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Relato erótico: “Gracias al padre 2, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

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Sin título1

Sin título1Llegó la hora de la verdad, estaba en juego no solo una enorme cantidad de dinero, sino la posibilidad de tener una preciosidad como mujer. Al abrir la puerta, no dejaba de pensar como iba a plantearle a Lucia, el acuerdo que había llegado con su madre (Yo me quedaba con el 50% del dinero y con ella). Tenía que hacerlo a solas, no quería enfrentarme a dos mujeres histéricas. Lucia entró con inseguridad al piso, quizás esperara que mi reunión con su madre hubiera terminado violentamente, razón no le faltaba, había habido violencia pero al final se había solucionado.
-Flavia, quiero hablar con tu hija a solas, puedes volver en media hora- le pedí, ella vió mi sugerencia como una salida, estaba aterrada de la reacción que pudiera tener la muchacha, por lo que cogiendo su bolso, salió hacia la calle.- Siéntate, bonita, tengo que explicarte lo que he descubierto-.
Me obedeció, sentándose en el sofá, lo que me permitió ver su magnifica silueta y contemplar sus piernas, la falda minúscula no podía tapar, y menos disimular la rotundidad de sus nalgas y la perfección de sus formas. Solo el pensar que podía ser mía elevó mi adrenalina.
-¿Quieres tomar algo?, ¿un café? o mejor como lo que te voy a contar es fuerte ¿prefieres un whisky?.-, al mirarle decidí elegir por ella, sirviéndonos dos Ballentines con coca cola, bien cargados.
-¿Qué has descubierto?, ¿es algo malo?-, estaba compungida, tenía idealizado a su padre.
-Vamos por partes, es malo y es bueno a la vez. Cuando me pediste que investigara el asunto, me dijiste que tu padre era inocente, que era un buen hombre y que la vergüenza lo mató-
-Así es, mi madre siempre me ha comentado que el no fue y que la desesperación de ver su nombre manchado, provocó que se suicidara, y es mas, nuestra mala situación económica, no se explicaría si tuviéramos ese dinero-, la fuerza con la que defendía a su padre, me afectó, tenía que ir con mucho cuidado, no fuera a ser que la desilusión de ver su figura derrumbada del altar, al que le había elevado, diera por traste todos mis planes.
-Déjame explicarte, por favor no me interrumpas-, asintió con la cabeza, todo en ella era tensión, pero pude adivinar que me iba a dejar terminar- Al salir esta mañana de la casa, me fui directamente hacia mi oficina, a tratar de averiguar como y quien había desfalcado todo ese dinero. Empecé a investigar el tema, no fue fácil, quien lo había realizado era un genio, la cantidad conseguida rondan los 20 millones de euros de hace quince años, por lo que al día de hoy debe de haber por los intereses unos 40 millones-.
 
Por su cara de sorpresa, deduje que no se imaginaba que hubiera sido un robo tan enorme, ella debía pensar en menos de un millón. Estaba cumpliendo su palabra, aunque notaba que quería intervenir, haciendo una acopio de coraje me dejó terminar.
– Mientras investigaba el destino de los fondos sustraídos, nada me demostraba quien lo había ideado, hasta que encontré el nombre del titular de la cuenta en la que está ese dinero-
Hice una pausa, en mi explicación, ella no pudo contenerse y me dijo llorando:
-Está a nombre de mi padre-
-No-, le contesté, -La titular eres tú . Tu padre era un ladrón , lo siento. Para lo que no tengo contestación es lo del suicidio, ya que era inmensamente rico, y no había forma de demostrarlo-.
La desesperación de sus llantos, me estremeció. Lucia lloraba, hecha un ovillo, con su cabeza entre las rodillas y las manos sujetando sus piernas. Permaneció así durante 10 minutos, mientras tanto lo único que podía hacer era acariciarle su cabeza, tratando de consolarla.
Poco a poco se fue calmando, el dolor seguía allí pero su cabeza debió estar asimilando mis noticias y decidiendo que iba a hacer.
Levantando la cabeza y mirándome a los ojos me dijo:
 
-Yo, en cambio, si tengo explicación a su muerte, mi padre era bueno, fue mi madre la que le empujó a ello, pero el no pudo soportarlo, todo es culpa de ella-, en su cara veía odio, pero también determinación.
-Puede ser, yo a tu madre, no la conozco-, no me gustaba por donde iban los derroteros de la conversación, podía quedarme sin negocio, – lo que tenemos que ver, es que vamos a hacer-.
Una sonrisa amarga de dibujo en su rostro, – Estamos en un brete, yo soy dueña de 40 millones y no sé donde están, y tu sabes donde se encuentran , pero no estan a tu nombre, por lo que no puedes hacer uso de ellos-
-Asi es-, empezaba lo difícil, si no andaba con cuidado podía estropearlo todo,- pero podemos llegar a un acuerdo-.
-Déjame pensar-, me dijo pero siguió hablando en voz alta,- mi madre te odia, para ella eres la persona que representa el fracaso de su plan y la mierda en que se convirtió su vida durante los últimos años, lo que odiara es tenerte en su vida, y yo mandando-.
En ese momento, se calló y cogiendome de la mano, me dijo:
-Pedro, te propongo un trato, si me ayudas el 50% es tuyo, vivamos juntos durante un año, un año que va a ser una pesadilla para esa mujer, al cabo de ese tiempo nos repartimos el dinero-.
No pude mas que aceptar, era mi plan en boca de ella, y encima creía que yo le hacía un favor. No cabía de gozo. Por el sonido del timbre, supimos que Flavia había llegado, así que la hice pasar al salón, Lucia tenia otros planes, nada mas entrar la cogió del brazo y la llevó a la habitación, encerrándose con ella. Por los gritos, supe que estaban discutiendo, lo menos que le estaba llamando era zorra, la madre callaba, no tenía defensa, tuvo que soportar los reproches de su hija, un sonoro bofetón terminó con la pelea.
Lucia abrió la puerta y me pidió que pasara, entré al dormitorio sin saber con seguridad que era lo que me iba a encontrar, las dos mujeres estaban desnudas.
-Mama, ya sabes lo que tienes que hacer-, la señora empezó a desnudarme, mientras la hija miraba sus maniobras, la excitación se apodero de mí, pero era un convidado de piedra, solo me dejaba hacer mientras mis ropas iban cayendo una a una.
Desnudo me tumbé en la cama, Flavia había terminado su labor, retirándose al píe de la cama se arrodilló, en posición servil, su hija se acerco.
-Bien hecho perra-, le dijo mientras se apoderaba de mi pene, con sus manos. –Ahora Pedro, demuéstrale a esa zorra como me amas-, su boca engulló toda mi extensión mientras ponía su sexo en mi boca.
Estaba afeitado, como a mi me gusta, separándole los labios me hice con su clítoris, con suaves mordiscos fui estimulándolo mientras con mis manos acariciaba sus pechos. Estaba mojadísima, de su gruta salía un torrente de flujo, que yo absorbía con fruición, lo recortada de su respiración, así como sus gritos, anticipaban la cercanía de su climax. Mi lengua se introdujo en su vagina coincidiendo con su explosión, ella olvidándose de mi, se incorporó para facilitar su goce, y con su manos apretó mi cabeza contra su sexo. Estaba poseída, mientras corría, no paraba de insultar a su madre y de decirla que ese era el futuro.
– ¡Házmelo por detrás!-, me pidió,-¡dame por culo!, ¡para que vea esa hija de puta, como disfruto!-.
 
Poniéndola a cuatros patas, mi mano se introdujo en su cueva para recoger una parte del fluido. Con la mano empapada, empecé a estimularle el ano, introduciéndole un dedo.
-¡Quiero que me hagas daño!- y con su mano acercó la punta de mi pene a su meta. Se lo encaje de un golpe mientras gritaba que no parara, de sus ojos salían lagrimas de odio, todas dirigidas a la mujer que la había engendrado. Mis embestidas eran sin piedad, cada vez que entraba en ella, lo hacia hasta que chocaba con su nalgas, y mis testículos rebotaban con su sexo. Era tal mi excitación que no dure demasiado, el estarme tirando a esa preciosidad en presencia de su madre era demasiado para aguantarlo, por lo que mi eyaculación explotó dentro de ella mientras con mis dientes mordía su cuello.
Exhausto me tumbé en su cama. Lucia no quería parar, bajándose se dirigió hacia Flavia y cogiendola de los pelos la llevo hacia mi, y con verdadera ira, le escupió:
-Ahora limpia mi sangre y mi mierda, que quiero que me haga el amor-
Flavia con lagrimas en los ojos, cogió mi pene dispuesta a limpiarlo.
-¡No le toques!, ¡Es mío!, ¡Utiliza tu boca, puta!.-
Sentí como su boca se abrió, para acogerlo en su interior, Lucia presionó la cabeza de su progenitora, introduciéndole de golpe todo, una arcada surgió de su garganta, pero no se quejó, era su castigo y lo aceptaba. No dejó rastro de nuestra primera sesión, con la lengua repasó todos los pliegues limpiando hasta el último resto de sangre y excremento. Estas maniobras consiguieron excitarme otra vez, cuando la mucha vio el resultado, de una patada, retiro a su madre, y tumbándose a mi lado, me dijo al oído.
-Ahora hazme el amor, despacio que tenemos un año-.
 
 
 

Relato erótico: “Crónicas de las zapatillas rojas: la camarera 2.” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: LA CAMARERA 2.
 

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas y Alias: La invasión de las zapatillas rojas antes de leer esta historia.

Gracias a Vaquita por su inspiración.
Por Sigma
Patricia Evans se había dado una ducha y estaba eligiendo su ropa del enorme vestidor de la habitación, había todo tipo de prendas, sorprendentemente todas eran de su medida, y siendo estas 103, 64 y 88, no era nada fácil.
– Vaya que conocen su labor -pensó la pelirroja mientras elegía lo que se pondría para su primera sesión de fotos con su jefe- Mmm… quizás podría empezar con algo conservador.
Sostenía en sus manos un formal aunque ajustado traje sastre negro que parecía muy elegante. Pero casi de inmediato lo devolvió a su lugar.
– No… ahora soy una modelo… estaré ante Scorpius… debo ponerme algo sexy -decidió sin saber muy bien por que. Al final se decidió por un sofisticado vestido azul cielo de tirantes que le llegaba arriba de la rodilla un sutil pero atractivo escote en V y por supuesto unas zapatillas azules cerradas de tacón alto.
– Son lo principal de la nueva línea de Xcorpius. Debo lucir bien sus zapatillas -pensó aun impresionada del giro que había dado su vida, apenas un día antes todavía era camarera en un bar. Ahora era una modelo de alta costura.
En ese momento llamaron a la puerta.
– Adelante -dijo mientras terminaba de maquillarse de forma sutil y natural.
Por la puerta se asomó Syd la doncella, era muy amable, pero a Patricia aun le asombraba su pequeño uniforme que sin duda era elección de Scorpius.
– Pobre Syd, no sé como aguanta semejante humillación. Obligada a vestirse así… -pensó al verla.
– Buenos días Paty -le dijo sonriente- el señor Scorpius te espera.
– Gracias.
Tras cruzar el amplio pasillo llegó al estudio y llamó a la puerta.
– Pasa Paty -escuchó desde el interior.
Tímidamente la pelirroja entró y se sentó frente al escritorio. Aun insegura se acomodó el escote y jaló la falda para no mostrar demasiado de su cuerpo. Scorpius la miraba sonriendo cuando al fin le habló.
– ¿Dormiste bien?
– Si… gracias.
– Me alegra que descansaras pues tenemos mucho trabajo hoy.
– Estoy lista señor Scorpius – dijo ella cada vez más nerviosa ante su penetrante mirada.
– Eso veo, realmente te queda muy bien la ropa que elegimos. Me alegro de haberte encontrado, ya quiero poseerte…
– ¿Perdón? -preguntó confundida la joven.
– Vas a ser mi esclava y será un placer someterte.
– ¿Pero que le…? -empezó a decir Patricia cuando vio la seriedad en el rostro de su jefe y empezó a asustarse- olvídelo, mejor me voy de aquí…
Caminó hasta la puerta pero no llegó a abrirla, pues entonces empezó a escuchar una canción en el cuarto: That don’t impress me much de Shania Twain.
– Ya es hora de que modeles para mi Paty -escucho que le decía X.
Al instante se quedó inmóvil, su cuerpo dejó de obedecerle y se estaba asustando de verdad.
– ¿Qué pasa? – empezó a decir cuando percibió algo extraño, como una ondulación que subía desde sus pies al ritmo de la música. Miró hacia abajo y pudo ver como sus piernas se tensaban y luego se abrían en un movimiento hasta quedar a la altura de sus hombros.
– Oiga… pero… -balbuceó hasta que vio como sus brazos se ponían paralelos a su cuerpo y sus pequeñas manos se flexionaban en las muñecas hasta quedar con las palmas viendo al piso. Entonces comenzó a bailar.
– ¡Basta! ¿Qué es esto? -dijo casi horrorizada al ver como se movía con la música, su cuerpo ondulaba mientras sus manos lo seguían a ritmo. Pronto empezó a inclinarse y levantarse, como ofreciendo sus nalgas a su jefe, al igual que sus piernas que se relajaban y tensaban mostrando unas deliciosas pantorrillas.
– ¿Como hace esto? -preguntó ya aterrada.
 

– No te preocupes por eso belleza -le dijo mientras se acercaba y tomándola de los hombros la obligaba a girarse hasta quedar frente a frente, su espalda pegada a la pared- lo que importa es que ahora eres mía y puedo hacer lo que quiera de ti.

– Noooo -gritó tratando de resistir pero sus manos se pegaron al muro tras ella y empezó a ondular su cuerpo de nuevo hacía X, esta vez acercando y alejando sus grandes senos y caderas de él. Adelantando una de sus piernas y moviéndola.  de forma provocativa gracias a la falda y las zapatillas.
– Mmm… muy bien Paty, eres tal y como esperaba.
– Mire… No sé… como hace… esto… -dijo la joven mientras su entrepierna y senos se rozaban contra el cercano cuerpo de X- pero debe… detennnnnngghh…
Se interrumpió al sentir una punzada de placer idéntica a la que percibió la otra noche en el bar.
– Ooohhh… ¿Qué me hizo?… ¿Fue usted… en el bar?
– Ya estás entendiendo muñequita. Pero no te preocupes por ahora, sólo disfruta…
– Aaaaaahhh… aaaahhhh -gemía incontrolable la pelirroja al sentir un placer exquisito y constante extendiéndose desde sus pies a su entrepierna y de ahí al resto de su cuerpo.
– Eso es lindura, baila, baila sin parar -le animaba X al verla moverse siguiendo el ritmo. Con cuidado se acercó y tomándola de los hombros la hizo arrodillarse. El toque de X erotizó más el cuerpo de Patricia haciéndola cerrar los ojos y entreabrir los labios.
– Ooohhh -susurró sin poder evitarlo y aunque sus piernas se quedaron obedientemente inmóviles en su postura de obediencia, su torso y brazos siguieron moviéndose y ondulando con la música- oooohh… ¿Pero qué pasa?
En ese momento X se acercó al escritorio y  luego regreso con una caja de dónde sacó un objeto negro satinado, la pelirroja primero pensó que era una cadena pero al acercarse se dio cuenta de que era una especie de gargantilla formada por bellos eslabones.
– Es hora de marcarte Paty -dijo el hombre mientras se acercaba amenazador con la pieza negra. Con un movimiento empujó el dulce rostro aniñado de la joven hacia atrás haciéndola arquear su espalda y ofrecer sus pechos como en sacrificio, justo entonces X cerró la gargantilla alrededor de su delicado cuello con un clic metálico, la sensación del objeto al aprisionarla de algún modo la excitó más.
– Oooooohhhh -gruñó de placer la camarera, momento que X aprovechó para empujarla suavemente hacia adelante, obligándola a ponerse a cuatro patas, tras lo que la joven siguió bailando ahora moviendo hombros, espalda, caderas y nalgas, sus rizos rojos se agitaban reflejando la luz.
– No… -trató de decir pero ya X le colocaba otra preciosa cadena negra esta vez en la cintura, ajustándola hasta hacer clic, causándole un nuevo e indeseado placer- Oooohhh…
– Muy bien Paty, estás aceptando perfectamente tu marca, que chica tan buena -le dijo mientras le acariciaba sus redondeadas nalgas.
– Aaahhh… – volvió a gemir ella con su toque.
– Y me gusta tu elección de ropa, pero ahora quiero verte con algo un poco más… caliente -al decirlo dio un aplauso y de inmediato entraron la doncella y la secretaria,  se acercaron sonrientes, con rapidez, agilidad y algo de ayuda involuntaria de Patricia la desvistieron, dejándola bailando desnuda a cuatro patas como si fuera una gatita, excepto por sus zapatillas. Luego las dos mujeres se marcharon discretamente.
– Si… eres todo lo que imaginaba, ahora vamos a ponerte algo lindo.
X sacó unas prendas de un cajón y se acercó a la indefensa chica.
– ¿Pero… qué hace?… aaaahhh -trató de preguntar Patricia al sentir como las manos del hombre rozaban gentilmente su cuerpo al ponerle las prendas- oooohhh.
Al terminar X dio un paso atrás para admirar a la pelirroja, le había puesto un brassier azul de encaje, sin tirantes cuya forma levantaba y mejoraba sus de por si grandes senos formando un suculento escote, en sus caderas relucían unas pequeñas pantaletas del mismo diseño y color que se mantenía unida gracias a dos femeninos moños a cada lado de la cadera.
– Si… eso es mejor ¿No crees? -dijo X complacido al verla, mientras la joven seguía moviéndose con la música- Aunque apuesto a que con la melodía estás cada vez más excitada.
– Aaaahh… ¿Por que… aaahh… me hace esto? -susurró con los ojos cerrados la linda pelirroja.
– Por que eres una criatura deliciosa y simplemente debía tenerte… Deberías sentirte halagada, preciosa.
– No… déjeme ir… ooohhh…
– No puedo hacerlo… hasta que te dome y te someta… pero para entonces ya no querrás irte.  Mejor te lo muestro -dijo mientras la sujetaba de los hombros obligándola a ponerse de rodillas.
 

X se arrodilló tras ella, con un brazo la sujetó de la cintura con el otro rodeó su torso y sujetando delicadamente su bello rostro la forzó a mirarlo, en los ojos obscuros de su captor la joven sintió que se perdía, atrapada en la lujuria de su mirada.

– Oooohhh… -gimió ante su dominio- ¿Qué me… está… haciendo?
Para su vergüenza el cuerpo de Patricia comenzó a moverse contra el de X, de forma lenta y provocativa, podía sentir en sus nalgas, a través de su delicada lencería, el duro miembro del hombre tras ella. Se sentía horrorizada por lo que le hacia, pero no pudo evitar excitarse más al sentirlo.
– Aaaahhh… basta… -casi susurró a la vez que sus manos trataban de apartarlo suavemente.
– Mmm… así que te atreves a resistir… magnífico -le dijo sonriente a la joven- eso hará todo más delicioso.
X deslizó sus manos por los brazos de la pelirroja hasta llegar a sus muñecas y en un rápido movimiento las forzó tras ella. En ese momento Patricia escucho un doble clic y ya no pudo separarlas.
– ¡No!… ¿Qué hace?… -con gran esfuerzo logró girar un poco y pudo ver como le había colocado lo que parecían unas anchas esposas, casi como si fueran grilletes.
– ¡Pare! -trató de gritarle- ¡Suélteme yaaaaaahhh…!
Su captor había introducido una mano en su sostén y le había pellizcado suavemente un pezón, pero estaba tan erotizada que con eso bastó para causarle un pequeño orgasmo.
– Muy bien -dijo X complacido de su reacción- eres deliciosa Paty…
Entonces X introdujo su otra mano bajo las pantaletas de encaje y comenzó a masturbarla lentamente siguiendo el ritmo, de forma enloquecedora.
– Aaaaahhh… ooooohh… ooohhh… -casi gritaba debido al placer mientras su cuerpo entero ahora se movía siguiendo el ritmo que le marcaba su captor al masturbarla.
– Eso es… disfrútalo Paty… goza… -le susurraba al oído,  mientras seguía forzando a la pelirroja hacia el orgasmo aprovechando el poder de la zapatillas que rápidamente se apoderaban de su voluntad.
– No… no… oooohhh… -la joven trataba de resistir inútilmente abrumada por el poder de las zapatillas y las caricias de X.
El volumen de la música aumentó llevando a Patricia al borde del éxtasis.
– Mmm… aaaahhh… siiii… aaaahhh -empezó a susurrar, ya perdida toda inhibición.
De pronto el hombre detuvo su mano bailarina bajo las pantaletas de ella.
– Nooo… ¿Qué haces?… sigue… -gruño la linda pelirroja sin poder controlarse.
– Entonces ¿Te gusta lo que te hago lindura?
– Si…
– ¿Si qué?
– Si… me gusta…
– ¿Qué te gusta?
– Ooooohh… por favor…
– Si quieres que siga… dilo…
– Me gusta… que me… masturbes…
El hombre sonrió satisfecho y continuó su labor en la entrepierna de la joven a la vez que su otra mano acariciaba y pellizcaba sus bien formados senos bajo el sostén.
– Aaaahh… siii… eso… es… -Patricia estaba frenética, en ese momento ya nada le importaba excepto el placer y alcanzar su deseado y necesitado orgasmo- oooohhh… un poco… más…
Aprovechando el momento X jaló el cabello de la chica, obligándola a mirar al techo y exponer su esbelta garganta.
– Aaaaahhh -gimió sorprendida la pelirroja mientras su captor le daba un sonoro azote en su firme nalga.
– ¡Vente lindura! ¡Vente para mí! -le dijo al oído en ese momento, forzando su orgasmo.
– ¡Nnnnnggggghhhhh…! -gruñó sin control, sus ojos cerrados, su boca formando una O, lo que X aprovechó para sujetarla y besarla profundamente, lo que sólo intensificó el placer y la sensación de estar indefensa de la joven. En efecto estaba completamente sola y vulnerable, lejos de casa, sometida a un extraño poder que no comprendía y a merced de los caprichos de un desconocido.
– Eso fue delicioso Paty, muy bien… -le susurró X mientras la cargaba y recostaba en su cama a la adormilada joven- Pero ahora debemos empezar a condicionarte para que te conviertas en mi esclava.
– ¿Uuuhhnn? -apenas logró articular la débil joven, distraída por la calidez y suavidad de la cama del hombre decidido a ser su amo.
X acarició su rostro tiernamente y tras sentarse a su lado oprimió un botón de su control, la música cambió a una suave y lenta melodía clásica: Primavera de A. Vivaldi. Luego comenzó a decirle al oído los primeros condicionamientos que poco a poco la convertirían en su esclava sexual, mientras las piernas de la pelirroja se movían sobre la sedosa colcha en un grácil y sensual baile, dejando con sus altos tacones surcos sobre la tela, como si dibujara sensualmente siguiendo el delicioso ritmo de la música.
 

Un par de horas después la joven despertó en su propia cama, llevaba puesta una pequeña bata negra translúcida, bajo la cual sus senos se perfilaban perfectamente, su entrepierna estaba apenas cubierta por una tanga negra cuyo triángulo frontal era muy pequeño para unas caderas y sexo tan voluptuosos.

– Oooohhh – bostezó al estirarse con vigor- Mmm… creo que se me pasó la mano con la siesta. ¿Eh? ¿Y eso?
Se dio cuenta de que en sus pies llevaba unas zapatillas puntiagudas de charol negro y tacón plateado muy alto.
– ¿Como puedo dormir usando semejantes tacones? -pensó por un instante hasta que recordó algo importante- Ah… ya recuerdo… son mis zapatillas de dormir… creo.
Patricia empezó a meditar sobre semejante concepto pero un vistazo al reloj la interrumpió de inmediato.
– ¡Dios, pero si es tardísimo! ¡Scorpius me va a matar! -gruñó mientras se levantaba hecha un ciclón quitándose sus escasas ropas, menos sus zapatillas. De su guardarropa sacó su uniforme de camarera-modelo y se lo puso rápida pero cuidadosamente.
Empezó con un juego de lencería blanco, lleno de transparencias y motivos florales, primero una pequeña tanga que era más un adorno que una prenda, luego el sostén de media copa que levantaba sus grandes senos, encima un coqueto minivestido de color rosa que solamente le llegaba a medio muslo y mostraba un amplio escote cuadrado, un pequeño delantal blanco ribeteado con encaje se ajustaba en su pequeña cintura para evitar ensuciarse. El uniforme se completaba con unas translúcidas medias blancas con elástico que llegaban casi hasta su entrepierna, quedando apenas oculto por el corto vestido. Finalmente se puso unas zapatillas de tacón alto, eran color rosa, de punta abierta y pulsera al tobillo. Tenía las uñas de sus pequeños dedos pintadas también de rosa.
– Dios, que humillante uniforme -pensó molesta la pelirroja mientras corría a la gran cocina del complejo en el primer piso- parezco una fantasía de adolescentes.
Allí la esperaba una joven cocinera que le entregó una charola cubierta, Patricia se fijó en que la chef no parecía llevar nada debajo de su impoluto saco blanco, excepto claro por unas medias blancas y unas altísimas zapatillas del mismo color y punta redondeada que hacían lucir aun más sus de por si largas piernas.
– Estos uniformes obligatorios son un abuso -se indignó la joven mientras cumplía su labor de camarera llevando la charola- pero debo aguantarme si quiero conservar este empleo, si lo pierdo no podré conseguir otro…
Llegó a la gran puerta de roble y estaba a punto de llamar cuando se dio cuenta de que estaba entreabierta y escuchó suaves gemidos saliendo de ella.
Su curiosidad pudo más y con mucho cuidado se asomó por la rendija, en el interior estaba la chofer, se encontraba desnuda excepto por sus botas de amazona, su esbelto cuerpo recostado boca abajo en el escritorio y sus largas piernas colgando del borde, bien abiertas en V, Scorpius la penetraba una y otra vez mientras la tenía sometida sujetándola de unos grilletes que mantenían sus manos fijas en la espalda.
– Aaaahhh… aaaahhh… siii… mi señoooor… soy tuya…  -gemía la trigueña mientras sus senos eran oprimidos contra la superficie- tómame…
Patricia se sintió impactada, pero a la vez no podía apartar la mirada del espectáculo ante ella… al menos hasta que la trigueña levantó la vista y la miró directamente a los ojos antes de hacerle un guiño y sonreírle.
Sonrojada al ser atrapada en su voyerismo la pelirroja se apartó de inmediato.
Minutos después salió del estudio la chofer, de nuevo vestida con su uniforme completo incluidas sus botas y ajustadísimo pantalón. Al pasar junto a la camarera sonrió y le susurró:
– Es tu turno…
Muy nerviosa la joven entró al cuarto con la charola, Scorpius ya estaba vestido con un moderno traje de cuello Mao pero sin corbata.
– Buenas tardes señor Scorpius, traigo su comida -dijo tímidamente al entrar.
Su jefe apenas levantó la mirada de unos documentos mientras le respondía.
– Buenas tardes encanto, sírveme por favor…
La chica se acercó y comenzó a colocar los humeantes platos en el escritorio, pues había tenido la precaución de recalentarlos antes de entregarlos.
Mientras servía la comida, Patricia odió su revelador uniforme, sentía que cada vez que se movía una parte de su cuerpo se mostraba de forma invitante a su jefe: sus sedosos muslos, sus pantorrillas, su escote, sus grandes senos, sus nalgas…
– Por favor, termina pronto Paty -pensó para si misma.
Por fin acabó de servir la comida y se dio la vuelta para marcharse, pero Scorpius le llamó antes.
– Ven aquí Paty, quédate a mi lado por si acaso necesito algo -medio le pidió, medio le ordenó, mientras señalaba un lugar a la derecha de la silla.
La chica se acercó y se colocó a lado de su jefe, muy formal con sus manos entrelazadas frente a ella.
Pensaba que todo estaría bien si evitaba moverse, pero en pocos minutos sintió la mano de Scorpius posándose en la parte trasera de sus sedosos muslos.
– Oh… por favor… -le susurró débilmente a su jefe mientras este empezaba a mover su mano arriba y abajo, acariciando su suave pierna cubierta de la translucida media.
 

– No importa el trabajo… mmm… no le voy a permitir… -decidió sin darse cuenta de que Scorpius había introducido la otra mano en el bolsillo, oprimió en ese momento un botón y una cálida melodía empezó a sonar suavemente- Aaaahhh… que bien se siente…

La pelirroja cerró los ojos por la placentera sensación que le causó la caricia en su muslo.
– Oooohhh… que rico… -pensó mientras inconscientemente ponía sus pies de puntas- pero esto… no está… bien…
La mano invasora se introdujo fácilmente bajo el vestido y sus dedos empezaron a seguir el borde elástico de sus medias lentamente. De inmediato la joven sintió como sus pezones se endurecían y se marcaban claramente bajo el vestido rosa.
– Aaaaahhhh… Dios… ¿Qué me pasa? -pensó confundida mientras su mano se apoyaba en el hombro de Scorpius y lo apretaba excitada- me siento taaaaan… cachonda…
La mano siguió subiendo por el cuerpo de la joven, finalmente los dedos comenzaron a seguir el delicado contorno de la tanga blanca por su cintura, para luego apoderarse de la delgadísima tira de tela que se metía entre las nalgas de Patricia, así empezó a tirar de ella moviéndola rítmicamente arriba y abajo, una y otra vez, excitando los sensibles nervios de los labios vaginales de la pelirroja, de su entrepierna y entre sus nalgas.
– Nnnnnngggghhh -gruñó mordiéndose los labios a la vez que clavaba las uñas en el hombro de su jefe, mientras su otra mano se apoyaba en el escritorio para evitar caerse- oooohhh…
Mientras, X se seguía dando un banquete, tanto con la comida como con el cuerpo de la dulce camarera a su merced, en minutos ya podía sentir como la diminuta tanga se humedecía cada vez más, momento en el que el hombre decidió dar el siguiente paso. Colocando sus manos en la cintura de Patricia la hizo darse la vuelta quedando casi frente a él, recargada en el escritorio, sus manos apoyadas en su superficie, sus escote exhibiendo sus grandes senos, sus torneadas piernas extendidas y estilizadas por las zapatillas. Sin dudarlo un instante X hizo a una lado el triángulo de la tanga para introducirle dos dedos juntos en su vagina, provocándole un profundo suspiro de satisfacción.
– Oooohhh… ¿Por qué le permito hacer esto? –le preguntó con voz ronca mientras volteaba su rostro hacia el techo y arqueaba ligeramente su espalda; X comenzó a penetrarla una y otra vez con sus dedos índice y medio- Aaaaahhh…
– Por que tú también lo deseas… por que en el fondo eres una putita… -le respondió el hombre con una sonrisa- por que necesitas el placer que te doy…
Ella trató de responderle pero en ese momento le pellizcó suavemente un pezón a través de su vestido rosa por lo que solamente consiguió gemir.
– Aaaaahhhhh…
– Bien, es hora de conocernos íntimamente Paty –le dijo a la pelirroja al obligarla a darse la vuelta e inclinarse sobre el escritorio, entonces se desabrochó los pantalones- esto va a ser un placer…
La joven que ya empezaba a perder la noción de todo se dio cuenta entonces que así había visto a Scorpius tomando a la chofer, en la misma forma, y eso la hizo recuperar el control.
– ¡Noooo…! –gritó mientras empezaba a forcejear con su jefe tratando de levantarse y apartarlo de ella- ¡Déjeme!
En un primer momento pareció que lo lograría al tomar a X fuera de guardia, pero en un reflejo casi instintivo el hombre logró sujetar las muñecas de la joven, quitándole el soporte que le permitía resistirse, la chica cayó de bruces sobre el escritorio, quedándose sin aliento, lo que le dio a su captor la oportunidad de juntar las manos de Patricia y unirlas a su espalda con un clic.
Ella trato de recuperarse, pero ya no podía mover sus manos, y sin ellas para apoyarse no tenía fuerza suficiente para resistirse a su atacante.
– ¿Qué?… ¿Pero de donde salieron estos grilletes? –pensó de nuevo confundida- no los llevaba antes… creo.
 

A pesar de todo siguió resistiendo cuanto le fue posible desde su vulnerable posición. Tanto que logró desesperar a su jefe.

– ¡Maldición! ¡Basta! Es hora de que vuelvas a sentir el verdadero poder de las zapatillas rojas –exclamó al apretar un botón del control en su mano- es hora de seguir condicionándote…
Al instante empezó a sonar muy fuerte en las bocinas una rápida melodía de música clásica: Las danza de las horas de Amilcare Ponchielli con un efecto inmediato en la de por si vulnerable joven.
En un instante sus pies se pusieron completamente de punta como si fuera una bailarina de ballet, sus piernas se pusieron rectas y tiesas, se enderezó y comenzó a bailar alrededor del escritorio dando saltos y pasos pequeños sobre las puntas de sus zapatillas de tacón rosas.
– Ooooh… pero ¿Qué es esto?… –pensaba aun impactada y sin entender lo que ocurría- Aaaahhh… y ¿Por qué… lo disfruto… tanto?
En una de sus vueltas X la detuvo y la guió hasta ponerla de nuevo boca abajo sobre el escritorio, pero esta vez la diferencia era notable, recostada como estaba la chica empezó a mover sus firmes nalgas, caderas y piernas al ritmo de la música, dándole al hombre un delicioso espectáculo. Se movía atrás y adelante, una y otra vez, guiada por la mano de su captor en su espalda.
– Nnnnnggg… ¡Basta! ¡Maldición, basta! –gritaba la chica tratando de controlar su cuerpo que seguía moviéndose salvajemente.
Sonriendo, X se acercó a ella, acompasándose a su ritmo paulatinamente, luego le levantó la falda, hizo a un lado con facilidad la delgada tira de tela de la tanga y en un sólo y diestro movimiento penetró a la linda pelirroja hasta el fondo con su duro miembro desde atrás, como si fuera una gatita.
– Ooohhh… ooooohhhh… oooohhhh… -sollozaba Patricia con cada embestida del hombre tras ella, mientras este acariciaba su femenina espalda, su esbelto cuello, sus nalgas paraditas, el placer de ella multiplicado por el poder de las zapatillas.
– Siii… Paty… eres tan deliciosa… -le susurraba X con la voz ronca de deseo. Pero para la pelirroja lo peor de todo era que en verdad lo disfrutaba.
– Siiiii… más rápido… aaaahhh… siiii… -gruñó sin poder controlarse, dominada por su lujuria potenciada por las zapatillas rojas. En ese momento lo único que deseaba la joven era gozar y alcanzar el éxtasis al precio que fuera.
Justo entonces su captor detuvo sus arremetidas.
– Ooooohh… ¡No pares, maldición! -le gritó poseída por el gozo.
X se limitó a sonreír observándola retorcerse, tratando de hacerlo continuar. Pero con las manos en grilletes, dominada boca abajo y sin agarre poco podía hacer.
– Ooohh por favor… lo necesito… -las zapatillas parecían hablar por ella- sigue… o moriré de deseo…
X siguió observándola complacido, todavía dentro de ella mientras trataba de moverse.
Desesperada, la joven apoyó todo su peso en el escritorio, levantó las piernas poniéndolas bien derechas y horizontales, con X aun acomodado entre ellas, y abiertas como estaban flexionó sus rodillas al máximo que le fue posible, consiguiendo colocar sus tacones contra los glúteos de su captor, lo que le permitió empujarlo, logrando que él la penetrara levemente.
– Por favor… -gimió suplicante y excitada a la vez que avergonzada de su débil voluntad.
– Muy bien Paty… eres toda una revelación… -dijo encantado su jefe mientras empezaba de nuevo a penetrarla, lentamente- tan lujuriosa y tan sumisa a la vez.
– Aaaahhh… siiii… -sollozó suavemente sin dejar de apretar a X contra ella usando sus tacones.
El hombre se movía cada vez más rápido al penetrarla, mientras la pelirroja jadeaba a la par empujando con su caderas contra las ricas embestidas de su macho, a la vez que con sus tacones empujaba a su captor hacia ella desde atrás.
– Oooohh… maaas… ¿Mi macho?… ¿Pero de donde…? Aaaahhhh… sigueeee…
El volumen de la música había aumentado y la pelirroja ya no se daba cuenta de las ideas que X la obligaba a aceptar hablándole al oído mientras la poseía salvajemente..
– Eso es… Scorpius es tu macho… tu dueño… -le decía en un tono cariñoso que contrastaba con la fuerza de sus acometidas.
– Mi… macho…  oooohhh… -susurró la joven mientras el hombre le besaba sensualmente tras el cuello.
– Tu cuerpo es una obra de arte… debe ser expuesto… para el placer de todos…
– Mi cuerpo… debe ser expuesto… para todos…
– Mmm… aaaahhh… si esclava… lo haces muuuuy bien…
– Lo hago… bieeeeen… -susurró sonriendo.
– Sobre todo debes lucir tus piernas y tus tetitas… tus ubres me encantan… así que deben estar siempre disponibles para mi gozo… -le dijo su captor mientras le daba un suave pellizco en su firme nalguita.
 

– Aaaaahhhhh… siempre disponibles… para tu gozo…

– Nnnnnggghhh… me vengo dentro de ti… esclava… ¡Vente ahora!… ¡Vente como nuncaaaaaaaahhhh! -gritó al fin su macho mientras se apoderaba de sus grandes y ya sensibles senos sobre el vestido rosa.
– ¡Aaaaaaaaaaahhhhhh! ¡Nnnnnnggghh! -al fin se vino espectacularmente la linda pelirroja, quedando desvanecida sobre el escritorio como un títere sin hilos, pero todavía lista para más condicionamiento en medio del sopor hipnótico causado por las zapatillas. Lentamente X sacó de la joven su miembro todavía duro, luego la hizo girar con delicadeza hasta ponerla de espaldas, sus ojos entrecerrados se notaban aun nublados por el deseo y la satisfacción, sus labios color rosa abiertos, la piel de su escote brillante por el sudor.
– Ah… avanzamos muy bien preciosa, serás una esclava perfecta -le decía suavemente X a la joven todavía obnubilada- sin duda eres particularmente vulnerable al poder de las zapatillas, seguramente por ser una chica dulce, sensible y naturalmente sumisa. Podría convertirte ahora mismo, pero eso no sería tan placentero o satisfactorio, así que me tomaré mi tiempo para hacerte mía.
– Mmm… -medio gimió la joven semiinconsciente.
Entonces su captor la levantó en sus brazos y llevó cargando a Patricia a su aposento, disfrutando en el camino del calor, la suavidad y el delicado perfume del voluptuoso cuerpo de su victima. Pero sobre todo disfrutando de su fragilidad… de encontrarse completamente indefensa y a su disposición.
– Si, será un verdadero deleite poseerte Paty… – susurró X mientras recostaba a la pelirroja en su cama y liberaba sus manos de los grilletes- aunque creo que debería empezar a pensar en un nuevo nombre para ti…
Su captor se inclinó sobre la joven y siguió condicionándola, dándole nuevas instrucciones que cada vez la hacían más manejable y obediente a su amo y al poder de las zapatillas rojas.
CONTINUARÁ
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“Paola” LIBRO PARA DESCARGAR (POR DANTES)

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Resumen:

Paola vive una vida de ensueño. Esta casada con Juan Pablo, un clasista y exitoso abogado, futuro socio del bufete más prestigioso del país. Ella sabe que su marido es celoso y durante una conversación casual le pregunta que haría si ella le fuera infiel; él responde que le devolvería la infidelidad 10 veces en venganza. Cuando Paola descubre que Juan Pablo es el infiel decide vengarse de la misma manera que él lo haría. Pero no lo hará con cualquiera, los afortunados serán aquellos tipos de hombre que su marido detesta. Cuidado, ¡Paola esta en pie de guerra!

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer CAPÍTULO: 

PAOLA
CAPÍTULO 1

Paola estaba casi lista; su vestido nuevo realzaba su figura como si fuera una segunda piel. Lo único que la demoraba era que no terminaba de admirarse frente al espejo de su dormitorio. Y no era para menos, pues esa noche debía ser la mujer más bella de la fiesta. Se celebraría el aniversario del bufete de abogados en el que trabajaba Juan Carlos, su marido, y él le había insistido en que ese evento sería muy importante para su carrera, porque influiría decisivamente en la posibilidad de convertirse en socio de la firma. Había agregado que no reparara en gastos para ser el centro de todas las miradas, y ella se lo había tomado muy en serio.
Pero se había complicado más de la cuenta para lograrlo. De su cuerpo no necesitaba preocuparse, pues concurría asiduamente al gimnasio de su tío. En cuanto al bronceado de su piel, le bastaron unas cuantas sesiones de solarium para adquirir un exquisito tono acaramelado. La complicación se produjo en la elección del vestido que usaría en esa fiesta. Como a toda mujer, le costó decidirse, aunque no por la misma razón que les cuesta a la mayoría de las mujeres —“Todo me queda mal”—, sino porque a ella ¡todo le quedaba muy bien! Su casi metro ochenta de estatura se erguía como una escultura de curvas perfectas, sus piernas eran largas y torneadas; su trasero, firme y espléndidamente formado; su cintura, muy fina y flexible; y sus pechos generosos, redondos y tersos parecían modelados por un eximio artista. Así, no era su cuerpo la causa de su indecisión, sino la dificultad de elegir acertadamente, entre todos los vestidos que le quedaban bien, el que pudiera convertirla en la invitada más deslumbrante del evento.
No sabía si usar un vestido corto o largo, ajustado u holgado, de colores fuertes o tenues, brillante u opaco, osado o recatado. Pasó tres días buscando en las mejores tiendas de la ciudad; todo la convencía, pero no lo suficiente. Ya casi se había dado por vencida cuando decidió ir al barrio San Esteban.
San Esteban era un barrio de negocios dedicados a vender ropa de importación y productos afines. Debido a sus bajos precios, sus tiendas eran frecuentadas por gente común y corriente, e incluso por las clases bajas de la ciudad. Juan Carlos, clasista y engreído como era, le había prohibido ir a ese sector. Pero Paola había conocido el barrio en sus tiempos de estudiante, y viendo que en las tiendas visitadas hasta entonces no encontraba lo que quería, decidió probar suerte ahí. En todo caso, Juan Carlos no tendría cómo saberlo.
Llegó a eso de las tres de la tarde. Recorrió varias galerías y visitó decenas de locales, pero ya eran casi las seis y no había tenido mejor suerte que antes. El único cambio que había percibido era que muchos hombres la miraban, y algunos descaradamente. Incluso había oído toda clase de piropos al pasar. Pensó que aquel barrio no solía recibir mujeres tan espectaculares como ella. En los lugares que frecuentaba habitualmente no la miraban menos, pero los que lo hacían eran más disimulados. Sin embargo, la situación no la incomodaba; siguió buscando su vestido ideal, dejando que la miraran cuanto quisieran; total, ella era sólo de su marido. “Recojan las migajas, que sólo Juan Carlos se alimenta de esta carne”, pensó orgullosa, y no pudo evitar sonreír al advertir que esa clase de comentarios eran típicos de su adorable pero siempre altanero marido. Recordó que precisamente esa forma de ser de Juan Carlos había provocado ciertos roces entre ellos al comienzo de su relación. El trato despectivo que descargaba sobre las personas humildes o de mal ver, a ella solía molestarle, y generaba discusiones y distanciamientos.
Estaba a punto de irse, decepcionada, cuando vio una tienda nueva en un entrepiso donde solían haber sólo sexshops. En la vitrina había dos vestidos que llamaron su atención, y decidió acercarse. Subió la escalera, y advirtió que para llegar a la tienda debía pasar ante otros negocios dedicados al sexo. Eso la incomodó bastante, pues junto a la baranda que bordeaba el entrepiso había dos tipos que ya habían clavado sus miradas en ella. “No seas tonta”, pensó, pues sabía que no había nada que temer: era un barrio popular, pero no peligroso. Lo que le molestaba era pasar ante tiendas dedicadas a vender juguetes eróticos, ropa interior altamente provocativa y videos pornográficos.
Siguió adelante, ignorando el silbido que dejó escapar uno de los hombres que la miraban. Llegó a la tienda, y vio que no sólo vendía vestidos de fiesta, sino también ropa interior de encajes y uno que otro juguete sexual. Junto a los dos vestidos que le interesaban había en vitrina sendos falos de goma que desviaron su atención por un momento.
Se preguntó si era correcto que una mujer decente entrara en una tienda como esa. Se moriría de vergüenza si algún conocido la viera visitando un antro así. Sin embargo, los vestidos eran realmente llamativos, muy diferentes a los que había visto antes. Uno le pareció muy sexy; era corto y de tela elasticada, rojo y anudado a la espalda. El otro era un vestido largo de color morado, abierto por un tajo que llegaba hasta muy arriba; su tela ligera caía elegantemente por las torneadas formas del maniquí. Miró disimuladamente a su alrededor; los únicos que la miraban eran los tipos que le habían silbado, simples desconocidos que no volverían a verla en su vida. “¡Al diablo!”, pensó, y entró.
Era un local algo oscuro, propicio para el negocio que parecía ser su fuerte. Había un cliente revisando unas películas XXX, tan absorto en su asunto que no se percató de la tremenda mujer que pasaba a unos metros de él. Al fondo, sentado tras un mesón, un viejo de barba hojeaba un ejemplar de Playboy. El sonido de los tacos de Paola hizo que se despabilara. Se levantó de inmediato; no medía más de un metro setenta, por lo que debió levantar su mirada hasta los ojos de su visitante.
Paola notó que los ojos del viejo la recorrían en una fracción de segundo, y experimentó una molesta sensación, que por extraño que parezca no le resultó del todo desagradable. Al recordarla después no sabría explicarla, pero fuera lo que fuera no la hizo dar vuelta atrás. Y en adelante se sintió como una tonta cada vez que le venía el impulso de salir corriendo de ahí. Se le ocurrió que la protección que le brindaba su buena vida la había vuelto temerosa.
―¿En qué puedo atenderla, señorita? ―preguntó amablemente el viejo, que parecía ser el propietario.
―Me gustaría ver los vestidos que hay en vitrina… el rojo y el morado ―dijo Paola, señalando los maniquíes.
―Los tengo en bodega; llegaron hace poco, y todavía no los he ubicado en las estanterías―. El viejo miraba alternativamente sus ojos y sus pechos.
Ahora Paola se sintió insegura, expuesta directamente a una inspección que le pareció invasiva. Sin embargo, el tono amable del viejo, incongruente con sus lascivas miradas, de alguna forma la tranquilizó. Se dijo que ese hombre era como cualquier otro, y que ella provocaba esas reacciones en el sexo opuesto. De pronto hasta lo compadeció, al pensar que nunca podría satisfacer su deseo de gozar a una mujer como ella.
―Pero voy a traer algunos de la bodega —agregó el viejo—. Vienen en tallas europeas estándar, y creo que la de los maniquíes le vendría a la perfección.
Se dio vuelta y desapareció por una puerta que había tras el mostrador.
Paola se quedó pensando en lo que había dicho el hombre: “La talla de los maniquíes le vendría a la perfección”. Esos maniquíes eran especiales para lucir ropa interior y trajes eróticos. No eran planos como los de las tiendas habituales, sino voluptuosos y torneados. Sonrió al darse cuenta que estaba tomando la curiosa comparación como un cumplido.
El viejo volvió con una gran caja de cartón, de la que extrajo dos vestidos empacados en fundas plásticas, uno rojo y otro morado.
―El probador está ahí ―dijo, indicando una cortina situada hacia el fondo del local. Paola se dio cuenta de que su voz revelaba cierta dosis de ansiedad.
No estaba en los planes de Paola probarse ropa en un antro como ese, pero le gustaban mucho los dos vestidos. Tras pensarlo un momento, los tomó y se dirigió al probador. Encendió la luz, corrió la cortina, y se encontró con un espacio limpio y bien iluminado. Se sorprendió al ver a un costado un espejo de cuerpo entero en perfectas condiciones; no se había imaginado un probador así en un sexshop.
Lo único que la seguía molestando era el tipo de gente que visitaba esas tiendas. Estaba a punto de desnudarse muy cerca de un tipo que estaba eligiendo una película porno. La curiosa situación le pareció cómica, pero le provocó ambiguas sensaciones. Era algo atrevido, algo que nunca había hecho, y de pronto derivó hacia una inesperada excitación, al imaginarse como la protagonista de una película erótica. ¿Qué pensaría Juan Carlos?, se preguntó. Seguramente no le gustaría nada. Pero ya estaba ahí; no echaría pie atrás, y su marido nunca lo sabría.
Cerró la cortina, colgó su cartera en un gancho y examinó el vestido rojo. Le pareció de una talla inferior a la suya, pero recordó que era elasticado; estiró la tela, y comprobó que daba bastante. Lo dejó en una banqueta y se quitó el vestido que traía puesto. Se quedó con su tanga y un brassier ligero que usaba en los días de calor. Se miró al espejo, recordó la comparación del viejo con los maniquíes, sonrió, imitó sus poses y se dio cuenta de que el hombre no estaba en absoluto equivocado. Tomó el vestido rojo y se lo puso con esfuerzo, ya que en realidad era pequeño. Le quedó a reventar en el trasero, y sus pechos parecían querer escaparse del brassier. El espejo le devolvía una imagen extraordinariamente provocativa, sus piernas largas y bronceadas tenían total libertad, puesto que el vestido apenas le cubría un par de centímetros por debajo de las nalgas. Le dio la espalda al espejo y se inclinó con el trasero en pompas; el vestido se le levantó, dejando ver la mitad de su cola desnuda, y el rosado de su tanga aflorando justo a tiempo para cubrir su intimidad. “Parezco puta”, pensó. Se divirtió posando un minuto más, y decidió probarse el vestido morado. No pudo ponérselo; era demasiado pequeño, y al no ser elasticado temió que se descosiera. Se volvió a vestir y salió del probador.
El viejo seguía tras el mesón. Paola lo notó diferente. Tenía los ojos un poco vidriosos, y se veía agitado.
―¿Cómo le fue? —preguntó al verla aparecer.
―Me quedan chicos —contestó ella, tendiéndole los vestidos—. ¿Tiene otra talla más grande?
El viejo buscó en la caja, sacó dos vestidos más y guardó los otros. Paola los recibió y volvió al probador. Sabía que el vendedor la seguía con la mirada, sabía que si se daba vuelta lo encontraría con los ojos pegados a su cola. Caminó felina y elegantemente, no supo qué la indujo a hacerlo, pero le gustó. “Soy la heroína”, pensó, “y las heroínas debemos proporcionar algún agrado a los necesitados de este mundo.”
Aunque el vestido rojo le quedaba mejor, seguía siendo demasiado provocativo. Pero el morado la fascinó: le quedaba perfecto. Ahora que lo tenía puesto, entendió por qué se vendía en ese tipo de tiendas. El tajo del costado, que originalmente llegaba hasta medio muslo, se cerraba sobre un velcro que podía abrirse hasta la cadera. Le encantó la idea de mostrarle esa singular propiedad a Juan Carlos cuando volvieran de la fiesta. No necesitaría sacárselo para mostrarle el esplendor de sus piernas y su trasero apenas cubierto por una diminuta tanga. Ensayó ante el espejo la abertura del vestido. Lo abría hasta la cadera, sacando su hermosa pierna por entre las telas, se daba vuelta, arqueaba la espalda y descubría su extraordinaria cola en pompas. “¡Fabuloso!”, pensaba mientras repetía la rutina. Estaba decidido: se llevaría el morado.
Salió satisfecha del probador. El viejo la miró con más descaro mientras recibía los vestidos.
―Me llevaré el morado ―dijo Paola, y le alargó su tarjeta.
―¿No le interesa nada más? ―preguntó el hombre, en tono insinuante―. Tenemos lencería muy íntima y exclusiva ―y señaló unos colgadores con tangas y brassieres de encaje.
Paola sintió que el viejo se tomaba demasiada confianza. Cómo podía ocurrírsele ofrecer ese tipo de prendas a una dama.
―No, gracias ―dijo con voz un poco cortante, sólo para darle a entender su molestia. Mal que mal, la desubicada en una tienda como esa era ella.
―Pero tenemos grandes ofertas…
—Lo siento; tengo poco tiempo ―lo interrumpió.
―Entonces déjeme darle una tarjeta; si la trae la próxima vez le haremos un buen descuento.
Paola no alcanzó a negarse, porque el viejo empezó a registrar los cajones del mostrador. Pareció frustrado al no encontrar lo que buscaba, le hizo un gesto a Paola para que lo esperase y traspuso la puerta que daba a la bodega. Paola lo vio avanzar por un pasillo que se bifurcaba un par de metros más allá, y seguir hacia el lado derecho. Entonces se le ocurrió que podía conducir a una habitación colindante con el probador que acababa de ocupar, y una oscura sospecha se instaló en su mente.
Escuchó que el viejo abría cajones y revolvía cosas. Al fin no pudo con el presentimiento que la atormentaba, y volvió rápidamente al probador. Se asomó adentro sin descorrer la cortina, y su temor se vio confirmado. Vio al viejo rebuscando en unos cajones justo detrás del espejo, que ahora funcionaba para ella como una ventana.
Al salir del probador ella había apagado la luz. Y el viejo, en su morboso entusiasmo, había encendido la del cuarto que estaba detrás, generando así el efecto contrario. Ahora era ella la que lo espiaba a él. La diferencia radicaba en que Paola no veía nada bueno al otro lado del vidrio, sino sólo a un viejo sinvergüenza que la había admirado furtivamente mientras se probaba los vestidos. “Menos mal que no me saqué el brassier”, pensó con rabia.
Volvió furiosa al mostrador, pero se dijo que no sacaría nada con hacer un escándalo. Ahora comprendía por qué el viejo parecía tan agitado. Después del espectáculo que había presenciado debía agradecer que no le hubiera dado un infarto. También entendió por qué le había entregado tallas más pequeñas, y se indignó más al recordar lo estrecho que le quedaba el primer vestido rojo—. “¡Hasta me incliné para mostrarle la cola!” ―maldijo para sus adentros.
Al fin el viejo volvió, con una expresión triunfal y una tarjeta en la mano.
―¡Sabía que estaban por ahí! ―exclamó mientras le entregaba la tarjeta―. Vuelva con ella y le haré un cincuenta por ciento de descuento en su próxima compra.
Paola reprimió todo lo que hubiera querido decirle a aquel viejo verde. Esperó que registrara la compra y le envolviera el vestido. Le pidió que le diera una bolsa sin el logo de la tienda, que era obscenamente erótico, y abandonó el local rápidamente.
Cuando llegó a su auto tiró la bolsa al asiento trasero, subió y golpeó con rabia el volante. “¡Maldito viejo caliente!”, exclamó para sí misma. “Le di el espectáculo de su vida, cómo se debe haber agarrado el paquete”. De pronto recordó su ocurrencia de sentirse heroína, y la invadió una tentación de risa.
Se sentía casi violada; ese viejo había disfrutado de su cuerpo sin su consentimiento. Pero había sido ella la que se había ido a meter en la boca del lobo. Había ido al barrio San Esteban desobedeciendo a Juan Carlos, y por si fuera poco, había entrado en un sexshop para comprar un vestido.
Poco a poco se fue dando cuenta de que lo que había pasado no era tan terrible, y que al final le había hecho un pequeño regalo a ese pobre viejo aprovechador. Al pensar que había sido víctima de un degenerado (y seguramente la mejor presa de su vida), se sintió en extremo deseada, y la recorrió un ligero escalofrió al recordar cómo se veía con el vestido rojo. Sacó de la bolsa la tarjeta que le había dado el viejo; figuraban el nombre de la tienda, la dirección y el teléfono. Sonrió, y la guardó en el bolsillo secreto de su cartera.

***

Paola seguía admirándose ante al espejo de su dormitorio. Lucia un bronceado increíble, el peluquero había hecho maravillas con su hermoso cabello, sabía que sus delicadas sandalias de taco alto hacían un juego perfecto con ese vestido morado adquirido hacía una semana en tan curiosas circunstancias, y se sentía la mujer más enamorada del mundo.
Recordó lo que le había ocurrido en el barrio San Esteban. Extrañamente, aunque al principio la sensación de exponerse le había incomodado mucho, ahora le parecía placentera. Se había convencido de que ella no tenía responsabilidad alguna en lo sucedido. No tenía la culpa de haber caído en la trampa de un viejo sin escrúpulos. Además, era obvio que nunca se habría mostrado semidesnuda ante otro hombre que no fuera su esposo.
―¿Estás lista? ―preguntó Juan Carlos, entrando en la habitación. Cuando vio a su mujer la miró asombrado―. ¡Guauu…! Te ves preciosa, hoy seré la envidia de la fiesta.
―Siempre eres la envidia de la fiesta, cariño, por lo menos para los hombres; para las mujeres soy yo ―dijo Paola, coqueta. Sabía que su marido era muy atractivo. Él también lo sabía, y eso duplicaba su arrogancia. Más de una vez había hecho comentarios que a Paola la hacían pensar que estaba seguro de poder llevarse a la cama a cualquier mujer, incluso a las de sus amigos. Eso a ella no le hacía ninguna gracia, pues, al igual que él, era bastante celosa.
―¿Qué harás si tus compañeros de trabajo me miran demasiado? ―preguntó, en tono juguetón. En realidad, quería saber qué le parecería a Juan Carlos ver a su mujer sobreexpuesta.
―Que miren todo lo que quieran ―y se acercó a ella―. Yo más tarde haré mucho más que mirar ―le susurro al oído, y la besó pícaramente en el cuello. Luego entró en el baño para hacerse el nudo de la corbata.
Su respuesta no dejó conforme a Paola.
―Hablando en serio, ¿no te molesta que me miren? —le preguntó desde el dormitorio.
―Eres tan bella que eres mi mujer —respondió Juan Carlos, con su habitual suficiencia—. Lo único que pueden hacer los demás es mirarte. Y mientras más te miran, peor para ellos —se asomó desde el baño y la miró―. Porque eres sólo mía, y siempre lo serás. De nadie más.
―No deberías ser tan confiado, cariño ―replicó Paola, con una maliciosa sonrisa― Nunca confíes en nadie.
―Oh my love, nunca confío en nadie. Por eso hasta tengo planeada una implacable venganza en caso de ser víctima de tan inexplicable… deserción ―dijo Juan Carlos, asestándole una sonrisa igualmente maliciosa, y volvió a meterse en el baño.
―¿Inexplicable…?
―¿Qué mujer puede necesitar otro hombre teniéndome a mí como esposo y amante?
Tanto engreimiento volvió a molestar a Paola. Pero la curiosidad pudo más que la rabia que empezaba a sentir.
―¿Y cómo te vengarías? Si lo has planeado, lo debes tener bastante claro, ¿no?
Juan Carlos salió del baño terminando de anudarse la corbata.
―Me desquitaría diez veces, con diez mujeres distintas. Pero no con cualquiera; buscaría a tu mejor amiga; después a la enemiga más acérrima de tu escuela; luego a la antigua jefa que odiabas; también al amor platónico de tu juventud, y me encamaría con su mujer—. Hablaba en tono indiferente, como queriendo provocarla, mientras se ponía su reloj y buscaba la chaqueta del esmoquin―. Continuaría con un par de amigas mías que sé que detestas; alguna prima lejana que apenas conozcas; buscaría alguna modelo famosa para que pudiera aparecer en todos esos programas de farándula…. Y bueno, las dos restantes serían una sorpresa.
Paola lo miraba sin decir palabra. Juan Carlos le devolvió una sonrisa ambigua, se le acercó y susurró en su oído:
—Pero no todo terminaría ahí. Me fotografiaría con cada una, y una noche, durante la cena, te entregaría todas esas fotos acompañadas de cartas que te demostrarían el amor que sienten por mí, y lo convencidas que están del amor que yo siento por ellas.
Juan Carlos sabía cómo hacer daño, se dijo Paola. Sus celos no pudieron más: le dio un fuerte empujón que lo hizo caer sobre la cama y se encerró en el baño. Oyó la risa de Juan Carlos, oyó que le golpeaba la puerta y le decía que no fuera tonta, que era sólo una broma.
―¡Pues no me ha hecho ninguna gracia! ―le gritó ella. A veces no soportaba las estúpidas ocurrencias de su marido. Además, resultaba difícil creer que hubiera inventado algo tan rebuscado en el momento. De seguro lo había pensado antes, y meticulosamente. ¿Con que era una broma? Pues ahora le tocaba bromear a ella.
―Te aconsejo que te vayas, o llegarás tarde a tu fiesta —le dijo en voz alta a través de la puerta.
―Vamos, mi amor, no lo hagas por mí; hazlo por todos esos hombres aburridos a los que les espantarás el tedio apenas te vean.
Siguieron así, entre súplicas masculinas y arañazos femeninos. Hasta que las ingeniosas ocurrencias de Juan Carlos hicieron que Paola saliera y le diera un par de besos de paz.
―Uf, guárdate para más tarde, querida, que las reconciliaciones en la cama son las mejores ―dijo Juan Carlos.
Terminaron de alistarse para la gran noche que se avecinaba.

***

Don Julio estaba regando su jardín. Era un poco tarde para eso, pero había tomado la costumbre desde hacía algún tiempo, pues a esa hora, ya oscuro, era más probable ver a la preciosidad que tenía por vecina. Así que mientras manguereaba sus escasas plantas y flores no dejaba de vigilar las iluminadas ventanas de la casa de al lado. Era un hombre algo obeso y ya mayor, estaba jubilado y vivía solo desde su divorcio. Siempre había tenido roces con su vecino, precisamente por el descaro con que miraba a su joven esposa. Era tal el nivel de intolerancia del marido, que nunca había cruzado palabra con su despampanante mujer. Sólo por otros vecinos sabía que se llamaba Paola; hasta el nombre lo excitaba.
Esa noche estaba especialmente caliente, y ansiaba fervientemente ver algo que le inspirara una buena paja antes de dormir. De improviso vio salir a la joven pareja, y supo que tendría material de sobra para su solitaria sesión erótica. Si al natural su vecina era una belleza, enfundada en aquel ajustado vestido se había convertido en una diosa.
La pareja caminó por su propio jardín hacia el auto, hasta cruzar frente a don Julio. Como era su costumbre, el viejo admiró a la escultural mujer que pasaba a unos metros de él, sin importarle que estuviera acompañada. Sin embargo, esta vez no pudo reprimir un resoplido al verla tan espléndida a la luz de los faroles, y eso colmó la paciencia de Juan Carlos.
―¡Tenga más respeto, hombre! ―le soltó al pasar.
―Tranquilo, vecino, tómelo como un cumplido ―dijo tranquilamente el viejo, sin dejar de regar sus plantas.
Don Julio era mañoso, pero bastante inteligente; nunca perdía la calma, y cuando hablaba lo hacía con sagacidad. Sabía que los arranques de rabia de su vecino ante su inalterable pasividad no hacían más que demostrar su dominio de la situación. Admirar descaradamente a Paola en las narices de su marido era una complicada estrategia en la mente del viejo. Quería que su vecina se sintiera desprotegida, que percibiera la debilidad en la ira de su marido, en contraste con la seguridad de un hombre de experiencia. Esperaba que su evidente superioridad hiciera mella en el instinto de hembra de la adorable joven. Las mujeres, por naturaleza, se sentían atraídas por el macho más fuerte, el macho alfa. Ese era el objetivo del viejo: que Paola “sintiera cosas” al ser admirada por un hombre más macho que su marido. En el fondo, sabía que no pasaba de ser una fantasía, pero disfrutaba imaginándose esas complicadas maquinaciones. Lo que no sabía era que su resoplido y la corta discusión con el marido habían estado muy cerca de cumplir su objetivo.
Paola tuvo una sensación similar a la que experimentaba cada vez que recordaba lo sucedido en San Esteban. Se sintió admirada y en cierto modo indefensa ante los deseos masculinos. No en especial ante los de su viejo vecino, sino ante los de cualquier hombre. Le había pasado días atrás con el propietario de un sexshop, que la había espiado ocultamente mientras ella se cambiaba de ropa en el probador. A ella no le cabía ninguna responsabilidad en eso, pero el hecho era que la había contemplado semidesnuda. Aquel senil degenerado se había excitado mirándola incluso cuando ensayaba poses ante el espejo. Y eso la volvía indefensa, pero a la vez más sensual y atrevida. Pensar que había expuesto su cuerpo para satisfacer los morbosos impulsos de un individuo incapaz de tener nunca una mujer como ella, le hacía sentir un placer extrañamente culpable. Y lo más raro era que recurría a ese recuerdo para hacer más placenteros los encuentros amorosos con su marido. Sin embargo, se mantenía tranquila; no se sentía responsable ni culpable por lo que le pasaba, y jamás le seria infiel a Juan Carlos. Pero no renunciaba a las nuevas sensaciones que había descubierto. Y no le desagradaba sentirse deseada por su viejo vecino.
Llegaron a la fiesta a eso de las once de la noche. Dejaron el auto en el estacionamiento interior de la finca y caminaron por los hermosos jardines que conducían a la mansión. A medio camino se cruzaron con un tipo muy moreno ―casi mulato―, vestido con ropa d trabajo sucia y que empujaba una carretilla. Tendría unos cuarenta años, y su rostro era huesudo y demacrado.
―Buenas noches, señor ―musitó al pasar.
―Omar ―dijo Juan Carlos, alzando una mano para que el hombre se detuviera―, estacioné el auto al costado derecho de la entrada, preocúpate de que ningún idiota me deje encerrado.
Había empleado el tono desdeñoso con que se dirigía siempre a la gente que consideraba socialmente inferior.
―Por favor ―dijo Paola.
Juan Carlos la miró extrañado, y le dio la espalda al jardinero.
―No te preocupes, mi amor, le pagan para eso ―dijo, sin importarle que el hombre lo escuchara.
Después de tanto tiempo, Paola había entendido que no servía de nada llamarle la atención por esos arranques de altanería. Además, esa era su noche, y no quería echársela a perder.
La mansión estaba toda iluminada. Ante la fachada había un grupo de personas ocupadas en recibir a los invitados. Ya en ese momento, Paola advirtió que su figura era como un centro magnético al que concurrían todos los ojos masculinos. Todos los hombres la miraban por igual, garzones, hombres de esmoquin y uno que otro chofer que había logrado colarse en el cóctel. Lo hacían de forma respetuosa y disimulada; los invitados, por su nivel de educación; los demás, por el temor de perder su trabajo. Pero ella lo notaba, y le parecía que sus sentidos y todo su cuerpo ansiaban esa admiración, la exposición a los deseos del sexo opuesto.
Juan Carlos saludó con extrema cortesía a una mujer madura que lucía un fastuoso vestido de corte renacentista, que hacía perfecto juego con las magníficas joyas que traía al cuello y las muñecas.
―Señora Ester, le presento a mi esposa, Paola Mecci.
―Mucho gusto, señora ―saludó Paola, extendiendo una mano.
―Ester De la Piane, el gusto es mío ―respondió la mujer, mirándola de pies a cabeza―. Sean bienvenidos, y disfruten la velada.
Entraron en el salón principal. Era muy espacioso, y tan alto que dejaba ver el segundo nivel, al que conducían dos fastuosas escaleras situadas a cada lado de la gran sala. Parecía sacado de un cuento de hadas, pensaba Paola mientras caminaban entre grupos de personas que disfrutaban de la conversación y de la música en vivo ejecutada por una orquesta instalada entre ambas escaleras.
―Un tanto estirada tu jefecita, ¿no? —le comentó a su marido.
―La gente con tanto dinero tiene derecho a serlo —replicó Juan Carlos.
Paola conocía los sueños de su marido. Llevaba dos años trabajando en el bufete jurídico del clan De la Piane. Una familia poderosa, cuyos negocios se extendían mucho más allá de una oficina legal. Sus miembros controlaban la flota naviera más grande del país, y eran importantes accionistas de los conglomerados más influyentes de Latinoamérica. Se explicaba así el ansia de su esposo por ser socio del bufete, pues ese ingreso le abriría innumerables oportunidades.
Se hicieron parte de la fiesta. Paola temía que su marido se irritara por las lascivas miradas de algunos hombres que parecían empezar a ceder a la influencia del alcohol. Pero Juan Carlos se dedicó a hacer vida social y a sonreírle a medio mundo. Se sintió orgullosa de su desplante y de la forma en que se desenvolvía entre tanto pez gordo. La presentó a un sinnúmero de hombres importantes que le besaban la mano, elogiaban su belleza y le pegaban un vistazo a su escote.
―Ahí viene ese pobre perdedor de Osvaldo ―le dijo de pronto Juan Carlos en voz baja, mientras un hombre bajito pero de aire estirado se acercaba a ellos.
Paola sabía a quién se refería: un compañero de oficina del mismo nivel jerárquico de Juan Carlos, y con análogas ambiciones. Más de una noche había escuchado las invectivas de su marido contra su archirrival y el enconado detalle de las sucias tretas con que trataba de ganarse la admiración de sus compañeros y el favor de sus superiores. Ella se lo había imaginado como un tipo de gran presencia, seguro de sí mismo, e incluso atractivo y varonil, ya que los únicos hombres de los que su marido recelaba eran los parecidos a él. Pero nada más lejos de esa suposición que el tipo que se les aproximaba: casi enano, con unos lentes de gran aumento sobre su rostro ratonil, y una incipiente calvicie que en vano trataba de disimular peinando ridículamente su escaso cabello.
―Juan Carlos, no pensé que me agradaría tanto verte ―saludó Osvaldo, con una controlada pausa en su afirmación, acompañada por una casi imperceptible ojeada al escote de Paola, que le quedaba casi al nivel de los ojos.
Paola creyó que su marido se alteraría, pero pareció no haber notado nada. De alguna manera, la actitud descarada y a la vez controlada del recién llegado le pareció en extremo presuntuosa.
—Lástima que no pueda decir lo mismo ―atinó a responder Juan Carlos, en un lamentable intento de parecer gracioso. Osvaldo le devolvió una carcajada que demostraba claramente su indiferencia ante el verdadero significado de la supuesta broma.
―¿Debo inferir que esta hermosa señorita viene contigo? —preguntó, dirigiendo a Paola una sinuosa sonrisa.
―La señora Mecci es mi esposa ―replicó secamente Juan Carlos.
―Vaya, qué sorpresa. Un placer conocerla, señora ―saludó Osvaldo, inclinándose afectadamente―. ¿Te das cuenta, querido Juan Carlos, de las compensaciones que nos ofrece la vida? Siempre en busca del equilibrio―. Los vivaces ojos de Osvaldo se fijaron ahora con descaro en el escote de Paola, y sin agregar palabra se retiró para saludar a otras personas.
―Qué curioso lo que dijo, ¿sabes a que se refería? ―preguntó Paola.
―Es su forma de decir que lo harán socio del bufete en vez de a mí ―repuso Juan Carlos, notoriamente incómodo.
Paola entendió, pero le pareció ver más allá que su marido en las palabras de Osvaldo. Además de sugerirle a Juan Carlos que él lo superaría en su carrera profesional, se le había insinuado a ella de tal forma que su marido ni siquiera se había percatado. Los ojos que había detrás de esos gruesos lentes se habían clavado intensamente en la hendidura de sus senos, escudándose en el sentido profesional con que Juan Carlos entendería sus palabras. Paola empezó a sospechar por qué Osvaldo provocaba el rencor de su marido, y sintió un escalofrío al recordar aquellos impertinentes ojillos recorriéndola.
La noche continuó de presentación en presentación. Paola conoció a compañeros y clientes de Juan Carlos, siempre con una sonrisa inmune a las miradas indiscretas de algunos de ellos.
Mientras conversaban con los Cerda, un matrimonio de ancianos dueños de una gran constructora y posibles clientes del bufete, Juan Carlos se excusó y la dejó sola, pretextando que debía ausentarse un momento para consultarle algo a uno de los ejecutivos superiores de la firma. Entonces Paola notó que el señor Cerda la miraba con cierta insistencia. Siguió haciendo el papel de esposa amable y simpática, pero cada vez las miradas del viejo se hacían más evidentes. Su mujer, ignorante del efecto que esa despampanante invitada producía en su marido, le hablaba a Paola de sus numerosos nietos, cuál de ellos más inteligente y amoroso. El señor Cerda agregó que su nieta mayor era toda una belleza, con un físico que parecía calcado del de Paola. Cuando dijo eso, la señora Cerda pareció darse cuenta de lo que le ocurría a su esposo, y no tardó en excusarse y llevárselo lejos de tan peligrosa tentación.
Y Paola se encontró sola, rodeada de desconocidos. Se acercó a la barra y pidió un jugo de frambuesa. Miró a su alrededor, tratando de divisar a Juan Carlos, pero donde fijara los ojos se encontraba con una mirada lasciva o una sonrisa insinuante de algún hombre de esmoquin, aparte de las miradas asesinas de las esposas, que se recomían de envidia por su físico y por la escasa atención que sus maridos les dedicaban.
“¿Cómo se te ocurrió dejarme sola en esta guarida de lobos?”, lo increpó mentalmente. Hasta el barman trató de iniciar un coqueteo que Paola cortó de inmediato. Se sintió tan incómoda ahí, expuesta a esa voracidad, que huyó al privado de damas. Tuvo que esperar un momento, rodeada de mujeres que esperaban su turno, pero al menos se procuró un alivio.
Cuando estuvo a solas en el baño, se sorprendió mirándose al espejo. En verdad no podía culpar a nadie por poner atención a la pronunciada hendidura que se formaba entre sus senos. Los tirantes del vestido se tensaban como sosteniendo dos gigantescas perlas; de perfil era notorio que a los tirantes les era imposible tocar la piel de su pecho, debido al volumen de su carga. Entonces empezó a cuestionar su decisión de haber elegido ese vestido. El escote era precioso, pero excesivamente audaz; demasiada piel a la vista, y sus delicados pezones apenas a un par de centímetros del borde de la tela. Sin embargo, se sintió excitada por su propia figura, algo que nunca le había ocurrido. Al verse tan hermosa y provocativa, al sentirse tan admirada y deseada, se dio la libertad de mirarse con otros ojos, y se encontró increíblemente sensual―. “No puedo esperar para estar a solas con Juan Carlos”, se confesó. Estaba ansiosa de descargar ese tumulto de impulsos que invadía su cuerpo. Sacó su celular de la pequeña cartera que llevaba consigo y marcó su número, pero los tonos de llamado le colmaron la paciencia. ¿Por qué no contestaba?
Salió del baño decidida a encontrar a Juan Carlos y convencerlo de que se fueran a casa. Ansiaba mostrarle las virtudes de su vestido nuevo. Buscó rápidamente en la gran sala y en otras habitaciones dispuestas para el entretenimiento de los invitados. Se asomaba fugazmente a cada una, esperando ver la estatura de su marido destacándose entre las demás. Pero su búsqueda fue infructuosa; no lo encontró en ninguna parte. Pensó que quizás estaría en alguna reunión privada típica de los hombres que no soportan que sus mujeres los escuchen divertirse a sus anchas. Pero su marido no era de esos, aunque posiblemente estaba ahí porque le convenía. Convencida de que pronto Juan Carlos la echaría de menos y la buscaría o la llamaría al celular, salió a los jardines con la intención de escapar de las lujuriosas miradas que la perseguían en todas partes. O simplemente a tranquilizarse, se dijo, pues se sentía tan acosada que empezó a pensar que todo ese asedio era en gran medida imaginación suya.
A esa hora, los jardines de la mansión se encontraban casi desiertos. Se vio rodeada de prados verdes, adornados exquisitamente con árboles delicadamente podados y muros de ligustrinas que trataban de imitar un laberinto natural. Senderos embaldosados con finas cerámicas permitían aventurarse en ambas direcciones para circundar la fastuosa residencia. Farolillos estratégicamente dispuestos hacían visibles ornamentales gráficas dibujadas en el suelo, e iluminaban esplendorosas flores desde los mejores ángulos posibles.
Paola se preguntó por qué no había reparado en esa magnificencia al llegar. Ahora no había casi nadie, sólo uno que otro chofer leyendo un periódico apoyado en alguna limosina. La música de la fiesta se escuchaba como un murmullo, mezclado con los sonidos naturales de la noche. El cielo estrellado la incitaba a recorrer los caminos del jardín; sin embargo, fueron las miradas de reojo que le lanzaban los choferes las que la convencieron de aceptar la invitación de aquella preciosa noche.
Como lo había imaginado, más allá de la primera curva, tras un alto seto, quedó completamente oculta a las miradas de cualquier extraño. Un cristalino rumor de agua la indujo a seguir el sendero de farolillos, deseosa de encontrar una fuente que estuviera a la altura de tan mágico edén. No tuvo que avanzar mucho más, pues al siguiente recodo surgió ante sus ojos una hermosa caída de agua, compuesta en parte por una estructura de mármol y en parte por un conjunto de rocas ornamentales. Justo al borde de la mansión la fuente adoptaba la forma perfectamente geométrica de los muros, y luego la de una caprichosa creación de la naturaleza repartida en finos riachuelos, que finalmente convergían hacia una alberca llena de flores flotantes.
Paola imaginó lo fabuloso que sería compartir con Juan Carlos ese espléndido espectáculo, y dar rienda suelta a los deseos que la invadían. Ahí, dentro de la alberca, cambiando su vestido por unas pocas flores que cubrieran lo justo, entregada a los besos de su marido sobre las rocas. Sus pensamientos la impulsaron a cruzarse de brazos por debajo de sus pechos, rodeándolos y apretándolos, notando que sus pezones resaltaban bajo la tela del vestido, como si le rogaran que los dejara zambullirse en aquella superficie esmeralda.
―Si su merced sigue este camino puede llegar a una laguna ―la interrumpió una voz rasposa a su espalda—. La señora de la casa cría patos y algunos cisnes.
Paola se sobresaltó, y al verse sorprendida en aquellos excitantes pensamientos se volvió avergonzada. Se encontró frente a un hombre delgado y extremadamente moreno, al que reconoció como el jardinero Omar.
―Si quiere, Omar puede mostrársela —siguió el hombre, con voz monótona—. Está apenas un poco más lejos de la casa.
Paola se quedó muda; aún se rodeaba los pechos con sus brazos, acentuando su escote y enmarcando sus erectos pezones como si se tratara de las flores de un cuadro.
―La noche está un poco fresca —agregó Omar—. Quizás la señora prefiera abrigarse antes de seguir su paseo.
Paola se dijo que acaso se burlaba de ella. Ese hombre había descubierto las pequeñas coronas de sus senos luchando con la tela de su vestido, ¿y lo atribuía al frío de la noche? Pero aquel sujeto no parecía como los demás. Su actitud era indiferente, y su mirada no se apartaba del paisaje, sin ningún desvío hacia su escote o sus piernas. De pronto Paola se dio cuenta de la posición que mantenía, rodeándose el torso con los brazos, y pensó que era natural que aquel hombre supusiera que tenía frío. Así como había pasado de la sorpresa a la vergüenza, para luego irritarse al suponerse burlada, terminó relajándose en una sonrisa ante la equivocada suposición del jardinero. “¿Frío? Todo lo contrario; estoy increíblemente acalorada”, le habría gustado confesarle.
―En verdad no tengo frío; la noche está bastante cálida ―respondió al fin―. Pero no creo que a estas horas se pueda ver algún cisne. Las aves se guardan temprano.
Se preocupó de sonar amable, para evitar que su sonrisa se interpretara erróneamente. A ese pobre trabajador ya lo había tratado despectivamente Juan Carlos al llegar, y no quería volver a hacerlo sentir mal.
―Le ruego a la señora que disculpe a Omar. Omar no pretendía interrumpirla ― repuso el jardinero, dirigiendo la vista al suelo, como avergonzado. Llevaba una vieja camisa de franela debajo de la sucia jardinera de trabajo, que se veía muy ancha y muy corta para un hombre tan delgado, al punto que daba la impresión de ser más alto de lo que era.
Debido a su nerviosismo, Paola no había reparado en el curioso modo en que se expresaba el hombre.
―¿Por qué habla como si Omar fuera otra persona? —le preguntó, algo confundida—. Usted es Omar, ¿o me equivoco?
―Omar le pide disculpas si le molesta cómo habla. Omar sabe que es raro, por eso prefiere estar solo―. El jardinero rehuía la mirada de Paola, como si no se atreviera a mirarla a los ojos mientras confesaba lo que consideraba un defecto.
―No me molesta; sólo me extrañó un momento. Pero ahora que me lo ha aclarado me parece normal; usted tiene pleno derecho a hablar como quiera.
La precariedad de aquel hombre despertó la compasión de Paola; recordó el trato que Juan Carlos le había dado, y se sintió culpable, aunque no le cabía ninguna complicidad en la actitud prepotente de su marido.
Incómoda ante el silencio del jardinero, tomó la iniciativa.
―Creo que aceptaré su invitación a visitar esa laguna; quizás tengamos suerte y encontremos algún cisne sonámbulo ―bromeó.
El hombre desplegó una cándida sonrisa, dejando en evidencia la falta de algunas piezas dentales. Paola se convenció de que aquel decrépito personaje sufría algún tipo de incapacidad mental, lo que aumentó su compasión. Pensó además que todos los tipos de esmoquin que estaban en la mansión la habían devorado con los ojos, mientras que Omar se había portado como un caballero. Decidió que ante la ausencia de su marido podía compartir unos momentos con aquel ingenuo jardinero.
Se dejó guiar hasta un frondoso cerezo cubierto de flores rosáceas, a partir del cual el sendero se bifurcaba en dos direcciones. Omar le señaló el que se alejaba de la mansión. Gracias a los farolillos que iluminaban el entorno, pudo ver a unos veinte metros múltiples brillos intermitentes; no supo distinguir si eran luces artificiales, o los reflejos de las estrellas en la rizada superficie de la laguna. Avanzó maravillada hasta la orilla, flanqueada por innumerables piedras de muchos colores. El jardinero se mantenía detrás de ella; por un momento imaginó que el pobre hombre aprovechaba su fascinación para admirarla a sus anchas. Pero rechazó tal idea, diciéndose que continuaba influenciada por la experiencia de la fiesta. “Omar se ha portado con sumo respeto. Incluso debería premiarlo de alguna manera”, pensó, y se inclinó como si lo hiciera inocentemente, dejando su cola en pompas para el presunto deleite de su modesto guía.
Siguió admirando el maravilloso paisaje nocturno, e ingeniándoselas para adoptar una que otra pose sensual como gesto caritativo hacia aquel desafortunado trabajador. De pronto volvieron los recuerdos del barrio San Esteban, específicamente la idea de sentirse una heroína erótica, y eso la motivó para seguir con su buena obra, y comprobar si era aprovechada por la “inocente víctima” a la que trataba de aliviar de una vida entera sin ninguna experiencia extraordinaria que pudiera recordar en sus noches de soledad. Así se las arregló para sorprender un par de veces a Omar mirándole las piernas y la cola, lo que no le molestó en absoluto. Mal que mal, aquel humilde mulato era un hombre, y ella le estaba haciendo un regalo; ¿a quién no le gusta que sus regalos sean apreciados y aprovechados por las personas que los reciben? Incluso se las ingenió para acuclillarse frente a unas rosas junto al jardinero, de modo que éste tuviera un primer plano de su desproporcionado escote. Y pudo detectar de reojo cómo Omar inclinaba la cabeza para admirar su generoso busto casi desnudo.
De pronto le volvieron las ansias de encontrar a Juan Carlos y llevárselo a casa. Se divirtió pensando en lo que había hecho con aquel pobre hombre, pero le remordió un poco la conciencia al admitir que esa experiencia la había excitado. Realmente se había excitado; no podía mentirse a sí misma. Y no sólo con Omar; todo se remontaba a lo ocurrido con el viejo del sexshop en que había comprado su vestido. Había continuado mientras era admirada en la fiesta, mientras mojaba su diminuta ropa interior con sólo mirarse al espejo después de escapar al baño. Y se había prolongado ahora, hacía un momento, con el espectáculo de lujo que le había brindado a aquel curioso jardinero.
¿Acaso eso la convertía en una mujer infiel? Era algo exclusivamente suyo, herméticamente íntimo; nadie lo sabría nunca. Entonces, ¿debía sentir culpa? Pero el hecho era que, debiera o no, la estaba empezando a sentir. Se dio cuenta de que con esas conjeturas no llegaría a ninguna conclusión. Lo que debía hacer era encontrar a su marido y largarse, y amarlo y desahogarse de una vez por todas de lo que estaba sintiendo. “Convierte todo lo que te parezca malo en algo fabuloso”, se dijo.
―Ya es tarde, Omar, debo volver a la fiesta —le advirtió al jardinero. Sacó el celular de su cartera y marcó el número de Juan Carlos, pero la llamada volvió a quedar sin respuesta—. ¿Dónde se habrá metido? —preguntó en voz alta, como hablándole a su acompañante—. Lo busqué por todos lados antes de salir.
―Puede estar en las salas privadas —sugirió el jardinero—. Si la señora lo desea, Omar la puede llevar a buscarlo ahí—. A Paola le hicieron gracia las ansias del pobre hombre por ayudarla. Seguramente quería permanecer un poco más de tiempo con ella, o quizás agradecerle el espléndido espectáculo que le había brindado.
―Sería imprudente irrumpir en esas salas buscando a mi marido —replicó—. Suponiendo que estuviera en alguna, creo que lo avergonzaría ante sus amigos si interrumpiera su reunión―. Y se encaminó por el sendero que llevaba de vuelta a la residencia, seguida por Omar.
―Las ventanas de las salas que le mencionó Omar dan a ese costado de la casa —insistió el jardinero, señalándolo—. Y la señora puede asomarse por ellas para ver si está don Juan Carlos.
Paola sopesó la idea. Podía volver a buscar a su marido en la fiesta: si lo encontraba, tanto mejor, pero si no, seguiría estando sola, y sin saber qué hacer con todos esos lobos acechándola. Por otra parte, si lograba ver por las ventanas en qué sala estaba Juan Carlos, podría esperar a que saliera, o por lo menos sabría en qué salón hallarlo, sin andar abriendo puertas a ciegas.
―¿Y si nos sorprenden espiando? ―le preguntó a Omar.
―Las ventanas dan al parque de setos, nunca va nadie por ahí a esta hora —respondió el hombre—. Y tienen vidrios esmerilados muy gruesos, que no dejan ver de adentro para afuera. La señora puede estar tranquila, no correrá ningún riesgo.
Habían llegado justo a un punto en que el sendero permitía acercarse a ese costado de la casa. Paola seguía dudando, cuando de pronto sintió que la áspera mano de Omar se posaba en su espalda desnuda, invitándola a seguir. “Otro detalle de este vestido”, pensó, “la espalda completamente desprotegida”. Durante un segundo se sintió ultrajada al ser tocada por un hombre como ése, pero se calmó al ver la candorosa sonrisa que le dedicaba aquel mulato; se dio cuenta de que sólo quería ayudarla. Entonces, para no hacerlo sentir mal, se dejó guiar en la oscuridad por entre los arbustos, pues ya no había farolillos que alumbraran el camino.
Omar la guío presionando suavemente la espalda de Paola con su callosa mano. Ella le permitió hacerlo, pues apenas podía ver dónde pisaba. Fueron recorriendo ventanas a oscuras, hasta llegar a una que se encontraba iluminada. Como el jardinero había dicho, a unos tres metros de la casa corría un largo seto que formaba una valla visual para cualquier espectador que se hallara en los alrededores.
Paola aproximó su rostro a la ventana para mirar. Pero el vidrio tallado no permitía ver lo que estaba pasando dentro de la sala.
―Tenía razón, Omar, los vidrios son un problema —dijo Paola en voz baja—. Parece que no podré saber si Juan Carlos está aquí.
―Si la señora mira por las uniones de los vidrios podrá ver bastante ―dijo Omar.
Paola decidió examinar más detenidamente la ventana. Se ubicaba a poco más de un metro del suelo, y estaba empotrada a unos treinta centímetros de la superficie del muro exterior, por lo que necesitó inclinarse un poco para inspeccionar de cerca los vidrios y comprobar lo que decía el jardinero. Adoptó así inconscientemente una pose muy sensual, con su espalda curvada y su cola en pompas.
Efectivamente, en la unión de los cristales que formaban las distintas figuras geométricas del ventanal, había finas terminaciones lisas que permitían ver el interior como si fueran pequeñas ranuras.
Paola miró por una de esas terminaciones, y quedó petrificada por lo que vio. Sobre un fino taburete de terciopelo se encontraba sentada la señora Ester De la Piane, recostada contra el muro de la habitación y con las piernas indecorosamente abiertas. Un hombre de esmoquin tenía metida la cabeza bajo su abultado vestido renacentista.
Paola se retiró bruscamente de la ventana, asustada ante la posibilidad de ser sorprendida espiando una escena tan escandalosa. Necesitaba irse de ahí de inmediato.
―Debo volver a la fiesta ―le dijo a Omar, con voz alterada. Temía que aquel hombre pudiera ver lo que ella había visto.
El jardinero pareció extrañado.
―¿El marido de la señora no está en esta sala? —preguntó—. Pero parece que no hay otra ocupada; es la única donde hay luz.
Paola se quedó inmóvil. ¿Sería posible? Aquel hombre… bajo las faldas de la señora Ester… ¡Cielos! Todos los invitados a la fiesta usaban esmoquin, incluido su marido… ¿Cómo poder distinguirlo? Con la cabeza oculta bajo ese vestido, haciendo quién sabe qué cosas entre las piernas de aquella prepotente mujer… Miró fijamente la ventana, y se abrazó otra vez inconscientemente, mientras la recorría un largo escalofrío.
―La señora debería tener un poco de paciencia —oyó que susurraba Omar detrás de ella—. Don Juan Carlos puede estar en un rincón, y quizás de pronto se levante y pase frente a la ventana…
Paola sintió que el jardinero volvía a posar su rugosa mano sobre su espalda, presionándola para que mirara otra vez por la ventana iluminada. Ella no se apartó, pero las dudas la atormentaban; tenía miedo de mirar, y miedo de irse sin saber. “¡No!, no puedo irme, no podría vivir con esta incertidumbre”, se dijo al fin. Volvió a inclinarse sobre el ventanal; esta vez el jardinero no retiró su mano.
La señora De la Piane seguía entregada al placer que aquel desconocido le producía. El rítmico vaivén de su vestido evidenciaba el entusiasta ajetreo de la cabeza perdida entre sus piernas. Era una mujer mayor —rondaría los cincuenta años—, pero la opulencia económica le había permitido conservar en cierta medida los atractivos físicos de su juventud. Tenía los ojos cerrados y los finos labios abiertos, como si estuviera desconectada de toda realidad ajena a su propio deleite.
Paola sintió una oleada de rabia contra esa mujer, principalmente porque el hombre que tenía a su merced podía ser su marido, pero también por la envidia que empezaba a provocarle. Qué daría por estar en una situación análoga; en su casa, y con Juan Carlos comiendo de su entrepierna.
Divagaba en esos pensamientos cuando advirtió que la callosa mano que Omar mantenía en su espalda empezaba a acariciarla, describiendo lentos y torpes desplazamientos sobre su piel desnuda. Absorta en el espectáculo que presenciaba, no se había dado cuenta de la osadía del jardinero. Al verse manoseada por aquel sujeto, y además en la sugerente pose que se había visto obligada a adoptar para espiar por la ventana, cogió la mano intrusa y la apartó de la forma más cortés que pudo, aunque sin perder detalle de lo que pasaba al otro lado del vidrio.
Vio cómo Ester De la Piane liberaba sus voluminosos pechos y empezaba a acariciárselos con salvaje lujuria. De pronto se llevó varios dedos a la boca, los humedeció y luego se pellizcó cruelmente los erectos pezones, como si tratara de compensar con una dosis de dolor las oleadas de placer que le provocaba el hambriento amante que tenía entre sus piernas.
Omar volvió a apoyar su mano en la espalda de Paola, pero esta vez ella la apartó sin darle tiempo para empezar sus caricias.
―Don Juan Carlos viene muy seguido por acá… —le susurró de repente el jardinero.
Paola se volvió a mirarlo, intrigada. El tipo tenía la mirada vidriosa, y esbozaba una sonrisa entre bobalicona y morbosa. A Paola le dio la impresión de que ahora podía compararlo con los lobos que había dejado atrás en la fiesta. ― ¿Qué sabe este palurdo? ¿Qué pretende?―, se preguntó.
―Omar siempre lo ve venir a visitar a la señora Ester… ―siguió el jardinero, volviendo a poner la mano sobre la espalda de Paola, y empezando de inmediato a acariciarla. Ella se la apartó de nuevo, ahora rudamente, y el hombre se calló.
―¿Qué es lo que sabes, Omar? ―le preguntó Paola, con voz trémula. El hombre no dijo nada, pero su mano volvió a posarse en su espalda.
La joven comprendió que no le entregaría la información gratis. Exigiría algo a cambio. ¿Cómo había podido equivocarse así con aquel retardado?
Las caricias recomenzaron; la callosa mano volvió a recorrer su espalda, como si fuera un precioso trofeo de caza. A Paola le entraron ganas de salir corriendo y olvidarse de todo, como si sólo hubiera sido una pesadilla. Pero no podía; debía saber, debía conocer la verdad, por el bien de su matrimonio.
―El señor Juan Carlos viene por lo menos una vez a la semana… ―continuó Omar. Sus curtidos dedos recorrían ahora la columna de Paola, seguían la forma de sus omóplatos, bajaban por su sinuosa cintura, incursionaban bajo la tela de su vestido. Ella miraba cómo el hombre seguía el recorrido de su mano con una concentración morbosa que nunca habría imaginado en un sujeto así. Ahora los ojos del jardinero se clavaban fijamente en la redondez de su cola obligadamente parada, emitiendo destellos inequívocamente pervertidos. Dentro de su angustia, Paola decidió que no necesitaba mirarlo para oírlo; resignada, volvió a espiar por la ranura del ventanal―. “Sólo es una mano… sólo una mano”, se repetía, tratando de consolarse.
―Casi siempre viene solo… A Omar le extraña… porque a las reuniones de trabajo de… de la señora Ester… vienen muchas personas… ―escuchó murmurar al oportunista jardinero. Su agitada respiración revelaba que le costaba enhebrar las ideas.
De improviso Paola vio que Ester De la Piane tomaba una fusta que estaba junto a la pared y asestaba violentos golpes a las nalgas que asomaban de su vestido. Esa morbosa escena de sadismo, y la torturante posibilidad de que el hombre castigado fuera su marido, hicieron que Paola dejara de oír al mulato que la manoseaba. Hasta que de súbito el jardinero aventuró un par de dedos por su curvilíneo trasero.
Apenas sintió ese contacto, Paola le apartó rudamente el brazo y le dirigió una severa mirada, para darle a entender que había límites que no le permitiría traspasar.
Omar pareció desistir de sus intentos, y Paola volvió a mirar por la ventana. Estaba segura de que la verdad estaba dentro de esa sala. Ya no le interesaba lo que le pudiera contar el oportunista sujeto. Si lo dejaba seguir tocándola era sólo para ganar tiempo, hasta ver con sus propios ojos el rostro de ese hombre sometido a una abyecta servidumbre sexual por Ester De la Piane.
La dueña de la mansión seguía golpeándole las nalgas con la fusta, mientras su rostro contraído evidenciaba el perverso placer que experimentaba. Paola casi no podía contener la excitación que la había rondado toda la noche. Y lo que estaba contemplando a través de la ventana empezaba a provocar estragos en su autocontrol.
Estaba decidida a negarle cualquier otro avance al jardinero, pero no podía ignorar lo que aquel insano estaba sintiendo, manoseando a una mujer inalcanzable para él. Y sabía que se moría de ganas de propasarse aún más… Al fin no pudo con toda esa carga. Las caricias de Omar, por muy torpes que fueran, cumplieron su cometido. Paola sintió crecer una tibia humedad en su entrepierna. Se mordió los labios para evitar los estremecimientos que su cuerpo solicitaba desesperadamente. Y ni se daba cuenta de que su preciosa cola se erguía cada vez más, como si respondiera a los acosos que la apremiaban más arriba.
Además, la escena altamente lujuriosa que estaba espiando le provocaba sensaciones opuestas que se potenciaban entre sí: la excitación de presenciar ocultamente el placer ajeno; la ira contra aquella vieja ricachona que humillaba de esa manera a su amante; el miedo de que ese amante fuera su marido.
Estaba perdida en esas contradictorias sensaciones cuando el misterio llegó a su fin.
Ester De la Piane alzó su vestido, dejando ver de espaldas al hombre que hurgaba entre sus piernas, y cogió una correa cuyo extremo pendía de su cintura. Estaba unida a un collar que el hombre llevaba al cuello; tiró de ella, y el individuo se vio retirado de su golosa tarea, como un perro apartado del plato que está devorando. Entonces la mujer le cogió la cabeza con las dos manos y le paseó minuciosamente todo el rostro por su vagina, empapándoselo con su secreción, mientras Juan Carlos lamía y se tragaba el abundante líquido que manaba de ese orificio.
Paola sintió que estaba viviendo una pesadilla peor que todas las que hubiera podido imaginar. Ahí dentro estaba el hombre con el cual se había casado, el amor de su vida, sometido como un animal al insano dominio de otra mujer. Logró controlar un grito de desesperación, las lágrimas inundaron sus ojos y corrieron por su rostro. Quería gritar “¿Por qué?” “¿Por qué, maldito mentiroso, te has metido con esa vieja, teniéndome a mí?” “¡Desgraciado, mil veces desgraciado!” Pero en el fondo sabía por qué. La ambición de su marido no tenia limites, y esa bruja del demonio había sabido aprovecharla.
La aplastaban la ira, la pena, la culpa. ¿Acaso ella misma no había alentado a Juan Carlos en sus ansias de escalar hacia la cumbre del poder, pensando que si él la alcanzaba ella compartiría su triunfo? ¿Y si no era así, si Juan Carlos quería ascender sólo él, para entonces desembarazarse de ella? Pero ¿cómo iba a ascender, si se sometía como un vil esclavo a las perversiones sexuales de su dueña?
Petrificada de angustia, vio que Ester De la Piane tomaba la mano izquierda de Juan Carlos y contemplaba el anillo de matrimonio que llevaba en su dedo anular, que se introducía ese dedo en su vagina y hacía que la recorriera por completo, sin dejar de mirar a su amante a los ojos. Al fin lo sacó, retiró del dedo el empapado anillo y se lo ofreció a su esclavo para que lo chupara.
Paola experimentó un vértigo de horror al ver la demencial escena. La depravada mujer volvió a tirar de la correa y le ordenó a su mascota que siguiera alimentándose de su secreción vaginal. “¡Quizás cuánto tiempo lo ha tenido lamiéndole y chupándole la zorra!”, se dijo, a punto de vomitar. “¡Y yo paseándome extasiada por sus jardines!”
Aun en medio de su espanto, pensó que parte del goce de esa bruja radicaba en saber que al hombre que tenía a su merced lo esperaba una bella y joven esposa, en la misma mansión donde ella lo humillaba azotándolo y obligándolo a lamerle la concha. El repulsivo ritual del anillo no le dejaba dudas al respecto. A esa gran puta la calentaba mancillar su matrimonio, y el pelele de Juan Carlos no sólo se lo permitía, sino que incluso era cómplice activo de aquel ultraje.
No supo si se debió a la ira o a su terrible congoja, pero Paola decidió que no iba a seguir ahí sin hacer algo, sin desquitarse de alguna manera de aquella traición. Sin molestarse en mirar a Omar, sin apartar los empapados ojos de la iluminada ranura, capturó la callosa mano que había apartado de su espalda y la posó en su espléndido trasero.
―Aprovecha, Omar, aprovecha —le ordenó, mordiendo las palabras y las lágrimas—. Véngame de Juan Carlos, tú sabes lo que está haciendo ese infame detrás de la ventana con la dueña de esta casa.
El jardinero respondió de inmediato, atrapando ansiosamente el exquisito culo que se le ofrecía, deslumbrado por el increíble regalo que le había caído del cielo.
Paola nunca pensó que esa noche iba a marcar su vida para siempre. Se resistía a aquel insufrible martirio tratando de convencerse de que estaba soñando; que el vil espectáculo que se desarrollaba ahí dentro no podía ser más que un error pervertido de su turbia imaginación; una pesadilla que le destrozaba el corazón. Cerró los ojos con fuerza esperando despertar, pero el descarado magreo del que era víctima destrozó sus esperanzas: era la vida real. Juan Carlos se humillaba como un puto cualquiera y ella entregaba su cuerpo a los indignos deseos de un canalla. No se explicaba cómo había subestimado tanto al jardinero; era obvio que desde un principio sabía dónde estaba Juan Carlos. Seguro que sus intenciones tenían por objetivo dañar al tipo altanero que siempre lo ninguneaba; pero cuando ella le había mostrado más de la cuenta…
Abrió los ojos cuando sintió el entusiasta mordisqueo en sus nalgas; los dientes se apretaban con calculada fuerza sobre la fina tela, atrapando sus carnes para luego zarandearlas como un cachorro de chacal jugando con su presa. Una de las ásperas manos de Omar se introdujo por el corte del vestido recorriendo su piel desde la pantorrilla a su tonificado muslo, abrazando sus piernas, atrapándolas y aferrándose a ellas como si su vida dependiera de ello.
Paola sintió ganas de gritar, de insultarlo y mandarlo a la mierda. Pero no, debía aguantar, buscó las fuerzas que sentía la abandonaban en la insana escena que protagonizaba su marido.
Juan Carlos había vuelto a ponerse en cuatro patas como un perro mientras la bruja De la Piane lo agarraba de la cabeza y le daba bruscos empellones de cadera contra el rostro, restregándole la concha de alto linaje por toda la cara. El semblante de la dueña de aquella fastuosa mansión irradiaba desprecio sobre el siervo que atormentaba y Paola podía leer el movimiento de sus labios: ¡Chupa!, ¡Chupa miserable!.
La ira y la envidia penetraron como un rayo que ilumina la noche en las entrañas de Paola. Indefensa frente a las lujuriosas sensaciones que la inundaban no podía negar las ganas de sentir el hambre de un macho en su entrepierna. ¿Por qué su hombre estaba allí adentro, comiéndole la zorra a esa vieja y no estaba con su mujer, con la entrepierna que sí era de él? Pero sus deseos tenían solución y la rabia no hacía más que destrozar los impedimentos morales y legales de su matrimonio. El deseo de venganza sedujo sus ansias como la serpiente del edén hipnotizó a sus presas. Mientras admiraba el dominio de la señora sobre su marido, lentamente, angustiada pero decidida, desprendió el velcro que limitaba el corte de su vestido.
El sonido propio del contacto de nylon mientras se desprendía congelaron los desesperados sobajeos de Omar. Este, incrédulo aún de su suerte, observó como a escasos centímetros la espectacular hembra que tenía a su merced, la esposa de aquel maldito abogado, deslizaba suavemente su vestido para dejar frente a él las posaderas más hermosas que jamás había visto. Ni en la televisión; ni en directo, en alguno de los antros asquerosos donde se podía permitir ir de vez en cuando, había admirado un culazo tan perfecto; adornado con un pequeño tanga con encajes que encintaba en forma soberbia aquel corazón formado por esas nalgas lisas y perfectas. Tiritando de deseo, alzó sus mugrientas manos para posarlas a un par de palmas sobre las rodillas de Paola y las deslizó con suavidad a la vez que encontraba un torpe beso contra la curvatura de una de las prodigiosas nalgas, justo ahí donde se encontraban, de tal forma que mientras saboreaba el dulce sabor de una de ellas, podía sentir el aterciopelado roce de la otra en su mejilla. Sus manoseos no tardaron en volverse más violentos y sus besuqueos se transformaron en lamidas babosas y descontroladas, dando espacio a hambrientos mordisqueos sobre la piel de las portentosas ancas de la joven esposa traicionada.
Las manos del jardinero se encontraron con los tirantes de la pequeñísima prenda interior de Paola. Y el aroma de la humedad de la fina tela atrapada entre las carnes de la joven hembra asaltó los sentidos del hombre, tentándolo a desnudar por completo aquella deliciosa intimidad.
Paola reaccionó casi por instinto, pese a los extraños deseos que afloraban en su cuerpo. Aún en su inconsciente era una mujer honrada, una mujer casada que no podía entregarse indiscriminadamente a cualquier hombre. Por si fuera poco, su atacante distaba mucho del tipo de hombre con que ella intimaría, a años luz de su estrato social y de un aspecto tosco y poco agraciado. Así que apenas se dio cuenta del intento de Omar de arrancarle su tanga sus manos atajaron las de él antes que pudieran cumplir su cometido. Asustada se dio vuelta quedando de espaldas al muro. Sin embargo, él siguió su movimiento como un depredador que no suelta su presa, manteniendo sus tenazas bajo el vestido pero esta vez abrasado de frente a la preciosidad que pretendía devorar.
―¡No!―exclamó Paola cuando vio las intenciones en los ojos del jardinero. Estaba oscuro, pero el brillo en las negras pupilas de la bestia no dejaban lugar a dudas: la deseaba.
―No Omar… no Omar―repitió el jardinero antes de lamer rápida pero delicadamente la barbilla de Paola―. Omar nunca ha estado tan caliente. La Señora está muy rica, sabrosa―esta vez deslizó su ansiosa lengua sobre los labios de Paola―. Y la Señora huele a celo. Omar olfateó entre sus piernas. Omar sabe. Omar quiere―. El jardinero se arrimó contra el cuerpo de la petrificada joven, clavando sus caderas, restregándole el erecto paquete de sus pantalones contra los muslos. Mantenía el vicioso agarre sobre el culo de su presa y usaba la fuerza de sus brazos para apretar contra sus embistes el hermoso cuerpo de la joven.
Atrapada junto a la ventana, asustada como pocas veces en su vida y con una descarnada lucha interior entre sus deseos de llorar y entregarse al placer, Paola se dejó hacer. Mientras sentía los impuros sobajeos sobre su cuerpo no pudo evitar dar un pequeño salto cuando la punta del paquete que arrimaban contra sus muslos chocó contra su entrepierna, apenas protegida por su húmeda ropa interior. Pensó en lo cerca que se encontraban el palpitante capullo que ansiaba abrir sus carnes y su traicionera vulva que inquieta parecía clamar que llenaran su vacío; apenas separados por la tela de un sucio pantalón de trabajo y el fino tejido de su tanga. La idea descompensó su resistencia, pero la pena y la rabia mantuvieron sus labios sellados ante la anhelante lengua que buscaba traspasarlos y entrar en su boca. Sin embargo, la lucha de la aguerrida invasora fue más fuerte y tuvieron que ser sus impenetrables dientes los que impidieran el asalto.
―No Omar, esto no está bien― apartó su rostro sintiéndose asfixiada.
―¿Y la Señora cree que lo que sucede ahí dentro está bien?―reclamó Omar mientras seguía punteando sádicamente el cuerpo que apresaba.― La Señora siente rabia. Omar siente rabia.― Y la lengua volvió a buscar la abertura de sus carnosos labios.
Esta vez la lengua volvió a ser delicada; era un mar de saliva extraña, pero hurgaba con cautela buscando la invitación de su boca. Paola buscó el significado de las palabras del jardinero y no pudo evitar encontrarles sentido: en efecto tenia rabia, mucha rabia, y si él la sentía o no, o el por qué la sentía ¿qué más daba?… De pronto sus deseos de placer encontraron la excusa perfecta alineándose con sus deseos de venganza. Abrió sus delineados labios y recibió dentro de su boca la babosa lengua de Omar, entrelazándola con la suya propia enredándolas en un beso lleno de ansias infames.
El delgado mulato era más bajo que ella, por lo que Paola debía inclinarse un poco para recibir sus ávidos besos. Hacía años que no besaba a otro hombre que no fuera Juan Carlos, nunca a uno de su edad o su aspecto, menos un desconocido. No le desagradó del todo. Había cerrado sus ojos para no mirarlo; pero pesé a lo delgado de los labios o al roce de su rostro sin afeitar, no pudo evitar una punzada de lujuria al recordar a qué tipo de hombre estaba dejando que la besara. Su aliento no era particularmente agradable; vino barato, seguramente un cigarro después de la cena, pero no lo culpaba, lo que estaba sucediendo era impensable para cualquiera de los dos hasta hace un momento, no había preparación para nada, solo desgracia, lujuria y aprovechamiento. Paola podía sentir como el maldito oportunista buscaba recorrer hasta el último rincón de su boca, golpeando su lengua con la suya, salivando como perro esperando que ella tragara sus fluidos y él los de ella. Y ambos lo hacían, producían y tragaban saliva en un contacto íntimo, húmedo y obsceno.
―Omar quiere… comer… ―interrumpió el jardinero, apenas apartándose, aún rosando los carnosos labios de Paola.
―¿Comer?―susurró ella.
― Comer de… de los hoyos de la Señora.
―¿Hoyos?―se apartó, intrigada.
Omar trató de voltearla tomándola de las caderas. Paola se resistió.
―No Omar, ya hemos llegado demasiado lejos. Soy una mujer casada. No puedo… no debo ser tu mujer.
―Usted no es la mujer de Omar. Usted, Señora, es la mujer de don Juan Carlos―la increpó Omar, y señalo la ventana.
Paola miró la ventana. Era cierto, su hombre estaba ahí dentro. ¿Qué estaría haciendo ahora?. Si se inclinaba saldría de la duda, pero eso significaba dejar su cola parada y su intimidad a merced del jardinero. La incertidumbre hizo mella en ella. Rabia, pena, desilusión y decepción provocaban una amargura tremenda en su corazón y no pudo evitar que las lágrimas volvieran a inundar sus ojos. Y aquel desgraciado pareció excitarse más aun. Pero debía hacerlo, cada cuestionamiento que había tratado de imponer esa noche había sido en vano, nada podía apartarla del camino de la verdad, ella necesitaba saber, no estaba dispuesta a quedarse con ninguna duda… costará lo que costará. Se inclinó sobre el vano de la ventana; se percató que Omar no permitió que se le cerrara el vestido, así que entregando sus íntimas carnes a su suerte adoptó la postura que le permitiría espiar dentro de esa maldita habitación.
La Señora De la Piane se encontraba sobre el taburete; su cuerpo mantenía un rítmico movimiento mientras su rostro, inundado de placer, gesticulaba gemidos y palabras incomprensibles. Su vestido de fiesta cubría casi por completo al hombre bajo ella, apenas se distinguían los pies de Juan Carlos y sus puños que, agarrados con fuerza a las patas del antiguo mueble, mantenían el equilibrio mientras saltaban sobre él. No había duda, el más íntimo acto entre un hombre y una mujer estaba siendo perpetrado allí dentro; algo que suponía reservado solo para ella, estaba siendo entregado a esa bruja y ella lo usaba como un juguete, ni siquiera mirándolo a la cara, sino que cubriéndolo como si el no fuera digno más que para servir obediente a los deseos de su dueña. ―¡Que humillante!― pensó Paola; no podía creer que su marido, el amor de su vida, pudiera caer tan bajo, usado como un puto.
Mientras veía asqueada como la Señora de la mansión disfrutaba de su marido, Paola sintió como Omar, cauto, como tanteando su resistencia, empezó a tiras de sus tangas deslizándolos por sus caderas. Supuso lo que venía, aquel pobre tipo la penetraría, introduciría su apestoso falo dentro de su cuerpo, no le importaría el dolor o la resistencia de su vulva, empujaría hasta tener toda su carne dentro de la suya. Luego la sacaría y la volvería a meter hasta hacerla sentir el choque de sus peludas bolas contra su piel. Imaginó como se enredarían los mugrientos vellos púbicos del jardinero con el escaso vello que ella mantenía como guardianes de su intimidad. ¡Dios!, a Juan Carlos le gustaba que se los dejara así. Pero ¿qué importaba ya?, él estaba ahí dentro siéndole infiel de la peor de las formas, ahora ella le devolvería la mano, se vengaría. ―Hasta lo disfrutaré―pensó, recordó el bulto que sintió cuando Omar la apretujo contra el muro; seguramente era grande, más grande que el de su marido. Seguro le dolería de entrada, ojala le doliera mucho, necesitaba algo de dolor físico. Reprimió sus impulsos de detenerlo, sus últimas dudas y sus temores, y permitió que la tela se deslizara entre sus nalgas, dejando indefenso el secreto de su cuerpo. Se forzó a seguir mirando como la bruja De la Piane usaba a su marido y se preparó para que la usaran a ella.
Su respiración se agitó, nerviosa ante la inminente penetración de aquel inmundo y traicionero individuo. Se concentró en lo que pasaba más allá de la rendija de la ventana. Esa maldita mujer seguir comiéndose a su hombre, revolviendo sus caderas o saltando sobre él. De pronto levantó lo justo su vestido para mirar el rostro de Juan Carlos. La vio sonreír entre maliciosa y lujuriosa, empalándose con fuerza sobre el cuerpo de su esclavo. Tomó la correa que le tenía al cuello y la agarró como una experimentada jinete mientras galopaba cada vez con más intensidad.
―Ya viene―pensó Paola, cuando sintió las nalgadas con las que Omar agarró sus nalgas para apartarlas, dejando su vagina en carne viva. Pero el empellón no llegó, sino que la misma lengua que se revolviera inquieta hacia unos minutos dentro de su boca, esta vez empapaba en baba su tierna y jugosa intimidad. El jardinero había embutido su rostro, lengüeteando con pasión descontrolada, besando su vulva como si besara los labios del amor de su vida. Paola nunca había sentido nada así; Juan Carlos lo hacía a veces, pero esa hambre, ese deseo… Podía sentir como Omar se tragaba hasta la última gota de sus secreciones, sin asco, sin otro objetivo que “comer” de ella.―¡Comer!―recordó que le había dicho, pues ahora entendía que era comer, y no le desagrado. Se mordió el labio, evitando gemir e hiso lo que pudo para mantener el control de sus caderas que ansiaban bailar con el sorpresivo invasor.
Impresionada como estaba, no pudo evitar preguntarse por los “hoyos”. No tardo en entenderlo. Era un vocablo vulgar sin lugar a dudas, pero directo al fin y al cabo, el hombre era directo, lo que decía lo hacía, sin juegos a la hora de manifestar sus deseos. Paola sintió como las caricias de labios y lengua del mulato se recreaban dentro de su vagina, chupando y tironeando su vulva de forma exquisita, para luego recorrer la sensible piel que separaba su intimidad de su ano, relamiendo el pirineo hasta llegar a su segundo “hoyo”, donde la intrépida lengua luchaba por introducirse. Y eso sí que no se lo habían hecho nunca. El sexo oral que le practicaba Juan Carlos era exclusivo para su vagina, además de recatado y breve. Ninguno de su cortísima lista de amantes antes de su matrimonio se había aventurado a esa zona tan íntima. Y ahora, aquel oportunista que se aprovechaba de su desgracia, “comía de sus hoyos” sin reparo alguno. Paola pudo sentir la fuerza de la erecta lengua de Omar introduciéndose apenas un centímetro ahí donde nunca nadie había entrado; no pudo resistir el impulso y paro la cola: quería esa lengua un poquito más adentro, solo un poquito más.
Aún sentía rabia, aún sentía pena, pero no podía negar que sentía rico ahí donde el torpe jardinero la besaba, ahí en su vulva y en su ano, sin respeto, sin asco; sino que con pasión, con hambre, con desesperación. Sentía como se bebía todos los jugos que sus partes íntimas dejaban escapar, y lo hacía con sumo placer. Paola se sorprendió pensando que tal vez aquel hombre se lo merecía, merecía tomarla y disfrutar de su cuerpo como él quisiera. De todas formas el dueño de ese cuerpo no lo apreciaba como debía; el muy idiota prefería dejarse humillar por una vieja clasista y depravada. Juan Carlos tenía la culpa, él la había puesto ahí, a merced del pobre negro chupador, dueño de una larga verga.
De pronto algo cambio en la escena que Paola contemplaba. La Señora De la Piane empezó con estertores de placer que sumado a las violentas embestidas que propinaba con sus caderas eran señal inequívoca de un intenso orgasmo. La dueña de la mansión disfrutó de largos momentos de placer que llenaron de lujuria y desprecio a la mujer de su esclavo. Paola contempló con lascivo odio como desmontaban a su marido y le quitaban la correa para meterla en un cajón. Luego, orgullosa, la Señora De la Piane había salido de la habitación, sin apenas despedirse del hombre que aún estaba de espaldas en aquel taburete, con el pene erecto fuera de sus pantalones, sin haber acabado, sometido exclusivamente al placer de su dueña.
Así se acabó el espectáculo. Juan Carlos no tardó en arreglarse y salir de la habitación. Apagó la luz al salir y, sin imaginárselo siquiera, dejó más en penumbras a su semidesnuda esposa con el jardinero de la mansión.
Omar notó que la ventana ya no brillaba y dando un último lengüetazo, que recorrió toda la vulva hasta el final de la raja del portentoso culo de Paola, se levantó, la tomó de las caderas y planto el hinchado paquete de sus pantalones sobre la intimidad de la hermosa joven.
―Llego la hora… de que Omar culeé… a la Señora de don Juan Carlos―susurró con evidente excitación.
Paola se estremeció. Dentro de la habitación ya no había nadie y el temor empezó a imponerse a la lujuria y al deseo de venganza. Ahora Juan Carlos estaría buscándola, preguntando por ella. ¿Cuánto tardaría en salir y averiguar con algún chofer que ella se había aventurado en los jardines? ¿Qué diría si la encontraba ahí?, inclinada para cederle su cuerpo a los embistes del miserable jardinero.― ¡Sácamela Omar! ¡Muéstrale a mi marido lo que es una verga!―gritaría para que Juan Carlos y todos los que lo siguieran la escucharan―. ¡Mira mi amor! ¡Esta sí que es una pichula de hombre!―se burlaría―. Ya me la estuve comiendo un rato, ¡pero es tan rica que no me aguanto!―y se agacharía, y se la metería en la boca, y la chuparía con la misma pasión que Omar le chupó a ella. Con suerte el mulato no aguantaría más y le echaría toda la leche en la boca. Así Paola podría lamer y engullir hasta la última gota de semen; ahí, frente a su marido y sus amigos― ¡Este si es un hombre!―gritaría con la cara llena de mocos.
Pero no, no era suficiente. Ese castigo no era nada comparado a lo que realmente merecía Juan Carlos. Diez veces había dicho, y se había dado el lujo de enumerar a las mujeres con que se desquitaría de ella. Y no solo se acostaría con ellas, sino que las convencería que estaba enamorado, humillándola de forma implacable. ¡No!, si solo le era infiel con Omar y permitía que la sorprendiera no sería nada; terminaría su matrimonio obviamente, pero al darse cuenta de donde estaban, justo fuera de la habitación donde él había servido a los viles placeres de la Señora De la Piane, entendería que solo se había entregado por despecho al retardado que tenían de jardinero en la mansión. Hasta la bruja se enteraría y se regodearía en ello la próxima vez que le dieran ganas de humillar a Juan Carlos.
¡Definitivamente no era suficiente!: debían ser diez hombres. Con respecto al detalle del amor, los hombres y en particular su marido no sienten como sienten las mujeres, pero ya se le ocurriría algo para compensar el dolor; sentía bastante desprecio como para inspirar su creatividad.
Se liberó del agarre de Omar.
―¡No Omar! Hoy no―dijo mientras se subía los tangas que habían quedado enredados en sus muslos.
Pero el jardinero no se mostró satisfecho.
―Omar lo hará. Ya no puede volver atrás. Omar culeará… por las buenas o por las malas―dijo con inusitada seguridad.
Paola lo miró, pensando a toda velocidad. ¿Omar la forzaría?, peor para sus planes, Juan Carlos no se debía enterar de nada esa noche. Decidió con la rapidez que solo la desesperación puede conceder. Echo marcha atrás, con elegancia volvió a bajar sus tangas, esta vez los llevó hasta abajo, dejándolos en el suelo, dio un paso al costado con cuidado de que no se engancharan en sus tacos, luego se inclinó sensualmente y los levantó terminando con la pequeña prenda colgando de uno de sus dedos.
―Tienes razón, Omar. Te lo has ganado. Ten esto, quiero que lo guardes como recuerdo. Será tu trofeo―susurró Paola de la forma más sexy que pudo.
El Jardinero sonrió, recibió el tanga y se lo guardo en el bolsillo. Luego tomó de las caderas a Paola y trató de darla vuelta de nuevo contra la ventana.
―Ande Señora… Omar quiere culear como perro―insistió el mulato al ver la resistencia de su presa.
Paola puso una mano en su pecho obligándolo a dar un paso atrás. Le sonrió coquetamente. Los faroles del jardín más allá de los setos atenuaban la penumbra y ella podía distinguir claramente el deseo depravado en el rostro de Omar, y necesitaba que él distinguiera la lujuria en el semblante de ella. Sin despegar la mano del cuerpo del mulato, se acuclilló lentamente frente a él, arrastrando su mano por la vulgar camisa de trabajo hasta llegar a su cinturón.
―Voy a servirte de perra Omar. Solo que antes quiero que pruebes mi otro “hoyito”―dijo provocadora, mientras se daba un par de golpecitos con el dedo índice en sus hermosos labios.
El jardinero no esperó a que Paola desabrochara su cinturón. Desesperado, con rápidos movimientos, él mismo soltó sus pantalones que, por lo delgado de su dueño o porque eran dos tallas más grandes de lo que deberían, cayeron hasta sus tobillos.
Paola sintió una chispa de curiosidad, si así se podía llamar, por ver lo que Omar traía guardado bajo los anticuados calzoncillos. Pero no tenía tiempo, debía actuar rápido y con seguridad. Se levantó violentamente y empujó al jardinero que cayó de bruces sobre el pasto. Al instante salió corriendo; después de un par de pasos se dio cuenta que no podría con los tacos, se sacó las sandalias y siguió a toda velocidad descalza.
No miró atrás pero de algún modo sabía que Omar no la seguía. Recordó como el jardinero había comido de sus “hoyos” y sintió lastima por él. Pero ¿quién sabe?, se dijo, quizá podría llegar a ser de los diez.
En pocos momentos reconoció el gran seto que marcaba el costado de la mansión. Doblando esa esquina ya estaría a la vista de todos los que estuvieran afuera, en frente de la mansión, la mayoría choferes esperando a sus patrones. Se detuvo, se aseguró de que el jardinero no la seguía, se puso las sandalias, arregló su vestido y su peinado como pudo y dobló el recodo digna como una dama. Había llorado y sabía que su maquillaje se había corrido. No quería que Juan Carlos siquiera sospechara, así que debía irse antes de que él la encontrara.
Se acercó al chofer más cercano y le inventó una emergencia, una pelea con su marido que no había terminado bien. Todos la miraban; si hubieran sabido lo que le acababan de hacer habrían hecho fila para llevarla a pasear por los jardines. El tipo hizo una breve llamada a su jefe, implorándole que le diera una hora para atender a una señorita en problemas. Apenas colgó, ante las envidiosas miradas de sus colegas, le abrió la puerta trasera de un lujoso auto.
A poco andar sonó su móvil. Era Juan Carlos que recién la llamaba. ¿Qué habría estado haciendo después de dejar aquella habitación? No quería saberlo, nada peor de lo que ella ya sabía. Inventó una jaqueca, una muy fuerte que no le permitiría tener sexo esa noche y que la había obligado a pedir un taxi para volver a casa ya que no lo había podido encontrar. Él le dijo que le compensaría el mal rato. Paola estuvo a punto de arrojar el móvil por la ventana.
El afortunado chofer se fue mirando todo el camino el espejo retrovisor. Paola le mostró más de la cuenta mientras su corazón roto sufría y su cabeza planeaba la venganza que cambiaría su vida. Estaba decidido: serian diez, solo quedaba elegirlos.

