumbrada siempre a estar en las podridas vestimentas que tenia por hábitat ahora estaba comenzando a nadar por las cristalinas aguas de un mar deliciosamente idílico que poseía la rubia al interior de vagina.

En aquellos afiebrados momentos ambos cuerpos temblaban, el de la rubia por el inmenso dolor que sentía en las carnes de su vagina, y el negro temblaba debido a las fuerzas que hacía para adentrase aun más en ella, hasta que Andrea una vez que se pudo calmar a medias tomó un poco de aire para solicitarle:

–Nooooo…!!, por favor señor Tobías…!! saquelaaa… no me la metaaaa…!!! por favooor…!!!! No la podré aguantar todaaaa…!!!!, –

–Siiii blanquitaaaa…!! te la voy a meteeer todaaaaa!!!…, si ya te entró la punta significa que demás te la puedes comer completa… es solo que debo hacer un poco de espacio para que te la puedas tragar como yo quiero… así que quietecita porque aún falta mucho… jajajaja!!!!. –le decía el enajenado negro al estar sintiendo en su glande y un poco mas las ricas tibiezas y placeres que le prometía el interior de aquella vagina a su verga.

–Nooo…! Noooo…! por favooor…!!! No podre tragármela todaaa…!!!,-Andrea forzadamente tuvo que llevar sus blancas manitas a los negros pellejos del vagabundo ya que este ahora se había acomodado montándose sobre su cuerpo, y por más que la rubia se movía y pataleaba para que la verga se saliera de su abierta hendidura esta mas parecía atorarse en ella.

–Tranquilita zorrita solo tienes que aguantar… ya verás que una vez que la tengas completamente adentro y te acostumbres a ella te harás adicta a las vergotas grandes y negras como la mía, jijiji…, -le dijo a la misma vez que le mandaba otro empujón y como también comenzaba a lengüetearle la cara aprovechándose que en la posición en que estaban así se lo permitía.

–Noooo… jamás la podré aguantar… por favor no empuje que me va a reventarrrr…!!!, -le imploraba una y otra vez casi al borde del llanto.

Andrea a quien ahora no le importaba que el negro indigente la estuviera lamiendo solo se daba a sentir como este ya le comenzaba a dar pequeños empujones estando ella de espaldas y con sus brillosos muslos recogidos y abiertos en su totalidad, le acababan de mater más de 10 centímetros de ancha verga, y ella la aguantaba lo mejor que podía, aun le faltaban por recibir por lo menos otros 20 y quizás un poco mas según le indicaba su exaltada mente, sentía un profundo dolor en su interior, su femenina estrechez había frenado la total entrada de la animalesca tranca vergal del negro vagabundo.

Pero el indigente no se iba a dar por vencido así como así, y al saberse encajado a medias y aun ejerciendo presión de adentramiento con su descomunal miembro, tras concentrarse y envalentonarse al ver el prodigio de mujer que tenia trabada a su verga arremetió con otro solido empujón con el cual pudo exitosamente encajarle hacia adentro otros 10 centímetros de verga lográndole arrancar en el silencio de la noche un fuerte bramido de hembra recién ensartada que retumbó entre medio de todos los arruinados edificios y por las 4 esquinas de aquel horrendo complejo industrial abandonado convertido en basural.

–Ahhhh…Ahhhhhh…Ayyyyyyyyyyyyyyy…!!!!!!, -fue el feroz bramido que emito Andrea tal cual como ya fue descrito anteriormente.

–Cállate zorraaa…!!!, y acepta mi negra verga al interior de tu blanca conchaaaa…!!!, jajajaja…!!!, -bufaba el negro indigente con sus ojos salidos de sus orbitas al saberse sumido en tan fantástico cuerpo. Por su parte la recién ensartada y dolorida Andrea seguía reclamando con cara de espanto

–Ayyyyyyy que me mataaaa…!!! por favor no empujeeee…!!! aahhhh…!!! que me está matandoooo…!!! aahhh…!!! saquelaaa…!!! saquelaaaa…!!!

Pero el negro no se la sacó solamente se concentraba en las ricas sensaciones que le otorgaba su verga al estar sintiendo como aquella ajustada funda de carne se contraía una y otra vez apretándole lo que había alcanzado a meter de su enervado y grueso falo masculino, hasta que cuando calculó que la rubia ya se estaba acostumbrando al dolor decidió volver otra vez a la carga, pero ahora aparte de empujar hacia adelante también se movía frenéticamente formando círculos adentro de ella, claramente el muy aprovechador pero a la misma vez afortunado negro estaba buscando hacer lugar para dejársela ir toda, tal como le había dicho hace un rato que lo haría, la adolorida ninfa que por su cara corrían sin cesar hilillos de lagrimas sentía como el negro golpeaba la ancha cabeza de su verga en las finas paredes de su estrecha vagina.

Andrea aun se mantenía inmóvil y aguantándola toda, mientras el vagabundo poco a poco comenzaba a ganar terreno, ya que el poderoso cuerpo de la rubia extrañamente comenzaba a aceptar a su bestial invasor, el negro gradualmente y haciendo esfuerzos iba metiendo milímetro por milímetro su enorme verga, aunque para la quejumbrosa ninfa parecía que esa descomunal herramienta masculina no iba a acabar de entrar nunca al interior de ella y menos que esta entraría en su totalidad, ya que por cada milimetro que la penetraba le causaban un inmenso dolor que le daban la sensación que en cualquier momento su vientre reventaría al ser este incapaz de albergar en su interior semejante cantidad de carne negra y caliente.

–Qué rica y apretada estás cabrona, -le dijo de pronto el negro con voz aguardentosa.

–Por favor…!, ya no sigaaaa…!, me duele muchoooo…!!, métala hasta ahí no mas, ya no cabe massss…!!!, le suplicaba desde su posición, ambos rostros estaba uno frente al otro, el vagabundo desde arriba le contestaba:

–Tranquilita guarrilla, y aguanta que ahora sí que te voy a enseñar lo que es bueno, jijiji, vas a ver lo bien que te la vas a pasar cogiendo con un negro viejo vagabundo, -le decía mientras le mostraba sus rosadas encías muy cerca del bello rostro bañado en lagrimas de la rubia, a la misma vez que comenzaba meterle y a sacarle los 20 centímetros de verga que hasta el momento había logrado ensartarle, además de introducirle su hedionda lengua en su fresca boquita en donde en forma más que aprovechada su apestosa y abundante saliva se la iba introduciendo en su boca, mientras que Andrea no podía hacer otra cosa que ir tragándosela toda.

El negro Tobías mientras más se la metía, mas quejidos le sacaba de su garganta, pero Andrea no se movía, solo se mantenía totalmente abierta de patas y con todos sus músculos totalmente tensos por la verga que tenía moviéndose adentro de ella, notando con mucho dolor los movimientos de penetración y de apareamiento en que se esforzaba el negro vagabundo metiéndole por su vagina el inmenso trasatlántico negro que se gastaba, el caliente pordiosero ahora aserruchaba con mas fuerzas, le clavaba hasta un poco más de la mitad de su verga ensartándola sin piedad, los gemidos del dolor que emitía Andrea rápidamente se transformaron en quejidos de aguante, la hembra abría su boquita en gritos ahogados por cada embestida que recibía a sabiendas que se la estaban culiando firme conforme pasaban los minutos.

Pero las suaves y placenteras fricciones que hacía la negra verga del pordiosero en los rosados labios íntimos de la rubia por cada vez que se los abrían para meterle carne estaban causando estragos en el sistema neuronal de la ninfa, ya que ella ahora notaba claramente las diferencias vergales de sus anteriores violadores y sabia que esta las superaba a todas ellas juntas, por lo que su acalorada mente le aclaraba que ella como mujer perfectamente se la podía con vergotas de cualquier tamaño, pensamientos que poco a poco comenzaron a elevarle la temperatura, situación que la llevaron a envalentonarse y ponerse a gemir y a bufar para hacerle saber al vagabundo que ella ya había comenzado a disfrutar, o sea, Andrea otra vez ya estaba caliente.

–Ahhhhhh… Ohhhhh… señor Tobiasss…!!! Su v… vergaaaa…!!!!, -le dijo con sus ojos entrecerrados y ya prácticamente abandonada a la lujuria.

–Te gustaaa… te gusta que mi negra verga podioseraaa!!??, -le contestó el indigente quien seguía haciendo movimientos ondulatorios y de adentramiento intentando de una buena vez metérsela por completa, ya que la rubia hasta este momento solo había logrado comerse 20 centímetros, aun faltaban más de 10 que tragarse.

–Es… es… t… tan grandeeee…! T… tan grandeeeeee…!!, -le decía al mismo tiempo que comenzaba a débilmente a menear sus caderas al mismo vaivén en que se lo estaban haciendo.

–Eso putita…! así…!! así…!! te dije que te iba a gustar…!! Aaaahhhhh…!!! tomaa…!!! tomaaa…!!!, -el negro pordiosero estaba en la gloria al haber notado que aquella tremenda mujer de rasgos germánicos ya estaba caliente y aceptaba el acto del coito junto a él.

–Así…!! así…!!! metamelaaa!!! Métamela todaa…!!! Todaaa…!!! Aaahhhhh…!!!, -le pidió descaradamente la rubia y totalmente fuera de control no importándole lo que pudiera pasar con ella si es que el negro llegaba a ensartársela completa, lo único que ella quería en esos momentos era moverse al mismo ritmo en que se la encajaban.

El viejo pordiosero ahora la culeaba como desesperado ya que nunca en su vida habría imaginado tener en su casucha a una mujer totalmente desnuda y cogiéndosela tal como él lo estaba haciendo y menos que ella misma fuese quien lo estuviera animando a seguir tirándosela tal como lo seguía haciendo Andrea, a la misma vez que ella ya estaba culeando en toda ley, con su cuerpo moviéndolo exquisitamente abajo del macho en forma instintivamente reproductora.

–Ohhhhh… Ahhhhh… Ahhhhhh… c… cr… creooo q… que… me la p… puedo c… con su v… ver… vergaaaa… m… me… meta… métamela e… en… enteraaaa…!!!!, -le pidió en forma enajenante la rubia perdiendo total estado de compostura, por lo que el negro redobló las fuerzas de sus acalorados embates.

La tremenda cacha que le estaban poniendo a la rubia estaba resultando tan gratificante para ella que en un momento dado y ya no aguantándose mas las tremendas ganas de apareamiento que le habían bajado que fue ella misma quien tomando la iniciativa volteó al vagabundo para que este quedara de espaldas tirado en los harapos con su tieso aparato bamboleándose hacia todos lados al haberse salido del tajo femenino cuando su compañera hiso el brusco movimiento de cuerpos, y una vez que ella nuevamente ya estuvo montada sobre él le tomó la hiniesta verga con una de sus manitas para intentar metérsela ella misma, pero la cosa del negro era tan inmensamente grande que la hembra tuvo que ponerse en cuclillas para luego de ya estar en esa posición y con la verga nuevamente apuntando hacia su entrada vaginal lentamente comenzó a sentarse sobre ella penetrándosela despaciosamente en la concha.

A la rubia no le importaba nada, solo quería ser penetrada por ese largo mástil de ébano caliente que ella solita se estaba ensartando, sintiendo como aquel grueso trozo de carne entraba en su cuerpo, cada milímetro de este aumentaba tanto en dolor como en placer, incluso le parecía que este nunca le iba a entrar en forma completa, pero fue en el momento en que la ya muy sudada rubia se detuvo al creer imposible la tarea en que fue tomada por sorpresa por su casual protector, el negro vagabundo enderezándose como pudo se sentó para quedar en iguales condiciones que ella y pasando sus negras manos por la espalda se afianzó a ella firmemente de sus suaves hombros para luego de ya estar listo y dispuesto empujarla con brutalidad hacia abajo obligándola en un santiamén a comerse por la zorra toda la extensión de su grueso y oscuro miembro, la rubia se la había tragado completa.

Andrea pegó otro fuerte bramido entre dolor y placer, al mismo tiempo que llevó su vista hacia el cercano techo de palo cuando sintió los grandes testículos del negro chocar con sus nalgas, por lo que se tuvo que quedar por un rato en un doloroso estado de éxtasis y aferrada con sus delineados brazos al cuerpo de su ocasional amante, comprendiendo y asimilando que se acababa de comer por la concha los 33 centímetros de verga que ella le había calculado.

Hasta que la rubia sabiéndose bien trabada por el vagabundo y al ver a este como se dejaba caer hacia atrás comprendió que a pesar del dolor que estaba sintiendo en su abierta vagina ya no le quedaba otra cosa más que comenzar a moverse, así que lentamente empezó como pudo una serie de arrítmicos movimientos copulatorios que en forma gradual iban dando paso a una fenomenal galopada sobre la demencial verga que le habían metido.

La muy traspirada hembra de a ratos se detenía y se dejaba caer sobre el ajado cuerpo del negro para poder tomar algo de aire, momentos que el ahora feliz indigente aprovechaba para darle besos con lengua que ella correspondía con apasionamiento, no porque le gustase besar a aquel despojo de persona, sino porque la calentaban todo lo prohibido que ello encerraba al estar ella culeando al interior de la inmunda casucha hecha de basura, y mas subía su excitación al saber estar comiéndose por la zorra una descomunal verga negra, hedionda e indigente.

Los minutos pasaban y la rubia lo seguía cabalgando en forma vigorosa, mientras el pordiosero le lamía las tetas, de ratos este mismo la tomaba de la cara con ambas manos negras para atraerla hacia él y volvía a meter su lengua en su boca la cual era muy bien recibida por la de Andrea, ambos cogían, se culiaban y se besaban al ritmo de sus sexuales movimientos que ahora hacían instintivamente para cada cual sentir más rico de lo que sentían, el apareamiento que se estaban pegando era tan tremendo que daba la impresión que eran dos criaturas que se esforzaban y empecinaban en preservar y mantener la supervivencia de su especie a través de la procreación, incluso habían momentos en que la embravecida y caliente hembra detenía sus movimientos copulatorios haciendo que toda la verga del macho se saliera de ella, para luego volver a ubicársela en su entrada intima y dejarse caer sobre ella con fuerzas y cuando ya la tenía atravesada entera movía su cuerpo hacia los lados y ondulatoriamente como si ella se estuviera asegurando de que le hubiese entrado entera.

En el exterior del inmundo cubículo solo se escuchaba el ruido de cuerpos chocando uno contra el otro, que se entremezclaban con solapados gemidos de placer de hembra siendo penetrada una y otra vez.

De pronto el negro vagabundo se alzó tomándola y dándose vuelta con ella poniéndola nuevamente acostada de espaldas sobre los andrajos que tenía por cobijas para después echarse otra vez sobre ella todo esto manteniéndola siempre trabada a su grotesca herramienta para empezar una furiosa y acelerada cogida metiéndole la verga hasta lo más profundo de su ser.

Andrea sentía que toda la pulguienta casucha le daba vueltas por su cabeza mientras también esta extrañamente crujía ante aquel acalorado temporal de sexo desenfrenado.

La rubia ahora solo se mantenía abierta de patas dejándose que le metieran una y otra vez los más de 30 centímetros carne caliente, hasta que en un momento en que perdiendo el total sentido de la razón se puso a gritar vuelta loca por la excitación y a pedirle al indigente negro que no parara de cogérsela ya que estaba siendo tomada por una bestial oleada de orgasmos que se le venían uno después de otro:

–Asiiii…!!, asiiiii…!!, empuje hasta el fondoooo…!!!, yo me la puedo con su vergaaaa…!!!, si que me la puedoooo…!!! démela todaaaaa…!!!, asiiii…!!!!, asiiiiiii…!!!!, Ohhhh…!!!! Diossss…!!!! Diossssss…!!!!!, me estoy corriendoooooo…!!!!!

–To…maaa…!!!!, to…maaaa…!!!!, -le gritaba el vagabundo como un verdadero poseído en el momento en que se dejaba caer sobre ella entrecortando sus palabras con cada feroz apuntalamiento de carne que le propinaba.

–Ahhh…!!! Ahhhhh…!!! Ahhhhhhh…!!!! Ric… ri… ricoooooo…!!!!

La brutal cogida estaba siendo interminable y Andrea no paraba de correrse y gritar de puro placer a la misma vez que jadeaba como una loca debajo del cuerpo del concentrado negro que no paraba de ensartarla con furiosos enviones haciendo creer a la rubia que en cualquier momento le sacaría su verga por la boca.

El caliente pordiosero estrujaba con ansias el portentoso cuerpo de su hembra que de a ratos esta no llegaba a tener contacto con los harapos que la hacían de colchón ya que al estar siendo sujetada desde las nalgas por el negro quedaba suspendida con todas sus curvas en el aire y apoyada al suelo solamente con sus hombros manteniéndose ensartada y moviéndole frenéticamente la zorra con aquel poderoso tronco de carne bien metido en lo más profundo de su ser y que le empalaban sin consideraciones.

Hasta que el negro Tobías sintió que de un momento a otro procedería a fertilizar con su caliente simiente aquel dorado cuerpo de Diosa que se estaba cogiendo con su negra y bien parada verga de caballo.

–Ahhh…!! putitaaa…!!! falta pocooo…!!!, te llenare de leche calienteeee…!!! eres mia putingaaaa…!!! tu blanca concha remilgada quedará rebalsada de mis negros mocos de pordiosero…!!! Argghhhh…!!! los quieresss putaaaa…!!??

–Siiiiiii…!! Yo soy suyaaa…!!! soy su putaaa…!!! Aaahhh…!!! Y quiero sus negros mocos de pordiosero muy al interior de mi blanca concha remilgada…!!! Ahhhhh… que recioooo…!!! Ohhhh…!!! que brutoooo…!!! Ahhhhhh…!!! que salvajeeee…!!! Ooohhhh…!!!

–Ohhhhh putaaaa…!!! que buena eres para cogerrrr…!!! me voy a venir mamacita…!!!! te los voy a echar adentro putita…!!!! Aaaahhhh…!!!! te voy a preñar con mis mocos cositaaaa…!!!!, en poco tiempo mas deberás llevar en tu blanco y rubio cuerpo a mi hijo negroooo… lo quieresssss…!!!???

–Siiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!!!! Ohhhh que ricoooooo…!!!!! Preñemeee…!!!!! Preñemeeee…!!!!! que yo le daré todos los negritos que Usted quiera echarme adentro de mi cuerpo blanco y rubiooooo…!!! Ohhhh Diossss…!!! Diossssss…!!!! Que Ricoooooo…!!!! Que ricoooooooooo…!!!!!, -bufaba la excitada Andrea en la cúspide del más grande de los orgasmos que había sentido hasta este mismo día.

En ese mismo momento el negro viejo Tobías enterándose por la misma rubia de que ella estaba dispuesta a engendrar el hijo de ambos según se lo había gritado lujuriosamente empuñó sus manos en los dorados cabellos de Andrea aferrándose a ellos en un acto netamente de bestial apasionamiento, mientras que la rubia quien seguía chorreando líquidos al mismo compas en que la perforaban experimentaba que los empellones que ahora le mandaban eran cada vez más firmes y más profundos, hasta que con su nórdica carita con claras señales de ardiente regocijo sexual sintió una torrencial y furiosa inyección de líquidos calientes dentro de su panocha, cayendo en cuenta de lo obvio, el vagabundo que la había salvado hace unas cuantas horas atrás estaba eyaculando al interior de su vagina, y ni siquiera eso sino que al mismo lado de su útero, o quizás hasta cerca de sus pulmones debido a lo larga que este tenía la verga, según estaba sintiendo.

–Arghhhhhhhh…!!!! que bien que te estoy preñando blanca desgraciadaaaa…!!!!! Argggggggghhhhhh…!!!!! tu zorra sabe a dioses…!!!!! -le notificaba el negro a medida que la iba llenando de su espeso semen pordiosero por cada expulsión que disparaba con su manguera de carne negra y africana muy al interior del dorado y caucásico cuerpo de Andrea.

Ya había pasado todo, habían culiado de lo lindo, y el viejo vagabundo aun se mantenía acostado sobre el todo traspirado y semi inconsciente cuerpo de la rubia, todavía dándole los últimos golpes de verga, y una vez en que ya estuvo seguro de que su tranca no tenía nada más para echarle adentro de su vientre simplemente se la desclavó.

En el momento en que la rubia sintió que le extraían aquel soberbio taladro de carne negra con el cuan la habían estado perforando como pudo estiro su manita hacia sus destrozados calzones blancos que estaban al lado de uno de los tarros en que estaba las velas, y una vez que los pudo tomar casi al instante procedió a otra vez abrirse completamente de muslos en donde con su destrozada ropa interior comenzó a limpiarse su vagina de los restos de semen que habían corrido hacia afuera en el momento del desclavamiento de verga.

Hasta verla en esas condiciones al viejo lo calentaba la rubia, en su vida había visto a una mujer en tan enajenantes operaciones limpiadoras y menos una de tan curvilínea categoría*, pero casi sufre otra eyaculación cuando su hembra le dijo:

–Señor Tobías me dieron ganas de hacer pis… me podría indicar donde hay un baño?, -la hembra se lo pedía casi en forma desvergonzada con sus dos manitas puestas en su vagina y toda mojada por la sudoración producto del cansancio y el desgaste corporal en que había quedado después de la categórica cacha que se habían mandado.

–Pus aquí no hay baño mami, y si sales para afuera te van a pillar los maleantes y te llevaran con ellos, o acaso no lo recuerdas?, -le contestó el eufórico vagabundo intentando ser de lo mas caballeroso con esa hembra de ensueño que estaba que se meaba según él veía, ya que la ninfa hacía sugerentes movimientos de aguante entre cruzando sus piernotas y a veces echando sus caderas hacia atrás.

–Pero y que puedo hacer… si estoy que me hago…!!!

–Pus hazlo aquí mami, jijiji… -el viejo rápidamente apagó una de las velas y le ofreció uno de los tarros que la habían hecho de soporte para la lumbre.

–Ay no… como cree… yo no puedo…

Otra vez la suerte le sonreía la viejo, ya que sus perros nuevamente ladraban afuera lo que acallaron de una a la rubia con sus explicaciones a la misma vez que producto de los nervios las tremendas ganas de mear se le acentuaron.

–Ya te lo dije werita, o meas aquí en mi tarro o sales para afuera, jijiji.

Andrea quien estuvo atenta hasta que los perros dejaron de ladrar supo que si no hacía algo rápido alguna desgracia fisiológica le iba a ocurrir, y como ya no tenía que porque tenerle tanta vergüenza al vagabundo después de lo habían hecho juntos se puso rápidamente de rodillas ante él con el oxidado tarro entre sus manitas para luego solicitarle:

–Por favor… mire para otro lado…,

El vagabundo totalmente embriagado por la lujuria de todo lo que le estaba ocurriendo rápidamente se giró para un lado, en ese mismo momento Andrea que ya no se aguantaba más ubicó el tarro justo al frente de ella, ya que en el reducido rectángulo de madera no había espacio para muchos movimientos, al mismo tiempo de ubicarse acuclillada y con sus muslos bien abiertos hacia los lados y casi en línea para no mancharse, después semi inclinó su dorso para delante para finalmente cerrar sus ojos y soltar un fuerte chorro de un áureo liquido que salía de su apetitosa vagina la cual misteriosamente había vuelto a sus medidas originales.

Estando nuestra fabulosa hembra meando feliz de la vida casi se derritió de bochorno y vergüenza al caer en cuenta que en el momento de haber iniciado aquel escandaloso ritual poco decoroso para una mujer como ella el negro indigente se había dado vuelta como un desesperado clavando sus enrojecidos y bien abiertos ojos solo a centímetros de su zorra mientras se meaba.

–Noooo… no me mireeee…!!!, -le gritó la hembra en forma escandalizada.

–Jijiji…tu solo mea zorrita… como se te ocurre que yo me iba a perder este estupendo espectáculo que me estás dando!?, -el salido pordiosero miraba embelesado y saboreándose como aquel dorado liquido salía de ese precioso escondite de carne vaginal apenas sombreado por escasos y encrespados pelitos dorados que poseía la rubia en ella, y que también él había usurpado con su manguera.

–Yaaa…! yaa…!! Señor Tobiasss… salgaseee…!!! Dese la vueltaaaa…!!!, -le pedía la abochornada Andrea quien seguía dejando salir sus líquidos ajena a las libidinosas emociones del feliz vagabundo, sintiéndose vejada y humillada ante un morboso hombre indigente que por nada del mundo se perdería aquella legendaria meada que la rubia le estaba otorgando al interior de su casucha.

La casi destruida hembra no supo porque motivos no pudo cerrar sus muslos en el momento en que fue sorprendida por el pordiosero, pero ella no dejó de mear hasta que no le salió la última gota de orina desde su vagina, y una vez de haber terminado se arrojó como pudo a su rincón que le correspondía en aquella miserable pocilga en que estaba metida, y más escandalizada se quedó cuando vio al negro viejo cual niño sediento de su lechita, tomar el tarro con sus dos manos y sin ni siquiera pensársela o hacerle asco llevárselo a sus gruesos labios partidos y comenzar a bebérselo como si estuviese participando en algún tipo de concurso, el vagabundo bebió y bebió hasta la última gota para luego dedicarse a alabarla:

–Uffffff… si que eres deliciosa rubia… y tienes un sabor a mujer más que suculento… Mmmmm…, -le decía el satisfecho indigente una vez que tragó todo lo de Andrea en el momento en que se sacaba el tarro de su bocota que aun chorreaba líquidos amarillos por ambos lados de sus partidos labios, –Como ya te dije… sabes exquisito mamasotaaaa…!!!! En mi vida había saboreado semejante bálsamo como el que me acabas de regalar, con este exquisito brebaje que salió desde el interior de tu cuerpecito me has enseñado cuál es tu verdadera esencia de mujer y me ha encantado, jijiji, te juro que ahora soy capaz hasta de comerte asada a la barbacoa, y que si no lo hago orita mismo es solo porque después no podría volver a cogerte, jijiji, riquísima… eres verdaderamente riquísima lindura. Andrea solo lo miraba desde su rincón con algo de miedo y de asco al mismo tiempo, claro que aun tenía en su cuerpo ciertas sensaciones de deleite que le había regalado la verga de ese salido pordiosero.

Después de estas desequilibradas aclaraciones el apasionado y enamorado vagabundo procedió a apagar la única vela que quedaba encendida para luego acostarse de costado hacia donde estaba puesta su mujer.

Andrea quien había escuchado las ardientes declaraciones que el viejo negro le acababa de decir no podía dejar de pensar en ellas, este le indicaba que sería capaz hasta de comérsela si es que eso se pudiera, y de lo riquísima que estaba ella con sus sabores y todo, no sabía el porqué pero esas enfermas apreciaciones mientras más las pensaba mas la sonrojaban y como que le había comenzado a gustar un poquito que le hubieran dicho todo eso, así que finalmente y a oscuras asumió en el acto su rol de hembra recién fertilizada eventualmente, por lo que en forma casi automática se adosó al oscuro cuerpo de su indigente acompañante, ya que el pordiosero para ella en esos momentos era sinónimo de seguridad, y estando ambos en la más completa oscuridad de aquel basural y al interior de la inmunda casucha hecha de basura se quedaron dormidos desnudos y abrazados ya que eran víctimas del cansancio y el agotamiento corporal tras la tremenda cogidota que ambos se habían mandado.

Andrea se despertó con los primeros rayos del sol de la mañana los cuales se filtraban por distintos lados del rectángulo de madera en que había tenido que pasar la noche. Puso atención que aun estaba completamente desnuda sobre los entierrados sacos del pordiosero notando en el acto que su cuerpo tenia vistosas manchas de mugre que se le habían pegado con los sudores de ambos, estas se desparramaban por sus muslos, su vientre y sus tetas, y por otras partes también, además que su pelo rubio estaba algo tieso y greñoso debido al jugo de sandia y tomates podridos que se le había secado en este desde el día anterior, ni mencionar el semen seco que también sentía en su entrepierna.

En estas lamentables condiciones de higiene la mancillada y contaminada hembra recordaba nítidamente que ambos a parte de haber dormido juntos también habían tenido relaciones sexuales, -O sea que se había apareado con un vagabundo, -se decía en su conciencia además de estar analizando lo rara que era toda esa situación, por nada del mundo quería mirar al vagabundo que aun yacía a un lado de ella, ahora le tenía mucha vergüenza debido a que él le había aclarado que ya le conocía el sabor de su esencia al haberse bebido todo su pis un momento antes de que se durmieran.

En otra oportunidad todo lo que había hecho la rubia solo hace una noche atrás según lo pensaba en esos momentos la habrían escandalizado hasta quizás volverla loca, pero ahora extrañamente se daba cuenta que no se sentía mal para nada, claro que cuando recordaba con más detenimiento la precaria higiene del hombre con el cual ella se había acostado sumado a ciertos detalles del acto sexual volvía a sentir nauseas, y a pesar de lo insólito que era todo aquello y de ser también de lo mas reprobable para una mujer como ella por alguna inexplicable razón no se sentía mal por ello, además que si no hubiese sido por la ayuda que le brindó aquel desmejorado hombre quizás que habría sido de ella, ni mencionar que también la había salvado de la banda de maleantes.

Sin embargo también había una razón aun mucho más poderosa que todas aquellas zorrerías en que estaba pensando la serenada y tranquila hembrota, ella lo sabía, era simplemente que no quería reconocerlo, pero lo que realmente la tenían en tal estado y haciéndose la mensa era el hecho de que el saberse haber sido empalada con una larga y gruesa verga negra y brillosa, tan grotesca como fea y hedionda, pero si muy robusta y masculina, y que su cuerpo la había aguantado entera sin causarle daño alguno, todo esto la hacían sentirse más hembra que nunca, adoraba esa gruesa y larga verga de burro no importándole como o quien fuera su dueño, además que no cualquier mujer se podría tragar por su reducto intimo una monstruosidad vergal como si lo había hecho ella, se decía con orgullo, a la misma vez que su femenino ego estaba subido hasta los cielos por su extraordinaria hazaña cometida.

Todo lo anterior revoloteaba en la mente de la rubia, claro que ella lo solapaba con las puteadas del salvamento, la protección y cuanta patraña se le cruzaba por su cabecita, pero la única verdad era que había quedado prendida a la vergota que le metió el negro vagabundo por la concha, sin mencionar lo mucho que le gustaron las palabras de este cuando le declaró que se sería capaz hasta de comérsela a la barbacoa si es que eso fuera posible, y aunque ella siguiera pensando estupideces en alguna parte de su subconsciente ya estaba deseando volver a probársela, era solo que aun no se daba cuenta de todo esto, pero ya llegaría su momento, tal como se vería en los sucesos venideros.

Andrea tras haber repasado ocularmente el inmundo cubículo rectangular en donde ella se mantenía totalmente desnuda por fin se atrevió a mirar nuevamente al hombre que la salvó el día anterior, y ahí estaba el negro feliz de la vida con una mano puesta en su cabeza y con la otra comiéndose los mocos de sus narices, esto lo hacía en forma pensativa, la hembra a parte de pensar en lo cochino que era al estar comiéndose los mocos, también puso atención que este ya se había vuelto a vestir con sus andrajosas vestimentas.

–Ji…!, veo que ya estas despiertas washa… que tal dormiste!?, -le decía ahora el negro inspeccionando un loro seco que recientito se había sacado de la nariz.

–Ehhhh… bien… y Usted?, -la rubia ahora nuevamente le estaba tomando asco por lo repulsivo de su actuar.

–Dormí como un rey después de la tremenda culeada que nos pegamos, incluso hasta me siento rejuvenecido, y todo gracias a ti… por lo mismo decidí no salir a limosnear, jijiji…

–No salió?, y que se supone que hará en todo el día?, -le consultaba la rubia quien aun no se percataba de estar hablando con aquel hombre de lo mas suelta de cuerpo y toda encuerada.

–Pus a penas te sientas en condiciones me dices y nos podemos poner a coger nuevamente, jiji, tengo que aprovechar de aquí hasta mañana…

–Ahhh… claro mañana…!, pero sabe?, no creo que podamos volver a hacerlo…, -Andrea, a pesar de todo lo rico que sintió después de haber superado los dolores en su vagina en el momento en qué se había tragado semejante monstruo vergal, igual comprendía que todo aquello no estaba bien, a parte del tremendo desgaste emocional y síquico al tener que aceptar copular con un totalmente anti higiénico mendigo según había comprobado, ni mencionar que aun se enervaba de temor al recordar las dimensiones de su instrumento.

–Pero porque no!?, si hasra dormimos abrazaditos y hubieron varias oportunidades en que mientras soñabas me agarrabas la verga y me la acariciabas, jiji…

–Ehhh… no… eso no es verdad…, -y claro, la rubia en el acto recordó haber soñado que ella se agarraba de un robusto palo que nacía de un tronco reseco para no caerse a un precipicio.

–Si, si es verdad, así que no te hagas la pendeja, jiji… así que a penitas me reponga tomare de tu cuerpo todo lo que yo quiera princesa, recuerda que estas bajo mi cuidado hasta mañana…

Andrea notando que no tenía mucho caso seguir discutiendo con el vagabundo con pudor se dio a decirle uno de los reales motivos del porque ella no se sentía en condiciones de darle lo que él quería nuevamente.

–Señor Tobias, mire la verdad de las cosas es que anoche casi me mata con eso que Usted tieneee…, -le contestó sonrojándose y no pudiendo evitar mirarle a la altura de su apéndice intentando adivinar de qué forma estaría acomodada su larga verga negra entre medio de sus harapos.

–Pus si no fue para tanto lindura, sabes? Eres una hembra soberbia, nunca pensé que te lo podrías con mi verga, eres… eres… la mejor puta que me he cogido en mi vida, es por eso que te doy las gracias por haberte dejado culear, jijiji.

–Ehhhh… de nada señor Tobías…, -le contestó nerviosamente, la rubia de pronto cayó en cuenta que estaba totalmente encuerada al lado de un grosero y tiñoso vagabundo que la estaba tratando de puta y que mas encima era ella misma quien le agradecía por habérsela podido con su verga, rematándola con su estúpida respuesta de decirle “de nada”, por lo que rápidamente se propuso a dejarle bien en claro que ya había tenido lo que él quería y que ya no habría más, así que para que se fuera haciendo la idea. –Mire, Usted ya me hizo eso que quería, así que ahora me vestiré y podemos salir a conversar afuerita, y como le dije antes, me dejó un poco adolorida así que no creo que podamos volver a hacerlo… donde esta mi ropa?

–Jijiji, supuse que te ibas a querer ir así que te la escondí, o sea, te tendrás que quedar encuerada aquí adentro de mi pocilga hasta mañana, jiji, no es una maravilla?

–Oiga no sea aprovechador…!, -le contestó con escándalo, –Yo… yo… ya hice mi parte, y Usted obtuvo lo que quería… además… además… que su casucha está muy hedionda, no podría soportar estar aquí encerrada hasta mañana…

–Mmmm… ya veremos eso putita… según cómo te portes, jiji, ahora esperaremos a que se vayan la mayoría de los demás vagos y los delincuentes y veré la posibilidad de que salgas a ventilarte un rato.

Andrea sacaba sus propias conclusiones, a pesar de que el negro y viejo pordiosero también la trataba de puta igual a cómo lo hacía don Pricilo, este no era tan alterado, además que en ningún momento había dado muestras de querer pegarle o maltratarla de alguna otra forma, y ya sin querer mentirse a ella misma tenía que reconocer que se sentía muy bien al aun estar metida en la piojenta casucha del indigente y totalmente encuerada.

La rubia intentando de alguna forma no hacer tan terrible la enajenante vivencia por la que estaba pasando y sumado a que sabía que aún le quedaban más de 24 horas de estar en aquel extraño lugar quiso saber algo más del hombre con el cual había mantenido relaciones sexuales, ella muchas veces había escuchado en la televisión de ciertos millonarios, o exitosos ingenieros, y hasta médicos que por extrañas circunstancias de la vida abandonaban sus familias y todas sus posesiones materiales para irse a vivir de mendigos, tal vez este negro sería un caso de ellos, por lo que se atrevió a preguntarle:

–Señor Tobías… si no le molesta… quisiera saber a qué se dedicaba Usted antes de dedicarse a la vagancia…, -le dijo la rubia en forma totalmente desenvuelta para ver si lograba sacarle información al vagabundo ya que sabía que a estos hombres no les gustaba hablar de su pasado.

–No se de que xuxas me estás hablando werita… jijiji, explícate en castellano por favor que no te estoy entendiendo nada…, -el viejo se puso de lado ya que a él también le interesaba platicar con esa Diosa desnuda que ahora solo se tapaba sus partes intimas con uno de sus pulgosos trapos que el manejaba para secarse sus mocos cuando se masturbaba en sus solitarias noches.

–De su vida, quiero saber de su vida, hábleme de la que fue su familia, en que trabajaba antes, de sus estudios…, -Andrea verdaderamente estaba interesada en saber de la otra vida del pordiosero.

–Jijiji… tu sí que eres weona… yo soy vago de nacimiento por si no te habías dado cuenta… con decirte que desde que tengo uso de razón que vivo en este basural, -mientras le hablaba el viejo ya comenzaba a mirarla con sus encías afiladas. (Podría haber sido colmillos o dientes afilados, pero recordemos que el negro no tenía ni dientes)

–Pero como…!? No entiendo…!!, al menos dígame como se llama…, -le contestó Andrea con un rictus de preocupación en su lindo rostro.

–Pus como ya te dije…, solo me llamo Tobías, soy tan insignificante y miserable que ni siquiera tengo un apellido, jijiji, y si lo tuve alguna vez nunca me di por enterado, jiji.

La bella Andrea se quedó sin habla, o sea que se había apareado con un hombre que ni siquiera tenía un apellido!?.

Estando la sorprendida hembra pensando en eso y en mucho más con respecto a la vida del hombre con el cual se había acostado sintió algo caliente en la altura de sus caderas, si… era algo caliente y acuoso…

–Oiga que es este líquido tibio que siento aquí en los sacos!?. –le consultó ahora dejando de lado sus salidos razonamientos a la misma vez que comprobaba con su manita que lo que corría por su cadera apoyada en el suelo era un líquido algo caliente.

–Ah, si…! es que me estoy meando, -el vagabundo le respondía con sus ojos cerrados y con su desdentada bocota semi abierta en señal de concentración mientras se orinaba a un lado de la asustada hembra.

–Nooo…! no lo hagaaa…! mire que me está mojando todaaa…!!, acaso no tiene baño…???!!!. –le consultaba Andrea mirándolo con cara de asco al caer en cuenta que el indigente simplemente se estaba meando como si eso fuese lo más normal del mundo.

–Pus no lo tengo…!, y si lo tuviese tampoco lo ocuparía, para que ocupar un baño si puedo mearme aquí mismo tal como lo he hecho siempre… tu eres media rara para tus cosas…, -al viejo pordiosero se le había formado una tremenda mancha acuosa en la altura de su verga, la rubia ahora sí que creía estar segura a lo que correspondían las vistosas manchas que ornamentaban los trapos que el viejo usaba como vestimentas.

Andrea al borde del ataque de nervios y asqueada hasta más no poder había visto como el mendigo llegaba y se meaba sin importarle ni siquiera que ella estuviese a su lado, por lo que intentó de alguna forma enseñarle ciertas normas de conducta, o al menos que las tuviera hasta un día mas, lo que hiciera el indigente con su vida después que ella se fuera realmente no le importaban.

–Oiga…!, por favor escúcheme… y no me mal entienda… pero si vamos a estar juntos hasta mañana por lo menos le pido que tenga un poco de decencia… como no va y lo hace de pie allá afuera o donde usted quiera pero no en sus ropas y en el lugar en que duerme…!?.

–Ja…!, déjate de hablar webadas raras, tu estas en mi casa y debes acostumbrarte a mis reglas, jijiji, además que deberías intentarlo, es muy agradable llegar y mearse en el momento y en el lugar de cuando te bajan las ganas, jijiji…, -fue la descarada respuesta que recibió la hembra por parte del incivilizado pordiosero.

–Señor Tobías…!, por favor no sea tan cochino…!!, allá Usted con sus normas, yo soy una mujer civilizada, como se lo ocurre que voy a llegar y hacerme!?, -le contestó en forma más que escandalizada.

Tras superar aquella desquiciada experiencia orinatoria Andrea casi le imploró al vagabundo que le devolviera su ropa ya que el sol estaba haciendo su trabajo en aquel inmundo hábitat basurero levantando hedores casi insoportables para cualquier sistema respiratorio. Por lo cual el viejo temiendo a que la rubia una vez vestida con sus ropas se le escapara de sus dominios solo le ofreció un par de harapos igual a los que usaba él para que se pusiera como vestimenta, a lo cual la rubia en un principio se había negado rotundamente pero al haberse hecho el aire casi insoportable al interior de la casucha no le quedo más opción que ponérselos.

–Jijiji… igual te vez tentadoramente buena con esos trapitos, jijiji, -le alabó el negro viejo cuando vio que su compañera de indigencia ya se había puesto las harapientas vestimentas, su gruesa herramienta ya se movía entre medio de sus andrajos buscando espacio para acomodarse, y es que el soberbio cuerpazo que se gastaba la hermosa y ahora harapienta amazona de cabellos dorados le despertaban miles de sensaciones lujuriosas, claramente el ardiente vagabundo ya estaba más que caliente y no lo dudaría en buscar el mejor momento para volver a clavarle su verga.

Andrea ya estaba de pie y afuera de la casucha llevando puesto por ropa un andrajoso saco papero color café oscuro que le llegaba hasta un poco mas arriba de la mitad de sus dorados muslos, todo entierrado y lleno de manchas de meados y de líquidos secos de basura, obviamente debajo de aquellos harapos no llevaba absolutamente nada, pero era mejor eso que estar aguantando la fetidez que se había formado al interior del pulguiento cubículo, -al menos solo sería hasta mañana se decía intentando conformarse con su desdichada situación.

Estando sentada y descalza en el cajón tomatero tuvo que ver toda la ceremonia que hacía el negro pordiosero para tomar su desayuno, que era exactamente lo mismo que le había ofrecido el día anterior, por lo menos el viejo le había pasado una botella de gaseosa que se notaba limpia y que contenía agua potable, sin mencionar la manzana que le ofreció a ella por merienda al haber recordado que su hembra solo comía verduras, vegetales y frutas, obviamente Andrea sabía que la manzana tenía que haber salido de la basura, pero esta al menos se veía en buenas condiciones, la rubia se sintió muy halagada por la atención que este tuvo con ella, pero lo que no sabía es que el astuto y negro indigente nuevamente estaba en plena acción de ataque intentando conservar la confianza que ya existía entre ambos.

Por su parte el viejo pordiosero mientras ya se había sentado a un lado de ella para tomarse su infusión de agua caliente con pan duro de reojo miraba a la hembra que se había conseguido, las fuerzas ya le habían renacido desde hace rato y sentía las imperiosas ganas de abalanzarse sobre ella para tirarla en el barro y cogérsela de la misma forma en que lo había hecho el día anterior, hasta que en un momento en que ya no se aguantó más al tenerla tan cerca de él otra vez posó una de sus manos negras en uno de los dorados muslos que solo en la noche anterior se habían abierto para él.

–Rubia… que tal si nos metimos de nuevo adentro de mi casucha… la neta que ya me bajaron las ganas de metértela de nuevo.

–Ehhh… que me dice…!?, la rubia no podía quitar su verdosa mirada de la negra mano que le recorría una de sus piernas.

–Ya te dije… hoy no fui a limosnear para quedarme cuidándote, jiji, no es justo que tu no me pagues la tarifa por las molestias que me estoy tomando contigo, no crees?, jijiji

–Señor Tobías… como ya se lo dije antes, no creo que sea una buena idea…!, además que su tarifa es un poco cara…!

–Vamos… se buenita… y dame de eso que me convidaste anoche, recuerdo muy bien que a ti también te gustó lo que hicimos, jijiji…

–Ay… ya le dije que no lo creo…!, aparte que aun estoy algo adolorida ya que no estoy acostumbrada a hacerlo y dormir en el suelo… además que yo solo lo me deje a que me lo hiciera porque me había comprometido con ello, pero en ningún momento dije que lo haríamos otra vez…, -Andrea le decía todo esto en forma nerviosa, si hasta ella misma se daba cuenta de lo estúpidas que eran sus explicaciones.

–Solo mira como la tengo nuevamente, -le cortó de una el caliente indigente en el mismo momento en que en forma descarada se subió sus andrajos para descubrir su tiesa herramienta la cual quedó meciéndose orgullosa ante los ojos verdes de Andrea quien en el acto se quedó estupefacta ante tan fantástica como también espeluznante visión fálica.

Si bien ella la había visto y sentido en al interior de su cuerpo la noche anterior esto había sido a la precaria luz de las velas y no como ahora que la tenía a tan corta distancia y a plena luz del día, admitiendo que lo que su sensual mirada estaba devorando era una descomunal y terrorífica verga negra como nunca antes en su vida había visto, la veía interminablemente gruesa notándose en forma nítida de lo tiesa y endurecida en que la tenía el negro pordiosero en aquellos instantes, preguntándose además que como había sido posible que ella se hubiera tragado por el coño semejante monstruosidad.

La femenina sensualidad de la ninfa nuevamente le estaban haciendo una mal jugada ya que por más que miraba la verga que tenía a un lado de ella analizando su tamaño y oscuro color poco a poco se le estaban haciendo más que tentadores, ahora no se cansaba de admitir que esta era una herramienta descomunal tanto en su interminable extensión, como en su espesor, la veía claramente reluciente y como exudaba fuertes líquidos interiores desde la rajadura de la uretra, además que sus llamativas y grandes venas entre verdosas y azuladas se notaban hinchadas de deseo, todo era negra carne y nervios nudosos que pulsaban en forma acelerada, desde la humeante e imponente verga con su enorme glande de colores purpuraceos chorreaban sendos riachuelos semitransparentes de líquidos pre seminales que caían amoquilladamente en forma de hilos que no se cortaban.

El negro vagabundo al notar que la rubia le miraba la verga en forma hipnotizada y boquiabierta se dio en el acto a sacar provecho de aquel trance en que la tenía.

–Vamos rubia… entonces anímate a chupármela solo un poquito…, -le propuso en forma descarada.

Andrea quien escuchaba los salidos requerimientos del pordiosero y aun estudiándole su mal formada y grotesca virilidad, solo por hacerse la difícil según ella se dio a contestarle.

–Q…quiere q…que s…se la c…chu… chupee…!?. –le consultó a la misma vez que se puso de pie para quedar ubicada justo frente a él, su vista no podía quitarla de aquel enajenante pedazo de verga.

–Si vamos… ándale… si solo será un ratito… jijiji, -el viejo en el acto la tomó de un brazo para hacer que ella misma se fuera agachando hasta dejarla de rodillas ante su erecto aparato.

–S… so…looo un ratitooo!?, -volvió a preguntar la nuevamente perdida fémina como al mismo tiempo que sin ser ella consciente se la volvía a agarrar desde la base con sus dos manitas, esta era la parte más gruesa de la verga, y la rubia no se cansaba de tantearla y convencerse que ella misma se la había comido entera.

–Si solo un ratito ricura… dale… yo se que te gusta mamar vergas, jijiji, vamos abre la boca, abre la boca, -le repetía una y otra vez mientras se pajeaba su brillante trozo de carne que estaba despejado de las manos de la hembra con el cual el mismo le apuntaba el glande a los semi abiertos y sensuales labios que con toda seguridad ya lo estaban esperando.

Andrea solamente abrió su boca lo mas que pudo esperando con ansias el trozo de carne caliente que iba a degustar, y el viejo que no era tonto ni perezoso metió su cabezón miembro el cual le entró directo y hasta trabárselo en su garganta en donde la rubia a sabiendas que ya no cabía mas solo se dio a apretar sus labios en torno a ese caliente y salado mástil masculino para comenzar a envolverlo exquisitamente con su lengua no importándole estar en un asqueroso sitio público en donde arriesgadamente podría ser sorprendida por cualquiera que pasara por el lugar.

Las continuas arcadas y copiosas cantidades de saliva mezcladas con los líquidos testiculares del pordiosero no tardaron en llegar al ritmo de la mamada que le había comenzado a dar la rubia, estos llenaban por completo el paladar Andrea y ya corrían y chorreaban por su barbilla, ella mientras se esforzaba en seguir mamando tragaba todo lo que podía al tiempo que era animada por el negro viejo quien seguía sentado en el cajón tomatero con su tarro con agua caliente en una mano y con su pedazo de pan en la otra:

–Chupa putaaa…!!, chupaaaa…!!!, déjame seca la vergaaaa…!!!, -le vociferaba con los ojos cerrados a la misma vez que de vez en cuando arrancaba un trozo de pan con sus encías para seguir desayunando mientras Andrea le succionaba la verga.

Ella por su parte sin sacarse el glande y parte de su tronco de la boca solo se empeñaba en seguir mamándosela imaginándose los ríos de semen caliente que semejante herramienta le otorgaría al momento de la colosal acabada que esta le daría, ni siquiera le importaba que la trataran de puta cuando ella sestaba en estos menesteres, total ya estaba casi acostumbrada se había dicho en algún momento, además que estaba tan entusiasmada con la negra tranca que le habían prestado que de a momentos en que se daba a volver a lengüetearla tal como lo había hecho en la noche, luego se la pasaba por toda la cara golpeándose con ella en las mejillas para sentir su poderío y su dureza, para después seguir chupándosela con más dedicación todavía.

A los pocos minutos ya eran numerosos los colgajos de semen y babas que escurrían por las comisuras de sus labios sumándose otros más grotescos que insistentemente salían expulsados por sus narices en los lapsos en que se atoraba debido a la asfixia. El negro desde hace rato ya había tirado el tarro y el pan al suelo estudiando cual sería el mejor momento para tirarla en el mismo barro y culearla ahí mismo, mientras que la hembra ya analizaba la posibilidad de subirse sus andrajos hasta los hombros para poner la negra manguera de carne entre sus tetas y así poder amasarla con ellas.

Fueron unos sonoros bocinazos que sacaron a la ardiente pareja de aquel preámbulo de pre apareamiento. La rubia con la negra tranca del vagabundo aun agarrada con su manita volteó su cabeza para ver de dónde venían los sonidos que había escuchado, un grueso cordón de semen unía su boca al miembro del indigente, para luego con un incrédulo espanto ver que solo a unos buenos metros de donde estaban ellos había estacionado una moderna camioneta con una familia entera en su interior, y casi se desmayó de pavor cuando increíblemente reconoció que era la familia Almarza completa la que estaba descendiendo del vehículo con cestos de comida, refrescos y todo tipo de mamadas, claro que las hijas se quedaron a un lado del vehículo ya que le tenían mucho miedo y asco al vagabundo y su forma de vida, solo don José y su mujer eran los que se encaminaban al precario entorno en que ellos estaban, para la buena suerte de Andrea ellos al estar algo alejados no habían visto lo que ella estaba haciendo, y menos pudieron reconocerla debido a la distancia.

–Me lleve la verga, justo ahora que estaba tan entretenido, jijiji, tenemos suerte rubia, justo llegaron esas buenas gentes que vienen de vez en cuando a dejarme comida.

–No me diga…!, y vienen para acá!?, -le consultó la rubia que había girado rápidamente su rostro en sentido contrario de aquellas gentes, ahora estaba al borde del colapso cardiaco al imaginar verse sorprendida por la familia Almarza en tan comprometedoras y lamentables condiciones.

–Pus si… pero son buenas personas, así que no te preocupes, ya verás que te caerán muy bien cuando los conozcas.

–Noooo…!, yo no los quiero conocer…!, debo esconderme…!, no me pueden ver…!!!, -le exclamaba sin saber qué hacer, por ningún motivo podía permitirse a que ellos la vieran.

–Jijiji pero parece que ya te vieron… mira si ya se vienen acercando, jiji.

–Solo avíseme cuando se vayan y cuando estén bien lejos…!!!, -alcanzó a exclamarle Andrea justo en el momento en que como una verdadera desquiciada se lanzó al interior de la casucha del vagabundo lo que fue advertido por el matrimonio Almarza.

–Jojojo…! como estas Tobi…!!!, como anda la salud…!!!, pensé que otra vez no te encontraríamos, acaso estás enfermo que no fuiste a ese pueblucho que vas de vez en cuando?, -le saludaba con su vozarrón don José al negro mendigo, claro que él ya estaba al tanto de cuáles eran los motivos del porque su protegido indigente no había salido a limosnear este día.

–Estoy bien don Josesito, jiji, hoy no fui a recolectar…, no sé si se dio cuenta pero estaba algo ocupadito en estos momentos, pero pasen… pasen… siempre es un gusto recibirlos en mi humilde casita.

–Si…!, me di cuenta de algo, creo que era una linda mujercita lo que vimos entrar en tu casa… no nos vas a decir que por fin te encontraste una compañera para pasar tus días?, -le consultó don José con un dejo de picardía en su rostro .

–Jijiji, ojala don Pepito, pero no, no, que va, solo se quedará hasta mañana…

–Don Tobías…!, -intervino la esposa de don José, –Tenga mucho cuidado con lo que hace, recuerde que fue solo a un par de años que casi se nos muere de una infección estomacal por andar comiendo basura y que gracias a Dios que alcanzamos a llevarlo a la clínica, así que si va a intimar con alguna mujer es necesario que use algún tipo de protección, no vaya a ser que esa criatura que se escondió de nosotros le vaya a pegar algún tipo de infección venérea, sabe Dios con cuantos hombres se tendrá que acostar por las noches para poder sobrevivir la pobrecita, -le decía la señora Inés al negro Tobías en forma de reprimenda mientras dejaba dos cestos con comida a un lado de la casucha.

En eso fue don José quien intervino:

–No seas tan dramática mujer, este pobre hombre necesita tener sus momentos de hacer sentir bien a su cuerpo, y que mejor que lo haga con una pobrecilla y miserable mujer de su misma condición, aunque yo pague una millonada no habría ningún prostíbulo en que me lo acepten para que el pueda hacer sus necesidades sexuales.

–No seas tan mal hablado José, y respeta a esta clase de gente, ellos no tienen la culpa de que les tocara vivir en estas condiciones, -a la vieja de don José no le gustaba que nadie humillara a ese tipo de personas.

–Ya Inés… no empieces, además que no lo dije con mala intención, si mira nada mas este pobre ni siquiera entiende de lo que estamos hablando, y lo más seguro es que la mujer que está adentro de la casucha debe ser tan vulnerable y quizás hasta más ignorante que él.

Por su parte el negro vagabundo les comprobaba su nivel de ignorancia ya que efectivamente los miraba alternadamente sonriéndoles y dándoles a entender estar totalmente ajeno a lo que ellos le hablaban.

La que no estaba de acuerdo para nada en todo lo que hablaba don José Almarza era la rubia Andrea quien tapada hasta la cara y temblando de miedo al imaginar que a don José se le ocurriera echar un vistazo adentro de la casucha. Pero ahora se mantenía escuchándolo todo, como era eso que ella le iba a pegar una enfermedad de transmisión sexual y venérea al vagabundo, esto hiso que el susto se transformara en rabia al estar siendo humillada por gentes de su mismo status y todo por culpa de don Pricilo, ya que el buenito del negro que estaba ahí afuera no tenía la culpa de nadita el pobrecito, se decía, y claro ahora el muy comemierda de su casi ex consuegro la tildaba de miserable e ignorante.

–Bien Tobías, eras el último que nos quedaba, así que ahora nos vamos para que puedas seguir en lo que estabas. –vocifero don José a modo de despedida y cerrándole un ojo al pordiosero.

–Don Tobías… por favor cuídese y tenga mucho cuidado con quien se aparea, esta otra semana volveremos a ver como esta, -termino diciéndole la señora Inés al negro antes de emprender la retirada.

Cuando el vehículo se perdió de su vista el indigente que no era tan ignorante a pesar de ser analfabeto, los remedó haciendo muecas de gentes remilgadas a la vez que el mismo los imitaba: “Ayyy… no seas tan mal hablado José, y respeta a esta clase de gente”, –Que se creen los muy come mierda!?, lo único bueno es que me traen harta comida, jijiji.

–Ya rubia… ya sale… si ya se fueron…!, -le daba aviso el negro a su hembra.

La negra cortina de la casucha se corrió lentamente y un tímido mechón rubio se asomo aun temeroso.

–De verdad… y cree Usted que vuelvan!?

–No… no volverán, oye y porque te escondiste de ellos, jijiji…

–Ehhh… no… no se preocupe, es solo que a veces soy algo tímida, -le contestaba Andrea aun puesta en 4 patas y solo asomando su cabeza por la cortina de aquella ratonera.

–Ya que estas ahí ayúdame a guardar lo que nos trajeron, jiji.

Mientras el pordiosero le iba pasando los víveres era la misma Andrea quien se las iba clasificando en las distintas bolsas que este le había pasado, ubicándoselas al fondo de su casucha, le gustaba ayudar al pordiosero en sus asuntos.

–Nooo… no rubia esas cosas son innecesarias, yo las boto a la basura, jijij, -le dijo de pronto cuando vio a la rubia que le estaba guardando útiles de aseo personal.

–Pero es jabón y shampoo…, mire si hasta le trajeron un cepillo y pasta dental, -Andrea estaba que se mataba de la risa ya que el viejo ni siquiera tenía dientes y le llevaban semejantes utensilios.

–Sip, pero a mí no me gusta lavarme, jiji, -de pronto algo hiso click en la mente del viejo ya que estando agachado y ver que la mujer que estaba acompañándolo y que en ningún momento desde que lo había conocido se había atrevido a humillarlo o decirle algún tipo de palabra ofensiva, sacó cuentas rápidamente que sus modales eran muy parecidos a los de la señora Inés, claro que los de la rubia eran muchos más femeninos y exquisitos, y mirándola con todo su pelo sucio y con machas de mugre en su cara y en sus piernas se le ocurrió una idea que ni el mismo sabía porque la estaba haciendo, pero igual se la propuso.

–Oye rubita… a ti te gusta lavarte?, -le consultó en forma misteriosa.

–Claro que me gusta lavarme, si no lo he hecho es porque a todas luces aquí ni siquiera hay agua potable.

–Pus… te regalo todas esas mamadas que me trajeron.

Andrea se quedó extrañamente impactada ante el regalo que le estaban haciendo y sonrojándose quién sabe por qué tipos de motivos un extraño hormigueo la recorrió en su vientre, hormigueo que rápidamente se transformó en una agradable sensación de cosquillas en el estomago.

–Me… me las regalaaa a miiii…!?, -le consultó finalmente la rubia totalmente ruborizada y mirándolo con sus hermosos ojos verdes a los opacos ojos del vagabundo.

–Pus si, y a quien más mensa…, así podrías lavar tu cuerpecito rico… jijiji.

–Pero… pero… como ya le dije si aquí ni si quiera hay agua…, -le respondía con su cara ardiendo de rubor y llevándose una de sus manitas con sus dedos doblados a su boquita a la vez que trataba de mirar hacia otro lado.

–Pus yo sé donde hay washita…!, dime te gustaría que te llevara…!?

–De verdad…!?, Usted me llevaría a un lugar donde podré lavarme sin correr ningún tipo de riesgo…!!??

–Jijiji, claro que puedo reinita… es solo que queda un poquito lejos… pero no te preocupes, como no tienes zapatos yo te llevo en mi carretón, así también podrás ocultarte por si alguien se nos aparece en el camino…

Sin hablar más del asunto la feliz pareja cargó todo lo necesario en el destartalado vehículo del negro pordiosero, tal cual como si ellos se estuvieran yendo de vacaciones a una idílica isla paradisiaca. Fue la hembra quien seleccionó algunos de los comestibles que les habían traído, para ella solo rescató una caja de leche y algunas galletas, mientras el viejo cargaba todo tipo de cachureos, entre cartones, trapos, latas de pescado (sus tasas), etc., y cuando la entusiasmada hembra, que en esos momentos ni se acordaba de don Pricilo, ni de Karen y menos de Eduardo, estando subida y sentada en el piso del transporte de su estrafalario compañero de aventuras iniciaron juntos el largo recorrido hacia el lugar en donde ella por fin podría lavarse.

Andrea con mucho asco se percató que el viejo en vez de emprender hacia el lado de los galpones abandonados, este lo hizo en sentido contrario internándose lisa y llanamente por un angosto camino que estaba al medio de los cerros de basuras. La rubia iba inspeccionándolo todo, entre las montañas de desperdicios veía sillones desarrapados, colchones rotosos y con sus resortes asomados, oxidadas lavadoras de esas blancas y redondas que ya no se usan, carcasas de televisores con pantallas plomas quebradas, y así muchas cosas más, mientras el pordiosero solo se daba a avanzar alternando su ardiente mirada entre el grisáceo horizonte que tenía por delante y los apetecibles muslos de la asombrosa hembra que el trasladaba en su humilde carreta de mano.

Luego de saltear el basural dieron con un cementerio de vehículos abandonados y destartalados en el cual también se veían diversos grupos de hombres que parecían tener sus casas al interior de la carcasas de latas de los viejos buses o camiones que ahí se veían, la sorprendida ninfa en varias ocasiones se tuvo que agachar para que no la vieran, al rato cruzaron un árido descampado en el cual a lo lejos se veía la autopista que llegaba a la capital.

Habían momentos de la lenta caminata en que Andrea se ponía a mirar al traspirado señor Tobías a la vez que pensaba en lo insólito que era todo lo que le estaba sucediendo, recordando el instante del día anterior que casi se había vomitado en el momento en que había conocido a ese extraño hombre viejo y negro que ahora la trasladaba en su carretón quien sabe a qué parte, también la habían intentado secuestrar para luego violársela, y que si no hubiese sido por él y su valentía eso si hubiera sucedido, ni mencionar que su mente intentaba no recordar que ambos habían mantenido relaciones sexuales, y menos todavía graficar en su mente las dimensiones que este se gastaba en su verga, pero aun así la recordaba, por lo que nerviosamente después de estudiarlo de pies a cabeza prefería seguir mirando aquel grisáceo paisaje, claro que de a momentos no podía evitar mirarlo de reojo a la cara viéndose sorprendida por la desdentada sonrisa con que este también la miraba mientras seguía empujando su carrito.

Fueron casi dos horas de camino, en las cuales después de tres detenciones que hicieron para saltear una mallas de alambrados que el negro viejo sabía muy bien donde estaban los puntos precisos para poder cruzar que llegaron a un sendero que parecía bajar a una quebrada, este lugar también estaba bordeado de basura, pero ahora en menor cantidad, y cuando por fin la rubia cayó en cuenta que estaban casi a las orillas del río de desperdicios que ella había visto el día anterior en los momentos en que la traían a cumplir su penitencia, comprendió que ya casi estaban llegando a destino, por supuesto que ahora estaban varios kilómetros más abajo.

–Jijiji… llegamos lindura… aquí podrás lavar tu cuerpecito sin que nadie te moleste o mire tus cositas, excepto de yo, jijiji.

Andrea quien ya se había bajado del carretón, otra vez caía en un angustiante estado de temor a lo desconocido ya que el lugar al que la había traído el negro vagabundo era más que desierto, se encontraban justo al lado del asqueroso río y abajo de un alto puente abandonado que descansaba sobre tres viejos pilares de cemento todos agrietados dando la impresión que en cualquier momento estos se derrumbarían sobre ellos.

La rubia lo inspeccionaba todo, veía también que tanto los pilares como los muros que sujetaban el viejo puente estaban todos pintarrajeados con grotescos grafitis en los cuales lo único que se podía apreciar eran obscenos dibujos de vergas gigantes, corazones cruzados por flechas que decían pico y zorra s/a, y muchas ordinarieces mas, como así mismo le llamaron mucho la atención unos medianos tubos que sobresalían del muro que estaba al lado de ellos, estos botaban unos asquerosos líquidos negros formando riachuelos que iban a dar directamente al ennegrecido arroyo, y mientras ahora miraba con estupor las mugrientas aguas que corrían torrentosamente por este y que en esa misma orilla existían vestigios de fogatas apagadas rodeadas por todo tipo de cachureos se dio a notificarle al vagabundo que ella por nada del mundo lavaría su cuerpo en las pestilencias acuosas que corrían por el mencionado y sucio cauce.

–Señor Tobías… yo por nada del mundo me lavaré en esas mugrientas aguas, como pudo pensar que lo haría…!?, Yo creo que Usted me trajo hasta aquí y lejos de todo el mundo para otra cosa…, le aviso que a mí no me gusta que me mientan…

–Jijiji… tranquilita mi reina, si yo no te estoy mintiendo… como crees!?, jiji, ya te mostraré en donde te lavarás, solo déjame terminar de acomodar nuestras cosas y te diré donde.

Andrea no muy convencida de lo que decía el negro mendigo se dio a seguir estudiando ese sórdido viaducto abandonado mientras que con femeninos y muy bien cuidados movimientos se daba a beber leche directamente de una caja que le había ofrecido su destartalado guía turístico.

Con sus pies descalzos y vestida como una verdadera pordiosera se dio a caminar unos cuantos metros por la orilla del miserable afluente, una vez que estuvo afuera del puente se pudo percatar que estaban literalmente metidos entre medio de una árida quebrada, y que solo a unos 10 metros de donde estaban ellos se erigía otro alto puente un poco más moderno por el cual si transitaban vehículos, este era un poco más elevado en comparación al que ellos estaban, y tras comprobar que en la superficie de la quebrada existía una alta alambrada que impedía el acceso a quien quisiera bajar prefirió volver a donde estaba el negro, no fuese a ser que alguien la viera y la confundiera con una pordiosera, se dijo.

Una vez que la rubia ya estuvo nuevamente debajo del macizo viaducto, no le quedó más remedio que ir a sentarse en uno de los fríos bloques de cemento que estaban alrededor la modesta fogata que había hecho con basura y algunos palos que encontró su amigo el vagabundo quien es esos momentos otra vez se encantaba con la visión de aquellos soberbios muslos levantados al estar la hembra ya sentada.

El negro en esos momentos se estaba zampando unos buenos lomos de pescado directamente desde una lata de conservas, sintiendo que su verga que hace algunas horas se había quedado a medias ya comenzaba nuevamente a rugir y encorvarse por la ansiedad de probar otra vez las delicias que le prometían lo que aquella soberbia y harapienta amazona escondía debajo de sus andrajos.

–Ya rubia… ahora te mostraré donde te podrás lavar todas tus cositas, -le dijo en el momento que ya terminaba su almuerzo pasándole los dedos a la lata para luego chupárselos, obviamente el ya caliente pordiosero quería ver en vivo y en directo, y a plena luz del día, a toda esa perfecta arquitectura femenina completamente desnuda.

–Y donde se supone que lo haré, si aquí no hay nada…, es casi lo mismo que haya cerca de su casa…, -su voz y la del negro sonaban con eco al estar ellos debajo del puente.

–Ven tu solo sígueme, y cuidado donde pisas que hay algunos vidrios.

El pordiosero luego de levantarse simplemente la tomó de un brazo para hacer que ella lo acompañara, claro que no fueron muy lejos sino que el viejo la llevó al mismo muro que estaba detrás de ellos. Pero la rubia otra vez quedó tan aterrada, asqueada y mas que escandalizada apegándose con fuerzas al ajado cuerpo del negro ya que justo en el momento en que casi llegaban a donde el viejo quería llevarla una seguidilla de ratones de distintos tamaños caían uno detrás de otro desde uno de los tubos de desagüe que sobresalía del muro.

–Ohhhhh… Diosssss que asco señor Tobías, por favor no deje que esas cosas me muerdan…!!!!, -le gritó con espanto y desesperación a la misma vez que en un acto reflejo impulsó su cuerpo hacia arriba quedando tomada en los brazos por el pordiosero, mientras que los de ella rodeaban y se aferraban a su roñoso cuello.

–Jijiji tranquila mi washa… esos bichos no te harán nada mientras yo esté aquí contigo, mira si ya se van…, -el pordiosero notaba y medía en sus brazos que aquel soberbio cuerpazo tan lleno de curvas lujuriosas no era tan pesado en comparación a lo imponente que se veía la hembra cuando estaba de pie, la notaba livianita situación que la hacían sentir aun mas femenina para él, deseándola ya con una sulfurante calentura nunca antes sentida en su perra vida, pero por ahora solo se daba a aprovechar de que mientras con la mano que pasaba por detrás de su espalda le agarraba una teta, con la otra se daba a sentir la extrema suavidad de sus muslos.

–Por favor no me baje…!, no me baje…!!!, -le solicitaba la rubia al borde del llanto, sin darse cuenta que el vagabundo estaba aprovechando para tocarla en los momentos en que la mantenía levantada como si ella fuera su novia.

Andrea mientras decía lo ultimo con ojos sicóticos veía como un gran número de roedores corrían rápidamente por al lado de ellos y como estos solos se iban a meter a las negras aguas del torrente en donde algunos se mantenían flotando en su orilla como a otros simplemente se los llevaba la corriente.

–Ya está… ya se fueron rubia, así que ahora con mucho cuidado te bajaré, estás de acuerdo ricura?

–Pero y que pasará si esas cosas salen del agua… ay… no…!, por favor se lo pido señor Tobías, no me baje…!

–Jijiji… ya te dije que pase lo que pase yo te voy a cuidar… así que no temas, ahora te bajo si?, al viejo le encantaba tener en sus brazos a semejante Diosa, pero ya se estaba cansando, además que estaba casi desesperado por tenerla encuerada y solo para él a plena luz del día.

Los asustados y verdes ojos de Andrea vieron que los bicharracos se habían alejado un poco de donde estaban ellos por lo que se pudo calmar un poco.

–Por favor señor Tobías ni se le ocurra alejarse de donde yo esté, acaso no ve que esas cosas me dan asco!?.

–No te preocupes werita, conmigo siempre estarás a salvo, jijiji. Mira acércate a este lado del muro, es esto lo que te quería enseñar, -le dijo a la vez que apuntaba a cierta parte del agrietado y gran bloque de cemento.

Andrea en el momento en que ya estaba a un lado de este vio que un poco más arriba de la altura de su cabeza existía una pequeña llave de la cual ella no se había fijado hasta ese momento.

Fue el indigente quien levantó su negra mano para girarla, en donde la rubia totalmente emocionada vio que comenzaba a caer un hilillo de agua totalmente potable y cristalina.

–Aguaaa…!, es agua verdaderamente limpia…!, -la voz de Andrea ahora era similar a la de alguna protagonista de esas películas apocalípticas en donde los sobrevivientes luchan por el vital elemento.

–Así es mi reina y es todita para ti… ves que yo no te mentí, y es más, a una mujer como tú no lo haría jamás…, así que ya puedes proceder a lavarte tus cositas, hazlo tranquilita que yo estaré vigilando que esos malditos roedores no se te acerquen y no te molestare en nada, solo estaré mirando desde ahí donde estábamos sentados.

Andrea superando el traumático momento recién acaecido con esos repulsivos ratones de alcantarilla y ahora totalmente feliz fue con mucho cuidado a buscar la bolsa con los implementos de limpieza que se encontraba la interior del carretón ya que estaba desesperada por bañarse, lo único que la hacían dudar es que tendría que hacerlo delante del pordiosero quien la seguía animando a que se quitara los harapos, este ya estaba acomodado en uno de los pequeños bloques de cemento que las hacían de asiento:

–Ya pues encuérate de una vez por todas mamacita que ya me muero por trabarte otra vez con mi verga… mira como la tengo por culpa tuya!, -al mismo tiempo que le decía lo anterior se levantó parte de sus andrajos mostrándole su tremendo y largo miembro que lo tenía bien parado, este hasta se encorvaba mostrándole las gruesas venas que lo surcaban, la rubia se la veía incluso mas gruesa y prieta de cómo se la había visto esa misma mañana, lo que la hicieron temblar con solo vérsela, extrañamente sintió como su vagina comenzaba a contraerse sin que nadie se lo ordenara.

Así que animada otra vez con las falacias de que el la había salvado una y otra vez de distintas situaciones, y sumándole también a que el asqueroso indigente ya había anotado íntimamente con ella, se animó para ponerse de perfil hacia él para luego con sus dos manitas tomar los bordes bajos de los harapos que llevaba puestos por ropa para luego ir subiéndolos lentamente hasta finalmente quitárselos.

El negro pordiosero estaba que eyaculaba, si bien ya se había guardado la vega por debajo de sus andrajos, con sus ojos ya enrojecidos, y con sus anchas fosas nasales resoplando como toro embravecido, había sido fiel testigo del encueramiento de aquella Diosa asustada estando él sentado solo a un par de metros de donde se encontraba el femenino ejemplar de hembra que ya pensaba nuevamente en poseer, mirandole cada curva que ella poseia, las redondeces de sus nalgotas bien paraditas, esas perfectas tetas redondas y duras como el mismo las había sentido que eran cuando se las habia chupeteado, y sobre todo aquella mistica parte de su bajo vientre en donde escasamente se le veian unos bellitos tan dorados y aureos como su pelo y que se perdían timidamente hacia el interior de entrepierna.

Andrea por su parte ya había hecho mucha espuma en sus cabellos dejándolos así por unos momentos, como también procedió a enjabonar completamente su cuerpo, quedándose en esa aséptica condición con la única finalidad de volver a purificar su corrompido estado de higiene personal. Estando en tal estado de higienización ahora se cepillaba los dientes con harta pasta dental, mientras que de soslayo miraba y caía en cuenta que el infeliz pordiosero casi se la estaba comiendo con sus dos ojos salidos para afuera, pero ella lo dejaba mirar todo lo que el quisiese pensando que el pobre se lo merecía por todo lo que había hecho por ella, y notando el notorio abultamiento que este tenía por debajo de sus andrajosas vestimentas prefirió no seguir prestándole atención ya que rápidamente esa extraña sensación de nervios revoloteó exquisitamente en su estomago haciendo que su presión sanguínea de le acelerara casi en el acto.

El vulnerable e indigente hombre vio como la hembra después de haberse estado cepillando sus blancos dientecitos por un buen rato y que ahora, siempre puesta de perfil hacia él, comenzaba a enjuagarse su pelo amarillo corriéndole lentamente el agua con espuma por su cuerpo limpiándola y sanitizándola por completo, este ya no se pudo aguantar más, y quiso ir el mismo a supervisar la limpieza de la rubia.

Una ya más que relajada Andrea vio que el vagabundo se acercaba peligrosamente a ella, pero a estas alturas lo que menos le tenía era miedo, y al contrario hasta se sentía agradecida de aquel horrendo tipejo negro que aparte de habérsela cogido como un verdadero hombre lo hace con su hembra, también le protegía y le ayudaba a sobrevivir en aquellos suburbios. Hasta que el pobre infeliz ya estuvo justo al lado de ella este se dio a solicitarle.

–Déjame tocarte primor… estas tan… pero tan buenaaa… que por ahora lo único que quiero es tocarte…, -le pedía el negro con sus ojitos llenos de lágrimas debido a la enajenante excitación en que estaba preso, y también por las tremendas ganas que tenía de volver a palparla, el pobre hombre estaba tan alterado emocionalmente al tener una hembra de tan alta categoría totalmente encuerada abajo del puente en que el pasaba los veranos que ya hasta se la había comenzado a achicar un ojo debido al grado de calentura en que se encontraba.

La rubia que en un momento sintió la imperiosa necesidad de cubrirse con lo que fuera al ver al negro casi encima de ella, extrañamente y justo en ese momento también sintió un dejo de compasión mezclada con complicidad, o con solidaridad, apego y un sinfín de sensaciones que no se pudo explicar ni ella misma, el caso fue que simplemente lo dejó que se le acercara todo lo que el quisiese, y cuando este le dijo que deseaba tocarla porque ella estaba muy buena, estúpidamente le contestó con lo primero que salió de sus labios.

–Usted puede tocarme todo lo que quiera…, -el negro por un momento casi se puso a vomitar ya que suponía que la hembra por lo menos le iba a dar jugo tal como lo había hecho las veces que el intentaba acercarse, el pobre aun no caía en cuenta que esa misma mañana la rubia no se había hecho mucho de rogar a la hora de mamarle la verga, es más, ninguno de los dos aun ponían atención en ese extraño detalle. Pero Andrea después de haber dicho semejante y salida blasfemia quiso corregir inmediatamente lo que su impetuoso temperamento le había dictaminado, –Digo… Nooo!!!, espere…! espereee…!, mire… si quiere puede esperarme ahí sentadito donde estaba y luego veremos…

–Tranquila mi putita… si yo por ahora lo único que quiero es tocar, nada más que eso mi reina…

Por Dios y como le gustaba a la rubia que ahora semejante esperpento la tratara de su putita y de reina al mismo tiempo, y todo gracias a que el la pasaba salvando y también al porte de su verga, claro que de esto último ella aun no era consciente.

Andrea vio como el negro vagabundo no haciéndole caso tomó el jabón que ella había dejado sobre la bolsa que estaba en el suelo y como este viejo indigente ahora comenzaba a pasárselo con su negra mano por distintas partes de su rubio y estilizado cuerpo, lo deslizaba por su vientre y por sus caderas, lo que alcanzaba de sus muslos, también por las tetas, sus brazos, y en los momentos en que este ardiente ser bajaba por su vientre llegando peligrosamente hasta muy cerca de su vagina este se devolvía para comenzar nuevamente a enjabonarla.

Mientras el pordiosero literalmente la estaba bañando, la hembra en forma nerviosa se dejaba, pensando que esta era la primera vez que un hombre la sometía a tal tratamiento, y que a pesar de su mala higiene y lamentable apariencia física este la estaba haciendo sentir tal cual como si ella verdaderamente fuera una nenita necesitada de afecto, -eso, era eso, el vagabundo la estaba tratando con cariño, tratamiento que nunca había recibido de nadie, ni del tío Eulogio, ni de su ex marido, y menos de don Pricilo, -se decía la rubia en el momento en que el negro ahora ya la estaba enjuagando con su verga totalmente parada debajo de sus harapos, ya que este muy lejos de los pensamientos de la rubia lo único que deseaba hacer con ella era cogérsela y encularla, como también darle otro espumoso baño, pero ahora este sería un baño de espeso y caliente semen recién provenido de sus negros y brillosos testículos.

–Ya estas casi bañadita mi reina que tal si ahora…

El viejo no pudo terminar lo que estaba diciendo ya que la hembra al haber estado pensando en todo lo anterior y sintiendo unas ricas sensaciones nunca antes experimentadas, ni siquiera sentidas en los mejores momentos que tuvo en su juventud en los tiempos de Eduardo, que se sumaban a ese rico hormigueo que le había vuelto en el estomago al haber estado siendo bañada con tanta dedicación que estos hicieron que los latidos de su corazón se le aceleraran al máximo, a tal grado que fue su mente quien le ordenó a que fuera ella misma quien impulsivamente tomara al viejo de los harapos de su pecho atrayéndolo hacia ella para estamparle un fresco beso con sabor a limpieza y a pasta dental en sus gruesos labios partidos hasta sentir con su dulce lengüita esas fétidas encías.

El pordiosero al haberse visto sorprendido con semejante ósculo por parte de aquella impresionante mujer rubia que estaba totalmente desnuda y con aun gotitas y riachuelos de agua limpia corriéndole por distintos puntos de su cuerpo no le quedo más que abrazarse a ella y sacar su apestosa lengua para introducirla lo que más pudo al interior de la boca de ella, pensando en que por fin se estaba cumpliendo su sueño de aquella tarde de poder besarla a su antojo, como también de hacerle miles de cosas más.(desde hace rato que ya era mas de mediodía).

El beso se tornaba cada vez más apasionado con Andrea aferrándose con sus brazos al cuello del indigente, mientras este último con sus negras manos se dedicaba ahora a acariciarle pesadamente sus bellas y suaves nalgas, sintiéndolas de tal manera para que jamás de lo jamases se le olvidaran aquellas suavidades una vez que la hembra se marchara al siguiente día.

Pero el pordiosero aun quería mas, una vez que después de varios minutos en que se estuvieron sobando y comiéndose sus bocas el indigente poco a poco comenzó a bajar por su cuello hasta llegar a la turgencia de aquellas chichotas de ensueño, comenzando a en forma desesperada a chupar aquellos pedazos de carne que la hembra le ofrecía sin oponer ningún tipo de resistencia, ella sólo se dedicaba a sentir y a disfrutar de esas suaves encías con sus ojos cerrados.

El ya mas confianzudo vagabundo lentamente comenzó a llevársela para el lado en que estaban los bloques de cemento y Andrea comprendiendo lo que él pretendía hacerle al estar llevándosela a un lugar donde había más espacio para tirarse en el suelo simplemente se dejó llevar ya que según entendía ella como su mujer debía volver a premiarlo por haber sido tan atento y valiente en los momentos que lo había necesitado.

Pero la verdad era una sola, y esa verdad era que aparte de todas las extrañas emociones que realmente estaba sintiendo la rubia en alguna parte de su mente y que ella misma prefería no ahondar mucho en ellas por temor a algo espeluznante, era que sencillamente también estaba más que caliente.

Una vez en que estuvieron en el lugar elegido para el inminente apareamiento que ambos deseaban concretar, Andrea sin que se lo pidieran fue levantando los harapos del indigente como a la misma vez ser ella quien los tendía en el suelo para luego de hincarse ante el ya desnudo pordiosero rápidamente aferrase a la gruesa estaca que había quedado bamboleándose circularmente al frente de su cara, y así casi en el acto ser ella misma quien se la llevaba a la boca comenzando a practicarle una lenguosa y rica mamada mientras que con sus dos manitas se daba a masturbar las gruesas extensiones de carne negra que quedaban afuera de su boca.

–Ohhhhh…! Mamiiiiii…!!, que rico me la chupasss…!!, Ohhhhh…!!! Uhhhmmm…!!! Mmmm…!!!, Asi…!!!, ensalívala bien para que luego te entre bien ricoooo…!!!!, -fue lo primero que pudo decir el negro vagabundo cuando sintió que la hembra le apretaba la verga con sus sensuales labios femeninos.

–Srpssss…!! Srpssss…!!! Srpssssss…!!!! Srpsssssss…!!!!!, -era lo que obtenía por respuesta el dichoso y desnudo pordiosero al ascendente y creciente ritmo de la mamada de verga que le estaba pegando una abandonada y romántica Andrea, quien le hacía caso al negro indigente para que después este se la metiera bien rico según le decía.

Por su parte la acalorada hembra seguía succionándosela con ganas, incluso dejándosela por varios segundos trabada hasta su misma garganta y sólo se la sacaba cuando se empezaba ahogar, era delicioso para ella escuchar el acuoso sonido de salivas y líquidos que provenían de su propia boca cuando se la sacaba lo que le hacían que en forma rápida y apasionada se la bañara de tibios y húmedos besos con sus labios entreabiertos, para después de ensalivarla desde los testículos hasta la punta volver a incrustársela hasta la garganta.

La rubia mientras le hacía esta sensual mamada succionadora al vagabundo se vio sorprendida a ella misma poniendo especial cuidado en que a este le gustara, fue ese momento en que descubrió no sin cierta preocupación que ese vagabundo ahora le gustaba como también la calentaba, no importándole su desaseo ni la hediondez de su cuerpo, y menos aun la notoria y ansiosa avidez de su mirada llena de enfermiza calentura con que este la miraba hacia abajo cuando ella de a ratos lo miraba mientras le practicaba la mamada.

Mientras la rubia seguía succionándole la verga rápidamente declarándose a ella misma que ahora el oscuro color de su piel manchada con ulceras resecas le fascinaban, comenzó a alternar los tibios chupeteos con ardientes miradas de deseos a sus ojos, en donde claramente se notaba que ella quería que ese viejo y negro hombre de la calle tan vagabundo como basurero para sus cosas le pegara una espectacular y segunda cogida ahí mismo debajo del solitario puente, a la misma vez que sentía como todo su cuerpo se iba derritiendo con solo imaginar verse ensartada nuevamente por semejante monstruosidad que ella estaba mamando como podía, ni que decir que también sentía unas desesperadas y golosas ganas de beberse todo el hirviente semen que a este dejara salir desde sus negras bolas.

Con todo lo que estaba sintiendo la rubia concluía y comprendía para ella misma que aterradoramente deseaba que ese negro vagabundo fuera para ella sola, para culear con el por todo el día y todas las veces en que a ambos le dieran ganas, hasta sacarse esas tremendas ganas de hombre en que la había dejado su ex marido por tanto tiempo, no importándole que el indigente fuera quizás un desquiciado mental, un criminal, o un violador, la cosa era que las cosquillas en el estomago, sumada a su tremenda calentura y su soledad la estaban arrastrando a tal situación.

La rubia Andrea mientras seguía hincada y succionando la negra verga como una verdadera bebita sedienta de lechita se sentía tan aterrada como excitada, ya que sabía y tenía claro que era ella quien ahora deseaba lujuriosamente ser ensartada vaginalmente por la larga y ancha negra verga de ese maloliente hombre sin casa, o sea, que tenía ganas de sexo, los deseos de estar abierta de patas y tirada en el suelo para que ese estropajo de hombre le metiera su enorme verga negra ya la tenían desesperada.

La caliente brisa de la tarde que corría por debajo de aquel abandonado puente ya era sofocante, y la rubia a pesar de haberse bañado recientemente ya hasta había comenzado a transpirar mas por su temperamental y sensual estado que por el calor imperante.

Hasta que el salido vagabundo que se encontraba tan caliente como la hembra le arrancó su descomunal verga del los húmedos labios, este se fue agachando para quedarse hincado frente al tembloroso cuerpo que lo esperaba buscando en el acto su boca para comenzar a besarla en forma desaforada.

Los chapoteantes besuqueos del indigente dieron paso a lúbricos lengüetazos en su cara, en el cuello y hasta llegar a sus tetas los cuales hicieron que Andrea comenzara a gemir casi en el acto, para luego volver a comérsela a besos que hacían derretir en miles de sensaciones a la excitada rubia quien lo abrazaba fuertemente hacia sus curvas sintiendo en sus brazos los ajados y negros pellejos de su cuerpo que también hervía y transpiraba de calentura tal como estaba el de ella.

La desnuda rubia ya estaba completamente entregada, y el ardiente vagabundo lo sabía por lo que ya sin esperar nada mas poco a poco se fue moviendo haciéndola comprender que nuevamente le había llegado su momento por lo que la complaciente hembra entendiendo lo que él quería de ella sensualmente se fue acomodando en el suelo y de espaldas quedándose estirada boca arriba y con la mitad de su cuerpo desnudo directamente en el barro y la otra escasamente sobre los harapos del indigente.

La imagen de la rubia y desnuda mujer tirada en un charco de barro casi podrido junto a un mugriento arroyo era soberbia, el vagabundo se dio unos momentos para deleitarse ocularmente con semejante y curvilíneo pedazo de carne que el ya se aprontaba a volver a morder con su temible serpiente negra que vomitaba continuos ríos de moquillos transparentes que se iban a depositar en distintos puntos del vientre de la exasperada y ardiente hembra mientras que se daba a balbucear:

–Que ganas que me dan de comerte rubia…, -apreciación que rápidamente fue contestada por su bella oponente sexual,

–Cómame señor Tobias!!! Métemela yaaa..!!! se lo suplicooo! Trábame bien con su negra verga…!!! que yo también tengo ganas de comermelaaa!!!

Desde luego que el negro no se hizo de rogar mucho, así que tomándole sus muslos con ambas manos y abriéndoselos al máximo aproximó su ardiente y oscura herramienta a la aurea entrada de la rubia, para luego de una vez dejarla posada en esta acomodarse sobre el esbelto cuerpo de ella, y una vez que hubo pasado sus manos por debajo de las nalgas y después de echarle una última mirada al bello rostro de la mujer que se le estaba entregando voluntariamente cerró sus ojos para casi en el acto proceder a jalarla enérgicamente hacia arriba, a la misma vez que el empujaba furiosamente hacia abajo para de un solo golpe dejársela ir hasta el fondo, cumpliéndose así el erótico acoplamiento de cuerpos que tanto habían estado deseando cada uno por su parte.

Andrea en el momento en que sintió sus labios vaginales distenderse y abrirse para permitirle la entrada a semejante miembro masculino abrió fuertemente su boca en la cual se perdió un inmenso grito ahogado al haber aguantado la considerable y ruda embutida de carne negra que le pusieron, como a si mismo y sin darse cuenta una vez ensartada envolver la cintura del indigente con sus piernas para que este no se le saliera ni siquiera un centímetro de adentro de su cuerpo, entregándose así a ese hediondo pordiosero que otra vez la lastimaba pero que también la trasladaba hasta el mismísimo paraíso al sentir su panochita deliciosamente bien abierta, bien estirada y llena de carne caliente.

El negro vagabundo por su parte comenzó a culearla con ligeros movimientos de cintura, primero despacio, luego un poco más rápidos, para después volverlos tan lentos como deliciosos para ella, siempre mirándola a la cara y estudiándole las contracciones de su rostro por cada arremetida que le ponía hasta el fondo, claramente la estaba disfrutando y ella por su parte se le estaba entregando entera.

A los pocos minutos en que se sucedía la antológica cogida que se llevaba a cabo abajo del solitario puente ambos se besaban y acariciaban mientras que las ahora furiosas ensartadas de verga se venían una y otra vez, acomodándose cada uno lo mejor que podía, el pordiosero le lamía el cuello y chupaba sus tetas sin dejar de penetrarla, sus descaradas manos nuevamente la tenían atrapada por las nalgas y por cada embestida que le daba la jalaba hacia su inmenso cipote apretándola con fuerzas contra el adivinando que eso que hacía a la hembra le encantaba.

Andrea disfrutaba como una verdadera enajenada la cacha que le estaba pegando a campo travieso, sus ojos verdes que estaba perdidos en alguna parte del puente aledaño vieron como de pronto un vehículo que había pasado por este se devolvía en marcha atrás y que sus dos ocupantes masculinos se bajaban para apoyarse en las barandas y se ponían a ver como a ella se la estaban culeando, y cuando quiso darle aviso a su macho de que estaban siendo observados este mismo moviéndose como pudo logró ponerse sus dos estilizadas piernas sobre sus propios hombros, con esto sus penetraciones se hicieron más profundas como enérgicas, ella sudaba y él la poseía a su antojo, por lo que a la rubia no le importó lo más mínimo que los estuvieran observando, total estaban muy lejos de ellos le aconsejaba su ardiente subconsciente, haciéndole que ella también comenzara a mover sus caderas al ritmo de la cogida.

–Arghhhhhh…!!! Te la siento apretadísima mi putita deliciosaaa…!!!, que buena eres para culearrrr!!!, muéveteeee…!!! así…!!! así…!!! menéate más rico mamacitaaaa!!!!, -le vociferaba el indigente al mismo tiempo que era el quien la movía y la ensartaba.

Andrea ahora con sus ojos cerrados no hacía más que disfrutar y entregarse a ese asqueroso pordiosero, claro que ella en estos momentos no lo veía para nada de asqueroso, y al contrario de ello ahora se meneaba tal cual como ella sabía cómo le gustaba a los hombres que una mujer se moviera, así que cuando el pordiosero la embestía furiosamente ella salía con su vagina a su encuentro moviéndole sus caderas y su cintura en forma alucinantemente desquiciada, haciendo aun más profunda la invasión de verga negra en sus rosadas entrañas de hembra blanca, estaba sintiendo muy rico, en ese momento la rubia al volver a abrir sus ojos pudo divisar que desde unos de los tubos del muro nuevamente caían una gran cantidad de ratones plomizos y de colas largas y que estos corrieron muy cerca de donde ellos estaban cogiendo, pero ahora se la estaban trabando tan exquisitamente bien que ni siquiera le importó la asquerosa y repelente situación, ella prefería que se la siguieran culeando a interrumpir la sesión de sexo por unos simples roedores, total estaba don Tobías para defenderla. Se decía en su perdida mente.

Ahora mientras ella seguía disfrutando de la ardiente cacha que le ponían y al haber comprobado que luego de unos buenos minutos en que los roedores estuvieron corriendo alrededor de ellos para luego ir a meterse al agua, la rubia comprobaba que habían mas carros detenidos en el puente aledaño y que eran muchas las personas que ahora miraban a lo lejos como a ella se la cogían, situación que hizo que casi se desbordara de calentura.

Rápidamente tomó al negro de sus espaldas atrayéndole hacia ella haciendo con esto que sus piernas nuevamente quedaran abiertas y recogidas hacia los lados, a posterior giró con el vagabundo siempre clavado en su cuerpo y un rato después ya estaba montada y empalándose ella misma su tremenda pieza carnal en la zorra moviendo sus caderas en forma desesperada, cabalgándolo y cogiéndoselo muy rico, meneando su pelvis y sintiendo su negra verga en lo más recóndito de su interior.

Los minutos pasaban y Andrea se movía suave y bien rico con su cuerpo semi inclinado hacia adelante apoyada con ambas palmas de sus manos en el barro, y con toda la verga del vagabundo embutida en su rubio sexo, mientras este le estrujaba las nalgas, sobándolas en todas sus redondeces, abriéndoselas y cerrándoselas, luego este mismo le succionaba las tetas al mismo tiempo que ya sin pensársela mas metió uno de sus dedos en su orificio posterior profanando así su apretado esfínter con lo que la hizo gemir de calentura a la misma vez que le hacía pensar seriamente en la posibilidad de dejarse encular ante las miradas de los automovilistas en el puente aledaño, la sudada rubia al volver a mirar en aquella dirección vio que ya eran varios hombres los que miraban y grababan con sus celulares la magnánima culeada que se estaba pegando.

El salido y caliente viejo pordiosero ajeno a lo que estaba sintiendo la rubia al estar siendo observada por los mirones automovilistas igual cayó en cuenta que le tenía metido en el culo un dedo entero así que envalentonándose con esto se dio a decirle y proponerle.

–Te gustaría tener el culito lleno de carne verdad putaaa!?, –Ohhhh que rico me exprimes la vergaaaa… culias muy sabroso rubiaaa…!!!, -le dijo al sentir una contracción vaginal que le dio Andrea a la verga con las salidas palabrotas que este le estaba diciendo, para luego continuar con las peladeces. –Ya me imagino tu trasero bien estrechito y apretado siendo partido por mi pedazo de carne negra, jijiji.

–Ayyy no lo sé señor Tobias, nunca me cabra por ahí donde Usted diceee…!. –le contestaba la rubia siempre meneando su cintura y con los ojos cerrados, en su mente ya se imaginaba a ella puesta en 4 patas y dejándose encular por esa semejante y gruesa herramienta.

–Pus ahora te lo romperé putaaa!!!

–Nooooo Señor Tobiassss… me partirá en dos si lo intentamosss, -Andrea era inconsciente que ella misma ahora se incluía en la enajenante posibilidad de intentarlo, y le decía todo aquello siempre moviéndose y cogiéndoselo más caliente que nunca, subiendo y bajando sus caderas bien trabada en su tranca.

El negro por su parte se la estaba pasando de lo lindo con semejante Diosa clavada a su negro mástil de carne y hablando tan viles leperadas, aun así el quería poseerla en forma completa y aun sintiéndose con fuerzas para seguir descubriendo las bondades carnales que poseía aquella Diosa se dio a ir sacándole lentamente su verga ya que ahora quería partirla por el culo, el vagabundo rápidamente la empujó hacia un lado y Andrea a sabiendas de lo que se le venía automáticamente se puso en 4 patas ofreciéndole sus suaves nalgotas para que el pordiosero se la culeara por detrás hasta despedazarla si es que el así lo quería, y este al verla puesta como las perras y mirándolo hacia atrás junto con abrirle con ambas manos sus nalgas dirigió la gruesa cabeza de su verga justo al medio del punto rosado que la rubia poseía y casi en el acto se dio a penetrarla por el culo.

El enculamiento de Andrea fue un verdadero suplicio, ya que al negro pordiosero le costó un mundo poder abrírselo, pero como la rubia estaba siendo más que cooperadora al estar aguantando el inmenso dolor que le ocasionaba el intento de adentramiento vergal, el esfuerzo del vulnerable macho fue recompensado porque finalmente le entró, con la rubia puesta en 4 patas mientras el negro empujando su apéndice y estando bien aferrado con sus dos manos a las rubias caderas de ella poco a poco su verga fue ganando terreno ante el lacerante sufrimiento de Andrea al estar sintiendo como los 8 centímetros de grosor prácticamente la estaba partiendo en dos.

Los automovilistas desde su lejana posición estaban impactados ya que a pesar de la lejanía se notaba claramente que la hembra a la cual se estaban culeando debajo del puente abandonado poseía un cuerpo despampanante en comparación al estropajo de hombre que se la estaba sirviendo, maldecían que el zoom de sus cámaras no pudieran grabar nítidamente el rostro de la mujer, pero si sería muy buen material para subir a internet se decían y comentaban sin dejar de grabar.

Por otra parte y al otro lado del puente pegados a las alambradas había un grupo de 10 indigentes que vagaban por esas soledades y que se habían encontrado también con semejante espectáculo, en un principio pensaron que la parejita que estaba abajo del puente era uno más de ellos con otras de las viejas gordas, feas y alcohólicas que de vez en cuando se dejaban caer por esos lares, pero al notar el calibre de hembra con la cual ese infeliz se estaba apareando no pudieron más que quedarse pegados a la alambrada mirando y masturbándose a la vez que se dieron a animarlo y a aplaudirle su ardiente hazaña.

Volviendo a la quebrada lujuriosa y justo debajo del puente adonde se llevaba a cabo el doloroso enculamiento de Andrea, ella misma sufría la forzada dilatación de su esfínter, pero a pesar de lo doloroso que estaba sintiendo era ella misma quien más alentaba a su sucio compañero a que la culeara más profundo de lo que ya se la estaban metiendo, y cuando la verga estaba atorada solo hasta la mitad de su reducto posterior, y en el momento en que el pordiosero se dio cuenta que estaba siendo observado y vitoreado por un grupo de indigentes que el bien conocía se concentró al máximo y le mando un sólido empujón con el cual de un puro golpe seco y brutal terminó por meterle toda su gruesa verga negra.

El épico enculamiento fue observado tanto por los vagos como por los automovilistas y ambos grupos se dieron a aplaudir la proeza del negro, mientras que Andrea gritaba y corcoveaba como una enajenada, movía y sacudía el culo para ambos lados una y otra vez intentando escupirlo por su ojete, pero el enardecido vagabundo cual cowboy del lejano oeste se aferraba a sus caderas negándose a sacársela, parecía como si este estuviera arriba del toro mecánico de la feria de Evelin en pleno funcionamiento, ya que Andrea corcoveaba con el culo para todos los lados posibles tal cual como lo hacen las yeguas cuando recién se ven ensartadas, así que una vez que el negro viendo como su yegua se negaba a mantenerlo en sus interiores la agarró firmemente de los cabellos rubios que nacían arriba de su frente para jalarla con fuerzas hacia atrás exponiendo su rostro a quien quisiera verla y con claras intenciones de domarla a la misma vez que se la dejaba embutida en forma completa.

La dolorida hembra se arrepentía de haberse dejado encular tan dócilmente en un principio a la vez que sentía como la tenía toda adentro, por ahora solo se daba a pujar y a llorar, mientras el negro vagabundo solo se daba a respirar pesadamente, hasta que este ya queriendo sentir las sensaciones que le daría la rubia con su apretado orificio posterior se la dejo salir hasta la mitad para luego volver a encajársela con mas energías que antes, así empezó un rico movimiento de entrada y salida del distendido orto de Andrea, el cual le ardía y dolía terriblemente, ella entre sollozos le pedía que se la sacara, pero el vagabundo nunca le hizo caso, y al contrario de ello y al notar que su mujer ya no se movía con las fuerzas de al principio se dio a asestarle unas fuertes y sonoras nalgadas a modo de reprimenda por habérsele puesto difícil.

El caliente vagabundo se la estaba culeando de una manera espeluznante y salvaje y la rubia que ya había superado la parte más enajenante de aquel público enculamiento ya se estaba comenzando a calentar, ahora entendía que todo esto debía ser así al comprender que si ya se la había podido con su zorra ahora también se podía a esa verga con el culo, y el indigente cumplía a las mil maravillas con sus salidos ímpetus femeninos, horadándole el culo una y otra vez con vibrantes estocadas tan profundas como dolorosas que la hembra ya hasta sentía que en cualquier momento se desmayaba de dolor.

Pero el nivel de su excitación superaba al del dolor y en un verdadero arranque de pasión mesclada con lujuria al sentirse humillada públicamente al notar que a lo lejos la estaban grabando mientras que por el otro lado y un poco más cercanos a ellos estaba el grupo de mendigos masturbándose y aleonando a sus colega a que la matara a cachas no se resistió mas y se abandonó a las delicias del sexo anal pidiendo a grito limpio que no pararan de meterle la verga:

–Asi…!! asi…!!! Asiiiii…!!! Mas fuerteee…!!! mas… mas profundooooo!!!!, así señor Tobiassss ábreme todo el culo si así lo quiereee!!!! Es todo suyooo…!!!! es suyooooo!!!!!

Mientras que el concentrado pordiosero escuchaba como su mujer le pedía que se la metiera más fuerte y más profundo él así se lo hacía ensartándosela con rudeza. Se la sacaba casi hasta la punta para luego dejársela ir de golpe y hasta el fondo de sus entrañas en donde antes de sacársela otra vez se daba a moverla circularmente explorándolo todo con su verga al interior de ella e intentando abrirle más el culo tal cual como ella lo estaba pidiendo.

De a momentos la rubia se sentía morir de dolor pero allí estaba ella puesta en 4 y aguantándola toda, hasta que en un momento dado en que sintió que ya no lo iba a lograr por muy caliente que ella estuviera le suplicó que por favor ya se la sacara, pero el vagabundo quien ni si quiera la escuchaba al estar concentrado solo a su propio placer no importándole lo que ella estaba sufriendo se la volvió a meter más fuerte que antes y de un solo espolonazo con lo que la hizo gritar más fuerte de lo que ya lo había hecho, así se la estuvo culeando por un buen rato, diciéndole de a ratos lo muy puta que era, con Andrea sollozando y a veces jadeando entregándose poco a poco a su verga con su culo ya totalmente abierto.

