Para contactar con la autora:
– Oooohh… que rico… -susurraba la mujer mientras sus manos se abrazaban de la nuca de X, sus pies de nuevo de punta por el control de los tacones, sus piernas pulsando, sus pezones besados y pellizcados por él.
Makeda tardó en despertarse un par de horas, durante los cuales me puse en contacto con el hombre del cardenal en Aquisgran. Como no podía ser de otra forma, era un cura de una iglesia de la ciudad, que desconociendo las verdaderas intenciones de Antonolli, había hecho un seguimiento a mi objetivo. De esa forma supe donde y como encontrar a Thule, la titánide alemana.
–Ves como solo eres una putita en mis manos, donde ha quedado la gran líder, la esperanza de la nación paneuropea, yo solo veo a una mujer que se corre a mi mandato. Deberías estar orgullosa que me haya fijado en un ser tan mezquino, y que haya decidido que sea de mi propiedad-, y levantándome de la mesa, le acerqué un papel diciendo: –Te espero en esta dirección dentro de dos horas, y para que sepas que no me puedes fallar, te voy a dejar con una muestra de lo que te puede ocurrir si lo intentas-.
–Estaba como una cabra, en su diario justifica la perdida del imperio, hablando de una maldición que ha recaído sobre el y su hijo. Sostenía que durante su principado se había excedido usando un supuesto poder, y que como reacción sus tíos y demás familiares se habían unido en su contra despojándole de sus derechos-.
Desperté al oírla entrar, viendo que estaba en la cama, se quedó mirándome desde los pies de la cama, dudando si despertarme o no. En ese momento abrí los ojos, su indecisión me recordó que estaba en mi poder, y que la mezcla de miedo y respeto que me tenía, la obligaba a esperar mis órdenes. La sensación de poder me produjo una excitación indescriptible. Y alargando ese momento, le obligue a mantenerse quieta, parada, mientras lentamente me desnudaba ante sus ojos. Sus pupilas se dilataron por lo que significaba, iba a consumar nuestra unión y quizás producto de nuestra lujuria de su vientre naciera una nueva especie.
Vi como sin percatarse de su reacción, pasó la lengua por sus labios, al verme despojarme de mis pantalones, y solo el que no le hubiese dado permiso, evitó que se abalanzara sobre mí. El escote de su camisa, me deja entrever sus pechos y como una gota de sudor recorría el canalillo de sus senos. Un río recorriendo un profundo cañón, no hubiera hecho mayor ruido que su corazón latiendo desenfrenadamente por el deseo.
Cuando lascivamente, mirándole a los ojos, me quité el bóxer que llevaba y agarrando mi sexo entre mis manos, se lo enseñé diciéndole que es suyo, Thule, sin que yo se lo hubiese pedido pero aleccionada por el pasado, se arrodilló en el suelo y reptando sobre la cama, se acercó a tomar posesión del mismo.
-¿Que haces que no estas desnuda?-, le pregunté.
Si contestarme se desvistió con rapidez, ante mi mirada. Me excitó verla tan sumisa, tan receptiva a todos mis caprichos, por eso la recibí con un beso posesivo, mordiéndole cruelmente sus labios, mientras ella se retorcía por el placer.
Olía a hembra en celo, a una dama reconvertida en esclava, que deseaba ser tomada por su amo. Sabiéndolo, me entretuve alargando los preliminares. Tumbándola a mi lado, exploré su piel sin dejar de decirle que no se merecía ser mi concubina, y que solo por nuestra misión iba a consentir que lo fuera. Desesperada, buscó callarme, bajando por mi cuerpo, mientras su lengua jugaba con el pelo de mi pecho.
-Cómeme-, le ordené.
Lentamente, su boca descendió por mi ombligo y metiéndose entre mis piernas se apoderó de mi sexo. Una placentera humedad fue absorbiendo mi extensión. Noté como apretando mis testículos con una mano, con la otra buscaba su climax masturbándose. No le había dejado hacerlo, pero la calentura que me dominaba me impidió reprenderla, y escuchando como se derretía gritando, quise probar el flujo de su cueva.
-Dámelo-, le exigí. Thule no sabía a que me refería, y petrificada se quedo quieta, buscando una explicación. –Eres boba hasta para esto-, le grité, mientras le daba la vuelta.
Me encantó el sabor dulzón de su coño, cuando separando los labios del mismo introduje mi lengua por su agujero y usándola como cuchara recogí parte del caudal que manaba de su interior. La muchacha recibió mi intromisión como un torpedo bajo su línea de flotación, y se inundó entre gemidos, al ser incapaz de achicar el torrente que salía de su rubio y pulcramente depilado sexo.
Desbordada por la pasión, se corrió en mi boca, gritando en alemán soezmente, rogándome e implorándome que la penetrara. A diferencia de la etiope, al llegar al climax, abrió su mente, sin explorar la mía, de forma que descubrí que en su interior la traición afloraba por todos sus poros. Echo una furia, se lo recriminé y obligándola a levantarse, le exigí que abriera la bolsa con los instrumentos del sex-shop, sacara de su interior unas esposas y un látigo con los que la iba a castigar.
Lloró de angustia al verse descubierta, pero dócilmente obedeció mis órdenes, recogiendo lo que le había pedido. Nada mas tenerlo en mis manos, de una fuerte cachetada la tumbé en la cama, y atándola al cabecero empecé a azotarla. Sus gritos debían oírse desde el pasillo, pero me dio igual, sin importarme los más mínimo infligí una durísima reprimenda a la mujer. Y solo cuando de sus nalgas, hilos de sangre producto de los latigazos recibidos, recorrían sus piernas manchando las sabanas, solo entonces me permití el cesar con la misma.
Seguía enfurecido por la forma que me había engañado, pero también era consciente de que no debía de proseguir el castigo porque iba a terminar marcándola permanentemente en un sitio visible y encima al día siguiente debía de estar presentable ante nuestros futuros partidarios. Por eso, meditando sobre el tema me vestí y saliendo de mi cuarto, la dejé atada y adolorida gimiendo por el dolor y el no conocer que le deparaba el futuro inmediato.
Tardé dos horas en volver, y cuando lo hice, llegué acompañado. Me escoltaba la dueña de una tienda de tatuajes que encontré en el centro, una pequeña francesa de unos veinticinco años, a la que tuve que esperar que cerrara el local, para que me acompañara. En la mente de Thule leí desesperación y arrepentimiento. La tortura de verse esposada en una habitación vacía, al alcance de cualquier persona que hubiese entrado en el cuarto, le hizo meditar sobre las razones que me habían forzado a dejarla en esa posición. Con todo el rimel corrido, su rostro mostraba un padecimiento espantoso.
-¿Qué pasa aquí?-, me preguntó Claire, alarmada al ver el estado de mi victima.
-Es parte de un juego, ¿verdad cariño?-
Asintiendo con la cabeza, la rubia confirmó mi versión. No pudo protestar, aunque lo intento, su garganta fue incapaz de emitir ninguna queja, tras lo cual solo le quedaba esperar el ser usada. Mas tranquila, la mujer me pidió una mesita para ir acomodando los instrumentos que necesitaba. Despejando el mueble que había al lado de la cama, le ayudé a colocar la maquina y las diferentes agujas que iba a usar.
Thule nos miraba, sin hablar. En su fuero interno, estaba aterrada, pero exteriormente nada revelaba que no estuviese de acuerdo con lo que íbamos a hacer.
-¿Cuál es el tatuaje que quiere que le grabe?-
-No es un dibujo, es un texto-, le respondí escribiendo en un papel lo que quería.
-Bien, veamos donde desea que lo ponga-, me contestó mientras en forma totalmente profesional fue reconociendo en que lugar sería mas sencillo el tatuarlo. Obligó a la muchacha a darse la vuelta sobre el colchón, y al ver la piel de sus nalgas, me dijo:-Es una pena, mire. El mejor sitio hubiese sido este, pero en este estado es imposible-. Y sin darle importancia, con la mano abierta le azotó el trasero, ordenándole: -Ponte, boca arriba-.
La pobre germana obedeció sin rechistar, y mecánicamente se tumbó en la cama, dejándonos visualizar la parte frontal de su cuerpo.
-Creo que quedará sexi, aquí-, me informó señalando la zona entre el pubis y el ombligo, -Habrá que afeitarlo para trabajar mejor la zona, Lo mejor es hacerlo con maquinilla para evitar infecciones, pero si quiere lo depilo con cera-.
-No hace falta-, le contesté ahorrándole un sufrimiento innecesario.
–Bueno, entonces voy a cambiarme al baño, no quiero mancharme la ropa-, me dijo, recogiendo su bolso, y entrando al baño, nos dejó solos en el cuarto.
Thule, con la intención de que me apiadara de ella, se intentó disculpar, pero ni siquiera la escuché, y sirviendo me una copa esperé que la francesa saliera del servicio.
Cuando lo hizo, venía vestida con una bata blanca de enfermera, que la dotaba de un aura de asepsia y pulcritud que me gustó. Sin espera mi permiso, se puso a afeitar la entrepierna. Primero le puso crema, la cual extendió generosamente sobre la piel, para acto seguido empezar a recorrer con su cuchilla sus labios inferiores.
Indefensa soportó todas las maniobras de Claire, y en pocos minutos su sexo carecía de cualquier tipo de vello. Me recordó al de una niña, lampiño y rosado, como si todavía fuera virgen. Satisfecha por el resultado, la francesa introduciéndole un dedo en su concha, comprobó que estaba húmedo, y riendo me informó:
–Tu perrita está cachonda, será mejor que la ate apropiadamente para que no se mueva-, y mirándome me preguntó si podía.
Fue entonces, cuando caí en que la mujer quería participar en el juego, y que debajo de su bata, estaba desnuda. Excitado por la perspectiva de tirarme a esa tía, mientras la otra observaba le di mi autorización. Claire debía de ser una experta en el sado, porque cogiendo una cuerda de la bolsa del sex-shop, le ató las muñecas por la espalda y uniéndolas a sus tobillos la inmovilizó, momento que aprovechó para pellizcar con dureza sus pezones. Thule gimió de dolor al sentir la tortura, pero a la vez se dio cuenta que se estaba excitando y mas cuando se vio forzada a abrir las piernas en esa posición tan forzada.
La francesita desinfectó con alcohol, no solo la zona que iba a tatuar sino también las adoloridas nalgas de la mujer. Esta al notar el escozor de su trasero gritó implorando que la soltáramos, solo recibiendo como contestación un tortazo que hizo brotar sangre de su boca. Teniéndola expuesta e indefensa, encendió la máquina y colocando las agujas comenzó con el tatuaje.
Poco a poco, fueron aflorando las letras del mensaje que quería que llevara en su piel como recordatorio. Palabras que hablaban de su traición. Cada vez que Claire terminaba de esbozar un signo, con su lengua borraba cualquier rastro de la tortura a la que la estaba sometiendo, sin caer en que esos lengüetazos no solo estaban excitando a la alemana, sino que me estaban poniendo a mil.
Ajena a todo ello, seguía tatuando letra a letra mi venganza, las agujas iban grabando con brillantes colores la superficie de la epidermis de mi victima, mientras su dueña sentía que un calor irrefrenable se iba apoderando de su cuerpo. Solo se percató de ello cuando habiendo terminado, del pubis de la muchacha, totalmente depilado brotó un río de placer. Al darse la vuelta y ver que bajo mis boxers una erección revelaba mi calentura, colorada por su propia excitación, me dijo:
-¿Me puedes ayudar?-
-Si claro, ¿qué quieres que haga?-, le respondí acercándome a ella.
Cogiéndome fuera de juego, sin hablar me despojó de mis calzoncillos. Mi pene totalmente erecto, la golpeó en su mejilla, pero ella lejos de molestarse, asiéndolo con ambas manos se lo introdujo en la boca. Fue una felación salvaje, su lengua jugaba con mi glande mientras ella, bajando su mano a su propia entrepierna, se masturbaba con dureza. Su cabeza seguía el ritmo de sus manos, sacando y metiendo toda mi virilidad en busca del placer mutuo. Cuando habiendo conseguido su objetivo y en breves pero intensas sacudidas llené su boca con mi semen. Claire se levantó y acercándose a Thule forzó sus labios, y con un beso cruel depositó mi simiente en su garganta.
-Ves niña, ¡así es como se mama!, ahora te dejaremos ver como un macho se folla a una dómina-, le gritó colocándola a un lado del colchón, para que fuera testigo de nuestra lujuria sin estorbarnos.
Me pidió que me tumbara, pero antes de unirse a mi, cogiendo un enorme vibrador se lo incrustó en su sexo, preguntándome:
-¿Te parece que disfrute ella también?-.
-No hay problema, pero aprovecha para ponerle la mordaza, para que no hable, y unas pinzas en los pechos, para que sufra a la vez-.
No paró de reírse, mientras se las ceñía en los pezones.
–O nos damos prisa, o esta puta se va a correr antes que nosotros-, me susurró al oído al escuchar como Thule gemía en voz baja de placer a nuestro lado, y sin mas preparativos alzándose sobre mí, se fue empalando lentamente…..
Dos horas más tarde, Claire se fue. Fue imposible que aceptara que le pagase por el tatuaje. Se consideraba mas que satisfecha con la sesión de sexo que le habíamos brindado entre los dos.