FIN CAPÍTULO 1.

 

Relato erótico: “Gracias al padre 3, estuve con la hija y con la madre” (POR GOLFO)

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Sin título1

Sin títuloLlevábamos viviendo quince días juntos. Cada uno se había adaptado a su papel, Lucia seguía castigando a su madre, por cualquier motivo, su venganza era cruel e inhumana. La obligaba a estar desnuda en la casa, con una collar atado al cuello como única vestimenta, y a dormir en el suelo a los pies de la cama. Yo por mi parte, en mi papel de hombre de la casa, novio, esposo o pareja, me acostaba todas las noches con esa estupenda mujer, pero no podía participar mas que de los castigos a Flavia, pero no hacer uso de esa perra, en la que la estábamos convirtiendo.
Me desperté a las tres de la mañana, con ganas de ir al baño. Al levantarme como la mascota fiel, en que se había convertido, la que hasta hace dos semanas era una señora, me siguió a gatas, esperando cualquier recompensa, una caricia, una sonrisa, o unas buenas palabras. Sabía que de su hija, nada podía esperar.
La situación era dantesca, yo, de pié, con mi pene en la mano, orinando, y ella, a cuatro patas, esperando cualquier orden de su amo. Empecé a acariciar su cabeza, estaba dándole a entender, que agradecía su fidelidad. Ante esa actitud de cariño, me pregunto:
– ¿Le puedo servir en algo? -, por su actitud sumisa, supe que se estaba acostumbrando a su nuevo estado.
-Cuando termine, quiero que me limpies-, le respondí.
No esperó a que terminara, e introdujo en su boca mi sexo, de tal forma que tuvo que beberse los últimos restos de mi orín, antes de proceder a dejarlo inmaculado. Era una maestra, después de asearlo con su lengua, se concentró en mis testículos, lamiéndolos y mordisqueándolos. Mi reacción no se hizo esperar, poco a poco fue creciendo en mi interior la calentura, mientras mi cuerpo reaccionaba bombeando sangre hacia mi pene. En su cara, pude observar la satisfacción de mujer, que ha conseguido excitar a un hombre.
-Cierra la puerta-, le ordené.
Una vez que me había obedecido, me senté con las piernas abiertas, para facilitar mas sus maniobras. Se arrodilló en frente de mi, y volvió a meterse mi miembro, en su boca.
-Mastúrbate, tú, tambien- dije.
No se lo esperaba, ya que tenía prohibido obtener placer. Como una loca comenzó a frotarse su clítoris, mientras no dejaba de incrementar el ritmo de la mamada. Llevaba mucho tiempo siendo usada, excitada y controlada, por lo que al dejar salir toda sus emociones, se corrió en seguida. La suya fue una corrida silenciosa, no se atrevía a gemir, para no despertar a su hija. De sus ojos, salieron unas lágrimas de agradecimiento, mientras de su cueva manaban litros de flujo, que recorrían sus muslos. La obligué a levantarse, y a montarse encima de mi. Mi sexo la empaló con facilidad, y sus pechos quedaron a mi merced. Estaban firmes, acerqué mi boca a ellos, un suspiro surgió de su garganta, cuando sintió mi lengua jugar con sus pezones. Su movimiento que empezó siendo suave vaiven, se convirtió en el de un tren a punto de descarrilar. Fuera de si, clavó sus uñas en mi espalda, coincidiendo con su segundo orgasmo. El dolor que sentí, la humedad de su entrepierna, pero sobretodo el morbo de estármela tirando contra la voluntad de Lucia, hicieron el resto, como un volcan exploté, mientras con mis dientes mordía su cuello.
Un sabor dulce inundó mi boca, donde esperaba ver las marcas de mi mordisco, habia una pequeña herida de la que manaba sangre. Como un poseso, empecé a beberla, mientras ella, se deshacía en placer. Era una sensación nueva, jamás la había probado, pero su sabor, me gusto tanto que no pare de sorberla hasta que paró de salir.
-Gracias-, me dijo, quitándose de mis piernas, y volviendo a ocupar su puesto, a cuatro patas, a mi lado,-¡Por favor!, no se lo digas a Lucia, ¡me mataría!-. Todo en ella, denotaba preocupación, con su cabeza gacha mirando al suelo, estaba implorándome ayuda. Decidí aprovecharlo.
-De acuerdo, pero desde hoy, eres de mi propiedad, obedece a Lucia, siempre excepto si yo digo lo contrario-, le contesté. Al oirlo, levantó su cabeza, y en su mirada supe que lo haría.
Salí del baño, Lucia dormía ajena a lo sucedido. Estuve a punto de despertarla, para continuar con mi noche loca, pero prudentemente decidí no hacerlo, no fuera a imaginar que esa noche era el segundo plato. Relajado, me dormí en seguida.
Me despertó la alarma del reloj de la mesilla. Cansado por las pocas horas dormidas, me levanté de mal humor, tras una ducha rapida, salí de la habitación. Al llegar a la cocina, el olor a café recién hecho me relajó, pero sobretodo la escena con la que me encontré.
Lucia estaba desayunando, desnuda mientras su madre postrada a sus pies, le hacía la manicura. Al verme, me saludo, preguntándome que tal había descansado. –Bien, es fácil, acostumbrarse a lo bueno-, le contesté mientras le acariciaba un pecho, – y tu, eres lo mejor-. No hay cosa mejor, para una mujer que levantarse con un piropo, y ella no era la excepción.
-Gracias-, me contestó.
Divertido, pensé que en menos de cinco horas dos mujeres me habían dado las gracias, eso sí, por motivos muy diferentes. El resto del desayuno, fue rutinario. Después de preguntarme que iba a hacer ese día, me comentó que ella se iba de compras y después a comer con su amiga Patricia. Como no me sonaba, me explicó que era la muchacha con la que habíamos cenado cuando nos conocimos. –La morena de ojos verdes-, recordé. Algo en mi mirada, la enfadó.
-Que ni se te ocurra, tenemos un acuerdo, durante un año eres mío-, me espetó, celosa e indignada.
Como no tenía ganas de discutir, salí de la casa, cabreado, sin mediar mas palabras. Me estaba cansando de sus celos y de su dominación. Yo no era su esclavo y se lo iba a demostrar.
La propia actividad del día, los problemas de los clientes, y los pesados de mis socios, con sus interminables comités, terminaron por hacerme olvidar lo sucedido. Solo en el trayecto de vuelta, pude empezar a maquinar mi respuesta. -Lucia es una muchacha resentida, bellísima, pero resentida-, pensé, -el haber perdido a su padre, le ha marcado para siempre. Su necesidad de dominio, no es mas que un reflejo de esa necesidad de autoridad paterna-. Si necesitaba autoridad la iba a tener.
Convencido de mis pasos a seguir llegue a la casa. Lucia estaba sentada en el sofá de la sala, el mismo en el que habíamos tenido nuestro primer acercamiento, hablando tranquilamente con su amiga.
-Hola, cariño-, dije mientras me sentaba a su lado y le daba un beso, -Tráeme un whisky que llego cansado-. No se lo estaba pidiendo, se lo estaba ordenando. En su cara se reflejó el disgusto, pero no quiso montarla enfrente de la gente, y a regañadientes se levantó a servírmelo.
-Ah, y de paso, unas aceitunas. No te preocupes que mientras tanto, yo entretengo a Patricia-, mi alusión a lo sucedido en la mañana, fue como si un rayo la partiera en dos. Estaba jugando con ella, y lo sabía.
Mi conversación con su amiga divagó sobre temas triviales, pero el volumen de mi voz, parecía que estuviéramos hablando de temas íntimos. No dejaba de observarnos mientras localizaba la lata, y me servía la copa, por la tirantez de sus movimientos, supuse que se estaba enfadando . Yo, por mi parte, estaba disfrutando.
-Aquí lo tienes-, dijo al volver con la bebida, tratando de aparentar ser una novia cariñosa-.
-Ves, Patricia, me ha tocado la lotería, quien iba a suponer que iba a ser una mujercita de su casa-, y dirigiéndome a ella,-pero siéntate en mis piernas, al final de cuentas, es como de la familia. Que no te dé vergüenza-.
-Pedro, Patricia me acaba de comentar que se tenía que ir, la acompaño a la puerta y vuelvo a tus brazos-, me respondió con una sonrisa. Su amiga, percibiendo que algo pasaba, cortésmente cogiendo el bolso se despidió de ambos.

-No hace falta que me acompañes, quédate con él, que no le has visto en todo el día-, dijo saliendo de la habitación.

El silencio se apodero del salón, espero a que el ruido de la puerta al cerrarse, lo rompiera para estallar en cólera.
-Pero tu quien te crees-, me gritó, a la vez que intentaba abofetearme. Como era algo que tenía previsto, le sujeté la mano con fuerza, impidiendo sus movimientos.
-Tu pareja, al menos durante un año, si no te comportas como una buena mujer, tendré que enseñarte-, le contesté, mientras la ponía en mis rodillas, boca abajo y empezaba a darle unos azotes, los mismos que su padre podría haberle dado. Me gritaba que la soltase, pero lejos de parar, sus gritos eran un acicate para mí, cuanto mas berreaba, mas fuerte le pegaba. Tras unos minutos de castigo, su rebeldía había desaparecido, solo sus llantos respondían al sonido de mis manos al castigar sus nalgas. Cansado, por el esfuerzo, la solté.
-Tienes suerte, que no esté tu madre, sino ella, también me hubiera ayudado-
Se levantó y corriendo se encerró en el baño. A través de la puerta, se oían sus sollozos, cansado de ellos, puse la televisión con la esperanza de no escucharlos. En ese momento, llegó Flavia.
Su hija la había mandado a por la compra. Nada mas entrar, se despojó de su vestido, dejando solo el collar que mostraba su estatus. Al ver que no estaba su hija, se relajó, y acercándose a mi, andando, me preguntó que donde estaba. Como única respuesta obtuvo el mismo castigo que su hija, una tunda de azotes. Sus gritos, hicieron que Lucia saliera del baño, preguntándome la razón del correctivo.
-Se ha atrevido a andar como un humano, no a reptar como la serpiente que es-, le respondí.
Lejos de enfadarse, sacó una fusta de un cajón, y comenzó a ayudarme. Mientras, yo la sujetaba, ella con saña la castigaba. Sus palabras fueron bálsamo para mi:
-Pedro es tu amo, le mereces respeto-
La situación me había puesto cachondo, y retirando a su madre me levanté, abrazándola, la besé. Mis manos torpemente intentaron, liberar sus pechos de la prisión, a la que le tenían sometida la camisa y el sujetador. Lucia no podía esperar y rasgando su camisa, los libró de sus ataduras. Imitándola, la despojé de su falda, de sus bragas, dejándola desnuda. No tuve tiempo, de llevarla a la cama, alzándola, la deposité sobre la mesa del comedor. Sus piernas se abrieron, deseosas de recibirme en su interior. Su gruta brillaba por la excitación, de un golpe me introduje dentro de ella. Gritó de placer, cuando coloqué sus piernas en mis hombros, prosiguiendo con mis acometidas. La posición permitía que toda mi extensión fuera absorbida por su sexo y que mis testículos como en un frontón rebotaran contra ella. Su respiración entrecortada, el sudor que le corría por sus pechos, descubrían a mis ojos su excitación. Flavia no pudo soportar la calentura y con ansia desesperada empezó a masturbarse. –Tendré que aplicarla un correctivo-, pensé, mientras mordía la pantorilla de la muchacha, clavándole los dientes en su carne joven. Su grito coincidió con mi primera eyaculación, usando sus pechos como sujeción, proseguí en mi cabalgada, mezclándose su flujo con el torrente que salía de mi pene. Sus movimientos se aceleraron, sus músculos pélvicos se contraían rítmicamente. Me estaba, literalmente, ordeñando. Exhausto, caí encima de ella, coincidiendo con su propio climax, el cual prolongué castigando con mis caricias su botón del placer.
Era mía, todavía no era consciente pero lo era. Había aceptado mi autoridad, y yo iba a ejercerla.
 

Relato erótico: “Maquinas de placer 07” (POR MARTINA LEMMI)

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Hacía ya un par de horas que Jack había partido hacia su trabajo y, sin embargo, Laureen seguía casi en la misma posición en que él la había dejado al marcharse.  Sentada sobre la cama y abrazada a sus piernas recogidas no dejaba de echar cada tanto inquietas miradas al androide que yacía a su lado.  Tal como ella le había pedido, Jack había dejado el robot en off pero, viéndolo ahora, dudaba acerca de si no era peor el remedio que la enfermedad.  El símil de Daniel Witt ya no respiraba; su formidable y hermoso pecho ya no le subía ni bajaba rítmicamente pero, paradójicamente, esa presencia inerte y carente de vitalidad resultaba aun más inquietante y hasta le producía algún que otro escalofrío.
El cuerpo, por supuesto, seguía siendo igual de bello pero adolecía de la ausencia de las miradas, tics, gestos y movimientos que le hacían sensual estando en funcionamiento.  Cada detalle de la experiencia sexual con el androide seguía aún presente en la mente de Laureen y había que decir, por cierto, que se había tratado de una experiencia sin parangón con nada: no se iba a mentir a sí misma tratando de negarlo.  Sin embargo, un poderoso deja vu hizo presa de ella con la llegada de la mañana, al experimentar otra vez una sensación de vacío muy semejante a la que le había seguido a su paso por el VR; juntamente con ello y tal como se lo expresara a Jack, la angustiante sensación de que su matrimonio se estaba cayendo a pedazos entre tanto placer de fantasía.
Clavó la vista en el portentoso miembro entre las piernas del androide; seguía siendo hermoso desde ya, pero lucía inerte y estático, lejos de esa “vida propia” que había percibido al tener sexo.  No pudo resistir, de todas maneras, la tentación de tocarlo y acariciarlo; estiró una mano para hacerlo, cómoda en la seguridad de ver al robot inactivo, lo cual, por otro lado, le libraba en algún punto de las culpas que tanto la atormentaban.  Deslizando  un dedo índice a lo largo del pene, ya no notó en el mismo ni calor, ni venas latiendo, ni sangre bullendo: ahora era sólo un mero apéndice; una extensión artificial y sin vida.  Aun así el roce con el miembro del androide tuvo el efecto de transportar su mente a las horas vividas durante la tarde y noche anteriores, haciéndole recordar con lujo de de talles cada momento y no pudiendo evitar volver a hervir por dentro ante la evocación: el solo recuerdo era suficiente para hacerle sentir al tacto el fabuloso miembro como si estuviese vivo…
Desvió luego la vista hacia el rostro del androide, bellamente dormido por haberlo así dispuesto ella, parecía aguardar la hora de ser activado nuevamente a los efectos de brindarle el máximo placer, aunque lo cierto era que Laureen no sabía a ciencia cierta si tal cosa volvería a ocurrir en algún momento.  De pronto ella dio tal respingo que casi la hizo caerse de la cama: le había parecido ver un extraño destello en las inexpresivas órbitas del robot casi al mismo tiempo que al tacto tuvo la fugaz impresión de que el miembro del robot se tensaba… Fue tal el shock que apartó su mano del sexo del Merobot como si hubiese recibido una descarga eléctrica para, luego, crispándola en un puño, ubicarla sobre su boca en clara muestra de terror.  El corazón le comenzó a latir con fuerza; bajó de la cama de un salto y, una vez de pie junto a la misma, mantuvo clavados en el robot sus estupefactos ojos buscando determinar cuánto de verdad había en lo que creía haber visto y sentido.  Temblando, miró al androide de arriba abajo y comprobó que permanecía sin cambio alguno: inerte, inmóvil, inactivo… ¿Habría sido su imaginación o alguna especie de reflejo mecánico por parte del Merobot?
Tratando de vencer el temblor incontrolable que dominaba sus piernas, buscó poner sus pensamientos en orden y le dio por pensar que quizás el enigma pudiera tener una respuesta de lo más simple, algo así como que Jack hubiera olvidado o simplemente ignorado su pedido de dejar el robot en off o bien que, no estando su marido aún ducho con el uso del control remoto, hubiera sólo apagado parcialmente el androide.  Rápidamente y sin dejar de mirar intermitentemente al robot sobre la cama, rebuscó con la vista por toda la habitación tratando de dar con el control remoto: ¿dónde estaba?  No se lo veía por ningún lado, por lo cual supuso que Jack podría haberlo dejado en la sala de estar.  Antes de encaminarse hacia allí, volvió a escudriñar hacia el robot: ninguna señal de reacción o movimiento alguno; ¿y qué esperaba después de todo?  ¿Se estaría volviendo loca entre tanta extravagancia tecnológica?  Fuera como fuese, sintió de pronto una incomprensible vergüenza por su desnudez acompañada de una incontenible necesidad de cubrir su anatomía con algo; tironeó de la sábana para dale tal fin pero no consiguió sacarla, aplastada como estaba la misma bajo el peso del androide.  Se vio obligada entonces a buscar  una a una sus prendas, las cuales se hallaban desparramadas por todo el cuarto; era tanto el súbito e incomprensible pánico que la embargaba que no podía dejar de mirar ni por un momento al androide mientras las iba juntando; una vez que lo hubo hecho y que consiguió más o menos vestirse, echó a andar presurosa y nerviosamente hacia la puerta de la habitación.
Al salir hacia la sala de estar comprobó que las réplicas de la conductora televisiva y de la top model “dormían” plácidamente sobre el alfombrado echadas una sobre la otra.  Se suponía que debían estar en off y quizás así fuera pero, sin embargo,  le daba la sensación de que una ligerísima y plácida sonrisa se dibujaba en los rostros de ambas.  La imagen resultó a Laureen terriblemente impactante y no podía serlo menos viendo a las dos bellas réplicas femeninas con las que su esposo había compartido tarde y noche “durmiendo” en su propia casa como si nada.  Laureen tenía de pronto la sensación de estar viviendo en un hogar invadido al cual habían ingresado demonios difíciles de exorcizar.
Halló sobre la cómoda sólo uno de los controles remotos y escudriñó por cada rincón de la estancia buscando hallar rastro de los otros dos pero sin suerte.   No tenía forma de identificar cada control remoto y, por lo tanto, no podía saber a cuál de los androides correspondía el hallado; no tenía ganas, por cierto, de ponerlo en on para comprobarlo.  Con el ceño fruncido se dedicó a estudiar el aparato y así advirtió que la parte inferior, junto al inconfundible logo de World Robots, aparecía el símbolo universal de la masculinidad tan utilizado en biología.  Sólo uno de los tres robots era “nene”, así que ya no cabía duda al respecto; en efecto y tal como ella lo requiriera, Jack lo había dejado en off.   La noticia, lejos de traerle alivio, aumentó su preocupación.  ¿Por qué entonces ese destello en los ojos y ese ligero endurecimiento en el miembro?  La única explicación era que ella estaba paranoica y atormentada por las culpas: no era muy improbable que estuviera entonces creyendo ver cosas que no existían y percibiendo sensaciones táctiles que no eran tales…  Fuera como fuese, sólo sabía que sentía un deseo incontenible de no estar en aquella casa…
Jack Reed seguía hojeando las distintas pantallitas que componían el manual de instrucciones del Merobot mientras Miss Karlsten permanecía sentada sobre el potro de tormento con expresión de aburrimiento y, tal vez también de abatimiento.  Ya él le había puesto ungüento sobre las marcas del látigo y el dolor iba empezando a quedar atrás.  El robot, en tanto, permanecía inactivo a un costado.
“¿Encontraste algo?” – preguntó ella, tamborileando con los dedos sobre su mejilla.
“Creo que sí – asintió Jack -.  Es por eso que resulta útil consultar el manual antes de poner en funcionamiento cualquier artefacto que uno compre aunque, a decir verdad, debo admitir que soy como tú, Carla… Jamás lo hago…”
“Bien, fuera tu arenga… ¿Qué es lo que dice?”
“Cuando el robot queda en off – comenzó a explicar él en tono pedagógico -, no está completamente inactivo sino que queda en stand by, lo cual significa que permanece condicional a recibir cualquier estímulo u orden que lo ponga en funcionamiento nuevamente.  Mientras está en tal situación, sus receptores sensoriales no están inactivos sino inhibidos, es decir que no perciben la gran mayoría de las sensaciones pero sí algunas, particularmente aquellas que exceden cierto rango de estímulo…”
“¿Traducido…?” – interpuso Miss Karlsten, con expresión aburrida.
“Hmm, yo lo interpreto de este modo: por lo que aquí dice el robot es capaz de darse cuenta en qué momentos nuestro organismo está sintiendo, por ejemplo, placer… o bien dolor…”
“Sakugawa me digo algo de neuro…”
“Neurotransmisores”. Claro: estando en on, el androide percibe la actividad en ellos, incluso la manifestación más ínfima; pero si está en off,  sólo capta los grados de actividad marcadamente altos…”
“Es decir… si el dolor es mucho…”
“Sí.  En ese caso, el robot reacciona y se reenciende: vuelve a posición on.  Y no sólo eso: cuando el robot está en off, también el resto de sus perceptores sensitivos funcionan a media máquina, incluso los auditivos…”
“O sea que si gritas mucho…”
“Digamos que lo despiertas…” – le cerró la frase Jack al ver que su jefa iba captando la idea.
Miss Karlsten resopló y entrecruzó ambas manos por encima de una rodilla.
“Entonces tenemos lo siguiente – concluyó la mujer -: se mantuvo inactivo mientras el dolor que me estabas infligiendo no era demasiado intenso, pero se reencendió de manera automática en cuanto mis gritos excedieron un cierto decibelaje o bien cuando detectó una elevada actividad en mis neuro…”
“Neurotransmisores… Sí, Carla; veo que lo has entendido”
Miss Karlsten giró la cabeza hacia el androide, el cual, puesto nuevamente en off tras el episodio de reencendido, volvía lucir inmóvil.
“Bien – dijo, en tono derrotista -; supongo que eso nos deja otra vez en donde estábamos al poner en práctica nuestro plan: no existe, al parecer, forma alguna de lograr que el robot brinde el tipo de placer que busco…”
“Sakugawa ya te lo había advertido, ¿ verdad? – le recordó él -.  Estabas perfectamente al tanto de que bien podía ocurrir lo que ocurrió…”
“Sí, Jack, pero… estaba pensando que quizás pueda haber otro camino…”
“No te das por vencida” – refunfuñó él con expresión de sorna.
“¡Eso nunca! – dijo enfáticamente ella blandiendo un enhiesto dedo índice -.  ¡Me conoces muy bien, Jack!  Pero… lo que pensé es lo siguiente: no podemos, al parecer lograr que el robot permanezca inactivo mientras soy golpeada, lo cual trae aparejado que entonces nunca podrá entender que yo gozo con ello.  Ahora, ¿qué pasaría si inmovilizásemos al robot privándole de actuar cuando quiera hacerlo?”
“Dios, Carla, qué terca eres – protestó Jack dejando a un lado el manual de instrucciones y llevándose ambas manos a la cabeza -.  No debería para esta altura sorprenderme tu obstinación pero lo sigue haciendo.   No sé cuántas veces me habrás acusado de obsesivo con las fantasías eróticas virtuales y ahora eres tú quien hace el papel de adolescente caprichosa que no va a parar hasta conseguir lo que quiere…”
“Sólo imagínate la escena – le interrumpió ella dando la impresión de ni siquiera estar oyéndole -: tú me azotas hasta llegar al punto en el cual mis neurotransmisores o como cuernos se llamen delaten mi dolor; en ese momento el robot entrará en funciones para tratar de detenerte pero nos habremos encargado previamente de que, llegado ese caso, no pueda hacerlo.  Al no poder moverse, tendrá que ver y oír de manera forzada el castigo a que me sometes… y así, tal vez detecte también fuerte actividad por parte de mis otros neurotransmisores: los del placer… De ese modo, por la fuerza, podrá entender que dolor y placer no son necesariamente conceptos contradictorios y que, por lo menos en mi caso, el segundo lleva al primero… ¿Cómo lo ves?”
“¿Cómo lo veo? – preguntó Jack con expresión somnolienta y apoyando un puño contra su mentón -.  Pues, lo veo como un plan inteligente, maquiavélico y… descabellado”
“Me quedo con lo de inteligente y maquiavélico – apuntó ella, sonriendo y guiñando un ojo -; lo tercero queda sujeto a comprobación empírica…”
“Okey, pero no cuentes conmigo esta vez… – se atajó Jack -.  Yo ya cumplí mi parte del trato y, además, no quiero pasar por eso nuevamente…”
Miss Karlsten le dirigió una mirada de hielo bien típica de su personalidad dominante y avasallante, en la cual, sin embargo, se advertía cierto deje de tristeza o decepción.
“¿Vas a decirme que no lo disfrutaste?” – preguntó, tomando a Jack con la guardia baja en virtud del prolongado silencio que éste hizo antes de contestar.
“Para decirte la verdad, lo disfruté endemoniadamente…” – dijo, por fin.
“Y se notó…” – apostilló ella, sonriendo con picardía.
“Pero… no sé, Carla… Cuando ahora lo pienso y trato de reconstruir el momento en mi cabeza, hmm, es como que siento que… ése no era yo…”
Apenas hubo dicho eso, Jack se reconoció a sí mismo pronunciando casi las mismas palabras que en la mañana oyera de labios de Laureen.
“Te equivocas, Jack… ÉSE eras tú… O tu parte oculta si lo prefieres”
Nuevo deja vu: ahora le tocaba oírse a sí mismo pero en boca de su jefa.
“Sea como sea, Carla…- dijo -, no… quiero volver a pasar por eso; es como que al recordar la situación tengo miedo de la bestia que me poseyó por un momento.  Además, tampoco tengo ganas de volver a estar bajo el escrutinio de un androide que no sé en qué momento pueda reaccionar ni de qué manera…”
“No te hizo daño, Jack, ni te lo va a hacer nunca… Está en su mandato posi…”
“Positrónico.  Carla…, no deseo prolongar esta discusión.  No digo que no lleves a cabo lo que te propones, pero no me cuentes a mí dentro de tu plan…. Busca a alguien…”
“¿Alguien? Ya te dije que eres la única persona en quien confío y, por otra parte, no es tan simple para una mujer de mi posición salir a la calle a buscar algún mozuelo que desee azotarme…”
“¿Recuerdas a Goran?” – preguntó él.
Revoleando los ojos como si intentara recordar, ella negó con la cabeza.
“El del Sade Circus” – especificó Jack.
“Hmm, es como que me suena ese nombre, pero…”
“El circo sadomasoquista, Carla… Hicimos un trabajo para ellos hace un par de años y logramos que cobraran una importante deuda de un productor que los había contratado…”
“¡Sí!  Ahora recuerdo… ¿Qué tiene que ver con todo esto?”
“Goran es un profesional en cuestiones de látigo, cuero y látex – apuntó Jack -, y siempre quedó muy agradecido por nuestros servicios.  Incluso nos dijo que contáramos con él para lo que fuese aunque, claro, no era fácil ni tampoco nos propusimos pensar en qué podríamos necesitarlo…”
“Creo que entiendo el punto… ¿Quieres recurrir a él para la demostración práctica ante el robot?”
“Pienso que sería una buena idea… Si estás de acuerdo, yo puedo contactarlo…, y no sólo eso…”
Jack hizo una deliberada pausa y Miss Karlsten se le quedó mirando.
“¿Y bien?  ¿Vas a decirme?”
“Me parece que además de recurrir a los servicios de Goran, podemos hacer algunas otras cosas: la idea se me ocurrió recién mientras leía el manual de instrucciones del Merobot.  No sólo podemos hacer que el androide perciba el placer que estás sintiendo al ser azotada sino además que no perciba tu dolor o que, al menos, lo perciba en menor grado…”
Miss Karlsten enarcó una ceja y levantó la vista.
“Sakugawa me advirtió que no debía tocar el cerebro del robot si a eso te refieres…”
“No hablo de tocar el cerebro en absoluto – explicó él -; conozco bien los riesgos.  Verás, no es que sea yo muy ducho en estas cuestiones de tecnología robótica, pero se me ocurrió que, si no podemos trastocar o distorsionar los mecanismos de procesamiento de la información en el cerebro del  robot, sí podemos quizás hacerlo con los canales a través de las cuales la información llega al cerebro…”
“Ajá… – asintió Miss Karlsten, frunciendo el entrecejo -, creo entender el punto, pero… ¿quién puede entender tanto sobre tecnología robótica como para lograr eso?  Si piensas en los técnicos informáticos que tengo trabajando aquí en el piso, olvídalo… Y, además, como te dije, no quiero involucrar a mis empleados en cuestiones que pudieran revelar secretos de mi privacidad…”
“No pensaba en ellos – repuso Jack, negando con la cabeza -, sino en un vecino mío…”
Con la mente dándole vueltas siempre sobre los mismos pensamientos, Laureen tardó más de la cuenta en salir a trotar ese día.  El ausentarse de la casa dejando dentro a esas tres criaturas mecánicas le producía sensaciones encontradas: por un lado, quería y necesitaba salir de allí, puesto que para ella la presencia de los Erobots lo imbuía todo con una cierta atmósfera indefiniblemente diabólica; por mucho que se esforzase en convencerse de que sólo eran máquinas, había algo en los androides que le producía un miedo difícil de explicar.  Pero por otra parte, y de modo algo paradójico, sentía que estaba dejando la casa en manos de “extraños” a los cuales sólo llevaba unas pocas horas de conocer.  Trató, no obstante, de vencer ese último temor y se dijo a sí misma que necesitaba llevar a sus pulmones un poco de naturaleza y aire libre entre tanto adefesio tecnológico que estaba invadiendo y poblando su vida conyugal.
Al trasponer el portón se encontró, como era no sólo previsible sino también al parecer inevitable, con su vecino Luke Nolan: él siempre estaba allí y Laureen no cesaba de preguntarse cómo se las arreglaba para coincidir siempre en el mismo sitio por mucho que alterase su rutina en cuanto a horarios; lo que ella no sabía, claro, era que Luke, gracias a sus juguetes, espiaba cada movimiento de ella y saltaba de su silla en dirección a la verja cada vez que los módulos espía llevaban a los monitores la imagen de Laureen Reed en musculosa y calzas yendo hacia la puerta con la más que evidente intención de hacer su corrida diaria.
“Hola, Laureen” – la saludó, tan estúpidamente como todos los días.
“Buen día, Luke… – le correspondió ella, tan esquiva como todos los días.
“¿Vas a trotar?”
La pregunta, claro, era idiota. 
“Así es” – respondió ella lacónicamente e iniciando un ejercicio de precalentamiento.
“¿Han comprado Erobots?” – preguntó él, a bocajarro y descolocando por completo a Laureen, quien detuvo su elongación por un momento y se le quedó mirando.
“Así es, ¿cómo lo sabes?”
Sonriente, Luke señal hacia el contenedor de residuos de la calle, por sobre cuyo borde sobresalían unos cartones de cajas de embalaje en los que se apreciaba claramente el logo de World Robots.  El rostro de Laureen cambió de color súbitamente: por un lado era un alivio el descartar que su vecino los hubiese estado espiando pero por otra parte se sentía como una niña pillada en una travesura que ni siquiera había sido idea suya.
“Jack los compró… – respondió, asintiendo con la cabeza -.  Una de sus tantas y locas ideas…”
“Pero pensó en ti – repuso Luke -.  De las tres cajas, una corresponde a un Merobot”
Laureen retomó sus ejercicios de elongación mientras su rostro se teñía con una mezcla de vergüenza y rabia: no dejaba de fastidiarle el hecho de que su molesto vecino anduviera hurgándoles la basura.
“Sí… – aceptó -.  Compró uno para mí también…”
“¡Qué bueno! – exclamó Luke en un tono de celebración al que Laureen interpretó como fingido -.  ¡Se ve que es un marido que piensa en ti!  ¿Y cómo fue la primera experiencia?…”
Sin dejar de elongar, Laureen le miró sin entender o bien sin poder creer la pregunta por lo metiche.
“Los Erobots – especificó él -.  ¿Qué tal funcionan?”
Laureen contó hasta tres y se contuvo para no mandarlo a la mierda.  Finalmente, optó por contestar del modo menos explicativo posible:
“No están mal – dijo -, pero… no es lo mío: no me llena…”
“¡Ay! – se lamentó Luke -.  No me desalientes… He encargado uno y me lo entregan en pocos días…”
Ella le miró; por cierto, no le sorprendía el anuncio: Luke era, después de todo, un vicioso de la masturbación… y cada vez estaba más convencida de que su esposo no le iba en zaga.
“Ah, ¿sí? – dijo, sin demostrar demasiado interés -.  No, Luke, no tomes mis palabras tan objetivamente.  Es cuestión de gustos, creo… A mí no me convencen pero a Jack sí…, y creo que a ti también pueden gustarte…”
Había una feroz indirecta en las palabras de ella pero Luke no la captó, ya que sólo atinó a sonreír tan tontamente como siempre.  Laureen, despidiéndose, se giró e inició la corrida matinal; él permaneció viendo cómo se alejaba, subyugado por la gracilidad de movimientos que realzaba sus atributos físicos.  Estaba en eso cuando su “caller” sonó.
“Hey, Luke, ¿en qué andas? – resonó la voz de Jack al mismo tiempo que su imagen ocupaba la pequeña pantalla del aparato -.  ¿Masturbándote, espiando a mi esposa o ambas?  Je,je… Escúchame bien lo que tengo para decirte – hablaba sin solución de continuidad y sin dejar siquiera la mínima chance de que Luke respondiera o siquiera pudiera intercalara alguna palabra entre las suyas -: mi jefa desea verte y hablar contigo; tengo un trabajo para ofrecerte y hay buen dinero, bastante más, tenlo por seguro, que el  que te dan por esos diseños gráficos… ¿Mañana como a esta misma hora te parece bien?  ¿Sí?  Te esperamos”
El Sade Circus estaba en una zona periférica de la ciudad por la cual daba miedo transitar al caer las sombras del anochecer.  Aun así, Jack enfiló hacia allí con su auto al salir de su trabajo con el objetivo de dar con su propietario y principal estrella: Goran Korevic o, como todos le conocían en el mundillo del sado, simplemente Goran… Moría de ganas por llegar a su hogar y reencontrarse con sus dos bellas Ferobots e incluso se preguntaba si Laureen se habría habituado finalmente a las nuevas presencias, pero cuando se trabaja para Miss Karlsten bien se sabe que parte del trabajo consiste en satisfacer sus caprichos, así que allí estaba.
Ingresar al domo era, ya de por sí, una experiencia sobrecogedora: bastaba apenas con echar un vistazo a aquel ambiente lóbrego y oscuro para que la piel se erizase y le invadieran a uno unas incontenibles ganas de largarse de allí, pero Jack bien sabía que Goran era buena gente y que, en general, todos quienes allí trabajaban, estaban lejos de ser psicópatas o asesinos.  Viendo el recinto y la escenografía, el circo resultaba, a todas luces, un absoluto anacronismo, una reminiscencia del pasado: el tipo de espectáculo que ofrecía había sufrido en las últimas décadas los durísimos embates de la tecnología en la medida en que la gente fue dejando de buscar fantasías eróticas en sitios como ése y prefirió, por el contrario, los mundos virtuales.  Sin embargo, los episodios por todos conocidos en relación con el VirtualRoom ( de los cuales el propio Jack Reed había sido actor privilegiado) habían traído como impensada consecuencia una cierta moda retro que condujo a algunos a volver a lo mundano y terrenal.  Lejos estaba, por supuesto, de reeditar el circo sus glorias del pasado pero lo cierto era que Jack recordaba haber visto aquellas gradas prácticamente vacías por aquellos días en que gestionaba el cobro de la deuda que un productor mantenía con Goran Korevic por condiciones contractuales no cumplidas; ahora, en cambio, al entrar al domo, no podía decirse que el lugar estuviese atestado de gente ni mucho menos, pero las localidades parecían estar cubiertas en un cincuenta o sesenta por ciento, lo cual hablaba a las claras de que el circo de Goran se había visto beneficiado con el fracaso del VR y, de algún modo, había cobrado una cierta vida cuando ya se lo empezaba a dar por muerto.  En ese sentido, no podía Jack dejar de preguntarse cuál sería el futuro de allí en más el futuro de aquellos artistas con la novedad de los Erobots revolucionando el mercado de consumo.  De momento, sin embargo, los androides eran caros, por lo cual se descontaba que los visitantes habituales del circo seguirían siendo, por algún tiempo, personas de bajo y medio poder adquisitivo, como también románticos compulsivos que buscaban bucear en emociones del pasado.  Y por otra parte, habida cuenta de las problemas que tanto Miss Karlsten como él estaban teniendo para conseguir que un androide azotase a una persona, había que concluir que al circo le quedaban todavía algunos años de vida, por lo menos hasta que World Robots lograra satisfacer esa parte de la demanda.
Era tanta la oscuridad que poblaba las gradas que había que tener sumo cuidado de no sentarse sobre nadie.  Una vez que los ojos se iban acostumbrando, podían verse aquí y allá personas de ambos sexos y de las más variadas edades que miraban hacia la pista del domo con ojos ávidos de sensaciones.  A las mujeres, muy especialmente, era común verlas en grupos, ya que posiblemente así encontraban una mayor tranquilidad de conciencia para sus bajas pasiones y preferencias: algunas eran claramente estudiantes universitarias o bien colegialas de secundario a juzgar por la indumentaria; otras, más maduras, parecían ser parte de alguna despedida de soltera u otro festejo grupal femenino.  En cuanto a los hombres, lo habitual era verlos en soledad y cuando estaban en grupos eran invariablemente jóvenes, normalmente amigos o compañeros de estudios.
Un redoble de tambor comenzó a resonar en el recinto al tiempo que un reflector iluminaba con una potente luz roja el centro de la pista.  Al descorrerse el grueso telón de fondo, aparecieron dos hermosas y pulposas mujeres enfundadas en cuero y con largas botas casi hasta la entrepierna, una de las cuales llevaba de una doble cadena a dos muchachas que, mordiendo un barral que les servía de yugo, marchaban a cuatro patas por delante de ella.  En cuanto a la otra, la única diferencia era que, en lugar de chicas, llevaba a dos muchachos, ambos, por cierto, muy bien dotados físicamente.  Exhibiendo una expresión de dominante malicia que rayaba en exagerado histrionismo, las dos mujeres llegaron al centro de la pista y, una vez allí y siempre guiando a sus “perros”, se separaron y fueron, respectivamente hacia cada uno de los extremos laterales de la misma.  De forma sincronizada, las dos hicieron bailar sus negras capas en el aire y, al tiempo que lo hacían, dos enormes antorchas se encendieron en el extremo superior de respectivos y larguísimos postes bañando con su trémula luz el recinto.  En el circo de Goran no había lugar para ordenadores ni efectos virtuales; todo era hecho a la vieja usanza, a mano y pulmón: un mundo, por cierto, bastante diferente y alejado del que más satisfacciones daba a Jack quien, aun así, respetaba y admiraba profundamente el profesionalismo mostrado por aquella gente.
Dos hermosas jóvenes completamente desnudas hicieron a continuación su ingreso a la pista; una vez en el centro de la misma, sus pies se despegaron súbitamente del suelo y sus cuerpos salieron despedidos hacia lo alto, quedando suspendidas casi contra la bóveda del domo del cual pendían sendas cuerdas a cuyos extremos había dos largos clavos que parecían atravesar de lado a lado los hermosos senos de las muchachas, las cuales comenzaron a girar cual si fueran remolinos de sensualidad mientras de entre la gente se levantaban los primeros murmullos y aplausos. 
La verdadera ovación llegó, sin embargo, al hacer su ingreso la estrella de la noche: macizo, panzón, barbado y con un cuerpo que hacía recordar más a un luchador de catch que a un atleta, Goran entró al centro de la pista ataviado con un pantaloncillo de cuero negro y botas hasta la rodilla, en tanto que una máscara le cubría el rostro hasta la mitad de la nariz y su capa flameaba en  la brisa viento que, con toda seguridad, provenía de algún ventilador oculto.  El circo de Goran era eso: había que tomarlo o dejarlo.  Era decadente o sublime según como se lo viese.
Llevando en mano un látigo de varias colas con bolas perladas en sus extremo, Goran lo hizo chasquear varias veces en el aire provocando que nuevas ovaciones se alzaran de entre la audiencia; de ese modo, él mismo construía el clima justo para su habitual presentación:
“Cuando esas dos bellas señorrritas que ven penderrr allá en lo alto, me prrreguntaron porrr qué les hago esto, mi respuesta fue… ¿y porrr qué no?”
Ciertos aspectos del montaje escénico habían cambiado, pero el parlamento de presentación de Goran seguía siendo el mismo que Jack había escuchado un par de años antes: el “¿y por qué no?” era, de hecho, su latiguillo de cabecera harto repetido e incluso podía leerse en grandes letras rojas a  la entrada del domo.  No por repetido hasta el hartazgo, sin embargo, su breve parlamento dejaba de ser efectivo ya que los presentes aplaudían a más no poder mientras las dos jóvenes seguían girando alocadamente en el techo.  El acento de Europa Oriental, por otra parte, contribuía a darle al hablar de Goran un toque de pintoresco encanto que lo hacía indudablemente atractivo para el público.
Haciendo gala de un bizarro histrionismo que manejaba a la perfección, Goran recorrió el perímetro de la arena haciendo chasquear su látigo muy cerca de quienes ocupaban las primeras filas y que, invariablemente, se hacían hacia atrás en un gesto reflejo. 
“Lo que van prrresenciarrr esta noche, señorrras y señorrres, no es hipnosis; no es magia: es el poderrr en su misma esencia… – recitaba Goran entre dientes pero a la vez a viva voz -.  Todos ustedes, sí, todos ustedes tienen dentrrro suyo dos hemisferrrios, uno de los cuales es dominante y el otrrro sumiso.  Hoy y aquí, verrran rrrota esa dualidad…”
Hizo restallar el látigo contra el piso y las antorchas se reavivaron lanzando sendas llamaradas que subieron hacia la bóveda del domo: el show de Goran estaba en marcha…
Se retiró en ese momento de la pista y sus apariciones se irían, de allí en más, intercalando con otros números a cargo de los artistas de su compañía: así, fueron pasando las obvias chicas que se acariciaban, se besaban o se azotaban, así como también los muchachos de atlético físico que simulaban ser gladiadores llevando encadenados a desnudos jovencitos que hacían el papel de esclavos; no faltaban la dominatriz con un “hombre perro” tan deshumanizado que costaba reconocerle como hombre ni tampoco los clásicos números de “bondage” o suspensión.  Pero todo ello sólo constituía el ornamento: los momentos más esperados y celebrados por el público eran los que tenían a Goran como protagonista, tal como lo demostraba la ovación en cada una de sus entradas a la pista.  En buena medida, el hecho de que Goran concentrase a tal punto las expectativas tenía que ver con que sus números eran los únicos en los que participaban miembros del público asistente.
La primera elegida para pasar al centro de la arena fue una muchacha de entre veintiocho y treinta años, de tacones, falda tubo y aspecto de ejecutiva; muy atractiva, por cierto, pero muy pacata para vestirse.  La joven no pareció mostrar temor cuando dos de las bellas asistentes de Goran la escogieron de entre el público y la guiaron hacia el centro de la pista; por el contrario, sonreía todo el tiempo.  Goran, fiel a la rutina de sus shows, la hizo presentarse ante el público y le formuló un par de preguntas bastante anodinas pero siempre con algún toque de humor o picardía; una vez cumplidas las formalidades hizo una seña a sus dos asistentes, quienes acompañaron a la jovencita hacia un gran disco de madera maciza que, puesto en forma vertical y llevado sobre ruedas, una tercera muchacha se encargó de traer hacia la pista; fue inevitable que a la mente de Jack acudieran imágenes  del bunker secreto de Miss Karlsten en el cual había una estructura muy semejante.  Eficientes, serviciales e invariablemente sonrientes, dos asistentes se encargaron de ubicar a la chica del público de espaldas contra el gran disco de madera para, seguidamente, atarla de muñecas y tobillos, con los brazos estirados y las piernas abiertas.  La tercera asistente se acercó a Goran trayéndole un látigo; a la distancia, no le parecía a Jack que hubiera en el mismo nada diferente a cualquier otro látigo, pero al aguzar la vista notó, no sin sentir un escalofrío, que el látigo tenía a su extremo una pequeña pieza metálica en forma de estrella muy semejante a los shuriken utilizados por los antiguos guerreros orientales o practicantes de armas marciales…
Las dos asistentes que se habían encargado de atar a la chica desplegaron un gran lienzo blanco que colocaron enfrente a Goran.  Éste, con singular maestría, hizo bailar el látigo en el aire y luego lo dejó caer contra la tela, cortando la misma de arriba abajo sin necesidad de que hubiera un segundo latigazo.  Tal como Jack había supuesto, la estrella estaba dotada de filo.  El público, claro, aplaudió el número y también lo hizo Jack, aun cuando su semblante fuera ahora de preocupación… La chica del público, de hecho, dejó de lucir tan sonriente y su rostro cambió radicalmente de color hacia un profundo pálido como producto del creciente terror…
Goran Korevic se ubicó frente a ella y, lanzando una efectista carcajada que resonó de manera cavernosa en el domo, hizo chasquear el látigo en el aire; Jack no podía despegar la mirada de la escalofriante estrellita de metal que destellaba al extremo del mismo.  Cinco pequeños globos se inflaron súbitamente como si le hubieran crecido a la madera: los primeros en aparecer lo hicieron junto a las axilas de la joven, más precisamente en los respectivos ángulos cóncavos que se formaban al tener los brazos estirados. Otros dos emergieron en el hueco que se formaba a ambos lados de la cintura y el restante… bajo la entrepierna…
La joven se puso todavía más nerviosa: se removió en el lugar e, inútilmente, tironeó de las ligaduras.  Desde su lugar, Jack tragó saliva y comenzó a sudar: si, como se veía, el número de Goran consistiría en reventar los cinco globos con el extremo del látigo, la situación revestía un alto nivel de dramatismo considerando la excesiva cercanía entre los pequeños globos y la humanidad de la muchacha.
“¿Piensan ustedes, querrrido público – preguntó a viva voz Goran girando hacia la concurrencia – que Gorrran podrrrá rrreventar los globos sin tocarrr a esta herrrmosa joven?”
“¿Y por qué nooooo????” – respondieron a coro y al unísono la gran mayoría de los presentes recurriendo al latiguillo clásico que siempre utilizaba quien en ese momento era la estrella principal de tan singular espectáculo.
Goran volvió a girarse hacia la joven; por lo que se advertía en la parte inferior del rostro, no cubierta por la máscara, ya no sonreía sino que parecía buscar poner la mayor concentración posible en un acto que se avizoraba como extremadamente difícil y riesgoso…  El látigo describió un par de fintas en el aire, lo cual contribuyó a incrementar tanto el suspenso como el terror en los desorbitados ojos de la muchacha, quien permanecía muda pero parecía, a la vez, estar reprimiendo un grito de espanto que pugnaba por salir de su garganta.  Con prodigiosa destreza y asombrosa rapidez, Goran hizo caer el látigo cuatro veces sin dar siquiera tiempo a que la muchacha llegara a asimilar nada.  Cuatro de los globos, de manera ininterrumpida, reventaron al contacto con la estrellita metálica, quedando así sólo el de la entrepierna.  La chica bajó la vista con evidente nerviosismo y temblando de la cabeza a los pies mientras un silencio sobrecogedor se adueñaba del recinto; un último latigazo disparado con idéntica maestría que los anteriores dio cuenta del único globo que quedaba, dando así lugar a un cerrado aplauso que bajó desde las gradas.  La joven, por su parte, recorría con la vista cada parte de su cuerpo, no pudiendo creer seguir aún en una pieza.
Hasta allí, no obstante lo extremo del número bien, no había de todas formas nada que revistiera demasiada diferencia con un espectáculo circense tradicional, a no ser, claro, por el shuriken.  Pero lo que vendría a continuación iba a demostrar que se había tratado sólo de una aperitivo.  Acercándose a Goran por sus espaldas, una asistente le vendó los ojos.  La muchacha participante, inmovilizada contra la madera, abrió los ojos aun más grandes que antes.
“¡No! ¡Nooo!” – clamaba, al borde del sollozo.
“¿Y por qué nooooo????” – respondieron algunos a coro desde las gradas siendo acompañados por la risa generalizada.
Jack tosió y casi se ahogó; recordaba haber visto algunas funciones de Goran Korevic en el pasado pero nada medianamente similar a lo que, en apariencia, estaba por hacer.  Una vez que tuvo los ojos vendados, el maestro de ceremonias volvió a hacer chasquear el látigo en el aire; hasta allí no había forma de saber cuál sería exactamente el objetivo de los eventuales latigazos puesto que ya no había más globos para reventar: lo único que quedaba contra la madera era la bella humanidad de la jovencita con aspecto de empleada ejecutiva quien, una vez más, forcejeaba en vano para librarse de las ligaduras.  Con la vista vendada, Goran arrojó su primer latigazo, el cual hizo que el shuriken recorriera de arriba abajo el abdomen completo de la muchacha e, increíblemente, le abrió por completo la blusa sin dejar marca alguna sobre la piel.
Un “ooooh” contenido y prolongado bajó brotó de la concurrencia, lo cual, sin embargo, no logró tapar el grito de terror que lanzó la joven al momento de sentir la brisa del látigo sobre su piel.  Respirando tan trabajosamente que parecía estarse ahogando, vio con sus hermosos y estupefactos ojos cómo Goran arrojaba hacia ella un segundo latigazo, el cual, esta vez, pasó rozando su hombro izquierdo, aunque una vez más y casi milagrosamente, sin hacer daño en la humanidad de la muchacha, sino desgarrándole la tela de la blusa y cortando incluso uno de los breteles del sostén.  La chica, no cabiendo en su incredulidad, giró rápidamente la vista hacia su hombro en la seguridad de que vería un riacho de sangre bajando del mismo; no sólo no fue así sino que, mientras miraba, un nuevo latigazo le rozó el hombro derecho y el sostén cayó dejando sus generosas pero pálidas tetas de empleada ejecutiva al aire.  En las gradas, la multitud, obviamente, enloqueció…
El siguiente número revistió menos peligro para las ocasionales participantes pero mucho más morbo.  El propio Goran se encargó de elegir para participar en el mismo a un trío de hermosas mujeres que ocupaba la segunda fila de butacas a las que, por las edades, no costaba identificar como madre e hijas.  La madre tendría entre cuarenta y cuarenta y cinco años, pero era dueña de un físico privilegiado y admirable para su edad; las dos chicas, que no le iban atrás ni un ápice en belleza a su madre, tendrían respectivamente veinte y dieciocho años.  El hecho de que fueran madre e hijas era un detalle obviamente buscado de manera deliberada por Goran, conocedor del morbo que tal circunstancia solía despertar en el público; y, en efecto, su percepción no falló: bastó que el bello trío femenino ocupara el centro de la pista para que arreciaran los chiflidos de aprobación y  comentarios libidinosos a viva voz.  Como era rutina, Goran les preguntó sus nombres y luego, haciendo una vez más gala de su habilidad para despertar morbo en los asistentes al espectáculo, preguntó a la madre dónde se hallaba el padre de las niñas en ese momento; cuando la mujer contestó que estaba trabajando por cumplir horario nocturno, el coro de gritos y aullidos se incrementó aun más y Goran sonrió con la habitual malicia de que cuadraba al personaje que tanto le gustaba caracterizar. 
Las tres damas pasaron a ocupar el centro de la pista y de inmediato fueron bañadas por la roja luz del reflector, lo que les provocó una súbita sensación de exposición mezclada con indefensión.  Sabedor del nerviosismo que las embargaba, Goran les caminó alrededor y, mientras lo hacía, una de las asistentes le alcanzó en mano un látigo de cola bastante más larga que el utilizado momentos antes pero que, para alivio de Jack y seguramente también del tembloroso trío, no tenía objeto filoso alguno en su extremo sino que más bien éste se abría en una especie de doble tentáculo terminado en lo que parecían ser dos ventosas.  Goran les dio a las mujeres un par de giros caminándoles en derredor; en las tres se apreciaba, facilitado por sus cortas faldas, un cierto temblor en las piernas.   Sin dejar de mirarlas por un instante, el maestro de ceremonias hizo restallar el látigo en el aire provocando en las tres un respingo que casi les hizo perder el equilibrio; una fuerte expresión de pánico se apoderó de los rostros de las tres damas, lo cual no era, desde ya, algo fuera de lo común en el Sade Circus ya que todos quienes asistían o eran invitados a participar de los distintos números gustaban de excitarse con el sabor de la adrenalina, tanto ajena como propia.
Goran, siempre a espaldas del trío, hizo restallar el látigo contra el piso a escasos centímetros de los tacos de las tres participantes, provocando que éstas dieran tal brinco que hasta se despegaron del piso.  La concurrencia, por supuesto, rio, festejó y aplaudió: el  ver a madre e hijas en tal estado de indefensión pareció funcionar como una inyección para la excitación colectiva.  Goran ordenó a las tres que colocaran sus manos a la espalda y de inmediato sus tres hermosas asistentes reaparecieron en escena para, sin dejar de sonreír, proceder a atarles fuertemente las muñecas a las participantes.  Al sentirse, de ese modo, aun más desvalidas, el temblor de piernas se vio incrementado nuevamente y, de manera muy especial, en la madre.  Goran volvió a sonreír con su habitual malicia pues bien sabía que estaba logrando el primero de los efectos buscados: el miedo.  Caminándoles una vez más alrededor, se plantó frente al trío y recorrió con la mirada a cada una de ellas; flotaba tal suspenso en el recinto que sólo se escuchaban el crujir de la capa al ondear y el crepitar de las antorchas allá en lo alto.
Goran alzó el mango del látigo y lo colocó a la altura del mentón de las tres mujeres, cuyos rostros lucían cada vez más pálidos; recién entonces pudieron éstas advertir que el mismo tenía la anatómica forma de un falo, un enorme miembro masculino.
“¿Les excita, putas?” – preguntó Goran y su voz, gracias al micrófono inalámbrico que llevaba junto a su boca, resonó en todo el domo aumentado varias veces por el sistema de sonido del lugar y generando un eco sobrecogedor.
Ninguna de las tres contestó.  Las dos jovencitas, visiblemente nerviosas, bajaron la cabeza al piso con vergüenza en tanto que la madre, tratando de sobreponerse a su no menor vergüenza, le echó a Goran una mirada de hielo: buscaba, obviamente, lucir segura y sin quebrarse pero, claro, ése era precisamente el juego hacia el cual el astro principal del Sade Circus la arrastraba; juego que, por cierto, era el que más gustaba en jugar.
Acercando el mango del látigo a una de las hijas, se lo apoyó bajo el mentón obligando a ésta a levantar la cabeza y mirarlo a los ojos; la muchacha, por supuesto, sólo dimanaba terror de los suyos.
“¿Te excita, putita?” – preguntó.
Las rodillas de la muchachita comenzaron a temblar mucho más alocadamente y lo mismo ocurrió con su labio inferior; la respiración se le comenzó a entrecortar: no respondió.
“¡Deja en paz a mi hija!” – graznó la madre, quien empezaba a dudar seriamente de que aquello fuera realmente un juego o una diversión y, si lo era, no le veía la gracia.
“¿Te excita, putita?” – insistió Goran mirando fijamente a la jovencita y manteniéndole sobre el mentón el mango en forma de falo.
Ella estaba tan nerviosa que parecía a punto de las lágrimas; tal situación, lejos de cohibir a Goran, lo llevó a meter aun más el dedo en la llaga, a escarbar en la debilidad que afloraba.
“Abre la boca” – ordenó y, sin pedir permiso, hizo entrar el mango por entre los labios de la joven sin que ésta atinase a hacer nada para evitarlo.
“¡Deja a mi niña, bastardo!” – rugió la madre quien, a pesar de tener con las manos atadas a la espalda, se removió e intentó ir hacia Goran aunque más no fuera para sacarlo a puntapiés de encima de su hija.  La realidad, sin embargo, fue que no consiguió dar un solo paso: una de las asistentes la tomó desde atrás por los cabellos y le apoyó contra la espalda una vara metálica que la obligó a arquear la espalda y contraer el rostro en una expresión de dolor como si hubiera recibido una descarga eléctrica.  De ese modo, la asistente impidió moverse a la madre de las chicas forzándola, por el contrario, a permanecer en su lugar.
Goran actuaba como si ni siquiera registrara los intentos de resistencia por parte de la madre; jugaba con el mango en forma de pene dentro de la boca de la muchacha y, de modo extraño y hasta admirable, fue consiguiendo que ésta lo lamiera y mamara cual si se tratase de un verdadero miembro humano.  Los hurras, silbidos y aplausos bajaron de las gradas a rabiar; los asistentes estaban teniendo lo que querían.  El mango ingresó cada vez más adentro en la boca de la joven y ni siquiera se detuvo cuando ésta comenzó a dar signos de arcadas, sino cuando Goran, al cabo de un rato, así lo decidió y retiró el mango de un tirón y sin aviso alguno.  Una vergüenza cada vez mayor se iba a apoderando de la muchacha, quien no sabía qué le estaba pasando: se sentía caer hacia un abismo sin poder hacer nada para evitarlo.
“¿Te excita, putita?” – volvió a insistir Goran, perversamente centelleantes sus ojos y exhibiendo toda su dentadura.
La chica tragó saliva.
“S… sí, mucho” – respondió.
Una ovación atronó en el domo mientras Goran, en actitud de triunfo, hacía chasquear una vez más el látigo en el aire.  Como si diese la sensación de ya haber logrado su cometido, abandonó por un momento a la humillada jovencita y, pasando por delante de la madre sin siquiera mirarla, fue en pos de la segunda hija, la cual, habida cuenta de lo que acababa de presenciar en relación con su hermana, temblaba como una hoja. Tampoco ello pudo evitar bajar la vista al piso apenas sintió posarse sobre ella los penetrantes de Goran que le escrutaban como si fueran brasas encendidas desde detrás de la máscara.
“ Y tú también te excitaste con sólo verrrlo, ¿ no es así?” – preguntó Goran exhibiendo su habitual sonrisa.
“¡Ya deje en… paz a mis hijas!” – masculló la madre entre dientes, pero un nuevo tirón por parte de la asistente que la retenía por los cabellos, le arrancó una ahogada interjección de dolor y la mantuvo inmovilizada.
La segunda de las hijas, en tanto, seguía mirando al piso sin responder a la pregunta que Goran le había hecho.
“Te he hecho una prrregunta” – insistió éste -.  ¿Te has excitado viendo a tu herrrmanita mamando el mango del látigo?”
Al igual que lo había hecho antes su hermana, la joven seguía sin responder; estaba débil pero intentaba resistir.  Para su sorpresa, sintió de pronto que algo serpenteaba por debajo de la corta falda en dirección a su sexo y, al bajar la vista, se encontró con que no era otra cosa que el perverso mango del látigo, siempre conducido por la enguantada y experta mano de Goran.   Al momento de sentir el mango apoyarse contra el monte de su sexo, la joven sintió un cimbronazo y un respingo la recorrió de la cabeza a los pies al mismo tiempo que su respiración se convertía en un jadeo ingobernable.  Goran extendió su brazo libre y, prestamente, una de las asistentes retiró el guante que le cubría la mano a la cual, una vez que tuvo descubierta, llevó hacia el sexo de la muchachita allí donde se apoyaba el mango del látigo y, al tocar por sobre las diminutas bragas que le cubrían, advirtió más que evidentes señales de humedad.
“Parrrece que sí te has excitado a juzgarrr porrr lo mojadita que estás” – dijo Goran mascullando entre dientes, pero a la vez de modo claramente audible.
La joven sintió más vergüenza que nunca; ladeó la cabeza por sobre un hombro: quería huir de allí y, a la vez, una extraña fuerza la clavaba al piso sin necesidad de que ninguna de las asistentes tuviera que inmovilizarla como sí ocurría con su madre.  Habiendo comprobado ya el grado de excitación que la chica experimentaba, Goran se dedicó a masajearle la vagina con el mango en forma de falo, lo cual provocó que la joven, ya sin control de sí misma, comenzara a inhalar y exhalar el aire de sus pulmones  con un ritmo que se iba incrementando en la misma medida en que el generoso pecho subía y bajaba junto a su ahora frenética respiración.  Sin poder evitarlo, la muchacha se retorció y flexionó una rodilla, en clara señal de entrega al placer que no lograba gobernar.
“¿Te ha excitado, putita?” – volvió a preguntar Goran.
“¡Sí!  ¡Sí! … Aaah, mmmm…s….¡Sí!”
Una vez más, por supuesto, aplauso cerrado, al cual Jack no pudo evitar sumarse.  No era que aquellos juegos le atrajesen pero el fino trabajo de Goran le despertaba admiración cada vez que lo veía conseguir lo que se proponía y gobernar a las personas de tal modo.  Cuando Goran retiró el mango de debajo de la corta falda, pareció como si una insatisfacción rayana en el desencanto se apoderara del rostro de la joven, cuya expresión era semejante a la de una niñita a la que le han robado un juguete.  La madre, en tanto, hervía de odio y de impotencia…
Goran se separó unos pasos del trío e hizo chasquear nuevamente el látigo en el aire para delirio de la multitud, la cual ya respondía casi de manera mecánica ante tal estímulo.
“Hago una prrregunta a todos ustedes… – voceó, dirigiéndose al público -: y la madrrre, ¿serrrá también una puta?”
“¿Y por qué nooooo???” – fue la respuesta coreada al unísono.
“¿Lo comprrrobamos?” – preguntó a viva voz Goran, quien parecía un predicador frente a sus fieles.
“¿Y por qué nooooo???” –  se oyó a la multitud atronar en el lugar haciendo temblar la estructura del domo.
A partir de allí todo fue todo muy rápido y en el vértigo mismo estuvo depositada buena parte de la carga de excitación en la escena que sobrevendría.  Con profesional maestría, una de las asistentes acercó un cuchillo al pecho de la madre mientras los ojos de ésta se embebían en espanto ante la peor presunción por lo que venía.  La hoja del arma blanca, sin embargo, no tocó en lo más mínimo la anatomía de la esbelta y sensual mujer sino que cortó en dos la blusa que la cubría y, en un instante casi imperceptible, hizo lo mismo con el sostén, dejando así al descubierto un hermoso par de senos que fue merecedor de una nueva ovación general.  Sin dejar de sonreír en ningún momento, la asistente se hizo a un lado y Goran, manipulando expertamente su látigo, lo blandió de tal manera que las dos colas coronadas en ventosas se instalaron sobre los pezones de la mujer como si alguien las hubiera cuidadosamente encastrado allí.  Antes de que la dama pudiera salir de su sorpresa, Goran ya había jalado del látigo y la arrastraba hacia sí, haciéndola perder el equilibrio y caer de rodillas sobre la arena al tener las manos atadas.  Una vez que la tuvo en esa posición jaló nuevamente y echó a andar hacia atrás, arrastrando sobre sus rodillas a la doliente dama, de cuya garganta no paraban de salir interjecciones de dolor debido a la tirantez en los pezones.  Goran, finalmente detuvo su marcha y fue enrollando el látigo sobre una de sus manos de tal forma de terminar de atraer a la mujer ante sí; una vez que la tuvo encima y aprovechando que ésta, por efecto del dolor, tenía su boca abierta cuán grande era, invirtió el mango del látigo y se lo hundió en ella con tal ímpetu que casi se lo clavó en la garganta.  En las gradas, el público, tanto masculino como femenino, se ponía de pie para aplaudir el acto.
“¿Errres o no una puta?” – preguntó Goran cuando, al cabo de un rato, le retiro el mango de la boca para permitir que la mujer hablara.
Ella, de rodillas en la arena, jadeaba, respiraba trabajosamente.  Se sentía degradada, terriblemente degradada… Y sin embargo no podía entender por qué se sentía tan excitada…
“Sí, soy una puta” – admitió con evidente derrotismo. 
Goran alzó una vez más el látigo en señal de triunfo y los aplausos y vítores recrudecieron nuevamente.  En particular, a Jack ya para esa altura le dolían las manos y no podía dejar de felicitarse a sí mismo por la buena idea que había tenido al pensar en ese tipo… De hecho, durante todo el trayecto a lo largo del cual Goran había arrastrado a la madre humillada, él sólo imaginó a Carla Karlsten…
                                                                                                                                                                                    CONTINUARÁ
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Relato erótico: “Despedida de soltera” (POR DOCTORBP)

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-Estáis locas, chicas – dijo riéndose Marga.

-Tú tranquila… que nos lo vamos a pasar ¡de puta madre! – le contestó Laura que lo había organizado todo.

-¿Pero tú has estado alguna vez en un boys? – le preguntó Leire.

-Pues no he tenido el gusto… – respondió con ironía la novia.

Marga se casaba la semana siguiente y sus amigas, más concretamente Laura, le habían organizado una fiesta de despedida de soltera. Todo parecía normal hasta que, en mitad de la cena, Laura había anunciado el local al que asistirían más tarde.

A Mireia no le hacía mucha gracia ir a un local de striptease, pero pensó que viniendo de Laura no podían esperar otra cosa. Decidió no darle mayor importancia y no dejar que eso arruinara la noche.

-No sé si a mi chico le hará mucha gracia que vaya a un sitio así – soltó la mojigata de Mabel.

-No tiene por qué enterarse – la aconsejó Leire – Yo no pienso decírselo al mío – concluyó mientras pensaba lo bien que se lo iba a pasar esa noche.

Ante aquellas palabras Mireia y Alicia se miraron adivinando que ambas pensaban lo mismo: de lo mucho que era capaz su amiga. Aún recordaban la última vez que salieron juntas y cómo Leire no dejó de tontear con todo tío que se le arrimaba llegando finalmente a enrollarse con uno. Siempre se quedaron con la duda de si llegó a pasar algo más que eso puesto que se marcharon antes que ella dejándola allí con aquel tío. Ambas conocían al buenazo del novio de Leire y se hacían cruces cada vez que la veían con esa actitud.

Alicia comenzó a leer el folleto con un cierto aire de reprobación:

Viernes show

Espectáculo 1: Un regalo para la dama

Espectáculo 2: ¡Qué divertido!

Espectáculo 3: Seguridad ante todo

Espectáculo 4: Sólo el más fuerte

Espectáculo 5: Hay que domar a este animal

-¿Y de qué tratan cada uno de los espectáculos? – preguntó Marga intrigada.

-No se sabe, son sorpresa – le aclaró Laura – Los van variando cada vez aunque por el título te puedes hacer una idea, ¿no?

-Eso tú que eres una guarrilla – bromeó Mireia y todas comenzaron a reír.

Las 6 amigas, Marga, Laura, Leire, Mireia, Mabel y Alicia, continuaron la cena bromeando sobre los espectáculos del folleto y, acorde a la situación, las conversaciones se fueron tornando más picantes.

Laura y Alicia eran las únicas solteras del grupo, pero mientras que Laura estaba entusiasmada con ir al local de striptease, no en vano había sido idea suya, a Alicia parecía no hacerle mucha gracia. Y el motivo principal era que a Mireia tampoco le parecía la mejor forma de pasárselo bien. Mireia era para Alicia el espejo en el que mirarse, sentía una extraña devoción por su amiga, tan guapa, simpática e inteligente, todas las cualidades de las que ella carecía. Sin darse cuenta, Alicia siempre pensaba, decía y hacía lo mismo que su amiga.

De las chicas con pareja sin duda era Leire la que estaba más desatada. Aunque no estaba casada llevaba años viviendo en pareja con un grandísimo trozo de pan que no le daba las cosas que esa noche pensaba obtener. Aunque nunca lo había hablado abiertamente con el resto de amigas, se sobrentendía una especie de código no escrito en el que se decía claramente que lo que pasa en una noche sin novios no sale de ahí. Ella no es que fuera una belleza precisamente, pero era lo suficientemente normal como para conseguir pasarlo bien sin problemas en una noche de desenfreno.

Por el contrario Laura tenía algunos problemas más que su amiga Leire. A pesar de no ser fea sí que estaba rellenita con lo que le era más difícil encontrar algo decente que llevarse a la cama. Pero esa noche pagaban ellas así que no tendría problemas para disfrutar de unos buenos trozos de carne masculinos. Además la soltería no le impedía pasarlo en grande sin estar pendiente del qué dirán.

Mireia era una chica abierta que disfrutaba con la visión de un tío bueno como cualquier otra y no se escondía para decirlo abiertamente. Sin embargo también tenía una moral bien definida que le impedía disfrutar de un espectáculo, para ella, tan burdo como el que iban a visitar esa noche. Además tenía al novio más maravilloso que se pudiera tener y no tenía ninguna necesidad de acudir a un local de ese estilo. Por suerte no le acompañaban los complejos de Mabel y no tenía ningún problema en que su pareja se enterara de todo lo que iba a pasar en la despedida. Es más, incluso llegó a pensar que tal vez ir a un boys era la mejor opción puesto que así evitaría los moscones que sin duda la hubieran atormentado toda la noche en cualquier otro local al que hubieran asistido.

Mireia era la triunfadora del grupo y es algo que no pasaba desapercibido para Mabel que, al igual que Alicia, sentía cierta devoción por su amiga. Se sentía atraída por su personalidad tan carismática, seguramente lo que más le faltaba a ella. Aunque no estaba todo el día detrás suyo como Alicia, sí que sentía una atracción que procuraba disimular por temor a ser malinterpretada. Mabel era una chica guapa, pero carente de otras muchas cualidades. Aunque con recelo por lo que su novio pudiera pensar, decidió que iba a disfrutar del show que las esperaba. Sintió curiosidad por cómo sería.