Ahora la hembra le movía enajenadamente su tronco, cintura y caderas como culebra disfrutando de ese animal que se la estaba culeando por el orto, las negras manos de este la tenían firmemente agarrada de sus brillosas ancas, apretándola con fuerzas contra su verga mientras ella se la comía entera, se la metía y se la sacaba a un ritmo veloz hasta que una de sus manos se fue hacia su panocha para claramente comenzar a masturbarla al mismo tiempo en que la enculaba haciéndola encabritarse con su cuerpo para por fin lograr hacerla gritar y explotar en un fabuloso orgasmo tan doloroso como placentero y terrible…

–Ohhhh…!!! Diossss…!!! Diossssss…!!! señor Tobías no me masturbeee…!!!! no me masturbeeeee…!!!!! que me corrooooo…!!!!! Me corro por los dos ladossss…!!!!! me corroooo…!!!!! me corrrooooooo…!!!!!!, -y así la rubia quien empujaba su anatomía hacia tras para hacer más profundas las clavadas en el momento en que fue invadida por las oleadas de escalofríos sufrió un doble orgasmo tal cual como ella le decía al hediondo vagabundo, se había ido cortada tanto por la zorra como por el culo.

El señor Tobías para descansar un tantito se la fue desclavando casi con cuidado, el sabia que aun tenía casi toda la tarde y la noche para seguir cogiéndosela, y cuando por fin pudo sacársela por completo vio como desde su abierto hoyo rosado caían unos extraños líquidos transparentes que se mesclaban con sangre ya que obviamente le había rajado el culo en el momento en que se la había ido metiendo, hasta que de un momento a otro vio como se cerraba apretadamente ese redondo circulo rosado que se le había visto al medio de las nalgas.

Por su parte la Andrea cuando cayó en cuenta que estaba desclavada y al sentir en su abierto orificio posterior el frío aire que entraba hacia su interior, y al ver al negro viejo mirándola y sonriéndole en forma insana mientras se masturbaba su diabólico y grueso instrumento, ella misma y sin que nadie se lo pidiera giró su cuerpo siempre puesta en 4 patas para volver a mamarle su verga, el pordiosero por su parte al volver a sentir los húmedos labios de la rubia se estremeció de un delirante deleite, ya que la ninfa le estaba otorgando una mamada sublime, pero más encantado se quedo cuando fue la vigorosa hembra quien le solicitó:

–Culéeme mas señor Tobías… se que Usted aun no se ido cortado… y yo quiero sentir eso que le sale de aquí adentro, -le dijo a la misma vez que le lamía los testículos, claramente esa era la señal en que la caliente rubia le indicaba que ese era el lugar en que estaba el hirviente contenido que ella quería sacarle.

–No me digas putita… y por donde los quieres recibir…!?. –El viejo se sentía en el paraíso…

–Por donde Usted quiera dármelos…!, srppsss…! Srpssssss…!!, -la rubia estando ahora arrodillada ante él seguía ensalivándole las bolas.

El negro rápidamente la tiró directamente de espaldas en el barro, desde hace rato que estaban lejos de los harapos del pordiosero y Andrea rápidamente se abrió de piernas cayendo en cuenta que el vagabundo le iba a echar el semen por la zorra tal cual como lo había hecho la noche anterior, y una vez en que ella ya estuvo en posición el exaltada vagabundo nuevamente se la metió por delante, claramente por esta parte ya no le dolió nada y el viejo una vez acomodado cuando la tuvo trabada se dio a bombearla con furia y rapidez.

Andrea se la sentía toda, experimentaba su tiesa extensión centímetro a centímetro mientras el viejo se daba a culearla, con sus semi cerrados y lánguidos ojos verdes vio a tres asquerosos ratones que volvieron a cruzar rápidamente solo a centímetros de su cara que estaba casi enterrada en el barro, pero a ella esto ya casi ni le importaba ni tampoco le temía, al haber sobrevivido analmente a ese tremenda verga de burro de la cual ella ya se sentía dependiente.

La aglomeración de gentes en el otro puente aun seguían grabándola, como así mismo un poco más arriba de donde a ella la tenían tirada mientras la montaban los vagos estaban más que desesperados buscando la forma de poder bajar a la quebrada para también ellos probar de sus encantos, incluso uno tuvo la osadía de treparse por uno de los altos postes para poder caer al otro lado y bajar por la peñascosa pendiente pero tuvo tanta mala suerte que debido a la altura perdió el equilibrio y cayó aturdido al haberse pegado en la cabeza en una piedra y sin lograr por ultimo haber caído en el lado correcto, por lo tanto la rubia comprendió que podía seguir fornicando sin temor a nada malo.

La sensaciones al estar siendo violada por un asqueroso vagabundo negro y siendo vista por una multitud de gentes desconocidas la estaba llevando a placenteras dimensiones prácticamente desconocidas para ella, tenía sus manitas clavadas a las fláccidas nalgas del viejo y canoso pordiosero, hasta que estas ardientes sensaciones le hicieron ver toda la constelación de estrellas habidas y por haber en lo más lejano del universo, la hembra sencillamente explotó, su vagina se contrajo rítmicamente como si estuviera chupando esa gran verga rica que la ensartaba hasta el fondo forzándola a otra vez gritar y gemir de calentura ante otro demencial orgasmo tan intenso y prolongado que casi la aturdieron de un vicioso gusto, al mismo tiempo que incitaba al indigente a que siguiera metiéndole verga todo lo que él quisiera,

–Ahhhhh…!!! Sigaaaa…!!! Mas…!!! mas mi vidaaaa…!!!! Asi mi amorrrrrr…!!! trábame todaaaa!!! Cógame mas durooooo…!!!, señor Tobías mi vidaaaaa…!!!, métamela todaaaaa…!!!, que me estoy vieniendoooooo…!!!, así…!!!, Ayyyy…!!! , massss…!!! quiero massssssssss!!!

El eufórico vagabundo se la metía más duro y más rápido, acomodándose nuevamente sobre ella, aplastándola y sofocándola con su negro cuerpo haciéndole abrir sus muslos al máximo, su cara con barba de años le irritaban sus mejillas, mientras le mandaba otro asqueroso chupón en el otro lado de su cuello, después le chupaba las tetas con fuerzas y se las mordisqueaba dejándole otras marcas en diferentes partes de estas, mientras que Andrea con sus femeninos piececitos le pegaba en las nalgas pidiéndole más verga mientras ella se seguía yendo cortada.

Y cuando el pordiosero le mandó el más fuerte y poderosos de los empujones declarando que con este la iba a premiar con su descarga de semen, la hembra con sus bien formadas piernas en forma de tenazas se doblaron en su cintura para entregarse a él moviendo rápidamente su pelvis como si lo estuviese masturbando con esta, sintiendo en esta misma los envaramientos que hacia la negra verga al estar anticipándose a una espantosa eyaculación.

Andrea imaginándose el liquido blanco que saldría de la punta de la verga que mantenía ensartada en su jugosa hendidura contrajo la panocha con todas sus fuerzas y gozó como una verdadera puta exhibicionista de la verga que tan buenamente mantenía encajada, sus brazos lo apretaban contra ella, y sus manitas se aferraban apasionadamente a la piel de su espalda disfrutando como nunca lo había hecho, hasta que por fin los chorros de semen caliente que le inyectaba con aquella poderosa manguera la inundaron por completo, mientras el dichoso vagabundo seguía bombeando ahora despaciosamente pero sin sacar ni un centímetro de verga de aquel placentero reducto que la mujer rubia le había convidado.

La rubia quien estaba enloquecida sintiendo los largos lecherasos de esperma espesa y caliente que el negro le estaba depositando otra vez en su misma matriz, experimentaba que la verga del negro estaba durísima y que esta pulsaba convulsivamente incluso hasta levantarle las caderas del barro cuando el pordiosero le escupía una nueva venida de semen y ella a la misma vez intentaba exprimirle hasta la última gota que este tuviera para darle, hasta que finalmente cuando los testículos del indigente quedaron prácticamente secos, fue cuando la hembra se sintió desvanecer para ir poco a poco aflojando sus nervios y los ligamentos de sus articulaciones, hasta que ambos cuerpos, uno rubio y el otro negro, nuevamente se quedaron inmóviles pero siempre tendidos en el barro y bien pegados con sus sexos el uno al otro, la hembra concluyó que este viejo sí que la había gozado como nadie y en su pérdida mente deseaba que el vagabundo también opinara lo mismo de ella.

El recién deslechado pordiosero en forma temblorosa se dejó caer a un lado de ella, pero sin sacar su gruesa virilidad que poco a poco iba perdiendo su dureza, hasta que al ir sacándosela lentamente un borbotón de semen se hizo presente con globitos y todo quedando coagulado entre los sedosos bellitos rubios de la casi desmayada mujer, quien solo pensaba en que había sido bien cogida como nunca por un indigente negro y debajo de un puente abandonado rodeada de desperdicios y de ratones que aun merodeaban por el lugar, aun así se sentía gozosa sin poderse explicar el motivo de su estado, pero estaba encantada con el pordiosero y se lo demostró quedándose en el barro junto a él abrazándose a su cuerpo como si verdaderamente ella fuera su mujer, y así sin hablar y sin decirse nada se quedaron por varios minutos.

Fue la hembra quien rompió el silencio del extraño momento, los indigentes ya se habían ido al igual que los automovilistas al haber comprendido que ya no habría más acción.

–Mire como me ha dejado… estoy toda sucia…, -le dijo mirándolo con una amplia sonrisa y con todo su pelo encharcado de lodo hediondo.

–Jijiji… no importa dulzura ahí tienes la ducha… mientras te bañas atracaré el carretón a un lado del puente para protegernos del frío, ya que pasaremos la noche aquí debajo del puente y ya para mañana te iré a dejar a la plazoleta.

Andrea después de haber recuperado algo de fuerzas se dio un largo baño debajo de la llave de agua, mientras el pordiosero volvía a hacer fuego, para después a la luz de la fogata volver a merendar el mismo menú que a la hora de almuerzo.

Ambos sabían que si las fuerzas les daban volverían a hacerlo en la noche, pero el cansancio les hizo una mala pasada, ya que al momento de estar ya acostados contra el muro de cemento en un pequeño corral que había hecho el vagabundo con su carretón, fue cuando les venció el sueño quedándose dormidos y abrazados en un tranquilizador sueño.

Al siguiente día el viejo negro respetó su promesa, si bien había sentido las tremendas ganas de volver a cogérsela comprendió que si no se ponían en marcha lo antes posible no llegarían a tiempo a la plazoleta en el horario que le había solicitado la rubia.

Y por su parte Andrea quedo más que encantada al notar que el indigente iba a respetar el acuerdo.

El viaje de vuelta a la ciudadela y al basural se hizo en silencio al igual que el de ida al puente, pero ahora con la diferencia que Andrea no podía dejar de mirar al señor Tobías, fue el viejo quien sacó a la hembra de su real estado de abstracción.

–Sabes washa…?, es probable que una vez que te deje en la plazoleta no nos volvamos a ver es por eso que quería darte la gracias por haberte apareado conmigo, jijiji, y la verdad de todo es que me gustaría mucho volver a hacértelo…, pero sé que eso no sucederá…

Hasta el viejo se extrañaba que no sentía ganas de aprovecharse de la rubia, y no porque no la deseara, sino por una extraña sensación de gratitud hacia ella que jamás había sentido.

–Sabes?, nunca en mi vida me había cogido a una mujer como tú, ni siquiera cuando fui joven… –Yo no sabía lo que era hacerlo con una mujer joven, mis hembras siempre fueron viejas feas y gordas, tú has sido la más jovencita que me he cogido, jijiji…

–No me diga… y eso es verdad!?, yo soy la mujer más joven con la que Usted ha estado íntimamente?

–Pus si…!, que edad tienes lindura?, solo para recordarlo cuando me masturbe pensando en ti…

–Ehhhh… yo tengo 35 años… y Usted qué edad tiene…?

–Ni idea, jijiji, ya te dije que ni siquiera tengo un apellido, menos voy a saber cuándo naci…

La rubia siguió el trayecto en silencio y sonrojándose cuando se veía observada por los negros ojos del indigente, pero más se sonrojaba al verse a ella misma pensando en las salidas abominaciones que de a momentos se imaginaba.

Una vez que ya llegaron a la plazoleta abandonada con Andrea estando con su cuerpo limpio pero vestida como una verdadera harapienta con los sacos mugrientos que le había prestado el pordiosero vio que a lo lejos de la ancha calle de cemento veía que uno de sus vehículos venia acercándose, rápidamente se dio a despachar al indigente para no hacer tan incómoda su situación ante don Pricilo, aunque ella ya había tomado ciertas determinaciones para su futuro, aun así se dio a despedirse del señor Tobías.

–Señor Tobías, me vienen a buscar, es mejor que Usted se vaya…, -le dijo nostálgicamente.

–Está bien mi washa me voy entonces, segura que no te quieres quedar a vivir conmigo en mi casita!?, -la rubia se sonrojó y se rio de tal invitación, pero no por humillar al negro sino que sencillamente le dio risa al imaginarse a ella haciendo una vida conyugal con el pordiosero en las afueras de su casucha.

–Como se le ocurre… yo no podría hacer eso, y gracias por haberme cuidado en estos dos días, mire tome esto en señal de mi gratitud, -la rubia se sacó su argolla matrimonial para ser ella misma quien se la depositaba en su mano. –Cuando vaya a la ciudad véndala y cómprese ropa y comida, este anillo vale una fortuna pero para mí ya no vale nada, y como le dije tenga cuidado porque vale mucho.

–Ohhhh…!!! gracias mi washa y no te preocupes que en algo me manejo con los números, sobre todo si se trata de dinero, jijiji…

–Y una última pregunta…!?, -le dijo la rubia en forma más que nerviosa.

–Si…? dime mami… que puedo contestarte lo que quieras…

–Es sobre eso que me habló cuando veníamos del puente…,

–pus dime rubia…, jijiji, para que tanto misterio…

Andrea con su corazón latiéndole a mil por hora, y mordiéndose el labio inferior se la tiró antes de que llegara don Pricilo y no le diera tiempo para su proposición.

–A Usted le gustaría hacerlo… hacer eso que nosotros hicimos, pero ahora con una jovencita!?… o sea, a… acostarse con una candorosa jovencita de 18 años!?

–Pus claro que me gustaría mi reina… además…

–Solo eso quería saber…! ahora váyase…! váyase pronto que el vehículo que me viene a buscar ya está por llegar.

Andrea con su corazón casi saliéndosele por la boca debido a su enajenante ocurrencia vio perderse al pordiosero por entre medio de unos tarros de basura, mientras don Pricilo ya estaba dando la vuelta con una de las camionetas de Andrea, el viejo casi se mataba de la risa al volver a verla en aquellas harapientas condiciones.

(Continuará)

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Relato erótico: “La cazadora VI” (POR XELLA)

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Sin título3Ding Dong.   

 

Sin títuloLlegaba tarde. Había quedado en llegar hacía una hora. A Alicia no le gustaba que nadie la hiciese esperar. Mandó rauda a la asistenta para que abriese la puerta e hiciera pasar a su instructora, esperaba que tuviese una buena excusa para llegar tarde.   

 

La asistenta entró a la sala de estar y, haciendo una ligera reverencia presentó a su acompañante.   

 

– La señorita Diana Querol ha llegado, señora.   

 

– Esta bien, Lissy, puedes retirarte.   

 

Lissy era una jovencita de color que habían contratado hacía poco tiempo. Se ocupaba de todas las tareas de la casa, limpiar, comprar, hacer la comida… No le pagaban mucho, pero le daban un techo donde dormir y eso le bastaba. Durante su jornada tenía que llevar un uniforme de criada francesa y, durante su tiempo libre, pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto, lejos de cualquier represalia de su jefa.   

 

La asistenta obedeció, dejándolas a solas. No tenía ganas de ver como su señora echaba la bronca a aquella mujer. Cuando se enfadaba daba bastante miedo…   

 

Alicia observó detenidamente a la que iba a ser su profesora de tenis. Tenia una figura espectacular, definida seguramente gracias a su trabajo como entrenadora personal. El pelo negro estaba recogido en una coleta y unos preciosos y profundos ojos verdes llamaban la atención más que cualquier otra parte del cuerpo. Iba ataviada con un uniforme perfecto para el tenis, faldita plisada y cortita, un ligero top blanco, muñequeras y una banda para sujetarse el pelo. Llevaba una bolsa de deporte donde presumiblemente estaría la raqueta.   

 

– ¿Tiene alguna razón para justificar su tardanza? – La espetó sin miramientos.   

 

– Ninguna.   

 

Alicia no se esperaba una respuesta tan seca y directa. No intentaba excusarse y eso la desconcertó.   

 

– Entonces, ¿Esto va a ser la tónica general? ¿Piensa llegar así de tarde todos los días? Por que no pienso admitirlo.   

 

– ¿Quiere que la enseñe a jugar al tenis? ¿O prefiere estar toda la mañana de cháchara?   

 

“¿Cómo? ¿Cómo se atreve a hablarme así?” Pensaba Alicia. Estaba acostumbrada a quedar por encima de la gente, no iba a permitir que aquella mujer que acababa de conocer la insultase de aquella manera.   

 

Pero… Antes de pensar ninguna respuesta, estaba cogiendo los utensilios y dirigiéndose a la nueva pista de tenis que habían construido en el jardín de atrás.   

 

“Bueno, al final del día le dejaré las cosas claras” Se decía.   

 

– ¿Qué nivel diría que tiene? – Comentó Diana. – Podemos empezar con un peloteo suave, para ver como se desenvuelve.   

 

Alicia, aunque la pista fuese nueva, llevaba tiempo jugando al tenis y solo quería una entrenadora para pulir su técnica. Quería sorprender a aquella mujer tan engreída, que pensaría que no sabría ni darle a la pelota.   

 

– De acuerdo, a ver que tal me manejo. – Dijo con una falsa sonrisa.   

 

Saco con toda la fuerza que podía, y Diana restó con facilidad. Alicia devolvió la bola, comenzando una larga serie de idas y venidas.   

 

Alicia se estaba exasperando. Diana le estaba mandando bolas fáciles, todas de tal manera que pudiese devolverlas bien. Tenia todo el tiempo del mundo para pensar sus golpes, la hacia cruzar la pista de un lado a otro, la hacia subir a la red para intentar colarse alguna volea,  pero Diana siempre iba un paso por delante. Parecía que sabía exactamente lo que iba a hacer a continuación, como si leyese su mente.   

 

La última bola se le escapó a Alicia por puro agotamiento.   

 

– ¡Lissy! – Gritó.   

 

La asistenta acudió servil.   

 

– Traemos algo fresco de beber.   

 

– Veo que se maneja bien con la raqueta. – Comentó Diana mientras tomaban la bebida. – Ahora acabaremos con el peloteo y jugaremos un pequeño partido.   

 

Alicia la miraba con odio, ¡Ni siquiera había estado jugando en serio! ¿Cómo podía ser tan engreída? Era tan… tan… ¿guapa? Desechó esa idea de su mente, era una zorra, eso es lo que era. Volvieron a coger las raquetas y se colocaron en sus puestos. Alicia no tuvo ninguna opción, Diana era abrumadoramente superior. Además, estaba comenzando a fijarse en sus movimientos, en como la falda se levantaba levemente cada vez que hacía un cambio de dirección. En como sus pechos se bamboleaban al compás de sus carreras y sus giros.   

 

“¿Qué me esta pasando?” Se preguntaba.   

 

Lissy observaba desde el lateral de la pista como aquella mujer apalizaba a su señora y sentía una punzada de satisfacción en la humillación que la estaba dando.   

 

– ¡Basta! – Gritó entonces Alicia. – No puedo más, necesito un descanso.   

 

– Esta bien, ¿Por qué no nos sentamos y charlamos un poco?   

 

– Me parece bien. – Dijo la señora de la casa, señalando una pequeña mesita en el jardín.   

 

Alicia intentaba recuperar el aliento mientras Diana, en silencio, la observaba. Ese hecho la hacia sentirse incómoda, le daba la impresión de que aquellos ojos podían ver a través de ella… eran tan verdes… tan vívidos… No podía apartar la mirada de ellos. Su respiración, en vez de calmarse con el descanso, comenzó a acelerarse.   

 

– ¿Vive usted sola? – Preguntó Diana.   

 

– No, vivo con mi pareja.   

 

– Qué está, ¿trabajando? Debe tener un buen trabajo para mantener una casa como esta.   

 

– No… Esta… En el gimnasio… – ¿Qué le importaba a esa mujer? ¿Porque se lo contaba?   

 

– ¿Y como pueden mantener esto?   

 

Ya está. Acabaría la conversación ahora mismo, aquella mujer estaba metiéndose donde no la llamaban.   

 

– Mi ex marido. Me dejo una buena pensión.   

 

– Aaaaa pues vaya imbécil, ¿No? Pagando una casa para que su mujer se tire a otro.   

 

Alicia sonrió, pero una extraña sensación de odio le llegó desde su instructora, una sensación que le heló la sangre… Se sentía oprimida, los ojos de aquella mujer la escrutaban, notaba que penetraban en cada rincón de su mente. Se sentía expuesta, abierta como un libro ante ella. Estaba completamente paralizada, con la boca entreabierta, quería contestarla pero las palabras no acudían a su boca. 

 

– ¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? – Preguntaba DIana. 

 

– S-Si, es sólo que… – ¿Qué? ¿Que iba a decirle? ¿Que la intimidaba? 

 

Alicia se sorprendió a si misma con la mirada fija en el pecho de la mujer. El sudor del ejercicio hacía que la camiseta se le pegara al cuerpo. Se le notaban los pezones a través de ella. Intentó apartar la mirada pero no podía, era hipnotizante ver como se transparentaban aquellas aureolas a través de la tela. No sabía que le pasaba. Es verdad que alguna vez había fantaseado con otra mujer, pero nunca había pasado de ser eso, una fantasía. Pero ahora, aquella mujer… 

 

Se estaba calentando. Comenzó a frotar sus muslos, intentando aplacar esa sensación, pero era inútil. Se levantó de golpe. 

 

– A-Ahora vuelvo. – Y sin más se dirigió al cuarto de baño a mojarse la cara. 

 

Entro apresuradamente y cerró la puerta. Abrió el grifo y se empapó la cara con el agua helada que caía de él.  

 

“¿Qué cojones me pasa? Parezco una quinceañera…” Pensaba. Pero seguía teniendo el cuerpo inflamado. Notaba como sus pezones endurecidos rozaban la tela del polo que llevaba. En su mente resonaban los eróticos gemidos que soltaba Diana cada vez que devolvía una pelota.  

 

Llevó una mano debajo de su falda y, efectivamente, notó la abundante humedad de su entrepierna. El roce de sus dedos la hizo estremecer, comenzó a frotarse lentamente. La imagen de su profesora de tenis venia a su cabeza una y otra vez, su cuerpo perfecto, sus preciosos ojos… ¿Qué le estaba pasando? No podía controlarse… Se reclino sobre el lavabo mientras se masturbaba, su cara estaba a centímetros del espejo que le devolvía la imagen de una cara desencajada de placer. Comenzó a jadear. Su mente se inundaba de pensamientos obscenos con Diana. Se veía de rodillas ante ella, apartando aquella minúscula faldita y descubriendo un hermoso pubis depilado. Notaba el aroma de su sexo y eso la excitaba más todavía, parecía que realmente lo tenia delante. Su masturbacion se tornó vigorosa y desenfrenada, no quería ni podía parar. En su mente, su lengua recorría el color de Diana de arriba a abajo, no dejaba un rincón sin explorar.  

 

– Señora, ¿Se encuentra bien?  

 

La voz de Lissy la sobresaltó.  

 

– ¡S-Sí! – Respondió azoradamente, dejando escapar un pequeño gallo debido a la excitacion. – E-Enseguida salgo.  

 

No estaba dispuesta a quedarse a medias pero, cuando volvió a su tarea, la imagen en su cabeza cambió. Ya no era Diana la destinataria de sus atenciones. Era Lissy. Estaba desnuda frente a ella, de espaldas y algo inclinada hacia delante. Con las manos se separaba las nalgas, dándola pleno acceso a su zona íntima. Alicia recorría su entrepierna con avidez, sin dejar un rincón sin lamer, desde su pequeño botoncito hasta su rosado agujero trasero. Extrañamente eso la excitaba un montón, cuando nunca antes le había atraído llevar su lengua a aquella zona del cuerpo. Lo más raro de todo es que era ella la que, de rodillas en el suelo, llevaba puesto el uniforme de asistenta…  

 

Esa última visión, la hizo llegar a un intenso orgasmo. Se quedó tendida sobre el lavabo unos instantes, cogiendo aire, se lavó la cara de nuevo, recompuso su ropa y salió del servicio, acalorada todavía.  

 

– ¿Se encuentra bien? – Lissy la esperaba en la puerta del baño.  

 

– Sí. ¿No tienes otra cosa que hacer? – La reprendió, más por vergüenza que por otra razón. No podía ni mirarla a la cara, por que recordaba lo que había sucedido en su mente…  

 

Cuando salió al jardín, pudo ver como Sebas, su pareja, había llegado y estaba hablando con Diana.  

 

– Hola. – Saludó Alicia. – Qué pronto has llegado.  

 

Diana la miró fijamente, sonriendo, lo que hizo que Alicia se sonrojara y apartara la mirada.  

 

“Lo sabe” Pensó. “No se cómo pero sabe lo que acabo de hacer” Era imposible, pero tenia la extraña sensación de que era verdad.  

 

– Sí, he acabado pronto los ejercicios. Estaba presentándome a nuestra nueva instructora de tenis. Diana, ¿Verdad?  

 

– Correcto. – Contestó la mujer, con una agradable sonrisa.  

 

– ¿Por qué no se queda a comer y nos conocemos algo mejor? – Dijo el hombre.  

 

Alicia sintió una sensación extraña. Mezcla de celos y odio por un lado, y de alivio y deseo por otro. No aguantaba a esa mujer, pero era agradable tenerla cerca.  

 

– Oh no, no quiero molestar…  

 

– No es molestia mujer, a Lissy no le cuesta nada…  

 

Alicia se imaginó a si misma con el uniforme de la criada, haciendo la comida y volvió a excitarse.  

 

– Además, no llevo ropa apropiada…  

 

– No pasa nada, es una comida informal. Si quieres Alicia te enseña donde te puedes dar una ducha y así te quedarás como nueva.  

 

– Bueno, si insiste tanto… Me quedaré.  

 

– Estupendo, Alicia ¿La acompañas?  

 

Alicia salió de su ensimismamiento, y saco de su cabeza las escenas de Diana en la ducha que se habían generado en un momento.  

 

– S-Sí, por supuesto.  

 

La llevó al baño de su cuarto, y espero sentada en la cama, luchando por que el pensamiento de esa escultural mujer duchandose en su baño, frotándose desnuda no la obligase a masturbarse de nuevo.  

 

———– 

 

Diana estaba contenta. Disfrutaba de los chorros de agua caliente resbalando por su piel,  del aromático jabón que aplicaba suavemente por su cuerpo y, sobre todo, disfrutaba del trabajo que estaba haciendo con la zorra de su ex mujer. Desde que ocurrió el cambio, había aprendido a disfrutar de una buena ducha o de un buen baño, era tan relajante… La ayudaba a pensar. Y sus pensamientos estaban centrados en el devenir de los habitantes de aquella casa tras la comida.  

 

——– 

 

La vio salir envuelta en la pequeña toalla que la había prestado y se quedó sin habla.  

 

– No te importa, ¿Verdad? – Dijo Diana mientras se despojaba de la toalla.  

 

– N-No… – Pudo balbucear Alicia, observando con deseo la suave piel de su instructora.  

 

Diana se puso un diminuto tanga, unas mallas de ciclista negras y un top rosa. El pelo se lo dejó suelto, para que se secase mejor. Alicia todavía no había podido apartar la mirada de su cuerpo, estaba ensimismada en su belleza.  

 

– ¿Qué pasa? – Preguntó la entrenadora.  

 

Alicia no contestaba. Sus ojos estaban fijos en los pechos de Diana,  no se había puesto sujetador.  

 

– ¿Te gusta lo que ves? – Se acercó a ella. Acarició a la mujer lentamente, lo que hizo que se estremeciera. Le plantó un beso en la boca, metiendole la lengua de tal manera que Alicia no tardó en contestar con la suya. –  Tenemos que bajar a comer. – La recordó, separándose de ella. Metió los dedos debajo de su falda buscando su empapada rajita, después, se llevó éstos a su boca, saboreando el flujo de Alicia.  

 

– Ya te puedes duchar tú. – Le dijo a la señora de la casa.

 

Cuando acabó, fueron al comedor donde la mesa ya estaba preparada. Alicia iba con la mirada en el suelo, cachonda y avergonzada.  

 

Diana se sentó presidiendo la mesa.  

 

– Espero que te guste lo que ha preparado Lissy.  – Dijo Sebas.  

 

– Seguro que está para chuparse los dedos. – Replicó la mujer, mirando directamente a Alicia.  

 

Durante la comida, la señora de la casa se estremecía cada vez que Lissy pasaba por su lado. La fantasía que había tenido en el baño copaba su mente y la turbaba. Pasó toda la cena sonrojada y caliente, hecho que no pasó desapercibido a la asistenta.  

 

Mientras tanto, Sebas no paraba de tirarle los tejos a Diana.  

 

– ¿Trabajas muchas horas al día? Para mantener ese cuerpazo debes hacer mucho ejercicio.  

 

– Tengo varios clientes, pero suelen ser horarios variables.  

 

– Uff, que hambre tengo, hoy el gimnasio me ha dejado exhausto… – Dijo Sebas, mostrando descuidadamente sus bíceps. – Lissy, ¿Puedes traer otro plato de esto?  

 

– Enseguida. – Contestó la asistenta. Y salió directa a la cocina.  

 

Cuando iba a salir de la cocina, se encontró de sopetón con la señora de la casa tras ella y del susto se le cayeron los cubiertos.  

 

– Disculpa. – Dijo Alicia. – Yo sólo…  

 

– No se preocupe, ya lo recojo yo. – Lissy dejó el plato sobre la mesa y se agachó a recoger los cubiertos. Había visto como la miraba la señora y, no sabia por qué, pero le daba bastante morbo la situación. Estaba siendo un día un poco extraño, para empezar, su jefa nunca se había disculpado con ella por nada…  

 

Se agachó doblando su cuerpo, sin doblar las rodillas. Su uniforme era lo suficientemente corto para que en esa posición se viese el final de las medias y el inicio de su culo.  

 

Se sobresaltó cuando notó como una mano se posaba en sus nalgas, aunque no podía negar que lo estaba esperando.  

 

– ¿Qué cree que está haciendo? – Dijo, incorporándose y dando una sonora bofetada a su señora.  

 

– Yo… Yo…  

 

Alicia no se lo podía creer, ¿Qué le estaba pasando? Vio su culo allí, expuesto y no pudo resistirse…  

 

– ¿Cómo se atreve a tocarme el culo?  

 

Lissy estaba furiosa, no iba a permitir ese comportamiento. Su señora llevaba extraña todo el día, pero esto era la gota que colmaba el vaso. Algo en su cabeza, una vocecita desde muy adentro, le decía que tenia que cortar de raíz, que si no lo hacia así se volvería a repetir.  

 

– ¿No quiere contestar? Pues no senpreocupe que me encargaré de enseñarla modales.  

 

Diciendo esto agarró a Alicia del pelo sin miramientos y la arrastró hasta hacerla apoyar en la mesa de la cocina.  

 

– ¿Q-Qué haces? – Preguntó la señora, asustada.  

 

– Darla lo que merece.  

 

Y sin más, comenzó a azotar fuertemente el vuelo de su señora. Cada azote venia seguido de un pequeño grito por parte de esta.  

 

Lissy no se reconocía a si misma, siempre había sido comedida y respetuosa, y ahora estaba allí, azotando a su señora. Pero se lo merecía. Claro que se lo merecía.  

 

Alicia por su parte, independientemente del castigo recibido, se estaba poniendo cachonda. MUY cachonda. Cada golpe era un poco más excitante que el anterior.  

 

– Y ahora… – Continuó Lissy, deteniendo el castigo. – ¿Espera que me apache a recoger esto?  

 

– N-No… L-Lo recogeré yo…  

 

– Eso es… Las cosas van a cambiar aquí…  

 

La señora la miraba, atenta.  

 

– Hasta que no aprendas modales y mejores tu comportamiento, no volverás a ser la señora de la casa.  

 

Alicia bajó la cabeza, como aceptando las palabras de Lissy.  

 

– Y si no lo eres, no podrás ir vestida como tal. – De un tirón arrancó los botones de la blusa de Alicia, dejando a la vista el sujetador de encaje que se había puesto.  

 

– ¡Ah! – Gritó sorprendida, pero no hizo nada para evitarlo.  

 

– Vamos, quítate la ropa.  

 

Mientras obedecía, Lissy comenzó a quitarse la ropa también. Su ropa interior era bastante más discreta, blanca y de algodón.  

 

– Ponte esto. – Dijo, tendiendola el uniforme. – Sí os gusta que la criada vaya uniformada, tu no vas al ser menos.  

 

Alicia hizo lo que le mandaba. Cada vez más excitada comenzó a ponerse el uniforme de criada, no sin esfuerzo puesto que Lissy era más pequeña que ella. El resultado era un uniforme ajustadisimo que parecía que se iba a romper solo con la presión de las tetas, y que no cubría lo suficiente, ni por arriba ni por abajo.  

 

– Y ahora recoge esto y llevale el plato al señor de la casa.  

 

La mujer se agachó con cuidado, intentando que no se le viera más de lo necesario y recogió los cubiertos. Agarró el plato y salió de la cocina. Con Lissy detrás, en ropa interior.  

 

Sebas se quedó mirando a las mujeres que entraban en el comedor unos segundos pero, extrañamente no dio impresión de sorpresa ninde notar algo extraño, sino que recibió su plato, que devoró al instante, pidió otro más y siguió cortejando a Diana.  

 

– ¿Tantas flexiones puedes hacer? – Dijo esta, siguiendo el juego al hombre. – ¿Me lo puedes enseñar?  

 

Sebas, que no podía estar más henchido de orgullo, se echó al suelo. Las flexiones eran pan comido, hacia varias series al día pero, cuando fue a hacer la primera, un intenso dolor de estómago le abordó. Haciéndole caer al suelo.  

 

– ¿Estas bien? – Preguntó Diana, con falsa sorpresa.  

 

– S-Sí… No se que ha pasado…  

 

Lo intentó de nuevo con idéntico resultado, así que acabo desistiendo. Se levantó y se dispuso a comer el tercer plato que le habían servido.  

 

– Entonces, ¿Le parece bien dos horas al día de clases? ¿Por la mañana? – Dijo Diana, dirigiéndose a Lissy como sin fuera la verdadera señora se la casa.  

 

– Estupendo, así me despejare un poco y abriré el apetito. – Contesto ésta.  

 

A nadie parecía extrañarle la situación, incluso Alicia dudaba lo que estaba oyendo era correcto o no… Su mente estaba confusa.  

 

– P-Pero… – Balbuceo.  

 

“¡Haz que se calle!” Resonó la voz en la mente de Lissy. “Qué aprenda cual es su lugar”  

 

La chica se levantó y, agarrandola del pelo la obligó al inclinarse.  

 

– ¡Cállate! ¿Quien te dio permiso para hablar?  

 

De un rápido movimiento apartó la falda de la mujer y le bajó el tanga, obligadola a levantar las piernas para quitárselo. La agarró de pelo y se lo introdujo en la boca.  

 

– No se te ocurra escupirlo, así aprenderás a estar callada.  

 

Alicia quedó inmóvil, con su tanga en la boca, notando el sabor de su calentura. Sebas estaba observando en silencio, sin parar de comer. Diana por su parte sonreía.  

 

– Así es como se tiene que tratar al servicio. – Dijo. – Qué aprendan cual es su lugar.  

 

“Debe aprender su lugar.” Oía Lissy. “Debes demostrarle cual es su lugar.”  

 

La nueva criada de la casa se estaba calentando por momentos, no lo podía explicar, estaba vestida de criada, con sus bragas en la boca y sometiéndose a su verdadera criada “La señora de la casa” Resonaba en su mente. 

 

No se quitó el tanga de la boca hasta que terminó la comida, momento en que la nueva instructora de tenis se despidió hasta el día siguiente, a la misma hora. 

 

La tarde fue extraña en esa casa. Alicia hacia las tareas que le correspondían como sirvienta mientras Lissy disfrutaba de su nueva posición. Mientras tanto, Sebas no paraba de ir al picotear a la nevera una y otra vez. 

 

El hombre durmió en el sofá, mientra sque Lissy lo hizo en la habitación principal. Alicia, que ocupó el cuarto que pertenecía a la sirvienta, estuvo masturbandose más de la mitad de la noche, intentando aplacar el morbo que le daba la nueva situación. 

 

– Buenos días. – Saludó Diana al llegar al día. – ¿Comenzamos? 

 

– Por supuesto. – Dijo Lissy, ataviada con ropa deportiva. 

 

– ¿No has ido al gimnasio? – Preguntó la instructora a Sebas, que estaba tomando un opiparo desayuno. 

 

– Sí… Pero me resulta imposible hacer cualquier tipo de ejercicio… Debo estar enfermo… Tendré que ir al médico… 

 

Diana se dirigió sonriendo satisfecha al jardín trasero, donde se encontraba la pista de tenis. 

 

Estuvieron un par de horas jugando y,  mientras tanto, Alicia esperaba a un lado de la pista, solicita. 

 

– ¿Qué tal trabaja la nueva asistenta? – Preguntaba Diana. 

 

Lissy se quedó pensando, la verdad es que para no haberlo hecho nunca, Alicia había trabajado bien. 

 

“No” ¿No? 

 

“Era una vaga, no obedecía correctamente las órdenes” Ahora que lo pensaba… Es verdad… Tardaba demasiado en obedecer y lo hacía todo torpemente… 

 

– Es… Es algo vaga. – Contestó. – No obedece como debería. 

 

– Pero lleva poco tiempo, ¿No? Ya aprenderá… 

 

Era verdad, con el tiempo cogeria soltura. “No es excusa. Su comportamiento es inaceptable” ¿Inaceptable? “Debe cumplir su deber como sirvienta de forma perfecta” 

 

– No es excusa. – Replicó a Diana. – Una asistenta debe hacer sus tareas correctamente. Si no, debe ser… – “Castigada” – castigada. 

 

Alicia levantó la cabeza, asustada, ¿iban a castigarla? 

 

– ¿Y como la vas a castigar? Ayer la azotaste y le dio igual… 

 

Lissy no se dio cuenta de que Diana no la había visto azotar a Alicia, no pensó de que manera podía saber eso. En su mente solo aparecían imágenes de castigos que podría aplicar, y uno de ellos sobresalía ante todos los demás. 

 

– Voy a cambiar sus tareas. Si no sirve como asistenta le buscaré un trabajo para el que valga. 

 

Alicia miraba atentamente a su señora, ¿Qué trabajo tendría que hacer? Lissy se acercó al ella, se situó a escasos centímetros de su cara. 

 

– Sí no vales ni para limpiar baños… – “Solo sirve para eso. Es una inútil. Debe obedecer”. – Entonces serás un baño. 

 

– ¿C-Cómo? – Replicó Alicia. 

 

Pero Lissy no contestó. La agarro del pelo y la condujo hasta el servicio a la fuerza, obligandola a arrodillarse. 

 

Alicia no podía oponerse, algo en su cabeza le decía que tenia razón, que no sabía hacer un simple trabajo de asistenta, que debía ser castigada. 

 

“Debo cumplir con mi cometido” Resonaba en su mente. “Obedece a tu señora, acepta el castigo.” 

 

Lissy se bajó las bragas y se sentó sobre la cara de su sirvienta. Alicia miraba con ojos de terror a su señora, pero en el fondo no estaba esperando, sabia lo que vendría ahora y se esforzaria por cumplir. 

 

El amargo y caliente chorro de orín inundó su boca, desbordandose y cubriendo todo su cuerpo, era un sabor asqueroso pero tenia que tragarlo, tenía que hacer bien su trabajo. 

 

– ¡Limpiame! – Exigió Lissy cuando terminó. 

 

La lengua de Alicia recorrió cada recoveco del coñonde su señora. El sabor a orín se mezclaba con el de sus flujos: estaba cachonda. MUY cachonda. El sabor era exactamente igual a como lo recordaba de su fantasía. 

 

Cuando terminó Lissy se apartó, Alicia estaba empapada pero, extrañamente, estaba satisfecha. Le daba la sensación de que había encontrado su lugar en el mundo, que había andado perdida todo este tiempo sin saber lo que realmente deseaba. 

 

Cuando levantó la mirada allí estaba Diana, en la puerta, observándola con esos preciosos ojos verdes que tanto llamaban la atención. No supo decir por qué, pero veía que estaba satisfecha. Estaba bien. Eso significaba que estaba haciendo bien su trabajo. 

 

El resto del día se olvidaron de Alicia. Sólo acudían a ella para orinar y limpiarse. Sebas también pasó por allí y, aunque la escena le ponía cachondo, no consiguió ni siquiera una erección. 

 

– ¿Qué vas a hacer ahora? – Preguntó Diáfana Lissy, al final del día. 

 

– ¿Cómo? 

 

– Qué cómo te vas al mantener. Tendrás que pagar esta casa de alguna manera, y tendrás que pagar a tu sirvienta. 

 

-… 

 

– El haberte convertido en la señora de la casa ha hecho por lógica que pierdas tu trabajo de asistenta. 

 

En la mente de Lissy habían cosas que no encajaban, ¿Ahora era la señora de la casa? ¿De pleno derecho? No estaba a su nombre… No tenía por que tener problemas, si no pagaba, a quien buscarían era a Alicia… Pero, igualmente, veía el problema que Diana le presentaba y lo sentía auténtico. No. No podría mantener eso. 

 

– Lo primero será echar a la criada. 

 

– Correcto. – Contestó Diana. 

 

– Y después… ¿Buscar trabajo? 

 

– Exacto. ¿Qué sabes hacer? 

 

Lissy pensó. No sabía hacer nada más que limpiar “Pero ahora eres la señora de la casa, no puedes rebajarte” en sus recuerdos, comenzó a aparecer una imagen de ella trabajando de camarera, no sabía donde, no sabia cuando, pero allí estaba. 

 

– Puedo trabajar de camarera. 

 

– ¡Estupendo! Si quieres, conozco un sitio en el que buscan gente. 

 

– ¿En serio? ¡Muchas gracias! – Exclamó, cogiendo la tarjeta que le ofrecía Diana, entusiasmada. 

 

Pensando en su nuevo trabajo, se acercaron al servicio, nuevo hábitat de Alicia. 

 

– Recoge tus cosas y largate. – Dijo Lissy con desprecio. 

 

– ¿Qué? – Replicó la criada sorprendida. – ¿Me despides? 

 

– ¿Qué no entiendes de largate? – Y se dio la vuelta y la dejó allí, asustada y confusa. 

 

– ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Cómo voy a vivir? Ahora que había encontrado una formando vida que me completaba… 

 

Levantó los ojos y vio una tarjeta, Diana estaba ante ella, sonriente, teniendole la flamante tarjeta de un bar. 

 

– Diles que vas de mi parte. – Dijo sin más. Y la dejó sola, arrodillada ante su breve y feliz último puesto de trabajo. 

 

 

———-

 

Diana llegó a su casa satisfecha, todo había salido perfecto e, incluso, mejor de lo que esperaba. Había hundido la vida de Alicia, a partir de ahora trabajaría como váter portátil en el 7pk2, pasaría el resto de su vida bebiendo meados, limpiando pollas y culos con su lengua, ¡y había conseguido que le gustase! 

 

Se había vengado también del chulito que le había robado a su mujer: Sebas no podría volver a hacer ejercicio bajo pena de fuentes dolores en el estomago y, por si era poco para perder su escultural cuerpo, le había hecho adicto anla comida. No tardaría más que un par de meses en convertirse en una bola de grasa. 

 

Y de regalo, Lissy. Una belleza de ébano que ayudaría a Eva sirviendo mesas en el burdel. La pobre chica no tenia culpa de nada pero… Ahora Diana era una cazadora. 

 

Ahora Diana quería tomarse un tiempo para reflexionar, para pensar la estrategia que debía seguir para hacer que la idea de Tamiko se convirtiese en realidad. 

 

La cazadora estaba suelta, y todo el mundo podía convertirse en su presa… sex-shop 6

 

Relato erótico: “MI DON: Alex – La dependienta de la piscina (16)” (POR SAULILLO77)

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cuñada portada3Veo que lo del prólogo se esta haciendo pesado así que lo elimino, cualquiera que quiera seguir la historia puede leer algún relato previo.

Respecto a los errores ortográficos trato de que no haya muchos pero ya no se que mas hacer, le paso varios correctores, y releo bastante, así que siento si no puedo mejorar mas.

Os agradezco a todos los comentarios positivos y negativos, pero oye, los positivos me suben en ánimo.

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Sin títuloAl final del instituto, llegue a tener la sensación de haber cubierto el cupo, de haber compensado de sobra mis años de onanismo, de estar harto de que las mujeres solo estuvieran conmigo para follar, ninguna me demostró nada, quizá Marina,  y  salvo mi Leona,  mas allá del bien y del mal,  eran juguetes para mi. Acabe hastiado de dormir acompañado pero solo, de saber que cuando se vistieran se irían y me dejarían allí, como un trozo de carne a usar, y aquello,  que antes me  parecía genial, llego a quemarme por dentro, estaba harto, no quería sexo, no quiera una mujer, o 10, quería una novia, una relación estable, en la que podríamos disfrutar del sexo, pero que no fuera la premisa inicial. Así que aquí cerrando la serie de relatos de mi época del Instituto, inicio la del verano. La 1º fue la denominada  mi 1º novia, Irene,  el 1º mes largo  me lleno de gozo y me sentía genial con ella, pero a raíz de iniciar el sexo se convirtió en una mas y la deje, antes incluso de enterarme que Ana volvería a mi vida en unos meses al venir a la universidad, tenia barra libre y un objetivo, así que era feliz.

El día de mi 19 cumpleaños fue un momento agridulce, por un lado lo empece con tristeza por la forma de actuar de Irene, a la que deje ese día, y luego por saber que Ana regresaría a la ciudad , esta vez para quedarse, después de la sesión con mi Leona volví a mi casa y hable con mi madre por la mañana, me dijo que si, que se lo habían comentado hace un par de días, que estaban pendientes de si la aceptaban, que a finales de septiembre se vendría a vivir con nosotros, hasta que encontraran un piso de estudiantes compartido, me lleno de alegría, saberlo, tenia una idea en la cabeza naciendo, pero ya os contare.

Me libre de un peso de encima, sabía que tenia mi oportunidad con Ana dentro de 2 meses y hasta entonces tenia toda la intención de divertirme, 1º y siempre que quería tenia sesiones duras con mi Leona, pero llevaba 4 meses encerrado en pleno verano por culpa de Irene, pasaron unos días en que ella me llamaba y hablábamos pero mi decisión era irrevocable, y mas aun sabiendo lo de Ana, Irene me había absorbido de tal manera que iniciado agosto aun no había pisado una piscina, ni con la familia ni con los amigos, dios,  llevaba como 2 meses sin ver a ninguno de ellos, y retome relaciones,  acompañe de nuevo a mi madre a aquel parque en el que solíamos quedar y dejándola con el grupo de madres me fui a la zona donde solíamos quedar, allí estaban , joder, los echaba de menos, me recibieron como uno que volvía de la guerra, se habían enterado de mi romance y mi ruptura, me trataban como a crío recién destetado, pese a que había sido duro y me trataban con mas cariño del habitual, pronto volví a ser yo, aquel joven desvergonzado y alegre, tenia que aprovechar el tiempo. Quería nuevas piezas de caza,  y active el modo depredador, hubo varias en poco tiempo, y casi todas con el elemento en común de la piscina, así que tratare de resumir

Alex, La dependienta

 

Lo 1º que hice fue salir con mi familia a la piscina publica, necesitaba  aquello, evadirme y refrescar mi cuerpo, andábamos ya por 43 grados en Madrid capital, y era domingo, así que preparamos el macuto como hacíamos siempre, temprano para coger sitio ya que se llenaba de gente,  con nuestras neveras y bolsas llenas de comida en tupperwares, cubiertos desechables y botellas de refrescos con hielos y aquellas gelatinas azules especiales,   para pasar allí todo el día, el 1º problema fue al intentar ponerme los bañadores míos, de antes de la operación, tipo bermudas, mira que son elásticos pero era ridículo, entraban casi 2 como yo, no creía que antes  ocupara tanto volumen, aun así apretándolo con los cordones parecía que aguantaba, el 2º problema fue que no había forma humana de que mi polla y mis huevos quedaran sujetos por aquella redecilla blanca interior, era mas una molestia,  así que lo arranque, tenia buena pinta en el espejo y la ser tan amplios me la disimulaban bien,  así que fui convencido de que me serviría, fuimos solo la familia, pero mi madre invito a algunas amigas suyas,  y por ende a sus hijos e hijas de mas a menos edad, algunas  chicas de la edad mía,  otras menores,  hasta niñas de 7 años,  y otras mayores que no llegaban a los 25, ya lo había echo antes, estando gordo, así que no me importaba , era mas quería ver sus caras ante mi nueva figura, al quitarme la camiseta pude notar como todas las miradas de aquellas mujeres se clavaron en mi, y las de mi madre y hermana en ellas, sonriendo sabiendo lo que todas pensaban, “joder que cambio”. A mi me gustaba según llegar a las 10-11 irme al agua mientras montaban el campamento base cogiendo sillas y mesas de por allí, así que así lo hice, gracias a mis clases extra escolares era un buen nadador antes, y sin tanto peso encima ahora era aun mejor, aunque debo decir que perdí flotabilidad, fueron llegando las demás, siempre con sus trajes de baño o biquinis según su físico se lo permitiera, me fije en varias de mi edad o mayores, algunas estaban realmente buenas y enseñaban bastante carne, antes solo eran apreciaciones, ahora eran análisis objetivos de posibilidades, pero andaba peleado con el bañador, había mucha tela sobrante y se inflaba con el agua, se me salía el rabo por las perneras, eso no lo tenia pensado, aun si pude colocármelo y estando mi cintura por debajo del agua no se notaria nunca, como siempre empezábamos con un paseo en grupo y riéndonos de las mayores que se acercaban y los críos le tiraban agua desde la piscina y de cómo se metían por las escaleras despacio, templando el cuerpo y no del tirón como hacíamos los jóvenes, la cantidad de veces que estando como una bola me tiraba en plan bomba a su lado para empaparlas jjajjjaa,  luego en grupo paseábamos mientras los niños jugaban alrededor y las mas pequeñas eran sujetadas por sus madres en zonas mas profundas, era aun domingo, aquello estaba desierto al llegar pero al pasar 2 horas era un río de gente, a estas alturas ya muchas se habían salido, para ir a cuidar las cosas y otras , las mas  cercanas a mi edad, salían a secarse al sol en las toallas, bajándose los tirantes de los biquinis y remangando la parte de abajo,  dejando mas cantidad de piel al sol y a la vista. Yo las miraba y luego miraba a las típicas tías buenas que siempre pululan por allí, y notaba como algunas me miraban a mi, en el agua, era una sensación nueva, hasta hora me miraban si quería reírse o se asombraban de lo gordo que estaba,  ahora me miraban como cuando yo las miraba a ellas hacia 1 año largo, decidiendo cuan mono o apetecible era. Llego la hora de comer y pese a que andábamos aun unos chicos y una chica en el agua, nos llamaron a filas, estabamos jugando con una pelota, según se iban saliendo nos las iban tirando y la ultima quedo entre la chica y yo, cuando fui a por ella  apareció buceando y la cogió, pelee con ella por cogerla, de forma realmente inocente, pero estaba muy buena y el frote hizo que se me hinchara un poco la polla, debió notarlo por que se le corto la risa de golpe me miro y tiro la pelota lejos, yo la solté pensando que se había rendido o algo, fui a por la pelota mientras ella salía, llego mi madre con una cuchara para servir en la mano llamándome la atención delante de todos para que saliera ya, como era ella y como era yo , nos gustaba montar numeritos, con todo el grupo mirándonos y riendo,  y media piscina igual, salí del agua del tirón, se corto el bullicio, oí hasta algún suspiro de asombro, me quede pensando, ya me habían visto sin camiseta, ahora solo estaba mojado, todas las tías de la zona me miraban llevándose la mano a la boca, y las que no,  eran avisadas por otras y todos los tíos miraban disimuladamente, aquello solo podría significar una cosa.

-MADRE: anda quédate quieto y deja que te traiga tu hermana una toalla- se puso en medio tapándome e hizo gestos a mi hermana, que leyéndola la mente,  ya venia con una.- toma, sécate y tápate el bañador.

Mire hacia abajo y caí de golpe, aquellos bañadores eran de tela fina  e impermeables, pero cuando se mojaban se pegaban a al piel, como si fueras envasado al vacío, y yo no llevaba la redecilla blanca, se me marcaba la polla algo morcillona en toda la pernera izquierda, trate de estirar la tela pero eso solo llamaba mas la atención sobre el hecho. Llego mi hermana todo roja y riéndose, me tape y me la puse atada a la cintura muerto de vergüenza, pero con un poco de humor y orgullo tire hacia delante, haciendo el saludo final de una actuación de teatro. El tema de la comida no fue otro que yo y mi operación, con mis cambios físicos incluidos, no nombraban directamente mi polla pero si hacían alusiones a ella, sobretodo la chica con la que me había peleado en el agua, se genero una atmósfera rara pero divertida,  de esas en al que me desenvolvía bien. Al terminar de comer ya estaba seco, yo solía  meterme en el agua para cortarme la digestión,  pero aun si, mi madre me dio mi monedero y me dijo que me fuera a la entrada de la piscina, que había una tienda de bañadores y me cogiera algo mas……discreto. Iba a salir en dirección a la puerta, con el bañador y la camiseta puesta,  pero estaba llena de gente, algunas me miraban, y otras me saludaban cariñosamente, oía al grupo reírse por ello de fondo, me canse de esperar y para hacer la gracia ya que soy un payasete, cogí el camino corto, me tire al agua y cruce por la piscina con el monedero y una toalla en alto para que no se mojaran, con el grupo tronchándose de fondo, mi madre roja y mi hermana casi sin poder respirar de la risa, al salir del agua se repitió la escena,  algún tío me vitoreaba otros me llamaban chulo,  y algún grupo de mujeres también, me di una vuelta para dejar que todos me vieran, y salí orgulloso colocándome la toalla en la cintura. Es lo mismo que hacia con mi barriga antes, usarla como objeto cómico para sobrellevar el complejo, pero ahora era mi pene.

Deje atrás la piscina hasta llegar a la entrada, allí había una tienda de ropa de baño,  objetos y juguetes para la piscina, a esas alturas de agosto yo debía ser el único que necesitaba algo de allí por que estaba algo retirada,  sin gente y totalmente abandona pero abierta, entre preguntando sin recibir respuesta, mirando que podía ponerme, hasta que apareció al rato un muchacha, vestida con el polo de la piscina, con su chapa de identificación,  y una caja en las manos, debía pesar y me ofrecí a llevársela.

-YO: hola buenas, deja que te eche una mano…..-miré la chapa-…..Alejandra, ¿no?

-DEPENDIENTA: si, Alex si quieres, pero no hace falta- no la deje responder y se la quite de las manos.

-YO: ¿donde te la dejo?

-ALEX: allí,  en ese estante de arriba, muchas gracias.- la deje allí.

-YO: de nada mujer, es mas no hace falta que me las des, necesito tu ayuda.- note como me comía con los ojos, gran parte de la camiseta se me había mojado y se me pegaba al cuerpo, joder y era un tío mono, me gusto.

-ALEX: ¿pues dígame en que puedo ayudarle?- repasé su cuerpo, era joven,  de unos 24 años, algo baja, de 1,65, coleta rubia  que le caía hasta los hombros, la camiseta de la piscina le quedaba algo ajustada y le hacia buenas tetas, de echo al chapa le colgaba como si fuera un piercing en el pezón, y llevaba unos shorts cortos,  marrones, enseñando bastante pierna, en zapatillas, estaba buena.

-YO: veras Alex, lo primero es que me llames Raúl, y no me trates de usted por dios que me sacas 4 años  – asintió sonriendo, – he venido hoy por 1º vez a la piscina desde hace mucho y había perdido bastante peso, aun así me he atrevido a venir con un bañador viejo, pero…….

-ALEX: pero se te cae, pasa mucho al inicio de verano, ¿pero a estas alturas?

-YO: bueno, digamos que mi ex me tenia algo ocupado,  pero no, no es que se me caiga, aunque ahora que lo dices también , veras……….- no sabia si contárselo,  pero si quiera ayuda tenia que decírselo, y  me estaba gustando como me miraba aquella mujer así que…- me he metido en el agua y al salir…..

Me quite la toalla, su mirada fue la misma que la de todas, clavada en mi polla,  totalmente marcada bajo la tela, se mordió el labio de inmediato, sus ojos casi se le salen de la órbitas y estuvo un minuto así.

-YO: veras Alex, a mi me da igual, de hecho ya me ha visto así media piscina, pero resulta que le da reparos a mi familia, me preguntaba si podrías echarme una mano para evitar esto.

-ALEX: bueno…esto…tenemos…dios…..varias tipos, digo varios tipos de bañadores……pero no se…..no se me ocurre anda especial para……ocultar……eso.

-YO: pues por eso necesito tu ayuda, tengo que probarme cosas y comprobar que en mojado no se me marque tanto.

-ALEX: eso no hay problema tenemos ahí detraes un probador con desagüe y manguera para casos así, pero, no me refería a poder ayudarte, es que no creo que tengamos nada para poder…..tapártela.- su mirada no se elevo en ningún momento, le hablaba a mi entre pierna, quería jugar con ella y ya la tenia ganada.

-YO: mira yo me voy para allí atrás, y me voy desnudando, tu tráeme bañadores y me los voy probando,  me mojas y me vas diciendo que tal, ¿de acuerdo?- asintió encantada.

-ALEX: voy a cerrar, no vaya a ser que entre otro cliente y te vea.- jajajaa si,  claro.

Lo hice tal cual, me fui a la parte de atrás mientras ella echaba el cierre, la oía coger prendas mientras yo me desnudaba entero, no se si ella esperaría que me hubiera dejado la toalla y me fuera cambiando con ella puesta, pero al volver cargada de bañadores, se el cayeron al suelo al verme de pie en pelota picada delante de ella, se puso roja al agacharse a recogerlos, mirando de reojo, me los medio tiro y se iba  salir de allí.

-YO: ¿Dónde vas?, quédate aquí y coge la manguera,  así me los voy probando mientras me mojas y no andas entrando y saliendo todo el rato,  si ya no puedes ver mas, ¿no? Jajajaj- dudó, pero haciendo como que no miraba mientras cogía la manguera, miraba obscenamente.- ¿por donde empezamos?

-ALEX:   no se, tu veras.

Me puse un calco del que tenia puesto pero mas de mi talla, me agarraba la polla mientras me los ponía y luego la colocaba.

-YO: nada, se me sale por los lados, es igual que el mío, por eso le quite la redecilla. A ver, mójame por probar.- encendió al manguera y me enchufo gustosa, aparte de no sujetármela se me marcaba casi igual.

-ALEX: si que como para que no se te salga -murmuro- no hemos avanzado mucho, venga,  quítatelo y prueba otro.- entraba al trapo, lo estaba disfrutando.

Me lo quite y me probé otros, iguales, en todos pasaba lo mismo.

-ALEX: a ver, si con esto sujetamos un poco mas, son los turbo paquete.- eran casi slips.

Me lo puso y era obsceno sujetar sujetaba pero se me marcaba una barbaridad y cuando me mojó ya era un evidencia.

-YO: pues no creo que eso ayude mucho.

-ALEX: no no, pero te quedan genial jajajajajjaja.- reía de nervios, y ya jugaba mojándome cuando no tenia por que hacerlo- a ver, pruébate uno de los normales con ese puesto.

-YO: ¿como?- sabia lo que quería decir, pero pretendía atraerla.

-ALEX: si, que te pongas uno encima del otro, anda déjame –  se acerco resuelta ante mi incompetencia, supongo que sabia que era una trampa pero cayo de todas formas.

De forma clara y evidente me puso la mano encima de la polla y fingía colocarme bien el bañador, cuando se canso del paripe, se agacho ante mi y cogiendo una de las bermudas me la fue poniendo, yo no tenían la mas mínima intención de ayudarla, lo estaba haciendo muy bien sola, pegándose a mi cuerpo mientras me los ponía, termino volviendo a re-colocar lo que ya estaba colocado. Se separo y miro orgullosa de su trabajo, cogió la manguera y me empapo entero.

-ALEX: ¡¡eureka!! Mira, la llevas bien sujeta y no se te nota nada empalmado, digo empapado……. es una lastima a mi entender,  pero lo hemos logrado- levanto la mano para chocar los 5, no la iba a dejar colgada pero al chocar las manos la abrace con fuerza pegándola a mi agradeciéndoselo, estaba empapado y mi polla se rozo con su vientre, la deje allí lo suficiente como para al separarse tuviera la camiseta empapada y pegada al cuerpo.

-YO: uy perdona, no me di cuenta.

-ALEX: no pasa nada,  ahora me cambio, tengo mas aquí- y sin mas se quito la camiseta delante de mi, dejándome ver su torso, y sus tetas, con la parte de arriba de un biquini.

-YO: vaya, ¿tú también llevas biquini aquí?

-ALEX: claro, así cuando no hay trabajo y aprieta el calor nos damos un chapuzón, ainnns mira me he mojado también el pantalón- y diciendo eso se lo quito de espaldas a mi sin doblar las rodillas regalándome una visión de su trasero espectacular, el biquini era azul y tapaba lo justo, lo mejor fue ver como al agacharse la parte de su coño del biquini ya estaba mojada, y no era agua,

-YO: vaya, no estas nada mal, eres una preciosidad, lo sabes ¿no?

-ALEX: muchas gracias, aunque tengo algo de complejo en las tetas – se dio la vuelta apretándoselas -, ¿tu que opinas?

-YO: que como no dejes de hacer eso no existe bañador que me disimule la erección.

-ALEX: JAJAJAJAJJA que majo eres, jajaja, ¿así que aun no estaba erecta?

-YO: que va, esto crece aun mas.- sabia por donde iba desde hacia tiempo.

-ALEX: ¿y que puedo hacer para ayudar a comprobar si estando tiesa se te nota?- dios, vaya joyita me había encontrado, se acerco a mi dejado que su tetas me rozaran.

-YO: no se, yo te he hecho de modelo, ¿que tal si tu haces lo mismo?- la rodee con la cintura pegando su cuerpo al mío, mirándola hacia abajo, hacia sus ojos.

-ALEX: que buena idea.

-YO: pero hay que ser justos, las condiciones serán las mismas, te desnudaras por completo, y te iras probando biquinis delante de mi mientras te voy mojando. ¿De acuerdo?- asintió y salió disparada a por biquinis.

Volvió cargada, y con algún reparo se quito el que llevaba puesto, las tetas era cierto que se le habían ciado un poco, pero tenía un polvo  de la leche, no tenia nada de bello y unos pezones pequeños que estaban durísimos y erectos. Se fue probando un montón, bañadores, triquinis, biquinis y otros solo la parte de abajo,  cada vez de formas mas sugerentes o pidiéndome ayuda para atarse algunos, luego la mojaba, cada uno mas pequeño que el anterior, el ultimo ya no era un biquini, eran hilo con pedazos de tela sueltos en los pezones y en el coño, tipo tanga.

-ALEX: bueno, si ya con este no te la pongo dura no se que mas hacer.

-YO: me la has puesto dura desde el 1º.

-ALEX: que malo ¿y por que me has dejado seguir?

-YO: por que tienes una preciosidad de cuerpo, y te voy a folla aquí y ahora.- se sorprendió de la rudeza pero era lo que quería oír- ¿pero dime se me nota o no? Por que la noto a reventar.

-ALEX: pues en realidad no, soy buena dependienta. jejejejeje- se le quito la sonrisa cundo me quite los 2 bañadores y vio mi polla en erección apuntándola, así impresionaba mas.

Me acerque a ella y cuando la alcance doble mi polla para no atravesarla el estomago, seguí avanzando hasta dejarla cara a un pared y allí la bese, el 1º de tanteo, y el 2º ya fue arranque de pasión, mientras ella se sujetaba contra la pared la arranque le biquini y la masajeaba las tetas, la calenté tanto que llevo su mano a mi polla y se deslizó hacia abajo, quedando su cara a su altura, y moviéndola,  con los ojos fuera de si, comenzó a masturbarla con fuerza, para después llevársela a la boca, la chupaba de cine, lamía el glande como una experta, me encendió y pase al ataque, la cogí de los brazos y de un tirón la levante por los aires apoyándola contra la pared, ella se agarro a una barra del techo y quedo con su pelvis a la altura de mi cabeza, conmigo de pie, la pase la piernas por mis hombros y le comí el coño como mejor sabia hacerlo, cuando estaba empapada metí mis dedos buscando su interior,  ya gemía poseída, la baje con cuidado y la puse de espaldas, baje mi cintura y busque su coño con la punta de mi miembro, cuando localice la entrada apreté y entro fácil, estaba mojadísima, pero eso no evito que se pusiera de puntillas al ir clavándole toda mi estaca, di gracias a dios por que a la 2º embestida le entraba toda, y allí acelere la marcha, acariciaba su cuerpo aplastado contra la pared mientras no paraba de bombear, a los 15 minutos me regaló su 1º corrida pero seguí, con cada golpe de cadera ella se elevaba del suelo y volvía a caer, notaba como su fluidos caían por mi pelvis y facilitaban aun mas la entrada en ella, cuando busque su cuello para besarle,  se derritió y cayo el 2º orgasmo, esta vez pare el ritmo, y la deje descansar, se la saque y la di la vuelta, besándola, la volví a subir por los aires, a medio cuerpo y dejándola apoyada contra la pared, la volví a  hundir , ahora de cara, me rodeo con la piernas y yo la agarraba de  las tetas, pellizcando sus pezones, me hipnotizaban como botaban delante de mi, y mientras me agachaba para besarla ella gemía de placer, mis embestidas ya eran totales y profundas, la golpeaba contra la pared haciéndola rebotar, a la hora ya sentía correrme y ella flaqueaba debido a los múltiples orgasmos, acelere el ultimo minuto para cavar pronto y  la saque de ella dejándola caer, medio ida me la chupo mientras me corría en su cara.

-YO: vaya, tendré que pasarme por aquí más menudo, el trato es exquisito.

-ALEX: cuando quieras, búscame, ya te ayudare como pueda.

La levante del suelo y nos moje a los 2 para quedar aseados, me costo no volver a trincármela cuando se metió la manguera en el coño para limpiarse por dentro, pero andaba diciéndola lo de la vasectomía.

-YO: bueno, al final me tender que llevar los 2, ¿no?, ¿por cuanto me va a salir?

-ALEX: nada, llévatelos, has hecho que el día me cunda jjajaja.

-YO: ¿seguro, no te meterás en líos?

-ALEX: los jefes ya ni se pasan a estas altura de verano, se la suda, ya han hecho caja, tu tranquilo, y ya sabes, ven a  verme.- me dio otro beso de escándalo antes de volver a vestirnos y abrir para salir.

Salí de allí con lo 2 bañadores puestos y en una bolsa todos mis enseres, regrese cuando estaban ya terminado la partida de cartas típica antes de volver al agua.

-MADRE: ¿vaya, mira quien se digna, donde estabas?

-YO: pues comandemos el bañador que me has dicho, mira como me queda.- me quite la  toalla y aparte de no notárseme nada, quedaba bien.- ¿yo me voy al agua ya, quien se apunta?- todas las tías en edad de procrear,  incluida alguna madre,  me siguió, también algunos chicos, pero una vez en el agua ellos se desperdigaron y me vi rodeado pro al menso 5 mujeres queriendo jugar a ahogarme, me cuesta recordar un momento en mi vida en el que tantas mujeres me estuvieran metiendo mano a al vez.

Era grande y fuerte y no era fácil tirarme, ya juzgábamos a eso antes, pero ahora los agarres y los intentos eran diferentes, ya no buscaban meterme debajo del agua, si no frotarse contra mi, una de las madres me puso las tetas en la polla directamente agarrándose a mi culo como si el fuera la vida en ello, yo me databa hacer hasta ese momento, otras 3 se aprovecharon y me metieron debajo del agua, una vez allí note como al menos 5 manos me sobaron la polla, cuando salí me tuve que recolocar el bañador, mientras ellas reían.

-YO: ahora es mi turno.

Me lance a por todas ellas, si quieran jugar,  íbamos a jugar todos, al inicio solo de una en una, las cogía de la cintura y haciendo fuerza con la pelvis las hundía repetidas veces, metiéndolas mano de forma clara, luego quisieron hacer fuerza entre varias, pero yo estaba desatado, tenia a una colgada de cada brazo y otra intentando tirarme y aun así las hundía a todas sin compasión, agarrando teta y culos, a una le quite la parte de arriba y todo, y lejos de taparse luchó por recuperar la prenda pegando sus tetas  desnudas a mi , pasaron los minutos y ya solo quedábamos una chica y yo, casualmente la de la pelota de la mañana, ella estaba agotada pero no se rendía, lanzaba ataques blandos, siempre la daba la vuelta y la apretaba el culo contra mi polla, que estaba como un  piedra, la metía mano en las tetas, ya no de forma accidental, sino agarraba y apretaba, ella se quejaba diciendo que si no me daba vergüenza, yo la contestaba que era ella la que estaba restregándose desde hace una hora contra mi. Los ataques cesaron y la fui llevando a la zona mas alejada y profunda, donde no nos veían los demás, allí ya directamente pegue contra la pared de la piscina y la bese, ella al inicio no quería, pero me rodeaba con las piernas para sujetarse ya que no hacia pie y yo si, notaba mi bulto palpitando en su pelvis, la metía mano por debajo del biquini y dios la libró de que hubiera mas gente allí, si no,  la hubiera quitado el biquini y me la hubiera tirado en el agua, y según se movía ella, lo estaba deseando. Nos separamos un poco cuando note que se acercaba el grupo de nuevo, la metí las tetas de nuevo en el biquini y me fije en un par de mirones que babeaban por allí, mujeres incluidas.

Al regresar a casa éramos tantos que alguna debía ir sentada encima mía, casi se matan por hacerlo, pero gano aquella joven de la pelota, al llegar a casa la invite a salir a dar una vuelta, y la lleve a casa de mi Leona, que andaba fuera, allí me desnude por completo nada mas entrar, me di la vuelta para que me la viera, y la invite al dormitorio, entro desnuda y se me abalanzo encima, la regalé unas 2 buenas horas de sexo animal, hasta que se medio iba, lo tenia muy cerrado y no le entraba ni la mitad, pero fue suficiente. Llego mi Leona y viendo a aquella muchacha abierta, rota e ida, se me tiro encima también,  y a ella le di sus 4 horas de sexo duro con al otra durmiendo al lado.

El depredador había vuelto, en menos de 12 horas había pasado  7 follándome a 3 mujeres distintas.

CONTINUARA…..sex-shop 6

 

Relato erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 5” (POR GOLFO)

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SECRETARIA PORTADA2Esa tarde entendí en qué zorra en que se había convertido realmente mi tía cuando en la tranquilidad de nuestra casa y mientras veíamos la tele, me preguntó:
Sin título-¿Cuándo terminen estas vacaciones seguiremos viéndonos?
Creí que lo que realmente estaba queriendo saber es si ya en Madrid nuestra incestuosa relación continuaría. Por ello, cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, apreté el pezón mientras contestaba:
-¿No te apetece ya joder con tu sobrino?
Pegando un gemido, se pegó a mí y bajando mi bragueta, sacó el miembro que se escondía en su interior mientras insistía:
-Sabes que moriría antes de dejar de follar contigo, pero me refería si seguiremos en contacto con ese par de putas.
-Eso depende de ti- respondí sintiendo que aferraba mi pene entre sus dedos y comenzaba a pajearme.
Durante un minuto se concentró en conseguir que me excitara con el lento vaivén de su muñeca hasta que viendo que me tenía ya en plan verraco, me confesó:
-Creo que sí. Es más estaba pensando en juntarlas y obligarlas a ser putas a nuestro servicio.
Al escucharla, visualicé en mi mente a la madre y a la hija comiéndose entre ellas. Esa escena me provocó una total erección que usó mi tía para soltarme el bombazo:
-Quiero convertirlas en nuestras sumisas para comprobar sus límites y hasta donde están dispuestas a llegar.
Dejé que diera un primer lengüetazo a mi glande antes de preguntar como pensaba vencer su natural reluctancia a dar ese paso. Muerta de risa, contestó:
-Por medio del chantaje. Tenemos suficiente material gráfico para destrozar sus vidas si se niegan.
Tras lo cual, zanjó el tema separó sus labios e introdujo mi verga hasta el fondo de su garganta…

Nuestra primera víctima se suponía que iba a ser Aurora

Tras mucho discutirlo, decidimos que la más vulnerable de las dos era la madre porque era la que tenía más que perder si se revelaba su infidelidad. Acostumbrada a un alto nivel de vida, su marido la echaría de su lado si descubría que no solo se había tirado al novio de su hija sino que también había yacido con una mujer.
-Te lo aseguro, ¡esa puta haría lo impensable por que no saliera todo a la luz!- recalcó Elena- ¡Imagínate que pensaría de ella sus amistades viendo como me come el coño!
Asumiendo que tenía razón, no estaba del todo convencido porque de alguna manera su marido también había estado con mi tía y eso era un punto a tomar en cuenta. Al insistir en ello, quedamos en que debíamos profundizar en su emputecimiento antes de intentar chantajearla.
-Déjame que piense cómo hacerlo- dijo quedándose en silencio.
Al cabo de media hora, sonrió y me dijo:
-Ya lo tengo pero para ello, deberás dejarme sola con Aurora esta tarde.
-¿Quieres que me vaya?- pregunté ya interesado y antes que contestara, insistí diciendo: -¿Qué has pensado?
Descojonada se negó a anticiparme sus planes y echándome de la casa, me prohibió que retornara hasta que ella me avisara. Picado por la curiosidad, no me quedó más remedio que obedecer y no teniendo otra cosa que hacer decidí invitar al cine a Belén para así dejarle campo libre con su madre.
Mi exnovia desconociendo mis intenciones aceptó de inmediato y por ello, tres cuartos de hora después estábamos haciendo cola a las puertas del local donde echaban la película que íbamos a ver.
Mientras esperábamos que las personas que nos precedían en la fila compraran sus entradas, Belén me confesó que su vieja le había interrogado acerca de nuestra relación y que para evitar que sospechara que también se acostaba con Elena, le había tenido que reconocer parte de nuestros encuentros.
-¿A qué te refieres?- quise saber.
Avergonzada me explicó que le había contado que no me conformaba con el sexo normal sino que me volvía loco follármela analmente.
-O sea, me echaste la culpa a mí de la zorra en qué te has convertido.
Bajando la mirada y con el rubor cubriendo sus mejillas, contestó afirmativamente con la cabeza.
-¿Qué más le dijiste?- susurré en su oído mientras tocaba descaradamente su culo.
Reteniendo un gemido por la excitación que le producía que la magreara en mitad de tanta gente, ronroneó antes de desembuchar que Aurora se había dado cuenta que la había masturbado en público y que al decírselo, también le había sacado que la ponía bruta el ser exhibicionista.
Aunque sabía de ese pecado, el oírlo de sus labios me indujo a incrementar su calentura tomando un pecho entre mis manos ante la reprobación de nuestro entorno. Las miradas duras de los padres y madres de familia lejos de cohibirla, azuzaron su lujuria y ya sin disimulo me rogó que le regalara con un pellizco en sus pezones.
-Eres la más cerda que conozco- respondí al tiempo que cumplía sus deseos.
El gemido que salió de su garganta fue tan evidente que los cuchicheos se convirtieron en insultos y no queriendo que la situación empeorara, preferí perderme la película a llegar a las manos. Ya nos íbamos pero entonces Belén comportándose como una perra en celo, me pidió que la acompañara y me llevó al parking de ese centro comercial para que la tomara sin compasión.
Recordando lo sucedido, busqué un lugar discreto pero donde las personas que se fijaran pudieran vernos follando. Una vez allí, usando un tono duro la obligué a darse la vuelta y a apoyar las manos contra un coche.
-¿Qué vas a hacer?- preguntó claramente excitada al comprobar que aunque lejos estábamos frente a la escalera mecánica por donde salían todos.
Sin darle tiempo a reaccionar, levanté su falda y descubrí que no llevaba ropa interior. Aprovechando su ausencia, recorrí sus pliegues con mis dedos, encontrándome con su coño ya encharcado.
-¿Te pone bruta esto?- susurré al apoderarme del erecto botón de su entrepierna.
Revelando su naturaleza innata, me rogó que la tomara pero en vez de complacer sus instintos, me dediqué a torturar su clítoris buscando ponerla todavía más cachonda. Sin cortarse un pelo, chilló de placer al sentir que su cuerpo convulsionaba producto de mis caricias y necesitada de acción, me imploró nuevamente que rompiera su culo.
-¿No decías que yo te obligaba a ello?
-Lo siento- sollozó viendo mi enfado.-Desde que lo descubrí, desespero cuando no siento tu polla dentro de mi trasero.
-¿Eres adicta a mi verga en tu culo? ¡Verdad! ¡Zorra!- pregunté mientras mojaba un dedo en su coño y se lo incrustaba por el ano.
-¡Sí!- aulló en voz alta llamando la atención de dos muchachos que pasaban frente a nosotros.
Metiendo y sacando esa yema de su interior, provoqué que gimiera como descosida mientras esos críos se acercaban a ver qué pasaba, creyendo quizás que Belén estaba en dificultades. La actitud agresiva que traían cambió de pronto en cuanto se dieron cuenta que estábamos follando y comportándose como unos voyeurs, se quedaron mirando a escasos metros de nosotros.
Su presencia exacerbó más si cabe la temperatura de la morena y con auténtica angustia en su voz, me rogó que la tomara. Pero entonces la sorprendí preguntando a los recién llegados si les apetecía ser ellos quien le echasen el polvo. Ni que decir tiene que tras la sorpresa inicial, los dos adolescentes dijeron que sí y bajándose sus sendas braguetas se acercaron a Belén.
Esta que hasta entonces se había mantenido callada, en cuanto tuvo la primera polla a su alcance, se arrodilló frente a ella y de un solo golpe se la metió en la boca mientras el menos afortunado tomaba sitio tras de ella.
-¿Seguro que no te importa?- me preguntó indeciso el chaval.
-Para nada- respondí mientras sacaba el móvil e inmortalizaba la escena.
El muchacho no debía tener mucha experiencia porque teniendo un ano relajado a su disposición prefirió horadar su coño mientras Belén le mamaba la verga a su amigo. La satisfacción que sintió mi exnovia al experimentar sus dos agujeros invadidos a la vez fue tal que no tardó en correrse por segunda vez.
-Dadle duro- ordené a los críos al ver que bajaban el ritmo asustados quizás por los berridos de mi amiga.
Azuzado por mis palabras, el que se la estaba follando incrementó la velocidad de la follada haciendo que cada vez que la penetraba hacía que la pobre Belén se tragara hasta el fondo de su garganta la polla del otro chico La felicidad que descubrí en los ojos de esa puta era tal que me hizo comprender que estaba disfrutando.
Sin dejar de filmar la escena, espoloneé a los muchachos para que machacaran sin pausa el orificio del que estaban a cargo, de forma que zarandearon hacia adelante y atrás a mi amiga con una energía que demolió las pocas defensas que aún mantenía.
Por eso no tardé en ser testigo pasivo de cómo esa morena se corría una y otra vez al no poder controlar su excitación por el ataque coordinado de esos dos desconocidos.
«Está descontrolada», me dije al observar sus piernas completamente mojada por el flujo que brotaba de su coño y muerto de risa, enfoqué su entrepierna para que pasara a la posteridad el geiser en que se había convertido.
Gozando como la guarra en que se había convertido, Belén exprimió la verga que tenía en su boca con una eficacia que incluso despertó mi envidia y por eso no me extrañó que ese muchacho fuera el primero en correrse. Al hacerlo, mi amiga se ocupó que no se desperdiciara ni una gota y usando su garganta como receptáculo, absorbió las explosiones del crio llevándolas directamente a su estómago.
El orgasmo de su colega estimuló al que estaba machacando el coño y llevando al límite la profundidad de sus embestidas, las convirtió en un continuo traqueteo que más que una follada parecía la doma de una potrilla.
«El chaval es bueno», sentencié al ver cómo se agarraba a los pechos de mi amiga para forzar su sexo.
Belén debía de pensar lo mismo porque ya sin la mordaza que suponía la verga del primero, berreó como si la estuvieran matando mientras se le caía la baba por el placer al que estaba sometida.
-Cabrón- chilló al sentir que las manos del muchacho agarraban su melena y usándolas como riendas tiraba de ellas hacia atrás- ¡me haces daño!
Las quejas de la morena no afectaron al ritmo del crío, muy al contrario fue el acicate que necesitaba para seguir aporreando brutalmente a su montura hasta que la suma de tantos estímulos le llevaron a descargar sus huevos en el húmedo conducto de Belén. La habilidad que le suponía quedó certificada cuando en vez de parar, obligó a la morena a seguir exprimiendo su miembro con sonoras nalgadas. Nalgadas que sorprendieron tanto a mí como a Belén pero, en el caso de esta última, la rudeza de esas caricias le regalaron un postrer orgasmo antes de caer agotada sobre el pavimento.
Todavía mi amiga seguía recuperándose cuando ese puñetero crío se acercó a mí y con tono serio, me dijo:
-Gracias. ¿Cuánto le debemos?
Muerto de risa porque creyeran que Belén además de puta era de pago, les pregunté cuanto costaba una hamburguesa en el McDonald´s. Al decirme el precio, contesté:
-Entonces cinco euros.
Los muchachos no pusieron ninguna objeción y reuniendo entre los dos unas monedas, me hicieron entrega de lo acordado mientras mi amiga alucinaba con lo que estaba ocurriendo. Tras lo cual, educadamente, se despidieron dejándonos solos.
-¡Me has vendido!- murmuró todavía impresionada al verme guardar el dinero.
Si creéis que estaba enfadada, os equivocáis. Por su tono comprendí que esa transacción la había excitado y a modo de gratificación, solté un azote en su mojado trasero mientras le decía:
-Te has ganado la merienda- y cogiéndola de la cintura, volvimos al centro comercial a gastar su recompensa.
El sensual movimiento que imprimió a sus caderas mientras recorríamos los pasillos en busca del restaurante fueron una prueba que le había gustado pero lo que realmente confirmó que esa experiencia había sobrepasado sus expectativas, fue cuando al sentarse me soltó:
-¡Ha sido alucinante!
Al escuchar de sus labios su satisfacción, quise ahondar en sus sentimientos para sacar a la luz su verdadera naturaleza. Belén estaba tan emocionada que no puso reparos en explicarme que le había encantado sentirse usada pero lo que realmente me sorprendió fue cuando ya lanzada, me reconoció que mientras esos dos se la tiraban lo que realmente le ponía bruta era que yo estuviese presente.
-Explícate- ordené interesado.
Tomando aire, la morena me confesó:
-Desde que hemos vuelto, me has hecho descubrir sensaciones desconocidas. No solo he conocido que se siente con otra mujer sino que me has enseñado otras facetas del sexo con las que nunca soñé.
-¿A qué te refieres?- Insistí.
Roja como un tomate, respondió:
-Por favor, no te rías pero cuando no estoy contigo, no puedo dejar de pensar en lo siguiente que me vas a ordenar hacer.
-¿Y eso te gusta?
El fulgor de sus ojos anticipó su respuesta:
-¡Me encanta!- y recalcando sus palabras, llevó una de mis manos hasta su chocho para que comprobara que no estaba mintiendo cuando dijo: -Solo verte me pone cien y no puedo pensar en nada que no sea complacerte.
-¿Me estás diciendo qué te excita obedecerme?
-Aunque me cuesta comprenderlo, sí- contestó mientras su almeja volvía a babear: -Me vuelve loca saber que tú estás al mando.
Descaradamente Belén se estaba auto proclamando como mi sumisa y buscando ratificarlo, le solté:
-¿Quién es tu dueño?
Con auténtica alegría al saber que con esa pregunta la estaba aceptando como era, respondió:
-Usted, mi amo.
Su respuesta despejó mis dudas y recreándome en mi nuevo poder, me dediqué a masturbarla mientras pensaba en cómo aprovecharlo. La morena no solo permitió que la tocara de ese modo en mitad del local sino que separando sus rodillas, colaboró conmigo hasta que totalmente entregada se corrió sobre su asiento.
Ni siquiera había terminado de hacerlo, cuando con una sonrisa de oreja a oreja, me preguntó:
-¿Cómo le gustaría a mi amo que su esclava le complaciera?
Fue entonces cuando arriesgando lo conseguido, le solté:
-Si te dijera que te tiraras a una zorra, ¿lo harías?
-Sin dudarlo-muy segura respondió.
-¿Fuera quien fuera?- insistí.
La morena no advirtiendo el lazo que estaba anudando alrededor de su cuello afirmó con rotundidad:
-Una sumisa obedece siempre a su amo.
Forcé los términos de nuestro acuerdo al decirla:
-¿Y si la zorra que te elijo resulta ser tu madre?,
En esta ocasión su respuesta no fue tan rápida. Se notaba que en su interior se estaba desarrollando una cruel lucha entre su moral y la adicción que sentía por mí. Afortunadamente para mis intereses, al cabo de unos segundos y con lágrimas en los ojos, contestó:
-Si mi amo lo desea, ¿quién soy yo para oponerme?
Gratificando su renuncia con un beso, decidí no seguir incrementando su tensión y por eso no volví a tocar el tema durante toda la tarde y solo cuando ya cerca de las nueve la dejé en casa, me permití recordarle nuestro pacto diciendo:
-Tu amo quiere una mamada.
Mi amiga firmó su sentencia cuando eufórica me bajó la bragueta mientras me decía:
-Gracias, lo estaba deseando…sex-shop 6

 

Relato erótico: “EL LEGADO (18): La liberación” (POR JANIS)

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Sin título3La liberación.

Sin título Nota de la autora: comentarios y opiniones más extensas o personales, pueden enviarlas a Janis.estigma@hotmail.es

Termino de hablar, por teléfono, con Maby, quien está en casa tras una larga sesión de modelaje. Me encuentro en la habitación que Pavel me ha preparado, en el club. Se encuentra casi al final de las habitaciones de las chicas, por lo que no está al paso de ninguna. Maby se queja de que estoy muy distanciado estos días. Le cuento que son cosas del trabajo, que es temporal.

―           Lo que tienes que hacer es meterte en la cama con Elke. Ella también lo está pasando mal, Pam está lejos y lleva más tiempo ausente que yo. Es bueno que la consueles…

―           Tienes razón, cariño. Es que soy muy egoísta cuando se trata de ti – escucho su tono y me imagino el puchero que está haciendo. Esa chiquilla es capaz de arrancar un suspiro de la estatua de Stalin.

―           Venga, iros a la camita, niñas. Hasta mañana, bonita…

―           Hasta mañana. Te quiero, nene.

Llevo dos noches durmiendo aquí, y no sé cuantas más tendré que hacerlo, pero es la única forma que conozco de vigilar los pasos de Konor. Llaman discretamente a la puerta. Es Mariana. Asoma su cabecita rubia y sonríe, casi con timidez.

―           Pasa, pasa – la invito, dejando el móvil sobre la mesita de noche. Estoy metido en la cama, desnudo, pero tapado por la ropa de cama.

Mariana viste un pantaloncito de pijama, no mucho más grande una braga, y una camiseta que deja su ombligo al aire. Calza unas casi planas chinelas, con plumas de fantasía.

―           Vas a pillar frío, preciosa. Métete aquí debajo – le digo, alzando mis mantas y haciéndole un hueco en la estrecha cama.

Mariana sonríe, agradecida por la confianza y el interés que le demuestro y, descalzándose, se desliza a mi lado, buscando mi calor.

―           He estado hablando con algunas chicas – susurra, apoyando una mano sobre mi pecho. – Existen varias teorías sobre las desapariciones, pero, la mayoría está de acuerdo que están traficando con chicas, sea como esclavas o como sacos de órganos.

―           Bufff… eso es ponerse en lo peor – trato de quitarle hierro al asunto, más que nada, para no asustarla, pero son las mismas conclusiones a las que he llegado.

―           He preguntado por Erzabeth, como me dijiste. Nadie la escuchó decir que tuviera un nuevo destino. Vinieron a por ella, de madrugada, y desapareció.

―           El Años 20 es un club con mucha demanda, un club de paso. Necesita muchas chicas nuevas, por lo que no hay habituales. Todas son movidas de uno a otro club – mi explicación es realista, pero no convence a ninguno de los dos.

―           Así es. Estamos acostumbradas a que una amiga ya no esté al día siguiente, movida a otro lugar con urgencia, pero siempre llaman o escriben, buscando despedirse o que le enviemos algo que, seguramente, han dejado atrás con las prisas. Estas no lo hacen. Ni siquiera responden a nuestras llamadas. Han desaparecido, Sergei. Lo sabemos.

Tiene razón. No puedo discutirle ese punto.

―           ¿Estáis seguras de que son hombres de Konor, quienes se las llevan?

―           Las chicas los han visto en, al menos, tres ocasiones – me dice, trazando círculos sobre mi pecho desnudo, con su dedo. Ya no me mira a la cara, pendiente de cómo se eriza mi pezón. – Las chicas se están poniendo histéricas.

―           No es para menos, coño.

―           Sergei… ¿puedo dormir contigo? Estoy asustada – me implora con voz casi infantil.

―           Es una cama estrecha para dos, Mariana.

―           Pero podría dormir sobre ti – susurra, tumbándose sobre mi pecho y abarcándome con sus piernas. Su sonrisa es juguetona, sus ojos claros y limpios me transmiten la alegría que siente en este momento.

―           Pero, te podrías caer durante la noche – le digo, con una sonrisa.

―           No, si me abrazas fuerte – bromea, a su vez.

―           Es una opción, pero también podría meter esta barra de carne en tu coñito y dejarte anclada sobre mí – mi mano mueve mi pene para hacerlo rozar contra sus nalgas, bajo las mantas.

Ella se ríe y se contorsiona. Me besa, lamiendo mi labio.

―           Haz lo que quieras… soy tuya.

Me encantan esas palabras. No hay nada que me ponga más cachondo que la entrega incondicional de una mujer. No tardo demasiado en dejarla desnuda, entre besos y caricias. Mariana no deja de frotarse contra mi cuerpo, de rozar su cálida y mojada entrepierna contra mi tieso miembro.

―           Deja que me la meta yo – jadea sobre mi boca.

La dejo hacer a su manera. Mariana aparta las mantas y lleva su mano atrás, aferrando mi polla con su manita y empalándose lentamente. Introduce solo que la punta, el glande, y se recuesta de nuevo sobre mí, besándome dulcemente.

―           Déjame acostumbrarme a esa cosa, Sergei… es lo más grande que me han metido nunca…

―           Te la has metido tú, chiquilla – la sermoneo en broma.

―           Sergei…

―           ¿Si?

―           Cállate – e introduce su lengua hasta mi paladar.

Mueve sus caderas lentamente, con pericia, contrayéndolas para deslizarse sobre mi glande. Sus rodillas aprietan mis flancos. La noto auparse unos centímetros y luego descender sus nalgas para empotrarse contra mi pene, todo sin moverse ni un ápice del lugar que ocupa sobre mi pecho.

Con cada contracción, introduce un poco más de polla en su interior, jadeando de placer y tensión. Le está costando. Parece mentira que sea prostituta, siendo tan estrecha, pero recuerdo que ella tiene un rol que atrae a muchos hombres. Representa una colegiala victoriana, una chiquilla virginal y sin noción de sexo, que sus amantes deben educar y pervertir.

Me pregunto si esa estrecha vagina será una disposición natural o bien un órgano bien entrenado…

―           ¿Entrará toda? – le pregunto en un susurro.

―           Lo hará… aunque… me salga por la… boca – contesta con voz entrecortada.

―           Una chica valiente…

“El que faltaba. Cállate y únete”.

―           Es una puta angelical, Sergio.

Tiene razón, como siempre. Esa es la definición, una puta angelical. Todo en ella es suavidad y dulzura, con una pizca de inocencia, pero folla con pericia y conocimiento. Sin duda, tendrá buenos clientes.

―           Uuuuhhh… Sergei… no puedo… mássss… — jadea, separándose de mi boca, dejando un hilo de baba uniendo nuestros labios. – No he… conseguido entrar…la toda… y… estoy… es…stoy a punto… de… de…

Correrse, por supuesto, cosa que hace con el estremecimiento más grande de caderas que haya visto jamás. Hace temblar mi polla y mis muslos, por contacto. Gime largamente a escasos centímetros de mi boca, echándome su cálido aliento a la cara. Huele a manzana. Contemplo como sus párpados tiemblan con un espasmo, sin cerrarse del todo, acusando el orgasmo.

―           No te muevas, descansa – musito, peinando sus largos cabellos rubios. – Respira y tómate tu tiempo. No empezaré a moverme hasta que me lo digas.

―           Gracias, Sergei… eres muy atento conmigo…

Sin embargo, no pasa de un minuto cuando es ella misma la que está friccionándose conmigo, de nuevo. Esta vez, su sonrisa es traviesa, de niña consentida. Parece disponer de nuevas fuerzas que la empujan a clavarse más y más, entre gemidos desaforados, nada contenidos.

Llega un momento en que no dispone de impulso para empalarse más profundamente. Me lo hace saber con un gemidito que incendia mi mente. Con un rugido, la aferro de las nalgas y con un brusco movimiento, la coloco debajo de mí, abriéndola al máximo.

No es miedo lo que leo en su mirada, sino la más pura aceptación, el enorme deseo de entregarse, de fundirse con mi cuerpo. Empujo con fuerza y urgencia. Los últimos centímetros horadan su coñito, golpeando su cerviz, cortándole el aliento.

―           ¿Toda? – musita con voz de pajarillo.

―           ¡Toda, putilla! ¡Te la has tragado toda con ese coñito de princesa de cuento!

Ella sonríe, orgullosa. Me mira a los ojos, y siento sus manos sobre mis mejillas.

―           Sergei… no puedo moverme… me aprisionas… totalmente… traspasada… quiero que me… folles duro… lo más duro… que puedas…sin pararte… aunque grite… ¿Comprendes?

―           Te haré daño, Mariana.

―           No importa… es lo que deseo… ¿lo harás?

No contesto. Tomo retroceso con mi pene y empujo con fuerza.

―           Ooouch… — se queja, pero sin dejar de sonreírme.

La embisto de nuevo, sin dejar de mirarla. Otra vez. Con más fuerza. Mariana llora, pero sus ojos no se apartan de los míos, y su sonrisa parece eterna. Incremento el ritmo, más rápido y más profundo; más fuerte, más brutal… Mariana ya está gritando, pero sus piernas se enroscan a las mías, manteniéndose unida.

¿Por qué las mujeres gustan del dolor cuando se entregan totalmente? ¿Es algo escrito en sus genes, desde los albores dela Humanidad? ¿Eso que Dios dijo de que vivirás para sufrir? ¿O era lo de parirás con dolor?

Desvarío mientras la desfondo. Le tapo la boca para que no despierte a toda la planta. Ni siquiera habla, solo aúlla como una sirena, sus uñas clavadas en mi espalda. Tiene la misma expresión de éxtasis total que una de esas monjas beatas arrodilladas en el patio del convento, con las rodillas llenas de sangre de arrastrarse sobre las piedras.

Verla así incrementa mi morbo, lo que me lleva a estallar de gozo. Me corro en su interior sin que ella abandone ese estado. Creo que está encadenando tantos orgasmos que no la dejan bajar de la cresta de la ola. Se la saco, algo asustado. Podría darle algo malo si sigo. La escucho tomar aire con desesperación y se pasa casi un minuto jadeando, bajando sus niveles a un estado más normal.

―           ¿Estás bien? – le pregunto.

―           Oh, Sergei… como nunca antes… — me abraza la nuca, besándome una y mil veces. – Si pudiera… si me atreviera…

―           Puedes decirlo, Mariana.

―           ¡Te entregaría mi vida! – estalla, entre lágrimas.

―           Sssshhh… lo sé, pequeña, lo sé, pero tu vida no es tuya. Tienes a tu hermana y a tu madre, que dependen de ti, que cuentan contigo… Debes pagar tu deuda.

―           Si, si – afirma ella, moviendo la cabeza.

Paso un brazo debajo de ella, acomodándome en el colchón y atrayéndola contra mi pecho. Se acurruca allí, como una gatita feliz, pues casi ronronea. Murmura un buenas noches casi ininteligible, y se duerme. Contemplo su hermoso rostro mientras hago planes.

Según Basil, el jefe ha salido de viaje para Francia, tardará un par de días en volver. Últimamente, Víctor está haciendo muchos viajes a ese país. No es asunto mío, pero hay algo que no me gusta.

―           Parecen reuniones secretas de estado. El zar Alejandro III era muy aficionado a ellas…

¿Por qué Ras tiene siempre razón? Me pone de los nervios. Parece como si Víctor estuviese participando en una conspiración. Una de las criadas me comunica que la señora me invita a desayunar en el invernadero. ¿Cómo resistirse a eso? Por lo menos, Katrina está en el campus.

La temperatura es ideal en el interior del invernadero. El sol primaveral atraviesa los grandes paneles de cristal, creando un clima interior suave y agradable. Anenka está sentada a una mesa de jardín que sustituye al velador de hierro forjado en el que desayunamos Víctor y yo unos días atrás. La hermosa mujer viste un kimono de seda tan liviano que sus grabados son casi transparentes. El butacón en el que me siento, está forrado con una tela clara, y es bastante cómodo.

―           Sergio, querido, ¿cómo estás esta mañana?

―           Bien, señora, ¿y usted? – pregunto mientras una de las criadas nos sirve café en las tazas.

―           Divina, como siempre – se ríe, mientras mira a la criada alejarse.

Escojo uno de los bollos que se exponen en la bandeja.

―           ¿Qué tal Katrina? – me pregunta.

―           Bien, dentro de lo que cabe. Una persona de sus características supone siempre unos esfuerzos…

―           ¿Lo dices por su vanidad y egocentrismo… o bien, por tu faceta de esclavo?

El bollo se detiene a un milímetro de mi boca abierta.

―           Anenka lo sabe.

“¿De verdad?”, ironizo mentalmente.

―           Por ambas cosas.

―           ¿Cómo has podido caer en sus garras, Sergio? – sus ojos me miran con lástima.

―           Katrina es muy bella y autoritaria, Anenka.

―           Pero… ¡No te ofrece nada, en absoluto! ¡Solo dolor y miseria! Sé como destroza a la gente, a las criadas, a los sirvientes,… ¡Destruye por placer!

Tiene razón. Katrina no tiene límite, ni objetivo, es puro vicio, pura destrucción… la pura perversión de anular, controlar, y dominar, mueve su vida. Claro que no puedo explicarle los motivos de haberme puesto bajo sus agudos tacones.

―           ¡Ni se te ocurra!

―           Sergio, – murmura Anenka, tomando mi mano a través de la mesa, como una pareja de enamorados – te he ofrecido veladamente muchas cosas, pero ahora lo voy a hacer de forma clara. Deja a esa niña y vente conmigo. Ella te absorberá, te anulará, y no puedo permitirlo.

―           ¿Quieres que sea tu amante? – pregunto, alzando una ceja.

―           Mucho más que eso, Sergio. Las cosas no van bien últimamente. Víctor anda metido en problemas, y los bandos se van definiendo. Pronto, todos tendremos que elegir con cual quedarnos. Quédate conmigo, a mi lado… juntos podemos hacer grandes cosas…

―           Pero… yo no soy nadie… tengo diecisiete años… no cuento para nada – muevo las manos, las palmas abiertas. Aparento más inocencia que nunca.

―           Eso es lo que me gusta de ti – repone ella, poniéndose en pie y acuclillándose a mi lado. Su mano acaricia mi mejilla. – Deja que yo me ocupe de las cosas difíciles. Tú solo tienes que estar a mi lado, atento a nuestro amor y necesidad. Serás mi fuerza interior, mi motivo de conquista.

―           Bueno, aquí parece que se está gestando una usurpación de poder. Puede que te lo esté pidiendo por amor o pasión, pero ésta tiene un peligro que quema.

“Siempre lo he sabido. Anenka es muy peligrosa, porque no muestra nunca sus cartas.”

―           ¿Qué piensas hacer?

“Cubrirme las espaldas”.

―           Tengo miedo, Anenka – musito, bajando los ojos.

―           ¿Miedo? ¿Tú? – se asombra la agente. — ¿De quién?

―           De Katrina. No me perdonará que la abandone. Tiene gente a sus órdenes. No me caí por unas escaleras hace un mes…

―           Lo sé.

―           ¿Lo sabes? – me asombro.

―           No son sus hombres, son los míos. Ella no dispone de efectivos. Cuando me pidió que le diera una lección a un chico, pensé que era alguien de su entorno, un amigo, un antiguo novio… no a ti. Pero, ya estaba hecho.

Empiezo a ver donde llegan los garras de esta mujer, y, de paso, empiezan a encajar ciertas piezas.

―           Así que tienes a tu propia gente, entre las filas de los efectivos de tu marido…

―           No soy la única. Existen más facciones. De hecho, Víctor ha ido a entrevistarse con una de ellas. Pero, más que una facción, me decanto por una protección. Erijo muros defensivos, en prevención de la guerra que se avecina – su mirada es dura, calculadora.

―           Comprendo. Te quedas atrás, atrincherada, y contemplas como los demás se hacen pedazos. Al final, saldrás y aniquilaras a todos tus enemigos, ya debilitados.

―           Veo que entiendes de estrategia, querido – me besa suavemente, antes de ponerse en pie. — ¿Qué decides, Sergio?

―           No me queda más remedio que arriesgarme – murmuro.

―           ¿Dejaras a esa malcriada de Katrina y te unirás a mí?

―           Si, señora – contesto, mirándola intensamente.

―           ¿Me juraras respeto y lealtad?

―           Si, señora.

―           ¿Me servirás atentamente? – me pregunta, subiéndose a horcajadas sobre mi regazo.

―           Si, señora.

—           ¿De verdad se lo cree?

“Creo que si. Es algo egocéntrica.”

―           ¿Me harás el amor todos los días? – sus manos se atarean en mi bragueta.

―           Si, señora.

―           ¿Me amarás solo a mí, cariño?