En cuanto se hubo ido, liberé a Thule de sus ataduras. Nada quedaba de la hembra orgullosa y traicionera que había sido en el pasado, sometida y vejada había descubierto su vena sumisa, después de toda una vida dominando. Por eso en cuanto le quité la mordaza de la boca, le dije :
-¿Qué voy a hacer contigo?-.
Debió de pensar que la iba a echar, y la perspectiva de quedarse fuera de todo lo que significaba, hizo que hincándose a mis pies, me pidiese llorando que la perdonase, que había aprendido la lección. Estaba desesperada, abriendo su mente me pidió que verificase su sinceridad. No hacía falta, ya había la explorado y esta vez decía la verdad. Nunca volvería a traicionarme, no era una cuestión de miedo, sino de dominio, me había retado y había perdido, ahora me pertenecía.
Por eso cuando cogiéndola del brazo la llevé al baño para que leyera la frase grabada en su piel, no pudo más que aceptar su destino. En grandes letras sobre su pubis, se podía leer:
“Esta zorra y su vientre son propiedad de Trastamara”.
Damián estaba muy excitado al sentir como aquella joven, lo abrazaba y besaba profundamente.
La petición de la muchacha, por verlo como la tarde anterior, le hizo sentir cierto reparo.Pero deseaba agradecerle a Nuria, todo lo que estaba sucediendo en esos momentos. Se levantó de la cama y de pie, al lado de ésta, comenzó a desabrocharse la camisa. Nuria lo miraba con curiosidad y nerviosismo. Al sacarse la camisa, ella miró su pecho cubierto de vellos canosos. Damián miraba el cuerpo de la joven y sentía su virilidad totalmente inflamada. Nuria separó un poco sus piernas al darse cuenta que Damián buscaba su sexo con la mirada. Vió como él , se desabrochaba el pantalón y se lo quitaba. Ella se dió cuenta que estaba excitado, pues el sexo de aquel señor, se marcaba con claridad bajo la tela del slip. Damián sentía la mirada de aquella joven en su slip. Nadie le había mirado con tanta espectación. Se bajó el slip. Su polla empalmada, estaba a la vista de Nuria y un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar como la pequeña gemía al mirar su polla.
– ¿Cómo quieres verme cariño? – Damián rompió el silencio preguntando que deseaba la joven.
– Me gustaría verte como ayer, en el sillón – Nuria sentía vergüenza por decir lo que deseaba.
Él se acercó al sillón de la esquina y apartando la ropa de ella, se sentó. Veía a Nuria desnuda. Aún tenía el sabor de su coño en la boca. Mirando entre las piernas de la joven, llevó su mano a su polla y la rodeó con sus dedos. Nuria observaba con verdadera devoción, como el hombre comenzó a masturbarse para ella. No podía apartar la mirada del sexo de aquel señor. Era gordo y sus venas se marcaban en la fina piel de su polla. Miraba los testículos de aquel hombre. Eran grandes y cubiertos por pequeños vellos blancos.
Comenzó a acariciarse el sexo mirando a Damián. Un gemido de ese hombre, le hizo comprender que le excitaba mirarla tocándose. Por primera vez en su vida, se estaba masturbando delante de otra persona. Miraba la polla de aquel hombre y su sexo rogaba ser masturbado más fuerte y rápido.
Damián, vió como Nuria se levantaba de la cama y se acercaba al sillón donde él estaba. Se arrodilló delante de él. Damián había detenido su masturbación al no saber que deseaba la muchacha. La miraba como interrogándola por sus deseos.
– Siga por favor, acaríciese…
Sólo deseaba hacer realidad los deseos de Nuria. Sabía que los deseos de ella, serían los deseos suyos. Siguió masturbándose. La cercanía de la joven hizo aumentar su excitación. Nuria miraba fascinada aquella polla. Se sorprendía al ver el glande amoratado de aquel señor. Brillaba y estaba mojado. Volvió a mirar aquellos testículos. Ahora estando tan cerca, sentía que le excitaba mirarlos.
Damián gimió, cuando sintió la mano suave de Nuria acariciarle los huevos. Se miraron y en sus miradas veían la vergüenza por lo que sentían pero también la excitación. Aquella muchacha le acariciaba con curiosidad los huevos y le hacía gemir. Sintió los dedos de Nuria acariciar la base de su polla. Paró de masturbarse y dejó que ella saciara su curiosidad. Los dedos de aquella joven se deslizaban por su polla. El rostro de ella era de fascinación. Damián sentía la yema de sus dedos recorrer las venas. Gimió cuando Nuria los pasó con delicadeza por su glande. Su polla iba a explotar de placer como esa joven no parara de tocarlo así. Nuria miró la cara de Damián y vió que tenía los ojos cerrados y gemía. Comprendió lo que necesitaba ese señor. A pesar de sus temores por no saber hacerlo bien, agarró aquella polla con su mano y comenzó a masturbarla. Damián se moría del placer que le estaba dando aquella muchacha.
Aquella mano suave le estaba dando el mayor placer de su vida. Nuria aumentó el ritmo.. Jamás había imaginado que le haría una paja a un señor tan mayor y le encantaba hacerlo.Aquella polla estaba caliente y totalmente dura. Nuria llevó su mano libre entre sus piernas y comenzó a tocarse mientras masturbaba a ese señor.
Damián gemía. Podía sentir en su polla la respiración entrecortada de la joven. Nuria gimió al sentir como aquel sexo excitado rozaba su cara. Nunca había tenido tan cerca de su cara un sexo masculino. Masturbaba a ese señor con rapidez. El olor de aquella polla acariciaba su nariz. Era un olor desconocido para ella. Se sorprendió acercando su nariz y oliendo el glande de aquel señor. Le gustaba aquel olor. Damián estaba alterado totalmente por lo que estaba haciéndole aquella muchacha. Nuria no pudo evitar acercar sus labios y besar la amoratada punta de aquel fascinante miembro. Su clítoris estalló de placer al ver el primer chorro de semen salir de aquella polla. Después otro chorro y otro….Nuria miraba fascinada la polla de ese señor correrse, en un orgasmo muy fuerte, provocado por ella.
Se miraron exhaustos y Damián la cogió en brazos. Sus mejillas estaban coloradas. Ninguno de los dos sabía si era por la vergüenza de lo vivido, o por el fuerte orgasmo que habían sentido.
Esta vez, fue él quien acercó su boca a la de ella y ella abrió sus labios. Se besaron. . Damián pensaba hasta ese día, que jamás volvería a vivir de nuevo esa pasión. Nuria mientras lo besaba, pensaba que por fín estaba descubriendo esa pasión que tantas veces había leído y escuchado hablar sobre ella…
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Por primera vez desde que la conocía, Makeda se quedó callada mientras me fulminaba con una mirada cargada de odio
Beatriz se mira en el espejo de su camerino, satisfecha con lo que ve, lista para empezar su trabajo. Aunque ya h
abía cumplido de sobra los cuarenta, la imagen que le devuelve el espejo es el de una mujer en la plenitud de la vida, con un tipo envidiable, el pelo teñido de un rubio apagado como tantas mujeres de su edad, la mirada alegre de ojos claros y grandes, los labios brillantes y voluptuosos. Se mira de frente y de perfil. El vestido ajustado marca unos pechos firmes y generosos. La imagen que da es de una mujer sexy, decidida y tremendamente apetecible. Esto es muy importante, porque ella es presentadora de televisión, y su imagen es apreciada por la audiencia, sobre todo la audiencia masculina, que seguro que está más pendiente del modelito que lleva puesto que de las noticias que cuenta.
Faltaban a penas un par de minutos y Beatriz se sentó en la silla delante de su mesa. A partir de ese momento era solo un busto parlante….nunca mejor dicho. Respiraba un poco más rápido de lo normal. Intentó serenarse. No estaba haciendo nada malo, ya se había puesto ese body otras veces. Pero estaba mucho más excitada que las otras veces que se lo puso, porque lo hacía sabiendo que lo hacía por alguien a quien no conocía, y había dado su palabra de que lo hacía por él. Eso también era fuente de excitación, el saber que estaba entregando así su voluntad, sometiéndose ligeramente a los caprichos de un hombre.
Beatriz miró a su alrededor. En un camerino hay muchísimas cosas, como si fuera un almacén desordenado.
Se levantó un momento, con una idea en su cabeza. Sí, por allí tenía que haber algún micrófono inalámbrico, junto a la mesa de su otra compañera de camerino….Rebuscó por unas cajas, y rápidamente lo encontró. Era un micrófono metálico de color negro, no excesivamente grande, pero aun así de unos 3 o 4 centímetros de diámetro y con una longitud de al menos de 20, además de la alcachofa. Era liso en la superficie, quitando un botón para encenderlo.
En ese momento se abrió la puerta del camerino, y una compañera presentadora con quien lo compartía entró.
– Hola Beatriz- escucho una voz a su espalda-,…me han contado que esta mañana has estado espectacular.
DESCANSO EN LA MONTAÑA ( I )
Es increíble la vista que tiene esta cabaña, estaba parado fuera de ella y podía disfrutar de un panorama sorprendente donde el cielo azul celeste estaba claro y el sol resplandecía, estábamos a principios de Octubre y corrían vientos helados por el cambio de clima, podía ver que a lo lejos en la montañas lejanas que había un cielo cerrado y oscuro, se veía un arcoíris espectacular y colorido además que estábamos rodeados de pinos de gran altura y pocos metros después del claro empezaba la subida de una montaña de unos 200 metros de alto
Solamente había 2 cabañas separadas como a 250 metros de cada una en el espacio sin pinos de medio kilometró de largo y del otro lado se encontraba un lago inmenso que invitaba a reflexionar y donde se podía ver un pequeño embarcadero en la orilla, solamente en helicóptero era la única forma de llegar aquí. Mis tíos habían elegido este lugar para alejarse del bullicio de la gran ciudad y era el lugar ideal aunque a mis primas no les gustaba para nada ya que ellas estaban acostumbradas a la vida de la ciudad con el famoso internet y todas sus redes sociales. Ni cadenas de televisión ni de cable simplemente teníamos el Compact Disc (CD player) para ver algunas películas que habían elegido mis tíos, además la cabaña contaba con un compresor para proveernos de luz
En la otra cabaña aún no había llegado el socio de mi tío con su familia, pero llegarían en la tarde o mañana temprano de acuerdo a sus comentarios
-Miguel ven para que acomodes tu ropa, dijo mi tía
Subí al segundo piso y entré a la habitación que me habían asignado y comencé a colocar la ropa en su lugar, estaba entretenido que no me di cuenta que mi tía se encontraba atrás de mí, me agarro las nalgas por encima del pantalón dándome un pellizco y diciendo
-estás como quieres
Di un jalón hacia adelante por reflejo
-“epa” salió de mis labios
Mi tía salió riendo de mi habitación, al terminar me recosté en la cama pensando en la distribución de la cabaña, tenía tres habitaciones arriba y dos baños, pegado a las escaleras estaba la habitación de mis tíos con su baño, después estaba la de mis primas y al último la mía y entre las habitaciones teníamos el baño con dos entradas, una para cada cuarto
En el piso de abajo estaba la sala con unos sillones muy reconfortantes y un televisor de plasma de 52 pulgadas, la chimenea muy cómoda y caliente, la cocina muy moderna, afuera había una mecedora para dos personas que colgaba del techo y dos sillas muy placenteras junto a una mesita de una madera especial para tomar café por la tarde, estaba un tejaban cubriendo el porche por las lluvias tan intensas que de repente llegaban a caer
A mi tío Ramón le acompañaba su esposa Mercedes, contaban con 45 y 40 años respectivamente, se mantenían en forma en un club donde estaban inscritos he iban continuamente a hacer ejercicio, eran muy atractivos los dos. Él era una persona exitosa con buen cuerpo y muy inteligente además le sobraba el dinero y le gustaba gastarlo con su familia, medía 1.70 metros. Mi tía era de un tamaño de 1.65 de estatura, lo que hacía que se viera más joven, tenía el cuerpo pequeño, pero bien distribuido, con unas piernas fuertes y bien formadas, un trasero atractivo y duro, sus abdominales parecían de piedra por lo bien trabajados en el gym y unos ricos pechos bonitos y graciosos, su pelo largo, lacio y negro que le caía hasta la cintura, bastante guapa mi tía y además era una madre de casa ejemplar que se desvivía por sus dos hijas que parecían niñas y por mí. De repente la veía y me parecía muy coqueta conmigo ¿será pura alucinación?…
Mi prima la mayor se llamaba Minerva (Mine) tenía 17 años, de 1.67 de estatura, era blanca con el pelo negro corto y lacio a la altura de los hombros lo cual la hacía parecer a Natalie Portman, su cuerpo empezaba a desarrollarse ya que tenía unos pechos chiquitos y sus caderas normales, era muy despierta para su edad, piernas largas y flacas y unos pies bellos que me gustaban cuando se ponía sandalias y además en 3 días cumpliría sus 18 años, luego estaba la más chica Mónica (Moni) de 16 años con una estatura de 1.60 metros, ella parecía más niña aún, pero era igual de guapa a su mamá y su hermana, con el cabello a la mitad de su espalda, eran dos pequeñas traviesas que les compraban todo lo que quisieran pero debían de ganárselo con trabajo en la casa y en la escuela, en la cual eran de las mejores estudiantes con buenas calificaciones y competían contra mí para ver quién era mejor en su grado escolar.