Por último, Marga era la primera de las amigas que daba el paso. Sólo le faltaba una semana para dejar la soltería. Cuando le propusieron hacer una despedida de soltera le pareció buena idea. Únicamente puso como condición que fuera algo íntimo, con sus mejores amigas, como cualquier otra noche de chicas que habían vivido con anterioridad. Lo que no se esperaba es que Laura tuviera aquella sorpresa preparada, pero casi prefirió eso que no un show individual de un stripper que la hubiera avergonzado mucho más. Marga no era tan guapa como Mireia o Mabel, pero sí tenía un cierto atractivo que, unido a que no era precisamente tonta, la hacían, sin contar a Mireia, más apetecible que al resto de amigas.

-Oye, pero no te obligarán a hacer nada si no quieres, ¿no? – preguntó temerosa Mabel.

-Bueno, los boys meten mano si te dejas…

-¡Laura, tú sí que estás informada! – se sorprendió Marga – ¿No habrás ido ya a uno de estos sitios?

-Pues sí… – respondió entre tímidas carcajadas seguidas de las risas del resto de chicas.

-Tendrás que enseñar las tetas – asustó Leire a Mabel provocando el pánico en su rostro.

-¡Ostras! Pues como tenga que enseñarlas yo que tengo una teta más grande que otra… – bromeó Mireia para quitar hierro al asunto y tranquilizar a su amiga.

El resto rieron y Laura se abalanzó sobre su amiga para tocarle los pechos al tiempo que aseguraba ser cierta la diferencia de tamaño. A Mireia no le sorprendió el gesto jocoso de su amiga, pero sí lo bien que le magreó las tetas.

-¡Uy, nena! – sorprendida – ¡Qué bien las tocas! – bromeó con el estupor marcado en el rostro.

El pecho de Mireia no era nada despreciable para su delgado cuerpo. Y el escote que llevaba dejaba a la vista un contundente canalillo. Mabel, al ver el gesto de Laura, sintió deseos de magrear las tetas de su amiga y, entre risas y bromas, también se las tocó con la excusa de comprobar la diferencia de tamaño entre ambos pechos.

-Oye, no le metas mano a mi chica – bromeó Laura y le dio un pico a Mireia.

-¡Yo también quiero! – replicó Mabel repleta de envidia. Sus dos amigas se acercaron para besarse en los morros las tres al mismo tiempo.

Tras los chupitos a los que les invitó el camarero la conversación de las amigas llegó al punto álgido, en parte, gracias al alcohol ingerido.

-Imaginaos que ya estamos en el show… – decía Leire mientras el camarero se alejaba – … ahora se giraría el camarero y se la sacaría aquí mismo – Y comenzó a reír.

-¡Qué bestia eres, hija! – la recriminó Marga con sutileza.

-Chicas, ¡no os vayáis a asustar con las pedazos de pollas que vamos a ver! – gargajeó Laura algo más que alegre debido a la sangría.

Mabel se ruborizó ante aquellas palabras, pero aún lo hizo más con el resto de la conversación.

-Bueno, bueno, no será para tanto – dijo Mireia restándole morbo al hecho de tener un buen tamaño.

-¡Eso es que no has visto una polla grande en tu vida! ¿Cuánto le mide al tuyo? – le preguntó Laura.

-Sí, claro, a ti te lo voy a decir…

-Va… no seas así… al mío le mide 14 centímetros – confesó Leire.

Laura comenzó a reír:

-Pues nena, no sabes lo que te espera…

-¡Serás guarra! ¿Cuánto le medía al que la tenía más grande de los tíos con los que has estado?

-¡21! – mintió para bromear y caldear la conversación. Y lo consiguió puesto que sus amigas se rieron expectantes.

-¡Eso es mentira! – le espetó Mireia.

-Tú calla que no has dicho cuánto le mide al tuyo – le reprochó Marga.

-¿Y al novio cuánto le mide? – replicó con picardía y cierta curiosidad.

-Pues yo diría que en torno a los 18. Centímetro arriba, centímetro abajo…

-¡Joder! – exclamó Mireia ciertamente sorprendida – Ya me caso yo con él – bromeó.

-Eso es que en casa tienes poca cosa… – la chinchó Leire.

-No mucho menos que tú en la tuya – le respondió hábilmente.

-Entonces… – insistió Laura.

-Pues no sé… no se la he medido nunca pero… una cosa así – y Mireia separó sus dos dedos índices a una distancia de unos 15 centímetros para indicar el tamaño del pene de su novio.

Las chicas se rieron.

-¿Y el tuyo cuánto calza Mabel?

La tímida amiga se ruborizó al escuchar la pregunta de Laura hasta el punto de sentir el calor agolparse contra su sien, señal de haberse puesto roja como un tomate. Pensó que lo mejor sería contestar, pero al dar la respuesta aún se avergonzó más al pensar en lo pequeño que era el pene de su chico.

-12 – señaló a secas.

Laura se tuvo que contener la risa pensando en lo mal que lo iba a pasar la pobre Mabel durante el espectáculo. Y para no dejar de lado a Alicia, le preguntó lo mismo que le habían preguntado a ella.

-15 centímetros – mintió Alicia diciendo lo mismo que había insinuado Mireia.

-Chicas, el show empieza a la 1 así que tendríamos que ir moviendo el culo… – indicó Marga.

-Nunca mejor dicho – bromeó Leire.

Tras pagar la cuenta se dirigieron caminando al local que estaba a unos 10 minutos andando desde el restaurante donde habían cenado. Durante el camino siguieron con las conversaciones y las bromas.

Mireia y Alicia se retrasaron un poco del grupo e iban hablando sobre Leire.

-Pobrecito – decía Mireia haciendo referencia a su novio – si se enterara de lo que esta tía le hizo la última vez…

-Pues no te quiero ni contar de lo que hoy puede ser capaz…

-Calla, calla, ¡qué asco! Yo espero que se comporte o me muero de la vergüenza.

-Según como lo veamos cogemos y nos vamos a otro lado donde no tengamos que aguantarla – le propuso Alicia pensando que era lo que Mireia quería.

-Bueno, bueno, tampoco nos pasemos. Lo importante es que ellos sean felices y si estas cosas son compatibles con su relación nosotras no tenemos que meternos.

-Sí, sí, eso está claro. Nosotras nos comportamos y ella que haga lo que quiera.

Leire y Mabel iban más adelantadas que el resto, calladas, cada una pensando en sus cosas. Mientras Leire estaba deseosa de llegar al local y pasárselo en grande Mabel recordaba lo agradable que había sido el tacto de los pechos de Mireia. El corazón se le había puesto a mil al sentir la placentera carnosidad de las ubres de su amiga. Y aunque hubiera preferido besarla sin la intervención de Laura, también había sido agradable tener su boca tan cerca.

Entre los dos grupos andaban Laura y Marga bromeando sobre la despedida.

-¡Joder, tía! ¿Cómo se te ocurre mandarme a un local de striptease el día de mi despedida? Cuando te dije algo íntimo no me refería a esto precisamente…

Laura se rió y la instó a relajarse y pasarlo bien con el espectáculo.

-Yo he venido alguna vez y es divertido. Además que si no quieres participar pues miras y punto. No hay problema. Hay alguna que otra que se desfasa un pelín, pero suelen ser las que ya vienen buscando marcha. Nosotras nos lo vamos a pasar bien sin necesidad de tíos. Que nos vamos a reír un rato… ya te lo aseguro. Y además si alguna quiere un pelín de carne pues… – y sonrió pícaramente a su amiga.

Cuando llegaron al local Laura llevó la voz cantante puesto que ella las había llevado allí y ya se conocía el lugar. Marga se sorprendió al ver lo grande que era el recinto. Ella se esperaba algo más reducido e íntimo, pero se encontró con lo que perfectamente podría ser una discoteca. Laura propuso pedir algo para beber mientras esperaban el comienzo del espectáculo.

Mientras se dirigían a la barra Alicia se fijó en la disposición del local. Había una larga barra en uno de los costados hacia donde se dirigían pasando por mesas de varios tipos. Unas redondas y altas rodeadas de taburetes, otras más grandes, bajas y confortables junto a sofás mucho más cómodos… y en el centro del local había un enorme escenario algo más elevado que el resto al que se accedía mediante unas escaleras.

-¿Dónde nos vamos a sentar? – alzó la voz Mabel para hacerse oír por encima del sonido ambiente.

-Tenemos una mesa reservada – le indicó Laura mientras movía la cabeza intentando divisar el lugar correcto – Esa es – y señaló una mesa grande no demasiado alta rodeada de 6 sillas que aparentaban ser bastante cómodas.

-Un poquito lejos del escenario, ¿no? – se quejó débilmente Leire.

-Tú tranquila que el escenario es lo de menos… – y Laura la sonrió con picardía.

Cuando decidieron abandonar la barra para dirigirse a su mesa faltaban pocos minutos para que empezara el espectáculo. Mireia observó la cantidad de mujeres que abarrotaban el amplio local. No se había imaginado que ese tipo de espectáculos fueran con tanto público. Calculó que la asistencia estaría rondando las 100 mujeres. No supo si eso era bueno o malo, pero le pareció excesivo y se preguntó cuántas despedidas, cumpleaños u otras celebraciones se habían congregado allí esa noche.

De repente una voz grave sonó con fuerza en todo el local:

-¡Buuuuuuenas noches! Siento molestarlas en estos momentos pero nos acaba de llegar un paquete y… creo que una de vosotras es la destinataria. Por favor… ¡que pase el meeeeensajerooooooooo!

Y de repente se hizo el silencio que llegó a ser sepulcral debido a la expectación de los acontecimientos. Marga se temía lo peor y miró a Laura con cara de pocos amigos, pero su amiga no se dio por aludida.

De repente, desde el lado opuesto a la barra apareció un mensajero con un paquete en forma de regalo. Marga se tranquilizó pensando que tal vez no era más que un regalo ciertamente. El hombre parecía algo indeciso, no preguntaba por nadie y simplemente se paseaba mirando de un lado a otro como buscando a la destinataria del paquete. Cuando pasó al lado de las 6 amigas no se detuvo y Marga sintió una mezcla entre alivio y desilusión. Por un lado le hubiera gustado el detalle de recibir un regalo, fuera de la clase que fuera, pero sobretodo se alegraba de no pasar la vergüenza que le hubiera ocasionado ser la destinataria.

El mensajero se paró finalmente un par de mesas más allá y se puso a hablar con una de las mujeres sin soltar en ningún caso la caja que llevaba sujeta con las manos. Al parecer era su 40 cumpleaños y las amigas le habían preparado esa sorpresa.

-Muuuuchas felicidades y… disfruta de tu regalo – volvió a sonar a través de los perfectamente ubicados altavoces.

Cuando la mujer retiró la tapa de la caja se llevó las manos a la cara y comenzó a reír echándose para atrás. Las amigas la animaban mientras el mensajero le cogía la mano para llevarla hacia el interior del paquete.

Mabel no se podía creer lo que estaba viendo. Al parecer el mensajero era el primer stripper y tenía su miembro dentro de la caja, introducido a través de un agujero en uno de sus costados. Ahora, la mujer de 40 años, posiblemente casada y con hijos, estaba con la mano dentro de la caja y haciendo un vaivén que hacia indicar claramente las sacudidas que le estaba dando al chico.

El stripper vestido de mensajero era rubio de pelo rizado y debía tener en torno a los 30 años, igual que el grupo de amigas. A Leire le pareció guapo. El tío la sacó de sus pensamientos cuando separó el regalo de su cuerpo, dejando ver la primera polla de la noche, y se alejó de la mesa en la que estaba en dirección a ellas. Leire pudo fijarse en el instrumento del mensajero y supo que esa noche se lo iba a pasar muy bien. El hombre no tenía una polla enorme, pero sí era más grande que la de su novio. Debía medirle unos 16 centímetros, tenía algo de vello púbico pero bien arreglado. El chico pasó de largo sin detenerse en su mesa mientras comenzaba a sonar la música al tiempo que el mensajero bailaba y se desnudaba al ritmo de la misma.

Completamente desnudo, el stripper se iba paseando de mesa en mesa bailando alrededor de las mujeres allí presentes, meneando la polla y arrimándola a las que le venía en gana. La mayoría, tímidas aún, reían y disimulaban mirando para otro lado e ignorando al tío. Otras, más atrevidas, se animaban a magrear el cuerpo del macho desnudo e, incluso, se aventuraban a tocarle la entrepierna.

Mireia no se lo esperaba cuando vio cómo por primera vez en la noche una chica, que debería estar en torno a los 30 años como ellas, se abalanzó a chuparle la polla al stripper que no pareció sorprenderse. Si bien es cierto que podía llegar a pensar que el chico era majo no podía imaginar que alguien fuera capaz de llegar a hacerle una mamada. No sólo era un auténtico desconocido, es que a saber por los sitios que habría pasado esa verga. No le pareció ni mucho menos lo más apetecible.

Laura se alegró al ver cómo finalmente el primer stripper de la noche se acercaba a la mesa. Aunque se moría de ganas de estrujar un pelín las abdominales del rubio pensó que sería más divertido bromear con la protagonista de la noche.

-¡Aquí, aquí! Que se casa la semana que viene – gritó y el resto de amigas se unieron a la causa provocando las miradas asesinas de Marga que no pudo evitar sonreír tontamente cuando el chico se acercó con la polla ya totalmente empalmada debido a las atenciones previas.

El hombre acarició los hombros de Marga y bajó por sus brazos para finalmente arrimarse más y colocarle la polla a escasos centímetros de la cara. Marga rió nerviosa y miró para otro lado. A su lado estaba Laura que estiró la mano para acariciar el duro vientre del chico hasta llegar a su pubis donde se detuvo al notar los primeros pelos. Al otro lado de Marga estaba Mireia y hacia allí se dirigió el stripper bailando a su lado muy cerca de la preciosa chica que no le hizo el mínimo caso.

Mireia no quería darle la más mínima sensación al tío de que aquello le gustaba. De hecho lo que le provocaba era bastante asco tener aquella polla erecta que tanta tía había manoseado y/o chupado. Sintió cierta repulsión con lo que no se sintió mal al rechazar con tanto desprecio al pobre chico que, al fin y al cabo, estaba haciendo su trabajo. El hombre, al ver aquella actitud desistió y lo probó con la chica de al lado, Alicia, que como no podía ser de otra forma tomó la misma actitud que su amiga. Ante tal “fracaso”, el hombre se marchó sin acercarse a Leire ni a Mabel para disgusto y tranquilidad de una y otra respectivamente.

-¡Aaaaaaaatención! Al parecer la temperatura está subiendo más de la cuenta y hemos tenido que llamar a un manitas para que ponga remedio al asunto – volvió a gritar el speaker anunciando la salida de un nuevo actor que apareció portando un cristal entre las manos. Se dirigió directamente a donde estaba el rubio de pelo rizado al cual le estaban haciendo una mamada de campeonato en ese instante.

Alicia no se podía creer para qué era el cristal. El mensajero se apartó de la chica y el manitas puso el cristal entre ambos. El rubio empezó a masturbarse para finalmente soltar 4 largos chorros de semen sobre el cristal que lo separaba de la chica la cual se reía al tiempo que pasaba la mano por la parte limpia del vidrio emulando recoger con el dedo los restos de esperma que había depositado el eyaculador al otro lado. Mirando a su amiga Mireia, Alicia hizo notar el asco que la situación le provocaba.

-¡Anda! Calla ya y disfruta un poquito – le instó Marga que se reía junto al resto de amigas.

Alicia miró nuevamente a Mireia buscando su apoyo.

-Es ciertamente asqueroso, pero mientras no nos lo haga a nosotras… – bromeó Mireia haciendo notar su desprecio al acto en sí, pero dejando claro que no le daba la mayor importancia – Chica, como no te lo tomes de otra forma te vas a amargar la noche – cosa que no estaba dispuesta a dejar que le pasara a ella.

Ahora era el manitas el que estaba continuando el espectáculo. Un chico jovencito que no aparentaba tener más de 25 años. Era moreno con el pelo corto y aunque era guapo, al verse tan joven, a Marga le provocaba más ternura que otra cosa. Sensación que cambió cuando el chaval se sacó la polla. No es que fuera grande, pero era bastante gorda y Marga, por primera vez, empezó a sentir los efectos de la excitación en su cuerpo.

Al igual que el primer stripper, el manitas se iba paseando de un lado a otro al ritmo de la música dejando que las mujeres lo magrearan todo lo que quisieran. Sin embargo, el joven fue más allá metiendo mano a las espectadoras y emulando posturas sexuales como si follara con alguna de ellas. Aunque las mujeres estaban vestidas, era irremediable notar la polla del chico chocando y restregándose contra partes de su cuerpo como tetas, culo, pubis u otras.

Marga alucinaba viendo a mujeres que podrían ser la madre del chavalín retozando con él. Ahora, con la polla en erección, debía calzar unos 16 centímetros como su compañero, pero con un grosor bastante más considerable. Marga se estaba calentando mucho viendo aquellas señoras disfrutando de la juventud del muchacho y ya no sabía si el calor que tenía era debido a la temperatura del local o a la excitación que sentía. Supuso que era ambas cosas.

Mientras tanto, en los vestuarios del local se producía una interesante conversación.

-Bueno… ¿qué? ¿Cuál es el informe?

-Mala suerte… hoy no hay gran cosa. Hay poco… pero al menos es bueno.

-Tú dirás.

Y el mensajero, nunca mejor dicho, se dispuso a informar al resto de sus compañeros:

-En la mesa 8 hay una madurita teñida de rubio que está bastante bien. Supongo que está casada, pero creo que tiene ganas de marcha, aunque habrá que dejar que se vaya animando. En la 13 hay una jovencita que está tremenda. Es muy joven, pero ya sabe latín – se rió – Es la de la camiseta ceñida de color azul. Pero el premio de la noche está en la 21. La tía es una estrecha de cojones, ni me ha mirado, pero ha sido acercarme a ella y casi me corro- exageró – Está tremenda. Eso sí, el que la consiga tiene premio – y todos se rieron.

-Eres un crack.

-Sí, sí, pero hay muy poco material. Nos vamos a hartar de mamadas de tías con dentadura postiza.

-Y lo jodido es correrse con tan poco aliciente. Ya me toca volver a pensar en tu madre para llegar al orgasmo – y se rió uno de los strippers.

-¡Serás mamón! Hijo de puta… – le replicó divertido el aludido.

Cuando el manitas se acercó a la mesa 21 Leire le estaba esperando con ganas. Tras unos magreos iniciales en los que el chico se dejó hacer mientras manoseaba las tetas de Laura, quien le invitó a hacerlo con un gesto evidente, Leire agarró la polla del muchacho y se la meneó unos segundos para terminar pasando la lengua, en un gesto rápido, por el frenillo del joven que se marchó hacia otra mesa.

Marga se moría de envidia. Le encantaría tener el valor suficiente para hacer lo que había hecho Leire, pero su amor por su futuro esposo se lo impedía. No es que quisiera hacer nada con el stripper, pero con la excitación que le había provocado tenía ganas de tocar un poco de carne masculina. Por el contrario, Mireia y Alicia no dejaban de pensar en el pobre novio de Leire que ahora estaría en casa durmiendo ajeno a todo lo que allí estaba pasando.

Cuando el joven moreno finalizó el primer espectáculo volvieron a retumbar los altavoces.

-Bueno, bueno, bueno… ahora que ya hemos arreglado algunos problemillas de calor de la sala… ¿qué os parece un poquito de diversión? ¿Queréis reíros un rato?

Algún tímido SÍ se oyó al fondo del recinto.

-¿No os he oído? – y sonó un único SÍ altivo muy cercano a la mesa 21 que ahogó algunas otras tímidas afirmaciones sueltas por la sala – Vaaaaaamos, chicas… que se note que tenéis ganas de pasarlo bien… no os he oído lo suficiente…

Y ahora un fuerte SÍ prácticamente unísono tronó en todo la sala. Y la música comenzó a sonar.

Cuando Alicia vio al payaso no se lo podía creer. No había nada que le diera más repulsión que los payasos. Aún recordaba el terror que le provocó el maldito muñeco de la película Poltergeist cuando la vio de pequeña o las pesadillas que le provocaba IT de Stephen King. Sin embargo, el actor que salió detrás del payaso las sorprendió aún más, incluso a Laura. Era un enano vestido de bufón. Ambos se separaron para hacer cachondeo y animar al personal en distintos puntos del local.

Ambos actores eran graciosos y conseguían sacar carcajadas de cada una de las mesas que visitaban. Cuando el payaso llegó a la mesa número 8 hizo un amago de sacarse la polla, pero lo que hizo fue sacar un plátano que dejó en su bragueta para que las maduras mujeres, sentadas en un cómodo sofá, bromearan tocando la fruta como si de la polla del tío se tratase. Cuando lo creyó conveniente, el stripper peló el plátano y, colocándoselo nuevamente en la bragueta, se acercó a la rubia teñida que, con una amplia sonrisa de morbosidad, se inclinó para pegarle un mordisco llevándose la puntita de la banana.

Mientras tanto, el enano se había acercado a la mesa de las 6 amigas. Allí continuó con las bromas y, acercándose a Mireia, se metió las manos en el pantalón. La chica se quería morir, pero por suerte el bufón sacó un alargado globo de color rojo logrando sacar una sonrisa en el rostro de Mireia.

-¿Ya podemos besarnos? – le bromeó el enano y ella, divertida, soltó una carcajada – Luego vuelvo –le dijo mientras se marchaba a otra mesa.

El payaso ya se había desnudado aunque aún conservaba su peluca a lo afro con colores vivos y la cara pintada de blanco. Sin duda era el más hombre de todos los strippers que habían salido, tenía un cuerpo voluminoso y musculado, aunque sin llegar a ser excesivo. También tenía la polla más grande de las que se habían visto, en torno a los 18 centímetros, pero no era tan gruesa como la del chico más joven que había hecho de manitas.

El bufón pilló por sorpresa a Mireia que estaba atenta a lo que sucedía con el payaso.

-He vuelto… – le insinuó en tono jovial mientras volvía a llevarse una mano al interior de su paquete. Mireia estaba convencida de que haría otra broma así que se sorprendió al ver la enorme polla que sacó el enano.

¡Era de plástico! A Mireia casi le da un vuelco el corazón que se había puesto a mil por hora debido al susto que el enano cabrón le había dado. Al ver que se trataba de un consolador no pudo evitar volver a reír sin saber si era por la gracia o por el susto. El enano empezó a menear la polla de plástico mientras bromeaba con la chica:

-¿Quieres tocármela? – le propuso jocosamente.

-¡No, gracias! – le espetó con contundencia.

Entonces el enano la volvió a sorprender sacando una pistola de juguete y apuntándola a la sien mientras ponía cara de niño bueno. Mireia volvió a reír con las tonterías del bufón pero negó con la cabeza momento en el que el enano apretó el gatillo haciendo aparecer en el cañón de la pistola una banderita con la palabra BANG escrita. Mireia no pudo evitar morirse de la risa y, en agradecimiento a lo divertido que había sido, alargó la mano para tocar el pene postizo del enano. Le hizo gracia notar la rugosidad del plástico y pensar en el enorme tamaño de aquel consolador que para nada reflejaba el tamaño que debería tener el enano.

-¡Gracias! – le soltó con una amplia sonrisa burlesca mientras se marchaba.

Mireia no se podía creer que el enano fuera un stripper. El payaso sí lo era, pero supuso que el bufón únicamente hacía de animador. Se fijó en él mientras se alejaba y alucinó al ver que se quitaba los pantalones quedándose en tanga y mostrando lo que parecía un buen paquete. Aún le desconcertó más oír los gritos de las mujeres que estaban más cercanas al enano vitoreando lo que acababan de presenciar. Sintió curiosidad por saber si el pequeño hombre mostraría su pito y, sobretodo, por ver si era tan grande como aparentaba para ser un enano, pero supuso que eso no pasaría.

En ese instante el resto de chicas estaban fijándose en el payaso pero no podían ver lo que ocurría puesto que el stripper había sacado una toalla para tapar lo que estaba pasando, aunque no era difícil imaginarlo. Y sus sospechas se confirmaron cuando el tío se retiró y la mujer que le estaba haciendo la mamada se quedó la toalla para limpiarse la cara.

Mireia seguía fijándose en el enano cuando se bajó el tanga y alucinó al ver aquella buena polla para ser de alguien tan pequeñito. La tenía flácida y debía ser casi tan grande como la de su novio en erección. Le pareció curioso y le hizo gracia. El enano fue paseando su virilidad hasta que en una de las mesas más alejadas una chica rubia aprovechó, mientras bailaba a su lado, para hacerle una mamada. Al igual que su compañero, el enano tapó la acción con una toalla así que Mireia se quedó con las ganas de saber cuánto le debía haber aumentado de tamaño la polla estando en erección.

-¿Cómo ha ido? – preguntó el mensajero tras la finalización del segundo espectáculo.

-¿Tú qué crees? No hay ninguna que se me resista. Lo de la pistola las desarma – y el enano comenzó a reír.

-¡Eres el puto amo!

-Yo al menos he conseguido que se riera. Ahora, que cambie su actitud lo veo difícil.

-¿Pero te ha tocado la polla o no? – le preguntó otro compañero.

-Sí… la de plástico – y todos comenzaron a reír – pero no ha puesto mucho entusiasmo… – confesó con resignación.

-Lo importante es que, por lo menos, se ha reído. Ya no es el desprecio con el que me ha tratado a mí – apuntó nuevamente el mensajero.

-A ver si se resiste a mi manguera… – soltó con aire chulesco uno de los chicos que actuaba en el tercer show de la noche y que estaba a punto de ser anunciado.

Ajenos a lo que sucedía fuera de los vestuarios, los strippers oyeron al locutor hablando por los altavoces:

-Atención, lamentamos anunciar que hemos sido denunciados y la policía ha llegado para hacernos desalojar el local. Por favor, rogamos que nadie se mueva de sus asientos puesto que será la policía, con la ayuda del cuerpo de bomberos la que se encargará de llevar a cabo el desalojo. Aguarden en sus asientos hasta que sean atendidas.

Las serias palabras provocaron un runrún en la sala únicamente apaciguado por la música que empezó a sonar para anunciar la salida al escenario de un negro vestido de policía y un corpulento blanco vestido de bombero.

Un negro… Laura pensó que ya iba siendo hora de disfrutar de la noche plenamente y qué mejor forma de hacerlo que con un tío de raza negra. Se imaginó la enorme tranca que debía tener y le entró un escalofrío.

Los dos nuevos boys comenzaron su espectáculo bailando sobre el escenario en el que hicieron un striptease para acabar mostrando un tanga en el que las mujeres que ocupaban los asientos más caros del local, los más cercanos al escenario, introducían sus billetes como si de una película americana se tratara. Tanto el policía como el bombero conservaron su gorra y su casco respectivamente.

Tras el striptease, tal y como hicieran los otros compañeros, los 2 hombres se pasearon por la sala. El policía era un negro muy delgadito, todo fibra, de algo más de 30 años mientras que el bombero era un hombretón blanco que no llegaría a la treintena. No estaba ni mucho menos tan fibrado como el policía, pero con su altura y sus duros músculos parecía un boxeador ruso sacado de una película de Rocky.

Laura estaba impaciente esperando que el negro se acercara por la mesa, sin embargo fue el bombero el que lo hizo acercándose a Alicia que lo despreció como ya hiciera antes Mireia con el mensajero. El hombre parecía insistir pero ella seguía en sus trece. El stripper probó un nuevo acercamiento sacando un bote de nata que utilizó para dejar un reguero de crema desde sus pectorales hasta su vientre. Alicia siguió despreciándole así que el bombero se giró hacia Mireia quien le sonrió negando con la cabeza. El tío le devolvió la sonrisa con todo el aire chulesco que desprendía y las amigas comenzaron a animarla.

Ante los vítores de las amigas, Mireia decidió comerse la nata. Lo haría con cuidado para ni rozar al asqueroso tío y ya está. Pero cuando se acercó a él y empezó a recoger la nata con la lengua sintió algo raro. El fuerte olor del macho, unido a su considerable corpulencia (como a ella le gustaban los hombres… ¿cuántos mails había visto en los que había disfrutado con cuerpazos como este?), su chulería, la nata… todo se unió para hacer que no le importara terminar de recoger la crema con la boca chupando ligeramente la parte baja del ombligo del enorme bombero. El tío aprovechó para bajarse ligeramente el tanga mostrando su pubis rasurado y creando un nuevo camino blanco que unía el anterior con la base de su polla. Mireia le miró y le dijo que no mientras se relamía recogiendo la nata que quedaba en la comisura de sus labios.

El resto de la mesa estaba alucinando, sobretodo Alicia. Si bien ninguna esperaba que Mireia, tan abierta y divertida, tuviera esta actitud tan cercana a la lascivia, era Alicia la que estaba más descolocada puesto que había declinado hacer justo lo que ahora hacía una desconcertante Mireia. Por otro lado, Mabel tampoco estaba disfrutando de la situación precisamente. Al igual que sus amigas no esperaba que Mireia se comportara así y al verla le entró un malestar incontrolable, también conocido como celos. No sabía por qué pero no quería ver a su amiga disfrutar con ninguno de aquellos malditos strippers.

-Si no te lo comes tú se lo comerá otra – la chuleó y Mireia, no acostumbrada a que la chulearan, se agachó a recoger la nata nuevamente con sumo cuidado de no tocarle.

El hombretón, crecido, se bajó el tanga mostrando una preciosa polla de considerable tamaño. Cuando Mireia la vio, tan cerca, casi se muere producto de una mezcla entre sorpresa, algarabía y unos primeros evidentes síntomas de excitación.

-Esto se lo tendrá que comer otra… – le respondió con malicia cuando el chico la invitó a una nueva merienda llenando su verga de rica dulce nata. El bombero no quiso forzar más la situación y rodeó la mesa pasando por Alicia y Mabel hasta llegar a Leire que no quiso desaprovechar el manjar que había desechado Mireia. Primero pasó la lengua por todo el tronco recogiendo la crema para terminar introduciéndose los gordos 22 centímetros de tranca en la boca. Debido al grosor, mucho mayor que el del pene del manitas, Leire no podía abarcar mucho más que el glande de aquella descomunal polla.

Mientras tanto, en el escenario, el policía, tumbado en el suelo, estaba recibiendo una mamada doble. Por un lado la teñida madurita de la mesa 8, ya completamente desinhibida, y por otro una jovencita morena de no muy buen ver. Ambas chupaban con cierta descoordinación los 20 centímetros de rabo negro.

Cuando el bombero se separó de Leire, la mujer sintió un cierto alivio puesto que estaba dispuesta a llegar tan lejos como aquel tío hubiese querido y tampoco era plan de que sus amigas fueran testigo de aquello, sobre todo porque conocían a su novio. Mireia también se sintió aliviada al ver cómo la tentación se marchaba hacia el escenario donde se reunió con su compañero para tumbarse a su lado.

La rubia teñida dejó al negro tras las indicaciones del bombero y se abalanzó sobre la polla blanca en lo que parecía una competición entre la joven poco agraciada mamando al policía negro y la madurita potente mamando al bombero blanco. La pugna parecía llegar a su desenlace cuando ambos stripper se corrieron en sendas copas que dieron a sus respetivas “concursantes”. Cuando la joven fea se metió el semen en la boca su rostro aún se deformó un poco más para acabar escupiendo el contenido con una cara de asco culminada con las arcadas con las que se retiró hacia su mesa. Cuando la rubia acercó la copa a sus labios, echando la cabeza para atrás e inclinando la copa para que el semen se deslizara a través del cristal primero y después por la lengua y el interior de su experimentada boca, ya había “ganadora”. Sin esfuerzo, la mujer tragó el espeso contenido y su cara de lujuria denotaba que no le daba ningún asco.

Al término del tercer espectáculo Mireia aprovechó para ir al baño. Necesitaba despejarse. Alicia decidió acompañarla.

-¿Has visto a la guarra de Leire? – la interrogó. Mireia no sabía qué decirle. Si bien reprochaba que Leire, con novio, le chupara la polla a un stripper, ella había medio disfrutado al comerse la nata tan cercana a aquella misma verga. Estaba confusa.

-Sí, yo no sería capaz de hacer algo así – no mintió, pensando que, aunque quisiera, no sería capaz de traicionar a su pareja.

-¡Ni yo! – la secundó Alicia pensando que se refería al acto en sí, no al engaño que con él se cometía.

Mireia se mojó la cara para refrescarse. Mientras tanto, en la mesa número 21…

-Chicas, yo…

-No hace falta que digas nada Leire – la tranquilizó Marga – sabes que no va a salir de aquí. Además yo…

-Tú, ¿qué? – la instó Laura.

-¡Yo estoy cachonda como una mona! – se confesó Marga y sus amigas se rieron.

-Ya sabes que nadie va a decir nada – le devolvió el clave Leire.

-Ya, pero no pienso hacerle esto – replicó la novia haciendo referencia a su futuro marido – No voy a joder nada por un calentón tonto. Cuando llegue a casa me hago un dedo y punto.

-Tienes razón… – se avergonzó Leire.

-Pues chicas… yo al próximo que se acerque a la mesa no lo dejo escapar – concluyó Laura provocando nuevas risas en el grupo.

Cuando las 2 amigas volvieron del baño, intercambiando sus asientos, el penúltimo espectáculo ya había comenzado. Tanto el gladiador como el luchador de lucha libre ya estaban actuando.

-Como os decía, si la fuerzo un poco más la tía me come la manguera – vacilaba el bombero.

-Eso no te lo crees ni tú, lo que pasa es que la mujer tiene muchas tablas – le replicó el mensajero – Aunque, es cierto que yo, al principio, no pensaba que la tía llegara a comerse la nata…

El bombero sonrió orgulloso.

-¿Y qué tal la madurita?

El policía y el bombero se miraron y sonrieron complacidos. Ninguno de sus compañeros necesitó saber más.

Cuando el luchador se acercó a la mesa de las 6 amigas ya estaba completamente desnudo. Únicamente conservaba una máscara típica de la lucha libre mexicana. Laura llamó su atención y el stripper no la ignoró. Era de raza negra tal y como a ella le gustaba y, aunque era algo bajito, estaba muy fuerte. Era algo intermedio entre la corpulencia del bombero y la pura fibra del policía. Laura cogió la polla flácida del stripper y se la metió en la boca hasta llegar a la base donde tenía un anillo de goma para prolongar las erecciones.

Cuando la polla alcanzó los 20 centímetros el enmascarado comenzó a sobar los grandes pechos de la chupadora. Al ver la predisposición de la chica le quitó la camiseta y, retirando las grandes copas del sostén pudo magrearle los pechos a la vista del resto de la sala. Entre las amigas cundía la sorpresa y el jolgorio a partes iguales. Aunque ninguna se esperaba que Laura se dejara magrear de ese modo, también sabían que lo estaba disfrutando enormemente.

Cuando Mireia levantó la vista y vio al luchador mirándola fijamente se sorprendió y más al ver cómo el stripper retiraba rápidamente la vista tras notar en su mirada algo raro. No sabía el qué, pero sus sospechas se confirmaron cuando el enmascarado se retiró rápidamente dejando a Laura con ganas de más.

Marga no sabía si aguantaría hasta llegar a casa. Tenía las bragas completamente mojadas. Desde que había visto a las mujeres maduras disfrutar del grosor del pene del chaval más joven que había actuado no había parado de ver pollas y cuerpazos y el calentón no le bajaba. Si a eso se le unía algunas de sus amigas disfrutando de lo que ella no podía la cosa cada vez se ponía más difícil de controlar así que decidió retirarse al baño momentáneamente igual que antes lo hiciera Mireia.

De camino al baño se cruzó con el gladiador. Otro negro muy similar al luchador aunque algo más alto. Tenía el pelo muy cortito y un ligero bigote muy finito. No pudo evitar acariciarle la enorme polla negra en un gesto rápido, pero suficiente para aumentar sus deseos de sexo. Entró al cuarto de baño con la respiración entrecortada y se metió en uno de los lavabos. Al bajarse los pantalones pudo comprobar la mancha que la excitación había dejado en sus bragas. Las retiró lentamente viendo como la tela se resistía a separarse de la zona húmeda quedándose pegada unos instantes hasta que se separó dejando unos hilillos de líquido blanquecino. Se sentó en la taza y, abriendo las piernas, se llevó una mano a la entrepierna notando la humedad existente. Al retirar los dedos, estos quedaron impregnados del flujo vaginal que se llevó a la boca. Cuando su mano volvió a la zona, comenzó a frotarse los labios haciendo especial hincapié en el clítoris para acabar introduciéndose 2 dedos en su raja.

Mientras tanto, el gladiador se había acercado a Mireia e intentaba convencerla para que lo acompañara al escenario, pero ella se negaba firmemente.

-No has de hacer nada, es sólo un juego – intentó convencerla, pero ella seguía en sus trece.

Mabel estaba sufriendo más de lo que jamás se podía imaginar. No entendía lo que le estaba pasando, pero deseaba con todas sus fuerzas que Mireia no sucumbiera a las evidentes tentativas que cada uno de los strippers estaban intentando con ella. Y lo peor es que no lo hacía por protegerla como amiga, lo hacía porque la deseaba como mujer. Era la primera vez que se daba cuenta de ello y se estaba atormentando.

-Si prefieres le digo al enano que te haga alguna gracia o al bombero que te enseñe la manguera, a ver si a ellos les haces más caso…

¡Increíble! ¿La estaba chantajeando moralmente? Si lo hacía, había acertado pues en ningún caso pretendía hacer ver que el enano la había cautivado con su humor o que el bombero la había calentado con su suficiencia en todos los sentidos.

-Está bien, pero tiro las anillas y ya está – sucumbió por fin.

-Tranquila, si no creo que ganes – le dijo el stripper mientras se dirigían al escenario.

-¡Sí, hombre! ¿Y por qué no? – le contestó indignada.

-¡Ah! No sé… no tienes pinta de tener muy buena puntería.

-Pues ahora te vas a enterar…

De camino al escenario, Mireia volvió a pillar al luchador mirándola y nuevamente desvió la mirada para concentrarse en la joven de la mesa 13 a la que tenía chupándole la polla con las perfectas tetas al aire al igual que antes tuviera a Laura. Mireia se extrañó, ahora convencida de que había algo raro en él, pero prefirió no darle más vueltas y concentrarse en ganar aquel mini juego al que la habían desafiado que consistía en introducir unos aros de plástico en la polla del stripper, en este caso, el gladiador.

Cuando Marga cerró los ojos y visualizó la polla del manitas empezó a gemir de placer. El sonido del chapoteo que producían sus dedos al chocar contra su lubricada vagina era evidente. Estaba a punto de llegar al orgasmo cuando recordó el tacto de la polla del gladiador y, en ese instante, se corrió soltando unos ligeros grititos ahogados por la vergüenza de ser descubierta. Durante el orgasmo no dejó de pensar en el niño y las mujeres disfrutando de tan joven pene. Sólo cuando terminó de sentir placer se acordó de su novio y los remordimientos iniciales se apaciguaron pensando que lo que acababa de hacer había sido por el bien de ambos.

Cuando Mireia se disponía a lanzar el primer aro se fijó en el gladiador allí tumbado sujetándose la polla totalmente tiesa y sintió que la imagen le gustaba. Se fijó en aquella enorme polla y las venas marcadas a lo largo de sus 21 centímetros. No era tan gruesa como la del bombero, pero a cambio tenía las abdominales completamente marcadas. La verdad es que el negro era todo un buen macho y Mireia comenzó a sentir nuevamente lo que el lavado de cara había apaciguado. Estaban pasando tantas cosas por su cabeza que el lanzamiento fue un desastre. Se pasó de largo y no tocó ni polla cayendo el aro sobre el pecho del hombre de unos 35 años que la sonrió burlándose de su lanzamiento. Cuando Mireia se acercó a recoger el aro apoyó su mano sobre las duras abdominales y le dijo:

-Esto aún no ha acabado – desconcertando al hombre que donaba su miembro al juego.

Mientras esperaba nuevamente su turno en la fila pudo ver al enmascarado que se retiraba con la joven de la mesa 13. De camino a la sala privada volvió a mirarla y sus miradas se cruzaron por tercera vez. El desconcierto de Mireia era total cuando le tocaba lanzar de nuevo y, esta vez, sin pensar en nada, coló el aro en la polla del gladiador que ahora sonrió satisfecho. Era la única de las concursantes que lo había conseguido así que era la ganadora.

-Tenías razón, has ganado.

-Ha sido suerte.

-No lo dudo – se rió – pero has ganado el premio.

-¿Qué premio? – preguntó intrigada.

-Pues si quieres te hago un privado.

-¿¡Cómo!? – se indignó – ya te he dicho que únicamente venía a jugar, nada más.

-Ya, pero es que no pensé que ganaras y ¿qué crees que pensarán estas chicas, que sí querían ganar para que les hiciera un privado, si tú renuncias?

-Ese es tu problema, habíamos quedado en que jugábamos al dichoso jueguecito y punto. Le cedo mi premio a mi amiga que seguro que está dispuesta – le propuso refiriéndose a Laura.

-No creo que a las otras les hiciera mucha gracia.

Mireia se giró y dirigiéndose a sus rivales les dijo:

-Chicas, yo me retiro, podéis seguir vosotras a ver quién consigue el premio.

Las concursantes parecieron satisfechas, no así el gladiador que pensó que el mensajero tenía razón y esa tía iba a ser más dura de lo que se pensaba. Pero antes de marcharse, Mireia le sorprendió al agacharse a recoger el aro que rodeaba su verga. Al hacerlo apoyó la palma sobre su pubis y al levantar el aro su mano recorrió toda la polla en un claro gesto de que la chica no se quería ir sin al menos manosearle el cipote.

Acalorada, Mireia volvió a su asiento donde ya había vuelto también Marga y las 6 amigas siguieron disfrutando del resto de la noche.

-¿Qué te ha dicho? – le preguntó Alicia.

-Pues el tío quería hacerme a un privado… – le contestó con toda la indignación que supo interpretar.

-Será cerdo…

-Haberle dicho que me llevara a mí – bromeó Laura.

-¿Y qué te crees que he hecho? – y todas las amigas rieron animadas, sobretodo Mabel al ver que su amiga no sucumbía a los placeres de la carne masculina.

Mireia se sorprendió al notar, en su pierna derecha, las caricias de Mabel. Respondió al gesto con una mueca mezcla de agradecimiento y extrañeza y Mabel aprovechó para besarla. Mireia reaccionó abriendo los ojos, sorprendida, pero no retiró el rostro mientras las amigas reían divertidas.

-¡Madre mía! Lo que hace el alcohol… – insinuó Laura bromeando.

-Sí, será mejor que no bebamos más – propuso Leire en el momento en el que el camarero hacía acto de presencia provocando las carcajadas del grupo de amigas.

-Un gin tonic – pidió Leire.

-Otro – soltó Laura.

-Otro mojito – continuó Marga.

Cuando llegó el turno de Alicia no supo qué decir. Miró a Mireia y, al no poder esperar a oírla, no pidió nada.

-Creo que ya he bebido demasiado – soltó Mireia con un resoplido – tráeme un red bull.

Mabel se sentía extraña. Acababa de besar a Mireia y, por suerte, no parecía habérselo tomado a mal. Lo cierto era que las amigas habían ayudado haciendo cachondeo. No quería seguir bebiendo para evitar hacer una locura, pero por otro lado había sido una locura tan placentera que…

-Vodka con cola – concluyó.

Mireia creía que habían bebido demasiado y no le hizo mucha gracia que Mabel pidiera otro cubata. Aunque no se tomaba a mal lo del beso no entendía a qué había venido en ese momento y justo después de aquellas caricias. No le dio mayor importancia pero temió que alguna acabara haciendo una locura, incluida ella.

Mientras el gladiador y el luchador terminaban sus privados, en el vestuario se preparaban para la última actuación de la noche.

-Rubio, eres nuestra última esperanza – le animó el enano – todos confiamos en ti.

-Lo malo es no tener los informes de estos 2 – contestó haciendo referencia a los que acababan de actuar y ahora estaban enfrascados con sendos privados.

-También tengo curiosidad por saber de la jovencita de la 13. A ver si cumple con las expectativas… – y todos se rieron.

-Desde el lejano oeste, con sus portentosos músculos, su piel negra azabache y un enorme rabo… ejem ejem – bromeó el locutor – os presentamos al magnífico Phoenix, el mejor caballo de todo el oeste americano.

¡¿Un caballo?! ¡No podía ser semejante guarrada! pensó Mireia que ya había discutido más de una vez con su novio sobre lo asqueroso que le parecía que alguno de sus amigos viera videos porno en los que un caballo era el protagonista. Pero por suerte su alteración se vio aplacada al ver que se trataba de un más que currado disfraz de caballo que debía esconder lo que supuestamente era otro stripper. Como anunciaba el hombre de la megafonía, el disfraz era de color negro y reflejaba bastante bien los músculos que se le presuponen a un caballo. Pero sin duda, lo más gracioso era el pene del animal, bastante grande. Aunque no sabía el tamaño del órgano sexual de los equinos, le pareció que aquel era bastante desproporcionado.

El hombre disfrazado bailaba dentro de su disfraz provocando el jolgorio de las mujeres que se lo pasaban en grande jugando con el animal y manoseándolo. Lo cierto es que la estampa era bastante divertida. Al llegar a la mesa 21 se acercó a Marga que ignoró al animal el cual se arrimó a Laura que se levantó para bailar y hacer el tonto junto al caballo. Empezó a sobarlo y bajó hasta el largo pene. Al palparlo se sorprendió.

-¡Pero si es la polla del tío! – gritó a sus amigas.

-¡Anda, ya! – le soltó incrédula Leire que se levantó para comprobarlo ella misma – ¡Es verdad! – y no pudo contener la risa al comprobar que el stripper había metido su polla dentro del espacio del disfraz destinado para ello. Lo sorprendente es que prácticamente los 30 centímetros de tela eran cubiertos por el semental que se escondía bajo el disfraz.

Mientras el caballo se marchaba volvió a sonar, en tono de broma, la megafonía:

-Al parecer Phoenix está algo cachondo y descontrolado con lo que ha tenido que venir su dueño para domarlo.

Y dicho y hecho, apareció un nuevo stripper vestido de vaquero que cogió al caballo para subirlo al escenario donde ambos se pusieron a bailar al ritmo de la música. Mientras el vaquero comenzó a desnudarse, el caballo volvió a la mesa 21, directamente hacia Leire a la que empezó a sobar con sus pezuñas por encima de la ropa. Ella se dejaba hacer sintiendo el placer que las caricias del animal salvaje le provocaban.

-¿Te vienes al escenario? – le susurró el caballo cuando una de sus pezuñas le acariciaba la entrepierna.

Leire estaba deseando follar y tuvo miedo de acabar haciéndolo si se movía de su sitio así que miró a sus amigas y con la súplica marcada en el rostro les preguntó:

-¿Alguna quiere acompañarle? Que no quiero acabar haciendo ninguna tontería.

Marga se sentía bien consigo misma tras la masturbación del lavabo que había esfumado la excitación que la noche le había provocado y no estaba dispuesta a volver a tentar a la suerte.

Alicia dudó sobre lo que hacer. Estuvo a punto de ofrecerse ya que Mireia había hecho lo mismo con el gladiador, pero pensó que no se iría nuevamente y eso la hizo decidir no decir nada aunque no las tenía todas consigo.

A Mireia le supo realmente mal por Leire. Había cosas que hacía que no podía entender, pero lo que estaba claro es que estaba tratando de no hacer la mayor de las tonterías que podía hacer esa noche y pensó que debía ayudarla. Sin embargo supo que Laura se ofrecería y se sintió aliviada por ello.

Mabel ni se planteó la opción. Si esa noche cometía una locura lo haría con la pedazo de hembra que tenía a su lado. Ya fue suficiente satisfacción ver que no se estaba ofreciendo para ir al escenario con el caballo.

Laura notó las miradas de sus amigas clavarse en ella. Pensó que todas estaban esperando a que aceptara la petición de Leire y se sintió sucia. No le gustó la sensación de sentirse juzgada por sus amigas y las sorprendió a todas:

-Yo paso, es que el rollo animalito no me va mucho…

Mireia se quería morir. Esas palabras la estaban obligando a salvar a Leire y, con una mirada asesina pero disimulada hacia Laura, se levantó de su asiento:

-Yo iré… – soltó con resignación provocando el arrepentimiento de Alicia quien, de haberlo sabido, se habría ofrecido igual que su amiga.

Mabel estuvo tentada de agarrarla del brazo para impedirlo, pero se contuvo y no lo hizo mientras que Leire agradeció el gesto a su amiga con una mirada que lo decía todo.

Mientras tanto, el vaquero ya se había quedado en tanga y buscaba entre el gentío una chica a la que hacerle un show personalizado. El vaquero era el más veterano de todos los boys de la noche. Rondaba los 40 años, pero muy bien llevados. Aunque conservaba su sombrero de cowboy se adivinaba un pelo muy corto, casi rapado y, como no podía ser de otra forma, estaba fuerte, sobretodo tenía unos prominentes pectorales. En general se notaba que era el más hombre de todos los que habían actuado. Finalmente la afortunada fue la mujer que cumplía los 40 y que al principio de la noche había recibido el regalo por parte del mensajero.

Cuando Mireia llegó al escenario, el stripper la sentó en una silla para hacerle un show como el que estaba llevando a cabo su compañero. Aún seguía disfrazado de caballo y el baile era más cómico que sensual hasta que se puso a cuatro patas como si de un animal de verdad se tratara. En ese momento Mireia se fijó en el miembro del caballo y le hizo gracia ver lo grande que era. Recordó lo que Laura y Leire habían comprobado y pensó que si todo aquello era del stripper debía ser un verdadero animal. A la mente le llegó la argumentación de su novio cuando ella reprochaba el porno con caballos.

-A ti lo que te pasa es que, secretamente, te ponen los enormes rabos que tienen los caballos y como no te asusta la idea te enfrentas a ello reprochándolo – le decía siempre su chico.

¿Y si tenía razón? Su mente estaba comenzando a entrar en un grave conflicto y el maldito stripper vestido de caballo a cuatro patas con la enorme verga respingando no le ayudaba en absoluto. Finalmente, el subconsciente pudo más y Mireia se levantó de la silla y, con la excusa de comprobar lo que antes comprobaron Laura y Leire, se agachó junto al caballo para tocarle la polla.

-Pues es verdad que es todo tuyo – le dijo al stripper que se reía bajo su cabeza de caballo.

Internamente, Mireia quería pensar que estaba tocándole la polla a un inconsciente y pobre caballo para ponerlo cachondo y hacer que su rabo creciera hasta el infinito poseído por la lascivia entrándole irremediables ganas de montarla. A lo cual ella se negaría, por supuesto.

Con lo que Mireia no parecía contar era con que bajo aquella apariencia de caballo había una persona racional con la suficiente experiencia como para ganársela antes de ir a montarla como un salvaje con la polla erecta emanando flujos preseminales.

Cuando la chica volvió a ocupar su asiento el caballo empezó el striptease quitándoselo todo y dejando únicamente la cabeza del disfraz y un tanga de color rojo. Mireia pudo comprobar el escultural cuerpo del chico que además era alto como a ella le gustaban. Los músculos fibrados no desentonaban con los del disfraz y Mireia siguió imaginando que aquel era su corcel blanco, pues el bulto del tanga tampoco desentonaba con lo que a un caballo se le presupone.

-No te quites la cabeza, ¿vale? – le pidió la chica haciendo más fácil imaginarse que era un animal salvaje.

Cuando el tío la contestó relinchando notó la humedad de su entrepierna que llevaba un rato indicando lo excitada que estaba. Mireia palpó los músculos del caballo notando la firmeza de los mismos. Recorrió cada uno de los recovecos del animal hasta llegar a su culo que lo masajeó con lujuria. El tío volvió a relinchar tirando la cabeza hacia atrás y ella agarró el tanga y tiró hacia abajo mostrando el enorme pollón del animal.

El vaquero ya se había desnudado completamente y había hecho lo propio con la cuarentona. La mujer era bastante del montón lo que unido a su edad hacia que no estuviera de muy buen ver. No así el hombre que estaba a punto de insertarle los 17 centímetros de gruesa polla que tenía. Cuando la mujer sintió el gordo pene atravesándola olvidó el aproximado centenar de mujeres que la estaban viendo y se dispuso únicamente a sentir aquella herramienta algo más gruesa que la del manitas, pero no tanto como la del bombero.

Mireia no se podía creer que 25 centímetros de polla estuvieran flácidos. Lo estaba pensando cuando el stripper pareció leerle la mente al ponerse a cuatro patas nuevamente. En ese momento, el hombre dejó de serlo como tal y se convirtió definitivamente en un caballo a los ojos de Mireia que chorreaba cada vez que pensaba en lo que estaba a punto de hacer tras haber repudiado tantas veces aquellos videos de los que su novio le había hablado alguna vez.

Primero acarició la cabeza del animal tranquilizándolo, no en vano era un caballo salvaje y no sabía cómo podía reaccionar. Mientras oía los jadeos del bicho fue bajando por la crin hasta el lomo donde volvió a amansarlo. La chica se dirigió a la grupa del animal notando la firmeza del culo del stripper y de ahí saltó a la parte baja de una de las patas traseras para ir subiendo poco a poco notando la dureza de los músculos y aproximándose al sexo del caballo.

-Tranquilo, Phoenix… – hablaba con el animal para tranquilizarlo y evitar que la excitación se convirtiera en algo peligroso

Cerca de los testículos del animal comenzó a notar el calor que la zona emanaba y pudo notar como el colgante pene había adquirido cierta altivez. Mientras no dejaba de acariciar la crin del caballo con la mano derecha, con la mano izquierda alcanzó la bolsa testicular del corcel que pareció estremecerse. Los huevos del caballo colgaban bamboleantes, pero el objetivo de Mireia era otro. Por fin agarró el rabo del caballo y pudo notar como sólo con su tacto el pene del animal adquiría tamaño y altivez poniéndose paralelo al suelo y llegando más allá de la mitad del lomo del equino. Sin duda era un pollón enorme de 30 centímetros que no abarcaba a rodear con su mano completamente estirada.

Excitada como nunca, descontrolada como estaba, Mireia se agachó y acercó su cara a la punta de la polla del caballo. La verga era tan grande que prácticamente no podía introducírsela en la boca con lo que se dedicó a chupársela y lamerle la punta.

Cuando el vaquero se corrió sobre el vientre de su clienta advirtió al caballo, que se separó de Mireia.

-El show ha terminado… – le dijo.

¡No podía ser, ahora no! pensó. Intentó tranquilizarse recapacitando sobre lo que estaba haciendo y supo que parar era lo que debería haber hecho hace mucho rato. Con lo que si era el caballo (¡no! ¡maldita sea! ¡no era un caballo!) el que cortaba la situación pues mejor. Pero la serenidad se esfumó al pensar lo que sus amigas acababan de presenciar y lo que le había hecho a su novio…

-… pero si quieres puedes acompañarme a los vestuarios – continuó el stripper.

¡Maldición! Con lo fácil que hubiera sido que se hubiera acabado y ya está. ¿Ahora le estaba ofreciendo seguir con el show de forma más privada? La verdad es que no estaría mal, pensó. Creía que los remordimientos no la dejarían vivir en el momento en el que se dio cuenta que, en ese instante, no tenía remordimiento alguno. La excitación era mucho mayor que la mala conciencia que aún era inexistente.

-Déjame que lo hable con mis amigas – le dijo.

-Por supuesto.

-Lamentamos tener que anunciar la finalización del show de esta noche. Lo cual no significa que la fiesta haya terminado puesto que la música y la bebida aún no se han acabado – concluyó su actuación el speaker invitando a que se quedaran aquellas que lo desearan.

Mireia no paraba de darle vueltas de camino a la mesa. Estaba indecisa. Si no aceptaba la invitación se tendría que marchar para casa echando ostias para hacer el amor con su pareja o casi mejor hacerse una paja pensando en caballos salvajes poseyéndola. Pero tampoco quería que se notara demasiado, aunque debía de ser evidente tras lo que había hecho en el escenario. En ese momento empezó a preocuparse por sus amigas. ¿Qué pensarían? Tras lo mucho que había criticado a Leire, ahora ella había actuado tanto o peor que su amiga.

Las caras de las 5 chicas eran un poema. Por suerte, Laura rompió el hielo.

-¡Joder, tía! Si lo sé voy yo al escenario… – bromeó rebajando la tensión y provocando las sonrisas del resto.

-Muchas gracias – le agradeció Leire – si llego a ser yo no hubiera tenido tanta fuerza de voluntad y me habrían follado como a la del cumpleaños.

Aquellas palabras parecieron romper la tensión definitivamente haciendo ver que había sido Mireia la que, en un momento dado, había cortado la situación. Además, Mireia recordó que ninguna de sus amigas sabía lo que había estado pensando cosa que aún la tranquilizó más puesto que se moriría de vergüenza si finalmente alguien supiera que la excitaban los caballos, cosa que había descubierto esa misma noche.

-Mireia, tú no tienes la culpa – intervino Mabel – te han estado buscando toda la noche. Sin duda eres la más guapa de la sala – confesó – y no han parado hasta que han conseguido lo que buscaban…

-Es verdad, desde el mensajero al principio hasta el tío este disfrazado de caballo, pero pasando por el enano, el bombero y el gladiador. Todos te han estado buscando – se dio cuenta Marga y el resto de amigas.

-Gracias… chicas… – Mireia se sintió completamente respaldada – ¿Sabéis? el tío este – refiriéndose al caballo – me ha propuesto que me vaya con él a los vestuarios…

-¿Y qué vas a hacer? – la interrumpió desconcertada Alicia.

-Pues… – tras ver la comprensión de sus amigas y como todo se había apaciguado estaba decidida a rehusar la invitación cuando el propio actor que había hecho de caballo la interrumpió.

-Bueno, ¿ya te has decidido? – le preguntó a su espalda.

Todas las chicas se giraron al mismo instante para ver al hermoso rubio que las hablaba. Se había quitado la cabeza de caballo y se había puesto una toalla alrededor de la cintura para tapar sus vergüenzas.

-¿Eres tú? – le preguntó incrédula Mireia.

Él se rió y le contestó afirmativamente. Mireia sintió ganas de comérselo allí mismo, era una ricura. Lo que escondía el caballo negro azabache era un rubio de cara preciosa que bien podría ser sueco. Nuevamente Mireia pensó que podría ser el hombre del mes de octubre en alguno de los calendarios subiditos de tono que recibía en el correo electrónico. Volvieron a surgirle las ganas de acompañarlo a donde le pidiera aquella hermosura y con ellas, las dudas, que se disiparon al ver a la joven de la mesa 13 volver sonriendo del privado al que se la había llevado el misterioso y enmascarado luchador. Un atropello de pensamiento se abalanzó sobre ella. Las gracias del enano, la soberbia del bombero, el misterio del enmascarado, la cara de satisfacción de la joven buenorra, el excitante juego de los aros, su corcel… cuando Mabel la sacó de sus pensamientos.

-Yo la acompaño – exclamó sorprendiendo al resto de amigas y, sobretodo, sacando de un notable apuro a Mireia.

El tío se quedó mirando a Mabel y le respondió:

-Bueno… no era mi intención llevarme a dos, pero no me importa…

-No, si no vas a ponerme una mano encima – le cortó la irreconocible Mabel provocando las risas del joven que debería rondar los 25 años.

-Si tú lo dices… – le respondió – ¿Vamos?

Mientras las dos chicas se alejaban con el rubio el resto de amigas se lo tomó cada una a su manera.

-Bueno, chicas, ¿pedimos otra ronda mientras esperamos a estas dos pájaras? – propuso Marga dispuesta a disfrutar de su despedida sobre todo después del peso que se había quitado de encima al hacerse la paja que se había hecho en los lavabos.

-Eso está hecho – la siguió Leire contenta de no ser ella la que se iba hacia los vestuarios sabiendo que era relativamente fácil que hubiera pasado.

-Oye, ¿y no os parece raro lo de Mabel? – inquirió Laura desconcertada por ser Mabel la que acompañaba a Mireia y no ella. Supuso que si las cosas hubieran ido de diferente forma… pero en ningún caso se esperaba que la mojigata propusiera ir a los vestuarios sobre todo después de haber pasado de los tíos durante toda la noche. No sabía el qué, pero tenía claro que había algo raro.

-Más raro me parece lo de Mireia – confesó Alicia, que estaba completamente turbada con el comportamiento de su amiga. Sin duda ella no era así y lo sabía bien pues habían sido muchas las veces que habían hablado sobre este tipo de comportamientos principalmente con el ejemplo de Leire.

-Chica, ¿quién no ha tenido una noche tonta? – soltó Leire perspicazmente.

-Yo – pensó Alicia, pero no dijo nada.

-No tienes por qué hacerlo – le insinuó Mabel a su amiga una vez que llegaron a los amplios vestuarios de los boys.

-Mabel… – le suplicó Mireia pidiéndole que no se lo pusiera más difícil.

Mabel vio la carita de circunstancias de su amiga y no pudo reprimirse. La volvió a besar como hiciera antes durante el show. Mireia se lo esperaba menos si cabe y volvió a sorprenderse, pero nuevamente no se retiró. Esta vez la lengua de Mabel se introdujo en la boca de su amiga y buscó su lengua con avidez. Al encontrarla, una chispa fue el inicio de los acontecimientos posteriores.

Cuando Mabel masajeó el voluminoso pecho de su amiga, Mireia se dio cuenta de lo que pasaba, pero ya era demasiado tarde para dar marcha atrás y las placenteras caricias de Mabel eran justo lo que estaba necesitando desde hacía mucho rato. Mientras tanto, el stripper que las acompañaba, viendo el percal, decidió no intervenir de momento y se quedó viendo el espectáculo que ahora las clientas le estaban ofreciendo a él.

Cuando Mabel retiró su lengua, Mireia la interrogó.

-¿Mabel, qué te pasa? ¿esto a qué viene? ¿eres lesbiana? ¿te gusto?

Aunque siempre había sentido lo mucho que su amiga la quería jamás pensó que la cosa fuera más que un amor de amiga llegando a un atractivo físico, ni mucho menos que pasara al terreno sexual.

-No, claro que no soy lesbiana, pero… no sé qué me pasa contigo, Mireia – se confesó – Me atraes, mucho. Eres tan guapa y femenina… pero no es eso… es que es tu forma de ser, creo que me he enamorado.

Mireia estaba flipando, pero aquellas bonitas palabras eran lo que faltaba para que la mezcla con la excitación que llevaba encima hiciera bum. Agarró de la cabeza a su amiga atrayéndola hacia sí y la volvió a besar. Mientras sus lenguas se entrecruzaban las manos de Mabel se colaron bajo las prendas de Mireia buscando un contacto más directo con sus pechos. El contacto fue total cuando se deshizo del sostén y pudo disfrutar de los protuberantes pechos y sus delicados pezones.

Cuando Mabel levantó la camiseta de su amiga dejando al descubierto sus ubres, el tío que las acompañaba flipó con aquellos perfectos pechos. Sin ser enormes, eran lo suficientemente grandes como para no desear ni una pizca de más. Naturales, bien puestos y con unos rosados pezones a juego con unas aureolas de tamaño perfecto, ni demasiado grandes ni demasiado pequeñas. Las tetas perfectas.

-¿Tú no me tocas? – le preguntó preocupada Mabel.

-Es que… – Mireia no sabía bien, bien cómo actuar. No es que no supiera tocar unas tetas, pues ella tenía unas, pero no sentía que hacerlo fuera lo que más le apetecía especialmente. De todos modos vio el ansia reflejada en el rostro de su amiga y se dispuso a complacerla –… está bien.

Como a ella le hicieran antes, metió la mano bajo las ropas de Mabel y, tras desabrochar el sujetador, le acarició los pechos provocando los suspiros de su amiga que se derretía con cada caricia.

El rubio pudo observar el pecho de la otra chica que era algo más pequeño que el de la primera. Además no era ni mucho menos tan bonito. Las tetas, debido a la silicona, eran mucho más redondas, pero una redondez antinatural. Los pechos estaban demasiado separados y las aureolas se veían demasiado pequeñas con respecto al resto de pecho. No es que fueran unas malas tetas, pero no llegaban ni a la mitad de perfección de las de Mireia.

Mientras las chicas se comían a besos y Mireia sobaba las tetas de su amiga, Mabel bajó una mano hasta la entrepierna de Mireia donde comenzó a frotar sobre el tejano. Debido a la postura y la rigidez de la tela aquellas caricias eran prácticamente infructuosas.

-Espera – le dijo Mabel mientras la retiraba y la tumbaba de espaldas en el suelo.

Mireia estaba desconcertada, pero tan caliente que se dejaba hacer y, aunque flipó al entender las intenciones de su amiga, no la paró. Mabel desabrochó los botones del tejano de su amiga y tiró de ellos mientras Mireia levantaba el culo para facilitar la faena. Ante los ojos de Mabel y el stripper aparecieron unas braguitas claritas manchadas por la zona que había estado en contacto con el sexo de Mireia.

-Te lo estás pasando bien, ¿eh? – la picó el chico recordándola que su corcel aún estaba allí y la esperaba dispuesto a montarla como el animal salvaje que era.

Mabel interrumpió los pensamientos de su amiga cuando Mireia notó el dedo acariciando las humedades de su ropa interior. Soltó un gemido producido por el placer de unir sus pensamientos con aquella sutil caricia. Aquella reacción animó a Mabel que retiró las bragas de Mireia quien, nuevamente, levantó el pompis para facilitar la maniobra. En cuanto la tela pasó por sus pies, Mireia dobló las piernas echándolas hacia atrás y abriéndolas para que su amiga tuviera amplio acceso a su coño abierto. Mabel aceptó la evidente invitación acercando su rostro a la humeante raja notando el calor que desprendía.

Al stripper se le empezó a empinar la polla al ver la lengua de Mabel contactar con el esponjoso coño de Mireia. El líquido vaginal blanquecino se adhería a la roja lengua de Mabel que se comía todo el manjar y los fluidos que se resbalaban por las nalgas de una y por la barbilla de la otra. Cuando el tío vio a Mabel, que estaba arrodillada, llevarse la mano a la entrepierna decidió actuar. Se acercó a la chica por detrás y le levantó la falda para ofrecerle el placer que ella le estaba regalando a su amiga. Pero no se esperaba aquella reacción. Mabel se separó de Mireia y se lo recriminó:

-¿Qué haces? Te dije que no ibas a tocarme un pelo…

La mojigata de Mabel parecía haber espabilado en una sola noche. Mireia estaba orgullosa de su amiga que además le había regalado 2 orgasmos en tan poquito rato. Pensó que aquella primera experiencia lésbica había concluido, pero al parecer su amiga no pensaba lo mismo puesto que se estaba quitando la falda y la miraba con una expresión que le recordó la confesión de su amor por ella.

-Mabel, yo no…

-¿Te da asco? – le preguntó asustada. Mireia vio tristeza en su rostro y casi se le parte el alma.

-No es eso, es que no me apetece.

-¿Pero no te apetece porque ya no te apetece más o porque soy yo o porque…?

-Para, para – la cortó y se dio cuenta de lo mucho que su amiga la deseaba y que después de lo que se había dejado hacer… se preguntó si la palabra calientacoños existía.

Mabel estaba completamente desnuda tumbada en el suelo cuando Mireia se tumbó sobre ella para besarla. Los cuerpos de ambas chicas se fundieron en uno mientras sus pechos se restregaban unos contra otros provocando el máximo placer posible sobre Mabel. Mireia se retiró de ella bajando hacia su entrepierna mientras le decía que era lo último que harían.

Mireia se alegró de que Mabel estuviera completamente rasurada. Aún así no le apetecía chuparle el coño con lo que se dispuso a darle placer como ella sabía provocárselo a sí misma. Le introdujo dos dedos de la mano, más concretamente el anular y el medio, y los dobló una vez en su interior buscando el mítico punto G. No le costó encontrarlo para empezar primero unas suaves caricias que fueron aumentando hasta acabar con un desesperado vaivén que provocó la corrida de su amiga.

Mabel creyó morir cuando notó los dedos de su amiga en su interior, pero aún sintió más placer cuando por primera vez le tocaban aquella zona tan sensible que desconocía. Sin duda, Mireia le estaba dando mucho más placer en una sola vez que todas las veces juntas de su novio. Cuando su amiga le provocó el orgasmo se avergonzó puesto que junto a él apareció un enorme chorretón de líquido como si se estuviera orinando. Era la primera vez que le pasaba y, sin saber lo que era, se avergonzó de que su preciada amiga fuera testigo de ello.

-Tranquila, cariño, es algo normal – la tranquilizó Mireia al ver la preocupación en el rostro de su amiga.

-Te quiero – Mireia sonrió.

-Sobre eso ya hablaremos con más calma.

-¿Nos vamos? – tentó a la suerte Mabel.

-Ves tirando tú, yo tengo algo pendiente – y miró a su blanco corcel.

-Como quieras – se resignó Mabel que, al menos, había tenido sexo con Mireia y tenía pendiente una conversación con ella. Aunque sobre eso se temió lo peor. Avergonzada por todo, se marchó sin despedirse.

-¿Sabes que tienes unas tetas perfectas? – le susurró el stripper a Mireia acercándose por la espalda mientras le acariciaba los pechos por primera vez.

-No son perfectas – le respondió ensimismada viendo a su amiga marcharse – una es más grande que la otra.

-¡Pues es verdad! – confirmó mientras se reía – ¿Qué te pasa? – le preguntó al verla pensativa.

-No sé… es todo muy extraño… acabo de tener sexo con una amiga, estoy desnuda en el vestuario de un stripper dejando que me sobe las tetas… yo no me comporto así.

-Si te sirve de consuelo te diré que ha sido todo un poco premeditado.

-¡Ah! ¿sí?

-Bueno, pues… no se lo digas a nadie, pero… cuando sale el primer compañero, se encarga de evaluar a las chicas que han venido a vernos y…

-¿Y? – preguntó haciéndose la tonta.

-Pues que se encarga de decirnos las que están más buenas y luego el resto salimos con cierta predisposición. Ya me entiendes…

-No, no te entiendo – le dijo Mireia marcando la ignorancia en su rostro.

-Pues, mujer, que hoy la tía más buena de toda la sala eras tú y has sido el objetivo de cada uno de nosotros durante toda la noche.

Mireia comenzó a reír.

-Gracias. Cómo me gusta hacerme la tonta. Estaba esperando a ver cuánto tardabas en decirlo.

-Serás… – la recriminó el joven, pero rápidamente sonrió dándose cuenta de que aquella chica era mucho más que un par de tetas perfectas a pesar de no ser iguales en cuanto a tamaño.

-¿Sabes? es cierto que mi amiga me ha sacado un par de orgasmos, pero… a la hora de… me ha faltado un pito – sonrió con vergüenza.

-Aquí tienes uno para que no te falte de nada – la vaciló sacándose la toalla mostrando nuevamente la enorme polla totalmente flácida – Pues para no haberte gustado el temita bollo a mi me ha puesto como un toro – le confesó recordando cómo Mabel le había comido el coño.

-Será como un caballo- rió Mireia – Pues se te han pasado rápido los efectos – advirtió agachándose para recoger con la mano los 25 centímetros de carne que le colgaban entre las piernas. – Y no es que no me haya gustado, me han venido muy bien sus caricias – insinuó con picardía – lo que pasa es que yo necesito otra cosa – concluyó antes de llevarse a la boca lo que tenía entre manos.

La polla del chico era tan grande y pesada que si no la sujetaba con las manos, al no estar tiesa, se le escurría de la boca volviendo a su posición natural colgando como tercera pierna del stripper. Para evitarlo la sujetó con ambas manos, sitio de sobra había para ello, y empezó a masturbarlo mientras con la boca se dedicaba a chuparle el brillante glande. Con esa maniobra no tardó en empezar a sentir cómo el escalofriante rabo comenzaba a adquirir rigidez y ganar en tamaño. Cerca de los 30 centímetros había espacio para que 2 manos más la acompañaran en la masturbación del semental y, aunque nuevamente no era capaz de abarcar todo su grosor con la mano, sí podía introducirse, aunque a duras penas, el glande completamente en la boca.

El tío no era tonto y sabía lo que la mujer deseaba. La separó de él y la colocó a 4 patas para insertarla por detrás colocándose a 4 patas igual que ella. Mireia sabía lo que estaba a punto de llegar y mientras lo esperaba ansiosa se frotaba el coño con avidez, provocándose todo el placer que podía. Cuando el macho estuvo a punto de insertarla notó el calor que la polla desprendía y al sentir el contacto del glande con sus labios vaginales tuvo un primer orgasmo ayudado por las caricias que se estaba procurando.

El stripper quiso penetrarla sin utilizar las manos y fue ella la que tanteó la zona buscando el pollón para dirigirlo a la entrada que debía perforar. Cuando alcanzó el duro hierro lo pegó contra su coño y lo restregó mientras masajeaba el largo tronco de la descomunal verga. Creía que se iba a desmayar del placer mientras el tío notaba como la polla se inundaba del líquido que lubricaba en abundancia la excitada mujer.

Cuando Mireia notó el irreversible deseo de sentirla dentro la guió primero hacia atrás para después acercarla a su orificio. Empezó a sentir el grueso glande haciéndose paso por la estrecha cavidad vaginal y sintió cómo la nueva corrida la alzaba hasta el cielo. Cuando el glande ya se había introducido empezó a notar carne que no dejaba de entrar dentro de su cuerpo hasta llenarla por completo chocando contra su fondo. El dolor de la embestida se sobrevino con las placenteras idas y venidas de tan grueso pene que rozaba sitios a los que su novio no había llegado jamás. Cuando cerró los ojos y se imaginó penetrada por un caballo salvaje perdió la cuenta de los orgasmos.

-¿Puedo correrme dentro? – le preguntó el chico cuando estaba a punto del orgasmo.

Ella le dijo que sí ya que hacía tiempo que se tomaba la pastilla para que su novio pudiera hacerlo sin condón. Por otro lado quería sentir el manantial que aquella verga debía emanar dentro de ella. Y no le defraudó sentir como la polla del caballo escupía semen a borbotones en su interior transportándola a un último orgasmo mientras imaginaba el blanquecino semen de un semental recorriendo sus entrañas.

-¿Te gustaría conocer a los chicos? – le propuso inocentemente el stripper mientras Mireia se vestía.

-Si no sé ni tu nombre, Phoenix – le replicó con agudeza.

-Al menos tienes un sobrenombre con el que llamarme – Mireia sonrió.

-Está bien – aceptó pensando inconscientemente en el enano, el bombero y el enmascarado y cada una de sus virtudes, a saber, gracia, suficiencia y misterio.

Una vez completamente vestida, pasaron la puerta que daba a una sala aún más grande que la anterior donde estaban todos los strippers que habían actuado esa noche. Algunos estaban cambiados, otros seguían con la ropa de trabajo y la mayoría estaban a medias, tapados con una toalla como estuviera anteriormente Phoenix o desnudos completamente como era el caso del manitas, el gladiador o el enmascarado.

Mireia pensó que venían del vestuario del que había hecho de caballo y que aquella sala debía ser común para todos los actores.

-Chicos, aquí está el premio de la noche – la presentó el rubio molestando a la chica.

-¡Oye! – le recriminó golpeándolo en el hombro.

-No te molestes, es que es así. Eres la tía más buena de todas las que nos han visto actuar esta noche – intervino el mensajero que ya estaba vestido de calle.

-Sí, sí, ya me ha contado… – afirmó desinteresada – No hace falta que os tapéis ahora, si habéis estado toda la noche mostrando vuestros encantos – soltó con ironía al ver que el luchador, que aún conservaba la máscara, se tapaba con una toalla.

-Ya, pero con una noche tan ajetreada no habrás tenido tiempo de fijarte en todas las pollas – advirtió el más veterano de todos.

-En las que me ha interesado ya me he fijado bien – le sonrió Mireia.

-En la mía, por ejemplo – irrumpió en la conversación el enorme bombero nuevamente con su chulería.

Mireia se fijó bien en él, otro de los que ya estaba cambiado. Si actuando de bombero ya se notaba su bravuconería, era mucho más evidente vestido de calle. El típico guaperas que Mireia no soportaba, pero que en ese momento la ponía cachonda como una perra en celo. Con el pelo engominado y ataviado con una camiseta remangada para lucir brazos y ajustada para marcar músculo y unos piratas con cinturón holgado que dejaban ver la ropa interior, aquel impresentable la estaba volviendo a calentar sólo de pensar que bajo aquella apariencia de chulo había una polla enorme con la que bien podía vacilar.

-Por ejemplo – confirmó la insinuación del perdonavidas – Aunque hay alguna que me he quedado con las ganas de ver más detenidamente – soltó pensando en la del enano.

-Si quieres puedes hacer una inspección de pollas – le propuso el payaso provocando la risa de la invitada.

-No, gracias – desoyó la propuesta con desdén pero sin dejar de reír.

-Vamos chicos – los organizó el payaso ignorando las palabras de la chica.

Ante la atónita mirada de Mireia los 10 machos se colocaron en fila uno al lado de otro por el siguiente orden: el mensajero vestido de calle, el manitas desnudo con la gorda polla morcillona, el payaso envuelto en una toalla pero con la cara aún pintada y la peluca sobre la cabeza, el enano vestido de bufón, el policía aún con el disfraz, el bombero con apariencia de boxeador ruso vestido de calle con aire chulesco, el gladiador desnudo mostrando la fenomenal polla que ya acariciara tras el juego de los aros, el misterioso luchador con la toalla con la que se había tapado al verla y aún la máscara tapándole el rostro, el vaquero con otra toalla y su corcel Phoenix que aún conservaba la toalla y se había vuelto a poner la cabeza de caballo sacándole otra nueva sonrisa.

-Estáis locos – fue lo único que se le ocurrió decir.

-Tú sólo tienes que venir hacia las que tengas ganas de ver… ¿cómo has dicho?… ¿más detenidamente? – le propuso el gladiador insinuando que la suya era una de las afortunadas.

-No lo dirás por la tuya – le cortó – que además ya puedo ver sin necesidad de molestarme mucho – refiriéndose a que estaba desnudo – Además, sería un agravio comparativo para el resto y no me parece bien.

-¡Joder, chica! Pues inspecciónalas todas – se comenzaba a impacientar el gladiador, tocado en el orgullo.

-Puedes empezar por orden – intervino graciosamente el enano por primera vez provocando nuevamente la sonrisa en el rostro de la chica.

-A ver, por ejemplo, del primero… paso – haciendo referencia al mensajero.

-Ya me lo dejaste claro durante el espectáculo – respondió con serenidad ante la malicia de la chica.

-Va… no te enfades – empezaba a disfrutar de la situación – ¿Quieres que te la inspeccione? – le propuso con todas las armas de mujer activadas al 100%

-Vigilad con esta que sabe más que las que suelen acabar la noche con nosotros – advirtió el vaquero a sus más jóvenes compañeros.

Pero el primero de la fila desoyó el consejo de su compañero y respondió que sí con carita de cordero degollado. Mireia era mucha mujer incluso para según qué strippers curtidos en mil batallas. Y para jolgorio del mensajero y sorpresa de la mayoría del resto, Mireia avanzó hacia el inicio de la fila de hombres y se agachó delante del primero.

La mujer volvía a estar caliente como una moto. La tonta conversación con un ligero morbo únicamente había sido el detonante, pero los 10 tíos de calendario que estaban en fila deseosos de que ella y únicamente ella les hiciera lo que estaba a punto de hacer era la verdadera razón de que se atreviera a hacerlo. La moral hacía mucho rato que ya no existía para Mireia. La repulsa inicial que sentía por estos tíos que vendían su cuerpo se había convertido en la lujuria de saber que 10 cuerpazos con 10 pollas más grandes que las de su novio estaban disponibles para su disfrute y era lo que pensaba hacer, disfrutar de esa ocasión que posiblemente jamás se repitiera.

De rodillas ante el primer stripper alargó sus manos para desabrochar el cinturón del mensajero. Cuando se hubo desecho del cinturón comenzó a desbotonar el pantalón para poder meter una de las manos acariciando el paquete del hombre. De reojo pudo ver como la polla del joven manitas iba creciendo señal de que estaba disfrutando con aquello. Y eso le hacía disfrutar a ella, el saber que era capaz de poner cachondos a aquella jauría de potentes machos.

Cuando bajó de un tirón el pantalón del primer hombre a su vista aparecieron unos bonitos calzoncillos blancos que guardaban el primer tesoro. Al parecer el más joven no era el único que disfrutaba más de la cuenta. Una ligera mancha en la tela blanca era señal de que el tío había comenzado a soltar líquido preseminal. Manoseó un poquito más el buen paquete blanco y finalmente le bajó los calzoncillos de golpe dejándolos a la altura de las rodillas. La polla del stripper se liberó de golpe y era evidente su excitación puesto que ya la tenía bastante erecta de modo que casi golpea la cara de la chica que se apartó con maestría demostrando buenos reflejos. Sonrió.

Efectivamente, en la punta superior del glande Mireia pudo apreciar el líquido cristalino que el mensajero había empezado a emanar gracias a ella. Lo masturbó ligeramente notando que la polla alcanzaba lo poco que le quedaba para su máximo esplendor y entonces se la metió en la boca pasando la lengua por la punta para saborear aquellos primeros fluidos preseminales.

No tardó en cambiar de objetivo. Cuando se movió ligeramente hacia su derecha, caminando sobre sus rodillas, quedó en frente del joven manitas. El chico tenía la gruesa polla completamente erecta. Mireia se la tocó y notó la dureza del aparato. Se complació al saber cómo lo había puesto sin ni siquiera tocarlo. Se metió la polla en la boca directamente y comenzó a hacerle una mamada sin previo alguno. No tardó mucho en dejarlo con aquella erección de campeonato al igual que a su primer compañero y dirigirse a su tercer objetivo, el payaso.

Lo primero que hizo fue mirar hacia arriba y ver el rostro pintado de blanco bajo aquella peluca de color verde con algún tono de color amarillo. Se había vuelto a poner la típica nariz roja, el mismo color que le rodeaba la boca dándole un toque algo siniestro. Le hizo gracia pensar que iba a chupársela a un payaso. Metió la mano bajo la toalla del stripper buscando su polla. Cuando la encontró, morcillona, comenzó a masturbarlo bajo la blanca toalla. Cuando notó que estaba completamente empalmado retiró la tela dejándola caer al suelo momento en el que se la chupó al igual que hiciera con los primeros de la fila.

El siguiente era el enano. Aún vestido de bufón, recordó la buena tranca que tenía para su corta estatura y, unido a lo gracioso que había sido con ella, se moría de ganas de hacerle una mamada. Cuando se acercó a él, mirándolo a los ojos, llevó sus manos a la abertura del pantalón del que antes habían salido un globo y una polla de plástico. Ahora la sorprendió nuevamente al salir disparada una flor amarilla de plástico en cuanto sus manos entraron en contacto con el pantalón, sobresaltándola.

-¡Dios mío! qué susto… – reaccionó golpeándole ligeramente en el costado y riéndose. Nuevamente le había sacado una sonrisa – ¿Serás capaz de ponerte serio un solo instante?

-No creo – le contestó el bufón sacando ahora nuevamente la enorme polla de plástico que ya utilizara en su espectáculo.

Mireia lo miró, sonriendo, y volvió a tocar aquel dildo como ya hiciera antes, pero esta vez recreándose en su forma, sus detalles… y empezó a sobarlo como si de la polla del enano se tratase.

-La tienes muy grande para ser tan pequeñito – le dijo pícaramente mientras manoseaba los 22 centímetros de plástico – Seguro que la verdadera debe ser muy chiquitita – insinuó con malicia sabiendo que no era cierto.

-Es tan pequeña que no creo que la veas – le replicó.

-Síííííí… por fa… – le siguió el juego, poniendo cara de súplica.

-No sé, no sé – suspiró – primero tendrás que cumplir con esta – haciendo referencia a la de plástico.

¡Y tanto! pensó Mireia que estaba disfrutando notando las artificiales venas que poseía el consolador que, en cierto modo, le recordaba a la polla del bombero. Aunque no era tan rechoncha y tenía venas marcadas, sí que era más o menos del mismo tamaño y grosor. Dejó de masturbar el plástico y se lo llevó a la boca mientras no dejaba de mirar a los ojos del enano, esperando su bendición para, por fin, verle la verga en todo su esplendor. Aunque el plástico no sabía igual de bien que cada una de las pollas que se había llevado esa noche a la boca, le calentaba el jueguecito con el enano. Se esmeró por complacerlo y, cuando un reguero de saliva se deslizaba por su barbilla y el plástico del consolador, por fin, el enano pensó que ya era hora de mostrarle lo que estaba ansiosa por ver.

Primero se quitó su ropa de bufón, un mono, dejando ver su poco agraciado cuerpo de enano. Mireia se fijó en sus pequeñas manos y esos grandotes dedos desproporcionados comparados con el resto del cuerpo. Igual que su polla, pensó. Aunque su cuerpo era evidentemente de enano, el stripper se cuidaba y poseía unos músculos bastantes desarrollados para lo que es habitual en las personas que sufren esta anomalía. Sobre todo poseía unas piernas bastante gruesas.

Cuando se quedó en ropa interior Mireia pudo volver a fijarse en el abultado paquete del pequeño hombre. Llevó una mano hacia el bulto y lo manoseó con lujuria percibiendo la carne que se escondía bajo la tela blanca. Antes de descubrir el tesoro, la chica se acercó y pasó su lengua por encima del calzón, humedeciéndolo, marcándose así el glande del enano. Mireia agarró los calzoncillos y los bajó lentamente mostrando poco a poco el pito del enano hasta que apareció por completo una polla flácida de unos 15 centímetros. Tal y como le pareció la primera vez, aquel pene en reposo era tan grande como el de su novio en erección.

Mireia suspiró mirando al bufón, muy cachonda, y se llevó una mano a los pantalones para desabrocharlos y poder introducir una mano mientras con la otra agarraba la verga del enano. Con la mano dentro de su pantalón y las bragas a un lado para poder masturbarse se metió la carne blanda del pequeño en la boca. Nunca le había gustado chupar una polla que no estuviera tiesa, pero la situación la sobrepasaba. Con la boca completamente llena de carne y su dedo frotando con frenesí su clítoris tuvo un nuevo orgasmo.

Dentro de su boca empezó a notar un movimiento. Era el pene del enano que empezaba a recobrar vida. Era un proceso lento y placentero. Notó como una parte luchaba por salir de la boca, señal de que, al crecer, ya no le cabía todo dentro. Empezó a mover la cabeza mientras no dejaba de chuparle la verga, ahora morcillona, para ayudarle a conseguir la erección. Cuando notó que lo que le golpeaba la garganta estaba duro como una roca se apartó de él para ver, por fin, aquel rabo completamente tieso. Sus expectativas se cumplieron sobradamente. 18 centímetros de polla para un hombre tan pequeñito era algo digno de ver y admirar.

-¡Jo! Menuda pollita, digo… pollón tienes, ¡majo! – y no se rió, simplemente se acercó para besarle el glande y pasar al siguiente.

-Me alegra que te guste – sonrió el enano satisfecho.

Ante ella estaba el policía con su imponente traje. Era como si se la fuera a chupar a la autoridad y le entró un gusanillo en el estómago.

-¿Puedo, agente? – le preguntó Mireia con sensualidad.

-No es que puedas, es que es tu deber – bromeó el policía con el rostro serio.

Primero se deshizo del cinturón que portaba la pistola y la porra. Lo dejó caer al suelo mientras el stripper se abría la bragueta dejando salir su polla morcillona. La visión de Mireia era excitante. A tan solo unos centímetros de su cara una enorme polla negra salía de los pantalones de un tío completamente vestido de policía. Se imaginó haciendo aquello por necesidad, para evitar una multa por ejemplo, y se volvió loca.

Era la segunda vez que tocaba una polla negra (la primera vez había sido hacía poco al gladiador durante el juego de las anillas) y, por supuesto, la primera vez que chupaba una. Lógicamente el sabor no era distinto al de otras vergas, pero sí era llamativo ver como brillaba aquella piel oscura y más a medida que su saliva se acumulaba a lo largo de los ya tiesos 20 centímetros de rabo negro.

Cuando decidió pasar a su siguiente objetivo, antes de moverse de rodillas lateralmente como hiciera en los otros casos, echó un vistazo al creído que estaba junto al policía. El bombero, vestido de calle, la miraba con suficiencia, esperando su turno.

-Vamos, vamos… – la animó con una sonrisa chulesca – si lo has estado deseando toda la noche – insinuó mientras se frotaba el paquete.

Aquella actitud era detestable para Mireia en cualquier otra circunstancia, pero en ese momento, cada gesto o palabra que salía de aquel vanidoso la calentaba más y más. Y contra más grotesco fuera, más se mojaban las bragas de Mireia. Se levantó y se acercó al bombero para besarlo. El guaperas le introdujo la lengua con astucia, regalándole un beso muy excitante. Mientras sus lenguas se entrecruzaban, ella acarició los fuertes brazos del stripper para luego introducir sus manos bajo su ajustada camiseta sintiendo la dureza de su torso. Cuando sus bocas se separaron Mireia estaba exhausta debido al intenso morreo, pero con ganas de comerse el pecho de aquel hombretón. Besando el voluminoso cuerpo del tipo Mireia bajó hasta la ropa interior que sobresalía por encima de los pantalones.

Aquel chulo había sido el único que se había atrevido a manosear los pechos de la chica mientras ella se dedicaba a sobarlo así que Mireia estaba al borde del orgasmo cuando escuchó las palabras que le provocaron la corrida.

-Estoy deseando reventarte la boca con mi enorme cipote.

Por mucho menos que eso Mireia había tachado de despreciables a tíos que se le habían acercado buscando lo imposible. Y sin embargo, aquel engreído la tenía a su merced. Le dio miedo pensar que se sentía tan atraída por alguien tan vulgar.

-Y yo estoy deseando que tu enorme cipote me la reviente – se sorprendió a si misma respondiendo con aquellas palabras.

El bombero se bajó los pantalones y ella se entretuvo jugando con el descomunal bulto que había bajo los bóxers del vacilón. Sobre la tela notó la cuantiosa carne y pasó la lengua sobre los calzoncillos como ya hiciera con el enano. Esta vez se entretuvo más hasta notar que el paquete ganaba en dureza. Cuando el bóxer apenas podía retener el rígido falo, Mireia le bajó los calzoncillos mostrando nuevamente la polla que ya le tentara durante el espectáculo.

El pollón era tan grueso que no se marcaba ni una sola vena. A pesar de su rigidez parecía algo menos duro que los otros. Con la polla en la boca sintió que se quitaba la espina que se le había clavado al rechazar comerse la nata que el bombero le ofreciera sobre aquella misma verga. Con aquella esponjosa polla habría seguido hasta provocarle el orgasmo, pero pensó que aún le quedaban otras a las que satisfacer y no quería dar tratos de favor a ninguno.

El siguiente era el gladiador. Al llegar a su altura pudo comprobar cómo su polla estaba empinada aunque no totalmente.

-Te dije que esto todavía no había terminado – le recordó Mireia justo antes de chupársela.

No tardó mucho en notar el grosor total de aquella enorme polla y las innumerables venas que la rodeaban. Aunque Mireia no estuvo demasiado tiempo con la mamada, el gladiador se quedó satisfecho tras la actitud que la chica había tenido con él anteriormente.

Aunque el luchador estaba tapado con la toalla era evidente la empalmada que había debajo de la misma. Mireia comenzó a sobar el duro bulto para acabar desplazando a un lado el paño dejando al aire libre los erectos 20 centímetros del stripper. Mireia no dejaba de mirar a los ojos del aún enmascarado que la miraban con una especie de miedo o de temor. Cuando por fin le agarró la polla con la mano se sorprendió al escuchar su nombre:

-Mireia… – dijo con voz temblorosa el luchador.

-¿Me conoces? – reaccionó asustada la mujer.

-Yo… sí… – soltó el stripper avergonzado que se llevó las manos a la careta.

Cuando el negro se deshizo de la máscara Mireia se quería morir. No recordaba su nombre, pero se trataba de uno de los chicos jóvenes que jugaba a fútbol con su novio. Aunque su primera reacción fue de pavor y rechazo, pensó en las muchas veces que se había fijado en el chico. Aunque era muy joven, de apenas 19 años, siempre había bromeado con su novio indicándole lo bueno que estaba el chaval. Y aunque lo hacía para picarlo, no dejaba de ser verdad. No se sorprendió al saber que era stripper pues cualidades para ello no le faltaban. Y la única cualidad que no le conocía resultó ser aquella preciosa polla de 20 centímetros.

Tras el susto inicial por saber que un amigo de su novio estaba siendo testigo de todo aquello, la lujuria se apoderó de la situación y la impulsó a comerse al niño con el que inconscientemente tantas veces había fantaseado. Volvió a agarrarle la polla y contestó al rostro de temor e incredulidad del chico con una sonrisa de pura lascivia, justo antes de hacerle una mamada.

Dejó al más joven del grupo con la polla a punto de explotar para pasar a lo opuesto, al más veterano. Con la seguridad que le daban las tablas en el mundillo, el vaquero se sacó la toalla mostrando a Mireia su polla en reposo. La chica se la cogió y empezó a meneársela sin miramientos.

-¿Sabes? Creo que eres la mejor tía que ha pasado por estos vestuarios desde que trabajo aquí. Y ya son unos añitos – le dijo el stripper con sinceridad.

Mireia no sabía cómo tomarse esas palabras.

-En serio, no sólo estás muy buena, sino que… por aquí pasa cada descerebrada… – continuó.

-¿Y no crees que sea una descerebrada haciendo lo que estoy haciendo?

-Tú no venías buscando esto. La mayoría acaba aquí porque ya lo tenían claro desde un principio, aunque no lo supieran. Pero tú estás aquí por un calentón así que no te arrepientas. Cuando pase esta noche sigue con tu vida como si esto no hubiera pasado. Seguirás pensando que estas cosas son una guarrada y seguirás sin entender a las chicas que chupan pollas a un stripper sólo porque la tenga grande o porque el tío esté cachas o sea un guapito de cara.

Mireia no sabía si podía encajar esas palabras correctamente teniendo la polla del tío que hablaba en la mano, pero pensó que tal vez tenía razón y se sintió bien engañándose a sí misma con ayuda de esas palabras. Momento que aprovechó para agradecérselo al vaquero metiéndose en la boca la única verga que le faltaba por saborear esa noche.

Para acabar con la ronda, Mireia se acercó a su corcel a quien le retiró la toalla mientras relinchaba echando la cabeza de caballo hacia atrás. Ante ella volvieron a aparecer los centímetros de polla que recogió con la mano para acercárselos a la boca nuevamente. Mientras se la chupaba, el resto de strippers deshicieron la fila para rodear a Mireia que se vio envuelta por machos desnudos con las vergas tiesas deseosos de recibir sus atenciones.

Por un momento, la chica se vio abrumada por la situación, pero no tardó en acostumbrarse a chupar una polla mientras masturbaba a otros 2 tíos con sendas manos. Cada pocos segundos cambiaba de objetivo de forma que estuvo mamando y masturbando a todos y cada uno de los strippers siempre de 3 en 3 durante algunos minutos.

Mientras la venosa polla negra del gladiador recibía las atenciones de la boca de Mireia, quien pajeaba al policía y al bufón con sus manos izquierda y derecha respectivamente, el joven luchador fue el primero que se dedicó a atender a la señorita. Se acercó a Mireia por su espalda y comenzó a sobarle el culo que estaba en pompa debido a la postura de la chica. Mireia se giró para comprobar quién era el asaltante y se sorprendió al ver al hasta ahora tímido compañero de su novio.

-Supongo que esto significa un pacto de silencio, ¿no?

El chico le respondió con una sonrisa, confirmando y dejando tranquila a la mujer. Aunque la tranquilidad le duró poco cuando el adolescente metió su mano entre las piernas de Mireia buscando su sexo provocándole el deseo de ser completamente asaltada. Y le gustó que fuera el luchador el primero en atreverse.

Mientras el joven le acariciaba el coño sobre la tela del pantalón, fue Phoenix el que se acercó para quitarle la camiseta y el sostén liberando los magníficos pechos de la excitada mujer y fue el vaquero quien aprovechó la coyuntura para sobar las tetas de Mireia que se deshacía de placer mientras atendía a 3 machos y era atendida por otros tantos.

Al poco rato Mireia estaba completamente desnuda, arrodillada, mamando y pajeando, mientras los strippers se turnaban para magrearla. Fue el manitas quien, apelando al nombre de la función del personaje que esa noche había interpretado, le introdujo los dedos en la raja para masturbarla provocándole un nuevo orgasmo a sumar a la larga lista de la noche.