―           Si, señora…

Sus labios cubren los míos, con una pasión invasora, con un empuje que arrastra cualquier duda, cualquier oposición. Solo existe esa hembra y su boca, y sus senos, y su trasero… y…

Esa misma noche, de madrugada, Pavel me despierta. Normalmente, le habría escuchado al entrar en mi cuarto, pero los excesos se pagan. Me he pasado todo el día atrapado por las exigencias de Anenka y Katrina; de una a otra, como una máquina de millón…

Así que estoy en pleno sueño de los benditos, cuando los dedos de Pavel se clavan en mi hombro.

―           Despierta, Sergio, despierta…

―           ¿Qué pasa? Pavel… ya te he dicho que no follo… — respondo, aún dormido.

―           ¡No, payaso! ¡Los hombres de Konor!

―           ¿Qué? ¿Dónde?

―           Se llevan otras dos niñas.

―           ¿A quienes? – ya estoy vistiéndome a toda velocidad.

―           Dos nuevas, ucranianas. Ni me han despertado para comunicármelo. Esto se está poniendo feo si actúan tan impunemente…

―           Tienes razón. Es hora de pararlos. Pavel…

―           ¿Si?

―           No me has visto. No sabes donde estoy.

―           Entendido. Ten cuidado, Sergio.

Lo bueno de tener la habitación cerca de la escalera de incendios, es que estoy abajo, metido en el Toyota, mucho antes que ellos. Hay una furgoneta, con el motor en marcha, cerca de la puerta trasera del club. Cinco minutos más tarde, tres tipos salen por la puerta; dos de ellos con sus manos sobre los hombros de las dos chicas, que parecen preocupadas, y el otro porta sus bolsas de viaje. Se suben todos a la furgoneta y se ponen en camino.

Les sigo sin prisas. No hay apenas tráfico. Tengo el Toyota preparado desde hace días, cargado de gasolina y efectos necesarios. Pronto tomamos la carretera hacia Talavera de la Reina. Sin duda, nos dirigimos a Machera. Efectivamente, luego dirección Cáceres, y después, un par de carreteras secundarias, hasta Cedillo y Machera. Cruzan la frontera al amanecer, cerca de una localidad portuguesa llamada Perais. Después se desvían a una camina secundaria y, más tarde, a un camino rural. Tengo que dejarles más espacio para que no me vean, pero no pienso perderles. He estado cinco horas siguiéndoles.

Finalmente, me llevan hasta una gran finca, con un enorme cortijo solariego, de paredes encaladas y un enorme patio de piedras romas. Tomó mis binoculares y me instaló cómodamente en las ramas de una vieja encina. No tengo que esperar mucho para contar los hombres que puede haber allí. Veo, al menos a seis. Estos no son campesinos, van armados.

―           ¡Ni lo pienses, idiota! Ya sabes que hay diferentes facciones en la organización. ¿Cómo sabes que estos hombres no pertenecen a Anenka?

―           Joder…

―           Ahora no puedes ponerte en evidencia. Tienes que nadar entre las aguas. Llama a Basil y deja que se ocupen de esto los hombres de Víctor. Ni siquiera tienes que llevarte el mérito, si no quieres.

Es un buen consejo. Nadie debe saber que los he seguido. Siempre tendré tiempo de contárselo todo a mi jefe, en persona. Mientras dilucido lo que voy a hacer, uno de los hombres saca a una docena de chicas al patio, para que tomen el sol y hagan un poco de ejercicio. Doy un respingo cuando me parece reconocer aquel cuerpo menudo. Apuro al máximo los binoculares y los apoyo en la rama para detener el tembleque de mi pulso.

¡Es Erzabeth! ¡No hay duda!

Saco mi móvil y llamo a Basil. En tres palabras, le informo de donde estoy, de lo que he visto, y de lo que hay que hacer. Me dice que no me mueva del sitio y que le comunique cualquier cambio que ocurra. Estos tíos son profesionales, coño.

Una docena de chicas, sacadas poco a poco del club y reunidas en aquel sitio olvidado. ¿Qué pretenden hacer con ellas? descarto el tráfico de órganos, porque sin duda ya estarían muertas y despedazadas. ¿Un burdel? No, demasiado alejado. ¡Para follar no hay que conducir hasta el lugar donde Cristo perdió el mechero!

Mucha vigilancia, chicas muy controladas, eso equivale a muchos beneficios. ¿Trata de blancas? Podría ser. ¿Estarían reuniendo una partida para subastarla?

¡Que cabrones! Todo son beneficios. Las chicas ya eran traídas a España por la organización de Víctor. Solo tienen que sacarlas lentamente y venderlas. Sin denuncias por desaparición, sin gastos, sin apenas riesgos. ¿Cuánto tiempo habrían estado haciendo esto?

Decido desayunar mientras espero. Menos mal que esos tipos decidieron parar antes de cruzar la frontera… Estoy famélico.

He tenido que esconder el Toyota. ¡Patrullan el perímetro! ¿Dónde quedaron aquellos matones que se entretenían viendo los dibujos animados? Han pasado dos veces por donde estoy escondido, desde entonces. Al principio, creí que me habían descubierto, pero no, es algo rutinario. Al parecer, su patrón no les deja aburrirse.

Me vibra el móvil. Es la hora del almuerzo. Son los refuerzos. He quedado con ellos a un kilómetro de la finca, para que no nos puedan ver. Vienen en dos 4×4 como el mío, diez tipos que parecen que saben lo que tienen que hacer.

El cabecilla sube conmigo a echar un vistazo. Le indico donde creo que hay vigilancia y la frecuencia de la patrulla. El tío es una máquina militar. Desarrolla la estrategia al paso. Nos reunimos con los demás, y él les explica, en búlgaro, lo que tienen que hacer.

Lo primero es ocuparse de la patrulla, para no dejar nadie a sus espaldas. Van montados en un Jeep militar, bastante viejo, pero robusto. Queda poco para la siguiente pasada. Uno de ellos se tumba en medio del camino, sin armas. Los demás toman posiciones.

La emboscada es rápida y perfecta. El jeep se detiene ante el caído. El acompañante desciende, apuntando con su AK47. No se fía, pero no le sirve de nada. Los disparos con silenciadores los siegan. Estos tíos sienten poco respeto por la vida.

Dos de los hombres se suben al vehículo y continúan con el recorrido, como si no hubiera ocurrido nada. Los demás se despliegan hacia el cortijo, tomando rutas ya preestablecidas.

Media hora más tarde, todo ha acabado. He sido un mero espectador. No han dejado ninguno con vida. No les hacía falta, las pruebas son palpables, pero solo conducen a Konor. Me gustaría estar seguro de quien está detrás.

Estoy escuchando como el líder ordena, a cuatro de sus hombres, utilizar la furgoneta y otros vehículos que se encuentran en el patio el cortijo, para desplazar a las chicas de nuevo a Madrid, cuando mi móvil vuelve a vibrar. Le echo un ojo. Es Patricia. ¿Qué querrá ahora?

―           Dime, canija – bromeó.

―           Sergio, ¿Dónde estás? – su voz suena rara.

―           Estoy fuera de Madrid, ¿por qué?

―           Algo pasa en el ático.

―           ¿A qué te refieres? – mi piel se eriza.

―           Se escuchan gritos y voces. ¿Es que se están peleando?

Solo están Maby y Elke. Jamás se pelearían entre ellas…

―           Está bien. Ya me ocupo yo, pero si la cosa se pone peor, llama a la poli.

―           Vale, Sergi. Ven pronto… no me gusta esto…

―           Está bien.

Cuando cuelgo, llamo a los móviles de mis chicas, pero no hay respuesta. A la cuarta intentona, salta el mensaje de que el número marcado está desconectado. Joder, joder…

―           ¿Es grave?

―           No lo sé, Ras, pero me da mal rollo. Salimos ya para Madrid.

Acabo de cruzar la frontera cuando recibo un mensaje. Tengo que aparcar en la cuneta porque me tiemblan las manos cuando veo que es una foto.

―           Lo ha hecho. Te lo dije…

Katrina está sentada en nuestro sofá, sonriendo a la cámara. Tiene las piernas cruzadas y lleva un elegante vestido. A sus pies, desnudas, maniatadas y amordazadas, se arrastran Elke y Maby. Tienen marcas de fustazos en sus cuerpos.

―           ¿Qué vas a hacer?

―           No lo sé. El único que puede controlarla es su padre y está en algún sitio del suelo galo. No queda más remedio que encomendarse a los dioses y apretar el pedal – golpeo el volante.

―           Tienes que calmarte. Ahora mismo, eres la única posibilidad de las chicas. Así que tienes que llegar entero a la ciudad.

―           Si, si… me calmo… — inspiro lentamente, controlando la respiración. Un par de minutos así y mi tensión se relaja.

Arranco de nuevo y sigo camino. Llamo a Patricia. Le digo que olvide lo de la policía, que ya he hablado con ellas.

―           ¿Qué pasaba?

―           Una pelea entre modelos – le comento, quitándole importancia.

―           Menudo susto – se ríe.

―           Llegaré en un par de horas. Tranquila.

―           ¿Cuándo vas a venir a verme? Llevas días sin asomar.

―           Trabajo, canija. Pero te prometo que muy pronto.

―           Está bien…

¿Qué ha inducido a Katrina a dar ese paso?, pienso al colgar. Hace días que no estoy en casa. ¿Será por Anenka? ¿Lo habrá descubierto? La última vez no fuimos muy discretos, que digamos.

―           Eso es una represalia. No puede tocar a Anenka y te castiga con tus chicas.

―           Pues ha ido demasiado lejos. Se acabó – murmuro, con los dientes apretados.

―           ¿De verás? – Ras parece alegrarse un montón. — ¿Dejaras que me encargue de ella?

―           Aún no sé qué voy a hacer, pero te garantizo que podrás domarla durante un rato.

―           Aprieta ese pedal, coño… no seas marica…

A pesar de mi preocupación, tengo que reírme, aunque sea histéricamente.

La última foto que Katrina me envía, llega cuando me encuentro a cinco kilómetros del ático. En ella, Maby es violada por uno de los gorilas de Konor. Mi chica sigue con la mordaza de bola puesta. Es la treceava fotografía que recibo, y juro que va a pagar por cada una de ellas. No sé lo que se piensa esa loca. Se creerá intocable por quien se papaíto, o por los matones que tiene a su alrededor… ¡Que equivocada está! Tendría que pensar en otras posibilidades, pero, cuanto más me acerco al piso, más cabreado estoy. Ya no discurro fino, solo quiero pegarle a alguien, a ella si puede ser…

He tardado algo menos de cuatro horas en regresar, arriesgándome a todo, pero he arañado casi una hora al camino. Me he dado cuenta que Katrina debe de saber que estoy fuera, seguramente hasta el lugar exacto, y por eso se ha atrevido a meterse en mi casa. Puede que ni siquiera me espere tan pronto. Mejor. Le voy a meter un puño por ese coñito virgen y va a parecer un polo de Frigo.

No soy tan tonto como para aparecer como el Séptimo de Caballería. No sé quien hay en el ático, por lo que tomo un camino secundario. Primero, a la azotea de la comunidad, situada más baja que la nuestra propia, y en un lateral del edificio. Pero, desde allí, siendo un poco ágil, se puede llegar a la nuestra, y, ahora, yo soy ágil, ¿no?

Bien, no hay nadie. Desciendo las escalerillas del lavadero en silencio. Arriesgo una mirada. Hay un tipo cocinando algo, de espaldas a mí. ¿Dónde están los demás? ¿En el dormitorio? No lo pienso más, es mi oportunidad. Cuando el matón nota mi presencia, estoy a tres pasos de él. Incrusto mi pie en sus costillas, en un aplastante mae geri, que le lanza contra la nevera. Debe de pesar sus buenos noventa kilos, pero lo he desplazado con facilidad, pues no reprimo mi fuerza en lo más mínimo. Ni siquiera hemos hecho mucho ruido, salvo el salvaje encontronazo contra el frigorífico, que le ha hecho rebotar de nuevo hacia mí. Aferró lo primero que tengo al alcance y que resulta ser el mango de la sartén donde el tipo estaba friéndose un par de huevos. Mala suerte para él. El aceite hirviendo jode bastante.

Le parto la sartén en la cabeza, con un seco golpe, derramando todo el aceite sobre él. Yo también pillo repaso, pero me da igual. Ahora si hemos hecho ruido y la puerta del baño se abre. Otro matón eslavo surge con prisas, abrochándose el pantalón. Es el que estaba violando a mi niña. ¡Que gusto me voy a dar!

Echa su mano a la espalda y sus ojos se abren con sorpresa. Os apuesto lo que queráis a que se ha quitado la pistola para cagar y la ha olvidado allí. Lo siento, baby. Recurre a los puños. Es grande y fuerte, pero yo tengo mucha mala leche. Freno sus dos primeros golpes y le piso los dedos del pie derecho, mejor dicho, se los aplasto. No le doy tiempo ni a gritar. Con su pie aún bajo el mío, empujo con fuerza su pecho, desequilibrándole totalmente. Escucho crujir el empeine. Uuy, luxación de tobillo, lo siento.

La patada que recibe en la boca, ya en el suelo, le deja más quieto que un gato ante una jaula de canarios.

―           ¿Qué coño estáis haciendo, imbéciles? – resuena la voz de Katrina desde el dormitorio. – Estaba durmiendo…

―           Oh, puedes seguir haciéndolo, Ama. Estos ya no harán ruido en un rato – trato de ser irónico al entrar en el dormitorio, pero mi cara parece haberse congelado en una mueca.

―           Sergei… ¿Cómo…? – se asombra ella.

Katrina está tumbada en la gran cama, entre mis dos chicas, las cuales, desnudas, tienen las manos y pies atados a los cabeceros, en X. Maby está de bruces y Elke boca arriba. Katrina, vestida con una negligée que creo que es de mi hermana, trata de ponerse en pie. Jamás ha visto una mirada como la que yo tengo en este momento. Nunca me ha visto enfadado, de hecho, nunca ha visto a nadie enfadado como yo.

―           ¡No se te ocurra tocarme, perro! – exclama, quedándose a gatas en la cama. — ¡Te ordené que no te acostaras con nadie!

Me río de lo histérica que suena. La aferro de su largo cabello y la saco de la cama, de un fuerte tirón. Chilla y patalea, pero la sostengo ante mí, a pulso, como si no pesara nada. Un par de suaves guantazos la aquietan. Me mira, los ojos chispeando de furia.

―           ¿De quien ha sido esta sutil idea?

―           ¡¡MIA!! – me grita. Al menos es valiente.

Siento como una insana alegría recorre todo mi cuerpo, saturando mi cerebro con imágenes de dolor y sangre. Rasputín se retuerce de placer en mi interior, queriendo comenzar. “Aún no, aún no, Ras”.

Mis chicas me miran, cohibidas por mi expresión. Ni siquiera chistan, esperando a ver lo que sucede. La siento en el suelo, de forma brusca.

―           ¡Te han estado siguiendo, espiando! ¡Os grabaron… a Anenka y a ti! ¡Le has jurado lealtad! ¡Me has abandonado! – me grita, mirándome, la barbilla levantada.

―           ¿Y te extraña, zorra? Eres una puta miserable y cobarde… no te mereces tener a nadie sirviéndote… ¿Por qué no te has enfrentado a tu madrastra? No puedes con ella, ¿verdad? Es una hembra demasiado dura e inteligente para ti, curtida como agente del KGB… — casi escupo las palabras.

―           ¿KGB? – se le abren los ojos.

―           Jajaja… ¿No lo sabías? Ah, olvidaba que a ti, no te cuentan nada… solo eres una niña malcriada, un pedazo de carne mimado, que solo sirve siquiera para la adoren.

―           Pero… pero… si ella me dijo…

―           ¿Si? ¿Qué te dijo Anenka? ¿Te animó a castigarme? ¿Te prestó sus hombres para que te sintieras poderosa? ¿Te hizo partícipe de un poco de su poder? Pobre criatura… ha estado jugando contigo desde el principio.

Katrina aprieta los labios, tragándose las recriminaciones. Le estoy restregando lo que aún no puede asimilar. Si tuviera láser en los ojos, nos habría achicharrado a todos.

―           No te apures – le digo, apartándome de ella y desatando a mis chicas, que se abrazan a mí, entre lágrimas y gemidos. – También me engañó a mí, al principio.

Me siento en la cama, consolándolas, sin quitar la vista de Katrina, quien contempla, despectiva, nuestras muestras de cariño.

―           ¿Estáis bien, vidas mías? ¿Os ha hecho daño esta puta rubia?

―           He pasado mucho miedo… Sergi… nos han… han… — Maby no puede acabar la frase.

Elke ni siquiera me habla, solo llora, el rostro escondido en mi pecho. Lo ha tenido que pasar muy mal, conociendo su fobia a los hombres.

―           Nenas… nenas… necesito que recuperéis los ánimos. Vamos, chicas. Esos tíos están tumbados afuera y no van a estar inconscientes mucho tiempo. Tengo que atarlos… ¿Podéis vigilar a esa puta?

Maby cabecea, secándose las lágrimas, y aferra la cabeza de Elke, acariciándole la cara.

―           Cuidado con ella, está loca y desesperada.

―           Si, Sergi, ya no me va a sorprender – frunce el ceño la morenita.

―           Así me gusta. Elke, vístete y tráele algo de ropa a Maby. ¿Puedes?

―           Si, si… ahora mismo – y sale disparada hacia el vestidor.

Utilizo unas cuantas bridas, que me sobraron del bricolaje del vestidor, para atar pies y manos de los dos hombres, aún inconscientes. Escucho los reniegos de Elke y me asomo al vestidor. Toda la ropa está tirada por el suelo. Hay zapatos, bragas, calcetines, vestidos y camisetas, pantalones y blusas, por todas partes. Algunas tablas están arrancadas y rotas.

―           ¿Qué ha pasado aquí?

―           Tu amiga entro en fase de destrucción aquí dentro – me dice Elke, rebuscando entre el caos. – Solo gritaba que no teníamos derecho a esto y golpeaba todo. Sergi, ¿Quién es esa loca?

Me río al ver su mirada inocente.

―           La hija de mi jefe.

―           Dios… ¿Ella fue la que azotó?

―           Si. Me ofrecí como su esclavo… hasta hoy…

Volvemos al dormitorio. Me acuclillo ante Katrina.

―           Ah, Katrina, Katrina… ¿Qué voy a hacer contigo?

―           ¿Soltarme? Imbécil, ya te has divertido bastante. Le diré a papá que te de un cheque y te irás de casa – está recuperando su arrogancia.

―           Si, si… eso después… quiero ver si he comprendido bien tus pasos. ¿De qué conoces a Konor?

―           ¿Qué Connor? ¿Un americano?

―           No lo conoce.

―           Los tipos que enviaste a darme una paliza… ¿Quién te los prestó?

Katrina gira la cara, negándose a hablarme. “Ras, pégale”. Comparto su alegría en el momento en que conecta con mi cerebro para adueñarse de mi brazo. La bofetada es de aúpa. La saliva de su boca salta por el aire. Ni siquiera atina a quejarse, aturdida. Mis chicas miran la escena atentamente, mientras se visten.

―           Anenka, fue Anenka… — contesta, escupiendo algo de sangre.

Esto cuadra con lo que me contó la esposa traidora. Así que por una regla de tres, si utiliza a hombres de Konor, éste o es socio de ella, o trabaja para ella.

―           Te lo dije…

―           ¡A la mierda con tanto “te lo dije”, Ras! – estallo.

Me jode que tenga siempre la razón, y me jode aún más haber hecho el gilipollas con Anenka.

―           Posee un entrenamiento que ni tú, ni yo, superamos.

―           Vale, sigamos.

―           ¿Le pego otra vez?

―           Espera a que por lo menos le formule la pregunta, ¿no? – Katrina me mira como si estuviera loco, hablando solo. — ¿Has dicho que me has estado siguiendo y espiando?

―           ¡Vete a la mierda!

La nueva bofetada me toma por sorpresa, aún siendo mía la mano. Los ojos de Katrina ya no desprenden tanta ira. El miedo está ganando. Esa princesa nunca ha recibido daño, solo lo ha causado. Se derrumbará muy pronto.

―           Eso significa que ya sabias que tenía otros asuntos con mujeres, antes de mi declaración a Anenka, que fue ayer mismo.

Katrina aparta la mirada. De nuevo, Rasputín es más rápido que yo. Esta vez es un golpe seco sobre un seno, que la retuerce en el suelo. Espera unos segundos y la pone de nuevo sentada, recurriendo a un buen tirón de pelo.

―           ¡Me lo dijo Anenka! – exclama, tras jadear un tanto.

―           Coño con la zorrona de Anenka. ¿Es que todo lo que dijo era mentira?

―           Todo, todo, no, pero casi… Katrina, ¿Anenka te contaba cada vez que yo estaba con ella?

―           ¡Si! ¡Venía a regodearse! Me ponía enferma escuchándola, pero sabía como despertar mi interés… puta rusa… se burlaba de mí, de que no sabía controlar a mi esclavo – Katrina escupe su ira y su frustración. – Me decía cómo debería castigarte… que te cediera a ella para castigarte… pero no podía… no podía dejar que ella te hiciera daño…

Vaya, eso no me lo espero. Prácticamente, es una declaración de amor en una niña tan malcriada como Katrina. Sin embargo, ahora comprendo el típico doble juego de espías. Anenka es una maestra en todo eso. Usaba a Katrina para alterarme, para enfurecerme, mientras ella procurarme atraerme. Todo un acicate. Pero lo que me pregunto es ¿por qué me quiere a su lado? ¿Qué tengo yo de especial? ¿Le gustaré de verdad?

―           Bien, Katrina. Aquí se acaba nuestra relación ama/esclavo. Lo comprendes, ¿verdad?

Katrina asiente, el pelo sobre la cara y sorbiendo sus lágrimas.

―           Pero debo castigarte por todo esto. Ya verás que bien te lo vas a pasar, a partir de ahora. ¡Quitadle ese trapito y ponedle unas bragas a esta puta! No quiero que se me resfríe – le digo a mis chicas. – Vamos a tener una linda esclavita en casa…

Katrina casi se pone en pie de un salto, mirándome enloquecida. Un nuevo guantazo la envía directamente sobre la cama. Miro a mis chicas y veo en sus ojos que no les hace mucha gracia la noticia, al menos hasta que les explico cómo va a ir la cosa.

―           La quiero en bragas todo el día. Tiene que arreglar todo lo que ha destrozado, además de la limpieza del apartamento. No la pongáis a hacer de comer que os envenena. No sabe ni untar una tostada con mantequilla.

Maby se ríe.

―           Pero se puede escapar – aventura Elke, aún novata en estos menesteres.

―           No se escapará. Pienso hacer que su padre me la entregue.

―           ¿QUÉ? – casi grita la búlgara, tumbada y sangrando por la nariz.

―           Vosotras os encargaréis de su educación – les dije a mis chicas.

―           ¿De toda su educación? – puntualizó Maby.

―           De toda. Pam se incorporará también cuando llegue.

―           Guay – dice Maby, dándole un codazo a su compañera, que enrojece por cuanto ello implica.

―           ¡SERGEI! – grita Katrina, histérica. — ¡No puedes hacer esto! ¡Eres mío! ¡Mi esclavo!

―           Perdiste ese derecho con tus locuras. ¡Venga, que empiece por el vestidor! – Me acerco a la cama y pongo a Katrina en pie.

―           ¿Y ya está? ¿Qué hay de mí?

―           Después, Ras – le digo, contemplando como Maby le quita el veleidoso camisón, dejándola desnuda.

Busco mi móvil y llamo a Basil. Me informa que todos los hombres de Konor han caído, pero no hay señal de él por ningún lado. ¡Mierda! Eso no es bueno. Casi seguro que Konor es el único que puede atestiguar que Anenka está metida en el ajo. No creo que esa perra inteligente cometa errores de ese calibre. Si no encontramos a Konor, no tendré pruebas para incriminarla. Le pregunto si sabe cuando regresa el jefe y me alegra saber que a media mañana llegará.

―           Tengo a dos de los hombres de Konor en mi apartamento, junto con Katrina. ¿Podrías mandarme a alguien que se los llevara? No, Katrina se quedará conmigo hasta mañana, al menos. Bien. Les espero, la dirección es…

Bueno, ha sido un día interesante, me digo. Me dirijo al vestidor. Pienso darme una ducha y cambiarme de ropa, si es que encuentro algo que ponerme. Katrina está recogiendo pares de zapatos y colocándolos en su sitio. Maby está a su lado, indicándole a quienes pertenecen y dónde se sitúan. La rubia perfecta tiene las nalgas enrojecidas. Sin duda se ha negado a recoger y Maby tiene la mano larga, lo reconozco.

―           ¿Qué vamos a hacer con ella?

―           Tengo ciertos caprichos.

―           Cuenta… cuenta.

―           Sabemos que es virgen, ¿no? Y que espera a su príncipe…

―           Jajaja… en vez de un príncipe, ¿qué tal un campesino?

―           Piensa tú en algo que te guste, pero no la quiero muerta… tengo que hacer un pacto con su padre…

Elke gira el cuello y me mira, con la ceja levantada.

―           ¿Si? – le pregunto.

―           ¿Hablas con él?

―           ¿Con Rasputín?

―           Si.

―           Así es.

―           Antes no lo hacías.

―           No, se había fusionado conmigo, pero hemos vuelto a la fase de piloto y copiloto – me rió.

―           Es… escalofriante… es como si estuvieras poseído.

―           No, para mí es como… — sigo tras pensarlo. – ¿Sabes esa imagen de un demonio pequeñito sobre un hombro y un angelito en el otro?

―           Si.

―           Pues imagina que el demonio, harto de tanta discusión, ha violado y devorado al angelito, y, ahora, solo le llevo a él, gordo y lujurioso, sentado sobre mi hombro. Así es como me siento – le digo con una gran sonrisa.

Aún no ha amanecido y ya estoy despierto. Tengo muchas cosas en que pensar. Maby y Elke están aferradas a mí, tan desnudas como yo bajo las mantas. Antes de dormirnos, curé sus golpes y las mimé adecuadamente. Katrina está durmiendo en el suelo, a un lado de la gran cama, sobre una alfombra y con una manta. Le he atado un tobillo a uno de los pies de la cama. Ese va a ser su lugar, de ahora en adelante.

Suena mi móvil, sobre la mesita. Me inclino para cogerlo y Maby se despierta.

―           Mmmm… Sergio, ¿qué…?

―           Ssshhh… duérmete, cariño… ¿Si?

Es Basil. Me comenta que ha hablado con el jefe y quiere que vaya a recogerlo al aeropuerto. Me dice el vuelo y la hora de llegada. Me parece genial. Así seré el primero en hablar con él, sin que nadie le cuente milongas, a no ser que Anenka ya le haya llamado.

―           ¿Y si no acepta tu trato?

―           ¿Te refieres a Katrina?

―           Si.

―           Ya veremos.

Me levanto, incapaz de dormir más. Me calzó las deportivas y mi viejo chándal, y salgo a la terraza. Comienzo a hacer rutinas de ejercicios: abdominales, dorsales, flexiones y estiramientos. Realizo varias katas, aumentando progresivamente la velocidad de los movimientos.

¡Je! Es como en las pelis de Van Damne, entrenando mientras sale el sol… ¡pero yo soy más guapo!

Una hora más tarde, me ducho y hago el desayuno. Despierto a las chicas con un par de palmadas y le doy un golpe de talón a la nueva perrita, que ya estaba despierta y mirándome con ojos asesinos.

―           Venga, dormilonas, a desayunar, que me tengo que ir al aeropuerto a por el jefe. Traed a Katrina para que coma algo.

Las chicas se envuelven en sus batas y desatan el tobillo de Katrina, que está solo con sus braguitas. No le permiten ponerse nada más, y sus pezones se erizan con el frío.

―           ¿Vas a ver a mi padre? – me pregunta Katrina, nada más entrar al salón cocina.

―           ¡A callar, esclava! – la sermonea Maby. – Responde cuando te lo pida el amo.

Desmenuzo un par de tostadas en un bol y añado café y leche. Lo coloco en el suelo y la miro fijamente.

―           Ese es tu desayuno, Katrina.

―           ¿En el suelo? – gime. – No, gracias. No desayunaré.

―           Está bien. No tomaras otra cosa hasta el almuerzo, y se te volverá a servir en el suelo, de nuevo. Tendrás un bol con agua siempre a tu disposición, pero tendrás que tomarla como todos los alimentos, de rodillas y con las manos a la espalda.

―           ¡Jamás! – exclama, llena aún de orgullo.

―           Entonces te debilitaras y caerás enferma, y no me resultaras placentera, así que te entregaré a los mendigos del parque, para que se caliente por las noches.

―           ¡No te atreverás, perro!

Esta vez, la bofetada se la arrima Maby, dejándole los dedos bien señalados.

―           ¡Aquí la única perra que hay eres tú, cacho puta! – la zarandea de los pelos, con fuerza. – Sergi nos ha contado a lo que le has sometido y te aseguro que nos ha dado unas ganas locas de educarte, guarra.

―           Si, espera a que venga Pam y se lo contemos – sonríe Elke.

―           ¡Y ahora, come! – Katrina es obligada a arrodillarse ante el bol de plástico. La mano de Maby le impulsa la cabeza hacia abajo, metiéndole la nariz en el café con leche.

Pero Katrina se niega. Alzo los hombros, aún es pronto para domar su orgullo, pero no tengo prisa. Me siento a desayunar, las chicas me imitan. Katrina queda a cuatro patas en el suelo, las manos a los lados del bol. Su cuerpo se estremece, aterrido.

―           Voy a recoger a tu padre al aeropuerto. Le contaré ciertos manejos tuyos. Tu destino se trazará hoy, de la forma que sea.

No me contesta. Se limita a sentarse sobre sus talones y mirarnos.

―           Mantened la calefacción en veintidós grados. No quiero que se muera de frío. Una muda de bragas al día. Si tiene que ir al baño, que mantenga la puerta abierta. Ponedla a hacer faenas, aunque tendréis que enseñarla a realizarlas. No sabe hacer ni una “O” con un canuto.

Las chicas se ríen.

―           Ah, y, sobre todo, mano dura – recomiendo.

El 747 de Air France se detiene frente a los cristales de la alta galería dela T4. Espero ante la puerta de desembarque. Detrás de mí, otro chofer espera para hacerse cargo del equipaje y de los otros miembros de la comitiva del jefe. Tras unos minutos, Víctor Vantia aparece por la puerta, elegante y altivo. Tiene el semblante serio. Detrás de él, un par de guardaespaldas y un consejero. Me saluda con un apretón de manos.

―           Sador, tú con nosotros. Los demás, recoged el equipaje y seguidnos con Iván – les indica. – Parece que has destapado una pequeña olla de grillos, Sergio…

―           Si, así parece.

Caminamos hacia los aparcamientos.

―           Basil me ha puesto al corriente. La culpabilidad de Konor ha quedado demostrada – me dice.

―           Si, señor, pero… ha huido.

―           Ya aparecerá.

―           Señor, no sé como decirle esto – me giro hacia el guardaespaldas que nos sigue. El jefe capta mi intención.

―           Sador, déjanos más espacio, por favor – le ordena, y el matón deja varios metros de distancia entre nosotros y él.

―           Konor está asociado a alguien de la mansión. En un principio, creí que era Katrina, pues recibí una paliza a indicación suya y…

―           ¿Tus famosas escaleras del sótano? – enarca una ceja.

―           Si.

―           ¿Solo por aquellas palabras en la biblioteca?

―           Así es.

―           Dios, ¿Qué voy a hacer con ella? – se lamenta, poniendo su mano en mi brazo.

―           Ya llegaremos a eso – le digo, saliendo de la terminal. – Allí está el Toyota… El caso es que ella no es la culpable.

Le miro a los ojos y él me entiende enseguida.

―           Mi esposa, ¿verdad?

―           No tengo pruebas, señor Vantia, pero todas las evidencias apuntan a que es así. Katrina le pidió unos hombres para que me dieran aquella paliza, y eran hombres de Konor. Siempre han sido hombres de Konor… y, finalmente, me ha ofrecido un puesto a su lado, pero es su palabra contra la mía.

Nos detenemos junto al 4×4. El guardaespaldas sube atrás por indicación de su patrón.

―           No dispones de pruebas, pero se agradece la advertencia. Hace tiempo que vengo sospechando de algo así. Anenka adquiere poder en la sombra. ¿Sabías que fue agente del KGB? – me pregunta.

―           No, señor, ¿una espía? – me hago el tonto. No puedo decir que me lo confesó a la primera de cambio.

―           Si, aunque no llegó a trabajar en operaciones de campo. El KGB se disolvió con la caída de Rusia. Habrá que vigilarla de cerca.

―           Si, señor Vantia.

―           Lo has hecho muy bien, Sergio. Me siento muy agradecido. Has descubierto un agujero en el negocio y puesto en jaque a una facción disidente.

―           Gracias, señor, era mi obligación.

―           Me diste muy buena impresión cuando Maby te presentó. Me dijiste que eras un chico resolutivo y es cierto.

―           Señor Vantia, eso no es todo…

Me mira, intrigado y aturdido. Demasiadas cosas han pasado en su ausencia. Le cuento cuanto ha sucedido con su hija, desde el día en que la conocí. Veo como su rostro se transmuta, pasando por diferentes fases: enfado, ira, decepción, y hasta vergüenza. Le dejo empaparse de todo, respetando su silencio, hasta que llegamos a la mansión.

―           ¿Dónde está ahora? – me pregunta, poniendo una mano sobre mi hombro.

Estamos en el aparcamiento. El guardaespaldas se marcha, dejándonos solos. Basil nos espera, en las escaleras de entrada.

―           En mi casa, controlada por Maby y una amiga.

―           No sé qué decirte, Sergio. No he sabido educarla, solo la he mimado, entregándole cuanto me pedía. Últimamente, me estaba preocupando por su manera de tratar al servicio. No debí acceder a que trajera esas chicas de Barcelona…

―           Son sus esclavas, señor.

―           ¿Dices que está limpiando los desperfectos que organizó en tu casa? – aún se asombra.

―           Si. Señor Vantia, me gustaría educar a su hija, durante una temporada. Enseñarle respeto y obediencia, mostrarle el valor de las cosas, ya sabe.

―           Me parece que ya es muy tarde para ella. Su orgullo es desmedido – suspira mi jefe, al llegar ante las escaleras.

―           No se preocupe. Creo que puedo hacerlo. Descubrí muchos de sus puntos débiles bajo sus órdenes.

Se queda un momento mirando la fachada de la mansión, meditando mi propuesta. De repente, se gira hacia mí y me sonríe. Casi queda a mi altura, puesto que está subido a un escalón. Me abraza y me palmea la espalda.

―           Sergio, nunca conseguí que mi hija inclinara la cabeza y reconociera uno solo de sus errores. Haz lo que tengas que hacer, te lo debe – me dice, mirándome a los ojos.

―           Entonces… ¿ahora podré tenerla para mí?

El comentario de Ras enciende mi sangre. Katrina es, oficialmente, nuestra esclava…

                                                                CONTINUARÁ…

 

Relato erótico: “Asalto a la casa de verano (1)” (POR BUENBATO)

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NOTA DEL AUTOR

 LA OBSESION 2

Sin títuloSiempre he tenido la mala costumbre de dejar los relatos a medias. Ya sea por falta de tiempo, por la saturación de ideas para otros relatos o simplemente la falta de atención. Mi intención es que eso ya no suceda; creo que esta serie – que no espero que pase de las cinco partes – será la primera de muchas que escribiré con la firme intención de empezar-terminar. Es decir, no comenzar otra historia hasta que no termine otra.

 

Es obvio, lo sé, pero a veces se me han dificultado esa clase de cosas.

 

Junto con este relato, he creado una “portada” con los personajes de la historia (este lo pondré en Comentarios, una vez que se publique la historia). Simple ocurrencia, pero que servirá de algo para quienes quieren guiarse acerca del aspecto fisico de los personajes que aparecen en la historia. Quienes prefieran dejarlo a su imaginación, excelente, simplemente ignoren el link con la imagen.

 

Espero les guste, personalmente creo que es una historia buena y que he cuidado en redactar lo mejor posible. Cualquier error o desacuerdo, por favor haganmelo saber, siempre es bueno mejorar.

 

Pasenla bien, saludos.

 

BUENBATO

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ASALTO A LA CASA DE VERANO

 

Ayer había sido su cumpleaños y, a pesar del desvelo del festejo, se había levantado temprano para nadar. Quizá la piscina era lo que más disfrutaba de aquel lugar. Adentro, su madre y su hermana debían seguir dormidas; eran apenas las 8 de la mañana, pero Mireya había madrugado como muy comúnmente solía hacerlo.

El agua estaba fría, pero el sol comenzaba a salir, y el calentador de piscina, aún en su nivel más bajo, era suficiente para que aquel baño fuera disfrutable. Nadaba de un lado a otro, avanzando principalmente con la fuerza de sus piernas.

Ya llevaba casi una hora nadando, pero el desayuno – pan y un vaso de leche – que había ingerido hacia unas horas tuvieron su efecto. Sintió ganas de cagar, y salió de la alberca para dirigirse al baño del patio, un cuartito en medio del pasto del jardín.

Entró e hizo sus necesidades, mientras tarareaba una canción. Sintió como si alguien estuviese afuera, pero pronto comprendió que, si alguien era, se trataría de su madre o su hermana. Terminó, se limpió el exterior de su esfínter con papel higiénico, bajó la palanca del inodoro, se subió el bikini de su traje de baño y salió del cuarto de baño.

Caminó de vuelta hacia la piscina, pero sintió una presencia extraña. Apenas iba a voltear hacia atrás cuando una mano la rodeó por la cintura y otra más le tapó su boca y rostro.

Arriba, su hermana mayor, Sonia, apenas despertaba. Como toda muchacha de su edad, lo primero que hizo fue revisar su celular. Como cada verano, estaba pasando las vacaciones de verano con su familia, y como cada verano, su padre no estaba presente. Era de entender, trabajaba en cruceros caribeños, de modo que aquella época era la que más le mantenía ocupado. Ella iba a la universidad desde hacia un año, y aquel era su primer verano como universitaria.

Pero en realidad se aburría en aquel lugar, no era la ciudad capital donde solía vivir antes, sino la casa de verano que sus padres habían comprado desde hacia cinco años y donde había pasado, para su desgracia, los últimos cinco veranos.

Era una casa de verano colocada sobre una pequeña colina, en un apacible pero pequeño pueblo al interior del país, lejos de las costas. Ni siquiera tenia vecinos, la casa más cercana estaba a doscientos metros y era ocupada principalmente por turistas extranjeros. El pueblo, una ciudadela de menos de cinco mil habitantes, se hallaba a cinco minutos en auto, y era tan aburrido como quedarse en casa.

Pero al menos había internet, y con eso era suficiente para mantenerse en línea durante todo el día, planeando las cosas que pensaba hacer una vez que terminara aquel infierno de vacaciones. Pero sintió calor, y entonces comprendió que, de nuevo, Mireya había apagado el aire acondicionado.

Aquello irritó a Sonia, por que detestaba amanecer sudada; se quitó la bata de dormir y salió del cuarto en bragas y con las tetas al aire. Entró al baño, y cuando estaba a punto de cerrar la puerta una fuerza la detuvo.

– ¡Me voy a bañar! – se quejó, intentando cerrar la puerta – ¡Mireya!

Pero de pronto, las cortinas de baño a su espalda se movieron y una figura salió de estas, tapándole el rostro con un trapo y haciéndola perder el conocimiento en menos de un minuto.

Ya eran las nueve de la mañana cuando Leonor despertó; hacia frio, por que el aire acondicionado se había quedado encendido toda la noche. Salió de entre las sabanas, con pantalones de pijama y las tetas desnudas, y corrió a ponerse la cálida bata de dormir. Se hubiese vuelto a arrojar a la cama, para dormir más, pero ya era demasiado de día para eso.

Se acicaló un poco frente al espejo, y salió de la recamara. Se dirigió al cuarto de sus hijas, pero no las encontró ahí. Tampoco en el baño había nadie, así que bajó las escaleras. Aun no llegaba a la planta baja cuando un sonido, como gemido, la alertó. Venía de la sala, y ahí se dirigió de inmediato. Su corazón pareció detenerse cuando se encontró con sus dos hijas.

Ambas se encontraban atadas, sentadas en las sillas del comedor. Pero estas estaban sentadas al revés, de manera que sus pies habían sido atados a las patas delanteras de la silla, en tanto que sus manos habían sido esposadas abrazando el respaldo de las sillas. Estaban alejadas a dos metros una de otra.

Mireya, la menor, llevaba aun su traje de baño y una playera de su padre. Aun llevaba el cabello húmedo por la piscina. Sonia, la mayor, vestía sólo con sus bragas y con una blusa blanca. Les había dejado cubrirse la parte superior de sus cuerpos.

Más que estar sentadas, parecían mantenerse recargadas a duras penas sobre la silla, con el culo volando en aquella incomoda posición que provocaban sus ataduras. Les podía ver sus rostros asustados; y parecía que intentaban decirle algo, pero no podían debido a la mordaza acallaba sus bocas.

Los gemidos aumentaron más, como si sus hijas quisieran decirle algo. Intentó acercarse a ellas, para auxiliarlas, pero una fuerza la detuvo por la espalda. Rápidamente fue rodeada por unos fuertes brazos; intentó zafarse, pero era inútil.

– ¡Será mejor que se tranquilice! – dijo una voz, que provenía de la cocina.

Segundos después, un segundo sujeto de camisa amarilla entró a la sala desde la cocina, con el rostro cubierto por un pasamontañas y con una pistola en sus manos. Debía tener, a juzgar por su voz y su complexión, unos 25 años. Hizo un movimiento, quitándole el seguro al arma y preparando aparentemente un disparo.

– No queremos que ocurra una desgracia – dijo, mientras jalaba una silla que después arrastró hasta ponerla en medio de las sillas donde estaban atrapadas las hijas de Leonor.

– ¿Q…qu…qué es lo que quiere? – preguntó Leonor, aterrorizada

– Muchas cosas – dijo el hombre, sentándose en la silla – pero eso lo iremos viendo sobre la marcha. Por lo pronto necesito que se tranquilice.

– Suelte a mis hijas y me tranquilizo. – espetó Leonor, tratando de verse fuerte

– No estamos aquí para seguir su ordenes señora, primera lección.

– ¿Entonces qué quiere?, dígame

– Lo que queramos nos lo darán, por las buenas o las malas, segunda lección.

Leonor no entendía nada, pero aquello le aterrorizaba en toda proporción. Temía por la seguridad de sus hijas, pero no se le ocurría algo que pudiera hacer.

– Déjenos ir, y quédese con lo que quiera – ofreció.

El hombre le sonrió, maliciosamente. Tomó el arma con su mano derecha y con la izquierda pasó su mano sobre la espalda de Sonia, recorriéndola con la yema de sus dedos. Tras esto, tomó el arma con la mano izquierda, y con la derecha hizo lo mismo sobre la espalda de Mireya. Las muchachas temblaron, y Leonor sentía que perdía el conocimiento de sólo ver aquello.

– Ahí si se equivoca, doña Leonor, no venimos por otra cosa que no sea usted y sus hijas.

La mujer intentó comprender lo dicho, pero de pronto el hombre que la sostenía por detrás la soltó, pero sólo para empujarla y hacerla caer sobre el suelo boca abajo. Ella intentó aprovechar esto para alejarse a rastras, pero el pesado pie del hombre la detuvo dolorosamente. Escuchaba sollozar a sus hijas a través de las mordazas, pero por más que intentaba levantarse aquello se le volvía imposible.

Dejó de intentarlo cuando los zapatos del hombre que estaba sentado entre sus hijas aparecieron frente a ella; alzó la vista y lo vio sonriendo, mientras parecía desabrocharse sus pantalones. Aquello aterró a Leonor, que no era incapaz de comprender a qué iba aquello.

– ¡No! – imploró – ¡No por favor!

– ¿De verdad? – dijo burlón el hombre – Bien, si no es contigo será con alguna de ellas… – giró y comenzó a avanzar hacia las hijas de la mujer.

– ¡No! – dijo esta desde el suelo, haciéndolo detenerse – ¡Por favor! Lo que quiera menos esto.

El hombre regresó hacia ella, mientras terminaba de sacarse el cinturón.

– Ya le dije señora, no tiene más opción que colaborar. Lo que queramos lo conseguiremos, por las buenas o por las malas.

Se acercó, y bajó el cierre de su bragueta. Parecía a punto de sacarse el miembro cuando una gruesa voz interrumpió.

– Yo primero – dijo el hombre que pisaba sobre Leonor – Acuérdate que yo primero.

Sólo entonces Leonor prestó su atención al sujeto que la había mantenido forzadamente sobre el suelo. Volteó lo que pudo, era un hombre fuerte y alto, y su voz le parecía extrañamente conocida, pero fuera de ello también llevaba un pasamontañas y una camisa azul.

Dejó de pisarla, y entonces Leonor vio cómo el sujeto de la camisa amarilla regresaba a la silla, junto a sus hijas. Se acomodó haciéndose hacia atrás, de manera que podía tenerlas en la mira; o al menos esas creyó que eran sus intenciones, pues el hombre no dejaba de apuntarles amenazadoramente.

– Le voy a explicar lo que hará – dijo la gruesa voz del hombre de azul, que le quitó de encima su pesado pie – Usted obedece lo que le digamos o nos cobramos cualquier tontería que se le ocurra con la dignidad o la vida de sus hijas. ¿Estamos?

Leonor se levantó, parecía diminuta frente a aquel hombre que parecía mucho mayor que su compañero; debía tener la misma edad que ella, y eso que ella tenía 42 años de edad. Pero además de todo eso, debía medir un metro y ochenta centímetros de altura. Y si no era más alto, sería por el ancho de sus hombros y la grandeza general de su complexión. Todo eso la hizo sentirse definitivamente impotente, y pareció quedarse sin opción.

– Está bien – dijo con una voz queda – Pero por favor, no le haga nada a mis hijas, se lo ruego.

El hombre pareció no escucharla, la tomó groseramente de los cabellos y la arrastró hacia uno de los sofás de la sala. Leonor tenía 42 años, pero aun conservaba bastante la belleza de su cuerpo; era de complexión bajita, pero tenía unas curvas que apenas comenzaban a tener el desgaste de los años. De su último embarazo, hacia apenas catorce años, no parecían quedar muchas secuelas.

La forma de sus glúteos aun se antojaba apetecible bajo las telas de su pantalón de pijama, y la bata de dormir mostraba parte de sus aun bien formadas tetas con las que contaba.

Su cabello era largo y negro, lo que le iba bien con la tez clara de su piel. Tenía un rostro sonriente, que no era evidente en ese momento, con una boca grande, dientes alineados y labios carnosos. Su mirada era inquietante, en un sentido erótico, pues tenía unos ojos ligeramente rasgados que le daban cierto aire exótico.

Pero en aquel momento, recién levantada de la cama, tenía más características de un ama de casa que de modelo; pero en realidad aquello poco importaba, por que, fuese como fuese, era fundamentalmente bonita. Parecía una niña castigada frente a aquel hombre; y todo lo que sucedía podían verlo sus hijas, amarradas a las sillas, soportando los constantes manoseos del hombre de la camisa amarilla.

Pero Leonor no se podía enterar de aquello, por que el enorme hombre de azul la arrojó pesadamente sobre el sofá grande. Ella creyó que se la follaría ahí mismo, frente a sus hijas, pero se sorprendió al ver cómo aquel hombre se sentaba al extremo del sofá.

Entonces comprendió; él comenzó a sacarse el cinturón y bajarse la bragueta. Ella, arrodillada al otro extremo del sofá, parecía adivinar su destino cercano. Él se bajó los pantalones y calzoncillos hasta sus pies, dejando ver por fin la forma de su verga.

Eran 21 centímetros de una verga venosa y gruesa; tan morena como la piel de aquel hombre. Ya estaba en pleno proceso de erección, y bastó una sencilla sobada para que se parara completamente.

– Ven acá – dijo el hombre, golpeando pesadamente el asiento del sofá con la palma de su mano

– ¡No! – imploró Leonor

– ¡Lucas! – gritó al muchacho de amarillo, que en seguida se levanto.

El tal Lucas se colocó detrás de Sonia, la hija mayor de Leonor y, jalándole de los cabellos, la hizo doblar el cuello hacia atrás. Apunto el arma a su sien, pero no pasó mucho cuando Leonor pidió perdón e imploró que la dejaran en paz.

– Suéltala – dijo el hombre de azul – Creo que Doña Leonor está entendiendo de qué se trata esto.

En efecto, Leonor supo entonces que en realidad no había escapatoria. Con aquel individuo apuntándole a sus hijas, lo menos que podía hacer era obedecerlos, evitando lo más posible que abusaran de sus hijas. De ella dependería que no hicieran daño a sus hijas, y ahora estaba consiente de eso.

No tuvo aquel hombre que repetirlo; ella se acercó gateando hasta la altura de la entrepierna de aquel sujeto. Sabía que sus hijas miraban, y que vería todo lo que sucedería, pero no pensaba quejarse. Obedecería con tal de que no hubiera alguna represalia contra ellas.

Quedó a un lado del hombre, como si se tratará de su mascota. Él la miraba a través del pasamontañas, y no terminaba de parecerle familiar aquel sujeto. De pronto el abrió la boca.

– Chúpamela – dijo

Y no tuvo que insistir, la mujer bajó la cabeza y se llevó aquella verga a su boca. No era la primera vez que mamaba una verga, ni de esas características ni en aquella posición; pero por dentro quería morir sólo de pensar que sus hijas la miraban con angustia.

Comenzó a mamar aquel falo; primero trató de acostumbrarse al sabor. Nunca le había gustado el sabor de una verga, pero junto a su marido había ido acostumbrándose al fuerte sabor – y olor – que conllevaba realizar sexo oral. De manera que, por ese lado, no había mayor diferencia.

Lo hizo bien, por que, a pesar de todo, las felaciones se le facilitaban bastante gracias a su amplia boca y sus labios carnosos. El hombre no podía quejarse; pero tampoco pudo evitar colocar su mano sobre la nuca de la mujer y comenzar a pujarla; esto provocaba en ella pequeños atragantos que parecían gustarle a aquel cruel sujeto.

Leonor comenzaba a fastidiarse con aquella fuerza sobre su nuca que por poco y le provocaba el vomito; de modo que se atrevió a imponer fuerza en su cuello para evitar aquello. Pareció funcionar por un momento, pero, cuando menos se lo esperaba, la mano del hombre cayó sobre su cabeza y la mantuvo durante casi cinco segundos tosiendo con su verga entera atragantando a la pobre mujer.

Cuando por fin la liberó, la pobre Leonor tuvo que respirar profundamente mientras un rio de saliva corría por sus mejillas. Miró asustada a aquel hombre.

– Vas a ser mi puta, y como tal me obedecerás – dijo, para después volver a dejar caer su mano sobre Leonor, haciéndola regresar a su tarea.

Por fortuna, él ya no volvió a atragantarla; ella pudo seguir con la felación tranquilamente. De vez en cuando recordaba a sus hijas, y volteaba a verlas de vez en cuando. Ellas trataban de no mirar, llevando sus ojos hacia el suelo; pero de vez en cuando sus miradas se entrecruzaban en una especie de terror y apoyo de ánimos.

El sujeto no sólo recibía la felación; sus asquerosas manos la acariciaban por todo el cuerpo. A veces las tetas, a veces su espalda, su vientre, a veces su cabello o sus nalgas; durante un momento que pareció eterno, se instalaron bajo su pijama y sus bragas para acariciar con la palma su culo, y para recorrer con su dedo índice la línea que dividía sus nalgas.

Ella continuó con aquel estremecedor trabajo, soportando todo aquello, hasta que de pronto el hombre la detuvo. La hizo a un lado, cómo si se tratara de una perra, y se puso de pie. La colocó en cuatro sobre el sofá, y él se colocó detrás de ella, mientras la sostenía por las caderas. De pie, las dimensiones de su verga parecían evidenciarse aun más.

Leonor no tenía que ser adivina; sabía que aquel hombre la penetraría. En efecto, las manos del sujeto la desvistieron de un solo y violento movimiento de sus pantalones de la pijama, y lo mismo con sus bragas. No se las quitó completamente, sino que las arrinconó hasta sus pies.

Ella se estremeció al sentir la desnudez en la parte baja de su cuerpo, y de sus nalgas brotaron sus poros, enchinados por aquella sensación. Él le acarició, atraído por aquella situación; y concluyó las caricias con una suave nalgada. Aprovechó también para manosear el coño velludo de Leonor; eran unos vellos recientes, que evidenciaban la costumbre de ella de rasurárselos. Pero era evidente que, a falta de su marido, no había mucha necesidad; de pronto que los alrededores de su concha se hallaban rasposos.

Estaba claro qué era lo que seguía. Pensaba oponerse, pero no soportaba la idea de que, el otro sujeto, volviera a hacerle daño a alguna de sus hijas. Aceptó con resignación su destino, y espero el momento en que la verga de aquel hombre la atravesara.

Y no tuvo que esperar mucho; pronto el sujeto colocó la punta de su falo en la entrada del coño, y lenta pero progresivamente, la penetró hasta el fondo. Aquello consterno a Leonor, por que, aun con todo su pesar, se dio cuenta de que estaba excitada y de que su coño estaba completamente lubricado. Se sintió culpable, pero la verdadera vergüenza vino cuando el hombre abrió la boca.

– ¡Que fácil entró! – ladró – ¿Vieron a la puta de su madre? La muy zorra esta completamente mojada.

Las niñas ya ni siquiera lloraban, por que sus lágrimas se habían agotado; pero evidentemente aquellas palabras le dolían más que cualquier cosa. Era evidente: su madre no había podido evitar excitarse con aquella situación.

– ¿Te gusta perrita? – continuó humillándola el sujeto – ¿Te gustó cómo te la metí?

Leonor no contestaba, hasta que sintió un pellizco en su teta, a través de la tela de su bata de dormir. El hombre repitió.

– ¿Te gusta o no?

– Si – dijo ella, al fin

– ¿Si qué, putita?

– Si me gusta – repitió ella, la voz de aquel sujeto no dejaba de resultarle conocida

– ¿Te gustó chuparme la verga? ¿Eh? ¿Te gustó que tus niñas te vieran mamándomela como una zorra?

Leonor tardó en contestar, las lágrimas volvían a recorrer su rostro y su garganta se había ennudecido. Detestaba aquella situación; detestaba tener la verga de aquel sujeto clavada totalmente en su coño.

– Si – dijo, tras unos segundos – Si me gustó.

Él ya no dijo nada; comenzó a bombearla. Metía y sacaba su verga del humedecido coño de Leonor. A ella le causaba dolor y una evidente molestia; pero conforme avanzaba aquello, no pudo evitar comenzar a sentir placer. Primero su respiración se aceleró, pero al poco rato comenzó a gemir sin posibilidad de evitarlo.

Aquel pene era, de entrada, más grande y grueso que el de su marido; pero no había querido admitirlo hasta que no sintió el placer de tenerlo dentro de ella. Se comenzaba a sentir culpable, por disfrutar de aquello cuando se suponía que era lo peor que le podía haber pasado en la vida. Gemía de placer, lloraba de culpa.

El sujeto de la camisa azul, por su parte, parecía interesado en dar placer a la mujer de la que se aprovechaba; variaba velocidades, lanzaba embestidas repentinas que provocaban gritos en Leonor. Y todo aquello daba resultado entre las piernas de aquella mujer que no paraba de morderse los labios ante las arremetidas.

Ni siquiera habían cambiado de posición; y Leonor parecía haber olvidado su situación puesto que en ningún momento intentó detener aquello. Con sus bragas y pijama en sus pies y su culo alzado, no paró de ser penetrada por aquel desconocido; sintió el primer orgasmo, pero intentó no evidenciarlo, aunque las contracciones de su coño lo demostraban, al menos para el hombre que la penetraba.

– ¿Te viniste, perrita? – murmuró aquel hombre en su oído

– No – mintió Leonor

– No me engañas, Leonor, te has venido como una verdadera zorrita.

– Nooo… – insistió Leonor, antes de perder la voz ante la respiración entre cortada que le provocaban las embestidas.

El hombre se mantuvo inclinado sobre ella, y aprovechó para tomarle las tetas con las palmas de sus manos. Las apretujó y manoseó todo lo que quiso, y no tardó en deslizarlas bajo la bata de dormir para poder apretujar las tetas desnudas de la mujer. Pero aquello no fue suficiente, y no tardó en detenerse un momento para desvestir de plano el torso de la mujer.

Ella ya no opuso resistencia alguna; de alguna forma, en su interior, deseaba continuar siendo bombeada de inmediato, y así lo fue una vez que sus tetas quedaron al aire, a merced total de aquel hombre que no las desaprovechó, sino que se agasajó de lleno magreándolas con sus grandes manos.

De pronto se acordaba de sus hijas, de sus pobres hijas que tenían que ver aquella terrible escena. Ya no volteaba a verlas, porque le dolía la idea de que supieran que estaba disfrutando de aquello. Había tratado de que sus gemidos parecieran de dolor, y no quería que fueran sus ojos los que delataran el placer que recorría su cuerpo y su mente.

Pero sus hijas no la estaban pasando muy cómodo; el sujeto de la camisa amarilla hacía rato que se entretenía con sus cuerpos. Los tocaba, las lanzaba suaves nalgadas y apretujaba lo que se podía de sus expuestos culos. Apretujaba sus tetas y pellizcaba suavemente sus pezones; les besaba sus mejillas. Había comenzado a hacerlo sólo con Sonia, la mayor, y la que más tenia formas de una mujer; pero con el tiempo comenzó a perder toda moral e inició también los manoseos contra Mireya, casi una niña.

En una de esas, el sujeto se había puesto de pie; se había colocado tras Sonia, masajeándole primero la espalda, pero bajando lentamente. Así siguió hasta que terminó por deslizar su pervertida mano por debajo de las bragas de la muchacha, recorriendo con sus dedos el canal que se formaba en medio del culo de la muchacha. Ella lloró, ya sin lágrimas, y comprendió que de ninguna forma estaba a salvo.

Después, y contra todo pronóstico, el sujeto sacó su mano y se dirigió tras de la pobre Mireya. Ella comenzó a temblar desde el primer contacto, y comenzó a gritar como pudo pese a la mordaza, pero fue inútil. Nadie más que su hermana mayor miraba la forma en que aquel hombre metía sus manos por debajo de su bikini, hasta magrear con sus dedos su coño virgen y tierno. También comenzó a imaginar lo que en aquel día le esperaría.

Ambas habían estado llorando por aquello, y por la horrible escena de su madre siendo abusada por aquel desconocido. Habían tratado de mantenerse fuertes, especialmente cuando su madre había tratado de calmarlas con la mirada; pero habían terminado por perder, al igual que ella, toda esperanza. Estaban a merced de aquellos sujetos, y ya no podían engañarse.

– ¡Ya! – comenzó a decir Leonor, de pronto, en un aparente recuerdo de la verdadera naturaleza de los hechos – ¡Por favor! ¡Ya déjeme!

Pero el hombre parecía no escucharla, parecía inmerso en aquello, y sus movimientos acelerados recordaban la imagen de un perro montado. Las nalgas de Leonor estaban húmedas de sus jugos y sudores combinados.

– ¡Por favor! – repitió Leonor, con la voz entrecortada, en un evidente reinicio de su llanto.

Entonces el hombre paró; pero parecía evidentemente molesto. La jaló de una pierna y la hizo caer de bruces sobre el suelo. Cuando ella se intentó incorporar, él la jaló terriblemente de los cabellos, obligándola a arrodillarse. Entonces el hombre comenzó a masturbar furiosamente su verga y, cuando la madre de las muchachas comenzaba a recuperar la compostura, un chorro de esperma y semen salpicó sobre su rostro. No podía alejarse, porque el hombre la mantenía con fuerza de su cabello, de modo que tuvo que soportar aquella humillación de la que sus hijas eran espectadoras.

Finalmente la soltó, con la cara completamente matizada de semen y esperma que se le había metido hasta en los ojos. Lloraba, humillada y agotada, mientras seguía rogando que las dejaran en paz.

– ¡Por favor! – insistió, llorando de lleno – Sólo déjennos ir. ¿Qué más quiere de mí?

– Por el momento de ti nada – dijo el hombre, que sacudió los últimos restos en su verga sobre la mujer; al tiempo que sonreía maliciosamente.

CONTINUARÁ…sex-shop 6

 

Relato erótico: “La fábrica 22” (POR MARTINA LEMMI)

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cuñada portada3LA FÁBRICA 22

Sin títuloEsa noche era, en teoría, la última que yo pasaba en casa de Luis; sin embargo, los últimos acontecimientos de la fábrica en relación con la llegada de la nueva empleada me hicieron rever mi postura.  Los celos y la paranoia hicieron presa de mí al punto de la angustia, pues yo suponía que, en caso de marcharme, estaría allí dejando otra plaza libre para ser ocupada por esa chica.  Viéndolo hoy, la mía estaba lejos de ser una estrategia acertada ya que corría riesgo de atosigar con mi presencia, pero en esos momentos la mente de una trabaja de una forma distinta y se deja llevar por impulsos y sentimientos obsesivos.  Apenas Luis y Tatiana estuvieron en casa me arrojé, por supuesto, en brazos de ella y, casi literalmente, le comí la boca: creo que nunca le había llevado la lengua tan adentro de su boca como lo hice en esa oportunidad.  Temí incluso, por un momento, que ella me rechazara, pero no fue así: me dejó hacer y se dejó penetrar por mi lengua casi tomándolo como un acto sexual en sí; quizás, me dije, mis temores con respecto a un cambio en su actitud hacia mí serían infundados…

Hubo, no obstante, algo distinto, de lo cual me di cuenta al espiar de reojo a Luis, quien no nos devoraba con perversos ojos como hubiera cabido esperar sino que, por el contrario, parecía desentendido del asunto; de hecho, se dirigió hacia la cocina con la aparente intención de rescatar algo de la heladera.  Aquella sí que era para mí una señal de alarma: era evidente que su espíritu voyeur estaba ya lo suficientemente satisfecho con las escenas que habría presenciado en su oficina entre Tatiana y la chica nueva; con rabia, lo imaginé masturbándose una y otra vez al contemplarlas o bien haciendo que ambas le lamieran el pene hasta hacerlo acabar tal como alguna vez nos había hecho hacer a Tatiana y a mí.

La desesperación se apoderó de mí nuevamente: sentí que estaba perdiendo interés de parte de Luis.  Una vez más, opté por el peor camino: perseguir y asfixiar.  Tomando a Tatiana por el talle, prácticamente la arrastré hasta la cocina, en donde, efectivamente,  Luis hurgaba en la heladera.  Buscando absurdamente recuperar un terreno que consideraba estar perdiendo, empujé a Tatiana por los hombros hasta hacerla apoyar sus espaldas contra la mesada.  De un solo tirón, le abrí la blusa rosada haciendo saltar varios de sus botones; consideré que cuanta más salvaje pasión le pusiera al asunto, más fácil sería reactivar a Luis: el objetivo, desde luego, era arrancarle una erección.  Eché una hambrienta mirada a los ojos de Tatiana y me mordí el labio inferior al verla tan hermosamente entregada y desvalida.  La imagen me excitó: zambulléndome rápidamente de cabeza entre sus senos, capturé con los dientes la parte media del sostén y tirando del mismo, se lo llevé arriba hasta dejar a la vista sus maravillosas tetas.  Una vez que sus pezones estuvieron al descubierto, elegí al azar uno de ellos y me le arrojé encima: empecé por aplicarle rápidos y alocados lengüetazos que pusieron a mil a Tatiana al punto que pude sentir cómo su pezón se endurecía más y más a cada pasada de mi lengua.  Miré de soslayo a Luis: parecía haber, al menos de momento, abandonado su búsqueda en la heladera y, ahora sí, nos miraba.  Tuve, sin embargo, la fugaz sensación de que sus ojos revelaban más sorpresa que excitación…

Haciendo aro con mi boca, atrapé el pezón y succioné con toda mi fuerza, lo cual hizo a Tatiana lanzar un largo y profundo gemido.  “Te tengo, nena” , me dije para mis adentros, alegrándome por saber que su excitación traería aparejada la de Luis como obvia añadidura.  No debía desaprovechar el momento ni lo que estaba consiguiendo, así que hundí mis dientes en el apetecible y ya rígido pezón, lo cual, como no podía ser de otra manera, le arrancó a Tatiana un salvaje gemido que viró rápidamente hacia un alarido de placentero dolor.

Fue extraño, pero en ese momento, me sentí casi como un hombre: tomándola por las caderas, la alcé hasta dejarla casi acostada sobre la mesada.  Liberé durante un instante su pezón pero sólo para ocuparme en hundir mis manos por debajo de su corta falda hasta atraparle la diminuta tanga y jalar de ella haciéndosela deslizar por las piernas.  Una vez que tuve la prenda en mis manos, dirigí a Luis una mirada de lascivia pura y, en un acto quizás algo sobreactuado e innecesario, arrojé la tanga a su rostro; tras el impacto de la prenda, él la atrapó cuando, justamente, ésta comenzaba a deslizarse hacia el piso.  Yo no sabía cómo interpretar su mirada: había una leve sonrisa dibujada en su rostro y mi sensación era que se lo notaba algo divertido.  De hecho, le escudriñé fugazmente el bulto y no noté que estuviera teniendo erección alguna.

Las cosas iban, al parecer, a estar difíciles, pero, internamente, me negué a rendirme.  Ignoraba, por cierto, en qué caldera lo habrían arrojado esa tarde Tatiana y la nueva empleada ni qué tanto hubieran dejado ya satisfecho su perverso apetito voyeur, pero estaba dispuesta a reconquistar el terreno que creía estar perdiendo.  Siempre mirando a Luis, enterré mi mano en la concha de Tatiana y mis dedos, como tentáculos, reptaron y juguetearon dentro de ella.  Un profundo jadeo inundó la cocina y yo me zambullí nuevamente hacia sus pechos, atacando ahora el otro pezón.  No cesé de succionar ni por un segundo como tampoco de penetrarla bien profundo con mis dedos hasta que supe que ella ya no tenía control de sí: desparramada sobre la mesada, extendía sus brazos en toda su longitud y arrojaba desesperados manotazos hacia los costados dando cuenta de todo utensilio que se hallase más o menos cerca: el ruido de trastos rodando por la mesada y luego por el piso resonó en el lugar…

Una vez que supe que Tatiana había alcanzado el orgasmo, decidí no darle tregua: con prisa la volví a tomar por las caderas y la giré por completo, de tal modo de dejarla con los pechos aplastados contra el mármol.  Hincándome por detrás de ella, tuve ante mis ojos una fantástica visión de su hermoso culo y, sin perder más tiempo, me abrí paso con mi lengua por entre sus nalgas recorriéndole primero la zanjita cuan larga era para después, sí, dedicarme a su tentador agujerito.  Fue entonces cuando tomé conciencia de lo útiles que podían serme algunas de las habilidades que había adquirido lamiéndole el culo a Hugo Di Leo.  La penetré analmente con mi lengua tan profundo como pude e incluso mucho más allá de donde realmente creía poder llegar.

No necesito decir lo mucho que disfruté tan intenso momento como tampoco cómo lo estaba gozando Tatiana, pero mi gran preocupación, sin embargo, era Luis.  En un momento y mientras tenía aún mi lengua hundida en el orificio de Tatiana, miré de reojo por sobre la curvatura de su perfecta nalga para descubrir que Luis estaba hurgando nuevamente dentro de la heladera, aparentemente desinteresado del asunto.  Para recuperar su atención pasé una mano por entre las piernas de Tatiana y, una vez más, le enterré un dedo en la raja; su gemido cortó el aire y, así, penetrándola con mi lengua por el ano y con mi dedo por la vagina, consideré que era imposible no captar la atención de Luis.

“Interesante” – le oí decir; su voz sonó algo ahogada como si tuviera algo en la boca.

Sacando por un instante mi lengua del agujerito de Tatiana, desvié la vista hacia él y comprobé que, en efecto, lo que llevaba en la boca era una porción de pizza fría.  Asentía con la cabeza en forma aprobatoria al vernos pero no daba muestras de estar excitado en absoluto.  ¡Dios!  ¿Cuánto tenía que esmerarme y qué tanto debía hacer gritar a Tatiana?  ¿Era posible que en la oficina lo hubieran dejado satisfecho a tal punto?  ¿O sería que la nueva empleada había demostrado para con su novia artes bastante más estimulantes que las mías?  Me atacó una cierta angustia al ver que Luis, siempre con su porción de pizza entre los dientes, cerraba la heladera y pasaba a mis espaldas como saliendo de la cocina.  Me desesperé: no podía dejar que se fuera.  Abandonando a Tatiana por un instante, me lancé hacia él en el preciso momento en que pasaba por detrás de mí; arrodillándome, lo atrapé a la pasada y quedé con una de mis mejillas aplastadas contra su trasero en tanto que mis manos, por delante, le buscaban el bulto hasta encontrarlo para notar, tristemente, que no daba señales de nada.  Sorprendido, Luis detuvo su marcha y, girando la cabeza por sobre su hombro, me miró desde arriba con gesto intrigado; yo sabía que no podía perder tiempo, por lo cual, sin más trámite, le desprendí y bajé el pantalón.  Sin soltarle la cadera ni por un instante, caminé sobre mis rodillas de tal modo de rodearlo hasta ubicar mi rostro frente a su miembro y, de un solo bocado, capturárselo con mi boca: lo tenía, por cierto, aún bastante fláccido, así que me esmeré en lamerlo y lamerlo hasta notar, con satisfacción, que se le comenzaba a poner duro.  Pero cuando comenzaba a paladear mi triunfo, Luis me tomó por los cabellos y, con suavidad, jaló mi cabeza hacia atrás.

“Se la ve desesperada, Soledad – me dijo, luciendo una sardónica sonrisa -: se le nota que tiene hambre de verga.  ¿Qué pasó?  ¿Tan excitada quedó después de lo bien que la cogí en el baño de damas durante la fiesta de casamiento?”

Sus palabras eran estocadas mortales contra mi dignidad, pero yo había ya caído a tal punto de bajeza que prefería asimilarlas y extraerle al asunto la parte positiva.

“Sí… – balbuceé -.  Me… calenté mucho”

“Veo… – asintió, soltando mis cabellos -; pero… verá, Soledad.  Hoy… no es la noche para eso.  Estoy… muy cansado.  Y además, jeje, sepa disculpar, pero… no es lo mismo sin el vestido blanco”

Sus palabras, aunque extrañamente gentiles, eran la triste confirmación de que él ya estaba conforme por esa noche y, a la vez, me hacían pensar que, muy posiblemente, las cosas, tal como había temido, fueran a ser muy diferentes de allí en más.  Desvió la mirada hacia su novia:

“Tati – le dijo -.  Ya sabés dónde hay un consolador.  Dale una buena cogida a la señorita Soledad, así se le pasa un poco la calentura”

Siempre sonriente y de pocas palabras, Tatiana se acomodó un poco el desastre que yo había hecho con su ropa para luego tomarme por un brazo e instarme, con cortesía pero decididamente, a ponerme en pie.  Una vez que lo hubo logrado, me guió hasta la sala de estar.  Siempre teniéndome por el brazo, se inclinó para abrir un cajón de mueble y extraer de allí un consolador que nada tenía que envidiarle al que Evelyn le aplicaba en el culo a Luciano.  Sin soltarme ni por un momento me hizo inclinar sobre la amplia mesa de la sala hasta que mis tetas quedaron apoyadas sobre el vidrio que cubría la misma; luego, con mucha habilidad y utilizando una sola mano, me dejó sin tanga de un solo tirón.  Mis ojos, llenos de angustia, seguían a Luis, quien, habiendo ya dado cuenta de la porción de pizza que rescatara de la heladera, caminaba en dirección hacia el dormitorio sin siquiera volverse para mirarnos ni por un instante. 

“Tati…”– balbuceé desesperadamente.

“¿Sí, Sole?”

“¿Por qué no vamos mejor al cuarto y… lo hacemos allí?”

“No, linda – respondió la rubia, tajante pero siempre cortés -.  Dejemos descansar a Luis; ahora quiero que cierres los ojos y te relajes”

Apenas un instante después sentí el objeto entrar en mi vagina y, si bien el placer  era el de siempre, me sentía morir al pensar en que, por lo que parecía, yo ya no formaba parte de la pareja preferida de Luis…

Estuve casi como ausente al otro día en la fábrica; por suerte la nueva empleada no se hallaba aún en funciones porque de lo contrario no sé cómo hubiera respondido.  Pero más allá de eso, un nuevo factor de preocupación se había agregado: con la conmoción de esos días yo había perdido la cuenta de los días de mi período y descubrí, de pronto, que estaba en pleno atraso.  No era mucho, pero atraso al fin.  Rápidamente acudieron a mi cabeza las imágenes de tanta escena de sexo en aquellos días previos: por mi mente desfilaron el stripper, el sereno, Luis, Hugo… ¡Dios!  ¿Era posible que algunos de ellos me hubiera embarazado?  Ya me habían advertido varias veces acerca de la poca fiabilidad de las pastillas que estaba tomando y, sin embargo, me mantuve en ellas amparándome en el débil argumento de que jamás había tenido problema alguno.  Pero los problemas no ocurren hasta que ocurren y el terror me invadía al pensar en la posibilidad de que alguno de todos esos pudiera ser padre de una criatura que, tal vez, yo llevara en el vientre.  Ni siquiera había forma alguna de endilgarle el hijo a Daniel por dos razones: por un lado, hacía rato que no teníamos nada de sexo entre nosotros y, por otro, ¿qué iba a hacer?  ¿Volver con él a decirle que se hiciese cargo de su “paternidad”?

Estaba tan nerviosa que miraba en derredor y me daba la impresión de que todos en el lugar estaban al corriente de mi duda; era mi imaginación, desde luego, pero creía descubrir en las chicas miradas que parecían a veces  cómplices, otras pícaras… otras divertidas.  ¡Dios!  Tenía que controlar mi paranoia además de, por supuesto, tratar de asegurarme lo antes posible de que mi temor era tan infundado como apresurado ya que, después de todo, había tenido atrasos montones de veces.

Por lo pronto, ese mediodía aproveché la hora del almuerzo para salir un momento de la fábrica y comprar un test de embarazo en la farmacia que estaba a unas pocas cuadras.  Mi aspecto, con esa falda tan corta, era de lo más llamativo y en el momento en que la dependienta se giró para ir a buscar lo que le pedía, tuve que soportar que algún libidinoso que esperaba su turno se me acercara al oído para susurrarme:

“Dichoso el que la embarazó.  Cuánta envidia, jeje”

Muerta de vergüenza, bajé la cabeza e hice como si lo ignorara.  Una vez que me entregaron el test y pagué, me giré sobre mis tacos para retirarme del lugar sin levantar en ningún momento la vista hacia el sujeto que tenía a mis espaldas.  Pasé caminando junto a él como si no existiese y, simplemente, me encaminé hacia la puerta, pero cuando estaba llegando una nueva voz me detuvo, en este caso femenina:

“Parece que somos unas cuantas las que andamos con problemas hoy”

Era una voz fresca, juvenil y, a la vez, cargada con un deje malicioso.  Aún antes de levantar la mirada, supe que se trataba de Rocío y, en efecto, en cuanto lo hice, me encontré con la rubiecita frente a mí.

“Ho… hola Rocío” – tartamudeé.

Más vergüenza.  Todo me dio vueltas.  ¿Cuánto llevaba allí esa putita?  ¿Me habría oído pedir el test de embarazo?  El rostro se me puso de todos colores pero supe que tenía que necesitaba disimular en la medida de lo posible.

“Sorpresa encontrarte por aquí.  Vine por un analgésico: se me estuvo partiendo la cabeza de dolor durante toda la semana” – dijo ella, explicando  el motivo de su presencia allí, cosa que, de cualquier modo, no me interesaba.  Lo único que sí me importaba y, más aún, me inquietaba, era qué tanto hubiese llegado ella a escuchar.

“Uy… no me digas – dije, fingiendo preocupación -.  Ojalá te pase: es un bajón trabajar con dolor de cabeza”

No dije nada más.  Sólo saludé con un asentimiento de cabeza y pasé junto a ella en procura de abandonar el lugar cuanto antes; pude sentir sus ojos sobre mí todo el tiempo y, aún sin verlo, podía imaginar su rostro sonriente: pensar que tiempo atrás era una chiquilla sin demasiada iniciativa llevada de las narices por Evelyn; ahora se movía con otra seguridad, posiblemente envalentonada desde que su amiga había subido de jerarquía.  Pero más allá de eso, en ese breve encuentro que tuve con ella en la farmacia sólo me pareció que sus palabras despedían sarcasmo y sus ojos burla.  La paranoia, una vez más, volvía a hacer presa de mí…

Ya en la fábrica, me dirigí al toilette para hacer el test.  Y, en efecto, ocurrió lo más temido: positivo.  Me tomé la cabeza y casi me dejé caer; tuve que aferrarme al lavatorio para no hacerlo.  ¡Dios!  Aquello sí que venía a complicarlo todo y en el peor momento: ¡malditas pastillas!  Casi ni pude prestar atención a mi trabajo durante el resto de la tarde; cometí, de hecho, varios errores y fui dos veces citada a la oficina de Evelyn por errores en los informes de facturación que había enviado.  Eran en verdad errores burdos, de ésos que sólo pueden cometerse cuando una tiene la cabeza en cualquier otra parte. Yo, por un lado, no sabía cómo disculparme y, por otra parte,  comprendía perfectamente que tenía que lucir tranquila como para no generar sospechas: no hacía falta saber demasiado de matemáticas para darse cuenta que los días de trabajo que llevaba en la fábrica desde mi ingreso no me habilitaban para reclamar indemnización en caso de ser despedida.  Y si bien no sabía nada específicamente sobre los antecedentes en esa empresa en particular, mil veces había oído historias acerca de chicas que, al quedar preñadas, fueron despedidas de sus empleos.  Si ellos así lo querían, podían dejarme en la calle con un hijo en camino y sin pagarme absolutamente nada, pues aún no llevaba noventa días trabajados en la fábrica.  Cuando Evelyn me citó por segunda vez para regañarme por un error, insistió varias veces en preguntarme si me sentía bien y no pude evitar pensar si la perrita de Rocío la habría puesto al tanto de algo, en cuyo caso sólo quedaba inferir que, en efecto, me había oído pedir el test de embarazo en la farmacia.  Manifesté una y otra vez que me sentía bien y sólo un poco cansada; me excusé cien veces y volví a lo mío, tratando de concentrarme para hacerlo lo mejor posible… aunque, por supuesto, se me hacía muy difícil.

Pero cuando faltaban sólo quince minutos para la chicharra de salida, Evelyn me citó nuevamente a su oficina.  Temí haber cometido un nuevo error pero no… Al trasponer la puerta la encontré, como era habitual, al otro lado del escritorio, pero parecía exhibir una actitud algo más relajada que la de siempre.  Tenía el mentón apoyado en un puño mientras, cruzada una pierna por sobre la otra, se giraba en su silla alternadamente hacia uno y otro lado.  En la sonrisa que le ocupaba el rostro descubrí esa malicia tan frecuente en ella y temí lo peor:

“Cerrá la puerta, nadita” – me ordenó apenas entré.

No pude evitar sentir el impacto que me provocaba el que, luego de no haberlo hecho durante varios días, volviera a dirigirse a mí con el detestable apodo que ella misma me había puesto.  La orden de cerrar la puerta, por otra parte, no dejaba de inquietarme, pues dejaba traslucir que se venía una charla que requería una cierta intimidad: eso podía ser bueno o malo, pero viniendo de Evelyn, siempre era más probable esperar lo segundo.  Cumplí con lo que me ordenaba y, nerviosa, quedé de pie a la espera de lo que fuera a decirme; se mantenía, sin embargo, en silencio y siempre con la silla haciendo ese movimiento pendular que sólo contribuía a aumentar mi nerviosismo (lo cual, casi con seguridad, debía ser su objetivo); sus ojos, eso sí, lucían ahora algo más agrandados y su sonrisa más radiante.

“¿S… sí, señorita E… velyn?” – balbuceé, entrecortadamente

“Hablame de tu embarazo” – me espetó ella a bocajarro y sin abandonar su relajada postura.

Fue como un golpe en el pecho; reculé incluso un par de pasos por el impacto que me produjo.

“¿Q… qué?” – musité.

“No trates de ocultarme nada.  Ya lo sé todo.  Por cierto: mis felicitaciones”

Fiel a su estilo, se valía de su impostada cortesía para humillarme.

“P… pero… no, señorita Evelyn… No sé quién puede haberle… d…dicho algo así,  p… pero… no, le p… puedo asegurar q… que…”

“¿Por qué fuiste a comprar un test de embarazo?”

Cada pregunta era un dardo envenenado.  Todo estaba más que claro: la putita de Rocío me había escuchado hacer mi pedido en la farmacia y, como no podía ser de otra forma, había corrido a contarle la novedad a su entrañable amiga.  ¿Qué había de sorprendente en ello, después de todo?  La estúpida era yo si realmente pensaba que podía ocurrir algo diferente.

“T… tenía dudas – dije, siempre tartamudeando -, p… pero, n… no: me d… dio n… negativo”

“¿Y si te dio negativo por qué estuviste tan nerviosa durante toda la tarde?”

Miré al piso.  Hice lo imposible por contener las lágrimas.  No podía creer la situación en la que me estaba viendo envuelta y me daba perfecta cuenta de que mis intentos por ocultarle la verdad a Evelyn eran inútiles e infructuosos, además de altamente ingenuos.

“¿Y por qué se te ve tan nerviosa ahora? – insistió Evelyn, volviendo a la carga con el interrogatorio -.  Mirate: ni siquiera sos capaz de mirarme a la cara.  No, no, no – chistó tres veces acompañando la redundante negativa -; ésa no es la actitud de alguien que se acaba de enterar que no está embarazada.  No, nadita, no lo es: a menos que esperara estarlo y, en fin, ahora esté decepcionada.  Pero, hmm… no, no me parece que ése sea tu caso”

Ya no pude más.  Una lágrima me corrió por la mejilla: Evelyn era un verdadero reptil y no me cabía duda de que debía estar gozando por haber logrado hacerme llorar.  Tragué saliva, me aclaré la voz; hablé, finalmente, entre sollozos:

“P… por f… favor, señorita Evelyn, s… se lo r… ruego: no diga nada…”

Sabía que lo implorante de mi tono la estimulaba aun más: en otro contexto, quizás hasta se hubiera masturbado al verme en ese estado.

“Nadita: quiero que me entiendas – comenzó a explicar, adoptando un tono que sonaba entre paciente y maternal -.  Yo soy la secretaria aquí: tengo la obligación de tener al tanto al señor Di Leo de lo que ocurre con las empleadas”

“¡Pero… me van a despedir! – exclamé, con desesperación.

Ella revoleó los ojos y sacudió la cabeza a un lado y a otro, como si hiciera cálculos.

“Muy posiblemente” – dijo.

¡Por favor! – aullé, avanzando hacia ella los dos pasos que antes había reculado; me sentía a punto de arrojarme de rodillas al piso de un momento a otro -.  Necesito… el trabajo.  ¡Por favor, señorita Evelyn! Le ruego que mantenga el secreto…”

“Sería desleal pero además estúpido – dijo ella, con gesto desdeñoso -.  A la larga la pancita te va a crecer, ¿no te parece?  Y entonces todos se van a dar cuenta: yo, por cierto, voy a quedar también muy mal por haberlo ocultado”

“¡No tendrían por qué enterarse de que usted lo sabe! – exclamé, suplicante. -.  ¡Por favor, señorita Evelyn, se lo pido encarecidamente!  Además… – súbitamente recordé a su amiga Rocío -; usted podría también convencer a Rocío de que no…”

“Pero: ¿qué vas a ganar con dilatar el asunto? – me interrumpió -.  Te estoy diciendo que, más tarde o más temprano, tu pancita se va a notar”

“Claro, pero…”

Levantó las cejas, expectante.

“¿Pero…? – me instó a continuar.

Yo no encontraba las palabras justas para contar qué era lo que planeaba; era que, al pensarlo objetivamente, lo que yo elucubraba era terriblemente desleal y, sin embargo, estaba decidida a hacerlo.  Evelyn seguía expectante y yo seguía sin decir palabra hasta que, finalmente, fue ella quien habló:

“Pero para cuando todos lo sepan, ya van a haber pasado los tres meses laborales y, por lo tanto, vas a haber adquirido otros derechos, ¿verdad?  ¿Es así, nadita?”

Qué puta que era.  No me quedaba la menor duda de que en todo momento había sabido que mi plan era ése pero sólo había dilatado el interrogatorio para hacerme sentir aún más humillada.  Avergonzada, asentí con la cabeza gacha.

“Jaja – carcajeó Evelyn, a la vez que palmoteaba el aire.  En ese momento se oyó sonar la chicharra que marcaba la hora de salida aunque, desde luego, ni ella ni yo la registramos en demasía -.  Bueno, bueno: qué zorrita resultaste ser, nadita.  Y bastante más inteligente de lo que yo pensaba.  Eso es muy sucio, ¿sos consciente de eso?  No sólo vas a ocultarle a la firma información personal tuya sino que además me estás pidiendo que yo sea cómplice.  ¿Te das cuenta de lo que estás pidiendo?”

“Por… favor, señorita Evelyn.  Necesito el trabajo… No diga nada, se lo pido; voy a… hacer lo que usted quiera, lo que… usted diga”

Bastó que terminara de pronunciar esas palabras para que tomara conciencia de lo que acababa de decir.  Someterse a “lo que Evelyn quisiese” era casi suicida, sobre todo sabiendo de su alto grado de perversión así como del placer extremo que encontraba en humillarme.  Pero yo estaba absolutamente desesperada y cuando una se encuentra en tal estado, es capaz de someterse a cosas que de otro modo no toleraría. 

Un silencio sobrecogedor se apoderó de la oficina.  Desde el corredor llegaron los pasos del personal retirándose hasta que, en determinado momento, todo volvió a ser calma y sólo se oía el ligero crujido de las rueditas de la silla de Evelyn mientras seguía girándose a uno y otro lado.  Yo seguía con la vista en el piso y sin atreverme a levantarla.

“Lo que yo quiera” – soltó Evelyn, remarcando bien las palabras.

Nueva estocada.  Como no podía ser de otra manera, la pérfida colorada estaba ya imaginando y saboreando los beneficios de acceder a guardar mi secreto.  Yo, tristemente, asentí con la cabeza.

“Sí, señorita Evelyn” – dije, con la voz apenas hecha un hilillo.

Otro silencio.

“Lo que yo diga” – dijo, al cabo de un rato, volviendo a remarcar.

Volví a asentir y, tratando de contener las lágrimas, solté un casi imperceptible “sí”.

“Interesante – dictaminó Evelyn, como si meditara sobre el asunto. –  Trato hecho”

Se produjo entonces la más impensada y paradojal situación.  De algún modo, yo acababa de firmar mi pacto con Mefistófeles y, sin embargo, mi rostro se tiñó de alegría al saber que Evelyn guardaría silencio sobre mi estado de embarazo.  Fue tan irrefrenable mi júbilo que, en un degradante acto que no logré controlar, me arrojé de rodillas ante ella y le besé los pies.

“¡Gracias, señorita Evelyn!  ¡No sabe cuánto se lo agradezco!” – no paraba yo de repetir intercalando mis excitadas palabras con devotos besos sobre su calzado.

“Bien – dijo Evelyn, en tono de fría malicia -.  Tenemos un trato: empecemos a ponerlo en práctica”

                                                                                                                                                                    CONTINUARÁsex-shop 6

 

Relato erótico: “La cazadora VII” (POR XELLA)

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LA OBSESION 2Su vida había cambiado. Todo giraba ahora en torno al esas cuatro paredes, casi no salía pero, en verdad, tampoco deseaba salir. 

 

Sin títuloNo sabia realmente como había sucedido todo, pero si sabia que había sido gracias a ella. Ahora era libre. No tenía preocupaciones y lo único que tenia que hacer era algo que deseaba enormemente, así que no suponía ningún tipo de esfuerzo.

 

Desde que abandonó su antigua vida, Alicia era feliz. Su nueva jefa era un encanto y se preocupaba por su bienestar. Le había dado un trabajo y un lugar donde dormir, puesto que ya no volvería jamás a su antiguo hogar. 

 

Compartía residencia con algunas compañeras y con Lissy, su antigua señora “¿asistenta?” que también trabajaba allí, aunque ella lo hacia de camarera. También había una mujer, Eva, que creía conocer de algo, aunque no sabia muy bien de que. 

 

Ups, un cliente. Actúa correctamente, eso es… Abre la boca, inclina la cabeza… Muy bien, recibelo todo, que no se derrame nada… Estupendo. Ahora limpiala, hay que dejarla reluciente… 

 

Al principio le resultaba muy difícil. Demasiada cantidad y demasiado rápido, a parte de su amargo sabor, pero ya había cogido práctica y era capaz de no derramar nada. 

 

Los primeros días los clientes se quejaban de que al usarla, como se le derramaba, acababan salpicados. Tuvo que venir la jefa incluso a reprenderla, pero se esforzó. Vaya que si se esforzó. Pedía ayuda a sus compañeras fuera del horario de trabajo y ellas accedieron encantadas, eran unas grandes amigas… 

 

Todas las noches actuaba como su baño portátil y, aunque era algo distinto hacérselo a una mujer que hacérselo a un hombre, cogio soltura rápidamente. Compartían vivienda con dos chicas más, Rachel y Christie, al parecer eran hermanas y hacían un espectáculo en el escenario. El resto de empleados dormían en sus respectivas casas. 

 

Alicia disfrutaba de los momentos de intimidad con sus compañeras. Nunca lo había hecho antes, pero comenzaron a practicar sexo lesbico entre ellas. Normalmente las hermanas se entretenían solas, y ella lo hacia con Eva y Lissy, la negra solía llevar la voz cantante y ordenaba. Pero había veces que las hermanas se les unían y organizaban auténticas orgias, en las que Eva, ella y una de las dos hermanas (solían turnarse) eran sometidas por las otras dos participantes. 

 

Todos los días transcurrían igual. Desde que comenzaba su jornada de trabajo hasta que acababa estaba arrodillada en los servicios, completamente desnuda, esperando que entrase algún cliente. Entonces ella se situaba con la boca abierta, dispuesta a recibir el orín de los hombres. La mayoría introducían su rabo hasta dentro y después comenzaban a orinar, lo que la facilitaba la tarea de tener que tragar. Otros sólo introducían el glande, o meaban desde la distancia, apuntando. Así era más difícil. Había algunos también que directamente meaban sobre ella, sin siquiera molestarse en apuntar, lo que hacía que todos los días acabase empapada y maloliente. Esa era una de las razones por las que no la usaban para nada más. Es cierto que había algunos hombres que la obligaban a chuparsela hasta correrse en su boca, lo que aceptaba con la misma profesionalidad que los meados, pero su olor y su higiene hacían que prefiriesen usar a las demás empleadas para esos menesteres. 

 

Y en eso Eva era la estrella. 

 

Eva y Lissy eran las camareras del lugar, mientras la negra se ocupaba de la barra, Eva atendía las mesas.  Ambas trabajaban desnudas normalmente o, por lo menos, con muy poca ropa, lo que propiciaba que los clientes se fijaran en sus preciosos y esculturales cuerpos. Podían usar a ambas cuando quisieran y ellas tenían que obedecer todas las órdenes pero, al estar Eva más próxima a los clientes, era más frecuentada. 

 

Habitualmente podía vérsela arrodillada bajo una mesa, chupando la polla de algún hombre, o inclinada sobre una mesa, con sus bamboleantes temas oscilando debido a las embestidas que estaba recibiendo. Y eso le encantaba. Era su propina. La encantaba que se la follasen como a una puta (“¿Cómo a una puta? ERA una puta. Todas lo eran. “) delante de todo el mundo. Se sentía vejada y humillada y eso la volvía loca. 

 

A los clientes les encantaba jugar con sus tetas. La jefa, en una hábil decisión viendo su popularidad, había hecho que se las anillada, provocando que fuesen más reclamadas todavía por los clientes. 

 

Les encantaba tirar de los anillos haciendo sufrir a la camarera, aunque a ella le encantaba… Tanto que algunos días se ponía una pequeña cadena que unía un pezon con el otro, para facilitarles la tarea. 

 

A Lissy por el contrario se la follaban menos, pero eso no significaba que no tuviese menos peticiones. Normalmente, la pedían que se subiera a la barra y allí se pusiese a bailar o a masturbarse delante de todo el mundo. Entonces cogia un botellín y comenzaba a introducirselo por alguno de sus agujeros. Los tenia realmente bien entrenados. Algunas veces incluso le pedían beber desde la botella introducida en su coño o en su culo. 

 

Algunos días Diana venía a saludarlas. Entraba en el local, subía al despacho de la jefa y pasaban varias horas allí. Después, siempre se acercaba al baño de caballeros a ver que tal estaba. Parecía satisfecha de ella y eso era bueno, Alicia tenía mucho que agradecer a aquella mujer, había hecho que su vida fuese completa, le había dado un sentido. 

 

Ahora era feliz. 

 

—————-

 

Diana entró por la puerta del local. Hacía tiempo que no iba, puesto que después de completar su venganza se había tomado un tiempo para reflexionar. 

 

Había pasado el tiempo en su lujoso apartamento, disfrutando de las atenciones y los juegos con Missy y Bobby. Día a día les obligaba a ir un poco más lejos en su comportamiento y ya eran casi totalmente unos perros. Andaban a cuatro patas, comían de un cuenco y se comunicaban a base de ladridos y gruñidos. Excepto cuando tenían que salir a hacer una tarea para su ama, entonces se comportaban de la manera más normal que ésta les permitía. 

 

Mientras estaban en casa, no era extraño verles follar a cuatro patas, como los animales que eran puesto que Diana había modificado su comportamiento para que estuvieran continuamente calientes. 

 

Pero había llegado el momento de hablar con Tamiko. 

 

Nada más entrar vio como sus presas se habían adaptado perfectamente a su nueva vida. Lissy estaba desnuda sirviendo unas cervezas en la barra mientras que Eva estaba siendo sodomizada en el borde del escenario. Se acercó para ver en detalle el hipnotizante vaivén de sus tetas. No se molestó en buscar a Alicia con la mirada pues sabia cual era su puesto de trabajo. Luego tendría tiempo de disfrutar con su destino. 

 

Llamó a la puerta de Tamiko y entró sin esperar respuesta. No estaba sola. 

 

A su lado había un hombre perfectamente trajeado, de mediana edad. Las canas empezaban a aparecer en su negro cabello. 

 

– Buenas tardes. – Saludó al ver entrar a Diana. 

 

– Buenas tardes. – Contestó ésta. Se quedó mirando al hombre, había algo extraño en él, pero no sabía decir qué. 

 

Miró a Tamiko, que la saludó con un movimiento de cabeza, y entonces se dio cuenta: ¡No podía leerle la mente! 

 

Se acercó con precaución y el hombre le tendió la mano. 

 

– Diana, te presento a Marcelo Delgado. 

 

La cazadora le estrechó la mano. 

 

– Tienes mucho que agradecerle, puesto que gracias a su corporación posees la casa que tienes, el coche que tienes y… tu cuerpo, por supuesto. 

 

– ¿Xella Corp? – Preguntó con curiosidad. 

 

– Veo que Tamiko ya te ha contado algo. Efectivamente, pertenezco a la cúpula directiva de Xella Corp. Justamente le estaba comentando que estaba muy interesado en conocerte y, casualmente, has aparecido por aquí. 

 

– Pues aquí me tiene. – Replicó a la defensiva. 

 

– Parece que no te sientes cómoda. ¿Te pone nerviosa no poder leerme la mente? 

 

Diana guardó silencio. 

 

– Comprenderás – Continuó el hombre. – que debido a mi posición tengo que mantener alguna seguridad con respecto a mi libre albedrío. Pero que te sientas incomoda está bien, eso significa que te has adaptado perfectamente a tus nuevas habilidades… 

 

– Estaba contándole a Marcelo lo duro que has trabajado para prepararte. – Añadió la asiática. –  Y que tu rendimiento hasta ahora ha sido fabuloso. Ya nos has proporcionado tres presas por tu cuenta, y las tres han venido perfectamente condicionadas. 

 

Diana pensó en como las dos camareras actuaban de una forma tan natural ante su nueva situación y sonrió, henchida de orgullo. 

 

– Te hemos estado observando. – Dijo Marcelo. 

 

La cazadora le miró con aprensión. 

 

– ¿Observando? 

 

– Si. Ten en cuenta que hemos hecho una fuente inversión en ti, teníamos que asegurarnos de que no estábamos tirando el dinero. Pero no te preocupes, todo lo que hemos visto nos ha complacido enormemente, a la vista está que los resultados han sido estupendos. 

 

El hombre hizo una pausa mientras observaba a Diana. 

 

– Lo único que nos ha resultado extraño es – Continuó. – que aún pudiendo romper la mente de alguien en segundos, te has entretenido en ir mellando su pensamiento poco a poco, alargando el proceso. ¿Has tenido complicaciones? 

 

– No se equivoque, – Respondió Diana. – podría hacer que su mujer estuviese ladrando a mis pies en segundos. – El hombre apartó la mano izquierda de la mesa, en la que llevaba una alianza de oro. – Pero no lo encuentro gratificante, y menos en las mujeres que he traído hasta ahora. Disfruto viendo como poco a poco degeneran, viendo como muta su forma de pensar hasta algo que hace unos días habrían aborrecido, haciendo que lo deseen y que, en el fondo, se sientan sucias por ello. 

 

Tamiko y Marcelo se quedaron mirándola, en silencio. 

 

– ¿Lo ves? Te dije que esta era la persona que necesitábamos. – Rompió el silencio la asiática. 

 

– Me gusta tu forma de pensar, Diana. Nuestra corporación no es una fábrica vacía y sin sentimiento, es un lugar en el que los integrantes disfrutamos con lo que hacemos y deseamos seguir haciéndolo. Sigue así y llegaras lejos. 

 

Diana estaba complacida por las palabras del hombre. 

 

– Y ahora, hablemos de trabajo. 

 

Mientras decía eso, sacó un enorme sobre del maletín que portaba, entregándoselo a la mujer. 

 

– ¿Qué es esto? – Preguntó sacando el contenido del sobre. Dentro había gran cantidad de fotos de una mujer madura y algunos folios con datos sobre ella. 

 

– Es un objetivo nuevo. Eres libre de trabajar a tu ritmo y de apresar a quien quieras pero, de vez en cuando, tendrás que hacer algún trabajo para nosotros. Dentro del sobre vienen los detalles de la víctima, algunos hábitos, lugares que frecuenta… Lo necesario para acercarte a ella. El resto queda en tus manos. 

 

Diciendo esto se levantó de la silla. 

 

– Ha sido un placer conocerte, creo que ha sido una gran fortuna haberte elegido a ti. – Tendió su mano a modo de despedida y, sin más, salio de la sala. 

 

– ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Tamiko. 

 

– Es… Extraño. Ahora me resulta raro no ver la mente de los demás… Solo me había pasado contigo.

 

– Hay ciertas maneras de “evitarnos” pero todas ellas requieren gran disciplina y entrenamiento y poca gente lo sabe. La cúpula al completo de Xella Corp es como un muro de hormigón para nosotras, así que no te molestes en intentarlo. 

 

– Y… ¿Esto? – Preguntó, levantando el sobre. 

 

– Justo lo que ha dicho. Un trabajo. No tienes por qué hacerlo ya, tómate tu tiempo, pero tampoco lo dejes pasar… Nos conviene tenerlos contentos, igual que a ellos les conviene tenernos contentas a nosotras. – Diciendo esto le guiñó un ojo. – Podrás pedirles cualquier cosa que necesites y si esta en su mano te lo proporcionarán. 

 

– Esta bien, pero, antes de esto me gustaría hacer otra cosa. Había pensado una manera de expandir nuestro nuevo negocio.

 

– Soy toda oídos. – Dijo la asiática, interesada. 

 

 

————

 

– ¿Qué le ha parecido? 

 

– Perfecta para el puesto. 

 

– ¿Cree que está preparada? 

 

– Por lo que he visto y lo que me ha dicho la señorita Aizawa, es la elección perfecta. 

 

– Entonces… ¿El trabajo está asegurado? 

 

– No se preocupe, dele algo de tiempo y conseguirá que esa zorra claudique enseguida. ¿Cómo va la otra parte del plan? ¿Estará a tiempo? 

 

– ¿Cuando le he decepcionado , señor Delgado? 

 

– Jamás, por eso seguimos colaborando. Espero recibir noticias suyas. 

 

Y diciendo eso, Marcelo colgó el teléfono y lo guardó en su chaqueta, mostrando una amplia sonrisa en sus labios. sex-shop 6

 

Relato erótico: “Destructo: Te necesito para elevarme hasta aquí” (POR VIERI32)

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portada criada2I

Sin títuloAunque una rebelión empezara a gestarse en el seno de los Campos Elíseos, se trataba de una realidad solo sospechada por un reducido grupo. El Trono prefería el orden y el control sobre la legión de ángeles antes que desatar el caos y el desconcierto debido a una amenaza que bien podría desvanecerse con las acciones adecuadas, mientras que el Serafín Durandal optaba porlas sombras y el silencio para ganar poco a poco adeptos a su causa de libertad. Ajena a todo, la pequeña Querubín, quien parecía ser la causante de la insurrección de un grupo de ángeles, solo tenía en mente un objetivo: encontrar al guerrero mongol angelizado para que este la entrenara. Ser fuerte era su meta, pero su verdadera motivación aún era un misterio.

La noche caía sobre una cala paradisiaca y en el cielo centelleaba una infinidad de estrellas alrededor de la fulgurante luna llena. Saliendo de un sendero rodeado de palmeras, el joven ángel Curasán llevaba a la Querubín de la mano, quien parecía temer a la oscuridad o simplemente a algo oculto entre los matorrales. Cuánto deseaba subirse de nuevo a la espalda de su protector, se sentía segura allí, aunque también sabía que lo mejor era armarse de valor y aparentar valentía, no fuera que el desconocido guerrero mongol la tomara por débil y rechazara instruirla.

—¿Cuánto falta? —preguntó Perla, apretando fuerte la mano de su guardián.

—Oye, no te preocupes, enana —zarandeó juguetonamente su mano al notar su nerviosismo.