Y yo, el típico adolescente de 16 años que vivía con mis tíos, ya que era huérfano de padres porque sufrieron un accidente fatal cuando yo tenía 5 años y solamente mi tío era mi único apoyo en el país, tenía otra tía con dos hijas y un hijo, pero vivían en México y por lo cual casi no tenía contacto, aunque solo hablábamos por Skype.
Yo medía 1.75 metros, no era guapo, pero me defendía, cabello quebrado negro y tupido y un cuerpo regular de deportista de clavados y era muy buen estudiante que mi tío me había regalado un coche por mis magnificas calificaciones del grado escolar que había terminado, los consideraba mis padres y a ellas mis hermanas. Me gustaba jugar basquetbol contra ellas, había una canasta en la entrada del garaje y me sobrepasaba jugando con Mine porque tenía un trasero muy redondo y me gustaba tallarme, también ella se recargaba en mi pelvis para distraerme y a la vez para calentarme porque lo hacía con esa intención. Me decía “niño” para burlarse de mi pero no me podía ganar. También jugaba contra Moni, pero le daba más chanza para ganar, aunque también se frotaba, pero no le tomaba importancia ya que me hacía muy niña, aunque ella no pensaba lo mismo. Quisiera comentar mi afición a contemplar les pies descalzos, pero nunca había existido una excitación el verlos, según creía yo.
En la tarde nos decidimos por ver una película y nos sentamos en los sillones de la sala de la casa, mis tíos en un sillón para dos personas tapados con una cobija y nosotros tres en otro sillón más grande y cubiertos también por una cobija, íbamos a ver una película del 2004 con Denzel Washington (John Creasy), Dakota Fanning (Pita) y Mark Anthony (Papá de Pita) como estelares, la trama era de un ex agente de la CIA, alcohólico, que protege a “Pita” de un secuestro por parte de unos malos policías coludidos con el hampa en la ciudad de México y que al final la rescata, muy buena película.
Total que mientras veíamos la película mis tíos se estaban durmiendo, yo estaba a un lado de Mine, de repente le agarraba la pierna asustándola o ella me las agarraba a mí, varias veces lo hicimos hasta que una vez que lo hice mi mano quedo en la parte superior de sus piernas, acariciando su piernita flaca pero de una piel suavecita, ambas traían un camisón que le llegaba a media pierna pero Moni se dio cuenta que no quitaba mí mano ya que se notaban mis manos por abajo la cobija, lo que hizo fue acostarse sobre nosotros subiendo las piernas arriba de Mine y las mías, haciendo que bajara mi mano de las pierna de Mine, se movió para acomodarse dándose cuenta al poner sus pies sobre de mí de lo excitado que me encontraba, en eso Mine le baja los pies y subía sus manos para ponerlas en mi entrepierna, ahora ella sentía la verga excitada sobre mi pantalón o yo ponía la mano en su entrepierna para sentir lo calientito de ella, era un constante jugar entre ellas y yo hasta que acabo la película.
Nos levantamos a tomar un vaso de leche y unos plátanos como cena y subimos a lavarnos la boca, entro al baño Moni, después yo, pero también entro Mine y empezó a colocarse entre yo y el lavabo, sintiendo mi verga parada en sus nalgas, le empujaba para que no se pudiera lavar la boca riéndonos los dos, dejamos por la paz nuestro “cachondeo” y nos fuimos a acostar, era todo lo que hacíamos jugando. Todos estaban durmiendo, yo me quedé leyendo una novela de ciencia ficción, escuché un ruido que se me hizo extraño y salí a ver, pero no descubrí nada, era alguna de mis primas en el baño, regresé a la cama y me dispuse a dormir ya que eran las 2 de la mañana.
Al otro día bajamos a desayunar, mi tío vestido muy formal y nosotros en pants porque hacia frio pero dentro de la casa había calefacción, fue preparado por mi tía Mercedes y ayudada por Mine, por cierto que mi tía se veía espectacular con sweater blanco y su vestido del mismo color con flores a media pierna, que por cierto se veían bien torneadas y además sus delicados pies calzando unas zapatillas blancas bajitas, en eso estábamos cuando se escuchó el rotor del helicóptero que empezaba a descender, al parar, mis tíos salieron a recibirlos y nosotros nos quedamos en el porche de la casa, los vimos descender, bajo el Señor Mario seguido por su esposa Karina, muy esbelta de pelo rubio hasta la mitad de la espalda, su hija Berenice de 16 años, una niña muy linda y Roberto de 10 años.
Los saludamos con las manos y se fueron a su cabaña a dejar las maletas, después vinieron todos a para saludarnos, yo las bese en un cachete a Karina y a Berenice (Bere), las “güeras” (apodo para las rubias) les decía de cariño y de manos salude a mi amiguito Roberto y a Don Mario, compartimos el desayuno con ellos.
Después nos comentaron que había surgido un problema urgente en su empresa, que tenían que resolver y regresar, que tardarían 2 días en resolverlo o a lo mejor más, después se tuvieron que ir sin perder más tiempo de regreso a la gran ciudad. Mientras no estuvieran ellos dormirían todos en nuestra cabaña. Yo quede como responsable de cuidarlos mientras regresaban, mi tía y Karina se pusieron a conversar en la sala y jugar a las cartas mientras nosotros salíamos a jugar al volibol pero sin red, Mine y yo contra Bere, Moni y Roberto , estuvimos jugando hasta que se cansaron y ya no quisieron seguir jugando, Moni subió a ponerse unos shorts para ir al embarcadero porque la temperatura había subido y estaba más cálido, salió corriendo de la cabaña y se fueron a su cabaña y de ahí directamente al embarcadero, que por cierto se veían muy bien porque habían sacado sombreros de ala ancha para protegerse del sol y Roberto una gorra. Mine y yo buscamos la sombra que daba el porche, nos sentamos en la mecedora y tomando agua de limón que había dejado mi tía en la mesita, empezamos a platicar de la escuela y de las novedades en nuestra vida.
Estuvimos platicando hasta la hora de comer y después de disfrutar una ensalada de verdura y pollo a la plancha, casi todos quisieron ir a tomar una siesta. Yo veía muy rara a mi tía y decidimos quedarnos a ver una película romántica en la sala, fui a la cocina a traer un café para mí ya que mi tía no quiso, en eso vi cuando se quitó las zapatillas y me detuve para admirar sus pies desnudos, chiquitos y muy estéticamente delgados, fui por mi café y regrese, mi tía me pidió un trago nada más, se lo ofrecí y después le dio solo un trago, me encamine al sillón para tres personas puse la taza en la mesita de estar y ella estaba sobándose los pies, unos pies estilizados y delgados, le dije de repente
– suba los pies para darle un masaje, sentándome a su derecha
-bueno, si me apetece un masaje ya que los siento cansados y me molestan un poco
Sonrió muy coqueta y se dio media vuelta hacia mí, se recostó y subió sus piernas hacia las mías dejándome sin aliento porque alcance a verle sus pantis de color azul bajito aunque fue muy rápidamente, después los apoyo en mis piernas, pude contemplar sus hermosas y aterciopeladas piernas, las tenía a mi disposición completamente para mí pero cubiertas muy poco con su vestido blanco pero no importaba, ella voltio hacia la televisión y yo miraba sus piernas suavecitas y fuertes, moldeadas, pero ahora le tocaba sus excitantes pies, delgados, suavecitos y huesudos … pensé el gusto que se daba mi tío, era la primera vez que se las tocaba, comencé con su pie izquierdo, con la mano derecha tomando la parte del tobillo y la mano izquierda la planta de su pie, me movía muy lentamente y aprovechaba para sobar cada uno de los pequeños huesos de su pie, aunque me entretuve de manera especial debajo de sus dedos y encontré su zona erógena porque la escuche gemir, había leído al respecto en una revista de hombres, seguí masajeándolo y repitió sus gemidos muy quedito, relajo más sus pies, le repetí en el pie derecho por un buen rato más. Estaba con verga súper excitado, no se daba cuenta de lo parado que tenía mi fierro.
Mi tía se levanta del sillón bajando sus piernas y me dio un beso en la mejilla de agradecimiento, pero me lo dio casi en los labios, note caliente sus labios
-gracias eres un todo un experto, me dijo
Y me dio un abrazo muy tiernamente por un buen rato hasta que se separó de mí, volvió a acostarse en la misma posición que estaba y seguí masajeando ahora sus pantorrillas sin que me lo pidiera,
-que aprovechado que eres, me dijo sonriendo
-sip, y quisiera darle un masaje completo si me dejara
-ah muy bravo jajaja se rio
-a las pruebas me remito
-igual que le haces a Mine ¿verdad?
– ¿cómo? ¿a Mine nunca le he dado un masaje? le conteste
-pero yo te he visto que le arrimas tu “cosa” ¿no? haciendo como si se agarrara su pelvis
Sentí pena por mí y no le conteste
-pero no estoy enojada y después te digo cuando me das el masaje
-enterado
Me quede pensando cuando nos había visto pero eran muchas las veces que habíamos jugado y de repente me acorde que ni vi la película por estar bien concentrado con los pies de mi tía.
Subió a tomar un baño a su habitación y se puso unos leggins negros, una sudadera blanca y tenis deportivos, bajo para preparar la cena, ya estábamos completos en eso llegaron Karina y sus hijos. Cenamos salmón con verduras y mi tía nos invitó una copa de vino a Mine y a mí, pero aclarándonos que nada más una copa para nosotros ya que éramos menores de edad, se sirvió ella y a Karina también, Moni y Bere también pidieron, pero no les dieron y se hicieron las enojadas, Roberto nada más las veía riéndose.
Después de cenar se tomaron varias copas mi tía y Karina, los niños y yo salimos al porche a platicar, en la mañana mi tío me pidió de favor que me durmiera en el sillón para que Berenice y Roberto pudieran dormir más tranquilos. Todos nos fuimos a dormir, pero antes baje de mi cuarto unas colchas y una almohada para preparar mi “cama”.
Estaba muy tranquilo cuando en la media noche me percate que mi tía bajaba las escaleras, pensé “bajo a tomar agua para la resaca” pero me equivoque, traía un bata larga, se dirigía hacia mí que estaba acostado leyendo mi novela, me miro y apago la lámpara de la sala rodeando el sillón en el que estaba y acercándose me dijo muy despacito
– se me antojo el masaje, pero lo dejamos para otro día ¿no? Por mientras quiero darte un regalo por tus calificaciones de la escuela, hincándose empezó a bajar mi pants
-pero tía que… que… que estás haciendo, le dije asustado
-déjame hacer…
Me quede callado y la deje hacer, deje la novela en el piso
Estaba a la altura de mi cintura, me empezó desabrochar la cinta del pants, después lo bajo junto al bóxer hasta las rodillas y me toco suavemente la verga que estaba casi saliendo de espasmo y en automático se empezó a poner al máximo cuando sentí sus manos que la acariciaban
-quiero mamártela, esta preciosa tu verga y se me antojo más desde la tarde en que me masajeaste los pies, alcanza a ver tu excitación, no sé qué le pasa a tu tío, pero ya no me toca como antes y yo estoy que me derrito…
No dije nada, pero me sorprendió que mi tío no le estuviera dando lo que debería, pero no me importan sus problemas, yo estaba feliz de complacer a mi tía
Lo agarraba fuertemente hasta tenerlo al máximo con el glande todo pelado y brillante, lo masajeo con las dos manos y me encantaba, tenía un pene normal de 18 centímetros, aunque algunas decían que estaba grande, acerco su boca y se comió solo mi cabeza, lo besaba exprimiéndolo suavecito el glande, absorbiendo mi pre venida después siguió mi fierro por los lados ya que estaba un poco gorda, de arriba abajo y me la sostenía con los dedos de la cabeza, hasta mis huevos los sentí humedecidos por su caliente saliva, siguió chupando mi fierro, nada más llegaba a la mitad de mi verga porque que se “atragantaba” y se la sacaba para metérsela otra vez, siguió con sus caricias, cuando miro hacia sus piernas abajo del sillón encontré su mano moviéndose en su entrepierna por arriba de su corta bata, no alcanzaba a ver su vagina pero me la imaginaba, de repente se levantó y quitándose la bata, quedando desnuda, sin pantis y sin brassier, poniendo mi verga tiesa hacia arriba, se colocó con una pierna a mi costado y la otra en el piso, empezó a sentarse en mi verga, despacio disfrutándola y gimiendo con ella, jugando con ella en sus labios vaginales hinchados y mojados, empezó a metérsela
-Ohhh, que rico…
Fue bajando, sintiendo cada centímetro hasta quedar sentada metiéndosela toda, se recostó sobre mí y me beso en los labios, sentí sus pezones sobre mí, era impresionante sentir su calor y lujuria de su cuerpo en mi
-como había deseado este momento Miguel…
-yo también tía y que sabrosa estas…
-me tienes bien enganchada, aghhhh… aghhhh… te siento muy especial dentro de mí, está más gorda que la de tu tío, para tu edad estas muy sabroso
-tu estas bien suculenta, tu cuevita es una maravilla ohhhh… Bocatti di cardenali…
Me mantuve quieto un rato mientras ella se amoldaba a mi verga, empezó con movimientos pélvicos muy despacio todavía estaba acostada sobre mí y mis manos agarrando sus nalgas, que delicioso sentía, mi tía estaba de lujo, de repente levanto su pecho con sus manos subiendo sus nalgas se la saco, se ensarto de nuevo, subía y bajaba a placer, estire las manos para agarrar sus pechos desnudos, estaban duros y bien formados, guau… eran hermosos, cabían en mis manos, primero solo los toque con mis manos y después estaba masajeándolos con fuerza, me encontraba excitado con su cuerpo, pude contemplar la forma en que tenía su vello púbico, un pequeño mechón de pelos adornaba su parte superior de su vagina, de repente me paraba y le besaba sus senos, ella aprovechaba el movimiento para darme un beso apasionado, se movía frenéticamente y alcance a escuchar un quejido fuerte pero puso las manos en la boca tapando los sonidos y sus piernas empezaron a temblar, se recostó en mí y sus pechos en los míos, me daba muchos besos, casi no podía moverme porque no me dejaba
-mi amor… mi amor que sabrosa esta tu verga, no pensé que la tuvieras tan gorda y tan grande, empezó a venirse, aghhhhh…
-tia, como estas de caliente
-aghhhhh… aghhhhh… ohhhhhh… se estaba viniendo rico
-bueno tía, déjeme moverme para disfrutarla, está usted muy buena y apetecible
Empecé a moverme gozándola en todo su esplendoroso cuerpo, empecé con un frenesí diabólico agarrando sus nalgas, empezó a gemir cuando sin querer toque por error su culito, gimió mas al tocarlo y ya no quise mover mi mano de allí, seguí con mi mete y saca y empezó otra vez a temblar tapándose de nuevo la boca gimiendo hasta quedar desfallecida, sentí mi verga que se ponía muy dura y logre una venida grandiosa dentro de su ella que se desbordándose por los lados, quite mi dedo de su culito, quedamos los dos tirados por un rato hasta que se salió mi verga de su interior flácida y cansada, había estado estupendo, el mejor “palo” de mi vida… en ese momento me llamo la atención un movimiento en la escalera y alcance a ver unos pies que iban subiendo, no sé quién era, le pregunte por Karina y me dijo
-está “muerta” por el vino y no se despertará ¿Por qué me preguntas?