Con el desfallecimiento de Mireia provocado por la corrida, el más veterano de los actores aprovechó para coger a la mujer levantándola y llevándola hacia una estrecha mesa donde la tumbó bocarriba. El mueble estaba a la altura idónea para lo que sucedió a continuación. Nuevamente el más joven del grupo se acercó a Mireia dejando su polla sobre su rostro. La mujer le agarró el pene con una mano y mientras lo masturbaba comenzó a lamerle los testículos. Mientras, por la otra parte de la mesa, se acercó el policía acariciando las piernas de la chica. Se las recogió doblándolas por la rodilla al tiempo que las separaba abriéndole las piernas para poder acceder a su coño. El negro bajó la cabeza y empezó a practicarle sexo oral a la majestuosa Mireia.

Ahora la chica podía atender a 4 machos aunque no al mismo tiempo. En cada uno de los lados se colocaba uno para que ella pudiera masturbarlos mientras que en el costado más cercano a la cabeza se colocaban otros dos. Mireia, girando la cabeza a uno u otro lado, podía chupar una u otra polla. Mientras, el resto de strippers se iban turnando para saborear las mieles de la mujer y no parecía importunarles encontrarse el coño completamente lubricado tanto por los fluidos de Mireia como por la babas de sus compañeros.

A pesar de lo desconcertante de la situación, de tanta polla a la que atender, del cansancio, del placer que las experimentadas bocas masculinas le ofrecían, Mireia tuvo un momento de lucidez para pensar en el pobre enano, el cual no podía acceder al vicio que en esa mesa se estaba desatando. Para complacerla, el gladiador ayudó a subir a la mesa a su pequeño compañero y Mireia le dedicó especial atención incorporándose para chuparle el cipote al pequeño hombre.

Cuando el bufón bajó de la mesa y todo volvió a la normalidad anterior, fue el mensajero el primero en querer follarse a Mireia. El stripper estaba comiéndole el coño cuando se apartó de ella acercando la polla al sexo de la mujer.

-Bueno, tras la inspección y los acontecimientos posteriores… ¿sigues pasando de esto? – le recriminó el mensajero haciendo alusión a su tiesa verga y la intención de penetrarla.

Mireia no contestó, únicamente lo miró desafiante, diciéndole con la expresión que se dejara de juegos rencorosos y se la metiera ya. El tío, satisfecho al ver el rostro desencajado de la chica, le metió la polla hasta el fondo y comenzó a follársela con avidez.

Como ya era habitual, los strippers fueron pasando todos por el lugar que había inaugurado el mensajero de forma que Mireia pudo ser penetrada por todos y cada uno de los sementales. Igualmente, mientras uno de los chicos la follaba, ella podía encargarse de alguno que otro más con sus manos y boca siempre que le quedaran fuerzas para ello.

Nuevamente fue el vaquero, quien parecía llevar ligeramente la voz cantante debido a su veteranía, el que volvió a cambiar la postura. Esta vez fue él el que se tumbó en la mesa bocarriba para penetrar a la mujer que ahora dejaba su culo al alcance del resto. Y no tardaron en aprovecharlo magreándole las nalgas y haciendo pequeñas y leves incursiones en su ano las cuales fueron en aumento a medida que se dilataba. Mientras, Mireia no dejaba de chupar y masturbar toda polla que se le pusiera a tiro.

Esta vez fue el policía el primero en intentar darle por el culo. El negro acercó su largo cipote al humeante agujero trasero de la chica, lo encaró y comenzó a introducir levemente el glande en la carnosa cavidad. Para facilitar la maniobra, el vaquero detuvo sus acometidas y Mireia dejó de atender al resto girando su cabeza para estar atenta al movimiento del stripper que la enculaba.

No era la primera vez que practicaba sexo anal, pero sí la primera vez que lo hacía con una polla tan grande. Al principio le costó acostumbrarse, pero cuando el policía le había metido el glande y comenzó a moverse con lentitud ganando terreno dentro de su ano poco a poco, empezó a sentir placer, que se desbordó cuando la polla que tenía en su coño comenzó a moverse acompasando el ritmo con la de su culo.

Cuando el trío se desenvolvía con soltura, Mireia, sumida en un éxtasis de lujuria, volvió a sus quehaceres. Con los brazos extenuados y la boca dolorida volvió a masturbar y mamar las pollas de los sementales que desfilaban por sus manos y boca respectivamente.

Cada vez que un nuevo asaltante visitaba el culo de Mireia, esta se detenía para favorecer la nueva penetración y observar como aquellas enormes barras de carne desaparecían dentro de su cada vez más dilatado ano. Especial atención tuvo con el chulesco bombero que con su gruesa polla se lo hizo pasar mal a pesar de haberse introducido el resto de vergas que también eran de un gran calibre. Sin embargo, fue verle el rostro mirándola con aquella vil superioridad mientras sentía el exagerado rabo en su interior y correrse al instante.

Mientras notaba las hinchadas venas de la polla del gladiador restregarse por su recto, el stripper se separó de ella de golpe y, agarrándola por los brazos, la alejó del veterano que se la estaba follando hacía rato. El gladiador la dejó en el suelo, de rodillas, y acercó su polla a la preciosa cara de la mujer sin dejar de masturbarse.

Mireia sabía lo que venía. Que se corrieran en su cara no era lo que más le atraía, pero recordó haberse dejado alguna vez con algún ex al que le gustaba demasiado aquella guarrada. Quiso protestar cuando el gladiador la convenció para dejarse manchar la cara.

-Aquí tienes tu premio por ser la ganadora del juego de las anillas.

Aunque para ella aquello no era un premio precisamente, le hizo gracia el comentario y pensó que era imposible que habiendo 10 tíos ninguno se le corriera en la cara. Se dejó hacer sonriendo al macho que, al ver tremenda sonrisa, empezó a soltar chorros de semen directos al bello rostro de Mireia.

La mujer no se esperaba en ningún caso la cantidad de semen que aquel bestia era capaz de soltar. El primer chorro cayó sobre sus dientes y labios que se cerraron instintivamente, pero fue inevitable que el escurridizo líquido se introdujera en su boca. El siguiente chorro cayó sobre su nariz tapándole los orificios nasales. Mireia tuvo que abrir la boca rápidamente para poder respirar y no pudo evitar que se llenara con los siguientes lechazos del gladiador.

Mireia sacaba con la lengua el semen que se acumulaba en su boca, haciéndolo resbalar por la comisura de sus labios y por la barbilla cuando, antes de darse cuenta, el vaquero comenzó a escupir semen sobre su cara relevando a su compañero. Antes de cerrar los ojos, pudo ver que el mensajero y otro stripper la rodeaban sin dejar de pajearse.

Y así, uno a uno, los 10 tíos fueron corriéndose sobre el rostro de Mireia. La cara de la mujer estaba completamente llena de semen, el cual se había resbalado por su cuerpo inundando su cuello y llegando hasta sus perfectos pechos. Algunos regueros de leche se habían deslizado más allá manchando su ombligo y conquistando el pubis de la desconcertada mujer que no sabía cómo había recibido aquel bukkake, un auténtico baño de semen en su rostro.

Despertando de su ensoñación comprobó las risas de algunos de los chicos y se sintió completamente humillada. Recordó empezar la noche con las ideas muy claras y cómo se habían tambaleado a lo largo de la misma, pero jamás sin perder el control. Aún cuando había hecho todo lo que estaba en contra de su moral, lo había hecho siendo dueña de sus actos. Incluso recordó jugar con los 10 experimentados sementales en los inicios de lo que ahora era una vejación, bañada en un mar de lefa, completamente ajena a su voluntad. Sintió deseos de desaparecer, pero lo primero era conseguir algo con lo que limpiarse.

Recogió una de las toallas que alguno de los strippers había dejado caer al suelo y se limpió el pegajoso rostro. A medida que podía volver a abrir los ojos vio como los machos que la habían ultrajado se marchaban sin ni siquiera despedirse. No sabía si aquello era bueno o malo. Por un lado era mejor que se marcharan sin decir nada, más fácil y rápido podría olvidar aquel oscuro incidente, pero no podía evitar sentir aquella patada en el estómago que le provocaba el desprecio y desinterés que cada uno de aquellos engreídos le estaban regalando.

-Ahí tienes un lavabo por si quieres arreglarte un poco – le dijo el compañero de su novio, el luchador enmascarado, que era el último en marcharse.

-Gracias – le soltó ella con la voz débil, entrecortada, mientras veía como el chico se alejaba sin mirar atrás, sin escucharla.

Mientras se duchaba, Mireia reflexionó sobre todo lo que había ocurrido. Recordó las palabras del veterano vaquero y los incontables orgasmos que había recibido. Pensó en el tamaño de los penes que únicamente en sueños habría disfrutado si no hubiese tenido la noche loca que acababa de vivir. Intentó reunir todo lo bueno que aquello había significado para hacer frente a lo malo que realmente suponía. Y empezó a pensar en sus amigas, en cómo les contaría lo sucedido, sobre todo a Alicia. Recordó lo ocurrido con Mabel y lo jodido que era ese tema. Pensó en que un compañero del fútbol de su novio había sido testigo directísimo de lo ocurrido y pensó mucho en su pareja. Se sintió culpable por él y luego por ella misma, por haber roto una fuerte moral que la había acompañado toda la vida y ahora se tambaleaba por no decir que se había derrumbado completamente. Y así, en un mar de dudas, salió a afrontar todo lo que ahora se avecinaba. 

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“Becaria y sumisa de un abogado maduro” LIBRO PARA DESCARGAR (POR GOLFO)

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Sinopsis:

Julia, una joven estudiante de derecho, se entera que el más prestigioso bufete de abogados de Barcelona anda contratando becarios. Decidida a no perder esa oportunidad, se presenta en sus oficinas y gracias al escote que lucía, consigue que Albert Roser, el fundador de ese despacho, la contrate como su asistente.
La muchacha es consciente de las miradas nada profesionales de ese maduro, pero eso no la hace cambiar de opinión porque en su interior se siente alagada y excitada. No en vano, desde niña, se ha visto atraída por los hombres entrados en años y con corbata.

A partir de ahí,  SE SUMERGE en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

INTRODUCCIÓN.

El inicio de esta historia se desarrolla en el piso treinta y seis de la torre Agbar, el rascacielos más famoso de Barcelona, dentro de uno de los bufetes de abogados más importante de todo el estado. Josep Lluís Cañizares, uno de sus socios llevaba todo el día estudiando una denuncia contra uno de sus clientes y por mucho que intentaba encontrar una vía con la que este saliera inmune, le estaba resultando imposible. Por ello desesperado, decide ir a ver a su jefe. Como tantas veces al entrar en su despacho comprobó que enfrascado en sus propios asuntos y que por ello no le hacía caso:
―Albert, el pleito de la farmacéutica no hay por dónde cogerlo. Son culpables y sería un milagro que no les condenaran.
Su superior, un hombre de cincuenta años y acostumbrado a lidiar con problemas, levantó su mirada y pidió que le explicara el porqué.
Josep era el más joven de los socios del despacho y sabía que su puesto seguía en el alero. Cualquier tropezón haría peligrar su carrera y por eso tomando asiento, detalló las evidencias con las que tendrían que lidiar en el juicio.
Después de diez minutos de explicación, el cincuentón se ajustó la corbata al cuello y de muy mal humor, soltó:
―Serán imbéciles, ¡cómo es posible que hayan sido tan ineptos de dejar pruebas de ese vertido!
La rotundidad de los indicios haría que el caso tuviera un desenlace previsible y funesto. Su colaborador tenía razón. ¡Era casi imposible que su cliente se librara de una multimillonaria multa!
― ¿Qué hacemos? Se lo decimos y que intenten pactar un acuerdo.
Albert Roser, tras meditar durante unos minutos, aclaró su voz y respondió:
―No es planteable por sus consecuencias legales. Además de la multa, todo el consejo terminaría en la cárcel. ¡Hay que buscar otra solución! ¡Esa compañía es nuestra mayor fuente de ingresos!
Fue entonces cuando medio en broma, su subalterno respondió:
―Como no compremos al fiscal, ¡estamos jodidos!
Sus palabras lejos de caer en saco roto hacen vislumbrar una solución en su jefe y soltando una carcajada, respondió:
―Déjame pensar, seguro que ese idealista tiene un punto débil. En cuanto lo averigüe, ¡el fiscal es nuestro!

Mientras eso ocurría, a ocho kilómetros de allí, Julia Bruguera, una joven estudiante de último curso, estaba jugando al tenis en el Real con una amiga. Para ella, ese selecto club era un lujo porque no se lo podía permitir al no tener trabajo ni visas de conseguirlo. Por eso cada vez que Alicia la invitaba, dejaba todo y la acompañaba.
No llevaban ni cinco minutos peloteando cuando sin darle importancia, la rubia comentó:
―Por cierto, mi padre me ha contado que en un bufete andan buscando una becaria para que trabaje con ellos.
― ¿Cuál? ― preguntó la morena francamente interesada.
―Si te digo la verdad no lo sé, pero espera que le pregunto.
Tras lo cual, cogiendo su móvil, llamó a su viejo. Julia esperó expectante mientras su amiga tomaba nota del nombre y de la dirección.
―Se llama Roser y asociados, están en la Torre Agbar.
Al escuchar de boca de Alicia que el despacho que andaba buscando abogadas en prácticas era ese dijo a su amiga que se acababa de acordar que tenía una cita y poniéndose una camisa, se fue directamente a casa para cambiarse.
«Ese puesto tiene que ser mío», sentenció y sin dejar de pensar en las oportunidades que ese puesto le brindaría para un futuro, tomó la Diagonal.
Veinte minutos después estaba aparcando frente a su casa en un barrio de Esplugas de Llobregat. Ya en su piso, sacó de su armario el único traje de chaqueta que tenía al saber que la vestimenta era importante en todas las entrevistas.
«Ese lugar debe estar lleno de ejecutivos con corbata», se dijo mientras involuntariamente se excitaba al pensar en todos esos expertos abogados con sus trajes.
Mientras se retocaba frente al espejo, la morena advirtió que se le notaban los pezones a través de la tela y por un momento dudó si cambiarse, pero desechó esa idea al imaginarse a su entrevistador entusiasmado mirándola los pechos.
«Joder, estoy bruta», reconoció mientras salía rumbo a ese despacho.
El tráfico estaba imposible esa mañana y por eso no fue hasta una hora después cuando se vio frente al imponente edificio.
«¡Quiero trabajar aquí!», pensó al entrar al Hall y comprobar que estaba repleto de ejecutivos.
Sabiendo que si se quedaba ahí observando a los miembros de esa tribu iba a volver su calentura, buscó un ascensor y tras marcar el piso donde iba, se plantó frente a la recepcionista. La mujer habituada a que aparecieran por ahí todo tipo de personas, la miró de arriba abajo y le preguntó que deseaba:
―Vengo por el empleo de becaria.
Educadamente, sonrió y le respondió:
―Señorita, siento decirle que ya no está disponible.
El suelo se desmoronó bajo sus pies al ver sus esperanzas hundidas. Durante unos segundos estuvo a punto de llorar, pero sacando fuerzas de su interior, rogó a la cuarentona que al menos la recibiera alguien de recursos humanos para poder darle su “ridiculum vitae”.
Por fortuna, justo en ese momento pasaba uno de los miembros del bufete que habiendo oído la conversación se paró y preguntó que pasaba:
―Una amiga me dijo esta mañana que tenían un puesto en prácticas, pero por lo visto llego tarde.
El socio le echó una mirada rápida y tras admirar la belleza de sus piernas y el sugerente escote que lucía, le pidió que pasara a su despacho.
― ¿Disculpe? ― preguntó la muchacha sin entender a que venía esa invitación.
― ¿No has venido por un trabajo? ― respondió― El de becaria está ocupado, pero no el de una asistente que me ayude con todo el papeleo ― y tomando acomodo en su sillón, hizo que la morena se sentara frente a él.
Mientras Julia no se podía creer su suerte, Albert Roser cogió el curriculum y lo empezó a leer sin dejar de echar con disimulo una ojeada a la cintura de avispa de la cría:
―Veo que tienes poca experiencia.
La morena se sintió desfallecer, pero como necesitaba el trabajo contestó:
―Realmente no tengo ninguna, pero ganas no me faltan y sé que podría compatibilizar el puesto que me ofrece con el máster que estoy terminando…― nada más decirlo se dio cuenta que había metido la pata y consciente de las miradas de ese maduro cambió su postura con un cruce de piernas para que ese tipo pudiera admirar la tersura de sus pantorrillas mientras rectificaba diciendo: ―…no tengo problema de horario y estoy dispuesta a trabajar duro todas las horas que hagan falta.
Albert embelesado por las piernas que tan claramente esa muchacha exhibía respondió:
―No pagamos mucho y exigimos plena dedicación.
―No hay problema― replicó la joven mientras con descaro separaba sus rodillas en un intento de convencer a su entrevistador regalando la visión de gran parte de sus muslos ―mis padres me pagan el piso y gasto poco.
Aunque realmente no la necesitaba el cincuentón decidió que si bien esa preciosidad puede que no sirviera como abogada al menos decoraría la oficina con su belleza y si como parecía encima se mostraba tan dispuesta, pudiera ser que al final sacara en claro un par de revolcones en la cama.
Por eso sin pensar en las consecuencias, respondió:
―Mañana te quiero aquí a las ocho.
Sorprendida por lo fácil que le había resultado el conseguir el puesto, Julia le dedicó una seductora sonrisa y tras despedirse de su nuevo jefe, moviendo su trasero salió del despacho.
Al despedirla, Roser se quedó mirando esas dos nalgas bien paradas y duras producto de gimnasio y mientras intentaba concentrarse en los papeles, no pudo dejar de pensar en cómo sería la cría como amante:
― ¡Está buena la condenada!
Ya sin testigos, cogió el teléfono e hizo una serie de llamadas preguntando por el fiscal, pero no fue hasta la séptima cuando un amigo le insinuó que ese tipo estaba secretamente enamorado de la secretaria de un magistrado del Tribunal Superior de Justicia. Esa confidencia dicha de pasada despertó sus alertas y queriendo saber más del asunto, preguntó quién era esa mujer:
―Marián Antúnez. ¬
Al escuchar el nombre le vino a la mente la espléndida figura de esa pelirroja. Durante años cada vez que la había ido a ver a su jefe, había babeado al observar el estupendo culo de su ayudante. Las malas lenguas decían que era corrupta pero como nunca había tenido ningún motivo para comprobarlo, no tenía constancia de si era cierto.
«Tengo que hablar con ella», se dijo y tomando el toro por los cuernos, llamó al tribunal en el que trabajaba y directamente la invitó a comer.
La mujer acostumbrada a todo tipo de enjuagues comprendió que ese abogado quería proponerle algo y por eso en vez de aceptar una comida prefirió que fuera una cena. Su interlocutor aceptó de inmediato y quedaron para esa misma noche.
Al colgar, Albert sonrió satisfecho porque estaba seguro de que un buen fajo de billetes haría que ese bombón obligara a su enamorado a plegarse a los intereses de la farmacéutica….

CAPÍTULO 1

Con un sentimiento ambiguo Julia llegó a su apartamento. Por una parte, estaba contenta e ilusionada por haber conseguido un trabajo, pero por otra se sentía sucia por el modo en que lo había conseguido. Sabía que su futuro jefe no se había decantado por ella gracias a sus notas y que el verdadero motivo por el que le había ofrecido el puesto era por el exhibicionismo que demostró mientras la entrevistaba.
«No me quedaba más remedio», se disculpó a sí misma por usar ese tipo de armas, «pero una vez allí podré convencerle de que no soy solo una cara bonita».
Al recordar cómo se le había insinuado y la mirada de ese maduro recorriendo sus muslos mientras trataba de disimular conversando con ella, avivó el ardor que sentía entre las piernas desde entonces.
«Joder, ¡cómo ando!» se lamentó reconociendo de esa manera la calentura que experimentó al sentir los ojos de ese cincuentón fijos entre sus patas. Y no era para menos porque sabía que era algo que no podía controlar. Cuando sentía que un hombre la devoraba con la mirada, sus hormonas entraban en ebullición e invariablemente su coño se mojaba.
«Necesito una ducha», se dijo al sentir que nuevamente entre sus piernas crecía su turbación.
En un intento por sofocar ese incendio, se quitó el traje que llevaba y ya desnuda, abrió el grifo para que se templara mientras en el espejo comprobaba que, a pesar de sus esfuerzos, llevaba los pezones erizados.
«Tengo que aprender a controlarme», pensó molesta al meterse en la ducha y tener que aceptar mientras el agua caía por sus pechos que no podía dejar de pensar en ese tipo que sin ser un don Juan la había puesto tan caliente.
Reteniendo las ganas de tocarse, se lavó el pelo tratando de hacer memoria de la primera vez que se sintió atraída por alguien como él.
«Fue en clase de filosofía del derecho mientras don Arturo nos explicaba que el monopolio de la violencia era una de las características de los estados modernos», concluyó mientras rememora que estaba embobada oyéndole cuando de pronto empezó a sentir por ese enclenque una brutal atracción que la dejó paralizada.
«Joder, ¡cómo me puse!», sonriendo recordó su sorpresa al sentir que le faltaba la respiración mientras el catedrático explicaba a sus alumnos los enunciados de Max Weber y como entre sus piernas comenzó a sentir una desazón tan enorme que solo pudo calmarla en el baño y tras dos pajas.
Esperando que la mascarilla hiciera su efecto, cogió la esponja y echándole jabón, comenzó a frotar su cuerpo mientras a su mente le venía la conversación que había tenido con un amigo que estudiaba psicología. El cual, tras explicarle su problema, sentando cátedra sentenció que sufría una variante rara del síndrome de Stendhal por la que, en vez de verse afectada por la belleza artística, ella se veía obnubilada por los discursos inteligentes.
El olor a vainilla que desprendía su gel favorito no colaboró en tranquilizarla y con una excitación renovada, se dio cuenta que involuntariamente estaba pellizcándose los pezones en vez de enjabonarlos.
―Buff― exclamó en la soledad de la ducha al no poder controlar sus dedos que traicionándola estaban presionando duramente las negras areolas que decoraban sus pechos.
Incapaz de contenerse, tiró de su pezón derecho mientras dejaba caer su mano entre sus piernas. Mirándose en el espejo semi empañado, vio cómo dos de sus yemas separaban los pliegues de su coño y buscaban entre ellos, el pequeño montículo que formaba su clítoris erecto.
La imagen la terminó de alterar y subiendo una pierna al borde de la bañera, concentró sus caricias en ese lugar sabiendo que una vez lanzada no podría parar.
«¡Dios!», gimió descompuesta al sentir como sus dedos se ponían a torturar el hinchado botón con una velocidad creciente.
Temiendo llegar antes de tiempo, salió de la ducha, se puso el albornoz y casi si secarse se tumbó en la cama donde le esperaba su amante más fiel.
― ¿Qué haría sin ti? ― preguntó al enorme vibrador de su mesilla.
Tomándolo entre sus manos, lo acercó hasta su boca y sacando su lengua empezó a recorrer las abultadas venas con las que el fabricante de ese pene de plástico imitaba las de un pene real.
―Te quiero mucho, mi amor― le dijo viendo que ya estaba lo suficientemente lubricado con su saliva para que al terminar no tuviese su coño escocido.
Separando sus piernas, jugueteó con esa polla sobre su clítoris mientras se preguntaba si su jefe tendría algo parecido. Soñando que era así, cerró sus ojos y se puso a imaginar que al día siguiente era el glande de ese maduro el que en ese momento estaba presionando por entrar dentro de ella.
― Jefe, soy suya― gritó en voz alta al irse incrustando lentamente esa larga y gruesa imitación en su interior.
La lentitud con la que lo hizo le permitió notar como los labios de su vulva se veían forzados por el consolador y como tantas veces, esperó a tenerlo embutido para encenderlo y sentir así la dulce vibración tomando posesión de ella como su feudo. En su mente no era ella la que daba vida al enorme trabuco, sino que era el ejecutivo el que lo hacía moviendo sus caderas de adelante para atrás.
No pudo más que incrementar la velocidad con la que se empalaba al escuchar desde su sexo el chapoteo que su querido amante producía cada vez que lo hundía entre sus piernas y con un primer gemido, dejó claras sus intenciones de llegar hasta el final.
«Llevo meses sin sentirme tan perra», pensó para sí al imaginarse que su futuro jefe se apoderaba de sus pechos y mientras se regalaba un buen pellizco, lamentó haber dejado en el cajón las pinzas con las que en ocasiones especiales castigaba sus pezones.
―Estoy en celo― murmuró al sentir que su cuerpo temblaba saturado de hormonas y mordiéndose los labios, incrementó el ritmo con el que su amado acuchillaba su interior.
―Joder, ¡qué gusto! ― sollozó con los ojos cerrados al imaginar al maduro derramando su simiente por su vagina y con esa imagen en el cerebro se corrió…

CAPÍTULO 2

Mientras dejaba su flamante Bentley en manos del aparcacoches, Albert Roser dudó al ver la suntuosidad del edificio modernista donde desde hacía un par de décadas estaba ese restaurant, si no se había equivocado al elegir el Windsor para esa cita. Porque no en vano además de saber que al menos tendría que desprenderse de un par de cientos de euros, el ambiente romántico de su terraza podía ser malinterpretado por esa mujer y creyera que sus intenciones eran otras.
Pero tras sentarse en una mesa al borde de la Carrer de Còrsega, decidió que, si llegaba el caso, haría el esfuerzo de acostarse con ese monumento de rizada melena roja:
«Lo que sea por el bien de mi cliente», hipócritamente resolvió pidiendo a Jordi León, el sommelier, que le aconsejara un vino.
― ¿Ha probado lo último de Molí Dels Capellans? Su Trepat del 2014 es excepcional.
―No y viniendo de usted, ese caldo debe ser algo digno de probar― estaba diciendo cuando su acompañante hizo su aparición a través de la puerta.
La recordaba atractiva pero esa noche la señorita Antúnez le pareció una diosa. Enfundada en un vestido de encaje casi trasparente y adornada con joyas que harían palidecer a más de una, era impresionante. Y como buen observador, el delicado tejido completamente entallado a su cintura realzaba su atractivo dotándolo de un aspecto seductor que no le pasó inadvertido.
«Joder, ¡qué buena está!», murmuró mientras se levantaba a saludarla, «no me extraña que ese cretino esté colado. ¡Es preciosa!».
La pelirroja consciente de efecto que producía en el abogado y que los ojos de su cita no podían dejar de auscultar cada centímetro de su cuerpo, sonrió y con una sensualidad estudiada, se acercó y lo besó en la mejilla mientras le agradecía la invitación.
―Las gracias te las debería dar yo… no todos los días tengo el lujo de cenar con una belleza.
Bajando la mirada como si realmente se sintiera avergonzada, respondió:
―Exagera, aunque siempre es agradable escuchar un piropo de alguien como tú.
Aunque por sus palabras nada podía hacer suponer lo zorra que era, Albert supo que esa la mujer descaradamente se estaba exhibiendo ante él. No era solo que llevase un escote exagerado, era ella misma y como se comportaba. Por ejemplo, al colocarse la servilleta sobre las piernas, se agachó de manera que le regaló un magnifico ángulo desde el que contemplar su pecho en todo su esplendor.
Era como si disfrutara, sintiéndose admirada. En su actitud creyó incluso descubrir que ella misma se estaba excitando al reparar que bajo su pantalón crecía un apetito sin control.
«Tengo que tener cuidado con esta arpía», Albert se repitió para que no se le olvidara el motivo por el que estaba ahí.
Del otro lado de la mesa, Marián estaba dudando que le gustaba más, si la magnífica merluza de pincho con asado de alcachofas que estaba sobre su plato o la cara de merluzo con la que ese alto ejecutivo la devoraba con los ojos y como no lo tenía claro, decidió preguntar por la razón de esa cena.
El cincuentón no se esperaba ese cambio de tema y más cortado de lo que le gustaría estar, contestó:
― ¿Extraoficialmente?
―Por supuesto― con tono dulce respondió mientras anudaba uno de sus dedos en su melena.
―Suponga que tengo un cliente al que un joven fiscal está metiendo en problemas y me entero casualmente de que ese idealista está secretamente enamorado de una mujer tan atractiva como ambiciosa.
Esa descripción no molestó a la pelirroja, la cual tampoco necesitó que le dijera el nombre de ese admirador para saber que estaba hablando de Pedro y mirando a los ojos a su interlocutor, contestó:
―Hipotéticamente hablando, si esa dama estuviera dispuesta a ayudar a su cliente, ¿qué tendría que hacer? Y ¿qué recibiría a cambio?
La franqueza con la que directamente se ofrecía a colaborar a cambio de dinero le confirmó que no era la primera vez que esa belleza participaba en ese tipo de acuerdos y tal y como había hecho ella, el abogado midió sus palabras al contestar:
― ¿Te he contado lo común que es que en un juzgado desaparezcan las pruebas? Conozco un caso en el que una caja llena de muestras de agua desapareció del despacho de un fiscal y cuando la parte defensora pidió un contraanálisis, se desestimó todo el expediente por la imposibilidad de contrastar los resultados del fiscal.
Habiendo lanzado el mensaje, Albert se puso a comer mientras su pareja hacía cálculos porque con solo esa información había averiguado de qué teman se trataba porque no en vano la última noche que había follado con Pedro, ese encanto no había parado de hablar de la multa que le iba a caer a una farmacéutica francesa.
«Una comisión lógica es del cinco por ciento y sobre veinte millones, estaríamos hablando de un kilo», pensó mientras producto de su avaricia los pezones se le ponían erectos bajo la tela.
Como buena negociadora, dejó transcurrir los minutos sabiendo que la espera empezaría a poner nerviosa a su contraparte y ya en el postre, tomando la mano de Albert entre las suyas, comentó:
―Sabes cariño, ayer estuve viendo en internet un apartamento en las Ramblas. Era precioso, luminoso y con unos ventanales enormes. Lo único malo era el precio, el dueño quería dos cientos mil de arras y otros ochocientos al firmar la escritura.
―Me parece un poco caro― respondió el abogado intentando negociar.
Entonces ante su sorpresa, la estupenda pelirroja le cogió la mano y poniéndola sobre sus piernas desnudas, con cara de putón desorejado, contestó:
―Ya sabes el boom inmobiliario, lo único bueno es que en la oferta se incluía la cama y no te haces una idea de lo maravillosa y suave que es.
―Lo supongo― contestó con su pene totalmente erecto al sentir la tersura del muslo que estaba acariciando y mientras intentaba calmar la comezón que tenía, llamó al camarero y le pidió una botella de cava con el que brindar.
Haciéndose la tonta y mientras separaba las rodillas dando mayores facilidades a los dedos que recorrían su piel rumbo a su sexo, preguntó que celebraban.
― ¿Necesitamos un motivo? Pues imaginemos que consigues el dinero― y levantando su copa, exclamó: ― ¡Por tu nueva casa!
Marián sonrió al oír ese brindis y cerrando el acuerdo con un beso en los labios, permitió que las yemas de ese cincuentón tomaran al asalto el fortín que escondía entre las piernas.
Durante un minuto, la pelirroja disfrutó del modo en que Albert la masturbaba en público hasta que sintiendo que faltaba poco para que se corriera, decidió que era suficiente anticipo y retirando la mano del abogado, le dijo que esperaba noticias suyas tras lo cual y sin mirar atrás desapareció por la puerta.
«¡Será puta!» murmuró entre dientes el cincuentón mientras pedía una copa para dar tiempo a que el bulto de su pantalón no fuera tan evidente.
Saboreando el whisky de malta comprendió que a pesar de ese abrupto final la noche había resultado un éxito porque podía asegurar a su cliente una sentencia favorable a sus intereses siempre y cuando se aviniera a pagar dos millones de euros.
«Uno para mí y otro para esa zorra», se dijo mientras se imaginaba sodomizando a la pelirroja en un hotel. Lo malo fue que, al hacerlo, su calentura lejos de amainar se incrementó y pidiendo la cuenta, decidió que al salir iba a ir al burdel de siempre donde una putita conseguiría apaciguar su incendio.
Veinte minutos después, estaba entrando en el discreto chalé convertido en tugurio. La madame, Alba “la extremeña”, lo recibió con unos abrazos reservados solo para los grandes clientes y sin que tuviera que pedir, mandó a la camarera que le pusiera un Macallan.
Apenas había acomodado su trasero cuando las putas empezaron a desfilar frente a él. Albert, conocedor experimentado de ese ambiente, decidió esperar a que todas las mujeres hubiesen modelado para tomar una decisión. Por su presencia pasaron rubias, morenas y pelirrojas, españolas y extranjeras, jóvenes y maduras, pero por mucho que miraba, no conseguía que ninguna de esas bellezas le motivara.
«Hoy necesito algo especial», se dijo sabiendo que, si al final no elegía a ninguna, vendría la dueña del lupanar a ofrecerle su ayuda.
Como había previsto, “la extremeña” al ver que no estaba satisfecho con el ganado, se acercó y como una enóloga aconsejando a un cliente sobre un cava, le preguntó qué era lo que esa noche necesitaba.
El abogado le confesó la calentura que llevaba y el motivo de esta.
―Necesita desahogarse― sentenció la madame y sin cortarse un pelo, preguntó: ¿le apetece un culo al que castigar? La chica en sí no es gran cosa, me la ha mandado un amigo para que le ponga tetas y la enseñe.
― ¿Es plana?
―Como una tabla y aunque apenas la he probado, puedo decirle que es una perra con mucho futuro. Según su dueño, ¡acepta de todo!
―Tráela para ver si es lo que ando buscando.
―No se va a arrepentir― respondió la extremeña, dejándole con un par de exuberantes putas para que le hicieran compañía mientras tanto.
A los cinco minutos, la madame apareció por la puerta con una castaña de pelo largo que en un principio le repelió. Delgada, sin culo ni tetas parecía un espantapájaros.
Estaba a punto de rechazar la sugerencia cuando se percató que, con esas gafas rojas, la aprendiz le recordaba a una jueza con la que había tenido varios fracasos.
«Parecen gemelas», dijo para sí mientras volvía a florecer en él el odio que sentía por la magistrada.
Mientras tanto, la puta permanecía de pie sin ser capaz de siquiera levantar la mirada. La vergüenza que demostraba enfadó a la dueña del lupanar. Sin importarle la presencia del cliente y a modo de reprimenda, descargó sobre su culo un sonoro y doloroso azote.
―Sonríe, puta.
La novata sin nombre intentó sonreír, pero lo único que consiguió fue que en su cara se formara una extraña mueca. Ese gesto debería haber ahuyentado a cualquier interesado. Pero ese no fue así en el caso del cincuentón porque su pene reaccionó como un resorte al ver que, tras el castigo, los negros pezones de la fea aquella lucían totalmente erizados.
―Me la quedo― sonriendo informó a la dueña― pero necesitaría una habitación discreta.
―Por eso no se preocupe, tenemos una insonorizada― y dirigiéndose a la castaña, le ordenó que llevara al cliente a la numero seis.
Una zorra con experiencia se hubiese colgado del hombre que había pagado por ella, pero demostrando nuevamente que era una novata, se adelantó permitiendo que el abogado examinara su exiguo culo.
«Apenas tiene donde agarrar, mejor», relamiéndose reconoció porque su víctima así sufriría más.
Ya en el cuarto que le habían asignado, fue realmente la primera vez que se puso a examinar la mercancía y tras una decepción inicial al observar el bosque frondoso que tenía por coño, vio el cielo al separarle las nalgas y descubrir un rosado e incólume agujero.
«Esto no me lo esperaba», reconoció mientras introducía bruscamente una de sus yemas en el interior de ese ojete.
El grito de la novata confirmó sus sospechas y sin retirar su dedo, le soltó un primer mandoble con el ánimo de relajar a la castaña y que no estuviera tan tensa.
La actitud sumisa del monigote aquél lo envalentonó y añadiendo una segunda yema, siguió jugando con él mientras la muchacha se dejaba hacer consciente de no poder negarse.
―Ábrete de piernas― totalmente excitado el cincuentón exigió.
Las rodillas de la mujer se separaron para permitir las maniobras del cliente, el cual usando su otra mano bruscamente le introdujo dos dedos en su sexo y de esa forma descubrió que la que creía una mojigata, estaba disfrutando al comprobar que su cueva estaba empapada con el flujo que manaba de su interior.
El pene de Albert ya le pedía acción y por ello dándola la vuelta, le exigió una mamada. En silencio, la castaña se arrodilló y abriendo la bragueta, liberó la extensión del abogado.
Este satisfecho se sentó en el sofá y abriendo las piernas, la ordenó que se acercara. La muchacha con lágrimas en los ojos y de rodillas, se acercó a él con la mirada resplandeciente. El cincuentón supo de esa forma que iba a ser una buena mamada aún antes de sentir como la boca de la fulana engullía su pene.
Tal como vaticinó, era una verdadera experta. Su lengua se entretuvo un instante divirtiéndose con el orificio del glande, antes de lanzarse como una posesa a chupar y morder su capullo, mientras las manos acariciaban los testículos del cliente.
La reacción de este no se hizo esperar y alzándola de los brazos la sentó sobre sus piernas, ordenando a la castaña que fuera ella quien se empalara. La oculta cueva entre tanto pelo le recibió fácilmente demostrando que la novata estaba totalmente lubricada por la excitación que sentía en su interior.
Como no sabía ni quería saber su nombre, llamándola puta, le ordenó que se moviera. El insulto provocó que esa apocada e insípida mujer se volviera loca y para sorpresa de Albert, le rogara que siguiera humillándola mientras sus caderas se movían rítmicamente.
«¡Joder con la fulana!», pensó el abogado a sentir que la castaña había convertido los músculos de su chocho en una extractora de esperma que lo estaba ordeñando.
Ya sobrecalentado, desgarró el picardías que llevaba puesto, dejando al descubierto unos pechos que daban pena, pero cuyos pezones le miraban inhiestos deseando ser mordidos. Cruelmente tomó posesión de ellos con los dientes hasta hacerla daño mientras que con un azote la obligaba a acelerar sus movimientos.
―Gallo desplumado, ¡muévete o tendré que obligarte! ― le dijo al oído.
Demostrando lo mucho que le ponía la humillación, su sexo era todo líquido cuando, con la respiración entrecortada por el placer, obedeció moviendo sus caderas.
―Así me gustan las putas, calladas y obedientes― le susurró mientras con los dedos pellizcaba cruelmente sus pezones.
Satisfecho por la ausencia de respuesta, premió a la fulana con una tanda de azotes en el trasero mientras ella no dejaba de gritar de dolor y excitación.
Hasta entonces todo discurría según Albert deseaba, pero cuando la informó que la iba romper el culo, la castaña intentó huir de la habitación y eso le enervó todavía más.
Con lujo de violencia la agarró y la lanzó en la cama. La novata completamente aterrorizada no pudo evitar que su cliente cogiera su corbata y con ella atara sus muñecas mientras fuera de sí le gritaba:
―Te voy a enseñar quien manda.
La ira reflejada en los ojos de ese cincuentón provocó que histérica se riera y eso empeoró las cosas porque llevándola hasta el cabecero, este la inmovilizó anudando un extremo de esa prenda a una de sus barras.
Albert ya no era Albert sino un ser sediento de sangre porque para él esa mujer aglutinaba a todas las que en algún momento lo habían despreciado o causado algún mal.
Por ello sin preparar su trasero, le separó las nalgas, apuntó con su escote y de un solo embiste, la empaló brutalmente. Los chillidos de dolor que surgieron de la garganta de su acompañante le sonaron a música celestial y azuzado por esa seductora melodía, no paró de insultarla y de azotarla con la mano abierta.
Su víctima creyó que iba a morir en manos de ese ejecutivo y sabiendo que si quejaba iba a encabronar a ese maldito, con lágrimas en los ojos, tuvo que soportar que continuara esa locura. Para entonces el abogado la había empezado a cabalgar agarrado de sus pechos y aunque sabía la barbaridad que estaba haciendo, lejos de calmarlo, eso lo estimulaba.
Es más, al sentir que un brutal orgasmo se aproximaba, incrementó la velocidad de su ataque hasta inundando todo su intestino, eyaculó dentro de ella. Sus gemidos de placer y los gritos de dolor del mamarracho se unieron en una sinfonía perfecta que al final consiguió apaciguar a la bestia.
Por eso al sacar su miembro cubierto de sangre y mierda, se sintió satisfecho y dejando el dinero sobre la mesilla se fue mientras la puta lloraba, rota por la mitad, sobre la cama.
Ya en su coche, recordó descojonado que además de no saber su nombre, tampoco la había oído hablar:
―A esto se le llama una noche perfecta. ¡Una zorra callada y obediente!

 

Relato erótico: “la Gemela 4” (POR JAVIET)

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 Se recomienda la lectura de los capítulos anteriores para una mejor comprensión de la historia.
 Paco estaba algo cortado, aunque intentaba integrarse en la animada conversación que sostenían los padres de Laura y Lola con Marcos el novio de esta última, no podía evitar lanzar furtivas miradas al escote de la mujer, su perfil tan parecido al de la joven, junto a sus pechos grandes y aquellos pezones que pujaban contra la tela liviana del vestido amarillo le atraían excitándolo, de hecho comenzó a empalmarse sin proponérselo, cambió de postura para que no se le notase el bulto pero al estar sentados todos en el tresillo en forma de L ante la tele, tenía pocas opciones para cambiar de lugar, decidió coger su botellín de cerveza aun frio y ponérselo como al descuido sobre el paquete para bajarlo un poco, pues el mejor que nadie sabía el tamaño que podría alcanzar y no quería causar mala impresión.
Dos minutos después se oyó cerrar una puerta en el piso de arriba, se oyeron pasos bajando las escaleras y risas femeninas, unos segundos después las gemelas Lola y Laura aparecieron por la puerta del salón casi directamente ante Paco, pues era el más cercano a aquella entrada y que no pudo más que admirarlas mientras se ponía en pie.
Una de ellas (Lola) llevaba su negro pelo sujeto con un coletero rosa sobre su nuca, dejándoselo caer hasta el principio de la espalda, dejando perfectamente visible su preciosa carita en forma de corazón, en sus orejas lucía unos pendientes finos en forma de aros dorados, bajo su estilizado cuello una camisa de manga corta de color blanco con finos cuadritos rojos, que acababa unos centímetros por debajo de sus pechos donde unas lengüetas de la misma tela permitían hacer un coqueto nudo, se había dejado abierto el escote lo bastante para insinuar sus perfectos pechos, la prenda dejaba bien a la vista su cintura y ombligo, el cual estaba decorado con un pequeño pero llamativo piercing en forma de perla, una falda de algodón azul cielo con volantes blancos, junto con unas deportivas a juego completaban su indumentaria.
Laura llevaba el pelo suelto desparramándose por sus hombros, traía puesta una bonita camiseta azulona de cuello barco con tirantitos finos, que aún sin ceñir su torso resaltaba sus pechos tamaño pomelo, apenas se vislumbraban dos o tres centímetros de piel entre la camiseta y la ligera faldita blanca de amplio vuelo que lucía, esta acababa unos centímetros antes de las rodillas, también llevaba unas zapatillas a juego con su vestimenta.
Ambas chicas eran de semejante altura y hermosa figura, a simple vista era casi imposible distinguirlas, las dos jóvenes se habían pintado y maquillado resaltando la belleza de sus facciones, sus ojos sabiamente realzados y sombreados en tonos suaves resultaban un imán para las miradas, los labios de ambas resultaban tentadores por su brillante efecto de humedad, aunque el tono de carmín usado por ellas variaba ligeramente de color.
La pausa de las chicas en la puerta del salón apenas había sido de 5 ó 6 segundos, pero a Paco le parecía muchísimo más tiempo mientras las observaba, intentando saber cuál de las gemelas era “su” Laura y cual no, entretanto el volumen de su paquete aumento al excitarse con la visión de aquellas hembras tan excitantes, el no se dio cuenta pero ellas si lo hicieron, las chicas le miraron y cuchichearon algo entre risitas para seguidamente acercarse y saludarle, Laura dijo:
–         Hola cielo, – Añadiendo más bajito, mientras le besaba en la mejilla.- Menos mal que le das la espalda a mis padres, parece que te hemos gustado mi hermanita y yo.
–         Estooo… si claro perdona, Hola Laura tenía muchas ganas de verte.
–         Ya se nota nene, mira te voy a presentar a mi hermana Lola, mira Lola este es Paco, ya te he hablado de él.
–         Si, ¡y mucho! – dijo ella mientras se acercaba a darle un beso, aprovechando para rozarle el pecho con sus tetas.
–         Eencantadoo de conocerte Lola, – dijo el notándose aun mas excitado al sentir aquella presión sobre su pecho, a la vez que cortado por la presencia en la sala de los padres y el novio de la chica.
Seguidamente las chicas fueron a saludar a marcos, momento que Paco aprovecho para excusarse e ir al servicio, Laura le dijo que usara el de la primera planta a la derecha de las escaleras, pues era el que iba mejor, Paco subió y una vez allí dentro se saco el nabo y tras abrir el agua fría del lavabo lo metió en ella, manteniéndolo sumergido mientras se le bajaba la erección, a la vez que se miraba al espejo y decía:
–         ¿Pero tú estás tonto o qué? Ponerte así delante de toda esta gente que no conoces, ¿quieres que te echen a patadas o que, so idiota? Y lo peor que ambas se han dado cuenta de cómo estabas, ¡joder si hasta Lola te ha dado un roce con las tetas que…uuff! Bueno pues ahora tranquilízate un poco y sales como si nada, vamos a ver si causamos buena impresión y nos vamos pronto, tengo ganas de repetir lo del otro día con Laura pero a solas.
Entre tanto, en el salón tenía lugar otra conversación a media voz entre los padres, las hijas y Marcos, Lola estaba diciendo:
–         Llevabas razón hermanita, menuda polla se gasta, la he notado a través de la falda.
–         Ya te dije que estaba muy bien dotado – Dijo Laura, añadiendo. – y cuando entra te rellena a base de bien, creedme que es el más grande que he probado.
–         Pues yo lo voy a probar hoy mismo hermanita. – Dijo Lola. – Aquí a marcos no le molesta, verdad cari.
–         Ya sabes que no ¡zorrita mía! – Dijo el aludido Marcos mientras metía la mano bajo la falda de su novia, añadiendo a continuación – Así volveré a follarme a Laura mientras tú te lo montas con ese Paco, hace más de 15 días que no la monto.
–         Porque estabas ocupado con nosotros, ó es que no recuerdas el trió que nos montamos el miércoles. – Dijo Jesús sonriendo, mientras metía un dedo desde atrás en coño de Pili por debajo del vestido amarillo.
Esta empezó a menear las caderas según entraba libremente aquel dedo en su chochete pues no llevaba bragas, dejando la mente abierta para que la excitación que sentía fuera percibida por sus hijas, se mojó los labios lascivamente con su lengua y gimió sin dejar de menearse mientras decía:
–         No me lo vayáis a espantar por ser muy lanzadas, ya sabéis que yo también deseo probarlo.
–         Yo quiero montarme un trió con mama y con él, no lo olvidéis. – Dijo Jesús.
–         ¿sabéis qué? esto me empieza a sobrar. – Dijo Laura mientras se quitaba el tanga negro que llevaba y donde ya se apreciaban manchitas de humedad.
Marcos que estaba de pie entre ambas chicas no perdió el tiempo y sin dejar de sobetear la entrepierna de Lola, metió su otra mano bajo la falda de Laura, apreciando la humedad de su coñito, un minuto después pajeaba a las chicas a dos manos, la tele sonaba en segundo plano al ser bajado su volumen para poder oír si Paco bajaba del baño, así que solo se escuchaban los sonidos de chapoteos de dedos en las ansiosas vaginas y los suspiros de sus dueñas en el salón.
Las tres hembras hábilmente masturbadas y de sobras recalentadas por el morbo de la situación, además de percibirse gozando en sus mentes y verse las unas a las otras disfrutando a tan corta distancia, no tardaron en correrse de pie como estaban contra los dedos invasores de sus sexos, Laura se estremeció gimiendo y abrazándose al brazo izquierdo de Marcos cuya mano la hacía gozar, Lola estaba abierta de piernas recibiendo las caricias digitales de la mano diestra del joven, con el culete apoyado en el respaldo del sofá, cuando se corrió a su vez entre jadeos que ella misma procuraba ahogar tapándose la boca con una de sus manitas, casi encima de ella Pili estaba inclinada con el culo en pompa recibiendo los dedos de Jesús dándola placer en su chochete, enseguida se corrió y para ahogar los gemidos de gusto beso a Marcos en la boca.
Laura se recupero un poco y ordenó sus ropas, vio como su madre le comía la boca al novio de su hermana, aun persistía en su mente la sensación de calentura sexual y supo que eso no podía detenerse de golpe, no al menos con aquellas dos lobas al lado y con ganas de guerra, así que tras secarse un poco el chochete con el tanga pero sin ponérselo dijo:
–         ¿vais a parar un poquito o no? Hay alguien nuevo en la casa.
–         No cielo, ahora que papa esta cachondo y marcos también vamos a tirarnos a nuestras chicas. – Dijo Jesús.
Marcos la miro sin ocultar su deseo, mientras se lamia los dedos que la habían hecho gozar dijo:
–         Laura cielito, si no quieres ser la única sin follar de aquí a 5 minutos, deberías subir a ver como tu chico se baja la erección.
–         Si anda hija, ve a ver que hace Paco y entretenle un ratito. – Dijo Pili.
–         En media hora subo a relevarte y estrenármelo, así que ni te hagas la mema recatada, ni por el contrario la zorra ansiosa y me lo vayas a agotar. – Dijo Lola.
–         Mejor será que te apuntes el cuento y no seas ¡TU! la que me lo agote niña, recuerda que yo también quiero probar esa mortadela. – Dijo Pili a la vez que suspiraba con los dedos de su marido Jesus moviendose aun dentro de su chochete.
Así que Laura salió del salón y subió las escaleras hasta el baño de la primera planta, donde aplicó el oído a la puerta asiendo la manilla y dándose cuenta de que el pestillo no estaba echado, en el interior Paco con los pantalones de color mostaza caídos alrededor de los tobillos, no conseguía bajarse la erección, pues cuando parecía haberlo logrado escucho lo que parecían grititos y gemidos, con lo que su aparato había vuelto a crecer hasta estar más duro que una piedra, al pensar en lo que deberían estar haciendo los vecinos. (En su cabeza resultaba imposible pensar que sus anfitrionas estuvieran siendo pajeadas justo bajo sus pies en el salón)
Llevaba allí metido más de 10 minutos y nada, seguía erecto del todo, pensó seriamente en golpearse la erección  con el teléfono de la ducha ó contra la pila del lavabo para que se bajase, pero se contenía porque le rondaba la idea de tirarse a Laura esa tarde y aquello sería francamente contraproducente, además también estaba la salida de hacerse un pajote, pero no le parecía ni correcto ni decente en esas circunstancias y rodeado de desconocidos.
La puerta se abrió de repente y apareció Laura entrando decidida en el baño, viendo a Paco con aquello en la mano (ó con la mano en aquello, como queráis decirlo) dio un pequeño grito, nuestro amigo se quedó mudo de la sorpresa y cuando quiso reaccionar ella se había abalanzado sobre él y le estaba besando en la boca con una pasión increíble, le mordisqueaba los labios y le metía su inquieta lengua en su boca, el respondía al beso como buenamente podía mientras las manos de la chica se adueñaban de su miembro, en un momento y tras comprobar su dureza interrumpió el beso el tiempo suficiente para empujarlo dejándolo sentado en la taza del wc y fue situándose sobre él para una vez levantada la falda, dejarse caer suavemente sobre el amoratado prepucio de nuestro amigo.
Pese a haberse secado el chochete en la planta de abajo, la visión del erecto y enorme miembro de Paco la había vuelto a excitar, cuando sintió el prepucio rozándole los labios vaginales, su chochete ya producía flujos en abundancia y ella simplemente se dejo caer sobre aquel erecto miembro que tanto había deseado, se le clavo profundamente sintiéndose rellena de carne caliente y notándolo hasta en el cuello del útero, Laura abrió la boca por la impresion dejando salir un largo jadeo de gusto mientras se cogía de los hombros del chico para sujetarse, seguidamente comenzó a cabalgarlo despacio para sentir cada centímetro dentro de su interior, el placer la hacía ir cada vez más rápido a la vez que agitaba sus caderas.
Paco no permanecía quieto, metió sus manos bajo el borde de la camiseta azul y las subió acariciando la piel de Laura hasta llegar a sus preciosos pechos desprovistos de sujetador, los pezones de la chica estaban erectos reclamando sus caricias y el rápidamente acaricio y presionó en el derecho mientras lamia y mordisqueaba ávidamente el otro pezón, mientras su dueña se empalaba repetidamente en la verga del muchacho y le abrazaba la cabeza contra su pecho mientras gemía cada vez más fuerte.
El intentó acoplar sus caderazos a los vaivenes del cuerpo que lo cabalgaba pero la chica se agitaba velozmente saltando sobre él, sentía su miembro estrujado dentro de la ajustada funda movediza y encharcada que era el chochete de su Laura, unos placenteros instantes después y sin detener la frenética cabalgada, la sintio tensarse y estremecerse a la vez que lanzaba un grito contra la cabeza que seguía mamándola los pezones, seguido de una serie de jadeos entrecortados al correrse en plena cabalgada, Laura disfruto de su orgasmo mientras u cuerpo se arqueaba entre espasmos y temblores hasta que ralentizo su cabalgada tras aquella gozada, pues su cuerpo intentaba relajarse tras la liberación de placer, a la mente de la chica llegaban sensaciones de placer no solamente propias, sino de su madre y hermana disfrutando mientras follaban en la planta baja.
Pero Paco no sabía nada de aquellas sensaciones, solo sabía que lo estaba pasando de vicio con su chica y que ella aflojaba la cabalgada tras su corrida, el solo sabía que no quería quedarse a medias y decidió tomar la iniciativa, sacando las manos de la camiseta de Laura las bajo hasta sus caderas y acaricio con ellas los firmes cachetes del culito de la chica que seguía moviéndose suavemente sobre el aun empalada, Paco no queriendo quedarse a medias además de ansioso y  deseoso de disfrutar de su chica, notaba las contracciones del túnel vaginal en toda la longitud de su miembro y comenzó a moverse, dando caderazos fuertes que impulsaban su rabo en las profundidades de la empapada vagina, disfruto del placer de follarse a su chica mientras ella volvía a gemir de nuevo, se miraron a los ojos y se besaron con pasión mientras el aumentaba los caderazos enviando una y otra vez su tieso órgano dentro de ella, la jodía agarrado a los cachetes del culo para impulsarse y al mismo tiempo generar un efecto de rebote que les hizo aumentar la velocidad e intensidad del placer.
En la mente de Laura el sentimiento de placer que sentían su madre y hermana, se unía al placer autentico que sentía en su cuerpo mientras sentía la verga del chico dentro de ella hasta lo más profundo de su vientre, notaba el prepucio meterse en su útero con cada envite recibido; el punto “G” no era rozado con la penetración del miembro, ¡era aplastado! en cada vaivén contra la pared vaginal dado el calibre del miembro invasor que se movía arriba y abajo, rebozado en abundante flujo que no paraba de producir el prensil chochete de la chica, su clítoris estaba sensible e hinchado como pocas veces había estado y le enviaba sin parar ramalazos de puro gusto, ella gozaba y pasó de jadear a casi rugir con todas aquellas sensaciones agolpándose en su cabeza, se corrió dos veces más sin que el chico aflojara el ritmo de la follada que la estaba propinando.
Paco disfrutaba una enormidad, pero esteba algo incomodo, por lo que decidió cambiar de postura así que la dijo:
–         Laura cariño, agárrate a mi cuello y no te caigas que nos vamos de viaje.
–         Cooomooo que deee viaajee, yo yaaa eestooy de viaaje al cieeeloo.
–         Tu solo agárrate que nos vamos.
El se movió levantándose de la taza del wc, ella seguía clavada sobre el muchacho pero al notarse en el aire, ciñó con sus piernas las caderas de Paco y se sujetó con fuerza, Paco se giro un poco y dio un par de pasos mientras la daba un par de profundos envites, apoyo a la chica en la pared con el culo contra el toallero y allí la dio varias fuertes arremetidas como si quisiera clavarla a dicha pared, Laura gritaba de gusto al sentirse así usada y dominada por aquel macho fuerte que la jodía en vilo y sin parar, Paco se giro un poco mas y su siguiente escala fue en la pila del lavabo que aun tenía el agua que había usado para bajarse los ánimos infructuosamente, volvió a apoyar allí el culete de Laura y siguió metiéndola el miembro sin parar de disfrutar, ella le recibía ansiosa pero ahora con cada arremetida que impulsaba el miembro en el chochete su culete bajaba, al tocar el agua fría daba un respingo y saltaba hacia arriba, justo para recibir el siguiente envite que la sumía la verga de nuevo y aun más profundamente.
Laura entre gemidos y con los ojos semicerrados decía:
–         Asiiii dame maas, machoteee follameee, estoy empapadaa.
–         No voy a aguantaar mucho más cieeloo.
–         Pueees damelooo, coorretee,
Paco volvió a cogerla y la levanto con el miembro bien dentro de su chochete, la chica se aferraba con brazos a piernas al cuerpo del muchacho, sus pechos se agitaban rozándose contra su camisa mientras completaba el giro y volvía a la taza del wc, dejándola sentada en la tapa de madera, Laura se soltó al sentirse apoyada y se concentro en el placer que sentía, mientras el bueno de Paco reanudaba la follada ahora desde una postura más de su agrado y con renovados ánimos, mantenía con sus manos separados los muslos de la chica y veía su depilado vientre, aquel chochete era invadido por su gordo rabo que lucía una corona blancuzca de flujo batido alrededor, el miembro se movía sin dificultad y Paco se dejo llevar buscando su inminente corrida mientras aumentaba su velocidad de penetración, el placer se adueño de ambos y acoplaron sus movimientos, Laura levanto su camiseta y se tironeaba los pezones con las manos tensándose de gusto mientras alcanzaba otra corrida, los movimientos y temblores provocaron el orgasmo de Paco que soltó sus dos primeros y más potentes chorretones de esperma en el interior de Laura mientras decía:
–         Arggg nenaaa me corrooooo.
–         Siii loo notoooo, damelooo, todooo dentrooo.
Pero por prudencia o instinto, el se retiro y saco el miembro de aquella ajustada funda mientras seguía eyaculando el siguiente chorretón regó la entrada del chochete, empapándola el clítoris y los labios mayores, los cuatro o cinco que siguieron fueron a parar a su vientre y dejaron su blanca muestra láctea hasta la parte baja de sus pechos, el gustazo que sintieron los hizo estar en silencio unos segundos mientras sus cuerpos se relajaban.
Paco al acabar de eyacular había vuelto a meter el miembro en la rajita de Laura, esta se frotaba el cuerpo con el esperma del chico para excitarlo y de paso aprovechar e hidratarse la piel del vientre y los pechos, incluso se chupó lujuriosamente los dedos al acabar, el seguía erecto y estaba aumentando el ritmo de un segundo polvo arrancándola un suspiro de gusto, pero ella recordando a su hermana y madre esperando turno, decidió no agotarlo así que dijo:
–         Paco para, tenemos más gente en casa y llevamos aquí un montón de tiempo.
–         Si cielo, llevas razón pero estas tan buena y eres tan…
–         Luego seguiremos estate tranquilo, pero ahora sal de mi y estate quieto, mira me he manchado un poco la camiseta con tu leche, saldré del baño e iré al salón a ver que andan haciendo, enseguida volveré a la habitación a cambiarme, vístete espera 5 minutos y ven es la puerta de la izquierda, así luego bajaremos juntos.
–         Está bien, pero ¿estarán muy mosqueados por la tardanza? No quiero causar mala impresión.
–         Tu estate tranquilo que seguro que algo habrán estado haciendo y seguro que no nos han echado de menos, ahora venga… dame un beso y haz lo que te he dicho.
Mientras se besaban Paco la dio unos cuantos meneos, pero ella fue inflexible y finalmente salió de aquel cálido conejito, Laura se limpio con un poco de papel se colocó la ropa y salió del baño, bajando al salón y sonriendo como el gato que se comió al canario, luciendo orgullosa la mancha de esperma en su camiseta azulona, ante el cuadro que formaban sus seres queridos.
Paco se lavó y se peinó pues tenía el pelo como un loco, procedió a vestirse y al pasar los 5 minutos salió y se dirigió a la habitación de la izquierda.
 CONTINUARA…
   Bueno niños y niñas, espero que os haya gustado esta entrega, en el siguiente capítulo veremos que pasaba en el salón entre Marcos y Lola y los padres de las chicas, mientras nuestra parejita “facía coyunta” en el baño, me ha parecido mejor hacerlo en capítulos separados por ser menos lioso dado el número de personas, habitaciones, pisos y posturas. Gracias a eso me he podido extender un poquito en el texto, en fin que lo disfrutéis y os ayude a ser un poquito más felices, cuidaros y no seáis rácanos dejando comentarios, si dais consejos o ayudas a la historia serán tenidas en cuenta.
 

Relato erótico: “Tentaciones de primo” (POR LEONNELA)

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Estaba allí, tirada en la mullida cama sin caber de felicidad, la maletas regadas por el piso,  eran la mayor prueba de que no se trataba de un espejismo, sino que estaba en mi nueva habitación, en una ciudad enorme, con una perspectiva diferente y una oportunidad con la cual había sido bendecida.
Mis padres acababan de despedirse, dejándome instalada en el departamento capitalino propiedad de mis tíos y que desde ese día compartiría con mi primo Mateo. El tenía 22  y estaba en cuarto año de arquitectura, mientras que yo a mis 18 años iniciaba mi vida universitaria.
 La situación económica de mis padres no era muy buena en esos momentos, por lo que se les dificultaba el pago del alquiler de un departamento para mi instalación, así que mis tíos que me tenían mucho cariño y valoraban mi esfuerzo por haber conseguido una beca académica,  facilitaron mi estadía allí, considerando además, que por mis claras muestras de responsabilidad, podía ser una buena influencia para Mateo, que ya les había dado unos cuantos dolores de cabeza.
 Desde luego a Mateo no le hizo mucha gracia mi llegada, puesto que de alguna forma estaba penetrando en su intimidad, sin embargo no le quedaba otra que aceptar la voluntad de sus padres, a menos que quisiera perder sus comodidades y privilegios.
 Las primeras semanas se mostró  indiferente, seguía su vida con normalidad, repartiendo su tiempo entre la universidad, las parrandas, los amigos y sus novias. Era de carácter alocado e impulsivo y aunque quizá antes no le había prestado mayor atención, era un muchacho bastante atractivo, moreno, de ojos oscuros, con pestañas largas rizadas que casi llegaban a sus párpados, contrastando con sus demás rasgos profundamente masculinos, llevaba el cabello algo mechoso, y la  vestimenta caprichosa como si quisiera decir a todas luces  que hacía lo que quería.
 Mis rasgos eran similares a los suyos ya que en ambos predominaba la línea materna, con la diferencia de que mis ojos no eran tan oscuros, y en lugar de tener ese gesto de vasta coquetería mas bien tenía la apariencia de una chica pueblerina que aun mantenía ese aire inocentón, propio de quien no ha tenido mucha vida social y ha sido protegida en exceso.
 Las veces que Mateo había ido al pueblo a pasar vacaciones, la pasábamos bien, era divertido y mis padres me permitían salir con él hasta tarde, puesto que confiaban en que siendo mi primo, espantaría a algún atrevido, pero en realidad lo que hacía era procurar emparejarme con algún amigo ya que consideraba que soy algo anticuada para mi edad.
 De todas formas pese a tener esos buenos recuerdos de camaradería, ahora que vivía en su departamento, procuraba no inmiscuirme en sus cosas, así aseguraba mi permanencia allí,  es mas, en lo posible, trataba de facilitarle algunas tareas que no me costaban esfuerzo como preparar el desayuno antes de salir ala U, o alguna labor de casa a las que estaba acostumbrada.  Creo que esos pequeños detalles hicieron que poco a poco, vaya bajando la guardia,  y entendiera que no era una espía informante de sus actividades, sino simplemente su prima, a quien le pudiera dar un voto de confianza sin arrepentirse.
 Fue así como empezamos a llevarnos mejor, a cambio de mis atenciones y discreción frente a sus padres,  él me daba cierto grado de seguridad, ya que pese a que era una muchacha atractiva,  por mi timidez se me dificultaba un poco hacer amistad y como mi primo era bastante popular en el campus estudiantil, fácilmente me inmiscuyó en su circulo de amistades; aunque tan solo de manera superficial puesto que mis metas estaban enfocadas casi absolutamente a lograr la excelencia académica, que me permitiría seguir manteniendo la beca, por ello mi tiempo básicamente se reducía a los estudios, y alguna esporádica salida.
 Generalmente entre semana me quedaba sola hasta la media noche o  a veces un poco mas tarde, puesto que Mateo salía con sus amigos, mientras yo me entretenía viendo alguna película o la mayoría de veces haciendo tareas, lo cual le hacia mucha gracia puesto que decía que hay que  disfrutar la juventud y que no es necesario quemarse las pestaña para aprobar un semestre. Era el único tema en el que jamás estaríamos de acuerdo, quizá porque el no comprendía que mis posibilidades económicas diferían mucho de las de él y yo no podía darme el lujo de arriesgarme a bajar mis puntajes porque podía significar el acabose de mi carrera.
 Fue así como mas de una noche me encontró bostezando frente al computador, o dormida sobre mis libros; solía despertarme cariñosamente, a veces pasaba la mano por mi larga cabellera rizada, o acariciaba mis mejillas diciendo entre dientes: tontita otra vez esforzándote demasiado…  Me daba ganas de recriminarle, pero prefería disfrutar de sus gestos dulces, de sus dedos en mi rostro, de sus labios en mi mano, o simplemente de esa caricia sobre mis hombros, que me ponía feliz por sus cuidados.
 En algunas ocasiones que aún estaba despierta, cuando escuchaba las llaves en la cerradura, me recostaba a esperar su jugueteo en mi cabello, me estaba acostumbrando a ello. Al principio me despertaba tiernamente para encaminarme a mi habitación pero últimamente me tomaba en brazos y el mismo me llevaba a mi cama; al levantarme, su mano obligadamente se posaba en  mis muslos   haciéndome estremecer, mas aun cuando por mi escasa ropa fácilmente se deslizaba por mis glúteos llegando a confundirme con nuevas sensaciones, ya que nadie había avanzado tanto  como para tocarme  ahí.
Me sentí una pluma entre sus brazos, me gustaba su cercanía por lo que solía acurrucarme contra su pecho gozando del corto trayecto que recorríamos desde el estudio hacia mi recámara, luego depositándome con cuidado, me tomaba de las axilas para acomodarme sobre la almohada y no se si involuntariamente o no, rozaba mis pechos;  inmediatamente mis pezones se erectaban como si quisieran rasgar la tela, y mientras me daba un beso de dulces sueños, su pulgar bajaba por mi pecho rasqueteando ligeramente mis botones. Eso era suficiente para que durante varios minutos un calor terrible entre mis piernas no me dejara conciliar el sueño, y terminara apretando una almohada entre mis muslos y dando pellizcos a mis pezones.
 Varias veces se había repetido la misma escena, y cada vez sus manos se atrevían un poco más, ya no solo su pulgar me rozaba, sino su palma entera se abría sobre mi pecho transmitiéndome su tibieza y el beso en la mejilla se había deslizado hacia un imperceptible roce de sus labios en mis pezones. Cómo me gustaba  que la camiseta de tela fina quedara húmeda de su saliva, por posar su boca sobre mis brotes.
 Durante el día todo era usual, salvo que nos tratábamos con más complicidad. Mateo era más gentil, incluso en ocasiones me ayudaba con alguna investigación cuando se trataba de alguna materia que él ya había tomado, y extrañamente cada vez llegaba más temprano a casa. Entraba a mi habitación, se recostaba y acomodándome sobre su pecho nos entreteníamos charlando de boberías. Algunas veces buscaba mis pies con los suyos, y sus manos hallaban refugio en las mías. Sentía muy rico sus atenciones, mucho más porque sabia que no era precisamente un tipo afectuoso, pero su trato conmigo era especial, más especial que con cualquiera de sus amigas.

Pero una noche algo  definitivamente cambio…

 Era cerca de las diez, acababa de salir de la ducha y mientras me secaba el cabello comía una barra de chocolate, estaba vestida con una blusita que apenas cubría mis tetitas  duras y de tamaño mediano, con una aureola rosada y unos pezones que quizá por los ímpetus hormonales siempre estaban de pie, tanto que solían  atraer las miradas de mi primo, sin que a veces pueda disimularlo y que por esa razón se habían convertido en mis consentidas. Usaba una bombacha corta y bastante holgada, comúnmente usaba ese tipo de prendas por los calores veraniegos, y también porque a mi edad los deseos sexuales se manifestaban con cierta insistencia y eso me permitía meter mis manos y tocar mi vagina hasta ponerla húmeda de tanto jugueteo.
 Me sorprendió escuchar el ruido de su auto en el garaje tan temprano y no se porqué pero esta vez en lugar de fingir dormirme sobre los libros, corrí a su habitación y me tendí en su cama, mi corazón palpitaba con fuerza como si se adelantara a intuir algo que cambiaría mi vida.
 Ingresó, le escuché llamarme, pero no respondí, fue hacia la cocina, al parecer tomó algo del refrigerador, luego se dirigió a mi habitación, y como no me encontró insistió en llamar,  me buscó en el estudio y por ultimo se dirigió a su habitación. Encendió las luces y fingiendo ser herida por los fluorescentes me di vuelta y haciendo gestos de adormilada levanté la una rodilla hacia mi cintura, sin importarme que al hacerlo la bombacha holgada quizá dejaba entrever mi cola descubierta o mi coñito depilado.
 Permaneció de pie, sentía su mirada sobre mí, y afortunadamente había puesto mi brazo sobre mi frente de modo que no percibían como me temblaban los párpados así como tampoco podía notar como mis labios vibraban y como los de abajo se me humedecían de tan solo imaginar que mi cuerpo estuviera pervirtiendo sus pensamientos.
 Hizo un resoplido como diciendo, woauu que es lo que veo, luego se sentó al filo de la cama y posó su mano sobre mi muslo, empezó a acariciarlo desde la rodilla hacia arriba, mientras decía:
 _Cami…amor despierta
 Yo fingía no escucharle y dejaba que sus manos me tocaran llegando incluso a mis cachetes traseros que llenos de juventud se veían  duros y redondeados, metió la mano más al fondo de modo que con la caricia rozaba la carnosidad de mis glúteos y uno de sus dedos se hundía en la línea que dividía mis nalgas, no se si percibía mi humedad, seguro que sí, porque me sentía mojadita y al pasarla por mi coñito hizo un sonido como si absorbiera el aire a través de su dentadura, dándome clara muestra de que le gustaba lo que sentía.
 El palpitar en mi sexo me hizo respingar y rápidamente retiró su mano, luego escuché como se quitaba los zapatos, la camisa cayó encima de la cama y el sonido del cierre de su pantalón me hizo saber que también se lo había quitado.
 Se recostó detrás mío, nuestras respiraciones se volvían intensas, mas aun cuando me hechó un brazo encima y su pelvis quedó adherida a mi trasero, claramente sentía como su pene estaba despabilado, duro, y parecía querer herirme con aquella arma. Acarició mi vientre, haciendo círculos en él,  rozaba la parte superior de mi pubis, donde tan solo tenía una pequeña porción de vellito al ras de la piel, casi sin disimulo su mano libre subía a mis tetitas, las acarició de lleno, halando mis pezones, yo ya no aguantaba, era lo más excitante que había vivido, y dándome vuelta quedaron mis tetitas frente a su rostro; ni por  un segundo lo dudó, se atrevió a levantar la blusa y sentí por primera vez la humedad de su lengua, las chupaba suave, y luego las mamaba mas duro. Quería morirme, rogarle que no dejara de hacerlo pero tenía que seguir disfrutando en silencio. El hambre que sentía entre las piernas me hacia abrirme un poco, y como si entendiera mis intenciones casi al instante sus dedos se revolcaban entre mis labios, subían hacia  mi clítoris bajaban a mi vagina, produciendo un hormigueo muy rico, empezó a introducir su dedo por mi orificio que aun permanecía sellado, insistió suavemente hasta meterme casi la mitad de su índice, procuraba perforarme pero me causaba un poquito de dolor y estremeciendo mis caderas, gemí.
 _Te lastimé mi amor?
 Qué mala actriz resulté, Mateo sabia perfectamente que estaba despierta y cómo no iba a darse cuenta si mi humedad destilaba tanto que tenia la bombacha empapada, aun así no respondí, queriendo mantener mi mentira hasta el final, pero él virando mi rostro,  acercó sus labios a los míos, me besaba despacio y poco a poco fui respondiendo a sus besos,  al punto de que nuestras lenguas se entregaban completas, me la introducía pausadamente y la sacaba, dejando que yo deslice la mía por entre sus dientes.
 Cami…Cami…gemía entre beso y beso y yo respondía consintiendo que nuestras salivas se mezclen, nuestras lenguas se conozcan y nuestros sexos se aprieten.
 No había ninguna explicación para lo que nos pasaba, éramos primos pero eso carecía de importancia, en ese momento lo último en lo que pensaba era en el parentesco, solo quería sentir, como sus manos me iban desnudando y sus labios protegiendo mi cuerpo con su saliva.
 Las sensaciones eran intensas, estaba recostado sobre mi, llenando su boca con mis pechos, los chupaba, los atrapaba con sus labios y los estiraba, a momento los mordisqueaba y volvía a  metérselos totalmente. Bajó por mi abdomen surcando mi vientre, hasta coronar mi pubis con su rostro y ya sin resistir me abrí de piernas, dejando que me enseñe lo que es sentirse mujer.
 Percibía mi vulva como si mi olor le incitara, lamía mis labios y paseaba su lengua por mis pliegues, provocándome latidos que amenazaban con desgarrar mi sexo. De tanta felicidad le agarraba  del cabello y golpeaba su rostro con mis empujones pero lejos de apartarse me los chupaba con más ganas. Se adueñó de mi clítoris, acariciándole indirectamente, pasando las yemas alrededor de él, y moviéndolo horizontalmente, no resistía más, sus dedos  en mi capullo y su  lengua penetrándome el coño me hicieron estremecer mientras jadeaba de placer. Mis líquidos  escurrían, toda esa savia contenida era desechada en la boca de mi primo, que disfrutaba tragándola.
 Quedé tirada en la cama, con el corazón galopando a mil, con  su rostro sobre mis piernas y sus dedos cosquilleando mi pubis.
 Me abrazó con dulzura y al juntarse, sentí como su pene  punzaba contra mi muslo, y con la torpeza de una inexperta, acerqué mis manos a ese trozo tibio de carne que destilaba fluidos, la toqué y por arte de magia se agrandaba en mis manos, la acaricie saboreando su tamaño, era grande para imaginarla escurriéndose en mi agujero, pero no tenía temor, ya había esperado demasiado por saber lo que se siente cuando una verga se mueve dentro, tan solo pensaba en mis ganas de ser penetrada mientras se la jalaba de arriba abajo.
 Acerqué mi rostro dejando que mis labios me guiaran, mi legua comenzó a desplazarse, por su cabecita,  poco a poco me la fui metiendo, chupaba con algo de torpeza pero sus gemidos me decían que iba muy bien, poco a poco entendía que entre más me la comiera y mas profundo bajara mas deliraba, la saliva suavizaba los movimientos  hasta que  garroteando contra mi boca se estremeció continuamente, lanzando un chorro de leche contra mi boca. El semen se desparramaba por mis comisuras mientras hacia esfuerzos por tragármela toda, sí, había disfrutado mucho de mi primera mamada.
 Nos quedamos dormidos, abrazados, con la piel satisfecha de habernos amado.
 El despertador dio las 7 de la mañana,  dimos un brinco en la cama y salimos para la universidad.
 Durante la semana no volvimos a hablar del tema, yo me sentía algo insegura de querer avanzar más, no tanto porque fuera mi primo sino mas bien porque le conocía y sabia que era un mujeriego de peso, así que pensé que era mejor dejar las cosas ahí para evitar sufrimientos; seguro él pensaba lo mismo y no quería lastimarme porque tampoco insistió, simplemente dejamos las cosas en el olvido, como si nada hubiera pasado.
 Procuraba ya no dormirme sobre mis libros para evitar tentaciones, y en lo posible me acostaba más temprano o estudiaba en mi habitación, también mi primo parecía evitarme puesto que ya no entraba a mi recámara con la misma confianza, ni le sentía llegar en las madrugadas a cobijarme.
 Sin embargo, aunque tratáramos de obviar ese capítulo, a veces nos sorprendíamos mirándonos a escondidas, cuando Mateo salía de la ducha con el cabello húmedo y la toalla sobre la cintura, simplemente me faltaba el aire, sus pectorales se marcaban y me hacían recordar cuantas noches me refugie en sus brazos. También yo sentía sus miradas mientras preparaba los desayunos, se dejaba llevar por la forma bonita en que mis caderas moldeaban los shores y a veces incluso al dar vuelta miraba mi vientre y mis muslos.
 A veces Mateo optaba por no salir de casa, y se tiraba en el sofá a mirar tv, algunas ocasiones lo hacíamos juntos, otras tantas lo dejaba solo cuando alguna de sus novias lo distraía al teléfono o en el chat. No podía disimular, los celos me corroían, y aunque me dolía reconocerlo me importaba más de lo que yo quería.
 Con esa aparente indiferencia continuamos unas cuantas semanas hasta que llegaron los exámenes de fin de ciclo, había obtenido muy buenos resultados y compartía mi alegría telefónicamente con mis padres, estaba en eso cuando llegó Mateo y con aires de autosuficiencia  puso su reporte en mi cara, estaba casi eufórico, había aprobado el ciclo sin quedarse suspendido en ninguna materia. 
 _Te das cuenta primita, aprobé y sin quemarme las pestañas estudiando.
 _Ah si? pues mira esto, dije mientras le mostraba mis excelentes.
 _No esperaba menos de ti, sonrió genuinamente, y agarrándome de la cintura me apretó contra su cuerpo haciéndome dar vueltas como niños traviesos. Hace mucho no sentía su pecho aplastando mis senos, ni su pubis crispando mi vulva, y aunque sólo era un gesto de emoción por el fin de ciclo, para mí su cercanía era el mejor premio que podía recibir por mis notas.
 Nos quedamos en silencio, acariciándonos con miradas y casi sin darme cuenta, nuevamente volvía a sentir sus labios, la frescura de su saliva y la inquietud de su lengua; un beso dulce, largo, que se volvía apasionado a medida que nuestros cuerpos se juntaban con desesperación,  sus manos se desplegaron por debajo de mi blusa mientras aquellos pulgares volvían a apretarse contra mis senos, ya no quería detener nada y dejé que su boca vuelva a saborear mis pezones llenándome de esa sensación que enardecía mis genitales.
 Me alzó en brazos y yo abrí mis piernas sujetándome de sus caderas, totalmente prendida a su cuerpo, concibiendo que mis movimientos le cuenten que estaba lista para avanzar más…
 Cami… estás segura amor?
Ya no hubo más respuesta que mis besos descontrolados.
 Sujetándome del trasero me llevó a mi habitación, mi cama fue testigo, de cómo mi vestido iba cayendo, al igual que su ropa besando el suelo, sus labios en mis hombros, en mis muslos, los míos en su espalda y en su abdomen;  nuestra desnudez calentaba nuestros cuerpos, como lo había soñado en tantas de mis madrugadas.
 Recostado sobre mi,  me hacia sentir su peso, su fuerza, su sudor, revolcándonos nos dejábamos impregnados ese olor a hambre retrasada, a ansias y a lujuria. Sus manos reconocían mis caderas las palpaban siguiendo el sendero de mis glúteos, buscando mis escondrijos para darme placer.
 Mis piernas se explayaban ante la insistencia de sus labios por chupar  mi sexo, lamia mis jugos y su lengua iniciaba la desfloración de mi coño. Entraba y salía, intercalando estímulos con su dedo que se veía presuroso por coronarme.
 _Cami…Cami…estas tan cerrada….que siento correrme solo pensando en metértela…
Sus palabras me llenaban de un morbo desconocido, su aroma…su lengua… sus dedos… sus gemidos…eran demasiado; desde mis profundidades emergió un deseo de gritar, hasta que aquellas palpitaciones que devoraban mi vulva,  me devolvieran la vida.
 Me dejó descansar unos segundos, mientras chupaba con delirio mis senos, estaba tan caliente que mi cuerpo no se negaba a más placer, ansiaba esa primera penetración, deliraba por sentir que me partiera hasta el alma con cada una de sus estocadas.
 Crucé mis piernas, mis muslos se veían hermosos aprisionando su espalda, y haciéndose hacia adelante colocó su pene en mi entrada. El ardor y el dolor s e evidenciaban en las muecas de mi rostro y en mis callados gemidos, no quería que él lo notara, debía ser valiente para que pudiera seguir en su intento de abrirme completa,  pero no podía engañarlo mis carnes apretadas, se resistían y el estaba pendiente de mis gestos.
Duele Cami?..duele mucho?
No amor… sigue…sigue…
 Pese a mi insistencia, Mateo se detenía, y continuaba llenándome de besos, que levantaban mi excitación a límites en que yo misma me  acomodé, buscando que su pene empezara nuevamente a punzar. La resistencia de mi vagina iba cediendo, sentía como desfilaba hacia adentro, raspando mis paredes, y un ligero dolor me hizo gemir; lo había logrado, estaba llenándome con su verga, conectándome totalmente a su cuerpo y a sus emociones.
 Se quedó quieto como si temiera herirme, disfrutando del momento y abrazándome con fuerza. Poco después sus caderas se agitaban con suavidad, el dolor era apenas un recuerdo y el placer renacía en mis entrañas,  sus movimientos de entrada y salía  me hacían gemir, ya no de malestar sino de una necesidad de seguir siendo arrasada,  punteada, penetrada una y otra vez…
En su rostro veía la gloria, y en el mío el placer, me gustaba ser empalada y queriendo que llegara aun mas profundo levante mis piernas a su cintura, su sudor se confundía con el mío al igual que nuestros gemidos y respiraciones; era delicioso su movimiento de cadera, el vaivén de nuestros cuerpos acoplados perfectamente, y esa sensación increíble de estar siendo follada.
 Unos pocos minutos así y volví a estremecerme, otro orgasmo iluminaba mi cara, y nuevas palpitaciones  hinchaban mi vulva, simplemente me corrí, me corrí con la intensidad de quien veía cumplirse su sueño.
Mateo duró tan solo unos segundos más, ya sin temor empujaba con fuerza, su movimiento se aceleró y dándome profundas estocadas, se quedó quieto llenando mi sexo de aquella leche que llevaba mi nombre.
 Se acomodó entre mis senos, y con dulzura acariciaba mi vientre, no sabíamos que decir, así que solo dejamos que la magia de aquel momento, acompañara la intensidad de nuestros abrazos.
 Desde aquella noche fuimos inseparables, y aquel departamento se convirtió en el cómplice de nuestro amor  de primos….
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leonnela8@hotmail.com

 
 

Relato erótico: “Gracias al padre 4, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

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SOMETIENDO 2Nuestra relación mejoraba, día a día. La mujer, joven e inexperta, se había convertido en una Diosa. Mi Sin títulovida adquirió sentido. Con ella, no existía la monotonía ni el hastío. Decididos a seguir juntos, tomamos posesión del dinero, que había robado su padre, y como habíamos acordado nos lo repartimos a partes iguales.
En cambio en menos de tres meses, nos habíamos aburrido de su madre, ya no nos divertía la sumisa en que se había convertido, era mas un estorbo que un entretenimiento, por lo que Lucia me pidió que le consiguiéramos una jubilación de lujo. Como buen yerno, que soy, se la conseguí, se la vendí a un socio por 500.000 euros. Lo mas gracioso del asunto, es que, Juan, quizás uno de los economistas mas brillantes que conozco, resultó ser un pésimo amo, y en menos de 15 días, ya bebía en los zapatos de Flavia.
Así fueron pasando los meses, Lucia y yo, yo y Lucia, pareja, amantes, dominantes o dominados pero felices, cuando ya creíamos que no podía existir algo mejor, ocurrió lo que a continuación os relato:

Ese día me desperté temprano, mi novia estaba acostada a mi lado, con la cabeza recostada sobre mi pecho. La tersura de su piel me enloquecía, no fue un acto voluntario pero al mover mi brazo, oí su suspiro. Como si fuera el banderazo de salida, con la yema de mis dedos, empecé a dibujar círculos en su espalda, hasta llegar a sus nalgas. El sentir mis caricias, provocó que se estremeciera, pegando mas su cuerpo en el mio, lo que me permitió recorrer la costura de su tanga, la hendidura de sus glúteos, y disfrutar con la rugosa piel de su agujero. Su suspiro se convirtió en gemido. Retiré mi mano, y llevándola a mi boca, ensalivé mis dedos. La humedad de mi saliva entró en contacto con su piel. Abrió los ojos, y sin mediar palabra, se puso de rodillas, con la cabeza en la almohada, dejando su culo expuesto a mis caricias.
Con mis manos, separé sus nalgas, teniendo cuidado que nada, ni siquiera su tanga, entorpeciera mis intenciones. Colocando mi lengua al principio de su espalda, fui bajando lentamente hacia el canalillo de su trasero, dejando tras de mi un rastro brillante. Al acercarme a su ano, me invadió el olor penetrante de hembra insatisfecha que necesita ser llenada. Con la punta recorrí las arrugas oscuras de mi destino, Lucia involuntariamente lo izó mas, dejando me entrever como se contraía al ritmo de mis caricias. Su mano descendió hasta su sexo, y con ansia castigaba su montecito del placer. Ver su calentura, me excitó. Escupí en su agujero, y con la lengua lo repartí, sin dejar pliegue, ni rugosidad, sin su dosis.
-Por favor-, me suplicó. Sabia lo que necesitaba, pero iba a hacerla sufrir un poco más. Sacando del cajón, un bote de aceite, derramé una gotas sobre su cuerpo, lo suficiente para que con mis dedos, aflojara su tensión. Mi anular tomó posesión dentro de ella, con desplazamientos laterales, de forma que su esfínter se relajó. Estaba preparada.
Apoyé mi pene en su entrada, sin forzarla. Tras unos instantes quieto, lo moví a lo largo de su canalillo, recorriendo su vulva hasta llegar a su clítoris. Ella protestó, queria que la tomara por detrás. Moviendo su cadera, intentaba introducírsela, pero yo no la dejaba. Me apiadé de ella poniéndola en la abertura de su anillo. –No te muevas-, le pedí. Ella me obedeció, quedándose quieta. Lentamente fui forzando su entrada, abriendo su pliegues, hasta que la cabeza de mi verga, entró totalmente en su interior.
-Ahora échate hacia atrás, para que sientas como te penetra-, dije. Obedientemente movió su cuerpo, introduciéndose toda mi extensión. No fue un movimiento continuo sino que con breves envites, centímetro a centímetro, rugosidad a rugosidad, fue absorbiéndome en su oculto tesoro. El dolor se mezclaba con el placer, ni una queja salió de sus labios, mientras se empalaba. Cerró los ojos al sentirla plenamente, mis huevos habían chocado, ya, contra sus nalgas. Experta, esperó unos momentos, para que su esfínter se acostumbrara a su castigo. Con suaves movimientos circulares me demostró que podía empezar, por lo que con un leve bombeo comencé a moverme. Poco a poco, fui aumentando la velocidad.
-Mas fuerte-, me exigió. Aceleré mis arremetidas, a la vez que con mis manos abiertas marcaba el ritmo con azotes en sus nalgas. –Me encanta-, gritaba al sentir como la vara de su hombre, se regocijaba en su interior. Mientras con una mano seguía castigando su clítoris, con la otra estrujaba mis testículos. Del interior de su vulva, emergía un manantial de caliente flujo, que se mezclaba con el aceite.
Era una pasada, verla moverse al ritmo de mis caricias. En su espalda, una gota de sudor bajaba por su columna, pero volvía a subir con mis embistes. Parecía jugar con nosotros, en un trío involuntario. Sus gemidos y la humedad de su cuerpo, aumentaron mi calentura. Previendo su climax, agarré su cuello con las dos manos, impidiéndole la respiración. Lucia no se preocupó por mi estrangulación, sabia que la necesidad de aire que sentía, aumentaría su placer. Sus brazos cedieron, de forma que mi cuerpo se clavó mas profundamente, mientras que su cadera se estremecía, y todo su cuerpo entraba en ebullición. En la palma de mis manos, latían sus venas hinchadas por la presión que ejercía. No aguantando mas, se desplomó en espasmos de placer. La solté, pero sin compasión proseguí con mi tarea, hasta que sentí como me derretía en su interior.
Exhausto y satisfecho, me quedé abrazado a ella, sintiendo como mi sexo, perdía poco a poco su dureza, dejando salir el rastro lechoso de mi placer. Estuvimos en esa posición unos minutos, hasta que el despertador rompió el encanto del momento.
Fui el primero en levantarme, tras una ducha rápida y un café con leche, cogí mi coche en dirección a mi trabajo. En la radio no había mas que noticias desastrosas, atentados, terremotos y las típicas peleas del gobierno con la oposición. Decidí apagarla, mi despertar había sido perfecto y no quería estropearme el día con cosas que no me afectaban.
La oficina me agobiaba, gracias al padre de Lucia, era rico, pero como era un dinero ilícito, tenía que seguir con la pantomima del trabajo honrado. Sería sospechoso, el dejar de trabajar en el momento de irme a vivir con la hija de un ladrón. Dediqué gran parte del tiempo a gestionar “nuestra herencia”, -La gente no sabe, lo que tiene que trabajar un rico, para ser aún más rico-, pensé, disfrutando, cuando verifiqué los impresionantes réditos, que me estaban dando las inversiones de la compañía que habíamos fundado en un paraíso fiscal.
Eran las dos de la tarde, cuando me llamó Lucia para avisarme, que esa noche, venía a cenar Patricia, su amiga. Resulta que tenía graves dificultades económicas, su socia y ella estaban a punto de ser embargadas por una compañía a la que debían dinero. Querían mi consejo y mi ayuda, ya que mi novia les había contado lo experto que era en temas financieros.
-No te preocupes, veré lo que puedo hacer, pero dile que venga también su amiga, para que nos den una visión global del problema-, le contesté.
Mi plan había resultado, durante los últimos tres meses, había estado comprando en el mercado, la deuda de ellas, pero como era lento, les di un empujoncito por medio de una compra masiva desde una empresa, que a la semana quebró. Por supuesto, la empresa quebrada era mía.
Decidí que esa tarde, saldría temprano, ya que tenía que explicar, a Lucia, el plan. Pero antes de salir de la oficina, la llamé. No quería llegar a casa y encontrarme con la sorpresa de que se había ido otra vez de compras, cosa que se había habituado a hacer con demasiada frecuencia.
La encontré enfrente del ordenador. Por lo visto, estaba buscando en internet, mansiones en las islas Caiman, para cuando nos fuéramos de España. Me enseñó la que le había gustado. Una verdadera exageración con 10 dormitorios, una barbaridad de terreno, piscina, padel, frontón, es decir un palacio. Estaba tan entusiasmada, que tuve que pedirle que se callara por que quería decirle algo importante.
-¡Nos han descubierto!-, me dijo totalmente asustada,-¡Dime la verdad!.
-No, tonta, es algo bueno-, mi respuesta le tranquilizó, por lo que con una sonrisa, me pidió que le explicara entonces que era eso tan importante.
Tomé un breve respiro, antes de empezar a hablar.
-Últimamente, te has quejado de no tener nadie de servicio. ¿Te gustaría educar a dos nuevas perras?, de 24 y 28 años, morenas, buenas tetas, y dos magníficos culos, que azotar-, le solté a bocajarro.
Se quedó con la boca abierta, aunque habíamos hablado de ello, no se lo esperaba. Tras unos momentos, empezó a sospechar.
-¿Quién son las candidatas?-, me preguntó.
-Patricia y su socia-, dejé caer como quien da la hora, sin darle la mínima importancia.
-¡Estas completamente loco!, son un par de estrechas, que están esperando a su príncipe azul-, dijo totalmente alterada, pero por el brillo de sus ojos, supe al instante que no le desagradaba la idea.
-Pues si tu quieres, a partir de esta noche, tendrán su rey y su reina-, le contesté, explicándole acto seguido que las teníamos en nuestras manos, o mejor dicho que sus cuellos estaban bajo nuestras botas, y que en cualquier momento podíamos apretar y asfixiarlas.
No se podía creer que hubieran sido tan bobas, y menos que yo hubiera ardido un plan, tan maquiavélico, que les hizo cavar su propia tumba.
-¡Eres un hijo de puta!, pero, ¡ me encanta!, ya que tu has diseñado la primera parte del plan, déjame que yo sea quien ejecute la segunda-
No tuve nada que objetar, era justo, y menos cuando sentí que me bajaba la bragueta y me empezaba a hacer una mamada. La sensación de poder, la había excitado. Separándola de mi, le indiqué:
-Guarda fuerzas, para esta noche. Si todo sale bien, vamos a estar muy atareados-.
Eran la 8:30 de la noche, quedaba una hora para que llegaran nuestras presas, por lo que nos fuimos a preparar la encerrona. Lucia se vistió para la ocasión. Cuando la vi salir, me quedé alucinado, llevaba puesto un vestido negro de cuero, que mas que tapar enseñaba, totalmente pegado, de forma que sus nalgas y su pechos resaltaban en su figura.
-¿Y eso?, le pregunté.
-Lo tenía preparado para una ocasión especial-, me contestó muerta de risa.
Como ella iba a ir de negro, en plan Madam Fatal, no quise quitarle protagonismo, por lo que me vestí de blanco, en plan moda ibicenca, con una camisa de lino y unos pantalones de pintor. No me había terminado de atar los cordones, cuando sonó el timbre.-Alea jacta es-, la suerte esta echada, pensé parafraseando a Julio Cesar, el conquistó un imperio, yo estaba formándome un haren.
Cuando llegué al salón, estaban conversando animadamente con mi novia. Patricia e Isabel se levantaron a saludarme, lo que me permitió observar sus cuerpos. La primera, delgada, menuda, una joven morena que parecía que no había roto un plato, de pechos pequeños pero apetecibles, en cambio su socia, era un mujerón, mas de un metro ochenta de lujuria, el pelo rizado, y dos espectaculares melones que serían la delicia de cualquier hombre, todo ello enmarcado en un cuerpo espectacular. Encima de la mesa, había dos carpetas con toda la documentación, que tenía que estudiar, por lo que tras las corteses presentaciones, me excusé y cogiendo todos los papeles me dirigí hacia mi despacho.
Conocía el contenido del 90% de los documentos, pero como tenía que hacer tiempo, me serví un whisky, mientras ojeaba las fotocopias de la empresa. Realmente, estas dos mujeres eran tontas, como dicen en México “las nalgas están peleadas con el cerebro”, desesperadas por su situación habían falseados sus balances, de forma que no solo las iban a embargar, sino que iban a pasarse una buena temporada en la carcel. Al pedir su último préstamo, en poder de mi empresa, se habían inventado unas partidas inexistentes, y para colmo, se les ocurrió poner como aval al padre de Patricia, que llevaba muerto seis años. Era un fraude de lo mas burdo, seis añitos en la trena, calculé.
Era bastante mejor, de lo que suponía, por lo que con la excusa de que quería otra copa, llamé a Lucia, explicándole las novedades, que ya no eran problemas económicos sino penales.
-Dame media hora-, me pidió.
Era su turno, tenía que preparar el terreno, por lo que me puse a leer una revista, para pasar el rato. Pero era imposible, no me podía concentrar en los artículos, no dejaba de especular en los tres bombones, que tenía a 10 metros de mi puerta, en como serían en la cama, y en el uso que les iba a dar. Los minutos transcurrían con una lentitud exasperante, parecía que el reloj no funcionaba, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano, para quedarme sentado en la silla y no salir corriendo hacia mi futuro.
-Ya no puedo mas, no me importa que solo hayan pasado 20 minutos-, pensé, mientras recogía las carpetas y salía con aire preocupado a reunirme con la mujeres.
Al verme entrar tan serio, en la habitación, Patricia me preguntó:
-Tan mal, estamos-, en su voz noté que había bebido, sobre la mesa estaban dos botellas de vino, vacías y otra a medio terminar, Lucia les había dado de beber, para bajar sus defensas.
-Peor-, le contesté,- tenéis un 90% de posibilidades de terminar en la cárcel-.
-¡No puede ser!-, saltó Isabel,-nuestro asesor nos ha dicho que, como máximo, nos embargan-, su tono de voz se oía francamente preocupado, en su interior debía de saber que yo tenía razón.
-Seguro que no sabe, que el padre de Patricia está muerto, habéis suplantado su personalidad, con el objeto de engañar al banco. Eso es delito, y se paga con 15 años de cárcel-, exageré, pero nos venia bien. Las dos muchachas se desmoronaron, Patricia llorando, se refugió en brazos de Lucia, que la estaba esperando. Con delicadeza, acarició su cabeza, tratando de tranquilizarla.
Durante unos minutos, las dejamos llorando, para que se fueran hundiendo mas en su propia miseria. Isabel, estaba sola, nadie la estaba animando. Desesperada, se lanzó a mis brazos en busca de consuelo.
Mi novia, al ver que me abrazaba, se levantó de su asiento, y cogiéndola de los pelos, le gritó:
-No te parece bastante, lo que has hecho a mi amiga, que ahora, ¡quieres quitarme el hombre!-, a la vez que empezaba a pegarla, a insultarla, echándole la culpa de la desgracia de su amiga haciéndola sentir mas cucaracha, de lo que ya se sentía. Esperé unos momentos antes de intervenir, la violencia era un paso más en el derribo de sus defensas.
Separé a las dos mujeres, pidiéndolas tranquilidad, Lucia no quiso quedarse quieta, todo lo contrario, y dirigiéndose adonde estaba Patricia, le dio un sonoro bofetón, que le hizo caerse de espaldas.
-¡Eres imbécil, ¡no esperes que te vaya a visitar a la cárcel!, ¡ojalá!, ¡te encuentres con una bollera que te viole todas las noches!, dijo maldiciéndola, mientras la muchacha caída en el suelo, no paraba de llorar.
La cosa evolucionaba, mejor que lo que me hubiera podido imaginar, Lucia era toda una actriz, merecía una oscar por su actuación, echándose a mis brazos llorando me imploró:
-Pedro, ¡no lo puedes permitir!, no te lo he contado nunca, pero aunque estoy enamorada de ti, amo a Patricia, no puedo soportar que alguien la toque, ¡ayúdala!, ¡por favor!-
-Zorra-, le grité, mientras la separaba de mí. Las dos socias pararon de llorar, para mirarnos, mi novia seguía abrazada a mis pies, pidiéndome que las ayudara, tan buena era en su papel, que hasta yo me lo estaba creyendo.
-Pedro, eres millonario, tu puedes ayudarlas-, en los ojos de nuestras dos víctimas brilló una leve esperanza, que quedó deshecha al oírme decir que jamás ayudaría a la amante lesbiana de mi mujer.
Patricia, trató de defenderse, diciendo que ella era heterosexual, que jamás había estado con ella, pero no la escuché, y saliendo de la habitación, las dejé solas.
No me había dado tiempo a servirme una copa, cuando Isabel entró en mi despacho, sabía que yo era su única salvación, y no la podía dejar escapar:
-¿En serio, podrías ayudarnos?, me preguntó.
-Podría, pero no quiero-, fue todo lo que oyó de contestación.
-¡Por Favor!, ayudanos, haría cualquier cosa para no ir a la cárcel-, estaba destrozada.
-¿Cualquier cosa?, ¡a ver si es verdad¡, le contesté, mientras liberaba a mi miembro, el cual debido a mi excitación estaba totalmente erécto. Estaba anodadada, nunca se hubiera imaginado que eso es lo que le iba a pedir a cambio de mi ayuda.
-¿Y Lucia?, en su cara se reflejaba el miedo que la tenía, estaba más preocupada por su reacción que por el hecho de hacerme una mamada.
-¿Quieres que te ayude?-, le dije, y ella asintiendo con la cabeza, me contestó. Estaba en mis manos y lo sabía, si quería librarse de ser enchironada, debía de obedecerme.
Sumisamente, se arrodilló frente a mí.Mi pene le quedaba a la altura de de su boca, sin mediar palabra abrió su labios, introduciéndoselo en la boca. No pudiendo soportar la vergüenza, cerró los ojos , suponiendo que el hecho de no ver disminuía disminuía la humillación de ser usada.
-Abre los ojos, quiero que veas, que es a mí, a quién chupas-, le exigí.
De sus ojos, dos lágrimas de ignominia brotaban, entretanto sus labios y su lengua se apoderaban de mi sexo. De mi interior salieron una gotas pre-seminales, las cuales fueron sin deseo, mecánicamente recogidas por su lengua. Era una puta, pero no la perra que yo quería, cabreado la separé de mí, jamás me había gustado, como las prostitutas me follaban, les faltaba pasión.
-Así, ¡No me vale!-, le solté, dejándola sola, en el despacho.
En el salón, Lucia me esperaba impaciente.
-¿Patricia?, pregunté, notando su ausencia.

