Quantcast
Channel: PORNOGRAFO AFICIONADO
Viewing all 7968 articles
Browse latest View live

Relato erótico: “Casanova (09: Las Benítez)” (POR TALIBOS)

$
0
0

CASANOVA: (9ª parte)
LAS BENÍTEZ:
Los días siguientes pasaron fugaces. Tuve algunos episodios con Marta y alguna criada, y también tuve un par de clases muy instructivas con Dickie, pero nada especialmente interesante, así que no voy a aburrirles con los detalles, no quiero ser repetitivo.
Sin embargo, sucedieron algunas cosas que se salieron de lo común, aunque no fueran en materia sexual, así que se las contaré, pues tienen su importancia en la historia.
Verán, por un lado estuvo el cambio de actitud de Marina hacia mi persona. Estaba más cariñosa y relajada cuando estaba conmigo. Me hablaba sonriente durante las comidas, me ayudaba con los deberes que me mandaba Dickie, en fin, un montón de cosas que sin ser nada especial, sí me resultaban un poco extrañas. Lo cierto es que no hubo ningún nuevo acercamiento entre nosotros. La situación había quedado en suspenso y yo no me atrevía a hacer nada más, pues nuestra relación se había vuelto muy agradable y no quería estropearla.
No es que no estuviera loco por liarme con mi hermana, es sólo que consideraba que yo ya había hecho todo lo posible y que ahora le tocaba a ella dar el siguiente paso, si es que quería. Algo en mi interior me decía que esa era la forma correcta de actuar, pero lo cierto es que yo no estaba muy seguro, pues los días pasaban y Marina no hacía nada. De hecho, parecía que lo sucedido en mi habitación noches antes nunca hubiera pasado, pues ella no tocó el tema en ningún momento y yo no me atrevía a hacerlo.
Pero este repentino acercamiento entre mi hermana y yo tuvo una inesperada consecuencia, y fue que la relación entre Marta y Marina se deterioró notablemente. Apenas se hablaban, a pesar de que siempre habían estado muy unidas, ya no pasaban tiempo juntas, excepto cuando se veían obligadas, ya fuera en clase o durante las comidas. Incluso en un par de ocasiones las vi discutir, pero cuando me acercaba para averiguar qué pasaba, ninguna de las dos soltaba prenda, alegando que era una simple discusión entre primas.
Yo me sentía muy incómodo con la situación, pues de alguna forma sabía que el origen de su distanciamiento era yo. Traté de hablar con ellas por separado, pero no saqué nada en limpio. Bueno, eso no es del todo cierto, pues cuando me acercaba a Marta para interrogarla, ella desviaba la conversación del modo más placentero posible, no sé si me entienden.
Por otro lado estaba el raro comportamiento de Antonio. A éste sí que no le entendía. Siempre habíamos sido buenos amigos, no diré que compañeros de juegos, pues él era unos años mayor que yo y no nos gustaban las mismas cosas, pero sí había sido un compinche muy entretenido. Él me enseñó a cazar insectos, a trepar a los árboles, a limpiar los caballos… Quiero decir que nunca nos habíamos puesto a jugar al escondite ni nada parecido, pero con él había pasado días estupendos, charlando y bromeando; era, en definitiva, un amigo.
Y en cambio ahora se mostraba un tanto… no sé, distante. No es que no hablara conmigo cuando yo me dirigía a él, es sólo que le notaba raro, diría que receloso; y no sabía por qué.
Pues así estaba la cosa, la gente había cambiado una barbaridad en la casa desde el momento en que inicié mis “actividades”. Y todo, o casi todo había sido culpa mía. Tía Laura, más feliz que nunca, iba al pueblo con frecuencia, el abuelo pensaba que se había echado un novio. Mis padres, ahora tan cariñosos el uno con el otro. Marta, convertida en un animal en celo, antes tan amiga de Marina y ahora tan unida a mí. La misma Marina, separada de Marta pero muy simpática conmigo. Antonio, las criadas… ya ven, un sinfín de cambios en los que yo había tenido gran parte de culpa (aunque no supiera por qué). De la única de cuyo estado no me sentía responsable era Andrea. Seguía en un estado taciturno, un poco más animada tal vez, pero lejos de ser la Andrea que todos conocíamos. Y yo sabía quién era la causa.
Así estaba la situación en la casa el día en que, durante el almuerzo, mi abuelo anunció que los Benítez iban a devolvernos la visita que mi familia les había hecho semanas atrás. Al oír la noticia, Marta y yo intercambiamos una mirada silenciosa y ambos clavamos los ojos en la misma persona: Andrea.
Mi prima mayor se sorprendió bastante con el anuncio y palideció notablemente. Se disculpó entonces, diciendo que no se encontraba bien y abandonó la mesa, dejándonos a mí y a su hermana bastante preocupados. Nadie más pareció notar nada raro, por lo que siguieron charlando alegremente, pero tanto Marta como yo no pensábamos más que en que el capullo de Ramón iba a tener la oportunidad de volver a echar sus zarpas sobre Andrea.
En cuanto pudimos, nos escabullimos los dos fuera del salón y nos reunimos al pié de la escalera. Subimos al segundo piso y nos sentamos en el último peldaño. Marta fue la primera en hablar.

 

Vaya, así que Ramón vuelve a escena.
Sí. ¿Has visto la cara que puso Andrea? – respondí yo.
Pues claro. Parecía que hubiese visto un fantasma. ¿Qué le haría ese cabrón?
Si te hubieses quedado mirando más rato…

 
La mirada furibunda de Marta me indicó que era mejor no seguir por ahí.

 

Bueno, ¿y qué hacemos? – dije tratando de cambiar de tema.
¿Y qué podemos hacer? No podemos hablar con Andrea y decirle que nos cuente qué pasó, ni podemos contárselo a nadie.
¿Y tu madre? Ella ya sabe lo de Andrea y Ramón…
Sí, pero si mamá se entera de que Ramón le hizo algo malo a Andrea y que ella está así de hecha polvo por ello, es capaz de organizar un escándalo.
¿Y qué? – pregunté yo estúpidamente – ¡Pues que lo organice! ¡Seguro que eso le sirve de escarmiento a ese capullo!
¡Claro, muy listo! – exclamó Marta – ¿Y qué pasa con Andrea? Ella también se vería implicada. ¡Las chicas de bien no andan por ahí acostándose con los hijos de los vecinos! ¡Imagínate el follón!
Claro, tienes razón – asentí avergonzado.

 
En ese preciso instante nos interrumpieron.

 

Vaya, vaya. ¿Qué hacéis aquí los dos?

 
Alcé la vista y me encontré con mi hermana Marina, que estaba al pié de la escalera, mirándonos desde abajo. Comenzó a subir, sonriente y se quedó unos cuantos peldaños por debajo de donde estábamos nosotros, apoyada en el pasamanos.

 

¿Y a ti qué te importa? – le espetó Marta enfadada.

 
Los ojos de Marina chispearon, aprestándose para la batalla.

 

¿Qué pasa? ¿Te molesta que pregunte? – dijo Marina en tono irónico.
¡Sí! ¡Me molesta! – respondió mi prima, airada.
¿Y por qué, si puede saberse?
De hecho, me molesta tu presencia, así que márchate, esto es una conversación privada – dijo Marta.
¿Quieres que me vaya? ¿Para qué, para poder hacer alguna de tus guarradas? ¿Aquí, en medio de la casa?

 
Marta se puso roja de ira, parecía estar a punto de abalanzarse sobre su prima.

 

¿De qué estás hablando? – dijo rechinando los dientes.

 
Marina, viendo el efecto de sus puyas, decidió atacar a fondo.

 

No sé… Algo como esto.

 
Y entonces Marina hizo algo increíble. Inclinándose sobre mí, posó sus labios en los míos, dándome un beso que yo no pude disfrutar, pues mi mente estaba repleta de imágenes de los devastadores desastres que mi prima era capaz de organizar si aquello continuaba. Y así fue.

 

¡Zorra! – exclamó Marta.

 
Yo no podía ver a mi prima, pues el cuerpo de Marina me lo impedía, pero sí vi los efectos de sus acciones.
De pronto, Marina pareció salir volando, apartándose bruscamente de mí. Cayó de rodillas al suelo, sobre los escalones, sujetando con sus manos la muñeca de Marta, que había engarfiado sus dedos en los cabellos de su prima, tironeando con furia.

 

¡Ay! ¡Suéltame puta! – chilló Marina.

 
Mi hermana se incorporó entonces, echando su cuerpo sobre el de su prima, que no soltaba su presa. Marta, sorprendida, dio un paso hacia atrás, pero pisó mal en un escalón y las dos cayeron al suelo, en un confuso montón de brazos y piernas, que se propinaban bofetadas, arañazos y tirones de pelo. Fue una suerte que cayeran hacia atrás, de forma que aterrizaron sobre el segundo piso. Unos centímetros más adelante y las dos se hubieran precipitado escaleras abajo.
Las dos peleaban como gatas enfurecidas, tironeando y golpeando donde podían.
Los vestidos se rasgaban, se enrollaban, no servían para taparlas, por lo que partes de sus espléndidas anatomías se mostraban a mis ojos. En otras circunstancias hubiera resultado de lo más erótico, pero ahora estábamos muy cerca de donde estaban mis padres. Era un milagro que no hubieran acudido aún.
Asustado, me levanté de un salto y me abalancé sobre las dos fieras. Traté desesperadamente de calmarlas, intentando separarlas, pero era inútil. Por fin, actué con más decisión y agarrando a Marina por la cintura (pues en ese momento estaba encima de Marta) la levanté de un tirón separándola de nuestra prima.
Hice que Marina quedara tras de mí, tratando de mantenerla alejada de Marta con mi cuerpo. Mi prima, mientras, se levantó como un rayo del suelo, tratando de alcanzar a mi hermana mientras ésta hacía otro tanto. Bastante enfadado ya, le propiné un buen empujón a Marta, lo que la separó de mí unos instantes. Entonces, hice fuerza hacia atrás con mi cuerpo, aplastando a Marina contra la pared.
Marta chocó contra la pared opuesta con cierta violencia y el impacto la dejó sin resuello. Aproveché los segundos de ventaja para sujetar a mi hermana por las muñecas, pero ella siguió luchando. Forcejé con ella unos instantes, hasta que logré reducirla. Su cuerpo quedó apretado contra el mío, de espaldas a mí, mientras con mis manos mantenía bien sujetas las suyas.
Me apoyé contra la pared, agarrando con fuerza a Marina, que aún no se había rendido. Ella luchaba y luchaba, y al hacerlo, su culito se restregaba contra mi entrepierna. Alcé la vista y vi a Marta, mirándonos enojada. Los botones de su vestido habían sido arrancados, de forma que sus pechos aparecían por el escote, tapados por la combinación. Aquello y los refregones del trasero de Marina me produjeron un puntito de excitación.

 

Eres un degenerado – pensé – Cómo puedes…

 
Bastó ese segundo de despiste para que Marta actuara. Como una furia, volvió a lanzarse contra Marina, que seguía sujeta por mí. Yo reaccioné como pude, tratando de apartar a mi hermana de en medio. Por desgracia, yo ocupé su lugar.
Marta lanzó una fuerte tarascada que me alcanzó en pleno rostro. Un fogonazo de dolor estalló en mi mente, e inconscientemente, me llevé las manos a la cara, liberando a Marina. Me miré entonces las palmas de las manos y pude ver sangre en ellas. Marta me había propinado un buen arañazo en la ceja. Un poco más abajo y me deja tuerto.
Por lo menos, aquello tuvo la virtud de hacer que las dos chicas dejaran de pelearse. Las dos se quedaron a mi lado, mirándome preocupadas. Cuando vieron la sangre, ambas palidecieron.

 

¿Has visto lo que has hecho? – dijo Marina de pronto.
¿Yo? ¡Ha sido culpa tuya! – exclamó Marta.

 
Reanudaron entonces la discusión, olvidada al parecer mi herida. Aquello fue la gota que colmó el vaso.

 

¡Callaos ya las dos, maldita sea! – exclamé enfadadísimo.

 
Las dos se quedaron calladas, contemplándome con estupor.

 

¡Estoy hasta el gorro de vosotras! Pero, ¿os habéis visto? ¿Se puede saber qué coño os pasa?

 
Ninguna de las dos me miraba, pues las dos tenían los ojos fijos en el suelo, avergonzadas. Yo las miraba muy enojado, y entonces la sangre comenzó a resbalar sobre mi ojo, nublándome la vista. Con furia, saqué un pañuelo del bolsillo y me lo apoyé en el ojo.

 

¿Te duele? – balbuceó Marta.
¡Pues claro que me duele! – exclamé.

 
Las miré a las dos sin que mi enfado remitiera. Se veía que estaban compungidas, de hecho Marta parecía a punto de echarse a llorar, pero yo no iba a dejarme tranquilizar tan fácilmente. Aquella situación no podía continuar.

 

Espero que estéis contentas. Lo habéis hecho divinamente – dije en tono irónico – Ahora si me disculpáis, me voy, y si queréis, podéis sacaros los ojos la una a la otra. Pero una cosa sí os digo… Mientras sigáis así no quiero saber nada de ninguna de las dos.

 
Marina pareció ir a decir algo, pero mi mirada airada la hizo desistir. Yo pasé entre las dos chicas, dejándolas allí, con sus vestidos destrozados. Muy enfadado aún y sin mirar atrás me dirigí al baño que había frente a mi cuarto. Me examiné entonces en el espejo la herida. Había bastante sangre, así que llené la palangana con agua de una jarra y me enjuagué. El agua se tiñó de rosa enseguida, pero al menos comprobé que el corte ya casi no sangraba. Era un arañazo profundo, pero nada grave, pero al ser en la ceja había sangrado bastante, ya saben que las heridas en la cabeza son muy escandalosas. Me limpié bien y busqué el yodo en un armario, aplicándome un poco en el arañazo. ¡Perfecto! Así llamaba todavía más la atención, pero qué iba a hacer si no.
Lo que me preocupaba era el tener que explicar a mis padres el origen de la herida. Como no se me ocurría nada, decidí escabullirme e irme a dar una vuelta, para así aclarar un poco las ideas.
Con cuidado, salí del baño. Afortunadamente, no había rastro de las chicas, pues la verdad, en aquel momento no me apetecía demasiado ver a ninguna. Bajé las escaleras y me deslicé hacia la parte trasera de la casa, saliendo por la puerta de atrás.
Rodeé la casa caminando, ya más tranquilo, pues era la hora de la siesta y no creía que fuera a encontrarme a nadie. Pero no fue así. Al doblar la esquina casi choco con Antonio, que estaba ordenado unas cajas. Nos quedamos mirándonos, con un silencio un tanto incómodo. Por fin, él lo rompió.

 

¿Qué te ha pasado en el ojo? – dijo sin mucho interés, reanudando su tarea.

 
La pregunta tenía más de cortesía que de auténtica preocupación, o al menos, así me lo pareció a mí. Aún enfadado por el follón con las chicas, decidí que aquello no iba a seguir así.

 

Pero, ¿se puede saber qué coño le pasa a todo el mundo? – exclamé dejando alucinado a Antonio.
¿Có… cómo? – balbuceó.
Sí, a ti, no me mires así – continué – Últimamente estás de lo más raro, me esquivas, no me hablas… ¡Y no sé por qué! ¡Creía que éramos amigos!

 
Tras soltar el discursito, me dejé caer sobre una de las cajas que había apilado Antonio. Me quedé allí sentado, mirándolo, esperando una respuesta. Él también me miró, y suspirando, se sentó en una caja cercana.

 

Perdóname – comenzó, sorprendiéndome un poco – Tienes toda la razón, últimamente he estado un poco raro.
Ya te digo – asentí yo – Pero, ¿por qué?

 
Antonio calló durante unos segundos, dudando en contestar. Por fin se decidió, y lo que dijo me sobresaltó un poco.

 

Verás, es que el otro día te vi con la niña esa en el establo.
¿Có… cómo? – acerté a decir.
Sí, ya sabes, no te hagas el tonto. Te vi follando con la pelirroja esa tan guapa de las clases de montar.

 
Ahora fui yo el que se quedó callado. ¡Joder! ¡Antonio me había visto tirándome a Noelia!

 

Bueno… – susurré – ¿Y qué pasa?
Nada, hombre, no pasa nada – dijo Antonio esbozando una sonrisa.
Ya, claro, no pasa nada. Y por eso has dejado de hablarme.

 
Antonio me miró fijamente un instante, después apartó los ojos, un poco avergonzado, y siguió hablando.

 

Bueno… no sé cómo decírtelo… Es que…
Venga tío – le animé yo – Sabes que puedes contarme lo que quieras.
Jura que no se lo dirás a nadie. Como lo cuentes te vas a enterar.
Te lo juro – respondí sin dudar.

 
Entonces nos escupimos en la palma de la mano y nos las estrechamos, sellando así el juramento de la forma más sagrada posible. Esto pareció serenar a Antonio, que por fin me dijo lo que le preocupaba.

 

Bueno, es que yo nunca he estado con una chica – admitió ruborizándose un poco.

 
Yo me quedé un poco sorprendido, pero por fin le comprendí. Él tenía 16 años y aún no había catado a una hembra y yo, mientras, a mis tiernos 12 añitos, andaba por ahí follándome alumnas de la escuela. Estaba claro que el chico me envidiaba.

 

¿Y qué pasa? – dije yo.
Pasar… no pasa nada – respondió Antonio – Pero es que… me sentía un poco raro cuando te veía. Me acordaba de ti y de esa chica y me sentía incómodo.
Te comprendo. Estaba buena ¿eh? – pregunté frívolamente, para relajar la tensión.
¡Ya te digo! – exclamó Antonio con un entusiasmo que nos sorprendió a ambos.

 
Los dos nos echamos a reír, resueltos ya nuestros problemas.

 

Dime, ¿y qué viste? – pregunté.
Ya sabes… Aquel día estaba con mi tío y los caballos.
Sí, ya os vimos. De hecho, el que el semental cubriera a la yegua sirvió para que la chica se calentara.
¿En serio? – dijo Antonio asombrado – ¿A las chicas les gusta eso? ¡Pero si son dos animales!
Bueno, no es que le excite ver a los caballos follando – traté de explicarle – Es que… verás, ella es una chica de buena familia, sin muchos contactos con el sexo, y el hecho de ver algo así, pues le provoca un puntito de excitación.
Ummm. Comprendo – asintió Antonio – Si lo llego a saber antes, hubiera llevado a alguna chica al corral.
¡Coño! ¡No te creas que basta con eso! – reí.
¡Ya lo supongo! – rió Antonio también.

 
Cuando nos serenamos, volví a interrogar al chico.

 

Pero dime. ¿No has hecho nunca nada con una chica?
Hombre, nada, lo que se dice nada… He besado a alguna, y una vez Chelo me dejó que le tocara las tetas.

 
Chelo era una chica del pueblo, de le edad de Antonio, que a veces venía a trabajar recogiendo naranjas. Yo ya le tenía echado el ojo, pues tenía unas peras impresionantes, pero el saber que era medio novia de Antonio la convirtió en tabú para mí.
Vean si soy raro, estoy dispuesto a follarme a la mujer que sea, incluso a mi madre, pero si es pareja de un amigo… entonces nada.

 

Ya veo – continué – ¿Y se las viste?
No, no me dejó.
Pues es una pena, porque Chelo tiene un par… – dije haciendo el símbolo internacional de los melones con las manos.
Sí, sí que las tiene – coincidió Antonio – Pero no hubo forma.
Tranquilo, hombre – dije palmeándole la espalda – Ya has dado los primeros pasos, verás como dentro de poco lo consigues.
Eso espero.

 
Seguimos charlando un buen rato, sobre Chelo y otras chicas (especialmente de las de la casa, que traían malo al pobre chaval, tanta hembra jamona y sin poder catarla), hasta que nos interrumpieron.
Sin darnos cuenta, se nos había pasado la tarde allí sentados y Juan vino a ver si su sobrino había acabado el trabajo.

 

¡Pero coño! – exclamó Juan al vernos allí sentados- Pero, ¿todavía no has recogido eso? ¡Y seguro que tampoco has ido a descargar el carro del heno, como si lo viera! ¡Apañado voy con el sobrino este!

 
Para evitar la bronca de Juan (y para continuar con la charla) decidí ayudar a Antonio con sus tareas, pasándoseme el resto del día en un santiamén. Además, aquello me proporcionó la excusa que necesitaba, pues le conté a mi madre que me había dado un golpe con una caja y me había cortado la ceja, lo que evitó engorrosas situaciones. Dando un poco de rienda suelta a mi lado sádico, conté esa mentira durante la cena, con Marina y Marta presentes, para hacerlas sentir así profundamente avergonzadas, cosa que conseguí, pues las dos tenían los ojos clavados en sus platos mientras lo decía.
Bueno, pues los días pasaron con rapidez. Un par de polvetes por aquí, una mamadita por allá, lo cierto es que, en aquellos años, en aquella casa, la vida era de lo más placentera.
Pero eso sí, yo aún tenía mi orgullo, así que, durante esos días, me negué a cualquier tipo de acercamiento con Marta o Marina, y eso que ellas trataron de “acercarse” en numerosas ocasiones; pero yo seguí en mis trece, pues el cabreo aún me duraba, y como si algo no me faltaba allí era carne para saciar mi sed de sexo, pues podía permitirme hacerlas sufrir un poco.
Y por fin, llegó el día de la visita de los Benítez, que al final se convertiría en uno de los más intensos de aquellos años. Ahora verán por qué.
El plan inicial de la familia era que la visita llegara más o menos a mediodía, justo a tiempo de tomar un refrigerio antes de almorzar. Después, por la tarde, mi padre quería llevar al señor Benítez a practicar un poco de tiro, pues aunque papá no compartía la pasión del señor Benítez por la caza, sí que era aficionado a las armas. Luego, por la noche, podrían quedarse a dormir en casa o no, según les pareciera.
Puedo decir con bastante seguridad que la idea de quitar de en medio al señor Benítez había partido de mi abuelo, despejándose así el camino para sus lúbricos planes con Blanquita, o al menos así lo creía yo.
Y en cuanto a mí, la verdad es que no estaba demasiado entusiasmado con la visita, pues suponía tener que encontrarme de nuevo con el imbécil de Ramón, y en cuanto a Blanca, en aquel momento ni se me había pasado por la cabeza intentar nada con ella, pues parecía terreno personal del abuelo.
Así pensaba al menos hasta que la vi.
Los Benítez fueron bastante puntuales. Llegaron poco después de las doce, Blanca y su madre en un carruaje descubierto, mientras que Ramón y su padre venían a caballo. Todos nosotros los esperábamos en el porche de la casa, vestidos con la ropa de los domingos, poniendo caras de alegría para que mi madre no se cabrease. Nos acompañaba Dickie, pues en esas situaciones era como un miembro más de la familia.
Al primero que vi fue a Ramón, que venía un poco por delante de su familia. Maravillosa forma de empezar el día, el estómago me dio un retortijón. Miré a Andrea y vi que estaba bastante pálida, lo que me hizo maldecir de nuevo interiormente a aquel bastardo.

 

Pero, ¿qué coño le haría? – pensé.

 
Tras Ramón, apareció el carro con su madre y su hermana, escoltado por su padre que cabalgaba al lado. El carro se detuvo frente a nosotros y mi abuelo, como buen anfitrión, se adelantó para ayudar a bajar a las damas.

 

Estáis encantadoras – dijo el abuelo.

 
Tenía razón.
Blanca estaba tan preciosa como siempre. Llevaba un vestido blanco, estampado con flores azules. Llevaba un cinturón también azul, que ceñía su delicada cintura. Con su educación habitual nos saludó a todos besándonos en las mejillas, con una exquisita sonrisa en los labios. Cuando me tocó el turno, nuestros ojos se encontraron y mi mente viajó al momento en que la sorprendí follándose al abuelo, lo que hizo que me ruborizara un poco. Apuesto a que ella tenía el mismo episodio en mente, pues sus mejillas estaban levemente enrojecidas cuando se inclinó para darme mis dos besos. ¡Dios, cómo la deseé en aquel momento!
Y después estaba su mamá, que desde luego no desmerecía en nada a su hijita. La señora Benítez estaba a punto de cumplir los cincuenta, muy bien llevados por cierto. Tenía una figura realmente espléndida y en su rostro apenas se percibían los síntomas de la edad. Era rubia, y se recogía el pelo en un moño. Las tetas se le adivinaban macizas bajo su vestido y su trasero parecía divino también.

 

Vaya jamona – pensé mientras la señora Benítez me saludaba y comentaba a mi madre que ya estaba hecho todo un hombrecito.

 
Ramón también saludó a todo el mundo, incluyéndome a mí, aunque nuestras respectivas miradas revelaban lo que pensábamos el uno del otro. Con quien más se detuvo fue con Andrea, a la que se dirigió con voz de corderito, supongo que tratando de sentar las bases para una posterior disculpa. Aquello me soliviantaba, pero ¿qué podía yo hacer? Y lo peor fue que, Andrea, en vez de mandarlo al cuerno, escuchaba sus memeces en silencio, como considerando la posibilidad de perdonarle. Qué estúpida era mi prima.
Por fin, entramos en la casa, dirigiéndonos directamente al salón, donde habían servido un refrigerio. Allí los mayores se dedicaron a charlar entre ellos, y yo, como era el pequeño y además no me hablaba con Marta y Marina, estaba más solo que la una.
Pero me daba igual, así que me dediqué a echar miradas disimuladas a Blanca y a su madre, lo que mortificaba tanto a Marta como a Marina, con lo que el placer era doble.
Fue así, mirando a las invitadas, cuando me di cuenta de que los intereses de mi abuelo aquel día no buscaban a Blanquita, sino más bien a su mamá, lo que me sorprendió un poco. Pero lo cierto es que era así. Mi abuelo había logrado hábilmente separar a la señora Benítez de la conversación de los adultos, llevándola a un rincón de la habitación donde charlaban a solas con sendas copas en las manos. Blanca, por su parte, se veía un poco sorprendida por el giro que había tomado la situación, pues ella desde que había llegado, había estado rondando alrededor de mi abuelo, pero él había pasado olímpicamente de ella, enfrascado como estaba en cortejar a su madre.
La chica estaba un poco abatida y se había sentado sola en un sofá, sin participar, al igual que yo, en las conversaciones. Esto hizo que tenebrosos pensamientos comenzaran a formarse en mi mente, y en vista de que mi abuelo no parecía estar por la labor, decidí realizar una intentona con Blanquita… así, por variar, ya saben.
Ni corto ni perezoso me puse en pié y serví dos vasos de limonada, Con ellos me dirigí al sofá donde estaba Blanca, que se quedó un poco sorprendida al verme allí de pié frente a ella. Sin duda su mente le decía en esos momentos que yo conocía su secreto, así que lo mejor era mandarme al carajo, pero su buena educación (o al menos la fachada que mantenía de cara al público) le impedía hacerlo, así que aceptó la bebida con un simple gracias.
Yo me encogí de hombros y me senté a su lado. Ella hizo como si yo no existiera, manteniendo la mirada fija en otro lado, sin mirarme, lo que me divirtió bastante. Además, vi que Marta había notado el inicio de mis maniobras y me miraba con ojos llameantes, pero yo, lejos de amilanarme, la saludé con la mano, cosa que la enfureció todavía más, por lo que fingió que no le importaba lo que yo hiciera, volviendo a enfrascarse en la conversación, lo que me permitía seguir mis maniobras sin llamar mucho la atención.

 

Oye – dije entonces – ¿Por qué no me miras?
Déjame en paz – respondió Blanca.
¿Qué te pasa? ¿Es que te he hecho algo malo?

 
Ella no contestó.

 

Mira, si estás enfadada porque el otro día te pillé follando con mi abuelo, no te preocupes, no pienso contárselo a nadie – susurré, directo a la yugular.

 
Blanca pegó un bote en el asiento. Con esto conseguí que me mirara, aunque sus ojos, absolutamente desorbitados, no reflejaban alegría precisamente.

 

¿Cómo te atreves? – siseó indignada.

 
Yo me recliné hacia atrás en el sofá, mirándola con expresión satisfecha.

 

Vamos, vamos, no te enfades – le dije sonriente – No pretenderás que me crea que un simple comentario así basta para ofenderte. Recuerda que te vi gimiendo y gritando de placer.

 
Al intenso rubor de sus mejillas se unió un brillo peligroso en su mirada. Se estaba cabreando mucho y a mí me divertía enfadarla. Me fijé entonces en la mano que sostenía el vaso de limonada. Los nudillos se veían blancos, por lo fuerte que sujetaba el vaso. Comprendí que me había pasado.

 

Venga, perdona – continué – Es que te he visto aquí, sola, y no he podido resistirme a burlarme un poco de ti.
¿Cómo? – preguntó algo confusa.
Quiero decir que no lo decía en serio, que sólo quería avergonzarte un poco.
¡Ah! – dijo un poco más tranquila – Pues no le veo la gracia.
Yo sí se la veo. Deberías haber visto tu cara.
Muy gracioso – dijo Blanca enfadada, dando un trago a su vaso.

 
Decidí avanzar un poco.

 

La verdad es que aquel episodio me puso bastante caliente – le espeté.

 
La chica casi se atraganta con la limonada.

 

¿Có…cómo? – dijo medio ahogada.
Que estás muy buena y que me encantaría hacerte lo mismo que te hizo mi abuelo. Soy mejor que él en la cama ¿sabes?

 
Se quedó absolutamente alucinada, no acertaba a articular palabra.

 

Te lo digo en serio, opino que eres preciosa y me encantaría acostarme contigo.

 
Ella seguía estupefacta, pero por fin, acertó a reaccionar balbuceando débilmente.

 

Te… te has vuelto loco… Eres un crío…Voy a contárselo a tu madre.

 
Tras decir esto, hizo ademán de levantarse, pero mis palabras la detuvieron.

 

De acuerdo, cuéntaselo. Yo les contaré a tus papás lo divertidas que encuentra su hijita las clases de equitación.

 
Se quedó paralizada, sin moverse del sofá. Me miró entonces muy seria y dijo:

 

No te atreverás.
¿Qué te apuestas? – pregunté socarrón.
Si lo cuentas, tu abuelo se meterá en un buen lío también.
Ni la mitad que tú – repliqué – Además, no es preciso mencionar a mi abuelo, puedo decir que te vi con un chico cualquiera.
Y yo diré la verdad.
¿En serio? Yo pensé que te limitarías a negarlo todo, no esperaba que lo reconocieras tan fácilmente.
¿Cómo? – preguntó Blanca, confusa.
Que lo lógico sería que dijeras que yo mentía.
Sí, claro. Eso haría… pero tú podrías contarlo todo.
¿Yo? ¡Qué va! ¿Para qué? Con mi insinuación bastaría. Tu papá te vigilaría con cien ojos a partir de entonces y se te acabarían esas aventurillas, porque apuesto que mi abuelo no es el único en catar tus delicias…

 
Ella no contestó, pero su silencio era lo suficientemente elocuente.

 

Como ves, te tengo en mis manos. Si hablo, aunque no me crean, te complicaré bastante la vida, pero si hablas tú, y se enteran de lo de mi abuelo, te la arruinarás completamente. Seguro que te meten en un convento. ¡Menuda señorita, follándose hombres de 60 años!

 
Blanca miraba al suelo, aturdida, completamente sobrepasada por la situación. Tan sólo atinó a insultarme.

 

Eres un cabrón.
Sí ¿verdad? Pero al menos yo no finjo ser lo que no soy. Tú vas por la vida dándotelas de señorita y en realidad eres una puta de cuidado.

 
Mientras decía esto miré con disimulo a mi alrededor y viendo que nadie nos miraba posé con delicadeza una mano sobre su muslo, sintiendo su firmeza por encima del vestido. Aquello hizo que ella pegara un respingo, con lo que parte de la limonada se derramó, manchándole el vestido.

 

¡Mira lo que has hecho! – exclamó.

 
Se levantó como un resorte, aprovechando la mancha como excusa para escapar de aquella situación. Con presteza, acudió junto a su madre, contándole lo de la mancha. Mi madre intervino entonces, ofreciéndole su ayuda para tratar de limpiarse. Finalmente, salieron del salón mi madre, tía Laura, Blanca y Marina, hablando de con qué saldría la mancha y de cambiarse de ropa. Mientras salía, Blanca me dirigió una última mirada cargada de odio.
Yo me quedé allí, bebiéndome mi limonada, dándole vueltas a lo que acababa de suceder. ¿Por qué me había comportado así? Yo no solía ser tan malo con las mujeres y además, Blanca siempre me había caído bien, no éramos amigos ni nada, pero tampoco la despreciaba, no como a su hermano.
¡Ramón! ¡Claro! Supuse que subconscientemente, había atacado a Blanca como forma de vengarme de Ramón, si es que a semejante capullo podía molestarle lo que le pasara a su hermanita. Lo miré y vi que ni se había dado cuenta de lo que había pasado, pues seguía hablando con Andrea, poniendo cara de niño bueno y lo peor era que mi prima se mostraba mucho más relajada que en las últimas semanas. ¡Señor!
Bueno, la verdad es que debía reconocer que Blanquita tenía un polvazo impresionante, así que no todo había sido por joder a Ramón. ¡Más bien había sido por joderla a ella!
Enfrascado en tan profundas elucubraciones estaba, cuando la tropa de mujeres regresó al salón. Habían limpiado la mancha con no sé qué y por lo visto habían logrado eliminarla por completo. Insistían en que el limón no manchaba pero que el azúcar era un problema, que tal y que cual…
Yo no presté mucha atención a sus palabras, pues estaba muy atento a Blanca. Ella, al regresar al salón ni siquiera me dirigió una mirada, pero yo seguí con los ojos clavados en ella. Notaba que se sentía incómoda, con lo que comprendí que sabía que la estaba mirando. Por mi mente pasó la posibilidad de disculparme con ella, de hecho, lo sopesé seriamente, pero el diablillo de mi interior no me dejó, alegando que ésta podía ser una nueva forma de abordar cuestiones de mujeres.
Blanca, visiblemente incómoda, se unió al grupo más alejado de mí, que era el formado por mi padre y el suyo, que mantenían una animada charla sobre las prácticas de tiro de por la tarde. Ella se quedó allí, junto a los dos hombres, simulando interés por sus palabras y aparentando ser la niñita buena que todos conocían. O casi todos.
Decidí divertirme un poco más.
Dejé el vaso en una mesa y me uní al grupo de Blanca, que se notaba muy nerviosa. Me situé junto a ella, quedando nuestros cuerpos muy próximos. Yo sabía que Blanca no podía marcharse nada más llegar yo, pues sería una grosería, así que aguantaba como podía, temiendo lo que yo pudiera hacer. Y yo no la defraudé.
Aprovechando que tanto ella como yo estábamos de espaldas a una pared y muy cercanos a ella, deslicé una mano por detrás y la planté directamente sobre su culo. Por supuesto, procuré acercarme mucho a ella, para que nuestros padres no notaran nada raro.
Mientras lo hacía, con todo el descaro del mundo, interrogué al señor Benítez sobre el arma que iba a usar, y él, muy amablemente, procedió a darme una exhaustiva explicación sobre su escopeta, una Remington inglesa, creo recordar. Así, mientras yo asentía vigorosamente con la cabeza, simulando el mayor interés por su diatriba, procedí a magrear deliciosamente las prietas nalgas de su dulce hijita, la cual, como corresponde a una señorita bien educada, aguantó el tirón sin decir esta boca es mía.
Ni que decir tiene que me aproveché a conciencia de la situación, apretando y sobando aquel delicioso trasero con deleite, riéndome interiormente del imbécil del padre que tan vigorosamente me alababa por “interesarme en asuntos de hombres desde tan joven”. No sabía bien aquel señor cuánta razón tenía, porque lo cierto era que había ciertos asuntos de hombres que me interesaban mucho, pero no los que él creía.
La situación tenía un morbo increíble, el padre, allí tan campante, y la hija sufriendo en silencio mis abusos. Yo notaba lo nerviosa que estaba la chica en su trasero, pues lo tenía muy tenso, sin relajarse con mis caricias, pero su nerviosismo se notaba incluso en su rostro, enrojecido y avergonzado hasta el punto que los mayores le preguntaron si se encontraba bien, ante lo que ella sólo acertó a asentir.
Me hubiera gustado prolongar la situación durante más rato, pero entonces ocurrió lo inevitable. Ante tanto toqueteo de aquel juvenil trasero, mi libido comenzó a despertar (aún más se entiende) con lo que poco a poco mi pene fue adoptando su máximo vigor, con los problemas obvios que eso representaba.
Apesadumbrado, tuve que liberar el culo de Blanca de mi presa, concentrándome en cosas no excitantes para tratar de evitar la erección. No fue difícil, me bastó con prestar atención al discurso del señor Benítez.
Blanca aprovechó mi distracción para huir. Hábilmente, simuló que su madre la había llamado, y disculpándose ante nosotros con exquisita educación, fue a reunirse con las demás mujeres, tomando asiento junto a su madre (que había escapado también de las garras de mi abuelo tras el incidente del vestido) y dejándome con un palmo de narices.
Por desgracia yo me vi obligado a aguantar durante un rato más el discurso del señor Benítez. Así comprendí de dónde le venía la estupidez a Ramón. Todavía hoy me pregunto si mereció la pena aguantar aquel coñazo a cambio de sobarle un poco el trasero a Blanca. Supongo que sí, porque… ¡qué culito!
Blanca logró mantenerse alejada de mí el resto de la mañana, procurando estar en todo momento acompañada de Marta o mi tía Laura. Su madre en cambio, no tardó mucho en volver a caer en las redes del abuelo, que la invitó galantemente a dar un paseo “para abrir el apetito”. Sólo puedo especular sobre lo que pasó.
Yo pasé el resto de la mañana charlando con Dickie y mi madre, simulando haber perdido interés en Blanca, lo que la sorprendió un poco (no sé si la defraudó también). Como Marina se unió a nosotros, mi prima Marta no se acercó demasiado, haciéndole compañía a Blanca y a su madre.
Así pasó el resto de la mañana, entre animadas charlas, pero no sucedió nada más de interés. Al menos así fue hasta la hora del almuerzo.
Como a la una y media más o menos despejamos el salón para que las criadas pudieran poner la mesa. Los mayores dijeron de dar un breve paseo, y reunirnos así con la señora Benítez y el abuelo, y tanto insistieron que al final fuimos todos.
Fue una corta caminata hasta la cerca de los caballos, pues la señora Benítez había comentado algo de querer ver el sitio en el que aprendía a montar su hijita. Por suerte para el abuelo yo iba en el grupo de cabeza y procuré montar bastante escándalo para que se notara nuestra presencia.
Debí de lograrlo, pues los encontramos a ambos junto a la cerca, manteniendo en apariencia una animada charla, aunque mi ojo experto detectó que la señora Benítez se veía un tanto sofocada, por el calor supongo (je, je).
Una vez todos juntos, regresamos a la casa, pues el almuerzo estaba proyectado para las dos y cuarto. Fuimos todos a asearnos y poco después, con puntualidad inglesa, nos sentábamos a comer.
Blanca demostró entonces especial habilidad para esquivarme, logrando sentarse bastante alejada de mí, lo que me fastidió un poco, pues yo proyectaba alguna barrabasada de las mías durante la comida.
Quedé situado entre mi madre y Marta, a la que por mi parte seguía ignorando, aunque ya no tanto por el enfado como por hacerla sufrir un poco. Pero mi prima tenía otros planes y no estaba dispuesta a seguir de aquella manera, sino que deseaba hacerse perdonar.
Recuerdo que de primer plato Vito y María nos sirvieron sopa de pescado. A mí no me gustaba mucho, pero aquel día tenía bastante hambre, así que no le hice demasiados ascos. Me disponía a hundir mi cuchara en el plato cuando, repentinamente, sentí una mano posándose en mi muslo.
La verdad es que no me esperaba aquello, me llevé un susto bastante grande y derramé la sopa de la cuchara, aunque por fortuna cayó toda de nuevo en el plato. Asombrado, miré a mi izquierda y me encontré con Martita, que respondía a algo que le había preguntado Dickie que estaba justo frente a ella, mientras su mano derecha se perdía bajo la mesa.
No era la primera vez que jugábamos a aquello, pero en esa situación era bastante peligroso, pero a mi prima no parecía importarle. Lentamente, su mano subió un poco y se posó directamente sobre mi paquete, el cual había comenzado a perdonarla mucho antes que yo.
Pude notar cómo la sonrisa de Marta crecía un poco cuando su mano alcanzó su objetivo y percibió que al menos ciertas partes de mí ya no estaban enfadadas. Por mi parte, estaba muy nervioso y no sabía lo que hacer. Había concentrado todas mis energías en Blanca y ahora, inesperadamente, se producía un ataque por el flanco.
Pero claro, yo no soy idiota, y en vista de que no podía hacer nada para remediarlo decidí disfrutar un poco.
La mano de Marta me acariciaba disimuladamente la entrepierna, mientras su dueña conversaba con pasmosa serenidad con nuestra institutriz. Yo, en cambio, parecía un poco más tenso, cosa lógica por otro lado, e intentaba tomarme la sopa como si nada pasara.
En ese preciso momento, Dickie decidió que sería una buena idea preguntarme si había terminado los deberes que me había mandado el día anterior.

 

No debes olvidar que aunque hoy no tengamos clase, mañana sí que tenemos… – me dijo.
Sí… sí… claro… no se preocupe – balbuceé.

 
Mientras le respondía, la miré con expresión de “¿por qué me haces esto?”, y al mirarla pude notar en su sonrisa que sabía perfectamente lo que estaba pasando, lo que me puso más nervioso aún.
Y fue ese preciso momento cuando Marta aprovechó para darme un buen apretón en la polla.
Yo, que no me lo esperaba, no pude evitar dar un pequeño bote en mi asiento, cayéndoseme la cuchara dentro del plato. La sopa salpicó el mantel y me manchó la camisa, organizándose un pequeño revuelo en la mesa.

 

¿Se puede saber qué te pasa? – me amonestó mi madre – Ya eres mayorcito para andar tonteando. ¡Mira cómo te has puesto! ¡Pareces un niño pequeño!

 
Mientras me regañaba, mamá tomó una servilleta de la mesa, y mojándola en una copa de agua, procedió a limpiarme las manchas de la camisa. Naturalmente, tras organizar el follón, la mano de mi prima se había retirado subrepticiamente de mi entrepierna, pero mi erección seguía allí. Y precisamente eso fue lo que se encontró mi madre mientras limpiaba las manchas de mi ropa.

 

¡Oh! – exclamó quedamente.

 
Se quedó momentáneamente paralizada, pero reaccionó enseguida, volviendo a la tarea de limpiarme como si no pasara nada, regañándome por lo torpe que era. Mi madre, que no era tonta, echaba disimuladas miradas a Martita, la cual ahora sí se mostraba avergonzada, consciente de que nos habían pillado. La que se lo pasaba en grande era Dickie, que nos miraba con expresión divertida.
Afortunadamente, mi madre no montó ningún escándalo y poco después reanudábamos el almuerzo sin que se produjese ningún nuevo incidente, sobre todo porque tanto mi madre como tía Laura no nos quitaban ojo de encima. Ni que decir tiene que aquella comida se me hizo eterna, con una dolorosa erección en los pantalones que me costó Dios y ayuda calmar.
Por fin, llegó la hora de los postres y después el café. Los mayores se fueron a una salita anexa, a tomarse un coñac y eso, y los jóvenes nos quedamos por allí. Blanca, para mi decepción, dijo que no se encontraba muy bien y se marchó a hacer la siesta, y Marina, algo enfadada por lo que había pasado durante el almuerzo (no sabía qué había pasado pero sabía que algo había pasado) se ofreció a acompañarla.
Ramón y Andrea se fueron con los mayores, y así se nos despejó el terreno a Martita y a mí, que habíamos procurado ir apartándonos del grupo.
Yo aún intentaba aparentar estar enfadado, pero estaba claro que no iba a resistir mucho más, y Marta era plenamente consciente de ello. Salí del cuarto, dirigiéndome a la calle, aunque mi único deseo era que ella me siguiera para continuar con los juegos de antes, y para mi alegría, ella así lo hizo.
Me alcanzó poco después de salir por la puerta principal, y aligerando el paso, llegó junto a mí y me detuvo.

 

¿Adónde vas? – dijo Marta.
Me voy a dar un paseo – contesté secamente.
¿Puedo ir contigo?

 
Yo no respondí, sino que contesté con otra pregunta.

 

¿Te has vuelto loca? ¿Cómo se te ha ocurrido montar ese numerito en la mesa? ¡Mi madre se ha dado cuenta! ¡Dickie se ha dado cuenta! ¡TODOS SE HAN DADO CUENTA!

 
Marta, para mi sorpresa, se mostró muy tranquila y serena.

 

Vaya. Ya me hablas. ¿Se te ha pasado el cabreo?
No. Aún no.
Pues antes no parecías nada enfadado conmigo – dijo con su sonrisilla pícara.
Marta, estás loca. Has podido meternos en un lío de narices. ¡Qué digo! ¡Nos has metido en un lío de narices!
Puede. ¿Y qué? También muchos se han dado cuenta de tus jueguecitos con Blanca en el salón, y entonces no parecía importarte tanto.

 
Me quedé callado. ¡Vaya! ¡Y yo que creía haber sido tan discreto!

 

Vale, tienes razón – asentí malhumorado – Pero, ¿a ti qué más te da? No me digas que vas a empezar de nuevo con tus celos.

 
Aquello le dolió un poco, pero no tardó mucho en responder.

 

No, no es eso. Pero la verdad es que no me gustaba que estuvieras enfadado conmigo. Te echo de menos.

 
Mientras decía esto, posó una mano en mi pecho, acariciándome distraídamente. Además, puso carita de niña buena, tratando de darme pena.

 

Vamos, Oscar, perdóname. Siento mucho lo que pasó, fue sin querer. Yo no pretendía arañarte.

 
Mientras decía esto, se aproximó a mí y acercó su rostro al mío, simulando examinar la herida que aún se notaba en mi ceja. Su proximidad, el notar su cálido aliento sobre mi cara empezaba a enervarme.

 

Marta – dije tratando de parecer razonable – La herida no me importa en absoluto, es que no puedo soportar veros así a Marina y a ti. Siempre habéis sido las mejores amigas, y ahora no os habláis por mi culpa.

 
Marta colocó sus brazos alrededor de mi cuello, y comenzó a acariciarme la nuca dulcemente, haciendo que se me erizara el vello.

 

Venga – susurró – Olvídate de Marina ahora; ya lo solucionaremos… Ahora estás conmigo.

 
Suavemente, pegó sus labios a los míos, y todo resto de resistencia desapareció de mi mente, completamente llena de Marta, de su aroma, de su sabor, de su calor…
Nuestras bocas se fundieron en un tórrido beso, mientras nuestros cuerpos se apretaban el uno contra el otro, sintiéndonos mutuamente. Su muslo se pegó a mi entrepierna y ella comenzó a deslizarlo suavemente, frotando su pierna sobre mi incipiente erección.
Afortunadamente, un resquicio de sentido común logró abrirse camino en mi cabeza, y a regañadientes, la detuve.

 

Para, Marta, para – dije apartándola de mí.
¿Ummmm? – suspiró ella mientras se estiraba para tratar de alcanzarme de nuevo.
Espera – dije reuniendo hasta la última gota de fuerza de voluntad – Aquí van a vernos, estamos en la puerta de casa.

 
Marta miró a nuestro alrededor, como siendo consciente por fin de la situación. Sonrió haciendo un delicioso mohín y dijo:

 

¡Toma! Es verdad. No me había dado cuenta.

 
Yo a esas alturas ya la había perdonado por completo y los engranajes de mi mente giraban en todas direcciones, pensando en dónde podría ir con mi prima para echar un buen polvo. La solución no estaba demasiado lejos.

 

Ven conmigo – dije tomándola de la mano.

 
Ella me siguió sin oponer ninguna resistencia y poco a poco, los dos fuimos apretando el paso, hasta que poco después, los dos corríamos decididamente en dirección al establo, riendo como locos.
En cuanto penetramos en la semioscuridad del establo, me abalancé sobre ella, y sujetándola contra una pared con fuerza, comencé a besarla y a acariciarla por todas partes.
Mis manos se deslizaban sobre su soberbio cuerpo, masajeando y palpando por todas partes. No sé muy bien cómo, pero logré abrir los botones delanteros de su ropa, y enseguida mis manos se perdieron en su interior, agarrando y tocándolo todo, mientras mi lengua jugaba con la suya.
Marta, me sujetó brevemente, separando su boca de la mía lo justo para balbucear:

 

A…aquí no… Ven.

 
Yo, a regañadientes, la liberé de mi presa y ahora fue ella la que me condujo agarrándome de la mano. Enseguida comprendí sus intenciones, me llevaba hacia la última cuadra, donde habíamos sorprendido a Blanca enrollándose con el abuelo.

 

Vaya, vaya – dije sonriendo en la oscuridad – Veo que quieres revivir escenas pasadas.

 
Marta volvió la cabeza hacia mí. Vi que sus ojos brillaban, a pesar de la poca luz que había.

 

Shhhhs – siseó – He pensado a menudo en lo que vimos. ¡Menuda guarra!
Pues anda que tú – respondí.

 
Eso la dejó momentáneamente parada.

 

¡Oye! ¡No te pases! – exclamó molesta.
Perdona – dije, consciente de haber metido la pata.
Que yo sólo hago esto contigo. ¡No voy por ahí acostándome con ancianos y aparentando ser una niña bien!
Sí, sí, tienes razón. Ha sido sólo una broma. Perdóname.

 
Pero mi prima iba demasiado cachonda para dejar que una frase tonta le estropease el plan.

 

Vaaaale – concedió para mi infinito alivio.

 
Cuando alcanzamos la cuadra hizo algo inesperado. Tirando de mi mano, me obligó a adelantarme y darme la vuelta. Entonces, repentinamente, me hizo la zancadilla y me empujó, de forma que caí boca arriba sobre un montón de paja.

 

¡Ehhhhh! – exclamé sorprendido.

 
Pero Marta no me dio tiempo ni a quejarme, pues de un salto se encaramó encima de mí, sentándose a horcajadas sobre mi estómago.

 

¡UFFF! – jadeé, pues su salto me había dejado sin aire en los pulmones.
Lo siento – dijo ella de nuevo con su sonrisilla maliciosa.

 
Marta se echó hacia delante y sujetándome por las muñecas me obligó a mantener las manos contra el suelo. Yo era más fuerte y podría haberme liberado fácilmente, pero no tenía demasiado interés en ello.

 

Ahora eres todo mío – susurró.

 
La ventana que había cerca de esa cuadra estaba entreabierta, por lo que algo de luz penetraba en el recinto y me permitía contemplar a Martita. Una vez más, me sorprendí de lo muchísimo que había cambiado últimamente, estaba más hermosa, más mujer…

 

¿Qué miras? – me dijo sonriente.
Eres preciosa – respondí.

 
Ella, riendo dulcemente, se inclinó sobre mí y me besó. Después volvió a incorporarse, separándose de mí, pero manteniendo aún mis manos sujetas.

 

Vaya – dije – Parece que te gusta estar encima ¿eh?
¿Cómo? – respondió ella algo confusa.
Sí, como el día del río. Ya sabes, tú encima, yo debajo…

 
Mientras decía esto moví las caderas hacia los lados, frotándome contra el culito de Marta. Ella volvió a reír, notando en su retaguardia mi dureza. Procedió entonces a juntar mis manos, sujetándolas tan sólo con una de las suyas. Mientras, deslizó la otra sobre mi pecho, sobre mi estómago y finalmente la introdujo bajo el borde de su vestido.
Alzó un poco el culo, para dejar vía libre a su mano, que de esta forma, volvió a apoderarse de mi instrumento. Comenzó a deslizar entonces sus caderas de arriba hacia abajo, de forma que su mano frotaba mi polla por encima del pantalón de forma deliciosa.
Súbitamente, me giré en el suelo, haciéndola caer de costado y liberándome de su presa. Marta dio un gritito de sorpresa, que quedó pronto ahogado por mis labios. Usando mi peso, me situé sobre ella pasando a ser el que dominaba la situación; bueno, no del todo, pues la mano de Martita no había liberado a su prisionero, que continuaba siendo acariciado y estrujado maravillosamente.

 

¿Qué pretendes? – dije apartando mis labios de los suyos y mirándola a los ojos – ¿Que me corra en los pantalones o qué?
Nada más lejos de mi intención – susurró ella sensualmente – Sólo pretendo ponerte a tono…
Pues como sigas así…
¿Quieres que pare? – dijo simulando indecisión.
Bueno…

 
Ahora se cambiaron las tornas y fue ella la que escapó de debajo de mí. Yo quedé tumbado boca arriba, expectante, y ella de costado junto a mí. Acercó su rostro al mío y volvimos a besarnos. Su mano se deslizó de nuevo a mi entrepierna, pero esta vez se coló por la cinturilla del pantalón, y entrando bajo los calzones, se apoderó de mi polla con la mano desnuda, lo que me provocó un escalofrío de placer.

 

Vaya, vaya, cómo está esto… – dijo con voz pícara.
Sí – respondí sonriente – ¿Por qué será?

 
Reanudamos nuestro beso, mientras ella seguía pajeándome dentro del pantalón, aunque esta vez mis manos no permanecieron ociosas. Una se plantó en su culo, que magreó con fruición y la otra se perdió entre sus cabellos, acariciando su cuello y su nuca.
Yo estaba cachondo perdido, la deseaba intensamente, pero entonces se estropeó todo.
De pronto, oímos voces procedentes de la entrada. Alguien había entrado en el establo y estaban a punto de atraparnos con las manos en la masa. Como un ciclón, nos separamos el uno del otro, levantándonos del suelo y tratando infructuosamente de componer nuestras ropas. Era inútil, pues teníamos paja y heno metidos por todos lados, pero qué otra cosa podíamos hacer si no.
Asustados, nos acurrucamos en el interior de la cuadra, tratando de oír a nuestros inoportunos visitantes sin ser vistos. Entonces nos quedamos helados al reconocer las voces. Eran Andrea y Ramón.
Marta y yo intercambiamos una silenciosa mirada en la oscuridad, que bastó para entendernos. Permanecimos los dos allí, en silencio, tratando de escuchar.

 

Vamos Andrea – decía Ramón – Ya te he dicho mil veces que siento lo que pasó. No sé, perdí la cabeza…
No es excusa – respondió mi prima – No sé si podré volver a confiar en ti. Y además, ¿para qué hemos venido aquí?

 
Que tonta era mi prima.

 

Pues… – dijo Ramón zalamero – Para estar más tranquilos, cariño. Es necesario que hablemos, tenemos que aclarar la situación. Porque yo te quiero Andrea, ya lo sabes.

 
Asomándonos ligeramente, pudimos ver cómo Ramón se inclinaba sobre Andrea y la besaba tibiamente en los labios, iluminados por la tenue luz que penetraba por un ventanuco medio abierto. La mano de Marta buscó la mía y la apretó con fuerza, indignada al igual que yo, de ver lo estúpidamente que se comportaba Andrea.
Seguimos allí agazapados durante un rato, observando impotentes cómo Ramón iba lentamente derribando las defensas de Andreíta, haciéndola caer de nuevo en sus redes. Honestamente, he de reconocer que el tipejo tenía bastante labia, pero aún así…
Entonces sucedió lo que tenía que suceder. Para Marta y para mí estaba muy claro lo que perseguía Ramón, pero Andrea parecía no darse cuenta, así que, limpiamente, tragó el anzuelo.
Desde nuestro escondrijo vimos cómo empezaban a besarse, y ante la permisividad de Andrea, Ramón iba poco a poco envalentonándose. Los dos se había sentado sobre una alpaca de paja, y Ramón aprovechó la postura para, distraídamente, posar su sucia mano sobre el muslamen de mi prima.
Ella al principio se resistió, tratando de apartar la zarpa del tipo, pero él, muy hábilmente, no dejaba de besarla y susurrarle al oído, para que la chica no pudiera pensar y se abandonara por completo.
Ni que decir tiene que lo logró, y en pocos minutos su mano se deslizó por debajo de la falda del vestido de Andrea, comenzando a arrancarle a la chica auténticos gemidos de placer.
¡Cómo le odié en aquel momento! ¡Iba a follársela de nuevo! Os juro que fue la única vez en mi vida en que he presenciado una escenita de estas y no me ha vencido la excitación. Estaba indignado. Y me consta que Marta sentía lo mismo, pues su mano ceñía la mía con una fuerza que me resultaba difícil de imaginar en mi primita.
Pero claro, Ramón era un cerdo; no era culpa suya, estaba en su naturaleza. Y, así, por fortuna, lo estropeó todo.
A medida que iba poniéndose cachondo, se volvía cada vez más brusco, más violento. Y a mi prima no le gustaba eso. Conforme las caricias de Ramón se hacían más fuertes, Andrea iba poco a poco despertando de aquel trance de excitación, tomando conciencia de lo que estaba sucediendo. De esta forma, Ramón fastidió por imbécil aquello que podría haber conseguido con dulzura sin que pudiéramos hacer nada por impedirlo.
Así que Andrea comenzó a resistirse. Muy levemente al principio, pero lo suficiente como para cabrear a aquel bestia. Él, muy cachondo, tomó a mi prima por una muñeca, obligándola a que le sobara el paquete por encima del pantalón, pero Andrea no estaba muy dispuesta a ello, tratando suavemente de liberar su mano.
Ramón se cabreó y la empujó bruscamente, con lo que Andrea se cayó de la alpaca, aterrizando de culo sobre el suelo.

 

¡Otra vez, zorra! – exclamó Ramón enojado.
Ramón, por favor – dijo Andrea tratando de aparentar tranquilidad.
¡Eres una puta calientapollas! ¡¿Qué coño te crees?! ¡Vas por ahí, luciendo tus encantos, volviéndome loco, y cuando llega la hora de la verdad, ¿te echas atrás?! ¡De eso nada!

 
Mientras soltaba esa retahíla, Ramón fue abriéndose con violencia los botones del pantalón, y poco después surgía de su interior su enhiesto aparato. Hecho una furia, se abalanzó sobre mi prima, que había empezado a recular, apartándose de él.

 

¡Me la vas a chupar otra vez, zorra! ¡Vamos, si sé que te gustó mucho la última vez! ¡ESTA VEZ DEJARÉ QUE TE LO TRAGUES TODO!

 
Tomando a mi prima por el pelo, la obligó a acercar el rostro a su asqueroso instrumento, mientras mi prima lloraba y trataba de resistirse.
Yo había estado a punto de intervenir instantes antes, pero Marta me había sujetado. No sé qué le pasaba, estaba como hipnotizada, supongo que alucinando al pensar que semanas antes ella misma había bebido los vientos por semejante salvaje.
Entonces Ramón abofeteó a Andrea. Y yo estallé. Y Marta me soltó. Creo que jamás había estado tan enfadado, y no sé si lo he estado alguna vez después. Como un ciclón, irrumpí en medio del establo saliendo de mi escondite. Pillé a Ramón por sorpresa, gracias a lo cual pude derribarlo lanzándome contra su cintura, aunque el hecho de que llevara los pantalones por las rodillas ayudó bastante.
Como un poseso, comencé a golpear a Ramón, derribado en el suelo conmigo encima, mientras le insultaba en todos los idiomas que se me ocurrieron, pero claro, yo sólo era un mocoso de 12 años y él era un hombretón hecho y derecho. De un empujón, se libró de mí, aunque por fortuna aterricé sobre un montón de heno. Como pudo, se incorporó y se dirigió hacia mí, con su miembro aún bamboleante apuntando a mi cara.

 

Te voy a matar, hijo de puta – dijo Ramón con voz ahogada – Vas a maldecir el día en que naciste, pequeño pedazo de mierda.

 
Yo me vi perdido, pero entonces, de repente, Martita apareció tras de él con una horquilla de cargar heno en las manos (ya saben, un apero de labranza, parecido a un tridente que se usa para aventar el cereal o apilar heno, un instrumento bastante peligroso sin duda). Lo que hizo mi prima fue asestarle un buen pinchazo en el culo, lo que provocó un grito de sorpresa de aquel cabrón, que se volvió en busca de la nueva amenaza mientras llevaba sus manos a su dañado trasero.
De un tirón, arrancó la horquilla de las manos de Marta, y después, poniendo una de sus sucias zarpas en la cara de mi prima, la arrojó al suelo de un empujón.
Yo, enloquecido, me levanté como un resorte y volví a la carga con una interesante idea en mente. Corrí hacia Ramón profiriendo un grito guerrero, con la intención de atraer de nuevo su atención sobre mí. El tipo se dio la vuelta, y lo hizo justo a tiempo, pues en cuanto tuve sus genitales enfilando de nuevo hacia mí, los pateé con absoluto deleite.
No sonó ¡chof!, ni ¡tud!, ni ¡plaf!, puedo jurar que escuché un ¡crack! perfectamente audible. Hasta me dolió a mí.
Supongo que habrá algunas mujeres leyendo este relato. Pues verán señoras, no saben ustedes la suerte que tienen al no poder experimentar el dolor que se siente cuando te golpean las pelotas. Es algo que todos los hombres hemos (por desgracia) experimentado en alguna ocasión. Es como si de pronto te quedaras por completo sin fuerzas, sin ganas de nada; sólo quieres esconderte en un agujero y que esa sensación pase pronto.
Pues bien, multipliquen ese dolor por cinco y así sabrán lo que sintió Ramón. Y digo por cinco no porque yo fuera especialmente fuerte, sino porque tras derrumbarse al suelo tras el primer golpe, le pisoteé los huevos cuatro veces más, hasta que noté que comenzaba a no importarle.
Todas las ideas de violación o asesinato que pudieran haber cruzado por la mente de Ramón antes de eso se fueron con el viento, como dice la canción. El pobre capullo sólo podía sujetarse la tortilla con las manos mientras profería gemidos escalofriantes.

 

Ugh – consiguió articular.
Cierto – respondí yo.
Ugh – repitió.
Muy cierto – asentí.

 
Olvidándome de él, corrí hacia Marta, ayudándola a levantarse.

 

¿Estás bien? – le dije preocupado.
Sí, sí tranquilo – respondió.
¿Seguro que no te ha hecho daño?
Que sí, tranquilo – dijo mi prima besándome en la mejilla – ¡Dios mío, parecías un guerrero vikingo!
Sí, ¿verdad? – dije sonriente – Y aún tenemos que decidir lo que hacemos con mi víctima.

 
La víctima seguía retorciéndose en el suelo, ajena a todo. Entonces nos acordamos de Andrea.
Fuimos hasta donde estaba ella, sentada en un rincón, con el rostro entre las manos, llorando. Me dieron muchas ganas de volver a donde estaba Ramón y multiplicar su dolor por diez, pero me contuve, pues lo primero era Andrea.
Iba a inclinarme sobre ella cuando Marta me detuvo, negando con la cabeza. Comprendí que era mejor que ella se encargara de atenderla.
Marta se arrodilló junto a su hermana, y comenzó a acariciarle dulcemente la cabeza, apartando sus cabellos de su rostro lloroso. Andrea alzó la vista, mirando a su hermana con desespero. Entonces se arrojó sobre ella, sepultando la cara en su cuello, sin parar de llorar. Las dos hermanas se quedaron allí un rato, llorando abrazadas, mientras yo miraba hacia otro lado, respetando su intimidad.
Estuvieron así un buen rato, hasta que poco a poco, Andrea fue calmándose. Por fin, se pusieron las dos en pié.

 

¿Cómo estás? – preguntó Marta.
Regular – dijo Andrea tratando de sonreír, con lo ojos anegados de lágrimas.
Ven – dijo Marta – Volvamos a casa.

 
Así las dos abrazadas, se dirigieron a la puerta del establo. Cuando pasaron junto a mí, Andrea alzó el rostro y me miró.

 

Gracias – me susurró.

 
Yo sólo sonreí levemente.
Por fin, se perdieron de vista y yo me volví hacia Ramón. No se había movido mucho, tan sólo se había girado en el suelo, de forma que ahora estaba de espaldas a mí. Entonces tomé conciencia de la situación. ¡Coño! ¡Me había quedado solo con aquel loco! ¿Y si estaba fingiendo? ¿Y si me atrapaba si me acercaba?
Muy sigilosamente, avancé por el establo para recuperar la horquilla, caída en el suelo. Cuando lo hube hecho, me sentí más seguro, al estar yo armado y Ramón no. Sabía lo que tenía que hacer, pero no acababa de atreverme. No voy a mentir, estaba un poco asustado. Yo siempre he sido amante, no guerrero, así que hice lo más lógico en esa situación. Fui en busca de ayuda.
Salí corriendo del establo, dirigiéndome a la casa en busca de mi abuelo, sin duda la persona más apropiada para hacerse cargo de la situación sin que el escándalo salpicara a mi prima, pero quiso la fortuna que me tropezara de pronto con otra persona apropiada: Antonio.

 

¿Adónde vas tan deprisa? – me dijo cuando me vio.
Yo… – respondí respirando agitadamente – Yo… el abuelo…
¿Y por qué coño llevas la horquilla?

 
Me di cuenta de que no había soltado el apero en ningún momento, llevándolo en las manos como si fuera un fusil.

 

Verás…
Oye, tranquilo – dijo Antonio – Acabo de ver a tus primas entrando en la casa con pinta muy rara y ahora tú vas detrás con la horquilla. ¿Es que vas a cargártelas?

 
Reí la broma y un poco más sereno, sopesé la situación.

 

No, Antonio – le dije – Tengo que contarte una cosa, pero ven, acompáñame al establo.

 
Mientras andábamos, le expuse la situación más o menos. Obviamente no le dije que había ido al establo a follarme a mi prima, sino que habíamos escuchado gritos mientras paseábamos por allí, pero lo demás sí se lo conté bastante fielmente.
Noté que el enfado iba poco a poco haciendo presa en mi amigo, pues cada vez apretaba más el paso, precipitándonos de vuelta al establo a bastante velocidad.

 

¡Maldito hijo de puta! – eso fue lo que gritó Antonio mientras entraba en el establo.

 
Allí nos encontramos con que Ramón se había puesto en pié y se había subido los pantalones, pero un simple vistazo bastó para comprobar que no estaba en condiciones de ofrecer mucha resistencia, pues las rodillas le temblaban y apenas se aguantaba derecho, aunque esto no le importó demasiado a Antonio, pues de un fuerte derechazo derribó a Ramón de nuevo al suelo.
Ramón era un tipo alto, bien formado, pero Antonio, a pesar de ser más joven, estaba acostumbrado al duro trabajo rural, por lo que era bastante más fuerte, así que lo que siguió no fue una pelea, sino una paliza en toda regla.
De todas formas no se pasó demasiado, pues yo intervine pronto, pero aún así, Ramón se llevó un par de buenos sopapos. Algo más tranquilos, dejamos que aquel pobre diablo respirara un poco. Como quiera que no acababa de despabilar, Antonio fue hasta el depósito de agua y llenó un cubo, que después derramó sin muchos miramientos sobre el derrotado Ramón, consiguiendo despertarlo un poco.
Ramón se incorporó, quedando sentado, mirándonos con odio.

 

¿Por qué nos miras así? – dijo Antonio – No has recibido nada que no te merecieras, y como sigas mirándome así te voy a dar también lo que no te mereces.

 
Ramón apartó la mirada.

 

Bueno, bueno – intervine yo – ¿Cómo estás?

 
Ramón no respondió.

 

Antonio – dije yo – Este tío no quiere hablarme, enséñale educación por favor.
Encantado – dijo mi amigo haciendo crujir sus nudillos.
Vale, vale, tranquilo – nos interrumpió Ramón, bastante asustado.

 
Como ven, ahora yo no tenía nada de miedo y me comportaba como un auténtico cabrón, pero ¡qué gustazo!

 

Ya me hablas… Entonces respóndeme, ¿cómo estás? – dije.
Hecho una mierda.

 
Yo sonreí.

 

Me alegro. Te lo has ganado a pulso.

 
Ramón alzó los ojos, mirándome de nuevo con odio.

 

Sí, no te pongas así, hijo de puta, o ¿acaso te crees injustamente tratado después de haber intentado violar a mi prima?
Yo no… – empezó a decir
Cállate. Ahora no vamos a hablar de eso, estúpido cabrón, de hecho no me interesa en absoluto nada de lo que vayas a decir, te vas a limitar a quedarte ahí calladito con las orejas bien abiertas. ¿De acuerdo?

 
Ramón sólo asintió con la cabeza.

 

Buen chico. Verás, lo que quiero decirte es lo que vamos a hacer para que nada de esto trascienda. No me malinterpretes, no es que me importe una mierda lo que pueda pasarte, pero sería incómodo para Andrea que esto saliera a la luz y me parece que ella ya lo ha pasado suficientemente mal ¿no te parece?

 
No me respondió.

 

Bien, veo que estás de acuerdo – proseguí – Entonces vas a hacer lo siguiente. Te vas a lavar ahí mismo, lo mejor que puedas, pero no es necesario que te esmeres, pues no tienes arreglo. Antonio y yo ensillaremos tu caballo y después iremos todos a la casa anunciando que el caballo te ha tirado en la charca y te has hecho daño. A partir de ahí me da igual lo que hagas, siempre y cuando te largues esta misma tarde de aquí. Di que no te encuentras bien tras la caída, que quieres ir al médico, lo que te parezca, pero te largas. Y por supuesto, no quiero volver a verte por aquí jamás, si tu familia vuelve, tú no podrás venir, si vamos nosotros a tu casa, te irás de viaje. No quiero volver a verte cerca de mis primas.
¿Y si me niego? – dijo Ramón recuperando su aire insolente.
Te mato.

 
Respondí tan rápida y secamente que hasta Antonio se quedó sorprendido. Ramón me miraba con ojos como platos, bueno, me miraba a mí y a la horquilla con la que ahora le apuntaba directamente.

 

¿Có… cómo? – acertó a balbucear.
Lo que has oído, si no me das tu palabra aquí y ahora no voy a andarme con rodeos, te clavo esto en el cuello y hasta luego. Estoy seguro que contándoselo todo a mi abuelo él se haría cargo de la situación; él se encargaría de todo y jamás se sabría nada de esto. Él puede hacerlo ¿sabes?, apuesto a que un cabrón como tú habrá hablado muchas veces con su padre de todo el dinero que tiene mi abuelo y la mano que tiene en la región ¿verdad?

 
Su mirada me reveló que había acertado de pleno. Los envidiosos e hipócritas como él son muy previsibles.
Le miré con los ojos más serios que fui capaz de poner, la verdad es que dudo mucho de que hubiese sido capaz de cumplir mis amenazas, pero lo importante de un farol es saber llevarlo hasta el final, y Ramón se lo tragó por completo. No aguantó mi mirada ni cinco segundos.

 

De acuerdo, te doy mi palabra – dijo entornando los ojos.
Bien, por ahora me basta. Confiaré en que aún te quede un poco de orgullo y cumplas tu palabra. Pero si se te ocurre no hacerlo, se lo contaré todo al abuelo y estoy seguro de que él sabrá cómo hacerte pagar todo lo que le has hecho a su nieta.

 
Y eso fue todo. Seguimos mi plan al pié de la letra, y todo salió sorprendentemente bien. En la casa se lió un revuelo considerable, atendiendo al pobre Ramón tras su accidente. Mi padre y el suyo, que estaban a punto de irse a disparar, suspendieron su excursión, preocupados por el estado del capullo. El padre propuso incluso de suspender la visita, pero mi abuelo dijo que no era necesario, que Nicolás podía llevar a Ramón de vuelta a casa en el coche, “ya que el muchacho no quiere ir al médico”. Por supuesto, mi abuelo no deseaba que la señora Benítez escapara así de su trampa.
De hecho la señora Benítez no se mostró demasiado dispuesta a marcharse, con lo que comprendí que mi abuelo la tenía ya medio liada, así que, finalmente, el señor Benítez y mi padre decidieron acompañar a Ramón al pueblo, para que le viera Don Tomás, el médico, y después lo llevarían a casa. Mientras, la señora Benítez y Blanca, proseguirían la visita, y el señor Benítez podría regresar después.
Era posible que Blanca hubiera aprovechado la oportunidad para marcharse, escapando de mí, pero aún no se había levantado de su siesta, por lo que no se enteró de lo que había pasado hasta que fue tarde. De hecho, ninguna de las chicas andaba por allí, pues Marina seguía con Blanca y a saber por dónde andaban mis primas.
Precisamente entonces, recordando lo que había pasado, me acordé de Blanca, y tomé una decisión bastante seria. Me la iba a follar esa misma tarde, y sería algo que jamás olvidaría. En parte iba a hacerlo para vengarme de Ramón, pero por otro lado… ¡la chica estaba buenísima!
Así que, en cuanto se fue el coche, puse mis planes en movimiento.
Subí a la planta superior, con cuidado de que no me viera nadie. Así comprobé que mis primas estaban en el cuarto de Andrea, podía oír los murmullos de su conversación a través de la puerta, pero no era mi objetivo espiarlas.
Fui a la puerta de Marina, pero resultó que era ella la que dormía en esa habitación. ¿Dónde coño estaba Blanca?
Pensé un poco, las dos chicas habían subido para hacer la siesta, y, obviamente, no iban a dormir juntas. ¿Adónde habría llevado Marina a Blanca? Podrían haber ido al otro ala, pues iban a preparar unas habitaciones por si los Benítez se quedaban a pasar la noche, pero no era muy normal que mi hermana dejara sola a la chica en la otra punta de la casa. ¿Entonces, adónde? ¡Pues claro! ¡Al cuarto de mis padres!
Me acerqué sigiloso a la puerta y ¡premio! Allí reposaba la preciosa zorrita.
Como un ladrón furtivo, abrí la puerta del dormitorio y penetré en su interior, cerrando tras de mí. Muy despacio, me acerqué a la cama y me senté al borde del colchón. Sobre una silla, Blanquita había depositado su vestido bien doblado, así que pensé que quizás estaba desnuda.
Con cuidado, aparté las sábanas y su tentador cuerpo apareció frente a mí. Por desgracia, llevaba una combinación que me ocultaba sus seductoras curvas, pero me daba igual, todo se andaría.
Con cuidado, puse mi mano sobre su boca, para impedir que gritara al despertar y después la llamé por su nombre. Ella despertó, y al sentir mi mano en la cara, se asustó bastante, zafándose con habilidad de mí. De un salto, se levantó de la cama, quedando de pié junto a ésta, mirándome sobresaltada.
Por fortuna, no gritó, pues yo me había quedado allí sentado, con un palmo de narices, sin que mi presa hubiera servido absolutamente para nada.

 

¿Qué haces aquí? – siseó enfadada.
Shhhh – dije yo tratando de tranquilizarla un poco – No te asustes, sólo quiero hablar contigo.

 
Entonces Blanca se dio cuenta de que estaba medio desnuda delante de mí, así que de un brusco tirón, cogió una sábana y se tapó. Aquel comportamiento provocó en mí una sonrisa.

 

¡Coño! – exclamé – Con todo lo que ha pasado entre nosotros…
¡Vete! – dijo ella enfadada.
Tranquila, espera un poco – dije tumbándome sobre el colchón – Vamos a charlar.
No hay nada de lo que charlar. ¡Márchate o gritaré!
¡Vaya! Qué pronto has olvidado nuestra conversación de antes. Si gritas ya sabes lo que te espera, el escándalo, tu padre vigilándote…
¡No te atreverás…!
Veamos… Por un lado está la posibilidad de echarte un buen polvo… Y por otro lado, podría no atreverme y no poder follarte… La verdad es que creo que sí me atreveré.

 
Ella me miraba alucinada.

 

Pero… ¿Cómo…? ¡Si eres sólo un crío!
Sí, es cierto. Entonces, ¿qué te preocupa? Vamos, Blanca, te estás acostando con mi abuelo y Dios sabe con quién más, pues podrías hacerlo también conmigo ¿no? Te aseguro que te iba a gustar.
¡No! – insistía ella.

 
Decidí cambiar un poco de táctica.

 

Mira, Blanca, seamos razonables. Yo no quiero fastidiarte la vida, y que pierdas esa imagen de nena de papá que también interpretas, pero piensa en mí, después de verte follando y de palpar tu delicioso trasero… ¡la verdad es que ando muy caliente! Veamos, como hoy es la primera vez y esto es todo muy repentino…yo podría, por ejemplo, conformarme con una pajita.
¿Có…cómo? – dijo ella, perpleja.
Ya sabes, una paja – dije yo agitando el puño en gesto inequívoco – Con la mano. Venga, seguro que lo has hecho más de una vez, es poca cosa.

 
Ella no respondió.

 

Mira, te dejo para que te lo pienses un rato. De todas formas aquí no podíamos hacerlo, pues mi madre puede venir en cualquier momento. Voy a ir a merendar algo, estaré en la cocina. Te esperaré quince minutos. Si no vienes con la respuesta, entenderé que te niegas y obraré en consecuencia. Piénsalo, hoy ando muy cachondo, unas cuantas sacudidas con la mano… y problema fuera.

 
Y me marché, dejándola completamente confusa, allí, envuelta en su sábana.
Salí sonriente del cuarto. Todo había marchado según lo previsto. Algo en mi interior me decía que la chica iba a aceptar, así que sólo necesitaba sacarla de allí, y me la tiraría. Porque, claro, eso de que iba a conformarme con una simple paja no se lo cree nadie, es muy posible que ni Blanca se lo creyera, pero como excusa, no estaba mal.
Me senté en la cocina y Luisa me preparó un vaso de cacao y un bollo. Me lo comí con tranquilidad, esperando, dándole vueltas al plan. Y por fin, la chica apareció.
Se quedó en el umbral de la puerta, muy azorada, entrelazando nerviosa sus dedos. Como no se acercaba, la llamé a voces:

 

¡Hola, Blanca, preciosa! ¿Qué, te has decidido ya?

 
Ella entró como una exhalación, con el rostro encendido, y se sentó en una silla.

 

¡Shiissst! ¡Estás loco! ¿Por qué gritas? – me dijo.
¡Vaya! Lo siento – respondí haciéndome el tonto – No esperaba que te molestara. Y bien, ¿qué has decidido?

 
Ella se quedó callada unos segundos antes de responder.

 

Se… será sólo con la mano ¿verdad?
Bueno… Si nos apetece algo más… – respondí juguetón.
¡Oye!
Vaaaaaale. Bueno, y también debes dejar que te toque un poco. Tu culo me ha encantado y quiero probar lo demás.

 
Hablé deliberadamente alto, para que Luisa se enterara y Blanca se avergonzara todavía más, pues sabía que, con tal de salir del trance, diría que sí a lo que fuera.

 

Bueno, bueno, pero no alces la voz.
¡Estupendo! – exclamé – ¡Bueno, vámonos!
¿Adónde?
Pueeees… He pensado que podríamos ir al establo. Allí estaríamos más tranquilos, pues nadie va a ir por allí. Además, como ya te lo conoces tan bien…

 
Blanca enrojeció aún más ante mi insinuación.

 

Bueno, vale – asintió con un hilo de voz.

 
Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos a la puerta principal, no sin antes darme cuenta de la sonrisilla pícara que esbozó Luisa al vernos salir. Cuando llegamos al recibidor, Blanca se detuvo.

 

Espera. Tengo que decirle a mi madre que voy a ir a dar un paseo. No tardo nada – me dijo.
De acuerdo. Te espero fuera.

 
Salí al exterior y me dispuse a esperarla. Mientras estaba allí, apareció Antonio, que aún seguía enfadado con Ramón.

 

¿Se ha ido ya ese hijo de puta? – me dijo.
Sí, tranquilo. Se lo han llevado hace un rato y no creo que le queden ganas de volver por aquí.
Eso espero, ¡porque te juro que como vuelva a cruzármelo el que se lo carga soy yo! – exclamó Antonio bastante alterado.
Vaya, vaya, no sabía que te importara tanto el bienestar de Andrea – me burlé mientras una ominosa idea iba formándose en mi mente.
¡No digas tonterías! – dijo Antonio ruborizándose un poco – Es sólo que no puedo aguantar que un tipejo como ese…
Sí, sí, te entiendo – le interrumpí – Oye Antonio, se me acaba de ocurrir algo.
¿El qué? – preguntó algo extrañado por el brusco cambio de tema.
Verás… – decidí no andarme con rodeos – En estos precisos instantes me dispongo a tirarme a la hermana de Ramón.
¿CÓMO? – alucinó Antonio.
Shisst, no grites – dije tranquilamente – Te digo que voy a follarme a Blanquita en el establo.
Pe… pero – balbuceaba mi amigo sin saber qué decir.
Pues… me preguntaba si te gustaría participar.

 
El chico se quedó sin palabras. Me miraba con los ojos como platos, sin atinar a articular palabra. No se podía creer lo que le estaba pasando.

 

Vamos, chico, no pongas esa cara. El otro día me contaste que nunca has estado con una chica y yo te ofrezco la posibilidad de empezar con una realmente preciosa. ¿Qué te parece?
Yo… No sé… – decía coloradísimo.
Venga, no seas tonto. Mira, tómatelo como una oportunidad de fastidiar a Ramón. ¡Puedes follarte a su hermana!
Pero…
Pero nada. Vete corriendo al establo y ponte a trabajar en algo. Yo iré enseguida con Blanca.
¿Y qué hago? Lo siento, no puedo – dijo muy nervioso – No sabría ni qué hacer. Ve tú y pásatelo bien.
No seas tonto. Yo te indicaré lo que tienes que hacer. Tú simplemente sígueme la corriente y haz todo lo que yo te diga ¿de acuerdo?

 
Las últimas dudas empezaban a desaparecer de Antonio. La oportunidad de estrenarse por fin con una chica era demasiado tentadora como para dejarla pasar, sobre todo si se presentaba de una forma tan sencilla.
¿Y yo? Pues la verdad es que la idea me seducía bastante, pues sería una ocasión pintiparada para hacer todo lo que me apeteciera con Blanca, a la que cada vez le tenía más ganas.
Como quiera que el chico seguía dudando, decidí actuar autoritariamente.

 

¡Venga, coño, vete para allá de una vez, que si no se va a estropear todo! ¡Blanca debe estar a punto de salir! ¡Vamos!

 
Antonio reaccionó de manera confusa, sin saber qué decir ni qué hacer, optó simplemente por obedecer, saliendo disparado hacia el establo. ¡Cómo corría!, se notaba que empezaba a apetecerle el espectáculo.
Pasaron cinco minutos más y Blanca sin aparecer. Empezaba a mosquearme tanto retraso, así que entré en la casa a buscarla. Me costó un poco encontrarla, pues ella deambulaba por todos lados en busca de sus padres.

 

Espera un poco – me dijo – Es que no encuentro ni a papá ni a mamá.
¡Ah! ¡Se me había olvidado! – exclamé.
¿El qué?
Verás, tu padre y el mío han acompañado a tu hermano al médico, pues ha tenido un pequeño accidente con un caballo.
¿Cómo?
Sí, es que se ha caído mientras montaba. Tranquila, se encontraba bien, sólo un poco magullado, así que le han llevado al médico y después a casa, para que descanse.
¡Ah, bueno!

 
Me dio la sensación de que no la molestaba demasiado el accidente de su hermano, y es que la encantadora personalidad de Ramón no pasaba desapercibida para nadie.

 

¿Y mi madre? – preguntó.
No sé. Vamos a ver.

 
Fuimos al salón, pues Blanca me dijo que había visto a mi madre y a mi tía por allí. Efectivamente, las encontramos allí charlando con Dickie. Les preguntamos que dónde estaba la señora Benítez, y mi madre respondió que había salido a dar un paseo con el abuelo.

 

¡Ya se la ha follado! – pensé.

 
Una mirada al rostro de las demás mujeres me confirmó que ellas pensaban lo mismo. Incluso Blanca se imaginó lo que estaba pasando, así que, con aire de resignación, me preguntó:

 

¿Y ahora?
Tranquila – dije yo – Mira, mamá. Blanca está buscando a su madre para pedirle permiso para dar un paseo. ¿Podrías decirle tú cuando la veas que está conmigo?

 
Mi madre se quedó mirándome muy fijamente, tratando de adivinar si mis intenciones eran las que ella creía u otras más normales. Pero entonces se dio cuenta de que quien me acompañaba era Blanca, la señorita más distinguida de la región, y se relajó ostensiblemente.

 

Claro que sí cariño, yo se lo diré. Tened cuidado y no volváis muy tarde, ¿de acuerdo?
Sí, mamá – y le di un beso en la mejilla.

 
Algunos pensarán que era un poco tonta al confiar en mí de esa manera, pero yo les digo que no era en mí en quien confiaba, sino en Blanca. De hecho, tanto Dickie como tía Laura parecían opinar lo mismo, pues no nos prestaban mucha atención, en lugar de lanzarme miraditas comprometedoras o reírse por lo bajo. Así de buena actriz era Blanca. Para todos era tan intachable que estoy seguro de que a más de uno le habría dado un infarto si se entera de lo zorra que era la niña. Siendo así, no les extrañe que estuviera seguro de poder hacer con Blanca lo que se me antojase, pues su imagen de niña bien era muy importante para ella.
Sin más dilación, la tomé de la mano y la saqué del salón. Blanca no opuso resistencia, resignada al parecer a tener que pasar un rato conmigo, así que enseguida salimos de la casa. Yo no tardé ni un segundo en atacar.

 

Vaya, vaya con el abuelo. Está hecho un as ¿eh? – le dije.
¿Cómo? – respondió ella haciéndose la tonta.
Ya sabes… el abuelo. Ahora debe estar beneficiándose a tu mamá.
¡Pero qué dices! – exclamó Blanca muy enfadada.
Vamos, no disimules. Sabes perfectamente lo que deben estar haciendo ahora esos dos.
No sé de qué me hables.
¿Ah, no? Pues hablo de que deben estar follando como monos, de eso precisamente.

 
Blanca se quedó con la boca abierta.

 

Sí – continué – Y tú lo sabes perfectamente. Y lo único que lamentas es que mi abuelo esté ahora con tu madre y no contigo. ¿Acaso crees que no se notaba cuando le perseguías esta mañana? Por eso estás de tan mal humor, porque no te ha hecho caso ¿eh?
¡Estás loco! ¡Eres un cerdo!
¿Por qué coño todas las mujeres os empeñáis en negar lo evidente? ¡Si no pasa nada! ¡Es muy normal tener deseos y seguirlos! De acuerdo que hay que mantener cierta apariencia, porque hay mucha gente que no entendería ese comportamiento, pero Blanca, ¡si yo te he visto follando con mi abuelo! ¿Por qué insistes en disimular conmigo? Di simplemente: “Es verdad. Hoy venía con la idea de echar un polvo con tu abuelo, pero se me ha fastidiado porque él tenía ganas de variar y ha elegido a mi madre”.

 
Blanca se quedó callada, mirándome intensamente. En su rostro se notaba la lucha entre seguir con aquello o abofetearme antes de largarse. Yo sabía que aquello le molestaba profundamente, pero no me importaba, pues aquel día yo quería ser el amo y señor, el dominador absoluto, preocupado tan sólo de disfrutar, sin importarme ella. Muy distinto de mi manera de ser habitual como ven. Quería humillarla.

 

Venga, no te pares. Ya estamos llegando – dije al ver que ella no caminaba.

 
Efectivamente, estábamos ya muy cerca de la puerta del establo. Para animarla a continuar, le di una palmada en el trasero, lo que la hizo dar un respingo, y seguí caminando, sin esperarla. Ella dudó unos segundos, pero finalmente, vencida, me siguió al interior del edificio. Ya era mía.
Al entrar, miré a mi alrededor, en busca de Antonio. Había más luz que un rato antes, pues varias ventanas estaban ahora abiertas, supongo que fue Antonio quien las abrió. El muchacho estaba en un rincón, ordenado un armario de herramientas, o más bien, haciendo como que lo ordenaba. Estaba nerviosísimo.
Blanca entró tras de mí y lo vio, quedándose parada.

 

Échalo – me susurró.
¿Por qué? – le respondí yo, dejándola anonadada.
¿Cómo dices? Creí que querías que nos quedáramos aquí solos, pero si no te apetece… mejor para mí – dijo Blanca aparentando no haberme entendido.
En ningún momento dije que estaríamos solos.

 
Ella se quedó mirándome un segundo, sorprendida.

 

¿Acaso pretendes que…? Yo me voy – concluyó.
De acuerdo – dije yo – Vámonos. Oye, ¿a quién quieres que le cuente primero lo puta que eres?

 
Blanca se detuvo, mirándome con odio. Estaba en mi poder y lo sabía.

 

¿Qué es lo que quieres? – dijo por fin.
Verás Blanquita…
No me llames así – me espetó – Lo detesto.
Perdona, Blanca entonces. Mira, tú y yo hemos venido a pasar un buen rato…
Tú vas a pasar un buen rato – me interrumpió – Yo estoy aquí obligada.
Como quieras – continué – Pues resulta que Antonio es mi amigo y tú le gustas mucho.

 
Blanca desvió la mirada de mí y la posó en Antonio, que seguía atareadísimo con el rostro como la grana.

 

Así que, he pensado que podrías hacerle un pequeño… favor.
¿A qué te refieres? – dijo Blanca negándose a entender.
Vamos, hija, no seas tonta. Ya sabes. Como vas a ocuparte de la mía – dije desviando mis ojos hacia mi entrepierna – He pensado que te daría igual ocuparte de una segunda…
Ni muerta.

 
Entonces la miré muy seriamente.

 

Blanca, no perdamos más el tiempo. Mira, sabes que estás en mi poder, pero tienes una escapatoria sencilla. Márchate. Eso sí, tendrás que atenerte a las consecuencias. O si no, quédate, y en ese caso harás todo lo que yo te mande, así que elige, ¡VETE O NO DISCUTAS MÁS! – dije alzando la voz de repente.

 
Aquello la asustó un poco, logrando así bajarle un poco los humos. Pero ni aún así se rindió.

 

Eres un cerdo. No sé cómo puedes hacerme esto. Tentada estoy de marcharme y dejar que lo cuentes, pues si tú hablas, yo contaré lo que me estás haciendo y te verás metido en un buen lío. ¡Apuesto a que mi hermano te parte la cara! ¡Él siempre ha dicho que eras un mal bicho, así que seguro que me creerá!

 
Ante esto, me eché a reír, sentándome sobre una alpaca de paja. Blanca se quedó callada, muy sorprendida por mi reacción.

 

Ay, Blanca, Blanca, Blanca… – dije sofocando la risa – Así que tu hermano ¿eh? Déjame contarte algo.

 
Hice una pequeña pausa dramática.

 

Tu querido hermanito es un cabrón sin entrañas. Un auténtico hijo de puta, que más valdría quitar de en medio de una vez por todas.

 
Blanca me miró muy sorprendida, con una expresión rara en el rostro.

 

Veo por tu cara que no estás en desacuerdo con esto – proseguí – Así que esto no te extrañará demasiado. Verás, dudo mucho que tu hermanito moviera un dedo por nadie si no obtiene algo a cambio, pero aunque así fuera, te aseguro que no se atrevería a intentar nada contra mí.
¿Có… cómo?
Mira, niña. Esta tarde, Ramón ha intentado… digamos que propasarse con mi prima Andrea.
¿QUÉ?
Lo que oyes. Afortunadamente, había gente cerca, y hemos logrado detenerle.
No te creo.
Como quieras. Pero hay más testigos. Marta y Antonio aquí presente.

 
Blanca, aturdida, alzó la mirada hacia Antonio, que se había aproximado unos metros.

 

De hecho, aquí mi amigo y yo nos hemos encargado de darle una pequeña lección a tu hermanito, y como consecuencia de la misma, ahora va camino del médico – le solté.

 
¡Qué chulo era yo de pequeño! Hasta Antonio sonrió un poco.

 

Así que, en definitiva, no creo que Antonio mueva un dedo para ayudarte.

 
Ella se calló unos segundos, pero volvió a la carga.

 

¡Bueno, pues mi madre! ¡O mi padre!
¿Tu madre? ¿La zorra que se está tirando a mi abuelo? Ella también tiene cosas que ocultar. Y tu padre… Bueno, ya sabes, con el respeto que le tiene a mi abuelo (y el miedo) dudo mucho que se atreviera a tocarme, pero en cuanto a ti, zorra, el convento no te lo quita nadie.

 
Blanca, vencida, me miraba con un resto de orgullo, aunque era consciente de lo que iba a pasar. El que estaba más despistado era Antonio, que parecía querer desaparecer de allí.

 

Venga, Blanca – dije tratando de parecer conciliador – No nos peleemos. Se trata de pasar un buen rato. ¿No habíamos llegado a un acuerdo?

 
Ella asintió con la cabeza.

 

¡Pues, vamos! ¿Qué más te da meneársela a uno que a dos? ¡Estoy seguro de que no es la primera vez que estás con dos hombres! – disparé a ciegas, pero algo en su reacción me hizo comprender que no andaba muy desencaminado.

 
Me acerqué a ella y posé mis manos en sus hombros.

 

Vamos, Blanca. Lo pasaremos bien.

 
Resignada, soltó un suspiro.

 

¿Qué quieres que haga? – dijo.
¡Buena chica! – dije contento – Ven aquí.

 
La conduje hacia la alpaca donde había estado yo sentado. Para los que no lo sepan, una alpaca no es más que paja compacta, atada para formar un fardo, de forma que es más fácil de transportar.

 

Antonio, acerca otra alpaca, por favor.

 
Como un rayo, el asustado chico obedeció, colocando una alpaca a continuación de la otra, formando un asiento largo. Mientras lo hacía, yo busqué en un armario una manta, de las que usábamos bajo la silla de los caballos y la extendí sobre el improvisado banco. Después me senté en un extremo e indiqué a Antonio que se sentara en el otro. Comprendiendo mi idea, Blanca se sentó en el centro.

 

¿Los dos a la vez? – susurró.
Sí – respondí yo – Mejor para ti, así terminarás antes ¿no?

 
Blanca sólo se encogió de hombros. Antonio estaba acojonadísimo.
Nos quedamos los tres quietos, mirándonos unos a otros. En vista de que yo dirigía todo el cotarro, comencé a actuar.

 

Bueno, Antonio, ¿qué te parece?

 
El pobre chico tuvo que tragar saliva antes de contestar.

 

Bien – susurró.
¿Bien? – exclamé yo – ¿Sólo bien? ¡Vamos hijo, esfuérzate un poco! ¡Dile algo bonito!

 
Antonio me miró incómodo, pero atinó a contestar.

 

Es preciosa – dijo mirándola – Es la chica más bonita que jamás he visto.

 
Me quedé un poco sorprendido, pues hasta el tono de Antonio había parecido más sereno. Además, noté en la expresión de Blanca que la había halagado, con lo que me sentí un poco celoso.

 

Sí es verdad – dije yo – Es una chica realmente hermosa. Seguro que se lo dicen mucho, pero es la verdad.

 
Mientras decía esto, acaricié tenuemente el cuello de Blanca, de forma que mis hábiles dedos le produjeron un pequeño escalofrío. Pero percibí que había preferido las palabras de Antonio, supongo que no estaba demasiado dispuesta a perdonarme. De pronto, Antonio me interrumpió.

 

Yo.. Lo siento. Creo que es mejor que me vaya. No puedo estar aquí.

 
Diciendo esto, se incorporó, pero yo fui más rápido y me puse delante, deteniéndolo. Antonio me agarró y nos apartamos un poco de Blanca, para hablar en voz baja.

 

Vamos, chico, no seas tonto, si ya es nuestra.
No, Oscar, se ve que no quiere estar aquí, y yo tampoco.
Tú confía en mí ¿quieres? ¡Claro que no quiere estar aquí! Mira, yo jamás he actuado así con una mujer, obligándola, pero resulta excitante. Tú haz lo que yo te diga y te juro que ella se lo pasará todavía mejor que nosotros.
No, tío, no. Me voy.

 
Entonces mi intuición me hizo intentar una jugada desesperada.

 

Blanca, éste dice que se va – dije dirigiéndome a la chica – Dice que tú no quieres que él esté aquí, así que se va para no molestar.

 
Blanca nos miró un segundo. Yo sabía que aquello estaba empezando a gustarle, y ella obró en consecuencia.

 

Pues claro que no quiero que esté aquí. Ni tú tampoco. Ojalá me dejarais en paz – dijo sin mucha convicción – Pero ya que me voy a tener que quedar contigo… No me importa si también está él.

 
Mientras decía esto, miraba a Antonio por el rabillo del ojo. Otra vez los celos me asaltaron, así que decidí que esa zorra se iba a acordar de aquel día el resto de su vida.
Eso sí, sus palabras tuvieron la virtud de eliminar de la mente de mi amigo la idea de largarse, así que, tímidamente, regresó a su asiento al lado de Blanca.
Yo, por mi parte, hice otro tanto, sentándome en el otro extremo.

 

Bueno, ¿y ahora? – dijo Blanca tomando la iniciativa.
No sé, podríamos empezar… – pensé unos segundos – ¡Enséñanos las tetas!

 
Antonio pegó un respingo considerable en su asiento y Blanca se removió inquieta.

 

No habíamos quedado en eso – susurró.
¿Cómo que no? Te dije que con la mano y un vistacito ¿no? Además, Antonio nunca ha visto a una chica desnuda y podrías hacerle el favor…

 
Blanca volvió la mirada hacia Antonio.

 

¿En serio nunca has visto a una chica? – le preguntó.

 
Antonio, muy colorado, negó con la cabeza.

 

Vaya, un chico tan guapo como tú…

 
Menuda zorra era Blanquita. Sin pensárselo más, comenzó a desabotonar el frontal de su vestido. Antonio, con los ojos a punto de salirse de las órbitas, no se perdía detalle, incrédulo ante la suerte que estaba teniendo, aunque la verdad es que yo también estaba con los ojos fijos en el escote de la chica.
Ella, consciente de la admiración que despertaba, comenzó a disfrutar con el jueguecito, desabrochando los botones lentamente, de forma que la curva de sus deliciosos pechos iba apareciendo ante nosotros poco a poco, oculta aún por su combinación.
Por fin, abrió todos los botones hasta la cintura y con un hábil movimiento, se sacó las mangas del vestido, dejándolo caer hacia atrás. Así pues, el torso quedaba cubierto tan sólo por la combinación (pues se adivinaba que debajo no usaba sostén), pero seguía llevando el vestido puesto, pues la falda no se la había quitado.
Entonces Antonio hizo algo curioso; cruzó las piernas, sentándose en un escorzo raro. Tanto Blanca como yo comprendimos lo que le pasaba; se había empalmado y le daba vergüenza mostrar el bulto en el pantalón.
Aquello halagó a Blanca más todavía, que riendo cantarinamente, interrogó de nuevo al chico.

 

¿Te gusto?

 
Él, por supuesto, sólo atinó a asentir con la cabeza, con los ojos clavados en la pálida piel de Blanca.
Ella, sin tardar más, deslizó los tirantes de la combinación, que fueron cayendo muy despacio por sus brazos, hasta acabar la prenda enrollada en la cintura. Sin embargo, aún no podíamos disfrutar con la vista de sus senos, pues ella se los tapaba con un brazo.
Miré a Antonio y vi que estaba medio enloquecido, absolutamente hipnotizado por la bella señorita. Blanca sonreía encantada, observando el efecto devastador que ejercía sobre el pobre muchacho. En aquel instante supe que eso era lo que a ella le gustaba, sentirse deseada, ser el centro de atención y desde luego con Antonio lo estaba logrando. Adiviné entonces que aquel no iba a ser el último encuentro de aquella parejita. ¡Pobre Antonio!
Entonces, súbitamente, Blanca apartó el brazo de su pecho, y ante nuestro extasiados ojos aparecieron sus maravillosas tetas. Yo ya las había visto antes, pero no tan de cerca ni tan al alcance de la mano. Mentalmente, les di una nota de ocho sobre diez, pero mirando a Antonio, vi que él les había adjudicado la máxima calificación.

 

Cierra la boca, que se te van a caer las babas – dijo Blanca divertida.

 
Aquello sorprendió y avergonzó a Antonio, que cerró la boca de golpe, pues efectivamente la tenía abierta. Se quedó aturrullado un instante, apartando la mirada de aquellas dos obras de arte.

 

Vamos, no seas crío – le dijo Blanca – ¿Quieres tocar?

 
Antonio vio el cielo abierto. Incrédulo, volvió a posar la mirada en Blanca, que le observaba risueña.

 

¿Pu… puedo? – balbuceó.
¡Claro, hombre!

 
Y ni corta ni perezosa, Blanca tomó la mano de Antonio y la posó directamente sobre su tetamen. Antonio se agitó bruscamente, sacudido por una corriente eléctrica y por un segundo, pensé que se había corrido en los calzoncillos, pero afortunadamente, no había sido así. Entonces, tomé conciencia de la situación, y algo molesto dije:

 

Oye, ¿y yo?

 
Blanca se volvió hacia mí, y resignadamente, me dio permiso.

 

Anda, vamos… Puedes tocar.

 
Ilusionado, llevé mi mano hasta su teta derecha, comenzando a palparla y amasarla con deseo, mientras que Antonio se encargaba de la izquierda que tocaba y acariciaba cuidadosamente, como si se fuera a romper.
Eran sin duda magníficas, tersas y plenas, era un absoluto deleite magrearlas. Antonio se notaba un tanto verde en estas lides, medio asustado y muy excitado, apenas si se atrevía a agarrarlas como Dios manda. Yo, divertido, decidí enseñarle un poco.

 

Así, Antonio, mira – le dije.

 
Ni corto ni perezoso, me incliné un poco hacia el torso de Blanca, y sin dudarlo me apoderé con mis labios del pezón de su teta derecha. Blanca, al notar las insidiosas caricias de mi inquieta lengua, soltó un gemidito que hizo que se me erizara el vello de la nuca.
Poco a poco, su pezón fue adquiriendo volumen dentro de mis labios, que lo chupaban y disfrutaban con lujuria. A Blanca debía gustarle lo que yo hacía, pues poco después comenzó a acariciarme el cuello con una de sus manos, apretándome contra si.
Antonio siguió mi ejemplo poco después, y su boca se apropió del pezón izquierdo de Blanca, que disfrutaba enormemente de tener a dos hombres prendidos de sus excelsos senos.
De pronto, la chica fue un poco más allá. Noté que su mano abandonaba mi nuca e iba a plantarse directamente en el bulto que se había formado en mi pantalón. Yo, sabedor de haber vencido la batalla, esbocé una sonrisa que quedó enterrada en el pecho de Blanca, muy satisfecho por mi triunfo.
Sin despegarme un milímetro de aquella deliciosa teta, dirigí mi mirada hacia Antonio, pudiendo comprobar que la otra mano de Blanca estaba ocupada en estrujar el bulto de mi amigo, olvidadas ya sus ganas de esconderlo. Antonio gemía y murmuraba, pero no se le entendía nada, pues tenía la boca llena de teta.
Noté que se estaba calentando mucho, y si seguíamos así iba a acabar enseguida, por lo que decidí terminar con el juego.

 

Para, Blanca, para.
¿Ummmm? – inquirió la joven con los ojos cerrados.
Vas a hacer que manchemos los pantalones. Espera un poco.

 
Blanca pareció despertar de su sueño y comprendió lo que yo le decía.

 

De acuerdo – contestó.

 
A regañadientes, la muy puta liberó nuestros penes y se quedó expectante. Antonio, al ver que nos parábamos se separó del pezón con desgana, indeciso. Se veía que si de él dependiera, se habría quedado allí prendido eternamente.
Los dos la mirábamos excitados, esperando que aquello siguiera y entonces Blanca, haciendo un delicioso mohín, hizo como si cediera.

 

Vale, vale, ya voy – dijo.

 
Inesperadamente, llevó sus manos hasta mi entrepierna, y hábilmente, comenzó a desabrochar los botones. Cuando terminó, me dijo:

 

Ponte de pié.

 
Yo obedecí como un rayo y una vez levantado, Blanca me bajó pantalones y calzoncillos de un tirón hasta los tobillos, apareciendo ante ella mi verga enhiesta.

 

¡Vaya, vaya! – exclamó – ¡Estás hecho todo un hombrecito!

 
Delicadamente, posó una mano sobre el endurecido tronco, y la deslizó sobre él, tirando de la piel del capullo hacia atrás, descubriendo el rojo glande por completo. Las rodillas me temblaban.

 

Está muy bien, de verdad – dijo sin desclavar la mirada de mi pene.