-nada más para saber…
Tuvo la preocupación de ponerla “bien peda” (borracha) antes de bajar conmigo y me sonreí, pero ahora era cuestión de investigar quién nos había visto.
Tuvo dos orgasmos grandiosos por lo que me puse a pensar porque mi tío no la satisfacía, me tuvo un rato pensando hasta que la miré que casi se queda dormida en mis brazos, la desperté moviéndola un poco
-debe de subir y no quedarse a dormir aquí, le dije
-está bien, dijo y sonriendo con su pícara sonrisa “tú eres el encargado” dijo, poniéndose la bata y subiendo muy sensual por la escalera y desapareciendo en ella…
Haciéndome sonreír también, me dejo complacido y extenuado. La seguía tratando con respeto a pesar de que lo que había sucedido momentos antes.
Después de que muriera el emperador y cayera su ejército nos dispusimos a salir del palacio, pero no por la puerta principal sino por los túneles secretos que salían del palacio a unos cuantos metros más allá. estaba todo preparado caballos, vivires ya que Maiko conocía el palacio como nadie ya que pronto el nuevo emperador vendría a reclamar su trono y algunos todavía resistían, pero la mayoría de las tropas habían caído y todo estaba perdido. el fraile se quedó ya que él no pensaba huir. nosotros salimos por los túneles a otra salida y cogimos los caballos y escapamos.
ella me dijo:
– porque no vuelves a tu época.
– no puedo dejaros así que sería de vosotras y además te amo.
– yo también te amo mi señor, pero nuestro amor es imposible tu perteneces a otra época yo no puedo ir contigo pues tendría consecuencias en el futuro.
por mucho que me doliera ella tenía razón.
– por lo menos os pondré a salvo de ese tirano que es su hermano.
ya fuera del palacio a varios kilómetros emprendimos un viaje y fuera de Tokio con el tiempo nos enteramos de que el tirano del emperador había echo decapitar al pobre fraile por ayudar a su hermano y cooperar con él y que a nosotros nos buscaba los soldados también.
nos escondimos ya que nos estaban buscando y oímos varios ruidos de caballos y soldados Maiko conocía la región como nadie gracias a ella y a su hermana pudimos escapar encontramos una cueva donde refugiarnos y allí pasar la noche.
hacía mucho frio así nos desnudamos y nos juntamos unos con otros hicimos en un lecho lo mejor que pudimos.
– mi señor ahora que estamos a salvo queremos ser vuestras. mi hermana y yo por si nos pasara algo haz de saber que tanto como yo como mi hermana os amamos.
así que se desnudaron y me desnudaron a mí.
– ah mi amor os amo- dije yo a Maiko y a su hermana.
– nosotras también os amamos- y ya desnudas empezaron a follarme.
dije empezaron porque yo no hice nada prácticamente ellas lo hicieron todo me chuparon la poya con una exquisitez que no me corrí de milagro no había visto mujeres como Maiko y su hermana Sakura tan dulces para hacer el amor Sakura aprendió enseguida.
Sakura me chupo los huevos mientras sus hermanas me comía la poya estaba en una cueva y parecía que estaba en el paraíso luego me dio de comer sus tetas mientras yo la metía a Sakura dos dedos en el coño y se lo chupaba.
– así así mi señor decía las dos os amamos.
lo bueno que las japonesas no son celosas por lo menos esta y compartía a su hermana conmigo.
– follar a mi hermana mi señor ella os quiere tener dentro de ella y ser vuestra.
así que se la metí a Sakura hasta los huevos y empezamos a follar mientras Maiko la comía las tetas ella suspiraba.
– así hermana que gusto me da nuestro señor como m folla y me penetra.
– si hermana goza luego lo hare yo con el luego.
cogí a Maiko y se la endiñé por el culo mientras Sakura la comía el chocho y yo la cogía de las tetas.
– así mi amor dame bien soy vuestra, mi señor disfrutar de mí y yo de vos fóllame bien el chocho ahora -decía Maiko.
así que se la saqué y se la endiñé en el chumino mientras Sakura la comía el culo esta vez ya no pude contenerme y me corrí dentro de ella sonrió.
– así mi señor no me importa quedarme embarazada de vos os amo.
termino la noche y lo que quedo nos dormimos teníamos que continuar el camino Maiko no solo era una ardiente mujer al igual que su hermana así que hicimos un arco y ella conmigo salió a cazar mientras Sakura nos esperaba cogimos un conejo al que Sakura había hecho un fuego y lo asamos en la lumbre estaba delicioso.
fuimos a una región de Japón donde todos eran campesinos y así ellas tenían unos parientes enseguida que llegamos nos acogieron con los brazos abiertos pues se habían enterado de todo ya que las noticias vuelan y sabían que el nuevo emperador era un tirano y nos estaba buscando.
– aquí no podéis quedaros no estaréis a salvo tenéis que salir de Japón si os pilla el emperador os cortara la cabeza al igual que han hecho lo que han cooperado con su hermano ir a china a china.
– estáis loco tío.
– no Maiko es la única cosa que os puede salvar allí no hay muchos japoneses y allí no manda el emperador. aquí no vais a poder vivir si os coge os matara. ha hecho ya varias ejecuciones.
– tu tío tiene razón.
– pero como podemos ir.
– está lejos, pero sale un barco mañana noche ir al muelle y os daré algo de dinero y víveres para los tres. no puedo hacer más.
así que nos fuimos para el muelle y cogimos el barco que dijo el tío de Maiko luego nos enteramos de que el emperador había hecho matar a su tío por ayudarnos. Maiko y Sakura lloraron la muerte de su tío, pero no pudimos ya hacer nada y partimos nuestro viaje para china la mala fortuna es que cuando íbamos hacia china nos apreso un barco japonés y no pudimos hacer nada.
fuimos conducidos al emperador.
– pensabais escapar de mi -dijo el emperador – vosotras sois mías mis zorras y tu extranjero que eres.
– tú lo has dicho un extranjero venido do del otro continente europeo al otro lado del mundo.
– vosotras seréis conducidas a mis aposentos ya que sois mis zorras y en cuanto a ti ya me ocupare ya que fuiste colaborador de mi hermano.
– vuestro hermano era mejor que vos.
– ja eso no me importa él está muerto mañana decidiré tu suerte.
el emperador paso la noche con ellas y las violo y la follo hizo lo que quiso con ellas, pero Sakura guardo una hoja en la vagina envuelta y cuando estaba violando a su hermana y disfrutando del clímax. ella le corto el cuello después los saldados las mataron según me entere.
yo llore mucho su muerte subió un general al poder elegido por el pueblo ellas fueron aclamadas como héroes y enterradas con todos los honores el general me dio la última carta de ellas.
– nunca dudes de mi amor no nos podrán separar jamás allí en la otra vida nos encontraremos y jamás nos separan de ti.
yo volví ya después al jardín donde se abrió por primera vez el portal a mi mundo y entre otra vez y volví a mi mundo de nuevo, pero estaba la mas de triste pensaba en ellas y nada me consolaba ninguna mujer ni siquiera los amigos no sabían lo que me pasaba un día fui a una fiesta y me emborrache de pronto vi a dos jóvenes japonesas igual que ellas eran ellas o estaba borracho y las seguí ellas me sonrieron.
– no nos conocemos.
eran idéntica a Maiko y a Sakura.
– claro con otra vestimenta y otros nombres me parece que en otra época y en otro tiempo —dije yo.
ellas sonrieron puede ser nos miramos y nos besamos los tres y terminamos haciendo el amor nunca nos hemos separado FIN
Sinopsis:
Un caliente y divertido recorrido por las distintas formas de sexualidad a través de la vida de un joven que llegó a prostituto de manera casual.
Alonso, nuestro protagonista llega a Nueva York y durante su primera noche en esa ciudad, se acuesta con una cuarentona. A la mañana siguiente descubre que le ha dejado dinero sobre la mesilla, pensando que es un hombre de alquiler.
A partir de ahí junto con Johana, su madame, va conociendo a diferentes clientas y ellas le enseñaran que el sexo es variado e interesante.
Narrado en capítulos independientes, el autor va desgranando los distintos modos de vivir la sexualidad con un sentido optimista que aun así hará al lector pensar mientras disfruta de su carga erótica.
PARA QUE PODAÍS HACEROS UNA IDEA OS INCLUYO LOS DOS PRIMEROS CAPÍTULOS:
La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia. Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.
Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas. Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar. Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces.
No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones, ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.
Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.
« ¡Cojones con la vieja!», exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.
No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.
Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.
« ¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!», pensé sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.
El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.
Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la bandeja con la insípida comida.
― No te comprendo― respondí.
La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:
― Está claro que te pongo cachondo ― dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.
― A mí y a todos― contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.
Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.
La realidad es que no me importó:
¡Estaba en Nueva York!.
Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo. Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “ deja vu” , la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.
Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.
Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway, el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:
¡Me subí al Empire State!
Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.
Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado. Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo.
Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.
«Menudo idiota», pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.
La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.
― ¿Con quién vas a cenar?― me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.
― Contigo― respondí sin creerme mi suerte.
Tras una breve presentación, me dijo al oído:
― Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir― asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: ― Voy a usarte para darle celos a ese cabrón.
Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:
― Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche.
Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:
―No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe― y cogiendo su bolso, me susurró: ― El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa.
Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:
― No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis.
Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador.
Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:
― Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía.
― Dime al menos si te gusta lo que ves― le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.
No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que me fue posible, me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
― ¿Quieres que siga?― le pregunté con recochineo al advertir que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
―Sí― respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:
―Desenvuelve tú, tu regalo.
La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:
― ¡Qué maravilla!
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección. Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras. Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.
― No te muevas― me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.
Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:
― Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones― y dirigiéndose a mí, exclamó: ― Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido.
A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar. La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.
― Soy esclavo de tu belleza― respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.
Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.
Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:
―Tengo que cambiarme.
Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara. Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:
―Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho― y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.
Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:
― Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel.
Ruborizándose por completo, me contestó:
― Eso se lo dirás a todas tus clientas.
Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:
―¿Dónde quiere la señora ir a cenar?
―Al Sosa Borella.
Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo―argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir, me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.
Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.
― No te preocupes― le respondí. ―Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan.
―Perfecto― suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.
―Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo.
Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:
―Mentiroso― me contestó encantada.
―Es verdad― le aseguré. ―Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura.
―Tonto― me susurró dándome un beso en la mejilla.
Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
―Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta.
―Te lo agradezco― contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.
El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:
―Disculpe, ¿le conozco?
La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:
― Soy Pascual, el compañero de Ángela.
Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse un tono despectivo al contestarle:
― Ah, el chofer del avión― y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: ―No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos.
Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:
― Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido.
―¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven.
Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:
―¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú.
―Siento haber sido tan despótico.
Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:
―Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante.
La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:
―Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta.
No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:
―Estoy deseando comerte entera.
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
―Abre tus piernas.
La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance. Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.
Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:
―Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!.
Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
― ¿Has hecho el amor en el metro?
― No― respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.