-Se ha ido-, su cara parecía preocupada, su amiga se había sentido ofendida y se había largado enojada.
-No te preocupes, ya caerá-, y llamando a Isabel que en ese momento se reunía con nosotros, con la cara desencajada por haberme fallado, le pedí que se sentara en frente de nosotros.
Dejé que se acomodara en el sillón, antes de empezar a hablar:
-Mira zorrita, estáis en un buen lío, si no os ayudo, y que conste que solo lo haría por ella-, señalando a mi novia, que seguía con su actuación, gimiendo y llorando,-vais directamente a la cárcel. Salvaros, me costaría un dineral, por lo que quiero algo a cambio-.
La morena sintió la dureza de mi mirada, fuera lo que quisiera sería muy duro aceptarlo, pero mas aun negarse. Se sentía como si le persiguieran una jauría de perros, y de pronto se encontrara con un precipicio, y la única vía de escape era lanzarse al vacío. Sin pestañear, siquiera, esperó mi propuesta.
-Solo, os voy a hacer una oferta, la tomáis o la dejáis, no acepto negociación. Tenéis dos opciones, el trullo, durante quince años, o ser nuestras, en cuerpo y alma durante dos años-.
No era tonta, comprendió a la primera a lo que me refería, su mente luchó durante unos instantes, no iba a ser fácil, pero la otra alternativa era mucho peor. Levantando los ojos, y mirándome a la cara, respondió:
-¿Qué quieres que haga?-
-Baila-, le exigí, mientras ponía musica.
Se levantó de su asiento y empezó a bailar, siguiendo el ritmo pausado de la canción. Dos lagrimas surcaban sus mejillas, pero ninguna protesta surgió de su garganta.
-Ahora sin dejar de bailar, desnúdate-.
Su ropa empezó a caer al suelo, dejándonos ver la rotundidad de sus formas, duras horas de gimnasio habían modelado su cuerpo, y se notaba. Miré a Lucia, por el color de sus mejillas, supe que se estaba excitando. Solo, le quedaban el sujetador y las bragas para terminar, tras un breve titubeo, se despojó de estas dos prendas, quedando totalmente desnuda.
Me puse a su lado, y cual ganadero revisando un ejemplar, sopesé el peso de sus pechos, la forma de sus glúteos, la fortaleza de sus bíceps y de sus piernas. De lo que estaba tocando, lo que mas me gustaba eran sus negros pezones, pero había que reconocer que estaba buena la condenada. Me concentré su sexo, la total ausencia de pelo facilitó mi reconocimiento, separando sus labios, introduje mi dedo índice en su interior. Estaba claro, que no le estaba gustando mi examen, se mantenía seco, sin flujo. En cambio, al probar su sabor, me encantó. Tenía todas las características necesarias, para terminar siendo una buena yegua, sonreí satisfecho.
Quien si se había sentido afectada, fue Lucia. No me había dado cuenta, pero durante mi exploración había aprovechado a desnudarse, y desde el sofá en el que estaba sentada y señalando su vulva, le ordenó:
-Cómeme-.
Sin protestar, se arrodilló en la alfombra. Desde mi puesto de observación, pude apreciar como los labios de la vagina de mi novia brillaban por la excitación que sentía, como su dueña los separaba en espera de su lengua. Isabel, sin dejar de llorar, se disculpó, diciendo que no sabía, a lo que le contesté que solo tenía que hacer lo que le gustaba que le hicieran a ella.
Mas segura de si misma, introdujo toda su lengua en el agujero, y deslizándola lentamente hacia arriba, se apoderó de su clítoris. Lo envolvió con sus labios, quedándose, allí, chupando y succionando con suavidad. Lucia, al notarlo, dio un respingo, y sujetándole la cabeza, la obligó a profundizar en sus caricias. Por sus gemidos, supuse que lo estaba haciendo bien. Nunca había visto a ella, con otra mujer, esa visión me entusiasmo. Me sobraba la ropa, quería hacer uso de ese coño depilado, por lo que con celeridad, busqué quedarme desnudo.
Arrodillándome, me acerqué a Isabel por detrás, sus nalgas duras y morenas me esperaban. Puse mi pene en la entrada de su cueva, seguía seca. Pero ese, no era mi problema, por lo que usando mi saliva, lo humedecí y separando sus labios, la penetré hasta el fondo. Un grito de dolor y humillación salió de su garganta, parando en su labor. Lucia le exigió que continuara, y yo para afianzar la orden, azoté su trasero. Reinició con sus maniobras, a la vez que yo incrementaba mis acometidas. Poco a poco, mi sexo entraba y salía con menos dificultad, aunque no estuviera excitada, no podía evitar que su cuerpo se fuera relajando. Mi novia, por su parte, arqueó su cuerpo al recibir las sacudidas de su orgasmo y con el vaivén de sus caderas, intentó prolongar al máximo su placer. Necesitaba descargar urgentemente, mi calentura era brutal, puse mis manos en su hombros, y usándolos de anclaje, ferozmente introduje toda la extensión de mi vara, chocando contra la pared, de su vagina. La pobre muchacha gritaba de dolor, pero eso no me amilanó, sino por el contrario aumentó la temperatura de mi libido. Notando que se acercaba mi explosión, aceleré mis movimientos, descargando en sus entrañas, en placenteras andanadas, toda mi energía acumulada.
Cansado y saciado, me senté junto a Lucia. Isabel, derrotada y degradada, lloraba, tumbada en el suelo, asimilando su desgracia. Esperé unos minutos a que se calmara. Cuando consideré que ya era suficiente, le ordené que se vistiera, avisándola, que las esperaba, a las dos, mañana en la noche, o no había trato.
Lentamente, se vistió, su mente debía de estar cavilando como convencer a Patricia, de su destino común. Para ella, no había marcha atrás, o convencía a su socia, o se pudría en la cárcel. Caminó como una zombie, hacia la puerta, donde mi novia la esperaba, pero antes de irse dirigiéndome una mirada de odio, se despidió con un “hasta mañana”.
Con una carcajada, le dije a Lucia:
-Mi amor, tenemos un problema-
-¿Cuál?-.
-Tenemos que comprarnos una casa mas grande, en esta, ¡no cabemos los cuatro!-, le respondí, dándole una palmada en su culo.
 
 
 

Relato erótico: “De profesion canguro 05” (POR JANIS)

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Si alguien quiere comentar, criticar, o cualquier otra cosa, puede hacerlo en mi nuevo correo:  la.janis@hotmail.es
Gracias a todos. Janis.
                                                     
                                                                                                Relaciones familiares.
Tamara probó el carmín en el dorso de la mano y contempló el contraste del tono con su blanca piel. Demasiado oscuro. Parecería una gótica con ese color bermellón. Era consciente que los tonos pasteles lucían mejor sobre su pálida tez, acentuando más su juventud. Sabía que era su mejor baza y tenía que seguir aprovechándola mientras pudiera.
La mujer a cargo del mostrador de perfumería y cosméticos de los grandes almacenes Marcy le sonrió, como llevaba haciendo desde que Tamara se había acercado a su reino. Le devolvió un buen aleteo de pestañas, pensando en que podría sacarle algo de regalo si coqueteaba con ella un rato. Ya había conseguido un estiloso cinturón en el piso superior, con la compra de unas faldas y un par de sutiles caricias de la madura encargada.
Al pasar por delante de uno de los espejos de ayuda, sus ojos la captaron. Fue durante una fracción de segundo, pero su imagen se clavó en la mente. Se giró con disimulo y observó más atentamente. Efectivamente, más allá, en otra sección dedicada a gafas de sol y complementos, reconoció su apostura y su larga melena rizada. Hacía casi tres años que no la veía, pero estaba igual de bella.
Alta, de cabello caoba, hermosamente rizado por debajo de sus hombros. Llevaba las lentes solares dispuestas sobre su cabeza, como una felpa, el rostro lavado, sin más maquillaje que un poco de color sobre los labios, y vestida con un traje de tweed, de chaqueta y falda larga y ajustada.
Marion Shaffter.
Tamara se deslizó tras unas vitrinas, ocultándose y disimulando a la vez su espionaje. Aquella mujer poseía una elegancia natural en cada uno de sus movimientos, en la forma en que le colgaba el bolso del hueco del codo, en la manera en que una de sus rodillas se doblaba al quedarse estática, en cómo ladeaba el cuello para atender lo que le decía la dependienta…
Marion Shaffter…Esa dama había sido su primera obsesión.
 Como atraída por un imán, dejó la protección de la vitrina para seguir a la mujer cuando se despegó del mostrador. Anduvo detrás de aquellas poderosas caderas que se movían cadenciosamente, cual chiquilla hechizada por una malvada bruja. En mitad del largo pasillo de estantes y mostradores, alguien se acercó a la mujer y se enganchó a su brazo, con toda familiaridad. Era natural, se dijo Tamara, Estelle no podía faltar. Se preguntó si aún estarían juntas, y por la forma en que se tocaban, supuso que así era.
Estelle tenía la edad de Tamara, aunque ahora parecía algo mayor, con su oscura melenita cortada a la altura de la barbilla, en redondo. Una pinza artística le recogía el pelo sobre la oreja izquierda, prestándole una glamorosa apariencia. Era más baja que su tía Marion, aún llevando aquellos tacones, pero había ganado en pecho, sin duda.
La cólera le ayudó a recuperar sus facultades, Tamara se dio media vuelta y salió al aparcamiento, los dientes apretados y el ceño fruncido. Se le habían pasado las ganas de comprar; así que regresaría a casa.
Pero al llegar a ella y encerrarse en su habitación, pensó de nuevo en la mujer y en la chica, y su mente evocó escenas ardientes que superaron a los malos recuerdos. Cuando escuchó que Fanny se marchaba con Jimmy, al parque, se arrodilló y sacó el viejo pendrive de su escondite. Tenía que echarle un vistazo a su diario y a las entradas sobre la tía Marion. Se tumbó en la cama, conectó la unidad de almacenamiento a su portátil y tecleó la contraseña. Sonriendo, se dedicó a leer y rememorar…
                                                                                 * * * * * *
Estelle y Tamara iban al mismo colegio y a la misma clase, y tenían quince años. Hacía seis meses que los padres de la chica rubia habían fallecido en aquel desgraciado accidente, y ahora vivía con su hermano y Fanny.
Tamara estaba saliendo de la depresión en que había caído, principalmente gracias al cariño de su cuñada y sus locas sesiones de cama. En aquellos días, su hermano se había quedado en el paro y se pasaba casi todo el día en casa, con lo que ella y Fanny tuvieron que posponer tales sesiones, hasta encontrar una oportunidad mejor. Pero ésta no tenía la intención de aparecer y Fanny estaba ya inmensa en su embarazo y apenas podía moverse. Así que Tamara empezó a dedicar más horas a su incipiente trabajo de nanny.
Un buen día, Estelle se acercó a Tamara, al final de una de las clases. No eran amigas, sólo conocidas de clase. Estelle provenía de una familia de renombre, pues su padre era juez y miembro de la cámara de los comunes, y sus amistades pertenecían a otro círculo. Por eso mismo, Tamara se preguntó a qué venía tal paso.
―           Tamara… perdona pero… me gustaría saber qué es lo que se siente cuando pierdes a tus padres – le preguntó de repente la chica morena de nariz respingona, mortalmente seria.
―           ¿Por qué? – Tamara pensó en alguna tonta broma del grupo de amigas de Estelle. Esa pregunta, en sus circunstancias, parecía sospechosa.
―           Mamá está en el hospital con… mi padre. Lleva allí dos meses. Sé que se va a morir – Estelle estuvo a punto de dejar escapar el sollozo que se le formaba en la garganta.
―           Lo siento, Estelle, lo siento mucho – se apenó Tamara, poniéndole una mano sobre el brazo.
Desde aquel día, sus simpatías fueron creciendo y afianzándose. Tres semanas más tarde, la anunciada muerte sucedió y Estelle estuvo una semana larga sin acudir a clase. Cuando lo hizo, Tamara le dio un fortísimo abrazo y la emoción las hizo llorar a las dos como tontas. Habían sido unidas por una desgracia.
―           Estoy viviendo con mi tía Marion – le contó a Tamara. – Es la hermana de mi padre. Está bien… es soltera…
―           ¿Por qué no te has quedado con tu padre?
―           Porque no tiene tiempo para cuidar de mí. La mitad de los días está en Londres o en el juzgado… es un capullo…
Tamara comprendió que no existían buenas relaciones entre padre e hija y, cuando esto sucedía, lo mejor era poner tierra de por medio.
―           Tía Marion es diferente a papá. Es más comprensiva porque es más joven. Ha cumplido treinta años ahora – sonrió Estelle. – Además, trabaja en casa, así que siempre está pendiente de mí.
―           ¿En qué trabaja?
―           Diseña ropa.
―           Guay…
Con su amistad en auge, Tamara no tardó en conocer a la tía Marion. Aquella tarde en que Estelle la invitó a ir a su casa y Tamara la vio por primera vez, se quedó colgada de la dama en cuestión. No podía dejar de mirarla de reojo, de buscarla con la mirada a cada momento, enrojecía al hablar con ella, y, por lo tanto, bombardeó a preguntas a Estelle. Tía Marion inició el interés de Tamara por las mujeres maduras y autoritarias; fue la causante de que sus braguitas se mojasen con sólo escuchar una palmada. Era bella, inteligente, e independiente… ¡Era una diosa!
 Cuando regresó a casa, la buscó en Google. Se estaba haciendo un nombre en el mundo de la moda, como diseñadora de la casa Burberry. Lo que se comentaba sobre su persona llenaba apenas unos renglones. No se le conocía relación alguna, varias notas sobre su familia, y parte de su currículo laboral. Sin embargo, había una fotografía bastante buena con la que Tamara acabó masturbándose largamente.
Cómo no, su interés la hizo rondar muchas veces por esa casa, acompañando a Estelle, visitándola, haciendo allí los deberes, e incluso pasando noches de pijama con su amiga.
Una tarde, en que las chicas salieron un poco antes de clase, decidieron merendar en casa de Marion, mientras completaban unas preguntas de Historia Universal. La tía Marion estaba encerrada en su estudio y escucharon voces de dos personas. A veces trabajaba con modelos, para comprobar la caída de la ropa. Así que las chicas se fueron a la cocina, a prepararse algo.
Una vez allí, Tamara pidió permiso a Estelle para ir al baño y, como era natural, intentó echar un vistazo al interior del misterioso estudio. Las puertas correderas no estaban cerradas con llave y se movieron silenciosamente cuando tiró de ellas. Dejó tan sólo una apertura de dos centímetros, a la que aplicó un ojo. Una mujer delgada estaba de pie, en el centro de la gran habitación llena de maniquíes y telas. Estaba de espaldas y vestía tan sólo unas pequeñas braguitas, que destacaban en la pose que mantenía, las manos sobre las caderas. Tía Marion, arrodillada en un cojín, charlaba con ella y colocaba alfileres en una falda estampada que la modelo tenía arrugada sobre sus tobillos. Sin embargo, de vez en cuando, las manos de Marion se detenían sobre las pequeñas nalgas de la chica, que la sucinta braguita dejaba casi al descubierto, manoseándolas.
Las cejas de Tamara se elevaron, asombrada por lo que veía. Marion no había dado ninguna muestra de que le gustaran las mujeres. Al menos, ella no se había dado cuenta. Se retiró en silencio y no dijo nada de lo que había visto. Sin embargo, a partir de ese momento, se fijó muchísimo más en el comportamiento de tía Marion y, entonces, fue realmente evidente. La mujer no había salido aún del armario, pero tenía mucha intimidad con ciertas compañeras de trabajo.
Tamara le dio muchísimas vueltas a la manera de insinuarse a la mujer, pero no la encontraba. La diferencia de edad, la poca experiencia de Tamara, y la propia negatividad de Marion, lo hacían imposible. Entonces pensó que si no podía seducirla, quizás pudiera atraerla de otra forma.
Tamara sabía que cuando ella se quedaba a dormir, Marion solía dar una vuelta por la habitación de su sobrina, antes de acostarse ella misma, tan sólo para comprobar que estuvieran dormidas. Quizás si convencía a Estelle de jugar en la cama, Marion las sorprendiera y cambiara su actitud hacia ella… ¿Podía ser posible? Tamara decidió que no tenía nada que perder y mucho que ganar.
Así que Tamara lo preparó todo para la semana siguiente en que volvería a quedarse en casa de Marion. Pensaba aprovecharse de las tiernas maneras de Estelle, quien siempre solía abrazarla y besarla, a la mínima ocasión. Estelle era muy cariñosa y expresiva en su amistad. Se dormía abrazada a ella cuando compartían cama y no le importaba quedar desnuda frente a sus ojos. Tamara pensaba usar todo eso para llevarla a su terreno.
En sí, Estelle no la atraía sexualmente, pero estaba dispuesta a utilizarla por su obsesión. Su amiga era bonita y tenía un cuerpo pujante, así que tampoco sería un sacrificio seducirla.
En el día en cuestión, Tamara se comportó de manera muy juguetona con Estelle. Estuvo todo el tiempo, en el colegio, a su lado, cogida a su brazo, haciéndoles confidencias, y festejando que iban a pasar la noche, juntas. Para cuando se metieron en la cama, Tamara estaba realmente excitada por cuanto había imaginado y llevado a cabo. Se arrimó a su amiga y la abrazó por el talle, arrugando la camiseta que llevaba puesta.
―           Llevas todo el día muy cariñosa, Tamy – le susurró Estelle, sus ojos brillando en la penumbra de la habitación.
―           Es que me he dado cuenta de lo mucho que te quiero, Estelle – respondió Tamara y la besó en la mejilla. Casi podría haber imitado al lobo de Caperucita y habría sonado igual: “¡es para comerte mejor!”
―           Vaya, ¿ahora te das cuenta? – se rió su amiga, muy bajito.
―           No, pero hoy me ha dado por ahí – musitó Tamara muy cerca de su oído, y, de paso, mordisqueó levemente el lóbulo.
―           Aaahh… cosquillas no, que me meo en la cama – se quejó Estelle con una risita, intentando apartarse.
―           No, no te vas a ir de mi lado. Quiero abrazarte hasta quedarme dormida, así, las dos juntas, calentitas – dijo Tamara, pasando una de sus piernas desnudas entre las de Estelle, hasta encajarla en la entrepierna.
―           Uuuuy… Tamy, ¿no serás bollera? – preguntó la morenita, riéndose aún más.
―           ¿Y qué si lo soy? ¿Importaría?
―           Naaa, que va, pero no eres bollera, Tamy. Las bolleras son machorras y feas, y tú eres guapísima – Estelle se giró de lado, para quedar frente a frente con su amiga, y mirarla a los ojos, siguiendo abrazadas.
―           Gracias… tú también eres muy atractiva… pero te equivocas, las lesbianas no tienen por que ser masculinas y feas. Las hay de todos los aspectos y condiciones.
―           ¿Y tú cómo lo sabes, eh lista? – Estelle le puso un dedo sobre la punta de la nariz.
―           Porque lo sé.
Se quedaron calladas, mirándose gracias al tenue resplandor que entraba por la ventana, cada una pensando en algo bien diferente.
―           ¿Sabes quien es hermosa? – Tamara rompió el silencio.
―           ¿Quién?
―           Marion.
―           ¿A qué sí? – se medio incorporó Estelle. – Ya se lo he dicho y no me cree…
―           ¿Se lo has dicho? – frunció el ceño Tamara.
―           Sí, el otro día, mientras cenábamos. Creo que se puso colorada.
―           Vaya… Pues sí, es muy bonita y tiene un cuerpo espectacular. Qué lástima no haberla visto aún en bikini – dejó caer la rubia.
―           Pero yo la he visto desnuda – susurró Estelle, acercando sus labios a la nariz de Tamara.
―           Ups… ¿desnuda?
―           Sip – cabeceó la morena. – Entré en el cuarto de baño y se estaba duchando. ¡No veas que pedazos de tetas tiene!
Tamara se rió fuerte y su amiga le tapó la boca para que no la escuchara su tía.
―           ¿Así que te gustó lo que viste? – preguntó Tamara cuando se serenó.
―           No seas capulla… tiene un cuerpo bonito y unas piernas muy largas. Se cuida bastante, creo. Sus tetas me impresionaron, la verdad… yo apenas tengo…
―           ¡Venga ya! Yo estoy igual, somos unas crías…
―           Tú tienes más que yo, el doble al menos. ¡Estoy plana, coño!
―           No será para tanto…
―           ¿Qué no? A ver, toca y comprueba – dijo Estelle, tomando una mano de su amiga e introduciéndola por debajo de su camiseta, sin pudor alguno.
Los dedos de Tamara rozaron la suave y cálida piel del vientre y ascendieron hasta posarse sobre un casi inexistente montículo. Tamara sabía perfectamente que su amiga apenas lucía pecho, pero, aún así, su esbelto cuerpo era flexible y bonito. Pellizcó suavemente y sobó un buen rato, con sus ojos clavados en los de Estelle, hasta que notó que un pezón respondía al estímulo. Entonces, mordiéndose el labio, tironeó de él con fuerza.
―           ¡Ay! ¿Qué haces?
―           No tendrás tetas, bonita, pero a pezones no te gana nadie. Mira lo duros y tiesos que se han puesto en seguida – sonrió Tamara.
―           ¿Y eso es bueno, o qué? – preguntó inocentemente Estelle.
―           ¡No me digas que no has jugueteado con tus pezones, Estelle!
―           Pues… no – el incrédulo tono de Tamara la había hecho enrojecer y agradeció la penumbra.
―           Eso es todo un pecado, amiga. Deja que te enseñe… – y Tamara metió su otra mano debajo de la camiseta, apoderándose así de los ínfimos pechos de Estelle.
Ésta tragó saliva y apartó sus propias manos de los hombros de la rubia, para que su amiga pudiera moverse mejor. No comprendía qué estaban haciendo aquella noche, pero no le parecía algo inmoral ni depravado. Tan sólo era curiosidad entre dos amigas.
―           ¿Ves? Hay que hacerlo así – murmuró Tamara, pellizcando suavemente ambos pezones a la vez. — ¿Notas como se endurecen?
―           Sí.
―           Ahora, avísame cuando no lo soportes más.
―           ¿Qué? – Estelle no sabía a qué se refería.
Tamara apretó el pezón derecho, incrementando lentamente la presión de los dedos. Contempló cómo los ojos de su amiga se entrecerraron y su naricita respingona se comprimía, soportando el doloroso pellizco.
―           Ya, ya… — se quejó roncamente Estelle.
Tamara liberó el pezón y usó su dedo para titilar sobre él. La morena se estremeció toda y se mordió el labio. Tamara pellizcó el izquierdo y Estelle aguantó más tiempo, esta vez, hasta que resopló y ella lo liberó. El estremecimiento se conjugó con un disimulado espasmo de caderas.
―           ¿Habías hecho esto antes? – le preguntó Tamara.
―           No, que va…
―           ¿Y qué te parece? – Estelle no contestó, tan sólo encogió un hombro. — ¿No te gusta?
―           No lo sé… es extraño… me queman ahora…
―           Hay que mojarlos… ¿me dejas?
Estelle asintió suavemente y se quedó mirando como su amiga le subía la camiseta, dejando primero el vientre al descubierto y luego los encaramados pezones. Tamara la movió para que apoyara toda la espalda sobre la cama, y Estelle subió un brazo hasta posarlo sobre sus ojos, como si así pudiera evitar la vergüenza que estaba sintiendo. Tamara bajó su cabeza hasta dejar sus ojos ante los muy erguidos pezones, su vista confirmando lo que su tacto ya sabía. Aquellos pezones eran muy largos y tiesos. Los volvió a pellizcar y torturar suavemente con los dedos, hasta que la morena empezó a temblar. Entonces, sacó ampliamente la lengua, descendiendo lentamente la punta hacia uno de los pezones.
Estella miraba aquella lengua y contenía el aliento, pero no acababa de alcanzar su carne. Ahora sí estaba segura de que estaban haciendo algo prohibido, pero se sentía tan bien que no pensaba parar. Tamara bajó la cabeza de repente, en una especie de pequeño engaño, y atrapó un pezón con sus labios, succionando con fuerza. El gemido surgió incontenible de la garganta de Estelle. Ella misma atrapó la mano de Tamara, ocupada con la otra aureola, y la apretó con fuerza para que la pellizcara.
―           Ahora veo que te gusta, eh… ¿a qué sí? – preguntó Tamara, apartando la boca de su pecho.
―           Sí… — y le acarició el pelo cuando tomó el otro pezón con su boca. – Tamara…
―           ¿Sí?
―           ¿Esto es ser… bollera?
―           Estamos en camino de serlo… ¿Te importa?
Estelle agitó la cabeza y suspiró. No le importaba en absoluto. Ahora, los dedos de Tamara jugaban con su pantaloncito…
La rubia calculó el momento a la perfección. Cuando, minutos más tarde, Marion abrió la puerta con mucho sigilo, la luminosidad del pasillo cayó sobre el desnudo cuerpo de Tamara. Ésta se encontraba sentada en la cama, con la espalda apoyada sobre un almohadón aprisionado contra el cabecero. Tenía las piernas encogidas y completamente abiertas. Sus brazos pasaban sobre sus senos y sus manos se unían a la altura de su pubis, colocadas sobre la morena cabeza de Estelle, quien estaba totalmente inmersa en comerle el coñito. Tamara empujó aún más el rostro de su amiga contra su pubis, para que no viera el resplandor que caía sobre ellas, pero sí giró la cabeza y miró a la asombrada Marion, que se había llevado las manos a la boca. Con los ojos medio idos por el placer, sonrió libidinosamente.
Marion, a su vez, no podía apartar sus ojos de aquellos cuerpos desnudos y concupiscentes. Su sobrina estaba tumbada de bruces, sobre la sábana arrugada, y ni siquiera sacaba su boca de entre las piernas de su amiga, como si no le importara que ella la viera en esa situación. Marion nunca pudo imaginarse a lo que se dedicaban aquellas dos cuando se encerraban en el dormitorio.
Volvió a cerrar la puerta con cuidado y arrastró los pies hasta su habitación. De nuevo a solas, Tamara sonrió y se abandonó al orgasmo que le rondaba, su pelvis coceando contra la boca de terciopelo de su amiga.
                                                                                       * * * * * * *
Tamara tardó una semana en encontrar el momento ideal para hablar con Marion, una semana en que sostuvo a su amiga emocionalmente, con breves encuentros eróticos en los lavabos del colegio, y juegos de manos en su casa. No tuvieron oportunidad de más. Estelle se sentía a caballo entre un sentimiento nuevo y poderoso, y el temor de que los demás descubrieran lo que hacían ellas dos.
Tamara aprovechó la oportunidad que le brindó la propia Marion, enviando a su sobrina a un recado, cuando estaban estudiando en su dormitorio. Tamara salió al encuentro de su diosa, con el corazón palpitando, pero Marion la esperaba en la cocina, los dientes apretados, la mirada dura.
―           ¿Crees que voy a dejar que te acuestes con mi sobrina sin que intervenga? – su voz sonó gélida, anulando totalmente las esperanzas de la joven.
―           Yo… yo… – balbuceó, confusa.
―           Ese no es el comportamiento que dos jóvenes deben tener. Lo que hacéis es pecado, es… — Marion buscó una palabra adecuada –… desviado.
“¿Cómo puede decir eso? ¿Cómo puede ser tan hipócrita?”, se dijo Tamara, las lágrimas temblando en sus ojos.
―           Tan sólo quería… atraer tu atención – musitó por fin.
―           ¡Mi atención! ¿Acostándote con mi sobrina? ¿Es que estás loca, Tamara?
―           Te he visto… con la modelo, en tu estudio…
Marion calló súbitamente, mirándola con ojos desorbitados.
―           ¿Qué has visto? – elevó la voz.
―           Como la tocabas, no dejabas de acariciarla… y ella se abría de piernas.
―           ¡Te equivocas! Estaba probando prendas sobre su cuerpo – aseguró tía Marion, agitando una mano.
Tamara tomó una buena bocanada de aire y miró directamente a la mujer, tragándose su debilidad.
―           No soy ninguna novata en esto, Marion. Ya he tenido otras experiencias – mintió con descaro. – Eres lesbiana y tienes toda la desfachatez de criticarnos, de censurarnos… He intentado hablarte de lo que siento por ti, de lo que siempre he sentido, y tú… tú… – la ira y la vergüenza se agolparon en su garganta, impidiéndola continuar. Se dio media vuelta y se encerró en la habitación, donde esperó el regreso de su amiga.
Cuando se marchó de la casa, un par de horas después, tía Marion no apareció por ningún lado. Sin embargo, aquella misma noche, después de la cena, recibió una llamada suya en su móvil. Con el pulso disparado, atendió la llamada.
―           Tamara… soy Marion. ¿Puedo hablar? ¿Estás sola? – la voz de la mujer sonó suave, quizás contenida.
―           Sí, estoy en mi habitación.
―           Quería llamarte para disculparme por lo que… te he dicho.
―           ¿Disculparte? – Tamara no sabía qué pensar.
―           Sí. Verás, tienes razón, soy lesbiana, pero no me he atrevido a…
―           ¿Salir del armario? – la ayudó Tamara.
―           Sí, eso mismo. A medida que mi trabajo se hace más conocido, más miedo tengo de que… eso me estigmatice, ¿comprendes?
―           Sí, creo que sí.
―           Por eso, cuando dijiste que me habías visto… pues estallé. No quiero que mi sobrina pase por lo mismo que yo. Quiero muchísimo a Estelle y no quiero que le hagan daño.
―           Es comprensible, Marion. Pero empezaste crucificándome nada más saber que estábamos solas. Dijiste que nuestra conducta era desviada. ¿Cómo pudiste decir eso? ¿No comprendernos? – el berrinche que Tamara guardaba en su pecho, empezó a asomar.
―           Fue una mala elección de palabras. Te pido de nuevo perdón. Son esas cosas que no dejas de escuchar a unos y a otros, y que surgieron de mi boca porque… porque estaba dolida.
―           Vale – Tamara alzó una ceja. Había dicho “dolida”, no “preocupada”, o bien “molesta, furiosa, irritada…”
―           He pensado en lo que me dijiste… más bien no acabaste de decirme. Tamara, ¿sientes algo por mí? – preguntó muy suavemente Marion.
―           S-sí, de hecho sólo me relaciono con Estelle por verte a ti.
―           Oh, Dios, si ella se entera, destrozarás su corazón – gimió Marion.
―           Lo sé. no quería que sucediera así, pero… ella me quiere, y yo a ti. Jodido triángulo – repuso la rubita, ahogando una risita.
―           ¿Y qué vamos a hacer? Un secreto así no se puede mantener… nos devorará…
―           Tenemos que afrontarlo – musitó Tamara, dando un paso más hacia la idea que llevaba germinando en su cabeza.
―           ¿Afrontarlo? ¿Cómo?
―           Confesándonos lo que sentimos, las tres.
―           ¿Estás loca? ¡Estelle no puede saberlo!
―           ¿Por qué no? ¿Crees que tu sobrina no lo entenderá, que es aún una niña? – Tamara no supo de dónde sacó la valentía para hablarle así.
―           No sé… no sé – la voz de la mujer era compungida en ese momento. Sin duda estaba llorando.
―           A no ser… — Tamara dejó caer el anzuelo.
―           ¿Qué? Dime, ¿qué?
―           Que la seduzcamos entre las dos, que la hagamos participar en un juego que ideemos para ella.
―           ¿Qué nos acostemos las dos con Estelle? – Marion tardó bastantes segundos en contestar, como si estuviera digiriendo la idea.
―           Exactamente, a la vez. Así no se sentirá ni engañada, ni violenta, ni nada de nada. Será otro juego más, de los que hacemos a diario, sólo que te englobará a ti también.
―           P-pero… ¡Soy su tía!
―           ¿Y? – preguntó Tamara, a punto de frotarse las manos.
―           Es incesto, Tamara.
―           No nos preocupemos ahora de detalles tan banales, joder. ¿Acaso sois macho y hembra para que os quedéis embarazadas? Estelle ha admitido que te ha visto desnuda y que tienes un cuerpo de muerte. Le gustas, y eso ya es más de la mitad de la partida ganada. Sólo hay que atraerla suavemente a nuestro terreno.
―           ¿Por qué haces esto, Tamara? – Marion había recuperado su tono firme y serio.
―           Porque te quiero y, por lo visto, es la única forma de que me hagas caso, ¿no?
La falta de respuesta en sí misma era una afirmación. El chantaje funcionaba. Ahora, lo que quedaba era idear un plan de acción.
                                                                             * * * * * * *
El sábado, totalmente por sorpresa, Marion decidió organizar una celebración para su sobrina Estelle y para Tamara. En contra de la costumbre, se quedó en casa e hizo palomitas para acompañar el par de películas que iban a ver. Después, incluso pedirían pizza. Cuando Estelle preguntó el motivo de la celebración, Marion comentó que llevaban viviendo juntas ya tres meses, lo cual era absolutamente cierto. Estelle estuvo de acuerdo con la idea e invitó a Tamara a pasar la noche en casa de Marion, que era lo que ella pretendía, en suma.
A mitad de la romántica película que estaban viendo, las tres sentadas en el gran sofá del salón, Tamara le preguntó a Marion por lo que estaba diseñando para la firma de moda. Marion se hizo la remolona en contestar, lo cual picó a Estelle, quien tenía muchísima curiosidad por el trabajo de su tía.
Con un suspiro, Marion se puso en pie y les pedió que la acompañaran. En contra de todo pronóstico, las dejó entrar en su estudio, y les mostró los trajes que ya tenía acabados y los que estaban aún en fase de diseño. Estelle casi chillaba de emoción. Su tía, hasta el momento, había sido muy estricta con el tema de su trabajo. Solía cerrar el estudio con llave cuando se marchaba y no la dejaba nunca entrar cuando estaba en él. Todo se hacía en el más íntimo secreto, ya que Marian tenía una cláusula de confidencialidad con la empresa, que la impedía divulgar nada.
Así en, en aquel momento, andaba loca de curiosidad. ¡Su tía las había aceptado en su santa sanctórum! ¡Toda una ocasión a celebrar!
―           He pensado que deberíais probaros algún vestido. Tengo unos cuantos que irían geniales con unos cuerpecitos como los vuestros – propuso la tía, disparando el entusiasmo de las chicas.
Mientras Marion sacaba los trajes de sus bolsas, Tamara y Estelle se quedaron en ropa interior en un santiamén. La rubia, con una sonrisa esquiva, se dijo que Marion había improvisado muy bien todo el tema de la celebración, pero no le había confiado nada de nada. Ahora, sólo le quedaba seguir el juego de la mujer, sin titubeo, para que el sueño se hiciera realidad. Se repitió eso mismo varias veces, hasta convencerse a sí misma.
―           Este para ti, Estelle – su tía le entregó un traje blanco de satén rizado, con unas ondas que hacían de falda, y que se abrían por un lateral. El traje se cerraba sobre las clavículas, dejando los hombros al aire, y se ceñía a la cintura. – Deja que te ayudemos…
Marion y Tamara se arrodillaron, enfundando el cuerpo de su sobrina en el traje. La diseñadora retocó un par de puntos, en la cintura, y con la excusa de alisar la caída, pasó el dorso de su mano repetidamente sobre las apretadas nalgas de su sobrina. Tamara no pudo menos que sonreír con aquella habilidad que Marion demostraba tener: metía mano sin que nadie se diera cuenta.
―           Ahora tú, Tamara. He pensado en uno negro para resaltar tu piel y tu cabello – dijo, poniéndola en pie.
―           Me pongo en tus manos – respondió la chiquilla, extasiada por el momento.
Ella misma se pegó al cuerpo de la mujer, cuando la tela cubrió su ropa interior, y las manos de Marion no tardaron en posarse sobre sus caderas y nalgas. La tela del vestido contenía pedrería y brillo, además de moldearse casi sola sobre el cuerpo. El tiro de la falda era muy corto, dejando ver, en más de una ocasión, la braguita blanca. Estelle, en un momento dado en que ambas se miraron, se pasó la lengua por los labios, haciéndola comprender que se estaba excitando.
―           ¡Perfectas las dos! – exclamó Marion, dando vueltas alrededor de las chicas. – Ahora, a elegir zapatos.
Abrió un amplio zapatero, de donde escogió varios pares de lujosos zapatos femeninos, de vertiginosos tacones. Las chicas no sabían andar con ellos, pero las hizo caminar lentamente, arriba y abajo, como si estuviesen desfilando por una imaginaria pasarela, y, lentamente, le fueron tomando el truquillo. Ahora comprendían porque las modelos se resbalaban tanto y se caían. ¡Era como un ejercicio circense!
―           ¡Al salón! ¡Quiero veros bailar con esos vestidos!
―           ¿Bailar, tita?
―           Sí, es parte del show que tienen que hacer las modelos. Tienen que bailar, y debo ver si el tejido se sube, o se pega demasiado…
“¡Increíble la actuación de Marion!”, sonrió Tamara, caminando detrás de su amiga. Tenía que reconocer que Estelle estaba para comérsela con aquel vestidito blanco, y ella también, por supuesto. Pero estaba impaciente por ver a Marion desnuda. Tendría que seguir un poco más el guión…
Marion conectó el Ipod y una vibrante música de estilo ibicenco surgió de los altavoces.
―           ¡A ver, moved esos culitos! – exclamó Marion, con una palmada.
Las chiquillas, entre risas, se lanzaron a menear sus esbeltos cuerpos, alzando los brazos lánguidamente, y rotando lentamente las caderas. Allí no había nadie para verlas, así que pusieron toda su sensualidad en aquel baile. Apenas se movían del sitio para no perder el equilibrio sobre aquellos tacones, los cuales las hacía sentirse un poco putas. Tamara, mientras hacía oscilar sus nalgas, no quitó la vista de la mujer, quien parecía querer comérselas con los ojos.
Marion se dejó caer en la alfombra para tener una perspectiva más baja y así, sentada, admiró las piernas de las chicas.
―           ¿Es que quieres vernos las bragas? – preguntó Tamara, acercándose más a la mujer, sin dejar de bailar.
―           Puede – sonrió Marion, y su sobrina respondió uniéndose a su amiga.
Ambas alzaban bien los brazos para que los vestidos se subieran por los muslos, revelando su ropa íntima, y bailoteaban alrededor de la mujer sentada sobre la alfombra. Siguieron así un rato más y, entonces, la música cambió a una lenta balada melancólica. Las chicas se miraron, extrañadas.
―           Bailad para mí… abrazadas – musitó Marion.
Estelle y Tamara se encogieron de hombros y, sonriendo, se abrazaron. Durante un momento, estuvieron disputándose quien llevaría a quien, pero finalmente Tamara puso sus manos en la cintura de su amiga y ésta se colgó de su cuello. La verdad era que ninguna de las dos tenía la menor idea de bailar agarradas, pero acabaron moviéndose a la misma cadencia.
―           Más juntas, un abrazo más fuerte – pidió Marion.
Estelle se rió cuando las manos de Tamara se posaron sobre su trasero, aferrándolo con fuerza. Ella, algo más baja que su amiga, reposó su cabeza en el hombro de Tamara, soplando el aliento en su cuello. La luz del salón se apagó y sólo quedó el brillo de la imagen congelada en el televisor, aún con el “pause” conectado. Marion sonrió, de pie al lado del conmutador.
―           Seguid bailando – dijo simplemente, sentándose en el sofá.
Al apenas distinguir a su tía, Estelle tomó confianza. Llevaba todo el tiempo queriendo besar a Tamara y aprovechó la penumbra para robarle suaves piquitos a la rubia, hasta que ésta sacó la lengua y dejó que Estelle la chupara viciosamente.
Sentada en el sofá, Marion se mordía el labio y manoseaba la entrepierna de su pantalón. Jamás había estado tan excitada. Estaba tan salida que ya no pensaba correctamente. Quería verlas mejor, con más luz, pero no se atrevía aún a meter baza. Estelle estaba dejándose llevar, a medida que lo que había disuelto en sus refrescos empezaba a hacer efecto. Le habían asegurado que no era dañino, que se trataba de un suave inhibidor del carácter. Tan sólo las haría más… receptivas.
―           Os escucho – susurró. – Oigo vuestras lenguas chasquear con la saliva…
Estelle dejó de succionar inmediatamente la lengua de su amiga y las dos se quedaron estáticas, aún abrazadas, pero sin moverse. Estelle respiraba angustiosamente. ¡Su tía la había descubierto!
―           Quiero que os olvidéis de mí… no estoy aquí… Por eso he apagado las luces, para que podáis besaros como os he visto hacer…
―           ¡Lo sabe! – murmuró Estelle, muy bajito.
―           Pues no parece enfadada – respondió Tamara, de la misma forma.
―           Quizás sea una prueba…
―           ¿Qué más da ya? Si lo sabe, ya está todo dicho, pero me parece…
―           ¿Qué?
―           Me parece que quiere ver cómo nos besamos – susurró Tamara.
Esta vez Tamara fue la que tomó la iniciativa, metiendo la lengua en el interior de la boca de su amiga. Ésta, en un principio, se apartó, pero Tamara no la dejó y, al final, aceptó la caricia. Se separaron jadeando, Estelle esperando que su tía la recriminase, pero Marion estaba muy ocupada pellizcándose las grandes aureolas de sus senos, por debajo de su blusón.
Tamara volvió a besar a Estelle y, esta vez, su mano se coló bajo el vestido blanco, buscando sus dulces nalgas. Algo sucedía en la mente de la morena. Sabía que no debería estar haciendo aquello, por temor y respeto a su tía, pero un remolino de fuertes sensaciones cortaba su respiración y un tremendo calor empezaba a adueñarse de todo su cuerpo. La mano de Tamara se coló bajo su braguita, arañando suavemente uno de sus glúteos. Aferró a su amiga de la nuca y lamió toda su boca y hasta la nariz. Entonces, se apartó un poco y miró hacia donde se encontraba la silueta de su tía.
―           ¿Tita? – susurró, tan débil como el maullido de un gato recién nacido. Le respondió una especie de suspiro. — ¿Eres boll… lesbiana?
―           Creí que ya te habías dado cuenta – respondió Tamara.
―           Desde la universidad – surgió la voz de Marion.
Estelle soltó el cuello de su amiga y se sentó al lado de su tía.
―           Entonces, ¿qué piensas de lo que Tamara y yo…? – preguntó dudosa Estelle.
―           Que aún es muy pronto para saber si eso será tu elección final. Puede que sólo sea una fase, cariño – le contestó Marion, acariciándole la mejilla.
La luz volvió a encenderse, pero inmediatamente menguó al manejar Tamara el reóstato. Lo dejó en el mínimo, con tres puntos de luz agonizantes, pero suficientes para verse los rostros.
―           ¿Aún quieres ver como nos besamos? – preguntó Tamara, sentándose al otro costado de Marion.
―           Sí… sois muy bellas…
Tamara se inclinó, buscando a su amiga al otro lado de la mujer. Estelle la imitó y sus labios se unieron justo delante de los ojos de Marion. Sus lenguas juguetearon lentamente, dejándose ver a consciencia, húmedas y sensuales.
―           ¡Qué guapas estáis así! – susurró Marion, acariciando suavemente las espaldas de las chicas.
―           ¿Quieres probar, Marion? – Tamara dejó de besar a su amiga y giró el rostro hacia la mujer, sonriendo pícaramente.
―           Sólo si tú quieres…
―           Claro, tonta… ven…
Tamara no se movió, sino que esperó a que Marion se inclinara sobre ella para besarla tiernamente, una y otra vez. Estelle miraba los labios de su tía mordisquear el labio inferior de Tamara, y ella misma se mordió levemente el suyo propio. Quería probar aquellos labios, pero no se atrevía a pedirlo.
Como si Tamara le hubiera leído la mente, la rubia se apartó de Marion y, poniéndole una mano en la mejilla, la impulsó hacia su sobrina.
―           Ahora le toca a ella… – musitó y fue entonces cuando sintió el escalofrío que recorrió el cuerpo de Marion.
Los labios de tía y sobrina se encontraron tímidamente. Primero un pico, luego otro, un tercero más duradero… Al cuarto, ambas abrieron más los labios, dejando paso a las lenguas, que se tocaron muy suavemente.
―           ¡Vamos, chicas, no seáis tan tímidas! – se rió Tamara, presionando ambas nucas con sus manos.
Sonrió ampliamente al ver como aquellas lenguas se enroscaron entre ellas, dejando de lado el pudor que las retenía. Estelle estaba comiendo maravillosamente la boca de su tía. Incluso había subido una mano para atraer más la cabeza de la mujer, como si no quisiera que se arrepintiera y se echase atrás. Tamara deslizó sus manos de las nucas a los pechos, pellizcándolos levemente, por encima de la ropa. Marion hizo oscilar sus pechos, agradeciendo la caricia.
Estelle pasó a succionar la ancha lengua que su tía le ofreció, sacándola casi completamente. Tamara gimió al ver aquella imagen tan sensual, su amiga con la cara levantada colgando de aquella lengua, como un pez atrapado por el anzuelo. Pasó sus brazos por los hombros de las chicas y se unió a aquel duelo de lenguas, aportando la suya como ofrenda pagana. Estelle, con una risita, tras soltar la de su tía, la atrapó inmediatamente. Marion se la disputó, su lengua era la más grande, y acabó dejando que las chiquillas la compartieran.
Pasado un rato, se separaron, las tres con la respiración agitada. No tenían ni idea del tiempo que se habían pasado besándose. Pero sin duda era bastante, ya que sus labios estaban enrojecidos y la saliva corría por sus comisuras.
―           Lo mejor sería quitaros esos vestidos – dijo Marion. – Podéis mancharlos…
Tamara se puso en pie, enardecida por poder ir más lejos, pero Estelle se quedó quieta, como dudando.
―           Vamos, Estelle, ¿no te atreves a quedarte desnuda delante de tu tía? – pinchó a su amiga mientras deslizaba el vestido negro fuera de su cuerpo.
―           Claro – reaccionó Estelle, imitándola.
―           Dije desnuda, no en ropa interior – la desafió Tamara, despojándose del sujetador.
―           ¿Desnuda?
―           ¿Es que no quieres que Marion vea esos pezones de locura que tienes? – Tamara se acercó a ella y le desabrochó el sostén. – Mira, Marion, qué pezones…
Ya estaban firmes como buenos guardias de puerta y Estelle fue consciente de la mirada de su tía sobre ellos. Marion le tendió una mano para que se acercara más a ella y la sobrina acabó arrodillada en el sofá, presentando su pecho. Su tía se inclinó sobre ella, contemplando más de cerca los diminutos pechos, coronados por aquellos puntiagudos pezones.
―           ¡Jesús, qué duros están! – susurró Marion, pellizcándolos.
Estelle tenía pintada una extraña sonrisa en su rostro. Se mantenía alzada sobre sus rodillas, las manos aferradas a sus talones, y su cuerpo reclinado hacia atrás, como si estuviera presentando sus pechitos en un concurso.
―           ¡Muérdele uno! ¡Son súper sensibles! – confesó Tamara mientras deslizaba su braguita pierna abajo.
―           ¡Ooooh, títaaa! Más suave… – gimió Estelle, al recibir un duro pellizco de los dedos de Marion.
―           Sí, mejor con la lengua – barbotó ésta, inclinando la cabeza y metiéndose una de aquellas balas en la boca.
Tamara situó su cuerpo detrás de su amiga, sujetándola así y observando como su rostro cambiaba a una expresión de placer absoluto. Una de sus manos se aferró al ondulado pelo de su pariente, acariciando el cabello largamente.
―           Ayúdame, Estelle – le susurró Tamara al oído. – Vamos a desnudar a tu tía.
Estelle abrió los ojos y sonrió, incorporándose y recostando a Marion contra el respaldo. Una se ocupó del blusón, que salió por encima de la cabeza, la otra del pantalón. Al final, cada una tiró de una pernera entre risas. Marion no llevaba sujetador.
―           Bájale las bragas – le indicó Tamara a su amiga.
Su tía levantó las caderas para ayudarla y, en ese momento, la chica fue consciente de lo increíblemente húmeda que estaba la entrepierna de la mujer. Las braguitas estaban empapadas. Sintió las manos de Tamara bajarle, al mismo tiempo, las suyas, quedando todas tan desnudas como vinieron al mundo.
―           Venid aquí, golfillas – dijo Marion, palmeando con sus manos el asiento del sofá. – Una a cada lado.
Las chicas se sentaron y las manos de la mujer se deslizaron por sus piernas, abriéndolas con suaves caricias. Sus dedos se posaron sobre las juveniles vulvas, demasiado jóvenes para necesitar cuidados aún. Estelle parecía tener más vello sobre el pubis, al ser morena. El de Tamara, absolutamente rubio, apenas era visible.
Los dos índices de Marion se pasearon entre los labios menores, comprobando que, al igual que ella, las chiquillas estaban más que deseosas. La humedad perlaba deliciosamente sus vaginas. En respuesta, una mano de cada chica se apretó sobre el pubis de Marion, paseándose sobre la piel suave y casi sin vello de la mujer, quien se abrió de piernas completamente, de forma instintiva. La diseñadora ladeó la cabeza y buscó los labios de su sobrina, que tenía las rodillas levantadas, una pierna cabalgando a la de su tía.
Al otro lado, Tamara se incorporó un poco para poder admirar el cuerpo de la mujer que deseaba más que nada en el mundo. Marion era preciosa y perfecta, al menos para sus ojos. Poseía unos senos redondos y más que medianos, de pálidas y grandes aureolas, y, al contrario que su sobrina, con unos pezones pequeñitos que se endurecían contra la piel. Con reverencia, pasó sus dedos por encima de uno de los pechos, recreándose en el volumen y la textura.
Entre sus piernas, los dedos de Marion estaban cada vez más atareados, ocupados en acariciar el expuesto clítoris. Tamara miró a su amiga. Literalmente estaba botando por lo que le hacía la otra mano que se ocupaba de ella, pero aún así, sus labios no perdían contacto con la boca de su tía.
Tamara apartó la mano de Estelle, que se le unía sobre el pubis de Marion y le metió dos dedos en el coño, súbitamente. La mujer en encabritó por la sorpresa, dejando de lado a su sobrina y girándose hacia ella. Una mano la atrapó firmemente por los rubios cabellos, bajándola del sofá y obligándola a arrodillarse en el suelo, entre las piernas de Marion.
―           ¡Ah, putilla! Creo que estás celosa de mi… interés por Estelle, ¿verdad? – Tamara no contestó, intentando no correrse con el brusco trato. ¡Cuánto deseaba aquello! – Te vas a quedar ahí, de rodillas, aplicada a mi coño, ¿te enteras?
―           Sí…
―           ¿Sí qué?
―           Señora…
―           Bien, empieza a lamer y no se te ocurra tocarte, Tamara. Ya te diré cuando puedes gozar.
Tamara se aplicó con evidente entusiasmo a hundir su lengua en aquel divino coño, degustando por primera vez los humores de su diosa. Se entretuvo, con lengua y dientes, en dar un buen repaso al grueso clítoris que se escondía en su pliegue, haciendo que los muslos de Marion temblaran.
En el mundo que existía más arriba de la cintura de Marion, ésta se entretenía sepultando el rostro de su sobrino entre sus pechos. Estelle bufaba, lamía, y mordía, todo a la vez, totalmente enloquecida por lo que los dedos de su tía le hacían en su sexo. Sentía un morbo infinito por todo lo que estaba descubriendo sobre ella, por la autoritaria forma que había tratado a Tamara, y por cuanto significaba lo que estaban haciendo entre ellas. Pensó que le gustaría relevar a Tamara allí abajo, devorando el sexo de su tía, pero no se atrevía a insinuarlo.
―           Ponte de pie, Estelle – susurró su tía, tocándole la cabeza con un dedo. – Ponme el coño en la boca, antes de que… no pueda ni atinar… esa putilla sabe comer… un coño… no hay duda.
La chiquilla obedeció al momento, colocando un pie a cada lado de las piernas de su tía y apoyando las rodillas contra el respaldo. De esa forma, su sexo cayó literalmente en la boca de Marion, que se apresuró a sacar su gran lengua. Estelle, muy estimulada, se corrió con la primera pasada de lengua. Sentir el apéndice de su tía en su coñito era lo más excitante que podía ocurrirle. Se corrió en silencio, apoyada en la puntera de sus pies descalzos y las rodillas fuertemente apretadas contra el respaldo.
Su tía no pareció haberse dado cuenta y siguió devorando cada centímetro de su vagina, con las ansias de un huelguista de hambre. Tuvo que colocar sus manos sobre el respaldo para no caer derrengada sobre su tía. Estaba prácticamente encorvada sobre la cabeza de Marion, su propio cabello rozando la coronilla de la mujer. Pequeños espasmos al final de su espalda la llevaban a frotar su coño sobre la lengua que la enloquecía, cabalgando hacia otro orgasmo.
―           Oooh… tita… aaaaahhh… M-marion… esto es la gloria – musitó, sin ser consciente de ello. – M-me voy a… correr en t… tu boca… seremos la… una para la otra… ya no dormirás sola… nunca más…
―           ¡Oh… Diosssssss! ¡Sííííí! – exclamó Marion, dejando de lamer y echando la cabeza hacia atrás, los ojos idos, desenfocados. – M-me corro… vivaaaa…
Estelle se restregó contra el rostro de su tía como una posesa, necesitada de liberar la tensión que embargaba todo su cuerpo. Escuchaba a Marion musitar entre las pasadas de su pelvis:
―           Dios mío… perdóname… ¡qué de guarradas!
Tamara, tras tragarse la lefa que surgió de la vagina de Marion, se limitó a besar el interior de sus muslos, dándole tiempo a que la mujer se recuperara. Estaba realmente emocionada con todo aquello, y con lo que implicaba aquellas palabras que habían surgido de lo más profundo de su amiga.
―           ¿Qué piensas hacer con ella? – le preguntó Estelle a su tía, sentada a su lado, con las rodillas encogidas y los pies bajo sus nalgas.
―           Ya la contentaremos después. Ahora vamos a pedir unas pizzas y luego nos meteremos en la cama, las tres. ¿Te apetece?
―           Sí, claro – le contestó, echándole los brazos al cuello y besándola en la mejilla. – Tita…
―           ¿Sí?
―           Jamás se me hubiera ocurrido que algo así pasara… te quiero mucho.
―           Y yo, cariño – respondió su tía, rozándole el hombro con un dedo.
“¡Y a mí, que me parta un rayo!”, pensó Tamara, pero no abrió la boca, esperanzada en lo que había dicho Marion antes. Aún quedaba toda la noche…
Tamara alzó los ojos de la pantalla de su portátil. Al releer en su diario todo cuanto había sentido y pensado en aquella fecha, el dolor se removió en el pecho. Aún seguía allí, como un pellizco, solo que ya no era tan doloroso ni profundo. Aquella experiencia la había hecho más fuerte, más prudente en cuanto a sus sentimientos. Ahora, sabía separar el deseo vehemente del cariño más puro, del amor.
Los verdaderos sentimientos entre Marion y Estelle se hicieron evidentes inmediatamente. Tamara tan sólo compartió un par de veces la cama con ellas, siempre mantenida en un segundo plano, y un día, sin ningún aviso, Estelle no fue más al colegio. Cuando Tamara se pasó por la casa de Marion para interesarse por ella, descubrió que ya no vivían allí. Se habían mudado sin decirle nada, dejándola tirada como la perra que era… No pudo averiguar donde se habían marchado, y eso que intentó ponerse en contacto con el padre de Estelle, pero no recibió contestación.
Aquella fue la primera vez que le rompieron el corazón, y, aún peor que eso, fue todo un engaño. Tamara creyó que Marion cedía a su chantaje para proteger a su sobrina, y nunca fue así; aceptó porque se sentía secretamente atraída por Estelle. En cuanto descubrió que la chiquilla participaba de sus mismos sentimientos, se la llevó para que Tamara no pudiera arrebatársela más, ni presionarla.
“Adiós diosa, adiós amiga”, dedicó un ligero pensamiento a las dos. Verlas de nuevo había removido los posos de un cariño que ya estaba olvidado. Mejor así, porque su vida estaba muy completa por el momento.
                                                                                                       CONTINUARÁ…
 
Si queréis comentar algo, mi email es: la.janis@hotmail.es
 
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Relato erótico:”Gracias al padre 5, estuve con la hija y sus amigas” (POR GOLFO)

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JEFAS PORTADA2Todo se había desencadenado, desde que Isabel se fue de mi casa, desesperada. Nunca en Sin títulosu vida había sido objeto de una degradación, así. Se sabía en mis manos, no había escapatoria, iba a ser mi esclava, y no podía evitarlo. Me tenía miedo, pero solo pensar en el ir a la cárcel, le aterrorizaba. Con este pensamiento, encendió su coche, dirigiéndose al apartamento de Patricia. Tenía que convencerle, que no había mas remedio que aceptar nuestra oferta. Eran amigas y socias, su destino era común, no podía dejarla en la estacada.

Vivía cerca, por lo que solo tardó cinco minutos, en llegar. Preocupada, tocó el timbre. Conocía el edificio, a la perfección, allí mismo habían decidido ser socias durante una cena. Desde que se conocieron, habían congeniado a la perfección, tenían los mismos intereses, los mismos ideales. Sabía que iba a ser difícil convencerla, tenía unos principios muy sólidos, y la oferta que tenían en la mesa, era todo lo contrario.
Al abrirle la puerta, toda la tensión y la humillación que había sufrido, hizo que se lanzara a sus brazos, en busca de consuelo. No había nada sexual en ello, Necesitaba cariño, apoyo. Durante unos minutos, se quedaron así, abrazadas. Isabel no podía hablar, por mucho que su socia le preguntara que es lo que había pasado. Se sentía hecha una piltrafa, no solo había sido follada, sino que le habíamos obligado a hacerle el sexo oral a Lucia. Era tal, su vergüenza, que era incapaz de contarlo.
Ya un poco mas calmada, se dejó llevar a la cocina.
-¿Quieres una tila?-, le preguntó Patricia, mientras le sentaba en una silla. No esperó su contestación, viendo que estaba hecha un mar de nervios, se la preparó en el micro. Como autómata empezó a bebérsela, mientras pensaba como abordar el problema.
-No nos van a ayudar-, afirmó su amiga. Había malinterpretado su desesperación, pensaba que era por tener que ir a la cárcel, y no porque su querida amiga y su novio la hubieran violado.
-No es eso-, le contestó, -Pedro ha prometido ayudarnos por con una condición-.
-¿Cuál?-,
Pensó unos momentos antes de contestar, su corazón le pedía contarle su angustia al ser penetrada contra su voluntad, su asco al sentir el sexo húmedo de Lucia en su boca, mi risa al despedirse, pero su mente se lo impidió:
-Pedro se hará cargo de nuestras deudas, si durante dos años nos convertimos en sus amantes-, le explicó quitando le hierro, a lo de ser sus esclavas sexuales.
-Amantes, ¿de quien?, ¿de Pedro?-, le contestó con un brillo en su mirada.
-De los dos, Lucia también participaría-.
-¡Habrás aceptado!-, le contestó con un deje de alegría en su voz. No se lo podía creer, lejos de rechazar la idea, le gustaba. Era una perra, mientras ella sufría la agresión, la había dejado sola, y encima, ahora , parecía encantada con la oferta. Todos estos años, haciéndose la mojigata, y resulta que era una puta.
-No, no les interesaba yo, sola, debíamos ser las dos quienes aceptáramos-, le contestó, cabreada.
 
-Llámalos y diles que aceptamos-, le dijo con una sonrisa. Hecha una furia, cogió el teléfono y me llamó.
Estaba dormido, cuando sonó mi teléfono, era Isabel que me pedía que fuera a casa de Patricia. Extrañado, le pregunté el motivo, solo me contestó que habían recapacitado y que querían hablar conmigo. Decidí, vestirme e ir a su encuentro, Lucia no se había enterado de nada, por lo que pasé de despertarla.
Nada mas colgar, llegaba Patricia con una botella de champagne y dos copas:
-Hay que celebrarlo-, venía exultante por su suerte. Fue la gota que colmo el vaso, Isabel sin poder refrenarse, se lanzó contra ella.
-¡Zorra!, no sabes por lo que me han hecho pasar-, le gritó, mientras de un bofetón la tiraba al suelo, -he sido usada, sometida, dominada, y tu entre tanto, en tu casa tranquilamente-.
-No sé, de que te quejas, en vez de pasarnos quince años en la sombra, vamos a ser amantes de una pareja, que además, está muy bien-, le contestó sin comprender, todavía el destino que les teníamos reservado.
-No seremos sus amantes, sino objetós de sus caprichos, meras esclavas-.
-Aun así, lo prefiero-.
-Entonces te voy a preparar-, le contestó Isabel, cogiéndola de los brazos, y llevándola a la habitación.
Era más fuerte que ella, en breves instantes, desgarró su ropa, dejándola desnuda. Su ira le impidió, siquiera oir sus quejas, hiciera lo que hiciera, sería menos cruel que lo que ella había soportado. El colmo fue sentir como Patricia, al defenderse le hincaba los dientes en su pantorrilla. La tumbó de espaldas en la cama, y sin piedad, empezó a azotarla.
Sus golpes, la hicieron llorar en un principio, pero rápidamente se transformaron en gemidos. “ A la muy zorra le gusta”, pensó asombrada, no solo no se oponía sino que para recibirlos mejor, había levantado su trasero, dándole un excelente objetivo a sus azotes. Su piel tenía un color rojizo, irritada por los golpes. Siguió con el castigo, pero algo en su interior estaba cambiando, notó como su rabia, se iba transformando en excitación. Tenerla a su merced, la ponía cachonda.
Consciente de ello, empezó a usarla, como ella había sido usada. Metió sus dedos en la cueva de su amiga, quien, fuera de control, abrió sus piernas para facilitar su maniobra, dejándola ver un sexo, poblado, y húmedo.
Isabel viendo que estaba como poseída, forzó su vulva, introduciéndole toda la mano en la vagina. Un grito de dolor salió de su garganta, el correctivo era demasiado doloroso, por lo que intentó zafarse, cerrando las piernas. “Pedro no había tenido clemencia conmigo”, pensó, “yo no tengo porque tenerla con ella”, por lo que llevando su mano al pecho de Patricia, torturó su pezón con un cruel pellizco. Volvió a gritar, pero su sufrimiento se trocó en placer, y mientras se retorcía disfrutando como una perra, su sexo empezó a segregar un manantial, que mojó el pantalón de Isabel.
En ese momento, toqué el timbre de la casa, lo que no le dio tiempo a castigarla por haberla empapado.
-Voy a abrir a Pedro, ¡ni se te ocurra moverte!, ¡quédate como estás, para que pueda ver, que tipo de puta, se va a follar esta noche!.
Al abrirme la puerta, pude intuir que algo había cambiado, sus mejillas estaban coloradas, producto del esfuerzo y de la excitación. Educadamente, me hizo pasar, sobre la mesa, estaba el champagne y las copas que Patricia había sacado para brindar. Sin preguntarle, abrí la botella, y sirviendo dos copas le pregunté:
-¿Qué es lo que tenemos que celebrar?-

-Nuestra completa sumisión a partir de mañana, pero con una única condición-, hizo una tregua antes de continuar. Mi expresión divertida le dio los ánimos, que le faltaban, para continuar,-esta noche, quiero ayudarte a seguir entrenando a Patricia-
Solté una carcajada, aceptando. Me picaba la curiosidad de lo que había ocurrido, por lo que me tuvo que relatar como se había sentido engañada, como la había castigado, y como había hecho uso de su coño, dejando para mi el culo, totalmente virgen. Satisfecho y cogiendo la botella, le repliqué:
-Vamos, no se nos vaya a enfriar -.
Entrando en la habitación, pude ver que la muchacha seguía en la misma posición que la había dejado. Sin mediar palabra, empecé a desnudarme, pidiéndole por gestos a Isabel, que hiciera lo propio. Mi alumna, no se hizo de rogar, quitándose toda la ropa. Al quitarse las bragas, me las tiró, diciéndome que tocara lo mojadas que estaban.
Acto seguido, levantó a Patricia, tirándola de los pelos. Ya erguida, empezó a mostrarme al ganado.
-Pedro, como puedes ver, esta zorrita tiene unos buenos pezones, que le encanta que se los pellizque así-, me dijo mientras los torturaba sin piedad. Patricia respondió a su tortura con un gemido, que no supe definir si era de dolor o de deseo,- su coño es vulgar, no está depilado, pero eso se puede arreglar, pero en cambio su culo es espectacular, está un poco rojo, pero es por que te lo he preparado, así-, dijo soltándole un tremendo azote, que hizo que se cayera en la cama.
-Siéntate en el sofá, con la piernas abiertas-, pedí a Isabel, y cogiendo a la zorrita, le puse su cara en el sexo de mi asistente. Como una loca, se apoderó del clítoris, y separando sus labios, mordisqueó suavemente el monte de placer, mientras que con sus manos acariciaba los pechos de su dueña. Esta, lejos de ser la frígida de antes, se la notaba cercana al orgasmo, y apretándole la cabeza, le grito: -¡Hasta dentro!¡Quiero sentir como me chupas!.
Me arrodillé detrás de la muchacha, y abriéndole las nalgas, observé su culito virgen, rosado y prieto que no había sido usado en su vida. Al sentir mis maniobras, paró, pero con un fuerte golpe, le obligué a que continuara con su mamada, lo que provocó la explosión de goce de la morena.
“Es un desperdicio, que nadie haya usado este culo”, medité y agarrando la botella, le introduje de golpe el cuello de la misma. Gritó de dolor, al sentir como se desgarraba su esfínter, y un fino riachuelo de sangre recorría sus mulos. Agitando la botella, el liquido a presión inundó sus entrañas, mientras ella se corría con fuertes aullidos de placer.
-Coge la botella, sin sacarla, ¡No vayas a mancharnos!, y quítatela en el baño -, le ordené.
La muchacha dócilmente se levantó a cumplir mi orden, lo que me dejó el sexo de Isabel, solo para mí. Como tanto ella, como mi pene, estaban listos, de un golpe certero, se lo encaje dentro de su cueva. Su sexo estaba empapado, lo que facilitó mis movimientos. Desde el principio mi ritmo fue brutal, mis pelotas rebotaban contra ella, de la misma forma que la punta de mi lanza, hería la pared de su vagina. Apretándome con sus piernas, se corrió en bestiales sacudidas, arqueándose entera, y pidiéndome mas. No me hice esperar y con la respiración entrecortada, me derramé en su interior, regándola de mi simiente.
 
Exhausto, me desplomé sobre ella, mientras desde el baño, oíamos la detonación provocada por Patricia, al sacarse la botella de su ano.
                                                               
 
 
 
 

Relato erótico: “16 dias, la vida sigue” (POR SOLITARIO)

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–¡Buenos días Claudia! ¿Cómo vamos?

–Hola José, bien, sin novedad. Algo flojillo. Según me dicen ahora, cuando empiezan las vacaciones, se anima el negocio. Los rodríguez salen de sus madrigueras.

–¿Has visto a Mila?

–Si, acaba de marcharse, tenía una cita concertada desde ayer.

–Aja, no me dijo nada, y esta mañana cuando me levante ya se había ido.

–Bueno, voy a salir, cuando llegue que me llame. Por cierto, ¿con quién era la cita?

–Me dijo que era un antiguo cliente que la llamó directamente, aunque ella vino ayer a reportar la cita.

–Bien, bien. Hasta luego.

Voy corriendo al centro de control. Esta cita me huele mal y tengo que averiguar que ocurre.

Busco la posición de su móvil, en el mapa, con el GPS activado.. Aparece en una calle de Hermosilla, desplazándose. Introduzco los datos para activar el audio del móvil de Mila.

Se oye ruido de vehículo en marcha, va conduciendo. No se oye hablar deduzco que va sola.

Se detiene. Llevara el móvil en el bolso y por eso los ruidos que oigo. Puerta que se cierra.

Ruido de roces en el bolso al andar.

Cambia el ruido ambiente, al fondo una música y ruido típico, parece un bar.

–Hola Gerardo, gracias por venir.

Voz masculina.

–Por ti lo que haga falta, sabes que no puedo negarte nada.

–¡Un café, por favor! ¡Solo!

–Dime, que te pasa. La otra noche con tu marido, en el club, creo que te pasaste un poco ¿No? Y no me dijiste nada, excepto lo de vernos hoy aquí.

–Si, un rato antes, en casa, me arrastre como una perra para que me dejara fuera de “su” negocio. Porque ahora es todo suyo.

–¿Cómo? ¿Qué ha pasado?, cuéntamelo con detalle.

–Me descubrió. Lo sabe todo, bueno, casi todo, sobre mí, mis andanzas y las de Ana, mi hija. Me chantajea, si no le obedezco me enviara a la cárcel por una temporada.

–¡Buenooo!, En peores me las he visto, ¿quieres que le mande al desorejado? Ese le pega dos navajazos y lo hace desaparecer.

–¡Noo, por dios! El muy cabrón me tiene cogida. Al parecer, ha metido pruebas de lo que hacíamos en una caja, se la ha dejado, en custodia, a un albacea y tiene que dar señal de vida cada cierto tiempo. Si no lo hace, tienen orden de abrir una carta, con instrucciones, para poner en manos de la policía, todo el material. Y te lo aseguro, he visto una muestra y no fanfarronea.

–Vaya, y parecía tonto el cornudo.

–Él no sabía nada. Vivía en su mundo y era feliz así. Y yo hacia lo que quería y el era mi pantalla de respetabilidad. Ahora se ha ido todo a la mierda. Ya no tengo que fingir, pero lo tengo encima, me controla, me vigila y tú sabes que no he soportado nunca, que un tío me diga lo que tengo o no tengo que hacer. Además se ha quedado con todos mis ahorros.

Estoy harta y por eso te he pedido que vengas.

Quiero que me ayudes a desaparecer.

–¿Cómo? ¿Y adónde vas a ir?

–Me dijiste que estabas en contacto con un grupo de productores franceses de cine porno ¿no? ¿Tú crees que me darían trabajo?

–Por eso no te preocupes, ahora están de moda los videos con MILF y tu das el tipo. Pero, ¿y tus hijos? ¿Los vas a llevar al rodaje?

–Eso no me preocupa. Que se queden con él. Yo creía que ninguno era suyo y resulta que Ana si lo es. De los otros no sé quién es el padre. Ni me importa. Con el estarán bien y yo me quito un estorbo de encima.

–¿Has pensado que yo podría ser el padre de tu hijo? Cuando te quedaste embarazada del niño, estuve emperrado contigo una temporada. Follamos mucho, me cobraste una pasta, siempre sin condón. Y tú descansaste de las píldoras por aquella época, lo recuerdo bien, porque después seguimos follando hasta el parto.

–Podría ser. Ahora que lo dices, si, se te parece. Jajaja. Podrías ser el padre de Pepito. Jajaja. Ponte de acuerdo con José y haz la prueba de ADN. Así descubrió el cabrón que no eran suyos. Pero volvamos a lo que me interesa. ¿Me ayudaras?

–Si, cuenta conmigo. Haré unas gestiones y te llamaré en dos o tres días.

–No, no me llames. Yo te llamo a ti. Puede que tenga intervenidos los teléfonos, no me fio. Dentro de dos días te llamo. Ahora otro favor.

–Tú dirás.

–Me tienes que dar trescientos euros. Es la tarifa que ha puesto y si no los llevo sospechará. Ya te los devolveré.

–No te preocupes. Antes de irte me los cobraré en carne. Pienso dejarte el culo como un bebedero de patos.

–Gracias, de verdad no sabes cómo te lo agradezco.

–Pues, subiendo conmigo, ahora mismo, a la habitación que tengo reservada aquí.

–Pero que golfo eres. Vamos, que quiero disfrutar otra vez de tu polla en mi culo. Y déjamelo bien abierto. Después iré a que me la meta el cabrón a ver si se da cuenta de cómo me lo has dejado.

Se oyen ruidos de pisadas, ascensor, silencio.

–Bésame como solo tú sabes.

Silencio. Puerta que se cierra.

–Desnúdame.

–Joder, cada día estas más buena. Déjame ver ese agujerito que me vuelve loco.

–Cómeme el coño Gerardo. Cómetelo.

–Chúpamela, Aahhhg, Que boca tienes puta, guarra, mamona. ¡Paraa!. Para, que me corro y quiero tu culo. ¡Dámelo!. ¡Dámelo ya!

–Si, cabrón, hijoputa, follame, dame por culo. AHHGGG

Están un buen rato diciéndose barbaridades, follando, después un descanso en el que predomina el silencio.

–Voy a ducharme, Mila. ¿Vienes?

–No, hoy me voy así para que me folle el cornudo, con toda tu leche dentro de mi culo y coño.

–Como tú quieras.

Silencio.

–Me voy Gerardo, lo dicho en dos días te llamo.

–Adiós, y no te apures, ya mismo estas en Paris follando ante las cámaras.

–Adiós, guasón.

Ruidos de bolso, coche. Está en camino.

Llamo a mi abogado, le doy algunas instrucciones y me voy al piso. Aun no ha llegado. Saludo a Claudia de nuevo. Se oyen gritos y lamentos.

–¿Qué pasa, Claudia?

–Bah, no te preocupes. Amelia está con un cliente de los sumisos y le está dando duro.

–Pon la cámara a ver que hacen.

–Vaya, ¿eres un mirón? Cada día me sorprendes más.

–Y tu a mí también. He visto los cuadrantes y no has estado con ningún cliente desde que abrimos. ¿Por qué?

–Vaya, me pillaste. No, no me apetece, no me gusta y como las demás los atienden, yo prefiero dedicarme a la gestión. ¿Te parece mal?

–No, me parece bien. Sigue así. Lo haces bien. ¿Cómo se portan las nuevas?

–Estupendamente. No tenemos problemas y se ganan las comisiones. Las profesionales porque lo son y las amas de casa por el morbo.

–Magnifico. Hombre, aquí llega Mila. ¡Te has escapado esta mañana sin avisar! Podías haberme despertado.

–No quise hacerlo. Te vi durmiendo tan a gusto que me dio pena despertarte. Un beso.

Me besa, intenta hacerlo con lengua pero no abro la boca. Huele a semen. Me aparto un poco.

–¿Te ocurre algo?

–Noo, a mi nada. Pero vamos a salir, te esperaba.

–¿A dónde vamos?

–Ya lo sabrás, vamos.

–Uyy, que misterioso estas. Bien, vámonos.

Vamos al despacho de mi abogado. Uno que no estaba en la lista de clientes de Mila. Me aseguré de que no la conocía.

–Hola Hugo, como estas, esta es Mila, mi ex mujer. ¿Lo tienes todo preparado?

–Sí, José. Esta todo a falta de la firma. Necesitamos testigos, voy a por ellos.

Mila me mira sorprendida.

–¿Cómo que tu ex mujer? ¿Desde cuándo?

–Desde ahora mismo. Firma los papeles que te presente Hugo y ya puedes irte cuando quieras. En ellos renuncias a todo derecho sobre el patrimonio, ya teníamos separación de bienes y eso no es un problema. También renuncias a la custodia de los niños.

–Y ¿esto a que viene?

–Mila, lo nuestro ha terminado, terminó el ocho de Abril y tú lo sabes.

Entran Hugo y dos personas más. Toma nota de los datos y los incluye en el documento a firmar. Mila está desconcertada. No sabe a qué viene esto.

Vamos todos a otro despacho donde un Notario da fe de los documentos y ante él los firmamos, los testigos, Mila y yo.

–Entonces, ¿todo se acabó?

–Si, Mila. Todo ha terminado.

Eres libre para marcharte a Paris o donde quieras. No te retengo. Todo ha acabado entre los dos. Te libero de todo lo que te dije. No más chantajes. Ya nada nos ata.

–¡¿Me espiabas?!

–Si. Te dije que no podía fiarme de ti, y has demostrado que no andaba equivocado. Te he estado espiando todo el tiempo y conozco tus planes. Te daré dinero para que puedas rehacer tu vida. Como puta o como lo que quieras. No me gustaría que cayeras en manos de algún grupo mafioso y acabaras en un burdel, o medio desnuda en la calle de algún polígono industrial, dejándote follar el culo por veinte euros. No tengo tan mala leche.

–¿Y los niños?

–Tu misma has dicho que son un estorbo. Podrás verlos cuando me lo pidas y yo lo permita, pero vivirán conmigo, estarán más seguros. Ah, por cierto, dile a Gerardo que cuando quiera podemos hacer la prueba de ADN para ver si Pepito o Mili o los dos, son hijos suyos. Podemos llegar a un acuerdo. La otra noche en el club, cuando estuve con Alma me confesó que Gerardo quería hijos pero ella no podía tenerlos.

–Pero esto, yo no lo esperaba.

–¿No? tú querías librarte de mí y yo te lo facilito. A enemigo que huye, puente de plata.

–Yo no soy tu enemiga José. Aunque no lo creas, te quiero.

–No empieces de nuevo, Mila. Ya no tienes que fingir. Eres libre de hacer lo que te de la real gana. Es lo que deseabas ¿no? Pues ya lo tienes.

–Pero, no así.

–No, así, ¿Cómo?. Estabas dispuesta a ponerte en manos de Gerardo para escapar. Arriesgándote a caer en manos de los mafiosos que trabajan con él. Solo tenías que decírmelo y te hubiera dejado ir. Vete Mila, vete.

Trataré de verte lo menos posible. Aun me hace daño tu presencia. Lo que ocurrió la otra noche en el club me confirmó que no teníamos futuro. Coge tus cosas y vete. Yo trataré de olvidarte, aunque es tarea casi imposible. Vete.

Fuimos todo el trayecto de vuelta a casa en silencio, ya no quedaba nada por decir.

Al llegar al que fue nuestro hogar.

–¿Cuándo quieres que me vaya?

–¡Ahora!.¡ Toma cien mil euros!. Vete donde quieras y mandas a alguien para recoger tus cosas. Pero vete. No quiero verte más. Deja las llaves en el recibidor.

Seria, contrariada. No derrama ni una sola lágrima. Yo, estaba a punto de romper en sollozos y ella estática, desafiante. Bella. Dios. Es preciosa. Como una serpiente de coral, de líneas estilizadas, de bellísimos colores, pero de mordedura venenosa, mortal.

Me quedo en el salón. Ella, en el dormitorio, recoge algunas cosas en una maleta y se marcha, sin decir nada. Oigo la puerta cerrarse y sin poder soportarlo más, rompo a llorar como un niño, a quien acaban de arrebatarle lo que más quería.

Adiós Mila. Sé que no podre olvidarte jamás.

Acabas de cerrar otro capítulo de mi, últimamente, azarosa vida. Adiós.

Poco después oigo abrirse la puerta. ¿Mila? No, son los niños con Ana.

–¡Mamá, ya estamos aquí!

–Me ve en el salón, llorando.

–¿Papá, que pasa? ¿Dónde está mamá?

–Dale de merendar a los niños y que se vayan a jugar con la play, luego hablamos.

Se abre de nuevo la puerta, es Marga. Muy alterada.

–¿Qué has le has hecho cabrón? ¿Por qué la has obligado a irse? ¿Qué le has dicho?

–Siéntate y cálmate. ¡Ana!

Ana entra, le indico que se siente junto a Marga.

–Nos hemos divorciado. Ella se ha ido porque así lo he decidido. Escuchad esta grabación.

Les pongo la grabación de lo hablado con Gerardo. Ana llora, se levanta y me abraza. Marga mueve la cabeza negando.

–No puedo creerlo, y se marcha, ¿así? Y ¿ya está?

–Ya lo ves Marga. Mila no quiere ni ha querido nunca a nadie. Es una psicópata. Carece de sentimientos, de alma. Es lo que le ha permitido mantener un engaño durante tantos años. A ti también Marga, a ti también, te ha engañado.

Ana, mi pobre Ana. Histérica.

–¡Papá, tu no nos dejaras! ¿Verdad?. ¡Por favor, papá, te lo suplico, no nos abandones!

–No, Ana, mi vida, no os abandonaré nunca. Estaré siempre a vuestro lado.

–Y tu Marga, ¿qué piensas hacer?

–Yo no sabía nada de esto. Pero Mila ha sido y es mi amiga, no puedo dejarla sola. Sé que sin mí se perderá. Le he dicho que mi casa es suya y me voy con ella.

–Cuídala, Marga, cuídala. No te separes de ella y si en algún momento me necesita, sin que ella lo sepa. Dímelo.

Me acerco a ella, que se levanta, nos abrazamos. Esto es una despedida definitiva. Deja sus llaves en la mesa y se marcha.

Pepito y Mili están en la puerta mirándonos.

–¿Qué pasa papá? ¿Y mamá?

–Ha salido de viaje. Ya volverá.

–¿Por qué llora Ana?

–Le ha caído algo en el ojo.

Pepito, se acerca a darme un beso.

–¿Mamá no volverá, verdad?

–Creo que no. Pepito. Pero vosotros podréis verla cuando queráis..

Se echo a llorar en mis brazos. Mili influenciada por el drama se abraza también.

Ni Ana ni yo cenamos. Se nos ha ido el apetito. Se ha llevado a los niños. Llora en silencio.

–Ya ves Ana, no has tenido que decidir. Tu madre lo ha hecho por ti.

–Pero, no lo entiendo. Yo se que nos quería, a todos, a ti también. ¿Por qué ha hecho esto ahora, cuando todo parecía ir bien?

–No, cariño, no te engañes. Tu madre nos quiere, a su manera, pero no encajamos en sus planes. Somos un estorbo. De todos modos podréis verla cuando queráis. Yo no voy a oponerme. Y ahora acuéstate y duerme. Me besa y se marcha.

Al entrar en la habitación veo la puerta del armario de Mila abierta de par en par. Al ir a cerrarla veo un bulto extraño bajo unas sábanas. Lo descubro, es una especie de baúl de cincuenta centímetros de largo, unos treinta de ancho y treinta y cinco o cuarenta de alto, cerrado con un candado sin llave.

Voy por mi herramienta y consigo abrirlo quitando los pernos de las bisagras, para no dañar el candado.

Dentro, el dildo con arnés que ya conocía, plugs y algunos utensilios sexuales. Veo unas libretas de medio folio, con tapas negras, algunas amarillentas por el paso del tiempo. Cojo una, están numeradas. He cogido la uno. En la primera página:

16 de Agosto de 1992

Hola diario, es la primera vez que te escribo, espero hacerlo muchas veces..

En casa se están preparando para ir a Sevilla a ver la Expo, 92. Saldremos mañana. No me hace mucha gracia, sé que voy a pasar un calor infernal y detesto sudar.

He quedado con Marga para ir a una fiesta en casa de Gerardo, con María y otros amigos. Nos han dicho que habrá dinero. María me ha prometido que voy a ganar mucho si me dejo guiar por ella. A la vuelta te contaré lo que hemos hecho.

-_______________

Ya estoy aquí, voy a contarte todo lo que me ocurra en mi nueva vida como puta. Si, lo lees bien, soy una puta desde hoy, en que he cobrado 10.000 pesetas por mi primer trabajo con mi cuerpo.

En la fiesta solo estábamos Marga y yo, Pedro, amigo de María y Gerardo, que parece ser el jefe, ya que todos le obedecen. Tomamos refrescos, y nos atrevimos con cubatas, me puse un poco piripi, Marga también, bailamos y hubo un momento en que yo bailaba con Pedro, que está buenísimo, que empezó a tocarme el culo, ya sabía lo que quería. Me llevo a una habitación, me desnudo y me folló, yo estaba en la gloria, me gustaba lo que me hacía. Cuando me quise dar cuenta me la estaba metiendo él por el chochito y Gerardo por atrás, en mi culito. Y que gusto me daban. María le comía el coñito a Marga, que se retorcía de gusto. No sé cuantas veces me corrí, ni cuantas ellos dentro de mí, muchas. Y fue fantástico. Cuando terminamos nos dieron el dinero a las dos y quedamos en vernos en casa de María dos veces en semana, miércoles y viernes a las doce del mediodía. Hasta la próxima. Chau.

Dios mío, Mila llevaba un control exhaustivo de sus actividades como ramera, todo ordenado, cada cosa en su sitio. No me puede extrañar, que me haya toreado durante todos estos años, sin que yo me diera cuenta. Conté dieciocho libretas. Las tres últimas en blanco. De cien hojas cada una. Eso supone mil quinientas hojas, y describía un trabajo por hoja, ya fueran tres líneas o llenar la hoja por las dos caras. Fechas, nombres, lugares, importe cobrado, gastos generados. Estaba todo allí.

Era muy tarde. Con todas las libretas me fui al despacho del otro piso donde tenía los escáneres, grabe en un pendrive todo lo escaneado y devolví las libretas a su sitio, colocando los pernos y ensuciándolos para que no se notara que los había sacado.

Dos días después.

Suena el teléfono.

–¡Hola!, ¿José?

–Si. ¿Quién es?

–Soy Gerardo, nos conocimos en el club liberal, ¿recuerdas?.

–Si, por desgracia lo recuerdo.

–Bueno, veras, no quiero crear problemas, pero Mila me dijo que cabía la posibilidad de que Pepito fuera hijo mío, ¿lo sabías?

–Si, algo hablé con ella sobre esto. ¿Qué quieres?

–¿Es posible que me permitas hacer la prueba de ADN para saberlo?

–Por mí no hay problema, cuando quieras.

–Esta tarde ¿puede ser?

–De acuerdo, ¿conoces algún laboratorio?

–Pues no. ¿Y tú?

–Sí te presentaré a un amigo que fue el que me hizo los de los niños.

Le doy la dirección del bar, donde me veo con Andrés, y quedamos a las cinco.

Tras las presentaciones de rigor Andrés, a quien ya había avisado le realizó, sobre la marcha, el frotis bucal para la prueba.

–¿Sabes algo de Mila?

–No, solo sé que se fue a vivir con Marga.

–Es que, ahora está conmigo. Trabaja en el club y..Bueno, está bien.

–¿Qué me quieres decir Gerardo?

–Es que yo siempre he apreciado a Mila. Mientras estuvo casada contigo..

–Solo te la follabas, ya lo sé.

–No quiero enfrentamientos, solo decirte que voy a pedirle que vivamos juntos.

–¿Y?

–Pues, que si no te importa.

–¡A mí! Y¿ porque me iba a importar? Mila es libre de hacer lo que quiera. Estamos divorciados. Ya no tengo nada que ver con ella. Puede hacer con su vida lo que quiera.

–Me ha pedido que le lleve sus cosas, me ha hecho una lista. ¿puedo llevármelas?

–Por supuesto. Vienes conmigo a mi casa y te las llevas, no hay problema.

–Gracias, verás, también me insinuó, que quizás a ti te podía interesar, venderme el negocio. Sé que va bien, pero creo que no es lo tuyo. Piénsalo y dime algo cuando nos volvamos a ver. Por el dinero no te preocupes.

–Lo pensaré. Si, quizás sea un buen momento para cambiar de aires.

Nos despedimos, tras ponernos de acuerdo para vernos cuando estuvieran las pruebas.

En el despacho del local está Claudia contestando al teléfono y tomando notas.

–Claudia, te veo triste ¿Cómo te va en tu casa?

–Estoy sola, José, muy sola. ¿Por qué?

–Estaba pensando…. En que podíamos…. Vivir juntos, podríamos controlar mejor a los niños, sobre todo a las mayores. ¿Qué te parece?

–¡Uyy! ¡Tú vas buscando algo!

–Si, busco tranquilidad, después de todo lo que ha pasado, creo que tú y yo, podríamos intentar rehacer nuestras vidas, poner un poco de orden.

— Gerardo me ha propuesto comprar el negocio.. Y lo que te propongo es: ¿Quieres venirte a vivir tú y tus hijas, conmigo y mis hijos? ¿Y así, tratar de olvidar, este mal trago que hemos pasado?

–¿Y vas a vender el negocio?

–¿Por qué no? Los dos sabemos que esto no nos va, ni a ti ni a mí. Tu estas aquí obligada por mí. Y yo estoy asqueado de toda esta podredumbre. Quiero apartar a los niños de esto. No es bueno para ellos.

–Y hay algo más. Compré una casa, en la costa de Alicante. En un pueblecito precioso, junto al mar

–Dices que compraste una casa en la costa ¿para qué?

–Hubo un momento en que pensé que la reconciliación con Mila era posible. Incluso conviviendo con Marga. Después, ya sabes lo que ha pasado. No las tenía todas conmigo, por eso no se lo dije a nadie.

–José. No puedo decirte que esté enamorada de ti, te aprecio, también se que no estás enamorado de mi, sigues enganchado con Mila.

Pero, ¿sabes lo que te digo? Que podemos intentarlo. De todas formas el primer hombre en hacer que me corra has sido tú.

Creo que nos queda mucho por aprender y follando lo podemos pasar bien. Y a mí esto del puterío no me va demasiado. Por mí adelante. ¿Cuándo nos vamos?

–Ahora mismo, nos podríamos ir a probar la cama nueva. ¿Te parece?

–¡Pero qué bribón eres! ¡Tú lo que quieres es echarme un polvo!

–Pues claro, no uno, un montón. Tenemos muchas cosas en común Claudia. Los dos estamos solos, las hijas de la misma edad, hemos sido engañados y corneados y sobre todo, nos hemos pasado muchos años de nuestra vida sin sexo. Creo que es hora de recuperar el tiempo perdido.

La cara de Claudia se ilumina, se levanta y viene lenta, sinuosamente, hacia mí. Acaricia con el dorso de su mano derecha mi mejilla, con la izquierda se apodera de mi nuca y me atrae hacia ella. Acerca su boca a la mía, se unen nuestros labios, se abren y dan paso a nuestras lenguas que se debaten en un furioso batallar, mis manos recorren su cintura y atrapan los redondos globos de sus nalgas. Sus pezones a través de la blusa, sin sostén, aguijonean mi pecho. Mi hermano pequeño no se hace rogar, pugnando por salir de su estrecho alojamiento, empujando y rozándole el pubis.

–Amelia acaba de salir de su cuchitril, trae a un hombre, de unos cincuenta años, atado con un collar de castigo para perros en el cuello, a cuatro patas y con un plug cola de caballo en el culo. No podemos evitar reírnos.

Ella viste de látex negro, braguitas abiertas y sostén con unas aberturas, a través de las cuales, sobresale la aureola y sus oscuros y gordos pezones. Con una fusta en la mano, golpea la grupa del supuesto caballo, frente a él le obliga a lamerle la vagina, abriéndosela ella con las dos manos,. La mujer se agacha y por detrás, aparta la cola y coge su bolsa escrotal apretando y retorciéndola, hasta que el grito del pobre hombre la obliga a soltarle.

–¡Eeehh!, ¿Qué hacéis? ¿Desde cuándo estáis liados?

Responde Claudia.

–Aun no estamos liados pero lo vamos a estar.

–¿Se divierte señor? ¿Le satisface su Domina?

El hombre se mantiene en silencio.

–¡Puedes contestar, burro!

–Shii, mi ama, me hace muy feliz.

–Ea, divertíos, yo me llevo al burro a la cuadra. Su ama tiene ganas de hacer pis.

–Te quedas sola Amalia, cerramos la puerta. Estamos aquí al lado..

–Vale, ya me contareis que está pasando.

Nos vamos directamente al dormitorio. Claudia se desnuda apresuradamente, con violencia, arrojando las prendas al pasillo y al suelo de la habitación. Voy tras ella admirando su cuerpo. Casi tan alta como yo, rubia natural. De piernas largas y bien torneadas, curvas en sus caderas que producen vértigo. Los pechos no muy grandes, aunque les afecta la gravedad, ligeramente, es hermosa.

Al acariciarla con las yemas de mis dedos percibo la suavidad de su piel, muy clara, tersa. Ella me ayuda a desnudarme mientras me recreo en la visión de sus formas. La cara de rasgos delicados pero firmes, nariz recta. Nos tendemos abrazados, de lado, acariciándonos el cuerpo mutuamente.