—Pero si estamos el Aqueronte —protestó.

A la vista, el oscuro Río Aqueronte rayaba entre mágico y misterioso, envuelto por completo en una azulada bruma nocturna que a Perla le causaba cierta incomodidad. No era para menos, pues cualquier ángel de la legión sabía que se trataba de uno de los lugares más importantes de los Campos Elíseos. Era, nada más y nada menos, el punto desde donde podían acceder al reino de los humanos con tan solo sumergirse en el agua. Acto, desde luego, prohibido por el Trono.

—Tranquila. Quien vigila este lugar es mi colega.

—Tu colega, el mongol —susurró, tragando saliva—. Y… ¿cómo es ese hombre?

—Algo… extravagante. Se convirtió en ángel al morir, pero aunque respeta al Trono como líder, se recluyó aquí porque sus creencias entran en conflicto con el resto de ángeles, así que no creo que lo veas por Paraisópolis o el templo.

—¿Conflictos?

Una fría brisa recorrió las palmeras tras ellos. En el preciso instante que la peculiar pareja pisó la cala, una figura oscura cayó sobre el dúo y tomó violentamente el cuello de Curasán. Aquella bestia oscura y alada era veloz, de movimientos salvajes como los de un cóndor pero silencioso como un águila. Un batir intenso de alas, manotazos y patadas se hicieron lugar en la negrura de la noche; el extraño enemigo levantó al ángel guardián para inmediatamente tumbarlo en la arena con la fuerza de un solo brazo.

Varias plumas revoloteaban alrededor de ambos, entre el polvo levantado y los quejidos desesperados de Curasán.

—¡Por los dioses! —el protector de Perla se retorcía de dolor en el suelo, arañando la arena—. ¿¡Podrías al menos preguntar antes de atacar como una puta cabra!?

—¡Ja! Débil como siempre. —El desconocido ángel poseía una voz fuerte, casi amenazante. Pisó el pecho del joven, quien en un santiamén, había quedado reducido de manera humillante—. ¡Deshonras a los tuyos!

—Serás un… —Curasán abrió lentamente los ojos y vio ese rostro de facciones duras, los largos mechones de esa cabellera se mecían con la brisa al son de sus alas y túnica; de ojos rasgados e intensos, era el ángel mongol que había estado buscando. En ese preciso instante sintió una fuerte presión en el pecho—. ¡Daritai, por todos los dioses, basta!

—Demasiado tarde para pedir clemencia. Pensé que había quedado claro al ordenarte que no volvieras a pisar este lugar —el mongol angelizado sacudió sus alas para que la arena salpicara el rostro de su presa.

—¡Suéltalo, lo estás lastimando! —gritó la asustada Perla, escondida detrás de una palmera frente a ellos. Era la primera vez que estaba sintiendo en carne propia cómo uno de sus seres más queridos, si no el que más, sufría visiblemente. Sus alitas se extendieron y la piel se le erizó; la impotencia y rabia luchaban en su cabeza, tratando de decidir si ir directamente a por el enemigo, o retirarse para buscar algo puntiagudo.

—¿Quién es ella? —preguntó el guerrero, aumentando la presión sobre el pecho de Curasán.

—Es la… ¡Es la Querubín, Daritai!

—Interesante. ¿Qué es lo que quieres?

—Esto… —Curasán sonrió nerviosamente, luchando por apartar la pisada del ángel—, ¿cómo te lo digo sin que te cabrees, Daritai?

—¿Ese es tu colega?—la pequeña salió de su escondite, bastante aliviada al saber que se trataba de la persona que habían venido a buscar—. ¡Señor Daritai! Hemos venido porque le debes un favor a Curasán, ¡así que suéltalo ya!

—¿Un favor? ¿Eso es verdad? —volvió a pisar fuerte el pecho del joven—. No recuerdo que te debiera un favor. Yo conseguía mi sable, tú te paseabas por el mundo de los humanos en su búsqueda, eso era todo.

—¿¡Podrías dejar de pisarme, por lo que más quieras!?

—¡Entréname para ser fuerte, señor Daritai!

El mongol la observó de arriba abajo, soltando una pequeña y despreciativa risa. En su antigua y lejana vida como guerrero nunca vio a una niña pedirle semejante favor. Fuera una broma, fuera en serio, recordó que los ángeles no estaban del todo acostumbrados a su cultura, así que debía dejarles las cosas claras cuanto antes. Retiró el pie del pecho del atormentado Curasán y se acercó a la pequeña.

—Eres muy graciosa pidiendo que te entrene. Lo cierto es que en Mongolia empezábamos desde pequeños, pero desisto de la idea.

—¿Por qué me rechazas?

—¿Por dónde comienzo? En Mongolia, las mujeres no pensaban en luchar sino en contentar al hombre. Eso deberías hacer tú —se acarició el mentón y achinó aún más los ojos—, o mejor dicho, deberías hacerlo cuando esas pequeñas piernas sean más largas.

—¿Pero de qué hablas? —preguntó confusa, imitando su achinar de ojos.

—A eso me refería con “sus creencias entran en conflicto con la del resto de ángeles…” —masculló Curasán, quien desde el suelo, apenas podía respirar.

El joven ángel conocía a Daritai y cuán hombre de costumbres y cultura era, por lo que tiempo atrás le ofreció un trato irrechazable: si Daritai hacía la vista gorda y permitía que Curasán fuera al reino de los humanos, le conseguiría lo que más extrañara de sus tierras. Tras meses de búsqueda, de idas y vueltas, de descripciones y fallos, el joven ángel volvió con un resplandeciente sable escondido en los montes de Kyushu, Japón, lugar donde el mongol murió a manos de los samuráis, incontables siglos atrás. Obtenida la espada, los escapes diarios de Curasán pasaron a mejor vida.

—Escucha, Daritai —el guardián se levantó con dificultad—, ¡lo dijiste alto y claro cuando la traje impoluta! ¡“Te debo una”!

—¡He cambiado de parecer! —cortó el mongol, agitando una mano al aire—. A diferencia de ti, soy un hombre de honor, haberle fallado a la confianza del Trono permitiéndote ir al mundo humano es algo que prefiero olvidar.

—¡Pero por favor, maldito maniático, qué conveniente que lo digas ya habiendo recuperado tu sable!

—¡Suficiente! ¡El Río Aqueronte está prohibido salvo orden del Trono! ¡La próxima te pisaré el rostro, maldito insolente!

Daritai se alejó caminando hacia la playa, rumbo a una casona de madera añeja que siglos atrás, cuando llegó a los Campos Elíseos, construyó como su particular refugio. Aunque rápidamente fue alcanzado por la pequeña, quien se interpuso en su camino. La Querubín extendió sus alitas y los brazos para que se detuviera, y esta vez, sacando a relucir su peor lado:

—¡Entréname, te lo ordeno!

—¿Me lo ordenas? ¡Ja! Los mongoles tenemos la costumbre de no lastimar ni a mujeres ni a niños. Pero tú —se acuclilló frente a ella—, tú me das ganas de romper las costumbres. Tienes suerte de que yo no derrame sangre en un lugar de descanso como este.

—¡No te tengo miedo! ¡Entréname… —Perla se calló un par de segundos y pensó detenidamente qué iba a decir. Se armó de valor y dejó a un lado su actitud de “ser superior de la angelología”. Era su última oportunidad y casi podía sentir cómo se le estaba escurriendo de entre los dedos; ser la Querubín no le había servido en nada sino para causar gracia. Si pretendía obtener fuerza, tal vez podría intentar una alternativa más humilde—. ¡Te lo ru-ruego, por favor!

Curasán estaba llegando a duras penas hasta donde ambos discutían; conocía a Daritai y temía que castigara físicamente a la Querubín en caso de volverse demasiado irritante. Por un lado, sabía que el mongol no tenía demasiada paciencia, y por el otro, Perla tenía una facilidad asombrosa para ser irritante. “Mala combinación”, pensó, apurando el paso.

—¡Por el Dios Tengri! La verdad es que haces mucho ruido, granuja. ¿Para qué quieres entrenar?

La niña abrazó con fuerza la pierna del mongol, y casi en un tono de llanto, confesó algo que dejó paralizado al guerrero por algunos segundos. Además, en ese instante, él percibió algo en sus ojos. Un chispear. Una declaración de intenciones en forma de un brillo fugaz en esa mirada aniñada. Había algo demasiado familiar en esos ojos verdes que, por unos segundos, cobijaron valor y firmeza.

—¡Proteger! ¡Quiero entrenar para proteger!

—¿Proteger? —se calló por breves segundos mientras se rascaba el mentón—. Oye, pequeña, ¿eres como esos ángeles que han prometido arriesgar su vida para defender a esa humanidad allá abajo?

—¿Humanos? A ellos no.

—Hmm —gruñó con un cabeceo afirmativo. Levantó la pierna y comprobó que Perla lo tenía bien atenazado—. ¿Pero entonces a quién quieres proteger?

—A… a Curasán —le susurró.

—¿A mí? —Curasán, tras ambos, no comprendió la respuesta. No obstante, una sonrisa bobalicona se esbozó en su rostro.

—Sí. Es demasiado torpe. El día que Destructo venga, meterá la pata seguro. Y… también deseo proteger a Irisiel.

—¿Quieres proteger a la Serafín? —insistió Daritai, que estaba tan desconcertado como el guardián de la Querubín—. Escucha, la Serafín no necesita que alguien la proteja.

—¿Lo dice quién? ¿Quién cuidará de los que irán a la batalla? Lo he decidido y no dejo de pensar en ello en cada paso que doy: proteger a los que nos protegerán el día que Destructo se levante contra los Campos Elíseos.

Daritai bajó la pierna y observó por un rato a la Querubín, quien bravamente consiguió no derramar ninguna lágrima pese a que su voz delataba que estuvo, en algún momento, a punto de quebrarse. La nobleza no era algo que pudiera encontrarse fácil, y menos aún en una niña tan pequeña. Pese a su corta edad, era atrevida, tenía un motivo noble y parecía priorizar a sus compañeros antes que a ella misma; la reconoció.

Aun así, disfrazó su admiración con trivialidad.

—Gritas muchas tonterías, pero me gustas. Aunque ya es muy tarde, deberías volver junto a tu guardián.

El ángel mongol volvió a retomar su camino, rumbo a su casona. La pequeña quedó arrodillada allí ante nada, completamente descorazonada. Arañó la arena sin saber qué más debía hacer para que la escucharan; lo que para los ojos de todos era simplemente una tontería producto de una mente aún infantil, para ella representaba una forma de agradecimiento para la legión de ángeles que la acogió. Si bien abusaba de su condición de Querubín, solo deseaba que la dejaran de observar como a una niña frágil y que la reconocieran como algo más; tal vez como al ser superior de la angelología, o tal vez como a un ángel fuerte que los protegería a todos de una amenaza.

“Creo que fue un error haber venido aquí”, pensó Curasán, viendo a su peculiar protegida completamente abatida. Algo le decía que, en esa ocasión, ni un abrazo o algunas bromas servirían para consolarla. Se acercó a ella, plegando sus alas, pensando en alguna frase para levantarle el ánimo.

—Escucha, pequeña —Daritai, sin detener su andar, rompió el silencio de la noche—. Te esperaré mañana de día.

—¿Qué? —la niña levantó el rostro para verlo—. ¿Mañana?

—Mañana —levantó su pulgar al aire en señal de aprobación, cortando la luna—. Para comenzar a entrenar.

II. 8 de junio de 1260

El sol mañanero se asomaba tímidamente en el horizonte y las calles de Damasco empezaban a adquirir vida. Pero lejos del ajetreo y comercio diario, en un rincón alejado de la caballería del Kan, una veintena de jóvenes guerreros mongoles se apostaban tras el vallado de un peculiar corral improvisado para entrenar. Admiraban y temían en partes iguales a su nuevo comandante, quien acababa de tumbar a un soldado al suelo. Risas y quejidos se mezclaban entre el movimiento diario de los jinetes cabalgando a los alrededores.

—Vamos, arriba —Sarangerel ofreció una mano al joven guerrero. En el fondo nunca quiso aceptar el comando, pero hecho lo hecho, tener a un grupo de jóvenes guerreros dispuestos a escucharlo y seguir sus pasos le daba una motivación inesperada. Los entrenaría tal como su padre había hecho, tal como algún día haría con su hijo—. ¿De dónde eres?

—¡Karakórum!—el muchacho se repuso, aunque el dolor en la espalda era bastante evidente por el gesto en su rostro torcido—, soy de Karakórum, comandante.

—¿Ya has combatido alguna vez?

—Aún no, espero hacerlo pronto, comandante.

—Eres demasiado flaco. No es un defecto, lo puedes usar a tu favor contra alguien más grande como yo —sonrió, dándole un coscorrón a la cabeza—. Necesitas ser ágil como una gacela y astuto como un lobo para poder tumbar a alguien que te gana en tamaño —pese a que sus palabras iban dirigidas al muchacho, todos los soldados alrededor lo escuchaban atentamente. Había algo en sus palabras y su mirada cargada de ferocidad que hacía que se ganara rápidamente la atención y el respeto—. Y durante la guerra, cuando el enemigo descanse, necesitarás ser silencioso como un leopardo para asestarles un golpe sorpresa.

—¡Al diablo! Son demasiado jóvenes, demasiado inexpertos —se quejó Odgerel, sentado sobre el vallado, pasando trapo a su sable—. Pierdes el tiempo, Sarangerel.

—Claro que son jóvenes y débiles. Como tú y yo alguna vez fuimos —desenfundó su nuevo sable, un regalo de sus superiores por asumir el comando, y apuntó a su camarada—. Si nuestros predecesoresno nos hubieran bendecido con su sabiduría, hoy ni siquiera tendríamos el don de blandir un sable. Eres el segundo al mando, Odgerel, depónesa actitud salvo que quieras pasar el día ordeñando la mula allá al fondo.

—¿“Depón esa actitud”? Pasaste tantos días con esa francesa que ya tienes una lengua de alta alcurnia. Pero bueno, ¡consígueme una felatriz, amigo, una de muchas curvas, eso haría “deponermi actitud”! —carcajeó, mirando a sus nuevos pupilos—. Escuchen, las prostitutas de los barrios de Gálata no son nada comparadas con las mujeres que pueden encontrar en territorio mameluco, lo dicen los mismos francos. ¿Quieren ganar esta guerra? Piensen en las mujeres que repartiremos como botín. ¿No es eso suficiente motivación, perros?

—¡Menos mujeres, jala-barbas! Vamos, ¿¡quién es el siguiente!? —preguntó Sarangerel, extendiendo los brazos, esperando que alguno de sus nuevos guerreros quisiera probar fuerzas contra él. Aunque, quien se abrió paso entre los mongoles y saltó la valla fue la persona que menos esperaba.

—¿Pero qué…? —se sorprendió Odgerel, desatando una ola de risas entre los jóvenes guerreros—. ¡Ja! ¡Esto alegra el corazón de cualquiera!

Vestida con una añeja camisa, pantalones raídos y botas sucias, Roselyne no lucía precisamente como una dama bañada en agua de rosas. Pero la escudera del nuevo comandante de la legión mongola no necesitaba de preciosas apariencias; su objetivo estaba más que claro desde el momento que entró al corral, con un sable en una mano, y con la espada de su hermano en la espalda, inclinada, sostenida mediante correas.

—¿Qué sucede, escudera?—sonrió Sarangerel—. ¿Has venido para entrenar?

—Sarangerel, aquí tienes tu sable —dijo arrojándolo hacia el mongol, quien hábilmente lo cogió del mango. Podrían pasar todas las espadas por sus manos, pero el guerrero solo quería sostener una, la misma con la que había partido para conquistar el califato abasí y el sultanato mameluco, la misma con la que deseaba volver a Suurin—. Está radiante, como te prometí.

—¿No me diga, comandante, que piensa probar la fuerza de esa mujer? —preguntó un sonriente soldado, en dialecto jalja, esperando que la muchacha no lo entendiera.

—¿Por qué no? —preguntó ella, mirando a los ojos al joven guerrero que ahora ya no sonreía tanto. Desconocían que Roselyne entendía y hablaba jalja, lo cual era un misterio incluso para sus dos habituales compañeros. También ignoraban que una mujer pudiera ser tan altiva—. ¿Vosotros consideráis una mujer como un mísero botín?

—El Kan Hulagu no está presente—interrumpió Sarangerel, adelantándose al pensamiento de todo el grupo—, pero nos ordenó respetar las culturas y costumbres de nuestros aliados. Si alguien quiere probar fuerzas y entrenar, no soy quién para negarlo.Ven, Roselyne, te convertiré en guerrero mongol.

Aún pese a las férreas palabras de su nuevo comandante, era imposible detener las risas de los jóvenes. Pero poco a poco la curiosidad ganó terreno. Una atención y un silencio inusitado cayeron sobre todos los soldados alrededor del corral: no estaban acostumbrados a ver una mujer desafiando a un guerrero; no todos los días se veía a un zorro deseando entablar batalla contra un lobo.

Sarangerel comprobó el brillo de su sable, cabeceando ligeramente en señal de aprobación. Lo enfundó en su cinturón, para luego empuñar en la otra mano aquel sable que le habían regalado. “Es un arma preciosa, más liviana que la mía”, pensó. “Pero no la necesito. Sé quién será la dueña perfecta”. Se alejó hacia el lado opuesto del corral, y acto seguido clavó el arma hasta la mitad de la arena.

—Vosotros os reís, jóvenes, pero la vida me ha enseñado que las mujeres también tienen orgullo. Roselyne, a partir de ahora eres un soldado a mis órdenes, y estos perros alrededor son ahora tus hermanos. Deshazte de esa espada que llevas.

—Es de mi hermano, Sarangerel, lo sabes.

—Pues guárdala en otro lugar. Yo te enseñaré a rajar con un sable, no pienso usar ese juguete que tienes enfundado —las risas volvieron a poblar el lugar, aunque a Roselyne no parecía afectarle en lo más mínimo pues solo tenía oídos para su nuevo y flamante tutor—. Escucha, he decidido regalarte este sable que me han obsequiado mis superiores. Pero tendrás que venir a reclamarlo.

Se acercó a ella y, cruzando los brazos, afirmó tajantemente.

—Pasa sobre mí y reclámala. Si caes al suelo, retrocederás para volver a intentarlo.

—¿Me lo dices en serio?

—Te he hecho una promesa, te enseñaré a blandir un sable. Pero cuando logres reclamarla.

Ella lo entendió en la mirada del mongol. A su alrededor solo había sonrisas y alguna que otra carcajada, pero Sarangerel era distinto; la estaba tomando en serio. Ahora, Roselyne ya no era aquella amante de quien había gozado una noche en el desierto, y varias noches en su yurta a orillas del río Barada, ahora aquella muchachaera una igual, una guerrera. Un soldado a sus ojos.

—¡Debes ser rápida como una gacela! —gritó Odgerel, levantando su sable al aire—, y astuta como un zorro. Solo así se vence al lobo. Mis ojos te reconocen, hermana Roselyne, demuéstrales a estos todo tu talento…

—Bien… —susurró ella, acuclillándose para sentir la arena en sus dedos.

—Usa tus piernas con astucia —aconsejó Sarangerel—. Como es tu primera vez no seré rudo. Muéstrame qué es lo que sabes hac…

Roselyne se levantó y pateó la arena hacia el rostro de Sarangerel, apurándose rápidamente hacia el arma semienterrada. El mongol se repuso a tiempo y la tomó de la muñeca, aunque la muchacha respondió lanzándole un puñado de arena que tenía guardada en la otra mano, y de un rápido manotazo, se soltó del agarre del guerrero.

“¿¡Pero qué mierda acaba de suceder…!?”, pensó Sarangerel en el momento que tragaba tierra y soltaba a su presa; fugaz reflexión similar a la que todos en el corral parecían concluir boquiabiertos.

Pero cuando la francesa se encontraba a solo pocos pasos de agarrar del mango del sable, cayó bruscamente al suelo. Sarangerel había vuelto a extender su brazo para aferrarse al pie de la mujer, tumbándola. Roselyne estuvo cerca de conseguirlo, pero ya lejos de las burlas, de las risas y de las miradas de desprecio, los soldados mongoles observaban sorprendidos cómo una aparentemente sencilla mujer casi había superado el desafío de su comandante en el primer intento.

—¡Mierda! —Roselyne golpeó el suelo. Se levantó a duras penas, limpiándose la arena repartida por su ropa.

“Sí, mierda, esta mujer me acaba de avergonzar ante todos”, pensó Sarangerel, escupiendo la arena metida en la boca.

Roselyne se acercó a Sarangerel, quien aún yacía tirado y perplejo; se acuclilló para limpiarle la arena en la mejilla de manera suave. Estaba más que claro que ahora la francesa había aceptado su rol de soldado, nadie debía tomarla a la ligera pese a sus apariencias. Pero, viendo la dulzura con la que trataba a su comandante, era evidente que tampoco ignoraba su condición de amante.

—Sarangerel —susurró ella, acariciando el labio del sorprendido mongol—. Intentémoslo de nuevo.

III

Sentada sobre un tronco caído cerca de la cala del Río Aqueronte, la joven Celes disfrutaba del ambiente paradisíaco que ofrecía la naturaleza; el sonido del río, la brisa húmeda y los tibios rayos del sol colándose entre las hojas de las palmeras tras ella proporcionaban un gran efecto relajador.

—¡Uf! —se desperezó, extendiendo alas y brazos al aire —. No sé por qué quieren una segunda protectora para Perla, pero me alegra que me hayan nombrado a mí. Aunque la verdad es que me siento mal, verás, creo que estoy fallando a la confianza del Trono…

—¿A qué te refieres? —preguntó Curasán, sentado a su lado. A lo lejos, hacia la playa, la Querubín parecía dialogar con el mongol para iniciar su primer día de entrenamiento.

Habían obtenido el permiso del Trono para estar en el Río Aqueronte, con la condición de que no despegaran la vista de la pequeña. Si bien, al principio, Nelchael se negó a permitir que Perla entrenara debido a los peligros a los que se podría exponer, el viejo líder de la legión parecía haber encontrado cierto gusto en contentar y mimar los deseos de la niña, quien se abalanzaba a por él para agradecerle con besos por doquier.

—No sé… ¿Cómo decirlo? —Celes retorció sus muslos y alas solo de recordar lo que su pareja le había hecho en el bosque, momentos antes—. ¿No crees que deberíamos detener esto que hacemos ya que ahora somos guardianes de la Querubín? Deberíamos ser ángeles ejemplares.

—¿Estamos lastimando a alguien, Celes, solo por meter mi cabeza entre tus piernas? ¿Ves a alguien herido por nuestra culpa?

—Bu-bueno, supongo que no… —balbuceó sonrojada, jugando con sus dedos—. Escúchame, Curasán… estaba pensando que si Perla va a comenzar a entrenar, necesitará una túnica mejor que la que tiene. No creo que le dé mucha movilidad la que ahora viste.

—¿Vas a confeccionarle una túnica nueva a la enana?

—¡Es tu protegida, no deberías llamarla “enana”! Y ahora es la mía también, así que no consentiré que llames despectivamente a la Querubín… —posando sus manos sobre su regazo y doblando las puntas de sus alas, se mordió los labios—. Pero también lo hago porque… a ver, cómo lo digo… esta mañana, ella no pareció muy emocionada cuando le dije que yo también sería su guardiana, así que pensaba que tal vez me gane su cariño si le hago una túnica.

—Lo he notado. No es sencillo ganarse su corazón —meneó la cabeza, mirando a su protegida.

Aunque a Curasán no le gustaba la idea de dejar a Perla sola, pues los cinco años que estuvo con ella a su lado no pasaron en vano, la orden del mongol estaba más que clara. La niña entrenaría únicamente con Daritai y sin interrupción de ningún tipo. Observarla desde la distancia era la única alternativa del ángel protector. De todos modos, Daritai le había dejado las cosas claras al verlo preocupado: “No te alarmes, a diferencia de ti, la niña me cae bien”.

—Bueno, Curasán —continuó Celes—, tú la conoces mejor que nadie, dame una idea para que yo le caiga bien…

—Ya. Puede que sepa algo… —tomó de su mano, levantándose—, pero tendrás que sacármelo en el bosque.

En la playa, la pequeña Querubín observaba con cierto recelo a sus dos guardianes, que ahora volvían a esconderse en la espesura del bosque. Ver a Celes al lado de Curasán le causaba una sensación desagradable en el cuerpo, bastante similar al que había sentido cuando Daritai tumbó a su guardián al suelo la noche anterior. De hecho, verla tan pegada a su protector hacía tensar sus alitas como pocas veces.

Aunque fuera su primer día de entrenamiento y sabía que debía estar concentrada, deseaba que el joven ángel estuviera a su lado en el caso de que algo saliese mal, para animarla, o simplemente confortarla con su sola presencia.

“Definitivamente, están pasando demasiado tiempo juntos”, pensó, achinando sus ojos.

—Oye, pequeña, presta atención —interrumpió Daritai, frente a ella. Había traído su sable, guardado en una funda en la espalda, entre sus enormes alas. A diferencia de la niña, el guerrero mongol sí estaba bastante animado por comenzar el entrenamiento. Más allá de que Perla fuera una niña, se trataba de alguien que depositaba toda la confianza y admiración en la sabiduría y fuerza del mongol. Era un honor, pensaba él, que un ángel, que por lo general se desinteresaban de él, se mostrara entusiasta por aprender de su vasta cultura.

—S-sí, señor Daritai. Anoche apenas dormí de la emoción —empuñó sus manitas—, pero… creo que Curasán debería estar aquí conmigo.

—Yo era un poco más pequeño que tú cuando empecé a entrenar. Ninguno de los niños con quienes compartí mis tardes tenía algo parecido a un ángel protector que nos vigilara. Teníamos a los adultos alentándonos, eso sí. Yo asumiré ese rol.

—Pero Curasán es mi guardián…

—Suficiente. Escucha con atención, no eres varón ni eres mongol, por lo que no eres tan especial como crees. Sería una tontería esperar fuerza bruta de ti —tras desenvainar su imponente espada curva, dibujó una gruesa línea en la arena entre ella y él—. Deberíamos aprovechar otras habilidades que pudieran ser útiles. Tus actividades consistirán en caza, pesca, recolección de frutas y remodelación de mi casona.

—¿Remodelar tu cas…?

—¡Agilidad, velocidad, reflejos, inteligencia! Esas son habilidades que puede desarrollar una niña como tú.

—No hagas como que no me has escuchado, ¿qué fue eso de remodelar tu cas…?

—¡Como regalo por tu primer día, te obsequiaré uno de mis sables!

—¿En serio?

“Esa enorme espada…”. Perla observó fascinada el sable de acero del mongol, que parecía ladearla para deleite de sus ojos. Brillaba e hipnotizaba. Había una inscripción a lo largo de la hoja, pero no comprendía la letra. “Ahora es mi espada…”, concluyó con una pequeña sonrisa. Pero por más que estuviera emocionada por comenzar a blandir su nuevo regalo, era evidente que no tenía la fuerza para sostenerla. “Aunque… no sé cómo…”, se dijo a sí misma, viendo sus manitas, “no sé cómo haré para levantar eso…”.

—¡Mírame a los ojos cuando hablo, pequeña!

—¡S-sí!

—¿Por qué miras tus manos? ¿Ya estás pensando en sostener este sable?

—N-no, claro que no…

—Te diré algo —se alejó varios metros y hundió la espada en la arena hasta la mitad—. Participé en la invasión mongola al imperio japonés, hace incontables siglos. Este sable mató a varios samuráis, unos de los enemigos más feroces contra los que tuve el honor de luchar. El sable es tuyo porque me caes bien, ya que me recuerdas a cuando yo era un guerrero: quieres luchar para proteger a los seres que quieres, no a los seres a quienes se te ha ordenado proteger.

—Bueno, no sé cómo haré para proteger a alguien que está en otro lado… —se quejó, mirando hacia el bosque.

—Escucha, había chicos muy jóvenes en mi grupo, éramos muy unidos y nos considerábamoscomo hermanos. Yo era uno de los estrategas más importantes durante la invasión, pero los japoneses eran muy hábiles, nunca tuvimos oportunidad de conquistar su imperio. Cuando estábamos perdiendo la batalla en la isla de Kyushu, los superiores ordenaron a mis soldados que retrasaran el avance enemigo para que yo pudiera huir hacia las barcazas, pero decidí cambiar de planes. Lo importante a esa altura ya no era la conquista, sino salvar la vida de los más jóvenes. Mis soldados huyeron sanos y salvos, yo perdí la vida retrasando a los samuráis. Pero mi sacrificio valió la pena; es nuestro deber proteger el camino de los seres que apreciamos. Eso es lo que hacen los hermanos.

La niña repentinamente quedó boquiabierta y fascinada. No solo por estar en presencia de lo que parecía ser un héroe, sino porque las palabras del mongol parecían venir cargadas de emociones y vida propia. Como si el sol brillara con más intensidad cuando hablaba; era la primera vez que escuchaba una historia tan emotiva y desde luego le había afectado.

—Continuemos —sonrió Daritai, había logrado su cometido de que la Querubín dejara de pensar en su guardián—. Niña, si bien este sable es tuyo, solo lo llevarás de aquí el día que seas capaz de pasar sobre mí para reclamarlo, y créeme que para eso pasará mucho tiempo. Estoy al tanto de que, a diferencia de los demás ángeles, tú creces, así que será cuestión de tener paciencia contigo.

“¿Qué? ¿Me lo ha dicho en serio…?”, pensó Perla, tragando saliva, viendo al imponente ángel guerrero. Su sola sombra atemorizaba. “¿Cómo voy a pasar encima de él?”.

—Eres libre de usar cualquier método que consideres necesario para pasar sobre mí e intentar agarrar tu sable —avanzó hacia ella—. Pero a la mínima que te tumbe al suelo, deberás volver detrás de esta línea para comenzar de nuevo. Te daré tres oportunidades al día para obtener tu sable, generalmente luego de que termines las actividades de entrenamiento.

—¿Vas a tumbarme? ¿Al suelo?

—¡Será divertido! Al menos para mí… solo necesitaré un dedo para someterte. Tendrás que poner en práctica todo lo que vayas aprendiendo. Planeaba comenzar cuanto antes con las otras actividades, el día es bonito para ir a pescar, pero tengo curiosidad por ver qué es lo que sabes hacer. ¿Por qué no intentas pasar sobre mí para reclamar tu espada?

—¡Puf! ¿Sinceramente? —la Querubín se cruzó de brazos y arqueó los ojos—, esto no es precisamente mi idea de entrenar. Con este tipo de cosas mi túnica se ensuciará e incluso se echará a perder. No tengo muchas, ¿sabes? Encima me pides que remodele tu hogar, el Trono dice que yo estoy en la cima de la angelología, y esta no me parece la forma adecuada de tratar a alguien que es un superior.

—Impresionante. Es tu primer día y ya deseo renunciar —suspiró el guerrero, frotándose la frente. ¿Tal vez se había equivocado con ella? ¿Tal vez no se trataba de alguien tan noble y decidida como había creído? Se alejó gruñendo acerca de haber aceptado entrenar a una completa perezosa y consentida. Aunque, en el preciso instante que se apartaba para buscar a Curasán y reñirle, notó de reojo que la niña en realidad se había apresurado para correr hacia la espada, aprovechando la distracción.

—¡Esa espada será mía a toda costa!

—¡Pequeña granuja!

IV. 8 de junio de 1260

La noche había caído en Damasco, y dentro de una gran tienda de paja, lonas de lana y entramados de madera, armada a orillas del río Barada, Sarangerel se encontraba arrodillado, despojado de su armadura, recibiendo un cálido masaje de una mujer que, durante el entrenamiento de esa mañana, lo humilló frente a todos sus guerreros. Si bien Roselyne no pudo reclamar la espada, pues cayó en todos los intentos, el respeto poco a poco se lo había ganado en el grupo de jóvenes mongoles, probablemente en detrimento del respeto que había perdido Sarangerel.

—¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien? —preguntó ella, con sus manos sobre los hombros del guerrero, pegando su cuerpo contra la espalda del guerrero. Con los días la mujer había aprendido a aceptar su nuevo rol de amante de un hombre, lejos de las nociones cristianas a las que había vivido aferrada; se dejaba llevar por su nuevo espíritu, siempre ansiosa de probar los secretos de la carne—. Te noto tenso, Sarangerel.

Si no era un puñado de arena, Roselyne lo había esquivado mostrando una misteriosa velocidad y agilidad utilizadas inteligentemente; incluso propinó golpes y patadas efectivos para dejarlo tambaleando ante la atónita mirada de sus guerreros, y ante la sonrisa y ojos burlones de Odgerel. Pese a que ya habían pasado horas de aquello, en la mente del comandante aún se oía claramente las risas y expresiones de sorpresa al ver que una mujer ponía en aprietos a un mongol.

—Eres fuerte —masculló Sarangerel, mirando el baile del fuego de las velas sobre una mesa. No obstante, le perdonaba a la mujer debido a su habilidad para calmar y destensar sus músculos con sus finos dedos, también ayudaba ese perfume embriagador, su cuerpo pegándose al suyo de una manera sensual y que poco a poco despertaba una erección; un recordatorio constante de los placeres que le aguardaban cada noche—. También eres rápida e inteligente, Roselyne, pero no lo suficiente.

—Es un honor recibir esas palabras del comandante más fuerte de la legión —besó un hombro; sus manos bajaron hasta la cintura, presta a meterlas bajo la tela del pantalón—. Ya tendré otras oportunidades para reclamar ese sable. Si me permites, me gustaría reclamar algo que también es valioso.

—Suficiente con las burlas —cortó secamente. Pese a que Sarangerel estaba disfrutando del momento, no dejaba de sospechar que Roselyne era algo más que lo que realmente aparentaba—. Dominas nociones de lucha y sabes cómo y dónde golpear —se tomó de su quijada, abriendo dolorosamente la boca, recordando el puñetazo que ella le había propinado—.Tú has entrenado en algún lado.

—¿Tanto te duele? —cual zarpa, sus finos y cálidos dedos tomaron de su sexo palpitante bajo el pantalón—. Lo siento, permíteme resarcirme.

—Responde —el guerrero no estaba de humor.

—Bueno… —iniciando un vaivén lento, demostrando que también tenía otras dotes a parte de la lucha, susurró un par de secretos a tan solo centímetros de su oído—. Sarangerel, he aprendido a ser rápida y a saber dónde golpear porque de otra manera, no sobreviviría en este mundo. He estado huyendo los últimos dos años, sufrí muchas penurias pero aprendí a sobreponerme. Puede que no lo aparente, pero la vida me ha hecho fuerte.

—Hmm —gruñó. Suspiro luego, disfrutando de la manualidad—. ¿De qué parte de Francia provienes? Es decir, ¿por qué has tenido que huir?

—De dónde provengo ya no es importante, ahora estoy contigo.

—De dónde provienes es importante. Sabes árabe, jalja, y quién sabe qué más. Responde.

—He aprendido árabe porque los comerciantes de las caravanas con los que he convivido estos años me lo enseñaron para mercadear en tierras musulmanas. También domino jalja porque hacía trueques con los mongoles. ¿Está satisfecha tu curiosidad?

—Aún no —dio un respingo pues la mujer apretó fuertemente su sexo—. Sería humillante para nosotros los mongoles tener que romper un tratado con los francos por tener en nuestras filas a una mujer del reino de Francia, hija de alguna casa importante y declarada como desaparecida.

—¿Hija de alguna casa importante? —rio Roselyne, abandonando la manualidad—. ¿Es eso lo que sospechas de mí? No digas necedades.

—Confiesa. Por algo has tenido que huir, esto no es ningún juego. Nosotros no rompemos tratados por culpa de una mujer.

—¿Es que acaso parezco de la realeza? —la francesa se levantó para arrodillarse frente a él.

Las miradas de ambos chocaban con intensidad; pero dentro de la mente del guerrero había un conflicto intenso; quería arrancarle las ropas a aquella mujer sensual y hacerla suya, pero su orgullo exigía que ella hablara y justificara la paliza que le había propinado esa mañana.

—Parece que cuando pierdes el orgullo también pierdes la cordura —continuó la francesa, acercando una mano para acariciar la mejilla de su amante, mas Sarangerel ladeó la mirada. Él notó entonces, a un costado de la tienda, la espada de la mujer. Observó de nuevo el escudo estampado en el pomo del arma.

“Seis barras, rojas y blancas”, pensó para sí, tratando de recordar dónde la había visto.

—¿Deseas que te traiga algo de beber? —se inclinó para besar en la comisura de los labios del guerrero, acariciando su firme pecho, deseosa de calmarlo cuanto antes para llevarlo a la cama.

—“Coucy” —interrumpió Sarangerel, provocando que Roselyne diera un respingo.

—¿Di-disculpa?

—El escudo que tienes grabado en el pomo de tu espada —lo señaló con un cabeceo—, pertenece a los Seigneurs de Coucy. Son conocidos por sus desavenencias contra el rey Luis; desaprobaban el aumento de los impuestos en vuestro reino. Aumento destinado para reforzar la Cruzada Cristiana.

—¿Pero cómo es que lo sabes, Sarangerel?

—No me subestimes, mujer, soy emisario. He estado presente en casi todos los tratados del Kan Hulagu. Antes de aceptar nuestra alianza con los francos, hemos hecho averiguaciones acerca de vuestro rey, de vuestros conflictos internos y vuestras alianzas con los ingleses. Los Seigneurs de Coucy, representados en ese escudo de seis rayas, fueron los principales detractores del rey Luis.

—S-se la robé a un guerrero moribundo —se excusó.

—Pues sería bueno que recordaras dónde has visto a ese guerrero moribundo. Es información importante para los francos saber que aún andan sueltos enemigos del rey. Estoy seguro que nos darán bastante oro o armas a cambio de tan valiosa…

—De la casa de los Seigneurs de Cousy, me llamo Roselyne de Cousy —interrumpió la francesa, quien rápidamente tomó las manos de su amante—. Mi familia era dueña de grandes extensiones de tierra en Francia, no es que fuéramos como los barones ingleses, pero teníamos poder. La rama a la que yo pertenecía vivía en Périgueux, hasta que el Rey Luis decidió ofrecer toda la ciudad, nuestras tierras incluidas, al reino de Inglaterra.

Cayó el silencio en la tienda. La mujer había confesado ser de una facción rebelde del reino con quienes los mongoles tenían forjada una alianza. Ella representaba un serio peligro para las relaciones del Kan Hulagu con los francos comandados por Luis IX, paradójico por otro lado, pues a los ojos de Sarangerel una mujer no podría tener tal notoriedad o importancia. La guerra era terreno de los hombres; pero de nuevo, él aprendió que con aquella francesa las nociones no eran como en sus tierras.

—He oído de los incidentes. Suena rastrero que el rey entregue sus propias tierras y exponga a sus habitantes a los peligros de otro reino —tomó la mano de la mujer y la besó en los nudillos—, “su majestad”.

—¡No soy de la realeza, Sarangerel! El rey Luis marcó a nuestra familia desde que mi tío, Enguerrand de Cousy, protestara contra los altos impuestos, asesinando a tres de los escuderos de la realeza. El rey ofreció nuestras tierras al reino inglés no solo para calmar el conflicto que mantenía con Inglaterra, sino como venganza contra los Seigneurs de Coucy. Toda… —se mordió el labio inferior, buscando consuelo en la mirada del guerrero—, escucha, toda mi familia cayó muerta defendiendo nuestras tierras de los invasores ingleses.

—¿Toda tu…? ¿Entonces no hay ningún hermano esperándote en Acre? —Por más que Roselyne estuviera abriéndose y mostrándose frágil, varias preguntas asaltaban la mente del guerrero y apremiaban una respuesta rápida—.¿Por qué ibas allí entonces? ¿Estabas buscando al Rey Luis? —soltó las manos de la mujer—.¿Acaso cruzaste medio mundo para vengar a tu familia?

—¡Baja la voz, por favor! —protestó ella, tomándolo de los hombros y acercándose para besar su pecho, aunque rápidamente el guerrero tomó un puñado de su cabellera para apartarla. Pareciera que la rabia contenida en el guerrero haría que la tienda terminase derrumbándose en cualquier momento—. ¿Qué queríais que os dijera a ti y a Odgerel? ¿Qué yo iba a Acre para asesinar al mismísimo rey francés con el que los mongoles tenéis un tratado de paz y cooperación? O se reían de mí o me mataban sin contemplación.

—Así que terminaste tomando el mismo camino que dos emisarios mongoles e incluso te acostaste con uno para tener techo y cobijo aquí en Damasco —soltó su cabellera bastante ofuscado—. Has venido hasta aquí para que te entrenara con la espada, ¿no es así, escudera?

—¡Fui escudera de mi hermano, no creas que he mentido! No creas que cada beso que te he dado ha sido por conveniencia, no dudes de cada caricia que te he dado con todo mi cariño—volvió al asalto, con la voz rota y las manos temblándole, buscando enredarse sus dedos con los del guerrero—.Te he admirado desde el primer día, en el momento que me protegiste, cuando me hablaste de tu hijo, cuando me contaste de tus tierras, cuando me tocaste en el lago y me hiciste disfrutar como ningún otro hombre.

Ahora no fueron las manos sino las palabras quienes relajaron al tenso guerrero. A su pesar, dejó que la mujer se acercara para acariciarle la mejilla, para que volviera a besarlo con intensidad. Pero el sendero de la venganza era un camino que Sarangerel reconocía perfectamente, pues en su vida alguna vez lo recorrió y sabía de sus efectos: angustia, tristeza, noches de contantes pesadillas que amenazan con llevarlo a uno a la locura. Era un sendero en el que ahora Roselyne se encontraba, uno en el que Sarangerel se sentía obligado a advertirle de sus peligros.

Oyó repentinamente una lejana carcajada, probablemente era Odgerel compartiendo tragos con el grupo de jóvenes guerreros en alguna fogata cerca de su tienda. “Ese perro”, pensó él, “si se entera, seguro me preguntará cómo se siente encamarse con alguien de la nobleza”.

—Yo sé que asesinar al rey no me devolverá nada —continuó ella, incapaz de sostener la mirada del hombre a quien había mentido. A Roselyne ya no le quedaban tierras, ni familias, ni dignidad ni honor. Lo había perdido todo en el camino, y había probado los sinsabores de la vida tanto de manos de soldados inglesescomo de comerciantes. Su vida ahora solo era movida por su firme deseo de venganza—. Simplemente… quiero ver a ese hombre sufrir. Así que,¿qué vas a hacer, vas a entregarme?

—¿Entregarte?—tomó del mentón de ella y levantó el rostro para observarla a los ojos. Era una mujer fuerte que había sufrido demasiados castigos. El orgullo del guerrero ahora se sentía culpable al ver los surcos de lágrimas, esos ojos enrojecidos, esa boquita entreabierta de labios que temblaban.

Sarangerel suspiró.

—Escúchame, Roselyne. Frente a mí veo a una persona con tanto orgullo como un hombre, que ha cruzado medio mundo para vengar la muerte de sus seres queridos. Como yo lo hice cuando mi mujer cayó muerta a manos de un clan rival. Me recuerdas a mí mismo. Veo tu sufrimiento y recuerdo el mío propio. Te he cobijado como uno de los nuestros. Los mongoles no entregamos a nuestros hermanos.

Recibió el abrazo y luego el llanto silencioso de la mujer. Susurros de “gracias” llenaron la tienda, en donde poco a poco la calma ganó terreno, permitiendo que tomara relevancia las caricias y luego los besos entre uno y otro. Y otra vez la mano femenina se buscó un camino bajo el pantalón, otra vez las armas se endurecían dispuestas a firmar las paces.

“Supongo que ahora mismo no es conveniente pensar en ella como una hermana”, pensó él, acariciando su cintura, levantando poco a poco la túnica para revelar a sus ojos aquel precioso cuerpo femenino que arrebataba su aliento y la razón.

V

Atardecía cuando, sentada en un tronco caído a orillas del Aqueronte, Perla pasaba trapo a uno de los tantos sables que Daritai le había apilado a un costado. Lo hacía a regañadientes y de forma torpe, pues no estaba acostumbrada a tales labores. A veces, miraba a lo lejos su sable semienterrado en el mismo lugar de siempre, y suspiraba. Habían pasado varias semanas y aún no podía reclamarla.

—Oye, ¡oye!, límpialo con cuidado —ordenó severo su instructor, sentándose a su lado. Había dispuesto una fogata frente a ellos para recibir la noche.

—¡Hmm! —gruñó mientras proseguía con la limpieza.

—Fue divertido cómo te tropezaste sola en el segundo intento —se mofó.

“Se le van a quitar todas las ganas de reírse cuando reclame mi sable”, pensó Perla, girando la espada para limpiar el otro lado de la hoja curva.

—¿Acaso tienes un problema, granuja? —su maestro notó que la Querubín aplicaba una presión excesiva y temió que un desliz lastimara su manita. Extendió su brazo para arrebatarle el arma—. ¡Suficiente por hoy!

—¡Perfecto! —tiró el trapo a un costado—. Porque tengo un montón de cosas que decirte —refunfuñó mientras se levantaba del tronco para pararse detrás de su maestro. Empezó a tomar algunas de sus largas trenzas para arreglarlas, había aprendido a hacerlas y le encantaba recomponerlas; nunca había visto algo similar en ningún ángel de la legión.

—Me pregunto qué desvarío me vas a contar ahora —resopló, frotándose la frente.

—Daritai —la pequeña iba incorporando partes del cabello a la trenza—, cuando estaba persiguiendo a esa liebre en el bosque, encontré a Curasán y Celes… A ver —tensó sus alitas—, no creo que lo que sea que estuvieran haciendo esté permitido.

—¡Ja, no me digas! —carcajeó el mongol. Mil imágenes obscenas desfilaron en su cabeza, esperando que la niña no hubiera visto más de la cuenta—. Ese completo idiota ha sido descuidado al dejarse pillar.

—He estado pensando. Si le informo al Trono de lo que acabo de ver, Celes dejará de ser mi guardiana. Entonces las cosas volverán a ir por el sendero que deben ir.

—¿Podrías repetírmelo? —esbozó una sonrisa—. Creo que tengo arena en el oído. ¿Soy yo o la mismísima Querubín está celosa?

—¡Ya! ¡Curasán ha estado conmigo desde hace cinco años, no solo debería prestarme más atención, es que esa muchacha está robándome a mi guardián!

—A ver… —Daritai llevó su brazo para atrás y tomó de la mano de la Querubín. Lentamente la trajo delante de él para así poder tomarla de sus hombros. Sonrió con los labios apretados; no deseaba dar consejos sentimentales, no era un rol con el que se sintiera cómodo ni con el que tuviera mucha experiencia, ¿pero quién más iba a hacerlo?—. Por cómo suenas no parece que consideres a Curasán simplemente como un guardián.

—¡Claro que no es “solo un guardián”, por el Dios Tengri! —Perla se cruzó de brazos, mirando para otro lado para no revelar su sonrojo; estaba completamente alterada.

—¿Y entonces qué es? ¿Tu mejor amigo? ¿O tal vez lo ves como a un hermano?… ¿O alguien que en un futuro lo quieres a tu lado?

—No responderé a eso, no tiene nada que ver con mi entrenamiento —se sentó sobre la arena, de espaldas a él, ahora era su turno de tener una trenza como las decenas que tenía su maestro.

—Pues será mejor que decidas qué es ese ángel para ti —Daritai tomó un puñado de la cabellera rojiza y empezó a separarla en tres largos hilos—. Noto cómo lo miras cuando se va a caminar con tu guardiana. No estaré siempre para llamarte la atención, así que será mejor que resuelvas esto si no quieres que afecte tu concentración durante los entrenamientos.

—¡Hmm! —gruñó.

—Déjalo respirar, lo cierto es que a veces te vuelves irritante —uno tras otro, los lazos de su cabello se entrecruzaban para crear una larga y fina trenza en la parte posterior de la cabeza, y que iba cayendo como una cascada hasta entre sus hombros—. A diferencia de ellos, no soy un ángel puro, sino que fui humano, pero algo me dice que lo que ellos dos sienten el uno por el otro no es algo muy natural en los de su especie, y por ende, se podría considerar como algo bastante peligroso a los ojos de los demás ángeles de la legión.

—Exacto, alguien debería hacer algo, y pronto.

—No seas tonta. Cuando él camina junto a ella, sonríe y es feliz. Yo no destruiría ese camino que recorre, sino que lucharía por protegerlo también. Eso es lo que hacen los hermanos, ¿o ya no lo recuerdas? Así que madura un poco, granuja, y decídete.

—¡Puf!

—Listo, ahí tienes la trenza que querías.

Perla se levantó, agarrando su recién estrenada trenza. Aunque no podía verla, sentirla a través de sus dedos la hizo sonreír. Ahora era como su maestro, a quien, con los días y sus historias, aprendió a admirar. Después de todo, por más rudo que pareciera, era un héroe que había demostrado tener un corazón de oro.

—Ten, niña, un regalo para ti —apilado a un costado del tronco donde se sentaba, Daritai le entregó lo que parecía ser un cubo hecho de papeles unidos por un aro de bambú en la base.

—¿Ah? ¿Qué es eso?

VI. 8 de junio de 1260

—Es un farol volador —sonrió Sarangerel, entregándoselo en las manos a la francesa. Sentados a una fogata de las miles que se extendían alrededor del río Barada, disfrutaban de la noche, probablemente una de las últimas que se teñía de fiesta, pues la guerra estaba asomándose poco a poco, y pronto los ejércitos empezarían a mover sus efectivos.

—¿Qué? ¿Esto vuela? —rio Roselyne, tomándolo delicadamente.

—Por supuesto. Se enciende la vela que está aquí, en la base. Dale tiempo, y cuando quiera volar, pides un deseo y lo dejas ir.

—Bueno, espero que funcione —lo ladeó curiosa, nunca había visto ni oído hablar de algo así—. Es decir, espero que vuele y que el deseo se cumpla.

—¡No se cumplen, ya te digo! —masculló Odgerel, pichel en la mano, quien se sentó a la fogata de la pareja para hacerles compañía—, en su momento he deseado fornicar con la esposa del Rey Luis. Pero mira que ni siquiera me ha devuelto mi sonrisa durante las reuniones a las que asistí.

—Primero deberías desear dejar de ser tan feo, perro —rio Sarangerel, tomándolo del hombro para zarandearlo.

—¡Ya!, bueno, me pregunto cómo será trincarse a alguien de la nobleza—murmuró, bebiendo del pichel.

A lo lejos, en las otras fogatas repartidas a lo largo del río, los mongoles poco a poco soltaban los faroles para que estos se elevaran al cielo. La sonrisa de Roselyne fue bastante visible cuando vio aquello; tres, cuatro… cinco lámparas que subían a paso lento y rompían la negrura de la noche con su tenue brillo naranja.

—Escucha, Roselyne —Sarangerel acercó una vara de madera a la fogata—. Es una costumbre de los Xin. Utilizamos los faroles para elevar nuestras plegarias y deseos al Dios Tengri. Eres un guerrero mongol ahora, así que él también te oirá.

Acercó la vara a la vela del farol para encenderla, mientras más lámparas escalaban por el cielo, en lo que se había convertido en una lenta y preciosa danza que rompía la monotonía de la noche. Deseos, añoranzas, anhelos subiendo y refulgiendo en la oscuridad de la noche tal estrellas portadoras de esperanzas.

Poco tiempo después, su farol reclamaba un lugar en los cielos, junto a los cientos que ya poblaban la noche de Damasco.

—Sarangerel —susurró ella, imposibilitada de despegar la mirada del farol que se hacía lugar entre los demás—. ¿Has deseado algo? Es decir, ¿has deseado volver a encontrarte con tu hijo, no es así?

—No—sereno, tomó de la mano a la mujer—. Espero que encuentres un mejor motivo para caminar tu sendero. Comprendo tu deseo de vengar a tu familia, aunque será triste el día que consumas tu venganza y no tengas otro motivo para vivir.

“Como siempre, a Sarangerel le gusta sonar bien pidiendo lo imposible”, pensó, apretando sus dedos entre los de él. Desde que perdió a su familia solo había un objetivo en su mente. Los sacrificios que había hecho, luchando contra sus propias creencias arraigadas, marcados por un sendero de sufrimiento y soledad, era algo que no lo podía aparcar de un día para otro; sus deseos de venganza le habían dado la fuerza necesaria, pensaba, y desligarse de aquello no estaba en sus planes.

No obstante, motivada por la nobleza del guerrero, decidió probar un deseo más fácilmente alcanzable.

—Sarangerel, yo he deseado reclamar ese sable cuanto antes. No veo la hora en que me entrenes con el sable.

—Interesante…—cabeceó con una sonrisa forzada, volviendo a torturarse con los recuerdos de las risas de sus pupilos.

—¿Pero habláis en serio? —preguntó un borracho Odgerel—. ¿Tenemos una guerra en ciernes y esto es con lo que salís, par de campesinos?

—¿Y qué es lo que has deseado tú, perro?

El cielo era único. Las estrellas fueron reemplazadas por miles de faroles que se elevaban a paso lento. Odgerel era un caso especial; sabía que tarde o temprano se encontraría con sus seres queridos, por lo que no tendría mucho sentido orar por un deseo de esa índole a su Dios Tengri. Mejor disfrutar la vida, o lo que le quedaba de ella, antes de que la guerra le robara para siempre los días de goce. Era, para él, una obviedad tan clara que ni la borrachera se lo impedía ver.

—He deseado trincarme a la reina de Francia, por supuesto.

VII

—¡Funciona! —se emocionó Celes en el momento en que Perla soltó el farol para que pudiera elevarse sobre el Río Aqueronte. Junto con Curasán, había llegado a la fogata y ayudó a la Querubín tanto a encender la vela como a sostenerlo, aunque la niña quiso hacerlo todo sola.

—No está nada mal, oye —Curasán observaba atentamente el farol—. ¿Y bien, enana? Daritai ha dicho que al soltarlo debes pedir un deseo. ¿Qué has deseado?

—Que me preguntes qué es lo que he deseado, eso he pedido… —los celos de la niña estaban sacando su peor lado.

—Ajá… Se te están pegando unas costumbres de Daritai que no me agradan lo más mínimo. ¿Te estás olvidando de quién tiene que traerte aquí todos los días cargándote en su espalda?

—Ya conozco el camino, sé venir a pie —infló sus mofletes y miró para otro lado.

—¡Buena suerte con eso, ja! —Curasán se alejó visiblemente enfadado.

Celes, aprovechando que estaban solas, vio el momento adecuado para hablar con la pequeña. Tenía un pedazo de tela doblado en las manos, de un blanco radiante. Se acuclilló a su lado, plegando sus alas, observando que la túnica que llevaba Perla, de una sola pieza y de diseño entubado, estaba sufriendo los rigores de los entrenamientos.

—Perla, te he traído un regalo.

—¿En serio? —preguntó, mirándola fijamente, pues la palabra “regalo” robó su atención.

—Es una túnica nueva para ti, la he hecho yo —sonrió, desplegándola sobre su regazo—. Es de dos piezas, a diferencia de tu túnica. Esta es la camisa, de tiras largas para que no molesten tus alas. Es bastante liviana y flexible. Esta otra pieza es una falda —la desdobló frente a su atenta mirada—. Tiene un corte diagonal por accidente… —rio—, pero la verdad es que me gusta cómo queda, así que lo arreglé un poco y lo dejé así, te dará mucha movilidad.

Perla quedó encantada desde el momento en que lo vio y lo palpó con sus manitas. Aquello era bastante distinto a lo que acostumbraba a observar en Paraisópolis, desde luego; fuera el diseño, el bordado o el contacto suave de la tela en su piel, la pequeña inmediatamente se imaginó con ella puesta, en su pequeño mundo de fantasías, en donde ahora, más que derrotar a un ángel corrupto, arrebataba las miradas de toda la legión.

—Cuando soltaste el farol, yo también he deseado algo… —Celes dibujó figuras informes en la arena, luego miró de nuevo aquella lámpara en el aire—. Es difícil explicarlo. Verás, siempre me han fascinado los lazos que forjan los humanos entre ellos. A sí que, ¿cómo lo digo? —preguntó, jugando con sus dedos y mordiéndose los labios—, he deseado tener una hermanita a quien cuidar.

—¿Una hermana? —Aunque Perla manejaba el concepto y tenía vagas nociones acerca de la hermandad, debido a las charlas con su maestro, no era algo con el que ni ella ni nadie en la legión estuvieran muy familiarizados.

—Sí —Celes la miró—, eso me haría muy feliz.

Perla suspiró, mirando detenidamente el precioso bordado de su nueva túnica. Era pequeña pero no tonta, sabía perfectamente que algo había entre ella y Curasán, aunque era evidente que la pareja prefería dejarlo como un secreto, estaba segura que era por miedo, pues como le había advertido su maestro, aquello no era natural ni estaba visto con bueno ojos.

Decidió entonces levantar la mirada para ver la lenta subida de su farol y revelarle a Celes un pequeño secreto.

—Más vale que eso del farol volador funcione, Celes, porque he deseado obtener ese sable cuanto antes.

—¡Oye! Me parece un deseo muy bonito. A Curasán le hubiera gustado oírlo…

—Bueno… quiero obtener ese sable para que en la legión me vean como alguien fuerte —miró para atrás, viendo a Curasán discutir airadamente con Daritai—. Pero por sobre todo quiero hacerlo porque me gustaría proteger el camino por donde tú y Curasán camináis.

—¿Proteger el camino por donde Curasán y yo caminamos? —preguntó, sospechando en el fondo que tal vez ella sabía de la relación secreta.

—Sí —Perla abrazó su nueva túnica—, supongo que eso es lo que hacen los hermanos.

Un repentino viento elevó con más fuerza al farol, que aguantaba estoicamente los embates y seguía su subida. Desde Paraisópolis podía observarse cómo lo que parecía ser una estrella de tonalidad naranja escalaba lentamente por el cielo negro; algunos ángeles detuvieron sus actividades y conversaciones solo para observarlo por un momento y preguntarse qué era aquello.

—Durandal, eres todo un espectáculo aparte —dijo la Serafín Irisiel, en la azotea de una casona de la gran ciudadela—. Me fascina tu manera de ver las cosas, en verdad que sí.

—Solo te he preguntado cuál es tu perspectiva acerca del asunto, Irisiel.

—Llámeme ingenua o como gustes —se acomodó su coleta, mirando de reojo el lejano farol—. Yo sí creo en la vuelta de los dioses y me niego a perderme en fantasías de libertad. Además, tenemos a la Querubín, prueba irrefutable de que están vivos. Gástate toda la perorata que quieras, Durandal, conmigo no va a funcionar.

—Esa niña crece, Irisiel —hizo contacto visual con ella—. Me pregunto cómo será llamar “Querubín” a alguien que pronto será tan grande como los demás ángeles.

—Se te ve un brillo raro en los ojos —se acercó para acariciar la mejilla del Serafín. Eran iguales, o al menos en algún momento lo fueron, luchando lado a lado, pero ahora los senderos de ambos estaban visiblemente separados. Libertad uno, lealtad a los dioses la otra—. Te diré algo, por si acaso —la Serafín extendió sus seis alas y levantó vuelo—. Si le haces aunque sea solo un rasguño a la Querubín, yo seré la primera en la línea de frente para darte caza.

—No pienso hacer nada. Entiendo que muchos ángeles depositan sus esperanzas en ella, como tú, y no planeo poner a nadie en mi contra por ello. Es por eso que resultará interesante ver vuestros rostros cuando la niña crezca. Verás, si ella crece, es más probable que entonces envejezca e inevitablemente muera. Estaré allí para ver vuestra reacción cuando vuestra preciada Querubín y enviada por los dioses se vaya de los Campos Elíseos sin haber dado ninguna respuesta acerca de su procedencia.

—La Querubín nos dirá algún día dónde están los dioses, ya verás que sí lo hará —sonrió, señalando el farol que se elevaba—. ¿Ves ese puntito naranja que sube lentamente? Es una lámpara china, la usan para desear cosas, seguro que es de ese ángel mongol que vigila el Aqueronte.

—No me digas que vas a desear algo, Irisiel.

—Ya lo he hecho —le guiñó el ojo—, acabo de desear que los dioses vuelvan. Preferentemente antes de que Destructo se levante contra los Campos Elíseos.

—Supongo que se te puede llamar ingenua.

—Tú y tu deprimente forma de ver las cosas.

El Serafín esperó a que Irisiel se retirase para fijarse con detenimiento en aquella estrella naranja y flotante. “Farol chino”, pensó. Le parecía una tontería confiarle un deseo a algo tan primitivo, pero no podía negarse a ese lado ingenuo presente en todos los ángeles, en ese lado noble que los hacía ver la luz aún en la oscuridad más absoluta. Que les hacía ver un mínimo resquicio de esperanza allí donde la angustia ha ganado terreno. Durandal tenía ese lado pese a ser un ángel distinto, pues los dioses hacía rato dejaron de ser prioridad en su corazón.

Extendió sus seis alas y levantó vuelo.

—Deseo volver a verte, Bellatrix —susurró, mirando fijamente aquella lejana lámpara.

Continuarásex-shop 6

 

Relato erótico: “Women in trouble 03” (POR TALIBOS)

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portada narco3Women in trouble 3 – Odio al imbécil del novio de mi hermana

Sin títuloUna y media de la tarde, centro de la ciudad. 40o a la sombra. Aunque a mí el calor de la calle me daba igual, sentadito en mi Audi, con el aire acondicionado puesto al máximo, contemplando por la ventanilla cómo la ciudad se derretía a mi alrededor, mientras circulaba a paso de tortuga atrapado en el atasco de cada día.

Aunque, a pesar de los 22o que marcaba el climatizador del coche, mi cuerpo estaba ardiendo. No, no estaba enfermo, se trataba únicamente de la reacción natural de mi organismo cada vez que tenía que reunirme con Ricardo, Ricky para los amigos. El capullo con el que mi hermana llevaba liada 3 años.

Mi hermana, Malena. Como siempre que pensaba en ella, algo se agitó dentro de mí.

Malena.

Por más vueltas que le daba, no me explicaba cómo una chica como ella, linda, dulce e inteligente, había acabado enrollada con un parásito como Ricardo. No había explicación. Era un misterio. Ni Iker Jiménez podía dar respuesta a ese enigma.

– Mierda – exclamé – Hablando del rey de Roma…

Mi móvil había empezado a zumbar e, inmediatamente, la conexión Blue Tooth hizo que conectara con el altavoz del coche, que emitió el tono de llamada. En la pantalla del salpicadero apareció el odioso nombre de mi “cuñado”, provocando el rechinar de mis dientes.

Antes, lo tenía almacenado como “Ricardo el cabronazo”, pero, por temor a que Malena lo leyera y se cabreara, opté por cambiarlo.

– Dime, Ricardo – respondí con desgana.

– Hola, cuñado – dijo él, clavándome un cuchillo en las tripas – Perdona que te llame con tan poca antelación, pero es que me ha surgido un problema y no puedo quedar para comer.

No hay mal que por bien no venga. Me alegraba de no tener que ver a ese tipejo durante el almuerzo, pero, aún así, le solté sin poder contenerme:

– No me jodas, Ricardo. Con todo el por culo que diste para que quedásemos hoy y ahora me dejas tirado. Tío, te juro que si no fuera por mi hermana…

– Lo siento, Lucas, lo siento – dijo el cretino, con voz de plañidera – El coche me ha dejado tirado en un pueblo, donde Cristo perdió el zapato. He hablado con los del seguro y por lo menos van a tardar una hora en venir a por el coche. Y eso con suerte.

– Joder – exclamé mientras me regocijaba por dentro de que se hubiera quedado tirado – Pues entonces, no sé. ¿Por qué no almuerzo con Malena y que ella me vaya poniendo en antecedentes?

– ¡NO! – respondió él con excesiva premura – Verás… tu hermana está… Me ha llamado hace un rato y tampoco va a llegar a tiempo… Hemos quedado, si no te importa, en cambiar el almuerzo por una cena… Esta noche, en casa…

– ¿En casa? – pensé en silencio, sin llegar a pronunciar palabra – ¡En mi casa querrás decir, maldito cabrón!

En cambio, lo que dije fue:

– Vale, vale, como sea. Esta noche entonces. Espero que lo tengas todo bien preparado. Y que conste, no te prometo nada, me da igual que estés saliendo con Malena, si la cosa no me parece interesante, pasaré olímpicamente…

– Sí, sí, claro – dijo él, con voz temblorosa – Tú tranquilo, verás cómo te va a parecer una oportunidad cojonuda de inversión. Tengo todos los papeles listos en casa. Lo tengo todo ordenadito y dispuesto. Esta noche te pongo al día.

– Venga, lo que sea – dije, deseando dejar de escuchar su odiosa voz – Me paso sobre las 9, ¿está bien?

– Perfecto.

– Pues nada. Nos vemos a la noche.

Y colgué sin esperar su despedida.

– A tomar por culo… Cabronazo – le espeté al teléfono ya colgado.

Resoplé enfadado. Menuda mierda. No debería haberme dejado convencer por Malena. Sólo de pensar en prestarle pasta al imbécil ése para que pusiera en marcha un negocio… se me revolvían las tripas.

Pero qué iba a hacer. Malena me lo había pedido y yo era completamente incapaz de negarle nada a mi hermanita. La quiero con locura. Es la mujer más maravillosa del mundo y su único defecto… es Ricardo.

Pero he empezado la historia por la mitad. Ni siquiera me he presentado. Los que hayan estado atentos, sabrán ya que mi nombre es Lucas (por favor, guárdense los chistes de Chiquito, estoy hasta los cojones de ellos) y, aunque de la lectura del texto parezca desprenderse que soy un tío maduro (de edad), lo cierto es que soy bastante joven, 19 añitos tan sólo.

¿Cómo es eso? ¿Cómo un niñato de 19 años tiene pasta para invertir y conduce un Audi? ¿Es heredada? ¿Te tocó la primitiva?

¡Nah! Nada de eso. Yo soy uno de esos hombres hechos a sí mismos. Es sencillo. Seguro que muchos de vosotros tenéis en vuestro móvil alguna de las APPs que yo he diseñado. Venderlas y forrarse es todo en uno.

No quiero caerles mal, no piensen que soy el típico ricachón que mira a los demás por encima del hombro y que por eso odio tanto a Ricardo. Nada de eso. De hecho, cuando empezó a salir con mi hermana, hace ya 3 (largos y dolorosos) años, yo era más pobre que una rata y ya le detestaba entonces. El éxito vino después.

Malena siempre ha cuidado de mí. Es dulce, cariñosa, un verdadero encanto de chica. Y se merece algo mejor que Ricardo, desde luego que sí.

Es mayor que yo, 5 años, o sea que en este momento cuenta con 24, en plena flor de la vida. Y, la idea de que esté pasando sus mejores años al lado de un cenutrio sin oficio ni beneficio, es demoledora. No sé cómo ha acabado con él, quizás sea cierto que las chicas acaban buscando como pareja a alguien que se parezca a su padre.

Papá. Otro elemento bueno. Nos abandonó hace 10 años, al parecer incapaz de sacar a su familia adelante. Buena solución la suya, maricón el último, como se dice vulgarmente. Si hay problemas, lo mejor es largarse y que los resuelva otro.

Por lo menos a ése no he vuelto a verle desde entonces y espero que sea así por siempre jamás. Cuando empecé a ganar dinero, hablé con mamá y contratamos a un abogado, que se encargó de localizarle y conseguir que firmara los papeles del divorcio. Estuvo habilidoso el picapleitos, al parecer lo amenazó con años de pensión alimenticia impagados y el cabrito firmó inmediatamente, sin pararse a pensar el por qué mi madre había decidido divorciarse después de tanto tiempo.

Fácil. Para que así no tuviera ni por asomo la posibilidad de presentarse en casa a pedir pasta, porque, cuando vendí la primera APP, todavía era menor de edad.

Pero he vuelto a hacerlo. Sigo contando las cosas por la mitad.

¿Por qué quiero tanto a mi hermana? Porque es maravillosa.

Como decía, mi padre nos abandonó cuando yo tenía 9 años y Malena 14. Mi madre, la pobre, tuvo que matarse a trabajar para sacarnos a los dos adelante, con lo que apenas tenía tiempo para estar en casa atendiendo a sus hijos y tampoco tenía dinero para contratar a alguien que se encargara de la tarea, así que Malena se encargó de cuidarme.

Yo era un chico debilucho, un tanto enfermizo, blanco seguro de los niñatos del colegio primero y del instituto después. Malena se esforzaba todo lo que podía en protegerme y recuerdo que una vez llegó incluso a salir con Carlos, uno de los garrulos del insti, sólo para conseguir que los de su pandilla dejaran de meterse conmigo. Lo hacía todo por mí.

No hice muchos amigos en esos años, aunque, la verdad, tampoco los eché mucho en falta. No me gustaba el fútbol, ni los deportes, lo que automáticamente te convertía en un bicho raro. Así que, todos los días, en cuanto salía de clase, me iba disparado a casa, a ayudar a Malena en todo lo que podía.

Esos años fueron maravillosos para mí. Estábamos increíblemente unidos. Lo hacíamos todo juntos.

Luego fuimos creciendo y nuestra relación se hizo incluso más estrecha.

Para ese entonces, yo tenía ya 14 años y estaba en plena pubertad y ella, casi 19. Nuestros cumpleaños están muy próximos.

Al acabar el instituto, Malena se puso a trabajar para ayudar en casa. Tuvo suerte y consiguió trabajo como camarera en una cafetería del barrio, la del señor Gómez, un buen hombre que siempre la trató muy bien.

Male trabajaba de lunes a sábado en horario de mañana, pero, por las tardes, estaba conmigo en casa, insistiéndome siempre y apoyándome para que me esforzara en los estudios.

Durante esa época, salió con algunos chicos (como el tal Carlos), pero nunca hubo nada serio, lo que en el fondo me alegraba muchísimo. Sí, es verdad, lo admito, mis sentimientos por Malena no eran los habituales entre hermanos y yo, aún un chiquillo, fantaseaba con llegar a casarme con ella algún día.

Por mi parte, aunque las chicas empezaban a interesarme (y mucho), no obtuve experiencia alguna, pues siempre me faltó valor para pedirle a una chica salir. Pero no me importaba, pues tenía a Malena.

Hacía tiempo que no tenía ojos más que para ella. Gracias a Internet, había descubierto el porno, así que no me faltaban fotos y vídeos de tetas y culos para machacármela tanto como me apeteciera, pero, comparado con las veces que lo hacía pensando en ella… el porno no era nada.

Empecé a fantasear con ella a todas horas. Y no, no eran sólo fantasías de sexo, sino también románticas. Hubiera matado porque fuera mía.

Y Malena lo sabía, se dio pronto cuenta de que su hermanito sentía una fuerte atracción por ella, pero, en vez de afearme mi conducta, decidió simplemente ignorarla, sabiendo que aquellas fantasías eran mi única válvula de escape en la pubertad.

No es que ella hiciera nada para alentarme, simplemente es que no hacía nada… para lo contrario.

Recuerdo el día en que comprendí que ella lo sabía. Esa mañana, en el insti, un capullo me hizo la zancadilla y me caí de boca, haciéndome un esguince en una muñeca y un chichón en la frente. Nunca supe quien fue. Sólo recuerdo las risas de la gente en el pasillo.

Esa tarde Malena me vendó con fuerza la muñeca, tras haberse asegurado de que no era más que una torcedura.

Como no podía apañarme, mi hermana se ofreció para ayudarme en la ducha, a lo que accedí inmediatamente mientras el corazón me saltaba en el pecho. Parecía una de mis fantasías.

No, no voy a contarles una escabrosa sesión de sexo con mi hermana en el baño, ojalá.

Simplemente, pasó lo que tenía que pasar. Lo lógico. Me empalmé.

Recuerdo que, al principio, pasé mucha vergüenza, pero luego, empecé a fantasear con que mi hermana… se animara, así que procuré que mi erección fuera bien patente. Ella la vio, sin duda alguna, pero, como dije antes, se limitó a ignorarlo, dedicándose a asearme, poniendo mucho cuidado en evitar la zona de conflicto.

Fue la última vez que se ofreció a ayudarme en la ducha, aunque nunca me reprochó nada.

Me pasaba la vida babeando detrás de ella, como un perrito faldero. Más de una vez la espié mientras se cambiaba, o en la ducha, hasta que los bíceps del brazo derecho se me pusieron como los de Popeye. Y ella como si nada.

Siempre dulce, siempre atenta, la mujer ideal.

Y entonces llegó Ricardo.

Joder. El hijo de puta ya era conocido en el barrio, un perla bueno como habitualmente se dice. Un chulo de mierda, como digo yo. Al principio, pensé que una chica como Malena no duraría mucho con un tipejo semejante, pero qué va, supongo que es verdad lo del atractivo de los chicos malos.

El tío no duraba ni un minuto en ningún trabajo, siempre acababan por despedirle por no aparecer o por tocarse los huevos de sol a sol.

Y, sin embargo, Malena parecía creer que era una especie de advenimiento de Rodolfo Valentino cruzado con James Dean. De Paquirrín con Berlusconi más bien.

El comportamiento de mi hermana cambió. De pronto, pasaba todo su tiempo libre con Ricardo, ya no pasaba las tardes conmigo. Sí, ya sé que es normal que una joven esté tanto como pueda con su novio, pero les aseguro que no era por eso por lo que odiaba tanto al tipejo.

Fue porque mi hermana se convirtió literalmente en otra persona.

De un día para otro, empezó a discutir con mamá por nimiedades, rebelándose contra todo lo que ella le decía, especialmente cuando a mi madre se le ocurría mencionar a Ricardo.

Hasta la gente del barrio se dio cuenta y pronto empezaron las murmuraciones. Que si los habían visto liándose en el parque, que si los habían pillado en el portal, que si en los servicios de una discoteca…

Y lo peor fue que pude constatar que los rumores tenían fundamento, pues una noche, de las pocas en que salí por ahí un rato a tomar algo, me tropecé al llegar a casa con el coche de Ricardo aparcado cerca del portal. Como me pareció ver movimiento, me acerqué con cuidado y lo que vi dentro… háganse una idea. Sólo les diré que, de haberme acercado a saludar, mi hermana no podría haberme respondido por tener la boca llena.

Esa noche me quería morir.

Con el tiempo, Malena logró introducir paulatinamente a Ricardo en nuestras vidas, convenciendo a mamá de que le invitara a cenar de vez en cuando. Mi madre cedió, aunque creo que lo hizo más bien para que pasaran más tiempo en casa, en vez de andar liados por los rincones del barrio, donde cualquiera podía verlos.

Así que me encontré de pronto con el capullo aquel a todas horas en mi hogar. No lo soportaba.

El muy cerdo, tardó poco en coger confianza, así que se pasaba las tardes allí metido con Malena, mientras mi madre seguía deslomándose en el trabajo. Y no pasó mucho antes de que el cabronazo decidiera que mi presencia no era obstáculo para hacer cositas con su novia.

Y mi hermana no le decía no a nada.

La primera tarde en que la tomó de la mano y la sacó casi a rastras del salón, está grabada a fuego en mi memoria. Yo no podía creerme que fuera a atreverse a follársela conmigo allí. Pero sí que lo hizo.

La llevó a su cuarto, cerró la puerta y pronto empecé a escuchar gemidos y suspiros mucho peores que los de cualquier peli porno.

Y lo peor no era que se la tirara sin importarle que yo les escuchara, no, lo peor era cómo la trataba.

No, no me refiero sólo a que le estuviera dando órdenes constantemente, que si tráeme una cerveza, que si prepárame un bocadillo, que si ponme esta ropa a lavar, con la tonta de mi hermana obedeciéndole en todo con una sonrisa estúpida. No, como ya digo, verla rebajarse de esa forma era malo; pero no era lo peor.

Nuestro piso era humilde, en ese entonces no podíamos pagar nada mejor, así que las paredes estaban hechas de cartón, digo… de pladur de ése (sí, ya sabéis de qué hablo), así que podía seguir con bastante detalle las sesiones de sexo que se celebraban en el cuarto de mi hermana.

Sí, lo admito, reconozco que, al principio, me excitaba mucho cuando escuchaba a Malena gemir y relinchar como una yegua, pero, cuando empecé a escuchar constantemente cómo la trataba Ricardo, me ponía literalmente enfermo.

“Chúpamela, puta”, “trágatelo todo”, “ábrete el coño”, “no derrames ni una gota de leche, zorra”… eran expresiones que escuchaba todos los días, mientras la rabia me consumía por dentro y las ganas de plantarme en el cuarto y abrirle la cabeza con una lámpara se hacían inaguantables.

Traté de hablar con Malena, de hacerle ver que no se merecía que la trataran así, que Ricardo era un cerdo y que no era yo el único que lo decía… Como lavarle la cabeza a un burro. Ni puto caso.

Así que, amargado, opté por la solución más lógica. Dejé de venir a casa por las tardes, refugiándome en la biblioteca para estudiar. Y a trastear con el portátil (que en realidad pertenecía al instituto, ni siquiera era mío).

Mi madre, por su parte, acabó claudicando y aceptando a Ricardo en nuestras vidas, ya que comprendió que seguir enfrentándose a su hija no la llevaba a ninguna parte. Supongo que, en su decisión, influyó el hecho de que desconocía por completo las actividades a que se dedicaba por las tardes su hija en la “intimidad” de su dormitorio.

No las conocía o, simplemente, prefería no conocerlas.

Y la familia también se enteró de cómo estaba la cosa y además, lo hizo de forma bastante espectacular.

Nos invitaron a la boda de mi primo Juan y, queriendo tener las cosas en paz, mi madre accedió a que Malena le llevara como pareja. Craso error.

Durante el convite, eché en falta a mi hermana, lo que no me inquietó demasiado hasta que vi un corrillo de gente cerca de la puerta de los baños, chismorreando entre sí y riendo con disimulo.

El corazón se me paró. Recé para que no fuera lo que estaba imaginándome.

Y un mojón.

Minutos después, un bastante satisfecho Ricardo salía del baño con un aire de suficiencia tal que me dieron ganas de calzarle dos hostias. Mi hermana regresó poco después a la mesa, un poco sofocada y avergonzada.

Aunque ni punto de comparación con la vergüenza que pasó mi madre, cuando se dio cuenta de que su hijita llevaba en el pelo un pegote de cierta sustancia blancuzca y pegajosa.

La pobre tuvo que acercarse a su hija a murmurarle unas palabras al oído que hicieron que Malena enrojeciera hasta la raíz del los cabellos, excusándose para regresar al baño con premura, mientras los chismorreos se disparaban por toda la sala.

Y Ricardo allí, con cara de no haber roto un plato en su vida.

Bueno, ya se hacen una idea de lo mucho que quiero a mi cuñado, ¿no?

Poco después de la jovial celebración de la boda, vendí mi primer programa y empecé a ganar dinero, con lo que los apuros financieros de la familia disminuyeron al entrar tres sueldos en la casa, a pesar de tener que mantener a un parásito.

Pasó el tiempo y todo siguió igual. No soportando el seguir viendo a ese tipejo, alquilé un piso en cuanto cumplí los 18 y me largué, aunque seguí dándole dinero a mi madre.

Hace unos meses, cerré un nuevo contrato que me hizo ganar mucho dinero. Tanto que, siendo hombre de gustos sencillos, decidí invertir en comprar una casa mejor para mi familia. Consideré la idea de adquirir un chalet o casa grande, para volver a vivir de nuevo todos juntos, pero entonces Malena anunció su intención de irse a vivir con Ricardo y ni muerto hubiera consentido yo en compartir techo con él.

El muy capullo había conseguido conservar un trabajo (en la empresa de un familiar) durante unos meses y, contando con cierta seguridad económica, querían irse a vivir solos.

Pero, por mucho que odiara a aquel cretino, la idea de separarme de Malena era enloquecedora, así que encontré una solución ideal.

En un bloque del centro, se vendían tres pisos en una misma planta y yo los adquirí los tres. Uno para mí, otro para mamá y otro (aunque fuera como clavarme un puñal al rojo en las tripas) para Malena y su satélite.

Intenté que mamá dejara de trabajar, pero no logré convencerla, logrando tan sólo que dejara las horas extra. Cabezona como ella sola.

Intenté que Malena mandara a tomar por culo a Ricardo, ofreciéndole un buen fajo de billetes si lo hacía, pero sólo logré que se cabreara y amenazara con no volver a hablarme en la vida. Cabezona como ella sola.

Y así seguimos hasta la semana pasada, cuando Male, sabiendo cómo manipularme a su antojo, me convenció para escuchar la maravillosa idea de inversión que tenía Ricardo, con la que podríamos ganar mucha pasta y tener así el futuro asegurado.

Ya. Y yo me lo creo.

Por más que lo intenté, no logré sacarle prenda a mi hermana, que insistía en que todo era idea de Ricardo y que él me daría los detalles.

Me convenció. Me puso carita de pena y no supe decirle que no. Y ahora, dando muestras de lo extraordinariamente responsable que es el tipo, Ricardo me llama para aplazar la reunión de negocios. Capullo.

¿Y qué cojones querría proponerme? ¿Cuál sería ese negocio tan increíble?

No, no me malinterpreten, no es que quisiera saber si el negocio era bueno o no, era que quería tener argumentos suficientes para echar abajo las estupideces que hubieran podido ocurrírsele al mentecato.

Y entonces se me ocurrió una idea.

La documentación del “proyecto” estaba en su (mi) piso, ¿no? Y yo tenía una llave…

– Bien – me dije, sonriéndole al retrovisor – Vamos a obtener información “privilegiada” y así estaré preparado para rechazar cualquier cosa que haya podido ocurrírsele.

Me sentí bien. La idea me seducía. Si me enteraba ahora de qué iba la cosa, tendría hasta la noche para idear argumentos para mandarle a tomar viento, dijera Malena lo que dijera.

Y no me preocupaba que pudieran notar que alguien había entrado en su piso, ni siquiera tendría que poner mucho cuidado en dejarlo todo como lo encontrara, pues sabía que Ricardo había dado llaves del piso a varios de sus “amigos” que se paseaban por allí como Pedro por su casa.

Justo entonces, la circulación pareció aclararse y me libré por fin del atasco. Pisé el acelerador.

……………………….

Un rato después, estaba en mi piso buscando la llave en un cajón. Me sentía tranquilo, mi plan no tenía fallos.

Si por un casual aparecía Male y me pillaba, le diría la verdad, que quería enterarme de qué coño iba la idea de su novio. Y, si aparecía Ricardo, comprobaría que me había mentido, que no estaba en ningún pueblo tirado con el coche y los mandaría a tomar por saco a él y a su idea.

Estaba deseando que apareciera.

……………………..

A pesar de todo, aun sin saber muy bien por qué, puse mucho cuidado en no hacer ruido cuando abrí la puerta de su piso, entrando con sumo sigilo y cerrando tras de mí.

Me asomé a la cocina, encontrándome con los restos del desayuno abandonados sobre la mesa. Meneé la cabeza, apesadumbrado. Desde luego, mi hermana era otra persona.

Yo sabía que Ricardo había convertido la habitación del final del pasillo en su despacho, lo que en su idioma quería decir, un cuarto donde reunirse con sus amigotes a beber cerveza y a jugar a la consola.

Como allí tenía un escritorio (que seguro no había usado nunca), pensé que los documentos del proyecto estarían allí con seguridad.

Caminé tranquilamente por el pasillo, sin sentirme en absoluto incómodo por la flagrante invasión de intimidad que estaba cometiendo, pues, al fin y al cabo, aquel piso era mío.

Entonces me detuve, súbitamente sobresaltado. Al pasar junto a la puerta abierta del salón, me pareció escuchar una especie de zumbido, un ruidito mecánico que no supe identificar.

Me acojoné un poco. A pesar de lo dicho, en el fondo me daba vergüenza que me atraparan en su casa.

Con mucho cuidado, moviéndome con todo el sigilo de que fui capaz, retrocedí sobre mis pasos y me asomé a salón.

El corazón se me detuvo. Malena estaba allí.

………………………

Antes dije que me pasé la pubertad fantaseando con mi hermana. Sí, lo hice. Soñé con follármela de todas las maneras que se me ocurrieron. Me montaba películas, en las que siempre acabábamos en la cama. Bueno, en la cama o en cualquier parte.

Pero, lo que había en aquel salón…

Sin darme cuenta, absolutamente hipnotizado por la impactante imagen, sin acabar de creerme lo que estaba viendo, di un paso, entrando en la sala.

Malena estaba en el sofá, completamente desnuda, amarrada con una maraña de cuerdas que aprisionaban su cuerpo y le impedían cualquier movimiento, en una pervertida postura de bondage que yo había visto alguna vez en mis correrías por Internet, sin sospechar siquiera que aquello se hiciera en la vida real, fuera de las revistas y las películas porno.. Por fortuna, Malena llevaba los ojos vendados, con lo que no se había apercibido de mi presencia. Además, para impedirle pedir ayuda, estaba amordazada con una pelota roja de goma, sujeta por una correa que se anudaba en su nuca.

La postura en que estaba atada era increíblemente perversa y lasciva. Estaba acuclillada, con los pies encima del sofá, atada de forma que sus piernas permanecieran completamente abiertas y separadas, exhibiendo impúdicamente sus intimidades. Además, sus brazos estaban atados a su espalda, bien sujetos, con lo que era completamente imposible escapar o desatarse.

Para rematar el cuadro, me di cuenta de que asomaban dos consoladores de entre sus piernas, uno gordo, de látex, bien hundido en su vagina y apoyado en el mismo sofá para que no se saliera y otro, un vibrador, introducido en su ano, agitándose frenéticamente de un lado a otro gracias al motor de que estaba dotado, origen obvio del zumbido que había atraído mi atención al pasar por el pasillo.

No podía creer lo que veían mis ojos. No podía respirar, la cabeza me daba vueltas.

Me acerqué un poco, tratando de asegurarme de que aquello era real y no un sueño. Al aproximarme, me di cuenta de que en la piel de Malena se notaban perfectamente las marcas de las cuerdas, que le habían provocado marcas enrojecidas, con lo que comprendí que llevaba un buen rato allí sujeta.

Además, de su boca escapaba un hilillo de saliva por la comisura de los labios, que caía directamente sobre el sofá, manchando el cojín de babas. Mareado, di un pequeño traspiés, haciendo ruido, con lo que Malena, que parecía desmayada, alzó bruscamente el rostro y miró a su alrededor, moviendo la cabeza hacia todos lados, como un pajarillo asustado.

– Mmphfffmmm – farfulló, con la mordaza impidiéndole decir nada inteligible.

Estaba alucinado. Sabía que mi cuñado era un hijo de puta, pero aquello era demasiado. ¿Cómo se le había ocurrido tratar así a mi hermana? ¿Qué clase de mente enferma había podido idear algo así? ¿Qué habría hecho ella? ¿Quemarle la comida? ¿No tener cerveza en la nevera?

Apreté los dientes y me prometí a mi mismo que iba a matar a ese cabrón. Mi pobre hermana…

Mi mente era un torbellino, pensando en mi próximo enfrentamiento con Ricardo; se iba a acordar de aquel día el resto de su vida, lo iba a machacar, lo iba a arruinar, lo iba…

En realidad, lo que estaba haciendo era comerme con los ojos a Malena, recorriendo hasta el último centímetro de su piel con la mirada, incrédulo por tenerla allí, indefensa, a mi alcance…

Sacudí la cabeza, librándome de esos pensamientos. ¿Estaba enfermo? ¡Mi pobre hermana estaba allí, atrapada desde Dios sabía cuándo!

– MPHPPPHHHHFFFF – gimoteó Male, en voz más alta, suplicando.

Estiré la mano y enganché con un dedo la mordaza, tirando para apartarla de sus labios. Al hacerlo, un borbotón de saliva escapó de su boca, impactando en el sofá con un ruido sordo. Malena respiró hondo, llevando aire a sus congestionados pulmones.

Me disponía a quitarle la venda, a ayudarla a librarse de las cuerdas, a ofrecerle mi ayuda para vengarnos del bastardo que le había hecho eso, pero entonces me di cuenta de la situación y que su desnudez podía resultarle embarazosa, así que me detuve y miré a mi alrededor, buscando algo con lo que cubrirla. Bastante vergüenza pasaría la pobre al descubrir que su hermano la había visto en semejantes circunstancias.

Y justo entonces, mi mundo se derrumbó.

– Por fin, mi amor – siseó Male cuando recuperó el resuello – Tu zorrita ha sido muy buena y lleva esperándote toda la mañana. Pero ya no puedo más Ricky, me voy a volver loca, necesito tu polla ya, por favor, te lo suplico, dámela, dame tu gorda y dura verga, necesito besarla, necesito que me la metas en el coño, o en el culo, haz lo que quieras con tu puta, pero, por favor, no me tortures más, fóllame… ¡FÓLLAME!

Di un paso atrás, horrorizado. ¿Quién era aquella mujer? ¿Cómo era posible que se pareciera tanto a Malena? ¿Dónde estaba mi hermana?

– Ricky, por favor, fóllame ya, dame tu verga, la necesito…

No podía creerlo, esa puta… Sin darme cuenta, mi polla empezó a crecer dentro del pantalón, endureciéndose a toda velocidad. La sangre se agolpó en mi cerebro, el corazón me latía en los oídos, dejé de ser consciente de mis actos.

Aquella puta, aquella golfa no podía ser mi hermana, era otra mujer que se le parecía. Y, si no era mi hermana, entonces… no pasaba nada por follármela, ¿verdad?

Sin darme cuenta, llevé una mano hasta su cuerpo y le agarré un pecho, con brusquedad, estrujándolo con ganas.

– Sí, mi amor – gimoteó Malena al sentir mi contacto – Estrújame las tetas, son tuyas…

Le hice caso. Llevé mi otra mano hasta el pecho libre y empecé a apretarlos sin compasión, amasando los exquisitos globos de carne con lujuria, la cabeza completamente ida.

Pellizqué con saña sus pezones, retorciéndolos, queriendo hacerle daño, pero ella, lejos de quejarse, gimoteó de placer y se mordió los labios, con una expresión de golfa tal en el rostro, que jamás imaginé fuera capaz de esbozar.

– Sí, cariño, así, pellízcame. Úsame, soy tuya – gemía Male, enervándome.

Sin pensar, eché las caderas hacia delante y apreté mi ya durísimo bulto contra su cara, frotándolo con fruición; ella, por su parte, en cuanto notó el contacto, apretó el rostro contra mi erección, acariciándola con la mejilla con lascivia, literalmente frotando la cara contra mi entrepierna.

– Qué dura está ya, mi amor, qué dura… por favor, tu zorrita ha sido buena, dámela ya, por favor…

Me aparté de ella bruscamente, jadeando y excitado como jamás antes. Con rapidez, me bajé la cremallera y, tras un frenético forcejeo, logré extraer mi rezumante verga del pantalón, volviendo inmediatamente a estrujarla contra el rostro vendado de mi hermana.

– Sí – gimió ella, al notar la palpitante carne apretándose contra su mejilla – Sí, mi amor, tu polla, dame tu polla…

Mientras frotaba el rostro contra mi verga, Malena, poseída por la lujuria, movía la cabeza intentando atraparla con los labios. Yo, sintiéndome juguetón, me agarré el tronco por la base y empecé a restregársela por la toda la cara, pringándole los labios, la frente y las mejillas de jugos preseminales, mientras ella intentaba, a ciegas, atrapar mi polla con sus libidinosos labios de zorra.

Cuando me cansé del jueguecito y su cara estuvo convenientemente embadurnada de jugos, decidí complacerla y, apoyando mi enhiesto falo en sus labios, presioné ligeramente para deslizarlo en el interior de su boca. Ella, feliz como una niña con un caramelo, lo absorbió lascivamente, echando a la vez la cabeza hacia delante, hasta tragárselo por completo, quedando su cara apretada contra mi ingle.

Permaneció así unos segundos, permitiéndome deleitarme con el calor y la humedad de su boca, sintiendo cómo la punta de mi verga rozaba en su campanilla y se introducía parcialmente en su laringe, rumbo a su esófago. Cuando no pudo más, retiró lentamente la cabeza, apretando con fuerza los labios, deslizándolos así sobre mi estaca de forma enloquecedora.

– Me encanta tu polla – dijo, con gruesos pegotes de saliva y otros líquidos resbalando de su boca – Es deliciosa. Me vuelves loca.

Y eso me pasó a mí. Enloquecí.

Verla allí, desnuda, atada, diciendo obscenidades, el calor de sus labios… No pude más.

Sin poder contenerme, agarré su cabeza con ambas manos y, echando bruscamente la pelvis hacia delante, volví a enterrarle la polla hasta las amígdalas, obligándola a echarse hacia atrás, atrapando su cabeza entre el respaldo del sofá y mi ingle.

– Mpfpppfpfffhhhh – gorgoteó Malena, agitando la cabeza, tratando de extraer mi rígida estaca de su garganta.

– Y una mierda – pensé.

Para afianzarme, aferré el respaldo del sofá con ambas manos, inclinado hacia delante sin perder el equilibrio. Cuando estuve seguro de no caerme, eché el culo un poco para atrás, sacándole una porción de rabo, permitiéndole respirar.

Y empecé a follarle la boca. Usando el respaldo como asidero, empecé a bombear en su garganta, hundiendo una y otra vez la polla entre sus carnosos labios, deleitándome con el contacto de su lengua sobre mi excitado nabo.

Esperaba que Malena se resistiese y que, a pesar de estar atada, forcejeara para escapar de mi presa. Pero qué va, la muy zorra, sin duda acostumbrada a aquel tipo de tratamiento, se limitó a relajarse, permitiéndome hundírsela una y otra vez hasta el fondo.

Cada vez que le sacaba una porción de rabo, un chorreón mezcla de saliva y fluidos salía disparado, resbalando por su barbilla y pringándole las tetas. Además, las arcadas que le provocaba mi verga hacían que fuera incapaz de contener las lágrimas, que formaban un reguero continuo deslizándose por sus mejillas.

Me conmoví. Jamás fui capaz de ver llorar a Malena sin que se me partiera el alma. Me detuve, súbitamente consciente de la locura que estaba haciendo.

Me quedé quieto, jadeante, incrédulo de haber sido capaz de cometer semejante aberración, con media polla dentro de la boca de mi hermana y la otra media fuera, brillante y pringosa por sus babas.

Entonces Male gimió, protestando. Como yo no me movía, ella solita se encargó de volver a tragarse mi polla enterita, echando el rostro hacia delante y hacia atrás, follándose la boca con mi verga de motu propio.

Y ya no tuve más dudas.

Con un rugido de rabia, la embestí de nuevo, con ganas, con ansia, odiándola y deseándola a la vez, a punto de volverme loco.

De repente, sentí un indescriptible placer y mis testículos entraron en erupción. Al sentir cómo la corrida estaba lista para brotar, clavé con fuerza las manos en el respaldo del sofá, hasta que los nudillos empalidecieron y eché las caderas por completo hacia delante, enterrándole la polla hasta el fondo, manteniéndola atrapada contra el respaldo mientras mis pelotas se descargaban a placer.

Con un berrido, me derramé directamente en su garganta, disparando semen en su esófago, en su estómago, como complemento proteínico para antes del almuerzo. Ella no se resistió, ni pareció incómoda por tener que tragarse la corrida, sino todo lo contrario. Cuando quise darme cuenta, noté cómo estaba chupando mi pene, como si fuera un bebé prendido a un pezón, tratando de absorber y tragarse hasta la última gota de lefa.

Cuando acabé de correrme, me retiré jadeante de su boca y ella, nuevamente, apretó los labios con fuerza, deslizándolos sobre mi todavía rígida estaca, dejándola perfectamente limpia y presta para la acción.

Cuando la saqué por completo, mi hermana se relamió los labios, en un gesto tan de putilla satisfecha, que mi polla dio un brinco, azotada por un ramalazo de placer provocado por lo morboso de la situación.

– Tu zorrita ha sido buena y se ha bebido toda la lechita, Ricardo. Estaba deliciosa, pero ahora, por favor, dámela, métemela te lo suplico.

¿Es que aquella puta no tenía límites? Pues, si quería polla… ¡YO SE LA IBA A DAR!

Me recorrían un sinfín de sensaciones distintas, me sentía excitado, por supuesto y deseando que aquello no se acabase, pero también me sentía rabioso, enfadado, sin acabar de aceptar que mi dulce hermana se hubiera convertido en aquella ninfómana lujuriosa y perversa.

Sus palabras lascivas, suplicándome que me la follara, me mantenían loco de calentura, pero, sobre todo, estimulaban mi ira. Me quedé mirándola un segundo, de arriba abajo y me di cuenta de que la muy furcia estaba moviendo las caderas ligeramente, intentando que el consolador que tenía hundido en la vagina se agitara en su interior, mientras su compañero a pilas seguía dando vueltas y vueltas en su ano. La deseé y la odié a partes iguales en ese momento. No quería seguir escuchándola, tenía que hacerla callar o iba a volverme loco.

Con un gruñido, apoyé una mano en una de sus rodillas y, dándole un brusco empujón, la derribé encima del sofá. Ella dio un gritito por la sorpresa, que quedó inmediatamente ahogado por el cojín, ya que cayó boca abajo y, al estar atada y no poder moverse, su rostro quedó aplastado contra el asiento del sofá, sin tener siquiera la posibilidad de respirar.

Malena forcejeaba, tratando de levantar la cabeza y poder llevar así aire a sus pulmones, pero con escaso éxito, pues su propio peso la mantenía pegada al cojín. Yo la miraba, en silencio, acariciándome el falo con aire distraído, pensando en cómo iba a follármela a continuación. Me quedé mirando el vibrador de su culo, que giraba y zumbaba sin parar, lo que resultaba incluso hipnótico.

Por fin, desperté de mi ensoñación y, aferrando a Malena por los cabellos, tiré con fuerza levantando su cabeza, con lo que la pobre pudo por fin respirar profundamente, recuperando el resuello.

Pero ni por esas protestó.

– Lo siento, amor – dijo – He sido mala. No me he corrido mientras chupaba tu polla. Me merezco el castigo, pero es que las cuerdas duelen… llevo atada horas…

Joder. Hasta a que le hiciera esas cosas estaba acostumbrada.

Mi polla volvía a ser una roca, seguía deseando con locura follármela. Y ella no dejaba de suplicármelo, así que me dispuse a complacerla.

Me levanté del sofá, con mi rabo como una lanza agitándose entre mis piernas. Me arrodillé en el asiento, detrás de Malena, que seguía boca abajo. La aferré por las caderas y la atraje hacia mí, sorprendiéndome la facilidad con que la manejaba, pues pesaba muy poco.

Me moría por gritarle que iba a follármela, por decirle lo zorra que era y que iba a tirármela hasta reventarla. Pero el poco juicio que aún me quedaba me lo impedía, no podía permitir que reconociera mi voz, tenía que seguir pensando que era Ricardo quien estaba con ella.

Con una mano, aferré el consolador que rellenaba su coño y, tirando con firmeza, fui extrayendo el trozo de látex de su interior. No era tan grande como esperaba, era de tamaño digamos que estándar, lo que me agradó, pues así su coño no quedó excesivamente dilatado al sacárselo.

Quería sentirla bien.

Con una mano, seguí aferrando el pelo de mi hermana, tirando para evitar que su cara volviera a enterrarse en el sofá; con la otra, me aferré la polla, que estaba al rojo vivo y la situé en posición. Malena, al notar mis maniobras, gemía como una perra y me suplicaba que se la metiera de una vez, moviendo el culo a los lados con el estrecho margen que sus ataduras permitían. Apreté los dientes y empujé, clavándosela de un tirón. Cipotazo al canto.

– ¡SÍIIIIII1 ¡DIOS, CARIÑO SÍ! ¡CLÁVAMELA! ¡FÓLLAME HASTA EL FONDO! ¡NO PUEDO MÁS, FÓLLAME, RÓMPEME EL COÑO!

Con rabia, tiré con más ganas de sus cabellos, haciéndole saltar las lágrimas, pero ella no se quejó, sino que siguió gritándome obscenidades que me excitaban y me enfadaban en idéntica proporción.

Usando ambos sentimientos, inicié un mete y saca demencial, martilleando la vagina de mi hermana con ferocidad, follándomela como una bestia. Su interior era maravilloso, justo como siempre había imaginado que sería, un coñito caliente, jugoso y apretado, que daba realmente gusto de follar.

Y, además, podía sentir sobre mi polla las sacudidas procedentes del vibrador que seguía enfundado en su recto, con lo que el placer se incrementaba todavía más.

El jodido vibrador. No podía evitarlo, pero los ojos se me iban invariablemente hacia el dichoso aparatejo. Yo seguía bombeando en el coño de Malena, hundiéndome en ella una y otra vez, pero el maldito vibrador… ¿Por qué iba a disfrutar él de su culito y no yo?

Le solté los cabellos, con lo que su cara volvió a estamparse contra el sofá, ahogándose sus gemidos y jadeos y aferré el vibrador, que dio un salto en mis manos, sin dejar en ningún momento de clavársela hasta el fondo a mi hermana una y otra vez.

Sorprendido por la intensidad del movimiento del puto chisme, empecé a juguetear con él, moviéndolo dentro del culo de Malena, a la vez que seguía penetrándola sin compasión. Malena, a pesar de tener la cara apretada contra el asiento, empezó a rugir como una leona, moviendo el cuerpo a los lados como loca.

Finalmente, di un tirón y lo extraje por completo, quedándome con el insidioso juguetito moviéndose en todas direcciones en mi mano. Con un dedo, encontré el botón de encendido y lo apagué, dejándolo a un lado sobre el sofá.

Miré entonces el ano de mi hermanita, que muy lentamente, iba cerrándose y recuperando su tamaño habitual, una vez libre del intruso artificial. Decidí impedir el fenómeno, empleando una herramienta más… natural.

Malena dio un gruñido de insatisfacción cuando le saqué la verga de golpe, pero no le dejé demasiado tiempo para quejarse, pues rápidamente, con ansia, ubiqué mi estoque en su entrada trasera y, con un fuerte culetazo, la empitoné hasta las bolas, consiguiendo esta vez sí, que aullara como una bestia.

Y empecé a follarle el culo, con las mismas ganas y bríos que había empleado en machacarle el coño. Y si su vagina era buena… su culito era excepcional.

Joder, lo admito. Era mi primera vez porculizando a una chica. Como dije antes, durante mi adolescencia había tenido pocas (ninguna) experiencia con chicas, pero ahora, gracias al dinero, había adquirido bastante experiencia, aunque fuera de previo pago.