― Pues esta noche, lo harás.
Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.
― Y tu marido, ¿qué hace?
― Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años―, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: ―No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite.
Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa. Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.
Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era. Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro. No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.
― ¿Te gusta?― pregunté mientras mis dedos pellizcaban sus pezones.
― ¡Sí!― sollozó sin dejar de mover su cintura.
La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
― ¡No puede ser!― aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.
― ¡Qué gozada!― chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.
No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.
― Sigue, por favor― me pidió apabullada por el placer.
Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.
― ¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?― preguntó temiendo que diera por terminada la velada.
Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
― Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía.
Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.
―Desnúdate― pedí.
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.
―Tócate para mí― ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.
Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:
―Te debo algo.
Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.
― ¡Fóllame!― imploró con el sudor recorriendo su piel.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi orgásmica.
La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.
No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:
―Ha sido maravilloso― me contestó con una sonrisa en los labios, ―nadie nunca me había dado tanto placer.
Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:
―Todavía me falta probar este culito― le solté.
Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.
― ¿Y esto?― pregunté.
― Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida.
La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.
―Lo haré― contestó con ilusión por poder volverme a ver.
Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.
Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:
― He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?
Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:
―Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena.
« Joder», exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:
― Y tú, ¿Qué ganas?
― Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía.
Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.
Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí: Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler.
Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gigolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.
Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.
« Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar», me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dólares por mi capricho.
Era una pasta pero podía permitírmelo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “ propina” descomunal, me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de qué tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.
Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta. Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.
―Okay― le contesté ―ahora bajo a probarme el smoking.
Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.
« Me tendré que acostumbrar», pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.
Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:
― No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!
Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.
― Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola.
― Y ¿cómo es?― pregunté interesado en su físico.
― Una mojigata, tendrás que esforzarte― contestó sin darme más detalles.
No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.
«Joder, este sitio es una mina», sentencié al darme cuenta de las intenciones de ambas.
Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.
― No puede ser― me contestó la más interesada, ―mañana nos vamos.
Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:
―Lo siento, debo irme― susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía.
Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. «Está jamona», dictaminé mientras la saludaba con un beso en la mejilla:
―Soy Alonso.
Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.
―¿Qué te ocurre?―, le dije sentándome a su lado.
Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.
―Y eso, ¿por qué?― respondí acariciándole la cabeza.
La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:
― Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente.
Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.
―Levántate― ordené.
«Puta madre», exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:
―¿A qué hora es la cena?
―A partir de las ocho.
Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.
La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.
―Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos.
Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.
―Ahora necesitamos ropa interior acorde con el vestido y que sea sexy― insistí.
Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.
― ¡Es perfecto!― sentencié nada más verlo.
La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.
Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos, se mostraban orgullosos, dándole el aspecto de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:
― Estás para comerte.
Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada, incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “ rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:
―Había pensado en coger un taxi― respondió avergonzada.
― De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina― le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.
Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:
―Tenemos que planear nuestra actuación.
―No sé a qué te refieres― respondió.
Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.
― ¿Qué tienes pensado?― dijo avergonzada.
― Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen en lo que se han perdido.
― No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz.
― Podrás― le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.
Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer, me puse de rodillas frente a ella y le solté:
―Pídemelo.
Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:
― ¡Cómeme!
― Sus deseos son órdenes― respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.
Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.
Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía, mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas. Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.
La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.
―No me lo puedo creer― aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones.
Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:
―Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas.
Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa, se acomodó la ropa y adoptando su papel, me ordenó:
―Cuando salgamos, ábreme la puerta.
Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.
La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.
Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.
―Tráeme un poco de ponche― me pidió con un sonoro azote.
Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con una sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.
―Vale, pero date prisa― respondió con voz altanera.
Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse, me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:
― Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso―
― ¡Cómo te pasas!― soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, ―Yo lo tendría en palmitas.
― Si quieres cuando me canse de él, te lo paso― dijo muerta de risa mi clienta.
Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena. En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.
Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir. Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:
―Vamos a ver si eres tan bueno como dice.
Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:
―Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?.
Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.
―Ves, así se trata a una zorra― le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara. No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.
Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.
Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:
―Tuve que bajarle los humos― susurré a su oído.
Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.
―Todavía no hemos terminado― contesté.
―Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente―
Acariciando su trasero, le dije en voz baja:
―No puedes dejarme así― y señalando mi entrepierna,―solo y alborotado.
La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba de mi extensión:
―Tendré que hacer algo para consolarte.
Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.
Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco. Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.
― ¡Cómo me gusta!― la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.
Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome. Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.
― Nos está viendo― susurré a mi clienta.
Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.
― Me excita que nos mire― confesó cogiendo uno de sus pechos.
Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.
― ¡Córrete!― le ordené.
La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito, su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.
Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.
No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.
― ¡Qué locura!― sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. – ¡No puedo más!
―Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima.
Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:
― Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana.
Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chófer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.
― ¿Te gusta?
Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta, se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.
« Menudo culo», exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas. Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.
Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos. De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.
Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete―saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.
Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella, mi orgasmo no tardó en llegar y al fin conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.
―Perdona― le dije al comprender que me había pasado.
Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:
― ¿Cuál?― pregunté.
― Quiero que me desvirgues el trasero― contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.
Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:
― Tengo algo mejor― contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares, le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.
― ¡Me encanta!― chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
― Ahhhh― gritó mordiéndose el labio.
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
― ¡No puede ser!― aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:
― ¿Estás lista?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
― ¡Cómo duele!― exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla. Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
― ¡Sigue!― me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
― ¡Serás puta!― le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
― ¡Qué gusto!― gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
― ¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!― aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón. Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.
Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.
Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.,
« Helen ha dejado atrás a la gorda», pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.
Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz
A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.
― Toma― le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.
― No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo― contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, ―Tienes dos días libres, búscate un apartamento.
Capítulo 9. la dulce Wayan
El propio nombre que eligió para la niña, era una demostración de su estado de ánimo. Sin pensar en que iba a tenerlo que llevar durante toda su vida, mi querida negra le puso Cloto, una de las parcas, una de las diosas del destino que velan porque el destino de cada cual se cumpla, incluyendo el de los propios dioses. Era una ironía maliciosa, si me había plegado al cardenal en pos de un futuro, ella se vengaba recordándome que Cloto era quien hilaba las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento en que nace una persona.
Tratando de tranquilizarme me metí en el baño, y meditando el porqué de mis actos saqué tres cosas en claro. La primera es que el copiloto no tenía la culpa, yo hubiese hecho lo mismo de encontrarme en una situación parecida, lo segundo era que no sabía cómo pero estaba colado por la muchacha, de todas las mujeres que conocía solo sentía algo parecido por Xiu, y la tercera era que me daba igual que fuera humana, no pensaba dejarla escapar.
Un rugido unánime respondió a mi entronización, mientras Wayan sonreía satisfecha.
Después de esa tarde, mi madre empezó a sospechar algo. Cada vez nos dejaba menos tiempo
solos y nuestros encuentros eran más esporádicos… así se fue terminando el verano y acercándose el momento en que Anita regresaría a su pueblo.
Llego el último día en que Anita estaría con nosotros. En el transcurso de la mañana y la tarde no se dio la oportunidad de que tuviéramos un último encuentro, mi madre la tenía entretenida alistando sus cosas para el viaje y las encomiendas que llevaría de mi padre a su hermano y su concuñada.
Pasaron las horas y mi mal humor aumento, así como la tristeza de ella. Cayo la noche, el tiempo se nos agotaba, ella partiría a la mañana siguiente… así que decidí arriesgarme…
Estaba en mi cuarto intentando dormir, pero no podía. Daba vueltas en la cama buscando una posición que me permitiera descansar. La idea de que la aventura, de esas vacaciones de verano con mi primita, terminara de esa forma no me dejaba conciliar el sueño, sentía que teníamos algo pendiente.
No aguante más… eran más de las 2 de la madrugada, me levante y lentamente me dirigí a mi puerta, sigilosamente abrí mi puerta, mire la puerta del cuarto de Anita y dude:
– Mi mama duerme como piedra, así que no hay problema, pero mi viejo tiene el sueño ligero… aunque esta noche se metió unos tragos viendo un partido de futbol, así que dormirá profundamente… pero con el viejo nunca se sabe… y si me atrapa de nuevo, ahora sí que no tendría una excusa… ¡qué diablos!… algo se me ocurrirá…. me dije justificándome por esa nueva incursión.
Con el corazón en la boca, me aproxime a la puerta de ella, gire la perilla (ufff vamos bien), ingrese lentamente y cerré la puerta con cuidado (listo, estoy dentro)… me disponía a ir a la cama pero… mejor le pongo seguro a la puerta, me dije… así lo hice, procurando no hacer ruido.
Ahora sí… enrumbe a la cama sigilosamente, procurando no tropezar nada que me delate. Una oportuna luna llena iluminaba la noche, y alumbraba el cuarto de mi prima, que dormía, cubierta apenas por una cobija, debido al calor se habrá descubierto, pensé.
Además, como era su costumbre, solo llevaba puesto un polo largo y debajo nada, mi primita era muy calurosa.
Sin hacer ruido y procurando no despertarla, me acurruque detrás de ella… descubrí sus bien formados muslos y sus nalgas. Anita seguía dormida, vaya que tenía el sueño pesado. Libere mi verga que lucía dura, ansiosa por disfrutar nuevamente del cuerpo de esa jovencita.
Dirigí mi pene a la entrada de su vagina y comencé a penetrarla lentamente.
– Pero, ¿qué?… reacciono ella, entre sueños.
Con una mano le tape la boca para que no gritara.
– Tenemos un asunto pendiente… le susurre y le metí gran parte de mi verga.
Ella se contrajo por la sorpresa y ahogo un grito entre mis dedos. Sin darle tiempo a reaccionar empecé a bombearla suavemente para no hacer ruido. Mientras tanto Anita, aun adormecida pero más consciente de la situación, levantaba un poco la pierna para permitir una mejor penetración.
Luego Anita pasó una de sus manos por detrás de su cintura, buscando mi pene. Pensé que quería acomodarse mejor, pero una vez que lo tuvo entre sus dedos, lo apunto hacia su ano… como ya se le había hecho costumbre en esas vacaciones.
No ajeno a sus deseos, y dado que era su despedida, accedí a ubicar mi verga en su pequeño y comelón agujero. Ajuste lo más que pude, hasta que entro la cabeza, y no pudiendo contenerme por la emoción del momento, se la enterré de un empujón casi toda.
– Ouuu… ohhh… exclamo en voz baja.
Anita prácticamente salto de su posición y me clavo sus dientes en mi mano, que aun cubrían su boca. Los dos contuvimos un grito de dolor: yo por mis dedos y ella por su ano tan bruscamente invadido. Era la primera vez que la penetraba así, sin dilatar previamente su arrugado anillo… y ella lo sintió.
Cuando se calmó y su respiración volvió a la normalidad, nuevamente comencé a bombearla lentamente. Ella se estremecía aun del dolor y el placer que le provocaba mi pene en su aun somnoliento cuerpo…
– Uhmmm siii… asiii primito… murmuraba agradecida.
Sus primeros gemidos se ahogaron entre mis dedos, mientras ella misma se dedicaba a masajear sus hinchados pechos, estrujándose sus endurecidos pezones, provocándose más placer. Quito mi mano de su boca y la guio a sus senos, incentivándome a que los acaricie…
– Dame masss… masss fuerteee… por favorrr… me susurraba.
– Pero no grites… le pedí.
– Si, siii… te lo prometo… no gritare… pero dame masss… me suplicaba ella.
Acelere las penetraciones, sus senos saltaban entre mis dedos, sus nalgas se estremecían con cada embestida… ella se mordía los labios para no gritar…
– Ohhhh… siii… asiiii… la escuchaba decir en voz baja.
La cama crujía, por momentos retumbaba, pero no nos importaba. Anita desfallecía de placer, tuve que ayudarla a levantar su pierna para que mi verga la siga penetrando hasta el fondo como ella quería. Mientras seguía pidiendo…
– Asiiii… asiiii primito… rómpeme el culo… ohhh… ohhh…
Llegaba al clímax y yo con ella… hasta que no pude más y le llene las entrañas con mi semen caliente…
– Ohhh… ahhhh… siii… que ricooo… ahhh… uffff…..
Le bese el cuello, ella busco mis labios desde su posición, nos besamos. Con mi verga sema erecta a punto de salir de su ojete quise jalarla hacia mí para besarla más cómodamente, pero ella se opuso:
– No aún no… me dijo aun excitada.
– ¿Por qué?… pregunte
– Quiero que me lo hagas otra vez…
– ¿Perdón?…
Ya me había arriesgado bastante con Anita, entrando al cuarto y a su ano… hasta ahora habíamos tenido suerte que mis viejos no hayan escuchado sus tibios gemidos, ni el sonido de la cama… sin embargo a mi primita no le importaba…
– Házmelo otra vez… me pidió.
Anita se iría en pocas horas a su pueblo, y ella no sabía cuándo nos veríamos de nuevo, cuando la atoraría otra vez como se le había hecho costumbre. Quería una cogida que recordara por mucho tiempo… quería irse satisfecha y con el culo reventado…
– Vamosss.. me insistió.
– Dentro de un rato, aún estoy agitado, y tu también… al menos recupera el aliento… le dije.
– No ahoraaa… por favorrr… dijo rogándome.