 
Le dio un par de sensuales sacudidas más y entonces, ante mi profundo desencanto, lo liberó, girándose en el asiento hacia Antonio para repetir el proceso.
Entonces nos llevamos una sorpresa, pues al mirar a Antonio comprobamos que él, sin poder esperar más, se había quitado los pantalones por completo y esperaba de pié, en posición de firmes, detrás de Blanca, enarbolando una tremenda erección. Ni Blanca ni yo habíamos notado los movimientos de Antonio, así que cuando Blanca se volvió y al estar sentada, se encontró frente a frente con la dura polla del chico.

 

¡Coño! – exclamó Blanca sorprendida – No aguantabas más ¿eh?

 
Antonio tenía los ojos clavados en el suelo, avergonzado, pero Blanca sonreía, encantada por el efecto que producía en el mozo.

 

A ver, a ver… – canturreó – ¡Es más grande que la tuya, Oscar!

 
Mientras decía esto, estiró la mano midiendo la longitud de la verga de Antonio. Más de un palmo le salía. Yo sentí un pinchazo de envidia, que me llevó a contestar.

 

Claro, pero es que él es mayor que yo.

 
Blanca me miró sonriente, consciente de ser ella ahora quien controlaba la situación.

 

Tranquilo, si no pasa nada. La tuya también es magnífica. Vamos sentaos.

 
Mientras decía esto, palmeó sobre el asiento a su lado. Como dos rayos, nos sentamos cada uno en nuestro sitio, esperando a volver a notar el maravilloso contacto de sus dedos sobre nuestros excitados miembros.
La chica no se hizo mucho de rogar, pues instantes después, sus manos se apoderaron de nuestros instrumentos, apretándolos con fuerza para constatar su dureza.

 

Uy, uy, uy, ¡cómo estamos! – dijo con voz de zorra.

 
Miré a Antonio y vi que había echado la cabeza un poco hacia atrás, y que había cerrado los ojos, sintiendo mejor la caricia que Blanca le proporcionaba. Ella, por su parte, comenzó a cumplir su parte del trato, deslizando sus manos de forma fabulosa sobre nuestras pollas, pajeándonos con notable habilidad.
Antonio disfrutaba como un enano, pero para mí aquello no era para tanto. Aunque la chica me la meneaba muy bien, había algo en aquella situación que no acababa de gustarme. Así que, mientras Blanca seguía cascándonosla, yo le daba vueltas al coco buscando la respuesta de mi incomodidad.
¿Sería por Antonio? No, yo no era tan mezquino. ¿Entonces?

 

¿Te gusta? ¿Eh? ¿Te gusta? – le preguntaba Blanca a Antonio mientras lo masturbaba un poco más deprisa.

 
Antonio, con los ojos cerrados, asentía vigorosamente, mientras bufaba y resoplaba como un burro.

 

¡Uf! ¡Uf! ¡Joder! – gemía el pobre chico.

 
Blanca, con una sonrisa de triunfo imponente, se la machacaba con furia, mientras le decía toda clase de obscenidades.

 

¿Te gusta, cabrón? ¡Claro que sí! ¡Esta va a ser la mejor paja de tu vida! Apuesto a que jamás te has hecho una como esta ¿eh?

 
Entonces se volvió hacia mí, aumentando el ritmo de mi cascote.

 

¿Y tú qué, cerdo? Te crees que lo sabes todo, ¿eh? Y mírate, ahí resoplando. ¿Te gustaría que parase, eh? ¿Qué me dices, paro?

 
Yo negué con la cabeza. Desde luego no quería que parara, y justo entonces caí en la cuenta. Yo había traído allí a Blanca con el objetivo de probar algo nuevo. Dominar y mandar, pero no sabía muy bien cómo, la chica le había dado la vuelta a la tortilla y se había hecho con el control. Era eso lo que me molestaba.
Tras comprenderlo, decidí que aquello no iba a terminar así.

 

¡Joder! ¡Joder! ¡JODER! – aullaba Antonio.

 
Entonces se me ocurrió una idea. Con mis manos, sujeté la de Blanca que agitaba mi instrumento, deteniéndola.

 

¿Qué haces? – dijo ella sorprendida.
Espera, Blanca, espera. Mira a Antonio, está a punto de reventar.
Ya lo sé, le queda poco.
Entonces, ¿por qué no le haces un favor? Tú podrías hacer que no olvidara esto jamás.
Seguro que no se va a olvidar – respondió ella sonriendo.

 
Pero, intrigada por mis palabras, no pudo resistirse a preguntar:

 

¿Qué quieres que haga?

 
Me acerqué hacia ella y le susurré al oído.

 

Acábale con la boca.

 
Tras decírselo me aparté y le guiñé un ojo. Ella se quedó callada, mirándome. Volví a acercarme y le dije:

 

Vamos, no me dirás que nunca lo has hecho. Venga, mírale, tú le gustas mucho y sería increíble para él.

 
Blanca lo sopesó un segundo, mirando a Antonio que disfrutaba ajeno de todo. Por fin, se decidió.
Sin decir nada, se levantó, soltando nuestras pollas. Antonio abrió los ojos, muy sorprendido, gimiendo con voz lastimera:

 

¿A… adónde vas?
Shhhisst. Tranquilo. No me voy a ningún lado.

 
Mientras decía esto, Blanca se arrodilló delante de Antonio, que la miraba con ojos como platos. Posó entonces sus manos en los muslos del chico, y comenzó a acariciarlos libidinosamente, mirando con fijeza el rostro del aturdido muchacho. Entonces, sin apartar los ojos, hundió su cara entre las piernas de Antonio, engullendo su verga por completo.

 

¡OH DIOS! – gritó mi amigo.

 
Antonio me miró con expresión desencajada, con la boca abierta. Su cara parecía preguntarme si yo podía creer lo que estaba pasando, pues desde luego él no se lo creía. Yo le miraba divertido, contento de que lo estuviera pasando tan bien.

 

Y mejor que se lo va a pasar – pensé.

 
Aprovechando que me habían dejado de lado, me despojé de la ropa, quedando completamente desnudo, aunque ninguno de los dos se dio cuenta.
 
Las manos de Blanca, estiradas hacia arriba, acariciaban el pecho de Antonio, para a continuación deslizarse hacia abajo para recorrer sus muslos. Antonio se reclinó un poco hacia atrás, apoyando las manos en la alpaca para no caerse de espaldas. De la polla del chico se ocupaba exclusivamente la boca de Blanca, que subía y bajaba con ritmo enloquecedor sobre ella.
Es estúpido reiterar lo bien que Antonio se lo pasaba, pero lo hago para que se hagan una pequeña idea. Se notaba que estaba a punto de entrar en erupción. No faltaba ni un segundo.
Blanca, experta en esas lides, también lo percibió, y comenzó a retirarse de la polla, para evitar la inminente avenida. Ese fue el instante que yo esperaba. Cuando la chica comenzó a deslizar sus labios sobre la torturada polla de mi amigo para sacársela de la boca, yo me abalancé sobre ella y, sujetándola por la nuca con ambas manos, apreté su rostro contra la ingle del chico, haciendo que el rabo volviera a hundirse hasta el fondo de la garganta de Blanca.
Ella, sorprendida, intentó apartarse, apoyando las manos en los muslos de Antonio y empujando, pero yo era más fuerte y además su postura no la dejaba hacer demasiada fuerza.

 

¡UUUUMMMMM! – jadeaba Blanca con la verga enterrada hasta el esófago.
¡COÑO! ¡COÑO! ¡COÑO! – aullaba Antonio.

 
Yo no decía nada, pero estaba cachondo perdido. Me gustaba aquella sensación de poder.
Blanca seguía tratando de apartarse cuando la picha de Antonio comenzó a vomitar su carga. Poderosos lechazos fueron disparados directamente en la garganta de la chica, que luchaba, medio ahogada, por escapar de mi presa.
Antonio era, sin duda, el que mejor se lo pasaba. Disfrutando enormemente con aquello, y bramando como un bisonte, decidió colaborar, y llevó sus manos hasta la cabeza de Blanca, que sujetó ayudando a las mías, con lo que la chica perdió cualquier oportunidad de escapar de allí.
Antonio farfullaba incoherencias mientras se descargaba por completo en la boca de Blanca. Por fin, su cuerpo fue relajándose, señal inequívoca de que había terminado. Sus manos se deslizaron de la cabeza de Blanca, quedando apoyadas en la alpaca. No sé si le dio un mareo o qué, pero lo cierto es que se dejó ir hacia atrás, quedando tumbado en el asiento, con medio cuerpo colgando por el otro lado.
Yo liberé por fin a la cautiva, que se apartó bruscamente de la menguante polla, escupiendo pegotes de semen y dando arcadas. Quedó allí, sobre el suelo, a cuatro patas, con sus exquisitos senos colgando, mientras se esforzaba en expulsar la mayor cantidad posible de esperma.
Alzó los ojos y los clavó en mí, mirándome con odio. Ambos éramos conscientes de que una buena parte de la corrida de Antonio había sido tragada por completo.

 

Hijo de puta – siseó con un hilo de voz.
Sí, tienes razón – asentí – Pero no irás a decirme que no te ha gustado.

 
Súbitamente, Blanca se incorporó y se abalanzó contra mí, con las uñas engarfiadas, mientras sus tetas bamboleaban al compás de la arremetida. Yo, que me lo esperaba, simplemente la esquivé, de forma que la chica cayó despatarrada al suelo.
Sin darle tiempo a que se recuperara, me arrojé sobre ella, sentándome sobre su espalda, pues estaba boca abajo. Rápidamente agarré sus manos y las torcí hacia atrás, doblándoselas en la espalda, hasta que en su cara se notó un rictus de dolor.

 

¡Ay! ¡Suéltame cabrón! – gritó.
Shiissst – siseé – Ahora te vas a estar tranquilita y lo pasarás bien.
¡Que me sueltes!

 
Yo, por toda respuesta, retorcí un poco más su brazo, arrancándole un nuevo gritito de sorpresa y dolor.

 

¡Me vas a romper el brazo!
Pierde cuidado, que no lo haré. Pero tampoco voy a dejar que te muevas.

 
Entonces me di cuenta de que Antonio estaba de pié, a mi lado. Sin darle tiempo a pensar, comencé a darle órdenes.

 

¡Sujétala Antonio!

 
El chico, un poco confundido, obedeció. Se arrodilló junto a nosotros y sujetó las manos de Blanca.

 

¡Soltadme, cabrones! – bufaba ella.
Oye, ¿qué vas a hacer? – preguntó Antonio, anonadado.
Tú tranquilo, confía en mí. Vamos a darle la vuelta.

 
Aunque éramos dos, nos costó bastante lograrlo, pues Blanca se defendía como gato panza arriba. Se retorcía como loca, mientras nosotros luchábamos por sujetar sus brazos y piernas.
Por fin lo conseguimos, quedando yo de rodillas junto a la cabeza de Blanca, manteniendo sus manos apretadas contra el suelo. Antonio sujetaba sus piernas, que se nos mostraban en todo su esplendor, pues la falda del vestido se le había subido hasta la cintura.
El chico miraba idiotizado la entrepierna de Blanquita, cubierta por unas bragas de color beige.

 

Vamos, Antonio, espabila – le dije – Siéntate encima y sujétale las manos.

 
Antonio me obedeció, y al ser su peso mucho mayor que el mío, logró controlar bastante bien a la chica.
Yo me levanté presuroso y fui hasta un armario de donde saqué unas cuerdas. Regresé junto a Antonio, y entre los dos, logramos que Blanca se pusiera de pié.
Ella siguió tironeando, furiosa, aunque, curiosamente, no gritaba pidiendo auxilio, sino que sólo nos insultaba y maldecía como un carretero.

 

¡Hijos de puta! ¡Os vais a acordar de esto ! ¡Cabrones!

 
Los guié de regreso a las alpacas, y la tumbamos a lo largo sobre ellas. Antonio, ya más colaborador (pues la situación comenzaba a excitarle), volvió a apoyar su peso sobra Blanca, manteniéndola bien sujeta. Yo, por mi parte, até una de las cuerdas a la puerta de una de las cuadras y después estiré el otro extremo hasta las alpacas.
Antonio, comprendiendo mi intención, me ayudó estirando uno de los brazos de Blanca y entre los dos, comenzamos a atarlo. Pero la otra mano de Blanca había quedado libre, así que empezó a golpear y a arañar a Antonio, que era el que estaba a su alcance; sin embargo, el chico no se inmutó.
Poco después, sujetábamos el otro brazo de la chica, atándolo con otra cuerda, de forma que sus brazos quedaban separados, en un ángulo de 120º.
A pesar de ello, Blanca no paraba de retorcerse y luchar, pero ya no tenía escapatoria posible. Antonio, que seguía sentado sobre ella, perdió un poco el control. Se deslizó un poco hacia abajo y tumbándose sobre la chica, hundió el rostro entre sus tetas, que comenzó a estrujar y chupar como loco.
Yo los miraba, contemplando la escena excitado. Mi cerebro pensaba que todo aquello no era necesario, que lo podría haber logrado por las buenas, pero aquel día estaba poseído, me gustaba aquello, así que, sacudiendo la cabeza, aparté de mi mente aquellos perturbadores pensamientos, decidido solamente a disfrutar.
Entonces, repentinamente, Blanca empezó a gritar.

 

¡SOCORRO! ¡AYUDA!

 
Era lógico que lo hiciera, pero aún así nos pilló un poco de sorpresa. Antonio, asustado, acertó a taparle la boca con sus manazas, mientras yo, como un rayo, rebuscaba entre mis ropas en busca de un pañuelo.
Cuando lo encontré, me acerqué a Blanca y apartando las manos de Antonio, se lo introduje en la boca, ahogando sus últimos gritos. Ella tironeó furiosa, mirándome con los ojos inyectados en sangre.

 

Vamos, vamos, no te enfades – le susurré tiernamente mientras le apartaba el pelo de la cara – Te has metido cosas mucho peores en la boca ¿verdad?

 
Ella forcejeó furiosa ante mi comentario. Yo me reí.

 

Bueno ¿y qué hacemos? – la voz de Antonio me sacó de mi ensimismamiento.
¿Cómo que qué hacemos? ¿Tú que crees? – respondí.
No sé… ¿Realmente era necesario todo esto? Las cosas iban muy bien…
Ya lo sé – le interrumpí – Pero así es más divertido ¿verdad?

 
Antonio me miró en silencio unos segundos. Después miró a Blanca, allí a su merced y decidió que yo tenía razón.
Me dirigí a los pies de Banca y la sujeté por los tobillos.

 

Ven aquí – le dije a Antonio.

 
Él obedeció con presteza, descabalgando a Blanca y situándose detrás mío.

 

Ahora vas a ver la obra más sublime de la madre naturaleza.

 
Diciendo esto, subí la falda y la combinación de Blanca de un tirón, enrollándoselas en la cintura. Ante nosotros volvieron a aparecer sus monumentales cachas, y arriba del todo, se adivinaba su chochito oculto por la ropa interior. Sin perder ni un segundo, le arranqué las bragas de un tirón, destrozándolas por completo y arrojándolas al suelo.
Los dos clavamos los ojos en el majestuoso coño que acabábamos de descubrir. Blanca pataleó furiosa, tratando de apretar los muslos para esconder su intimidad, pero a sus pies tenía a dos hombres con la mente cegada, así que, sin decirnos nada, cada uno se ocupó de sujetar una pierna, manteniendo así sus muslos separados y su coño bien abierto.

 

Mira, Antonio – dije – Esto es un pedazo de coño.

 
Me acordé entonces de las lecciones que me dio mi abuelo, usando como modelo el cuerpo de Loli y decidí hacer lo mismo por Antonio, aunque en versión abreviada.

 

¿Ves? – continué – Estos son los labios, que como ves se hinchan cuando la hembra está excitada.

 
Mientras le decía esto, recorrí los labios de la vagina de Blanca con la punta de un dedo. Era verdad que estaban excitados, de hecho todo el coño de la chica estaba húmedo, pues hasta el momento en que me puse violento, Blanca lo había pasado muy bien.

 

¿Ves los líquidos? Se nota que está muy mojada – proseguí – eso es porque está cachonda, deseosa de ser follada.

 
Ante mis palabras, Blanca agitó el cuerpo indignada. Por supuesto, ella no quería que las cosas fueran así, pero las reacciones inconscientes de su cuerpo decían otra cosa.
Antonio miraba muy atento, e inesperadamente, alargó un dedo y comenzó a recorrer el coño de Blanca, imitando lo que yo había hecho instantes antes.

 

Está caliente – susurró.
Mételo dentro, ahí sí que está caliente.

 
Sin vacilar, Antonio introdujo su dedo dentro de la vagina de Blanca, cuyo cuerpo se tensó al notarse penetrada.

 

Tienes razón, aquí está mas caliente y más mojado – dijo Antonio.
Te gusta ¿eh? – pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
Sí.
A ella también. Muévelo un poco más deprisa. Así muy bien.

 
Antonio, que era un buen alumno, comenzó a meter y sacar el dedo a mayor velocidad. Yo le dejé disfrutar un rato, con la intención de que también Blanca se pusiera un poco más a tono, pues aunque ella seguía forcejeando débilmente, se notaba que su cuerpo estaba comenzando a sentir placer con las delicadas caricias.

 

¿Y eso qué es? – preguntó entonces Antonio.
Es el clítoris – respondí.
¿Clítorin?
No, hijo, clítoris, con “s”. Mira, acarícialo, verás como le gusta.

 
Sin perder un segundo, Antonio llevó su mano hasta el clítoris de Blanca y empezó a frotarlo, aunque de manera un tanto brusca. A pesar de todo se notaba que la chica lo disfrutaba, pero aún así le indiqué al chico una manera más correcta de hacerlo.

 

No, no tan fuerte. Con delicadeza – le dije – Acarícialo con la punta de los dedos.
¿Así?

 
El instinto de Antonio le servía bien. Mientras con sus dedos estimulaba el sensible clítoris, llevó su otra mano hasta la raja, volviendo a hundir un dedo en su interior, liberando así la pierna de Blanca, pero ella no hizo ademán de volver a cerrarla.
Miré al rostro de Blanquita. Había cerrado los ojos y se notaba que, a su pesar, estaba empezando a pasarlo bien. A través del pañuelo escapaban tenues gemidos de placer que la chica no acertaba a sofocar.
Dejé que Antonio la pajeara un par de minutos más, hasta que mi excitación comenzó a hacer mella en mí.

 

Espera – le dije – Déjame ahora a mí.

 
Antonio dudó unos segundos. No quería apartarse de allí, pero finalmente, obedeció incorporándose. Ocupé yo entonces su lugar entre las piernas de la chica.

 

Voy a enseñarte cómo se hace con la boca – le dije.
¿Con la boca? – preguntó él extrañado.
Sí. Venga, ella te lo ha hecho a ti antes ¿no? Pues ahora nos toca a nosotros.

 
Sin decir nada más, enterré la cara entre sus muslos, besando aquel coño con lujuria. Ella, sorprendida ante la súbita invasión, no pudo evitar un espasmo, y apretó los muslos contra mis oídos, pero no tan salvajemente como lo hacía Brigitte. Yo, por mi parte, me dediqué con toda mi habilidad a comerle el coño, masturbándola furiosamente con dos dedos.
Mi mano chapoteaba ya en fluidos de hembra, que mi boca degustaba encantada. Mi lengua se movía como una serpiente entre los labios de la chica, lamiendo y probando hasta el último centímetro de aquel chocho. Mi otra mano acariciaba todo el cuerpo de Blanquita, sus piernas, su estómago, su pecho, deslizándose por todas partes.
Los gemidos provenientes de Blanca se acentuaron, haciéndose cada vez más sonoros, mientras la chica comenzaba a retorcerse de nuevo, pero esta vez de placer, no de ira.

 

Parece que le gusta, ¿eh? – oí la voz de Antonio de repente.

 
Yo no contesté, pues estaba muy ocupado conduciendo a Blanca hacia su primer orgasmo de la tarde. Cuando llegó, fue fuerte e intenso; Blanca se agitó en estremecedoras oleadas de placer, que tensaron su cuerpo haciendo que despegara el trasero de su asiento, combando la espalda de forma incontrolada.
Yo, satisfecho, aparté la boca de su coño, pero sin dejar de masturbarla, para que Antonio pudiera observar bien los efectos de una corrida femenina. Desde luego, el chico no se perdía detalle.

 

¡Joder! – exclamó – ¡Cómo se pone!
¿Lo ves? Ya te dije que lo pasaría bien.

 
Seguimos mirándola durante un par de minutos más, mientras los últimos calambres del orgasmo agitaban el cuerpecito de Blanca. Noté entonces que Antonio, excitadísimo, había llevado una mano hasta su polla, masturbándola cansinamente.

 

No seas tonto – le amonesté – ¿Te vas a cascar una paja teniendo a esta tía a tu disposición?

 
Hasta ese instante había pensado en ir yo primero, pues al fin y al cabo Antonio ya se había corrido, pero viendo su lamentable estado, decidí, como buen amigo, cederle el turno.

 

Anda, ven. Será mejor que acabemos de una vez, porque si no vas a explotar – le dije.
¿Cómo? – preguntó él, confuso.
Ven aquí.

 
Le guié hasta situarlo de nuevo entre las piernas de Blanca. Ella estaba muy mojada por el orgasmo que acababa de experimentar y desde luego, Antonio estaba listo.

 

Mira – le dije – Ahora lo que tienes que hacer es colocarla en la entrada del coño, como hiciste antes con el dedo, y después, la vas metiendo poco a poco.

 
Antonio obedeció medio alelado. Como las alpacas eran bajas, arrodillándose obtenía una buena postura de acceso, así que él así lo hizo. Se agarró entonces la polla por la base, y, con torpeza, empezó a apuntarla a la entrada del chocho de Blanquita.

 

Así, bien – le guiaba yo – Ahora sepárale un poco los labios, así. Ahí está la entrada, ¿la ves? ¡Ahora! ¡Ahí, empuja!

 
Como un animal encelo, y demasiado violentamente, la verga de Antonio invadió su primer coño. Blanca, que hasta ese instante había permanecido tumbada, quieta, despertó de repente, tensando el cuerpo enormemente, al sentir cómo la polla la taladraba sin compasión.

 

¡OH, DIOS MÍO! ¡QUÉ BUENO! – gritó Antonio.
Ughghghhh – gemía Blanca.
¡Tío, no seas bestia, que la vas a partir! ¡Con más cuidado hombre! – le amonesté yo un tanto preocupado.

 
Antonio me miró sorprendido, algo turbado por el fallo que acababa de cometer. Yo me acerqué al rostro de Blanca y le susurré:

 

¿Te ha hecho daño?

 
Ella asintió con los ojos cerrados.

 

Perdónale, es un poco inexperto. Mira, si me prometes no gritar, te quitaré el pañuelo.

 
Ella volvió a asentir, así que le saqué la tela de la boca.
Blanca me miró con los ojos llorosos. Pareció ir a decir algo, pero súbitamente, Antonio comenzó a bombearla, sin esperar instrucciones ni nada, atendiendo tan sólo al instinto. De todas formas, parecía que aquello se le daba un poco mejor, pues Blanca no pudo evitar proferir un gemido de placer.

 

¡AAHHHHH!
Me alegro de que te guste. Lo estás pasando bien ¿eh? – le susurré.

 
Ella me miró, y en sus ojos ya no leí odio o enfado, sino sólo confusión.

 

¿Por qué? – dijo – ¿por qué lo has hecho así?

 
Yo me senté junto a su cara, acariciándole el cabello. Bueno, en realidad mi mano estaba quieta, y era su cabeza la que se movía a consecuencia de los empellones que el resoplante Antonio le propinaba.

 

Venga, no te enfades. Tú ya sabías que íbamos a acabar así ¿verdad? Yo sólo he querido probar una cosa diferente.
¿El qué? ¿Violarme? ¡AAAAHH! – un buen empujón de Antonio se había producido.

 
Miré al chico, cuyo culo seguía moviéndose espasmódicamente sobre Blanca. El seguía arrodillado entre sus piernas, bombeando sin descanso, mientras sus manos se habían apoderado de las tetas de la chica, amasándolas con pasión.

 

Si quieres verlo así – continué – Pero tómatelo como una nueva experiencia. Mira, yo sabía que a esas alturas deseabas que esto pasara. Sólo decidí ahorrarnos un buen rato de tira y afloja y de charla. Pero tranquila, no vamos a hacerte daño. Lo vas a pasar muy bien.

 
Sin esperar respuesta, la besé profundamente, hundiendo mi lengua en su boca. Sus labios se apretaban contra los míos cada vez que Antonio le propinaba un culetazo, con lo que besarnos era un tanto difícil. Excitado a más no poder, decidí probar una cosa nueva.

 

Echa la cabeza hacia atrás – le dije a Blanca.

 
Hice que doblara el cuello hacia atrás, con la cabeza colgando fuera de las alpacas. Me arrodillé entonces entre sus brazos abiertos, de forma que mi erección quedó justo frente a su boca. Ella comprendió mis intenciones y me dijo:

 

Si lo haces te morderé.

 
Yo la miré un segundo y respondí.

 

No creo que lo hagas.

 
Y sin mas miramientos, hundí mi verga en las profundidades de su garganta. Efectivamente, no me mordió.
Así empezamos a follar los tres. Antonio, empujando y bombeando en el coño de Blanquita, y mientras, su boca era follada por mi propia picha. Y miren bien que digo follada, pues aquello no era una mamada, sino un polvo en toda regla, pues era yo, el que moviendo las caderas, hundía y extraía mi rabo de la boca de la chica.

 

Antonio – acerté a jadear – Cuando vayas a correrte, no lo hagas dentro, que puede quedarse preñada.

 
Mi amigo, cada vez más próximo al clímax, asintió mientras apretaba los dientes.
Noté que el cuerpo de Blanca se convulsionaba una vez más, creo que experimentando un nuevo orgasmo. Aquello fue demasiado para Antonio, que de pronto, profiriendo un fuerte bramido, se desprendió del cuerpo de Blanca, cayendo sentado al suelo. Se agarró la polla y, tras un par de sacudidas, comenzó a correrse nuevamente, poniéndose pringado de semen.
Yo, notando también próximo mi clímax, decidí retrasarlo un poco, así que se la saqué de la boca a la extenuada muchacha. Al hacerlo, un hilillo de saliva quedó prendido desde sus labios a la punta de mi cipote, lo que me resultó de lo más erótico.
Como un rayo, rodeé el cuerpo de Blanca y ocupé el puesto de Antonio, clavándosela de un tirón, aunque con mayor delicadeza de la antes exhibida por el caliente chico. Así que retomé la follada, esta vez por una vía más normal, y segundos después, comencé a arrancarle gemidos de placer a la pobre Blanquita.

 

¡Ah! ¡Umm! ¡AHH! ¡Oh, Dios! – gemía la chica.
Bueno, me alegro de que lo pase bien – pensé.

 
Y volví a sumergirme en la follada. Estuve tirándomela durante un par de minutos más, hasta que mi orgasmo se precipitó imparable. Me pilló muy de sorpresa, pues apenas lo noté venir. Como pude, la saqué del coño de Blanca y la dejé recostada sobre su ingle, sin parar en ningún momento de frotarla entre sus labios vaginales. Así, cuando llegaron los lechazos, todos fueron a impactar sobre su estómago o a perderse en la mata de pelo que había sobre su raja. Una corrida muy buena, sí señor.
Cuando acabé, me dejé caer de culo al lado de Antonio, quedándonos los tres descansando durante unos segundos.

 

¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? – le pregunté a Antonio.
Ha sido increíble – contestó él, risueño.
¿Verdad que sí? Ya te dije que ibas a pasártelo muy bien.
¿Y ella? – preguntó Antonio.
Ella también ha disfrutado, aunque nunca lo admitirá.

 
Entonces se oyó la voz de Blanca.

 

Si habéis terminado, soltadme por favor.

 
Me puse a cuatro patas y, gateando, me acerqué de nuevo a ella.

 

¿Y qué te hace pensar que hemos terminado? – le dije.
Vamos – dijo ella tratando de aparentar serenidad – Ya os habéis divertido bastante. Ahora soltadme.
De eso nada, aún vamos a divertirnos un poco más.

 
Mientras decía esto, llevé una mano hasta las tetas de Blanca, que comencé a estrujar con deseo.

 

Ya te he dicho antes que tienes unas tetas magníficas ¿verdad? – le dije.
Vamos, suéltame – dijo ella sin hacerme caso – Antonio por favor…

 
Antonio se había acercado a nosotros y la miraba con lujuria. Su polla, aún no enhiesta, estaba empezando a despertar.

 

Por favor, señorita Blanca – dijo Antonio – Un poco más.

 
Bruscamente, se dejó caer de rodillas junto a la chica y atrapó uno de sus pezones con los labios. Sin dudarlo, llevó una mano al coño de la chica y volvió a acariciarlo. Aprendía rápido.

 

Por favor… ¡AHH! No… Ya no más… ¡AAAAHH! ¡Basta! – gemía Blanca, haciéndose sus gemidos cada vez más profundos.

 
Decidí seguir el ejemplo de Antonio, y arrodillándome al otro lado de Blanca, me dediqué a chupar su otro pezón, mientras llevaba también una mano al chocho de la chica. Ella, al ser lamida y masturbada por dos hombres a la vez, no pudo aguantar mucho rato sin empezar a jadear y gemir de placer.

 

Noo… Soltadme… ¡AHHH! ¡Por favor! ¡NOOOO!

 
Pero ninguno de los dos la creímos, así que seguimos pajeándola un buen rato, hasta que noté que estaba a punto de alcanzar el clímax. Entonces me detuve y paré a Antonio. Él me miró extrañado, y yo, en silencio, le indiqué que mirara a Blanca.
Estaba como poseída, caliente a más no poder. Se retorcía como una culebra, frotaba sus muslos entre si, tratando de estimularse ella sola, ya que nosotros no seguíamos con la tarea. Antonio también estaba muy excitado, diría que incluso embrutecido por la situación, así que, como un autómata, volvió a dirigirse a la entrepierna de la chica, dispuesto a clavársela otra vez.
Entonces fue cuando nos interrumpieron.

 

Vaya, vaya, menuda fiestecita tenéis montada aquí.

 
Tanto Antonio como yo nos quedamos lívidos del susto. Miramos ambos en la dirección de la que provenía la voz, y para mi alivio, nos encontramos con mi sonriente abuelo, que había penetrado en el establo sin que ninguno nos diésemos cuenta.
Yo me quedé más tranquilo al comprobar de quién se trataba, pero no así Antonio, que veía que como mínimo le iban a poner de patitas en la calle. Tembloroso, trató de balbucear una estúpida disculpa, pero mi abuelo no prolongó su tortura.

 

Tranquilo, chico – le dijo – Que no pasa nada, hombre. Mientras estés con mi nieto puedes divertirte tanto como quieras.

 
Mientras hablaba, tenía los ojos clavados en la chica. Acercándose, la tomó de la barbilla y volvió su rostro. Comprendí que hasta entonces ignoraba la identidad de la mujer, pues el revuelto cabello tapaba su rostro.

 

¡Coño, Blanca! – exclamó el abuelo – ¡Si eres tú! No me imaginaba que te gustaran estas cosas.

 
Blanca reaccionó entonces. Hasta ese instante no se había apercibido de que alguien más había llegado, totalmente concentrada en tratar de correrse. Así la había encontrado el abuelo, gimiendo y jadeando como una cerda mientras apretaba las piernas para darse placer. Cachonda perdida, vaya.

 

Suélteme, por favor – atinó a decir la chica – Estos cerdos me han forzado.
Bueno, bueno – dijo mi abuelo incorporándose un poco – Soltadla, rápido.

 
Antonio y yo obedecimos con presteza, liberándole cada uno un brazo. Blanca se sentó sobre las alpacas, frotándose las doloridas muñecas con expresión de enfado. Súbitamente, se puso en pié y me abofeteó con fuerza, repitiendo a continuación el proceso con Antonio.
Tratando de aparentar dignidad, comenzó a tratar de componer sus ropas, mientras hablaba con el abuelo.

 

Gracias a Dios que ha aparecido usted – le dijo – Si no, no sé que habría podido pasar.
Me parece que ya ha pasado de todo ¿no? – respondió el abuelo riendo – además, ¿quién te ha dicho que te vistas?

 
Blanca lo miró alucinada. Yo, que por un momento había temido ver finalizada la diversión, sentí renacer mis esperanzas.

 

Sujetadla chicos – nos dijo mi abuelo.

 
Rápidos como rayos, Antonio y yo la sujetamos cada uno por un brazo, expectantes para ver lo que iba a hacer el abuelo. Blanca, viéndose perdida, comenzó a tratar de zafarse de nosotros tironeando con fuerza, pero la teníamos bien sujeta.

 

Pero, por Dios, ¿qué hace usted? – gimoteaba Blanca – Creía que iba a ayudarme.
Y a ayudarte voy, hijita – respondió mi abuelo – Mírate, el coño te chorrea, estos dos te han dejado a medias, así que voy a demostrarte de lo que es capaz un auténtico hombre.
Por favor… – insistía ella.
Vamos, nena, vamos. Con la de veces que hemos hecho esto tú y yo. ¿Te vas a echar atrás ahora?

 
Antonio, al enterarse de lo de Blanca y el abuelo, comprendió por fin de qué clase de zorra nos estábamos encargando. Así que sujetó a la chica con nuevos bríos, decidido por fin a no echarse atrás pasara lo que pasara.

 

Por favor, no…
Además, Blanca, tu mamá ha resultado ser una experiencia un tanto insatisfactoria. Sólo se ha dejado echar uno rápido, ahí en la arboleda, y no estoy tranquilo del todo. No me negarás que lo justo es que sea su hija la que arregle tan lamentable incidente ¿no?

 
Blanca aún se resistía, aunque se veía en su mirada que sabía que no le quedaba opción. Antonio y yo pensábamos que el abuelo nos haría tumbarla en el suelo, pero él tenía otra idea en mente.

 

Sujetadla bien – nos dijo.

 
Procedió entonces a abrirse el pantalón, desabrochando los botones de la bragueta. Como pudo, extrajo por el hueco su tieso miembro, con el capullo colorado rezumante de líquidos preseminales.
Entonces hizo algo inesperado. Cogió a Blanca por los muslos y la levantó, dejándola tumbada en el aire. Es decir, la chica quedó como si fuese en una camilla, mientras Antonio y yo la sosteníamos por los brazos, mi abuelo hacía lo mismo por los muslos. Y así, en esa extraña postura, la penetró de un tirón.

 

¡UAAAHHHHH! – aulló Blanca.
¡Joder! ¡Qué bueno! – exclamó el abuelo – ¡Siempre había deseado hacer esto!

 
Entonces echó el culo para atrás y volvió a empalar a Blanquita con fuerza, comenzando a continuación a horadarla sin compasión.

 

¡Coño! ¡Es genial! ¡Qué mojada está!

 
Antonio y yo seguíamos sosteniéndola en alto, mientras contemplábamos la escena hipnotizados. Los pechos de Blanca botaban embravecidos, al ritmo que marcaban los culetazos del abuelo. Él la sostenía por los muslos, de forma que las pantorrillas de la chica colgaban junto a los costados del viejo. Con cada empellón, los pies de ella bailaban, pues pendían laxos a su lado.
El abuelo seguía y seguía, follándola con lujuria. Se veía que estaba disfrutando, pues no paraba de proferir obscenidades.

 

¡Qué bueno es esto! ¡Follar así es un portento! ¡Esto hay que repetirlo! ¡Nunca me había parecido tu coñito tan bueno, Blanca! ¡Lo único que lamento es no tener cuatro manos para sobarte esas tetazas!

 
Y venga a follarla, y venga a penetrarla. Mientras, la chica era incapaz de resistir el gustazo que el abuelo le estaba suministrando, así que gemía y jadeaba de manera incontrolada.

 

¡AAAHHH! ¡DIOS! ¡Me rompes! ¡ME ROMPES!

 
Sus gritos nos ponían a todos a cien. Ni que decir tiene que las vergas de Antonio y la mía habían recobrado su tamaño óptimo, pero no podíamos hacer nada, pues teníamos ocupadas las manos en evitar que de un empellón, el abuelo estampara a Blanca contra el suelo.
No sé cuantas veces se corrió Blanca en el proceso, pero creo que al menos un par. Al final, ya ni gemía ni nada, sino que solamente respiraba con dificultad, sintiendo hasta el último instante de aquel devastador polvazo.
Tras minutos de intenso folleteo, y cuando pensaba que ya no podría aguantar más a Marta por el intenso dolor que empezaba a sentir en los brazos, mi abuelo comenzó a dar muestras de inminente orgasmo.

 

Me voy… ¡Me voy! ¡ME VOYYYYYY!

 
De repente, desclavó a la chica y la soltó bruscamente. Ella aterrizó de culo en el suelo, aunque Antonio y yo seguíamos sosteniéndola. No tuvo ni que tocársela siquiera, pues la polla del abuelo entró en erupción ella solita, disparando tremendos pegotes de leche sobre el torso desnudo de Blanquita, que enseguida quedó pringosa.
Cuando el abuelo acabó, soltamos por fin a la chica, que se derrumbó como un saco de patatas a nuestros pies, totalmente exhausta.
Nosotros nos quedamos allí de pié, jadeantes, con un calentón de narices, esperando acontecimientos.

 

Joder, ¡qué maravilla! – dijo el abuelo – ¡Tenéis que probarlo chicos!
Pues me parece que con Blanca no va a poder ser – respondí yo.

 
Y es que la chica permanecía tumbada en el suelo, medio inconsciente, completamente ajena a todo lo que pasaba a su alrededor.

 

Coño, creo que nos hemos pasado – dijo el abuelo.
Un poco, sí.

 
Y nos echamos a reír. El único que no tenía ganas de reír era Antonio, que llevaba una empalmada de narices y veía que se iba a quedar con las ganas.

 

Abuelo, hay que ver cómo eres. Vienes, te la tiras y nos dejas a nosotros a medias – le dije.
Tienes razón. Habrá que hacer algo para remediarlo – dijo enigmáticamente mientras se guardaba su cansada verga en el pantalón.

 
Se acercó a Blanquita y le acarició cariñosamente la cabeza.

 

Pobrecita. Ha sido demasiado para ella. ¿Cómo se os ha ocurrido hacerle esto? – dijo el abuelo mirándonos.
Ha sido idea mía – me apresuré a decir – Quería probar algo nuevo, ya sabes. Cómo sería dominar por completo.
¿Y qué tal?
Ha sido muy excitante, pero no muy satisfactoria, pues la chica está reventada y yo aún tengo ganas de marcha.
Ya veo, ya. Bueno, trataré de hacer algo con eso. Quedaos aquí y cuidadla bien.

 
El abuelo se levantó y se dirigió a la salida, pero Antonio corrió tras de él y le detuvo.

 

Jefe – le dijo con expresión preocupada – ¿Nos pasará algo por… por todo esto?
Tranquilo muchacho. Esa chica es una auténtica come hombres. Una pequeña lección no le hará ningún mal. Pero no os acostumbréis a tratar así a las mujeres ¿eh?
No, señor no – dijo Antonio.
No, tranquilo – respondí yo.
De acuerdo entonces. Esperadme aquí.

 
Y se marchó.
Antonio y yo nos quedamos allí con ella, en silencio, repasando mentalmente lo que acababa de suceder y haciendo suposiciones sobre lo que iba a pasar.

 

¿Adónde crees que ha ido? – preguntó Antonio.
No lo sé. Pero, conociendo al abuelo, seguro que nos gustará – respondí.

 
Antonio se acercó entonces a la desmadejada Blanca, y con ternura, comenzó a acariciarle el cabello.

 

Pobrecita – dijo – Nos hemos pasado. Yo no quería que esto fuera así. Nunca imaginé que mi primera vez sería de esta forma.
Mira Antonio – dije acercándome – En el sexo hay miles de maneras de disfrutar. Hoy hemos probado una diferente. Es cierto que hemos forzado a la chica, pero también lo es que ella estaba bien dispuesta a acostarse con nosotros, y en cuanto se recupere, seguro que lo verá así, pues no podrá negar que ha disfrutado.
Pero…
Pero nada. Además, esto no ha sido una violación en toda regla, sino más bien una representación. Ya has oído al abuelo, Blanca está más que harta de follar por ahí, esto sólo ha sido una nueva experiencia. Y nosotros no le hemos hecho daño ni nada.
Pero mírala, ahí en el suelo, agotada…
En eso sí tienes razón, anda, vamos a ayudarla – dije yo.

 
Entre los dos recogimos del suelo a Blanca, y la llevamos hasta las alpacas, tumbándola boca abajo sobre la manta. Antonio, cansado, se dejó caer junto a ella, sentándose en el suelo mientras yo hacía lo propio un poco más allá.

 

¿Y bien? ¿Qué te ha parecido? – pregunté entonces.
¿El qué? ¿El follar? – dijo Antonio.
¡Claro, hombre!

 
Me miró unos segundos antes de responder.

 

¡Ha sido genial! Te juro que nunca me había sentido así. Sentía la cabeza ida, como si estuviera en otro sitio. Mira, cuando ella me la tocó… Creí que me moría.
¿Ves? Y hasta ese momento no habíamos hecho nada malo. Ya te dije que sólo era cuestión de tiempo.
Bueno, pero esta vez no cuenta, porque todo lo has organizado tú. Yo sigo sin saber cómo tratar a las mujeres, qué decirles y eso…
Eso no es verdad. ¿No notaste cómo le gustaron a Blanca tus piropos? Mira, lo que puedo decirte de las mujeres es que les digas lo que sientes, la verdad. Ella notó que tus palabras eran ciertas, y por eso le gustó.

 
Antonio calló, sopesando mis palabras.

 

¿Y qué opinas de ella? – continué.
¿De Blanca? – respondió Antonio volviendo la vista hacia ella – Es preciosa…
Sí que lo es…
Aunque es un poco zorra ¿no?
Cierto.
Es… muy diferente a como me la imaginaba. Siempre pensé en ella como la perfecta señorita. Yo la veía por ahí, montando a caballo en la escuela, y siempre pensé que era absolutamente inalcanzable para mí, por eso, cuando empezó a tocarme… Me volví loco.

 
Mientras decía esto, Antonio había posado distraídamente una mano sobre una pantorrilla de Blanca, comenzando a acariciarla. A medida que iba hablando, deslizaba su mano en movimientos cada vez más amplios, llegando cada vez más arriba, de forma que, poco a poco, iba subiendo la falda de la chica.
Yo, desde mi posición, noté que Antonio estaba volviendo a excitarse, pues durante nuestra conversación, ambos nos habíamos relajado un poco. Ahora el chico volvía a embravecerse, y en breves instantes, había llevado de nuevo la falda de la chica hasta su cintura, dejando su trasero desnudo al descubierto.

 

¡Oh, Dios! – gimió Antonio, olvidándose por completo de mí y de la conversación.

 
Arrodillándose junto a la exánime Blanca, Comenzó a acariciarla por todos lados, hundiendo el rostro entre sus nalgas. Con las manos, separó un poco los muslos de la chica, para poder acceder mejor a su intimidad. Yo los contemplaba divertido.
Blanca se agitaba débilmente, despertando poco a poco de su sueño, encontrándose con que volvían a chuparla y a lamerla, si es que a esas alturas era capaz de discernir esas sensaciones. Antonio, cada vez más embrutecido, resoplaba como un animal en celo, sobando a la chica con rudeza, dispuesto a volver a metérsela en breves instantes. Entonces regresó mi abuelo.

 

Pase, Inmaculada, pase – escuché la voz del abuelo – Le juro que su hijita está aquí.

 
Alcé la vista y me encontré con que el abuelo había traído consigo a la mismísima señora Benítez, la mujer que lo había dejado a medias un rato antes. Comprendí entonces sus intenciones.

 

¿Y qué hace mi hija aquí? – respondió la señora Benítez – ¿Y dónde… ¡Oh!

 
La buena señora se quedó paralizada cuando nos vio. Se encontró con dos chicos desnudos, uno de los cuales se estaba literalmente comiendo a una mujer.

 

¡Dios mío! ¿Pero no es ese su nieto? – exclamó señalándome.
¿Ma… mamá? – gimió entonces Blanca, que creía haber escuchado la voz de su madre.

 
Entonces la señora Benítez descubrió quien era la chica desnuda y la mirada de horror que se dibujó en su rostro me conmovió y divirtió enormemente.

 

¡OH, POR DIOS! – gritó abalanzándose sobre Antonio.

 
Agarrándolo con fiereza por el pelo, lo apartó de su hijita de un brusco tirón, arrojando al desprevenido Antonio al suelo. Rápidamente, incorporó a su hija, abrazándola con fuerza, mientras lloraba a lágrima viva.

 

¡Blanca! ¡Cariño! – aullaba – ¿Qué te han hecho estos desalmados? ¿Estás bien? ¡Háblame! ¡Dime algo!

 
La pobre Blanca apenas tenía fuerzas para devolverle el abrazo a su madre, así de cansada estaba. Entonces, en un tono sorprendentemente normal, le dijo:

 

Sí, mamá, estoy bien, no me han hecho daño.
¿Cómo que no te han hecho daño? – gritaba la señora – ¡Mírate! ¿Te han violado? ¡Dime si te han violado! ¿Eres doncella todavía?

 
Eso fue lo que hizo que mi abuelo se echara a reír a carcajada limpia. Alucinada, la señora Benítez clavó los ojos en mi abuelo, con expresión de infinita sorpresa.

 

¿Se puede saber de qué se ríe? ¡Vamos! ¡Ayúdeme con mi hija! Y en cuanto a ese bastardo nieto suyo y ese… patán, no descansaré hasta verlos ahorcados, ¡fusilados!

 
Mi abuelo le respondió en tono conciliador, como si allí no pasase nada.

 

Vamos, vamos, querida Inmaculada. No se enfade tanto.
¿Có… cómo? – exclamó la pobre mujer, incrédula.
Que no hay razón para ponerse así – continuó el abuelo.
Pero, ¿qué dice? ¿Te has vuelto loco? – respondió la señora, empezando a tutear al abuelo sin darse cuenta.
Digo que su hijita y sus dos amigos simplemente han dedicado la tarde a pasar un rato agradable, nada más. Lo mismo que tú y yo hemos hecho Inmaculada.
Pero, ¡¿cómo te atreves?! – rugió la mujer – ¿Cómo puedes sugerir que mi niñita estaba aquí voluntariamente? ¡Está claro que estos monstruos la han violado! ¡Y por muy nieto tuyo que sea…
¡CÁLLATE! – gritó el abuelo – ¡Tu niñita no es más que una zorra! ¡Te sorprendería saber a cuántos hombres se ha tirado ya!
¡Mientes! – exclamó la madre de Blanca, con el rostro lívido por la ira – ¡Mentira!
Vamos, como si tú no supieras nada. Si quieres te cuento cómo estuvo persiguiéndome hasta que logró que me la follara. Sí, en serio, con ella no tuve que malgastar esfuerzo. Fue ella la que me perseguía. Una amiga suya le contó que yo me la había… ya sabes, y no descansó hasta que obtuvo su ración de rabo.
¡MIENTES!
Como quieras, si no me crees, pregunta a los criados de tu casa. Si quieres puedo presentarte a un par de recolectores de fruta de la fábrica de mi hijo que podrían contarte cosas muy interesantes de Blanquita.
No, no es verdad – gimió la señora Benítez.
¡Qué desgracia! Una hija puta y un hijo violador.
¿Cómo?
Sí, ¿o es que crees que no sé para qué me pidió prestado dinero tu marido hace un año? Esteban Campos era un buen trabajador, un buen labriego, pero dudo mucho que tuviera dinero suficiente de repente para comprar las tierras que tenía arrendadas. Eso sí, su hijita era muy guapa. Tu Ramón estuvo rondándola un tiempo ¿verdad? Pero dejó de hacerlo…

 
Yo estaba sin habla, contemplando atónito la escena. Me estaba enterando de cosas bastante sorprendentes en aquel establo. La verdad es que aunque mi abuelo tuviera controlada la situación, la llegada de la señora Benítez me había asustado bastante. Y no digamos a Antonio, que seguía tirado en el suelo sin atreverse a mover un músculo, contemplando asombrado la discusión.

 

Así que menudo par de hijos tienes – proseguía el abuelo – Aunque no me sorprende mucho, teniendo en cuenta a los padres. Tu marido no es más que un calzonazos impotente, y eso no son palabras mías, sino tuyas, y la madre es una zorra frígida, que está tan necesitada de echar un buen polvo que cuando se le presenta la ocasión ni siquiera es capaz de reconocerla. Pero eso tiene fácil solución… ¡Chicos, cogedla!

 
Antonio y yo, como rayos, nos levantamos y nos lanzamos sobre la señora Benítez, que desde luego no esperaba algo como aquello. Sujetándola por los brazos, la apartamos de su hija, que quedó tumbada en las alpacas, incapaz de mover un músculo.

 

Es toda vuestra chicos – dijo mi abuelo – Pasadlo bien.

 
Ella se resistió como una leona, tratando de golpearnos y arañarnos, pero nosotros éramos dos chicos jóvenes en celo, más fuertes y rápidos que ella, así que no tenía escapatoria.
Empujándola, conseguimos derribarla sobre un montón de heno, cayendo nosotros dos junto a ella, en un confuso montón de brazos y piernas. Ella intentaba apartarnos o hacernos daño, pero nosotros estábamos más pendientes de agarrarla por las partes de su magnífica anatomía que nos interesaban más.
Mientras luchábamos, conseguí deslizar una de mis manos por debajo de su falda, y con habilidad, la metí dentro de sus bragas, encontrándome con su poblado coño. Palpando, noté que tenía mucho vello, cosa que no me gusta demasiado, pero a esas alturas qué más daba.
Escuché entonces el sonido de ropa rasgándose, y levantando la vista de aquel confuso montón de gente, vi cómo Antonio había desgarrado la pechera del vestido y la combinación, dejando al descubierto las fenomenales domingas de la señora Benítez. Mi amigo, que se estaba convirtiendo en un fetichista de los pechos femeninos, se abalanzó sobre aquellas tetas como alguien perdido en el desierto sobre una botella de agua, y comenzó a estrujarlas y chuparlas con rudeza.
No sé muy bien cómo, pero la mujer logró apoyar una mano en la frente de Antonio, y haciendo fuerza, consiguió separar la ávida boca del muchacho de su tetamen, para después, con un hábil movimiento, abofetearlo con fuerza.
Antonio se quedó momentáneamente aturdido, y cuando por fin reaccionó, fue para devolver la ostia con violencia. La señora Benítez, que se había incorporado un poco, volvió a caer hacia atrás, enterrándose en el heno, mientras Antonio, decidido a que el incidente no se repitiera, cargó su peso sobre la señora, esto sin dejar de sobar y amasar las ubres.
Yo, viendo la situación controlada, decidí sumergirme bajo la falda de la señora, así que, levantando el borde con las manos, metí la cabeza debajo, buscando con fijeza el ansiado tesoro.

 

¿Qué haces? ¡Sal de ahí cabrón! – gritaba la señora Benítez.
¡Vamos Inmaculada, no te enfades! – exclamó mi abuelo – ¡Deja que el chico se divierta!

 
Y yo así lo hice. Deslizándome como una culebra entre las piernas de la buena señora, alcancé por fin mi objetivo. Como pude, ayudándome de manos y dientes, conseguí retirar la prenda íntima de la señora, y enseguida el potente olor de hembra penetró en mis fosas nasales, caldeando aún más mi cabeza si era posible.
Sin perder un segundo, hundí el rostro en aquella frondosa selva, buscando con mis labios y mi lengua la raja de la señora. Cuando la encontré, un espasmo sacudió el cuerpo femenino, que se agitó violentamente tratando de librarse de mi intrusa lengua, aunque le resultó imposible, pues mi boca era una ventosa adherida a aquel jugoso coño.
Chupé y chupé, deleitándome con el fuerte sabor de aquella mujer, mucho más vigoroso y penetrante que los que había probado anteriormente. Además, el comer un coño mientras su dueña no paraba de mover las piernas tratando de apartarse me gustaba, me embrutecía y me hacía chupar con mayor violencia, con mayor lujuria.

 

¡Cabrón! ¡Sal de ahí! ¡No… no me toques AHÍIIIIIIII! – aullaba Inmaculada.

 
Yo acababa de meter un par de dedos dentro de su coño, mientras mi lengua había hallada por fin su clítoris, gordo y duro, y lo chupaba con fruición. El chocho se le empapaba por momentos a la buena mujer, pero aún así ella seguía forcejeando.

 

¡Ay, no cabrón, no me muerdas!

 
Como quiera que yo no había mordido nada, supuse que Antoñito estaba pasándoselo en grande entre las tetas de la mujer. Yo, mientras, chupaba y bebía de aquel coño, recorriéndolo de arriba a abajo con la boca, mientras mis inquietos dedos chapoteaban en su interior.
Entonces pasó algo curioso y lógico al mismo tiempo. Noté que me faltaba el aire, el potente olor a hembra me sofocaba, y es que al estar debajo de la falda de la señora y completamente tapado por ella, había ido agotando el aire de la zona, por lo que, a mi pesar, tuve que salir de allí debajo jadeando profundamente.
Al salir, me encontré con que, efectivamente, Antonio seguía concentrado en el voluminoso pecho de la señora Benítez, cuya dueña ya no luchaba y forcejeaba con demasiada fuerza, pues las violentas caricias a las que estaba siendo sometida, comenzaban sin duda a gustarle, a juzgar al menos por el grosor de sus pezones y por la humedad entre sus piernas.

 

¡AHH! ¡CABRÓN! ¡NOOOOO! – gritaba.

 
Yo, deseoso de continuar mi labor, le subí la falda de un tirón, echándola sobre su torso desnudo. Al hacerlo, tapé parcialmente a Antonio, pero a él no le importó, absolutamente concentrado en comerse aquellas tetas.
Sonriente, miré hacia el abuelo, y lo que vi me sorprendió. No sé cómo, pero había logrado despertar parcialmente a Blanquita, que aunque seguía tumbada sobre las alpacas, se había incorporado lo suficiente como para hundir la cara en la entrepierna del abuelo, propinándole una lánguida mamada. El abuelo acompañaba el ritmo de la felación con una de sus manos, que reposaba sobre la cabeza de la chica. Sus ojos estaban clavados en la muchacha, pero en ese instante alzó la vista y me vio mirándoles, así que me saludó con un guiño y una sonrisa.
Yo decidí retomar mi tarea, así que me zambullí de nuevo entre los muslos de la mujer, los cuales, ante mi sorpresa, se separaron un tanto al notar mi presencia. Volví a pegar el rostro en aquel coño, retomando la comida y la paja, usando boca y manos con extrema habilidad. Poco después, la señora Benítez alcanzaba su primer y devastador orgasmo, pringándome la cara de líquidos de hembra, de olor y sabor mucho más fuertes que los que yo había probado hasta entonces.

 

¡UAHHHHH! ¡HIJO DE PUTA! ¿QUÉ ESTÁS HACIENDO? ¿QUÉEEEEE……? – aullaba la mujer.

 
De pronto, sus gritos se ahogaron en un extraño gorgoteo. Sorprendido, alcé la mirada separándome del rezumante chocho y comprobé que Antonio también le había cogido el truco al sexo oral, pues arrodillándose junto al rostro de Inmaculada, había hundido la verga bien adentro en la boca de la cada vez más cachonda señora.
Por un segundo temí que mi amigo fuera a llevarse un buen mordisco, pero no fue así, y no tardé mucho en constatar que la señora estaba empezando a propinarle al chico una formidable mamada.
Inmaculada llevó entonces una mano al trasero de Antonio, y empezó a marcar el ritmo de la felación; su otra mano se posó en la polla de mi amigo, acariciándola (huevos incluidos) por todas partes a medida que la boca chupaba y chupaba.

 

Pues vaya – pensé – Ya no se resiste tanto.

 
Como quiera que Antonio estaba muy ocupado, decidí que esta vez sería yo el primero en empitonar a la hembra, así que, ni corto ni perezoso, me situé entre el muslamen femenino y, apuntando el glande de mi cipote en la entrada del chorreante coño, lo penetré sin ninguna clase de problemas.

 

Urghrggllglg – gorgoteaba la señora con la polla enterrada hasta el fondo en la boca.

 
Completamente de acuerdo con ella, comencé a follarme aquel jugoso chocho. Como el cuerpo de la mujer era mayor que el mío, me dejé caer hacia delante, tumbándome sobre ella y sepultando la cara entre sus deliciosas ubres. Pude entonces constatar que eran estupendas, algo fláccidas y caídas, pero magníficas sin duda. Estaban un tanto maltratadas, pues se veían sobre ellas huellas de dientes y arañazos (Antonio se lo había pasado demasiado bien) y un poco mojadas de la saliva de mi amigo, pero a mí me daba lo mismo.
Chupé y chupé, mordí, lamí, estrujé, pero sobre todo, follé y follé, pues mi polla era un poderoso émbolo que martilleaba sin descanso el glorioso coño de la señora.
Se notaba que ella disfrutaba de lo lindo con aquel tratamiento, pues en los breves instantes en que se sacaba el instrumento de mi amigo de la boca, aprovechaba para dirigirme las más excitantes obscenidades que imaginarse pueda.

 

¡Así cabrón, no te pares! ¡Fóllame! ¡Fóllame! ¡PÁRTEMELO! ¡FÓLLAME HASTA EL FONOOOOOO!

 
Y claro, yo obedecía. Entonces la señora Benítez demostró que la acusación de frigidez que le había dirigido mi abuelo era infundada, pues durante aquel salvaje polvo se corrió al menos dos veces, bufando y gimiendo como una loca.
Antonio también pudo constatarlo, pues, aunque yo no sé lo que le haría la señora, cada vez que ella se corría, el que aullaba como un cerdo era mi amigo, gritando como un poseso.

 

¡DIOS! ¡SÍ! ¡ASÍIIIIIIIIIIIIII! – gritaba.

 
Y a la segunda fue la vencida, pues durante el segundo orgasmo de Inmaculada, también Antonio alcanzó la cima, y comenzó a correrse en la boca de la mujer. Ella, en absoluto sorprendida, se limitó a extraer la vomitante polla de su boca y a dirigir los últimos lechazos contra su propio rostro, aunque una buena parte de la carga hubiera sido ya tragada.
Yo, que estaba hecho un campeón, aún aguanté un poco más, aunque no demasiado. Seguí follándola durante un par de minutos más, antes de que mi polla estallara en un río de esperma, que derramé enfebrecido sobre el estómago de aquella grandísima zorra.
Extenuado, me dejé caer sobre el heno, tratando de recuperar el aliento. Por el rabillo del ojo, observé que mi abuelo seguía disfrutando de la mamada de Blanquita, aunque ahora había llevado una mano hasta el trasero de la chica y, metiéndole los dedos entre los muslos, la masturbaba con dulzura.
Yo estaba muy cansado, pero la señora Benítez quería más guerra. Completamente olvidados sus principios y su educación de señora distinguida, se había inclinado sobre el también exhausto Antonio, y trataba por todos los medios de devolver la vida al menguado instrumento de mi amigo.
Verla allí, tan zorra, a cuatro patas sobre el chico, chupándolo, acariciándolo y diciéndole guarrerías, hizo que un ramalazo de excitación recorriera mi cuerpo y comprendí que aún era capaz de más.
Gateé hacia la pareja, colocándome a la grupa de la señora. Comencé a acariciarle el trasero, lo que hizo que Inmaculada abriera un poco más los muslos. Yo aproveché el hueco para deslizar una mano hacia delante, frotándole y sobándole el chocho desde atrás, lo que provocaba sensuales gemidos de excitación en la mujer.
El tratamiento que le estaba propinando a Antonio era mano de santo, pues el vigor del joven volvía poco a poco, endureciéndole la polla. Cuando la tuvo razonablemente enhiesta, la señora Benítez se situó a horcajadas sobre él, y lentamente, se empaló por completo en el miembro de mi amigo, comenzando a mover las caderas en sensual vaivén.
Yo me había quedado parado, un poco apartado cuando la mujer se apartó de mí para clavarse la polla; pero ella no me había olvidado, así que, sin parar de follarse a Antonio, volvió el torso hacia mí y me indicó que me acercara. Yo obedecí rápidamente y me acerqué hasta ellos. Inmaculada me tomó por la muñeca y me hizo poner en pié, guiándome a continuación hasta quedar frente a ella. Sin mediar palabra, engulló mi picha de golpe, comenzando a proporcionarme una excitante mamada.
Noté entonces que no era muy diestra en esas cuestiones, se percibía que aquello no era algo que practicase muy a menudo, pero eso lo hacía todavía más excitante, así que, apoyando las manos en la cabeza de la mujer, me dediqué a disfrutar.
Ella se follaba cadenciosamente al resoplante Antonio, cuya cara de felicidad era tal que causaba risa. Después me contó que así descubrió una de sus posturas sexuales favoritas, con la mujer cabalgando encima, pues así era ella la que hacía el trabajo y las manos te quedaban libres para sobar su parte favorita de la anatomía femenina: las tetas.
Y de hecho, así lo hacía, mientras gemía y resollaba, las manos de Antonio habían subido por las caderas de Inmaculada hasta apoderarse de sus tetas, que acariciaba, sobaba y estrujaba con infinita pasión. Los pezones de la mujer era muy sensibles, y cada vez que Antonio los pellizcaba o estimulaba, deliciosos gemidos se derramaban sobre mi polla, que seguía bien hundida en la garganta de la guarra.
Volví a mirar al abuelo, y vi que la cosa seguía más o menos igual, aunque la postura había variado un tanto. Blanca, bastante más despierta, seguía tumbada, pero no boca abajo como antes, sino de costado, de forma que mantenía sus piernas bien abiertas, para que el abuelo pudiera pajearla sin obstáculos, ahora por delante. Mientras, la chica seguí chupando la verga del viejo, pero ahora de una forma mucho más activa, usando labios y manos alternativamente, lo que parecía encantar al abuelo.
Viendo que allí no precisaban de mi ayuda, volví a concentrarme en el trabajito que me estaban haciendo a mí, que era tan bueno que iba a llevarme a una nueva corrida en un par de minutos. Pero de eso nada, yo había decidido acabar a lo grande, y desde luego iba a hacerlo.
Súbitamente, me aparté de la mujer, sacándosela de la boca de un tirón. Ella me miró titubeante, preguntándome con la mirada que por qué le quitaba aquel delicioso caramelo.
Me acerqué a ella, y poniendo mis manos en sus hombros, la empujé hacia delante, haciendo que quedara completamente tumbada sobre Antonio. Con rapidez, me situé detrás de ella y metí una mano entre sus piernas, frotado su sobreexcitado coño, y notando que la polla de mi amigo seguía bien enterrada.
Me arrodillé entonces detrás de ella, y agarrándome la polla con una mano, la guié entre sus muslos, con el objetivo de probar un sencillo experimento. Así, que, mientras trataba de abrir bien sus labios vaginales con una mano, aposté mi polla en la entrada, y poco a poco, se la clavé también.
-¡NOOOOOOO! ¡¿QUÉ HACES?! ¡DOS NOOOOOOO! – aullaba.
¡Premio! A aquella puta le cabían perfectamente dos vergas en el coño. Yo notaba perfectamente el miembro de Antonio apretado contra el mío, perdidos ambos en el interior de aquella cueva de las maravillas.
Inmaculada, desencajada, gritaba y golpeaba con el puño contra el suelo, sorprendida y excitada a más no poder.

 

¡CABRONES! ¡ME LO VAIS A DESGRACIAR! ¡AY! ¡MI COÑO! ¡MI POBRE COÑOOOOOOOO!

 
¡Joder! Qué bueno era aquello. La verdad es que en aquella postura no podíamos movernos ninguno, pues de haber intentado un mete y saca sin duda mi polla hubiera sido expulsada. De todas formas, decidí prolongar aún aquellos intensos segundos, estrechándome fuertemente contra el cuerpo de la señora.
Fue fantástico. La señora Benítez estalló en un brutal orgasmo, su cuerpo se agitaba como poseído, y por desgracia, en uno de los culetazos que dio me hizo moverme hacia atrás, sacándosela de dentro.
Como loco, lo que hice fue hundir el rostro entre sus nalgas, buscando con mis dedos y mi lengua su salida trasera.

 

¡No! ¿Qué haces? ¡Ni se te ocurra! ¡ Por ahí no! – gritaba la señora Benítez al notar mis intenciones.

 
Pero todo esto lo decía mientras se corría como una burra y tras reanudar el vaivén de sus caderas sobre la polla de Antonio, que seguía bien enterrada en su coño.
De todas formas, yo no me habría dejado conmover, así que, cuando juzgué que estaba lista, situé mi capullo en la entrada de su ano y le metí cinco o seis centímetros.

 

¡UAAAAAAAHHHH! ¡HIJO DE PUTA! ¡MI CULO! ¡MI CULO! – se lamentaba Inmaculada.
Sí, tu culo – respondí yo – ¡Muévelo nena!

 
Y le palmeé con fuerza el trasero. Y así, en aquel fenomenal sándwich, seguimos follando durante un buen rato.
No sé si Antonio habría aprendido algo o si estaba demasiado cansado para correrse rápido, pero lo cierto es que me sorprendió lo mucho que aguantó el chico. Yo, que empezaba a considerarme algo así como el príncipe de las mujeres (algo que los años demostraron una utopía) no estaba de ninguna manera dispuesto a acabar antes, así que me costó Dios y ayuda aguantar.
Y es que el culito de la señora Benítez, a diferencia de su inmenso coño, era muy estrecho, y ceñía deliciosamente mi excitada verga. Así que tuve que regular el ritmo de mis embestidas para proporcionarle a la mujer el máximo placer posible mientras prolongaba mi propio orgasmo.
Por supuesto, esto hizo que la cachondísima hembra pudiera disfrutar de una follada larga, húmeda y habilidosa, lo que le proporcionó un buen número de orgasmos, aunque de menor intensidad que el anterior descrito.
Así que, cuando Antonio comenzó a farfullar y gritar que se estaba corriendo, experimenté un profundo alivio, pues por fin pude dar rienda suelta a mis instintos, que impelían a follarme aquel culo de la manera más fuerte y rápida posible.
Por la postura en la que estábamos y como yo no me quité de encima, Antonio no tuvo forma de sacarla del coño de la señora, así que se corrió bien adentro, gritando y jurando en arameo que aquello era lo mejor de su vida.
Un par de minutos después, seguí su ejemplo, me descargué bien adentro de aquella mujer, aunque lo hice en una vía mucho menos peligrosa. Mi polla vomitó los últimos restos de leche que quedaban dentro de mis testículos directamente en el culo de la señora, y cuando acabé, me derrumbé extenuado junto a ella.
Los tres nos quedamos allí, reventados, la mujer acostada sobre el pobre Antonio, sin que ninguno tuviera fuerzas para quitarla de allí. Yo respiraba agitado, tratando de despejar mi cabeza, mirando atontado a los lados.
Pude ver cómo del culo de Inmaculada surgían algunos restos de mi corrida, pero yo estaba demasiado cansado como para que aquello me excitase.
Entonces una sombra se cernió sobre mí. Miré y vi a mi abuelo inclinándose sobre mí, supongo que una vez consumada la mamada de Blanquita.

 

Vaya – me dijo – Esa posturita ya la habíamos practicado antes.
Bueno – jadeé – más o menos. Ya sabes, con tía Laura.
Sí, si me acuerdo. ¿Y qué tal?
Ha sido memorable. ¿Y decías que era frígida? – pregunté.
Bueno, ahora ya no lo es ¿eh?

 
El abuelo ayudó a la señora Benítez a descabalgar al agotado Antonio, que por fin pudo respirar tranquilo. La condujo entonces junto a su hija, que contemplaba la escena sentada sobre las alpacas, un tanto recuperada.
Ayudada por mi abuelo, condujo a su madre hasta el depósito de agua donde, al igual que yo hiciera con Noelia días atrás, se lavaron ambas mujeres.
Mi abuelo regresó junto a mí y me dijo que esperáramos allí un poco. Salió por la puerta y yo, al seguirlo con la mirada, comprobé que había comenzado a anochecer.

 

¡Joder! – pensé – ¡Hemos pasado aquí unas cuantas horas!

 
Como pude, me puse en pié y fui también a asearme. Blanca, al notar que me acercaba, alzó la vista y me miró. Leí todavía enfado en ella, pero ya no existía el odio extremo que vi antes.

 

Bueno, ya has conseguido lo que querías. Espero que hayas disfrutado – me dijo.

 
Ya más calmado, sus palabras me avergonzaron. Aparté la vista y contesté titubeante:

 

Lo siento. Perdí la cabeza.
Sí. Ya lo sé. Esta no es manera de tratar a una mujer.
Lo siento – repetí – Pero no puedes negar que has disfrutado.
No, no lo haré – dijo ella para mi sorpresa – Eres hábil en el sexo y sabes darle placer a una mujer, pero si lo hubiésemos hecho por las buenas habría sido mucho mejor.
Tienes razón – respondí.
Tú y yo podríamos haberlo pasado muy bien a partir de ahora, pero ya no quiero saber nada más de ti. Ya no somos amigos.
Perdóname – susurré.
No. Conténtate en que por cuestiones familiares tenga que callarme todo esto.

 
Ella, con aires de reina, volvió junto con su madre a sentarse en las alpacas. Yo, una vez recobrado el buen juicio, me sentía bastante avergonzado, así que me levé sin alzar la vista ni una vez hacia las mujeres.
Cuando acabé, regresé junto a Antonio, comprobando que se había quedado dormido. Así que me quedé allí, tumbado entre la paja a esperar el regreso de mi abuelo, sin atreverme a mirar siquiera a mis víctimas.
El abuelo aún tardó un poco en regresar, y cuando lo hizo, venía cargado con ropas de las dos mujeres.

 

Tomad – les dijo – Estas son las mudas de ropa que habíais traído por si os quedabais a pasar la noche. Ponéoslas.

 
Las dos mujeres obedecieron, vistiéndose cansinamente. Yo, por mi parte, busqué mi ropa por el suelo, vistiéndome a medida que iba encontrando partes de mi vestuario. Por fin, estuvimos todo mínimamente presentables y decididos regresar a la casa. A Antonio decidimos no despertarle, así que solamente le echamos una manta por encima y le dejamos que pasara la noche allí.
Mientras volvíamos, la señora Benítez, más recuperada, se dirigió al abuelo.

 

Eres un hijo de puta – le dijo simplemente.
Sí. Y tu hija también. Es hija de una puta.

 
Y no añadió nada más.
Regresamos todos juntos, y nos deslizamos por la puerta trasera sin que nadie nos viera hasta nuestros respectivos dormitorios, bajando después para cenar, ya limpios y aseados, simulando que nos habíamos cambiado de ropa para la cena. Nos reunimos en el salón con mi madre, tía Laura, Dickie y las chicas, comprobando que Andrea ya se encontraba mejor, pues me dirigió una deliciosa sonrisa al verme llegar.
El abuelo fue el encargado de las explicaciones, contando que Blanca y yo los habíamos encontrado a él y a la señora Benítez mientras paseaban, y que los cuatro juntos habíamos caminado hasta bien lejos. Curiosamente, nos creyeron, pues aunque las chicas nos conocían bien a los dos, no podían imaginarse una orgía entre el abuelo, yo, Blanca y su madre, así que salimos airosos de la situación.
Mientras cenábamos, regresaron el señor Benítez y mi padre, contando que el médico había confirmado que Ramón estaba bien, sólo un poco magullado, así que necesitaba reposo, por lo que lo habían dejado en casa antes de volver. Eso sí, el médico decía que el caballo debía haberlo pateado en salva sea la parte, pues ahí si tenía feos moratones, lo que provocó risas mías y de mis primas, con la consecuente reprimenda de mi madre, que no comprendía que fuésemos tan maleducados.
Y así terminó aquel intenso día, el de la visita de nuestros queridos vecinos, los Benítez. Nuestra relación con ellos cambió un tanto desde entonces.
Blanca, por muy indignada que estuviera, siguió recibiendo clases de equitación con el abuelo; bueno, de equitación y de sexo, claro.
Además y como yo había vaticinado, convirtió a Antonio en su amante y esclavo, sorbiéndole el seso al pobre chico, haciéndole comer en su mano. Se ve que me consideraba a mí único responsable de los sucesos del establo y a Antonio una víctima más de mis manipulaciones.
Años pasaron hasta que logré que la chica me perdonara y recuperáramos el tiempo perdido. Durante ese periodo fue la única mujer inmune a mi don, pero, finalmente, volvió a caer, y esta vez, como Dios manda.
Pero eso sí, la que cambió más radicalmente fue Inmaculada, pues decidió entonces que también deseaba recibir clases de montar, y aunque de vez en cuando se las impartía mi abuelo, normalmente solicitaba que fuera yo el que se las diese.
Nunca aprendió a montar demasiado bien a caballo, pero chupándola mejoró notablemente. Cuestión de práctica.
Continuará.
TALIBOS
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 02” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

La alarma automática del tablero del auto, como era habitual cada día, despertó a Jack Reed cuando ya estaba llegando a su lugar de trabajo.  En efecto, apenas entreabrió los ojos pudo ver que el vehículo estaba subiendo por la calle en espiral que rodeaba el edificio de la corporación Vanderbilt en la que él se desempeñaba.  Alrededor el paisaje sólo estaba poblado de las altas torres de Capital City en lo alto sobrevolaba Joy Town, el parque de diversiones volante que se sostenía con suspensores antigravitatorios.  Echó un vistazo hacia su robot conductor y pudo comprobar que, como siempre, hacía su trabajo de acuerdo a los parámetros normales y manteniendo la vista atenta al camino.
“¿Cómo ha dormido, señor Reed?” – le preguntó el androide, con una voz tan fría y sin emoción como cuadraba a un robot.
“B… bien – respondió Jack sin poder ahogar un bostezo y restregándose la cara -. ¿Por qué nivel estamos?”
“Piso cuatrocientos ocho – respondió el androide -.  Restan ciento doce…”
Jack Reed echó un vistazo en derredor mientras trataba de sacudirse la modorra.  El vehículo giraba siguiendo la espiral ascendente y, como tal, los edificios de Capital City danzaban ante sus ojos entrando y saliendo todo el tiempo de su campo visual.  Fue en una de esas tantas visiones fugaces que distinguió a lo lejos una imagen publicitaria en tres dimensiones que coronaba la cima del Coventry Plaza: una hermosa modelo de cabellos negros y ojos algo felinos exhibía su escultural cuerpo en lo que parecía ser un aviso de algún tratamiento contra el envejecimiento corporal; ya la había visto en un par de publicidades antes y, de hecho, cuando el auto giraba hacia el lado opuesto de la espiral podía verla, algo más lejos, sobre la cima de otro edificio.
“¿Quién es la modelo del aviso?” – preguntó Reed.
El robot que conducía giró levemente la vista durante apenas una fracción de segundo y ello fue suficiente para que se oyera dejara oír el chasquido de un lente fotográfico: había registrado la imagen y ahora se dedicaba a procesarla, lo cual demoraría unos pocos segundos…
“Elena Kelvin – respondió, finalmente -; 25 años, nacida en Amberes…”
Siguió luego una detallada descripción acerca de la carrera y la vida personal de la modelo pero la realidad era que Reed ya no escuchaba demasiado; sólo tenía posada su encandilada vista en aquella joven y, de hecho, apena el aviso desaparecía de su campo visual al ir girando el auto en torno al edificio, ya estaba oteando a lo lejos en busca de la otra imagen.  En un momento una de ambas imágenes cambió y fue reemplazada por otra, pero ya se hallaban en el piso quinientos veinte, en donde debía descender del vehículo para ir a su trabajo.
“Estaré aquí a las diecisiete, señor Reed – anunció el robot tal como lo hacía cada día -; que tenga una feliz jornada laboral”
Tras la formal despedida, el vehículo se alejó nuevamente por la espiral ascendente en busca de la azotea, unos ochenta pisos más arriba, en donde los autos subían a una plataforma circular que bajaba a través de un gran hueco en el centro del edificio, llegando a la base en muy pocos minutos: tal plataforma no estaba recomendada para seres humanos debido a lo vertiginoso del ascenso y descenso, razón por la cual era normalmente ocupada por autos tripulados sólo por robots o bien no tripulados en absoluto.  Jack Reed, una vez descendido de su auto, se dirigió hacia su oficina y por el camino sólo pensaba en Elena Kelvin, ya para ese entonces seguramente su próxima invitada al VirtualRoom..
Luke Nolan accionó uno de los comandos en el control remoto y el mini módulo se elevó del suelo: se trataba de una camarilla ínfima que, teleguiada y suspendida en el aire, resultaba muy útil como medio de espionaje.  Alguna vez se había hablado de prohibirlas pero hasta donde Luke sabía, no había avanzado ningún proyecto en tal sentido.  El módulo subió en el aire mientras Luke, control remoto en mano, se encargaba de guiarlo en el ascenso desde su jardín para luego, ya a algunos metros por sobre el suelo, trasponer la verja que separaba su casa de la de los Reed.  Sabía que ya Jack había partido hacia su trabajo y lo único que podría ocurrir era que su robot conductor regresase de un momento a otro para dejar el auto en la casa.  Desde el control activó la pantalla del ordenador y tuvo así una imagen aérea del parque de los Reed.  El pequeño artefacto sobrevoló los cipreses y arbustos y hasta allí no había noticias de ella.
Y de pronto la vio… Allí estaba Laurie, la esposa de Jack Reed que era objeto de todas sus fantasías.  En un momento le dio la impresión de que ella dirigía la vista hacia lo alto, lo cual hizo a Luke temer que se hubiera percatado de la presencia del objeto.  No llegó a determinar si realmente fue así o tan sólo lo traicionó la paranoia, pero por un momento, al ver los verdes ojos de ella dirigidos hacia la cámara, Luke Nolan se sintió pillado como si fuera un niño haciendo una travesura y, aun cuando fuera una locura absoluta, hasta temió ser visto.  Se sobresaltó de tal manera que el control remoto le bailoteó entre los dedos y estuvo a punto de caérsele al piso pero aun así logró retenerlo y pulsar el botón del camuflaje haciéndolo virar a “celeste cielo”: el módulo, como resultado de ello, cambió abruptamente de color para confundirse con su entorno; así, ella no vería más que una sección de cielo y si había realmente visto algo, era probable que lo adjudicara a su imaginación o a algún engaño producido por la luz de la mañana.  Fuese como fuese, habiendo Lauren visto algo o no, lo cierto fue que ella pareció desentenderse rápidamente del asunto.  Saliendo  desde el porche de su casa caminó a través del parque en dirección hacia la piscina, luciendo un sensual e infartante bikini que dejaba al descubierto sus increíbles curvas; su perro robot, mientras tanto, la acompañaba correteando a su lado y sólo se despegaba de ella esporádicamente para echar a correr tras algún pájaro que se hubiera posado en el parque.
Ella llegó hasta la reposera que se hallaba junto a la piscina; el lugar era estratégico ya que quedaba a cubierto de ojos curiosos desde el momento en que se hallaba completamente rodeado de árboles: claro, a prueba de todos los ojos curiosos menos de los de Luke Nolan… El módulo subió un poco hasta trasponer los árboles y luego Luke lo fue guiando con el control remoto para hacerlo descender por entre los mismos tomando los mayores recaudos para que no se quedara enganchado entre el ramaje.  Una vez que el minúsculo artefacto se halló a unos cuatro metros por encima de la reposera sobre la cual la señora Reed retozaba, Luke, pulsando el control remoto, trocó el camuflaje en “verde floresta” de tal modo que la presencia del módulo espía no fuera advertida entre la vegetación.
Así, con el artefacto camuflado y suspendido en lo alto, pudo ver cómo la mujer a la que siempre devoraba con ojos lujuriosos se calzaba unos lentes para sol dedicándose luego a quitarse, primero la parte superior y luego la inferior del bikini…  De ese modo y ante los ojos desorbitados de Luke, aquel cuerpo tan bello como, al menos para él, inasible, quedó expuesto en toda su esbelta y grácil desnudez sobre la reposera.  Se quedó mirando durante algún rato a la pantalla del ordenador con una expresión lindante con la idiotez  y, por un momento, desatendió el mando del módulo, tal fue así que no se dio cuenta que, sin querer, había ido llevando al mismo muy cerca del ramaje y, en efecto, una interferencia parecía estar ensuciando tanto la imagen como la señal sonora.  Maldiciéndose a sí mismo por su estupidez, dirigió el aparato por fuera de las copas de los árboles, teniendo la fortuna de conseguir alejarlo del follaje sin perder el módulo.  Hasta allí y a pesar de sus temores, Lauren no parecía, sin embargo, darse cuenta de nada; permaneció unos veinte minutos echada de espaldas sobre la reposera, ante lo cual Luke no pudo evitar ceder ante la tentación de acercar tanto como le fuese posible el zoom de la cámara: un perfecto plano de aquellos senos tan perfectos invadió la pantalla del ordenador… Cuanto más contemplaba la escultural belleza de esa mujer, menos podía creer que su esposo le prestara tan poca atención o que buscara divertirse con chismes virtuales que eran pura fantasía.  Luke sentía la tentación de hacer descender aun más el módulo hacia ella pero se contuvo ante el temor de que ello delatase la presencia del aparato espía: a su pesar debió, por lo tanto, optar por seguirla observando desde la altura a la que el módulo se hallaba; no pudo evitar tocarse mientras lo hacía…
De pronto ella se volteó sobre la reposera y se echó boca abajo, con lo cual el espectáculo impagable de aquellos senos tan deslumbrantes desapareció para dejar lugar al de un trasero no menos deslumbrante.  Luke aumentó el zoom cuanto pudo buscando que no quedara recoveco en su pantalla sin ser ocupado por tan formidable y perfecto culo, pero la tentación de descender el módulo para ver aún de más cerca seguía siendo demasiado fuerte.  Puso el control en descenso y vio como la pantalla empezaba a ser cada vez más ocupada en su casi totalidad por aquellas dos lomas de perfección que eran ese par de increíbles nalgas.  El artefacto se hallaba ahora a escaso medio metro por encima de ella… Luke intensificó el toqueteo en su zona genital; fue aumentando el franeleo y se dedicó a masajear su miembro, que ya estaba plenamente erecto.  Contemplando la perfección de aquel trasero, se entregó al placer onanista en su máxima expresión: echó la cabeza hacia atrás sobre el respaldo de su silla y tragó una bocanada de aire que luego expulsó con fuerza: intensificó el ritmo de la masturbación entregándose al mismo por completo; cerró los ojos en actitud de solitario goce hasta que un sonido, seco, penetrante y repetitivo le arrancó de su ensoñación.
Aquel sonido era fácilmente reconocible como ladridos, aun cuando denotaran un timbre algo artificial.  Luke abrió los ojos y miró a la pantalla; al hacerlo se encontró con el maldito perro robot quien, habiendo descubierto el artefacto espía, estaba allí,  daba frenéticos saltos que lo ponían, en cada subida, muy cerca de atrapar el módulo entre sus dientes. Maldiciendo y presa de la desesperación, Luke Nolan dio casi un salto en su silla y pulsó, nerviosa y presurosamente, el botón de ascenso, tras lo cual pudo, en efecto, ver cómo el cánido artificial que saltaba en el lugar iba quedando cada vez más abajo y lo mismo ocurría, obviamente, con el hermoso cuerpo de Lauren.  Por fortuna, la reacción de ella no fue inmediata ni mucho menos; seguía echada de bruces sobre la reposera y, en todo caso, se comenzó a remover muy lentamente, dando el tiempo suficiente a Luke para volver a ocultar el módulo entre el ramaje.  Lauren retó y buscó calmar a su perro robot y para cuando se dio la vuelta por completo, ya el módulo flotaba a unos ocho metros del suelo, suficientemente oculto entre los árboles; ella se quitó los lentes y mordió la patita de los mismos en un gesto tan casual como sensual: al hacerlo descubrió una vez más sus hermosos ojos verdes y, arrugando el ceño, aguzó la vista tratando de distinguir qué era lo que motivaba el nerviosismo de su perro robot.  Recorrió con sus ojos las copas de los árboles y en un momento a Luke volvió a parecerle que el módulo había sido descubierto, pero no: ella siguió el recorrido visual con lo cual evidenció que en realidad no veía absolutamente nada llamativo.   Palmeando a su perro, consiguió calmarlo para luego, despreocupada y distendida, volver a echarse boca abajo.  Para alivio de Nolan, todo iba volviendo a la normalidad, aun cuando el perro siguiera con la vista dirigida hacia lo alto y gruñendo de tanto en tanto…  Relajándose, Luke retomó su toqueteo de autosatisfacción: la imagen que tenía en su pantalla, después de todo, seguía siendo igual de estimulante, más allá de que tuviera que conformarse con contemplarla desde una prudencial altura…
              La junta de accionistas no podía apartar sus ojos de la despampanante mujer robot.  Dos cascadas de cabello castaño oscuro, casi negro, enmarcaban un bello rostro de inaudita perfección que lucía unos ojos grises tan llenos de vida que hacían dudar de estar realmente frente a un organismo artificial.
“¿Es… realmente un robot?” – preguntó alguien que, casi con seguridad, tenía esa misma duda.
“Absolutamente , tan real como él – respondió Sakugawa señalando hacia el robot macho -.  Señores, a su derecha tienen al Merobot, de cuya alta eficiencia como amante acaban de tener una cabal demostración.  A vuestra izquierda – señaló hacia la mujer robot recién ingresada – tienen al Ferobot”
“Ferobot… – conjeturó uno de los accionistas mesándose pensativo la barbilla -; supongo que tiene que ver con femenino, ¿verdad?”
“Así es – asintió Sakugawa -.  Merobot: erobot masculino.  Ferobot: erobot femenino…”
“¿Y su… rendimiento sexual es comparable al que acabamos de ver en el…merobot?”
“Absolutamente.  Imaginen, señores, la demanda que vamos a tener de nuestros productos.  El ferobot será la solución para millones de hombres solos pero no sólo eso: también ayudará a muchas mujeres a cumplir sus fantasías lésbicas reprimidas o enriquecerá la vida sexual de los matrimonios dando la posibilidad de incorporar a un tercero sin por eso poner en peligro los votos conyugales o los vínculos de fidelidad.  Además, tanto nuestro modelo masculino como el femenino gozan de algunas ventajas que ningún hombre o mujer de carne y hueso podría tener jamás: en primer lugar, estarán siempre disponibles, independientemente del momento del día o del mes; en segundo lugar, jamás se cansarán y siempre estarán dispuestos para cualquier maratón sexual que sus dueños dispongan; en tercer lugar, no acarrean ni contagian enfermedades, ya que los modelos son inocuos e inclusive cuentan con mecanismos propios para limpieza y erradicación de bacterias o cualquier otro elemento patógeno que pudiese transmitirse por vía sexual; en cuarto lugar, jamás dirán que no; en quinto lugar, garantizan una absoluta reserva; en sexto lugar, no hay riesgos de embarazo ya que ni el Merobot está configurado para ser padre ni el Ferobot para ser madre; por último, ayuda a matar culpas, temores y prejuicios al no tratarse de personas reales”
“¡Los amantes perfectos!” – exclamó alguien.
“Así es.  Y allí no termina la cosa: lo que ustedes tienen en este momento ante sí son modelos estándar.  Pero sabemos que muchas la gente tiene fantasías con personas determinadas, por lo común actores, actrices o modelos que resultan totalmente inalcanzables.  Atendiendo a tal necesidad y demanda, nuestros ingenieros han logrado desarrollar un eficaz método en el cual logramos no sólo copiar e incluso perfeccionar el objeto de deseo original sino además adaptar el cerebro positrónico de tal forma que el robot copie actitudes, gestos, modismos y formas de hablar del mismo…”
“¿Significa eso que el cliente puede, por ejemplo, encargar un Erobot no sólo con el aspecto sino también con la personalidad de, digamos… hmmm, una actriz como Jessica Frenkel o una modelo como Elena Calvin o Tatiana Ulinova?”
“Veo que lo ha entendido bien – respondió Sakugawa sonriendo con satisfacción -.  En efecto, ésa es la idea: demás está decir que los modelos a pedido, es decir aquellos que respondan a determinadas características solicitadas por el cliente, tendrán en el mercado un precio diferente al resto desde el momento en que implican una atención personalizada…”
“Entiendo – intervino un accionista desde el extremo opuesto de la mesa -.  Ahora… ¿podríamos tener una demostración de las aptitudes del Ferobot así como la hemos tenido de las del Merobot?”
Algunas risitas picaronas se levantaron de entre los presentes; Sakugawa, fiel a su estilo, sonrió, a la vez que pulsaba el control remoto que sostenía.
“Ya mismo” – dijo.
Ante la orden aparentemente recibida, la androide echó a andar ante la vista azorada de todos los presentes, quienes al contemplarla, seguían sin poder creer tanta belleza.  Al moverse, su sensualidad quedaba realzada por la gracilidad de sus movimientos: un observador desprevenido jamás la habría tomado por un robot.  Caminó por fuera del grupo de accionistas y se dirigió hacia el que había solicitado la demostración práctica.  Cuando se plantó frente a él y le clavó su inquietante mirada, el hombre, entrado en años, se echó hacia atrás como si hubiera recibido un puñetazo en pleno rostro.  Aquel cuerpo que tenía ante sí era, verdaderamente, difícil de creer en una mujer de carne y hueso, tanto más si se trataba de un androide.
“Pruebe la mercadería, amigo” – le incitó Sakugawa.
El hombre miró de reojo al líder empresarial y luego volvió la vista hacia la mujer robot.  Sus manos se vieron atraídas hacia ese par de magníficos senos como si los mismos hubieran estado dotados de magnetismo; al apoyarse sobre ellos, notó que la textura de la piel no mostraba diferencia alguna con la de una verdadera mujer; de hecho, daba señales de reaccionar ante el contacto y se aplastaba bajo los dedos.  Al tocar los pezones, notó cómo éstos, claramente, se erguían.  No conforme con haberle palpado las tetas, el hombre, sin levantarse jamás de su silla, bajó con sus manos a través del cuerpo hasta calzarla por el talle para luego ir hacia sus caderas: nalgas perfectas, bien firmes.  Siguió luego con sus muslos y se encontró exactamente con lo mismo: los dedos del accionista iban dejando surcos a medida que se hundían en la piel en tanto que podía, a la vez, palpar perfectamente los músculos artificiales de la androide, los cuales se percibían tan firmes como los de una persona que realizase ejercicios físicos con asiduidad.  Sakugawa volvió a pulsar el control remoto y, apenas el Ferobot recibió la orden, se acuclilló ante el hombre y buscó con sus dedos hasta encontrar la hebilla del cinto y el cierre del pantalón; los ojos del sujeto se abrieron enormes y la mandíbula se le cayó, dando a su rostro una expresión.  Con absoluta destreza y pericia, la androide bajó el pantalón del hombre casi sin necesidad de que éste levantase su trasero de la silla y, una vez que el miembro quedó al aire, ella lo atrapó con su boca e inició de inmediato una succión que llevó al hombre a cualquier planeta, puesto que sus pupilas se perdieron entre sus párpados dejándole los ojos blancos en tanto que su boca tragaba tanto aire que daba la impresión de que fuera a asfixiarse por exceso.  El resto de los que allí estaban recomenzó con los gritos, los vítores y los aplausos en tanto que el afortunado no hacía más que manotear el aire tratando de aferrarse a apoyabrazos que no existían.
Una vez que el robot hubo terminado de mamarle el pene, se incorporó sólo durante un instante para acuclillarse nuevamente ante el hombre que se hallaba sentado al lado.  Y así, uno a uno, fue mamándosela a todos los accionistas de  World Robots, no tomándole en ningún caso más de un minuto el conseguir la eyaculación.  Las risas y vítores fueron dejando lugar cada vez más al silencio, a los jadeos o a los aullidos descontrolados en la medida en que nadie podía creer lo que estaba sucediendo ni el estado hacia el que eran transportados.  Cuando hubo terminado con todos los accionistas que se hallaban sentados a la mesa, la androide clavó sus ojos lascivos en la secretaria, quien se ruborizó y miró hacia otro lado con nerviosismo; el Ferobot, sin embargo, no perdió el tiempo: tomándola por la cintura la levantó hasta ponerla de espaldas contra la mesa y, una vez allí, le levantó la corta falda y le quitó (una vez más) las bragas para dedicarse a lamerle su sexo con tal fruición que la muchacha no pudo evitar arrojar un aullido de placer que resonó en todo el recinto, en tanto que su espalda se arqueaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica y sus manos buscaban la cabeza de la mujer robot hasta tomarla por los cabellos.  Si con tal gesto quiso sacársela de encima, no lo demostró: por el contrario, dio la impresión de que empujara aun más la cabeza del androide hacia su sexo y, en efecto, la lengua ingresó aun más en su vagina.  Los ojos de los accionistas presentes no cabían en sus órbitas por la incredulidad ante el inesperado espectáculo extra que estaban disfrutando.  No pudiendo contener su excitación, Geena se llevó las manos al pecho y se dedicó a masajeárselos, en tanto que estiraba una de sus hermosas piernas en el aire y su entrecortada respiración daba cuenta de estar viviendo un acceso de placer supremo.  Instantes después, una explosión de fluidos estallaba sobre la boca y el rostro del androide mientras Geena quedaba extenuada y vencida sobre la mesa, extendidos sus brazos sobre la superficie de la misma y con la falda levantada exhibiendo su desnudo sexo.
El Ferobot, en una actitud que pareció implicar “misión cumplida” caminó unos pasos hacia atrás hasta ubicarse junto al Merobot, quien había permanecido inmóvil e impertérrito durante toda la escena.  Justo en ese momento varios hombres ataviados con uniforme de camareros ingresaron por detrás portando sendos baldes con hielo y botellas de champagne en su interior.
“Hoy es un día histórico no sólo para World Robots, sino para la humanidad – anunció Sakugawa tomando la copa que le tendía uno de los recién ingresados a los efectos de ser servido -; mientras que los inventores de la rueda o los descubridores de la agricultura no tuvieron oportunidad de ser conscientes del valor de sus innovaciones, nosotros sí la tenemos… Señores… ¡salud!”
Carla Karlsten era, para todos, “Miss Karlsten” debido al hecho de que jamás se había casado, pero no sólo eso sino que además tampoco se le había conocido pareja estable.  Aun así, todos sabían de sus movidas y amoríos dentro de las oficinas de la Payback Company en el piso quinientos veinte del edificio Ivory Astoria, en donde se movía prácticamente como ama y señora por su posición jerárquica.  A decir verdad, resultaba algo licencioso llamar “amoríos” a los jueguitos perversos que ella jugaba ya que se trataba más bien de abusos de su situación de poder dentro de la empresa.  Bastaba que llegara un nuevo empleado y que fuera joven y apuesto para que cayera en sus garras, pero ello no implicaba sólo sexo: a Miss Karlsten le gustaba dominar, ordenar, mandar, someter y, como tal, sus juegos eróticos eran tan sólo una prolongación de tales características.  Eran bien conocidas por todos los empleados sus tendencias y preferencias: someter y esclavizar a muchachitos que caían en su red; en ello consistía su diversión.
Jack Reed estaba muy lejos de encajar dentro del patrón de hombre por ella buscado.  Jamás le había prestado demasiada atención en tal sentido; eso, que bien podría haber significado un alivio para muchos empleados, provocaba en él algo de recelo o envidia pero, aun así, fue aceptando su suerte y con los años se fue resignando a que nunca estaría dentro de los “elegidos” por Miss Karlsten.  Entró a la oficina de ella no sin antes llamar ya que, habida cuenta de las actividades secretas que practicaba, interrumpirla durante las mismas bien podía significar una amonestación o un despido.
“Hola, Jack – le saludó ella, sentada a su escritorio -.  ¡Qué cara traes!  ¿Es tu esposa o es el VirtualRoom lo que no te deja dormir?  Je, ten cuidado con ese chisme: puede terminar matándote…”
Él se le quedó mirando: Miss Karlsten era, a todas luces, una mujer atractiva; imponente físicamente, pero muy femenina.  Aquellos ojos marrones inmensos siempre parecían trasuntar la idea de que sabía cosas que sus empleados no y, en definitiva, es en eso en lo que consiste cualquier relación de poder.  Sus cabellos, de tono castaño rojizo, le caían en una corta melena formando bucles por sobre los hombros.  ¿Cómo diablos hacía esa mujer para saberlo todo?  Jack jamás le había comentado acerca de la adquisición del VirtualRoom aunque sí lo había hecho con sus compañeros de trabajo y, como suele ocurrir en toda oficina, los rumores corren.  Pero no era sólo eso: además Miss Karlsten llevaba un riguroso control sobre las actividades de los empleados fuera de su trabajo; en particular tenía acceso a los informes sobre compras y ventas con tarjeta.  Ello, se decía, obedecía a saber si sus pautas de consumo estaban fuera de lo lógico de acuerdo a sus ingresos, lo cual podría tal vez hacer pensar que se estaban quedando con dinero de la compañía de manera clandestina.  Pero, más allá de eso, a Miss Karlsten, le encantaba tener tal acceso y contar con tal información porque eso le permitía jugar con otro factor de poder de los que tanto le gustaban.  Sabía bien que, al sentirse controlados de esa manera, los empleados se sentirían también indefensos, desvalidos y a merced, cosa que a ella le divertía sobremanera.
“De verdad te lo aconsejo – continuó diciendo Miss Karlsten al notar que no había respuesta alguna por parte de Jack Reed -; yo misma lo he probado y… debo decir que no me trajo buenas consecuencias: taquicardia, presión alta, en fin… Yo prefiero las historias reales antes que las de fantasía…”
Cerró su comentario guiñando un ojo y sonriendo.  Jack Reed bien sabía que aquello era pura histeria; no se trataba de una invitación a echarle el seguro a la puerta de la oficina ni mucho menos.  Luego de años trabajando en ese lugar ya conocía suficientemente bien a cada uno y, de manera muy especial, a Miss Karlsten por ser su jefa.  Lo suyo era simplemente un juego de provocación; si él se iba de esa oficina con la idea de masturbarse pensando en ella, eso era suficiente para hacerla feliz.  Él se mantuvo mirándola a los ojos sin dedicarle sonrisa alguna y tratando de mostrarse lo más imperturbable posible.
“¿Qué hay para hoy?” – preguntó, sin emoción alguna en la voz.
“Justo acababa de prepararte esto – le respondió ella, tomando de su escritorio una carpeta electrónica -.  Se trata de un pez gordo, ya que es un empresario importante que ha contraído una deuda bastante gruesa en números con la compañía Tai Wings Air, a la cual ha comprado y alquilado aeronaves durante los últimos cuatro años aun a pesar de que su empresa estaba en rojo y sus acciones caían día tras día.  Si logramos obtener el cobro de esta deuda, en fin, ya puedes hacerte una idea de que nuestro diez por ciento va a ser bastante suculento… Y eso será mejor para todos: para la firma, para mí y para tu comisión…”
Buscando mostrar una actitud profesional e inmutable, Jack tomó la carpeta y, frunciendo el ceño, hizo correr el cursor viendo así los estados de cuenta, balances y obligaciones contraídas por el empresario en cuestión.
“Déjalo por mi cuenta – dijo; Jack era el único en todo el piso que se atrevía a tutear a Miss Karlsten -.  Antes de la noche habrá novedades y te puedo asegurar que en una semana a más tardar tendremos el dinero…”
“Ésa es la actitud que me gusta en mis empleados – enfatizó ella cerrando un puño en el aire -; ojalá todos fueran como tú, Jack.  Los últimos que me han llegado, los más jovencitos, vienen bastante tontitos, aunque… claro, me sirven para otros fines, je…”
Otra vez el guiño cómplice.  Y otra vez Jack Reed prefirió mostrarse imperturbable; la miró sólo durante una fracción de segundo y luego volvió la vista hacia la carpeta.  Cabeceó afirmativamente por un momento y luego se giró.
“Tú también deberías cuidarte… – apuntó él cuando se iba -; los empleados jóvenes pueden ser tanto o más peligrosos que el VirtualRoom.”
Miss Karlsten sólo rió mientras la puerta de la oficina se cerraba y Jack Reed se alejaba.  En ese momento sonó el conmutador y ella contestó:
“Ah, sí… ¿el chico nuevo? – los ojos se le encendieron y el rostro pareció brillar -.  Envíenmelo.  Le tengo algo especial preparado, jeje…”
Cuando Luke Nolan oyó el portón de la casa vecina abriéndose y el auto de Jack Reed entrando, supo que se había acabado el momento de seguir fisgoneando con el módulo espía.  Quien volvía a casa no era, obviamente, Jack, sino su robot al comando del vehículo.  Instantes después podía oír el encendido de la máquina de cortar césped, lo cual evidenciaba que al robot ya se le había asignado una nueva tarea.  Resultaba peligroso, por tanto, continuar con las actividades de espionaje por encima de la verja ya que los ingenios mecánicos y electrónicos suelen reconocer la presencia de sus semejantes; convenía, en virtud de  ello, mantener el módulo a resguardo.  Caminó a través de su parque hasta la verja que daba a la calle y, una vez allí, se encontró con la sorpresiva pero siempre gratificante presencia de Lauren Reed, quien justo salía de su casa muy deportiva, vestida de calzas, musculosa y zapatillas de correr.
“Hola Luke, buen día – le saludó ella con una sonrisa cordial -.  ¿Cómo estás…?”
“B… bien… – tartamudeó él, temblando de la cabeza a los pies como cada vez que se hallaba frente a ella -, bien, bien… ¿Y tú, Lauren?”
“Bien, por suerte…”
“Ah…”.
Lauren bien sabía de la obnubilada obsesión de su vecino por ella; por tal motivo, si bien lo trataba cordialmente, trataba siempre de no darle demasiada conversación.
“Bueno, Luke…, te dejo – le dijo sonriente -; me voy a correr…”
Él asintió estúpidamente con una sonrisa bastante bobalicona dibujada en su rostro y la saludó con la mano mientras su hermosa vecina se giraba y salía a la carrera por la acera.  Fascinado ante tanta belleza y sensualidad, la siguió con la vista hasta que la perdió por detrás de una curva de la calle.  En ese momento se dio cuenta de que tenía una nueva erección.  Se maldijo a sí mismo: ¿tendría que masturbarse nuevamente?
Jack Reed revisó una y mil veces la carpeta electrónica que tenía sobre su escritorio; la conectó al ordenador y, así, fue poco a poco recabando información sobre otras deudas, compromisos o problemas judiciales que pudiesen afectar a las partes interesadas.  Mientras lo hacía, en forma paralela, se dedicaba a hurgar información acerca de Elena Kelvin, la modelo de los avisos publicitarios que, desde hacía sólo un par de horas, se había convertido en la dueña de sus pensamientos.  Así, fue juntando datos referentes a color y largo del cabello, color de ojos, tono de la voz, forma de hablar, gestos, etc.   El plan era configurar un perfil para luego pasarlo a su cuenta y de allí al VirtualRoom, ya que ésa era la forma en que éste trabajaba: a partir de la información que se le cargaba, realizaba luego la fantasía que el usuario deseaba, reproduciendo a la perfección a las personas que éste deseara incluir en la misma.  Inclusive el VirtualRoom permitía mejorar algunas características físicas y, de hecho, Elena Kelvin, a pesar de la belleza y armonía de sus formas, bien podía ser perfeccionada en zonas como senos o glúteos: dicho de otra manera, si no existía la mujer perfecta, el Virtual Room se encargaba de confeccionarla bajo requisitoria y para beneplácito del usuario…
A Jack le daba un poco de pena dejar de lado a Theresa Parker después de lo bien que lo venía pasando “con ella”, aunque…, al pensarlo bien, no había ninguna razón para que la inclusión de Elena en su fantasía significase necesariamente la expulsión de Theresa…  ¿Ambas en una misma fantasía? ¿Por qué no?  ¿Podía acaso imaginar una escena más perfecta que estar, por ejemplo, en una playa acompañado por dos bellezas tan deslumbrantes como la conductora televisiva y la modelo?  Había quienes decían, no obstante, que no era conveniente exigir al Virtual Room cargándole demasiada información: un exceso bien podría atentar contra el artefacto o inclusive contra el usuario y, de hecho, el propio manual de instrucciones recomendaba la confección de fantasías simples, pero… ¿acaso no valía la pena correr el riesgo?
El jovencito se presentó ante Carla Karlsten sin poder ocultar su más que evidente nerviosismo.  La imponente mujer le miraba desde su lugar tras el escritorio con ojos ávidos y lujuriosos mientras su boca lucía una sonrisa que rezumaba algo de malicia aun cuando quería aparentar cordialidad.
“¿Cómo es tu nombre?” – le preguntó.
“Damian Lowe” – respondió el muchacho sin poder evitar bajar la vista hacia el piso; se trataba de un joven apuesto se lo viese por donde se lo viese: cabello corto y castaño, ojos verdes y un físico muy bien formado y proporcionado a juzgar por lo podía verse.  Miss Karlsten lo miró de arriba abajo como chequeando la mercadería y el muchacho tuvo la sensación de que la penetrante vista de aquella mujer le hurgara por debajo de la ropa provocándole un extraño cosquilleo.
“Eres muy lindo, Damian” – dijo ella, relamiéndose, y el muchacho enrojeció -. ¿Edad?…”
“G… gracias, M…Miss Karlsten – tartamudeó el joven -.  Tengo…veintiséis años….”
“Mmm, muy linda edad, te llevo doce – le dijo ella -, pero… vamos a ver mejor ese cuerpecito.  Quítate la ropa…”
El bello joven no pudo reprimir un respingo; superado por la situación, abrió grandes los ojos y miró hacia todos lados buscando vaya a saber qué.
“Vamos – le incitó ella, con expresión divertida y claramente disfrutando de jugar con él -, sin miedo, bebé… Y vete acostumbrando a hacer lo que tu jefa te dice…”
Evidentemente no había salida para el muchacho; la situación resultaba por demás extraña desde el momento en que a cualquier hombre le hubiera gustado recibir una orden como la que él acababa de recibir, sobre todo si provenía de una dama hermosa y muy atractiva como Carla Karlsten lo era, pero había algo indefinible en aquella mujer,  algo que hacía que quien estuviese frente a ella se sintiese inevitablemente poco, reducido a un objeto: algo casi demoníaco…
“S… sí, Miss Karlsten” – musitó, resignado, el muchacho y comenzó inmediatamente a quitarse sus prendas una tras otra para beneplácito y satisfacción de su jefa, quien no paraba de comerlo con ojos que irradiaban tanto voracidad como diversión.
Por pudor, el joven no se desnudó completamente, sino que se dejó puesto el bóxer.  Ello era suficiente, desde ya, para apreciar la belleza de un físico envidiable para cualquier hombre y deseable para cualquier mujer pero no era, desde luego, suficiente para Miss Karlsten…
“Todo – le espetó, imperativa -, quítate todo…”
El muchacho tragó saliva varias veces.
“S… sí, Miss Karlsten…” – aceptó finalmente.
Así, acatando la orden recibida, deslizó hacia abajo el bóxer haciendo de ese modo caer el último velo que protegía su intimidad.  Carla Karlsten enarcó una ceja y frunció la comisura de sus labios denotando haber quedado deslumbrada al contemplar un miembro tan hermoso.
“Un festín para la vista – dictaminó, como si hablara para sí misma; luego adoptó un tono más seco y demandante -.  Acércate”.
El muchacho, tímidamente, caminó alrededor del escritorio los pocos pasos que lo separaban de aquella mujer con aires de emperatriz, llevándole sólo un par de segundos quedar a tiro de sus manos.  Ella, siempre sentada y sin despegarle la vista del formidable aparato sexual, le apoyó las puntas de los dedos por sobre las caderas y le impelió a girarse.  Una vez que tuvo al joven de espaldas a ella, le palpó sus glúteos casi enterrándole las uñas, lo cual provocó que el rostro del jovencito se contrajera de dolor por un instante; luego, la perversa mujer acercó su boca a la cola del muchacho para primero besarlo y luego propinarle un mordisco que obligó a éste a soltar una interjección de dolor.  Ella recorrió cada centímetro de las hermosas nalgas con las palmas de sus manos como si estuviese comprobando la calidad con tacto experto y luego le deslizó una mano por entre las piernas hasta capturar sus testículos; los estrujó y, si bien lo hizo suavemente, fue suficiente para que el joven volviera a experimentar un nuevo sacudón por el dolor.  La mano de Miss Karlsten capturó luego el pene y comprobó que el mismo estaba irguiéndose… Perfecto: una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en el semblante satisfecho de ella.  Volviendo a tomar al indefenso muchacho por las caderas, lo giró una vez más hacia sí, con lo cual el miembro erecto quedó ante su rostro luciendo tan magnífico como deseable.  Miss Karlsten no era, por cierto, mujer de perder el tiempo, por lo que rápidamente capturó el glande entre sus labios y se dedicó a lamerlo como si fuera el más apetecible caramelo; en cierta forma, lo era…
Hasta allí, de todas formas, nada de lo que había venido ocurriendo podía hacer que el joven lamentara haber sido convocado por su jefa;  por el contrario, ella trazó varios círculos con su lengua alrededor de la cabeza del pene, para luego dedicarse a mamarlo frenéticamente con tales entrega y frenesí que el joven se sintió catapultado hacia otro mundo.  El novato Damian Lowe comenzó a gritar tan alocadamente que temió ser oído fuera de la oficina; tal riesgo, sin embargo, no parecía preocupar en demasía a Miss Karlsten, ya que no dejaba de mamar por un segundo sino que, por el contrario, hasta parecía acelerar el ritmo.  Sin embargo, cuando el joven sintió que estaba al borde de la eyaculación y que su verga estallaría en una explosión de semen dentro de la boca de su jefa, ésta, sorpresivamente, interrumpió la mamada.  Él  bajó la vista y le miró, entre interrogativo y suplicante: sus ojos parecían implorar a los gritos que ella continuara con lo que había súbitamente interrumpido.  Miss Karlsten, por su parte, sólo le devolvió una mirada radiante de diversión que venía a demostrar y bien demostrativa de lo mucho que disfrutaba de jugar con su ratón como si ella fuese un gato…
Ella se levantó de la silla y, sin quitar por un instante de encima del muchacho su mirada lasciva, caminó alrededor del bello cuerpo del joven deslizando, al hacerlo, las puntas de los dedos por sobre su preciosa y tersa piel.  Una vez que se halló tras él, apretujó su cuerpo contra la espalda del joven y, mientras lo besaba en el cuello, le cruzó las manos por delante del tórax para dedicarse a acariciarle el pecho.  El novato empleadito parecía a punto de estallar y más aún después del modo en que se había visto truncada su eyaculación; por lo pronto, su miembro seguía aún erguido y chorreante en espera de lo que se venía.  Fuese lo que fuese que esperara, seguramente no se correspondió con lo que vino…
Miss Karlsten tomó de un cajón de su escritorio un collar de cuero que cerró alrededor del cuello del muchacho y ciñó con tal fuerza que le provocó un momento de ahogo que ella disfrutó ostensiblemente.  Luego la mujer rebuscó una vez más entre los cajones de su escritorio hasta dar con una fusta, la cual, con un seco chasquido, estrelló contra las nalgas del joven arrancándole una nueva interjección de dolor que fue apenas audible debido al ahogo parcial que el collar provocaba.
“¡Vamos! – le conminó ella, con un nuevo golpe de fusta -.  Hacia aquella puerta…”
Al chico, por supuesto, no le quedó más que obedecer.  La perversa Carla Karlsten lo fue llevando prácticamente a fustazos en la cola a la vez que le sostenía el collar lo suficientemente apretado como apenas permitirle respirar.  Obedientemente y con el rostro contraído por la asfixia y el dolor, el joven marchó hacia donde ella le decía: en efecto, a unos pocos metros a la derecha del escritorio había una puerta que no arrojaba ninguna señal visible acerca de a qué conducía.  Miss Karlsten sólo necesitó, para abrirla, del empellón del cuerpo del muchacho al estrellarse contra la misma.  Una vez que hubieron traspuesto la puerta, el joven echó un vistazo en derredor para encontrarse con una habitación de estética bien oscura en la que predominaban cortinados y alfombrados negros que, por alguna razón, le hicieron erizar el vello de la nuca: el desdichado muchacito experimentó la sensación de haber entrado en una sala de torturas de alguna película sobre la Inquisición.  Grilletes, cepos, potros de tormento, un látigo, una vara, una extraña jaula y muchos otros elementos del mismo estilo poblaban el lugar, pareciendo increíble que a sólo una puerta de distancia hubiese una una moderna oficina equipada y decorada como correspondía a una empresa de primera línea.  Más que haber traspuesto una simple puerta, la sensación era que hubieran hecho un repentino viaje al pasado…
“Por mucho que la tecnología avance – le susurró Miss Karlsten al oído casi como si hubiese leído sus pensamientos -, yo sigo prefiriendo los jueguetes del siglo XVI, jeje…”
                                                                                                                                                                                   CONTINUARÁ

Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 
 

Relato erótico: “Alias: La invasión de las zapatillas rojas 5″ (POR SIGMA)

$
0
0

ALIAS:

LA INVASIÓN DE LAS ZAPATILLAS ROJAS 5.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojas y Expedientes X: el regreso de las zapatillas rojas, antes de leer esta historia.
Por Sigma
Bombón despertó al escuchar la suave alarma a lado de su cama, eran las nueve.
– Oh, que temprano -pensó aun adormilada. Estaba acostada boca abajo, sus muñecas con grilletes fijadas al cinto negro a su espalda, sus pies calzados con zapatillas rojas de tacón alto estaban fijados a las esquinas de la cama por medio de suaves cuerdas, de forma que la forzaban a mantener sus piernas abiertas en V.
Le gustaba estar así: vulnerable y disponible para su Señor.
– Mmm… espero que pronto vengan a rescatarme… -pensó justo antes de sentirse confundida mientras tensaba y relajaba un poco sus piernas- ¿Rescatarme? ¿De donde vino esa palabra?
Vestía también una minúscula tanga de color rojo sangre a juego con sus zapatillas de dormir y unas medias de seda blancas con liguero. Los tacones forzando, dominando, sus delicados pies y la sensación de las medias acariciando sus muslos la excitaban incluso mientras dormía. La noche anterior se había despertado al alcanzar un orgasmo entre sueños, últimamente siempre soñaba con actividades muy eróticas en las que era sometida a un amo que disfrutaba su cuerpo sin dudarlo.
– Oooohhh… Que bien se siente -susurró al sentir la caricia de la seda al moverse sobre la cama, pero incapaz de darse placer al estar atada su deseo crecía más y más, sin control.
– Oooohhh… ¿Que no vendrá nadie?… -gimió mientras se retorcía indefensa en la cama- espero que alguien… esté en casa.
Finalmente apareció en la puerta su hermanita Piernas, vistiendo su obligatorio uniforme de doncella erótica.
– Hola Bombón -la saludó con una sonrisa mientras se acercaba- ¿Necesitas ayuda?
-Si… por favor… necesito desahogo…
– Por supuesto Bomboncito -le dijo divertida mientras sacaba del cajón de la cómoda un vibrador plateado- será un placer…
– No… no es lo que… -empezó a decir cuando Piernas simplemente hizo a un lado el delicado elástico de su tanga para introducir de golpe el juguete en su vagina, lo que fue fácil pues estaba terriblemente húmeda.
– ¡Aaaaahhh…! -chilló de sorpresa y placer por el orgasmo mientras arqueaba su espalda.
Se quedó unos minutos disfrutando la sensación, tiempo que la morena aprovechó para limpiar en la habitación.
– ¡Mmm… que bien… que rico se siente! -pensó mareada por el placer. De pronto una cadenciosa música empezó a sonar en las bocinas y el vibrador comenzó danzar en su vagina suavemente, como suaves cosquillas, de forma casi hipnótica.
– Aaahhh… siii… siii… -gimió aun más excitada mientras sus piernas pulsaban siguiendo el ritmo y sus caderas se levantaban y bajaban una y otra vez. Entonces vio a Piernas dirigiéndose a la puerta- ¿Pero a donde vas? ¡Desátame antes!
– Oh, lo siento Bomboncito tengo órdenes de Papito -le dijo aun sonriente- Debo dejarte así.
– No, no lo hagas. Nena llegará en un rato más, si me encuentra así…
– Exactamente, Papito quiere que sus esclavas se pertenezcan entre si y tu te has resistido a Nena demasiado…
– ¡No Piernas! ¡No me hagas esto, te lo suplico! Si me dejas atada así, con la música y con el vibrador a bajo nivel, cuando ella llegue seré una puta en celo, no podré resistirme, haré todo lo que ella quiera…
– Lo siento cariño, son órdenes -dijo mientras salía y dejaba la puerta entreabierta, dejando a Bombón abandonada a su suerte.
Esa noche, tras recuperarse de la  sesión de placer y dominio con Nena, Bombón recibió la orden de presentarse a sus deberes de alcoba con su Rey.
– ¡Oh Dios, es una misión muy importante! No debo fallar… -pensó a la vez excitada y nerviosa como una colegiala mientras se metía al baño. De inmediato se puso su minúsculo bikini azul eléctrico y unas sandalias de tacón alto a juego para ducharse. Se enjabonó sensualmente el cuerpo, casi como si se acariciara, mientras se miraba en el enorme espejo antiempañante del baño.
– Oooohhh… que bien se siente… -pensó con los ojos entrecerrados y sus manos explorándola.
– Que linda vista Bombón…
– ¿Que… -exclamó algo asustada. Era Nena que la observaba recargada en la puerta del baño.
– No Nena, por favor, ya hiciste de mi lo que quisiste esta mañana…
– Y si mal no recuerdo lo disfrutaste tanto como yo, si no es que más…
– ¡Eso fue por que me has estado condicionando a enloquecer de placer con tu toque! -respondió airada y sonrojada la trigueña.
– Soy culpable, pero no te preocupes, Papi me mandó a vestirte y llevarte con él. Tranquila, no te tocaré.