Me obligo a no tocar su sexo, pasar de largo con mis caricias, me incorporo para mimar sus muslos, las pantorrillas y los pies. Pequeños para su estatura, finos delicados, deditos redonditos. Paso mi lengua entre los dedos, mordisqueo el talón, chupo los dedos gordos, que son finos, deslizo mis dedos por sus frágiles tobillos, araño suavemente las pantorrillas y vuelvo a los muslos, paso la lengua, muerdo levemente, gime, se acaricia los senos y pellizca sus pezones.

Beso cada centímetro de su piel, excepto el pubis, sigo sin tocarlo. Ella me abraza mientras me entretengo con sus piernas. Masajea con una mano mi verga enhiesta, con la otra los testículos.

Detengo la mano que pajea mi polla, porque estoy al límite. Me obligo a seguir acariciándola. Empujo su cuerpo hacia atrás, levanta y abre sus rodillas, ofreciéndome su fruta, totalmente depilada, brillante, por los jugos que produce. Es un chochito pequeño, casi como el de una niña. Los belfos cerrados, hasta que al abrir las rodillas, se abre como una boquita vertical, mostrando unos labios menores rosados, con finos hilos de líquido, cayendo por la parte inferior, hacia el ano. ¿Ano? Es una pequeña hendidura rodeada de pequeñas arruguitas radiales. De un tono ligeramente más oscuro que la piel.

Y no puedo evitar enterrar mi cara entre sus muslos y lamer, chupar, beber, aquel manjar que se me ofrece. Paseo mi lengua desde el pequeño orificio trasero hasta la bolita carnosa en la parte superior de la coyuntura de los labios vulvares. Delicioso. ¿Cómo puedo haber estado tantos años sin probar esto?

Es una autentica exquisitez. Me entretengo un poco más con la punta de la lengua en su bolita. Me aprieta, con las dos manos la cabeza sobre su coño, casi no puedo respirar. Ahora comprendo el ansia que sufre esta mujer cuando no logra llegar al clímax. Pero me lo he propuesto y lo lograré. Sus piernas se mueven sin control. Las estira y encoge, las abre y las cierra, con mi cabeza apresada entre sus dos marfileñas columnas. Arquea su cuerpo, retirándolo de mi boca y al instante siguiente lo empuja hacia mí y mis labios se estrellan contra la delicia de su carne, rosada, suave, con aromas de hembra en celo.

Sigo asaeteando su clítoris, recuerdo lo que escuche a su hija decir y le introduje poco a poco un dedo en su culo, al tiempo que seguía trabajándole su garbancito. Y llegó.

Una contracción que aprisionó mi cabeza entre los muslos, me inmovilizó, me soltaba un poco, yo excitaba su botón y ella apretaba de nuevo y gritaba. Ahhh. Ahhh. Para, para. Sigue, sigue.

Así una y otra vez hasta estallar en una convulsión que me despidió hacia atrás con un grito atronador. Colocó sus manos entre los muslos cerrados y se volcó de lado, adoptando una la postura fetal, tiritando, temblando.

Me senté a su lado y acaricie sus hombros, besaba el lóbulo de la oreja, se lo mordisqueaba. Se abrió, de brazos, piernas, tendida boca arriba. Con un hilo de saliva en la comisura del labio.

–¡Que gusto, dioss! José, ha sido maravilloso. Cuando me tomaste por el culo, el otro día, me hiciste gozar, pero esto de ahora no tiene comparación.

–¡Ahora, fóllame!. Méteme tu polla y follame. Aún no sé lo que es correrme con una polla dentro de mi coño.

Me coloque en la postura tradicional, la del misionero. Fui clavando mi polla en su vientre. Despacio, sin prisas, besando su boca y acariciándola. Entraba y salía con una suavidad divina, su sexo sorbía mi polla hacia su interior. Sentía como si una mano de gelatina masajeara mi miembro. Yo, mientras, pensaba en ecuaciones matemáticas. Tiempo, tiempo y sudor, calor, besos, lenguas que se enredan, mis dedos se clavan en su nuca, araña mi espalda, muerdo sus labios, la barbilla.

Y estalló. Fue un grito que salía del fondo de su cuerpo, la dejaba sin aire y boqueaba por conseguir más. Se contorsionó, me levantó, arqueando su espalda y se dejó caer.

Tras recuperarse un poco me abrazó. No quería soltarme. No hablaba.

–No puedo hablar. Me matas, de gusto. Ahora me siento inmensamente feliz. Sigue. No te pares y sigue, lléname de tu leche. Quiero sentirla dentro de mí. Quiero meterte entero dentro de mí. Sigue follándome. ¡No pares!

Y seguí. Yo seguía dentro de ella sin correrme. Inicie de nuevo el movimiento copulatorio. Con sus besos, el aroma de su piel, pellizcando sus pezones. Me corrí.

Sentí un torrente de esperma atravesar la uretra y salir disparada dentro de sus entrañas. Un calambrazo recorrió mi espalda, hasta estallar, en miles de lucecitas amarillas en mi cerebro. Y ella repitió. Bajo mi cuerpo, sentí su convulsión y tuvo otro orgasmo.

Me deje caer de espaldas a su lado. Entrelazó los dedos de su mano con los míos. Giró su cara hacia mí, yo hacia ella, nos dimos un beso con una ternura infinita.

Por fin había logrado ser el primero en algo, le propicié su primer orgasmo por su culo y ahora follándole el coño.

Abrió la boca para hablar y le puse un dedo sobre los labios.

–Sshhh Ahora no digas nada. Este momento es mágico. Disfrútalo.

Y así lo hicimos, mirándonos a los ojos.

Pero la magia se rompió.

–¡Papá! ¿Estás en casa? Ya estamos aquí. Joder ¿Qué hace esta ropa en tirada en el suelo?

–¿Papá? ¿Qué hacéis? ¡¡Claudia!! Ven tu madre está aquí.

–Ana, joder, llévate a los niños de aquí.

Se asoman Claudia y Ana con un brazo sobre el hombro de la otra y riéndose a carcajada limpia.

–Vaya como se lo montan los carrozas, Ana. ¿Les ayudamos?

–Por mi encantada. ¿Tú qué dices papá?

–Que os dejéis de cachondeo y preparadle la cena a todos los niños. A partir de hoy viviremos todos juntos.

Aparecen todos los pequeños. Nos tapamos como podemos

–¡¡Bieeen!!

Los malvados niños gritan a coro, nosotros no podemos hacer otra cosa que reírnos. Nos sentimos felices.

Ana y Claudia se los llevan a la cocina. Preparan la cena para todos. Durante la cena les prohíbo hablar de lo que han visto y nos gastan bromas, se pitorrean de la prohibición. Los mando a la cama. Las dos mayores duermen juntas. Mili y Elena en la habitación de los niños y Pepito en la que se preparó para Marga, quejándose, quiere dormir con Elena. Ana se encara con él.

–Pepe, a dormir solo, que un pajarito me ha dicho, que te mueves mucho bajo las sábanas y sabemos lo que haces. A Elena la puedes asustar y no la vas a dejar dormir.

–Y tu si puedes dormir con Claudia, y yo también sé lo que hacéis las dos bajo las sábanas.

–¿Y qué hacemos mocoso?

–Lo he visto papá, Claudia tenía la cabeza entre las piernas de Ana y se lo chupaba.

–¿Qué le chupaba?

–El chochito papá, pareces tonto.

–¿Cuándo has visto eso, Pepito?

–Muchas veces, la última esta tarde, antes de irnos al parque. Ellas creían que estábamos jugando con la play, pero yo las vi por una rajita de la puerta. Y Ana lloraba, se reía. Está loca.

–Anda, niño, anda, vete a la cama, solo ¡Eh! Y a dormir.

Se retiran todos.

Claudia y yo nos acostamos en silencio. Me había hecho gracia Pepito, queriendo tener un lio con Elena.

Recordé que con su edad, jugaba con un amigo, su hermana y su prima, en su casa, los padres trabajaban en la fábrica. Jugábamos a esconder.

Fui a esconderme dentro de un armario, y allí estaban las dos chiquillas, de ocho o nueve años. Me asusté, pero me dejaron entrar y cerraron la puerta.

Estábamos muy apretados. Yo, en medio, con sus cuerpos apretándose contra mí, sintiendo su calor. Tuve una erección.

Dios mío, eso era pecado, iría al infierno para toda la eternidad.

Una mano, por la izquierda, se aferro a mi pollita por encima del pantalón, otra, por la derecha, me cogió la nuca y me obligó a besar su boca, me dio asco.

No había besado nunca antes a nadie en la boca. La siguiente vez que bese unos labios eran de Mila, trece años después. Mila, tengo que olvidarte.

Pero lo peor fue que eyaculé. Fue algo totalmente involuntario.

Cuando salimos de aquel armario del diablo, las niñas se reían y se tocaban sus partes. Yo intentaba tapar la mancha que tenía en el pantalón.

Me marche, no jugué con ellas nunca más.

Tuve que confesarme, el cura me preguntaba, una y otra vez, quienes eran las niñas. Quería sus nombres. Pero yo no se lo dije. Me castigó con una penitencia muy dura y no me dio seguridad del perdón de los pecados por no haber denunciado a aquellas pobres niñas.

Claudia me interrumpió mis pensamientos.

–José, ¿crees que, lo nuestro, funcionará? Mira que de casada lo he pasado muy mal.

–No lo sé, Claudia, pero creo que vale la pena intentarlo ¿No? Me gustas, eres una gran mujer, inteligente, bonita, con un cuerpo de infarto. Y están los niños. Nos necesitan y se llevan bien. Funcionará, ya lo veras. Yo pondré todo de mi parte para que marche bien.

–Yo me encuentro muy bien contigo, lo de esta tarde ha sido fabuloso. Quiero repetirlo todos los días. Nunca había sentido nada igual. Con mi hija siempre aparecía el fantasma de la culpa. Me hacía sentir mal. Claro que, si no llega a ser por ella, no me hubiera enterado de lo que es un orgasmo.

Me hace reír, en silencio, en la oscuridad.

–Te aseguro que, después de lo que estamos descubriendo, lo vamos a pasar bien, no lo dudes. ¿Qué te parece si mañana nos vamos a Alicante?. Conocéis la casa y pasamos unos días allí. Unas vacaciones. ¿Qué me dices?

–¡Uy, si! Tengo ganas de verla. Y las niñas estarán encantadas de ir a la playa.

Me abraza. Nos besamos.

Se acurruca contra mí, rodeo sus hombros con mi brazo.

Después de la batalla de la tarde, estamos agotados y nos dormimos enseguida.

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noespabilo57@gmail.com

 

“Una Familia decente” LIBRO A DESCARGAR POR ROGER DAVID

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Resumen:

La familia Zavala siempre se ha regido por los más rigurosos preceptos morales. Dirigidas por Eduardo; Andrea y Karen participan en forma entusiasta en las actividades de la conservadora congregación religiosa de su comunidad. Nunca han dado que hablar, más que por su conducta ejemplar e intachable. Sin embargo, la increíble belleza que comparten madre e hija, atraerá a los lobos con piel de oveja que acechan desde los lugares menos esperados.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo el primer CAPÍTULO: 

UNA FAMILIA DECENTE
CAPÍTULO 1

Los Zavala eran una familia ejemplar. Compuesta por el Ingeniero Eduardo Zavala de treinta y ocho años; su esposa Andrea Rojas de Zavala de treinta y seis y su hija Karen de tiernas dieciocho primaveras. De solidos principios éticos y morales; participaban fervientemente en una congregación religiosa dedicada a la ayuda comunitaria y a obras benéficas. Si bien esta agrupación era en esencia caritativa, también era muy conservadora; por lo que todos sus miembros debían demostrar una conducta de vida ejemplar, alejados de todo tipo de actividades y costumbres que pudieran dar que hablar al resto de la sociedad.
Andrea era fiel a estos ideales: respetable, formal y en extremo hermosa; siempre se preocupaba de mantener un atuendo sobrio y decoroso. No solo por propia convicción moral, sino por cumplir con las expectativas de Eduardo, quien le insistía que toda mujer digna, integra y decente no debía de vestir de forma escandalosa.
Su preciosa hija Karen, a pesar de su juventud, vestía igual que su madre: siempre con sobriedad y regida a las estrictas normas establecidas por su beato padre y la conservadora congregación a la que pertenecían. Esto no significaba que madre e hija debían de vestirse como monjas ni mucho menos; Sin embargo, debían preocuparse de usar ropa normal para gente de su clase, nada de mostrar más de lo estrictamente permitido.
Pese a todo, los miembros de esta familia eran felices con sus actividades y en el medio en cual se desenvolvían, además de ser muy respetados en su círculo social.
A sus treinta y seis años, Andrea se conservaba en excelentes condiciones físicas. Sin siquiera tener necesidad de ir a un gimnasio, la dama en cuestión era dueña de un cuerpo femeninamente espectacular: rubia natural, con preciosos ojos verdes, rostro de finas y exquisitas facciones, casi un metro ochenta de estatura y un par de piernas de ensueño. La hembra se gastaba un trasero muy bien hecho e imponente, soberbio, duro, paradito y carnoso. Un par de senos majestuosos, grandes y redondos pero que se adecuaban perfectamente a su cuerpo, sin caer en la exuberancia ni en lo grotesco. Tanto así que se notaba a lo lejos que debajo de las conservadoras vestimentas que acostumbraba usar existía el cuerpo de una verdadera Diosa.
Al salir de su casa a realizar algún trámite, o cuando asistía a las distintas obligaciones de la congregación, debía soportar todo tipo de miradas obscenas y murmuraciones subidas de tono. Pero Andrea no prestaba atención a esto, se conformaba con mantener su actitud de mujer de estrictos valores morales y éticos, siempre recatada, seria y decente.
De Karen, la candorosa jovencita hija del matrimonio Zavala, podemos decir que era heredera de las mismas y aventajadas cualidades físicas de su madre. Un cuerpo perfecto, un trasero exquisito como si este hubiese sido hecho para estar manoseándolo por todo el día y la noche. Las diferencias más notorias con su progenitora eran que la niña tenía el pelo oscuro y los ojos azules de su padre.
Imagínense a esta joven de candorosos dieciocho años y algo tímida, de tez blanca, carita inocente y angelical, de ojos azules, labios sensuales, de muy buenos sentimientos y educada en uno de los mejores colegios religiosos. Por lo demás ajena a todo lo referente a cosas mundanas, pues nunca le habían permitido tener novio ni salir con amigas. Sin embargo, la nombrada chica algo sabía del sexo opuesto ya que por su impresionante belleza nunca le faltaron los pretendientes, pero estos siempre fueron espantados por su sobreprotector y excéntrico padre.
De sexualidad lo único que dominaba Karen era lo aprendido en el colegio, el sexo para ella estaba hecho para practicarlo con quien estuviese profundamente enamorada una vez casada, y obviamente para procrear.
Cuando escuchaba de sus compañeras, o de su amiga Lidia, niñas que al tener otro tipo de educación, siempre le comentaban cosas o situaciones en referencia al sexo. Conversaciones que a veces la espantaban debido a su crianza; no se convencía que aquellas cosas tan terribles pudiesen ser normales, aunque en el fondo de su ser sentía curiosidad por saber más de este tema. Luego no tardaba en recriminarse ya que ese tipo de asuntos no eran para niñas decentes como ella.
Por su lado, el patriarca de la familia Zavala no era consciente del portento de hembras que tenía por familia, y si es que lo era por alguna extraña razón no le gustaba pensar en ello. Su tiempo libre lo dedicaba a actividades de la congregación de beneficencia y de caridad. Era tanto su afán de estar siempre participando que llegaba a caer en el fanatismo. Todas sus decisiones personales las consultaba con orientadores de dicha congregación. Eduardo desconocía que esta situación podría desencadenar eventos nefastos para su familia, y que tales sucesos los terminarían pagando Andrea, su bella esposa, y Karen que, por su inocencia, candor y hermosura, sería el primer blanco para los infames acontecimientos que se avecinaban.
Cambiando un poco de perspectiva, en el plano íntimo del feliz matrimonio, o más bien dicho en lo concerniente a lo que era el sexo entre Andrea y Eduardo, podemos decir que era casi normal, lo de siempre y un poco escaso a lo mejor. Dos o tres veces al mes era lo suficiente para el señor Zavala, ya que consideraba que el contacto íntimo no era importante para la relación conyugal, el sexo para él era algo obsceno y sucio, e intentar hacer algo novedoso en los momentos en que lo practicaban era faltarle el respeto a su esposa.
Andrea ya estaba acostumbrada a esta situación y siempre estaba dispuesta para su marido. Cuando él la buscaba para estos menesteres, era siempre lo mismo: posición del misionero, menos de diez minutos de pobre pasión y a dormir.
En una ocasión, en un arranque de pasión y fogosidad intento practicar otro tipo de posición, algo normal dentro de la relación de cualquier pareja, lo que le costó una seria reprimenda por parte de su esposo en el mismo momento del acto.―Eso no es para matrimonios decentes como el nuestro―le había dicho Eduardo en la oscuridad de la habitación, y no tuvo mejor ocurrencia que enviarla a unas clases de orientación familiar que duraron dos meses. Con eso, la bella mujer ya no quiso tratar de innovar en su vida íntima, pero a pesar de todo, ella igual se sentía feliz con su apuesto esposo, ya que se sentía muy enamorada.
¡Qué desperdicio!, tener por esposa a una hembra con cuerpo de Diosa, con curvas endemoniadas y de belleza absoluta, tenerla tendida en una cama, con la luz apagada, con un grueso camisón de dormir que le llegaba más debajo de las rodillas y que para tener sexo se lo tenía que subir hasta la cintura, en silencio, nada de palabras subidas de tono, sin besos y sin caricias.
Y para vestirse, cada uno por separado en la soledad del baño que tenían para ambos, porque verse desnudos era algo sucio, inmoral y un montón de pelotudeces más según afirmaba Eduardo. Para Andrea eso estaba bien, lo veía normal; si el hombre que Dios había elegido para ser su esposo pensaba de esa manera, ella no podía hacer más que secundarlo.
Así vivía la feliz familia, sin preocupaciones.
Su lugar de residencia estaba ubicado en las afueras de la ciudad en un sector donde solo vivían gentes adineradas y de elevado estrato social. La vivienda en cuestión era una autentica y lujosa casona, edificada con terminaciones rusticas de acuerdo al gusto del matrimonio, muy amplia. De dos pisos, contaba además con espaciosos jardines muy bien cuidados y mantenidos, con una gran piscina incluida.
Al contrario de todo ese lujo, en el fondo del patio trasero y tapada por unos frondosos árboles, existía una precaria casucha de madera que en un principio había sido levantada para el uso de los jornaleros que trabajaron en la construcción de la casa. En esta ahora vivía don Pricilo, un señor de sesenta años que después de enviudar había aceptado trabajar para el señor Zavala en su casa, para labores del jardín y otras tareas similares.
El pobre viejo había perdido todo debido a malas decisiones en su negocio y hacia poco su mujer había enfermado y fallecido. Pero la verdad sea dicha, Eduardo no era un hombre solidario, pues su verdadera intención tras aquella muestra de caridad se debía a su imperiosa necesidad de ser valorado en su círculo social. Pricilo era parte de la congregación por lo que el dueño de casa pensó que sería buena idea que todo el mundo supiera que él le ayudaba. Nunca pensó que esa falsa solidaridad lo llevaría a cometer el error más grande de su vida.
El viejo, sin embargo, de trabajador y religioso no tenía nada, solo a veces participaba en la congregación porque su difunta esposa prácticamente lo obligaba. Había malgastado los ingresos del negocio, herencia de su mujer, en irse de parranda y con putas. Era además asiduo a casas clandestinas de apuestas, en donde había contraído enormes deudas económicas. Sus amigos de aquel ambiente le tenían paciencia, el viejo era conocido y respetado, además que siempre había pagado, pero en el último tiempo, una vez cerrado su negocio, se estaba demorando mucho en cumplir.
Claro está que el señor Zavala, hombre respetable y decente como él decía ser, desconocía esta oscura parte de la vida de don Pricilo. Por lo mismo, cuando lo vio en la congregación intentando conseguir un préstamo de dinero para saldar parte de sus deudas con los prestamistas y casas de azar, no dudo en ofrecerle trabajo.
Para don Pricilo, la última preocupación que tenía en su vida era la de buscar trabajo, no le interesaba. Pero cuando vio a Eduardo a la salida de la congregación, parado frente a él con ese par de imponentes hembras hechas a la perfección, madre e hija, casi le da un infarto al pobrecito con solo ver a las dos féminas y sus escandalosos atributos físicos.
Lo primero que pensó el detestable viejo fue―: ¡Pero que buen par de hembras… que putas!―, y sintió como se le empezaba a parar la verga, solo con el hecho de estar mirándolas.
Ellas, madre e hija, desconocían los desquiciados pensamientos que tenía el viejo Pricilo. Lo miraron como un pobre señor que se había quedado solo en la vida, y que ellos, como la buena familia que eran, debían de ayudarlo; no fuera que por su triste soledad, al viejito le pasara algo.
Así estaba, embelesado, el viejo Pricilo, mirando estas inocentes criaturas, desnudándolas con su lujuriosa mirada, sonriente y casi babeando. Ni siquiera escuchaba lo que decía Eduardo, solo asentía y balbuceaba; de pronto cayó en la cuenta que en la propuesta laboral él se debía ir a vivir a la casa de la familia, en una casucha abandonada que tenían al fondo del patio. El canalla aceptó encantado el acuerdo y, una vez hecho el trato, a los tres días se mudó a la cabañita de madera.
Don Pricilo había ansiado llegar a instalarse en esa casa desde el primer minuto en que entendió la propuesta laboral. Deseaba admirar a gusto a las mujeres de la familia, aprovechando que a veces Eduardo, por motivos de la congregación religiosa, debía salir de la ciudad los fines de semana; tiempo que él tendría de sobra para estar solo con ese par de Diosas. Ellas, por ser tan buenas de corazón, no se imaginaban los planes que tenía el viejo, aunque por el momento solo fueran fantasías.
Y así pasaron días y un par de meses de ensueño para el ardiente y degenerado vejete, pero todo deseo tiene un límite de aguante. Fue una tarde en que el viejo terminaba sus tareas diarias, en que se puso a observar detrás de su ventana como madre e hija conversaban en la terraza bebiéndose un vaso de limonada cada una, don Pricilo no podía escuchar la conversación, pero tenía vista privilegiada desde su rancha para admirar a las dos encomiables mujeres.
Andrea vestía con ropa de casa, que a pesar de su sobriedad marcaba perfectamente la esbeltez de su figura. Mientras que Karen lucía un vestido de verano un poco más holgado, de igual forma ambas beldades se veían sencillamente fascinantes.
En esto estaba el viejo cuando las mujeres conversando en forma despreocupada se acercaron a su miserable barracón, el viejo ya estaba a full, sentía las tremendas ganas de masturbarse. Al examinarlas se decía―: Pero que buenas hembras que se gasta este Eduardito―, mientras bajaba su pantalón y sacaba su oscuro y largo miembro para comenzar a friccionárselo a la vez que devoraba ocularmente a las hembras de aquella casa.
En tanto madre e hija, totalmente ajenas a lo que ocurría al interior de la casucha del jardinero, solo reían inocentemente. No se daban cuenta que solo a tres metros de ellas se encontraba el viejo Pricilo escondido detrás de la ventana pajeandose como poseído en honor a ellas.
El viejo no se explicaba porque lo calentaban tanto ese par de mujeres, si solo conversaban, aún con ropa lo excitaban hasta la locura.
El viejo fantaseaba como sería si las viera desnudas; el solo imaginárselas encueradas casi lo hizo eyacular, pero se contuvo para seguir disfrutando da la masturbación que se estaba pegando. Lo extasiaba tener a semejantes ejemplares femeninos tan cerca de él, y lo que más lo calentaba era el saber que tales portentos de mujer eran madre e hija.
Fue ese el momento en que lo pensó y llegó a la conclusión que las deseaba demasiado, necesitaba poseerlas, costase lo que costase, a las dos, juntas o por separado, pero iba a mantener sexo con ellas sí o sí; y si era necesario violarlas, lo haría, aunque fuera a dar a la cárcel bien valdría la pena, pensaba el viejo.
Era patética la escena que se vivía en la casa de la familia Zavala. Un viejo sesentón con los pantalones bajados hasta las canillas y masturbándose escondido detrás de una ventana, mirando a dos hembras encamables, divinas y ricas, conversando inocentemente, sin imaginar que el viejito a quien ellas y el jefe de hogar llevaran a vivir con ellos para ayudarlo, en ese mismo momento, se masturbaba, y a la vez planeaba y decidía el momento en que las cogería. ¿Quién sería la primera?, la madre, Andrea, o a la hija, Karen.
Don Pricilo estaba afanado masajeando su tranca, cuando Karen inocentemente se estiró de perfil hacia donde él estaba; el viejo pudo dimensionar su perfecta silueta, su curvilínea figura, lo que hizo que al viejo jardinero se le juntara una buena cantidad de espuma en la boca ante tan impactante visión. Aquella impresionante y estupenda mujer era la niña de la casa, ―¡Karencita!, ¡Pero que par de tetas!,―se decía el viejo para sus adentros al estar imaginándolas al desnudo y de lo duritas y suaves que debían ser,― ¡qué cuerpo más rico!, ¡Ooh, que culo más bien hechito que se gasta esta niña!―. El indecente viejo se lo veía grande y paradito, perfecto como a él le gustaban.―¡Aah…! ¡Aah!,―gemía mientras se concentraba en la parte más sagrada de aquella niña-mujer, su vagina; se preguntaba como la tendría, ¿peludita o sin pelos?, ¿apretadita?, ¿olorosita?, ―¡Aah, Aaah…!,―sufría en silencio.
Con estos pensamientos el viejo ya no daba más de calentura y empezó a balbucear para sus adentros: ―Ay mi niña… ay mi niña… meee voy a… a… a ¡c… co… coorreeeeerrrr…! ¡Aaah tomaaaaaa!, ¡tomaaa!―balbuceaba el asqueroso viejo en los momentos en que se la imaginaba metiéndole su verga,― ¡Kaarennnccitaaaaaaaaaa!―gritaba en su mente,― ¡Toma puta de mierdaaaaaaaaaa!―. El viejo estuvo eyaculando hasta que le salió la última gota de semen. Dejó toda la pared de madera debajo de la ventana de su casucha llena de sus asquerosos fluidos.
―¡Pero qué buena que esta la putita!―se dijo don Pricilo sentado ya más calmado, descansando de la chorreante paja que se acababa de mandar. Y como si el destino estuviera a su favor, al agudizar el sentido del oído, escuchó parte de la conversación entre madre e hija.
―No mamá, no te preocupes, si yo estaré bien. Además que así aprovechare de estudiar para el examen de ingreso que me exigen en la Uni…
―Pero Karen, hija, tú sabes que a tu padre no le gusta que te dejemos sola en casa… acuérdate que estaremos fuera por seis días.
El viejo Pricilo no lo podía creer, la niña Karen se quedaría por casi toda una semana solita en la casa, o sea… ¿con él?― ¡Jejejjejeje!, ―reía el aborrecible viejo.
―Sí, mamá. En la mañana hablé con él y me dio permiso de quedarme, pero con la condición que estuviera en todo momento con mi celu encendido para que así él me pueda llamar y estemos en contacto… Además dijo que hablaría con don Pricilo, para que estuviera atento por si yo necesitara algo…
―¿Queeeeeeeeeeé?―se dijo el viejo,― y todavía piensan en dejármela a cargo… ¡¡¡jajajjajajajjajaja!!!―reía el viejo por tener tan buena suerte, mientras sentía como se le volvía a parar la verga.
―Mmmmm… bueno, pero no me gusta que abusemos de don Pricilo, él es tan atento con nosotros, tan preocupado y trabajador, así que hablaré con tu padre para que le cancele un dinero extra por hacer que tenga más responsabilidades de las que ya tiene.
―Sí, que bien. Así yo me sentiré más segura de pedirle algo, si es que lo necesito…
―No te preocupes, hija. Hoy le diré a Eduardo que hable con don Pricilo ya que solo faltan tres días para el viaje. Nos iremos el sábado en la mañana temprano y llegaremos el próximo jueves en la noche.
―¿Y cuántas familias irán a la junta anual de la congregación? ―Fue lo último que escuchó don Pricilo cuando vio alejarse a las dos adorables mujeres.
Madre e hija caminaron hacia la casa grande. El viejo las perdió de vista cuando entraron en ella.
Fue el destino quien lo decidió, meditaba don Pricilo. ―¡Esa hembrita va a ser mía!, ¡la convertiré en mi mujer!, ¡en mi putaaa!,―pensaba el viejo eufórico ante tales ideas y desde ese momento ya comenzaba a urdir el plan para poder violarla a su cochino antojo.
Lo que más le calentaba al viejo era la carita de inocencia que tenía la tierna joven de dieciocho años, pues sabía que sería fácil engatusarla debido a la inexperiencia de la nena en temas relacionados con el sexo; o deseos carnales, como los llamaban aquellos puritanos hombres y mujeres que pertenecían a la conservadora congregación. Pero él se encargaría de despertarlos, tenía que tener paciencia, aún le quedaban tres días para planear todo.
El viejo se fue a tirar a su viejo y sucio camastro al interior de su habitación, se tiró a descansar y decidió que no se masturbaría pensando en sus mujeres (término que el viejo ya hace un par de semanas había empezado a utilizar para referirse hacia Andrea y Karen),― le juntaré todos mis mocos para echárselos al interior de esa apretada conchita que debe tener la muy puta, ¡Ja!―. Así el vejete cayó en un profundo sueño mientras imaginaba el desnudo cuerpo de la hermosa jovencita.
Fueron los tres días más largos vividos por el viejo Pricilo. Ansiaba que llegara el día sábado, momento en que por fin quedaría a solas con Karen.
El viejo sabía que no podía entrar a la casa grande, era inteligente, entendía que no debía mostrar abuso de confianza. Tenía que seguir fingiendo ser el sacrificado trabajador que vivía en su ranchito de atrás, agradecido de su patroncito que lo había ayudado en los momentos difíciles.
―Total―pensaba el viejo, ya habría tiempo más adelante para aquello, por ahora su interés apuntaba a Karen. Planeaba como se llevaría a la joven hasta su cochino e inmundo catre al interior de su casucha; pues era ahí donde pretendía violarla el desalmado y convertirla en su mujer.
El jueves en la tarde, don Pricilo se encontraba limpiando la piscina, pensaba en todo el sexo que iba a tener con la inocente morenita en los seis días que se la estaría violando.―Que tremendas culeadas que le voy a pegar Dios santo…―se decía el vejete muy excitado por todas las indecentes imágenes que le reproducía su mente con Karen al desnudo y en distintas posiciones. Fue en eso que vio salir de la casa a Andrea, la otra ninfa en que también estaba interesado. Rápidamente intentó calmarse y fingió no darse cuenta de la presencia de la señora de la casa. Seguía trabajando con naturalidad cuando la mujer al verlo no lo pensó dos veces para acercarse a él y entablar una amistosa conversación.
Pricilo no lo podía creer, llevaba más de dos meses trabajando en aquella casa y siempre mantuvo la distancia con Andrea y Karen; con el que hablaba de trabajo y hacia los tratos era con Eduardo, el marido de esa Diosa, su jefe. No era que ellas lo esquivaran, simplemente no se habían dado las ocasiones y el viejo era cauteloso. Se había sabido ganar la confianza de ellos pero ya era el momento de actuar, pensaba para sí.
―Hola, don Pricilo. ¿Cómo está?, ¿trabajando como siempre? ―le dijo Andrea, dedicándole una de sus más hermosas sonrisas.
El viejo empezó a sudar. Ver esa despampanante mujer rubia: de mirada verdosa, dueña de un cuerpo hecho a mano, de tetazas exquisitas, de un culo perfecto y elegante; y el saber que se dirigía a él, que estaba acostumbrado solo a tratar con putas de baja calaña, era demasiado para él. Casi se cae a la piscina de la impresión, y más aún, cuando Andrea al llegar a su lado se le acercó y lo saludó con un fresco besito en la cara, justo en la parte que el vejete tenía llena con verrugas.
Pricilo se sintió el más dichoso de los machos al oler su fragancia a hembra limpia y situar su asquerosa mano en la fina cintura de la elegante y decente mujer.
En el momento de recibir el amistoso beso al caliente viejo se le puso como fierro la verga. No era para menos si al inocente saludo le sumaba sus recientes y lúbricas ensoñaciones con el cuerpo de la hija de la recién llegada.
―Hooolaa, señora Andrea―saludó el viejo Pricilo entre caliente y emocionado―. Estoy terminando de limpiar la piscina, por si la niña se quiere bañar con alguna amiga el fin de semana.
―No se preocupe, don Pricilo―le dijo Andrea―. Karen no tiene amigas que vivan cerca, además nosotros no usamos la piscina. Usted sabe lo que pensamos en nuestra congregación, solo la tenemos para refrescar el ambiente en verano.
―Sí―contestó el viejo―. Pero ya sabe, señora Andreíta, como son estas jóvenes de hoy…
―¿Habló mi marido con usted por lo del viaje? ―le consultó la rubia sin darle importancia a lo que le decía el jardinero.
―Sí pues, y no se preocupe, porque yo estaré aquí atento a lo que pueda necesitar la señorita Karen, jejjejejje―reía el viejo en forma abominable, porque la inocente madre ni se imaginaba que él tenía planeado acostarse con su hija mientras ellos estuvieran ausentes.
―¡Ah!… ¡qué bien!, y que considerado es usted, don Pricilo ―le dijo Andrea, dándole un afectuoso abrazo de agradecimiento, por ser tan atento con ellos.
El viejo ya no aguantó más y se arrimó al abrazo de esa tremenda diosa hecha mujer y le refregó su tranca en su vientre, tratando de acercárselo a su exquisita hendidura.
El inocente abrazo no duró más que un momento, pero para el jardinero fue una eternidad. ¡Qué rica estaba la rubia!, con esos ojos verdes intensos, con esas tetas perfectas, grandes y duras que acababa de sentir aplastarse contra su pecho.
Al separarse Andrea sonreía. Era un gesto afectuoso, encontraba simpático al tierno viejito. La rubia era tan inocente y de tan buenos sentimientos que no sintió o no le dio importancia a la dureza que percibió en su bajo vientre al momento de abrazarlo; tampoco se fijó en que tenía parada la verga, ni como en ese momento hacia leves pulsaciones sobre el asqueroso pantalón.
Pricilo, todavía sorprendido por el abrazo que acababa de recibir de Andrea, su otra futura mujer según el odioso viejo, solo la observaba imaginándola desnuda. ―¿Cómo se verá sin nada de ropa? ―cavilaba el viejo imaginándola ahora con sus bellas piernas bien abiertas e invitándolo a subirse en ella.
En un momento, el viejo pensó en agarrarla a la fuerza y violársela ahí mismo, forzarla y cogérsela para descargar en su interior todo el semen acumulado en esos días, pero se contuvo.
―¡Nooo! ―se dijo el vejete para sí. La dueña del semen que cargaba en sus hediondas bolas era Karen, la niña de la casa, de dieciocho años recién cumplidos. Así lo había decidido y así sería; ya habría tiempo de gozar con la rubia y decente mujer en otros momentos.
Intercambiaron un par de palabras y la rubia se tuvo que retirar, porque al interior de la casa sonaba el teléfono.
Ahí quedó Pricilo, todo caliente mirando la retirada de la señora Zabala. El viejo le miraba el culazo que se gastaba, como movía las nalgas en forma cadenciosa, qué perfecto lo veía desde donde él estaba. Le sorprendió el parecido que tenía Andrea con Karen, su hija; solo se diferenciaban en que Andrea tenía el pelo rubio mientras que el de la niña Karen era oscuro, aparte la madre tenía sus ojos verdes y la hija azules.
Con estos atributos físicos el viejo pensaba―: ¡Pero qué gusto que me voy a dar con este par de putas cuando me las culée!, ¡cuándo les reviente la concha con mi verga!, ¡jajajaja! ―reía el siniestro y pervertido jardinero―. Si más que madre e hija… ¡parecen hermanas!―terminó filosofando el viejo Pricilo.
En esos momentos la joven y virgen Karen se encontraba en su habitación, tendida en su cama; al frente tenía su escritorio con una silla que la nena usaba para estudiar. La pieza era sobria, nada de posters de algún Rock Stars, nada de fotografías de cantantes o actores de moda, a la jovencita no le llamaban la atención ese tipo de cosas.
Sus intereses se centraban en los estudios y en actividades de la congregación benéfica en la que participaba activamente junto a sus padres.
Pero algo raro estaba pasando en ella y en su cuerpo. ―¿Qué será esto que otra vez estoy sintiendo? ―se preguntaba en ese mismo momento.
Algo había aprendido en el colegio acerca de la menstruación, también su madre se lo había explicado, aunque muy superficialmente ya que esos temas no se trataban tan abiertamente en el seno familiar según lo dictado por el patriarca de la familia.
Pero esto era distinto y no se atrevía a hablarlo con su madre, pues estaba segura que no era nada bueno. Algo había escuchado en una de las charlas de su congregación acerca de los vicios y placeres de la carne. ―¿Será eso lo que siento? ―se preguntaba la joven.
Lo venía sintiendo desde hace un par de semanas, cuando una noche se despertó toda sudada sintiendo como unas leves pulsaciones recorrían su vagina. Se había asustado, y aún no sabía lo que le pasaba, se daba cuenta que inconscientemente sentía unas tremendas ganas de abrirse de piernas. ―¡Pero no! ―se decía la nena, eso no era bueno, no era de niñas decentes pero, ¿por qué sentía esas exquisitas ganas de abrirse de piernas de la forma más escandalosamente posible?, se preguntaba Karen.
Recordó también que esa fatídica noche no pudo dormir. Los desesperantes deseos de abrirse y encogerse de muslos habían amenazado con superarla; por gracia divina su fuerza interior, resultado de su estricta educación, le ganaron la batalla a esas infames aunque ricas sensaciones.
Karen estaba en estas ensoñaciones cuando sintió un suave hormigueo en su fina y delicada abertura intima. ―¡Oh!, ¡otra vez no! ―se dijo la hembrita en el momento en que otra vez se vio asaltada por aquellos extraños fenómenos físicos. Por más que intentó pensar en otras cosas, más se acrecentó el rico cosquilleo atacando su sagrada e inmaculada hendidura.
―¡Ooooh! ¡Dios mío!… ¡¿Pero qué es lo que estoy sintiendo?! ¡Se… se siente tan ricoooo! !Aaah!… ¡Aaah! ¡Aaaaaah!―balbuceaba sin poder contenerse cuando las ricas sensaciones se fueron transformando en deliciosas pulsaciones, ahí, al interior de su delicada rendija de carne.
De un momento a otro Karen se paró de su cama como desesperada. No sabía qué hacer. Se miró al espejo, examinó su bello rostro, con su alisado cabello negro peinado hacia un lado de su carita; su faz se enmarcaba exquisita a través del espejo, sus hermosos ojos azules tenían un brillo raro, su tez blanca contrastaba con el rojo purpura de sus labios. Se sentía extraña.
Volvió a su cama e intento calmarse, pero no podía, su cuerpo ya era un mar de sensaciones nuevas para ella. Le vinieron nuevamente las desesperantes ganas de abrirse de piernas, ¡pero no podía! ¡No debía hacerlo!, pensaba Karen, interponiéndose a los imperiosos deseos de la naturaleza.
Su vestido de una pieza ya se le pegaba a su exquisito cuerpo debido al exceso de calor que la había invadido. ¿Y si se quitaba el vestido?
Decidió quitárselo. A lo mejor así se le pasaba esa extraña desesperación, que ya recorría todo su curvilíneo cuerpecito y que se centraba en el punto neurálgico de su persona; una cuarta más abajo de su ombligo.
Lentamente se quitó la prenda sentada en su cama. Una vez en ropa interior se recostó nuevamente y se dio a contemplar su espléndido cuerpo lleno de curvas. Nunca se había interesado en admirar su figura, pero ahora era distinto.
Karen no era consciente del exuberante cuerpo que se gastaba, heredado de Andrea su madre. Tampoco se daba cuenta de las obscenas miradas que los del sexo opuesto le daban a su anatomía. Era deseada por profesores, amigos, conocidos, viejos, jóvenes y por más de alguna fémina que, contrariando las leyes naturales, no se resistía y admiraba en forma lujuriosa ese cuerpo de diosa con carita angelical tan lleno de vitalidad que poseía la joven. Sin embargo, la inocente morena no se daba cuenta de esto debido a su estricta educación.
En las oportunidades que asistían junto a su madre a la conservadora congregación en donde participaban junto a su padre, ambas eran objeto de lascivas miradas. No se percataban que siempre eran los hombres los que se acercaban a saludarlas, siempre muy afectuosamente, incluso hasta en la presencia de su mojigato padre; quien, inmerso en sus obligaciones para la congregación, no se daba cuenta de las calientes miradas y los no tan inocentes abrazos y roces del que eran víctimas su mujer y su hija. O, a lo mejor, el señor Zavala no quería darse cuenta.
Pero nadie se atrevía a dar un paso más allá, porque todos conocían a la familia de Eduardo Zavala y era una familia decente.
Lo que nadie se imaginaba era que en la misma casa de esta noble familia estaba el hombre que si se atrevería a ir más allá de lo permitido, y que ya se preparaba para degustar tan exquisitos manjares. Este hombre ya lo conocemos, es don Pricilo, un asqueroso viejo de sesenta y tantos años que estaba dispuesto a jugársela hasta el final por hacerse para el solo a estas dos hermosas mujeres, madre e hija. Y es que su desequilibrada mente ya se imaginaba el estar acostado con ambas hembras desnudas a su lado, abrazándolo y besándolo; y, porque no, besándose también entre ellas según sus propias exigencias.
Eduardo, el padre y esposo, por ahora estaba más preocupado de andar haciendo el bien por el mundo que por su familia, o eso le parecía a todo el mundo.
Volviendo a la habitación de Karen, la chica ya se encontraba semi desnuda recostada en su cama, luchando contra las placenteras sensaciones ya descritas.
Inconscientemente la niña comenzó a tocar su piel a la altura de su vientre, al primer contacto sintió como se le erizaban todos los bellitos de su cuerpo, incluso los de su virgen y delicada vagina, y un rico escalofrió la invadió por unos instantes.
Se dio cuenta que mientras más bajaba su fina manita hacia su zona intima, más se le aceleraban los latidos de su corazón, acompañados de esa enloquecedora necesidad de abrirse de piernas. Fue en esa situación que sintió el primer golpe de corriente en el interior de su tajito. ―¡Aaah! ¡Oooooooh!… Pero, ¿qué fue eso Dios mío? ―pensó la chiquilla, ya con su respiración totalmente agitada―. Fuueeee algo riiiii… coooooo…―se dijo ya presa de oleadas de placer que se venían avasallantes.
Inmersa y concentrada en las ricas pulsaciones que atacaban la tierna fisura que se encontraba justo en medio de su cuerpo, se fue abriendo de piernas suavemente, no alcanzó a abrirlas totalmente cuando se vio a sí misma y se dijo con sus ojitos cerrados:― Para Karen… esto no se hace. ―No obstante, los ricos cosquilleos, punzadas y pulsaciones continuaban atacando implacablemente su vagina.
―Pero qué rico que estoy sintiendo ―decía la niña―. ¡Aaaah! ¡Mmmmm!…¡Qué riiiiiicoo! ¡Quueeeé riiiiicoooo! ¡Aaaaah… peee… rooo… nooooo… deeee… boooo… haaa… ceeeer… loooo! ¡Aaaaaah! ¡Mmmmmmm!
Sus hermosos ojos azules ahora miraban fijamente hacia el techo. Todo era nuevo para ella. Volvió su atención hacia su vagina y se dio cuenta que su pequeña pantaletas de color celeste estaba humedecida por un extraño líquido. No se asustó; sino que en un acto de auténtico instinto fue deslizando su mano desde su ombligo hacia la zona prohibida para ella. Temblaba de nervios por acercarse y sentir lo desconocido. Bajó su mano hasta la altura de su pequeño calzoncito, ya todos mojados por la cantidad de jugos que destilaba su inexplorada zorrita.
Estaba expectante, no sabía qué hacer, ¿qué parte venía ahora?
En un segundo decidió que lo mejor sería quitarse la pequeña pieza de ropa que cubría su pequeño triangulo; así a lo mejor no sería tan malo, pensó la dulce criatura que sin saberlo ya hervía de calentura.
Lo hizo antes de que se arrepintiera; tomó su fina prenda por ambos lados, subió un poco sus caderas y los deslizó hacia abajo, recorriendo sus bellas piernas se los sacó y los dejó muy bien dobladitos en una silla cercana a un costado de la cama. Luego se sentó y destrabó el fino sujetador dejándolos también en la misma silla, liberando ese par de tetas que estaban para comérselas, grandes, duras, ricas y paraditas.
Se recostó nuevamente. ¿Y ahora qué? se preguntó la nena con el nerviosismo de la calentura predominando en su cuerpo.
Que espectáculo más maravilloso era contemplar aquella Niña-mujer, a Karen, recostada en su cama totalmente desnuda en la soledad de su habitación. Un cuerpo perfecto, juvenil, acompañado de una inocente y angelical belleza. Con un buen par de tetas que apenas se mecían suavemente con los movimientos de la joven. Eran unos pechos esplendidos, con pezones rosaditos, que ya estaban erectos por el inconsciente enardecimiento carnal que sentía su dueña. Todo heredado de Andrea, su hermosa madre.
Desde su estómago hacia abajo el panorama era enloquecedor. La dulce jovencita ya estaba con sus blancas y bellas piernas semi abiertas. Desde su ombligo hacia abajo se veía una zona pélvica espectacular, apenas sombreada por unos escasos y finos pelitos negros que, al contrastar con la blancura de su cuerpo, podían volver loco a cualquiera que viese semejante espectáculo.
―¡¿Pero que estoy haciendo?!―se preguntó Karen, con sus ojos cerrados―. Es que se siente tan riiiiii…coooooo… ¡Mmmm!―balbuceó, llevando su cintura a menearse lujuriosamente hacia adelante.
Ese pensamiento y ese movimiento fueron el inicio para lo que se vino a continuación: Inocentemente la niña llevó una de sus manos a su afiebrada vagina y pasó lo que tenía que pasar, ¡explotó!
Al primer contacto de su mano con su virginal abertura, la nena instintivamente se abrió completamente de piernas. Subió su otra mano para agarrarse una teta y empezó a masajearla suavemente. Sintió por primera vez oleadas de placer puro y nuevo para ella.
A los pocos minutos de estar disfrutando de tan gratas sensaciones la niña empezó levemente a menear sus caderas en forma ondulatoria.―¡Mmmmmm! ¡Aaaaah!… ¡qué ri… cooooo! ―gemía Karen, mientras seguía el manoseo sobre su propio cuerpo.
Llevaba unos 10 minutos de rico disfrute sin que nadie la interrumpiera, cuando sintió que su cuerpo le exigía aún más; instintivamente se empezó a menear más fuerte. El lecho de la nena ya había comenzado a crujir con ese erótico sonido que se siente en una cama ante los severos movimientos de sube y baja que hace una mujer necesitada con sus caderas.
Ya no era normal la forma bestial en que se había comenzado a masturbar la jovencita de tiernos dieciocho años. Su mano derecha hacía desquiciantes círculos en su vagina, mientras su mano izquierda amasaba sus tetas y las apretaba salvajemente.
Karen no era consciente de la gran pajeada que se estaba dando. No sabía que aquello se llamaba masturbación; lo que si sabía era que le encantaba. Sus movimientos y meneadas eran de auténtico instinto animal. Sus hermosos ojos azules estaban totalmente abiertos; parecían estar concentrados en algún punto del techo de la habitación, y de sus finos y delicados labios emergían delirantes gemidos.―¡Sshaaah! ¡Ssshaaaah!… ¡Ssshaaaaaah! ¡Ssshaaaah!―. En tanto su manita no paraba de hacer rápidos círculos en su virgen conchita otorgándose así unas ricas sensaciones nunca antes sentida por ella.
Sus bellas piernas ahora si que las tenía totalmente abiertas, dejando ver en plenitud su rica grieta íntima; se notaba apretadita, rica y exquisita. Sus dedos no se los metía dentro, ya que con el solo tacto sobre sus olorosos labios vaginales era suficiente para sacudirse en placenteras oleadas de disfrute sexual.
Que hermosa escena se vivía en esa habitación, una hermosa hembra de apenas dieciocho primaveras masturbándose como la más vil de las putas. Sus rodillas estaban tan flexionadas que hasta casi tocaban sus hombros y rozaban también sus esponjosas tetas; para ella estar en esta posición era lo más rico que había sentido en su vida.
De pronto la nena notó que al acelerar los movimientos circulares con sus dedos, ahí sobre su vagina, se acercaba algo que la hacía estremecer aún más, por lo que aplicó más velocidad al menester de sus dedos, el instinto le decía que así debía ser.
―¡Ahhhhhhh! ¡Shaaah! ¡Aaah! ¡Ssshaaaaah!―gimió cada vez más fuerte. El primer orgasmo de la jovencita ya se acercaba.―¡Ssshaaah! ¡Ssssshaaaaa!― El clímax ya estaba a punto.― ¡Ssshaaah! ¡Ssshaaah!…―. Ahora la nena sí que ya estaba al borde.― ¡Aaaaaaaaaaaah! ¡Aahhhha! ¡AAAhhhhhhh! ¡Qué… riiiiiiiicooooooo!…
Era su primera vez y lo sintió desquiciante y fenomenal. Su cintura se meneaba como loca en una serie de movimientos circulares y no podía dejar de gritar.―¡Ricooo! ¡Ricoooo! ¡Ricooooo!―. Sus caderas se elevaron casi medio metro sobre el nivel de la cama, siempre meneándose circularmente y haciendo movimientos como de arremetidas contra algo, algo que no estaba ahí. Le daba la impresión que su tajito se contraía, como si quisiera cazar algo y comérselo por ahí mismo; a la vez que expulsaba una abundante cantidad de jugos vaginales. Era tal la cantidad que la joven pensó que se estaba haciendo pipí, como cuando era una niña pequeña.
Mientras seguía disfrutando de aquellas placenteras sensaciones orgásmicas, en el fondo de su ser, sabía que su apretada vagina tenía que cazar algo. Ella debía atrapar ese algo y succionarlo; pero no sabía lo que era, ni cómo conseguirlo.
Por fin cayó desplomada en la encharcada cama, con sus hermosos ojos azules semi cerrados. Su carita y facciones angelicales se entremezclaban con la de una verdadera viciosilla, con una leve tonalidad rosácea en sus mejillas.
Con una manita puesta en su fina pero mojada hendidura y la otra agarrándose una teta, se durmió feliz, sin darse cuenta de lo mojada que estaba su cama.
Karen durmió profundamente en su cama; lo hizo desnuda, toda desarbolada ante la excitante masturbación que se había mandado, casi una hora se había estado dando ella solita. Ahora, en la pasividad de su cuarto, era ver un ángel dormido.
Su cuerpo era perfecto. Sus tetas ricas y precisas, del tamaño justo para su cuerpo. Sus bellas piernas aún las mantenía abiertas. Su apretada vagina la mostraba con toda crudeza y hermosura, se le veía rosadita y sombreada por esa escasa y fina capa de pelitos sedosos bien oscuritos. Karen era blanquita, así pues sus suaves pendejitos negros y brillosos contrastaban con la tonalidad de su piel.
Se despertó en esas condiciones y recordó lo acontecido. Se extrañó de lo que había hecho, no sabía qué era eso tan rico y exquisito, menos que se llamaba masturbación, pues nunca nadie le habló de ello. No se arrepintió y decidió que lo volvería a hacer en alguna otra oportunidad y sin preocupación alguna se fue a dar una refrescante ducha.
Y así paso la semana, sin alteraciones para la decente familia. No así para el viejo Pricilo, que se dedicó a pensar cual sería la mejor forma para encamarse con Karen, la hermosa criatura de tierna edad, hija del matrimonio Zavala Rojas.
Karen dormía serenamente en su camita, ataviada por su largo camisón con el cual acostumbraba dormir. El sueño de la dulce adolescente era sencillamente apacible.
Era día sábado cerca de las nueve de la mañana, sus padres se habían ido al retiro de la congregación por seis días, por lo que la niña gozaría de la tranquilidad de su hogar por casi toda esa semana, la cual pretendía aprovechar para estudiar.
Karen pensaba en repasar sus libros todo el día, ya que el próximo miércoles debía rendir un examen para poder ingresar a la Universidad, motivo principal por el cual no acompaño a sus padres.
En el patio de la casa, justo al lado de la piscina, se encontraba don Pricilo. El jardinero repasaba las siniestras intenciones que tenía pensado concretar ese mismo día a sabiendas que tenía todo el tiempo del mundo para llevarlas a cabo.
Provocó un sonido ensordecedor. La máquina generadora de corriente estaba en perfectas condiciones, pero el viejo simulaba practicarle mantención. Su intención era que Karen se despertara y saliera al patio para poder abordarla y así poder arrastrarla hasta su inmundo catre, al interior de la casucha del fondo del patio.
Y lo consiguió, la niña se despertó por el estruendo. Se sentía tan bien ese día que se levantó en el acto, miro por la ventana de su habitación y vio al viejito que trabajaba en su casa.
―Mmm…―pensó la nena―. Este pobre de don Pricilo… siempre tan trabajador el pobre, nunca descansa…―De pronto se le ilumino su carita.― Lo invitare a desayunar―decidió, contenta de saberse de tan buenas intenciones.
Y eso era cierto; Karen, a sus dieciocho añitos recién cumplidos, tenía un alma pura. Su vida no sabía de malas intenciones; había sido criada con los más sólidos conceptos morales y éticos, siempre dedicada a sus estudios y a participar en obras benéficas.
A pesar de su extrema belleza, Karen nunca había tenido novio; a lo más unos simples acercamientos amistosos por parte de otros jóvenes decentes de su congregación. O eso pensaba ella, pero la realidad era que detrás de esos inocentes acercamientos hasta los más puritanos de su conservadora organización sentían deseos libidinosos hacia su cuerpo. Imaginaban que la tomaban, que la poseían, que se la culeaban bien culeada. Ni su madre se salvaba de las perversiones imaginadas por sus pares, ya que Karen había heredado la extrema belleza de su progenitora, siendo ambas las protagonistas de los más oscuros deseos de la comunidad masculina en que se desenvolvían las dos hermosas mujeres.
La bella y pulcra joven se dio una refrescante ducha, secó y peinó su cabello, se perfumó, su lindo rostro lo maquilló delicadamente, como lo hacían todas las féminas de su congregación, aunque Karen nunca lo había necesitado en realidad. Desayunaría con don Pricilo y luego a estudiar, pensaba la nena cuando ya estaba terminando de arreglarse.
El viejo se paseaba como perro enjaulado alrededor de la piscina. La ansiedad por ver a esa hermosa criatura lo tenía desesperado.
Hasta que por fin sucedió lo que con tantas ansias esperaba: vio salir de la casa a esa niña-hembra que lo tenía vuelto loco. Karen se acercó en forma espontánea donde él estaba.
―Hola, don Pricilo ―lo saludó jovialmente.
―Hola, Karencita. Hasta que se despertó mi niña… jejeje ―rio cínicamente el viejo.
Karen nunca había estado a solas con don Pricilo, pero como ya llevaba dos meses trabajando en su casa, ya lo veía en confianza.
El asqueroso viejo la contemplaba de pies a cabeza, se la devoraba con sus ojos y su mente, le miraba sus hermosas piernas blancas. La joven llevaba un vestido que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas, que dejaba ver una buena porción de esos perfectos y potentes muslos ya bien desarrollados.
Karen hablaba con don Pricilo de cosas sin importancia, además le contaba que el próximo día miércoles debía rendir un importante examen para la Uni, y bla…bla…bla…
Don Pricilo le asentía en todo, su mente estaba concentrada en ese perfecto cuerpo de mujer, esas curvas que se adivinaban bajo el vestido, y como la prenda a su vez se estiraba al llegar a la altura de sus tetas. Al viejo ya se le estaba parando la tranca, cuando la joven sorpresivamente lo invita a pasar a la terraza para desayunar.
El sucio vejete se sentía en la gloria, esa hermosa nenota le invitaba a desayunar y todo preparado por ella, con sus finas y delicadas manos. El viejo intencionalmente ya la estaba mirando como su mujer, como su hembra, como su puta.
Se sentaron en la cómoda terraza para degustar el exquisito desayuno, claro que Karen solo comería frutas y bebería un vaso de leche; la niña era muy preocupada de su estado físico.
Karen lo miraba inocentemente; sin embargo, debido a su edad y a las recientes reacciones hormonales de su cuerpo, que ya se manifestaban según lo anteriormente descrito, no pudo evitar examinarlo de la forma en que una hembra mira a un macho, aunque esto era muy extraño para la realidad de ambos, sucedió.
―Pobrecito de don Pricilo, es tan… tan feo…―pensaba la joven, a la vez que se arrepentía de pensar así de un señor que era tan atento con ellos. Se fijó que al viejo, dedicado a engullir como un verdadero cerdo, le costaba masticar los alimentos. Además de comer con la boca abierta, mostrando todo lo que había adentro, salpicaba con asquerosas babas todo a su alrededor. La tierna nena se pudo dar cuenta que don Pricilo tenía todos los dientes cariados de color café oscuro, dando el aspecto de que en vez de tener dentadura tenía una masa ennegrecida, putrefacta y pestilente ahí al interior de su boca.
De hecho el viejo era extremadamente feo. Tal como lo veía ahora la joven, este era de tez morena, su cara era redonda y mofletuda, con una serie de verrugas que se desparramaban por todo el lado izquierdo de esta, en su cabeza tenía una maraña de pelos canosos, poseía una piel sebosa y grasienta, y una gordura que ya casi caía en la obesidad mórbida. En resumen, don Pricilo era horripilante a ojos de la jovencita.
Mientras Karen terminaba de hacer estas apreciaciones, el viejo eructó una flatulencia que impregnó todo el sector de la elegante terraza con un asqueroso olor a mierda; pero a la niña le parecían cómicas todas estas salidas de tan horrendo personaje.
―¿Y qué hará hoy día jovencita?, para no aburrirse, jejeje ―reía y preguntaba el vejete horripilante.
―Don Pricilo, hoy me dedicare a estudiar. Acuérdese que ya le comenté que el miércoles debo rendir un importante examen…
―¿Tan importante es, mi niña? ―preguntó el viejo, queriendo demostrar interés…
―Sí… sí…―le contestó la núbil beldad―. Ese examen podría decidir mi futuro…por eso debo prepararme…
―Pues yo pensé que quizás querías ocupar la piscina Karencita, jejeje, incluso la he limpiado solo para ti, mi pequeña…―El viejo de a poco iba tomando confianza con la nena.
―Mmmm… no lo sé, para ocupar la piscina tendría que usar traje de baño, y mis padres no lo aprobarían… Ud. Sabe que yo pertenezco a una familia decente y religiosa―le respondió Karen, con su carita de inocencia.
―Mira nenita―le dijo don Pricilo―. Todas las jóvenes de tu edad lo hacen, no hay nada de malo en ello. Además tus padres no están y no tienen por qué enterarse. ―El vejete se la quedó mirando fijamente, preguntándose cómo se vería esa linda carita con los ojos cerrados, chupándole el miembro.
―¡Oh…don Pricilo!, p… pe… pero usted se los diría, y ahí sí que yo tendría problemas… ―La nerviosa joven estando bien sentadita y con sus llamativas piernas muy juntas solo se llevó su dedito índice a los labios y miró hacia un lado en señal de desconcierto al estar imaginándose a ella paseándose y bañándose en bikini delante de ese señor, y todo sin que sus padres lo supieran.
―Pero para eso estamos los amigos pues nenita ―le dijo el viejo, que al imaginársela semidesnuda ya se le había parado la verga nuevamente.
La joven otra vez lo miró con esos hermosos ojos azules, pero ahora con una sonrisa pícara y encantadora le respondió:
―Está bien don Pricilo, lo pensaré, pero tendría que ser un secreto solo entre nosotros…
El viejo casi se orinó ante la respuesta de esa dulce criatura de mirada encantadora.
―Claro que sí, mi niña, claro que sí ―le aseguró el caliente viejo ya casi babeando por el espectáculo que tal vez se podría dar ese día, con esa linda adolescente que se encontraba al frente de él.
Terminaron el desayuno y cada cual se dedicó a sus quehaceres, claro que el viejo no dejaba de estar al pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer la nena.
A las dos de la tarde de ese día sábado, habiendo ya almorzado cada uno por su lado, Karen meditaba sobre la conversación que había sostenido con don Pricilo ese día en la mañana. Pensaba que tal vez no era tan malo usar la piscina, además casi todas sus compañeras del colegio lo hacían.
Pero ella no hacía ese tipo de cosas. Eso era exhibirse, según le habían enseñado sus padres. ¿Quién la vería?, se preguntaba; solo estaba don Pricilo, ese viejito tan trabajador que vivía atrás de su casa en la cabañita de madera, si hasta ya lo miraba como su abuelito o un tío lejano.
En tanto, en el patio de su casa, el viejo Pricilo se acomodaba en una confortable silla de descanso. Se había ataviado con una camisa y bermudas, ambos con sendas y chillonas flores tropicales de todos colores, intentando dar un toque estival a esa tarde para ver si la nena de la casa se animaba a ocupar la piscina y así poder darse el gusto de contemplar ese hermoso cuerpo de Diosa. Esperaba el momento clave para poner en acción su plan de poseerla, y saciar sus más bajos y asquerosos instintos en el cuerpo de su bella e inocente víctima.
En ese mismo momento en la habitación de Karen se vivía otro episodio crucial para los oscuros acontecimientos que cambiarían el curso de la vida de tan hermosa criatura. La joven había decidido no ocupar la piscina, pero si quería tomar el sol, igual que sus compañeras del colegio. No había nada de malo en ello, además nadie lo sabría. Abrió su armario y desde el fondo sacó una pequeña cajita color negro.
Al abrirla extrajo de su interior un diminuto bikini de dos piezas, tanguita y sujetador, color azul oscuro, que le había regalado Lidia, su amiga de la infancia hacía por lo menos un año atrás.
En aquella oportunidad, al saber que no tendría oportunidad de usarlo debido a su estricta y conservadora educación, lo guardó en el armario, destinándolo al olvido. Sin embargo, en ese momento, influenciada por los acontecimientos que se sucedían en el interior de su casa, había decidido que esa era la mejor oportunidad para usarlo, claro que solo con la intención de tomar un poco de sol.
A continuación, la nena procedió a desnudarse completamente, tomó el pequeño conjunto y se lo puso.
El bikini era pequeñísimo, la parte de abajo solamente alcanzaba a cubrir su triangulo de escasos bellitos púbicos, y por detrás, este se perdía y estiraba separando ese grandioso par de nalgas que se gastaba la nena. ―¡Que perfecto pedazo de culo era el que tenía Karen por Dios! ―Por otro lado, el sujetador le tapaba poco más que las exquisitas aureolas que tenía en ese par de tetas exclusivas, hechas para ser manoseadas solo por algunos, solo para los más afortunados; y que por ahora se mantenían vírgenes e inmaculadas.
Una vez puesto ese exquisito y diminuto traje de baño, Karen se miró al espejo. Por primera vez en su vida quería verse perfecta. En aquellos momentos su cuerpo estaba en todo su esplendor, no había nada que faltara o sobrara de su impecable y delineada anatomía, un cuerpo hecho para poseerlo, para saciarse en él, para descargar a través de su pequeña rajadura de carne abundantes cantidades de caliente semen de macho; claro que ella esto no lo sabía, es más, ni se lo imaginaba.
Pero en ese momento ese cuerpo no tenía dueño, era virgen, aunque le quedaba poco tiempo a su dueña para conservarlo en esa condición.
Karen se admiraba al frente del espejo, estudiando su figura. Para ella era normal, desconocía que su curvilíneo cuerpo, en conjunto con las finas y exquisitas facciones angelicales e inocentes de su hermosa cara, provocaba lascivia en los del sexo opuesto, y por qué no decirlo, también con las de su misma condición de hembras.
Si, había mujeres dentro de su congregación y dentro de su colegio que siendo finas mujeres de sociedad o dedicadas estudiantes, que incluso alcanzaban las más altas calificaciones, que con el solo hecho de contemplarla por algunos segundos sufrían un desorden hormonal, provocando que esas miradas, que en un principio eran de envidia, rápidamente se transformaban en miradas de deseo carnal y de lujuria.
Karen continuaba admirándose en el espejo, solamente con su traje de baño azul; en eso posó su mirada en el pequeño triangulo que cubría su parte más sagrada. Se daba cuenta que este le tapaba solo lo necesario para que no se le viera el inicio de los perfumados pelitos de su vagina. Aun así, a la chica no le importó este importante detalle, pues se conformaba con cubrir la escasa población de vellos púbicos que cubría su fina y delicada hendidura.
En ese estado, la suculenta Hembra-Niña-Mujer, tomó una toalla y se dirigió al patio de su casa en dirección a la piscina. Ahí, muy cerca, se encontraba la casucha de madera donde vivía don Pricilo, el jardinero de su casa, que la esperaba con cara de lobo feroz.
El viejo Pricilo estaba sentado en la silla de descanso que había instalado a la sombra de uno de los árboles que adornaban el hermoso patio, esperando de la misma forma que un perro rabioso espera a su presa.
Y de pronto sucedió el milagro. Para el detestable viejo fue como si se abrieran las puertas del cielo, cuando observó que por unos de los grandes ventanales de la casa hacía su aparición la criatura más hermosa que había visto en su fea existencia.
Fue como si lo dimensionara en cámara lenta. ¡La niña Karen se aproximaba hacia el casi desnuda!
―¡Pero que hembra… que mujer… es… es… de lo más rica y antojable! ―pensaba el viejo Pricilo con la cara desencajada por el deseo frente a tan impactante visión. Por unos buenos segundos solo se dio a mirar ese rico triangulo azul que se encontraba ubicado justo al medio de las caderas y piernas de la joven, el viejo ya casi podía adivinar como se vería esa suave hendidura si estuviera al descubierto.
Karen ya llegaba a su lado, don Pricilo tuvo que tomar aire para recomponerse.
―He decidido tomar un poquito de sol, don Pricilo ―le dijo la rica Karen a su futuro violador. Ella en ese momento intentaba cubrir algo de su cuerpo con la toalla que traía, ya que nunca en su vida había estado en semejantes condiciones (casi desnuda) delante de otra persona, y menos delante de un hombre caliente y sexagenario.
En su interior la joven se cuestionaba el estar vestida así al lado de un viejito que bien podría ser su abuelito, pero a pesar de los nervios que la invadían su conciencia le decía que no había nada de malo en ello, pues no había ninguna mala intención de por medio en estar en tales condiciones, casi desnuda, delante de ese viejito que tan bien se había portado con su familia.
Por su lado, el viejo degenerado de don Pricilo, ya pensaba en abalanzarse sobre el cuerpo de tan potente hembra. Sentado en su silla la miraba con la boca abierta, dejando ver esa pestilente y putrefacta masa café que tenía por dentadura.
―Lo que sí le pido, don Pricilito, es que esto sea un secreto entre nosotros. Usted no sabe cómo reaccionaría mi padre si se entera que le he contradicho ―le solicitó la nena con esa carita de niña mimada y de bien.
―Pero por supuesto, mi reina, por supuesto que sí. Será nuestro gran secreto, jejeje ―la tranquilizaba el horripilante viejo sintiendo que ganaba terreno al tener ese tipo de secretos en común con la niña Karen, la dulce Karen.
Esa situación le favorecía ante las calientes y perversas intenciones que tenía para con la nena, ya que la podría manejar a su favor y así poder utilizarla a su total antojo.
Una vez terminado el acuerdo, Karen se sintió más segura. Sus padres no se enterarían de nada. Qué bueno era don Pricilo con ella, pensaba la inocente criatura.
Ya más calmada se dispuso a estirar la toalla sobre el suave pasto. El viejo veía con sus ojos salidos que todos sus movimientos eran extremadamente delicados. Una vez lista la toalla, la nena se agachó y al intentar estirarla aún más se puso en cuatro patas elevando ese hermoso trasero que se gastaba hacia donde estaba don Pricilo, que ya estaba a punto de lanzarse y encularla ahí tal como estaba; pero el viejo se contenía, debía ir paso a paso.
Luego de esto la joven en forma inconsciente, aún en esa pose tan excitante, rodeo la toalla. Según el vejete, la chica se deslizaba como una verdadera perra en leva; esas eran las depravadas apreciaciones del facineroso jardinero, hasta que Karen al terminar su canino recorrido se estiró de espaldas para ahora si tomar el sol como tanto lo deseaba.
Don Pricilo, atento a toda esta situación, estudiaba embelesado todas esas curvas casi diabólicas que se gastaba tan angelical criatura. Su verga ya estaba parada al máximo y dura como fierro.
Karen ya disfrutaba de tan agradable baño de sol. Estaba relajada, sin preocupaciones. El viejo Pricilo solo la observaba desde su silla, por ahora le daría el gusto al sentido de la vista pensó para sí mismo.
El vejete, nunca en su vida había estado tan cerca de un ejemplar femenino de tales características, ni con tan atrayentes atributos físicos como los de Karen. Disimuladamente, el muy guarro se masajeaba el pico mirando de cerca a esa amazona con cara de niña y cuerpo de Diosa.
Por las circunstancias que se vivían en esa casa, alejada del resto de la urbanización, el viejo Pricilo se sentía seguro. Los padres de la joven llegarían el próximo jueves; tenía 5 días para disfrutar de esa hermosa adolescente que apenas había cumplido la mayoría de edad. Además, si algo salía mal, solo desaparecería y asunto terminado, pensaba para sí el siniestro vejete.
Decidido a disfrutar al máximo los momentos previos a la violación inmisericorde que efectuaría sobre la inocente joven, Pricilo decidió encender un cigarrillo y abrir una lata de cerveza.
Karen, al sentir el sonido de la lata, se levantó, quedando recostada apoyada en sus codos, y observó como el viejo bebía cerveza y fumaba. También notó un extraño brillo en su mirada.
―Don Pricilo, ¿qué hace? ―le preguntó la nena―. En nuestra casa no acostumbramos a beber y a fumar, mis padres no lo aprobarían ―le reprochó con su carita de preocupación.
―Escúchame lindura ―le contestó el viejo, quien ya se sentía con más derechos en la persona de Karen―. Tus padres no están, yo te guardo un secretito a ti y tú me guardas uno a mí, jejeje. ¿Estamos de acuerdo preciosura?, jejeje. ―Le sonreía el miserable viejo, mirándola con los ojos enrojecidos por la calentura.
Karen lo escuchó y no entendió por qué don Pricilo la trataba con ese tipo de apelativos; ella no le había dado motivos. Fue en ese momento que notó cómo el viejo le miraba fijamente el promontorio de carnes que tenía por pechos.
―¡¿Estamos de acuerdo lindura?! ―volvió a preguntar don Pricilo, ahora con más autoridad y mirándola seriamente. A la chica le dio la sensación que ese señor en cualquier momento se levantaría de su silla para ir a agredirla de alguna forma. Lo sintió así por el tono de su voz y esa extraña forma en que la observaba.
―Sí…sí, don Pricilo ―contestó la dulce Karen, no muy convencida. Sabía que el viejo tenía algo de razón.
Ella estaba abusando de la confianza que le habían tenido sus padres al permitirle quedarse sola en casa para estudiar. Ahora recién tomaba conciencia que se encontraba semi desnuda, al lado de un hombre que no era nada de ella.
―Tranquila mi niña, es solo una cerveza y un cigarrillo ―la calmó don Pricilo.
El viejo quería seguir jugando un rato más con la dulce chiquilla con cuerpo de mujer, que con tan solo dieciocho años ya estaba en condiciones de recibir verga por cualquier orificio de su hermoso cuerpo, según lo había dictaminado él mismo.
Y surtió efecto la estrategia de don Pricilo. Karen un poco más tranquila, se tomó el cabello con un fino pañuelo de seda, que hacia juego con sus hermosos ojos azules, y también con su diminuto traje de baño. Se veía espectacular.
Nuevamente la nena se recostó sobre la suave toalla. Al notar el extraño brillo en los ojos del viejo y luego al asustarse cuando don Pricilo le habló de forma tan prepotente con palabras permisivas como lindura y preciosura, la joven se dio cuenta que la extraña tensión que brotaba de su nerviosismo se trasladaba a la parte más sensible de su hermoso cuerpo, o sea a su conchita.
Karen comenzó a sentir ese rico y suave hormigueo en su virginal entrada anatómica. Su mente se escandalizó. No se podía dar el lujo de sentir tan ricas sensaciones al lado de tan horripilante sujeto. La nena ya había dimensionado que don Pricilo era un viejo feo y asqueroso, pero la había llamado ricura, preciosura; estas palabras la ponían nerviosa y la exasperaban.
Con estas ideas en la cabeza, el rico cosquilleo rápidamente se fue transformando en placenteras punzadas que atacaban su parte más preciada. Su vagina sentía unos ricos y leves latidos en su interior, como si tuviera corazón propio.
Así estaba la nena; con esas ricas y placenteras sensaciones que ahora si atacaban sin misericordia su exquisita anatomía, llena de curvas demoniacas, y nuevamente se centraban en lo más sagrado de su cuerpo.
Con su hermosa mirada entrecerrada, se dio a mirar muy discretamente a don Pricilo. Pudo notar que el viejo muy nerviosamente se llevaba el cigarro a la boca y, a la vez que pegaba una bocanada de humo, con su otra mano se masajeaba una enorme protuberancia que se le había formado entre sus asquerosas piernas.
La nena no sabía que era esa cosa que don Pricilo escondía bajo sus pantalones. ―Pero… ¿qué es lo que será? ―se preguntaba la adolecente, sintiendo cada vez más exquisitas las ricas punzadas que ya se habían apoderado de su jugosa vagina.
Tuvo el impulso de pararse e ir ella misma a inspeccionar que es lo que don Pricilo escondía con tanto celo. Se sentía curiosa, ¿o estaba caliente?
Para intentar calmarse, la joven cambió de posición, a ver si así se le terminaba ese enloquecedor hormigueo que sentía en su cosita. Lentamente fue subiendo una de sus exquisitas piernas, hasta deslizar su delicado pie y posarlo al lado de su rodilla.
En esta posición, con una pierna estirada y la otra levantada; tendida en la suavidad de la toalla, exponiendo ese precioso cuerpo de diosa, protegido solamente por ese diminuto calzoncito color azul, que solamente le cubría el nacimiento de su tajito, sencillamente se veía espectacular.
Don Pricilo, que no perdía un solo detalle de la hermosa posición que adoptó la nena, estaba al borde del ataque cardiaco.
Qué imagen más hermosa, pensaba el viejo. ―Esta perra esta para meterle verga por toda una noche ―y decidió que ya era tiempo de actuar. Terminó su cerveza, apagó el tabaco y se dispuso a poner en práctica la primera parte de su plan.
Karen lo miró extrañada; lo vio levantarse de su silla y dirigirse hacia ella. Lo que más la ponía nerviosa era que en esos momentos continuaba con las ricas punzadas en su vagina.
―Mira preciosa ―le dijo el horrible viejo―. Yo iré al pueblo por unas cervezas. Te dejaré sola un rato, una hora quizás, así que relájate y disfruta de la tarde, jejeje.
―Bueno don Pricilo ―respondió Karen―. Vaya tranquilo que aquí yo lo espero.
La nena no sabía porque se sentía tan nerviosa al tener al viejo tan cerca de ella y apreciar como no despegaba su viciosa mirada de su pequeño triangulo casi desnudo. Además se fijó que la gran protuberancia que el viejo escondía, que ahora estaba muy cerca de su cara, hacia leves pulsaciones sobre su pantalón, como amenazando salir de su escondite.
El viejo se encaminó hacia la salida principal de la casa. La nena miraba como esa fofa y mórbida figura, con varices en ambas de sus asquerosas piernas desaparecía de su vista. Una vez que escuchó el motor de la destartalada y cacharrienta camioneta de don Pricilo, la nenita se sintió más tranquila.
En realidad el viejo no se dirigía al pueblo como le dijo a Karen. La idea del bribón era que la nena creyera que la dejaba sola. Estacionó el vehículo y lo escondió detrás de unos árboles, para luego ponerse en marcha en forma sigilosa en dirección a la casa de la decente familia de Eduardo Zavala.
Karen, ante la tranquilidad de estar sola, se dispuso a disfrutar del momento. Las ricas punzadas que sentía en su vagina no la dejaban tranquila por lo que sintió la imperiosa necesidad de tocarse. No sabía si debía hacerlo ahí fuera, pero se confió al recordar que don Pricilo no llegaría hasta dentro de una hora.
Al rememorar las exquisitas convulsiones que su cuerpo había experimentado hacia solo un par de días, la niña se armó de valor y dirigió su blanca y delicada manita hacia su parte prohibida y simplemente empezó a masturbarse. A los tres minutos ya gemía escandalosamente.
―¡Síííííí…! ¡Síííííí! ¡Síííííííííííí!… ―balbuceaba dulcemente la hembrita necesitada de verga―. ¡Mmmm! ¡Aaaaaaaah!
Su mano bajaba lentamente a cada roce de sus delicados dedos con la suavidad de su piel. En esos momentos la joven era atacada por unos placenteros corrientazos de escalofríos, que recorrían cada una de sus extremidades. Desde su cerebro escocían la totalidad de su cuerpo lleno de curvas infartantes, hasta terminar en su casi afiebrado tajito de carne.
―¡P… pe… pero qué rico se siente! ―balbuceaba― ¡Aaaaaaah! ¡Mmmm!
La calentura de a poco se iba apoderando de Karen, de esta hermosa adolescente, que ya se disponía a deslizar su manita por debajo del diminuto calzoncito que cubría muy precariamente su vagina.
―¡Aaaaaaaaah… quueeeeé… ricoooooo!―gemía ya presa por la lujuria.
Una vez que traspaso esa barrera de tela, la joven instintivamente empezó a recorrer su apretada vagina con la yema de los dedos. La sentía húmeda; en su mente se preguntaba porque se le mojaba su cosita. ¿Acaso era esto normal?. Pero pronto dejo de cuestionarse y se concentró en esos ricos escalofríos que tanto le gustaban, ya que las ricas punzadas que sentía eran mucho más agradables que estar haciéndose ese tipo de preguntas, se convenció la nena.
―¡Mmmm! ¡Aaaah! ¡Síííííí…! ―Sus gemidos de disfrute iban en aumento, mientras su azulada mirada se perdía en el infinito del cielo. Cuando llevaba solo unos minutos de suave pero rica masturbación, en alguna parte de su conciencia recordó que don Pricilo había salido, y que no llegaría hasta dentro de una hora. Todavía le quedaba tiempo de sobra pensaba la decente niña.
―¡Oooohhhh! ¡Ohhhh! ¡Uhhhhhyyyyy! ―balbuceó de calentura la pequeña hembra, al mismo tiempo que se contorsionaba encima de su toalla, hundiendo sus dos manitas en el charco que tenía entremedio de sus bellas piernas.
Karen pensó que tendría por lo menos media hora para disfrutar de esos ricos escalofríos que ya le tenían toda su piel erizada, incluyendo los suaves y escasos pendejos de su tierno coñito.
Nuevamente la decente joven se abandonaba a las bondades de la carne, a esos nuevos placeres que amenazaban con enloquecerla.
―¡Síííííí! ¡Aaaaaah! ¡Ssshaaaah! ¡Shaaaaaaaaaaah! ¡Ooooooh!
Lentamente su hermoso rostro, que por lo general siempre reflejaba candidez y pureza, de a poco iba adoptando las formas de un semblante lujurioso, uno de potranca necesitada de semental.
―¡Riiiiiiiccoo! ¡Ricoooooo! ―continuaba gimiendo la hermosa criatura. Nadie se imaginaría que esa joven hembra tendida en el suelo, que se masturbaba con sus piernas semi abiertas y que ya tenía la cara de una autentica perra en celo, en realidad era una dulce niña de bien; y que, a consecuencia del exuberante cuerpo de Diosa que había desarrollado, estaba en pleno despertar sexual.
―¡Ohhhh! ¡Diooosss! ¡Aaaaaah! ¡Mmmm! ―exclamaba por cada levantada pélvica que hacía con sus marcadas caderas.
Que bien se sentía Karen al estar semidesnuda tendida en el suelo de su patio y tocando su cuerpo al aire libre, refregando sus dedos en la parte más sagrada de su sabrosa figura. Su cuerpo delineado con las más exquisitas curvas la estaba transportando a un mundo desconocido para ella. La nena sentía que nadaba en un mar de placeres prohibidos pero muy ricos y misteriosos.
―¡Rico…! ¡Rico! ¡Ricoo…! ¡Ricooo…! ¡Ricoooo…! ¡Ricooooooo! ¡Aaaaah…! ¡Mmmmm! ―Su cintura se movía mejor que el de Shakira en sus videos.
Ya casi había olvidado al viejo Pricilo. Sin pensarlo llevó sus manos al costado de sus ampulosas caderas y las levantó levemente, luego procedió a deslizar el exquisito calzoncito azul, haciéndolo correr por la suavidad de sus bellas piernas hasta bajárselos a la altura de sus delicados pies.
―Pero… ¡¿Por…qué sie… n… to… esss… tooooooooooooo…?! ¡Aaaaaah!
Muy suavemente y en forma temblorosa, con su mirada perdida en el infinito, Karen se fue abriendo de piernas lentamente hasta quedarse totalmente abierta de patas, esperando algo, algo desconocido y que no llegaba.
―¡Síííííí! ¡Lo… quieeroooooooo…! ―lo pedía, sin saber exactamente qué requería―. ¡Síííííí!… ¡Aaaaaah!
La nena sintió una oleada de calor. Se levantó la parte de arriba del bikini, dejando sus fabulosas tetas al aire, para luego dejar caer sus brazos a ambos costado de su cuerpo. Expectante, se quedó en esta posición totalmente abierta de piernas, moviendo ondulatoriamente su cintura con sus pequeñitos pies unidos aún por su tanguita. En eso decidió nuevamente llevar su mano a su delicada y virgen hendidura. La posó en el inicio de su inexplorado monte de venus, apenas poblado por esa escasa cantidad de sedosos pelitos negros, y deslizó su dedo medio por la corta extensión de su íntima rayita amatoria.
―¡Ayyyyyyyyy! ¡Ayyyyyyyyy! ¡Qué…bue…no…es…taaa… es..tooooo!
Este era el momento que ella tanto deseaba, el momento en que una ninfa se entrega casi por primera vez a las placenteras sensaciones carnales, con las cuales se había terminado congraciado. Se deshizo del tanguita que atenazaba sus tobillos y abrió las piernas lo más que pudo, esta vez elevándolas en el aire. La diminuta prenda azul quedó colgando de uno de sus delicados pies.
―¡Sííííi!… ¡Síííííí!… ¡Mmmm! ¡Aaaaaaah!
Y ahora si empezó a masturbarse como si fuese alentada por el espíritu de una puta. Bastó con un solo par de movimientos de sus dedos contra su rajita para que la nena automáticamente empezara a menearse en forma deliciosa y descontrolada.
―¡Síííííí!… ¡Asíííííí!… ―dejaba salir de sus rojos labios la rica Karen muy suavemente. En su joven zona pélvica y algo más abajo hacía círculos muy lentamente con la yema de sus dedos―!Aaaaaah! ¡Síííííí!… ¡Qué… riiiiiicoooo! ―La chica no se aburría de repetir lo mismo. Pero es que esa era la verdad: nunca en su vida había sentido algo tan rico.
Sintió la humedad de su ranura y, sin dejar de menear sus caderas en forma circular, con mucha decisión llevó su mano hasta la altura de su linda carita. Sus dedos destilaban el abundante néctar proporcionado por la madre naturaleza, y que ella misma había cosechado de su vagina. No se pudo contener, quería oler.
Error. Al sentir el embriagador aroma de su propia intimidad comenzó como una poseída a lamer sus dedos. Y no contenta con eso, volvió a dirigir sus manitas para recoger más de ese juguito que iba soltando su vagina para llevarlos a su boca. Qué rico era sentir su propio sabor pensaba la nenota.
―¡Ssrrppppsss! ¡Srrrrrppppppsss!―se oía cuando la acalorada joven sorbía sus propios jugos recién salidos de su joven coño.
Mientras Karen se encontraba en aquel trance erótico, dedicada a devorar y lamer sus propios fluidos, ni sospechaba que alguien la observaba desde la casucha de madera; menos que ese alguien era el viejo caliente de don Pricilo.
(Minutos antes)
Don Pricilo se dirigió a la parte posterior de la casa, donde el mismo había confeccionado una puerta alternativa para que sus patrones no se percataran de sus salidas nocturnas, cuando se iba de farras con los delincuentes que tenía por amigos.
El viejo ingreso sigilosamente a su cabaña. Una vez adentro, se dirigió al desorden de su dormitorio y en forma automática quitó toda la inmunda y hedionda ropa de cama, dejando solo el catre y el colchón.
Luego, desde un baúl que tenía, saco una cámara de video y la encendió. ―Ahora sí, Karencita… ahora te voy a inmortalizar para tener tu imagen de la última vez que fuiste virgen… jajajaja…―murmuró el viejo aborrecible.
Con su risa de viejo caliente, ya detrás de su ventana, se asomó para ver en qué estaba Karen…
―¡Ooooh…! ¡Por Diosssss…! ¡Madre Santa… Jesús…maría y José…!―exclamó el vejete para sus adentros, quedando casi paralizado. Para el desalmado fue como si le dieran un electro choque en los testículos. Fue tal la impresión de ver a tan inocente niña totalmente abierta de piernas, con ese exquisito calzoncito colgando de uno de sus pies, y para colmo con una de sus manos sobándose la vagina, refregándose la zorra como una endemoniada, masturbándose, y para coronarlo todo comiéndose sus propios juguitos. El viejo casi se desmaya.
Una vez repuesto el viejo pensó rápidamente. ―Es ahora o nunca―se dijo. Ubicó estratégicamente la cámara de video, enfocando directamente al sucio camastro donde se llevaría a cabo la violación. Una vez que estuvo todo preparado se dijo para el mismo:―Para allá voy mi amor… jejejeje
Se acercó muy lentamente hacia donde estaba Karen en plena faena masturbatoria. La nena estaba tan concentrada en su tarea, que no se dio cuenta cuando el viejo Pricilo llegó su lado.
Al viejo se le caían las babas ante el genial espectáculo que se estaba dando. Su verga ya estaba que estallaba a causa de todo el semen acumulado durante la semana.
Tomando fuerza y sacando todas sus aptitudes actorales, el viejo puso en marcha su plan.
―¡¡¡¿Qué se supone que estás haciendo puta de mierda?!!! ―le gritó estando al lado de su desnudo cuerpo.
La joven en forma automática salió del erótico trance en que se encontraba. Al ver al aborrecible viejo a su lado quedó espantada. Solo se dio a intentar cubrir con sus manitas esas enormes tetas que se gastaba y, poniendo una rodilla sobre la otra, trató de esconder su encharcada y gozadora almejita.
―¡No… no… don Pricilo!, ¡no es lo que Ud. se imagina! ¡yo… yooo… estaba!… ―intentaba explicar avergonzada Karen.
―¡Dime pendejaaa! ¡¿Qué se supone que estabas haciendo?! ―le gritaba eufórico el viejo―.¡Contestaaa!―la volvió a increpar para asustar más a la espantada joven.
―¡No lo sé, don Pricilo! ¡De verdad que no lo seeé! ―La nena ya comenzaba a sollozar, ¡Snif! ¡Snif! ¡Snifs!
―¡Así que no lo sabes! ¡¡¡Pues yo te lo explicaré!!! ―El vejete se paseaba alrededor del desnudo y tembloroso cuerpo de Karen, al que devoraba con su ardiente y ansiosa mirada. La asustada chica solo lo miraba en forma espantada, pero Pricilo continuaba haciéndole ver lo que él pensaba de la escandalosa situación en que la había sorprendido. Tuvo que contener en varias ocasiones las ganas de lanzarse sobre ella y cogérsela ahí mismo donde estaba. ―¡Te estabas pajeando la zorra tú sola! ¡Lo hacías tal cual cómo lo hacen solo las putas pervertidas! ¡¡¡Estabas pidiendo vergaaaaa!!! ¡Eso es lo que estabas haciendo trola de mierdaaaa!
―¡No, don Priciloooo! ¡Snif! ¡Snifss! Yo… yo… no… no pedía… ee…ssso que usted diceee… ¡Snif! ¡Snif!―La nena abiertamente se había largado a llorar.
―¡Sí, putilla…! ¡eso es lo que pedias…yo mismito te escuché…! ¡Si mira nada más como te encuentro! ¡Solo salí un rato y te transformas en una perra caliente! ―le vociferaba como un endemoniado.
―¡Yo…! ¡Yo… no soy… yo no soy… una peerraaaa!… ¡Snifs! ¡Snifs!
―¡Sí…! ¡sí lo eres…! ¡yo te vi y te escuché zorraaaa…! ¡Parecías la más grande de las putasssss! ¡Así que no me lo niegues perra asquerosa! ―Don Pricilo, tomando aire y dándoselas de correcto, se la jugó del todo a nada.― Lo siento pendeja, tendré que contárselo a tus padres ―le amenazó finalmente el vejete.
La casi traumada joven, perdiendo todo sentido del pudor, se arrojó a los pies de don Pricilo desnuda como estaba. Por su parte el viejo miraba encantado como esa hermosa joven se humillaba ante él.
―¡Nooo! ¡Por favor… noooo!, ¡don Pricilo… por favor no se los diga..! ¡snif… sniffss! ―volvió a llorar la arrepentida nenita.
―Lo siento mocosa, no tengo otra alternativa. ―Concentrado en su actuación el viejo sacó su teléfono celular simulando teclear los números.
―¡Por favor, don Pricilito!, ¡por favor no se los diga! ¡snif…snifffss!―lloraba sin consuelo y toda desnuda la pobre Karen abrazada a las mugrientas canillas del vejete; este sentía como la chica temblaba de pavor al pensar en que sus padres se enterarían de todo aquello.
―¡¿Acaso tú crees que yo soy estúpido?! ―le gritó el viejo―. Si no digo nada arriesgo que me corran del trabajo. ¡Y con eso no gano nada! ―El vejete ya iba entrando en tierra derecha.
―¡Por favor, don Pricilo. Se lo suplicó! ¡Haré lo que usted me pida, pero no se los diga…!
―Mmmm… ¡No lo sé!… ¡No me convences!
―¡Hare todo lo que usted quieraaa! ¡Pero no les diga eso…! ¡sniffsss! ―le volvió a repetir la chica, pero ahora poniéndole más énfasis a su oferta a la vez que seguía llorando.
―¡¿Que no les diga qué cosa pendeja?! ―inquirió el viejo.
―Que… que… yo…mee estaba… haciendo esooo…
―Que tú te estabas haciendo queeé… si se puede saber pendeja sin vergüenza. ―El viejo jardinero se esforzaba en hacerla hablar explícitamente de los pecados que estaba cometiendo.
―Que me estaba tocando…
―¡No niña! ¡Lo que tú hacías era pedir que te metieran vergaaaaaaa! ¡Diloooo!
―¡Es que yo no estaba pidiendo eso que usted diceeee…! ¡Por favor, don Priciloooo…! ¡por favorrrr!
―¡Sí! ¡Sí lo hacías! ¡¿Ves?!, ¡uno no puede confiar en ti! Lo siento…, los tendré que llamar para informarles de tus cochinadas.
Karen, ya destruida y aterrorizada porque el viejo llamara a sus padres, se humilló y totalmente desencajada repitió:
―Por favor, don Pricilo. No le diga a mis padres que yo pediaaaa… que… que… me… metieran eso que usted dice… ¡snifs snifs…! ―Esta era la primera vez que de su dulce boca, siempre acostumbrada a pronunciar deseos de bienestar, oraciones, agradecimientos o de ayuda para quien sea, salía una vil expresión calenturienta. El detestable viejo, a sabiendas de todo aquello, solo se reía de ella aborreciblemente. Ansiaba lanzarse a recoger ese fruto prohibido para muchos, pero que ahora sería solo para él.
―Mmmm, ¡aún no me convences! ¡Los llamaré! ―volvió a amenazar, solo para entretenerse un poco más con ella.
La niña intentaba calmarse, pero al ver que el viejo marcaba un número en su teléfono se doblegó.
―Don Pricilo. Por favor, no lo haga… yo… yo solo pedía que me… me… ¡que me metieraaan veergaa! ―le soltó de una vez por todas con la esperanza de que no la acusaran―. ¡¿Así está bien?! ¡Sniffsss! ―le preguntó la nena entre sollozos, para ver si el viejo cambiaba de opinión y no la acusaba―. Por favor ―continuó Karen―. No los llame… y haré todo lo que usted me pida.
―¡¿Estas bien segura de lo que dices putillaaa?! ―El viejo ya estaba que ganaba.
―Sí… sí… don Pricilo. Haré lo que usted quiera.
Al viejo se le dibujo una siniestra sonrisa al notar que tenía en sus manos a tan inocente criatura. Karen por su natural inocencia ni siquiera entendía las palabras que el viejo le había hecho repetir, y menos imaginaba lo que ese señor le pediría hacer.
―¡Bien!, ¡te daré una oportunidad! ―le dijo el viejo miserable―. ¡Síguemeee!―le soltó, y sin esperar respuesta se dirigió hacia su cabaña de madera.
En estas condiciones la dulce Karen se encamino así tal como estaba. Totalmente desnuda siguió a Pricilo a la casucha del fondo del patio. La joven no sabía a lo que iba, solo quería que sus padres no se enteraran de lo que había sido sorprendida haciendo tan desvergonzadamente. Le ofrecería al vejete lavarle la ropa o cocinarle; hasta estaba dispuesta a darle sus ahorros con tal de que sus padres no se enteraran de lo que ella había hecho. La pobre aún estaba lejos de imaginar las exigencias que planeaba el viejo jardinero.
Una vez dentro de la casucha, el excitado vejete la llevó tomada de un brazo hasta su cochino catre y la obligó a sentarse. La chica en el trayecto escuchaba la pesada respiración de ese señor, aún no entendía para qué don Pricilo la llevaba hasta su cama. ―Acuéstate y espérame… ya vuelvo―le dijo.
En la mente de Karen lentamente se iban formando las ideas: cama, acuéstate, verga, placer, su vagina, desnuda, las atrocidades que alguna vez escuchó hablar a sus compañeras. Aún no tenía la idea bien formada pero su mente trabajaba a mil. Hasta que vio entrar a ese amorfo vejete asqueroso, totalmente desnudo y con una herramienta de carne que se le levantaba por sobre su tremenda panza. Fue como un ejercicio matemático, o una ecuación algebraica, en donde todos los productos calzan y dan un resultado exacto y único… por fin lo entendió, mientras miraba la enorme verga del vejete su mente estalló alarmada. ¡¡¡Se la iban a meter!!!
Miró al viejo con cara de espanto e instintivamente cerró sus piernas, apenas pudo balbucear, muy bajito, casi inaudible, con sus ojitos azules llenos de lágrimas―: ¡Nooo!… ¡don Pricilooo!, ¡por favor!… ¡eso!… ¡¡¡noooo!!!
El viejo, con la más aborrecible de sus sonrisas y con una cara de auténtico degenerado, le dijo:
―¡¡¡Síííí, pendeja calienteeee!!! ¡¡¡Eso sííííí!!!

FIN CAPÍTULO 1.

 

Relato erótico: ” Hércules. Capítulo 14. El Ángel Negro.” (POR ALEX BLAME)

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Capítulo 14: El ángel negro.

Salió de las duchas sin intentar esconderse. Los funcionarios lo inmovilizaron inmediatamente y lo llevaron a las celdas de aislamiento mientras dos enfermeros se multiplicaban entorno a las figuras gimientes de la ducha.

Pasó en aislamiento dos días y de allí fue directamente al despacho del psicólogo, cargado de cadenas.