Sin embargo, la sodomización era para mí como un mito. Una meta inalcanzable. Nunca me había atrevido a pedirle a ninguna de mis acompañantes que me permitiera la práctica del griego. Es más, ni siquiera había sido capaz de pedirles presupuesto, ya saben, con factura para desgravar luego a Hacienda.

Y allí estaba yo, follándole con toda el alma el culo a mi propia hermana. Me prometí que, después de aquel día, no iba a dejar puta sin sodomizar en toda la ciudad. Aquello era la hostia.

– ¡Coño, que se ahoga! – dije para mí con alarma, al darme cuenta de que había dejado a Malena un buen rato sin poder respirar.

Y dudaba mucho que, a pesar de no parar de bombearla, eso estuviera llevando aire a sus pulmones.

Volví a tirarle del pelo y a levantar su rostro, un poco acojonado por si estaba medio asfixiada, pero que va, la muy golfa seguía gozándolo al máximo, gritando y aullando como loca que le rompiera el culo.

– ¡SÍ, RICKY, ASÍ CARIÑO, FÓLLALE EL CULO A TU PUTA! ¡MÉTEMELA HASTA EL FONDO, QUIERO QUE ME LLENES EL CULO DE LECHE HASTA ARRIBA! ¡FÓLLAME!

Y lo hice. Vaya si lo hice, me clavé en aquel culo a lo bestia, como si fuera una perforadora buscando petróleo; enrabietado, martilleé el esfínter de mi hermana, queriendo incluso hacerle daño, furioso por haber descubierto por fin la clase de mujer que en realidad era.

Ella seguía gimiendo y gritando barbaridades, lo que, aunque me excitaba un montón, también me enojaba muchísimo. No quería seguir oyéndola.

Pero claro, con lo entusiasmado que estaba sodomizándola, si volvía a dejarla sin poder respirar era capaz de olvidarme del tema y que acabara asfixiándose.

Así que decidí darle la vuelta.

– A ver si soy capaz – dije para mí.

Como un desafío, me propuse voltear el cuerpo de mi hermana sobre el sofá sin sacarle la polla del culo, como si fuera un pollo en un espetón. Una vez más, me sorprendió lo fácilmente que podía manejarla, era ligera como una pluma. Si es que las plumas pudieran ser tan putas, claro.

Lo conseguí con bastante facilidad. Alzándola a pulso, la hice volverse sobre el asiento sin desclavarla en ningún momento, sintiendo en mi polla cómo su ano se retorcía y me mantenía bien sujeto. Cuando estuvo boca arriba, la dejé de nuevo sobre el sofá y, echando las caderas hacia delante, volví a enterrarle en el culo la porción de rabo que había extraído para facilitar mis maniobras.

– ¡SÍIIII, AMOR MÍO, SÍ, CLÁVAMELA HASTA EL FONDO, QUIERO SENTIR TUS HUEVOS EN MI CULO, MÉTEMELA, MÉTEMELA HASTA EL… PHHHHFFFF!

Enrabietado, ahogué sus gritos simplemente aferrando la mordaza y devolviéndola a su lugar, cerrando su boca de furcia con la pelotita de goma. Aunque eso tampoco la molestó lo más mínimo, pues continuó gimiendo y gritando como loca, aunque al menos logré que no se le entendiera nada de lo que decía.

Seguí follando, bombeé y bombeé. Me sentía pletórico, mi sueño por fin se había hecho realidad. Ahora que no la escuchaba diciendo obscenidades, cerré los ojos e imaginé que, en realidad, estaba tirándome a la dulce Malena que yo tanto quería y no a aquella especie de súcubo sometida por el cabronazo de Ricardo.

Miré a un lado y nos vi reflejados en el cristal del mueble de la televisión. Me encantó lo que vi, me sentí poderoso, importante, un macho aniquilador que estaba convirtiendo a una mujer en su esclava a base de darle placer.

Me fijé en el oso de peluche que Malena tenía en la estantería, que parecía estar disfrutando del espectáculo de ver cómo le rompían el culo a su dueña. Sonriendo, saludé al osito con la mano, redoblando mis empellones en el culo fraterno.

Y me corrí. Como un animal. No importó para nada lo intenso de mi anterior orgasmo. Si era para Malena, mis cojones eran capaces de fabricar litros de leche. La llené hasta arriba, tal y como ella me había pedido.

Resoplando agotado, le saqué el nabo del culo a mi hermana, con lo que un borbotón de semen brotó de su ano, manchando todavía más el sofá. Malena no se movía, parecía haberse desmayado por el placer y su cabeza colgaba a una lado, desmadejada e inmóvil.

Me senté a sus pies, recuperando el resuello. Había sido el mejor día de mi existencia. Reí, feliz y contento, mirando al techo, agradecido por primera vez en mi vida a Ricardo.

Poco a poco, fui serenándome. Malena empezó a despertar, moviendo la cabeza a los lados, sin poder ver por la venda, gimoteando cosas ininteligibles debido a la mordaza. Divertido, aparté nuevamente la bolita roja, para escuchar lo que mi hermana tuviera que decirme.

– Ha sido increíble, amor. Nunca me habías follado así. Creí que me iba a volver loca de gusto.

Mi ego estaba a punto de estallar al oírla.

– Pero ahora suéltame, Ricardo, ya no puedo más. Me duele todo. No voy a ser capaz de preparar nada para comer, tendremos que comer algo precocinado. O mejor, pide unas pizzas…

Y entonces sucedió. Una vez recuperada la calma, al escuchar a Male hablar de cosas tan triviales, las consecuencias del crimen que acababa de cometer se abatieron sobre mí como una tonelada de ladrillos.

Pero, ¿cómo había podido? ¿Me había vuelto loco? ¡Había violado a mi hermana!

Al borde del infarto, me puse en pie de un salto, devolviendo mi completamente mustio pene al encierro del pantalón. El corazón se me iba a salir por la boca. ¿Qué iba a pasar cuando volviera Ricardo y Malena descubriera que no había sido su novio el que se la había follado?

Entonces me detuve. Un momento. Quieto parado. ¿Y por qué iba a sospechar que había sido yo? No había razón alguna. Yo era su hermano. Y ellos no sabían que tenía llave de su piso. Lo lógico era que sospecharan de alguno de sus amigos, de esos a los que el capullo de Ricardo les había dado la llave. Y lo mejor era que no sabrían quien había sido.

Si Ricardo era capaz de tratar así a su novia, no me extrañaría lo más mínimo que, no queriendo implicar a ninguno de sus amigos, no denunciara el suceso a la policía.

Todavía podía salir con bien de todo aquello.

Frenéticamente, volví a colocar la mordaza a Malena, que ésta vez sí protestó extrañada, forcejeando un poco. Tras asegurarme de que la venda seguía en su sitio, fui corriendo al baño a por una toalla, que usé para limpiar lo mejor que pude el desastre que había en el sofá.

Al estar Malena de nuevo en posición erguida, mi semen no había dejado de brotar de su culo, que yo limpié briosamente hasta eliminar la mayor parte, mientras mi hermana protestaba y se agitaba enfadada, quizás pensando en que su novio se disponía a dejarla allí atada un rato más.

Estaba a punto de marcharme, cuando vi el consolador de látex tirado en el suelo. Pobrecito, iba a coger frío. Me incliné y lo cogí, arrodillándome de nuevo frente a los muslos abiertos de mi hermana, deleitándome una vez más con el exquisito aroma de su coñito.

Con una sonrisa diabólica en el rostro, separé bien los labios de su vagina y, colocándolo en posición, retorné el trozo de látex a su ubicación original, mientras mi hermana se retorcía y gimoteaba.

Sin dejar de sonreír, aferré el otro aparatejo, que seguía tirado en el sofá, y, con cuidado de no hacerle daño, volví a metérselo en el culo, para volver a encenderlo a continuación. En cuanto el cacharro empezó a zumbar y a retorcerse, mi sonrisa se hizo todavía más ancha y, sintiéndome completamente satisfecho, me levanté y salí de la sala, abandonando el piso a continuación, mientras Male seguía chillando y forcejeando en el salón.

Me largué del bloque inmediatamente, procurando que nadie me viera y conduje hasta un restaurante en la otra punta de la ciudad, confiando en que todo saliera como esperaba.

Y, si no era así… Al menos me habría follado a mi hermana.

EPÍLOGO:

En cuanto la puerta del piso se cerró tras Lucas, se abrió otra en el interior de la vivienda y Ricardo, tras asegurarse de que no hubiera moros en la costa, caminó tranquilamente por el pasillo, rumbo al salón.

Allí le esperaba su novia, convenientemente atada y empaquetada, con los dos consoladores bien enterrados en sus tiernos agujeritos.

– Fiuuuuu – silbó Ricardo al ver a su chica – Menudo cabronazo está hecho tu hermano. Menuda bestia.

Al oír la voz de su amante, Malena se agitó, indignada. Sonriendo, Ricardo avanzó hacia ella mientras metía la mano en el bolsillo, de donde sacó una pequeña navaja. Con habilidad, usó el instrumento para empezar a librar a la mujer de las cuerdas que la atenazaban, hasta que por fin, sintiéndose libre, la agarrotada chica se derrumbó sobre el sofá, librándose ella misma de la venda y la mordaza.

Tras hacerlo, alzó la vista, encontrándose con la mirada divertida de su novio, que la miraba de pie, junto al sofá.

– Jo, cariño, estoy hecha polvo – dijo Malena – Menudo palizón me ha dado.

– Ya lo he visto – dijo Ricardo sin dejar de sonreír – No esperaba que el julay de Lucas llevara tanto dentro.

– Te lo dije – dijo Malena devolviendo la sonrisa – Ya te conté que lleva toda la vida babeando por mí. No iba a ser capaz de resistirse.

– Punto para ti – dijo él – Lo admito. Todo ha salido como lo habías planeado.

Malena se encogió de hombros, en un gesto condescendiente, mientras su novio hacía el signo de ok con el índice y el pulgar.

– Anda, tráete el aceite para masajes. Estoy hecha polvo.

Obediente, Ricardo salió de la sala, regresando instantes después con la botella de líquido. Acostumbrado a esas cosas, se sentó en el sofá, junto a su novia, que no tardó ni un segundo en tumbarse boca arriba en su regazo, con las tetas apuntando al techo.

– Sé delicado, que me duele todo – dijo Malena.

Sonriendo, Ricardo extendió una generosa capa de aceite sobre el torso de su chica y empezó a extenderlo con las manos, aliviando la piel de las rozaduras de las cuerdas y relajando los músculos tras haber estado tanto tiempo inmovilizados.

Especial atención dedicó a los pechos de la muchacha, que le volvían loco, entreteniéndose en juguetear con los sensibles pezones, como sabía le gustaba a ella. Pronto estuvieron enhiestos, como también lo estaba su polla, que se apretujaba contra la espalda de la chica, que sonreía con lascivia al notar la presión que ejercía la entrepierna de su novio.

– Vaya, vaya, cómo estamos… Se ve que te ha gustado el espectáculo – dijo con voz insinuante la chica.

– No ha estado mal. Pero tu hermano es un bestia.

– Lo sé. Ya te dije que no tiene ni puta idea de mujeres.

– ¿Te has corrido?

– ¿Con él? ¡Ni de coña! Aunque reconozco que el puto vibrador daba un gustirrinín que…

Siguieron charlando un rato, con Ricardo masajeando a su novia, devolviendo la tonificación a sus músculos. Cuando Malena estuvo satisfecha, se dio la vuelta sobre el sofá, permitiendo a su novio masajearle la espalda, el cuello y los hombros, recreándose especialmente en los soberbios glúteos de la muchacha.

– ¿Lo has grabado todo? – preguntó Malena.

– ¿Tú qué crees? Tres tomas diferentes, una cámara ahí y otra ahí – dijo señalando dos puntos de la habitación – Y la última, la de nuestro amigo Teddy.

El oso de peluche pareció devolverle la sonrisa a Ricardo. También se lo había pasado bien con el espectáculo.

– ¿Sabes? Me muero por ver la cara que va a poner esta noche tu hermanito cuando le hablemos de nuestro “negocio”. No sabes la de tiempo que llevo queriendo borrar esa expresión de suficiencia y desprecio con que me mira siempre – dijo Ricardo.

– Tranquilo, que vas a quedar satisfecho.

– ¿Cómo se siente ahora, señorita Malena, al saber que no va a tener que volver a trabajar en su vida?

– Fenomenalmente, señor Ricardo. Y ahora, déjate de tonterías y fóllame de una puta vez antes de que te meta dos tortas. Odio quedarme a medias – dijo Malena con tono imperioso.

– Como usted ordene, mi ama – dijo el chico poniéndose tenso, respondiendo inmediatamente a las órdenes de su dueña.

Y las obedeció al pie de la letra.

FIN

PD: Querido lector, si conoces algún otro caso de Woman in trouble, házmelo saber y, si es interesante, podría animarme a contar su historia (aunque no prometo nada). Un saludo y gracias por leerme.
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un e-mail a:
ernestalibos@hotmail.com

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Relato erótico: “Descubrí a mi tía viendo una película porno 6” (POR GOLFO)

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SECRETARIA PORTADA2Descubrí a mi tía viendo una película porno 6
Sin títuloCon Belén en mi poder, no podía esperar a tener noticias sobre cómo le había ido a mi tía con su madre y aunque había acordado con Elena que no podía volver a casa antes que ella me avisara, decidí desobedecer sus instrucciones y volver.
Como no quería que se percataran de mi llegada, dejé mi coche aparcado fuera del chalet y en plan ladrón, en silencio, crucé el jardín. En un principio, creí que no estaban porque mientras subía las escaleras rumbo a su cuarto, no escuché ningún ruido que descubriera su presencia. No fue hasta que estando frente a la puerta de su habitación y escuché un gemido, cuando comprendí que esas dos mujeres seguían en la casa.
Intrigado, accioné el asa y lentamente la abrí con la intención de espiarlas. Al hacerlo, me quedé impresionado al pillar a Aurora atada a la cama y con dos consoladores incrustados mientras mi tía, látigo en mano, la azotaba. Se notaba a la legua, que ambas estaban disfrutando. Elena castigando y la madre de Belén recibiendo.
«Joder con la tía», pensé al advertir el sudor recorriendo sus pechos desnudos y la erección que mostraban sus pezones.
Asumiendo que el rol de domina la tenía subyugada, no por ello dejó de asombrarme la rudeza que mostró al pellizcar los pezones de su víctima. Pero también me dejó perplejo, escuchar de los labios de esta última sus ruegos para que continuara torturando sus areolas.
«Ya sé de quién ha heredado Belén su naturaleza», sentencié recordando que esa misma tarde mi exnovia había reconocido ante mí su carácter de sumisa.
No queriendo intervenir, iba a cerrar la puerta cuando Elena se percató que estaba observando y pidiendo con un dedo en su boca silencio, señaló una silla donde supuse que quería que me sentara a observar.
Obedeciendo, me acomodé donde decía y adoptando por segunda vez en ese día una actitud pasiva, resolví ser testigo mudo de lo que pasara entre esas cuatro paredes. Fue en ese instante cuando acerté a ver que Aurora portaba una máscara y que esa era la razón por la que no se daba cuenta que ya no estaban solas las dos.
Recreándose en el su papel, mi tía se puso un arnés dotado con un enorme pene de plástico y retirando el consolador que la otra mujer tenía instalado en su coño, la penetró sin miramientos mientras le decía:
-¡Habla puta! ¡Dile a la cámara quien es tu maestra!
La madre de Belén pegó un sollozo antes de contestar:
-Domina Aurora es mi maestra.
No contenta con ello, Elena comenzó a follársela lentamente al tiempo que insistía:
-¿Te gusta ser la esclava de la mujer que se folla a tu marido?
Avasallada por el placer que estaba notando en sus entrañas, chilló a los cuatro vientos que sí. Mirándome a los ojos y con una sonrisa en los labios, mi tía volvió a preguntar:
-¿Sabes que también me acuesto con tu hija?
-Ama, lo sé- rugió sollozando como una Magdalena por el dolor que esa confesión le producía- y lo acepto.
Aumentando el compás de las penetraciones, fui espectador mudo del sensual vaivén de las tetas de Aurora al recibir la visita del tronco que llevaba Elena entre las piernas. En ese momento, tuve que tomar una decisión: o me quedaba y entraba en escena, o desaparecía dejando que mi tía culminara el emputecimiento de esa mujer ella sola.
Viendo lo bien que marchaban las cosas, decidí esto último y sin emitir ningún ruido que revelara mi estancia ahí, desaparecí escaleras abajo.

O bien no le resultó tan fácil esa tarea o lo que es más seguro, el placer que obtuvo ejerciendo de severa ama la entretuvo más de lo que me imaginaba pero lo cierto es que hasta pasadas dos horas, ninguna de las dos hizo su aparición.
La primera en bajar fue Aurora. Al ver la alegría de su rostro, comprendí que al igual que su hija había tomado conciencia de su carácter sumiso y eso la hacía feliz. Tras ella, llegó mi tía. Nada más ver su cara, asumí que estaba deseando narrarme lo ocurrido y no me equivoqué porque despidiendo rápidamente a su nueva adquisición, me pidió que le sirviera una copa.
Con toda intención, ralenticé mis movimientos llevando al límite la lentitud al echar los hielos en el vaso hasta que mi tía ya cabreada, me soltó que me diera prisa que tenía algo que contarme.
Muerto de risa, acabé de servir los dos whiskies y dando uno a Elena, me senté a su lado para que me informara de sus avances sabiendo que la iba a sorprender cuando le dijera que me había adelantado.
La cuarentona ni siquiera esperó a que acomodara mi trasero para empezar:
-Todo ha ido de maravilla. Como suponía, esa zorra estaba deseando que alguien la hiciera reconocer que tiene alma de esclava.
Sabiendo que necesitaba explayarse en su conquista, le pedí que me contara cómo lo había conseguido.
-Ya sabes que me cité con Aurora para hablar pero lo que no se esperaba es que nada más entrar, la amordazara y la atara contra su voluntad a la cama.
-¿No se resistió?- pregunté.
-Un poco- dijo riendo- pero tras un par de bofetadas, se comportó como un manso corderito.
-¿Qué más?- insistí destornillándome al imaginarme la cara de esa supuestamente decente ama de casa al ser tratada de una forma tan brusca.
Orgullosa de sus actos, Elena se recreó narrando el modo en que la había obligado a desnudarse antes de inmovilizarla con las cuerdas que tenía preparada y puso especial énfasis en explicarme que lo duros que tenía los pezones mientras todo eso ocurría.
Un tanto desconcertado pregunté:
-¿Tú o ella?
Soltando una carcajada, me aclaró que era Aurora la que estaba bruta y con todo lujo de detalles describió la humedad con la que se encontró al embutirle el primero de los consoladores en su coño.
-Ya sabíamos lo puta que era- contesté bajando sus humos.
Mis palabras la cabrearon y ofendida porque no le diera la importancia que se merecía, me espetó:
-¿Te imaginabas que se iba a correr solo con ponerle la máscara?
Reconocí que no y mi confesión la indujo a exponerme que no se acaba ahí sino que berreando como una cerda, le había preguntado si no tenía otro para su culo.
-¡No jodas!- exclamé al chocar en mi mente con la imagen altiva que tenia de esa mujer, no en vano cara a la galería la madre de belén era una esposa fiel – ¿Y qué hiciste?
Mi pregunta era retorica pero aun así mi tía me explicó que había tenido que ir a su cuarto por el consolador de reserva y que al volver, Aurora la esperaba con su trasero en pompa para que ella se lo metiera.
Para entonces dos pequeños bultos bajo su blusa me advirtieron que mi tía se estaba poniendo cachonda al recordarlo y por eso incrementando su calentura, le pedí que me contara si le había costado romper el culo de la otra.
-¡Qué va! Su ano todavía se mantenía dilatado después del tratamiento que le distes ayer- contestó recordando que yo mismo había sodomizado a esa cuarentona en la playa. –Resultó muy sencillo y aunque el dildo era enorme, su ojete lo absorbió con facilidad.
Tras lo cual, me explicó que había puesto ambos instrumentos a plena potencia y que la había dejado sola.
-¿Para qué?-pregunté.
-Tú debes saberlo o no te acuerdas de cómo me dejaste una hora en esa misma posición mientras te tomabas una cerveza.
Increíblemente no recordaba que al día siguiente de sorprenderla viendo una película porno, había hecho que la violaba cumpliendo así su fantasía.
-Es diferente, estabas pidiendo a gritos ser forzada y yo solo complací tus deseos.
-Es lo mismo, Aurora necesitaba sentirse un objeto sexual y por eso la dejé con esas dos pollas en su interior durante ciento veinte minutos.
-¡Estaría ardiendo a tu vuelta!- comenté al asumir que después de tanta estimulación, la madre de Belén debía de estar agotada.
Con un tono satisfecho, me confirmó que era enorme el charco de flujo con el que se encontró al volver a su lado.
-¡Cuéntame más!- imploré afectado por el relato.
Mi petición obtuvo respuesta y mientras posaba una de sus manos sobre mi pierna, rememoró feliz que viéndola tan caliente, la había premiado poniendo su coño en la cara de la mujer.
-Me imagino que le obligaste a comerlo.
-Para nada, Aurora en cuanto sintió mi chocho contra sus labios sacó su lengua y me dio una lección del modo que se debe de comer el sexo de una mujer- respondió al tiempo que subía por mi muslo y comenzaba a rozar mi entrepierna.
Os reconozco que para entonces estaba más interesado en las maniobras de mi tía que en sus palabras pero, dándole su lugar, le rogué que me explicara qué había ocurrido a continuación. Bajando mi bragueta y sacando el miembro erecto que ya pedía su liberación, Aurora prosiguió:
-Dejé que disfrutara dando lengüetazos sobre mi coño hasta que llené sus mejillas con su flujo antes de usar los consoladores para follármela….
-Esperaste a correrte, ¿no es asÍ?- interrumpí.
-Sí- alegremente reconoció: -la boca de esa mujer es maravillosa. No tienes idea de qué forma la usa. ¡Me hizo ver el cielo a base de mordiscos en mi clítoris!
Con mi verga entre sus dedos y viendo que se estaba emocionando y que con ello empezaba a masturbarme excesivamente rápido, le pedí que se tranquilizara.
-Perdón- dijo adoptando un ritmo suave antes de seguir diciendo: -Te juro que me hubiese quedado horas gozando de esa lengua pero recordé el propósito de su visita y decidí que fuera ella la que se corriera otra vez porque quería emputecerla.
-¿Y resultó?
Me respondió con una carcajada y un beso sobre mi glande:
-Mejor de lo que esperaba. La muy cerda sacó su verdadero carácter al pedirme que la azotara y como esa sugerencia iba acorde con mis planes, saqué el látigo que me había comprado y le solté un par de mandobles sobre sus tetas.
-¿Qué ocurrió? ¿Se corrió?- pregunté nuevamente interesado a pesar del movimiento de muñecas con el que me estaba regalando entre mis piernas.
Disfrutando del dominio que había ejercido con esa mujer, Elena se extendió largamente narrando el brutal orgasmo que había sufrido la madre de Belén y cómo había usado su claudicación para informarla que se había tirado a su marido.
-¿Que dijo? ¿Se cabreó?-quise saber.
-Al contrario, cuando le comenté que ese Don Juan me había follado en el baño del auditorio, se calentó aún más y me preguntó si también su hija había participado de la faena.
-¡No me lo puedo creer! ¿En serio te preguntó si Belén había follado con su padre?
-Así es. Esa zorra estaba tan fuera de sí que me reconoció que esa idea la perturbaba.
-¿Para bien o para mal?- inquirí.
Descojonada, mi tía se introdujo mi polla en la boca durante unos instantes y creyendo que iba a ver una pausa en el relato, me relajé a disfrutar de ese inicio de mamada. Pero tras un par de ordeños, Elena se la sacó y prosiguió diciendo:
-Estás obtuso. ¿No te he dicho que es una zorra? La madre de esa criatura deseaba saber si su hija había cometido incesto porque era algo que ella misma secretamente deseaba,
-¿Se quiere tirar a su bebé?- tan escandalizado como excitado pregunté.
-Sí y cuando me lo confesó, le dije que yo podía hacer realidad ese sueño.
-¡No te creo!
-¿Por qué crees que permitió que la grabara mientras me reconocía que deseaba ser mi esclava aunque sabía que me tiraba a su marido y a su hija?- haciendo un inciso, dejó de hablar mientras se sentaba a horcajadas sobre mí y encajaba mi verga dentro de ella- ¡Esa fue la condición que le puse para ponerle en bandeja el coño de Belén!
No sé qué me puso más bruto, si sentir la tibieza de su coño encharcado o escuchar que nuestros planes se estaban cumpliendo de una forma tan satisfactoria. Lo cierto es que cerrando con mi lengua, la boca de mi tía la obligué a callarse y a empezar a mover sus caderas.
Elena nuevamente me sorprendió al chillar:
-Gracias, después de tanto coño, ¡necesitaba una buena polla que me recordara que soy mujer!
Sobre estimulado después de esa historia, decidí complacerla y azuzando su deseo con un par de nalgadas, le exigí que se empalara mientras me apoderaba de uno de sus pezones con mis dientes.
-¡Me encanta que me muerdas las tetas!- aulló al notar el mordisco y con gran diligencia, usó mi verga para acuchillar su sexo pidiendo al mismo tiempo que usara de igual forma su otro pecho.
Accediendo a sus deseos, llevé mi boca al otro pezón y lo mordisqueé tal y como me había pedido. Mi querida tía al experimentar la ruda presión sobre su areola, pegó un grito y se corrió dejando a su paso mi pantalón empapado con su flujo.
Aleccionado por pasadas experiencias que a Elena le gustaba tanto o más que ser dominante, el hecho que la tratara como una puta, decidí castigar su osadía de mancharme la ropa con una serie de rudos azotes sobre sus posaderas mientras le ordenaba que al terminar, tendría que lavarlos.
-Sí, mi dulce sobrino. Castiga a la zorra de tu tía. ¡Me he portado mal y me lo merezco!
La lujuria que mostró fue el latigazo con el que me incitó a cambiarle de postura y sin más prolegómeno, horadar su culo de un solo empujón. Al no tenerlo dilatado, sufrió como nunca la embestida pero lejos de intentarse retirar, con lágrimas en los ojos, me rogó que continuara sodomizándola.
Ni que decir tiene que a esas alturas, no cabía en mi cabeza otra cosa que liberar la tensión de mis huevos sobre el culo de esa cuarentona y por ello, la satisfice con brutales penetraciones mientras sus gritos eran música en mis oídos.
-¡Cabrón! ¡Me estás matando!- rugió sin dejar de mover sus caderas al ritmo que mis nalgadas imprimían sobre su trasero.
Muy a mi pesar y aunque quería seguir martilleando ese culo, la presión que ejerció su ojete en toda mi extensión terminó por colapsar mis neuronas y un brutal calambrazo recorrió mis entrañas antes de derramar mi simiente en esos amados intestinos. Mi tía al sentir la explosión de semen rellenando su adolorido conducto, se unió a mí en el orgasmo y aceleró sus movimientos con el objetivo de exprimir hasta mi última gota.
-Así me gusta, ¡Puta mía!- chillé satisfecho al conocer sus intenciones.
Contenta con mi reconocimiento, Elena convirtió su culo en una ordeñadora hasta que ya segura de haberlo conseguido, se dejó caer exhausta sobre el sofá. Tan agotado como ella, saqué mi polla de su enrojecido ojete y me tumbé a su lado, sabiendo que en cuanto se repusiera mi tía me preguntaría como me había ido con Belén…sex-shop 6

 

Relato erótico: “Empastada por el albañil” (POR ROCIO)

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me daríasEMPASTADA POR EL ALBAÑIL.

Sin títuloEn temporadas de exámenes no hay mucho en qué pensar, me considero estudiante responsable ante todo, y tengo el lujo de contar con una amiga, que puede que le falten dos tornillos a lo sumo pero es la mejor ya que también prioriza la facultad antes que otra actividad. Así que se hacía usual que estudiáramos en mi casa; con música suave de fondo no había quien nos quitara de la concentración.

Digo que le faltan dos tornillos porque a veces se sale por donde uno menos se lo espera. Ella estaba al tanto de que a mi novio, Christian, no le estaba yendo precisamente bien en los exámenes (es de un año superior a mí), así que llegó a la conclusión de que mi chico estaba necesitando una motivación urgentemente. Y aquello no era sino sugerirme que le privara de tener relaciones durante el mes y medio que estaríamos todos enfrascados en los estudios. Y que si las notas eran buenas, podríamos volver a estar juntos.

A mí no me importaba aguantar una temporada sin estar con él, que como dije, cuando hay exámenes suelo estar muy metida en mis estudios, pero estoy segura de que mi chico sí que estaría bastante desesperado.

—Haces bien —me dijo Andrea, dejando sus apuntes sobre mi mesa—. Ya verás que así se va a serenar y concentrarse en los estudios. Se va a volver loquito en algún momento y te va a rogar, pero tienes que ser fuerte.

—Sí, es por su bien —cabeceé decidida.

De repente, alguien tocó el timbre y mi papá, que bajaba por las escaleras, atendió. La puerta de la entrada da a la sala, así que entre los números y libros, me desperecé en el sofá y miré curiosa quién era el que había entrado. Era un chico de tez oscura, bastante lindo, a decir verdad. Se le veía sonriente, alto, con un físico agraciado, algo que desde luego él sabía porque llevaba una camiseta blanca, no sé si decir “ceñida”, pero sí que le destacaba bastante bien sus atributos. Iba con vaqueros y sobre el hombro llevaba una mochila.

Pasó por la sala y nos saludó, a lo que mi amiga y yo respondimos cortésmente; se le notaba un acento brasilero muy bonito. Fue al jardín en compañía de mi papá y desde allí los veíamos dialogar, ya que en la sala tenemos un ventanal bastante amplio que permite ver dicho jardín. Aparentemente iba a hacerle un trabajo porque mi padre le señalaba una esquina, dibujando con sus manos algo, como una construcción que debía realizar, a lo que el chico cabeceaba afirmativamente.

Fue en ese momento que Andrea me codeó:

—¿Viste qué lindo es?

—Ya tienes novio, pervertida —le quité la lengua.

—¡Ah, ya! Por pensar así no se va a caer el cielo. ¿O tú pensaste en tu novio cuando le viste entrar?

—Claro que sí, a mi nene lo tengo todo el rato presente…

—Pero imagínate si tienes a un bombón como ese chico a tu lado todo el rato, ¡yo al menos no lo voy a soltar jamás! Pienso en una aventurilla para probarlo… nadie tiene por qué enterarse. A ti te va bien en los estudios, te lo mereces.

—La verdad es que a veces no sé qué hago contigo. ¡A estudiar!

El resto de la tarde pasó sin muchas complicaciones. Cuando mi papá pasó por la sala le pregunté para qué venía el chico, a lo que me comentó que contrató un albañil para construirle una caseta en el jardín, para guardar sus herramientas y elementos de jardinería, ya que no tenemos sótano, y el garaje donde guarda su coche estaba ya a rebosar de cachivaches. El problema es que el albañil estaba con mucho trabajo y mandó a su hijo.

Cuando terminamos de estudiar, cerca de las seis de la tarde, Andy se despidió de mi papá y la acompañé hasta la parada de bus, aunque durante el camino no me dejó en paz con respecto al chico de piel oscura que trabajaba en mi casa.

Me decía entre risitas que no debía desperdiciar a ese niño, ignorarlo sería un pecado mortal; se notaba que el chico le había caído muy simpático. Pero yo no iba a poder a hacer nada si mi papá rondaba por la casa. O sea, lo digo porque quería llevar a mi novio y mi papá es muy celoso, no porque pretendiera hacer algo con el brasilero.

—¡Mfff! —Andrea estaba completamente enloquecida, no sé cómo describir ese sonido que hace, mordiéndose los labios, casi sonriendo, y emitiendo un gemido ahogado—. ¡Ojalá yo tuviera un bombón así en mi casa construyéndome una caseta en mi jardín! Obvio que no sabes lo que un chico así te puede ofrecer, es algo que ni tu novio ni el mío pueden. Ya te enseñaré, sí señor.

—Qué pesadita con el tema, a ver si viene ya tu bus, loca.

—Me da tanta pena que mi mejor amiga se niegue a disfrutar un poquito —loquilla como es, me tomó de la cintura para remedar el tacto de un hombre, pero me aparté rápido, que estábamos en plena calle. Por suerte vino su bus, ya me estaba poniendo coloradísima con su fascinación sexual.

Sinceramente, me arrepentí de haberla traído a casa; esa misma noche empezó a enviarme fotos de chicos negros con… enormes… “herramientas”, o como quieran llamar a esas enormes aberraciones de la naturaleza que le colgaban de las piernas. Las primeras fotos me asustaron y me repelieron, sinceramente, creo que eran imágenes manipuladas porque me parecía imposible que existieran hombres que pudieran caminar bien con algo así, ¿o no? Como sea, le escribí que cortara con el tema pero siguió insistiendo, enviándome más fotos, ahora con mujeres de pelo castaño (tengo cabello castaño) mostrando infinidad de expresiones al ser penetradas o simplemente observando asustadas al ver aquellos enormes titanes oscuros que colgaban orgullosos.

Uf, tuve que desconectar el internet de mi móvil porque ya estaba sudando debido a la incomodidad, y por más tonto que pueda sonar, hasta me sentí mal por mi novio al estar viendo esas imágenes, por lo que no dudé en llamarlo para saludar y hablarle un rato antes de dormir.

Pero Andrea, sin yo saberlo, ya estaba plantando las semillas de la perdición en mí. O, dicho de manera vulgar, estaba preparando el terreno para que el albañil comenzara a cimentar.

1. Reconociendo el terreno para el cimentado

Al día siguiente, en la facultad, Andrea volvió al asalto. Y lo peor es que no me dejaba siquiera preguntarle un par de temas sobre los cuales yo aún necesitaba reforzar, temas sobre microeconomía, por cierto, pues ella estaba más bien interesada en la supuesta verga que tendría el albañil. Y digo “supuesta” porque en serio no había forma de saber si el chico estaba “dotado”, si había una enorme herramienta de ébano allí entre esas atléticas y fibrosas piernas, ¡que sí!, admito que eran lindas, pero de nuevo, eso no implicaba que sintiera un deseo irrefrenable de tirar por la borda los casi tres años de relación que tengo con mi novio.

En plena clase, con mi profesor muy metido en su temática, Andy se inclinó hacia mí para poner su móvil sobre mi regazo. “¿Pero esta qué hace?”, pensé mientras ella le daba al símbolo del play en la pantalla. La miré de reojo, Andrea estaba entre roja y súper sonriente.

Cuando miré el vídeo, quedé boquiabierta y tuve que taparme la boquita que si no se me escapaba un grito de sorpresa. Era un hombre de tez negra llevando de las manos a dos chicas, una rubia y una chica de, para mi martirio, pelo castaño, que tenía cierto parecido a mí. No sé si el vídeo me lo estaba mostrando por esa similitud o simplemente porque ese hombre llevaba colgándole entre las piernas algo asombrosamente monstruoso. ¡Podría decir que era hasta criminal llevar un pene así! O sea, que no me lo esperaba.

Si bien hice una mueca de asquito para disimular, arrugando mi nariz, no voy a negar que en el fondo me quedé algo asombrada con la visión de ese precioso ejemplar de hombre. Pero claro, era solo un pensamiento, como una fantasía que es placentera para la mente pero en la realidad la cosa es muy distinta; seguro que cobijar dentro de una a un hombre así te deja secuelas y agujetas hasta en el alma, ya ni decir que dudaba seriamente que una mujer podría disfrutar de tamaño armatoste.

—Tienes algo así en tu casa, Rocío —susurró.

—Claro que no, marrana, ya deja de molestar con eso.

—¿Pero no te da curiosidad saber cómo la tendrá?

—Ay, querida, deja ya de insistir que me voy a enojar —puse mi dedo sobre su pantallita para detener el vídeo.

A veces estudiamos en el jardín pues es bastante relajador hacerlo al aire libre. Volvimos juntas de la facultad y continuamos revisando los apuntes allí, aunque yo más bien no diría “estudios” sino “acoso” a sus constantes arremetidas. Que mira este vídeo, que mira esta foto, que por cuánto trabajaría horas extras ese albañil; ¡no sentí culpa alguna al lanzar su móvil al suelo, total, que la caída lo amortiguó el césped!

Eso sí, tuve que pasar varios minutos rebuscando por la tapa, la batería y el chip. Este último era una tortura el solo buscarlo. Andy se acomodó en su asiento, sirviéndose un vaso de jugo de naranja, sonriendo más que de costumbre mientras yo, de cuatro patas, apartaba pacientemente el césped con la esperanza de encontrar una de las piezas.

—¿Sabes a qué hora vendrá el albañil, Rocío? —preguntó, bebiendo de la pajilla.

—Cabrona, pesada, no sé qué hago estudiando contigo…

—Buenas tardes, menina —un repentino acento brasilero me hizo dar un respingo. Con mis manos prácticamente empuñando el césped, me giré como pude y, cortando el sol, noté al albañil cargando unos cuantos ladrillos detrás de mí. Los depositó sobre el césped mientras yo prácticamente seguía allí, tal perrita que mira a una persona con curiosidad, mostrándole mi cola enfundada en un short bastante pequeño, era uno que no usaba desde que era niña. Es decir, estaba en mi casa, no iba a andar vestida de gala…

No pude evitar fijarme fugazmente en él. Llevaba esa camiseta ajustada sin mangas y se le notaba esos brazos largos y fibrosos, así como un pecho bien formado. ¡Era como el hombre de la peli porno, solo que en versión jovencito!

—¡Qué fuerza tienes, niño! —exclamó Andy.

—Gracias, señorita.

—Me llamo Andrea, soy amiga de Rocío —de reojo noté que ella jugaba con la pajilla del vaso—. ¿Sabías que a ella le gustan los chicos fuertes como tú?

—¡A-a-andrea! —chillé, arañando el césped—. No, no es verdad… Quiero decir… Ho… Hola, nene —respondí absorta.

El chico se acuclilló divertido:

—¿Estás buscando algo?

—U-un chip —respondí, acariciando torpemente el césped—. A mi amiga se le cayó su chip.

—¿No será este? —lo encontró inmediatamente y se levantó para dármelo.

—Ufa, muchas gracias.

Me levanté torpemente. Inmediatamente me ajusté mi short y limpié mis rodillas. Cuando me lo dio, noté que lo primero que miró fueron mis senos, que sin darme cuenta destacaban bastante debido a mi camiseta ajustada de Hello Kitty, cosa que casi me arrancó un sonrojo porque no era mi intención calentar al personal. Inmediatamente me miró a los ojos y quedé paralizada porque en serio tenía una mirada hermosísima de color miel.

—¿Tú estudias? —le preguntó Andy, dándome un respingo.

—Sí —el brasilero volvió a agacharse para agarrar los ladrillos, pues debía apilarlos en otro lado—. Estoy en el último año de secundaria, ¿y ustedes?

—Ah, pero si eres un nene todavía —respondí sentándome al lado de mi amiga.

—Tengo dieciocho, me Deus, voce si parece una menina chiquita —sonriendo, me señaló con el mentón.

—¡Ja! Yo estoy en mi segundo año de la facultad, chico listo, estudio económicas. De chiquita nada.

El jovencito se levantó el montón de ladrillos, y de reojo observé su entrepierna… O sea, ¡fue algo inevitable! Andrea me había acosado con sus traumas con chicos negros y bien dotados por dos días seguidos que, ¡lo admito!: ahora yo tenía cierta curiosidad. El paquete del muchacho, si bien disimulado por el vaquero, se notaba bastante relleno. Es decir, nunca he comparado paquetes ni nada de eso, pero alguna imagen mental se quedó de cuando estaba en intimidad con mi novio, y no sé… supongo que sí tenía algo grande alojado allí…

Agarré mi vaso de jugo y mordí la pajilla. Creo que Andrea me pilló, por lo que dijo alto y claro, como para que el brasilero lo escuchara:

—La tienes que estar pasando mal sin tu novio, Rocío.

Me puse colorada como un tomate. En cierta forma era verdad, y la culpa la tenía también ella, que fue su idea la de privarme de tener relaciones con mi novio. Ahora, era yo quien empezaba a sentir la falta de contacto sexual.

—¡Leny! —gritó el chico, ya en el fondo del jardín, apilando los ladrillos.

—¿Qué? —me giré para verlo.

—Me llamo Leny, menina.

—Ahhh… yo me llamo Rocío, nene —le sonreí, jugando tontamente con la pajilla.

Cuando el chico volvió a salir para traer más ladrillos, Andy puso su vaso sobre la mesa y me confesó algo bastante perturbador. Aparentemente, Leny aprovechó que yo estaba ocupada buscando las partes de su móvil para mirar mi cola por un rato, antes de presentarse, cosa que yo no podía saber desde mi posición. Lo cierto es que me sonreí por lo bajo. No se lo iba a decir a Andrea, pero la autoestima me subió un montón; miré de reojo al chico cuando volvió con más ladrillos y me mordí los labios.

No era mi intención, vaya por delante, calentar al albañil de papá. Al bueno, atractivo y simpático albañil de papá… pero era simplemente inevitable sonreír.

—Eso me pareció —dijo bebiendo de su pajilla pero esbozando una sonrisa de labios apretados—. O puede que solo haya visto mi chip en el césped, tal vez no haya visto realmente tu cola.

—S-sí, pudo haber sido solo eso… —mascullé, ajustándome el pantaloncillo.

2. Eligiendo las herramientas adecuadas

Al día siguiente, en la facultad, Andrea se sentó a mi lado antes de que las clases comenzaran e hizo algo que sencillamente nunca olvidaré. Claro que en ese momento me asusté muchísimo.

—Rocío, buenos días, te traje un regalo. Lo tengo en la mochila —subió la mencionada mochila y la dejó sobre su regazo.

—¿Un regalo? ¿Para mí? —me súper emocioné. A mí es que la palabra “regalo” me gana completamente.

—¡Sí! —mirando para todos lados de la clase, comprobando que nadie nos observara, abrió su mochila y sacó una bolsa negra, que inmediatamente la guardó en la mía.

—¿Droga? —bromeé.

—No, es mucho mejor. Es una polla de goma, de veintidós centímetros. Es de color negro.

—¿Me estás jodiendo? ¿En serio me…? —pregunté, abriendo mi mochila y comprobando esa gigantesca polla guardada en la bolsa. No sabía dónde poner mi cara, de seguro colorada, mi mejor amigaba acababa de regalarme un pene de goma.

—Si tu novio está prohibido, y si no te vas a acostar con ese albañil, entonces con esto al menos te vas a tranquilizar y además vas a saber más o menos cómo sería estar con él…

—Como sigas bromeando con eso yo misma te voy a meter esta polla en la boca, guarra.

—¿Pero aceptas mi regalo o no? —se mordió la lengua.

—¿Y qué más voy a hacer, loca?—me encogí de hombros—. Lo tiraría al basurero pero es de mala educación tirar un regalo.

Esa tarde, al volver a casa, me senté al borde de mi cama y saqué ese enorme consolador de su bolsa negra. Mi habitación está en el segundo piso y desde mi ventana puedo ver mi jardín; se oía a Leny trabajando allí. “¿Cómo será… andar con algo así entre las piernas?”, pensé, ladeándola para verla mejor. ¡Tenía hasta venas! “Es exageradamente más grande que la de mi novio”, concluí con una sonrisita, blandiéndola tal espada.

Pero lo cierto es que pronto empecé a sentir un cosquilleo en mis partes privadas… “¿Me entraría todo esto?”, pensé fugazmente, y sentí, por todos los santos, cómo inmediatamente mi vaginita empezó a calentarse y humedecerse de solo imaginarme empalada por una estrella porno de ébano, como los hombres de los vídeos que me enviaba Andy. Tragué saliva y meneé mi cabeza, ¡qué pervertida! Pero lo cierto es que la cosa abajo me estaba ardiendo y picando demasiado hasta que llegó un momento en el que, toda colorada, abracé la polla de goma contra mis pechos.

“Tal vez podría… practicar… no sé…”.

Lo llevé al baño y lo lavé bien. Frete al espejo, sostuve aquel juguete como si de una antorcha se tratara, tratando de calcular cuánto de eso entraría no solo en mi boca, sino hasta dentro de mis partes más privadas. Le di un beso en la punta, pero me reí en seguida pues no era necesario darle un besito. Luego le di un lametón allí en la cabecita, pero tuve que taparme la boca para que mi papá no me escuchara reírme. “Nah, pero qué estoy haciendo”, pensé, ocultándolo bajo mi franela para volver a mi habitación.

Dormí abrazada a él, pues me era imposible jugar seriamente. Era tan ridícula la sola idea de chupar una polla de juguete que la risa me ganaba.

A la mañana siguiente estaba tan excitada durante las clases que sentía una picazón ardiente en mis partecitas. Tuve que pedir permiso para ir al baño y tranquilizar esa bestia que estaba despertando dentro. Entré a un cubículo y me senté sobre el retrete; tras colocarme los auriculares, puse en marcha uno de los tantos vídeos que me mandó Andy, subiendo el volumen para oírlo todo, todo, ¡todo! Uf, y apareció el negro, que tenía un aparato tan grande que la angustiada chica no podía tragarla toda. Me remojé un poco los labios, ¿cómo olería, qué gusto tendría? Madre, pobre hombre, seguro que sufría mucho por tener algo tan enorme.

Y la escena terminó con la chica mostrando su rostro desfigurados de dolor o placer, no sabría decir, pero sí que estaba muerta sobre la cama mientras el hombre agarraba un puñado del cabello de la chica, y trayéndola hacia sí, se corrió sobre su rostro, luego insertando la verga para que ella chupara lo que quedaba de su… “leche”…

¡Rudísimo!

Me quedé toda colorada, boquiabierta, sorprendida, indignada por esa última escena, decepcionada conmigo misma, y sobre todo, muy muy muy excitada. Me desprendí el cinturón y metí mano bajo mi vaquero para acariciarme, sintiendo la humedad impregnada en mi braguita, mientras que con la otra temblorosa mano luchaba para volver a darle al play.

“¡Ay, mamá, quiero ser esa actriz, que un monstruo de ébano me haga torcer el rostro de placer!”, pensé mientras me metía un par de deditos en mi mojada conchita. Estaba loquísima ya, imaginando cómo sería tener a alguien así de grande dentro de mi tan apretado refugio, sentir sus labios unidos a los míos, abrigar su sexo dentro de mi húmeda boca también, que él gozara de mis pequeños pezones adornados con piercings, que disfrutara tocando mi puntito, de mi vaginita hinchada y hecha agua, que me mordiera mis nalgas, incluso… lo llevaría a mi habitación… y lo cabalgaría… no sé…

Me llegué y mojé más aún mis braguitas. No me importó gruñir como un animal salvaje porque fue un orgasmo delicioso que me dejó toda temblando y viendo borroso. Pasados los segundos, levanté mi mano y vi humedad en mis temblorosos dedos; pensé que a partir de ese entonces sería imposible ver a Leny, el único chico de tez oscura a la redonda, con los mismos ojos.

¡Maldita pecadora! ¡No me merecía a mi novio, pero por Dios, algún día se lo confesaría, que me encerré en un cubículo para ver un vídeo porno de un negro dándole durísimo a dos chicas! “Perdón, Christian, por ser pésima novia. Perdón, papá, por no ser la princesita que crees que soy. Perdón, Leny, porque estoy empezando a ver como un objeto sexual antes que un chico amable y risueño que seguro eres”…

De tarde, de nuevo Andy y yo estábamos estudiando en el jardín de mi casa. Sinceramente, no veía la hora de que entrara Leny a trabajar a pocos metros de allí. Y… ¿hablarle? ¿limitarme a mirarle? Tal vez… podría levantarme y llevarle un vaso de jugo, total, que con el calor reinante sería criminal no llevarle algo de beber. Estaba rascándome una manchita en mi short cuando Andrea repentinamente cerró su libro y me miró seriamente.

—Rocío —dijo, inclinándose hacia mí—. ¿Estás pensando en el albañil, no?

—Si vas a volver a molestar con eso te saco a patadas de mi casa, Andy.

—No podrías ponerme un dedo encima. No tienes músculos suficientes —se encogió de hombros—, lo único que tienes bien desarrollado en tu cuerpo son esas nalgas regordetas que tienes…

Y así terminamos rodando por el césped en una pelea de manotazos y chillidos varios. Puedo decir que tengo cierto complejo y me molesta cuando hablan de mi cuerpo de esa manera tan indignante. ¡Furia! Lo cierto es que Andy es mucho más alta que yo y, bueno, fuerte, lo era. Al menos más que yo. Pero logré someterla sentándome sobre ella, aunque ella me tomó de las muñecas fuertemente para evitar manotazos míos. Lo que hacía segundos era una situación que me había hecho poner colorada de rabia ahora me empezaba a hacer gracia, y de hecho Andy empezó a reírse, quitando su lengua, gesto que le devolví.

—Para ser pequeñita usas muy bien tu cuerpo —dijo, soltándome las manos y agarrándome de la cintura.

—¡Uf! Si no existieras te inventaría, loca —respondí, sintiendo cómo sus dedos ahora jugaban con el borde de mi short.

—Oye —susurró—, hace rato que Leny nos está mirando. Está sentado sobre la pila de ladrillos detrás de ti.

En ese momento se me congeló la sangre cuando oí que Leny se aclaró la garganta. Ni siquiera me daba cuenta que Andy me estaba bajando el pantaloncito y la braguita para mostrarle mi cola; no sé cuánto habrá visto de mí, pero de seguro vio más de lo necesario, ¡madre! Cuando sentí un aire de brisa caliente colarse entre mis nalgas, me desperté del trance e intenté luchar para salirme de encima de Andrea, quien inmediatamente me tomó de las muñecas.

—¡Ah! ¡Lo hiciste a propósito, cabrona! —como no podía usar las manos, tenía que menear mi cintura para, de alguna manera, el short subiera un poco y cubriera mis vergüenzas. “Nalgas regordetas”, según palabras de Andy, cosa que me acomplejaba más.

—Zarandéate como gustes, Rocío —susurró de nuevo—, ahora te quitaré la remera y no tendrás fuerza para impedírmelo. ¡Sí!

—¡No, no, no! —grité desesperada. Saqué fuerzas de donde no había y logré liberarme de su yugo. Inmediatamente me ajusté el short para levantarme y sacudirme los pedacitos del césped que se pegaron a mis rodillas y mi camiseta.

—Estás hecha toda una fiera viciosa —dijo Andy de una manera vergonzosamente fuerte, reponiéndose—. No hay dudas de que tu novio estará loquito por volver junto a ti, ¡ja!

—Ho-hola, Leny —dije sin prestar atención, acomodándome la cabellera—. No le hagas caso, mi amiga no tomó su medicina.

El chico dio un respingo cuando le hablé. Esa carita era impagable, asustado, como si le hubieran pillado; ¿qué pensamientos le habré irrumpido? Miró de reojo mis piernas, y lentamente subió hasta encontrarse con mis senos, apenas contenidos por la camiseta.

—Hola, Rocío y Andrea —se levantó de la pila de ladrillos, pasándose la mano por la cabellera—. Mejor me pongo a la labor, me Deus, que tu papá me cuelga si no cumplo con la fecha, ¡ja!

De noche, acostada como estaba, no podía quedarme quieta, recordando el insulto de Andrea a mi cola y el extraño actuar de Leny durante toda la tarde que trabajó en el jardín. Podía sentir cómo ponía sus ojos en mí cada vez que yo iba a la sala a traer agua o me levantaba para traer otros libros. No ayudaba que Andy jugara conmigo, hablándome alto acerca de mi novio o simplemente picándome alabando mis supuestas… nalgas… regordetas… Entonces, ese deseo que podía percibir en la mirada del chico se estaba extendiendo por mi cuerpo. ¡Yo quería carne, lo sabía bien! Así que, enredada entre las mantas, estiré mi mano hacia la mesita de luz y agarré la polla de goma.

Apagué mi teléfono porque mi novio me llamaba una y otra vez sin cesar, estaba desesperado por la pinta. Me senté sobre mi cama, sosteniéndola con ambas manos. Sabía que era una tontería pero prefería darle un beso antes de metérmelo en la boca; como para acomodarme en la atmósfera pérfida que yo misma estaba creando.

Metí la cabecita y mis labios lo abrigaron con fuerza. Me tuve que esforzar un poco para seguir metiéndola porque era muy ancha, de hecho me dolió tener la boca completamente estirada para poder cobijar la cabeza. Empujé de nuevo y la parte gruesa entró, aliviando mis labios. Me sentía tan pervertida haciendo aquello, pero no iba a detenerme, cuando mi cuerpo pide guerra no hay forma de detenerlo. Así que empujé para meter otra porción de la verga. Lo cierto es que no había tragado casi nada, había mucha polla por delante, pero ya me estaba incomodando y si tuviera un espejo frente a mí de seguro vería mi rostro todo enrojecido.

Otro envión y ya tocó mi campanilla, cosa que me hizo retorcer el rostro y acusar una falta de aire. Pero la dejé adentro para ver cuánto tiempo podría aguantar con ella. No habré llegado a los diez segundos cuando mi cuerpo me exigió que lo retirase de mi boca cuanto antes porque, uno, ya quería respirar, y dos, me entraron una nauseas terribles. Salió completamente humedecido de mi saliva y terminó rodando por mi cama.

Tosí varias veces, lagrimeando y mareada, incluso mi papá preguntó al otro lado de la puerta si me encontraba bien.

—Ahhh… —abracé la polla contra mis pechos, recogiéndome los hilos de saliva que me quedaron colgando de mis labios—. ¡E-estoy bien, no es nada!

3. La broca más grande para la caseta más especial

Era sábado de tarde cuando volvía de mis prácticas de tenis, estaba sacando la llave de mi casa del bolso cuando vi venir a Leny, listo para otra tarde de trabajo. Noté que mi novio me dejó varios mensajes de Whatsapp, en todos ellos me rogaba que nos juntáramos esa tarde, incluso en el último texto me dijo que haría lo que yo deseara, pero por más que insistiera, lo mejor para él era seguir enfocado en sus estudios. Meneé mi cabeza para despejarme los pensamientos y me senté en las escalerillas de mi pórtico.

Como si fuera una espada, agarré mi raqueta y la golpeé contra el suelo cuando Leny se acercó.

—¡Prohibido avanzar! —bromeé.

Parado como estaba podía verme el escote que me hacía la camiseta de tenis; es decir, podría haberme cambiado en los vestidores pero mi papá me apuró para que llegara cuanto antes a casa ya que el albañil iba a trabajar y no había nadie que le abriera la puerta. Allí en el club aproveché para quitarme el sujetador… ¿¡Qué!? Nadie me podría reprochar por no llevarlo bajo mi camiseta, ¡el pórtico es parte de mi casa, ando como me dé la gana!

Pensé que tal vez… podía seguir calentándolo… mostrándole mi canalillo… ¡Era divertido! Y mi novio de seguro agradecería tenerme tan ansiosa y viciosita para el día que nos reencontráramos… O sea, que lo hacía por un bien mayor, o eso me decía a mí misma.

—Menina, ¿cómo andas? ¿Está tu papá?

—Se fue al súper, o eso creo —me encogí de hombros y le hice un lugar a mi lado—. Puedes esperar a que venga ya que no te voy a dejar entrar. No puedo dejar pasar extraños sin su permiso —bromeé.

—¡Ja! Pero ya sabes mi nombre.

—Solo sé eso —junté mis piernas para plisar mi faldita—. Y… hmm… sé que estás por terminar secundaria.

Y se sentó a mi lado para charlar. Por un momento largo olvidé que estaba vestida como para cazar a cuanto hombre se apareciera, entonces conocí al chico, hijo de un albañil, que mi papá había contratado para hacerle la caseta del jardín. Brasilero pero con cuatro años viviendo en Uruguay, que tal vez volvería a su país tras terminar sus estudios. Y, además, sus amigos, y paisanos míos, solían burlarse por la goleada de Alemania contra Brasil en el Mundial aunque a él no le gustaba tanto el fútbol sino la arquitectura.

—¿Y ya echaste novia por aquí? —pregunté, risita de por medio, raspando una mancha en el mango de mi raqueta.

—Tengo una, sí, es una muito bonita… —se mordió los labios—. Pero, ¿cómo decírtelo? Tengo ciertos problemas con ella.

—¿En serio?

—No quieres saberlo, Rocío —echó la cabeza para atrás y carcajeó.

—¡Ya! ¿Qué es ese gran problema?

—No creo que debería decírtelo, me Deus —rio, negando con la cabeza.

—En este país —dije señalándole la calle con mi raqueta—, es de mala educación insinuar que tienes un problema y no decirlo.

—No le gusta tener relaciones sexuales conmigo —me miró, probablemente vio mis ojos abiertos como platos, y como anticipándose a otra pregunta mía, continuó inmediatamente—. Le duele mucho.

—¿Por… por… por qué le va a doler? —pregunté con un escalofrío en la espalda, abrazando mi raqueta contra mis pechos. Mi vaginita me traicionó y empezó a latir, ¡madre, tal vez Leny tuviera algo impresionante entre las piernas!

—Ah, bueno… No sé. Se queja y entonces yo me aparto, es lo usual.

—Ya veo —tragué saliva—. Seguro que es una chica sin experiencia, probablemente tiene miedo más que dolor. Dale… dale una nalgada, a ver si aviva, ¡ja!

—Claro que no, si le doy una nalgada, se va a girar para darme un puñetazo.

—¿En serio? No parece una novia muy agradable, nene, sinceramente. Esos son juegos… O sea, no me refiero a nada rudo, por una palmada suave no te va a decir nada, no sé.

—Te lo digo por experiencia, ya me regañó. Le di una caricia, así, suave —remedó en el aire esa nalgada, pero yo di un respingo, como si me lo hubiera dado a mí—. Se enojó, así que no he vuelto a darle uno.

—Uf, nene, ¿te gusta dar nalgadas o qué?

—Ah, ¿por qué lo preguntas?… ¡Jaja!

—No tengas miedo, Leny, estamos en confianza.

—Bueno, un poquito, sí. Es como tú dices, es un juego, algo simple para entrar en la situación. Pero respeto que a las chicas no les guste.

—A mí no me molestaría… —dije con mi corazón en la garganta, apretando más y más mi raqueta contra mí.

—Ojalá mi novia fuera como tú, entonces, parece que no tienes límites.

—Hay cosas que estoy dispuesta a hacer con mi novio, pero sí tengo mis límites —fue inevitable recordar los ruegos de mi novio para hacerme la cola, cosa que no dejo. A mí la cola no me la toca nadie, ¡nadie! Golpeé el suelo con mi raqueta sin que él entendiera el porqué.

—¿Y qué cosas estás dispuesta a hacer? Digo, con tu novio.

—Claro, con mi novio —dejé la raqueta a un lado y me abracé las piernas. Leny me había confesado un poco de su vida sexual, yo no quería traicionar esa confianza privándole de contarle algún secreto íntimo, y en un tono bajo, casi como si tuviera vergüenza de decírselo, le confesé—. Pues… no sé, salvo una cosa, no le he negado prácticamente nada a mi chico… no sé si me entiendes.

—Rocío, ¿dónde puedo encontrar una novia como tú, me deus?

—¡Ya! Me apena que tu chica te niegue tantas cosas.

Y seguimos conversando por largo rato antes de que le dejara pasar para trabajar; habíamos conectado de alguna manera. Pero había una barrera que ni él ni yo estábamos dispuestos a romper. Yo amo a mi novio, y él… no sé si amaba, pero sí que le tenía mucho respeto a su chica (demasiado, diría yo), así que ninguno de los dos se atrevió a hacer mucho más esa tarde. Y eso que si él se lo proponía, y yo vestida con un par de trapitos poca resistencia iba a ofrecerle si se abalanzaba a por mí.

Pero de nuevo, ni soy una loba, y él parecía carecer la experiencia o confianza necesaria para dar un paso. Así como estaban las cosas, parecía que iba a tener que conformarme con dejarlo todo como una bonita relación platónica y poco más.

4. Estrenando la caseta

Y así, un día, la caseta que construía estaba casi a punto. Es decir, ya tenía su techo, la puerta, es verdad que aún le faltaba instalar el marco de una ventana, y claro, pintarla y ponerle los estantes. Pero tiempo, lo que se dice tiempo, no tenía mucho. De hecho, ya estaba dando por descartada la idea de tener algo con él; creo que hay cosas que mejor tenerlas como fantasías; no voy a negar que me gustaba tener a un chico con quien conversar de temas picantes. De todos modos, conociendo a Leny, seguro hasta me rechazaba. No conocía a su novia, pero bonita seguro era por lo que me contaba, y yo no sé si yo sería “competencia”.

Una tarde, tras la facultad, llegué a casa y encontré a Leny en el jardín.

—Hola, menina —dijo con los brazos en jarra; admiraba su primer trabajo con orgullo.

—Leny, felicidades, ahora es una simple caseta, mañana te pedirán una casa, y pasado quién sabe.

Entré para curiosear. Era horrible, uf, le faltaba pintura, se veían los ladrillos, y claro, herramientas por doquier. Apenas una mesita de trabajo destacaba, con un montón de herramientas apiladas. El chico entró y vio mi rostro desganado. Lo cierto es que no me estaba gustando la idea de tener allí una caseta, para mí arruinaba un poco el jardín que teníamos, pero bueno, era cuestión de acostumbrarse.

—Menina, te quería decir algo —dijo Leny con manos en los bolsillos de su vaquero.

—Dispara, nene —probé un interruptor de luz, que por cierto no funcionaba, así que solo entraba la luz por la puerta y la ventana.

—Desde hace días que ya no estoy con mi chica. Yo sé que tú tienes novio, así que no me malinterpretes, pero quería agradecerte porque siempre has dejado entrever que yo merezco alguien mejor que ella. Esa chica es buena amiga, pero quiero una pareja… ¿cómo decirte, menina? Buscaré a alguien que sea como tú.

Me derretí.

—Leny, no te puedo creer. Yo nunca insinué que terminaras con tu novia, solo decía que tenía que ser una chica más abierta y dejarte disfrutar a ti también.

—Lo sé, pero… —se pasó la mano por la cabellera—. Me Deus, ¿crees que debería llamarla y pedirle disculpas?

—¡No, mamón! Es decir, tu futura novia tiene que ser lo que tú quieras. ¿Qué quieres?

—A… alguien… Quiero a alguien como tú…

—¿Y dónde ves a alguien como yo?

Uf, daban ganas de darle capotes a la cabeza, vaya lelo, sinceramente. Pero bueno, a buenas horas decidió tomarme de la muñeca y traerme contra su fornido pecho, que desde luego no dudé por fin en tocar mientras sus dulces labios se unían a los míos. Y mis manos, ay, mis malditas manos, fueron directo a ese culito duro y apetitoso que tantas tardecitas de imaginación me hizo pasar. Las suyas se metieron bajo mi vaquero para apretar mi cola, cosa que me hizo suspirar, luego las apartó y me dio una fuerte nalgada por sobre el vaquero; el sonido rebotó por la caseta.

—¡Ah! —grité, porque fue muy duro el cabrón.

—¡Perdón, menina!

—¡No! —chillé, saboreando su saliva en mi boca—. Ehm, ¡no pidas perdón! Si eso es lo que te gusta… hazlo. ¿Qué más te gustaría hacer, Leny?

—¿En serio, Rocío? Me Deus… tu cola… esta preciosa cola —hundió sus dedos en mis nalgas y me dejó boqueando como un pez—. ¡Déjame hacerte la cola!

—Ahhh…

—Todos los días te veo enfundada en un short, o una faldita, me Deus, ¡cómo no desear comérmelo, tienes un culo que ya quisieran las brasileras!

—¡Ah! ¡No! ¡Eso no! ¡Nadie me toca la cola! ¡Otra… otra cosa!

—Bueno… ¿Qué tal si me besas, menina, mientras pienso en algo?

—Bu-bueno, vaya con el albañil, pero solo un ratito…

Así que allí estaba yo, comiéndole la boca al albañil novato al que mi papá le pagaba hasta horas extras como aquella, y me sentía liberada porque el cuerpo completito estaba gozando de estar, por fin, saboreando y palpando esos labios tanto soñados, ese cuerpo tanto fantaseado. Mis sentidos se magnificaron, mis pezones se sentían duritos y mi vaginita se estaba haciendo agua por todos lados.

Y es que hasta mi cola parecía latir, pero no iba a dejar que NADA entrara por allí…

Aunque había algo que definitivamente quería comprobar por sobre cualquier otra cosa, así que entre los besos y mordidas iba quitándole el cinturón, luego el pantalón y la ropa interior. A ver, no es que quisiera follar con él, era simple curiosidad lo mío, para ver cómo la tenía y por qué su novia se quejaba, pero entiendo ahora que el chico perfectamente pudo haberlo malinterpretado…

Lo palpé con mis manitas, no podía verlo porque el chico estaba dale que te como toda la boca como un poseso. Efectivamente era algo grande, agarré el tronco y me asusté cuando no pude cerrar mi puño, así que a la fuerza me aparté de él, golpeándome contra la mesita de herramientas, viendo con los ojos abiertos aquella verga negra como la noche que, sinceramente, parecía un cañón de guerra.

—Leny… ¿Cómo haces… para que eso le entre a alguien? —pregunté; di un respingo cuando pareció apuntarme.

—Suenas como mi novia… —dijo con una cara de cordero degollado. El cabroncito me estaba dando pena. Que sus amigos se burlaban, que su novia no lo contentaba, que su trabajo como albañil era pesado. Si no estuviera excitada creería que el chico me estaba engatusando para ensartármelo y hacerme llorar de dolor.

—No, Leny… no es eso… Ven, acércate —dije, agarrando su verga con ambas manos y tirándolo suavemente hacia mí.

Siendo sincera, si esa cosa entraba dentro de mí, me iba a dejar rengueando y llorando de dolor cada vez que me sentara o hasta incluso cada vez que caminara. Pero no quería decepcionarlo, engullida en la culpa y el éxtasis como estaba, así que decidí por algo más sano y menos destructivo. Me arrodillé frente a él, clavando mis ojos en los suyos.

—Uno rapidito, para tranquilizarte, si sales así mi papá te mata —dije, agarrando su verga con mis dos manitas, empezando a pajearlo.

—Minha mae, no puedo creer que la hija de mi patrón me la va a comer…

—L-lo haré rápido, que tengo novio…

Así que le di un beso a la punta, causándole un respingo de placer. Su enorme verga se zarandeó para un lado y otro producto de ello, pero rápidamente lo volví a sujetar con mis manitas. Cuando le di un lametón en la base de la cabeza hasta la cima, por fin pude paladearlo. No sabía mal, para nada. Es decir, iba a hacer uno rápido, pero me pareció agradable el sabor, tanto que me dije “Un… un minuto y no más…”.

Cuando llegué a la cabecita y metí un poco la punta de la lengua en la uretra, el pobre dobló las rodillas y gimió fuertemente, pero como dije, su aparato estaba firmemente sujeto y no lo iba a dejar ir a ningún lado. Y es que su sabor pasó de “No está mal” a “Esto se está volviendo bastante rico…”.

Una vez que retiré mi boca, lo ladeé para un lado y otro, mirando asombrada todo ese montón de venas que surcaban el tronco. No tenía tantas como mi polla de juguete. “Debería dejarlo, pero otro ratito más no va a matar a nadie…”, pensé mientras le hacía una paja tímida que luego se volvía más y más violenta.

Mis finos labios abrigaron por largo rato la herramienta del albañil prodigio. Tenía que retirarme a veces para retomar la respiración y luego volver al asalto; en cierta manera me desesperaba tener algo titánico entre manos y no poder hacer mucho ya que mi boca es pequeña, o mejor dicho, su verga era demasiado larga y además ancha. No había dudas que su ex novia quisiera evitar posiciones peligrosas.

Cuando estaba tomando respiración, y secándome las lágrimas y saliva que me cubrían la cara, Leny tomó de mi cabeza con ambas manos, y contra todo pronóstico, empujó su cintura para penetrarme la boca. Mi primera reacción fue abrir mis ojos como platos porque aquella verga estaba acercándose hasta la campanilla, ¡madre!, y desde luego clavé mis uñas en su cintura para que parase con aquello, ya me gustaría haber protestado pero con toda esa carne llenándome la boca solo salían gemidos ahogados.

Empecé a lagrimear más cuando tocó el fondo de mi boca. ¡Me faltaba aire, me mareaba, y la quijada me dolía horrores! Se detuvo unos instantes, y yo aguantaba la respiración como podía porque era la única forma de que no me invadiesen ganas de vomitar. En cualquier momento me faltaría aire, sería capaz de arrancarle las pelotas con tal de que me soltara, pero supe que la experiencia de ahora era diferente a la polla de goma porque, en ese instante en el que ya me iba a desmayar, el olor de macho que desprendía su carne pareció tranquilizarme.

—¡Mbbff! —protesté apenas, toda llena de verga.

Eso sí, Leny tomó impulso y metió más carne, traspasando la barrera de la campanilla y metiendo directamente por mi esófago, o eso creía yo, a saber. O sea, que empezaba a follarse mi garganta. Mi cuerpo se arqueó solo, ya no podía ver bien, de hecho mis manos cayeron sin fuerzas mientras sonidos de gárgaras poblaban la caseta. Era… algo… terriblemente… fuerte…

—¡Ah! Qué bien se siente —susurraba él, meneando como un cabronazo—. Se desliza en tu garganta como en el cielo, podría follarte la boca todo el día, tan apretadito.

Empezó a arremeter como un toro, follándose mi boca y gozando de lo prieto de mi interior. En el momento que ya era evidente que me faltaba aire y pretendía salirme de aquella salvaje montada bucal, el chico bufó y sentí claramente cómo su verga escupía todo directo hasta mi estómago, cosa que me hizo dar arcadas ya que detesto el semen y por norma no permito que nadie se corra en mi boca.

Vaya cabroncito, sinceramente, no creo que mi papá le pagara esas horas para que me asfixiara con su polla y escupiera leche por mí de esa maldita forma…

Y cuando retiró su verga, el “semento”, que brotaba sin parar, terminó saliéndose no solo hacia la comisura de mis pobres labios, sino hasta por mi nariz. Mucho fue a parar en mi ropa, incluso un cuajo cayó sobre mi ojo izquierdo, cegándomelo, y evidentemente me desesperé porque así, toda lefada, mi papá me pillaba. La suciedad, el olor a sexo, ¡si es que hasta percibí que mi aliento tenía tufo a verga! ¿¡Cómo no me iban a pillar!?

Con perdón, mis lectores, pero si quieren saltar este párrafo pueden hacerlo. Es que vomité. ¡Sí! ¿Cómo no iba a hacerlo? Estaba de cuatro patas, totalmente vencida, tratando de tomar respiración, tosiendo semen, saliva y llorando salvajemente. Pensaba, mientras mi vaginita aún rogaba que alguien entrara dentro de mí, que me iba a pasar toda la maldita noche limpiando el estropicio que había hecho en la caseta.

¿Esa era la única solución para estar junto con él sin que mi vaginita fuera destruida? ¿Solo sexo oral?

—Rocío, ya oscurece y tengo que irme. Tu padre sospechará si me ve a estas horas —se empezó a vestir mientras yo aún trataba de recomponer mis pensamientos desde el suelo. Mi carita no habría sido muy bonita, repleta de fluidos—. Mejor aprovecho y me retiro. ¿Continuaremos mañana?

—Ahhh…

—Vendré mañana, ¿podremos continuarlo?

Se me acabó la voz. Ni siquiera un besito, o un “Perdón por hacerte todo este desastre en tu preciosa cara, ¿te ayudo a limpiar?”, pero parecía que el albañil temía que mi padre le pillara. Así que reuniendo fuerzas logré asentir allí sobre el suelo, respondiendo a su pregunta. Total, ya me hacía hecho casi de todo, qué más daba.

—Rocío, entonces, ¿vas a ser mi putita?

—¿Putit…? —arañé el suelo—. Si tuviera mi raqueta te daría un remate a la cara, desalmado… —mascullé.

—¿Cuándo me darás tu culito?

—Nunca… cabrón…

—Por cierto, ¿te ayudo a limpiar?

5. Revestimiento y empastinado final

Y así me convertí en la putita del joven albañil que mi papá contrató; en cierta forma me sentía culpable porque fui la causante de que el chico terminara con su novia y saliera a la búsqueda de la chica de sus sueños, esa que le pudiera cumplir todas sus fantasías. Y de momento no había otra más que yo, así que la culpabilidad me obligaba a que, mientras mi papá veía la tele en la sala o dormía en su habitación, tuviera que apañarme para escurrirme hasta el jardín, donde me encerraba con Leny en la caseta que él construía.

—Buenas tardes, Leny —dije una vez, cerrando la puerta de la caseta detrás de mí y recostándome contra ella. Llevaba puesto ese shortcito blanco de algodón que lo tenía loquito. Lo único que me molestaba de la caseta era el fuerte olor a pintura reciente.

Y que no tenía cama…

—Menina, he estado esperando por ti para que me ayudes a terminar de pintar —rio, quitándose la remera.

—B-bueno, es de mala educación hacerle trabajar a la patrona —dije jugando con el borde de mi short mientras levantaba una rodilla—. Además, se te paga bien, hazlo tú.

—Pero tú no me pagas, el patrón es tu padre —siguió bromeando, acorralándome primero, apretándome contra la puerta. En el momento que sentí su verga erecta pero contenida a duras penas por su vaquero, di un respingo de sorpresa mientras mi vaginita latía por sí sola.

—¡Ah! Nene, hoy no. Aún… todavía no creo que esté lista —murmuré mientras él me levantaba la blusita.

Cuando me desabroché el sostén mientras nos besábamos, mis senos cayeron con todo su peso contra el suyo; dio un respingo porque seguro habrá sentido un par de arañazos que no se esperaba. Me tomó de los hombros y me apartó suavemente; a mí daba un poco de corte que me mirase los senos, era la primera vez que me los vería, no sabía cómo los tenía su novia pero esperaba que le gustaran los míos, tengo pezones pequeños en comparación al tamaño de mis senos, son rosaditos y aparte de ser extremadamente sensibles, tienen una particularidad.

Se quedó embobado cuando comprobó que el par de suaves arañazos los habrían producido mis piercings, que son una barritas de titanio que atraviesan mis pequeños pezones. Bastante atractivas, he de decir, incluso destacaban más ahora que los tenía duritos. Así que, aprovechando su atontamiento, recuperé terreno y fui empujándolo hasta la mesita de herramientas para que se pudiera sentar. Yo quería hacer algo, lo que fuera para paliar su evidente estado, ni qué decir del mío, aunque aún no me sentía lista para recibir su herramienta; la noche anterior había practicado mentalmente, pero es que fue estar allí y arrepentirme, no por estar engañando a mi novio o porque mi papá estuviera a pocos metros de distancia, nada de eso, era porque en serio su verga tenía un tamaño descomunal.

Así que, arrodillada ante el albañil, mientras mis senos abrazaban con fuerza su largo, venoso y monstruoso instrumento, empecé a subir y bajar lentamente conforme me las apretaba y pudiera ofrecerle un cobijo lo más apretadito posible. Levanté la mirada: Leny, completamente absorbido por el placer, entrecerraba los ojos y se tapaba la boca para no emitir gemido alguno, no fuera que nos escucharan. Me sonreí por estar dándole placer, pero, tras aclararme la garganta, detuve la cubana.

—Mi papá no te paga para que te quedes quieto, nene.

—Ja, lo siento, menina. A veces creo que por cosas como estas, mi chica me dejó. ¿Qué haría tu novio en esta situación?

—Cabrón, no menciones a mi chico ahora… pero bueno… —tragué saliva—, mi novio me acaricia un poco la cabellera y me dice cosas bonitas. ¿Po-por qué no lo intentas tú? Ya sabes, tienes que tener contenta a la patrona…

Y pasaban los días; las posiciones que probábamos eran variadas, con el simple objetivo de encontrar una en la que yo pudiera sentirme cómoda. Hacerlo en suelo se volvió a una posibilidad desde que trajera toallas (almohadas o algo más sería sospechoso…). Fue otro sábado, nada más regresar de mis prácticas de tenis, cuando logré escabullirme para ir junto a él y así encerrarnos en la caseta, que ya estrenaba estantes y ventanas. El olor a pintura había cedido pero había otro tipo de aroma ahora, como de sexo…

—Ojalá esto funcione, Leny —dije, acostándome sobre él.

—Eres increíble, menina, un ángel caído del cielo —Al menos ya sabía decirme cosas lindas. Me sujetó de la cintura, remangó mi faldita de tenis y notó que yo ya me había quitado la malla. Se detuvo un rato para jugar con el piercing de anillo que atraviesa el capuchón de mi clítoris.

—¡Ah! —cerré los ojos—. Oye, con mucho cuidado, no lo olvides —susurré mientras él por fin tomaba la verga y la restregaba por mi rajita. Tragué aire y empuñé las manos, como esperando para ser destruida por una fuerza mayor.

—¿Estás segura? —preguntó, presionando su húmeda polla contra mí.

—Sí… —respondí insegura, mi almejita estaba bañando su verga de jugos, es que a mí lo de friccionarse me vuelve loquita y prefería pasar toda la tarde haciéndolo de esa manera—. Pero te pasas y te juro que te araño la cara, cabrón.

—Solo déjame meter un poco —Su verga estaba restregándose más y más fuerte; me quitó los sentidos, lo cierto es que quería decirle que continuara frotándose contra mi panochita porque era riquísimo pero a esa altura ya me dedicaba solo a boquear como un pez.

—Ahhh… Ahhh…

—Estás asustada, menina, tal vez debería dejarlo…

—¿En serio?

Vacié los pulmones, completamente aliviada, pero el cabrón mintió porque metió la cabecita un poco.

—¡Ahhh! —chillé, pero hundí mi rostro en su pecho para morderlo porque no quería que mi papá me escuchara.

—Lo siento, tu cara fue impagable, menina.

—¡Bast… Ahhh… Bastardo!

—¿La quito?

—No… no… déjala… —susurré, reposando mi cabeza contra su pecho, besando allí donde mordí—. Solo… no te muevas….

Pues mis deseos fueron órdenes. Porque la dejó allí un ratito, como esperando que mi agujerito se acostumbrara. Se dedicó a acariciarme la caballera para tranquilizarme y ser yo quien decidiera probar cuánto de su verga podría cobijar. Vacié de nuevo mis pulmones y, de un movimiento de cadera, logré que otra porción entrara en mi ya de por sí sufrida conchita.

Arqueé la espalda e hice lo posible para no gemir.

—Ahhh, madre, madre, no va a entrar nunca, mierda… —de reojo lo miré y gotitas de sudor de mi rostro caían sobre él.

—La tienes más estrechita que mi novia. No estás disfrutando, se te nota en tu cara. Puedo salir, menina.

Negué con la cabeza y volví a pegar mi frente contra la dureza de su pecho, volviendo a menear mi cintura para que entrara un poco más. Pero como si él prefiriera no hacerme sufrir, sacó su verga lentamente, dándome un vergonzoso orgasmo que hizo que prácticamente desparramara una cantidad ingente de mis juguitos sobre él, para luego terminar desfallecida; ¡madre! Me quedé rotísima además de avergonzada, el tufo a de mis fluidos era evidente y para colmo estábamos allí, abrazos y encharcados de placer, tal vez él sentía asco, no lo podría saber, pero a mí en ese instante no me importaba nada.

—¡Mfff! —mi conchita seguía derramando sus juguitos—. ¡Per-perdón, Leny, soy una puerca!

—¡Me Deus! ¿Y cómo voy a limpiar todo esto? —dijo riéndose, palpando mi húmeda vagina con dulzura.

—¡Ahhh! —me quedé ciega de placer—. Es… t-tu culpa, cabrón, la tienes demasiado grande…

—¿Te imaginas si tu padre golpea la puerta ahora mismo? —preguntó, tomando el piercing de mi capuchoncito para tironearlo un poco y así darme otro orgasmo, cortito pero no menos intenso.

Variábamos de posiciones pero nada funcionaba. Si no era friccionándonos, eran cubanas, y si no eran estas, solo me dedicaba a pajearlo para que se corriera completamente en un pañuelo que siempre tenía preparado por si acaso. Otro día, mientras él me apretaba contra la pared de la caseta, pensaba en confesarle que ya no podía seguirle el ritmo. Era un chico demasiado grande para mí. Me bajó mi short de algodón hasta medio muslo y se dedicó a restregar esa herramienta infernal por entre mis nalgas regordetas.

—Hoy viniste sin ropa interior—dijo mientras la cabeza de su miembro forzaba su lugar dentro de mí.

—Ahhh… si traigo braguitas me las robas, Robinho… —protestaba yo, empuñando mis manitas y pegando mi rostro torcido de dolor contra la pared.

—¿Estás bien, menina? Me voy a quedar quieto un rato, para que te acostumbres —decía, y estático, mandaba su mano a mi boca para que yo ensalivara sus dedos. Acto seguido la llevaba hacia mi puntito para darme riquísimas estimulaciones vaginales que hacían, por un breve rato, que me olvidara del titán que alojaba mi sufrida panochita.

Estaba hartita de salir rengueando de la caseta toda magullada, con mi short y camisa arrugadas y manchadas de su leche. Naturalmente, ahora mi boca era la que sufría de dolores de pasar tanto tiempo forzada al máximo y recibiendo embates. Y yo en el fondo me sentía súper mal cuando, luego de ser “oralmente montada” por ese salvaje semental, conversaba con mi papá en la cocina, o con mi novio por teléfono, sintiendo perfectamente el agrio semen pegajoso del albañil entre mis dientes, o bajando lentamente hasta mi estómago.

Eso de tener relaciones con un chico por culpabilidad no estaba funcionando como parecía…

—Rocío —dijo Leny una tarde en donde yo estaba sentada sobre la mesita de herramientas, y él arrodillado ante mí. Sus labios estaban húmedos de mis juguitos cuando se apartó de mi sexo y me miró con sus preciosos ojos—. ¿Aún sigues hablando con tu novio?

—¡Shh! —puse un dedo sobre sus labios para que se callara, que mi novio aún me hablaba por teléfono. Mi chico me decía que la idea de no tener sexo no funcionaba, pues ahora estaba más y más excitado que nunca, lo cual no le permitía concentrarse en sus estudios. Quería que le quitara el calentón al menos un par de veces a la semana, pero me mantuve firme en mis convicciones. Si no mejorabas esas notas, no habría nadita conmigo.

Me colgó la llamada, todo cabreado, pero no pude pensar mucho más porque Leny sopló en mi vaginita para quitarme de mis pensamientos.

—Rocío, debo confesarte que mi garota me ha estado llamando muchísimo estos días. Quiere volver conmigo. Dice que está dispuesta a ser más abierta. ¿Tú qué dices?

La caseta ya estaba terminada, y a esa altura de nuestra aventura había que detenerse un rato a pensar cómo íbamos a seguir. Leny era un buen chico, pero… no creo que yo fuera compatible con él, al menos no físicamente. Si metía demasiado, yo lloraba de dolor, pero me quedaba frustrada por no poder alojar su miembro y, desde luego, por no poder darle tanto placer como pareja.

—Bu-bueno, yo tengo novio y realmente lo quiero mucho —respondí metiendo de nuevo su cabeza entre mis piernas. Cerré los ojos y continué disfrutando. Lo cierto es que el chico succionaba muy fuerte y era buenísimo dando sexo oral, no pocas veces me dejaba el coñito hinchado, húmedo y enrojecido, bien que lo comprobaba yo luego en mi baño—. Leny, tú sabes que lo nuestro es solo un pasatiempo muy bonito pero sin futuro.

—Pero… —se apartó otra vez de mí, aunque un dedo se dedicó a jugar con mi piercing—, no me gustaría perder esto que tú y yo tenemos.

—Gracias, Leny, pero te sugiero que vuelvas con ella si está dispuesta a darte lo que deseas. Yo solo te puedo satisfacer con… mamadas y pajas… Porque con lo otro me dejas destruida y llorando en medio de un charco de mis fluidos. Esto no es ni medio normal —suspiré, empujando su cabeza otra vez hacia mi entrepierna—. Yo creo que va a ser mejor que cada uno vaya por su lado.

Dicen que los últimos besos son muy especiales. ¿Qué dirían de las últimas felaciones? Esa tarde fue extrañamente especial; no fue una ruda follada a mi boca como era de esperar, sino que Leny se dedicó a acariciarme la cabellera mientras yo abrigaba con mis labios por última vez a aquella maravilla de la naturaleza. Pensaba yo, mientras mordisqueaba un poco la punta de su verga jugosa de semen, que tal vez debía invitar a mi novio a un paseo por la playa y darnos un gustito, lo cierto es que lo estaba extrañando un montón.

Me despedí de Leny, sentada en las escalerillas que dan a la entrada de mi casa, mientras él se ajustaba su mochila en la espalda y mi papá le preparaba el último pago. No hubo besos, obviamente no podríamos porque estábamos a la vista de todos, sino un simple cabeceo con sonrisa, para sellar esa promesa de dejar en secreto todo lo que tuvimos. Tras darse un apretón de manos con mi papá, se alejó y miré por última vez ese trasero suyo enmarcado en el vaquero, para luego sacudirme la cabeza y entrar a casa.

Era lo más sensato eso que yo le había aconsejado, de continuar nuestras vidas. Por un lado ya no podía sostener esa espiral de sexo duro en la caseta; yo tenía una relación de varios años con mi novio, y aquello con Leny era solo una aventura para probar de algo rico y delicioso, que sí, al final resultó ser muy doloroso para mi cuerpo, supongo que es el castigo que me merecía por ir de curiosita.

Entonces me conforté con la idea de que, para los tiempos de oscuridad y soledad, tengo un precioso consolador de goma que podría hacerme compañía. Además de mi chico… claro… en algún momento tendríamos que estar juntos de nuevo… si es que sacaba buenas notas… que no sé yo…

Hoy día mi papá no sabe que a veces voy a la caseta, ya terminada y bien pintada, repleta de cachivaches, y me siento sobre la mesa de herramientas para besar y engullir ese enorme pene falso, solo para recordar un poco; es que aún hay cierta esencia flotando en el aire que recuerda a esa pequeña aventura que tuve, que aparte de las agujetas, dejó muy buenos recuerdos.

Mi amiga Andrea a veces me mira a los ojos y sonríe de lado. Nunca se lo dije, sobre mi fugaz amante, pero es como si ella lo supiera. Tal vez porque me conoce como ninguna, o tal vez porque a veces yo gruñía de dolor al sentarme en el pupitre. De hecho, el día que íbamos a tomar el examen, se sentó a mi lado y me susurró:

—Rocío, se te ve muy contenta últimamente.

—Bu-bueno, es porque me haces reír cuando no te tomas tus medicinas, Andy —bromeé.

—¿Sabes? A mí me dices “loca” por mis ideas, pero en realidad nunca me atrevo a dar el paso… Pero tú… —me guiñó el ojo—. A veces te envidio.

Muchas gracias a los que han llegado hasta aquí.

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Relato erótico:”Jane IV” (POR ALEX BLAME)

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LA OBSESION 24

Sin títuloJane despertó, vio una cara oscura, arrugada y curiosa, reculó asustada a toda velocidad, perdió pie y cayó fuera del nido. Un segundo después notó un tirón en el tobillo y quedo suspendida boca abajo a quince metros del suelo con el corazón en la boca. Levantó la vista y vio la cara del chimpancé asomándose por el borde del nido enseñándole su dentadura con una mueca sardónica.

-¡Joder! –dijo Jane por primera vez en su vida.

Respiró profundamente dos veces y reuniendo las fuerzas que le quedaban, logró doblarse sobre sí misma y agarrar la liana de la que estaba suspendida. Poco a poco fue trepando los cinco metros de liana que le separaban del nido bajo la atenta mirada del chimpancé que sonreía y se hurgaba la nariz disfrutando del espectáculo. Tras un par de minutos de agónico esfuerzo logró agarrarse al nido e izándose en un último esfuerzo logró pasar la cabeza por encima del borde. Ver la cara de un hombre blanco de pelo largo y enmarañado y sonrisa salvaje le hizo perder el equilibrio de nuevo cayendo otra vez al vacío.

-¡Joder! –Dijo Jane por segunda vez en su vida mientras escuchaba furiosa las risas provenientes de arriba –me estoy empezando a cansar de hacer el idiota.

Jane se dobló de nuevo pero no pudo repetir la hazaña anterior y solo logró ver como hombre y mono la observaban y parecían compartir algún tipo de broma. Jane cada vez más enfadada les hizo señas para que la izasen, pero ellos divertidos se lo tomaron con calma y estuvieron viéndola balancearse un rato antes de empezar a tirar de la liana.

Cuando llegó arriba la cara de Jane estaba como la grana, más por el enfado que por haber estado suspendida varios minutos boca abajo. El chimpancé se apartó instintivamente al ver el gesto de ira de la joven, pero el hombre la miraba con descaro y curiosidad infantil. Era un hombre joven, alto, vestía un minúsculo taparrabos de cuero con lo que Jane pudo admirar su cuerpo musculoso, sus hombros anchos y su pecho profundo. Tenía el pelo largo y negro atado con descuido y los ojos marrones, unos ojos que la escrutaban como si fuese una especie de jeroglífico que aquel hombre intentaba desentrañar. Sacando los labios hacia fuera y emitiendo un sonido parecido a un suspiro acercó la mano al rostro de Jane y le tocó la melena. Jane primero intentó apartarse pero como solo percibió un gesto de curiosidad le dejó hacer. Parecía no haber visto una persona de su raza en toda su vida. Cogió un mechón de pelo y se lo llevo a la nariz olisqueándolo ruidosamente.

-¡Hey!, ¡Cuidado! –grito jane cuando el salvaje tiro del pelo para que la mona también lo oliera.

La chimpancé no fue tan comedida y después de aspirar el perfume del champú de Jane empezó a dar gritos y saltos y acabó encaramada en una horquilla dos ramas por encima de ellos. El salvaje observó las evoluciones de la mona unos segundos y luego continuó examinando a Jane. Palpó su ropa e intento tirar de ella para ver lo que había dentro pero Jane se lo impidió con una sonora palmada.

-¿Hablas mi idioma? –Le preguntó Jane esperanzada.

-¿Parlez-vous français? –repitió en francés recibiendo el mismo silencio por respuesta.

-¿tu parli italiano?

-¿Sprechen du deutch?

El salvaje se dedicó a mirarla sin decir una palabra. Jane, maldiciendo su suerte suspiró y empezó por el principio:

-Yo Jane, -dijo señalando su pecho con el índice –¿y tú? –dijo tocando su pecho.

El hombre respondió con una mirada interrogativa así que armándose de paciencia repitió otras dos veces hasta que finalmente el hombre respondió:

-¡Jane! –dijo señalándose no muy convencido.

-No, no, no –dijo ella perdiendo la paciencia y pensando que aquel tipo era más tonto que una piedra –Yo Jane, tú…

-¡Tarzán! –dijo con una sonrisa de iluminado.

-Tú Jane –dijo el salvaje hincando su dedo dolorosamente en una teta de Jane –yo Tarzán, tu Idrís –dijo señalando a la mona que seguía observándolos desde arriba.

-No, -dijo sacudiendo la cabeza –ella Idrís. Yo Jane, tú Tarzán, ella Idrís.

-Yo Tarzán, tu Jane, el-la Idrís. -Dijo el señalando correctamente con una sonrisa de satisfacción.

-Ahora sigamos con la lección –dijo arremangándose la blusa –tu y yo dijo señalándose a ambos -humanos, ella –dijo señalando a Idrís – mono.

-Tú, yo, humanos, ella mono.

-Yo, nosotros –dijo señalando a ambos –humanos. Idrís mono…

Cuando se dio cuenta el sol estaba alto en el cielo y un rugido de sus tripas le recordó que no tenía ni idea de cuando había comido algo por última vez. Moviendo su mano sobre su estómago y haciendo el gesto de echarse algo a la boca le pidió algo de comer. El salvaje pareció entender, se irguió, se golpeó varias veces el pecho con los puños y desapareció en la espesura. Mientras volvía y siempre bajo la vigilante mirada de Idrís se sacó la bota para examinarse el tobillo que le había salvado la vida. Estaba magullado y tenía una pequeña escoriación en él pero podía moverlo con libertad y apenas le dolía. Probó a ponerse de pie pero toda la frágil estructura del nido se estremeció y con mucho cuidado volvió a dejarse caer en el lecho de hojas. Cuando miró por el borde vio que el suelo estaba a más de veinticinco metros de altura y por primera vez fue consciente de la fuerza que debía tener aquel hombre para haber logrado subirla hasta allí.

Mientras el hombre volvía Jane se dedicó a observar a Idrís, jamás había estado tan cerca de un animal salvaje y su ausencia de miedo ante su presencia le desconcertaba un poco. Con una señal inequívoca le animó a la chimpancé a que se acercase. Idrís pareció dudar unos momentos pero luego pudo más la curiosidad y se bajó de la rama en la que estaba encaramada dejándose caer con habilidad sobre el nido. Por su aspecto con pelos blancos en la barbilla y algunas calvas distribuidas por todo el cuerpo daba la impresión de ser bastante anciana, pero sus ojos grandes y verdes expresaban vitalidad y curiosidad.

Con deliberada lentitud para no sobresaltar al animal fue acercando una mano hasta poder acariciar la mejilla de la mona. Idrís se giró un poco y olfateó la mano de Jane mientras emitía unos cortos suspiros. Jane sonrió por la calidez y la inteligencia con la que se expresaba el animal sin tener que decir una sola palabra. Durante unos instantes Jane consiguió olvidarse de su precaria situación; perdida en la selva, sin armas ni pertrechos y a merced de los caprichos de un salvaje incivilizado. Cuando Tarzán llegó con una selección de frutas entre los brazos Idrís estaba espulgando amorosamente el largo y rizado pelo de Jane.

Diez minutos después Jane estaba tumbada en el nido sintiéndose atiborrada de plátanos y unos frutos amarillos y blandos que le dieron una ligera sensación de mareo. Ante la atenta mirada del salvaje se quedó rápidamente dormida.

Cuando despertó, el sol empezaba a caer y atendiendo a los gestos de Tarzán se levantó y se puso en movimiento tras él. Durante unos doscientos metros no le pareció tan difícil moverse por la bóveda forestal a pesar de que su ropa se enganchaba y sus botas resbalaban en la corteza húmeda constantemente. Al igual que en el suelo, los animales tendían a moverse siempre por los lugares más accesibles y hacían pequeños senderos en el ramaje. Sin embargo, cuando llegaron al final del sendero y sus dos acompañantes se lanzaron con naturalidad al vacío para agarrar una liana y poder acceder al árbol siguiente se quedó congelada mirando al suelo treinta metros más abajo. Desde el otro lado Tarzán le hizo señas y la llamó por su nombre para que hiciese lo mismo pero rápidamente se dio cuenta de que Jane no era capaz, saltó de nuevo a la liana y con una naturalidad asombrosa, se acercó a ella la cogió por el talle y la deposito en el otro árbol. Fueron unos pocos segundos pero la sensación de ingravidez y el fuerte brazo del hombre ciñendo su talle contra el despertaron en Jane una punzada de deseo. Durante todo el viaje se repitió la situación. Ella avanzaba a trompicones entre un ramaje más o menos espeso y cuando llegaban a un obstáculo que a Jane se le antojaba insalvable, él la cogía por la cintura y ella entrecerraba los ojos, se dejaba llevar y humedecía su ropa interior con el deseo. Cuando volvía a poner el pie en un lugar más o menos seguro recordaba a Patrick y su compromiso y la culpabilidad y la vergüenza se apoderaban de ella.

Al llegar a su destino las botas sucias, la ropa ajada y el pelo revuelto merecieron la pena. A su derecha una cascada de veinte metros de altura desaguaba en un estanque de aguas frescas y cristalinas. En el claro que lo bordeaba una familia de gorilas remoloneaba entre la hierba verde y frondosa junto con un par de elefantes y unos antílopes parecidos a las jirafas pero con rayas blancas y negras en las ancas como las cebras. Por los árboles que rodeaban al claro, jugaban, peleaban y gritaban los compañeros de Idrís ahogando los trinos de miles de pájaros.

Sin mirar a Jane Tarzán no se lo pensó y con el alarido que había escuchado cuando estaba en manos de los bandidos se lanzó al estanque desde lo alto del árbol. Jane ayudada de una liana bajo hasta el suelo, se quitó la ropa sucia detrás de un pequeño arbusto bajo la atenta mirada de los dos elefantes y con un movimiento furtivo se metió en el agua disfrutando de su frescor.

Al darse la vuelta vio como Tarzán observaba con curiosidad su cuerpo distorsionado por las ondas del agua. Jane se tapó los pechos y el sexo con las manos con una sensación de vergüenza pero también de emoción al ver el deseo en los ojos del hombre.

Llevaban días buscando y se les acababa el tiempo. Cada hora que pasaba las posibilidades de Jane disminuían y cada hora que pasaba sus ánimos decrecían. Con las primeras tormentas el suelo se embarró y los rastros, de haber existido, habrían desaparecido, así que tuvieron que retirarse derrotados antes de que la temporada de lluvias los dejase aislados. El padre de Jane parecía haber envejecido diez años de repente .Cuando llegaron a la aldea, Patrick estaba tan furioso que mató a los dos guías y aunque no cumplió su promesa de matar a todos los habitantes de la aldea, le dio una soberana paliza al jefe jurándole que si volvía a enterarse de que le tocaban un pelo a otro hombre blanco volvería para cumplir su promesa.

El viaje de vuelta a Ibanda fue triste por la ausencia de Jane y penoso por la lluvia que no dejaba de caer empapándolo y embarrándolo todo.

-Lo siento Avery –dijo Patrick con el refugio de caza ya a la vista –debí ser fuerte y negarme a llevarla conmigo. Es mi culpa, soy su prometido y debí imponer mi criterio.

-No te culpes Patirck, -respondió Avery –ambos sabemos que si adorábamos a Jane, en parte era por su atrevimiento y su independencia. Nada en el mundo le habría disuadido de acompañarnos.

-Yo… la amaba sinceramente. No sé qué voy a hacer ahora sin ella. –dijo Patrick hundido.

-Debemos seguir adelante, volver a Inglaterra y continuar con nuestra vida, aferrándonos a su recuerdo. –replicó el anciano con la voz temblando.

-No, -dijo con una mueca de tristeza –no me iré de aquí sin encontrar al menos su cuerpo. Eso se lo debo. Cuando termine la estación de lluvias volveré y la encontraré.

En el refugio les esperaba Lord Farquar lo bastante recuperado para poder viajar gracias a los cuidados de Mili, aunque la mirada esperanzada que lanzó a los dos compañeros se veló rápidamente ante el gesto de tristeza y derrota que portaban los dos hombres cuando traspasaron el umbral.

A la mañana siguiente cogieron el tren con destino a Kampala y llegaron a la mansión de Lord Farquar ya avanzada la noche.

El ánimo en la mansión era el de un funeral. La casa permanecía en un silencio sólo roto por los ocasionales sollozos de Mili. Henry y Avery permanecían en el salón, sin hablar, fumando puros y bebiendo una copa de coñac tras otra. Patrick se dedicó a disparar su rifle practicando su puntería hasta que dejo de pensar en nada, cargar, apuntar, disparar, extraer el casquillo, cargar… continuó bajo la lluvia hasta perder la noción del tiempo. Cuando oscureció se retiró a su habitación totalmente indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

Avery se sentía totalmente vacío, su hija y única heredera, a la que amaba hasta el punto de dedicarle toda su vida, había desaparecido y ni siquiera tenía un cuerpo que llorar. Estaba bebido, pero el coñac tampoco ayudaba. A las dos de la madrugada Henry se disculpó y poniendo su mano vacilante sobre el hombro de Avery y apretándolo suavemente se retiró a sus aposentos. Avery siguió bebiendo y fumando en la oscuridad hasta que se sintió lo suficientemente borracho como para caer inconsciente en la cama.

Una vez en su habitación se quedó sentado con la cabeza dándole vueltas pero incapaz de pegar ojo, los ojos verdes de Jane le miraban acusadores desde el fondo de su mente. Se acercó al equipaje y revolviendo entre las armas sacó su revólver, el viejo Colt Peacemaker le había acompañado fielmente por todo el mundo. Acarició el cañón y con los ojos llorosos se lo metió en la boca. El sabor a hierro y lubricante invadió su boca. Apretando los dientes amartillo el arma y puso el pulgar en el gatillo… Unos suaves toques en la puerta interrumpieron sus pensamientos y acabaron con su determinación. Con un suspiro apartó el arma y lo puso bajo la cama.

-Adelante –dijo Avery con la voz entrecortada mitad por efecto del alcohol, mitad por la emoción.

-Hola señor –dijo Mili atravesando el umbral con pasos vacilantes. –he oído ruidos en mi habitación y pensé que podría necesitar ayuda.

-Gracias, eres muy amable, pero no necesito ayuda –replicó Avery arrastrando las palabras. –nada puede ayudarme ahora.

-Entiendo perfectamente por lo que está pasando señor. He sido la doncella y confidente de Jane desde su juventud y la quise como como a una hermana. He sacrificado todo, incluso parte de mi felicidad por ella y nunca me he arrepentido. Jane era la criatura más valiente y generosa que nunca conocí.

-Lo sé y sé que ella también te quería y valoraba tu amistad y tus consejos. En fin, estoy convencido de que ahora está en un lugar mejor.

-Yo también, -dijo ella mientras se acercaba y le ayudaba a Avery a quitarse las botas. –Ahora debe acostarse e intentar dormir un poco. Yo le ayudaré.

Con manos hábiles fue quitándole la ropa a un Avery ausente hasta que este quedó en ropa interior. Le ayudó a acostarse en la cama y se tumbó junto a él.

-¡Oh! Avery cuanto lo siento –dijo Mili apretándose contra él procurando que el hombre sintiese la tibieza de su cuerpo a través del tenue camisón.

Avery se removió pero no se apartó de aquel cuerpo generoso, cálido y acogedor. Mili alargó el brazo y rozó los calzoncillos con sus manos regordetas. La polla de Avery reaccionó ante el contacto pero lentamente por el alcohol que corría por sus venas. Mili introdujo sus manos bajo la tela y empezó a sacudir el pene de Avery con suavidad notando como crecía poco a poco. Avery gimió y se revolvió de nuevo pero no apartó a la doncella.