Escuchar eso la tranquilizó. Podría cumplir su misión.

– Pero tu si puedes tocarte -dijo con una sonrisa al apretar el botón de un control en su mano con lo que una melodía rápida empezó a sonar: Hot and cold de Strike.
– Aaahhhh… noooo… -gimió la mujer al empezar a ondular su cuerpo bajo el agua de forma sexy, apoyó sus manos en la pared y empezó a mover las caderas hacia su exclusivo auditorio, dejando que el agua resbalara por todo su cuerpo, acariciándola amorosamente.
– Mmm… muy bien Bombón -le dijo Nena complacida mientras ella se volvía para mirarla de frente y bailaba sobre el suelo antiderrapante de la ducha, abría sus piernas en compás y las levantaba de forma espectacular.
– Nnnnggghh… ¡Basta!… tengo que ver a mi Rey… -dijo al empezar a sentir que de nuevo se excitaba, sus pezones se ponían duros y su vagina se lubricaba.
– ¡Nena! ¡Basta! Ella tiene órdenes…  -resonó la voz de X en las bocinas de la ducha- y tu también…
– Si Papi -dijo la rubia en tono sumiso al apagar la música con el control- Ven Bombón, es hora de vestirte.
Acompañó a su hermana en esclavitud y la ayudó a vestirse: unas pantaletas negras de seda y encaje con adornos de corazones y huecos para un placentero acceso atrás y adelante, un corset de la viuda alegre con los mismos diseños y color, Nena se lo apretó hasta que Bombón apenas podía respirar, dándole la cintura de una diosa del sexo y forzando sus pechos a separarse y levantarse gracias a las medias copas del corset, dejando su escote expuesto, como un dulce o una fruta en un aparador para ser disfrutado por quien le apeteciera.
– Oooooohhh -gimió la trigueña al sentir como Nena apretaba con fuerza las cintas mientras ella trataba de mantenerse en pie agarrada al poste de la cama con ambas manos, confundida sobre si lo que sintió había sido dolor o placer.
En sus piernas llevaba unas medias negras casi transparentes y mantenidas en su lugar por ligas conectadas al borde del corset, en sus pies llevaba zapatillas de charol negro de tacón muy alto y una gruesa cinta cruzando el empeine. Su largo cabello arreglado en un peinado alto para dejar expuesto su esbelto cuello, llamando aun más la atención hacia su delicioso escote.
La rubia pintó los labios de su hermana de un color rojo cereza, de manera que se vieran más gruesos y carnosos, como una fruta jugosa. Sus pestañas habían sido alargadas y una sutil sombra en los parpados le daban a sus ojos un toque de sensualidad casi hipnótica.
Aun llevaba sus obligatorios cinto y gargantilla de metal negro marcándola como esclava y femeninos grilletes en las muñecas.
– ¡Mmm… estoy lista para mi señor…. lista para coger… -pensaba con lujuría Bombón al mirarse al espejo, preparada para sus deberes de alcoba. Casi de forma natural la trigueña empezó a posar tanto para si misma como para Nena que ya estaba desnuda sobre la cama, excepto por sus zapatillas claro, masturbándose con el vibrador mientras disfrutaba el espectáculo. Bombón se inclinaba exhibiendo su escote o arqueaba su espalda parando sus nalgas, mientras deslizaba sus manos con largas uñas rojas por todo su cuerpo, acariciándose, pellizcándose suavemente, finalmente se dio a si misma un sonoro azote en la nalga, lo que hizo explotar a la rubia en un rico orgasmo.
– Ooooohhh… Muy bien… Hermanita…-susurró Nena mientras se humedecía los labios con la lengua.

Bombón salió al pasillo dirigiéndose de inmediato a su señor.

– Oh, maldita Nena, es demasiado dominante, no me gusta… mi único amo es mi señor -pensaba mientras tocaba a la puerta.
– Entra esclava… -fue la respuesta desde el interior.
Dentro estaba X, sentado ante su escritorio, revisando una serie de documentos y estadísticas de la empresa de alta costura Xcorpius. En el interior de la vitrina al fondo del cuarto, estaban las zapatillas rojas originales, pero les faltaban grandes trozos que se usaron para hechizar una buena cantidad de zapatillas y otro tipo de calzado.
Una mascara de esquiar estaba sobre el escritorio y una peluca rubia se encontraba puesta en una cabeza de maniquí.
– Bienvenida Bombón, llegas a tiempo, me hace falta un poco de placer…
– Si mi señor, te pertenezco…
– Así me gusta, ¡En posición esclava!
– Aaaahhhh -gimió de placer la trigueña al arrodillarse, puso sus hombros hacia atrás, sus muslos medio abiertos, sus pies en punta, sus tacones apuntando casi al techo, sus manos sujetando sus tobillos, sometiéndose, su cabeza inclinada en aceptación.
– Muy bien, ahora repasemos tu condicionamiento -dijo mientras oprimía un botón y una lenta melodía empezaba a sonar- ¿Quién eres?
– Soy Bombón… oooohhhh… -casi gruñó de placer mientras sus piernas palpitaban siguiendo el ritmo.
– ¿Qué eres?
– Soy tu esclava… tu odalisca… aaahhh… tu hembra… tu juguete sexual… tu muñeca de placer… aaahhh…
– Muy bien… ¿Cual es tu misión?
– Mi misión es complacerte en todos tus caprichos… oooohhh… tus deseos son órdenes…
– ¿Cuales son tus órdenes?
– Mmm… el placer y la lujuría… pertenecer a mis hermanas… amar mi cuerpo… lucirlo para los demás… lucir mis tetas y mi coñito… Aaaahhh… mostrar mis piernas… estar siempre disponible y lubricada… usar siempre tacones altos… siempre…
– ¿Qué te excita?
– Mi Amo y Señor, me enloquece y excita… Aaaaahh… mis hermanas me excitan… debo masturbarme si estoy sola y me excito… ver mi cuerpo me excita… me gusta mirar mi cuerpo y el de mis hermanas…
– ¿Harás todo lo que te pida?
– Todo… lo que quieras… cuando quieras… oooohhhh… mi cuerpo… mi mente… son tuyos… en la cama y fuera de ella… soy tuya… para siempre… oooohhhh…
– Muy bien Bombón, llegué a pensar que no podría poseerte del todo ¡Ahora mastúrbate para mi!
– ¡Oooohhh… si mi señor…! -dijo la trigueña llena de placer al apretar con más fuerza su tobillo izquierdo mientras su mano derecha se introducía en el hueco frontal de sus pantaletas y empezaba a acariciarse deliciosamente- aaahhh… aaahhh…
– Ahora ya estás lista y justo a tiempo, pues aunque hemos tenido éxito con nuestra exclusiva linea de ropa y calzado necesitamos expandirnos mucho más y para eso tengo nuevas misiones para ti.
– Aaaahhh… si… mi señor… aaaahhh… -gemía mientras sus caderas subía y bajaban siguiendo la música.
– Primero necesitamos llegar a muchas más personas, nos hace falta una patrocinadora por ejemplo, con contactos en el mundo de la moda.
– Si Amo… siiiiii… te escucho…
– En segundo lugar necesitamos un experto en lo sobrenatural pues no he podido duplicar el poder de las zapatillas, he podido imitarlo colocando minúsculos fragmentos de ellas en el calzado de mi elección, pero sólo obtengo ese efecto con los fragmentos de las originales, a este paso pronto no quedará nada de la zapatillas rojas y eso no puedo permitirlo…
– Si mi señor… Aaaaahhhh… ordéname y te complaceré… -casi sollozaba Bombón de la felicidad.
– Sabía que dirías eso Bombón, me complace pero recuerda que en mi presencia no puedes venirte sin mi permiso.
– ¡Oooohhh… por favor Amo… déjame venirme… lo necesito… taaaanto…! -gritó desesperadamente excitada- Nena me torturó… toda la mañana casi sin… dejarme desahogar… aaaahhh…
– Mmm… es verdad… creo que se está volviendo demasiado dominante -dijo con una sonrisa sin dejar de mirar el caliente espectáculo ante sus ojos- eso puede ser peligroso así que en premio a tus avances te daré un arma y te diré un pequeño secreto para vengarte… pero antes ven a mi, entrégate a tu señor… y podrás venirte…
– ¡Si… mi señor! -de un movimiento la trigueña se levantó y de un salto se encontraba sobre el escritorio de X, se le acercó a cuatro patas ronroneando como un gatito, al llegar al borde, con gran elegancia se arrodilló y se inclinó deseando que el mundo entero y sobre todo su señor pudieran asomarse a su apetitoso escote.
– Oooohh… mis pezones… se rozan con el…  terciopelo del corset… están taaaan duros… -pensó por un instante antes de sonreír al descubrir la excitada mirada de X posándose en su reforzado escote, entonces lo animó con voz ronca- siiii… mira mis tetitas… son tuyas… gózalas.
– No tan rápido Bombón… antes baila para mi… baila como lo que eres: mi hembra -dijo excitado el hombre al apretar un botón y una retumbante música empezó a sonar, era rápida y primitiva, salvaje y poderosamente sexual.
– Aaaahhhh… -gruñó al levantarse y comenzar a danzar sobre el escritorio, levantó los brazos al máximo y empezó a mover sus caderas siguiendo el ritmo… atrás y adelante, izquierda y derecha, una y otra vez, sus piernas extendiéndose y encogiéndose, bailando con la mágica habilidad que le daban las zapatillas al borde mismo de escritorio, casi de puntas, parando sus nalgas ante X, como ofreciéndose.
Extendió sus brazos a los lados y flexionó las muñecas hacia arriba con las palmas hacia abajo, luciendo así más femenina al bailar mientras ondulaba su cuerpo y se movía en círculos cada vez más rápido sobre el escritorio, casi de puntas sobre sus tacones, excitándose cada vez más, disfrutando de su propia lujuria mejorada por las zapatillas.
De pronto se detenía y levantaba una pierna bien derecha y tiesa, ofreciéndosela a su amo para su goce, lo que a su vez le daba a ella un inmenso placer cuando su señor le sujetaba la pierna para besar y mordisquear sus tobillos y pantorrillas.
– Aaaaahhh… siiii… -gemía guturalmente con sus rojos labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas, sus manos despeinando su cabello mientras bajaba rítmicamente su cuerpo doblando sus rodillas poco a poco- Oooooohhh… que placeeeeer…
– Muy bien Bombón –gruñó evidentemente excitado X mientras liberaba su ya duro miembro del confinamiento de los pantalones- es hora de tomarte… ven a mi…
– Mmm… no mi señor –dijo la trigueña mientras seguía bailando sensualmente- me ordenaste que bailara para ti y eso debo hacer…
– ¿Qué…? –preguntó sonriente el hombre- ¿Cómo te atreves? ¡Ven aquí!
Trató de sujetarla de los tobillos pero con una risita infantil ella lo evadió gracias a la asombrosa agilidad que le otorgaban las zapatillas y se fue al otro lado del escritorio, ahí se puso en cuclillas para comenzar a abrir y cerrar los muslos de forma provocativa sin perder el equilibrio en sus altísimos tacones.
– Te atraparé y te mataré de placer esclava…  -dijo divertido X al lanzarse sobre el gran escritorio tratando de atrapar a su hembra, pero con un encantador y ágil saltito Bombón volvió a esquivar a su captor con una dulce risita, al llegar al otro extremo del escritorio sacó sus senos del corset y sus manos con largas uñas rojas comenzaron a apretarlos y sacudirlos para su amo al ritmo de la música, provocándolo…
– Basta esclava, te entregarás a mi ¡Ahora! –dijo con impaciencia a la vez que se sentaba en la cama y se palmeaba los muslos.
– Nnngghh… aaaaay… -chilló debido al pequeño orgasmo que la golpeó mientras sus piernas la hacían saltar del escritorio a la cama y de ahí en un rápido movimiento se arrodilló con las piernas de su amo entre sus sedosos muslos, viéndolo a los ojos, sujetando su miembro y encargándose ella misma de ser penetrada por su macho- aaaahhh… no es justo…
Siguiendo la música comenzó a subir y bajar, cerrando los ojos y apretando posesiva los hombros de su dueño, mientras este la sujetaba de sus altos tacones para controlarla y hacerla seguir su ritmo, ella no podía, ni quería, resistirse a su voluntad.

– Oooohh… que rico… -susurraba la mujer mientras sus manos se abrazaban de la nuca de X, sus pies de nuevo de punta por el control de los tacones, sus piernas pulsando, sus pezones besados y  pellizcados por él.

– Aaaaahhh… eso es… Bombón… sigue así… -le susurraba al oído su señor con voz entrecortada mientras controlaban el exquisito ritmo al dominar el cuerpo de su esclava por sus tacones y por la música.
Mientras le decía esto soltó los tacones de la mujer para poner sus manos en la cintura de ella, dejándole así más libertad para moverse y elegir su ritmo.
– Nnnnhh… ¿Qué haces?… -preguntó algo decepcionada la trigueña- no sueltes mis zapatillas… me gusta que me controles…
– Lo sé esclava… pero no quiero sólo controlarte… -le respondió a la vez que sacaba algo de una bolsa tras él- te quiero sometida a mi…
Sin dejar de penetrarla le colocó un collarín negro rígido similar a los usados para lesiones de cuello, pero con dos grandes diferencias: estaba bellamente adornado con corazones y forzaba su rostro a mirar hacia arriba, impidiéndole todo movimiento a su cabeza.
Sorprendida, Bombón trató de quitárselo con ambas manos pero a pesar de su apariencia fina era muy resistente.
– Mi señor ¿Que es esto? -balbuceó la mujer algo confundida pero a la vez excitada mientras forcejeaba con el collarín.
Entonces en un rápido movimiento X sujetó las muñecas de su esclava y las llevó a su espalda enganchándolas a la parte de atrás del corset, fijándolas.
– Aaaahhh… -la fuerza del movimiento solamente aumentó su placer.
– Muy bien, casi terminamos… -dijo el hombre al enganchar por medio de una fina pero fuerte cadena las zapatillas al corset, con lo que ya no podía mover sus piernas.
– Oooohh… Mi señor… aaaaahh… ¿Que me haces…? -dijo sin fuerzas, sin aliento, sin poder mirarlo, pero aun más excitada, entonces su macho la sujetó de los tacones y la obligó a moverse más despacio al penetrarla, lentamente, sensualmente, de forma en extremo  placentera por la sensación de estar totalmente vulnerable.
– ¡Aaaaahhh… aaaaahhhh… sigue… sigue…! -gemía con fuerza al ser sometida de esa forma por su amo, prácticamente sin poder moverse, completamente indefensa y dependiente de su señor.
En efecto ya no era una persona, ni siquiera una esclava, se había convertido en un simple pero exquisito objeto de placer para X, y lo peor, por supuesto, es que lo disfrutaba terriblemente…
–  ¡Ooooooohhhh… siiiiii… ! -gritó por el poderoso orgasmo que la golpeó como una explosión. Pero X la obligó a acelerar el ritmo por medio de sus tacones para su propio goce, hasta que Bombón volvió a alcanzar el orgasmo, esta vez  a la par de su señor.
– ¡Aaaaaahhhhh… te amo… mi señor… -gritó de nuevo a la vez que arqueaba su espalda, exhibiendo sus tetas, sus manos se cerraban y abrían en busca de placer, mientras el hombre le daba varias suaves nalgadas que la hicieron vibrar y a sus piernas pulsar a ritmo, a la vez que la salvaje música de tambores terminaba… mientras X se venía profundamente dentro de ella.
– ¡Nnnnnnngggggghhh… ! -gruñó satisfecho de su logro de dominio total sobre la fuerte agente de la CIA- ahora eres mía… para siempre… Bombón…
– Siiiiii… tuya… siempre… -susurró apenas la trigueña al caer desmayada sobre su dueño en la cama, todavía por completo a su merced y sonriendo ampliamente ante tan deliciosa idea.
Nena caminaba molesta por el pasillo hacia la habitación de Bombón vestida todavía con su traje formal del FBI, había tenido una semana difícil eliminando toda evidencia contra Papi, pero al fin tenía un fin de semana completo para descansar, ya quería desahogarse disfrutando de una buena cogida dominando a Piernas o a Bombón.
– Si… eso me relajará. Y pensar que Bombón me acusó con Papi… pero hoy le haré pagar -pensó con una sonrisa.
Finalmente entró sin tocar y la encontró recostada en la cama, vestida sólo con una pequeña bata roja.
– Hola Nena. ¿Como estás? -le dijo con una seguridad que confundió a la rubia. Pero de inmediato se recuperó.
– ¡Silencio zorra! Ahora verás lo que pasa cuando te me opones putita… -dijo al acercarse amenazadora a la cama.
– Oh… no lo creo… -respondió sonriendo mientras levantaba un control y oprimía un botón.
– ¡Aaaaaaahhhh! -gimió de placer Nena al escuchar una sensual melodía en las bocinas, sus pies se habían puesto de puntitas aun con sus tacones bajos del FBI. De inmediato comenzó a bailar poniendo las manos bajo sus senos, levantándolos y apretándolos en una lujuriosa y provocativa exhibición.
– ¿Pero que pasa?… -gruñó mientras bailaba por la habitación dando giros y saltos- No puedes… hacer esto… Papi no…
– Mi señor me otorgó permiso, te has vuelto demasiado dominante, por eso me dio tu control, tengo el encargo de volverte más sumisa para tus hermanas… y te aseguro que será un placer…
– ¡Noooo! -gritó la rubia mientras giraba alrededor de su hermana siguiendo el ritmo.
– Pero antes debo prepararte para jugar… -le dijo al sujetarla de la cintura, guiándola a la cama donde se sentó, ahí Nena se dio la vuelta y empezó a mover sus caderas y glúteos hacia la trigueña, lo que esta aprovechó para sujetar las muñecas de Nena y fijarlas al cinto de metal en su espalda… bajo sus ropas de agente.
– ¿Que? Pero yo no llevo ya esa marca… ¿O si? -se preguntó confundida.
– Exacto hermanita, nuestro señor nos deja siempre nuestra marca de esclavas pero nos hace olvidarlo, eso le divierte…
En ese momento Bombón detuvo la música lo que hizo que la rubia cayera al piso.
– Ahora te pondré el vestuario adecuado…-dijo mientras le mostraba unas prendas.
– ¡No te atrevas!… me las pagarás cuando me libere…
– Para entonces te habrás vuelto demasiado sumisa para enfrentar a tus hermanas, Nena.
– ¡Nooooo! -grito al momento en que un tono musical le puso los ojos en blanco dejándola débil y vulnerable.
Minutos después Nena de nuevo bailaba, esta vez vestida con un coqueto vestido rosa, como de niña pequeña, con encajes y volantes que apenas llegaba a la mitad de sus muslos, en contraste con el infantil vestuario llevaba unas medias rosa de liguero y sus altísimas zapatillas de metal de esclava, sus pies prisioneros del excitante calzado gracias a sus grilletes.
– Ooooohhhh… soy una Nena obediente… ooooohhh… soy una Nena sumisa -gemía tremendamente excitada mientras Bombón le susurraba al oído nuevos comportamientos que la harían más manejable… y mucho más placentera para sus hermanas.
Mientras tanto, un complacido observador disfrutaba el espectáculo en su monitor de seguridad sonriendo ampliamente… Orgulloso de sus logros y los de sus esclavas.
¿FIN?
PARA CONTACTAR CON EL AUTOR:
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!/
 

Relato erótico: “La tara de mi familia 6/ Thule” (POR GOLFO)

$
0
0

Sin título1

 Makeda tardó en despertarse un par de horas, durante los cuales me puse en contacto con el hombre del cardenal en Aquisgran. Como no podía ser de otra forma, era un cura de una iglesia de la ciudad, que desconociendo las verdaderas intenciones de Antonolli, había hecho un seguimiento a mi objetivo. De esa forma supe donde y como encontrar a Thule, la titánide alemana.

Seguía haciéndome gracia el nombre. La muchacha se llamaba como el reino mítico de los arios, que algunos confunden con la Atlántida o con Islandia. Muchos jerarcas de Hitler habían pertenecido a una sociedad secreta llamada la orden de Thule, una especie de franmasonería mezclada con esoterismo, y que había intentado encontrar infructuosamente el santo grial. Todo lo relacionado con la muchacha apestaba a nazismo y a superioridad racial.
Tuve que reconocer que no era muy diferente a lo que estábamos intentado, crear con mi simiente una nueva hornada de Titanes, cuyo fin último era recuperar el poder que nuestros ancestros habían perdido a lo largo de la historia. La única diferencia era que ellos hablaban de raza y nosotros de genes. Con todo ello en mi cabeza, decidí que de nada servía retrasar nuestro encuentro por lo que en cuanto Makeda se espabiló un poco, le pedí que se cambiara, que debía de ir a ver al cura, mientras yo aprovechaba para ir al restaurante donde se suponía iba a estar nuestro objetivo.
Es mejor que nos dividamos, yo me ocupo de Thule y tu consigue que nos deje un lugar donde estar tranquilos durante al menos una semana-.
Disfrute viéndola mientras se vestía. Embelesado por su belleza, me impresionó observarla en movimiento. Era una mujer con todos sus músculos perfectamente definidos pero a la vez intensamente femenina. Potencia y gracia. Cuerpo magnífico decorado por unos pechos duros, que eran una delicia. Su sola visión me retrotrajo a unas horas antes durante las cuales había echo uso intensivo de su sensualidad. De no ser por que el momento ideal para hallar a Thule era ese, me hubiera entretenido entre sus brazos.
Cuando terminó de engalanarse, le mostré mi admiración. La ropa que llevaba, lejos de esconder realzaba su atractivo. Un traje de chaqueta con un pequeño escote que dejaba intentaba enmascarar con poco éxito la rotundidad de sus pechos. Parecía una ejecutiva agresiva. Makeda sonrió al escuchar mi silbido, y como hembra sabedora de su encantado, salió de la habitación contorneando sus caderas.
Fue durante el trayecto en taxi, cuando ella me sacó el tema.
-No te he preguntado antes, pero ¿que es lo que me hiciste?-, entornó sus ojos antes de proseguir,-Creí que me estaba muriendo, que no iba a conseguir aguantar el placer que me estabas dando, cuando de improviso me vi dentro de ti-.
-¿A ti también te ocurrió?-, pregunté extrañado, por que no se me había ocurrido pensar que mi experiencia hubiese sido en los dos sentidos. Recapacitando sobre lo que significaba, le dije:-Cuando hicimos el amor, nos debimos compenetrar de tal modo que fusionamos nuestras mentes, y nuestros recuerdos-.
Entonces no hay problema, pensé que te había fallado al apropiarme de tus vivencias, pero si ha sido mutuo, no tengo por que sentirme mal-, y un poco avergonzada me pregunto:-¿Qué opinas de mí, ahora que me conoces, mejor que nadie?-.
Tratando de quitar hierro al asunto le contesté: -¡Que esta muy buena!-.
No, tonto. Quiero decir si no te has sentido defraudado-.
-Para nada. Y si antes me gustabas, ahora me encantas-.
Mi respuesta le satisfizo, y abrazándome entre sus brazos, me susurró al oído: –Yo, en cambio me he sentido engañada, eres un fraude- .
Vete a la mierda-, le contesté, muerto de risa, dándole una un beso en la mejilla.
De buen humor me bajé del automóvil, mientras ella proseguía hacia su cita con el sacerdote. Ya en el restaurante, entre sin fijarme en la gente que había a mi alrededor. Tan concentrado iba en como abordar a la muchacha, que no caí en el tipo de personas que estaban cenando y menos en la decoración tan surrealista con la que estaba engalanado el comedor.
Fue al sentarme en la mesa, que el maitre me había señalado cuando me percaté de todo ello. En las paredes habían colgado una serie de fotografías de hombres y mujeres desnudas. Todos los cuadros eran una apología al ario, cuerpos espléndidos en posición marcial, que no hubieran desentonado en las dependencias personales de Rudolf Hess, o del propio Hermann Goering. Pero lo mas chocante de todo fue que la pintura del local era toda en rojo, blanco y negro, junto con los comensales todos rubios con el pelo cortado a cepillo, y aspecto pulcro, hacían que sin haber ninguna esvástica, la configuración de las mesas recordaba a una reunión de nostálgicos del antiguo régimen.
Sospeché que al ser el único con pelo negro de las mas de treinta personas que estaban cenando, me habían dado una mesa alejada al lado de los lavabos. Como debía hacerme notar, llamé al dueño, un gordo casi albino, con pinta de tener mala leche. En cuanto llegó le exigí que me cambiara de mesa y que me colocara en la principal. Tuve que insistir haciendo uso de mi particular forma de disuasión para arrancárselo, ya que en un principio se había negado de plano y habiéndolo conseguido me senté a esperar acontecimientos.
No tardó en ocurrir lo que esperaba, porque a los dos minutos y sin haber empezado a beberme la cerveza que había pedido, Thule hizo su aparición rodeada de cuatro de sus acólitos. Al ver que su mesa estaba ocupada y encima por un tipejo con pinta de español, montó en cólera, haciendo llamar al pobre obeso.
Lo siento señora, sé que es su mesa. Pero no se porque no me he podido negar a complacer a ese hombre-, fue la respuesta del dueño. Thule viendo que no iba a conseguir nada de ese modo, mandó directamente a sus ayudantes a que me expulsaran de la mesa y del restaurante.
Los vi acercarse. La gente hizo un silencio esperando que se armaran bronca. Me mantuve impertérrito mientras el jefe de ellos, me pedía de forma agresiva, que me retirara que esa era la mesa de su líder. Creyó que no entendía el alemán, al no obtener respuesta, y por eso agarrándome, intentó jalar de mi para echarme. No se esperaba mi reacción, y antes que sus acompañantes se dieran cuenta, el germano estaba tirado en el suelo con el brazo roto.
Sin inmutarme, provocándoles con mi mirada, les dije en voz baja, que se retiran si no querían terminar como su jefe. Viendo el miedo en sus ojos, les insulté diciendo:
Yo no me pliego a hablar con inferiores, decidle a Thule, que la estoy esperando para cenar en mi mesa-.
La rubia estaba indignada, debió de pensar que quien coño me creía para vapulear a su seguidores en su presencia, y segura de si misma, se acercó con intención de hacer ella misma lo que ellos no habían podido.
Observé como le consumía la ira, incluso antes que me llamara en castellano, “sucio español” y que con su mente me ordenara que desapareciera de su presencia. Haciendo caso omiso de su orden, me levanté y como un caballero le acerqué la silla, mientras le decía:
Menos mal que tienes un buen culo, sino te azotaría en frente de tu personal por maleducada-.
Su tez había perdido todo su color, pálida y disimulando con una sonrisa para el respetable, no pudo mas que sentarse. Habían ocurrido simultáneamente dos hechos que ella no se esperaba. Por primera vez en su vida, alguien desobedeció una orden directa suya y para colmo de males, apreció en sus propias carnes lo que suponía ser manipulado por alguien mas fuerte que ella.
Se mantuvo durante unos momentos tiesa y muda, recapacitando sobre ello. Toda su supuesta superioridad con la que había crecido se desmoronó en un instante y encima por obra y gracia de un hombre de una raza que hasta esa noche, ella había considerado inferior.
-¿Quién eres?-, me preguntó, cuando habiéndose repuesto pudo articular palabra.
La insolencia de su tono, merecía un castigo que con placer le apliqué cruelmente. Sintió que su cabeza iba a estallar, derramando sangre y huesos por la sala.
Soltándola, le expliqué:
Me tienes que hablar con mas respeto, para empezar deberás de dirigirte a mí usando el usted-.
Adolorida por el correctivo y humillada por su derrota, rectificó diciendo:
-¿Quién es usted?-
Has entendido a la primera, realmente no esperaba que alguien tan poco inteligente lo aprendiese tan rápido-, le contesté insultándola deliberadamente.
Intentó levantarse y al hacerlo su cerebro volvió a sufrir el duro escarmiento. Con lágrimas corriendo el rimel de sus pestañas, me imploró que cesase el dolor que la consumía.
Desapareció cuando escuché de sus labios un por favor.
Zorrita, soy tu dueño. Fernando de Trastamara, el mayor de los titanes, tu verdadera raza-.
Sin poderme replicar como hubiese deseado me contestó:
No se de que habla, soy aria-.
Te equivocas eres una hembra de mi estirpe, una titánide. Y he venido a tomarte bajo mi manto-.
Esta loco, no se que me ha hecho, pero nadie puede dominarme-.
-Vuelves a estar errada, no solo puedo sino que ya lo he hecho-. Y chasqueando los dedos de mi mano derecha, esperé.
De su interior, un enorme calor fue aflorando concentrándose en su sexo y en sus pechos, y antes de que se pudiese oponer a mi mandato, berreó como cierva en celo al ser montada por el semental. Asustada por la violencia de su orgasmo y avergonzada por los gritos que habían hecho darse la vuelta a todos los presentes, empezó a llorar sin moverse de su sitio.

Ves como solo eres una putita en mis manos, donde ha quedado la gran líder, la esperanza de la nación paneuropea, yo solo veo a una mujer que se corre a mi mandato. Deberías estar orgullosa que me haya fijado en un ser tan mezquino, y que haya decidido que sea de mi propiedad-, y levantándome de la mesa, le acerqué un papel diciendo: –Te espero en esta dirección dentro de dos horas, y para que sepas que no me puedes fallar, te voy a dejar con una muestra de lo que te puede ocurrir si lo intentas-.

Antes de que saliera por la puerta, Thule ya se estaba retorciendo en el suelo del dolor que sentía en sus entrañas, era como si un tubo ardiendo le traspasara el estómago y los pulmones, mientras alguien la rociaba con ácido el resto de su cuerpo. Dejé que se prolongara su padecimiento mientras esperaba un taxi. Y solo paró cuando perdió el conocimiento.
Sabiendo que tenía tiempo suficiente, le pedí al conductor que me llevara al sex-shop mas cercano, ya que tenía que aprovisionarme de una serie de elementos con los que domesticar a la perrita.
No sabía lo caro que resultaban todos lo instrumentos que compré, hasta que el empleado de la tienda me extendió con alegría la factura. Fueron casi dos mil euros los que se cargaron a mi tarjeta, pero no me importó al pensar en el uso que les iba a dar.
Ya en mi habitación, pedí al servicio del hotel que me trajeran de cenar. Debido a lo sucedido, no había podido probar bocado y mis tripas me lo recordaban quejándose por la ausencia de alimento. Acababa de irse el camarero cuando llegó Thule con mas de media hora de antelación.
Al abrirle la puerta, su rostro mostraba una tremendas ojeras, producto del tratamiento recibido, y en su actitud sumisa descubrí lo desolada que se sentía por tener que obedecerme.
-Siéntate mientras termino de cenar-, le ordené.
Con la orejas gachas, y sin hablar se acomodó en el sillón. Durante unos minutos deje que se impacientara y cuando percibí que se revolvía ya nerviosa por la espera, le pregunté:
¿Qué sabes de ti?, ¿sabes de donde viene tu poder?-.
Hasta ese momento se había comportado dócilmente, pero al hablar de sus ancestros y como ella era una selección de los mejores especimenes arios, se volvió a tornar la hembra orgullosa y racista que me había encontrado.
Le solté una carcajada en su cara diciéndole:
-Memeces, eres un poco mejor que el resto del ganado, que es la humanidad, pero hasta que no se demuestre lo contrario eres eso, una res a domesticar, una escoria que azotar y un vientre que inseminar-.
Le acababa de decir cual era su fin último, ser el recipiente de mi esperma, y lejos de revolverse contra la idea de ser preñada por mi, observé que la complacía. Explorando en su interior descubrí que se veía como la nueva Eva de una raza superior. Tenía que hacerla caerse de su guindo, pero para ello tenía toda el tiempo del mundo.
Ponte de pie-, le ordené mientras me terminaba de tomar el café.
Sin rechistar se levantó, quedándose en medio de la habitación, esperando que le dijera que tenía que hacer.
Desnúdate, quiero observar la clase de hembra que eres-.
Tras la sorpresa inicial, producida por no estar acostumbrada a que nadie la mandara, la muchacha se empezó a despojar rápidamente de su ropa.
Mas despacio-, le dije al ver que se había quitado la falda mecánicamente, sin gracia,-Quiero que te luzcas. Imagínate que eres una esclava que están subastando, y que si no convences a los pujadores, tu amo te va azotar por bajar innecesariamente tu precio-.
Se lanzó contra mi, como una gata defendiendo a sus cachorros al escucharme, tratándome de arañarme en la cara. Y como única respuesta, chasqueé por segunda vez los dedos. No era necesario algo tan teatral, pero me gustaba el efecto mágico del sonido al hacerlo. Paralizada por el terror esperó que ocurriera algo, que el dolor volviera a sumirla en la desesperación o que el placer demoliera sus defensas. Pero solo escuchó mi burla, y supo que humillarla como había hecho, haciéndola petrificarse solo con el ruido del chasquido era suficiente castigo.
No me obligues a recordarte mi superioridad-, le dije con voz baja,-quiero que te muestres como una puta, como una mercancía deseosa de ser comprada y usada-.
Asumiendo su fracaso, reinició su striptease, pero esta vez sensualmente, todo lo sexi que su carácter germano le permitía, no quedando satisfecho por el resultado le dije:
-Está claro que eres frígida, te voy a tener que ayudar-, y mentalmente manipulé sus sentidos de forma que con sus maniobras que cada vez que rozara uno de sus pechos, o liberara parte de su piel, la excitación fuera creciendo en su interior pero a la vez que fuera incapaz de correrse.
Poco a poco, casi sin darse cuenta se fue sumergiendo en un deseo irremediable. Su miraba brillaba deseosa de mis caricias, y su cuerpo se retorcía pidiendo que lo tomara, pero solo recibió reproches e insultos. La mujer de hielo se derretía con la única herramienta de su imaginación, mientras yo terminaba de servirme un whisky del servibar.
Forzándola mas allá de lo imaginable, cuando se me mostró desnuda ante mis ojos, fui juzgando y opinando de cada una de las partes de su cuerpo. No le hizo demasiada gracia cuando sopesando sus pechos con mis manos, le expliqué que los habías visto mejores y menos cuando dándole la vuelta, y observando su trasero, le dije que necesitaba ejercicio que lo tenía caído. Era una tortura, ya que cada vez que rozaba su piel se le incrementaba la líbido, pero al escuchar mis críticas durante unos segundos se menguaba la intensidad del deseo para volver con mas fuerza si cabe.
Ya la había llevado al borde del orgasmo, pero no le había permitido saltar al vacío, cuando llamaron a la puerta. En ese momento le di un uniforme, y le exigí que se lo pusiera en el baño mientras yo abría la puerta.
Era Makeda que volvía de la reunión con el cura. Nada mas verme, supo que lo había conseguido y que la rubia había caído en la telaraña. Sirviéndose una copa me explicó que había conseguido su propósito y que al día siguiente nos recogería un coche de la nunciatura para llevarnos a nuestro destino. Mientras le servía una copa descubrió los utensilios que había adquirido, y con cara extrañada me preguntó:
-¿Crees que serán necesarios?-
Cuando salga, veras que sí-, le respondí.
En ese momento, vi que Thule aparecía por la puerta del baño, vestida con un escaso uniforme de criada. La falda que llevaba era de esas que vulgarmente se llaman cinturones anchos, porque si hubiese llevado bragas, hubiésemos podido verlas, pero como no las portaba, su sexo se mostraba en toda su plenitud. Cortada, entró al salón de la suite, no se esperaba compañía y menos una mujer de raza negra.
-¿Quién es esta?-, dijo, mirando de una forma despectiva a Makeda.
Quise quitarle la altanería de golpe, pero la etíope me pidió que la dejara encargarse a ella.
-Soy Makeda Song, antiguamente llamada Makeda de Abisinia. Concubina de Fernando y una titanide superior a ti-.
Yo no hablo con monos-, le respondió insultándola.
Pensé que la saltaría al cuello, dándole una paliza, pero al contrario de lo que suponía, sonrió diciendo:
Mira niña, el único animal que hay aquí eres tú. Ni mentalmente ni físicamente eres competencia, si te portas bien dejaré que me sirvas-.
-¿Servirte?, antes muerta-, le espetó lanzándole un ataque mental.
La fuerza de su mente, era al menos equivalente a la de la negra. Sin que las contendientes se dieran cuenta, reforcé las defensas de Makeda. Esta contraatacó con violencia, mandándole imágenes de la rubia siendo usada por una tribu africana. La repugnancia que sintió, la hizo perder parte del resuello, y con la respiración alterada, vomitó sobre la alfombra.
Veo que te gustan mis compatriotas, quizás después de usarte, te vendamos a un jefe tribal, las rubias se cotizan caro-.
Aun sabiendo que la había vencido, el orgullo de Thule le obligó a actuar a la desesperada, y sin importarle que ocurriera le lanzó una patada al estómago. Makeda había previsto el golpe, por lo que no le resulto difícil el esquivarlo, dándole a la vez un derechazo que la noqueó en el suelo.
Pacientemente esperó a que recuperara el sentido, y nada mas hacerlo, le dio unas mordaza para que se la pusiera.
-Mientras digas bobadas, prefiero no oírte-.
La germana, que por segunda vez en su vida se había encontrado a alguien que le mojara la oreja, estaba desolada, y sin fuerzas para oponerse, no tuvo mas remedio que sumisamente colocarse el bozal en la boca, pensando que así no se prolongaría su castigo. Pero Makeda tenía otros planes, y soltándole un tortazo le exigió que se pusiera a cuatro patas sobre la alfombra. Acercándose a la pequeña cocina de la habitación, cogió un plátano del frutero y sardónicamente le dijo:
Vamos a ver como se come la fruta el mono-.
Thule se empezó a quitar la mordaza para ser obligada a comérselo. La negra se lo impidió, gritándole que nadie le había dicho que lo hiciera.
Son tus otros agujeros los que van a devorarlos-, le dijo suavemente, y sin piedad se lo incrustó en su sexo.
Sin poder gritar, se retorció al sentir como era violada su cueva. Intentando zafarse del correctivo, se trató de levantar, pero usando mi poder se lo impedí, dejándola indefensa en manos de mi pareja. Dos lágrimas surcando sus mejillas eran el único efecto visible de su humillación.
Makeda prosiguió con su tortura, sacando y metiéndolo, mientras que con su mano libre azotaba brutalmente su trasero. Poco a poco, fue cediendo la resistencia a la intromisión, lo que propició que la negra, ordenando a Thule que fuera ella misma la que con sus manos maniobrara con el banano, se levantara a terminarse la copa.
-¿Qué te parece?-, me preguntó señalándome a la muchacha, –Creo que es hora que use uno de tus artilugios, ¿no?-.
Tuve que sentarme para no caerme, de la risa que me entró al saber a que se refería. Nuestra presa se retorcía en el suelo, con su culo adolorido y rozado, mientras la negra mecánicamente se ponía uno de los instrumentos.
Me daba hasta pena saber, lo que le esperaba a Thule. Makeda se desnudó antes de ponerse un siniestro arnés en la cintura, que disponía de dos penes, uno pequeño que estaba diseñado para ser introducido en la vagina de quien lo portara y uno gigantesco para la víctima , que dejaba mi propio sexo en ridículo por su tamaño.
Eres un cabrón, podías haber comprado uno sencillo-, me dijo mientras se masturbaba para colocárselo sin dificultad.
Abriéndose de piernas se lo metió hasta el fondo antes de ajustarse las correas. Como por arte de magia, sus pezones que hasta entonces habían permanecido en letargo se erizaron y dándome un beso me susurró al oído:
-En cuanto acabe con ella, ¡vendré a por ti!-.
Ni se te ocurra venir sin quitarte antes esa mierda, recuerda que tengo otras maravillas que puedo usar contigo-, le contesté con una amenaza nada velada.
Soltó una carcajada al escuchar mis palabras, y centrándose en su objetivo cogió un aceite que había en la bolsa del sex-shop. Echando una buena cantidad sobre su ojete, le introdujo un dedo masajeando los músculos circulares de su ano. Thule al sentir la intromisión protestó, pero al darse la vuelta, y ver el enorme aparato con el que iba a ser penetrada, supo que jamás en su vida iba a recibir un dolor semejante y que no había modo de librarse de el.
Makeda se lo tomó con tranquilidad, no cejó en menear el dedo en el interior de la muchacha, hasta que entraba y salía sin dificultad, y entonces y solo entonces hizo que un segundo le acompañara en su misión. La propia etiope sintió que ella no era indiferente al tratamiento y su cueva se fue encharcando a la par de la germana. Excitada se empezó a retorcer sobre el cuerpo de la muchacha, y mientras le introducía el tercer dedo, la humedad hizo su aparición en su escote, gruesas gotas de sudor recorrían su cuerpo bajando por sus senos.
Thule que se penetraba brutalmente con el plátano, en respuesta al deseo que la inundaba, estaba esperando lo inevitable. Makeda no se hizo esperar, y poniendo la cabeza del enorme falo en su ojete, de un pequeño golpe forzó su entrada. La muchacha se estremeció por el dolor, la mordaza le impedía gritar pero aún así gemido inarticulados salieron de su garganta al continuar la negra con su penetración. Lentamente, centímetro a centímetro fueron desapareciendo en su interior toda la extensión del latex, derribando todas sus defensas.
Makeda dejó que se acostumbrara a sentirlo antes de comenzar una cabalgada sin freno sobre la indefensa muchacha. En ese instante del partido, decidí que quería oír a Thule gritando, y acercándome a su cabeza, la despojé del bozal. Cual sería mi sorpresa cuando habiendo terminado de quitárselo, la muchacha malinterpretando mis intenciones, me bajó el cierre de mi bragueta, liberando mi miembro. Con un rictus de sufrimiento en su rostro abrió su boca, y con suavidad se introdujo toda mi virilidad dentro. Sus labios absorbieron toda mi piel, de igual forma que su culo y su sexo habían devorado los instrumentos de su violación, y con los tres agujeros llenos se corrió retorciéndose sobre la alfombra.
En ese momento, la lujuria nos había poseído por completo, y viendo que la germana se había desplomado por el agotamiento, llamé a mi lado a la otra mujer, y desanudando el arnés de su cuerpo, la cogí en brazos y en volandas la deposité sobre la cama.
Iba a tomarla, subiéndome encima Makeda, cuando la escuché decir que esperara un momento. Molesto por el retraso, observé como levantándose del colchón, iba por la rubía y cogiéndole de los pelos, le dijo:
Quiero que observes como mi dueño, toma a su sierva-.
Y volviendo a mi lado, me hizo tumbarme, y sin mas explicaciones se fue introduciendo toda mi extensión sin dejar de mirar a los ojos a la muchacha. Estaba empapada, su sexo me acogió con lentitud en su interior, pude sentir cada una de sus rugosidades y pliegues al irse apoderando de su cavidad. Cuando se notó totalmente llena, y mi glande ya chocaba con la pared de su vagina, sus caderas iniciaron un pausado baile, que se fue incrementando hasta convertirse en un carrera desenfrenado. Sus pechos rebotaban al compás de su galope, cuando sin sacarla se dio la vuelta dándome la espalda, y con crueldad le gritó a Thule:
-Cómete este negro coño-
Algo había cambiado, lejos de sentir reluctancia por hacerlo, se acercó y vorazmente empezó a torturar su clítoris con la lengua, bebiéndose todo el flujo que salía de la cueva de mi concubina. Esta no pudo soportar la excitación de ser penetrada y mamada a la vez, y gimiendo su placer a los cuatro vientos, se retorció como una puta corriéndose sobre mis piernas, pidiéndome que me derramara dentro de ella.
Pero mis intenciones eran otras, y con mi erección en su máximo esplendor, me puse de pie diciendo a la alemana:
-¿Qué eres?-.
Bajando la cabeza, y con su rostro colorado por la vergüenza me contestó:
-Ganado-
Explorando su mente, percibí su total sumisión, y como estímulo a su nueva actitud, le premié con un solitario orgasmo. Cayó de rodillas, cerrando sus piernas en un intento de conservar para si las sensaciones que la estaban poseyendo.
-¿Quién es ella?-, le pregunté señalando a la negra que alucinada nos observaba.
Mi maestra-.
Nuevamente la premié, satisfecho por su contestación. La rubia gimió al sentir como naciendo de su nuca, una descarga eléctrica, desbordando sus sentido, le anegaba de placer todo su cuerpo.
-¿Y quien soy yo?-.
-¡No lo sé!-, me respondió llorando,-Mi amo, mi dueño, mi señor-
-Te equivocas y aciertas a la vez, soy mas que eso, soy tu futuro, tu presente y tu pasado. Has nacido para servirme, eres una pieza de un engranaje que todavía no llegas a entender, y tu destino esta irremediablemente unido al mío.¿Aceptas tu nueva condición?-
-Si-, me respondió, y en su mente percibí su sinceridad.
Entonces, desde este momento serás conocida por nuestra estirpe como Thule Song, segunda concubina de Trastamara-, y recogiéndola del suelo, llevándola a la cama le dije:-Descansa-.
No, por favor-, me dijo con lágrimas en los ojos,- Tómame, quiero ser tuya-.
-No puede ser, primero mi esposa debe de aceptarte-, le contesté apenado por que la idea me atraía.
-Si es imposible, permíteme al menos que te sirva-, y sin mediar palabra se apoderó de mi sexo con su boca, mientras que sus manos asía la base buscando mi placer. Makeda que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano, la besó en el cuello diciendo:
-Hermana, deja que seamos las dos quienes lo hagan-.
Y de esa forma dos bocas, dos lenguas y cuatro manos, se turnaron buscando mi placer, mientras entre ellas una profunda unión crecía, derribando todas sus creencias. Eran demasiados los estímulos, por lo que con rapidez mi cuerpo explotó derramándose sobre mis hambrientas mujeres, que recibieron el néctar de mi simiente, devorando hasta la última gota.
Era tarde, al día siguiente teníamos que mucho que hacer, y mi propio cansancio hizo que poniéndolas cada una a un lado, les exigiera que se tumbaran a dormir. Al contrario que las dos muchachas, yo tardé en conciliar el sueño, era enorme mi responsabilidad y la tarea que tenía que asumir. Imágenes del futuro cercano inundaban mi mente, mientras ellas roncaban a pierna suelta pegadas a mi cuerpo.
Durante toda la noche se sucedieron pesadillas y alucinaciones, en las cuales se producían diferentes tipos de rebeliones por parte de los humanos contra los que en mi sueño eran sus legítimos dirigentes, y que no eran otros que mi estirpe, los titanes. El denominador común era el régimen despótico con el que subyugábamos a la humanidad.
Cuando el sol hizo su aparición en el horizonte, yo ya estaba levantado preparando lo que iba a ser ese día. La realidad se fue desperezando de su letargo mientras mi actividad se multiplicaba. Después de contactar con el cardenal, y explicarle como había ido la captación de Thule, me comentó que Xiu físicamente estaba bien pero que psíquicamente no podía soportar mi ausencia. Me dolió escuchar como mi mujer estaba desesperada al no poderme ayudar, por lo que antes de colgar con él, ya había decidido el llamarla. Pero cuando le expuse mi decisión, él rotundamente se negó a que lo hiciera diciéndome que eso solo serviría para profundizar su pena, y recalcándome que teníamos una misión y que esta era lo importante.
-Ya he contactado con tres titanides, ¿qué mas quiere de mi?-. le contesté claramente enojado por su supervisión. Sabía de antemano su respuesta pero aun así esperé que me lo confirmara.
Debes de sentar las bases del mañana, de nada sirve si no creas una estructura de poder, y si no perpetuas tu linaje-.
El maldito viejo tenía razón, mi simiente debía de germinar en los vientres de mis mujeres mientras fundaba entre tanto una organización que diera sustento y que sobretodo proporcionara los cimientos con los que alcanzar el gobierno en los distintos países.
Tenía a mi disposición la organización secreta del sacerdote, y el partido de paneuropeo de Thule. Era un inicio, pero ambos tenían sus defectos, uno estaba demasiado enfocado a la religión y el otro tenía connotaciones racistas.
Fue el propio anciano quien me dio la solución, si al partido de extrema derecha le quitaba los flecos nazis e incorporaba centristas de gran renombre que secretamente militaban en la “espada de Dios”, podíamos conseguir que en un periodo corto, Thule o sus lugartenientes se hicieran con Alemania, el mayor país de la unión europea.
¿Y esos prohombres se incorporaran al proyecto?-
-A los que no quieran, ¡los convenceremos!-, e iluminándose su rostro al continuar me dijo: -¡Imagínate un mitin!, ¡con todos los titanes manipulando al auditorio!, ¡seríamos invencibles!-
No me costó hacerme a la idea, y un escalofrío recorrió mi columna al hacerlo. Adelantándose a la conversación había preparado un reunión para refundar el partido, dos días mas tarde en la finca de la secta.
Me sentía manejado por Augústulo, durante años había estado preparándose para asaltar el poder. Solo la avanzada edad del viejo, me hacía concebir esperanzas de poder sustituirle en un futuro cercano, pero mientras tanto iba a aprender de su experiencia. Quizás por eso esperé que se levantaran las muchachas, y explicándoles los planes, pedí a Makeda que informase a Xiu de los avances, mientras Thule contactaba con sus lugartenientes principales y los citaba para la reunión.
A la etiope no le gustó la idea de volar a Madrid, según ella mi esposa había sido clara al respecto, su papel era el de estar conmigo, y no el de servir de mensajera. Tuve que explicarle que yo no podía confiar en nadie mas para vencer su reluctancia a hacerlo, pero aun así me obedeció refunfuñando. Descubrí en sus reparos una cierta dosis de celos provocados por que me quedaría solo con la alemana.
En cambio Thule no cabía de gozo, por lo que significaba no tanto por el hecho de no tener que compartirme con nadie sino por el horizonte que se le abría al ser la titánide elegida para ser la cabeza visible de la organización. Ya se veía como la presidenta de una Europa unida y fuerte bajo su mando, por lo que tuve que recordarle que ella era un peón y que el máximo responsable era yo. De triunfar en nuestra misión, en cada uno de los continentes habría en unos años un titán dirigiendo y por encima de ellos, estaría mi persona coordinándolos en la sombra.
El desayuno fue atípico, con tres actitudes claramente diferenciadas, a la circunspecta y enfadada de Makeda se contraponía la euforia de la rubía, manteniéndome yo en un plano equidistante de ambas, preocupado por la carga que iba a asumir. Al despedirnos, les pedí que se mantuvieran en contacto por si había un cambio de ordenes, y cogiendo un taxi me dirigí hacia la capilla palatina de Aquisgrán, que era la iglesia donde el hombre del cardenal era el párroco.
Esta iglesia que cuando fue construida por Carlo magno, formaba parte de su palacio, es uno de los edificios de estilo carolingio mejor conservados del mundo, siendo su decoración gótica con grandes influencias bizantinas. Se cuenta en los ámbitos académicos que gran parte de los libros de la biblioteca personal del emperador, se conservan todavía en su interior. Pero mi intención no era buscar un documento de entonces, sino encontrar cualquier tipo de legado de su bisnieto Hugo de Lotaringia, primer espécimen de la rama alemana.
El padre Klaus me esperaba en la vicaría. Me sorprendió por su juventud y fortaleza, si no fuera por el alzacuellos hubiese podido pasar por un jugador de rugby en activo. Sus dos metros y sus cien kilos le dotaban de una apariencia de oso, que no cuadraba con la enorme capacidad intelectual que me demostró ese día.
Tras las típicas presentaciones, durante las cuales se comportó solícito pero en el fondo cauto, le interrogué sobre la mítica biblioteca. Al cura se le cambió el semblante al escucharme, sus buenas maneras desaparecieron al instante, y excusándose me informó que para que el pudiera enseñarme ni siquiera los libros sino la ubicación de la misma, debía de tener un permiso especial por parte del Vaticano.
Llame a cardenal Antonolli, el le dará la autorización-, le contesté seguro de que la obtendría.
Escamado por dejarme solo dentro del templo sin ninguna supervisión, se metió en su despacho para llamar a su superior. Mientras tanto me entretuve viendo el interior. Es un templo singular formado por una nave octagonal circundado por otras ocho, que forman entre todas un hexadecagono. Sus arcos de medio punto y sus columnas corintias sostienen una de las mayores cúpulas de su tiempo. No hay que olvidar que la Capilla Palatina de Aquisgrán fue el más claro exponente artístico del poder político alcanzado por Carlomagno, al frente del Imperio Franco a principios del siglo IX. Como una expresión del ideal imperial de Carlomagno, la capilla fue decorada con suntuosos mosaicos, mármoles y bronces. Y seguía doce siglos mas tarde muy bien conservada.
Estaba estudiando un fresco de la nave principal cuando con cara de pocos amigos salió Klaus a mi encuentro.
Tengo obligación de mostrarle todo lo que usted desee-, me dijo. No me pasó desapercibido, que no dijera “permiso” sino “obligación”, de manera consciente o no, me había revelado su disgusto por hacerlo.
Le seguí al sótano sin contestar su insolencia, de nada me hubiese servido el hacerlo, y quizás hubiera empeorado la ya deteriorada actitud del sacerdote. Según la información turística la iglesia tenía un solo sótano, pero descubrí la falsedad de su afirmación ya que a modo de catacumbas, del primer sótano salía un segundo y hasta un tercero.
El trayecto sinuoso se prolongó durante minutos, hasta que entrando a una bella capilla subterránea, tras el altar me enseñó una puerta de madera, que de no haber quitado un tapiz, hubiese pasado desapercibida.
-¿Qué es lo que quiere revisar?-, nada mas entrar me pidió el padre.
No se si fue intuición o un salto al vacío, pero contestando al cura le dije:
-Tengo entendido que tienen una copia del verdadero testamento de Hugo de Lotaringía-.
-¿Busca acaso el diario de el bastardo loco?, de ser así le tengo que informar que no tenemos el original solo una copia, y una traducción al alemán.
Me resultó extraño que un documento tan antiguo, hubiese salido sin una buena justificación de ese lugar, pero recapacitando me di cuenta que debía de ser obra del cardenal, por eso no hice hincapié en el asunto y en cambio le pregunté por el calificativo dado al supuesto titán.

Estaba como una cabra, en su diario justifica la perdida del imperio, hablando de una maldición que ha recaído sobre el y su hijo. Sostenía que durante su principado se había excedido usando un supuesto poder, y que como reacción sus tíos y demás familiares se habían unido en su contra despojándole de sus derechos-.

-Pobre hombre-, le contesté,-¿y que fue de él?-
-Según sus escritos se pasó el resto de su vida persiguiendo a toda mujer que se ponía a su alcance hasta que su hijo lo recluyo en un monasterio donde terminó siendo el abad-.
-¿Me puede dar una copía de la traducción?-
-Si claro, desde que lo traduje, usted es el segundo que me pide leerlo, y ya le digo que son solo incoherencias de un paranoico-
-¿Quién fue el otro?-
-El cardenal …. -, me respondió antes de darse cuenta que había cometido una indiscreción. Pero para mi fue suficiente, por que había confirmado mis sospechas que fue el propio Antonolli quien se había apropiado de los originales.
Volviendo a su despacho, me pasé tres horas leyendo la traducción, tomando notas y analizando no lo que teóricamente decía, sino lo que realmente quiso decir su autor. Hay que tener en cuenta que entonces, aunque no existía formalmente la Inquisición, ya que se fundó en el siglo XII para combatir la doctrina albigense, no se puede negar que lo podrían considerar endemoniado o seguidor del diablo si revelaba claramente su don.
No me cupo duda de que era un titán, pero lo que mas me interesó fue como se quejaba de su hijo, el cual se negaba a usar su herencia y que solo la aprovechó para encerrarlo en el convento. Le llamaba cobarde, mujercita sin virilidad y otros dulces apelativos, que hubiesen sonrojado a los nobles de su tiempo. Bonita relación parental la suya, un padre enclaustrado y un hijo desagradecido.
Sabiendo que no tenía nada mas que hacer en ese lugar, despidiéndome del cura salí del templo sin ninguna dirección, y con la intención de dar un paseo me dirigí hacia sus famosa fuentes termales. Como ya eran las dos y el hambre me pedía comer, decidí hacer un descanso antes de llegar a ellas en un restaurante de la zona. Fue entonces cuando recibí la llamada de Makeda, donde me informaba que había llegado bien a su destino. Sobre Xiu me dijo que la había encontrado muy mejorada, pero que le dolía no estar conmigo.
Sobre si había aceptado a Thule o no, fui yo quien sacó el tema, porque a ella se le había pasado el mencionarlo. Con tono serio me explicó como ella había descrito nuestro encuentro a mi esposa, y que esta después de analizar su relato, la había despachado diciendo que si yo creía que estaba lista, que ella lo aceptaba. Le pedí que me pasara con ella, pero siguiendo las ordenes que tenía se negó aduciendo que estaba cansada y que era mejor no hacerlo. Y poniéndose pesada y sentimental me dijo:
Te echo de menos, pero mañana llego a las diez, así que te veré pronto-, colgándome el teléfono sin dejarme insistir.
Pensando que cada día que pasara era uno menos para volver con Xiu, me enfrasqué en observar a la concurrencia. Exceptuando a unos cuantos turistas, la gran mayoría de los presentes eran alemanes de pura cepa, escandalosos y divertidos lejos del tópico de hombres serios y cuadriculados. La camarera iba y venía recorriendo las mesas, llevando en cada mano cinco jarras, “menudos bíceps” pensé al ver la facilidad con la que portaba semejante carga. Y relajado por la cotidianeidad del lugar, disfrute realmente de un buen rato comiendo y poniéndome hasta las cejas de cerveza.
Bastante alcoholizado, o siendo menos fino, bastante borracho, cogí un taxi dirección al hotel. Nada mas entrar a la habitación, tumbándome en la cama, me quedé dormido.

Desperté al oírla entrar, viendo que estaba en la cama, se quedó mirándome desde los pies de la cama, dudando si despertarme o no. En ese momento abrí los ojos, su indecisión me recordó que estaba en mi poder, y que la mezcla de miedo y respeto que me tenía, la obligaba a esperar mis órdenes. La sensación de poder me produjo una excitación indescriptible. Y alargando ese momento, le obligue a mantenerse quieta, parada, mientras lentamente me desnudaba ante sus ojos. Sus pupilas se dilataron por lo que significaba, iba a consumar nuestra unión y quizás producto de nuestra lujuria de su vientre naciera una nueva especie.
Vi como sin percatarse de su reacción, pasó la lengua por sus labios, al verme despojarme de mis pantalones, y solo el que no le hubiese dado permiso, evitó que se abalanzara sobre mí. El escote de su camisa, me deja entrever sus pechos y como una gota de sudor recorría el canalillo de sus senos. Un río recorriendo un profundo cañón, no hubiera hecho mayor ruido que su corazón latiendo desenfrenadamente por el deseo.
Cuando lascivamente, mirándole a los ojos, me quité el bóxer que llevaba y agarrando mi sexo entre mis manos, se lo enseñé diciéndole que es suyo, Thule, sin que yo se lo hubiese pedido pero aleccionada por el pasado, se arrodilló en el suelo y reptando sobre la cama, se acercó a tomar posesión del mismo.
-¿Que haces que no estas desnuda?-, le pregunté.
Si contestarme se desvistió con rapidez, ante mi mirada. Me excitó verla tan sumisa, tan receptiva a todos mis caprichos, por eso la recibí con un beso posesivo, mordiéndole cruelmente sus labios, mientras ella se retorcía por el placer.
Olía a hembra en celo, a una dama reconvertida en esclava, que deseaba ser tomada por su amo. Sabiéndolo, me entretuve alargando los preliminares. Tumbándola a mi lado, exploré su piel sin dejar de decirle que no se merecía ser mi concubina, y que solo por nuestra misión iba a consentir que lo fuera. Desesperada, buscó callarme, bajando por mi cuerpo, mientras su lengua jugaba con el pelo de mi pecho.
-Cómeme-, le ordené.
Lentamente, su boca descendió por mi ombligo y metiéndose entre mis piernas se apoderó de mi sexo. Una placentera humedad fue absorbiendo mi extensión. Noté como apretando mis testículos con una mano, con la otra buscaba su climax masturbándose. No le había dejado hacerlo, pero la calentura que me dominaba me impidió reprenderla, y escuchando como se derretía gritando, quise probar el flujo de su cueva.
-Dámelo-, le exigí. Thule no sabía a que me refería, y petrificada se quedo quieta, buscando una explicación. –Eres boba hasta para esto-, le grité, mientras le daba la vuelta.
Me encantó el sabor dulzón de su coño, cuando separando los labios del mismo introduje mi lengua por su agujero y usándola como cuchara recogí parte del caudal que manaba de su interior. La muchacha recibió mi intromisión como un torpedo bajo su línea de flotación, y se inundó entre gemidos, al ser incapaz de achicar el torrente que salía de su rubio y pulcramente depilado sexo.
Desbordada por la pasión, se corrió en mi boca, gritando en alemán soezmente, rogándome e implorándome que la penetrara. A diferencia de la etiope, al llegar al climax, abrió su mente, sin explorar la mía, de forma que descubrí que en su interior la traición afloraba por todos sus poros. Echo una furia, se lo recriminé y obligándola a levantarse, le exigí que abriera la bolsa con los instrumentos del sex-shop, sacara de su interior unas esposas y un látigo con los que la iba a castigar.
Lloró de angustia al verse descubierta, pero dócilmente obedeció mis órdenes, recogiendo lo que le había pedido. Nada mas tenerlo en mis manos, de una fuerte cachetada la tumbé en la cama, y atándola al cabecero empecé a azotarla. Sus gritos debían oírse desde el pasillo, pero me dio igual, sin importarme los más mínimo infligí una durísima reprimenda a la mujer. Y solo cuando de sus nalgas, hilos de sangre producto de los latigazos recibidos, recorrían sus piernas manchando las sabanas, solo entonces me permití el cesar con la misma.
Seguía enfurecido por la forma que me había engañado, pero también era consciente de que no debía de proseguir el castigo porque iba a terminar marcándola permanentemente en un sitio visible y encima al día siguiente debía de estar presentable ante nuestros futuros partidarios. Por eso, meditando sobre el tema me vestí y saliendo de mi cuarto, la dejé atada y adolorida gimiendo por el dolor y el no conocer que le deparaba el futuro inmediato.
Tardé dos horas en volver, y cuando lo hice, llegué acompañado. Me escoltaba la dueña de una tienda de tatuajes que encontré en el centro, una pequeña francesa de unos veinticinco años, a la que tuve que esperar que cerrara el local, para que me acompañara. En la mente de Thule leí desesperación y arrepentimiento. La tortura de verse esposada en una habitación vacía, al alcance de cualquier persona que hubiese entrado en el cuarto, le hizo meditar sobre las razones que me habían forzado a dejarla en esa posición. Con todo el rimel corrido, su rostro mostraba un padecimiento espantoso.
-¿Qué pasa aquí?-, me preguntó Claire, alarmada al ver el estado de mi victima.
-Es parte de un juego, ¿verdad cariño?-

Asintiendo con la cabeza, la rubia confirmó mi versión. No pudo protestar, aunque lo intento, su garganta fue incapaz de emitir ninguna queja, tras lo cual solo le quedaba esperar el ser usada. Mas tranquila, la mujer me pidió una mesita para ir acomodando los instrumentos que necesitaba. Despejando el mueble que había al lado de la cama, le ayudé a colocar la maquina y las diferentes agujas que iba a usar.
Thule nos miraba, sin hablar. En su fuero interno, estaba aterrada, pero exteriormente nada revelaba que no estuviese de acuerdo con lo que íbamos a hacer.
-¿Cuál es el tatuaje que quiere que le grabe?-
-No es un dibujo, es un texto-, le respondí escribiendo en un papel lo que quería.
-Bien, veamos donde desea que lo ponga-, me contestó mientras en forma totalmente profesional fue reconociendo en que lugar sería mas sencillo el tatuarlo. Obligó a la muchacha a darse la vuelta sobre el colchón, y al ver la piel de sus nalgas, me dijo:-Es una pena, mire. El mejor sitio hubiese sido este, pero en este estado es imposible-. Y sin darle importancia, con la mano abierta le azotó el trasero, ordenándole: -Ponte, boca arriba-.
La pobre germana obedeció sin rechistar, y mecánicamente se tumbó en la cama, dejándonos visualizar la parte frontal de su cuerpo.
-Creo que quedará sexi, aquí-, me informó señalando la zona entre el pubis y el ombligo, -Habrá que afeitarlo para trabajar mejor la zona, Lo mejor es hacerlo con maquinilla para evitar infecciones, pero si quiere lo depilo con cera-.
-No hace falta-, le contesté ahorrándole un sufrimiento innecesario.
Bueno, entonces voy a cambiarme al baño, no quiero mancharme la ropa-, me dijo, recogiendo su bolso, y entrando al baño, nos dejó solos en el cuarto.
Thule, con la intención de que me apiadara de ella, se intentó disculpar, pero ni siquiera la escuché, y sirviendo me una copa esperé que la francesa saliera del servicio.
Cuando lo hizo, venía vestida con una bata blanca de enfermera, que la dotaba de un aura de asepsia y pulcritud que me gustó. Sin espera mi permiso, se puso a afeitar la entrepierna. Primero le puso crema, la cual extendió generosamente sobre la piel, para acto seguido empezar a recorrer con su cuchilla sus labios inferiores.
Indefensa soportó todas las maniobras de Claire, y en pocos minutos su sexo carecía de cualquier tipo de vello. Me recordó al de una niña, lampiño y rosado, como si todavía fuera virgen. Satisfecha por el resultado, la francesa introduciéndole un dedo en su concha, comprobó que estaba húmedo, y riendo me informó:
Tu perrita está cachonda, será mejor que la ate apropiadamente para que no se mueva-, y mirándome me preguntó si podía.
Fue entonces, cuando caí en que la mujer quería participar en el juego, y que debajo de su bata, estaba desnuda. Excitado por la perspectiva de tirarme a esa tía, mientras la otra observaba le di mi autorización. Claire debía de ser una experta en el sado, porque cogiendo una cuerda de la bolsa del sex-shop, le ató las muñecas por la espalda y uniéndolas a sus tobillos la inmovilizó, momento que aprovechó para pellizcar con dureza sus pezones. Thule gimió de dolor al sentir la tortura, pero a la vez se dio cuenta que se estaba excitando y mas cuando se vio forzada a abrir las piernas en esa posición tan forzada.
La francesita desinfectó con alcohol, no solo la zona que iba a tatuar sino también las adoloridas nalgas de la mujer. Esta al notar el escozor de su trasero gritó implorando que la soltáramos, solo recibiendo como contestación un tortazo que hizo brotar sangre de su boca. Teniéndola expuesta e indefensa, encendió la máquina y colocando las agujas comenzó con el tatuaje.
Poco a poco, fueron aflorando las letras del mensaje que quería que llevara en su piel como recordatorio. Palabras que hablaban de su traición. Cada vez que Claire terminaba de esbozar un signo, con su lengua borraba cualquier rastro de la tortura a la que la estaba sometiendo, sin caer en que esos lengüetazos no solo estaban excitando a la alemana, sino que me estaban poniendo a mil.
Ajena a todo ello, seguía tatuando letra a letra mi venganza, las agujas iban grabando con brillantes colores la superficie de la epidermis de mi victima, mientras su dueña sentía que un calor irrefrenable se iba apoderando de su cuerpo. Solo se percató de ello cuando habiendo terminado, del pubis de la muchacha, totalmente depilado brotó un río de placer. Al darse la vuelta y ver que bajo mis boxers una erección revelaba mi calentura, colorada por su propia excitación, me dijo:
-¿Me puedes ayudar?-
-Si claro, ¿qué quieres que haga?-, le respondí acercándome a ella.
Cogiéndome fuera de juego, sin hablar me despojó de mis calzoncillos. Mi pene totalmente erecto, la golpeó en su mejilla, pero ella lejos de molestarse, asiéndolo con ambas manos se lo introdujo en la boca. Fue una felación salvaje, su lengua jugaba con mi glande mientras ella, bajando su mano a su propia entrepierna, se masturbaba con dureza. Su cabeza seguía el ritmo de sus manos, sacando y metiendo toda mi virilidad en busca del placer mutuo. Cuando habiendo conseguido su objetivo y en breves pero intensas sacudidas llené su boca con mi semen. Claire se levantó y acercándose a Thule forzó sus labios, y con un beso cruel depositó mi simiente en su garganta.
-Ves niña, ¡así es como se mama!, ahora te dejaremos ver como un macho se folla a una dómina-, le gritó colocándola a un lado del colchón, para que fuera testigo de nuestra lujuria sin estorbarnos.
Me pidió que me tumbara, pero antes de unirse a mi, cogiendo un enorme vibrador se lo incrustó en su sexo, preguntándome:
-¿Te parece que disfrute ella también?-.
-No hay problema, pero aprovecha para ponerle la mordaza, para que no hable, y unas pinzas en los pechos, para que sufra a la vez-.
No paró de reírse, mientras se las ceñía en los pezones.
O nos damos prisa, o esta puta se va a correr antes que nosotros-, me susurró al oído al escuchar como Thule gemía en voz baja de placer a nuestro lado, y sin mas preparativos alzándose sobre mí, se fue empalando lentamente…..


Dos horas más tarde, Claire se fue. Fue imposible que aceptara que le pagase por el tatuaje. Se consideraba mas que satisfecha con la sesión de sexo que le habíamos brindado entre los dos.
En cuanto se hubo ido, liberé a Thule de sus ataduras. Nada quedaba de la hembra orgullosa y traicionera que había sido en el pasado, sometida y vejada había descubierto su vena sumisa, después de toda una vida dominando. Por eso en cuanto le quité la mordaza de la boca, le dije :
-¿Qué voy a hacer contigo?-.
Debió de pensar que la iba a echar, y la perspectiva de quedarse fuera de todo lo que significaba, hizo que hincándose a mis pies, me pidiese llorando que la perdonase, que había aprendido la lección. Estaba desesperada, abriendo su mente me pidió que verificase su sinceridad. No hacía falta, ya había la explorado y esta vez decía la verdad. Nunca volvería a traicionarme, no era una cuestión de miedo, sino de dominio, me había retado y había perdido, ahora me pertenecía.
Por eso cuando cogiéndola del brazo la llevé al baño para que leyera la frase grabada en su piel, no pudo más que aceptar su destino. En grandes letras sobre su pubis, se podía leer:

“Esta zorra y su vientre son propiedad de Trastamara”.


 

Relato erótico: “Miradas… ( 3 )” (POR DULCEYMORBOSO)

$
0
0

Damián estaba muy excitado al sentir como aquella joven, lo abrazaba y besaba profundamente. La petición de la muchacha, por verlo como la tarde anterior, le hizo sentir cierto reparo.Pero deseaba agradecerle a Nuria, todo lo que estaba sucediendo en esos momentos. Se levantó de la cama y de pie, al lado de ésta, comenzó a desabrocharse la camisa. Nuria lo miraba con curiosidad y nerviosismo. Al sacarse la camisa, ella miró su pecho cubierto de vellos canosos. Damián miraba el cuerpo de la joven y sentía su virilidad totalmente inflamada. Nuria separó un poco sus piernas al darse cuenta que Damián buscaba su sexo con la mirada. Vió como él , se desabrochaba el pantalón y se lo quitaba. Ella se dió cuenta que estaba excitado, pues el sexo de aquel señor, se marcaba con claridad bajo la tela del slip. Damián sentía la mirada de aquella joven en su slip. Nadie le había mirado con tanta espectación. Se bajó el slip. Su polla empalmada, estaba a la vista de Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar como la pequeña gemía al mirar su polla.
– ¿Cómo quieres verme cariño? – Damián rompió el silencio preguntando que deseaba la joven.
– Me gustaría verte como ayer, en el sillón – Nuria sentía vergüenza por decir lo que deseaba.
Él se acercó al sillón de la esquina y apartando la ropa de ella, se sentó. Veía a Nuria desnuda. Aún tenía el sabor de su coño en la boca. Mirando entre las piernas de la joven, llevó su mano a su polla y la rodeó con sus dedos. Nuria observaba con verdadera devoción, como el hombre comenzó a masturbarse para ella. No podía apartar la mirada del sexo de aquel señor. Era gordo y sus venas se marcaban en la fina piel de su polla. Miraba los testículos de aquel hombre. Eran grandes y cubiertos por pequeños vellos blancos.
Comenzó a acariciarse el sexo mirando a Damián. Un gemido de ese hombre, le hizo comprender que le excitaba mirarla tocándose. Por primera vez en su vida, se estaba masturbando delante de otra persona. Miraba la polla de aquel hombre y su sexo rogaba ser masturbado más fuerte y rápido.
Damián, vió como Nuria se levantaba de la cama y se acercaba al sillón donde él estaba. Se arrodilló delante de él. Damián había detenido su masturbación al no saber que deseaba la muchacha. La miraba como interrogándola por sus deseos.
– Siga por favor, acaríciese…
Sólo deseaba hacer realidad los deseos de Nuria. Sabía que los deseos de ella, serían los deseos suyos. Siguió masturbándose. La cercanía de la joven hizo aumentar su excitación. Nuria miraba fascinada aquella polla. Se sorprendía al ver el glande amoratado de aquel señor. Brillaba y estaba mojado. Volvió a mirar aquellos testículos. Ahora estando tan cerca, sentía que le excitaba mirarlos.
Damián gimió, cuando sintió la mano suave de Nuria acariciarle los huevos. Se miraron y en sus miradas veían la vergüenza por lo que sentían pero también la excitación. Aquella muchacha le acariciaba con curiosidad los huevos y le hacía gemir. Sintió los dedos de Nuria acariciar la base de su polla. Paró de masturbarse y dejó que ella saciara su curiosidad. Los dedos de aquella joven se deslizaban por su polla. El rostro de ella era de fascinación. Damián sentía la yema de sus dedos recorrer las venas. Gimió cuando Nuria los pasó con delicadeza por su glande. Su polla iba a explotar de placer como esa joven no parara de tocarlo así. Nuria miró la cara de Damián y vió que tenía los ojos cerrados y gemía. Comprendió lo que necesitaba ese señor. A pesar de sus temores por no saber hacerlo bien, agarró aquella polla con su mano y comenzó a masturbarla. Damián se moría del placer que le estaba dando aquella muchacha.
Aquella mano suave le estaba dando el mayor placer de su vida. Nuria aumentó el ritmo.. Jamás había imaginado que le haría una paja a un señor tan mayor y le encantaba hacerlo.Aquella polla estaba caliente y totalmente dura. Nuria llevó su mano libre entre sus piernas y comenzó a tocarse mientras masturbaba a ese señor.
Damián gemía. Podía sentir en su polla la respiración entrecortada de la joven. Nuria gimió al sentir como aquel sexo excitado rozaba su cara. Nunca había tenido tan cerca de su cara un sexo masculino. Masturbaba a ese señor con rapidez. El olor de aquella polla acariciaba su nariz. Era un olor desconocido para ella. Se sorprendió acercando su nariz y oliendo el glande de aquel señor. Le gustaba aquel olor. Damián estaba alterado totalmente por lo que estaba haciéndole aquella muchacha. Nuria no pudo evitar acercar sus labios y besar la amoratada punta de aquel fascinante miembro. Su clítoris estalló de placer al ver el primer chorro de semen salir de aquella polla. Después otro chorro y otro….Nuria miraba fascinada la polla de ese señor correrse, en un orgasmo muy fuerte, provocado por ella.
Se miraron exhaustos y Damián la cogió en brazos. Sus mejillas estaban coloradas. Ninguno de los dos sabía si era por la vergüenza de lo vivido, o por el fuerte orgasmo que habían sentido.
Esta vez, fue él quien acercó su boca a la de ella y ella abrió sus labios. Se besaron. . Damián pensaba hasta ese día, que jamás volvería a vivir de nuevo esa pasión. Nuria mientras lo besaba, pensaba que por fín estaba descubriendo esa pasión que tantas veces había leído y escuchado hablar sobre ella…

Para contactar con el autor:

davidvigo1973@hotmail.es

 

Relato erótico: “La tara de mi familia 7. Inseminación forzada” (POR GOLFO)

$
0
0

 

DE LOCA A LOCA PORTADA2Capitulo 8. Inseminación forzada.
Sin títuloEsa noche obligué a Thule a dormir a los pies de la cama, por lo que tuve para mí la totalidad del colchón por primera vez en semanas. En un principio me resultó raro no tener que compartir con nadie las sábanas, pero tras esos momentos iniciales, redescubrí la comodidad de dormir solo. No tuve pesadillas, ni premoniciones, quizás no tanto por lo anterior como por el cansancio acumulado de tantas noches de insomnio. El hecho es que eran más de las once de la mañana cuando Makeda me despertó, al levantar las persianas de la habitación.
Estaba de muy buen humor, según ella por estar de vuelta a mi lado, pero no consiguió engañarme. La realidad fue que lo que le alegró fue descubrir que contra los que ella se había supuesto, Thule se había pasado la noche en el suelo. Y ya no cupo de gozo al leer el mensaje que la alemana tenía grabado en su piel. La negra era una mujer avispada, y por eso no me preguntó que es lo que había pasado, por que lo supo en cuanto vio el tatuaje.
Thule, tráele un café a Fernando-, le ordenó sin mirarla, y dirigiéndose a mí me dijo: – Te traigo buenas noticias, Xiu ya se puede levantar y me manda que te dé un beso de su parte-.
-Me alegro y ¿la niña?-
-Bien creciendo, y tú, ¿que tal?-
Concisamente le informé de nuestro plan de utilizar al partido neonazi, reformándolo como la punta de lanza de nuestra toma de poder en Europa, y como el Cardenal había organizado todo. Makeda se mantuvo en silencio mientras le expliqué el resultado de mi investigación y solo cuando hube terminado se atrevió a preguntar refiriéndose a la germana:
-¿Te fías de ella?-.
-Ahora sí, y si no me crees, haz la prueba-
-Lo haré, pero antes de nada debo de cumplir con Xiu-, me contestó sentándose en la cama.
Espera un momento-, le bromeé, -¿Qué te dijo que me dieras un beso de su parte o en mis partes?-
-¡Que bruto eres!-, se hizo la indignada. Pero si le había molestado, no lo demostró porque besándome en los labios fue bajando por mi pecho, mientras que con su manos desabrochaba mi pijama.
En ese momento Thule hizo su aparición con el café. La muchacha al verla de pié, desnuda, esperando nuestras instrucciones, se rió y cogiéndola de un brazo le dijo:
-Deja que lea lo que pone-.
Cruelmente, humillándola hizo que pusiera su pubis a escasos centímetros de nuestras caras.
-Me gusta, pero considero que es un poco pequeño, debía ser mas grande, para que se viera mejor-.
La alemana lejos de ofenderse, le contestó:
-Pues Fernando me dice que me queda muy sexi, y eso es lo que me importa-.
Soltó una risotada al escuchar la respuesta, y volviendo a besarme me dijo al oído:
-¿Ya la has usado?-.
-Si la he usado, pero si lo que me preguntas es si ya la he penetrado, entonces, ¡no!-.
Se alegró al escucharme decir que la había esperado para hacerlo, aunque la verdad es que la hubiese tomado el día anterior si no hubiese descubierto su traición.
Eso se arregla en un momento-, me dijo guiñándome un ojo. Y cogiendo a la mujer de los pelos, la colocó en su entrepierna mientras se apoderaba de mi sexo.
Fue una delicia sentir como introducía lentamente mi pene en su boca, como la humedad de su lengua fue mojando toda mi extensión y como mis testículos eran masajeados por su mano, mientras veía como la rubia torturaba su hambriento clítoris. Makeda jadeó cuando Thule abriendo sus hinchados labios, introdujo el primer dedo en su vagina, pero se volvió una perra en celo cuando sin pedir permiso y sin dejar de mordisquear con sus dientes el botón de placer, penetrándole a la vez, la mujer le dio el mismo tratamiento a su agujero trasero.
Retorciéndose como un pez que ha mordido el anzuelo, y dejando que la lujuria la dominara, la etiope cogió sus pechos con sus manos y brutalmente empezó a pellizcarlo, mientras gritaba a la muchacha que no parase. No me importó que dejara de mamarme, la escena que estaba disfrutando con mi negrita gimiendo mientras la rubia le hacía una mezcla de sexo oral, penetración y sodomización a la vez, valía la pena. Con el ambiente caldeado por la excitación a tres bandas, me levanté de la cama, y poniéndome detrás de la muchacha, le abrí sus nalgas. Ella suponiendo que le iba a volver a forzar su ojete, se me adelantó mojándolo con parte del flujo de la negra.
Pero esa no era mi intención, y sin mediar palabra, de un solo golpe me introduje en su cueva, sacando un suspiro de satisfacción de la alemana. Mi extensión totalmente incrustada en su interior, golpeaba contra la pared de su vagina mientras mis huevos rebotaban rítmicamente contra su cuerpo. Thule al sentirse llena, aceleró sus maniobras hincando tres dedos en el coño de la negra. Makeda recibió la agresión con alborozo, y gritando con un chillido sordo, le exigió que quería más.
La rubia no se hizo de rogar, y sin saber como, en breves momentos tenía los cincos dedos formando una cuña en el interior de la oscura cueva de mi concubina. Esta sintió que se desgarraba algo en su interior, pero en vez de quejarse, abrió sus piernas facilitando el ataque. Esta nueva posición hizo que la mano se introdujera totalmente, provocándole un orgasmo inmediato que inundó la boca de Thule. Ésta se puso a beber el río que manaba de su interior como si fuera el néctar de los dioses, y fuese su única oportunidad, alargándole el clímax mientras se incrementaba la intensidad del mismo. Los aullidos y la violencia con la que su cuerpo recibía los estertores del placer, me incrementaron la libido y sin importarme si Makeda se había quedado satisfecha o nó, hice que la rubia cambiase de postura y tumbándola en la cama, puse sus piernas en mis hombros, de forma que profundicé hasta el máximo mi penetración.
La muchacha me recogió encantada, y gritando que era mía, me pidió que me liberara en su interior. Eso no fue el detonante de mi placer, sino notar como sus músculos interiores se contraían apretando toda la extensión de mi pene mientras ella curvándose en una posición inimaginable se licuaba excitada. Su sexo era una afluente desbordado, su flujo corría libremente por sus piernas, mojando las sabanas, y su garganta, ya ronca por el esfuerzo, no dejaba de gemir cuando sentí las primeras señales de lo que se anticipaba.
Fue un terremoto que asoló todas las defensas de las dos mujeres, mi orgasmo usó sus mentes como amplificadores y nuestros tres cuerpos se retorcieron al compás de mi simiente brotando como si de una erupción volcánica se tratara del agujero ardiente de mi glande. No fui solo yo, quien disfrutó de mi semen recorriendo en oleadas el conducto alargado de mi sexo, sino que ellas por vez primera, sintieron en carne propia el éxtasis que nos sacude cuando sin aguantar mas la excitación nos derramamos liberando nuestra semilla sobre una mujer.
Agotado, caí sobre el colchón antes de darme cuenta de su estado, mis dos concubinas yacían sin sentido al borde de la cama, mientras de sus sexos un líquido blanquecino brotaba sin control. Yo ya no estaba dentro, pero en cambio, ellas me seguían sintiendo en su interior, y sus voluntadas cada vez mas menguadas, iban volatilizándose al ritmo de una supuesta penetración mental.
Tuve que ir a su auxilio, e introduciéndome en sus mentes, les di mi mano, y sacándolas de su encierro las devolví a la realidad. La primera en recobrarse fue Makeda, que se echó a llorar al ser incapaz de articular palabra, en cambio dos minutos mas tarde, Thule al abrir los ojos, me miró diciendo:
He visto el futuro-, mi cara de incredulidad le obligó a proseguir,-no se explicarte como, pero se me ha presentado como una realidad. Venceremos, y nuestros hijos heredaran la tierra, en un reino que durará mil años-.
-Tiene razón-, le cortó la negra,-te puedo asegurar que va a ser el mejor periodo de la humanidad, una era en la que los hombres saldremos del encierro del planeta tierra, y nos extenderemos por el universo-.
-¿Entonces porqué lloras?-, le pregunté escamado.
-Porque hasta que llegue, se van a suceder guerras y desastres, y de las ruinas de nuestra sociedad es cuando con Gaia a la cabeza dominaremos el mundo-.
La visión de tanta desolación y muerte, que por poco iba a llevar al humano al borde de la extinción era una carga demasiado pesada de llevar para una mujer como Makeda que había consagrado su vida a curar. En franca contradicción con lo que sentía ella, Thule estaba encantada, desde su perspectiva, los titanes éramos la solución, la esperanza y encima como ella había soñado desde niña, el poder que iba a dirigir con mano férrea los destinos de miles de millones de hombres hacia un destino común.
A mitad de camino de las dos, su premonición, me acojonó en un principio pero después de meditar sobre las consecuencias y viendo que nuestra sociedad se dirigía inexorablemente hacia ese abismo, me reafirmé en nuestra misión, éramos un mal menor, necesario, quizás por eso existíamos. Dios, los dioses, o quizás unos seres superiores, cuya naturaleza no conseguía concebir, llevaban milenios haciendo una selección de determinados especimenes humanos, con un claro objetivo, que cuando hiciera falta levantar de sus rescoldos lo que quedase y formar una sociedad nueva.
-Hay algo mas-, me dijo la etíope sacándome de mi ensoñación.
-¿Qué?-
-¡Has cambiado!, ¡tu pelo ha encanecido de golpe!-
Asustado por que significaba que mi transformación no se había detenido, corrí a un espejo a ver que me había deparado esta vez. La imagen que me devolvió el cristal al mirarme era alucinante, no solo mi cabeza estaba coronada por una espesa cabellera blanca, sino que mi propia piel había adoptado una coloración morena con tonalidad dorada, parecida a la que se obtiene después de un mes tomando el sol en la playa. Al verme supe hacía donde me dirigía, con cada proceso de cambio me estaba acercando al la imagen que los griegos tenían de Atlas, el titán mitológico que fue condenado por su arrogancia a sostener sobre sus hombros al mundo. Cruel paradoja. Fuera quien fuese, el que desde la sombra estaba dirigiendo mi metamorfosis, tenía un pésimo sentido del humor.
Thule rompió el silencio que se había acomodado en la habitación, diciendo:
-Pues a mi me gusta, no conozco a ese dios, pero Makeda, ¡no podrás negar que le da un aire regio!-.
La risa de las muchachas, quitando hierro al asunto, me hizo sonreir. “No hay mal que por bien no venga”, pensé tratando de encontrar algo positivo a mi nueva imagen. Pero al ir a vestirme, me di cuenta de algo en que no habíamos caído, no solo había encanecido y mi piel estaba adoptando una tonalidad dorada sino que mi cuerpo había crecido y nada de mi ropa me quedaba.
-Makeda, ven y ponte a mi lado-.
La mujer obedeció poniéndose a mi vera, descalza, su cabeza me llegaba al hombro.
-¿Cuánto mides?- le pregunté preocupado por que mis medidas resultaran exageradas y me estuviese convirtiendo en un personaje de feria.
-Uno setenta y ocho, mas o menos-, me contestó.
Calculé que le llevaba al menos treinta centímetros, por lo que mi estatura debía de rondar los dos metros diez, lo que me hizo recordar que Atlas, no solo era un ser fornido sino que había sido el rey de los gigantes en las míticas guerras olímpicas. Resignado a mi destino, solo me cabía esperar el no seguir creciendo, puesto que todavía tenía unas dimensiones razonables, enormes pero humanas.
Fue Thule la que puso el sentido práctico y cogiendo un metro me tomó medidas, y se llevó de compras a la negra mientras yo me devoraba un espléndido desayuno.
Estaba terminado de desayunar cuando recibí la llamada del cardenal, informándome que la reunión iba a ser a las cuatro, y que había conseguido que el quórum fuera los suficientemente representativo del centro y la derecha alemana. Le dejé hablar, le permití que se extendiera, explicándome quien eran los políticos que iban a asistir y cuales eran los planes que iba a poner en práctica, antes de exponerle mis temores.
-Don Rómulo, le puedo hacer una pregunta-, por mi tono supo que era algo importante, y manteniéndose en silencio me dio entrada, y explicándole el sueño de las dos mujeres le dije: -Estoy seguro que usted mismo se lo ha planteado alguna vez, no somos mas que peones de ajedrez manejado por alguien que no conocemos. ¿Quién ha podido tener tanto interés, para elaborar una selección genética a tan largo plazo?-.
Tomándose un tiempo para responderme, me contestó:
-No lo sé, pero por sentido común me he convencido que hay solo dos posibilidades. Para que durante mas de mil años, haya tutelado a la humanidad solo puede ser o un inmortal o una civilización alienígena, y como no creo en extraterrestres, solo me cabe suponer que hay un ser que al menos lleva casi dos milenios recorriendo con sus pies la tierra-.
Entonces lo supe, y sin esperar a que el me lo dijera, le solté:
No será su verdadero nombre Cayo Octavio Turino-, todo cuadraba el emperador Augusto, sucesor de Julio Cesar, había sido el máximo exponente del poder de Roma, y su reinado coincidió con la Pax Augusta, el periodo sin guerras mas extenso de su tiempo, y el futuro previsto no era mas que una copia en grande del imperio.
Al otro lado del teléfono, escuché una carcajada y tras unos instantes me respondió:
No creí que tardaras tan poco en descubrirme, pero te equivocas Augusto solo ha sido una de mis personalidades, en otro tiempo también fui llamado Keops-.
Sentí vértigo, al hacer un cálculo somero de su edad, si Keops había gobernado Egipto durante la cuarta dinastía y se supone que fue en el 2.575 antes de Cristo, Rómulo o como coño se llamase, tenía mas de 4.580 años.
Como te dije, quiero que seas mi heredero, estoy cansado. He estado buscando durante siglos a mi sustituto, por eso cuando estés preparado, por fín podré descansar, poniendo en tus manos el velar por la humanidad-.
-¿Me está diciendo que soy inmortal?-
-Casi, tu mente te prolongara la existencia mas allá de los límites de lo humano, pero al final morirás como yo, pero antes, verás levantarse y derrumbarse la era Titánica, y deberás prever la evolución humana-.
-¡Maldito hijo de puta!-, le contesté colgando el teléfono.
Sentado en una butaca lloré en silencio mi destino. La conversación con el cardenal resultó ser peor de lo que esperaba. Antes de sacar el tema, estaba encabronado por el hecho de que alguien me manejara como a un títere, pero ahora estaba deshecho. Rómulo se había erigido en mi juez y sin ningún reparo me había comunicado una sentencia capital, que había sido dictada siglos antes de que yo naciera.
Siendo culpable de unos hechos impuestos por otros, había escuchado impertérrito el veredicto, Rómulo y mis genes me condenaban a la peor de las penas, mas execrable incluso que una condena a muerte, la sanción que me había sido impuesta era una condena a vida, a seguir existiendo mientras solo polvo y recuerdos quedaran de mis hijos, mis nietos y mis bisnietos….
Recordé la frase de mi padre que tanto terror me había causado; “tener ese gen, te condena a una vida solitaria”.
Lo que no sabía mi pobre viejo era la longitud y el alcance de la misma, ya que vería nacer y desaparecer países e imperios, sería participe de la exploración de nuevos planetas y contemplaría la extinción de sociedades y la creación de otras nuevas. Y para mi desgracia “solo”. De tener pareja, por mucho que llegasen a viejas, solo representarían un minúscula parte de mi existencia, después de mil años, Xiu, Makeda y Thule no serían mas que un vago recuerdo de una época lejana.
Meditando que iba a ser el padre de una especie, la cual vería morir, que antes de llegar al límite de mi vida, iba a escoger a un pobre desgraciado heredero de mis genes para que contra su voluntad, continuara mi obra, fue entonces cuando admití una verdad que me había estado auto ocultando, el cardenal no era solo mi ancestro, sino el pariente lejano de todos los titanes. El anciano me había mentido cuando dijo que no había tenido descendencia, durante milenios había diseminado su simiente por toda la humanidad.
Tuve la tentación de revelarme contra mi destino, pero la certeza del futuro de la humanidad, y la convicción de su casi aniquilación, así como la necesidad que tenía la misma de los titanes, me hizo aceptar, apesadumbrado, la condena.
El ruido de las mujeres volviendo cargadas de la tienda, me sacó del peligroso y masoquista proceso mental en que estaba incurso. Sus risas y sus voces alegres me devolvieron de golpe a la vida, en ese momento sabía lo que ésta me deparaba, pero decidí no pensar en ello, sino disfrutar de las nimias satisfacciones que me diera, y levantándome del asiento fui a unirme a ellas.
-Te hemos sableado tu tarjeta-, me dijo Makeda nada mas verme.
Cada una de las dos traía al menos cinco bolsas repletas de ropa. Aterrorizado esperé que no quisieran que me la probara toda, porque iba a tardar una eternidad en hacerlo, y era algo que odiaba desde niño, todavía recordaba el suplicio que era acompañar a mi madre al Corte Inglés de la Castellana. Cada seis meses íbamos a Madrid y nos pasábamos al menos tres horas en su interior de una planta a otra, sin pausa pero sin prisa, hasta que ya harto me ponía a llorar, por el cansancio y el aburrimiento.
Por suerte, teníamos prisa, debíamos prepararnos para ir a la reunión en la finca, sino me hubiesen inflingido el castigo de servir de maniquí mientras ellas observaban. Haciéndoles ver eso, les pedí que entre ese volumen enorme de prendas, me eligieran algo para ponerme.
Aquí tienes-, me dijo Thule mientras me extendía una percha con un traje y una camisa.
Me las quedé mirando con cara de recochineo.
-¿No se os habrán olvidado los calzoncillos o los calcetines?, no es por nada pero es incómodo el no llevarlos-.
Pero habían comprado de todo, por lo que recogiendo la ropa me metí en el baño a cambiarme. Al cabo de diez minutos, salí hecho un perfecto ejecutivo, con un traje príncipe de Gales, camisa blanca, corbata roja y zapatos de cordones. Me vitorearon, aprobando el cambio, según ellas estaba estupendo, pero me sentía disfrazado, y con una soga apretándome el cuello. Ellas también se había vestido para la ocasión, adoptando una vestimenta sencilla pero elegante, olvidándose Makeda de sus trajes africanos y Thule de los uniformes casi paramilitares que solía usar.
Sin mas dilación, salimos de la habitación. En la entrada del Hotel nos esperaba el chofer para llevarnos directamente a la finca que estaba situada sobre la carretera que llevaba a Dusseldorf.
La entrada a la finca era espectacular, una hilera de robles bordeaban el camino de acceso confiriéndole un aspecto majestuoso y señorial, que lejos de desentonar con el palacio que había en el interior, te preparaba anímicamente a la imponencia de sus muros y torres. Situado en lo alto de una loma, la construcción de estilo romántico recordaba ligeramente al castillo de Cenicienta que tan famoso ha hecho la factoría Disney, repleto de colmenas de las que se divisaban los alrededores. Uno podía imaginar a una princesa pidiendo socorro desde uno de los balcones, en espera que un caballero medieval acudiera al rescate.
“Joder con el cardenal”, pensé al bajarme del automóvil, “menudo apartamento”.
En la puerta nos esperaba un mayordomo con librea, el cual nos hizo pasar rápidamente a una biblioteca. En sus estanterías descansaban miles de libros antiguos dotando al ambiente de un olor a cuero mezclado con pergamino, que resultaba un tanto dulzón. En un rincón, sentado en un enorme sillón orejero nos esperaba el anciano sacerdote. Tardé unos segundos en reconocerle, ya que había dejado colgado sus hábitos en el armario, y se exhibía ante nosotros vestido de seglar, con un traje de calle.
La única que no lo conocía era Thule, que impresionada por lo que significaba estar ante el mas poderoso titán de todos los tiempos, se arrodilló al serle presentado.
-Levántate muchacha-, le ordenó el viejo, encantado por lo servil de la actitud de la muchacha, y entrando directamente al meollo, al motivo de nuestra visita nos dijo: –Los invitados llegarán enseguida, por eso, mientras Thule y Makeda se instalan quiero hablar contigo-.
Era una orden velada, quería estar a solas conmigo y que nadie nos estorbara. Las dos mujeres entendieron a la perfección los deseos del anciano, y excusándose salieron a acomodar nuestro equipaje en la habitación que nos tenían preparada.
-¿Porqué no están todavía preñadas?, ¿acaso no sabes de la importancia que tiene?-, me recriminó duramente, señalándome con el dedo y alzando la voz, -No ves que todavía quedan dos titánides por el mundo, la reunión de hoy es pecata minuta en comparación con tu misión, hubiese preferido que no acudieras a esta cita, a que esos vientres todavía no estén inseminados-.
 