El despacho no era como lo había imaginado, más bien parecía la oficina provisional de un contable. Había una mesa de formica, una silla de oficina y una más sencilla al otro lado de la mesa. No había cómodos sofás reclinables ni lámparas que daban al lugar un ambiente más cálido y acogedor. Se sentó en la incómoda silla que le correspondía con un tintineo de cadenas y esperó pacientemente sin cambiar el gesto. Se estaba empezando a acostumbrar a que todo lo que tuviese que ver con la justicia fuese lento y caprichoso.

Tras diez minutos de espera, con dos funcionarios en pie, con las porras preparadas, vigilando de cerca sus espaldas, la puerta se abrió y entró una mujer discretamente vestida, pero indudablemente hermosa. Vestía ropa holgada e informe de colores apagados y escondía unos ojos grandes y grises tras unas horribles gafas de pasta negra, como si pretendiese esconder su belleza de la mirada inquisitiva de los presos.

Hércules sin embargo, no levantó la mirada, ni siquiera cuando la mujer obligó a los funcionarios a quitarle las esposas y a abandonar el despacho.

—Bien —dijo la mujer abriendo una carpeta— Soy Afrodita Anderson. Por lo que veo has sido bastante travieso últimamente y me han encargado evaluarte.

—Estoy perfectamente. —replicó Hércules sin levantar la mirada de la superficie de la mesa.

—Pues tus amigos no pueden decir lo mismo. Entre todos suman un brazo roto, dos codos dislocados, una conmoción cerebral y un fémur astillado. ¿Cómo demonios se puede romper un fémur con las manos desnudas?

Hércules no respondió y se limitó a seguir mirando hacia abajo, haciendo dibujos en la formica con el dedo.

—¿Has pegado una paliza de muerte a cuatro tíos y no tienes nada que decir? —le preguntó la mujer con un deje de indignación en la voz.

—Fue en defensa propia. —respondió escuetamente.

—¿También lo que pasó con los chulos?

—No, eso no tiene nada que ver.

—¿Me lo puedes explicar? —preguntó ella agachando la cabeza y obligando a Hércules a mirarle a los ojos.

—No.

La mujer siguió intentándolo un rato más hasta que se cansó y cerrando la carpeta se encaró con él.

—¿Sabes que con tu actitud te estás condenando? Si no respondes mis preguntas y renuncias a la defensa te puede caer la cadena perpetua. ¿Lo comprendes? —preguntó la psicóloga dando un golpe en la mesa intentando que el preso reaccionase.

—Perfectamente. —respondió él conteniendo su enfado— Soy culpable y me enseñaron que cada uno tiene que purgar sus pecados.

—¿Condenándote por el resto de tu vida?

—Si es lo justo, sí.

—Está bien, Ya veo que no voy a sacar nada más de ti. Espero que no te arrepientas de tu decisión el resto de tu vida…

—¿Qué vida? —susurró Hércules hastiado mientras la psicóloga llamaba a los funcionarios que entraban, le esposaban de pies y manos y se lo llevaban sin poder ocultar su curiosidad.

Cuando entró de nuevo en su celda. Inmediatamente percibió que el ambiente había cambiado. La atmósfera se podía cortar con un cuchillo y podía percibir el miedo en los ojos de sus tres compañeros de celda.

Hércules los ignoró, se tumbó en la parte inferior de una de las literas y cerró los ojos inmediatamente…

…La luna estaba en lo alto, brillando en todo su esplendor, bañando la llanura con su luz y tiñendo de plata la planicie. Hércules estaba tumbado, desnudo, sobre la hierba corta y fragante.

Una sombra pasó como una centella por delante de sus ojos, tapando por un instante la luz del astro. Hércules se incorporó e intentó seguirla con la mirada, pero era demasiado rápida. Cuando se dio la vuelta allí estaba, con las alas extendidas sonriendo y alargando su brazo mientras plegaba las alas a su espalda.

Estaba tal como la recordaba, esbelta, hermosa, dulce… Hércules se acercó a ella temiendo que se esfumase ante sus ojos, pero Akanke no se movió y sus ojos chispearon cuando la mano de Hércules acarició su mejilla.

—Te he echado de menos. —dijo él acercándose y abrazándola por la cintura.

—Yo también a ti. —respondió ella apoyando la cabeza en su hombro.

El aroma de la joven evocó imágenes que se arremolinaron en su cerebro, imágenes de placer y también de angustia. Inconscientemente la abrazó más fuerte para asegurarse de que no se esfumaba entre sus manos.

Con suavidad la cogió por la nuca y junto sus labios con los de la joven. El mismo sabor, la misma textura suave como el terciopelo. Sus lenguas se juntaron y su beso se hizo profundo e íntimo mientras ella le envolvía con sus alas ocultándoles del resto del universo. Unas alas grandes negras y sedosas.

Las manos de Hércules se deslizaron explorando el cuerpo de su amada recordando cada poro, cada curva y cada recoveco. Akanke gimió y le besó con más intensidad. La excitación hizo presa de ambos y Hércules la tumbó sobre la hierba.

Rompiendo el beso, comenzó a repasar su mandíbula y sus pequeñas orejas con su boca, mordisqueó su cuello y sus clavículas, aspiró el aroma de su piel y recorrió sus pechos con la lengua trazando una traviesa espiral hasta terminar en sus pezones. Los chupó y los mordisqueó haciendo que Akanke gimiese de placer.

Con un movimiento brusco se sentó a horcajadas sobre Hércules, acariciando y palpando los abultados músculos del pecho de su amante mientras restregaba el pubis contra su polla con lentos y largos movimientos.

Hércules la dejó hacer acariciando su torso y sus pechos y observando a la joven en todo su esplendor. Sus alas negras y bruñidas brillaban a la luz de la luna y su pelo largo y liso como lo recordaba, se mecía por efecto de la brisa nocturna.

Akanke se inclinó sobre él y le besó de nuevo. Incapaz de contenerse más Hércules cogió su miembro y la penetró con suavidad, concentrado en sentir de nuevo cada centímetro de su sexo. La joven interrumpió su beso y abrió las alas soltando un largo gemido.

Apoyando los brazos en los hombros de Hércules comenzó a mecerse metiendo y sacando la polla de su coño adelantando sus pechos para ponerlos al alcance de la boca de su amante para que los chupase y saborease. Sus movimientos se hicieron más intensos y profundos y sus uñas se clavaron en su pecho trazando rastros rojos en su piel mientras sus gemidos se hacían más ansiosos y sus besos más breves y violentos.

Hércules se limitó a mirarla a los ojos, sintiendo como su placer aumentaba dejando que ella lo cabalgara, observando cómo se aceleraba su respiración y sus flancos se agitaban brillantes de sudor.

Acercó su boca a los pechos, chupó sus pezones y saboreó el sudor que corría entre ellos. El sabor a sal y a hembra despertaron en él un hambre ansiosa y levantando a la joven se tumbó sobre ella. Sus sexos se separaron mientras el besaba y saboreaba su vientre y su ombligo hasta llegar a su pubis suave y depilado.

Se lanzó sobre su sexo húmedo y anhelante como un lobo hambriento, lamiendo y mordisqueando, arrancando a la joven gritos de placer. Introdujo los dedos en su cálido interior moviéndolos con urgencia haciendo que Akanke se estremeciese y doblase recorrida por un placer cada vez más intenso hasta que un brutal orgasmo se apoderó de su cuerpo.

Cuando se recuperó la joven se inclinó sobre él y repasó su polla con la punta de su lengua antes de metérsela en la boca. Hércules gimió y hundió las manos en el suave plumaje de sus alas mientras dejaba que Akanke subiese y bajase por su polla chupando y lamiendo su glande y acariciando sus hormigueantes testículos.

El placer fue tan intenso que no pudo contenerse más y se corrió dentro de la boca de su ángel. Akanke chupó con fuerza apurando hasta la última gota de semen mientras él sentía como todos los músculos se contraían y sus testículos se retorcían vertiendo todas su simiente.

Hércules se derrumbó exhausto, ella se tumbó un instante a su lado y jugó con su melena rubia mirándole como si intentase grabar cada una de sus facciones en su mente.

—Estoy muerta y nada de lo que hagas me hará resucitar. —susurró ella— No tienes culpa de lo que pasó. No tienes por qué castigarte.

—Yo… No sé que voy a hacer sin ti, no…

Akanke se levantó y desplegó sus alas. Hércules se incorporó e intentó acercarse a ella, pero ella levantó el vuelo alejándose de él, disminuyendo hasta que solo fue una sombra alejándose en la oscuridad de la noche.

Se despertó bruscamente al encenderse las luces de la celda. Sacudió la cabeza aun con el sabor de Akanke en su boca, sin poder creer que aquello hubiese sido un sueño. Un funcionario no tardó en llegar con unas esposas en la mano.

—Vamos, cariño, tienes visita.

NOTA: Esta es una serie de treinta y seis capítulos, cada uno en una de las categorías de esta web. Trataré de publicar uno cada tres días y al final de cada uno indicaré cual es la categoría del capítulo siguiente. Además, si queréis leer esta serie desde el principio o saber algo más sobre ella, puedes hacerlo en el índice que he publicado en la sección de entrevistas/ info: http://www.todorelatos.com/relato/124900/

PRÓXIMO CAPÍTULO: OTROS TEXTOS

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alexblame@gmx.es

 

Relato erótico: “Prostituto por error: Ángela, la azafata” (POR GOLFO)

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La jodida vida da alegrías cuando menos te lo esperas. Acababa de terminar con mi novia de entonces, cuando me surgió un viaje a Nueva York. Ese día de otoño no me podía esperar que la casualidad me llevara a conocer una mujer que cambiaría mi existencia.

Por el aquel entonces, tenía veintitrés años y aun siendo un puto crio, no veía límites a mi apetito por experimentar sensaciones nuevas. Con la irreflexiva alegría que da la juventud, me monté en ese avión sin ser consciente de cómo ese viaje iba a trastocar mi futuro.
Ya en mi asiento tuve que soportar los típicos avisos de seguridad que todas las aerolíneas están obligadas a realizar antes de cada vuelo. Ensimismado en mis problemas, no me percaté en ese momento de la preciosa azafata que, de pie en medio del pasillo, iba mecánicamente desgranando las aburridas instrucciones tantas veces repetidas.
Deseaba llegar para desmadrarme, correrme una juerga de campeonato que  me hiciera olvidar a esa novia que sin ningún complejo ni sentimiento culpa me acababa de dejar.
Quizás fue mi propia juventud lo que me impidió apreciar las cualidades de Ángela, la cuarentona que en mitad del pasillo gesticulaba mientras nadie del pasaje hacía caso a la mecánica voz que salía de los altavoces. No comprendo cómo no valoré en ese instante la sensualidad que se escondía tras ese uniforme. Fue imperdonable que no atendiera sus explicaciones,  ningún chaval de mi edad hubiera dejado pasar la oportunidad de contemplar a esa dama y menos de disfrutar del culo que permanecía oculto bajo su minifalda.
Rubia de peluquería, maravillosamente conservada para su edad, esa criatura despedía sensualidad en cada zancada. Contra toda lógica debí de ser el único representante del género masculino que no ensuciara con sus babas la impersonal alfombra de business. Fue imperdonable que no estimara en su justa medida la rotundidad de sus nalgas y que tuviera que ser ella la, que al servirme las bebidas del bufet, se luciera moviendo ese pandero de película a escasos centímetros de mi cara.
“¡Cojones con la vieja!”, exclamé mentalmente cuando con verdadera admiración observé sus movimientos al servir los refrigerios a los presentes. Con una blusa una talla menor a la requerida, era la comidilla de todo el pasaje. Sin exceptuar a los pasajeros acompañados por sus esposas, todos los hombres de su sección se pusieron verracos al disfrutar del maravilloso escote que lucía  orgullosa esa hembra. Yo no pude ser menos. Aunque estaba en la inopia, cuando ese pedazo de mujer, poniendo una hipócrita sonrisa, me preguntó qué era lo que quería, estuve a un tris de contestarle que a ella.
No tenía puta madre lo buena que estaba. Era el sueño, la fantasía sexual de todos los que estábamos sentados en primera. Sus pechos no solo eran enormes sino que se les notaba que eran producto de largas horas de ejercicio y su cara, aún marcada por alguna arruga, era el morbo hecho mujer. Sus labios, quizás alterados por la mano de la cirugía estética, pedían a gritos ser mordidos.
Mi propio pene que se había mantenido aletargado hasta ese momento, no pudo evitar removerse inquieto bajo mi bragueta al contemplar como esa rubia, que me doblaba la edad, se contorneaba a cada paso por el avión.
“¡Quién pudiera darle de comer a ese culo!”, me dije sin poder retirar la mirada de su silueta mientras se alejaba de mí.
El vaivén que imprimía a sus nalgas en cada paso era hipnótico por lo que no fui capaz de retraer mi mirada de ese par de monumentos que decoraban sus piernas y ya completamente erecto, me tuve que tapar mi entrepierna cuando con una profesionalidad digna de admiración, me pidió que bajara la mesa extraíble del asiento frente a mí.
Cortado por la tremenda erección de mi sexo, obedecí sin rechistar, lo que no me esperaba fue que ella soltando una risita, me aconsejara que me calmase porque si seguía tan alborotado iba a tirar la  bandeja con la insípida comida.
-No te comprendo- respondí.

 
La cuarentona sonrió al ver mi cara y sin cortarse un pelo, al poner la comida rozó con su mano mi entrepierna mientras me decía al oído:
-Está claro que te pongo cachondo- dejando patente que se había dado cuenta de la excitación que me dominaba.
 
-A mí y a todos- contesté con rubor, no en vano era un muchacho y ella todo una mujer.
Soltó una carcajada mientras pasaba la bandeja al tipo de mi izquierda. Descaradamente, esa diosa restregó sus pechos contra mi cara y sin darle importancia continuó repartiendo las raciones al resto del pasaje. Podréis comprender que no cabía en mí al haber sido objeto de las atenciones de semejante portento y por eso durante las siete horas del trayecto, intenté hacerme notar sin resultado. Esa mujer no me hizo ni puñetero caso. Ni siquiera tuve la oportunidad  de despedirme de ella al salir del avión porque era otra la azafata que esperaba en el finger de acceso a la terminal.
La realidad es que no me importó:
“¡Estaba en Nueva York!”.
Tampoco me afectó soportar durante casi tres cuartos de hora a los pesados de la aduana americana. Nada de lo que pasara cambiaba el hecho de estar, allí, en la ciudad de los rascacielos. Mi estancia era por una semana pero ya tenía decidido que si las cosas me iban bien, prolongaría el viaje hasta que se me terminara el dinero. Recién salido de la universidad, no me apetecía ponerme a trabajar y sabía que si permanecía en Madrid, mi viejo me iba a obligar al menos a buscar trabajo.
Cargado de ilusión, cogí un taxi hacia Manhattan. Todo lo que veía a través del cristal me parecía conocido. Las calles y edificios que nos cruzábamos, tantas veces vistos en películas y series, eran parte de mi vida. Inmerso en una especie de “deja vu”, la ciudad me resultaba familiar. Ese trayecto lejos de parecerme aburrido, fue una experiencia extraña donde se mezclaban mis propias experiencias con la de los personajes de cine. Me sentí Al Pacino en el Padrino, Jack Nicholson en Mejor Imposible e incluso me vi subiendo el Empire State como King Kong.
Los cincuenta y dos dólares que tuve que pagar al conductor me dolieron pero aun así, al entrar en el hotel que había reservado, estaba en la gloria. El Westin de Times Square me sorprendió y no solo por estar ubicado en mitad de esa plaza sino por su propia arquitectura. Parece en sí mismo una escultura cubista, formado por figuras geométricas de muchos colores, era el edificio más extraño que había visto en toda mi vida.
Ansioso por irme a dar una vuelta por la ciudad, me inscribí y nada más recibir las llaves de la habitación, dejé mi maleta y sin pararme a deshacerla, salí sin rumbo fijo. No os podéis imaginar lo que representó para mí esa caminata. A cada paso que daba, mis ojos no daban crédito a lo que veían. Brodway,  el Madison Square Garden, el edificio Chrysler… Esa urbe era la puñetera capital del mundo. Durante tres horas, fui deambulando por sus calles como hipnotizado. Me sentía un enano ante tamañas construcciones y sí, hice lo que todo turista, hace en Nueva York:
¡Me subí al Empire State!
Sera una horterada, un paletada pero me encantó contemplar todo Manhattan desde las alturas. A todo el que ha tenido la suerte de conocerlo le parece increíble que se hubiese construido en los años veinte del siglo pasado. Hasta su decoración art deco es maravillosa y por eso al salir, estaba con nuevos ánimos. Comí a base de Hotdogs en un puesto a la entrada del parque central y completamente agotado, llegué al hotel.
Tras una ducha relajante, salí de mi habitación. Aunque tenía ganas de marcha, el dolor de pies que me atenazaba me impidió salir a correrme una juerga. Contrariado, me senté en el bar del office a observar a la fauna allí reunida. No tengo ni idea de cuantas nacionalidades diferentes se congregaban en ese Hall. Blancos, negros, amarillos e incluso un par de tipos de aspecto extraterrestre alternaban sin importarles que ese españolito les observara desde la barra del local. Inmersos en sus propias vidas era entretenido el intentar averiguar de qué lugar del orbe habían llegado.  Ya iba por la segunda copa cuando vi entrar a la espectacular azafata de mi vuelo acompañada por el piloto. Sé que resulta un tópico pero al no perderlos de vista, comprendí que ese par compartían algo más que trabajo. 
Lo que había empezado como una reunión de amantes, terminó a los gritos. La mujer le recriminaba que se hubiera enrollado con la miembro más joven de la tripulación a lo que él le contestó que, entre ellos, todo había terminado y sin más, levantándose de la mesa, tomó el ascensor.
“Menudo idiota”, pensé al ver que había dejado tirada a ese mujerón.
La rubia estuvo llorando desconsoladamente hasta que el camarero le preguntó si quería algo de tomar. Disimulando, señaló un coctel de la extensa carta y mirando a su alrededor, me vio. Creí que me había reconocido porque tras pensarlo durante unos segundos, me hizo señas de que me acercara. Tardé en comprender que se refería a mí. Al ratificar que era yo el objeto de sus señas, me acerqué cortado y sentándome a su lado le pregunté qué quería.
-¿Con quién vas a cenar?- me preguntó luciendo una espectacular sonrisa.
-Contigo- respondí sin creerme mi suerte.
Tras una breve presentación, me dijo al oído:
-Estoy seguro que has visto lo que acaba de ocurrir- asentí al escuchar sus palabras, tras lo cual la mujer prosiguió diciendo: -Voy a usarte para darle celos a ese cabrón-
Quizás fueron las dos copas que llevaba ingeridas lo que me hizo contestar:
-Siendo tú, dejo que hasta me violes esta noche-
Ella soltó una carcajada al oír mi descarada respuesta y posando delicadamente sus labios en los míos, me contestó:
-No creo que lleguemos a tanto pero nunca se sabe- y cogiendo su bolso, me susurró: -El sitio donde te voy a llevar es muy elegante, vamos a cambiarnos de ropa-
Completamente desolado le tuve que reconocer que no traía en mi maleta nada elegante. Ángela al ver mi turbación, sonrió y cogiéndome de la mano me llevó fuera del local, diciéndome:
-No te preocupes. Esta noche eres mi gigolo. Irás hecho un adonis-
 

Ni pude ni quise protestar, la mujer me llevó a una tienda sita en el hall del hotel y encantada de su papel, Ángela se puso a elegir la ropa que iba a llevar en nuestra cita. No escatimó en gastos, eligió no solo el traje sino la camisa, los zapatos, calcetines e incluso los calzoncillos de manera que en menos de cinco minutos, me volvió a coger del brazo y casi a empujones, me llevó al probador. 
Sin saber cómo actuar cuando comprobé que entraba en el habitáculo conmigo, me quité la camiseta que llevaba. La azafata que para el aquel entonces se había sentado en una silla, no me quitaba ojo de encima y al ver que me ruborizaba, me comentó:
-Ya que voy a pagar, quiero ver la mercancía-
-Dime al menos si te gusta lo que ves- le respondí orgulloso de mis músculos, no en vano me machacaba diariamente en el gimnasio.
No me contestó pero al percatarme que bajo su blusa, sus pezones se marcaban, comprendí que al menos asco no era lo que le daba. Envalentonado por su reacción, me quité los zapatos, dando inicio a un lento striptease. Botón a botón fui desabrochándome el vaquero, sabiéndome objeto de un escrutinio nada profesional. La cuarentona seguía con sus ojos las maniobras de mis manos y no pudo evitar morderse los labios cuando me bajé el pantalón.
Dándole toda la parsimonia que me fue posible,  me lo saqué por los pies y acercándome a la mujer dejé que contemplara que bajo mis boxers, mi pene había salido de su letargo:
-¿Quieres que siga?- le pregunté con recochineo al advertir  que mi interlocutora había cerrado sus piernas, tratando de evitar la calentura que la estaba poseyendo por momentos.
-Sí- respondió con mirada hambrienta.
Por su tono, supe que lo que había empezado como un juego para ella, se estaba volviendo peligrosamente excitante. No comprendo todavía como me atreví a decirle, mientras la acercaba a mi paquete:
-Desenvuelve tú, tu regalo-
La rubia que hasta ese momento se había mantenido expectante, me pidió que me diera la vuelta, tras lo cual, cogió con sus dos manos la tela de mis calzoncillos y lentamente empezó a bajármelos. Con satisfacción, la escuché decir al ver mis glúteos desnudos:
-¡Qué maravilla!-
Lo que no me esperaba era que llevando sus manos a mi trasero, lo empezara a acariciar y menos que venciendo cualquier reparo, lo empezara a besar. Si alguien me hubiera dicho que estaría con esa preciosidad de mujer en un probador nunca le hubiese creído pero, si además, me hubiese asegurado que iba ella a estar besando mis nalgas lo hubiera tildado de loco y por eso, tratando de no romper ese mágico instante, esperé sus órdenes. Ni que decir tiene que mi sexo había ya alcanzado una tremenda erección.
Queriendo colaborar apoyé mis manos en la pared y abrí las piernas, dejando libre todo mi cuerpo a sus maniobras.  Por el ruido, supe que se había puesto en pie pero todavía no sabía lo que iba a ocurrir pero me lo imaginaba. La confirmación de sus deseos vino al advertir la humedad de su lengua recorriendo mi espalda, mientras se apoderaba de mi pene.
-No te muevas-  me pidió imprimiendo a la mano que tenía agarrado mi sexo de un suave movimiento.
Manteniéndome quieto, obedecí. La azafata, restregándose contra mi cuerpo, gimió en silencio. Poseída por un frenesí sin igual, me masturbaba mientras susurraba a mi oído lo cachonda que estaba. Cuando le informé que estaba a punto de correrme, me obligó a darme la vuelta y poniéndose de rodillas, se introdujo toda mi extensión hasta el fondo de su garganta. Fue alucinante, esa cuarentona no solo estaba buena sino que era toda una maestra haciendo mamadas y por eso, no pude evitar desparramarme dentro de su boca. Que no le avisara de mi eyaculación no le molestó, al contrario, demostrando una pasión incontrolada, se bebió todo mi semen sin escatimar ni una sola gota.
Si de por si eso ya era impresionante, más fue verla levantarse y que acomodándose su ropa, se volviera a sentar en la silla mientras decía:
-Ya no me acordaba lo que era una buena polla, llevo demasiado tiempo tirándome a cincuentones- y dirigiéndose a mí, exclamó: -Vístete, quiero comprobar cómo le queda a ese cuerpo la ropa que he elegido-
A nadie le amarga un piropo de labios de una espectacular mujer y por eso no pude reprimir una sonrisa mientras me vestía. Ángela, ya sin ningún reparo, me ayudó a ponerme la ropa sin perder la oportunidad de volver a dar algún que otro magreo a mi pene, de manera que ya completamente vestido era evidente que me había vuelto a excitar.
La azafata soltó una carcajada al comprobar mis problemas para acomodar mi miembro y poniendo cara de viciosa, me avisó que iba a cobrarme en carne los dólares que se había gastado conmigo.
-Soy esclavo de tu belleza- respondí cogiendo por primera vez uno de sus pechos entre mis manos y sin pedirle permiso, lo pellizqué con dulzura.
Ángela gimió al sentir la caricia sobre su pezón y separándose de mí, protestó diciendo que si seguía tendría que violarme nuevamente. Fue entonces cuando estrechándola entre mis brazos la besé. Su boca se abrió para permitir el paso de mi lengua en su interior mientras mis manos se apoderaban de ese trasero de ensueño. Dominado por la calentura, pose mi extensión en su vulva, dejándola saber que estaba dispuesto.
Tuvo que ser la cuarentona la que poniendo algo de cordura, se deshiciera de mi abrazo y abriendo la puerta, dijera:
-Tengo que cambiarme-
Al ir a pagar la cuenta, advirtió que la dependienta me miraba más allá de lo razonable y pasando su brazo por mi cintura, le dejó claro que el mozo que llevaba era su captura y que no estaba dispuesta a que nadie se la arrebatara.
Creyendo que íbamos a continuar en su cuarto la acompañé hasta la puerta, pero cuando hice ademán de entrar, me contestó que le diera media hora y que la esperara en el hall. Comportándose como una clienta exigente, me ordenó que me volviera a duchar y que me afeitara porque no quería que mi barba de dos días le terminara rozando. Al ver mi cara de extrañeza, me aclaró:
-Esta noche tendrás que devolverme la mamada que te he hecho- y cerrando la puerta en mis narices, me dejó en mitad del pasillo, solo y alborotado.
 
Ya en mi cuarto, obedecí sus órdenes de forma que a la media hora, estaba esperándola en mitad del recibidor del hotel. Como la coqueta que era, tardó quince minutos más en aparecer pero cuando lo hizo no me quedé defraudado, venía embutida en un traje de raso rojo que  realzaba sus formas. Embobado con la visión de ese portento, disfruté de cada centímetro de su anatomía. Estaba preciosa por lo que nada más saludarme con un beso, la piropeé diciendo:
-Dios va a regañar a san Pedro por dejarse la puerta abierta, se le ha escapado un ángel-
Ruborizándose por completo, me contestó:
 
-Eso se lo dirás a todas tus clientas-
Fue entonces cuando la realidad de nuestra relación cayó sobre mí como una losa. Esa mujer creía que era un prostituto de hotel, dispuesto a hacer realidad las fantasías de las mujeres solas. No había reconocido en mí al pasajero sino que estaba convencida de que era un hombre de alquiler. Estuve a punto de sacarla de su error pero temiendo que si se lo decía no iba a pasar la noche con ella, decidí callarme y esperar a la mañana siguiente para aclarárselo. Y por eso, pasando mi brazo por su estrecha cintura le pregunté:
-¿Dónde quiere la señora ir a cenar?-
-Al Sosa Borella-
Me quedé helado, había leído una crítica de ese restaurante italo-argentino y sabía que la cuenta no iba a bajar de los trescientos dólares. Cómo pagaba ella, no puse ningún reparo. Al preguntarle al botones por un taxi para ir,  me informó que estaba al lado del hotel por lo que no era necesario pedir uno ya que se podía ir andando. La perspectiva de ir luciendo esa estupenda pareja por las calles, me pareció buenísima y pegándola a mi cuerpo, le acaricié el trasero mientras andábamos.
Si me quedaba alguna duda de mi función en esa opereta, me la quitó al entrar en el local. Era un sitio pequeño de forma que no tardamos en ver que el piloto con el que había discutido estaba sentado en una mesa a escasos tres metros de la nuestra. Poniéndose nerviosa, me suplicó que si su ex amante se acercaba, le dijera que era un amigo de otros viajes a Nueva York.
-No te preocupes- le respondí, -Somos amigos desde hace un par de años. Te parece que le diga que nos conocimos en el Metropolitan-
-Perfecto- suspiro aliviada y cambiando de tema, me preguntó que quería beber.
-Si te digo la verdad, lo que me apetece es beber champagne sobre tus pechos desnudos pero mientras tanto con un vino me conformo-
Mi ocurrencia le hizo gracia y pasando su mano por mis piernas, me aseguró que esa noche lo probaríamos. Sus caricias hicieron que mi pene se volviera a alborotar, cosa que no le pasó inadvertida y mostrando una genuina sonrisa de mujer en celo, llamó al camarero. El empleado tomó nota con profesionalidad, lo que me dio oportunidad de fijarme en la pareja del piloto. La muchacha aun siendo guapa no podía compararse con ella y así se lo comenté:
-Mentiroso- me contestó encantada.
-Es verdad- le aseguré, -Si tuviera que elegir con quien irme a una isla desierta, no dudaría en ir contigo. Tienes un cuerpo precioso y unos pechos que son una locura-
-Tonto- me susurró dándome un beso en la mejilla.
Y recalcando su belleza, acaricié uno de sus pechos mientras le decía:
-Ese tipo es un cretino. Debe estar majara para no darse cuenta-
-Te lo agradezco- contestó y completamente nerviosa, me informó de la llegada del susodicho.
El inútil del cincuentón venía con una sonrisa de superioridad que me encabronó y por eso cuando sin pedir permiso se sentó en nuestra mesa, directamente le pregunté:
-Disculpe, ¿le conozco?-
La fiereza de mi mirada le descolocó y ya bajado de su pedestal, me saludó con la mano mientras me decía:
-Soy Pascual, el compañero de Ángela-
Sabiendo que tenía que hundirle en su miseria, puse  un tono despectivo al contestarle:
-Ah, el chofer del avión- y dirigiéndome a mi pareja, le recriminé: -No sabía cuándo me sacaste de la reunión del banco que íbamos a comer con más gente. Te dije que era importante y que solo dejaría mis asuntos si cenábamos solos-
Completamente indignado, el piloto se levantó de la mesa diciendo:
-Solo venía a saludar pero ya veo que no soy bien recibido-
-¡Coño! Has captado mi indirecta, tendré que cambiar mi opinión sobre tu gremio. Hasta hoy pensaba que estaba compuesto por ignorantes sin escrúpulos ni moral que no dudan en cambiar a sus parejas por carne más joven-
Mi intencionado insulto consiguió mi propósito y el tipejo al llegar a su asiento, agarró a la muchacha y tirándole del brazo, abandonó el local. Mientras eso ocurría, mi acompañante no levantó la cara del  plato. Creyendo que me había pasado, me disculpé con la mujer, la cual al percatarse de que se había ido, soltó una carcajada, diciendo:
-¡Que se joda! Menuda cara ha puesto el muy mamón. Se debe haber quedado acojonado que me haya repuesto tan pronto y que la misma noche de ser dejada, le haya sustituido por un modelo como tú-
-Siento haber sido tan despótico-
Su reacción fue besarme y pegando su pecho al mío, susurrarme:
-Esta noche, te dejo que lo seas. Me has puesto como una moto con ese papel de hombre dominante-
 
La cara de la azafata dejaba entrever que deseaba sexo duro y por eso, le ordené que se quitara la ropa interior. Sin comprender que era lo que quería exactamente, me miró indecisa por lo que tuve que aclarárselo diciendo:
-Sin levantarte, dame tus bragas. Quiero ponérmelas de pañuelo en la chaqueta-
No me cupo ninguna duda, del efecto de mis palabras. Los pezones de la mujer se pusieron duros al instante y mordiéndose el labio, disimulando se las quitó. La calentura que la embriagaba era patente y acomodándose en la silla, esperó a ver que hacía.
No dudé un instante, llevándome el tanga rojo a mi nariz, le dije:
-Estoy deseando comerte entera-
Con los ojos inyectados de lujuria, se removió inquieta mientras unas gotas de sudor hacían su aparición en su rotundo escote. Gotas que recogí con mis dedos y me llevé a la boca, diciendo:
-Abre tus piernas-
La mujer aterrada pero excitada, separó sus rodillas dándome libre acceso a su entrepierna. Al ver que mi mano empezaba a acariciar su sexo por encima del vestido, disimulando puso la servilleta, intentando que nadie se diera cuenta que la estaba masturbando. Imbuido en mi papel, no dejé de susurrarle lo bella que era y lo mucho que me apetecía disfrutar esa noche con ella. Ángela, dominada por mis toqueteos, se subió la falda dejando su sexo desnudo a mi alcance.  Pegó un quejido al sentir que me apoderaba de su clítoris y roja como un tomate, se entregó a mis maniobras. Era tal la calentura de esa azafata que no tardó en correrse silenciosamente entre mis dedos, tras lo cual, casi llorando, se levantó al baño.
Por segunda vez, creí que me había extralimitado y bastante nervioso, esperé que volviera temiendo no solo por la cuenta sino por perder la ocasión de disfrutar de ese pedazo de hembra. Afortunadamente, no tardó en regresar con una sonrisa en los labios y al sentarse en su silla, me recriminó mi comportamiento:
-Eres un bruto insensible. ¿No te da vergüenza haberme dado el mayor orgasmo de mi vida en la mesa de un restaurante? ¡Para eso están las habitaciones!-
Su respuesta hizo que mi maquiavélica mente se pusiera a funcionar y acariciándole la mejilla, le dijera:
-¿Has hecho el amor en el metro?-
-No- me respondió descompuesta, aunque en su fuero interno deseara ser tomada en un vagón.
-Pues esta noche, lo harás-
Mi determinación le impidió protestar y bajando su mirada, empezó a cenar. Yo por mi parte, supe que al salir nos montaríamos en uno. Tratando de relajarla, le pregunté por su vida. La mujer agradeciendo el cambio de tema, se explayó contándome que estaba divorciada con dos hijos.
-Y tu marido, ¿qué hace?-
-Vive en Mónaco con su segunda mujer, una cría de veinticinco años-, contestó con un deje de amargura. Al ver mi cara de comprensión, sonrió, diciendo: -No te preocupes, ese cabrón me pasa una buena mensualidad. Trabajo para salir de casa no porque lo necesite-.
Durante el resto de la cena, no paró de hablar y solo cuando vino el camarero con la cuenta, se empezó a poner nerviosa.  Estaba horrorizada por mi amenaza pero a la vez, expectante de disfrutar si al final la cumplía. Al salir del local, no le di opción y cogiéndola por la cintura, nos metimos en el suburbano. La sensación de tenerla en mis manos era de por sí subyugante pero aún más al reparar en que mi pareja estaba completamente excitada con la idea. Mientras esperábamos en el andén la llegada del metro, pasé mi mano por su trasero. Ese sencillo gesto provocó que la rubia pegara su pubis a mi entrepierna y se empezara a restregar contra mi sexo. Se notaba a la legua que esa hembra estaba ansiosa de que rellenara su interior con mi extensión.
Afortunadamente para mis intenciones, el vagón estaba vacío por lo que sin esperar a que se arrepintiera la puse dándome la espalda sobre mis piernas y sin mediar más palabras empecé a acariciarle los pechos mientras le decía lo puta que era.  Al no haber público se relajó y llevando sus manos a mi bragueta, sacó mi pene de su encierro.  No tuve que decirle nada más, hecha una energúmena se levantó el vestido y de un solo golpe se incrustó todo mi aparato en su interior.
-¿Te gusta?- le pregunté mientras mis dedos pellizcaban  sus pezones.
-¡Sí!- sollozó sin dejar de mover su cintura.
La calidez de su cueva me envolvió y forzando el movimiento de sus caderas con mis brazos, conseguí que mi estoque se clavara en su sexo a un ritmo infernal.
-¡No puede ser!- aulló al sentir los primeros síntomas de su orgasmo.
Fue impresionante, berreando como cierva en celo, todo su cuerpo convulsionó sobre mis rodillas mientras no dejaba de gritar.
-¡Qué gozada!- chilló liberándose por fin de la humillación del abandono y levantándose del asiento, se dio la vuelta y nuevamente encajó mi pene en su vagina mientras me suplicaba que le chupara los pechos.
No tuvo que pedírmelo dos veces, sacando uno de sus senos, llevé mi lengua a su pezón. Lo hallé más que duro y por eso cogiéndolo entre mis dientes, lo mordisqueé suavemente.
-Sigue, por favor- me pidió apabullada por el placer.
 
Ángela, desquiciada por entero, rogaba a voz en grito que continuara mamando mientras no dejaba de ejercer sobre mi sexo un meneo endemoniado. Con la cabeza hacia atrás, dejó que posara mi cara entre sus pechos y atrapándolos entre mis manos, los estrujé sus pechos sin piedad. Su segundo orgasmo coincidió con mi clímax. Su flujo y mi semen se juntaron mientras ella desfallecía agotada. La dejé descansar sobre mi pecho durante dos estaciones y entonces sacándola de su  ensueño, la levanté de mis piernas y acomodándome la ropa, le dije que teníamos que volver al hotel.
 
-¿Te quedarás conmigo toda la noche? o ¿Tienes otro compromiso?- preguntó temiendo que diera por terminada la velada.
Me dio ternura su angustia y llevando sus labios a los míos, la besé dulcemente mientras le decía:
-Por nada del mundo me perdería una noche en tu compañía-

Casi llorando, la mujer me empezó a besar. Sus besos eran una demostración de su entrega y con ella entre los brazos, llegamos a nuestro hotel. Nada más entrar en su habitación se  arrodilló a mis pies con la intención de hacerme otra mamada pero levantándola del suelo, le llevé en brazos hasta la cama.

-Desnúdate- le pedí.
 
Mi acompañante dejó caer su vestido sobre las sábanas. Casi me desmayo al ver por primera vez su cuerpo desnudo, era preciosa. Sus cuarenta y tres años no habían conseguido aminorar ni un ápice su belleza. Sin dejar de mirarla, me quité la chaqueta. Increíblemente la mujer suspiró de deseo al ver que empezaba a desabrochar los botones de mi camisa. Al advertir la avidez que sentía al disfrutar de mi striptease, lo ejecuté lentamente.
-Tócate para mí- le ordené con dulzura al quitarme la camisa y quedarme con el torso al descubierto.
Ángela no se hizo de rogar y abriendo sus piernas de par en par, se empezó a masturbar sin dejar de observar cómo me deshacía del cinturón. La sensación de tener en mi poder a ese monumento, me excitó en demasía y bajándome la bragueta, busqué incrementar la lujuria de la mujer. Ella, indefensa, llevó una de sus manos a su pecho y lo pellizcó a la par que imprimía a su clítoris una tortura salvaje.
Al dejar deslizarse mi pantalón por mi piernas, la mujer no pudo más y chillando se corrió sin hacer falta que la tocase. Ver a su cuerpo cediendo al deseo de un modo  tan brutal, fue el aliciente que necesitaba para sentirme su dueño y terminando de desnudarme, me uní a ella en la cama. La cuarentona creyó que quería poseerla y cogiendo mi pene entre sus manos, intentó que la penetrara pero, separándola un instante, le dije:
-Te debo algo-
Incapaz de sobreponerse a la calentura que le envolvía, la mujer gritó al comprobar que le separaba las rodillas y me entretenía mirando su entrepierna. Su sexo brillaba encharcado de flujo, expandiendo el aroma a hembra en celo por la habitación. Pausadamente, cogí una de sus piernas y con la lengua fui recorriendo centímetro a centímetro la distancia que me separaba de su pubis. Fue una delicia advertir que Ángela se retorcía sobre las sábanas ante mi avance, de manera que todavía no había llegado a apoderarme de los labios de su sexo cuando ésta empezó a bramar como descosida por el placer que le estaba obsequiando.
-¡Fóllame!- imploró con el sudor recorriendo su piel.
Haciendo caso omiso a sus ruegos, prolongué su hambruna  bordeando con la lengua los bordes de su clítoris. La necesidad de la mujer se hizo todavía más patente cuando tomé entre los dientes su ardiente botón y a base de ligeros mordiscos afiancé mi dominio. Moviendo sus caderas, buscó apaciguar el fuego que la consumía. Sin darle ni un segundo de tregua, introduje una de mis yemas en su cueva y dotándole de un suave giro, conseguí sacar de su cuerpo otro orgasmo pero esta vez, de su sexo empezó a manar una ingente cantidad de flujo que me confirmó lo que ya sabía, que no era otra cosa más que la dulce azafata era multi-orgásmica.
La tremenda erección de mi pene me impelía a penetrarla y por eso dándole la vuelta, la puse a cuatro patas y de un solo empujón se lo clavé hasta el fondo. Entonces se desató la verdadera Ángela y comportándose como una perturbada me pidió que la tomara sin compasión. No tuvo que repetir su pedido y asiéndome de sus pechos, comencé a cabalgarla salvajemente. Sus gemidos se convirtieron en alaridos al poco de verse penetrada y cayendo sobre la almohada me pidió que la dejase descansar.
No la hice caso e incrementando el compás de mis incursiones, asolé todas sus defensas mientras a ella le costaba hasta respirar. Sometida a mis deseos, cogí su melena rubia y azuzándola con ella le obligué a seguir moviéndose. Para el aquel entonces, sus muslos estaban empapados del líquido que salía de su sexo y su cara empezaba a notar los efectos del cansancio. Afortunadamente para ella, no pude soportar más la excitación y dando un berrido, le informé de la cercanía de mi clímax. Mis palabras le sirvieron de acicate y convirtiendo sus caderas en una máquina de ordeñar, agitó su trasero en busca de mi liberación. La tensión acumulada por mi miembro explotó sonoramente, regando su vagina de mi simiente mientras la mujer no dejaba de gritar por el placer que había sentido.
Agotado, me desplomé a su lado y tras unos minutos, descansado abrazado a ella, le pregunté que le había parecido:
-Ha sido maravilloso- me contestó con una sonrisa en los labios, -nadie nunca me había dado tanto placer-
Encantado por su respuesta, le di un beso en los labios y dándole un azote a ese trasero que me traía loco, solté una carcajada:
-Todavía me falta probar este culito- le solté.
Poniendo cara de pena, me rogó que la dejara descansar pero me prometió que a la mañana siguiente me lo daría y  acurrucándose en mi pecho se quedó dormida. Desgraciadamente, cuando amanecimos se nos hizo tarde y solo pudimos ducharnos juntos porque tenía prisa. Después de vestirnos me pidió que la acompañara a la recepción y mientras bajábamos por el ascensor me pidió mi teléfono, al decirle que todavía no tenía, le di mi email y ella encantada, puso un sobre en mis manos mientras se despedía.
-¿Y esto?- le pregunté.
-Tu pago por la noche más increíble de toda mi vida-.
 
La llegada de sus compañeros de tripulación impidió que le aclarara que no era un prostituto y por eso, me despedí de ella pidiéndole que me escribiera.
-Lo haré- contestó con ilusión por poder volverme a ver.
Desde la puerta del hotel, observé su marcha y solo cuando el taxi donde se habían montado había desaparecido por la octava avenida, abrí el sobre para comprobar que esa mujer me había dejado dos mil dólares. Sin poderme creer la suerte de haber poseído a esa mujer y que encima me hubiese regalado tanta pasta, entré sonriendo en el hall.
Estaba todavía analizando lo ocurrido cuando desde la boutique de la noche anterior, la dependienta que nos había atendido me llamó con señas. Intrigado me acerqué a ver que quería. La muchacha llevándome a la trastienda, me dijo:
-He visto que te has quedado libre, anoche una de mis clientas se quedó prendada de ti. ¿Tienes algo que hacer hoy?-
Asustado de la franqueza de la mujer, le contesté que estaba cansado pero ella insistiendo, me soltó:
-Te ofrece tres mil porque la acompañes a una cena-
“Joder”, exclamé mentalmente y todavía indeciso, le pregunté a bocajarro:
-Y tú, ¿Qué ganas?-
-Me llevo el veinte por ciento y quizás si hacemos más negocio, exigiré probar la mercancía-
Solté una carcajada y dándole la mano, cerré el trato.
Todo esto ocurrió hace dos años. Hoy en  día sigo viviendo en Nueva york pero ahora tengo un apartamento en la quinta avenida con vistas al Central Park. Gracias a Johana, he conseguido una clientela habitual formada por doce mujeres que mensualmente me hacen una visita. Conduzco un porche y como se ha corrido la voz, he tenido que subir mi tarifa, pero eso sí:
“Ángela sigue pagando lo mismo. Cada quince días voy a recogerla al avión y para sus compañeros soy su novio. Solo ella sabe que soy su chico de alquiler”

Si quieres ver un reportaje fotográfico más amplio sobre la modelo que inspira este relato búscalo en mi otro Blog:     http://fotosgolfas.blogspot.com.es/
¡SEGURO QUE TE GUSTARÁ!
 

Relato erótico: “La infiel Diana y sus cornudos (Adrián) parte 8” (PUBLICADO POR BOSTMUTRU)

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El día siguiente me levante temprano con una sensación de intranquilidad me aliste y me fui a la universidad a media mañana llame a Diana al celular no me contesto ya me imaginaba que estaba ocupada haciendo de las suyas, al medio día al salir de clases intente nuevamente ahí me contesto Diana se escuchaba música de reggaetón a mucho volumen también se oían risas, al contestar se le escuchaba la voz algo agitada diciéndome…. Ho la aamor como e est as…. Yo bien amor tu estas bien…. Siii…. Se te escucha raro…. Es quee estamoss bailan do re ggae tón. De repente al fondo se escuchó que le gritaron…. Perrea Diana perrea…. seguido de muchas risas, le pregunte que pasa ella solo respondió…. Nadaaa a mor solo baiiilo jejejeee…. Donde estas…. En u na finca amor te dejo quee mee están jodiendo toda aa…. Que, que…. Mi familia me está molestando bye amorrr aaa. Se escucharon risas y se cortó la comunicación.

Era obvio para mí que se la estaban cogiendo, Yo termine con una erección en mis pantalones me sentía cornudo quería ver lo que estaría haciendo, ya quería llegar a casa y hacerme una paja tome el bus fueron 30 minutos de un viaje que se me hizo largo al llegar a la unidad uno de los porteros de nombre Luis de unos 40 años, corpulento 1.70 mts con bigote algunas canas, me abre la puerta en eso llega el otro portero Daniel de 30 años, negro, 1.80 mts de cuerpo musculado ejercitado de apariencia intimidante, al verme me saluda con una gran sonrisa…. Buena tarde don Adrián… buena tarde respondo, en seguida se dirige a Luis…. rápido Luis aproveche vaya donde don Javier que le tiene una buena sorpresa.

Me dirigí a casa al pasar por la casa de Javier se escuchaba música de Reggaetón a un alto volumen, se me hizo un nudo en el estómago sentía que se me iba a reventar la verga de lo excitado que estaba al entrar me encuentro a mi padre (Fernando) de 45 años, 1.70mts, cabello canoso, delgado algo barrigón y a mi madre (Lucia) de 41 años, 1.65, cabello negro lizo hasta los hombros, ojos café, y un rostro hermoso de cuerpo estilizado como el de una modelo que a pesar de su edad lo conserva muy bien con una cola redonda, respingona y senos de tamaño mediano, tenía puesta una blusa azul oscura con los hombros destapados con boleritos que cubría sus senos y no llevaba sostén para que no se le notaran las tiritas también traía un pantalón de mezclilla blanco ceñido al cuerpo que dejaba ver su hermosa figura como si fuera una segunda piel y unas sandalias blancas, se encontraban almorzando me saludan, mamá se empieza aquejar diciendo…. Este viejito de al lado invito a unos amigos y todo el día a puesto esa música ya me tiene cansada les avise al portero para que le pidiera que le bajara a esa música pero nada y eso se escucha una gritería y risas. En eso papá dice…. Jejeje esa gritería yo creo que el vecino contrato una putica jajaja…. Hay Fernando dice mi mamá…. Pero es cierto se alcanzan a escuchar los jadeos y gritos de una mujer quien ve a ese viejito se la está pasando bueno jajaja. Y era cierto si se ponía atención entre la música se escuchaban los gritos de una mujer que para mí eran familiares y conocidos por suerte mis padres no se daban cuenta de que la que estaba gritando y jadiando era mi dulce noviecita a la cual ellos apreciaban y querían casi como una hija la cual decían que era lo mejor que me había pasado. Mi madre toda indignada solo decía viejo verde y pervertido voy a tener que ir yo a decirle que pare esa fiestecita que acá vivimos familias decentes, al escuchar eso sentí que el mundo se me venía encima donde mi madre fuera y se enterara que la que se están cogiendo es a mi novia, por suerte papá logro calmarla y decirle que no se metiera que para que crear broncas con los vecinos que mejor llevar las cosas tranquilas…. Si mamá además vi a Luis que iba para la casa de don Javier….

Ojala logre que el vecino le baje a ese escándalo que ya no me lo aguanto más. Mi madre molesta me sirvió de comer mientras escuchábamos la fiesta del vecino con los jadeos y gritos de mi novia, fue algo incómodo mis padres terminaron de comer, papá dijo que tenía que ir a la oficina que se le quedaron unos papeles que necesitaba revisar para hacer unos pedidos de unos insumos que no se iba a demorar, le dio un beso a mi madre se despidió de mí y se fue yo termine de comer subí a mi habitación cerré con llave la puerta me empecé hacer una paja mientras pensaba en como don Javier se cogía a mi novia, habían pasado 30 minutos desde que llegue a casa mientras me masturbaba sonó la puerta de mi habitación era mi mamá…. Adrián abra que hace…. Estaba durmiendo mamá…. Vaya donde el vecino y le dice que pare ese escándalo…. No mamá yo no quiero problemas con el vecino…. Usted no es capaz de nada no me va tocar ir a mi…. No mamá espere. Escuche los pasos retirarse intente ponerme los pantalones rápido para alcanzarla pero fue tarde alcance a escuchar la puerta de la casa cerrarse.

Un frio me recorrió el cuerpo de solo pensar que mi madre descubriera que Diana era una putica y como ella es tan orgullosa siempre dando una buena imagen hacia los demás de familia modelo y que su hijo tuviera una relación formal con una zorrita la iba a dejar con la dignidad por el suelo, solo me senté a esperar lo peor 30 minutos después escuche la puerta salí a ver era mi padre me pregunto por mamá le dije que salió pregunto para donde le mentí le dije que no sabía pero ya se había demorado eso me tenía nervioso, la música, los gritos, risas y escandalo seguían mientras tanto mi papá y yo nos pusimos a ver televisión, media hora después mamá llego se veía extraña algo sudada al ver a mi padre se sobresaltó se puso nerviosa.

Mi padre al verla le pregunto dónde estaba ella le respondió que salió a caminar que hacía mucho calor que se iba bañar se fue rápidamente como evitando a mi padre y se metió en el baño mi padre me miro extrañado y siguió viendo la televisión media hora después la música seso subí al segundo piso y desde una ventana alcance a ver a salir cuatro viejos de la casa de don Javier riendo y hablando, 20 minutos después vi quien parecía a Diana salir rápidamente para no ser descubierta.

A eso de las 8 de la noche me llamo Javier me dijo que fuera a su casa que tenía mucho que contarme, me dirigí rápido a su casa salí sin que mis padres se dieran cuenta, al llegar Javier me recibió con una gran sonrisa me dijo adelante me invito a sentarme en el sofá me dijo ponte cómodo mientras me decía eso desabotono su pantalón y se lo quito junto con su bóxer dejando ver su poya morcillona colgando junto a sus enormes pelotas, empecé a quitarme el pantalón y la ropa interior me senté en el sofá ya traía una erección Javier al verme rio y me dijo …. cornudito que putito eres, mira que te tengo una sorpresa y esta vez me prepare bien para que lo puedas disfrutar.

En esas saco una video cámara casera la conecto al televisor saco un pequeño control que tenía la cámara se sentó al lado mío y me dijo…. Tu noviecita vino esta mañana a eso de las 9 y vieras la pasamos muy bien la muy puta se vino con un vestido de una pieza rojo de falda cortica a medio muslo vieras como se le veían esas piernotas tan torneadas y provocadoras la faldita tenia vuelo y aun así se le notaba ese culote redondo y delicioso que se gasta y con esos tacones de aguja negros lo hacía resaltar más, de la cintura para arriba el vestido le quedaba ceñido dejándole ver esa silueta de guitarra en ese abdomen traía un cinturón negro ancho, el vestido no tenía mangas era un straple que se veía increíble conteniendo ese par de tetas gordas perfectas y suculentas que tiene tu noviecita, su cabello lo llevaba lizo con una línea en su lado derecho sus ojos delineados y esos apetecibles labios de color rojo. Claro que sabía a qué vestido se refería yo se lo regale me costó mucho dinero se veía espectacular con él.

Javier continuo diciéndome…. ella ya sabía a qué venia al verme entro muy coqueta bamboleando esas caderas haciendo que se moviera ese apetitoso trasero llegamos hasta la sala dio la vuelta y empezó besarme dulcemente disfrutándolo saboree esos suaves y hermosos labios la pasión aumento y nos comimos nuestras lenguas al terminar la muy puta me dijo hola don Javier vine para recibir la lección…. Claro amor vas a ver que hoy vas a recibir una lección que te va a servir para toda la vida. Luego saque la videocámara la acomode en esta mesita de centro apuntando hacia nosotros Diana al verla me dijo que no quería que la grabara le dije que se tranquilizara que esto iba hacer para uso privado y que le iba a dar una copia para que ella también lo disfrutar, le prometí que no le iba a mostrar a nadie el video, ella me sonrió prendí la cámara nos empezamos apegar un morreo delicioso. Ahora putico sumiso ya sabes que hacer miro a su entrepierna pude ver esa verga totalmente parada enorme instintivamente estire mi mano empecé a tocársela la apreté entre mis dedos y empecé a subir y bajar mi mano el solo me dijo… aaa si cornudito. Tomo el control y le dio play.

La pantalla se encendió pude ver a mi novia con don Javier besándose muy apasionadamente mientras este la manoseaba y le metía la mano por debajo de su falda agarrándole ese culote le habría esas nalgotas con las dos manos y le metía los dedos, le pasaba la mano por su chochita metiendo su mano entre las bragas mientras tanto mi dulce Diana lo besaba y le agarraba el bulto sobre el pantalón que se veía marcado la pobres se veía desesperada le pidió por favor que si le podía chupar la poya Javier no la quiso dejar esperando la tomo de los hombros la hizo arrodillar, ella empezó a desabrochar rápido su pantalón se lo quito junto con su ropa interior se le podía ver esos 23 cm de carne gorda totalmente parado palpitando Diana no se pudo contener lo tomo con sus manitas y lo empezó a chupar, el viejo solo gemía le decía lo rico que lo hacía que era una experta mamona ella solo chupaba le pasaba la lengua por todo el tronco se iba hasta las pelotas las lamia se las metía a la boca y las chupaba luego se metía la verga a su boca y chupaba así estuvo un rato hasta que el viejo la detuvo le dijo que se sentara en el sofá y abriera las piernas Javier se arrodillo entre ellas cogió su diminuta tanguita blanca que apenas cubría ese chochito carnoso la corrió hacia un lado y se lo empezó a comer con gula mi novia empezó a gemir y a retorcerse pidiendo más, tenía una cara de puta que no podía con ella la tuvo un rato así gimiendo cuando su vagina estuvo mojada escurriendo sus jugos la dejo al borde del sofá se enderezó le puso sus piernas en los hombros y la embistió clavándole todo ese pedazo de carne en sus entrañas mi novia solo grito y le dijo…. Aaahh me abriste toda que grande sos aaahh…. Y tu tan apretadita mami a pesar de ser una putica siento que me aprietas la verga mmmm. Solo veía como la empezó a taladrar primero despacio luego rápido haciéndola gemir de placer mientras la clavaba le agarraba las tetas, le bajo el straple dejándole al aire ese par de tetas gordas las cual apretó y chupo a gusto.

Javier se la saco y se sentó al lado de ella en el sofá, Diana se iba a quitar la ropa pero Javier la detuvo le dijo que se la quería coger con esa ropita puesta Diana le dijo que no que mejor se la quitaba por que no la quería ensuciar y que además era un regalo de su novio Javier solo la puso de ladito con la tanguita corrida a un lado y se la clavo entera se rio y le dijo zorrita y la empezó a bombear sin misericordia mientras le apretaba una teta y le besaba el cuello haciéndola delirar y gemir de placer tenía la mirada perdida siguió así un rato hasta que ella no aguanto, su mirada se puso perdida y se empezó a venir su chochita escurría y mojaba toda la vega de Javier mientras este seguía entrando y saliendo de ella sin parar el cuerpo de mi pobre novia empezó a convulsionar en un orgasmo intenso que la hizo gritar y casi desvanecer.

Después en el video vi como la acomodo en cuatro subiéndole la faldita sobre la espalda y bajándole la tanguita a medio muslo para después abrirle esas nalgotas dejando expuesto ese anito rosadito y cerrado empezó a pasarle un dedo en forma circular por su anito lo cual provocaba gemiditos en ella después vi como Javier abriéndole esas nalgas entierra su cara en ella y empieza a pasarle la lengua por su ano lamiendo devorándolo para después enterrar su lengua en el sacándola y metiéndola Diana solo paro más el culo facilitándole el trabajo pidiéndole que le chupara el culo, el viejo verde se lo estuvo trabajando hasta que se lo dejo dilatado cuando lo consiguió y se lo dejo bien lubricado le agarro una nalga se la abrió con la otra cogió sus 23cm de humanidad gorda y venosa lo apunto a su ano y lo empezó a empujar con fuerza al sentir que esa morcilla iba a atravesar su dilatado anito empezó a gemir y a decirle…. No don Javier es muy grande me va a partir…. Tranquila puta no te hagas la estrecha conmigo estoy seguro que no es la primera verga que te rompe el culo más bien relájate para que te entre bien. El viejo siguió haciendo fuerza hasta que logro meterle la cabeza mi novia abrió los ojos todo lo que podía y dio un grito más bien un quejido aahhh se me abrió el culo…. Tranquila bebe todavía faltan como 20 cm. Acto seguido se los dejo ir todos de un empujo hasta sus enormes pelotas chocaron contra su concha mi dulce novia solo dio un grito…. Aaaah mi culito me lo partió todo…. Bebe que rico se siente lo tienes bien apretado te lo voy a dejar adentro para que te acostumbres. Se quedó quieto un rato hasta que pude ver como Diana comenzaba a mover su cola en forma circular y hacer fuerza hacia atrás para enterrarse toda la verga al ver esto Javier empezó a sacar y a meter su poya cada vez más rápido hasta que cogió buen ritmo mi novia estaba entregada totalmente Javier se aferró a sus caderas y le empezó a dar duro las deliciosas tetas de mi novia se bamboleaban sin control sus pezones estaban hinchados y en punta de la excitación que traía…. Sí que rico culo tienes Dianita no puedo creer que te lo esté clavando no sabes cuánto tiempo espere este momento aaahh siii que buena estas mamacita rica…. Aaahh Siga así dooon Javier que ricaaaa po yaaa tiene sígamela metiendo aaaahh la siento toda cuando me la mete aaaahh que rico me abre el culo aaahhh. Le estuvo dando por el culo como 10 minutos en medio de un concierto de gemido hasta que el amor de mi vida le dijo que se iba a venir de nuevo don Javier le dijo…. veinte guarra que yo también voy acabar y te voy a llenar el culo de leche, mi novia empezó a gemir y convulsionar en un orgasmo su coñito empezó a aventar sus juguitos sus brazos flaquearon y callo de cara sobre el sofá con los ojos casi en blanco con cada convulsión le apretaba la verga a mi viejo vecino…. A puta me aprietas la verga como me ordeñas perra toma mi leche solo veía como sus enormes pelotas se contraían y le llenaban el culo de leche Javier cayó encima de ella con la verga todavía enterraba la tuvo metida hasta que empezó a perder dureza.

Yo mientras tanto me hacia una paja como loco con la mi mano toda untada de líquido preseminal de la verga chorreante de Don Javier la tenía durísima y toda lubricada de sus jugos la masturbaba a buen ritmo yo la miraba y el viejo solo gemía y me felicitaba por el buen trabajo y por lo buena que estaba la puta de mi novia de repente escucho aplauso y que felicitan a Don Javier cuando veo el video veo a cuatro viejos de entre 60 y 70 años no tan bien conservado como Javier, arrugados de carnes flácidas algo de barriga totalmente desnudos pero con unas poyas impresionantes grandes de buen tamaño alrededor de 20cm totalmente paradas con unas pelotas grandes que les colgaban mucho veo como mi vecino le saca la verga a mi novia ella algo asustada intenta acomodarse las tetas en el vestido y subirse la tanga.

Un viejo le dice…. Y esta es la putica de la que nos hablaste…. Sí que te parece respondió Javier…. Que es una profesional la putica sabe y cuantos añitos es que tiene…. 21 años y mira no está rica?…. ufff 21 si está bien buena y por lo que vimos hace de todo creo que vamos a gastar una buena platica hoy…. Vas a ver que si vale la pena respondió Javier. Diana asustada le dijo a Javier…. Que significa esto Javier que está pasando…. Nada Diana es que le hable a unos amigos de ti y me rogaron por conocerte a fondo jajaja…. No Javier yo mejor me voy. Uno de los viejos le dijo…. Nada de eso mamita ya pagamos por adelantado y no aceptamos devoluciones después de ver lo rica que estas. Diana intento coger su bolso e irse pero la atajaron uno de los viejos se puso detrás de ella y le tapó la boca los otros dos la agarraron de los brazos y piernas levantándola dejándola en el aire con las piernas abiertas el ultimo viejo le agarro la tanguita y se la arranco dejándole el coñito abultado, gordito y baboso expuesto el viejo se puso entre sus piernas y rápidamente se la metió entera Diana intento gemir pero con su boca tapada su gemido fue ahogado. Javier dijo mejor pongo la música para que empiece esta fiesta, fue al equipo de sonido y puso una emisora de reggaetón y subió el volumen a un nivel alto acto seguido toma la cámara y empieza a filmar la culeada que le estaba metiendo el viejo a mi novia con la música alta el viejo de atrás le soltó la boca sus manos fueron directas a ese enorme par de tetas se las saco del vestido y se las empezó a apretar, mi pobre novia empezó a decir…. no me la meta más aaahhh por favooor dejen me iiirrr aaa mmm me la estaaan metiendoo y sacandooo mmm aaahh siiii si me dejaaann iirr noo dire nada aaahhh siiiii mmmm. El viejo la seguía bombeando mi pobre novia ultrajada solo gemía y gemía estuvieron así 10 minutos hasta que ella empezó a blanquear los ojos a arquear su cuerpo y empezar a moverse erráticamente y a gemir fuertemente el viejo solo dijo me está apretando la verga a que rico puta de repente se ve como mi novia empieza a venirse toda gritando de placer el viejo no aguanta le saca la poya y se le viene encima echándole semen sobre el vestido y su cuquita se la dejo toda enlechada los demás viejos solo lo felicitaban y le decían lo bien que se cogió a esa puta.

La dejaron sobre el sofá adormilada por el orgasmo con las piernas abiertas de inmediatamente el viejo que le había agarrado las tetas le subió las piernas a sus hombros y la empezó a bombear como si no hubiera un mañana le daba duro a mi dulce novia no le quedó otra que empezar a gemir y pedir por favor que parara solo veía como la tranca del viejo le abría la cuquita a mi novia la cual se le veía hinchada y babeante, Diana solo le decía pare aaauuuhh por favooorrr me está matando aaaahh siiiiii no voy aguantaaaar muchooo aaaahh mmmm siiiii aaaahhh. Mi novia tuvo otro orgasmo el viejo dijo…. Si tienes razón esta puta aprieta cuando se viene aaahhh que buena es esta zorra. Y la siguió cogiendo 10 minutos más sin importarle que quedara como ida por el orgasmo hasta que sintió que la pobre se volvía a venir y le apretó la vega al viejo otra vez que esta vez no aguanto y se vino llenándola de semen en lo más profundo de su matriz el viejo se la empujo 5 veces y con cada empujón le metía un trallazo de leche que al parecer fue mucha ya que cuando le saco el pene de la vagina de mi novia empezó a brotar goterones de un semen amarillento, todos reían y estaban felices, pude ver en el hermoso rostro de Diana una sonrisa con su mirada perdida como si estuviera en éxtasis.

Uno de los viejos que faltaba por cogérsela se sentó al lado de ella y le dijo ya sabes que hacer y se empezó a sacudir su enorme pene, Diana solo lo miro, miro su verga y como autómata se subió sobre el con su manita le agarro la verga la dirigió a su coñito y empezó a metérsela Diana empezó a gemir el viejo le dice…. Así guarrita cabálgame como una profesional. Mi novia empezó a mover las caderas en forma circular después a subir y a bajar arqueo su cuerpo hacia atrás dejando expuestas esas enormes tetas el viejo al ver esos pezones rosados todos brotados y en punta se los agarro los empezó a estirar y a retorcer mi novia solo gritaba de repente le cogió las tetas se las apretó y las trajo hacia él se las empezó a chupar con gula duro sacándole gemidos, luego le paso los brazos rodeándola por esa suave espalda quedando totalmente sobre el dejándole ese delicioso redondo y carnoso culo expuesto mientras el viejo le seguía chupando las tetas y mi novia no dejaba de moverse cabalgándolo con gran maestría, el viejo se sacó la deliciosa teta de su boca y mirando a su amigo que faltaba por follarla y le dijo…. Ese culo está pidiendo a gritos una verga. El viejo no la hizo esperar se fue detrás de mí noviecita que lo miro con cara de puta y jadiando, el viejo solo le puso el glande de su enorme morcilla en su ano rosadito y dilatado para después empujársela y dejársela ir toda hasta chocar contra sus nalgas Diana solo emitió un grito de dolor y placer, yo veía alucinado mientras le hacía una paja a don Javier como le hacían una doble penetración un par de viejos a mi dulce y bella novia, un par de viejos que podrían ser sus abuelos, ese par de abuelos se sincronizaron mientras uno se la enterraba el otro casi se la sacaba toda y se la volvía a meter entera así la tuvieron a buen ritmo mientras la cogían le apretaban, le chupaban las tetas y la nalgueaban así estuvieron como a los 10 minutos cuando se escucha el timbre de la puerta, Javier dijo …. Puta madre ahora quien será, le pidió a uno de los viejos que siguiera grabando mientras el miraba a ver qué pasaba se puso el pantalón y salió a ver quién era.

3 minutos después entra con Daniel uno de los porteros, Javier le dice…. Mire Daniel es que estamos en medio de una fiesta como nos va a quitar la musiquita, Daniel con los ojos afuera viendo como dos viejos se cogían a mi novia le dice…. Don Javier esa no es la novia de don Adrian…. Si es tremenda puta la zorrita vieras como le gusta la verga…. Se nota mira como lo disfruta la muy puta, yo nunca me imaginé que fuera tan putica se veía toda linda y decente quien ve a la condenada pero sí que está muy buena mírale ese culo y ese par de tetas como goza…. Si las que menos corren vuelan y esta le encanta que se la cojan…. Uuuyy no me diga eso que desde que la vi le tengo unas ganas de metérsela por ese culo y llenarla de leche…. A pero bueno Daniel por que no arreglamos así nos deja seguir la fiestecita con mis amigos y a cambio se la coge para que se quite esas ganas…. Uff claro yo no voy a desaprovechar le tomó la palabra pero con una condición…. ¿Cuál?…. que no me vaya a dejar a Luis fuera de esta fiesta que él también le tiene unas ganas cada vez que la ve entrar a la unidad me dice que se la quiere meter…. Bueno después de que terminen este par de viejos sigue usted y después va a llamar a Luis para que pase un buen rato al final la compartimos y todos felices. En eso los viejos seguían dándole mi novia gimiendo entregada al placer mientras ese par de viejos la usaban, en eso mi novia empieza a gemir fuertemente a poner los ojos en blanco y a tener espasmos mi novia se empezó a venir su coño empezó a chorrear los viejos no aguantaron y le empezaron a llenar los intestinos y la matriz de pura leche se descargaron dentro de ella con todo, mi novia quedo agotada entre los viejos.

Daniel apurado ya se había quitado la ropa dejando ver su cuerpo musculado definido con una enorme poya negra de 24 cm más gruesa que la de Javier circuncidada, venosa con unas pelotas grandes totalmente depilada les dijo…. bueno me toca, los viejos dejaron tirada a Diana en el sofá que al ver la enorme poya que le iba a tocar le regalo una sonrisa llena de perversión, Daniel le quito el vestido que lo traía todo arrugado en su cintura con él le limpio en semen que le dejaron los viejos en su chocho y en el culo, cogió del pelo la hizo arrodillar y le dijo chúpala rápido que no tengo mucho tiempo acto seguido le clavo la poya en la boca a mi novia quien como podía intentaba chupar ese enorme pene Daniel gemía y la felicitaba por la buena puta que era, luego la tiro al sofá la abrió de piernas y la clavo le empezó dándole duro Diana solo gritaba e intentaba resistir las embestidas, la enorme verga negra de Daniel la abría toda y le estiraba las paredes vaginales la pobre gemía y rápidamente le saco un orgasmo su mirada se puso vidriosa perdida su cuerpo se empezó a sacudir y a venirse el negro solo decía a mierda esta perra se vino y me está ahorcando la verga aaahhh sí que buena esta, luego se la saco la volteo la puso en cuatro sobre el sofá y la empezó a follar como si nada mi novia babeaba gemía y se reía como tonta así la tuvo un rato hasta que se la saco, luego la llevo hasta el comedor la puso boca abajo sobre el la mitad de su cuerpo sobre la mesa sus pies en el suelo le hizo empinar el culo le abrió las nalgas con ambas manos y con la verga dura como una barra de metal le empezó a perforar el culo lentamente mi novia puso cara de sorpresa cuando ese tremendo invasor la empezó abrir como pudo resistió hasta que tuvo los 24 cm totalmente en sus entrañas se la dejo un rato ahí metida para que se acostumbrara en eso se escucha el sonido de un celular timbrando Javier fue al bolso de Diana y saco su celular miro quien llamaba y dijo…. Es el cornudo silencio todos, contéstale Dianita…. No don Javier aaauu no que tengo esta poyota dentro del culo aaayy no le voy a poder hablaaar…. Tranquila vas a ver que si puedes.

Javier contesto y le paso a mi pobre novia el teléfono que se vio forzada a contestar en esas Daniel empezó a moverse a meter y a sacar su verga le las entrañas de mi novia que resistía mientras me hablaba, Daniel cogió buen ritmo mi novia con cara de puta con el teléfono en su mano junto al oído trataba de disimular, de un momento a otro alguien grito perrea y empezaron a corear perrea Diana perrea, mi novia obedientemente mientras me hablaba paro el culo y lo empezó a mover arriba y abajo con la poya de Daniel dentro del culo entrando y saliendo al ritmo de la música, mi novia como pudo me hablo cuando ya vio que no pudo más se despidió de mí y me colgó para poder gritar y gemir de placer mientras todos reían y se burlaban de mi diciéndome lo estúpido y cornudo que era Diana siguió moviéndose como poseída entregada al placer, Daniel la estuvo cogiendo como por 20 minutos con diferentes poses se la clavaba en la vagina en el culo hasta que los llegaron al orgasmo al mismo tiempo Daniel se le vino adentro de su chochito después se la saco le pidió que le limpiara la verga mi novia agotada le cogió esa verga morcillona la empezó a chupar hasta dejarla limpia y reluciente.

Daniel empezó a vestirse rápido le dijo a Javier…. Ya le mando a Luis don Javier. Javier le dijo…. Ok dejémosla descansar mientras viene Luis.

En el video se ve un corte y después se ve a Luis ya sin ropa con una poya gruesa de 20 cm parada se acerca a mi novia que está en el sofá la acaricia le toca las tetas el culo se la monta encima la empieza a besar Diana le corresponde mientras lo hacen Luis empieza a buscar su chochita con su pene cuando lo encuentra se la empieza a meter mi novia empieza a cabalgar se siguen besando después Luis le coge ese par de tetas gordas y las empieza a chupar como si la estuviera ordeñando estuvieron un rato así cabalgando y chupándole las tetas luego la acostó la siguió cogiendo después la puso en cuatro la siguió cogiendo llevaba 30 minutos cogiéndola hasta que decidió que la quería encular así que sin más la empezó a coger por el culo mi novia gozaba como loca gemía de placer estaba totalmente entregada estaban en esas cuando de repente suena el timbre de la puerta, Javier emputado dijo… ahora quien puta madre será. Se fue a abrir la puerta dejando que la filmación de la película porno con mi novia como protagonista siguiera.

Cual fue la sorpresa cuando mi mamá entra sin pedir permiso toda indignada a parar la fiesta y se encuentra con la imagen de mi novia en cuatro patas en medio de la sala con el vigilante detrás de ella metiéndole un trozo de carne gorda que tiene por poya en ese culo redondo, parado, hermoso, perfecto sin ningún defecto con sus enormes tetas con los pezones a reventar bamboleándose totalmente entregada con cara de puta gimiendo de placer pidiendo más verga, junto a cuatro viejos totalmente desnudos con unas enormes poyas totalmente paradas masturbándose viendo y grabando como se cogen a su nuera, la dulce y tierna niña que creía que era la mejor mujer para su hijo la cual idealizaban como la mujer perfecta para que formara parte de su familia. Horrorizada por lo que veía solamente dijo…. Diana que significa esto por Dios?, mi novia en un momento de conciencia reconoció la voz y la imagen de su suegra y asustada solo respondió…. Lucia no es lo que parece…. Que no es lo que parece Luis el vigilante te la está metiendo….aaahh puedo explicarlooo…. Que vas a explicar…. Mire Lucia esas poyas son tan enormes aaah uno no es de piedra mmnnn uno no se puede resistir…. Y mi hijo acaso no te importa…. Siiii aahhh siii me importa pero el no sabe satisfacer aauuu las necesidades de mmnnn una mujer como yo aaahhh necesito que me lleven al límite asiiiii y me hagan sentir mujer aaahhh Javier sabeee como aaahhh y la tiene maaasss grandeee que su hijo aaayyy…. Eso no es excusa me equivoque con usted, usted es una puta completa…. Eso lo dice mmmnn por que nooo le ha pasa do pero deje queee don Javier le muestre aaahh como y me vaaa a entender aaahh que rico Luis.

En esos se ve como Javier llega por detrás de mi madre le entierra el bulto entre las nalgas sobre el pantalón al sentir el enorme bulto de Javier mi madre sintiéndose sorprendida no le queda más que gemir, gemido que fue tapado por una mano de Javier, mi madre trato de zafarse pero mi vecino la sujeto paso su mano libre por el frente desabrochando rápidamente el pantalón blanco de mi madre y metiendo su mano rápidamente en su vagina, por el movimiento que se veía sobre el pantalón se notaba que jugaba con su clítoris, la pobre solo lanzaba gemidos ahogados por la mano de Javier mientras veían como Luis seguía enculando a mi novia, momentos después Luis anuncio que iba a acabar pego un bufido y empezó a descargarse en los intestinos de mi novia le metía penetradas profunda y eyaculaba dentro de ella podía verse como los testículos de Luis se contraían con cada lechazo que le daba mientras mi novia gemía y de su vagina empezaron a brotar sus jugos en un intenso orgasmo en ese momento mi madre gimió intensamente casi se cae como si sus piernas flaquearan sus ojos se blanquearon Javier no la dejó caer y la siguió dediando mientras dijo…. Huy Dianita tu suegra se vino me mojo toda la mano yo creo que le gusto verte correr y como te llenaban el culo jajaja. Luis respondió…. Doña Lucia quien la ve también le gusta las guarradas. Diana le dijo…. Suegra esto es muy rico.

Luis le saco la verga ya toda morcillona y de inmediatamente del culote dilatado de mi novia le empezó a salir goterones de leche para después caer al suelo toda sudada y agitada, Javier tiro a mi madre sobre la mesa del comedor boca abajo con sus piernas colgando agitada por el orgasmo, Javier se quitó el pantalón dejando ver sus 23 cm en pie de guerra nuevamente, Lucia al ver el tamaño de su miembro abrió los ojos totalmente sorprendida dijo…. Es muy grande muchísimo más grande que la de mi marido y muchísimo más gruesa. Mi novia le respondió…. Si también es muchísimo más grande que la de Adrián. Javier empezó a bajarle el pantalón blanco a Lucia hasta las rodillas dejando ver un panti algo grande Javier le Dijo a mi madre…. Esta algo grande tu interior a mí me gustan más las tanguitas pequeñas además tenes un buen culo para que te lo tapes con esa ropa interior para la próxima vez que te coja te quiero ver con tanguitas que se te metan por ese hermoso culo. Acto seguido le bajo el interior hasta las rodillas intento sujetárselas pero Javier fue más rápido.

Desde atrás se pudo ver el hermoso culo de mi madre redondo bien parado y su cuquita peludita, carnosita. Javier se deleitó se pasó la lengua por la boca con sus manos la agarro de las nalgas la acomodo dejándola empinada para después decirle…. Perdón por hacerte esperar Lucia por cierto me gustan los coñitos depilados. Rápidamente le acomodo la poya en la entrada de su mojada vagina y se la empujo toda hasta adentro mi madre intento poner una mano en el abdomen de Javier y decir nooo pero fue tarde ya se lo había clavado toda mi madre solo grito al sentir como la abrió toda esa descomunal verga, Javier exclamo…. Aaahhh mierda que apretada estas Lucia Fernando la debe tener muy pequeña por que la tienes tan cerrada como la de tu nuera en tu familia como que las tiene pequeñas pero no te preocupes de ahora en adelante te voy a dar un buen uso…. Nooo Javier aaahhh la tienes muy grande siento que me abriste toda aaaayyy sácala por favor mmmnn aaahh…. Nada de eso cuando te acostumbres vas a ver que no te la quieres sacar. Javier estuvo haciendo movimientos circulares pegado al culo de mi madre con toda su hombría dentro de ella hasta que ella empezó a dar gemiditos y a parar más el culo con su cara y medio cuerpo pegados a la mesa…. Veo que ya te estas acostumbrando e Lucia dijo Javier quien cogiéndola de las caderas se la empezó a sacar casi hasta el glande para volver a meter y empezar a bombear lentamente.

Mi madre empezó a gemir en su rostro se veía un placer emergente mientras todo eso pasaba Luis ya se había vestido y le dice a Javier…. Bueno Javier muchas gracias por la fiesta espero que no vaya a durar mucho porque los vecinos se van a quejar por cierto doña Lucia fue la primera en quejarse y mírela ya está disfrutando de ella, que puta es señora con su permiso los dejo y a ver si uno de estos días le hago una visita cuando este solita ha y señorita Diana fue un placer conocerla a fondo. Le hizo un giño y se fue mi novia muy educada le mando un beso y una sonrisa, los viejos cogieron a mi novia y la pusieron a mamar a cogérsela se turnaban el que quedaba libre grababa, le hacían doble penetración, la ponían en cuatro, la enculaban mi novia ya agotada como un muñequito de trapo solo se dejaba hacer, también grababan a mi madre y a Javier como se la cogía ahí en la mesa ya le daba más duro mi madre solo le ponía el culo y lo movía circularmente gemía le decía que le gustaba como se la cogía que se sentía llena de su verga había logrado emputecer a mi madre quien yo la veía decente y pudorosa, uno de los viejos le dijo que se la dejara coger Javier le respondió…. No para la próxima vez tal vez ahora no que la estoy estrenando yo jajajaja…. Que egoísta eres viejo miserable jajaja respondió el viejo…. Siga disfrutando de la nuerita que ya pagaron por ella jejejeje.

Los viejos siguieron cogiéndose a mi novia hasta que la tiraron en el piso boca arriba ya totalmente agotada sudada empezaron a pajearse y a venirse encima de ella los cuatro viejos la llenaron de semen en la cara, pelo, en las tetas, abdomen, en sus muslos, la bañaron de leche quedo toda untada hecha en desastre pero satisfecha solo sonreía.

Por otra parte seguían mi mamá y Javier en la misma posición ahora se enfocaban en ellos grababan como se la culeaban, Javier levantaba a mi madre la tomaba del rostro haciéndola girar y se besaban apasionadamente se veía como jugaban con sus lenguas se le veían las tetas afuera con los pezones a reventar parados moviéndose al ritmo de la cogida Javier se los apretaba y jugaba con ellos mi madre solo gemía pedía más que le diera más duro Javier le decía…. Te gusta…. Siii aahhh me gustaaa muchoooo…. Te gusto como se cogieron a tu nuera…. Siii la cogieron aaahh ummm bien ricoooo…. Eso es lo que te espera la próxima vez….siii aahhh…..aaahhh prepárate puta aaahh me voy a venir…. Siii damelooo todo yo también me vengo aahhhh. Javier la empujo sobre la mesa la cogió de ambos brazos y le empezó a dar rápido y duro ella de cara sobre la mesa empezó a gemir y a gritar fuerte recibiendo los embates de su culeador hasta que ambos gritaron Javier empezó a eyacular y a surtir de leche a mi madre llenándola tanto que mientras lo hacía le empezaba a salir semen por la vagina a mi madre chorreando sus pierna mientras este daba sus últimas bombeadas, por su parte mi madre se convulsionaba en un orgasmo intenso que la hizo desfallecer y poner sus ojos en blanco Javier quedo encima de ella con la poya adentró mientras perdía dureza.

Javier le saco el pene morcilludo y de la vagina de mi madre empezó a salir una gran cantidad de semen que escurrieron por sus piernas y algunas gotas fueron a caer a su ropa interior, luego dijo…. bueno muchachos esto se acabo es mejor que se retire…. Javier hombre gracias que buena puta te conseguiste haber cuando la próxima y a ver si nos dejas cogen con esta otra, señalando a mi madre…. Claro yo les aviso. Le entregaron la cámara aun grabando Javier la puso apuntado de manera que se viera la sala y el comedor Los viejos se empezaron a vestir, mi madre reacciono y dijo…. Por Dios que hice…. Nada que no desearas Lucia ahora no te hagas la digna que se ve que te encanto…. Pero ahora no voy a poder mirar a mi marido…. Jajaja mira aprende de tu nuera, (que se veía aun tirada en el piso llena de semen) ella sigue amando a tu hijo pero se siente plena por el morbo y la excitación que le da engañarlo si ella puede tú también ahora que lo hiciste sé que sientes lo mismo que ella y no vas a poder dejarlo. Mi madre se subió el panti y el pantalón toda llena de leche y le dijo me tengo que ir…. Ok aquí te espero cuando tu marido se vaya a trabajar y tu hijo a la universidad…. No lo creo…. Lucia sé que vas a venir. Mi madre se fue Javier levanto a mi novia y la llevo hacia el baño se ve que Javier vuelve por la cámara la lleva a el baño y la graba dándose una ducha mostrando ese rico y apetecible cuerpo mojado recorriéndole el agua por él y a mi novia con una cara de guarra sonriendo y sobándose ese enorme culo y sus grandes tetas después se ve a Javier con el pulgar arriba y se corta el video.

Ya la verga me dolía de tanto pajearme ya no aguante y me vine Javier me miro y me dijo dale puto cornudo que ya casi me vengo me tomo del pelo y tirando de el me dirigió a su enorme verga no sé qué me paso solo abrí mi boca y me la clavo subía y bajaba mi cabeza chupando ese enorme trozo de carne hasta que grito aaahh si puto traga leche como la puta de tu novia y como lo hará la puta de tu madre aaaahh siiiii empezó a eyacular en mi boca borbotones de leche caliente era tanta que me llenó la boca haciéndome tragar un poco otro salió de mi boca dejando bañada la verga de don Javier que algo molesto me dijo…. Mira me dejaste chorreada la verga límpiamela bien con esa boca de cornudo marica. Yo solo obedecí me trague su leche le chupe esa poya dejándola bien limpiecita.

Después de eso me dijo que sus amigos se fueron cuando Diana se terminó de duchar, Ella se quedó un rato más mientras se arreglaba con una ropa que trajo en el bolso un shorcito, una blusita y unas sandalias antes de irse le dijo que la gran lección de ese día era que ella era buena puta y le entrego 300 mil pesos de los 600 que le dieron los 4 viejos por el servicio ella le pregunto por qué solo le dio la mitad, él le respondió porque él era el que le conseguía los clientes se rio y le dio un beso apasionado manoseándole y metiéndole mano a ese espectacular culo le dio una nalgada y la mando para la casa.

Luego de eso fui a casa intente dormir pero estaba sobre excitado me hice muchas pajas esa noche me sentía cornudo, humillado y muy excitado. A la mañana siguiente me levante cuando vi a mi madre en su pijama un shorcito cortico y una blusita pequeña de tiritas tuve una erección inmediata no podía dejar de mirarle el culo y las tetas tuve que irme hacer una paja recordando cómo se la culiaron, desde ese día cada vez que la veía me provocaba una erección y me la imaginaba teniendo teniendo sexo.

Steven: oh por Dios me prostituyeron a Diana.

Adrián: si don Javier la inicio con sus amigos y tuvo suerte ya que desde ese día empezó a cogerse a mi madre.

Antonio: no puedo creerlo no pensé que Diana permitiera que ese viejo la prostituyera siempre fue muy centrada.

Adrián: si y lo es pero ese viejo saco lo peor de ella su instinto más básico.

Steven: y esto volvió a pasar.

Adrián: bueno no sé si Javier la volvió a prostituir si sé que siguió con su aventura con el pero después todo cambio y creo que para bien.

Steven: podrías explicarme.

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bostmutru@hotmail.com

 

Libro para descargar: “Un verano inolvidable” (POR GOLFO)

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verano inolvidable2Sinopsis:

Contra mi voluntad, mi madre me informa que su hermana pequeña, mi tía Elena, me va a hacer compañía ese verano en Laredo. Cabreado intento convencer pero no da su brazo a torcer por lo que salgo rumbo a la playa con ella, sin saber que ese verano cambiaría para siempre el rumbo de nuestras vidas. Junto con ella, seduzco a Belén y a su madre.

A partir de ahí, los cuatro juntos nos sumergimos en una espiral de sexo.

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Para que podías echarle un vistazo, os anexo EL  PRIMER CAPÍTULO:

Capítulo 1

La historia que os voy a contar me ocurrió hace algunos años, cuando estaba estudiando en la universidad. Con casi veintidós años y una más que decente carrera, mis viejos no podían ningún impedimento a que durante las vacaciones de verano, me fuera solo a la casa que teníamos en Laredo. Acostumbraba al terminar los exámenes a irme allí solo y durante más de un mes, pegarme una vida de sultán a base de copas y playa. Por eso cuando una semana antes de salir rumbo a ese paraíso mi madre me informó que tendría que compartir el chalet con mi tía, me disgustó.
Aunque mi relación con la hermana pequeña de mi madre era buena, aun así me jodió porque con Elena allí no podría comportarme como siempre.
«Se ha acabado andar desnudo y llevarme a zorritas a la cama», pensé, «y para colmo tendré que cargar con ella».
Mis reticencias tenían base ya que mi tía era una solterona de cuarenta años a la que nunca se le había conocido novio y que era famosa en la familia por su ingenuidad en temas de pareja. No sé cuántas veces presencié como mi padre le tomaba el pelo abusando de su falta de picardía hasta que mi madre salía en su auxilio y le explicaba el asunto. Al entender la burla, Elena se ponía colorada y cambiaba de tema.
―No entiendo que con casi cuarenta años caigas siempre en esas bromas― le decía mi vieja, ― ¡Madura!
Los justificados reproches de su hermana lo único que conseguían era incrementar la vergüenza de la pobre que normalmente terminaba yéndose de la habitación para evitar que su cuñado siguiera riéndose de ella.
Pero volviendo a ese día, por mucho que intenté hacerle ver a mi madre que además de joderme las vacaciones su hermana se aburriría al estar sola, no conseguí que diera su brazo a torcer y por eso me tuve que hacer a la idea de pasar un mes con ella.

Nos vamos a Laredo mi tía y yo.
Tal y como habíamos quedado, a mediados de Junio, me vi saliendo con ella rumbo al norte. Como a ella no le apetecía conducir en cuanto metimos nuestro equipaje, me dio las llaves de su coche diciendo:
― ¿Quieres conducir? Estoy muy cansada.
Ni que decir tiene que en cuanto la escuché acepté de inmediato porque no en vano el automóvil en cuestión era un precioso BMW descapotable. Encantado con la idea me puse al volante mientras ella se sentaba en el asiento del copiloto. Ya preparados, nos pusimos en camino. No tardé en comprobar que mi tía no había mentido porque al rato se quedó dormida.
Para los que no lo sepan, entre Madrid y Laredo hay unos cuatrocientos cincuenta kilómetros y se tarda unas cuatro horas sin incluir paradas y viendo que no iba a obtener conversación de ella, puse la radio y decidí comprobar si como decían las revistas, ese coche era una maravilla. Con ella roncando a pierna suelta y aunque había mucho tráfico, llegué a Burgos en menos de dos horas y como me había pedido parar en el hotel Landa para almorzar, directamente me salí de la autopista y entré en el parking de ese establecimiento.
Ya aparcado y antes de despertarla, me la quedé mirando. Mi tía seguía dormida y eso me permitió observarla con detenimiento sin que ella se percatara de ese escrutinio.
«Para su edad está buena», sentencié después darle un buen repaso y comprobar que la naturaleza le había dotado de unas ubres que rivalizarían con las de cualquier vaca, «lo que no comprendo es porqué nunca ha tenido novio».
En ese momento fue cuando realmente empecé a verla como mujer ya que hasta entonces Elena era únicamente la hermana de mamá pero ese día corroboré que esa ingenua era dueña de un cuerpo espectacular. Su melena castaña, su estupendo culo y sus largas piernas hacían de ella una mujer atractiva. La confirmación de todo ello vino cuando habiéndola despertado, entramos al restaurante de ese hotel y todos los hombres presentes en el local se quedaron mirando embobados el movimiento de sus nalgas al caminar.
Muerto de risa y queriendo romper el hielo, susurré en su oído:
―Tía, ¡Debías haberte puesto un traje menos pegado!
Ella que ni se había fijado en las miradas que le echaban, me preguntó si no le quedaba bien. Os juro que entonces caí en la cuenta que no sabía el efecto que su cuerpo provocaba a su paso y soltando una carcajada, le solté:
― Estupendamente. ¡Ese es el problema! – y señalando a un grupo de cuarentones sentados en una mesa, proseguí diciendo: ― ¡Te están comiendo con los ojos!
Al mirar hacía ese lugar y comprobar mis palabras, se puso nerviosa y totalmente colorada, me rogó que me pusiera de modo que tapara a esa tropa de salidos. Cómo es normal, obedecí y colocándome de frente a ella, llamé al camarero y pedí nuestras consumiciones.
Mientras nos las traía, Elena seguía muy alterada y se mantenía con la cabeza gacha como si eso evitara que la siguieran mirando. Esa actitud tan esquiva, ratificó punto por punto la opinión que mi viejo tenía de su cuñada:
“Mi tía era, además de ingenua, de una timidez casi enfermiza».
Viendo el mal rato que estaba pasando, le propuse que nos fuéramos pero entonces ella, con un tono de súplica, me soltó:
― ¿Soy tan fea?
Alucinado porque esa mujer hubiese malinterpretado la situación, me tomé unos segundos antes de contestar:
― ¿Eres tonta o qué? No te das cuenta que si te están mirando es porque estás buenísima.
Mi respuesta la descolocó y casi llorando, dijo de muy mal humor:
― ¡No me tomes el pelo! ¡Sé lo que soy y me miro al espejo!
Fue entonces cuando asumiendo que necesitaba que alguien le abriera los ojos y sin recapacitar sobre las consecuencias, contesté:
― Pues ponte gafas. No solo no eres fea sino que eres una belleza. La gran mayoría de las mujeres desearían que las miraran así. Esos tipos te están devorando con los ojos porque seguramente ninguna de sus esposas tiene unas tetas y un trasero tan impresionantes como el tuyo.
La firmeza con la que hablé le hizo quedarse pensando y tras unos instantes de confusión, sonriendo me contestó:
― Gracias por el piropo pero no te creo.
Debí haberme quedado callado pero me parecía inconcebible que se minusvalorara de ese modo y por eso cometí el error de cogerle de la mano y decirle:
― No te he mentido. Si no fueras mi tía, intentaría ligar contigo.
Lo creáis o no creo que en ese preciso momento esa mujer me creyó porque mirándome a los ojos, me dio las gracias sin percatarse que bajo su vestido involuntariamente sus pezones se le habían puesto duros. El tamaño de esos dos bultos fue tal que no pude más que quedarme embobado mientras pensaba:
“¡No me puedo creer que nunca me hubiese fijado en sus pitones».
Tuvo que ser el camarero quien rompiera el incómodo silencio que se había instalado entre nosotros al traer la comanda. Ambos agradecimos su interrupción, ella porque estaba alucinada por el calor con el que la miraba su sobrino y yo por el descubrimiento que Elena era una mujer de bandera.
Al terminar ninguno de los dos comentó nada y hablando de temas insustanciales, nos montamos en el coche sin ser enteramente conscientes que esa breve parada había cambiado algo entre nosotros.
«Estoy como una cabra», mascullé entre dientes, «seguro que se ha dado cuenta de cómo le miraba las tetas».