Con una sonrisa, Mili apartó el calzoncillo, se metió el pene semierecto de Avery en la boca y comenzó a chuparlo con fuerza. Poco a poco el pene de Avery fue creciendo en la boca de Mili hasta llenarla por entero. En ese momento empezó a acariciarlo con su lengua con más suavidad, haciéndole disfrutar y embadurnándolo con su saliva, Avery gemía suavemente y acariciaba el pelo de la mujer con torpeza.

Mili se irguió y se quitó el camisón mostrando al hombre su cuerpo blando y generoso con unos pechos grandes y unos pezones rosados e invitadores. Avery alargó la mano y la introdujo en el triángulo de oscuro vello que había entre las piernas de Mili. La mujer se estremeció ligeramente al notar los dedos de Avery acariciar su clítoris y penetrar en su húmedo y cálido interior. Excitada y deseosa por acoger el brillante miembro de Avery en su interior se agacho y le dio al hombre un largo y húmedo beso. Su boca sabía tan fuerte a una mezcla de Whisky y tabaco que le hicieron vacilar pero rápidamente se puso a horcajadas y sin darle tiempo a Avery a reaccionar se metió su polla hasta el fondo. Había dedicado tanto tiempo a Jane que hacía años que no yacía con un hombre. La sensación de tener de nuevo un miembro vivo, caliente y palpitante en su interior fue tan deliciosa que no pudo evitar un grito de placer y satisfacción. Las sensaciones irradiaban desde su vagina y se difundían por todo su cuerpo despertándolo de un largo sueño. Comenzó a moverse con movimientos lentos y profundos mientras dejaba que Avery manoseara y pellizcara sus pechos y sus pezones volviéndola loca de deseo. Cuando se dio cuenta estaba saltando con furia sobre el hombre empalándose con su miembro duro y ardiente. El orgasmo interrumpió el salvaje vaivén unos segundos mientras Mili jadeaba con su cuerpo crispado y sudoroso pero inmediatamente siguió subiendo y bajando por su pene con su coño aun estremecido hasta que notó como Avery se corría dentro de ella inundando su vagina con su semen espeso y caliente.

Mili se derrumbó agotada sobre Avery y sintió el miembro del hombre decrecer lentamente en su interior. Cuando recuperó el resuello depositó un beso en la frente del hombre que ya roncaba ligeramente, se levantó de la cama y salió sigilosamente de la habitación.

Se tumbó en su cama agotada pero satisfecha. Alargo su mano y recogió un poco de la leche de Avery que había escurrido por el interior de sus muslos. La observó a la luz de la luna y la acarició entre sus dedos. En ella residía su futuro, aunque sabía perfectamente que no era una jovencita, aún era fértil y pretendía aprovecharlo.

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Relato erótico: “La fabrica (23)” (POR MARTINA LEMMI)

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LA FABRICA 23

Sin títuloEvelyn tomó un bolígrafo de encima del escritorio y se quedó jugueteando con él entre sus dientes; me miraba de un modo que era escrutador y también calculador: ya no había en su rostro ninguna sonrisa sino que, por el contrario, parecía estarse tomando muy en serio lo que fuese que su enferma mente estuviera tramando. Yo, que seguía arrodillada, comencé a temblar de la cabeza a los pies, como si súbitamente cobrara conciencia de los posibles alcances del “pacto” celebrado: no había modo alguno de prever con qué se iba a salir la colorada perversa ahora que sabía que disponía de mí por completo.

“Quiero tu cara en el piso. Ya mismo” – me ordenó de repente, con voz fría y carente de toda emoción.

Yo sabía que, de acuerdo al trato no firmado por escrito que teníamos entre ambas, no me quedaba demasiada opción, así que, apoyando las palmas de mis manos en el piso, me incliné hasta tocar el mismo con mi frente. Bastó que lo hiciera para sentir enseguida el taco del zapato de Evelyn clavándose en mi nuca y comprendí al instante que ella me estaba usando sólo como apoyo para descansar su pie. Por dentro , yo hervía de odio pero también de impotencia pues bien sabía que no podía objetar nada y, por otra parte… sé que cuesta entenderlo y es hasta difícil de explicar para mí, pero eso que hizo, en algún punto, me calentó… Y me odié aun más por ello…

“¿Y de quién será el bebé?” – preguntó a bocajarro, siempre con el taco sobre mi nuca.

“N… no… no lo sé, s… señorita Evelyn” – respondí desde el piso y con la voz algo ahogada.

“Pero supongo que sabés hacer cuentas, ¿no? Sos estúpida pero no creo que tanto y sino, en fin, se entiende el porqué de tus errores en la facturación…”

Cómo le gustaba herirme, humillarme, socavarme… Y yo me lo tenía que tragar todo con la más sumisa y condescendiente paciencia.

“C… creo que es de la noche de la despedida, señorita Evelyn, no la de la boda, pero… es difícil decirlo con exactitud habiendo tan pocos días de diferencia”

“La noche de la despedida – repitió Evelyn, lentamente y en tono pensativo, como cavilando sobre el asunto -; o sea que… hay dos posibles papás. A uno de los strippers lo descartamos porque no pudo embarazarte por el culo; nos queda el otro, el más morocho…y, por supuesto, Milo…”

Soltó una risita al pronunciar el nombre del sereno despedido; era obvio que le causaba gracia la posibilidad de que me hubiera preñado un deficiente mental que nunca había cogido en su vida.

“Rezá para que el padre sea el stripper – apostilló, jocosa -: al menos te va a hacer un hijo lindo, je…”

No dije palabra; ella permaneció un rato en silencio mientras jugueteaba haciendo círculos con el taco sobre mi nuca; parecía como si quisiera cavarme un hoyo: dolía, desde luego, pero yo no tenía más opción que tragarme el dolor. Con mi rostro contra el piso y oyendo su voz bajando hacia mí, sentía una insoportable (aunque a la vez excitante) sensación de inferioridad: era como si la voz de una diosa bajara hacia mí…

“El próximo fin de semana ya se nos viene encima el evento del hotel, ¿lo recordás? – preguntó, cambiando el tema abruptamente -. Y si lo recordás, supongo que no olvidaste que tenemos un trato al respecto”

El evento… La verdad era que, con tanta conmoción, casi lo había olvidado, pero sí: ella tenía razón; yo me había comprometido de palabra a representar a la empresa en ese lujoso hotel de capital y, aun de no mediar compromiso alguno, difícil se me hacía ahora la sola idea de pensar en rehusarme a la vista del nuevo giro que habían tomado los acontecimientos a partir de mi embarazo. Y menos todavía con el taco de Evelyn clavado sobre mí: ella no necesitaba en absoluto recordarme mi “compromiso” para contar con mi presencia en ese evento; si me lo recordaba era sólo por el hecho de refregármelo en la cara y, así, practicar una vez más su pasatiempo favorito: humillarme.

“Sí, señorita Evelyn, lo recuerdo” – respondí sumisamente, con voz apagada y resignada.

“Vas a necesitar una falda más corta que ésa” – soltó, con tono de dictamen.

“¿M… más corta? No creo que tenga…”

“La vas a conseguir; y, en última instancia, siempre están las tijeras, je… ¿Te acordás lo fácil que lo resolvió Estela en su momento? Pobre, se la extraña, pero, bueno… hay secretaria nueva en la fábrica: más joven y más eficiente, jaja. En fin, a lo que voy es a que puedo pedirle a Rocío que te la corte”

Aun estando contra el piso y bajo su zapato, me sentí como si hubiera recibido un puñetazo en plena boca del estómago. Rocío: esa maldita putita; ¿por qué tenía que ser ella? La respuesta, de todos modos, era bastante obvia: entre todas las opciones posibles, Evelyn siempre iba a elegir para mí aquella con la cual yo me sintiera más a disgusto… y más degradada, por supuesto.

“La… falda no es mía” – esgrimí angustiada; aunque era cierto, se trataba de mi parte de un manotazo de ahogado en busca de alguna excusa salvadora para escapar a las tijeras.

“¿De quién es?” – preguntó Evelyn, con tono intrigado.

“De Tatiana”

“¿Tatiana?”

“La novia de Luis”

Evelyn resopló y soltó una risita.

“Ah, esa puta, je… Estás viviendo con ellos, ¿verdad?”

“Provisoriamente… sí”

“Imagino los festines que se debe estar dando ese depravado; le complace más ver a dos mujeres practicar lesbianismo que hacerle el amor a una mujer: un enfermito. De todos modos y volviendo al tema de la falda, poco me importa de quién sea; de hecho, creo que ahora la voy a hacer cortar aun con más ganas que antes, pero… más allá de eso: estaba pensando que tenemos que solucionar esa cuestión de alguna forma”

“¿S… solucionar q… qué cuestión, señorita Evelyn?” – pregunté, confundida.

“Eso de que estés viviendo con ellos – sentenció -. No me gusta”

Un frío gélido me recorrió la columna vertebral. Por primera vez caí en la cuenta de que esa perversa mujer no sólo pretendía gobernar sobre mí dentro de la fábrica sino incluso fuera de la misma: en ningún momento había contemplado yo esa posibilidad al aceptar ponerme a su disposición en canje por su silencio. Definitivamente, empezaba a pensar que el pacto tenía, para mí, implicancias mucho peores que las que había imaginado inicialmente.

“¿Y… qué debería hacer? – pregunté, aún más confundida que antes y con tono de aflicción -. No… tengo adónde ir, señorita Evelyn y, de hecho… todas mis cosas siguen en casa de Daniel”

“Eso ya lo veremos – respondió ella secamente y de manera desdeñosa -; por lo pronto, no quiero que estés ahí y te doy una semana para irte”

No sé si fue mi imaginación pero al mismo momento de darme tal orden, sentí su taco hundirse aun más en mi nuca; era como si marcara territorio sobre mí en cada palabra y en cada acto.

“S… sí, señorita Evelyn – musité, con resignación, al cabo de una prolongada pausa -. Es… tá bien, lo haré”

“Nunca te pregunté si lo harías – me refrendó, con aspereza -; sólo te ordené que lo hicieras. Ahora: volvamos a esa falda…”

“¿Por qué tiene que ser tan corta?” – pregunté, a bocajarro.

Mi pregunta sonó algo insolente para el contexto y me percaté de ello sólo después de haberla hecho. Evelyn debió haber notado lo mismo, pues entró en un marcado silencio que decía mucho más que cualquier palabra, al tiempo que hundía aún más su taco en mi nuca provocando que las comisuras de mi boca se contrajeran en un gesto de dolor. Me dio la impresión de que amagó a ponerse en pie usándome como apoyo, pero no lo hizo. Estaba suficientemente claro que yo, de acuerdo a su óptica, me había sobrepasado: ella no decía nada sino que, seguramente, esperaba alguna disculpa de mi parte o bien una reformulación de la pregunta. Opté por hacer ambas cosas:

“P… perdón, señorita Evelyn. Mi pregunta sólo era…”

“Por qué tiene que ser tan corta” – se adelantó la colorada.

“S… sí, seño… rita Evelyn, eso mismo”

“Porque vas a estar en un evento en el cual tenemos que publicitar la empresa y, en buena medida, mi prestigio depende de cómo salga eso y de la imagen que demos. Para que lo veas más claro, tontita, yo necesito que la empresa dé una imagen de seriedad, eficiencia y confiabilidad; en cuanto a vos… sólo necesito que te vean el culo”

La respuesta fue tan contundente que, prácticamente, no dejó margen a agregar nada. Evelyn no parecía dispuesta a dar muchos más fundamentos a su afirmación y, de todas formas, ya todo estaba bastante claro: la empresa podía verse confiable, eficiente, etc., pero si me veían a mí con el culo al aire, las posibilidades serían todavía mejores.

Otra vez el silencio reinó en la oficina. Holgaban, por cierto, las palabras después de semejante sentencia. Evelyn aflojó la presión de su pie y me lo retiró de encima; no me atreví a despegar el rostro del suelo pero sí lo levanté un poco librándome así de una cierta asfixia. La nuca, en tanto, me dolía horrores: era como si el taco siguiera clavado allí.

“Ya es hora de irse – dictaminó, poniéndose de pie y propinándome un ligero puntapié en la cadera -. Hace rato que sonó la chicharra; por ahora tenés permitido ir a casa de Luis pero la semana que viene, una vez pasado el evento, veremos tu destino”

Los días que siguieron fueron traumáticos para mí. A medida que repensaba y le daba vueltas a la situación, se me hacía tanto más difícil creer que todo eso estuviese ocurriendo. Le transmití a Luis y a Tatiana que me iría a más tardar la semana entrante; ninguno de ambos se mostró sorprendido y, después de todo, no tenían por qué: yo misma había ya antes anunciado que me marchaba de allí y si no había cumplido, era sólo para no dejar más espacio a la chica nueva. Sí debo confesar que había abrigado la esperanza de que me rogaran encarecidamente que no me fuera; nada más lejano: lo aceptaron cordialmente.

Para colmo de males, se aparecieron con la chica en casa a la noche siguiente; era casi como si me estuvieran reemplazando sin siquiera haberme marchado. No puedo describir la furia que sentí; por mucho que quisiera disimular mi enojo, no podía: caminaba nerviosamente, pateaba el suelo, crispaba los puños y me encerraba en el baño para llorar. ¿No podían, siquiera, haber esperado un poco más? ¿Acaso había alguien en el mundo que no se complaciera en hacerme sentir humillada? Nunca como entonces me lamenté por seguir allí y, de hecho, me maldije a mí misma por no haberme realmente ido cuando lo anuncié. De todas formas y más allá de mi sentir al respecto, debo decir que la intención de Luis, así manifestada, fue que yo me sumara a los juegos de ambas mujeres pero, claro, había algo en mí que se sublevaba y se resistía al hecho de tener que compartir a la rubia beldad con alguien más. Muy distinta hubiera sido la situación si, por ejemplo, yo hubiera caído de la nada y por primera vez en esa semana: de haber sido así, no me cabe duda de que me hubiera sumado con gusto y poco me hubiera importado el pasar a formar parte de un trío… o de un cuarteto. Pero la situación, al menos como yo la vivía, era enteramente otra: yo había ahora convivido con ellos durante varios días y, en mi ingenua estupidez, había creído que Tatiana era sólo mía o, como mucho, también de Luis; por ende, el tener de pronto que compartir tal suerte con otra muchacha sólo podía antojárseme como una resignación… o una derrota: ella, a mi modo de ver, era una “intrusa” en esa historia.

De todos modos, hay que decir que la forma en que Luis y Tatiana me humillaban al traerla distaba de parecerse en espíritu a la de Evelyn, por ejemplo: no me daba la impresión de que ellos fueran conscientes de estar dañando mis sentimientos aun cuando la realidad era que lo hacían. Ellos siempre habían tenido, al parecer, todo en claro: allí no había involucradas otras cosas más que lujuria y pasión. Si yo no estaba y en “mi lugar” había otra chica, a ellos les sería diferente: la idiota, en todo caso, había sido yo por pensarlo de otro modo y, de todas formas, quizás no debía juzgarme tan duramente a mí misma por eso, pues Tatiana era una mujer tan sensualmente irresistible que hacía imposible no sentir hacia ella sentimientos de posesión. Quizás, a la larga, a la recién llegada le terminaría ocurriendo lo mismo en algún momento; o no, pero lo cierto era que, en ese momento, era ella quien gozaba de Tatiana y no yo.

Quizás fui algo maleducada al rechazar el ofrecimiento de Luis y marcharme a la habitación, pero eso fue lo que me salió del alma y no pude evitarlo. De todos modos, fue peor el remedio que la enfermedad, ya que desde el cuarto tuve que escuchar los lésbicos gemidos de Tatiana apoderándose de la casa mientras era atendida por la chica nueva. Hundiéndome entre las sábanas, me apoltroné y me tapé los oídos para no oírlos; era inútil: los ecos del placer y la lujuria parecían rebotar en todas partes, entremezclarse y amplificarse hasta convertirse en una tortura para mis oídos… Hiciera lo que hiciera por evitarlos, me llegaban de todas formas y se clavaban en mis tímpanos como finas y dolorosas agujas. A la larga, terminó ocurriendo lo que era lógico: el deseo me venció y tuve que masturbarme en la cama…

Amén de mis vivencias de mis últimos días en casa de Luis, las cosas, como no podía ser de otra manera, se pusieron muy calientes en la fábrica. Evelyn había manifestado que quería ver mi falda más corta y, cuando al otro día de nuestro “trato”, me citó a su oficina, volvió a llamarme la atención sobre ese punto. Yo me disculpé como pude pero ella no pareció oírme; no lucía disgustada ni colérica pero sí decidida a resolver la cuestión lo antes posible. Se me paró el corazón cuando tomó el conmutador y se comunicó con Rocío. Pude oír que requería su presencia en oficina y, apenas hubo cortado la comunicación, me miró con gesto imperativo y me hizo seña de arrodillarme: estaba bien claro que quería impresionar a su blonda amiga haciendo alarde de su poder sobre mí. Apenas unos instantes después, Rocío estaba allí, sonriente, y si bien su rostro pareció evidenciar una súbita sorpresa al hallarme de rodillas sobre la alfombra, rápidamente su sonrisa se estiró aun más al comenzar a comprender cuál era la situación. Evelyn chasqueó los dedos para reclamar mi atención.

“Nadita – me espetó -. Saludá a Rocío”

Se trataba, desde ya, de una orden sin demasiado sentido. Rocío y yo compartíamos el mismo ámbito de trabajo y, por lo tanto, habíamos estado juntas hasta hacía escasos minutos; ya nos habíamos saludado a la entrada aun cuando, como cada mañana, lo hiciéramos muy parcamente.

“Hola, Rocío…” – musité.

“No, estúpida – me corrigió Evelyn -. Besale los pies”

La orden, desde luego, me sorprendió. Confundida, miré a Evelyn y en lo severo de su talante pude advertir que no se trataba de una broma, cosa que, en mi ya incurable ingenuidad, había llegado a suponer por un momento. No, no había broma alguna: en su rostro se advertía burla, pero no jocosidad. Miré luego a Rocío, cuya sonrisa se había ampliado el doble. Y entendí que lo que se esperaba de mí era bien claro y que, una vez más, no tenía opción. Caminé sobre mis rodillas hacia la rubia ya que di por sentado que no podía ponerme de pie; ella, siempre sonriente y con las manos a la cintura, me miró gatear durante todo el trayecto; al llegar, le besé primero una sandalia y luego la otra: la muy puta levantó el pie un poco para recibir cada beso; no se trataba de una cuestión de cortesía ni de facilitarme las cosas sino más bien todo lo contrario. No en vano era amiga de Evelyn y, como tal, se complacía en humillarme: en el acto de despegar un poco el pie del piso para acercarlo a mis labios dejaba implícito que mi obligación era besarlos.

“Qué obediente que estás, nadita. Me encanta” – se mofó la rubia al tiempo que se inclinaba ligeramente para acariciarme la cabeza como si yo fuera un perrito. Me tragué mi rabia y tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no escupirle el rostro.

“Es que con la criatura que tiene en la pancita, no le queda otra más que portarse bien – agregó Evelyn, con tono algo más serio pero no por eso menos burlón -. A propósito de eso, Rocío: no tengo palabras para agradecerte esa información”

Si quedaba alguna remota duda de que era esa zorra quien me había delatado, las palabras de Evelyn terminaban de despejarla. Rocío se sonrió ampliamente y sacudió la cabeza de un lado a otro:

“No, Eve, no fue nada. Simplemente pensé que esa data podía serte útil”

“NOS puede ser útil – apostilló Evelyn levantando un estirado dedo índice y remarcando bien el plural -; a propósito, Ro, te llamé para que encargues de esa falda que lleva puesta: la quiero más corta”

“Lo que digas, Eve – dijo Rocío, quien seguía inclinada hacia mí, aunque dejó de acariciarme la cabeza para tomarme por el mentón y obligarme a mirar su rostro, sonriente de una oreja a la otra; me guiñó un ojo y frunció la boca en simulación de un beso -. Va a ser un placer dejársela bien cortita”

“Y tenerla cortita” – agregó Evelyn en claro sarcasmo que provocó, esta vez sí, la risa de ambas.

“Vamos, linda – me dijo Rocío acariciándome la mejilla -. En mi escritorio tengo unas tijeras que van a servir”

Abrí los ojos enormes; el pavor se apoderó de mí. ¿En su escritorio? ¿Pretendía llevarme hasta allí para que todo el resto del personal viera cómo me cortaba la falda? Con espanto ante la idea, miré desesperadamente a Evelyn, una vez más con la ilusa esperanza de que desautorizara a su amiga o bien la hiciera cambiar de plan… y una vez más, me equivoqué.

“”Vamos, nadita – me dijo, por el contrario, y también guiñándome un ojo -. Ponete de pie y acompañá a Ro, que se va a encargar de ponerte linda para el evento”

Sin más lugar ya para mi incredulidad, me incorporé y, luego de pedir permiso a Evelyn para acompañar a Rocío, eché a andar tras los pasos de la rubia a través del corredor y en dirección hacia la zona de escritorios. Yo trataba de caminar lo más sigilosamente que fuera posible; llevaba mi cabeza gacha y trataba de no apoyar los tacos sobre el piso sino sólo la punta de mis sandalias de tal modo de no llamar la atención con el ruido. Rocío, no obstante, se encargó de destrozar mi plan de perfil bajo pues, deliberadamente, caminó clavando sus tacos casi como estacas contra el piso, mucho más de lo que lo hacía habitualmente, dejando bien en claro que su intención era llamar la atención de las empleadas. Por cierto, lo logró, ya que, al detenernos junto a su escritorio, espié disimuladamente por debajo de mis cejas y me quise morir al comprobar que no había una sola que no nos estuviese mirando. La dupla, por cierto, debía sorprender a más de una por lo poco habitual ya que era bien conocido que Rocío era una de las compañeras de trabajo con quien yo menos onda tenía. Mi vergüenza pareció no conocer límite en el momento en que la odiosa rubiecita extrajo unas tijeras del cajón de su escritorio y, en tono lo suficientemente alto como para que todas oyeran, me exigió que me girara.

Yo obedecí y, al hacerlo, quedé, obviamente, de cara al resto. ¡Dios! ¿No tenían acaso nada que hacer o que controlar en sus monitores? Parecía que no, pues no había una sola que no tuviese sus ojos sobre mí. La vergüenza me hizo bajar la cabeza nuevamente en el exacto momento en que sentí la mano de Rocío apoyarse sobre el borde de mi falda y, casi de inmediato, el chasquido de las tijeras. Girando en torno a mí y poniéndole al acto un celo profesional propio de una modista, fue recortándole a la falda de Tatiana una sección de unos diez centímetros. Si a ello se le sumaba que la falda, ya de por sí era corta, y aun cuando yo no podía ver a mis espaldas, no hacía falta calcular mucho para darse cuenta que tanto mis bragas como mis nalgas debían estar asomando por debajo del borde inferior. Rocío levantó la mano de la cual pendía el trozo de tela, al cual exhibió casi como un trofeo de guerra haciéndolo danzar por delante de mis ojos antes de dejarlo caer en el cesto de papeles que tenía junto a su escritorio. Roja por la humillación, no pude resistir la tentación de echar un vistazo a las demás para comprobar que, tal como cabía esperar, sus rostros iban desde la más incrédula sorpresa hasta la más cruel risita por lo bajo y no tan por lo bajo; algunas, divertidas, se cubrían la boca y se miraban entre sí.

“A ver: hagamos un girito” – me dijo Rocío mientras, tomándome una mano y alzándomela como si fuéramos compañeras de baile, me hacía girar sobre mí misma, exponiendo así su obra ante los ojos de las demás aun cuando fingiera ser ella la interesada en ver cómo había quedado. El coro de murmullos y risitas acompañó, por supuesto, mi movimiento rotatorio. Rocío me soltó la mano y se alejó un par de pasos para contemplarme mejor; su rostro iluminado evidenciaba que estaba más que conforme con su obra.

“¡Perfecta! – exclamó, saltando en el lugar y llevándose ambas manos al pecho; parecía una chiquilla y, en buena medida, lo era -. ¡Vamos a mostrarle a Eve cómo quedaste!”

Tomándome por la mano nuevamente echó a andar hacia el corredor prácticamente a la carrera sobre sus tacos, lo cual me obligó a imitarla y seguirle el paso; no puedo describir lo vergonzante que la situación era para mí. Cuando ya estábamos muy cerca de la puerta de la oficina de Evelyn, la rubia se detuvo:

“Uy, me había olvidado – dijo, poniéndose súbitamente seria y acariciándose el mentón -; tenía que llevarle un pedido a Luciano en la planta…”

Soltándome, se giró para regresar hacia su escritorio en busca de lo que había mencionado. El pulso se me aceleró: ¿estaría esa putita maliciosa pensando en llevarme con ella a la planta? ¿Con qué necesidad? La premura de la situación y la descabellada pero nada desdeñable posibilidad me pusieron en alerta; miré hacia la puerta de la oficina de Evelyn y, antes de que Rocío se hubiera alejado lo suficiente, le pregunté a viva voz:

“¿Espero adentro, señorita Rocío?”

Me salió así: señorita Rocío. Ni Evelyn ni ella me habían impuesto tratamiento alguno al respecto pero la situación parecía exigirlo: no podía, después de todo, tutear a una persona a quien saludaba besando sus pies.

“¡No, no! – dijo ella agitando una mano en gesto desdeñoso y girándose por un instante hacia mí sin detener su marcha -. Esperá que entramos juntas: quiero estar ahí cuando Eve te vea, jeje…”

La espera fue de unos pocos segundos pero se me hizo eterna. Al regresar Rocío, siempre acelerada, agitó en el aire la hoja con el pedido que, según había dicho, debía entregar a Luciano.

“Vamos…” – me instó y, pasando junto a la oficina de Evelyn, echó a andar en dirección a la planta con su rubia cabellera bailándole sobre los hombros.

“S… señorita Rocío…” – intervine yo, que seguía prácticamente clavada al piso junto a la puerta de la oficina de Evelyn.

Se detuvo y se giró hacia mí con gesto extrañado.

“¿Nadita…?”

Tragué saliva; me mantuve en silencio durante algunos instantes, lo cual le hizo fruncir el ceño.

“¿Ocurre algo, nadita?” – insistió, frunciendo el entrecejo y cruzándose de brazos con la hoja en mano; ya no sonreía.

“Es que… no puedo volver a entrar a la planta. Allí intentaron violarme en una oportunidad y fui violada en otra. Comprenderá, s… señorita Rocío que… no es fácil para mí ir allí y, de hecho, no lo he vuelto a hacer después de la despedida. Ese lugar está lleno de recuerdos que… son muy traumáticos para mí”

Ladeó la cabeza sobre un hombro, en una actitud entre maternal y conmiserativa. Frunció los labios imitando un gesto infantil:

“Ay, nadita… – dijo mientras volvía caminando hacia mí -. Tenés que superar esas cosas y la manera es afrontándolas. No hay nada que temer: ¡vas a estar conmigo! Vamos…”

Me tomó otra vez la mano y, ya sin darme más chance, me llevó con ella a lo largo del corredor que desembocaba en la planta. No puedo describir lo que significó para mí volver a entrar allí; la cabeza se me llenó de imágenes. Como no podía ser de otro modo, absolutamente todos quienes allí estaban trabajando abandonaron momentáneamente lo que fuera que estaban haciendo y volvieron sus miradas hacia mí. No podía esperarse otra cosa considerando la falda escandalosa que yo llevaba pero, además, noté en algunos ojos recelosos y resentidos: había algún odio oculto que pugnaba por salir. No era difícil relacionar ello con el operario que había sido obligado a renunciar luego de haberme intentado violar. Aun cuando yo no había vuelto a la planta, sabía bien, por las habladurías que corrían de boca en boca, cuál era la postura generalizada entre los obreros al respecto de ese episodio: me culpaban a mí por lo ocurrido. En sus mentes, era yo la que, con mis atrevidas ropas y provocativas poses había incitado a que pasara lo que pasó. No era sorprendente, desde ya, que lo viesen de ese modo: tal es ni más ni menos que la postura que gran parte de la sociedad suele tener cuando es violada una chica que viste o se comporta de un modo no muy santo. Para ellos, yo era exactamente eso. Y, además, claro, el obrero involucrado en el incidente era su ex compañero y, como tal, era previsible que se solidarizasen con él y no conmigo: yo era la culpable; él la víctima.

Siempre llevándome por la mano, Rocío llegó hasta Luciano, el cual, por supuesto, no paraba de mirarme con ojos que pugnaban por salírsele de las órbitas; más allá de que ello tuviera que ver con mi indecente y brevísima falda, lo cierto era que él siempre se incomodaba ante mi presencia pues estaba obvio que le removía alguna cosilla del pasado y, para ser sincera, a mí también. Le dirigí, de hecho, una mirada de hielo en la cual era imposible que él no advirtiese un deje de recriminación por viejas acciones.

“Éste es el pedido que tiene que quedar embalado esta noche para ser entregado mañana – le explicó Rocío mientras le agitaba la hoja delante de los ojos para llamar su atención -. Controlá bien las medidas para que no ocurra lo de la vez pasada. No queremos tener más devoluciones de cortinas”

Sorprendía ver y oír a Rocío en uso de tanta confianza y seguridad: casi estaba regañándolo. ¿Desde cuándo le hablaba al hijo de Di Leo de esa manera? Cabía suponer, sin embargo, que siendo éste desde hacía algún tiempo un mero juguete pasivo en manos de Evelyn, se habría también resignado a que la más entrañable y querida amiga de su “dueña” se dirigiese a él con una altanería que no cuadraba con las aparentes jerarquías en la fábrica. Era increíble cómo la pelirroja, perversamente inteligente, lo había impregnado todo con su presencia; daba ahora la impresión de que la fábrica completa respondiese a sus órdenes e incluso hasta el papel de Hugo había quedado difuso: las órdenes más importantes salían de la oficina de ella y no de la de él. Sólo Luis escapaba algo a su influencia ya que controlaba, en los papeles, una empresa distinta, pero en todo el resto del establecimiento era Evelyn quien mandaba. Y si Evelyn mandaba, no hacía falta decir que Rocío, siendo con ella como carne y uña, pasaba también a ocupar un rol de privilegio; de hecho, en los últimos días hasta se la había notado lucir cierto aire de superioridad entre sus propias compañeras: a algunas daba impresión de molestarles en tanto que a otras les parecía resbalar, pero lo cierto era que la detestable rubiecita, paradójicamente la más joven de entre todas, se había encargado de que el resto notara que, siendo ella amiga de Evelyn, gozaba de ciertas atribuciones y excepciones que las demás no. Bastaba con oír la forma altanera en que taconeaba entre los escritorios para darse cuenta de ello así como la cantidad de veces que, por día, pasaba en dirección a la oficina de Evelyn. A veces, incluso, se quedaban largo rato conversando allí dentro y hasta se oían, cada tanto, risotadas y carcajadas.

Luciano tomó la hoja y la miró de arriba abajo, aunque alternaba con miradas de reojo hacia mi corta falda. Asintió varias veces, fingiendo estar en tema, y ni siquiera se mostró molesto por el aire petulante con que Rocío se había dirigido a él: su cabeza y sus ojos estaban en otra cosa; me miraba sólo a mí y, desde luego, ese detalle no escapó a ella al estar, como se la veía en el último tiempo, más avispada que nunca.

“¿Te gusta cómo le quedó la falda?” – preguntó sonriente y, otra vez, con ese deje de chiquilla malcriada que permanentemente le salía por los poros haciendo recordar que, en definitiva, lo era. En todo caso, se la veía más liberada.

Luciano se mostró algo estúpido, lo cual no le costaba mucho. Fingió bajar la vista hacia la hoja y sorprenderse con la pregunta de Rocío. Me miró, achinando los ojos.

“Sí, sí… Le queda muy… bien – dijo, entrecortadamente y con el tono de alguien que ha sido pillado en falta -. Va… a ir al evento, ¿no?”

“Por supuesto – enfatizó la rubia -. Evelyn la ve como una buena estrategia de marketing. ¿Vos qué pensás?”

Otra vez esa expresión estúpida en su rostro. Ladeó la cabeza de un lado a otro como si evaluara:

“Eh… sí, sí… Estoy de acuerdo – dijo, sin dar impresión de estar pensando por cuenta propia -. Si lo dice Evelyn, está bien: ella sabrá.

Arrastrado de mierda. Pobre y patética era la imagen que daba, convertido prácticamente en un títere sin control de sí mismo. Ni siquiera se atrevía a mirar a la cara a Rocío, quien sí lo miraba luciendo una sonrisa tan amplia que hasta se le cerraban los ojos de tanto que estiraba las mejillas. Pero si lo que yo estaba viendo y oyendo era ya suficiente para vencer los límites de mi incredulidad, lo que siguió fue directamente como para pellizcarme a los efectos de comprobar si en verdad estaba despierta. Rocío, de pie junto a él, llevó una mano hasta apoyársela sobre las nalgas; él dio un respingo, pero siguió sin mirarla: más bien bajó la vista al piso.

“Si armás bien ese pedido – le dijo ella acercándole la boca al oído, aunque yo la escuchaba perfectamente -, Evelyn tendrá seguramente en su oficina algún regalito para ese culo tuyo”

Él no dijo palabra alguna; se mostró avergonzado y nervioso. En cuanto a ella, lo suyo no se limitó a un mero roce contra la cola del hijo de Di Leo sino que mantuvo su mano allí durante algún rato. Eché un vistazo en derredor y pude comprobar que los obreros habían desviado de mí sus miradas para posarlas, como no podía ser de otro modo, sobre Rocío y Luciano; sus ojos, desde luego, lucían atónitos sólo con lo que veían ya que no creo que sus oídos pudieran captar las palabras de la rubia por estar más lejos que yo.

“¿Es cierto que Evelyn te está haciendo putito con tanto juguetito? – indagó Rocío, incisiva y lacerante, mientras yo seguía sin salir de mi perplejidad -. ¿Viste qué buenas pijas tienen algunos de los operarios? ¿Hay alguno que te guste? Si es así, no dudes en decirle a Evelyn. Eso sí: no quiero perderme ese espectáculo, así que espero que tu DUEÑA te invite”

Remarcó bien la palabra “dueña” y, en un gesto que él no vio por no poder mirarla al rostro, ella le guiñó un ojo y lo besó delicadamente en la mejilla, a la vez que le propinaba una palmadita sobre las nalgas. Acto seguido se giró hacia mí:

“Vamos, nadita – me dijo, doblando un dedo índice en señal de que la siguiera mientras echaba a andar en dirección hacia el corredor -. Dejemos a Luciano hacer su trabajo. Evelyn nos está esperando”

Ya de regreso a la oficina, Rocío abrió la puerta intempestivamente y sin llamar: otro gesto que evidenciaba sus privilegios dentro de la fábrica. Dando un saltito casi adolescente sobre sus tacos, me tomó por la mano y me llevó ante al escritorio de Evelyn en clara actitud de exhibirme.

“Ta taaaan” – musicalizó el gesto con aire triunfal.

La colorada abrió los ojos enormes y aplaudió.

“¡Rocío, sos una artista! – exclamó a viva voz -. ¡Sabés entender muy bien qué es lo que quiero! ¡Así es como me gusta! ¿A ver ese culito?”

Una artista… Al bajar la vista hacia mi falda, sólo se veían unas cuantas hilachas cayendo desprolijamente; si tanto le complacía la “obra” de su amiga no era por cierto por la prolijidad que había puesto en ella sino más bien por lo degradante que era para mí. Rocío, siempre teniéndome por la mano, me hizo girar hasta dar a Evelyn mi espalda o, mejor dicho, mi trasero.

“Mmmm… ¡Una belleza, Ro! ¡Te felicito! Definitivamente se va a hablar de ese encuentro por mucho tiempo, jaja… Y, en particular, de esta empresa”

“¿Cuántos clientes nuevos creés que nos puede sumar esto? – preguntó, socarronamente, Rocío mientras me palmeaba suavemente en la parte inferior de mis nalgas, justo por debajo del borde de la tronchada falda.

“Muchos… no te quepa duda. Hmm, Ro, una cosa…”

“¿Sí, Eve?”

“Nadita ya se comprometió a hacer lo que yo le diga a cambio de mi silencio – explicó Evelyn, a mis espaldas -. Ya sabés a lo que me refiero: Di Leo no tiene que saber que está preñada, así que te rogaría que…”

“Perdé cuidado, tonta – la interrumpió Rocío -; de esta boca no va a salir una palabra. Será un secreto compartido entre las tres… y vamos a sacarle todo el jugo posible al hecho de que sea así”

Al decir las últimas palabras, Rocío acercó su rostro al mío y pude sentir su aliento sobre mi oreja. No supe interpretar cuán lejos llegaba el sarcasmo en sus dichos pues no terminaba de creerme que, realmente, no fuera a contar nada a nadie o que no lo hubiera hecho ya. Al hecho de ser mujer había que agregarle el de ser poco más que una adolescente y con comportamientos propios de alguien de esa edad; y si a ello se le sumaba su malicia, difícil era creer que fuera realmente a celar un secreto tan jugoso como el que atesoraba. Evelyn, no obstante, pareció quedar conforme con sus palabras, pues no agregó nada y, de hecho, se produjo un momento de silencio del cual interpreté que la colorada me seguía escrutando por detrás y calculando, en su mente, los inmensos beneficios que esa cola mía podría deparar para la empresa en el evento ya próximo.

“Eve…” – comenzó a decir Rocío.

“¿Ro?”

“Creo que… si nadita tiene un acuerdo con nosotras, sería importante que, de alguna forma, lo tuviera siempre presente”

“Hmm, no te entiendo, Ro”

“Claro: lo que quiero decir es que necesitamos algo para que recuerde a cada segundo lo que ha pactado”

“¿Por ejemplo?”

Rocío se separó de mi lado. Oí sus tacos por detrás de mí e, instintivamente, giré un poco la cabeza por sobre mi hombro para ver hacia dónde se dirigía. Para mi estupor, la vi abrir uno de los cajones del escritorio de Evelyn y sacar de adentro… el consolador. Ahogué un gritito de espanto y trastabillé; hasta me giré un poco. Rocío lucía el objeto en alto como si se tratara de un emblema. A Evelyn los ojos se le salían de las órbitas:

“¡Ro! ¿Vos decís?” – preguntó, maliciosamente sabedora de la respuesta.

“¡Obvio, tarada! – le espetó la rubiecita siempre su con aire de diversión adolescente -. ¿Qué mejor modo de que tenga presente su compromiso que poniéndole, hmm… un recordatorio en el culito”

En un acto cargado de histrionismo, Evelyn se agitó en su silla y se llevó una mano a la boca como si pretendiera ahogar una risa. Sobreactuando o no, lo cierto era que celebraba con ganas la perversa ocurrencia de su amiga.

“¿De dónde sacás esas ideas, nena? – preguntó, una vez que recuperó el habla -¿Qué tenés en esa cabecita enferma? Jaja… ¡Me parece que me estás no sólo copiando sino también mejorando! Un consolador en el culo como recordatorio: ¡es genial! ¡La alumna supera a la maestra!”

“Aprendí con usted – dijo Rocío, envarándose y adoptando una falsa postura de seriedad y formalidad -. Así que no se me haga la inocente…”

“Jaja, sos una hija de re mil putas, Ro… Hmm, veré cómo lo conformo a Luciano cuando venga después a buscar su dosis, je. Tendré que conseguirle uno nuevo, pero bueno, por hoy que se la aguante”

“A mí me parece que Luciano ya está para otra cosa” – sugirió Rocío manteniéndose seria aunque, al parecer, ya no de modo tan fingido.

Evelyn la miró con el ceño fruncido.

“¿Perdón…?”

“Luciano ya pasó, digamos, hmm… cómo decirlo… ¡La primera etapa, eso es! Ya le diste demasiado consolador por la cola; es hora de que pruebe otra cosa”

“Ro, estás tan perversa últimamente que no sólo me cuesta reconocerte sino también seguirte. ¿Qué te pasó después de esa fiesta de despedida? Jaja, ¡sos otra! Hmm, a ver, decime: ¿qué me querés decir con eso de que tiene que probar otra cosa? ¿Ejemplo?”

“Una pija de verdad” – soltó Rocío con la mayor naturalidad del mundo; se comportaba como si estuviera diciendo una obviedad absoluta.

Evelyn se echó atrás en su silla, mirando a su amiga aún con más confusión que antes.

“En la planta hay unas cuantas – agregó Rocío, volviendo a dibujársele en el rostro la sonrisita mordaz que la venía caracterizando -. Que se lo coja algún obrero…”

Evelyn no salía de su asombro. Y yo tampoco. Era increíble la transformación que había experimentado Rocío: difícil era creer que ese “costado oculto” que ahora mostraba fuera algo nuevo, pero la realidad era que, si lo tenía realmente escondido, ahora lo había claramente liberado, seguramente envalentonada y estimulada por las perversiones de su amiga Evelyn. En lo particular, yo no coincidía con esa visión de que la odiosa rubiecita hubiera pasado a ser otra después de la fiesta de despedida; su espíritu pervertido se había ido liberando a partir del momento en que Evelyn pasara a ocupar la secretaría… y desde entonces sólo había ido en aumento.

Mi mirada, girada siempre mi cabeza por encima del hombro, iba alternadamente de una a otra mientras ellas parecían comportarse como si yo no estuviese allí o, más bien, como si mi presencia poco les importase: lo que yo oyera o no oyera, viera o no viera, era realmente de poca importancia puesto que ocupaba en aquella oficina el mismo lugar que cualquier mueble.

Evelyn apoyó el mentón en sus manos entrelazadas y sus ojos se movieron danzarines mientras su mente, de seguro, recreaba los planes sugeridos por su amiga. Cualquiera que la viese en ese momento, sólo podía dictaminar que estaba absolutamente loca, fuera de sus cabales…

“Tengo que decir que una vez más me dejás sorprendida, Ro – dijo, finalmente, asintiendo en gesto aprobatorio -. Muy interesante… Ahora: primero lo primero”

Me dirigió una mirada voraz, propia de un ave rapaz y yo, nerviosa, desvié mis ojos en señal de culpabilidad por haber estado espiándolas.

“Dame eso, Rocío” – dijo, con total frialdad, Evelyn; y no hizo falta adivinar mucho para darse cuenta que estaba reclamando para sí el consolador que su amiga sostenía aún en mano.

“¿Puedo ponérselo yo?” – preguntó alegremente ésta, lo cual me llevó a girar nuevamente la cabeza en gesto mecánico: uniendo sus puños cerrados sobre su pecho, el rostro de Rocío, perversamente iluminado, exhibía una expresión deliberadamente aniñada.

“Adelante – concedió Evelyn con un encogimiento de hombros -. ¿Por qué no?”

Rocío dio un saltito de alegría en su lugar y se inclinó para estamparle en la mejilla un ruidoso beso a su amiga en señal de agradecimiento por la concesión que le hacía. Luego, a saltitos, vino hacia mí y, tomándome por los hombros, me obligó a girarme para, luego, guiarme hacia el escritorio de Evelyn.

“Inclinate, linda” – me susurró al oído al tiempo que me apoyaba una mano entre mis omóplatos para impelerme a obedecer la orden.

Una vez que quedé con mis tetas contra el vidrio del escritorio, apoyé también mi mentón sobre el mismo y, al mirar hacia adelante, me encontré con la vil sonrisa de Evelyn.

“Pensá en cosas lindas” – me dijo, frunciendo los labios.

“Eso –se sumó Rocío, a mis espaldas -. Pensá en la pija de alguien que te guste: no te va a costar mucho, jiji”

Evelyn hurgó dentro del mismo cajón del cual su amiga había extraído el consolador y, luego de rebuscar durante unos segundos, dio con lo que al parecer buscaba: un pote sin etiqueta que le tendió a Rocío, el cual, inferí, contendría vaselina o algún lubricante. Rocío, entretanto, me dejó de un solo manotazo la tanga por las rodillas y luego, sin más trámite, se dedicó a empastarme bien el agujerito que estaba a punto de ser visitado una vez más: fue inevitable que me volvieran las imágenes de la fiesta de despedida y, sobre todo, del momento en que me habían dejado atada, desvalida y con un consolador en el culo mientras ellas se iban de juerga. Mi lucha interna, la batalla entre las Soledades, recrudeció una vez más: porque recordar ese momento me provocaba temblor en las rodillas y me llenaba de espanto, pero, a la vez, estando así, inclinada sobre el escritorio de Evelyn y a punto de ser penetrada analmente con ese demencial objeto por Rocío, sentía que, en algún secreto lugar de mi interior, había extrañado esa sensación e, inconscientemente, tenía ganas de revivirla. Fue por ello que, en el momento en el cual Rocío comenzó a juguetear sobre mi entrada anal con la punta del consolador para luego penetrarme sin piedad, solté un gemido ambivalente que era perfecta muestra de la batalla que en mí libraban el dolor y el placer, la resistencia y la sumisión, la ya mancillada dignidad y el irrefrenable deseo de sentirme humillada. De hecho, la excitación se apoderó de mi cuerpo y pude sentir que me mojaba; en un gesto casi reflejo, doblé y levanté una pierna hacia atrás mientras el objeto, empujado por la rubiecita más detestable del planeta, se abría paso dentro de mí…

CONTINUARÁ

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Relato erótico: “La cazadora VII” (POR XELLA)

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POLICIA portada3LA CAZADORA VII

Sin títuloSu vida había cambiado. Todo giraba ahora en torno al esas cuatro paredes, casi no salía pero, en verdad, tampoco deseaba salir.

No sabia realmente como había sucedido todo, pero si sabia que había sido gracias a ella. Ahora era libre. No tenía preocupaciones y lo único que tenia que hacer era algo que deseaba enormemente, así que no suponía ningún tipo de esfuerzo.

Desde que abandonó su antigua vida, Alicia era feliz. Su nueva jefa era un encanto y se preocupaba por su bienestar. Le había dado un trabajo y un lugar donde dormir, puesto que ya no volvería jamás a su antiguo hogar.

Compartía residencia con algunas compañeras y con Lissy, su antigua señora “¿asistenta?” que también trabajaba allí, aunque ella lo hacia de camarera. También había una mujer, Eva, que creía conocer de algo, aunque no sabia muy bien de que.

Ups, un cliente. Actúa correctamente, eso es… Abre la boca, inclina la cabeza… Muy bien, recibelo todo, que no se derrame nada… Estupendo. Ahora limpiala, hay que dejarla reluciente…

Al principio le resultaba muy difícil. Demasiada cantidad y demasiado rápido, a parte de su amargo sabor, pero ya había cogido práctica y era capaz de no derramar nada.

Los primeros días los clientes se quejaban de que al usarla, como se le derramaba, acababan salpicados. Tuvo que venir la jefa incluso a reprenderla, pero se esforzó. Vaya que si se esforzó. Pedía ayuda a sus compañeras fuera del horario de trabajo y ellas accedieron encantadas, eran unas grandes amigas…

Todas las noches actuaba como su baño portátil y, aunque era algo distinto hacérselo a una mujer que hacérselo a un hombre, cogio soltura rápidamente. Compartían vivienda con dos chicas más, Rachel y Christie, al parecer eran hermanas y hacían un espectáculo en el escenario. El resto de empleados dormían en sus respectivas casas.

Alicia disfrutaba de los momentos de intimidad con sus compañeras. Nunca lo había hecho antes, pero comenzaron a practicar sexo lesbico entre ellas. Normalmente las hermanas se entretenían solas, y ella lo hacia con Eva y Lissy, la negra solía llevar la voz cantante y ordenaba. Pero había veces que las hermanas se les unían y organizaban auténticas orgias, en las que Eva, ella y una de las dos hermanas (solían turnarse) eran sometidas por las otras dos participantes.

Todos los días transcurrían igual. Desde que comenzaba su jornada de trabajo hasta que acababa estaba arrodillada en los servicios, completamente desnuda, esperando que entrase algún cliente. Entonces ella se situaba con la boca abierta, dispuesta a recibir el orín de los hombres. La mayoría introducían su rabo hasta dentro y después comenzaban a orinar, lo que la facilitaba la tarea de tener que tragar. Otros sólo introducían el glande, o meaban desde la distancia, apuntando. Así era más difícil. Había algunos también que directamente meaban sobre ella, sin siquiera molestarse en apuntar, lo que hacía que todos los días acabase empapada y maloliente. Esa era una de las razones por las que no la usaban para nada más. Es cierto que había algunos hombres que la obligaban a chuparsela hasta correrse en su boca, lo que aceptaba con la misma profesionalidad que los meados, pero su olor y su higiene hacían que prefiriesen usar a las demás empleadas para esos menesteres.

Y en eso Eva era la estrella.

Eva y Lissy eran las camareras del lugar, mientras la negra se ocupaba de la barra, Eva atendía las mesas. Ambas trabajaban desnudas normalmente o, por lo menos, con muy poca ropa, lo que propiciaba que los clientes se fijaran en sus preciosos y esculturales cuerpos. Podían usar a ambas cuando quisieran y ellas tenían que obedecer todas las órdenes pero, al estar Eva más próxima a los clientes, era más frecuentada.

Habitualmente podía vérsela arrodillada bajo una mesa, chupando la polla de algún hombre, o inclinada sobre una mesa, con sus bamboleantes temas oscilando debido a las embestidas que estaba recibiendo. Y eso le encantaba. Era su propina. La encantaba que se la follasen como a una puta (“¿Cómo a una puta? ERA una puta. Todas lo eran. “) delante de todo el mundo. Se sentía vejada y humillada y eso la volvía loca.

A los clientes les encantaba jugar con sus tetas. La jefa, en una hábil decisión viendo su popularidad, había hecho que se las anillada, provocando que fuesen más reclamadas todavía por los clientes.

Les encantaba tirar de los anillos haciendo sufrir a la camarera, aunque a ella le encantaba… Tanto que algunos días se ponía una pequeña cadena que unía un pezon con el otro, para facilitarles la tarea.

A Lissy por el contrario se la follaban menos, pero eso no significaba que no tuviese menos peticiones. Normalmente, la pedían que se subiera a la barra y allí se pusiese a bailar o a masturbarse delante de todo el mundo. Entonces cogia un botellín y comenzaba a introducirselo por alguno de sus agujeros. Los tenia realmente bien entrenados. Algunas veces incluso le pedían beber desde la botella introducida en su coño o en su culo.

Algunos días Diana venía a saludarlas. Entraba en el local, subía al despacho de la jefa y pasaban varias horas allí. Después, siempre se acercaba al baño de caballeros a ver que tal estaba. Parecía satisfecha de ella y eso era bueno, Alicia tenía mucho que agradecer a aquella mujer, había hecho que su vida fuese completa, le había dado un sentido.

Ahora era feliz.

—————-

Diana entró por la puerta del local. Hacía tiempo que no iba, puesto que después de completar su venganza se había tomado un tiempo para reflexionar.

Había pasado el tiempo en su lujoso apartamento, disfrutando de las atenciones y los juegos con Missy y Bobby. Día a día les obligaba a ir un poco más lejos en su comportamiento y ya eran casi totalmente unos perros. Andaban a cuatro patas, comían de un cuenco y se comunicaban a base de ladridos y gruñidos. Excepto cuando tenían que salir a hacer una tarea para su ama, entonces se comportaban de la manera más normal que ésta les permitía.

Mientras estaban en casa, no era extraño verles follar a cuatro patas, como los animales que eran puesto que Diana había modificado su comportamiento para que estuvieran continuamente calientes.

Pero había llegado el momento de hablar con Tamiko.

Nada más entrar vio como sus presas se habían adaptado perfectamente a su nueva vida. Lissy estaba desnuda sirviendo unas cervezas en la barra mientras que Eva estaba siendo sodomizada en el borde del escenario. Se acercó para ver en detalle el hipnotizante vaivén de sus tetas. No se molestó en buscar a Alicia con la mirada pues sabia cual era su puesto de trabajo. Luego tendría tiempo de disfrutar con su destino.

Llamó a la puerta de Tamiko y entró sin esperar respuesta. No estaba sola.

A su lado había un hombre perfectamente trajeado, de mediana edad. Las canas empezaban a aparecer en su negro cabello.

– Buenas tardes. – Saludó al ver entrar a Diana.

– Buenas tardes. – Contestó ésta. Se quedó mirando al hombre, había algo extraño en él, pero no sabía decir qué.

Miró a Tamiko, que la saludó con un movimiento de cabeza, y entonces se dio cuenta: ¡No podía leerle la mente!

Se acercó con precaución y el hombre le tendió la mano.

– Diana, te presento a Marcelo Delgado.

La cazadora le estrechó la mano.

– Tienes mucho que agradecerle, puesto que gracias a su corporación posees la casa que tienes, el coche que tienes y… tu cuerpo, por supuesto.

– ¿Xella Corp? – Preguntó con curiosidad.

– Veo que Tamiko ya te ha contado algo. Efectivamente, pertenezco a la cúpula directiva de Xella Corp. Justamente le estaba comentando que estaba muy interesado en conocerte y, casualmente, has aparecido por aquí.

– Pues aquí me tiene. – Replicó a la defensiva.

– Parece que no te sientes cómoda. ¿Te pone nerviosa no poder leerme la mente?

Diana guardó silencio.

– Comprenderás – Continuó el hombre. – que debido a mi posición tengo que mantener alguna seguridad con respecto a mi libre albedrío. Pero que te sientas incomoda está bien, eso significa que te has adaptado perfectamente a tus nuevas habilidades…

– Estaba contándole a Marcelo lo duro que has trabajado para prepararte. – Añadió la asiática. – Y que tu rendimiento hasta ahora ha sido fabuloso. Ya nos has proporcionado tres presas por tu cuenta, y las tres han venido perfectamente condicionadas.

Diana pensó en como las dos camareras actuaban de una forma tan natural ante su nueva situación y sonrió, henchida de orgullo.

– Te hemos estado observando. – Dijo Marcelo.

La cazadora le miró con aprensión.

– ¿Observando?

– Si. Ten en cuenta que hemos hecho una fuente inversión en ti, teníamos que asegurarnos de que no estábamos tirando el dinero. Pero no te preocupes, todo lo que hemos visto nos ha complacido enormemente, a la vista está que los resultados han sido estupendos.

El hombre hizo una pausa mientras observaba a Diana.

– Lo único que nos ha resultado extraño es – Continuó. – que aún pudiendo romper la mente de alguien en segundos, te has entretenido en ir mellando su pensamiento poco a poco, alargando el proceso. ¿Has tenido complicaciones?

– No se equivoque, – Respondió Diana. – podría hacer que su mujer estuviese ladrando a mis pies en segundos. – El hombre apartó la mano izquierda de la mesa, en la que llevaba una alianza de oro. – Pero no lo encuentro gratificante, y menos en las mujeres que he traído hasta ahora. Disfruto viendo como poco a poco degeneran, viendo como muta su forma de pensar hasta algo que hace unos días habrían aborrecido, haciendo que lo deseen y que, en el fondo, se sientan sucias por ello.

Tamiko y Marcelo se quedaron mirándola, en silencio.

– ¿Lo ves? Te dije que esta era la persona que necesitábamos. – Rompió el silencio la asiática.

– Me gusta tu forma de pensar, Diana. Nuestra corporación no es una fábrica vacía y sin sentimiento, es un lugar en el que los integrantes disfrutamos con lo que hacemos y deseamos seguir haciéndolo. Sigue así y llegaras lejos.

Diana estaba complacida por las palabras del hombre.

– Y ahora, hablemos de trabajo.

Mientras decía eso, sacó un enorme sobre del maletín que portaba, entregándoselo a la mujer.

– ¿Qué es esto? – Preguntó sacando el contenido del sobre. Dentro había gran cantidad de fotos de una mujer madura y algunos folios con datos sobre ella.

– Es un objetivo nuevo. Eres libre de trabajar a tu ritmo y de apresar a quien quieras pero, de vez en cuando, tendrás que hacer algún trabajo para nosotros. Dentro del sobre vienen los detalles de la víctima, algunos hábitos, lugares que frecuenta… Lo necesario para acercarte a ella. El resto queda en tus manos.

Diciendo esto se levantó de la silla.

– Ha sido un placer conocerte, creo que ha sido una gran fortuna haberte elegido a ti. – Tendió su mano a modo de despedida y, sin más, salio de la sala.

– ¿Qué te ha parecido? – Preguntó Tamiko.

– Es… Extraño. Ahora me resulta raro no ver la mente de los demás… Solo me había pasado contigo.

– Hay ciertas maneras de “evitarnos” pero todas ellas requieren gran disciplina y entrenamiento y poca gente lo sabe. La cúpula al completo de Xella Corp es como un muro de hormigón para nosotras, así que no te molestes en intentarlo.

– Y… ¿Esto? – Preguntó, levantando el sobre.

– Justo lo que ha dicho. Un trabajo. No tienes por qué hacerlo ya, tómate tu tiempo, pero tampoco lo dejes pasar… Nos conviene tenerlos contentos, igual que a ellos les conviene tenernos contentas a nosotras. – Diciendo esto le guiñó un ojo. – Podrás pedirles cualquier cosa que necesites y si esta en su mano te lo proporcionarán.

– Esta bien, pero, antes de esto me gustaría hacer otra cosa. Había pensado una manera de expandir nuestro nuevo negocio.

– Soy toda oídos. – Dijo la asiática, interesada.

————

– ¿Qué le ha parecido?

– Perfecta para el puesto.

– ¿Cree que está preparada?

– Por lo que he visto y lo que me ha dicho la señorita Aizawa, es la elección perfecta.

– Entonces… ¿El trabajo está asegurado?

– No se preocupe, dele algo de tiempo y conseguirá que esa zorra claudique enseguida. ¿Cómo va la otra parte del plan? ¿Estará a tiempo?

– ¿Cuando le he decepcionado , señor Delgado?

– Jamás, por eso seguimos colaborando. Espero recibir noticias suyas.

Y diciendo eso, Marcelo colgó el teléfono y lo guardó en su chaqueta, mostrando una amplia sonrisa en sus labios.

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Relato erótico: “Viviana 2” (POR ERNESTO LÓPEZ)

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SECRETARIA PORTADA2Viviana 3

Sin títuloEmpezó con su relato, un poco desordenado por el alcohol y por el apuro de cumplir con mi exigencia para que la siguiera garchando.

Muy de niña, 7 u 8 años descubrió por casualidad que tocándose la conchita sentía cosas agradables. Fue experimentando y encontrando que era lo que más le gustaba, además de los deditos se empezó a introducir otras cosas: lápices, marcadores, mangos de cepillos.

Su madre, una mujer muy católica y estricta, solía pegarle por la mínima travesura y encerrarla durante horas en un baño de servicio. El padre siempre estuvo ausente, trabajando en su escritorio o los fines de semana visitando algunos de sus campos.

Un día la mamá la encontró en su cuarto con el camisón levantado, sin bombacha, en pleno goce, metiéndose un marcador bastante grueso en la concha, casi la mata, allí mismo la desnudó y le pegó hasta cansarse con la zapatilla. Le dejó todo el culito rojo y la encerró en el baño por un largo rato gritándole que no se le ocurriera tocarse.

Esto sólo logró que se excitara más, al haberse interrumpido su paja y saberse descubierta no sólo no la inhibió, sino que aumentó su calentura; ni bien se fue su madre se volvió a masturbar en silencio, mordiéndose la lengua para no hacer ruido y terminó con lo que habían interrumpido.

A partir de ese día supo que lo que hacía no era original: por todas las barbaridades que dijo su mamá era algo ya inventado, pero prohibido; lógicamente se dedicó con todo su empeño a tratar de averiguar más.

Preguntó a sus compañeritas del colegio de monjas, algunas hacían lo mismo que ella, otras que tenían hermanas mayores estaban mejor informadas, le fueron contando y así obtuvo algunos datos, escuchó por primera vez palabras como coger, concha, paja, poronga, de sólo oírlas se mojaba.

En su búsqueda de conocimiento le preguntó a una monjita joven quien se mostró muy interesada en colaborar, a los pocos días la llevó a su cuarto y tuvo su primera experiencia sexual con otra persona, aun recuerda como disfrutó el sexo oral que recibió pero más el que ella le practicó a la monja siguiendo sus enseñanzas.

Lamentablemente a la monjita la trasladaron al poco tiempo y se quedó sin su amante, tuvo que seguir con sus prácticas solitarias las cuales fue mejorando. Aprendió que también le daba placer tocarse los pezones, meterse un dedo en el culo, sentir su olor y después chuparlo, a veces se aguantaba hasta el dolor las ganas de mear, eso también la hacía gozar.

Su madre seguía con las palizas, por sorprenderla en sus toqueteos o por otros motivos, a veces a mano limpia, a veces con una zapatilla o con una gruesa regla de madera pero no había semana que no recibiera algún castigo. Siempre le sacaba la bombacha antes de pegarle incluso si había otras personas presentes, parecía incluso que prefería hacerlo cuando estaba alguna de sus amigas en la casa.

Viviana lo disfrutaba y precedía a una paja desaforada, muchas veces hacía macanas a propósito para que le dieran una buena tunda. Tanto se acostumbró a esto que si no recibía un castigo de su mamá, ella misma se autoflagelaba de alguna forma para sentir dolor antes y durante la masturbación.

Siguió así durante toda la primaria, ya sabía en teoría lo que era coger y deseaba empezar cuanto antes, pero casi no tenía contacto con varones y se hacía difícil. Así que tuvo alguna otra relación lésbica con alguna compañerita y más que nada disfrutaba los placeres solitarios de infinitas pajas. Eso si, fue probando metiéndose en sus dos agujeros objetos más contundentes, el mango de la escobilla, vegetales apropiados, botellas y frascos, aerosoles de perfume. etc. Nunca supo cuando perdió su virginidad.

La secundaria la hizo en un buen colegio bilingüe MIXTO, por supuesto que se sintió en la gloria, no había transcurrido un mes de clases y ya tenía un noviecito con el cual logró su primer polvo con una verdadera pija.

A los pocos meses ya se había cogido a la mitad de los varones del curso y seguía probando, no era que no le gustaran, pero quería conocer otros, además la mayoría la trataba como a una princesa y eso no la satisfacía, la mayoría de las veces se quedaba con ganas de más.

Por supuesto su fama se fue difundiendo por el colegio y pronto tuvo ofertas de chicos más grandes, de años superiores, allá fue y se encamó con muchos de ellos, algunas veces con varios juntos, tuvo su primera doble penetración antes de ser señorita.

Ya era una experta cogedora cuando llegó la menstruación, se lo comentó a su madre y esta se ocupó, no de contenerla ni ayudarla, sino de asustarla con la posibilidad de quedar embarazada y exigirle llegar virgen al matrimonio, si supiera…

Pero algo de éxito tuvieron sus palabras, disminuyó un poco los encuentros con chicos y se dedicó más otra vez a las pajas y a las mujeres.

Así encontró algo nuevo: dos compañeras que siempre estaban juntas y se rumoreaba que eran tortilleras; se acercó a ellas, al principio no le dieron bola, casi se les regaló, algo la atraía.

Resultaron ser pareja y la aceptaron como su juguete sexual, le hicieron jurar que si quería estar con ellas debía transformarse en su esclava y hacer absolutamente cualquier cosa que le pidieran, aceptó feliz.

Se sentaban las tres juntas, en el mismo banco, a veces le tocaba el extremo que daba al pasillo donde más la veían los profesores, en esos casos la hacían mostrarse de la manera más impúdica, se tenía que levantar la pollera después de que le habían sacado la bombacha, le hacían abrir las piernas y que la vieran así profesores/as y compañeros/as.

Otras veces se tenía que abrir la camisa del uniforme casi dejando las tetas al aire luego de que le habían pellizcado fuerte los pezones para que estén bien parados y le escribían sobre las tetas con marcador al alcohol PUTA, CERDA y otras cosas por el estilo. Antes de volverse a su casa pasaba largo tiempo en el baño tratando de borrar esas leyendas, nunca le devolvían la ropa interior.

Cuando la sentaban al medio de ambas se pasaban toda la clase masturbándola sin compasión, pellizcando sus pezones, metiéndole cualquier cosa en el culo y obligándola a sentarse hasta que se enterrara bien, ella no podía decir nada y debía aguantarse para que no se dieran cuenta los docentes, aun así creía que muchas veces se hacían los distraídos.

Todos los días imaginaban una humillación o un castigo nuevo y ella era la chica más feliz sobre la tierra, sólo se entristecía cuando la ignoraban. A medida que fueron tomando confianza y viendo que Viviana respondía, fueron subiendo el nivel de perversión.

Un día, en el último recreo la hicieron ir al baño, buscaron el cubículo más sucio, mearon ambas y después obligaron a Viviana a tomar el agua del inodoro junto con las anónimas meadas anteriores, mientras le pegaban en el culo y la pajeaban sin parar, quedó hecha un asco pero feliz.

Otras veces la exhibían impúdicamente en público, en el centro comercial, en la calle, hasta en la iglesia, obligándola siempre a mostrar a quien quisiera verla sus tetas, su concha o su culo.

Una vez la desnudaron completamente y la dejaron en un baño de un bar llevándose la ropa, ella se metió en un cubículo dejando la puerta entreabierta para ver cuando volvían, pero pasaron horas, crecía la angustia y no sabía que hacer; a las cansadas aparecieron, se hicieron chupar las conchas antes de devolverle su ropa, Viviana, agradecida, lo hizo con más empeño que nunca y bebió con placer cuando se mearon en su boca.

Más adelante se les ocurrió que podían ganar dinero además de humillarla aun más y la empezaron a alquilar, primero a compañeros del colegio, pero estos a su vez corrieron la bola y se fue ampliando el mercado.

Así tuvo que coger con hombres y mujeres que la trataban como lo que era: una verdadera puta, aunque ella no recibía nada más que la leche de los clientes, la plata era para sus dueñas. En esta época participó de verdaderas fiestas, como las “amigas” eran chicas confiables, su mamá la dejaba quedarse el fin de semana con ellas, estás la obligaban a ser el centro de atracción de verdaderas orgias sadomasoquistas donde era el juguete sexual de pervertidos y degenerados.
De allí se iba el lunes al colegio demacrada, fundida, con todo el cuerpo dolorido, pero feliz,

Eso si, la cuidaban, ellas se ocuparon de conseguirle las pastillas anticonceptivas para que pudiera coger sin forro sin riesgo de quedar embarazada.

Mientras me contaba todo esto alternábamos entre seguir tomando whisky y coger. Me calentaban mucho sus comienzos infantiles y el morbo que la había rodeado toda la vida.

Cuando llegaba a las partes más perversas notaba que le daba cierta vergüenza hablar, una cosa es dejarse llevar por la calentura y otra contárselo a un casi extraño. Yo aprovechaba, le pedía más detalles, que me cuente que había sentido y le exigía que no se le ocurriera ocultar nada.

Terminada la secundaria continuó con sus estudios, ingresó en la universidad, en la carrera de sicología, pero más que nada seguía de joda, ya era mayor de edad y su madre no podía dominarla, tuvo que dejar de pegarle (ya era grande) y Viviana vivía para dar rienda suelta a sus deseos.

Pero la madre encontró la forma de frenar sus bajos instintos, la encaró un día y le dijo que si no terminaba con sus andanzas se tendría que ir de la casa, que ellos no iban a mantener a una puta que andaba todas las noches acostándose con cuanto tipo había.

Viviana lo pensó, por unos días pasó por su cabeza la idea de irse y dedicarse profesionalmente a lo que mejor sabía hacer: coger. Pero no era tan fácil, sabía que tendría que buscar un “protector” el cual se quedaría con un parte importante de las ganancias, tenía que alquilar un departamento, etc

Además estaba muy acostumbrada a vivir bien, su padre era rico y siempre había tenido todo lo que quería, sería muy difícil mantener ese nivel de vida.

Entonces hizo lo más sencillo, juró a su madre que enmendaría su vida, dedicó más tiempo a sus estudios y se ocupó de disimular muy bien cuando lograba encamarse con alguien fingiendo estar en la biblioteca o estudiando con una amiga.

Un día conoció un chico bastante lindo que estudiaba para marino mercante, se pusieron de novios y luego de un tiempo se casaron, en realidad a ella nunca le gusto la idea de estar casada, pero este era el candidato perfecto: cuando se casaron él estaba recién recibido.

Volvieron del la luna de miel que pagó papá en el Caribe (donde cogió por primera vez con un negro bien pijudo) y en poco tiempo el marido partió en su primer viaje, dejándola sola por más de un mes.

Nuevamente en la gloría, ahora su madre no podía ejercer su control, ella supuestamente seguía estudiando, pero lo que realmente estudiaba era la forma ser más promiscua cada día.

Volvió a garchar con todo lo que podía, hombre, mujer incluso algún perro. Cuenta que fue la mejor etapa de su vida porque por fin podía dar rienda suelta a sus deseos sin que nadie la controlara.

Encontró algunos amos y amas que eran sus relaciones preferidas, algunas con mucho dolor y humillación, pero también cogía con cualquiera que pintara, no lo hacía asco a nada.

Así fue que una vez, por una apuesta con una amiga, se cogió a 15 tipos al hilo, terminó llena de leche pero la otra tuvo que pagar la cena.

Otra vez en una quinta armaron una orgía de fin de semana, en pleno verano la estaquearon desnuda al sol todo el día sin darle agua ni comida, sólo de vez en cuando venía alguien, le quitaba la mordaza y la meaba en la boca, ella agradecía. Pasado el medio día la dieron vuelta y las pusieron de espalda para cocinar el otro lado. A la noche la vinieron a buscar, no podía ni caminar, la llevaron entre dos en andas, la colgaron con las manos juntas de la rama de un árbol y azotaron su cuerpo con ortigas, cuenta que fue el dolor más intenso que sintió en su vida, tuvo varios orgasmos muy intensos mientras le pegaban.

Siguió con esta rutina bastante tiempo, el marino viajaba y ella disfrutaba, sólo un semana cada tanto debía portarse bien y hacer de esposa, el resto del tiempo tenía vía libre para disfrutar del sexo más bizarro que conseguía.

Hasta que un día quedó embarazada, no estaba en sus planes, parece que fallaron las pastillas y ante el hecho consumado decidió tenerlo, aunque no estaba segura quien era el padre.

Estando embarazada siguió cogiendo como siempre, aunque se cuidó un poco de las sesiones de sado, sólo aceptaba humillación o castigos suaves.

Nació el nene y por un tiempo frenó sus farras, tenía que ocuparse del niño y no tenía casi oportunidad de salir, aunque recibía muchos llamados de amantes que querían aprovechar que estaba amamantando para beber su leche.

De vez en cuando conseguía dejar al niño con alguien y se hacia una escapada a revolcarse con algún degenerado. Como eran pocas las oportunidades había que aprovecharlas al máximo, así que siempre elegía alguien bien morboso para darle.

Cuando el nene tuvo edad suficiente lo llevo a una guardería, así logró tener algo de tiempo para ella y echarse un polvito rápido o, más a menudo, poder hacerse una buena paja recordando sus andanzas. En estos casos le gustaba autoflagelarse, se pegaba a si misma, se ponía broches de la ropa en las tetas y la concha, se clavaba alfileres, comía porquerías y recién allí se metía algo bien grande para llenarse la concha y gozar como la perra que era.

Cuando el hijo creció empezó a ir al jardín de infantes y ella dispuso de un poco más de tiempo, pero en la mañana no era muy fácil encontrar alguien disponible, así que muchas veces seguía con sus sesiones solitarias.

Y allí llegué yo, no era un adonis pero tenía una pija nada despreciable, mucha energía sexual y lo más importante: podía disponer con bastante libertad de mi tiempo.

Estaba muy claro que, si bien Viviana era la esclava y yo el amo, en realidad siempre llevó ella el control de nuestra relación, ella la buscó, después la llevó para el lado del sado que era su preferencia y me fue demostrando muy explícitamente que le gustaba.

Estaba amaneciendo cuando me fui de su casa, ella quedó medio borracha, agotada de tanto coger, en un rato tenía que llevar el nene al jardín, todo perfecto, yo me fui a descansar.

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Relato erótico: “EL LEGADO (19): Una tarde de sodomía” (POR JANIS)

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SOMETIENDO 5Una tarde de sodomía.

Sin títuloNota de la autora: Comentarios más extensos u opiniones, dirigidlas a: Janis.estigma@hotmail.es

Pam sube las escaleras del inmueble con rapidez y agilidad. Yo me habría ya matado con unos tacones como los que lleva. Admiro ese apretado culito que mi madre sacó al mundo. ¡Como lo he echado de menos!

He ido a recogerla a la estación de Atocha, donde se ha bajado de un tren que venía de Murcia. Cuando la vi descender, se me removieron las entrañas, os lo juro. Pam viene aún más hermosa de lo que se fue. Su pelo es algo más rizado y, quizás, más corto, pero atrajo la mirada de todos los hombres con los que se cruzó. Viste un traje de chaqueta y falda tubular, de estilo clásico, imitando a los años 50, que le hace una figura despampanante.

La alcé en brazos, girando y riendo. Ella me besó largamente, haciendo que los que nos miraban se murieran de envidia. En cuanto llegamos al coche, me estuvo preguntando por Katrina. Elke le había contado, por teléfono, todo cuanto había ocurrido y estaba excitada por conocerla.

― ¿Está en casa, no?

― Si, Pam.

― ¿Desnuda?

― Siempre está desnuda – contesté, conduciendo.

― ¡Dios, que morbo! – dijo, con una risita. — ¿Obedece en todo?

― Aún está aprendiendo. Tenemos que castigarla a menudo.

― ¿Azotes? – lo dijo con un suspiro.

― Azotes y castigos.

Se mordió una uña, nerviosa y miró por la ventanilla.

― ¿Pam?

― ¿Si?

― ¿Eso te pone nerviosa? ¿Te excita?

Asintió en silencio.

― No habías demostrado nada de eso con Maby…

― No, con Maby no, pero si con Elke. Decidí hacerte caso y me he ido imponiendo sobre ella. Tenías razón, tiene alma de sumisa, y enseguida se ha plegado a mis deseos y órdenes. No me hace falta ser dura con ella, solo un tanto autoritaria. Sabe cual es su sitio y lo acepta con mucho gusto y placer – me explicó.

― ¿Y con Katrina? ¿Qué sientes?

― No lo sé, solo lo estoy imaginando, porque no la conozco. Pero estoy muy excitada y deseosa. Pensar que tenemos una esclava que no conozco de nada, a la que no tengo que rendir cuentas alguna de amistad, de sentimientos… que está a nuestra disposición, desnuda y arrodillada… esperando una sola palabra nuestra, un solo deseo… ¡Joder! Mira como estoy…

Pam tomó mi mano y la llevó bajo su falda. Toqué sus braguitas y estaban muy mojadas. Me reí y ella mi imitó.

― Ya llegamos, hermanita.

Ahora, sube las escaleras con prisas, deseosa de ver y de conocer a nuestra nueva perrita. Ha pasado una semana desde que la instalamos en casa. Ni siquiera abre con sus llaves, sino que llama con los nudillos. Elke abre inmediatamente, pues ha estado esperándola con impaciencia también. Las dos se fusionan en un emotivo abrazo en el mismo descansillo. Pam la besa, la muerde, sumerge las manos en su frondosa cabellera…

― ¡Ya vale, coñonas! ¡Vamos a tener que sacar la cama al pasillo, como sigáis así! – bromea Maby, saltando sobre ellas.

Pam la abraza, manosea su culito, la besa y la comparte con Elke, todo en diez segundos. Como sigan así, no sé si me dejaran meterme en la cama. Puede que tenga que dormir en la azotea…

Finalmente, entran en el piso y me dejan espacio para meter las maletas. Pam se queda quieta, mirando a Katrina, la cual está arrodillada en medio del salón, las manos a la espalda, llevando tan solo unas braguitas de fina lencería casi transparente.

Mi hermana tiene la boca abierta, admirándola. Katrina, a pesar de sus maneras despóticas, de todo cuando me ha hecho, y de su crueldad innata, ha deslumbrado tanto a Maby como a Elke. Su belleza y su elegancia consiguen sobresalir, a pesar de ir casi desnuda y forzada a realizar los trabajos más pesados y humillantes, que tampoco es que sean muchos en un ático como el nuestro.

― ¿A qué es bellísima? – le pregunta Maby.

― Si que lo es – contesta Pam, avanzando hacia ella.

Katrina no tiene la mirada baja. Aún no hemos conseguido hacer que humille la mirada más que algunos segundos y según en que situación. No nos mira directamente, sus ojos están clavados más allá, como si no existiéramos. Aún muestra, en sus nalgas, las marcas de los últimos azotes que se ha ganado. Pamela se acuclilla ante ella y le levanta la barbilla con un dedo, mirándola a los ojos. Pupilas verdes contra celestes.

― Hola, Katrina. Me llamo Pamela y soy hermana de Sergio.

― Bienvenida, Pamela – musita Katrina.

― Ese no es mi título.

― Bienvenida, Ama Pamela – repite Katrina, con un leve fruncimiento de ceño.

― Mejor así. ¿Cuántos años tienes, Katrina?

― Dieciocho, Ama.

― Eres muy bella.

― Gracias, Señora, usted también…

― Muy amable, zorrita – Pam se pone en pie y nos mira. — ¿Decís que duerme a un lado de la cama?

― Si, por si queremos llamarla durante la noche – responde Maby. – Le hemos apañado un colchón de catre y unas buenas mantas. Aún no es muy feliz con eso, pero ya se acostumbrará.

― ¿Y tenemos permiso para adiestrarla?

― Exactamente – me toca a mí responder. – Podemos entrenarla durante el tiempo que haga falta.

― ¿De verdad has sido su esclavo, Sergi?

― Ajá, y es un ama muy dura, te lo digo, aunque inexperta.

― ¿Por qué te dejaste? – se cuelga de mi cuello, mordisqueándome el labio. – Tú eres un Amo…

― Tenía que domar a Ras. Se estaba apoderando de mi alma. La utilicé para aprender a controlarme…

Mi hermana me mira intensamente, intentando buscar un atisbo del Monje en mis ojos.

― ¿Y?

― Estoy bien. Ras y yo hemos hecho un nuevo pacto.

― Bueno, me tranquilizas.

― Venga, cuéntanos todo lo que has hecho en esa gira – la toma Maby del brazo, llevándola al sofá.

Nos sentamos todos, ellas tres en el sofá más grande, yo en uno de los sillones individuales, que sitúo a su lado. Llamo a Katrina con un gesto. Se acerca gateando y se instala a mis pies, sobre el parqué. Mi mano acaricia su cabello dorado mientras que ella recuesta su cabeza sobre la cara interna de unos de mis muslos, escuchando lo que Pam nos cuenta. Es casi una escena idílica, pero falsa. Noto como el cuello y la espalda de Katrina se estremecen, y no precisamente de placer.

Así pasa la tarde, entre anécdotas de unos y otros. Por mi parte, debo contar todo el asunto de Konor y de Anenka, otra vez. Esta vez, Katrina gira la cabeza hacia mí, en un par de ocasiones. Ella no sabe toda la historia y empieza a comprender como se ha visto arrastrada por los planes de esos dos.

Sin embargo, las chicas están dispuestas a ir más allá. Pam, quien lleva abrazando a Elke todo el rato que lleva sentada, ya no resiste más las sutiles caricias que su novia está otorgándole desde hace casi una hora. Dejando a Maby con la palabra en la boca, se inclina sobre Elke y la morrea con pasión. Para excusarse con Maby, desliza una mano entre sus piernas casi desnudas, pues ésta viste un pantaloncito corto de pijama. Maby acepta la caricia con alegría. Yo sonrío. Ha pasado la hora de las palabras. Acaricio la mejilla de nuestra perrita, que se estremece levemente. No quita los ojos de mis chicas. Me inclino un poco sobre ella, lo justo para musitarle:

― ¿A qué mis niñas son guapísimas?

No responde hasta que le presiono un hombro.

― Si, son muy bellas, pero…

― ¿Pero?

― Pero dices que te pertenecen, pero no las tratas como esclavas – me dice muy bajito.

― Porque su entrega es voluntaria. Se han ofrecido a mí, en cuerpo y alma. No necesito castigarlas, todo lo más, reprenderlas cuando se les olvida que me pertenecen. Tú castigabas por placer, perra…

― Un esclavo debe saber, en todo momento, que pertenece a su amo – responde ella, casi con fiereza.

― Así solo obedecerá por temor, pero ya te dije que no conseguirías lo más excelso de la sumisión, la total entrega.

Alza los hombros, como si eso no le importara, y sigue mirando a las chicas, que ya se muestran mucho más animadas entre ellas.

― ¿Quieres unirte a ellas? – le pregunto.

No me contesta. Le tiro del pelo para que me mire.

― Dime, ¿quieres estar con ellas?

Sus ojos me atraviesan como puñales.

― Eres tú el que quiere que vaya con ellas – me dice, con orgullo.

― No, estás equivocada. Solo tengo que ordenártelo, si lo deseara, para que fueras hasta ellas, arrastrándote. Te he preguntado si deseas saborearlas y que usen tu cuerpo en sus juegos. Tu voluntad ya no existe, eres mía…

Bajo mi mano hasta su braguita. Ella intenta cerrar las piernas para que no la toque, para que no descubra lo terriblemente mojada que está. Le pellizco dolorosamente un muslo y palpo su entrepierna a placer.

― Joder, niña, podrías ir hasta ellas solo deslizándote sobre los fluidos que estás soltando – me río levemente. – Venga, acércate a Pam y prueba su coñito. Es de locura. Seguro que no has probado algo tan exquisito…

Le doy un empujoncito a la cabeza y ella se rinde con un suspiro. Avanza a cuatro patas y las chicas detienen sus juegos, contemplándola. Se detiene ante Pam, quien ya tiene la falda remangada. Lentamente, Katrina le baja la cremallera del costado y desliza la falda por sus piernas, hasta quitársela. Después, la descalza con suavidad para, finalmente, bajarle las braguitas. Pam abre sus piernas, indicándole, sin palabras, que lleve la lengua a su sexo. Katrina hunde su lengua en aquel palpitante coño que aún no conoce. Intuyo, sin ninguna base concreta, que la orgullosa Vantia lleva mojada desde que mi hermana entró por la puerta.

― Ummmm… jodeeerr… ¡que lengua! – gime Pamela, pasando sus dedos por los suaves cabellos rubios.

― Siiii – se ríe Maby. – Come el coño de puta madre, amiga mía.

Katrina, sin que nadie se lo indique, levanta sus manos, llevándolas a las entrepiernas de Maby y de Elke, uniéndolas así al placer. Contemplo un rato como se mueven, como Katrina se hace lentamente con el control. Es muy lista, tengo que reconocerlo. Me pongo en pie.

― ¡Que no se corra hasta que las tres estéis satisfechas! – las advierto.

Ni me contestan, perdidas en los mundos de Yupi. Así que me pongo a hacer la cena. Esta noche, me tocará a mí. Tengo que darle la bienvenida como se merece a mi hermana, ¿no?

Llevo aplazando la doma de Katrina toda la semana, esperando el regreso de Pam. Estoy ansioso, pero hoy es sábado, al fin. Me levanto el primero, como siempre, o eso creo. Katrina me mira desde el suelo, ni siquiera finge dormir.

― Buenos días, mi perrita rubia – la saludo con un susurro. – Hoy es el gran día. ¿Te sientes preparada?

No me contesta. Se gira sobre su delgado colchón y me da la espalda. Me río y salgo del dormitorio. Me voy un rato al gimnasio para liberar tensión. Ras no deja de susurrarme barbaridades. Creo que está aún más ansioso que yo. Mientras manejo máquina tras máquina, me sumerjo en cuanto le he impuesto a la hija de mi jefe, desde que la llevé a casa. Las chicas la han humillado, haciéndola fregar el suelo de rodilla. Ha realizado todas las tareas domésticas, aunque tuvieron que enseñarle a todo, antes: fregar platos, lavar ropa, tenderla, plancharla, hacer la cama… Katrina era absolutamente virgen en estos procesos. ¿Qué me esperaba?

Pero siempre hay que estar ordenándole que haga algo. Obedece por impulso, por temor a la caña de bambú que Maby trajo el segundo día de su esclavitud. Nada de fustas, ni cosas que dejan marcas. Un buen bejuco de bambú es ideal, flexible, liviano, barato, y no deja huellas permanentes. Realmente, Katrina teme esa caña. Sus ojos se agrandan cada vez que ve a Maby empuñarlo, y no es que mi morenita la azote todos los días, no, que va. Suele darle un par de cañazos en las nalgas o en los muslos, cuando su carácter se rebela; con eso es suficiente.

El truco que ha adoptado es comunicarle cada orden, sujetando la caña en la mano y tocándola con ella, en cualquier parte de su cuerpo. Katrina reacciona al instante, sin necesitar de dolor. Las veces que Maby no porta la caña, se ha rebelado contra la orden.

Elke, por su parte, no sirve para tomar la caña de bambú. Es incapaz de golpearla. Sin embargo, como ferviente servidora, es capaz de arrastrarla de los pelos por todo el piso, o bien negarle la comida, si no acata lo que yo disponga. Por si misma, no es una buena entrenadora. Pero, ahora, Pam ya ha regresado, y, en ella si confío.

Veréis, no es que mis chicas sean dominadoras, no. Ellas mismas son sumisas a mí, pero, precisamente por ello, son capaces de mostrarse duras y agresivas con Katrina. Les he dejado bien claro que la rubia pija no es ninguna sumisa, ningún otro miembro de nuestra pequeña comunidad. Katrina es mi perra, la puta que tiene que tragar con todo lo malo que se me ocurra, para purgar su culpa. Es una simple esclava, sin más derechos que el de seguir respirando para poder sufrir aún más. Y, al parecer, es un concepto que todas ellas han acogido con verdadero placer.

Incluso Patricia, cuando le conté algo de lo ocurrido, me ha pedido subir alguna tarde, para participar en la doma.

― ¿Es que no tienes suficiente con tu madre? – me reí.

― Una esclava nueva siempre es excitante, ¿no? – me respondió, muy seria.

Ha esclavizado tanto a su madre que apenas reconozco a Dena. La envía desnuda a la compra, con solo una gabardina y unas botas. En casa, la tiene vestida de chacha sexy todo el día, y su amiga Irene pasa, por lo menos, tres tardes a la semana con ellas. Patricia se ha revelado como una pequeña pervertida, en el momento en que ha comprendido la esencia del sexo. Que yo sepa, no deja de gozar doce o quince veces en el día, haciendo que su madre le lama el coñito en cualquier parte del piso, en cualquier momento, y por cualquier motivo.

Por otra parte, Irene bebe los vientos por ella, realmente excitada por su vena masoquista. Con esto, quiero decir que Patricia vive en un mundo que ha sabido edificar, sensual y seguro, y que ya no me necesita.

Eso si, sigue en pie la promesa de desflorarla en su cumpleaños. La verdad es que, a mí, me hace también ilusión…

Me ducho en el gimnasio y vuelvo a casa. Despierto a las chicas y hago el desayuno. Pam y Maby se meten en la ducha, mientras. Las dos llevan aún mi semen reseco en el pelo. Elke lleva a la perrita a hacer sus necesidades. Parecemos una familia feliz, ¿no?

Un poco más tarde, contemplo, mordisqueando una tortita, como Katrina lame las últimas gotas de su café con leche, en el bol de plástico que tiene bajo la mesa. Lo hace cada vez mejor, con las manos a la espalda, inclinando la cabeza y usando solo que su lengua. Elke corta pedacitos de tortita, que le ofrece en la punta de sus dedos. Katrina los toma con delicadeza y los engulle, relamiéndose. Está hambrienta. Ayer no comió en todo el día.

― ¿Para qué debo estar preparada hoy? – pregunta de repente, mirándome.

Maby alza la mano, pero la detengo.

― Hoy… tu culito va a ser mío, Katrina – le digo, con una sonrisa.

Su rostro se demuda, quedando blanco.

― No… no puedes… — balbucea.

― Si puedo.

― No podré… soportarlo… Sergio… por favor, te lo suplico – solloza, tirándose a mis pies, bajo la mesa.

― No te preocupes, te ensalivaremos bien – le dice Maby, dándole unas palmaditas en la cabeza y guiñándome un ojo.

― ¿No ha intentando escaparse? – pregunta Pam, cambiando de tema.

― No tiene donde ir. No puede volver a casa, sin ropa, ni dinero, ni tarjetas… Nadie le ha contestado desde su casa cuando ha llamado, no puede confiar en nadie. Está sola. Solo nos tiene a nosotros y sabe que tiene que pagar – le contesto.

Pam asiente, comprendiendo lo atrapada que está. Una chica acostumbrada a vivir al estilo de Katrina, y dejada sin recursos, es poco más que una impedida en la calle.

― Sergio, necesito bajar al centro. ¿Me llevas? – me pregunta Maby.

― Por supuesto. Yo también tengo que hacer unos recados.

Una vez vestidos y en el interior del Toyota, Maby me confiesa:

― Anoche, cuando estábamos todos en la cama…

― ¿Si?

― Ya sabes, Pam se estaba dando una alegría, cabalgándote, y Elke la ayudaba…

― Si – digo, sonriendo al recordar.

― Bueno, pues yo estaba al otro lado de la cama, sola. Me estaba tocando y saqué los dedos de la otra mano fuera de la cama, buscando a Katrina. La escuchaba respirar fuerte a mi lado, en el suelo. No sé, fue como un impulso. Le metí los dedos en la boca, jugando, y ella me los chupó con ganas.

― ¡Vaya! – exclamo, mirándola.

― Sergio… ¡Se estaba masturbando, escuchándonos!

― No me extraña, Maby – le comento, deteniéndome en un semáforo. – Katrina es muy sensual, una calentorra acostumbrada a tener desahogo constante. Lleva una semana sometida a nosotros, observando como nos amamos, como gozamos… La puteamos y la esclavizamos constantemente. Sus emociones y sus sensaciones están a flor de piel. En el momento en que está fuera de nuestra vista, debe contentarse. Es lo que creo.

― Si, parece lógico, pero… ¿Y si disfruta con lo que le hacemos? ¿No le has prohibido gozar?

― La dominación y la sumisión se compenetran mucho más de lo que creemos posible. Algunas veces, no puedes distinguir de donde empieza una y acaba la otra. Se dice que no existe amo, sino que es una simple extensión de la voluntad del sumiso. Todo está dentro de los mismos límites… ofrecer, tomar… ordenar, contentar…– repito la puntilla de Ras.

― Entonces, ¿crees que cederá a nuestros deseos?

― Katrina acabará entregándose a nuestra voluntad, de una forma o de otra, no lo dudes – afirmo, reemprendiendo la marcha.

Mis chicas se lo toman como si estuvieran participando en el ritual de una misa negra. Según ellas, sienten tanto morbo por lo que tienen que hacer, que dejan caer gotas de lefa en el parqué, sin ni siquiera tocarse. Empiezan a organizarlo todo sobre las seis de la tarde. Visten unos largos camisones, muy livianos y transparentes, que han comprado para la ocasión. Tras ponerle un buen enema – y evacuarlo –, suben a Katrina, de bruces, sobre la gran mesa del comedor. Le atan los tobillos a las macizas patas torneadas, y las rodillas a las otras patas delanteras, con lo cual, Katrina queda abierta, con las piernas flexionadas, pero con los brazos libres, apoyados sobre la madera. Tanto su ano como su vagina están expuestos, muy cerca del borde de la mesa. Un trabajo de primera.

Sentado en uno de los sillones, lo contemplo todo, con ojos ávidos.

― Parece que se va a realizar un sacrificio.

― Si. En cierta manera, va a serlo. Vamos a sacrificar su orgullo…

Sin hacer caso de las protestas de Katrina, que las maldice en, al menos, cuatro idiomas, las chicas repasan el vello de Katrina con una cuchilla, dejándola lisa y suave. Después, untan toda su espalda, nalgas y piernas en aromático aceite. Suavizan su piel, friccionan su carne, la pellizcan y amasan lentamente.

Maby es la primera en coger la caña de bambú. Katrina, mirándola de reojo, se calla y estremece. Teme demasiado la caña.

― Cuenta y no te equivoques, Katrina – le dice.

El primer golpe, con una fuerza controlada, cae sobre su espalda.

― Uno – cuenta Katrina, tras un pequeño quejido.

El siguiente cañazo cae sobre sus riñones.

― Dos.

Nadie le pide que pronuncie una fórmula de respeto, ni que agradezca los golpes. No buscamos eso, solo queremos hacer desaparecer ese orgullo que parece que mamó con la leche materna, que empapa todos sus poros, que respira en su aliento. ¡Hay que domarla!

Maby se ocupa de toda la espalda, desde los omoplatos hasta los riñones, una docena de golpes, medidos y precisos. Mientras, Pam ha colocado sus ojos en la línea de visión de Katrina, arrodillada ante su rostro. Con una mano aferrándole el pelo, consigue que Katrina no aparte sus ojos de ella. Cuando cierra los ojos con cada golpe, Pam la obliga a abrirlos y mirarla. Pam tiene mucho cuidado de no sonreír, ni de gesticular. Solo la mira, de forma serena y plácida.

Al acabar, Maby le pasa la caña a Elke, la cual, tras darle unos minutos de descanso a Katrina, se ocupa de sus nalgas temblorosas. Maby se sitúa al lado de Pam, en la misma posición. La búlgara ya está llorando, pero las contempla, a las dos, a través de sus lágrimas.

― Cuatro – Elke no golpea con fuerza, no es su naturaleza, pero, aún así, los glúteos van enrojeciendo.

Soy el único que puede ver como la mano de Maby se ocupa de la entrepierna de mi hermana, que se abre mansamente ante la caricia.

― Diez…

Ahora, Pam imita a su compañera, devolviendo la caricia, pero ambas intentan no mostrar su placer a Katrina.

― Dieciocho – las nalgas están cárdenas, y Katrina ya no gime, sino que chilla.

Al llegar a veinte, Elke se detiene y camina hasta su novia. Le entrega la caña y ocupa su lugar, al lado de Maby. Automáticamente, la mano de la morena busca su coñito. Pam se ocupa de golpear las piernas de la rubia pija, que se lleva otros doce azotes severos, que la acaban ya de retorcer. Al mismo tiempo que cuenta los golpes, suplica e implora para detenerlos.

― ¡Aaaay! Nueve… por favor… ya basta… ¡Iaaah! Diez… Sergiooo… dile que pareeeen… ¡Aaaaaaah! Once… ¡Haré lo que queráis…! piedad… Pamelaaaa… ¡Aaaaaaaah!

Una vez terminados los azotes, mis chicas rodean a Katrina, que solloza ya sin fuerzas. Acarician sus nalgas heridas y enrojecidas. Elke las abre con sus dedos. Maby y Pam llevan sus dedos a sus propios coños, mojándolos con sus efluvios para juguetear con el esfínter de Katrina. Me río. Las muy cabronas piensan en dilatarla usando la humedad de sus vaginas.

No tienen prisa. Incluso Pam mete sus dedos en la vagina de Elke para utilizar su lefa. Maby añade, de vez en cuando, un hilo de saliva. Katrina ya no se queja. Tiene los ojos cerrados y mueve las caderas lo poco que le dejan las ligaduras. Pero se la escucha gemir por lo bajo, un gemido constante y sensual, que hace vibrar mi pene.

― ¡Le voy a partir ese maravilloso culo!

Maby me mira y sonríe, indicándome que ya está preparada. Ya no dilatará más, simplemente con los dedos. Es hora de meterle rabo a presión. Me levanto del sillón y rodeó la mesa. Me bajo el boxer delante de sus narices. Me mira de reojo. Le acerco el dedo índice a la boca, el cual se traga sin mediar protesta, ensalivándolo a conciencia.

― Escúchame bien, perrita. Voy a respetar tu virgo – leo la pregunta en sus ojos. – Respeto tu criterio. Dices que lo reservas para alguien que disponga del poder y ambición que deseas. Bien, te dejaré que lo reserves.

― Gra…cias…

― Pero te voy a desfondar ese culito, a cambio, ¿lo comprendes?

― Si… pero me rasgaras entera… eso es demasiado… grande… — musita, mirándome la polla.

― Ya lo veremos. Puede que te guste tanto que me pidas que sea yo quien te desflore – me río.

― ¡Eso… nunca! ¡No te daré jamás mi virginidad! – me grita.

Elke me ha traído el taburete del cuarto de baño y me subo a él para disponer de la altura necesaria. De esta forma, el culito de Katrina queda perfectamente a mi alcance. Las chicas se reparten para ayudarme en la tarea. Elke se queda abriendo las nalgas de Katrina, Pam se está ocupando de su clítoris, y Maby de añadir saliva, si hiciera falta.

Puedo escuchar el jadeo de la respiración de Katrina, asustada. Maby me lubrica el glande con su boquita.

― Déjate de tantas tonterías. ¡Vamos a clavársela ya! – Ras se impacienta.

Debo sujetarlo. Por mucho que la odiemos, no puedo dejarme llevar y destrozarla. Pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. ¡Que estrecha es, la muy puta! Entre quejidos, consigo meterle el glande. Pam ha tenido que pellizcarle el clítoris unas cuantas veces para que relajara el esfínter. ¡No me dejaba entrar! Eso no es un culo virgen, es el maldito polvorín de Cerro Muriano, ¡coño!

Los gritos comienzan en cuanto empiezo a empujar, aún suave. Maby escupe en el ano, hasta llenarme la polla de saliva, pero, aún así, Katrina aúlla, dolorida. Miro a Pam. Ella encoge un hombro. Está machacándole el clítoris. ¡Es demasiado estrecha!

― ¡No te eches atrás! ¡Atraviésala de una vez!

“¡La reventaré!”

― ¡ES IGUAL! ¡QUIERO JODEEERLAAAA!

No puedo ceder a lo que quiere Ras. Katrina debe seguir viva. Respeto mucho a Víctor. A ver si…

― No tenemos ninguna prisa, niñas, tenemos toda la tarde y toda la noche para hartarnos de esta perra, ¿verdad, Katrina? – le digo, contemplando su rostro sudoroso.

― ¡Me dueleeee, hijo de puta! – exclama, apretando los dientes. — ¡Sácala ya!

― ¿Quieres que acabe?

― Siiiii…

― Entonces relaja el culito todo lo que puedas, para que entre… Por ser la primera vez, solo meteré la mitad de mi polla… vamos, sé valiente… solo la mitad…

Trata de respirar más calmadamente. Noto que intenta relajar sus músculos, su recto. Lo intento muy despacio. Algunos centímetros cuelan, sin dejar de escuchar como se queja. Creo que haría enrojecer un camionero ucraniano.

― ¿Ves? Casi estamos, putita… ahora, te dejaré que te acostumbres a tenerla dentro – le digo.

― Sergei… por favor… es como un parto…

― No te preocupes, es solo por ser la primera vez… después sigue doliendo, pero algo menos… pero cuando te la meta cinco o seis veces al día, te acostumbrarás… te enloquecerá… ya lo verás – le digo con sarcasmo.

― ¡No seas tan blando! ¡Fóllala! Dale duro… vamos… ¡FOLLATELAAAA!

“Un minuto más, espera. ¿Qué prisa hay?”. Me río con el bufido mental que me suelta. Las chicas me miran, esperando a que me mueva. Maby se ha colocado delante del rostro de Katrina, acariciándole la mejilla.

Vamos al asunto. Me muevo despacio, retrayéndome. Katrina gruñe como una bestia. Elke sujeta las nalgas, bien abiertas. “Así, que no haya fricción”. Empujo para meter cuanto he sacado. Pam titila sobre el clítoris con dos dedos. Repito el movimiento. Un nuevo quejido. Maby le acaricia el pelo, tranquilizándola.

― Así, así… dale a esa puta… más fuerte…

“¿Qué haces animándome? ¿No quieres sentir como la traspaso?”

― ¡Por los cojones de Stalin! ¡Claro que quiero!

“Pues únete a mí, monje tonto”, me río, consiguiendo que las chicas me miren, extrañadas.

Me muevo más rápido, profundizando tanto como me deja el recto de Katrina. Sigue quejándose, pero ahora son sonidos más largos, casi suspiros.

― ¿Estás mejor, perrita?

― No… maldito…

― Yo diría que si – sonríe Maby, metiéndole un dedo en la boca, que Katrina lame enseguida.

― Eso pensaba – incremento un poco más el ritmo. Podría estar follándome ese culito un día sin parar.

Pienso que, en cuando lo use a diario, me dará un endemoniado placer. ¡Es mío! ¡Dios, si! ¡Encularla y ver su rostro contraerse a cada embiste! ¡Divino! Aún no sé como he resistido tantas semanas bajo su yugo…

Al pensar en ello, he empujado más fuerte. Katrina grita. Me obligó a concentrarme en la tarea. Con lentitud y buen tino. Así. Katrina se recupera en un par de minutos.

Ya no hay más gritos, solo gemidos, pues sigue chupándole los dedos a Maby. Le soplo a Pam que reduzca sus caricias al clítoris. Quiero que Katrina me sienta plenamente. La búlgara alza sus caderas, casi de forma imperceptible, cada vez que desciendo en ella. Le está gustando a la guarra; tantas protestas y mira tú…

Contemplo a mis chicas. Pam, que ha dejado de acariciar íntimamente a la rubia pija, se acerca a la otra rubia, su novia, para acariciarle las caderas, remangándole el liviano camisón. Elke jadea, tan caliente como un radiador de coche en verano. Casi le muerde la lengua a mi hermana cuando se la ofrece. Maby desliza sus caderas por el borde de la mesa, sin sacar sus dedos de la boca de Katrina, y me ofrece la suya, la cual perforo con mi lengua, solo inclinándome un poco.

El contoneo de caderas de Katrina es ahora más pronunciado. Le están entrando, holgadamente, unos buenos dieciocho centímetros. Le digo a Maby que la vuelva a acariciar, y ésta le saca los dedos de la boca y los lleva a su temblorosa vagina. Sentir de nuevo que le acarician el clítoris, la hace jadear, manchando la madera de babas. Ella misma lleva sus manos a las nalgas, abriéndolas.

― Ahora si te gusta, ¿eh, perrita? – le dice Maby, con toda ironía.

No contesta, pero niega con la cabeza, demasiado orgullosa para confesarlo. Sigue con los ojos cerrados y la boca abierta, jadeando como una asmática. Por su parte, Elke se ha hincado de rodillas y le ha abierto las piernas a mi hermana, que apoya sus firmes nalgas contra el borde de la mesa. Sujeta su camisón enrollado sobre su vientre y le susurra bajito, a su amorcito, toda clase de guarradas. Me entra la risa y sacó mi pene de su estuche de carne. Katrina gruñe, no sé si es por la fricción o por que le he quitado el juguete. Observo su dilatado ano, que boquea y se estremece, enrojecido. Tengo sangre en el pene, pero no demasiada. No parece que le haya hecho demasiado daño.