Sentí que me hervía la sangre al escuchar el tono despectivo con el que trataba a mis concubinas. Quizás no tanto por ellas, sino por que al hacerlo a la vez me humillaba confiriéndome solo el papel de procreador. Le importaba mas mi semen, mi semilla, que todo lo demás. Yo era poco mas que unos huevos y un pene con los que él iba a conseguir una nueva ola de titanes. Enfadado y herido en mi orgullo, le mandé a la mierda.
Bajando su voz hasta niveles casi inaudibles, me preguntó si ya me creía lo suficientemente fuerte para contariarle. Aún sabiendo que no era cierto, en mi inconsciencia le dije que “si”. El puto viejo se levantó de su asiento, y dándome el brazo para que le ayudara, me contestó:
Vamos a ver a tus niñas-.
Traté de revolverme y negarme, porque sabía cual era el castigo con el que me iba a premiar, pero seguía siendo una marioneta en sus manos y como un autómata, deslizando mis pies por la alfombra del salón y las escaleras le seguí. Nada pude hacer, por mucho que me esforcé en recuperar el control de mi cuerpo, no lo conseguí, y por eso a mitad del camino, rindiéndome dejé que me llevara.
Al llegar al cuarto, donde estaban las mujeres, las descubrimos jugando. Makeda y Thule se habían inmerso en una guerra de almohadas, sin ser conscientes de lo que les venía encima.
Venid-, les dijo el viejo.
Ambas obedecieron todavía ignorantes de que íbamos a ser violados de una forma cruel.
Las arrugadas manos del cardenal desnudaron a una alucinada Makeda, mientras mentalmente nos ordenaba a Thule y a mí que hiciéramos lo propio. En breves instantes nuestra ropa cayó al suelo, y fue entonces cuando comenzó la tortura. Sabiéndonos usados, un ardor y un deseo impuesto se apoderó de nosotros, incapaces de refrenarlo, nos sumergimos en la lujuria mientras el viejo abandonaba la habitación diciendo:
-No parareis, hasta que en esta habitación se engendren dos titanes-
Incapaces de rechazar su mandato, las mujeres se lanzaron sobre mi inhiesto miembro, competiendo entre sí tratando de ser la primera en ser tomada. La suya era una carrera suicida, colocándose una encima de la otra me imploraban que las eligiese, vendiendo su excelencia y menospreciando a la contraria con feroces insultos. Dos coños se me ofrecían anhelantes de recibir la estocada de mi lanza, mientras sus dueñas se desesperaban pellizcando sus pezones. Gimiendo totalmente calientes se esforzaban inútilmente en calentarme, y digo inútilmente porque carecía de sentido el hacerlo, ya que es imposible el calentar una llama, que era lo que en ese momento me había convertido.
Tratando de calmar mi calentura fui cambiando de objetivo, con mi pene pasaba de penetrar a Makeda durante un minuto, para continuar con Thule, en un intercambio sin sentido que se prolongaba, tanto como la intensidad de sus chillidos.
La negra fue la que abrazándome con las piernas, rompió la cadena, su cuerpo me exigía lubricando toda mi extensión que me derramara en su interior, mientras sus uñas se clavaban como garfios en mi espalda impidiendo que cambiara de coño. Usando mi sexo como garrote, golpeé repetidamente la pared de su vagina, en un galope desenfrenado antes de darme cuenta que Thule, totalmente fuera de sí se masturbaba con una mano mientras con la otra buscaba que la etiope se corriera y la dejase en su lugar.
Este doble tratamiento hizo que Makeda se viniera, gritando su deseo a los cuatros vientos y retorciéndose en el suelo, sus músculos me apretaban, intentando ordeñar mi sexo, en busca de la simiente que escondía en su interior. El escuchar su orgasmo fue el banderazo de salida de mi propio climax, y berreando como un semental ante su monta me derramé en su interior. Nada mas sentir mi hembra, que se avecinaba la siembra, apretó su cuerpo contra el mío con la intención de no desperdiciar la leche germinadora con la que estaba regándola. No dejó que la sacara hasta que la última gota de la última erupción del volcán en que se había transformado mi pene, no hubiese sido recogida por su vagina.
Mi mente se rebelaba contra un cuerpo que nada mas extraer su apéndice de mi primera víctima, asiendo a Thule del pelo, le exigió que volviese a levantarlo a su máximo esplendor. Nada podía hacer, no me hacía caso, por mucho que intentaba parar, toda mi piel exigía seguir con su mandato. La rubia no tuvo mucho trabajo, porque nada mas sentir la humedad de su boca, mi pene reaccionó y ella buscando consolar su calentura se lo metió en la calidez de su cueva.
Éramos dos máquinas perfectamente coordinadas, a cada una de mis embistes ella respondía pidiéndome el siguiente, reptando por las sabanas en un desesperado intento de introducirse aun más mi lanza en su interior. Makeda que se había quedado momentáneamente satisfecha, volvió a sentir furor uterino y sin pedir permiso colocó sus labios inferiores al alcance de la boca de la germana. Ésta fue incapaz de negarse y sin pensar se apropió con su lengua del apetecible clítoris que tenía a centímetros de su cara. Y la negra en agradecimiento se dedicó en cuerpo y alma a conseguir que la mujer que tanto placer le estaba dando recibiera parte de lo que ella misma estaba sintiendo.
El olor a sexo ya hacía tiempo que había inundado la habitación, cuando escuché que se avecinaba como un tifón el climax de Thule. Aceleré el ritmo de mis ataques al sentir que un río de ardiente lava, manaba del interior de la muchacha. Ella en cuanto notó ese incremento en la cadencia con la que era salvajemente apuñalada su vagina, se convirtió en una posesa, y llorando me rogaba que acabase con esa tortura. Su completa inmersión en una lujuria artificial hizo que me calentase aún mas si cabe y agarrando a Makeda, le mordí sus labios mientras en intensas oleadas me licuaba en la cueva de la rubia.
Agotados caímos tumbados sobre un suelo que habiendo recibido el flujo de nuestros sexos, se nos tornaba excitante. Era tal el grado de nuestra alienación que Makeda al recuperarse, poniéndose a cuatro patas empezó a lamer las baldosas en busca de los restos de nuestro orgasmo. Verla así, en esa postura, fue otra vez el detonante que levantó a mi cansado sexo de su descanso, y sin poderlo evitar poniéndome detrás de ella, la penetré de un solo golpe.
Ni viagra ni nada, estaba alucinado que en menos de un minuto mi miembro se alzase otra vez erecto. El cardenal nos había manipulado de forma que aún sabiéndonos violados, no podíamos evitar ser el propio instrumento de nuestra vejación. Era como si espinas de humillación se clavaran en mi mente al ritmo de las embestidas de mi pene.
Mi concubina se retorcía en un perverso afán de ser regada otra vez por mi semen. Éramos una vagina vibrátil y un consolador sin alma en manos del anciano. Mis huevos chocaban contra el frontón que se había convertido su trasero, siguiendo el ritmo de mi galope. Sus pechos rebotaban en un compás sincronizado con el movimiento de su cuerpo. Y nuestros gargantas formaban el coro que cantaba nuestra angustia en una sinfonía compuesta por gemidos y aullidos de placer. Fui la catarata que inundó sus entrañas, desparramando mi leche por su interior mientras ella era un pozo sin fondo que la absorbía glotonamente.
Habiéndome corrido por tercera vez, me vi incapacitado de seguir. Mi cuerpo ya no respondía ni al cardenal ni a mi cerebro, y yendo por libre se sumergió en un nebulosa de la que solo salí al oír los lloros y lamentos de las dos mujeres. Conscientes de la vejación sufrida, de cómo habíamos sido humillados en aras de la reproducción, sollozaban en silencio, mientras esperaban espantadas que se volviera a repetir, y que otra vez el deseo nublara su entendimiento y se lanzara en busca de la satisfacción de la calentura forzada que las había subyugado.
Afortunadamente, los minutos fueron pasando sin que se reprodujese esa sensación frustrante, en la que nos veíamos obligados a montarnos mutuamente sin que el apetito carnal que nos había dominado naciera desde nuestro interior sino que hubiese sido impuesto. Tumbado en el suelo, me fui relajando, a la vez que iba creciendo en mi interior, una nueva inquietud, si la tortura del cardenal había cesado solo podía ser por dos causas, o bien los úteros de Makeda y Thule tenían un nuevo inquilino, o el anciano solo nos estaba dando un respiro para que con nuestras fuerzas renovadas, volviéramos a intentarlo mas tarde.
Tenía que cerciorarme y levantándome, les pregunté si sentían algo diferente. Fue Makeda que supo la primera a que me refería, la que palpándose el estomago, me respondió:
No, pero no puedo asegurarte nada, recuerda que Xiu tuvo constancia al cabo de las horas-.
-¿De que habláis?-, nos preguntó la rubia, que como no había estado cuidando a Xiu, desconocía los síntomas.
El hijo de puta del viejo no da un paso sin asegurarse-, le respondí,-Por lo que o estáis preñadas o esto es nada mas un descanso-.
Fue entonces cuando comprendió, y tal como suponía se alegró por la posibilidad de estar embarazada.
¿Qué es lo que debo de sentir?-
-Cuando Xiu se quedó embarazada, su cuerpo reaccionó violentamente contra el feto, y durante horas se debatió entre la vida y la muerte. Tuve que ayudarla a superar el trance, y una vez curada, la sola presencia de Fernando hacía que se retorciera de dolor-.
Su semblante tomó un tono cenizo al no experimentar ninguno de los síntomas de la china. Desde que me conoció Thule disfrutaba con la idea de darme descendencia, como una forma de pasar a la posteridad como madre de una nueva raza. En ese aspecto, no había cambiado, solo había variado el objetivo. De la supremacía aria a la superioridad titánica.
-Vamos a vestirnos, todavía tenemos que crear un nuevo partido-, les dije a las muchachas. Por mucha humillación que sintiera, mi misión seguía en pié, el futuro de la humanidad estaba en juego.
Sin ninguna gana, ambas muchachas se fueron vistiendo lentamente. Se sentían agotadas para enfrentarse a una audiencia numerosa, pero sobre todo se sentían asustadas de solo pensar en estar frente a frente al cardenal. La potencia mental del viejo las aterrorizaba.
Estábamos terminando cuando un mayordomo nos informó que su jefe me esperaba en el salón principal. Tanto Makeda como Thule respiraron aliviadas por no tener que acompañarme. Viendo que era inevitable el acompañarle, refunfuñando y de mal humor, le seguí por los lúgubres pasillos del palacio.
El sacerdote estaba hablando animosamente con otro anciano cuando entré en la sala. Como víctima propiciatoria, me dirigí a su encuentro, sabiendo que de esa reunión iba a depender gran parte de mi futuro.
Fernando tengo el placer de presentarte a uno de mis más viejos amigos-, me dijo el anciano. Pero no hizo falta, el tipo con el que estaba me resultaba sobradamente conocido. Wolfang Steiner era un conocido filósofo que se había hecho famoso por su rechazo a los regímenes dictatoriales desde un izquierdismo radical. Fundador en los setenta del partido verde alemán, y enemigo declarado de las diferentes intervenciones de Estados Unidos en Oriente medio.
Le contesté con un lacónico: -Le conozco-, y dirigiéndome al pensador le saludé diciendo:-Es un placer conocerlo, su libro “la lucha de clases continua” está siempre en mi mesilla de noche-.
Un piropo siempre sienta bien al ego, y este hombre no fue diferente, con una sonrisa reveladora de su satisfacción por ser leído, me dio su mano mientras me decía:
Así que usted es el heredero, no le envidio-.
Me quedé sin habla al escucharle, no me esperaba que estuviese al corriente de nuestra verdadera condición. Por eso me mantuve en silencio esperando acontecimientos.
Wolfang y yo somos amigos desde hace mas de treinta años, durante ese tiempo hemos discutido mucho sobre el futuro de la humanidad, y sobre la función de los titanes en su destino-, el cardenal hizo una pausa antes de continuar,- siempre me ha gustado recibir sus consejos y críticas, por eso ahora quiero que nos de su opinión sobre nuestros planes-.
Sin esperar mi contestación, abrió su mente y tanto Stenier como yo, pudimos ver como si fuera una película de cine el futuro. Un futuro donde el hombre se involucraba en una guerra sin sentido en busca de las fuentes de energía y cuyo resultado no era otro que la casi completa aniquilación. Nuevos profetas y nuevas formas de fanatismo revivieron antiguas ideologías. Sangre y muerte que abonaban el odio entre países y razas.
Cuando terminó la sucesión de desastres y antes de exponerle nuestros propósitos, el filósofo con la cabeza gacha lloraba:
-“Homo homini lupus”, el hombre es un lobo para el hombre-, susurró entre lagrimas, -No hay otra explicación a tanta irracionalidad-.
El cardenal midió los tiempos, esperó tranquilamente hasta que su amigo se hubiese repuesto para preguntarle:
-¿Cuál crees que es la solución?, ¿qué es lo que se puede hacer?, dímelo aunque no te guste-.
Esta vez se tomó un rato en contestarle. Supe por lo tenso que estaba que lo que nos iba a decir, no solo no le gustaba sino que iba a ir en completa contradicción con lo que hasta ese momento habían sido sus enseñanzas.
Creo que usando un pensamiento de Hobbes, el único medio que existe para evitar ese desastre es que los diferentes países cedan su seguridad y sus derechos a un estado superior y que este haciendo uso de los mismo imponga una dirección unitaria, y desde ahí lograr el bienestar humano-.
 
Eso mismo pensamos nosotros, como sabes he vivido siglos velando por el ser humano, inmiscuyéndome lo menos posible, pero ahora no encuentro otro método que tomar el poder-.
-¡Será un dictadura!-, gritó espantado.
Si, y la mas duradera de todos los tiempos, pero en contraprestación el hombre una vez repuesto, y huyendo de la misma se esparcirá por la galaxia, creando una dispersión que le permitirá crecer y sobrevivir. Ya no dependerá de un solo planeta, habrá un segundo renacimiento con miles de sociedades diferentes-.
Por segunda vez, el cardenal nos expuso su visión por medio de la mente, y al terminar el profesor dándome la mano la mano, me dijo:
-Cuente conmigo, odio decirlo pero le ayudaré a ser el dictador máximo-.
Hasta yo mismo estaba acongojado, aun sabiendo de antemano que nos preparaba el futuro, y que nada de lo que nos había mostrado el sacerdote fuera nuevo para mí, no pude mantenerme sereno a la crudeza de los sucesos por venir y al papel que iba a tener en el mismo. Mientras meditaba sobre ello, Romulo sirvió tres copas de cava, y alzando la mano brindó:
-¡Por la era titánica y su diáspora!-
Sabiendo que era irrevocable su elección, Wolfang levantó su copa y se unió en un brindis liberticida que iba a someter al hombre durante milenios. Había hecho un pacto voluntario con el diablo y lo sabía, era conciente que los titanes éramos un mal menor, pero mal al fín.
Saliendo del salón nos dirigimos al pabellón de Baile, una enorme sala de mas de quinientos metros cuadrados que en un origen estaba destinada a conciertos pero que íbamos a usar para realizar el mitin.
Los diez minutos que esperamos antes que los demas invitados llegaran, fue el momento elegido por el cardenal, para informarme de la ubicación de la cuarta titánide, una muchacha neocelandesa descendiente de un antiguo reino índico.
Solo me dio tiempo de echar una ojeada al grueso expediente, sacando en claro que desde la antigüedad existían en Bali numerosos estados que compartían un origen común. y que aunque los primeros holandeses que pusieron un pie en la isla fueron los hermanos Houtman, que llegaron en 1597, la isla no pasó a estar bajo control holandés hasta su colonización gradual a mediados del siglo XIX . En esa época había nueve reinos independientes que estaban gobernados nominalmente por un solo príncipe, el sushunan, que mantenía una tirante relación con la Compañía holandesa de Indias.
El final de esta coexistencia llegó con la sangrienta represión ocurrida en 1906, y la realeza balinesa en su conjunto cargó contra el fuego enemigo, armados únicamente con cuchillos y espadas. Fue un suicidio ritual, una forma de escapar a un destino que no les gustaba, su orgullo no les permitía ser siervos de Holanda y prefirieron una muerte honrosa que vivir subyugados. Según la historia oficial murieron todos sus miembros, hombres, mujeres y niños, pero según los documentos que el cardenal me mostró sobrevivió un niño, Badung II, hijo del rey del mismo nombre que encabezó la revuelta y el primer titán de esa parte del globo. Con toda su familia muerta, unos súbditos leales le sacaron de Bali y huyendo, buscaron refugió en Nueva Zelanda.
Wayan, la titánide que debía de buscar, era su tataranieta y para hallarla debía de coger un avión e irme a Wellington, su capital.
Acababa de terminar de revisar el dossier cuando Makeda y Thule, hicieron su aparición junto con un grupo heterogéneo de personas. Los neonazis del partido paneuropeo venían mezclados con burgueses y típicos extremistas de izquierdas, en una rara combinación que podía saltar en pedazos en cualquier momento por la franca animadversión que sentían sus miembros. Gorras militares, corbatas y pañuelos palestinos se iban sentando en los asientos sin siquiera mirarse, mientras el cardenal y mi personas nos manteníamos en un segundo plano, estudiando a los asistentes desde una habitación adjunta.
El primero en hablar fue el profesor Steiner, que después de agradecer a todos su presencia, les explicó desde un punto de vista teórico el futuro, donde solo un estado fuerte e igualitario podía salvarnos de la barbarie. Mientras hablaba los integrantes de la izquierda mantuvieron un respetuoso silencio, que contrastaba con el claro desprecio de los nostálgicos del reich.
Después fue Thule, que dirigiéndose a sus seguidores, les habló de la necesidad de un cambio, que por el bien de Europa, ella estaba de acuerdo en ceder el liderazgo a un líder que agrupara a todos los presentes. Ambos no estaban mas que preparándome el terreno, manipulando a los presentes para que aceptaran mi autoridad sin discusión.
Viendo que era mi turno, me arreglé la corbata antes de subir al estrado.
Al ir subiendo por las escaleras, percibí como un golpe la actuación entre bambalinas del cardenal. Sin que se dieran cuenta, manipuló a los presentes haciéndoles creer que estaban viendo a un guía en quien confiar sus vidas. Los nazis estaban impresionados por mi apariencia, mi estatura, y mi fuerza, para ellos era una especie de Dios Ario. A los verdes les convenció el puño en alto con el que les saludé desde lo alto , y los burgueses encantados por mi aspecto pulcro y buenos modales vieron en mi alguien que era como ellos, por eso tras un breve discurso donde maticé mis palabras para que fueran del gusto de todos, me premiaron con un aplauso ensordecedor.
Aprovechando su completa entrega, les informé de la creación de un nuevo partido, que buscando el bien europeo iba a competir en las elecciones alemanas con Thule al frente, pero siempre bajo mis órdenes. Nuevamente los vítores y las aclamaciones se sucedieron y sin ninguna voz discordante se eligió una mesa nacional compuesta por elementos de las tres facciones.
Con la tarea terminada, nos reunimos en cónclave los cuatro titanes. Rómulo, representaba el pasado, Makeda y Thule, el presente, y yo, el futuro. Tres épocas y tres visiones pero un solo destino común, el poder absoluto sobre la humanidad. Estábamos entusiasmado por como había ido todo, habiendo conseguido lo imposible, unir a una audiencia tan dispar, nos sentíamos capaces de todo. Pero entonces el cardenal nos bajó de un solo golpe del pedestal que nos habíamos subido, al decirnos:
-No hemos hecho nada mas que empezar, los hombres buscarán revelarse en contra nuestra cuando sienta que les hemos puesto un collar, por eso debemos estar preparados-, sus palabras me hicieron recordar el sacrificio de María y el odio que en el pueblo se había fraguado con la presencia de mi padre,-hoy hemos dado dos grandes pasos, la creación de un partido desde el cual asaltar el poder, y gracias a vosotros la expansión de nuestra estirpe-.
-¿Qué?-, gritó Thule al darse cuenta lo que el cardenal estaba diciendo.
-¡No es posible!, al no poderme oponer a su violación, he evitado que nos quedáramos embarazadas, bloqueando nuestros úteros-, le replicó indignada Makeda.
Una carcajada del viejo resonó en la habitación al escucharla, y todavía riéndose le contestó:
-¿Crees que no me había dado cuenta de tu estúpida maniobra?-, y señalando con el dedo su estomago prosiguió diciendo: -Estás preñada al igual que tu amiga, nada ni nadie puede entorpecer mis planes, tendréis vuestro hijo y solo entonces os daré la libertad de seguirnos o de iros de nuestro lado, pero hasta ese día seguiréis fieles a mis designios y a los de Fernando-.
-¡A mi no me meta!-, protesté tratando de hacerme a un lado.
-Eres parte quieras o no, y no solo como padre de las criaturas sino como mi futuro heredero-.
Habíamos hecho un pacto por el bien de la humanidad, y ahora me exigía cumplirlo. Aunque me jodiera, tuve que reconocer que tenía razón y dirigiéndome a ambas mujeres les dije:
-Callad y obedeced, ¡No somos más que peones de la historia! Y por la supervivencia del hombre debemos aceptar lo que nos ordena-.

Por primera vez desde que la conocía, Makeda se quedó callada mientras me fulminaba con una mirada cargada de odio

 

Relato erótico: “Jugando con una presentadora de TV atrevida 1” (POR COCHINITO FELIZ)

$
0
0

 

Beatriz se mira en el espejo de su camerino, satisfecha con lo que ve, lista para empezar su trabajo. Aunque ya había cumplido de sobra  los cuarenta,  la imagen que le devuelve el espejo es el de una mujer en la plenitud de la vida, con un tipo envidiable, el pelo teñido de un rubio apagado como tantas mujeres de su edad, la mirada alegre de ojos claros y grandes, los labios brillantes y voluptuosos. Se mira de frente y de perfil. El vestido ajustado marca unos pechos firmes y generosos. La imagen que da es de una mujer sexy, decidida y tremendamente apetecible. Esto es muy importante, porque ella es presentadora de televisión, y su imagen es apreciada por la audiencia, sobre todo la audiencia masculina, que seguro que está más pendiente del modelito que lleva puesto que de las noticias que cuenta.

Le encanta jugar con su público que no llega a ver nunca. Se mete con frecuencia en los foros sobre mujeres guapas, y busca su nombre  y los comentarios que hay sobre ella; las capturas de pantalla, tanto fotos como pequeños videos de cuando da las noticias. Todo eso la excita enormemente, leer los comentarios subidos de tonos, algunos muy bordes y obscenos, sobre lo apretado que llevaba el jersey elástico el otro día, mostrando lo turgente de sus pezones, o un vestido abierto que muestra gran parte de sus pechos, o como se transparenta la blusa insinuando un sujetador de encajes que desata la líbido y las fantasías de sus miles de fans. Sí, le encanta sentirse como un objeto de deseo para tantos hombres, tantos fieles admiradores que se levantan por la mañana para verla a ella.  Es que ella se encuentra, como mujer,  en la cima de su deseo y fantasías sexuales.
Y está dispuesta a satisfacerlas todas.
La última empezó hacía poco. Dentro de las decenas y decenas de usuarios de unos de lo chats, había encontrado uno que le atraía, Alex, por los comentarios, por la manera de escribir, por las cosas que insinuaba que le gustaría ver de ella, que se pusiera tal o cual cosa….Ella simplemente leía, sin participar nunca. En general, tenía que ser muy cuidadosa, pero fantaseaba a veces con darle gusto, por lo menos, a uno de ellos. Además, le encantaban los juegos de roll, y le atraía la idea de someterse a un hombre dominante que la exhibiera.  Así que se dio de alta como usuaria, y chateó  con su admirador secreto un viernes por la noche.
“Hola, Alex. Soy Beatriz”
Al otro lado de Internet, Alex desconfió.
“¿Beatriz,…qué Beatriz….la presentadora?”
“Claro que sí”
“Desde luego que si es verdad, es un sueño lo que me está ocurriendo. Porque llevo años siguiéndote por televisión…pero no sé…”
“Sabes, Alex, me encantan las cosas que escribes sobre mí…y las fantasías que tienes conmigo. Por eso he dado este paso de ponerme en contacto contigo”
 “En Internet se miente mucho….jejeje, a lo mejor hasta eres un tío en vez de una mujer”
“Ya, te entiendo perfectamente. Pero me gustaría que por lo menos me dieras una oportunidad para creerme. Pide tú una prueba”
Alex pensó. Al día siguiente era sábado, y Beatriz solo salía en televisión los fines de semana por las mañanas. Por probar no perdía nada.
“Me gustaría elegir yo lo que te vayas a poner mañana para presentar las noticias”
Beatriz se estremeció de gusto mientras contestaba. Aquello era precisamente lo que ella quería.
“Claro que sí, Alex, tu decides, y yo te complaceré en todo lo que pueda”
Alex, se sonrió lujurioso. Por probar no se perdía nada. Lo más seguro es que fuera un fraude, pero por lo menos había que intentarlo.
“La verdad es que todo lo que te pones te queda tan bien y tan sugerente…”
“Gracias, Alex”
“Pero hay dos o tres cosas que me excitan más que otras…”
“Tú dirás, Alex”
“Tienes unos jersey negros de manga larga, que parecen bodys…”
Beatriz se sonrió. Sí esos bodys era de los más atrevido que se había puesto nunca, y habían provocado oleadas de comentarios dentro y fuera de los chats de Internet. Se los había puesto más bien poco, solo aquellos días que se había sentido más atrevida y calentorra. En general, no le quedaba más remedio que ir vestida de una manera más o menos conservadora, con algún detalle sexy algunas veces. Pero solo con pensar en ponérselos, notaba como se iba empapando.
“¿Cuál de ellos quieres que me ponga, Alex?
“Uno que se te pega como un guante a la piel, pero que es muy, muy escotado, ese que deja ver incluso una peca que tienes entre los dos pechos. Tiene como un pequeño colgante delante, a la altura de los pezones…”
“Ya se cual dices, Alex. Es muy atrevido. Si ese el que quieres, me lo pondré para ti”
“Estupendo. Estaré esperando mañana para verte. Adiós”
“Adiós, Alex. Es un placer para mi poder complacerte”.
Beatriz se quedó pensando, excitaba por lo que acababa de hacer, sintiendo como se le aceleraba el pulso solo con pensar el juego que había empezado con un desconocido. Pero tampoco se quiso preocupar de las consecuencias. En el fondo solo se iba a vestir de manera un poco especial.
Durmió regular esa noche, pensando en su admirador. Como siempre que le tocaba trabajar, se fue todavía siendo noche cerrada a los estudios de televisión. Allí ya había la actividad propia del sábado por la mañana, con gente por los pasillos, personal de administración, cámaras, gente de audio y video…Ella se fue a su camerino, a que la peinaran adecuadamente y recoger las notas de las noticias que tenía que leer. Cuando se quedó sola, fue a las largas perchas donde tenía colgada su ropa para salir en la tele. Muchos trajes de chaqueta, trajes más o menos elegantes, y en una esquina, aquella ropa que solo se ponía en algunas ocasiones más especiales. El corazón se le empezó a acelerar otra vez, cuando llegó a los bodys negros de los que había estado hablando con su admirador.
El que Alex quería, ese con un escote de vértigo, se lo había puesto algunas veces, pocas. Luego había otro body negro que  le llegaba hasta el cuello y no enseñaba nada, aparentemente, porque la tela era tan fina y elástica, que se estiraba muchísimo mostrando con claridad el sujetador que se ponía debajo. El tercero se lo había puesto solo una vez, en un rapto de lujuria exhibicionista, porque era como un simple velo de encaje negro, con finos dibujos geométricos que iban serpenteando por sus pechos, y que intentaban tapar a duras penas sus pezones. Ufff, aquello había sido una locura total cuando se lo puso. Recordó que incluso tuvo que ir al camerino a meterse un consolador bien dentro del coño cuando acabó, para que se le bajara la calentura que le había entrado.
Pero hoy Alex quería el primero de los bodys,  y ella estaba dispuesta a jugar a ese juego morboso con ella. Se puso primero un sujetador, negro también, muy pequeño, que apenas le tapaba los pezones, y le apretara bien los pechos. Tenía que ser así, porque el escote que iba mostrar era enorme. Se puso luego el body, y se lo ajustó bien. De hecho, gracias al sujetador, gran parte de su tetas quedaban a la vista, sin tener que imaginar gran cosa. Apenas había la anchura de un dedo desde donde acaba el material del body a sus pezones.  En vez de pantalón se puso una falda muy corta. Realmente se sentía con ganas de exhibirse.
Se miró en el espejo del camerino, viéndose tan sexy como hacía tiempo que no se sentía. La vagina le mandaba pulsaciones de placer, sabiendo que miles de hombres la verían así, y que lo estaba haciendo además para satisfacer a uno de ellos, entregándole un poco su voluntad y su cuerpo para que lo disfrutara. Respiró hondo, y salió camino del plato, resonado los tacones con fuerza contra el suelo.
En el plató estaba su ayudante de cámara de siempre, y nadie más. Hoy en día todo está muy informatizado.
Beatriz sonrió. Su cámara le dio los buenos días de forma mecánica, y luego se sonrió también. Los dos se llevaban muy bien, trabajando juntos desde hacía años. El cámara la miró  de forma apreciativa, sin poder apartar los ojos del escote de vértigo que llevaba, disfrutando de los ligeros botes de aquellos pechos mientras caminaba su dueña.
– Pero bueno, Beatriz, hoy estás deslumbrante como hacía tiempo que no te veía.
Ella no dejó de sonreír.
– Gracias, hoy me siento contenta y divertida.
– Pues nada a trabajar antes de que se te pase- dijo él guiñando un ojo.

Faltaban a penas un par de minutos y Beatriz se sentó en la silla delante de su mesa. A partir de ese momento era solo un busto parlante….nunca mejor dicho. Respiraba un poco más rápido de lo normal. Intentó serenarse. No estaba haciendo nada malo, ya se había puesto ese body otras veces. Pero estaba mucho más excitada que las otras veces que se lo puso, porque lo hacía sabiendo que lo hacía por alguien a quien no conocía, y había dado su palabra de que lo hacía por él. Eso también era fuente de excitación, el saber que estaba entregando así su voluntad, sometiéndose ligeramente a los caprichos de un hombre.

La luz se encendió y ella sonrió para dar los buenos días a su audiencia. De manera mecánica fue leyendo las noticias en la pantalla de enfrente, sin perder su sonrisa, mientras que su mente estaba realmente puesta en aquel escote escandaloso que llevaba, sintiendo que si se movía mucho, los pezones casi se escaparían y quedarían a la vista. De todas manera, se encontraba tan excitada, que los pezones los tenía duros y puntiagudos, como dos auténticos pitones. Aquello era un círculo sin fin de excitación, porque pensaba en cuantos miles de ojos estarían pendientes de sus pezones y su escote. La sensación de mostrarse indefensa, sin poder ni querer evitar la situación que vivía, la tenía casi al  borde del orgasmo. Con gusto soltaría el bolígrafo con el que jugaba nerviosa y se metería la mano en las bragas para jugar con su clítoris. Su ayudante de cámara la enfocaba, y por los movimientos que hacía, el muy cachondo le estaba haciendo un buen zoom.
Ella se lo había buscado.
Al rato desconectó la cámara que le enfocaba. Ahora tenía media hora de pausa hasta las nueve.
– Beatriz, seguro que hoy subimos las audiencias- le dijo el ayudante con una gran sonrisa mientras salía a tomarse un café-, porque  las noticias eran muy interesantes.
Ella le devolvió la sonrisa pero no dijo nada. Le temblaba un poco el cuerpo, mezcla de la sensación de riesgo y excitación por el atrevimiento de lo que estaba haciendo. En su mesa del plató tenía un ordenador portátil abierto, a un lado, para una emergencia. Sin pensarlo mucho se conectó al chat. Necesitaba hablar con Alex y saber si le había complacido.
“Buenos días, Alex”
Espero unos segundos, sin saber si él estaría conectado. Pero momento después, él contestó.
“Buenos días, Beatriz”
“Espero que te guste el body. Creo que es este él que me pediste que me pusiera”
“Si, es ese, exactamente. Y te queda mejor que nunca…me gusta que seas tan atenta y obediente…”
“Es un placer poder satisfacerte, Alex”
“Pero, Beatriz, ¿sabes una cosa….?”
“Dime, Alex”
“Verás, puede que haya sido una coincidencia, que tú no seas Beatriz, y haya ocurrido que por casualidad ella haya decidido ponerse el body negro con el colgante”
Beatriz se quedó un momento pensado. Sí, aquello era un poco retorcido, pero podía ser verdad.
“Dime Alex, como podría convencerte que se yo soy realmente quien soy”
Durante unos segundos no hubo respuesta. Alex se sonreía. Si era realmente Beatriz, y estaba dispuesta jugar este juego tan excitante, era cuestión de ir pidiendo cosas cada vez más atrevidas, poco a poco, a ver hasta donde ella era capaz de llegar.
“Podrías hacer una cosa…”
A Beatriz se le aceleró más el pulso, sintiendo las hormonas circulando por su cuerpo a toda velocidad.
“Pídeme lo que quieras, Alex”
“Quiero que te quites el sujetador”
Beatriz empezó a sentirse con un calor que le subía desde la vagina por el vientre, hasta los pechos, los hombros y la cara. Aquello era muy atrevido, demasiado. No podía hacer eso, para que la vieran así miles de personas. El material elástico se le pegaría al cuerpo como un guante. El orgasmo que le estaba rondando salió casi a la superficie de su piel. Si decía ahora que no, se acababa aquel juego, si decía que sí, aumentada el juego y la excitación. Se decidió.
“Por supuesto, Alex, iré vestida como tú quieras. Me lo quitaré. Hasta luego”.
“Eso espero. Adiós”
Beatriz miró el reloj, le quedaban todavía unos diez minutos antes de estar otra vez en el aire. Volvió al camerino. Allí se desabrochó el sujetador negro y en un par de movimientos, se lo quitó. Se mordió los labios mientras se miraba en el espejo, tanto de  preocupación como de lo cachonda que se sentía. La forma de sus pechos era perfectamente visible con aquel poquito de tela negra elástica que los cubría. En condiciones normales sus pezones abultarían ligeramente de la tela, pero en aquel estado de excitación, eran dos pitones que querían perforar la tela. Al menos, la tela no se estiraba demasiado y no se traslucía por debajo la piel. Aunque pensó, con un escalofrío de placer, que eso si pasaba con el segundo de los bodys.
Pero aquello que iba a hacer era una locura. Dudó todavía un momento, y dejar que todo volviera a la normalidad. Pero la otra parte de su mente quería todo aquello, sentirse manipulada y exhibida, sentir toda aquella excitación.  Frotó su dedo índice por su entrepierna. Lo que necesitaba ahora mismo era una buena polla allí dentro, o al menos un buen consolador.  Se siguió masajeando, metiendo su mano dentro de las braguitas blancas, buscando su clítoris y su vagina jugosa. Si, aquello era delicioso…. Una señal de alarma se encendió en su cabeza en medio del placer. ¡A penas faltaban un par de minutos para seguir con la noticias….! Casi corriendo salió hacia el plató, con  su  ayudante de cámara ya colocado en su sitio, extrañado que ella no hubiese vuelto.

– Entramos en 5…4…3…2…1….

Beatriz puso como pudo su mejor sonrisa otra vez, sintiendo el calor que la abrasaba por dentro y por fuera.
– Buenos días, bienvenidos a una nueva edición…..
Miraba a la pantalla con lo que tenía que leer, pero junto a la cámara que la enfocaba  estaba el ayudante de cámara, con la boca abierta y los ojos como platos. Beatriz leía sin saber que estaba diciendo, si se equivocaba o lo estaba haciendo bien. Su vagina estaba literalmente inundada, sus pezones, hipersensibles al rojo vivo, sintiendo el roce embriagador del tejido negro contra ellos. La sensación era deliciosa, sentirse así de exhibida delante de aquella lente que estaba llevando un primer plano de su imagen ante miles de ojos que estarían fijos en ella. Y entre miles de ojos, los de aquel Alex que le estaba haciendo sentir todo aquello.
La media hora de noticias se le hizo eterna, pero luego se entristeció que acabara tan pronto. Después de ella, vendría otra compañera a seguir con las noticias.
Beatriz no quiso ni hablar con su ayudante de cámara, medio avergonzada de parecer una mujer fácil y calienta pollas, pero al mismo tiempo eufórica por lo que se había atrevido a hacer. Se fue volando a su camerino.  El numerito que había montado había sido muy fuerte. Allí tenía otro ordenador portátil que no usaba casi nunca. Lo encendió y esperó impaciente a que se conectara a Internet. Rápidamente buscó el chat privado con Alex.
“Hola Alex, espero haberte demostrado que soy realmente yo”
“Sí, si lo has hecho. Me ha complacido mucho. Estas preciosa con ese body…y sin sujetador…realmente le hacen justicia a esos pechos tan hermosos que tienes”
“Gracias, Alex”
“¿Te ha gustado lo que has hecho?”
“Si, me ha encantado, pero estoy hecha ahora mismo un manojo de nervios. No me atrevo ni a salir del camerino, no vaya a ser que el productor me diga algo…aunque siendo un hombre, seguro que no me dice nada malo, sino todo lo contrario”.
“¿Te ha excitado lo que has hecho?”
Beatriz sentía los jugos de su vagina que le chorreaban mientras tecleaba en el ordenador.
“Si, Alex, estoy super excitada…si me vieras ahora mismo…”
“¿Y te ha excitado obedecerme?”
“Si Alex, eso es quizás lo que más me ha excitado…”
“Dime Beatriz, te gusta obedecerme?”
“Si, Alex, me encanta…”
“Me encantaría que te corrieras para mí…ahora”
Eso era lo que Beatriz deseaba más en el mundo ahora mismo. Estaba sentada en una silla, con las piernas separadas y la falda subiéndose hacia las caderas. Inconcientemente se pasa una mano por la tela de las braguitas que cubría su coño.
“¿Tienes algún consolador a mano?”
Jadeando, Beatriz negó con la cabeza.
“No, a veces me llevo alguno en el bolso, cuando voy de viaje…pero ahora no tengo ninguno cerca…”
“Seguro que tienes algo por ahí que pueda servir…”

Beatriz miró a su alrededor. En un camerino hay muchísimas cosas, como si fuera un almacén desordenado.

Se levantó un momento, con una idea en su cabeza. Sí, por allí tenía que haber algún micrófono inalámbrico, junto a la mesa de su otra compañera de camerino….Rebuscó por unas cajas, y rápidamente lo encontró. Era un micrófono metálico de color negro, no excesivamente grande, pero aun así de unos 3 o 4 centímetros de diámetro y con una longitud de al menos de 20, además de la alcachofa. Era liso en la superficie, quitando un botón para encenderlo.

Volvió corriendo a sentarse delante del ordenador. Sin acabarse de creer lo que estaba haciendo.
“Alex, tengo un micrófono”
“Ah, estupendo…Ahora, vas a seguir siendo una chica obediente, ¿verdad?”
El orgasmo que la venía rondando toda la mañana la tenía a punto de caramelo. Habría hecho cualquier cosa ahora mismo, por poder  alcanzar el clímax.
“Claro que sí, Alex. Dime lo que quieres que haga”
“Quítate las bragas”
La orden fue directa y sin contemplaciones.  Beatriz tragó saliva, sintiendo que el juego se volvía más peligroso, más duro…pero más excitante a la vez. Apenas dudó. Se puso de pié, metió las manos por debajo de su minifalda y se bajó las bragas. Cuando se las quitó, vio que estaban empapadas. Se volvió a sentar, con las piernas más separadas todavía, con la sensación deliciosa de su pubis completamente depilado aireándose.
“Ya está, Alex. Las he puesto junto al teclado”
“Muy bien, Beatriz, lo estás haciendo muy bien. Como recompensa por lo sumisa y obediente que eres dejaré que te corras”
“Gracias, Alex”
“¿El camerino tiene pestillo en la puerta?”
Es verdad, pensó Beatriz, podría entrar cualquiera y encontrarla allí haciendo cosas raras. Se fue a levantar, pero se detuvo.
“Si lo tiene, no cierres la puerta con pestillo”
“Si, Alex”
Beatriz miró el micrófono inalámbrico. No se le había ocurrido nunca seriamente darle esa utilidad, pero estaba claro que podía desempeñar perfectamente la función de consolador. Lo acarició con una mano, sintiendo el deseo de meterse algo en la vagina, lo que fuese, incluso ese micrófono, con tal de tener ese orgasmo que la estaba torturando dulcemente. Pasaron unos segundos, luego un minuto, pero el chat estaba en silencio,  sin que Alex escribiera, mientras Beatriz no dejaba de acariciar el micrófono. Impaciente, Beatriz escribió.
“Alex, dime que quieres que haga…”
La respuesta fue rápida.
“Quiero que me pidas permiso para que hagas eso que te está rondando la cabeza”
Beatriz tragó saliva y escribió con cuidado.
“Alex, te pido permiso para coger el micrófono y masturbarme con él”
No podía creer lo que estaba escribiendo.
Alex contestó también con rapidez.
“Por favor…”
Ella se quedó un momento extrañada. Agarrando el micrófono con fuerza.
“¿Por favor?”
“Si, las cosas se piden favor”
“Ahhh. Te lo pido por favor”
“No, no, hazme una frase completa, zorrita”
Beatriz se sintió humillada de que la llamase zorrita, pero incluso eso le gustó. ¿Acaso no era ella eso, una zorrita, con lo que estaba haciendo? Así, que volvió a escribir, y procuró ser más sumisa y directa todavía.
“Alex, por favor, te suplico que me des permiso para meterme este micrófono en el coño, y masturbarme con él hasta correrme”
“Vez, zorrita, como siempre se puede hacer todo mucho mejor. Córrete para mí”
Beatriz se remangó la falda completamente, hasta que se sentó con el culo desnudo sobre la silla, de espaldas a la puerta. Con una mano buscó su vagina y probó con un dedo lo muy lubricada que estaba. Si la vieran ahora así los espectadores….aquello la excitó todavía más. Sin perder tiempo, agarró el micrófono por la alcachofa, y apuntó el extremo inferior hasta la entrada de su coño. Empezó a hacer pequeños giros, apretando más y más, con un movimiento que masajeaba al mismo tiempo su clítoris. Empezó a gemir de placer, mientras el micrófono negro y brillante se iba hundiendo en su vagina. Lo metió hasta el final, hasta que solo asomaba la alcachofa; estaba tan excitada que pensó que incluso con un poco de paciencia, hasta la alcachofa se la podría meter dentro. Se recostó en el respaldo de la silla, de espaldas a la puerta, y puso las piernas separadas encima de la mesa, mostrando su coño a la pantalla del ordenador…si estuviese conectada la webcam….aquel pensamiento disparó todavía más la líbido. Mientras que con el dedo de una mano acariciaba el clítoris, con la otra metía y sacaba el tubo negro en toda su longitud, primero despacio, recreándose, después más y más rápido. En apenas un par de minutos, entre gemidos y el movimiento frenético de sus caderas, llegó el orgasmo a la velocidad del rayo, ese orgasmo que llevaba toda la mañana creciendo dentro de ella. Sin importarle donde estaba ni quien la escuchara, dio un gritito largo y profundo, y el placer absoluto la desbordó, a ráfagas que la iban a metrallando sin piedad de gusto y satisfacción.
Con la respiración entrecortada, las piernas separadas en alto, medio caída en la silla, y el micrófono todavía enterrado en su coño, pensó que era el mejor orgasmo en mucho tiempo.

En ese momento se abrió la puerta del camerino, y una compañera presentadora con quien lo compartía entró.
– Hola Beatriz- escucho una voz a su espalda-,…me han contado que esta mañana has estado espectacular.

Beatriz se quedó paralizada de la sorpresa un momento. De manera instintiva cerró las piernas y se enderezó en la silla. ¡Demonios, el micrófono seguía dentro de su coño!
– Ho-o-o-la –atinó a decir mientras intentaba recomponerse.
Su compañera entró en el camerino y se sentó en una silla  a lado de la mesa. La recién llegada la miró un poco de reojo, sonriéndose por lo bajo.
–  ¿Pero que hacías…? –la miró divertida-. Creo que has caldeado bien el ambiente en el plató…me lo has dejado muy difícil a mí, que me toca dentro de un rato seguir con las noticias.
Beatriz se puso colorada, sin saber que decir, entre el sofoco del orgasmo, el que casi la pillaran y lo que le decía su compañera.
– Si, lo mejor en verano, con los calores, es quitarse algo de ropa- continuó la compañera, haciendo referencia a su salida en el plató sin sujetador.
El color rojo de Beatriz se hizo más intenso.
– Por lo que veo, hoy te sobra mucha más ropa…-la compañera, como quien no quiere la cosa, dejó caer la mirada encima de la mesa de Beatriz. Allí, de manera ostentosa, estaban las braguitas blancas de Beatriz, empapadas de sus efluvios, y reliadas con las prisas por quitárselas.
Beatriz, adquirió una tonalidad de rojo intenso difícil de describir, además de sentirse completamente humillada de haberse dejado sorprender así. Realmente no sabía que decir. Con resignación, cogió sus bragas, las dobló y las puso fuera de la vista. Quería que se le tragara la tierra.
Su compañera se levantó.
– Bueno, tú sabrás lo que tienes entre manos, pero a ver si alguien nos va a llamar la atención por conducta indecorosa…-la compañera le sonrió- aunque de todas maneras, con el tipo tan bonito que tienes es una pena no darle un poco de vidilla de vez en cuando. Por cierto, no habrás visto un micrófono inalámbrico que había por aquí. Me lo prestaron ayer, y lo tengo que devolver….
A Beatriz se le pusieron los ojos como platos, e instintivamente apretó las piernas, sintiendo el palo de metal negro llenado su vagina. Notaba hasta el botón para encenderlo.
– No..no…no lo he visto –dijo con la voz más rara que había puesto en su vida.
Su compañera la miró, también con una mirada incrédula. Muchas cosas pasaban por su mente, viendo a Beatriz tan extraña. No, procuró quitarse de la cabeza lo que se le había ocurrido, y comenzó a buscarlo por el camerino.
Beatriz se concentró en el teclado, nerviosa y angustiada por todo aquello.
“Ya he tenido un orgasmo, Alex. Gracias por dejarme tenerlo. Ha sido maravilloso”
“Me alegro, zorrita”
“Alex, tengo un problema, tengo el micrófono todavía dentro, y mi compañera de camerino lo está buscando…”
“JAJAJAJA. Pues déjatelo dentro”
Beatriz suspiró, se lo temía.
Su compañera encendió mientras su propio ordenador portátil.
– Pues el micrófono tiene que estar por aquí, porque el programa de audio coge la señal de que está encendido.
Beatriz cerró un momento los ojos con desesperación. Aquella pesadilla no acaba nunca. Su compañera hacía clic con el ratón por la pantalla.
– ¿Ves? Está encendido. Le voy a dar a los altavoces.
Beatriz se agitó inquieta en la silla. Por el altavoz del ordenador se escuchó un ruido sordo, de ultratumba. Beatriz se quedó congelada, sin atrever a moverse.
– Pues si, tienes que estar cerca- seguía diciendo su compañera, además este ordenador tiene muy poco alcance inalámbrico, tiene que estar aquí, en el camerino. Anda levántate y ayúdame a buscarlo.
Beatriz negó débilmente con la cabeza.
– Es que estoy acabando de escribir unos mensajes…..
Y se puso a escribir frenéticamente.
“Alex, ¿qué hago?”
“Pues muy sencillo. Está claro que no te lo vas a sacar y se lo vas a dar a tu compañera…”
“Claro que no, Alex”
“Aunque si yo te lo pidiera, ¿lo harías?”
Beatriz se quedó petrificada. El juego y la situación se le estaban yendo de las manos. Aquello sería de una humillación difícil de describir. Sería la comidilla de sus compañeras, sería tan terriblemente embarazoso…y al mismo tiempo era tan deliciosa aquella humillación y tan dulce entregar su voluntad a otra persona…
“Si, Alex, lo haría”
“Sabía que dirías que sí, zorrita. Esto es lo que tú necesitas, alguien que te mande y te someta”
“Si, Alex”
“Anda, levántate y ayuda a tu compañera a buscar”
Beatriz, volvió a suspirar. Pero una nueva clase de excitación la estaba llenando. La excitación de ser descubierta, de sufrir deliciosamente con la angustia de ser descubierta, del miedo a la humillación que sufriría con todo esto..,y era tan dulce como la excitación que le conducía al orgasmo.
Se levantó, con miedo a que el micrófono se le cayera. Caminó despacio, con pasos cortos, apretando bien los muslos.
El ordenador de al lado siguió haciendo gruñidos.
– ¿Ves, lo oyes? Es que tiene que estar por aquí, como si alguien lo estuviera moviendo…
Aquel suplicio duró todavía unos minutos, sin que su compañera dejara de mirarla de reojo de vez en cuando.
– Bueno, pues entonces yo me voy a casa- dijo Beatriz.
“Alex, te pido permiso para irme a casa”- escribió en su ordenador.
“Estupendo, Beatriz…¿tu compañera encontró el micrófono?”
“No, Alex, no lo ha encontrado”
“Que lástima. Mañana por la mañana te diré lo que vas a poner para presentar las noticias”
“Si, Alex, siempre lo que tú quieras. Adiós”
Beatriz se dirigió hacia la puerta, y cogió disimuladamente sus braguitas, mientras su compañera seguía buscando. El bolso no lo tenía allí, sino en la consigna de la entrada del plató, así que las dobló todo lo que pudo y las metió dentro de un puño. Abrió  la puerta, deseando irse de allí. Salió fuera, suspirando aliviada. Pero entonces la puerta se abrió un momento después. La cara de su compañera era de fastidio.
– Beatriz, al salir tú he perdido la señal del micrófono……Lo tienes que tener tú.
Pero Beatriz no llevaba nada en las manos, excepto sus braguitas dobladas.
La cara de su compañera era todo un poema, de incredulidad absoluta, como queriendo mirar a través del tejido de la falda de Beatriz, mirando su entrepierna.
– Te agradecería que me lo devolvieras mañana, apagado para que no se gasten las pilas…y limpio, por favor.

 

Y sin decir nada más se metió otra vez en el camerino, mientras Beatriz, sin habla,  volvía abochornada a su casa.


 

Relato erótico: “Cuando se divorcian” (PUBLICADO POR KEALOHA)

$
0
0

 

CUANDO SE DIVORCIAN

 

DESCANSO EN LA MONTAÑA  ( I )

Es increíble la vista que tiene esta cabaña, estaba parado fuera de ella y podía disfrutar de un panorama sorprendente donde el cielo azul celeste estaba claro y el sol resplandecía, estábamos a principios de Octubre y corrían vientos helados por el cambio de clima, podía ver que a lo lejos en la montañas lejanas que había un cielo cerrado y oscuro, se veía un arcoíris espectacular y colorido además que estábamos rodeados de pinos de gran altura y pocos metros después del claro empezaba la subida de una montaña de unos 200 metros de alto

Solamente había 2 cabañas separadas como a 250 metros de cada una en el espacio sin pinos de medio kilometró de largo y del otro lado se encontraba un lago inmenso que invitaba a reflexionar y donde se podía ver un pequeño embarcadero en la orilla, solamente en helicóptero era la única forma de llegar aquí. Mis tíos habían elegido este lugar para alejarse del bullicio de la gran ciudad y era el lugar ideal aunque a mis primas no les gustaba para nada ya que ellas estaban acostumbradas a la vida de la ciudad con el famoso internet y todas sus redes sociales. Ni cadenas de televisión ni de cable simplemente teníamos el Compact Disc (CD player) para ver algunas películas que habían elegido mis tíos, además la cabaña contaba con un compresor para proveernos de luz

 En la otra cabaña aún no había llegado el socio de mi tío con su familia, pero llegarían en la tarde o mañana temprano de acuerdo a sus comentarios

-Miguel ven para que acomodes tu ropa, dijo mi tía

Subí al segundo piso y entré a la habitación que me habían asignado y comencé a colocar la ropa en su lugar, estaba entretenido que no me di cuenta que mi tía se encontraba atrás de mí, me agarro las nalgas por encima del pantalón dándome un pellizco y diciendo

-estás como quieres

Di un jalón hacia adelante por reflejo

-“epa” salió de mis labios

Mi tía salió riendo de mi habitación, al terminar me recosté en la cama pensando en la distribución de la cabaña, tenía tres habitaciones arriba y dos baños, pegado a las escaleras estaba la habitación de mis tíos con su baño, después estaba la de mis primas y al último la mía y entre las habitaciones teníamos el baño con dos entradas, una para cada cuarto

En el piso de abajo estaba la sala con unos sillones muy reconfortantes y un televisor de plasma de 52 pulgadas, la chimenea muy cómoda y caliente, la cocina muy moderna, afuera había una mecedora para dos personas que colgaba del techo y dos sillas muy placenteras junto a una mesita de una madera especial para tomar café por la tarde, estaba un tejaban cubriendo el porche por las lluvias tan intensas que de repente llegaban a caer

A mi tío Ramón le acompañaba su esposa Mercedes, contaban con 45 y 40 años respectivamente, se mantenían en forma en un club donde estaban inscritos he iban continuamente a hacer ejercicio, eran muy atractivos los dos. Él era una persona exitosa con buen cuerpo y muy inteligente además le sobraba el dinero y le gustaba gastarlo con su familia, medía 1.70 metros. Mi tía era de un tamaño de 1.65 de estatura, lo que hacía que se viera más joven, tenía el cuerpo pequeño, pero bien distribuido, con unas piernas fuertes y bien formadas, un trasero atractivo y duro, sus abdominales parecían de piedra por lo bien trabajados en el gym y unos ricos pechos bonitos y graciosos, su pelo largo, lacio y negro que le caía hasta la cintura, bastante guapa mi tía y además era una madre de casa ejemplar que se desvivía por sus dos hijas que parecían niñas y por mí. De repente la veía y me parecía muy coqueta conmigo ¿será pura alucinación?…

Mi prima la mayor se llamaba Minerva (Mine) tenía 17 años, de 1.67 de estatura, era blanca con el pelo negro corto y lacio a la altura de los hombros lo cual la hacía parecer a Natalie Portman, su cuerpo empezaba a desarrollarse ya que tenía unos pechos chiquitos y sus caderas normales, era muy despierta para su edad, piernas largas y flacas y unos pies bellos que me gustaban cuando se ponía sandalias y además en 3 días cumpliría sus 18 años, luego estaba la más chica Mónica (Moni) de 16 años con una estatura de 1.60 metros, ella parecía más niña aún, pero era igual de guapa a su mamá y su hermana, con el cabello a la mitad de su espalda, eran dos pequeñas traviesas que les compraban todo lo que quisieran pero debían de ganárselo con trabajo en la casa y en la escuela, en la cual eran de las mejores estudiantes con buenas calificaciones y competían contra mí para ver quién era mejor en su grado escolar.

Y yo, el típico adolescente de 16 años que vivía con mis tíos, ya que era huérfano de padres porque sufrieron un accidente fatal cuando yo tenía 5 años y solamente mi tío era mi único apoyo en el país, tenía otra tía con dos hijas y un hijo, pero vivían en México y por lo cual casi no tenía contacto, aunque solo hablábamos por Skype.

Yo medía 1.75 metros, no era guapo, pero me defendía, cabello quebrado negro y tupido y un cuerpo regular de deportista de clavados y era muy buen estudiante que mi tío me había regalado un coche por mis magnificas calificaciones del grado escolar que había terminado, los consideraba mis padres y a ellas mis hermanas. Me gustaba jugar basquetbol contra ellas, había una canasta en la entrada del garaje y me sobrepasaba jugando con Mine porque tenía un trasero muy redondo y me gustaba tallarme, también ella se recargaba en mi pelvis para distraerme y a la vez para calentarme porque lo hacía con esa intención. Me decía “niño” para burlarse de mi pero no me podía ganar. También jugaba contra Moni, pero le daba más chanza para ganar, aunque también se frotaba, pero no le tomaba importancia ya que me hacía muy niña, aunque ella no pensaba lo mismo. Quisiera comentar mi afición a contemplar les pies descalzos, pero nunca había existido una excitación el verlos, según creía yo.

En la tarde nos decidimos por ver una película y nos sentamos en los sillones de la sala de la casa, mis tíos en un sillón para dos personas tapados con una cobija y nosotros tres en otro sillón más grande y cubiertos también por una cobija, íbamos a ver una película del 2004 con Denzel Washington (John Creasy), Dakota Fanning (Pita) y Mark Anthony (Papá de Pita) como estelares, la trama era de un ex agente de la CIA, alcohólico, que protege a “Pita” de un secuestro por parte de unos malos policías coludidos con el hampa en la ciudad de México y que al final la rescata, muy buena película.

Total que mientras veíamos la película mis tíos se estaban durmiendo, yo estaba a un lado de Mine, de repente le agarraba la pierna asustándola o ella me las agarraba a mí, varias veces lo hicimos hasta que una vez que lo hice mi mano quedo en la parte superior de sus piernas, acariciando su piernita flaca pero de una piel suavecita, ambas traían un camisón que le llegaba a media pierna pero Moni se dio cuenta que no quitaba mí mano ya que se notaban mis manos por abajo la cobija, lo que hizo fue acostarse sobre nosotros subiendo las piernas arriba de Mine y las mías, haciendo que bajara mi mano de las pierna de Mine, se movió para acomodarse dándose cuenta al poner sus pies sobre de mí de lo excitado que me encontraba, en eso Mine le baja los pies y subía sus manos para ponerlas en mi entrepierna, ahora ella sentía la verga excitada sobre mi pantalón o yo ponía la mano en su entrepierna para sentir lo calientito de ella, era un constante jugar entre ellas y yo hasta que acabo la película.

Nos levantamos a tomar un vaso de leche y unos plátanos como cena y subimos a lavarnos la boca, entro al baño Moni, después yo, pero también entro Mine y empezó a colocarse entre yo y el lavabo, sintiendo mi verga parada en sus nalgas, le empujaba para que no se pudiera lavar la boca riéndonos los dos, dejamos por la paz nuestro “cachondeo” y nos fuimos a acostar, era todo lo que hacíamos jugando. Todos estaban durmiendo, yo me quedé leyendo una novela de ciencia ficción, escuché un ruido que se me hizo extraño y salí a ver, pero no descubrí nada, era alguna de mis primas en el baño, regresé a la cama y me dispuse a dormir ya que eran las 2 de la mañana.

Al otro día bajamos a desayunar, mi tío vestido muy formal y nosotros en pants porque hacia frio pero dentro de la casa había calefacción, fue preparado por mi tía Mercedes y ayudada por Mine, por cierto que mi tía se veía espectacular con sweater blanco y su vestido del mismo color con flores a media pierna, que por cierto se veían bien torneadas y además sus delicados pies calzando unas zapatillas blancas bajitas, en eso estábamos cuando se escuchó el rotor del helicóptero que empezaba a descender, al parar, mis tíos salieron a recibirlos y nosotros nos quedamos en el porche de la casa, los vimos descender, bajo el Señor Mario seguido por su esposa Karina, muy esbelta de pelo rubio hasta la mitad de la espalda, su hija Berenice de 16 años, una niña muy linda y Roberto de 10 años.

Los saludamos con las manos y se fueron a su cabaña a dejar las maletas, después vinieron todos a para saludarnos, yo las bese en un cachete a Karina y a Berenice (Bere), las “güeras” (apodo para las rubias) les decía de cariño y de manos salude a mi amiguito Roberto y a Don Mario, compartimos el desayuno con ellos.

Después nos comentaron que había surgido un problema urgente en su empresa, que tenían que resolver y regresar, que tardarían 2 días en resolverlo o a lo mejor más, después se tuvieron que ir sin perder más tiempo de regreso a la gran ciudad. Mientras no estuvieran ellos dormirían todos en nuestra cabaña. Yo quede como responsable de cuidarlos mientras regresaban, mi tía y Karina se pusieron a conversar en la sala y jugar a las cartas mientras nosotros salíamos a jugar al volibol pero sin red, Mine y yo contra Bere, Moni y Roberto , estuvimos jugando hasta que se cansaron y ya no quisieron seguir jugando, Moni subió a ponerse unos shorts para ir al embarcadero porque la temperatura había subido y estaba más cálido, salió corriendo de la cabaña y se fueron a su cabaña y de ahí directamente al embarcadero, que por cierto se veían muy bien porque habían sacado sombreros de ala ancha para protegerse del sol y Roberto una gorra. Mine y yo buscamos la sombra que daba el porche, nos sentamos en la mecedora y tomando agua de limón que había dejado mi tía en la mesita, empezamos a platicar de la escuela y de las novedades en nuestra vida.

Estuvimos platicando hasta la hora de comer y después de disfrutar una ensalada de verdura y pollo a la plancha, casi todos quisieron ir a tomar una siesta. Yo veía muy rara a mi tía y decidimos quedarnos a ver una película romántica en la sala, fui a la cocina a traer un café para mí ya que mi tía no quiso, en eso vi cuando se quitó las zapatillas y me detuve para admirar sus pies desnudos, chiquitos y muy estéticamente delgados, fui por mi café y regrese, mi tía me pidió un trago nada más, se lo ofrecí y después le dio solo un trago, me encamine al sillón para tres personas puse la taza en la mesita de estar y ella estaba sobándose los pies, unos pies estilizados y delgados, le dije de repente

– suba los pies para darle un masaje, sentándome a su derecha

-bueno, si me apetece un masaje ya que los siento cansados y me molestan un poco

Sonrió muy coqueta y se dio media vuelta hacia mí, se recostó y subió sus piernas hacia las mías dejándome sin aliento porque alcance a verle sus pantis de color azul bajito aunque fue muy rápidamente, después los apoyo en mis piernas, pude contemplar sus hermosas y aterciopeladas piernas, las tenía a mi disposición completamente para mí pero cubiertas muy poco con su vestido blanco pero no importaba, ella voltio hacia la televisión y yo miraba sus piernas suavecitas y fuertes, moldeadas, pero ahora le tocaba sus excitantes pies, delgados, suavecitos y huesudos … pensé el gusto que se daba mi tío, era la primera vez que se las tocaba, comencé con su pie izquierdo, con la mano derecha tomando la parte del tobillo y la mano izquierda la planta de su pie, me movía muy lentamente y aprovechaba para sobar cada uno de los pequeños huesos de su pie, aunque me entretuve de manera especial debajo de sus dedos y encontré su zona erógena porque la escuche gemir, había leído al respecto en una revista de hombres, seguí masajeándolo y repitió sus gemidos muy quedito, relajo más sus pies, le repetí en el pie derecho por un buen rato más. Estaba con verga súper excitado, no se daba cuenta de lo parado que tenía mi fierro.

Mi tía se levanta del sillón bajando sus piernas y me dio un beso en la mejilla de agradecimiento, pero me lo dio casi en los labios, note caliente sus labios

-gracias eres un todo un experto, me dijo

Y me dio un abrazo muy tiernamente por un buen rato hasta que se separó de mí, volvió a acostarse en la misma posición que estaba y seguí masajeando ahora sus pantorrillas sin que me lo pidiera,

-que aprovechado que eres, me dijo sonriendo

-sip, y quisiera darle un masaje completo si me dejara

-ah muy bravo jajaja se rio

-a las pruebas me remito

-igual que le haces a Mine ¿verdad?

– ¿cómo? ¿a Mine nunca le he dado un masaje? le conteste

 -pero yo te he visto que le arrimas tu “cosa” ¿no? haciendo como si se agarrara su pelvis

Sentí pena por mí y no le conteste

-pero no estoy enojada y después te digo cuando me das el masaje

-enterado

Me quede pensando cuando nos había visto pero eran muchas las veces que habíamos jugado y de repente me acorde que ni vi la película por estar bien concentrado con los pies de mi tía.

Subió a tomar un baño a su habitación y se puso unos leggins negros, una sudadera blanca y tenis deportivos, bajo para preparar la cena, ya estábamos completos en eso llegaron Karina y sus hijos. Cenamos salmón con verduras y mi tía nos invitó una copa de vino a Mine y a mí, pero aclarándonos que nada más una copa para nosotros ya que éramos menores de edad, se sirvió ella y a Karina también, Moni y Bere también pidieron, pero no les dieron y se hicieron las enojadas, Roberto nada más las veía riéndose.

Después de cenar se tomaron varias copas mi tía y Karina, los niños y yo salimos al porche a platicar, en la mañana mi tío me pidió de favor que me durmiera en el sillón para que Berenice y Roberto pudieran dormir más tranquilos. Todos nos fuimos a dormir, pero antes baje de mi cuarto unas colchas y una almohada para preparar mi “cama”.

Estaba muy tranquilo cuando en la media noche me percate que mi tía bajaba las escaleras, pensé “bajo a tomar agua para la resaca” pero me equivoque, traía un bata larga, se dirigía hacia mí que estaba acostado leyendo mi novela, me miro y apago la lámpara de la sala rodeando el sillón en el que estaba y acercándose me dijo muy despacito

– se me antojo el masaje, pero lo dejamos para otro día ¿no? Por mientras quiero darte un regalo por tus calificaciones de la escuela, hincándose empezó a bajar mi pants

-pero tía que… que… que estás haciendo, le dije asustado

-déjame hacer…

Me quede callado y la deje hacer, deje la novela en el piso

Estaba a la altura de mi cintura, me empezó desabrochar la cinta del pants, después lo bajo junto al bóxer hasta las rodillas y me toco suavemente la verga que estaba casi saliendo de espasmo y en automático se empezó a poner al máximo cuando sentí sus manos que la acariciaban

-quiero mamártela, esta preciosa tu verga y se me antojo más desde la tarde en que me masajeaste los pies, alcanza a ver tu excitación, no sé qué le pasa a tu tío, pero ya no me toca como antes y yo estoy que me derrito…

No dije nada, pero me sorprendió que mi tío no le estuviera dando lo que debería, pero no me importan sus problemas, yo estaba feliz de complacer a mi tía

Lo agarraba fuertemente hasta tenerlo al máximo con el glande todo pelado y brillante, lo masajeo con las dos manos y me encantaba, tenía un pene normal de 18 centímetros, aunque algunas decían que estaba grande, acerco su boca y se comió solo mi cabeza, lo besaba exprimiéndolo suavecito el glande, absorbiendo mi pre venida después siguió mi fierro por los lados ya que estaba un poco gorda, de arriba abajo y me la sostenía con los dedos de la cabeza, hasta mis huevos los sentí humedecidos por su caliente saliva, siguió chupando mi fierro, nada más llegaba a la mitad de mi verga porque que se “atragantaba” y se la sacaba para metérsela otra vez, siguió con sus caricias, cuando miro hacia sus piernas abajo del sillón encontré su mano moviéndose en su entrepierna por arriba de su corta bata, no alcanzaba a ver su vagina pero me la imaginaba, de repente se levantó y quitándose la bata, quedando desnuda, sin pantis y sin brassier, poniendo mi verga tiesa hacia arriba, se colocó con una pierna a mi costado y la otra en el piso, empezó a sentarse en mi verga, despacio disfrutándola y gimiendo con ella, jugando con ella en sus labios vaginales hinchados y mojados, empezó a metérsela

-Ohhh, que rico…

Fue bajando, sintiendo cada centímetro hasta quedar sentada metiéndosela toda, se recostó sobre mí y me beso en los labios, sentí sus pezones sobre mí, era impresionante sentir su calor y lujuria de su cuerpo en mi

-como había deseado este momento Miguel…

-yo también tía y que sabrosa estas…

-me tienes bien enganchada, aghhhh… aghhhh…  te siento muy especial dentro de mí, está más gorda que la de tu tío, para tu edad estas muy sabroso

-tu estas bien suculenta, tu cuevita es una maravilla ohhhh… Bocatti di cardenali…

Me mantuve quieto un rato mientras ella se amoldaba a mi verga, empezó con movimientos pélvicos muy despacio todavía estaba acostada sobre mí y mis manos agarrando sus nalgas, que delicioso sentía, mi tía estaba de lujo, de repente levanto su pecho con sus manos subiendo sus nalgas se la saco, se ensarto de nuevo, subía y bajaba a placer, estire las manos para agarrar sus pechos desnudos, estaban duros y bien formados, guau… eran hermosos, cabían en mis manos, primero solo los toque con mis manos y después estaba masajeándolos con fuerza, me encontraba excitado con su cuerpo, pude contemplar la forma en que tenía su vello púbico, un pequeño mechón de pelos adornaba su parte superior de su vagina, de repente me paraba y le besaba sus senos, ella aprovechaba el movimiento para darme un beso apasionado, se movía frenéticamente y alcance a escuchar un quejido fuerte pero puso las manos en la boca tapando los sonidos y sus piernas empezaron a temblar, se recostó en mí y sus pechos en los míos, me daba muchos besos, casi no podía moverme porque no me dejaba

-mi amor… mi amor que sabrosa esta tu verga, no pensé que la tuvieras tan gorda y tan grande, empezó a venirse, aghhhhh…

-tia, como estas de caliente

-aghhhhh… aghhhhh… ohhhhhh… se estaba viniendo rico

-bueno tía, déjeme moverme para disfrutarla, está usted muy buena y apetecible

Empecé a moverme gozándola en todo su esplendoroso cuerpo, empecé con un frenesí diabólico agarrando sus nalgas, empezó a gemir cuando sin querer toque por error su culito, gimió mas al tocarlo y ya no quise mover mi mano de allí, seguí con mi mete y saca y empezó otra vez a temblar tapándose de nuevo la boca gimiendo hasta quedar desfallecida, sentí mi verga que se ponía muy dura y logre una venida grandiosa dentro de su ella que se desbordándose por los lados, quite mi dedo de su culito, quedamos los dos tirados por un rato hasta que se salió mi verga de su interior flácida y cansada, había estado estupendo, el mejor “palo” de mi vida… en ese momento me llamo la atención un movimiento en la escalera y alcance a ver unos pies que iban subiendo, no sé quién era, le pregunte por Karina y me dijo

-está “muerta” por el vino y no se despertará ¿Por qué me preguntas?

-nada más para saber…

Tuvo la preocupación de ponerla “bien peda” (borracha) antes de bajar conmigo y me sonreí, pero ahora era cuestión de investigar quién nos había visto.

Tuvo dos orgasmos grandiosos por lo que me puse a pensar porque mi tío no la satisfacía, me tuvo un rato pensando hasta que la miré que casi se queda dormida en mis brazos, la desperté moviéndola un poco

-debe de subir y no quedarse a dormir aquí, le dije

-está bien, dijo y sonriendo con su pícara sonrisa “tú eres el encargado” dijo, poniéndose la bata y subiendo muy sensual por la escalera y desapareciendo en ella…

Haciéndome sonreír también, me dejo complacido y extenuado. La seguía tratando con respeto a pesar de que lo que había sucedido momentos antes.

  • : Mis tios se divorcian, no puedo creer que haya canbiado de orientacion sexual
 

Relato erótico: “viaje en el tiempo a japon tres final” (PUBLICADO POR VALEROSO32)

$
0
0

Después de que muriera el emperador y cayera su ejército nos dispusimos a salir del palacio, pero no por la puerta principal sino por los túneles secretos que salían del palacio a unos cuantos metros más allá. estaba todo preparado caballos, vivires ya que Maiko conocía el palacio como nadie ya que pronto el nuevo emperador vendría a reclamar su trono y algunos todavía resistían, pero la mayoría de las tropas habían caído y todo estaba perdido. el fraile se quedó ya que él no pensaba huir. nosotros salimos por los túneles a otra salida y cogimos los caballos y escapamos.
ella me dijo:
– porque no vuelves a tu época.
– no puedo dejaros así que sería de vosotras y además te amo.
– yo también te amo mi señor, pero nuestro amor es imposible tu perteneces a otra época yo no puedo ir contigo pues tendría consecuencias en el futuro.
por mucho que me doliera ella tenía razón.
– por lo menos os pondré a salvo de ese tirano que es su hermano.
ya fuera del palacio a varios kilómetros emprendimos un viaje y fuera de Tokio con el tiempo nos enteramos de que el tirano del emperador había echo decapitar al pobre fraile por ayudar a su hermano y cooperar con él y que a nosotros nos buscaba los soldados también.
nos escondimos ya que nos estaban buscando y oímos varios ruidos de caballos y soldados Maiko conocía la región como nadie gracias a ella y a su hermana pudimos escapar encontramos una cueva donde refugiarnos y allí pasar la noche.
hacía mucho frio así nos desnudamos y nos juntamos unos con otros hicimos en un lecho lo mejor que pudimos.
– mi señor ahora que estamos a salvo queremos ser vuestras. mi hermana y yo por si nos pasara algo haz de saber que tanto como yo como mi hermana os amamos.
así que se desnudaron y me desnudaron a mí.
– ah mi amor os amo- dije yo a Maiko y a su hermana.
– nosotras también os amamos- y ya desnudas empezaron a follarme.
dije empezaron porque yo no hice nada prácticamente ellas lo hicieron todo me chuparon la poya con una exquisitez que no me corrí de milagro no había visto mujeres como Maiko y su hermana Sakura tan dulces para hacer el amor Sakura aprendió enseguida.
Sakura me chupo los huevos mientras sus hermanas me comía la poya estaba en una cueva y parecía que estaba en el paraíso luego me dio de comer sus tetas mientras yo la metía a Sakura dos dedos en el coño y se lo chupaba.
– así así mi señor decía las dos os amamos.
lo bueno que las japonesas no son celosas por lo menos esta y compartía a su hermana conmigo.
– follar a mi hermana mi señor ella os quiere tener dentro de ella y ser vuestra.
así que se la metí a Sakura hasta los huevos y empezamos a follar mientras Maiko la comía las tetas ella suspiraba.
– así hermana que gusto me da nuestro señor como m folla y me penetra.
– si hermana goza luego lo hare yo con el luego.
cogí a Maiko y se la endiñé por el culo mientras Sakura la comía el chocho y yo la cogía de las tetas.
– así mi amor dame bien soy vuestra, mi señor disfrutar de mí y yo de vos fóllame bien el chocho ahora -decía Maiko.
así que se la saqué y se la endiñé en el chumino mientras Sakura la comía el culo esta vez ya no pude contenerme y me corrí dentro de ella sonrió.
– así mi señor no me importa quedarme embarazada de vos os amo.
termino la noche y lo que quedo nos dormimos teníamos que continuar el camino Maiko no solo era una ardiente mujer al igual que su hermana así que hicimos un arco y ella conmigo salió a cazar mientras Sakura nos esperaba cogimos un conejo al que Sakura había hecho un fuego y lo asamos en la lumbre estaba delicioso.
fuimos a una región de Japón donde todos eran campesinos y así ellas tenían unos parientes enseguida que llegamos nos acogieron con los brazos abiertos pues se habían enterado de todo ya que las noticias vuelan y sabían que el nuevo emperador era un tirano y nos estaba buscando.
– aquí no podéis quedaros no estaréis a salvo tenéis que salir de Japón si os pilla el emperador os cortara la cabeza al igual que han hecho lo que han cooperado con su hermano ir a china a china.
– estáis loco tío.
– no Maiko es la única cosa que os puede salvar allí no hay muchos japoneses y allí no manda el emperador. aquí no vais a poder vivir si os coge os matara. ha hecho ya varias ejecuciones.
– tu tío tiene razón.
– pero como podemos ir.
– está lejos, pero sale un barco mañana noche ir al muelle y os daré algo de dinero y víveres para los tres. no puedo hacer más.
así que nos fuimos para el muelle y cogimos el barco que dijo el tío de Maiko luego nos enteramos de que el emperador había hecho matar a su tío por ayudarnos. Maiko y Sakura lloraron la muerte de su tío, pero no pudimos ya hacer nada y partimos nuestro viaje para china la mala fortuna es que cuando íbamos hacia china nos apreso un barco japonés y no pudimos hacer nada.
fuimos conducidos al emperador.
– pensabais escapar de mi -dijo el emperador – vosotras sois mías mis zorras y tu extranjero que eres.
– tú lo has dicho un extranjero venido do del otro continente europeo al otro lado del mundo.
– vosotras seréis conducidas a mis aposentos ya que sois mis zorras y en cuanto a ti ya me ocupare ya que fuiste colaborador de mi hermano.
– vuestro hermano era mejor que vos.
– ja eso no me importa él está muerto mañana decidiré tu suerte.
el emperador paso la noche con ellas y las violo y la follo hizo lo que quiso con ellas, pero Sakura guardo una hoja en la vagina envuelta y cuando estaba violando a su hermana y disfrutando del clímax. ella le corto el cuello después los saldados las mataron según me entere.
yo llore mucho su muerte subió un general al poder elegido por el pueblo ellas fueron aclamadas como héroes y enterradas con todos los honores el general me dio la última carta de ellas.
– nunca dudes de mi amor no nos podrán separar jamás allí en la otra vida nos encontraremos y jamás nos separan de ti.
yo volví ya después al jardín donde se abrió por primera vez el portal a mi mundo y entre otra vez y volví a mi mundo de nuevo, pero estaba la mas de triste pensaba en ellas y nada me consolaba ninguna mujer ni siquiera los amigos no sabían lo que me pasaba un día fui a una fiesta y me emborrache de pronto vi a dos jóvenes japonesas igual que ellas eran ellas o estaba borracho y las seguí ellas me sonrieron.
– no nos conocemos.
eran idéntica a Maiko y a Sakura.
– claro con otra vestimenta y otros nombres me parece que en otra época y en otro tiempo —dije yo.
ellas sonrieron puede ser nos miramos y nos besamos los tres y terminamos haciendo el amor nunca nos hemos separado FIN

  • : despues de la muerte del emperador maiko sakura y yo nos escapamos por los tuneles secretos ya que maiko conocia el palacio de toda la vida
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 05” (POR MARTINA LEMMI)