Durante el resto del camino la hermana de mi madre se mantuvo casi en silencio como rumiando lo sucedido. Solo cuando ya habíamos dejado atrás Bilbao y estábamos a punto de llegar a Laredo, salió de su mutismo y como si no hubiéramos dejado de hablar del tema, me preguntó:
―Si estoy tan buena, ¿Por qué ningún hombre me ha hecho caso?
Como su pregunta me parecía una solemne idiotez, sin medirme, contesté:
―Ya que tienes ese cuerpazo, ¡Muéstralo! ¡Olvídate de trajes cerrados y ponte un escote! ¡Verás cómo acuden en manada!
Confieso que nunca preví que tomándome la palabra, me soltara:
―¿Tú me ayudarías? ¿Me acompañaría a escoger ropa?
La dulzura pero sobre todo la angustia que demostró al pedírmelo, no me dio pie a negarme y por eso le prometí que al día siguiente, la acompañaría de compras. Lo que no me esperaba que poniendo un puchero, Elena contestara:
―No seas malo. Es temprano, ¿Por qué no hoy?
Al mirar el reloj y descubrir que ni siquiera era hora de comer, contesté:
―De acuerdo. Bajamos el equipaje en casa, comemos y te acompaño.
Su sonrisa hizo que mereciera la pena perderme esa tarde de playa, por eso no me quejé cuando habiendo descargado nuestras cosas y sin darme tiempo de acomodarlas en mi habitación, me rogó que fuéramos a un centro comercial a comer y así tener más tiempo para elegir.
―¡He despertado a la bestia!― exclamé al notar la urgencia en sus ojos.
Elena soltando una carcajada, me despeinó con una mano diciendo:
―He decidido hacerte caso y cambiar.
La alegría de su tono me debió advertir que algo iba a suceder pero comportándome como un lelo, me dejé llevar a rastras hasta ese lugar. Una vez allí, entramos en un italiano y mientras comíamos, mi tía no paró de señalar los vestidos de las crías que iban y venían por la galería, preguntando como le quedarían a ella. El colmo fue al terminar y cuando nos dirigíamos hacia el ZARA, Elena se quedó mirando el escaparate de Victoria Secret´s y mostrándome un picardías tan escueto como subido de tono, me preguntara:
―¿Te parecería bien que me lo comprara o es demasiado atrevido?
Cortado por que me preguntara algo tan íntimo, contesté:
―Seguro que te queda de perlas.
Elena al dar por sentada mi aprobación entró conmigo en el local y dirigiéndose a una vendedora, pidió que trajeran uno de su talla. Ya con él en su mano, se metió en el probador dejándome a mí con su bolso fuera. No habían trascurrido tres minutos cuando vi que se entreabría la puerta y la mano de mi tía haciéndome señas de que entrara. Sonrojado hasta decir basta, le hice caso y entré en el pequeño habitáculo para encontrarme a mi tía únicamente vestida con ese conjunto.
Confieso que me quedé obnubilado al contemplarla de esa guisa y recreando mi mirada en sus enormes pechos, no pude más que mostrarle mi asombro diciendo:
― ¡Quién te follara!
La burrada de mi respuesta, la hizo reír y mientras me echaba otra vez para afuera, la escuché decir:
―¡Mira que eres bruto! ¡Qué soy tu tía!
Por su tono descubrí que no se había enfadado por mi exabrupto ya que aunque era el hijo de su hermana, de cierta manera se había sentido halagada con esa muestra tan soez de admiración.
«No puede ser», pensé al saber que además para ella yo era un crío.
Al salir ratificó que no le había molestado tomándome del brazo y con una alegría desbordante, llevándome de una tienda a otra en busca de trapos. No os podéis hacer una idea de cuantas visitamos y cuanta ropa se probó hasta que al cabo de dos horas y con tres bolsas repletas con sus compras, salimos de ese centro comercial.
Ya en el coche, mi tía comentó entre risas:
―Creo que me he pasado. Me he comprado cuatro vestidos, el conjunto de lencería y un par de bikinis.
―Más bien― contesté mientras encendía el automóvil.
Ni siquiera habíamos salido del parking cuando haciéndome parar, me pidió que bajara la capota ya que le apetecía sentir la brisa del mar. Haciendo caso, oprimí el botón y en menos de diez segundos, el techo se escondió y ya totalmente descapotados salimos a la calle.
―¡Me encanta!― chilló con alegría,
La felicidad de su rostro mientras recorríamos el paseo marítimo, me puso de buen humor y momentáneamente me olvidé el parentesco que nos unía, llegando al extremo de posar mi mano sobre su muslo. Al darme cuenta, la retiré lo más rápido que pude pero entonces Elena protestó diciendo:
―Déjala ahí, no me molesta.
La naturalidad con la que lo dijo, me hizo conocer que quizás en pocas ocasiones había sentido sobre su piel la caricia de un hombre y por eso no pude evitar excitarme pensando que podía seguir siendo virgen.
«Estoy desvariando», exclamé mentalmente al percatarme que esa mujer que estaba deseando desflorar era mi familiar mientras a mi lado, ella había vuelto a poner mi mano sobre su muslo.
Instintivamente, mi imaginación voló y mientras pensaba en cómo sería ella en la cama, comencé a acariciarla hasta que la realidad volvió de golpe en un semáforo cuando al mirarla descubrí que tenía su vestido completamente subido y que podía verle las bragas.
«¡Qué coño estoy haciendo!», pensé al darme cuenta que estaba tocando a la hermana de mi madre.
Asustado por ese hecho pero no queriendo que ella se molestara con una rápida huida, aproveché que se ponía verde para retirar mi mano al tener que meter la marcha y ya no volví a ponerla sobre su muslo. Pasado un minuto de reojo comprobé que Elena estaba cabreada pero como no podía reconocer que estaba disfrutando con los toqueteos de su sobrino y más aún el pedirme descaradamente que los continuara.
Afortunadamente estábamos cerca de la casa de mis padres y por eso sin preguntar me dirigí directamente hacia allá. Nada más cruzar la puerta, mi tía desapareció rumbo a su cuarto dejándome con mi conciencia. En mi mente me veía como un pervertidor que se estaba aprovechando de la ingenuidad de esa mujer y de su falta de experiencia y por eso decidí tratar de evitar cualquier tipo de familiaridad aun sabiendo que eso me iba a resultar difícil porque estaríamos ella y yo solos durante un mes.
Habiéndolo resuelto comprendí que lo mejor que podía hacer era irme a dar una vuelta y eso hice. En pocas palabras, hui como un cobarde y no volví hasta que Elena me informó que me estaba esperando para cenar.
―Al rato llego― contesté acojonado que le dijera a mi vieja que la había estado tocando.
Aunque le había dicho que tardaría en volver, comprendí que no me quedaba más remedio que ir a verla y pedirle de alguna manera perdón. Creo que mi tía debió de suponer que tardaría más tiempo porque al entrar en el chalet, escuché que estaba la tele puesta.
Al acercarme al salón, la encontré viendo una de mis películas porno. No sé si fue la sorpresa o el morbo pero desde la puerta me puse a espiar que es lo que hacía para descubrir que creyéndose sola, se estaba masturbando mientras miraba como en la pantalla un jovencito se tiraba a una cuarentona.
“¡No me lo puedo creer!», pensé al saber que entre todas mis películas había ido a escoger una que bien podría ser nuestra historia. «Un veinteañero con una dama que le dobla en edad».
Ese descubrimiento y los gemidos que salían de su garganta al acariciarse el clítoris, me pusieron como una moto y bajándome la bragueta saqué mi pene de su encierro y me empecé a pajear mientras observaba en el sofá a mi tía tocándose. Elena sin saber que su sobrino la espiaba desde el zaguán, separó sus rodillas y metiendo su mano por debajo de su braga, separó sus labios y usando un dedo, lo metió dentro de su sexo.
Sabía que me podía descubrir pero aun así necesitaba verla mejor y por eso agachándome, gateé hasta detrás de un sillón desde donde tendría una vista inmejorable de sus maniobras. Para empeorar la situación y mi calentura, en ese momento, mi querida tía cogió uno de sus senos apretándolo con la mano izquierda mientras la derecha no dejaba de torturar su mojado coño.
“¡Está tan bruta como yo», tuve que admitir mientras me pajeaba para calmar mi excitación.
A mi lado, Elena intensificó sus toqueteos pegando sonoros gemidos. Os juro que podía ver hasta el sudor cayendo por el canalillo de su escote pero aun así quería más. Totalmente excitada, la vi cómo se arqueaba su espalda y como cerraba sus piernas con su mano dentro de ella en un intento de controlar el placer que estaba sintiendo. En ese momento, cerró los ojos cerrados y mientras disfrutaba de un brutal orgasmo, mi tía gritó mi nombre y cayó agotada sobre el sofá, momento que aproveché para salir en silencio tanto de la habitación como de la casa.
Ya en el jardín, me quedé pensando en lo que había visto y no queriendo que Elena se sintiera incómoda, me dije que no le contaría nunca que la había descubierto haciéndose una paja pensando en mí.
“Está tan sola que incluso fantasea que su sobrino intenta seducirla», sentencié tomando la decisión de no darle ninguna excusa para que se sintiera atraída.
La cena.
Diez minutos más tarde, no podía prolongar mi llegada y como no quería volverla a pillar en un renuncio, saludé en voz alta antes de entrar.
― Estoy aquí― contestó Elena.
Siguiendo el sonido de su voz, llegué a la cocina donde mi tía estaba preparando la cena. Nada más verla, supe que me iba a resultar complicado no babear mirándola porque se había puesto cómoda poniéndose una bata negra de raso, tan corta que apenas le tapaba el culo.
“¿De qué va?», me pregunté al observarla porque a lo escueto de su bata se sumaba unas medias de encaje a medio muslo. “¡Se está exhibiendo!».
La certeza de que Elena estaba desbocada y que de algún modo intentaba seducirme, me hizo palidecer y tratando de que no notara la atracción que sentía por ella, abrí el refrigerador y saqué una cerveza. Todavía no la había abierto cuando de pronto se giró y dijo:
― Tengo una botella de vino enfriando. ¿Me podrías poner otra copa?
Su tono meloso me puso los vellos de punta y dejando la cerveza, saqué la botella mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Al mirarla, descubrí que ya se había bebido la mitad.
“Macho recuerda quien es», repetí mentalmente intentando retirar mi mirada de su trasero, “está buena pero es tu tía».
Sintiéndome un mierda, serví dos vasos. Al darle el suyo, mi hasta entonces ingenua familiar extendió su brazo y gracias a ello, se le abrió un poco la bata dejándome descubrir que llevaba puesto el picardías que había elegido esa tarde. Mis ojos no pudieron evitar el recorrer su escote y ella al notar que la miraba, sonriendo me soltó:
― Me he puesto el conjunto que tanto te gustó― tras lo cual y sin medirse, se abrió la bata y modeló con descaro a través de la cocina la lencería que llevaba puesta.
Por mucho que intenté no verme afectado con esa exhibición sentándome en una silla, fallé por completo. Sabía que estaba medio borracha pero aun así bajo mi pantalón mi pene salió de su letargo y como si llevase un resorte, se puso duro como pocas veces. El tamaño del bulto que intentaba ocultar era tal que Elena advirtió mi embarazo y en vez de hacer como ni no se hubiera dado cuenta, acercándose a mí, susurró en mi oído con voz alcoholizada:
― ¡Qué mono! A mi sobrinito le gusta cómo me queda.
Colorado y lleno de vergüenza, me quedé callado pero entonces, mi tía envalentonada por mi silencio dio un paso más y sentándose sobre mis rodillas, me preguntó:
― ¿Tú crees que los hombres se fijarían en mí?
Con sus tetas a escasos centímetros de mi boca y mientras intentaba aparentar una tranquilidad que no tenía, con voz temblorosa, respondí:
― Si no se fijan es que son maricas.
Mi respuesta no le satisfizo y cogiendo sus gigantescas peras entre sus manos, insistió:
― ¿No te parece que tengo demasiado pecho?
La desinhibición de esa mujer me estaba poniendo malo. Todo mi ser me pedía hundir la cara en su hondo canalillo pero mi mente me pedía prudencia por lo que haciendo un esfuerzo contesté:
― Para nada.
Mi tía sonrió al escuchar mi respuesta y disfrutando de mi parálisis, se bajó de mis rodillas y dándose la vuelta, puso su pandero a la altura de mi cara y descaradamente siguió acosándome al preguntar:
― Entonces: ¿Será que no me hacen caso porque tengo un culito gordo?
Para entonces estaba como una moto y por eso comprenderéis que tuve que hacer un verdadero ejercicio de autocontrol para no saltar sobre ese par de nalgas que con tanta desfachatez mi tía ponía a mi alcance. Como no le contestaba, Elena estrechó su lazo diciendo:
― Tócalo y dime si lo tengo demasiado flácido.
Como un autómata obedecí llevando mis manos hasta sus glúteos. Si ya de por sí me parecía que Elena tenía un trasero cojonudo al palpar con mis yemas lo duro que lo tenía no pude más que decir mientras seguía manoseándolo:
― ¡Es perfecto y quién diga lo contrario es un imbécil!
La hermana de mi madre al sentir mis magreos gimió de placer y con su respiración entrecortada, se sentó nuevamente sobre mí haciendo que su culo presionara mi verga. Entonces y con un tono sensual, me preguntó:
― ¿Entonces porque no tengo un hombre a mi lado?
Si cómo eso no fuera poco y perdiendo cualquier recato, mi tía comenzó un suave vaivén con su trasero, de forma que mi erecto pene quedó aprisionado entre sus nalgas.
― Elena, ¡Para o no respondo!― protesté al sentir el roce de su sexo contra el mío.
― ¡Contesta!― gritó sin dejar de moverse― ¡Necesito saber por qué estoy sola!
La situación se desbordó sin remedio al sentir la humedad que desprendía su vulva a través de mi pantalón y llevando mis manos hasta sus pechos, me apoderé de ellos y contesté:
― ¡No lo sé! ¡No lo comprendo!
Mi chillido agónico era un pedido de ayuda que no fue escuchado por esa mujer. Mi tía olvidando la cordura, forzó mi calentura restregando sin pausa su coño contra mi miembro. Su continuo acoso no menguó un ápice cuando la lujuria me dominó y metí mis manos bajo su picardías para amasar sus senos, Es más al notar que cogía entre mis dedos sus areolas, rugió como una puta diciendo:
― ¿Por qué no se dan cuenta que necesito un hombre?
Su pregunta resultaba a todas luces extraña si pensáis que en ese instante, mi verga y su chocho estaban a punto de explotar pero aun así contesté:
― ¡Yo si me doy cuenta!
Fue entonces cuando como si estuviéramos sincronizados tanto ella como yo nos vimos avasallados por el placer y sin dejar de movernos, Elena se corrió mientras sentía entre sus piernas que mi pene empezaba a lanzar su simiente sobre mi pantalón. Os juro que ese orgasmo fue brutal y que mi tía disfrutó de él tanto como yo pero entonces debió de percatarse que estaba mal porque levantándose de mis rodillas, me respondió:
― Tú no me sirves, ¡Eres mi sobrino!― y haciendo como si nada hubiera ocurrido, me soltó: ― ¿Cenamos?
Reconozco que tuve que morderme un huevo para no soltarle una hostia al escuchar su desprecio porque no en vano se podría decir que casi me había violado y que ya satisfecha me dejaba tirado como un kleenex usado. Pero cuando iba a maldecirla, vi en su mirada que se sentía culpable de lo ocurrido.
“Siente remordimientos por su actitud», me pareció entender y por eso, no dije nada y en vez de ello, le ayudé a poner la mesa.
Tal y como os imaginareis, durante la cena hubo un silencio sepulcral producto de la certeza de nuestro error pero también a que ambos estábamos tratando de asimilar qué nos había llevado a ese simulacro de acto sexual. Me consta que a ella le estaba reconcomiendo la culpa por haber abusado del hijo de su hermana mientras yo no paraba de echarme en cara que de alguna manera había sido el responsable de su desliz.
Por eso cuando al terminar de cenar, Elena me pidió si podía recoger la mesa, respondí que sí y vi como una liberación que sin despedirse mi tía se fuera a su habitación. Al ir metiendo los platos en el lavavajillas, no podía dejar de repasar todo ese día tratando de hallar la razón por la que esa mujer había actuado así, pero por mucho que lo intenté no lo conseguí y por eso mientras subía a mi cuarto, sentencié:
“Esperemos que mañana todo haya quedado en un mal sueño»…

Todo empeora.
Esa noche fue un suplicio porque mi dormitar se convirtió en pesadilla al imaginarme a mi madre echándome la bronca por haber seducido a su hermana borracha. En mi sueño, me intenté disculpar con ella pero no quiso escuchar mis razones y tras mucho discutir, cerró la discusión diciendo:
― Si llego a saber que mi hijo sería un violador, ¡Hubiera abortado!
Por eso al despertar, me encontraba hundido anímicamente. Me sentía responsable de la metamorfosis que había llevado a esa ingenua y apocada mujer a convertirse en la amantis religiosa de la noche anterior. No me cabía en la cabeza que mi tía me hubiera usado para masturbarse para acto seguido desprenderse de mí como si nada hubiera pasado entre nosotros.
«¡Debe de tener un trauma de infancia!», sentencié y por enésima vez resolví que no volvería a darle motivos para que fantaseara conmigo.
Cómo no tenía ningún sentido quedarme encerrado en mi cuarto, poniéndome un bañador bajé a desayunar. Allí en la cocina, me encontré con Elena. Al observar las profundas ojeras que lucía en su rostro comprendí que también había pasado una mala noche. La tristeza de sus ojos me enterneció y mientras me servía un café, hice como si no me acordara de nada y fingiendo normalidad, le pregunté:
―Me apetece ir a la playa. ¿Me acompañas?
―No sé si debo― respondió con un tono que traslucía la vergüenza que sentía.
Todavía no me explico por qué pero en ese momento intuí que debería enfrentar el problema y por eso sentándome frente a mi tía, le dije:
―Si es por lo que ocurrió anoche, no te preocupes. Fue mi culpa, tú había bebido y te juro que nunca volverá a ocurrir.
Mi auto denuncia la tranquilizó y viendo que yo también estaba arrepentido, contestó:
―Te equivocas, yo soy la mayor y el alcohol no es excusa. Debería haber puesto la cordura― tras lo cual y pensándolo durante unos segundos, dijo: ―¡Dame diez minutos y te acompaño!
Os reconozco que me alegró que Elena no montara un drama sobre todo porque eso significaba que mi vieja nunca se enteraría que su hijito se había dado unos buenos achuchones con su hermana pequeña. Aunque toda esa supuesta tranquilidad desapareció de golpe cuando la vi bajar por las escaleras porque venía estrenando uno de los bikinis que se compró el día anterior y por mucho que se tapaba con un pareo, su belleza hizo que me quedara con la boca abierta al contemplar lo buenísima que estaba.
«¡Dios! Está para darle un buen bocado», pensé mientras retiraba mi vista de ella.
Afortunadamente Elena no advirtió mi mirada y alegremente cogió las llaves de su coche para salir al garaje. Al hacerlo me dio una panorámica excelente de sus nalgas sin caer en el efecto que ellas tendrían en su sobrino.
«¡Menudo culo el de mi tía!», farfullé mentalmente mientras como un perrito faldero la seguía.
Ya en su BMW, me preguntó a qué playa quería ir. Mi estado de shock no me permitía concentrarme y por eso contesté que me daba lo mismo. Elena al escuchar mi respuesta, se quedó pensando durante unos momentos antes de decirme si me apetecía ir al Puntal. Sé que cuando lo dijo debía haberle avisado que esa playa llevaba varios años siendo un refugio nudista pero entonces mi lado perverso me lo impidió porque quería ver como saldría de esta.
―Está bien. Hace tiempo que no voy― contesté.
Habiendo decidido el lugar, bajó la capota y arrancó el coche. Como Laredo es una ciudad pequeña y el Puntal está a la salida del casco urbano, en menos de diez minutos ya estaba aparcando. Ajena al tipo de prácticas que se hacían ahí, mi tía abrió el maletero y sacó las toallas y su sombrilla sin mirar hacia la arena. No fue hasta que habiendo abandonado el paseo entramos en la playa propiamente cuando se percató que la gran mayoría de los veraneantes que estaban tomando el sol estaban desnudos.
―¡No me dijiste que era una playa nudista!― exclamó enfadada encarándose conmigo.
―No lo sabía – mentí― si quieres nos vamos a otra.
Sé que no me creyó pero cuando ya creía que nos daríamos la vuelta, me miró diciendo:
―A mí no me importa pero no esperes que me empelote.
Por su actitud comprendí que sabía que se lo había ocultado para probarla pero también que una vez lanzado el reto, había decidido aceptarlo y no dejarse intimidar. La prueba palpable fue cuando habiendo plantado la sombrilla en la arena, se quitó el pareo y con la mayor naturalidad del mundo, hizo lo mismo con la parte superior de su bikini. Ya en topless, me miró diciendo:
―¿Es esto lo que querías?
No pude ni contestar porque mis ojos se habían quedado prendados en esos pechos que siendo enormes se mantenían firmes, desafiando a la ley de la gravedad. Todavía no me había recuperado de la sorpresa cuando escuché su orden:
―Ahora te toca a ti.
Su tono firme y duro no me dejó otra alternativa que bajarme el traje de baño y desnudarme mientras ella me miraba. En su mirada no había deseo sino enfado pero aun así no pudo evitar asombrarse cuando vio el tamaño de mi pene medio morcillón. Por mi parte estaba totalmente cortado y por eso coloqué mi toalla a dos metros de ella, lejos de la protectora sombra del parasol.
Mi tía habiendo ganado esa batalla sacó la crema solar y se puso a embadurnar su cuerpo con protector mientras yo era incapaz de retirar mis ojos del modo en que se amasaba los pechos para evitar quemarse. Aunque me consta que no fue su intención, esa maniobra provocó que poco a poco mi ya medio excitado miembro alcanzara su máxima dureza. Previéndolo, me di la vuelta para que Elena no se enterara de lo verraco que había puesto a su sobrino. Por su parte cuando terminó de darse crema, ignorándome, sacó un libro de su bolsa de playa, se puso a leer.
«¡Qué vergüenza!», pensé mientras intentaba tranquilizarme para que se me bajara la erección: «Esto me ocurre por cabrón».
Desgraciadamente para mí, cuanto mayor era mi esfuerzo menor era el resultado y por eso durante más de media hora, tuve la polla tiesa sin poder levantarme. Esa inactividad junto con lo poco que había descansado la noche anterior hicieron que me quedara dormido y solo desperté cuando el calor de la mañana era insoportable. Sudando como un cerdo, abrí los ojos y descubrí que mi tía no estaba en su toalla.
«Debe de haberse ido a dar un paseo», sentencié y aprovechando su ausencia, salí corriendo a darme un chapuzón en el mar.
El agua del cantábrico estaba fría y gracias a ello, se calmó el escozor que sentía en mi piel. Pero no evitó que al cabo de unos minutos tomando olas al ver a Elena caminando hacia mí con sus pechos al aire, mi verga volviera a salir de su letargo por el sensual bamboleo de esas dos maravillas.
―¡Está helada!― gritó mientras se sumergía en el mar.
Al emerger y acercarse a mí, comprobé que sus pezones se le habían puesto duros por el contraste de temperatura y no porque estuviera excitada. El que sí estaba caliente como en celo era yo, que viendo esos dos erectos botones decorando sus pechos no pude más que babear mientras me recriminaba mi poca fuerza de voluntad:
«Tengo que dejar de mirarla como mujer, ¡es mi tía!».
Ignorando mi estado, Elena estuvo nadando a mi alrededor hasta que ya con frio decidió volver a su toalla. Viéndola marchar hacía la orilla y en vista que entre mis piernas mi pene seguía excitado, juzgué mejor esperar a que se me bajara. Por eso y aunque me apetecía tumbarme al sol, preferí seguir a remojo. Durante casi media hora estuve nadando hasta que me tranquilicé y entonces con mi miembro ya normal, volví a donde ella estaba.
Fue entonces cuando levantando la mirada de su libro, soltó espantada:
―¡Te has quemado!― para acto seguido recriminarme como si fuera mi madre por no haberme puesto crema.
Aunque me picaba la espalda, tengo que reconocer que no me había dado cuenta que estaba rojo como un camarón y por eso acepté volver a casa en cuanto ella lo dijo. Lo peor fue que durante todo el trayecto, no paró de echarme la bronca y de tratarme como un crío. Su insistencia en mi falta de criterio consiguió ponerme de mala leche y por eso al llegar al chalet, directamente me metí en mi cuarto.
«¿Quién coño se creé?», maldije mientras me tiraba sobre el colchón. Estaba todavía repelando del modo en que me había tratado cuando la vi entrar con un frasco de crema hidratante en sus manos y sin pedirme opinión, me exigió que me quitara el traje de baño para untarme de after sun. Incapaz de rebelarme, me tumbé boca abajo y esperé como un reo de muerte espera la guillotina. Tan cabreado estaba que no me percaté del erotismo que eso entrañaría hasta que sentí el frescor de la crema mientras mi tía la esparcía por mi espalda.
«¡Qué gozada!», pensé al sentir sus dedos recorriendo mi piel. Pero fue cuando noté que sus yemas extendiendo el ungüento por mi culo cuando no pude evitar gemir de placer. Creo que fue entonces cuando ella se percató de la escena y que aunque fuera su sobrino, la realidad es que era una cuarentona acariciando el cuerpo desnudo de un veinteañero, porque de pronto noté crecer bajo la parte superior de su bikini dos pequeños bultos que se fueron haciendo cada vez más grandes.
«¡Se está poniendo bruta!», comprendí. Deseando que siguiera, cerré los ojos y me quedé callado. Sus caricias se fueron haciendo más sutiles, más sensuales hasta que asimilé que lo que realmente estaba haciendo era meterme mano descaradamente. Entusiasmado, experimenté como sus dedos recorrían mi espalda de una forma nada filial, deteniéndose especialmente en mis nalgas. Justo entonces oí un suspiro y entreabriendo mis parpados, descubrí una mancha de humedad en la braga de su bikini.
Su calentura iba en aumento de manera exponencial y sin pensarlo bien, mi tía decidió que esa postura era incómoda y tratando de mejorarla, se puso a horcajadas sobre mí con una pierna a cada lado de mi cuerpo. Al hacerlo su braguita quedó en contacto con mi piel desnuda y de esa forma certifiqué lo mojado de su coño. El continuo masajeo fue lentamente asolando su cordura hasta que absolutamente entregada, empezó a llorar mientras sus dedos recorrían sin parar mis nalgas.
―¿Qué te ocurre?― pregunté dándome la vuelta sin percatarme que boca arriba, dejaba al descubierto mi erección.
Ella al ver mi pene en ese estado, se tapó los ojos y salió corriendo hacia la puerta pero justo cuando ya estaba a punto de salir de la habitación, se giró y con un gran dolor reflejado en su voz, preguntó:
―¿Querías saber lo que le ocurre a tu tía?― y sin esperar mi respuesta, me gritó: ―¡Qué está loca y te desea! – tras lo cual desapareció rumbo a su cuarto.
Su rotunda confesión me dejó K.O. y por eso tardé unos segundos en salir tras ella. La encontré tirada sobre su cama llorando a moco tendido y solo se me ocurrió, tumbarme con ella y abrazándola por detrás tratar de consolarla diciendo:
―Si estás loca, yo también. Sé que está mal pero no puedo evitar verte como mujer.
Una vez confesado que yo sentía lo mismo que ella, no di ningún otro paso permaneciendo únicamente abrazado a Elena. Durante unos minutos, mi tía siguió berreando hasta que lentamente noté que dejaba de sollozar.
―¿Qué vamos a hacer?― dándose la vuelta y mirándome a los ojos, preguntó.
Su pregunta era una llamada de auxilio y aunque en realidad me estaba pidiendo que intentáramos olvidar la atracción que existía entre nosotros al ver el brillo de su mirada y fijarme en sus labios entreabiertos no pude reprimir mis ganas de besarla. Fue un beso suave al principio que rápidamente se volvió apasionado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban.
―Te deseo, Elena― susurré en su oído.
―Esto no está bien― escuché que me decía mientras sus labios me colmaban de caricias.
Al notar su urgencia llevé mis manos hasta su bikini y lo desabroché porque me necesitaba sentir la perfección de sus pechos. Mi tía, totalmente contagiada por la pasión, se quedó quieta mientras mis dedos reptaban por su piel. Su mente todavía luchaba contra la idea de acostarse con el hijo de su hermana pero al notar mis caricias, tuvo que morderse los labios para no gritar.
Por mi parte yo ya estaba convencido de dejar a un lado los prejuicios sociales y con mis manos sopesé el tamaño de sus senos. Mientras ella no paraba de gemir, recogiendo entre mis dedos uno de sus pezones lo acerqué a mi boca y sacando la lengua, comencé a recorrer con ella los bordes de su areola.
―Por favor, para― chilló indecisa.
Por mucho que conocía y comprendía sus razones, al oír su súplica lejos de renunciar me azuzó a seguir y bajando por su cuerpo, rocé con mis dedos su tanga.
―No seas malo― rogó apretando sus mandíbulas al notar que mis dedos se habían apoderado de su clítoris.
Totalmente indefensa se quedó quieta mientras sufría y disfrutaba por igual la tortura de su botón. Su entrega me dio los arrestos suficientes para sacarle por los pies su braga y descubrir que mi tía llevaba el coño exquisitamente depilado.
―¡Qué maravilla!― exclamé en voz alta y sin esperar su respuesta, hundí mi cara entre sus piernas.
No me extrañó encontrarme con su sexo empapado pero lo que no me esperaba fue que al pasar mi lengua por sus labios, esa mujer colapsara y pegando un gritó se corriera. Al hacerlo, el aroma a mujer necesitada inundó mi papilas y recreándome en su sabor, recogí su flujo en mi boca mientras mis manos se apoderaban de sus pechos.
―¡No sigas!― se quejó casi llorando.
Aunque verbalmente me exigía que cesara en mi ataque, el resto de su cuerpo me pedía lo contrario mientras involuntariamente separaba sus rodillas y posando su mano en mi cabeza, forzaba el contacto de mi boca. Su doble discurso no consiguió desviarme de mi propósito y mientras pellizcaba sus pezones, introduje mi lengua hasta el fondo de su sexo.
Mi tía chilló de deseo al sentir horadado su conducto y reptando por la cama, me rogó que no continuara. Haciendo caso omiso a su petición, seguí jugando en el interior de su cueva hasta que sentí cómo el placer la dominaba y con su cuerpo temblando, se corría nuevamente en mi boca. Su clímax me informó que estaba dispuesta y atrayéndola hacia mí, puse la cabeza de mi glande entre los labios de su sexo.
―Necesito hacerte el amor― balbuceé casi sin poder hablar por la lujuria.
Con una sonrisa en sus labios, me respondió:
―Yo también― y recalcando sus palabras, gritó: ― ¡Hazme sentir mujer! ¡Necesito ser tuya!
Su completa aceptación permitió que de un solo empujón rellenara su conducto con mi pene. Mi tía al sentir mi glande chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me exigió que la amara. Obedeciendo me apoderé de sus senos y usándolos como ancla, me afiancé con ellos antes de comenzar un suave trote con nuestros cuerpos.
Fue cuando entre gemidos, me gritó:
―Júrame que no te vas arrepentir de esto.
―Jamás―respondí y fuera de mí, incrementé mi velocidad de mis penetraciones.
Elena respondió a mi ataque con pasión y sin importarle ya que el hombre que la estaba haciendo gozar fuera su sobrino, me chilló que no parara. El sonido de los muelles de la cama chirriando se mezcló con sus aullidos y como si fuera la primera vez, se corrió por tercera vez sin parar de moverse. Por mi parte al no haber conseguido satisfacer mi lujuria, convertí mi suave galope en una desenfrenada carrera en busca del placer mientras mi tía disfrutaba de una sucesión de ruidosos orgasmos.
Cuando con mi pene a punto de sembrar su vientre la informé que me iba a correr, en vez de pedirme que eyaculara fuera, Elena contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, me obligó a vaciarme en su vagina mientras me decía:
―Quiero sentirlo.
Ni que decir tiene que obedecí y seguí apuñalando su coño hasta que exploté en su interior y agotado por el esfuerzo, me desplomé a su lado. Fue entonces cuando Elena me abrazó llorando. Anonadado pero sobretodo preocupado, le pregunté que le ocurría:
―Soy feliz. Ya había perdido la esperanza que un hombre se fijara en mí.
Sabiendo de la importancia que para ella tenía esa confesión, levanté mi cara y mientras la besaba, le contesté tratando de desdramatizar la situación:
―No solo me he fijado en ti, también en tus tetas.
Soltó una carcajada al oír mi burrada y mientras con sus manos se apoderaba de mis huevos, respondió:
―¿Solo mis tetas? ¿No hay nada más que te guste de mí?
―¡Tu culo!― confesé mientras entre sus dedos mi pene reaccionaba con otra erección.
Muerta de risa, se dio la vuelta y llevando mi miembro hasta su esfínter, susurró:
― Ya que eres tan desgraciado de haber violado a tu tía, termina lo que has empezado. ¡Úsalo! ¡Es todo tuyo!

 

Relato erótico: “Prostituto por error 2: Helen, enculando a la gordita” (POR GOLFO)

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Sin título1

 

Capítulo dos:

Sin títuloHelen, enculando a la gordita.
 
Los primero que hice después de irse mi primera clienta fue descansar, esa azafata cuarentona me había dejado agotado y confuso. Nunca me imaginé que me podría ganar la vida como prostituto y menos que me pagaran tanto por hacer algo que hubiera hecho gratis. Os tengo que reconocer que una parte de mí luchaba contra la idea de convertirme en un gígolo, pero el peso de los billetes en mi cartera fue razón suficiente para librarme de todos los prejuicios morales.
 
Me desperté sobre las doce y tras darme una ducha, decidí salir a visitar museos, no en vano la pintura era mi pasión favorita a la que no me pude dedicar por tener que estudiar una carrera que odiaba. Acababa de salir del MOMA cuando, caminando por la séptima avenida, me topé con una tienda de arte y sin pensármelo dos veces me compré un caballete, oleos y unos cuantos lienzos.
 
“Si me voy a dedicar a esto, voy a tener tiempo suficiente para practicar”, me dije mientras pagaba doscientos cincuenta y tres putos dolares por mi capricho.
 
Era una pasta pero podía permitirme lo y por eso además, viendo que iba a necesitar un móvil, contraté uno en  una tienda de Sprint. Es misma noche, mi billetera iba a estar nuevamente repleta. Después de comer en un restaurante hindú, pasé por una farmacia y tras dar una “propina” descomunal,  me agencié dos cajas de viagras. No es que lo necesitase, pero como no tenía ni idea de que tipo de mujer tendría que tirarme esa noche, decidí que no era malo el poder confiar en una ayudita química por si la tía era horrorosa.
 
Al llegar a mi habitación, tenía una llamada de Johana, la dependienta de la tienda de ropa que me había conseguido la cita, por lo que nada más dejar mis compras sobre la cama, la llamé temiendo que la clienta se hubiese echado atrás. Afortunadamente mis temores resultaron infundados y lo que quería era decirme la habitación donde tenía que recoger a la mujer, así como avisarme que tenía que pasar por su local a probarme un traje de etiqueta.
 
Queriendo saber a qué atenerme, le pregunté si sabía el porqué de esa vestimenta; la pelirroja muerta de risa me comentó que me tenía que hacer pasar por el novio buenorro de la clienta en una cena de antiguos alumnos de un instituto.
 
-Okay- le contesté, -ahora bajo a probarme el smoking-
 
Cinco minutos después estaba con ella en su tienda. Como no necesitaba tomarme medidas porque el día anterior Ángela me había comprado allí, pasé directamente al probador. Lo que no me esperaba fue que al igual que la azafata, mi nueva jefa se metiera conmigo a ver cómo me cambiaba.
 
“Me tendré que acostumbrar”, pensé mirándola mientras me quitaba la camisa.
Johana era la típica pecosa americana. Con veintitantos años sin ser un monumento, tenía gracia. En otras palabras, no le diría que no a un buen polvo con ella, pero al contrario de lo que ocurrió el día anterior, esa tarde solo me observó sin tratar de hacer ningún acercamiento. Parcialmente desilusionado me terminé de vestir y digo parcialmente, porque aunque la muchacha no dejó translucir ningún tipo de excitación, cuando salimos del probador, me soltó:
 
-No me extraña que paguen tanto por una noche contigo: ¡Estás buenísimo!-
 
Cortado por el piropo, le di las gracias y tratando de romper el silencio que se había instalado entre nosotros, le pregunté el nombre de mi cita.
 
-Helen. Verás que es diferente a la pantera de anoche. Es la clásica soltera a la que le da vergüenza que sus amigos de la infancia sepan que sigue sola-
 
-Y ¿cómo es?- pregunté interesado en su físico.
 
-Una mojigata, tendrás que esforzarte- contestó sin darme más detalles.
 
No sabiendo a qué atenerme y como me quedaba una hora para ir a recogerla, decidí ir a tomarme una coca cola al bar. Ya sentado en la barra, recapacité en las palabras de Johana y sacando una de las pastillitas azules de mi bolsillo, me la tomé temiéndome lo peor. Llevaba unos veinte minutos allí cuando se me acercaron dos cincuentonas con ganas de marcha.
 
“Joder, este sitio es una mina” pensé al darme cuenta de las intenciones de ambas.
 
Dicho y hecho, esas mujeres tras una breve conversación, me insinuaron si me iba con ellas de farra. Poniendo cara de desconsolado, me disculpé aludiendo que tenía una cita pero previendo que podían ser futuras clientas, le dije que si querían nos veíamos al día siguiente.
 
-No puede ser- me contestó la más interesada, -mañana nos vamos-
 
Cómo no podía estar en dos sitios a la vez, les di mi recién estrenado teléfono para que la próxima vez que volvieran a Nueva York, me avisaran. Comprendí que al menos la más joven contactaría conmigo cuando al despedirme, la mujer rozó con disimulo mi entrepierna. Le debió de gustar lo que se encontró porque mordiéndose los labios, insistió en que me quedara con ellas:
 
-Lo siento, debo irme- susurré a su oído mientras le devolvía la caricia con un pellizco en su trasero. –Llámame y te haré pasar una noche de fantasía-
 
Con los ánimos repuestos, salí del bar y cogiendo el ascensor, me dirigí hacia la habitación 1511, donde me esperaba mi pareja por esa noche. Con los nervios de punta, llamé a la puerta. Al instante me abrió una mujer de unos treinta años, guapa pero con quince o veinte kilos de más. “Está jamona” sentencié mientras la saludaba con un beso en la mejilla:
 
-Soy Alonso-
 
Sé que era un puto principiante, pero ni hoy en día que estoy curtido de todo, me hubiese dejado de sorprender que la mujer poniéndose a llorar se tumbara en la cama.
 
-¿Qué te ocurre?-, le dije sentándome a su lado.
 
Helen, completamente descompuesta, me dijo que había sido un error, que nadie se creería que yo era su novio.
 
-Y eso, ¿Por qué?- respondí acariciándole la cabeza.
 
La muchacha, sin dejar de llorar, me contestó si no la había visto bien, que ella era una gorda asquerosa mientras yo era un modelo de revista. Comprendiendo que corrían peligro mis tres mil dólares, le di la vuelta y llevando su mano a mi pene, le contesté:
 
-Hagamos una cosa, si no se me levanta en medio minuto, me voy. Pero tengo que decirte que me pareces preciosa, siempre me han gustado las mujeres como tú y no las esqueléticas tan de moda últimamente-.
 
Estoy convencido que no hubiera necesitado del viagra pero al habérmelo tomado, en segundos mi pene consiguió una dureza total. Helen al ver la reacción, se tranquilizó y dándome las gracias, insistió en que el vestido que había elegido le sentaba fatal.
 
-Levántate- ordené.
 
“Puta madre”, exclamé mentalmente. Tenía razón, el vestido era horrible. Con él puesto, parecía un saco de patatas. Ese día comprendí que mi labor iba a ser cumplir las fantasías de las mujeres que me contrataran y por eso le pregunté:
 
-¿A qué hora es la cena?-
 
-A partir de las ocho-
 
Mirando mi reloj, vi que nos quedaba dos horas. Analizando la situación decidí que esa muchacha necesitaba ayuda y aunque no fuese la función por la que me pagaba, le dije si confiaba en mí. Al ver que me contestaba afirmativamente, tomé el teléfono y llamé a Johana. Tras explicarle expliqué la situación, mi contacto me dio la dirección de una boutique al lado del hotel. Sin darle oportunidad de echarse atrás, cogí a Helen del brazo y la saqué de su habitación.
 
La gordita se quejó, diciendo que era imposible, pero acariciando su cara la convencí que se dejara hacer. Al llegar, todo estaba preparado. Mi jefa había hablado con la dependienta, de manera, que rápidamente me preguntó qué era lo que tenía en mente.
 
-Mi amiga necesita un vestido que realce su belleza. Debe ser escotado y elegante, que le marque bien los pechos-
 
Helen como convidada de piedra no se creía lo que estaba ocurriendo. La empleada resultó una experta y en menos de cinco minutos, nos trajo cinco vestidos a cada cual más sugerente. Mirando a los ojos a mi clienta, le pedí que se metiera en el probador con el primero. Al salir, no me gustó como le quedaba, por lo que le exigí que se pusiera el segundo. Este resultó ser un vestido rojo con un escoté brutal que le dotaba de un aspecto de femme fatal que me encantó y por eso, decidiendo por ella, dije que nos quedábamos con ese.
 
Acto seguido, le pedí a a la encargada que nos trajera un conjunto de ropa interior de acorde con el vestido:
 
-Que sea sexy- insistí.
 
Nada más volver con las prendas supe que había acertado, en sus manos traía un coqueto body transparente que se complementaba con un minúsculo tanga negro.
 
-¡Es perfecto!- sentencié nada más verlo.
 
La gordita protestó diciendo que parecería una fulana pero al ver que me mantenía firme, no tuvo más remedio que aceptar y llevándoselo al vestidor, se fue a cambiar. Mientras lo hacía le elegí unos zapatos de plataforma con un enorme tacón porque con ellos se disimularía esos kilos de más. Una vez seleccionados, la dependienta se los llevó y ya tranquilo esperé que saliera Helen ya transformada.
 
Cuando al cabo de cinco minutos se reunió conmigo, no pude evitar soltarle un piropo. La muchacha estaba impresionante. Elevada sobre esos taconazos y engalanada en ese vestido, era un pedazo de hembra que no dejaría a nadie indiferente. Sus enormes pechos que siempre llevaba escondidos,  se mostraban orgullosos, dándole el aspecto  de mujer sensual que quería conseguir y por eso, acariciándole su trasero, susurré a su oído:
 
-Estás para comerte-
 
Por la expresión que descubrí en su cara también mi clienta estaba encantada,  incluso la encargada de la boutique, estaba alucinada. La anodina muchacha se había convertido en una mujer de “rompe y rasga” con la única ayuda de unos trapos. Mientras pagaba, le pregunté cómo íbamos a ir a la cena:
 
-Había pensado en coger un taxi- respondió avergonzada.
 
-De eso nada, quiero que dejes boquiabiertos a esos payasos. Vamos en limusina- le solté sabiendo que si se podía gasta tres mil  dólares en contratarme, ese pequeño gasto extra no le importaría.
 
Desde la propia tienda, llamaron a la empresa de ese tipo de vehículos y en menos de cuarto de hora, abriéndole la puerta a la gordita entramos en su interior. Nada más acomodarnos en el asiento, la besé. La muchacha me respondió con pasión y durante diez minutos, estuvimos magreándonos ante la mirada alucinada del chófer. Mi pene ayudado por la química se  alzó a lo bestia y sabiendo que si continuaba sobando a esa mujer, me iba a dar un dolor de huevos, separándome de ella, le comenté:
 
-Tenemos que planear nuestra actuación-
 
-No sé a qué te refieres- respondió.
 
Poniendo mi mano en sus rodillas, le expliqué que quería que esa noche triunfase y por eso, debíamos de pensar en cómo comportarnos frente a sus amigos.
 
-¿Qué tienes pensado?- dijo avergonzada.
 
-Por lo que me has contado, en el instituto, tenías fama de empollona y ninguno de esos cretinos te pidió salir por lo que vas a comportarte conmigo como una autentica déspota. Quiero que todos ellos piensen  en lo que se han perdido-
 
-No sé si podré. Aunque en el trabajo soy así, con un hombre me veo incapaz-
 
-Podrás- le respondí y forzando su aceptación, le pedí que me comentara si tenía alguna fantasía.
 
Bajando su mirada y completamente colorada, me confesó que nadie le había hecho el sexo oral. Al oírla comprendí que esa mujer había disfrutado pocas veces de la compañía de un hombre. Cerrando la ventanilla que nos separaba del chófer  me puse de rodillas frente a ella y le solté:
 
-Pídemelo-
 
Creyendo que era parte de la actuación, Helen me dijo con voz sensual:
 
-¡Cómeme!-
 
-Sus deseos son órdenes- respondí mientras le separaba las rodillas y empezaba a recorrer con la lengua sus muslos.
 
 Alucinada y completamente cortada, la mujer me miró y sin saber cómo reaccionar se quedó quieta en su asiento mientras yo subía por su piel. Tengo que reconocer que el morbo de hacerlo en mitad del tráfico de Manhattan, me afectó y con mi sexo pidiendo guerra, dejé un sendero húmedo por sus piernas mientras me acercaba a la meta que me había marcado.
 
Levantándola el vestido, metí mi cabeza bajo la tela y marcando mi territorio con pequeños mordiscos, me fui aproximando a su tanga. No tardé en escuchar los gemidos callados que salían de la garganta de la mujer, la cual deslizándose por el asiento, puso su pubis a mi disposición. Intentando no presionarla en demasía,  mordisqueé su sexo por encima del encaje antes de bajarle las bragas.
 
Helen no cabía de gozo al ver que se las quitaba y volvía a acercarme con mi boca a su entrepierna. Supe que estaba excitada al sentir sus manos sobre mi cabeza y por eso, tanteé con mi lengua alrededor de su clítoris antes de decidirme a tomar posesión de mi feudo. El olor dulzón de su vulva me cautivó y ya sin ningún recato, di rienda libre a mi pasión apoderándome de su sexo.
 
La muchacha gritó al sentir que jugaba con su botón y separando aún más sus rodillas, facilitó mis  maniobras. Me encantó darme cuenta que se liberaba y continuando con mi labor, introduje mi lengua en el interior de su sexo mientras con mis dedos las masturbaba.
 
-No me lo puedo creer- aulló a sentir la invasión y agitándose sobre su asiento, se vio desbordada por las sensaciones. 
 
Los gemidos de mi clienta me anticiparon su orgasmo y recreándome, con mis manos le pellizqué los pezones sin dejar de comerle su sexo. Helen pegando un chillido se corrió sonoramente, momento que aproveché para recoger con mi lengua en flujo que manaba de su cueva, no fuera a ser que se manchara el vestido y levantándome del suelo, la besé mientras le decía:
 
-Eres mi dueña. Haré todo lo que me digas-
 
Increíblemente mis palabras fueron el acicate que esa mujer necesitaba para terminárselo de creer. En ese preciso instante, el conductor nos informó que estábamos llegando. Helen, nerviosa,  se acomodó la ropa  y adoptando su papel, me ordenó:
 
-Cuando salgamos, ábreme la puerta-
 
Cumpliendo al pie de la letra sus órdenes, como el novio sumiso que habíamos acordado me bajé antes que ella, de manera, que todo los presentes en la entrada del polideportivo donde iba a tener lugar la cena se quedaron mirando tratando de adivinar quién era la pasajera de la limusina. Al salir Helen de su interior, escuché que comentaban entre ellos el cambio experimentado por mi clienta en los años que no la veían y sabiendo que debía de reforzar esa imagen le pedí que me tomara de la cintura.
 
La mujer hizo más, posó su mano en mi trasero y pegando un buen sobeteo a mis nalgas, me llevó a la sala donde estaban sirviendo el aperitivo. Nuestra espectacular entrada cumplió su función y tal como había planeado un nutrido grupo de ex alumnos vino a comprobar que, ese hembra, era la gordita callada de su curso. Tras un breve saludo, Helen me presentó a sus dos mejores amigas de la clase. Al observarla, comprendí que esas dos mujeres de seguro que la tenían de mascota, porque no solo estaban dotadas de un cuerpazo sino que se podía decir sin temor a equivocarse que eran las más guapas de la reunión.
 
Sabiendo que era su noche, le pregunté si quería algo de tomar.
 
-Tráeme un poco de ponche- me pidió con un sonoro azote.
 
Sus compañeras se quedaron alucinadas cuando en vez de indignarme por el modo con el que me trataba, con un sonrisa, le pedí perdón por anticipado ya que la barra estaba repleta.
 
-Vale, pero date prisa- respondió con voz altanera.
 
Como había previsto, tardé más de diez minutos en volver y cuando lo hice, Helen me regañó por haber tardado tanto. Actuando sumisamente, me excusé mientras sentía las miradas de sus dos amigas clavadas en mi cuerpo y mi clienta al percatarse,  me exigió que le diese un beso. Exagerando mi papel, la besé tímidamente. A lo que ella respondió restregando su sexo contra el mío y diciendo a sus conocidas:
 
-Si no fuera porque está bueno y es una fiera en la cama, lo mandaría a la mierda. Es demasiado vergonzoso-
 
-¡Cómo te pasas!- soltó una de sus interlocutoras mientras daba un buen repaso a mi paquete, -Yo lo tendría en palmitas-
 
-Si quieres cuando me canse de él, te lo paso- dijo muerta de risa mi clienta.
 
Su descaro provocó la risa de todos y mordiéndome un huevo, puse cara de pena.  En ese instante, pidieron que pasáramos a cenar. En la mesa que teníamos asignada, se sentaron sus amigas y dos de sus compañeros de clase con sus novias. Durante una hora tuve que soportar poniendo una sonrisa, las anécdotas de colegio de los presentes. Helen con su papel totalmente asumido, se comportó como una devora hombres, simpática y divertida mientras sus compañeros no daban crédito a su transformación.
 
Estábamos en el postre cuando me levanté al baño sin percatarme que tras de mí, Alice, una de las rubias macizorras me  seguía. Al no encontrar su ubicación, me giré topándome de frente con ella, le pedí me explicara cómo ir.  Entonces comprendí que al menos esa mujer se había creído a pies juntillas mi actuación, porque sin cortarse un pelo no solo me llevó hasta allí sino que abusando de mi teórico carácter sumiso, se metió conmigo en el baño, diciendo mientras me desabrochaba el pantalón:
 
-Vamos a ver si eres tan bueno como dice-
 
Esa loba no sabía dónde se metía, llevaba sobreexcitado más de dos horas y  por eso, agarrándola, le di la vuelta y pegándola contra la pared, le dije:
 
-Te equivocas conmigo. La razón por la que aguanto el carácter de Helen es porque estoy colado por ella pero una putita, como tú, está para servir no para ser servida. ¿Lo entiendes?-.
 
Sin pedirle su opinión, le levanté la falda y tras bajarle sus bragas, la penetré salvajemente mientras me reía de ella. La mujer gritó al sentir su interior horadado por mi miembro y en contra de lo que había venido a buscar, se vio poseída con brutalidad mientras sus pechos eran estrujados por mis manos.
 
-Ves, así se trata a una zorra- le solté acelerando el ritmo de mis incursiones.
 
El modo tan brutal con el que la trataba, la excitó y berreando me gritó que la usara.   No hacía falta que me lo pidiera porque con el estímulo químico del viagra, necesitaba liberar mi tensión. Acuchillando repetidamente su interior con mi miembro, conseguí que esa puta se corriera. Abundando en su vergüenza, fui azotando su trasero siguiendo el compás de mis incursiones hasta que derramando mi simiente en su vagina, encontré el orgasmo que tanto necesitaba. Tras lo cual, me puse a mear y al terminar le exigí que me lo limpiara con su lengua.
 
Esa golfa nunca había sido maltratada de esa forma y comportándose como una sumisa se arrodilló y servilmente se introdujo mi miembro en su boca. Me encantó haberle bajado los ánimos a esa pretenciosa y por eso al terminar, volví a mi asiento contento tras decirle que era mejor que nadie supiera lo que había ocurrido. En la mesa, Helen estaba disfrutando de las atenciones de un par de tipos y sabiendo que no debía interponerme fui a por una copa. Desde la barra observé que esos dos hombres competían entre sí para ver quien conseguía los favores de mi clienta. Se la veía esplendida y por eso, unos minutos esperé antes de volver.
 
Cuando retorné, Alice me miró desde su silla con una mezcla de deseo y frustración que no le pasó inadvertida a la gordita que disimulando me preguntó qué había pasado:
 
-Tuve que bajarle los humos- susurré a su oído.
 
Comprendiendo lo ocurrido, soltó una carcajada y llevándome a la pista, me sacó a bailar. Durante dos horas, fuimos la pareja  a la que todos envidiaban y por eso al terminar la fiesta, Helen me comentó emocionada que había sido la mejor noche de su vida.
 
-Todavía no hemos terminado- contesté.
 
-Si quieres no hace falta que me acompañes a la habitación. Has hecho por mí suficiente-
 
Acariciando su trasero, le dije en voz baja:
 
-No puedes dejarme así- y señalando mi entrepierna,-solo y alborotado-
 
La muchacha soltó una carcajada al percibir que bajo mi pantalón, mi sexo estaba erecto y pasando su mano por la bragueta, me dijo mientras se apoderaba  de mi extensión:
 
-Tendré que hacer algo para consolarte-
 
Juro que estuve a punto de correrme con solo oír su tono meloso y por eso sacándola del lugar, la llevé hasta la limusina. No me había acomodado en el asiento cuando vi que ella se empezaba a desnudar. Ni siquiera había tenido la previsión de subir antes la ventanilla del conductor. Si a ella le daba morbo que nos vieran era su problema, yo estaba desesperado por acariciar esos enormes melones que sensualmente mi clienta me estaba poniendo en la boca. Con auténtica lujuria me así a sus pechos y mordisqueando sus pezones, empecé a mamar de ellos mientras Helen terminaba de liberar mi miembro de su encierro.
Fue la primera vez que la vi completamente desnuda. Siendo rolliza su cuerpo era enormemente atractivo y por eso no hizo falta mucha ayuda para ponerme verraco.
 
Ella por su parte estaba como poseída y sin más dilación se puso a horcajadas sobre mí y se fue introduciendo mi sexo en su interior. La lentitud con la que se fue empalando, permitió que sintiera cada uno de los pliegues de su vulva recorriendo la piel de pene mientras se metía por el estrecho conducto que daba paso a su vagina.
 
-¡Cómo me gusta!- la escuché decir al notar que mi glande rellenando su interior.
 
Lentamente, la mujer fue moviendo sus caderas dotando a su meneo de una sensualidad difícil de superar. No me podía creer que esa mojigata se hubiese deshecho de sus prejuicios y como por arte de magia se hubiera convertido en la desinhibida que en ese instante estaba poseyéndome.  Desde mi asiento me fijé que el chófer no perdía el tiempo y usando el retrovisor, disfrutaba de la escena que le estábamos brindando.
 
-Nos está viendo- susurré a mi clienta.
 
Sentirse observada, lejos de cortarla, incrementó su calentura y sin medir las consecuencias, empezó a gemir sonoramente mientras incrementaba la cadencia con la que se penetraba.
 
-Me excita que nos mire- confesó cogiendo uno de sus pechos.
 
Comprendí que era lo que quería y sin importarme ser observado, lo cogí entre mis dientes y ejerciendo una suave presión, lo mordisqueé. La mujer aulló al sentir los mordiscos y convirtiendo su trote en un desenfrenado galope, me rogó que no tuviera piedad. Cogiéndola de las caderas, forcé tanto la velocidad como la profundidad con la que se ensartaba, de manera que no tardé en escuchar los primeros síntomas de su orgasmo.
 
-¡Córrete!- le ordené.
La gordita no se hizo de rogar y a voz en grito,  su cuerpo se licuó entre mis piernas. Agotada quiso zafarse pero reteniéndola entre mis piernas, le prohibí sacar mi pene de su interior hasta que me hubiese corrido. Mi orden le dio nuevos ímpetus y  buscando mi orgasmo, reanudó los movimientos de sus caderas. Su respuesta fue brutal, Helen convirtió su sexo en una ordeñadora y como si le fuera la vida con ello, se siguió empalando sin dejar de gemir.
 
Su entrega se maximizó cuando al irme a besar, inconscientemente, le mordí sus labios. El morbo de sentirse follada en público, la acción de mi miembro en su vagina y el dolor del mordisco, se aliaron provocando que mi cliente se volviera a sobre excitar y aullando me pidiera que regara su interior con mi simiente.
 
No pude seguir retrasando mi liberación. Como un tsunami, el placer asoló mis defensas y gritando, mi cuerpo convulsionó mientras explotaba llenando de semen su vagina. Ella al sentir mi orgasmo, se corrió desplomándose sobre mí.
 
-¡Que locura!- sentenció al comprobar que mi sexo seguía clavado en su vulva sin perder un ápice de dureza. –¡No puedo más!-
 
-Ves que no te mentía cuando te dije que estabas buenísima-
 
Satisfecha por mis palabras, mi clienta sonrió y bajando de mis piernas, mientras se empezaba a vestir, me contestó:
 
-Te juro que cuando por la mañana nos despidamos, no tendrás ganas de follar durante una semana-
 
Afortunadamente no tardamos en llegar al hotel y tras pagar al chofer, rápidamente subimos a su cuarto. Nada más entrar, la gordita me rogó que le dejara irse a cambiar al baño. Aprovechando su ausencia, me desvestí y poniéndome un albornoz, esperé que saliera. Estaba sirviendo unas copas del minibar, cuando escuché que se abría la puerta. Al darme la vuelta, me quedé sorprendido al verla vestida con un coqueto picardías de encaje negro.
 
-¿Te gusta?-
 
Sus curvas lejos de resultar desagradables me parecieron cautivadoras y por eso, babeando le contesté que estaba esplendida. Sonrió al escuchar mi piropo y poniendo cara de puta,  se dio la vuelta para que apreciara en justa medida el pedazo de mujer que iba  a volverme a follar. Al disfrutar de la visión de su trasero, como si de un resorte se tratara, mi pene se puso erecto, dejándose ver a través del albornoz.
 
“Menudo culo”, exclamé mentalmente al observar sus dos nalgas.  Enormes pero sobre todo apetecibles, me parecieron un manjar que debía de catar y por eso, le pedí que se acercara. Lo que no me esperaba fue que esa mujer poniéndose de rodillas, viniera gateando mientras no dejaba de ronronear.
 
Al comprobar el cambio de actitud de esa mujer y que en menos de cuatro horas había pasado de ser una amargada a una hembra satisfecha, hizo que mi miembro se elevara aún más y le esperara totalmente tieso. Me pareció una eternidad los pocos segundos que tardó en llegar hasta mí. Helen se había transformado y nada quedaba de sus antiguos resquemores y por eso al verme a su alcance, no esperó que le diese nuevas instrucciones y cogiendo mi sexo entre sus manos, se lo llevó a su boca y sensualmente, lo empezó a besar mientras acariciaba mis testículos.
 
De pie sobre la alfombra, sentí sus labios abrirse y cómo con una tranquilidad pasmosa, esa gordita lo iba introduciendo en su interior. Devorando dulcemente cada uno de los centímetros de mi piel, mi cliente fue absorbiendo mi extensión hasta que consiguió besar la base. Con él completamente embutido en su garganta, me miró como pidiendo permiso.
 
Al comprobar mi disposición, empezó a sacárselo lentamente para acto seguido volvérselo a meter con un secuencia in crescendo que me dejó maravillado. Esa mujer estaba utilizando su boca como si de su sexo se tratara y cada vez más rápido me estaba haciendo el amor sin usar ninguna otra parte de su cuerpo. No puedo describir su maestría. Su lengua presionando mi pene, conseguía que sintiera que era un estrecho coño, el orificio donde estaba metiéndolo y por eso, completamente absorto en su mamada, llevé mis manos a su cabeza y forzando el contacto, comencé un brutal mete-saca en su garganta. No me importó que mis maniobras, le provocaran arcadas. Estaba imbuido en mi placer y obsesionado por correrme, me olvidé que ella era la clienta y que debía satisfacerla.
 
Acojonada por el trato, clavó sus uñas en mi culo pero en vez de conseguir que parara, eso me dio alas y salvajemente seguí penetrando su garganta. Felizmente para ella,  mi orgasmo no tardó en llegar y al fín conseguí descargar en su boca la tensión acumulada, momento que aprovechó la gordita para recriminarme el modo en que la había usado.
 
-Perdona- le dije al comprender que me había pasado.
 
Helen soltó una carcajada al escuchar mis escusas y con un fulgor en sus ojos que no me pasó inadvertido, sonrió mientras me pedía que quería que cumpliera otra de sus fantasías:
 
-¿Cuál?- pregunté.
 
-Quiero que me desvirgues el trasero- contestó poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
 
Verla separándose los glúteos con sus manos mientras me exigía que tomara posesión de su ano, fue demasiado para mí y como un autómata, me acerqué y sacando la lengua empecé a recorrer los bordes de su ano mientras acariciaba su clítoris con mi mano. La muchacha no me había mentido, su entrada trasera estaba incólume, nadie la había hoyado y por eso se me mostró cerrada y rosada, dispuesta a que fuera yo quien la tomara por primera vez.
Sabiendo que podía desgarrarla y que eso no era bueno para el negocio, le pregunté si no tenía crema:
 
-Tengo algo mejor- contestó sacando del cajón de la mesilla un bote de lubricante anal.
 
Al ver la enorme sonrisa que iluminó su cara, comprendí que esa mujer había más que fantaseado y que al contratarme tenía previsto entregarme su culo. La disposición de Helen, me permitió no tener que convencerla de algo que deseaba desde que había visto su enorme pandero desnudo y por eso abriendo el bote, cogí una enorme cantidad entre mis dedos. Sin más preliminares,   le unté su ano con la mezcla y tranquilamente empecé a relajar su esfínter.
 
-¡Me encanta!- chilló al sentir que uno de mis dedos se abría paso y reptando por la cama, apoyó su cabeza en la almohada mientras levantaba su trasero.
 
La nueva posición me permitió observar con tranquilidad que los muslos rollizos de la mujer temblaban cada vez que introducía mi falange en su interior y ya más seguro de mí mismo, decidí dar otro paso y dándole un azote a una de sus nalgas, metí las yemas de dos dedos dentro de su orificio.
 
-Ahhhh- gritó mordiéndose el labio.
 
Su gemido fue un aviso de que tenía que tener cuidado y por eso volví a lubricar su ano mientras esperaba a que se relajase. La gordita moviendo sus caderas me informó que estaba dispuesta. Esta vez, tuve cuidado y moviendo mis falanges alrededor de su cerrado músculo, fui dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
 
-¡No puede ser!- aulló al sentir sus dos entradas siendo objeto de mi caricias.
 
La mujer se llevó las manos a sus pechos y pellizcando sus pezones, buscó agrandar su excitación. Increíblemente al terminar de meter los dos dedos, se corrió sonoramente mientras su cuerpo convulsionaba sobre las sábanas. Sin dejarla reposar, embadurné mi órgano con el lubricante y poniéndome detrás de ella, llevé mi glande ante su entrada:
 
-¿Estás lista?- pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
 
Ni siquiera esperó a que terminara de hablar, llevando su cuerpo hacia atrás lentamente fue metiéndoselo, permitiéndome sentir cada rugosidad de su ano apartándose ante el avance de mi miembro. Sin gritar pero con un rictus de dolor en su cara, prosiguió con su labor hasta que sintió mi cuerpo chocando con su culo y entonces y solo entonces, se permitió quejarse del sufrimiento que había experimentado.
 
-¡Cómo duele!- exclamó cayendo rendida sobre el colchón.
 
Venciendo las ganas que tenía de empezar a disfrutar de semejante culo, esperé que fuera ella quien decidiera el momento. Tratando que no se me enfriara, aceleré mis caricias sobre su clítoris, de manera que, en medio minuto, la muchacha se había relajado y levantando su cara de la almohada me rogó que comenzara a cabalgarla.
 
Su expresión de deseo me terminó de convencer y con ritmo pausado, fui extrayendo mi sexo de su interior. Casi había terminado de sacarlo cuando Helen con un movimiento de sus caderas se lo volvió a introducir, dando inicio a un juego por el cual yo intentaba recuperarlo y ella lo impedía al volvérselo a embutir. Poco a poco, el compás con el que nos meneábamos se fue acelerando, convirtiendo nuestro tranquilo trotar en un desbocado galope, donde ella no dejaba de gritar y yo tuve que afianzarme cogiéndome de sus pechos para no descabalgar.
 
-¡Sigue!- me ordenó cuando, para tomar aire, disminuí el ritmo de mis acometidas.
 
-¡Serás puta!- le contesté molesto por su tono le di un fuerte azote.
 
-¡Que gusto!- gritó al sentir mi mano y comportándose como una puta, me imploró que quería más.
 
No tuvo que volver a decírmelo, alternando de una nalga a otra, le fui propinando sonoros cachetadas cada vez que sacaba mi pene de su interior de forma que dimos inicio a un extraño concierto de gemidos, azotes y suspiros que dotaron a la habitación de una peculiar armonía. Helen ya tenía el culo completamente rojo cuando cayendo sobre la cama, empezó a estremecerse al sentir los síntomas de un orgasmo brutal. Fue impresionante ver a esa gordita, temblando de dicha mientras de su garganta no dejaban de salir improperios y demás lindezas.
 
-¡No dejes de follarme!, ¡Cabrón!- aulló al sentir que el placer desgarraba su interior.
 
Su actitud dominante fue el acicate que me faltaba y cogiendo sus pezones entre mis dedos, los pellizqué con dureza mientras usaba su enorme culo como frontón.  Al gritar de dolor, perdió el control y agitando sus caderas se corrió. De su sexo brotó un enorme caudal de flujo que empapó mis piernas.
 
Fue entonces cuando ya dándome igual ella, me concentré en mí y forzando su esfínter al máximo, empecé a usar mi miembro como si de un cuchillo de se tratara y cuchillada tras cuchillada, fui violando su intestino mientras la gordita no dejaba de aullar desesperada.
 
Mi orgasmo fue total, todas las células de mi cuerpo compartieron mi gozo mientras me vertía en el interior de sus intestinos. Agotado y exhausto, me tumbé al lado de Helen, la cual me recibió con las brazos abiertos. Mientras me besaba, no dejó de agradecerme el haberla liberado y en esa posición, se quedó dormida.
 
Os parecerá extraño pero estaba contento por el trabajo bien hecho. Esa mujer me había contratado para realizar una fantasía y no solo había cubierto sus expectativas sino que le había ayudado a desprenderse de los complejos que le habían maniatado desde niña.
 
“Helen ha dejado atrás a la gorda” pensé mientras me levantaba al baño a limpiar mi pene.
 
Al volver a la cama y verla dormida, me percaté que nunca más la volvería a ver. Ya no me necesitaba y por eso, queriendo guardar un recuerdo, cogí mi teléfono y subrepticiamente, le saqué una foto. Estaba preciosa, con la cara relajada era una mujer feliz.
 
A la mañana siguiente, me pagó y despidiéndose de mí, como de un viejo amigo, la vi marcharse de la habitación sin mirar atrás. Yo por mi parte, me fui a mi cuarto y tras darme una ducha, decidí ir a pagar a Johana su porcentaje. Cuando entré a la boutique, mi jefa dejó lo que estaba haciendo y se acercó a mí.
 
-Toma- le dije depositando un sobre con el veinte por ciento.
 
-No hace falta. No sé qué le has dado, pero esa gordita me ha dado una propina que duplica lo acordado. A este paso, dejó la tienda y me pongo a trabajar en exclusiva contigo- contestó. Y soltando una carcajada, me informó que ya me había conseguido una cita para el sábado, -Tienes dos días libres, búscate un apartamento-.
 

Relato erótico: “Cronicas de las zapatillas rojas, la camarera 3” (POR SIGMA)

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CRÓNICAS DE LAS ZAPATILLAS ROJAS: LA CAMARERA 3.

Un consejo: es conveniente, aunque no forzoso leer Cazatesoros: Sydney y las zapatillas rojasExpedientes X: el regreso de las zapatillas rojas y Alias: La invasión de las zapatillas rojas antes de leer esta historia.
Gracias a Vaquita por su inspiración.
Por Sigma
– Más arriba… levanta más los brazos Paty… ahora extiende bien las piernas… eso es…
Patricia obedeció con una sonrisa, pues le encantaba modelar para Xander.
– Muy bien… ahora muestra tus piernas… así…
Eso no era muy difícil, pues el minivestido negro ajustado y las botas a la rodilla del mismo color, de tacón de aguja, conspiraban para mostrar sus muslos, incluso si no lo deseara.
La sesión de modelaje se llevaba a cabo en la recepción del edificio, rodeada de sillones modernos de piel blanca que contrastaban con la ropa obscura y los rizos rojos de la joven que habían sido arreglados en un peinado complejo y estilizado.
– Si Xander… -dijo la joven tímidamente mientras se extendía sonriente sobre el largo sillón, escuchando docenas de clics de la cámara enfocada sobre ella.
– Muy bien preciosa… ahora que se vea tu escote…
Eso tampoco era difícil, pues el escote en V del vestido llegaba hasta su cintura, mostrando la exquisita redondez lateral de sus bellos senos, simplemente se sentó cruzando sus piernas y se inclinó al frente mirando apasionada a la cámara, mostrando su busto.
– Si Xander… -dijo de nuevo con contradictoria timidez.
– Eso es muñequita, con eso basta por hoy -dijo finalmente Scorpius mientras a un gesto suyo Dana empezaba a reunir el equipo fotográfico- por cierto, me encanta el conjunto que elegiste para esta sesión. Nos vemos al rato.
Antes de marcharse le hizo un guiño y se dirigió al elevador que llegaba a su estudio privado.
Patricia no lo perdió de vista hasta que las puertas se cerraron, entonces volteó a ver a su compañera. No dejaba de admirarse de lo juvenil de su comportamiento y vestimenta. Llevaba una especie de uniforme de colegio ingles, un saco azul obscuro y blusa blanca, pero su falda gris era tan corta y amplia que apenas cubría su diminutas pantaletas color rojo sangre, lo que se dificultaba más al tener que inclinarse constantemente a recoger del piso el equipo de la sesión, y sus zapatillas negras de colegiala, de punta redondeada, correa con hebilla a la mitad del empeine  y tacón alto tampoco ayudaban.

Con una sonrisa la pelirroja se le acercó y comenzó a ayudarla a levantar las cámaras, lentes, reflectores y tripies.

– Oh… gracias Patita… no sabes cuanto te lo agradezco… ooohh creo que me paso más tiempo acomodando la falda que recogiendo el equipo -le dijo Dana con una risita casi infantil.
– No te preocupes, las chicas debemos ayudarnos ¿No?
– Claro que si hermanita, así que si puedo servirte en algo sólo llámame -le dijo con un guiño- te debo una.
– No es nada Dana, en serio.
– Oh… es tan agradable encontrar a alguien tan amable como tú… -continuó la rubia mientras acomodaba su faldita por enésima vez- todas mis compañeras me ordenan y se aprovechan de mí…
– ¿En serio Dana? Todos son tan correctos aquí…
– Oh… es terrible, hasta Piern… digo la doncella, me ordena y yo no se decir que no… es que ahora soy tan débil…
– Bueno si necesitas ayuda yo… -empezó a decir la pelirroja cuando la chofer interrumpió desde el elevador.
– ¡Dana! ¡Deja de perder el tiempo con Paty, el jefe quiere que lo atiendas! -gritó impaciente la trigueña- y creo que también tienes trabajo por hacer ¿No Patricia?
– Oh, lo siento. Gracias por escucharme Patita -dijo a toda velocidad la rubia mientras corría al elevador- Ya voy Bomboncito…
Apenas entró por las puertas la chofer la recibió con un azote en la nalga que hizo sonrojar a la rubia.
– ¡Aaayyy!
La pelirroja se dio cuenta de que en efecto eso no había sido muy amable de parte de la chofer.
– No lo había notado -empezó a meditar al respecto pero al ver la hora en el reloj de la pared se interrumpió- oh… apenas tengo tiempo de una siesta antes de bañarme y empezar mi turno de camarera.
Se recostó en su cama, se desnudó, se puso sus zapatillas de dormir y se cubrió con las sabanas para descansar un poco, sin embargo casi de inmediato empezó a revolverse inquieta, se sentía acalorada y tensa.
– Oh… no me siento cómoda… -pensó mientras se ponía boca abajo, a lo lejos escuchaba una suave melodía, casi como en un murmullo, un ritmo lento e hipnótico.
– Mmm… por favor… quiero dormir… -pensaba ya algo molesta- creo que necesitoooooohhhh…
Patricia cerró los ojos complacida por la sensación que tuvo, hasta que se dio cuenta de que inconscientemente había introducido su mano entre las piernas para empezar a acariciarse suavemente.
– Aaahhhh… eso es… lo que necesitaba… -pensó al levantar del colchón sus firmes nalgas y así tener espacio para maniobrar. Sus piernas comenzaron a moverse levemente con el ritmo.
– Aaaaahhhh… aaaahhh… aaaahhh… -la pelirroja podía sentir que estaba a punto de conseguirlo… estaba tan cerca…- oooohhh… ooohhh…
Pero para su desesperación la joven no podía alcanzar el orgasmo, siguió y siguió complaciéndose, pellizcando sus pezones, incluso introduciendo dos dedos en su deseosa vagina, pero aunque su excitación estaba a mil no podía alcanzar el éxtasis.
– Vamos… vaaamos… -gimió ya casi  angustiada. De pronto en las bocinas del cuarto sonó la voz de Scorpius.
– Paty, necesito que me traigas mi cena…
– Noooo… por favor… ahora no… -sollozó contra la almohada mientras se masturbaba de forma frenética, sus nalgas subían y bajaban rápidamente.
– …en cinco minutos, sin falta…
– Oooohhh… -la linda pelirroja al fin se rindió ante su aparente bloqueo y húmeda de sudor se levantó de la cama para dirigirse al baño- ¿Por que me pasa esto?
Tras una breve ducha se acercó al guardarropa para ponerse su uniforme formal, primero su sostén de encaje negro que levantaba sus pechos pero que de forma fetichista llevaba unos huecos que dejaban expuestos sus pezones, las pantaletas a juego que se metían entre sus redondeadas nalgas tenían aberturas atrás y adelante.
– No entiendo como esta lencería es parte del uniforme para la cena -pensó Paty mientras sacudía la cabeza de lado a lado.
Luego se puso unas medias negras casi transparentes con liguero a juego, una blusa blanca translúcida de manga larga y una minifalda negra elástica a medio muslo, un chaleco a juego que le ajustaba la cintura y presentaba sus senos de forma más atractiva.
Se ató el cabello en una cola de caballo y se maquilló según las instrucciones de Xander: delineó sus ojos, rizó sus pestañas, una obscura sombra de ojos centraría la atención en su mirada hasta que pintó sus labios rosa de color rojo sangre, delineándolos para que parecieran más gruesos y carnosos, de forma que lucían como un fruto prohibido.

El toque final fueron unas zapatillas de charol negro cerradas, con cintas en el tobillo, tacones altísimos y una sutil plataforma de dos centímetros que curiosamente hacían parecer sus pies aun más femeninos y delicados.

– Esto es ridículo… no se como puedo soportar este humillante uniforme -pensó mientras posaba en el espejo- mmm… aunque debo admitir… que me hace lucir muuuy bien.
La pelirroja, aun excitada por la sesión de la mañana empezó a deslizar sus manos por sus caderas, su cintura, sus senos… hasta que vio el reloj…
– ¡Dios, que tarde es! -pensó mientras corría con gran habilidad sobre sus tacones a la cocina, recogió la charola y con prisa se dirigió al estudio.
Tocó y al escuchar que le respondían entró. Scorpius estaba sentado en el escritorio leyendo informes.
– Llegas tarde Paty… eso no es profesional.
– Lo siento señor… no tengo excusa.
– Bueno, apenas terminé el trabajo, pero no creas que no habrá castigo.
– Si señor.
– Sírveme la cena… y por cierto, te ves espectacular hoy…
– Si señor -asintió sonriendo tímidamente mientras se acercaba al  escritorio a lado de Scorpius.
– Ah, pero hazlo despacio… con calma -le dijo con una sonrisa.
Sonrojada, Patricia empezó a poner los platos cubiertos con tapas en el escritorio, en ese momento, mientras Scorpius miraba intensamente su voluptuoso cuerpo, la insatisfacción de la mañana volvió a su mente y su cuerpo, excitándola.
– Ooohh… Xander… no me mires así… me pones mal… -pensó.
Ante la incendiaria mirada de su jefe la pelirroja empezó a excitarse de nuevo.
– Muy bien… Ya que estás caliente… te daré algo para que sueñes -pensó la joven, que de forma lenta y deliberada empezó a servir la comida en pequeños platos de porcelana, inclinándose para dejar a Scorpius disfrutar de su escote y al devolver los trastos a la charola aprovechaba para mostrarle sus nalgas cubiertas por la ajustada falda.
– ¿Le puedo ofrecer algo más señor? -le dijo sensualmente Patricia mientras el hombre se perdía en el delicioso escote de ella.
– Mmm… todo se ve delicioso muñequita… pero ¿Y si lo que quisiera eres tu? -le dijo mirándola a los ojos.
– Lo siento cariño, pero no estoy en el menú… -le respondió ella con un guiño, antes de darse la vuelta para marcharse mientras pensaba sorprendida- ¿Pero que me pasa? Yo no soy así… ¿Tan cachonda me quedé?…
– No tan rápido preciosa, aun falta tu castigo -le dijo Scorpius complacido por su reacción, deseoso de probar hasta donde podía presionar a la indefensa pelirroja.
– Si señor… -respondió al detenerse y darse la vuelta.
– Bien… ahora acércate y apoya las manos en el escritorio…
– Pero señor…
– Obedece… -le ordenó mientras una melodía empezaba a sonar muy bajo en el estudio.
La pelirroja dio un gemidito ahogado de impotencia y frustración pero obedeció. Se apoyó en el mueble con una pierna bien derecha y la otra flexionada sensualmente, sin darse cuenta comenzó a moverlas ligeramente siguiendo la música.
– Muy bien, ahora da dos pasos atrás sin separar las manos del escritorio.
– Pero…
– Obedece.
– ¡Oooohh! -gimió de nuevo, pero fue incapaz de desobedecer. Tras retroceder quedó inclinada a noventa grados, esa postura dejo sus senos colgando frente a ella, como si estuvieran a punto de salirse, y tras ella sus torneadas piernas y paraditas nalgas estaban expuestas para ser disfrutadas.
– Muy bien, eres una buena chica -le dijo Scorpius al acercarse y echarle un vistazo- es hora de tu castigo.
– Si señor… -respondió de nuevo sumisa la pelirroja, pero estaba sonrojada y empezaba a respirar de forma agitada.
Colocándose detrás de ella Scorpius empezó a deslizar su mano por las sedosas pantorrillas y muslos de la joven, al llegar a la falda la enrolló amorosamente hasta dejarla convertida en un cinturón, entonces acarició las firmes nalguitas de Patricia quien cerró los ojos e inclino la cabeza avergonzada y excitada.
– ¡No debes llegar tarde! -dijo a la vez que le daba un azote en la tierna y blanca carne expuesta entre las pantaletas y las medias.

– ¡Aaaayy! -el primer impacto la tomó por sorpresa haciendo que una nueva oleada de calor la invadiera.

– Dios… que humillante -pensó Paty avergonzada, pero obediente.
– ¡Debes obedecer! -le dijo a la vez que le daba un segundo azote, esta vez estaba preparada pero no por eso fue más fácil.
– ¡Aaaaayyyy! -gritó de nuevo, empezando a sentirse asustada, los golpes no eran fuertes, lo que más le dolía era la humillación.
Sus manos en el escritorio se habían cerrado en puños apretados para prepararse a resistir, pero no estaba preparada para lo que ocurrió después.
En un rápido movimiento su jefe abrió una abertura de las pantaletas y le introdujo dos dedos en su hambrienta y húmeda vagina.
– ¡Aaaahhhhh! -gimió de nuevo pero esta vez el motivo era muy distinto, estaba sintiendo un placer muy poderoso y diferente al que sintió antes de ducharse- aaaahhhhh…
– Debes aprender quien manda… – le decía mientras la penetraba rítmicamente con sus dedos- solamente yo te puedo dar un orgasmo…
– No…
– Solamente yo… ¡Dilo! -le ordenó mientras aceleraba su ritmo al penetrarla.
– Aaaaahhhh… solamente… tu… mi macho… -obedeció al fin- aaaaahhh…me das… un orgasmo…
– Eso es, cada vez eres más obediente, seguimos mejorando. Es hora de avanzar lindura… -le dijo satisfecho y un instante después sacó sus dedos de la receptiva vagina de la pelirroja para darle un último y sonoro azote que la empujo al precipicio del placer, causándole su deseado y esquivo orgasmo.
– ¡Oooooooohhhhh… oooooohhh…! -sollozó incontenible mientras abría sus piernas en V, ponía sus pies en punta y sus puños se convertían en extendidas y temblorosas manos abiertas. Finalmente se derrumbó extasiada sobre el escritorio, la carne trémula de sus nalgas aun palpitando por los azotes pero siguiendo el ritmo de la música.
– Mmm… eres una deliciosa visión Patricia… está siendo un verdadero placer hacerte mía -le dijo X al oído con lujuria al verla recostada y vulnerable- me encanta tenerte como camarera pues así siempre estás lista para servirme.
Lentamente X se colocó detrás y sujetándola de las caderas empezó a darse placer con las sedosas nalgas de su adormilada cautiva. Con una mano le acariciaba los muslos, la espalda, su esbelto cuello y brazos, disfrutando por completo de su poder sobre ella, sobre su cuerpo y sus ideas. Finalmente satisfecho el hombre dio dos pasos atrás.
– Y me enloquece tenerte como mi modelo por que puedo modelar tu mente a mi antojo. Empecemos la sesión de hoy… -a un movimiento de su mano la música aumentó de volumen y la joven aun atontada se enderezó y comenzó a bailar para su dueño, se sujetó a uno de los postes de la cama y comenzó a ondular su cuerpo rozando su entrepierna en la madera, haciendo gemir a la inconsciente chica.
– Ooohhh… ooohhh… aaahhh… -en unos instantes empezó a moverse por el cuarto siguiendo la música, se movía con la seguridad de una modelo profesional y con la gracia de una bailarina, llegaba a saltar sobre los sillones con su piernas extendidas ágilmente gracias al hechizo de las zapatillas.
– Si… me encanta tenerte para mi… sigue… -dijo complacido X mientras la observaba sentado en la cama.
La pelirroja había subido de un salto sobre el sillón del escritorio, y allí comenzó a bailar en el asiento, su piernas moviéndose en un espacio apenas del tamaño de un pañuelo, sus manos recorriendo su cuerpo sensualmente hasta llegar a sus rojos rizos, desató su cola de caballo y revolvió su cabello, luego levantó las manos sobre la cabeza y siguió ondulando su cuerpo como la odalisca en la que sin duda se estaba convirtiendo.
– Ooooohhh… -todavía gimió entre sueños.
Finalmente la música terminó y la joven se derrumbó de la silla, pero X la estaba esperando y la atrapó al caer. Levantándola con facilidad la cargó y la recostó en la cama de espaldas.
– Cada vez eres más obediente y desinhibida, pero quiero que lo seas más aun… -susurró el hombre mientras se sentaba a lado de Patricia y le acariciaba el rostro con el dorso de la mano- ahora mismo nos encargaremos de eso.
Introdujo su mano en las pantaletas de lo inconsciente pelirroja y comenzó a masturbarla suave y lentamente mientras una nueva y sensual canción comenzaba a sonar a bajo volumen.
– Te encantan tus piernas… te excitan… te enloquecen… no puedes dejar de acariciarlas…
– Oooohhhh… yo… -dudó ella.
– Dilo… -le susurró- obedece…
– Mmm… mis piernas… me enloquece… acariciarlas… -murmuró como entre sueños Patricia.
– Amas tus tetitas… las deseas… quieres tocarlas y pellizcarlas…
– No… no se llaman… así… son senos… -susurró con una mueca la pelirroja tratando de resistir.
– Escucha con cuidado y obedece: son tus tetitas, tus ubres, tus papayitas, no tienen otro nombre, esos son los únicos que existen…
– No… no…

X aceleró su mano bajo las pantaletas de ella.

– Aaaaahhh… aaaahhh
– ¿Qué son estas? -le inquirió mientras metía su otra mano bajo la blusa de la joven y acariciaba sus pezones.
– Oooohhh… son… son… sen…
– ¡No! -le dijo su captor al apretar su redonda y grande teta.
– Aaaahhh… son… son… pech…
– ¡No! -esta vez le pellizcó suavemente el pezón.
– Nnnnnnggghhh… son… tetas…
– Sigue.
– Son ubres…
– Sigue…
– Son papayitas.
– Muy bien… -le susurró el hombre mientras seguía complaciéndola- continuemos…
La joven empezaba a deslizar sus pies entaconados sobre la cama.
– Amas tus tetitas… las deseas… quieres tocarlas y pellizcarlas…
– Aaaaamo… mis tetitas… quiero tocarlas… pellizcarlas.
– Perfecto… eso es… podemos seguir.
Patricia se relamió inconscientemente, deseosa de más placer.
– Te enloquece tu coñito… es el centro de tu sexo… el centro de tu vida…
– No… es mi vagina… mi clítoris…
– Escucha con cuidado y obedece: son tu coñito o tu panochita, tu frutita o tu chochito…
– Yo… no… -incómoda con los términos Paty trató de negarse sacudiendo su cabeza de lado a lado. Pero no era rival para la voluntad de X, que sacó su mano de la entrepierna de ella para introducir un vibrador plateado en su todavía excitada vagina.
– Oooooohhh… no… no… no es… justo -gimió ella a la vez complacida y desesperada por la rica vibración del objeto.
– Son tu coñito o tu panochita, tu frutita o tu chochito… -repitió el hombre mientras comenzaba a bombear con el juguete vibratorio el sexo de su victima… una y otra vez.
– Dilo…
– Ooooohhhh… mi coñito o panochita… oooohh… mi frutita o chochito…
– Otra vez…
– Mi coñito o panochita… aaahhh… mi frutita o chochito…
– Bien, intentemos de nuevo: Te enloquece tu coñito… es el centro de tu sexo… el centro de tu vida…
– Siiiiii… me enloquece… mi coñito… es centro de… mi vida -gimió con voz ronca mientras empezaba a subir y bajar sus caderas sensualmente.
 – Eso es… ya perfeccionamos tu vocabulario lindura… ahora cambiaremos tu concepto de los nombres -le dijo mientras dejaba el vibrador suavemente dentro de ella.
– Cambiaremos… nombres… -repitió la pelirroja sonriente, sus rojos labios aun tentadores, su rostro enmarcado por sus rizos rojos.
– Bien… muy bien…
– ¡Aaaaaahhhhh! – gruñó Patricia al despertar de golpe, sentándose en su cama, sudaba y se sentía acalorada a pesar de su delgada ropa de cama, un corpiño y pantaloncillo muy corto, ambos de encaje blanco, sus rizos rojos cubrían parte de su rostro, lo que aumentaba su sensación de sofoco y excitación matinal. En sus piernas llevaba unas pantimedias rosa y unas zapatillas blancas de punta abierta y delgadas tiras de piel que se iban entrecruzando desde la punta de sus pies hasta sus tobillos y luego hasta sus rodillas.
– Oh… Dios… estoy tan cachonda… -pensó mientras se recostaba de nuevo sobre las colchas- mmm… que sueño tan rico…
Últimamente estaba excitada todo el tiempo, sin motivo aparente, incluso al dormir. Se sentía prisionera de su propio deseo.
Sus delicados dedos con largas uñas pintadas de rosa empezaron a acariciar sus piernas, disfrutando su suavidad gracias a las sedosas medias que llevaba.
– Mmm… aaahh… me encantan… mis piernas… -susurró para si mientras palpaba y apretaba sus muslos, para luego arañarlos sobre la tela translúcida- oooohhh…
Luego sus manos se apropiaron de sus grandes senos de forma agresiva.
– Oh… que ricas tetitas… parezco diosa de la fertilidad… – por un instante pensó en desde cuando usaba esos términos para su cuerpo, pero empezó a acariciar sus pechos en pequeños y lentos círculos, y todo lo demás desapareció- aaaahhh… mis ubres… que ricas… y grandes…
Su mano derecha se metió en su delicado pantaloncillo, en las pantimedias, y comenzó a acariciar su clítoris, su vagina.
– Aaaaahhh… aaaahhh… mi… coñito… necesito… aaahh… necesito… coger… -su mano se movía ya a toda velocidad, aumentando y aumentando el placer, primero de forma deliciosa, pero luego, al no poder alcanzar el éxtasis, empezó a convertirse en una tortura despiadada y desesperante que no podía evitar.

– Oooohhh… más… ooohhh… por favor… si tan sólo… -empezó a sollozar al verse de nuevo atrapada entre su lujuria incontrolable y su incapacidad de alcanzar la culminación- aaahhh… aaahhh… tengo que… lograrlo…

En ese momento la alarma junto a la cama empezó a sonar, era hora de llevarle el desayuno al Amo, para luego tener otra sesión de modelaje.
– Noooo… por favor… déjenme acabar… -frustrada se cubrió la cara con la almohada por unos segundos, antes de levantarse malhumorada para bañarse.
Luego del baño se puso una camiseta azul cielo de enorme escote cuadrado que apenas cubría sus pezones, un ajustado y minúsculo pantalón corto a juego que dejaba ver parte de sus nalgas, pantimedias blancas y finalmente zapatillas azules cerradas y puntiagudas de altísimo tacón metálico de aguja. Su rojo cabello suelto enmarcaba bellamente sus facciones.
Pasó por la cocina y se llevó la charola al estudio, el Amo estaba sentado en la cama, llevaba una playera negra ligera y la miraba con esa sonrisa desesperantemente amable y respetuosa.
– Hoy te ves hermosa Muñequita… -le dijo amablemente.
– Oh… gracias Amo… -respondió a la vez que pensaba- luzco así para ti… para que me veas…
Complacido, X la miró servirle el desayuno, al instante se notaba que estaba a muy excitada, que se abrasaba por su deseo insatisfecho.
Al inclinarse para servirle casi le ponía sus senos en la boca, al girar se inclinaba con sus piernas derechas como ofreciéndose a él.
Finalmente le deseó buen provecho y se dirigió a la puerta, pero apenas la alcanzaba cuando sintió al Amo moverse tras ella a toda velocidad, oprimiéndola contra la puerta la sujetó de las muñecas y las puso tras la espalda de la sorprendida pelirroja, luego de un clic, ya no pudo separarlas, estaban como esposadas.
– ¿Pero que hace? -preguntó sin aliento la sorprendida joven al darse vuelta para mirar a su atacante. Pero al instante sus ojos se abrieron como platos, pues su jefe se acercaba con algún tipo de mordaza en la mano.
– ¡No! ¿Qué pretende? -dijo al verlo pero X aprovechó el momento para introducirle la mordaza en la boca: una esfera negra fijada con una correa del mismo color que le impedía articular palabra y contrastaba eróticamente con su blanca piel y voluptuosos labios rojos.
– Nnnnnnmmmg… mmmfggg… -trató de hablar, aturdida, al ver a su respetuoso jefe hacerle algo así.
– No… ¿Qué va a hacerme?… -fue lo único que pudo pensar.
X la observó feliz por su sorprendida reacción, tal como esperaba, la joven no recordaba las otras sesiones de condicionamiento, todo era nuevo para ella, lo único que sabía era que trabajaba para él y que estaba obsesionada por el sexo.
– Mmm… muy bien Muñequita… así quería tenerte… voy a poseerte a placer…
-¡Nnnnhhhhmm! mmmnnggh -balbuceó la pelirroja mientras corría a toda velocidad por el estudio buscando una salida.
X la observó divertido y la siguió de forma lenta y deliberada por el aposento, ella se movía desesperada a pesar de sus altos tacones. Sin embargo varias veces X alcanzó a rozar su cuerpo con la mano, causándole a Muñequita un confuso escalofrío de placer. La pelirroja empezó a respirar de forma agitada pero lograba mantener distancia con su captor en esa bizarra situación. Finalmente satisfecho, X accionó un botón en el control de su bolsillo y una canción empezó a sonar en las bocinas a bajo volumen: En tu cruz me clavaste de Chenoa.
Por un momento la jovencita se sintió aturdida y sin aire, una ondulación en sus piernas las hizo moverse sin control y empezó a bailar tal y como estaba: sobre sus altos tacones, amordazada y con las manos encadenadas tras ella.
– ¡Nnnnnnmmggg… mmmnnngg…! –trataba de chillar a través de su mordaza la pelirroja sin entender que le pasaba a su cuerpo.
Bailando alternativamente sobre sus puntas y tacones salió al pasillo del estudio donde en unas bocinas seguía sonando la música, X observaba con los brazos cruzados desde el marco de la puerta, visiblemente satisfecho, mientras la hermosa criatura frente a él se movía siguiendo su voluntad y el ritmo de la música, abría sus piernas  y las cerraba, se hincaba para mover solamente su torso y hombros o se acostaba de espaldas en el piso, moviendo solamente sus fabulosas piernas en círculos o bien rectas como columnas de placer vivientes con sus tacones apuntando al cielo.
Cada vez se notaba que la joven estaba más excitada.
– Ooohhh… ¿Por qué… me estoy… excitando así…? ¿Qué está… pasando? –pensaba Muñequita, abrumada por todo lo que le pasaba.
X sonrió satisfecho, chasqueó los dedos y la joven se dirigió bailando de vuelta al estudio,  momento que su captor aprovechó para atraparla, sujetándola desde atrás mientras bajaba el volumen de la música.
– ¿Mmmggghh? ¡Nnnmmmhh! -balbuceó aun sorprendida por lo sucedido.
– Ya te tengo primor, ahora ya no irás a ningún lado -le dijo al oído mientras con una mano le pellizcaba un pezón.
– Mmmmmhhh… -gimió suavemente sin entender por que lo disfrutaba.

En un brusco movimiento X la tiró sobre la cama, quedó aturdida por un momento pero casi de inmediato trataba de levantarse.

-¡No te muevas! -le ordenó el Amo y ella no pudo evitar obedecer. Respiraba agitada pero seguía tal como había caído: de espaldas, la cabeza levantada y sus torneadas piernas levemente flexionadas.
De inmediato el hombre la sujetó de la cintura y la hizo ponerse boca abajo.
– ¡Nnnnmmm! -gruñó tratando de resistir pero la música en sus oídos le impedía pensar con claridad. Peor aun, sin saber por que, seguía excitándose.
– Aaaahhhh… ¿Qué me pasa?…  -pensó sorprendida de sus reacciones a ese abuso.
De un movimiento su captor arrancó la delicada camiseta, encontrando los grandes senos de la joven descubiertos y listos para disfrutar.
– Nnnnnngghh… mnnnnhh… -gimió entre asustada y excitada por el acto, sacudía la cabeza mostrando su rabia.
– Que traviesa Muñequita… ¿Nada debajo?
Con otro rápido movimiento le arrancó el delicado pantaloncillo, dejando expuestas sus firmes nalgas apenas disimuladas por el translucido material de las medias.
– ¡Nnnnnnggg! ¡Nnnnnnnnggg! -volvió a gruñir asustada ya no del hombre, sino de sus propias y contradictorias sensaciones de gozo.
– Vaya… no me esperaba esto -dijo sonriente X al ver que la pelirroja no se había puesto pantaletas bajo sus pantimedias y además una creciente mancha de humedad se notaba claramente en su expuesta entrepierna. Disfrutándolo intensamente X deslizó su dedo índice por la mancha acariciando la vagina y clítoris de su esclavizada camarera.
– Mmmmmm… -sin poder evitarlo la pelirroja cerró los ojos debido al placer que le daba la caricia.
– Aaaaahhhh… esto está mal… disfruto este… abuso… tanto… como cuando… me masturbo… -pensó cada vez más confundida y excitada- ooohhh… ¿Qué me hace… mi macho?…
– Bien, cada vez eres más vulnerable encanto… -el hombre le dijo complacido a su victima, pero estaba demasiado distraída por el placer que la dominaba para escucharlo.
– Ahora vamos a darnos placer Muñequita… te va a gustar… -le dijo X a la obnubilada pelirroja mientras sacaba de una caja unas pantaletas negras estilizadas para de inmediato ponérselas aprovechando para acariciar sus piernas mientras lo hacía.
– ¿Nnnnnmm? -balbuceó confundida la joven mientras sentía estas nuevas caricias.
– Bueno, eso es para ti, y ahora para mí… -le susurró mientras se subía ya desnudo a la cama, rápidamente colocó sus rodillas a los lados del cuerpo de la reacia pero excitada joven, y dejó su duro miembro reposar entre sus grandes senos.
– Mmm… tiene mucho que quería hacer esto contigo esclava, me voy a masturbar con tus ubres… y tú lo vas a disfrutar…
– Nnnnggg… mmmnnff… -trató de hablar negando con la cabeza, pero su Amo sonrió y usando sus manos controló las redondeadas masas de carne de Muñequita para atrapar su pene entre ellas, luego empezó a mover sus caderas lentamente atrás y adelante, la cabeza de su miembro se asomaba cerca de los sometidos labios rojos de su cautiva para luego ocultarse entre los pliegues de sus bellos senos.
– Ggggmmm… Fnnnnnmm… -sacudía su cabeza enérgicamente la joven, sin entender lo que ocurría pero sintiéndose cada vez más caliente. En ese momento X oprimió otro control y las pantaletas que le puso a la pelirroja cobraron vida, vibrando suavemente en su entrepierna.
– Oooohhhhh… que bien se siente… -pensó entornando los ojos mientras sus tacones empezaban a realizar dibujos en el aire gracias a las zapatillas rojas. Su Amo seguía masturbándose con sus pechos, lo que únicamente aumentaba el morbo de la situación para la sobreexcitada joven.
– Mmmmmm… -logró gemir Muñequita mientras arqueaba su espalda un instante al pensar- aaaaahhhh… me vuelve loca… ooooohhhh… mi amo… mi macho…
X aprovechó el momento para quitarle la mordaza de la boca. Pero la joven estaba ya tan caliente que la siguiente vez que el miembro de su captor se acercó a sus rojos labios ella no pudo evitar darle un húmedo beso en la punta.
– Mmm… -gruñó el hombre complacido por su comportamiento, por lo que aprovechó para dejar en paz esos voluptuosos senos blancos para intercambiar la anterior mordaza de la joven por otra más… natural.
– Mmnnnnm… -gimió la pelirroja al verse atrapada por el nuevo giro del acontecimiento, pero su excitación insatisfecha gracias a las pantaletas vibratorias era tal que siguió el juego del Amo mientras este penetraba sus labios rojos una y otra vez, sujetando su nuca con una mano.
Su duro y húmedo pene se deslizaba fácil y sensualmente dentro del delicioso círculo rojo intenso de los labios de la ahora complaciente pelirroja, sus ojos nublados por la ardiente lujuria que la zapatillas rojas la habían condicionado a sentir al capricho de X.
– Eso es esclava… lo haces divinamente… -le dijo excitado su macho al acelerar su ritmo mientras aumentaba al máximo la vibración de la lencería de Muñequita, lo que al fin la hizo emitir un gemido salvaje y gutural al alcanzar su tan deseado orgasmo, seguido de inmediato por el de su Amo que la tenía sometida de forma tan deliciosa, llenando su boca del cálido semen que la marcaba de nuevo como su obediente esclava sexual.
– Nnnnnnnnnnnnmmm… -gimió ella a todo volumen con sus piernas rectas y en punta, sus ojos cerrados.
– Oooooohhhhh… muy bien… primor… muy bien.
Minutos después X observaba a la joven que dormía plácidamente tras la larga sesión de placer.
En un monitor escuchaba la plática que la pelirroja había tenido con Dana.
– Así que te preocupas por Nena lindura… creo que a veces eres demasiado sensible y dulce… debemos cambiar eso, si vas a ser mi esclava debes aprender a dominar a tus hermanas… si… creo que también es tiempo de que empieces a apreciar más a tus hermanitas…
CONTINUARÁ
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