Y comenzó a menear su redondo y jugoso trasero suavemente por mi ingle, incitando mis genitales, despertando nuevamente mi instinto sexual, mi pene fue creciendo nuevamente dentro suyo.
– Epaaa… exclame, al darme cuenta que sus movimientos surtían efecto.
– Ya vez, que si puedes… me dijo con cierto tono de sarcasmo.
No solo había despertado a la niña, había despertado también el apetito sexual que tenía con ella y su incipiente gusto anal…
– Tú te lo buscaste… dije en voz baja y nuevamente arremetí contra su ano…
– Ohhh… Ohhhh… siii… asiiii… destrózame el ano….
– Tomaaa…
– Ohhh… hummm… ohhhh…
Rápidamente llego su segundo orgasmo, mientras yo seguía martillándole el trasero…
– Hummm… nooo… esperaaa… que no aguantooo… ohhhh
No preste mucha atención a sus débiles y ahogados gemido… estaba alucinado con su gordo trasero… no podía detenerme, seguía clavándola con fuerza…
– Ahhh… hummm… ayyy… mi anitooo… ouuu…. se quejaba.
– Tú lo quisiste…
– Ohhh… siii… sigueee… pero no tan fuerteee… ahhhh…
Sus tetas bailaban, saltaban… la cama retumbaba, sus exclamaciones eran más fuertes…
– Cállate… que nos van descubrir… le pedi
– Si, si… pero no pares… sigueee… hummm…
La muy glotona venia por su tercer orgasmo y yo me encaminaba a mi segunda eyaculación…
– Ohhh… asiii primito… acabameeee…
– Mierdaaa… que me vengo…
Una nueva explosión de mi leche caliente invadió su pequeña y joven cueva… los dos bañados en sudor (y ella en semen) nos rendimos exhaustos y completamente satisfechos en la cama… no supe más… hasta que…
Hasta que… sonó la puerta… me desperté aturdido… el sol entraba por la ventana… había amanecido…
– Anita, ya es hora de levantarse…
Ella se levantó asustada… ¡Carajo! mi vieja, no puede ser… tanto para que nos descubran el ultimo día, pensé… nuevamente tocaron la puerta.
– Abre un rato la puerta hija… insistió mi fastidiosa madre.
– Ya voy… respondió Anita, mirándome con pánico.
Anita se levantó presurosa y con la sabana manchada por nuestro encuentro nocturno, se limpió los restos de esperma de sus intimidades… giraron la perilla de la puerta, iba a entrar… por suerte le había puesto seguro a la puerta.
– ¡Escóndete!… me susurro, mientras ella ocultaba en el ropero la sabana manchada con mis líquidos seminales.
Me metí debajo de la cama como pude… tocaron la puerta. Ella abrió…
– Muchacha, sí que tienes el sueño pesado… se quejó mi madre.
– Si, tía… es que… decía Anita sin encontrar un pretexto.
– y tu cuarto… tu cuarto huele raro… dijo mi madre desconfiada.
Claro que olía raro, ¡olía a semen!, decía yo para mis adentros… si esta pequeña pervertida me exprimió hasta la última gota…
– Es que… es que… anoche… anoche hacía mucho calor tía… y creo que… creo que sude mucho… repuso mi primita.
– ¿Estás en esos días hija?… pregunto la inoportuna de mi madre.
Mi madre quería saber si los olores eran también producto del periodo de mi prima, de sus días rojos, quizás para corroborar que devolvía a mi prima a su pueblo intacta, bien sellada como vino… verificar tal vez que yo no le haya enseñado más de la cuenta a mi prima…
– Si, también… tía… dijo avergonzada Anita.
– Bueno, abre más la ventana para que se ventile el cuarto…
Estaba saliendo, pero se detuvo… ¡ya me jodi!… titubeo, y luego pregunto:
– ¿Has visto a tu primo Juan?
– No… No le visto… respondió con voz temblorosa.
– Ese muchacho ¿dónde se habrá metido?.
¡Si supiera!, ese muchacho se había metido en muchos lugares que no debía, sobre todo, y muchas veces, en el anito de su primita. También estaría metido en muy, pero en muy serios problemas si descubrían que en ese instante estaba metido debajo de la cama…
– Bueno… no importa… prepárate para el desayuno, en un par de horas regresas a tu pueblo… dijo finalmente mi madre y luego salió.
En esos breves minutos a mí me parecieron horas, creo que perdí como dos litros de agua y envejecí un par de años con la tensión de ser descubierto…
Para disimular, minutos más tarde, tuve que aparecerme por el jardín, vestido con ropa deportiva, con el pretexto que había salido a trotar…
Llego el momento de despedirse, mis padres la dejarían en la estación del autobús, preferí quedarme en casa para evitar alguna suspicacia de último minuto… nos dejaron unos momentos solos:
– Gracias por todo primo… me dijo con una sonrisa triste.
– Cuídate primita… siempre estarás en mi corazón… le dije abrazándola.
– Y tú en mi calzón… me susurro traviesamente al oído, tuve que contener la risa.
– Bueno es hora de irnos… dijo mi padre.
– Adiós Anita…
Luego se marchó, dejándome gratos recuerdos de los momentos que vivimos juntos ese verano…
Continuara…
Para contactar con el autor:
A las diez de la noche, cuando las parejas invitadas a la fiesta comenzaron a llegar, no me costó percatarme de las diferentes formas de relacionarse que había entre ellas. Mientras en algunas era evidente que la custodio era la que llevaba la voz cantante, en otras la mujer adoptaba una postura secundaria llegando en algunos casos a rayar la sumisión.
«¡Qué curioso!», medité al fijarme en Manuel y en Dana.
Aunque mi amigo me había reconocido en privado su completa dependencia por su rumana, exteriormente parecía que quién manejaba las riendas de esa relación era él. Tratando de buscar un motivo a esa disparidad, caí en la cuenta de que, aunque Manuel no fuera consciente Dana había renunciado a su propia hija por él.
«Y ese cretino no se ha dado ni cuenta», pensé asumiendo que en su caso no era tan claro quién era el miembro alfa de esa relación.
En otros casos la situación era diametralmente distinta y el humano se desvivía por agradar a la custodio. Uno de los más evidentes era justamente el futuro jefe de María, el cual, y a pesar de la fama de capullo inflexible que tenía, se comportaba como el perrito faldero de su acompañante.
«Pobre cabrón», sonreí al ver como la pelirroja, que en teoría debía servirle, le humillaba en público.
Fue entonces cuando empecé a sospechar que, aunque esos bellos seres sostenían que su comportamiento variaba en función de las necesidades de su protegido, la realidad era muy distinta y que por azares del destino o de la genética, una custodio se sentía atraído por aquellos que se complementaban con ellas.
«Esta zorra era en su interior una dominante de libro aun antes de conocer al tipo», me dije viendo la felicidad con la que comentaba a sus amigas como su protegido disfrutaba con sus castigos.
― ¿Tan raras te parecemos? ― escuché que me preguntaban a mi espalda.
Al girarme me topé con una morena agitanada que me miraba con un extraño brillo en sus ojos.
― ¿Por qué lo dices? ― contesté tratando de simular una tranquilidad que no tenía, ya que era tal la belleza de la mujer que me costaba hasta el respirar.
―Te he pillado observando a mis hermanas como bichos raros― replicó.
La dureza de esa afirmación fue amortiguada parcialmente por la dulzura de su voz.
―Todos somos raros― respondí― y yo, el primero.
Su cara se iluminó con una enigmática sonrisa antes de contestar:
―En eso tienes razón. Tu caso es tan extraño que me tiene intrigada.
No tengo que deciros que al escucharla se despertaron todo tipo de alertas en mi interior. No en vano esa desconocida me acababa de catalogar como rareza. Por ello, midiendo mis palabras le pedí que me explicara que era lo que me hacía único.
Sin variar ni su tono ni su gesto, me espetó:
―No solo has conseguido que la hermana que te ha sido asignada se vuelque contigo de un modo inaudito y se permita ciertas excentricidades, sino que son varias las custodios a las que tu olor no resulta indiferente.
Tardé unos segundos en asimilar el significado de lo que me acababa de decir:
― ¿Me estás diciendo que además de a Simona pongo cachonda a otras?
―Por extraño que parezca, así es. Sin llegar a provocar los mismos efectos que en Simona, al menos tres de las hermanas consultadas se han sentido perturbadas por tu aroma.
No supe interpretar la expresión de su rostro y es que, aunque en un principio pareció escandalizada, su actitud cordial y amistosa me hizo sospechar que lo que estaba era fascinada por las posibilidades que se abrían a mi alrededor.
― ¿Qué piensas que soy? ― pregunté directamente.
Sin cortarse un pelo, replicó:
―Todavía no estoy segura, pero puede que tu presencia signifique una renovación en nuestras costumbres y que hayas llegado para inyectar sangre nueva en nuestra especie o por el contrario seas un peligro que hay que suprimir.
La seguridad con la que acababa de decirme que mi destino estaba en duda me hizo comprender que estaba ante un miembro importante dentro de la jerarquía de esas brujas y que la razón de su presencia en esa fiesta era juzgarme.
― ¿No habrás decidido matarme? – aterrorizado pregunté.
Soltando una carcajada, esa morena de ojos profundamente oscuros me replicó:
―Por ahora no. Creo que voy a dar una oportunidad a las hermanas que ven en ti un revulsivo y permitiré que se pruebe con voluntarias que hayan perdido sus parejas si tu olor es capaz de embarazarlas. Mientras tanto he decidido que independientemente del resultado se te permita expandir tu progenie y se te dote de mujeres a las que preñar.
No me paso inadvertida la diferencia que hacía entre preñar a humanas y embarazar custodios, pero sabiendo que no me resultaría provechoso mostrar mi cabreo, únicamente señalé mis reparos a esa solución porque no estaba dispuesto a tirarme a ancianas.
―Me refería a viudas, no a viejas― riendo contestó y llamando a una rubia que nos miraba con interés desde la puerta, me la presentó diciendo: ― Mihaela ha aceptado someterse a este experimento y a partir de esta noche vivirá en tu casa.
Reconozco que me enfadó el hecho que ni siquiera me hubiesen tomado en cuenta. Queriendo en cierta forma tomarme una revancha, tomé de la cintura a la recién llegada y la besé. No supe que decir ni qué hacer cuando ante mi sorpresa, la joven se derritió entre mis brazos y menos cuando temblando pidió ayuda a su superiora diciendo:
―Oana, ¡pídale que me suelte! Antes de entregarme a él, necesito el permiso de Simona.
La angustia de sus palabras maximizó el efecto de la carcajada que soltó la morena antes de exigir que la dejara ir.
―Me ha quedado claro que, viviendo en casa de Simona, Mihaela no tardará en quedarse en cinta, pero antes debemos de evaluar si nos interesa incrementar nuestro número usándote a ti de progenitor.
―Un momento― exclamé― acabo de caer en que siempre me habían dicho que las custodios solo eran capaces de procrear una vez.
―Normalmente así es. Es sumamente raro que habiendo dado a luz y tras perder a su pareja, alguna de nosotras sienta deseo por otro humano. En esos casos podemos tener otra hija, por eso es tan importante saber si eres unos de esos individuos que es capaz de despertar el deseo en aquellas cuyos protegidos han muerto.
Acojonado por el significado de sus palabras y obviando que la rubia podía oírnos, comenté que porqué debería aceptar ser su semental.
Sonriendo con descaro, la morena contestó:
―Por lo poco que sé de ti, la idea de tener un harén de bellezas a tu disposición te resulta agradable, pero creo que debes de recordar que tenemos otras formas de convencerte.
―Simona me da suficiente, no necesito más― creyendo que se refería a la leche repliqué.
Acercándose a mí, esa arpía de bellas facciones susurró en mi oído:
―Tu lujuria es más grande que tu cerebro, pero no creo que quieras ser el responsable de la muerte de tus dos amantes.
Me quedé petrificado al oír esa amenaza y es que, a parte de la gravedad de esta en sí, Oana me acababa de confirmar que no solo era de su conocimiento mi relación con María, sino que también sabía que me andaba tirando a Cristina.
―Acepto― contesté dejándome caer en un sillón.
Justo en ese instante, por la puerta, aparecieron las dos mujeres que hasta ese momento eran mis parejas oficiales y por su indumentaria comprendí que mi capacidad de sorpresa se iba a ser puesta nuevamente a prueba.
«¿Qué narices pasa aquí?», me pregunté al ver que llevaban una túnica blanca exactamente igual.
Quizás por ello no me sorprendió que Simona se arrodillara ante la morenaza que me había interpelado y extendiendo sus brazos ante ella, dijera:
―Oana, me postro ante ti en señal de lealtad para comunicar a todas mis hermanas que es mi deseo extender mi protección a la mujer que está a mi lado.
― ¿Por qué deberíamos aceptar tal cosa? ― replicó su superiora.
Mientras María se mantenía muda, la rumana contestó:
―Mi amado protegido desea prolongar su estirpe humana y para ello, está conforme en compartir mi leche con ella…
―Y a pesar de ser algo inusual entre nosotras, tú has accedido― interrumpiendo, Oana replicó.
―Aunque es infrecuente, se ha dado el caso en nuestra historia― Simona se defendió sin darse cuenta de que con ello dejaba abiertas sus defensas.