$
0
0

Miss Karlsten no cabía en sí de la sorpresa ni de la indignación; no lograba dar crédito a sus oídos.  Era tanto su enojo que hasta tironeó inútilmente de los grilletes que retenían sus muñecas aun sabiendo bien que no podían ser abiertos por quien permanecía cautivo.
“¿Qué… estás diciendo?” – masculló, mostrando los dientes y girando la cabeza por sobre su hombro.
“Lo que oye, Miss Karlsten – respondió el androide -; el mandato de mi cerebro positrónico me impide hacer daño a una persona”
“¡No me vengas con tecnicismos absurdos! – vociferó Miss Karlsten, cada vez más contrariada y fuera de sí -.  Yo soy tu dueña y te estoy dando una orden… Tu maldito cerebro posinosecuanto bien te dice que debes obedecerme… ¡Dime que no te compré para que simplemente hagas o dejes de hacer lo que simplemente te venga en gana!”
“No se trata de lo que me venga o no en gana, Miss Karlsten; es mi mandato instalado, son las leyes de Asimov que, al estar jerarquizadas unas por sobre otras, me imposibilitan de realizar ciertas acciones.  La segunda ley reza: un robot debe obedecer las órdenes impartidas por un ser humano en la medida en que tales órdenes no entren en conflicto con la primera ley.  Pues bien, Miss Karlsten, la primera ley, tal como se lo he recordado hace un momento, me impide hacer daño a un ser humano; por ende, se impone en orden de jerarquía por sobre la segunda y ello me impide cumplir con lo que usted me ha ordenado… Le repito que lo siento”
El rostro de Miss Karlsten lucía desencajado y cada vez más de rojo de furia.  Crispaba sus puños y masticaba rabia, mientras maldecía y moría de  ganas de golpear a alguien en caso de poder hacerlo.
“¡Libérame! – ordenó a su androide con sequedad -.  ¡Libérame ya, pedazo de lata!”
La junta de accionistas se hallaba reunida en el piso setenta y cuatro del hotel Robson Plaza pero en esta oportunidad no se trataba de ninguna presentación en sociedad de producto alguno ni  tampoco de ninguna puesta en común sobre posibles estrategias futuras de World Robots.  El hecho de que Sakugawa hubiese pagado la reserva de un piso completo en tan lujoso y prestigioso hotel obedecía esta vez a razones festivas ya que, de hecho, era a tales fines que habitualmente se destinaba ese piso.  Siendo él el principal anfitrión y animador de la fiesta, se ocupó de llegar en último lugar como dándole a su llegada el carácter central que merecía.  La orquesta, de hecho, dejó de tocar apenas él se hubo hecho presente en el lugar y bastó que la música cesara par que el poderoso líder empresarial se subiera a una tarima que hacía las veces de escenario para hablar desde allí a los presentes, los cuales, por cierto, eran todos hombres.
“Señores – anunció -.  Hace apenas semanas tuve el agrado de reunirlos y dirigirme a ustedes para presentarles el lanzamiento mundial de nuestros Erobots.  Hoy, a tan poco de aquel glorioso día, tengo el agrado de oficiar como vuestro anfitrión para lo que nos convoca, que es simplemente festejar el éxito arrasador y absoluto de nuestros androides que han revolucionado totalmente el mercado de consumo elevando el precio de nuestras acciones a valores históricos…”
Un aplauso cerrado coronó sus palabras; Sakugawa, siempre fiel a su estilo, se mantuvo sonriente y cortésmente aguardó a que el mismo mermara para continuar con su parlamento.
“Por lo tanto, señores, este día sólo es de… ¡fiesta!”
Como si sus palabras estuviesen dotadas de poderes mágicos, una pared se abrió por detrás de él apenas las hubo pronunciado y recién entonces se percataron los presentes de que, en realidad, lo que habían tomado por un sólido muro no era otra cosa que un gran telón camuflado el cual, al correrse,  dejó ver a un grupo de empleados que avanzaba hacia el centro del salón llevando sobre ruedas una inmensa torta que tendría unos dos metros de altura por seis de diámetro.  Desde ambos flancos de la misma, se fueron desplegando dos hileras de mozos que, portando bandejas con champagne, se desparramaron por todo el salón ofreciendo a cada accionista una copa con la burbujeante bebida.  Desde algún lado resonó un redoble y alguien se acercó a la torta para tomar una enorme cinta que salía desde un gran moño que coronaba la enorme estructura y llevar el extremo hasta alcanzárselo en mano a Sakugawa quien, agradeciendo con un asentimiento de cabeza, lo tomó entre sus dedos.  El líder empresarial caminó hacia atrás tirando de la cinta y, al hacerlo, la torta se desarmó por los costados con suma facilidad permitiendo que, una vez que los flancos cayeran derribados, un mar de hermosas muchachas quedara a la vista de la concurrencia, la cual lanzó al unísono una gran exclamación de asombro.  Las chicas fueron saliendo del interior de la torta y el sólo verlas era, por cierto, un festín en sí mismo, suficiente como para justificar la presencia de cualquiera en aquel particular evento.  Algunas lucían en bañador, otras en ropa interior o con ligueros, otras daban un look más ejecutivo al estar enfundadas en ajustadísimos vestidos y no faltaban, por supuesto, ni las colegialas, ni las mujeres – gato, ni las enfermeras, ni las diablitas o las mujeres policía;  todas, sin distinción, sólo rezumaban sensualidad por cada poro y llamaban, con su sola presencia, a la lujuria más feroz.  Las había rubias, morochas, castañas, pelirrojas o bien con cabellos teñidos de colores exóticos y extravagantes.  Las había más pulposas, más menudas, más esbeltas o más avasallantes, algunas con más cola, otras con senos portentosos o bien dotadas de magníficas y estilizadas piernas, pero lo cierto era que todas juntas en un mismo lugar constituían un cuadro dotado de tanta belleza que atiborraba y aturdía los sentidos, dando a cualquiera que allí estuviese la sensación de hallarse en el mismísimo paraíso.
“¡Señores! – anunció Sakugawa -.  Con ustedes nuestras invitadas de honor y, en buena medida, protagonistas centrales en el éxito que estamos disfrutando en estos días: las… ¡Ferobots!”
Una nueva exclamación de asombro surgió de entre los presentes quienes, aun después del impacto logrado con el producto que habían lanzado al mercado semanas atrás, no dejaban de sorprenderse cada vez que se hallaban cara a cara con el mismo y  sus ojos eran testigos de la increíble calidad de las réplicas; ni qué decir al verlas juntas y en semejante número.  A medida que las muchachas emergían de la torta se fueron desplegando y yendo hacia los azorados accionistas que las miraban con ojos hambrientos de emociones fuertes; en cuestión de segundos no había uno solo que no tuviera encima de él a algún Ferobot que no paraba de besarlo o de toquetearle los genitales.  Si sólo con tal escena no fuera de por sí suficiente y cuando parecía que ya todas las chicas hubieran salido de la torta, una segunda tanda comenzó a hacerlo y, con ojos que no cabían en sí por el encandilamiento, los presentes vieron surgir de allí a varias de las más conocidas y hermosas actrices, modelos o cantantes del mundo, o mejor dicho… a sus perfectas réplicas, las cuales se fueron arracimando en torno a Sakugawa y se ubicaron sobre él, unas de pie y echándole los brazos alrededor del cuello, otras con una rodilla en el piso y acariciándole la entrepierna.
“¿No recordaste incluir ningún Merobot en la torta?” – protestó, aunque en tono de sorna, un accionista conocido por sus preferencias homosexuales, lo cual motivó la risa generalizada.
“Por supuesto que me acordé de ti” – respondió Sakugawa luego de reír él también.
Como corolario a sus palabras, un hermoso joven de fulminante belleza y atlética contextura se convirtió en el último en salir de la torta: marchaba absolutamente desnudo y luciendo entre sus piernas un espléndido falo que no pudo menos que levantar un coro de murmullos de admiración,  en tanto que el accionista que había hablado instantes antes se relamió lascivamente.
Tal como las cosas estaban dadas, no había necesidad de preguntar cómo seguía la fiesta.  Los hombres se entregaron a la lujuria absoluta en brazos de aquellos robots que, aun a pesar de su artificial condición, lograban lucir sedientos de sexo.  Así, las distintas Ferobots fueron pasando alternadamente por la verga de cada uno de los accionistas, algunos de los cuales se perdieron y hasta desaparecieron en el medio de un mar de piernas, senos y nalgas en el cual no era difícil zozobrar.  Echados sobre los sillones o diseminados a lo largo de las alfombras, los invitados simplemente se entregaron a la pasión y el descontrol de aquella robótica orgía, mientras uno de ellos, de manera muy especial, se encargaba de dar cuenta de la magnífica verga del único Merobot que había en el lugar. 
Sakugawa era uno de los que estaba perdido en aquel océano de belleza y lujuria.  Echado de espaldas sobre la alfombra, dos de las más afamadas y hermosas actrices del cine mundial se dedicaban a lamerle el miembro a un mismo tiempo,  mientras que una de las más celebres y cotizadas top models del mundo se dedicaba a lamerle con fruición los testículos y otra, casi sentada sobre su rostro, le hundía la vulva en la boca haciéndole hasta difícil respirar al empresario: tal escena, claro, bien podía verse como exagerada, ampulosa u orgiástica en exceso, pero en realidad era sólo una más en el contexto del festejo que estaba llevándose a cabo en el piso setenta y cuatro del Robson Plaza…
En medio de tal pandemónium, Geena, la secretaria de Sakugawa, ingresó al salón procedente del vestíbulo en el cual había permanecido hasta el momento: su ropa de ejecutiva pacata y sus lentes desencajaban por completo en aquel mar de lujuria y, al caminar, debía esquivar los manotazos que le arrojaban aquellos brazos que salían de entre una marea humana para tratar de asirla y, casi con seguridad, de sumarla.  Seria y profesional, sin embargo, Geena esquivó con habilidad cada intento pareciendo concentrarse en el motivo que la había llevado hasta allí.  Portando en la mano un “caller”, al cual se advertía claramente encendido, se paró en el centro del salón y giró sobre sí misma mirando en todas direcciones como si buscase a algo o a alguien.  Cuando finalmente logró distinguir a su jefe en medio de aquella demencial barahúnda de sexo colectivo y desenfrenado, caminó prestamente hacia él debiendo, cada tanto, dar saltitos para no pisar a nadie, ya fuera hombre o robot, en aquella ciénaga de cuerpos. 
“Señor Sakugawa – le dijo, inclinándose un poco para que el empresario pudiera verle y oírle por entre las réplicas de actrices y modelos que sobre él se abatían -.  Tiene un llamado…”
“Bien sabes que no estoy para nadie – respondió, desde el piso, el empresario, cortésmente pero a la vez con firmeza -.  A quienquiera que sea, dile que ahora estoy… mmm… muy ocupado…mmmmmmmfff…” – cerró sus palabras enterrando su boca en la vagina de la sensual modelo replicada que tenía encima.
“Lo sé, señor… – se disculpó la secretaria -.  De hecho, se lo expliqué, pero… insiste en que quiere hablar con usted…”
“¿Quién puede ser tan importante como para….mmmmfffffff… merecer que yo quite mi boca de aquí para…mmmmffff… hablarle?”
“Es Miss Karlsten, señor…”
La mención de ese apellido pareció funcionar como un reloj despertador para Sakugawa.
“¿Carla?  ¿Qué le pasa a esa viciosa degenerada?  Pásamela…”
La muchacha le tendió el “caller” que el empresario tomó sin siquiera amagar a levantarse del piso; echó un vistazo a la pantallita para comprobar que el rostro era el de Miss Karlsten y, una vez habiendo comprobado que así era, dispensó a las Ferobots que sobre él se hallaban.
“Les pido que sepan disculparme, hermosas damas – dijo, con total galantería -.  Créanme que en un momento estaré con ustedes… Mientras tanto…hmm… ¡entretengan a mi secretaria!”
Las cuatro réplicas giraron sus cabezas a un mismo tiempo y Geena se sintió como ante un hato de vampiresas sedientas de sangre; sin embargo, lo que aquellos ojos dimanaban no era sangre sino… sexo.  La joven no pudo evitar ponerse nerviosa y miró hacia todos lados; los Ferobots, en un santiamén, se arrojaron sobre ella como aves de presa y, sin más prolegómeno, se dedicaron a desnudarla: en cuestión de segundos y sin solución de continuidad, la habían despojado de la blusa, la falda tubo, el sostén,  las bragas y hasta de los lentes.  Geena, de todos colores, se removía para librarse del mar de manos que se abatía sobre su anatomía pero a la vez luchaba contra una extraña excitación que la llevaba a entregarse al torbellino no sabía si en contra de su voluntad o, más bien, respondiendo a una voluntad oculta y reprimida.  A los pocos instantes, la joven yacía en el piso absolutamente fuera de sí y entregada por completo al éxtasis desenfrenado de dos top models que le lamían los senos, así como a una prestigiosa actriz que le enterraba la lengua en su vagina y a otra más que hacía lo propio pero dentro de su boca y llegándole casi hasta la garganta.
“¡Carla! – saludó, sonriente, Sakugawa mirando a la pantalla del “caller” mientras permanecía ladeado y acodado sobre el alfombrado -.  Primero que nada, quiero felicitarte y agradecerte porque he visto tu nombre entre nuestros clientes VIP y verdaderamente es un gusto y a la vez un honror para nosotros tenerte allí… He solicitado de hecho un descuento especial para ti porque fueron muchas las deudas que hemos logrado cobrar gracias a la Payback… Pero, ¿qué te lleva a llamarme?  Estoy en una reunión importante…” – cerró sus palabras con una mueca mordaz que era todo un guiño para su interlocutora.
“Sí, ya me he dado cuenta de lo importante que es tu reunión – ironizó Miss Karlsten,  con el semblante y el tono de voz notoriamente alterados -.  En cuanto al descuento especial, te lo agradezco, pero el precio que he pagado sigue siendo caro si tu robot no me sirve…”
“¿Hubo algún problema? – Sakugawa enarcó las cejas y su rostro viró hacia una expresión ligeramente preocupada -.  De ser así te recuerdo que tu Erobot está en garantía y que, incluso, si lo deseas, se te puede devolver el dinero en caso de que el equipo no te haya dejado satisfecha o inclusive cambiártelo por uno nuevo sin cargo alguno…”
“Se niega a obedecerme” – le cortó en seco Miss Karlsten; Sakugawa frunció el ceño.
“¿Cómo dices?”
“Lo que oíste…, se niega a obedecerme…”
“Hmm, no debería ocurrir eso: la segunda ley de Asimov lo lleva a obedecerte…”
“Me sale anteponiendo la primera ley…”
“¿Primera ley?”
“Primera ley”
Sakugawa quedó pensativo; levantó por un momento la vista hacia el pandemónium sexual que bullía a su alrededor pero sólo lo hizo por mirar hacia algún punto indefinido, como si buscase alguna respuesta entre el festín de cuerpos danzantes.  Luego bajó nuevamente los ojos hacia el “caller”.
“Pero la primera ley es la que imposibilita a un robot a hacer daño a un ser humano…” – repuso, confundido.
“Exacto… Y allí está el problema…”
El líder empresarial pareció entender súbitamente, tal como lo demostraron sus ojos al abrirse enormes y el asentimiento que hizo con su cabeza.
“Creo que… voy entendiendo, pero… Carla… Comprendo y respeto tus preferencias fetichistas pero… no puedes de ninguna forma pedirle a tu robot que golpee, castigue o torture a ninguno de tus muchachos…”
“No lo he hecho” – repuso, terminante, Miss Karlsten.
Sakugawa pareció aun más confundido que antes, como si la súbita luz que había creído llegar a ver sobre el asunto se hubiera difuminado muy rápidamente.
“Entonces… no estoy entendiendo, Carla… ¿Puedes ser más explícita?”
“Le ordené que me golpeara…”
El tono de la confesión sacudió al empresario e incluso la propia Miss Karlsten, a pesar de la seguridad al pronunciar sus palabras, daba la impresión de haberlas soltado como resultado de una profunda batalla interna en la cual finalmente se había resignado a la derrota.  Para ella era terrible admitir lo que acababa de admitir, pero a la vez su indignación era tan grande que no podía dejar de hacerlo… Sakugawa achinó los ojos un poco más de lo que ya los tenía y parpadeó varias veces a toda velocidad.
“Carla… – dijo -; no sabía que también tenías ese costado…”
“No es de lo que estamos hablando – le interrumpió ella con acritud -.  He comprado un producto y exijo que me satisfaga…”
“Hmm, entiendo, pero…, bien, esto es algo inesperado; debo confesar que me tomas por sorpresa porque no habíamos pensado en la posibilidad de que los Erobots no fueran aplicables a ese tipo de prácticas… Tal como te he dicho y como seguramente él mismo lo debe haber hecho al presentarse, su mandato positrónico no le permite hacer daño a seres humanos…”
“Pues bien, en ese caso déjame decirte que tu producto es imperfecto desde el momento en que no contempla la posibilidad de que, a veces, dolor y placer pueden ir de la mano…”
“Claro, claro,  te entiendo… – decía Sakugawa rascándose la cabeza -.  Mira, el problema es que el robot no tiene forma de unir ambos conceptos ya que para él son contradictorios…”
“¿Y no hay forma de resolver esa contradicción?  ¿No se lo puede adaptar?” – preguntó Miss Karlsten, molesta.
“Hmm, te diría que no.  Es decir: el cerebro positrónico es un sistema en sí mismo; si alteramos una de sus partes corremos riesgo de alterar el todo y en ese caso la compañía no puede hacerse responsable por las fallas del Erobot o las consecuencias que ello pudiera traer… Si buscas una forma de que disocie el… golpearte del concepto de daño, creo que debes apuntar a otro lado…: hacer que lo vea desde la lógica, pero por nada del mundo  tocar sus circuitos…”
“Ahora soy yo quien no está entendiendo…”
“Claro… – dijo el líder empresarial, levantando algo más la voz para lograr hacerse oír por sobre los alocados gemidos de su secretaria,  quien sucumbía ante los cuatro Ferobots que la habían convertido en objeto de festín -.  Los Erobots tienen sensores que detectan la actividad de la mayoría de los neurotransmisores del organismo humano; por lo tanto son capaces de saber cuándo la persona está sintiendo dolor o placer según cuáles sean justamente los neurotransmisores que entren en acción.  Viéndolo desde la lógica, dolor y placer no son para un robot conceptos compatibles ya que ponen en marcha distintos mecanismos orgánicos que son contradictorios entre sí.  Habría que buscar la forma de que el robot viera que no hay incompatibilidad…”
“Pero, ¿cómo podría hacerse eso?”
“Hmm, Carla…, eres lo suficientemente inteligente y perceptiva.  De lo que te estoy hablando es de hacerlo presenciar una demostración práctica: que el robot vea qué es lo que ocurre cuando eres golpeada y que, de ese modo, pueda percibir que estás gozando y no sufriendo…”
“A ver si te entiendo correctamente… ¿Me estás diciendo que tal vez debería dejarme azotar en presencia del robot como para que de ese modo él vea que lo disfruto?”
“Claro, querida… El problema, desde ya, será cómo lograr que el robot se mantenga inactivo durante la demostración ya que la primera ley de Asimov no sólo le impide hacer daño a un ser humano sino también dejar que éste sufra daño por su inacción”
“Hmm, entiendo…” – dijo lacónicamente Miss Karlsten en un tono en el que se mezclaban su azoramiento ante la inusual sugerencia del empresario  y su decepción ante las aparentes limitaciones para llevar a la práctica el plan.
“Otra cosa no puedo decirte, querida Carla… Lo dejo librado a tu inventiva que sé que no es poca, je… Ahora te pido mil disculpas pero debo dejarte y seguir con la reunión… Recuérdalo: si quieres otro androide, no hay problema en cambiarlo aunque, claro está, volverás a tener el mismo problema.  Y si, directamente, no estás conforme con el producto y deseas devolverlo se te reintegrará el dinero por completo”
Sakugawa se despidió cortésmente de Miss Karlsten y notó en la parquedad verbal de ésta claros síntomas de preocupación y desencanto.  Miró en derredor y no pudo evitar sonreír al ver a su secretaria llegando a su tercero o cuarto orgasmo ininterrumpido mientras era llevada al éxtasis más idílico por cuatro hermosas Ferobots.  La vida es para vivirla, se dijo el empresario, en el mismo momento de arrojarse casi como un clavadista  sobre el quinteto…
Desde la charla que mantuviera en el auto con su amigo Ernie, Jack no había dejado nunca de pensar en los Ferobots.  Había, de hecho, recorriendo con su ordenador el sitio de World Robots a los efectos de ver el catálogo y los diferentes modelos.  Se detuvo particularmente en las fichas de presupuesto, las cuales el usuario se encargaba de ir completando con los datos necesarios de tal modo de ir construyendo el androide deseado para, finalmente, obtener un monto estimado.  Como no podía ser de otra manera, llenó dos fichas a las que cargó, obviamente, con los datos de Theresa Parker y Elena Kelvin ocupándose de mejorar los modelos con todo aquello que las hiciera aun más apetecibles de lo que ambas beldades, ya de por sí, eran; así, le aumentó, por ejemplo, el busto a Elena… Sin embargo, cuando la pantalla le arrojó los números, un cierto desencanto le invadió ya cayó tristemente en la cuenta de que el costo era para él bastante prohibitivo, a menos, claro, que pensase en sacar un crédito y en empeñar algunos de sus bienes: sus robots, el conductor y el perro, eran, por mucho que le doliese desprenderse de ellos, potenciales y más que probables artículos de venta.  Ello, claro, sería una decepción para Laureen, pero si se trataba de su esposa, no era ése, ni por asomo, el mayor problema a resolver: lo difícil seguía siendo, desde ya, el convencerla.  Se le ocurrió, al respecto, que la única forma era meter en la cuestión a algún Merobot y, evidentemente, el replicable más adecuado sería ese actor de culebrones que a ella tanto le gustaba.  Jack bien sabía que ya había fracasado la experiencia con el VirtualRoom, con el cual ella había manifestado sentirse vacía tras los “viajes” , lo cual ni siquiera había solucionado el hecho de que el guapo actorcillo fuese parte de los mismos. 
Había, inclusive, otro problema extra: si iba a adquirir dos Ferobots y un Merobot, la situación se haría harto más complicada para la economía hogareña.  Cabía, por supuesto y a los efectos de mantener más o menos conforme a Laureen, la opción de terminar adquiriendo sólo un ejemplar de cada tipo debiendo él, por lo tanto, renunciar a uno de los Ferobots.  Bien, era una posibilidad, pero… ¿a cuál renunciaba?  Por momentos pensaba en descartar la réplica de Theresa Parker pero le bastaba pensarlo para sentir que se desgarraba por dentro ante la resistencia que tal idea le generaba: ¿cómo renunciar a Theresa?  Pensaba entonces, como alternativa, en la posibilidad de dejar de lado a Elena, pero… no, imposible.  Su fantasía erótica sólo se vería satisfecha en la medida en que las incluyera a las dos; no podía volver a conformarse con una sola, no después de haber tenido a su alcance a la hermosa dupla y aun cuando sólo se hubiera tratado de un sueño virtual que, viéndolo ahora en retrospectiva, le resultaba insulso. 
Pensar, pensar, pensar…: eso era lo que tenía que hacer, jugar su movida con inteligencia; debía haber alguna solución para su dilema.  La tecnología le estaba prácticamente sirviendo sus sueños en bandeja; lo único que tenía que hacer era estirar los brazos tomarlos y, en todo caso, armar el mejor plan para llevarlo a cabo sin sacrificar su matrimonio ni su solvencia económica…
No era extraño que Carla Karlsten le convocase a su despacho tal como lo hizo ese día; constituía parte de la rutina de trabajo el que le llamase para solicitarle informes o bien acercárselos, o para darle detalles sobre alguna empresa de la cual había que obtener el pago de una deuda contraída con algún cliente de Payback Company.  Y aunque no fuera ninguna de esas variantes, estaba más que claro que, aun Miss Karlsten hubiese manifestado en infinidad de oportunidades que Jack no era su tipo, ella disfrutaba de hablar con él y lo tomaba como su confidente, sobre todo al momento de desembuchar sus más bajos deseos y pasiones.  Era una relación extraña porque no eran amigos y, de hecho, era dudoso que Miss Karlsten tuviese en su entorno gente a la que llamar así; más aun,en todo momento, Miss Karlsten hacía notar su superioridad jerárquica sobre Jack; y sin embargo, existía una especie de código compartido entre ambos que excedía a cualquier relación entre jefa y subalterno.  Cuando ese día Jack se presentó a la oficina de ella, rápidamente detectó en los ojos y en el semblante de su jefa que el motivo por el cual le había convocado no estaba vinculado a lo laboral.
“Toma asiento…” – le instó ella, secamente.
Jack, en efecto, se ubicó frente a ella, al otro lado del escritorio; le sorprendió, al mirar en derredor, no ver por el lugar a ninguno de los jovencitos que ella usaba para sus servicios del tipo que fuesen.  Cuando la oficina era, como lo era en ese momento, exclusiva para ellos dos, significaba que el tema convocante revestía un carácter diferente a los habituales, por lo cual requería ser tratado de manera privada.  Jack quedó allí, sentado y sin decir palabra, a la espera de que fuera su jefa quien rompiera el silencio producido tras la invitación a ocupar el lugar frente a ella.  La notó extraña: algo dubitativa y alejada de la habitual seguridad que irradiaba y,de hecho, no lo miraba directamente a la cara sino que tenía la vista perdida en algún punto indefinido de la alfombra.
“Bien, al grano – dijo, finalmente, Miss Karlsten, levantando la vista hacia él -.  He hecho una adquisición: un Merobot…”
Jack asintió, enarcando las cejas y frunciendo los labios; su gesto, no obstante, mostraba que no estaba del todo sorprendido.
“Lo sé – dijo, sonriendo -; sé reconocer el logo de World Robots y no es habitual ver pasar en dirección a tu oficina una caja que, sospechosamente, tiene el tamaño justo para llevar un símil humano en su interior… Me sorprendió en su momento porque siempre dijiste que preferías los muchachitos de carne y hueso. ¿Y bien?  ¿Satisfecha?”
“A decir verdad, no… – respondió ella meneando la cabeza -.  Es decir…, el robot responde sexualmente pero… no responde a todo lo que yo espero de él…”
“¡Caramba! No me decepciones que estoy pensando en comprar un par… ¿Y qué es eso a lo que no responde?”
“Le ordené azotarme… y no lo hizo” – disparó a bocajarro Miss Karlsten para, automáticamente, bajar la vista tras sus palabras.  De algún modo, parecía que se había sacado un peso de encima al pronunciarlas.
Jack abrió grandes tanto la boca como los ojos; estirando el cuello en dirección hacia su jefa, se llevó un dedo índice al lóbulo de la oreja y lo empujó hacia adelante como si tratara de oír mejor.
“¿Perdón?…” – preguntó, visiblemente sorprendido pero a la vez imprimiendo a su expresión un fuerte deje de ironía.
“Ya lo oíste; creo que no necesito repetirlo” – fue la lacónica respuesta de Miss Karlsten.
“¿Acaso… te decidiste finalmente a explorar ese costado oculto del cual me hablaste la vez pasada?”
“No te llamé para hablar de ningún costado mío, sino de mis problemas con el robot…”
“Ajá… ¿Y dices que no quiso azotarte?”
“No, no puede hacerlo; por primera ley de Asimov”
“Claro – asintió Jack -; no puede hacer daño a un ser humano…”
“Pero he llamado a World Robots y…”
“¿Te atendieron?” – preguntó él, extrañado.
“No sólo eso – dijo ella y, si bien no sonrió, exhibió la clásica mueca arrogante y triunfal que se apoderaba de su rostro cada vez que tenía oportunidad de hacer gala de su poder e influencias -; hablé personalmente con Sakugawa”
“No te burles de mí…”
“No lo hago; hablé con él…”
“Ajá… – aceptó Jack, cabeceando pensativo -.  ¿Y qué te dijo el samurai?”
“No me dio garantías de que funcione, pero me dijo que tal vez una posible forma de que el robot aceptase azotarme fuera viendo que yo disfruto y gozo con la azotaina…”
Una sonrisa se dibujó en los labios de Jack Reed, recorriéndole todo el rostro.
“Bien, esto se va poniendo divertido… – dijo -.  Ahora, dime, ¿para qué me llamaste?”
Miss Karlsten volvió a mostrarse insegura y dubitativa como al comienzo de la charla; dirigió otra vez su vista hacia el alfombrado y luego hacia los edificios de Capital City que poblaban la vista a través de los amplios ventanales.  Cuando habló, lo hizo como si le costara soltar las palabras y, de hecho, sin mirar a Jack.
“Tú sabes que eres para mí la persona en quien más confío dentro de esta empresa… Pues bien, se me había ocurrido que…”
“Ve al grano de una vez…”
Miss Karlsten se aclaró la garganta; giró la cabeza decididamente y miró a los ojos de su interlocutor.
“Lo que yo pensé, de acuerdo a lo que Sakugawa me sugirió, es que para que la cosa funcione, el robot debería verme siendo azotada y gozando con ello…”
Jack dio un respingo en su asiento; la jefa continuó hablando:
“No puedo exponerme a ser azotada por cualquiera ya que eso implicaría el riesgo de que saliera corriendo a contarlo…”
“Estamos de acuerdo – intervino él -; y convengamos, de hecho, que la poderosa Miss Karlsten siendo azotada es un muy jugoso rumor de corrillo…”
“Así es… Por esa razón he pensado en que lo ideal sería que si voy a ser azotada frente al robot, quien me propine esos azotes fuera la única persona en quien confío en todo este piso…”
Esta vez, más que un respingo, Jack Reed experimentó un violento sacudón en su asiento; se ahogó con su propia saliva y hasta debió tomarse de los apoyabrazos para mantener el equlibrio.
“¿Estoy… escuchando lo que creo escuchar?” – preguntó, desfigurado su rostro por la mueca de sorpresa.
“Jack…, no confío en nadie más…”
Él asintió con la cabeza, como evaluando la situación.  Una sonrisa se dibujó en su rostro por debajo del azoramiento.
“Créeme que es una propuesta interesante, je… Todos esos que se hallan ahí afuera – señaló con el pulgar hacia la puerta por encima del hombro -, estarían más que interesados en hacerte pagar unas cuantas… Pero, bien, creo que ya lo sabes…ése no es mi juego, no es lo que me gusta y, por lo tanto, no estoy seguro de poderte dar lo que quieres o de producir en el robot lo que quieres producir…”
“No es importante lo que el robot perciba en ti sino lo que perciba en mí…”
“Okey… ¿Y tú crees que podrás mostrarte ante él gozando mientras te azoto?  Después de todo, no soy tu tipo y no sé hasta qué punto la situación pueda llegar a excitarte si estoy involucrado en ella”
“Se trata de probar… – dijo Miss Karlsten y, por primera vez durante toda la charla, esbozó una sonrisa -.  Es absolutamente cierto que quizás yo no goce si sé que lo estás haciendo por obligación y sin comprometerte con el placer de azotarme como también lo es que, no siendo tú mi tipo, el efecto estimulador en mí no sea el mismo que pudiera ser con un hombre que me atrajese o bien con el robot mismo.  Pero puedo hacer el esfuerzo: concentrar mis pensamientos, imaginar otra situación, reemplazarte en mi mente por otro, no sé…; hay miles de caminos.  Es sólo cuestión de verlo…”
“¿Y el robot va a permitirlo?” – preguntó Jack levantando una ceja.
Miss Karlsten quedó momentáneamente en silencio.  Casi había olvidado que el propio Sakugawa le había advertido al respecto de la primera ley de Asimov y de sus implicancias en cuanto a que los robots no podían, por inacción, permitir que un ser humano sufriese daño.
“Es cuestión de verlo…” – repitió, simplemente, y bajó la vista hacia su escritorio a la búsqueda de la agenda de trabajo para el día.
Ni siquiera la conmoción por el peculiar pedido de su jefa logró abstraer a Jack de su obsesión por los Ferobots.  Al salir de su trabajo no pudo evitar pasar por uno de los locales de World Robots y, luego de extasiarse con la vista de las réplicas femeninas que le arrojaban sensuales miradas y besos soplados desde las vitrinas, entró para indagar por sí mismo acerca de las condiciones en que podían hacerse los pedidos.  La vendedora que tan cortés y seductoramente lo atendió (¿sería un robot?; llegó a preguntárselo), fue prestando particular atención a su pedido y, en efecto, en la medida en que iba cargando los datos en un ordenador que mostraba los eventuales resultados en pantalla, le iba poniendo al tanto de los costes y presupuestos, los cuales, por cierto y como no podía esperarse de otra forma, no distaban mucho de los que había indagado virtualmente en los sitios de la compañía.
“No son modelos complicados de hacer a pedido – le dijo la vendedora, siempre sonriente y agradable -; de hecho, el de Elena Kelvin lo piden bastante.  Theresa Parker no tanto, pero también nos lo han pedido, lo cual significa que ni siquiera demandarían demasiado tiempo puesto que se pueden usar como base las matrices ya utilizadas antes y, en todo caso, incorporarles los datos necesarios para adosar a cada androide los detalles que usted desease… En cuatro días, a más tardar, tendría los dos Ferobots listos…”
Una vez que le dio a Jack los presupuestos por ambos, éste no pudo evitar sentir una cierta vergüenza al pasar a preguntar por el Merobot, particularmente la réplica de ese actor que tanto encandilaba a Laureen.   La chica, sin embargo, no pareció sospechar  sobre la sexualidad a juzgar por su siguiente comentario:
“Ya veo: hay que dejar también contenta a la esposa, ¿verdad? – dijo, siempre tan sonriente y agradable; Jack la miró preocupado, llegando por un momento a creer que quizás le leyera el cerebro.  Ella pareció notarlo y seguramente a eso se debió su posterior aclaración -.  Es lo que les ocurre a la mayoría de los hombres casados que nos visitan: siempre tienen que llevar algo para sus mujeres… Y ese robot, particularmente, el de Daniel Witt, es también bastante pedido”
La vendedora le hizo, por lo tanto, el presupuesto del pack de tres robots: los dos Ferobots y el Merobot.  Tal como Jack sospechaba e incluso como había estado espiando con su navegador, los costos eran altísimos y ni siquiera ayudaba demasiado el hecho de que World Robots ofreciera un descuento especial cuando el cliente encargaba tres o más androides.  Podía, sí, desprenderse de los dos robots que poseía: conductor y perro eran firmes candidatos a ser considerados prescindibles.  Pero aun suponiendo que se desprendiera de esos y de otros bienes, su tarjeta de crédito no  disponía del cupo suficiente para semejante monto.  Si renunciaba a uno de los robots, posiblemente lograría que la compra entrase, pero…: ¿renunciar a Theresa?  ¿A Elena?  De ningún modo, eran las dos o no era nada…
Al momento de volver a subir a su vehículo, echó una mirada a su robot conductor, quien acababa de poner el mismo nuevamente en marcha para retomar el camino a casa.  Jack bien sabía que era una de las últimas veces en que lo vería hacerlo… Su mente, sin embargo, estaba lejos de allí y su siguiente acto lo evidenció.  Tomando el “caller” llamó a su jefa.  Miss Karlsten se mostró en la pantalla sorprendida ya que no era habitual que él la llamara a tan poco de haber terminado con su jornada laboral.
“Carla… – le dijo, con un deje de picardía en la mirada -.  Te propongo un trato: vas a tener los azotes que quieres recibir delante de tu robot, pero yo necesito que me prestes tu tarjeta de crédito para una compra…”
Cuatro días después, Jack ingresaba en auto a su propiedad como cualquier otro día.  Sin embargo, lo extraño del asunto, y Laureen lo notó, fue que no venía conduciendo su robot como era lo normal a diario.  Ya de por sí, le había extrañado no ver al perro correteando por el parque en todo el día y, de hecho, estaba esperando la llegada de Jack para preguntarle al respecto.
“Jack, ¿has visto a Bite?” – le preguntó ella apenas él descendió del vehículo y casi sin saludarle.  Jack, sin embargo, se mostraba sonriente y despreocupado sin, aparentemente, haber registrado en demasía la pregunta.
En ese momento, la puerta del acompañante se abrió y fue inevitable que Laureen acusara recibo de lo que desorbitados ojos vieron.  Las piernas le flaquearon por un momento y se notó que le tembló la mandíbula: en cuanto logró, siquiera por un momento, despegar los ojos del peculiar visitante, dirigió a Jack una mirada que era sólo interrogación.
“¿No vas a saludar a nuestro visitante?” – le preguntó él, abriendo los brazos en jarras y con una sonrisa de oreja a oreja.
“Jack… – musitó ella -.  No… estoy entendiendo… ¿Qué es esto?  ¿Qué está pasando?”
“¿Así es como me agradeces? – preguntó él, con ofuscación claramente fingida -.  ¿No vas a saludar al muchacho?  Creo que lo conoces…”
“¡Claro que lo conozco! – aulló Laureen, perdiendo la paciencia -.  Es Daniel Witt, el actor que bien sabes cuánto me gusta…, pero…, ¿qué hace aquí?  ¿Vas a explicarme o no?”
Mientras hablaba, el Merobot que imitaba al afamado y sexy actor, iba caminando a través del parque en dirección hacia la joven esposa, imprimiéndole a cada paso que daba una carga sensual tan fuerte como la que irradiaba su mirada, con la cual no paraba de devorar ni por un instante a Laureen.
“Es que… en realidad no es él – aclaró Jack, sonriente y acodado aún contra la puerta del auto -.  Es un Merobot, Laureen… Nuestra nueva adquisición…”
Ella volvió a clavar la vista en los ojos del androide y quedó petrificada.  Había algo en aquella presencia que la inmovilizaba de la cabeza a los pies: algo indefinible pero inconfundiblemente sexual.  Aquellos ojos azules que se le clavaban como puñales de deseo y aquel cuerpo fantástico que lucía enfundado en una remera ajustada y desgarrada como las que solía usar en las series que ella veía en televisión, sumado a esos ceñidos shorts de jean que marcaban bien su bulto: todo era una mefistofélica invitación al placer carnal.  Laureen, más que nunca, comprendió que la voluntad es una cosa… y el deseo… otra.
“Hola, Laureen…” – le saludó el robot y ella sintió un poderoso estremecimiento en cada fibra de su cuerpo.  No sólo era la estocada de oír su nombre pronunciado de labios de Daniel Witt, sino además la forma en que lo había pronunciado, capaz de desarmar a cualquier mujer.
Ella se sintió nerviosa; un convulsivo temblor dominaba todo su cuerpo.
“Bueno, chicas, ya pueden bajar del auto…” – instó Jack a viva voz.
Aunque le costó hacerlo, Laureen desvió la vista por un instante del increíblemente hermoso macho que tenía enfrente.  Su expresión de sorpresa, de todos modos, no mermó un ápice al comprobar que del asiento trasero del auto descendían la conductora televisiva Theresa Parker y la top model Elena Kelvin o, lo que ya para entonces podía suponer, sus perfectas e increíbles réplicas.  Se ubicaron una a cada lado de su esposo: una lo tomó por la mejilla y la otra apoyó un codo contra su hombro.
“Jack… – comenzó a decir Laureen, quien aún no podía salir de la sorpresa -.  No… sé qué es todo esto, pero creo que te estás equivocando.  No me parece que…mmmmmmfffffff….”
No logró terminar la frase porque ya el Merobot la había tomado por la cintura aplastándola contra su formidable pecho al tiempo que le introducía en la boca su roja lengua para besarla con una profundidad que Laureen distaba de conocer.  En un primer momento, pareció como si ella quisiera rehuir el contacto: agitó los brazos y manoteó el aire como si intentara liberarse del abrazo y del beso pero fue se trató sólo de un lapso muy fugaz; pronto se rindió mansamente ante aquella lengua que se confundía con la suya y que parecía moverse dentro de su boca como si tuviera vida propia o como si fuera un órgano sexual; en una más que obvia muestra de entrega, los ojos de Laureen se cerraron.  Una de sus piernas se flexionó doblando la rodilla y la otra se destensó, como cediendo ante la intensidad del momento: ya no había en ella signos de resistencia.
“Dale a Laureen un momento que nunca olvide, Daniel” – ordenó Jack y, en efecto, el robot respondió a la orden con toda prontitud.  Sin despegar ni por un instante sus labios de los de Laureen, se inclinó sobre ella obligándola a arquear su espalda, le cruzó un brazo por debajo de los omóplatos y otro por debajo de los muslos, la cargó en vilo y así, en brazos,  la fue llevando a través del parque en dirección al porche de la casa.  Parecía un flamante esposo cargando a su reciente esposa y llevándola al lecho nupcial para su estreno; de algún modo, quizás eso era…
Viendo la imagen, Jack sonrió pero a la vez no pudo evitar sentir un cierto acceso de celos.  Sin embargo, todo se le pasó rápidamente en cuanto sintió que, sobre la comisura de los labios, le jugaban las lenguas de las réplicas de Theresa y Elena.  Y si eso, de por sí, no era ya motivo suficiente como para ponerse a mil, sólo unos segundos después cada una de ambas llevaba una mano hacia el bulto de Jack y se dedicaba a masajearlo haciendo que el mismo se irguiera y fuera mojando el pantalón a ojos vista.
Desde lo alto, unos metros por encima del muro que hacía de límite a la propiedad de los Reed, un módulo espía se mantenía suspendido observando la escena.  Sólo durante un instante prestó atención a Jack y las muchachas; luego giró el lente y lo enfocó claramente hacia el robot masculino, quien seguía caminando en dirección a la casa llevando en sus brazos a Laureen Reed…
                                                                                                                                                                                         CONTINUARÁ
Para contactar con la autora:

(martinalemmi@hotmail.com.ar)

 

“PROSTITUTO POR ERROR” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

$
0
0

prostituto por error2

Sinopsis:

Un caliente y divertido recorrido por las distintas formas de sexualidad a través de la vida de un joven que llegó a prostituto de manera casual. 
Alonso, nuestro protagonista llega a Nueva York y durante su primera noche en esa ciudad, se acuesta con una cuarentona. A la mañana siguiente descubre que le ha dejado dinero sobre la mesilla, pensando que es un hombre de alquiler. 
A partir de ahí junto con Johana, su madame, va conociendo a diferentes clientas y ellas le enseñaran que el sexo es variado e interesante. 
Narrado en capítulos independientes, el autor va desgranando los distintos modos de vivir la sexualidad con un sentido optimista que aun así hará al lector pensar mientras disfruta de su carga erótica. 

PARA QUE PODAÍS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:

Capítulo 1     Ángela, la azafata buenorra.

La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia. Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.

Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas. Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar. Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces.

No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.

Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.

« ¡Cojones con la vieja!», exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.

No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.

Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.

« ¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!», pensé sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.

El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.

Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.

― No te comprendo― respondí.

La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:

― Está claro que te pongo cachondo ― dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.

― A mí y a todos― contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.

Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.

La realidad es que no me importó:

¡Estaba en Nueva York!.

Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo. Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “ deja vu” , la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.

Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.

Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:

¡Me subí al Empire State!

Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.

Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo.

Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.

«Menudo idiota», pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.

La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.

― ¿Con quién vas a cenar?― me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.

― Contigo― respondí sin creerme mi suerte.

Tras una breve presentación, me dijo al oído:

― Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir― asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: ― Voy a usarte para darle celos a ese cabrón.

Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:

― Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche.

Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:

―No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe― y cogiendo su bolso, me susurró: ― El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa.

Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:

― No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis.

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador.

Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:

― Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía.

― Dime al menos si te gusta lo que ves― le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.

No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.

Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:

― ¿Quieres que siga?― le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.

―Sí― respondió con mirada hambrienta.

Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:

―Desenvuelve tú, tu regalo.

La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:

― ¡Qué maravilla!

Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección. Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.

― No te muevas―  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.

Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.

Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:

― Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones― y dirigiéndose a mí, exclamó: ― Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido.

A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar. La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.

― Soy esclavo de tu belleza― respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.

Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.

Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:

―Tengo que cambiarme.

Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara. Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:

―Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho― y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.

Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:

― Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel.

Ruborizándose por completo, me contestó:

― Eso se lo dirás a todas tus clientas.

Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:

―¿Dónde quiere la señora ir a cenar?

―Al Sosa Borella.

Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo―argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.

Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.

― No te preocupes― le respondí. ―Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan.

―Perfecto― suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.

―Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo.

Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:

―Mentiroso― me contestó encantada.

―Es verdad― le aseguré. ―Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura.

―Tonto― me susurró dándome un beso en la mejilla.

Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:

―Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta.

―Te lo agradezco― contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.

El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:

―Disculpe, ¿le conozco?

La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:

― Soy Pascual, el compañero de Ángela.

Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:

― Ah, el chofer del avión― y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: ―No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos.

Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:

― Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido.

―¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven.

Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:

―¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú.

―Siento haber sido tan despótico.

Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:

―Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante.

La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:

―Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta.

No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.

No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:

―Estoy deseando comerte entera.

Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:

―Abre tus piernas.

La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.

Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:

―Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!.

Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:

―      ¿Has hecho el amor en el metro?

― No― respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.

― Pues esta noche, lo harás.

Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.

― Y tu marido, ¿qué hace?

― Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años―, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: ―No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite.

Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.

Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.

― ¿Te gusta?― pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.

― ¡Sí!― sollozó sin dejar de mover su cintura.

La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.

Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.

― ¡Qué gozada!― chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.

No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.

― Sigue, por favor― me pidió apabullada por el placer.

Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.

― ¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?― preguntó temiendo que diera por terminada la velada.

Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:

― Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

―Desnúdate― pedí.

Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.

―Tócate para mí― ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.

Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.

Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:

―Te debo algo.

Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.

― ¡Fóllame!― imploró con el sudor recorriendo su piel.

Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi orgásmica.

La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.

No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.

Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:

―Ha sido maravilloso― me contestó con una sonrisa en los labios, ―nadie nunca me había dado tanto placer.

Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:

―Todavía me falta probar este culito― le solté.

Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.

― ¿Y esto?― pregunté.

― Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida.

La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.

―Lo haré― contestó con ilusión por poder volverme a ver.

Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.

Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:

― He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?

Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:

―Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena.

« Joder», exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:

― Y tú, ¿Qué ganas?

― Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía.

Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.

Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí: Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler.

Capítulo 2      Helen, enculando a la gorda.

Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gigolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.

Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.

« Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar», me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dólares por mi capricho.

Era una pasta pero podía permitírmelo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “ propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de qué tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.

Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta. Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.

―Okay― le contesté ―ahora bajo a probarme el smoking.

Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.

« Me tendré que acostumbrar», pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.

Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:

― No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!

Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.

― Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola.

― Y ¿cómo es?― pregunté interesado en su físico.

― Una mojigata, tendrás que esforzarte― contestó sin darme más detalles.

No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.

«Joder, este sitio es una mina», sentencié al darme cuenta de las intenciones de ambas.

Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.

― No puede ser― me contestó la más interesada, ―mañana  nos vamos.

Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:

―Lo siento, debo irme― susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía.

Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. «Está jamona», dictaminé mientras la saludaba con un beso en la mejilla:

―Soy Alonso.

Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.

―¿Qué te ocurre?―, le dije sentándome a su lado.

Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.

―Y eso, ¿por qué?― respondí acariciándole la cabeza.

La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:

― Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente.

Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.

―Levántate― ordené.

«Puta madre», exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:

―¿A qué hora es la cena?

―A partir de las ocho.

Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.

La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.

―Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos.

Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.

―Ahora necesitamos ropa interior acorde con el vestido y que sea sexy― insistí.

Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.

― ¡Es perfecto!― sentencié nada más verlo.

La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.

Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:

― Estás para comerte.

Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “ rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:

―Había pensado en coger un taxi― respondió avergonzada.

― De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina― le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.

Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:

―Tenemos que planear nuestra actuación.

―No sé a qué te refieres― respondió.

Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.

― ¿Qué tienes pensado?― dijo avergonzada.

― Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido.

― No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz.

― Podrás― le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.

Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer, me puse de rodillas frente a ella y le solté:

―Pídemelo.

Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:

― ¡Cómeme!

― Sus deseos son órdenes― respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.

Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.

Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas. Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.

La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.

―No me lo puedo creer― aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones.

Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:

―Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas.

Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:

―Cuando salgamos, ábreme la puerta.

Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.

La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.

Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.

―Tráeme un poco de ponche― me pidió con un sonoro azote.

Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con una sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.

―Vale, pero date prisa― respondió con voz altanera.

Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:

― Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso―

― ¡Cómo te pasas!― soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, ―Yo lo tendría en palmitas.

― Si quieres cuando me canse de él, te lo paso― dijo muerta de risa mi clienta.

Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.

Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:

―Vamos a ver si eres tan bueno como dice.

Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:

―Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?.

Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.

―Ves, así se trata a una zorra― le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.

El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.

Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.

Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:

―Tuve que bajarle los humos― susurré a su oído.

Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.

―Todavía no hemos terminado― contesté.

―Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente―

Acariciando su trasero, le dije en voz baja:

―No puedes dejarme así― y señalando mi entrepierna,―solo y alborotado.

La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:

―Tendré que hacer algo para consolarte.

Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.

Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco. Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.

― ¡Cómo me gusta!― la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.

Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.

― Nos está viendo― susurré a mi clienta.

Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.

― Me excita que nos mire― confesó cogiendo uno de sus pechos.

Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.

― ¡Córrete!― le ordené.

La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.

Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.

No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.

― ¡Qué locura!― sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. – ¡No puedo más!

―Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima.

Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:

― Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana.

Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chófer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.

― ¿Te gusta?

Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.

« Menudo culo», exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.

Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos. De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.

Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete―saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.

Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fin conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.

        ―Perdona― le dije al comprender que me había pasado.

Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:

― ¿Cuál?― pregunté.

― Quiero que me desvirgues el trasero― contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.

Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.

Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:

― Tengo algo mejor― contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.

Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.

― ¡Me encanta!― chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.

La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.

― Ahhhh― gritó mordiéndose el labio.

Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.

― ¡No puede ser!― aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.

La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:

― ¿Estás lista?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.

Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.

― ¡Cómo duele!― exclamó cayendo rendida sobre el colchón.

Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.

― ¡Sigue!― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.

― ¡Serás puta!― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.

― ¡Qué gusto!― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.

No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.

― ¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.

Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.

Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.

Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.,

« Helen ha dejado atrás a la gorda», pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.

Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz

A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.

― Toma― le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.

― No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo― contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, ―Tienes dos días libres, búscate un apartamento.

 

Relato erótico: “A la luna ” (POR VIERI32I)

$
0
0

 

Los médicos estamos acostumbrados, para bien o para mal, a lidiar con la muerte. En el hospital, día a día, noche tras noche, nuestras experiencias terminan transformándonos no en seres inhumanos pero sí en personas más metódicas, calculadoras. Menos emotivas. Porque las emociones conspiran contra esa serenidad necesaria en nosotros. Cuando comencé mis prácticas a los veinticuatro años, veía a un paciente y tendía a ver números, informes, imágenes y exámenes complementarios a su alrededor antes que a una persona. Hacía que todo se me hiciera más llevadero.
Pero todo dio un vuelco cuando conocí a una mujer en una fría tarde en el jardín del hospital. Estaba agotado tras una jornada larga en la sala de pediatría oncológica. Había una pequeña niña ingresada, Anita, que me encandiló con su actitud altanera, sus chispeantes ojos y su sonrisa pícara; siempre conversadora, siempre dialogando conmigo sobre noticias del mundo del fútbol, por más raro que pareciera en una chica. Como yo era el más joven en la sala, me solía reclamar para que me sentara al lado de su cama y la escuchara por largo rato.
Mi supervisora me decía, aguantándose una carcajada, que aquello también era parte de las prácticas.
Pero me jodía tocar la manita de alguien que no había vivido ni un tercio de lo que yo, ver esa inocente sonrisa, casi desconocedora de que había algo dentro de ella que de un día para otro nos la arrebataría. Me tocaba tanto la moral, se me querían destruir los números, informes e imágenes que forjé a su alrededor, que cuando la niña se ponía a dormir debía salir sí o sí a respirar aire puro en el jardín. Era mi terapia diaria para tratar de armarme de valor, de reconstruir mi muralla y volver con todo al rodeo.
Así que un día de esos, sentado en el banquillo, intentando asimilar todo ese vendaval de emociones, tratando de aparentar el hombre que aún no era, se sentó a mi lado una mujer. Y cuando la miré… ¿para qué voy a mentir? Era, por dios, la mujer más hermosa que jamás había visto. ¿Qué? Lo digo en serio. O sea, no era de ese tipo de mujer con el cuerpo tallado tras horas, días, semanas, meses, años y siglos en un gimnasio, que viste provocativa y se remoja los labios todo el rato. No.
Y no es que la cursilería fluya en mí, pero por dios, recuerdo que cuando la vi, todo dentro de mí se resquebrajó: mis números, mis informes, mis reportes, mis exámenes médicos, todo mi murallón fue partido; vaya usted a saber por qué, tal vez por estar emocionalmente destrozado o simplemente porque el café de aquella mañana tenía leche cortada.
Así que allí estaba ella, mirándome, sonriéndome, irradiada por el sol. Preciosa y larga cabellera rojiza, ojos verdes, pecosa; labios finos pero carnosos que esbozaban una pequeña sonrisa de hoyuelos atractivos. Se retiró un mechón de pelo viendo mi cara de idiota. 
—Siempre te veo aquí —dijo risueña—, todo abatido por cinco minutos, hasta que de repente te sacudes la cabeza, te levantas y vuelves a entrar.
Pero yo nunca la había visto. Y me sentía el hombre (¿muchacho?) más imbécil del mundo por no haberla notado entre el gentío, los médicos, los pétalos de flores del jardín que levantaban vuelo e iban y venían erráticos por el lugar. Veía todo eso pero nunca la había notado.
—Eso de sacudir la cabeza me asusta, chico, la verdad… Así que te traje esto.
Me acercó una flor liliácea de cinco pétalos alargados. Era parte de las flores que solían adornar el jardín. La tomé sin saber qué decir pero adentro de mi cabeza las cosas se revolucionaban: “Di algo, por el amor de Cristo, que seguro me cree mudo ya”.
—Te veo y más o menos entiendo lo que acarrea tu trabajo, chico. Esta es una flor conocida como “Malva”, y significa… bueno, básicamente, significa “Sé cuánto sufres”.
Entonces, los engranajes de mi cabeza empezaron a funcionar por fin en el momento que tomé del tallo. Soy lento, sí. Seis veces más lento que el promedio. Donde todos caminan, yo avanzo a saltitos ingrávidos, como si estuviera en la Luna.
—Gracias. Y… lamento haberte asustado, lo de sacudir la cabeza antes de levantarme es una manía que me la voy a sacar.
—A mí me parece gracioso. ¿Eres doctor?
—Practicante médico. ¿Y tú qué haces por aquí?
—Yo… vengo a menudo para ver a alguien especial. A veces, antes de retirarme, me detengo a ver el jardín. No sé quién es la encargada, pero te digo que sabe muy bien cómo hacer contrastes con los colores de las flores. Mira las orquídeas, los claveles, las rosas, los gladiolos… ¡Y las magnolias allí! Es realmente precioso, ¿no crees?
—Bueno —dije mirando el montón de flores agolpados, ese estallido de colores sobre el verde brillante del césped. Realmente yo no tenía ni puta idea de qué me estaba hablando. Para mí eran un montón de flores, bonitas, sí, pero para ella había una obra de arte cuidadosamente gestada—. Sabes un montón sobre flores…
—Tengo que hacerlo. Administro una florería, a dos cuadras de aquí nada más. Se llama “El Jardín”. Si un día quieres regalarle algo distinto a la novia, pásate un rato para comprar algún ramo, ¿sí?
Y se levantó para irse, llevando su cartera sobre el hombro, sacudiendo su cabellera. Solo un pensamiento asomaba. Podía sumirme en un caos mental; pensar en mi siguiente turno, o en mirar el mensaje vibrante que entraba en mi móvil, o incluso en qué frase podría haberle dicho para causar una mejor impresión. Pero nada de eso se me cruzó por la cabeza. Los hombres maquinamos distinto. Yo maquino en la Luna, para variar: 
“Tengo que verla otra vez…”.
A la mañana siguiente fui para charlar con Anita, era mi día de descanso pero aproveché para hacer algo productivo que no fuera ver televisión en un departamento pasado por tres tornados. La niña aún no sabía de la sorpresa que le había preparado: entré a la sala con un balón de fútbol que compré de venida, y tras previo permiso de mi supervisora, que no supe por qué motivos estaba bastante de mal humor, la llevé afuera, hacia el estacionamiento. La idea era jugar a los penales mientras discutíamos de por qué el rendimiento de nuestra selección de fútbol había caído tanto en picado.
Se le iluminaron los ojos y su sonrisa no amilanó en todo el día. Anita era muy buena pateadora y yo pésimo portero. Nuestra improvisada portería era solo la pared del edificio, mientras que los postes lo marcaban un par de pequeñas grietas. No había travesaño.
—Hoy es el cumpleaños de Natalia, ¿no es ella tu supervisora, Pablo? —preguntó preparando el balón en el suelo.
—No me digas. Eso explica esa cara que me ha puesto esta mañana. 
—¡Claro! Está enojada porque ninguno de sus alumnos le ha felicitado.
—¿Debería comprarle algo?
—Tú veras. ¡Allá va!
El remate de Anita terminó por estrellarse en el lado equivocado de la pared. Festejó un gol pese a haberlo fallado. Se lo reclamé. Me lo discutió porque “fue al ángulo”. ¿De qué ángulo hablaba, por Dios? Desistí porque sé que discutir con ella es un caso perdido.
Volvió a rematar cuando la pelota se acercó botando hacia ella. Ese remate sí que fue potente… para alguien de su edad. Pero demasiado elevado. Casi tocó la ventana de una habitación del segundo piso, de hecho. Abrimos los ojos como platos, todo tensos, aunque no pasó a mayores.
—¡La mandaste a la Luna, enana! 
—¡Ufa!… ¡Fue altísimo! En fin… vaya golazo, ¿no?
—Creo que necesitamos una portería de verdad —me reí.
—Oye, Pablo, ¿alguien mandó alguna vez una pelota a la Luna?
—¿Eh? Claro que n… Sí, hubo varios. Roberto Baggio, Sergio Ramos, ¡montones! Pero no es algo que se pueda conseguir con facilidad, así que no vuelvas a intentarlo porque no te va a salir.
Noté, mientras el balón botaba de vuelta hacia ella, que la pelirroja del otro día estaba pasando cerca del estacionamiento. Me miró de reojo y me saludó brevemente. Ni siquiera me di cuenta que Anita ya se estaba preparando para mandar un balonazo directo a mi cara. Nunca supe si fue su intención o solo un acto cruel del destino para hacerme quedar más idiota.
Minutos después, cuando se me pasó el entumecimiento, Anita se acercó abrazando su balón. Levantando la mirada al cielo, me dijo:
—Oye, Pablo… practicaré todos los días para mandarla a la Luna.
—¿En serio? No tiene sentido practicar fútbol para eso…
—Pues lo voy a hacer porque me dijiste que no es fácil.
Anita es muy inteligente aunque a veces no lo aparente. Hay sabiduría en sus palabras. Además supo que yo realmente no estaba del todo con ella; me lanzó el balón con sus manos y se rio de mí cuando en un acto reflejo la atrapé. O bien pudo haberse reído por la marca roja que me dejó en la nariz debido al balonazo que me había propinado.  
—¡Pablo! ¿Estás pensando en esa señora?
—¿Qué señora?
—Hmm… No te hagas. ¡Si está vieja para ti!
—¿¡Qué dices!? No estaba pensando en ella —mentí—. De todos modos, Anita, está difícil la cuestión con ella, ¿no crees?
—Eres tonto por lo que se ve. Si te dije que voy a mandarla a la Luna, lo voy a hacer, por más complicado que sea —señaló el cielo con su índice, sonriéndome. En ese momento se me estaba cayendo la quijada al suelo porque Anita me estaba asustando con esa mezcla rara de niñerías y madurez en su hablar—. Así que yo te pregunto a ti, Pablo… ¿tú también quieres ir a la Luna?
1. ¡Vamos a ir a la Luna! ¡Vamos a ir a la Luna, no porque sea una empresa fácil, sino porque es una difícil! (John F. Kennedy)
En la recepción del local “El Jardín”, una joven de largo pelo castaño y cara aniñada parecía estar metida en algún chat telefónico conforme masticaba un chicle. Carraspeé. Ella seguía inmutable, siempre fija en su móvil.  
—Disculpa —decidí tamborilear el mostrador—. Necesito ayuda.
Levantó la mirada un momento. Sin dejar de escribirle al novio o amiga, me señaló con su mentón un extremo de la tienda, allí donde el sol se colaba por entre las letras de la publicidad en la vidriera, allí donde las largas macetas de barro sobre los estantes lucían repletas de flores de varios colores.
—Habla con Susana, ella te va a atender —hizo un globo con la goma y lo reventó—. Estoy de descanso.
Avancé como pude entre los floreros que colgaban del techo y las macetas que entorpecían mi andar. De espaldas a mí, una mujer parecía hacer algún tipo de manualidad con las flores. Larga cabellera rojiza que caía lisa hasta media espalda, terminando en rulos. Llevaba un vestido blanco, largo. Se enmarcaba una cintura ancha pero atractiva. “Se llama Susana”, pensé. “Es un buen comienzo”.
—Disculpa, ¿Susana?
—Ah, ¿sí? —se giró. Allí cayeron de nuevo todos esos dogmas que forjé a mi alrededor—. ¡Mira quién ha venido! Chico, ¿estás aquí por un ramo para la novia?
—Dios santo…
—¿Qué te pasa?
Era preciosa. Un ángel. Se desbocaba el corazón; me estaba quedando de nuevo como el idiota que no quería proyectarle. Me di una zurra interna para despertarme.
—Susana, tengo un problema.
—¿Problema? Ah, ¿qué pasa con la novia?
—No, no hay novia. Me acabo de enterar que hoy cumple años mi supervisora… Mira, me he olvidado…
—¡Ja! Estás en problemas. ¿Y piensas regalarle flores?
—Nunca he regalado flores. Como dijiste que tu local estaba cerca, pensé en pasar…
Sin dejar de sonreír avanzó hasta un grupo de flores moradas para sacarlas de sus macetas. Limpiaba los tallos y de vez en cuando los medía con la mirada, antes de pasarle tijera. Las nivelaba.
—Tranquilo, te haré un ramo rápido. ¿Ya hablaste con ella?
—Sí, antes de venir aquí… Bueno, simplemente dijo que no pasaba nada. Que no había problemas, que tenía mucho trabajo y que hablaríamos luego.
—¡Pues tienes problemas, te digo!
—Lo sé. Espero que ese ramo funcione.
Tomó luego ramas verdes y fue incrustándolas entre las flores lilas y blancas que había tomado. “Lentisco”, como más tarde lo sabría. Todo lo iba incorporando hábilmente en su puño. Mejor dicho, entre dos dedos. Recortaba los tallos bajo su mano, que formaban una espiral.
—Bueno, hago ramos, chico, no milagros.  
Pasó una cinta gruesa para sujetarlas por la parte superior del tallo, y con un papel de seda color plata, las enrolló y me entregó el ramo de flores más pomposo que haya visto.
—Estas flores moradas se las conoce como Áster. Ideales para pedir perdón. Las flores rosadas son las azaleas, que significa aprecio. Y… estas blancas con fondo amarillo son narcisos. Estas son de mi parte: significa “Buena suerte”. Porque, chico, la vas a necesitar.
—Gracias. Espero que le guste… Por cierto, me llamo Pablo.
—Encantada. Paga a Paola antes de salir, es mi hija. Si te ha ayudado el ramo, espero que vengas a por más.
—Palabra, Susana.
Un par de horas después volví a la tienda. Solo estaba la joven, sentada en donde siempre, absorta en su chat. Levantó la mirada para verme y al instante volver a sus asuntos.
—No aceptamos devoluciones —contestó secamente.
—No he venido por una devolución. He venido para agradecer a tu madre.
—Pues se lo diré. Adiós.
—¿Tratas a toda la clientela así?
Resopló. Yo también.
—Si quieres hablar con ella, fue a la plaza en frente. La vas a ver rápido, está cerca de la fuente de agua, fue para ponerle nenúfares. 
—¿En serio? Mira, ¿me puedes ayudar un poco? Quiero otro ramo. ¿Tú sabes hacer un ramo?
Volvió a levantar la mirada. Oscura ya. Tragué saliva; la hija era aterradora.
—¿Quieres regalarle un ramo de flores a mi mamá?
—¿Hay un problema con eso?
—Yo sé que ella es muy bonita. Pero te cuento que no eres el primero que va tras ella, ni serás el último en ser rechazado. Eso sí, nadie ha cometido la estupidez de regalarle un ramo de flores a una florista.
—¿Pero qué te hace pensar que quiero algo con tu madre? —No, en serio. Primero Anita, ahora la hija. ¿Qué carajo estaba haciendo para llevar mis intenciones tatuadas en la frente?
—Y encima andas con novia y todo, buscando a una mujer mayor… ¿No te da vergüenza?
—¿¡Qué novia!? ¿¡En serio tratas a todos los clientes así!?
—¿Y para quién era el ramo que querías? ¡A los pervertidos los trato así!
—¡Escucha, solo quiero un ramo de flores para agradecerle el detalle que tuvo conmigo!
—¡Ya! ¿Por qué no elijes uno de los que ya está hecho?
La plaza estaba a rebosar de gente. Hombres de oficina, estudiantes, vendedores ambulantes; toda una amalgama de personas dispersas y disfrutando del cielo naranja del atardecer. La mujer estaba sentada en un banquillo cerca de la fuente de agua, no tardé en ubicarla.
Dio un pequeño respingo cuando me senté a su lado. Tal vez no me reconoció y se asustó. No la culpé, solo nos habíamos visto por contados minutos en toda nuestra vida.  
—Mi supervisora está chapada a la antigua, Susana, tu ramo me salvó la tarde —sonreí, acercándole un ramo repleto de flores púrpuras—. Tu hija me ha dicho que estas significan “Gracias”.
La mujer me reconoció y echó a reírse. Era preciosa. Un ángel. Y yo un idiota por regalarle flores a una florista.
—No, los crisantemos no quieren decir eso. Pero gracias.
—… Pues vaya con la hija, al menos debería saber algo del negocio…
—Oh, no te creas. Ella sabe y bastante. Y sabe perfectamente lo que significan los crisantemos en un ramo. Pero muchas gracias por el gesto, Pablo.
—¿Qué… qué significan entonces?
No pudo responderme porque blanqueó los ojos y pareció tambalearse. Cuando le pregunté qué le sucedía tampoco contestó. “¿Los crisantemos exorcizan demonios o qué?”. Eso sí, peligrosamente iba a caerse del banquillo así que la sujeté.
—Ehm… ¿Susana?
Miré para todos lados de la plaza; el gentío no se daba por enterado que esa mujer había caído en mis brazos. Literalmente hablando. Me levanté cargándola. Su cartera rodó por el suelo; brazos y piernas colgaban. Mis números, reportes y exámenes comenzaron a erigirse a mi alrededor. A forjarse para poder entender qué le estaba sucediendo. No había dado muestras de dolor, no había tosido, no hubo señales de vértigo. ¿Pudo ser algo de origen neurológico? ¿Tal vez un problema cardiovascular? ¿Arritmia?
—¡Chico, hay un motel aquí a tres cuadras! —gritó un hombre entre risas.
—¿¡No te da vergüenza!? ¡Podría ser tu madre! —gritó otro.  
—¿¡Qué dices, cabrón!? ¡Se ha desmayado! ¡Una ambulancia, por Dios!
2. Houston, tenemos un problema (Jim Lovell, Apolo 13)
La neurofibrosarcoma schwannoma es un tipo de cáncer de los cientos que vas a encontrar cuando paseas por los pasillos de un hospital como el mío. Es similar al que tiene Anita, peligrosamente cerca del corazón, aunque con variantes. Y era lo que Susana tenía, aunque en la columna vertebral. Deduje entonces que ella no iba al hospital para ver a alguien especial, salvo que “especial” sea el oncólogo. Como yo estaba en el primer año de mis prácticas, me tocaba el departamento onco-hematológico de la sala pediátrica, no la de adultos, razón por la cual nunca la había visto durante sus chequeos de rutina.
Y allí estaba yo, un día después de su desmayo, tratando de entablar conversación con su hija en la sala de espera. Sin móvil en mano parecía más bonita. Pero estaba nerviosa en su asiento, no paraba de tamborilear sus rodillas.
—Paola, ¿desde hace cuánto que tu mamá lo sabe? El tumor… 
—Un año, o casi un año. Lo de los desmayos parecía cosa del pasado tras las sesiones de quimioterapia, pero esto me preocupa un montón. Dios… No lo digas muy alto, Pablo —dijo mordiéndose el labio inferior, mueca preocupada—, pero me alegra que hayas estado allí.
—No pasa nada. Ahora, ¿qué significan las flores de crisantemo?
—¡Ah! ¿No deberías volver a tu trabajo?
—Estoy en mi trabajo. Respóndeme.
—Los crisantemos… Mira, mi mamá hace rato dejó de interesarse en una relación, así que por tu bien te conviene no inmiscuirte. Además —me miró de abajo para arriba—. ¡Creo que tienes mi edad!
—No respondiste mi pregunta. ¿Qué significan los crisantemos?
—¡Qué pesado con el tema! ¿Por qué no te vas a dar un paseo?
—¿¡Así tratas a quien ha salvado a tu madre!?  
—¡Uf, dios! ¡Significa: “No habrá más que amistad”! ¡Pisa tierra, chico!
Era una patochada. Sí, y me eché a reír de la situación ridícula y también para quitarme toda la tensión acumulada de esos días. Al principio la hija no desistía su ceño serio, pero luego esbozó una sonrisa al ver que su madre se estaba acercando a nosotros. Mi cara de idiota otra vez. Mis dogmas al suelo nuevamente.
—Me ha dicho el doctor Guerra —dijo ella, corriendo un mechón de pelo—, que un practicante ha estado muy activo en sus ratos libres, apurando, estudiando y consultando mis resultados.
—Ah, eso. El doctor Guerra no es mi supervisor, pero me sentía en deuda, Susana. Además tu hija se veía muy preocupada.
—Ya veo. Entonces fuiste tú quien dejó ese bonito ramo de crisantemos en la mesita de apoyo, a mi lado, con una nota que decía: “No sé lo que significan, pero no puede ser tan malo”.
—Dios…. —suspiró la hija, blanqueando los ojos.
Y Susana dijo algo que simplemente me volvió a destruir hasta las raíces.
—Bueno, Pablo, parece que quien está en deuda ahora soy yo. Así que estuve pensando, ¿te gustaría venir a cenar en casa?
No me salía la voz. Y para colmo ella sonriéndome con toda la dulzura del mund… de la luna. Me dio un beso en la mejilla para despedirse mientras me decía algo más. No pude escucharla muy claro, solo oía un lejano eco que parecía decirme “Mañana a las ocho”. Su hija, boquiabierta, se levantó y le tocó la frente:
—Paola, ¿me estás tomando la temperatura?
—Obvio, mamá —achinó los ojos—, algo tiene que estar mal si es que lo estás invitando a casa.
La joven la tomó del brazo para llevarla a la salida prácticamente a marchas forzadas. Mi mente, lenta como siempre, solo podía maquinar algo mientras ambas desaparecían entre los visitantes y personal médico. 
Felicidad.
—Pablo, vayamos a jugar a los penales, ya le pedí permiso a Natalia y dijo que sí —Anita, frente a mí, me sacó de mis adentros. Hacía botar su pelota con las manos.
—Anita… Supongo que sí, ¡vamos!
—Por cierto, esa señora pelirroja dijo algo muy gracioso mientras se iba con su hija. Primero, la hija dijo que no entendía por qué invitaba a alguien como tú. Bueno, ella dijo “idiota”, pero lo adorné para que no te sintieras mal.
—¿Eh? ¿Las escuchaste?
—Las seguí, mejor dicho. Para escucharlas.
—No deberías haber hecho eso.
—Pero lo hice, Pablo —se mordió la lengua—. La mamá le respondió: “Mal pensada como siempre, hija. ¿Sabías que nunca nadie me ha regalado flores? La gente cree que por ser florista no las necesito”.
—…
—Parece que ya estamos rumbo a la Luna, Pablo.  
Felicidad.
3. ¡Tenemos despegue perfecto, Houston, hemos despejado la torre!
En invierno, las flores de los árboles de lapacho adquieren colores muy peculiares. Rosadas, blancas y hasta amarillas. Pomposos como son, parecen gigantescos ramos que adornan las calles y plazas. Durante esa noche centelleante, Susana y yo nos encontrábamos caminando por el paseo de esos árboles tan peculiares; el empedrado realmente era pintoresco con todas esas flores revoloteando a nuestro paso.
—Lamento mucho la actitud de Paola. Es muy sobreprotectora. Renunció a sus estudios desde el momento que me diagnosticaron el cáncer y se dedicó a atender tanto a mí como a mi negocio. Cabezona como es, no le pude convencer de hacer lo contrario.
La cena en su casa había sido algo incómoda con la hija haciéndome preguntas cuyas respuestas solo buscaban hacernos ver la enorme diferencia que había entre su madre y yo. Veintisiete años, para ser exactos. Así que la cita continuó afuera con una caminata amena para hablar de trivialidades; cuando me tocó contarle de mis estudios, no me quedó más remedio que hablar de mi paciente preferida durante mis prácticas.
—Anita vive día a día sabiendo que la operación a la que se va a someter no le asegura ningún éxito. Sus posibilidades son escasas, menos del treinta por ciento, pero nunca la he visto llorando, al contrario, cada día la noto más feliz. Creo que es porque sus remates están mejorando…
—Qué brava, creo que la he visto por la sala de radiología alguna que otra vez, abrazando una pelota de fútbol tal osito de peluche. Ojalá yo tuviera esa actitud, sé que las posibilidades de mi operación también son muy escasas —y dejó de caminar, mirando al cielo que cabrilleaba—. Yo me limité a dedicarme completamente a mi florería para paliar un poco esta… incógnita de no saber cuándo me tocará a mí. Cada uno reacciona diferente ante la muerte, ¿no crees? Yo lo hago así, haciendo ramos, forjando tallos a mi alrededor para esconderme. Prefiero no llorar ni hacer llorar a nadie si me toca partir, no sé si me entiendes. Entonces tiendo a cerrarme mucho…  —dijo antes de sentarse en un banco al costado del camino.
—Conmigo no te cerraste, oye —me senté a su lado, recibiendo una sonrisa tímida de su parte.  
 


—Ah, pero tú eres caso aparte, Pablo. Te vi a ti en esa especie de ritual en el jardín del hospital, sufriendo la presencia constante de la muerte, ¿no es así? Es la misma presencia que yo sufro, por eso reconocí tu mirada, esos ojos tuyos son idénticos a los míos, salvo el color, ¡ja! Así que… te regalé esa flor de malva para que sepas que hay gente que te entiende. Yo te entiendo, Pablo, yo también sufro.    
Fue un golazo. A mí, en solo dos meses de prácticas, ya me había tocado experimentar la muerte de más de una quincena de pacientes. Así que, suspirando largo y tendido, le comenté cómo es mi mundo. Cómo aprendí a reaccionar ante la amenaza ineludible de la muerte que pasea sin cesar por los pasillos del hospital.
—Ya veo, Pablo. Así que somos dos personas que parece que se están deshumanizando ante la muerte. Pero mira, heme aquí en una… ¿cita? Impensable para mí. Pero estoy aquí porque te agradezco la intención de ese ramo que me regalaste, agradezco tu preocupación por mí cuando me internaron en el hospital, es algo que solo he notado en mi niña. Esos detalles… pues es muy bonito sentirlo de vuelta de otra persona.
Era increíble. Podríamos estar toda la noche hablando entre el revoloteo intenso de las flores de los árboles de lapacho y el centellear de las estrellas. Los miedos a perder nuestra humanidad y preferir la soledad, la angustia constante que acuchillaba nuestra felicidad, el odio visceral a esa negritud sin forma ni límites donde parecíamos estar abocados. Eso es algo que no lo separa los veintisiete años de diferencia que había entre nosotros.
Entonces, pasaron las horas, cruzó la Luna tras un árbol, y ambos seguíamos encontrando más palabras para expresar ese aquello que ignorábamos pero buscábamos día a día. Palabras para confesar que ambos queríamos encontrar algo que nos volviera a realizarnos como personas.  
—Pablo, siempre es bueno compartir con alguien que no solo entiende sino que vive lo mismo que yo, hace que todo se haga llevadero —dijo mirándome, empuñando sus manos sobre su regazo y mordiéndose los labios en pose tímida—. Escúchame, ¿te importaría salir juntos en otra ocasión?
—…
—¿Pablo?
4- Es un pequeño paso para el hombre… (Neil Armstrong, Apolo 11)
Entonces pasábamos más tiempo juntos. Luego de terminar mis turnos en el hospital, era casi obligatorio ir a “El Jardín” para ayudarle como pudiera, pues la clientela aumentaba al acercarse días festivos. Jamás en la vida pensé que aprendería a hacer ramos, crear contrastes y hasta, más o menos, comprender el significado que encierra cada flor. A veces me salían auténticas obras de arte… pero la mayoría de las veces terminaba arruinándolo. Y todo sería ideal si tan solo la hija no dejara de mandarme mensajes amenazantes a mi móvil desde la recepción (“Pisa tierra, cabrón”), pues no quería discutir en voz alta con su madre presente.
Se hacía usual que yo y Susana charláramos en un rincón de la florería, lejos de la recepción donde su hija, oculta entre los floreros y macetas que colgaban a lo largo y ancho del local, se dedicaba a chatear compulsivamente o atender a los clientes.
—Mañana es el cumpleaños de la señora Saavedra. Su marido, un cliente regular, me ha llamado y me ha pedido un canasto con ramos. Pablo, ¿quieres intentar con el ramo?
—¿Otra vez? Prefiero hacer la entrega, en serio.
—¡Ja! Vamos, haremos uno bonito. Así que agarra las rosas.
Y las ramas de eucalipto. Y el helecho para la cobertura. Y la base. Me los sabía de memoria. Pero nivelarlos, sostenerlos, atarlos. ¡No era lo mío! Aunque Susana tenía una paciencia hasta casi maternal diría yo, porque aún pese a mi torpeza en esas lides, nunca desistía en enseñármelo todo de vuelta, poniéndose a mi lado y ayudándome con el ramo, a veces guiando mis manos con las suyas.
Terminé cortándome con una espina de la rosa mientras limpiaba los tallos. Y no solo una vez. Así de torpe soy. Susana me vio la mano con tres raspaduras y me susurró con un tono jocoso:
—Paola me ha dicho que como vuelvas a lastimarte haciendo un ramo, te despedirá.
—¿Me va a despedir tu hija? Pero bueno, ¿tú no eras la jefa?
—¡Lo soy! Aunque técnicamente, ya no. Hace rato que he pasado el negocio a nombre de mi hija —dijo retomando el ramo—. No es un secreto que Paola te tiene… manía. Así que me dijo que estás en periodo de prueba.
“Periodo de prueba”. Sonreí nerviosamente porque había un doble sentido en aquella frase. En ese momento Susana miró hacia la recepción, comprobando que su hija estaba absorta en su mundo. Me agarró de la mano y miró los trazos rojizos:
—Vaya… Pablo, eres un encanto por venir a ayudarme. Pero seguro es una tortura para ti venir a hacer esto —dijo acariciándome la tímida herida. Agarré su mano con las mías. Yo temblaba. Todo temblaba. Pero si no lo decía iba a reventar, que con ella a mi lado no había angustia ni miedo.
Oteé fugazmente hacia el mostrador para comprobar que su hija no nos estuviera espiando. La chica estaba en su mundo. Nosotros a punto de alunizar.
—De tortura nada. Para mí es un placer… Susana… Y… me-gustaría-pasar-más-tiempo-juntos.
Me faltaba aire; me sobraban latidos. Era demasiado tarde para arrebatar esas palabras que acababa de pronunciar tan torpemente. Me miró con esos ojos que enamoraban y sus labios carnosos, secos; suspiró brevemente; se hizo un silencio corto pero largo.
—Pablo, es muy lindo de tu parte. Mira, sé perfectamente qué pasa aquí. Me alegra haberte conocido, eso no lo dudes. Pero ya tengo edad. A ti te veo al lado de mi hija, aunque no lo creas.
Trágame Luna, que he rebotado. Pero… pero los hombres maquinamos distinto. Cuando la tierra nos quiere tragar, sacamos las garras y buscamos algo de donde sostenernos. Buscamos un último resquicio, una última oportunidad. Arañé la superficie lunar mientras esta me devoraba, el polvo se levantó y una garra se dibujó en ese pálido desierto. “No me tragues, por favor. Haz algo ahora, puta cabeza hueca. No digas cursilerías, no digas “Te amo”, ni “Te necesito”, pero dile algo, por el amor de Cristo”.
—Soy el idiota que le regaló flores a una florista que creía que era inalcanzable como la Luna.
—¡Ja!… ¿La Luna? ¿¡Qué estás diciendo!?  
Silencio. Lentamente era engullido en aquella superficie soledosa. La mano de Susana seguía siempre entre las mías. Pero esta vez ella parecía humedecer sus ojos al tiempo que entreabría la boca.
—Pablo… Dímelo otra vez.
No recuerdo muy bien qué sucedieron en los siguientes cinco minutos. Es decir, sé que nos besamos unos buenos segundos, de esos que duran poco pero parecen durar menos aún de lo especial que se siente, por ser la primera vez que uno saborea a la mujer de sus sueños, por estar humedeciendo esos carnosos labios antes secos. Luego mirábamos hacia la recepción para comprobar que su hija seguía ajena a todo, y nos volvíamos con más fuerza aún. Pero en algún momento la cabeza se me abombó.
Entonces oí un lejano eco. Luego de darme una zurra interna, noté que Susana y su hija estaban discutiendo a gritos en la recepción.
—¡Paola, ve y haz las entregas de los ramos!
—¡Pero, mamá, es mi horario de descanso!
—¡Siempre es tu horario de descanso! Tienes tres ramos y siete canastas que entregar. Están listas en el coche, aquí está la llave.
—¿En serio? Nunca me has dejado conducirlo…
—He cambiado de opinión. ¡En marcha, niña!
—¡S-sí!
Susana volvió junto a mí. No sé cuántas zurras tuve que darme a la cabeza para despertarme y darme cuenta de cuál era mi nueva situación. Parados en medio del local, entre los floreros, pétalos que revoloteaban y ramos que nos ocultaban de ser vistos desde la calle. Susana se sentó sobre su mesa de trabajo, dejando caer pétalos, cintas y helechos a su alrededor.  
—Puede que la tienda ya esté a su nombre, pero habrás comprobado que  aún soy la jefa. Así que pensaba que tal vez debería ser yo quien te evalúe —se mordió el labio inferior, gesto provocativo.
—Pero… ¿A-a-aquí?
—He cerrado el local, y estamos más que bien escondidos —apartó un mechón que le caía en la frente sudorosa—. ¡Qué sofoco! Ven, chico, acércate… Quítame la camisa.
Gracias, Luna, por no tragarme, por reconocer el valor de este pobre diablo de manos casi temblantes. Cedían uno a uno los botones. Se abría la camisa lentamente mientras una dolorosa erección se me hacía lugar bajo el pantalón; es que los senos querían brincar orgullosos. Me tomó de la mano y la posó sobre uno cuando terminé la faena. Era preciosa. Un ángel. Sus ojos lacrimosos, esos labios que reclamaban humedecerse más. Con tono jadeante, susurró:
—¿Te gusta, Pablo?
—¿Tú que crees, Susana?
Tocando mi pierna, comenzó a trepar por ella hasta llegar al terrible bulto que se había formado. Abrió ligeramente su boca mientras bajaba el cierre. Cuánto deseaba volver a saborear esa boca venenosa, cuánto deseaba que me abrigaran con fuerza esa carne mía que luchaba por salir.
—No contestes con otra pregunta. Respóndeme, chico. 
—Oh, dios… Susana… a riesgo de perder mi trabajo en esta florería, confieso que tengo que calmarme en mi departamento cada vez que te veo en esta maldita falda que llevas o ese vestido blanco que sueles ponerte.
—¿Cómo? ¿Será posible? —mi espada ya había sido liberada hábilmente, y su mano la agarraba con fuerza. La contempló unos segundos, acariciándola para mi martirio, y empezó a blandirla lentamente a cada palabra que soltaba— ¿Una-falda-como-la-que-llevo-ahora?
Voló mi bata blanca por el local, quedando enganchado por un florero que colgaba del techo. Susana, siempre sentada sobre la mesa, me tomó de la camiseta y me la quitó rápidamente para manosear mi pecho, besándome, enterrando su lengua en mi boca mientras yo le remangaba su falda hasta la cintura. Al apartarnos ambos, boquiabiertos, saboreando la saliva del otro, me tomó de la cabellera para hundirme en sus pechos y en un sinfín de sensaciones excitantes que solo podía proveer una hiedra venenosa.  
—Pablo, a riesgo de perder a mi empleado favorito, confieso que algunas noches abracé mi almohada con las piernas, soñando a cierto joven.
—¿En serio? ¿Quién es ese jov… —y con fuerza empujó mi cabeza para dirigirla hasta su entrepierna.
El aroma de su sexo me embriagó desde el momento que le quité las braguitas. Acaricié el vientre, pasando los dedos por la pelambrera rojo fuego, suspirando dubitativo frente a esos carnosos labios que parecían reclamarme. Lo había visto un montón de veces en las pelis, debería saber qué hacer, pero ese olor directamente te desarma la razón. Y lento como soy, tardé en reaccionar y comenzar a trabajarla a lamidas. Primero cortas, tímidas, dándole un rápido repaso, pero luego, más confiado, hice pasadas más lentas, fuertes, penetrando con la lengua, hundiéndola toda.
Pasaron los minutos y con ellos mis trazos sobre la húmeda vulva; haciendo un gancho dentro de su gruta, Susana me aprisionó la cabeza con sus muslos. Me atrajo contra ella todo lo que pudo, alcanzando un fuerte y húmedo orgasmo. Apenas pude verla, hundida mi cara en sus carnes, ahogado en sus jugos. A los pocos segundos, la tensión de sus muslos cedió; ahora reposaban sobre mis hombros:
—No puedo creer lo que estoy haciendo con un niño —suspiró con las piernas temblándole.
—Susana… —mis labios estaban pegajosos. Levanté la mirada; la vista era preciosa—. Nunca se lo había comido a una chica…
—¡Ja! Qué divino —se repuso, toda desarreglada, desencajada y colorada. Se levantó de la mesa y me tomó de la mano. Me llevaba al baño o al pequeño depósito, no lo sabía aún, entre los pétalos que revoloteaban a nuestro alrededor. Su falda seguía remangada por la cintura, su camisa toda desabotonada, el taconeo retumbaba; me deleité con la vista de aquella tremenda cola que parecía menearla adrede—. Chico, para todo hay una primera vez, tal vez con los tallos cortados y los números deshechos, nos liberamos más, ¿no crees? Verás… yo nunca le he hecho una mamada a nadie, y pienso cambiarlo ahora.
5-¡Whopiee! Puede que haya sido un pequeño paso para Neil… ¡pero es un paso tremendo para mí! (Pete Conrad, Apolo 12)
—¡Dios mío, dime que esto es una pesadilla, mamá! —vociferó Paola al verme desayunando en su cocina. No me gustan los griteríos a las seis y media de la mañana. Tengo oídos sensibles… ¿Qué? Lo digo en serio—. ¡Dime que este idiota se ha quedado a dormir en el jardín!
—Hija, cálmate, por favor —rogó Susana, en bata de baño, sentándose a mi lado y rodeando mi brazo con los suyos. Era morboso saber que había retazos de mi esencia fluyendo lentamente en su boca, bajando por el esófago hasta su estómago mientras le hablaba a su hija. Y para colmo aún tenía una erección recordando la noche que habíamos tenido en su habitación.
Es que, cuando haces el amor con ella, cuando su interior te abriga, te moja, se contrae y te aprieta, sientes perfectamente cómo te elevas entre las nubes; como si fueras un cohete rumbo a ya sabes dónde, con el sol estallando contra los vidrios de la cabina del módulo. Allá abajo, entre el infinito verde y estrías de ríos, está ella eterna en su belleza, voluptuosa, mirándome, diciendo cosas al oído que te hacen vibrar más que los motores Saturno V en pleno despegue.
Hubo largo silencio en la cocina. Madre e hija se miraban desafiantes, una con los brazos cruzados, la otra acariciándome el brazo.
—¡Pisa tierra, mamá! ¡Tiene mi edad! ¡No va a funcionar!
—¡Tiene veinticuatro, tú veintidós! Además, ¿pisar tierra? ¡Imposible!
—¿Q-qué quieres decir, mamá?
—Bueno, mi niña… ¿Cómo voy a pisar tierra si estoy en la Luna? —preguntó retóricamente, dándome un ruidoso beso en la mejilla.
—Exacto, somos unos lunáticos ya —agregué sorbiendo nuevamente el café.  
—¡Puaj! ¡Ya veo! ¡Felicidades! Ahora, si me permiten, iré al jardín a vomitar…
Mi jornada se había vuelto bastante exigente aunque ya no veía ni sentía necesario ir al jardín para aunar fuerzas; había encontrado mi cura en una hiedra de veneno adictivo. De día, recorría los pasillos de la sala onco-hematológica para realizar chequeos de rutina a los pacientes. De tarde, ayudaba en la florería cuanto pudiera para cumplir con la exigente clientela. No obstante, entre misión y misión, siempre queda tiempo para relajarse y disfrutar viendo cómo una preciosa canica azul se erige en el horizonte lunar.
Mientras apurábamos un canasto en el fondo de la tienda, Susana, enfundada en ese vestido blanco que me volvía loco, dejó el trabajo a un lado y metió su mano en el bolsillo de mi vaquero, acercando unos dedos juguetones peligrosamente a mi entrepierna. No valieron mis tímidas protestas; se me cayeron los tallos y la cinta con las que trabajaba.
Mi primera reacción fue mirar hacia la recepción: Paola charlaba amenamente con grupo de ancianas, ignorando lo que se cocía. Estaba asustado, ¿pero para qué voy a mentir?, terriblemente excitado también.
La mujer bajó el cierre de mi vaquero con la mano libre. Me observó con picardía, susurrándome al oído un crispante “Te acabo de guardar mi braguita. Y ahora quédate callado que te va a encantar esto…”.
Más tarde, cuando Paola había salido para hacer las entregas, su madre se encargó de atender a los clientes, sentada tras la mesa de la recepción. Y yo… oculto bajo dicha mesa, arrodillado entre sus piernas, admiraba la vista como quien ve nuestro planeta desde casi cuatrocientos mil kilómetros de distancia. Ese oasis, esa perla resplandeciente, flotando en medio de la negrura del espacio; levanté la visera de mi casco imaginario para contemplar mejor los detalles, palpando lentamente esos contornos que no fueron explorados por quién sabe cuánto.
—Todo listo, señoras, sus pedidos les llegarán esta tarde.

—Gracias, querida, siempre tan amable… Por cierto, estás sudando mucho —dijo una mujer.
—Pues sí. ¡Encima estamos en invierno! Deberías ver a un doctor, bonita —agregó otra.
—¡Ja! ¡Auch! Créanme que… estoy viendo a uno —respondió entrecortada mientras mi lengua y dedos trazaban gruesas pinceladas sobre el húmedo lienzo.
Aunque no todo podía girar alrededor de Susana. Caía una tarde de arduo trabajo en la que me ofrecí como conductor para ayudar a su hija durante los repartos. Al terminar con las entregas de los últimos canastos en un edificio, nos acercamos al coche y la chica frunció el ceño al ver un ramo de camelias rosadas en el asiento del acompañante.
—No me digas que nos olvidamos de entregar este, Pablo. —Estaba desgastada tras la maratónica sesión de repartos y se recostó por el vehículo—. El trabajo en la florería es más pesado de lo que imaginaba, madre mía.  
—Ah, ese ramo… Sube al coche, vamos. Lo hice para ti —respondí subiendo al vehículo—. Y oye, antes de que lo preguntes: Sí, he comprado las flores.
—¿Un ramo para mí? —levantó sus finas cejas—. ¿Esas camelias?  
—Vamos, entra ya. Significan admiración, ¿no? Sé de los sacrificios que has hecho para cuidar a tu madre y en serio eso es lo que pienso al respecto.
Nos miramos largamente en un momento que no sabría decir si era incómodo o especial, aunque al final decidí inclinarme para abrirle la puerta del acompañante con una carcajada. Estaba bonita así, toda desarmada ante mi inesperado gesto, tratando de atajar una sonrisa para aparentar dureza.  Al sentarse a mi lado, agarró el ramo y lo olió por breves segundos.
—Doce camelias —dijo ella—. En Suiza, si regalas un ramo con flores en pares, estás mostrando desprecio.  
—Pero no estamos en Suiz… Entiendo, Paola —rápidamente me incliné y saqué una flor del ramo.
—¡Ah! Un ramo de flores para mí —dijo mirándolos detenidamente, jugando con los pétalos—. ¡Ja! La gente cree que por ser florista no las necesito. Gracias, Pablo. Además, vaya temporadón en la florería, ¿no? Aunque he terminado agotada, el esfuerzo ha rendido sus frutos.
—Bueno, ayuda que el empleado a tiempo parcial no cobre un peso.
—¡Ja! Mira, me alegra que estés con nosotras —olió el ramo un largo rato. Luego me observó de abajo para arriba con gesto serio—. En verdad que sí, Pablo. Pero si le dices a mi mamá de esto, lo negaré y destruiré tu teléfono.
6-Ha sido un largo camino, pero aquí estamos al fin (Alan Shepard, Apolo 14)
El equipo médico había organizado un partido de fútbol en el estacionamiento, a solo días de las operaciones de Anita y Susana. Reunimos dinero y compramos un par de porterías pequeñas, estilo fútbol sala. El doctor Guerra, mi supervisora Natalia, algunos compañeros de estudios y hasta Susana y su hija se nos unieron en un juego bastante singular en donde Anita era el centro de atención.
—¡Toda tuya, enana! —grité lanzándole un pase de lujos para que ella quedara mano a mano contra el portero contrario—. ¡A la portería, no a la Luna, por favor!
Y de hecho le salió un golazo al ángulo. Cuando la pelota volvió botando hacia ella, ya sabíamos que la reventaría lo más alto que pudiera. Para sorpresa de Anita, todos nos abalanzamos a por ella para festejar el gol en el momento preciso que remató la pelota hacia la Luna.
—¿Eh? ¿¡Pero por qué hasta mis rivales festejan mi gol!? —preguntó en medio del tumulto que habíamos creado.
Mi supervisora, alejándose de todos, escondía el balón bajo su bata blanca.
Minutos más tarde, cuando Susana, su hija y yo estábamos charlando en el jardín del hospital, Anita se nos acercó con la cara visiblemente colorada. De su cuello colgaban varias medallas; por el partido ganado, otra por ser la figura del encuentro, otra por el mejor gol. Pero nada de eso le importaba, solo había una cosa que la tenía en ascuas.
—Pablo… nadie sabe dónde está mi pelota.
—¡No me digas! Recuerdo que la mandaste muy alto antes de que festejáramos el gol —me acaricié el mentón.
—Sí, fue muy alto —aseveró Paola—. La perdí de vista cuando cruzó las nubes.
—¿Nubes? —Anita abrió los ojos cuanto pudo. Miró al cielo boquiabierta—. Pablo… ¡La mandé sin querer! ¡Y lo peor es que se perderá en el espacio, la Luna ni siquiera está arriba!
—No se perderá —se adelantó Susana—. Cuando salga de la atmósfera, la gravedad lunar la atrapará.
—Ah, eso es verdad —afirmó la niña, siempre mirando al cielo—. Espero que caiga en el Mar de la Tranquilidad, aunque no me gustaría borrar las huellas del señor Neil. Es que, Pablo… me encanta el Mar de la Tranquilidad…
Solo cinco días después llegó la fecha de las operaciones para las dos. El doctor Guerra se encargaría de Susana. Mi supervisora Natalia y su equipo se encargarían de Anita. Las operaciones iban a comenzar casi en el mismo horario pero en extremos alejados del hospital. Recuerdo que con Paola, visitamos primero a su madre. Ella, respetando el momento, me permitió entrar primero en su cuarto para poder hablar un rato. 
¿Pero qué íbamos a decirnos Susana y yo que no nos hubiéramos dicho miles de veces ya? Me senté a su lado, tratando de pensar en algo interesante que decirle para abandonar un rato la situación y así evitar desmoronarme. Pero ella me acarició la mejilla y reveló un secreto bastante peculiar.
—Pablo, hace tiempo, en la sala de radiología conocí a una niña. Como me veía triste, se acercaba a mí y charlaba conmigo antes de volver a su habitación. Me contaba a menudo sobre su mejor amigo, un estudiante de medicina en prácticas. Me dijo que sus ojos, tristes y melancólicos, eran idénticos a los míos… salvo los colores. Así que me pidió, un día, que lo comprobara por mí misma y que lo visitara en el jardín del hospital.
Entonces, a la vista de un par de enfermeras, hundí mi cabeza en sus pechos, incapaz de armar una frase, recibiendo las tímidas caricias de sus dedos en mi cabello. Aquella hiedra venenosa había sido mi cura, la razón por la cual ya no era necesario ir al jardín para armarme de valor, la que me hizo recordar cómo era el mundo allá afuera, lejos de los números, exámenes y pruebas médicas; el miedo de perderla terminó destruyéndome todo por dentro, haciéndome preguntar inevitablemente cómo serían las cosas sin ella presente.
—Esa niña es especial. Es nuestro cupido, Pablo. Dale un beso de mi parte.
—Dáselas tú cuando termine la operación, Susana. 
—Hmm. Valió la pena, Pablo. Deshacerme de esos tallos con espinas y conocerte. Porque vi una hermosa persona y un gran amante. Si no vuelvo, no me pienses con lamentos ni dejes que te amarren los recuerdos. Guárdame si quieres, pero sigue viviendo.
Su hija no había aguantado la espera afuera de la habitación y ya estaba a escasos metros de nosotros. Viéndonos con sus ojos rojos a punto de hundirse en lágrimas, observando cómo enredábamos nuestros dedos. Supe que la mayor detractora de mi romance había cedido por fin. Supo ella que ese sufrimiento compartido no lo cambian los veintisiete años que nos separaban.
Recuerdo que cuando Paola y yo por fin llegamos al otro extremo del hospital para despedirnos de Anita, ella molida, yo peor, mi supervisora me perdonó la vida y accedió a dejarnos charlar con ella solo un rato pues ya estaban comenzando los preparativos. Los ojos de la niña chispearon al verme y apretó mi mano con las suyas cuando me acerqué. Con la carita repleta de tubos, se me quebró el corazón.
—Pablo, parece que te entró algo en el ojo —dijo tratando de sonreír—. Oye, ¿volveremos a vernos?
Podía pensar de nuevo en las posibilidades escasas de su operación, pero en ese momento simplemente le di un beso en la frente y le dije que ni lo dudaba. No sé si me habrá entendido del todo bien porque mi voz estaba, literalmente, partida en varios pedazos.
—Bueno, si no vuelvo, quiero que sepas que eres mi mejor amigo.
—…
—Por cierto, ¿llegaste a la Luna, Pablo?
—Sí, la arañé y todo, Anita.
—Eso es bueno. Natalia me ha dicho que me prestará su telescopio cuando esto termine. Quiero ir a la terraza del hospital una noche y ver si mi balón llegó al Mar de la Tranquilidad…—dijo con la voz adormeciéndose poco a poco, cerrando sus ojos. Sus manitas dejaron de apretarme—. Pablo… me encanta el Mar de la Tranquilidad…
Entonces, ¿qué nos quedaba? Pues esperar. Matar horas y quemar minutos con Paola en la sala de espera. Luego compartimos un café en el comedor, tratando de dialogar civilizadamente por primera vez. Comentó que sus amigas le desearon toda la suerte del mundo para ella y su madre… desde la aplicación del teléfono. Fue por eso que tras apagar el móvil, me tomó de la mano y simplemente dijo: “Gracias”.
7-Mare Tranquillitatis
Sé que en las grandes ciudades el cielo nocturno es solamente un manto negro e infinito, apenas con dos, tres… cuatro motas amarillentas que parpadean tímidas. Aquí, más precisamente en la azotea del hospital, aún se puede ver un auténtico espectáculo celestial en las noches más oscuras. Si levantas la mirada en el absoluto silencio, incluso puede parecer que estás flotando en el espacio sideral.
Pero el silencio era un lujo con el que no podía contar esa noche…
—¡Pablo!, creo que lo encontré… Creí que cayó en el Océano de las Tormentas, pero ahora lo veo. ¡Mi balón está en el Mar de la Tranquilidad!
—¿Y lo puedes ver con ese telescopio barato? Mira, Anita, ni con el telescopio más grande del mundo vas a ver un balón en la superficie lun…
—¡Felicidades, Anita, la mandaste a la Luna! —Paola me codeó fuertemente, llevando un pedazo de pizza a mi boca para callarme—. ¡Y para colmo cayó donde querías!
—¡Lo sé! ¡Pablo, mira!
Anita me acercó la mirilla del telescopio. ¿Qué carajo se suponía que tenía que observar? Paola, con ojos asesinos, parecía querer darme un arañazo a la cara así que a regañadientes acepté mirar la Luna.  
—Es… Interesante. Bueno, ¡oye!, creo que lo veo…
—Te-yo-yije —respondió Anita, comiéndose su pizza—. Hum… ¡Está al lado del arañazo que le habías dado!
—¡Ja! ¡Déjame verlo! —otro codazo de Paola para arrebatarme el telescopio.
A veces quiero olvidar a Susana porque he aprendido con ella a desnudar mis debilidades y mostrar mi lado humano, algo que de vez en cuando siento innecesario cuando llevo esta bata blanca. Pero al mismo tiempo no quiero olvidar porque entonces, sin humanidad, siento que los días pasan y pasan sin gracia. A veces quiero que estas letras se desangren y olviden. Y a veces escribo solo para tratar de recordarla mejor. ¿Quién carajo me entiende? Rememorarla, resucitarla en este corazón, jode y se siente bien al mismo tiempo.
—¡Sí que los veo! —Paola calibró la mirilla—. ¡Qué envidia, chicos!
Hoy, ramos de flores rosadas de ciruelo adornan una lápida bañada en flores de lapacho. Dicen, básicamente, “Cumpliré mi promesa”. La de no dejarme amarrar por los recuerdos del pasado y mirar adelante. Mirar arriba, mejor dicho. Allá en el Mar de la Tranquilidad, donde un arañazo se divisa al lado de una pelota de fútbol. Es fácil encontrarlo porque está rodeado de pétalos de varios colores… ¡en serio!
Paola entonces ladeó el telescopio y me observó con gesto tierno. Su sonrisa evocaba a la de su madre, y el tacto cálido de su mano, de sus dedos entrelazándose entre los míos… ¿Para qué mentir? Se me volvía a desbocar el corazón. Se me volvía a acabar el aire.
Miró de nuevo al cielo, apretando fuerte mi mano.
—Pablo… yo también quiero ir a la Luna.
FIN
 
 

Relato erótico:”La tara de mi familia 8. la dulce wayan” (POR GOLFO)

$
0
0

JEFAS PORTADA2

 

Capítulo 9. la dulce Wayan

Sin títuloMe resultó imposible hablar esa noche con Makeda. Humillada, cabreada y preñada se negó en rotundo a darme la oportunidad de explicar los motivos de mis actos. Por mucho que lo intenté, no solo se negaba a verme sino que incluso cada vez que la llamé por teléfono intentando darle mi versión, sin esperar a que empezara a hablar me colgaba.
Testaruda como una mula, creía que la había vendido. No era el hecho de llevar a mi hija en su vientre lo que la había sacado de sus casillas, sino el modo, el método por el cual se había quedado embarazada. Según Thule, me odiaba por no haberla defendido. Le parecía increíble que una mujer que en teoría iba a dar a luz a uno de los gobernantes del futuro, no pudiera haber elegido el momento para hacerlo, y que hubiera sido un anciano el que haciendo uso de su poder, le hubiera obligado a comportarse como una obsesa, consiguiendo a través de diferentes montas forzadas el que mi semen hubiera germinado en su interior.
 

El propio nombre que eligió para la niña, era una demostración de su estado de ánimo. Sin pensar en que iba a tenerlo que llevar durante toda su vida, mi querida negra le puso Cloto, una de las parcas, una de las diosas del destino que velan porque el destino de cada cual se cumpla, incluyendo el de los propios dioses. Era una ironía maliciosa, si me había plegado al cardenal en pos de un futuro, ella se vengaba recordándome que Cloto era quien hilaba las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento en que nace una persona.

En cambio Thule, se mostraba encantada. Aunque había sufrido la misma degradación que Makeda, su sentido práctico le hacía ver esa casi violación y su producto como una oportunidad. Esa noche quiso pasarla conmigo, y lo hicimos hasta que se empezaron a manifestar los primeros síntomas de su embarazo, estábamos haciendo el amor cuando de su vientre fue creciendo un dolor que nos hizo parar y llamar al puto viejo, que se encargó de controlar la evolución del feto, sincronizando sus poderes.
Antes de irse de mi lado, le pregunté como quería llamarlo. Mirándome fijamente a los ojos me respondió muy seria que si era niño, Thor, el dios del trueno, y si salía niña sería llamada Dana.
-¿Dana?-, no conocía ese nombre.
La madre de los dioses en la mitología celta, si tengo una hija será madre del mayor linaje entre los titanes-, me respondió segura y orgullosa de su superioridad racial. Las viejas creencias no desaparecen se transforman pensé al oírla, pero no dije nada por que me parecía una buena elección.
De esta forma, me encontré por segunda noche consecutiva durmiendo solo, y tras acomodarme confortablemente en las sabanas, me quedé dormido al instante.
A la mañana siguiente, me desperté temprano y sin despedirme de nadie me fui directamente al aeropuerto donde me esperaba uno de los aviones del cardenal para llevarme haciendo dos escalas a Nueva Zelanda, Dubai y Brunei.
El viaje me resultó una completa pesadez , no en vano la distancia entre Aquisgran y Wellinton eran casi los diecinueve mil kilómetros, es decir casi la mitad del contorno total de la tierra, por eso se le llama las Antipodas, o como se dice vulgarmente, está en el culo del mundo.
Aunque el jet era una maravilla de última generación, no dejaba de ser una nave de uso privado, estrecha y preparada para llevar quince pasajeros y pasarte siete horas hasta Dubai, ahí hacer una escala de tres horas para tomar nuevamente el vuelo a Brunei con nueve horas de duración, hizo que se convirtiera en el día mas aburrido de mi vida.
Había salido de Alemania a las diez de la mañana, me había pasado entre el trayecto y las escalas diecinueve horas de viaje, por lo que eran las cinco de la madrugada hora europea cuando me bajé en Bandar Seri, la capital del emirato de Brunei. La tripulación me informó que no sería hasta el día siguiente cuando despegáramos rumbo a Nueva Zelanda, por lo que tenía todo el día para visitar este pequeño estado, famoso en Europa por las extravagancias de su emir.
Al salir del avión, un calor húmedo e insoportable me golpeó en la cara, no en vano eran las doce del mediodía y estaba cerca del ecuador. No habían pasado cinco minutos cuando esperando pacientemente pasar el control de policía, ya estaba totalmente empapado por el sudor. El agente que me tocó en la cola, se puso nervioso al revisar mi documentación y ver que era un pasaporte diplomático. Por medio de un intercomunicador, llamó a su jefe, el cual llegó corriendo con la respiración entrecortada por el esfuerzo.
Solícitamente me pidió que le acompañara, que por mi importancia no debía mezclarme con la plebe, y que por favor no informara a sus superiores que me habían hecho esperar en la fila. Me hizo gracia tanto sus reverencias como la forma servil de tratarme, debía de ser norma del sultán que los diplomáticos fueran recibidos con honores, eso o quizás los tentáculos del cardenal eran mas largos que lo que había pensado nunca. Fuera lo que fuese, el resultado fue que antes de darme cuenta estaba en una limusina escoltado por una pareja de motoristas con rumbo al hotel.
El hotel elegido era el Empire, un enorme establecimiento de cinco estrellas, campo de golf, ocho piscinas y hasta una playa privada bañada por el mar de China. Cuando se habla de lujo asiático es una fama merecida, mármoles, sedas, y hermosas mujeres todo ello mezclado con la ultima tecnología y el mejor de los gustos.
cancion devuelveme a mi chicaDecidí desayunar nada mas llegar a mi habitación, por lo que después de una ducha rápida, salí con dirección al restaurante. Lo primero que me impresionó no fue su colorida decoración sino la maitre que atendía en la entrada.
Era una muñeca oriental, de profundos ojos negros y pelo lacio que con un sonrisa y un perfecto español me acompañó a una mesa con vistas al mar. No me cabía en la cabeza que en solo un metro y cincuenta centímetros cupiera tanta sensualidad y belleza. No era que me hubiera puesto nervioso el verla caminar moviendo su pandero, ni siquiera que su perfume llenara mis papilas con su olor, la mujer tenía algo indefinible que la hacía especial al menos ante mis ojos.
Cuando con una finura y educación exquisita, me colocó la servilleta sobre mis piernas, mi cuerpo ya se había olvidado del cansancio del viaje y del hambre que me había hecho bajar a desayunar. Quería comer pero de otra clase de alimento.
Si se había dado cuenta del efecto que había causado en mí, no lo demostró porque profesionalmente tomó mi comanda mientras yo babeaba mirándola.
No pude dejarla de observar durante todo el tiempo que tardé en comer, sus movimientos perfectamente estudiados, lo delicado de su maquillaje y hasta el vestido de seda salvaje que portaba, me tenían obnubilado, hasta tal grado que no recuerdo en que consistió mi almuerzo. Solo sé que cuando terminé se había ido, y cabreado sin nada mejor que hacer, decidí dar una vuelta por la ciudad para hacer tiempo hasta la cena donde esperaba volverla a ver.
El portero de hotel, un viejo uniformado con un traje de almirante, al que no le faltaba ni siquiera las medallas ni galones propios de su rango, me consiguió un taxista que hablaba inglés. Era un malayo que llevaba toda una vida sirviendo de guía a los turistas y que nada mas entrar al vehículo, me preguntó si no quería que me llevara a una casa de masajes, manido término para referirse a un prostíbulo.
No gracias-, le respondí sin saber muy bien el porque, ya que todo mi ser me pedía relajarme y que mejor forma de hacerlo que con una de las afamadas putas asiáticas, -lléveme mejor a ver la capital-.
Molesto quizás por la comisión perdida encaró acelerando la carretera rumbo a Bandar Seri, pero tuvo que frenar al ponerse en rojo un semáforo. Al parar, quedamos frente a una parada, en la que casualmente la jefa del restaurante esperaba el autobús. Consciente de que difícilmente, me iba a ver con una oportunidad parecida, bajé la ventanilla, preguntándole si quería que la llevásemos al centro.
Tras la sorpresa inicial, me reconoció como el cliente que acababa de servir, y confiada entró en el taxi agradeciéndome el favor.
Su aroma inundó la atmósfera de cubículo, impregnándonos de su olor, creo que hasta el taxista se quedó encantado con la incorporación de la muchacha, porque al momento se puso a hablar entre risas en malayo con ella.
 
No saber de que hablaban era incómodo y por eso debí poner una cara de bobo, ya que la oriental al mirarme me explicó:
-Le he preguntado que donde iban ustedes por si me tocaba de camino, pero el conductor me ha dicho riéndose que debe de ser usted un bicho raro, porque le ha ofrecido llevarle a un tugurio y usted se ha negado
Me quedé acojonado con la liberalidad que hablaba de puterio, pero caí en que trabajando en un hotel debía ser el pan nuestro de cada día, pero ya que ella había sido quien había iniciado la charla, le pregunté que donde iba.
No voy a ningún sitio en particular, quería hacer unas compras, pero si me invita a un café, acepto encantada-.
Perdone, pero me acabo de dar cuenta que soy un maleducado, soy Fernando de Trastamara-, me presenté dándole la mano.
Ella me miró divertida por mi educada trato, y acercando sus labios a mi mejilla me saludo dándome un beso,- Encantada de conocerle, soy Anak Maznar-, y con una seductora risita me preguntó:-¿y el café?-
Solté una carcajada al escuchar la geta de la mujer, y dirigiéndome al taxista le pedí que nos llevara al mejor lugar de la ciudad. “The jade garden”, contestó convencido que ahora si habría propina, y sorteando los coches, se dirigió al lugar.
El hotel estaba a veinte kilómetros de la cuidad, y por eso me dio tiempo durante el trayecto de averiguar que Anak era de una familia de toda la vida de Brunei, pero que había pasado estudiando gran parte de su juventud en Europa, y que esa era la razón por la que hablaba un perfecto español.
El Jardín de Jade era un gran restaurante con varías areas temáticas dedicadas diferentes países, por lo que cuando entramos me dirigí directamente a la zona tipo pub inglés, donde me iba a sentir mas en casa. El jefe de sala saludó con una inclinación de cabeza a la muchacha y sin hacerme caso nos llevó a una mesa colocada en un rincón.
Ya en nuestro lugar, galantemente acerqué la silla a la muchacha para que se sentara, ella se lo tomó como algo natural y acomodándose en la silla, le pidió al camarero dos Whiskis.
-¿No era un café?-, le pregunté.
-¿No esperaras que con un café, consiga sonsacarte todo lo que deseo saber de ti?-, me respondió entornando los ojos y moviendo coquetamente sus pestañas.
Me alucinaba el desparpajo y la caradura de esa mujer, no solo me había embaucado para invitarla, sino que con gracia me acababa de decir que estaba interesada en mí.
-¿Qué es lo que quieres saber?, ¿quizas que si soy homosexual al no quererme ir con fulanas?, o ¿el tamaño de mi miembro?-
Haciéndose la ofendida, me contestó: –No creo que seas marica, se te cae la baba cuando me miras, respecto a si estas o no dotado, ya lo averiguaremos mas tarde-, dejándome claro que había posibilidades de terminar con ella en la cama.,-pero lo que quiero saber es que haces tan lejos de casa-
Buscar mi cuarta esposa-, le respondí siguiéndole la guasa.
-En serio-, se carcajeó con mi respuesta, –desde ayer todo el hotel anda alborotado con la llegada de un famoso diplomático europeo, suponíamos que debía ser un anciano, y no el adonis con el que estoy sentada-.
Tenía gracia el asunto, no sabía que resortes había tocado el cardenal, pero estaba claro que debió mover Roma con Santiago, y lo que iba a ser una escala, se había convertido para ese pequeño estado en un tema importante.
No te he mentido, voy camino de Nueva Zelanda a buscar esposa, pero quizás me quede un tiempo en Brunei, porque creo que mi avión va a tener un problema técnico-.
-¿Qué problema?-, me preguntó mientras por debajo de la mesa sentí como una mano, subía por mis pantalones concentrándose en mi entrepierna.
Mi pene reaccionó al instante a sus maniobras y gracias a la sangre bombeada por mi acelerado corazón, se irguió en su máxima expresión aun antes que Anak consiguiera bajar la cremallera y lo liberara de su encierro.
Cerrando su palma alrededor de su presa, tanteó su grosor mientras me daba un beso en los labios, susurrándome al oído:
Eres enorme-.
Y realmente lo era, mi estatura sobrepasaba la de la muchacha en al menos sesenta centímetros, mi peso debía de ser mas del doble que el de ella, y lo mas importante en ese momento, su mano tenía dificultades en rodear la circunferencia de mi pene.
-¿Te da miedo?-, le respondí mordiéndole el lóbulo.
Si, pero me excita pensar en lo que se debe sentir al tenerla dentro-, y sin decirme nada mas se agachó introduciéndose el glande en su boca, mientras con su mano empezaba a masturbarme.
Un poco cortado, por que el camarero al traernos la copa nos viera, la retiré diciéndole que esperara a que nos sirvieran, pero ella en vez de hacerme caso se metió bajo la mesa diciéndome:
-Tú, ¡disimula!-
Y de esa forma tan extraña, en un país lejano, con una muchacha que acababa de conocer, esperé que me pusieran un whisky, siendo mamado mientras tanto. Anak era una experta, la calidez de su boca recorría toda mi piel, y sus dedos me apretaban los testículos sin pausa, en un ejercicio magistral de lo que debe de ser un buen sexo oral.
Cuando acababa de empezar a experimentar los primeros síntomas de placer, llegó el camarero, con la comanda, por lo que me merecí un oscar por mi actuación.
Ardiendo en mi interior, me mantuve impasible mirando como el hombre vertía la bebida y el hielo en nuestros vasos, no creo que lo hiciera a propósito, pero fue una tortura observar su lentitud al hacerlo, gota a gota, cubo a cubo completó su labor con una pachorra exasperante, mientras a centímetros una hambrienta hembra devoraba mi sexo con fruición.
Con mis venas inflamadas por la pasión, sentí su lengua recorrer los pliegues de mi capullo, y curiosa pretender entrar en la diminuta abertura de mi glande, en un intento de poseerme. La excitación me iba sorbiendo al ritmo en que me acababa el whisky, y ya sin recato alguno, separé mis piernas y agarrándole la cabeza, le introduje todo mi falo en su garganta.
Anak lo absorbió sin dificultad, y la sensación de ser prisionero en una cavidad tan estrecha hizo que explotara derramándome por su interior , mientras su dueña se retorcía buscando mi placer. Mi semen salió expulsado al ritmo de sus movimientos, pero mi acompañante se lo tragó sin quejarse, y sobre todo sin que al hacerlo disminuyera el compás de sus caricias, de forma que consiguió ordeñarme hasta la última gota, sin que al dejar de hacerlo quedara rastro de mi eyaculación.
La muchacha salió de debajo de la mesa, con cara de deseo, sus mejillas coloradas me revelaban su excitación y sus ojos negros no hacían mas que confirmar lo que ya sabía, era un hembra con ganas de ser acariciada y amada.
Tómate la copa, mientras pido la cuenta-, le dije todavía mas urgido que ella. No podía esperar en poseerla, me apetecía haberla tumbado en la mesa y tomarla en ese momento pero la prudencia se impuso a la lujuria, al ver que la oriental se bebía de un trago su copa y cogiendo su bolso, me arrastraba hasta la entrada.
Debió de resultar cómico el ver a una diminuta malaya tirando de un enorme blanco por el interior de un restaurante, yo al menos lo encontré divertido y por eso me fui riendo durante todo el trayecto.
Fuera del local nos esperaba el taxista que nos había traído, y sin esperar a que le hiciéramos una seña, nos abrió la puerta para que accediéramos al interior del vehículo.
Al hotel-, le grité al taxista, abrazando a la mujer, pero ella separándose de mi le dio otra dirección diciéndome: –Mejor a mi casa-.
Estuve a punto de negarme, ya que no resultaba prudente el meterte en un sitio desconocido en el extranjero, pero los labios de la mujer cerrando mi boca, evitaron que lo hiciera, y sin pensarlo dos veces me zambullí entre sus brazos.
Por encima de la blusa, acaricié sus pechos, descubriendo unos senos firmes que excitados esperaban con los pezones duros mis toqueteos. Cuando tratando de que el conductor no nos viera, me apoderé de uno de ellos, y cruelmente lo pellizqué, Anak me regaló un suspiro que me hablaba de la altísima temperatura que había alcanzado su cuerpo, que consiguió romper con las ataduras de mi vergüenza y sin poderlo evitar, le bajé las bragas descubriendo un depilado y cuidado sexo. Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, la mujercita no solo estaba buena y era una estupenda mamadora sino que de su coño desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Fue una suerte que la niña viviera tan cerca, porque de no ser así, la hubiese penetrado con el coche en marcha, y de esa forma, pude bajarme corriendo del taxi, y lanzándole el dinero por la ventanilla, llegar a su cuarto, todavía vestido.
Nada mas cerrar la puerta, Anak se lanzó a mí y de pie soportándola entre mis brazos, me quité los pantalones y de un solo arreón la penetré hasta el fondo. Chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida. La cabeza de mi pene chocó contra la pared de su vagina sin que la totalidad de mi miembro se hubiese acomodado en su interior, y su estrecho conducto presionaba fuertemente mi contorno al hacerlo, en una dolorosa penetración que hizo saltar lágrimas de sus ojos.
Sabiendo lo duro que resultaba, esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado, pero ella me gritó como posesa que la tomara, que no tuviera piedad. Sus gemidos y aullidos se sucedían al mismo tiempo que mis penetraciones, y en pocos segundos un cálido flujo recorrió mis piernas, mientras su dueña se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco, mezcla de placer y de dolor. No me podía creer lo liviana que me resultaba la muchacha, la enorme facilidad con la que la elevaba para dejarla caer empalándola, me hizo pensar que no debía pesar mas de cuarenta y cinco kilos, pero su poco peso quedaba compensado con creces por su lujuria. Manteniéndola en volandas, disfruté de un orgasmo tras otro, mientras mis cuerpo se preparaba concienzudamente para sembrar su vientre con mi semilla.
Sin estar cansado, pero para facilitar mis maniobras la coloqué encima de una mesa, sin dejarla de penetrar. Esta nueva postura me permitió deleitarme con sus pechos. Pequeños pero duros y con una rosada aureola se movían al ritmo de su dueña, pidiendo mis caricias. Contestando su llamada, los cogí con mi mano, y maravillado por la tersura de su piel, me los acerqué a la boca.
Anak aulló como una loba, cuando sintió como mis dientes mordían sus pezones, torturándolos. Y totalmente fuera de si, me clavo las uñas en mi espalda, buscando aliviarse la calentura, pero solo consiguió que el arañazo incrementara tanto mi líbido como mis ganas de derramarme en su interior, y que cogiendo sus senos como agarre, comenzara un galope desenfrenado encima de ella.
Al hacerlo, olvidé toda precaución introduciendo mi pene hasta que mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo, de forma que la desgarré dolorosamente y cuando exploté licuándome en su cueva , mi semen se mezcló con su sangre, y mis gemidos con sus gritos de dolor.
Agotado me desplomé sin sacársela, encima de ella sin dejarla respirar, en vez de quejarse siguió moviéndose hasta que la falta de aire y su propia calentura le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por la tremenda experiencia que le había hecho tener.
Vamos a la cama-, le pedí en cuanto se hubo recuperado un poco.
De la mano de Anak fui a su habitación. Al entrar en el departamento no me había fijado el lujo y la clase con la que estaba decorado, pero si ese momento, cuando la urgencia por tirármela ya no era un asunto prioritario. “Debe de ser una putita de lujo”, cavilé al recapacitar que un sueldo de Maitre no era suficiente para pagar todo eso. Pero no me importó el pensar que me iba a salir cara la broma, porque la niña valía lo que me cobrara.
La cama no me defraudó, sobre una tarima el colchón de dos por dos se me antojaba estrecho, pero suficiente, dadas mis actuales proporciones. Nada mas tumbarnos, la mujer me preguntó si quería algo de beber. Le contesté que si, que me sirviera lo que ella iba a tomar.
Desnuda, la vi salir del cuarto, para volver enseguida con una botella de champagne y dos copas. Abriendo el Dom Perignon con la soltura que da la práctica me dijo:
Brindemos por habernos conocido
Sabiendo que una bebida tan cara iba a incrementar escandalosamente la factura, me dio lo mismo, y alzando mi copa brindé por ella. El champagne estaba a la temperatura perfecta, frío pero no demasiado, de forma que las burbujas cumplieran la función de incrementar el sabor al pasar por las papilas gustativas.
Anak se acomodó sobre el colchón, adoptando una pose sensual. Mirándola tan pequeña e indefensa, pero a la vez tan bella y sugerente, comprendí el porqué la muchacha podía cobrar tan caro como para mantener ese nivel de vida. Intrigado por como había llegado a ese tipo de vida, le interrogué por su infancia.
Poco a poco me fue desvelando sus primeros años, por lo visto venía de una familia de clase alta, había estudiado en un colegio Anglicano, y sin cumplir todavía la mayoría de edad se había ido a recorrer mundo. Hablaba siete idiomas y tenía dos carreras, y para colmo el Sultán era su padrino.
-¡Y yo que pensaba que eras una puta!-, le solté sorprendido sin medir las consecuencias.
La pilló fuera de sitio mi comentario, tardó en comprender que no era una broma, y al darse cuenta que iba en serio, se levantó hecha una furia, saliendo de la habitación.
Corrí tras ella, pidiéndole perdón. Realmente me había pasado dos pueblos, por lo que poniéndome de rodillas, le dije que me merecía un correctivo. Arrodillado y con los brazos en cruz esperando un escarmiento, puse un gesto compungido. Mi pantomima le hizo gracia. Acercándose a mí, plantó un beso en mis labios mientras me decía al oído, que porque había llegado a pensar así.
Cariño, no es normal que una camarera viva así-, le contesté mostrando todo el apartamento.
Casi se cae al suelo por la risa, –Soy la dueña del hotel-, me contestó al calmarse.
-Pero-, exclamé sacado de onda,-¿que hacías sirviendo mesas?, y sobretodo, ¿por qué te pillé tomando el autobús?-.
-Estaba en la parada esperando a mi chofer, y respecto a lo de restaurante, me gusta hacerlo-.
-Ah, no se me ocurrió, perdona el malentendido-, le respondí sabiendo que había metido la pata por dejarme llevar por las apariencias.
Haciendo la paces, le serví una copa. Anak, aprovechando mi vergüenza, me pidió que le dijera que hacía en realidad, a que me dedicaba, porque todo el mundo hablaba de mi, preguntándose que quien era y por que era tan importante.
Por supuesto, que le mentí, no podía contestarle que era el titán cuyos hijos iban a dominar el mundo. Engañándola por completo, le expliqué que era un alto ejecutivo de una multinacional con muchos nexos en el Vaticano, y que por eso tenía pasaporte diplomático.
Vale, te creo-, me respondió sin estar muy segura del todo,- pero ¿que has venido hacer aquí?-.
-Muy sencillo-, tomando aire antes de proseguir le dije:- Uno de mis jefes, un cardenal está interesado en el trabajo que una mujer está realizando en Nueva Zelanda, por lo visto es una especie de misionera que ayuda a los indígenas maoríes de una parte de la sierra-.
-¿Cómo se llama ella?-
-Wayan Bali-
Meditando unos momentos, me contestó que ya sabía cual era el castigo que me había elegido. Todo en ella me hablaba de resolución y supe que daba igual el castigo que hubiese pensado, la muchacha me iba a complicar la existencia. Pero ansioso de complacerla le dije que era en lo que había elucubrado.
Aprovechando que tengo que tomar unas vacaciones, te voy a acompañar en tu misión-.
“Acompañarme en mi misión”, ahora si que había metido la pata, aunque era cierto que la titánide trabajaba de misionera, no creía que fuera bueno que me viera aparecer con la muchacha justo cuando tenía que convencerle de que debíamos procrear juntos. En ese momento debía de haberme vestido, huyendo a toda velocidad de allí, pero contra lo que me reclamaba la prudencia mas elemental, le respondí que de acuerdo, que podía acompañarme.
Encantada por mi respuesta, me llevó a la cama, y no salimos de ella, hasta las seis de la mañana del día siguiente. Ni siquiera tuvimos que ir al hotel por mis cosas ya que mandó que las trajera un propio, por lo que después de desayunar salimos directamente hacía el aeropuerto.
Anak era todo energía, las pocas horas dormidas y el esfuerzo de una noche de pasión no parecían haberla hecho mella. Cantando y riendo incluso antes de desayunar, se me mostraba feliz por la perspectiva del viaje, yo, al contrario sufría una enorme resaca. El control de pasaporte no resultó ningún problema, porque el mismo agente que me había revisado la documentación a la entrada, era el que nos toco a la salida, y en cuanto me vio, nos hizo pasar a una sala vip, donde fuimos atendidos por una azafata mientras hacían el papeleo.
Antes de despegar, el capitán nos explicó que el trayecto eran cerca de ocho mil kilómetros, por lo que estimaba un vuelo de mas o menos nueve horas. No me esperaba tanto tiempo, siempre había pensado que ese país estaba al lado de Australia, que casi se podía cruzar a nado el canal que los separa, pero no es así. Entre el continente y Nueva Zelanda hay dos mil kilómetros mas que de Madrid a Berlín. Cuando hablamos sobre un neocelandés solemos asimilarlo a un australiano, pero es como comparar a un mexicano con un colombiano, solo tienen el mismo tronco común pero quitando eso cada uno tiene su propia idiosincrasia .
Previendo otro coñazo de viaje, nada mas entrar me acomodé en el asiento y tapándome con un manta, me quedé dormido. Creo que ni siquiera aguanté despierto el despegue.
Me despertó la risa de Anak. La muchacha estaba charlando con el copiloto de nave, cuando abrí los ojos. Parecía estar pasando un buen rato bromeando con el tipo, mientras éste no dejaba de coquetear con ella. Todas las tonterías que un hombre hace para conquistar a una mujer, las hizo en los pocos minutos que trascurrieron entre mi despertar y cuando ya cabreado por la insistencia del muchacho, me levanté del asiento.
No me había dado cuenta que estaba celoso hasta que Anak me preguntó que porque estaba de tan mal humor y no pude contestarle, pero lo cierto es que me hervía la sangre, tenía ganas de estrangular al empleado del cardenal y lanzar su cuerpo al vació para que se lo comiesen los tiburones.