― ¿Ya? – pregunta bajito, levantando la cabeza y mirando por encima de su hombro.

― No, perrita… solo es un pequeño descanso – le digo, rodeando la mesa hasta colocar mi erguido miembro ante sus ojos. – Límpiamelo bien, putita.

Observo como recompone su rostro en una muestra de asco. No huele precisamente a rosas, pero tampoco es para tanto. Las niñas le pusieron un enema perfumado, ¿no? Froto mi rabo por su rostro, unas cuantas de veces, hasta que abre la boca y saca la lengua. Al poco, se entrega a lamer y chupar cuanta carne puede. Sin duda, su saliva se ha llevado tanto el mal sabor como el olor.

No puede remediarlo. Sé que está colgada de mi pene, me lo ha demostrado antes. Succiona como si fuera la última vez que lo fuera a hacer, con ansias.

― Ahora – le digo muy suave mientras le acaricio sus cabellos. Ella sigue manteniendo mi glande en su boca. – me lo tienes que pedir… pídemelo…

Alza sus ojos y me mira. Casi consigo ver la lucha interna que libra. Le quito la polla de la boca y aparto el pelo que le cae sobre los ojos.

― Pídemelo, Katrina… pídeme lo que deseas en este momento…

― Métemela… en el culo… por favor… — jadea, los ojos encendidos por el deseo.

Esta vez, apoyo mi pecho sobre su espalda, cubriéndola como una manta. Mi miembro entra suavemente, como si lo estuviera esperando, hasta la mitad de su envergadura. Ella gime largamente, en una total aceptación. Se estremece y sigue agitándose, encontrando su propio ritmo.

Siento las manos de Maby acariciándonos desde atrás. Soba mis nalgas y las de Katrina, se entretiene sobre mis testículos y en su vagina, con unos movimientos muy sensuales, muy lentos. Tras unos instantes, cambia sus dedos por su lengua, haciéndome empujar más profundo.

― ¡Me paaaarteeees! – ulula Katrina, abandonándose a un orgasmo jamás conocido.

Sus caderas se descontrolan, agitándose desenfrenadas. Su vientre ondula sobre la madera de la mesa, dejando marcas de sudor. Estira sus manos hasta aferrarse al borde de la mesa y, finalmente, con el último estertor placentero, lame la bruñida caoba.

― Ooooh… que pedazo de putaaaa – no puedo evitar gemir al ver tal escena, corriéndome a mi vez en su interior.

Maby está esperando a que la saque para tener el placer de limpiarla con su lengua. No hay que defraudar nunca a una mujer…

Desnudo, me acerco al frigorífico y bebo de un cartón de zumo de naranja, a morro. Las chicas desatan a Katrina y se la llevan al baño, para asearla y cuidarle los azotes.

Me siento en el sofá, rascándome el lampiño pecho. “¿Qué tal, viejo?”

― ¡Que gozada! ¡Está taaan tierna!

Me tengo que reír a la fuerza. “¿Dispuesto a seguir, Ras?”

― Por supuesto. Ya sabes que esa resistencia tuya procede de mí.

― ¡Santa Rita, Rita, lo que se da, no se quita!

Un quejido llega hasta mí, desde el baño. Los azotes escuecen.

― ¿Qué piensas de ella? ¿Crees que cederá?

― Cederá. No está acostumbrada ni al dolor, ni a la presión. Además, tú mismo la has visto entregarse al placer. Es una hembra y, como tal, no tiene defensa ante nosotros.

― ¿Y sobre su virginidad?

― Bueno, ahí no estoy tan seguro. Depende más de ti que de mí. Es una fuerte convicción que mantiene desde muy pequeña. Creo que es algo que afecta más a los sentimientos que a la lujuria.

― ¿Te refieres a amor?

― Es mi opinión. Habla sobre un hombre que contenga todos los valores que ella considera sagrados, un príncipe azul, en suma. Creo que deberá enamorarse antes de entregarse. Quizás tuviste una de mis premoniciones cuando le dijiste a Katrina que ella podría pedirte que la desfloraras…

― ¿Tú crees?

― ¿Quién sabe? Katrina siempre ha estado muy impresionada contigo. De eso al amor, hay solo un paso.

Ras me deja pensativo. Tanto odiamos a Katrina que no he analizado aún mis propios sentimientos y, en ese mismo instante, descubro que yo estoy tan impresionada con Katrina como ella conmigo. Si, ya sé que es una engreída, una pija vanidosa, de gustos crueles, pero, al mismo tiempo, es la criatura más sublime que he conocido jamás. Ese fue uno de los motivos para entregarme a ella… ¿para qué negarlo?

Maby es la primera en aparecer, totalmente desnuda. Avanza hacia mí con una sonrisa picarona. Se sienta en el mullido brazo del sofá, a mi lado, y me acaricia una mejilla con los dedos.

― ¿Has disfrutado de ella? – me pregunta.

― Si. Eso mismo estaba comentando con Ras.

Me mira fijamente, repasando mi rostro.

― ¿Qué? – le pregunto. Sé que algo tiene en la cabecita.

― No me has hablado apenas de Rasputín. Solo que está en tu interior e intentó controlarte. ¿Hablas con él, tal y como lo haces conmigo?

― Algo así. Pero no tengo que hacerlo en voz alta. Pero si tengo que formar las frases mentalmente, como si hablara en voz alta, para que pueda entenderme.

― Bueno, al menos no parecerás un loco que habla solo.

― Claro – me río.

― Pero… ¿Qué te dice? ¿Te propone guarradas de las que él hacía o qué? – me pregunta, pasando ahora sus dedos por mi pecho, jugando con mis pezones.

― Algo así. Es un ser muy morboso, siempre hambriento de sensaciones que experimenta a través de mi cuerpo. Quiere sentir todo cuanto ve, no solamente mujeres, sino experiencias nuevas. Conducir un coche, subir en un ascensor, saborear un helado, ver una película…

Maby asiente y acerca su boca a mi oreja.

― ¿Está siempre despierto? ¿Ahora mismo? – me pregunta en un susurro, mordisqueándome el pabellón.

― Si.

― ¿Qué te dice? – su lengua repasa mi mejilla.

― Que te meta un dedo en el coñito para ver como estás de mojada.

― Déjale que pruebe, no seas malo… — hace uno de sus pucheritos.

Pasó mi dedo corazón por su rajita, recogiendo su humedad y estimulando su clítoris.

― ¿Ves lo mojada que ya estoy, Ras? Soy una perra total…

― Quiere que te la meta ya… ven pequeña, siéntate en mi regazo, mirándome – le susurro.

― No la tienes dura aún – responde ella al levantar el culo del brazo del sofá.

― No importa. Crecerá al meterla – le respondo con una sonrisa.

La verdad es que está bien morcillota, por lo que la puedo empujar bien, deslizándola entre las húmedas paredes vaginales, haciendo que Maby se muerda los labios y mueva las aletas de su naricita.

― Me pasaría horas empalada así – me susurra ella, antes de atrapar mis labios con los suyos.

No contesto porque, en ese momento, llega Katrina, escoltada por Pamela y Elke; las tres tan desnudas como sílfides. Está seria y enrojecida. ¿Vergüenza al mirarme, por haberse corrido de esa manera? Le pido que se gire para ver las señales de la espalda y los muslos. Ningún azote ha roto la piel, solo tiene verdugones que la pomada ya está curando. Las nalgas y los muslos son los sitios más encendidos de su cuerpo.

― No te quedarán marcas – le digo, mientras Maby empieza a cabalgarme lentamente.

Katrina no contesta, solo mira como las nalgas de mi morenita se alzan, tragando mi pene.

― Pam, cariño, – llamo la atención de mi hermana – siéntate en el filo del sofá, entre mis piernas. Apoya la espalda contra la de Maby… así, muy bien. Ahora, abre las piernas para que Katrina te coma bien ese coñito.

Elke empuja a Katrina de los hombros, para que se arrodille. Cae a cuatro patas por su propia inercia y mete la cabeza entre las piernas de Pam. Maby cierra los ojos y se recuesta sobre la espalda de mi hermana, como si frotarse contra ella fuera el mayor placer del mundo.

¡Que bien se entienden!

Pam aferra, con una mano, el liso cabello de la búlgara, apretando su boca contra su sexo. Elke queda en pie, mirando como el rostro de su novia empieza a expresar el placer que siente. Me mira a mí, con un pequeño mohín.

― Súbete a horcajadas sobre el culito de la perrita, Elke – le digo. – No habrás probado nunca un culito tan apretado… frótate bien contra él…

Lo hace y lo disfruta. Me sonríe. Desliza sus dedos por la recta espalda de Katrina. Estamos todos conectados de alguna forma, piel contra piel. Disfruto contemplándolas a todas, escuchando sus gemidos, detectando sus ardientes miradas. El húmedo sonido de sus salivas, de sus fluidos derramándose, el mismo olor a sexo que embarga el salón, el aumento de la temperatura… todo incrementa mis sensaciones, las de todos, haciendo que me entregue cada vez más a este delirante mundo de sentidos. Dentro de mi cabeza resuenan suaves palabras que me animan, que me llenan de gozo, enunciándome, una a una, todo lo que puedo hacer con toda aquella carne tierna y supurante.

Pam se corre mansamente en la boca de Katrina. Sus estremecimientos activan el goce de Maby, que deja de saltar sobre mi pene, para apretarse contra mi pecho, y morderme el cuello. Elke está como loca, derramando lefa sobre las nalgas de Katrina con una prodigalidad increíble, pero no se ha corrido aún.

― Pam, Maby, ocuparos de Elke… está enloquecida – susurro. – Perrita mía…

Katrina levanta los ojos, mirándome, aún a cuatro patas.

― Ven… ocupa el sitio de Maby…

Se pone en pie y me cabalga, sin dejar de mirarme. Abarco su cintura. Mi pene, bien erguido ya, se roza contra su vientre, ansioso. Elke gime fuertemente, tumbada en el otro sofá, el biplaza. Pam está arrodillada a su lado, con la cabeza metida entre las piernas de su novia, lamiendo con ansias. Maby, arrodillada en el suelo, se ocupa del culito de su compañera, realizando así un sándwich oral de primera.

― Voy a follarte ese culito otra vez, princesa – le digo a Katrina, que aparta la mirada por primera vez.

― ¿Otra vez? – se sorprende.

― Oh, no te preocupes. Pienso encularte unas pocas de veces más hoy, las suficientes para que entre toda mi polla, finalmente.

― No… no cabe, Sergei – musita, casi implorando.

― Si cabe, solo hay que estirar y estirar… ahora, ocúpate tú de introducir mi polla.

Comprende que es todo un detalle por mi parte, dejar que se empale ella misma. De esa forma, puede controlar profundidad, velocidad, y fuerza, verdaderos principios físicos del mecanismo sexual. Lleva una de sus manos, la derecha, a su espalda, mientras se levanta sobre sus rodillas. Mi miembro pasa por su entrepierna, rozando su vagina, notando su humedad, y queda apoyado sobre sus riñones. Su mano lo empuña con firmeza y conduce el glande hasta apoyarlo sobre el esfínter.

Cuando se deja caer son algo de fuerza sobre el glande, su músculo anal se abre, relajado y dilatado por el acto anterior. Observó cada mueca en su perfecto rostro, cada pulsación de dolor que recorre su expresión, cada pequeño espasmo delator de su sufrimiento, pero sigue introduciendo rabo, centímetro a centímetro, sin detenerse.

Finalmente, su boca se entreabre, dejando en paz su pobre labio inferior, cuando ya no puede más. Creo que, en esta ocasión, se ha metido tres cuartas partes de mi aparato. Y, cuando se lo digo, una pequeña expresión de orgullo asoma, apenas durante un segundo, a su cara.

Los chillidos de Elke desvían mi atención. Se está corriendo gloriosamente, mojando groseramente las bocas de sus compañeras. Se agita tanto sobre el sofá, que parece que le están aplicando descargas eléctricas en la planta de los pies. ¡Dios, que manera de correrse!

Katrina también la observa, quizás con algo de envidia.

― Pronto también tú te correrás así – le susurro, pellizcándole un pezón.

― Yo… nunca he sentido algo parecido – contesta, sin apartar sus ojos de Elke, la cual se derrumba del sofá al suelo, la conciencia perdida por el placer.

― Porque nunca te has entregado al placer, perrita. Gozas de tus esclavos, pero no abandonas tu pose de princesa. Edificas barreras y límites, sin ser conciente de ello.

― No.

― Si. Ahora solo eres una esclava – la obligo a moverse. – Una perra que solo sirve para el placer… para mi placer. Si yo gozo, tú también lo harás… es así.

― No – repitió, esta vez con los ojos cerrados, con la espalda muy recta.

Una fuerte palmada en una de sus nalgas, la hace respingar. Me mira, desconcertada.

― ¡La palabra “NO” no existe para ti, puta! ¡No te has ganado aún el derecho a pronunciarla! – exclamo, pegando mi nariz a la suya. Mi saliva le salpica la cara.

Katrina gira la cara y escucha las risitas de Maby y de Pam, que han unido sus coñitos sobre el sofá, dejando a Elke dormida en el suelo.

― ¡Muévete! Quiero que seas tú la que haga correrme. Te tendrás que mover, saltar y brincar sobre mi polla para conseguirlo, y, si no lo consigues, seguirás empalada sobre ella, el tiempo que necesites. Las chicas se ocuparán de darme de comer y de beber, como un puto patricio romano, ¿te enteras? Si tengo que orinar, lo haré en el interior de tus tripas, para que resbale hasta fuera… y piensa en cómo te sentirás ya mismo, con ese gran supositorio metido en tu recto. Ya sabes las ganas de defecar que eso da, ¿verdad? Mejor será que hayas acabado para entonces, perra.

El rostro de Katrina se queda sin color. Creo que nada de todo eso, se la ha pasado antes por la cabeza. Sabe que lo haré, y también sabe que es algo que no podrá soportar, así que se deja de mojigaterías y pone toda su alma en el asunto. La verdad es que cabalga muy bien, la zorra. Tiene años de equitación encima, pero no tiene espuelas, así que no puede arrearme como quisiera.

Le atormentó los pezones y ella se muerde los labios para no gemir, para no darme el placer de escucharla. Tiene los senos tan sensibles que solo con darles suaves toquecitos, estremecen todo su cuerpo.

No puede aguantar más, sin exteriorizar su placer, así que cuando le tiro del pelo, echando su cabecita atrás, mostrando su sinuoso cuello, dejar escapar la madre de todos los gemidos. Me pone los pelos de punta, joder…

Retira una de sus manos, apoyadas en mis rodillas, para deslizarla hasta su sexo, deseosa de acariciarse. Se la quito de un tortazo. Me mira, ceñuda.

― Nada de acariciarte. Tienes que pedirme permiso para correrte.

― ¿Por qué? – jadea.

― Porque le digo yo… recuérdalo… si te corres sin mi consentimiento, haré que te arrepientas.

No me contesta y sigue botando, ensartada en mi miembro. Parece que su culito está aceptando muy bien mis dimensiones, porque, esta vez, no se ha quejado lo más mínimo. No deja de mirarme, desafiante y gozosa, al mismo tiempo. La posición de su cuerpo, algo retrepado hacia atrás, hace saltar sus pechitos con cada embestida. Entonces, de improviso, Katrina gira los ojos, mostrando sus blancos globos y su esfínter se contrae fuertemente.

― ¡Maldita puta! – exclamo y, al mismo tiempo, la alzo a pulso y la tiro al suelo.

Katrina sonríe, tirada en el suelo. Se lleva una mano a la vagina, manoseando su clítoris para aumentar el placer que está sintiendo. Se está corriendo sin avisarme. ¡Me ha desobedecido!

Me levanto del sofá, empalmado y cabreado. Contemplo como Katrina se abandona a los últimos espasmos de su orgasmo, contenta por haberme desafiado. Esa puta no lo ha pensado bien. Ras no deja de susurrarme nuevos suplicios, cada uno de ellos peor que el anterior. Recojo las cuerdas con las que atamos a Katrina a la mesa, y que aún están tiradas en el suelo. Aferro una de las sillas por el respaldar y la arrastro hasta donde se encuentra la perra, la cual parece estar contemplándome con interés y curiosidad.

No es conciente del daño que puede llegar a sentir. Lleva toda la vida cubierta por el poder y aura de su padre, que se cree invulnerable. Incluso, tras pasar una semana de privaciones entre nosotros, su desmedido orgullo la vuelve a convertir en una chica desdeñosa e incapaz de aprender.

Coloco el respaldar de la silla en el suelo, sus dos patas delanteras quedan levantadas. Atrapo a Katrina del pelo, obligándola a tumbarse, boca abajo sobre la silla. Chilla y patalea pero mis manos son cepos de acero que la doblegan fácilmente. Ato sus brazos a las alzadas patas de la silla y sus rodillas y tobillos al respaldar, consiguiendo que el desnudo cuerpo quede en una bella pose, de la que no puede escapar.

― Así estás perfecta, puta – le digo.

Es casi una postura de perrita, solo que sus manos no llegan al suelo, pero su cuerpo queda en cuatro, con una altura perfecta para sodomizarla, tanto de rodillas, detrás de ella, como acuclillado sobre su trasero.

Elke ha despertado y contempla lo que hago. Cuchichea con sus compañeras, que han dejado de amarse, para atender lo que está pasando.

― Encended unas velas – les digo y se levantan, raudas y obedientes.

― ¿Me vas a azotar otra vez? – me pregunta Katrina, con una media sonrisa en sus labios.

― Katrina, hasta el momento, he sido un amo complaciente y poco cruel, por respeto a tu padre sobre todo, pero… has colmado mi paciencia.

― ¡No puedes hacerme nada! ¡Mi padre te arrancará la cabeza en el momento en el que sepa todo lo que me estás haciendo!

― ¿Ah, si?

Las chicas han dispuesto una serie de velas sobre la mesa del comedor. Algunos cabos pequeños y gruesos, que usamos cuando hay apagones, una vela aromática, y dos largos cirios que trajo Pam de Sevilla.

― En cuanto esos cabos goteen, colocádselos a esa perra sorbe la espalda – les digo al pasar, moviéndome hacia el dormitorio, donde se encuentra mi ropa.

Tomo mi móvil y regreso ante Katrina. Busco un archivo y lo pulso. Le colocó el móvil ante sus ojos. El rostro de Víctor Vantia aparece, hablando a la cámara.

― Sergio me ha pedido que grabe esto para ti, hija mía. Esta vez, no pienso pagar por tus caprichos insensatos. Debes aprender que, en esta vida, las consecuencias acaban pagándose. No puedo consentir que te cebes en unas chicas inocentes por unos celos perversos. Maby es amiga mía y no pienso consentirlo. Le he dado a Sergio toda la libertad que necesite para enseñarte modales. Desde hoy, vivirás con él, estarás a su cargo todo el tiempo que estime necesario, hasta que aprendas a comportarte. Lo siento, Katrina, tú te lo has buscado – acabó la filmación.

― No… no puede ser… mi padre no… — balbucea ella, rotas sus esperanzas. No le había mostrado esas palabras de su padre antes, y ella no acababa de creerme nunca. Se acabaron las dudas.

― No te lo había enseñado antes, pues no creí que fuera necesario. Hay que ser una criatura realmente obtusa cuando, después de una semana en la que has llamado más de veinte veces a la mansión y no te han respondido, aún crees que te están echando en falta – ironizo.

Maby se acerca con uno de los cabos. Vierte un poco de cera caliente sobre la espalda de Katrina, que grita y se retuerce. Maby, con pericia, coloca la corta y ancha vela sobre la cera vertida, dejándola pegada. Pam se acerca con otro cabo, y vierten más cera sobre el primero, para asegurarlo. Los gritos de Katrina se elevan. Tiene una piel delicada al calor y aún bastante sensible por los cañazos que antes de ha llevado.

― Le dije a tu padre que quería convertirte en mi esclava, en mi perra, mostrarte todas las penurias que puedes vivir como mi puta… y tu padre aceptó, harto de tus infantiles caprichos, de tu orgullo desmedido, de la fatua altivez que arrastras, como si fuera la cola de un vestido. ¿No lo entiendes? Tu padre está harto de resolver y de ocultar tus excesos.

Katrina estalla en lágrimas. Lleva tiempo conteniéndolas y, ahora, el dique finalmente revienta. Es una riada tremenda, que lo arrasa todo, desde el dolor hasta las emociones. Llora e hipa, desmoralizada, dolida, y asustada, realmente asustada, esta vez.

He roto su esperanza, a lo único que se aferraba, a la figura de su padre. Ya no tiene defensa alguna, ni refugio al que acudir. Depende totalmente de mí y eso la desespera.

Casi no se estremece cuando Maby y Pam le colocan más velas en su espalda, otorgándole un aspecto algo dantesco.

― Así… como un pastelito de cumpleaños – me río en su cara. – Vas a estar de dulce como para chuparse los dedos. Elke, trae el consolador azul, el de veinte centímetros. Se lo vas a meter en el culito… y tú, Maby, vas a controlar la “mosca”. La quiero pegada a su clítoris, con esparadrapo. Pero, ojo las dos, que no se corra. Mantenedla al límite.

― Si, Sergio – responde Elke, marchando al dormitorio.

Por mi parte, tengo que desahogarme. Mi miembro ha bajado la cabeza, perdiendo rigidez, pero tengo una fuerte presión en los testículos. Así que tomo a Pam de la mano y la conduzco al sofá. Ella sonríe, contenta de haber llamado mi atención. Me tumbo y le pido que se ataree con mi pene, para devolverle su firmeza.

Contemplo, divertido, como Elke mete el consolador mediano en el trasero de Katrina, sin lubricarla más de lo que ya estaba. La pija rubia sigue llorando y apenas se queja. Al apartarse Elke, Maby coloca la “mosca” contra el clítoris, usando un par de tiras de esparadrapo para que no se mueva. La “mosca” es un pequeño vibrador ovalado, parecido a un huevo de codorniz. Dispone de un núcleo pesado, envuelto en dos capas de líquido oleoso. Un pequeño cable desde un mando a distancia, envía corriente eléctrica que le hace agitarse con diferentes velocidades, produciendo una vibración muy estimulante. Maby se sienta en el suelo, la espalda contra el sofá, al alcance de mi mano, y enciende el aparatito. Primero suave, un par de rayas en el dial. Elke inicia también suaves movimientos con el consolador anal.

Pam se afana sobre mi pene gloriosamente, demostrando que su técnica puede compararse con la de Katrina perfectamente. Le aparto la boca de mi miembro y la obligó a mirarme.

― Te quiero, Pam – le susurro.

― Yo aún más, mi vida – me responde, reptando sobre mi cuerpo hasta hacer coincidir nuestros sexos. Con un movimiento de riñones, cuela el glande en su cálida vagina.

La dejo tragando lentamente más pene y alargo la mano, acariciando los pechitos de Maby.

― Dale más caña – le pido.

Gira el dial un par de grados más. Puedo ver como las caderas de Katrina se disparan. Esconde el rostro de mis ojos, para que no la vea gozar y gemir.

― Elke, méteselo por completo y conecta el vibrador.

― Si, Sergio.

― Ahora, vente aquí, con nosotros, y deja a esa perra sola.

Elke se levanta y se inclina sobre mí. Me da un húmedo beso y después besa igualmente a Pam. A continuación, se sienta al lado de Maby, de la misma forma que ella, y hunde su boca en el cuello de la morenita. Al mismo tiempo, su mano se pierde bajo las piernas flexionadas de Maby, acariciando intimidades.

― Ahora, te permito correrte las veces que quieras, Katrina. Si es que te quedan fuerzas…

Su primer orgasmo concuerda con el nuestro. Mío y de Pam. Mi hermana está más quemada que la pipa de un indio. Sin moverme del sitio, le quito el control a Maby, la cual está más ocupada en mantener la cabeza de Elke pegada a su entrepierna que de manejar el dial. Bajo totalmente la intensidad, dejando que Katrina se recupere. Aún menea las nalgas, pues el consolador estimula aún su recto, con un zumbido apenas audible.

En un par de minutos, aumento poco a poco la intensidad, observando como el rozamiento de sus caderas y la vibración de sus muslos aumenta a medida que giro el dial, hasta llegar al máximo. Ahí, Katrina se descontrola. Solo lo mantengo veinte segundos, pero son eternos para ella. Gime, babea, se estremece, y exclama algo que parece una súplica. Bajo al mínimo, de golpe. Jadea, aquietándose.

Pamela me quita el control. Quiere hacerlo ella. La dejo, con una sonrisa. Alargo la mano y aparto la boca de Elke del coñito de Maby, atrayéndola hasta mi pene. La noruega se relame. Lleva tiempo sin catarlo. Pamela comienza una cuenta atrás desde diez, en voz alta. Al llegar a uno, gira el control rápidamente, aumentando frenéticamente la vibración. Katrina chilla e inicia la misma danza. Sus nalgas son lo único que puede mover libremente, atada a la silla.

― ¡Dios! ¡Ser…geiiii! ¡Páralo! Por Cristo… ¡PARA ESOOOO! – grita la pija, agitando el culo como una loca.

Otros veinte segundos, más o menos, y Pam baja la intensidad. Es un juguetito de lo más divertido, ¿a qué si? Maby se pone en pie y me dice al oído:

― Quiero que me coma el coño, ¿puedo?

Asiento y ella se sienta, con rapidez, sobre las patas de la silla que están al aire, abriendo sus piernas, aposentando sus nalgas sobre los brazos atados de Katrina.

― Lame bien, guarrilla – le ordena, empuñándola del flequillo.

Katrina, aún jadeando, saca la lengua por inercia, hundiéndola en la vagina de Maby, la cual echa la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, extasiada.

― Dale otra vez, hermanita.

Katrina tiene que dejar de succionar, debido al intenso placer. Esta vez es una larga queja lo que surge de sus labios, como un gemido que va subiendo en escala, hasta convertirse en grito, en el mismo momento en que sus caderas enloquecen, soltando una lluvia de lefa y orina. Maby, súper motivada por lo que ve, frota su mojada entrepierna sobre el rostro de la búlgara, corriéndose a su vez e insultándola sin cesar.

― ¡Joder, que… puta… eres! ¡Eres la más zorraaaaa de todas nosotraaa… aaaaaaahhh… JODER… ME CORRO…!

― Quítale el consolador del culo, que Elke me la ha puesto firme de nuevo – le digo a Maby, en cuanto se recupera.

― ¡Eso, eso! ¡Otra vez por el culito! – se ríe, sacándole el aparato.

― Pienso estar así toda la noche. Mañana es domingo y podemos dormir todo el día – digo entre risas, mientras deslizo mi polla en su ano, ya muy abierto.

― Por… favor… — musita Katrina.

― ¿Si, perra?

― Agua…

― Pobrecita, yo se la traigo. Tú no te muevas – me dice Elke.

Tiro del pelo de Katrina, levantándole la cabeza para que me mire.

― ¿Estás cómoda? ¿Estás bien?

― No… me duele…

― ¡Pues te jodes! Te voy a follar sin parar durante horas. Elke te va a dar agua, y después te darán de comer algo, pero yo estaré aquí, sobre ti, dándote por el culo, perra. Una y otra vez.

― No, por favor… Amo…

― Ah, ¿ahora soy tu amo? Que pronto has reflexionado… no, pedazo de puta, no te vas a librar. Cuando tenga que descansar, te colocaré otro consolador, más grande que el que has tenido, para que tu culo no se detenga ni un minuto.

― Me vas… a matar… Amo…

― No, eres una dura perra. Creo que, al final, me pedirás que te desflore, solo para poder cambiar de agujero.

Me río con saña y sigo con el ritmo. Elke ha tenido una buena idea y trae el botellín de agua con una cañita. Pam sigue jugando con el mando de la “mosca”, y Maby, con una súbita inspiración, prepara unos cubatas para todos.

Dios, que velada me espera…

CONTINUARÁ…
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es

Para ver todos mis relatos: http://www.relatoseroticosinteractivos.com/author/janis/

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Relato erótico: “Destructo: Dime esas palabras que matan” (POR VIERI32)

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I

Sin títuloEl cielo de los Campos Elíseos amaneció repleto de oscuros nubarrones y parecía que en cualquier momento caería una lluvia torrencial. Si bien el clima no favorecía las actividades al aire libre, aquello no era excusa para detener a ningún ángel de la legión. Fuera el Serafín Durandal guiando a sus estudiantes hacia el bosque para entrenar esgrima, o el enorme Rigel esperando a sus alumnos en Paraisópolis antes de partir a las lejanas islas, hasta los ángeles del coro que recolectaban frutas en los extensos jardines que rodeaban el Templo sagrado del Trono, ni un ángel tenía descanso, ni mucho menos los pupilos de la Serafín Irisiel que, como todos los días, caminaban el sendero de tierra que lindaba al gran bosque, rumbo a los campos de tiro.

—¡Escuchad! —de espaldas al grupo que guiaba, la Serafín levantó su arco de caza para detener a todos sus estudiantes—. ¡Le recuerdo a cualquier ángel que sea nuevo en mi grupo, que acostumbramos a hacer un bautismo de bienvenida!

—¿Pero de qué está hablando, Irisiel? —preguntó uno.

—Oiga, Irisiel, hace eones que nadie nuevo viene —agregó otro, más al fondo de la larga fila.

—¿Bautismo? —preguntó una muchacha oculta entre el montón de ángeles.

—¡Venga! —casi como si danzara, la hábil arquera se giró grácilmente hacia sus pupilos y señaló hacia donde se encontraba la principiante del grupo—. ¡Recoge alguna manzana, la vas a llevar sobre la cabeza durante todo el entrenamiento, preciosa! Uf, luego pasarás el resto del día besándome los pies y alabándome por mis dotes de caza. Solo de pensar en tener a una esclava a mi merced hace que me tiemble todo el cuerpo, ¡sí!

—Ya está, se ha vuelto loca —murmuró uno.

—¡Por favor, eso te lo acabas de inventar, Irisiel! —protestó la joven novata. Todos se abrieron paso y suspiraron al ver que la muchacha, de larga y lisa cabellera rojiza, adornada con una fina trenza cuyos ramales nacían de sus sienes, de cuerpo estilizado y atlético, no era sino Perla, que tras varios años desde su llegada, se veía tan joven como los demás ángeles de la legión.

—¡Por todos los dioses, es la Querubín! —exclamó uno—. ¡De rodillas, todos!

—¡No, nada de “Querubín”! —chilló ella, viendo cómo todos a su alrededor le rendían respeto. Lejos de aquella niña que abusaba de su condición, ahora su cuerpo había crecido en detrimento de su actitud altanera—. ¡Levántense todos!

—¡Qué bonita, toda colorada! —Irisiel reveló los colmillos de su amplia sonrisa. Pese al desarrollo que acusó la joven, la Serafín nunca dejó de verla como una enviada por los dioses y dueña de esperanzas para la legión—. Si mal no recuerdo, tú ya tienes un maestro. Seguro que te espera en el Río Aqueronte.

—¡Irisiel! —la joven Perla se abrió pasos entre los ángeles arrodillados, plegando sus alas para no golpearlos—. ¡Un consejo, es todo lo que te pido!

—¿Consejo? A ver, a ver, ven conmigo un rato —al llegar junto a ella, la Serafín rodeó con un brazo el cuello de la muchacha, acercándose a su oído para susurrarle—. ¿Es que acaso ese hombre te trata mal? Están asomando redondeces en tu cuerpo. Ese ángel mongol fue humano y de seguro quiere aprovecharse.

—¿Tú crees eso? —preguntó Perla, dando un respingo de sorpresa. ¿Cómo era posible que un ángel, un Serafín además, pudiera llegar a tal conclusión perversa? Salvo Curasán y Celes, nadie más en la legión había demostrado conocimiento o interés en esas índoles.

—Tú dilo y yo disparo.

—Bueno, realmente no sucede algo así, Irisiel. Es… es esa maldita espada.

—¿Aún no la has reclamado?

—Si lo hubiera hecho ya la tendría enfundada en mi espalda y no estaría aquí rogándote un consejo.

—Somos arqueros, Querubín, no nos gustan los combates a corta distancia, así que piensas mal si crees que colándote en mis clases sacarás algo útil que te ayude a reclamarla.

—Supongo que sí —suspiró, agachándose para apartarse de la Serafín—. Siento los inconvenientes que causé… Quiero decir, ¡lo siento, chicos! —gritó, mirando al centenar de ángeles arrodillados. Cuánto detestaba aquello, que la vieran como la portadora de una respuesta que ella sabía perfectamente que no tenía. Deseaba poder responderles las cuestiones sobre quién la había enviado, o si había un mensaje que debía entregar o simplemente si esos dioses de los que tanto le hablaban seguían vivos, pero lo cierto es que no sabía absolutamente nada y en ocasiones se martirizaba por ello.

—¡Escúchame, primor! —Con un cabeceo dirigido a sus estudiantes, Irisiel retomó su sendero para que la siguieran, mientras Perla, ya apartada del camino, la observaba curiosa—. ¡Para nosotros los arqueros, la distancia es crucial! Aléjalo del sable, flanquéalo con una distracción adecuada. Mantén la distancia para que no te tumbe al suelo y ensucie esa linda carita tuya, y corre a por tu espada como si no hubiera mañana. Es lo que yo haría si en vez de un sable fuera mi arco el que estuviera allí en la cala.

—Gracias, Irisiel.

—¡Buena suerte con tu sable, Querubín! —gritó uno de los pupilos.

—Perla —achinó los ojos—. ¡Me llamo Perla!

No muy lejos de allí, se erigía un monumento, un gigantesco ángel de mármol que extendía sus alas en toda su plenitud, sosteniendo una espada de hoja zigzagueante que apuntaba al cielo. Erigida en honor a los ángeles muertos en la última rebelión, se encontraban grabados centenares de nombres de los caídos, tallados tal tatuajes sobre la piel pétrea de la figura.

Las cenizas de la última rebelión celestial ya se enfriaron, aquella que se cobró la vida de los tres arcángeles, anteriores guardianes de los Campos Elíseos y del reino humano, llevándose además consigo a una legión de seiscientos mil ángeles. Pero los susurros aún se oyen para los que no olvidan a los amigos idos; cuentan la triste historia de la rebelión, de los deseos que se niegan a abocarse al olvido, de las promesas sin cumplir, de los lazos que quedaron rotos, y narran con pesar el pecado que cometieron los dioses.

El Serafín Durandal extendió su brazo y acarició la base de la figura, allí donde él talló un nombre especial.

“Bellatrix”, pensó, con un pesar llenándole el pecho de manera asfixiante. “He venido para decirte que tu sueño está por cumplirse”.

Se arrodilló frente al monumento, clavando su radiante espada cruciforme en la tierra, sintiendo sobre sus alas la llovizna que empezaba a caer, recordando épocas lejanas, cerca del inicio de los tiempos. Aquellos días, cuando la sangrienta guerra santa contra Lucifer había concluido. Por decisión de los dioses, los más altos rangos de la angelología: el Trono, los Dominios, los Principados, las Virtudes y los Serafines con su ejército de ángeles, ascenderían a otro plano, atemporal e informe, para desaparecer hasta que su presencia fuera requerida de nuevo, dejando como herederos de los Campos Elíseos a los tres Arcángeles y su legión.

—Durandal —dijo la rubia Bellatrix, una miembro de la legión del arcángel Gabriel, quien, sentada a orillas de un lago en las afueras de Paraisópolis, se acicalaba las alas—. Pensaba que ya te habías marchado.

—El Trono y los demás ya han desparecido —respondió aterrizando suavemente a su lado—. Yo aún tengo algo que hacer, así que le pedí a los dioses que me concedieran un poco de tiempo.

—¿Algo que hacer? ¿Como qué? —preguntó ella, remojándose los labios y empuñando sus manos sobre su regazo.

—Mi espada, necesito que Metatrón la repare, en cualquier momento se resquebrajará —miró a los alrededores del lago—. Pero no lo encuentro, no está en la fragua, ¿no lo habrás visto?

—¿Por qué habría de saber dónde está él? —Bellatrix se cruzó de brazos, mirando para otro lado—. ¡Hmm! Espadas las hay a montones, no sé por qué tienes la manía de blandir siempre la misma. Ya ves lo que pasa por usarla una y otra vez.

—¡Me gusta esta espada! —carcajeó, desenvainándola para clavarla en la arena. La hoja, efectivamente, tenía pequeñas grietas por doquier, y para colmo había perdido un gavilán—. ¿No sabes lo que significa para mí? Fue con la que te protegí de aquellos ángeles insurrectos, quiero que esté reparada antes de marcharme.

—¡Como si me importara esa tonta espada!

¿Pero cómo iba a olvidar ella la primera vez que lo vio, en plena guerra celestial? En medio de la espesura del bosque de los Campos Elíseos, Durandal descendió de los cielos elegantemente, casi como presumiendo de sus seis alas, desenvainando su espada y deshaciéndose hábilmente de tres ángeles de Lucifer que la tenían arrinconada. Bellatrix, contra un árbol y con su arco en sus trémulas manos, observó boquiabierta al Serafín, pues nunca lo había visto tan de cerca. Sabía que, como los arcángeles estaban en desventaja en la guerra contra los insurrectos, los dioses crearon nuevos ángeles para ayudarlos. Tronos, Principados, Dominios, Virtudes, Serafines. Durandal era uno de ellos, y vaya espécimen, pensó, pues tenía un aura especial que hizo que sus alas se descontrolaran en el momento en que se giró hacia ella.

—Yo recuerdo el día que te vi por primera vez —Durandal entró al lago, moviendo a su paso algunas flores de loto—. Cuando cayeron los tres rebeldes, quise limpiar la hoja de mi espada, pero noté que reflejaba a alguien más detrás de mí. Pensé que era otro insurrecto… así que me giré…

Tal y como confesó, el Serafín pensaba que Bellatrix era un enemigo más, pero los cimentos de sus dogmas temblaron cuando observó en realidad a la hembra más bella que había visto. De larga cabellera rubia, de mirada asustadiza, la arquera se veía incapaz de cerrar esa boquita de labios finos pues parecía aterrada; aleteaba torpemente y trataba de que su arco de caza no se le cayera de sus temblorosas manos. Si ella fuera un enemigo, ¿cómo haría Durandal para luchar contra alguien así?

—¡Estaba nerviosa, no te burles de mí! Es por eso que mis alas se descontrolaron cuando me viste por primera vez —suspiró, abrazando sus rodillas—. No todos los días se ve cómo los iguales se matan entre sí. Además, vaya aspecto tenías. Nunca había visto una túnica tan carcomida y tantos cortes por el cuerpo.

—¿Y tú crees que yo no estaba nervioso, Bellatrix? —salpicó el agua del lago hacia ella.

En aquel bosque, el Serafín se acercó a ella, mientras que en su cabeza desfilaban varias preguntas sin siquiera darse tiempo a responderlas. “¿Debería preguntarle su nombre? ¿O tal vez cómo se encuentra? ¿O si está herida?”. Nunca se había sentido como en ese entonces; le costaba respirar y el corazón apresuraba sus latidos conforme avanzaba. Debido a que la veía demasiado asustada, guardó su espada en la funda de su cinturón y plegó sus seis alas, extendiéndole su mano.

—Mi nombre es Durandal, Serafín del Trono Nelchael. Dime que no eres mi enemigo —dijo con toda la seriedad que podría esperarse de alguien de su estatus.

—Bella… ¡Bellatrix! —la hembra aceptó la mano del Serafín. El aura que emanaba Durandal la tenía atontada y nerviosa; esa mirada intensa, esa ferocidad, se veía fuerte como ningún ángel que antes hubiera conocido—. Soy a-arquera de la legión del Arcángel Gabriel.

—Entonces somos aliados —suspiró él, sintiendo como si una tonelada de rocas sobre su espalda hubiera desaparecido de repente.

—¡Claro que sí! —Bellatrix intentó guardarse el arco en la espalda, enredándose torpemente con la cuerda—. ¡Uf! Durandal… gracias por haberme salvado.

—En realidad no sabía que estabas aquí, solo vi a tres ángeles y bajé para comprobar que eran insurrectos —inmediatamente sintió como si esa misma tonelada de rocas se le amontonara, ahora sobre la cabeza. Tal vez debía haberla impresionado y decir que había bajado para rescatarla de los enemigos; de seguro se ganaría más elogios de su parte.

—¡Hmm! —Bellatrix se cruzó de brazos—. Entonces deberías ir con más cuidado, en esas condiciones no deberías volar buscando pelea, urge ir al Templo para que te sanen las heridas.

—Agradezco tu preocupación, Bellatrix —ahora la había enfadado, pensó que sería mejor retirarse cuanto antes para no seguir incomodándola, por lo que extendió sus seis alas—. De hecho, tienes razón. Debería ir al templo para que me sanen.

—¡E-e-espera, Serafín! —por extraño que le pareciera a ella misma, no deseaba que se alejara—. El templo está muy lejos, y quién sabe con qué podrías toparte en el camino.

—¿Y qué sugieres? —preguntó, suspendido en el aire, a la espera de una respuesta.

Bellatrix pasó toda esa tarde curando las heridas del Serafín en el bosque, regañándolo dulcemente por no darse un respiro en la guerra mientras él se excusaba con su espíritu bravo para poder fascinarla. Pero cada tacto, cada palabra de la hermosa hembra parecía funcionar como bálsamo para las heridas y el cansancio que afligían al guerrero.

Una pequeña suciedad cerca de los labios de Durandal, limpiada delicadamente por la hembra, propició el derrumbe definitivo. Un beso bastó para que los dogmas de la angelología volvieran a tambalearse peligrosamente. Y un dedo juguetón levantando la túnica para buscar el sexo contrario, una lengua húmeda palpando el labio del otro; nunca unas simples caricias habían destruido tanto esos credos otrora enraizados en los dos ángeles.

Con los días, los encuentros de la pareja se hicieron más frecuentes; fuera para olvidarse por un breve instante de la cruenta guerra celestial en la que estaban sumidos, fuera para curiosear las sensaciones del tacto de la piel sobre otra piel, de la unión de labios y de cuerpos.

“¿Cómo se siente al luchar contra un ángel que defiende lo que tú y yo sentimos, Durandal?”, solía preguntarle ella. “Porque Lucifer lucha por nociones como libertad y amor, nociones que no nos corresponde comprender. Tú y yo sabemos que si los dioses se enteran de esto que tenemos, seremos tachados de enemigos”.

En el lago, Bellatrix se volvió a remojar los labios pues extrañaba el contacto de su amado, quien siempre le había gustado jugar a ser esquivo. A la hembra le costaba armar frases conforme el tiempo inevitablemente avanzaba; en cualquier momento los dioses reclamarían a Durandal.

—¡Durandal! —se levantó y entró al lago para acompañarlo—. Quería hacer como los otros e ir al Templo para despedirme de todos ustedes, antes de que los dioses os llevaran. Pero… mmm, creo que se vería mal que un ángel llore por tu partida.

—No deberías avergonzarte —susurró, rodeándola con sus enormes alas para abrazarla —. Ahora estamos solos, si lo deseas, puedes llor…

No terminó de hablar cuando Bellatrix hundió su cabeza en el pecho del Serafín, ahogando un llanto casi imperceptible. Aunque cuando sus manos encontraron las de Durandal, cuando sus dedos se enredaron entre los de él, el sollozo se volvió fuerte y desgarrador, mientras que el Serafín ahogó algún llanto. Eran guerreros pero parecían niños; ferocidad en sus cuerpos, fragilidad en sus corazones de cristal.

—Quédate, Serafín —balbuceó.

—No te lamentes, Bellatrix. Los arcángeles os cuidarán bien y los Campos Elíseos serán todo vuestro, disfrútalo. Además, no es que nos vayamos para siempre.

—Pero los dioses os traerán de vuelta aquí solo si hay una emergencia.

—¿Vas a esperar por mí, Bellatrix?

—¡Allí mismo! —señaló la espada clavada a orillas del lago—. No te preocupes por esa tonta espada, la repararé y cuidaré por ti. La haré única, Durandal. Y será la más resistente de la legión.

—Gracias, pero no. Pídele a Metatrón que la repare, él sí que es bueno con la fragua.

—¡Eres un necio!

—Tengo que irme, Bellatrix —respondió mientras su cuerpo adquiría un tenue brillo blanquecino, pues los dioses estaban reclamándolo.

“¿Qué dirán los dioses, Durandal?”, pensó ella, mientras los dedos entre los que enredaba los suyos se volvían etéreos, mientras esos labios que saboreaba, poco a poco se desvanecían del tiempo y del espacio. “¿Cómo me mirarán el día que les pida ser libre para tomarte de la mano? ¿Nos mirarán con desprecio, como han hecho con Lucifer, o se sentirán conmovidos ante lo que tú y yo hemos creado? Llámame ingenua, pero tengo esperanzas. Para cuando regreses, estoy segura de que podremos estar juntos”.

Para Bellatrix pasaron milenios, esperando la vuelta del ángel a quien amaba. Aunque nadie vio venir la rebelión de los tres arcángeles, que cedidos a la locura ante la prolongada ausencia de los dioses, terminaron desatando una cruenta revuelta que acabaría con la totalidad de la legión de ángeles, e incluso destruiría el reino de los humanos. Y los sueños, las promesas y los deseos que quedaron por cumplirse; todo corrió en un río de sangre y locura imperecedera, entre la destrucción y las plumas revoloteando en el fuego.

Pero alguien había invocado de nuevo a los altos rangos de la angelología, alguien los había despertado de su eterno letargo. No pudieron responderse quién había sido, pues no sintieron la presencia de los dioses en el momento que volvieron. Y lo que era peor, todo a su alrededor estaba destruido. El Templo, Paraisópolis y hasta los bosques ardían. El otrora apacible paraíso celestial había quedado convertido en una completa ruina.

Desconocían qué había acaecido durante su larga ausencia. Estaban desesperados, preocupados por la legión de los arcángeles.

Pero en la mente del Serafín solo apremiaba aclarar una duda; necesitaba regresar cuanto antes al mismo lugar donde juró volver, mientras los demás se dispersaban para buscar a sus camaradas. Nunca batió las alas tan rápido, nunca la incertidumbre había ganado tanto terreno hasta el punto de que las alas respondieran erráticamente.

Descendió a orillas del lago en las afueras de la ciudadela; ahora consumido por el paso del tiempo y el olvido, ya sin flores de loto flotando en el agua, ya sin vida. Las puntas de sus alas se doblaron y cayó de rodillas sobre la arena cuando encontró a su amada Bellatrix recostada donde prometió esperar su retorno; su cuerpo yacía cubierto de raíces de los jazmines; inerte y víctima de la violencia de los arcángeles. Y semienterrada cerca, una espada cruciforme con un diseño de alas de oro en los gavilanes.

El dolor del Serafín había destrozado completamente todos sus dogmas. Ni los dioses, ni la angelología a la que se debía, nada se sostuvo en su frágil interior. El dolor se había abierto paso a través de su cuerpo, y un grito de rabia pobló los Campos Elíseos mientras cargaba en sus brazos al único ser a quien aprendió a amar más que a los dioses que lo habían creado.

Muy dentro, el Serafín se sentía como un niño, impotente, huérfano y despreciado por sus creadores; se vio incapaz de perdonarlos por haberle arrebatado aquello que más amaba. Él, y muchos ángeles que volvían para encontrar a sus camaradas caídos a manos de los arcángeles, nunca perdonarían a los dioses el haberlos abandonado y dejarlos a merced de aquella rebelión.

Las cenizas del último Armagedón ya se enfriaron, pero en algunos ángeles la llama aún se agita con fuerza, imposibilitada de morir como el imperdonable pecado que cometieron los dioses. Y los susurros de los caídos aún se oyen; cuentan la triste historia de la rebelión, del abandono, y del ángel más bello de la legión, que esperó a su amado hasta el fin de los tiempos, con la espada más fuerte refulgiendo en la arena.

—Di-disculpa, Durandal —una inesperada visita interrumpió los recuerdos del Serafín. Tras él, la joven Perla había llegado al monumento.

El guerrero se repuso al reconocer aquella voz. Se negaba a mirar a los ojos de la supuesta enviada por los dioses; el clima de una nueva rebelión era palpable en el aire. Ahora, una facción importante de ángeles estaba dispuesta a abandonar por fin el yugo de unos creadores que ya no existían en sus corazones, a reclamar su libertad en honor a los caídos. Y él sería quien los guiaría.

—¿Qué deseas, ángel? —preguntó sin girarse para mirarla.

—Ah… Bueno… —A diferencia de los Serafines Rigel e Irisiel, Perla nunca forjó una amistad con Durandal. Si bien ella desconocía los motivos, tenía sus propias sospechas de por qué se mostraba esquivo. Fue ese distanciamiento lo que despertó ciertos sentimientos dentro de ella, cierto interés por aquel Serafín de aura incógnita. Admiraba esos ojos intensos cuando hablaba con sus estudiantes, ese sensible ritual de ir a rendirle respetos a los ángeles caídos… y también ese cuerpo atlético que observaba de refilón siempre que podía; Perla había desarrollado un inusitado interés por quien menos debía—. Durandal, me preguntaba si deseabas ir al coro de esta noche. Yo… Yo cantaré, pero también estará Zadekiel, realmente tiene una voz preciosa, ¿no lo crees? Se-seguro pasarás un buen rato.

—Lo pensaré, ángel.

Desenterró su espada para guardarla en la funda de su cinturón. Sin siquiera mirarla, pasó a su lado, rumbo a los bosques donde sus alumnos lo esperaban. Esa frialdad que ella recibía de su parte era algo angustiante y estaba dispuesta a cambiarlo. Ya no era aquella niña arrogante que abusaba de su estatus, ya no era la pequeña que odiaba a Durandal por ser el único Serafín que no cedía a sus caprichos. Necesitaba mostrarle la nueva muchacha en la que ahora se había convertido, por lo que se giró, viéndole marchar. Perla jugaba con sus dedos, completamente indecisa pues no encontraba el valor de detenerlo. “Algo… ¡dile algo!”.

—¡Perdón! —gritó, agarrando rápidamente una de sus propias alas, que a esa altura habían crecido incluso más que ella, trayéndola hacía sí para acariciar sus plumas.

—¿Por qué pides perdón? —se detuvo.

—Suelo verte venir por aquí —la Querubín rebuscaba por alguna pluma a punto de desprenderse—. El Trono me contó lo que sucedió hace tiempo. Lo de los arcángeles y lo de vuestros amigos que habéis perdido. Pero yo no sé qué decir al respecto.

—Nadie te pide que digas nada.

—¡Eso no es verdad! Nadie lo dice, pero yo sé que desean que les dé una respuesta acerca de los dioses, ¿no es así? Detesto que me llamen Querubín porque no dejo de sentir este peso sobre mis hombros. Cuando paseo por Paraisópolis, veo los ojos de todos y sé que esperan que yo responda sus dudas, que les diga que hay esperanza, que todo estará bien, que pronto vendrán los dioses, pero no tengo ningún tipo de respuesta para nadie. ¿Es acaso…? ¿Es por eso que siempre me ignoras, Durandal?

Se giró para verla, aunque la muchacha ya había ladeado su rostro hacia otro lado. Su fino labio inferior temblaba y lo mordía para ocultárselo, mientras dulcemente alisaba su ala. En cierta forma le recordaba a Bellatrix; ingenua, demasiado sentimental, sufriendo en el fondo.

—¿Acaso vas a llorar, ángel?

—N-no, claro que no… —balbuceó.

Perla había sido un obstáculo en sus planes de libertad, pero tan obcecado estaba en ello que no había notado el peso de la responsabilidad de ser una Querubín; de niña usaba su estatus altaneramente, por lo que él la veía con prejuicios. Pero ahora notaba que esa joven sufría, y sabía que pese a que en la legión le habían impuesto ese estigma que ella detestaba, deseaba protegerlos a todos de la profecía de Destructo.

—No te aflijas. No tienes la culpa de nada.

Aunque percibió la sinceridad, Perla no dejaba de sentir ese peso sobre ella. Aún era la Querubín a los ojos de muchos. Cargaba consigo todos esos ángeles caídos, cargaba consigo la esperanza de la vuelta de unos dioses que ni ella misma conocía, debía sostener esas miradas angustiadas de los que buscaban en ella un bálsamo. Ahora, su deseo de derrotar a un ángel destructor implicaba más que llevarse la admiración de todos; implicaba darle a la legión un consuelo que como Querubín no podía darles.

Pero al menos había recibido un alivio de quien menos se esperaba, por lo que ese fino labio inferior dejó de temblar.

—Tengo que irme, ángel. Mis estudiantes me esperan.

—¿Pero ve-vendrás al coro, Durandal?

—Deberías resguardarte, pronto la lluvia será torrencial y no creo que le convenga a tu voz. Mi viejo amigo Nelchael me comentó que es muy bonita —dijo mientras se retiraba rumbo a los bosques, arrancando un sonrojo en la joven Querubín—. Supongo que tendré que ir a comprobarlo.

II. 1 de julio de 1260

Sonaron los cuernos cuando el amanecer asomaba tímido en la ciudad de Damasco, llenando las calles y cada rincón de la ciudad con su cargante sonido que zumbaba los oídos de los ciudadanos que estuvieran en las inmediaciones. Y aunque lejos, en una gran yurta armada a orillas del río Barada, también fue inevitable oír la alarma.

—¿Y ese ruido? —preguntó Roselyne, desnuda y sobre su amante, acariciando dulcemente el pecho del guerrero. Era la primera vez, en los casi treinta días conviviendo con los mongoles, que oía aquello; dedujo que sería alguna celebración u ocasión especial, aunque también podría ser alguna advertencia.

—Lo más… —bostezó Sarangerel, rodeándola con un brazo para traer ese vicio de cuerpo contra el de él— lo más probable es que haya regresado el Kan Hulagu. Era de esperar que volviera en estos días.

—Pues menudo momento. Haz como si durmieras —sonrió pícara, acercando su rostro para besarlo y que el guerrero probara de esa lengua tibia y húmeda que gozosa se introducía en la boca. La mano de la francesa, de acariciar el pecho del hombre, pasó a bajar hasta el ombligo, arañando de placer.

—¿Te estás escuchando, mujer? He dicho que podría ser el Kan Hulagu, el mismísimo Kan del Ilkanato de Persia —sentenció. Le apartó un mechón de pelo que le cubría la frente y observó esos ojos atigrados; se hicieron evidente dos cosas al verle la mirada; a ella no le importaba en lo más mínimo quién era su emperador, y que realmente era preciosa, toda suya. Ya podría ser el Dios Tengri el que llegara a Damasco e hiciera sonar los cuernos, qué más daba, aquella mujer merecía un breve rato más. Hasta el mediodía, por qué no, pensó.

—Pues si es tan importante, sal de la tienda y ve a su encuentro. Tú ya sabes cuál es mi opinión sobre los reyes y emperadores —Roselyne se hizo a un lado de la cama, cruzándose de brazos. La tienda era oscura, pues la yurta solo poseía apenas una abertura para la puerta, y una pequeña hacia el techo, pero aun así el guerrero notó el rostro fruncido de la francesa.

—Parece que si salgo de mi tienda tendremos una crisis diplomática con los Seigneurs de Coucy—bromeó, posando sus gruesos dedos sobre el terso vientre, llevándolo hasta aquella fina mata de vello rubio, pasando por alguna cicatriz, pruebas de los tormentos que habrá pasado la joven.

—Pues algo habrá que hacer para apaciguar este conflicto, emisario —separó sus piernas y llevó la mano del guerrero para que acariciara sus muslos, prietos pero suaves al tacto. A la francesa le gustaba gemir, por lo que el guerrero, queriendo evitar que alguien afuera sospechara, acalló cualquier quejido o gemido devorándose ansiosamente su boca. Acarició de paso otra cicatriz hacia el muslo, apenas visible pero fácilmente palpable con la yema de los dedos.

—Has sufrido mucho, mujer —concluyó tras el beso. Nunca quiso ahondar en su pasado, pues ella se había derrumbado frente a sus ojos la última vez que tocaron el tema, aquel día en que reveló su verdadero origen. No obstante, la confianza entre ambos era más que suficiente ahora.

—Pues valdrá la pena el sufrimiento. Cada una de las cicatrices, de las marcas, los recuerdos, todo valdrá la pena —ahora ella tomó de los hombros del guerrero y empujó para acostarlo. Con destreza, se colocó encima para el encuentro de aquella verga totalmente erguida. Acarició el muslo de su amante, comprobando cuánto había cicatrizado aquella herida de flecha que él recibió por protegerla en el Nilo.

—Esa cicatriz que estás tocando también valió la pena —afirmó el guerrero.

—Hmm, emisario, con tan nobles palabras puede que logre solucionar este conflicto. Veo que aquella flecha entró muy profunda, aún no ha cicatrizado del todo… —Mediante unas contracciones pélvicas, se inició el coito. Silencioso pero no menos apasionante. Tal vez el forzarse a no emitir gemidos lo hacía todo más excitante.

—Ya sanará.

—Las mías también sanarán, Sarangerel.

—¿Y qué harás luego de “sanar tus heridas”? —la tomó de la cintura con fuerza—. Cuando se consuma tu venganza, ¿qué buscarás? —Roselyne no respondió, ahora gozaba demasiado para pensar con claridad. Pero apoyó su cabeza en el pecho del guerrero, cobijándose en él y esperando que tras un pronto orgasmo, pudiera tener una respuesta a una incógnita que ni ella misma era capaz de dilucidar.

Pero el ambiente, rayando entre lo tenso y el goce carnal, quedó repentinamente cortado por el sonido de fuertes cabalgatas alrededor de su tienda. Pronto, oyeron la voz de Odgerel quien gritaba desde afuera como si estuviera en medio de una repentina guerra.

—¡Sarangerel! ¡Despierta! Mierda, voy a entrar… ¿¡Me estás escuchando!?

—Impertinente perro de mierda —susurró él. La mujer entendió que apremiaban otras atenciones, por lo que amagó salirse de su amante, no obstante, el guerrero no soltó aquella cintura y la siguió penetrando. No deseaba salir. Ni de la tienda, ni de tan húmedo y apretado cobijo.

—¡Ah! Uf, ¿qué haces, Sarangerel? —rio la mujer.

—¿¡Qué deseas, perro!? —bramó, dando un envión más fuerte de lo que acostumbraba, consiguiendo que la muchacha arquera su espalda y chillara de goce.

—¿¡Estás fornicando, Sarangerel!?

—Deberías… dejarme… y… atender… a tu… amigo —respondió la francesa, gozando de aquella verga.

—¡Apura esa lengua, Odgerel!

—¡Escúchame bien! ¡Han llegado los mensajeros del Kan Hulagu! ¡Su hermano, el Kan Möngke, ha muerto! ¡Todos están movilizándose para volver a Mongolia!

El coito se detuvo inmediatamente. El hombre hizo a un lado a Roselyne para levantarse y hacerse con sus ropas. Ella, acomodándose en la cama, le lanzó sus pantalones y botas. Si bien no estaba demasiado interesada en la situación, comprendía que urgía que él saliera para dialogar, y desde luego lo mejor sería guardar silencio pues aparentemente uno de los líderes del imperio había muerto.

—Repítemelo, Odgerel —fue lo primero que ordenó al salir de la tienda y darse de bruces contra la luz del sol.

—¡El Kan Möngke ha muerto en China! Hulagu y Kublai disputarán con los demás sucesores por el imperio de Mongolia. Este ejército —retrocedió y señaló los cientos de guerreros que presurosos subían a los caballos a lo largo del Río Barada—, prácticamente todos estos que ves, están volviendo a Mongolia pues Hulagu los reclama.

—¿Volvemos a Mongolia? —el corazón de Sarangerel se detuvo por unos instantes. Suurin, Suurin y mil veces Suurin. En pocos segundos, el aire a su alrededor pareció llenarse del olor de los prados de su tierra, el viento fresco y el olor a kumis esperándolo en un cuenco. Y sobre todo, percibió el rostro de su pequeño hijo esperando un ansiado abrazo.

—Mierda… Lo siento, amigo —la mirada de Odgerel mató los primeros atisbos de esperanza de Sarangerel—. Pero diez comandantes se quedan, con sus respectivos ejércitos. Se van más de cien mil de los nuestros, pero… nos quedaremos diez mil para batallar contra Qutuz.

Ahora las palabras acuchillaron sus esperanzas. Sarangerel deseaba más que nadie en todo Damasco volver a Mongolia, aunque su nuevo cargo de comandante lo obligaba a quedarse hasta cumplir su misión de destruir el Sultanato mameluco. Nunca unas palabras tuvieron tanto filo, casi podía sentirlas clavándose en su corazón, en sus deseos, en sus sueños. Dolía el solo pensar en ello.

Desconsolado, ladeó la mirada para ver cómo poco a poco sus jóvenes guerreros iban hasta su yurta, algunos en busca de consuelo, algunos en busca de motivación que acababan de perder, pues ahora estaban condenados a pelear una guerra en clara desventaja numérica. Diez mil mongoles contra probablemente veinte mil mamelucos, que eran los números que manejaban.

—Entiendo cómo te sientes, amigo —Odgerel tomó de su hombro, mientras el ensordecedor sonido de cientos de jinetes cabalgando a paso rápido llenaba toda Damasco. Temblaba la tierra misma, se levantaba el polvo y se notaba un brillo de felicidad en los ojos de los guerreros que volvían a sus lejanas tierras. Cuánto deseaba ser uno de ellos, cuánto deseaba, por sobre todo, mirarle a su hijo, a sus ojillos, y decirle con una sonrisa cómplice “He vuelto a casa, pequeño”, para ver esa expresión de sorpresa y consuelo mezclado en ese rostro inocente. Solo Odgerel sabía cuánto deseaba el corazón del comandante ir allí donde prometió volver.

—Nos… quedamos… a pelear la guerra —a Sarangerel le costaba asimilar la dura realidad.

—¡Escúchame, amigo! —lo zarandeó con fuerza, ahora el comandante estaba ido, y era hora de que el segundo al mando hiciera valer su condición—. Estamos a cargo de estos jóvenes, así que no te atrevas a bajarles los ánimos con esa mirada de perro apaleado, Sarangerel. Muéstrales esa ferocidad de lobo en tu mirada o yo mismo te arrancaré los ojos.

Un cálido viento meció sus trenzas, casi como consolándolo. ¿Cómo era posible que el sagrado cielo al que se debía pudiera ser tan cruel con él? ¿O tal vez era parte del destino que le aguardaba? Pero como todo mongol, no se podía negar a su historia y su sangre; siempre vencieron pese a ser menos. “Tengri”, pensó, mirando hacia el cielo. “Necesito recobrar mi espíritu”.

—¿¡Has perdido la cabeza, Sarangerel!? —miró hacia arriba, gesto imitado por sus jóvenes guerreros que lo habían rodeado—. ¿¡A quién estás mirando!?

—Escúchame, Odgerel —se apartó de sus manos—. ¿Quién… quién queda al mando de los diez comandantes?

—El hombre que te ofreció el comando, el nestoriano Kitbuqa Noyan. Él nos guiará en la batalla.

Quedaban solo un par de meses para la guerra, y un golpe demoledor cayó sobre los mongoles. Los sueños, deseos y anhelos, tanto los de él como los de sus guerreros, y los de los diez mil que quedaban en Damasco y en las inmediaciones, ahora corrían un serio peligro. Y su amigo tenía la razón; esos jóvenes a su alrededor le necesitaban. A él, a su ferocidad de lobo, a sus palabras que iluminaban más que ese sol castigador del desierto.

—¡Escuchad! —ordenó, pasándose la mano por su cabellera, tratando de recobrar su compostura. Ahora miraba a sus pupilos con una ferocidad nunca antes vista—. Al corral, a entrenar. Y no perdáis más tiempo observando a los que se están yendo.

III

Perla se tumbó de espaldas sobre la arena de la cala del Río Aqueronte, mirando el lento paso de las nubes oscuras que, poco a poco, se abrían para dar paso a un fuerte sol. Extendió su mano hacia el cielo, como si pudiera acariciar la cálida luz solar que se colaba entre los dedos. “Espero que Durandal vaya a verme”, pensó, recordando su encuentro con el Serafín.

Repentinamente sintió un intenso cosquilleo en el vientre. Se mordió los labios y utilizó sus manos para calmarse con una caricia; era un calorcillo que últimamente estaba apareciendo en demasía y solo conseguía aplacarlo con sus finos dedos. Metiendo suavemente una mano bajo la falda, recordó la última vez que había descubierto, y espiado por largo rato, a sus dos guardianes teniendo relaciones en el bosque:

Celes comenzaba el encuentro recogiéndose su túnica para revelarle a Curasán sus largas y torneadas piernas, que rápidamente eran objeto de caricias y besos ruidosos. Perla arañó la arena imaginando aquel acto que sabía era prohibido aunque no dejaba de resultarle reconfortante. “Yo podría hacerlo también…”, pensó, recogiendo un poco su falda, remedando a su guardiana desde el suelo. “Mis piernas no son largas como las de ella… pero son bonitas”.

Le fascinaba el ruido húmedo de los besos que se daban; se palpó sus propios labios para preguntarse cómo se sentiría ese contacto de otra boca con la suya. Notaba esas miradas de lujuria que había en la pareja, y se decía a sí misma que ella también quería ser observada así. Cuando admiraba la unión de cuerpos, esa piel sobre otra piel, las puntas de sus alas sufrían una torsión involuntaria conforme un incipiente calor nacía en su entrepierna, preguntándose cómo se sentiría cobijar en su interior a un varón.

Inmediatamente, sin saber cómo, la imagen del severo Serafín Durandal se dibujó en su mente; aquellos brazos fuertes, aquella mirada penetrante, esas grandes y radiantes alas, meneó su cabeza para apartar aquella visión, pero una ligera sonrisa se había esbozado en su rostro sonrojado mientras sus dedos seguían acariciando.

—¿Qué te pasa, granuja? —preguntó su maestro, sentado en un derribado tronco cercano—. ¿Vas a explicarme por qué me has dejado esperándote toda la mañana?

—¡Ah, Da-daritai! —chilló la Querubín, dando un fuerte respingo y retirando su mano bajo la falda tan rápido como le fue posible—. ¡Podrías haberme avisado de tu presencia!

—Ni que debiera pedirte permiso para estar aquí. No eres la dueña de la cala.

—¡Hmm! —se repuso, sacudiéndose la arena sobre su túnica. Acercándose lentamente al tronco donde el mongol la esperaba, miró hacia otro lado, hacia las palmeras, mientras se armaba de valor para saciar una curiosidad que le asaltaba sobre los varones—. Daritai… ¿Tú… tú has tenido hembras? Quiero decir, mujeres, en tu vida como guerrero.

—Varias —dio un mordisco a una fruta.

—¿Y no las extrañas?

—Ninguna me dio un hijo, si es eso lo que quieres saber.

—No es eso… —Se sentó a su lado, acercándose a su cabellera para rehacerle algunas trenzas—. Quiero saber si las extrañas.

—Supongo que sí las extraño —otro mordiscón.

—¿Qué es lo que más extrañas? ¿O… lo que más te gustaba que hicieran?

—No, no, no. ¿Sabes? Me retracto. Mientras más lo pienso, creo que más estoy feliz sin ellas —el mongol solo tenía ojos para la playa—. Hablaban demasiado, y a veces no las entendía del todo. Extraño más a mi caballo que a cualquiera de ellas. La única mujer de la que realmente me enorgullezco de haber conocido es a mi madre. En fin, ¿a qué se debe tu curiosidad, granuja?

—¿En serio? ¿Tu madre y tu caballo? —soltó sus trenzas y se levantó para cruzarse de brazos—. Deja de decirme granuja. He venido para avisarte que no quiero entrenar el día de hoy. Así que ve a tu casona bonita y remodelada para dormir.

—¿Y se puede saber a qué se debe que quieras suspender el entrenamiento de hoy?

—Esta noche cantamos, no me gustaría ir magullada al escenario. Tengo que verme bonita, ¿sabes? Hace una semana, en el templo, las chicas del coro me preguntaron a qué se debía el moretón en mi brazo derecho. No es la primera vez que me ven con un golpe. Ellas hacen barullo hasta cuando se les desprende una pluma, así que imagínate tener a todas ellas encima de mí, casi llorando de pena.

—Son pruebas de tu arduo entrenamiento. Diles que eso demuestra tu valía como guerrera.

—Psss… —suspiró irritada. “Ya decía yo que este no iba a entender”, pensó, alejándose un par de pasos.

Un brillo fugaz llamó su atención; notó el sable que, inamovible durante años, seguía semienterrado en la arena. Aunque ahora refulgía con cierta intensidad, tal vez por un haz de luz del sol que se posó sobre el arma. Achinó los ojos y observó aquella misteriosa inscripción en la hoja del sable.

—Oye, Daritai… ¿Qué significa? Eso que está escrito en la espada…

—¿La inscripción? Como está enterrada, no la puedes leer bien. Déjame que te la traiga.

—¿Vas a desenterrarla?

—No —se levantó del tronco y extendió su brazo. Para sorpresa de la Querubín, un aura dorada lentamente se hizo presente alrededor de la mano del mongol, como si fuera un guante que se ceñía a la perfección.

Antes de que pudiera preguntarle qué estaba sucediendo, quedó boquiabierta cuando el mango del sable tomó forma en el aire, y rápidamente fue agarrado por el guerrero. Poco a poco, la hoja de la espada se materializó junto al resto de la empuñadura.

“¿Acaso es el mismo sable…?”. Perla miró hacia atrás y notó que la espada a lo lejos había desaparecido; era evidente que ahora se encontraba empuñada en las manos de su instructor.

—Está en dialecto jalja —Daritai palpó la inscripción con el dedo.

—¿Qué-qué-qué acabas de hacer, Daritai? ¿Cómo? ¿Pero…? ¿¡Por qué no me lo habías…!? —solo tenía ojos para el sable—. ¡Quiero hacerlo también!

—¡Ja! La he invocado. Esperaba enseñártelo el día que reclamaras tu espada… —sonrió de lado.

—O sea… ¿Me lo enseñarás… cuando la reclame…?

—“Invócame en tu hora de necesidad”.

—¿Qué?

—“Invócame…”. Eso es lo que dice la inscripción, la mandé tallar antes de partir a la conquista de Japón.

“Invócame en tu hora de necesidad”, pensó Perla, apretando los puños que casi temblaban de emoción. Ahora sus ojos volvían a adquirir aquella ferocidad que tanto le gustaba ver el mongol. Sabía que la Querubín no iba a dejar pasar la oportunidad de aprender algo sorprendente como aquello.

“Eso es”, pensó él. “Ya se ha dejado de tonterías”.

—Supongo que el entrenamiento queda suspendido por hoy —cortó el guerrero, des-invocando el arma, que inmediatamente volvió a aparecer enterrada a lo lejos.

—¡No! —ordenó Perla, agarrando las manos de su mentor, tirándolo—. ¡Vamos allá, Daritai! ¡Voy a intentar reclamarla!

—Pero tienes que estar bonita para esta noche —se acarició sus propias trenzas para burlarse.

—¡Basta! ¡No puedes mostrarme lo que acabas de mostrarme y pretender que lo deje para otro día! ¡Si no vienes, iré a por ella de todos modos!

—Atrévete —amenazó.

La joven enganchó su pie al de su mentor para desequilibrarlo, mientras sus brazos tiraban los de él en sentido contrario para así tumbarlo violentamente y tragara cuanta arena fuera posible.

—¡Maldita… granuja!

—¡Deja de decirme granuja!

Perla emprendió una veloz corrida hacia su sable. Aunque el maestro, humillado por su propia pupila, reaccionó rápido. Se repuso inmediatamente y se lanzó a la carrera. Cuando solo quedaba contados pasos para que ella alcanzara su preciada arma, el guerrero se abalanzó a por ella con ferocidad.

—¡Demasiado lenta! —gritó en el preciso momento que la agarró del pie.

“¡Será un…! Siempre me alcanza”, pensó desesperada, cayendo lentamente. “Siempre me toma del pie y tira para tumbarme. Solo necesito… ¡Necesito un par de…!”.

“¿Alas?”, se preguntó Daritai, escupiendo la arena en su boca. “¿Está extendiéndolas? ¿Pero cuándo…?”.

La joven Querubín había extendido sus alas a plenitud para batirlas con fuerza y evitar la caída, ganando con ello un último impulso que la llevara hasta su preciado sable. Si bien aún no sabía volar, pues aún le asaltaba el miedo a las alturas, al menos ya podía usarlas.

“Esta pequeña…”, pensó Daritai, al ver que el plan improvisado de su pupila estaba surtiendo efecto. Una infinidad de infructíferos planes llegó a desarrollar su alumna para escapar de su agarre, pero parecía que ahora había dado en la diana. Inteligencia, velocidad, reflejos, agilidad; todo en uno; lo había conseguido con creces. “Esta niña ha crecido”, concluyó con una sonrisa, siendo arrastrado por la fuerza del aleteo de Perla.

“¡Mía, mía, mía!”, la joven estiraba los dedos para tocar por fin ese mango con el que se había obsesionado, con su corazón saliéndose por la garganta, entrecerrando los ojos puesto que su fuerte aleteo había levantado la arena por doquier. Con el sable, confrontaría a Destructo y alegraría esas miradas angustiadas de los ángeles que la observaban cuando paseaba por Paraisópolis. Sería una guerrera, una salvadora, no una Querubín rota.

Perla cayó sentada sobre una rodilla, con sus alas extendidas en todo su esplendor. Y empuñado en su mano derecha, el sable que por años le había sido esquivo. La desenterró con fuerza, sonriendo entre la arena salpicando y sus propias plumas revoloteando alrededor; el brillo en sus ojos lo decía todo mientras admiraba su nueva espada, levantándola al aire para ladearla y ver la inscripción sobre la hoja.

Daritai, desde el suelo, levantó la mirada para ver a Perla de espaldas; era imposible aseverar qué clase de rostro estaba poniendo la Querubín. Lo más probable, para él, era que una enorme sonrisa se esbozara y que pronto estaría dando la lata acerca de su hazaña. Pero para su sorpresa, la joven soltó el sable y apretó sus temblorosos puños.

El pecho de Daritai se llenó de orgullo cuando ella se giró, pues notó la mirada de determinación de la joven en ese rostro sucio. Su pupila había crecido, aquella mocosa que le regañaba que sus entrenamientos fueran tan exigentes, aquella niña que a veces le rogaba que le dejara dormir en su casona cuando se enojaba con su guardián, aquella Querubín que oía fascinada sus historias de guerrero; esa niña había crecido ante sus ojos, y el sable resplandeciendo en la arena era prueba de cuánto.

—¡Da-daritai! —su voz se estaba quebrando. Se arrodilló sobre la arena y hundió su rostro entre sus manos, sollozando cuan fuerte era posible.

—Por el Dios Tengri —el maestro se levantó cuanto antes para ir junto a ella—. ¿¡Qué te sucede!?

—¡Lo-lo he… lo he conseguido, Daritai! —Ahora, Perla estaba a un paso más cerca de sus sueños; sentía que tenía la fuerza y habilidad para hacerle frente a cualquiera; y por sobre todo, ahora podría deshacerse de esa angustia que cargaba sobre sus hombros. Confortaría a la legión derrotando a Destructo, eso era algo que sí podría ofrecerles. Como Perla, no como una Querubín.

El guerrero suspiró tranquilo, viéndose conmovido por el gesto de la joven. Sabía que su alumna había heredado, en su condición de ángel, varios atributos que habían favorecido su entrenamiento, como la fortaleza y resistencia física propia de esos seres, además de heredar esa inestabilidad emocional e ingenuidad por los que se dejaba llevar, tal como en ese mismo momento en que decidió llorar desconsoladamente, rebuscando torpemente su sable en la arena para abrazarlo contra sus pechos. Esa extraña mezcla de ferocidad física y fragilidad emocional era parte natural de su pupila, y de la prácticamente totalidad de la legión.

—Escucha —Daritai se acuclilló para tomarla del mentón—. Me retracto. Puede que haya una mujer que admire tanto como a mi madre y mi caballo.

IV. 1 de julio de 1260

En el corral de los mongoles, Roselyne volvía a hacerse presente para reclamar el sable ante la mirada perdida de los jóvenes guerreros que se apostaban tras el vallado, presentes más por obligación que movidos por su usual deseo de curiosidad y morbo, en donde poblaban más las caras largas que las acostumbradas sonrisas. A sus alrededores, los demás mongoles seguían cabalgando a paso rápido para reagruparse y volver a Mongolia en grupos de diez. No obstante, los jóvenes en el vallado tenían órdenes de no prestarles atención.

Era demasiado doloroso el mero hecho de verlos partir.

Sarangerel, en medio del corral, tragó saliva, mirando el ambiente infernal a su alrededor. “Voy a necesitar de más de mil historias de guerra para levantarles el ánimo”, pensó preocupado. “Y lo que es peor, tengo que volver a enfrentarme a esta mujer. Si planeo levantarles el ánimo, les demostraré la ferocidad de nuestra raza, eso les hará sonreír al menos. Y ella…”, miró a Roselyne, quien servilmente le entregaba su sable para que él lo hundiera de nuevo en la arena. “Esta mujer no volverá a avergonzarme frente a mis guerreros”, concluyó para sí, sintiendo sobre su espalda la tremenda responsabilidad de no dejarse humillar. Su orgullo y el de los mongoles estaban en juego, ese día más que nunca lo necesitaban.

—¡Deberías al menos saludar! —se quejó un soldado al verla entrar sin mediar ninguna palabra—. Estás ante nuestro comandante. Ignoramos tus costumbres, pero respeta las nuestras.

—Ya le he dado mis buenos días dentro de la tienda —sonrió ella, causando alguna que otra risa suelta en el corral. La francesa sabía lo que estaba sucediendo a su alrededor, entendía que muchos volvían a sus tierras, pero esos jóvenes tras el vallado eran de los pocos que quedarían para batallar una guerra de donde muchos no volverían. Qué menos que ayudar a mejorar el ambiente.

—¿¡Vas a venir a por mí, guerrero mongol!? —gritó Sarangerel, extendiendo ambos brazos, preparándose para recibir a la francesa.

Roselyne respiró profundamente. “Bien, tengo algo que espero funcione. Perdóname, Sarangerel”, pensó mientras el viento se hacía fuerte. Ni ella, ni nadie más allí podían oír la ensordecedora cabalgata alrededor. Ahora estaban completamente solos, listos para observar un nuevo duelo tan extraño como extraordinario entre fuerzas, aparentemente, demasiado dispares. Algunos mongoles tragaron saliva, otros apretaban los dientes; la intensidad en la mirada de la francesa y la del comandante era bastante palpable en el aire. “Necesito ser más rápida, más de lo que fui ayer”, concluyó.

Para sorpresa de todos, Roselyne emprendió una carrera directa hacia Sarangerel.

—¿Pero qué haces, mujer necia? —gritó Odgerel, sentado sobre el vallado y bastante desconcertado—. ¡Embestirlo es fracasar!

“¿Planea embestirme? Es la peor estrategia de todas”, sonrió Sarangerel. “Es mi oportunidad de subirles ese ánimo”.

Fue inevitable que el comandante de los mongoles la tomara de la muñeca tan pronto se acercó, y la tirase contra él para que perdiera el equilibrio, pero en el preciso instante que el guerrero la sostuvo, Roselyne mandó un puñetazo directo al muslo derecho del guerrero, allí donde la herida de la flecha de los mamelucos aún estaba cicatrizando, pues si bien era invisible a la vista, ella ya conocía perfectamente su ubicación.

El grito de Sarangerel fue desgarrador pues se vio arrodillado por el intenso dolor, y soltando la muñeca de la francesa, se quejó a regañadientes del inesperado ataque

—¡Perdón! —se excusó ella—. Esta noche lo resarciré—susurró, volviendo a emprender la carrera por el sable.

“Esta maldita mujer”, pensó enrabiado, sacando fuerzas de donde no había para reponerse y poder perseguirla. Se lanzó a por ella en el momento que la francesa, quien desesperada ante la velocidad del guerrero, también se lanzó a por el sable.

“¡Tan cerca!”, pensó ella, extendiendo sus brazos cuanto fuera posible para tomar del mango. Sarangerel agarró un pie y tiró con fuerza. Roselyne caía lentamente al suelo mientras se martirizaba con la idea de una nueva derrota.

—¡No… no se rinda, comandante! —gritó un mongol del corral, al ver cómo la francesa, antes de caer, se apoyó como pudo de un brazo, evitando la caída, pateando con el otro pie el rostro del comandante para dejarlo atontado.

“En cierto modo, mi corazón se alegra de que no esté el Kan por aquí viendo esta humillación”, pensó Sarangerel, cayendo estrepitosamente al suelo, observando de reojo cómo Roselyne desenterraba el sable, levantándola al aire con orgullo y una sonrisa que, pronto sabría, curaría muchas heridas. Completamente avergonzado ante la derrota y los suspiros de sus jóvenes guerreros, dejó caer su rostro sobre la arena. “Realmente no es el mejor día de mi vida”, concluyó.

—¡Ja, que la diosa Tenri me lleve al cielo! —carcajeaba Odgerel, entrando al corral directo a por la francesa, quien no lo vio venir.

—¡Quién lo diría! —un soldado mongol esbozó una sonrisa entre el montón de rostros estupefactos—. ¡El zorro ha vencido al lobo!

—¡Ah! —chilló la mujer en el preciso instante que Odgerel la cargaba en sus brazos, iniciando un trote alrededor del corral para las risas y el jolgorio de los jóvenes guerreros—. ¿¡Qué estás haciendo, Odgerel!?

—¡Hundiendo a mi amigo en la vergüenza, eso hago! —gritó sonriente.

El corral se había convertido, prácticamente, en un mundo aparte. No se oía el trotar de los caballos que partían a Mongolia, sino solo risas y gritos de júbilo de los jóvenes ante la victoria de, no una extranjera o una mujer, sino de una hermana de escudo. No observaban los rostros felices de los jinetes que volvían a casa, sino que miraban a aquella orgullosa guerrera que había demostrado su valía.

Sarangerel se sentó sobre la arena, sacudiéndose la suciedad sobre su armadura. Miró entonces a esa mujer brava siendo cargada por su mejor amigo. Roselyne, sonrisa imborrable de por medio, levantaba y blandía el sable al aire para regocijo de todos los mongoles que la rodeaban.

“Se hace interesante esto”, pensó reponiéndose. “Ver quién ha venido a levantar la moral de mis guerreros”.

V.

Sentados en el suelo de mármol, o en algunos bancos alrededor de la gigantesca plaza construida en las afueras del Templo, cientos de ángeles se congregaban para escuchar el coro celestial apostado en el escenario principal, guiado por la agraciada voz de Zadekiel, de cabellera dorada, al frente de sus alumnos, una treintena de ángeles entre los que se encontraba Perla.

“Espero que haya venido”, pensó la joven pelirroja, rebuscando entre el público con su mirada. “Prometió venir, o eso me ha parecido. Encima ya me va a tocar cantar…”, se remojó los labios y tragó saliva conforme su momento se acercaba. Si no podía consolar a la legión como una Querubín, al menos, y de momento, algo ayudaría su dulce cantar.

En un balcón del Templo, algo alejado de la plaza donde todos escuchaban el cantar de Zadekiel, el Trono Nelchael intenta disfrutar de la noche, aunque con los problemas enmarañándose en su cabeza era imposible entretenerse. Haciéndole compañía, sentada sobre la baranda de mármol del mismo balcón, la Serafín Irisiel esbozó una sonrisa al notar a la Querubín entre los ángeles del coro, pues ahora ella iba al frente para iniciar su cántico.

—Nelchael, es preciosa, ¿verdad? ¿A que te dan ganas de ir allí y apretarle sus mofletes?

—Perla ha crecido. Diría que al mismo ritmo que los seguidores de Durandal.

—“Los seguidores de Durandal” —murmuró, desdibujando su sonrisa—. ¿El Principado te ha puesto al día? ¿Qué te ha dicho?

—Díselo, Abathar Muzania—ordenó el Trono.

Al lado de Irisiel se materializó un aura blanquecina que poco a poco adquiría la forma de un ángel delgado y de gran altura, también sentado sobre la baranda. De larga túnica y capucha, que hacía su rostro invisible a los ojos de quien lo observara; en su espalda llevaba enfundado un amenazante mandoble. Los Principados fueron creados por los dioses para espiar los asuntos del reino de los humanos, aunque con la prohibición del Trono de intervenir en las cuestiones que atañían solo a los mortales, Abathar Muzania fue encomendado para espiar a Durandal, aprovechando sus dotes de infiltración.

—Rebelión —dijo con voz gutural—. Esta mañana, Durandal ha dado un discurso en las islas ante cuatro mil doscientos treinta y cuatro ángeles. De madrugada vendrán a este templo, desde las islas, pasando por los bosques y luego Paraisópolis, esperando sumar más ángeles a su causa.

—Más de un tercio de los ángeles están de su lado —calculó la Serafín, acomodándose en la baranda—. ¿Durandal va a caer tan bajo como para atacarnos de sorpresa?

—Equivocación. No desean luchar. Si bien se dirigirán al Templo, el último destino es el Río Aqueronte para ir al reino de los humanos. Pero desean hablar con el Trono para convencerlo. Se escaparán de los Campos Elíseos, independientemente de lo que el Trono decida. Pero lo quieren a su lado.

—Es alentador saber que Durandal desea no levantarse en armas contra mí, aunque… pensar que quiere llevar a toda su legión como medida de presión para convencerme de acompañarlos —el Trono apretó los dientes, reposando las manos en la baranda—. Estoy a cargo de cada uno de vosotros, así que mi respuesta es más que clara. Nadie se irá de los Campos Elíseos. Esa situación, de darse, desatará un caos aquí y en el reino de los humanos.

—No sé yo si Durandal se mostrará tan pacífico cuando nos interpongamos en su camino —Irisiel se preocupaba el solo imaginarse tener que enfrentarse a un amigo con quien había peleado juntos en tantas ocasiones, pero ella confiaba ciegamente en la vuelta de sus creadores, y se debía completamente a las órdenes del Trono—. Nelchael, mi legión y yo los detendremos en el bosque, antes de que lleguen a Paraisópolis.

—Ubicación —interrumpió Abathar Muzania—. Bordearán el bosque por el este. Si queréis detenerlo, será el lugar más adecuado. Lejos de Paraisópolis.

—Infórmale al Serafín Rigel, Irisiel —ordenó el Trono—. Cuanto más seáis, más posibilidades habrá de hacerlos entrar en razón. No sé si convenceremos a Durandal de ceder, pero estoy seguro de que algunos ángeles de su facción titubearán al ver a dos Serafines apoyados de sus respectivas legiones.

—Temor. Ellos desearán avanzar, vosotros detenerlos. Hay altas probabilidades de que se desate una batalla cuando vosotros os encontréis frente a frente, cuando los deseos de uno y otro choquen.

—Desde luego, genio, ¿crees que no lo he pensado? —Irisiel estaba tensa solo de imaginar levantar su arco contra otros ángeles—. Si es así como están las cosas, pues bienvenida sea la maldita batalla. Ahora dime, Abathar Muzania, ¿qué es lo que quieren de la Querubín?

—Ignorancia. Desconozco cuál es su plan con la joven Perla. Durandal no la ha mencionado en su discurso. Deduzco que no la ve como alguien importante para la consecución de sus objetivos. Durandal dejó que el crecimiento de la niña sirviera por sí solo como medio que generase dudas entre los ángeles y sumara adeptos a su causa. Para ellos, ya no hay ninguna Querubín, pues Perla ha crecido. Sin Querubín, no hay ninguna prueba de que los dioses sigan existiendo.

—Pues es una preocupación menos —concluyó Irisiel, aunque seguía intranquila.

—Petición. Con vuestro permiso, deseo retirarme por un momento. Me gustaría oír lo que queda del coro.

—Quedas libre, Abathar Muzania —el Trono se retiró a sus aposentos conforme el Principado se deshacía en el aire, dejando a la Serafín sola; sabían que Irisiel necesitaba de privacidad para digerir no solo los planes de Durandal, sino la idea de tener que enfrentar a sus iguales.

La atormentada guerrera levantó la mirada hacia las estrellas.

—Dionisio —susurró, recordando a un dios en particular—. Sería bueno que aparecieras de una vez.

Si bien los más altos rangos de la angelología parecían estar sumidos en la nueva guerra que se asomaba, no se podría decir lo mismo del gigantesco Serafín Rigel, quien se había hecho un lugar cerca del escenario para disfrutar de los cánticos. Aunque, ya terminado el coro, se desperezó para estirar tanto alas como músculos entumecidos.

—¡Rigel! —chilló la Querubín, quien rápidamente bajó del escenario a su encuentro. Si algo no había cambiado desde su niñez, era su estrecha relación con el imponente Serafín.

—¡Pequeña Perla! Has estado fantástica, deberías cantar más a menudo. Alivias al corazón tanto como la voz de Zadekiel.

—¡Ya, eso no es verdad! —lo empujó entre risas—. Rigel, tengo que agradecerte por el consejo.

—¿Por qué? ¿Acaso reclamaste el sable de tu maestro?

—¿El sable de quién? Mi sable, querrás decir. Extendí las alas y funcionó, ahora es mío —dijo, hinchando el pecho orgullosa—. Te la mostraré mañana, es un arma preciosa. La llevaré a la espadería para que me hagan una funda. Pero… no creas que he volado, solo he dado un fuerte aleteo. Aun así me gustaría visitarte de nuevo en otra ocasión, quisiera aprender… ya sabes —imitando a su guardiana Celes, Perla también jugaba con sus dedos al ponerse nerviosa. No se sentía cómoda hablando de una de sus máximas debilidades—. A ver, me gustaría que me enseñaras a volar.

—¡Venga, eso es lo que quería oír! ¡Volar es cosa de lo más sencilla, ya verás! —abrió su mano y dio una fuerte zurra a la nerviosa joven

—¡Ah! ¡Rigel! —se tomó del dolorido trasero, mirando para todos lados, esperando que sus amigas no la hubieran visto—. Uf, ¡es fácil decirlo cuando tienes seis alas!

—No pongas excusas. El que las va a necesitar soy yo, no sé cómo haré para concentrarme en entrenar a volar a una pequeña muñeca como tú.

—Mira, tengo que irme, pero te haré una visita para que me enseñes. Entonces, ¿me lo prometes o solo estás hablando a la ligera?

—Te enseñaré a volar, es mi promesa —se inclinó hacia ella, ofreciéndole su mejilla—. Ya sabes lo que quiero a cambio.

—Puf, nunca vas a cambiar, “Titán” —resopló, resignándose a besarlo, como acostumbraba cada vez que se despedía.

Los cánticos de Zadekiel eran bálsamo para muchos ángeles. Fuera para olvidarse de los amigos caídos, de los arduos entrenamientos, de la angustia por no saber dónde estaban sus creadores, y hasta servían para distraerse por un breve momento de las guerras, tanto pasadas como futuras. Era el caso del Serafín Durandal, quien recostado en un árbol a lo lejos de la plaza, tampoco quiso perderse del espectáculo que ofrecía el coro, ni mucho menos deseaba faltar a la promesa de escuchar la dulce voz de Perla.

—Abathar Muzania, ya ha terminado el coro, puedes hablarme —ordenó.

—Cumplimiento —aseveró con su voz gutural. El aura del Principado tomó forma al lado del Serafín—. El Trono está informado.

—¿Y qué te ha dicho?

—Decisión. No cederá a tu petición, y enviará a los dos Serafines para detener a tu legión antes de que llegues a Paraisópolis.

—Si me encuentro con Irisiel y Rigel habrá batalla. Deseo evitarlos, Abathar Muzania.

—Comprensión. Los esperarán al… oeste… del bosque, por lo que recomiendo ir silenciosamente al este, si deseáis llegar al Aqueronte sin interrupciones.

—Supongo que la idea de hacer una parada al Templo para convencer a mi amigo Nelchael está descartada. ¿Vendrás con nosotros, Abathar Muzania? En el reino de los humanos te necesitaré más que a nadie, tenlo por seguro.

—Honor. Tengo curiosidad por ver cuánto ha cambiado el mundo desde que lo abandonáramos tras la guerra contra Lucifer. Y saber cómo ha crecido desde la rebelión de los arcángeles.

VI. 1 de septiembre de 1260

Al norte de Damasco, en la arenosa ciudad de Baalbek, se reunieron los diez mil efectivos del ejército mongol. Era imponente la sola visión de todos esos jóvenes guerreros sobre sus caballos, desde lo lejos era prácticamente una gigantesca mancha oscura sobre el blanco del desierto, esperando disciplinadamente la orden de partir a la batalla contra los mamelucos. Adelante, los diez comandantes, Sarangerel entre ellos, y el general de los mongoles, Kitbuqa Noyan, quien paseaba en la línea de frente para mirar los rostros de los guerreros, como tradición antes de partir a una batalla.

Recuperar Jerusalén para los aliados cristianos era el objetivo inmediato, y de allí avanzar a través el desierto rumbo a El Cairo, para tomar la cabeza del Sultán Qutuz, destruyendo cuanta ciudad resistiera someterse. Como condición para recuperar Jerusalén, los mongoles acordaron una nueva alianza con los francos de la Cruzada Cristiana, quienes se unirían a ellos al cruzar el Río Jordán, cerca de la ciudad de Acre. Paliar la desventaja numérica era una prioridad.

—Son jóvenes —dijo el general Kitbuqa, cabalgando a paso lento—. Pero hay intensidad en sus miradas. ¿No lo crees, Sarangerel?

—Han adquirido experiencia en estos meses, general —afirmó. Su armadura de cuero, revestida de placas de acero, brillaba con intensidad—. Han dominado con rapidez el arte de disparar sobre caballos, y de rajar con fuerza y velocidad.

—Fuiste emisario, Sarangerel, y dominas las lenguas romanas. Nos acompañarás como un comandante, pero tu camino se desviará en el momento que entremos en el Reino de Jerusalén. Te encontrarás con el ejército franco que ha prometido ayudarnos, en Acre, y los guiarás hasta nuestro encuentro en el Río Jordán.

—Acre —susurró, buscando a Roselyne entre los guerreros. Fue fácil ubicarla debido a su rubia caballera recogida, y era inevitable sentir cierto orgullo al verla llevando una armadura de cuero como la del resto de los mongoles. A su lado, Odgerel, cuya sonrisa destacaba tanto como los revestimientos de acero en su pecho que refulgían con intensidad.

—Deja el comando de tu ejército a alguien de confianza, Sarangerel.

—Me llevaré a mi escudera, su dominio del idioma francés será de mucha ayuda en Acre. Y el segundo comandante de mi ejército no necesita presentación.

—¡Ya era hora! —gritó Odgerel, rompiendo fila para unirse a los líderes—. Me gustaría acompañarte a Acre, a ver si está la reina, pero supongo que no sería propio de un mongol poner a una mujer antes que una guerra.

—Solo los comandarás por un par de días, perro, no te emociones demasiado —carcajeó mientras Roselyne también rompía fila para ir al lado de Sarangerel. En la cabeza de la mujer solo asomaba una idea.

—¿Vamos a Acre, Sarangerel? ¿Junto al Rey Luis?

—Luego hablaremos —en plena guerra, apremiaban otros asuntos antes que venganzas personales—.Tú y yo cabalgaremos tan rápido como sea posible. Cada siete leguas encontraremos puestos en donde cambiaremos de caballo para seguir galopando. Es así como llegaremos rápido.

—O sea que vamos a Acre —concluyó, sin hacerle realmente mucho caso.

—Permíteme, general Kitbuqa—Sarangerel desenvainó su sable.

—Son todos tuyos, comandante —lo invitó a ocupar su lugar—. Dales alas para ganar esta guerra, para que sus voluntades vuelen sobre la arena del desierto.

—¡Escuchad, hermanos! —Sarangerel levantó su sable al aire e inmediatamente llamó la atención del ejército. Su mirada era feroz como la de un lobo, y los que lo conocían bien callaron, pues a sus ojos, era tan líder de los mongoles como el propio Kitbuqa Noyan.

Cabalgando a paso lento frente a la fila, con la brisa cálida del desierto meciendo sus largas trenzas, observaba a los ojos de cuanto guerrero se cruzara en su mirada.

—¡Escuchadme bien, hermanos! ¡He estado en El Cairo y he visto a nuestros enemigos, a esos enormes ojos suyos! ¡He visto a los guerreros del sultanato mameluco! ¡Esclavos de origen turco provenientes del mar Negro, a quienes el Sultán ha subyugado y convertido al islam! “Mameluco”, “poseído”. Están lejos de sus tierras, peleando batallas que no pueden pelear sus dueños. ¡El lazo que les une al sultanato es demasiado débil, lo he visto en sus ojos cuando estuve en el Cairo, lo he notado en cada sablazo que he intercambiado contra ellos!

“Decisión inteligente la de ofrecer el comando a un emisario”, pensó Roselyne, escuchando atentamente. “Conoce al enemigo mejor que nadie, y a sus aliados los conoce como si de hermanos se tratasen”.

—¡Luchamos por un imperio, por una familia que nos espera en Mongolia o que nos observa allá arriba, al lado del Dios Tengri! Este lazo no nos lo romperán fácilmente. He visto al Sultán Qutuz a los ojos, a su general, Baibars. Y la sonrisa no me la quita nadie, hermanos, porque supe que ellos no tienen un ejército como el nuestro. Sus hombres carecen de raíces puras, son simples sirvientes, simples “poseídos” que no merecen ni siquiera tener caballos.

Poco a poco afloraban las sonrisas. Algún que otro bramido de algarabía se oyó perdido entre el tumulto de jóvenes. Su modo de hablar atraía a más guerreros, invitaba a levantar sus sables al aire y aullar. Si antes las palabras lo acuchillaron de dolor hasta casi matarlo, ahora Sarangerel las usaría a su favor.

—Os miro a los ojos, hermanos… ¡Y esta sonrisa no me la quita nadie! ¡Porque veo a cada uno de ustedes, y puedo ver a una familia detrás de ti, a una hermana detrás de ti, puedo ver a una madre tomándote del hombro a ti! Yo tengo un hijo que me espera en Suurin, y planeo sostenerlo en mis brazos cuando termine esta guerra. Esos son los lazos que nos hacen fuertes. ¡Estos lazos son los que nos convierte en el temido ejército invencible!

“Tiene una lengua hábil”, pensó Odgerel con una sonrisa, acariciando a su caballo.

—El sendero hasta nuestras familias es largo, pero soy uno de vuestros comandantes, y lucharé por protegerlo, no lo duden. Síganme hasta el fin del mundo, solo pido eso. Llevemos el reinado del terror hasta sus tierras, como cazadores persiguiendo a un zorro, mostrémosles a qué se están enfrentando. ¡Seamos los demonios de sus peores pesadillas, y los ángeles de los lazos que protegemos, solo pido eso, y prometo hacer honor a la confianza que habéis depositado en mí! —notaba cómo bullía el fervor en los ojos de sus soldados, que ahora levantaban sus sables con gritos de guerra. Querían partir, querían hacer suyo el mundo y desperdigar su bravura sobre la sufrida arena del desierto.

“Discurso bastante distinto al que daría el Kan Hulagu”, pensó el general Kitbuqa. “Él ahondaría en el miedo y el terror, ahondaría en nuestra sangre heroica y feroz. Pero este ha sabido llegarles a sus corazones como el mismísimo Kan”.

—¡El destino nos llama, hermanos! —gritó el comandante, emprendiendo una veloz carrera hacia el desierto, inmediatamente seguida por toda la caballería con gritos de guerra. El suelo vibraba, la tierra misma parecía sucumbir de miedo ante el peso del ejército más temido, que ahora partía rumbo a una nueva batalla.

“Este hombre”, pensó Kitbuqa, apurando la cabalgata para ir a su lado, viendo cómo todo el ejército lo seguía en un ensordecedor griterío que no había escuchado desde hacía años. “Sobrecoge solo estar a su lado”.

El ejército mongol partía de Baalbek para atravesar un cruento desierto que le guardaba sus propios secretos. Pero tupidos de esperanzas, deseos y anhelos entre el cabalgar ensordecedor sobre las castigadas arenas del desierto, los dignos herederos del imperio más poderoso que jamás conoció el mundo partían rumbo a una nueva conquista.

Pronto, el ejército invencible conocería su verdadero destino.

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Relato erótico: “El liante” (POR RUN214)

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portada narco2EL LIANTE
Sin títuloQuizás no he oído bien o a lo mejor este sol que me achicharra me hace alucinar. Miro a mi hijo por encima del periódico y levanto mis gafas de sol sorprendido.

-¿Qué has dicho?

-Digo que menudas tetas se le han puesto a Nuria.

Está sentado en la toalla frente a mí, con la barbilla descansando en sus manos y los codos apoyados en sus rodillas. Contempla absorto a las 2 mujeres que se alejan caminando por la arena hacia el mar.

Yo también estoy sentado. Utilizo una de esas sillas plegables que te dejan el culo casi a ras de suelo cuyo respaldo puedes inclinar lo necesario para leer o echar una siesta. Desde mi posición podría estirar una pierna y patearle el hombro como a una cucaracha.

Giro la cabeza hacia la izquierda. Las olas del mar mueren en la arena por la que caminan ambas mujeres y señalo hacia ellas con el pulgar.

-¿Te refieres a tu hermana?

-¿A cuántas Nurias conoces? –contesta con descaro- Seguro que tiene unos pezones de la hostia. Grandes y oscuros, buf.

Le miro con desconcierto sin saber exactamente si se está refiriendo a su hermana de la manera que yo creo que lo está haciendo.

-¿Cómo crees que tendrá el coño? –continúa diciendo- Yo creo que lo tiene peludito y arreglado con unos labios grandes como a mí me gustan.

-¿C…Cómo?

-Ese cabrón de Nacho se la tiene que estar follando todos los días. Al menos es lo que yo haría si fuera su novio.

-¡Gabriel! Ya está bien. ¡Estás hablando de tu hermana!

Me mira con suspicacia y levanta una ceja.

-A ver si me vas a decir que tú no te habías fijado en los melones que tiene.

-Oye, un respeto que soy tu padre.

-¿Y eso que tiene que ver? Como si tú no te hicieras pajas con ella.

Golpeo con fuerza mis rodillas con el periódico.

-¡Basta ya! Pero ¿qué estás diciendo?