Su jefa sonrió y antes que Simona pudiera hacer algo para rectificar, le dijo:
―Tienes razón, pero siempre que uno de nuestro protegido ha seguido preñando a mujeres de su especie también creo un nuevo linaje de hermanas… ¿nos estás diciendo que Alberto puede ser uno de esos valiosos especímenes llamado a renovar nuestra sangre?
El estupor que leí en la cara de la rumana me hizo saber que no había pensado en las consecuencias de su petición y que, de ser aceptada, tendría que compartirme con todas aquellas que se vieran afectadas por mi olor.
―Será un placer repartir con mis hermanas la esencia de mi protegido― tras unos instantes, respondió y la sonrisa que iluminó su cara al hacerlo me hizo comprender que Simona había supuesto que jamás se daría el caso.
Tomándole la palabra, la morenaza aquella le soltó:
―Es muy generoso de tu parte y como son varias las voluntarias, el consejo ha decidido ir de una en una probando su idoneidad como creador de estirpe.
La expresión de mi rumana mutó de la incredulidad inicial a una consternación total al darse cuenta del error que había cometido y más cuando su superiora le comunicó que, cuando esa noche todo el mundo se fuera, Mihaela se quedaría viviendo con nosotros.
La aludida al escuchar esa conversación supo que ya era un hecho que se uniría a nuestra peculiar familia y acercándose a mí, susurró en mi oído:
―Solo espero que mi futuro señor sea tan estricto conmigo como lo fue el antiguo.
El significado de tal afirmación no me pasó inadvertida y conociendo que me hallaba ante una sumisa de libro, mi pene despertó de su letargo. De haber estado solo con ella, me hubiese gustado investigar los límites de su entrega, pero teniendo más público del deseado me tuve que conformar con regalar un sonoro azote sobre sus ancas. La reacción de Mihaela me ratificó su condición y es que, en vez de molestarse con esa ruda caricia, su rostro se iluminó con una espléndida sonrisa de oreja a oreja.
― ¿Qué ha pasado? ― preguntó María totalmente perdida.
No pude evitar una carcajada cuando la rubia custodio respondió:
―Mi señor ha accedido a que sea su zorrita.
Que le impusieran una compañera de su especie, contrarió a Simona y acercándose a mí, me rogó que la perdonara porque no había sido su intención el imponerme nuevas responsabilidades.
― ¿Te refieres a Mihaela? ― pregunté.
―Sí. Nunca me imaginé que hubiese otra que reaccionara a tu aroma― respondió deshecha: ―Me consideraba la única y ahora me doy cuenta de que hay otra que siente lo mismo que yo.
Viendo su dolor, me vi incapaz de comentarle que según me había revelado Oana había al menos otras dos que se sentían atraídas por mí y tomándola de la cintura, la atraje hacia mí diciéndola:
―Eres y serás siempre mi favorita. Para mí, eres la mejor, la única que se merece el título de ser mi igual… las demás son y serán nuestras putitas.
Mis palabras la hicieron sonreír y pegando su cuerpo al mío, me preguntó si pensaba realmente eso.
―Por supuesto, estoy deseando que se vayan todas las brujas para demostrártelo.
― ¿En qué has pensado? ― comentó con tono pícaro.
Su excitación se hizo evidente por el desmesurado tamaño de sus pezones y quizás por ello no pudo reprimir un gemido al escuchar que le contestaba:
―Pediré a María y a Mihaela que preparen tu coño para mí. Estoy deseando oír que no me necesitas para gritar de placer.
―Prefiero que seas tú quien me haga chillar― respondió mientras restregaba su sexo contra mi entrepierna.
―Eso después, putita mía. Primero que trabajen nuestras zorritas.
Con un desmesurado brillo en sus ojos, prueba de la lujuria que la atenazaba, Simona comentó muerta de risa:
―Nunca he oído que una custodio le coma el chumino a otra frente a su señor…por lo que no va a ser tan mala idea el que Mihaela viva con nosotros.
La rubia volvió a mostrar su naturaleza al contestarla que si su amo se lo pedía no tendría inconveniente en satisfacer todos y cada uno de sus caprichos.
― ¿Me obedecerías como si fuera tu dueña? ― preguntó mitad escandalizada, mitad excitada.
Sin levantar su mirada, la otra custodio respondió:
―Si mi amo la considera su igual, será mi deber el servirla.
Interviniendo en la conversación, dejé caer que ese era mi deseo. Al escucharme, Mihaela se arrodilló frente a Simona y le prometió fidelidad sin importar que Oana pudiera verla. Contra todo pronóstico, la jefa de todas ellas no se tomó a mal esa inaudita entrega y acercándose a donde estaba mi rumana, comentó:
―Como favorita de un creador tendrás que aceptar que entre tus obligaciones estará poner orden en tu casa… tanto entre las humanas como entre las hermanas que vivan bajo tu techo.
Asumiendo sus deberes, rápidamente la contestó que así lo haría y ejerciendo por primera vez del poder que se le había otorgado, pidió a Mihaela que ayudase a María con las bebidas.
―Ama, ¿desea que le traiga algo? ― contestó con alegría demostrando con ello que aceptaba de buen grado su jerarquía.
―Una cerveza― Simona respondió y sin dar mayor importancia a su entrega, se puso a charlar con el resto de los invitados.
Conociéndola, comprendí que esa normalidad era una fachada y que en su interior debía de estar luchando para controlar la fogosidad de su talante y que de no estar presentes sus hermanas, mi rumana hubiese dado rienda suelta a su lujuria obligando a la nueva adquisición a hurgar entre sus piernas.
«Y ella está deseando que la obligue», me dije al advertir el modo en que Mihaela miraba a Simona.
Sospechando que no tardaría en contemplar esa escena, me uní a la fiesta y fue entonces cuando me percaté realmente de cual sería mi papel en un futuro al sentir el acoso de todas y cada una de las custodios presentes en el lugar. Y cuando digo acoso no exagero, ya que desde la más lanzada a la más mojigata de ella se acercó a mí para comprobar en persona si mi olor la afectaba. Mientras algunas fueron lo suficientemente prudentes para disimular y me olieron sin molestar, otras directamente buscaron mi contacto llegando incluso a meter su cara en mi sobaco.
Con un cabreo in crescendo, advertí que las más insistentes eran aquellas cuyos protegidos sobrepasaban los setenta.
―No te enfades con ellas. Ven cercano el momento en que se van a quedar viudas y tienen miedo a la soledad. Tu presencia le ha hecho albergar esperanzas de no quedarse solas― escuché a Oana decir.
Indignado me giré a contestar, pero no pude hacerlo. Un nudo en mi garganta me lo impidió al descubrir que esa espectacular morena tenía los pitones totalmente tiesos. La jefa de las custodios se puso roja al darse cuenta de que me quedaba mirando sus pezones, pero lejos de tratar de disimular, me soltó:
―No te voy a negar que me excitas, pero afortunadamente mi protegido goza de buena salud y no necesitaré de tus servicios en años.
Que Oana también se supiera candidata a formar parte de mi harén me preocupó. No en vano si en ese reducido grupo había al menos tres de esas arpías a las que no era indiferente, bien podían ser docenas las repartidas por el orbe que llegado el momento buscaran mi compañía.
«Al final voy a tener que salir huyendo», sentencié para mí mientras me servía una copa.
Pasada la media noche, los invitados comenzaron a marcharse a casa. Al principio a cuenta gotas, pero en el momento en que Oana y su pareja dejaron la fiesta cundió entre los restantes el deseo de volver a sus hogares y en menos de diez minutos, me quedé solo con Simona, María y Mihaela.
Reconozco que fue un momento extraño. Todos sabíamos lo que debíamos hacer, pero nadie se atrevía a dar el paso. Observando a las tres mujeres, advertí que quizás la única tranquila era María. Las otras dos estaban expectantes y me miraban pidiendo que fuera yo quién tomase la iniciativa.
Asumiendo que no me quedaba otra que hacerlo, llamé a la nueva y estrechándola entre mis brazos la besé posesivamente. Tal y como preveía, Mihaela recibió con alegría mi lengua dentro de su boca y sonrió cuando sintió mis manos magreándole sus pechos. Lo que quizás no se esperaba fue la actitud de Simona al unirse a la fiesta y es que, en vez de mostrarse cariñosa, llegó y soltándole un tortazo, le exigió que se separara de mí.
Juro que hasta yo me quedé espantado y es que nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa mujer cariñosa y divertida reaccionara de esa forma. Curiosamente fue la agredida quién vio normal ese trato y obedeció al instante sin que su rostro reflejara el menor disgusto.
―Puta, ¡todavía no sé si voy a aceptar que toques a mi protegido! ― escuché que le decía mientras usaba sus manos para desgarrar el vestido de la indefensa mujer.
La violencia de sus actos estuvo a punto de hacerme intervenir, pero justo cuando iba a salir en su defensa, vi a la rubia sonreír.
«No me lo puedo creer, ¡está disfrutando!», pensé impresionado.
Mi rumana aprovechó para pedirle que se acercara. Mis reparos desaparecieron al observar que Mihaela se arrodillaba y se ponía a maullar mientras gateaba hacia ella. Al llegar a su lado, nuevamente demostró que ansiaba ser aceptada al no dejar de ronronear mientras restregaba el lomo contra las piernas de la que consideraba su dueña. Simona, satisfecha, me guiñó un ojo antes de decirle con tono suave pero firme que la acompañara.
Al comprobar que se dirigían hacía mi cuarto, cogí del brazo a María y fui tras ellas, impaciente por observar que era lo que mi ángel custodio había planeado para su hermana.
― ¿Y yo qué hago? ― preguntó mi amiga al no saber cuál era el papel que tenía preparado para ella.
―Siéntate con Alberto mientras valoro nuestra nueva adquisición y no hables si no quieres que te trate igual que a esta zorra― contestó Simona desde el centro de la habitación y dirigiéndose a la otra custodio, le ordenó que se desnudara.
A pesar de estar medio en pelotas la rubia dudó que debía quitarse antes si el sujetador o las braguitas:
― ¿Por dónde empiezo? ― preguntó.
Le contestó desgarrando el coqueto tanga que llevaba. Mihaela no se lo esperaba, pero aun así entendió que quería rapidez y que no podía ni debía dejar de obedecerla.
―Ama, le ruego me perdone― dijo disculpándose tras lo cual comenzó a quitarse el sujetador mientras trataba de descubrir mirándola a los ojos si le gustaba el modo en que obedecía.
No me quedó duda alguna de que esa rubia sabía que era obligatorio para ella el satisfacer a mi rumana con anterioridad a ser mía. Por ello no me extrañó que, al quedarse totalmente desnuda, se pusiera a su lado.
Ejerciendo su autoridad, Simona le levantó la barbilla con sus dedos y valorando su adquisición como a una pieza de ganado, la alabó diciendo:
―No está mal. Tiene unas facciones armoniosas.
Supe que, aunque en teoría esos pensamientos en voz alta iban dirigidos a mí, en realidad la intención de Simona era que la custodio los oyera. Por un momento, Mihaela creyó que iba a besarla, pero no tardó en comprobar que al menos momentáneamente se iba a quedar con las ganas cuando deslizando la mano por su cuello, mi rumana siguió tasando su adquisición.
―Buena estructura ósea, piel tersa… ―y subiendo un nuevo escalón en el control de la joven, sostuvo ambos pechos entre sus palmas para acto seguido comprobar su textura pellizcándole los pezones. Un gemido de dolor surgió de su garganta, pero no puso ningún impedimento a que siguiera auscultándola.
―Pensaba que los tendría mejores― comentó con falta de entusiasmo.
Al escuchar esa injusta crítica, Mihaela me miró preocupada, buscando quizás un apoyo que nunca recibió a pesar de que en mi interior sabía que los tenía estupendos.
― ¡Qué guapa es! ― susurró a mi lado una María deseosa de intervenir.
Apiadándome de ella, le pedí que separara sus piernas y comencé a masturbarla mientras a dos metros, Simona se tomaba su tiempo para recorrer la distancia que había entre los senos y el ombligo de su víctima.
―Calla y observa― musité a mi amiga al saber que mis maniobras no tardarían en afectarla y más cuando no perdía detalle del modo en que las areolas de la joven se retraían endureciéndose y que en su expresión, ya era más que evidente que estaba excitada.
Simona disfrutó al ver que la respiración de Mihaela se agitaba al ritmo de sus caricias siguió bajando rumbo a su sexo y que, decidida a facilitarle la tarea, su víctima separaba las rodillas dándole paso franco hacia su meta.
―Me encanta ver que eres una puta que sabe cómo depilarse el coño― comentó al comprobar que no había rastro de vello entre sus pliegues.
Aprovechando el momento, no se lo pensó dos veces y separando los labios del pubis de la muchacha, comprobó que, debido a la calentura, los tenía completamente hinchados. Lo que nunca se imaginó fue que producto de sus toqueteos, el clítoris de Mihaela estallara llenando de flujo sus dedos.
―Perdón, Ama, no pude evitarlo…― avergonzada murmuró la pobre rubia.