Tratando de tranquilizarme me metí en el baño, y meditando el porqué de mis actos saqué tres cosas en claro. La primera es que el copiloto no tenía la culpa, yo hubiese hecho lo mismo de encontrarme en una situación parecida, lo segundo era que no sabía cómo pero estaba colado por la muchacha, de todas las mujeres que conocía solo sentía algo parecido por Xiu, y la tercera era que me daba igual que fuera humana, no pensaba dejarla escapar.

 
Con eso en mi mente, salí del aseo, y acercándome a Anak, la abracé dándole un beso.
-¿ Y eso?, preguntándome por la razón de tanta efusividad.
Me he levantado con ganas de besarte, ¿acaso no puedo?-.
-¡Claro!, si te quieres también te dejo darle un beso a Carlo-, y hurgando en la llaga, prosiguió diciendo,-¡Es tan mono!-.
-¡Vete a la mierda!-
Si antes estaba celoso, ahora estaba hecho una furia. Se había percatado de mis sentimientos y los había usado para herirme. Ofendido hasta la medula, me hundí en un silencio total del que no salí, hasta que el avión aterrizó en Wellington.
 
Fue entonces cuando tome venganza contra el inocente copiloto, pues nada mas abrir la compuerta, tuvo que salir corriendo un baño del que no saldría y estaba seguro por lo menos en tres horas. Sin que nadie se diera cuenta le había manipulado para que cada vez que intentara levantarse, se viniera por la pata abajo.
Sabiendo que había sido totalmente injusto pero con mi ánimo restablecido, aceleré el paso cogiendo del brazo a la muchacha porque me urgía estar lejos de mi competencia y del asqueroso hedor que su diarrea iba a provocar.
-¿No te parece raro que se haya puesto enfermo justo ahora?-, me preguntó al darme el pasaporte. De no ser porque era imposible, hubiese supuesto que se había enterado de mi castigo.
-¡Quien sabe!, ¿A lo mejor, ha intentado comerse algo que no debía?-
-¡Será eso!-, me contestó extrañamente alegre, justo antes de pasar migración.
Mr. Williams, el contacto del cardenal nos esperaba a la salida del aeropuerto, tras saludarnos metió nuestras maletas en un Range Rover, el famoso todoterreno inglés que compra la gente bien en España para ir a pasear por la castellana, pero que esta considerado uno de los mejores vehículos de campo del mundo. Por lo visto venía preparado para irnos directamente a nuestro destino, que estaba a cuatrocientos kilómetros de ahí, y encima había que coger un ferry porque estaba en otra isla.
-Es muy tarde-, protestó Anak al escucharlo, -son las cuatro y llegaríamos de madrugada, mejor dormimos aquí, y salimos mañana temprano-.
-Para nada, ¡Nos vamos!-, le contesté. A mi tampoco me apetecía pegarme la paliza del viaje, pero si a ella le molestaba hacerlo, “¡mejor!, ¡que se jodiera!”.
Enfurruñada y con cara de pocos amigos, se tiró en la parte trasera del automóvil, y poniéndose unos cascos se aisló del mundo, pero sobre todo de mí. El ferry salía desde el mismo puerto de la ciudad, todo estuvo perfectamente coordinado para que nada mas llegar subiéramos a bordo, de forma que a las cinco el barco ya había zarpado.
La duración de la travesía era de tres horas, pero el mal tiempo provocó que llegáramos a Picton con retraso, de manera que el barco atracó pasadas las nueve de la noche. Fue el propio Williams el que haciéndome ver que no era recomendable el meternos en carretera, me convenciera en quedarnos a pasar la noche en esa ciudad.
Anak sonrió viéndome sucumbir y poniendo un gesto de ya te lo decía yo, me preguntó:
A ver listillo, ¿Dónde vas a llevar a una dama a cenar?-.
Estuve a un tris de responderle que no sabía que hubiera una dama, pero ya no tenía ganas de discutir. Hacía un día que la conocía y ya habíamos reñido dos veces, por lo que bajando las orejas, le contesté.
-¿Qué quiere cenar esta hermosa mujer?-
-Comida maorí-.
No tenía ni idea que los indígenas tuviesen una comida propia que hubiese sobrevivido a la colonización inglesa, por eso tras pensarlo me pareció una estupenda idea, –Pues vamos-, le contesté.
Ya en el restaurante, al llegar el camarero a tomar nota de lo que queríamos para cenar, Anak sin dejarme intervenir pidió Hangi para todos. Creí que se refería al plato típico escocés el Hagis, una especie de morcilla muy especiada, pero gracias a dios me confundí, ya que consistió en una serie de carnes y vegetales guisados en un agujero, poniendo los alimentos sobre una piedras al rojo, de forma que se cocinan al vapor, todo ello con kumara, un tipo de patata dulce.
El plato estaba rico, pero no tanto como parecía al ver a la malaya comer. Parecía un saco sin fondo, poco a poco se tragó toda una fuente, bien bañada con al menos tres pintas de cerveza. Tanto alcohol en un cuerpo tan pequeño tuvo sus consecuencias, como sería su borrachera que al llegar al hotel tuve que cargarla hasta la habitación.
Depositándola sobre la cama, la observé descojonado, no es que estuviese bebida, estaba fumigada, roncaba a pierna suelta, pero aún así me gustaba. Cuando la estaba desnudando para meterla entre las sábanas, se medio despertó, pero viendo su estado le pedí que se durmiera, pero ella se negó diciéndome:
-Tengo frío-.
Me desnudé abrazándola. Al hacerlo descubrí que Anak no mentía, tenía piel de gallina y no dejaba de tiritar mientras balbuceaba incoherencias. Tratándola de dar calor, comencé a aplicarle un masaje por todo su cuerpo, pero lejos de reaccionar se hundía cada vez mas en un sopor extraño, con los ojos en blanco no dejaba de decirme que me ayudaría a cumplir con mi misión.
La niña me estaba empezando a asustar ya que parecía que le costaba respirar con naturalidad. Su pequeño cuerpo se debatía entre las sábanas sin reaccionar a mis friegas, y sin saber que hacer la tomé entre mis brazos, llevándola a la ducha.
El agua caliente consiguió estabilizarla, cesando sus temblores y haciéndola recobrar el sentido. Como si fuera un títere se dejó, que la bañara y la secara. En sus ojos descubrí algo mas que agradecimiento, la muchacha me miraba dulcemente sin protestar.
Ya en la cama, se acurrucó a mi lado, y en silencio comenzó a acariciarme con sus piernas. Sus pies se restregaban contra los míos, a la vez que con sus rodillas y muslos hacía como si estuviera reptando por mi cuerpo. En un principio, pensé en decirle que se estuviera quieta, pero para cuando quise hacerlo, la pasión ya me dominaba. Acercando su sexo cada vez mas a mi pene, se retorcía excitada, pidiéndome que no me moviera, ya que quería hacerlo ella.
Suavemente se incorporó en la sabanas y agarrando nuestras camisas, ató mis muñecas al cabecero. Enervado por su juego, colaboré quedándome quieto mientras ella me inmovilizaba, y todavía mas cuando usando la funda de la almohada tapó mi ojos, de forma que no viera lo que ella hacía.
Oí como se levantaba al baño, buscando algo en su neceser. Sabiendo que iba a ser nuevo lo que iba a experimentar, esperé con nerviosismo su vuelta. No la escuché volver, pero sin previo aviso sentí como sus manos repartían por mi pecho un líquido aceitoso, tras lo cual fue su cuerpo por entero el encargado de extenderlo. Suspiró cuando sus senos entraron en contacto con mi piel, y ya sin ningón pudor se puso encima mío, buscando su placer. Era alucinante sentir como resbalaba y subía, acariciándome por entero, pero sin acercarse a mi extensión que la esperaba inhiesta y dura. De pronto, aprecié como una densa humedad absorbía mi pene, sin llegar a descubrir si era su boca o su sexo, el que poco a poco lo hacía desaparecer en su interior.
Con mis venas a punto de explotar, empecé a moverme, tratando de profundizar mas la penetración, pero ella protestó diciendo que era su hora, que tenía prohibido participar.
Su orden no hubiese sido mas efectiva si hubiera usado un poder mental como el mío, y sin poderme negar la obedecí quedándome inmóvil mientras gemía mi calentura. Nuevamente, sentí que mi pene volvía a penetrar en ella, pero esta vez si supe que parte de su cuerpo estaba usando, al notar las dificultades que tuvo para introducirse mi capullo. Anak se estaba empalando por detrás, su ojete me recibió con dificultad, de manera que pude percibir como sus músculos circulares se abrían dolorosamente mientras su dueña gemía en silencio. Centímetro a centímetro, toda la extensión de mi sexo iba desapareciendo en una deliciosa tortura. No debía de moverme pensé, meditando sobre la diferencia de tamaño, si lo hacía podía provocarle un severo desgarro, y lo que deseaba era darla placer y no dañarlo, por lo que aguanté pacientemente hasta que mis huevos chocaron con su trasero, en una demostración que ya había conseguido metérselo por completo. Parecía imposible que lo hubiese conseguido, pero con un gruñido de satisfacción empezó a menearse con mi falo en su interior mientras que con sus manos se masturbaba.
Paulatinamente fue resultando para ella mas fácil el empalarse, mi sexo iba consiguiendo relajar su recto, a la par que sus dedos conseguían empapar su cueva con sus toqueteos. No me podía creer lo que estaba sintiendo, su esfínter parecía ordeñarme dándome lo que mas deseaba, que era la completa posesión de esta mujer, pero mi extrañeza fue máxima al oírla gritar diciéndome que ni se me ocurriera correrme, que mi semen era para su boca, que quería disfrutar de su sabor nuevamente.
Completamente excitada saltaba sobre mi cuerpo, introduciendo y sacando mi pene con rapidez, mojando mis piernas al hacerlo con el flujo que manaba libremente de su sexo cuando empezó a notar los primeros síntomas de que el placer la iba calando. Lejos de esperar a recibirlo, aceleró sus acometidas de forma que sus nalgas sin control se retorcían al ritmo con el que sus dedos torturaban su clítoris al pellizcarlo. Su climax era cuestión de tiempo, con la respiración entrecortada, el sudor impregnando su cuerpo y su sexo anegado por el placer, estaba a la espera de un orgasmo, que llegó al oírme ordenarla que se corriera.
Fue una explosión, Anak gritó su liberación mientras su cuerpo convulsivamente temblaba empalado y su cueva se licuaba derramándose sobre las sábanas. Pensé que se iba a tomar un tiempo mientras se relajaba, pero en vez de ello, cogiendo mi pene entre sus manos, con su lengua lo limpió con premura buscando mi propio placer. Con la punta recorriendo todas la rugosidades de mi glande, fue incrementando sus maniobras mientras con sus manos me apretaba los testículos.
Para mi, el tiempo se había detenido. Sin poder ver y ni ayudarla al tener mis manos atadas, solo podía disfrutar de sus caricias. Anak se dio cuenta que ya no podía aguantar mucho, y abriendo por entero su boca, se embutió todo mi pene en su interior en espera de mi orgasmo. Con mi capullo empotrado en su garganta, su cabeza buscó mi placer moviéndose de derecha a izquierda, a la vez que sus manos me arañaban el pecho. Con un jadeo premonitorio, conseguir zafarme una de las muñecas y apretando su melena contra mi, me corrí en su interior sin dejarla moverse mientras me derramaba en oleadas de placer por su faringe. La muchacha sin quejarse sorbió toda la simiente, que llenaba su boca hasta que de la punta de mi sexo dejó de brotar el liquido y entonces levantando la cabeza, me premió con una bella sonrisa mientras me decía:
Ahora quiero que me tomes por delante-.
Me reí al escucharla, pero aunque me apetecía la coherencia me decía que era tarde y que al día siguiente tendríamos un largo camino, por lo que dándole una nalgada le dije que había que dormir. Pero mi queridísima malaya creyó que era parte del juego y lanzándose sobre mí intentó reactivar mi lujuria pero lo que consiguió fue que usando las camisas, la atara de pies y manos diciéndola al terminar:
-O te duermes o te saco desnuda al pasillo-
Esta vez me obedeció, la amenaza había surtido efecto y colocándose a mi lado para que la abrazara, puso su cabeza sobre la almohada, intentándose dormir. Satisfecho, pase mi brazo sobre ella y en esa postura concilié el sueño.
Durante toda la noche nada me perturbó, y como si me tratara de un niño, conseguí descansar acunado en los brazos de la mujer, solo despertándome cuando la claridad del día hizo acto de presencia a través de la ventana de la habitación.
Anak seguía totalmente dormida cuando me levanté al baño. Era una gozada el verla así, desnuda, bella y atada, su indefensión seguía sobrecogiéndome, y no solo por la pinta de sumisa que tenía con las camisas anudadas a sus tobillos y muñecas, era algo mas profundo, todo en ella era atractivo, y lo peor era que no sabía como iba a reaccionar cuando se enterara del verdadero motivo por el que buscaba a Wayan, la titánide de Oceanía. Temía que al saber que mis intenciones eran poseerla, me abandonara y eso me turbaba al darme cuenta que estaba enamorado de esa pequeñaja.
Pensando en eso, me metí bajo la ducha, pero ni siquiera el chorro de agua fría recorriendo mi piel consiguió quitarme la certidumbre de que la iba a perder en pocas horas, por lo que después de secarme me acurruque a su lado intentando disfrutar del poco tiempo que me quedaba a su lado. La diferencia de temperatura de nuestras pieles la hizo despertarse al sentir que la abrazaba, colocándome a su espalda.
-Buenos días, cariño-, me dijo aún medio dormida,-¿porque no me desatas?-.
-Vuélvete a dormir, quiero disfrutar de tenerte en mis brazos-.
Quería tenerla en esa posición eternamente, con su cuerpo diminuto pegado a mi piel, y su cabeza apoyada en la almohada mientras sus nalgas rozaban mi sexo. Pero resultó que ella al sentirme, empezó a restregar su trasero contra mi desnudo pene, consiguiendo sacarlo de su letargo.
Quieta-, protesté al notarlo.
Pero ella haciéndose la sorda, prosiguió moviéndose hasta que consiguió introducirse mi sexo en su cueva. Estaba atada, pero no indefensa, sentencié al notar como me absorbía en su interior, y viendo que no se iba a quedar quieta, abrazándola con mis piernas, profundicé mi penetración entre los suspiros y jadeos de la muchacha que ya totalmente despierta se retorcía mientras me imploraba que la amara. Su espalda seguía pegaba a mi pecho cuando mis manos acercándose a sus pezones, los descubrieron totalmente erectos esperando mi caricias. La cachondez de esta muchacha no tenía límites, y por eso no me sorprendió que al ponerla a cuatro patas, con su culito en pompa, me pidiera que la penetrara por donde yo quisiera. Estuve tentado de usar su puerta trasera, pero poniendo mi glande en su entrada, la penetré de un golpe hasta que chocó contra la pared de su vagina. Gritó al ser llenada, pero no satisfecha gimió pidiéndome que lo hiciera brutalmente.
Agarrado su pelo, lo usé como riendas de un cabalgar desenfrenado, penetrando y sacando de su interior mi pene sin compasión mientras ella se derretía sollozando de placer. Me recordó la escena a una día que vi a un jockey en una carrera y al igual que el atizó a su montura con una fusta, yo usé mi mano para obligarla a acelerar sus pasos dándole una fuerte palmada en su trasero. La muchacha berreó como la yegua que era en ese momento lanzándose a un galope cuya meta era es ser regada. El tratamiento le gustó, y chillando su calentura me pidió que no parara. Por supuesto que no lo hice, sino todo lo contrario, al oír que me respondía con un gemido cada vez que la atizaba en una nalga, mis caricias fueron creciendo en intensidad y frecuencia, hasta que con su culo totalmente colorado se desplomó sobre las sabanas mientras se corría. Al caer sobre el colchón me hizo desequilibrar y cayendo sobre su cuerpo mi pene se introdujo abruptamente en su interior provocándole otro orgasmo. Fue entonces cuando surgiendo de mis entrañas un fuerte deseo me sometió y sin ningún tipo de control eyaculé rellenando su cueva con mi semen, mientras ella se retorcía como una perra, diciéndome que terminara. Fue un placer total, todos mis nervios y neuronas disfrutaron de cada una de las oleadas con las que la bañé, pero sobre todo de cada uno de los aullidos que surgieron de su garganta al recibir la ansiada recompensa, de forma que exhausto caía a su lado besándola y abrazándola al saber que quizás esa era la última vez que lo hiciera.
Fue ella la primera en reaccionar y levantándose de la cama, se arrodilló en el suelo y extendiendo sus manos en plan de broma me dijo:
-¿Puede mi amo desatarme?, o es que su esclava no se ha comportado bien y debe continuar su castigo-.
Muerto de risa, deshice los nudos con lo que tenía atadas las muñecas y dándole un beso le repliqué:
-Los tobillos te los desatas tú, no vaya a ser que me vuelva a animar y tenga que aplicarte un correctivo-.
Aproveché ese momento para pedir por teléfono que nos trajeran el desayuno, ya que me crujía el estomago de hambre, y parodiando un viejo chiste pensé “no solo de los frutos del amor sobrevive un hombre”. Entre tanto Anak se había metido a bañar, por lo que al colgar y viendo que no tenía nada que hacer, puse la televisión esperando que el hotel tuviera la CNN porque me apetecía enterarme que había ocurrido por el mundo.
La locutora, una mujer de raza negra, estaba dando noticias de carácter económico cuando de improviso le avisaron de una última hora, y sin mediar palabra dio paso a su corresponsal en
El Vaticano, por lo visto acababan de atentar contra un alto dirigente de la Iglesia y aunque se desconocía el nombre del jerarca muerto, en una pagina de internet los supuestos autores del atentado, unos fundamentalista islámicos, se vanagloriaban de haber acabado con el numero tres de los católicos que para mi sorpresa no era otro que el cardenal Antonolli.
Me quedé de piedra al enterarme de ese modo de su muerte, y no solo porque no me lo esperaba sino por lo que significaba, ya que una vez muerto, nada ni nadie podía discutir mi autoridad entre los titanes. Hundido por la responsabilidad que eso significaba hice recuento de cuantos de nosotros conocía, y caí en la cuenta que quitando a las cuatro mujeres, solo sabía los nombres de dos mas, uno era mi padre y el otro la madre de Xiu. Sabía de primera mano que tanto Makeda como Thule eran huérfanas, y según los informes, la tal Mayan tampoco tenía padres. Eso hacia que fuéramos solo siete los titanes conocidos mas tres gestándose, cuando según el propio Cardenal el número nunca había variado en siglos manteniéndose un número constante de catorce, luego me faltaban cuatro y si descontaba el que debía de procrear con la mujer que andaba buscando, y también le restaba la titánide americana y su posible descendencia, todavía había dos por localizar.
Cual sería mi cara, que al salir Anak de la ducha me preguntó que pasaba. Tardé en contestarle por que no sabía que hacer, si volver a Europa a hacerme cargo de mi herencia o continuar mi misión y encontrar a Mayan.
Tras unos momentos de confusión, en los que alternaba entre las dos soluciones decidí explicarle que ocurría. La muchacha malaya me escuchó en silencio mientras le relataba una historia que dudaba que creyera, en la que yo me había convertido debido a ese atentado en el jefe de una estirpe muy antigua, y que el problema era si era mejor cumplimentar mi misión antes de volver o postergarla para retornar en un futuro.
Al terminar de oírme, se levantó de la silla en la que estaba sentada y midiendo sus palabras me contestó:
 
-¡Debes volver!-, la rotundidad de su afirmación me sacó del ensimismamiento en el que estaba, –sobre todo por que aunque no lo sepas, hace dos días que cumpliste con tu misión-.
Sin dejarme intervenir me explicó que Wayan se había enterado de que los hombres del cardenal la buscaban y que anticipándose a nosotros nos había estudiado y localizado sin que nos diéramos cuenta. Viendo mi desconcierto, me dijo:
Soy Wayan Bali, la titánide que buscabas-.
-¡Imposible!-, le grité sin creérmelo cuando de repente sentí que su mente se abría a la mía y como si de un abrazo se tratara se fundía conmigo, mostrándome que había querido conocerme sin descubrirse, porque si debía entregarse a un hombre, este debería amarla por quien era y no por lo que era.
Todavía desconcertado le dije que yo la amaba.
-¡Lo sé!, amado mío-, y leyendo en mi mente el ritual prosiguió diciendo: Como Wayan Bali, descendiente de Badung, príncipe de Bali, entro a formar parte de tu familia, despojándome de toda mi riqueza y posición. A partir de ahora seré llamada Wayan Song, concubina de Trastámara-.
-Te acepto en nombre de mi esposa Xiu y en el mío propio-, y sin darme casi cuenta formalicé nuestra unión de esa forma.
-Solo te queda una cosa por hacer mi querido esposo, antes de que vayamos a Europa-, me dijo Wayan.
Intrigado por la forma tan misteriosa en la que habló, le pregunté que era.
 
A partir de hoy deberás convertirte en el rey legítimo de mi pueblo y para ello deberás vencer en una lucha ritual ante los ancianos-.
-Pues mientras me enfrento a esos viejos, déjame practicar haciéndote el amor-
-No vístete, que tenemos prisa-, me contestó librándose coquetamente de mi abrazo.
Viendo que no tenía mas remedio que hacerle caso, me vestí mientras ella hacía lo mismo, de manera que en cinco minutos ya estábamos en la recepción de hotel esperando a Mr. Williams. Cuando este llegó, Wayan le explicó que había pedido su helicóptero, por lo que ya no hacía falta seguir disimulando. El viejo respiró aliviado e hincando su rodilla en el suelo, se despidió diciendo:
-Mi reina-.
Me quedó claro como se había enterado de nuestras intenciones por anticipado, el contacto del difunto cardenal era un topo de ella en nuestra organización. Debería estar molesto pero mirando al tipo me di cuenta que no le tenía ningún rencor, porque gracias a él había conseguido conocerla sin saber que era mi objetivo.
Y como no podía ser de otra forma, Wayan me tenía reservada otra sorpresa ya que al llegar al pequeño aeródromo de la ciudad, esperaba que un piloto fuera el que nos llevase a su pueblo, pero nada mas entrar en el aparato, se puso a los mandos de la nave, y aturdido observé, que ella era quien iba a llevarlo.
Medio muerto de miedo, me subí abrochándome el cinturón nada mas posar mi trasero en el asiento, esa iba a ser mi primera vez y el nerviosismo me atenazaba. Con la tez blanca por el terror que sentía le supliqué:
-¿Sabrás manejarlo?-.
Como única respuesta sentí que mi estómago se daba la vuelta, al ella despegar del suelo, soltando una carcajada. Si ya era malo de por sí el pensar que estaba en sus manos, todavía fue peor cuando equilibrando el vuelo, el aparato seguía inclinado hacia delante de forma que veía pasar las copas de los árboles a mis pies. Wayan tuvo que explicarme que un helicóptero volaba de esa forma, que la cola siempre se mantenía por encima de la cabina, y que las aspas debían estar inclinadas para avanzar, ya que solo cuando se eleva o desciende horizontalmente se ponen paralelas al suelo.
El vuelo se prolongó durante media hora, tiempo en que la mujer intentó que entretenerme mostrándome la belleza de su isla, de sus montañas y selvas, intento infructuoso porque tuve que hacer grandes esfuerzos para no vomitar en su interior de forma que nada más aterrizar, y con los motores parados, me bajé a hacerlo mientras ella se destornillaba al verme en ese estado.
Cuando ya repuesto, conseguí fijarme en las personas que venían a recibirnos, vi que venían ataviado con sus mejores galas, en pantalones bermudas y sin camisa de forma que los tatuajes de sus cuerpos pudieran ser observados por la concurrencia. Todo estaba milimétricamente preparado, los hombres portaban un palanquín en el que se subió Wayan, entre el júbilo de su pueblo.
Sentada en su trono, ocho enormes maories lo izaron y a hombros la llevaron al palacio, el cual era una réplica del palacio real de Bali. Mientras tanto yo tuve que seguirla a pie, pues hasta que no me ganase el título no era mas que un extranjero en esas tierras.
Los ancianos nos estaban esperando en la plaza, y tras una breve ceremonia, que no entendí, vi como dos hombres me despojaban de mi ropa, y me dejaban medio desnudo enfrente de la muchedumbre, solo tapado por los boxers que llevaba. Según me había contado la mujer, no debía de preocuparme ya que me iba a enfrentar a un solo hombre, pero alucinado vi que no era verdad y que quien se iba a enfrentar a mi era un nutrido grupo de tatuados guerreros.
Al protestar en voz alta, uno de los ancianos me explicó que debido a mi estatura y fortaleza el consejo había decidido que para que fuera justa la batalla debía de pelear con cinco de los mejores luchadores de la aldea. Sabiendo que de haber continuado con mi reproche lo único que hubiese conseguido hubiera sido quedar como un cobarde, decidí ver que me deparaba mi futuro inmediato.
No tardé en descubrirlo ya que poniéndose en formación y con unas mazas en las manos, mis contricantes comenzaron a realizar una Haka, la danza guerrera maorí en la que con grandes gritos y aspavientos tratan de intimidar a su enemigo. Los occidentales conocemos este baile por el rugby, es famosa la forma en que la selección neocelandesa lo ejecuta antes de cada partido.
Eso fue mi salvación, por que al verlos los imité solo que en este caso, saltando y gesticulando mientras usaba mi poder, les manipulé haciéndoles verme como un Dragón y a los escupitajos que les lancé como grandes bocanadas de llamas, por lo que antes de empezar ya estaban vencidos al estar profundamente aterrorizados por enfrentarse conmigo.
La batalla subsiguiente no tuvo historia, ya que uno a uno los fui desarmando y noqueando con la única arma de mis manos. Solo el mas experimentado de ellos me puso una leve resistencia, intentándome golpear con la maza, pero esquivando su golpe, le respondí con un puñetazo en la barbilla que fue la señal y banderazo de salida para el caos en que se sumió el publico. Un griterío ensordecedor salió de sus gargantas y como si fueran uno, la plebe se lanzó alzándome sobre sus hombros y llevándome a donde estaban los ancianos.
Estos parecían contentos, cosa que me pareció extraña, ya que habían preparado una pelea desigual en la que contra todo pronóstico había vencido. Fue Wayan, mi dulce Anak, la que me sacó de mi error.
-Somos un pueblo guerrero, mi gente espera que sus reyes al igual que hicieron mis antepasados luchen hasta la muerte por ellos, y es por eso por lo que te los has ganado, no solo te has enfrentado contra cinco sin temor, sino que además los has vencido. Ellos no buscaban que ganaras, solo querían saber si tenías el valor suficiente de entablar la pelea-.
-¡No entiendo!-
-Mi bisabuelo Bandung se lanzó a una batalla que sabía perdida, era su deber, y por eso tuvo una muerte gloriosa recordada por todos-.
-¡Fue un suicidio!-, le repliqué buscando un sentido.
-¡No!, mi familia, hombres , mujeres y niños regaron con su sangre nuestra tierra, para darnos la oportunidad de seguir vivos sin ser esclavos-, me respondió indignada.
Me callé al ser consciente de que estaba andando por arenas movedizas, cualquier paso en falso hubiese podido suponer un agravio a la memoria de sus antepasados. Reconocía en mi fuero interno el valor de su sacrificio, pero dudaba de su practicidad.
En ese momento, el mas viejo del consejo se acercó a mí con una corona de flores y tras ponérmela en la cabeza gritó a los asistentes:
-¡Pueblo he aquí vuestro rey!, ¡Rey he aquí vuestro pueblo!. ¡Nuestras vidas son suyas!, ¡su vida es nuestra!, y así por siempre-.

Un rugido unánime respondió a mi entronización, mientras Wayan sonreía satisfecha.

 

Relato erótico: “El anito de Anita (05)” (POR ADRIANRELOAD)

$
0
0

Después de esa tarde, mi madre empezó a sospechar algo. Cada vez nos dejaba menos tiempo solos y nuestros encuentros eran más esporádicos… así se fue terminando el verano y acercándose el momento en que Anita regresaría a su pueblo.

Llego el último día en que Anita estaría con nosotros. En el transcurso de la mañana y la tarde no se dio la oportunidad de que tuviéramos un último encuentro, mi madre la tenía entretenida alistando sus cosas para el viaje y las encomiendas que llevaría de mi padre a su hermano y su concuñada.

Pasaron las horas y mi mal humor aumento, así como la tristeza de ella. Cayo la noche, el tiempo se nos agotaba, ella partiría a la mañana siguiente… así que decidí arriesgarme…

Estaba en mi cuarto intentando dormir, pero no podía. Daba vueltas en la cama buscando una posición que me permitiera descansar. La idea de que la aventura, de esas vacaciones de verano con mi primita, terminara de esa forma no me dejaba conciliar el sueño, sentía que teníamos algo pendiente.

No aguante más… eran más de las 2 de la madrugada, me levante y lentamente me dirigí a mi puerta, sigilosamente abrí mi puerta, mire la puerta del cuarto de Anita y dude:

– Mi mama duerme como piedra, así que no hay problema, pero mi viejo tiene el sueño ligero… aunque esta noche se metió unos tragos viendo un partido de futbol, así que dormirá profundamente… pero con el viejo nunca se sabe… y si me atrapa de nuevo, ahora sí que no tendría una excusa… ¡qué diablos!… algo se me ocurrirá…. me dije justificándome por esa nueva incursión.

Con el corazón en la boca, me aproxime a la puerta de ella, gire la perilla (ufff vamos bien), ingrese lentamente y cerré la puerta con cuidado (listo, estoy dentro)… me disponía a ir a la cama pero… mejor le pongo seguro a la puerta, me dije… así lo hice, procurando no hacer ruido.

Ahora sí… enrumbe a la cama sigilosamente, procurando no tropezar nada que me delate. Una oportuna luna llena iluminaba la noche, y alumbraba el cuarto de mi prima, que dormía, cubierta apenas por una cobija, debido al calor se habrá descubierto, pensé.

Además, como era su costumbre, solo llevaba puesto un polo largo y debajo nada, mi primita era muy calurosa.

Sin hacer ruido y procurando no despertarla, me acurruque detrás de ella… descubrí sus bien formados muslos y sus nalgas. Anita seguía dormida, vaya que tenía el sueño pesado. Libere mi verga que lucía dura, ansiosa por disfrutar nuevamente del cuerpo de esa jovencita.

Dirigí mi pene a la entrada de su vagina y comencé a penetrarla lentamente.

– Pero, ¿qué?… reacciono ella, entre sueños.

Con una mano le tape la boca para que no gritara.

– Tenemos un asunto pendiente… le susurre y le metí gran parte de mi verga.

Ella se contrajo por la sorpresa y ahogo un grito entre mis dedos. Sin darle tiempo a reaccionar empecé a bombearla suavemente para no hacer ruido. Mientras tanto Anita, aun adormecida pero más consciente de la situación, levantaba un poco la pierna para permitir una mejor penetración.

Luego Anita pasó una de sus manos por detrás de su cintura, buscando mi pene. Pensé que quería acomodarse mejor, pero una vez que lo tuvo entre sus dedos, lo apunto hacia su ano… como ya se le había hecho costumbre en esas vacaciones.

No ajeno a sus deseos, y dado que era su despedida, accedí a ubicar mi verga en su pequeño y comelón agujero. Ajuste lo más que pude, hasta que entro la cabeza, y no pudiendo contenerme por la emoción del momento, se la enterré de un empujón casi toda.

– Ouuu… ohhh… exclamo en voz baja.

Anita prácticamente salto de su posición y me clavo sus dientes en mi mano, que aun cubrían su boca. Los dos contuvimos un grito de dolor: yo por mis dedos y ella por su ano tan bruscamente invadido. Era la primera vez que la penetraba así, sin dilatar previamente su arrugado anillo… y ella lo sintió.

Cuando se calmó y su respiración volvió a la normalidad, nuevamente comencé a bombearla lentamente. Ella se estremecía aun del dolor y el placer que le provocaba mi pene en su aun somnoliento cuerpo…

– Uhmmm siii… asiii primito… murmuraba agradecida.

Sus primeros gemidos se ahogaron entre mis dedos, mientras ella misma se dedicaba a masajear sus hinchados pechos, estrujándose sus endurecidos pezones, provocándose más placer. Quito mi mano de su boca y la guio a sus senos, incentivándome a que los acaricie…

– Dame masss… masss fuerteee… por favorrr… me susurraba.

– Pero no grites… le pedí.

– Si, siii… te lo prometo… no gritare… pero dame masss… me suplicaba ella.

Acelere las penetraciones, sus senos saltaban entre mis dedos, sus nalgas se estremecían con cada embestida… ella se mordía los labios para no gritar…

– Ohhhh… siii… asiiii… la escuchaba decir en voz baja.

La cama crujía, por momentos retumbaba, pero no nos importaba. Anita desfallecía de placer, tuve que ayudarla a levantar su pierna para que mi verga la siga penetrando hasta el fondo como ella quería. Mientras seguía pidiendo…

– Asiiii… asiiii primito… rómpeme el culo… ohhh… ohhh…

Llegaba al clímax y yo con ella… hasta que no pude más y le llene las entrañas con mi semen caliente…

– Ohhh… ahhhh… siii… que ricooo… ahhh… uffff…..

Le bese el cuello, ella busco mis labios desde su posición, nos besamos. Con mi verga sema erecta a punto de salir de su ojete quise jalarla hacia mí para besarla más cómodamente, pero ella se opuso:

– No aún no… me dijo aun excitada.

– ¿Por qué?… pregunte

– Quiero que me lo hagas otra vez…

– ¿Perdón?…

Ya me había arriesgado bastante con Anita, entrando al cuarto y a su ano… hasta ahora habíamos tenido suerte que mis viejos no hayan escuchado sus tibios gemidos, ni el sonido de la cama… sin embargo a mi primita no le importaba…

– Házmelo otra vez… me pidió.

Anita se iría en pocas horas a su pueblo, y ella no sabía cuándo nos veríamos de nuevo, cuando la atoraría otra vez como se le había hecho costumbre. Quería una cogida que recordara por mucho tiempo… quería irse satisfecha y con el culo reventado…

– Vamosss.. me insistió.

– Dentro de un rato, aún estoy agitado, y tu también… al menos recupera el aliento… le dije.

– No ahoraaa… por favorrr… dijo rogándome.

Y comenzó a menear su redondo y jugoso trasero suavemente por mi ingle, incitando mis genitales, despertando nuevamente mi instinto sexual, mi pene fue creciendo nuevamente dentro suyo.

– Epaaa… exclame, al darme cuenta que sus movimientos surtían efecto.

– Ya vez, que si puedes… me dijo con cierto tono de sarcasmo.

No solo había despertado a la niña, había despertado también el apetito sexual que tenía con ella y su incipiente gusto anal…

– Tú te lo buscaste… dije en voz baja y nuevamente arremetí contra su ano…

– Ohhh… Ohhhh… siii… asiiii… destrózame el ano….

– Tomaaa…

– Ohhh… hummm… ohhhh…

Rápidamente llego su segundo orgasmo, mientras yo seguía martillándole el trasero…

– Hummm… nooo… esperaaa… que no aguantooo… ohhhh

No preste mucha atención a sus débiles y ahogados gemido… estaba alucinado con su gordo trasero… no podía detenerme, seguía clavándola con fuerza…

– Ahhh… hummm… ayyy… mi anitooo… ouuu…. se quejaba.

– Tú lo quisiste…

– Ohhh… siii… sigueee… pero no tan fuerteee… ahhhh…

Sus tetas bailaban, saltaban… la cama retumbaba, sus exclamaciones eran más fuertes…

– Cállate… que nos van descubrir… le pedi

– Si, si… pero no pares… sigueee… hummm…

La muy glotona venia por su tercer orgasmo y yo me encaminaba a mi segunda eyaculación…

– Ohhh… asiii primito… acabameeee…

– Mierdaaa… que me vengo…

Una nueva explosión de mi leche caliente invadió su pequeña y joven cueva… los dos bañados en sudor (y ella en semen) nos rendimos exhaustos y completamente satisfechos en la cama… no supe más… hasta que…

Hasta que… sonó la puerta… me desperté aturdido… el sol entraba por la ventana… había amanecido…

– Anita, ya es hora de levantarse…

Ella se levantó asustada… ¡Carajo! mi vieja, no puede ser… tanto para que nos descubran el ultimo día, pensé… nuevamente tocaron la puerta.

– Abre un rato la puerta hija… insistió mi fastidiosa madre.

– Ya voy… respondió Anita, mirándome con pánico.

Anita se levantó presurosa y con la sabana manchada por nuestro encuentro nocturno, se limpió los restos de esperma de sus intimidades… giraron la perilla de la puerta, iba a entrar… por suerte le había puesto seguro a la puerta.

– ¡Escóndete!… me susurro, mientras ella ocultaba en el ropero la sabana manchada con mis líquidos seminales.

Me metí debajo de la cama como pude… tocaron la puerta. Ella abrió…

– Muchacha, sí que tienes el sueño pesado… se quejó mi madre.

– Si, tía… es que… decía Anita sin encontrar un pretexto.

– y tu cuarto… tu cuarto huele raro… dijo mi madre desconfiada.

Claro que olía raro, ¡olía a semen!, decía yo para mis adentros… si esta pequeña pervertida me exprimió hasta la última gota…

– Es que… es que… anoche… anoche hacía mucho calor tía… y creo que… creo que sude mucho… repuso mi primita.

– ¿Estás en esos días hija?… pregunto la inoportuna de mi madre.

Mi madre quería saber si los olores eran también producto del periodo de mi prima, de sus días rojos, quizás para corroborar que devolvía a mi prima a su pueblo intacta, bien sellada como vino… verificar tal vez que yo no le haya enseñado más de la cuenta a mi prima…

– Si, también… tía… dijo avergonzada Anita.

– Bueno, abre más la ventana para que se ventile el cuarto…

Estaba saliendo, pero se detuvo… ¡ya me jodi!… titubeo, y luego pregunto:

– ¿Has visto a tu primo Juan?

– No… No le visto… respondió con voz temblorosa.

– Ese muchacho ¿dónde se habrá metido?.

¡Si supiera!, ese muchacho se había metido en muchos lugares que no debía, sobre todo, y muchas veces, en el anito de su primita. También estaría metido en muy, pero en muy serios problemas si descubrían que en ese instante estaba metido debajo de la cama…

– Bueno… no importa… prepárate para el desayuno, en un par de horas regresas a tu pueblo… dijo finalmente mi madre y luego salió.

En esos breves minutos a mí me parecieron horas, creo que perdí como dos litros de agua y envejecí un par de años con la tensión de ser descubierto…

Para disimular, minutos más tarde, tuve que aparecerme por el jardín, vestido con ropa deportiva, con el pretexto que había salido a trotar…

Llego el momento de despedirse, mis padres la dejarían en la estación del autobús, preferí quedarme en casa para evitar alguna suspicacia de último minuto… nos dejaron unos momentos solos:

– Gracias por todo primo… me dijo con una sonrisa triste.

– Cuídate primita… siempre estarás en mi corazón… le dije abrazándola.

– Y tú en mi calzón… me susurro traviesamente al oído, tuve que contener la risa.

– Bueno es hora de irnos… dijo mi padre.

– Adiós Anita…

Luego se marchó, dejándome gratos recuerdos de los momentos que vivimos juntos ese verano…

Continuara…

Para contactar con el autor:

AdrianReload@mail.com

 

Relato erótico: “Robando la leche de su madre al hijo de mi criada 13” (POR GOLFO)

$
0
0


Capítulo 16

A las diez de la noche, cuando las parejas invitadas a la fiesta comenzaron a llegar, no me costó percatarme de las diferentes formas de relacionarse que había entre ellas. Mientras en algunas era evidente que la custodio era la que llevaba la voz cantante, en otras la mujer adoptaba una postura secundaria llegando en algunos casos a rayar la sumisión.

        «¡Qué curioso!», medité al fijarme en Manuel y en Dana.

        Aunque mi amigo me había reconocido en privado su completa dependencia por su rumana, exteriormente parecía que quién manejaba las riendas de esa relación era él. Tratando de buscar un motivo a esa disparidad, caí en la cuenta de que, aunque Manuel no fuera consciente Dana había renunciado a su propia hija por él.

«Y ese cretino no se ha dado ni cuenta», pensé asumiendo que en su caso no era tan claro quién era el miembro alfa de esa relación.

En otros casos la situación era diametralmente distinta y el humano se desvivía por agradar a la custodio. Uno de los más evidentes era justamente el futuro jefe de María, el cual, y a pesar de la fama de capullo inflexible que tenía, se comportaba como el perrito faldero de su acompañante.

«Pobre cabrón», sonreí al ver como la pelirroja, que en teoría debía servirle, le humillaba en público.

Fue entonces cuando empecé a sospechar que, aunque esos bellos seres sostenían que su comportamiento variaba en función de las necesidades de su protegido, la realidad era muy distinta y que por azares del destino o de la genética, una custodio se sentía atraído por aquellos que se complementaban con ellas.

«Esta zorra era en su interior una dominante de libro aun antes de conocer al tipo», me dije viendo la felicidad con la que comentaba a sus amigas como su protegido disfrutaba con sus castigos.

― ¿Tan raras te parecemos? ― escuché que me preguntaban a mi espalda.

Al girarme me topé con una morena agitanada que me miraba con un extraño brillo en sus ojos.

― ¿Por qué lo dices? ― contesté tratando de simular una tranquilidad que no tenía, ya que era tal la belleza de la mujer que me costaba hasta el respirar.

―Te he pillado observando a mis hermanas como bichos raros― replicó.

La dureza de esa afirmación fue amortiguada parcialmente por la dulzura de su voz.

―Todos somos raros― respondí― y yo, el primero.

Su cara se iluminó con una enigmática sonrisa antes de contestar:

―En eso tienes razón. Tu caso es tan extraño que me tiene intrigada.

No tengo que deciros que al escucharla se despertaron todo tipo de alertas en mi interior. No en vano esa desconocida me acababa de catalogar como rareza. Por ello, midiendo mis palabras le pedí que me explicara que era lo que me hacía único.

Sin variar ni su tono ni su gesto, me espetó:

―No solo has conseguido que la hermana que te ha sido asignada se vuelque contigo de un modo inaudito y se permita ciertas excentricidades, sino que son varias las custodios a las que tu olor no resulta indiferente.

Tardé unos segundos en asimilar el significado de lo que me acababa de decir:

 ― ¿Me estás diciendo que además de a Simona pongo cachonda a otras?

―Por extraño que parezca, así es. Sin llegar a provocar los mismos efectos que en Simona, al menos tres de las hermanas consultadas se han sentido perturbadas por tu aroma.

No supe interpretar la expresión de su rostro y es que, aunque en un principio pareció escandalizada, su actitud cordial y amistosa me hizo sospechar que lo que estaba era fascinada por las posibilidades que se abrían a mi alrededor.

― ¿Qué piensas que soy? ― pregunté directamente.

Sin cortarse un pelo, replicó:

―Todavía no estoy segura, pero puede que tu presencia signifique una renovación en nuestras costumbres y que hayas llegado para inyectar sangre nueva en nuestra especie o por el contrario seas un peligro que hay que suprimir.

La seguridad con la que acababa de decirme que mi destino estaba en duda me hizo comprender que estaba ante un miembro importante dentro de la jerarquía de esas brujas y que la razón de su presencia en esa fiesta era juzgarme.

― ¿No habrás decidido matarme? – aterrorizado pregunté.

Soltando una carcajada, esa morena de ojos profundamente oscuros me replicó:

―Por ahora no. Creo que voy a dar una oportunidad a las hermanas que ven en ti un revulsivo y permitiré que se pruebe con voluntarias que hayan perdido sus parejas si tu olor es capaz de embarazarlas. Mientras tanto he decidido que independientemente del resultado se te permita expandir tu progenie y se te dote de mujeres a las que preñar.

No me paso inadvertida la diferencia que hacía entre preñar a humanas y embarazar custodios, pero sabiendo que no me resultaría provechoso mostrar mi cabreo, únicamente señalé mis reparos a esa solución porque no estaba dispuesto a tirarme a ancianas.

―Me refería a viudas, no a viejas― riendo contestó y llamando a una rubia que nos miraba con interés desde la puerta, me la presentó diciendo: ― Mihaela ha aceptado someterse a este experimento y a partir de esta noche vivirá en tu casa.       

Reconozco que me enfadó el hecho que ni siquiera me hubiesen tomado en cuenta. Queriendo en cierta forma tomarme una revancha, tomé de la cintura a la recién llegada y la besé. No supe que decir ni qué hacer cuando ante mi sorpresa, la joven se derritió entre mis brazos y menos cuando temblando pidió ayuda a su superiora diciendo:

―Oana, ¡pídale que me suelte! Antes de entregarme a él, necesito el permiso de Simona.

La angustia de sus palabras maximizó el efecto de la carcajada que soltó la morena antes de exigir que la dejara ir.

―Me ha quedado claro que, viviendo en casa de Simona, Mihaela no tardará en quedarse en cinta, pero antes debemos de evaluar si nos interesa incrementar nuestro número usándote a ti de progenitor.

―Un momento― exclamé― acabo de caer en que siempre me habían dicho que las custodios solo eran capaces de procrear una vez.

―Normalmente así es. Es sumamente raro que habiendo dado a luz y tras perder a su pareja, alguna de nosotras sienta deseo por otro humano. En esos casos podemos tener otra hija, por eso es tan importante saber si eres unos de esos individuos que es capaz de despertar el deseo en aquellas cuyos protegidos han muerto.

Acojonado por el significado de sus palabras y obviando que la rubia podía oírnos, comenté que porqué debería aceptar ser su semental. 

Sonriendo con descaro, la morena contestó:

―Por lo poco que sé de ti, la idea de tener un harén de bellezas a tu disposición te resulta agradable, pero creo que debes de recordar que tenemos otras formas de convencerte.

―Simona me da suficiente, no necesito más― creyendo que se refería a la leche repliqué.

Acercándose a mí, esa arpía de bellas facciones susurró en mi oído:

―Tu lujuria es más grande que tu cerebro, pero no creo que quieras ser el responsable de la muerte de tus dos amantes.

Me quedé petrificado al oír esa amenaza y es que, a parte de la gravedad de esta en sí, Oana me acababa de confirmar que no solo era de su conocimiento mi relación con María, sino que también sabía que me andaba tirando a Cristina.

―Acepto― contesté dejándome caer en un sillón.

Justo en ese instante, por la puerta, aparecieron las dos mujeres que hasta ese momento eran mis parejas oficiales y por su indumentaria comprendí que mi capacidad de sorpresa se iba a ser puesta nuevamente a prueba.

«¿Qué narices pasa aquí?», me pregunté al ver que llevaban una túnica blanca exactamente igual.

Quizás por ello no me sorprendió que Simona se arrodillara ante la morenaza que me había interpelado y extendiendo sus brazos ante ella, dijera:

―Oana, me postro ante ti en señal de lealtad para comunicar a todas mis hermanas que es mi deseo extender mi protección a la mujer que está a mi lado.

― ¿Por qué deberíamos aceptar tal cosa? ― replicó su superiora.

Mientras María se mantenía muda, la rumana contestó:

―Mi amado protegido desea prolongar su estirpe humana y para ello, está conforme en compartir mi leche con ella…

―Y a pesar de ser algo inusual entre nosotras, tú has accedido― interrumpiendo, Oana replicó.

―Aunque es infrecuente, se ha dado el caso en nuestra historia― Simona se defendió sin darse cuenta de que con ello dejaba abiertas sus defensas.

Su jefa sonrió y antes que Simona pudiera hacer algo para rectificar, le dijo:

―Tienes razón, pero siempre que uno de nuestro protegido ha seguido preñando a mujeres de su especie también creo un nuevo linaje de hermanas… ¿nos estás diciendo que Alberto puede ser uno de esos valiosos especímenes llamado a renovar nuestra sangre?

 El estupor que leí en la cara de la rumana me hizo saber que no había pensado en las consecuencias de su petición y que, de ser aceptada, tendría que compartirme con todas aquellas que se vieran afectadas por mi olor.

―Será un placer repartir con mis hermanas la esencia de mi protegido― tras unos instantes, respondió y la sonrisa que iluminó su cara al hacerlo me hizo comprender que Simona había supuesto que jamás se daría el caso.

Tomándole la palabra, la morenaza aquella le soltó:

―Es muy generoso de tu parte y como son varias las voluntarias, el consejo ha decidido ir de una en una probando su idoneidad como creador de estirpe.

La expresión de mi rumana mutó de la incredulidad inicial a una consternación total al darse cuenta del error que había cometido y más cuando su superiora le comunicó que, cuando esa noche todo el mundo se fuera, Mihaela se quedaría viviendo con nosotros.

La aludida al escuchar esa conversación supo que ya era un hecho que se uniría a nuestra peculiar familia y acercándose a mí, susurró en mi oído:

―Solo espero que mi futuro señor sea tan estricto conmigo como lo fue el antiguo.

El significado de tal afirmación no me pasó inadvertida y conociendo que me hallaba ante una sumisa de libro, mi pene despertó de su letargo.  De haber estado solo con ella, me hubiese gustado investigar los límites de su entrega, pero teniendo más público del deseado me tuve que conformar con regalar un sonoro azote sobre sus ancas. La reacción de Mihaela me ratificó su condición y es que, en vez de molestarse con esa ruda caricia, su rostro se iluminó con una espléndida sonrisa de oreja a oreja.

― ¿Qué ha pasado? ― preguntó María totalmente perdida.

No pude evitar una carcajada cuando la rubia custodio respondió:

―Mi señor ha accedido a que sea su zorrita.

Que le impusieran una compañera de su especie, contrarió a Simona y acercándose a mí, me rogó que la perdonara porque no había sido su intención el imponerme nuevas responsabilidades.

― ¿Te refieres a Mihaela? ― pregunté.

        ―Sí. Nunca me imaginé que hubiese otra que reaccionara a tu aroma― respondió deshecha: ―Me consideraba la única y ahora me doy cuenta de que hay otra que siente lo mismo que yo.

        Viendo su dolor, me vi incapaz de comentarle que según me había revelado Oana había al menos otras dos que se sentían atraídas por mí y tomándola de la cintura, la atraje hacia mí diciéndola:

―Eres y serás siempre mi favorita. Para mí, eres la mejor, la única que se merece el título de ser mi igual… las demás son y serán nuestras putitas.

Mis palabras la hicieron sonreír y pegando su cuerpo al mío, me preguntó si pensaba realmente eso.

―Por supuesto, estoy deseando que se vayan todas las brujas para demostrártelo.

― ¿En qué has pensado? ― comentó con tono pícaro.

Su excitación se hizo evidente por el desmesurado tamaño de sus pezones y quizás por ello no pudo reprimir un gemido al escuchar que le contestaba:

―Pediré a María y a Mihaela que preparen tu coño para mí. Estoy deseando oír que no me necesitas para gritar de placer.

―Prefiero que seas tú quien me haga chillar― respondió mientras restregaba su sexo contra mi entrepierna.

―Eso después, putita mía. Primero que trabajen nuestras zorritas.

Con un desmesurado brillo en sus ojos, prueba de la lujuria que la atenazaba, Simona comentó muerta de risa:

―Nunca he oído que una custodio le coma el chumino a otra frente a su señor…por lo que no va a ser tan mala idea el que Mihaela viva con nosotros.

La rubia volvió a mostrar su naturaleza al contestarla que si su amo se lo pedía no tendría inconveniente en satisfacer todos y cada uno de sus caprichos.

― ¿Me obedecerías como si fuera tu dueña? ― preguntó mitad escandalizada, mitad excitada.

Sin levantar su mirada, la otra custodio respondió:

―Si mi amo la considera su igual, será mi deber el servirla.

Interviniendo en la conversación, dejé caer que ese era mi deseo. Al escucharme, Mihaela se arrodilló frente a Simona y le prometió fidelidad sin importar que Oana pudiera verla. Contra todo pronóstico, la jefa de todas ellas no se tomó a mal esa inaudita entrega y acercándose a donde estaba mi rumana, comentó:

―Como favorita de un creador tendrás que aceptar que entre tus obligaciones estará poner orden en tu casa… tanto entre las humanas como entre las hermanas que vivan bajo tu techo.

Asumiendo sus deberes, rápidamente la contestó que así lo haría y ejerciendo por primera vez del poder que se le había otorgado, pidió a Mihaela que ayudase a María con las bebidas.

―Ama, ¿desea que le traiga algo? ― contestó con alegría demostrando con ello que aceptaba de buen grado su jerarquía.

―Una cerveza― Simona respondió y sin dar mayor importancia a su entrega, se puso a charlar con el resto de los invitados.

        Conociéndola, comprendí que esa normalidad era una fachada y que en su interior debía de estar luchando para controlar la fogosidad de su talante y que de no estar presentes sus hermanas, mi rumana hubiese dado rienda suelta a su lujuria obligando a la nueva adquisición a hurgar entre sus piernas.

        «Y ella está deseando que la obligue», me dije al advertir el modo en que Mihaela miraba a Simona.

Sospechando que no tardaría en contemplar esa escena, me uní a la fiesta y fue entonces cuando me percaté realmente de cual sería mi papel en un futuro al sentir el acoso de todas y cada una de las custodios presentes en el lugar. Y cuando digo acoso no exagero, ya que desde la más lanzada a la más mojigata de ella se acercó a mí para comprobar en persona si mi olor la afectaba. Mientras algunas fueron lo suficientemente prudentes para disimular y me olieron sin molestar, otras directamente buscaron mi contacto llegando incluso a meter su cara en mi sobaco.

Con un cabreo in crescendo, advertí que las más insistentes eran aquellas cuyos protegidos sobrepasaban los setenta.

―No te enfades con ellas. Ven cercano el momento en que se van a quedar viudas y tienen miedo a la soledad. Tu presencia le ha hecho albergar esperanzas de no quedarse solas― escuché a Oana decir.

Indignado me giré a contestar, pero no pude hacerlo. Un nudo en mi garganta me lo impidió al descubrir que esa espectacular morena tenía los pitones totalmente tiesos. La jefa de las custodios se puso roja al darse cuenta de que me quedaba mirando sus pezones, pero lejos de tratar de disimular, me soltó:

―No te voy a negar que me excitas, pero afortunadamente mi protegido goza de buena salud y no necesitaré de tus servicios en años.

Que Oana también se supiera candidata a formar parte de mi harén me preocupó. No en vano si en ese reducido grupo había al menos tres de esas arpías a las que no era indiferente, bien podían ser docenas las repartidas por el orbe que llegado el momento buscaran mi compañía.

«Al final voy a tener que salir huyendo», sentencié para mí mientras me servía una copa.

Capitulo 17

Pasada la media noche, los invitados comenzaron a marcharse a casa. Al principio a cuenta gotas, pero en el momento en que Oana y su pareja dejaron la fiesta cundió entre los restantes el deseo de volver a sus hogares y en menos de diez minutos, me quedé solo con Simona, María y Mihaela.

Reconozco que fue un momento extraño. Todos sabíamos lo que debíamos hacer, pero nadie se atrevía a dar el paso.  Observando a las tres mujeres, advertí que quizás la única tranquila era María. Las otras dos estaban expectantes y me miraban pidiendo que fuera yo quién tomase la iniciativa.

Asumiendo que no me quedaba otra que hacerlo, llamé a la nueva y estrechándola entre mis brazos la besé posesivamente. Tal y como preveía, Mihaela recibió con alegría mi lengua dentro de su boca y sonrió cuando sintió mis manos magreándole sus pechos. Lo que quizás no se esperaba fue la actitud de Simona al unirse a la fiesta y es que, en vez de mostrarse cariñosa, llegó y soltándole un tortazo, le exigió que se separara de mí.

Juro que hasta yo me quedé espantado y es que nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa mujer cariñosa y divertida reaccionara de esa forma. Curiosamente fue la agredida quién vio normal ese trato y obedeció al instante sin que su rostro reflejara el menor disgusto.

―Puta, ¡todavía no sé si voy a aceptar que toques a mi protegido! ― escuché que le decía mientras usaba sus manos para desgarrar el vestido de la indefensa mujer.

La violencia de sus actos estuvo a punto de hacerme intervenir, pero justo cuando iba a salir en su defensa, vi a la rubia sonreír.

«No me lo puedo creer, ¡está disfrutando!», pensé impresionado.

Mi rumana aprovechó para pedirle que se acercara. Mis reparos desaparecieron al observar que Mihaela se arrodillaba y se ponía a maullar mientras gateaba hacia ella. Al llegar a su lado, nuevamente demostró que ansiaba ser aceptada al no dejar de ronronear mientras restregaba el lomo contra las piernas de la que consideraba su dueña. Simona, satisfecha, me guiñó un ojo antes de decirle con tono suave pero firme que la acompañara.

Al comprobar que se dirigían hacía mi cuarto, cogí del brazo a María y fui tras ellas, impaciente por observar que era lo que mi ángel custodio había planeado para su hermana.

― ¿Y yo qué hago? ― preguntó mi amiga al no saber cuál era el papel que tenía preparado para ella.

―Siéntate con Alberto mientras valoro nuestra nueva adquisición y no hables si no quieres que te trate igual que a esta zorra― contestó Simona desde el centro de la habitación y dirigiéndose a la otra custodio, le ordenó que se desnudara.

A pesar de estar medio en pelotas la rubia dudó que debía quitarse antes si el sujetador o las braguitas:

― ¿Por dónde empiezo? ― preguntó.

Le contestó desgarrando el coqueto tanga que llevaba. Mihaela no se lo esperaba, pero aun así entendió que quería rapidez y que no podía ni debía dejar de obedecerla.

―Ama, le ruego me perdone― dijo disculpándose tras lo cual comenzó a quitarse el sujetador mientras trataba de descubrir mirándola a los ojos si le gustaba el modo en que obedecía.

No me quedó duda alguna de que esa rubia sabía que era obligatorio para ella el satisfacer a mi rumana con anterioridad a ser mía. Por ello no me extrañó que, al quedarse totalmente desnuda, se pusiera a su lado.

Ejerciendo su autoridad, Simona le levantó la barbilla con sus dedos y valorando su adquisición como a una pieza de ganado, la alabó diciendo:

―No está mal. Tiene unas facciones armoniosas.

Supe que, aunque en teoría esos pensamientos en voz alta iban dirigidos a mí, en realidad la intención de Simona era que la custodio los oyera. Por un momento, Mihaela creyó que iba a besarla, pero no tardó en comprobar que al menos momentáneamente se iba a quedar con las ganas cuando deslizando la mano por su cuello, mi rumana siguió tasando su adquisición.

―Buena estructura ósea, piel tersa… ―y subiendo un nuevo escalón en el control de la joven, sostuvo ambos pechos entre sus palmas para acto seguido comprobar su textura pellizcándole los pezones. Un gemido de dolor surgió de su garganta, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.

―Pensaba que los tendría mejores― comentó con falta de entusiasmo.

Al escuchar esa injusta crítica, Mihaela me miró preocupada, buscando quizás un apoyo que nunca recibió a pesar de que en mi interior sabía que los tenía estupendos.

― ¡Qué guapa es! ― susurró a mi lado una María deseosa de intervenir.

Apiadándome de ella, le pedí que separara sus piernas y comencé a masturbarla mientras a dos metros, Simona se tomaba su tiempo para recorrer la distancia que había entre los senos y el ombligo de su víctima.

―Calla y observa― musité a mi amiga al saber que mis maniobras no tardarían en afectarla y más cuando no perdía detalle del modo en que las areolas de la joven se retraían endureciéndose y que en su expresión, ya era más que evidente que estaba excitada.

Simona disfrutó al ver que la respiración de Mihaela se agitaba al ritmo de sus caricias siguió bajando rumbo a su sexo y que, decidida a facilitarle la tarea, su víctima separaba las rodillas dándole paso franco hacia su meta.

―Me encanta ver que eres una puta que sabe cómo depilarse el coño― comentó al comprobar que no había rastro de vello entre sus pliegues.

Aprovechando el momento, no se lo pensó dos veces y separando los labios del pubis de la muchacha, comprobó que, debido a la calentura, los tenía completamente hinchados. Lo que nunca se imaginó fue que producto de sus toqueteos, el clítoris de Mihaela estallara llenando de flujo sus dedos.

 ―Perdón, Ama, no pude evitarlo…― avergonzada murmuró la pobre rubia.

Exteriorizando su enfado, Simona le preguntó que quién coño se creía para correrse sin su permiso y que, si realmente quería que la aceptáramos como nuestra esclava, debía comportase como una. Reconozco que me pareció una exageración que hablara de esclavitud porque hasta ese momento lo único que sabía era de sus inclinaciones sumisas, pero por enésima vez en el breve lapso desde que la conocía Mihaela me volvió a sorprender al responder cayendo postrada a sus pies.

―Esta zorra está más necesitada que yo― balbuceó sobrecogida María.

Y no era para menos. No contenta con haberse lanzado al suelo, la rubia estaba besando los pies de Simona mientras le agradecía que la tomara en cuenta como candidata a ser de su propiedad.

 Mi rumana ejerciendo el poder que había recibido, se sentó sobre la cama y le gritó:

―Ven aquí, inmediatamente.

Mihaela, viendo que se señalaba las piernas creyó que le estaba pidiendo que se sentara en ellas.

―Así, ¡no! ― le gritó al ver sus intenciones y tumbándola sobre sus rodillas, empezó a azotarle el trasero.

Si bien en un principio comenzó suavemente, viendo que no se quejaba, fue incrementando tanto el ritmo como la intensidad de los golpes. El castigo que estaba sufriendo ya era excesivo, cuando por vez primera escuchó de labios de la rubia un suave gemido.

Desde mi posición observé que las quejas de la custodio adoptaron el mismo ritmo con el que era azotada, pero por mucho que lo intenté no supe interpretar sus sollozos. Parecían una mezcla de dolor y de placer, y solo cuando chillando Mihaela pidió a Simona que siguiera castigándola, comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda.

Al percatarse, siguió azotándola, pero entonces y mientras la rubia empezaba a convulsionar por el gozo que sentía, Simona vio que la piel de la muchacha mostraba los efectos de un castigo excesivo.

― ¡Córrete antes de que me arrepienta! ― ordenó.

María se vio sorprendida por la violencia del orgasmo de la rumana y cerrando sus rodillas, intentó evitar el contagio, pero ese gesto aceleró su placer y mientras la rubia se corría en manos de Simona, ella hizo lo propio en las mías.

Satisfecho, la dejé descansar y fui a verificar los daños que había sufrido Mihaela. Tal y como había previsto, tenía el culo amoratado, pero afortunadamente comprobé que no tenía nada permanente.

Por eso proseguí con mi examen, poniendo mis manos en su trasero.  Me encantó ver que era dueña de unas nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado, pero lo que verdaderamente me cautivó fue descubrir un tesoro al separarle los cachetes y es que, ante mis ojos, apareció un esfínter rosado y virgen que ningún pene había hollado su interior.

―Zorra, ¿tu antiguo amo jamás te usó analmente?

Avergonzada, bajó sus ojos sin contestar. No hacía falta, ya sabía la respuesta. La levanté de su posición y dándole un beso en los labios, le informé que el nuevo sí iba a estrenarlo. Aunque era evidente el miedo en sus ojos, me contestó que era enteramente mía y que podía usarla cómo y cuándo deseara.

―Descansa un poco mientras tus compañeras me lo preparan― comenté mientras abría mi neceser y sacaba la crema hidratante.

Con ella en mis manos, volví a su lado y mirando a María y a Simona les ordené   que empezaran. Nerviosa por la perspectiva de ser estrenada, Mihaela se colocó a cuatro patas sobre la cama, para así facilitar las maniobras de sus dos futuras compañeras de alcoba.

Mi amiga fue la que tomó el bote de mi mano y por ello la encargada de verter una buena cantidad de ese potingue sobre el intacto hoyuelo de la Mihaela.

―Está frio― musitó la joven al sentir las yemas de Simona extendiéndolo lentamente por las rugosidades de su ano.

No me costó saber que estaba tensa y por ello, les pedí que fueran tranquilizándola con caricias antes de dar otro paso. Las dos mujeres se mostraron conforme y comenzaron a besarla con decisión.

―Amo, quiero ser suya― dijo la joven mujer llena de felicidad.

Sus palabras fueron interpretadas por Simona y María como una especie de banderazo de salida y sin pedir mi opinión, fueron alternando sus yemas en el interior de su agujero. Los músculos de Mihaela se contrajeron al sentir esa invasión, pero eso no provocó que sus agresoras pararan y dotando a sus dedos de movimientos circulares siguieron relajándoselo.

Desde mi posición comprobé que progresivamente iba cediendo la tirantez que sentía e iba aumentaba la excitación de la cría. Mis mujeres también se dieron cuenta y mientras profundizaban en su ataque, metiendo a la vez sus falanges, se permitieron el lujo de usar la mano libre pellizcar entre las dos los pezones de Mihaela.

― ¡Dios! ¡Como me gusta! ― gritó al experimentar la mezcla de placer y castigo.

Tras confirmar lo mucho que le gustaba la violencia y que esas rudas caricias la ponían bruta, decidí que era mi turno y separándolas de su lado, sustituí los dedos de las mujeres por mi glande.

―Estoy lista― dijo al sentir mi capullo en su entrada trasera.

Su entrega me permitió con un breve empujón de mis caderas embutir la casi totalidad de mi pene en su interior.

― ¡Joder! ― gimió al experimentar el modo en que mi extensión forzaba su ano al entrar.

―Tranquila, putita mía― dije sabiendo que pronto ese primer dolor se transformaría en placer. Tras lo cual, puse mis manos en sus hombros y tirando de ellos hacía mí, se lo clavé entero.

Mis testículos rozando contra sus nalgas fueron demostración suficiente de que la mujer lo había absorbido por completo. El chillido de dolor que surgió de su garganta me avisó de que me había pasado, por ello llevando mi mano a su rubia cabellera, la acaricié mientras le pedía que se quedara quieta. Mihaela obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el escroto. Es más, permaneció inmóvil, sin quejarse.

Simona y Maria colaboraron conmigo besándola y diciéndole que se tranquilizara. A los pocos segundos y viendo que no podía obstáculos, empecé a sacárselo lentamente. La lentitud con la que se lo extraje me permitió notar cada una de las rugosidades de su anillo resbalando sobre mi pene y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro.

―No pares― me aconsejó María― pronto empezará a disfrutar.

Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite, y Mihaela comenzó a disfrutar de ello.

― ¿Me permites que te ayude con esta yegua? ― preguntó Simona justo antes de soltar un sonoro azote sobre sus nalgas.

El berrido de la rubia fue brutal, pero contra toda lógica, lo que me pidió fue que la montara más rápido. Obedeciendo a sus deseos, convertí nuestro suave trote en un galope desenfrenado.

Para entonces, la custodio ya no se quejaba de dolor, sino que voz en grito anunciaba que el placer la dominaba.

― ¿Ves lo mucho que le gusta a esta zorra que la montes? ― comentó María al oír los gemidos de placer que daba la muchacha al sentir mis huevos rebotando contra sus nalgas.

Girándome observé que las dos mujeres se estaban besando y sabiendo que me venía bien que hicieran el amor, les ordené que se masturbaran entre ellas.

No se lo tuve que repetir, Simona como posesa se apoderó del clítoris de María y arañándolo con sus uñas, lo torturó adoptando el mismo ritmo que yo imprimía sobre el culo de la rubita.

«Realmente me lo voy a pasar bomba con todas estas hembras», medité mientras agarrando sus pechos los usaba como anclaje de mis ataques.

Mi renovado ataque hizo que mi montura se desplomara sobre la almohada, eso sí, manteniendo su culo en pompa. El cambio de posición me obligó a cogerle de las caderas, lo que facilitó que mi pene se clavara más profundamente en su trasero.

Mihaela rugió dando su aprobación a la nueva postura y casi sin tregua, comenzó a sentir las primeras descargas de un poderoso orgasmo. Su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas, mientras gritaba el placer que experimentaba.

Tuve un momento de indecisión al escuchar sus chillidos, pero decidí seguir rompiéndole el trasero y dándole una palmada en uno de sus blancos cachetes, le ordené que se moviera.

― ¡Gracias, amo! ― respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.

Observando que en ese momento Simona y María estaban haciendo una tijera con sus piernas y que no me podían ayudar con los azotes, marqué yo mismo nuestro ritmo con mis manos sobre sus nalgas.  

Lo que no me esperaba es que Mihaela se volviera a correr de inmediato y menos que la desmesurada cantidad flujo que manaba de su cueva, provocara que en poco tiempo ambos estuviéramos completamente empapados de cintura para abajo.

― ¿Quieres que deje descansar tu culo y te folle? ―  pregunté temiendo los estragos que mis ataques podrían producir en su esfínter.

Era una pregunta teórica ya que había decidido usar su otra entrada, pero he de reconocer que me puso como una moto escucharla decir que era una perra que no se merecía que esparciera mi semilla en su interior.

Cambiando de objetivo, incrusté mi pene en su sexo violentamente, pero desgraciadamente era tal mi excitación que al sentir la calidez de su coño el placer me dominó y pegando un gemido, derramé mi semen en su interior.

Acto seguido y todavía con mi pene dentro de ella, aprecié como se corría por última vez…

 

Relato erótico: “Animando a mi prima hermana, una hembra necesitada (POR GOLFO)

$
0
0

Sin título1

 

MI LLEGADA

Lo que en teoría debía de haber sido una putada de las gordas, resultó ser un golpe de suerte. Un día de junio  tuve una reunión con el jefe de recursos humanos . Nada más entrar a su oficina, el muy cabrón me informó que debido a la crisis iba a haber una criba brutal en el banco y que si no quería ir a engrosar la lista del paro, tenía que aceptar un traslado. Al preguntarle a donde me tendría que desplazar, me contestó que había una vacante en la sucursal de Luarca.  Aunque sabía que eso significaba un retroceso en mi carrera, decidí aceptar porque mi madre y sus hermanos mantenían la antigua casona familiar.
“Al menos, no tendré que pagar un alquiler”, pensé. Al preguntar cuando tenía que incorporarme,  ese capullo me respondió con su peculiar tono de hijo de puta que el día uno, lo que me daba quince días para la mudanza.
Esa misma tarde, hablé con mi madre. La pobre se quedó triste al oírme pero se comprometió a hablar con mis tíos para que pudiera vivir en ella. Al poco rato, me llamó y me dijo que no había problema pero que tendría que compartir la casa con mi prima María. Al enterarme que iba a tener que vivir con ella, extrañado pregunté:
-Pero ¿mi prima no vivía en Barcelona?-.
-Eso era antes- me contestó,- se divorció hace dos años y tratando de rehacer su vida, volvió al pueblo-.
Hacía muchísimo que no la veía. María era tres años mayor que yo, y los únicos recuerdos que tenía de ella, eran su timidez y su tremendo culo. Mi primo Alberto y yo siempre habíamos fantaseado con verla desnuda pero jamás lo conseguimos. Todavía me rio al recordar cuando nos pilló escondidos en su armario y enfadadísima, nos cogió de las orejas y de esa forma nos llevó a ver a nuestro abuelo. El pobre viejo al enterarse de nuestra travesura se echó a reír en un principio, pero al ver el cabreo de su nieta no tuvo más remedio que castigarnos. Desde entonces habían pasado veinte años, por lo que mi prima debía de tener ahora unos treinta y cinco años.
“Ojala siga tan buena”, rumié mientras me trataba de consolar por la guarrada de tener que enterrarme en el pueblo, “al menos tendré un monumento que admirar al llegar a casa”.
Las dos semanas que quedaban para mi incorporación pasaron rápidamente y antes que me diese cuenta estaba camino de Luarca. Al llegar a la casa de los abuelos, María me estaba esperando. Al verla me llevé una desilusión, la estupenda quinceañera se había convertido en una mujer desaliñada y amargada. Con su pelo poblado de canas y vestida como una monja me recibió de manera amable pero distante. Nada en ella me recordaba a la cría que nos había vuelto locos de niños. Su cara era lo único que conservaba de su belleza infantil pero el rictus de amargura que destilaba, la hacían parecer una vieja prematura:
-Te he reservado la habitación de tus padres-, dijo al verme cargado de las maletas.
Desilusionado, la seguí por las escaleras. Su falda gris por debajo de las rodillas y su blusa blanca abotonada hasta el cuello, me parecieron en ese momento una  premonición de mis días en esa casa. Mecánicamente, me mostró el baño que podía usar y antes de darme tiempo a acomodar mis cosas, se sentó en una butaca y me expuso:
-Me han dicho que te vas a quedar al menos un año, por lo que creo que es conveniente dejar las cosas claras desde el principio. En esta casa se come a las dos y media y se cena a las nueve, si no vas a venir o vas a llegar tarde, hay que avisar. He abierto una cuenta en tu banco a nombre de los dos para el mantenimiento de la casa. Vamos  a ir al cincuenta por ciento, por lo que tienes que depositar quinientos euros para equilibrar lo que yo he ingresado. Todos tus caprichos los pagas tú. Y al igual que las dos habitaciones del fondo son en exclusividad mías, ésta y la contigua serán las tuyas, el resto serán de uso común. ¿Te ha quedado claro?-.
-Por supuesto, mi sargento-, respondí en broma.
Por la mirada asesina que me devolvió supe que no le había hecho gracia. La dulce cría se había vuelto una mujer huraña:
“Lo mal que debe haberle ido en su matrimonio”, me dije al ver que se iba sin despedirse.
Como no tenía nada que hacer al terminar de desembalar el equipaje, decidí dar una vuelta por el pueblo. El centro de Luarca no había cambiado nada desde que era un niño, los mismos edificios, la misma gente y sobre todo el mismo sabor a pueblo marinero que tanto me gustó esos veranos. Al ver el café Avenida, un bar al que mi abuelo solía llevarnos al salir de misa, decidí entrar y pedirme una sidra.  No llevaba diez minutos en él cuando vi llegar a un grupo de gente de mi edad montando un escándalo. Tanto los hombres como las mujeres venían con alguna copa de más, de manera que me vi marginado a una esquina de la barra. Cabreado por el escándalo, decidí volver a casa.
Al llegar, me estaba esperando en el comedor. Por suerte no había llegado tarde y por eso tras saludarla, me senté en la mesa. Contra todo pronóstico, mi prima resultó además de un encanto una estupenda cocinera. Todo estaba buenísimo y por eso al terminar y tratando de agradarla, le solté:
-Como me sigas cebando así, no me voy a ir de esta casa en años-.
María al escucharme, se soltó a llorar. Incapaz de comprender la reacción de la mujer, traté de consolarla abrazándola pero ella, levantándose de la mesa, me dijo:
-Te irás como se han ido todos los hombres de mi vida-.
Completamente alucinado, la vi marcharse. Una frase inocua había desatado una tormenta en su interior, recordándole el abandono de su marido. Sin saber qué hacer,  cogí los platos y ya en la cocina me puse a limpiarlos:
“Amargada es poco, esta tía esta de psiquiátrico”, sentencié mientras terminaba de ordenar la cocina, “lleva más de dos años sola y todavía no se ha hecho a la idea”.
Ya en mi cuarto, pude escuchar sus lamentos. Encerrada en su habitación, mi prima dejó que su angustia la dominase y durante dos horas no dejó de lamentarse por su suerte. Sabiendo que nada podía hacer, me puse los cascos y metiéndome en la cama, busqué que el sueño me impidiera seguir siendo testigo de la desazón de la mujer que dormía a unos metros.
A la mañana siguiente, María tenía el desayuno listo cuando salí de la ducha. Sus ojos hinchados eran prueba innegable que se había pasado llorando toda la noche. Al verme, me puso un café y tras darme los buenos días me pidió perdón:
-Disculpa por anoche, pero es que era la primera vez que cenaba con un hombre desde que me dejó mi marido-.
En ese momento no me percaté que se había referido a mí como un hombre y no como su primo y quitándole hierro al asunto le dije:
-No te preocupes. Ya se te pasará-.
-Eso jamás-, me gritó, -nunca podré olvidar la humillación que sentí cuando se fue con una mujer más joven-.
Mirándola, no me extrañaba que hubiese salido huyendo. María se había cambiado de ropa, pero seguía pareciendo una institutriz. Con una blusa almidonada y ancha, no se podía saber si esa mujer era plana o pechugona. Todo en ella enmascaraba su femineidad, la falda gruesa y casi hasta los tobillos podía ser el uniforme de una congregación de monjas. Sabiendo que si le decía algo se iba a enfadar, decidí callarme y al terminar de desayunar, me despedí de ella con un beso en la mejilla.
-Nos vemos a las dos-, dije mientras salía por la puerta.
Ya en la calle, me di cuenta que se había sentido incómoda por esa muestra de cariño pero soltando una carcajada, resolví que si eso la perturbaba iba a seguir haciéndolo. Durante el camino hacia el banco, no dejé de pensar en la mala fortuna que había tenido esa mujer y que siendo una belleza en su juventud, la mala experiencia de su matrimonio la había echado a perder. Ya en el trabajo, perdí toda la mañana conociendo a mi nuevo jefe y a los que iban a ser mis compañeros.
Don Mario, el director, resultó ser un viejo entrañable que viendo su jubilación cercana apenas trabajaba y se pasaba todo el día en el bar. Acostumbrado al hijo puta de José, no llevaba dos horas en esa sucursal cuando ya había comprendido que al exiliarme a ese remoto pueblo, me había hecho un favor.
“Aquí se vive bien”.
No me di cuenta del paso de las horas, de manera que me sorprendió saber que había que cerrar el banco e irnos a comer. Al llegar a casa, descubrí a mi prima limpiando de rodillas la escalera. Lo forzado de su postura me permitió percatarme que, aunque oculto, María seguía conservando el estupendo trasero de jovencita.
-No comprendo porque se tapa-, exterioricé sin darme cuenta.
loading-¿Has dicho algo?-, me preguntó dándose la vuelta.
Me sonrojé al pensar que me había oído y haciéndome el despistado le respondí que no.
-¿Tendrás hambre?-, me dijo poniéndose en pie, sin reparar que tenía dos botones desabrochados, lo que me permitió disfrutar de su profundo canalillo entre sus pechos. El sujetador de encaje que llevaba le quedaba chico, de manera que no solo se desbordaban sino que me dejó vislumbrar el inicio de unos pezones tan negros como apetitosos. Me vi mordisqueándolos mientras su dueña se corría entre mis brazos-
Cortado por la excitación que me produjo descubrir que esa hembra asexuada disponía de unos senos que serían la envidia de cualquier estrella del porno, le dije que me iba al baño y tras cerrar la puerta, no tuve más remedio que masturbarme pensando en ellos. Dominado por el deseo, me imaginé a esa estrecha entrando en el baño e implorando mis caricias, caminar a gatas a recoger su premio. Esa imagen tan deseada hacía veinte años, volvió con fuerza a mi mente y desparramando mi lujuria sobre el suelo del aseo, me corrí mientras pensaba en como follármela.
Al salir, la mojigata de mi prima se había vuelto a cerrar la blusa y con una sonrisa en su boca, me dijo que fuésemos a comer. Una vez en la mesa, me resultó imposible dejar de mirarla buscando en ella algo que me diera pie a un acercamiento pero, tras media hora de charla, comprendí que era absurdo y que esa tía era inaccesible. Como en el banco teníamos horario de verano después del café, decidí salir a correr un poco, porque llevaba una semana sin hacer ejercicio y sentía agarrotados mis músculos.  Aprovechando que la casa estaba en las afueras del pueblo,  recorrí durante dos horas los caminos de mi juventud, de manera que al volver a la casona, estaba empapado.
Cuando entré, mi prima estaba tranquilamente sentada leyendo en el salón.  Al levantar su mirada del libro, pude descubrir que fijó sus ojos en mi camiseta que, completamente pegada por el sudor, mostraba con claridad el efecto de largas horas en el gimnasio. Sin darse cuenta, recorrió mi cuerpo contando uno a uno los músculos de mi abdomen. Cortado por su escrutinio, le dije que me iba a duchar, ella volviendo a la novela ni siquiera me contestó. No me hizo falta, sonriendo subí por las escaleras y tras desnudarme, me duché.
“Joder con la amargada”, pensé mientras me enjabonaba, “menudo repaso me ha dado”.
Nada más terminar, fui directamente a mi habitación a vestirme. Acababa de terminar fue cuando me percaté que no había recogido la ropa sucia y que la había dejado tirada en el baño. Pensando que si entraba mi prima se iba a enfadar, decidí recogerla pero al llegar no estaba en el suelo. Comprendí al instante que ella la había cogido y avergonzado bajé al lavadero a disculparme. No tuve que tocar, la puerta estaba abierta. Ni siquiera entré desde fuera observé como María apretándola contra su cara no dejaba de olerla mientras sus manos se perdían en el interior de su falda. Mi querida prima, la puritana, completamente alterada por mi sudor, buscaba un placer vedado torturando su sexo con sus dedos. Sus gemidos me avisaron que ya estaba terminando. Impresionado por la lujuria de sus ojos, me retiré sin hacer ruido porque comprendí que si la descubría iba a sentirse humillada.
Al volver a mi cuarto, me tumbé en la cama y sin prisas me puse a planear el acoso y derribo de mi primita. De manera que cuando me llamó a cenar ya tenía el método por el cual esperaba tenerla en poco tiempo bebiendo de mi mano. Con todo ello en mi mente, me senté en mi silla y buscando el momento, esperé para preguntarle donde le parecía mejor que pusiera mis aparatos de gimnasia. Tras unos breves instantes, me contestó que la mejor ubicación era al lado del salón.
“Menuda zorra”, pensé al percatarme que desde el sillón donde había estado leyendo, iba a tener una visión perfecta de mí cuando me ejercitara. Satisfecho porque eso le venía de maravillas a mi plan, le dije que al día siguiente los montaría.
-Si quieres te ayudo después de cenar-, me contestó incapaz de contenerse.
Sabiendo que lo decía porque así desde el día siguiente iba a poder espiarme, acepté encantado, de forma que esa noche cuando me metí en la cama, la trampa estaba perfectamente instalada esperando que mi victima cayera. Y por segunda vez en el día, me masturbé pensando en ella y en cómo sería tenerla en mi poder.
loadingEL CEBO
Los siguientes días fueron una repetición de ese día. Al llegar del trabajo comía con mi prima, tras lo cual y durante dos horas me machacaba duramente en ese gimnasio improvisado bajo la atenta mirada de María. Sabiendo que ella observaba, hacía pesas sin camiseta, de manera que poco a poco mis músculos y mi abdomen la fueron subyugando. Siempre la misma rutina, al terminar me secaba el sudor con el polo y dándole un casto beso me iba a duchar, olvidándome la ropa empapada en el baño. En todas y cada una de las ocasiones, al salir esta había desaparecido.
El jueves viendo que no paraba de mirarme, le dije:
-Porque no lees aquí y así me haces compañía-.
Asustada pero sin poder negarse, trasladó su sillón a la habitación que donde hacia ejercicio. Nada más entrar dejó el libro a un lado  y en silencio se dedicó únicamente a mirarme. Verla tan entregada, hizo que mi pene saliera de su letargo irguiéndose dentro de mi pantalón. Ella no tardó en darse cuenta, pero en vez de cortarse su cara se iluminó con la visión. Haciendo como si no me hubiese enterado, la vi morderse el labio mientras cerraba sus piernas tratando de controlar la calentura que la atenazaba. Esa tarde le di un regalo, antes de ducharme me masturbé eyaculando sobre mi pantalón corto.
Buscando ver si mi semen había cumplido su objetivo, me acerqué sin hacer ruido al lavadero. No tuve que entrar, desde la cocina escuché sus gemidos. Totalmente fuera de sí, mi primita estaba apoyada con el pico de la lavadora contra su culo mientras con la falda a media pierna introducía sus dedos en su sexo. SI esa imagen ya de por sí era cautivadora más aún fue oír como se retorcía diciendo mi nombre mientras con su lengua recogía el semen que le había dejado. Sabiendo que debía seguir forzando su deseo, me retiré sonriendo.
Durante la cena, María estaba feliz. Sus ojos tenían un brillo que no me pasó desapercibido. Al mirarme desprendía un fulgor que supe interpretar. Esa mujer amargada se había despertado, convirtiéndose en una hembra hambrienta de líbido. No me quedaba duda de que caería como fruta madura ante cualquier acercamiento por mi parte pero esa no era mi intención. Quería obligarla a dar ese paso, a que venciendo todo tipo de resentimiento o tabú, ella viniese a mí implorando que la tomara.  Era una carrera de medio fondo, no podía ni debía de acelerar el paso.
Casi en el postre, como quien no quiere la cosa, dejé caer que me dolía la espalda y que me urgía un masaje. Mis palabras fueron un torpedo contra su línea de flotación y gozando  su próxima captura, la vi debatiéndose entre el morbo de tocarme y su aprensión a que me diese cuenta que me deseaba. Durante unos minutos no dijo nada pero cuando me levantaba a dejar mi taza en el fregadero, oí que me decía:
-Si quieres  yo puedo hacértelo-.
Disimulando, le contesté que no sabía a qué se refería. Bajando su mirada, sumisamente, María me aclaró:
-El masaje-.
 -De acuerdo. ¿Te parece que mientras lavas los platos, me desnude?-, contesté sin darle importancia.
Mi prima no pudo evitar dejar caer los platos que llevaba al lavavajillas al oírme. Con el estrépito de la loza rompiéndose en mis oídos, la dejé con sus miedos mientras subía a mi cuarto.  Cuidadosamente fui preparando el escenario, completamente desnudo y tapando únicamente mi trasero con la sábana, la esperé tumbado boca abajo. Sus complejos la mantuvieron durante quince minutos dizque limpiando la cocina y por eso cuando entró crema, estaba adormilado.
Casi de puntillas, se puso a mi lado y embadurnándome con la crema, empezó a recorrer tímidamente mis hombros.  Sus manos fueron perdiendo el miedo poco a poco. La mujer tomando confianza fue bajando por mi espalda, sin parar de suspirar. Encantado con la excitación de mi prima, me mantuve con los ojos cerrados. Sus dedos apretaron mis dorsales mientras su dueña sentía como se aflojaban sus piernas. Tratando de mejorar la postura, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. En lo que no reparó fue que su braga quedaba en contacto con mi piel por lo que pude comprobar que la humedad envolvía su coño. Abstraída en las sensaciones que estaba sintiendo , María ya había perdido todo reparo y furiosamente masajeaba con sus palmas mi columna.
-Más abajo-, le dije sin levantar mi cara de la almohada.
Se quedó petrificada al oírme. Durante unos instantes no supo reaccionar por lo que tuve que forzar su respuesta quitándome la sabana. Por primera vez, me veía completamente desnudo. Indecisa, fue tanteando mi espalda baja luchando contra su deseo. Mi falta de respuesta, la tranquilizó y echando más crema sobre mi piel, reinició el masaje.   No tuve que ser un genio para interpretar su respiración entrecortada. Mi prima estaba luchando contra su deseo y éste estaba venciendo. Cuando sentí que estaba a punto, dije:
-Más abajo-.
La mujer, obedeciéndome, acarició mi trasero con sus manos sin atreverse a incrementar la presión de sus dedos.
-Más fuerte-.
Con sus defensas asoladas, se apoderó de mis nalgas. Sus palmas estrujaron mis músculos mientras su dueña sentía que su corazón se desbocaba. Absolutamente entregada, empezó a llorar cuando sus dedos recorrían mi trasero. Al percatarme de su estado, tapándome le dije que había sido una gozada el masaje pero que ya estaba relajado. Ella al oírme, comprendió que le estaba dando una salida y sin levantar su mirada, se despidió dejándome solo en la cama. No tardé en escuchar a través del pasillo, sus gemidos. María dando vía libre a sus sentimientos se estaba masturbando pensando en mí.
Satisfecho, pensé:
“Y mañana más”.
loadingLA CAPTURA
Al despertar comprendí que ese fin de semana, tenía que dedicarlo en exclusiva a mi prima. En el comedor María me esperaba envuelta con una bata. Sonreí al darme cuenta que debido a su lujuria esa mujer no había dormido apenas y por eso no había tenido tiempo a vestirse antes de levantarse a preparar el desayuno. Forzando sus defensas, le di un beso en la mejilla mientras distraídamente mi mano acariciaba su trasero. Mi prima suspiró al sentirlo pero no dijo nada.
“Que poco queda para que me pidas que te tome”, pensé mientras sorbía el café.
La mujer, completamente absorta, no dejó de mirarme. Sus ojos seguían cada uno de mis movimientos como si estuviera hipnotizada.  Si lo hubiese querido con un chasquido de mis dedos esa mujer se hubiera entregado a mí pero su sumisión debía ser plena. Aguantándome las ganas de desnudarla y tirármela ahí mismo, terminé de desayunar.
Ya me iba por la puerta cuando volviendo sobre mis pasos, puse en su regazo trescientos euros.
-¿Y esto?-, preguntó.
-Como dijiste, cada uno paga sus caprichos. Quiero que vayas a la peluquería y te arregles el pelo y al salir entres en una boutique y te compres un vestido corto con la falda por encima de las rodillas. Estoy cansado que vayas vestida como si fueses a un funeral-, le dije.
Ella intentó protestar pero no cedí:
-No quiero vivir con una vieja. Ya es hora que despiertes-, respondí mientras salía de la casa dejándola sola.
 Disfrutando de antemano de mi triunfo, camino de la oficina no dejé de planificar mis siguientes pasos, concibiendo nuevas formas de dominio sobre la pobre mujer. La propia actividad de mi trabajo evitó que siguiera comiéndome la cabeza con ella, pero aun así, cada vez que tenía un respiro, lo usé para imaginarme que se habría comprado. Por eso, al abrir la puerta de la casa que compartía con esa mujer, estaba nervioso. Quería… necesitaba comprobar si había cumplido mis órdenes.
La confirmación de su entrega llegó ataviada con un vestido tan caro como exiguo en tela. María completamente cortada, me saludó mientras con sus manos intentaba alargar el vuelo de la falda. Teñida de rubia, con un escote que quitaba la respiración y mostrando sus piernas, me preguntó que me parecía:
-Estas guapísima-, contesté maravillado por la transformación.
Era increíble, la mujer amargada había desaparecido dando paso a una mujer desinhibida que destilaba sexualidad a cada paso. No solo era bella sino el sueño de todo hombre hecho realidad. Incapaz de contenerme, le pedí que diera una vuelta para verla bien. María, con sus mejillas teñidas de rojo, se exhibió ante mis ojos.
-Tienes unos pechos preciosos-, le dije posando mi mirada en sus enormes tentaciones.
Sus pezones involuntariamente se erizaron al escuchar mi piropo, su dueña totalmente ruborizada huyó a la cocina meneando su trasero. Ya envalentonado, le solté:
-Y un culo estupendo. ¡Me encanta que lo muevas para mí!-.
Mi querida prima había sobrepasado todas mis expectativas. Cuando empecé a seducirla no sabía el pedazo de mujer que se escondía debajo de ese disfraz. Lo había hecho por el morbo de tirarme al amor platónico de mi niñez pero ahora necesitaba poseerla por ella misma. Era tanta mi calentura que, durante la comida, no pude dejar de recrearme en sus curvas.
“Está buenísima”, reconocí al sentir que mi miembro pedía lo que mi cerebro retenía. “No sé si voy a poder aguantar no saltarle encima antes de tiempo”, pensé y  tratando de calmarme, le pregunté cómo estaba:
-Hoy es el primer día que no he pensado en mi ex marido-, me confesó con alegría, -tenías razón, tengo que pasar página-.
 Satisfecho con su respuesta, me levanté de la mesa y subiendo las escaleras me fui a cambiar. Al entrar al gimnasio, María me esperaba sentada en su asiento. Supe que estaba excitada al comprobar que, bajo la blusa, sus pezones la traicionaban. Meditando que hacer, me empecé a ejercitar bajo su atento examen. En un momento dado al mirarla vi que bajo el vestido, la mujer se había puesto un coqueto tanga y sin cortarme le dije:
-Me encanta verte las piernas pero más aún esas bragas rojas que llevas-.
Completamente avergonzada, cerró sus piernas diciéndome que no se había dado cuenta. Entonces echando un órdago, dije:
-Abre las piernas, te he dicho que me gusta verlas-.
Se quedó perpleja al oírme pero venciendo su vergüenza, fue separando sus rodillas sin ser capaz de mirarme. Cubriendo otra etapa de mi plan, fijé mi mirada en su entrepierna mientras mi prima se agarraba a los brazos del sillón para evitar tocarse. Que la mirase tan fijamente además de incomodarla, la estaba excitando. Su tanga se fue tiñendo de oscuro por la humedad que brotaba de su sexo. Al percatarme que estaba empapada y que se mordía los labios tratando de no demostrar el ardor que se le estaba acumulando entre las piernas, busqué sus límites diciendo:
-Tócate para mí-.
 María me fulminó con la mirada  indignada pero al comprobar que no cejaba en mi repaso y que iba en serio, se puso nerviosa luchando en su interior su razón contra la tensión almacenada en su sexo. Al fin venció su lujuria y con lágrimas en los ojos, metió sus dedos bajo el tanga y empezó a masturbarse. Su sometimiento era suficiente y dejando que se liberara en privado, salí de la habitación diciendo:
-Voy a ducharme, luego te llamo para que me ayudes a secarme-.
Sin esperar su respuesta, la dejé rumiando su calentura. Al entrar al baño, lo primero que hice fue descargar su ración de semen sobre mi pantalón para que cuando ella viniera a mí, ya estuviera dispuesta sobre la tela. Tranquilamente bajo el chorro, me enjaboné mientras mi mente volaba tratando de averiguar si esa noche sería su claudicación. El sonido de la puerta abriéndose, me confirmó que mi presa se había enredado en la red que había tejido. Solo la mampara me separaba de la pobre mujer.  Ahondando en su entrega, corrí la pantalla para que me viese desnudo. Sentada en el váter y estrujando mi ropa con sus manos, devoró con la mirada mi cuerpo. Su expresión desolada no hizo más que incrementar mi lujuria e impúdicamente, me di la vuelta para que viese mi pene en su máxima expresión. Avergonzada se intentó tapar la cara con mi pantalón la cara sin darse cuenta que mi semen iba a entrar en contacto con su boca.  Al sentir su sabor recorriendo sus labios, huyó del baño llevándose su regalo con ella.
Solté una carcajada al verla huir a descargar su excitación y gritando, le ordené:
-En cinco minutos, te quiero aquí-.
Acababa de cerrar el agua cuando volvió. Al regresar, ella misma había claudicado y sin esperar a que lo hiciera, le pedí que me acercara la toalla. De pie y desnudo aguardé a que me secara. Su sofoco era total, sin poder sostener mi mirada, mi prima fue retirando el agua de mi cuerpo mientras su sexo se mojaba. Al llegar a mi pene, le quité la toalla y levantándole la cara, le dije:
-¿Estaba hoy tan rico como ayer?-.
Tras unos momentos de turbación, me respondió sollozando que sí. Buscando derribar uno de sus últimos tabús, la tranquilicé acariciándole el pelo. Ella me miró con los ojos aún poblados de lágrimas y me preguntó:
-¿Desde cuándo lo sabes?-.
-Desde el primer día-.
Sus piernas se doblaron y sentándose en la taza, estalló a llorar exteriorizando su vergüenza. Anudándome la toalla, la levanté y entrando al trapo, le sonsaqué si se había corrido.
-Si-, me respondió.
Al escuchar su rendición, le dije:
-Dame tus bragas y así estaremos en paz-.
Incapaz de negarse, se las quitó y esperó a ver que iba a hacer con ellas. Nada más cogerlas, me las llevé a la nariz. El aroma a mujer inundó mis papilas y sabiendo que ella lo necesitaba, con mi lengua saboreé su flujo. Maria tuvo que cerrar sus piernas para no desvelar su deseo, momento que aproveché para decirle:
-Vamos a hacer un trato: Yo, todas las tardes te haré un regalo y en compensación, tú por las mañanas deberás entregarme la ropa interior que hayas usado durante la noche-.
loading

Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:

-Te equivocas primita, adonde vamos-, le respondí cogiéndola de la mano.
Muerta de risa, me pidió unos minutos para ponerse unas bragas. Pero cogiéndola en volandas, se lo prohibí y sin que pudiera hacer nada para evitarlo, la metí en el coche.
-¡Estás loco!-, me dijo abrochándose el cinturón, -la gente se va a dar cuenta de que no llevo nada debajo-.
-Te equivocas, solo tú y yo sabremos que tu tanga está en mi solapa-.
Sorprendida me miró la chaqueta porque hasta entonces no se había enterado de mi diablura y soltando una carcajada, me insultó diciendo:
-Además de cabrón, eres un pervertido-.
-Si-, respondí, -pero no te olvides que soy TU pervertido-.
Lejos de enfadarse, me devolvió una sonrisa mientras ponía en la radio un cd de los secretos. Por primera vez en dos años, María estaba contenta y sabiendo que no debía forzar la máquina decidí salir del pueblo y dirigirme hacia Puerto de Vega.  Durante los quince minutos que nos tomó llegar a esa población, no paré de decirle lo buenísima que estaba y lo tonta que había sido enterrándose en vida. Ella sin dejar de sonreír, me miró diciendo:
-Tienes toda la razón, pero gracias a ti he salido de mi encierro-.
Viendo que se ponía cursi, paré el coche y tomándola de los brazos, le dije:
-Yo estaré siempre ahí cuando me necesites, pero ahora es el momento que te liberes-.
-Te tomo la palabra-, me contestó y cambiando de tema, me preguntó a dónde íbamos. 
Al decirle que al bar Chicote, protestó diciendo que estaba en el muelle y que de seguro iba a estar atestado.
-Por eso-, respondí,-quiero que te sientas observada-.
-Capullo-.
-Zorra-.
-Sí, pero no te olvides que soy TU zorra-, me contestó usando mis mismas palabras mientras una de sus manos acariciaba mi pierna,
Al salir del coche, sus ojos brillaban por la excitación y sin quejarse me dio la mano, mientras entrabamos al local. Como había predicho, El Chicote estaba lleno por lo que tardamos unos minutos en llegar a la barra. Al preguntarle que quería, me dijo que un cubata porque necesitaba algo fuerte para pasar el trago.
-¿Tan mal te sientes?-, le contesté preocupado. 
-¡Que va!, lo que ocurre es que estoy empapada. Siento que todos saben que voy sin bragas y me encanta-.
-Pues disfruta-, le dije pasando mi mano por su trasero.
Al notar mi caricia, se pegó a mí diciendo:
-¡No seas malo!. Si me tocas,  voy a terminar corriéndome, y ¡no es eso lo que quieres!-.
-Todavía no. Querré que te corras el día que vengas a mí, de rodillas y pidiéndome que te tome. Ese día, me olvidaré que eres mi prima y te convertiré en mi mujer-.
Satisfecha con mi declaración de intenciones, pegando su pubis a mi entrepierna, me susurró al oído:
-¿Tiene que ser de día?, ¿no puede ser de noche?-.
-Estoy creando un monstruo-, le dije mientras  disimuladamente apretaba uno de sus pechos. –A este paso, te vas a convertir en una puta-.
-Ya te dije, si lo hago será tu culpa y yo, TU puta-.
Las siguientes dos horas fueron un combate de insinuaciones y caricias. María se lo estaba pasando en grande, retándome con la mirada mientras se exhibía ante la concurrencia. No paró de bailar ni de beber y ya un poco achispada, me pidió que nos retiráramos a  casa. En el coche, le pregunté si se sentía bien, a lo que me respondió que sí aunque un poco borracha. Fue entonces cuando me fijé que se le había subido la falda y que desde mi posición podía ver el inicio de su pubis. Mi sexo reaccionó saliendo de su modorra y solo el pantalón evitó que se irguiera por completo. Ella se dio cuenta y sonriendo me dijo si tenía algún problema.
-Yo no le respondí sino el camionero-, le respondí al percatarme que el conductor del tráiler que teníamos a la derecha en el semáforo, estaba disfrutando de una visión aún mejor que la mía, -o bien te bajas la falda, o te la subes para que el pobre hombre no sufra un tirón en su cuello-.
Mi prima se giró a ver a quien me refería y al ver la cara del buen hombre, riendo se subió el vestido y abriéndose de piernas, le mostró lo que  el tipo quería ver. No satisfecha con la cara de sorpresa, mojó uno de sus dedos en su sexo y descaradamente se lo chupó mientras le guiñaba un ojo. El camionero, tocando la bocina, agradeció a su manera el regalo recibido pero el objeto de su lujuria se había olvidado de él y mirándome, se destornillaba de risa en su asiento.
-¡Qué bruta estoy!-, me confesó al parar de reír.
-Por mí, no te cortes, si necesitas hacerlo -, respondí enfilando la carretera.
Poniendo cara de niña buena, me dijo que no sabía a qué me refería. Comprendí al instante, que quería que yo le ordenase por lo que prestando atención al camino, le dije:
-Quiero que te toques para mí-.
No se hizo de rogar, y bajando su mano por su pecho, pellizcó sus pezones mientras bromeando no paraba de maullar. Mirándola de reojo, observé como separaba sus rodillas y abriendo sus labios, me pedía permiso con sus ojos:
-¡Hazlo!-.
Mi orden desencadenó su deseo y sin prisa pero sin pausa, recorrió los pliegues de su sexo para concentrar toda la calentura que la dominaba en su entrepierna. Atónito presté atención a cómo con furia empezó a torturar su clítoris. Era alucinante verla restregándose sobre el asiento mientras con la otra mano se acariciaba los pechos. Los gemidos de mi prima no tardaron en acallar la canción de la radio y liberando sus miedos, se corrió sobre la tapicería.  Al terminar, pegándose su cuerpo al mío, me dio un beso mientras decía:
-Gracias, lo necesitaba-.
Asumiendo mi victoria, aparqué en el jardín y abriendo su puerta, le dije:
-La señora ha llegado sana, salva y empapada a casa-.
Soltó una carcajada al oír mi ocurrencia y meneando descaradamente su trasero, subió por las escaleras de la entrada principal. Al llegar al rellano, se dio la vuelta y plantándome un beso en los morros, me confesó que nunca en su vida se había sentido tan libre y que todo me lo debía a mí. No me quedó ninguna duda que mi prima buscaba con ese beso que le hiciera el amor pero sabiendo que necesitaba su entrega total, dándole un cachete en su culo desnudo le dije que era hora de irnos a dormir. Poniendo un puchero, se dio la vuelta y sin despedirse se fue a su cuarto.
No había acabado de desnudarme, cuando la vi aparecer por la puerta de mi habitación. Se había cambiado y volvía envuelta en un picardías transparente que no dejaba ningún resto a la imaginación. Sus pechos con sus negras aureolas y su pubis perfectamente recortado eran visibles a primera vista. Sabía a qué venía pero haciéndome el duro le pregunté qué quería. Como única respuesta, María deslizó los tirantes de su combinación y dejándola caer se quedó desnuda de pie, mirándome. Sin hacerla caso me tumbé y poniendo cara de extrañeza, dije:
-Algo más, ¡eso no es suficiente!-.
loadingComprendiendo a que me refería, se arrodilló y a gatas vino a mi lado, ronroneando de deseo al hacerlo. Lejos de parecer una gatita, mi prima me recordó a una pantera al acecho de  una presa, la cual se encontraba tumbada e indefensa en la cama. Al llegar hasta mí, restregó su cabeza contra mi brazo y poniendo voz dulce, susurró a mi oído:
-Esta cachorrita abandonada necesita un dueño. Tiene hambre y frio y las noches son muy largas-.
-Pobrecilla-, le contesté siguiendo la broma. -No comprendo cómo siendo tan hermosa no ha conseguido todavía a alguien que la mime-.
Mi prima se metió entre mis sábanas al sentir mi mano recorriendo sus pechos. Pegando su cuerpo, me besó mientras se restregaba buscando calmar la calentura que la dominaba. Al sentir que buscaba introducir mi pene en su sexo, la separé diciendo:
-Déjame a mí-.
Tenía a mi disposición el cuerpo que me había subyugado desde niño y no quería desaprovechar la oportunidad de disfrutar de él. Por eso colocándola frente a mí, fui besando y mordiendo su cuello con lentitud. La increíble belleza de sus pechos que me habían vuelto loco al regresar a Luarca, se me antojó aún más codiciada al percatarme que sus pezones esperaban erectos mis mimos. Acercando mi lengua a ellos, jugué con los bordes de su aureola antes de introducírmela en la boca. Satisfecho, escuché a mi prima suspirar cuando sin importarme que fuera moral o no, mamé de sus tesoros. María supo que tenía que permanecer inmóvil, deseaba sentirse mujer otra vez y mis caricias lo estaban consiguiendo.
No contento con ello, fui bajando por su cuerpo sin dejar de pellizcar sus pezones. La mujer al sentir que me aproximaba a su sexo, abrió sus piernas. Verla tan dispuesta, me maravilló y dejando un rastro húmedo, mi boca se entretuvo en la antesala de su pubis, mientras ella no dejaba de suspirar. Mi pene ya se encontraba a la máxima extensión cuando probé por vez primera su flujo directamente de su sexo. No me había apoderado de su clítoris cuando de su interior brotó un río ardiente de deseo. Llorando me informó que no podía más y que necesitaba ser tomada. Sonreí al oírla y haciendo caso omiso a sus ruegos, me dedique a mordisquear su botón mientras mis dedos se introducían en su vulva. Como si hubiese dado el banderazo de salida, el cuerpo de María empezó a convulsionar al apreciar los primeros síntomas del orgasmo. Convencido que de esa primera noche iba a depender que esa mujer se rindiera a mí, busqué su placer con mi lengua y bebiendo su lujuria prologué su climax mientras ella se retorcía entre mis brazos.
-No es posible-, sollozó al comprobar que se corría sin pausa dejando una húmeda mancha sobre las sabanas. -Te necesito-, gritó cogiendo mi cabeza y pegándola a su sexo.
Durante un cuarto de hora, no solté mi presa. Yendo de un orgasmo a otro sin descansar, mi prima se deshizo de todos sus tabúes y disfrutando por fin, cayó rendida a mis pies. Satisfecho me incorporé y besándola le pregunté si se arrepentía de haber cedido a su deseo:
-No-, me contestó con una sonrisa, -de lo que me arrepiento es de no haberlo hecho antes-.
Fue entonces cuando decidí formalizar su sumisión y pasando mi mano por su trasero, le di un azote mientras le ordenaba darse la vuelta. Incapaz de desobedecerme se tumbó boca abajo sin saber que era lo que quería hacerle. Sin pedirle permiso, separé sus nalgas para descubrir un esfínter rosado. Cogiendo con mi mano parte de su flujo, fui toqueteándolo ante su mirada alucinada. Se notaba que su ex nunca había hecho uso de él y saber que iba a ser yo el primero, me terminó de calentar.
-Tráete crema-, ordené a mi prima.
Dominada por la lujuria, María corrió a su baño y en breves instantes volvió con un bote de nívea entre sus manos. Sin tenérselo que recordar se puso a cuatro patas y abriendo sus dos cachetes, me demostró su obediencia. Con mis dedos llenos de crema, acaricié su esfínter mientras ella esperaba expectante mis maniobras. Buscando que fuese placentera su primera vez, introduje un dedo en su interior.
-¡Que gusto!-, gimió al sentir horadado su agujero.
Me sorprendió comprobar lo relajada que estaba y por eso casi sin pausa. Metí el segundo sin dejar de moverlo. Poco a poco, se fue dilatando mientras ella no dejaba de declamar el placer que la invadía. Comprendiendo que estaba dispuesta, embadurné mi pene y posando mi glande en su entrada, le pregunté si estaba lista.  Durante unos segundos dudó, pero entonces echándose hacia atrás se fue empalando lentamente sin quejarse. La lentitud con la que se introdujo toda mi extensión en su interior, me permitió sentir cada una de las rugosidades de su ano al ser desvirgado por mi pene. Solo cuando sintió la base de mi sexo chocando con sus nalgas, me pidió que la dejara acostumbrarse a esa invasión. Haciendo tiempo, cogí sus pechos entre mis manos y pellizcando sus pezones, le pedí que se masturbara.
No hizo falta que se lo repitiera dos veces, bajando su mano, empezó a acariciar su entrepierna a la par que empezaba a moverse. Moviendo sus caderas y sin sacar el intruso de sus entrañas, la mujer fue incrementando sus movimientos hasta que ya completamente relajada, me pidió que empezara. Cuidadosamente en un principio fui sacando y metiendo mi pene de su interior mientras ella no paraba de rozar su clítoris con sus dedos. Sus suspiros se fueron convirtiendo en gemidos y los gemidos en gritos de placer al sentir que incrementaba la velocidad de mis embestidas. Al cabo de unos minutos, mi presa totalmente entregada me pedía que   acrecentara el ritmo sin dejar de exteriorizar el goce que estaba experimentando.
Al percatarme que estaba completamente dilatada y que podía forzar mis estocadas, puse mis manos en sus hombros y atrayéndola hacía mí, la penetré sin contemplaciones. Completamente alucinada por el nuevo tipo de placer, María chilló a sentir que se volvía a correr y soltando una carcajada, me pidió que no parara:
-¿Te gusta putita?-, le dije dando un azote en su trasero.
-Me enloquece-, contestó al sentir el calor de mi golpe.
Percibiendo que mi azote había espoleado aún más su ardor, fui alternando mis acometidas con sonoras caricias a sus nalgas. Ella berreando me rogó que siguiera y como poseída, mordió la almohada levantando su trasero. Su enésimo orgasmo coincidió con el mío y rellenando su interior con mi simiente, me desplomé a su lado.
Exhaustos nos besamos y sin dejar de acariciarme, María esperó a que descansara, tras lo cual pasando su mano por mi pelo, me dijo:
loading

-Tu cachorrita tiene el culo calentito pero sigue teniendo sed-.