-¿Qué pasa? ¿A ver si ahora me vas a decir que nunca has fantaseado con ella mientras te estás tirando a mamá?

-¿Q…Qué?

-La oscuridad lo cubre todo, hasta la propia vergüenza. De noche, bajo las sábanas, cuando deslizas la polla por el coño de mamá seguro que piensas que es a Nuria a quien se la metes.

Parpadeo sin comprender. Me parece estar viendo un alienígena.

-Además juegas con ventaja porque Nuria es el vivo reflejo de mamá así que no te costará nada imaginar que te corres en ella cuando estás encima de mamá.

Hace una pausa mientras le veo cavilar.

-Yo también me la imagino cuando me estoy follando a Estela –continúa- pero no es lo mismo, mi novia no tiene las peras de Nuria, ni su cuerpo.

-¿Que… que tú…?

-¿Como tiene mamá el coño? ¿Le gusta correrse en tu boca? Tiene que ser una pasada ¿eh?, pensar que es el coño de Nuria el que te estás comiendo mientras mamá se corre en tu boca sin saber lo que estás imaginando.

-¿Qué? Yo… yo no… nunca…

-¿Tienes fotos de mamá en pelotas?

-¿F…Fotos de tu madre desnuda? Nooo, no, no. Que va, nada. Nunca. ¿En mi móvil? Ni hablar, que va. Nada, yo nunca tendría fotos de tu madre desnuda, nunca.

-Joooder, papa. Qué mal se te da mentir. Anda saca el móvil y enséñamelas, venga.

-Que no, que no, que no tengo yo de esas cosas. Además, que no están en mi móvil y no te las voy a enseñar. Será posible el niño este. ¡Que estamos hablando de tu madre! Anda cállate de una vez y déjame en paz que estás enfermo.

Estoy sudando. En menos de un minuto el mocoso éste me ha puesto el corazón a 200 por hora. Sin abrir la boca me ha acusado de incestuoso, me ha faltado al respeto a mí y a su madre y encima ahora me acosa con fotos íntimas de su madre.

Me recuesto sobre mi silla de playa, estiro el periódico frente a mi cara de un manotazo y me oculto tras él dando por zanjada cualquier conversación entre nosotros.

Nunca hubiera imaginado que mi propio hijo pudiera hablar así de su madre y de su hermana, es asqueroso. Lo peor de todo es que me ha hecho sentir sucio a mí mismo. Debo mantener una charla muy seria con este chico uno de estos días. Tanto internet y tanto amigo friki no puede ser bueno.

Tras unos minutos, cuando las pulsaciones de mi corazón vuelven a ser las mismas de siempre, me percato del sospechoso silencio en el que ha entrado el degenerado de mi hijo. Inclino el periódico y oteo sobre sus páginas. Gabriel está concentrado en algo que tiene en la mano, ¡mi móvil!

-¿Qué haces con eso? Trae aquí.

Se lo arranco de un zarpazo y miro la imagen de la pantalla entre el desconcierto y el terror. Una mujer desnuda saliendo de la ducha ocupa toda la pantalla. Mi hijo ha estado viendo las fotos personales que tengo de su madre desnuda y que he jurado con mi vida que no vería nadie. Aprieto el móvil contra mi pecho y cierro los ojos intentando no desmayarme.

-¿¡Pero qué cojjjones estás haciendo con mi móvil!?

-Joe, como te pones. Solo estoy mirando las fotos de mamá. Anda que menudo coño más “de puta madre” tiene. Joooder, y qué polvazo. Ya me la follaba yo bien follada.

-¿Pero tú te estás oyendo? ¡QUE ES TU MADRE!

-¿Y qué? No te pajeas tú con tu hija pues yo lo hago con mi madre.

-¡QUE YO NO ME HAGO PAJAS CON TU HERMANA, JODER!

Me asusto de mi elevado tono de voz. No estoy solo en la playa. Levanto la cabeza y miro hacia los lados temeroso de que alguien hubiera podido oírnos. Solo me faltaba eso. Acerco mi cara a la de mi hijo, frunzo el ceño enfadado y bajo la voz.

-Yo-no-me-pajeo-con-tu-hermana. Y tú tampoco deberías hacerlo con tu madre, enfermo de mierda. Además, estas fotos son privadas y…

-¿Mamá sabe que las tienes?

-Pues, pues, pues claro.

-¿Y sabe que las vas enseñando por ahí?

-¿¡Qué!? Yo no las voy enseñando por ahí. Has sido tú que te gusta hurgar en la propiedad de los demás. Además, ¿cómo has dado con ellas?

-Buf, fácil. Las tienes a la vista, en una carpeta dentro de la galería de imágenes, sin esconder ni nada.

-P…pero si yo las metí en, en… un momento, ¿qué es esta flechita que parpadea…?

Levanto la vista del móvil y le miro fijamente a los ojos haciendo esfuerzos para no mearme encima.

-Gabriel, ¿has enviado algo desde mi móvil?

-Claro, las fotos, a mi correo.

-¿L…las fotos de tu madre desnuda?

-Sí, todas.

¿Todaaaas? Pero, pero… ¡serás cabrón!

-Oye, oye, sin insultar que no es para tanto. Que solo me voy a pajear con ellas.

Si Pilar se entera donde han acabado sus fotos y de qué manera se van a emplear voy a tener el mayor problema de mi matrimonio. Este puto enfermo mental me acaba de buscar un problema de la hostia. Estoy en la cuerda floja y el muy capullo está sujetando uno de los extremos. Estoy en las manos de un tarado sexual.

-¿Que te vas a…? ¡Bórralas inmediatamente, cerdo!

-Ni loco, vamos.

-Esas fotos son de uso privado, son mías, MIAAAS.

-Si es por eso no te sulfures. Te paso las de Estela en pelotas y en paz. Así yo tengo las fotos de mamá y tú tienes las de mi novia, empates.

Se hace el silencio. Me ha dejado descolocado. No sé si he entendido bien lo que me acaba de proponer pero yo no quiero sus fotos, quiero las mías. Quiero que las borre pero, por otra parte, mis fotos están comprometidas. Ya nunca podré estar seguro de que no existan copias por mucho que las borre o me jure hacerlo. Piensa rápido, piensa.

Me tiene cogido por los cojones. Si tuviera las fotos de su novia desnuda igualaría nuestras posiciones. Podría amenazarle con enviárselas a Estela de manera anónima si se le ocurriese traficar con mis fotos.

Gabriel echa mano de su mochila y saca su móvil con parsimonia, lo enciende y comienza a navegar por él. Pasan los segundos y sigo paralizado esperando algo que no sé qué es. Pilar y Nuria volverán pronto del paseo que han ido a dar juntas por la orilla del mar y entonces ya no tendré oportunidad de matar con tranquilidad a mi hijo.

-Mierda.

-¿Qué?

-Me he quedado sin batería.

-¿Qué? ¿Cómo es posible?

Le arranco el móvil de las manos y pulso con energía la tecla de encendido sin que suceda nada. Desmonto el móvil. Quito y pongo de nuevo la batería. Coloco la tapa que la cubre e intento de nuevo encender el puto aparato. Nada.

-Eso es por estar todo el día… chapeando y… chismeando.

-Se dice…

-¡Me da igual como se diga! Ahora tú tienes todas mis fotos y yo no tengo nada tuyo, joder. ¡JODER!

-Tranquilo hombre, tranquilo. Si es por eso te dejo unas bragas de Estela que llevo en la mochila. Te las dejo como “prenda” y cuando te pase las fotos me las devuelves.

-¿Llevas unas bragas de tu novia en tu mochila?

-Sí, aquí están. Mira.

Veo aparecer unas braguitas blancas colgando de la punta de sus dedos. Este tío está fatal de la cabeza. ¿Quién va por ahí con unas bragas de su novia encima?

-Pero… ¿y qué coño voy a hacer con unas bragas de tu novia?

-Anda el otro. Pues olerlas. Como hago yo con las bragas de mamá y Nuria.

-¿Utilizas las bragas de tu madre y tu hermana para…? bueno, es igual –digo dando manotazos frente mi cara-. Lo que quiero decir es que esto no me sirve para nada, no me garantiza que me vayas a pasar las fotos de tu novia.

-En realidad sí. Tengo que devolverle las bragas a Estela antes de esta noche. Si no lo hago se va a preguntar qué he hecho con ellas y tendré un gran problema. Así que a ambos nos interesa hacer el canje.

La explicación de Gabriel tiene sentido además son el único aval contra el mal uso que este puto chaval pueda hacer de las fotos de Pilar hasta que me pase las suyas.

-Cuando lleguemos a casa conecto el móvil al cargador, te paso las fotos y me devuelves sus bragas. Entonces ambos tendremos fotos guarras del otro y estaremos en paz.

Le miro con recelo y asco. Quiero pensar que todo va a ir bien y al final me haré con sus fotos con las que le amenazaré si se pasa de listo. Esas fotos van a ser las únicas que garanticen mínimamente que Pilar no acabe en internet o vete a saber dónde.

-No te vayas a hacer una paja con ellas mientras las tienes, ¿eh? –susurra con una sonrisa de oreja a oreja mientras balancea las bragas delante de mi cara.

En ese momento veo aparecer de soslayo la figura de dos mujeres que se acercan a paso lento. Tomo las bragas con celeridad e intento esconderlas en el bolsillo de mi bañador. Por desgracia, los putos nervios no me dejan ser dueño de mis músculos y me impiden esconder con prontitud la prueba del delito que se atasca a medio camino y queda colgando de mi pantalón.

-¿Qué tal chicos, cómo estáis? –pregunta mi mujer al llegar hasta nosotros.

“Jodido”. Hubiese querido decir. Pero solo puedo sonreír con una mueca de pánfilo mientras abro el periódico sobre mis piernas para que tapen las bragas a medio salir de mi bolsillo a la vez que el hijo puta de Gabriel muestra una cara de alegría mientras se coloca sus gafas de sol.

-¿Qué tal el paseo mamá?

Regala a su madre una sonrisa de hiena mientras escucha atento sus explicaciones como si le interesaran. Pilar no sabe que tras esas gafas oscuras, el pervertido de su hijo, está concentrado en su coño y en sus tetas, observando atentamente el balanceo de sus melones.

Puedo sentir como babosea, como se recrea con la forma de su coño, como estruja y manosea las tetas de su madre con la mirada. Solo le falta babear. Qué contento se debe sentir ahora que guarda su imagen desnuda en su retina.

-¿Vienes al agua papá? –mi hija me devuelve a la realidad.

-¿Qué? eeh, no, gracias. Es que… quiero acabar de leer –y esconder por completo las bragas que cuelgan de mi bolsillo.

-Deja el periódico de una vez. Ya lo seguirás leyendo después –dice mientras intenta arrancármelo de las piernas.

-Que no, que no, de verdad, no me apetece. Luego si eso.

Su rostro se muestra contrariado. No esperaba mi negativa pero enseguida vuelve a sonreír dirigiéndose hacia su hermano esta vez.

-Qué, Gabri, ¿te vienes?

-Eeeee, paso.

-Venga anda –suplica arrodillándose tras su espalda y abrazándole el cuello desde atrás.

-Luego si acaso. Ahora mismo no me apetece mojarme y pasar frío.

Los cojones. Lo que le pasa es que tiene una erección de mil pares de pelotas desde que ha llegado su madre. Y ahora, con su hermana frotándole las tetas a la espalda no tiene valor para levantarse y que todos vean lo marrano que es.

-Venga hombre, chapoteamos un poco y venimos.

-Vaale, está bien.

Dicho esto, se levanta de un salto y se quita la camiseta mostrando un bulto en el pantalón que bien podría ser la torre de Pisa en versión porno. La punta de su polla aprieta contra el pantalón de baño haciendo que éste forme un cono hacia adelante tan grande como vergonzante.

Sonrío al ver lo tonto que es. Ese error táctico le va a hacer perder muchos puntos dentro del sector femenino familiar. Le está bien empleado por cerdo y por ladrón.

Sin embargo, para mi sorpresa y desazón, nadie ve su tienda de campaña. Su hermana ha salido corriendo hacia el agua sin percatarse del bulto obsceno de su hermano, y su madre, que hasta hace un instante se encontraba frente a él, se ha girado de espaldas y está de rodillas sobre la toalla alisándola y quitando los restos de arena.

Para mayor pesadumbre, el muy crápula, aprovechando que su madre tiene apoyadas las manos sobre la toalla, simula cogerla por la cintura y finge follarla a cuatro patas mirándome con esa eterna sonrisa de hijo de puta enfermo sexual.

Hecha la gracia, comienza a caminar hacia el agua donde su hermana se encuentra adentrándose pasito a pasito en el mar.

Giro la cabeza a un lado y a otro sorprendido de que nadie en la playa parezca percatarse de la escena con su madre y del empinamiento de su pantalón de baño. Seguro que si fuera yo el que va con una erección, un roto en el pantalón o la bragueta abierta se enterarían hasta en el polo norte.

– · –

Pilar está tumbada junto a mí recibiendo los rayos del astro sol en su cuerpo. Descansa relajada y feliz, ajena a la realidad que vive en su casa y en su familia. No llega ni a imaginar que su hijo se menea la polla con sus bragas o que, peor aún, posee las vergonzantes fotos que con tanto trabajo y sudor he ido recopilando durante el matrimonio. Me mareo solo con pensar lo que ese mal nacido de Gabriel pueda hacer con ellas.

Apenas distingo a mis hijos chapotear en el agua. Seguro que Gabriel no desaprovecha ninguna ocasión para frotarse con su hermana el muy marrano. ¿Notará Nuria su erección? Ruego por que así sea y le monte un buen pollo.

Mientras tanto intento seguir leyendo el puto periódico pero no consigo pasar de la primera línea. Ya la he leído 12 veces y sigo sin enterarme de nada. Las putas bragas de Estela, la novia de mi hijo, me están quemando en el bolsillo. No veo el momento de sacármelas de encima y esconderlas hasta que se las pueda devolver a Gabriel. Eso si me pasa sus fotos claro, porque si me la intenta jugar pienso putearle dejándole sin ellas. El cisco que le montaría Estela si Gabriel le va con el cuento de que no las tiene sería de campeonato.

Parece que Gabriel y su hermana se han cansado de jugar en el agua y vienen para acá. No espero más. Me levanto y comienzo a recoger mis cosas del suelo.

-¿Qué haces? –Pregunta Pilar.

-Ya he tomado suficiente sol. Me voy a casa.

-¿Ya? Espera a que lleguen estos dos y nos vamos todos juntos.

-Tengo prisa. Os espero en casa.

Con una mano tapando el bulto del bolsillo recorro a paso ligero la playa hasta salir de ella y encamino la acera por la que transito hasta llegar al bloque de pisos donde pasamos el verano.

Llamo al ascensor pero parece que no llega nunca. Seguro que está estropeado o algo. Me canso de esperar una eternidad y subo todas las escaleras lo más rápido que puedo hasta llegar a mi planta que está en el infinito. Saco las llaves y abro la puerta de mi casa con el poco resuello que me queda por culpa de la caminata. Al cerrar la puerta, una vez dentro, siento el alivio de la salvación. Ahora sé qué sentían los soldados que recorrían las playas de desembarco hasta ponerse a cubierto.

Dejo las llaves de casa y el periódico en la mesilla de la entrada, me descalzo las chancletas saco las bragas y las sostengo en mi mano. ¿Dónde las esconderé?

Tengo muchas opciones pero ahora no se me ocurre ninguna buena. ¿La cocina, mi dormitorio, algún cajón del armario…?

Oigo unas llaves en la entrada y veo abrirse la puerta. Por acto reflejo vuelvo a meter las bragas en el bolsillo. Veo con estupor la silueta de Pilar apareciendo en el pasillo a la que le siguen mis dos hijos.

-Podías habernos ayudado a traer las cosas. Qué rápido te has ido –dice ella.

Rápido no, he venido a toda hostia y aun así, solo os he sacado 20 segundos de ventaja, increíble. Me llevo la mano a la frente y me seco el sudor con ella.

-¿Pero… cómo habéis subido tan rápido? -pregunto.

Me mira como las vacas al tren.

-Pues en ascensor como siempre. Cuando hemos llegado nos estaba esperando abajo. ¿Comemos?

-Eh, v…vale, ve haciendo la comida… me voy a duchar. –y a esconder estas putas bragas de adolescente.

– · –

Me he duchado, he comido y ahora estoy sentado junto a mi familia en el sillón viendo la tele y sigo con las putas bragas en el bolsillo de mi bañador sudando como un condenado.

Gabriel se levanta y se dirige hacia la puerta del salón.

-¿Has cargado ya tu teléfono, Gabriel? –pregunto con disimulado desinterés.

-Nop.

-¿Qué? ¿Y por qué no? ¿Se puede saber?

Mi mujer y mi hija me miran extrañadas.

-Ejem… quiero decir –continúo-, que no puedes andar incomunicado por ahí. Imagínate que necesitara llamarte para algo urgente. Carga el teléfono, anda.

-Luego.

-¡Ahora!

-No puedo.

-¿Por qué no?

-No he traído el cargador.

-Te dejo el mío.

-No me vale. Además tengo prisa. He quedado con Estela. Adiós.

-¿C…cómo que has quedado con Estela? ¿Y vas a ir así, sin más?

-¿Y cómo quiere que vaya, con frac?

-¿No tienes que llevarle nada a Estela? ¿…Gabriel?

-Eeeee, no.

Se gira, coge un libro de la estantería cercana y se va hacia la salida.

-Vendré tarde –grita desde el quicio de la puerta.

Me sorbo los mocos y me tomo el pulso con 2 dedos sobre la muñeca. Con este mocoso no llego a la jubilación. Se está choteando de mí. Miro a mi mujer que vuelve a estar absorta en el televisor y pienso en cómo sería mi vida después de la muerte.

No entiendo por qué cojones Gabriel no cumple con su palabra y me pasa sus fotos de una vez para que al menos pueda estar medianamente tranquilo. Sigo mirando la tele absorto en la boba de María Teresa Campanillas presentando su programa de mierda. Nuria se va a su habitación dejándome solo con Pilar. Me encuentro muy mal, como con ganas de vomitar.

Me levanto con lentitud y me dirijo al baño a paso de zombi. Necesito un rato de soledad. Cierro la puerta del baño y me miro al espejo. Me seco el sudor con un pañuelo. Me mareo solo de pensar que este mal nacido de Gabriel me la vaya a jugar. Me tiene cogido por las pelotas pero si hace algo con mis fotos juro por Dios que voy a enviar una cajita a estela con sus bragas y una nota que diga que su novio anda repartiendo su ropa interior a la gente.

Separo el pañuelo de mi cara y lo miro. Me acabo de dar cuenta de que me estoy limpiando el sudor con las bragas que tenía en el bolsillo. Qué asco. Las aparto de mi cara y las miro con detenimiento.

Esas bragas han estado cubriendo el coñete de Estela, la novia pija de mi hijo. La típica chica a la que no se le cae un pedo. El prototipo de supermujercita, supermodelo, superguapa a la que todos los hombres mortales y plebeyos quieren meterle la polla por su culito de estirada. Y yo me acabo de limpiar la cara con ellas.

Me llevo las bragas a la cara de nuevo. Cierro los ojos y aspiro su olor. No sé muy bien por qué pero se me acaba de poner dura. Destapo mi polla y la miro desde arriba. Tengo un buen ciruelo. Acaricio mi falo lentamente con una mano mientras sostengo las bragas en mi cara con la otra. Vuelvo a mirar las bragas y ahora me parecen preciosas. Dejo caer el pantalón de bañador hasta los tobillos, las coloco alrededor de mi polla y sigo acariciándome con ellas. Si mi polla está tocando las bragas y estas bragas han estado en el coño de Estela es como si mi polla estuviera tocando su coño. Se me está poniendo más dura todavía.

Me la meneo con más brío. No soy del todo consciente de que me estoy haciendo una paja con las bragas de la novia de mi hijo. Eso no está bien pero que se joda Gabriel. No me ha pasado sus fotos, tal y como prometió, así que no tengo por qué sentir remordimientos por lo que hago.

Sigo con los ojos cerrados pensando en Estela y en cómo sería desnuda. Esa chica está buenísima y sin ropa estaría todavía mejor. Imagino que soy yo el que la desnuda y la tumba en el suelo. Le lamería sus pezones y su coñete de niña rica y después se la metería. Me follaría a la novia de mi hijo. Sí, me la follaría bien follada. Me siento mal por desearlo pero me da igual.

Estoy tan excitado que me empiezo a correr. Tengo que morderme los labios para no gemir de gusto. Noto salir mi semen que empapa mi mano y las bragas. Ya no hay tiempo para retirarlas así que termino por correrme en ellas. Ya las limpiaré después. Abro la boca y comienzo a tomar aire a bocanadas. El placer y el deseo dejan paso lentamente a la relajación y el agotamiento.

Pasan los segundos con los ojos cerrados y empiezo a sentirme mal por lo que he hecho. No debí manchar las bragas de Gabriel. No debí meneármela con ellas. Ni tan siquiera debí pensar en su novia de esa manera. Cómo puedo ser tan cabrón.

Abro los ojos y me miro al espejo. Lo que veo ya no es a un hombre maduro y culto sino a un crápula y un mal padre. Enfoco la vista en el cristal y me percato de que la puerta del baño que está justo tras de mí está abierta y Pilar está bajo el quicio con la cara horrorizada.

-Te estás masturbando…

Pego un bote de la hostia y me giro encarando a mi mujer e intentando esconder las bragas tras mi espalda, algo bastante inútil teniendo en cuenta el espejo que tengo detrás.

-Eeee…, ha sido un calentón…, no sé que me ha pasado. El calor… supongo.

-Te estás masturbando… -repite como un autómata- con las bragas de tu hija.

-¿¡QUÉ!? Nooo, no, no. Que va. Para nada.

-Te has hecho una paja con sus bragas. – se lleva las manos a la cara.

-Que no, que no. Que no son suyas, de verdad.

Intento subirme el pantalón de bañador que se me ha enredado en los tobillos mientras sigo intentando esconder inútilmente las bragas totalmente pringadas dentro del puño tras mi espalda.

Pilar me toma del brazo y me las arranca de un tirón. Las toma entre sus manos y las despliega mirando con horror todo el semen esparcido.

-Son las bragas que se le han perdido en la playa. Hemos estado un rato buscándolas y mira quien las tenía. ¿Por eso tenías tanta prisa en venir a casa? ¿Para meneártela con ellas?

Abro la boca hasta tocar el esternón con la barbilla. “qué cabróóóón el Gabriel de los cojones”. Me ha dado las bragas de su hermana. El muy cerdo hijo de puta le había robado las bragas a su hermana y me las ha dado diciendo que eran de su novia. Ay Dios, voy a desmayarme.

Pilar me mira con la cara encendida. Sus ojos rojos no anuncian nada bueno para mis próximos 1.000 años.

-Nunca imaginé que fueras tan cerdo. ¿Cuántas veces te la habrás meneado con sus bragas? Seguro que cuando follamos te imaginas que es a Nuria a quien te estás tirando ¿verdad?

-¿Qué?

-¿Y cuando me lames el coño, seguro que piensas que es ella quien se corre en tu boca verdad?

-Pero, pero… -¿está todo el mundo igual de enfermo?

-Ni pero ni leches. ¿Cómo puedes vivir con la conciencia tranquila?

-Yo… yo… pensaba que eran tuyas.

-No vengas con bobadas y afronta la verdad. Eres uno de esos padres que fantasea con sus hijas.

-E…Espera, espera, aquí ha habido un error… -intento retenerla de un brazo.

-¡No me toques! –Grita-. Qué decepción Abelardo, Qué decepción.

-¿Qué pasa aquí, por qué gritáis?

La que faltaba, Nuria aparece por detrás de su madre. Ha salido de su cuarto al oír las voces. Su madre se gira y le muestra sus bragas pringadas de semen.

-El cerdo de tu padre se ha hecho una paja con tus bragas. –Dice casi gritando.

Me tapo la polla y los huevos con una mano mientras continúo intentando subir los putos pantalones que se me han enredado en los tobillos.

-¿¡Qué!? –exclama mientras se hace con las bragas poniendo unos ojos como platos- ¿Las tenías tú? ¿Me habías robado tú las bragas en la playa para pajearte con ellas? ¡JODER!, qué asco.

-Q…Que no, que no, que no es eso lo que ha pasado…

-Dios- continúa al borde del llanto- eres uno de esos padres que se pajea pensando en su hija. Seguro que cuando estás en la cama con mamá fantaseas conmigo mientras le lames el coño. Y seguro que en la playa no paras de mirarme las tetas y el coño detrás de tus gafas de sol.

-Jamás, te lo juro.

-La de veces que hemos chapoteado juntos en el agua. Anda que no habrás frotado bien tu nabo conmigo. Estarás contento papá, estarás contento.

-Pero ¿me quieres escuchar?

-Eres uno de esos asquerosos viejos verdes que se excitan con muchachitas. Como os odio, nunca he podido soportaros. Me das asco papá, asco. No te quiero volver a ver en la vida.

-Pero si yo… -balbuceo.

-¿¡Cómo has podido Abelardo, cómo has podido!? -dice Pilar abrazando a Nuria mientras ambas se alejan de mí odiándome y poniendo cara de haber lamido caca de perro.

Me quedo apoyado en el lavabo con la polla colgando. Tengo la cara desencajada y estoy a punto de echarme a llorar. Trago saliva y mastico con la boca seca. Con toda probabilidad mi mujer se divorciará de mi dejándome en la ruina y mi hija me odiará el resto de mi vida por hacerme una paja con sus bragas, ole mis huevos.

Y toda la puta culpa es de ese hijo puta engendro del infierno satánico del demonio que es mi hijo.

Camino hacia la ducha a paso de pingüino con los pantalones aun en mis tobillos. Me meto tal y como estoy y me pego un buen chorro de agua helada que empapa mi camiseta, mis pelotas y mi orgullo. Bienvenido al final de su matrimonio, señor Abelardo.

– · –

He cenado solo y ahora estoy viendo la tele en el salón sin ningún interés. Mi mujer y mi hija han estado todo el día lejos de mí en la casa, evitándome. No hay mayor soledad que estar junto a alguien y sentirse solo.

A las tantas de la madrugada me canso de mirar la tele a la que no hago ni caso y voy a dormir. Al intentar meterme en la cama mi mujer me frena en seco.

-Abelardo, preferiría que esta noche durmieras en el sofá. Mañana Nuria y yo nos volvemos a casa. Tú te puedes quedar aquí, en el piso de la playa, de momento.

Me quedo helado pero no rechisto. Vuelvo al salón y me tumbo en el sofá con los ojos abiertos. No pego ojo en toda la noche.

– · –

Me despiertan unos ruidos en la cocina. Al parecer he conseguido conciliar el sueño de madrugada y el sopor me ha mantenido dormido hasta bien tarde.

Me levanto y al ir hacia el pasillo veo cruzar a Nuria delante de mí hacia la puerta principal tras la que desaparece. Ni me mira. Me desprecia haciendo como que no existo. Cabizbajo llego hasta la cocina donde está Pilar terminando de recoger algo.

-Pilar, escucha…

-Cállate Abelardo, cállate. De ahora en adelante comunícate conmigo a través de mi abogado.

-¿Cómo? Pero, mujer…

-Ni mujer ni porras. Me voy a divorciar y no quiero saber más de ti. Te voy a dejar en la ruina y le voy a decir a todo el mundo el pervertido que eres.

Intento decir algo pero solo balbuceo. Me desplomo en una silla. Con los ojos rotos por el sueño y el dolor la veo salir por la puerta de la cocina al pasillo y desde allí hacia la puerta principal por donde instantes antes ha pasado su hija. Hundo mi cara entre las manos sin fuerzas para llorar.

Al cabo de un tiempo indeterminado oigo de nuevo la puerta y levanto la cabeza esperanzado de ver la cara de Pilar pero para mi desgracia, bajo el quicio de la puerta, aparece el crápula de mi hijo. Me levanto como un resorte.

-¡Tú! –digo señalándole con el dedo.

Levanta una ceja y mira hacia atrás por si me dirigiera a otra persona.

-Tú, maldito cabronazo. Por tu culpa tu madre se va a divorciar de mí y tu hermana no me va a hablar en la vida.

-¿Y eso? –contesta.

Me pongo rojo de ira, con la vena del cuello inflada como un neumático de bicicleta y con las palabras llenas de reproches acumulándose en mi boca. Comienzo a resoplar a la vez que me tiembla el dedo acusador que sigue apuntando a la cara de Gabriel. Sin embargo pasan los segundos y no acierto a emitir ningún sonido. A ver cómo le explico que me han pillado meneándomela con las bragas que me dio justo cuando me corría en ellas.

Me vuelvo a sentar derrotado y dejo caer mi cabeza de nuevo entre mis manos. Sollozo impotente. Gabriel se acerca, coge una silla y se sienta junto a mí.

-No te lo vas a creer –dice cuchicheándome al oído-. Tengo fotos de Nuria desnuda.

-¿Qué? –este tío es imbécil-. Acabo de decirte que tu madre y yo nos vamos a separar ¿y me vienes con guarrerías de las tuyas? ¡Y ENCIMA CON FOTOS DE TU HERMANA!

-He hecho un intercambio con Nacho, su novio. Menudas fotacas que he conseguido. Éstas dan para 1.000 pajas.

Parpadeo intentando comprender qué anomalía genética cerebral padece este perturbado. Su cara irradia felicidad y triunfo. No me puedo creer que no se dé cuenta de la realidad que le rodea. Pero entonces un “click” suena dentro de mi cabeza.

-Gabriel, ¿qué tipo de intercambio has hecho con nacho?

Se recuesta en la silla y sonríe.

-Le ofrecí fotos de su futura suegra desnuda a cambio de las de su novia –contesta ufano.

-¿Qué has hecho qué?

-Le he pasado las fotos que me diste de mamá. A cambio él me ha dado las fotos que tiene de Nuria. Incluso fotos que Nuria se había sacado a sí misma con su móvil y que no sabe que las tiene Nacho.

-Pero… pero… ¿¡cómo puedes ser tan cabrón!? Esas fotos no puede verlas nadie. YO TE MATO.

-Bueno, bueno, tranquilo hombre, no te sulfures tanto. Si no querías que las viera nadie no sé para qué me las diste.

-¡Yo no te di las fotos! ¡TÚ ME LAS ROBASTE! -Grito agarrando a Gabriel por el cuello.

Me mira como las vacas al tren. No es consciente de lo que ha hecho y si lo es le da lo mismo. Le suelto y me llevo la mano a la frente. Creo que me voy a desmayar.

-Juré a tu madre que nadie vería esa fotos y por tu culpa van a acabar en manos de un montón de gente. Todos, incluido su futuro yerno se van a pajear con ella.

-Y qué más da. ¿No has dicho que os vais a divorciar?

Touché. Menudo sentido de la síntesis.

-Aun así… le sigo debiendo respeto. Y todavía guardo esperanzas de que no me deje.

-Pues quizás sea mejor que lo haga. Creo que mamá no te conviene.

Levanto una ceja. No sé qué hacer. Si matarle ahora o matarle luego.

-Verás –dice sacando el móvil-. Antes del verano estuve trasteando en el ordenador de mamá. Ya sabes –dice giñándome un ojo- para ver si encontraba alguna foto suya desnuda que tuviera escondida.

Pongo cara de asco pero eso a él le da igual. Comienza a toquetear la pantalla del móvil.

-Por desgracia mamá es muy reservada en ese sentido y no encontré ninguna foto que alegrara mis pajas así que tuve que seguir imaginando que me la follaba mientras me la meneaba con sus bragas o mientras…

-Gabriel, por favor. No sabes el asco que me estás dando.

-A lo que iba –continúa como si no me hubiese oído- es que en su gestor de correo electrónico encontré esto en la bandeja de “mensajes eliminados”.

Me ofrece el móvil y comienzo a leer lo que parece son correos entre Pilar y un tal “Felipe V”. Al principio no entiendo o no quiero entender el tema que tratan pero, a medida que avanzo por las líneas descubro una de las peores y más crueles realidades de un matrimonio. La infidelidad continuada.

-Será… puta.

-Ya te he dicho que quizás el divorcio no sea tan mala opción.

Me levanto furioso. La ira me corroe. Mi mujer, tan casta y tan santa es una puta y una mentirosa. Voy de un lado a otro por la cocina resoplando. ¡Venganza! Que enciendan las hogueras. A mí la legión.

Mientras bramo para mis adentros y camino nervioso Gabriel me mira atento.

-¿Quieres ver las fotos de Nuria en pelotas?

-No Gabriel, no quiero ver las fotos de Nuria en tu móvil. ¿Es que no eres capaz de entenderlo?

-Ah… prefieres que te las pase a tu móvil.

-¡¡¡QUE NO QUIERO VER FOTOS DE MI HIJA DESNUDA, JODER!!!!

Por primera vez la luz se hace en el hueco donde una vez estuvo su cerebro y parece comprender. Se pellizca el labio inferior, frunce el ceño y entrecierra los ojos. Por fin ha entendido mi relación con Nuria.

-Ya lo entiendo. No quieres las fotos de Nuria en tu móvil. Mira, te las paso en un pendrive y tú las ves cuando quieras. Cuenta conmigo.

Me rindo. Me giro y salgo de la cocina en dirección a mi cuarto para ducharme e ir en busca de Pilar.

-¿O prefieres un CD? –grita desde detrás cuando abandono la cocina.

– · –

He tenido que coger un autobús hasta casa porque Pilar y Nuria se han llevado mi coche. A mitad de camino recibo un mensaje, es de Gabriel. “He pensado que te envío las fotos y tú luego las guardas donde quieras”.

La puta madre que parió a este degenerado. De repente empiezo a recibir, una tras otra, imágenes de Nuria. Cada cual más subida de tono que la anterior. Miro asustado a mi alrededor temeroso de que alguien me vea viendo fotos guarras o peor aún, fotos guarras de mi hija. Intento borrarlas pero no paran de llegar. Apago la pantalla del móvil con la imagen en la retina de Nuria con las tetas y el coño al aire.

Por fin llego a mi casa. Subo y abro la puerta. Aparece en el pasillo Pilar que se queda de piedra al verme.

-¿Qué haces aquí?

-Tenemos que hablar.

-Sí, pero a través de mi abogado. Lárgate.

-Déjalo ya Pilar. Tú eres la primera que tiene mucho que callar.

-Que yo… -entorna los ojos incrédula- ¡serás crápula! Te pajeas con las bragas de tu hija a la que soñarías con follarte y me dices a mí que…

-Sé lo de “Felipe V”.

Se calla de de sopetón y su cara cambia de color.

-N…No sé de qué me hablas.

-He leído tus correos con el tal Felipe.

-Imposible. Los he ido borrando todos.

Se da cuenta de su error nada más terminar la frase. Se lleva las manos a la boca.

-Mierda, joder, n…no es lo que parece.

-Qué decepción. Y te atreves a juzgarme a mí.

En ese momento Nuria entra por la puerta principal y arruga la cara nada más verme.

-Qué haces aquí papá. Deberías mantenerte alejado de nosotras, sobre todo de mí.

-He venido a hablar con tu madre.

-Pues hazlo por teléfono cuando yo no esté. No soporto a los viejos que se la menean conmigo. Sobre todo si están casados. Seguro que…

-Tu madre me ha estado engañando con otro durante meses. Solo he venido a hablar con ella.

Me mira a los ojos unos segundos.

-Ah, pues… me voy. Os dejo solos.

Se da la vuelta y abre la puerta para irse.

Sin embargo algo dentro de mi cabeza cruje. Algo no cuadra. ¿Qué está pasando aquí?

-Un momento –alzo la voz a la vez que sostengo la puerta para que Nuria no se vaya-. Esa no es la actitud de alguien que se acaba de enterar de que su madre le ha estado siendo infiel a su padre.

Nos miramos fijamente. Sé que guarda un secreto.

-Tú lo sabías. Sabías que tu madre se acostaba con otro.

Nuria mira a su madre pidiendo ayuda.

-Ella no sabía nada -intercede Pilar sin convicción.

-Y una mierda –digo sin apartar la mirada de Nuria-. Consientes que a tu madre se la folle otro como si nada después de me repudiarme a mí por menearme la minga con unas bragas usadas.

Obtengo silencio por toda respuesta. Mi mente cavila a toda máquina.

-¿Qué te ha ofrecido tu madre a cambio de tu silencio?

-¿A mí? No, nada, no –nuevas miradas furtivas a su madre.

-Vaya par de víboras que sois las 2. No merece la pena luchar por este matrimonio ni por esta familia de locos. Me vuelvo al piso de la playa. Ya nos veremos frente al juez.

-Espera Abelardo. Hablemos primero, por favor.

– · –

Estoy tumbado en mi cama con los brazos detrás de la cabeza. Junto a mí, Pilar dormita plácidamente aunque los 20 centímetros que nos separan sean como un océano de distancia. Ella y yo hemos hablado y hemos llegado al acuerdo de darnos un par de días de tregua. Trataremos nuestros problemas en los próximos días. Ahora, al amparo de la noche, no paro de cavilar sobre todo lo ocurrido.

Son las tantas de la madrugada y llevo toda la noche sin parar de pensar. He intentado dormir pero no consigo conciliar el sueño. Pasan horas hasta que por fin parece que el cabrón de Morfeo viene a visitarme. Ya noto como empiezan a pesar los ojos y mi cuerpo se aplasta contra la cama.

Y de repente, zas. Algo golpea dentro de mi cabeza. Me incorporo y me siento en la cama. La madre que me parió.

Me levanto de un salto y salgo al pasillo. Lo recorro en la penumbra de la noche hasta llegar a la mesita que tenemos bajo el espejo de la entrada. Allí, justo donde lo dejé, encuentro mi móvil. Enciendo la pantalla e inicio la aplicación de mensajería instantánea. Tengo 25 mensajes de Gabriel. No me hace falta mirarlos para saber que son fotos de Nuria.

Pulso en la primera de las fotos. Está desnuda, muy desnuda, pero no es eso lo que he venido a comprobar. Paso con rapidez las fotos hasta llegar a la última que vi en el autobús, justo después de apagar la pantalla. Allí está, lo sabía.

Voy encendiendo todas las luces hasta plantarme delante del dormitorio de Nuria. Toco a la puerta con brusquedad y entro. Doy la luz del cuarto justo cuando Nuria se incorpora en su cama.

-¿Qué pasa?

-Esto.

Le planto frente a ella el móvil con la foto en la que aparece tumbada en un sofá de cuero blanco sobándose una teta con una mano y el coño con la otra. Arruga la cara al verla. Una mezcla de asco y enfado torna su semblante. La veo comenzar a hervir. Me odia, va a estallar.

-¿Cómo tienes tú esa puta foto mía?

-¡Cállate! Conozco ese sofá. Sé donde está sacada. Sé con quién estabas.

Su cara se congela en el acto. Ya no hierve. Ya no hay enfado. Ya no me odia, me teme.

-¿Qué pasa? –pregunta su madre entrando en la habitación.

-Tu hija. Vuestro secreto.

Pilar palidece y se mantiene en silencio dubitativa.

-Nuria callaba tu infidelidad porque tú callabas su relación con mi hermano. Mi hermano mayor. 10 años mayor que yo.

Me vuelvo hacia Nuria que se tapa la boca con las manos y tiene los ojos de cordero degollado.

-Follabas con tu tío que casi tiene edad para ser tu abuelo. Sus hijos, tus primos, son entre 11 y 15 años mayores que tú. Si ellos ya son mayores para estar con una chica de tu edad no digamos su padre.

-Papá…

-Cállate –me aguanto un grito o un puñetazo a la pared-. Follas con un viejo, un hombre casado y con hijos pero te sientes violada por mí por unas putas bragas usadas. Menudo par de zorras que sois las 2. Cuando pienso en la bronca que me habéis echado y lo mal que me habéis hecho sentir.

-Eso… con el tío Andrés… fue hace mucho.

-Pues más a mi favor. Más joven eras entonces.

Salgo de la habitación como un disparo. Entro en mi cuarto donde me visto y me preparo para volver al piso de la playa. Quiero estar solo y quizás lo esté para el resto de mi vida.

Al dirigirme a la puerta principal me topo con Pilar y Nuria que están esperándome en la puerta. No atiendo a razones, no quiero saber nada de ellas y abandono la casa. Me subo al coche, arranco y piso el acelerador. Comienza a amanecer cuando por fin llego al piso de la playa.

– · –

Llego al piso de la playa. Después de 2 días sin pegar ojo estoy agotadísimo pero mi cabeza no deja de pensar y de dar vueltas. Me voy a volver loco. No subo todavía al piso y camino por la playa durante toda la mañana. Cuando me harto de caminar y de sentirme observado por los cientos de bañistas subo al piso para comer algo. A media tarde vuelvo a la playa. Camino por la orilla de punta a punta. Una y otra y otra vez.

Se hace tarde. El sol se acerca al horizonte y la luz comienza a desaparecer. Ya no queda nadie en la arena. Subo a casa a paso de caracol. Al llegar al ascensor me paro frente a él y decido subir por las escaleras para alargar aun más mi agonía. Subo una a una, sin prisa, sin ganas de llegar a casa, sin ganas de enfrentarme a mi puta realidad.

Llego mucho antes de lo que hubiese querido. No me importaría subir 500 pisos más. Meto la llave en la cerradura, empujo la puerta y… allí están, las dos.

Mi mujer y mi hija me esperan de pie en mitad de la sala. Juntas, serias, tristes. Me miran esperando mi reacción que no se hace esperar.

-¿Qué coño hacéis aquí? Había quedado claro…

-Espera Abelardo. Escucha lo que tenemos que decir.

Mi hija da un paso adelante y pone su mano en mi pecho para tranquilizarme y hacerme callar.

-Papá, solo escucha lo que te voy a decir, por favor.

Intento mantener la calma. Respiro despacio y profundo.

-No puedo deshacer lo que he hecho pero si puedo resarcirte por ello –comienza Nuria.

-A estas alturas dudo mucho que puedas…

-Mira papá. He tenido un comportamiento deplorable. Tanto fuera de casa como después contigo. Y mamá tampoco lo ha hecho mejor que yo.

Aprieto los dientes hasta hacerlos crujir.

-No –esputo-, desde luego que no.

-Pero mira, la realidad es que tú, en el fondo y después de todo, deseas follarme ¿no? Vale, pues follemos.

-Eh… ¿qué? –se me ha debido meter agua al oído o algo. Acabo de oír a mi hija decirme para follar.

-Folla conmigo. Así te compenso por lo de las bragas y por lo del tío Andrés.

Pilar se acerca por detrás a Nuria y posa sus manos en sus hombros.

-Así de paso también te estarías resarciendo por mi infidelidad –añade Pilar-. Ambos habremos follado fuera de nuestro matrimonio. Lo único destacable es que yo lo hice con otro hombre y tú con tu hija.

Miro a ambas, una por una. No sé a cuál de las dos matar primero. A lo mejor es parte de una broma. Me dan ganas de preguntar si tengo la bragueta abierta o algo.

Contraigo mi cara como si estuviera sufriendo un ataque hemorroidal pero antes de que pueda decir nada, Nuria se levanta la camiseta debajo de la cual solo lleva dos tetas como dos carretas con un par de pezones que me miran a los ojos de tú a tú. Dejo escapar todo el aire de mis pulmones.

-Venga, en el fondo lo deseas –espeta Nuria-. Y todos quedaríamos en paz, ¿qué nos dices?

-Hemos hablado en casa y las 2 estamos de acuerdo en que folléis todas las veces que quieras –apostilla Pilar.

Junto las puntas de los dedos de una mano con los de la otra, apoyo mis labios sobre los índices, cierro los ojos e inspiro profundamente. Ya está bien. Ha llegado el momento de aclararlo todo de una vez por todas. Abro los ojos y dejo escapar el aire suavemente.

-Vamos a ver, Nuria. Yo soy tu padre y te respeto como tal.

Bajo la mirada hasta su busto.

-Tienes un cuerpo bonito, en serio. Aunque sea tu padre también sé apreciarlo.

Apoyo una mano en una de sus tetas para corroborar mis palabras.

-Es tan bonito y perfecto que no dudo de que vuelves loco a mucha gente. Ahora bien. Yo nunca he querido que pienses que te veo de otra manera –continúo.

Apoyo la otra mano en su otra teta.

-Por culpa del incidente del otro día entiendo que creas que anhelaría otro tipo de relación contigo o con tu madre.

Aprieto con suavidad cada teta dándoles un pequeño masaje.

-Se ha creado una confusión que han hecho estos 2 últimos días has sido muy duros para mí.

Acaricio los pezones con los pulgares.

-Tanto mi matrimonio con tu madre como mi relación contigo como padre han quedado en una posición muy delicada. Éste es el momento de aclarar todo este entuerto para resolver el malentendido creado por mi culpa.

Jugueteo con sus pezones que ahora pellizco ligeramente entre el pulgar e índice de cada mano.

-Por lo tanto…

Zas. Me quedo helado. En silencio. Sin articular palabra. Acabo de darme cuenta que durante todo el tiempo que hablaba he estado mirando fijamente las tetas de Nuria en lugar de mirarle a los ojos. Idiota de mí.

Levanto la mirada ruborizado y poso mis ojos sobre los suyos.

-…eh… lo que quiero decir… es que ha habido una confusión enorme con el tema de tus bragas. Nada es lo que parece. Yo… siempre te he visto como una hija, nada más. No sabía que eran tus bragas cuando me pajeé con ellas.

Nos quedamos en silencio. Pilar con sus manos sobre los hombros de Nuria. Nuria con las manos en su camiseta que aun mantiene levantada. Yo con las manos extendidas masajeando sus tetas.

Zas. Otra hostia en mi sentido de la realidad. ¿Qué coño hago sobándole las tetas? Aparto las manos con presteza y las coloco a los costados de mi cuerpo rezando para que nadie se haya dado cuenta. Me pongo colorado y carraspeo antes de volver a hablar.

-Ejem, no sé si entiendes lo que estoy intentando decirte.

Nuria baja la mirada hasta mi paquete. Tengo la polla tan dura que mi bañador forma una tienda de campaña. La punta de mi polla estira tanto la prenda que el elástico del pantalón está despegado de mi cintura un par de centímetros.

Nuria introduce los dedos por ese hueco y tira de la prenda hacia si dejando mi polla, dura como una piedra, al aire, apuntando directamente a su cara. Con la otra mano me coge la polla y la desliza con suavidad arriba y abajo. Mis pelotas se encogen como dos coalas abrazados a una rama.

-Papá, no tienes por qué intentar retroceder en el tiempo hasta los momentos donde éramos una familia modélica. Lo que pasó, pasó y no se puede cambiar.

Me gustaría interrumpirla y empezar la conversación de nuevo pero esta vez de manera convincente. Desgraciadamente no me llega el aire a los pulmones, no tengo voz. Una mano acaricia mis pelotas mientras otra sube y baja por mi polla.

-Tú estás enfadado conmigo por haber follado con el tío Andrés y después haber utilizado una doble moral contigo, pero por otro lado también quieres follarme ¿no? Pues follamos y quedamos en paz.

-L…los, los padres no follan con sus hijas –balbuceo.

-Los buenos padres, sí.

-Precisamente esos son los que no follan.

-Si las hijas lo desean, sí –dice aumentando el ritmo de la paja-. Estoy muy arrepentida y necesito sentirme en paz contigo. Déjame hacer esto por ti, por favor. Deja que me redima.

-Vamos Abelardo, folla con ella. A ella le hará sentirse bien y a mí me aliviará saber que tú también has disfrutado de una relación extramarital.

Miro a Pilar con los ojos casi en blanco. La veo lejana.

-Follar con mi hija –me digo incrédulo mientras poso de nuevo mis manos sobre sus 2 perfectas tetas y las masajeo con suavidad y lascivia.

Sin saber muy bien cómo, sigo a Nuria hasta su habitación y nos plantamos de pie junto a su cama. Se quita la camiseta y deja caer su pantaloncito quedando únicamente en bragas. La miro durante un buen rato de arriba abajo entreteniéndome constantemente en ese par de tetas que no sé porqué me vuelven loco.

Me deshago de mi camiseta y de mi traje de baño quedándome completamente desnudo con la polla más dura que la pata de un santo. Tengo el corazón a 1.000. Siento un vacío en el estomago y los pulmones. Me tiemblan las piernas y el cuerpo entero.

Nuria se baja las bragas despacio. Comienza a asomar vello púbico y mis pupilas se dilatan con cada centímetro que asoma tras ellas. Cuando caen al suelo hago esfuerzos por no arrodillarme ante ella y besarla entre lo más oscuro de su cuerpo.

Se sienta en la cama y se recuesta hacia atrás apoyando los codos y abriendo las piernas ligeramente. La miro con deseo antinatural. Yo no debería estar aquí, nunca he querido estar aquí. Cierro los ojos intentando recordar en qué momento ha pasado de ser mi hija a convertirse en el cuerpo más follable que he visto en mi vida.

Cuando los abro Nuria está tumbada en su cama como la maja en pelotas. Me espera con las piernas abiertas. Subo a la cama y me arrodillo entre ellas. Al mirar hacia abajo veo mi polla gritando guerra. Bajo ella me espera el coñete de Nuria con sus labios cubiertos por un fino vello.

Me paso la lengua por los labios secos.

-¿Puedo besarte el coño?

-Claro –dice abriendo las piernas un poco más-. Seguro que esto es lo que has estado deseando siempre que le comías el coño a mamá, ¿a que sí?

Acerco mi cara hasta sentir su vello en mis labios y me detengo unos segundos.

-Sí. Siempre.

No sé en qué momento paso de los suaves besos y los leves roces con mi lengua a la salvaje comida de coño que le estoy dando. No puedo evitarlo. Cada vez necesito más y más. Mis manos recorren sus piernas, su cadera y suben hasta sus tetas continuamente.

Cuando ya no puedo resistirlo más llevo mi boca hasta sus tetas y devoro uno de sus pezones. Lo meto dentro de mi boca hasta el fondo. Mientras tanto mi polla se desliza por encima de la raja de su coño. Al principio suavemente después con fuerza.

En uno de los envites, la punta de mi polla encuentra la entrada de su coño. Aprieto despacito, un leve empujón, luego otro y otro. Cuando la tengo completamente dentro me levanto y miro entre mis piernas. Nuestros pubis están unidos a través de mi polla que ha desaparecido por completo dentro de su coño. La miro a los ojos.

-T…te la he metido.

Ella asiente y posa sus manos en mi cadera.

-Nuria… te he metido la polla… en tu coño.

-Sí, hasta adentro. Lo veo, y eso que es enorme.

-Nuria, soy tu padre… tengo mi polla… -¿qué cojjjones estoy haciendo?

Estos son los típicos momentos en los que hay que mantener la mente fría y no perder la perspectiva de la realidad. Por desgracia yo nunca he sido muy bueno en nada de esto y por eso me encuentro en esta bochornosa situación, desnudo, encima de mi hija y apuntito de follármela.

Nuria pasa las yemas de sus manos por mis nalgas y un placentero cosquilleo recorre mi cuerpo hasta la nuca. Cierro los ojos y siento sus manos acariciar mi espalda. Noto el calor de su cuerpo bajo el mío y me gusta. Me dejo llevar por el placer y el sosiego unos momentos más al cabo de los cuales ya he decidido no continuar con esto ni un segundo más. Esto se me ha escapado de las manos. Ya hemos ido demasiado lejos, nunca lo debí consentir.

Cuando abro los ojos me encuentro respirando agitadamente, excitado, con mis manos amasando sus tetas. Mi cadera lanza continuados envites hacia ella que recibe mi polla una y otra vez. Joder, me la he estado follando inconscientemente casi desde que se la he metido.

Vuelvo a cerrar los ojos dolorido. Me siento tan ruin. Pero esto sabe tan bien. Intento convencerme de que esto no está mal, que hay cosas peores. Al fin y al cabo todas las partes implicadas estamos de acuerdo. Todos somos personas responsables y cabales. Lo hacemos porque queremos.

A tomar por culo. Me canso de cavilar sobre el bien y el mal. Llegados hasta aquí no hay marcha atrás así que de perdidos al río. Acelero mis envites y golpeo con más fuerza sobre su cadera. Mi polla entra y sale salvajemente y Nuria la recibe con agrado.

Sonríe, está feliz. La misma felicidad de aquel que ve disfrutar a su hijo pequeño de un juguete o del que ve reír a un ser querido. No goza físicamente ni se correrá conmigo pero disfruta resarciendo nuestras deudas pendientes. Feliz de hacerme feliz.

-Me voy a correr.

-Bien –sonríe.

-Me voy a correr…dentro.

Baja las manos hasta mi culo para masajearlo y agarrarlo y terminar empujándome hacia ella al compás de mis envites.

-Joder… mi semen… tu coño… hija… me corro…

No puedo aguantar más y descargo todo el semen de mis pelotas que ahora ella se encarga de masajear con una mano. Aprieta mis huevos con suavidad alargando el placer. Acaricio sus caderas, su culo y sus tetas con suavidad durante los últimos estertores de mi corrida para, al final, desplomarme sobre su cuerpo caliente.

Estoy rendido. Dos días sin dormir me han agotado. Sin embargo, por fin me encuentro en paz con todo el mundo incluida mi mujer a la que ya no odio. Mis labios muestran una sonrisa boba antes de caer en un profundo sueño.

– · –

Amanece. El sol matutino riega mis párpados. Estoy en la cama de Nuria. Ella se ha levantado y ahora me encuentro solo. He dormido una noche completa u 800 años. Me siento en la cama, feliz. No me remuerde la conciencia por lo de Nuria ni me carcome el odio hacia Pilar, bien. Voy hacia el baño que hay en mi cuarto. El mismo fatídico baño donde unos días antes tuve el más bochornoso incidente de mi vida.

Allí, frente al espejo encuentro a Nuria y su madre cepillándose los dientes. Me apoyo en el marco de la puerta observándolas desde atrás. Tan iguales, tan distintas.

Ambas me saludan escuetamente a través del reflejo del espejo. Yo sigo comparando sus cuerpos. Nuria, con sus carnes duras y apretadas, tiene un culo perfecto dentro de esas braguitas. Lleva una camiseta corta que deja ver la parte inferior de su abdomen y a través del cual se aprecian unos bonitos melones.

Pilar lleva un camisón algo ceñido hasta la cintura. Inclinada sobre el lavabo sobre el que se apoya, también se le ven las bragas por atrás. Sus caderas son algo más anchas y sus tetas algo más caídas. Aun así, pese a su madurez, sigue manteniendo un cuerpo espléndido.

Pilar escupe la pasta de dientes en el lavabo y me pregunta mirándome a través del espejo qué tal he pasado la noche. Levanto las cejas y cojo aire dubitativo.

-Bien. He follado con Nuria. Me he corrido. Me he corrido mucho.

-¿Dentro?

-Sí. Me corrí en su coño. Ella me dejó.

Poso la mirada en el culo de Nuria, en sus bragas, e imagino que mi semen sigue ahí dentro. Dentro de ella, de su coñete negro. Sonrío.

Nuria, que también me observa a través del espejo, se percata de donde tengo puesta la mirada.

-Si quieres volver a follar me dices y…

Me ruborizo y levanto la vista. Las dos me miran con curiosidad. Pilar esboza una sonrisa de complacencia. Nuria también esboza ese gesto. Me doy cuenta de que estoy completamente desnudo y tengo la polla dura apuntando al techo. Miro a mi polla, las miro a ellas, vuelvo a mirar a mi polla, levanto las cejas y los hombros.

-Si quieres podemos follar ahora –dice Nuria.

Miro a Pilar dubitativo.

-Te prepararé el desayuno. Tendrás hambre cuando acabes –dice Pilar apoyando una mano en mi hombro mientras sale del baño.

-¿Quieres follarme en mi cama o vamos a la tuya que es más grande? –dice Nuria nada más salir su madre.

-¿Podemos follar aquí?

-¿Aquí, en el baño?

-S…sí. ¿Te importa que follemos de pie? ¿Apoyada en el lavabo?

Nuria se gira, pone sus manos sobre el lavabo y me mira a través del espejo.

-Claro, como tú quieras.

Acaricio su culo duro y deslizo sus bragas hasta hacerlas caer a sus tobillos. Poso mi polla contra sus nalgas y la deslizo dentro de ellas mientras atrapo sus tetas entre mis manos bajo su mini camiseta. Nuria se inclina ligeramente para facilitar mi tarea.

Ya no tengo ni pizca de remordimientos. Solo sé que quiero follármela. Se la meto despacito hasta alojarla dentro por completo y comienzo a follarla. Pienso en pilar preparándome el desayuno. Yo aquí follando con su hija y ella en la cocina sabiendo lo que estoy haciendo.

Agarro sus caderas y veo mi polla entrar y salir entre sus nalgas.

-Dios qué culo tienes, y qué tetas.

-Aprovecha todo lo que quieras. Disfrútame.

Se inclina un poco más. Apoya los codos sobre el mármol sin apartar la mirada de mí. Su ano está a la vista y lo toqueteo con mi pulgar. Pequeño, rosado, precioso. Juego con él e introduzco la yema con suavidad.

-¿Puedo hacértelo por el culo?

La pregunta le pilla por sorpresa. Levanta las cejas mientras coge aire despacio.

-Bueno… Si quieres.

Saco la polla de su coño y pongo la punta en el agujerito. Empujo con cuidado. Entra la puntita. Empujo un poco más. Poco a poco, centímetro a centímetro la meto entera. Pongo a Nuria de pié, pegada a mí, sintiendo su espalda en mi pecho.

La follo con cuidado. Meto y saco la polla con suavidad. Disfruto con cada empellón. Nuria me mira a través el espejo un tanto desconcertada. Aumento el ritmo de manera constante. Le quito su camiseta para poder ver a sus tetas botar arriba y abajo.

-¿Lo has hecho antes por el culo? –pregunto.

-Sí.

-¿Te gusta?

Se toma su tiempo en responder.

-Sí, me gusta.

-¿Te gusta que te folle yo?

Sonríe tiernamente.

-Me gusta si a ti te gusta follarme por el culo.

No puedo evitar poner los ojos en blanco. Empiezo a correrme.

-¿Con mamá también follas por el culo? –pregunta.

-Sssí –contesto como puedo.

-¿Y también pensabas en mí?

Qué cabrona.

-Sssí.

-¿Te imaginabas follándome aquí, en tu baño?

-Sssí, sí, sí -jadeo.

-¿Metiéndomela por el culo?

-Sí… por el culo…

-¿Y qué más te imaginabas?

Casi no la oigo, no tengo suficiente riego sanguíneo cerebral.

-Me corro, Nuria. Me corro. Jod-der.

Apoyo mi frente en su nuca mientras le doy los últimos estertores. Mis pelotas se vacían en su culo. La mantengo pegada a mi cuerpo unos momentos más mientras termino de coger aire.

Saco la polla lentamente. Noto como se desliza hacia a fuera. Doy unos pasos atrás hasta tocar la pared con mi espalda. Me apoyo en ella. Está fría.

Nuria se da la vuelta y apoya su trasero en el lavabo. Me mira de frente, con curiosidad. Mantengo la mirada mientras recupero el resuello. Llevo 2 días son apenas comer y eso se nota en mi forma física. Estoy empapado en sudor. Tanto observarme me hace sentir incómodo.

-Voy a ducharme antes de ir a desayunar.

-Yo también –dice Nuria-. Utilizaré el otro baño.

Me meto en la ducha y dejo correr el agua helada por mi cuerpo. Me tomo mi tiempo antes de salir y secarme. Busco entre los cajones de mi cuarto ropa cómoda para ponerme antes de desayunar.

Al entrar en la cocina las veo allí a las dos. Nuria sentada junto a la mesa bebiendo un vaso de agua. Pilar de pie, terminando de prepararme el desayuno. Me siento enfrente de Nuria e inmediatamente después Pilar se sienta a mi lado.

-¿Bien? –pregunta.

-Pues… la verdad, sí. La he follado por el culo.

La respuesta deja a las dos un tanto perplejas, quizás por mi sinceridad. Pilar mira a su hija y ésta, por toda respuesta, levanta levemente los hombros.

-¿Y…? ¿Te ha gustado? –continua Pilar.

-Joder, sí. Me he corrido como nunca.

De nuevo se hace el silencio solo interrumpido por Nuria.

-Bueno, pues yo os dejo, que me tengo que ir. Vendré a la hora de comer.

-Yo también –apostillo-. Voy a pasear por la playa.

Beso a mi mujer que responde a mi gesto con complacencia. Me levanto, cojo las llaves de casa y voy hacia la puerta principal. Pilar me para antes de salir.

-Esta noche…

-¿Sí?

-¿Vas a dormir con Nuria o dormirás conmigo?

No lo había pensado. Nuria, que nos ha oído, toma la palabra.

-A mí puedes follarme cuando quieras. No tienes porque follarme siempre a la noche. Si quieres dormir con mamá… yo duermo mejor sola.

En ese momento la puerta principal se abre y entra Gabriel, el maldito liante Gabriel. Dejamos la conversación para otro momento. Nuria aprovecha para despedirse de su madre y salir de casa. Yo me quedo unos instantes en el pasillo recogiendo mi móvil y el reloj del mueble del espejo mientras Pilar se mete de nuevo en la cocina.

El camisón y las bragas de Pilar no pasan inadvertidas para Gabriel que le mira el culo con descaro. Me devuelve la mirada y hace el mismo gesto que hizo en la playa. Simula follársela desde atrás poniendo cara de salido.

Le pongo cara de asco y salgo al descansillo donde está Nuria esperando al ascensor que justo acaba de llegar. Sin embargo hoy decido bajar por las escaleras, le he cogido el gusto a recorrer el millón de pisos hasta la planta baja.

Nuestro bloque de pisos está en primera línea de playa. Solo tengo que cruzar la calle y ya estoy pisando la arena. En cuanto siento la arena bajo mis pies una sensación de paz me invade. Comienzo a caminar.

– · –

Gabriel entra a la cocina donde se encuentra su madre lavando los platos en la fregadera. Apoya su trasero en el mármol, junto a ella. Muerde una manzana mientras observa a su madre fregar.

-Fuiste tú quien le dio mis correos a tu padre –dice Pilar sin apartar la mirada del fregadero.

-¿Qué correos?

-Tu padre no sabe ni encender un ordenador y tú eres la única persona con acceso a mi portátil capaz de recuperar unos correos borrados.

Si se suponía que Gabriel debía sentir miedo lo disimuló muy bien.

-Te has buscado un problema hijo. Vas a tener que empezar a despedirte de muchas cosas.

El silencio no disimulaba la tensión entre los dos.

-Oye mamá ¿tú le has visto la polla a Nacho?

-¿Cómo?

-Cada vez que Nuria va su casa se tiran horas. Para mí que se pasa las tardes follándosela.

Pilar mira a su hijo perpleja, intentando asimilar lo que acaba de oírle decir.

-¿Has oído lo que acabo de decirte, Gabriel?

Sin inmutarse, Gabriel continúa hablando.

-Su polla es gorda. Su glande sobresale cuando se le pone dura –continúa Gabriel.

-Pero… ¿de qué me estás hablando?

-Seguro que el muy cabrón le pide a Nuria que se la chupe hasta correrse en su boca.

-Gabriel, por favor.

-¿Tú te lo tragas?

-¿Qué?

-El semen, digo. Que si te lo tragas cuando la chupas.

Pilar parpadea perpleja.

-Estela no lo hace. Si al menos tuviera las tetas de Nuria me correría en ellas a gusto.

-¿Las…las tetas de Nuria?

-O las tuyas. ¿Me enseñas las tetas?

Pilar retrocede un paso como si estuviera oliendo a mierda. Frunce el ceño y la vena de su cuello se hincha. Se avecina tormenta.

-Y el coño. ¿Me enseñas el coño? Quiero vértelo.

-Mira niñato, en cuanto vuelva tu padre te vas a ir de patitas…

-¿Sabe papá que “Felipe V” no es el nombre de tu amante sino la dirección de un portal a través del cual contactas con diferentes personas?

Los nubarrones sobre la cabeza de Pilar desaparecen y su cara palidece. Abre los ojos como platos y se lleva las manos al estómago.

-Revisando tus correos –continúa Gabriel- he contado no menos de 14 personas, ¡14! Todos ellos contactados a través de “Felipe V”.

-¿Has estado husmeando…?

-Te gusta follar, ¿eh?

-No es lo que parece…

-Enséñame las tetas, venga. Que tienes unas peras de la hostia, igual que Nuria. Y el coño. También quiero verlo. Negro, peludito, mmm.

-Pero… ¿qué dices?

Pilar se sienta en una silla para no caerse desmayada.

-Digo que has estado follando con todo el mundo y que yo también quiero follar contigo.

-Pero… soy… tu madre.

-Más a mi favor. Si follas con los de fuera con mayor razón puedes follar con los de casa.

-Gabriel, por favor, ¿me estás haciendo chantaje para mantener sexo conmigo?

-Sí, eso es. Tú follas, yo callo.

– · –

Camino por la arena. Me siento feliz. Silbo una canción mientras saludo a la gente por la orilla del mar a la que, por otra parte, apenas conozco. Si alguno de ellos supiera mi secreto…

Suena una señal en mi móvil. Tengo un mensaje instantáneo. Es de Gabriel. ¿Qué querrá ahora este imbécil? Lo abro y veo una foto. Parece una foto porno o algo parecido. Se ve a una mujer madura de espaldas a 4 patas en una cama mientras alguien se la folla desde atrás. La foto la ha tomado el mismo que la está follando. Se ve la barriga del chico y parte de su polla entrando en el coño de la mujer. A ella solo se le ve la parte superior del culo y la espalda. Menuda mierda me envía este enfermo.

Sin embargo encuentro algo familiar en ella. Esa mesilla de noche es como la mía. La sobrecama sobre la que están también lo es. Y la chica… Reconozco su cabello. La última vez que la he visto ha sido hace 10 minutos.

¡Pilar!

No puede ser. Se me para el corazón. Este cabrón se la está follando, a mi mujer, a su madre. Me giro y alzo la vista hasta ubicar mi piso en el edificio justo detrás de mí. Lo identifico por el toldo que tengo en la terraza.

Allí mismo, en este mismo instante, el malnacido de Gabriel se está follando a su madre. ¡CABRON!

Si vuelvo corriendo les puedo pillar en el acto. Abrir la puerta de golpe y liarme a leches. Puto Gabriel y sus malditos teje manejes. Chanchullero, macarra.

Recapacito. Si él tiene un secreto capaz de obligar a su madre a dejarse follar por él quizás no me interese saberlo. ¿A caso no es mejor vivir en la ignorancia?

Conocer la infidelidad de Pilar pudo hacerme más sabio pero no más feliz. Cierro los ojos. Me seco el sudor de la frente. Me tomo el pulso e intento relajarme y pensar rápido. Apago la pantalla del móvil que tengo pegada a mi pecho y lo guardo en mi bolsillo.

Giro la cabeza y fijo la vista en la orilla de la playa. En el lado opuesto está mi piso con mi mujer y mi hijo dentro, follando. Doy un paso, luego otro y otro. Continúo mi camino hasta la punta opuesta de la playa, ignorante, feliz.

Antes de avanzar 20 metros suenan varios mensajes en el móvil. No me molesto en mirarlos. Ya sé de quién son y lo que envía. Ya basta de fotos por hoy.

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Nota: Comentarios, insultos y demas apostillamientos serán siempre bien recibidos.
SI QUERÉIS HACERME ALGÚN COMENTARIO, MI EMAIL ES boligrafo16@hotmail.com

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Relato erótico: “La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta” (POR GOLFO)

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SECRETARIA PORTADA2La dulce e ingenua doctora que se volvió mi puta
Sin títuloLa conocí hace ocho años y desde entonces esa chiquilla se había comportado como la criatura más dulce e ingenua con la que me he topado en mis cuarenta años de vida. Aunque ya lo dice el título con el que he encabezado este relato, os estoy hablando de Lara, la doctora que me ayuda en mi consulta. Una cría apenas salida de la adolescencia que empezó a trabajar conmigo como enfermera y que consiguió ocultar durante ese tiempo que yo era parte de sus fantasías más íntimas.
Todavía recuerdo el día que la contraté. Cansado de una ayudante exuberante y caprichosa, me gustó su aspecto aniñado y tímido. Por eso haciendo a un lado, expedientes con mayor experiencia y conocimientos contrastados, lancé una moneda al aire y aposté por ella.
«Con esta niña no caeré otra vez en lo mismo», pensé rememorando la acusación de acoso de la que me libré por medio de una suculenta liquidación que me dejó medio quebrado.
Y así fue. Durante 96 meses, 2 semanas y tres días no hubo nada entre ella y yo. Nuestra relación fue exquisitamente pulcra y jamás hice nada que se pudiese considerar moralmente sospechoso ni que excediera lo meramente profesional. Sin ser nada premeditado al no querer caer nuevamente en lio de faldas, me abstuve incluso de hacer cualquier tipo de alarde de mis diferentes conquistas y curiosamente mi supuesta falta de interés sobre el sexo femenino, fue el incentivo que una mente infantil como la de ella necesitaba para enamorarse en privado de mí, su jefe.
Confieso que nunca me percaté de nada. Durante las extenuantes jornadas que pasamos trabajando codo con codo, estaba tan seguro de la naturaleza de nuestra trato que no analicé correctamente la forma en que me miraba. Tontamente no comprendí que no era admiración profesional lo que esa niña sentía. Cegado por mi decisión de no volver a meterme con alguien con nómina a mi cargo, pasé por alto que, ante un roce casual de mi parte, los pezones de Lara se transmutaban en pequeñas montañas bajo su uniforme.
«¿Cómo pude ser tan imbécil?», pienso ahora.
En su infantil mente, esa bebita se creó una falsa idea de mí y cuando casualmente descubrió que tenía una ajetreada vida sexual, creyó que mi desinterés por ella ocultaba una oscura atracción que saciaba follando con otras mujeres.
Sé que suena absurdo pero comenzó a espiarme y en vez de desilusión, cayó en un bucle en el que me veía como una víctima de mi timidez. La rara fascinación al creerme “sufriendo” al liberar mi estrés en la cama con mis diferentes conquistas, la obligó a seguirme en mis andanzas al disfrutar soñando con el día que ella fuera la objeto de esas caricias con las que regalaba a esas desconocidas.
«Algún día se dará cuenta que es mío», fantaseaba masturbándose mientras espiaba el modo en que noche tras noche dejaba salir mi lujuria.
Ajeno a su fijación por mí, llegué a considerarla como una hija. La fidelidad que demostró en el trabajo y la dulzura que siempre exhibió conmigo, me indujeron a pagarle la carrera de forma que pasó de ayudante a socia de mi consulta.
«¡Me quiere!», exclamó interiormente al conocer mi oferta y por eso hizo su mayor esfuerzo para estudiar y trabajar al mismo tiempo.
Cinco años después, acudí a su graduación y reconozco que sentí orgullo al verla recoger el diploma con el cual el ministerio certificaba con un cum laude sus largas noches de insomnio, en las que no fallarme le dio el motivo suficiente para seguir clavando codos en vez de irse a dormir.
Tampoco le di su verdadero significado al efusivo abrazo ni al beso en los labios con el que me agradeció que le hubiese patrocinado sus estudios y creyendo que eran producto del nerviosismo, dejé en un rincón de mi cerebro las gratas sensaciones que experimenté al notar sus pechos contra mi cuerpo.
Hoy sé que ella no solo no se desilusionó por mi falta de respuesta a ese gesto, sino que Lara trastocó por completo lo ocurrido y en lo que se fijó es que no hice ningún intento de separarme, presuponiendo que había dado un paso de gigante en su intención de ser mía.
«Ya falta menos para que me haga su mujer», sentenció esperanzada sin saber que tardaría todavía tres años en conocer sus sentimientos.
Negando las suculentas ofertas que le llegaron para formar parte de otros hospitales, esa cría siguió siendo parte esencial de mi equipo llegando a ser más que mi mano derecha. Para mí, ella era mi consejera, mi sustento, mi apoyo e incluso mi maestra porque de alguna forma consiguió que yo mismo fuera mejor médico.
Para bien o para mal, su secreto me fue desvelado de una forma brutal cuando un puñetero borracho se cruzó en su camino, dejándola mal herida frente a la clínica donde trabajábamos. Nunca podría expresar lo que pasó por mi mente cuando la encargada de Urgencias me avisó que la habían atropellado y que su vida corría peligro. Como el mejor cirujano que podía encontrar para salvarla era yo, obvió el hecho que era mi amiga y me pidió que la operara.
Os confieso que las cinco horas que pasé reconstruyendo sus órganos vitales han sido las peores de mi vida entera. Reconozco que casi me paralizó el ver los destrozos que ese malnacido había provocado pero sacando fuerzas de mi desesperación conseguí calmarme y saqué adelante la intervención con una frialdad que dejó impresionado al resto del equipo.
Con ella fuera de peligro, me quedé a su lado mientras se reanimaba y fue entonces cuando producto de la anestesia, Lara se descubrió a ella misma al gritar en sueños mi nombre.
«Es por las drogas», me dije al escuchar que en sus delirios se refería a mi como su único y verdadero amor. Los narcóticos que poblaban su sangre relajaron las barreras que había creado a su alrededor y todavía bajo sus efectos, me confesó que me amaba y que solo esperaba el día que la llevara a mi casa y la hiciera mi mujer.
No queriendo reconocer la evidencia, asumí que todo era un efecto secundario y que la confusión de su mente desaparecería en cuanto recuperara el conocimiento. Por ello no le di mayor importancia y recordando los años que habíamos compartido, me quedé junto a su cama hasta que recuperó la conciencia.
No abrió sus ojos hasta la mañana siguiente y cuando lo hizo, sus primeras palabras me dejaron helado porque con la voz temblorosa todavía por el dolor, me explicó que había sentido la muerte y que solo mi recuerdo había evitado que cruzara al otro lado.
-¿Mi recuerdo?- pregunté ya con la mosca zumbando a mi alrededor.
-No podía dejarte solo, soy tu mujer y me necesitas- respondió justo en el momento en que cayó nuevamente dormida.
«¡No puede estar enamorada de mí!», mascullé entre dientes y olvidando que el tiempo había pasado y que ya no era la muchachita asustada que había llegado a mi consulta, pensé: «¡Es una niña!»
Los quince años que la llevaba y la amistad que habíamos forjado me hacía imposible verla como mujer y eso que no podía negar que el cuerpo que había cosido en la fría mesa de operaciones era el de una hembra hecha y derecha. Mis propias incisiones las había efectuado con la idea que algún día Lara pudiese ponerse un bikini sin que nadie pudiese mirarla con compasión pero también con la idea que al compartir algo más que caricias sus amantes no se vieran repelidos por ellas.
«Si se salva, debe ser feliz», me dije buscando que una vez curada fueran mínimas las cicatrices que surcaran su piel.

Una vez os he contado como me enteré de su secreto, he de explicaros como el destino se alió en mi contra y caí irremediablemente entre sus brazos.
Durante quince días no me separé de su cama. Me dolía ver su estado. Hoy dudo de que fuera la amistad lo que me impulsara a ofrecerle que se quedara en mi casa mientras recuperaba la salud y no la retorcida curiosidad de saber si había algo detrás de esa estimulada confesión.
Lo cierto es que al oír mi oferta y como su familia vivía fuera de Madrid, aceptó de inmediato. La alegría que iluminó su rostro al decirme que sí, me hizo dudar sobre la conveniencia de convivir con ella…
Me auto convenzo que nada ha cambiado.
La noche anterior a su llegada, me pasé horas tratando de encontrar excusas que aminoraran la sensación que había perdido a esa leal compañera de tanto tiempo y que lo quisiera o no, nuestra relación en un futuro sería diferente. El recuerdo de mis pasadas experiencias con personas del trabajo golpeó con rotunda dureza a mi mente y no queriendo tropezar de la misma forma, me repetí que todo era una ofuscación mediatizada por tanto tranquilizante.
Habiendo aleccionado a mis neuronas sobre el peligro que suponían los sentimientos de Lara, nunca me preparé para combatir los nacidos de mi propia naturaleza. Por ello ya con ella en mi casa, algo tan usual en mi profesión como limpiar una herida provocó que mis hormonas se alborotaran sin remedio. Fue a las pocas horas de llegar a casa cuando llegado el momento de cambiar sus vendajes y aprovechando que estaba dormida, deslicé las sábanas que la cubrían y en la soledad de esas paredes, la belleza de sus formas me dejó anonadado al percatarme que no me resultaban indiferentes.
«¿Cómo es posible que nunca me haya dado cuenta? ¡Es perfecta!», protesté impresionado: «¡Diez años y nunca lo descubrí!».
Los hinchados senos desnudos de la que era en teoría mi paciente, despertaron la bestia que habitaba en mi interior e involuntariamente mi pene se alzó mientras mi mente luchaba con el deseo de hundir mi cara dentro de su escote.
«¡Joder! ¡Me pone cachondo!», exclamé en silencio sorprendido de albergar pensamientos tan poco profesionales sobre ella.
Recuperando parcialmente la cordura, retiré las vendas y curé sus heridas mientras intentaba vaciar mi mente de esos pecaminosos pensamientos. La memoria de su cuerpo yacente pero no por ello menos apetitoso, perturbó mis ánimos hasta extremos inconfesables sobre todo cuando como consecuencia no deseada de la propia operación, observé con creciente fascinación que las enfermeras habían depilado su sexo completamente.
«Parece el de una quinceañera», murmuré mientras acariciaba esa húmeda abertura con uno de mis dedos.
Mi erección se vio multiplicada al escuchar un gemido que salía de su garganta. Temiendo que se despertara y descubriera que había abusado de su situación, salí como alma que lleva el diablo rumbo a mi cuarto.
Ya en mi habitación, la vergüenza de ese acto ruin y despreciable me trastornó y con el recuerdo de su olor todavía impregnando la yema que había usado para profanar su cuerpo, me metí en la ducha deseando que el agua pudiese borrar mi acción.
Desgraciadamente no sirvió y tras veinte minutos bajo ese chorro, mi verga seguía mostrando un desmesurado tamaño. Desesperado salí del baño y sin secarme me tumbé en mi cama mientras intentaba serenarme.
-Llevo demasiado tiempo sin una pareja seria- murmuré preocupado por vez primera responsabilizando a mi tipo de relaciones de la extraña atracción que sentía por Lara.
La erección lejos de menguar seguía en su máximo esplendor cuando queriendo solucionar mis problemas, agarré mi miembro y me comencé a pajear imaginando que una de tantas conquistas llegaba hasta mi lado. Forzando el rumbo de mis pensamientos, visualicé las manos de esa morena apoderándose de mi tallo mientras su melena se deslizaba por su cuerpo dejando una suave caricia a su paso.
Acelerando el ritmo de mis dedos, cerré mis ojos soñando que abría sus labios y pegaba un caliente lengüetazo a mis huevos antes de hundir mi verga hasta el fondo de su garganta. La excitación que sentí se vio exponencialmente cuando cesando durante un segundo la mamada, levantó su cara y descubrí que era Lara la que la estaba ejecutando.
-Córrete en mi cara- susurró con sus ojos inyectados de lujuria.
Esa orden demolió mis reparos y explotando de placer, bañé con mi sirviente sus mejillas mientras lloraba angustiado por ser capaz de imaginarme esa felación…

Durante horas me quedé encerrado en mi cuarto. Estaba tan avergonzado de la escena que mi cerebro había urdido para aliviar mi calentura que no era capaz de enfrentarme a ella cara a cara. Por ello aún seguía allí, cuando un grito me sacó de la modorra en la que me había instalado y corrí a ver que le ocurría.
Al llegar a su habitación, encontré a Lara tirada en el suelo y sin pensármelo dos veces, fui en su ayuda sin importarme que siguiera desnuda.
-¿Qué te ha pasado?- pregunté.
Muerta de dolor, me explicó que había querido ir al baño y que al levantarse del colchón, le habían fallado las fuerzas.
-No te preocupes- contesté y pasando mi mano por sus piernas, la alcé entre mis brazos para que no tuviera que pasar por ello. Lo que no preví fue que esa monada, aprovechara que la estaba cargando para posar su cara en mi pecho mientras la llevaba al servicio.
-¡Qué bueno eres conmigo!- susurró con voz tierna ajena a que en ese momento estaba aterrado por la ebullición que sentía al tenerla así.
En mi mente, mi oscuro deseo volvió con mayor fuerza. Sabiendo que era inmoral, todas las células de mi piel me rogaban que cambiara de rumbo y la llevara hasta las sábanas. Afortunadamente la razón pudo más y unos segundos después, deposité ese cuerpo que me traía loco sobre la taza del wáter. Tras lo cual hice el intento de marcharme pero justo cuando salía por la puerta, escuché que me decía:
-No te vayas. Tengo miedo de caerme.
Sus palabras me dejaron petrificado y no queriendo estar presente mientras vaciaba su vejiga, le dije que no era apropiado que me quedara. Fue entonces cuando Lara con tono divertido, insistió diciendo:
-Eres médico y mear es una función fisiológica de lo más normal.
Sabiendo que si volvía a reiterar mi oposición la muchacha podía sospechar, decidí no moverme del sitio y esperar a que se diera prisa en hacerlo. Ella viendo que no me iba, separó sus rodillas y dejó que la naturaleza siguiera su rumbo, sin percatarse que desde mi posición tenía un ángulo perfecto de visión de lo que ocurría en su entrepierna.
«Mierda», pensé al contemplar cómo un chorrito brotaba entre los rosados labios de mi compañera y sin perderme nada, me quedé paralizado observando la belleza de ese acto.
«¡No puede ser!», mascullé escandalizado al darme cuenta que me parecía el sumun del erotismo verla en esa postura. Pero lo peor fue cuando al terminar, contemplé el brillo de su coño mojado y absorto con ese panorama, tuvo que ser ella quien me sacara de mi ensimismamiento, diciendo:
-¿Me puedes pasar el papel?
Abochornado, corté un buen trozo y se lo pasé. No sé si ella había notado mi embarazo pero si lo notó, quiso sacarle provecho y olvidando que estaba mirando alargó en demasía ese instante, secando cada uno de los pliegues que formaba su vulva mientras a un metro yo seguía detalladamente como lo hacía.
-¿Has terminado?- dije disimulando que quería seguir disfrutando de su coño.
-Sí- contestó pero entonces haciendo un gesto de dolor, me dijo: -No sé qué me pasa pero me arde horrores- y cómo si fuera yo su ginecólogo, me pidió que lo revisara para comprobar si tenía algún tipo de infección.
Esa extraña petición hizo que mi verga se alzara debajo del calzón y aunque deseaba hacerlo allí mismo, le propuse inspeccionarlo en la cama para que fuera más cómodo para ella. Lara no puso ninguna objeción y con una sonrisa, dejó que la llevara de vuelta entre las sábanas.
Adoptando una pose profesional, la tumbé en el colchón y separando sus piernas, examiné sus labios sin encontrar el clásico enrojecimiento propio de esa afección.
-¿Dónde te duele?- pregunté ya afectado por el aroma que surgía del mismo. Mi compañera me indicó que creía que era entre la uretra y el clítoris. Por ello, tuve que apartar los pliegues y acercar mi cara para revisar esa zona.
«No encuentro nada», maldije mientras mi excitación iba en aumento al contemplar desde tan poca distancia el objeto de mi paranoia.
Os juro que no albergaba otras intensiones cuando queriendo acreditar que la textura de su epidermis no había sufrido ningún daño, rocé con mis dedos el rosado botón de “mi paciente”.
-¡Es ahí!- chilló descompuesta.
Al levantar la mirada, descubrí en sus ojos un extraño deseo y pidiéndole un momento, fui a donde tenía las medicinas y localicé una pomada antiséptica.
«¡Qué coño estoy haciendo!», protesté cuando con ese ungüento en mis manos, volví a su habitación y forzando un supuesto interés profesional, le expliqué que iba a comprobar si eso la aliviaba.
En vez de decirme que ella podía sola, Lara separó sus rodillas mientras me colocaba entre sus piernas. Lo absurdo e innecesario de mi petición me seguía torturando cuando dejé caer una gota en la mitad de su clítoris para acto seguido irlo extendiendo con una de mis yemas.
-¡Que alivio!- gimió con alegría al notar mi poco profesional caricia y con un raro fulgor en sus ojos me rogó que siguiera.
Para entonces era consciente que nada tenía que ver una infección y que ella se lo había inventado, pero dominado por la llama que amenazaba con incendiar mi cabeza, seguí acariciando esa hinchada gema cada vez más rápido. Ante mi sorpresa, su sexo se humedeció de sobremanera y ya estaba totalmente encharcado cuando un sollozo me revelo el alcance de la calentura de esa mujer.
«¡Está cachonda!», exclamé ilusionado y recreándome, usé un par de dedos para seguir extendiendo la crema en su coño.
La acción conjunta de mis dos falanges avivó su deseo y sin disimulo se mordió los labios mientras me rogaba que continuara. Aunque no lo creáis, en mi mente se estaba desarrollando una cruel lucha entre la razón y mi instinto. La sensatez me pedía que parara mientras mis hormonas me pedían que sugiera masturbándola. Muy a mi pesar, ganaron estas últimas y con un insano proceder, elevé la temperatura de mis maniobras cuando sin preguntar, introduje una de mis yemas en el interior de su coño diciendo:
-Veamos como tienes la vagina.
El aullido de placer que escuché que salía de su garganta fue el banderazo de salida de una carrera frenética que emprendió ese dedo para conseguir su orgasmo. Metiendo y sacándolo de las profundidades de su chocho al compás de sus gemidos, me dediqué a asolar sus defensas hasta que con un berrido, Lara proclamó su derrota corriéndose sobre las sábanas.
La certeza que había abusado de su indefensión cayó sobre mí como una jarra fría y con el sofoco instalado en mi mente, me quedé callado mientras ella se retorcía en el colchón disfrutando de los estertores del placer.
«Soy un cerdo», murmuré para mis adentros y totalmente avergonzado de mis actos, me levanté.
Estaba saliendo de la habitación, cuando llegó a mis oídos:
-Según el prospecto, dentro de seis horas deberás darme el mismo tratamiento.
La carcajada que escuché a continuación, lejos de aminorar mi desasosiego, lo incrementó y casi sin respiración hui de su lado…
El desastre continua.
Toda la tarde me la pasé dando vueltas a lo sucedido. No me parecía comprensible que se hubiese comportado así. Aun asumiendo que realmente estuviera enamorada de mí, me resultaba extraño que durante tantos años hubiera ocultado a mis ojos esa atracción y que a raíz del accidente se hubiese desatado.
«Puede ser algo físico», pensé buscando un motivo, «es como si de pronto Lara fuera otra persona». La radical transformación sufrida por esa dulce mujer me tenía confundido y solo un daño cerebral no diagnosticado la explicaba: «¡Un deterioro en su corteza cerebral puede inducir una conducta sexual inapropiada!».
Tras analizar las diferentes variantes, comprendí que era necesario volver al hospital y realizar una serie de pruebas antes de estar seguro. Pero para ello debía volver a su cuarto y pedirle su autorización para realizarlas. Por eso y más asustado de lo que parecería lógico, recorrí los escasos metros que me separaban de ella.
-¿Puedo pasar?- pregunté tras llamar a su puerta.
Su ausencia de respuesta hizo que me temiese lo peor y que ese supuesto daño cerebral la hubiese dejado inconsciente. Pasando por alto su privacidad, entré en el cuarto para encontrarme a Lara mirando un álbum de fotos donde almacenaba gran parte de mis recuerdos.
-¿Qué haces?- dije bastante molesto por que hurgara sin permiso en mis cosas. Al girarse vi que estaba llorando. Ver su dolor me afectó y desapareciendo mi enfado, le pregunté el motivo,
-Ahora sé que tú también me quieres- contestó hecha un mar de lágrimas. Mi cara de sorpresa ante semejante afirmación la indujo a explicarse: -Fíjate, está lleno de fotos mías.
Quitándoselo de las manos, comencé a pasar esas páginas que resumían un montón de años de mi vida y, en todas y cada una, había al menos una imagen de Lara.
«¡Se equivoca! ¡Llevamos tantos años trabajando juntos que es lógico que ella aparezca», protesté mientras me percataba que Manuel, otro doctor de la consulta solo aparecía en una.
Acobardado por las consecuencias si no lo estaba, me senté en el colchón. Lara malinterpretó ese gesto y pasando su brazo por mi cuello, me besó tiernamente en los labios. No estaba preparado para esa muestra de cariño pero mucho menos cuando ese beso evolucionó tomando un cariz sensual y posesivo.
«Esto no está bien», rumié incómodo mientras Lara incrementaba mi consternación sentándose a horcajadas sobre mis rodillas.
Ignorante de lo que estaba pasando por mi cerebro, desabrochó mi camisa y comenzó a besarme en el cuello con una sensualidad que me impidió reaccionar. Sus labios parecían hambrientos y que mi piel era el alimento que necesitaba para saciar su apetito. Por mucho que intenté reprimir mis hormonas, sus mimos consiguieron que me contagiara de su pasión cuando dejó caer los tirantes de su camisón y presionó con sus pechos el mío.
El calentón que sentí en ese instante no tenía parangón y cediendo a su influjo, llevé mi boca hasta sus pechos. La tersura de esa rosada areola terminó de asolar los restos de cordura que aún mantenía y ya dominado por el ardor bajo mi bragueta, con la lengua recorrí su contorno antes de empezar a mamar como un niño.
Estaba todavía disfrutando de esa belleza cuando susurrando Lara me pidió que le hiciera el amor. Al oírlo recordé la razón por la que me había acercado ahí y usando toda mi fuerza de voluntad, conseguí separarme de ella mientras le decía:
-¡Tenemos que hablar! El accidente te ha cambiado.
-Lo sé- respondió al tiempo que dejaba caer su vestido y se quedaba desnuda frente a mí: -La cercanía de la muerte me ha hecho replantearme la vida y he decidido no perder el tiempo más.
Os juro que la hubiese creído si no llega a ser porque en ese momento esa desconocida mujer se arrodilló a mis pies y antes de darme tiempo a reaccionar bajó mi bragueta para intentar meterse mi verga en su boca:
«Esta no es mi Lara», mascullé horrorizado y dando un paso atrás, le expliqué mis temores.
Su desilusión inicial dio paso a la incredulidad y muerta de risa negó la mayor:
-Soy yo, ¡joder! Lo que ocurre es que me he cansado de disimular.
Os juro que al verla desnuda y riendo, me entraron dudas si hacía lo correcto y si no llego a estar convencido que era un efecto secundario del atropello, hubiese caído en sus brazos. Pero en vez de hacerlo, le contesté:
-Déjame que te haga unas pruebas para cerciorarnos.
-Me niego- respondió -me gusta como soy ahora.
Lo absurdo de su respuesta, me enervó y quitando una sábana, tapé con ella ese cuerpo que me traía loco:
-No comprendes que puede ser grave y que de ser cierto una complicación te puede matar.
Mi profecía la afectó momentáneamente pero cuando pensaba que iba a desmoronarse, el gesto de su cara cambió adoptando una rara determinación.
-Te conozco. ¿En qué estás pensando?- algo en mi interior me avisó que se avecinaban problemas.
Os juro que nunca creí que fueran tan graves pero entonces con un tono seguro que erizó hasta el último de mis vellos, esa cría me dijo:
-Acepto con una sola condición… -hizo un descanso antes de continuar- …si quieres que me las haga, deberás acostarte conmigo antes.
Todavía no había asimilado la bomba que había soltado con tanta naturalidad cuando esa muchacha me echó de su cuarto, diciendo:
-No vuelvas si no es para hacerme el amor.
Cual perro maltratado me fui con el rabo entre las piernas rumbo al bar de la esquina donde a buen seguro podría tomarme un whisky que me sirviera para olvidar lo acontecido durante esos quince días. Su propuesta me parecía una locura propia de una trastornada y pensando en ello, me pedí la primera copa.
«Por muy sugerente que me resulte la idea, no puedo hacerlo», decidí al terminarla pero en vez de irme a casa a tratarla de convencer, me pedí la segunda.
«Solo un capullo insensible, aceptaría…», murmuré entre dientes mientras apuraba la copa, «…acostarse con esa preciosidad de mujer».
Llamando al camarero pedí la penúltima.
«Da igual que sea una sola vez y que sea ella quien me lo ha pedido», pensé mientras daba un sorbo, « al día siguiente, me arrepentiría».
El recuerdo de sus pechos seguía presente a pesar del alcohol que llevaba y por eso me terminé de un trago la bebida.
«Ella quiere, yo lo deseo. ¿Cuál es el problema?», decidí por un momento pero entonces los remordimientos retornaron con fuerza y contraviniendo mis ganas de dejar todo y acudir a sus brazos, encargué la cuarta.
«Una sola noche es lo que me pide», ya abotargado pensé, «y si no hago ella puede morir».
Irónicamente, la mera idea que su estado físico podía empeorar me hizo palidecer:
«No puedo hacerme responsable de eso», farfullé ya alcoholizado, «sería terrible que algo le sucediera».
Temblando, agarré el vaso y apuré el resto del whisky, al darme cuenta que no podía pensar en ello sin que se me encogiera el corazón.
«Necesito sus risas todas las mañanas», me dije mientras pagaba al imaginarme sin ella.
La dureza de esa visión me impedía respirar y aterrado, corrí a mi casa en su busca. Ya no me sentía un buen samaritano, realmente necesitaba estar con ella y disfrutar del momento, no fuera a ser que el mañana no existiera.
Al llegar hasta su puerta, la encontré cerrada y sin pensármelo dos veces, la tiré de un empujón. Mi cerebro casi estalla de placer al verla vestida con un picardías esperándome. Su sonrisa iluminaba la estancia y ya decidido me acerqué a cumplir con el requisito que ponía para pasar el examen.
Sumido en un estado febril, me quité la ropa mientras Lara me miraba:
-¡Vienes borracho!- exclamó al ver que me tambaleaba.
-Sí- respondí mientras me bajaba los pantalones- ¿te importa?
Como me imaginé olvidando las muchas copas que llevaba, al ver mi pene erecto, esa mujer no se pudo aguantar y con una expresión de zorra desorejada en su rostro, me pidió que le dejara hacerme una mamada. Os reconozco que me puso bruto el oírla e incrementando su deseo, cogí mi sexo con una mano y me puse a menearlo a escasos centímetros de su cara.
-Lo tienes enorme- me soltó al tiempo que la muy puta se relamía los labios.
Supe que debía aprovechar la coyuntura y antes de metérsela en la boca, le espeté:
-Jura que mañana te vienes al hospital.
-Te lo juro- contestó presa de la lujuria.
Tras lo cual se puso de rodillas sobre el colchón y sin parar de gemir, se fue introduciendo mi falo mientras sus dedos acariciaban mis huevos.
«Voy a echar de menos a la zorra en que se ha convertido », pensé dubitativo mientras esa monada abría sus labios y con rapidez, engullía la mitad de mi rabo. Con gran determinación, Lara sacó su lengua y recorriendo con ella la cabeza de mi glande, lo volvió a enterrar en su garganta.
«Joder, ¡Qué bien la mama!», sentencié al no poder reprimir un gruñido de satisfacción y presionando su cabeza, le ordené que se la tragara por completo.
Suprimiendo sus nauseas, la morena obedeció y tomó en su interior toda mi verga. Como la experta mamadora que era, mi dulce y puta compañera apretó sus labios mientras ralentizaba la incursión para alargar el momento. Pero al sentir la punta de mi pene incursionó rozando el fondo de su garganta, perdió los papeles e inició un rápido mete-saca que me hizo temer que no duraría mucho más.
-Tranquila, zorrita. Tenemos toda la noche- le informé.
Ese insulto maximizó su calentura y llevando una mano a su entrepierna y se empezó a masturbar sin dejar de mamar. Al advertir que esa lindeza la había puesto verraca, quise aprovecharlo y por ello, la solté:
-¡Se nota que te has comido muchas vergas! ¡Puta! ¡Me tenías engañado!
Solté una carcajada al observar el efecto que mis palabras habían causado en esa mujer y aprovechándolo le quité el camisón. Totalmente excitada, dejó que la tumbara sobre las sábanas mientras me recreaba mirando las tetas que iba a tener a mi disposición. Extrañamente el alcohol me tranquilizó y a pesar que la dueña de esos preciosos pechos me rogaba que los besara, me tomé mi tiempo y recordando que todavía estaba convaleciente, decidí tener cuidado.
Tiernamente, mis manos empezaron a acariciar sus senos mientras la besaba. Su entrega permitió que mis besos se fueran haciendo más posesivos y cambiando de objetivo, mi lengua fue bajando por su cuello hasta uno de sus pezones. La reacción de Lara fue instantánea y ya sumida en la pasión me rogó que la tomara.
Obviando su petición me concentré en el siguiente y para entonces sus gemidos de deseo eran gritos alocados donde me exigía que la tratara como una puta y me la follara. Descojonado al saberme al mando, no la hice caso y dejando que mi lengua siguiera bajando por su cuerpo, lamí las cicatrices de su dorso antes de seguir la ruta marcada.
-¡No puedo más!- chilló descompuesta al experimentar mi húmeda caricia cerca de su coño.
La completa depilación a la que había sido sometida antes de la operación, me permitió disfrutar de su vulva a mi gusto antes de concentrarme en su botón.
«¡Cómo me gusta!», exclamé mentalmente mientras mordisqueaba ese caramelo y disfrutando de su sabor.
Lara que ya de por sí estaba bruta, no se podía creer las placenteras sensaciones que estaba experimentando al notar su cueva totalmente anegada por mis caricias y chillando a voz en grito, me suplicó que la hiciera mi mujer. Nuevamente no le hice caso. Las señales que emitía su cuerpo me indicaban la cercanía de su orgasmo y por eso intensifiqué mis lengüetazos, pellizcando sus pezones a la vez.
Por segunda ocasión en diez años oí la explosión de esa mujer pero esta vez el río que salía de su sexo inundó mi boca y como un poseso probé su contenido mientras ella sucumbía al placer. Con su aroma impregnando mis papilas recogí la cosecha de mis actos con la lengua, sin darme cuenta que con ello cruelmente alargaba su angustia por ser mía.
-Te lo pido por favor, ¡fóllame de una puta vez!
Su exabrupto me confirmó que estaba lista y con lentitud, separé sus piernas y cogiendo mi pene, jugueteé con su clítoris usando mi glande como instrumento. Sus gritos me pedían que lo hiciera rápido y la tomara ya pero queriendo recordar esa noche como memorable, no cedí a sus prisas y con gran parsimonia, separé los pliegues de su sexo con la cabeza de mi pene para acto seguido ir centímetro a centímetro rellenando su conducto.
-Eres un cabrón- aulló y sin poder esperar, usó sus piernas para metérselo de un solo golpe.
La otra hora dulce e ingenua criatura gritó de placer al sentirlo chocando contra la pared de su vagina y no permitiendo que su interior llegase a acostumbrarse a verse invadido, comenzó a mover sus caderas a gran velocidad.
-¡Dios! ¡Cómo me gusta!- bramó descompuesta mientras los músculos de su coño comprimían por completo mi miembro.
Su berrido me dio alas y cogiendo sus pechos, los usé como agarré para facilitar el modo en que mi estoque acuchillaba su interior una y otra vez. Siendo perro viejo en esas lides, noté que Lara estaba sobre-excitada por la facilidad con la que mi extensión entraba y salía de su sexo y forzando su entrega, aceleré mis movimientos. El ritmo alocado con el que mi pene la estaba embistiendo la hizo llegar nuevamente al orgasmo al ver su coño convertido en un frontón donde mis huevos revotaban.
-Necesito sentir tu semen- aulló al apreciar que algo le faltaba para estar completa.
La confirmación de su completa rendición fue el acicate necesario para dejarme llevar e imprimiendo nuevamente velocidad a mis caderas, reinicié con más fuerza el asalto.
-¡Así!, ¡Sigue! ¡Úsame como a las putas que te tiras a mis espaldas!- reclamó en plan al sentir mi extensión zarandeando su interior.
-¿De qué hablas?- pregunté extrañado que supiera algo de mi vida fuera del trabajo.
Con la voz entrecortada por el placer, reconoció que llevaba años espiándome. Esa confesión lejos de cabrearme, me alegró al comprender que al menos la atracción que sentía por mí no era producto del supuesto daño cerebral y olvidando toda cordura, la cambié de postura y la puse a cuatro patas sobre la cama.
-¿Qué vas a hacer?- asustada preguntó al sentir que abría sus nalgas.
Obviando sus quejas, observé que su esfínter se mantenía intacto y recreándome en la idea de ser yo quien se lo rompiera, le di un largo lengüetazo.
-Por favor, ¡ten cuidado! ¡Todavía soy virgen por ahí!- suspiró deseosa pero insegura a la vez.
Su aviso me recordó su estado y cambiando de objetivo, de un solo arreón la empalé por el coño. Su berrido me confirmó la disposición de esa puta y decidido a liberar la presión de mis huevos, marqué con sonoras nalgadas el compás de mis incursiones. La morena creyó que iba desgarrarla por dentro pero, en vez de quejarse, me rogó que continuara.
Su permiso, siendo innecesario, me permitió satisfacer los deseos de la dulce morena y extralimitándome le solté una serie de mandobles que me dolieron hasta mí. Con sus cachetes rojos y con su chocho ocupado, ni compañera se corrió por enésima vez y agotada se dejó caer sobre la almohada. Al hacerlo, mi pene se incrustó aún más hondo y con la base de mi miembro rozando los pliegues de su sexo, me uní a ella en un gigantesco orgasmo.
-Dios- aullé satisfecho al sentir que mi verga explotaba regando su fértil vagina y completamente exhausto, me tumbé a su lado.
Mi nueva amante con una sonrisa en mis labios, me abrazó posando su cabeza sobre mi pecho. Os prometo que me sentía tan feliz que por mi cabeza no pasaba la idea de seguir con otro round pero al cabo de unos minutos y ya repuesta, mi adorada Lara levantó su cara y mirándome a los ojos, me soltó:
-Te he prometido ir a hacerme esas pruebas y aunque sé que son necesarias, me da miedo que si descubren algo, nunca vuelvas a hacerme el amor.
Sus palabras pero sobre todo su tono escondían un significado que no alcanzaba a vislumbrar y por ello mientras acariciaba su melena, directamente pregunté:
-¿Qué deseas?
Muerta de vergüenza, bajó su mirada y contestó:
-Cuando lamiste mi culito, ¡me quedé con ganas!…sex-shop 6

 
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