Exteriorizando su enfado, Simona le preguntó que quién coño se creía para correrse sin su permiso y que, si realmente quería que la aceptáramos como nuestra esclava, debía comportase como una. Reconozco que me pareció una exageración que hablara de esclavitud porque hasta ese momento lo único que sabía era de sus inclinaciones sumisas, pero por enésima vez en el breve lapso desde que la conocía Mihaela me volvió a sorprender al responder cayendo postrada a sus pies.
―Esta zorra está más necesitada que yo― balbuceó sobrecogida María.
Y no era para menos. No contenta con haberse lanzado al suelo, la rubia estaba besando los pies de Simona mientras le agradecía que la tomara en cuenta como candidata a ser de su propiedad.
Mi rumana ejerciendo el poder que había recibido, se sentó sobre la cama y le gritó:
―Ven aquí, inmediatamente.
Mihaela, viendo que se señalaba las piernas creyó que le estaba pidiendo que se sentara en ellas.
―Así, ¡no! ― le gritó al ver sus intenciones y tumbándola sobre sus rodillas, empezó a azotarle el trasero.
Si bien en un principio comenzó suavemente, viendo que no se quejaba, fue incrementando tanto el ritmo como la intensidad de los golpes. El castigo que estaba sufriendo ya era excesivo, cuando por vez primera escuchó de labios de la rubia un suave gemido.
Desde mi posición observé que las quejas de la custodio adoptaron el mismo ritmo con el que era azotada, pero por mucho que lo intenté no supe interpretar sus sollozos. Parecían una mezcla de dolor y de placer, y solo cuando chillando Mihaela pidió a Simona que siguiera castigándola, comprendí que estaba disfrutando con la reprimenda.
Al percatarse, siguió azotándola, pero entonces y mientras la rubia empezaba a convulsionar por el gozo que sentía, Simona vio que la piel de la muchacha mostraba los efectos de un castigo excesivo.
― ¡Córrete antes de que me arrepienta! ― ordenó.
María se vio sorprendida por la violencia del orgasmo de la rumana y cerrando sus rodillas, intentó evitar el contagio, pero ese gesto aceleró su placer y mientras la rubia se corría en manos de Simona, ella hizo lo propio en las mías.
Satisfecho, la dejé descansar y fui a verificar los daños que había sufrido Mihaela. Tal y como había previsto, tenía el culo amoratado, pero afortunadamente comprobé que no tenía nada permanente.
Por eso proseguí con mi examen, poniendo mis manos en su trasero. Me encantó ver que era dueña de unas nalgas eran poderosas, duras por el ejercicio continuado, pero lo que verdaderamente me cautivó fue descubrir un tesoro al separarle los cachetes y es que, ante mis ojos, apareció un esfínter rosado y virgen que ningún pene había hollado su interior.
―Zorra, ¿tu antiguo amo jamás te usó analmente?
Avergonzada, bajó sus ojos sin contestar. No hacía falta, ya sabía la respuesta. La levanté de su posición y dándole un beso en los labios, le informé que el nuevo sí iba a estrenarlo. Aunque era evidente el miedo en sus ojos, me contestó que era enteramente mía y que podía usarla cómo y cuándo deseara.
―Descansa un poco mientras tus compañeras me lo preparan― comenté mientras abría mi neceser y sacaba la crema hidratante.
Con ella en mis manos, volví a su lado y mirando a María y a Simona les ordené que empezaran. Nerviosa por la perspectiva de ser estrenada, Mihaela se colocó a cuatro patas sobre la cama, para así facilitar las maniobras de sus dos futuras compañeras de alcoba.
Mi amiga fue la que tomó el bote de mi mano y por ello la encargada de verter una buena cantidad de ese potingue sobre el intacto hoyuelo de la Mihaela.
―Está frio― musitó la joven al sentir las yemas de Simona extendiéndolo lentamente por las rugosidades de su ano.
No me costó saber que estaba tensa y por ello, les pedí que fueran tranquilizándola con caricias antes de dar otro paso. Las dos mujeres se mostraron conforme y comenzaron a besarla con decisión.
―Amo, quiero ser suya― dijo la joven mujer llena de felicidad.
Sus palabras fueron interpretadas por Simona y María como una especie de banderazo de salida y sin pedir mi opinión, fueron alternando sus yemas en el interior de su agujero. Los músculos de Mihaela se contrajeron al sentir esa invasión, pero eso no provocó que sus agresoras pararan y dotando a sus dedos de movimientos circulares siguieron relajándoselo.
Desde mi posición comprobé que progresivamente iba cediendo la tirantez que sentía e iba aumentaba la excitación de la cría. Mis mujeres también se dieron cuenta y mientras profundizaban en su ataque, metiendo a la vez sus falanges, se permitieron el lujo de usar la mano libre pellizcar entre las dos los pezones de Mihaela.
― ¡Dios! ¡Como me gusta! ― gritó al experimentar la mezcla de placer y castigo.
Tras confirmar lo mucho que le gustaba la violencia y que esas rudas caricias la ponían bruta, decidí que era mi turno y separándolas de su lado, sustituí los dedos de las mujeres por mi glande.
―Estoy lista― dijo al sentir mi capullo en su entrada trasera.
Su entrega me permitió con un breve empujón de mis caderas embutir la casi totalidad de mi pene en su interior.
― ¡Joder! ― gimió al experimentar el modo en que mi extensión forzaba su ano al entrar.
―Tranquila, putita mía― dije sabiendo que pronto ese primer dolor se transformaría en placer. Tras lo cual, puse mis manos en sus hombros y tirando de ellos hacía mí, se lo clavé entero.
Mis testículos rozando contra sus nalgas fueron demostración suficiente de que la mujer lo había absorbido por completo. El chillido de dolor que surgió de su garganta me avisó de que me había pasado, por ello llevando mi mano a su rubia cabellera, la acaricié mientras le pedía que se quedara quieta. Mihaela obedeció con lágrimas en los ojos, señal del sufrimiento que mi pene le causaba al romperle el escroto. Es más, permaneció inmóvil, sin quejarse.
Simona y Maria colaboraron conmigo besándola y diciéndole que se tranquilizara. A los pocos segundos y viendo que no podía obstáculos, empecé a sacárselo lentamente. La lentitud con la que se lo extraje me permitió notar cada una de las rugosidades de su anillo resbalando sobre mi pene y sin haber terminado, volví a metérselo centímetro a centímetro.
―No pares― me aconsejó María― pronto empezará a disfrutar.
Repitiendo esta operación, aceleré el ritmo paulatinamente, resultando cada vez más fácil mi invasión. El dolor se estaba tornando en placer en cada envite, y Mihaela comenzó a disfrutar de ello.
― ¿Me permites que te ayude con esta yegua? ― preguntó Simona justo antes de soltar un sonoro azote sobre sus nalgas.
El berrido de la rubia fue brutal, pero contra toda lógica, lo que me pidió fue que la montara más rápido. Obedeciendo a sus deseos, convertí nuestro suave trote en un galope desenfrenado.
Para entonces, la custodio ya no se quejaba de dolor, sino que voz en grito anunciaba que el placer la dominaba.
― ¿Ves lo mucho que le gusta a esta zorra que la montes? ― comentó María al oír los gemidos de placer que daba la muchacha al sentir mis huevos rebotando contra sus nalgas.
Girándome observé que las dos mujeres se estaban besando y sabiendo que me venía bien que hicieran el amor, les ordené que se masturbaran entre ellas.
No se lo tuve que repetir, Simona como posesa se apoderó del clítoris de María y arañándolo con sus uñas, lo torturó adoptando el mismo ritmo que yo imprimía sobre el culo de la rubita.
«Realmente me lo voy a pasar bomba con todas estas hembras», medité mientras agarrando sus pechos los usaba como anclaje de mis ataques.
Mi renovado ataque hizo que mi montura se desplomara sobre la almohada, eso sí, manteniendo su culo en pompa. El cambio de posición me obligó a cogerle de las caderas, lo que facilitó que mi pene se clavara más profundamente en su trasero.
Mihaela rugió dando su aprobación a la nueva postura y casi sin tregua, comenzó a sentir las primeras descargas de un poderoso orgasmo. Su cueva explotó, encharcando tanto su sexo como sus piernas, mientras gritaba el placer que experimentaba.
Tuve un momento de indecisión al escuchar sus chillidos, pero decidí seguir rompiéndole el trasero y dándole una palmada en uno de sus blancos cachetes, le ordené que se moviera.
― ¡Gracias, amo! ― respondió a mi estimulo moviendo sus caderas hacía adelante.
Observando que en ese momento Simona y María estaban haciendo una tijera con sus piernas y que no me podían ayudar con los azotes, marqué yo mismo nuestro ritmo con mis manos sobre sus nalgas.
Lo que no me esperaba es que Mihaela se volviera a correr de inmediato y menos que la desmesurada cantidad flujo que manaba de su cueva, provocara que en poco tiempo ambos estuviéramos completamente empapados de cintura para abajo.
― ¿Quieres que deje descansar tu culo y te folle? ― pregunté temiendo los estragos que mis ataques podrían producir en su esfínter.
Era una pregunta teórica ya que había decidido usar su otra entrada, pero he de reconocer que me puso como una moto escucharla decir que era una perra que no se merecía que esparciera mi semilla en su interior.
Cambiando de objetivo, incrusté mi pene en su sexo violentamente, pero desgraciadamente era tal mi excitación que al sentir la calidez de su coño el placer me dominó y pegando un gemido, derramé mi semen en su interior.
Acto seguido y todavía con mi pene dentro de ella, aprecié como se corría por última vez…
Todavía abochornada, vio que era justo y que de esa manera éramos los dos, los que íbamos a compartir ese fetiche por lo que sonriendo me dio la mano sellando el acuerdo. Al verla irse meneando sus caderas, comprendí que podía ser cuestión de horas que ese portento acudiera a mí. Silbando mi triunfo, me vestí y poniendo su tanga en el bolsillo de mi chaqueta a modo de pañuelo, busqué a mi prima. La encontré en el salón, tarareando una canción mientras barría. Al fijarme en ella, me percaté que se la veía feliz. El saber que no solo no me había enfadado sino que era cómplice de su fantasía, la liberó. Cuando me vio, paró de cantar y regalándome una sonrisa, me preguntó a donde iba:
A eso de las nueve ya estábamos instalados en la habitación del hotel, mientras él se duchaba yo me ponía una blusilla y un cachetero que me producía un cosquilleo al rozar mis labios, lo cual hacia que empezara a apretar las piernas no se si para calmar o para producir mas ganas, pero en cuestión de breves minutos estaba totalmente mojada. Separando mis mulos, acaricie mi clítoris como diciéndole estas a punto de recibir lo quieres…
La policía tardó un rato en llegar. Tuvo la oportunidad de huir, pero todo le daba igual. Ahora que había saciado su sed de venganza, se sentía más vacio aun y la imagen de la mujer a la que había matado se le aparecía constantemente en su mente. Merecía ser detenido. Merecía pasar el resto de su vida en la cárcel.
La policía entró con su típica sensibilidad, tirando la puerta abajo, con las armas preparadas. Hércules permaneció sentado en el borde de la cama, con la mirada baja mientras seis hombres armados le apuntaban y le gritaban intentando penetrar en su aturdido cerebro. Le decían algo de tumbarse en el suelo y poner las manos en la espalda, pero como Hércules no daba señales de entender y su aspecto era intimidante hicieron que uno de ellos no se complicase más la vida y le disparase con un táser.
Los cincuenta mil voltios recorrieron su cuerpo haciendo que todos sus músculos se contrajesen dolorosamente justo antes de perder el conocimiento.
Despertó en una celda pequeña. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero la luz de la mañana se colaba por un ventanuco iluminando una pared sucia y llena de pintadas. Se incorporó aturdido y con los músculos doloridos. Se estiró y echó un vistazo alrededor. Tras diez minutos dando vueltas como un león enjaulado, decidió leer las pintadas de la pared para pasar el rato.
Había sencillos pareados del tipo:
“Hay que joderse con todos los presentes,
resulta que aquí todos somos inocentes.”
“Me perdí por sus curvas y su cálido interior,
y es que los Mercedes son mi perdición.”
Otros eran un poco más elaborados aunque no se podía decir que llegasen a ser literatura:
“Era una puta loca,
pero como follaba…
tanto me besaba la boca
como un cuchillo sacaba
y cargada de coca
me apuñalaba.
Un día me cansé
y al otro barrio la mandé.
Ahora solo y angustiado
me hago un paja y me corro desolado.”
Solo uno le llamó verdaderamente la atención, no sabía muy bien por qué:
“Ella era la mente y yo las manos que ejecutaban.
Por ella hacía cualquier cosa,
por sus labios rojos ,
por sus pechos pálidos y hermosos,
por un roce de sus muslos gloriosos.
Juntos en la cama, todo era hambre,
pero fuera de ella, nos cubría la sangre.
Por ella maté.
Por ella estoy aquí encerrado.
Por ella me acosan como a un perro enjaulado.
Pero como cualquier perro, estoy satisfecho,
estos polizontes nunca sabrán por mí lo que mi ama ha hecho.”
—¡Vaya! La bella durmiente ha despertado justo a tiempo. —dijo un policía acercando unas esposas a la puerta de la jaula mientras otro le cubría con el táser a punto— Es hora de ver al inspector.
NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/
PRÓXIMO CAPÍTULO: GAYS
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