Solté una carcajada al oírla al comprender que quería tomar de su envase original la blanca simiente de su liberación.
Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
 
 
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “Venganza de hermanita” (POR LEONNELA)

$
0
0

Te odio!!!Te odio Gisella, odio tu belleza,  tu bondad,  odio que seas perfecta, un día podre lastimarte como tu lo haces conmigo, te cobraré cada lagrima, me vengaré de ti hermanita,…y Rafael es mio lo entiendes!!
Con tristeza doble el papel ya casi descolorido, aquel que años atrás no me atreví a entregar y que escondía mis garabatos mal grafiados cargados de toda la rabia que siendo una jovencita  sentía en contra de mi hermana, por haberme robarme mi primera ilusión. No se porque guardaba esa nota en el bolsillo secreto de mi billetera, quizá porque en el fondo pese al paso del tiempo habían cosas que no le perdonaba y que aun dejaban una arruga de dolor en mis recuerdos.
 Gisella ahora tiene 30, los cinco años que me lleva casi no se le notan, es hermosa, tiene unos bellos ojos claros, la tez blanca sonrosada, herencia de la línea paterna y una cabello castaño que enmarca su carita de porcelana, aquella por la que infinidad de veces sentí verdadera envidia. En contraste yo soy trigueña como mi madre, con ojos café y rasgos mas bien comunes, de sonrisa graciosa y rostro pilluelo, con una larga cabellera ondulada que se mueve al paso de mis caderas, dándome un aire de sensualidad, al que por cierto he sacado buen provecho, pero  aún así,  no hay punto de comparación entre ambas, ella es bellísima y yo, simplemente atractiva.
 Desde la infancia las diferencias fueron crueles,  bastaba una sonrisa suya para que cautivara a todos. Era el orgullo de la simiente de mi padre, no solo por lo linda, sino también por lo dulce y buena, mientras yo era una niña timorata que crecía a la sombra de su belleza y de sus virtudes.
 La etapa de la juventud fue aun mas dolorosa, no había fiesta a la que no fuera invitada, ni chico que no quisiera conquistarla, y odiosamente a demás de todo era una encantadora hermana, por lo que manteníamos una relación normal pese a mi envidia secreta.
 Nadie imaginaba el dolor de sentirme desplazada, simplemente Gisella me ganaba en todo.  Así que, como no podía competir contra ella, decidí no parecerme en nada, opté crear mi propio estilo y ser la otra cara de la moneda, rebelde, libre, atrevida, irreverente, y todo lo que no me recordara su repulsiva perfección.
 De esa forma terminé con la tortura de mis propias comparaciones y aunque ella siempre fue vista como la mejor, había algo en lo que yo le llevaba ventaja, algo en lo que  nunca me ganaría, ella no tenia el alma rencorosa, ni podía ser vengativa como yo.
 El tiempo había pasado, las heridas parecían haber sido sanadas, sin embargo incomprensiblemente me encontraba allí releyendo aquella nota una vez mas y como si quisiera soplar para que se aleje el pasado, me dije: bahh tonterías, solo éramos unas niñas ya es hora de dejar esos recuerdos en el olvido…
_Cuales recuerdos cuñadita?, que es lo que quieres dejar en el olvido?
 No podía creerlo me había sumido tanto en mis pensamientos, al punto de no haber sentido a Rafael cruzar la puerta de la habitación de huéspedes, en la cual estaba instalada desde hace un par de días.
 Ahh … este… tonterías…tonterías mías.
_No deben ser tonterías puesto que estas muy nerviosa, y sentándose en la cama junto a mi murmuró: haber cual es el misterio de mi cuñadita y que es eso tan grave que la acaba de dejar así de pálida.
 Rápidamente guarde la nota en la billetera como si ocultara un secreto.
Me avergonzaba que Rafael  descubriera  aquel rencor contra mi hermana y que uno de los motivos hubiera sido él,  de nada serviría que lo supiera ahora que llevaban varios años de casados, así que procurando cambiar de tema me levanté y dando una vuelta pregunté:
 Estoy lista para la invitación….Que tal me ves?
Me miro de pies a cabeza, deteniéndose en el escote que terminaba en V y que llegaba  casi hasta la cintura, por lo que mis senos aparecían coquetos con la arrogancia de la juventud;  no estaban sujetos por un brasier sino tan solo por un par de tiritas atadas tras el cuello,  convirtiéndose mis pezones en el mejor adorno de aquella tela plateada. La falda negra totalmente ceñida semejaba una piel que marcaba el trasero, empuntado por altos tacones que alargaban un par de muslos, sinvergüenzamente desnudos.
 Giré despacio regalándole el perfil de mis pechos que le mostraban que no hace falta un brasier de copas para  que se encumbre mi blusa, y bastaba un pedazo de tela ajustando mi cola para extraviar su mirada.
 Tomándome de la mano me hizo dar un giro completo: Vaya, cuñadita, lo único que puedo decir es que me encantaría ser tu acompañante, volverás loco a mi amigo, solo espera a que te conozca
 Sonreí, me pareció gracioso su sutil comentario cuando sus miradas fueron mas bien atrevidas, en fin que se puede esperar de un hombre, cuando tiene enfrente  un buen culo.
Satisfecha por sus halagos visuales,  me entretuve en el closet seleccionando una cartera que combinara con mi atuendo…
_Anda, vamos ya estas linda, Gisella está abajo entreteniendo a David, me mataran si demoras mas
 _Espera, espera solo falta la cartera, al poco rato voltee, y en ese instante acabó mi momento de alegría…
 Aprovechando mi distracción Rafael había abierto la billetera y sostenía mi nota  en sus manos…
 _Rafael, que Rafael?, acaso yo????
 _No, desde luego que no!!  …No eres el único Rafael en la ciudad
_Hey, no sabia que sentías algo por mi…siempre te vi como…como…
_No lo digas, ya lo sé,…como la hermanita pequeña de Gisella
Latigueándome con la mirada respondió
_En realidad no, siendo honesto, mas bien no resistía compararlas,  ella blanca tu morena, ella delgada tu curveada, ella dócil, tu rebelde,  ella dulce tu sensual, ella preciosa tu…. preciosa…solo en eso coincidían, y ahora que nos vemos después de tanto tiempo, sigues confundiéndome con antes….
 Reí ante su descaro, vaya joyita que resulto mi cuñado por lo visto no perdía oportunidad de un ligue…
 Me le arrimé coqueta,  zafando un par de botones de su camisa, jugueteé con el  vello rizado  que escapaba de su torso y acercando mis labios casi a la comisura de los suyos susurré:
 _Vamos…dijiste que nos esperan, no?
 Inmediatamente noté como ante mi contacto crecia el bulto en su bragueta, sentía como se desperezaba y se ponía fuerte, duro, palpitante; atrevida me acerque un poquito mas dejando que mis pechos raspen sobre su camisa,  despertando sus tetillas y haciendo que su pene punzara aun mas contra el pantalón…
 _Bueeeno, en realidad ahora que recuerdo bien, dijeron que podíamos tomarnos todo el tiempo del mundo, para nada hay prisa…murmuró mientras su mano me apretaba de la cintura haciendo que su bulto encajara entre mis piernas y dejándome palpar la tamaña erección, que provocó que mi orificio empezara a humedecerse como si se preparara para ser pillado. 
 Me sobajeé contra su pelvis, consintiendo  que su pija chocara contra mi cola y queriendo dejarlo con todo levantado, meneando mis caderas me encaminé hacia el salón principal donde nos esperaban… Sabía  que desde ese instante, era muy probable que me convirtiera en la dueña de sus fantasías, mas aun cuando vería mi cuerpecito deambulando en su residencia por al menos un par de semanas, puesto que acababa de instalarme en la ciudad  y hasta ubicarme, mi hermanita me había ofrecido hospedaje.
 Desde el umbral pude ver a David, el amigo de Rafael, bebía una copa con Gisella mientras charlaban animadamente. Era alto, de contextura media,  no pasaba de 35 años, puesto que era  contemporáneo de Rafael. Tenia cara de chico bueno, e indumentaria también, incluso el reloj que usaba era del tipo clásico; peinado hacia atrás, cuidadosamente afeitado, eso me hacia suponer que quizá también se depilaba las bolas y eso si que es algo fascinante.
 Definitivamente era atractivo el ejemplar con el que mi hermanita me quería emparejar, porque de seguro era su idea, además encajaba perfectamente en sus gustos, un hombre pulcro, atractivo, caballeroso, pero esa facha de chico bueno no terminaba de convencerme mmmm, seguro era de los que no les gustaba besar el cul… diablos, que cosas estaba especulando, si que andaba con los  pensamientos muy crudos.
 Bebimos cocteles hasta muy tarde,  fue una noche de gloria para mí,  con un acompañante de lujo que pese a que procuraba mirarme a los ojos, no podía evitar arropar con sus miradas mis friolentos pezones, y un cuñado que se descontrolaba examinando mis muslos. Ya no me sentía la hermanita fea, creo que por primera vez era el centro de atención aún estando mi hermana, me había convertido en una mujer con la suficiente seguridad y sensualidad como para competir incluso contra su belleza.
 Durante la siguiente semana salí un par de veces con David, podía resultar un buen partido o almenos una buena diversión,  pero no podía dejar de pensar en mi cuñadito, no se  si había despertado la atracción que antes generaba en mí, o tan solo era el medio para un desquite pendiente.
 Lo cierto es que fantaseaba, seguido con él, los coqueteos y los roces disimulados empezaban a dar fruto, y al saberme bien dotada en carnes me permitia el lujo de dejarme ver en prendas sugestivas, que continamente lo tenían agarrando su pieza.
 No puedo negar que también me calentaba, ansiaba  su cuerpo, su lengua en mis pezones y su saliva en mi sexo. Estaba decidido no me reprimiría ante ese capricho, lo quería en mi cama y lo tendría para mi y fue precisamente Gisella quien lo puso en mis manos.
 Había transcurrido mas de una semana desde que me mudé con ellos, tiempo en el cual hallé un departamento acorde a mis necesidades, así que tendría que viajar para realizarlos los tramites fastidiosos que implican la contratación del servicio de mudanza, y siendo que el traslado y las adecuaciones las realizaría aquel fin de semana a mi dulce hermanita se le ocurrió que su Rafa podría acompañarme. Las fichas se movían a mi favor, y conste que no fue mi idea, el destino mismo se estaba encargando de crearme las circunstancias para que me quitara aquella espina del pasado.
 A Gisella no le  pareció mal que  los dos viajáramos el viernes en la tarde de forma que pudiéramos descansar  para el arduo trabajo del fin de semana, ya después ella me ayudaría con la decoración.
 Durante el trayecto se sentía el olor a pecado, las ganas que teníamos de intercambiar fluidos que se hacia evidente en mi mano descansando en su entrepierna y la suya rozando cerca de mis pechos.

A eso de las nueve ya estábamos instalados en la habitación del hotel, mientras él se duchaba yo me ponía una blusilla y un cachetero que me producía un cosquilleo al rozar mis labios, lo cual hacia que empezara a apretar las piernas no se si para calmar o para producir mas ganas, pero en cuestión de breves minutos estaba totalmente mojada. Separando mis mulos, acaricie mi clítoris como diciéndole estas a punto de recibir lo quieres…

 Escuché abrirse la puerta del baño y rápido retire mis dedos de donde los tenía metidos, dicen que para las venganzas hay que tener la cabeza fría pero  yo la tenía caliente muy caliente y no solo la cabeza.
 Salió como le imaginé con el torso desnudo, secándose el cabello, estaba envuelto en una toalla que al ajustarse sobre la cadera hacia que el bulto mostrara una buena magnitud aun estando en reposo,  todo pronosticaba un gran festín.
 Se sentó en el filo de la cama, me miro…le mire…sonrio…sonreí…y terminamos riendo estrepitosamente, ambos sabimos lo que querimos y estabamos alli fingiendo ingenuidad. Subió su mano por mi muslo, hasta encontrarse con la parte baja de mis glúteos, e instantanemente la toalla que lo cubria se elevo producto de la ereccion, su mano zarandeaba  por dentro del cachetero, agarrando de lleno mi trasero, palpando mis carnes hasta hacerme jadear.
 Mientras lo hacia, nuestros labios  se apresaban y a medida que jugaba a penetrarme con su lengua sus dedos exploraban mi orifico, ingresaban y salían al ritmo de su lengua en mi garganta, y así como abría mi boca dándole espacio para que me llenara, desesperada abría también mis piernas.
 Me  quité la blusa dejando mis pechos protegidos tan solo por mi cabello que semejaba una  cortina que los cubría a medias, orgullosa de su rigidez levante mi pelo en una coleta, y arrastré mis senos por su rostro, dejando que su lengua se engolosine en mis pezones, y sus labios los succionen hasta agotarse, bajé por su pecho, dejando el brillo de mi saliva hasta llegar a su pubis, retiré la toalla, y se disparó su pene, en una magnifica erección, no podía menos que contemplar morbosa las venas marcadas y el tono rojizo,  recordando cuantas veces había deslizado mi mirada por su entrepierna, sin haber siquiera percibido ese olor indefinible,  me incliné y absorbí con mis labios las primeras poluciones de su sexo que  tienen aquel sabor que es capaz de convertirme en una cualquiera.
 Tomé su pene de la base y realicé movimientos ascendente que lo hacían expulsar su cadera, y aplastar su antebrazo sobre su frente, pase mi lengua sobre su capullo, lamiendo sobre el frenillo, succionándolo suave, poco a poco me lo fui introduciendo cada vez mas profundo hasta llenar mi boca con toda su herramienta, bajé hasta sus testículos, intentando metérmelos totalmente, mientras hacia que mis manos se balancearan sobre su erección.
 
 

 Me recosté sobre su cuerpo ubicándome casi en cuatro sin abandonar la succión, me agarró por los muslos y me empujó hacia su cara de forma que a medida que yo se la mamaba, él se estrellaba sobre mi vulva introduciéndome su lengua. Sus dedos jugaban en mi orificio al ritmo que yo me la introducía en la boca. Mordía mis muslos, separaba mi glúteo hundiendo su cara en mi coño, llenándose de todo mi olor, su lengua se agitaba desde mis labios hacia mi cola, embadurnándome de su saliva que se mezclaba con mi lubricación, la bebía con fascinación.
 Separó mis labios y atrapó mi clítoris succionando sin consideración, los movimientos de ambos se hacian mas intensos, las palpitaciones en mi sexo me anticipaban una buena corrida, y me abría mas exponiendo mis orificios para ser llenados de  sus besos. Mi pelvis se contrajo, y exploté en un mar de pulsaciones, que como un oleaje mojó su rostro, mientras mi boca aguantando los azotes, recibió el disparo de un gran chorro lechoso. Permanecimos un par de minutos lamiéndonos, limpiándonos dejándonos secos de todos aquellos fluidos que nos arrancaron gemidos de gozo.
 Tumbados en la cama, pícaramente le señale el reloj, y rio a carcajadas, habían trascurrido apenas unos pocos minutos y así tan fácilmente nos habíamos corrido de una manera espectacular.
 Al poco rato bajé, deslizándome entre las sabanas, encontré su pene a un descansando, y me lo introduje en la boca con muchísima más facilidad, era sensacional irlo levantando a punta de besos,  a medida que lo succionaba iba tomando cuerpo y alistándose para una nueva batalla, tenia ganas de ser cogida como se debe, con furia, con energía, esta vez no se me antojaban los besos dulces, ni las caricias tiernas, quería ser embestida como  una perra, con deseo, sin miedos, sin contemplaciones, codiciaba el vaivén de cadera estrellándose en mis sexo sin la menor piedad, sin la suavidad que seguramente le recordaría a mi hermana.
 Mientras chupaba mis pechos su glande punzaba en mi pubis, sentía la humedad y los suaves movimientos que pretendían alcanzar mi orifico, alcé la pierna por encima de su cadera, y tomándolo,  hacía que me rozara mientras su boca continuaba haciéndome gemir con las succiones. Su  glande encontró el camino, penetró rozando mis paredes, empujando suave, apartando mis carnes, y cuando mas ansiosa me mostraba de golpe me lo empujo hasta al fondo, haciéndome gemir. Se subió sobre mí acomodando mis piernas sobre sus hombros, y me azotó con una metida de profundidad, una dos tres veces. Y paraba cuando yo le suplicaba por más, nuevamente ingresaba, dándome una pocas metidas, estaba cerca de alcanzar un nuevo orgasmo y necesitaba que me la clave con mas duración, pero parecía negarse a ello así que levanté un poco mi cadera y lo apreté con mis piernas sin dejarlo escapar, varias punzadas, otra, otra mas, y cuando estaba cerca de correrme, sentí la presión de su cadera empujando contra mi sexo, se detuvo el balaceo, sus jadeos se desproporcionaron, sus puños se apretaron y me llenó de  la típica sensación de ser invadida de leche … se había corrido antes que yo!!
 Sus dedos buscaron rápidamente mi sexo, metiéndomelos con la furia que yo necesitaba, ingresando una y otra vez, luego queriendo provocarme mas sensaciones desparramó mis labios para chupar la sonrozada piel de mis pliegues, brillantes de tanta humedad, magreaba mis pechos a la vez que se zambullia sobre mi abertura estirando mi clítoris, sus dedos abandonando mis pezones se concentraron en deslizarse por mi cola, haciendo círculos sobre mi anillo, y llevando hacia atrás mis liquidos se deleitaba en lubricar la estrechez de mi conducto, me exitaba tanto esa sensación de ser invadida con su dedo, lo sentía agitarse por dentro, abriendo espacio, mientras yo pasaba mis dedos por mi vulva, estrujando mi clítoris lo cual inefablemente me llevó a lograr un orgasmo que me hizo gritar de placer.
 Nos besamos nuevamente, y quedé recostada en su pecho satisfecha, pero sumida en mis pensamientos.
 Que noche!!, deliciosa, no podía negarlo, dos intensos orgasmos, pero algo me dejaba confundida, me parecía insólito que siendo multiorgasmica, y teniendo mucha facilidad para conseguir orgasmos, él se hubiera venido antes que yo. Eso si era extraño, al disimulo mire nuevamene el reloj y confirme que definitimamente era muy extraño….
 En la mañana salimos a hacer los trámites de mudanza, habíamos planeado, pasar el dia juntos y realizar el traslado el domingo, de forma que pudiéramos aprovechar al máximo el fin de semana.
 Lamentablemente se nos pasó un pequeño detalle, las empresas de traslado que visitamos no laboraban los domingos, asi que nuestro planes se hecharon por los suelos y teníamos que volver ese mismo dia, en fin  al menos podía adelantar las adecuaciones.
 A eso de las cuatro de la tarde llegamos a nuestro destino, había que aprovechar al máximo, a los trabajadores, asi que no nos quedó más remedio que echarle manos a la obra. Nos hicieron falta unas herramientas,  por lo que Rafael  me indicó  en que lugar de la bodega las guardaba y me dirigí hacia su casa.
 Abri la puerta, parecía no haber nadie, quizá mi hermana descansaba en su habitación y caminé hacia alla, quería ver si su carita se veía mas linda con el par de cuernos que le habíamos montado, sonreí malévola, no es que la odiara, ni le deseara el mal, solo que la quería a mi manera, abri despacito para no asustarla puesto que nos esperaba al dia siguiente.
 La imagen que vi, no se si me produjo, sorpresa, risa, enojo, envidia, pero allí estaba ella, con su presiosa cabello castaño agitándose, con la carita dulce trasformada en una mueca, y su cuerpo casi convulsionado….
 Estaba ubicada en cuatro, con sus senos bambolenadose al ritmo de las arremetidas que recibia, con su trasero levantado, por la ubicación de perra, y delirante por aquella pieza que le taladraba el coño, que puta era!!, jajaja, mi dulce hermanita resultó más traicionera que yo, sí, doblemente traicionera,  zorra!!! Nos daba una puñalada por detrás, porque quien se la estaba cogiendo  era  David, el amigo de Rafa y  el hombre con el que supuestamente yo empezaba a salir.
 Vaya venganza la mia, me reproché, acostarme con su esposo que resultó demasiado “rápido” y que por lo visto a ella le importaba un carajo!! puesto que allí estaba disfrutando de una buena cogida… él la sujetaba por las caderas, y sus movientos profundos la hacían gritar hasta contorsionarse. Aquel cuerpo atlético, aquellos muslos fuertes, aquel…aquel…intrumento bien dotado,  no hicieron sinó que mojara mis bragas. Cómo no noté lo que había bajo esa carita de niño bueno.
 Su cadera se agitaba, sobre aquel coño mojado, resbalaba y cada dos o tres metidas golpeaba con profundidad haciéndola gemir, sus manos la sujetaban de sus pechos y ella expulsaba su cola hacia atrás como clara muestra de que queria mas, y el se lo daba, se lo daba todo….
 Un calor intenso empezó a calentarme las piernas, pasé mis manos por encima del jen, pero la tela gruesa no me dejaba acariciarme como yo quería, bajé el cierre, metí mis dedos por dentro de mi panti y a medida que él la penetraba yo procuraba hacer lo mismo con mis dedos…
 Definitivamente mi hermanita me obligaba a replantear mi venganza…
PARA CONTACTAR CONMIGO leonnela8@hotmail.com
 

 

 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 12. Detención..” (POR ALEX BLAME)

$
0
0

Capítulo 12: Detención

La policía tardó un rato en llegar. Tuvo la oportunidad de huir, pero todo le daba igual. Ahora que había saciado su sed de venganza, se sentía más vacio aun y la imagen de la mujer a la que había matado se le aparecía constantemente en su mente. Merecía ser detenido. Merecía pasar el resto de su vida en la cárcel.

La policía entró con su típica sensibilidad, tirando la puerta abajo, con las armas preparadas. Hércules permaneció sentado en el borde de la cama, con la mirada baja mientras seis hombres armados le apuntaban y le gritaban intentando penetrar en su aturdido cerebro. Le decían algo de tumbarse en el suelo y poner las manos en la espalda, pero como Hércules no daba señales de entender y su aspecto era intimidante hicieron que uno de ellos no se complicase más la vida y le disparase con un táser.

Los cincuenta mil voltios recorrieron su cuerpo haciendo que todos sus músculos se contrajesen dolorosamente justo antes de perder el conocimiento.

Despertó en una celda pequeña. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero la luz de la mañana se colaba por un ventanuco iluminando una pared sucia y llena de pintadas. Se incorporó aturdido y con los músculos doloridos. Se estiró y echó un vistazo alrededor. Tras diez minutos dando vueltas como un león enjaulado, decidió leer las pintadas de la pared para pasar el rato.

Había sencillos pareados del tipo:

“Hay que joderse con todos los presentes,

resulta que aquí todos somos inocentes.”

“Me perdí por sus curvas y su cálido interior,

y es que los Mercedes son mi perdición.”

Otros eran un poco más elaborados aunque no se podía decir que llegasen a ser literatura:

“Era una puta loca,

pero como follaba…

tanto me besaba la boca

como un cuchillo sacaba

y cargada de coca

me apuñalaba.

Un día me cansé

y al otro barrio la mandé.

Ahora solo y angustiado

me hago un paja y me corro desolado.”

Solo uno le llamó verdaderamente la atención, no sabía muy bien por qué:

“Ella era la mente y yo las manos que ejecutaban.

Por ella hacía cualquier cosa,

por sus labios rojos ,

por sus pechos pálidos y hermosos,

por un roce de sus muslos gloriosos.

Juntos en la cama, todo era hambre,

pero fuera de ella, nos cubría la sangre.

Por ella maté.

Por ella estoy aquí encerrado.

Por ella me acosan como a un perro enjaulado.

Pero como cualquier perro, estoy satisfecho,

estos polizontes nunca sabrán por mí lo que mi ama ha hecho.”

—¡Vaya! La bella durmiente ha despertado justo a tiempo. —dijo un policía acercando unas esposas a la puerta de la jaula mientras otro le cubría con el táser a punto— Es hora de ver al inspector.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: GAYS

PARA CONTACTAR CON EL AUTOR :
alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Casanova (10: Chantaje a María 1)” (POR TALIBOS)

$
0
0

CASANOVA: (10ª parte)
CHANTAJE A MARÍA (1ª parte)
Y pasaron los días. Algunos pensarán que tras las intensas experiencias acontecidas en el establo con las Benítez, debía estar absolutamente agotado, pero la verdad es que no era así, pues, al fin y al cabo, yo no me había corrido más de tres veces y mi juvenil organismo se recuperaba a velocidad pasmosa.
Aún así, pasé un par de días sin relacionarme con el bello sexo (relacionarme sexualmente, se entiende) y cuando por fin volví a las andadas, no fui yo el instigador del hecho, como verán a continuación.
Pues eso, que durante dos días la vida fue bastante rutinaria. Los Benítez se marcharon al día siguiente de la aventura del establo, después de almorzar, y nada, salvo las torvas miradas que Blanca me dirigía de vez en cuando, mostraba que algo malo hubiera sucedido. De hecho, la señora Benítez se veía simplemente radiante. Una sola noche de sueño (y de recordar lo sucedido) había bastado para que la señora comprendiera que en realidad se lo había pasado en grande, y que si su hijita había resultado ser una puta… ¡Pues ella no iba a ser menos!
Así que Inmaculada se mostró simpatiquísima con todo el mundo, especialmente conmigo, pues no paraba de decirle a mi madre lo mayor que yo estaba, que era un auténtico caballero, y le repetía una y otra vez lo amablemente que me había comportado con ella la tarde anterior, durante nuestro paseo.
Mientras hablaba, no paraba de dirigirme miradas cómplices, tan descaradas que creo que se dio cuenta todo el mundo, por lo que mi madre comenzó a observarme con cara rara, como decidiendo si, finalmente, no había sido tan buena idea dejarme salir a pasear la tarde anterior.
Por fin se fueron, en el coche del abuelo esta vez, pues éste había insistido mucho en que el señor Benítez probara el automóvil, “para ver si se decidía a comprarse uno de una vez”, aunque yo sabía que esto lo decía para mortificar un poco al vecino, pues, como las palabras del abuelo en el establo habían demostrado, la situación económica de los Benítez no era especialmente boyante.
No bien se hubieron marchado, cuando Dickie indicó que había que recuperar las clases del día anterior y de esa misma mañana, con lo que el mundo se me vino encima. Cualquier posibilidad de convencerla de saltarnos esas clases se veía imposibilitada por la presencia aprobadora de mi madre y tía Laura, que refrendaron vigorosamente la idea de la institutriz.
Pero no iba a ser yo su única víctima, pues las chicas también se vieron obligadas a asistir, sin escape posible, así que aquella tarde se nos fue estudiando, las chicas sentadas en la mesa habitual y yo, empotrado en un sillón algo aparte, con lo que ni siquiera tuve la oportunidad de hacer una de mis jugarretas.
Mientras estudiábamos, de vez en cuando alzaba la mirada para contemplar a las chicas. Estaban tan hermosas como siempre, pero, por una vez, yo no las miraba con ojos lujuriosos, sino que estaba auténticamente preocupado por Andrea.
Parecía encontrarse un poco mejor, más animada, lo que me alegró bastante, pues si se mostraba contenta durante aquellas interminables horas… es que en verdad debía sentirse mejor. En cierto momento ella alzó la vista y me sorprendió espiándola. Entonces me dirigió una encantadora sonrisa, que me derritió por completo.

 

Tiene que ser mía – pensé.

 

A partir de ese momento, y durante el resto de la tarde, sí que las miré a las tres con ojos lujuriosos, no irían ustedes a pensar que iba a ser bueno eternamente.
El día siguiente… tres cuartos de lo mismo. Aburridas clases por la mañana y trabajo por la tarde. Y digo trabajo porque decidí ir a charlar un rato con Antonio, y claro, no iba a estar mirando mientras él seguía con sus tareas.
Cuando el chico sintió que me aproximaba, alzó la vista de la valla que estaba reparando y al ver que era yo, una sonrisa cubrió su cara de oreja a oreja.

 

¡Hola, Oscar! – exclamó con entusiasmo.
Hola Antonio – respondí yo – ¿Cómo andas?
Pues aquí, ya ves, arreglando la cerca.
Espera, que te echo una mano.

 

Éramos suficientemente amigos como para que Antonio no perdiera el tiempo diciéndome que no era necesario que le ayudara o tonterías similares, simplemente se encogió de hombros y me pasó un par de guantes.
Así que allí se nos fue la tarde, serrando y martillando para arreglar la cerca estropeada. Naturalmente, charlamos, y no pasó mucho antes de que la conversación se desviara hacia los acontecimientos del establo.

 

¡Ya te digo! ¡Fue la ostia! – decía Antonio – Tío, te debo un favor enorme. Yo no podía imaginar que follar fuera tan… increíble.
Ya te veo, ya – reía yo – Además, estrenarse con una chica tan guapa como Blanca…
Sí, fue la leche. Aunque al principio lo pasé mal.
¿Al principio? ¡Coño, si al principio Blanca colaboraba encantada!
Sí, es verdad, pero me refiero antes de eso. Mientras esperaba que llegarais. Estaba acojonado. Te juro que estuve a punto de largarme de allí un montón de veces. No sabía lo que tenía que hacer, ni qué decir…
Pero mereció la pena ¿eh? – pregunté sonriente.
¡Ya te digo! – exclamó Antonio, usando una vez más su coletilla.
Bueno, al final salió todo bien. He de confesarte que yo también estaba un poco asustado por la forma en que se desarrollaron las cosas, pero, como te dije, las chicas disfrutaron de lo lindo, aunque Blanca se pilló un cabreo que…
¿Blanca? – dijo Antonio sorprendido – ¿En serio?
Sí, Blanca. Su madre iba más feliz que unas castañuelas, pero ella ni siquiera me habla.
Pero si Blanca vino a buscarme ayer por la mañana…
¿Cómo? – exclamé muy sorprendido – ¿Y qué quería?

 

Antonio enrojeció vivamente, lo que me hizo imaginarme lo que quería la chica.

 

Bueno… – dijo el chico – Verás… Me dijo que sabía que yo no era culpable de nada, que no estaba enfadada conmigo y que no me preocupara.
Ya.
Y que…
Dime, dime.
Y que el día anterior había hecho una promesa pero que por tu culpa no había podido cumplirla del todo.
Ya veo – dije yo, comprendiendo por donde iban los tiros.
Pues eso, que… Tío, me da vergüenza.
Vamos, Antonio. Hace dos días estábamos los dos desnudos, tirándonos a dos tías ¿y ahora me vienes con remilgos?
Pues… Empezó a pegarse a mí… Y me besó.
¿Y nada más?

 

En sus ojos leí que había algo más…

 

Me dijo que yo le gustaba y que si quería, podíamos vernos de vez en cuando.
Y tú dijiste que sí – dije riendo.
¡Ya te digo! –exclamó Antonio – Entonces me dijo que para sellar el pacto, debía cumplir su promesa, así que…
Venga tío, sigue.
Me la cogió y me la meneó – concluyó el chico bruscamente.
¡Joder! Está hecha una puta de cuidado. ¿Y tú no hiciste nada?

 

Una sonrisilla maliciosa curvó los labios de Antonio. Había creado un monstruo.

 

Bueno… – continuó – Yo le dije que un pacto debía sellarse entre dos, así que le metí mano en las bragas y también le hice una paja.
¡Jo, jo, jo! – me reía yo, aunque en el fondo algo envidioso – ¡Quién te ha visto y quién te ve! ¡Si ya eres todo un experto!

 

Antonio enrojeció levemente, frotándose la nuca con una mano, en ademán modesto.

 

¡Anda ya! – dijo – Sólo vi la oportunidad y…
Pues de eso se trata – dije yo – De aprovechar las oportunidades.

 

El resto de la tarde pasó en un plis plas, currando duramente en aquella cerca, pero pasándolo divinamente contándonos batallitas.
Y por fin, llegó la mañana del domingo, un día que empezó de manera inmejorable, pero que al final, acabó en desastre. Sigan leyendo.
Absolutamente agotado por el duro trabajo del día anterior, me habría encantado dormir hasta bien tarde aquella mañana, pues el domingo era el único día sin clase, pero no fue así, pues alguien lo impidió.
Bien temprano me desperté, confuso y adormilado por el cansancio. Miré a mi alrededor, con los ojos legañosos y medio cerrados, sin saber qué me había despertado. Y entre las brumas que la somnolencia formaba ante mis ojos, la vi, de pié junto a mi cama, mirándome.

 

¡Marina! – exclamé.

 

Ella se movió con gracia felina hacia mí, tapando mi boca con una de sus cálidas manos. El corazón me latía desbocado, la cabeza se me había despejado de golpe y la miraba con los ojos muy abiertos, despierto por completo. Mi instinto me decía por qué mi hermana estaba allí, lo que hizo que mi pene, enhiesto como todas las mañanas, brincara de expectación.

 

Shisssst –susurró Marina – No hables.

 

Yo, aún con la boca tapada, asentí con la cabeza, sin poner pegas. ¡Qué coño! Hubiera estado de acuerdo con cualquier cosa que ella me pidiera. De hecho, ni siquiera recordé que, en teoría, aún seguía enfadado con ella, pues aunque ya había hecho las paces con Marta, con mi hermana no había sido así.
Ella, lentamente, retiró su mano de mis labios, deslizándola sobre mi mejilla. Yo la contemplaba extasiado, hermosa más allá de cualquier sueño, vestida con su camisón, el mismo que llevaba la noche en que veló mi enfermedad, con un chal de punto sobre los hombros, pues esa mañana hacía un poco de frío. Llevaba el pelo suelto, sedoso, rodeando su delicado rostro, ligeramente ruborizado.

 

Échate para allá – susurró.

 

Mientras decía esto, levantó el borde de las sábanas y se sentó en el colchón, a mi lado. Yo, como un rayo, me desplacé hacia un costado de la cama, dejándole sitio para que se tumbara junto a mí. Ella, después de deshacerse de sus zapatillas y del chal, se metió bajo las sábanas, quedando su caliente cuerpo junto al mío.
Ella quedó boca arriba, tapándose con las sábanas hasta el cuello, mientras que yo, tumbado sobre un costado a su lado, no dejaba de mirarla.
Nuestros ojos se encontraron, y me sorprendí al darme cuenta de que yo estaba tan nervioso como ella. No importaba el número de mujeres con que ya me había acostado; allí, al lado de aquella diosa, volvía a ser el chico inexperto y asustadizo que era antes. Nuestros corazones latían desbocados, el mío retumbaba tan fuerte en mis oídos que no podía escuchar nada a mi alrededor. Sólo tenía ojos para ella.
Marina se movió un poco, sólo un centímetro, tratando simplemente de encontrar una postura más cómoda, pero eso hizo que su cadera rozara involuntariamente mi enfebrecido pene, quedando apoyada contra él.

 

¡Oh! – exclamó quedamente mi hermana, al notar mi dureza contra su muslo.

 

Aquel simple gemidito casi desata mi orgasmo. Fue un momento intensamente erótico. Corrientes eléctricas me sacudieron con fuerza, y algo mareado, me vi obligado a cerrar los ojos para serenarme, logrando tan sólo sentirla mejor contra mi paquete.
Entonces ella se movió de nuevo, pero en esta ocasión estoy seguro de que lo hizo solamente para frotarse un poco más contra mí, pues su cadera quedó todavía más apretada sobre mi erección.
Más sereno, abrí los ojos, contemplando el rostro arrebolado de mi hermanita. Sin aguantar más, deslicé una mano bajo las sábanas, recorriendo lentamente su cuerpo. Empecé por su muslo, que acaricié por encima del camisón. No ataqué a fondo, así que, en vez de pasar la mano sobre su entrepierna, la deslicé por su cadera, describiendo su contorno hasta dejarla posada en su estómago, donde me detuve unos segundos.

 

¡Ah! – un nuevo gemidito escapó de los labios de Marina, encendiéndome todavía más si es que era posible.

 

Mi mano continuó su viaje hacia el norte, encontrándose con las dos maravillosas colinas con que Dios había provisto a mi hermanita. Allí me detuve de nuevo, explorándolas, ahora un poco más bruscamente, en busca de las delicadas protuberancias que allí debía haber.
Efectivamente, allí estaban, apretándose excitados contra el camisón, mostrando inequívocamente que mi hermana estaba muy caliente. Con la yema de los dedos, acaricié con dulzura la punta de sus pezones, por encima de la ropa, sin querer descubrir todavía sus secretos, pero aquello bastaba para que mi hermana se retorciera de placer.
Un poco más arriba, su cuello de cisne, blanco e inmaculado, hermoso, tentador; lo recorrí con mis dedos, sintiendo su tersura, su delicadeza; su rostro, hermoso, jadeante, la locura para cualquier hombre.
Incapaz de resistir más, me incliné sobre mi hermana, y mis labios se prendieron de los suyos, dándonos un dulce beso. Mi mano seguía jugueteando con el pelo de Marina, buceando y nadando entre sus bucles, acariciando y rozando los sensibles lóbulos de sus orejas.
Me separé de aquellos carnosos labios a disgusto, contemplando el bello rostro de la chica. Todo era amor y poesía, pero entonces, bruscamente, el hechizo se rompió.
Mi hermana, al notar que había dejado de besarla, abrió los ojos y me vio mirándola extasiado, y entonces, con una voz de carretero que me sorprendió, exclamó algo enfadada:

 

¿Se puede saber qué coño miras, embobado?

 

Y ni corta ni perezosa se abalanzó sobre mí, empujándome y dejándome tumbado boca arriba sobre el colchón. Echándose sobre mí, pegó con fuerza sus morros a los míos, mientras su juguetona lengua se abría paso entre mis labios buscando la mía. Aquello era del todo inesperado, aquella lujuria, aquella fuerza, no era en absoluto algo propio de mi hermana. Sí que había cambiado.
Con deseo, ahora fueron sus manos las que recorrieron mi cuerpo, desabrochando a la vez los botones de la pechera de mi pijama. Una de sus manos se perdió bajo las sábanas, pero enseguida averigüé donde iba, pues de pronto mi polla fue estrujada con fuerza.

 

¡Ay! ¡Tranquila! – conseguí balbucear escapando de sus labios.
¿Tranquila? ¿Después de tanto tiempo? ¡Claro! Tú me asaltas por la noche en mi cuarto, me provocas, me metes mano, y ahora… ¿dices que tranquila?

 

No pude responder pues volvió a besarme con fiereza, mientras que mi polla era masajeada por encima del pijama.
Aún tardé un poco en recuperarme de la sorpresa inicial, pero poco a poco, iba dándome cuenta de que aquello, aunque no era como lo había imaginado, no estaba nada mal. Así que, sin perder más tiempo, posé mis manos en el dulce culito de mi hermanita y empecé a amasarlo con deleite, mientras nuestras lenguas seguían bailando enlazadas.
La habitación se llenó enseguida de jadeos, gemidos y chupetones, que provocaban que nos excitáramos cada vez más, ajenos a todo lo que sucedía a nuestro alrededor.
Entonces, repentinamente, Blanca se separó de mí, dejándome besando al aire.

 

¿Qué pasa? – farfullé, resoplando excitado.
Creo que voy a devolverte el favorcito que me hiciste en mi dormitorio – dijo ella.

 

Confuso, tardé unos segundos en recordar a qué se refería. Cuando lo logré, mis ojos se abrieron como platos, provocando la hilaridad en Marina.

 

Vaya, vaya, veo que ya te acuerdas. Es un milagro, con tantas mujeres como tienes últimamente, que te acuerdes de algo tan nimio…

 

Mientras decía esto, con su sonrisilla maliciosa dibujada en el rostro, levantó las sábanas y se cubrió la cabeza con ellas. Poco a poco, fue gateando hacia atrás bajo las sábanas, dirigiéndose hacia los pies de la cama, mientras yo, excitadísimo, me incorporaba un poco sobre el colchón, sentándome y quedando mi espalda apoyada contra la cabecera.
Cuando mi hermana alcanzó la postura adecuada, un estremecimiento de excitación recorrió mi cuerpo. No podía creer lo que sucedía, la cabeza me daba vueltas, pero Marina no iba a hacerme esperar más.
Noté cómo sus dedos se prendían de la cinturilla del pantalón del pijama y tiraban hacia abajo. Yo, solícito, levanté el culo del colchón, para facilitarle la tarea, así que, en poco segundos, me vi libre de ropa. La mano de Marina surgió de debajo de las sábanas por un costado de la cama, llevando agarrado el pantalón que fue arrojado al suelo, desapareciendo la mano bajo las sábanas otra vez.
Yo temblaba de excitación, deseoso de que todo empezara ya, pero aún así, cuando la manita de mi hermana se aferró a mi instrumento, yo no podía creérmelo.
Su mano se deslizó delicadamente por encima del tronco un par de veces, arrancándome gemidos de desesperación. Yo recordaba que, la noche a la que había aludido Marina, yo le había comido el coño, así que si iba a devolverme el favor… Pero aún así, seguía sin creérmelo.
Entonces lo noté, su deliciosa lengüita se posó sobre mi enfebrecido pene y lo chupó por completo, recorriéndolo desde la base hasta la punta. Casi me corro. Me costó Dios y ayuda serenarme, resoplando con los ojos cerrados, excitado a más no poder.

 

¿Te gusta? – la voz de Marina surgió de bajo las sábanas.
¡SÍ! – respondí rápidamente – ¡No te pares!
Vaaaaaaaale – respondió juguetona mi hermana.

 

Mi polla fue agitada bajo las sábanas, de forma que la punta golpeó un par de veces contra la barbilla de Marina, como hace uno cuando se pone pensativo con un lápiz entre las manos. Aquello era lo máximo.
O eso pensaba yo hasta que por fin, la boquita de mi hermana engulló la punta de mi torturado cipote. Un súbito éxtasis se apoderó de mí, escuché las trompetas celestiales, había alcanzado el culmen del conquistador, después de aquello, cualquier experiencia me sabría a poco. Como ven, mi cerebro desbarraba y alucinaba, pero créanme cuando les digo que aquello era la ostia.
La boquita de Marina fue deslizándose sobre el tronco hasta engullirlo por completo, quedándose quieta unos segundos, con toda la polla enterrada en la garganta. Después volvió a sacarla lentamente, deslizando sus labios de nuevo sobre él, esta vez en sentido contrario. Cuando estuvo casi toda fuera, su lengua jugueteó con la punta, produciéndome deliciosas cosquillas.

 

¿Qué te parece? ¿Lo hago bien? – escuché su voz.
¡Joder! – respondí con un hilo de voz – ¡Ya lo creo!
Estupendo.

 

Y volvió a engullir la verga. Yo, sin pensar en que tenía la boca llena, le pregunté jadeando:

 

¿Dónde has aprendido?

 

Con desgana, Marina tuvo que volver a separarse de su juguetito, pues, como chica bien educada, respondía siempre que la interrogaban.

 

Brigitte me explicó cómo se hacía – dijo simplemente.
¿CÓMO? – exclamé alucinado.
Ya sabes – dijo Marina sin dejar de pajear suavemente mi instrumento – Brigitte, la doncella de tía Laura.
No puedo creerlo – dije anonadado.
Verás, después de nuestro… incidente la noche de la gripe, decidí que lo mejor era hacerte caso y pasarlo bien.
Me alegro – dije yo.
No te creas, al principio pensé en buscarme a alguien por ahí, para darte una lección.
Uy, uy, uy – pensé.
Pero entonces escuché una conversación entre Brigitte y Vito, en la que la muy zorra contaba cómo se había acostado contigo en su dormitorio.
¡Ah, ya! – dije – Sigue, sigue, no te pares.

 

Marina, a la que yo no podía ver porque seguía bajo las sábanas, dijo juguetona.

 

¿Que siga? ¿Con qué? ¿Con la historia o… con esto?

 

Mientras hablaba, pajeó violentamente mi polla, arrancándome un fuerte gemido de placer. Durante un segundo, no pude pensar en nada, sintiendo tan sólo cómo mi pene era deliciosamente estrujado.

 

Co… con la historia – acerté a decir – Lo otro sigue haciéndolo despacito, que ya acabarás luego.
Vaaaale – contestó Marina bajo las sábanas, mientras volvía a propinarle un nuevo lametón a mi pene, lo que hizo que las rodillas me temblaran.
Tra…. tranquila – musité
Bueno, por dónde iba. ¡Ah, sí! Pues eso – continuó Marina – Brigitte decía lo increíble que eras, que nunca se lo habían hecho así…
¿En serio? – exclamé súbitamente orgulloso.
Pues sí. Y además dijo que eras un auténtico caballero, que la habías tratado con dulzura, haciendo que ella lo pasara bien, sin preocuparte sólo de ti y no sé cuantas cosas más.
Madre mía.

 

Marina alzó entonces las sábanas con una mano. Yo miré bajo ellas y la vi, allí entre mis muslos, con mi polla enarbolada con una mano mientras me miraba con aire de suficiencia.

 

Sí, a mí también me sorprendió mucho. Con lo mal que me habías tratado a mí… – dijo.
¿Mal? ¿Qué te hice yo de malo?

 

Su rostro se enfadó ligeramente.

 

¿Cómo que qué? ¿Te parece poco lo que me hiciste? Primero tú y Marta os burlasteis de mí en el coche, luego en la cocina, me asaltaste en mi cuarto, después en el tuyo… ¡Y estoy segura de que me olvido cosas!
Pero lo pasaste bien… – dije en voz susurrante.

 

Ella me miró un segundo y por fin, sonrió.

 

La verdad es que sí – dijo.

 

Agachó entonces la cabeza, dispuesta a engullir de nuevo mi aparato, pero yo, tontamente, la detuve.

 

¡Espera! ¡Espera! ¿Y cuándo hablaste con Brigitte?
¡Ah! – dijo mi hermana alzando de nuevo el cuello – Hace dos semanas más o menos. Justo antes del desagradable incidente con Marta en la escalera.
Ya. Ya noté que entonces andabas un poco… alocada.
Bueno sí. ¿Y qué?
No, nada. Que os pasasteis las dos un montón.
¿Yo? – dijo Marina indignada, apretando con fuerza sobre mi polla.
¡Vale! ¡Vale! – exclamé yo – Continúa por favor.
Pues un día me acerqué a Brigitte en el salón y se lo pregunté.
¿Así, de sopetón? Oye, Brigitte – la imité – ¿Podrías decirme cómo se chupa una polla?
No, tonto… – rió mi hermana – Hablamos un rato y yo fui desviando la conversación… hasta que le dije que sabía que se acostaba contigo, y que tenía que explicarme ciertas cosas.
Ya comprendo. ¿Y qué te dijo ella?

 

Marina me miró un segundo.

 

¡Ay, hijo! ¿Y qué más da? ¿No prefieres que te demuestre lo que me enseñó?

 

Y sin tardar un segundo, su boca volvió a tragarse son voracidad mi polla, dejándome con la palabra en la boca. Marina dejó caer la sábana de nuevo, quedando tapada por completo. Parecía haberse molestado porque yo deseara hablar en vez de que me la chupara, pero lo que ella no comprendía aún (por ser tan inexperta) es que el simple hecho de oírla hablar de esos temas ya resultaba excitante para mí, y para la mamada… siempre había tiempo.
En fin, que no había más remedio que dejar que me la chupara. En el fondo yo no quería, pero daba tanta pereza resistirse que… decidí dejar que la chica disfrutara, así que cruzando las manos tras mi cuello, me apoyé en el respaldo de la cama , separando bien las piernas para que la chica jugase cuanto quisiera y cerrando los ojos para notarla bien (espero que hayan notado el tono irónico).
Yo disfrutaba como un enano, se notaba que la chica aún tenía cosas que aprender, pero con aquel entusiasmo y energía, se convertiría en una auténtica maestra en poco tiempo. Sus labios se deslizaban con rapidez sobre mi polla, en un ritmo óptimo, pero yo echaba de menos un poco más de acción por parte de su lengua, pero en fin, en aquel momento yo no la hubiera cambiado ni por la mejor mamadora del mundo.
Abrí los ojos y miré hacia abajo. El observar aquel bulto bajo las sábanas, que se agitaba entre mis piernas chupándome la polla, era de lo más erótico. El no ver, puede superar en muchas ocasiones el ver, os lo aseguro. Cerré de nuevo los ojos, para disfrutar al máximo de la situación.

 

¡Joder! ¡Qué maravilla! – pensé – Despertarse así es lo mejor de la vida.

 

Seguimos así unos minutos, sin hablar, escuchando tan sólo el sonido de mis jadeos y los chupetones que Marina me propinaba. Estaba en la gloria. Entonces, no sé muy bien por qué, abrí los ojos y miré hacia un lado. Y se desató el cataclismo. Junto a la cama, mirándome con los ojos en llamas, estaba mi prima Marta.

 

¡OH, DIOS! – exclamé aterrado.
Te gusta, ¿eh? – contestó Marina bajo las sábanas, sacándose la polla de la boca un segundo.

 

Marta, enfurecida, agarró las sábanas y las arrancó de un tirón, apareciendo mi hermana, acurrucada entre mis piernas, engullendo mi erección con deleite. Sorprendida, Marina alzó la vista, parpadeando un poco por la súbita luz, pues sus ojos, al permanecer tanto rato bajo las sábanas, se habían acostumbrado a la oscuridad.

 

¡TÚ! – exclamó al distinguir por fin a Marta.
¡SÍ, YO, PEDAZO DE ZORRA! – gritó mi prima.
¡Ay, Dios mío! – pensé yo.

 

Consciente de lo que se avecinaba, me interpuse rápidamente entre las dos mujeres, arrodillándome en el colchón frente a Marta. Obviamente, al estar desnudo de cintura para abajo, mi polla bambolante quedó apuntando hacia mi prima, lo que la enfureció todavía más.

 

¡Aparta eso de mí! – gritó dándole un manotazo a mi instrumento.

 

A lo largo de mi vida, muchas han sido las mujeres que me han abofeteado, pero os juro que Marta fue la única que se lo hizo a mi miembro. La polla, ante el golpe, se agitó hacia los lados, lo que puso frenética a Martita.

 

¿Quieres taparte eso? – aulló.
Sí, claro, perdona – contesté aturrullado.

 

Miré aturdido a mi alrededor, en busca de los pantalones de mi pijama. Estaban en el suelo, donde Marina los había tirado. Bajé de la cama y los cogí, poniéndomelos con torpeza. Obviamente, aquello no ocultaba mi terrible erección, pero al menos, no iba con ella al aire.
Me volví y me encontré con aquellas dos fieras, mirándose furibundas, sin decir nada. Marina se había sentado al borde de la cama, con los pies en el suelo, justo enfrente de su prima. La tensión entre ellas podía palparse, yo estaba muy nervioso por lo que pudiera pasar, hasta que de pronto, Martita dio el primer paso.

 

Eres una puta – dijo con voz sorprendentemente serena.
¿Yo? – respondió Marina – Pues anda que tú. Yo todavía no he hecho nada, pero tú te lo has follado un montón de veces.
¿Nada? – exclamó Marta con el rostro cada vez más encendido – ¿Llamas nada a chuparle la polla a tu propio hermano?
¿Y qué? Tú también habrás hecho lo mismo, y se trata de tu primo. No hay tanta diferencia.
¡YO JAMÁS HE HECHO ESO! ¡NUNCA HE HECHO NADA CON… CON LA BOCA! –aulló Marta.
Marina miró hacia mí un segundo y añadió:
¿De verdad? ¿Nunca se la has chupado?
¡NO!
Pues tú te lo pierdes. Sabe muy bien y a Oscar le encanta cómo se lo hago. ¿Verdad hermanito?
Tierra trágame – pensé mientras las contemplaba anonadado, sin decir nada.

 

Las dos chicas me miraban fijamente, una con el rostro contraído por la ira, la otra… con una extraña expresión divertida.

 

Yo… no… – acerté a balbucear.
¿Ves? – continuó Marina aprovechando mi confusión – No lo niega. Además mira cómo la tiene todavía, se le nota que estaba disfrutando.

 

Al decir esto, señaló con la cabeza mi tremenda erección, que formaba un notorio bulto en el pijama. Mi mente podía estar preocupada, pero mi libido…

 

Y ahora vete, por favor, Oscar y yo estábamos pasando un rato muy agradable hasta que viniste a molestar – dijo mi hermana.
¡PUTA! – aulló Marta abalanzándose sobre su prima.

 

Marina, que se lo esperaba, logró sujetar a Marta por las muñecas, cayendo ambas sobre la cama en un confuso montón.
Aunque suene raro, aquel repentino arranque de violencia sirvió para serenar mi mente. Lo vi todo más claro. Estaba más que harto de aquella situación. Había otras mujeres que no me proporcionarían tantos problemas. Yo era el único culpable de aquella situación. Había destruido una hermosa amistad entre dos chicas y no iba a consentir que aquello siguiera así.
Decidido, me dirigí hacia una mesita de lectura que había junto a la ventana, totalmente ajeno a la pelea entre las dos gatas. Agarré un jarrón con flores que había sobre ella y, con fuerza, lo estampé contra la pared.
El súbito impacto sobresaltó a las dos chicas, que asustadas, alzaron la vista hacia mí, permaneciendo todavía una sobre la otra, en su afán de sacarse los ojos mutuamente. Percibí cómo las dos leyeron en mi mirada que estaba profundamente enfadado, y aquello sirvió para calmarlas. Muy despacio, Marta se quitó de encima de su prima, y las dos se sentaron en el colchón, observándome.

 

Fuera – dije con voz firme.
¿Cómo? – dijo Marina.
Que os vayáis. No quiero saber nada de ninguna de las dos. Se acabó.
Pe…pero… – intentó decir mi hermana.
Pero nada. Largaos – dije señalando la puerta.

 

Marta mostraba una expresión anonadada, pero Marina aún pensaba que yo no iba en serio. Zalamera, se puso en pié y caminó contoneándose hacia mi. Puso entonces una mano en mi hombro, mientras apretaba su torso contra mí. Su otra mano se colocó en mi pecho y, lentamente, fue acariciándolo deslizándose hacia abajo.

 

Vamos, no seas tonto – susurró sensualmente – Espera un segundo y terminaré lo que te estaba haciendo.

 

Su mera cercanía me enervaba, pero logré controlarme y mantenerme firme. Sujeté su mano y la aparté de mí.

 

No. Se acabó. He dicho que os marchéis. Fuera de aquí las dos.

 

En el rostro de mi hermana se dibujó una expresión de profunda sorpresa. Por fin comprendía que yo no bromeaba.

 

Pe… pero… No puede ser. Después de todo lo que me has hecho, de todo lo que me has hecho hacer – balbuceó.
Me da igual. No soporto veros así. Se acabó – dije apartando la mirada de ella.
¡ERES UN CABRÓN! – aulló Marina.

 

La miré y vi que había lágrimas en sus ojos. Algo avergonzado, desvié la mirada, sólo para encontrarme con que Marta también lloraba sentada en mi cama. Pero no dejé que me conmovieran. Inflexible, aunque algo afectado, me limité a señalarles la puerta. Marta, sin decir nada, se levantó y caminó con rapidez hasta la salida, dejando la puerta abierta tras de si. Marina aún intentó encandilarme de nuevo, abrazándose a mí con fuerza, pero yo la aparté, decidido.
Por fin, viendo que yo no iba a cambiar de parecer, Marina se marchó. Recogió primero su chal y sus zapatillas, poniéndoselas de nuevo, y después me dirigió una mirada orgullosa y enfadada, pero también dolida, lo que me conmovió mucho. Pero me mantuve en mis trece. Un rato de placer no justificaba la destrucción de la amistad entre aquellas dos chicas. Era consciente de que quizás era tarde para solucionar los problemas entre ellas, pero si al menos se eliminaba la causa de la discordia… Así que decidí borrarme de la ecuación. Nunca más intentaría nada con mi prima ni con mi hermana. Punto y final.
Permanecí de pié en mi cuarto unos minutos más, pensando en lo sucedido y en lo duro que iba a ser apartarme de aquellas dos bellezas. Pero qué se le iba a hacer, era todo culpa mía, así que lo justo era que padeciese algún castigo.
Fue entonces cuando un pinchazo en mi torturado miembro me hizo recordar el estado en que me encontraba. Miré hacia abajo para constatar que mi erección, a pesar de todo lo acontecido, no había disminuido en absoluto. Mi picha se había quedado a medias, y ella no entendía de relaciones de amistad, sólo quería coño.

 

Pues qué le voy a hacer – dije acariciándome distraídamente el miembro por encima del pijama – Tendré que buscarme a otra.

 

Y entonces fue como si mis plegarias hubieran sido escuchadas. Alguien llamó a la puerta, y yo, sobresaltado, pregunté:

 

¿Quién es?
Soy yo, señorito, Tomasa. Venía a ver si ya se había levantado, para hacerle la cama.

 

Me extrañó mucho su presencia, pues normalmente mi madre se encargaba de enviar a las criadas a nuestros dormitorios, y siempre lo hacía tras comprobar ella misma que nos habíamos levantado. Entonces me acordé. ¡Claro! ¡Era domingo! Mis padres habían estado comentando durante la semana que el domingo iban a bajar al pueblo a hacer una visita, y el abuelo y tía Laura iban a acompañarlos. ¿Cómo había podido olvidarme?
Eso explicaba muchas cosas. La ausencia de los adultos le había brindado a Marina la oportunidad de colarse en mi cuarto, sin riesgo de ser descubierta; seguro que llevaba tiempo pensando en el plan. Y por lo visto, Marta había pensado en lo mismo.
Sacudí la cabeza para aclararme las ideas. Bueno, en aquellos momentos precisaba de una mujer, y tras la puerta disponía de una que estaba bien buena. Además, se trataba de una chica todavía no catada por mí. La cosa mejoraba.

 

¿Señorito? – la voz de Tomasa volvió a sonar, extrañada de que yo tardara tanto en contestar.

 

Rápidamente, me acerqué a la puerta y la abrí, encontrándome con Tomasa, que dio un pequeño respingo de sorpresa. Necesitaba un poco de tiempo para pensar, así que le dije:

 

Sí, claro, Tomasa. Ya estoy levantado. Mira, ve haciendo la cama que yo voy a lavarme.
Sí, señorito.

 

Me aparté hacia un lado, dejándola pasar, procurando mantenerme ligeramente tapado por la puerta, para que ella no viera mi bulto. Una vez hubo entrado, salí yo al pasillo, precipitándome rápidamente en el baño de enfrente.
Más tranquilo, procedí a lavarme la cara y a asearme un poco, mientras pensaba en la más conveniente estrategia para atacar a Tomasa. Una vez decidido y bien peinado, salí de nuevo al pasillo, todavía en pijama, pues no me había acordado de coger ropa limpia cuando salí de mi dormitorio.
Procurando no hacer ruido, entré en mi habitación, esperando encontrar a Tomasa haciendo la cama. Mi sorpresa fue grande al encontrarme el cuarto totalmente desierto y la cama sin hacer. ¿Dónde coño se había metido aquella muchacha? La respuesta llegó pocos segundos después.

 

¡Ah! Señorito. Ya está usted aquí – dijo Tomasa desde la puerta, a mis espaldas.

 

Me di la vuelta y me encontré con que la criada portaba unos trapos y una escoba.

 

Verá – dijo tímidamente – Es que he visto que se ha roto un jarrón y he ido a por trapos para limpiarlo.
¡Ah! Claro, claro. Sí, lo rompí antes. Choqué con la mesa y se cayó.
No se preocupe. Yo lo recogeré todo.

 

Me aparté un poco y Tomasa fue hasta los restos del jarrón. Empezó a barrer los cristales, mientras yo la miraba tratando de encontrar el momento adecuado para atacar.

 

Oye, Tomasa – dije mientras cerraba distraídamente la puerta, echando el cerrojo.
¿Por qué cierra la puerta? – dijo ella extrañada.
¡Oh! Es que voy a cambiarme. Y no estaría bien que alguien pasara por el pasillo y me viera medio desnudo ¿verdad?
Sí, claro. Me marcho. Volveré después entonces.
No, no, Tomasa. No hace falta. No me importa que te quedes.
Pero, eso no puede ser señorito. Será mejor que venga ahora después – dijo dirigiéndose a la puerta.
 

 

Aquella mañana no estaba demasiado habilidoso, si no, seguro que se me habría ocurrido alguna manera mejor de retenerla en el cuarto. Pero con todo lo que había pasado con Marta y Marina, andaba un poco despistado. Así que no se me ocurrió otra cosa que usar mis galones.

 

Espera Tomasa – dije secamente.
Dígame señorito.
Vamos a ver. Yo soy el hijo de tus jefes ¿verdad?
Sí, claro – respondió la chica.
Eso me convierte en tu jefe.
Sí, señorito.
Pues entonces, te ordeno que sigas con lo que estaba haciendo. Ya te he dicho que no me molesta que estés aquí, así que no te vayas.
Pero es que… No está bien…
Lo único que tienes que hacer es no mirarme mientras me cambio, así no estaremos haciendo nada malo.

 

Muy confundida por lo que acababa de decirle, la pobre Tomasa, que no destacaba por su inteligencia precisamente, no supo ni qué decir. Así que, encogiéndose de hombros, volvió a empuñar la escoba para recoger los cristales, procurando mantenerse de espaldas a mí.
Bueno, ya había dado el primer paso. Ahora debía continuar, pero mi mente no daba para mucho aquella mañana, así que decidí ser muy directo.
Fui hasta mi armario, de donde saqué la ropa que pensaba ponerme aquel día y la dejé sobre la cama. Sentándome sobre el colchón, me quité el pijama, quedando completamente desnudo, mirando pensativo la espalda de la chica.
Ella había terminado de barrer, pero aún tenía que limpiar el suelo, así que, ni corta ni perezosa, se arrodilló sobre el piso con trapos en las manos, para recoger el agua del jarrón y quitar las manchas. Quedó así a cuatro patas, su trasero moviéndose tentador mientras su dueña frotaba y frotaba.
Me acaricié despacio el miembro, pues éste, por fin, había perdido un poco de vigor; pero el simple hecho de pensar en clavarse en Tomasa, bastó para enardecerlo de nuevo.

 

Tomasa – dije cuando estuve trempado del todo.
¿Sí, señorito? – respondió ella sin volverse.
Ven aquí. Siéntate a mi lado.
Pero… ¿Ya se ha vestido?

 

Tomasa volvió un poco la cabeza, lo justo para comprobar que yo estaba en pelotas. Rápidamente, volvió a mirar al frente, para evitar ver mi desnudez.

 

Si… si está usted desnudo – balbuceó la chica.
No seas tonta – la amonesté yo – Ven aquí te digo. Quiero preguntarte una cosa.
No… No está bien, señorito. No puedo.
Venga, Tomasa, por favor – insistía yo – Necesito saber una cosa.
Bueno. Dígamela. Pero no me pida que vaya junto a usted.
¿Y por qué no?
Po… porque está usted desnudo.
¿Y qué?
Pu… pues que no está bien.
Pero Tomasa, si no me miras no podrás contestar a mi pregunta.
¿Por qué?
Mira, Tomasa. Lo que yo quiero saber es si soy… normal.
No… no le entiendo.
Quiero decir que no sé si… si mi pito es normal.

 

El cuerpo de Tomasa se tensó visiblemente. Estaba muy nerviosa y no sabía cómo escapar de esa situación. El hijo de sus jefes estaba acosándola, pero ella, acostumbrada a ser acosada, no sabía cómo esquivar ese tipo de situaciones.

 

¿A qué se refiere? – acertó a decir.
Pues eso… Que quiero saber si está bien de grande, de forma y todo eso, ya sabes – dije yo.
Pero yo no sé…
Venga, Tomasa, no me mientas. Una chica tan preciosa como tú habrá visto muchas…
¡Señorito! – exclamó sorprendida – Yo nunca…
¿Cómo que nunca? No me mientas Tomasa… – dije en tono serio.
Bueno…
Vamos, chica, que no te estoy preguntando por tus novios. Eres libre de hacer lo que quieras en tu vida privada. Sólo te estoy pidiendo que me ayudes un poco. Recuerda que yo te ayudé el día del bicho – dije rememorando anteriores experiencias.

 

Como no se decidía, me levanté y la rodeé para situarme frente a ella. Como seguía de rodillas en el suelo, mi polla iba a quedar justo frente a ella, como yo quería, pero Tomasa lo evitó girándose bruscamente y apartándose de mí. Entonces soltó una exclamación de dolor.

 

¡Ay! – gritó – ¡Mi rodilla!

 

Aquello no me lo esperaba. La chica se dejó caer en el suelo, sentándose, mientras sus manos abrazaban su rodilla izquierda.

 

¿Qué ha pasado? – pregunté alarmado – ¿Estás bien?
Me he clavado algo en la rodilla – dijo Tomasa – Me duele.
Espera. Deja que te ayude.

 

Tomándola por los brazos, la ayudé a levantarse, dejándola sentada sobre el colchón. Yo estaba auténticamente preocupado por ella, sobre todo cuando vi que su vestido tenía un agujero a la altura de la rodilla y aparecían manchas de sangre sobre él.
Sin pensar, me arrodillé frente a ella y levanté con cuidado el borde de su falda. No piensen mal, sólo unos centímetros, lo justo para descubrir la rodilla herida.
Efectivamente, se había clavado un cristal. Al barrer, un trocito del jarrón, del tamaño de una moneda le había pasado desapercibido, con tan mala fortuna que había ido a clavárselo. El cristal aún permanecía en la herida, pero no parecía nada grave.

 

Espera un segundo – dije – Voy a ir a por una gasa y yodo para curarte.

 

Alcé la vista y miré a Tomasa, comprobando sorprendido que evitaba mirarme, con las mejillas completamente arreboladas. Me di cuenta entonces de que aún seguía desnudo, con la polla dando botes a su aire.

 

Señorito, por favor… – logró decir Tomasa.
¡Oh, perdón! – dije yo avergonzado – Espera aquí un segundo ¿de acuerdo?

 

Azorado de verdad por ser tan insensible, me puse a toda velocidad el pantalón del pijama. Salí al pasillo y fui al baño, de donde tomé lo necesario para una pequeña cura.
Regresé junto a Tomasa, cerrando la puerta de mi dormitorio, pero esta vez, me olvidé de correr el cerrojo.

 

Ya estoy aquí – le dije arrodillándome frente a ella – Estira la pierna.

 

La chica obedeció, y yo coloqué su pie en mi regazo. Volví a levantarle el borde de la falda, descubriendo la herida, y procedí a quitarle el trocito de cristal, con lo que brotó un poco de sangre de la herida, lo que provocó un ligero sollozo en la chica.

 

Perdona – le dije – ¿Te duele?
Un poco – respondió Tomasa.

 

Empapé una gasa en alcohol, para desinfectar, y la apliqué directamente en el corte. Aquello le escoció a Tomasa, pues pegó un auténtico salto en el colchón, mientras se quejaba.
Pero aquel saltito tuvo un inesperado y estupendo efecto. Su falda, que yo había recogido por encima de sus rodillas, se le subió todavía más, dejando al descubierto sus piernas hasta medio muslo. Mis ojos quedaron prendados de sus magníficas cachas, haciéndome recordar de nuevo el por qué estábamos allí. Más sereno una vez recobrado mi objetivo, terminé de limpiarle con cuidado el corte.
Lo sequé después con otra gasa, comprobando que era bastante pequeño, un par de centímetros como máximo. Con delicadeza, unté la herida con yodo, usando otra gasa para ello, pero mi atención no estaba en lo que estaba haciendo, sino que mis ojos estaban fijos en el triángulo de oscuridad que el borde de la falda formaba sobre los muslos de la chica, dentro del cual se escondía el tesoro que yo codiciaba.

 

Ya está – dijo entonces Tomasa, rompiendo el encanto.
No, espera – respondí yo – Aún no se ha secado.

 

Acerqué entonces mi cara a su rodilla, y dulcemente, comencé a soplar sobre ella, para que el yodo secara más rápido. Desde esa postura, mis ojos buscaban con avidez poder ver por debajo de la falda de la criada, pero la ropa no se le había subido lo suficiente, lo que era enloquecedor.

 

Déjelo – dijo Tomasa, visiblemente nerviosa – Ya se secará solo.
No seas tonta – respondí yo sin dejar de soplar – Si te manchas el vestido de yodo además de sangre te va a costar mucho más limpiarlo.

 

Sin respuesta, la chica se dejó hacer, aunque se removía inquieta en su asiento. Yo sostenía su pierna con una mano en su tobillo y la otra bajo su rodilla herida. Con habilidad, comencé a acariciarla dulcemente en ambos puntos, de forma muy ligera, para que no pudiera protestar.

 

¿Te duele? – le pregunté.
No. Pero pica un poco.
Espera. Te daré un masaje y verás como se te quita.

 

Posé entonces mis manos de forma más decidida en su pantorrilla, y comencé a deslizarlas sobre ella, acariciando su tersa piel.

 

El zapato me molesta un poco – susurré.

 

Sin esperar respuesta, descalcé el pié de la chica y comencé a masajearlo. Se notaba que le gustaba, pues sus protestas habían desaparecido. Mis dedos se deslizaban hábiles sobre su pierna, pero yo me mostraba todavía cauto, temeroso de estropearlo, así que, cuando mis manos llegaban a su rodilla, se detenían y volvían a deslizarse hacia abajo, como si aquella fuera la frontera entre lo apropiado y lo prohibido.
Pero claro, yo no iba a aguantar así eternamente, así que tras un par de minutos de casto masaje, comencé a envalentonarme poco a poco. Como quiera que la chica no protestaba, mis dedos comenzaron a rodear la rodilla herida cuando la alcanzaban, pasando a acariciar el delicioso muslo de Tomasa, llegando un poco más arriba cada vez que subía.
En pocos minutos, mis manos amasaban decididamente su cacha, alcanzando por fin el borde de la ropa, empujándolo disimuladamente cada vez un poco más arriba. Tomasa hizo un último intento de resistencia, tratando de evitar que su falda subiera demasiado, pero yo leía en lo agitado de su respiración y en el brillo de su mirada que ya estaba dispuesta a no marcharse de allí sin follar.

 

Shissssst. Relájate – susurré – Déjame a mí y lo pasarás como nunca.

 

Ella me miró unos segundos, indecisa, así que yo, acercándome un poco más a ella, la empujé suavemente hacia atrás.

 

Tranquila. Túmbate y déjame hacer a mí.

 

Tomasa, rendida, se dejó caer hacia atrás, quedando por completo a mi merced. Sin perder un segundo, le subí la falda hasta la cintura, descubriendo así unas tremendas bragas marrones, última barrera antes de alcanzar mi deseado objetivo.

 

Ahhhh – gimió Tomasa cuando una de mis manos se posó sobre sus bragas.

 

Comencé a acariciar sensualmente su entrepierna por encima de la ropa interior, sintiendo cómo ésta se mojaba cada vez más por los fluidos que la hembra comenzaba a derramar. Aún por encima de las bragas, comencé a describir con un dedo el contorno del coño de Tomasa, de forma que su espléndido chocho quedó dibujado sobre la empapada prenda. Mi dedo se deslizaba por su raja, arrancándole gemidos de placer, pero sin tocarla directamente todavía.
El aroma a sudor y a hembra excitada inundó el cuarto, enardeciéndome más. Era un olor fuerte, penetrante, pues Tomasa se ponía realmente al rojo vivo.
Su cuerpo se retorcía excitado, sintiendo y disfrutando mis caricias al máximo. Entonces, noté como la chica estiraba la pierna herida, que aún reposaba sobre mi regazo, y su pié desnudo fue a posarse directamente sobre mi erección, acariciándola por encima del pijama.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante la inesperada caricia. La verdad es que me gustaba el modo en que Tomasa me sobaba la polla con el pié, apretando o deslizándolo sobre ella con habilidad. Pensé en cómo de bueno iba a ser aquel polvo, pues si la chica era tan mañosa con un pié, qué sería capaz de hacer con lo demás…
Decidí que ya era hora de contemplar su escondido tesoro, así que agarré el borde de sus bragas con las manos y tiré. La ropa se deslizó lentamente, y pude notar cómo la tela se iba despegando de los hinchados labios de aquel coño, pues al estar tan mojados, las bragas habían quedado adheridas. Esto hizo que Tomasa se retorciera aún más, gimiendo y jadeando cachondísima.
Una vez libre de las bragas, el olor de aquel chocho llegó hasta mí mucho más intenso, más vivo y aquello me puso como loco. Sin perder un segundo, me liberé de la pierna que estrujaba mi erección y me situé de rodillas entre sus muslos. Agarrándola por las caderas, tiré del cuerpo de Tomasa hacia mí, deslizándola sobre el colchón, de forma que su coño quedó justo al borde, con los pies apoyados en el suelo. Y me zambullí.
Mi boca se precipitó contra la raja de la chica, comenzando a comer, a chupar y a tragar con furia inusitada. Estaba buenísimo, el sabor era incluso un poco dulce, la naturaleza había dotado a aquella mujer de un coño realmente delicioso. Y yo me lo comí entero.
Lo hice con fuerza, con intensidad, nada de lentas caricias ni delicados lametoncitos, lo que hice fue devorarlo. Mi lengua se hundía con velocidad en la raja, lamiendo los deliciosos jugos de la hembra, mis dedos, acariciaban y exploraban por todas partes, hundiéndose con violencia en el coño de la criada.

 

¡AAAAAH! ¡ASÍ, ASÍIIIIII, SEÑORITOOOOOOOO! – aullaba Tomasa.

 

Entonces se colocó en una postura muy extraña. Recogió las piernas, y doblando muchísimo las rodillas, las atrajo hacia si sujetándolas con las manos y separando al máximo los muslos. De esta forma su coño se abría enormemente, permitiéndome comérmelo hasta el fondo.
Tomasa se corrió, violenta y salvajemente. Su coño derramaba jugos como una fuente, que se deslizaban por su raja y mojaban mi cama. Yo chupaba todo lo que podía, pero era demasiado. Y todo esto lo hizo sin cambiar de postura, abriéndose de piernas al máximo, tan sólo basculando lateralmente sobre la espalda.
Yo ya no sabía cómo sujetarla para poder seguir disfrutando de su jugoso chocho, así que pensé que lo mejor era dejarla a su aire, así que dejé de tratar de mantenerla quieta y la dejé contonearse, mientras mi boca, adherida a su coño, se movía al compás de los espasmos de la chica.
Tres dedos tenía bien hundidos en el coño cuando decidí explorar otra vías, así que hábilmente, llevé mi otra mano hasta su entrada trasera, que fue penetrada por mi dedo índice hasta el fondo. Y Tomasa se corrió de nuevo.

 

¿QUÉ HACES? ¡NOOOOOOOO! ¡POR AHÍ NOOOOO! ¡SÁCALO, SÁCALOOOOOO!

 

Y una mierda lo iba a sacar. El orgasmo fue devastador, la chica balbuceaba en arameo mientras su coño vomitaba deliciosos líquidos. Yo podría haber seguido comiendo y chupando hasta el fin del mundo, pero entonces noté el sordo lamento de mis pelotas, deseosas de liberar su carga.
A regañadientes, me separé de aquella maravilla de la naturaleza y me puse en pié, bajándome los pantalones del pijama hasta los tobillos, liberando así mi coloradísimo capullo. Tomasa, al notar que me separaba, abrió los ojos y me buscó ansiosamente con la mirada.

 

¿Adónde vas? – jadeó – Sigue, vamos ¡SIGUE!

 

Mientras decía esto, movió las caderas hacia los lados, manteniendo aún sus muslos bien abiertos con sus manos, ofreciéndome su coño en bandeja. Pero yo ya no quería chupar, ahora era el turno de follar, así que me abalancé sobre ella, y allí, justo al borde de mi cama, se la clavé de un buen empujón.

 

¡UAAAHHHHHH! ¡SEÑORITO! ¡SÍIIIIIIIIIIIII! ¡FÓLLEME! ¡FÓLLEMEEEEEE!

 

Mi verga suspiró aliviada al hundirse en aquel mar caliente, se deslizaba y chapoteaba de manera increíble, sintiendo cómo aquel coño apretaba sobre él. Tomasa sabía lo que hacía. Los músculos de su vagina estaban bien entrenados, así que era capaz de ceñir enormemente mi polla, aunque yo sabía que allí dentro cabría la de un caballo.
Pero qué mas daba. ¡Me la estaba follando! Hundí el rostro entre sus tetas, aún cubiertas por la ropa, aunque esta situación duró poco tiempo, pues Tomasa, liberando por fin sus piernas, llevó sus manos hasta los botones de su vestido, y de un tirón, los abrió, arrancando un par de ellos. Yo me había incorporado un poco, para dejarla abrirse el vestido, y contemplé atónito cómo las dos formidables montañas de Tomasa aparecían ante mí, enfundadas en un enorme sujetador.
Deseoso de prenderme de aquellas domingas, tironeé inútilmente del sostén, tratando de abrirlo, pero por desgracia, el broche estaba por detrás, y Tomasa no parecía estar muy por la labor de parar de follar para quitárselo. Enfadado, traté ahora simplemente de apartarlo a un lado, para liberar las tetas de su encierro, pero el sostén era de varillas, con alambres y no podía hacerlo.
Medio loco, lo sujeté entonces por el centro, justo en el punto en que las dos copas del sujetador se unen y tiré con fuerza.
Se escuchó el sonido de la tela al rasgarse y las copas del sujetador escaparon de entre mis dedos, liberando por fin a sus cautivas. ¡Qué par de tetas! Impresionantes en verdad, gordas, jugosas, enormes, con dos pezones preciosos, erectos, apetecibles.

 

¡CABRÓN! – aulló Tomasa – ¡ME HAS ROTO EL SUJETADOR!

 

Pero sus protestas se apagaron en el momento en que mis labios se apoderaron de uno de sus magníficos pezones y mis caderas redoblaron el esfuerzo entre sus muslos.

 

¡ASÍ, SEÑORITO, ASÍ! ¡FÓLLEME! ¡FÓLLESE A SU TOMASAAAAAAA!

 

De acuerdo. Así lo hice. Enloquecido, bombeé y bombeé, empujé y empujé, como un émbolo humano hundido entre los muslos de la chica. ¡Dios, fue fantástico! Uno de los polvos más salvajes que he echado en mi vida. Aquella mujer era increíble, ¡cómo follaba! Sería un poco tonta, pero en la cama ¡era un genio!
A ese ritmo yo no podía aguantar demasiado, así que pronto comencé a notar que me corría. Y cosa increíble, sin yo decir nada, Tomasa también lo notó. Súbitamente, puso las manos en mi pecho y me empujó a un lado, librándose de mí. Como una fiera, hizo que me tumbara esta vez yo al borde del colchón, en la misma postura que ella ocupara minutos antes, con el culo justo al borde y los pies en el suelo.
Se arrodilló entre mis piernas, haciéndome pensar en una mamada, pero ella tenía otra cosa en mente. Agarrándome la polla, la colocó entre sus dos tetas y comenzó a administrarme una espléndida cubana, que yo no fui capaz de soportar ni 15 segundos. Mi polla explotó en una salvaje corrida, disparando leche a través del tubo que formaban sus tetazas sobre ella. El semen surgía de entre sus tetas, manchándole el pecho y el cuello, mientras ella no paraba de agitarlas sobre mi pene. Fue una corrida fantástica.
Por fin, derramé la últimas gotas entre aquellos dos melones, y Tomasa me liberó. Jadeante, me incorporé un sobre los codos, mirando a Tomasa, con el pecho pringoso de mi leche, que se deslizaba lentamente hacia abajo en gruesos goterones, dejando rastros pringosos sobre su piel. ¡Qué zorra!
Deseaba descansar unos segundos antes de volver al ataque, pero ese no era el deseo de la chica. Sin darme ni un segundo de respiro, se abalanzó sobre mi cansado pene y de un tirón, lo engulló por completo, a pesar de que no estaba erecto.
Fue como si me aplicaran un calambrazo. ¡Qué buena era! Sin sacársela ni un milímetro de la boca, era capaz de estimularme y acariciarme, usando tan sólo su lengua y el interior de su boca. Mi polla comenzó rápidamente a recuperar su tamaño, hundida en aquella húmeda cueva, pero antes de que se hubiera empalmado por completo, Tomasa la sacó de su boca, dedicándose entonces a mis huevos.
Repitió el proceso de engullir por entero, pero esta vez con la bolsa de las pelotas. Se metió mi escroto en la boca, jugueteando con la lengua entre mis bolas. Fue la ostia, nunca me lo habían hecho. Mientras los chupaba, me agarró la polla con una mano y empezó a pajearla, con lo que estuve listo en menos de un minuto.
Una vez que estuvo de nuevo bien dura, Tomasa, sin decir nada, me soltó, volviéndose a subir a la cama, con una sonrisa lujuriosa en los labios. Su expresión parecía decir “De aquí no sales vivo chaval. Te voy a follar hasta dejarte seco”, y yo no podía estar más de acuerdo.
Se colocó entonces a cuatro patas sobre el colchón, dejando su pecho totalmente pegado a la cama. De esta forma, su culo quedaba en pompa, ofreciéndose descarado. Sin perder un segundo, me arrodillé tras ella, dispuesto a encularla con presteza, pero al notar mis maniobras, Tomasa me detuvo.

 

No, señorito. Por ahí luego, ahora quiero que me lo haga desde atrás.

 

Mientras decía esto, agitó graciosamente el trasero hacia los lados, ofreciéndome su chorreante coño. Yo, desde luego no iba a protestar por el cambio de planes, así que me situé en posición y se la clavé en el chocho desde atrás, mientras ambos dábamos un profundo suspiro de placer.

 

Así, así, muy bien. Ahora despacito, fólleme – dijo Tomasa.

 

Y así lo hice. Con delicadeza esta vez, eché el culo para atrás y empujé de nuevo, adoptando esta vez un ritmo de follada mucho más relajado. Era espléndido el echar un casquete tranquilito después de tanta lujuria y desenfreno, y en pocos minutos, los dos jadeábamos y resoplábamos encantados por el magnífico polvete del que estábamos disfrutando.

 

¡Ah! ¡Así! ¡Así! ¡Por ahí! – gemía Tomasa.

 

Yo, con las manos apoyadas en sus caderas, dirigía los movimientos de su trasero, que no se estaba quieto, mientras mi culo no paraba de bombear, pero a un ritmo descansado, lejos del frenesí de antes. Sé que le provoqué un buen par de orgasmos a la criadita, pero nada tan fuerte ni devastador como los previos.
Pero todo lo bueno se acaba, y aquello, que no era bueno sino fantástico, terminó de la forma más catastrófica.

 

¡SANTA MARÍA MADRE DE DIOS! – gritó una voz indignada – ¿SE PUEDE SABER QUÉ ESTÁIS HACIENDO?

 

Sobresaltados, Tomasa y yo alzamos la vista, encontrándonos con María, el ama de llaves, que había entrado inesperadamente en la habitación.
María se abalanzó sobre nosotros como una fiera, con una mano alzada como si fuera a golpearnos. Tomasa, asustadísima, trató de librarse de mí, pero en ese momento yo la tenía bien clavada, así que lo que logró fue que los dos cayéramos de costado sobre la cama, con mi polla aún enterrada en la chica. Y eso no fue lo peor, la súbita interrupción se había producido justo cuando yo estaba a punto de acabar, y aquellos últimos movimientos de Tomasa tratando de liberarse de mí desataron lo inevitable.
Mi polla salió de su funda en el preciso instante en que estallaba mi orgasmo, y un grueso pegote de semen salió disparado, yendo a estrellarse precisamente en la cara de la enojada María, frenándola en seco.
Tomasa y yo estábamos petrificados, contemplando con los ojos cómo platos cómo el goterón chorreaba por la cara de la temible ama de llaves, pero mi polla no entendía de esas cosas, así que aún realizó algunos disparos más, que también fueron a parar sobre la enojada mujer, esta vez sobre su falda.

 

¡Dios mío! – dijo Tomasa tapándose el rostro con las sábanas.
Yo… Lo… Lo siento – acerté a decir.

 

María me fulminó con la mirada. Sacó un pañuelo de un bolsillo y limpió los restos de semen de su rostro, olvidándose de las demás manchas. Si las miradas matasen, habría caído fulminado en aquel instante, pero aún así, asustadísimo, no pude dejar de pensar en lo guapa que era María.
El impacto de la corrida parecía haber tenido la virtud de serenar al ama de llaves. Con voz calmada dijo:

 

Vestíos enseguida. Hay que arreglar este cuarto. Tú vete al cuarto de estudios y espera allí. Y tú – dirigiéndose a Tomasa – Ya puedes recoger tus cosas. Estás despedida.

 

Ante estas palabras, una Tomasa llorosa surgió de bajo las sábanas. Sollozando suplicó clemencia a una inflexible María.

 

Por favor, señorita María. No me despida, por favor. Si me echa no sabré qué hacer.
Eso no es asunto mío. ¿Qué crees que debo hacer contigo después de lo que has hecho? ¿Qué pensabas, que podías dedicarte a hacer guarradas con un crío y que no iba a pasarte nada?
Por favor – sollozaba la pobre Tomasa.
Deja de llorar – dijo secamente María – Me molestas. Yo soy la jefa de los criados en esta casa. He querido librarme de ti por incompetente en numerosas ocasiones, pero no me han dejado. Pero esta vez te has pasado de la raya. Vete.

 

Mientras las dos mujeres hablaban, yo me había ido vistiendo disimuladamente. Me sentía fatal, pues todo aquello era culpa mía. Era una situación nueva para mí; nunca me había parado a pensar en el daño que podía causar mi lujuria a otras personas, pero allí estaba la prueba palpable de que las cosas no eran tan sencillas como yo creía. Una pobre muchacha estaba a punto de perder su empleo por haberse dejado enredar en mis maquiavélicos planes.

 

María – dije con tono asustado – Por favor, no despidas a Tomasa. Todo ha sido culpa mía. Yo la engañé para hacer esto.

 

Tomasa me dirigió una mirada de intenso agradecimiento, aunque las lágrimas seguían resbalando por su rostro. Me dio mucha lástima.

 

¿Y qué? – dijo María insensible – Ella ya debería saber que los hombres pensáis más con la entrepierna que con el cerebro, especialmente los niñatos consentidos como tú. Eso no es excusa. Además, no parecía especialmente molesta por lo que le estabas haciendo.
María, por favor. No la despidas. Si hay que castigar a alguien, que sea a mí – insistí.
¡Ah! Por eso no te preocupes, estoy seguro de que tus padres sabrán encontrarte un castigo adecuado, pero esa no es tarea mía. Pero sí es mi responsabilidad que entre los miembros del servicio no haya putas como esta. ¡Acostándote con un crío! Si tuvieras un mínimo de vergüenza te vestirías ya de una vez y te marcharías de aquí volando.

 

Tomasa, llorando como una plañidera, había comenzado a vestirse. Se puso como pudo la ropa, aunque el vestido no le cerraba por delante por faltarle algunos botones, y como yo le había roto el sujetador, sus enormes pechos asomaban por el escote, aunque la chica hacía todo lo posible por mantenerlo cerrado.

 

María, no seas así – dije tratando de parecer razonable – Esto no tiene tanta importancia. Ha sido sólo una tontería. Compréndelo, estoy en la edad en que sólo pienso en mujeres, y me he aprovechado de ella. No dejes que mi comportamiento la perjudique a ella.
Mira niño – dijo María enfadada – Si crees que el hecho de que tú seas un criajo salido justifica que esta zorra te haya dejado hacer lo que quieras, estás muy equivocado. Mientras yo sea el ama de llaves de esta casa, no toleraré semejante comportamiento. Me han contratado para dirigir la buena marcha de esta casa, y eso no incluye que haya zorras tirándose al hijo de los dueños. ¡Y tú deja de gimotear, maldita sea!

 

Tomasa, seguía llorando desesperada. Tratando de implorar clemencia, cayó de rodillas frente e la insensible María, y juntando sus manos como si rezara, suplicó una vez más. Pero lo que consiguió fue que, al soltar los bordes de su vestido, éste se abriera nuevamente, con lo que sus formidables melones surgieron de nuevo orgullosos.

 

¡Tápate ya, desvergonzada! – aulló María – ¡Te he dicho que recojas tus cosas! ¡Si no lo haces, te echaré yo misma a la calle y tiraré todas tus porquerías a la basura!

 

Tomasa aún intentó una última súplica, prendiendo una de sus manos de la falda de María, mientras la otra mantenía cerrado su vestido. Pero el ama de llaves era inconmovible. Con una intensa mirada de furia, apartó la mano de Tomasa de un manotazo y después, abofeteó a la criada con fuerza, cortando de raíz el llanto de la chica.

 

¡María! – exclamé yo indignado.
¿Qué? – respondió ella con los ojos echando chispas – ¡Ya estoy harta de tanto gimoteo! ¡Esta furcia ni siquiera tiene el suficiente orgullo para aceptar el castigo! Si no estás preparado para la pena, ¡no cometas la falta!
¡Pues tú bien que cometes la misma falta! – aullé yo aludiendo a los conocidos encuentros de María con el abuelo.

 

En cuanto esas palabras salieron de mi boca, fui consciente de haber metido la pata hasta el fondo.

 

¿CÓMO? – me gritó María a la cara – ¿De qué demonios estás hablando? ¿Insinúas que yo me comporto como esta… perra?
No, María, perdona – dije aturrullado – No quería decir nada de eso, es sólo que…
Oscar, vete al despacho de tu abuelo – dijo con sequedad – Ahora. Cuando vuelvan tus padres se lo contaré todo y ya veremos lo que opinan ellos de esto. Y tú, márchate. No quiero volverte a ver en esta casa jamás.

 

Tomasa, algo más calmada y resignada tras el bofetón recibido, se levantó del suelo y salió de la habitación sin decir nada. La marca rojiza en su cara hizo que la sangre me hirviera en las venas. Yo ya sabía que María era una mujer muy dura y antipática, pero aquello superaba todo lo que hubiera imaginado. ¡Era un demonio insensible! Y además, sabiendo yo que ella también se acostaba con mi abuelo, ¿cómo podía hacerle eso a la pobre chica por algo que ella también hacía? Interiormente deseé que mi abuelo regresara pronto, pues pensaba que él lo arreglaría todo, como siempre, pero no fue así.
Un par de horas después, yo todavía esperaba sentado en el despacho del abuelo, dándole vueltas y más vueltas a lo sucedido. Un intenso sentimiento de odio se había despertado en mí, enfadándome cada vez más con María. Yo aún era muy joven, y aunque en el fondo sabía que yo era el culpable, no podía evitar sentir que la responsable de todo era aquella maldita mujer. Y quería venganza.
Cuando por fin se abrió la puerta, yo me puse en pié de un salto, enfrentándome así a mis padres y al abuelo que, acompañados por María, entraron en la habitación. Yo miré ansiosamente al abuelo en busca de apoyo, pero la seria expresión de su rostro me hizo comprender que la cosa no iba bien.
Todos tenían una expresión de reproche en el rostro, menos María que me miraba con ¿triunfo?, ¿desprecio? No estoy muy seguro.

 

Papá, mamá… Yo… – dije inseguro.
Cállate – me interrumpió mi madre – Será mejor que te calles.

 

Y yo obedecí, claro, mirando al suelo avergonzado.

 

María – dijo entonces el abuelo – Déjenos a solas. Tenemos que charlar con mi nieto.
Claro, señor – dijo la mujer – Me marcho.

 

Y salió, cerrando la puerta tras de si, dirigiéndome una última mirada orgullosa.

 

Pero, ¿cómo has podido? – dijo mi padre en cuanto se cerró la puerta – Si eres sólo un niño. ¡Con la criada! ¿Es que te has vuelto loco?
Lo siento – dije compungido.
¡Pues claro que lo sientes! ¡Maldito niño! Te juro que jamás he estado tan tentado de darte una buena azotaina.
¡Ernesto! – lo interrumpió mi madre – ¡Ni se te ocurra decir eso!
Vamos, Leonor – respondió papá – Ya sabes que no voy a pegarle. Aunque se lo merezca.

 

Yo estaba al borde de las lágrimas. Como todo niño, había protagonizado numerosas trastadas a lo largo de mis doce años, cabreando frecuentemente a mis padres. Pero nunca los había visto tan enfadados, especialmente a papá, que habitualmente era el primero en reír mis travesuras. Pero ese día estaba muy enojado, y con razón.
Siguió a esto una larga charla, en la que me vi obligado a explicar lo sucedido. Me costó Dios y ayuda inventar una historia que tuviera pies y cabeza, contando que Tomasa me atraía desde hacía mucho, y que últimamente pensaba continuamente en mujeres, por lo que la había engañado para satisfacer mis deseos, y que como la chica era un poco tonta (“Tomasa, perdóname” – pensé), lo había logrado.
Mi madre y mi abuelo, conocedores de muchas de mis andanzas, no se estaban creyendo ni una sola palabra, pero no podían decir nada. Así pues, toda la actuación estaba destinada a mi padre, el cual ni siquiera se imaginaba lo activo, sexualmente hablando, que era su hijito.
Mi padre estaba muy enojado, y no paraba de repetirme lo estúpido que yo era y lo mucho que lo había decepcionado. Estuvimos así un rato, hasta que recordó que yo no estaba solo en mi dormitorio.

 

¿Y Tomasa? – dijo entonces – ¿Cómo habrá podido esa maldita puta acostarse con un niño?
Papá yo… – balbuceé – Ya te he dicho que no es culpa de ella…
Ya, claro – respondió él secamente – Ella no tiene culpa de nada. Seguro que ni se dio cuenta de cuando se la metiste, ni de que te la estabas follando. ¡Pobrecita! ¡Está tan despistada!

 

El oír a mi padre emplear aquel lenguaje soez me asustó más que nada hasta aquel momento. Fue entonces cuando comprendí que nada de lo que yo dijera iba a cambiar la situación, pues si mi padre, el hombre más tranquilo y sosegado del mundo, perdía los papeles de esa manera delante de su hijo, era porque su enfado llegaba a límites absolutamente insospechados.

 

Ernesto, cálmate – intervino mi madre – No es necesario ser grosero.
Sí, sí, tienes razón – respondió papá – Será mejor que me calme.

 

Se dirigió entonces a una mesita anexa donde había una jarra de agua y se sirvió un vaso, que bebió sin respirar. Alzó entonces la mirada, posándola sobre mí, y dando un suspiro dijo:

 

Bueno, María ya se ha encargado de esa golfa, pero ¿qué hacemos con Oscar? – dijo papá dirigiéndose a mi madre.

 

En ese momento, todos los presentes tenían sus ojos clavados en mí. Yo deseaba hacerme lo más pequeño posible, hasta desaparecer de la vista de mi familia y poder escapar de allí. Me sentía absolutamente derrotado y avergonzado, no sabía ni qué decir.

 

Bueno… – dijo ella – Está claro que hay que darle un buen escarmiento. Pongamos que tres meses castigado sin salir, con clases dobles todos los días.
¿Tres meses? – aullé aterrado.
Cállate, amiguito – dijo mi madre con tono sereno – No te conviene hablar mucho en este momento.
Exacto – corroboró mi padre – Y a mí tres meses me parece poco tiempo.

 

¡Dios! ¡Tres meses! Yo había estado castigado en otras ocasiones, pero nunca más de ocho o nueve días seguidos. Pero les aseguro que se convertían en un auténtico tormento, pues el castigo que mamá suministraba consistía básicamente en obligarme a recibir clases durante todo el día, las mías propias por las mañanas y compartiendo las de las chicas por la tarde. Además, se me prohibía salir de la casa para jugar o acompañar a Antonio, o ir a la escuela de equitación. Y compréndanme, en aquellos tiempos, sin televisión, sin ordenadores, sin equipos de música, etc, era muy difícil entretenerse sin poder salir de casa.

 

Bueno, creo que os estáis pasando un poco – intervino entonces mi abuelo, haciendo aparecer un tímido rayo de esperanza.
¿Cómo dices? – dijo mi padre sorprendido – ¿Que nos estamos pasando? ¡Ah, claro! Conociéndote supongo que para ti no supone nada el acostarse con una criada, pero ¡Oscar es sólo un niño!

 

Mi abuelo lo miró fijamente unos segundos antes de continuar.

 

Te entiendo perfectamente Ernesto. Oscar ha cometido una falta grave – dijo mirándome – Pero míralo fríamente, es sólo un chico que está creciendo, y en este momento las chicas ocupan hasta el último rincón de su mente.
Ya, en eso ha salido a ti – respondió mi padre secamente.

 

Los dos hombres se quedaron mirándose unos segundos y yo pensé que se iban a pelear, lo que me angustió más todavía. ¡Menudo follón había organizado!

 

Oscar – dijo entonces mi madre – Vete a tu cuarto y quédate allí. De momento estás castigado sin almorzar. Luego pasaré a verte y te diré lo que hemos decidido.
Pero… – dije.
Ahora, Oscar – dijo mi madre, inflexible.

 

No era conveniente cabrearles todavía más, así que, resignado, me dirigí a la puerta. La abrí y antes de salir dije solamente:

 

Lo siento.

 

Salí al pasillo, cerrando la puerta tras de mí, sintiéndome profundamente cansado y abatido. Miré hacia un lado y ¡sorpresa!, me encontré con Marta y Andrea, mis primas, que habían estado inequívocamente espiando lo que sucedía en el salón.

 

Hola – dije en tono pesaroso.
Hola – respondió Andrea con voz insegura, y Marta no dijo nada.

 

Mis primas me miraban fijamente. En el rostro de Marta se adivinaba perfectamente el enfado que aún sentía hacia mí, acrecentado por el incidente con Tomasa, pero en el de Andrea lo que se leía era simple sorpresa.
Y es que ella era de las pocas personas de la casa que no tenían conocimiento de mis lúbricas actividades. Así que Andrea acababa de descubrir que su querido primito, el mismo que la había salvado de las garras de Ramón y que tan caballeroso y atento se comportaba últimamente, era en realidad un sátiro que andaba zascandileando por los cuartos con las criadas.

 

Te lo mereces – dijo repentinamente Marta, y dándose la vuelta, se marchó.

 

Andrea la miró sorprendida y se volvió de nuevo hacia mí. Se rió entonces un poco, como diciendo “mira tú el crío éste”, y sin decir nada, se fue tras los pasos de su hermana.
Yo, deprimido, arrastré los pies hasta mi cuarto, derrumbándome sobre mi cama, que alguien había hecho. Agotado y aturdido por los acontecimientos de la mañana, me quedé dormido sobre la colcha.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que mi madre vino a despertarme. Me incorporé, sentándome en la cama, y mi madre se sentó sobre el colchón, a mi lado. Me miró unos segundos y dijo:

 

No sé qué voy a hacer contigo.

 

Nos quedamos callados unos segundos. Yo no sabía qué decir, así que sólo pude pedir perdón.

 

Lo siento – dije.
No te creo – dijo ella para mi sorpresa.
¿Cómo?
Que no creo que lo sientas.

 

Yo la miré, confuso. No sabía de qué estaba hablando. Cómo podía decir mi madre que yo no lamentaba lo sucedido, cuando me sentía tan mal que tenía ganas de morirme.

 

Mamá – dije – Te equivocas. Sí que lo siento. Estoy hecho polvo, de verdad. Haré cualquier cosa para que no despidan a Tomasa.
No me refiero a que no sientas el mal que has causado. Sé que eres un buen chico, y que no pretendías crearle problemas a nadie. Me refiero a que no sientes lo que has hecho. No consideras que esté mal el haberte acostado con Tomasa.
Pero…
¡Por Dios, Oscar! ¡Si hasta te has acostado con tu madre!

 

Me dejó sin palabras.

 

¿Entiendes lo que quiero decirte? Te estás haciendo mayor, Oscar, y eso trae consigo un aumento de las responsabilidades. Debes hacerte cargo de lo que haces y de sus consecuencias. Tienes que darte cuenta de que cualquier cosa que hagas en esta vida, produce un efecto que puede afectar a los que te rodean. La vida no se trata tan sólo de satisfacer los deseos de uno mismo, hay que pensar también en los demás. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Creo que sí – respondí.
Te digo esto porque quiero que comprendas que si estoy enfadada no es porque te hayas acostado con Tomasa, sino porque te has aprovechado de ella, para pasarlo bien, sin pensar en que eso podía perjudicarla. No pensaste en que si os pillaban, a ti no iba a pasarte nada malo, pues no vamos a echarte de casa ni nada de eso, pero ella en cambio…
Ya te entiendo – dije yo; sentía ganas de llorar.
Me alegro de que lo entiendas, cariño. Ya te dije en su momento que el sexo no tiene nada de malo. Pero no puedes dedicarte a acosar a todas las mujeres que te rodean sin pensar en las consecuencias. Hoy te han descubierto acostándote con una, y probablemente, te ha pillado la persona menos oportuna de todas, pero piensa que podrían haberte pasado cosas mucho peores.
¿Como cual?
¡¿Como cual?! – exclamó mi madre – ¡Un embarazo, por ejemplo! Imagina que dejas preñada a una criada. Entonces ¿qué hacemos? Claro, el abuelo tiene dinero y podríamos arreglarlo todo para tapar el escándalo, pero ¿qué sería de la pobre chica?
Ya – dije apesadumbrado.
Es por eso que tu padre se ha enfadado tanto, Oscar. Mira, él también fue joven y comprende que te interesen tanto las mujeres. Pero él opina que la imagen es muy importante, y que manchar el honor de la familia con un suceso como este…
Lo siento…

 

No aguanté más y me eché a llorar. No olviden que a pesar de todas mis andanzas yo era todavía muy joven y aquel día había sido más de lo que podía soportar. Por mi culpa, una buena chica había perdido su empleo, había enfadado a mis padres, a mi abuelo… La había hecho buena.

 

Vamos, vamos, no llores – dijo mi madre abrazándome y acariciándome el pelo.

 

Nos quedamos así unos minutos, mi madre consolándome mientras yo dejaba escapar la tensión acumulada. Me hizo bien el llorar, el liberar las emociones contenidas durante todo el día.
Poco a poco fui calmándome y recobrando la compostura. Me aparté de mi madre y me froté los ojos, limpiándolos de lágrimas.

 

Toma – dijo mamá alargándome un pañuelo.

 

Yo lo cogí y me sequé con él.

 

¿Estás mejor? – preguntó.

 

Yo sólo asentí con la cabeza, algo avergonzado por haberme portado como un niño.

 

Bien – continuó ella – Bueno, Oscar, ahora vamos a hablar de tu castigo.
De acuerdo – dije.
Hemos estado hablando tu abuelo, tu padre y yo durante bastante rato, y al final hemos decidido que serán dos meses en lugar de tres.
Me da igual – dije apesadumbrado.
No dirás lo mismo dentro de un mes – dijo mi madre esbozando una sonrisa – Bueno, ahora me marcho. Dentro de un rato te llamaré para cenar, aunque durante el castigo, olvídate del postre.
No tengo hambre.
¿En serio? – dijo ella divertida.

 

La verdad era que después de no haber comido al mediodía, tenía tanta hambre como un león a régimen de rosquillas.

 

No – dije con sinceridad – Sí que tengo hambre, pero mamá…
¿Si?
¿Podría comer en mi cuarto?
¿Por qué? – dijo ella.
Es que… no me siento con fuerzas para sentarme en la mesa con todo el mundo.
Te da vergüenza ¿eh?
Sí.
Pues te aguantas. Eso formará parte de tu castigo.

 

Y se fue.
No voy a aburrirles con los detalles de la cena, las caras largas y los reproches paternos que siguieron, pues al fin y al cabo, éste es un relato de mis andanzas sexuales, pero sí es preciso que les cuente un poco de lo que sucedió durante el periodo del castigo. Sigan leyendo.
Algunos quizás piensen que después de todo el castigo no fue tan grave, y a priori parecería que no les falta razón, pero déjenme que profundice un poco más en el tema.
Verán, al castigarme, mis padres no me impidieron tan sólo salir por ahí a jugar o relajarme; pusieron una barrera insalvable en materia de sexo. Me explico.
Está bastante claro que la vía con Marta y Marina se había estancado por completo. Ellas estaban muy enfadadas conmigo y no querían saber nada de mí, y yo, al menos al principio, opinaba lo mismo de ellas, así que nada de sexo por ese lado.
No había problema. En la casa había un buen grupito de criadas lujuriosas, a las que ya había logrado seducir de un modo u otro, así que, aunque no pudiera salir de casa, diversión no me iba a faltar… Pues de eso nada.
Sucedió que las chicas, tras el desgraciado incidente con Tomasa, sintieron un miedo terrible a que les pasara lo mismo (cosa bastante lógica por cierto). A todas les gustaba hacérselo conmigo, pero no estaban dispuestas a arriesgarse ahora que sabían lo que les podía pasar si las pillaban. Ninguna estaba dispuesta a perder su empleo, por mucho que las atrajera la idea de echar un increíble polvo conmigo.
Y a todo esto se unía el hecho de que al no poder salir de casa, no podía ir ni siquiera a la escuela de equitación a dar clase, con lo que muchas tiernas jovencitas de la zona mantuvieron a salvo su virtud de mis insidiosos manejos.
Imagínense; me había acostumbrado a ser el gallo del gallinero; gracias a mi don, había conseguido seducir a todas las mujeres que se me habían antojado, había logrado satisfacer todos mis deseos y los suyos, mis más locas fantasías, y de pronto, me veía de nuevo abocado a la vida de un niño normal, estudiar, leer, portarse bien… y cascármela como loco.
En toda mi vida no me he hecho más pajas que en esa época. Era enloquecedor estar rodeado de tantísimas bellezas y no poder tirarle los tejos a ninguna, pues aunque yo lo intentaba (vaya si lo intentaba), ellas salían despavoridas en cuanto me acercaba, impidiéndome así desplegar mi encanto.
Y a todo esto se unía que mi madre no me quitaba ojo de encima. Conocedora de lo que yo era capaz, decidió que me convenía recibir una buena lección, así que me mantenía bajo estrecha vigilancia, con lo que las posibilidades con las criadas pasaban de ser pocas a inexistentes.
Las dos primeras semanas las aguanté bastante bien, pero después era como un mono en celo. Bastaba cualquier detalle para desquiciarme, el revuelo de una falda, el aroma de una chica, un botón mal abrochado… y la imaginación se me disparaba, produciéndome dolorosas erecciones que debía esforzarme en ocultar. Me pasaba gran tiempo en el baño, aliviándome como mejor podía, pero nunca me quedaba satisfecho ¿quién podría estarlo? Si tienes a tu alcance el néctar y la ambrosía ¿quién se conforma con un pedazo de pan? Sí, quita el hambre pero…
Los días me parecían eternos. Por las mañanas, clase con Dickie, bastante frecuentadas por mi astuta mamá, para impedirme así recibir lecciones más interesantes. Por la tarde, de nuevo clase, sentado en una mesa aparte, haciendo ejercicios mientras Marina y mis primas atendían a Dickie y me ignoraban por completo.
Yo las observaba a escondidas, cada vez más embrutecido, olvidado ya por completo el enfado hacia ellas. Pero las chicas no me habían perdonado y no me dirigían la palabra. Bueno, algo bueno sí salió de todo esto, y es que, tras haberme peleado con las dos chicas, ellas parecían haber retomado su antigua amistad, y volvía vérselas juntas a todas horas. En muchas ocasiones las sorprendí conversando mientras me miraban, hablando de mí sin duda, pero cuando me acercaba a hablar con ellas, se marchaban enfadadas.
Con la única que podía hablar era con Andrea. Ella siempre parecía divertida en mi presencia, sorprendida aún por haber averiguado lo sinvergüenza que era en realidad su primito. Me miraba como si no creyera que aquel simpático niño, al que siempre había hecho rabiar y que tan frecuentes enfados le había producido, fuera en realidad un obseso sexual semejante. Apuesto a que todo aquel episodio la distrajo de sus preocupaciones, ayudándola así a olvidarse de Ramón.
Tras pasar un mes de castigo yo ya no podía más, estaba que me subía por las paredes. Afortunadamente, mi aspecto triste y apagado logró conmover a Dickie, la cual, muy satisfecha con los tratamientos que yo le había aplicado en el pasado, decidió arriesgarse para aliviarme un poco.
Lo que hacía era, durante las clases matutinas, sentarse a mi lado en la mesa camilla que yo usaba como pupitre, cubriéndonos las piernas a ambos con el paño y hacerme una paja (para el que no lo sepa, una mesa camilla es una mesa redonda normal, tapada con un tapete largo, que llega hasta el suelo; en invierno se coloca bajo ella un brasero y la gente que se sienta junto a ella se cubre con el paño, acercando los pies al brasero, lo que es una manera estupenda de quitarse el frío).
Así que, en cuanto mi madre hacía una de sus visitas a la clase, aprovechábamos el intervalo de tiempo hasta la siguiente. Ella se colocaba a mi lado y liberaba a mi entristecida polla de su encierro, comenzando a cascármela con su habilidad acostumbrada bajo el tapete. No era lo mismo que follar, claro, pero desde luego era muchísimo mejor que aliviarme solo. Las primeras veces no aguanté ni dos minutos en correrme, pero a medida que pasaban los días (y las pajas) comenzaba a aguantar más, logrando disfrutar así de los magníficos pajotes que la institutriz me propinaba.
Además, me permitía que la sobara un poco por encima de la ropa, acariciando sus firmes melones y sus tremendas cachas, pero no me dejaba desnudarla ni meterle mano bajo la falda, pues si mi madre venía, nos pillaría seguro con las manos en la masa (y nunca mejor dicho).
De hecho, esto ocurrió en varias ocasiones; mi madre venía a vigilarnos, pero la formidable sangre fría de Dickie impedía que nos pillaran. Ella simulaba estar explicándome algo en la libreta y, tranquilamente, seguía con sus manejos bajo el mantel. En esas situaciones, el corazón amenazaba con salírseme del pecho, pero Dickie parecía disfrutar bastante con aquello.
Estoy seguro de que mi madre sabía que allí pasaba algo raro, pero nunca dijo nada, no sé si porque apreciaba a Dickie o porque sabía que si no obtenía algo de alivio de vez en cuando, su querido hijito reventaría.
¡Bendita Dickie! Sin ella, el castigo habría sido devastador, pero gracias a su ayuda, lo fui sobrellevando más o menos.
Una vez obtenido un poco de alivio, mi mente se serenó un poco. Dedicaba muchas horas a pensar, y por supuesto, el tema principal era lo sucedido con María y con Tomasa. Me devanaba los sesos tratando de idear un plan que me permitiera devolverle a la pobre chica su empleo, pues me sentía muy culpable (y con razón) por lo sucedido; pero para ello había un obstáculo insalvable: María.
Yo estaba bastante seguro de que, de no ser por esa maldita puta, conseguiría convencer al abuelo de que readmitiera a Tomasa (de hecho, seguro que él también estaba deseándolo). Él podría ocuparse de mi madre y ella a su vez de papá, con lo que Tomasa recuperaría su trabajo y las criadas volverían a confiar en mí.
Porque lo peor de todo era saber que, si no hallaba una solución, cuando el castigo acabara la situación variaría muy poco. Sí, tendría acceso a la escuela de equitación, a Noelia y las demás alumnas, pero las criadas seguirían rehuyéndome, lo que iba a ser bastante duro.
Pero a todo esto se unía algo más. Deseaba VENGANZA. Desde el día en que arruinó mi vida, María se pavoneaba delante de mí como si fuera una reina, mirándome con su sonrisilla de desprecio cada vez que nos cruzábamos, lo que me ponía frenético.
Pero, ¡qué buena estaba! El saber que ella era en realidad una zorra de cuidado, a la que mi abuelo se beneficiaba cada vez que quería, me cabreaba (y excitaba) más todavía. Necesitaba hacer algo, pero no se me ocurría el qué.
Pensé que si conseguía sorprenderla in fraganti con el abuelo, podría amenazarla con contárselo a mis padres, poniendo así la situación de mi lado, pero eso pondría en un aprieto también al abuelo. Decidí que lo mejor era consultarlo con él, a ver qué le parecía, así que fui a verle a su despacho.
Entonces descubrí que él tenía sus propios planes en mente.

 

O sea, que quieres sorprenderla haciéndoselo conmigo para poder chantajearla – dijo mi abuelo tras escuchar toda mi historia.
Más o menos – asentí yo.
Bueno, bueno – dijo el reclinándose en su sillón – No me parece mala idea darle una pequeña lección a María. Últimamente se da unos aires…
Sí, se cree la reina de la casa. Y en realidad es más puta que todas las demás juntas – dije airadamente.
Sí, eso es verdad – dijo el abuelo con voz enigmática.

 

Se quedó callado unos segundos, pensando. Encendió entonces su pipa, pues cuando yo entré al despacho estaba cargándola. Dio un par de bocanadas y exhaló una bocanada de humo, volviendo a clavar sus ojos en mí.

 

Oscar, voy a contarte algunas cosas relativas a María, pero júrame que lo que te cuente no saldrá de entre estas cuatro paredes.
Te doy mi palabra – respondí sin dudar.
Bien. Escúchame. María es una mujer… muy compleja.
No te entiendo.
Calla y escucha – me reprendió – Verás, es la mujer más mujer que jamás he conocido.
¿Cómo?
No sé explicártelo mejor. Mira, es atractiva…
Ya lo creo – asentí.
…Inteligente, astuta, elegante, educada, fría, calculadora, mentirosa, sensual…
¡Jo, abuelo! – le interrumpí – No sé si te gusta o si la odias.
Me gusta, me gusta… – dijo él – Y además la respeto.
Pero te acuestas con ella.
Sí, pero con ella es diferente.
¿Diferente?
Verás, a las demás las seduzco, las engaño, les doy lo que quieren o lo que necesitan, pero con ella… es como si María fuese capaz de leer a través de mis trucos de seducción, como si supiese en cada momento lo que en realidad persigo. Siento que jamás he sido capaz de seducirla, y si me acuesto con ella, es porque ella así lo quiere. Y eso es todo un desafío para mí.
Creo que te entiendo – dije dubitativo.
Mira, Oscar, si tuviese que deshacerme de todas las mujeres menos de una, creo que la elegiría a ella.
¿No estarás enamorado? – pregunté asombrado.

 

Mi pregunta pareció sorprender al abuelo, pues tardó unos segundos en contestar.

 

Es curioso, nunca había pensado en ello – dijo – Pero no creo que sea eso, no.
Bueno – dije yo – Pero, ¿adónde quieres llegar?
Lo que quiero decir es que no permitiré de ninguna manera que perjudiques a María. No me importa lo que haga, no pienso permitir que se marche de esta casa. Por eso tuve que dejarla que despidiera a Tomasa, pues amenazó con largarse si se discutía su autoridad como ama de llaves y jefa del servicio.
Comprendo – dije yo – Y es por eso que se siente tan segura últimamente. Abuelo, le otorgaste un poder dentro de la casa que ella no dudará en utilizar.
Lo sé, lo sé – dijo él – Por eso estoy de acuerdo en que es necesario pararle los pies.
Pues no veo cómo.
Escucha atentamente – dijo el abuelo con tono misterioso – María, como ya he dicho, es muy inteligente.
Ya, ya.
Y es por esto que ella ha trazado sus planes.
¿Sus planes? ¿Cuales?
Eso es algo que no te incumbe. Y no debe preocuparte. Sólo debes saber que ella piensa que me tiene engañado, pero no es así. Así que si quieres chantajearla, no debes amenazarla con contarle nada a tus padres, debes hacerle creer que vas a contármelo a mí.
Entiendo – dije yo – Ella quiere obtener algo de ti, pero para lograrlo tú debes creer que es muy buena chica. Así que si la amenazo con contarte que en realidad no es tan buena, lograré tenerla en la palma de mi mano, bajándole así los humos ¿no?
Siempre he dicho que eras muy inteligente – dijo mi abuelo sonriendo.
Pero, ¿con qué la amenazo? Tú mismo has dicho que es muy lista y su comportamiento, si exceptuamos sus aventurillas contigo, es intachable.
Ahí es donde te equivocas, hijo mío. Su comportamiento no es intachable en absoluto.
No te entiendo – dije confuso.
Verás, María tiene un pequeño defecto… un punto débil, por llamarlo de alguna forma.
¿Cuál? – exclamé, súbitamente interesado.
Le encanta follar.
Vale, ¿y qué? Eso ya lo sabía.
No, de eso nada. Tú sabías que se lo hace conmigo.

 

Las implicaciones de esa frase aparecieron en mi mente, con lo que una sonrisilla maliciosa se fue formando en mis labios.

 

O sea, que se acuesta con alguien más – sentencié.
Más bien con varios más. La chica aprovecha bien sus días de descanso.
Y ella cree que tú no lo sabes – continué razonando.
Exacto.
O sea, que sólo tengo que sorprenderla con uno de sus amantes y será mía.
Correcto. Ella no querría que yo me enterara de sus escarceos por nada del mundo.
Bueno, pero ¿cómo me las arreglo para seguirla al pueblo? ¡Uf!, además tendré que esperar a que me levanten el castigo.
Eso no será necesario – dijo el abuelo.
¿Cómo? – exclamé sorprendido.
Uno de sus amantes vive en esta misma casa…
¡¿QUÉ?!
Lo que oyes.
Pero, ¿quién?
Nicolás – concluyó el abuelo.
¿NICOLÁS?
Sí.
¡Dios mío! ¡No puedo creerlo! ¡El bueno de Nicolás se beneficia a María! ¡No tenía ni idea!
Y no sólo a ella.
¿CÓMO? – exclamé atónito.
Varias de las otras criadas también han pasado por sus manos.
Pero, ¿cómo? Creía que sólo nosotros teníamos el don. Nicolás no es un hombre demasiado atractivo…
Digamos… que tiene un don diferente al nuestro – dijo el abuelo, riendo.
¿A qué te refieres?
Ya lo descubrirás.
¡Madre mía! ¡Menuda sorpresa! ¿Y tú, cómo es que lo permites?
Y, ¿por qué no habría de permitirlo? Las mujeres que trabajan aquí no son de mi propiedad. Son muy libres de hacer lo que quieran, siempre que guarden las debidas formas, y como verás, Nicolás es bastante discreto.
Desde luego. Yo no sospechaba nada.
Además, Oscar, mantener a tanta hembra lujuriosa en la casa es bastante cansado. Nicolás me descarga de parte del trabajo, manteniendo entre los dos bien satisfechas a las mujeres del servicio. Ya no soy tan joven como antes.
Y ahora te ayudo yo también ¿no? – dije maliciosamente.
¡Exacto! – rió mi abuelo – Pero últimamente, no demasiado ¿eh?
No – dije yo muy serio.
Tranquilo, chico. Ya pronto podrás volver a las andadas.
¡Eso espero!

 

Y los dos nos echamos a reír.

 

Todavía no me creo que Nicolás esté hecho todo un Don Juan.
Pues ya ves. Tú lo has conocido ya de mayor, pero cuando éramos jóvenes, nos corrimos buenas juergas juntos. Algún día te contaré algunas historias.
Estupendo – dije yo, aunque mi mente estaba más puesta en otra cosa – Entonces, ¿cómo lo hacemos? Habrá que hablar con Nicolás ¿no?
No. Prefiero que no se entere – dijo el abuelo.
¿Cómo?
Mira, a él no le gusta que se sepan estas cosas. Se moriría de vergüenza si supiera que tú conoces su secreto.
¿Y qué hago?
Mira. No es muy extraño que yo le interrogue sobre si va a recibir alguna visita femenina. Entiéndelo, no me gusta ir por la noche al cuarto de una de las chicas y descubrir que está vacío.
O demasiado lleno – tercié yo.
Exacto – dijo el abuelo sonriendo.
¿Y entonces?
Pues en cuanto me entere de que va a tener faena con María, yo te aviso, y tú te las apañas para sorprenderla in fraganti. Pero que Nicolás no se entere ¿eh?
De acuerdo.
Bastará con que la esperes fuera del cuarto de Nicolás. Como son tan discretos, ella nunca pasa la noche en su cuarto. María siempre actúa igual. La noche en que le apetece marcha, espera a que yo vaya a hacer una de mis visitas nocturnas. Si resulta que no voy a su cuarto, sale sigilosamente y va al de Nicolás, con el que ya ha quedado citada por la tarde.
Para no presentarse en su dormitorio y encontrarse allí con otra de las criadas – concluí yo.
Precisamente. Y como Nicolás es tan discreto, María sabe que no se lo va a contar a nadie, aunque ignora que entre Nico y yo no hay secretos.
Ya veo. Oye, ¿y las demás chicas qué? ¿Saben lo de María?
No. Si así fuera no le tendrían tanto respeto.
Miedo querrás decir – dije yo.
Bueno, sí – admitió el abuelo – De hecho, es posible que ni siquiera sepan que no son las únicas que disfrutan del “don” de Nicolás.
¿En serio? Pues sí que es discreto, pues por lo que he comprobado, en esta casa las criadas se lo cuentan todo.
Es cierto. Pero Nicolás insiste en mantenerlo todo en secreto, y así cada mujer piensa que es la única.
¡Vaya con Nico! ¿Y se las beneficia a todas?
No. En esta casa a Loli y a Luisa. Y puede que a Mar.
Umm. Ya veo.
Pero en el pueblo y alrededores tiene tres o cuatro más disponibles, que esperan deseosas sus visitas.
Por eso va a hacer tantos recados por ahí – dije yo.
Claro.
Bueno, entonces quedamos en que tú me avisas ¿no?
De acuerdo.
¿Y después qué? – dije yo – Una vez que la tenga en mi poder ¿qué hago?
¿Y me lo preguntas? – dijo el abuelo sorprendido – ¿Tú que crees?
Hombre, abuelo – dije yo – La idea sería follármela y hacérselas pasar canutas, pero si tú la “respetas” tanto…
No te preocupes por eso. Ya te he dicho que se merece una lección.
Otra cosa. Si logro chantajearla ¿podrías devolverle el trabajo a Tomasa?
Ya me gustaría, ya. Pero tus padres van a ser complicados de convencer.
Vamos, abuelo – insistí yo – Seguro que tú puedes convencer a mamá. En el fondo ella no está enfadada con la chica, es sólo que quiere darme una lección para que piense las cosas antes de hacerlas. Que mida las consecuencias de mis actos.
Una lección importante…
Y que yo he aprendido muy bien después de este laaaaaargo mes.
Ya, ya – rió el abuelo.
Pues eso. Si tú convences a mi madre, ella sabrá ocuparse de papá. Seguro.
Bueno, ya veremos.

 

Seguimos hablando un rato más. Le conté un poco de mis aventurillas con Noelia y además me interrogó sobre lo sucedido con Blanca antes de que llegara él y así se nos pasó la siesta hasta que llegó la tarde y tuve que ir a clase con las chicas.
Me sentía bastante más animado, pues veía una solución a mis problemas. Iba a lograr de un plumazo que readmitieran a Tomasa y vengarme de María, ya supondrán cómo. Me pasé la clase dándole vueltas a todas las posibles maneras en que iba a follarme a aquella zorra. Iba a conseguir que me suplicara que me la tirase, iba a humillarla, a encularla, a usarla… Cuando me quise dar cuenta estaba empalmado y por desgracia, tuve que pasarme así el resto de la tarde, mientras rumiaba mi venganza.
En los siguientes días fui yo el que sonreía de forma enigmática cada vez que me cruzaba con María, lo que le causaba cierta extrañeza. Eso me hacía sentir más seguro de mí mismo, aunque lograba a duras penas controlar mi impaciencia y no veía la hora de lograr por fin tirarme a aquella mujer.
Y por fin, unos días después, se presentó la oportunidad. Después de almorzar, el abuelo me llevó aparte y me comunicó la esperada noticia: Esa noche María iba a hacerle una pequeña visita a Nicolás.
Me puse nerviosísimo, las horas se me hicieron eternas. Las clases de la tarde parecían no tener fin, mientras los engranajes de mi mente se movían en todas direcciones imaginando las infinitas posibilidades que se me ofrecían.
El plan del abuelo consistía en que yo esperara en el pasillo, frente a la puerta de Nicolás, a que María regresara a su cuarto; de esta forma la mujer se enteraría de que yo conocía su secreto y Nicolás permanecería ajeno a todo.
Pero yo tenía mis propios planes. Hacía demasiado tiempo que no disfrutaba del sexo y aunque esa ocasión tampoco era propicia para conseguirlo, al menos esperaba obtener un buen espectáculo.
En cuanto salí de clase, me dirigí al cuarto de Nicolás, para inspeccionar un poco el terreno.
Como era el único hombre, su dormitorio estaba un tanto alejado del de las criadas, así que no tendría demasiadas dificultades para espiar por el ojo de la cerradura si así me apetecía.
Para comprobar el campo de visión, decidí echar un vistazo por la cerradura, pero, para mi desencanto, el ángulo no era bueno y no se podía ver la cama completa.
¡Mierda! No podía creer que tuviera tan mala suerte. Desde allí me iba a perder una buena parte del espectáculo, y desde luego, yo no estaba dispuesto a permitirlo.
Así que, armándome de valor, agarré el picaporte de la puerta y la abrí.
Yo había estado en aquel cuarto en un par de ocasiones, cuando había venido en busca de Nico para algún recado, pero no me había fijado demasiado en el mobiliario.
Era una habitación rectangular, bastante amplia (mayor que los cuartos de las criadas), de unos tres metros por cuatro. Tenía una ventana que daba al campo, pero las cortinas estaban cerradas y yo dudaba mucho que, siendo Nicolás tan discreto, decidiera abrirlas por la noche mientras se acostaba con María, así que espiar desde fuera quedaba descartado.
Inspeccioné entonces el armario, bastante grande y amplio, pero por desgracia tenía una puerta rota, colgando ligeramente ladeada de sus bisagras, con lo que el ropero no se podía cerrar. Así que repetir el numerito que hice con tía Laura era imposible.
Desesperado (y bastante nervioso por si Nicolás volvía y me sorprendía en su cuarto), miré a mi alrededor en busca de un escondite. Las cortinas… inviable, pues no llegaban al suelo. La mesa… ni pensarlo, me verían enseguida.
Entonces me fijé en el espejo. Estaba junto al armario, un enorme espejo de cuerpo entero, con un soporte metálico que permitía inclinarlo. El marco era de hierro y parecía muy pesado. Si me colocaba detrás, podría asomarme cuando estuvieran distraídos y espiarles. No era un escondite demasiado bueno, pero ya era algo, y yo andaba tan desesperado que no me pareció tan mala idea.
Rápidamente, salí de allí y cerré la puerta, pensando en cómo podría lograr colarme en el cuarto. Esa parte era bastante peliaguda, pues, aunque sabía que las obligaciones de Nicolás le obligarían a retirarse tarde, yo tenía muy difícil escapar de mi dormitorio, pues mi madre acostumbraba a venir a desearme buenas noches.
Afortunadamente, el abuelo acudió en mi ayuda. Le dije que necesitaba que Nico se acostase tarde, para que así diera tiempo a que mi madre pasara por mi cuarto. Así que esa noche le encargó tareas adicionales a Nicolás, para que se retirase aún más tarde de lo habitual. Yo aproveché para acostarme temprano y una vez que mi madre hubo pasado a arroparme, me levanté de un salto y espié el pasillo a través de mi cerradura, controlando los movimientos de mi familia.
Estuve así más de una hora, pero a mí me parecieron por lo menos seis. Me dolía hasta el ojo de tanto mirar por la cerradura, pero así pude observar cómo mis familiares iban retirándose paulatinamente a sus respectivos cuartos. Cuando todo quedó en silencio, decidí esperar todavía un poco más antes de salir, pero los nervios pudieron conmigo, así que no aguardé demasiado.
Sigilosamente, me deslicé a la planta baja, caminado como un ladrón entre las sombras. Escuché voces provenientes de la cocina, que me helaron el corazón en el pecho; pero, tras escuchar unos segundos, reconocí que una de las voces pertenecía a Nicolás, con lo que comprobé que aún no se había ido a su cuarto.
Con rapidez, me dirigí al dormitorio y me colé dentro. Estaba completamente a oscuras, así que me vi obligado a buscar la mesita de noche palpando en la oscuridad, pues por la tarde había visto allí una vela. La encendí con los fósforos que había allí también y eché un vistazo a mi alrededor para familiarizarme un poco más con el entorno.
Miré en dirección al espejo, y entonces me di cuenta de una cosa. No llegaba por completo al suelo, con lo que, si me escondía detrás, verían mis pies inevitablemente.
Maldiciendo entre dientes por la completa destrucción de mis planes, descargué mi puño con furia contra el colchón de la cama, viéndome reflejado en el espejo. Entonces la idea surgió súbitamente. ¡Claro! ¡Cómo no había pensado en ello!
Con rapidez, me deslicé bajo la cama, con la cabeza apuntando hacia los pies de la misma. Bajo ella, únicamente había un orinal, que, afortunadamente, estaba vacío. Asomándome un poco, podía contemplar el colchón reflejado en el espejo. El ángulo no era bueno, pero eso tenía fácil solución. Salí de debajo de la cama y giré un poco el espejo, enfocándolo mejor hacia la cama. Volví a meterme debajo y ¡bingo!, tenía un área de visión perfecta. Desde mi escondite podría verlo todo con detalle, con muy poco riesgo de ser descubierto (siempre que a ninguno se le ocurriera asomarse bajo la cama).
Volví a salir de mi escondite y apagué la vela, retornando de nuevo a él con rapidez. Entonces me di cuenta de que mi plan tenía un punto débil. La luz.
Si no encendían la vela, no iba a ver ni un carajo. Pero, ¿qué podía yo hacer? Resignado, me dediqué a esperar la llegada de los actores de mi función privada.
Nicolás aún tardó media hora en llegar. Cuando se abrió la puerta, mi cuerpo se tensó con nerviosismo. De repente, todo aquello ya no me parecía tan buena idea. Si me pillaban se iba a liar la de Dios. Pero ¿cómo se me había ocurrido aquella locura? ¡Si con haberle hecho caso al abuelo bastaba! Bueno, ya no podía hacer nada, y además, me bastaba con lograr con que no me pillaran antes de que se metieran en faena, pues después de empezar, si me descubrían, mi silencio compraría el suyo.
Nico encendió la luz en la habitación y yo me quedé muy quieto, sin mover ni un músculo. Desde mi escondrijo, lo oí silbar una antigua canción, cosa que yo le había visto hacer otras veces, pero en esa ocasión sonaba mucho más jovial. No me extraña, teniendo en cuenta las perspectivas de follarse a tamaño pedazo de hembra que se le presentaban al hombre.
Por los sonidos (pues no me atreví a asomarme ni un milímetro) comprendí que Nico estaba usando su jofaina para asearse un poco. Poco después, su ropa caía al suelo, peligrosamente cerca de la cama, en un confuso montón.
De pronto, el colchón se hundió sobre mí, asustándome mucho. Nico debía de haberse dejado caer sobre el colchón, para dedicarse a esperar a María, y, teniendo en cuenta que sus calzones estaban a escasos centímetros de mí, debía hacerlo en pelota picada.
Escuché cómo trasteaba en el cajón de su mesita, y tras un par de minutos, sonó el frotar de un fósforo y el inconfundible olor a tabaco llegó hasta mis fosas nasales, con lo que deduje que el hombre había decidido liarse un pitillo mientras esperaba a la moza.
Otra hora esperando sin mover ni un músculo. Me sentía agarrotado e impaciente, pero más tranquilo que antes, pues no pensaba que Nico fuera a mirar ahora bajo la cama. Si no había usado el orinal, probablemente era porque había ido al cuarto de baño antes de venir, así que no había razón para que lo hiciese.
Entonces, inesperadamente, unos tenues golpecitos resonaron en la puerta. Los latidos de mi corazón se desbocaron despavoridos. Estaba nerviosísimo por lo que iba a suceder, y descubrí que también bastante excitado.
Nicolás se levantó como un resorte de la cama y pude ver cómo sus pies desnudos se dirigían a la puerta. La abrió y unas piernas envueltas en una bata penetraron rápidamente en el cuarto, cerrándose inmediatamente la puerta tras ellas. El sonido de la llave en la cerradura retumbó en mis oídos, haciéndome comprender que ya no había marcha atrás.

 

Veo que me esperabas – dijo la inconfundible voz de María con tono meloso.
Sé que te gusta así – respondió Nicolás.

 

Sin moverme, podía ver por sus pies que sus cuerpos estaban pegados, y los sonidos que llegaban hasta mí demostraban que se estaban dando un morreo de impresión. La bata de María cayó de repente al suelo, quedando hecha un guiñapo a sus pies, y pronto observé cómo el borde de su camisón subía por sus pantorrillas, señal inequívoca de que se lo estaban quitando.

 

Ummm. Tranquilo – resolló María – Hoy vas muy lanzado.
Quiero verte – siseó Nico.
De acuerdo.

 

Y el camisón fue a hacerle compañía a la bata.

 

Estás buenísima – dijo Nico con admiración.
Ya veo que te gusto, sobre todo por aquí ¿eh?
¡Ugh! – rezongó Nico.

 

¡Mierda! ¿Qué estaban haciendo? Si se quedaban allí no iba a poder ver nada, pues no me atrevía a asomarme por el costado de la cama, pues al estar tan separada la cama de la puerta, bastaría con que uno de ellos mirase hacia mí para descubrirme de inmediato.

 

Ummmm. Cómo te pones… – susurró María.
Cómo me pones dirás – contestó Nico.
Esto parece más grande cada vez que lo veo…
Sigue así y llegará al techo… ¡AAHH!

 

Joder. Ya no aguantaba más. Desde mi posición sólo podía escuchar los besos y chupetones que se propinaban, pero sólo podía ver sus piernas hasta las rodillas. Me constaba que María no se había arrodillado, así que no podía estar mamándosela, entonces ¿qué eran esos ruidos?

 

Espera – terció Nico – Si sigues así me voy a caer al suelo. Ven.

 

Los pies de ambos se acercaron a la cama y el colchón volvió a hundirse bajo el peso de Nico. Sus pies seguían apoyados en el suelo, así que comprendí que lo que había hecho era sentarse al borde del colchón.
De repente, María se arrodilló frente a los pies del criado, con lo que el corazón me dio un vuelco. Bastaría con que se inclinara un poco para pillarme, pero eso no había pasado por la imaginación de la mujer.

 

¡Joder! – exclamó Nico – ¡Tus manos son increíbles! ¡Están tan frías!
Es que las meto en agua fría antes de agarrar este pedazo de hierro – contestó la zorra – Se te pone tan caliente que podría quemarme…
Cómetela, puta.
¿Entera? – dijo María con voz lujuriosa.
Tanta como puedas.

 

Yo ya no podía más. Tenía que arriesgarme a ver algo o la cabeza iba a estallarme y la polla no digamos. Me moví unos centímetros hacia el costado, acercándome a los pies de la pareja. Miré hacia ellos desde más cerca, con lo que podía ver un poco bajo el borde de la cama.
Y me encontré directamente con el coño de María. Al estar arrodillada en el suelo y asomarme yo por el borde del colchón, me encontré de frente con su precioso coño. Hacía tanto tiempo que no veía uno que me costó horrores no abalanzarme sobre él y devorarlo.
Era precioso. Con no demasiado vello, aunque no me dio la impresión de que su dueña se lo afeitara, así que pensé que debía ser así por naturaleza. Los labios se veían hinchados, entreabiertos, deseosos de recibir una buena polla en su interior. Se notaba el brillo propio de la humedad de hembra entre ellos y el inconfundible y delicioso aroma a coño caliente inundó el espacio bajo la cama. Inspiré profundamente aquel divino olor, sin pensar en que la pareja podía oír mis resoplidos, pero no fue así.
Involuntariamente, estiré una mano hacia aquel maravilloso chocho, que se agitaba adelante y atrás debido al vaivén de las caderas de María, que debía estar administrándole una fantástica mamada a Nicolás, a juzgar por los gemidos de éste y los chupetones y lametones que resonaban. Afortunadamente, conseguí salir de mi trance lo suficiente como para evitar tocarla, pero mis dedos quedaron tan próximos a su gruta que podía sentir en las yemas el calor que de allí surgía.
Más despierto, y convencido ahora de que ellos no notarían mi presencia si no hacía mucho ruido, me arrastré poco a poco hacia los pies de la cama, para asomarme y mirar en el espejo. Tardé un par de minutos en alcanzar la posición adecuada, así de despacio me movía. Miré el reflejo de la escena en el espejo y me quedé atónito. No tenía intención de hablar, claro, pero si hubiera querido hacerlo no me habrían salido las palabras.
Pues bien, en esos momentos María estaba efectivamente propinándole una buena mamada al afortunado Nicolás; bueno, de hecho estaba chupándole los huevos, no la polla. Y digo polla por ponerle algún nombre. Ahora entendía a qué se refería el abuelo al hablar del “don” de Nicolás. Era algo enorme. La verga de aquel hombre debía medir más de treinta centímetros. Me recordó a la de los caballos.
María se esforzaba en lamer y chupar las pelotas y la base de aquel tronco, de forma que la punta quedaba apoyada en su hombro, asomando por detrás de su cabeza, como si ella fuera un soldado con su fusil. Mientras lo lamía, restregaba su mejilla contra el enorme miembro, como acariciándolo.
Nicolás disfrutaba de aquello intensamente. Sus manos estaban apoyadas en el colchón, con el tronco ligeramente echado hacia atrás, mientras contemplaba fijamente las maniobras de María sobre su herramienta.

 

Así, muy bien – siseó Nico – Trágate la punta ahora…

 

Obediente, María deslizó su lengua a lo largo de aquella monstruosa verga, hasta llegar al glande, que besó y chupó con delicadeza. Tras unos segundos así, sus labios absorbieron la punta del gigantesco aparato y allí pareció apretar un poco, lo que encantó a Nicolás.

 

Ughhh. Sí. Asíiiiiii….

 

Poco después, los labios de María comenzaron a deslizarse sobre el ardiente tronco, subiendo y bajando muy despacio, de forma que cada vez se metía una porción mayor en la garganta. Cuando me quise dar cuenta, la muy zorra había sido capaz de tragarse unas tres cuartas partes de aquel pollón. Yo pensé que aquello debía llegarle casi al estómago; no entendía como era capaz de tragarse tanta cantidad de carne, aunque supuse que la razón era simple: porque le gustaba.
Así siguió durante un rato, chupando y chupando, a una velocidad bastante moderada, creo que para no atragantarse con aquel rabo. Nico se lo pasaba cada vez mejor, jadeando y resoplando de placer. Estiró una mano y la posó sobre la cabeza de María, acompañando con ella el ritmo de la mamada.
Poco a poco, su respiración fue volviéndose más agitada, su cuerpo fue tensándose, con lo que hasta yo comprendí que se aproximaba su orgasmo. María, experta en estas lides, extrajo casi por completo aquel vergajo de su garganta, dejando tan sólo la punta entre sus labios. Poniendo la espalda recta, atrapó el rabo de Nico entre sus tetas, y empezó a administrarle una lenta cubana, de forma que, mientras el tronco se deslizaba estrujado por sus pechos, el glande entraba y salía de sus labios, recibiendo un tratamiento combinado que le llevó a correrse como un animal.

 

Ya no puedo más… ¡YA NO PUEDO MÁS! – aulló Nico.

 

Esta fue la señal para que María sacase la polla de su boca, pues teniendo en cuenta el tamaño de la manguera, parecía peligroso recibir su disparo directamente en la garganta. Se apretó aún más las tetas con las manos, ciñendo fuertemente el pollón entre ellas, y continuó administrándole la cubana, pero ahora a ritmo frenético. Sus tetas se movían con rapidez sobre el rabo, deslizándose fácilmente pues éste estaba empapado de su propia saliva.
Entonces Nico estalló. De la punta de su nabo salió disparado un increíble pegote de semen, que resonó como una palmada al impactar en el cuello de María, que no paraba de mover sus tetas sobre el rezumante mástil.

 

UAAAAAHHHH. ¡ASÍ, ZORRA, ASÍ! – aullaba Nico.
¿TE GUSTA? ¿TE GUSTA, CABRÓN? ¡CÓRRETE! ¡CÓRRETE! – respondía María ahora que tenía la boca libre para hablar.

 

Ambos eran presa de un intenso frenesí. María movía sus tetas sobre la polla de Nico a velocidad vertiginosa, mientras ésta no paraba de expulsar fluidos que se estrellaban contra el cuello y pecho de la mujer. Reflejados en el espejo, se notaban las manchas de leche sobre la tersa piel femenina, dándole un extraño brillo allí donde incidía la luz.
De repente, María liberó la polla de entre sus tetas y empuñándola con ambas manos, comenzó a pajearla con violencia, a mayor velocidad incluso que antes. Aún así, la polla de Nico no había acabado de correrse, con lo que nuevos disparos de semen salieron de su interior, cayendo esta vez directamente al suelo, a menos de un metro de donde estaba yo, resonando al golpear contra las losas.
Por fin, el monumental nabo expulsó las últimas gotas, lo que relajó notablemente a la pareja. Nico se tumbó de espaldas en el colchón, respirando agitadamente, y María, agotada por el frenesí anterior, se sentó en el suelo y apoyó la cabeza en el muslo de Nico, reposando unos segundos.
Yo no podía creerme lo que había visto. Conocía a aquellas personas desde hacía años y jamás hubiera esperado que fueran capaces de comportarse así. Ni después de que mi abuelo me contase los secretos de ambos había imaginado yo una lujuria semejante.
Me encontraba además increíblemente excitado. Mi pene era una dura barra en el interior de mi pijama. Necesitaba alivio inmediato, pero mientras contemplaba la escena, no se me había pasado por la imaginación, absolutamente concentrado como estaba en no perderme detalle.
De pronto, Nico levantó la cabeza y miró a María. Lentamente, fue incorporándose y agarrando la cabeza de la chica por la barbilla, la alzó para mirarla directamente a los ojos.

 

Eres una puta – dijo Nico.

 

María sonrió y contestó melosamente:

 

A ti te gusta que lo sea.

 

Nico estiró el brazo y agarró a María, ayudándola a ponerse en pié. Después hizo que se tumbara sobre el colchón, arrodillándose él junto a los pies de la chica.

 

Me toca – dijo el hombre.

 

María, sabedora de lo que Nico pretendía, separó los muslos, ofreciéndole el coño bien abierto. Nico se situó entre ellos y sin perder un segundo, sepultó su cara en el chocho de la joven.

 

Aahhhhh – siseó María.

 

Ahora no veía tan bien como antes, pues en el espejo lo que veía era un primer plano del trasero de Nico, arrodillado entre las piernas separadas de la mujer. De todas formas, lo que podía ver unido a los excitantes sonidos de lengüetazos, chupetones y gemidos, hacían que me mantuviera enormemente excitado.
Sin esperar más, me bajé el pantalón del pijama y me agarré la picha, dura como el acero. Lentamente, comencé a pajearme, sin apartar ni un instante la mirada del reflejo en el espejo.
La comida de coño duró un rato más, pero yo, instintivamente, sabía que María no disfrutaba en exceso. La experiencia había demostrado que yo era un maestro en el arte del sexo oral, por lo que conocía perfectamente cuándo una mujer lo pasaba realmente bien con eso. No es que María no gimiera y jadeara bajo la comida de Nico, era que no parecía poner el alma en ello.
De repente, y sin haber alcanzado el orgasmo ni una vez, María detuvo a Nico.
– Espera – susurró la mujer.
Nico apartó la cara del coño de la mujer y la miró para ver lo que quería.

 

Ya no puedo más, la necesito dentro ahora.

 

Yo instintivamente supe que lo que en realidad pasaba era que María no se lo pasaba suficientemente bien, pero el pollón de Nico podría solucionarlo.
Nicolás no dijo nada. Se arrodilló en la cama de nuevo, quedando entre los muslos de la mujer. Al girar un poco el cuerpo, pude ver que su miembro se erguía de nuevo majestuoso, con la cabezota apuntando al frente.

 

Dios mío, qué maravilla – susurró María admirada.
Te voy a partir el alma – siseó Nico.

 

Bruscamente, Nico agarró los tobillos de María y tiró hacia si, arrastrándola sobre el colchón. María dio un gritito de sorpresa, pero en absoluto de miedo o enfado. Nico se situó entonces en posición y agarrándose la polla, la colocó en la entrada del coño.

 

Tranquilo – rió María – Si eres tan bestia me vas a matar.

 

Nico contestó con un gruñido.
María separaba muchísimo las piernas, por lo que, por en medio de los muslos de Nico, pude ver su coño bien abierto. La verga de Nico se situó en la entrada, y poco a poco, empezó a entrar.

 

Oh, Dios, así, despacio… Despacio… Me vas a matar… – gemía María.

 

Nico gruñía como un animal mientras, lentamente, iba deslizando tu tremenda erección en el interior de la chica. Después de unos segundos de penetración, se detuvo, con un trozo de rabo todavía fuera, pero dada mi posición, no podía saber cuánto.
Así se quedó al menos un minuto, mientras las paredes del coño del ama de llaves se adaptaban para acoger aquel enorme monstruo.

 

Sí. Muy bien, asíii… – susurraba María.

 

Inesperadamente, cuando los dos parecían más relajados, Nico empujó bruscamente y clavó el resto de su estaca en el coño de María.

 

¡UAAAAHHHHH! ¡CABRÓOOOONNN! ¡SABÍA QUE LO HARÍAS! ¡LO SABÍAAAA! – gritaba María.
¡JÓDETE! ¡JÓDETE, PUTAAAAAA! – aullaba Nicolás.

 

Los gritos y gemidos que prosiguieron me indicaron que María se había corrido como una perra. Eso era lo que la muy puta necesitaba, una polla del calibre 45.
Yo, inconscientemente, había ido acelerando el ritmo de mi paja, sin apenas darme cuenta de ello. No podía creer que le cupiera dentro todo aquello. No podía.
Y no sólo le cabía. La muy zorra quería más. Vi cómo sus manos se engarfiaban en los barrotes de la cabecera de la cama, preparándose para el tratamiento.

 

Vamos, muévete Nicolás. ¡MUÉVETE! – gritó.

 

Nicolás, obediente, echó el culo para atrás, desclavándole un buen trozo, y bruscamente, volvió a hincársela por completo, arrancándole a la mujer nuevos gritos y aullidos de placer.

 

¡SÍIIIIIII! ¡ASÍIIIIII! ¡FÓLLAME, JÓDEME! ¡RÓMPEMELOOOOOO!

 

Aquello se repitió un montón de veces más. Yo nunca lo había hecho así, supongo que para hacerlo hay que tener una verga de caballo. Aquello no era el típico mete y saca que todos practicamos, sino una sucesión de desclavadas y empujones salvajes.
Después de cada empellón, María aullaba como una posesa y después ambos se quedaban unos segundos aletargados. La pausa podía durar quince segundos o dos minutos, variaba continuamente, pero al final, Nico volvía a sacar y clavar despiadadamente su martillo pilón en el coño de María.
La maldita pécora se corrió varias veces bajo tan salvaje tratamiento, disfrutando de aquel polvo lento enormemente. Supongo que era lógico. Con semejante pollón, si le hubiese echado un polvo rápido, le habría roto el coño de verdad.
Mientras tanto, se había ido aproximando mi propio clímax, hasta que, finalmente, me corrí, tratando de ahogar mis propios gemidos de placer. Procuré atrapar toda la leche con la mano, para después, sacudiéndola, derramar la corrida en el suelo, de forma que se camuflase con los restos del anterior orgasmo de Nicolás.

 

Para, para por favor- gimió María de repente – Ya no puedo más.

 

A regañadientes, Nico se retiró de encima de la mujer. Al levantarse, pude ver cómo su enorme miembro iba surgiendo poco a poco del interior del maltratado coño, hasta que finalmente, cimbreó como una lanza, libre de su encierro.
Nicolás se dejó caer pesadamente al lado de la mujer, sin haberse corrido aún. María parecía una muñeca rota, desmadejada sobre el colchón. Ninguno de los dos hablaba, mientras Nicolás permitía que María se recuperaba un poco. Yo tenía la sensación de que aquella escena no era nueva. Sin duda algo así se repetía cada vez que aquellos dos follaban.
Mientras esperaba, Nicolás cogió de su mesita los útiles de fumar y se lió un nuevo cigarro. Lo encendió y se reclinó contra el cabecero de la cama, fumando, mientras se acariciaba distraídamente la enorme erección, en espera de que María rematara la faena. Como ésta no parecía dar señales de vida, Nicolás le dio suavemente con el codo, para que espabilara.

 

Vamos – dijo el hombre – Termina, que ya estoy casi.

 

Cansinamente, la mujer se incorporó y se arrodilló junto a Nico. Con confianza, sus manos se apoderaron del gigantesco instrumento y comenzaron a pajearlo.

 

Date prisa ¿eh? – dijo María – Estoy muy cansada.
Tranquila. Ya queda poco – contestó Nicolás sin dejar de fumar.

 

Mientras lo masturbaba a dos manos, María chupaba y lamía la punta de la gargantuesca polla, tratando de acelerar el clímax. Se notaba que estaba cansada, pues sus movimientos eran un tanto torpes y envarados.
A pesar de todo, en un par de minutos logró que Nicolás empezara a gemir y resoplar, preludio inequívoco de un nuevo orgasmo.
Cuando llegó, era plenamente esperado por la pareja, pues María apartó sus labios hábilmente de la punta y con sus manos volvió a dirigir la corrida hacia el suelo. Tras unos segundos, María liberó la verga y se tumbó rendida junto a Nico, dejando que la polla se apañara sola para derramar su carga en el piso.

 

No puedo más – dijo María en voz baja – Esta vez te has pasado.
Sí – contestó Nico – ha estado bien.
Es verdad.
La próxima vez te la meteré por el culo.
¡Sí, claro! – rió cansinamente María – ¿Es que quieres matarme?
Vamos, mujer. Hace años que no cato un buen culo – dijo Nico acariciando la cadera de María – Y el tuyo es estupendo. Apuesto a que ahí dentro cabe un buen pedazo de esto.
Ni lo sueñe caballero – siguió riendo María – No quiero pasarme el resto del año sin poder sentarme. Gracias, pero no gracias.
Venga, si te gustará.
Sí, seguro.

 

Siguieron hablando y bromeando durante una hora más. Yo me sentía cansado y acalambrado, por estar tanto rato tirado en el suelo. Ahora venía la parte difícil. ¿Cómo iba a salir de allí?
Pero la fortuna estaba de mi lado. Tras un rato de charla, apagaron la luz, pues Nico alegó que estaba cansado. María dijo algo de que ella se iba a marchar pronto a lo que Nico contestó con un gruñido.
Poco después, noté que María se levantaba de la cama, y, a oscuras, se dedicó a buscar su ropa.

 

Ahora o nunca – pensé.

 

Con valor, me deslicé de debajo de la cama por los pies, cuidando de no hacer ni un ruido, mientras oía cómo María se vestía. Resonó entonces la llave en la cerradura, abriéndose la puerta y penetrando un poco de claridad nocturna. Mientras la puerta se cerraba, yo me acerqué a ella, y respirando hondo, volví a abrirla y salí del cuarto, apenas unos segundos después de María.
Salí al pasillo y percibí la presencia de la mujer, allí a oscuras.

 

¿Qué es lo que quieres? – sonó su voz en las tinieblas.

 

Yo guardé silencio, esperando que ella diera el siguiente paso.

 

¿Qué te pasa? ¿Por qué no hablas?

 

Ella pensaba que yo era Nicolás, que la había seguido fuera del cuarto por alguna razón.

 

Mira, estoy muy cansada. Ya hablaremos por la mañana – dijo.
De acuerdo – respondí yo – Ya hablaremos mañana.
¡Dios mío! – exclamó la mujer.

 

En la oscuridad, yo sonreía abiertamente. Sabía que ella había reconocido mi voz y dejé que las implicaciones de la situación penetraran poco a poco en su mente. Yo no deseaba que se formara allí ningún escándalo, pues mi objetivo estaba ya conseguido, así que decidí dejarla allí, sorprendida y aturdida.

 

Buenas noches, señorita María – susurré.

 

Y me fui a mi cuarto, donde dormí toda la noche de un tirón.
 
Continuará.
TALIBOS
 
Si deseas enviarme tus opiniones, mándame un E-Mail a:
ernestalibos@hotmail.com
 
 

Relato erótico: “Al ayudar a la novia de mi hijo, la hice mi mujer” (POR GOLFO)

$
0
0

 

El Abismo entre mi hijo y yo
La mía no es una historia al uso. Para explicar lo ocurrido, me tengo que retrotraer a cuatro años atrás, cuando el idiota de mi hijo y su pareja de entonces, creyendo que podían cambiar el mundo, se enrolaron en un partido de ultra izquierda. Este no era más que un grupúsculo de anti-sistemas que soñaban todavía en la revolución y la acción directa como método de tumbar las bases del capitalismo. Sus ideales eran legítimos, no así la actuación de ambos y que os voy a narrar.
Recuerdo, como si fuera ayer, la conversación con el puto crío:
-Papá, vengo a decirte que me voy de casa. Marta y yo hemos decidido irnos de ocupas. Es hora de aportar nuestro granito de arena en la lucha de las clases-.
Ese día, llegaba cabreado por lo que me había ocurrido en mi trabajo y por eso al oír semejante insensatez, le escupí mi verdadera opinión de su ideología, su modo de vivir y de su futuro:
-Vete con esa panda de porreros pero no vuelvas. Estoy hasta las narices de sacarte de tus líos y de toda esa mierda que proclamas. ¿Quién cojones te crees?. No eres más que un niñato mordiendo la mano que te ha dado de comer. Hablas mucho de la clase obrera, pero lo más cerca que has visto el andamio, es cuando te has fumado un canuto bajo uno para no mojarte. No te engañes eres un pijo disfrazado de anarquista-.
Fernando intentó defenderse gritando que si su padre era un maldito facha, él no tenía que seguir sus pasos. Aunque no lo soy, no di mi brazo a torcer y creyendo que en uno o dos meses iba a volver con el rabo entre las piernas, le solté:
-Ahora tienes veinte años y una vida por delante pero, antes de que te des cuenta, tu tren habrá pasado y no serás más que un resentido y un fracasado. Quizás la culpa haya sido mía y te haya educado mal al darte todos tus caprichos. Siempre intenté que no notaras la ausencia de tu madre y por eso te consentí-.
-¡No metas a mamá en esto!-, contestó alzando la voz, -que muriera fue tu culpa o crees que no sé qué fuiste, tú, el responsable de su accidente-.
Incapaz de contenerme al oír en sus labios la verdad que me llevaba reconcomiendo diez años, le solté un tortazo que le hizo caer al suelo. Al levantarse, ni siquiera me miró, recogió su maleta y dando un portazo, desapareció de mi vida.
No supe nada de él ni de Marta hasta un año y medio después cuando recibí una llamada de protección de menores. Por lo visto, mi hijo y su novia habían sido detenidos en el desalojo de un edificio y como el pariente más cercano, me llamaban por si quería hacerme cargo de mi nieta.
Como comprenderéis no es forma de enterarse que uno es abuelo y por eso tardé unos momentos en asimilar que con cuarenta y seis años, viudo y sin pareja, me tenía que ocupar de un bebé de tres meses. Horrorizado por el futuro de la cría, contesté a la asistente social que por supuesto que iba a acogerla pero que necesitaba saber dónde tenía que ir y que tenía que papeles tenía que firmar. La funcionaria suspiró aliviada al quitarse un problema de encima y rápidamente, me dio los datos de lo que tenía que hacer.
Dos horas después, acompañado de mi abogado, acudí al centro tutelar a por la niña. Después de una hora firmando papeles y autorizaciones, me dieron a mi nieta y la pude coger entre mis brazos.
-¿Cómo se llama?-, pregunté al verla tan indefensa.
-María-, me contestaron.
Al oír que mi hijo le había puesto el nombre de su madre, no pude contener las lágrimas y destrozado, salí de allí con el alma encogida.
Al día siguiente fui a visitar a mi hijo a la cárcel. Si nuestra última conversación nos había separado, esa visita demolió cualquier puente entre nosotros. No me entrevisté con el chaval que había criado sino con un fanático que exudaba odio por sus poros y que achacaba su condena al maldito sistema opresor. Tratando de mantener la cordura, le ofrecí costearle un abogado pero él se negó porque, según él, aceptarlo era colaborar con el gobierno homicida. Tanta locura me estaba sacando de quicio y por eso le espeté:
-¡Eres un gilipollas!, no te das cuenta que tu hija necesita un padre-.
-Como María, hay millones de niños indefensos. ¡Es solo una más!. No tendrá futuro si no triunfa la revolución. No tengo tiempo para ella-.
Mordiéndome un huevo, le dije que, si él no quería hacerse cargo, lo haría yo pero, para ello, le exigía que tanto él como su novia me cedieran la patria potestad. Obsesionado por su misión, me contestó que de acuerdo porque así se quitaba un lastre. Desolado por la actitud de mi hijo, no pude continuar hablando y sin despedirme, me fui dejando que mi asesor legal se ocupara de los trámites.  Si ya de por sí eso fue duro, más lo fue ir a ver a la madre de la criatura. Todavía antes de entrar creí que, con ella, gracias al instinto maternal, iba a ser diferente. Esa segunda visita fue un calco de la anterior. Marta llegó incluso a achacar al Estado la culpa de su embarazo y cegada por su ideología, tampoco puso impedimento en cederme la custodia.
Y de esa forma, dos días después de saber que era abuelo, me vi como el tutor legal de mi nieta. Al principio, tengo que reconocer que fue muy duro. Tuve que contratar una niñera y acomodar mi ritmo de vida al bebé pero todavía doy gracias a Dios por haber aceptado. Esa cría se ha convertido en mi razón de vivir. Desde entonces me he levantado con un propósito, que no es otro que hacerla feliz y no cometer con ella, los mismos errores que con su padre.  He disfrutado de sus primeras palabras, de sus primeros pasos  y la estoy educando como si fuera mi hija.
Sus padres fueron condenados a cinco años por agresión a la autoridad pero al cabo de los seis meses, obtuvieron la libertad condicional y al verse fuera de la cárcel, no se acordaron que tenían una hija y ni siquiera hicieron ningún intento por verla. Nada importaba para ellos más que su puñetera revolución.
Sé que es triste pero es la verdad. Mi nieta no ha conocido a su padre y no tuvo más  figura femenina que su cuidadora hasta que, hace seis meses, un viernes por la tarde al volver del parque conmigo, nos topamos con Marta en la entrada de mi chalet. Tardé en reconocerla, no era solo que estuviera hecha una piltrafa, sucia, mal vestida y con el pelo lleno de rastras, sino que no me esperaba encontrármela  en un avanzado estado de gestación.
-¿Qué coño haces aquí?-, le espeté al bajarme del coche.
Ella, hecha un mar de llanto, no pudo contestarme y pegando su cara al cristal de mi coche, se puso a mirar a su hija.
-¿Es María?-, me preguntó entre lágrimas.
-Sí-, le dije bastante cabreado.
-Solo quiero verla. No te voy a pedir nada-.
No comprendo por qué cedi pero me dio pena y metiendo el coche en el garaje, le dije que pasara. No me parecia bien que el primer contacto que tuviera con su hija fuera en mitad de la calle y a través de un cristal. Cogí en brazos a la niña y entré en la casa con la firme convicción de no permitir a esa mujer  ni siquiera un régimen de visitas, ¡María era mía! y de nadie más. Marta fue incapaz de mirarme a la cara y en silencio, me siguió.
Ya en el salón, le ordené que se sentara y poniendo a la niña en el suelo, le pedí que saludara a esa señora.  La cría, acostumbrada a hacerlo, puso una sonrisa y caminando torpemente se acercó a su madre y le dio un beso. Desde mi posición, vi como la emoción embargaba a la novia de mi hijo. Abrumada, la abrazó y con gruesos goterones cayendo por sus mejillas, se echó a llorar sin parar de besarla. Tengo que reconocer que esa tierna escena también me afectó y por eso dejé que durante cinco minutos madre e hija tuviesen su primer contacto sin entrometerme.
Al rato, Marta me miró y cogiendo su bolso, me dio las gracias y se dirigió a la salida. Fue entonces cuando le pregunté por mi hijo:
-Me ha dejado-, respondió con pena,-se ha ido con otra compañera a un campo de refugiados saharauis sin importarle que estuviera de seis meses-.
Oír que el insensato de mi chaval no hubiese madurado y que encima desechara a su novia embarazada como si de un kleenex se tratara, hizo que hirviera mi sangre.
“Que mal lo he hecho”, pensé con amargura, “he fallado como padre”.
La constancia de que mi hijo era un impresentable y un verdadero hijo de puta, me llevó a preguntarla que si seguía con ese grupo y si no, donde vivía:
-He decido salirme, ya una vez he perdido una hija y no pienso perder a la segunda-, me respondió volviendo a llorar. -Quiero buscarme un trabajo y algún sitio donde vivir para tener a mi bebé-.
-Y ¿tus padres?-, pregunté horrorizado al comprobar que esa muchacha no tenía donde caerse muerta.
-Les llamé pero no quieren saber nada de mí-.
“No me extraña, mascullé entre dientes, “está cosechando lo sembrado. Una madre que no se ocupa de su hija no puede esperar más que el mismo trato”.
En ese momento, María con su lengua de trapo, interrumpió mis pensamientos diciendo:
-Abuelito, ¿por qué llora la señora?, ¿le duele la pancita?-.
El cariño con el que mi niña me preguntó,  me obligó a mirar a Marta con otros ojos y percatándome que en un futuro, me podría echar en cara no haber ayudado a su madre, decidí ayudarla aunque solo fuera provisionalmente. Sin saber si iba a aceptar mi ayuda, le pregunté si quería acompañarnos a cenar. No debía esperárselo porque tardó en reaccionar y cuando lo hizo, se volvió a emocionar. Dando por sentado que su nuevo llanto era un sí, la cogí del brazo y la llevé a la cocina. Una vez allí, la obligué a sentarse en la mesa del antecomedor al lado de la sillita de su hija.
-¿Qué quieres de cenar?, tenemos pollo asado-, pregunté.
-Lo que usted quiera está bien-, respondió secándose las lágrimas con la manga de su camisa.
Ese sencillo gesto hizo que me percatara que, con seguridad, esa mujer no se había duchado en semanas y que la suciedad de su ropa debía de ser al menos comparable con la de su cuerpo. Por eso, le pregunté si no quería ducharse, sin saber las consecuencias que ese ofrecimiento tendría en mi futuro.
-Me encantaría pero no tengo ropa que ponerme-.
-Eso no es problema-, le respondí,- te puedo dejar un chándal-.
En sus ojos descubrí que deseaba hacerlo pero que le daba corte. Supe que tenía que forzarla y por eso, poniendo el gesto serio, le ordené:
-Sígueme-.
Pudo ser mi tono autoritario o quizás la recompensa de al fin poder comer algo decente y una ducha, pero la verdad es que Marta me siguió sumisamente por la casa y después de sacar de un armario la ropa, la llevé al cuarto de invitados y señalándole la ducha, le dije que ni se le ocurriera bajar a cenar sin haberse quitado toda la mierda de encima.  Sin decir nada más, abrí la ducha y la dejé sola.
Aprovechando que estaba en el baño, calenté dos raciones de pollo y me puse a dar la cena a la niña mientras no dejaba de reconcomerme la actitud de mi hijo, tanto con mi nieta como con su pareja. No me cabía en la cabeza que fuese tan insensible y desnaturalizado para dejarlas en la estacada. Echándome la culpa, concluí que tenía que hacer algo para paliar su falta de principios y por eso cuando escuché que la muchacha había terminado de ducharse y que bajaba por la escalera ya tenía decidido ofrecerle mi ayuda.
Marta me pidió permiso antes de entrar en la cocina. Su actitud tan resignada me sorprendió y con una sonrisa, le respondí que se sentara a cenar. En cuanto se acomodó en su silla, me rogó que la dejara terminar de dar de comer a María. No supe ni pude decirle que no y dándole el plato de puré y la cuchara, me levanté a observarlas. El ver a mi nieta cenando sin protestar de la mano de su madre hizo que se me encogiera el estómago, al percatarme que la bebe necesitaba una madre y no una cuidadora. La pobre todavía tenía dos años pero iba a seguir creciendo por lo que era importante una figura femenina. Al pensar en ello, me fijé en el embarazo de la muchacha y por primera vez, comprendí que el fruto de su vientre también iba a ser mi nieta. Siempre he sido un hombre duro pero en ese instante me dieron pena las tres, María, Marta y la niña no nacida.
Mientras pensaba en como plantearle que quería ayudarla, mi nieta terminó de cenar y siguiendo su costumbre, me pidió que le pusiera una película de dibujos.   Bajándola de su sillita, la llevé a la televisión y mecánicamente encendí el video con una película de Walt Disney. Al volver a la cocina, Marta no se había movido y seguía sentada en su lugar. Comprendiendo que lo primero era que saciara su estómago, le serví el pollo y sentándome en frente de ella, empezamos a cenar.
Tal como me había imaginado, la ex novia de mi hijo estaba hambrienta y sin hablar devoró en un santiamén lo que le había servido. Al comprender que seguía con hambre, me levanté y volví a volví con otro plato. Ella me lo agradeció en silencio. En esta ocasión, se lo comió con tranquilidad, lo que me dio el tiempo necesario de observarla. Marta seguía siendo una muchacha muy guapa y su embarazo en vez de afearla le confería una belleza innegable. Ataviada con un chándal excesivamente grande, mantenía una femineidad que haría suspirar a cualquier hombre que la viera. Su pelo rubio dotaba a sus facciones de una dulzura demasiado empalagosa pero sus enormes pechos, hinchados por su estado, hacían que el conjunto fuera enormemente atractivo.  Al darme cuenta que estaba mirando como mujer a la madre de mi nieta, tuve que hacer un esfuerzo para retirar mis ojos de su figura. No quería que se diese cuenta que su suegro la estaba observando con deseo.
Cuando hubo terminado, retiré los platos y en el café, decidí que era el momento de plantear su futuro.
-Marta-, dije para captar su atención,-¿tienes un sitio donde dormir?-.
Avergonzada, me contestó que llevaba durmiendo dos semanas en un albergue de indigentes. Me quedé alucinado de su precaria situación y aprovechándome en parte de ello, le solté:
-Mi nieta necesita a su madre. Te propongo que te quedes a vivir en mi casa pero para ello deberás cumplir una serie de condiciones-.
Al oírme no pudo contener su alegría y cogiendo mi mano empezó a besarla mientras me decía que le daba igual lo que tuviera que hacer, que ella quería estar con su hija. Sonreí al ver su disposición y antes que pudiese pensárselo dos veces, le dije:
-Si quieres quedarte tendrás que cumplir a rajatabla todas y cada una de mis órdenes… -.
-Lo haré-, respondió interrumpiéndome.
-Si es así, lo primero que quiero es que mi nieta tenga una madre como dios manda. Te cortaras esas greñas. No quiero que vayas con rastas a llevarla a la escuela… -.
-No hay problema-.
-Déjame terminar-, le solté bastante molesto por su nueva interrupción, -deberás ir vestida como mujer y no como perroflauta. Te quedan prohibidas las camisetas de protesta, las botas militares y los piercings. Si te veo con cualquier cosa que me recuerde a la vida que llevabas, te echaré de casa sin pensármelo dos veces-.
-No tengo otra ropa-, me contestó casi llorando.
-Por eso no te preocupes, te la compraré y por último, dos cosas: Como tú y yo pensamos diferente, no hablaras de política nunca y menos aleccionarás a mi nieta con tus ideas-. Y alzando la voz, continué diciendo: -En esta casa no quiero ver a ninguno de tus amigos y aunque no te lo puedo prohibir, sería deseable que no los frecuentaras. No te han traído más que desgracias-.
Echándose a llorar, agradecida, me prometió que no iba a darme motivo de queja y que comprendía los motivos que me llevaban a ordenarla que dejara atrás todo eso:
-Don Fernando, le juro que cumpliré todas sus órdenes y que intentaré no ser una carga. Mientras consigo un trabajo, permítame ocuparme de la casa y así al menos, usted podrá descansar-, contestó levantándose a recoger la cena.
Satisfecho, la dejé limpiando la cocina y con la conciencia tranquila, fui a ver a mi nieta. La cría, nada más verme, se acurrucó entre mis brazos y poniendo su carita en mi pecho, me dijo:
-Abuelo, esa señora está muy triste pero me gusta-.
Mi convivencia con Marta.
A la mañana siguiente, me despertó el olor a café recién hecho. No tuve que pensar mucho para comprender que la ex de mi hijo se había levantado antes, por lo que, decidí meterme a duchar antes de bajar a verla. Mientras me duchaba, concluí que aprovechando que era sábado podía llevar a mi nieta y a su madre de paseo. Era urgente que la cría supiera que esa mujer era su madre.
Con ello decidido, bajé a desayunar pero al entrar en la cocina, me quedé pasmado al comprobar que Marta se había cortado el pelo y que al no tener otra cosa que ponerse, había cogido el uniforme de la cuidadora de la niña. En silencio, la observé desde la puerta, parecía contenta. Con una fregona estaba limpiando el suelo al son de la música. Luchando contra el deseo, acepté a regañadientes que era preciosa. Verla, embutida en un traje excesivamente pequeño para su estado, era una visión tentadora. La tela no podía ocultar el tamaño de sus pechos e, incluso, al no poder abotonárselo hasta arriba, dejaba el escote gran parte de sus senos al aire. Por otra parte, el avanzado estado de gestación hacía que rellenara de tal modo el uniforme que se le marcaba completamente el trasero.
Mas excitado de lo que me gustaría reconocer, saludé y ella devolviéndome el saludo con una sonrisa, sirvió un café y trayéndomelo, me dio un beso en la mejilla. Respirar su aroma a jabón y a limpio junto con un cariño con el que no estaba habituado, terminó de excitarme y avergonzado, oculté bajo una servilleta el bulto de mi entrepierna.   En ese momento me pareció inconcebible y amoral el desear a la madre de mi nieta pero fui incapaz de dejar de observarla completamente embobado.
-¿Qué desayuna?-, preguntó sacándome de mi ensoñación. -¿le frío unos huevos?-.
Sé que no llevaba doble intención pero, en ese momento, su pregunta me pareció que llevaba un significado implícito, que no era otro que se había dado cuenta mis propios huevos estaban en un estado de efervescencia como no recordaba en muchos años.
-No, gracias-, le respondí, -con el café me basta—
La muchacha, coquetamente, me soltó:
-Se habrá dado cuenta que no llevo rastas. ¿Estoy guapa?-.
-Muy guapa-, reconocí mascullando mi respuesta.
-Le parecerá raro, pero anoche cuando me corté el pelo, me sentí liberada. Llevaba demasiado tiempo esclavizada a una imagen y al ver caer mi melena fue como si rompiera con mi vida anterior-.
-Me alegro que te lo tomes así. Era una pena que una mujer tan guapa como tú, fuera hecha una piltrafa-.
-No exagere-, me contestó soltando una carcajada. -No creo que vestida así y con esta panza haya mejorado-.
-Te equivocas. Estás guapísima y al menos para mí, una mujer embarazada no pierde nada de su atractivo-, dije sin darme cuenta del efecto que tendrían  mis palabras.
-Pues su hijo, opina diferente. Según él, parezco una vaca preñada-.
-¡Mi hijo es un imbécil!-, exclamé indignado. -No hay cosa más bella que  ver cómo crece un niño en el vientre de su madre-.
-Gracias-, escuché que me contestaba mientras salía corriendo de la habitación.
Sentado en la silla, fui testigo de sus lloros y combatiendo con las ganas de ir a consolarla, me terminé el café. La única razón por la que no salí corriendo detrás de ella fue que no sabía si iba a poder aguantar las ganas de acariciarla. Tratando de tranquilizarme, recogí los platos y metiéndolos en el lavavajillas, traté de buscar la razón por la que esa muchacha me atraía tanto.
“Debo de estar llegando a la crisis de los cincuenta”, pensé sabiendo que me faltaban dos años, pero no encontré otro motivo por el cual, una cría de veinticuatro años y que encima era la ex novia de mi hijo, me pusiera tan bruto. “Es ridículo, le doblo la edad. Para ella, además de un viejo, soy su suegro”.
Mirando el reloj, me di cuenta que era hora de despertar a mi nieta y subiendo por las escaleras, entré en su cuarto para descubrir a Marta sentada en su cama.
-No la despierte, por favor. Déjeme disfrutar de ella, dormida. No sabe la cantidad de veces que he soñado con este momento-.
Enternecido por sus palabras, le pedí que luego le diese de desayunar y  me retiré dejándolas solas. Como esa muchacha necesitaba ese instante de privacidad, decidí salir a correr. Durante dos horas, recorrí los alrededores de la urbanización donde vivía, de manera que el ejercicio me sirvió para olvidarme de la calentura que me dominaba. Al volver a casa, las oí jugando en el salón. Las risas de mi nieta me convencieron que, aunque esa muchacha me atraía y que no iba a ser fácil tenerla tan cerca, había hecho lo correcto.
Aprovechando que estaban ocupadas, fui a mi cuarto a ducharme. Bajo el agua caliente, volví a repensar la situación y decidí que debía de sacarme de la cabeza a Marta pero, por mucho que lo intentaba, la imagen de sus pechos volvía una y otra vez a mi mente. Cabreado y con mi pene medio erecto, salí de la ducha. Estaba secándome cuando mi nieta entró en el cuarto, diciendo:
-Abuelo, abuelo. No sabes lo que me ha enseñado Marta. ¡Mira!, hemos hecho una pajarita-.
Al darme la vuelta a mirarla, me encontré de frente con su madre. Ella había seguido a la niña sin darse cuenta que estaba desnudo. Completamente cortado, me tapé con una toalla.
-Perdone-, dijo  mi nuera, saliendo de la habitación despavorida.
No tuve tiempo de decirle que no había problema pero en cambio sí me fijé que se había quedado mirando mi sexo y que bajo la tela de su vestido sus pezones habían reaccionado.  En ese momento, pensé que mi propia lujuria había hecho que me imaginara que Marta se había visto afectada como mujer al ver mi desnudo y dando por sentado que me había equivocado, me agaché y cogí a la bebé entre mis brazos.
-¡Qué pajarita tan bonita!. Cuéntame: ¿Qué más habéis hecho?-.
La cría, emocionada, me contó que había desayunado cereales y que después habían jugado al escondite. Me alegró comprobar que se llevaban bien y entonces dejándola en la cama, me terminé de vestir. Una vez acabado, bajé al salón con mi nieta. Marta al verme, sonrojada me volvió a pedir perdón, diciendo que no sabía que estaba en la casa.
Quitándole importancia, le dije que se sentara y poniendo a mi nieta en mis rodillas, dije:
-María, tengo algo que decirte-, la niña poniendo cara de seria y concentrada, me escuchó: -¿recuerdas que te conté que tu mama estaba de viaje?-.
-Si- respondió con una sonrisa, mientras mi nuera se quedaba petrificada.
-Mira cariño, Marta es tu mamá y ha venido a quedarse a vivir con nosotros-.
La bebé se abalanzó sobre su madre y dándole un beso y un abrazo, le preguntó:
-Eso significa que ¿el abuelo y tú  vais a ser mi papá y mi mamá?-.
La cría me había malinterpretado, creyó con la inconsciencia que solo los niños tienen que lo que me refería es que esa señora que acababa de conocer era la pareja de su abuelo y que entre los dos iban a cuidarla. Estaba a punto de sacarla del error, cuando mi nuera acariciándole la cabeza, le dijo:
-Sí, mi amor, tu abuelo y yo seremos tu papa y tu mamá-, y mirándome, me suplicó con sus ojos que no la descubriera.
Incapaz de llevarle la contraria, me quedé observando a las dos abrazadas. Fue mi nieta la que rompiendo el silencio que se había formado entre nosotros dijo:
-Mañana le voy a contar a Rocío-, una amiguita,- que ya tengo papás-.
Marta sin poder contener su llanto, le juro que jamás iba a dejarla y levantándola en sus brazos, se acercó a darme las gracias. Anonadado, recibí  un beso en la mejilla de mi nuera, sin saber que mi nieta se había quedado mirándonos extrañada y con su voz ingenua, nos dijo:
-Así no se dan los besos los papás. ¡Me habéis engañado!, los papas se los dan en los labios-.
Marta, muerta de risa, le contestó:
-Tienes razón-, y sin pedirme opinión, se pegó a mí y cogiéndome de la cabeza, me besó en la  boca.
Alucinado, la dejé hacer pero, cuando con su lengua forzó mis labios, me intenté separar. Ella me lo impidió, susurrándome al oído:
-Por favor-.
Comprendí que no quería volver a fallar a su hija y colaborando en el engaño, la abracé prolongando el beso. Lo que no se esperaba fue notar mi sexo alzándose contra su panza de embarazada. Sé que lo notó pero no hubo queja alguna, sino todo lo contrario, restregándose contra mí y en voz baja, me dijo:
-Tengo que darle las gracias. No solo le ha dicho a mi hija que soy su madre, sino que gracias a usted me he vuelto a sentir mujer -.
Tratando de salir de esa situación tan vergonzosa, cogí a la bebé y le dije:
-Te parece que llevemos a mamá a comprarse ropa. Como acaba de llegar no tiene que ponerse-.
-Muy bien, papito-.
Marta me pidió que le diera cinco minutos para cambiar. Suspiré aliviado porque así me daba un respiro para acomodar mis ideas.  Mi nieta no quiso separarse de su recién estrenada madre y se fue con ella, dejándome solo. El maremágnum de mi mente se incrementó con la soledad. Me parecía inconcebible lo que estaba ocurriendo: en primer lugar no comprendía la actitud de la muchacha, era claro que no le parecía descabellada la idea e incluso le parecía atrayente y en segundo, no comprendía como me había dejado llevar, mostrándole a las claras que me atraía sexualmente.
“En menuda bronca me estoy metiendo”, recapitulé preocupado, “no sé qué voy a hacer cuando la niña se dé cuenta que todo ha sido mentira” y por vez primera, deseé que no fuera todo un paripé.
Al cabo de unos minutos, las oí bajar por la escalera. Acercándome al hall, vi que Marta se había vuelto a poner el chándal y que llevaba en brazos a la niña.
-¿Ya estáis listas?-, pregunté.
-Sí-, contestaron al unísono.
La alegría de la niña y de su madre por poder compartir por primera vez una salida en común era palpable y contagiado por su buen humor, abrí la puerta del chalet en dirección al coche. Al llegar, Marta quiso colocar a la cría en su sillita pero, tras unos intentos, me miró avergonzada por no saber ni siquiera cómo se cerraba el cinturón de seguridad.
-No te preocupes, ya aprenderás-, dije mientras le enseñaba los pasos, -es lógico que no sepas hacerlo, yo tampoco tenía ni idea cuando la compré-.
-Lo siento, sé que gracias a usted, la niña ha estado bien. Solo le puedo prometer que voy a hacer todo lo que pueda para resarcirle por cómo la ha cuidado-.
-A mí, no me tienes que agradecer nada, lo he hecho encantado. Es a tu niña a la que le tienes que dar todo el cariño-.
-Ya lo sé, pero también a usted-, me contestó, -¿me permite tutearle?-.
-Sí, respondí.
Poniendo su mano sobre la mía, me dijo:
-Eres un buen hombre. No sé qué hubiera sido de nosotras si no llegas a estar tú. Te quedaste con Maria y ahora me has acogido en tu casa sin pedir nada a cambio-.
-Eso no es verdad-, respondí en son de guasa,-te pedí que te quitaras esas horrendas rastas-.
-¡Eres bobo!-, me soltó justo antes de darme un beso en los labios, -te debo más que mi vida, gracias a ti tengo un futuro-.
No supe reaccionar. Con el recuerdo del roce de sus labios, la miré y separando mi mano, le contesté:
-No me debes nada pero cuando no esté la niña, tenemos que hablar. Cómo bien has dicho tienes un futuro y no creo que yo deba formar parte del mismo-.
-Te equivocas-, respondió con una determinación que me dejó helado, -si nos dejas y eso espero, tendrás el cariño de tres mujeres-.
Tratando de quitar hierro al asunto, exclamé:
-¿Tres mujeres?, ¿no son muchas?-
Soltando una carcajada, Marta, acarició mi cara, diciendo:
-Tus dos niñas y una mujer que ya te quiere-.
Sin ningún recato, la ex novia de mi hijo y  madre de mis nietas, me acababa de decir que sentía algo por mí y que daba por hecho que iba a cuidar también de mi nueva nieta. Arrinconado por su declaración, arranqué el coche sin saber que decir. Camino al centro comercial, mi cerebro iba a mil por hora, tratando de asimilar sus palabras. Convencido de que se estaba dejando llevar por un agradecimiento mal entendido y que todo eso era un error, resolví que yo tenía que aportar la cordura a nuestra relación.
Una vez allí, nos dirigimos directamente a una tienda de ropa pre-mama y en contra de la voluntad de Marta, le obligué a elegir cuatro vestidos.
-No seas tonta-, dije,-necesitas ropa. Cuatro trapos son pocos pero al menos es un apaño hasta que des a luz. No querrás llevar a tu hija como pordiosera-.
Mencionar a su niña para convencerla era una especie de chantaje, aún sabiéndolo, la utilicé para forzar que aceptara que le comprara tanta ropa. Ella, avergonzada, me dio las gracias prometiendo que me devolvería hasta el último céntimo en cuanto empezara a trabajar. Lo más complicado vino cuando tuvo que elegir lencería, mi nuera buscando la economía quería coger unas prendas horrendas que ni siquiera una recluta se pondría. Al negarme a aceptar que escogiera esas, le amenacé que si algún día le veía puesto algo tan feo, se las arrancaría.
La muy maquiavélica, poniéndose en plan coqueta, se rio y retando mi hombría, soltó:
-Si me prometes que las arrancaras, te dejo que las compres. Me encantaría que un día, me desnudaras en plan salvaje pero no creo que sea algo que deba ver tu nieta-.
-¡Que bruta eres!-, le respondí soltando una carcajada,- nunca se me ocurriría violar a una mujer y menos a mi nuera-.
Flirteando conmigo, susurró a mi oído:
-Ya no soy tu nuera y tampoco sería una violación porque yo me dejaría-.
-Marta, eso no va a ocurrir-, contesté,-para empezar te llevo veinticuatro años y encima, por mucho que quieras, siempre serás la madre de mi nieta-.
Al oírme, torció el gesto y cogiendo a su hija de la mano, se alejó de mí. Si pensaba que con mis palabras la había convencido, me equivocaba porque en sus ojos leí una determinación total que en ese instante no supe interpretar. No tardó en sacarme del error, al salir de la tienda vestida con uno de los trajes premamá, dándose la vuelta, me dijo:
-Fernando, ven-, y cogiendo mi mano la puso en su panza,-Siente… se está moviendo-.
Bajo el vestido, comprobé que la bebé presionaba su útero y que claramente se podía apreciar cómo se movía.
-Un padre no es el que engendra sino el que cuida. Aunque no quieras admitirlo, tú eres el padre de María y si quieres también lo serás de esta niña cuando nazca. Para mí no eres un viejo, sino un hombre bueno del que me estoy enamorando-.
Si su intención fue hacerme un piropo, había errado. Confundido y aterrado, me percaté que esa mujer había decidido que fuera realidad el paripé y sin cortarse lo más mínimo se me estaba ofreciendo como pareja.  Debí de cortar por lo sano  esa locura, pero al mirarla a los ojos, descubrí en ellos una ternura que me impidió hacerlo. Y en contra de lo que mi moral y mi razón me pedían, la cogí de la cintura y le di un beso. Ella respondió con pasión al contacto de nuestros labios y pegando su cuerpo al mío, me empezó a acariciar. Mi sexo me traicionó, irguiéndose bajo mi pantalón y sin poderlo remediar, inconscientemente, mis manos recorrieron su trasero sin importarme la presencia de mi nieta ni la del público que en esa hora atestaba el centro comercial.
Fue Marta, la que poniendo un poco de cordura, frenó la vorágine en la que nos habíamos instalado y separándose de mí, dijo entre risas:
-Será mejor que paremos-, y señalando su pecho, me soltó, -¡mira como me has puesto!, ¿tú crees que si te creyera un viejo, mi cuerpo reaccionaría así?-.
Fue entonces cuando me percaté que tenía los pezones totalmente erizados y que dos bultos debajo de su vestido, revelaban a las claras la excitación que la embargaba.
–Eres un hombre que me atrae desde que ayer descubrí que te gustaba. Aunque quieras negarlo, yo te agrado. Anoche me dijiste que mis hijas necesitaban una madre, ahora yo te digo que también requieren de un padre y que quiero que seas tú-.
-Es una locura-, protesté acojonado.
-Quizás pero no voy a dejar que te eches para atrás. Le prometí a María que seríamos sus padres y no pienso volverle a fallar-.
Afortunadamente para mí, mi nieta vio un payaso y soltándose de su madre, salió corriendo. Gracias a ello, nuestra conversación quedó postergada y riéndonos fuimos en su busca. Al salir del centro comercial y como no me apetecía volver a casa a enfrentarme con la realidad de la locura que era lo que esa mujer me proponía, las llevé al parque de atracciones. Allí tanto mi nieta como Marta se lo pasaron en grande y por eso, eran más tarde de las ocho cuando volvimos al chalet.
Nada más entrar, la mujer se llevó a la niña al baño y aprovechando que tenía un jacuzzi, se metió con la cría en él. No supe nada más de ellas durante una hora. Estaba preparando la cena cuando vi entrar a María en la cocina. Mi nieta venía ya con el camisón y acercándose a mí, me dio un beso mientras me contaba que había estado jugando en el agua:
-Papito, mamá me ha dicho que voy a tener una hermanita-.
-Sí, cariño-, le respondí cortado por el apelativo. Para ella siempre había sido abuelito pero desde esa mañana, había cogido la costumbre de llamarme papá y con placer, descubrí que me gustaba. Estaba pensando en ello, cuando Marta se nos unió. Me quedé embobado al verla. Se había puesto un pijama de los míos y lejos de enmascarar su belleza, la realzaba. La hechura de mismo hacía que su hinchado pecho pareciera que iba a romper los botones, mostrando a través del escote gran parte de las curvas de sus senos.
-Estás preciosa-, no pude dejar de decirle al darme un beso en la mejilla.
-Gracias-, dijo mientras me daba un mordisco en la oreja, -hoy ha sido el día más feliz de mi vida y espero que esta noche sea al menos igual. Te deseo, ancianito mío-.
-Vete a la mierda-, respondí dando un azote en su trasero.
Ese gesto de cariño, hizo que la mujer ronroneando se pegara a mí y restregando su culo contra mi pierna, me dijera:
-Si cada vez que te llamo viejo, me das un azote, voy a hacerlo a menudo-.
El desparpajo y la falta de recato de mi ex nuera, lejos de enfadarme, me divirtió porque una vez hecho a la idea, el tenerla entre mis brazos se estaba volviendo una necesidad y más aún cuando el recuerdo de la firmeza de su trasero seguía en la palma de mi mano.
“No me equivocaba cuando la vi vestida de criada, Marta tiene unas nalgas dignas de adoración”, pensé deseando que esa noche poder acariciarlas a conciencia.
Marta debió de darse cuenta del rumbo de mis pensamientos porque, sonriendo, me susurró que antes había que dar de cenar a la niña. Con una calentura cercana a la locura, le ayudé a poner la mesa y aprovechando cuando mi nieta no miraba, la acaricié disimuladamente. Un roce acá y una caricia allá, hicieron que, cuando nos sentamos a la mesa, ambos estuviéramos sobreexcitados. Sus pezones y mi pene nos delataban, tanto mi nuera como yo, deseábamos quedarnos solos para dar rienda a nuestra pasión.
La cría mientras tanto estaba feliz y por eso durante la cena, no paró de hablar contándonos con su parlotear infantil lo dichosa que se sentía por ser una niña normal con dos padres que la cuidaran. Su madre se afanaba en hacerle caso y yo, entre tanto, no podía dejar de observarla. Cuanto más la miraba menos comprendía la actitud de mi hijo. Su ex novia no solo era una mujer de bandera, era a mis ojos el sumun de la sensualidad femenina. Guapa y con un cuerpo estupendo, aún embarazada, era el morbo hecho mujer. Deseaba hundir mi cara entre sus piernas y como obseso, beber de su coño ya germinado. Marta, al percatarse del deseo que me dominaba, no dejó de tontear y con desfachatez, buscaba la posición en la cual su escote me diera una visión más amplia de sus pechos.
Creí que todos mis planes se habían ido al traste cuando al terminar, mi nieta nos pidió si esa noche podía dormir con nosotros. Estuve a punto de negarme, pero al ver en su cara la ilusión que le hacía, accedí a mi pesar. En cambio su madre cuando escuchó que le daba permiso, me dio las gracias, alborozada, y pasando mi mano por mi entrepierna, dijo en voz baja:
-Cuando se duerma, será nuestro momento-.
Su caricia me provocó una erección instantánea y ella al darse cuenta, se mordió los labios, tratando de contener su deseo. Juro que si no llega estar mi nieta presente, la hubiese tirado encima de la mesa y allí mismo, sin más preámbulo, hubiese tomado lo que ya consideraba mío. En cambio, vi como salía del comedor y subía con la niña hacia mi cuarto.  A regañadientes, terminé de recoger los platos, tras lo cual, fui a unirme con ellas. Al llegar a mi habitación, Marta estaba tumbada en la cama con su hija, esperándome. Un tanto cortado, saqué de un cajón un pijama y con él en mis manos, le dije que iba a cambiarme.
-Hazlo aquí. Te juro que no muerdo-, me soltó mi nuera.
Sin estar seguro de su afirmación y venciendo mi vergüenza, me quité la camisa con sus ojos fijos en mí. El morbo de la situación fue in crescendo al percatarme que sus pezones se ponían duros al observar cómo me desnudaba. Al comprender que mi nieta no se enteraría de nada, decidí hacerle un sensual striptease que no le pasó desadvertido. Inconscientemente cerró sus piernas al ver que me quedaba en calzoncillos y ya completamente alborotada pasó su mano por su pecho, cuando me despojé del mismo quedando desnudo sobre la alfombra. Con mi pene medio erecto, me di la vuelta para que ella pudiese comprobar en persona los efectos que su presencia producía en mi sexo. Su cara colorada y sus dedos acariciando uno de sus pezones, dejaron claro que estaba excitada.  Al sentirme deseado, dejé que se recreara al ponerme lentamente el pantalón del pijama.
Cuando las alcancé en la cama, mi nuera estaba visiblemente inquieta y profundizando en su calentura, pregunté a mi nieta que dónde estaba su hermana. La niña, poniendo cara de sabionda, me contestó que en la panza de su mamá y antes que su madre pudiese hacer algo para evitarlo, le abrió la camisola, dejando al aire tanto su embarazo como sus hinchados pechos. Me quedé de piedra al comprobar que era todavía más hermosa de lo que me había imaginado. Con unos pezones grandes y negros, sus enormes pechos se me antojaban más apetecibles y la curvatura de su vientre germinado, lejos de repelerme, me pedía que la acariciara. María, totalmente ajena a lo que estaban sintiendo sus mayores, pasó su mano por el ombligo de su madre y volviéndose a mí, me pidió que lo comprobara.
Al sentir mi mano recorriendo su estómago, Marta sintió un escalofrío y dando un suspiro, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Cogiendo confianza, mis caricias se fueron haciendo menos paternales y más carnales. Estaba disfrutando mientras el objeto de mi ataque se mordía los labios para no gemir en presencia de su hija. Como quien no quiere la cosa, con mis manos sopesé el tamaño de sus senos y mientras la cría de dos años jugaba haciendo que hablaba con su hermana, profundicé en mi ataque recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones. Marta no pudo evitar un sollozo cuando sintió que apretando un poco pellizqué con mis yemas su negra aureola.
-No seas malo-, me pidió con los ojos inyectados de lujuria.
-No soy malo-, le contesté mientras pasaba mi otra mano por su entrepierna,-¿Por qué no te quitas el pantalón?, aquí hace mucho calor-.
-Espera a que se duerma y seré tuya-, me rogó mientras involuntariamente separaba sus rodillas, dejando paso libre a mis caricias.
-María, tu mamá quiere que le des un abrazo-, dije poniendo a la cría encima de su madre de manera que no solo me pegué a ella sino, que aprovechando la abertura del pantalón, introduje mi mano bajo su braga.
Ella, tratando de que su hija no se enterara de lo que estaba experimentando, apretó sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris. Totalmente indefensa, tuvo que sufrir en silencio la tortura de su botón mientras su niñita la colmaba de besos. No dejé ni de mirarla ni de sonreír sádicamente al comprobar que no solo estaba húmeda sino que poco a poco mis toqueteos estaban elevando el nivel de la temperatura de su cuerpo y no paré hasta que mis dedos recibieron el producto de su silencioso orgasmo.
-¡Me vengaré!-, me dijo con una sonrisa al recuperar el resuello.
No estaba enfadada. Luego, me reconocería que había enloquecido al no poder saltar sobre mi pene. Satisfecho por mi pequeña travesura,  le di un beso en los labios y abrazándolas, esperé a que mi nieta se durmiera. La pobre, agotada por el día que había tenido, tardó cinco minutos en quedarse dormida, momento que usé para llevarla a su cama.
Al volver, Marta se abalanzó sobre mí y, restregando su cuerpo contra el mío, exclamó:
-¡Eres un cabrón!. No podías haber esperado a poner tus sucias garras sobre mí hasta que no estuviera la bebé. Tendrás que compensarme el mal rato-, me dijo mientras se arrodillaba y me despojaba del pijama. Al ver mi sexo al descubierto, lo cogió entre sus manos y antes de introducírselo en la boca, en voz baja me informó que no iba a cejar hasta dejarme seco.
Creí que era una exageración, pero al percatarme de la manera que succionaba mi miembro, esperanzado comprendí que su amenaza iba a tener lugar y que esa noche no me iba a dejar descansar hasta que no se me levantase. Sus  manos colaborando con su boca, cogieron mis testículos e imprimiendo un suave masaje, buscó mi placer de la misma forma que yo había buscado el suyo. Fue impresionante experimentar como su lengua recorrió los pliegues de mi glande mientras no dejaba de decir lo mucho que gustaba.
-Me encanta-, exclamó al comprobar la longitud que alcanzaba en su máxima expresión, -serás un viejo pero tienes el pene de un negro joven-, soltó con el propósito de cabrearme y abriendo sus labios fue devorando mi polla lentamente hasta que acomodó toda mi extensión en su garganta.
Entonces usando su boca como si de su sexo se tratara, empezó a meterlo y a sacarlo de su interior con un ritmo endiablado. Alucinado por la maestría de su mamada, todo mi ser reaccionó y acumulando presión sobre mis genitales, estos explotaron en sonoras oleadas de placer. Mi nuera no dejó que se desperdiciara nada de mi simiente y golosamente fue tragándola a la par que mi pene la expulsaba. Una vez terminó la eyaculación, con su lengua limpió los restos de semen y sonriendo, me miró diciendo:
-Espero que mi anciano hombre se recupere rápidamente porque este cuerpo necesita que le den un meneo-.
Con todo el descaro del mundo, me estaba retando por lo que cayendo en su trampa, la desnudé violentamente y desgarrando sus bragas, la tumbé en la cama:
-Eran nuevas-, protestó soltando una carcajada.
-Te compraré una docena-, le respondí hundiendo mi cara entre sus piernas.
Su sexo me esperaba completamente mojado y al pasar mi lengua por sus labios, oí el primero de los gemidos que escucharía esa noche. El aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos. La ex de mi hijo colaboró separando sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, me exigió que ahondara en mis caricias diciendo:
-Sigue comiéndole el coño a la puta de tu mujer. Te juro que esta noche seré completamente tuya-.
Oírla tan entregada me volvió loco y pellizcando sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.  Mi nuera chilló de deseo y reptando por la cama, me rogó que la penetrase. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría en mi boca. Su clímax, lejos de tranquilizarme, me enervó y tumbándola boca abajo sobre las sábanas, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
-Tómame-, me exigió moviendo su culo y tratando de forzar mi penetración.
-Tranquila-, dije dándole un azote,-llevo muchos años sin una mujer y si sigues así, me voy a correr enseguida.
-Me da igual. ¡Úsame!, necesito sentir tu polla dentro de mí. Desde que estoy contigo, he vuelto a sentirme una mujer y ahora me urge ser tuya-.
Comprendiendo la inutilidad de mi razonamiento, de un solo arreón, rellené su conducto con mi pene. Ella, al sentirlo chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me pidió que la cogiera los pechos.  Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos. Marta, berreando entre gemidos, gritó:
-He sido idiota prefiriendo al niño en vez de al hombre. Quiero pertenecerte y que tú seas mío. No me dejes nunca-.
La mención a mi hijo, me hizo enloquecer y fuera de mí, incrementé mi velocidad mientras uno tras otro solté una serie de azotes alternos en sus nalgas. Ella respondió a mis correctivos con lujuria y sin importarle despertar a su niña, me chilló que no parara. El sonido de las nalgadas se mezcló con sus gemidos y estimulada por el castigo, se corrió nuevamente sin parar de moverse. No satisfecho,  mi galope se convirtió en una desenfrenada carrera que tenía como único objetivo mi propio placer pero, mientras alcanzaba mi meta, llevé a mi nuera a una sucesión de ruidosos orgasmos. Su completa entrega me tranquilizó y por eso cuando de mi pene empezó a surgir el semen, mi mente ya había olvidado el agravio y con un gritó, le informé que me iba a correr. Ella al sentirlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, mi pene se vació en su ya germinado vientre.
Agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Marta me abrazó llorando. Al percatarme de las lágrimas que recorrían sus mejillas, le pregunté preocupado que le ocurría y si me había pasado:
-Para nada, lo que me pasa es que me has hecho feliz y todavía no me creo que me haya ocurrido algo bueno. Llevaba demasiado tiempo en caída libre-.
-Menos mal-, le respondí,-pensé que te quejabas de la tunda de azotes-.
Ella se rio al escuchar mi respuesta y poniendo cara de pilla, me soltó:
-Lo tengo un poco adolorido, pero me ha enloquecido la forma en que me has hecho el amor. Eres un viejo verde y yo, una pobre chiquilla de la que has abusado. Y si te digo la verdad, a partir de mañana espero que abuses de mí todos los días y a todas horas-.
-Si crees que he terminado por hoy, ¡estás equivocada!-, exclamé, -todavía tengo que probar tu puerta trasera-.
-De eso nada-, contestó haciéndose la indignada,-por ahí soy virgen. Nadie lo ha usado-.
Saber que ni siquiera mi hijo había hoyado su culito, me puso a mil y acariciando sus nalgas, le dije:
 -¿No me dijiste que querías ser enteramente mía? y ¿qué harías todo lo que yo quisiera?, pues quiero ser el primero-.
-Lo pensaré-, respondió meditando mis palabras.
Soltando una carcajada, me levanté al baño mientras le contestaba:
-Pues piénsalo rápido porque estoy yendo a por crema, ¡mi amor!-.
 
Viewing all 7968 articles
Browse latest View live